Chapter 1: Tiburones y comida
Chapter Text
Oscar debía admitir que tenía cierta debilidad en torno a Lando; lo consideraba su mejor amigo, el hermano que nunca tuvo. No se quejaba; agradecía haber crecido rodeado de mujeres. No quería caer en estereotipos, pero gracias a su madre no se morían de hambre. No podía vivir pidiendo o de restaurante en restaurante, pero solo pensar en comer lo que Lando cocina le provocaba náuseas. No por menospreciar el esfuerzo de su amado roomie, sino porque Lando podía tener la comida guardada por meses, y la última de sus "creaciones" lo había dejado sin ir a la universidad durante tres días. Por eso, prefería cocinar.
En serio, no se quejaba. Pero, ¿le costaba tanto avisar que tendrían invitados? Nunca le reclamaría a Lando; sabía que se ofrecería a cocinar o que le sacaría en cara el hecho de que, desde que Sacha había regresado a Argentina, no invitaba a nadie. No habían pasado más de dos semanas desde eso, pero no quería verse comiendo de nuevo sus experimentos, ni quería a su compañero llorando por los rincones del departamento.
Vamos, ¿qué podía salir mal? Solo serían tres: ellos y el tan mencionado Franco Colapinto. No entendía qué tenía de tan interesante o divertido; Lando no dejaba de hablar de él. No podía opinar mucho sobre el otro, ya que solo lo había visto una vez en una fiesta, y podría jurar que este era más alcohol que persona en esa ocasión, o eso esperaba. Dudaba que sobrio tuviera ese tipo de conversaciones.
De repente, su mente divagó hacia el recuerdo de Franco.
—Te lo digo, Lando, los tiburones no tienen piernas. ¡Eso me da ventaja inmediata en tierra firme! Ya gané el triatlón.
—Claro, pero un tiburón no necesita piernas. Nadando te gana seguro, y si llegas al ciclismo con las piernas cansadas, estás frito —respondía Lando, riendo sin parar.
Oscar los observaba desde la esquina, sintiéndose como un extraterrestre en medio de la conversación.
— ¿De verdad están debatiendo eso? —preguntó, arqueando una ceja.
—Es importante. Es una cuestión de estrategias —insistía Franco con seriedad absoluta.
—¡Exacto! Estrategia, Óscar. Tú eres el ingeniero, deberías darnos una respuesta lógica —animó Lando, emocionado por la discusión.
Oscar suspiró, resignado. —Dependerá de cuánta hambre tenga el tiburón.
El australiano debía admitir que estaba sorprendido la primera vez que vio a Franco; no habían hablado mucho, y ahora podía entender un poco del porqué Lando no dejaba de hablar del otro:
- Se inscribió en la misma carrera que él y empieza el año que viene.
- Habla mínimo tres idiomas y hasta por los codos.
- Lleva seis meses viviendo ahí y ya tiene un círculo de amigos igual o más grande que el de él; cabe aclarar que él lleva viviendo allí más de cinco años.
- Y la que parecía ser más importante: Franco es argentino, y es sabido que Lando tiene una debilidad por los que nacieron del otro lado del charco.
Oscar pensaba que el nuevo pasatiempo de Norris iba a ser coleccionar gente de las Américas como si fueran pokemones, aunque sabía que en su lista siempre iba a faltar uno, ya que por más que se llevara bien con Verstappen, este no dejaba que se acercara. Mucho a Checo, el mexicano, por más que fuera un sol. Tenía un defecto en su pareja. Pocos podrían saber que los llevó a esos dos a terminar juntos; tal vez un claro ejemplo de que los opuestos se atraen.
El almuerzo transcurrió tranquilo, con el argentino halagando las habilidades culinarias de Piastri a cada momento. —Al principio no iba a venir; cuando me invitaste a comer, pensé en algunas excusas, pero no se me ocurrió ninguna buena. —Tenía miedo de que cocinaras tú —comentó Franco a Norris. Este solo lo miró de mala manera mientras tenía los ojos en blanco, y Oscar se reía.
—No te enojes, pero una vez me diste comida que tenías guardada hace tanto que ni sabías qué era. Debes agradecer que Piastri sea bueno en la cocina. Aunque no puedo juzgarte tanto. Si no fuera por Alex, moría de hambre —agregaba Franco mientras se reía de Lando.
—¿Alex Albón? —preguntó Piastri.
—Sí, me recibió cuando llegué, así que vivimos juntos. ¿Lo conoces? ¿Son cercanos?
—Sí, bueno, o eso pensaba; no sabía que había conseguido un nuevo compañero. Pensé que vivía solo desde que Logan se fue y Lily empezó a trabajar de nuevo.
Franco sabía que la novia de Alex vivía en otro país, pero no sabía quién era Logan, aunque le agradecía que le dejara su lugar. Alex era el mejor compañero del mundo, era una masita dulce; le hacía el desayuno y cocinaba siempre. El argentino debía aceptar que si Lily no estuviera en el mapa, él le pediría matrimonio a Albon; este era definitivamente su tipo. Tenerlo de compañero era tener cariño y comida asegurada, todo lo que Franco necesitaba para ser feliz.
Lando desapareció, dejándolos solo en la cocina. El argentino se ofreció a lavar los platos y, a pesar de la negativa de Piastri, este terminó saliendo igual. Así que después de terminar de ayudar con la limpieza y molestar a Lando, agradeciendo a los dioses el hecho de que este no hubiera cocinado. Le agradeció a Óscar por todo y se fue. El australiano entendía un poco mejor a Norris respecto a Franco ahora; era divertido y carismático, pero aún no confiaba en él. A diferencia de Lando, él era más reservado a la hora de establecer amistades; Este aseguraba que si dejaba a su mejor amigo en un parque solo, tranquilamente podría hacerse amigo hasta de los árboles. Esa es la razón por la cual lo habían lastimado varias veces en el pasado, así que solo por eso tendría a Franco vigilado.
Chapter 2: ¿12 horas?
Chapter Text
Checo conoció a Franco gracias a que Alex aún considera a Verstappen su amigo. solo le dijeron a este que era una historia larga para contar, pero que ahora eran amigos de nuevo. Como el argentino se encariñó rápido con el mexicano, lo que este dijera se convertía en la última palabra. El cariño surgió de ambos lados; desde la primera semana de conocerse, ya parecía que Checo había decidido adoptarlo, tal vez porque veía un poco de su historia reflejada en él.
Pero Franco no se iba a quejar de que le dieran amor, y nadie de los presentes iba a cuestionar al mexicano. Para Max estaba bien todo lo que hacía feliz a su pareja, y si el argentino lo hacía, lo iba a tratar como a un hijo con tal de hacer feliz al amor de su vida. Albon estaba bien con la nueva dinámica; no le molestaba ir a comer con Checo y Max y, de paso, salir más. Tenía que admitir que, desde que Lily se fue del país y Logan dejó el departamento, se había mantenido bastante alejado de todos; tal vez un Colapinto era lo que necesitaba su vida ahora. Nunca le pediría a Lily que dejara sus sueños, y él no podía mudarse; tenía una carrera que terminar y deudas que pagar. ya que Su auto se habia vuelto a romper y no iba a salir barato arreglarlo.
El argentino parecía unirlos a todos de a poco, ya que Checo no perdió el tiempo y lo fue presentando a todos sus amigos. Ahí descubrió dos grandes debilidades de este. La primera: Franco era una persona superhogareña y familiera; la segunda: "Lewis Hamilton". Max quedó sorprendido cuando vio que Franco llevaba más de 10 segundos sin hablar; parecía que había visto a un ángel, al amor de su vida, o el mejor asado del mundo. Y así se debió haber sentido Hamilton cuando sintió la mirada embobada de Franco. Este había crecido siendo fan de Lewis y ahora lo tenía al frente; era de las pocas veces que se quedaba sin palabras. No sabía qué decir; las palabras se acumulaban en su cerebro y su lengua no las soltaba, hasta que el mexicano se apiadó de él y lo ayudó.
—Lewis, este es Franco, un nuevo amigo —dijo Checo, riendo de la cara de bobo que tenía Franco en ese momento.
Hamilton había cometido el peor error del mundo, según Max: pedirle a Franco que lo trate con confianza. esto hizo que toda la noche se la pasara pegado a este y hablando de todo; no parecía que al otro le molestara, así que nadie lo detuvo. La noche terminó tranquila para todos; el argentino, si ya quería a Checo, con esto definitivamente lo amaba. Le haría un altar en el departamento de Alex cuando llegara. Con suerte, no se quejaría porque le redecorara el departamento.
En los seis meses que llevaba viviendo ahí, la vida del argentino había dado un giro de 180 grados. Gracias a Alex y a Checo, había conocido personas increíbles y se sentía como en casa. Todo parecía ir bien hasta que se acordó de que tenía abandonado a Lando, quien no perdió el tiempo en reclamarle lo mal amigo que era cuando este, por fin, le llamó.
—¿Te dejaron abandonado tus nuevos amigos? —¿O por qué me llamas ahora? —dijo Lando con un tono que demostraba molestia.
Franco tuvo que rogarle y ofrecerle llevarlo a comer para que este decidiera perdonarlo; sabía que era fácil de convencer, pero, ¿quién se niega a ir a comer? Habían quedado en salir el viernes, ya que estaba terminando unos trabajos para la universidad. El argentino se había ofrecido a ayudarlo, pero debía admitir que el diseño no era lo suyo y todos lo sabían.
Lando había terminado todo y estaba listo para ir por el argentino a comer; solo había un pequeño problema de 1,78 metros parado frente a la puerta: se había olvidado de decirle a Oscar que no iba a comer en el departamento y que iba a volver tarde. Piastri recién llegaba de la universidad cuando Norris iba saliendo.
—No sabía que te ibas hoy, ¿ya volvió Sacha? —preguntó Oscar mientras dejaba sus cosas y se acomodaba en el sillón. Hace días que no dormía bien por terminar el maldito trabajo que tenía que entregar hoy.
—Sí, me olvidé de avisarte que no iba a comer acá hoy, lo siento —respondió Lando mientras trataba de evitar que le preguntara con quién saldría. Sabía que a este no le gustaría ni un poco la respuesta.
—¿Me estás evitando por algo en específico? ¿Tengo que adivinar o me ahorras todo eso porque soy tu mejor amigo y no he dormido? —le dijo a Lando mientras se trataba de acomodar para dormir en el sillón; no tenía ni ganas de ir a su cama. A Norris no le quedó otra que responderle.
—Te diré con quién voy a salir, pero primero tienes que aceptar que no te vas a enojar y tener en cuenta que me pidió perdón y que va a pagar él.
Oscar solo se limitó a asentir con la cabeza; ya se podía imaginar por dónde iba todo. Los argentinos tenían mal a su amigo; solo podía defender a Sacha porque tenía que ir con su familia. El otro le parecía el mayor hdp del momento; hizo nuevos amigos y se olvidó de Lando. ¿Tan poco le había durado el cariño?
Cuando Lando se dignó a decirlo, él ya lo sabiá, asi que se quedo viendo como este juntaba sus cosas para huir del departamento como si estuviera ahí el mismo diablo, y solo le dijo:
—No quiero escuchar que te quejas después o me voy a arrepentir de ser tu mejor amigo.
No quería ser malo, solo no quería que siguieran usando a su amigo y, ya que este parecía no poder estar enojado con nadie, él se enojaría por los dos.
Así que no fue nada grato el susto que se llevó cuando alguien tocó el timbre del departamento como si lo persiguiera un asesino. Solo abrió porque pensó que podía ser su vecina, una señora mayor que no escucha ni sus pensamientos; no se podía imaginar quién más podía molestar tanto con el maldito timbre.
Definitivamente, hubiera preferido que fuera su vieja vecina la que estuviera tras el marco de la puerta y no Franco Colapinto cargando a su mejor amigo como si este fuera una delicada princesa, una princesa que apestaba a alcohol y apenas si estaba despierta. No reaccionó hasta que Franco le pidió que se moviera para poder entrar con Lando.
—¿Puedes juzgarme cuando esté adentro? Lando no es tan liviano como parece —dijo Franco mientras lo corría de la entrada. Este esperó indicaciones para saber dónde dejar a su dormido amigo, pero el dueño de casa seguía sin reaccionar. Así que fue a dejarlo en el sillón, cuando un Piastri con cara de muy pocos amigos le pidió, en un tono que parecía una orden muy poco sutil, que lo llevara a su habitación.
Todo hubiera terminado rápido si Oscar le hubiera dicho desde el principio cuál era la habitación de Lando. Si hubiera sido así, se habría ahorrado tener que cambiar a Lando de cama porque lo dejó en la de Piastri, y este apareció solo para decirle que no era ahí. Cuando por fin pudo acostar a su amigo, pensó que todo había terminado; estaba equivocado. Aún tenía que pasar por Piastri para poder salir. No es que le tuviera miedo, pero definitivamente no quería poner a prueba todo lo que Lando le había dicho de este.
—Vamos, ya vete, me quiero acostar —lo apuró Oscar, quien tenía abrazada una almohada y parecía aún algo atontado.
El argentino hubiera pensado que era una imagen muy tierna, si no fuera porque este lo estaba empujando fuera del departamento. Franco solo pudo agarrarlo de la mano antes de caer al piso por los empujones que el australiano le había dado; ahora tenía más problemas que cuando llegó. Se había doblado la muñeca y le dolía como el infierno, y tenía a un no tan pequeño Oscar arriba, uno que lo estaba mirando como si se debatiera si matarlo o no. Así que, antes de que este pudiera decidir si era o no buena idea, él tuvo una mucho peor: molestar a alguien que ha dormido poco.
—Vamos, no me mires así, es tu culpa. Si me hubieras ayudado desde el principio, esto no hubiera pasado —dijo Franco mientras se sacaba a Piastri de arriba. Bueno, al menos lo trataba.
Oscar, quien ya estaba pensando en cómo esconder el cuerpo, solo se limitó a levantarse y mirar desde arriba a Franco, quien aún se sobaba donde se golpeó.
—¿Mi culpa? Yo no hice que el lando fuera más alcohol que persona; yo no los obligué a despertarme. Además, ¿quién toma tanto a las tres de la tarde?
Franco lo miraba como si le hubiera salido otra cabeza y de la nada fuera color azul.
—¿Tres de la tarde? Van a ser casi las cuatro de la mañana. No sé qué tal esté tu vista, pero deberías ir a que te controlen —le respondió Franco en un tono que denotaba sarcasmo. Este no esperó respuesta, así que se levantó y se fue, dejando a Piastri procesar su pequeña siesta.
Oscar no entendía nada; no estaba de humor para aguantar a Franco. Así que, cuando este le respondió, no le prestó atención y se limitó a cerrar la puerta e irse a su cama. No había dormido bien por estar en el sillón y, como si fuera poco, lo despertaron de su bello sueño de ¿12 horas? ¡ Piastri había agarrado el celular antes de volver a dormir solo para ver la hora y descubrir que podía dormir tanto como un koala, algo que le preocuparía cuando se despertara, después de retar a Lando por todo lo que le había hecho pasar.
Chapter 3: Pequeña reunión
Chapter Text
Checo había descubierto desde el primer momento que Franco era alguien familiero y hogareño; le recordaba mucho a su familia y a México. Por eso, había decidido hacer algo por él: una pequeña reunión para presentarlo oficialmente al grupo y darle la bienvenida. Sería algo tranquilo y chiquito; solo invitó a sus amigos más cercanos. El plan original era que Franco hiciera asado. Había presumido sus habilidades mil veces con Max y este quería ponerlo a prueba, pero para su suerte, como pronosticaban lluvias, el mexicano decidió que cada uno podía llevar algo que le representara o le recordara a su hogar.
Lando había aceptado ir porque él y Oscar no veían a sus amigos hacía un tiempo; además, era la mejor excusa para que este lo perdonara. Ya había pasado casi una semana y seguía molesto con él. ¿Había bebido hasta no saber ni su nombre? Sí. ¿Lo había despertado de su dulce sueño? Sí. ¿Lo había hecho tener que aguantarse a Franco? Sí. Pero ya le había pedido perdón muchas veces; incluso se ofreció a cocinar un mes entero. Sin embargo, este se negaba a dejarlo pasar.
No fue hasta que aceptó limpiar el departamento durante dos meses, regar las plantas y ayudar a su vecina con su gato, que decidió perdonarlo. Piastri debía aceptar que no estaba tan enojado, pero al menos esperaba que con esto su amigo tuviera más cuidado cuando decidiera salir con el argentino, o, mucho mejor, que no saliera con este.
Y como Lando odiaba ver a su mejor amigo molesto con él, le había prometido no volver a invitar a Franco a tomar ni salir con él por un tiempo. Aun así, este quería hacer algo el fin de semana, y qué mejor que ir a la casa de un amigo a comer y pasar un buen rato en la pequeña reunión que sus amigos organizaban. despues de todo le dijeron que solo serían unos pocos amigos; además, según Checo, él y Lando ya conocían a todos.
Vaya sorpresa se llevaron cuando, al llegar a la pequeña reunión, eran más de las diez personas que ellos se imaginaban. Si había algo en lo que Max no escatimaba para nada era en las reuniones que organizaban en su casa; desde la entrada de la casa hasta la gran piscina estaban decoradas con luces. Piastri definitivamente necesitaba ver cómo eran las reuniones de Checo en México, porque, definitivamente, para él esto no era ni de cerca una "pequeña y tranquila reunión", como le habían dicho.
El mexicano no le había mentido; sí conocían a los que estaban ahí, pero nunca se imaginó que los iba a poder juntar. Si el que tenía la vida más tranquila de todos los presentes con suerte había alcanzado a ir, no se imaginaba poder organizar para que todos estuvieran ahí. Definitivamente, era un poder que solo Checo tenía.
Y como lo habían pedido los dueños de casa, cada uno traía algo. Franco y Alex decidieron hacer empanadas; solo necesitaron muchos ingredientes, dos horas de videos en YouTube y que Franco llamara a su madre para que los guiara. Albon no era malo en la cocina, pero Franco no era el mejor co-chef; daba las instrucciones mal y se distraía con todo. A pesar de eso, no se quemaron y quedaron bien. La madre del argentino les había dicho que estaba orgullosa de ellos.
Alonso le pidió a Stroll que comprara algo por los dos, y este decidió que lo mejor eran unos vinos, vinos que hicieron llorar a Max con su precio, y eso que Max trabajaba solo para que Checo tuviera tiempo de paz. ¿Lando? Bien, gracias. El había decidido que mejor le pedía a su amigo que se hiciera cargo, y como Oscar no había tenido tiempo de cocinar; ya que recién llegaba de ver a su familia, solo compró pizza en el camino; su excusa era que todos las habían comido en la niñez. Max puso la casa y, aunque Checo no tenía que poner nada, decidió que haría tacos, y menos mal. Porque solo estaban las empanadas argentinas, las pizzas de Piastri y sus tacos. Ya que el resto optó por algunos postres y bebidas: más de quince personas, algo de comida y mucho alcohol. Definitivamente, sería una noche interesante.
Eso pensaba Óscar hasta que, al entrar en la gran cocina de la casa para poder dejar las pizzas, lo primero que vio fue a un argentino que reía hasta casi llorar en los brazos de Albon. ¿De toda la población argentina se tenía que venir a encontrar con este? Ya sabía que era amigo de Alex, aunque no esperaba que también lo fuera del resto. No llevaba ni un año en el grupo y ya los trataba como si fueran amigos de toda la vida. El australiano estaba tan metido en sus pensamientos que no se dio cuenta de que iba caminando directo hacia el dueño de sus pensamientos más desagradables. Solo reaccionó cuando escuchó al argentino maldiciéndolo.
—Ya noté que no te caigo bien, pero creo que romperme el otro brazo es demasiado —le decía Franco mientras fingía llorar en los brazos de Checo, quien recién entraba en la cocina. Estaba tan distraído que no había notado que el otro traía férula en la mano. El comentario de Franco hizo que el resto lo viera como si fuera un asesino.
—¿Me estás diciendo que el tronco que te cayó encima era Óscar? —le preguntaba un Checo totalmente sorprendido a Franco, quien seguía en sus brazos. Piastri pudo ver la maldad recorrer todo el cuerpo de Franco mientras este lo miraba. No habían pasado ni diez segundos, pero él ya se había imaginado todo lo que el otro iba a decir. Grande fue la sorpresa cuando este le respondió a Checo diciendo que era una broma y que él se había lastimado solo cuando trataba de cargar a Lando hasta su cama.
No es que él le tuviera miedo a Checo; nunca lo había visto molesto, y tampoco quería, pero lo que menos quería era tener que explicar todo lo que pasó esa noche. Además de que no se acordaba de todo, le molestaba pensar en el argentino, así que solo se limitó a pedirle perdón e ir a sentarse en el patio con el resto de los invitados.
La noche transcurría bastante tranquila; solo Franco y Lando, además de Max, tenían traje de baño, así que eran los únicos nadando, mientras que el resto estaba sentado en la orilla o en los sillones que Max tenía en el gran patio. Nadie podía negar que la casa era preciosa y que definitivamente había sido el mexicano quien había elegido todo.
No era que el neerlandés tuviera feo gusto o no quisiera hacerlo, pero le gustaba ver a Checo hacer cosas que amaba y definitivamente esa casa era uno de los grandes proyectos de este. Max miraba embobado a su pareja y lo feliz que se encontraba en ese momento con la casa llena de amigos, pero lo más importante, llena de gente que lo amaba. No podía evitar sentir una punzada en el corazón al imaginar lo mal que se encontraban cuando decidieron mudarse a ese lugar. Sabe que dejar México había sido un gran golpe para su pareja. Lo que no sabía era el porqué de que los recuerdos de esos momentos empezaran a bombardearlo ahora.
—Podemos quedarnos acá si aún quieres; no es tarde para cambiar de decisión. Tú tienes todo acá; México es tu hogar y yo estoy bien siempre y cuando estés a mi lado. Checo tenía la mirada perdida; los ruidos de toda la gente en el aeropuerto lo tenían agobiado. Había llorado toda la noche y solo quería irse. No quería tratar mal a Max, no se había dado cuenta de lo mal que sonó cuando le dijo a este: "México no es mi hogar, deja ya de decirlo, solo vámonos y ya".
Checo había estado mirando cómo nadaba Max hace rato mientrasdivagaba y solo podía agradecer el hecho de tenerlo en su vida. Estaba tan metido en sus pensamientos que no había notado que llevaba mucho tiempo mirándolo fijo; solo lo notó cuando Franco decidió molestarlo diciéndole que fuera a besarlo y ya, que de tanta baba que se le caía podían regar todo el lugar.
La comida empezaba a acabarse, pero si de algo estaban seguros era de que alcohol no les iba a faltar.
Chapter 4: " La familia del futuro"
Summary:
https://youtu.be/qrUbjU4oluk?si=Ako3V-Z9hhKJqLIL
Chapter Text
Lando había decidido que sería el DJ de la noche, y nadie le había dicho nada. Max, que antes estaba poniendo música, tenía cosas más interesantes que hacer, como besar a Checo tanto que la luna sentiría envidia. Ni todos los besos al aire que ella había recibido se compararían con todos los que él tenía para el amor de su vida.
Entre el alcohol y la música, la tranquila reunión de Checo había pasado al olvido. Franco estaba sorprendido de lo que la música correcta en el momento preciso podía hacer; la reunión había pasado a ser una fiesta en todo el sentido de la palabra. Todos los presentes bailaban; debía admitir que algunos lo hacían mejor que otros, y él estaba entre los que no lo hacían nada bien. Así que se quedó sentado, observando cómo los demás se movían.
Leclerc bailaba apenas moviendo las caderas; todo el ritmo lo llevaba en los brazos. El trago que tenía en la mano ya había subido y bajado tanto al ritmo de la música que podía ser un batido. Checo y Max definitivamente eran los peores, pero había una aura de intimidad y deseo que los envolvía, haciendo que sus pasos descoordinados tuvieran todo el sentido del mundo. La mano de Max en las caderas de Checo, siguiendo el ritmo de este, parecía ser todo lo que ellos necesitaban.
George bailaba con Lewis y, para su sorpresa, no era el peor bailando, en cambio Hamilton era digno de ver al moverse; algo en su mirada y en la sensualidad que desprendía lo había dejado embobado. Se hubiera quedado mil horas viéndolo bailar si no fuera porque una imagen aún más sorprendente captó su atención: Oscar bailando con Lando y Alex, como si la distancia social no debiera existir. No sabía que Alex podía moverse así. Definitivamente, el alcohol hacía milagros. Ver a Lando bailar como si tuviera el ritmo y la pasión en la sangre no lo sorprendía; ya había visto a su amigo varias veces. Sin embargo, su atención se centró en el australiano, que había sido una verdadera sorpresa.
No sabía si era el brazo de Alex que lo rodeaba desde atrás o la mano de Oscar en el cuello de Lando, acercándolo peligrosamente, pero algo en esa imagen lo tenía embobado. A pesar de estar en el medio, él definitivamente no les estaba bailando a los otros dos; todo lo contrario. Si fuera una vieja película, el dúo sería las bailarinas, el botín a presumir, y el australiano, sin duda, el rey para quienes bailaban. Este estaba rodeado por un aura de poder y control que contrastaba demasiado bien con la sensualidad que los envolvía.
No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado mirándolos, pero hubiera seguido si no fuera porque Fernando se había acercado a hablarle. "Deberías unirte a ellos o dejar de comértelos con la mirada", le dijo. Ese comentario lo hizo volver a la realidad; iba a fingir o a decirle que no estaba mirándolos, pero antes de que pudiera decir algo, Fernando continuó: "Llevas mirándolos hace como diez minutos, amigo, no intentes negarlo". Quería que alguien lo metiera en una caja y la tirara muy lejos; esperaba que nadie más se hubiera dado cuenta.
Nunca había negado que Lando era una persona atractiva y ya había confesado haber tenido un enamoramiento por Alex, pero ¿Piastri? Está bien, sobrio solo lo había visto la vez que fue a comer con ellos, pero definitivamente no era lo que le gustaba. El físico de Lando era su tipo; todo Albon era su tipo. ¿Pero Piastri? Que parecía una pared; a pesar de ser más bajo que Alex, el tipo le había roto la muñeca con solo empujarlo y ni hablar del carácter de este. No. Este no era para nada su tipo; debía ser el alcohol.
Del otro lado de la fiesta, observando y debatiendo todo, se encontraba Checo junto con Carlos, discutiendo cuál de los tres era a quien Franco quería comerse o que se lo comiera. Si había algo que a él mexicano, le gustaba, era hablar su propio idioma, y más cuando estaba ya algo tomado. Tal vez por eso su amistad con este y Alonso era tan importante para él; le traían vagos recuerdos de su hogar.
Max estaba con Ricciardo, que había llegado tarde, pero ya estaba en ambiente y se estaba poniendo a la par de los demás con el alcohol. Con el paso de las horas, la música pasó a segundo plano y comenzaron a agruparse para hablar de la vida y cualquier cosa con la que se pudieran convertir en filósofos.
Las charlas empezaban a perder sentido, y no fue hasta que Lando decidió preguntarle a Franco cómo había conocido a todos que todo se volvió en torno al argentino. Este trataba de responderle de una manera simple, pero más que una charla, parecía una evaluación. Cuando se equivocó al decir quién le había presentado a Ricciardo, Max se ofendió y tuvo que empezar de nuevo. Le había pedido a Lando que prestara atención porque no haría eso dos veces.
"Es simple", le dijo el argentino a Norris. "Presta atención porque no diré esto de nuevo". Mientras todos se acercaban a escuchar qué era lo que los tenía tan concentrados, Franco comenzó a hablar.
"Conocía a Alex durante un viaje de avión y, de ahí, no pude sacarlo de mi vida; me necesitaba para todo", decía el argentino con sarcasmo. "Vos me presentaste a Piastri, quien después me rompió la mano. Alex me presentó a Checo, quien conoció gracias a Max, ya que estos habían sido roomies en algún momento. A Lewis lo conocí gracias a ellos, y él me presentó a Russell. Son compañeros de trabajo, además de amigos. Sé que este se la pasa peleando con Max, según Checo, porque ambos defienden lo que quieren con pasión", dijo mientras se reía. Solo paró para tomar del trago que tenía en la mano y así poder seguir.
"Russell me presentó a Leclerc; trabajan juntos en algo de película que aún no se estrena, o algo así. Charles me presentó a Carlos, que es buen amigo tuyo por lo que sé, y de Checo, sé que este tiene debilidad por los que hablan español", dijo mirando a los dueños de casa solo para molestarlos. "Esto nos lleva a Alonso, quien es amigo de Carlos y de Checo; comparte nacionalidad con Carlos".
Tomó una gran bocanada de aire y, como si estuviera rapeando, continuó. "Fernando me presentó a Stroll, quien tiene de mejor amigo a Checo; sé que Max no aprueba esta amistad", dijo mientras se reía aún más de la cara que había puesto el último mencionado.
Si ya no estaba mareado para ese momento, Alex le recordó que él le había presentado a Zhou; sabía que este le había dado algunas clases de cocina, con lo que pudo conquistar a Lily. Zhou le presentó a Bottas, quien es de la misma promoción que Checo. Alex dijo que no hay nadie en el grupo que no lo haya visto desnudo. Verstappen no es el rey de los amigos, pero le presentó a Ricciardo, quien trabajó un tiempo con Yuki, el otro hijo adoptivo de Checo. Yuki vive en Japón y vive con Gasly.
Ya para este momento, le faltaba el aire al argentino, quien estaba entre concentrado por no perderse mientras iba mencionando a los presentes y poder reírse. "Gasly nos lleva a Ocon, quien al parecer también es buen amigo de Checo", dijo Franco, riendo al darse cuenta de que todos parecían tener un lazo con el mexicano. "Volvimos a Checo, quien me presentó a Hülkenberg y Magnussen".
Cuando Franco terminó, solo esperaba no haberse olvidado de nadie. Todos parecían bastante divertidos con la situación, incluso Oscar, que debatía con Lando en qué película habían visto algo parecido. Lo último que el argentino recuerda de esa noche es al australiano gritando de la nada, al mismo tiempo que Norris: "¡La familia del futuro!"
Chapter 5: Almohadas y drama
Chapter Text
Muchos de los invitados ya se habían ido; solo quedaban los dueños de casa y unas pocas personas. Oscar buscaba sus llaves para poder irse. Mientras tanto, Checo les había ofrecido al argentino y al tailandés quedarse a dormir, ya que no tenían auto. Piastri seguía molesto con Franco, así que se negó a llevarlos, a pesar de que iban al mismo lugar. Bueno, en realidad se ofreció a llevar solo a Alex, dejando claro que Franco no era bienvenido.
Estaban por aceptar quedarse cuando George se ofreció a llevarlos. Sin embargo, justo antes de salir, Max decidió que él los llevaría. Ya había aceptado llevar a Norris y a Piastri, pues este último había perdido sus llaves y, de todas formas, los cuatro vivían cerca. Además, la casa de George quedaba en dirección opuesta.
Piastri no estaba preocupado por sus llaves; el mexicano le había dicho que las buscaría con más luz al día siguiente y que le llevaría el auto hasta su casa. Además, se ahorraba conducir. No es que le molestara, pero había bebido mucho más que Max.
Albon se sentó adelante junto con Max, ya que Checo prefirió que no fueran apretados y se quedó con el resto de los invitados. Lando discutió con Piastri por sentarse junto a la ventana, ya que Franco iría del otro lado y sería el primero en bajarse. Al menos ese era el plan, hasta que notaron que Piastri apenas cabía en el medio. El argentino, como último acto de bondad de la noche, dejó que Piastri se quedara del otro lado, quedándose él en el medio. Max se había olvidado el celular y nadie más parecía querer poner música, así que decidieron tener una leve plática para llenar el vacío.
El neerlandés, buscando conversación, preguntó a Alex por su auto, que sabía estaba roto nuevamente. Pensó que sería un buen tema para romper el hielo. Durante el trayecto, Alex explicó todo lo que ya le había arreglado al coche y lo que se había vuelto a descomponer. Max lo molestó, diciéndole que mejor lo tirara y que él mismo le regalaría otro. Ambos rieron, sabiendo que Albon no abandonaría ese auto por nada. Franco, observando la interacción, se preguntó quién le había hecho tanto daño a Alex como para que considerara su auto pegado con cinta su lugar seguro.
Alex empezaba a quedarse dormido, y su cabeza golpeaba suavemente la ventana. Lando aprovechaba el cambio de horario para hablar con Sacha por mensaje, mientras Oscar intentaba mantener cierta distancia de Franco, quien prácticamente se le había subido encima. Por un momento, no le pareció mala idea dejar que lo usara de almohada, aunque no esperaba que el otro lo tomara tan literal. Solo había aceptado porque Franco le había cedido el lugar junto a la ventana.
El dúo que se tenía que bajar se había quedado dormido, aunque ambos no corrieron la misma suerte. Max despertó a Alex sacudiéndolo, mientras Óscar trataba de hacerlo suave y sin asustar a Franco, cosa que no estaba dando resultado. Cuando Alex terminó de insultar a Max en mil idiomas, decidió bajar y ayudar a Óscar con Franco. Solo bastó con que Alex empezara a hacerle cariño en la cabeza para que este despertara. Bueno, decir que estaba despierto era mucho. Seguía atontado, pero salió del auto directo a abrazar a Albon, quien se despidió de los chicos y lo guió al departamento. Piastri podría jurar que si no fuera por el tailandés, Franco habría dormido en el piso del departamento.
Oscar decidió no dormir; quedaba poco para llegar a su casa. En su lugar, intentó entablar conversación con Max.
—¿Cuánto tiempo llevas saliendo con Checo?
Max lo pensó un momento antes de responder:
—Saliendo, mucho. Casados, tres años.
Oscar sabía que estaban juntos, pero no que se habían casado. No es como si hablara mucho con ellos, pero le sorprendió no saberlo.
—Felicidades, no sabía que estaban casados.
—Gracias. No es algo que Checo ande divulgando y, de todas formas, la boda fue lo peor —respondió Max, riendo amargamente.
Oscar quería preguntar más, pero no sabía si debía hacerlo. Justo cuando iba a decidirse, Max avisó que habían llegado. Ambos se despidieron de él y entraron al departamento. Oscar se quedó con la duda de por qué la boda había sido tan mala.
Max conducía solo de regreso, pensando en Checo y todo lo que significaba para él. No podía dejar de reflexionar sobre las veces que no había cumplido como compañero. Sabía que no podía controlar todo, pero si dependiera de él, volvería el tiempo atrás para darle a Checo todo lo que merecía. Cambiaría muchas cosas, empezando por la boda. Tal vez le habría pedido huir y casarse en Las Vegas o en algún pueblo remoto. Habría luchado con medio mundo para que Checo pudiera sentirse orgulloso de él y del anillo que mostraba que eran esposos.
Checo había dejado a su familia, su trabajo y su pasado para vivir con él, pero Max aún no daba el último paso. Ya estaban casados y habían comprado una casa, así que lo siguiente era obvio. Aunque Checo no lo había dicho directamente, la reciente "adopción" de Franco era una señal clara.
Max no había tenido el mejor ejemplo de padre, pero sabía que Checo siempre había deseado tener una familia propia. Tal vez ya era hora. Habían pasado diez años juntos; se conocieron cuando Checo tenía 28 y él 20. Tras años de idas y venidas, formalizaron su relación, y luego de otros cuatro años, se casaron. Ahora llevaban tres años de matrimonio. Max sabía cuánto le había costado a Checo dejar todo atrás en México para estar con él, especialmente considerando que donde vivían antes ser gay no era algo fácil de aceptar.
Quizás, pensó Max, ya era hora de dar el paso que faltaba.
Este había llegado a su casa, encontrándose con su pareja y Lewis en la puerta; al parecer era el último invitado en irse. - Bueno. Ya llegó Max; ahora me puedo ir tranquilo. —Piensa en lo que te dije, ¿sí? —le dijo Hamilton después de saludar a Max e irse.
Max siguió a Checo hasta la cocina; pensó que este le iba a contar que habían hablado, pero no fue así. Incluso parecía querer evitarlo; la sensación de que algo no andaba bien lo persiguió hasta el otro día, cuando al despertarse notó que Checo no estaba. Ya se había imaginado toda una película donde el mexicano se había cansado de él y huía del país con dos bolsos y su perro caro; ellos ni siquiera tenían perro, pero su imaginación iba a mil, hasta que al agarrar el celular vi un mensaje de Checo que decía: "No te quise despertar, sé que tuviste una mala noche; voy con Lewis a comprar unas cosas". Te amo". Volvió a acostarse mientras pensaba que tenía que dejar de ver programas mexicanos. También decidió que, por las dudas, no comprarían un perro.Max suspiró, aliviado, pero no pudo evitar pensar: "¿Y si Lewis tiene un perro costoso?"
Max Drama Verstappen Queen, se iba a empezar a llamar desde hoy.
Chapter 6: Naranja Frutal
Chapter Text
Franco había decidido pasar el día con Lando, quien estaría solo porque Oscar tenía entrenamiento. En sus tiempos libres, Piastri practicaba kickboxing; solo lo hacía como pasatiempo. Era realmente bueno, pero no quería competir más allá de peleas locales. Para él, era una manera de liberar estrés y pasión nada más. Lando, en cambio, prefería deportes más tranquilos, como el pádel o el golf, que de vez en cuando practicaba con el trío de hispanohablantes.
El argentino, desde que se había mudado, no practicaba ningún deporte. A veces salía a andar en bicicleta, pero incluso había dejado el gimnasio. Había ganado unos kilos, pero vamos, ¿quién no lo haría viviendo con Alex Albon? Franco estaba convencido de que Alex se había equivocado de carrera: tendría que ser chef o algo así.
La tarde había sido tranquila: comieron en un restaurante, fueron a comprar ropa, todo pagado por Lando, ya que este aún estaba pagando todo lo que habían consumido en la última salida juntos. No era pobre, tenía un trabajo estable en una bonita cafetería y, como no tenía que pagar alquiler, podía darse muchos gustos, pero la salida se les había salido de las manos. No se arrepiente, pero vaya que gastaron.
Ahora estaban caminando al lugar donde Lando se bronceaba; este venía de padre inglés y madre belga. No quería caer en estereotipos, pero su amigo es tan blanco como la leche, aunque lo ocultaba tras un coqueto bronceado. Norris le había ofrecido pagarle si él quería probar, pero con su suerte estaba seguro de que saldría de ahí de color naranja, así que decidió que lo mejor era exponerse más al sol, aunque este, más que broncearlo, lo dejara color tomate.
Se acercaban las vacaciones; no tenía ningún plan por ahora. Checo y Max se irían de viaje y volverían recién para fin de año; Alex iba a ir a visitar a su familia y después a Lily. Lando le había dicho que no tenía planes, pero con lo cambiante que era su amigo, hoy se iba a dormir y mañana ya estaba en Suiza esquiando.
Albon le había conseguido todo el material de estudio de primer año; no le había dicho de dónde lo sacó. Pero era fácil suponer que se lo había pedido a Oscar, ya que era el único que estudiaba eso y podría tenerlos.
No tenía que prepararse para el ingreso, ya que no tendría que rendir porque fue aceptado con una beca, pero no estaba de más poder ver qué había en el material; después de todo tendría demasiado tiempo solo. Estaba seguro de que Alex le consiguió el material solo para que no se aburriera; ya que había tratado de convencerlo de ir con él a visitar a su familia, pero no quería ser una carga más de lo que ya lo era.
Él trabajaba, pero Alex pagaba todo. Le decía que ahorrara su dinero o que se comprara cosas para sí mismo. Según Albon: "No necesito que pagues nada. Me gusta tenerte aquí y, de todas formas, tengo que pagar las cosas, vivas aquí o no".
Si pudiera traer algo de Argentina, sería un carpincho. Estaba seguro de que Alex, en otra vida, había sido uno.
El celular de Lando empezó a sonar; este no estaba cerca y había pensado no atender, incluso cortar, ya que el que llamaba era Óscar. Pero no quería más problemas y podía ser una emergencia, ya que era la segunda vez que llamaba.
—Gracias a Dios que respondes. Necesito que me traigas al gimnasio el bolso que quedó en tu auto en menos de una hora —dijo Piastri casi sin respirar.
—Hola, Óscar —dijo Franco—. Cuando él venga, le digo que te llevemos eso.
Piastri solo terminó la llamada; no le respondió nada más al argentino. Paciencia era lo que le faltaba en ese momento. ¿Qué demonios le había hecho al otro para que lo tratara así? Apenas si se conocían. No sabía que tenía el dichoso bolso, pero cuando le comentó a Lando sobre la llamada, este le hizo correr al auto para poder llevárselo. Ahora había tenido que correr por todo el centro comercial lleno de bolsas y atrás de un Norris que parecía que, en vez de entregar un maldito bolso, llevaba una bomba. Peor aún cuando se largó a llover y Lando parecía toretto o corredor de F1 en Brasil; nada lo detenía.
Lando lo dejó bajo la lluvia con el bolso bomba antes de gritarle que buscara a Oscar, que él iría a estacionar. No sabía dónde estaba Piastri ni por qué había tanta gente en el pequeño gimnasio. Tuvo que preguntarle a al menos 20 personas y empujar a otras 10 para poder dar con este. Grande y grata fue la sorpresa del argentino cuando golpeó la puerta del pequeño baño y el que abrió fue un Piastri casi desnudo. Este no tenía tiempo que perder; peleaba en 20 minutos y Lando se había llevado su ropa. Que Franco lo viera cambiarse no era un gran problema ahora, así que lo agarró del brazo y lo metió junto con él al baño.
Franco no se iba a quejar de la vista y ya había notado que no iba a obtener ninguna explicación, así que se limitó a observar cómo el australiano se cambiaba y se ponía las vendas con una "calma" que en él parecía aterradora.
Óscar parecía tener problemas con las vendas; el argentino había notado lo nervioso que estaba, así que decidió romper un poco la tensión del ambiente.
—No a cualquiera le queda bien el color naranja mandarina —dijo Franco, ganándose una mirada de odio del otro presente en la habitación.
—Es papaya —respondió Óscar con disgusto.
Franco se levantó del piso, se acercó al australiano y le agarró la mano.
—Naranja frutal, es lo mismo —dijo mientras le vendaba las manos con destreza. El australiano solo sonrió, y Franco notó que estaban peligrosamente cerca.
El argentino siguió a Piastri hasta que alguien lo detuvo, diciéndole que no podía estar allí. Estaba a punto de irse cuando escuchó una suave voz diciendo:
—Él viene conmigo.
Otra gran sorpresa: el pequeño gimnasio. Lo único “pequeño” que tenía eran los baños; el resto estaba abarrotado de gente ansiosa por ver lo que Franco ya había imaginado: la pelea de Óscar con algún tipo X. No sabía cómo había terminado en la esquina de Piastri, pero no se iba a quejar. Con tanta gente no hubiera visto nada si se quedaba con el resto del público; además, él no tenía ni entrada. No se iba a arriesgar a que lo sacaran y ya había perdido a Lando hace tiempo.
Chapter 7: "Estoy aquí para ti"
Chapter Text
El combate comenzó con una tensión palpable en el aire. Los primeros intercambios fueron rápidos y precisos: ambos peleadores lanzaban patadas y golpes buscando medir la defensa del otro. Oscar, con su agilidad, evitaba con destreza los intentos de su oponente, un hombre más alto y de movimientos más contundentes, aunque algo lentos.
El australiano atacaba con combinaciones de golpes y patas bajas dirigidas a las piernas del rival, buscando desestabilizarlo. Sin embargo, no todo salía según lo planeado. Una patada giratoria del oponente lo impactó en el torso, haciendo retroceder unos pasos mientras luchaba por recuperar el aliento.
Franco solo apretaba los puños e insultaba un poco; ¿Quién le iba a decir algo? Si lo hacía en español, dudaba que alguien se diera cuenta. Estaba algo preocupado al ver que Óscar tambaleaba. Pero el australiano tenía más resistencia de lo que parecía. Se recompuso rápidamente y lanzó una patada directa al abdomen del contrincante, haciendo retroceder. Luego, encadenó una serie de golpes rápidos al rostro, obligándolo a cubrirse.
La pelea avanzaba con intensidad, y ambos peleadores mostraban signos de desgaste. Oscar, con sangre corriendo desde una ceja abierta y un leve moretón en la mandíbula, no bajaba el ritmo. Con una patada baja bien colocada, logró desestabilizar al rival, seguido por una patada alta que conectó directamente en la cabeza.
El oponente cayó al suelo, aturdido. El árbitro intervino, declarando el final del combate. Óscar había ganado.
Franco se abrió paso entre la gente para llegar al australiano, que levantaba el brazo en señal de victoria. A pesar de la sonrisa triunfal, las marcas de la batalla eran evidentes: un labio partido, un hematoma en la mejilla y el corte en la ceja que aún sangraba ligeramente.
— ¿Siempre ganas luciendo así de destrozado? —bromeó Franco al alcanzarlo.
Oscar rió entre jadeos, su mirada brillante a pesar del cansancio.
—Es parte del encanto, ¿no?
Se habían separado un momento mientras Piastri se sacaba algunas fotos. El argentino ya había notado que Óscar no tenía equipo, ni siquiera entrenador; Quería preguntarle el porqué de eso, pero solo se limitó a pedir un botiquín e ir a buscar al golpeado campeón. Solo lo agarró de la mano y lo llevó al pequeño baño donde ya habían estado.
El australiano se iba a empezar a cambiar cuando el argentino lo empujó hasta que quedó sentado en el inodoro. No era el mejor lugar para hacer de médico, pero dudaba que Óscar fuera a otro lugar. Así que, sin decirle nada, solo empezó a limpiar y revisar las heridas de este. Por suerte, ninguna iba a necesitar puntos.
Estaba tan concentrado que no había notado lo cerca que tenía a Óscar; Podía sentir su respiración aún algo agitada. Franco le sacaba las vendas con cuidado; Sabía que no estaba lastimado, pero tampoco quería hacerle doler; demasiado ya tenía el australiano con la patada en las costillas que se había llevado. Estaba seguro de que eso dejaría un hematoma que duraría días.
Piastri observaba a Franco, los sutiles movimientos, el cuidado que tenía al revisarlo, lo concentrado que se veía y solo por un momento se permitió no estar enojado con este. Sus ojos se encontraron con la mirada preocupada del argentino; estaban muy cerca. Franco lo miraba desde arriba como si estuviera debatiendo algo.
Lando entró gritando al ya muy lleno baño.
—¡Llevo buscándolos media hora! ¿Tanto les costaba mandarme un mensaje? Además, ¿ustedes no se llevaban mal? ¿Por qué él estaba ahí cerca tuyo y yo, que conduje a toda velocidad, estaba en el fondo con la gente común?
Lando decidió mirar a sus amigos para notar que ambos estaban en el piso; ¿Qué hacen ahí?, preguntó sin obtener respuesta de ellos. Oscar parecía adolorido y francamente preocupado; Él quería saber qué había pasado en ese baño. No era tonto y Franco estaba demasiado rojo. Decidió que no preguntaría ahora.
Solo quería irse. No entendía por qué, si el gimnasio tenía camarines para los deportistas, estos dos estaban metidos en el baño más chico del maldito gimnasio. de tantos lugares que había. Eligieron al jodido más pequeño.
El argentino ayudó a Oscar a levantarse mientras que Lando ayudaba guardando todas las cosas del australiano. Le sorprendió el desastre, ya que su amigo siempre era bastante ordenado, pero no dijo nada al respecto.
Oscar parecía bastante adolorido, así que dejaron a Franco en el departamento de este y se fueron al suyo. No era la mejor forma de celebrar, pero era la única que el australiano quería. Lando no dijo nada en el camino; su amigo estaba cansado, así que había decidido molestarlo otro día.
El australiano agradecía profundamente tener a Lando como mejor amigo; por Dios, cuanto lo queria. Lando había pensado en todo: mientras Oscar se duchaba, él acomodó sus cosas, pidió comida y preparó todo para que pudiera descansar.
A la mañana siguiente, al despertar, Oscar encontró una pequeña nota de su amigo sobre la mesita de noche. La carta decía: "Descansa, que yo me encargo de todo. Te mandaré comida y los analgésicos nuevos están en la mesita".
Mucha gente conoce las glorias del deporte: la adrenalina de la competencia, la fama, las recompensas. Sin embargo, pocos entienden el sacrificio que conlleva; menos aún, el lado más oscuro, cuando las luces se apagan y el público se va.
El cuerpo de Óscar estaba adolorido. Cada músculo parecía haber sido castigado; cada golpe resonaba ahora como una memoria viva en su piel. No era su primera pelea, pero sabía que, aunque esta vez no había quedado tan mal, necesitaría uno o dos días de reposo para sentirse mejor. Sin embargo, pensaba en aquellos amigos suyos que, tras ciertas peleas, quedaban tan golpeados que no podían moverse durante días.
Ese era el costo real de su deporte, la cara oculta que nadie quería ver. Las largas jornadas de entrenamiento, el rigor de una dieta estricta, la disciplina para soportar el dolor constante. Y no era solo el daño físico. Había algo más: una lucha mental que se libraba en silencio.
Por eso Oscar nunca había querido elevar el nivel de competencia. Había perdido a todo su equipo por esto; Se suponía que esta victoria le daría el pase a una mejor categoría, pero él se había negado desde el principio. No era miedo a perder, sino un entendimiento claro de lo que significaba ganar a ese nivel. Más dinero, más fama, sí, pero también más sacrificios, más riesgo. Y aunque las recompensas eran tentadoras, él sabía que, cuanto mayor era el premio, mayor era el precio que pagabas.
Para él, el kickboxing era una pasión, su forma de liberar tensiones. no una vía de escape ni una forma de enriquecerse. No necesitaba el dinero. Lo hacía porque amaba la sensación de estar en el ring, de medir fuerzas, de superarse. Era un compromiso consigo mismo, no con el mundo.
Mientras descansaba en su cama, agradeció nuevamente a Lando. Ese pequeño gesto de haber preparado todo para su recuperación le recordó que, en el mundo del deporte y en la vida, no todo era sacrificio. También había espacio para la amistad; Lando le recordaba eso con esos momentos en los que le decía con acciones: "Estoy aquí para ti".
Chapter 8: Tour de compras
Chapter Text
Lando le había suplicado a Franco por ayuda; él había pensado que tenía a su mejor amigo entre las cuerdas. Iba a acosarlo hasta que le dijera qué había pasado con el argentino en el baño; el plan era perfecto. Saltaría sobre su amigo hasta que este hablara. Vaya sorpresa se llevó cuando, al hablar, Piastri solo le dijo: "No pasó nada; ¿por qué mejor no explicas tú por qué no viste la pelea?".
El inglés no sabía dónde meterse; pensó que su amigo no había notado su ausencia. Su cara debe haber sido un poema al asombro, ya que antes de que preguntara cómo, Oscar lo sabía. Él le soltó: —Franco no tenía boleto, genio, tú sí. Yo lo compré y no estabas ahí.
—Entonces me dirás la verdad? —indagó el australiano.
Acá es donde entraba el argentino en juego. Lando se había negado a decirle la verdad a su amigo y estaba seguro de que si mentía, este lo sabría, así que solo aceptó el castigo. Piastri le había dicho que, ya que se perdió el combate, le daría una muestra privada.
Le había llamado y le había dicho que irían al gimnasio, que viniera y, si quería, trajera a Albon. No dijo nada más antes de cortar; no quería preguntas que podrían llevar a que estos descubrieran que serían la ofrenda de paz para Óscar.
Así que ahí estaban, Alex y Franco viendo a un exhausto Norris, que suplicaba un relevo; no es que Oscar lo hubiera subido al ring para pelear con él. Solo le pidió que calentara y entrenara un poco con él. Y ahí estaba el exagerado de Lando quejándose de que le dolían músculos que no sabía que tenía. Vamos, que este iba al gimnasio regularmente; ¿cómo es que el entrenamiento suyo lo tenía tan mal?
Albon hablaba con él mientras Norri se daba a la fuga. Aun que este k no llegó muy lejos cuando vio que la gente se empezaba a juntar. Sorpresa era poco; la cara de Piastri y la de él debieron haber sido de película. Alex no parecía sorprendido; más bien parecía entre cansado y preocupado.
Lando no sabía cómo es que Franco, quien tenía la misma contextura física que él, estaba peleando con un tipo mínimo 20 centímetros más alto que él. A Óscar le dolía la cara de solo ver el golpe que había recibido Franco justo en el ojo; eso dejaría sin dudas una gran marca por días. Piastri había decidido ir a ayudarlo.
Pero no tuvo que hacerlo, ya que cuando este recuperó el equilibrio, le acertó una combinación perfecta de (Cross-Hook-Cross). Vamos, que poder dar uno de esos bien no es tarea fácil, pero golpe, gancho y golpe, sin dejar pestañear al contrincante, no era para nada fácil.
Oscar estaba seguro de que Franco practicaba boxeo; desde sus certeros golpes hasta como lo había ayudado hace unos días con las vendas, sin duda la apariencia gentil de Franco engañaba mucho en contraste con lo que este podía hacer.
Alex los había invitado a ir a su departamento a ver una película; el plan inicial era salir, pero estaba lloviendo y el pronóstico decía que habría tormentas toda la noche.
Oscar se había bañado en el gimnasio, ya que siempre dejaba un cambio de ropa, y Franco se habría ofrecido a prestarle ropa a Lando para que se bañara en el departamento de ellos y así no tener que hacer doble viaje.
El australiano ya había ido otras veces al hogar de Albon, aunque no había ido desde que el argentino vivía ahí. Sabía que su amigo tenía un estilo muy definido, así que no esperaba que todo el departamento de Alex gritara "Franco Colapinto".
