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Perséfone

Chapter 20

Notes:

TW: abuso de pastillas

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Por mucho que le costase abrir los ojos, Marta ya no podía ignorar que su móvil estaba zumbando violentamente, colándose entre el vacío de sus sueños igual que un insecto molesto se cuela en verano en una habitación con las ventanas abiertas. Para la próxima iba a apagarlo y se lo iba a meter al emisor de las llamadas por donde no le diese el sol. La pantalla no mentía: 5 perdidas de 'Damián (Padre)'.

Suspiró con rabia y atendió la llamada sin molestarse en incorporarse. No tenía fuerzas para eso, mucho menos para cumplir con el papel de hija obediente, profesional arrepentida y mujer con la dignidad intacta. Ahora era solo una cosa deshecha, horizontal, semidesnuda y con el aliento amargo propio de quien ha dormido más horas de la cuenta.

No hubo un saludo, ni un "buenos días", ni siquiera un "¿cómo te encuentras hoy?".

-¿Dónde estás? -preguntó él, sin rodeos.

-En casa. ¿Dónde voy a estar? -respondió ella con la voz ronca y pastosa.

-¿Has visto lo de esta mañana?

-No sé a qué se refiere.

-La prensa, Marta. La maldita prensa. Las fotos de Fina saliendo de tu edificio llorando. Están sacándoos por todas las revistas del corazón. -su padre suspiró. -Mira, casi mejor que no hayas visto nada.

-Era cuestión de tiempo, supongo. Ayer estuvieron un buen rato en la puerta del edificio. Andrés tuvo que intervenir

-Pues lo que lograron sacar ya ha salido en las portadas, intervención de tu hermano incluida. Y ahora escúchame bien: tienes que romper cualquier contacto con esa chica. No podemos permitirnos que...

-Eso ya está solucionado. -le cortó ella con desinterés.

Damián se quedó callado, sorprendido por la frialdad de su hija. Su tono cambió levemente.

-¿Cómo que "solucionado"?

-Que ya no estamos juntas. ¿No era eso lo que tanto deseaba? Pues ya está. Nuestra relación se ha terminado. Ya lo ha conseguido.

Hubo una pausa incómoda. Él carraspeó, como si no supiera si eso lo aliviaba o lo avergonzaba más.

-Me alegra ver que aún te queda algo de juicio. Tienes que entender que no podemos alimentar más titulares, ¿de acuerdo? Ni escándalos ni mucho menos conflictos de imagen.

-Sí, ya lo sé. Imagen, apariencias, todo lo que realmente importa en esta vida. No como preguntar qué tal estoy yo. -Se incorporó un poco más en el sofá, su espalda contra el cojín. -¿Algo más? ¿Estoy excusada hoy de mis tareas como directora de la empresa familiar?

-A eso quería llegar también... No sé si vas a poder conservar el puesto por mucho tiempo más.

-Ah.

Una sorpresa más a la lista. No se podría decir que otra traición familiar no le doliese, pero ciertamente tampoco le cogía de nuevas.

-Tus primos y tu hermano están haciendo piña para echarte. Por lo pronto Andrés se está absteniendo de votar a favor de nadie para conseguir que lo incluyan en las reuniones y averiguar por dónde quieren ir tirando. Voy a hacer lo que pueda por ayudarte pero no sé hasta donde puedo llegar. Entiende que, en cuanto a propiedad de acciones, son mayoría. Y visto lo visto quizás sea la opción más conveniente por el momento.

-¿Y Usted va a votar a favor de esa medida? Bueno, ¿sabe qué? No me diga nada. No quiero saberlo. Lo dejo entre los hombres de la fábrica. -No añadió nada más; Damián tampoco insistió.

Colgó la llamada y dejó caer el móvil caer sobre su pecho. Cerró los ojos otra vez y se dio media vuelta para ocultarse de la luz del sol, aunque luego se lo pensó mejor y se giró una vez más para poner el teléfono en modo avión. Así nada ni nadie podría alcanzarla. Tragó un par de pastillas más y por primera vez en mucho tiempo no sintió absolutamente nada. Solo un grandísimo vacío interno y una colosal apatía hacia todo lo que le rodeaba. No tardó mucho a quedarse dormida de nuevo.

Para cuando se despertó ya era bien entrado el mediodía. Lo que la trajo de vuelta fue su propio corazón bombeando con una fuerza anormal. De inmediato entendió que algo no estaba bien en su cuerpo.

El salón a su alrededor estaba en semipenumbra. La mezcla del calor seco, la luz entrando por las rendijas de la persiana que daba a la terraza y el leve zumbido del tráfico de fondo le hizo saber que no era temprano. Tenía la boca pastosa, la garganta reseca, y sentía los músculos del cuello tensos como si también en sueños hubiese estado peleando contra algo que sobrepasaba sus límites.

Se sentó despacio al borde del cojín con los codos apoyados en las rodillas y las manos tapándole la cara. No era resaca exactamente lo que sentía sino algo peor. Completamente desconocido. El cuerpo le pesaba como si sólo respondiese por obligación. Y lo peor era que por mucho que hubiese dormido seguía agotada. No dolía realmente pero le impedía respirar con normalidad. Todo era una negociación consigo misma.

Abrió la boca para respirar mejor, mas no parecía pasarle el suficiente por la tráquea. Poco después las náuseas la hicieron contorsionarse mientras trataba de aspirar todo lo que podía. Sus pulmones parecían llenos de algo espeso, sucio incluso. Intentó calmarse y racionalizar lo que le estaba pasando solo para terminar sintiéndose más atrapada en sí misma. Le costaba mantener el equilibrio. Tenía los labios secos y totalmente entumecidos. El sudor le bajó por la espalda. El cuerpo se le estaba desconectando parte por parte, o al menos así se sentía.

Corrió al baño como buenamente pudo para vomitar lo poco que tenía en el estómago aunque sólo le terminó saliendo un líquido amargo entre espasmos violentos. La sensación de náuseas se le fue pasando poco a poco y cuando consiguió incorporarse, se enjuagó la boca sin mirarse al espejo del lavabo.

Intentó encender la televisión para tener algo de ruido de fondo, pero seguía sin estar conectada. Mientras se tumbaba de nuevo en el sofá, volvió a poner su teléfono en operativo y una oleada de mensajes la sacudió. Entre ellos, varios de su hermano Jesús:

(12:22) Jesús

No intentes volver a contactar con Julia.

Y ni se te ocurra intentar acercarte a ella utilizando a Begoña.

Tomaré medidas legales contra ambas si no cumplís con esto.

