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Category:
Fandoms:
Relationships:
Additional Tags:
Language:
Español
Stats:
Published:
2024-10-16
Completed:
2024-10-28
Words:
6,509
Chapters:
3/3
Comments:
10
Kudos:
61
Bookmarks:
3
Hits:
601

El ático

Summary:

Mar y Rey se encuentran accidentalmente encerrados en el lugar donde ocurrió su primer beso.

Notes:

Por favor no me juzgues, mi español no es bueno🥲

(See the end of the work for more notes.)

Chapter Text

El sol se filtraba a través de los altos ventanales del Hangar, proyectando una cálida luz dorada sobre los pisos pulidos. La sala del escenario estaba llena de risas y energía mientras Margarita, Merlín, Rey, Única, Pipe y Daisy ensayaban una de las coreografías para la próxima presentación. Delfina y Yamila los observaban con una mirada crítica pero alentadora, mientras Ada se ocupaba cerca, coordinando algunos detalles de último momento para el evento que se avecinaba.

Merlín se movía con una gracia natural, su cuerpo fluido deslizándose por el suelo al ritmo de la música. Margarita lo miraba con admiración, observando cómo sus músculos se tensaban y relajaban en perfecta armonía con el ritmo. Única, al otro lado de la sala, estaba emparejada con Rey, ambos replicando los pasos al compás de Merlín y Margarita. Daisy estaba con Pipe y parecían estar funcionando perfectamente juntos. Todos llevaban semanas trabajando en esta rutina y, a pesar de algunos tropiezos en el camino, hoy se trataba de perfeccionar los últimos movimientos.

“¡Bien, empecemos desde el principio!” La voz de la coreógrafa resonó, sacando a Margarita de su ensimismamiento y llevándola de nuevo al sonido de la música.

Cruzó la mirada con Rey al otro lado de la sala. Hubo un destello de algo ahí, una expresión que no pudo identificar del todo, pero lo dejó pasar y volvió a concentrarse en la coreografía. Todos habían acordado seguir adelante, dejar el pasado donde pertenecía. Pero siempre estaba ahí, acechando justo bajo la superficie, incluso cuando fingían no darse cuenta.

Cuando la música comenzó de nuevo, Margarita entró en sintonía con Merlín, sus cuerpos moviéndose como uno solo a través de los giros y vueltas intrincadas. Tenía que admitir que su química en la pista de baile era buena. Merlín siempre la hacía sentir que estaban en perfecta armonía. Él le lanzó una sonrisa, esa sonrisa de niño que siempre la hacía sentir tranquila, y ella le devolvió la sonrisa, apartando los pensamientos molestos sobre Rey.

Al otro lado de la sala, Rey y Única trabajaban en la misma coreografía, sus movimientos un poco menos fluidos, más tensos. Única, elegante y precisa, comenzaba a frustrarse con Rey, que seguía fallando un paso durante el giro. Normalmente no estaba tan distraído, y Margarita lo notó, aunque trató de no pensar demasiado en ello.

“¡Rey, tu ritmo!” exclamó Única, con un toque de exasperación en la voz mientras la música se detenía abruptamente. “No estás siguiendo el compás como lo practicamos.”

Rey frunció el ceño, pasándose una mano por el cabello, con la mandíbula tensa. “Lo sé. Solo... no estoy concentrado hoy, ¿vale?”

Delfina aplaudió, devolviendo la atención de todos a ella. “Tomémonos un descanso. Rey, despejá la cabeza un poco. Te necesitamos enfocado, o el grupo no se va a ensamblar.”

Él asintió, pero permaneció en silencio, mirando brevemente a Margarita antes de bajar del escenario. Margarita podía sentir la tensión en el aire, como una cuerda demasiado tensa, lista para romperse en cualquier momento. Esa tensión había estado entre ellos durante semanas, a pesar de sus mejores esfuerzos por ignorarla.

Mientras todos tomaban un descanso, Ada entró en la sala, con una carpeta en la mano, sus ojos recorriendo el estudio.

“Bueno, un favor rápido,” dijo Ada con entusiasmo, sus zapatos negros brillantes haciendo clic en el suelo mientras se acercaba al grupo. “La señora Delfina quiere empezar a montar parte de la decoración para el ensayo de mañana, pero necesitamos las cosas que guardamos en el ático.”

