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El sol se filtraba a través de los altos ventanales del Hangar, proyectando una cálida luz dorada sobre los pisos pulidos. La sala del escenario estaba llena de risas y energía mientras Margarita, Merlín, Rey, Única, Pipe y Daisy ensayaban una de las coreografías para la próxima presentación. Delfina y Yamila los observaban con una mirada crítica pero alentadora, mientras Ada se ocupaba cerca, coordinando algunos detalles de último momento para el evento que se avecinaba.
Merlín se movía con una gracia natural, su cuerpo fluido deslizándose por el suelo al ritmo de la música. Margarita lo miraba con admiración, observando cómo sus músculos se tensaban y relajaban en perfecta armonía con el ritmo. Única, al otro lado de la sala, estaba emparejada con Rey, ambos replicando los pasos al compás de Merlín y Margarita. Daisy estaba con Pipe y parecían estar funcionando perfectamente juntos. Todos llevaban semanas trabajando en esta rutina y, a pesar de algunos tropiezos en el camino, hoy se trataba de perfeccionar los últimos movimientos.
“¡Bien, empecemos desde el principio!” La voz de la coreógrafa resonó, sacando a Margarita de su ensimismamiento y llevándola de nuevo al sonido de la música.
Cruzó la mirada con Rey al otro lado de la sala. Hubo un destello de algo ahí, una expresión que no pudo identificar del todo, pero lo dejó pasar y volvió a concentrarse en la coreografía. Todos habían acordado seguir adelante, dejar el pasado donde pertenecía. Pero siempre estaba ahí, acechando justo bajo la superficie, incluso cuando fingían no darse cuenta.
Cuando la música comenzó de nuevo, Margarita entró en sintonía con Merlín, sus cuerpos moviéndose como uno solo a través de los giros y vueltas intrincadas. Tenía que admitir que su química en la pista de baile era buena. Merlín siempre la hacía sentir que estaban en perfecta armonía. Él le lanzó una sonrisa, esa sonrisa de niño que siempre la hacía sentir tranquila, y ella le devolvió la sonrisa, apartando los pensamientos molestos sobre Rey.
Al otro lado de la sala, Rey y Única trabajaban en la misma coreografía, sus movimientos un poco menos fluidos, más tensos. Única, elegante y precisa, comenzaba a frustrarse con Rey, que seguía fallando un paso durante el giro. Normalmente no estaba tan distraído, y Margarita lo notó, aunque trató de no pensar demasiado en ello.
“¡Rey, tu ritmo!” exclamó Única, con un toque de exasperación en la voz mientras la música se detenía abruptamente. “No estás siguiendo el compás como lo practicamos.”
Rey frunció el ceño, pasándose una mano por el cabello, con la mandíbula tensa. “Lo sé. Solo... no estoy concentrado hoy, ¿vale?”
Delfina aplaudió, devolviendo la atención de todos a ella. “Tomémonos un descanso. Rey, despejá la cabeza un poco. Te necesitamos enfocado, o el grupo no se va a ensamblar.”
Él asintió, pero permaneció en silencio, mirando brevemente a Margarita antes de bajar del escenario. Margarita podía sentir la tensión en el aire, como una cuerda demasiado tensa, lista para romperse en cualquier momento. Esa tensión había estado entre ellos durante semanas, a pesar de sus mejores esfuerzos por ignorarla.
Mientras todos tomaban un descanso, Ada entró en la sala, con una carpeta en la mano, sus ojos recorriendo el estudio.
“Bueno, un favor rápido,” dijo Ada con entusiasmo, sus zapatos negros brillantes haciendo clic en el suelo mientras se acercaba al grupo. “La señora Delfina quiere empezar a montar parte de la decoración para el ensayo de mañana, pero necesitamos las cosas que guardamos en el ático.”
Margarita sonrió, lista para ofrecer su ayuda. Le encantaba el ático, lo consideraba su "pequeña embajada".
“Margarita, Señor Alto,” llamó Ada, señalando a Rey, “¿pueden ir ustedes dos a buscar las piezas decorativas que usamos hace dos meses? La señora Delfina las pidió específicamente. Están en la caja grande, cerca de la ventana.”
“Por supuesto,” accedió Margarita, sintiendo la mano de Merlin rozar su brazo ligeramente mientras se giraba para seguir a Rey, que ya se dirigía hacia la salida. “No tardaremos.”
La idea de estar a solas con Rey en el ático le causaba un pequeño fliquiti, pero trató de ignorarlo. No tenía por qué ser incómodo o raro. Habían pasado semanas desde que ambos habían seguido adelante con otras parejas: ella con Merlín y él con Única. Podían ser amigos. ¿No?
“Gracias, mis queridos,” dijo Ada, ya pasando a otra tarea.
Se dirigieron hacia las escaleras que llevaban al segundo piso. El pasillo del piso de arriba se sentía inusualmente silencioso después del bullicio y la música del ensayo, y ahora, solo estaban ella y Rey. Solos.
Caminaron en silencio durante unos momentos, el suave eco de sus pasos siendo el único sonido.
“¿Estás bien?” preguntó finalmente Margarita, su voz más suave de lo habitual, al llegar a la estrecha escalera que llevaba al ático. Rey no había sido él mismo en toda la mañana, y a pesar de todo, no podía evitar notarlo.