Marta quería decir algo... simplemente no sabía el qué. Tenía tantas cosas en mente que se había quedado en blanco y ya ni siquiera sabía cómo continuar la conversación. Necesitaba saber si había merecido la pena. Quizás también preguntarle si de verdad consideraba que lo que iba a ganar superaba lo que había perdido, pero tenía miedo de la respuesta así que terminó por descartar la idea. Estuvo mirando la pantalla por un rato sin saber muy bien qué hacer con ella, como si no recordase la forma en la que se unen las letras para formar palabras. Finalmente su decisión se limitó a siete palabras.

"¿Por qué me estás haciendo todo esto?"

La respuesta no se hizo de rogar.

(14:39) Jesús

Mi hija no va a tener contacto con

una degenerada como tú.

La crueldad del mensaje le dio una tristeza más grande de lo que podía concebir. No podía creerse algo así viniendo de su propio hermano. Vale que ella y Jesús no estuviesen particularmente unidos en los últimos años, pero nunca hubiese esperado que la persona que le enseñó a montar en bicicleta corriendo tras ella por los caminos de la casa de campo fuese capaz de hacerle algo así. El mismo que juró a su madre en su lecho de muerte que iba a cuidar de sus hermanos pequeños sin importar qué pasase.

Un escalofrío le bajó por la espalda. Quizás había estado esperando toda la vida al mejor momento para arrebatarle la dirección de la empresa, mientras que ella jamás lo hubiese sospechado. ¿Y si su hermano había estado esperando toda su vida el día adecuado para quitársela de en medio? ¿Y si nunca la vio como otra cosa que un obstáculo incómodo? Era una idea enferma, pero por primera vez le pareció plausible.

"No solo me ha quitado el puesto en la empresa", pensó, con la mirada perdida en el fragmento del horizonte que se veía desde su terraza. "Me ha quitado la dignidad. Los secretos. El derecho a amar a quien más amo."

Ni siquiera se le pasó por la mente la opción de bloquear a Jesús; algo le decía que no iban a volver a hablar. Que esa relación, fuera lo que fuera que la definía, había dejado de existir de un día para otro. Lo que habían compartido estaba muerto y enterrado. Ahora eran simplemente dos personas que casualmente compartían los mismos apellidos, familiares y recuerdos de infancia.

Por primera vez en casi una semana reunió valor para mirar su correo electrónico. Pasó un rato bajando a través de todos los mensajes sin leer hasta llegar al punto en el que comenzaba la pesadilla. El mensaje de marras que contenía el vídeo ni siquiera lo había mandado Jesús, sino que había sido enviado desde un correo corporativo anónimo. Un día más, su hermano había jugado bien todas sus cartas; sería prácticamente imposible vincular a su propia identidad un vídeo que se había enviado desde 'jefaindecente@delareina'

No podía tranquilizarse pero tampoco se sentía con fuerzas de ir al médico, así que terminó quedándose toda la noche mirando al techo y vagando por el apartamento cuando se sentía demasiado agitada como para estar quieta.

A primera hora de la mañana siguiente, sin decir una palabra a nadie, presentó su carta de renuncia. No esperó a que la echasen y ni siquiera le corrigió los errores de formato a la plantilla que descargó de internet para el caso; le daba todo igual. Antes de redactarla se había tomado una pastilla más para tratar de tranquilizarse un poco. No concebía la vida sin ellas a pesar del aviso del día anterior, y con una cantidad tan alta de medicación en el cuerpo nada le parecía real salvo la ausencia de Fina, la pérdida de su vida y las náuseas que la aquejaban todo el tiempo. Convocó en una reunión exprés a su hermano Andrés, su padre y sus primos. A Jesús se limitó a hacerle llegar el documento a través de su secretaria.

Cuando Joaquín leyó el documento, lo dejó sobre la mesa con visible desprecio. Se recostó en la silla, cruzó los brazos y sin molestarse en moderar el tono le soltó:

-Nos da absoluta vergüenza lo que has hecho con la empresa de nuestro padre. Absoluta vergüenza, prima. No vamos a parar hasta ver desvinculado tu nombre de Perfumerías De la Reina.

-No tengo palabras... salvo que esto es lo único decente que podías hacer. -añadió Luis poco después mientras terminaba de leer la suya.

Marta no discutió. Tan solo los miró con los ojos cansados. No es que le importase particularmente la opinión de sus primos sobre su sexualidad, pero decepcionar a todo el mundo y ser traicionada por quienes quería la estaba dejando descompuesta. Sólo quería irse a casa para poder vomitar, a ver si con eso se le quitaba la desgana.

-Haced lo que tengáis que hacer. -dijo antes de salir del despacho. -Ha sido un placer servir a los intereses de la familia.

La sala estaba impregnada de esa especie de silencio sucio que deja una discusión. Ninguno de los presentes (ni siquiera su hermano menor, que trataba de mantenerse neutro e imparcial) se levantó para estrecharle la mano. Nadie le agradeció los años de trabajo, ni sus sacrificios, ni los resultados que durante tanto tiempo había defendido con uñas y dientes.

Fina tenía razón: había tirado media vida por el váter sirviendo a gente que la despreciaba.

Había caminado apenas unos pasos por el pasillo cuando oyó las pisadas de su padre apresurarse tras ella. No tuvo que girarse para saber que era él. Reconocía ese ritmo rápido y decidido. Cada paso sonaba como una reprimenda.

-Marta, espera. -dijo Damián sin alzar demasiado la voz, pero con una urgencia que ella captó de inmediato a pesar de su niebla mental.

Ella se detuvo de espaldas todavía. No sabía si tenía ganas de girarse pero reunió valor y lo hizo igualmente. Al verle la cara supo que no había venido a consolarla, mucho menos a disculparse o a abrazarla como solía hacer cuando tenía cinco años y se caía corriendo por el jardín.

-Hay algo más que debes saber. -dijo él sin andarse con rodeos. -He recibido esta mañana una llamada de Hoteles Olivares.

Ella se tensó. Era uno de los acuerdos más importantes que había negociado en los últimos años: una colaboración entre ambas marcas para incluir los productos de su línea de alta cosmética en las suites de lujo de más de cuarenta hoteles a lo largo de la costa española.

-¿Qué ha pasado?

-¿Qué crees tú que ha pasado? Han decidido cancelar el contrato que llevabas meses negociando. Lo han rescindido unilateralmente. Con la compensación económica proporcional, sí, pero hemos perdido el acuerdo. En su comunicado interno citan "circunstancias" que afectan a la dirección general de la empresa. Y no es solo eso.

-¿Qué más? -suspiró, deseando que todo acabase cuanto antes.

Él la observó en silencio unos segundos, como si valorase no decírselo. Pero luego sacó una fotocopia del bolsillo de su chaqueta y la desdobló frente a ella. Ante ella tenía una publicación de la revista 'Esa Diva', con una portada escandalosa: "La heredera lesbiana que rompió un imperio: Todas las claves del escándalo".