Margarita sonrió, lista para ofrecer su ayuda. Le encantaba el ático, lo consideraba su "pequeña embajada".

“Margarita, Señor Alto,” llamó Ada, señalando a Rey, “¿pueden ir ustedes dos a buscar las piezas decorativas que usamos hace dos meses? La señora Delfina las pidió específicamente. Están en la caja grande, cerca de la ventana.”

“Por supuesto,” accedió Margarita, sintiendo la mano de Merlin rozar su brazo ligeramente mientras se giraba para seguir a Rey, que ya se dirigía hacia la salida. “No tardaremos.”

La idea de estar a solas con Rey en el ático le causaba un pequeño fliquiti, pero trató de ignorarlo. No tenía por qué ser incómodo o raro. Habían pasado semanas desde que ambos habían seguido adelante con otras parejas: ella con Merlín y él con Única. Podían ser amigos. ¿No?

“Gracias, mis queridos,” dijo Ada, ya pasando a otra tarea.

Se dirigieron hacia las escaleras que llevaban al segundo piso. El pasillo del piso de arriba se sentía inusualmente silencioso después del bullicio y la música del ensayo, y ahora, solo estaban ella y Rey. Solos.

Caminaron en silencio durante unos momentos, el suave eco de sus pasos siendo el único sonido.

“¿Estás bien?” preguntó finalmente Margarita, su voz más suave de lo habitual, al llegar a la estrecha escalera que llevaba al ático. Rey no había sido él mismo en toda la mañana, y a pesar de todo, no podía evitar notarlo.

“Sí,” murmuró Rey, aunque su voz carecía de convicción. “Solo estoy cansado, supongo.”

Margarita no insistió. Quería hacerlo, pero sentía que ya no era su lugar. Las escaleras del ático eran empinadas y crujientes, y el cuerpo más alto de Rey apenas encajaba mientras se agachaba para evitar las vigas bajas del techo.

El ático los recibió con un olor a humedad, el aroma del tiempo y las cosas olvidadas. El polvo flotaba en los estrechos rayos de luz que se colaban por la pequeña ventana redonda, similar a un reloj, aunque Margarita solía limpiar el lugar a menudo. Cajas, viejos estandartes y utilería en desuso abarrotaban el espacio. Margarita arrugó la nariz con una sonrisa mientras daba un paso adelante.

“Ada dijo que las decoraciones estaban en la caja grande, ¿verdad?” preguntó Rey, ya buscando entre los montones de cosas cerca de la ventana.

“Sí, eso dijo.”

Era tan extraño; ella, que siempre tenía algo de qué hablar, apenas podía pronunciar una frase completa ahora. ¿Qué le pasaba? Se había convencido de que, aunque Rey fuera prácticamente su ex (bueno, casi), podrían ser amigos y todo estaría bien y cómodo. Aparentemente, estaba equivocada.

Él estaba lo suficientemente cerca como para que ella pudiera ver la rigidez en su mandíbula, la manera en que sus hombros parecían tensos, como si cargara con algo más pesado que las cajas. Se sentía raro estar allí con él, rebuscando entre decoraciones mientras Merlin y Única los esperaban abajo. Raro porque, en otro tiempo, esto no habría sido incómodo en absoluto.

Después de varios minutos de búsqueda, Margarita finalmente encontró la caja que buscaban, enterrada bajo un montón de viejos disfraces.

“Acá está,” anunció, sacudiendo el polvo de la parte superior de la caja. “Llevémosla abajo antes de que Ada piense que la ventana nos absorbió a otra dimensión o algo así.” Margarita soltó una risita ante su propia broma tonta y Rey negó con la cabeza, incrédulo. Se acercó para ayudarla a levantar la caja, pero mientras maniobraban hacia la puerta del ático, se escuchó un suave clic seguido de silencio.

Rey se detuvo a mitad de camino, girándose hacia ella con una ceja levantada. “¿Cerraste la puerta con llave?”

“No,” respondió Margarita, riendo nerviosamente. Probó la puerta, moviendo la manija sin éxito. “Debe haberse cerrado sola.”