Desde pequeñas fotos de ellos juntos, esas de estilo cabina de foto. Y por la cara de Alex en las fotos, estaba seguro de que fue idea de Franco. No tenía duda de que habían cambiado el sofá de uno clásico a uno que se hacía cama, eso y que podría jurar haber visto al menos 3 mates. ¿Por qué necesitaba tantos?
¿Los coleccionaba? ¿O era típico tener más de uno? Tenía muchas dudas, aunque la mayor era por qué demonios había un altar con la foto de Checo en él. ¿Cómo había Franco convencido a Alex de poner eso? Porque sin duda debe haber sido idea del argentino; sabía que Alex se llevaba bien con Max y el mexicano, pero dudaba que tanto como para hacer eso.
No iba a preguntar ya que no quería ser entrometido, pero para su suerte no tuvo que hacerlo, ya que Albón se acercó a él para darle una bebida mientras le contaba. el porqué de eso.
Franco estaba muy feliz cuando Checo le presentó a Lewis, demasiado feliz, dijo Albon, haciendo énfasis. Así que le dijo a este que le haría un altar, aunque no usó la palabra altar; creo que fue monumento. La cosa es que no se dio cuenta de que Max estaba ahí y este estuvo molestando a Franco para que cumpliera su promesa; incluso le dijo que no lo iba a invitar más a su casa.
No lo sé, esos dos se llevan bien raro; Max ama a Franco en el mismo modo que lo detesta. En fin, Franco me suplicó y molestó hasta que lo dejé, aunque en su defensa, yo tiendo a ceder muy rápido y a no decirle que no.
Piastri, que había estado escuchando con atención, solo respondió mientras se reía: —Bueno, eso explica la gran bandera de Argentina.
Albon podía mirar su pequeño hogar y ver cuánto había cambiado desde que el argentino había llegado a su vida. No se quejaba; él quería que este se sintiera como en casa, ya que él sabía lo difícil que es estar lejos de ella y de tu cultura.
—Por cierto, ¿encontraste tus llaves? —preguntó Alex.
—Sí, Max me llamó para decirme que al parecer Lewis se las había llevado por error. Se ofreció a ir a buscarlas, pero no quise molestarlo; después de todo, no fue culpa suya.
—¿Y qué planeas hacer? —preguntó Alex, divertido.
—Lewis dijo que podría enviármelas por correo, pero no quiso arriesgarse a que se perdieran. Me ofreció cubrir los gastos si iba a buscarlas yo mismo. Incluso dijo que podía quedarme en su casa mientras él no estuviera.
Alex arqueó una ceja, sonriendo.
—¿Te lo sugirió o te lo ordenó?
Oscar soltó una carcajada.
—Ordenó claramente.
—Podemos pedir algo de comer y, si quieren, se pueden quedar a dormir. —¿Vas a ir solo a buscar tus llaves? —le gritaba Alex desde el pasillo, ya que había ido a buscar a Franco para saber qué tipo de comida pedir.
Piastri decidió acercarse , así su amigo dejaba de gritar cual vieja sorda. Le hacía acordar a su vecina y de solo pensarlo le daban escalofríos. —Sí voy a ir solo; Lando iba a acompañarme, pero le dije a Lewis de ir la semana que viene y Carlos justo lo había invitado a ir a España.
—Bueno, yo sé de alguien dispuesto a acompañarte a ir a la casa de Hamilton; incluso estoy seguro de que no tendría problema si lo dejas por ahí tirado.
Oscar no dijo nada, así que Albon siguió : —Sé que no te cae bien, aunque no sé el porqué. Pero deberías darle una oportunidad. Franco no es una mala persona.
Terminaron la conversación, ya que el argentino apareció de la nada como si lo hubieran invocado. Alex le preguntó qué era lo que hacían y por qué se habían tardado tanto.
—Yo no hacía nada; Lando decidió modelar toda mi ropa, aunque no es mucha, así que tal vez se pase a tu habitación para ver qué se pone —le respondió Franco.
—No tienes mucha ropa, porque no dejas que te regale nada —le reclamo a Albon.
Franco abrazó a Albon mientras fingía que le daba besos y le decía: —Tienes que dejar de tratar de comprar mi amor, Alex ; ya es todo tuyo, no necesito nada.
Lando apareció después de su tour de compras por el pobre placar del argentino y vio la cómica escena sin entender nada. —Bueno, si dejan de besarse, podemos pedir comida y ver la película. dijo retándolos, como si él no hubiera estado media hora viendo qué ponerse.
Chapter 9: Alas
Chapter Text
Max se había ofrecido a recoger las llaves de Oscar después de que Checo le avisara que Hamilton las tenía y que planeaba ir a buscarlas. Aunque confiaba en el mexicano, algo en la actitud de Checo desde la fiesta lo tenía inquieto. Sabía que Checo y Lewis eran amigos desde antes de que él apareciera en la vida del tapatío, pero había algo diferente en su comportamiento, algo que no terminaba de encajar.
Checo no solía guardarle secretos y siempre era muy claro con sus pensamientos, pero desde aquella noche en donde no le había contado nada sobre lo que había hablado con Hamilton. El sentimiento de inseguridad no se iba. Max entendía que no tenía por qué enterarse de todo, pero lo que realmente le preocupaba era cómo Checo lo había estado evitando. ¿Qué estaba pasando?
El mexicano le había mencionado que iría a comprar algunas cosas con Lewis, pero según lo que Max escuchó de Piastri, Hamilton había salido de la ciudad esa misma noche. La absurda idea de Checo huyendo con Hamilton con su caro perro cruzó por su mente por un segundo, pero la desechó rápidamente. Confiaba en él. Si había algo seguro, era que Checo no lo estaba engañando.
Entonces, ¿qué lo tenía así de nervioso? ¿Acaso se había cansado de él? No lo creía. Si algo definía a Checo, era su paciencia. Si podía soportar a Yuki, con su energía caótica y carácter indomable, y a Franco, que necesitaba una para hablar y veinte más para callarse, seguramente podía manejarlo a él.
No era falta de amor ni de paciencia. ¿Y si simplemente estaba aburrido? Quizás Hamilton le ofrecía una vida más emocionante. ¿Por qué no podía sacar esa idea de su cabeza?
Tal vez porque Lewis había sido la raíz de sus inseguridades desde el principio. Cuando Max conoció a Checo, este ya le llevaba ocho años, pero Hamilton tenía una ventaja aún mayor: trece años y un historial impecable. En aquel entonces, Lewis era modelo, dueño de su propia marca, un atleta destacado, y parecía hacerlo todo a la perfección a los ojos de Checo.
Y si Max lo pensaba bien, no mucho había cambiado. Lewis seguía siendo todo eso y más. Ahora solo tenía más ceros en su cuenta bancaria. Era atractivo, exitoso y, lo peor de todo, nunca había tratado mal a Checo. Era la viva encarnación de todas las inseguridades de Max, tanto antes como ahora.
Checo nunca había hecho nada para alimentarlas. Desde el principio, Max sabía que era él quien cargaba con esas dudas. Cuando conoció a Checo, él mismo había sido quien puso barreras,trabas y demás cosas en la relación y tal vez lo estaba haciendo otra vez.
¿Y si Lewis estaba ahí solo para recordarle lo fácil que sería perder a Checo si no superaba sus miedos? Lewis, Yuki, Franco, la fiesta... Todo parecía una señal. Tal vez era el momento de enfrentar sus inseguridades y dar un paso adelante.
¿Hijos? ¿Adoptados? ¿Propios? ¿De él o de Checo?
Y con eso, cualquier paz mental que le quedaba desapareció. Ahora Max sabía que no dormiría en un mes.
Checo conocía a Max desde el inicio de sus veintes; sabía que lo amaba, sabía que le gustaba y que no, lo conocía tan bien que sabía cuando este estaba mal. También sabía que este nunca se había perdonado por todo lo que pasó.
Su boda había sido tanto el quiebre suyo como el de su pareja; él había dejado todo en México, pero Max había hecho lo mismo; este se había negado a que se mudaran a su país natal. Checo sabía que las tontas excusas del clima, de los impuestos y demás que el neerlandés le había dado solo eran una tapadera para la verdadera razón.
Max no quería tener algo que él no pudiera; nunca se lo había dicho, pero él sabía que Max se mantenía alejado de su propia familia como una especie de castigo. Vamos, que sus suegros no eran unas joyitas de personas, pero lo amaban.
Él había tratado mil veces de que Max no se autoquitara cosas, pero cada vez que lo intentaba terminaba en una pelea. Max tenía una carrera de ingeniero y ahora trabajaba de eso, pero su pasión eran los autos, correr. No importaba dónde ni qué tipo. Incluso esa era la carta de presentación de Max antes de casarse.
Max había sido piloto hasta que se casó. Él nunca se perdonaría el hecho de no haber peleado más por los sueños de su pareja, el hecho de que si hubiera insistido más, tal vez este no se hubiera cortado sus propias alas.
—¡Ya basta, Checo! —gritó Max, la voz cargada de frustración. Sus ojos estaban vidriosos, pero se mantenía firme, evitando que las lágrimas rompieran su fachada.
—No, Max, no voy a dejarlo así. —¡No puedes simplemente renunciar! —Checo estaba de pie frente a él, los brazos cruzados con firmeza, pero el tono en su voz traicionaba la tristeza que sentía.
Max negó con la cabeza, exhalando con fuerza. —Ya lo decidí. No quiero seguir hablando de esto.
—¿Decidiste? ¿Cuándo? Porque no parece que hayas tomado esta decisión por ti. Parece que estás haciendo esto porque crees que es lo que yo quiero.
Max apretó los puños, el dolor en su pecho creciendo con cada palabra. —Lo estoy haciendo porque no quiero que salgas lastimado, ¡y tampoco quiero salir lastimado yo!
Checo se quedó callado por un momento, intentando procesar lo que había escuchado. Dio un paso hacia Max, bajando el tono. —Max, no soy un niño. Sé lo que implica estar contigo, y lo acepto. ¿Por qué no puedes confiar en mí?
—Porque yo no confío en mí mismo, Checo —respondió Max, casi en un susurro, mientras bajaba la mirada. Sus hombros se hundieron, como si toda la carga que llevaba finalmente lo hubiera aplastado.
Checo trató de acercarse, pero Max levantó una mano para detenerlo. —Por favor, no sigas con esto. No quiero perderte, pero si seguimos, ambos vamos a salir heridos.
El silencio llenó la habitación como una barrera entre ellos. Checo entendió que empujar más solo agravaría las cosas, pero ese día también supo que Max estaba decidido a cortar sus alas, por algo que él nunca había pedido.
Chapter 10: No hablo español
Chapter Text
Piastri se negaba a perdonar a Franco, a pesar de que este se disculpó con él, incluso le había pedido perdón, por referirse a él como un tronco cuando este le lastimó la mano.
Se negaba a perdonarlo, pero no quería hacer un viaje tan largo solo; Lando ya no estaba y Franco había amenazado a Albol con que, si él lo acompañaba, cuando volviera el departamento iba a estar cubierto con la cara de Max por todos lados.
Así que ahí estaban, a punto de subirse a un maldito avión; no le daba miedo, pero tampoco era su actividad favorita. ¿Quién en su sano juicio disfruta estar apretujado como sardina en un pájaro de metal volador, confiando en que un par de alas y unos tornillos aguanten a miles de metros del suelo?
Franco, por su parte, parecía encantado con la idea del viaje. No entendía por qué era tan importante para el argentino visitar la casa de Hamilton, aunque Franco le había explicado que “la casa de tu ídolo es LA casa de tu ídolo”. Además, había una pequeña posibilidad de que Lewis estuviera allí, sin mencionar las vacaciones gratis como un bonus añadido.
Tras prometerle a Oscar que no lo molestaría y ajustar su horario en la cafetería para poder viajar, Franco parecía cumplir su palabra. ¿Cómo lo lograba? Durmiendo. O al menos lo hacía, hasta que Piastri volvió a despertarlo.
—Vamos, amigo, si necesitas ir tantas veces al baño durante un vuelo, deberías ir al médico —gruñó Franco al ser sacado de su sueño. Su tono era quejumbroso y, para colmo, hablaba en español.
—¿Qué? No entiendo qué dijiste; ya sabes que no hablo español. Pero no puedo dormir, y estoy incómodo —respondió Piastri, claramente frustrado.
Franco suspiró y, sin molestarse en traducir, se dio la vuelta para darle la espalda. Antes de acomodarse, murmuró en un tono lo suficientemente claro para que Oscar supiera que no era amistoso:
—Jódete, boludo. Yo no te mandé a rechazar los malditos pasajes en primera clase.
Oscar lo miró con resignación. Una vez más, no había entendido ni una palabra de lo que Franco había dicho, pero estaba seguro de que era un insulto.
Franco no solo no le había hablado durante el vuelo, tampoco lo había hecho cuando llegaron a la casa de Hamilton. Estaba bien con el hecho de que no lo molestara, pero habían ido juntos y estarían allí tres días solos; si pensaba seguir ignorándolo, esto sería muy incómodo.
El australiano esperaba más emoción de parte de Franco al haber llegado a la casa de su "ídolo", pero el argentino parecía lejano a todo, y aunque Hamilton no estuviera ahí, algo que él le había dicho antes, esperaba más de alguien que se disculpó con el tipo que le rompió una mano solo para ir hasta allá.
Lewis les había dejado dos notas junto con las llaves del auto de Piastri.
"Gracias por venir por tus llaves y lamento haberlas traído hasta acá; espero disfruten de mi casa como si fuera de ustedes. Hay comida y todo para tres días, pero si deciden quedarse más tiempo, solo tienen que llamar al número pegado en el refrigerador para que traigan más".
"Franco Checo me dijo que ibas a venir y que te diera un paquete para él; lo dejó en la segunda habitación. Cuídalo con tu vida, que de eso depende la mía. Lewis
Su ídolo le había dejado una maldita nota y aun así ni un rastro de emoción por parte del argentino; no rogaría por la atención de nadie. Si este quería actuar como si fuera un funeral e ignorarlo, él también lo haría.
El resto del día, no se hablaron. Oscar tenía auriculares y un libro y Franco estuvo todo el día viendo qué comer y metido en la gran piscina. Y en la noche cada uno tenía una habitación, las cuales les fue fácil reconocer porque les habían puesto el nombre de cada uno en la puerta; dudo que hubiera sido idea de Lewis, pero igual era un lindo gesto, y no los tendría buscando por toda la casa o durmiendo en el sofá.
Franco aprovechó el segundo día y recorrió toda la casa buscando la segunda habitación; en una casa con tantos lugares, la descripción "segunda habitación" era muy pobre. Además, si no la encontraba, ¿contaba como que ya la había perdido? ¿Qué tenía de importante? ¿Y por qué tenía que tener el valor de una vida? Y justo la de Lewis. Solo esperaba que no fueran drogas.
No quería ir a la cárcel y, de ser así... ¿Hamilton pagaría al abogado o Checo? ¿Piastri iría con él? Muchas dudas y ninguna pista de la maldita encomienda, o era así hasta que Piastri se acercó de la nada, provocándole el mayor susto de su vida.
—¡Piastri y la puta que te parió! —exclamó Franco, dando un salto.
—Otra vez me hablas en español —respondió Oscar con una calma tan irritante que solo empeoró el susto del argentino.
—No te estaba hablando, te estaba insultando, que es distinto —aclaró Franco, aún recuperándose del sobresalto. Además, casi te golpeo del susto que me diste.
Oscar ni se inmutó. —Si terminaste con el drama, encontré tu caja.
Franco casi lo abraza del alivio. No tenía energía para seguir buscando. —¡Oh, genial! ¿Dónde está?
Oscar, con una sonrisa burlona, respondió: —En la segunda habitación.
Franco lo miró incrédulo. Si no fuera amigo de Alex y Lando, y si no supiera que Piastri podía pelear, en ese momento habría considerado golpearlo por gracioso.
Con un suspiro resignado y tras lanzarle un insulto en silencio, Franco lo siguió mientras Oscar avanzaba con total tranquilidad hacia la famosa segunda habitación. Al llegar, lo primero que notaron fue una caja. Por su tamaño, descartaron la teoría de las drogas. Lo único que podría caber allí era... un ratón.
El argentino tragó su orgullo. Después de guardar la caja junto con sus cosas, decidió buscar al australiano para agradecerle.
—Gracias por buscarla —dijo Franco mientras se sentaba cerca de Oscar. No había terminado de acomodarse cuando Piastri lo interrumpió con un tono cortante.
—No la busqué, solo la encontré.
Franco lo miró, desconcertado. No entendía qué le pasaba. Estaba seguro de que ya habían superado la etapa en que Oscar quería golpearlo. Pero al parecer, no. Cuando intentó hablar con él, el australiano empezó a esquivarlo, recorriendo la casa como si quisiera evitarlo a toda costa.
Finalmente, Piastri se acorraló solo en su habitación, y Franco aprovechó la oportunidad.
—Otra vez te enojaste. Estoy seguro de que no hice nada esta vez —dijo Franco, frustrado.
Oscar trató de salir, pero al girar terminó cara a cara con él.
—No estoy enojado. Además, no sabía que habías terminado de ignorarme —respondió Oscar, cruzándose de brazos.
—¿Y yo cuándo te ignoré? —preguntó Franco, genuinamente confundido.
—Todo el tiempo. Desde que subimos al maldito avión. Hasta ahora, y solo porque encontré la tonta caja —replicó Oscar, tratando de sonar indiferente, pero su tono lo traicionó: más que enojo, parecía un reclamo lleno de tristeza.
Franco soltó una carcajada, lo que hizo que Oscar lo mirara con incredulidad.
—No te estaba ignorando, de verdad. Todo esto es un malentendido.
Sin embargo, algo en la risa o en el tono del argentino encendió aún más la irritación de Piastri. Con un empujón rápido, intentó salir de la habitación.
Franco, sin esperarlo, perdió el equilibrio y, en el intento de no caer, se aferró a Oscar, llevándolo al suelo con él.
—Yo tengo la mala costumbre de caerme cuando me empujan, y tú tienes la mala costumbre de empujar a la gente —bromeó Franco, riendo mientras ambos estaban en el suelo.
Oscar trató de levantarse, pero Franco todavía lo tenía agarrado de la cintura.
—No huyas, en serio. No te estaba ignorando. Te soltaré solo si prometes escucharme —dijo Franco.
Estaban tan cerca que Oscar podía sentir la respiración del argentino contra su cuello. La proximidad lo puso tan nervioso que su rostro se encendió como un tomate.
Franco, divertido, lo soltó, pero no sin antes acercarse al cuello de Oscar y susurrarle:
—Te estás poniendo rojo.
Chapter 11: Me llamo Oscar...
Chapter Text
¿Qué se hace en un momento de tensión? ¿Hablar de lo que se siente? No, eso no es muy de hombres. Entonces, ¿cuál es el mejor plan para huir de esa situación según la guía rápida de Piastri? Hablar de comida.
Un hechizo simple, pero inquebrantable. Aún más si se usa contra Franco Alejandro Colapinto, quien, en las 48 horas que lleva en la casa de su ídolo, ha pasado al menos 20 pensando en qué comer.
Y así, sin mayor esfuerzo, Oscar controló la situación. Ahora estaban en el suelo de la sala, frente a una gran pantalla, eligiendo qué ver mientras esperaban la pizza con la que el australiano había distraído a Franco.
El argentino no lograba decidirse, así que se acercó al mayor para pedirle que él eligiera. Sin embargo, no volvió a su lugar; simplemente se quedó sentado al lado de Oscar. Este no parecía prestarle mucha atención, lo que llevó a Franco a decidir romper el silencio y explicar todo el malentendido. Tal vez así Oscar dejaría de actuar como si nada hubiera pasado en la habitación.
Franco lo esperaba, porque no quería tener que disculparse de nuevo por si el australiano decidía tirarlo al piso otra vez.
—No te estaba ignorando —soltó Franco, rompiendo el silencio. Al no obtener ninguna reacción, se animó a seguir hablando. Alex me pidió que no te molestara. Creo que más bien quiso decir que no te hiciera enojar. Le gusta haberse vuelto a juntar con todos y no quiere que nosotros lo hagamos tenso.
Oscar alzó apenas una ceja, pero Franco continuó con una risa nerviosa.
—Me recordó que quisiste dejarme tirado en la casa de Checo y solo llevarlo a él. En fin, me pidió que hiciera lo posible por no irritarte y, bueno... ni siquiera sé qué hice la primera vez, así que traté de no empeorar las cosas.
Franco suspiró, dejando entrever su cansancio antes de seguir:
—Checo dijo que tal vez mi personalidad choca con la tuya y que tendría que darte tiempo para acostumbrarte o algo así. Y Max... bueno, Max dijo que para no cagarla tenía que dejar de hablar. Así que hice todo lo que me dijeron, y aun así te hice enojar.
Franco terminó con un suspiro más profundo, como si confesara una derrota personal. Oscar, mientras tanto, procesaba toda la información para intentar responder, pero Franco no le dio mucho tiempo.
—No sé qué hice, pero... tal vez, si me das una oportunidad, pueda arreglarlo. —Su voz tenía un dejo de esperanza, aunque el cansancio seguía ahí.
Oscar finalmente se giró hacia él. Cuando a la pizza le pareció buena hora para llegar, el hechizo se volvió en su contra, porque Franco aprovechó esto para huir de la conversación.
Piastri intentó retomar la conversación, pero no sabía por dónde empezar. No quería explicarle a Franco por qué se había molestado desde un principio; mientras más analizaba la situación, más claro le resultaba que su enojo había estado mal dirigido todo este tiempo.
Además, ¿qué podía decirle sin invadir la privacidad de Lando? Franco no había insistido demasiado en una explicación; parecía que solo quería ser perdonado. Pero Oscar sabía que no podía perdonarlo por algo que no había hecho. De hecho, él era quien debería disculparse con el argentino.
No quería que Franco cargara con una culpa que no le correspondía. ¿Debería disculparse ya? La pizza había desaparecido hacía rato, y lo único que quedaba era un silencio incómodo que claramente le tocaba romper a él.
—No tienes que disculparte más. —Además, yo soy quien debería disculparse contigo —dijo Oscar finalmente.
Franco lo miró, sorprendido pero esperanzado. Quería responder, pero no se atrevió a interrumpir al mayor.
—Primero, por no ayudarte con Lando. Luego, por haberte tirado al piso, por haberte lastimado... y por querer dejarte tirado.
Franco se echó a reír, rompiendo la tensión, y le recordó entre risas:
—Me tiraste al piso dos veces, no una. Pero si aceptás, podemos dejarlo ahí, sin explicaciones ni nada. Empezamos de nuevo, desde las presentaciones. —¿Qué te parece? —dijo con un tono divertido que parecía aliviar la carga de la conversación.
Oscar lo miró por un momento, dejó escapar una ligera sonrisa y respondió con igual ligereza:
—Me llamo Oscar, tengo 24 años y estudio ingeniería.
El tercer día lo pasaron juntos, cumpliendo su promesa. Se dedicaron a conocerse mejor. Oscar descubrió que el argentino hablaba bien tres idiomas y podía "manejarse" con al menos uno más, aunque "manejarse" era su forma elegante de decir que hacía señas y sonreía mucho. Que su cumpleaños es en mayo. Que practicó boxeo por años, aunque lo dejó al mudarse con Alex, quien parecía sufrir más con las heridas de Franco que el mismo argentino. También le confesó que le gusta andar en bici, que es fanático de los animales y las plantas, pero que no tiene ninguno porque, según él, "Checo me regaló una y la maté". Oscar decidió no preguntar qué tipo de planta había sido; era mejor no saber.
También aprendió que, al parecer, es común tener más de tres mates (¿quién necesita tantos?). Franco incluso le dio una teoría entera sobre lo que hace un buen mate, pero cuando llegó el momento de la práctica, simplemente declaró: "Te la debo porque no traje uno".
Por su parte, Franco descubrió que a Oscar no le gusta cocinar, pero tampoco quiere comer lo que cocina Lando. "Prefiero morir de hambre," dijo entre risas, dejando claro que no exageraba. Franco también se enteró de que Oscar tiene un sentido del humor sarcástico, ama leer y que practicaba kickboxing como una forma de liberar estrés, aunque con el tiempo terminó enamorándose del deporte. Que su negativa a avanzar en su carrera fue la razón por la que ese día se quedara sin equipo. Y aunque es gran fan del cricket, no se ve practicándolo y que odia las cosas amargas.
El viaje a casa fue tranquilo; Oscar agradecía haber hablado con Franco y recuperar sus llaves, y el argentino estaba seguro de que amenazar a Alex para que no fuera había sido la mejor decisión que había tomado; después le regalaría algo como disculpa. Tal vez decida sacar las fotos de Checo de departamento.
Chapter 12: Sabes que él te ama, ¿no?
Chapter Text
Oscar acompañó a Franco a entregar el paquete, ya que, de todas formas, tenía que recoger su amado auto, que llevaba más de una semana abandonado. Debía admitir que pasar tiempo con Franco, una vez que te acostumbrabas a su inmensa energía, era bastante agradable. Sí, tenía algunos gustos cuestionables en música, pero, fuera de eso, incluso los momentos de silencio —escasos, por cierto— resultaban cómodos.
La tranquilidad entre ellos no duró demasiado. No había instrucciones claras sobre cómo entregar el paquete. ¿Era lo mismo dárselo a Max que a Checo? No estaban seguros, y al parecer el neerlandés tampoco, porque claramente no esperaba verlos allí.
Tocaron el timbre y, después de un largo rato, Max apareció en la puerta, despeinado y con la expresión de alguien que acababa de despertarse. ¿Lo juzgarían por dormir a las tres de la tarde? No, si ellos pudieran, también lo harían. Pero todavía tenían que ir por el auto de Oscar.
—Perdón, chicos, no sabía que vendrían —dijo Max mientras abría la puerta y los invitaba a pasar.
—No te preocupes. Tampoco avisamos. —Pensamos que Checo estaría —respondió Oscar con tranquilidad.
Max frunció ligeramente el ceño, pero no interrumpió.
—Sí, Checo nos preguntó ayer cuándo regresaríamos —añadió Franco con una amplia sonrisa.
—Incluso traemos el valioso paquete que Lewis le envió; lo cuidamos con nuestras vidas, bueno, más la mía que la de él... pero bueno, ya está acá. —dijo Franco, casi con lágrimas.
—Yo lo encontré —le reclamó Óscara Franco.
—¿Qué paquete? —preguntó Max, visiblemente desconcertado.
Franco se limitó a entregarle el paquete. Max, con tanta duda como curiosidad, lo dejó sobre la mesa antes de guiarlos hacia el garaje para mostrarles dónde estaba el auto de Oscar.
Después de despedirse de Max, Oscar y Franco se quedaron con la incómoda curiosidad rondándoles la cabeza.
—¿Crees que deberíamos haber esperado a Checo para darle el paquete? —preguntó Franco mientras caminaban hacia el auto.
—No creo. Es lo mismo, viven juntos y están casados. Pero, si quieres, avísale.
El argentino no perdió tiempo y envió un mensaje a Checo: Le dejamos a Max el paquete que envió Lewis. Ahora todas las vidas están a salvo. Sin embargo, no obtuvo respuesta.
Mientras tanto, Max miraba el paquete en la mesa. Confiaba plenamente en su pareja, pero debía admitir que el misterioso envío le generaba cierta curiosidad. Aun así, decidió no abrirlo. En su lugar, se fue a duchar, pensando que Checo llegaría pronto.
Al salir del baño, se llevó una sorpresa: Checo ya estaba en casa, pero el paquete había desaparecido.
—Hola, amor —saludó Checo con naturalidad.
—Hola. No te escuché llegar. —Vinieron los chicos —dijo Max, observando a su pareja con aparente calma.
—Sí, Franco me avisó cuando se fueron —respondió el mexicano mientras se quitaba la chaqueta.
Max intentó mantenerse tranquilo, pero la curiosidad lo carcomía.
—También trajeron un paquete —comentó, fingiendo desinterés mientras buscaba algo en la heladera.
Checo apenas levantó la mirada y respondió de forma simple:
—Franco me trajo algo, amor.
Sin más explicaciones, salió de la habitación, dejando a Max con su bebida y una creciente sensación de incomodidad.
El mexicano no volvió a mencionar el paquete. Actuaba con total normalidad, como si nada hubiera ocurrido. Pero algo dentro de Max seguía creciendo: la duda, la incertidumbre... y una inesperada inseguridad que no lograba disipar.
Los siguientes días no fueron mejores para Max; Checo tenía muchos amigos y era un alma libre. Y no quería cuestionar eso, pero últimamente sentía que lo evitaba. Amaba verlo feliz, pero ¿por qué parecía que no podía compartir esa felicidad con él?
Estaba seguro de que la noche pasada lo había escuchado hablando con Lando. No se llevaban mal, pero ¿se llevaban tan bien como para hablar de noche? Lo entendía con Yuki por los horarios y demás, pero ¿Lando?
Se sentía alejado de todos, y estaba bien con eso. Pero la distancia de Checo lo mataba. ¿Podía estar todo en su cabeza? Se lo había cuestionado muchas veces. El mexicano no había cambiado nada en la relación.
Lo trataba igual que siempre, desde los buenos días hasta las noches en la cama juntos. Incluso Checo había notado que algo rondaba en él, pero no había encontrado las palabras para responder qué estaba pasando.
—¿Estás bien, amor? Has estado raro estos días —preguntó Checo, preocupado.
—Solo estoy cansado —respondió Max, dándose la vuelta y evitando mirarlo.
¿Cómo podía decirle todo sin parecer un loco, un celoso, un desconfiado? Tenía muchos adjetivos, pero ninguno era bueno. Si todo estaba en su cabeza, no quería lastimar al mexicano con su desconfianza.
Esto podría haber estado bien, de no ser porque Max no se daba cuenta de que había dejado de llamarlo "amor", que los buenos días ya no eran correspondidos y que a Checo los besos llenos de dudas ya lo empezaban a lastimar.
El celular sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Contestó sin mirar el identificador de llamadas; ansioso, necesitaba hablar.
—Hola, te llamé porque parecías preocupado.
—Gracias, es solo que hay algo en él, algo está pasando y no me quiere decir qué es. No quiero desconfiar de él, pero no sé...
La voz al otro lado de la línea fue calmada, pero con un tono de preocupación.
—Vamos, amigo, tienes que confiar más; ya han pasado por tanto, si fuera algo malo, ya lo sabrías.
—Lo sé, lo sé, y me gustaría creer que no hay nada más... pero siento que me esconde algo y eso me lastima. No quiero que esto termine así. Dijo en un susurro, con miedo de que si lo dijese más fuerte, se haría realidad.
—Sabes que él te ama, ¿no?
Una pausa. El silencio se alargó por un momento, pero la voz volvió, esta vez un poco más firme.
—Tengo que colgar, ya llegaron. Te llamo después.
El teléfono se cortó sin más explicaciones.
Chapter 13: Mi otra mitad
Chapter Text
¿Por qué la fiesta en la casa de Max y Checo parecía más un funeral? ¿Solo serían ellos? Quién sabe, y para el matrimonio, las cosas eran al revés: una pequeña reunión equivalía a una fiesta, y fiesta significaba una pequeña reunión. Pero bueno, ya estaban allí, y salir todos juntos al mismo tiempo sería raro.
Franco sentía la falta de Albon, quien ya había viajado para estar con su familia, y sin Hamilton para entretenerse, sentía que la noche le cantaba canciones para dormir. Estaba por pedirle a Checo una almohada.
Se suponía que festejarían el hecho de que varios de ellos ya estaban de vacaciones. Checo tendría que quedarse una semana más para terminar algunos papeles, pero oficialmente ya no tendría que estar metido en un salón con más de 20 personas. Todos sabían que el mexicano amaba enseñar, pero ninguno entendía por qué alguien querría pasar horas al día asegurándose de que otros aprendieran.
Era tan raro ver al matrimonio sin hablarse que la tensión era tan palpable que parecía que cualquier cosa podría hacer volar todo por los aires. Lando conocía bien a Max y sabía que este estaba incómodo con todos allí; no entendía por qué los había invitado si no quería su presencia. Después de todo, fue su idea.
El mexicano estaba en la cocina, conversando con el dúo de españoles. La distancia física no hacía falta; podrían haberse quedado afuera con los demás. De todas formas, solo Franco lograba entenderlos, pero este ya estaba quedándose dormido entre Óscar y Lando.
El ambiente cambió un poco cuando el mexicano los llamó para comer. Todos trataban de sacar temas de conversación, pero los vacíos incómodos no se iban. Todos se quedaron sorprendidos cuando el que decidió llenar esos vacíos fue Max, y de una forma muy explícita.
—Puedes quedarte a dormir acá —le dijo Max a Franco. —Sé que estás solo.
Franco se iba a negar, pero estaba tan sorprendido que no pudo responder. Y antes de que pudiera hablar, el mexicano agregó:
—Sí, quédate, y de paso mañana me acompañas a comprar algunas cosas que necesito.
Franco aceptó, y el resto de la cena pasó entre chistes sobre si el matrimonio había decidido adoptar oficialmente a Franco, y cuál sería el apellido de este, si Verstappen o Pérez. La charla surgió tan naturalmente que, por un momento, ambos se olvidaron de lo que los preocupaba y los tenía distanciados.
—Yuki puede ser Pérez, yo quiero el Verstappen. —Perdóname, Checo, pero el apellido se impone —dijo Franco entre risas, respondiendo a Fernando, quien le había preguntado qué apellido usaría.
Checo iba a reprocharle a Franco por su "traición" cuando algo detuvo su corazón por un segundo, antes de recordarle por qué estaba casado con Max.
—No te preocupes, amor, adoptaremos a todos los que hagan falta para que el apellido Pérez se vuelva dinastía.
Lando no iba a desaprovechar la oportunidad que el destino le había dado; estaría con su amigo en un pequeño auto y no podía escapar de él, así que esperó a que se despidieran de todos para acercarse a Oscar y susurrarle al oído con un tono malicioso:
—Vas a tener que contarme todo lo que pasó con Franco, desde el inicio.
Y como si fuera prestamista, decidió cobrarle todo a su amigo, quien apenas había encendido el auto y ya tenía a Lando cuestionándolo todo.
—No sé qué quieres que te diga, en serio, no pasó nada —dijo Oscar mientras trataba de conducir y poner música.
—¿Puedes empezar diciéndome por qué lo odiabas tanto? —Sé que puede ser algo denso, pero eso no te hace odiarlo —preguntó Lando, insistente.
Oscar sabía que tendría que contarle todo, pero no quería lastimar a su mejor amigo con recuerdos innecesarios. Sin embargo, también sabía que este no pararía hasta tener toda la historia completa.
—Te diré todo, pero no quiero que te sientas mal, ¿sí?
Lando solo lo miró antes de decirle:
—Me estás preocupando, pero lo intentaré.
—Cuando terminaste con Sacha, estabas mal, no querías ni bañarte, y hacerte comer era una tortura. —No te estoy reclamando —le aclaró Oscar a Lando antes de seguir.
—Y cuando Franco llegó, parecía como si nada hubiera pasado. Debes creerme cuando te digo que yo era el más feliz con eso, pero sus salidas parecían ser solo para beber. Cuando los vi por primera vez, pensé que eso era lo que necesitabas. Hasta que, después, al llegar a casa, solo vomitabas y llorabas en el baño. La segunda vez que lo vi, pude hablar más con él, y no noté nada raro hasta que me dijo que era argentino. Y mi mente solo pudo suponer que te juntabas con él para tapar o olvidar a Sacha.
Oscar miró a Lando, quien tenía la cabeza apoyada en la ventana, para ver si seguía o no. Lando pareció entender cuando le dijo:
—Te sigo escuchando.
Al australiano no le quedó otra que seguir:
—Sé que conocías a Franco desde antes, pero pensé que te estabas acercando mucho a él y no quería que te lastimaran de nuevo, así que decidí andar con cautela. Antes de eso no tenía problema con él, pero después… no sé, tal vez empecé a juzgarlo y tratarlo como si él fuera el otro argentino. Sé que estaba mal dirigido mi enojo, pero no podía controlarlo, y todo se me fue de las manos.
Oscar quería asegurarse de que Lando estuviera bien con lo que él estaba diciendo, pero este no lo miraba, así que decidió poner su mano en la pierna de Lando para saber si estaba despierto. No obtuvo respuesta, pero Lando agarró su mano como señal de que lo estaba escuchando.
—Ibas y volvías con Sacha, y no podía decir nada, así que supongo que agarré a Franco como representante de todos los argentinos —dijo Oscar con una suave risa. —Pensé que iba a ser fácil; así no te decía nada y Franco se llevaba las cosas rotas sin más. Después hubo un tiempo en el que te dejó de hablar por estar con Alex y Checo, y volviste a estar mal. Y otra vez para mí, él era el responsable, el mal amigo que te dejó solo.
Lando se dio vuelta para mirarlo, y Óscar podía jurar que una pequeña lágrima se aferraba con fuerza para no caer. Decidió seguir, ya que al parecer su amigo era un poco chismoso y masoquista.
—Cuando pasó lo de su mano, al principio estaba bien con eso, te aseguro que fue sin querer, pero no me sentía mal por él. Mientras yo lo quería lejos, tú te aferrabas más a él. No quería ver si te lastimaba de nuevo, así que me alejé después de eso, pero a los días ya no podía. Vivimos juntos y sigues siendo mi otra mitad.
—Franco seguía apareciendo una y otra vez, y cada vez me era más difícil seguir culpándolo, así que pensé que tenerlo lejos era la mejor opción, pero tú y yo no pensábamos igual.
Era Lando quien ahora tenía su mano en la pierna de Óscar; sabía que su amigo necesitaba consuelo, y le dolía haberlo hecho pasar por todo eso sin darse cuenta.
—El gimnasio fue, creo, el punto de quiebre de todo esto. Antes de que te hagas ilusiones, no pasó nada, pero Franco fue amable conmigo y me ayudó a calmarme. Se quedó conmigo y festejó como si él hubiera ganado, a pesar de que lo traté fatal todo este tiempo.
Lando solo lo interrumpió para preguntar por más detalles de lo que había pasado en el baño; primero quería más chisme y, segundo, ayudaba a aliviar el ambiente.
—Franco consiguió un botiquín, ni siquiera sé de dónde lo sacó, pero antes de que pudiera reaccionar, ya lo tenía curándome las heridas. Y debe ser por los golpes, pero por un momento, uno muy pequeño, me pareció bastante atractivo —contó Óscar, riendo mientras lo miraba.
Lando solo lo miraba, sonriendo con malicia, esperando más datos.
—Estábamos muy cerca, pero antes de que pudiera moverme y hacer algo, abriste la puerta pegándole a Franco, quien me tiró al piso con él —dijo Piastri, riéndose de la cara de decepción que tenía el inglés.
—Después de eso, cuando vino al entrenamiento, pensé que tenías algunas cosas en común, pero aún había algo que no me dejaba confiar en él. —Óscar suspiró antes de mirar a Lando y confesarle que sabía que no había visto la pelea por estar peleando con alguien. No quiso agregar más sal a la herida y omitió decir que sabía con quién en específico había estado peleando. Sabía todo, ya que después de dejar claro que Franco estaba con él, le había pedido que fuera a buscar a Lando.
Este no dijo nada, así que Óscar continuó:
—Cuando fuimos al departamento de Alex y vi cómo había cambiado todo, lo bien que le había hecho Franco a él y cómo se trataban entre ellos, decidí darle una oportunidad. Si Alex lo quería tanto, no podía ser tan malo como yo pensaba. Y bueno, eso es todo.
Cuando lo miró y le preguntó por los tres días en la casa de Hamilton, Óscar, entre risas, lo resumió en unas cuantas palabras.
—El primer día nos ignoramos, el segundo hicimos las paces y en el tercero nos presentamos. No pasó nada más. —dijo mientras miraba a su amigo con la misma cara de decepción que hacía rato.
Chapter 14: Tienes que darle tiempo al tiempo, genio.
Chapter Text
—De mi parte eso es todo... ¿Tú quieres decirme algo?
Lando lo pensó, pero no sabía qué decir, ni por dónde empezar. No tenía tan buena memoria como su amigo y, por lo visto, tampoco era bueno con los detalles.
El australiano debió haber leído la mente de su mejor amigo, así que solo le dijo:
—Lo que tú quieras está bien, y si no hay nada, también está bien.
¿Qué más podía pedir? Lando tenía al mejor amigo del mundo.
—No sé... ni por dónde empezar, pero espero que me perdones —dijo Lando con un suspiro, sintiendo un peso en el pecho.
Óscar no sabía bien por qué le pedía perdón, pero no iba a interrumpirlo.
—Por no darme cuenta de que te lastimaba, por perderme la pelea, por hacer que odiaras a Franco, también porque por mi culpa no lo besaste —añadió con una sonrisa melancólica.
—Al principio no notaba que estaba usando a Franco para sentirme mejor —dijo Lando, su voz teñida de tristeza y frustración. Él llegó, yo no lo busqué, y pensé que era una señal. Podía saber de Sacha gracias a él, que le gustaba y todas esas cosas estúpidas. Franco sabía que lo estaba usando, y aun así no se alejó de mí.
—Tú lo tratabas mal y yo lo usaba —dijo, riendo amargamente. Debe haber pensado que éramos de lo peor.
Sé que fui un mal amigo y que me porté mal con él, aunque no sabía que te lastimaba a ti en el camino. No sabes cuánto lo lamento, porque sé que se hubieran llevado bien desde el principio. Se complementan.
—Y por mi culpa casi no se vuelven a hablar. Franco no se alejó de mí porque fuera un mal amigo.
—Esa noche que salimos, lo besé... —dijo, sin mirarlo, intentando restarle importancia al gesto. No creo que necesites más detalles, pero te aseguro que no me gusta, que no siento nada romántico por él, y que tienes el camino libre —añadió rápidamente, sin dejar que su amigo se hiciera ideas raras.
—Y él tampoco siente nada por mí, no de esa forma —aclaró, sabiendo lo que Óscar podría pensar.
No sé lo que pensaba; había bebido de más otra vez, y él estaba ahí. Solo lo besé. Incluso después de eso, no me trató mal, ni siquiera cuando me aparté. Hasta para eso fue dulce.
Me dio un beso en la frente antes de decirme que eso no era lo que yo quería, me pidió un vaso de agua antes de que pidiera un Uber para llevarme al departamento.
En el auto estaba en mi momento más patético, así que solo lloraba, y no sé qué más pasó. No sé qué le dije, pero eso hizo que él mantuviera la distancia conmigo, y no lo culpo.
El día siguiente estabas enojado conmigo, y Franco me había mandado un mensaje que decía: "Espero estés bien y no te preocupes por lo de anoche, haré como que no pasó y puedes hacer lo mismo, ¿sí? "Te quiero". No te imaginas la cantidad de veces que leí ese mensaje, tanto que lo memoricé.
Óscar solo lo miraba, sabiendo que ya no quedaba más que decir. Hace rato que había estacionado, pero ambos necesitaban esto.
—Me sentía idiota y estaba enojado, no quería sentirme así, y eso empeoraba las cosas. Los días no hacían que me sintiera mejor.
—La frase "el tiempo lo cura todo" me daba asco —dijo con tanto enojo que hizo reír a Óscar, quien respondió:
—Tienes que darle tiempo al tiempo, genio.
Lando miró a su amigo, y la tensión se fue de su cuerpo. No importaba qué pasara; al frente de él tenía a su otra mitad.
—Bueno... la cosa es que me sentía horrible.
Óscar agregó:
—Y te veías horrible.
Lando lo insultó antes de seguir.
—Me sentía horrible, me veía horrible, y no quería eso para mí.
Así que el día de la pelea, después de estar con Franco todo el día y hablar con él, decidí terminar todo. ¿Nos queremos? Sí. ¿Nos amamos? No sé... Lo único que tenía claro era que era un puñal con dos puntas; nos lastimábamos mutuamente, y no era sano para ninguno de los dos.
Óscar no pudo evitar abrazar a su amigo con tanto amor que, si no fuera porque le susurró al oído "Te perdono por no ver mi pelea", rompiendo el ambiente, ese momento hubiera sido de película.
Franco tuvo que ayudar a Lando a subir al auto. Al principio pensó que lo mejor era que este fuera solo, pero viendo su estado, estaba seguro de que ni siquiera sabría cuál era su departamento.
La situación empeoró cuando Lando lo miró, y sin previo aviso, comenzó a llorar. Franco se acercó a él para abrazarlo; sabía lo que su amigo estaba pasando, y verlo así solo lo hacía sentir peor.
Por un momento, pensó que Lando intentaría besarlo de nuevo. Aunque llamarlo "beso" era ser generoso; la primera vez había sido más un choque torpe que un gesto romántico. Pero no estaba ahí para juzgar a su amigo, y mucho menos en ese estado.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando Lando lo apartó ligeramente y, con un susurro tan suave que incluso el conductor alcanzó a oír, dijo:
—No quiero verte. Me haces daño. Solo me recuerdas a él, lo sabes, y no haces nada para ayudarme.
Franco sintió como si esas palabras lo atravesaran. Sabía que el alcohol soltaba verdades que la sobriedad ocultaba, y no podía ignorar el peso de lo que Lando acababa de decir.
Él solo quería estar ahí para su amigo, pero si era el motivo de su dolor, entonces había una decisión que tomar. Si Lando se sentía así, Franco haría lo mejor para él, incluso si eso significaba apartarse.
Tal vez mañana Lando no recordaría nada, pero Franco sabría que había intentado protegerlo. Si mantenerse a distancia era lo que necesitaba para que su amigo se sintiera mejor, entonces lo haría. Lo haría con sutileza, para que Lando no notara el cambio y no se sintiera culpable por lo ocurrido.
El problema fue que su plan no funcionó. Lando se sintió ignorado y se enojó con él.
Chapter 15: ¿Ya abriste el paquete?
Chapter Text
La mañana prometía ser tranquila, o eso pensó Franco hasta que bajó a la cocina y se encontró con Checo reclamándole por teléfono a Max por haberse ido más temprano sin despertarlo. La llamada terminó abruptamente cuando el mexicano notó su presencia en la cocina. Franco fingió que nada pasó y desayunó tranquilo mientras Checo se arreglaba para salir. Él, por su parte, no había traído más ropa, así que iría tal cual había llegado la noche anterior.
El viaje en auto fue sorprendentemente divertido. Cantar canciones de desamor a todo volumen con Checo le dio un toque inesperado al trayecto. No podía evitar reírse al verlo tan entusiasmado con cada letra dramática. Checo tenía una energía contagiosa que hacía todo más llevadero.
Ir de compras con Checo resultó ser una experiencia curiosamente similar a ir con Alex. Franco no podía evitar pensar en esto mientras cargaba bolsas de ropa que el mexicano había comprado para sí mismo, para Max e incluso para él. Checo insistía en que necesitaba renovarse un poco, aunque Franco solo veía una pila de cosas que apenas iba a usar.
Debería empezar a rotar más entre pantalones, se decía a sí mismo. En serio, todos empezaban a pensar que solo tenía uno. Pero, ¿qué podía hacer? Esos eran sus favoritos, y la comodidad siempre ganaba.
Sabía que el matrimonio viajaría en unos días, pero no tenía idea de que necesitaran tantas cosas. Tuvieron que volver al auto dos veces para dejar las bolsas antes de poder ir a comer. Aunque el día se alargaba, Franco no se quejaba. Desde que Alex se había ido, el departamento se sentía demasiado silencioso, y su otro amigo, el que "no tenía planes", estaba del otro lado del charco.
Según Piastri, Lando estaba en Brasil. ¿Qué hacía allí? Ni idea. Pero, según Oscar, parecía que el pasatiempo de Lando era "coleccionar gente de las Américas". La frase le sacó una risa y algo de curiosidad, pero decidió no molestar al mayor ni indagar más.
La llamada con Oscar había sido corta, pero considerando cómo lo trataba al principio, el simple hecho de que Piastri lo llamara ya era un gran avance. Franco sentía que estaban en un mejor lugar como amigos, aunque no entendía del todo cómo habían llegado ahí. Oscar sin duda era una especie de persona que él no entendía.
Pensó que después de comer se irían a casa, pero el destino tenía otros planes. Una llamada de Hamilton cambió completamente su tarde.
—Hola, Franco, soy Lewis.
Franco no podía creerlo. Estaba a punto de responderle cuando este continuó hablando.
—¿Sigues con Checo?
—Sí, todavía estamos comprando unas últimas cosas —respondió Franco sin pensarlo mucho.
—Oh, genial. ¿Puedes decirme dónde están?
Franco le dio la ubicación sin dudarlo. Ni siquiera se detuvo a pensar en por qué Lewis le preguntaba a él y no directamente a Checo. Solo podía pensar en lo increíble que era tener el número de Lewis Hamilton.
¿Sería su día de suerte? Dos llamadas inesperadas en cuestión de horas.
Lewis no tardó en encontrarlos, y aunque Checo intentó disimular, era evidente que no esperaba verlo. El abrazo que se dieron solo hizo pensar a Franco que estaba en medio de una cita.
Lewis le dio un beso en la frente al mexicano mientras le susurraba algo que Franco no alcanzó a escuchar. Luego se giró para saludar al argentino, quien empezaba a sentirse como un intruso. Pero, para su sorpresa, en ningún momento lo dejaron de lado.
Estuvo en el medio de la pareja de amigos la mayor parte del tiempo, escuchando todo, aunque entendía poco.
—¿Ya abriste el paquete? —preguntó Lewis al mexicano, quien solo suspiró antes de responder.
—Las cosas en casa están raras, así que no, no lo abrí. Aún no creo que hayas ido personalmente hasta allá solo para traerlo. Aunque el correo se hubiera tardado menos.
Checo intentaba aligerar el ambiente con su comentario; Lewis solo se rió antes de culpar al argentino.
—La culpa de la demora es de Franco —dijo, señalándolo con una sonrisa.
Franco se apresuró a defenderse, echándole la culpa a Piastri, quien no estaba para poder defender su orgullo de "repartidor".
La tarde continuó con una invitación de Lewis para tomar helado, y de alguna manera terminó siendo este quien compraba más cosas. Ahora, Franco no se iba a quejar de que su ídolo le regalara cosas, pero Checo pasó media hora diciéndole a Lewis que no le tenía que comprar nada.
—Ya no necesito nada más —dijo Franco al final. Entre tú y Checo, me han regalado tantas cosas que voy a tener que usar el armario de Alex.
Lewis solo sonrió.
—Pues regala lo que no te convenza.
Franco pensaba que la gente con dinero era rara. ¿Regalar? Si se podía cambiar…
El argentino no sabía en qué momento el dúo pasó de una conversación trivial a chistes internos que solo ellos entendían. No quería pensar mal, pero no quería un padrastro, aunque este fuera Hamilton. Max podía ser un idiota, pero igual lo quería.
¿Lewis era así con todos sus amigos? ¿O esta era la forma más cara de cortejo de la historia? Franco se sentía como la tercera rueda de una bicicleta, aunque lo trataban tan bien que no podía quejarse.
Trató de no escuchar sus conversaciones, pero era imposible ignorarlas por completo.
—Tienes que confiar más. Todo va a salir bien.
—Siento que todo va a explotar en algún momento. No quiero mentirle a Max, pero ocultarle cosas tampoco es fácil, menos ahora que está tan distante conmigo.
—Sabes que te ama, ¿no?
Definitivamente, escuchar todo a medias no ayudaba al argentino. Franco agradeció que Checo decidiera irse después de eso y, de paso, llevarlo hasta su departamento.
—Gracias por traerme, por los regalos, por la comida. Bueno, gracias por todo, Checo. La pasé bien hoy.
—De nada, Franco. Gracias por acompañarme.
—¿Crees que pueda pedirte algo? —dijo el mexicano sin mirarlo a los ojos.
—Claro, mientras no sean más paquetes, lo que quieras.
—No le digas a Max.
Checo suspiró antes de aclararse.
—No le digas que Lewis estuvo con nosotros.
Franco no preguntó los motivos. Solo abrazó al mexicano antes de asegurarle que no diría nada y volver a agradecerle por todo.
Ya en la entrada de su departamento, Franco se sentía raro. Quería hablar con alguien, que le dijeran qué hacer. Pensó en Alex, pero si para él todo parecía raro estando presente, no quería imaginarse cómo sería explicarlo por teléfono.
Descartó por completo la idea de contarle a Albon, considerando que este era amigo cercano de Max. No quería ponerlo en una situación incómoda.
Finalmente, tomó su teléfono sin pensarlo mucho.
—¿Estás solo? ¿Quieres venir?
—Sí, ahí voy.
La llamada terminó sin más palabras.
Chapter 16: Si llego tarde, me despiden.
Chapter Text
Cuando el timbre sonó, Franco ni siquiera había llevado las bolsas a su habitación. Óscar tuvo que entrar esquivándolas.
—¿Quién hace el tour de compras ahora? —dijo, sin molestarse en saludar al argentino.
—No fui yo... O sea, sí, pero no —respondió Franco mientras se dejaba caer en el sillón, agotado.
Oscar iba a sentarse cuando Franco lo interrumpió.
—Puedes revisarlas y, si te gusta algo, es tuyo.
El australiano decidió que lo haría después; primero quería averiguar qué le pasaba al argentino. Sabía que había estado de compras con Checo, pero no esperaba verlo tan cansado, ni tampoco que le regalaran tantas cosas.
—Puedo irme si quieres. No pensé que la cita con Checo te iba a cansar tanto. —Tendré cuidado antes de salir con él —bromeó Piastri, esperando sacarle una risa.
Pero no funcionó. Franco se levantó del sillón y comenzó a dar vueltas alrededor de la pequeña sala. Óscar lo observaba con curiosidad. Sabía que estaba debatiendo si contarle algo o no, porque de otro modo nunca estaría tanto tiempo en silencio.
—Puedes decirme lo que sea. —No le diré a nadie —dijo Óscar con un tono amable, y esas palabras parecieron desbloquear algo en Franco. Ya que este se volvió a sentar, esta vez frente a él, listo para hablar.