Marta tragó saliva. Sintió que se le cerraba el estómago y lo lamentó profundamente por las personas involucradas en aquel escándalo, casi como si no fuesen Fina y ella. Todo se sentía ajeno a la realidad hasta que ésta le golpeó con fuerza: eran, de hecho, Fina y ella.

-¿Cómo han conseguido...?

-Alguien les ha vendido la información. Y con todo lujo de detalles. No sé si ha sido tu hermano, Jaime, algún empleado o incluso alguien de los hoteles en los que os veíais. Pero da igual. Ya es público.

-Qué bien. Todavía más desconocidos especulando sobre mi vida privada. Justo lo que necesito en estos momentos.

-Te lo cuento ahora porque prefiero que te enteres por mí y no por el resto de la familia. -La voz de Damián fue más suave, casi paternal, pero su expresión seguía siendo la misma de siempre: fría y distante. -Cuando las cosas se calmen, quizá puedas hacer una declaración. Algo que amortigüe el impacto. Pero por ahora... lo mejor es que te mantengas lejos de toda esa gente y no hables con nadie. Es lo mejor para todos.

Marta asintió en silencio. No tenía palabras. No tenía fuerzas. Necesitaba desesperadamente un sitio tranquilo y algo que sonase de fondo para ahogar sus pensamientos. Ruido de tráfico, de lluvia, televisión en tailandés, estática de radio. Lo que fuese.

-Quiero que nos veamos mañana para tratar con calma todo esto. -añadió su padre.

Ella asintió y se giró sin despedirse para bajar en el ascensor, igual que quien abandona un lugar donde ya no se es bienvenida. Atravesó el pasillo de la recepción sin mirar a nadie. Por el camino encontró a asistentes, administrativos, empleados que fingían estar ocupados con papeles o teclados, pero cuya atención gravitaba inevitablemente hacia ella. Nadie se atrevió a decir nada; una palabra, un saludo, menos aún algún tipo de consuelo. Solo miradas. Unas cuantas furtivas, otras muchas con descaro.

-¿Puedes avisar a Raúl? Necesito que me lleve a casa. -le pidió en voz baja a la recepcionista sin hacer contacto visual. Le temblaba la mandíbula.

-Ahora mismo voy. -respondió la joven en un tono forzosamente neutral.

-Dile que le espero en el garaje.

No se sentó. No podía permitirse un momento de descanso aunque su cuerpo suplicara derrumbarse, pues sabía que en caso de sentarse no iba a poder levantarse de nuevo. Cuando llegó al parking subterráneo, el chófer ya estaba esperándola en el coche. El hombre bajó enseguida para abrirle la puerta trasera, preocupado al verla tan pálida, con las ojeras marcadas y los labios apretados.

-¿Todo bien señora?

Ella solo negó con la cabeza. No tenía fuerzas ni para mentir. Se metió en el coche y se dejó caer sobre el asiento de cuero como si ya no existiera dentro de él. Cuando el coche arrancó para incorporarse al tráfico tras stop de la puerta, un destello la cegó. Un fotógrafo (o quizá más de uno. No lo supo exactamente porque cerró los ojos con fuerza). Había tenido el descaro de plantarse en su trabajo para capturar en cámara el momento exacto en que ella, deshecha, se tapaba la cara con una mano. Otro titular más para el día siguiente.

Durante el trayecto, Marta apoyó la frente contra el cristal. Le dolía cada fibra de su cuerpo, pero especialmente las del pecho, como si le hubiesen abierto las costillas con un abrelatas para cambiarle los órganos por plomo macizo. Unos diez minutos después, cuando pasaban frente a una farmacia de guardia, rompió el silencio que reinaba en el auto:

-Para, por favor.

-¿Aquí? ¿En la farmacia? -preguntó Raúl.

-Sí. ¿Puedes bajar tú por mí? No quiero que me vean.

El chófer asintió sin hacer más preguntas. Marta sacó un billete doblado del bolso y se lo pasó. Él desapareció dentro del local, y ella se quedó sola en el asiento trasero, temblando. Se abrazó a sí misma. En la radio sonaba un tema de pop comercial que por lo que pudo reconocer decía algo sobre volver a empezar y no rendirse. La ironía le pareció tan cruel que tuvo que apretar los dientes y poner los ojos en blanco para no llorar. Diez minutos después el hombre volvió con una caja de sesenta pastillas para dormir, arrancó de nuevo el vehículo y la llevó hasta su casa.

Al día siguiente Marta se vistió sin energía pasadas las 7 de la tarde. El resto de la jornada la había pasado en pijama y sin levantarse. No se maquilló, no se peinó y no se lavó la cara. Al entrar al ascensor del edificio le dio la espalda a su reflejo. Iba con las gafas de sol puestas, a pesar de que el día estaba gris. Quería evitar cualquier tipo de contacto visual.

La casa de campo quedaba al norte de la ciudad, en una finca que en su día se utilizó para reunir a la familia con frecuencia pero que ahora sólo se habitaba un par de semanas al año, concretamente cuando tocaba la temporada de caza y Damián De la Reina invitaba a la flor y nata de Toledo para pasar ahí el tiempo. Sacó su llave y la hizo girar en la cerradura. Dentro, su padre ya la esperaba entre incontables papeles, revistas del corazón con su cara y recortes impresos de noticias online.

-Has venido. -fue lo único que dijo al verla.

Ella no respondió. Solo cruzó el umbral con pasos arrastrados, como si le pesaran los pies. En el salón, todo seguía exactamente igual: los trofeos de caza, los sillones de cuero, la chimenea apagada. Un espacio decorado para impresionar, no para ser habitado.

Damián le ofreció asiento, pero ella prefirió quedarse de pie. Apoyó la espalda contra el marco de la puerta y se cruzó de brazos. Él, en cambio, se sentó con calma. Tenía unos documentos sobre la mesa, organizados en una carpeta negra.

-Siéntate, por favor. -insistió él, sin alzar la voz.

-¿De qué se trata?

Desde el sillón frente a la mesa del café, él la observó un segundo más de la cuenta.

-Siéntate, hija. No te he llamado para pelear sino para ponerte al día de lo que está pasando. Lo de Hoteles Olivares. Han cancelado formalmente el contrato esta mañana. No es recuperable. No quieren ni hablar con nosotros para negociar.

Ella no se inmutó. Ya se lo veía venir.

-Pero eso no es lo único.

-Vaya, hombre.

-Ha salido una exclusiva en La Vie en Rose. Especulan sobre tu orientación sexual, sobre si le das tanto al pelo como a la lana o si has tenido a tu prometido engañado durante años. Incluyen imágenes del vídeo con esa chica. Censuradas, por supuesto, pero no hemos podido hacer nada para convencerles de que no lo sacasen.