“Sí,” murmuró Rey, aunque su voz carecía de convicción. “Solo estoy cansado, supongo.”
Margarita no insistió. Quería hacerlo, pero sentía que ya no era su lugar. Las escaleras del ático eran empinadas y crujientes, y el cuerpo más alto de Rey apenas encajaba mientras se agachaba para evitar las vigas bajas del techo.
El ático los recibió con un olor a humedad, el aroma del tiempo y las cosas olvidadas. El polvo flotaba en los estrechos rayos de luz que se colaban por la pequeña ventana redonda, similar a un reloj, aunque Margarita solía limpiar el lugar a menudo. Cajas, viejos estandartes y utilería en desuso abarrotaban el espacio. Margarita arrugó la nariz con una sonrisa mientras daba un paso adelante.
“Ada dijo que las decoraciones estaban en la caja grande, ¿verdad?” preguntó Rey, ya buscando entre los montones de cosas cerca de la ventana.
“Sí, eso dijo.”
Era tan extraño; ella, que siempre tenía algo de qué hablar, apenas podía pronunciar una frase completa ahora. ¿Qué le pasaba? Se había convencido de que, aunque Rey fuera prácticamente su ex (bueno, casi), podrían ser amigos y todo estaría bien y cómodo. Aparentemente, estaba equivocada.
Él estaba lo suficientemente cerca como para que ella pudiera ver la rigidez en su mandíbula, la manera en que sus hombros parecían tensos, como si cargara con algo más pesado que las cajas. Se sentía raro estar allí con él, rebuscando entre decoraciones mientras Merlin y Única los esperaban abajo. Raro porque, en otro tiempo, esto no habría sido incómodo en absoluto.
Después de varios minutos de búsqueda, Margarita finalmente encontró la caja que buscaban, enterrada bajo un montón de viejos disfraces.
“Acá está,” anunció, sacudiendo el polvo de la parte superior de la caja. “Llevémosla abajo antes de que Ada piense que la ventana nos absorbió a otra dimensión o algo así.” Margarita soltó una risita ante su propia broma tonta y Rey negó con la cabeza, incrédulo. Se acercó para ayudarla a levantar la caja, pero mientras maniobraban hacia la puerta del ático, se escuchó un suave clic seguido de silencio.
Rey se detuvo a mitad de camino, girándose hacia ella con una ceja levantada. “¿Cerraste la puerta con llave?”
“No,” respondió Margarita, riendo nerviosamente. Probó la puerta, moviendo la manija sin éxito. “Debe haberse cerrado sola.”
“Perfecto,” murmuró Rey, pasándose una mano por el cabello rizado con frustración. “Estamos encerrados.”
Margarita suspiró, golpeando suavemente la puerta. “¿Merlín? ¿Pipe?” Su voz resonó en el espacio confinado, pero no hubo respuesta. “Probablemente no pueden oírnos.”
“Estamos atrapados,” dijo Rey, medio suspirando, medio riendo, de repente divertido. Se apoyó en una viga de madera que sostenía el techo, con los brazos cruzados. “Clásico.”
Margarita se apoyó en la puerta, tratando de mantener la calma. No le gustaba estar atrapada, no le gustaban particularmente los espacios cerrados, pero odiaba aún más este tipo de incomodidad. El silencio entre ellos se alargó incómodamente, roto solo por el crujido ocasional de las viejas vigas del ático. Se preguntaba si alguno de sus amigos les estaba jugando una broma. Si ese era el caso, no era nada divertido.
“Bueno,” comenzó Rey después de un rato, su voz casual pero con un borde que ella no podía ignorar, “¿cómo van las cosas con Merlín?”
Margarita lo miró sorprendida, percibiendo el trasfondo de la pregunta. “Van bien. Muy bien, para ser honesta. ¿Por qué?”
Rey se encogió de hombros, con una expresión neutral, aunque sus ojos contaban una historia diferente. “Solo curiosidad. Ustedes parecen felices.”
“Lo somos,” respondió ella sonriendo, aunque se sentía a la defensiva sin querer.
“Bien,” dijo él, cargando esa única palabra de significado. Sus ojos se movieron hacia ella, y luego se apartaron, como si no quisiera sostener su mirada por mucho tiempo. Margarita cruzó los brazos sobre su pecho, imitando su postura, sintiendo el calor incómodo de la tensión subiendo por su cuello.
“¿Y vos?” disparó ella, sin ganas de dejarle tener la ventaja. “¿Cómo está Única?”
La mandíbula de Rey se tensó y soltó una risa corta, sin gracia. “Conocés a Única. Está genial. Todo bien.” Pero su tono sugería lo contrario.
Margarita entrecerró los ojos, intentando sonar calmada y desinteresada. “¿Bien, eh? No sonás muy convincente.”
Los labios de Rey se torcieron en una mueca, pero no le llegó a los ojos. “¿De verdad vamos a hacer esto? ¿Actuar como si todo fuera perfecto? Dale, Mar. Sabés tan bien como yo que...”
El pecho de Margarita se apretó con sus palabras. Lo estaba haciendo de nuevo—trayendo a colación su pasado sin mencionarlo directamente. Odiaba lo fácil que le resultaba hacerlo, haciéndola sentir como si volviera a ese lugar donde solo eran ellos dos. Pero eso ya había terminado. Ambos estaban con otra persona. Se suponía que todo estaba terminado.