—Mi "cita" con Checo no fue el problema —empezó, suspirando. —El problema fue Lewis.
Óscar frunció el ceño, confundido.
—¿Tuviste una cita con Hamilton?
—No tuve una cita con Hamilton... —Checo tuvo una cita con él, y yo quedé en el medio —respondió Franco, visiblemente frustrado.
Oscar estaba aún más perdido, pero decidió no interrumpir. Dejaría que Franco se desahogara.
—Bueno, no fue una cita, pero así se sintió. Todo iba bien: Checo compró muchas cosas y ya estábamos por irnos cuando Lewis me llamó para preguntarme si estaba con él y dónde estábamos. No lo pensé y le dije dónde estábamos —explicó Franco, soltando un largo suspiro mientras trataba de organizar sus pensamientos.
—¿Lewis no tiene el número de Checo? —preguntó Óscar, con genuina curiosidad.
—No lo sé. Ni siquiera pensé en lo raro que era que me llamara a mí. Y todo estaba bien al principio, pero luego las cosas se volvieron... extrañas. Me sentí en medio de un cortejo, y uno bastante caro.
Franco hizo una pausa, mirando al suelo.
—No quería pensar mal de Checo, en serio que no.
Óscar trató de tranquilizarlo.
—Bueno, ellos son amigos desde hace mucho tiempo. Tal vez solo se tratan así y ya.
—Yo no abrazo a mis amigos así, y mucho menos les doy besos delante de todos —dijo Franco, visiblemente molesto.
Óscar lo miró con una sonrisa juguetona antes de responder:
—Lo haces con Lando. Y, hasta donde yo sé, ustedes son solo amigos.
La expresión de sorpresa de Franco era un poema. Antes de que pudiera responder, Óscar se levantó y desde la cocina lanzó un comentario:
—Lando me contó lo del beso.
Franco se apresuró a seguirlo. Tal vez Óscar tenía razón y había malinterpretado todo. Tal vez Checo y Lewis eran solo buenos amigos. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no notó cuando Óscar se acercó hasta que sintió su mano rozándole la cara.
Óscar le había dado un beso. Fue rápido, apenas un contacto, pero suficiente para dejar al argentino atónito. Franco no sabía qué decir.
Óscar, por su parte, quería reírse de la cara de asombro de su amigo, pero decidió mantener la calma.
—Lando te besó, tú le diste un beso en la frente, y yo te di un beso. Al final, seguimos siendo solo amigos. No sé qué tipo de beso se dieron Checo y Lewis, pero dudo que fuera más romántico que esto.
Dicho esto, Óscar volvió al sofá y encendió la televisión como si nada hubiera pasado.
Franco se quedó en silencio, procesando lo que acababa de ocurrir. Quizás Piastri tenía razón. Después de todo, solo había sido un beso en la frente, ¿no? Igual que con Lando. El punto del australiano era claro, aunque Franco pensaba que tal vez podía haberse ahorrado el beso para hacerlo.
De todas formas, no se iba a quejar.
Oscar volvió a interrumpir sus pensamientos cuando le pidió que le mostrara qué le habían regalado, y el resto de la tarde pasó con ellos viendo a quién le quedaban mejor las cosas. Franco ya había visto a Oscar con poca ropa, así que no tuvo problema cuando este se sacó la remera para probarse una que él le había pasado.
Sin embargo, la situación fue distinta para Óscar. Aunque ya había visto a Franco en traje de baño cuando fueron a la casa de Max, tenerlo ahí, a pocos pasos y sin esa barrera del contexto casual, era completamente diferente. Debía admitir que Franco era bastante atractivo; incluso la cicatriz que adornaba su hombro le quedaba bien.
Franco lo había invitado a dormir; debe admitir que no sabía en qué punto su amistad había crecido tanto, pero no le desagradaba. Incluso le había permitido elegir dónde dormir.
—Puedes dormir en alguna de las habitaciones o en el sillón; yo dormiré en la otra si decides quedarte —dijo el argentino mientras ordenaba un poco el desastre.
Para sorpresa de Franco, Óscar eligió dormir en su habitación. Esto significaba que él tendría que mudarse a la de Alex, lo cual no era un problema; después de todo, Albon no estaba y probablemente no le importaría. Pero tendría que acomodar todo lo que había traído.
Mientras Franco terminaba de organizar la ropa, Óscar estaba sentado en su cama observándolo en silencio. Había algo hipnótico en la manera en que el argentino se movía: tranquilo, como si el caos de su día hubiera quedado atrás. De pronto, una pila de ropa aterrizó directamente en la cara de Óscar, sacándolo de sus pensamientos.
—Puedes usar eso para dormir si quieres. No tengo pantalones que te queden, pero alguna de esas remeras seguro sí —dijo Franco con una sonrisa.
Óscar iba a quejarse, pero su atención fue captada por una camiseta de la selección argentina que estaba en el montón. La sostuvo con curiosidad, mirando a Franco como si esperara una explicación.
—Creo que es de tu talle, y se te vería bien —respondió el argentino, encogiéndose de hombros con naturalidad.
Óscar no pudo resistirse. Unos minutos después, estaba frente al espejo ajustándose la camiseta. Decidió esperar a que Franco saliera del baño para mostrarle cómo le quedaba, con una idea juguetona en mente.
Cuando Franco abrió la puerta, se encontró con Óscar apoyado contra el marco, luciendo la camiseta de Argentina con una actitud descaradamente confiada.
—¿Cómo me queda? —preguntó el australiano en tono juguetón, acorralando a Franco entre el marco de la puerta y sus brazos.
Franco, acostumbrado a este tipo de situaciones, no se dejó intimidar. Si había algo que sabía hacer, era poner nerviosos a sus amigos con su peculiar sentido del humor. Sin perder tiempo, Franco inclinó la cabeza hacia el australiano, reduciendo aún más la distancia entre ellos.
—Te ves excelente. Es más, quédate con ella. Así puedo soñar contigo total ya sabré cómo te ves mientras duermes.
Óscar, que había planeado tener el control de la situación, sintió cómo los papeles se le daban vuelta en un segundo. Había esperado que Franco se pusiera nervioso o que reaccionara con una broma incómoda, pero no esto.
Mientras Franco volvía a su rutina como si nada hubiera pasado, Óscar no podía evitar preguntarse si el argentino había sentido algo parecido cuando él lo había besado sin previo aviso.
Aunque Óscar durmió sorprendentemente bien, demasiado bien en la cama del argentino, Franco no podía decir lo mismo. Su mente no paraba de dar vueltas, repasando todo lo que había sucedido durante el día. Óscar tenía razón en muchas cosas: él había hecho con Lando algo muy parecido a lo que había visto entre Hamilton y Checo. La diferencia, sin embargo, era que él jamás le había pedido a Lando que mantuviera algo en secreto.
Franco se levantó con cuidado para no despertar a Óscar. Sabía que no era problema dejarlo durmiendo y que se fuera más tarde, pero necesitaba entrar a su habitación para buscar su ropa. Ya se sentía bastante tonto por no haberlo hecho anoche, pero cuando escuchó la voz de Óscar en medio de la penumbra, se sintió aún peor.
—Puedes prender la luz si lo necesitas, Franco —murmuró el australiano con voz ronca, sentándose en la cama y frotándose los ojos. Franco se quedó quieto por un momento, sorprendido de que Óscar estuviera despierto. Finalmente, fue a encender la luz mientras se disculpaba.
—Perdón, no quería despertarte. Me bañé y todo tratando de no hacer ruido, pero olvidé sacar mi ropa anoche. Óscar observó al argentino, que parecía genuinamente arrepentido, y no pudo evitar sonreír.
—No te preocupes. —no fuiste tu, fue tu alarma, probablemente habría dormido tres horas más, si no fuera por ella —¿Por qué te levantas tan temprano? —preguntó mientras trataba de despertar por completo.
Franco, que en ese momento estaba buscando sus zapatillas cerca de la cama, contestó distraídamente: —Entro en dos horas, pero antes Alex me llevaba al trabajo. Así que me levanto a las seis para estar listo y salir con tiempo. Antes de que pudiera procesar lo que estaba diciendo, sintió cómo Óscar lo agarraba por el brazo y lo tiraba de vuelta a la cama.
—Ok, durmamos una hora más y yo te llevo —dijo Óscar con total naturalidad, acomodándose entre las sábanas como si estuviera en su propia casa. Franco quiso protestar, pero el australiano lo miró con tanta tranquilidad que no pudo evitar sonreír.
—Si llego tarde, me despiden —dijo, intentando sonar serio, aunque no podía ocultar el tono de broma en su voz.
—No te preocupes. —Si eso pasa, yo te contrato —respondió Óscar con una sonrisa, cerrando los ojos y acomodándose mejor en la cama. Lo que debía ser una hora más de sueño terminó convirtiéndose en casi dos. Ambos se quedaron profundamente dormidos, y cuando finalmente Franco despertó, era porque su teléfono no paraba de sonar con mensajes de su jefa preguntándole si estaba bien.
—¡Mierda, mierda, mierda! —exclamó, saltando de la cama mientras Óscar lo miraba desde las sábanas, todavía medio dormido.
—¿Qué pasa? —preguntó, aunque la respuesta era obvia. —Tengo que estar en el trabajo ahora mismo —respondió Franco, mientras buscaba desesperadamente su ropa y se calzaba las zapatillas sin siquiera abrocharlas. Óscar, que ya había captado la gravedad de la situación, se levantó rápidamente. —Tranquilo, yo te llevo. Aunque llegaron al trabajo con un retraso considerable, Franco pudo respirar aliviado al darse cuenta de que la dueña del lugar lo quería lo suficiente como para no despedirlo en el acto.
Entre disculpas y promesas de que no volvería a pasar, logró salvar el día. Por su parte, Óscar no podía evitar sentirse un poco culpable por haberlo convencido de quedarse más tiempo en la cama. Sin embargo, también estaba un poco orgulloso. Había sido una de las noches más cómodas y divertidas que había tenido en mucho tiempo, y aunque no pasó nada "extraño", sentía que algo había cambiado entre ellos, algo que no sabía si estaba listo para explorar.
Piastri iba a volver al trabajo del argentino, ya que encontró en el auto una bolsa. Pensó que podía ser algo importante, pero al abrirla estaba ahí la ropa que Franco le había dicho que se llevara anoche y resaltando entre todo, la remera de Argentina. No tenía ni idea de cuándo Franco había agarrado todo, pero no se iba a quejar.
Chapter 17: Max Drama Verstappen Queen
Chapter Text
El mexicano, cada día que pasaba, se sentía peor. Aunque en unos días viajarían juntos, las cosas con Max no parecían mejorar. Este había estado saliendo temprano de casa, a veces incluso antes de que Checo se despertara, y regresaba tarde, casi siempre con un aire de cansancio y distancia. Apenas hablaban, y esa ausencia de comunicación lo estaba volviendo loco.
Él había intentado, pero no sabía qué era lo que lo tenía así, así que no podía tratar de arreglarlo; sentía que Max solo se alejaba, y él no podía hacer nada para evitarlo. Tenía planeadas muchas cosas, pero cada vez dudaba más que se pudieran llevar a cabo. Había hablado con Alex, con Daniel, incluso llamó a Lando para saber si este podía llegar a tener una idea de qué tenía así a su pareja, pero ninguno tenía alguna idea.
Se había refugiado en Lewis; este los conocía a los dos y sabía todo lo que habían pasado, pero si volvía a escucharlo decir "sabes que te ama", estaba seguro de que lo mataría. Y quería demasiado a su amigo como para hacer eso; incluso había viajado solo para estar con él mientras compraba las últimas cosas que necesitaba, le había regalado cosas a él, a Franco y sabía qué decir para calmarlo.
Pero, ¿por qué no podía ofrecerle un investigador privado o alguien que siguiera a Max y le dijera que todo estaba bien? Estaba seguro de que, de pedírselo, su amigo lo iba a hacer, pero él no quería pedirlo y quedar como un loco.
Había invitado al argentino a su casa; lo último que quería ahora era estar a solas con sus pensamientos. Este aceptó, pero le dijo que llevaría a Óscar. Bueno, mejor dicho, Oscar lo llevaría a él...
No sabía en qué momento esos dos se hicieron tan amigos, pero no se iba a quejar, si al parecer tenían solo dos modos: odiarse al punto de lastimarse (él no creía mucho en lo del tronco) o amarse y no separarse más. Y estaba bien con la última.
Franco le había pedido a Óscar que fuera con él; primero, no tenía cómo ir y, segundo, aún no sabía cómo reaccionar a todo lo que había pasado, y no quería cagarla con Checo, quien había sido tan bueno con él.
Y el australiano aceptó porque, de todas formas, ya estaba en el departamento de Franco y no iba a irse al suyo; además, Checo cocinaba rico. Y con eso ya tenía su corazón y, en caso de ser necesario, su lealtad. Lo sentía por el matrimonio, pero Franco tenía un buen punto en cuanto a sus preocupaciones.
No le había costado mucho descubrir que el argentino no había cerrado esa conversación y seguía rondando por su cabeza, así que solo bastó que le preguntara para que el argentino le dijera lo que pasó en el auto y el pedido de Checo.
El dúo había llegado a la casa del mexicano, quien ya se encontraba haciendo la comida para ellos. A pesar de lo que el argentino hubiera imaginado, la conversación fluyó con normalidad; agradecía que Oscar estuviera allí o que a él lo hubieran delatado los nervios. El almuerzo iba bastante tranquilo; la conversación se centraba en Franco y Oscar, halagando la comida del mexicano y alguna que otra broma relacionada con eso.
—Si algún día quieres un amante, puedes contar conmigo —dijo Oscar con tanta naturalidad que hizo reír a Checo; en cambio, al argentino no le había parecido nada gracioso, incluso se había ahogado con la comida. Cuando se le pasó un poco la sensación de haberse ahogado, solo podía mirar con cara de pocos amigos a Oscar, quien seguía riendo con Checo como si nada hubiera pasado.
El australiano no parecía tener pelos en la lengua y decía lo que pensaba, así que esta vez a quien tomó por sorpresa fue a Checo cuando, con el tono más calmado del mundo, le preguntó.
—¿Qué había en ese paquete, Checo? ¿Por qué es tan importante?
Checo se quedó callado por un momento, pensativo. No estaba seguro de si debía responder, pero antes de que pudiera decidir, una voz lo interrumpió desde atrás.
—Sí, ¿qué tiene? —Yo también quiero saber por qué tanto escándalo —dijo Max, de pie en el umbral de la puerta.
El mexicano se giró, sorprendido. No esperaba ver a Max allí; ni siquiera sabía que había vuelto. —Oh, amor, me asustaste, no sabía que volverías a comer. Max solo tomó una botella de la heladera antes de dirigirse a la puerta, mientras le respondía a Checo con un tono de indiferencia. —No vine a comer, solo buscaba unos papeles; ya me voy.
Lo último que escucharon fue el ruido de la puerta al cerrarse. El mexicano seguía sorprendido por el desplante que le había hecho su pareja, pero los más incómodos ahí eran el dúo de invitados que no sabía qué decir ni qué hacer.
Checo solo se levantó y se dirigió a las escaleras, no antes de decirles que ya volvía, que comieran tranquilos. Como si fuera posible después de eso. Incluso Franco, quien amaba comer, no podía seguir como si nada. Qué demonios había sido todo eso.
Por el otro lado de la historia, la cosa no parecía ser muy distinta. Max se quedó sentado en el auto un rato antes de decidir a dónde iría. Había sido un completo idiota, no lo había pensado; solo dijo lo que pensó, y cuando vio la cara de todos los presentes, sintió que ya la había cagado. Y, como él era Max Drama Verstappen Queen, no tuvo mejor idea que huir de ahí luego de tirar la bomba.
Se estuvo levantando temprano. Durante los últimos días, había muchas cosas que resolver antes de darle la noticia a Checo. Entre los abogados y todos los papeles que había tenido que firmar, llegaba a casa agotado.
Sabía que Checo trataba de no agregarle más sal a la herida, pero verlo pasear con Franco y Hamilton como si fueran una familia feliz le había dolido. Los celos lo estaban matando, y no podía decir nada o arruinaría todo.
Tenía una sola oportunidad para que todo saliera bien y como él quería, y no la iba a desperdiciar con tontos lamentos. Si todo salía bien, en unos días todo terminaría.
Quién sabe, tal vez él y Checo, después de todo esto, podrían seguir con sus vidas, como si el pasado no los hubiera marcado. Él amaba al mexicano y haría todo por verlo feliz, aun si eso no fuera lo que él quisiera.
Checo merecía ser feliz, y él no sería el obstáculo para eso; ya lo había sido en el pasado, pero ahora estaba dispuesto a todo por él.
Chapter 18: Mijn leven
Chapter Text
No tuvieron que esperar mucho por Checo, ya que, cuando se habían puesto a limpiar, este justo bajaba las escaleras. Cuando estuvo frente a ellos, ambos quedaron sorprendidos, ya que había bajado con el misterioso paquete entre sus manos, ese que había sido motivo de tanto drama.
No tuvieron que decir nada, ya que el mexicano, al percatarse de sus miradas, empezó a hablar mientras que, con toda la paciencia del mundo, retiraba las capas protectoras del envoltorio.
—No quiero hacer muy larga la historia, pero mi inicio con Max no fue el mejor. Cuando peor me sentía en torno a la relación, Max me invitó a viajar a su ciudad natal.
Oscar y Franco no querían interrumpir. Aunque estaban atentos a cada palabra, no podían evitar dirigir rápidas miradas al paquete. La curiosidad los estaba devorando lentamente, y deseaban que Checo fuera un poco más rápido con el proceso. Sin embargo, el mexicano parecía disfrutar tomarse todo el tiempo del mundo para quitar la cinta que cubría la caja.
—Pensé que Max iba a terminar todo conmigo —continuó Checo, con una sonrisa nostálgica—, pero solo quería mostrarme un poco de lo que había rodeado su niñez. Entre todo lo que me mostró, me llevó a una hermosa casa de joyería artesanal. Pensé que entraríamos a ver, pero Max ya había comprado algo y, al parecer, íbamos a retirar el pedido.
Oscar y Franco se miraron rápidamente, intrigados. La historia estaba tomando un giro inesperado, y eso desvió, momentáneamente, la atención del paquete.
—Era una cajita de madera algo pequeña que tenía nuestras iniciales talladas. Max me la entregó, y al abrirla, había un pequeño anillo plateado. Era muy simple, pero adentro decía "Mijn leven".
El relato atrapó por completo a los dos. La caja podía esperar; ahora solo querían saber cómo terminaba esa historia que Checo relataba con tanta calma y emoción.
—Max dijo que este sería el primer anillo que me daría y me pidió que lo usara hasta que lo cambiáramos por el de matrimonio. Dijo que tenía escrito "mi vida" porque eso era yo para él.
Checo hizo una breve pausa, observando las caras de sus invitados, quienes estaban visiblemente conmovidos.
—Que su vida era mía si aceptaba el anillo, que sus sueños serían los míos y que mi felicidad le daría la suya.
—No me saqué ese anillo hasta que nos casamos y, aunque no fue el momento más lindo de mi vida, no me arrepiento de nada. Pasaría por lo mismo otra vez si, al final del día, sigo yéndome a acostar con Max y es él quien me da los buenos días.
Finalmente, Checo terminó de abrir el paquete. Dentro había una pequeña caja de madera con letras doradas adornando la tapa. La inscripción decía: "Familia Verstappen-Pérez".
—Sé que Max se arrepiente de muchas cosas, y una de esas es la forma en la que se llevó a cabo la boda. Pero yo solo quería que él cambiara sus sentimientos en relación a ella, y qué mejor manera que en nuestro aniversario de casados.
El mexicano abrió la cajita, dejando ver que, en un fondo de terciopelo azul, había dos anillos idénticos en color dorado.
—Es la primera vez que los veo. Había tratado de comprarlos en línea, pero la joyería solo vende de modo local y no podía ir sin que Max supiera. Quería que fuera una sorpresa —dijo Checo, soltando un suspiro.
—Lewis se ofreció a ir a comprarlos, pero para ser justo con Max, me dijo que tampoco me mostraría cómo serían y que tendría que confiar en él.
Franco y Oscar intercambiaron miradas, entendiendo que aquello explicaba una parte del misterio.
—Iba a ir a buscarlos cuando se llevó tu llave, pero pasaron cosas y los trajeron ustedes. Desde entonces, las cosas no han estado del todo bien con Max. Me había negado a verlos, pero son bonitos, ¿no? —preguntó Checo mientras se los pasaba a Oscar.
Oscar no pudo responder, ya que Franco se atravesó para abrazar a Checo con una intensidad que lo dejó sorprendido.
—¡Oh, estoy tan feliz de que no fueras a cambiar a Max por Lewis! —No me malinterpretes, me cae bien, pero Max es Max —soltó Franco en un torrente de palabras casi sin respirar, como si estuviera liberando todas las emociones acumuladas.
Checo lo miró incrédulo, sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.
—¿Por qué cambiaría a Max? —preguntó finalmente, mirando al argentino, quien seguía aferrado a él.
—Perdón, no quise pensar mal, pero todo el misterio que rodeaba la caja y la cita con Lewis... —Yo malinterpreté todo —dijo Franco, esta vez en un tono más bajo, como si estuviera lamentando sus propias conclusiones.
Checo, al comprender la angustia del argentino, respondió abrazándolo con cariño.
—Oh, no te preocupes. Perdóname tú a mí; no me di cuenta de que todo se podía malinterpretar y de que estabas en una mala situación.
Oscar observaba la escena, y debía admitir que el momento tenía un aire muy familiar. Franco, abrazado a Checo, parecía un niño pequeño buscando consuelo, y era evidente que toda la situación lo había sobrepasado.
Cuando Checo finalmente soltó a Franco, este parecía tan relajado que, si le daban una almohada, podría haberse dormido allí mismo. Oscar no podía evitar pensar en lo difícil que había sido para él cargar con la angustia de lastimar, incluso sin intención, a Max o a Checo.
Después de haber hablado con Lando y Alex sobre Franco, Oscar se lamentaba por haberlo tratado mal en el pasado. Ahora estaba convencido de que el argentino no lastimaría ni a una planta... al menos no a propósito.
Por su parte, Checo se sentía mal por no haber notado antes el peso que Franco llevaba encima. ¿Y si con Max estaba ocurriendo lo mismo? No creía que lo estuviera engañando, pero, ¿y si Max pensaba que quien estaba engañando era él?
Tendría que hablar con Max. Si no lo hacía, todos sus planes para renovar sus recuerdos de casamiento podrían irse por la borda. La idea de que Max estuviera igual que Franco, cargando con sentimientos malinterpretados y un peso innecesario, lo aterraba. Si eso era cierto, no sabía si se lo perdonaría; él quería hacer algo lindo por Max, no todo lo contrario.
Chapter 19: ¿Aún no sabes abrir la puerta?
Chapter Text
Max aún no volvía; los chicos ya se habían ido, así que Checo decidió llamar a Lewis para agradecerle por los anillos. Sin duda, eran preciosos, una obra de arte que parecía hecha a medida para ellos. Sin embargo, Lewis no contestó, por lo que decidió volver a intentarlo más tarde. Por ahora, optó por enviarle un mensaje rápido:
"Gracias por todo. Quedaron increíbles. Los amé".
Con eso hecho, decidió ir a darse una ducha. El agua caliente era un alivio para su cuerpo cansado, pero no podía evitar que su mente siguiera dando vueltas. Su relación con Max había pasado por muchas cosas en las últimas semanas, y aunque ahora las cosas estaban más estables, no podía evitar sentir que había algo que aún no estaba del todo bien.
Mientras Checo se bañaba, Max llegó a casa. Había estado fuera todo el día, pero algo en su interior le decía que tenía que hablar con su pareja esa noche. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera organizar sus pensamientos, un ruido captó su atención. El celular de Checo estaba sobre la mesa, vibrando insistentemente con una llamada de Lewis.
Max se quedó mirando el teléfono, debatiéndose entre contestar o dejarlo. Era la tercera llamada en poco tiempo, y aunque no quería ser intrusivo, tampoco quería ignorar lo que podría ser importante. Finalmente, decidió tomar el celular para enviarle un mensaje rápido a Lewis y avisarle que Checo estaba ocupado. Sabía que el mexicano no usaba contraseñas.
Sin embargo, antes de que pudiera escribir algo, un mensaje llegó. Max lo leyó casi sin querer, pero las palabras solo removieron todo lo que el tiempo ya había asentado en el fondo:
"Espero te hayan gustado los anillos; los compré pensando en lo que te gusta. "Llámame cuando estés libre".
El corazón de Max se aceleró. Sentía que el suelo bajo sus pies desaparecía. —¿Por qué Lewis había comprado anillos? —¿Por qué ese tono tan personal? —Dejó el celular de golpe en su lugar, pero la sensación de que algo estaba pasando no se iba.
Esa noche, Max no podía dormir. Su mente seguía repitiendo las palabras del mensaje, y aunque intentaba convencerse de que probablemente estaba exagerando, no podía ignorar el dolor en su pecho. Amaba a Checo, más de lo que jamás había amado a nadie. El mexicano se había convertido en su cable a tierra, su vida, su todo.
¿Podía vivir sin él? Sí, pero no quería. Y ahí estaba el problema.
Había llamado a sus amigos para hablar, pero ninguno estaba cerca como para juntarse, así que, ¿por qué no su hijo adoptivo y su nueva sombra? No tenía problemas con Óscar, pero nunca se imaginó que este fuera así; tal vez se parecían más de lo que ambos pensaban.
Franco había ido tantas veces a la casa de Max, que ya se manejaba como si fuera suya, algo a lo que Piastri aún no se acostumbraba. Entrar a una casa sin que los dueños te abran la puerta seguía siendo raro para él.
—¿Es normal entrar así? —preguntó Óscar mientras Franco abría la puerta como si fuera la suya.
—Max no cierra la puerta, ya te lo dije. —Además, ¿cuántas veces quieres que toque el timbre? Ya le mandé un mensaje y no responde. —respondió Franco con una sonrisa mientras dejaba su bolso cerca de la entrada.
—Vienes a mi casa todas las semanas desde que te mudaste, ¿y aún no sabes abrir la puerta? —preguntó el neerlandés sin siquiera tomarse el tiempo de salir del agua.
—Sí, sé... pero Oscar quería que te avisáramos antes de entrar, así que tuve que mandarte un mensaje que obvio no contestaste —le reclamó Franco.
No había muchas cosas para hacer y, aunque Checo no estaba, los tres estaban pasando un agradable momento. Al principio se iban a encontrar en algún lugar para beber algo, pero al final al argentino le ganó la flojera y se juntaron en la casa de Max. Después de todo, había la misma cantidad de alcohol y un extra que llamaba la atención: una gran piscina.
El australiano pensaba que era un juego o una broma el hecho de la adopción de Franco, pero cada vez parecía más real. Si esto fuera así, podía soportar la idea de tener a Checo como suegro, pero no se imaginaba a Max... Definitivamente, no era lo que esperaba.
Franco se ponía rojo al sol, así que más que tener un sexy bronceado, obtenía quemaduras, por lo que tuvo que pedirle a Oscra que le pusiera protector solar. Y después ponerle el a su amigo; después de todo, el australiano era el dueño, así que no se podía quejar.
Si fuera por Franco, no llevaban nada; con un pantalón corto estaban bien, pero Óscar no se sentía tan cómodo usando las cosas del matrimonio, por lo que preparó sus cosas y algunas para el argentino.
—Esto es raro —murmuró Óscar mientras Franco le ponía protector en los hombros.
—Lo raro es que no te quemes —respondió Franco, riendo.
Habían pasado la tarde juntos. Óscar no sabía a qué se debía, pero para el argentino no era problema poner a todos de buen humor. Nunca cuestionó por qué Max lo había invitado, solo decidió ir, llevar a Oscar y una pelota, y al parecer era todo lo que el neerlandés necesitaba, ya que llevan más de 2 horas jugando y compitiendo para ver quién era el mejor de los tres.
En casi todos los juegos ganaba Max o Franco. Él era competitivo, le gustaba ganar y todo eso, pero no sabía si llevarse el título al mejor de los tres valía la pena en comparación con la cantidad de agua que los otros habían tragado. El premio sería salir vivo de ahí y no terminar ahogado.
Para su suerte, Checo llegó en el mejor momento: la hora de la comida. Estaban seguros de que este sabía de su presencia, ya que traía pizza. Lo que llevó a Oscar a reiterar su comentario anterior.
—Checo, si alguna vez necesitas un amante, aquí estoy.
Franco lo miró con incredulidad mientras Checo se reía; fue el único al que le hizo gracia. Max solo pensaba si comer pizza o ahogar a su invitado; estaba seguro de que el argentino podría conseguir otra sombra.
—Gracias, pero ya tengo suficiente con uno —respondió, señalando a Max.
—¿Qué haríamos sin ti? —dijo Max, acercándose a él para tomar las cajas.
—No lo sé, pero seguro estarían muriendo de hambre —respondió Checo con una sonrisa.
Checo se cambió de ropa antes de bajar para comer con ellos. No hablaron mucho, pero el ambiente en casa se sentía tranquilo, como si nada los hubiera atormentado los días anteriores.
¿Sería la calma antes de la tormenta? Max miraba a Checo y rogaba que no fuera así, que todo se quedara como estaba en este preciso momento. Incluso adoptaría a la sombra de Franco si esto mantenía la paz en su hogar.
Cuando la noche cayó, Franco y Óscar se despidieron, dejando a Max y Checo solos. Aunque las preguntas seguían rondando la mente de Max y las dudas sobre sus futuras acciones lo estaban matando, aun así decidió no arruinar el momento.
Mientras veía a Checo acomodarse junto a él en el sofá, Max supo que estaba haciendo lo correcto; esto es lo que quería que el mexicano tuviera siempre. Sin importar lo que costara.
Chapter 20: Puedes dormir con él.
Chapter Text
Lando volvería en dos días y la nueva rutina del dúo Piastri-Colapinto se terminaría. Habían pasado algunos días en el departamento del argentino, pero Oscar se sentía más como estando en el suyo, y a Franco le daba igual.
Estaba bien siempre y cuando tuviera compañía; ya le había contado que antes de mudarse pasaba mucho tiempo solo y ahora no era algo que quisiera repetir. Incluso habían ido a entrenar juntos.
El australiano quería a Lando; este era su mejor amigo, su otra mitad, un hermano, todo eso y más. Pero había algo en el argentino que lo llamaba a estar con él. Él no se llevaba mal con Max, pero si no fuera por Franco, nunca hubiera ido a su casa, y menos hubiera conocido ese lado juguetón, tan distinto al que mostraba siempre.
Checo seguía siendo un libro abierto, dispuesto a querer y cuidar a quien le ofrecería lo mismo. El mexicano lo había recibido en su casa como si fuera uno más de su familia, le había presentado su cultura y todo lo que lo rodeaba.
Se sentía distinto a las otras veces que convivió con el matrimonio; se preguntaba si esto es lo que había recibido Franco desde un inicio y, de ser así, ya tendría la respuesta a por qué Franco se había sentido tan mal con el malentendido con Checo.
Ahora, incluso hasta en su departamento, Franco había dejado su impronta, desde la remera de Argentina que ahora usaba para dormir hasta el mate que le había regalado. No lo usaría, pero se veía bien de adorno.
Habían pasado tanto tiempo juntos que había podido confirmar su duda inicial; ahora estaba seguro de que Franco podía hablar de tiburones participando en un triatlón estando sobrio. Y ya no le parecía tan descabellada la idea; todo era cuestión de estrategia.
La primera noche en su departamento, Franco había pedido usar su cama solo para devolverle el favor, pero Lando se había llevado la llave de su habitación y no tenían forma de entrar. Era la primera vez que este hacía eso, así que cuando volviera le cuestionaría cuál era el gran secreto que estaba escondiendo.
Por ahora, solo quedaba una opción, ya que ellos no tenían un sofá cama: dormir juntos. Para su suerte, Oscar tenía una cama grande; no se podía comparar con la cama de plaza y media del argentino.
Dormir juntos no había sido un problema, a pesar de que Franco se movía para todos lados. El problema había sido el trabajo de Franco y tener que levantar a Óscar para que lo llevara.
El argentino no tenía problemas con que lo abrazaran, pero las primeras noches que durmió con Oscar no podía creerlo: el tipo que lo tenía agarrado y no lo dejaba levantarse era el mismo que lo había tirado al piso dos veces y maldecido Dios sabrá cuántas otras.
Si conseguían una cama aún más grande, no tendría problema en quedarse con ellos hasta que Alex volviera. Lando había sido su amigo por años y dormir con él no sería algo nuevo, y dándole la contra a todo lo que había pensado de Óscar, se llevaban bastante bien. Podría acostumbrarse a tener al australiano de amigo.
Ir a buscar a Lando al aeropuerto solo remarcó la idea de que su amistad con Piastri había sido una buena adquisición en su vida. No iban a hacer que cambiara a Alex por ellos, pero le gustaba estar con el dúo.
Lando los puso al día con todo lo que había hecho en Brasil; ellos le contaron todo lo que había pasado. La llegada al departamento habría sido tranquila como la mitad del viaje, pero todo cambió cuando el inglés les reclamó a los otros dos por ser tan tontos.
—¿En serio pensaron que Checo engañaría a Max? —¿Y con Lewis? —dijo Lando como si fuera a darles todo un sermón de lo tontos que habían sido.
Franco y Oscar trataron de defenderse, pero ninguno de sus argumentos parecía calmar a Lando, quien había decidido usar el resto del viaje a casa para retarlos.
Al llegar, Franco no podía sentirse peor, o eso pensaba, hasta que Lando abrió la puerta de su habitación para guardar todo lo que había traído, y ahí adentro se encontraban al menos 3 conjuntos de ropa en tonos blancos y marrones.
Ante la sorpresa de sus amigos, y viendo que ya la había cagado, no le quedó otra que explicarles a sus amigos por qué tenía eso, pero antes los hizo jurar que no dirían nada, así que hasta que ambos no prometieron guardar el secreto, Lando no habló.
—Está bien, lo prometemos —dijo Oscar con la esperanza de que Lando ya empezara a hablar y no dejara que el argentino se diera más ideas solo, aunque esto no pareció mejor cuando Lando solo dijo:
—Es para la nueva boda de Checo y Max.
La cara del argentino era un poema a la tristeza; esto solo le recordaba que trató al mexicano de infiel y no le ayudaba el hecho de que su amigo siguiera contándoles todo ilusionado. Aunque ahora sabía por qué los había sermoneado en el auto.
—Checo me llamó para preguntarme qué talle de ropa usábamos nosotros. —¿Puedes creer que nos compró ropa para su boda? —contaba todo ilusionado.
—Le dije que podía dejarlos acá. Ya yo no estaría y tú no sueles usar mi habitación, así que estos son los nuestros —dijo mientras señalaba los dos que estaban en la cama—. —Y estos son de Franco, Max y Checo —dijo señalando los conjuntos que adornaban las puertas del placard.
Después de eso, Franco había decidido irse a su departamento; quería estar solo, tal vez llamar a Albon para que lo ayudara a no sentirse tan mal, quizás llamar a Checo y disculparse de nuevo o solo dormir.
Pero Oscar había decidido que era mejor que se quedara con ellos, y así no pensar tanto. La conversación parecía muy casual , y aunque le habían dicho a Lando que se llevaban bien, verlo era otra cosa.
—Ya deja de insistir, no te irás a torturar solo —dijo Oscar con una sonrisa que mostraba que no estaba dispuesto a ceder.
—Si no me dejas ir, es secuestro, lo sabes, ¿no? —dijo el argentino en tono de protesta.
—Está bien, date por secuestrado; puedes llamar a la policía mañana —le respondió Oscar mientras lo alzaba y lo llevaba al sillón.
Lando no tenía palabras para lo que veía. De Franco podía esperar todo; él era un ser de luz y amor, necesitaba recibir amor mínimo dos veces por semana o se marchitaba, es ese tipo de persona.
¿Pero, Óscar? Nunca había sido malo con él, pero estaba seguro de que nunca lo había tratado así. Tenían juegos y todo, pero no se podía comparar. Podría haber seguido analizando la situación, pero los brazos de Franco lo interrumpieron.
Este lo tenía abrazado mientras le pedía que le ayudara con Oscar e iba a hacerlo, pero el repentino cambio en Oscar lo desconcertó.
—Puedes seguir abrazándolo, pero no te irás. Y si te sientes tan cómodo con Lando, puedes dormir con él.
Fue lo último que escucharon de Oscar antes de que se fuera a bañar; ninguno sabía qué decir. ¿Se había enojado con Franco? ¿O con Lando? ¿Tal vez con ambos? No tendrían respuestas porque Piastri no volvió a ir a donde ellos estaban después de bañarse; solo se acostó.
Tal vez ellos malinterpretaron el tono en el que dijo lo último, pero como ya no había más opciones, Franco durmió con Lando. Aunque la combinación de dos personas inquietas juntas no era la mejor, ninguno se quejó.
Chapter 21: Chocolates
Chapter Text
Mientras Franco y Lando desayunaban, no le quedó otra al inglés que avisarle a Checo que ahora los chicos ya sabían. A este le causó gracia toda la situación y solo le dijo que, mientras Max no se enterara, todo estaba bien.
Checo y Franco hablaron un rato, ya que este último quería volver a disculparse con el mexicano, quien le repitió que no tenía que sentirse mal, que entendía todo y que en ningún momento se había enojado. Era solo un malentendido y nada más.
Iban a limpiar donde habían desayunado cuando Oscar se levantó. Lando se iba a ofrecer a prepararle algo, pero el australiano decidió que la tostada que estaba comiendo Franco era lo que quería. Así que, luego de que este le diera un mordisco, se la quitó para luego ir a servirse jugo.
Sin duda, Lando estaba sorprendido con las actitudes de Oscar, pero, si a Franco no le molestaban, a él menos. Después de todo, prefería que se llevaran bien.
No tenían planes para ese día, pero eso cambió cuando Lewis llamó a Franco para preguntarle si estaba disponible y tenía ganas de ayudarlo a preparar unas cosas. No obtuvo más detalles que esos.
Sin embargo, Lewis le dijo que podía ir con el dúo, así que, sin ningún mejor plan, ahora estaban en una cafetería esperándolo. Sin duda, Hamilton destacaba donde fuera, pero quien llamaba la atención en ese momento era Checo.
Ya lo habían visto en varias ocasiones, pero verlo con un traje negro era otra cosa. El mexicano parecía un importante hombre de negocios, un modelo tal vez, y el aura que lo envolvía era totalmente distinta a la que ellos estaban acostumbrados.
Lewis los sacó del embobamiento cuando se acercó a saludarlos.
—Hola, gracias por venir. Checo va a venir en un momento; está terminando con algunas cosas.
La charla no avanzó más allá de los saludos cuando todos se quedaron atónitos al escuchar a Checo enojado. No podían entender de qué hablaba; incluso Franco, que sabía español, no lograba comprender. Pero este se daba a antender através de los gestos que largaba al aire.
Y como si fueran dos personas distintas, Checo se acercó a saludarlos con una gran sonrisa cálida. Se quitó el saco, dejando ver una camisa blanca con algunos botones desabrochados. Esperó pacientemente a que los cuatro terminaran de babear para hablarles.
Lando estaba sorprendido por el cambio de Checo, pero Oscar y Franco estaban ambos dispuestos a ser su amante.
Al final, Lewis les había pedido que fueran hasta allí para ayudar a Checo con su "nueva boda". Incluso crearon un grupo con ese nombre. El plan era que ellos viajaran antes para revisar todo y terminar con algunas cosas que el mexicano no había podido hacer.
Tenían una organizadora de eventos, pero, como él no iba a poder estar presente, quería que ellos revisaran todo. Después de todo, confiaba en ellos. Lewis no tenía problema en hacerlo, pero Checo no quería cargarlo con más cosas.
Esa fue la razón por la que Hamilton llamó a Franco y no a Checo cuando habían ido de compras. Sabía que el mexicano no la estaba pasando bien, pero que no le pediría nada más, así que sorprenderlo había sido la mejor manera.
Checo no perdió el tiempo cuando vio a Lewis frente a él. Estaba sorprendido, pero agradecía que estuviera allí. El abrazo de este quitó, en un instante, la mitad de sus preocupaciones, pero el "él te ama" susurrado al oído terminó por quitarle todo el peso que había acumulado en su alma.
Franco tendría que rogarle mucho a su jefa para que le diera más días libres, tal vez sobornarla con traerle algo. Sabía que a esta también le gustaba Hamilton, así que quizá cambiar su número por unas vacaciones no sería mala idea.
Aunque al final descartó todas estas ideas, ya que, después de que Oscar lo fuera a buscar al trabajo y hablara con ella, obtuvo sus vacaciones extra. Sin embargo, el australiano se negaba a decirle qué le había dicho.
—Vamos, amigo, tienes que decirme qué le dijiste, así puedo usarlo después o saber qué no debo usar —decía el argentino mientras perseguía a Oscar por su departamento.
Lando se unió al argentino, más por curiosidad que por ayudarlo, pero a este no le importaba mientras fuera de ayuda.
—Tienes que decirle. —¿Qué tal si justo usa eso como excusa otra vez y lo despiden? —le reclamó Lando con un tono demasiado dramático.
—Yo le doy trabajo si lo despiden —respondió el australiano mientras se reía de ellos.
—¡Tú no trabajas! —¿Cómo le vas a dar trabajo? —cuestionó Lando.
—Puede dar clases conmigo. Y, aunque no lo creas, es un trabajo, genio —respondió Piastri mientras se acostaba en su cama.
Todo iba bien hasta que sintió el cuerpo de Lando al lado suyo y el de Franco encima. Lo tenían acorralado y amenazado con hacerle cosquillas, lo cual era el menor de sus problemas.
Tener a Franco saltando sobre él era lo peor... o lo mejor. La vista era perfecta. El argentino se reía, ajeno a todo lo que estaba causando en él. No hubiera cambiado nunca esa imagen si no fuera porque tenía a Lando al lado, viendo cómo se ponía cada vez más rojo.
Tuvo que agarrar a Franco de la cintura para que dejara de moverse.
—Está bien, te diré, aunque estoy seguro de que no hace falta.
Franco se movió para que lo soltara, y de su cara debían haber aparecido subtítulos que Lando fue capaz de leer, ya que, con ganas de cobrarse todo lo que le había hecho en algún momento, decidió que ese era el mejor momento para vengarse.
—Vamos, Franco, no te dejes ganar —dijo Lando con la mejor cara de satisfacción del mundo.
El argentino volvió a moverse para que lo soltara, pero Piastri, en su último momento de cordura, lo agarró de la cintura para ponerlo contra el colchón y quedar encima.
—Está bien, ganaste —dijo Piastri, quien estaba tan cerca de Franco que podía sentir su agitada respiración. No creo que vuelvas a usar mi excusa, ya que le dije que te iba a pedir que fueras mi novio.
Luego de eso, salió lo más rápido que pudo de la habitación. Fue directo a la salida del departamento, pero antes les gritó que iba a comprar algunas cosas.
Franco siguió acostado como si nada hubiera pasado; incluso se puso a hablar con Checo sobre que ya había conseguido sus preciadas vacaciones. En cambio, Lando no podía dejar de pensar en su mejor amigo y su patética huida.
—Si me hubiera dicho que iba a comprar, lo habría acompañado. —Quiero un chocolate —dijo Franco, totalmente ajeno a lo que pasaba a su alrededor.
Lando solo podía mirar a su amigo y preguntarse qué era peor: si el hecho de que no notara a Piastri o si lo hubiera hecho.
Decidió no pensar mucho e ir tras su bobo amigo.
—No te preocupes, yo lo compro. De paso, compro algunos para mí —dijo Lando antes de salir corriendo.
Franco estaba seguro de que esos dos eran amigos porque eran igual de raros.
Chapter 22: ¿No quieres quedarte?
Chapter Text
Max estaba seguro de que, si tuviera que ver una vez más a los abogados y a toda la gente que esto requería, se volvería loco; él solo quería terminar de una vez, pasar a la siguiente etapa de su vida.
¿Estaba listo? Definitivamente no, pero ya no podía atrasar lo inevitable. Checo quería esto, pero nunca se lo iba a pedir, lo sabía... Conocía demasiado bien al mexicano.
No quería posponerlo más, y el abogado le había dicho que era el mejor momento; ambos eran estables y económicamente independientes del otro, estarían cubiertos si algo pasaba.
El hecho de que Checo quisiera ir a México no sería un inconveniente siempre y cuando estuviera ahí para firmar todos los papeles que se pudieran necesitar; incluso le había preguntado al abogado si el inicio de su relación, la edad o algo de su pasado podría afectar la decisión.
Pero este le aseguró que no, que aunque pudiera llegar a salir en algunas conversaciones, no cambiaría nada. Después de todo, no habían cometido ningún delito.
Había ido tan seguido a hablar con el abogado sobre cada duda que tenía, que ya se sentía como Franco en su casa. El abogado le había dado su número, pero él prefería no hablarlo por llamada, donde todo se podía confundir o Checo podría escuchar.
No lo quería tomar por sorpresa, pero era la mejor forma para que el mexicano no pudiera decir que no. Después de todo, un matrimonio se basaba en la confianza, ¿no?
Checo tendría que confiar en que él hacía lo mejor para ambos. No había tomado esta decisión a la ligera; lo había pensado y consultado con su almohada muchas veces antes de ir con un abogado para que lo asesorara en todo el proceso.
No sabía ni cómo empezar cuando todo pasó. Al principio serían unas preguntas, pero todo fue escalando y, cuando quiso darse cuenta, ya se encontraba firmando papeles.
El hecho de que Checo hubiera estado tan distraído estos días era lo que lo había ayudado para poder llegar a este punto. Incluso había pensado en hablar con Hamilton para saber si esta era la mejor idea.
Pero el miedo de que este le contara a Checo y todo se fuera por la borda lo detuvo; solo podía pensar en que él había confiado en Checo en el pasado y ahora estaban en este punto.
Ya era hora de empezar a devolverle algunas cosas; no lo hacía por ego. Sabía que no era su idea, que fue de Checo, pero ya se la había adueñado. Y cuando una idea se fijaba en su cabeza, ya nada lo haría cambiar de opinión, ni él mismo podría quitársela.
Podría terminar todo si no iba al viaje que Checo había planeado; quizás podría llegar unos días tarde y así no tendría problemas.
Había visto hace unos días cómo Piastri se comía a Franco solo con la mirada, cómo lo seguía para todos lados, y solo podía pensar en qué tan distintas hubieran sido las cosas si él hubiera actuado así con Checo desde el principio.
Los recuerdos de sus inicios no lo dejarían dormir en paz.
Había conocido a Checo gracias a que Lewis lo había invitado a una fiesta que estaba cerca de donde él estaba compitiendo. Le gustaba lo que hacía, aunque no pretendía vivir toda su vida haciéndolo.
La euforia que obtenía solo estaba durante el festejo y, para eso, tenía que ganar. Amaba la adrenalina de correr, pero el vacío que le dejaba durante los días siguientes no tenía forma de llenarlo.
Vivía esperando correr; no había más nada que eso. Era su vida: correr y luego esperar para volver a hacerlo y así sentirse vivo. Le gustaba así, pero no se veía a los 30 años viviendo igual; quería algo que fuera estable, menos volátil y efímero.
La primera vez que vio a Checo, este estaba tomando con algunos amigos. Él no sabía cómo había llegado ahí, solo siguió el grupo de corredores que lo habían invitado; solo quería divertirse, y qué mejor idea que con el mexicano de linda sonrisa.
Invitarle un trago había sido su estrategia de conquista, aunque fue cruelmente rechazada con una frase en español que él no entendió. Pero, seguido de eso, el chico de linda sonrisa se levantó, dejándolo ahí.
Hubiera muerto de vergüenza de no ser porque un amigo de este le dijo, en perfecto inglés: "Se llama Sergio, pero es muy grande para ti". Mientras se reía, pasó el resto de la noche buscándolo, ya que este se movía entre la gente como si fuera una danza. Aceptaba haber tomado de más, pero la naturalidad con la que sonrisas se movía en ese entorno lo tenía fascinado.
No pudo volver a hablar con el mexicano, pero no creía que fuera tan difícil dar con él. Vaya decepción se llevó al preguntar por este entre sus amigos, y nadie conocía a alguien con ese nombre. ¿Le habrían mentido?
No le quedaba otra que olvidarse de él, ya que se iría del país y ya no lo vería más, o eso pensaba hasta que, al decidirse por abandonar a su grupo y tratar de volver solo al hotel, escuchó una suave voz que le recordaba dónde estaba.
—No es la mejor idea que te separes de tus amigos; no estás en casa y no hablas español.
La voz de sonrisas lo hizo girarse abruptamente. Iba a decir algo cuando este le volvió a hablar:
—No voy a robarte, puedes quedarte tranquilo, aunque si fuera tú, no me quedaría afuera mucho tiempo.
—Bueno, si te preocupa mi seguridad, puedes ayudarme a volver a mi hotel —dijo Max como si hablara con un amigo de toda la vida y no con un completo desconocido.
—Bueno, y así es como los turistas duran poco con sus cosas —dijo el mexicano mientras se reía de la situación.
Max iba a hablar, pero tener a Sonrisas pegado a él lo había dejado sin palabras. Volvió a caer en la situación en la que se encontraba cuando vio que este tenía su billetera en la mano y la estaba revisando.
No tuvo que hacer mucho para recuperarla, ya que el mexicano se la devolvió después de sacar algo de dinero. Iba a reclamarle cuando este le dijo:
—Es para pagar el viaje, niño.
No sabía la edad del otro, pero que le dijera niño le había molestado más que el hecho de que hubiera revisado su billetera. No sabía si era debido al alcohol o a lo extraña de la situación, pero cuando se subieron al auto, estaba seguro de que o salía con una buena historia para contar o salía en las noticias de su país como desaparecido.
El mexicano no le había preguntado ni cuál era su hotel, pero dado que ahora abría la puerta de su habitación, podía asegurar que lo había leído en la llave de entrada. La situación era tan extraña que ninguno sabía cómo reaccionar.
El mexicano solo esperaba que este tipo no fuera así con todo el mundo; había confiado en él y ahora lo había dejado junto con todas sus pertenencias mientras iba al baño.
No le podría reclamar mucho ya que si le decía a Lewis que se fue de la fiesta con un completo desconocido y lo acompañó hasta su hotel, sin avisarle, estaba seguro de que lo mataría. Luego pensaría en qué decirle a este.
Estaba por salir cuando unos brazos lo detuvieron.
—¿No quieres quedarte?
Checo solo podía pensar que estaba vivo de milagro. Él no le haría nada, pero ni siquiera lo conocía. No salía tan seguido como para saber si esto es normal entre la gente más joven.
—Niño, no me conoces y me estás invitando a dormir. —Además, ¿quién te dijo que me gustaban los hombres? —dijo Checo, frustrado con la situación.
Aunque de respuesta solo obtuvo:
—Tú tampoco me conoces y estás acá; además, no soy un niño.
Checo quería golpearlo y, de paso, que lo golpearan a él por ponerse en esa situación. Nadie lo mandaba a querer ser buena persona; si lo hubiera dejado solo, ya estaría durmiendo.
—Si eres menor que yo, eres un niño —le recalcó el mexicano.
—Tengo 27, ¿eres más grande?
Max iba a pelearle; él parecía más joven de lo que realmente era, pero el otro tampoco aparentaba su edad, aunque para el neerlandés esto ahora era una desventaja.
Iba a hablar, tal vez tratar de convencerlo para que se quedara, pero no tuvo tiempo ya que el ruido de la puerta lo interrumpió.
—No confíes tanto en la gente, niño —dijo el mexicano antes de intentar salir y ser otra vez agarrado.
—Al menos dime tu nombre, así sabré a quién buscar si vuelvo —dijo el menor, divertido con la situación.
—Me dicen Checo —dijo antes de soltarse de los brazos del menor, quien, antes de que pudiera girarse para salir, lo besó. Fue un beso raro, un choque de labios; quería golpear al menor, pero este ya se había alejado. Y ahora se reía de la situación.
—Un placer, Checo. Me llamo Max, y puedes quedarte con el beso o devolvérmelo si quieres —dijo mientras se acostaba.
No obtuvo una respuesta en palabras, solo recibió el golpe de una zapatilla en la cara. Podría haberse quejado, pero la agilidad del mayor para moverse lo tenía atontado. Además, después de eso, el mexicano se fue insultándolo.
Definitivamente, sería una historia para contar; solo tenía que agradecer que la historia no fuera en la televisión.
Chapter 23: Te amo
Chapter Text
¿Cómo iban todos los planes de la boda? Mal. Checo había terminado todo antes para poder llegar uno o dos días antes de lo planeado y ser parte de la organización. Solo pedía que en vez de viajar el sábado fuera el jueves... Pero todo se vino abajo cuando Max no solo le dijo que no podía adelantar las vacaciones, sino que tampoco creía poder viajar el mismo día que él.
¿Su excusa? Tenía trabajo que terminar. No pudo obtener nada más de su pareja, ya que este se negó a seguir hablando del tema, lo que solo lo hacía pensar que ese podría ser su último intento para acercarse a Max.
Sabía que las cosas no iban bien de ambos lados. Podía entender que la planificación a escondidas pudiera haber afectado a Max, pero si simplemente decirle todo solucionara los problemas que tenían, la boda la habrían planeado entre los dos, no solo él.
La sorpresa no era lo más importante. Si esto le hubiera devuelto a su pareja, ya se lo habría dicho. Sin embargo, sabía que estas fechas siempre eran difíciles para Max, aunque esta era la primera vez que el silencio los envolvía de esa manera.
El amor de su vida ya casi no hablaba con él. Necesitaban la presencia de un tercero para poder compartir momentos. Hablar ya se podía considerar un milagro en su casa, una casa que nunca le había parecido tan grande, tan vacía y desolada como en ese tiempo.