-Con Fina, padre. "Esa chica" tiene nombre. Usted la conoce de sobra. -Marta cerró los ojos; ya estaba agotada antes de haber empezado siquiera.

-No es un escándalo, pero está planteado como si lo fuera. -continuó Damián. -"La caída de la gran ejecutiva española: alcohol, amantes y una doble vida", o algo así. También te han sacado en una web llamada... ¿Cómo era?

Mientras buscaba un recorte a su alrededor hizo una pausa en su discurso. Marta solo seguía allí, inmóvil, sintiéndose cada vez más hueca por dentro. Se reajustó las gafas sobre el puente de la nariz para leer el titular.

-Ah sí, aquí está. El periódico digital "Les-bi-friends" te ha nombrado nuevo icono del Orgullo. ¿Te das cuenta de lo que esto supone?

-Yo no he pedido que me hagan abanderada de nada. La primera aquí que está viendo su intimidad traspasada soy yo.

-Lo sé, hija. Te lo puedes leer en un rato. De hecho, casi mejor que te vayas leyendo todo esto... -el hombre hizo un aspaviento con la mano señalando el montón de papeles -...a tu propio ritmo.

-Mejor lléveselo. Preferiría no tener que hacerlo.

-Pues tienes que hacerlo porque te conviene saber lo que dicen de ti. Escúchame bien, Marta. No sé en qué punto exacto se ha salido todo de control, pero ahora mismo lo único que puedes hacer es dejar de cavar. No hables con la prensa. No contestes a nadie. Ni una palabra a esa chica, ni un mensaje a ningún contacto interno de la empresa. Déjalo ir. Por tu bien.

-¿Eso es todo? ¿Ni siquiera me va a preguntar cómo estoy yo? ¿No va a hablarme de las consecuencias que pueda sufrir el responsable de este escándalo? Todo se salió de control cuando usted permitió que su hijo me haga algo tan grave.

-Tu hermano ha hecho algo indefendible, pero las responsables de este escándalo sois tú y...-hizo una pausa, indeciso de si decir el nombre. -Y Serafina. No quiero empeorar las cosas para ti pero en estos momentos, esto no va de cómo estás tú, o cómo está ella. Va de lo que está pasando y cómo evitar que vaya a más para que nos perjudique en lo mínimo posible a todos.

-¿Eso es todo lo que soy? -repitió ella, completamente incrédula. ¿Un apellido? ¿Un escudo que hay que mantener limpio? ¿Un escándalo? ¿Ni siquiera merezco que me preguntes si me encuentro con fuerzas de ir a trabajar mañana? Porque para su información, no voy a ir a trabajar mañana.

-Tómate el tiempo que necesites antes de volver.

-No creo que vaya a volver. Ya no soy directora de nada.

-Lo harás eventualmente. Te encontraremos otro puesto. Coordinadora internacional de... qué se yo, eso es lo de menos ahora mismo. ¿Dónde planeas irte sino?

-Padre, ¿que no lo ve o qué le pasa? -preguntó Marta, ahora desesperada. -He perdido mi dignidad, mi reputación, mi autoridad, mi credibilidad como jefa. He perdido a Jaime, a quien no quería pero a quien tampoco deseaba hacerle ningún daño porque era un gran amigo mío.

Hizo una pausa para luchar contra el nudo que la asfixiaba. Le temblaba la voz.

-He perdido a la mujer que más amo en la vida. He perdido a mi hermano mayor, y por su culpa ella y yo somos el hazmerreír de España. No sé si ella va a perder su trabajo también, ni cómo lo habrá tomado su padre. Padre al que estoy pagándole yo misma los tratamientos para el cáncer y el corazón, y no descarto que todo esto no le reste tiempo de vida por el disgusto de ver a su hija desnuda en las portadas de las revistas.

El hombre se quedó pensativo.

-¿Así que para eso necesitabas tanto dinero? ¿Para el tratamiento de Isidro Valero?

-Sí, padre. Si no dejé toda esta farsa antes no fue porque me divirtiese jugando a levantar faldas como hacía usted a espaldas de mi madre. Fue sólo porque intentaba que el padre de mi mujer no se muriese de cáncer o de un infarto, mientras que Usted me amenazaba con cortarme la nómina por la mitad si no me mantenía callada.

-Ya veo...

-Y ahora usted está aquí, sentado como si estuviéramos discutiendo un mal trimestre de ventas. -continuó Marta, cada vez más desencajada. -Como si todo lo que me está pasando fuese un mero problema de relaciones públicas y no algo que afecta a lo más profundo y más íntimo de mi persona.

-Sé que estás sufriendo, hija pero no puedo permitir que ese sufrimiento se convierta en una bomba que arrastre a todos contigo. Tienes que recomponerte.

Damián no dijo nada más. Solo mantuvo la espalda recta y los ojos fijos en la mesa. No estaba ni remotamente acostumbrado a tener en cuenta las emociones de nadie en sus cálculos.

-Yo no puedo más, padre. No puedo.... Debería haberlo dejado todo cuando estaba a tiempo... La misma familia que tanto se ha empeñado en mantener unida es la primera que me ha clavado los puñales por una mierda de acciones. Por el puto dinero, como siempre. El padre de Fina se va a morir por el puto dinero que Usted y mi hermano tanto codician. ¿Y para qué, para comprar un yate? ¿Para ir a jugar al golf a Marbella? ¿Otra casa de vacaciones?

Ella lo miró con los ojos húmedos, agotados por la rabia e inundados de desilusión. Su padre no levantó la vista. Seguía con la mandíbula tensa, los ojos clavados en los fragmentos de papel esparcidos mesa de roble. Marta respiró hondo.

-Y no solo eso. -continuó, bajando la voz. -Me han hecho sentir como si lo que soy, lo que siento, lo que elijo, fuese una enfermedad. Como si amar a alguien... a una mujer me volviera indigna de ser parte de esta familia. Como si yo fuera el escándalo. No Jesús por estar enfermo de odio. No Usted ni mis primos por ser incapaces de decirme que no estoy sola en todo esto. ¡Siempre soy yo!

Él le devolvió la mirada por un rato largo, como si intentara encontrar en su rostro a la niña que alguna vez fue, un mínimo trazo de la misma hija a la que alguna vez enseñó a prestar atención a la música clásica, o con la que solía revisar balances los domingos para entrenarla para el futuro. Pero esa niña ya no estaba. Y él tampoco era el mismo.

-Siento no haber podido hacerlo mejor, hija. Y siento que los errores de tu hermano nos hayan llevado a esto.