“Fuiste vos quien lo mencionó,” le recordó, su sonrisa desvaneciéndose. “Si no sos feliz, tal vez deberías hablar con ella en vez de estar acá haciendo comentarios sobre mi relación.”
Rey se enderezó, con su expresión oscureciéndose. “No estoy haciendo ningún comentario. Solo digo que-”
“¿Qué?” lo interrumpió. “¿Estás celoso? ¿Es eso?” Sus ojos se clavaron en los de él, ninguno dispuesto a mirar hacia otro lado.
Su silencio fue suficiente respuesta. El corazón de Margarita latía con fuerza en su pecho. No se suponía que debía sentir esto más. Pero ahí estaba—los celos, espesos, flotando entre ellos.
Rey bufó, aunque sin auténtica diversión. “¿Celoso de qué? ¿De vos y Merlín jugando a ser príncipe y princesa?” Su voz de repente era aguda, cortante, y Margarita retrocedió.
“No estamos-” replicó. “Él me ama. Y yo-”
Él dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos, sus ojos ardiendo con una mezcla de frustración y algo más peligroso. “¿Y vos qué? ¿Pensás que odio verte con él? ¿Verte fingir que nunca...?”
“Yo no finjo nada,” bajó la mirada, una pequeña chispa de enojo encendiéndose dentro de ella. “Seguimos adelante. Vos también lo hiciste con Única, ¿o es solo una distracción conveniente?”
Los ojos de Rey destellaron con algo oscuro, y por un momento, Margarita pensó que podría explotar. “¿Eso es lo que pensás? ¿Que Única es una distracción? No tenés idea, Margarita.”
Su respiración se detuvo en su garganta. Odiaba cómo esta conversación se estaba descontrolando, odiaba que estuvieran ahí, atrapados juntos, desenterrando cosas que deberían haber quedado enterradas. Pero más que nada, odiaba lo mucho que le importaba.
“¿Y Merlín?” presionó Rey, acercándose aún más. Margarita podía sentir el calor de su cuerpo, el espacio entre ellos desapareciendo. “¿Es él una distracción? ¿O de verdad estás feliz jugando a lo seguro? ¿Eligiendo al príncipe, construyendo tu cuento perfecto? Tal vez él sea el único lo suficientemente bueno para vos. Después de todo, sos una princesa.”
Margarita abrió la boca para responder, pero no salió nada. Sus ojos se llenaban de lágrimas. Estaba temblando, no de miedo, sino por el peso de todo lo no dicho entre ellos. Las acusaciones, la amargura—todo se acumulaba hasta que el aire se hacía demasiado denso para respirar.
“Pará, por favor,” susurró, con la voz temblorosa. “No me hagas esto.”
“No puedo,” dijo Rey, en voz baja. “No puedo parar, Mar.”
Y entonces, sin previo aviso, la tomó. El beso fue áspero, desesperado, lleno de todo lo que nunca dijeron, todo lo que intentaron enterrar. Las manos de Margarita volaron hacia su pecho, no para alejarlo, sino para sostenerlo ahí, para acercarlo más. Por un momento, se permitió perderse en eso, el calor, la necesidad, la forma en que sus labios se sentían como un recuerdo imposible de olvidar. Sus manos se envolvieron alrededor de su cintura con fuerza, y ella entrelazó los dedos en su cuello.
Pero entonces la realidad volvió de golpe. El sonido de voces abajo, Merlín y Única llamando, tratando de abrir la puerta del ático. Margarita fue la primera en alejarse, jadeando por aire, con el corazón latiendo de una manera que no tenía nada que ver con estar encerrada.
“Esto fue un error,” susurró, apoyando la frente en su cuello. Podía sentir el latido rápido de su corazón bajo la palma de su mano que ahora descansaba en su pecho.
“Lo sé,” murmuró Rey, pero no la soltó. En su lugar, le levantó el mentón suavemente y la besó otra vez, más suave esta vez, casi como una disculpa. Cuando se separó, sus ojos se clavaron en los de ella, y el peso de la culpa compartida se instaló entre ellos. “Ahora sos la princesa de otro.”
Ninguno habló mientras la puerta crujía y luego se abría. El sonido de pasos subiendo las escaleras rompió el hechizo, y se separaron rápidamente, el ambiente cargado disolviéndose cuando la cabeza de Merlín asomó por la puerta.
“Ahí están,” dijo Merlín, mirando entre ambos, casi con sospecha. “Pensamos que se habían perdido acá arriba.”
Única lo siguió, con una sonrisa pequeña y tensa en los labios. “¿Todo bien?”
Margarita forzó una sonrisa (algo que rara vez hacía), asintiendo rápidamente. “Sí, solo nos quedamos encerrados. Tal vez alguien nos quiso hacer una broma. No es nada.”
Rey no dijo nada, su expresión cuidadosamente neutral mientras pasaba junto a Única, rozando ligeramente el brazo de Margarita. Ella sintió el calor de su toque, un recordatorio persistente de lo que había ocurrido entre ellos.
Mientras bajaban las escaleras, sus parejas charlaban sobre la cena, y Margarita lanzó una mirada a Rey, solo una vez. Sus ojos se encontraron por un breve segundo antes de apartarse, pero la tensión entre ellos seguía ahí, latente bajo la superficie.