“Perfecto,” murmuró Rey, pasándose una mano por el cabello rizado con frustración. “Estamos encerrados.”

Margarita suspiró, golpeando suavemente la puerta. “¿Merlín? ¿Pipe?” Su voz resonó en el espacio confinado, pero no hubo respuesta. “Probablemente no pueden oírnos.”

“Estamos atrapados,” dijo Rey, medio suspirando, medio riendo, de repente divertido. Se apoyó en una viga de madera que sostenía el techo, con los brazos cruzados. “Clásico.”

Margarita se apoyó en la puerta, tratando de mantener la calma. No le gustaba estar atrapada, no le gustaban particularmente los espacios cerrados, pero odiaba aún más este tipo de incomodidad. El silencio entre ellos se alargó incómodamente, roto solo por el crujido ocasional de las viejas vigas del ático. Se preguntaba si alguno de sus amigos les estaba jugando una broma. Si ese era el caso, no era nada divertido.

“Bueno,” comenzó Rey después de un rato, su voz casual pero con un borde que ella no podía ignorar, “¿cómo van las cosas con Merlín?”

Margarita lo miró sorprendida, percibiendo el trasfondo de la pregunta. “Van bien. Muy bien, para ser honesta. ¿Por qué?”

Rey se encogió de hombros, con una expresión neutral, aunque sus ojos contaban una historia diferente. “Solo curiosidad. Ustedes parecen felices.”

“Lo somos,” respondió ella sonriendo, aunque se sentía a la defensiva sin querer.

“Bien,” dijo él, cargando esa única palabra de significado. Sus ojos se movieron hacia ella, y luego se apartaron, como si no quisiera sostener su mirada por mucho tiempo. Margarita cruzó los brazos sobre su pecho, imitando su postura, sintiendo el calor incómodo de la tensión subiendo por su cuello.

“¿Y vos?” disparó ella, sin ganas de dejarle tener la ventaja. “¿Cómo está Única?”

La mandíbula de Rey se tensó y soltó una risa corta, sin gracia. “Conocés a Única. Está genial. Todo bien.” Pero su tono sugería lo contrario.

Margarita entrecerró los ojos, intentando sonar calmada y desinteresada. “¿Bien, eh? No sonás muy convincente.”

Los labios de Rey se torcieron en una mueca, pero no le llegó a los ojos. “¿De verdad vamos a hacer esto? ¿Actuar como si todo fuera perfecto? Dale, Mar. Sabés tan bien como yo que...”

El pecho de Margarita se apretó con sus palabras. Lo estaba haciendo de nuevo—trayendo a colación su pasado sin mencionarlo directamente. Odiaba lo fácil que le resultaba hacerlo, haciéndola sentir como si volviera a ese lugar donde solo eran ellos dos. Pero eso ya había terminado. Ambos estaban con otra persona. Se suponía que todo estaba terminado.

“Fuiste vos quien lo mencionó,” le recordó, su sonrisa desvaneciéndose. “Si no sos feliz, tal vez deberías hablar con ella en vez de estar acá haciendo comentarios sobre mi relación.”

Rey se enderezó, con su expresión oscureciéndose. “No estoy haciendo ningún comentario. Solo digo que-”

“¿Qué?” lo interrumpió. “¿Estás celoso? ¿Es eso?” Sus ojos se clavaron en los de él, ninguno dispuesto a mirar hacia otro lado.

Su silencio fue suficiente respuesta. El corazón de Margarita latía con fuerza en su pecho. No se suponía que debía sentir esto más. Pero ahí estaba—los celos, espesos, flotando entre ellos.

Rey bufó, aunque sin auténtica diversión. “¿Celoso de qué? ¿De vos y Merlín jugando a ser príncipe y princesa?” Su voz de repente era aguda, cortante, y Margarita retrocedió.

“No estamos-” replicó. “Él me ama. Y yo-”

Él dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos, sus ojos ardiendo con una mezcla de frustración y algo más peligroso. “¿Y vos qué? ¿Pensás que odio verte con él? ¿Verte fingir que nunca...?”

“Yo no finjo nada,” bajó la mirada, una pequeña chispa de enojo encendiéndose dentro de ella. “Seguimos adelante. Vos también lo hiciste con Única, ¿o es solo una distracción conveniente?”