-¿Errores? -dijo ella con incredulidad. -Un error es ponerle demasiada sal a la sopa. O devolverle mal el cambio a un cliente. Esto no es un error, es todo el odio que me tienen y me han tenido saliendo a la luz. Lo que siento yo es haber perdido a la mitad de mi familia en todo esto. Si tiene algo que decirme, escríbame un correo electrónico. O llámeme cuando se le cante, me da igual.

-Marta, hija... No te precipites. No hagas tonterías en tu estado.

-Ojalá las hubiera hecho antes y me hubiese ido a tomar por culo cuando estaba a tiempo.

Cruzó el umbral de la casa para salir al jardín. Su padre no la siguió. Sacó el blíster de pastillas de su bolso rogando para que la medicación hiciese efecto justo cuando llegase a casa en vez de en la carretera. En el proceso de sacar una pastilla algo en movimiento captó su atención y se quedó mirando la piscina en medio del jardín, donde un flotador iba de aquí para allá a la deriva. Seguramente olvidado por su sobrina Julia durante el último fin de semana. Miles de imágenes vinieron a su mente sin esfuerzo.

La fuerza de la realidad que llevaba todo el día repitiendo mentalmente la golpeó de repente: Fina tenía razón desde el principio. Debió haberse desentendido de todo mucho antes. Debió haberse alejado en cuanto olió la podredumbre. Debió haberse arriesgado a vivir la vida en sus propios términos. Si Isidro moría en el proceso al menos le quedarían la satisfacción de saber que lo intentó hasta el último minuto y la compañía de Fina para enfrentarse a sus remordimientos, diciéndole que lo había hecho todo perfectamente y que no estaba en sus manos salvarle la vida a costa de la suya propia.

El blíster crujió entre sus dedos. Se metió la pastilla en la boca y la tragó sin agua. El sabor amargo le tiñó la lengua y la garganta. Ya no sabía si quería dormirse o desaparecer.

"Fina tenía toda la razón. He llegado tarde. Ahora la he perdido para siempre."

Las lágrimas comenzaron a deslizarse sin control por sus mejillas. Se acercó a la piscina lentamente y casi tambaleándose a través del camino de baldosas que separaba el césped en dos bandos. El sol del atardecer doraba el agua y las olas suaves reflejaban destellos sobre su rostro. Se dejó caer para sentarse en el borde, metiendo las piernas dentro mientras continuaba mirando el flotador que giraba perezosamente.

Las risas de Fina cuando la cargaba a caballito en su espalda. Aquel primer beso que se dieran en el mirador de Toledo. El agua azul turquesa agitándose a su alrededor y logrando que el pelo largo y moreno se pegase a la frente de la pequeña. Las hortensias azules que su madre pidió a Isidro que plantase mientras aún estaba viva, que ya comenzaban a morir bajo el calor del principio del verano.

Escuchó pasos a su espalda. Todavía andaba peleando contra el sabor amargo en su boca, y cada vez tenía menos claro si era por los tranquilizantes que se tomaba o por la bilis.

-¿Por qué has tardado tanto a venir antes?

No se sobresaltó al notar la presencia de su padre a sus espaldas, pero de repente ya no pudo callarse y seguir llorando en silencio como hacía habitualmente. Articular una frase entera le era imposible, pero tampoco le fue necesario porque aquello ya no se trataba de tener una conversación coherente. Simplemente necesitaba desahogarse y, al igual que una bola de nieve rodando por una pendiente, no podía detener lo que ya se desbordaba en ella.

El hombre arrastró hasta la orilla una silla de playa desplegable y la abrió al lado de su hija para sentarse. Luego le apoyó una mano en el hombro mientras ella continuaba llorando.

-Siento mucho lo de Fina. Lo digo de corazón. No era solo una amante para ti, ¿verdad?

-Claro que no... que no... era... solo una amante... -consiguió articular ella finalmente. -Yo... Joder, yo la quería...

-Me lo puedo imaginar. Lamento que hayáis tenido que terminar así. No son las mejores circunstancias para terminar con algo que... bueno, que ha sido importante para ti.

-No mienta, le... le da absolutamente igual.

Damián mantuvo la mano sobre su hombro, apretando apenas, como si ese gesto tan simple pudiera solucionar algo. Ella trató de calmarse un poco para poder hablar.

-Lo arruiné todo por miedo. -susurró inspirando hondo. Luego sacudió la cabeza. -¿Y para qué? Nadie está satisfecho ahora, y creo que a ella le he arruinado mucho más que su reputación. Isidro... Isidro está muy enfermo. Y ella sola no gana lo suficiente como para cubrir el tratamiento entero. Si la despiden o si le pasa algo por mi culpa... no... no sé qué haría, padre.

-Veré lo que puedo hacer.

-No hay nada que se pueda hacer al respecto.

-Siempre se puede hacer algo, de eso estoy seguro. Mientras tanto, creo que lo mejor es que te quedes aquí unos días. Nadie te molestará. Así evitamos que te persigan los fotógrafos y que el escándalo se siga avivando. Andrés me dijo que ella ya se ha ido de Toledo. Va a estar fuera unas semanas.

Marta no respondió. Solo desvió la mirada hacia el agua de nuevo, donde el flotador seguía meciéndose con lentitud, como si tampoco él supiera a dónde ir. A lo lejos una tórtola rompía el silencio con sus cantos. La escena era perfecta para relajarse de no haber sido porque la mujer estaba completamente rota por dentro.

-Ya no soy la misma que cuando veníamos aquí a pasar los días más cálidos del verano.

Su padre reparó en lo que estaba mirando y cayó en cuenta de lo que debía rondar su mente.

-¿Lo somos alguno de nosotros?

Ella negó con un gesto mínimo.

-No lo creo.

Su padre la miró de reojo.

-Tienes que recomponerte, hija. No puedes seguir así eternamente. En algún momento vas a tener que...

Pero Marta ya no le escuchaba.

-...la solución para Isidro no es que tú...

Miraba el agua sin verla realmente, perdida en los recuerdos de las tardes a escondidas con Fina. En las noches que pasaron despiertas hablando de futuros que ya no existirían. La última vez que le rozó la cara con la punta de la nariz, la última vez que la hizo reír, la última vez que se sintió amada plenamente. Su boca salivaba, pidiendo a gritos más pastillas. Quizás algo de alcohol también. Lo que fuese que la anestesiase por unas horas al menos.

Los pensamientos se le escaparon en un susurro sin que se diese cuenta.

-La he perdido para siempre...

Damián abrió la boca dispuesto a hablar, pero finalmente la cerró de nuevo para pensar dos veces en lo que quería decir. Por primera vez en mucho tiempo no tenía una respuesta.

-Creo que es mejor que me vaya marchando y te quedes sola unos días. He traído algo de comida antes, está en la nevera. No respondas llamadas a nadie que no sea de total confianza.