El resto de la noche fingieron que no había pasado nada. Pero Margarita aún podía sentir el fantasma de su beso en sus labios, y cada vez que sus miradas se cruzaban en la habitación, la culpa la devoraba por dentro, haciéndola desviar la vista, confundida y angustiada.
Chapter 2: Deseos
Summary:
Margarita intenta resistirse. Excepto que, en realidad, no.
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Margarita despertó con el suave resplandor del sol de la mañana colándose por las cortinas, iluminando la habitación. Las sábanas estaban cálidas y cómodas a su alrededor, pero su mente estaba lejos de estar en paz. Parpadeó mirando al techo, sus pensamientos ya corriendo, regresando al ático, regresando a Rey.
Ese beso.
Había sido tan repentino, tan cargado con todo lo que habían evitado por meses. No fue solo un beso, fue la culminación de semanas de emociones reprimidas, tensiones sin resolver y esa atracción innegable que ambos habían luchado por ignorar. Ahora todo estaba expuesto, y no importaba cuánto intentara sacarlo de su cabeza, seguía ahí, apretándole el pecho.
Suspiró y se quitó las sábanas de encima, intentando despejarse. Necesitaba enfocarse, aclarar su mente. Hoy era demasiado importante para dejar que sus pensamientos se desviaran a terrenos peligrosos. Se acercaba el ensayo general y todavía tenían mucho que preparar. No podía permitirse distracciones.
Pero al entrar en el baño y echarse agua fría en la cara, el recuerdo de los labios de Rey volvió a ella, persistiendo como el fantasma de un roce que no desaparecía. Se apoyó en el lavabo, mirando su reflejo sonrojado.
"¿Qué estás haciendo, loca?" se susurró a sí misma. "¿Cómo podés ser tan insensible? ¡Tan traidora con tu pobre novio!", murmuró en voz baja.
La cara de Merlin apareció en su mente; su sonrisa fácil, su risa, la forma en que la hacía sentir segura. Era un buen chico, y ella realmente lo quería. No se lo merecía, no después de lo que había pasado ayer. Y la culpa la estaba consumiendo. Tanta, tanta culpa.
Después de terminar su rutina matutina—lavarse los dientes, enjuagarse la cara y pasar rápidamente el peine por su cabello rizado—Margarita se puso una remera suelta color naranja, una falda brillante y unas calzas. No se animaba a mirar su celular todavía. Merlin le había mandado un mensaje anoche, recordándole su cita más tarde. Él había ido a su casa para visitar a su hermano y había pasado la noche allí. Hoy tenían planeada una cita tranquila, algo ligero solo para los dos.
Pero ahora, la sola idea de verlo le revolvía el estómago.
Bajó las escaleras y encontró a los demás reunidos en la cocina. Había sido la última en levantarse. El aroma del chocolate caliente llenaba el aire, y el ruido de las tazas y las risas creaban un ambiente cálido y familiar. Sus amigos parecían emocionados por el ensayo general de hoy.
“¡Buen día, Mar!” la saludó Daisy con alegría, sosteniendo un vaso de jugo mientras se apoyaba en la mesada. “¿Estás bien? Parecés un poco... distraída.”
Margarita sonrió ampliamente, sacudiendo la cabeza. “Estoy bien. Solo tengo muchas cosas en la cabeza. ¡Hoy va a ser un día excelente! ¡La ropa de Zeki va a quedar perfecta!”
Rey estaba sentado en la mesa hablando con Única, pero sus ojos se cruzaron con los de Margarita por un breve segundo antes de mirar rápidamente hacia otro lado. Ese instante de contacto visual le provocó un escalofrío y tuvo que obligarse a concentrarse en Daisy.
“¿Segura que estás bien? Desde ayer estás medio rara,” comentó Daisy, alzando una ceja.
“No es nada,” insistió Margarita, agarrando una taza y sirviéndose café. “Solo cansada por todos los ensayos. Pero va a ser nuestro mejor show, así que vale la pena.”
Merlin no había regresado todavía, y no sabía si sentirse aliviada o temer el momento en que apareciera. Cada vez que sus pensamientos volvían a Rey, se sentía una persona horrible. No era de esas que se metían en situaciones complicadas. Pero ahí estaba, atrapada en algo de lo que no podía salir.
Como si fuera una señal, su celular vibró en su bolsillo. Lo sacó, viendo el nombre de Merlin en la pantalla. Su pulso se aceleró y una ola de culpa la invadió. Dudó antes de contestar, su dedo flotando sobre el botón verde.
Daisy la miró con curiosidad. “¿No vas a atender?”
“Sí, obvio.” Margarita sonrió, saliendo de la cocina y dirigiéndose hacia las escaleras. Necesitaba estar sola para aclarar su mente antes de hablar con Merlin.
“Hola,” dijo al contestar la llamada, esforzándose por sonar más animada.
“Hola, hermosa,” la voz de Merlin era cálida y familiar. “Solo quería saber cómo andabas. ¿Sigue en pie nuestra cita más tarde?”
El estómago de Margarita se retorció. “Sí... claro,” respondió, aunque su voz carecía del entusiasmo habitual. Sentía el peso de la mentira entre ellos.