Agradecía a Franco por venir y llenar los silencios que tanto lo lastimaban, pero con su partida, estos solo se hacían más grandes. Checo entregaría todo en este momento para saber qué era lo que tenía, para entender qué ocurría con Max. No quería pensar mal de su pareja, pero esta distancia no podía ser buena.
Tal vez, al final, se había dado cuenta de que la diferencia de edad sí lo afectaba. Las cosas que habían intentado olvidar, como su crianza y estilos de vida, ahora parecían ser un factor que tuvieron que haber tenido en cuenta.
Y si Max se había aburrido de él... Después de todo, ese siempre fue su mayor miedo: el hecho de que Max se levantara un día y se diera cuenta de que la diferencia de edad era algo que ya no podía soportar, que quería otro estilo de vida, ese que él no le podía dar.
Quizás todo lo que Max había dejado atrás para estar con él estaba volviendo para arrebatárselo. Esto era todo lo que le quedaba para poder mostrarle a Max que lo amaba, y que él definitivamente valía la pena.
No podía devolverle su carrera, pero sí podía hacerle feliz el resto de su vida, si tan solo él se lo permitiera.
Los fantasmas de sus pasados no pensaban dejar a Checo en paz. Todos sus miedos, aquellos que había jurado dejar en el olvido cuando se casó, volvían con más fuerza.
Aún podía recordar la primera vez que Max le dijo que lo amaba, pero esta vez ese recuerdo no lo consolaba.
—Vamos, Checo, ¿por qué no puedes aceptar que quieres esto tanto como yo?
Esa pregunta fue el inicio de todo. Max trizó su escudo; ya no tenía muchas más defensas. Este caería en cualquier momento, dejando todas sus inseguridades a la luz. No quería ser vulnerable, y menos frente a Max; él era mayor. No podía ser débil, no debía.
Solo le quedaba huir, pero ¿cómo hacerlo si su amante le pedía por favor que no lo dejara, que lo perdonara...? ¿Cómo podría dejarlo?
El hombre que lo había lastimado en el pasado no se parecía en nada al que ahora le suplicaba que se quedara. Pero no quería caer en los brazos de quien un día podría levantarse y ya no estar más.
Había soportado levantarse y que Max no estuviera a su lado; lo entendía, su carrera era demandante y estaba bien con eso, cuando solo eran un acuerdo, sexo y nada más.
Pero no creía poder hacerlo ahora, no después de que los sentimientos mancharan su acuerdo y varias partes se hubieran borrado. ¿La primera regla? Sin sentimientos. ¿La segunda? En secreto.
Estaba sentado en la orilla de la cama, a punto de levantarse e irse, cuando los brazos de su amante lo agarraron de la cintura. Podía sentir a Max arrodillado atrás de él, con la cabeza escondida entre su cuello y su hombro, lo que dejaba en evidencia las lágrimas que escapaban de su joven amante.
Un suave susurro que logró erizarle la piel, incluso el alma: un suave "te amo" en español, que logró derribar su escudo por completo. Quería hablar, pero no podía.
Max seguía aferrado a él, como si este pudiera desaparecer en cualquier momento. Había tratado de darse la vuelta para poder mirarlo, pero este se lo prohibió.
—No quiero que me veas así, no si después te vas a ir.
Él no quería que le pidieran perdón, no quería las lágrimas de Max; esto le dolía, pero no sabía qué hacer. Ocho años en el futuro pesarían el doble. ¿Qué pasaría cuando se despertaran y se dieran cuenta de esto?
¿Y si Max lo dejaba de amar? ¿Si esto fuera un peso en el futuro? ¿Cómo quedaría él...? Aún podía huir de esto...
¿Max vendría más seguido a México? ¿Aceptaría tener una vida acá? Él tenía todo, ocho años más de raíz en su tierra...
¿Estarían dispuestos ambos a estar gran parte del tiempo alejados? Max estaba en el inicio de su carrera...
—No sé qué piensas —dijo Max, un poco más calmado—, pero te amo ahora y te voy a amar después. Confía en mí, sé que podemos hacer que esto funcione.
Max lo soltó, no sin antes decirle: "Puedes irte, no iré a buscarte. Sé que te amo y sé que me amas, pero no voy a obligarte a elegirme".
—Si estuvieras en mi lugar, ¿me elegirías a mí? —preguntó el mexicano, aun sabiendo que esa respuesta podría ser el fin.
—Si estuviera en tu posición y supiera que me amas como yo lo hago ahora, sí… Te elegiría. Max no dudó al responder; estaba seguro de que Checo era todo lo que él quería y necesitaba.
Checo estaba seguro de que en alguna de sus vidas fue amante de los deportes extremos, porque el salto que acababa de dar podría terminar con su cordura si tan solo una pequeña cosa salía mal.
Chapter 24: ¿sabes que te amo, verdad?
Chapter Text
Checo les había avisado que no solo no podría adelantar su llegada, sino que tampoco llegaría el sábado, sino el mismo día de la boda. Oscar no se consideraba una persona nerviosa, pero todo esto definitivamente lo tenía alterado.
Nunca antes había ayudado en la organización de algo así, y aunque Checo había contratado gente para que se encargara, supervisar una boda no era tan simple. Lando se volvió loco cuando, en el lugar de la recepción, les ofrecieron agregar flores gratis; solo tenían que decidir cuáles.
Si no fuera porque Lewis intervino y se hizo cargo del asunto, Oscar ya podía imaginarse al argentino y a su mejor amigo perdiendo la cabeza. Hamilton ya les había dicho que se tomaran las cosas con más calma, que sin importar cómo quedara, Checo estaría agradecido. Incluso los había invitado a comer para que se relajaran.
Comer en un restaurante caro, con vista a la playa, era un lujo. Pero lo que realmente llamó la atención de Oscar fue la vista frente a él: Franco, con una camisa blanca que resaltaba aún más gracias al fondo del mar. Era la imagen perfecta, y si hubiera una forma de ser discreto, le habría sacado una foto.
Afortunadamente, su amigo parecía leerle la mente, ya que le sugirió que fotografiara la vista para enviársela a Checo. Franco estuvo a punto de moverse para dejar libre el paisaje, pero Lando lo detuvo, recordándole que era para el mexicano, así que terminó posando. Gracias a eso, ahora tanto Óscar como Checo tenían diez fotos de Franco haciendo caras.
El mexicano solo necesitaba mirar esas fotos para volver a sentirse mal. Era el primer día de los chicos allá y ya parecían completamente instalados. El grupo de la boda estaba lleno de mensajes y fotos desde el momento en que llegaron al destino; incluso Lewis le mandaba audios describiendo todo lo que pasaba.
Un solo día y ya tenían flores gratis. Si los hubiera mandado antes, tal vez habrían conseguido el horario del amanecer para la boda. Había visto bodas al atardecer y eran bonitas, pero él quería algo diferente. Quería un nuevo día. Quería el sol saliendo, no escondiéndose.
El segundo día pasó más tranquilo; no había mucho que hacer y Max no estaba cerca. Era apenas martes, y ya se cuestionaba si había sido buena idea enviar a todos juntos, ya que ahora estaba solo con sus pensamientos.
Podría llamar a sus amigos, pero quería que ellos disfrutaran. Según Franco, habían salido a conocer la zona. Quizá debería hacer algo él también: salir, comprar algo, preparar algo para comer. Sabía que Max seguía en su oficina. Había llamado antes para asegurarse de que este fuera a comer.
—Hola, amor, ¿vienes a comer? —Pensaba preparar pasta —preguntó Checo.
—No, lo siento. Voy a estar todo el día en el trabajo; tengo que terminar unos imprevistos. Te llamo luego, ¿sí?
—Está bien —respondió Checo, suspirando antes de agregar—. Max, ¿sabes que te amo, verdad?
Solo obtuvo un "yo también" antes de que la llamada terminara.
Para el mexicano, cocinar para una sola persona nunca había sido agradable, así que decidió salir a comer algo. Quizá un poco de sushi lo haría sentir mejor.
Cuando llegó al restaurante, pidió para dos sin pensarlo mucho. Decidió que, si Max no podía ir a casa a comer, él mismo podría llevarle algo. Ya lo había hecho varias veces antes; tal vez sorprender a su pareja mejoraría un poco su día.
Pero la sorpresa fue para él. Cuando llegó a la oficina de Max, la secretaria le informó que su esposo había salido a almorzar con alguien. No quería cuestionarla ni interrogarla, pero cuando se dio cuenta, ya lo había hecho.
—¿Sabes con quién salió? ¿O a qué hora va a volver?
—No, lo siento. El señor solo avisó de que saldría.
La cara de Checo debía ser un poema a la decepción, porque la secretaria, a quien conocía desde hacía tiempo, le ofreció averiguar más.
Y ahí estaba él, esperando información sobre su propio esposo. ¿Por qué no simplemente llamarlo? Podría preguntarle directamente, pero no quería molestarlo. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la secretaria regresó, sonriente por haber conseguido los detalles.
—Otra vez salió con la señorita Taylor, aunque esta vez se unió a ellos el señor Evans —dijo.
Fue todo lo que Checo alcanzó a escuchar antes de que su mente se llenara de dudas. No conocía a esa tal señorita Taylor, pero ¿por qué Max saldría a almorzar con su abogado?
Le agradeció a la secretaria y se fue, sin querer escuchar más. Tal vez la mejor idea hubiera sido ir directamente a dormir.
El almuerzo con el abogado había terminado y, con ello, ya no quedaban más reuniones. Si Max lograba terminar todo lo que había pospuesto en su trabajo, quizás podría viajar el sábado; tal vez serían las últimas vacaciones siendo el matrimonio Verstappen-Pérez.
Volver a la oficina cuando solo quieres llegar a tu casa y dormir debería ser considerado tortura. Un par de horas más, unos días más, y podría darse un descanso de su energética secretaria.
—¡Qué bueno que volvió! —dijo esta con emoción.
—Sí, me quedaré unas horas más. No me pases llamadas a menos que sean importantes. Mi celular está sin carga, así que si llama Sergio, puedes decirle que iré para cenar.
Se estaba yendo a su oficina cuando la secretaria lo interrumpió.
—No creo que llame, ya que estuvo acá hace 30 minutos, pero le diré si lo hace.
Max no pudo preguntar más, ya que su secretaria había desaparecido. Solo podía pensar en dos cosas: la primera, si su secretaria decidía renunciar, la próxima sería una mujer mayor que no se levantaría de su escritorio, ya que cada vez que la necesitaba, esta nunca estaba donde debía estar; la segunda, ¿por qué Checo no le avisó que iría? Así podría haberle pedido que lo esperara.
Al final, sí tenía razón la joven mujer: Checo no llamó, no había mensajes... bueno, no muchos, ya que al llegar, todo en su casa estaba apagado. Aún era temprano para que el mexicano se acostara, pero dudaba que todavía no hubiera vuelto al hogar.
Lo encontró a la orilla de la piscina con una copa de vino. La vista podría ser de revista de no ser porque Checo parecía haber tomado de más. Estaba hablando con alguien, aunque Max no podía escuchar del todo lo que decía. Algo hizo que su corazón se parara.
—Mañana llamaré al abogado, tienes razón, Lewis. Puedo terminar con esto solo con una llamada.
Checo se dio vuelta al sentir una presencia atrás de él. Vaya susto que se pegó al ver a Max parado allí. Entre el susto y el alcohol, cuando trató de levantarse de golpe, terminó dentro del agua, él y su amado vino.
Max se acercó para ayudarlo a salir, pero el mexicano tenía otra idea. Lo agarró del brazo y lo tiró junto a él. El neerlandés podría reclamarle por haberlo metido al agua con todo y celular, pero por escuchar la risa del amor de su vida, saltaría él mismo.
En el aire flotaba un acuerdo tácito: por un momento, dejarían todo lo que los atormentaba y serían solo ellos.
Chapter 25: Dos partes de un todo.
Chapter Text
No sabía desde hace cuánto no se besaban, pero sin duda lo necesitaba: sentir las suaves caricias de Checo, sentir su respiración, sus latidos volverse uno. Lo había extrañado tanto tenerlo y ni siquiera se había dado cuenta.
No había segundas intenciones, solo ellos dos besándose, recordando que se amaban. No sabe cuánto tiempo llevaban así, pero podía sentir a su pareja ser recorrida por escalofríos. Tenían que salir, pero ninguno quería romper el momento.
El miedo de que la burbuja explote y no solo el frío recaiga sobre ellos era algo que ninguno quería experimentar. Checo agradecía al universo el hecho de que Max decidiera salir; él no tenía el valor para hacerlo.
—Iré a buscar algo para que te seques un poco, espérame —dijo Max, a punto de salir. El frío de la noche ya empezaba a pesarle también. Estaba dispuesto a salir cuando sintió los brazos de Checo agarrarlo por la cintura, con la cabeza apoyada en su espalda. Apenas si pudo escuchar sus suaves susurros: "No me dejes". Esas palabras sonaron más a una súplica que a un pedido.
Y ahí estaba ahora, corriendo hasta la entrada de su casa, como si de dos niños se tratara. Escuchar a Checo maldecir por el frío mientras se reía podía ser una de sus cosas favoritas en este momento.
Ya habían mojado todo el camino que llevaba hasta su habitación; la ropa pesaba, la tensión empezaba a calentar el ambiente, aunque no lo suficiente para que Checo dejara de temblar.
—Ve a bañarte, yo puedo hacerlo después; me cambiaré y después limpiaré un poco —dijo Checo, cubierto de pies a cabeza con la primera manta que encontró. Max se iba a negar, pero sabía que Checo no le estaba preguntando.
Ambos entraron al baño; así podrían dejar la ropa mojada en un lugar y no seguir dejando marcas por toda la casa. Max se desvistió ante la atenta mirada de su esposo. No era tan cerca la primera vez que este lo veía desnudarse, pero algo en este momento lo hacía sentir cohibido.
El agua caliente recorría todo su cuerpo, el calor volviendo a él; la sensación definitivamente revitalizaba, pero no tanto como la imagen de Checo desvistiendo, peleando entre quitarse la ropa mojada y tener frío, o sacársela e igual tener frío. Podía asegurar que este seguía temblando.
—Lo haces muy lento para mi gusto —dijo Max antes de salir de la ducha y agarrar a Checo y llevarlo con él. Si quería tardarse mil años desvistiendo, podría hacerlo con el calor de la ducha y bajo su atenta mirada.
No hablaron; Checo se tomó su tiempo para desvestirse. La atenta mirada de Max y el calor volviendo a él lo estaban empezando a sofocar. La ducha fue corta; ambos querían salir de ahí. Secarse era obligatorio, pero vestirse ya les parecía demasiado.
Los besos aumentaban en cantidad e intensidad; ambos querían más, necesitaban más... Sentirse uno de nuevo será una prioridad en esa habitación; la cama parecía quemar, algo que solo se podía pasar con el roce de sus pieles.
Max hubiera propuesto a Checo como una de las maravillas del mundo, si no fuera porque no quería que nadie más tuviera la vista que él poseía ahora; el amor de su vida, acostado, esperando por él, era sin duda lo mejor del mundo.
Cuando los besos empezaban a saber a poco, cuando el roce ya no alcanzaba, por fin volvieron a ser uno, dos mitades que se habían buscado por tiempo, dos partes de un todo que se habían separado por la falta de comunicación, volvían a ser uno.
Checo amaba la vista que tenía en este momento: Max, siendo montado por él, el agarre de este en sus caderas, la necesidad de poder fusionarse le pedía más y más. En el momento en que las posiciones se volvieron a revertir, sentir a Max lo estaba volviendo loco. El aumento del ritmo los llevaba cada vez más cerca del borde; Checo quería más, que Max lo tocara, que lo llevara al cielo.
Y como si sus pedidos hubieran sido escuchados, Max se encargó de él, llevándolo al éxtasis del momento; su cuerpo se contraía por los espasmos del momento, el movimiento de Max aumentando, marcando su final.
Los besos volvieron a ser la estrella principal. Cuando ya habían terminado, ¿era uno de nuevo? No lo sabían, y tampoco querían preguntar.
Max decidió no ir a trabajar, no cuando tenía al amor de su vida abrazándolo. El día transcurrió como un recuerdo de sus inicios: salir de la habitación solo era una opción si tenían que comer; todo lo demás podía hacerse allí.
Repitieron lo de la noche varias veces. Las palabras parecían ausentes para ambos. ¿Había temas pendientes? Claro que sí. No habían sido conscientes de lo distanciados que estaban hasta ese momento.
Max se levantó para cocinar algo, mientras Checo respondía algunos mensajes. Fue la última vez que estuvieron separados ese día; el resto, desde comer hasta limpiar la piscina, lo hicieron juntos.
La casa reflejaba perfectamente las etapas de su relación. Construida con paredes de piedra clara y grandes ventanales, daba la sensación de estar conectados con la naturaleza que los rodeaba. La planta baja era un espacio abierto que combinaba la cocina, la sala y el comedor en un estilo sencillo pero acogedor. Los muebles eran una mezcla de piezas modernas y detalles rústicos que hablaban de su historia juntos: la mesa de madera que Max había insistido en comprar porque le recordaba las cenas familiares, o el sillón desgastado donde Checo solía dormirse viendo carreras antiguas.
El jardín, aunque no muy grande, era su rincón favorito. La piscina tenía bordes de piedra natural, y junto a ella estaba el árbol que habían plantado al mudarse. Aquel árbol marcaba el inicio de su vida en ese lugar, un recordatorio de que, incluso sin nada más, podían construir algo juntos.
No hablaban de nada en concreto. Sentir la compañía del otro bastaba. Uno que otro comentario sobre recuerdos parecía suficiente por el momento.
—Aún recuerdo todo el papeleo que tuvimos que hacer para plantar ese maldito árbol, y todo porque el señor no se conformaba con los autóctonos de la zona —dijo Checo mientras miraban el árbol.
Cuando lo plantaron, no tenían piscina ni casa. El árbol fue lo primero que Max decidió que hacía falta. Ahora, el neerlandés solo podía reírse. Su idea original había sido plantar tantos árboles que el lugar pareciera un bosque más que una casa. Pero no había considerado todas las regulaciones del lugar sobre las especies no autóctonas.
—Te quejas del árbol, pero yo no fui el que diseñó primero el piso de arriba antes que el de abajo —dijo Max, burlándose de su pareja.
En su defensa, ninguno de los dos era arquitecto, y el estilo abierto de la planta baja les daba una sensación de libertad. Quizás no haber diseñado mil habitaciones para el lugar fue lo que los salvó de sentirlo como una cárcel.
Amaban su hogar, con todo y sus errores, y no podían imaginarse viviendo en otro sitio. Pero quizás tendrían que considerar mudarse después de todo. La zona era linda, un poco alejada; había sido perfecta para sus inicios. Aunque quizás no tanto para el futuro.
Chapter 26: Traición.
Chapter Text
Traición. Eso fue lo primero que sintió Franco al despertar. Un mensaje de Lando lo había recibido: “Voy con Lewis a buscar unas cosas, vaya Dios a saber dónde”. ¿Por qué no lo habían invitado? Porque su amigo no había querido despertar a Piastri.
Él tenía su propia habitación, pero días atrás, Lando le había pedido cambiar porque decía que no quería molestar a Oscar al levantarse temprano. El plan habia sido que fuera solo por una noche, pero eso no pasó. El británico prácticamente se había adueñado de su cuarto. Era jueves, y lo único que le quedaba de su habitación era la almohada que había alcanzado a rescatar antes de la invasión.
"Debí seguir el plan de Checo", pensó Franco con frustración. Su amigo había sugerido desde el principio que él se quedara solo en una habitación y que Lando y Oscar compartieran la otra. Pero no, él tuvo que ser buena persona. Anotaría algo nuevo en su lista de cosas por aprender: "Decirle que no a Lando y sus malas ideas".
Oscar se despertó minutos después y, al ver el semblante molesto del argentino, preguntó con cautela:
—¿Mal sueño?
Error. Esa pregunta solo sirvió para abrir la caja de Pandora. Mientras desayunaban, Franco seguía quejándose de Lando y su traición.
—Sé que no es el mejor plan quedarte conmigo, pero yo te avisé que no recuperarías tu habitación —dijo Oscar mientras comía tranquilamente.
—No es que me moleste haberme quedado contigo, pero no sé… no quiero estar todo el día acostado. No tenemos planes, y Checo aún no aparece —respondió Franco con un suspiro que denotaba cansancio y aburrimiento.
—Hagamos planes, entonces. Ve a arreglarte y sal conmigo.
—Está bien, pero no es una cita; Lando ya me dijo que después te pones cariñoso y aún debemos dormimos juntos —dijo Franco, riéndose de su amigo mientras se iba a cambiar de ropa.
Oscar se quedó pensando en lo mucho que le había afectado el alcohol aquella noche. Un impulso de idiotez lo había llevado a besar a Lando, pensando que era Franco.
¿Cómo había pasado? Bueno, los genios habían decidido ir vestidos iguales esa noche, y con su altura similar, los rulos y la poca iluminación, el error parecía inevitable. Lando apenas le devolvió un roce antes de reírse y aclarar:
—Te equivocaste de chico, mate.
La vergüenza fue inmediata. Oscar le pidió a Lando que no dijera nada a Franco sobre la confusión, aunque, en retrospectiva, también debió pedirle que no mencionara el beso.
Ya no podía ocultarle a Lando que sí se sentía atraído por el argentino. La noche que huyó y fue a comprar chocolates, su amigo lo siguió y hablaron un rato. Básicamente, fue él dando mil vueltas al asunto y jurando que lo de Franco había sido pasajero, algo de ese momento.
Según él, no había huido porque le gustara Franco; lo había hecho porque la situación le había dado vergüenza. Incluso no iba a volver hasta que Lando le aseguró que el argentino no se había dado cuenta y que quería un chocolate. Volvieron con unos 10, ya que no les había dicho cuál quería. Desde entonces, las cosas habían cambiado. Lando ya sabía que se sentía atraído por Franco.
Norris no era tonto, pero sabía que su amigo sí. Así que, con una copa de vino y un beso no deseado, hizo lo que haría cualquiera en su posición: recurrir a Lewis. Seguro él sabría qué podían hacer para ayudar a su tonto mejor amigo.
¿La solución de este? Dejarlos solos. Lewis le había dicho que quizás era lo que necesitaban, ya que su relación avanzó bien cuando eran solo dos y no tres. Ese comentario había sonado peor de lo que realmente era, así que después de que Lando lo mirara como si fuera un monstruo que acaba de destruir una ciudad y no solo un hombre que le pidió tiempo para sus amigos, tuvo que ofrecerle llevarlo de compras para que lo perdonara.
Lando sabía que tenía razón; quizás su presencia había hecho a su amigo un cobarde, pero si podía obtener algo, ¿por qué no aprovecharlo? Se quedó con la habitación de Franco, y ahora iba de compras con Lewis Hamilton. Definitivamente estas eran de sus mejores vacaciones, y esperaba que terminaran con una bonita boda y, quizás, solo quizás, con sus amigos más cerca.
La "cita no cita" iba bastante bien; caminaron un rato y aprovecharon para comprar un regalo de bodas. Checo les había dicho que no era necesario, pero ya habían visto el de Lewis… Así que, después de buscar por todo el lugar y no encontrar nada, decidieron parar a comer y buscar algo por internet.
La conversación surgía sola, sin necesidad de forzar nada. Franco le había contado que la última cita a la que fue había sido de Checo y Lewis, pero antes de que el argentino volviera a pensar en eso o llamara a Checo para disculparse por milésima vez, Oscar cambió el tema de la conversación, aunque quizás no eligió el mejor.
—¿Por qué estás solo? —preguntó con genuina curiosidad, pero sin ver el error en sus palabras, hasta que Franco, con un tono de burla mezclado de sarcasmo, le respondió:
—No estoy solo, estoy soltero, que no es lo mismo.
Bien, ahora no solo tenía en la cabeza que Franco tenía a alguien, sino que ahora le tocaba responder a él, y Franco sí preguntó bien… ¿Cuál era la razón de su soltería? No se lo había planteado. La última pareja que había tenido había sido hace tiempo, y no había sido decisión suya terminar.
No quería contarle todo eso, y menos decirle que le gustaban las mujeres también… Aunque no era el hecho de que le gustaran las mujeres lo que tenía que aclarar, sino el hecho de que le gustaban los hombres; para ser más puntual, él. Aunque quizás sea otro día. Por ahora, Franco tendría que conformarse con un "no se ha dado" como resumen del porqué de su soltería.
Después de comer, volverían al hotel. Franco le había dicho de ver una película, pero su plan fue interrumpido por la no tan grata presencia de Albon, porque llegaba el jueves. ¿No podía ser como los que se iban a casar y llegar el mismo domingo?
Alex no les había avisado de su llegada, ya que no esperaba verlos ahí. No fue hasta que le avisó a Checo que ya había llegado que este le dijo que ellos también se encontraban en el hotel. El resto de la tarde, Franco se la pasó pegado al recién llegado como si su vida dependiera de ello.
Incluso la presencia de Lewis había sido opacada por la llegada de Albon; Oscar miraba sorprendido cómo Franco ni había notado que Lewis estaba de vuelta con Lando. Vamos, que es el mismo hombre que estuvo quejándose 2 horas de que lo habían traicionado.
Lando sabía que su plan había fracasado, pero no sabía hasta qué punto, al menos no lo sabía hasta que escuchó a Alex decirle a Franco que estaba bien, que podía dormir con él; incluso a Lewis le parecía sorprendente el cambio del argentino.
Si Oscar seguía agregando gente a la lista de posible competencia, no iba a terminar más. Primero Lewis, también estaban Checo y Max; por separados ya eran tres hasta ahí, y ahora tenía que agregarle a Alex. ¿Por qué Checo había decidido invitar a más gente? ¿No le alcanzaba con ellos?
Chapter 27: ¿Te gusta Oscar?
Chapter Text
Franco había extrañado a Alex; le gustaba pasar tiempo con el dúo, pero consideraba a Albon su mejor amigo, a pesar de no llevar años de amistad.
El tailandés también había extrañado a Franco; sabía que había varias cosas que lo tenían sobrecargado. Había tratado de que Franco le contara cómo la había pasado en este tiempo, incluso qué había hecho, pero este se negó, queriendo únicamente que el que hablara fuera Alex. Llegó un punto donde ya no tenía más para contar: había estado con su familia, había vuelto para la boda y después iría a ver a su pareja.
Había insistido para que Franco hablara, algo que no pasaba muy seguido. Y no fue hasta que este le dijo al argentino que podía dormir con él que aceptó contarle. Se podía dar una idea de todo lo que había pasado, ya que Franco le había estado escribiendo durante ese tiempo, pero quería más detalles, más certeza.
Hablar en la noche no había sido buena idea; Alex se había dormido apenas tocó la cama, y Franco aún no lograba acomodar sus pensamientos. Cuando se levantó, el argentino seguía dormido, así que fue a desayunar solo con Hamilton.
Hablaron un poco sobre la boda y sobre sus vidas hasta que se unieron Piastri y Norris. Y pusieron a Alex al día con todos los detalles. Ya era viernes y sabía que llegarían algunos invitados más; quedaron para almorzar todos juntos, ya que Alex les dijo que se iría en un rato, ya que estaba esperando a que el argentino se levantara para ir a comprar unas cosas.
Lando le había preguntado si se habían quedado hasta tarde poniéndose al día, a lo que Albon tuvo que admitir que se había dormido poco después de acostarse y que el argentino no había podido dormir bien, a pesar de haberse pegado a él como una garrapata.
Un comentario sutil y gracioso para Lando y Lewis, pero no tanto para Oscar, quien había tenido que ver la película solo. Cuando finalmente tuvieron señales de vida de Franco, fue cuando este llegó a la mesa donde estaban para buscar a Alex; solo saludó antes de llevárselo.
—Franco, llevamos caminando una hora, ¿ya me puedes decir qué pasa por tu mente? —¿O necesitas una hora más? —dijo Alex, riéndose del argentino, quien parecía hecho un lío.
No obtuvo una respuesta de Franco, quien parecía incluso estar mareado para responder eso, así que solo lo guió hasta una zona tranquila de la playa, ya que se habían quedado cerca del hotel por si Checo necesitaba algo.
Franco estuvo un rato sentado en la arena, con la mirada en el mar. Agradecía demasiado que Alex no lo presionara, que siempre le tuviera paciencia, incluso cuando le mandaba mensajes a la madrugada para luego borrarlos o cuando decidía contarle todo a medias, haciendo que Alex tuviera que quedarse con la curiosidad.
—Primero que nada, quiero dejar claro que sos el amor de mi vida, y si Lily ya no te quiere, podés venir a buscarme —dijo el argentino entre risas, queriendo sacarle un poco de tensión a la situación.
Alex solo se rió, no queriendo hablar para no interrumpir el tormento de pensamientos que tenía su amigo en ese momento.
—Sé que ya te conté algunas cosas, pero mejor olvídalo todo, así no te haces un lío con mi lío. Además, no sé aún qué siento, así que no me des mucha bola.
Alex decidió intervenir antes de que su amigo se ahogara en un vaso de agua.
—No tienes que contarme nada si no quieres. Pero, si lo hacés, empezá por lo que más te esté pesando; después podemos acomodar todas tus ideas. Tenemos tiempo.
Eso fue todo lo que el argentino necesitaba para poder hablar.
—Oscar... el no sé... solo me confunde —decía el argentino entre suspiros.
—La primera vez que lo vi, fue indiferente a mi presencia, y estaba bien porque no nos conocíamos. Aunque para la segunda vez parecía todo bien, ya después me odiaba. —Sé que no soy la mejor persona del mundo, pero no le hice nada, te lo puedo asegurar. —Franco miraba a su amigo en busca de respuestas ante la falta de estas.
Siguió:
—No era mi amigo y estaba todo bien. Acepté que no le caía bien y ya estaba; solo trataba de no molestar, pero después tenía momentos como en el gimnasio. Te juro que, si no fuera porque Lando entró, nos hubiéramos besado, pero él solo necesitó escuchar la voz de él para empujarme.
Franco suspiró antes de seguir.
—Después, otra vez, algo hace corto en su cerebro y recuerda que le caigo mal.
Alex no pudo evitar reírse ante ese comentario.
—Decidí no molestarlo, dejarlo solo con sus problemas, qué sé yo. Que los arregle solo.
Alex ya se iba dando cuenta de cómo el tono de Franco cambiaba de confusión a enojo, y no podía evitar pensar en lo tierno que se veía el argentino todo confundido.
—Acepta que vaya a la casa de Lewis con él; obvio, no quería cagarla. —¡Seguí todos sus consejos, hasta los de Max! —¡Y aun así se enojó! —decía el argentino, reclamándole a sus amigos por los malos consejos.
—Me encara, lo encaro y hacemos las paces. Somos amigos, pasamos tiempo juntos, me ayuda cuando la cagué con Checo. —Todo bien hasta ahí, ¿no? —le preguntó a Alex, pero sin dejarle responder.
—¿Cómo decide ayudarme a calmarme? ¡Me besa!
Cuando terminó esa frase, se dio cuenta de que le había revelado a Alex algo que no quería, pero decidió seguir y responder sus dudas después.
—Me invita a estar con él, dormimos juntos y no, antes de que preguntes, no pasó nada más —dijo Franco, frustrado con sus recuerdos. —Incluso me trae chocolates, pero acá tuvo que esperar a que Lando y Lewis no estuvieran para invitarme a una cita.
—Aparece Lando y somos amigos otra vez, pero de una forma rara. Estamos bien. Pero yo sé que le gusto; no soy tonto. Lando sabe que le gusto, entonces o hay algo mal o él no quiere que yo le guste... si no, no lo puedo explicar.
Franco terminó su discurso recostado en las piernas de Alex, quien le hacía cariño mientras pensaba por dónde empezar a desenredar el nudo que era la mente de su amigo.
—¿Te gusta Oscar? —preguntó Alex para empezar.
Franco se negaba a que esto sonara más importante de lo que quería, así que le respondió en tono de broma:
—No más que vos, pero sí.
Alex solo podía reírse de las estupideces que decía su amigo cuando se ponía nervioso, así que decidió seguir por ahí.
—Tengo solo dos preguntas. Si las respondés, podremos solucionar muchos futuros problemas. La primera: si le gustás y él te gusta, ¿cuál es el problema entonces? Y la segunda: ¿por qué Lando sabía más de esto que yo?
Franco se rió antes de contestarle:
—Si le gusto y él me gusta, ¿por qué simplemente no me lo dice? Yo nunca lo traté mal ni dije nada como para que me tenga miedo. Así que el problema es de él, no mío. Yo nunca estuve en el clóset; no me van a meter ahí de grande.
Franco podía jurar que amaba a Alex. Dos preguntas y le arreglaba el lío que tenía en su mente; ya sabía cuáles eran todos sus problemas. Entonces el hecho de que él fuera un lío era, sin duda, culpa de Albon. ¿Cómo se atrevía a irse sabiendo que él era un lío cuando lo dejaban solito?
—Está bien, podés decirle eso y listo. Si te dice que no quiere nada, podés volver a fingir que es un tronco y ya. —Tienes mi apoyo. —Ahora respóndeme mi otra pregunta —dijo Alex mientras le hacía cosquillas al argentino, quien se levantó para irse corriendo.
Estuvieron un rato corriendo y riéndose hasta que ambos se cansaron. Franco decidió contarle a Alex por qué Lando sabía más que él mientras volvían al hotel. Después de todo, llevaban ya tiempo lejos de todos; incluso no habían llegado al almuerzo.
—Él me ayudó a conseguir días libres para poder venir, pero no quería decirme qué le dijo a María para que me dejara venir. Así que estuvimos molestándolo con Lando para que me dijera. Tal vez me excedí un poco en mis métodos para tener la respuesta; estoy seguro de que vos no querés los detalles. Pero Lando estaba ahí y, bueno, se puso incómodo y salió huyendo.
—Lando decidió ir tras él y, después de diez minutos, no habían vuelto. Así que decidí ir a buscarlos. Estaban en la puerta del súper donde iban a comprar, hablando. Yo me quise acercar para asustarlos, y los escuché hablando de mí. Por eso Lando sabía más que tú. Al final, volvieron como a la hora y Piastri me trajo como diez chocolates.
Franco se había pasado todo el viernes con Alex; incluso no habían vuelto para comer todos juntos como habían quedado. Mala idea había sido preguntarle a Lando por qué esos dos andaban tan pegados.
Ya que su amigo decidió molestarlo con eso, primero le recordó que Alex vivía con Franco y había sido el primero en recibirlo; después le recordó que Alex era totalmente el tipo de persona que al argentino le gustaba, y como remate le había dicho que Franco había dicho varias veces que había estado enamorado de Albon.
Él no quería ser celoso, pero ¿por qué debía tener tanta competencia? Incluso no sabía si estaba anotado para poder participar, y ya sabía que había mínimo tres personas más... Solo esperaba que el mexicano no hubiese invitado a todos los amores platónicos de Franco.
Lando sabía que a Franco no le interesaba Alex de esa forma; este tenía pareja. También estaba seguro de que nunca podría meterse con el matrimonio. Lo había visto llorar cuando se equivocó y no estaba seguro de si Hamilton tenía pareja; empezaba a sospechar que sí. Después de su tour de compras juntos, lo había escuchado hablar con alguien de forma muy, muy amistosa, pero si hubieran querido salir, ya lo hubiesen hecho.
Por el otro lado, Max había decidido que ya era tiempo de volver a trabajar; él manejaba sus propios tiempos, pero por eso mismo sabía que estaba bastante atrasado, además de que seguía sin celular. No lo había llevado a arreglar y no pensaba comprarse otro. Si alguien lo necesitaba para algo importante, se comunicarían a la oficina y ahí tenían el número de su pareja.
Desde la noche en la pileta, habían estado fingiendo que nada pasaba. Querían mantener esa fachada de tranquilidad; quizás podían seguir así. De todas formas, no tenían la certeza de nada, solo eran dudas.
Y Checo había empezado con los preparativos finales para el viaje; había cosas que solo podía guardar sin la presencia de Max en la casa, como lo eran sus anillos. La ropa de la ceremonia ya la tenían los chicos, así que solo eran pequeñas cosas las que quedaban.
Esperaba que el celular de Max estuviera arreglado a tiempo; fue una mala idea haberlo mojado, pero no se arrepiente. Volver a sentirse un matrimonio valía cada cosa rota. Él había pensado en comprar otro, pero Max le había dicho que tenía números importantes sin guardar. ¿Quién tiene cosas importantes sin copia?, en fin solo queria sentrarse en su boda por un rato.
Tal vez la llamada al abogado podría esperar, quizás no suceder... Amaba a Max y podía confiar en él; estos momentos juntos le hacían confirmar que estaba con la persona correcta.
Chapter 28: Y así es como los turistas duran poco con sus cosas.
Chapter Text
Solo debían mantener todo en orden un día más; la boda cada vez estaba más cerca, por lo cual Franco no había tenido tiempo para hablar con Óscar. Al parecer, había un acuerdo tácito que decía que él tenía que recibir a los invitados. Pensó que lo haría Lewis, pero este estaba yendo de arriba abajo con la organizadora.
Así que ahí estaba él. Para su suerte, los segundos invitados en llegar habían sido Pierre Gasly y su hermano adoptivo, Yuki Tsunoda Pérez. El argentino no había podido dejar de pensar en eso desde el momento en que se conocieron; sin duda era tal cual lo habían descrito.
Alegre, energético y bajito, estaba agradecido de que ellos hubieran llegado, ya que fueron asignados por Lewis al mismo trabajo: recibir invitados.
Óscar y Lando habían quedado en el grupo de Lewis, lo que se traducía en ir revisando por segunda y tercera vez que todo estuviera bien. Alex no había traído ropa para la ocasión, así que había tenido que ir a comprar solo, ya que no había ido con Franco anteriormente.
Una boda de destino no era fácil de organizar, así que Yuki y Franco se cuestionaban cómo el mexicano había podido reunir a tantas personas. Ya había más de 15 personas que conocían al matrimonio; incluso habían llegado invitados que ninguno de los dos conocía. Solo esperaban, en algún punto, cambiar de lugar con Hamilton porque, por más que entre ellos y Gasly había un considerable abanico de idiomas, ninguno sabía explicar qué eran ellos del matrimonio. Cosa que ya les habían preguntado al menos cinco personas.
Nadie se podía quejar. Vamos, que podías ser racista y, aun así, tener a alguien que te recibiera y que entrara en tus preferencias. Aprovecharon el momento para conocerse más. Yuki le contó que había conocido a Max primero, que él estaba perdido y este lo ayudó. Le contó que la frase que Max usó para acercarse a él fue: "Y así es como los turistas duran poco con sus cosas", mientras él trataba de orientarse con un mapa de papel.
Incluso le contó que él había estado en la primera boda, que ellos llevaban casi seis años juntos y que sabía los chistes de que ahora eran hermanos. Pierre le contó que, cuando decidió salir con Yuki, Checo y Max se volvieron prácticamente otro par de suegros. Hablaron un rato más con Gasly antes de que Franco le contara toda la historia de cómo los conoció.
Óscar estaba sorprendido con cómo estaban quedando las cosas; el mexicano ni siquiera estaba presente, pero todo tenía su toque y el de Max. Si no supiera el trasfondo, sin duda pensaría que hasta las flores de último momento fueron puestas en el lugar justo por él.
Hamilton ya podría dedicarse a esto si decidiera cambiar de profesión. Había hecho todo tal cual se lo pidieron y, aunque estaba cansado, nunca se arrepentiría de ayudar a su amigo, a aquel que fue el primero en demostrarle que solo importaba él, no su fama, su dinero ni nada material; a aquel que lo ayudó todas las veces que la vida lo golpeó, quien lo escuchó llorar cuando fue dejado; a aquel que confió en él, el que corrió y lloró en su hombro porque "se había enamorado de un niño".
Todos estaban un poco cansados. Si alguien se atrevía a decir que una boda era un tema fácil, seguro amanecía en el mar. Muchos pequeños detalles, cualquier cosa podría salir mal, y había varias que podían controlar y otras que no; incluso ninguno sabía ya el número de veces que agarraron el celular para ver cómo iba el clima.
Las cosas mejoraron cuando Alex se unió a ellos, junto con el trío que hacía de organizadores, para almorzar, y todos compartieron momentos con la pareja. Cerca del atardecer se terminó de armar el grupo de amigos, haciendo falta solo el matrimonio para estar completo. Si se contaban ellos, que eran veintitantos, con todos los invitados que ya habían llegado, estaban seguros de que, mínimo, había 50 invitados.
Max cantaba a todo pulmón, esperando que su pareja decidiera soltar las almohadas y bajar a desayunar. No sabía qué decía la canción; incluso estaba seguro de que más que cantar estaba invocando a un demonio, pero escuchar la risa de Checo de fondo le alegraba el alma.
Cantar con Checo haciendo los coros era la razón por la que se había casado, sin duda, aunque escucharlo cantar "Ni me debes, ni te debo" con un tenedor en la mano podría sanar su corazón en cualquier momento. Ya le había dicho el mexicano que es una canción de desamor, pero también le dijo que son las mejores para cantar a todo pulmón.
Al parecer, es algo que compartían con el argentino, quien se la pasaba cantando música vieja de engaños y demás, y estaba seguro de que este nunca había tenido una pareja.
Iba a trabajar y estaría hasta tarde para terminar todo lo que había dejado, y así mañana salir temprano; el vuelo salía en la madrugada. Al parecer, Checo había reservado para un paseo y tenían que llegar antes del atardecer.
Seguía sin su celular; al parecer, tenerlo tanto tiempo bajo el agua había roto varios componentes, así que ahora andaba con uno de repuesto hasta que pudieran devolverle el suyo. Él ni siquiera quería otro, pero Checo insistió por si había alguna emergencia; además, necesitaría uno en sus vacaciones.
Se sentía mal por no haber podido seguir el cronograma de Checo, pero le habían pasado también juntos, que no se arrepentía de nada. No había llegado a la oficina y su secretaria ya lo estaba bombardeando con todo lo que tenía que hacer. No se había dado cuenta de cuánto usaba el celular hasta que le dijo que tenía 11 mensajes y al menos 20 llamadas que hacer; entre ellas estaba la del abogado, ya que no habían hablado desde su almuerzo.
Nada parecía ser muy importante, incluso pensaba no llevar el nuevo celular al viaje, así no tendría que contestar estúpidos mensajes en sus vacaciones. ¿ Sabía que el proyecto nuevo estaba atrasado? Sí.¿ Podía hacer algo? No...
Se la pasó toda la tarde respondiendo mensajes. La gente sabía que se iría de vacaciones, incluso ya no tendría que estar ahí, ¿por qué esperaban al último momento para escribirle? Era sábado, ¿por qué tuvo que tener 3 reuniones? Ni en sus mejores días tenía tanto trabajo, y ninguna de ellas era tan importante como para no esperar; se iba una semana, no 7 años.
Solo quería que se acabara el día y así poder descansar. Cuando volviera, iba a prohibirle a su secretaria agendarle reuniones los sábados.
Chapter 29: ¿Quieres el divorcio?
Chapter Text
—Hola, Sergio, me dijo mi secretaria que habías llamado. Perdón por la demora, ¿necesitabas algo?
Checo se había olvidado de su llamada no contestada y ni siquiera había pensado en insistir, así que la llamada del abogado lo tomó por sorpresa.
—No, solo que me enteré de que estabas hablando con Max y quería saber si todo iba bien.
—Oh, ¿ya te dijo? Pensé que iba a esperar a que volvieran, pero mejor así. ¿Viajan igual?
—Sí, sí viajamos mañana —respondió Checo, confundido.
—Qué bueno. A veces es mejor pensar todo con otros aires, pero si cuando vuelvan aún están seguros, solo hay unas cosas que tienes que firmar antes de que el proceso avance.
—Está bien, gracias por devolverme la llamada. Hablamos después, adiós.
Checo no esperó una respuesta antes de cortar la llamada. La confusión lo invadía. ¿Firmar qué? Tenía que hablar con Max, porque él no tenía ni idea de qué hablaba el abogado.
Max llegaría más tarde de lo previsto; al parecer, la última reunión se estaba alargando más de lo esperado. Checo cenó solo y decidió acostarse temprano. Si iban a viajar al día siguiente, al menos uno de los dos debía estar descansado. Sin embargo, dormir no parecía ser posible con tantas cosas rondando su cabeza.
Mientras tanto, Max estaba igual de desconcertado. El abogado le había pedido verlo para entregarle unos papeles, pero no le dio más información. Cuando finalmente se reunieron, Max recibió una carpeta sin contexto claro.
—Estos son para Checo. Los puede firmar hoy, y si quieres, yo los paso a buscar por tu casa y los entrego el lunes. Es mejor así, ya que cuando lleguen ya tendremos una idea de qué nos espera.
—¿Qué documentos son estos? —preguntó Max, sintiendo que algo no encajaba.
—Bueno, no sé si Checo tiene abogado, pero si es así, pueden contactarme. Aunque no creo que sea necesario si ya están de acuerdo.
Max lo interrumpió antes de que pudiera continuar.
—Checo no puede firmar algo de lo que no está enterado —dijo, su confusión aumentando.
El abogado lo miró, claramente sorprendido.
—¿No sabe? Pero hablé con él hace unas horas. Pensé que ya lo habían discutido.
Max no respondió. Un cúmulo de emociones lo golpeó de golpe: confusión, preocupación y la posibilidad de que algo importante se estuviera desarrollando sin su conocimiento. ¿Qué sabía Checo ? ¿Se habría arruinado alguna sorpresa? ¿Había descubierto todo?
Cuando Max llegó a casa, se dio cuenta de lo tarde que era. La cena estaba fría, y Checo dormía profundamente. Después de un día agotador, Max solo quería una ducha rápida y descansar.
Sin embargo, su mente no lo dejaba en paz. Mientras tomaba el celular de Checo para verificar que el despertador estuviera activado, un mensaje en la pantalla le quitó todas las posibilidades de dormir que tenía.
"Nunca pensé que me pondrías a organizar una boda, y menos que esto me tuviera tan feliz. Aunque creo que después de esto Franco no se va a querer casar nunca".
El remitente era Lewis Hamilton.
¿Boda? ¿Anillos? ¿Qué estaba pasando? Max intentó darle sentido a todo, pero cada posibilidad que imaginaba solo lo llenaba de más dudas. ¿Checo lo estaba dejando? ¿Por qué no había nadie más alrededor últimamente? ¿Y Franco? Ni siquiera había sabido nada de él en días.
Max no pudo contenerlo más. Se acercó a la cama y habló con cautela.
—¿Estás despierto?
Checo se giró hacia él, adormilado, pero antes de poder responder, Max comenzó a hablar con una mezcla de desesperación y emoción contenida.
—Sé que no siempre he sido la mejor pareja, que te mereces cosas mejores, y sé que aún me queda mucho por mejorar, pero sabes que te amo, ¿no?
Checo se incorporó en la cama, confundido por la intensidad de Max.
—Te amo ahora y te voy a amar después; eres mi vida. ¿Lo sabes, no? —continuó Max.
El mexicano intentó hablar, pero Max le pidió que lo dejara hablar.
—Quiero asegurarme de que sepas esto antes de hacerte una pregunta. Si la respuesta es mala, lo entenderé, pero si no lo es, quiero que sepas que no dudo de ti, solo dudo de mí, ¿sí?
Checo lo abrazó con fuerza y le susurró al oído:
—Te amo, eres y siempre serás lo que más quiero. Responderé lo que quieras, todo lo que necesites para que estés mejor.
Max no se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que sintió las lágrimas rodar por sus mejillas. Tomó aire, buscó las palabras que tanto temía decir y finalmente lo hizo.
—¿Quieres el divorcio?
La pregunta de Max quedó flotando en el aire como una sentencia.
Checo estaba atónito. Sabía que habían pasado por momentos difíciles y que últimamente las cosas habían sido extrañas, pero nunca imaginó que Max pudiera pensar que quería el divorcio. Ni siquiera en los peores momentos habría considerado dejarlo.
De hecho, en más de una ocasión había temido que fuera Max quien quisiera terminarlo todo. Pero ahora, viéndolo tan vulnerable, con lágrimas corriendo por su rostro y la voz rota por la incertidumbre, sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos.
Checo se levantó de la cama sin decir una palabra. No sabía cómo responder. ¿Cómo podía explicarle que nunca, ni por un segundo, había pensado en dejarlo? ¿Cómo podía aliviar el dolor que claramente estaba sintiendo su pareja?
Max lo miró con desconcierto mientras Checo revolvía frenéticamente las maletas y los cajones. Sacaba ropa, abría estuches y revisaba cada rincón como si estuviera buscando algo importante.
—¿Qué haces? —preguntó Max finalmente, con un hilo de voz.
Checo no respondió. Su mente estaba enfocada en encontrar lo que buscaba. Finalmente, en el fondo de una de las maletas, los encontró; encontró la caja.
Sin decir nada, tomó la caja y el celular, y volvió a donde estaba Max. Se arrodilló frente a él, sosteniendo ambos objetos.
—No sé cómo explicar esto sin que suene peor de lo que es. Quería que esto fuera una sorpresa, algo especial. Le pedí ayuda a Lewis para organizar todo porque nunca he sido bueno con estas cosas.
Tomó aire antes de continuar.
—Max, no quiero el divorcio. Ni siquiera puedo imaginarme lejos de ti. Todo esto es porque quería pedirte... bueno, que fueras tú quien me aguante el resto de tu vida.
Max parpadeó, procesando lo que estaba escuchando. Las lágrimas seguían cayendo, pero ahora eran diferentes.
—¿Esto es para... nosotros? —preguntó, señalando los anillos.
Checo asintió con una sonrisa tímida.
—Sí, para nosotros.
Max no pudo contenerse más. Lo abrazó con fuerza, enterrando el rostro en su cuello mientras las emociones lo desbordaban. Había pasado del miedo a perderlo a la certeza de que lo tenía todo en cuestión de minutos.
—Lo siento —dijo Max entre sollozos. Lo siento por todo esto. Pensé que... pensé que te había perdido.
Checo lo sostuvo con firmeza, acariciándole el cabello.
—Nunca, Max. Nunca me perderás.
Después de un largo momento, Max se separó lo suficiente para mirar los anillos en la caja.
—Son hermosos —dijo con una sonrisa ligera—, pero todavía no me has preguntado nada.
Checo rió, sintiéndose aliviado por primera vez en horas.
—Te amo, y no sabes cuánto me duele verte así. No sé qué nos pasó, pero en ningún momento he pensado en dejarte. Nunca me he arrepentido de casarme contigo ni de formar una familia. Me duele hasta el alma haberte hecho pensar, aunque sea por un momento, que no eras suficiente, que tu amor no me alcanzaba o que algo en nuestras vidas no estaba bien.
Checo tomó aire antes de continuar, su voz temblando ligeramente.
—Estaba tan metido en cambiar los recuerdos, que no noté cuánto estaba afectando nuestro presente. No quiero el divorcio, Max. Quiero que te cases de nuevo conmigo.
Max tenía la pequeña caja en sus manos, y el grabado dorado que decía “Familia Verstappen-Pérez” brillaba bajo la tenue luz de la habitación. Aquello ya lo había hecho llorar, pero las palabras de Checo eran la estocada final. ¿Le estaba pidiendo matrimonio otra vez? ¿Era su boda? ¿Eran sus anillos?
Solo necesitó levantar la mirada un poco para encontrarse con los ojos llorosos de su pareja. Ambos habían sido unos idiotas al no hablarse antes. Quizás no sabían exactamente qué había ocurrido entre ellos, pero Max ya estaba seguro de algo: su tendencia a planear cosas por separado había sido parte del problema.
No encontraba palabras. Se sentía mal por toda la confusión que ambos se habían causado, pero, al mismo tiempo, sentía una paz inmensa en su corazón. La tranquilidad de saber que el divorcio no estaba en juego era un bálsamo. Max sabía que debía disculparse, pero en ese momento solo podía aferrarse al amor de su vida, quien ahora estaba encima de él, sosteniéndolo en un abrazo.
No hubo besos ni palabras, solo un abrazo. Uno que unía dos corazones desbordados, cuyos latidos parecían competir por marcar el ritmo. Las lágrimas caían por sus rostros en una lucha por decidir cuál llegaba más rápido al suelo.
Estuvieron así un largo rato, en completo silencio, hasta que Max finalmente pudo hablar. Aún no se separaba del abrazo, como si temiera que todo pudiera desaparecer si lo hacía.
—Perdón. Perdón por desconfiar, por alejarme, por no preguntar y solo suponer. Sabía que algo estaba raro, pero tenía miedo de preguntar. Y el paso del tiempo solo empeoró las cosas. No quería lastimarte, y me alejé pensando que así se solucionarían los problemas.
Se aferró más fuerte a Checo, mientras sentía las caricias suaves que el mexicano le daba en la espalda, casi como si intentara calmarlo.
—Debo admitir que llegué a odiar esa caja. Cuando la trajiste y la escondiste, sentí que algo se rompía en mí. Y para colmo, todo giraba en torno a Lewis, lo que solo aumentaba mi miedo de perderte. Pensé que si planeabas algo grande, ya no querías irte.
Checo permaneció en silencio, escuchándolo con atención. Quería que Max sacara todo lo que llevaba dentro antes de responderle.
—Hablé con el abogado porque llevaba tiempo pensando en esto. Sentía que era el siguiente paso para nosotros, y él me ayudó con todo —continuó Max, su voz aún temblorosa—. Al final, contactamos a una asistente social.
Max lo miró con una mezcla de miedo y esperanza.
Checo no pudo evitar reírse, aunque las lágrimas seguían cayendo por su rostro. La situación era tan extraña que su reacción no podía ser otra. Max, por su parte, no sabía cómo interpretar aquello.