No la abrazó. No volvió a tocarle el hombro. Solo murmuró un último "te dejo tranquila" que se perdió con el murmullo de las hojas secas bajo sus zapatos.

Mientras él recorría el sendero hasta el pequeño terreno que usaban como aparcamiento, Marta sintió deseos de tirarse al agua. Quizás si lo deseaba con la suficiente fuerza podría volver a los días en los que ser pillada mientras se masturbaba pensando en una compañera de clase era lo más arriesgado y vergonzoso que se le podía ocurrir. Ya ni siquiera recordaba el nombre de esa chica. Qué ilusa era cuando pensaba que dejar de verla a diario solucionaría todos sus problemas. Solía pensar que cuando eso sucediese, por fin conseguiría que le interesase un hombre. Al fin y al cabo no eran pocos los interesados haciendo cola en todos sus círculos sociales. Alguno tenía que parecerle atractivo, ¿no? Si se esforzaba seguro que podría lograrlo.

"Sara... ¿O quizás Irene? ¿Nadia? No, yo creo que se llamaba Sara."

Pero Sara tenía novio y la realidad terminó siendo que a ella no se le pasaron las ganas de meterle las manos en el sujetador a nadie cuando terminó el instituto.

Quizás si se metía al agua podría sentirse un poco más limpia, pensó. El agua no borraría la marca que le habían dejado aquellos cientos, miles (quizás millares a esas alturas) de ojos recorriendo su cuerpo. Pero tampoco perdía nada por intentarlo. No como una absolución permanente, sólo como una tregua.

Se puso de pie para quitarse la ropa pero en el proceso se mareó y su corazón empezó a latir con fuerza desmedida. Los ojos le pesaban de repente. Estaba completamente acobardada; no se atrevió a meterse por miedo a desmayarse en el proceso. Se apoyó con una mano en la silla que había ocupado su padre un rato antes para tratar de recuperar el equilibrio mientras sentía el vértigo colarse por sus oídos como un silbido agudo.

La blusa desabrochada le caía por los brazos, pero no llegó a quitársela del todo. Se la volvió a colocar sobre los hombros una vez se dio cuenta de que no iba a poder meterse a la piscina.

"Ridícula", pensó. "Ni siquiera esto puedes hacerlo bien."

El calor que la invadía repentinamente no era debido al sol; este ya comenzaba a ponerse, cada vez más débil y más apagado. Lo que lo causó fue más bien la mezcla de medicamentos y pánico. Se frotó la cara, intentando mantenerse lo suficientemente despierta con algo de dignidad.

Pero estaba agotada. Era ese tipo de fatiga que ningún descanso reparaba, la misma fatiga que le empujaba el pecho con violencia ahora. Sin pensar dos veces en lo que estaba haciendo buscó el móvil en su bolso, que había dejado a sus espaldas antes de meter las piernas en el agua. Lo desbloqueó con torpeza y buscó el contacto de Fina.

"Solo un momento, solo para decirle que tenía razón. Que lo siento. Que no puedo vi..."

Pero no había cobertura. Ni una barra, ni un maldito punto siquiera. Salir hasta el camino de entrada para buscar señal era impensable en esos momentos: le dolían los huesos, le palpitaba la cabeza y no estaba segura de poder andar tanto sin caerse. Se quedó con el teléfono en la mano, mirando la pantalla que eventualmente se apagó por no ser tocada. Los ojos se le cerraban. El cuerpo se rendía.

Para cuando consiguió volver a la casa el sol ya había caído casi por completo y en la penumbra de las estancias apenas se distinguían las siluetas del mobiliario. Atravesó la puerta sin encender las luces: no las necesitaba. Conocía cada rincón de memoria. Dejó el móvil sobre la encimera de la cocina, sin molestarse en revisarlo otra vez. No tenía señal. No habría respuesta. Se acurrucó de lado en el sofá del salón y se apagó en silencio.

Y así pasaron los días.

Los papeles con fragmentos de noticias se apilaron en la mesa grande del comedor, traídos por su padre cada cuatro o cinco noches para tenerla al tanto de la situación.

"Jesús De la Reina asume el cargo como nuevo director general tras la incertidumbre de la última semana... "

"Hoteles Olivares comienza las negociaciones con la empresa francesa Brossard..."

Gente y Poder publicando un informe especial sobre la 'guerra silenciosa' entre los hijos de Damián De la Reina...

"Jesús De la Reina: No hay tiempo para distracciones personales. Estoy centrado en el futuro del grupo."

Páginas y páginas de prensa sensacionalista especulando sobre dónde estaba Marta, qué hacía, con quién se relacionaba. Una de ellas afirmaba que un paparazzi la había cazado haciendo snorkel y bebiendo daiquiris en la costa tailandesa, y se cebaban con la posibilidad de que Marta estuviese de vacaciones mientras tenía a sus subordinados lidiando con un asunto tan grave e insinuando que todo ese asunto era una frivolidad para ella.

Un especial completo sobre quién era Serafina Valero, la amante (no tan) misteriosa del momento. Todo a cargo de Esa Diva.

Todos los días salía al camino de tierra que bordeaba la entrada a la finca para comprobar si habían llegado mensajes nuevos. Pero durante las siguientes cinco semanas, nadie llamó. Ni Jesús. Ni Fina. Ni siquiera Julia, que antes solía mandarle mensajes de voz cantando a través del número de Begoña.

Pasaba las semanas sin cambiarse de ropa, sin ducharse más que cuando su propio olor se volvía insoportable y tenía el pelo tan graso que se le pegaba a la frente. Encendía la televisión con el sonido lo más bajo posible solo para no aguantar el silencio y no verse reflejada en la oscuridad de la pantalla.

Salía al jardín una vez al día, por lo general antes de bajar por el camino de la entrada. Se sentaba junto a la piscina y miraba el agua por un largo rato sin atreverse a tocarla.

Y cada vez que recorría el sendero, sin excepción, desobedecía las órdenes de su padre e intentaba llamar a Fina. Dos llamadas diarias. Ninguna recibió respuesta en ningún momento, mas eso no logró que se rindiese.

"La línea a la que llama está apagada o fuera de cobertura en estos momentos. Por favor, intente su llamada más tarde."

No había buzón de voz. No había señales. Solo ese mensaje grabado, impersonal, y el silencio después del pitido.

Al principio Marta no lloraba y trataba con todas sus fuerzas de no maldecir. Colgaba, respiraba hondo y volvía sobre sus pasos. Al quinto día sin respuesta, empezó a dejar mensajes en el buzón de voz. No sabía si del otro lado alguien podía oírla, si el mensaje se almacenaba en alguna parte, o si lo estaba haciendo solo para recordar cómo sonaba su propia voz.

-Fina... soy yo. Sé que lo sabes, pero quería decirlo igual. Perdón. Estoy tan cansada... Te extraño. Ojalá pudiera volver atrás.