“Sonás rara. ¿Está todo bien?” La voz de Merlin se volvió más seria.
Margarita abrió la boca para responder, pero la puerta crujió detrás de ella, y antes de poder darse vuelta, sintió la presencia de alguien entrando a la habitación. Su corazón dio un vuelco cuando giró levemente la cabeza y, allí, parado junto a la puerta, estaba Rey.
Su respiración se cortó. La habitación pareció cerrarse a su alrededor cuando él se acercó, su mirada intensa. Todavía con el teléfono en la mano, se quedó congelada, viendo cómo Rey avanzaba hacia ella, arrinconándola contra la puerta sin decir una palabra.
“¿Mar?” La voz de Merlin sonaba distante ahora, mientras su atención estaba completamente en Rey, que la atrapaba entre su cuerpo y la puerta. Quería decirle que se detuviera, decirle que alguien podría verlos, pero no podía formar las palabras. No podía ni pensar con claridad por la forma en que él la miraba, su respiración cálida sobre su piel. Y lo peor de todo, Merlin seguía en la línea.
Sintió la mano de Rey rozar su brazo, sus dedos subiendo lentamente hasta su hombro, con movimientos lentos, deliberados. Su respiración se volvió superficial, su corazón martillando en su pecho. Necesitaba decirle algo a Merlin, cualquier cosa. Pero su voz apenas fue un susurro cuando por fin logró decir: “Estoy bien, Merlin.”
“¿Segura?” preguntó él, con un tono de preocupación. “Apenas te escucho.”
Margarita tragó con dificultad, intentando sonar normal a pesar de la cercanía de Rey, con su rostro a pocos centímetros del de ella. “Solo... estoy un poco cansada.”
Los ojos de Rey se oscurecieron, y se acercó aún más. La tensión en el aire era densa, eléctrica. No la estaba besando, pero tampoco se alejaba. Estaba jugando con ella, poniendo a prueba su resolución, sabiendo perfectamente que no podía responder sin que Merlin escuchara. Su mano subió hasta acariciar su rostro, su pulgar rozando su mejilla, y su cuerpo entero se estremeció ante el toque.
La voz de Merlin parecía un eco distante ahora. “Bueno, te veo más tarde, ¿sí?”
Ella apenas lo escuchaba, su mente nublada por la proximidad de Rey, por el calor que se sentía entre ellos. “S-Sí,” tartamudeó.
Entonces, en un movimiento rápido, Rey se inclinó y capturó sus labios con los suyos. La resistencia de Margarita se desmoronó al instante, su cuerpo traicionándola mientras se derretía en el beso, sus dedos aferrándose a su hombro. Era imprudente y peligroso, pero en ese momento no podía detenerse. Toda la culpa, la tensión, la confusión—todo se desvaneció, dejando solo el tacto de los labios de Rey, la manera en que la sostenía como si fueran los únicos dos en el mundo.
Sin romper el beso, Rey tomó su teléfono, colgando la llamada con un rápido toque antes de lanzarlo sobre la cama. Por un largo momento se quedaron así, su espalda contra la puerta, su cuerpo presionado contra el de él, sus labios entrelazados en un beso apasionado y desesperado.
Las voces desde abajo se filtraban débilmente a través del piso, recordándoles que no estaban realmente solos. Pero en ese momento no importaba. Lo único que importaba era él, la forma en que la besaba como si no pudiera tener suficiente, la manera en que su cuerpo respondía a él sin dudar.
Tan repentinamente como había comenzado, la realidad volvió de golpe.
“¡Mar! ¿Estás acá?” La voz de Daisy resonó por las escaleras, seguida del sonido de pasos acercándose.
Se separaron de inmediato, ambos respirando agitadamente, con los ojos abiertos de par en par, llenos de pánico. La mente de Margarita corría mientras empujaba a Rey hacia el baño, susurrando frenéticamente: “¡Andá, escondete! ¡Daisy viene!”
Él le lanzó una mirada—medio divertida, medio irritada—pero obedeció, deslizándose hacia el baño justo cuando la puerta se abrió.
Daisy entró, mirando alrededor. “Hey, ya empezamos a probar los trajes para la actuación abajo. ¿Venís?”
El corazón de Margarita latía con fuerza en su pecho, sus mejillas estaban coloradas y su pelo, un desastre. Sentía el pulso en la garganta mientras intentaba recobrar la compostura. “S-Sí, ya bajo,” balbuceó, alisándose el pelo con manos temblorosas.
Daisy se detuvo, observándola de arriba a abajo, con una mirada sospechosa. “¿Qué te pasa? Estás roja... ¿te agarraste un resfrío?”
Margarita sintió que sus mejillas ardían aún más, buscando una excusa. “¡Oh! No, no, me tropecé. Sí, me tropecé con la alfombra y me pegué un porrazo,” soltó, hablando más rápido de lo habitual, si es que eso era posible. Soltó una risa nerviosa. “Mis haditas deben estar mareadas.”
Daisy levantó una ceja, sin estar del todo convencida, pero no insistió. “Claro. Bueno, cuidado. No queremos que te lastimes antes del evento importante.” Hizo una pausa, entrecerrando los ojos un poco mientras la miraba de nuevo.
Margarita le sonrió con entusiasmo, arreglándose el cabello lo más rápido posible. “Ya bajo en un segundo. ¡Decile a Zeki que me prepare el atuendo!”