—¿Qué te pasa? —preguntó, confundido.
Checo lo besó con ternura antes de hablar.
—Pensé que me ibas a pedir que firmara algo sobre una mudanza o incluso sobre la venta de la casa. Llegué a pensar que te querías divorciar.
Max dejó escapar un largo suspiro, sintiendo cómo la tensión abandonaba su cuerpo.
—Bueno, creo que necesitamos establecer un par de reglas nuevas en este matrimonio —dijo con una pequeña sonrisa. Primero: Nunca más dejar de hablar y segundo: No volver a planear cosas importantes sin el otro.
Checo asintió, dándole la razón. Todo este malentendido había nacido de sus secretos. Dos grandes momentos —los anillos y la idea de agrandar la familia— habían sido opacados por su falta de comunicación.
Pasaron el resto de la noche en la cama. Max le contó a Checo sobre las reuniones con la asistente social y los avances que había hecho. No era un proceso que hubieran comenzado formalmente, ya que quería que Checo estuviera involucrado desde el principio, pero solo faltaba su firma para dar el primer paso.
Max no se había dado cuenta de cuánto deseaba formar una familia hasta que comenzó a hablar del tema con su pareja. Siempre había pensado que lo hacía por Checo, pero ahora entendía que también era algo que él anhelaba profundamente.
Estaban tan entusiasmados con los planes que no notaron la hora. Las llamadas comenzaron a llegar insistentemente. No solo habían perdido el vuelo, sino que hacía rato que deberían haber aterrizado.
Cuando Checo finalmente atendió el teléfono, se encontró con un bombardeo de preguntas y gritos. Lewis estaba en la línea, preocupado porque no habían llegado ni respondido antes.
—Estamos bien, solo nos quedamos dormidos. —Llamaré en diez minutos —respondió Checo antes de colgar.
Max lo miró con curiosidad, sabiendo que aún había algo que no le había contado. Fue entonces cuando Checo recordó que Max solo sabía de los anillos, pero no todo lo de la boda.
En menos de cinco minutos, Checo le explicó todo: los anillos eran solo una parte del plan. Todo el viaje estaba destinado a ser su segunda boda, un evento que había organizado con ayuda de Lewis.
—Si no estás listo, lo posponemos. No importa cuándo ni cómo, Max. —Lo que importa es que estemos juntos —dijo Checo con calma.
Max, con los ojos brillando de emoción, no necesitó pensarlo mucho.
—Quiero casarme contigo, Checo. Hoy, mañana o el día que quieras o las veces que quieras.
Chapter 30: Boda, ¿no boda?
Chapter Text
No hubo boda como tal. Llegaron con horas de retraso, pero todavía estaban a tiempo para la recepción. Los invitados seguían ahí, y Lewis ya se había encargado de avisarles sobre lo sucedido. Max pensó que algún día tendría que construirle un altar a Hamilton por salvar la situación, aunque probablemente se lo dejaría a alguien más, quizá a Franco.
Llegar tarde a una boda es de mala educación, pero llegar tarde a la tuya... eso ya es memorable. Sin tiempo para pasar por el hotel ni arreglarse, se presentaron directamente en la recepción con sus maletas a cuestas. Vestían ropa cómoda para viajar; lo único que habían hecho era peinarse un poco.
Los invitados, elegantemente vestidos, los recibieron entre aplausos y risas. Lando les sugirió que cambiaran todas las fotos oficiales por una de ellos entrando con las maletas a su propia boda.
—Definitivamente esa va para el centro de la sala —dijo Max entre risas, mientras Checo asentía con la misma idea.
Aprovecharon que Lando había llevado los trajes para cambiarse en una habitación cercana. Sin embargo, el caos de la llegada no se detuvo ahí. Hamilton y Lando habían olvidado los zapatos de los trajes, y Checo, que había revuelto las maletas antes de salir, no ayudaba mucho en la búsqueda de accesorios.
—Bueno, al menos tenemos camisa y pantalón. —¿Quién necesita zapatos en su no-boda? —dijo Checo mientras sacaba un par de zapatillas deportivas de su maleta.
Max no pudo evitar reírse.
—Con lo que hemos vivido, esto parece más una comedia romántica que una boda, ¿no crees?
Mientras se ayudaban mutuamente a arreglarse, hubo un breve silencio, pero no era incómodo. Era como si ambos estuvieran reflexionando sobre cómo habían llegado a ese momento, desde los retos y las dudas hasta la paz que sentían ahora.
—Oye, ¿crees que esto sea suficiente para impresionar a los invitados? —preguntó Max, señalando su atuendo.
Checo lo miró, y con una sonrisa llena de ternura, respondió:
—Con que estés aquí conmigo, ya es suficiente.
De vuelta en la recepción, el ambiente era relajado y lleno de risas. Los invitados, que ya llevaban varias horas disfrutando de la fiesta, no necesitaban mucho para seguir divirtiéndose. Pero como era una no-boda, los novios decidieron mantener al menos dos tradiciones: los discursos y el primer baile.
Los discursos comenzaron con Hamilton, quien agradeció al mexicano por dejarlo ser parte de algo tan especial. Su tono cálido y sus palabras sinceras arrancaron más de una lágrima, aunque no pudo evitar bromear al final.
—Checo, gracias por ser mi mejor amigo y por permitirme organizar este caos. Max, no te olvides de que me debes una cena después de esto —dijo con una sonrisa.
El argentino tomó el micrófono después. Agradeció a ambos por haberlo recibido como parte de su familia, aunque una parte de su discurso derivó en una pelea amistosa con Yuki sobre quién era el favorito de Checo.
Aunque Yuki ganó sin duda el debate con una frase que dejaba ver que siempre estuvo al corriente con el matrimonio:
—Puedes quedarte con el apellido Verstappen; el Pérez me queda bien y, de todas formas, es el apellido por el cual Max siente debilidad.
Incluso Oscar dio unas palabras breves, prometiendo no volver a ofrecerse como amante de Checo, una broma que hizo que Max se llevara la mano al rostro mientras el mexicano no paraba de reír.
Cuando llegó el turno de los recién casados, los invitados se sorprendieron al ver que no tenían discursos preparados. Checo fue el primero en hablar, adelantándose a Max con una sonrisa tranquila.
—No es algo que los presentes no sepan, ni algo que no te haya dicho, pero creo que este es el mejor momento para repetirlo: te amo, Max. Y aunque no fue un amor a primera vista ni uno de película, sin duda podría ser uno para los libros.
Hizo una pausa, mirándolo directamente a los ojos antes de continuar.
—Te amo desde que te levantas hasta que te acuestas. Amo cada momento contigo, bueno o malo, lo amo porque tú estás en él. Pensé que cambiar nuestros recuerdos nos haría más felices, pero no puedo ser más feliz de lo que ya he sido. Tenerte en mi vida le dio sentido a todo, y no cambiaría nada.
Max sintió un nudo en la garganta. Sabía que había hecho lo correcto al no rendirse, al seguir intentándolo incluso cuando las cosas parecían complicadas. Ahora, gracias a todo eso, estaba casado con el hombre que amaba y a punto de formar una familia juntos.
Sin planearlo, Max tomó el micrófono y repitió las mismas palabras que lo habían unido al principio de todo.
—No sé qué piensas, pero te amo ahora y te voy a amar después. Y siempre te elegiría, porque sé que me amas tanto como yo te amo a ti.
La música comenzó a sonar, y Max tomó la mano de Checo para llevarlo al centro de la pista. Mientras bailaban, no había palabras, solo miradas llenas de amor y sonrisas cómplices. Los invitados aplaudían y algunos grababan el momento, pero para ellos el mundo había desaparecido.
Bailaron como si fueran los únicos en la sala, y en ese instante todo lo demás dejó de importar. No importaba que no hubiera habido ceremonia, ni los contratiempos, ni las dudas del pasado. Lo único que importaba era que estaban juntos.
No había apuro; la boda no tenía horario para finalizar. Todos estaban de vacaciones, no había horarios que cumplir, nada era un impedimento para poder disfrutar toda la noche. La mezcla de costumbres y tradiciones hacía la boda aún más especial.
La música sonando de fondo, los invitados bailando y Max en el medio de la fiesta riendo era, sin duda, el recuerdo que Checo querría enmarcar en su corazón. De haber sabido que Lando no se alejaría del DJ, simplemente le habría pagado a él, aunque por las risas casi podía asegurar que la música no era el tema de conversación en ese rincón de la boda.
Abrazar a Yuki después de tanto tiempo sin duda era una caricia al alma; verlo reír con Max, bueno, mejor dicho, verlo reírse de Max, le traía recuerdos.
No sabía por qué Alex no había traído a su pareja, pero verlo bailar con Russell era una de sus cosas favoritas de la noche. Max esperaba que esto quedara en video para poder molestarlo el resto de su vida con eso.
La última vez que vio a Franco, este parecía haber hecho oficial que Óscar sería su sombra. Al parecer, las no-bodas eran buenas para unir gente, ya que podría jurar que Hamilton había pasado toda la noche con la misma persona.
Quizás luego iría a averiguar más; ahora solo quería concentrarse en el amor de su vida. Escucharlo cantar con un coro de al menos diez personas era sin duda memorable, aunque parecía que algunos, más que cantar, aullaban. Él seguía esperando que eso quedara en video.
Por su parte, el argentino agradecía que todo hubiera salido bien. Tener que esperar que el matrimonio decidiera aparecer en su propia fiesta le había dado tiempo de hablar con Oscar; habían llegado a un acuerdo y, al menos por ahora, se darían la oportunidad de ver cómo avanzaba esto. No eran pareja, pero aceptar que ambos se sentían atraídos por el otro ya los hacía al menos ir hacia el mismo lugar.
Chapter 31: Modelos
Chapter Text
El argentino no se había separado de Albon en casi ningún momento; habían llegado más invitados, incluso había gente con quien podía hablar español, pero seguir a Alex toda la noche era su plan, o lo era hasta que Piastri le pidió hablar.
Franco iba corriendo detrás de Alex, quien le había dicho que lo dejaría solo por haber hecho una broma. Estaba a punto de alcanzarlo cuando sintió que lo agarraban. Iba a quejarse hasta que escuchó la voz de Oscar:
—Podemos hablar.
Eso fue todo lo que dijo antes de arrastrarlo a un lugar lejos de los invitados.
Pensó que iban a tener una conversación intensa o quizás algo larga, pero solo dijo lo primero que le vino a la mente:
—Me gustas.
Eso fue todo lo que alcanzó a decir antes de que Franco saliera corriendo.
¿La razón? Por fin habían podido contactar con el matrimonio de desaparecidos; tendrían que haber llegado hace mínimo una hora y no habían dado señales de vida. La organizadora de la boda ya había sufrido al menos cinco mini infartos; tenía todo un cronograma establecido. Desde fotos en el hotel hasta fotos en la playa, ella sin duda se había tomado en serio lo de cambiar todos los recuerdos.
Se acababan de enterar de que Checo y Max vendrían tarde, así que eso los salvaba de la ceremonia, pero los hacía ser responsables de los últimos detalles. Sería una celebración a lo mexicano, hasta la madrugada, aunque a Franco no le parecía tan raro, ya que en Argentina la noche suele ser larga y las fiestas suelen durar varias horas también. Sin embargo, al parecer no todos los invitados estaban muy acostumbrados a ese tipo de horario.
Checo les había dicho que empezaran sin ellos, ya que el vuelo más cercano sin duda los dejaría fuera de la ceremonia, así que podían empezar la fiesta cuando quisieran. Esto no le pareció tan buena idea a la organizadora, quien aún tenía su cronograma de actividades en la mano; ya estaba pagado y no tenía mucho sentido desperdiciarlas.
Ni Max ni Checo querían desperdiciar todo el trabajo planeado; la organizadora sin duda se había esforzado por ellos, así que las fotos eran para una pareja. Lo más específico era que debían ser una pareja de hombres, así que Max decidió que no iban a gastar dinero y esfuerzo en vano, además de que sabían que usarían esas fotos para promocionar.
Así que le pidió a la organizadora que eligiera a quien quisiera del grupo y se los llevara; no iba a negarse, de todas formas ya no podía hacer nada más. Decidió elegir a un pequeño grupo para las fotos. El matrimonio le había asegurado que cualquiera iría, y no habían mentido.
Les habían prohibido negarse, diciendo que sería como un regalo de bodas, así que ahora Lando, Yuki, Oscar, Franco y Alex iban directo a una sesión de modelaje en contra de su voluntad.
¿Por qué ellos? Porque el fotógrafo había decidido que quería variedad y porque Hamilton se negó a abandonar a los invitados.
Lando no estaba seguro de cómo el matrimonio iba a lograr sacarse tantas fotos. Justo después de bajar del avión, ellos ya llevaban tres malditos cambios de ropa.
—¿Qué demonios había pagado Checo? ¿Se creía modelo ahora?
Esperaba ver su foto enmarcada en la casa del matrimonio. Ellos hubieran pensado que quienes iban a fingir ser pareja serían Franco y Oscar, pero como ni la planificadora ni el fotógrafo conocían el trasfondo de ellos, terminó siendo Oscar y Alex, variando con Lando; la otra dupla fue la de Franco y Yuki. Estaba seguro de que al menos una de esas fotos sí iba a terminar en las paredes del matrimonio.
Estuvieron sacándose fotos al menos dos horas; los lugares elegidos eran precisos, pero seguía sin saber por qué demonios necesitaban tantas fotos.
Oscar aprovechó un momento entre tomas para acercarse a Franco, quien estaba revisando las fotos en la cámara del fotógrafo.
—Oye, Franco, ¿podemos hablar?
Franco ni siquiera levantó la vista.
—¿Hablar de qué? ¿De lo bien que me veo en estas fotos?
Oscar rodó los ojos.
—No, hablo en serio. Antes de que nos interrumpieran, quería decirte algo...
En ese momento, Yuki apareció, agarrando a Franco del brazo.
—¡Vamos! Nos toca otra vez. Al parecer, somos la pareja estrella.
Oscar suspiró, derrotado. Había querido retomar su conversación con Franco varias veces, pero al ser las fotos de a dos, cuando él podía, el argentino andaba fingiendo ser el mejor modelo. No podía decir que estaba aburrido, porque aunque Yuki y Franco no eran iguales, tenían una energía contagiosa, y junto con Lando no dejaron un momento en silencio.
Después de horas de fotos y cambios de ropa, el fotógrafo finalmente exclamó:
—¡Terminamos! ¡Gracias a todos por su paciencia!
Lando levantó las manos al cielo.
—¡Gracias a Dios! Pensé que me iba a convertir en un maniquí de verdad.
Franco, con una sonrisa burlona, lo miró mientras se quitaba la corbata.
—Bueno, no todos podemos ser modelos naturales como yo.
Oscar rodó los ojos y murmuró para sí mismo:
—Ni siquiera lo intenta y me vuelve loco.
Yuki, acomodándose el saco, agregó:
—Espero que estas fotos sean dignas de un marco. Si no me veo bien, no me hablen nunca más.
Mientras los demás debían estar sufriendo en la sesión de fotos, Hamilton aprovechó para relajarse con un cóctel en mano.
—¿Sabes? —comentó con Charles y Pierre, quienes estaban tomando con él—. Podría haber ido, pero alguien tiene que asegurarse de que estos invitados estén bien atendidos.
Uno de los organizadores pasó cerca y lo escuchó.
—Se nota que lo hace con mucho sacrificio, señor Hamilton.
Lewis sonrió ampliamente, levantando su copa.
—Siempre estoy dispuesto a cargar con el peso del deber.
El grupo de modelos llegó justo para lo que se suponía que era el inicio de la ceremonia, aunque decidieron huir por las dudas de que les tocara volver a posar; a este punto también podrían hacer de muñequitos para el pastel.
La única solución era andar por separado, ya que si agarraban a dos juntos, tranquilamente los podían usar para su sesión; no podían ser otros, ya que ya habían empezado con ellos. Pensaron que podrían huir, hasta que el fotógrafo cambió de "fotos de pareja al atardecer" a "grupo de amigos al atardecer".
Aunque antes de que el fotógrafo pudiera atraparlos de nuevo, Franco, Oscar y Alex decidieron esconderse detrás de una mesa decorada con flores.
—¿Crees que ya se fue? —susurró Franco, mirando por el borde.
—No lo sé, pero si me vuelven a poner a posar con Yuki, voy a gritar —respondió Alex, intentando no reírse.
Oscar se levantó lentamente.
—¿Quién pensó que esconderse detrás de una mesa era buena idea? Somos tres adultos y esto no es una película.
Franco lo empujó suavemente.
—Cállate, o seras el sacrificio si nos atrapan.
Checo y Max llegaron casi dos horas después, y hasta Hamilton agradecía que ahora ellos tuvieran que seguir el maldito cronograma del demonio. Pensaron que ahora Max andaría de arriba para abajo, pero dado que el matrimonio apenas si había dormido, acababan de llegar y no tenían ni la ropa ni las ganas para seguirlo.
Checo decidió que lo único que cumplirían sería el baile y los discursos; el resto estaba sin duda eliminado de su no-boda.
Con el final de los discursos y el baile de pareja, Oscar decidió que Franco no se le volvería a escapar.
¿Su solución? Secuestrarlo. ¿Cómo? Simplemente fue a donde este se encontraba y lo agarró de la cintura para hacerlo caminar. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos para que nada ni nadie los interrumpiera, decidió soltarlo.
El argentino no sabía qué decir, por eso había estado evitándolo todo el tiempo. Alex le había dicho que lo mejor era hablar de sus sentimientos, pero él estaba seguro de que si hablaban sin supervisión, la iba a cagar. Tenía la habilidad o el don de hacer que Piastri se enojara de la nada.
Pensó que, estando con Alex durante todo el día, si Oscar lo buscaba para hablar, este podría hacer de intermediario, pero ahora estaban solos, y parecía que el australiano esperaba una respuesta a su breve comentario.
Pero al parecer iba a tener que seguir esperando, porque el miedo a cagarla hacía que el argentino apenas si respirara.
Oscar decidió que si las palabras no funcionaban, era mejor demostrarlas, así que se acercó lentamente al argentino y puso suavemente su mano en la nuca del contrario para acercarlo y así unir sus labios en un beso. Uno lento, uno que quizás hubiera subido de intensidad si no hubiera sido porque Max apareció de la nada e hizo que Franco saltara del susto.
—Perdón, no quería interrumpir su momento, pero Checo los andaba buscando. Aunque mejor sigan en lo suyo y yo le digo que no los encontré —dijo Max sin respirar; sabía que había interrumpido, pero no se dio cuenta hasta que ya era tarde para que no notaran su presencia.
—¿Franco? Hacen linda pareja con tu sombra —dijo Max antes de por fin retirarse. Ninguno estaba seguro de cuánto había tomado el neerlandes, pero debía ser lo suficiente para que dijera halagos, y sí, eso había sido un cumplido de un Max bastante tomado.
—Bueno, eso sin duda fue raro —dijo Franco para cortar un poco la tensión.
—Me gustas, aunque no sé cuánto. Ni siquiera puedo acercarme a vos sin miedo de que te enojes o que cambies de un momento para otro —Franco suspiró antes de seguir—. Quiero conocerte, quiero saber a dónde puede llegar esto, y es lo que puedo ofrecerte ahora.
Oscar sabía que Franco tenía razón, sabía que la había cagado al principio al no darle la oportunidad de conocerse y solo juzgarlo, y sabía que haber cambiado su trato con el argentino cuando volvió Lando había sido un error. No se justificaba, pero es que no había sabido cómo reaccionar.
Habían pasado de cero a mil en unos segundos, y no le desagradaba; incluso su tiempo con el argentino había estado en su top 10 de mejores momentos. Pero bueno, según Lando, él era medio tonto, así que no podían pedirle más.
¿Era lo que esperaba? No. ¿Podía pedirle más al argentino? No. Pero al menos esto ya lo anotaba para poder participar; no quería apresurar las cosas e irían al tiempo de Franco. Después de todo, conocerse no parecía mala idea.
Así que decidió aceptar lo que este le ofrecía; estaban conociéndose, que era lo que el argentino había pedido, solo que este no aclaró cómo. Oscar había decidido que la mejor forma de conocerse ahora era a través de los besos, así que se pasó toda la fiesta con Franco.
estaban sentados en un banco fuera de la recepción, compartiendo un momento tranquilo.
—¿Sabes? Nunca pensé que me sentiría así de cómodo contigo —confesó oscar, mirando las luces que adornaban el lugar.
Franco se giró hacia él, con una sonrisa suave.
—Bueno, supongo que soy más irresistible de lo que pensabas.
Cuando el australiano estaba por responder, Max apareció nuevamente, esta vez con una copa en la mano.
—¿Otra vez ustedes? ¿Qué están tramando ahora?
Franco suspiró y se llevó una mano a la frente.
—¿En serio, Max? ¿No tienes otra cosa que hacer?
Max levantó las manos en señal de paz.
—Solo me aseguro de que no se pierdan la fiesta.
Franco y Oscar solo rieron antes de preguntar al unísono:
—¿Te mandaron a ver qué pasaba?
El neerlandés solo levantó los hombros antes de decir:
—Quizás.
Después de pasar un rato juntos ,Franco se detuvo y miró a Oscar directamente a los ojos.
—No sé a dónde vamos con esto, pero quiero que sepas que quiero intentarlo.
Oscar sonrió, tomando su mano.
—Con eso me basta.
Chapter 32: Gracias!
Chapter Text
Quiero tomarme un momento para agradecer a cada uno de ustedes que se ha dado el tiempo de leer mi historia, incluso antes de que esté completa. Sé que muchos prefieren esperar a que todos los capítulos estén disponibles, pero su apoyo desde ahora significa muchísimo para mí. Gracias por acompañarme en este viaje, capítulo a capítulo. ❤️
Un agradecimiento especial a esas personitas que votan y dejan sus comentarios; sus palabras son una motivación inmensa para mí. 😊
Además, quería aclarar que no he incluido otras parejas en la historia porque no se me han ocurrido, así que por ahora solo estarán las que ya mencioné. Sin embargo, si alguien tiene alguna sugerencia o petición, estoy aquí para escuchar y considerar sus ideas.
Gracias nuevamente por todo su apoyo. ❤️😊
Chapter 33: playlist
Chapter Text
Alex ya se había ido de nuevo; Checo y Max estaban de "luna de miel", Oscar había viajado a ver a su familia, ya que no pasaría las fiestas con ellos, así que eran solo Lando y él por ahora. Estaban juntos en el departamento del argentino, ya que aunque había arreglado las cosas con Piastri, no quería apresurar nada, así que a pesar de estar solo, había decidido volver a su departamento y dejar al dúo solos.
No estaban haciendo nada, incluso no estaban hablando, pero el hecho de estar en el mismo lugar les alcanzaba. Ya habían limpiado todo, y aunque Lando solo iba a ir a hacerle compañía, terminó ayudándolo con la limpieza, ya que estaba aburrido, así que ahora solo estaban acostados.
—Hagamos algo, estoy aburrido —dijo Lando, aplastándolo sin reparos, con su voz arrastrada por la desgana.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Franco, mirando al techo, sin molestarse en apartarlo.
—Acompáñame a la peluquería. Y antes de que digas que no, ya sé que tú no vas a esos lugares, pero yo sí, y no quiero ir solo. —Lando se giró para mirarlo y sonreírle; sabía que el argentino era débil ante él y sus súplicas, además de que tenía mucha habilidad para ser convincente.
—Puedo cortarte el pelo yo si quieres. —Tengo una tijera nueva —respondió Franco con una sonrisa burlona, fingiendo levantarse para buscarla.
—No, no, gracias. Aun no sé cómo no te quedas clavo cortándote el pelo tú, pero yo prefiero pagar.
—Está bien. Yo lo iba a hacer gratis, pero si quieres, puedes pagarme.
Rieron un rato más, intercambiando bromas, hasta que Franco finalmente se levantó para acompañar a su amigo. Él solía cortarse el pelo solo frente al espejo del baño; a veces le quedaba decente, otras no tanto, pero como decía siempre: "El pelo crece".
Seguía sin comprender por qué Lando prefería confiar en un desconocido más que en él y sus tijeras. Pero ya estaban ahí y no había mucho para hacer. En la peluquería, la atmósfera estaba cargada de olor a productos químicos y música pop de los 2000. Según el hombre del pronóstico que escucharon mientras esperaban el turno de Lando, los próximos días serían fríos y lluviosos.
Así que el dúo había decidido que invernarían. No tenían más planes para tener que salir del departamento, así que harían maratón de películas, quizás buscar una serie para ver.
Fueron a abastecerse de comida, bebida y snacks para no tener que volver a salir en un mes. Solo serían un par de días, pero Lando había escuchado la frase "mejor que sobre a que falte" de una de sus vecinas y ahora lo usaba para justificar sus gastos.
De regreso en el departamento, transformaron el sofá cama en la base de su improvisado campamento. Almohadas y mantas estaban apiladas de forma caótica, mientras la pantalla del televisor iluminaba la sala. Pasaron el primer día casi sin moverse, viendo las películas de Marvel en orden cronológico, discutiendo teorías y riendo entre bocados de pizza recalentada.
El segundo día, la lluvia golpeaba las ventanas con fuerza, desmotivando cualquier intento de salir. Franco decidió poner música para animar el ambiente, seleccionando una playlist desde el celular de Lando. Sin embargo, al mirar de reojo a su amigo, notó que algo no estaba bien.
El británico estaba sentado en el borde del sofá cama, mirando al vacío. Sus ojos, normalmente brillantes y traviesos, estaban clavados en un punto indefinido del suelo. No hacía contacto visual, ni siquiera con la pantalla.
—Si te molesta la música, la puedo quitar —dijo Franco, rompiendo el silencio mientras se sentaba a su lado.
Lando no respondió, pero Franco captó el mensaje en su lenguaje corporal. Se levantó y apagó la música con un par de toques en su teléfono antes de volver a sentarse. La sospecha de que alguna canción había removido recuerdos no deseados lo llevó a darle espacio. Lando solía ser el alma de cualquier lugar, pero también tenía momentos como este, en los que se encerraba en su propio mundo.
Franco decidió que lo mejor era salir del departamento, aunque el clima no acompañara. Se levantó y buscó sus zapatillas. Mientras se las ponía, lanzó un comentario casual:
—Voy a dar una vuelta. Si quieres venir, vamos; si no, vuelvo en un rato.
Lando levantó la mirada, como si estuviera despertando de un trance.
—¿Bajo la lluvia? —preguntó, con un atisbo de su tono burlón habitual.
—Un poco de agua nunca mató a nadie. —Además, así tenemos excusa para volver y no hacer nada —respondió Franco, con una sonrisa.
Finalmente, ambos cruzaron la puerta, dejando atrás el cálido refugio del departamento y enfrentando la humedad del mundo exterior.
El centro comercial terminó siendo el destino final de su paseo bajo la lluvia. ¿La razón? Era un lugar con todo lo que necesitaban: ¿comida? Sí. siopa seca? Sí. sintretenimiento? Sí. Además, a Franco le parecía una buena forma de distraer a Lando y asegurarse de que no quedara atrapado en sus propios pensamientos, especialmente mientras él estuviera trabajando las horas siguientes.
Las bandejas frente a ellos estaban llenas de hamburguesas, papas fritas y varias bebidas que estaban de promoción por tiempo limitado. Franco decidió aprovechar el momento para hablar sobre lo que había notado en el departamento.
—¿Dije algo malo? —preguntó con aparente casualidad mientras mordía una papa frita.
Lando lo miró con una mezcla de sorpresa y confusión, claramente perdido en la conversación.
—¿De qué hablas? —respondió, dejando su bebida a un lado.
—En el departamento, genio —aclaró Franco, arqueando una ceja al ver la cara de desconcierto del inglés.
Una sonrisa se asomó en los labios de Lando, pero no alcanzó sus ojos. Aunque intentaba disimular, la tristeza que había logrado apartar durante el paseo parecía regresar. Quiso aligerar el ambiente, bromeando para desviar la atención.
—¿Genio? Creo que te estás juntando demasiado con Óscar.
El comentario tuvo el efecto deseado: Franco se ruborizó al instante, pero no permitió que Lando escapara tan fácilmente. Se inclinó hacia adelante, decidido a obtener una respuesta.
—No te cambies de tema. —¿Qué pasó antes? —insistió, con una mirada que decía claramente que no se rendiría hasta que obtuviera una explicación.
Lando suspiró, sabiendo que no tenía escapatoria. Jugó un poco con las papas fritas en su bandeja antes de levantar la vista y hablar, su tono mucho más serio que antes.
—La playlist que pusiste... —comenzó, haciendo una pausa para encontrar las palabras adecuadas—. La hice junto con mi ex. Hace mucho que no la escuchaba, y no esperaba que me afectara tanto.
Franco lo observó en silencio, dándole el espacio necesario para continuar.
—No la he borrado porque ya casi no escucho música cuando estoy solo. Supongo que no quería enfrentar lo que me haría sentir… pero cuando la pusiste, fue como si todo volviera de golpe.
Lando terminó la frase con un encogimiento de hombros, como si estuviera quitándole importancia, pero Franco podía ver que la experiencia lo había tocado más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—¿Y por qué no me dijiste nada? —preguntó Franco, con suavidad esta vez, tratando de no incomodarlo más.
—No quería arruinar el momento. Además, no es como si tú supieras lo que significaba esa playlist.
Franco asintió, dándose cuenta de que, aunque las bromas y el sarcasmo eran la armadura de Lando, había mucha más profundidad detrás de esa fachada despreocupada. Decidió no insistir más en el tema por ahora, aunque tomó nota mental de evitar cualquier cosa que pudiera desencadenar recuerdos incómodos para su amigo.
—Bueno, para la próxima, me avisas y ponemos cumbia. —Así no hay margen de error —dijo Franco con una sonrisa, intentando sacarle una risa.
Lando dejó escapar una pequeña carcajada, genuina esta vez, y negó con la cabeza.
—Cumbia, ¿eh? Ahora sí estás revelando tus raíces.
Ambos rieron, sabiendo que no era un género que el argentino escuchara seguido, menos aún algo que este bailara, aunque en defensa del género, Franco no podía bailar nada; un árbol podía tener más ritmo que él. El ambiente se aligeró, y aunque el tema no estaba completamente cerrado, Franco sintió que Lando había descargado al menos una parte de lo que llevaba dentro. Eso era suficiente por el momento.
Gracias a la lluvia, la cafetería estaba casi vacía, con solo un par de clientes refugiados del mal tiempo mientras bebían algo caliente. Franco se movía con calma entre las mesas, pero, aunque su cuerpo estaba ocupado limpiando o colocando tazas, su mente estaba en otro lado: con Lando y la conversación que habían tenido.
Su jefa, que tenía un radar infalible para detectar distracciones, lo observó por un momento desde el mostrador antes de acercarse con una sonrisa que mezclaba curiosidad y picardía.
—¿Qué pasa, Franco? Estás más callado de lo normal, y eso ya es decir mucho.
Él dejó lo que estaba haciendo y suspiró, dándose cuenta de que no podía evitarlo. Después de todo, cuando algo le rondaba la cabeza, siempre terminaba compartiéndolo.
—No es nada malo —empezó, pero antes de que pudiera detenerse, ya estaba contándole todo: la playlist, la reacción de Lando y su plan de animarlo.
Su jefa lo escuchó con paciencia, asintiendo de vez en cuando mientras organizaba unas cajas detrás del mostrador. Franco, sin embargo, seguía hablando, debatiendo en voz alta todas las opciones posibles para hacer algo especial, añadiendo detalles y preguntas que ella nunca pidió.
—… Y claro, podría comprarle algo también, pero no sé si eso es demasiado. ¿O tal vez una carta? Bueno, no, eso sería raro, ¿no?
—Franco —lo interrumpió ella suavemente, levantando una mano para detener el torrente de palabras—. ¿Por qué no simplemente le haces una nueva playlist y listo?
Antes de que pudiera responder, un cliente se acercó al mostrador, y su jefa no perdió la oportunidad de escapar de la conversación.
—¡Oh, disculpa, tengo que atender esto! —dijo con una sonrisa divertida, alejándose rápidamente mientras Franco la miraba con una mezcla de incredulidad y risa.
—Eso fue una huida descarada —murmuró para sí mismo, volviendo a su tarea.
Aunque la idea parecía simple, Quería que fuera especial. Cuando tuvo un momento libre, sacó su teléfono y envió un mensaje al grupo de WhatsApp que se había creado durante la boda.
"No pregunten por qué, a menos que quieran escucharme hablar por dos horas, pero voy a crear una lista de canciones para Lando, que anda algo triste. Si quieren colaborar, mándenme nombres de canciones y yo las agregaré."
Franco no se dio cuenta de dos pequeños detalles. Primero, que el mensaje generaría una avalancha de respuestas: sugerencias, bromas . Y segundo, que Lando también estaba en el grupo, algo que solo notó cuando recibió un mensaje directo de él.
"Te quiero, y espero mi nueva playlist."
Franco se congeló al leerlo, los ojos abiertos mientras releía el mensaje con una mezcla de vergüenza y diversión.
"Ups, me atrapaste," respondió, añadiendo un emoji nervioso.
Lando no tardó en contestar:
"Solo asegúrate de que tenga buenas canciones."
Franco soltó una risa, guardando el teléfono mientras volvía al trabajo. Aunque el plan ya no era una sorpresa, la misión estaba cumplida: había logrado sacarle una sonrisa a su amigo.
Mientras terminaba de limpiar una mesa, pensó en las canciones que incluiría. Cada elección debía ser cuidadosa, no solo para animar a Lando, sino también para recordarle que tenía a alguien dispuesto a hacer el esfuerzo de sacarlo de su tristeza.
Franco sonrió para sí mismo. A veces, los gestos más simples eran los que más significaban.
Chapter 34: rompecabezas de cristal
Chapter Text
Ya había pasado una semana y las recomendaciones seguían llegando. Parecía que el grupo se había tomado demasiado en serio la tarea, porque cada día aparecían nuevas canciones en la lista. Para su suerte, Lando decidió intervenir y ayudar a filtrar todo, agilizando el proceso. Al final, la playlist se convirtió en algo para todos, una especie de banda sonora compartida. Sin embargo, Franco hizo una versión más corta con canciones que, de alguna manera, le recordaban a Lando.
Las fiestas estaban a la vuelta de la esquina, y habían decidido celebrarlas en casa de Hamilton. No solo era la más grande, sino que, si alguien terminaba demasiado cansado o pasado de copas, podían quedarse sin problema. Checo y Max se habían ofrecido a organizar todo como una forma de devolverle a Lewis un poco de todo lo que hacía por ellos.
Eso significaba que, al volver de su viaje, irían directamente a la casa de Hamilton. Mientras tanto, Lando y Franco seguirían compartiendo tiempo juntos. No sabían exactamente cuándo volvería Oscar, y ninguno quería molestarlo mientras estaba con su familia.
Además, la rutina que habían establecido les gustaba. Dependiendo del horario de trabajo de Franco, almorzaban o cenaban juntos. El desayuno, en teoría, debía alternarse entre los dos, pero en la práctica, los días que le tocaban a Lando, simplemente se levantaban antes y desayunaban en la cafetería donde trabajaba el argentino.
No era una dinámica planeada, pero funcionaba. Lando no interrumpía a Franco mientras trabajaba; se sentaba en una mesa con su laptop y avanzaba con sus propios pendientes. A veces, cuando la cafetería se llenaba, Franco le pedía ayuda, y aunque al principio le resultó extraño, terminó acostumbrándose. Nunca había trabajado de esa manera, pero no le molestaba. De hecho, la dueña del lugar ya se estaba planteando si contratarlo oficialmente o si seguir pagándole con postres era suficiente.
Había vuelto a escuchar música. Y aunque parecía algo insignificante, Lando sabía que era un cambio importante. Tenía que agradecerle a Franco por devolverle algo que, sin darse cuenta, había dejado de lado.
Ahora solo podía preguntarse cuántas otras cosas había abandonado por miedo a los recuerdos.
Agradecía tener a Franco y a Oscar en su vida. No se imaginaba pasando por este proceso solo. Algunos podrían llamarlo exagerado, pero solo quien ha salido mal de una relación sabe lo difícil que es reconstruirse, volver a ser uno mismo. Volver a ser… uno.
Nadie te advierte cuánto cuesta. Nadie te dice que juntar dos vidas y luego separarlas es como armar un rompecabezas de cristal: algunas piezas encajan de inmediato, otras te cortan cuando intentas acomodarlas.
No estaba peleado con el amor, pero sabía que aún no terminaba su rompecabezas. Y por ahora, estaba bien con eso. Después de todo, no estaba solo. Tenía amigos que lo ayudaban con esas partes que cortan y amigos dispuestos a respetar sus procesos y solo interrumpirlo para limpiar la sangre.
No guardaba rencor. No había sido para él, pero aún así le deseaba lo mejor a su ex. Amar no solo es saber soltar, sino también saber perdonar. El amor es complicado, pero vale la pena experimentarlo, incluso cuando sale mal. Negarse a intentarlo por miedo al dolor sería un error.
Recorbada que después del mensaje de Franco, recibió una llamada de Max. Hubiera esperado que fuera de Checo, pero, de alguna manera, tenía sentido que fuera Max quien llamara.
A pesar de estar en su "luna de miel", Max se tomó el tiempo de hablar con él. Durante horas. Y aunque al principio lo regañó por no haber dicho nada antes, fue él quien terminó dándole las palabras que necesitaba escuchar.
—Puedes seguir amando mientras sanas —le dijo Max—, solo que no tienes que encerrarte en ti mismo, o todo se volverá negro. Necesitas a alguien que ponga blanco, porque a veces las escalas de grises son las que definen la vida.
Lando se quedó en silencio, escuchando.
—Puedes amar a tu pareja y también a tus padres, a tus amigos, a tus hermanos. Son diferentes tipos de amor, pero todos son válidos y necesarios. No dejes de lado a los demás solo porque uno salió mal. Sé que puedes con esto solo, pero si alguien quiere ayudarte, no significa que seas débil por aceptarlo. No todo en la vida tiene que resolverse a los golpes y caídas.
Lando cerró los ojos y suspiró.
No tenía nada más que decir. Sabía que Max tenía razón.
Si Oscar llegaba antes, quizás podrían pasar un rato juntos. Después de la conversación con Max, Lando había hablado con Franco, quien le sugirió que pasara las fiestas con su familia. Después de todo, si no se sentía bien, siempre podía volver para Año Nuevo. Ya había probado estar solo y no había funcionado; quizás era momento de intentar algo diferente.
Ya había arreglado las cosas con sus amigos. Ahora era hora de volver a casa.
Había decidido no regresar al departamento sin Franco, así que esperó a que terminara su turno. Antes de subir, incluso pasaron por el supermercado a comprar algo para la cena, aunque ambos tenían la esperanza de que el otro se ofreciera a cocinar. Después de todo, para Franco, Lando "no lo hacía tan mal" siempre y cuando no tuviera demasiados ingredientes con los que experimentar.
Uno nunca es realmente consciente de que la vida está llena de pequeñas sorpresas. Pero si había algo que no esperaban, era llegar y encontrar la puerta del departamento abierta, con las luces encendidas.
Primero, se culparon mutuamente. ¿Quién había dejado todo prendido? ¿Quién se había olvidado de cerrar bien? Entre acusaciones y especulaciones, un ruido en la cocina los hizo congelarse en seco.
Se miraron.
—¿Llamamos a la policía? —susurró Lando.
—O… podemos entrar y ver qué pasa —dijo Franco, aunque en su tono no sonaba convencido.
—Ok, pero tú vas primero —sentenció Lando de inmediato.— Si es un ladrón, lo golpeas y yo salgo corriendo a pedir ayuda.
—¡¿QUÉ?!
Pero antes de que pudiera seguir protestando, Lando ya lo estaba empujando suavemente hacia la puerta. Franco suspiró, rezando porque fuera un gato y no un asesino, y dio un paso dentro de la cocina.
Lo que encontró no fue exactamente una sorpresa. Fue un susto.
Desde la oscuridad, una voz habló detrás de ellos.
—Pensé que no iban a entrar nunca… —Llevan como quince minutos discutiendo en la puerta —dijo Oscar, cruzado de brazos y divertido con toda la situación.
Franco y Lando casi saltaron del susto.
—¡¿Pero qué haces aquí?! —exclamó Lando, llevándose una mano al pecho.
—Alex me dio una copia para la puerta, no sé si recuerdan que es amigo mío también.
Franco suspiró, llevándose una mano a la cara.
—Dios, casi me das un infarto.
Oscar rodó los ojos y se rió.
—Bienvenidos a casa, drama queens.
Chapter 35: Esto casi siempre es al revés
Chapter Text
Después de que Lando lo amenazara con tirarle cada cosa que habían comprado por asustarlos y luego de que Franco lo insultara en español (obviamente), decidieron saludarlo. Los había extrañado. Amaba a su familia, pero después de unos días, el resto ya eran todos iguales.
Su mejor amigo se había aferrado a él como un chicle derretido, por lo que tuvo que alzarlo para poder ver al argentino, quien se refugiaba en la cocina. Lo había saludado, pero esperaba un poco más de entusiasmo. No quizá tanto como Lando, quien aún no lo soltaba, pero algo por ahí, quizás.
—Fui primero al departamento, pero fue fácil darme cuenta de que no estaban ahí, así que vine a buscarlos. —No era mi intención asustarlos —comentó Oscar de forma casual mientras veía al argentino guardar las compras, pero cuando notó el rostro de ambos, tuvo que aclararse la garganta antes de que lo echaran del departamento—. Bueno… no lo era originalmente —dijo, riéndose—. Quise verlos, y como tenía la llave, decidí entrar.
—Entonces, ¿estás diciendo que fuiste al departamento, tuviste tiempo de buscar la llave de Alex, bañarte y aun así trajiste tus maletas? —preguntó Lando mientras señalaba las cosas del australiano en el pasillo.
Oscar se puso rojo antes de admitir que solo había agarrado las llaves del departamento y había salido de inmediato. Ni siquiera se molestó en averiguar si estaban ahí; podrían haber estado en la luna y a él no le habría importado. Porque no pensó, solo actuó.
Cuando llegó al departamento del argentino y también vio que estaba vacío, decidió mandarle un mensaje a Alex. Aunque no esperaba que contestara, la respuesta llegó bastante rápido: "Si están juntos en mi departamento, siéntete como en tu casa". "Seguro están en el trabajo de Franco; puedes ir a buscarlos allí si quieres".
Las maletas seguían en el pasillo porque se había bañado ahí. El viaje había sido largo y tenía tiempo antes de que llegaran, así que le pareció una buena idea. Al menos para él. El departamento estaba abierto cuando ellos llegaron, ya que estaba por salir a buscarlos y solo había vuelto por su celular.
Para cuando terminó de contarles todo eso y volvió a pedir disculpas, Franco ya había guardado todo. Así que se acercó a donde estaban sentados y, con una sonrisa traviesa, se inclinó hacia Lando para susurrarle al oído:
—¿Lo perdonamos si acepta cocinar?
Lo dijo lo suficientemente fuerte para que Oscar lo escuchara, pero aún con el tono bajo de un susurro.
Decir que ambos quedaron sorprendidos era poco. Lando no podía decir nada. Habían estado jugando así todo el tiempo, pero hacerlo frente a Oscar era sin duda una venganza. Quizás por la vez que lo "ayudó" a obtener el motivo de sus vacaciones.
Oscar estaba rojo. Aunque no precisamente por celos…
Debía empezar a cuestionarse por qué, desde la boda, todo en el argentino le parecía sensual.
Franco se fue a bañar después de eso, dejándolos solos en la cocina.
—Vamos, empieza a cocinar. Tengo hambre y estoy seguro de que lo escuchaste… —Y quieres su perdón —dijo Lando con una sonrisa burlona. Molestar a su mejor amigo era sin duda una de sus cosas favoritas.
Otra de sus cosas favoritas era ver cómo iban cayendo en los encantos del otro.
Estaban por comer cuando a Oscar le llegó un mensaje de voz del tailandés, en el que se escuchaba riéndose mientras le decía:
—No sé qué hiciste, pero Franco quiere que te quite la llave.
Oscar suspiró, le pidió a Lando que acomodara las cosas para poder cenar y se fue a buscar al argentino.
Golpeó la puerta antes de entrar, pero nadie respondió. Lo único que sintió fue un leve empujón de parte de Franco, quien justo en ese momento pasaba para entrar a su habitación. Aunque ya se había vestido en su mayoría en el baño, seguía sin nada arriba.
Oscar reaccionó rápido y, antes de que Franco pudiera alejarse, lo tomó por la cintura y lo atrajo hacia él.
—Casi me caigo… por suerte encontré algo bonito para agarrarme —susurró. Aunque más que en el oído, el argentino sintió la respiración de Oscar en su cuello.
—Esto casi siempre es al revés —respondió Franco, acercándose más.
—Bueno, si quieres puedo empujarte, pero como ahora me caes mejor, puedo asegurarme de que caigas en la cama.
Iban a besarse, pero el australiano decidió jugar un poco más con el argentino.
—¿Puedo saber por qué Alex me pidió la llave del departamento? —preguntó mientras lo guiaba lentamente hacia la pequeña cama, sin despegarse de su cuerpo.
Ninguno tenía intenciones de separarse, no hasta que escucharon la voz de Lando gritar desde la cocina:
—No quiero interrumpirlos, pero creo que se está quemando algo.
Franco aprovecho la oportunidad para huir, ya que no sabia si iba apoder controlarse mas tiempo, por lo empujó a Oscar nuevamente, esta vez para salir directo a la cocina, donde se encontró con Lando… ya comiendo.
—Perdón, me dio hambre y no sabía cómo sacarlos de la habitación sin "interrumpir" —dijo Lando con su mejor cara de perrito triste, que no estuvo ni cerca de convencer a sus amigos.
—No interrumpiste nada, pero fingir que se estaba quemando algo en el departamento no fue la mejor forma —respondió Franco antes de lanzarle una cuchara que tenía cerca.
Oscar decidió no decir nada. Cualquier cosa que dijera sin duda sería usada en su contra, pero gracias a Lando seguía teniendo la vista perfecta de un argentino a medio vestir.
La cena transcurría tranquila hasta que Oscar recordó que les había traído algunos detalles. La mayoría eran para Franco, aunque debía admitir que varios los había comprado en el aeropuerto. Su familia vivía en un pueblo y ahí no había grandes tiendas para comprar regalos, más allá de pequeños adornos.
Había dos bolsas con obsequios. Les dijo que podían elegir lo que les gustara y dividirse las cosas. Aunque no se lo esperaba, tampoco le sorprendió que Franco se quedara con todos los adornos y recuerdos de su pueblo. Lando lo dejó elegir sin problema; al fin y al cabo, él ya tenía demasiados regalos de otros viajes.
El argentino dejó dos adornos en la sala de estar y el resto los llevó a su habitación, colocándolos en una pequeña mesa junto con otros detalles. Ambos le habían agradecido, pero Franco le dio un abrazo y un pequeño beso. Oscar tuvo que admitir que ese gesto lo derritió un poco.
Oscar volvió a preguntar por el mensaje que había recibido de Alex, solo para molestar al argentino, quien ya había evitado responderle, pero Franco se negó de nuevo a darle una respuesta. Al final, llegaron a un acuerdo: el argentino no le diría la razón y, a cambio, él podía quedarse con la llave.
Franco, por su parte, se negaba a aceptar que en serio se había asustado y que la broma del australiano le había molestado más de lo que quería admitir. No esperaba que Alex lo delatara; solo había querido quejarse con alguien. Además, técnicamente, no había pedido que le quitara la llave… al menos, no con esas palabras.
Luego de invitar a Oscar a quedarse, y después de que Lando y Franco admitieran que llevaban durmiendo todo ese tiempo juntos en el sillón, decidieron que el australiano dormiría en la cama de Franco y ellos seguirían compartiendo su improvisado espacio.
No querían hacer incómoda la situación para ninguno, y dudaban que los tres pudieran dormir juntos en el sofá… o al menos eso pensaban, hasta que pusieron una película.
Oscar se quedó dormido a la mitad. No querían despertarlo ni tampoco podían moverlo, así que decidieron acomodarse a su lado y seguir viendo películas. En teoría, el último en dormirse se iría a la cama, pero cuando Franco decidió levantarse—ya que era el único despierto—se dio cuenta de que no iba a poder salir sin despertarlos.
Había quedado atrapado en medio del dúo de amigos y, en ese momento, agradeció que los días siguieran fríos, porque Oscar era una bomba de calor… y Lando prácticamente estaba encima de él como si fuera una manta más.
A mitad de la noche, el sonido insistente de su celular despertó a Lando. Se levantó para ver qué era y, tras revisar los mensajes, decidió irse a dormir a la cama, dejando a sus amigos en el sofá. Quizás se quedaría con el teléfono un rato más y no quería molestarlos.
A la mañana siguiente, Oscar se despertó con la luz del sol filtrándose en la habitación. En algún punto de la noche, Franco se había pegado a él y ahora dormían abrazados, haciendo cucharita. Debía admitir que siempre había sido la cuchara grande, pero sin duda le había gustado ser él quien fuera envuelto en los brazos del argentino y sentir su respiración tan cerca.
Se levantó con cuidado para ir al baño y, de paso, revisar cómo estaba Lando. Cuando se aseguró de que el británico aún seguía dormido, regresó al sofá y se encontró con una imagen que sin duda le causó risa y ternura: Franco se había desparramado completamente sobre el sillón, prácticamente derretido entre las almohadas que habían llevado. Apenas se le veía.
Buscó su celular, tomó una foto y sonrió. Si el argentino le daba permiso más tarde, la usaría como fondo de pantalla.
Decidió volver a acostarse, aunque decir que tuvo que pelear con las almohadas para recuperar los brazos de Franco era quedarse corto. Admitía que había tirado algunas al suelo, esperando que no fueran de Alex.
Ya habían dormido juntos antes y sabía lo inquieto que era el argentino mientras dormía… así que lo que no se explicaba era cómo las almohadas habían aguantado tanto tiempo en su lugar. Menos aún considerando que Lando, quien era igual de inquieto, también había estado allí.
Después de ganar la batalla y recuperar al argentino, decido volver a dormir, o eso quería al menos hasta que un celular empezó a sonar.
Chapter 36: Yo también tengo miedo.
Chapter Text
Lando estuvo raro durante el desayuno. Podría jurar que lo estaba evitando, y aunque le preguntó al argentino, este estaba igual de desconcertado. Al menos hasta que se durmió, todo había estado bien.
Y si algo había aprendido de Checo y Max, era que las dudas había que resolverlas antes de que pesaran demasiado, porque después solo crecían hasta aplastarte. Así que, por más que había querido llevar al argentino a su trabajo, tuvo que pedirle que se fuera solo para poder hablar con Lando sin que este pudiera usarlo de escudo.
Franco no se enojó, así que terminó de desayunar tranquilo. Quería despedirse de Oscar, pero Lando estaba por salir del baño y, sin duda, no iba a dejar que se fuera solo. Así que, en cuanto escuchó la puerta del baño abrirse, salió huyendo.
Lando no esperaba ver a su amigo solo. Pensaba que estarían ambos o ninguno, pero cuando sintió la mirada de Oscar sobre él, supo que Franco los había dejado solos a propósito.
Esperaba que no se le notara tanto el cambio de ánimo, pero por lo visto no había sido muy bueno ocultándolo.
No había esperado quebrarse tan rápido, pero cuando Oscar se acercó y lo abrazó sin siquiera preguntarle nada, no pudo más y se derrumbó.
Oscar solo lo sostuvo. No interrumpió su descargo, no intentó llenarlo de palabras vacías. Solo estuvo ahí, dándole el espacio que necesitaba. Sabía que Lando no era de los que se quebraban fácilmente, y eso hacía que su abrazo se sintiera aún más importante.
Le tomó un tiempo poder calmarse y un poco más para poder hablar. Oscar no le había preguntado nada, ni siquiera había dicho una palabra, lo que le dejaba claro que estaba ahí solo para escucharlo.
Suspiró antes de empezar a hablar. Primero tuvo que admitir que estaba un poco celoso. No porque quisiera estar con alguno de ellos dos, sino porque ellos se habían encontrado en medio del caos y... debía admitir que él también había querido algo así.
Aunque eso era lo más fácil de aceptar. Quería lo que ellos tenían, o lo de Max con Checo, ¿y quién no? Lo difícil era admitir que tenía miedo de volver a su casa. Había dos razones: la primera, que no le había dicho a su familia que había terminado con su ex. La segunda, y la que más le pesaba, era que sabía que no era el mismo, ni física ni mentalmente. Había perdido peso y algo en él se había apagado. No quería preocupar a su familia.
No fue hasta que, entre lágrimas y suspiros, le confesó a Oscar que había empezado a hablar con alguien después de la boda. No era nada serio, apenas unos mensajes, pero se sentía culpable de que esos simples mensajes le hicieran reír. ¿Estaba dañando el proceso? ¿Estaba bien o no? Se sentía más duda que persona en ese momento.
Para su suerte, cuando empezaba a hundirse, Oscar lo abrazó otra vez. Volvió a llorar. No sabía cuánto tiempo había contenido las lágrimas, pero en ese momento estaban dispuestas a salir todas juntas.
Oscar siguió abrazándolo cuando comenzó a hablarle:
—No te voy a decir que no tienes que estar celoso ni nada así, porque yo vi a Max y, sin duda, quise algo así para mí. Así que solo puedo decirte que ya va a llegar alguien que te quiera, que te ame como mereces, que esté dispuesto a todo.
Rompió el abrazo y, mientras secaba las últimas lágrimas que adornaban el rostro de su amigo, volvió a hablar:
—Tienes que contarles a tus padres. No por ellos, sino por ti. Tienes que terminar de soltar. Ellos van a entender, te aman, no tienes que preocuparte. Pero si no quieres ir solo, puedo acompañarte —dijo, dándole un beso en la frente. No era romántico; sabía que su amigo era una persona de gestos, así que solo quería transmitirle cariño y apoyo.