Después de la segunda llamada, Marta no regresaba a la casa de inmediato. A veces daba un rodeo por el lateral del terreno, fingiendo que necesitaba estirar las piernas cuando en realidad no hacía más que evitar entrar. No quería volver a ese aire denso donde todo parecía suspendido en el tiempo. Y aunque finalmente acababa cediendo ante el cansancio, acabó por temer el momento de tener que subir la leve cuesta entre la entrada a la finca y la casa de piedra. Era sabedora de que para cuando llegase a medio camino iba a estar tan cansada y taquicárdica que las náuseas iban a volverle.

La casa estaba siempre en penumbra. Comía poco y pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo o viendo la televisión. Nunca las noticias, sólo los canales de entretenimiento. Su padre le tenía al tanto de lo que estaba sucediendo pero ella solo leía los papeles por encima. No quería saber. Ya ni siquiera por su propia dignidad (eso hacía ya tiempo que lo sentía destruido por completo) sino por la vergüenza que le causaba la idea de haberle arruinado la vida a Fina.

Con el transcurso de las semanas, los titulares fueron cayendo en número. Primero pasó a ser parte de las páginas traseras de las revistas y luego un nombre mencionado por casualidad de vez en cuando.

Su rutina fue interrumpida cuando una tarde cualquiera (ya ni sabía si de martes o viernes) mientras revolvía sin ganas el fondo de un yogurt caducado, escuchó cómo se abría la puerta principal.

-¿Marta?

-En la cocina. -respondió, sin levantarse.

Damián apareció al momento con su habitual compostura: el traje sin una arruga, el cabello perfectamente peinado, y ese olor inconfundible a 'Varón del hogar', su favorito de las antiguas líneas. Actualmente ese perfume estaba descatalogado, pero él mismo ordenaba al laboratorio que se lo proporcionasen exclusivamente.

Solo que esta vez había algo distinto en su expresión.

-Dios santo hija, hueles a... a mierda. Todo aquí huele a basurero. ¿Estás escondiendo un muerto en algún lado?

-Yo también me alegro de verle. -dijo ella con tono cínico.

Marta desvió la mirada, incómoda. Se hizo un silencio breve.

-He venido a decirte que puedes volver a casa cuando quieras. -dijo Damián finalmente. -La prensa se ha cansado porque no estamos dándoles material, y nadie en la empresa quiere más problemas. Si mantienes la discrección puedes retomar tu puesto en otra área de la empresa. Es como... un reinicio, si quieres verlo así.

-Ya. ¿Y ahora fingimos que nada de esto pasó?

-Fingimos que supimos sobreponernos. Es diferente.

Tragó saliva. El reinicio no le sonaba a alivio sino a vuelta de un exilio forzoso. Una especie de indulto condicionado. No le estaban dando una oportunidad, le estaban imponiendo una vida otra vez.

-¿Y Jesús? -preguntó, sin levantar la voz.

Damián frunció apenas los labios, como si esa pregunta fuera una gota amarga que esperaba.

-Jesús es oficialmente el presidente de la compañía. Me gustaría poder darte otra noticia más alegre pero no puedo hacer nada para evitarlo.

-Pero no ha respondido por nada. Todo sigue igual. Va a seguir pisoteándome hasta que consiga echarme de la empresa a patadas.

-No lo mires así. Mira lo que se puede construir a partir de aquí. Ya no eres un escándalo. Puedes volver a ser una profesional respetada si te comportas con inteligencia.

-No prometo nada. -dijo ella, al fin. -Por ahora solo voy a volver a mi casa. Ya le llamaré cuando tome una decisión sobre una posible vuelta a la empresa.

Damián asintió. Le dejó una carpeta delgada sobre la encimera. Marta no la abrió. Cuando volvió a quedarse sola, se acercó al ventanal que daba al jardín. La piscina seguía allí. El mismo azul inmóvil, el mismo silencio. La luz de la tarde comenzaba a reflejarse con dureza en el agua. Apoyó la frente contra el cristal del salón, y por un instante se permitió cerrar los ojos.

Fina estaba sentada al borde de la piscina, con los pies sumergidos y un refresco en la mano. Llevaba puestas unas gafas de sol de la tía Digna que le quedaban enormes, pues se había olvidado las suyas en casa. Isidro no le dejaba beber nada que contuviese cafeína, pero Marta -como toda niñera que se precie- había decidido darle un pequeño capricho por un día y concederle el deseo. Quizás se quejaría mentalmente cuando la pequeña tuviese demasiada energía a las tantas de la noche e insistiese en jugar una partida más, pero solo por verla tan feliz como en esos momentos habría merecido la pena. Ella se había lanzado al agua solo para salpicarla, y Fina, entre risas, le había gritado algo sobre vengarse.

"Voy a volver" , pensó. "Voy a volver a ella. A mi mujer. No sé cómo, ni cuándo, ni si me perdonará siquiera. Pero no voy a darla por perdida."

Lo único que deseaba era que Fina pudiera reconocerla cuando la mirase de nuevo.

Volver a su nuevo edificio le resultó más raro de lo que esperaba. El portal seguía oliendo a mármol y desinfectante, como si el tiempo no hubiera pasado. Pero sí que había pasado. O mejor dicho: ella ya no era la misma que salió de allí semanas atrás. Entró al ascensor y al instante el espejo le devolvió un reflejo de su rostro. Todavía era y parecía una persona agotada.

Justo antes de que se cerraran las puertas, alguien las empujó desde fuera.

-Uy, perdón. -dijo una mujer, probablemente de unos treinta y tantos, con una cangurera atada al pecho para sujetar a un bebé. -¿Tú no eres...? Perdona, ¿nos conocemos de algo?

Marta apenas la miró. Un rostro nuevo. O quizás uno antiguo que su cerebro había desechado en defensa propia. No le importaba, y ciertamente no quería saberlo.

-Seguramente no. -respondió tras fingir que se tomaba un momento para evaluarla por si la reconocía.

La mujer sonrió con educación y no insistió. El ascensor continuó su trayecto en silencio. Al llegar a su planta, Marta bajó sin despedirse. La puerta de su piso cedió sin resistencia cuando metió la llave: el aire cerrado la golpeó en la cara, trayendo consigo el olor a pintura que aún no se había marchado del todo porque nadie había ventilado el lugar en semanas. Todo seguía en su sitio. Demasiado en su sitio.

"Nadie ha estado aquí. Jaime se ha ido de verdad. Ni siquiera sé si voy a poder disculparme por todo el daño que le he hecho."