Daisy le lanzó una última mirada antes de sonreír. “Bueno, no llegues tarde. Los nuevos trajes son... otra cosa,” dijo con una enorme sonrisa antes de salir de la habitación.
Tan pronto como Daisy se fue, Margarita soltó un largo suspiro, con el corazón todavía acelerado. Se apoyó contra la puerta, intentando calmarse.
"¡Ay, mis haditas!"
Su mente era un caos; su cuerpo todavía vibraba por el beso, mientras su cabeza daba vueltas con culpa, confusión y cientos de emociones que ni siquiera sabía cómo nombrar.
Cruzó la habitación rápidamente y abrió la puerta del baño de un tirón. Rey estaba ahí, apoyado casualmente contra el lavabo, con una expresión indescifrable, aunque había un toque de diversión en sus ojos.
“¿En qué estabas pensando?” susurró Margarita, con frustración en la voz, aunque lo mantuvo en tono bajo. “¡Nos podrían haber descubierto!”
Rey no se movió, ni siquiera pestañeó. La miraba, con una mirada intensa y fija. “No nos descubrieron.”
“¡Ese no es el punto!” Margarita pasó una mano por su pelo, los nervios a flor de piel. “No podés simplemente…” Se detuvo, dándose cuenta de que no sabía ni qué decir. No podía negar que ella también lo había besado. Que lo había querido. “¡Qué pelotuda que soy!”
Rey se apartó del lavabo y dio un paso hacia ella, su presencia se sentía abrumadora en el pequeño espacio. “Vos también me besaste, Mar,” dijo, con una voz calma, pero con un filo que no podía ocultar. “No actúes como si fuera el único responsable.”
Margarita abrió la boca para protestar, pero las palabras se le quedaron atragantadas. Tenía razón, y los dos lo sabían. No solo había respondido a su beso, lo había deseado, lo había anhelado de una forma que casi le daba miedo.
“No sé qué está pasando,” admitió suavemente, con la voz temblorosa. “Esto no puede volver a pasar.”
La expresión de Rey se suavizó un poco, pero sus ojos seguían siendo igual de intensos. “No sabés lo que querés, Mar.”
“Sí lo sé,” respondió, aunque su voz carecía de convicción. La culpa volvía a consumirla. “Estoy con Merlin. Lo amo.”
La mandíbula de Rey se tensó y, por un momento, ninguno de los dos habló. La tensión en el aire entre ellos era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.
El celular de Margarita vibró sobre la cama, sacándola del momento. Miró la pantalla, y su estómago se retorció al ver el nombre de Merlin brillando en la pantalla de nuevo. Miró de vuelta a Rey, con el corazón martillándole en el pecho.
“Bajá,” le dijo en voz baja, señalando la puerta. “Por favor. Antes de que alguien más suba.”
Rey no se movió enseguida. La miró, con la mirada fija en su rostro, como si buscara algo—una respuesta, una confesión, algo que ella no estaba lista para darle. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, asintió una vez, se dio la vuelta y salió de la habitación sin decir una palabra más.
Tan pronto como él se fue, Margarita se lanzó sobre su teléfono, con las manos temblorosas mientras contestaba la llamada.
“¡Hola!” dijo, tratando de sonar lo más normal posible.
La voz de Merlin al otro lado era cálida y preocupada. “Me cortaste antes. ¿Está todo bien?”
La mente de Margarita se aceleró, buscando una excusa. “¡Sí! Daisy necesitaba que la ayudara con... algo.”
Merlin soltó una risa, “Está bien... ¿Todo bajo control ahora?”
“Sí, todo bien,” mintió Margarita, forzando una sonrisa aunque él no podía verla.
“Perfecto. Bueno, te paso a buscar cerca del mediodía para nuestra cita, ¿dale? Tengo muchas ganas.”
El nudo en su estómago se hizo más pesado. “Sí,” respondió suavemente. “Yo también.”
Cuando la llamada terminó, Margarita se quedó sentada en el borde de la cama, con el teléfono apretado en las manos, mirando la pantalla como si contuviera las respuestas a todos sus problemas. Pero no había respuestas fáciles. No había forma de deshacer el beso, de borrar los sentimientos no deseados que no podía sacarse de encima. No había manera de arreglar el enredo en el que se había metido.
Se recostó sobre la cama, mirando el techo mientras su mente volvía a Rey—su toque, su beso, la forma en que la miraba como si pudiera ver a través de ella. Cerró los ojos, con el corazón latiendo fuerte en su pecho.
Sus sentimientos por Rey eran innegables, pero venían acompañados de riesgos que podían destruirlo todo. No quería lastimar a Merlin, no quería traicionar su confianza. Y Unica... no siempre se llevaban bien, pero la consideraba una amiga.
El sonido de las risas llegaba desde abajo. Sus amigos seguramente estarían probándose los nuevos trajes, emocionados, completamente ajenos al torbellino que se desataba dentro de ella.
Miró hacia el baño, donde Rey había desaparecido hace unos momentos.
La forma en que la había besado, cómo su cuerpo había estado pegado al de ella, todo hacía que su cabeza diera vueltas. Y a pesar de toda la culpa y la confusión que sentía en el pecho, lo deseaba. Eso era lo peor—lo quería, aunque sabía que no debía.