Terminó diciéndole que no podía dañar un proceso que no estaba escrito. No había reglas para esto. Que no importaba qué o quién le hiciera sonreír; mientras lo hiciera, estaba bien. Que entendía que no había nada todavía, pero que la culpa que sentía era miedo a salir lastimado de nuevo.
No le pedía que tuviera otra pareja ya, pero sí que no se cerrara a las posibilidades solo por miedo, enojo o culpa. Porque el amor podía estar en cualquier lado. O mejor dicho, en cualquier persona, desde la más impensada hasta la más obvia.
No habían almorzado, ya que Lando casi no había dormido, por lo que simplemente se acostaron. Oscar se quedó viendo una película mientras su amigo se dormía a los minutos. Llorar cansaba, así que solo lo dejó descansar.
Aprovechó ese momento para escribirle al argentino, diciéndole que todo estaba bien y que irían a buscarlo después del trabajo. También se disculpó por haberle pedido que se fuera solo.
Oscar: "Estamos bien, ya hablamos... Perdón por hacer que te fueras solo. Vamos a ir a buscarte cuando salgas".
La respuesta de Franco llegó enseguida:
Franco: "Qué bueno que pudieron hablar y que estén bien... Y no tienes que disculparte, entiendo la situación. Aunque, si quieres, acepto besos como disculpas 😘"."
Franco: "Me tienen tan mimado trayéndome y buscándome que ahora que vine solo, me preguntaron si pasó algo con ustedes 😂"."
Oscar rió antes de responder:
Oscar: "Creo que voy a cambiar los besos por clases de manejo".
Franco no había dejado de pensar en Oscar en todo el día.
No quería apresurar las cosas. Ambos habían acordado tomarse su tiempo, asegurarse de ir por el mismo camino sin dejarse llevar solo por el momento.
Pero... ¿Cómo harían ahora si Lando se iba? Ahora era diferente. Ahora no sabía cómo harían. ¿Oscar se iría? ¿Seguirían viéndose todos los días como antes?
Y si Óscar lo invitaba a su departamento... No. No podía.
Apenas podía controlarse ahora. Oscar parecía tener un imán y él no podía evitar querer estar cerca suyo. Solo habían tenido pequeños besos fugaces, pero... si alguna vez se besaban estando solos, sin nadie más alrededor, sin excusas, sin distracciones...
No podía permitirse actuar sin pensar. Porque, en el fondo, sabía que no solo era miedo a avanzar demasiado rápido. También era miedo a cargar con el peso de apresurar las cosas y que todo saliera mal. No quería lastimar a Alex. Ni a Óscar. Ni a todos los que quedarían en el medio si se equivocaban.
Sin darse cuenta, el tiempo ya había pasado. Oscar y Lando entraban a la cafetería entre risas y empujones.
Franco iba a saludarlos, pero Lando lo interrumpió:
—¿Puedes creer que tiene miedo de quedarse a solas contigo? —dijo, riéndose aún más.
—Le dije que no te lo ibas a comer, aunque ahora, viéndolos a ambos, no sé si el miedo es a que te lo comas o a que no —dijo con una sonrisa pícara.
Oscar ni siquiera le dio tiempo a seguir hablando. Lo alzó y se lo llevó de ahí, mientras Lando gritaba entre risas:
—¡Es un secuestro! ¡Voy a llamar a la policía!
Franco los observó con una sonrisa, esperando a que el escándalo pasara y que la dueña no dijera nada. Luego, con un gesto casual, deslizó un papel en la mano de Oscar cuando se acercó para llevarles unas bebidas.
—Por si quieres saber lo que pienso y no solo lo que dice Lando. —Solo léelo cuando quieras —dijo, evitando mirarlo directamente y antes de que este pudiera reaccionar, se fue.
Oscar tomó el papel y lo sostuvo por un momento. No estaba seguro de si quería abrirlo ahora o esperar hasta estar solo. Pero Lando, siendo Lando, lo miró con tanta expectativa que lo convenció; sabía que Franco no le diría algo malo con Lando ahí.
—Si no lo lees, lo voy a leer yo —amenazó, divertido.
Oscar decidió molestar un poco a su amigo, pero al final cedió y lo leyó.
"Te ves lindo cuando te pones rojo. Sé que tenemos que hablar. Yo también tengo miedo".
Chapter 37: ¿Ya estamos a mano?
Chapter Text
Si Lando estaba presente, quería que sus amigos aclararan las cosas antes de su viaje, pero nada parecía funcionar. Ya había intentado dejarlos solos y estos se habían evitado como si tuvieran la peste. Estaba seguro de que el último mensaje que se enviaron fue en la cafetería.
Y cuando él estaba, lo usaban de excusa para no hablar de eso, como si fuera un niño que no debía enterarse de nada. Sabía que sus amigos podían ser bastante tontos en ese sentido y que, si no lograban comunicarse, simplemente se evitarían, al menos hasta que alguien volviera. Pero Checo no lo haría aún. Alex no estaba. Y ahora él también se iría.
Oscar no quería que Franco malinterpretara su miedo. Obviamente, no era miedo a él... pero, ¿cómo se suponía que debían actuar ahora? Habían dormido juntos, pero como amigos. Y todo el tiempo que pasaron juntos después fue para arreglar su amistad... ¿O no?
Si Lando se iba, ¿podrían seguir durmiendo juntos? Porque él quería eso y más. Quería besar a Franco, tocar a Franco y tantas otras cosas... pero, ¿hasta dónde podían llegar sin avanzar demasiado rápido? ¿Y sin retroceder?
¿Cuál era el límite? ¿Seguir haciendo lo que ya habían hecho? Porque si ahora no se veían como antes, ¿eso contaba como un retroceso en la relación?
Antes de ir al trabajo de Franco, Óscar había hablado con Lando, pero su amigo solo le dijo que no tuviera miedo y que esas respuestas solo podía dárselas Franco.
En conclusión, no lo había ayudado.
Para su suerte, Franco estaba igual o más perdido aún. Tenía las mismas dudas, las mismas preguntas. Solo que, en su caso, había llamado a Alex para pedirle consejo, aunque esta vez le pidió que no hablara con Oscar.
Lo último que necesitaba era un mensaje del australiano reclamándole, como pasó con el tema de la llave; aún le daba vergüenza ese momento.
Alex le aconsejó que, si no sabía qué hacer, empezara por averiguar hasta dónde quería llegar. Porque si él estaba perdido y Óscar también, lo máximo que lograrían sería estar perdidos juntos.
Al menos uno de los dos tenía que saber lo que quiere.
Después, bueno... pueden negociar hasta llegar a un acuerdo. Porque, después de todo, cualquier relación—sin importar cuál sea—era cosa de dos personas.
Alex también le contó sobre sus vacaciones y lo que había hecho en ese tiempo. Le mencionó que había aprendido nuevas recetas, lo cual alegró a Franco no solo porque iba a tener buena comida, sino porque esa charla logró calmarlo.
Había algo en Alex que siempre transmitía paz, una especie de seguridad. Franco estaba agradecido de tenerlo como amigo.
Aunque Lando también ayudaba bastante, para ser honesto. Había insistido tantas veces en que hablaran que estaba seguro de que, si no lo lograba antes de su viaje, no se iría. Después de todo, era lo único de lo que realmente había hablado con Oscar en los últimos días.
El hecho de que Lando los usara como una distracción para no enfrentarse a su familia no era una sorpresa. Sabían que prometerle hablar después no funcionaría con él. Lando buscaba control, necesitaba poder decidir sobre algo, y se había aferrado a encontrar ese control en cualquier parte. En ese momento, lo único que podía tratar de manejar era que ellos hablaran.
No les molestaba, después de todo; sin Lando no hablarían. Ellos ya habían vuelto a su departamento. Solo se habían quedado dos noches después de que el australiano había regresado. Se habían estado viendo, pero siempre con Lando; debían ponerle un altar a la paciencia de Lando, que tenía que hacer de intermediario.
Lando había estado pegado al celular las últimas dos horas, así que pensó en salir un rato, para darle más privacidad. No era como si Lando se lo hubiera pedido o como si no pudiera escuchar lo que este hablaba, pero ya lo habían obligado a estar en el medio, así que lo mínimo que podía hacer era dejarle tiempo a solas.
Quizás iría a comprar algo para la cena. Sin embargo, iba tan distraído en sus pensamientos que no reaccionó hasta que notó que había cambiado de camino. Solo cuando levantó la vista, se dio cuenta de que estaba a unas cuadras del departamento de Franco.
Y si ya estaba en el baile... ¿Tocaba bailar?
Tocó el timbre y no tuvo que esperar mucho para escuchar la voz del argentino gritando desde algún rincón del departamento.
—¿Quién es?
Pasaron unos segundos después de que dijo su nombre, hasta que Franco apareció en la puerta, medio mojado y con el pelo desordenado. Su cuerpo estaba cubierto por la misma puerta, por lo que Oscar no notó que solo llevaba una simple toalla hasta que el argentino lo apresuró a entrar.
—Entrá ya, que me está dando frío —reclamó Franco mientras corría de nuevo al baño.
Desde el interior, el argentino le gritó preguntándole por qué no había usado su llave, aprovechando también para sacarle en cara que ya había entrado una vez sin que él supiera.
Oscar cerró la puerta antes de responder. Lo último que quería era que los vecinos escucharan los gritos de Franco reclamándole.
Pensó que lo mejor para evitar un escándalo era acercarse más al baño, aunque no esperaba encontrar la puerta abierta.
Franco se estaba secando el pelo, todavía solo en bóxer, lo cual sin duda era una imagen bastante atractiva de ver. Oscar se quedó mirándolo sin darse cuenta, observando cómo el argentino sacudía el cabello con la toalla, sus músculos marcándose con cada movimiento. Hubiera seguido contemplándolo en silencio, pero Franco interrumpió sus pensamientos con una disculpa.
—Perdón por tener la puerta abierta. Una vez escuché la historia de alguien que se cayó en la bañera y nadie lo ayudó porque no lo escucharon, y desde ahí le tengo miedo a bañarme con la puerta cerrada. Me da cosa que no me oigan... aunque solo me pasa cuando estoy solo.
Lo decía de manera despreocupada mientras seguía secándose el pelo de la forma más sensual posible. Oscar no sabía qué lo había hecho erizar la piel más: si la historia o la imagen frente a él.
—Está bien... Discúlpame tú, me acerqué para no gritar. Creo que debí preguntar antes.
Franco sonrió, quitándole importancia al asunto. No era la primera vez que Oscar lo veía cambiarse, ya habían dormido juntos, y después de todo, su bóxer no era muy diferente de la ropa que usaría en el mar o en una piscina. Así que simplemente terminó de vestirse sin preocuparse demasiado.
Oscar seguía apoyado en el marco de la puerta, observando cada uno de sus movimientos, tratando de grabar cada detalle en su memoria.
Había algo en Franco que siempre le llamaba la atención. No solo su aspecto o la facilidad con la que se movía, sino la soltura con la que vivía todo. A diferencia de él, Franco siempre encontraba la manera de aliviar la tensión, incluso en los peores momentos. Su presencia hacía que todo pareciera más fácil.
Podría pasarse horas analizándolo.
Cuando Franco terminó de vestirse, notó que Oscar seguía perdido en sus pensamientos. Se acercó a él con tranquilidad, se inclinó un poco y le dio un beso rápido en los labios antes de empujarlo suavemente fuera de la habitación.
Oscar parpadeó, sorprendido.
—¿Qué...?
Franco solo se encogió de hombros con una sonrisa divertida antes de salir caminando de ahí con total tranquilidad.
Estaba por ofrecerle algo de tomar o preguntar si tenía hambre, pero no llegó a terminar la frase. En un instante, sintió los brazos de Oscar rodeándolo por la cintura desde atrás.
No pudo evitar apoyar su espalda en el pecho del australiano.
El momento se volvió aún más íntimo cuando Oscar dejó pequeños besos en su cuello y hombros.
Franco contuvo la respiración por un segundo. Sentir el calor de Oscar, su respiración rozándole la piel y su voz tan cerca de su oído le erizó la piel. Su cuerpo entero reaccionó a ese contacto.
Podría haberse quedado así, disfrutando de la sensación un poco más... pero estaba a punto de perder el equilibrio. Además, aún tenían que hablar.
Así que aprovechó el comentario de Oscar para cambiar un poco el rumbo de las cosas, aunque solo un poco, porque negarse a admitir cuánto lo habían prendido esos besos era imposible.
—¿Ya estamos a mano? —preguntó Oscar sin soltarlo, aunque había dejado de besarlo. Su tono tenía un matiz divertido, pero también algo más, algo cargado de deseo.
Franco se removió un poco en su agarre, debatiendo si debía soltarse o no.
—¿En qué estamos a mano? —preguntó, fingiendo inocencia.
—Me empujaste dos veces —respondió Oscar, todavía pegado a él—. Con esta, ya estamos iguales.
Franco se mordió el labio, sin creer lo que escuchaba. Se giró apenas, buscando algun rastro que dijera que era una broma.
—Eso no cuenta, no es lo mismo y lo sabés.
—¿No? —Oscar sonrió, inclinándose un poco más.
Franco se soltó de su agarre, listo para discutirle, pero Oscar no dudó ni un segundo. Aprovechó el momento y lo besó.
El argentino se quedó quieto solo por un instante, sorprendido. Pero pronto sus manos se aferraron a la camiseta de Oscar, atrayéndolo más.
Definitivamente, no estaban a mano.
Chapter 38: No estamos a mano.
Chapter Text
Lando había llamado para preguntarle dónde estaba, pero el hecho de que se escuchara la voz de Franco en el fondo le dio todas las respuestas antes de que Oscar pudiera decir nada.
—Espero que, por lo menos, Franco te deje dormir en el sillón, porque yo no te voy a dejar volver hasta que hablen —dijo Lando antes de cortar la llamada.
Oscar rodó los ojos con una sonrisa. Sabía que su amigo hablaba en broma, pero también estaba seguro de que no estaba tan lejos de la verdad.
El beso entre él y Franco había sido interrumpido por una vecina del argentino, quien le traía un paquete que, por error, había llegado a su departamento. Decir que Oscar maldijo la interrupción era quedarse corto. Pero bueno... ahora tenían tiempo para hablar.
Después de todo, tendrían toda la noche para volver a los besos.
Por más que Lando se hubiera reído con aquello de no dejarlo volver, Oscar estaba bastante seguro de que no estaba exagerando.
Decidió salir de la cocina porque todo en ella le recordaba a Franco: las manos del argentino aferrándose a él, los besos suaves, la forma en que sus dedos recorrían su cuerpo con lentitud.
Suspiró y se dejó caer en el sillón, esperando a que Franco terminara de hablar con su joven vecina. Tuvo que admitir que la chica era bastante bonita, y por la manera en la que le sonreía con cada comentario, además de cómo lo tocaba sutilmente con cada broma, estaba seguro de que Franco le gustaba.
Y quizá habría sentido celos de no ser porque, hace solo unos minutos, Franco parecía incapaz de soltar sus labios.
Ese pensamiento le sacó una sonrisa.
—¿Qué te tiene tan contento que sonríes solo? —preguntó Franco, sentándose cerca de él con una ceja arqueada.
—Tus besos —respondió Oscar con un tono coqueto, logrando que el argentino se pusiera rojo.
Franco se aclaró la garganta y trató de ignorar el calor en su rostro.
—Sé que tenemos que hablar —dijo finalmente. —Ver cómo manejar esto, tratar de que no sea incómodo para nadie, pero tampoco para nosotros...
Oscar lo siguió con la mirada mientras el argentino se levantaba y empezaba a caminar de un lado a otro. Si algo había notado de Franco era que no podía estar quieto mucho tiempo, y menos cuando estaba nervioso.
Así que, en lugar de esperar a que terminara de ordenar sus pensamientos, decidió acercarse. Se paró frente a él, cortando su paso, y le habló con más seguridad de la que realmente sentía.
—Me gustas —dijo, viéndolo a los ojos. —No te puedes hacer una idea de lo mucho que me gustas. Quiero conocerte. Quiero saber tu historia, cada detalle, todo lo que tengas para contarme.
Franco dejó de moverse y tragó saliva.
—Y quiero que me conozcas a mí —continuó Oscar. —Que me conozcas tanto que te olvides de lo idiota que fui al principio.
Soltó una pequeña risa, al igual que Franco, quien frunció el ceño ante su propio reflejo en la broma.
—Sé que me gustas y sé que te gusto. Así que podríamos dejar que las cosas fluyan sin ponerles un título. Podemos ser amigos, amantes, un poco de todo mientras decidimos a dónde queremos llegar.
Oscar podía ver en los ojos de Franco que estaba procesando sus palabras, pero también que quería escucharlo decir más. Sin embargo, en algún punto, el argentino decidió que era momento de responder. No porque le molestara todo lo que Oscar estaba confesando, sino porque lo miraba como si estuviera rogándole una respuesta.
—Me gustas... y te gusto —admitió finalmente Franco. — Y podemos dejar que esto avance solo, pero con una condición.
Oscar arqueó una ceja.
Franco se inclinó lo suficiente para susurrarle al oído:
—Tienes que admitir que no estamos a mano.
Oscar habría esperado cualquier cosa... menos eso.
Su reacción fue inmediata. Sin pensarlo dos veces, empezó a hacerle cosquillas al argentino, provocando que Franco soltara un quejido entre risas mientras intentaba alejarse.
—¡Oscar, basta! —reclamó entre carcajadas, retorciéndose en el sillón para evitar los ataques.
—Di que estamos a mano.
—¡No lo estamos!
Oscar no se rindió, aumentando la intensidad de sus cosquillas hasta que Franco casi terminó en el suelo.
—¡Está bien! ¡Estamos a mano!
Oscar sonrió victorioso, deteniéndose. Franco le sacó la lengua, pero no se alejó.
Por dentro, ambos sentían que algo se había acomodado. Una tranquilidad, una especie de certeza que ni siquiera sabían que estaban buscando.
Quizás no tenían todas las respuestas aún. Quizás seguirían perdidos por un tiempo.
Pero al menos, ahora, se perderían juntos.
Oscar lo había soltado para que pudiera tomar aire y, de paso, ir por algo de beber. Sin embargo, cuando volvió y se sentó en el sillón, no esperaba que Franco se acomodara a horcajadas sobre él.
Aún podía sentir su respiración agitada.
Y si bien tenía mil preguntas en la cabeza, no iba a quejarse de la vista que tenía frente a él.
Franco se acercó peligrosamente a sus labios, pero sin llegar a besarlo.
Oscar intentó descifrar su próximo movimiento, pero era casi imposible. Franco resultaba ser tan impredecible para él que, a estas alturas, solo podía dejarse llevar.
El argentino fingió tristeza antes de hablar.
—No aceptaste mi única condición... —Susurró con dramatismo, como si estuviera a punto de llorar.
Oscar abrió la boca, sin saber qué responder, pero Franco no le dio tiempo. Se inclinó un poco más y, con un movimiento lento y sensual, comenzó a moverse sobre él.
—Me gustas, te gusto... pero no aceptaste mi única condición —repitió en un murmullo mientras se acercaba a su cuello.
Oscar se tensó de inmediato al sentir el cálido aliento de Franco contra su piel.
—Así que ahora... —Franco rozó su cuello con la punta de la nariz, subiendo apenas hasta su mandíbula. —Vas a tener que buscar una forma de recompensarme.
Oscar intentó alinear sus pensamientos, pero era imposible.
Franco seguía con aquellos suaves movimientos sobre su regazo, sin apurarse, sin dar nada por completo. Solo provocándolo, encendiéndolo, quitándole la capacidad de pensar.
Si el argentino le hubiera pedido en ese momento las llaves del auto, del departamento y hasta las claves bancarias, se las habría dado sin dudar.
Lo único que pudo hacer fue aferrarse a su cintura, deslizar sus manos por su espalda y hundir los dedos en su piel, disfrutando de cada reacción.
Pero Franco tenía otros planes.
Se detuvo de golpe y, con la mirada fija en sus labios pero sin moverse, preguntó:
—No quieres aceptar que no estamos a mano... Entonces dime, ¿por qué fuiste un completo idiota conmigo?
La pregunta lo tomó desprevenido, pero su respuesta sin duda hizo lo mismo con Franco.
Ahora no tenía miedo de decir algo indebido. Ya no.
Deslizó sus manos bajo la ropa del argentino, recorriendo cada centímetro de su piel.
—Tenía miedo de que lastimaras a Lando... y después, simplemente no supe cómo dejar de ser un idiota.
Mientras hablaba, se inclinó hacia su cuello y empezó a dejar besos lentos y húmedos en su piel.
—Cuando me di cuenta de que me gustabas, ya la había cagado bastante.
Sus labios continuaron recorriendo su cuello, su clavícula, la línea de su mandíbula. Sus manos lo mantenían bien sujeto, disfrutando la forma en la que el argentino temblaba bajo su toque.
—Para mi suerte... —Oscar deslizó los labios hasta la comisura de su boca. — No fuiste tan idiota como yo.
Entonces lo besó.
Un beso profundo, intenso, cargado de todo lo que no habían dicho antes.
Franco no tardó en responder, y esta vez no dudó. Al diablo con ir lento. Lo quería, lo quería ahora y lo quería tanto como a Oscar.
Comenzó a moverse otra vez, aumentando el ritmo con cada roce de sus cuerpos.
Oscar sintió que la ropa de Franco empezaba a estorbar, así que rompió el beso solo lo suficiente para sacarle la camiseta.
Ahora sus labios no solo lo besaban, también recorrían su cuello y su pecho, explorando cada rincón de su piel.
Franco aceleró sus movimientos, provocando que la mente de Oscar fuera a mil por hora.
Levantarse del sofá con el argentino encima no fue fácil, pero ahora no había nada que lo detuviera.
Apenas lo tuvo en el aire, caminó con decisión hasta la habitación.
Porque esta vez, no iba a dejar que nada los interrumpiera.
Tener al argentino debajo de él, en su cama, era como la última pieza de un rompecabezas que llevaba demasiado tiempo armando. Todas las piezas encajaban ahora a la perfección, y la imagen final era más hermosa de lo que jamás habría imaginado.
Dios, el destino, el universo,a lando,a lo que fuera... debía agradecerle a quien sea que lo hubiera llevado hasta este momento. A tener a Franco debajo suyo, con la piel ardiente al tacto, con los labios entreabiertos dejando escapar su nombre en gemidos ahogados.
A sentir sus dedos aferrarse a su espalda con desesperación, con necesidad, como si temiera que Oscar pudiera apartarse en cualquier momento.
Como si lo quisiera más cerca, más profundo, más suyo.
La agitada respiración del argentino se mezclaba con la suya, el sonido de sus cuerpos chocando en perfecta sincronía llenaba la habitación. Sus suaves jadeos eran una melodía embriagadora, y Oscar se encontró deseando más. Más de ese sonido, más de esa sensación, más de él.
Todo en Franco desbordaba sensualidad, siempre lo había hecho. Pero en ese momento había algo más. Algo nuevo. Algo que aún no lograba descifrar... pero que no le molestaba en lo absoluto.
Porque si para descubrirlo, tenía que perderse en él, lo haría con gusto. Una y mil veces más.
Franco también lo sentía.
Sentía a Oscar en cada parte de su cuerpo. Sus labios recorriéndolo, devorándolo con besos hambrientos. Sus manos sujetándolo con la firmeza de quien no quiere soltar, de quien reclama lo que es suyo.
Podía sentir la piel ardiente de Oscar rozando la suya, las caricias intensas, los roces desesperados. Sus corazones latían frenéticos, sincronizados, como si corrieran una carrera de la que ninguno quería salir victorioso.
Y, joder, amaba esto. Lo amaba tanto que dolía.
Necesitaba más.
Más de su toque, más de sus besos, más de esa sensación de perderse juntos y no querer ser encontrados nunca.
—No te detengas... —susurró contra su oído, con la voz entrecortada por la falta de aire—. No ahora.
Oscar deslizó sus labios por su mandíbula, besándolo con una mezcla de devoción y hambre contenida.
—No pienso hacerlo.
Franco dejó escapar un jadeo cuando Oscar le tomó la cadera y lo atrajo más contra su cuerpo, arrancándole un suspiro tembloroso.
—Oscar...más —dijo su nombre como un rezo, como una súplica.
El australiano sonrió contra su piel.
—Dílo otra vez.
Franco entrecerró los ojos y se mordió el labio, como si intentara contenerse, pero cuando Oscar presionó su boca contra la base de su cuello, cuando sus manos recorrieron su cuerpo con desesperación, no pudo evitarlo.
—Oscar...
—Así me gusta —murmuró él, su voz ronca y cargada de deseo.
Los besos se volvieron más intensos, más profundos. Franco enterró los dedos en su cabello, tirando de él lo suficiente para que Oscar soltara un gruñido.
—Si sigues así... —advirtió Oscar con una sonrisa peligrosa.
—¿Qué vas a hacerme? —provocó Franco, con la voz entrecortada.
Oscar no respondió con palabras.
Lo hizo con acciones.
Lo besó con más fuerza, con más necesidad. Y Franco le respondió con la misma intensidad, como si el mundo pudiera acabarse en ese instante y todo lo que importara fuera lo que estaban sintiendo en ese momento.
Porque ahora que lo tenía, no quería soltarlo.
Y no pensaba hacerlo.
—Espero que no tengas planes para mañana —susurró el australiano contra su oído, su voz ronca enviando escalofríos por todo su cuerpo.
Franco se aferró a sus hombros y sonrió con arrogancia.
—Si los tuviera, acabo de cancelarlos, dijo mientras se reia.
Chapter 39: Dejar que las cosas fluyan.
Chapter Text
Había sido raro despertarse solo en la cama del argentino, Después de la noche que habían pasado juntos, se había acostumbrado a la sensación del cuerpo de Franco a su lado, a su calor, a su respiración. Pero cuando abrió los ojos, la única compañía que tuvo fueron las sábanas revueltas y el leve rastro de su perfume en la almohada.
Por lo visto, Franco había intentado despertarlo antes de irse al trabajo, pero al no lograrlo, simplemente lo dejó dormir.
Sobre la mesa encontró una nota escrita con la caligrafía algo desprolija del argentino:
"Traté de despertarte y no pude, así que me fui al trabajo. Las llaves de Alex están al lado de la planta amarilla. Dejé las cosas para que desayunes. Nos vemos más tarde."
Oscar parpadeó un par de veces, sintiendo todavía la pereza de recién despertado. Amaba esos pequeños detalles, porque tranquilamente le podría haber mandado un mensaje.
¿Planta amarilla?
Miró alrededor del departamento, tratando de recordar si alguna vez había visto algo así. No tenía idea de qué estaba hablando Franco, pero encontrar esas llaves parecía una misión para después.
Se dejó caer otra vez en la cama, disfrutando unos minutos más antes de decidirse a moverse. Aún era temprano, así que, en lugar de buscar a Franco directamente, fue a su departamento para ver si Lando ya estaba despierto.
Pero la verdadera sorpresa se la llevó al abrir la puerta.
El departamento estaba hecho un desastre. Había ropa, zapatos y objetos esparcidos por todos lados, y en medio de todo el caos, Lando cantaba a todo pulmón, completamente ajeno a la catástrofe que había causado.
Oscar se quedó en la entrada, parpadeando lentamente.
El británico giró con dramatismo, micrófono imaginario en mano, y le dedicó un gesto exagerado antes de soltar una carcajada.
—¡Mierda, qué susto me diste!
Oscar cruzó los brazos y miró a su alrededor.
—Aún no decides qué llevarte... —comentó con tono tranquilo mientras se sentaba en la única silla libre que quedaba.
Lando suspiró y miró el desastre con resignación.
—Pensé en llevar solo algunas cosas, pero después no supe qué elegir y terminé sacando todo.
Hizo un barrido visual por el caos y chasqueó la lengua.
—Incluso lavé algo de ropa... Separé la tuya y ahora debe andar por... —hizo una pausa, girando sobre sí mismo mientras buscaba con la mirada. — Bueno, no importa, después la encontraré.
Oscar asintió sin mucho interés, pero Lando aún tenía algo más que decir.
—Por cierto, no sabía que teníamos tantas remeras de Argentina. Lavé como tres.
Se acercó con una sonrisa curiosa.
—Una es mía; las otras son de Franco —respondió Oscar, restándole importancia. De todas formas, no tenía idea de cuándo Franco las había dejado ahí.
—Oh... —Lando sonrió de repente.—Ya recordé.
Oscar sintió un escalofrío. Conociéndolo, no podía significar nada bueno.
—¿Hicieron las paces? —preguntó su amigo, con un tono casualmente malicioso.
Oscar frunció el ceño.
—Sí...
—Ajá... —Lando alzó una ceja.—O sea, pasaron la noche juntos.
Oscar tragó saliva.
—Eh...
—Y, por lo que veo, la pasaron muy bien —remató Lando, con una mirada fija en su cuello.
Oscar tardó un segundo en procesarlo.
Después, se llevó instintivamente la mano al cuello y sintió cómo el calor subía hasta sus orejas,Pasó por todos los colores del arcoíris en menos de un segundo, porque decir que estaba rojo era quedarse corto.
Lando, por supuesto, no se perdió ni un solo matiz de su vergüenza y lo miró con una mezcla de diversión, curiosidad y pura malicia. Oscar respiró hondo, tratando de ignorarlo, y se concentró en contarle lo que habían hablado, omitiendo cualquier detalle innecesario sobre la noche anterior.
Pero por la expresión de su amigo, supo que no hacía falta confirmación.
Lando ya lo había entendido todo.
Y, por su sonrisa de satisfacción, parecía disfrutarlo demasiado.
Al parecer, dejar que las cosas fluyeran había sido buena idea.
El vuelo de Lando saldría en la noche, así que habían decidido pasar el día juntos antes de llevarlo al aeropuerto.
No es que Oscar y Franco hubieran empezado a actuar como una pareja, ni que las cosas se hubieran vuelto raras entre ellos, lo que era bastante bueno. De hecho, si alguien los veía sin contexto, fácilmente podría pensar que el argentino salía con Lando, por la forma en la que actuaban juntos.
Oscar parecía un mal número en la ecuación, pero no le molestaba. Sabía que Lando estaba nervioso por su viaje y que Franco solo intentaba distraerlo, lo cual funcionaba bastante bien.
No habían decidido nada, así que simplemente verían cómo pasaban las cosas.
Franco no se consideraba una persona celosa. Nunca lo había sido. Pero ver a alguien corriendo a los gritos y lanzándose a los brazos de Oscar con tanta efusividad le había resultado... extraño.
No iba a decir nada, pero al menos esperaba que Oscar los presentara. Sin embargo, por la expresión de Lando, quedaba claro que él sí conocía a la persona nada discreta que tenían enfrente.
Se quedó esperando.
Esperando a que Oscar dijera algo, pero el australiano no parecía tener la misma idea. Así que los dejaron solos y siguieron caminando por el centro comercial. Lando siguió hablando de cosas triviales, como qué regalo podría llevarle a su madre.
Franco trató de no meterse. De esperar a que Oscar volviera y así le contara con quién se había encontrado, trataba de no parecer interesado en algo que supuestamente no le importaba.
Pero su lengua fue más rápida que su cerebro, y antes de poder detenerse, ya estaba preguntándole a Lando.
—¿Quién era?
Lando no tardó en responder, como si no le diera mayor importancia.
—Su ex. Terminaron hace tiempo, incluso antes de que te mudaras acá. Pero aún son buenos amigos.
No lo dijo con ninguna intención oculta, solo con el tono neutral de quien informa un hecho. No quería que Franco se hiciera ideas equivocadas, pero tampoco quería mentirle.
El argentino simplemente arqueó una ceja y comentó:
—No sabía que le gustaban las mujeres también.
No preguntó nada más. No reaccionó de ninguna manera que pudiera delatar lo que sentía, porque en cuanto vio un posible regalo para la madre de Lando, cambió de tema como si nada hubiera pasado.
Oscar no quería ser descortés con su amiga, pero cuando reaccionó, ellos ya se habían ido, no supo cuánto tiempo había pasado hasta que recibió un mensaje de Lando.
Era una foto.
En ella, Franco estaba rodeado de un grupo de chicos mientras abrazaba un enorme peluche.
Oscar frunció el ceño.
¿Y esto?
Terminó disculpándose con su amiga, dándose cuenta tarde de lo mal que se había visto todo. Especialmente cuando ella le sonrió y le dijo con obvia diversión:
—Bueno, la próxima me presentas a tu amigo.
Oscar sintió que le ardían las orejas.
Esperaba, con toda su alma, que Franco no estuviera molesto, Ni que hubiera malinterpretado las cosas.
Decidió ir a buscarlo.
Sabía que estaban en la parte de los juegos del centro comercial, y encontrar a Franco no fue difícil. Especialmente porque aún estaba rodeado del grupo de chicos. No quería interrumpir. Después de todo, Franco tampoco lo había hecho cuando él estaba con su ex.
Así que se acercó a Lando, quien grababa todo con el teléfono mientras se reía.
El británico, como si hubiera leído sus pensamientos, habló antes de que Oscar pudiera preguntar.
—Franco dijo que viniéramos a ganar algo para mi mamá. Pero al perder, insultó en español y resulta que todos ellos son argentinos. Así que bueno... se hicieron amigos y ahora compiten para ver quién gana más cosas.
Lando rió, mostrándole un par de peluches.
—Franco ganó uno. Los otros se los regalaron ellos.
Oscar observó la escena en silencio.
Lo primero que pensó fue que tenía que aprender español.
Porque, al parecer, a todos les resultaba muy divertido.
Franco se despidió del grupo en cuanto notó su presencia y volvió con él como si nada, entregándole los premios más pequeños a Lando. Dudaba que pudiera viajar con el gran peluche encima.
El argentino iba muy casual, hablando con Lando sobre lo que le habían dicho los chicos. Todo iba bien para Oscar, hasta que escuchó a Lando soltar una pregunta entre risas.
—¿Ellos son como Checo? ¿Te hablan en español y te derretís?
No había sido un comentario malicioso. Pero, Oscar sintió un leve pinchazo en el pecho.
Sabía que no era lo mismo; Franco hablaba inglés con él sin problemas, pero seguía habiendo algo en su soltura al hablar español, en la forma en la que reía con más facilidad, en lo cómodos que se veían aquellos chicos con él.
Y se preguntó si Max alguna vez se había sentido así con Checo,Si alguna vez había mirado la barrera del idioma y la había sentido más grande de lo que realmente era.
Se perdió en sus pensamientos hasta que escuchó la voz de Franco de nuevo.
—Me recuerdan a casa. Igual, dos de ellos me dieron su número... creo que lo tengo por acá.
Oscar vio cómo Franco buscaba entre sus cosas el papel con los números, Por un segundo, sintió que el suelo se volvía inestable.
¿Lo que tenían ahora era solo entre ellos?
¿O había posibilidad de más personas involucradas?
No le correspondía reclamar nada. Después de todo, no habían puesto etiquetas, no habían establecido reglas.
Pero quizá, solo quizá, deberían haber hablado más claramente sobre qué significaba exactamente dejar que las cosas fluyeran.
Chapter 40: fluyendo...
Chapter Text
Oscar no estaba seguro de cómo habían llegado a esto.
Apenas unos días antes, Lando se había ido de viaje y él había tenido que enfrentar una serie de preguntas que ni siquiera sabía que tenía. Había estado dándole vueltas a todo lo que había pasado con Franco: su forma de estar juntos, la falta de definiciones, las cosas que no se habían dicho.
Pero entre trabajo, compromisos y los preparativos para viajar a la casa de Lewis, el tiempo pasó demasiado rápido.
Y ahí estaban.
Desde hacía días, habían decidido que pasarían las fiestas con Lewis y Checo, así que no era ninguna sorpresa estar ahí. Lo que sí sorprendió a Oscar fue la naturalidad con la que Franco asumió que viajarían juntos, como si fuera lo más obvio del mundo.
Y lo que Oscar no había esperado era aceptar tan rápido.
Porque si él y Franco solo estaban dejando que las cosas fluyeran, ¿esto era parte de eso?
Se pasó una mano por el rostro, tratando de sacudir la sensación extraña en su pecho.
Tal vez era la acumulación de cosas.
O tal vez era porque la escena frente a él le recordaba demasiado a la última vez que se había sentido celoso.
La sensación había sido ridícula e infundada.
Después de todo, lo de los números de teléfono había sido una tontería. Sí, se los habían dado a Franco, pero eran para Lando.
Por un par de días, Oscar se sintió como un completo idiota por haberlo malinterpretado.
Pero ahora, mirando a Franco reírse con Checo, sintiendo la barrera del idioma levantarse entre ellos como una pared invisible, se preguntó si no había más cosas que estaba malinterpretando.
¿Qué tanto podía pedir?
Era la pregunta que no lograba sacarse de la cabeza.
No habían definido nada. No había reglas.
Entonces, ¿qué derecho tenía a sentirse así?
Desde que Lando se fue, no se habían visto, ya que habían decidido no pasar la noche juntos, y casi no habían hablado sobre su relación. Y luego llegó la llamada de Checo invitando a Franco a la casa de Lewis.
Cuando se dio cuenta, habían pasado varios días sin estar realmente solos. Entre el viaje, los preparativos y la energía de estar rodeados de más gente, no había habido espacio para esas conversaciones incómodas que él mismo había evitado.
Y aun así, no podía ignorar lo que sentía cada vez que veía a Franco moverse con tanta facilidad en ese ambiente.
Desde que llegaron, no dejaba de repetirse lo mismo en la cabeza: solo son amigos.
Solo son amigos.
Solo que Franco no ayudaba.
El argentino se movía con total soltura, riéndose con Checo mientras acariciaba a Roscoe, compartiendo anécdotas con Lewis y adaptándose al ambiente como si hubiera estado ahí toda la vida. Era su talento natural.
Oscar intentaba convencerse de que no tenía razón para sentirse raro.
¿Celos por nada? Muy bien, Oscar.
Además, ellos iban a ir lento, iban a dejar que las cosas fluyeran. No había lugar para los celos.
Franco le había dicho que no le había molestado que se quedara con su amiga aquel día, que lo único que le pareció extraño fue enterarse de que también le gustaban las mujeres. No lo había dicho en mal tono, solo como algo que nunca se había planteado.
Y ahí estaba la pregunta que lo tenía inquieto desde hacía días:
¿Qué derecho tenía a sentirse así si ni siquiera habían hablado de lo que eran?
Dejó escapar un suspiro y apartó la mirada.
El sonido de la risa de Franco y Checo seguía llenando el ambiente, mezclándose con los suaves ladridos de Roscoe. Lewis se reía con ellos, claramente disfrutando de la conversación.
Oscar se dejó caer en el sillón más cercano, sin darse cuenta de que Max se había sentado a su lado con una cerveza en la mano.
El neerlandés tomó un trago y observó la escena frente a ellos con la misma expresión analítica de siempre.
—Parecen llevarse bien —comentó con un tono neutro.
Oscar asintió.
—Sí... Se entienden bien.
Max hizo una pausa antes de mirarlo de reojo.
—¿Y ustedes?
Oscar parpadeó y giró la cabeza hacia él.
—¿Nosotros qué?
—Eso mismo me pregunto yo.
Oscar frunció el ceño.
—No es como si fuera un misterio... —intentó decir, pero la mirada de Max le dejó claro que sí lo era.
Max arqueó una ceja.
—¿Seguro?
Oscar suspiró y se pasó una mano por la nuca.
—Estamos dejando que las cosas fluyan —admitió. —No hemos definido nada, pero tampoco siento que haga falta. Nos llevamos bien así... creo.
Max le sostuvo la mirada con una media sonrisa divertida, como si estuviera esperando algo más.
Oscar rodó los ojos y dejó escapar un suspiro más largo.
—Pero a veces me pregunto si deberíamos haber aclarado ciertas cosas. Lo de dejar que todo fluya sonaba bien en su momento, pero ahora...
Max soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Sí.
Oscar lo miró, confundido.
—¿Sí qué?
—Sí, cometiste el mismo error que yo.
Oscar hizo una mueca.
—Eso no me hace sentir mejor.
Max se encogió de hombros con diversión.
—Mira, no soy el mejor para dar consejos, ni sé qué tanto puedan aclarar las cosas entre ustedes. Ya que lo suyo es diferente. Desde el inicio parecía más estable que lo mío con Checo. Nosotros no teníamos un plan, todo fue muy volátil. Ustedes... Bueno, al menos no se odian la mitad del tiempo.
Oscar rió suavemente.
—Entonces, ¿no tienes consejos para mí?
Max fingió pensarlo, tomando otro trago de su cerveza.
—Bueno, podría decirte que sigas tu instinto, que hagas lo que sientas correcto... —Hizo una pausa y luego sonrió de lado. —O simplemente puedo mandarte con Checo. Seguro él tiene otro punto de vista sobre cómo empezó todo.
Oscar negó con la cabeza con una risa, dándole un leve empujón en el hombro.
—Eres un desastre.
—Lo sé —respondió Max con orgullo, antes de volver a tomar de su cerveza.
Oscar se quedó en silencio, pero ya no tenía la sensación de estar completamente perdido.
No tenía todas las respuestas todavía, pero al menos sabía por dónde empezar a buscarlas.
Oscar aún estaba procesando su charla con Max cuando vio a Checo acercarse.
—Vamos a salir un rato —dijo el mexicano, dirigiéndose a Max. —Lewis, Franco y yo vamos a comprar unas cosas.
Max dejó su cerveza a un lado y, sin responder, se puso de pie.
Antes de que Oscar pudiera entender qué estaba pasando, Max se inclinó sobre Checo y le dio un beso rápido, sin la menor preocupación por quién los viera.
—Yo voy —dijo simplemente. —Tú quédate con Oscar.
Checo frunció el ceño.
—¿Eh?
Max ignoró su confusión, tomó su cerveza, se la puso en la mano y lo obligó a sentarse en el sillón junto a Oscar.
—No la desperdicies —fue lo último que dijo antes de alejarse como si nada, dejando a Checo con una expresión que oscilaba entre la incredulidad y la diversión.
Oscar, que había observado todo en silencio, soltó una risa nasal cuando Checo lo miró con el ceño fruncido.
—Eso fue raro.
—Es mi culpa.
Checo levantó una ceja.
—¿Qué? ¿Por qué?
Oscar suspiró y negó con la cabeza.
—Porque le pedí un consejo a Max, y su gran solución para todas mis preguntas fue: habla con Checo.
El mexicano parpadeó un par de veces antes de soltar una carcajada.
—¿En serio?
—En serio.
Checo se pasó una mano por la cara, aún riéndose.
—Mierda... Si Max cree que yo puedo dar consejos sobre relaciones, algo debe estar muy mal.
Oscar sonrió, apoyando el codo en la rodilla mientras lo miraba con diversión.
—Sí, creo que me equivoqué desde el principio. Fui a buscar consejos de amor justo con ustedes dos, que casi se divorcian por falta de comunicación.
Checo soltó una carcajada y le dio un leve golpe en el hombro.
—¡Oye! No es mentira, pero la verdad así duele.
Oscar negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro.
—No estoy preocupado por lo que somos. Estoy bien con que la relación fluya y que no pongamos etiquetas.
Checo ladeó la cabeza, interesado.
—Entonces, ¿qué es lo que te tiene así?
Oscar pasó la lengua por sus labios, buscando las palabras adecuadas.
—Quiero saber hasta dónde puedo llegar.
Checo frunció ligeramente el ceño.
—¿A qué te refieres?
—A los límites —aclaró Oscar, rascándose la nuca. —Si los celos que sentí fueron válidos o no. Sí, somos exclusivos. Si Franco piensa ver a otras personas mientras seguimos "fluyendo".
Checo asintió lentamente, dejando que se explicara.
—Es difícil porque nunca he estado en algo así. Nunca he tenido una amistad como la que tengo con Franco. Solo tengo dos puntos de referencia: mi ex o Lando. Y Franco no es ni una cosa ni la otra.
Suspiró, soltando una risa sin ganas.
—Eso me tiene completamente perdido.
Checo lo miró en silencio por un momento antes de sonreír con cierta diversión.
—Mira, no voy a hacerte un discurso profundo ni darte un consejo revolucionario... pero, sinceramente, lo único que puedes hacer es hablar con Franco.
Oscar lo miró, como esperando algo más.
—¿Eso es todo?
Checo se encogió de hombros.
—Sí. Porque la única persona que puede decirte hasta dónde puedes llegar es él, aunque si insistes en un consejo, habla ahora él. No empieces el año con dudas.
Oscar cerró los ojos un segundo.
Tal vez Checo tenía razón.
Tal vez siempre había tenido la respuesta frente a él, pero se estaba complicando solo.
Porque si de verdad quería saber qué podía esperar de Franco, solo había una persona que podía decírselo.
Chapter 41: Parejas
Chapter Text
"Habla ahora con él. No empieces el año con dudas."
El consejo de Checo no dejaba de repetirse en la cabeza de Oscar.
Y mientras más lo pensaba, más se daba cuenta de que tenía razón.
No había motivo para seguir postergando esa conversación.
Así que decidió hacerlo.
Encontró a Franco en el balcón de la casa de Lewis, con una taza de té entre las manos, relajado, sin la menor señal de que algo lo inquietara.
Franco, por otro lado, no había notado nada extraño.
No porque no le interesaran los sentimientos de Oscar ni sus preocupaciones.
Simplemente, nunca se había planteado que hubiera algo por lo que preocuparse.
Para él, todo iba bien.
No tenía un punto de comparación porque nunca había estado en una relación. Nunca había tenido que cuestionarse qué significaban ciertos límites o hasta dónde podía llegar con alguien más.
Así que hacía lo que sentía en el momento, sin pensar demasiado en lo que eso representaba.
Oscar era alguien con quien se sentía cómodo. Alguien a quien podía abrazar y besar sin necesidad de ponerle un significado específico a esos gestos.
Nunca había pensado en qué reglas seguir porque no sabía que se suponía que debían haber reglas.
Para él, simplemente eran.
Por eso, cuando Oscar se le acercó con un tono más serio de lo habitual y le dijo:
—Tenemos que hablar.
Franco frunció el ceño, desconcertado.
No había esperado eso.
Oscar se sentó a su lado, observándolo por un momento antes de hablar.
—No necesito ponerle un título a lo nuestro —dijo con calma. —Estoy bien así, con lo que sea que seamos.
Franco asintió, esperando a que continuara.
—Pero el otro día, cuando te vi con más gente, sentí celos —admitió Oscar —Y después me sentí raro cuando me aseguraste que verte con tu ex no te había molestado.
El argentino lo miró en silencio, sin saber muy bien qué decir.
Oscar respiró hondo antes de seguir.
—Eso me hizo pensar que, antes de dejar que las cosas fluyan, deberíamos haber aclarado ciertas cosas. Cómo... saber si somos solo nosotros dos o si vamos a estar viendo a más personas.
Franco ladeó la cabeza, prestando atención.
—O qué significa que pasemos tanto tiempo juntos. Cuando estamos con más gente, compartimos cama sin problema, pero cuando estábamos solos decidimos dormir separados. Y, si somos amigos, ¿por qué hacemos cosas que no hacen los amigos? Pero si no somos pareja, ¿por qué hacemos cosas que sí hacen las parejas?
Franco sintió que su cabeza daba vueltas con tanta información.
Oscar estaba por seguir hablando cuando el argentino lo interrumpió.
—No puedo darte todas las respuestas.
Oscar se quedó en silencio, sorprendido por la seriedad en la voz de Franco.
El argentino dejó escapar una pequeña risa, más por nervios que por otra cosa.
—Nunca estuve en una relación —confesó finalmente. —Nunca inicie una relación de una amistad donde quisiera ser algo más que amigos.
Oscar parpadeó, procesando sus palabras.
—Todo esto es nuevo para mí —continuó Franco. —Pero estoy dispuesto a que juntos aclaremos nuestras dudas, quiero que esto funcione para ambos.
Oscar se quedó en silencio, procesando lo que Franco acababa de decir.
Nunca había estado en una relación.
Nunca había tenido que preguntarse cómo funcionaba, cómo se establecían las reglas o cómo diferenciabas un "dejarse llevar" de un "esto significa algo".
De repente, muchas cosas tenían más sentido.
Franco no es que no quisiera definir lo que tenían.
Es que ni siquiera sabía cómo hacerlo.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Oscar después de unos segundos.
Franco tomó aire y se frotó las manos, como si también estuviera intentando darle forma a sus pensamientos.
—Yo... No sé si hay una manera correcta de hacer esto, pero quiero que sea algo en lo que los dos estemos cómodos. No quiero que te sientas inseguro ni que te hagas preguntas que no puedo responderte.
Oscar asintió.
—Yo tampoco quiero presionarte ni forzarte a algo que no estás listo para tener.
Franco lo miró y negó con la cabeza.
—No es solo que no esté listo, es que no sé cómo se hace.
Oscar sonrió un poco.
—Bueno, entonces podemos averiguarlo juntos.
Hubo un breve silencio antes de que Franco hablara de nuevo.
—¿Sería más fácil si fuéramos exclusivos?
Oscar sintió que su pecho se relajaba un poco.
—Sí.
Franco asintió.
—Entonces lo somos.
Oscar soltó una pequeña risa.
—¿Así de fácil?
—¿Por qué hacerlo difícil? —respondió Franco, encogiéndose de hombros. —No quiero estar con nadie más. No quiero que tú estés con nadie más. Si eso te da tranquilidad, entonces hagámoslo.
Oscar lo miró por unos segundos antes de asentir.
—Sí, eso me da tranquilidad.
Franco sonrió.
—Bien. Entonces eso está resuelto.
Oscar apoyó los codos en sus rodillas y respiró hondo.
—También quiero que dejemos de pensar en si lo que hacemos es algo de amigos o no.
Franco lo observó con curiosidad.
—¿Cómo así?
Oscar pasó una mano por su nuca, buscando las palabras.
—Es que... Cuando estamos con más gente, dormimos juntos sin problema, pero cuando estuvimos solos, decidimos dormir separados. Como si estuviéramos tratando de no cruzar una línea que ni siquiera sabemos si existe.
Franco ladeó la cabeza, pensativo.
—¿Y qué propones?
Oscar lo miró a los ojos.
—Que hagamos lo que queramos hacer. Que pasemos tiempo juntos sin pensar en si eso lo hacen los amigos o no, porque claramente esto no es solo amistad.
Franco se quedó callado por un momento antes de sonreír.
—Sí, eso también suena bien.
Oscar dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo.
—Entonces, ¿todo bien?
Franco lo miró como si la pregunta le pareciera extraña.
—Todo bien —respondió con seguridad.
Y, por primera vez en días, Oscar sintió que realmente lo estaba.
La cena transcurría con normalidad cuando Franco, que revisaba su teléfono entre bocados, frunció el ceño y deslizó la pantalla con más atención.
—¿Qué pasa? —preguntó Oscar al notar su expresión.
—Parece que el clima va a ponerse complicado —respondió el argentino, girando el teléfono para mostrarles la alerta meteorológica.
El resto de la mesa se inclinó para mirar.
El pronóstico anunciaba una tormenta de nieve más fuerte de lo esperado, con ráfagas intensas y temperaturas que podrían descender peligrosamente. Recomendaban no salir a la calle si no era estrictamente necesario.
—Genial... —murmuró Lewis, cruzándose de brazos—. ¿Y ahora qué?
—Yo creo que lo mejor es decirles que no vengan —intervino Checo, dejando su tenedor a un lado—. Si la tormenta se intensifica y terminan atrapados en el camino, va a ser un problema.
Max asintió.
—Sí, es mejor no arriesgarse. No tendría sentido hacerlos venir con este clima.
No tardaron en avisarles a los demás, y aunque fue decepcionante tener que reducir la celebración, todos estuvieron de acuerdo en que era la mejor opción.
Así que los preparativos, que en un inicio estaban pensados para una gran fiesta con más invitados, se redujeron drásticamente.
—Bueno, al menos no tenemos que preocuparnos por preparar tanta comida —bromeó Oscar mientras sacaba algunas botellas de la alacena.
—Habla por ti, yo sigo pensando hacer postres —dijo Lewis, revolviendo la mezcla para una tarta mientras Roscoe lo miraba desde el suelo, claramente esperando que algo cayera por accidente.
—Solo no hagas demasiados, porque conociéndote, nadie va a poder moverse después de la cena —comentó Max con una sonrisa burlona, robándole una cucharada de la mezcla cuando Lewis se distrajo.
—No me subestimes, Verstappen. Tengo talento para calcular porciones.
—Claro, claro...
Mientras tanto, Checo se encargaba de ajustar la música y organizar un poco el lugar para que se sintiera más festivo a pesar de la reducción de invitados. Franco, por su parte, estaba ocupado con las luces, o al menos eso decía, porque Oscar estaba bastante seguro de que llevaba los últimos minutos enredado en el cableado sin avanzar demasiado.
—¿Necesitas ayuda o estás luchando contra ellas por deporte? —preguntó Oscar, cruzándose de brazos mientras lo observaba.
Franco lo miró con una sonrisa divertida.
—Estoy evaluando mis opciones. Podría pedir ayuda... o aceptar mi destino y convertirme en parte de la decoración.
Oscar rodó los ojos y se acercó para deshacer el desastre de cables en el que el argentino se había metido.
—No es tan complicado, solo tienes que... —dijo, separando los nudos con paciencia.
Franco lo observó en silencio por un momento antes de hablar.
—¿Me estás diciendo que eres bueno con las luces de Navidad?
Oscar le dedicó una mirada de falsa seriedad.
—Soy mejor de lo que crees.
Franco sonrió, y cuando Oscar terminó de liberar las luces, el argentino se inclinó un poco más cerca.