Los ojos de Rey destellaron con algo oscuro, y por un momento, Margarita pensó que podría explotar. “¿Eso es lo que pensás? ¿Que Única es una distracción? No tenés idea, Margarita.”

Su respiración se detuvo en su garganta. Odiaba cómo esta conversación se estaba descontrolando, odiaba que estuvieran ahí, atrapados juntos, desenterrando cosas que deberían haber quedado enterradas. Pero más que nada, odiaba lo mucho que le importaba.

“¿Y Merlín?” presionó Rey, acercándose aún más. Margarita podía sentir el calor de su cuerpo, el espacio entre ellos desapareciendo. “¿Es él una distracción? ¿O de verdad estás feliz jugando a lo seguro? ¿Eligiendo al príncipe, construyendo tu cuento perfecto? Tal vez él sea el único lo suficientemente bueno para vos. Después de todo, sos una princesa.”

Margarita abrió la boca para responder, pero no salió nada. Sus ojos se llenaban de lágrimas. Estaba temblando, no de miedo, sino por el peso de todo lo no dicho entre ellos. Las acusaciones, la amargura—todo se acumulaba hasta que el aire se hacía demasiado denso para respirar.

“Pará, por favor,” susurró, con la voz temblorosa. “No me hagas esto.”

“No puedo,” dijo Rey, en voz baja. “No puedo parar, Mar.”

Y entonces, sin previo aviso, la tomó. El beso fue áspero, desesperado, lleno de todo lo que nunca dijeron, todo lo que intentaron enterrar. Las manos de Margarita volaron hacia su pecho, no para alejarlo, sino para sostenerlo ahí, para acercarlo más. Por un momento, se permitió perderse en eso, el calor, la necesidad, la forma en que sus labios se sentían como un recuerdo imposible de olvidar. Sus manos se envolvieron alrededor de su cintura con fuerza, y ella entrelazó los dedos en su cuello.

Pero entonces la realidad volvió de golpe. El sonido de voces abajo, Merlín y Única llamando, tratando de abrir la puerta del ático. Margarita fue la primera en alejarse, jadeando por aire, con el corazón latiendo de una manera que no tenía nada que ver con estar encerrada.

“Esto fue un error,” susurró, apoyando la frente en su cuello. Podía sentir el latido rápido de su corazón bajo la palma de su mano que ahora descansaba en su pecho.

“Lo sé,” murmuró Rey, pero no la soltó. En su lugar, le levantó el mentón suavemente y la besó otra vez, más suave esta vez, casi como una disculpa. Cuando se separó, sus ojos se clavaron en los de ella, y el peso de la culpa compartida se instaló entre ellos. “Ahora sos la princesa de otro.”

Ninguno habló mientras la puerta crujía y luego se abría. El sonido de pasos subiendo las escaleras rompió el hechizo, y se separaron rápidamente, el ambiente cargado disolviéndose cuando la cabeza de Merlín asomó por la puerta.

“Ahí están,” dijo Merlín, mirando entre ambos, casi con sospecha. “Pensamos que se habían perdido acá arriba.”

Única lo siguió, con una sonrisa pequeña y tensa en los labios. “¿Todo bien?”

Margarita forzó una sonrisa (algo que rara vez hacía), asintiendo rápidamente. “Sí, solo nos quedamos encerrados. Tal vez alguien nos quiso hacer una broma. No es nada.”

Rey no dijo nada, su expresión cuidadosamente neutral mientras pasaba junto a Única, rozando ligeramente el brazo de Margarita. Ella sintió el calor de su toque, un recordatorio persistente de lo que había ocurrido entre ellos.

Mientras bajaban las escaleras, sus parejas charlaban sobre la cena, y Margarita lanzó una mirada a Rey, solo una vez. Sus ojos se encontraron por un breve segundo antes de apartarse, pero la tensión entre ellos seguía ahí, latente bajo la superficie.

El resto de la noche fingieron que no había pasado nada. Pero Margarita aún podía sentir el fantasma de su beso en sus labios, y cada vez que sus miradas se cruzaban en la habitación, la culpa la devoraba por dentro, haciéndola desviar la vista, confundida y angustiada.