¿Cómo se había complicado todo tan rápido?
Chapter 3: Anhelo
Summary:
Margarita se pone celosa.
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La fiesta de después del show estaba a pleno. El Hangar se había transformado, adornado con luces titilantes y cortinas en tonos intensos, llenos de color. La música vibraba al compás de las luces que parpadeaban, y los alumnos de Delfina se movían por la pista con trajes brillantes que reflejaban los haces de luz como si fueran pequeños prismas.
Margarita estaba sentada al costado junto a Pipe, observando cómo se desarrollaba la celebración. Llevaba puesto un conjunto de lentejuelas rojas y doradas que destellaba con cada movimiento que hacía en su asiento. Su mirada vagaba sobre sus amigos que bailaban y se divertían, pero su mente estaba en otro lugar, atrapada en una maraña de emociones contradictorias que no la soltaban.
“Estás como a mil kilómetros de acá,” dijo Pipe, dándole un suave codazo en el hombro.
Ella parpadeó y se giró hacia él con una leve sonrisa. “Solo… estoy tratando de asimilar todo,” dijo en un murmullo apenas audible. "Lo hicimos increíble. El show fue icónico."
Pipe la observó por un momento, con una expresión escéptica pero comprensiva. “Si no te conociera tan bien, diría que hay algo más en tu cabeza. ¿Un tema del corazón, tal vez?”
Las palabras la hicieron tensarse, pero intentó reírse, aunque sonó más como un suspiro ahogado. “¿¿Tema del corazón?? Qué te pasa, ¿sos poeta ahora, amigo?”
Pipe levantó una ceja, con una mirada divertida. “Dale, Mar, te conozco de toda la vida. No te ponés así de callada sin razón. No te ponés callada nunca, en realidad. Contame.”
Ella dudó, mirando a su alrededor como si alguien pudiera escucharla, aunque la música y las voces ahogarían cualquier cosa que dijeran. Entonces, casi de repente, soltó: “Besé a Rey. Dos veces.”
Las cejas de Pipe se elevaron, y soltó un silbido bajo. “¿Dos veces? Bueno, eso explica por qué tenés esa cara como si te hubieran electrocutado.”
Margarita sintió que sus mejillas se calentaban. “Sé que está mal. Me siento culpable, Pipe. Merlin no se merece esto. Es… es tan bueno conmigo. Pero cada vez que veo a Rey, es como si mi cabeza y mi corazón estuvieran en guerra.”
Pipe la miró pensativo. “Me parece que vas a tener que elegir. No podés seguir en el medio. O dejás ir a Rey o le contás la verdad a Merlin.”
Margarita negó con la cabeza, mordiéndose el labio. “No quiero romperle el corazón a Merlin. Míralo,” susurró, lanzando una mirada al otro lado del salón, donde Merlin reía con Mei y Zeki. “Es… es todo lo que está bien.”
“Capaz que sí,” dijo Pipe suavemente, “pero no podés aferrarte a alguien solo porque es bueno. Si tu corazón está en otro lado, lo más justo es ser honesta. Con los dos.”
Antes de que Margarita pudiera responder, Merlin apareció a su lado, y su rostro se iluminó al verla. Todavía estaba en su vestuario del show, un conjunto oscuro y elegante que le quedaba perfecto. “Hola,” dijo, extendiéndole una mano. “¿Querés bailar conmigo?”
Margarita dudó, sintiendo una punzada de culpa por las palabras de Pipe que aún resonaban en su mente. Pero forzó una sonrisa y tomó la mano de Merlin, dejándose llevar a la pista de baile. Miró por encima de su hombro hacia Pipe, quien le dio un asentimiento alentador, y luego a Daisy, que acababa de unirse a él.
“¿Viste cómo brillaban las luces cuando nos movíamos? ¡Fue perfecto! ¡Y estos trajes, por dios, estoy obsesionada!” Se rió, girando un poco como para remarcar su punto, completamente inmersa en su entusiasmo. Pipe la miraba, con una sonrisa suave que se iba extendiendo en su cara. El entusiasmo de Daisy era contagioso, y él no dijo nada, sin querer interrumpirla. Estaba tan metida en su propio mundo que ni siquiera notó la forma en que él la miraba, como si fuera la única persona en el salón que valía la pena observar.
Mientras Merlin la acercaba, Margarita vio a Rey bailando con Única, sus cuerpos moviéndose lentamente juntos.
Sintió que el pecho se le apretaba.
Rey parecía concentrado en Única, su mano apoyada en su cintura mientras se movían juntos. Margarita sabía que debería apartar la mirada, pero no podía; su vista permanecía fija en ellos, sintiendo una mezcla de celos y frustración revolviéndose en su pecho.
Con la música envolviéndolos, sus miradas se cruzaron, incapaces de apartarse a pesar de la cálida presencia de sus parejas a su lado. La mano de Margarita descansaba suavemente sobre el hombro de Merlin, pero toda su atención estaba en Rey, cuyos ojos reflejaban una intensidad que hacía latir su pulso más rápido. Al otro lado de la pista, Única se inclinaba hacia Rey, pero él apenas la notaba, su mirada fija en Margarita con una mezcla de anhelo y arrepentimiento que ella sentía igual.