—¿Y qué más eres bueno haciendo?
Oscar sintió el leve roce de la voz de Franco en su oído y tuvo que esforzarse para no sonreír.
—Eso depende... ¿estás buscando algo en particular?
Franco estaba por responderle cuando la voz de Checo los interrumpió desde el otro lado de la sala.
—Si van a seguir coqueteando, al menos háganlo mientras trabajan.
Oscar y Franco soltaron una pequeña risa antes de volver a enfocarse en terminar con las luces.
Cuando por fin terminaron de colocar las luces, Oscar se alejó unos pasos para observar el resultado.
—Bueno, al menos la casa no va a explotar —comentó con una sonrisa.
Franco se cruzó de brazos, fingiendo indignación.
—Un poco de confianza en mis habilidades no vendría mal.
—Cuando las demuestres, te la daré.
Franco le sacó la lengua, y Oscar solo se rió mientras se alejaba para ayudar a Checo con la música.
Al otro lado de la sala, Max había estado observando a Lewis, quien, a pesar de saber que serían solo cinco personas en la cena, seguía completamente decidido a preparar más postres de los necesarios.
Intrigado, esperó a que su amigo se distrajera mirando el celular y, con una sonrisa traviesa, se acercó sigilosamente por detrás.
—¿Y a quién quieres impresionar? —preguntó en tono bajo.
Lewis saltó en su lugar, casi dejando caer la espátula que tenía en la mano.
—¡Maldita sea, Max! —se giró rápidamente, llevándose una mano al pecho—. ¿Puedes hacer ruido cuando caminas?
Franco, que había escuchado la interacción, no tardó en unirse a la diversión.
—No lo niegues, Hamilton. Nadie se esfuerza tanto en los postres sin un motivo.
Lewis los miró con los ojos entrecerrados, pero su expresión de fastidio no logró disimular el ligero carraspeo que hizo antes de apartar la mirada y enfocarse demasiado en revolver la mezcla.
—No estoy tratando de impresionar a nadie —murmuró, pero su tono no sonaba muy convincente.
Checo, que pasaba por ahí, captó la conversación y decidió sumarse.
—A ver, a ver... ¿Esto es lo que creo que es? —preguntó con una sonrisa divertida—. ¿Tenemos que empezar a prepararnos para una noticia importante?
—No exageres —dijo Lewis, rodando los ojos.
Checo entrecerró los suyos, analizándolo con sospecha.
—Bueno, dime al menos si ya tienes pareja.
Esperaba una respuesta rápida, algo como "es solo un amigo", "no es nada serio", o incluso una risa.
Lo que no esperaba era lo que Lewis realmente dijo.
—Sí.
El silencio fue inmediato.
Incluso Max, que había estado disfrutando de molestar a su amigo, se quedó quieto por un segundo antes de alzar una ceja con interés.
—¿Perdón?
Lewis suspiró, sabiendo que ya no tenía escapatoria.
—Estoy saliendo con alguien —admitió, sin poder evitar una pequeña sonrisa—. Todo es relativamente nuevo, pero decidimos empezar oficialmente en la boda.
Hubo un momento de pausa en el que Max y Checo se miraron, procesando la información.
Y entonces, como Max conocía demasiado bien a su esposo, supo exactamente lo que venía a continuación.
Checo iba a reclamarle a Lewis por no haberle contado antes.
Así que, antes de que eso pasara, Max caminó directamente hacia su esposo, lo tomó del rostro y lo besó sin previo aviso.
Checo se tensó por un segundo, sorprendido por la acción repentina, pero luego simplemente le devolvió el beso con una sonrisa en los labios.
Cuando Max se separó, le sostuvo la mirada y, con una expresión completamente seria, le dijo:
—Tenemos que casarnos más seguido. Dos bodas más y nos recibimos de cupidos, amor.
La risa de Franco fue la primera en romper el momento, seguida por la de Lewis, que negó con la cabeza mientras seguía revolviendo la mezcla con más energía de la necesaria.
—Eres un idiota, Max.
Checo aún lo miraba con los brazos cruzados, fingiendo estar molesto, pero la sonrisa traicionera en su rostro lo delataba.
—¿De verdad crees que voy a olvidar la traición de mi mejor amigo solo porque me besaste?
Max ladeó la cabeza con una sonrisa confiada.
—Sí.
Checo chasqueó la lengua, pero no pudo evitar reír.
—No tienes vergüenza.
—Nunca.
Y así, entre risas y bromas, la noticia de Lewis quedó oficialmente revelada, y el ambiente de la noche se volvió aún más ligero y festivo.
La tormenta podía haber cambiado sus planes, pero la celebración seguía prometiendo ser interesante
Chapter 42: Amor
Chapter Text
La casa estaba completamente lista para la celebración.
A pesar de que la tormenta había reducido el número de invitados, el ambiente se sentía cálido y festivo. Habían mezclado un poco de cada tradición: Checo y Franco insistieron en preparar uvas para comer a la medianoche, Max trajo una versión de las oliebollen que comían en los Países Bajos, Lewis tenía lista una cantidad exagerada de postres y, aunque no se sabía quién había tenido la idea, alguien puso sobre la mesa una botella de vodka "para la suerte", argumentando que en algunos países era costumbre brindar con algo fuerte para recibir el año.
Afuera, la nieve seguía cayendo sin pausa, el viento golpeaba contra las ventanas y el frío era brutal.
Por eso, cuando sonó el timbre, lo último que Max pensó en hacer fue cuestionar quién era.
Simplemente se levantó del sillón, caminó hasta la puerta y la abrió.
La persona del otro lado apenas tuvo tiempo de sacudirse la nieve del abrigo antes de que Max le diera paso sin decir nada y se girara para volver a donde estaba.
Desde la cocina, Checo, que estaba ocupado revisando el horno, gritó:
—¿Quién era?
Max, que ya estaba sirviéndose otra copa de vino, respondió con la misma tranquilidad con la que hacía todo:
—Ni idea.
Checo casi deja caer la bandeja.
—¡¿Cómo que ni idea?! ¡¿Y lo dejaste entrar?!
Max se encogió de hombros.
—Mira el clima que hace afuera. Si alguien viene hasta acá con esta tormenta, es porque realmente quiere ver a Lewis.
Checo suspiró y murmuró algo sobre cómo algún día Max lo mataría de un infarto.
Mientras tanto, en la sala, Franco, que había estado acomodando algunas cosas, notó que alguien estaba parado en medio de la habitación, observando a su alrededor con cierta confusión.
Como Max había abierto la puerta sin hacer preguntas y luego lo había dejado ahí sin siquiera presentarse y nadie más se había acercado.
Franco decidió intervenir.
Se aproximó con una sonrisa amistosa y extendió la mano.
—Hola, soy Franco.
La persona sonrió y estrechó su mano.
—Un gusto.
Franco miró a su alrededor con dramatismo antes de volver a hablar.
—¿Buscas a Lewis?
—Sí.
—Bien, porque la primera vez que vine, también me perdí aquí dentro.
La visita rió suavemente, y Franco le hizo un gesto para que lo siguiera.
—Ven, te llevo. Te prometo que no es un laberinto, pero a veces lo parece.
Mientras caminaban hacia la cocina, Franco se preguntó cuánto sabría esa persona sobre la relación entre Max, Checo y Lewis.
Porque si había venido hasta aquí con esta tormenta, no cabía duda de que era alguien importante para él.
Y a pesar de haber llegado sin muchas presentaciones, no le tomó mucho tiempo entender la dinámica entre todos ellos; Lewis ya le había contado un poco, pero ver en persona cómo era, ver cómo interactuaban y parecían un reloj, donde todo encajaba perfectamente, era totalmente distinto.
Tal vez porque Max no se molestaba en ocultar la forma en que de vez en cuando se acercaba a Checo solo para besarlo sin previo aviso, o porque Lewis y el mexicano tenían esa facilidad de comunicarse sin palabras, con miradas que decían más de lo que cualquiera se atrevería a admitir.
O quizás porque después de unas copas, Max decidió que la mejor manera de explicarle todo era con una simple frase:
—Sí, vivimos todos juntos por un tiempo. No, no nos matamos. Sí, Checo sigue reclamándonos y llorando por eso.
A lo que Checo, con su propia copa en la mano, simplemente respondió:
—No sé qué es peor, que digas eso o que no sea mentira.
Franco y Oscar, por su parte, ayudaron a que se sintiera como en casa de inmediato. Entre chistes, preguntas sin presión y su habilidad para integrarse en cualquier conversación sin esfuerzo, hicieron que la incomodidad inicial desapareciera en cuestión de minutos.
Y así, entre risas, bromas y el alcohol fluyendo con demasiada facilidad, la noche avanzó sin que nadie se diera cuenta de la hora.
El reloj se acercaba peligrosamente a la medianoche.
Y aunque la tormenta rugía afuera, dentro de la casa el ambiente era cálido y festivo.
Porque al final, no importaba cuántos fueran o cómo habían cambiado los planes.
Estaban juntos.
Y eso era suficiente.
Checo y Max bailaban en su propia burbuja de amor, completamente ajenos al resto.
Habían pasado todo el día así, entre besos robados y tontas discusiones que no llegaban a ningún lado. Max no dejaba pasar ninguna oportunidad para acercarse a su esposo, y cuando no había una, simplemente la creaba.
Si Checo se alejaba un poco, Max encontraba una excusa para jalarlo de vuelta. Si Checo le decía que lo dejara en paz por dos minutos, Max esperaba uno y medio antes de volver a atacarlo con otro beso.
Oscar los observaba desde su lugar, casi sin darse cuenta de lo absorto que estaba en la escena.
Era difícil no hacerlo.
No era solo la forma en que Max y Checo se tocaban con una familiaridad que hablaba de años de estar juntos. Ni siquiera era el modo en que sus cuerpos parecían moverse en perfecta sincronía, como si conocieran cada movimiento del otro de memoria.
Era la facilidad con la que lo hacían.
La naturalidad con la que Max lo reclamaba como suyo con cada beso descarado, con cada sonrisa, con cada roce, y la manera en que Checo, por mucho que intentara hacerse el difícil, siempre terminaba cediendo.
—Si sigues viéndolos así, voy a tener que cambiar la pregunta, y pasar de preguntarte si quieres que te sirva una copa a si quieres que te consiga una cámara —dijo Lewis de repente, apareciendo a su lado con una sonrisa burlona.
Oscar parpadeó, regresando a la realidad.
—Perdón, me quedé… analizando.
Lewis alzó una ceja con diversión mientras le pasaba una copa.
—Ajá, claro. “Analizando”.
Oscar resopló con una pequeña sonrisa y tomó un sorbo de su bebida.
—Por cierto —dijo Lewis con total naturalidad—, tu argentino está afuera, en plena tormenta.
Oscar casi escupe su trago.
—¿¡Qué!?
Lewis soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Tranquilo, no está solo. Está con mi pareja.
Oscar frunció el ceño.
—¿Y de quién fue la brillante idea de salir en plena tormenta?
Lewis giró la copa en su mano con una expresión inocente.
—¿Quién crees?
Oscar suspiró y sacudió la cabeza.
—Déjame adivinar… Franco.
—Error.
Oscar lo miró con incredulidad.
—¿Me estás diciendo que no fue Franco el que decidió salir bajo la tormenta de nieve como si fuera una escena de película romántica?
—Lo sé, yo también estoy sorprendido. Pero no, esta vez solo siguió la corriente.
Oscar dejó escapar una risa corta.
—Aun así, sigue sonando como algo que haría.
Lewis asintió, dándole un sorbo a su copa.
—Sí, Franco es de esos que dicen “sí” a cualquier plan sin pensarlo demasiado.
Oscar rió.
—Eso es cierto.
—Digo, está bien ser espontáneo, pero a veces ni pregunta qué van a hacer antes de aceptar.
Oscar soltó una carcajada.
—Sí, un día lo van a invitar a un ritual satánico y va a decir “sí, vamos” sin dudarlo.
Lewis sonrió.
—Exacto.
El ambiente era cómodo, cálido, a pesar del frío que reinaba afuera.
Entonces, mientras miraba de nuevo a Max y Checo, la pregunta salió de su boca casi sin pensarlo.
—¿Cuánto tiempo les tomó llegar a ser así?
Lewis inclinó la cabeza, pensativo.
—No mucho —dijo finalmente. —A pesar de las peleas, de los problemas y de todo lo que tuvieron que enfrentar, siempre hubo algo entre ellos.
Oscar giró la cabeza hacia él, curioso.
—¿Algo?
Lewis ladeó la cabeza con una media sonrisa.
—Una especie de imán. No importaba lo que pasara, Max siempre encontraba la manera de acercarse a Checo, y Checo… bueno, él siempre terminaba volviendo a Max.
Oscar miró nuevamente a la pareja, viendo cómo Max terminaba riéndose y tiraba de Checo otra vez hacia él, atrapándolo en otro beso que el mexicano no rechazó.
Antes de que pudiera responder, un golpe fuerte en la puerta trasera los hizo girar la cabeza.
Segundos después, Franco y la pareja de Lewis entraron corriendo a la casa, empapados y riéndose como si no acabaran de desafiar a la naturaleza.
Franco tenía el cabello completamente mojado, la nariz roja por el frío y una sonrisa descarada.
—¿Adivinen quién ganó una guerra de bolas de nieve? —anunció con orgullo.
Lewis lo miró con los brazos cruzados.
—Si no estás cargando un trofeo, no ganaste nada.
Franco rodó los ojos y se giró hacia Oscar.
—Diles, amor, ¿no crees que una victoria es una victoria, aunque no haya trofeo?
Oscar se quedó completamente en blanco.
No fue solo la palabra. Fue la facilidad con la que Franco la dijo, como si fuera lo más natural del mundo, como si lo hubiera llamado así toda la vida.
No lo pensó. No lo planeó. Simplemente salió de su boca, sin darle importancia.
Y Oscar se quedó ahí, mirándolo, sintiendo cómo su cerebro se desconectaba por un segundo.
Franco chasqueó los dedos frente a su cara.
—¿Estás bien?
Oscar parpadeó y carraspeó antes de intentar recomponerse.
—Yo… sí, supongo que… lo que importa es participar… —dijo, sin estar seguro de lo que estaba diciendo.
Franco le dedicó una sonrisa, sin notar nada extraño.
—Me gusta cómo piensas.
Oscar tomó un sorbo de su copa, tratando de ocultar su repentina torpeza.
Lewis, que había estado disfrutando demasiado la escena, se inclinó ligeramente hacia Oscar antes de susurrarle:
—Ellos tienen un imán, como el que Franco tiene contigo.
Oscar se quedó en su lugar, su agarre en la copa apretándose un poco.
Lewis sonrió un poco más antes de añadir, casi con diversión:
—Ese que hace que, aunque no lo quieras cerca, no puedas apartar los ojos de él.
Oscar sintió un pequeño escalofrío que nada tenía que ver con el frío.
Porque, por mucho que intentara negarlo, Lewis tenía razón.
Franco todavía sonreía después de su "triunfo" en la guerra de bolas de nieve, su cabello mojado goteando sobre el suelo mientras se sacudía un poco.
—Así que lo que importa es participar, ¿eh? —repitió con diversión, imitando las palabras de Oscar.
Oscar rodó los ojos con una sonrisa, pero antes de que pudiera responder, Franco simplemente se inclinó y le estampó un beso en los labios.
Fue rápido, torpe, natural.
Uno de esos besos que ocurren sin planificación, sin una razón concreta más allá del impulso del momento.
Oscar parpadeó, aturdido, pero ni siquiera tuvo tiempo de procesarlo antes de escuchar un ruido extraño detrás de ellos.
Fue entonces cuando notaron que el resto de la sala estaba completamente en silencio.
Max, Lewis y Checo los estaban mirando.
Los tres con expresiones distintas.
Max tenía una ceja alzada y una media sonrisa, claramente entretenido con la escena.
Lewis los miraba con una especie de satisfacción, como si acabara de confirmar algo que ya sabía.
Y Checo… bueno, Checo los miraba con la boca medio abierta y los ojos entrecerrados, como si tratara de procesar lo que acababa de pasar.
Lewis, con su típica calma, tomó un sorbo de su copa antes de girarse hacia Max y decir con diversión:
—Me recuerdan a ustedes dos… aunque sin tanto drama.
Max soltó una carcajada y asintió.
—Sí, definitivamente.
Checo, que ya estaba acostumbrado a que Max se burlara de sus inicios caóticos, se cruzó de brazos y resopló.
—No sé de qué hablas, si lo nuestro siempre fue perfectamente normal.
Lewis y Max se miraron y, al mismo tiempo, se echaron a reír.
—Claro, Checo, lo que digas —respondió Lewis con una sonrisa.
Checo rodó los ojos y tomó un gran trago de su copa, pero la ligera sonrisa que trataba de ocultar lo delató.
Mientras tanto, Franco y Oscar seguían parados en su lugar, tardando un poco más en procesar que sí, acababan de besarse delante de todos.
Y que sí, aparentemente todos lo habían visto.
Pero, sorprendentemente, en lugar de sentirse incómodo, Oscar solo miró a Franco y vio la misma expresión de siempre en su rostro.
Esa despreocupación natural, esa manera en la que hacía todo tan fácil.
Y fue en ese momento cuando Oscar se dio cuenta de algo.
No importaba que todos los hubieran visto.
No importaba que el beso hubiera sido torpe y completamente espontáneo.
No importaba que lo suyo no tuviera etiquetas ni definiciones claras todavía.
Porque lo único que importaba en ese instante…
Era que, por primera vez, Oscar no sentía la necesidad de cuestionar nada.
Solo sintió la necesidad de tomar la mano de Franco y entrelazar sus dedos con los suyos.
Franco no dijo nada.
Solo sonrió, apretando ligeramente su mano en respuesta.
Y, por ahora, eso era más que suficiente.
Chapter 43: Rutina...
Chapter Text
Hace una semana que habían vuelto a casa.
Las maletas ya estaban deshechas, los días de descanso se habían acabado... al menos para uno de ellos.
Checo, recostado en el sofá con una taza de café en la mano, miró de reojo a Max, quien estaba tirado boca abajo en la cama, con la cara enterrada en la almohada.
—Max... —Lo llamó con tono tranquilo, disfrutando un poco demasiado la situación.
—Mmm.
—Vuelves a trabajar mañana.
—Mmm.
Sonrió, sabiendo que lo estaba ignorando a propósito.
—Hace una semana que volvimos a la casa, Max. Ya es hora de que salgas del "modo vacaciones".
Max se quejó dramáticamente contra la almohada.
—Tú también volviste, y no veo que estés sufriendo.
Tomó un sorbo de café antes de responder, disfrutando cada segundo.
—Es que yo no tengo que volver al trabajo todavía.
Max levantó la cabeza de golpe, mirándolo con los ojos entrecerrados.
—¿¡Y por qué yo sí!?
Checo se encogió de hombros con total inocencia.
—Porque yo soy profesor y las clases aún no empiezan.
Max se quejó más fuerte y volvió a esconder la cara en la almohada.
—Injusto.
Checo rió y se puso de pie, caminando hasta la cama.
—Vas a estar bien. Solo tienes que levantarte temprano, salir, ser responsable...
—Cállate.
Checo soltó una carcajada y se sentó al borde de la cama, pasándole los dedos por el cabello con cariño.
—Vamos, no puede ser tan malo.
—Lo dices porque no eres tú.
Sonrió con diversión y aprovechó para inclinarse y besarle la sien con ternura.
—Eres tan dramático, Max.
Max giró la cabeza lo suficiente para mirarlo, con los labios fruncidos en una mueca infantil.
—No soy dramático.
—Eres el rey del drama.
Max se incorporó de golpe y, sin previo aviso, agarró a Checo de la cintura y lo arrastró a la cama con él.
—¡Max!
—Si voy a sufrir, vienes conmigo.
Checo se rió, pero no se resistió demasiado cuando Max se acomodó sobre él, con la barbilla apoyada en su pecho.
—No puedes obligarme a sentir pena por ti.
Max entrecerró los ojos con una expresión de fingida amenaza.
—Ah, ¿no?
—No.
Max lo miró un segundo más... y luego se inclinó, rozando sus labios suavemente.
—¿Y así?
Checo sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero se negó a ceder tan fácil.
—Tibio.
Max sonrió contra sus labios y bajó lentamente, dejando un rastro de besos por su cuello.
—¿Y así?
Checo cerró los ojos y soltó un suspiro.
—Meh...
Max rió suavemente, sabiendo que lo tenía justo donde quería.
—Bien, entonces... tendré que intentarlo más.
Y sin darle tiempo a responder, lo besó con más intensidad, sus cuerpos encajando a la perfección mientras las quejas sobre el trabajo quedaban completamente olvidadas; las caricias empezaban a quemar y la poca ropa que tenían empezaba a sobrar.
Max no tenía prisa, pero tampoco intención de detenerse. Podía sentir el calor de Checo bajo sus manos, la forma en la que su respiración se entrecortaba cada vez que sus labios bajaban por su cuello.
—Te quejas mucho de volver a la rutina, pero pareces estar disfrutando bastante esto... —susurró Checo con una sonrisa contra sus labios.
Max rió, pero no dejó de recorrer su piel con las manos.
—Esto debería ser mi rutina.
Checo iba a responder con alguna broma, pero se perdió en la sensación cuando Max deslizó sus dedos por su espalda, dejando un rastro de escalofríos a su paso.
—Max... —Su nombre salió en un susurro apenas audible, y eso solo lo incitó a seguir.
Con una sonrisa satisfecha, Max mordió suavemente el lóbulo de su oreja antes de susurrar:
—Eso sí sonó como quejas que valen la pena.
Checo rió entre dientes, pero cualquier intento de responder se esfumó cuando Max deslizó los dedos por el borde de la camisa de su camisa, jugueteando con la tela antes de levantarla lentamente. Sus labios nunca se separaron de los suyos, robándole cada respiración, cada gemido contenido, hasta que finalmente la prenda desapareció y pudo recorrer la piel caliente de su pecho con las manos.
Max se incorporó levemente, apoyándose en sus antebrazos mientras lo miraba.
—¿Seguro que no tienes que trabajar mañana?
Checo, con la respiración agitada y las mejillas encendidas, lo miró con diversión.
—No, pero tú sí.
Max sonrió con picardía antes de inclinarse nuevamente, atrapando sus labios en un beso profundo, dejando claro que el cansancio de mañana sería lo último en lo que pensaría esa noche.
—Mmm... Ya no tienes excusas para no sentir pena por mí —susurró Max contra su cuello, dejando un mordisco ligero antes de descender hasta su clavícula.
Checo sonrió con la respiración entrecortada, sintiendo cómo Max dejaba besos abiertos por su piel, tomándose su tiempo en cada rincón.
—Creo que deberías estar descansando para mañana... —logró decir con fingida preocupación.
Max rió suavemente, su aliento chocando contra su piel antes de morderlo suavemente, provocándole un escalofrío.
—Puedo faltar...
Checo soltó una carcajada baja, pero se le cortó cuando Max bajó por su pecho, dejando un rastro de besos húmedos.
—Oh, no... —Susurró con diversión. —No pienso dejar que faltes solo porque quieres quedarte en la cama conmigo todo el día.
Max levantó la mirada con una sonrisa maliciosa, los ojos llenos de picardía mientras deslizaba las manos por su abdomen.
—¿Quién dijo que solo quiero quedarme en la cama? Además, es bueno romper las rutinas...
La forma en la que lo dijo, el tono de su voz, el destello juguetón en su mirada... hizo que a Checo se le secara la garganta.
Pero no estaba dispuesto a cederle el control tan fácil.
Con un movimiento rápido, aprovechó que Max estaba distraído y lo hizo girar, quedando él encima.
—Vaya, qué confiado —susurró, inclinándose sobre él, dejando su boca apenas a centímetros de la suya. —Pero me temo que la única rutina que vamos a romper es la de estar juntos...
Max sonrió, deslizando las manos por su espalda desnuda hasta aferrarse a su cintura.
—Podrías acompañarme —propuso, su tono completamente despreocupado, como si no estuvieran al borde de perder lo poco de autocontrol que les quedaba.
—¿A tu trabajo? —preguntó Checo con una ceja arqueada, moviendo ligeramente las caderas solo para torturarlo un poco.
El jadeo contenido que escapó de Max lo hizo sonreír con satisfacción.
—Ajá... —Max cerró los ojos un segundo, intentando recuperar el control de la situación, pero la sonrisa satisfecha de Checo le hizo saber que lo estaba disfrutando demasiado.
—¿Y qué se supone que haría ahí?
Max abrió los ojos y le sostuvo la mirada, inclinándose lo suficiente para morder su labio inferior con suavidad.
—No sé... podrías distraerme, mantenerme entretenido... hacerme querer volver a casa temprano.
Checo rió y se inclinó más, atrapando los labios de Max en un beso lento, profundo, que lo dejó sin aire.
—Si sigues así... —Susurró contra su boca—, voy a tener que pedir el día libre.
Max se rió suavemente, pero su risa se convirtió en un jadeo cuando Checo descendió, dejando besos ardientes por su cuello, su pecho, sus costados... reclamando cada rincón de su piel como suyo.
Ya no había más juego.
Solo ellos dos, perdidos en la sensación, en la calidez de sus cuerpos, en el deseo que los consumía lentamente.
Porque, después de todo, Max tenía razón... Algunas rutinas sí valían la pena romperse.
Sabía que acompañarte al trabajo era mala idea...
Checo apenas podía formar un pensamiento coherente cuando Max lo empujó suavemente contra la puerta de su oficina, con los labios rozando su cuello, sus manos deslizándose con demasiada facilidad bajo su camisa.
—Nos va a escuchar tu secretaria, Max.
—Sabía que acompañarte al trabajo era mala idea. —Logró decir entre suspiros, sintiendo cómo el calor subía por su espalda.
Max rió contra su piel antes de morder suavemente el punto donde su cuello y su hombro se encontraban.
—No nos va a escuchar si no haces mucho ruido, amor... —susurró con su voz ronca y provocadora.
Checo cerró los ojos con fuerza.
—Esto es una locura...
—Eso no es un no...
Y maldita sea, no lo era.
Max no dejó espacio para más dudas, atrapando sus labios en un beso intenso mientras sus manos se movían con precisión, desabrochando los botones de su camisa con demasiada facilidad.
Checo jadeó contra su boca cuando sintió los dedos de Max recorrer su pecho, su tacto encendiendo cada parte de su piel.
—Podríamos estar en casa... pero no quisiste... —Susurró Max con una sonrisa traviesa mientras lo empujaba suavemente hasta que su espalda tocó el escritorio.
Checo le lanzó una mirada de advertencia, aunque su expresión perdió firmeza cuando Max deslizó los labios por su mandíbula.
—No me dijiste que me traerías aquí para esto...
—¿Lo habrías rechazado si lo hubiera hecho? —preguntó Max, con los dedos jugueteando con la hebilla de su cinturón.
Checo abrió la boca para responder, pero lo único que salió fue un suspiro tembloroso cuando Max deslizó sus labios hasta su clavícula.
No tenía escapatoria y, lo peor, es que no quería tenerla.
Sus manos encontraron el borde de la camisa de Max y la deslizó con facilidad, sus dedos recorriendo la piel cálida de su espalda, presionándolo más contra su cuerpo.
Max se inclinó sobre él, sus labios rozando su oído mientras sus dedos se deslizaban con una paciencia exasperante por su abdomen.
—Dime que pare y lo haré...
Checo se mordió el labio con fuerza, su mente gritándole que era una locura, que estaban en su oficina, que alguien podía entrar en cualquier momento...
Pero su cuerpo ya había tomado la decisión por él.
Deslizó los dedos por el cuello de Max y lo atrajo a un beso que dejó en claro su respuesta.
Max sonrió contra sus labios, y en ese instante, Checo supo que no volvería a acompañarlo al trabajo jamás.
Chapter 44: Conclusiones distintas
Chapter Text
El beso se intensificaba con cada segundo, los cuerpos encajaban con una naturalidad casi insultante y el aire en la oficina se volvía cada vez más denso.
Checo se aferró a la camisa de Max con fuerza, sintiendo sus dedos recorrer su espalda con una mezcla de desesperación y placer.
—Max... —Susurró Checo con la voz entrecortada, aunque ni él mismo sabía si intentaba advertirlo o simplemente dejarse llevar.
Pero entonces...
Un golpe suave en la puerta los congeló en su lugar.
Checo abrió los ojos de golpe, con la respiración agitada y el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Max, por su parte, dejó caer la cabeza sobre su hombro con un gruñido frustrado.
Su secretaria carraspeó del otro lado de la puerta.
—No quiero interrumpir, jefe... pero tiene junta en diez minutos.
El silencio que siguió fue demoledor.
Checo sintió cómo el calor subía a su rostro, entre la vergüenza y la adrenalina.
Max, en cambio, parecía más molesto que avergonzado.
Porque, claro, no recordaba que tenía una maldita reunión.
Si lo hubiera hecho, jamás habría llevado a su esposo con él. No porque no quisiera verlo, sino porque esas juntas siempre eran largas, tediosas, y lo último que quería era perder horas encerrado en un salón mientras Checo lo esperaba.
Max soltó un suspiro largo antes de responder, su voz aún un poco ronca.
—Gracias... Ahora salgo.
No hubo respuesta, pero se escucharon pasos alejándose, indicándoles que su secretaria había entendido el mensaje.
Checo dejó escapar una risa baja, todavía sin poder creer la situación.
—Bueno... eso fue vergonzoso.
Max, aún con la frente apoyada en su hombro, gruñó otra vez.
—Déjame fingir que esto no pasó.
Checo no pudo contener la carcajada esta vez.
—Oh, no, mi amor. Esto lo voy a recordar el resto de mi vida.
Max levantó la cabeza solo para mirarlo con el ceño fruncido.
—¿Sabes lo difícil que va a ser concentrarme en esa reunión después de esto?
—No sé, Max, creo que es tu castigo por intentar seducirme en tu oficina.
Max suspiró dramáticamente antes de alejarse un poco, aunque sin soltarlo.
—Dame dos minutos y cancelo la reunión.
Checo arqueó una ceja, divertido.
—Ni lo pienses.
Max frunció los labios, pero al ver la mirada firme de su esposo, entendió que no tenía escapatoria.
Resignado, se separó de él lo suficiente para arreglarse la ropa, pero aún con las manos en su cintura, como si se negara a soltarlo del todo.
—Esto no ha terminado —susurró, inclinándose para darle un último beso corto pero cargado de promesas.
Checo solo sonrió.
—Ya veremos si no te duermes después de la junta.
Max le tomó el rostro entre las manos y lo besó una última vez, con un tono de despedida pero también de promesa.
—Deberías irte a casa.
Checo lo miró con incredulidad.
—¿Me estás echando?
—Solo porque sé que no te vas a quedar aquí esperándome como un santo —dijo Max con una sonrisa de medio lado, acomodándole el cuello de la camisa.
Checo rodó los ojos.
—Dices eso como si fueras a llegar temprano...
Max bufó.
—No lo haré, por eso quiero que te vayas ahora.
Checo suspiró, fingiendo resignación.
—Está bien.
Le dio un beso rápido en la mejilla antes de tomar su abrigo y dirigirse a la salida.
Pero justo cuando estaba a punto de cruzar la puerta, una idea se formó en su cabeza.
Si Max no podía concentrarse en su reunión, quizás no debería hacerlo.
Con una sonrisa traviesa, cambió de rumbo y caminó directo hasta el escritorio de la secretaria.
—Oye... —Llamó con amabilidad.
La joven lo miró con curiosidad.
—¿Sí?
Checo le dedicó su mejor sonrisa encantadora.
—¿Esta reunión que tiene ahora es la última del día?
La secretaria revisó su agenda rápidamente y asintió.
—Sí, después de esto no tiene más citas programadas.
Checo sonrió con satisfacción.
—Perfecto. Entonces, puedes tomarte el resto del día libre.
La mujer parpadeó con sorpresa.
—¿Perdón?
—Te lo digo en serio —Checo insistió. Max no va a necesitarte después de la reunión. Tómalo como un descanso por todo el trabajo que haces.
La secretaria dudó por un momento, pero no iba a rechazar una oportunidad así.
—¿Está seguro?
Checo asintió.
—Totalmente. Puedes irte ahora mismo.
Ella lo miró un segundo más antes de sonreír.
—Bueno... gracias, entonces.
Tomó sus cosas con rapidez y salió sin pensarlo dos veces.
Y así, en cuestión de minutos, Checo había logrado lo que quería.
Max estaba en la sala de juntas.
La secretaria se había ido.
Y la oficina estaba completamente vacía.
Con una sonrisa satisfecha, Checo se apoyó contra el escritorio de Max y sacó su teléfono.
Tenía todo listo.
Ahora solo quedaba esperar a que su esposo terminara su maldita reunión.
Porque, definitivamente, no iba a dejar las cosas inconclusas.
Pero claramente no había pensado bien su plan.
Se dio cuenta de eso cuando, mientras revisaba qué iba a pedir para comer desde el escritorio de la secretaria, el teléfono sonó.
Se quedó mirándolo.
Dudó un par de segundos, pero al final, lo atendió.
—¿Sí?
Del otro lado, la voz tensa de Max sonó de inmediato:
—¿Puedes traer café, por favor? Y las carpetas rojas.
Se escuchó un suspiro antes de que Max agregara con evidente fastidio:
—Va a ser larga la noche.
Checo parpadeó.
Por un segundo, estuvo a punto de reírse.
Pero luego su cerebro sumó uno más uno... y el resultado fue que ahora él tenía que llevar las cosas a Max.
Sabía qué carpetas eran.
Las había visto mil veces en su casa, apiladas en el escritorio de Max, en la mesa de la cocina... incluso en el baño.
Sabía cómo prepararle el café.
Y, antes de darse cuenta, ya tenía la bandeja con las tazas equilibradas y los documentos en la otra mano.
Cuando abrió la puerta de la sala de reuniones, Max levantó la cabeza, visiblemente agotado.
Y su expresión pasó del aburrimiento absoluto a la más pura sorpresa.
—¿Checo?
El mexicano le dedicó una sonrisa encantadora antes de avanzar con naturalidad, como si ese fuera su trabajo de toda la vida.
Los demás presentes parecieron aliviados con la llegada del café.
Max, en cambio, no apartaba los ojos de él.
—Café para los que lo necesiten —dijo Checo, sirviendo con calma.
Max lo miró en silencio, con una mezcla de sorpresa y diversión.
Llevaba dos horas en la reunión más aburrida de su vida.
Obvio que no iba a quejarse de tener algo entretenido al frente.
Pero más allá de la distracción, lo que realmente lo dejó intrigado fue lo que pasó después.
Uno de los socios buscaba desesperadamente un dato en los documentos.
—Sé que lo tenía en alguna parte... —murmuró, pasando las hojas con frustración.
Checo, que aún estaba sirviendo café, echó un vistazo rápido a los papeles y, sin pensarlo mucho, tomó una de las carpetas y la giró en dirección al hombre.
—Creo que es esto lo que busca.
El socio parpadeó, leyó el contenido y asintió con satisfacción.
—Justo esto.
Max se quedó helado.
Pero no dijo nada.
No era el momento ni el lugar para cuestionar cómo demonios su esposo sabía eso.
En cambio, lo observó en silencio mientras Checo terminaba de servir café, interactuando con todos con naturalidad.
Hasta que finalmente, su esposo se disculpó para salir y pedir algo de comer para todos los presentes.
Y Max no iba a dejarlo escapar tan fácil.
Se disculpó con los presentes, mencionó que solo le tomaría un minuto y lo siguió.
Cuando lo encontró en el pasillo, estaba apoyado contra la pared, deslizando el dedo por el menú en su teléfono.
Max no se molestó en anunciarse.
Se acercó directamente y, antes de que Checo pudiera girarse, apoyó las manos contra la pared a ambos lados de su cuerpo, encerrándolo sin esfuerzo.
Checo, sin levantar la vista del teléfono, sonrió.
—¿Vas a ayudarme a elegir o solo viniste a fastidiarme?
Max inclinó la cabeza, dejando un beso en su cuello antes de susurrarle al oído:
—Me encanta cuando haces cosas imprevistas.
Checo rió.
—¿Ah, sí?
—Mm-hm... —Max robó otro beso, esta vez en su mandíbula. —No sabes lo sexy que te ves como mi secretaria.
Checo rodó los ojos, pero su sonrisa no desapareció.
—No soy tu secretaria, Max.
—Oh, pero te ves tan bien en el papel...
Max deslizó una mano por su espalda baja, provocando que Checo se estremeciera ligeramente.
—Tengo una duda más grande —dijo, con una ceja arqueada y una sonrisa juguetona.
Checo levantó la vista por un momento.
—¿Cuál?
Max entrecerró los ojos.
—¿Cómo demonios sabes tanto sobre este proyecto?
Checo soltó una risa baja antes de encogerse de hombros con fingida inocencia.
—Vivo contigo, Max. Te escucho trabajar todos los días.
Max siguió mirándolo, esperando más detalles.
Checo suspiró con fingida paciencia.
—He visto esas carpetas por toda la casa. Incluso en el baño.
Max frunció el ceño.
—No exageres.
Checo le dio una mirada significativa.
—Max.
Max suspiró con resignación.
—Bueno... tal vez una o dos veces.
Checo sonrió con satisfacción.
—A veces me aburro y las leo.
Max lo miró como si acabara de confesar un crimen, pero no pudo evitar soltar una carcajada.
Se inclinó, besándolo con diversión antes de susurrar contra sus labios:
—Sabía que eras curioso, pero esto es un nivel nuevo.
Checo le guiñó un ojo.
—Lo tomaré como un cumplido.
Max negó con la cabeza, aún sonriendo.
Le dio un último beso antes de separarse.
—Pide algo para todos, cualquier cosa está bien. Te veo en la oficina en un rato.
Checo asintió con una sonrisa, observándolo regresar a la sala de reuniones.
Definitivamente, esto no había salido como lo planeó.
Pero... estaba seguro de que a Max le gustaban más las sorpresas de lo que estaba dispuesto a admitir.
La reunión se alargó mucho más de lo que Max hubiera querido.
Era el tipo de junta interminable en la que todos parecían hablar, pero nadie llegaba a ninguna conclusión real.
Y si algo odiaba Max, era perder el tiempo en conversaciones circulares.
Sin embargo, tener a su esposo ahí lo hizo más llevadero.
A diferencia de él y sus socios, que ya estaban hartos del proyecto y al borde de perder la paciencia, Checo, al ser una persona externa, mantuvo la calma con naturalidad.
No tenía el agotamiento mental de meses de negociaciones, ni el estrés acumulado de plazos que se acercaban peligrosamente.
Cada vez que los presentes entraban en discusiones sin sentido, su alma de profesor se hacía presente.
Con su tono sereno y esa facilidad que tenía para explicar las cosas, lograba apaciguar las tensiones y llevar la conversación de vuelta al punto central.
Max, entre miradas y pequeñas sonrisas cómplices, disfrutó más de lo que debía viendo a su esposo tomar el control sin darse cuenta.
Le divertía verlo intervenir con tanta naturalidad, como si estuviera acostumbrado a esas reuniones, como si realmente perteneciera allí.
Y, en cierto modo, era así.
Checo no trabajaba con él, pero sabía más de su trabajo de lo que cualquier otra persona en esa sala podía imaginar.
Max se preguntó cuántas veces su esposo lo había escuchado sin que él siquiera lo notara.
Cuántas noches, mientras él hablaba en voz alta organizando ideas, Checo había estado ahí, absorbiendo información sin proponérselo.
Cuánto de su mundo había terminado colándose en el de Checo sin que ninguno lo planeara.
Para cuando la reunión finalmente terminó, ambos tenían conclusiones completamente distintas.
Checo estaba convencido de que jamás volvería a pisar el trabajo de Max.
Aún no superaba la vergüenza con la secretaria y, sinceramente, su carrera como "asistente" había terminado antes de empezar.
Max, en cambio, ya estaba trazando planes para traer a su esposo a todas sus reuniones.
Quizás incluso podría dejar más carpetas por la casa... solo para ver qué más aprendía Checo sin darse cuenta.
Pero esa batalla sería para otro día.
Por ahora, solo querían llegar a casa.
Cuando finalmente cruzaron la puerta de su hogar, el cansancio se hizo aún más evidente.
Ambos se movieron en piloto automático: dejaron las llaves sobre la mesa, se quitaron los zapatos sin siquiera pensarlo y fueron directo al cuarto.
Max apenas tuvo fuerzas para desabrocharse la camisa antes de dejarse caer en la cama.
Checo no tardó en seguirlo, acomodándose a su lado sin esfuerzo.
—Pensé que esta noche iba a ser más... movida —murmuró Max con voz somnolienta.
Checo sonrió contra su pecho.
—Mañana.
Max soltó una risa baja, deslizando una mano por la espalda de su esposo.
—Puedo aceptar la rutina, si tú estás en ella.
Checo no respondió. Solo lo abrazó más fuerte.
Y así, con el cansancio pesando sobre ellos y el calor del otro como único refugio, se quedaron dormidos.
Sin prisas.
Sin expectativas.
Simplemente juntos.
Chapter 45: Mala idea
Chapter Text
—No podemos simplemente preguntarle "¿cómo te fue?" así de la nada.
—¿Por qué no?
—Porque si le fue mal, lo vamos a incomodar.
—¿Y si le fue bien y no le preguntamos nada, quedamos como unos idiotas que no se preocupan por su vida?
Oscar y Franco llevaban al menos diez minutos discutiendo lo mismo mientras salían de la casa de Lewis.
Desde que Lando se había ido con su familia, su comunicación con ellos había sido mínima.
Un par de mensajes, respuestas cortas y evasivas, nada demasiado claro.
No sabían si su viaje había sido un desastre o si simplemente había estado ocupado.
Y ahora, mientras iban camino al aeropuerto para recibirlo, se dieron cuenta de que no tenían idea de cómo actuar.
¿Le preguntaban directamente? ¿Esperaban a que él hablara primero? ¿Lo ignoraban hasta que él decidiera contarles algo?
La indecisión se convirtió en una discusión absurda.
—Mira, si le preguntamos y le fue mal, va a ser incómodo —insistió Oscar, ajustando las llaves del auto en su mano—. Pero si no le preguntamos nada y le fue bien, va a pensar que no nos interesa su vida.
—O podemos hacer lo que hace la gente normal y simplemente esperarnos a ver qué dice él —respondió Franco con tono de obviedad.
—¿Desde cuándo hacemos lo que hace la gente normal?
Franco se quedó en silencio un segundo, porque Óscar tenía razón.
Por eso, antes de salir, decidieron pedir consejo.
En la casa de Lewis, reunieron opiniones:
Lewis, Checo y la pareja de Lewis coincidieron en lo mismo: lo mejor era simplemente preguntarle a Lando cómo se sentía y dejar que él guiara la conversación.
Max, en cambio, decidió que la mejor respuesta era el drama.
—Llévenle flores —dijo con total seriedad, antes de soltar una sonrisa burlona. —Después de todo, parecen un matrimonio con amante.
Oscar y Franco se miraron dudosos, pero el problema era que no tenían otra idea mejor.
Y así, sin darse cuenta cómo, terminaron en el aeropuerto con un ramo de flores enorme en los brazos de Franco y un peluche gigante del tamaño de la maleta de Oscar.
—Esto es ridículo —murmuró Oscar, acomodando el peluche mientras miraba a Franco. —¿Cómo terminamos haciendo esto?
—Porque no querías preguntarle nada por mensaje, y Max nos convenció de que esto era una buena idea.
—¿Y por qué le hicimos caso a Max?
Franco frunció el ceño, pensando seriamente en la pregunta.
—...Buena pregunta.
Lando los vio antes de que ellos lo vieran a él.
Y supo, de inmediato, que algo no estaba bien.
No porque estuvieran ahí; eso tenía sentido. Lo raro era la gente a su alrededor, eso sí no contaba las flores y el peluche ridículamente grande.
A unos metros de Oscar y Franco, había un grupo de personas que los observaban disimuladamente, con sonrisas curiosas y celulares en mano.
Por un momento, pensó que tal vez esperaban a alguien más.
Pero cuanto más miraba la escena... más obvio se hacía que estaban ahí por sus amigos.
Fue entonces cuando su cerebro se adelantó a lo peor.
¿Qué habían hecho?
¿Habían quemado el departamento?
¿Habían pintado las paredes con la bandera de Argentina?
¿Habían cagado algo tan grande que necesitaban disculparse con flores y un peluche del tamaño de una persona?
Lando sintió una carcajada atorada en su garganta.
"Bueno... al menos esto va a ser interesante" pensó.
Comenzó a caminar hacia ellos, intentando descifrar la situación.
Oscar y Franco estaban discutiendo.
Por supuesto.
—Tómalo tú.
—No.
—Franco, no puedo seguir cargando esto.
—Hubieras elegido las flores.
—Tú fuiste el que insistió con las flores.
—¡Y tú fuiste el que insistió con el peluche!
Lando levantó una ceja.
"¿Qué carajos...?"
Oscar, con el peluche entre los brazos, trataba de encontrar una manera digna de sostenerlo sin parecer un niño con su juguete favorito.
Franco, con el enorme ramo de flores, parecía demasiado entretenido con la situación.
—¿Sabes qué es lo mejor? —soltó Franco, mirando el peluche con burla. —Que lo que realmente llama la atención no es el peluche.
Oscar lo miró con escepticismo.
—Ni empieces.
Franco sonrió más ampliamente.
—Es el hombre de 1.80 metros cargándolo como si fuera su bebé.
Oscar soltó una carcajada y se encogió de hombros.
—¿Tú dices que yo con mi 1,80 llamo la atención? No es mi culpa que casi no te veas con tantas flores.
Franco abrió la boca, fingiendo indignación.
—¡Es un ramo elegante!
—Es más grande que tu cabeza, Franco.
—Eso es discriminación floral y lo sabes.
Oscar rió, sacudiendo la cabeza.
—No nos medimos con los regalos, ¿verdad?
Franco miró el peluche, luego las flores, luego a Oscar.
—Creo que nos dejamos llevar.
Oscar asintió.
—Sí. Definitivamente, fue una mala idea.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, hasta que se miraron y rieron otra vez.
Como ya estaban ahí, decidieron tontear con lo que habían comprado.
Oscar acomodó el peluche en un asiento vacío, cruzándole las patas como si estuviera esperando un vuelo.
Franco, mientras tanto, giraba el ramo en sus manos como si estuviera eligiendo el ángulo perfecto para una sesión de fotos.
—¿O soy yo o cada vez hay más gente cerca? —preguntó de repente Franco, observando de reojo a su alrededor.
Oscar se giró un poco, notando que efectivamente había más personas a su alrededor que antes.
Pero justo cuando iba a responder, algo llamó su atención.
O mejor dicho, alguien.
Porque Lando, quien había estado caminando en dirección opuesta a ellos, de repente tropezó con alguien.
—¡Lo siento! —dijo de inmediato, levantando las manos en señal de disculpa.
Oscar y Franco intercambiaron miradas.
—¡Ahí está!
Y sin pensar, corrieron hacia él.
Lando, en su mente, vio todo en cámara lenta.
Franco, con las flores.
Oscar, con el peluche.
Ambos viniendo directamente hacia él con expresiones de entusiasmo.
Parecía una jodida propuesta de matrimonio.
"No, no, no, no."
Su instinto le gritó "corre".
Pero para cuando reaccionó, ya los tenía frente a él.
Franco le tendió las flores con una gran sonrisa.
Oscar lo miraba divertido, claramente disfrutando el caos.
—Bienvenido de vuelta —dijeron al unísono.
Lando tomó las flores lentamente, aún confundido.
Y entonces, como si finalmente procesaran lo que habían hecho...
Oscar y Franco se miraron, sus expresiones cambiando al mismo tiempo.
—Esto fue una mala idea —murmuraron juntos.
Y lo peor de todo...
La gente alrededor aplaudía.
Franco miró a Oscar por un segundo, sin necesidad de decir nada.
Ambos sabían que solo había una forma digna de salir de esta situación:
Con más drama.
Oscar golpeó suavemente el costado de Franco, sin dejar de mirar a Lando con una sonrisa cómplice.
—Es ahora o nunca —susurró, mientras le guiñaba un ojo.
Y como si hubieran ensayado esto toda su vida, Franco se arrodilló de golpe, fingiendo buscar algo entre su ropa con desesperación.
Oscar, metido completamente en el papel, llevó una mano a la boca y puso su mejor cara de tragedia.
—¡No, Franco! No me digas que... —soltó, con la voz temblando, como si estuviera al borde de las lágrimas.
Lando sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
No.
No estaban haciendo esto.
Intentó dar un paso atrás, huir antes de que fuera demasiado tarde.
Pero su pesadilla solo empeoró.
Porque al parecer, el universo entero había decidido reírse de él ese día.
La multitud, que antes solo miraba con curiosidad, ahora tenía sus teléfonos en alto, grabando la escena.
—¡¿Va a proponerle matrimonio?! —se escuchó murmurar a alguien.
—¡Qué romántico!
—¡Ay, que lloro!
Lando quería golpearse la cabeza contra la pared.
No solo lo estaban grabando.
También lo estaban narrando.
Y entonces, Franco levantó la vista con su mejor expresión dramática.
—Amor mío...
Lando casi gritó.
—He olvidado el anillo —continuó Franco, con voz temblorosa. —Pero si aceptas casarte conmigo... te aseguro que tendrás miles.
Era demasiado.
Demasiado ridículo.
Todo parecía una maldita telenovela barata.
"No puede ser que este idiota sea tan buen actor," pensó Lando.
Buscó desesperadamente a Oscar con la mirada, esperando que al menos uno de sus amigos tuviera un poco de vergüenza y lo ayudara.
Pero no.
Oscar estaba al borde del colapso de risa.
Lando cerró los ojos, respiró hondo y tomó una decisión.
Si querían jugar, él también podía jugar.
Así que, con la misma energía dramática de sus amigos, abrazó las flores con fuerza contra su pecho, tomó aire y gritó:
—¡Sí acepto, sí me quiero casar contigo!
Franco parpadeó, sorprendido de que le siguiera el juego.
Oscar abrió los ojos con emoción.
El público gritó de felicidad.
Pero Lando no había terminado.
Poniendo su mejor cara de inocencia, añadió con voz dulce:
—¿No vas a besarme?
El público explotó en aplausos y gritos.
—¡Beso, beso, beso!
Franco sintió el calor subirle hasta las orejas.
Se suponía que esto iba a ser una broma.
Pero ahora, decenas de desconocidos exigían un maldito beso.
Miró a Oscar en busca de ayuda, pero este solo le sonrió con diversión.
—Tú lo empezaste, amigo.
No había escapatoria.
Así que, con la poca dignidad que le quedaba, Franco se inclinó hacia Lando y le dio un beso rápido en la mejilla.
Pero la multitud no quedó satisfecha.
—¡Beso de verdad! ¡No vale en la mejilla!
Lando quería que la tierra se lo tragara.
Oscar estaba llorando de risa.
La gente esperaba expectante.
Lando suspiró, resignado.
Se inclinó hacia Franco y, con la misma rapidez con la que quería salir corriendo, le dio un roce de labios.
La multitud explotó en vítores y aplausos.
Pero antes de que Oscar pudiera decir algo...
Lando giró hacia él.
—No sería justo sin esto.
Oscar frunció el ceño.
—¿Qué?
—No sería justo sin esto.
Y antes de que Oscar pudiera reaccionar, Lando puso una mano en su hombro y lo obligó a agacharse un poco.
—Tienes que inclinarte.
—¿¡Por qué!?
—Porque no voy a saltar para besarte, idiota.
Oscar, todavía aturdido, obedeció.
Y en cuanto estuvo lo suficientemente cerca, Lando también le dio un beso rápido.
Los gritos aumentaron.
Pero antes de que los aplausos y los gritos se intensificaran...
Lando salió corriendo.
Tal cual una novia escapando de su propia boda.
Franco y Oscar se miraron por un segundo.
Se quedaron en silencio.
Y luego, como si todo estuviera coreografiado...
—Esto fue una mala idea.
Dijeron al mismo tiempo.
Pero antes de que pudieran siquiera pensar en qué hacer a continuación...
—¡Corran! —gritó Lando desde la distancia.
Y sin pensarlo dos veces, Oscar y Franco también salieron corriendo tras él.
El final perfecto para la escena más absurda del su nuevo año.
Chapter 46: inconveniente logístico
Chapter Text
Correr fue fácil.
No perderse en el proceso... no tanto.
Entre la multitud, la adrenalina y la gente gritando "¡Beso, beso!", nadie pensó en decir a dónde demonios estaban corriendo.
Así que, en cuestión de segundos...
Los tres se separaron.
Oscar fue el primero en decidir: esta estupidez tenía que terminar.
¿Para qué estoy corriendo?, pensó, deteniéndose en seco.
No tenía sentido.
Así que, con total tranquilidad, giró sobre sus talones y caminó directamente hacia el auto.
Después de todo, ahí tenían que terminar tarde o temprano.
Con suerte, Franco o Lando llegarían antes de que tuviera que caminar de vuelta al aeropuerto para recogerlos.
Franco, a diferencia de Oscar, aún tenía cosas que hacer.
Primero, porque no estaba tan perdido.
Segundo, porque él quería el maldito video.
Y tercero… porque si había alguien en clara desventaja en esta persecución ridícula, eran sus amigos.
Oscar estaba arrastrando un peluche gigante.
Lando corría con un enorme ramo de flores.
No importaba cuánto intentaran desaparecer entre la gente… eran imposibles de ignorar.
Así que, en lugar de seguir corriendo sin rumbo, hizo lo más sensato:
Volvió al lugar donde todo había comenzado.
Y no fue una mala decisión.
Cuando llegó, aún había gente hablando del "matrimonio sorpresa".
—¡Fue lo mejor que he visto en mi vida!