Después de una ducha exprés cambió las sábanas, abrió las ventanas de par en par y vació el buzón lleno de propaganda marchita. Tiró la mayoría sin mirar, pero entre los papeles arrugados y viejos algo le hizo encoger el corazón: un catálogo de vestidos para novia. Se sentó en el sofá sosteniéndolo pero sin atreverse a ojearlo. En su lugar miró la casa en busca de algo. No sabía qué exactamente.

A su alrededor, su hogar y su vida... O lo poco que quedaba de ambas.

Había hecho un daño incalculable a Jaime. Había perdido su trabajo, su orgullo y su dignidad de un plumazo. Había perdido a un hermano. La mitad de su familia le había dado la espalda. No podía apoyarse en los que quedaban, pues tenía demasiado miedo de arrastrarlos consigo. Y ellos tenían miedo de ella.

Y no sabía si era demasiado tarde para recuperar a Fina.

Marcó. Una, dos, tres señales. Al cuarto tono, alguien descolgó.

-¿Marta? -dijo una voz femenina que no reconoció a la primera. Ciertamente no era lo que fuese que esperaba escuchar. Frunció el ceño.

-¿Fina?

-No... Soy Carmen.

Se hizo una pausa densa.

-¿Está Fina?

-No. -respondió Carmen sin rodeos. -Osea, sí, pero no le voy a dejar ponerse al teléfono contigo. Lo siento.

-Solo quería... decirle que lo siento mucho por todo.

-Lo sé. No lo dudo. -dijo Carmen, sin brusquedad pero sin abrir ninguna puerta. -Pero no es una buena idea que hables con ella. Fina está muy dolida todavía. Está intentando cerrar esta etapa.

Tragó saliva. Sea como fuese que supiese la humillación pudo sentir ese sabor subiéndosele al paladar. No le hacía ninguna falta preguntar por qué; lo sabía. Claro que lo sabía. No le hacía falta marcar el número de la mujer a la que amaba para que nadie le confirmase eso.

-¿Ella... ella está bien?

La otra mujer tardó un momento en responder.

-Dentro de lo que cabe, no le va tan mal. Le han ofrecido un trabajo en Londres. Se va en quince días.

Marta se quedó sin aire por un instante. No sabía si alegrarse por ella o romperse del todo.

-No sabía nada. Me alegro por ella. -murmuró. -De verdad.

-Ha sido tu padre.

-Ah... -Marta se quedó sin aire en el cuerpo. Londres. Tan lejos. Tan definitivo. No sabía si alegrarse por ella o llorar por sí misma. Sospechaba que, en el fondo, estaría haciendo las dos cosas al mismo tiempo.

-¿No lo sabías? Ha movido contactos para alejarla del escándalo y ahorrarle los costes de enviar el tratamiento de su padre todos los meses.

-Claro. Tiene sentido.

-Lo mejor para ella es alejarse, Marta. -continuó Carmen. -Lo necesita. Y tú también. Así que va a ser mejor que no intentes contactarla de nuevo. No es por venganza ni por rencor. Espero que lo entiendas. Lo está pasando muy mal con todo este asunto del vídeo, y con... vuestra ruptura, si es que estuvisteis juntas en algún punto.

El tono de la última parte de la frase le dio deseos de vociferar un "¡Claro que estuvimos juntas! ¿Ni siquiera entiendes que lo dije porque era lo mejor para ella? ¡Es el amor de mi vida!" al teléfono para que la andaluza se diese por enterada. Pero estaba tan devastada que no le salió más que un breve "Vale, gracias por decírmelo."

-Cuídate. Y por favor, no la llames más. -respondió Carmen antes de colgar.

La llamada murió con un pitido frío y monótono. Marta bajó el brazo con lentitud; sentía que estaba dejando caer bastante más que un móvil. Lo dejó sobre la mesa sin mirarlo, como si quemara. Durante un instante solo hubo silencio. Luego la habitación pareció girar a su alrededor.

-No... no... no... por favor, no... Fina... -murmuró, una y otra vez, sin saber a qué exactamente se lo estaba diciendo. Al mundo. A Dios. A Fina. A sí misma.

Dejó caer la cabeza hacia adelante, los codos apoyados en las rodillas, las manos temblorosas cubriéndole la cara. Era como si todo su interior hubiera empezado a deshacerse por capas, como la pintura vieja de la casa de campo cuando eran jóvenes y Fina se dedicaba a arrancar los desconchados para ver qué había debajo.

-Fina... Por favor... -sollozó entrecorta. -Por favor... No, no... No...

Al principio no salió nada. Solo respiraciones irregulares, igual que si su cuerpo estuviera intentando adaptarse a no tener tanto oxígeno como necesitaba. Después llegó el llanto sordo y sin forma que le desgarró el estómago, el pecho, la garganta, la existencia entera. Luego vino el temblor. Le castañeteaban los dientes aunque el piso estaba lejos de estar frío. Cayó al suelo, buscando cada vez más desesperadamente un aire que no encontró.

Quiso llamarla de nuevo pero no pudo; no tenía valor. Saber que la mera presencia de su nombre en la pantalla había sido una fuente de dolor para Fina le dio ganas de disolverse hasta no dejar rastro de su existencia. Se arrastró hasta el baño y dejó el grifo abierto tras lavarse la cara en un intento de tranquilizarse, golpeando el mármol con las manos mojadas hasta que le dolieron tanto los costados que apenas podía cerrarlas.

No reconoció a lo que fuera que le miraba desde el otro lado del espejo. Ya ni siquiera se sentía como una persona; sentía que se había convertido en un engendro. Un compendio de problemas para otros. Un vegetal en plena putrefacción. No sabía cuánto tiempo pasó allí simplemente mirándose con desprecio y con asco. Tanto daba; ya no quedaba nadie al otro lado que le recordase que la factura del agua iba a subir demasiado si continuaba dejando el grifo correr.

La noche era ahora densa y cruel. El motor del coche rugió al arrancar, rompiendo el silencio con el estruendo un disparo. Ni siquiera encendió la radio; no quería oir absolutamente nada. Solo puso las manos en el volante y condujo. El trayecto entero lo hizo con la mirada fija en la carretera y los nudillos blancos de la fuerza con que sujetaba el volante. Lo único que sentía era esa urgencia opaca y desesperada de irse. De ir a cualquier parte donde no estuviera ella misma.

Eventualmente el coche se detuvo frente al portón semioxidado de la casa de campo. Marta apagó el motor sin quitarse el cinturón, y durante un largo minuto no se movió. Ordenó en su mente las cosas que necesitaba hacer antes de que terminase la noche. Ninguna le pareció importante.

Notes:

Estaba productiva después de tanta movida así que este capítulo es más largo de lo que acostumbro últimamente jejejeje

Aprovecho para dar las gracias a mi beta habitual @firepollito un día mas, y a @haught4kindness por ayudarme con las correcciones de este capítulo.