“¿Estás bien?” preguntó Merlin de repente, su voz cálida sacándola de sus pensamientos. Su brazo fuerte la rodeaba, su presencia familiar y constante siendo un consuelo al que ella se aferraba.
“Sí,” murmuró, con la mente todavía en otro lado. “Estoy bien.”
Él asintió, aceptando su respuesta, pero sus ojos seguían fijos en ella, con una preocupación suave que le retorcía el estómago de culpa. Cuando él se inclinó para besarla, sus ojos se desviaron rápidamente hacia donde Rey y Única habían estado. Pero de alguna forma, ahora Única estaba bailando con Otto, riendo mientras él la hacía girar, y Rey se dirigía hacia la salida.
Los había visto.
Margarita se apartó ligeramente del beso de Merlin, con el corazón a mil. “Yo…ya vuelvo,” balbuceó. “Solo… necesito ir al baño.”
Merlin asintió, dando un paso atrás para dejarla pasar, y ella se apresuró hacia la salida de la cocina que daba al jardín, sin siquiera mirar hacia atrás. El aire fresco de la noche golpeó su piel al salir, mientras su corazón latía frenéticamente y sus ojos recorrían el jardín tenuemente iluminado, buscándolo. Sabía que debería dejarlo ir, pero algo profundo dentro suyo se negaba a escuchar.
Lo vio sentado en el pequeño pabellón cerca del lago, con la espalda encorvada, la cabeza entre las manos. Sintió que el pecho se le apretaba mientras se acercaba, con pasos ligeros y dudosos.
“Ey,” dijo suavemente, su voz apenas alcanzando a romper el silencio de la noche.
Él levantó la mirada, con los ojos enrojecidos, el rostro marcado por frustración y algo más profundo, algo crudo. “Sos vos,” murmuró, enderezándose pero evitando su mirada. “¿Qué hacés acá?”
Ella se acercó un poco más, sin poder detenerse. “Vi que te fuiste. ¿Estás bien?”
Rey soltó una risa intensa, negando con la cabeza. “No sé. ¿Cómo parece que estoy?”
El dolor en su voz le partió el alma. “Yo no quería que pasara nada de esto. No quería lastimarte.”
Él finalmente la miró, con los ojos fieros, llenos de un dolor que ella sentía irradiar de él. “Tomaste una decisión. Está bien. Elegiste a Merlin, y yo…” Se interrumpió, con la voz quebrada. “No puedo seguir así. Verte con él… pretender que estoy bien con eso. No lo estoy.”
“Por favor…” Extendió la mano, temblando, dejándola justo sobre su hombro sin atreverse a tocarlo. “No...no es tan simple.”
Él giró la cabeza, evitando sus ojos. “Quizá debería serlo. Quizá debería dejarte ir, hacer de cuenta que nada de esto pasó. Pero después aparecés acá…” Tomó una respiración temblorosa. “No sé qué esperás de mí, Margarita. No sé qué se supone que haga.”
Las lágrimas comenzaron a picarle los ojos al escuchar sus palabras, que le atravesaban todas sus defensas, su confusión, y las murallas que había tratado de construir. “No puedo olvidar lo que pasó. No puedo… me duele verte bailar con ella. Verte con ella. Lo odio.” Trató de mantener su tono bajo, pero las palabras salieron entrecortadas, sus sentimientos reprimidos escapando a pesar de sus intentos de controlarlos.
Los ojos de Rey brillaron, una mezcla de sorpresa y frustración, pero ella mantuvo la mirada, sin ocultar el dolor en sus propios ojos. “Está bien si querés estar con ella de verdad, pero si solo lo hacés para olvidarte de mí…” Se detuvo, mordiendo sus palabras, dándose cuenta de que no tenía derecho a exigirle nada. Pero verlo tan cómodo con Única había despertado algo feroz y crudo en su interior, y por más que intentara, no podía controlarlo.
Rey se puso de pie de golpe, apartándose de su toque. “No querés que esté con ella, pero tampoco me elegís a mí.” Su voz estaba tensa, llena de frustración. “No puedo seguir con esto. Respeto tu decisión y elijo mantenerme lejos de vos.”
“Juan…” Dio un paso adelante, con la voz apenas en un susurro. “No quiero que te vayas.”
Él la miró, con una expresión herida pero desafiante. “Entonces, ¿por qué estás con él?”
Antes de que pudiera pensar, antes de que pudiera siquiera intentar responder, lo tomó de la mano y lo acercó hacia ella en un acto de impulso y desesperación. Se puso de puntas y presionó sus labios contra los de él, dejando que todos los sentimientos confusos y enredados que llevaba dentro se liberaran en el beso. Sintió la humedad en las mejillas de Rey mientras él le devolvía el beso, rodeándola con los brazos y sosteniéndola como si no quisiera soltarla nunca.
El mundo pareció desvanecerse, dejándolos solo a ellos dos, unidos en la oscuridad tranquila del jardín. Las manos de él subieron hasta su rostro, sus pulgares acariciando sus mejillas mientras profundizaba el beso, dejando salir toda su frustración y anhelo. Ella se aferró a él, sintiendo la intensidad de sus emociones reflejadas en las propias, una conexión que no había podido negar, por más que lo hubiera intentado.
Emily_Scamander on Chapter 1 Fri 18 Oct 2024 04:34PM UTC
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