—Tengo el video completo, mira.
—¡¿En serio?! Pásamelo, por favor.
Franco sonrió con toda la inocencia del mundo.
—Disculpen... ¿Puedo tener ese video también?
Dos minutos después, ya tenía al menos tres versiones distintas desde diferentes ángulos.
"Perfecto," pensó, mientras guardaba su celular y finalmente se dirigía al auto.
Pero entonces...
Su celular sonó.
Y el nombre que apareció en pantalla fue el de Lando.
Franco suspiró antes de contestar.
—¿Dónde estás?
—Esa es una excelente pregunta.
—No me jodas, Lando.
—Te lo digo en serio. Estoy en... espera.
Silencio.
Franco rodó los ojos.
—¿Cómo puedes no saber dónde estás? has venido ciento de veces!
—¡Porque estaba corriendo, Franco! ¡Esto no estaba en mi itinerario de viaje!
—Bueno, si lo piensas bien, sí es culpa tuya.
—¡¿Cómo demonios es culpa mía?!
—Porque la escena de película romántica nos la diste tú, fue tu idea huir amor mio.
—VOY A BLOQUEARLOS A LOS DOS.
Franco rió.
—Tranquilo, te voy a buscar.
—Gracias.
—Nos vemos en cinco.
Y con eso, Franco colgó.
Cuando finalmente encontró a Lando, el británico parecía haber envejecido diez años.
—¿Sabes? —dijo, viendo a al argentino—. Esto es lo peor que me han hecho vivir.
—¿Peor que aquella vez que hiciste un directo borracho y filtraste tu número?
Lando se cruzó de brazos.
—Top 3, al menos.
—Bueno, ahora hay que encontrar a Óscar.
Lando frunció el ceño.
—Pensé que estaría contigo.
—¿Y por qué demonios estaría conmigo?
—Porque tú tienes las llaves del auto.
—¿Y desde cuándo eso significa que él me sigue?
Se miraron un segundo.
Y luego, al mismo tiempo, sacaron sus teléfonos y llamaron a Oscar.
Nada.
Buzón.
Franco soltó un suspiro.
—Hemos perdido a Oscar.
—No lo hemos perdido —corrigió Lando—. Solo estamos en un inconveniente logístico.
—¿Así le llamas ahora?
—Suena más bonito.
Después de media hora de buscarlo, Lando ya estaba empezando a enojarse.
—¡No puede haber desaparecido!
—Técnicamente, sí puede.
—¡Franco!
—Solo digo.
—Voy a matarlo.
—Dale, de todas formas yo manejo.
Lando iba a responder, pero entonces se detuvo.
Franco notó su expresión y arqueó una ceja.
—¿Qué?
Lando lo miró.
—... ¿Y si está en el auto?
Franco abrió la boca para responder, pero se quedó en silencio.
Porque, ahora que lo pensaba...
Era muy posible.
Se quedaron mirándose en silencio un momento.
Luego, sin decir nada más, giraron en dirección al estacionamiento.
Y sí.
Oscar estaba ahí.
Sentado en el suelo, apoyado contra la puerta del auto.
Usando el enorme peluche como almohada.
Cuando los vio acercarse, ni siquiera se inmutó.
Solo giró la cabeza hacia Franco y, con total calma, dijo:
—Te dije que no tenía carga.
Lando se pasó una mano por la cara.
Después del desastre en el aeropuerto, los tres comenzaron a reírse de lo absurdo que había sido todo.
—Ok, pero díganme la verdad… —dijo Lando, mirándolos de reojo—. ¿Tenían planeado hacerme esa broma desde el principio?
Oscar y Franco se miraron un segundo antes de negar con la cabeza.
—No —dijeron al unísono.
Lando frunció el ceño.
—¿En serio?
—En serio —confirmó Oscar.
—O sea… ¿Las flores y el peluche eran en serio?
—Lamentablemente, sí —murmuró Franco desde el volante.
—Ok, pero ¿por qué?
Oscar suspiró, sabiendo que ya no podía escapar.
—Primero, porque no podíamos decidirnos entre una sola cosa…
—…Y segundo, porque fue idea de Max —agregó Franco.
Lando parpadeó.
—Bueno, eso explica muchas cosas… pero no las justifica.
Oscar y Franco se rieron.
—Aún no me dicen por qué pensaron que era necesario hacer esto.
Franco, ocupado manejando, fingió demencia.
Lando los miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
Oscar le lanzó una mirada de traición.
Pero, al ver que no tenía escapatoria, suspiró y se encogió de hombros.
—No sabíamos cómo había ido tu viaje.
Lando arqueó una ceja.
—¿Sí?
—Y no nos dijiste nada.
—Ajá…
—Así que no sabíamos si te había ido bien, si habías hablado con tu familia, si todo había sido un desastre…
—…Y no queríamos preguntarte y ponerte incómodo —agregó Franco.
Lando se cruzó de brazos.
—Y su solución fue tratarme como si fuera una viuda en un funeral.
Oscar se mordió el labio, fingiendo pensarlo.
—Bueno… visto así…
—¡¿VISTO ASÍ?!
Franco, aun pensando, sobre todo agrega de forma casual: "Más que una viuda, como una novia... una que se dio a la fuga".
Oscar se rió, apoyando la cabeza contra el asiento.
—Tienes que admitir que fue un gran espectáculo.
—¡¿Gran espectáculo?! ¡Casi me casan a la fuerza en un aeropuerto!
—Y tú casi nos matas del susto cuando intentaste escapar y casi golpeas a alguien —señaló Franco.
—¡Fue un accidente!
—Sí, como la elección del peluche.
—¡Exacto! —exclamó Lando, antes de fruncir el ceño. —Espera, no…
Oscar estalló en carcajadas.
Lando se cruzó de brazos, mirando por la ventana con fingida dignidad.
Franco soltó una carcajada y finalmente confesó:
—Para ser honestos, cuando fuimos a comprar las flores, nos dejamos llevar por el vendedor… y terminamos con lo más grande que tenía.
Lando los miró con incredulidad.
—O sea, que ni siquiera eso fue planeado.
—No —respondieron Oscar y Franco al unísono.
Lando se pasó una mano por la cara.
—Voy a hacer como que esto nunca pasó.
Oscar sonrió.
—Si quieres, podemos borrar las fotos y los videos.
Lando lo miró con seriedad.
—¿Tomaron fotos y videos?
Franco carraspeó.
—Yo no.
—Pero alguien en internet seguro sí —añadió Oscar con una sonrisa divertida.
Lando cerró los ojos y suspiró.
—Voy a bloquearlos a los dos.
Oscar le dio un golpecito en el hombro, aún riéndose.
—Pero nos extrañarías.
—No tanto como ustedes a mí, aparentemente —murmuró Lando, lanzándoles una mirada divertida.
Franco negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa.
—Bueno, que alguien me ayude a recordar que la próxima vez que lo vayamos a buscar, mejor le mandamos un mensaje antes.
—Sí, y sin consejos de Max —agregó Oscar.
Lando asintió con fuerza.
—Exacto.
Y con eso, los tres volvieron a reírse, dejando atrás el desastre del aeropuerto y disfrutando de un regreso más tranquilo… por ahora.
Franco condujo directamente hasta el departamento de Oscar.
Desde que había vuelto, prácticamente vivía allí.
No lo habían hablado, ni habían hecho algún tipo de acuerdo formal.
Simplemente, sucedió.
Su excusa oficial era que no quería volver a un departamento sin Alex.
Oscar no le discutió nada.
Sabía que, en parte, era verdad.
Y en otra parte… bueno, no quería que Franco se fuera.
Así que, sin mucho más, el acuerdo silencioso continuó.
Cuando llegaron, Lando se dejó caer en el sillón con un suspiro de satisfacción.
—Mi cama extrañó mi cuerpo, pero yo no la extrañé a ella —dijo con dramatismo. —. Este sillón sigue siendo mejor.
Franco soltó una risa, tirándose a su lado con confianza.
—Duerme ahí entonces.
—Lo haré.
Oscar los miró divertido.
Era curioso cómo, sin importar cuánto tiempo pasara o cuántas cosas cambiaran, la dinámica entre ellos siempre seguía igual.
Franco se había acoplado de forma natural.
Y no como alguien que entraba en la relación de Oscar y Lando.
Sino como alguien que simplemente entró a la rutina que ya existía.
No eran Óscar y Lando con Franco en medio.
Ni Franco y Oscar como pareja dejando a Lando de lado.
Eran las tres.
Como siempre.
Pasaron el resto del día entre charlas, comida y anécdotas.
Oscar y Franco le contaron a Lando sobre lo que había pasado en la casa de Lewis, la pareja misteriosa de este, las malas ideas de Franco y las incotables peleas de Max y Checo.
Cuando fue el turno de Lando, se limitó a contar lo bueno.
Sabía que sus amigos ya conocían las partes difíciles.
Así que, en lugar de hablar de eso, se enfocó en los lugares que visitó, las comidas que extrañaba, la forma en que reconectó con su hogar.
—Entonces… —dijo Oscar con una sonrisa traviesa. —¿Cuándo es la boda?
Lando le lanzó un cojín.
—Idiota.
—¡Ey! Eres tú el que dijo "sí, acepto" en un aeropuerto lleno de gente.
Franco, que estaba bebiendo agua, casi escupe por la risa.
—Y me dio un beso. —agregó, divertido. —Técnicamente, ya estamos casados.
—Si vamos a hablar de besos, Oscar también recibió uno.
Oscar se encogió de hombros, relajado.
—Cierto. Y ni siquiera tuve que arrodillarme para que lo hicieras.
Lando se tapó la cara con las manos.
—Por Dios, quiero borrar todo ese día de mi cabeza.
Oscar le dio una palmada en la espalda.
—Demasiado tarde, amigo. Seguro ya está en internet.
Oscar se rió, mientras Lando murmuraba maldiciones.
Lando estaba seguro de algo: Oscarno mentía.
Alguien había grabado todo y el maldito video ya estaba en internet.
Lo supo cuando, unos días después, recibió un mensaje de Alex que decía:
"Explícame por qué te vas a casar con Franco. "Necesito los detalles".
Y para hacerlo aún peor, acompañó el mensaje con un montón de emojis de risa.
Lando se quedó mirando la pantalla congelado.
No.
No, no, no.
El video no podía haberse vuelto viral.
No podía haber llegado tan lejos.
O eso pensó hasta que recordó algo crucial:
Franco dijo que él no había grabado el video.
Pero nunca dijo que lo tuviera.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—No…
Dejó el teléfono en la mesa y salió disparado hacia la habitación de Oscar.
Franco estaba acostado tranquilamente en la cama, con los ojos entrecerrados, disfrutando del momento de paz.
No por mucho tiempo.
—¡¡MALDITO TRAIDOR!!
Antes de que Franco pudiera reaccionar, Lando se le lanzó encima.
El argentino soltó un quejido cuando Lando lo atrapó, agarrándolo por los hombros y sacudiéndolo.
—¡BÓRRALO, AHORA!
—¡¿Qué carajos te pasa?! —dijo Franco, medio dormido, intentando entender qué estaba pasando.
—¡El video! ¡Explícame cómo llegó hasta Alex!
Franco parpadeó, confundido.
—¿Qué video?
Lando lo sacudió más fuerte.
—¡¡¡NO TE HAGAS EL IDIOTA!!!
Franco soltó una carcajada.
—¡JA! ¡Te descubrieron! ¿Cuándo nos vamos a casar, amor mío?
—¡No es gracioso, imbécil!
—Para mí sí lo es.
—¡¿TÚ LO ENVIASTE?!
Franco lo miró ofendido.
—¡No!
—¡Pero lo guardaste!
—Bueno, sí, ¡pero no fui yo quien lo mandó!
—¡¿ENTONCES QUIÉN?!
—¡No sé de qué hablas! —dijo Franco entre risas, intentando zafarse. —¡Yo no lo subí!
—¡Eso no me importa! ¿QUIÉN LO HIZO?
Franco intentó escabullirse, pero Lando lo tenía atrapado.
Y cuando se dio cuenta de que Franco no iba a confesar, hizo lo único que podía hacer en ese momento:
Lanzarse a hacerle cosquillas.
—¡NO, LANDO, PARA! —gritó Franco, riéndose entre intentos fallidos de defenderse.
—¡Confiesa, criminal!
—¡No hice nada!
—¡Mentiroso!
—¡De verdad!
—¡Entonces dime cómo llegó hasta Alex!
Franco estaba llorando de la risa, tratando de respirar mientras Lando no le daba tregua.
—¡Oscar, haz algo! —grito Franco, con los ojos llenos de lágrimas de la risa.
Oscar se cruzó de brazos.
—No sé… Te ves bastante culpable.
—¡Yo no lo subí!
Lando aumentó la intensidad de las cosquillas.
—¡Pero lo guardaste!
Franco pateó en el aire, intentando soltarse.
—¡POR SI ACASO!
—¡CONFESASTE!
—¡ESO NO ES UN CRIMEN!
—¡LO ES SI EL VIDEO TERMINA EN OTRAS MANOS!
Franco se retorcía en la cama, riéndose sin poder hacer nada.
Pero en un golpe de suerte, logró girarse lo suficiente para empujar a Lando y salir corriendo.
—¡Te vas a arrepentir! —gritó Lando, y salió disparado tras él.
El problema era que Lando conocía el departamento mejor que él, pero al menos era más rápido.
Esquivó la mesa del comedor con facilidad, rodeó el sofá con rapidez y, cuando Lando casi lo atrapaba, tomó la chaqueta de Oscar y la usó como barrera.
—¡¿QUÉ HACES?! ¡¿ESTO NO ES UNA PELÍCULA DE ACCIÓN?!
Franco se rió y salió corriendo hacia la puerta.
Pero en el camino, fue agarrando sus cosas a toda velocidad.
Teléfono.
Llaves.
Abrigo.
Todo mientras Lando lo perseguía.
—¡Vuelve aquí, cobarde!
—¡Lo siento, pero tengo que trabajar!
—¡Excusas!
Franco abrió la puerta, pero antes de salir, se giró para mirarlo con una sonrisa burlona.
—Y por cierto… el video sigue en mi teléfono.
Lando se quedó paralizado por un segundo.
Franco le guiñó un ojo… y salió corriendo.
—¡FRANCOOOO!
El argentino desapareció antes de que Lando pudiera alcanzarlo.
Lando se quedó en la puerta, respirando agitadamente, viendo el pasillo vacío.
Hasta que sintió una mano en su hombro.
Oscar.
Con su teléfono en la mano.
—¿Ya viste los mensajes en el grupo?
Lando frunció el ceño y desbloqueó el celular.
Lo primero que vio fue un mensaje de Max:
"Está bien que les dijera que parecían un matrimonio con amante y que le den flores... pero, Franco... te tenías que casar con Oscar. Con OSCAR, Franco".
Lando sintió un tic en el ojo.
Respiró hondo.
Contó hasta diez.
Y luego murmuró:
—Franco no va a tener que esforzarse más en el trabajo…
Oscar alzó una ceja, divertido.
—¿Ah, no?
Lando lo miró con una expresión seria, pero con un brillo asesino en los ojos.
—Los muertos no necesitan dinero.
Y dicho eso, salió corriendo nuevamente.
Franco iba a pagar.
Con creces.
Y él… bueno.
Su defensa era que solo le envió el video a Alex.
Él no lo subió a ningún lado.
Si el video se fue pasando de celular en celular, no era su culpa.
Chapter 47: Tecnicamente...
Chapter Text
Los días pasaban y Lando aún tenía la espina clavada con lo del video. Sabía que alguien se lo había enviado a Alex, que alguien lo había compartido más allá de su control, pero no tenía pruebas concretas de quién había sido.
Había sospechado de Franco, pero su reacción había sido demasiado genuina como para haberlo hecho, y sumado el hecho de que seguía negando haber sido él. Por otra parte, Alex se negaba a "revelar sus fuentes", lo que lo volvía sospechoso, pero Lando sabía que su amigo no lo haría sin una buena razón.
Entonces, una tarde, mientras estaba con Oscar y Franco en el departamento, la verdad le cayó como un balde de agua fría.
Todo empezó con una conversación casual sobre el grupo que tenían con Max, Checo y los demás.
—Aún no puedo creer que ese video se haya esparcido tanto —dijo Lando, entrecerrando los ojos mientras miraba a Franco.
—¿Yo qué? —se defendió el argentino. —Ya te dije que no fui.
—Es cierto, no fue él —agregó Oscar, demasiado tranquilo.
Demasiado.
Y ahí fue cuando la sospecha se encendió en la cabeza de Lando.
Oscar era el único que nunca había reaccionado con sorpresa ante todo el caos del video. Siempre parecía... demasiado preparado.
Lando entrecerró los ojos.
—Tú.
Oscar parpadeó.
—¿Yo qué?
—¡Fuiste tú!
Franco miró a Lando y luego a Oscar, antes de reírse.
—Tiene sentido.
Oscar se rió nerviosamente.
—No sé de qué estás hablando.
Lando se cruzó de brazos, con una sonrisa de victoria.
—Franco tenía el video, pero no lo mandó. Alex lo recibió, pero no lo grabó. Y tú... tú estabas en todos lados.
Oscar parpadeó un par de veces, intentando procesar la situación.
—¿Yo...?
—¡Sí, tú!
Franco se acomodó mejor en el sofá, disfrutando del espectáculo.
—Sí, amor. Qué raro que tú nunca parecieras sorprendido con nada.
Lando lo señaló acusadoramente.
—Claro, porque ya sabías lo que iba a pasar. Porque lo enviaste tú.
Oscar se mordió el labio, ya sin escapatoria.
—Bueno... técnicamente...
—¡Lo sabía!
—Solo se lo envié a Alex —se defendió Oscar, levantando las manos. —No lo subí a ningún lado.
—¡Pero lo mandaste!
Oscar se encogió de hombros.
—Yo solo quería que el mundo ardiera un poco.
Lando lo miró con la boca abierta.
—¡No puedo creerlo!
—En mi defensa, fue divertido.
—¡Tú eres el villano de esta historia!
Oscar se rió y se puso de pie de un salto.
—En mi defensa...
—¡No hay defensa que valga!
Y ahí fue cuando Oscar supo que tenía que correr por su vida.
Lando se lanzó sobre él, pero Oscar, con reflejos de supervivencia dignos de un atleta olímpico, saltó sobre el sofá y huyó.
—¡No te atrevas a correr!
—¡No puedes atraparme!
Franco, en lugar de intervenir, sacó su celular.
—Si van a matarse, al menos que quede grabado.
—¡Tú deberías ayudarme! —gritó Oscar mientras esquivaba a Lando.
—¿Y por qué haría eso?
—¡Porque se supone que me quieres!
Franco se encogió de hombros con diversión.
—¿Y tú me "querias" cuando me echó la culpa a mí?
Oscar abrió la boca para responder, pero se dio cuenta de que no tenía argumento.
Lando aprovechó ese momento de distracción para lanzarse sobre él y atraparlo.
—¡Nooo!
—¡Sí!
Franco se rió, viendo a Lando hacerle cosquillas a Oscar como venganza.
—¡Dilo! —exigió Lando entre risas.
—¡No!
—¡Dilo o seguiré hasta que no puedas respirar!
—¡Fui yo, fui yo!
Lando lo soltó y se cruzó de brazos.
—Bien. Ahora, ¿cómo piensas compensarme?
Oscar suspiró, pensando en su castigo.
—¿Puedo comprar tu perdón con comida?
Lando fingió pensarlo.
—Mmm... Acepto.
Franco rió, lanzando un cojín hacia Oscar.
—Yo también quiero algo.
—¡Pero si a ti no te hice nada!
—No importa, igual quiero comida gratis.
Lando le dio una palmadita en el hombro a Oscar.
—Bienvenido a tu castigo.
Oscar rodó los ojos con diversión.
—Se supone que ustedes dos deberían quererme.
—Sí, claro —dijeron ambos al unísono.
Oscar suspiró y sacó su celular.
—Está bien, pidan lo que quieran.
Lando sonrió con satisfacción.
—Ah, sí. Esto es justicia.
Franco y Lando chocaron los puños, mientras Oscar lamentaba su destino... aunque, al final, sabía que había valido la pena.
Después de una generosa cantidad de comida, suficiente para sobrevivir un apocalipsis, Lando se recostó en el sofá con un suspiro satisfecho.
—Bien, esto ayudó... pero aún siento que necesito más cosas.
Oscar arqueó una ceja.
—¿Más comida?
—No exactamente.
Franco, que estaba estirado en la otra punta del sofá, se giró hacia Lando con curiosidad.
—¿Entonces qué necesitas?
Lando se encogió de hombros, haciéndose el misterioso.
—No lo sé. Tal vez deberíamos ir a comprar cosas.
Oscar frunció el ceño.
—Dijiste que tenías hambre, no que querías hacer compras.
Lando le dio un golpecito en el hombro con el pie.
—Bueno, todo esto fue muy estresante. Necesito terapia de compras.
Oscar suspiró.
—¿Y por qué tengo que llevarte yo?
—Porque fuiste tú quien me obligó a confesarle a mi abuela que "nunca me iba a casar".
Oscar rodó los ojos.
—No te "obligué", solo filtré accidentalmente el video que causó todo.
Franco asintió con aprobación.
—Técnicamente, tiene un punto.
—¡No lo defiendas!
Franco se encogió de hombros con diversión.
—¿Qué puedo decir? No me defendió cuando pensaste que yo mandé el video.
Oscar abrió la boca para protestar, pero se dio cuenta de que no tenía forma de discutir.
—Está bien. Vamos.
Lando sonrió con satisfacción, y Franco, feliz de ver a Oscar pagar por sus crímenes, se unió sin dudarlo.
Oscar no sabía exactamente cómo había pasado, pero ahí estaba, en el supermercado, empujando un carrito que ya estaba medio lleno.
Y de toda la cantidad de cosas que había ahí... solo un 10% era comida.
—A ver... —intentó Oscar, sacando una caja de luces LED—. ¿Cómo, exactamente, esto es comida?
Lando se la arrebató de las manos.
—No es comida, pero hará que la cocina se vea genial.
—Genial. Pero seguimos sin comprar comida.
Franco, que estaba revisando una estantería con papelería, levantó una libreta con una portada de un gato y la metió en el carrito sin vergüenza.
—Esto tampoco es comida, pero lo quiero.
Oscar suspiró.
—¿Pueden al menos fingir que vinimos por cosas útiles?
—Tú nos trajiste —dijo Lando con una sonrisa inocente. —Nadie te obligó.
Oscar lo miró con incredulidad.
—¿Nadie me obligó?
Franco se apoyó en el carrito con una expresión pensativa.
—Bueno, técnicamente...
—¡No empieces con lo de "técnicamente"!
Lando rió, dándole una palmadita en el hombro.
—Solo déjate llevar.
Oscar cerró los ojos y respiró profundo.
—Por lo menos compren algo que sirva para comer.
Franco tomó un paquete de gomitas de una estantería cercana y lo puso en el carrito con una sonrisa.
—Listo.
Oscar los miró fijamente, sintiéndose derrotado.
—Los odio.
—Nos amas —respondió Lando con burla.
Oscar suspiró.
—No sé por qué me dejo arrastrar a estas cosas...
Franco sonrió y le pasó un paquete de papas fritas.
—Cómprate algo bonito.
Y con eso, Óscar decidió rendirse.
Cuando finalmente salieron del supermercado, los tres se quedaron parados frente a la enorme cantidad de bolsas que tenían en las manos.
Oscar las miró, luego miró a Franco y suspiró.
—Buena suerte metiendo todo eso al departamento de Alex sin que te eche a ti.
Lando se rió y asintió.
—Oh, cierto, casi olvido que te prohibió seguir metiendo cosas que no vas a usar.
Franco se encogió de hombros con absoluta calma.
—No es para mi departamento.
Oscar y Lando lo miraron al mismo tiempo.
—¿Qué?
Franco sonrió.
—Es para la habitación de Oscar. Técnicamente, todo esto va a su departamento.
Lando lo fulminó con la mirada.
—¡¿Cómo que para mi departamento?!
Franco le dio una palmada en el hombro con una gran sonrisa.
—Vamos, "amor", en las buenas y en las malas.
Lando abrió la boca para protestar, pero Oscar lo interrumpió, dándole un golpe en la espalda.
—Tú te lo buscaste, amigo. Fue tu idea venir por más cosas.
Lando cerró los ojos, respiró hondo y se lamentó por todas las decisiones de su vida que lo llevaron hasta ese momento.
Pero al final, solo le quedó aceptar su destino.
Y ayudar a cargar las bolsas, después de todo más de la mitad eran suyas...
Antes de que Oscar pudiera procesar toda la locura de las compras y a los minutos de haber llegado, Franco le robó un beso con una sonrisa traviesa.
—Ve a arreglarte.
Oscar apoyó la frente en el hombro de Franco con un suspiro dramático.
—Pensé que iban a dejar de hacer sufrir a mi cuenta bancaria.
Franco rió suavemente y volvió a besarlo antes de levantarse de un salto.
—Arréglate y pasa a buscarme al departamento de alex.
Oscar arqueó una ceja, sin soltarlo.
Oscar frunció el ceño.
—¿Buscarte a ti?
—Y a Alex también.
—¿Y quién va a pagar esta salida?
Franco le guiñó un ojo mientras se alejaba.
—¡Paga Lando, amor!
Y sin darle oportunidad de responder, salió corriendo de la habitación.
Oscar negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.
Mientras tanto, en la otra habitación, Lando terminaba de alistarse cuando vio a Oscar acercarse.
—¿Puedo hacer una pregunta? —dijo Oscar con total calma.
Lando lo miró de reojo mientras abrochaba su camisa.
—Si me vas a preguntar por qué accedí a pagar la salida, la respuesta es que fui engañado.
Oscar sonrió con diversión.
—¿Qué tan grave fue?
Lando suspiró y se cruzó de brazos.
—Yo estaba acostado, feliz con mi botín de compras, cuando vino y me preguntó: "¿Cómo vas a recompensarme?"
—Y cuando le pregunté por qué, dijo: "Por no creerme".
Oscar dejó escapar una carcajada.
—Técnicamente, es un castigo justo.
Lando le lanzó una mirada asesina antes de continuar.
—Así que bueno, terminé ofreciéndome a pagar una salida.
—Y luego pregunto si podías ir.
Oscar rodó los ojos.
—Y cuando dije que no, puso su mejor cara de perrito triste.
Oscar se encogió de hombros con falsa inocencia.
—Es una estrategia infalible.
Lando bufó, ajustándose el reloj.
—Y a Alex... bueno, él me cae bien.
—¡¿Y a mí solo me invitaste porque él te lo pidió?!
Lando se giró lentamente con una sonrisa burlona.
—Bueno... tengo que ceder ante mi futuro marido.
Oscar no lo pensó dos veces: tomó lo primero que tenía a la mano y se lo lanzó a la cara.
—¡Quiero las entradas más caras!
Y antes de que Lando pudiera reaccionar, Oscar desapareció en su habitación...
Chapter 48: Solo ellos...
Chapter Text
Lo primero que salió mal fue la película.
Porque, por supuesto, no podían ponerse de acuerdo en cuál ver.
—¡Esa dura más de tres horas! —reclamó Lando, señalando la opción de Franco.
—¡Pero es buena! —respondió Franco con indignación. —Además, prefiero eso a ver esa basura romántica que elegiste tú.
—Disculpa, pero mi película tiene excelentes críticas.
—Sí, de gente con el gusto arruinado.
—¡Hey! —Lando puso una mano en su pecho, fingiendo dolor. —¡A ti te gusta Oscar!
Oscar, que solo estaba esperando que tomaran una decisión, suspiró.
—Podemos elegir otra...
—¡No! —dijeron los tres al mismo tiempo.
Alex, que había estado en silencio disfrutando de la pelea, decidió meter más leña al fuego.
—¿Y si vemos una de terror?
—¿Quieres que Lando se pase la noche en mi cama? —soltó Oscar sin pensarlo.
—¡Oye! —Lando lo miró ofendido. —Ya maduré.
—La última vez que vimos una, no dormiste en dos días.
—Fue una película sobre posesiones demoníacas.
—Era clasificación para mayores de 16, Lando.
Franco se rió y lo abrazó por los hombros.
—No te preocupes, como mi prometido, yo te cuidaré.
—¡Tú lo único que quieres es ver tu película de tres horas!
—Y lo voy a lograr.
Al final, Franco ganó. No porque tuviera el mejor argumento, sino porque, de alguna forma, los convenció de que era la opción menos mala.
Aunque nadie estaba seguro de cómo lo logró.
Al salir del cine, Lando y Alex intercambiaron una mirada y, como si ya tuvieran todo planeado, le dieron una palmadita en la espalda a Oscar.
—Nosotros vamos a otro lado —dijo Alex.
—Sí, disfruten su cita —añadió Lando con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué? —Oscar parpadeó.
—Nos vemos después, chicos —dijeron al unísono, antes de desaparecer.
Oscar los vio irse con el ceño fruncido, mientras Franco le pasaba un brazo por la cintura con total naturalidad.
—¿Cenamos?
Oscar lo miró con sospecha.
—Esto estaba planeado, ¿verdad?
Franco sonrió con inocencia.
—No tengo idea de lo que hablas.
Oscar suspiró, pero lo dejó pasar.
Ya en el restaurante, Oscar notó algo extraño en la mesa.
Junto a su plato, ahora estaba la pequeña libreta con el gato de portada que Franco había metido en el carrito cuando fueron de compras.
Oscar arqueó una ceja.
—¿Qué hace esto aquí?
Franco sonrió.
—Ábrela.
Oscar pasó las hojas de la pequeña libreta, sintiendo cómo su pecho se apretaba con cada foto.
Franco había llenado las páginas con recuerdos, algunas con Lando o con Alex... pero la mayoría de ellos dos.
Algunas imágenes eran espontáneas, otras claramente tomadas en secreto, y algunas hasta capturaban pequeños momentos que Oscar ni siquiera recordaba.
Lo más impresionante no era solo la cantidad de fotos, sino que Franco había hecho todo eso en menos de dos horas.
Oscar sonrió y levantó la vista, encontrándose con Franco mirándolo con una expresión tranquila, disfrutando de su reacción.
—Si querías salir conmigo, ¿por qué no simplemente me lo dijiste? —preguntó Oscar con diversión.
Franco apoyó la barbilla en una mano y sonrió con malicia.
—Porque Lando aún me debe un par de favores... y porque quería hacer algo bonito yo.
Oscar se rió suavemente, pero antes de responder, Franco continuó con la mirada más "mala" que pudo poner:
—Además, no me dejas pagar nada... Solo así ibas a aceptar.
Oscar sintió un cosquilleo en el pecho.
Franco había hecho todo esto por él.
No solo la cena, sino también el detalle de la libreta, las fotos, el esfuerzo en asegurarse de que este momento fuera especial.
Oscar extendió la mano y entrelazó sus dedos con los de Franco sobre la mesa, sin decir nada.
Franco no pareció sorprendido.
Solo le apretó la mano y sonrió, como si hubiera estado esperando ese gesto desde el principio.
Después de la cena, Franco guió a Oscar fuera del restaurante sin soltar su mano.
Oscar arqueó una ceja cuando se dieron cuenta de que no iban en dirección al auto.
—¿A dónde vamos?
Franco sonrió con misterio.
—Nos quedaremos en un hotel esta noche.
Oscar lo miró con curiosidad.
—¿Un hotel?
—Sí.
—¿Por qué?
Franco se encogió de hombros con naturalidad.
—Porque tiene jacuzzi.
Oscar se quedó en silencio un segundo antes de reírse.
—¿Eso es todo?
Franco lo miró de reojo y le dedicó una sonrisa pícara.
—Bueno, y porque me gusta la idea de quedarme contigo esta noche... sin interrupciones.
Oscar sintió un calor recorrerle la espalda.
Franco le había dado muchas sorpresas esa noche.
Y tenía el presentimiento de que aún quedaban algunas más.
Sin soltar su mano, lo dejó guiarlo hasta el hotel.
Después de todo, parecía que Franco había pensado en todo.
Y Oscar no tenía ninguna intención de detenerlo.
Franco no había mentido cuando dijo que había elegido el hotel por el jacuzzi.
Lo que sí había omitido era que el hotel también tenía una piscina climatizada de la que había hablado con demasiado entusiasmo en el auto.
Una pena, en realidad.
Porque cuando Oscar lo vio salir del baño con la bata del hotel puesta, con el cabello aún húmedo y una sonrisa relajada en los labios, supo que Franco no pisaría esa linda piscina de aguas climatizadas... ni con suerte.
El jacuzzi, sin embargo, ese sí lo usarían.
Porque estaba en la habitación.
Y porque Oscar no iba a privarse de la vista que le ofrecía Franco.
—¿En qué piensas? —preguntó Franco, inclinándose en el umbral de la puerta del baño, con esa sonrisa de quien ya sabe la respuesta pero quiere escucharla de todas formas.
Oscar se recostó contra el cabecero de la cama y cruzó los brazos detrás de la cabeza, observándolo con calma.
—En lo mucho que hablaste de la piscina en el camino... y en que no vas a tocarla ni con un dedo.
Franco se rió y caminó hacia la cama con pasos tranquilos.
—Tienes razón.
—Ni lo intentaste.
Franco se encogió de hombros.
—Ni lo haré.
Oscar se rió, pero su sonrisa se desvaneció un poco cuando Franco apoyó una rodilla en la cama y se inclinó sobre él.
—Pero el jacuzzi sí —susurró, con su aliento rozándole la piel.
Oscar tragó saliva.
—¿Sí?
—Ajá...
Franco dejó un beso en su mandíbula.
—Porque está en la habitación...
Otro beso, esta vez en su cuello.
—Y porque se me ocurren mejores formas de aprovecharlo que solo... relajarnos.
Oscar sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Franco lo estaba provocando a propósito.
—¿Ah, sí? —murmuró, deslizando las manos bajo la bata de hotel para recorrer su espalda.
Franco sonrió contra su piel.
—Mhm...
Oscar respiró hondo y entrecerró los ojos.
—Y... ¿Cuando pregunten, qué pasó con la cena romántica?
Franco se separó apenas para mirarlo a los ojos con diversión.
—Puedes decir que terminó en un hotel.
—Eso veo.
—Con jacuzzi.
—Eso también lo veo.
—Y contigo mirándome como si quisiera arrancarme la bata.
Oscar arqueó una ceja, pero no se molestó en corregirlo.
—¿Y qué piensas hacer al respecto?
Franco se rió suavemente y le robó un beso antes de susurrar contra sus labios:
—Darte lo que quieres.
Y con eso, Oscar supo que la piscina climatizada no tenía ninguna oportunidad esa noche.
Franco le dio un último beso a Oscar antes de alejarse y caminar directo al jacuzzi.
Sin ninguna prisa.
Oscar lo siguió con la mirada, observando cómo se deshacía lentamente de la bata, dejándola caer de sus hombros con una facilidad estudiada, casi como si estuviera actuando para él.
Lo estaba.
Franco lo sabía.
Y Óscar también.
No lo necesitaba, pero se apoyó en el borde del jacuzzi para entrar con calma, dejando que el agua caliente envolviera su cuerpo en un contraste placentero con el aire más fresco de la habitación.
Oscar se quitó la camiseta sin apartar la mirada de él y se acercó con pasos lentos, disfrutando de la forma en que Franco lo observaba con atención.
—¿Sabes? —murmuró Franco, con una media sonrisa. —El jacuzzi suena como una buena idea ahora, pero también me gusta verte así.
Oscar arqueó una ceja mientras terminaba de desvestirse.
—¿Así cómo?
—Así. Mirándome como si estuvieras considerando todas las formas en las que podrías atraparme aquí.
Oscar se rió suavemente.
—¿Y qué te hace pensar que solo lo estoy considerando?
Franco se mordió el labio con diversión y se inclinó apenas hacia atrás, deslizándose un poco más dentro del agua.
—Que aún no lo has hecho.
Oscar no perdió más tiempo.
Se metió al jacuzzi y se acercó a él con pasos firmes bajo el agua, hasta quedar lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo a pesar de la temperatura del agua.
Franco lo miró con ese brillo travieso en los ojos que Oscar ya conocía demasiado bien.
—¿Y ahora qué?
Oscar sonrió de lado.
—Ahora...
Se inclinó sobre él y atrapó sus labios en un beso profundo, deslizando sus manos por su espalda, explorándolo con calma.
Franco se dejó llevar sin dudarlo, aferrándose a su nuca mientras respondía al beso con la misma intensidad, presionando su cuerpo contra el suyo con un pequeño suspiro satisfecho.
El agua caliente, el vapor envolviendo el aire y el contraste de sus pieles mojadas contra la cerámica del jacuzzi solo sumaban más al fuego que se encendía entre ellos.
Oscar dejó un camino de besos descendiendo por su mandíbula, bajando hasta su cuello, tomándose su tiempo para disfrutar la forma en que Franco inclinaba la cabeza con una sonrisa perezosa, dándole más acceso.
—Mmm... —Franco suspiró contra su oído. —Me gusta esto...
Oscar sonrió contra su piel.
—¿Esto?
—Todo.
Franco deslizó sus manos bajo el agua, acariciando la espalda de Oscar con calma, disfrutando el momento.
No tenían prisa.
No se necesitaban apresurar.
Oscar lo besó una vez más, pero esta vez con más suavidad, como si estuviera saboreando la sensación.
Y Franco entendió.
Porque, por primera vez en la noche, no estaban jugando.
No estaban provocando.
Solo ellos...
Chapter 49: Tan Franco...
Chapter Text
El calor del agua ya no era suficiente.
Ni el jacuzzi, ni el vapor envolviendo la habitación, ni siquiera la piel contra piel bajo el agua lograban apagar el fuego que ardía entre ellos.
Oscar lo supo cuando Franco lo miró con esos ojos oscuros y brillantes, llenos de deseo, pero también de algo más... algo que no podía poner en palabras, pero que sentía en cada roce, en cada beso, en la forma en que sus dedos se aferraban a su espalda como si no quisiera soltarlo nunca.
—Creo que es momento de cambiar de escenario —murmuró Franco contra sus labios, con una sonrisa divertida.
Oscar sonrió de lado.
—¿Tan rápido te aburriste del jacuzzi?
Franco rió suavemente, deslizando sus manos por su pecho, dejándolo con una pequeña descarga de placer antes de apartarse un poco.
—No es eso... —Susurró, inclinándose para besar la línea de su mandíbula. —Pero hay un lugar más cómodo... y tengo ganas de verte bien.
Oscar sintió un escalofrío recorrer su espalda, no por la temperatura, sino por la forma en que Franco lo dijo, con una certeza absoluta, con el mismo tono con el que decía cualquier otra cosa, como si no tuviera ni una pizca de duda sobre lo que quería.
Y Óscar nunca había querido nada más que darle todo.
Se movieron entre besos apresurados y risas contenidas, dejando un rastro de agua en el suelo mientras tropezaban camino a la cama, sin apartarse demasiado.
Cuando Franco lo empujó suavemente sobre el colchón y se colocó sobre él, Oscar dejó escapar una pequeña risa.
—¿Me vas a secuestrar?
Franco sonrió contra su piel, dejando un beso en su clavícula antes de responder con voz ronca:
—No me hagas preguntas que no quieres que responda.
Oscar deslizó sus manos por su espalda, atrayéndolo más hacia él.
—No suena tan mal, de todas formas.
Franco lo miró con una sonrisa ladeada antes de besar su cuello, bajando lentamente, disfrutando la sensación de su piel bajo sus labios.
—Lo sé.
Y de ahí en adelante, todo se volvió más intenso.
Besos profundos, toques cálidos y miradas que decían más que cualquier palabra.
Franco lo besó con la seguridad de siempre, pero con una ternura nueva, con una paciencia que se mezclaba con la pasión, como si quisiera saborear cada segundo.
Oscar sintió su respiración entrecortarse cuando las manos de Franco se deslizaron por su cuerpo con una facilidad absurda, como si hubieran nacido para esto, para ser solo ellos.
—Tienes ventaja —murmuró Oscar con una sonrisa traviesa, atrapando su rostro entre sus manos.
Franco arqueó una ceja.
—¿Ah, sí?
—Sí. Estás demasiado acostumbrado a hacerme perder la cabeza.
Franco rió suavemente contra sus labios, dejando un beso en la comisura de su boca antes de susurrar:
—No es mi culpa que me gustes tanto.
Oscar lo besó con más intensidad, aferrándose a él, asegurándose de que sintiera lo mismo que él estaba sintiendo.
Era más que solo deseo.
Era más que solo pasión.
Era ellos.
El calor se volvió insoportable.
No solo el de sus cuerpos pegados, ni el del agua aún resbalando de sus pieles... Era otra clase de calor, uno que nacía entre ellos, que se extendía en cada beso hambriento, en cada toque que pedía más.
Franco ahora estaba debajo de él, con el cabello desordenado sobre la almohada, su pecho subiendo y bajando con respiraciones aceleradas, sus labios rojos por todos los besos robados.
Oscar se tomó un segundo solo para mirarlo.
Hermoso.
Y lo sería más cuando estuviera completamente entregado a él.
Se inclinó, besando su cuello mientras sus manos se deslizaban por su cuerpo con la confianza de quien ya sabía exactamente cómo tocarlo. Franco arqueó la espalda con el contacto, sus dedos aferrándose a su espalda, exigiendo más.
—¿Apurado? —murmuró Oscar, con una sonrisa contra su piel.
Franco dejó escapar una risa entrecortada.
—No tienes idea.
Oscar deslizó su lengua por su clavícula antes de bajar lentamente por su pecho, dejando besos dispersos por su piel, disfrutando cada sonido que le arrancaba.
Franco respiraba entrecortado, sus manos enterradas en su cabello, su cuerpo tenso y a la vez entregado.
—Eres un maldito —jadeó, cuando Oscar mordió suavemente la piel de su abdomen, dejando marcas suaves en su camino.
—Y tú me adoras —respondió Oscar, con una sonrisa contra su piel.
Franco rió, pero el sonido pronto se convirtió en un gemido bajo cuando Oscar volvió a besarlo, más intenso, más profundo.
Los movimientos se volvieron desesperados.
Las caricias, más exigentes.
El ambiente, sofocante.
Y cuando Oscar lo tomó por las caderas, cuando lo preparó con el cuidado y la seguridad de siempre, Franco supo que estaba perdido.
Que, sin importar cuántas veces lo hicieran, Oscar siempre encontraba la forma de volverlo loco.
Y él lo dejaba.
Se aferró a sus hombros cuando lo sintió empujar lentamente dentro de él, llenándolo por completo.
El gemido de Franco se ahogó contra su boca, sus uñas marcando levemente su piel mientras se acostumbraba a la sensación.
Oscar esperó.
Esperó porque le gustaba verlo así, con las mejillas sonrojadas, con los labios entreabiertos, con los ojos brillantes de deseo y necesidad.
Esperó porque podía.
Porque nada le gustaba más que verlo rendirse ante él.
—Muévete —susurró Franco, con voz ronca.
Oscar sonrió antes de hacerlo, con movimientos lentos al principio, asegurándose de que lo sintiera, de que lo disfrutara tanto como él.
Pero Franco no tenía paciencia.
Le agarró el rostro entre sus manos y lo besó con hambre, con urgencia, con la necesidad de más.
Y Óscar se lo dio.
Los movimientos se volvieron más intensos, más rápidos.
Las respiraciones, erráticas.
Los jadeos, cada vez más descontrolados.
Franco se aferraba a él con fuerza, su cuerpo temblando con cada embestida, con cada toque, con cada beso que Oscar le dejaba entre susurros de su nombre.
—Eres un desastre —logró decir Franco entre jadeos.
Oscar rió contra su piel antes de morder suavemente su cuello, dejando una marca más en su colección.
—Y tú me sigues el juego.
Franco respondió con un gemido ahogado, sus piernas envolviendo su cintura, atrayéndolo más hacia él.
No se detuvieron.
No hasta que sus cuerpos no dieron más.
Hasta que todo fue piel contra piel, jadeos entremezclados, placer extendiéndose por cada fibra de sus cuerpos.
Hasta que Franco susurró su nombre con la voz quebrada.
Hasta que Oscar lo besó con más ternura que pasión.
Hasta que quedaron tendidos, respirando agitadamente, con los cuerpos aún entrelazados y el corazón latiéndoles a mil por hora.
Oscar apoyó la frente contra la de Franco, todavía dentro de él, disfrutando la calidez, la cercanía, la sensación de estar exactamente donde quería estar.
Franco entreabrió los ojos y le sonrió, con ese brillo travieso en la mirada que solo él tenía.
—¿Puedo decir ahora que valió la pena pagar la habitación?
Oscar rió suavemente, dejando un beso en su mejilla.
—Si me das cinco minutos para recuperar el aliento, te lo confirmo.
Franco rió contra su piel, abrazándolo con fuerza.
Y Oscar supo que, sin importar cuántas veces lo hicieran, nunca se cansaría de tenerlo así.
Tan suyo.
Tan perfecto.
Tan Franco...
Oscar sentía el cuerpo de Franco relajarse sobre el suyo, su respiración aún agitada al principio, pero volviéndose cada vez más pausada, más tranquila. Lo tenía completamente encima, con el rostro escondido en su cuello y los brazos aferrados a su cintura, como si no quisiera soltarlo nunca.
Era una sensación cálida. Confortante.
Franco siempre tenía esa manía de invadir su espacio personal con descaro, de aferrarse a él sin vergüenza alguna... y Óscar se había dado cuenta de que no solo lo había aceptado. Lo había empezado a necesitar.
Mientras le acariciaba suavemente la espalda, sintió cómo Franco murmuraba algo ininteligible contra su piel, ya medio dormido.
Oscar sonrió, sin moverse.
Ya no era solo cariño lo que sentía por él.
Estaba bastante seguro de que se había enamorado por completo.
De Franco y de todo lo que era.
De su personalidad caótica, de su sentido del humor absurdo que convertía cualquier momento en una anécdota memorable, de su ternura inesperada que lo llevaba a hacer pequeños gestos como llenar una libreta con fotos de ellos.
De su risa. De su mirada.
Del suave toque de sus manos recorriendo su piel.
De sus labios y de lo bien que encajaban con los suyos.
Oh, definitivamente estaba enamorado.
Y no tenía idea de qué hacer con eso.
Suspiró, cerrando los ojos mientras lo abrazaba un poco más fuerte.
Pero, por ahora, lo único que quería era seguir disfrutando de ese momento.
Chapter 50: Solo queda esperar...
Chapter Text
El tiempo había pasado y, aunque la vida de cada uno seguía su curso, siempre encontraban la forma de reunirse. Esta vez, Max había organizado un almuerzo, invitando a todos los que se habían vuelto parte de su caótico grupo: Lewis y su pareja, Pierre y Yuki, Oscar y Franco, Alex y, por supuesto, Lando, que había amenazado con llevar a alguien más sin revelar a quién.
La reunión se desarrollaba con calma... o tan calma como podía ser cuando Max y Lewis estaban en la misma habitación. El ambiente tenía un tono relajado, con conversaciones cruzadas y risas llenando el lugar.
—¿Sabes cuándo van a llegar los demás? —preguntó Checo a Oscar, quien, en un acto reflejo, se llevó la mano a la nuca con una expresión incómoda.
—No... cuando me desperté, Lando y Franco ya se habían ido. No dejaron nota ni mensaje ni nada —dijo con resignación. —Solo sé que andan juntos, supongo que Alex los trae, pero quién sabe.
Max, que había estado sirviendo más vino en su copa, levantó la vista con una sonrisa maliciosa.
—Entonces, falta el futuro matrimonio y uno de sus amantes.
Lewis soltó una carcajada y asintió, encantado con la descripción.
—¿Ya los llamaron? —preguntó entre risas.
—No quiero interrumpir su luna de miel —bromeó Yuki, provocando que Pierre soltara una risa cómplice.
—Espera, espera —intervino Pierre, girando hacia Max con curiosidad. —¿Por qué "uno de sus amantes"? ¿Quién sería el otro?
Max apenas pudo contener su sonrisa antes de encogerse de hombros con aire despreocupado.
—Pues Oscar, obviamente... aunque sería solo medio tiempo, porque las otras horas son de Alex.
El silencio duró exactamente dos segundos antes de que estallaran las risas.
Oscar parpadeó, señalándose a sí mismo.
—¿Yo? ¿Por qué?
Lewis sonrió divertido.
—Bueno, Franco y Lando ya están comprometidos según internet, y Alex claramente es el otro involucrado, y tú... —hizo una pausa dramática—, bueno, tú eres el amante de Franco.
Oscar bufó una carcajada, negando con la cabeza.
—Dios, cómo les gusta el drama... —murmuró, pero el comentario se le quedó en la cabeza más de lo esperado.
¿El amante de Franco?
No era que le molestara la broma; en realidad le había causado gracia. Pero por un segundo se preguntó si Franco veía su relación de esa manera. ¿Eran solo algo temporal? ¿Solo el "amante" en medio de todo este caos?
Sacudió la cabeza, descartando el pensamiento. No era el momento de ponerse filosófico.
Sacó el teléfono y se levantó.
—Voy a llamarlos, antes de que Max y Lewis decidan planear la boda ellos mismos.
Los demás se rieron mientras Oscar se alejaba con el celular en la mano, pero en su cabeza, la pregunta ya estaba instalada.
Y quizá, cuando Franco llegara, necesitaría una respuesta.
Oscar suspiró, bajando el teléfono después de otro intento fallido.
—Nada. No atienden.
—Yo tampoco tengo respuesta. —Checo miró su pantalla con el ceño fruncido.
—Ni yo. —Lewis negó con la cabeza, volviendo a intentar la llamada.
—Es raro... —Pierre, que estaba acomodando los cubiertos, levantó la vista con curiosidad. —¿Qué tanto pueden estar haciendo como para ignorar tantas llamadas?
—Siendo esos tres, cualquier cosa. —Yuki rió, aunque también miró su teléfono con desconfianza.
Max, que estaba terminando de acomodar la mesa con la pareja de Lewis, sintió su celular vibrar en el bolsillo y lo sacó con total calma.
—Oh, miren, mensaje.
Todos giraron la cabeza hacia él.
—¿Qué? —¿Quién? —preguntó Oscar de inmediato.
Max leyó el mensaje y se encogió de hombros.
—"Coman sin nosotros, vamos un poco tarde, todo está bien".
Hubo un breve silencio.
—¿Eso es todo? —preguntó Lewis, cruzándose de brazos.
Max asintió.
—Eso es todo.
—¿Y no intentaste llamarlos? —Checo lo miró con una mezcla de confusión y reproche.
—No.
—¿¡Por qué no!? —Oscar levantó las manos, exasperado.
Max puso cara de obviedad y señaló los teléfonos de Oscar, Checo y Lewis.
—Porque ustedes tres ya deben haberlos llamado unas cincuenta veces en total.
Los aludidos se miraron entre sí, notando que sí, tenían un historial de llamadas recientes que parecía una persecución desesperada.
Lewis frunció el ceño.
—Ok... pero entonces, ¿por qué a ti sí te respondieron y a nosotros no?
—Porque ustedes de todas formas no iban a prestar atención al mensaje. —Max rodó los ojos con diversión. —Mírense, se estaban volviendo locos llamándolos.
Checo bufó, sin poder negarlo.
—Tiene un punto.
—¡Pero eso no explica nada! —Lewis seguía confundido. —No dijeron dónde estaban, ni por qué tardan, ni qué están haciendo.
—Ah, no, claro que no. —Max sonrió con total tranquilidad. —Pero al menos sabemos que no están muertos.
—¡Qué alivio! —Oscar puso los ojos en blanco.
Yuki rió y le dio una palmada en la espalda.
—Relájate, seguro aparecen en cualquier momento con una historia extraña y cero sentido.
Al final, todos decidieron seguir acomodando y sirviendo la comida, tratando de no darle más vueltas al asunto.
Pero cuando finalmente se sentaron y se dispusieron a empezar, la pregunta seguía rondando en sus cabezas.
¿Qué demonios estaban haciendo Lando, Franco y Alex?
Y más importante...
¿Por qué no contestaban?
La pareja de Lewis y Yuki intentaban aliviar el ambiente con conversaciones triviales, tratando de desviar la atención de la evidente preocupación que flotaba en el aire.
—Seguramente se distrajeron con algo. —Yuki intentó sonar optimista mientras servía un poco más de vino en su copa.
—O con alguien. —agregó Pierre con una sonrisa cómplice.
—O el auto de Alex explotó. —bromeó Max, quitándole importancia.
Oscar lo miró con una mezcla de desesperación y resignación.
—Max, por favor, ayuda o cállate.
—Solo intento ver el lado positivo. Si el auto de Alex sigue intacto, es una victoria.
—Eso es lo preocupante. —Checo cruzó los brazos. —Si no contestan, probablemente hicieron algo que no quieren que sepamos.
—Alex está con ellos, no puede haber sido tan grave. —Intentó razonar la pareja de Lewis.
Lewis bufó.
—Es Alex.
—Y Franco.
—Y Lando...
El silencio que se creó fue lo suficientemente elocuente.
—Voy a llamarlos. —Max sacó el teléfono de su bolsillo con calma. —Solo para que no sigan mirándome como si fuera el responsable de su desaparición.
El grupo guardó silencio mientras Max marcaba y ponía el teléfono en altavoz.
Un tono.
Dos.
Tres.
—¡Hola! —contestó finalmente la voz de Lando con su típico entusiasmo.
Todos en la mesa se quedaron en shock.
—¿¡Hola!? —repitió Oscar con incredulidad. —¿Eso es todo lo que tienes para decir?
—Emm... sí.
—¿Dónde están? —preguntó Checo con paciencia forzada.
—En camino.
—¿Por qué no contestaban?
—Estábamos... ocupados.
El grupo se miró entre sí con escepticismo.
—¿Ocupados con qué exactamente? —intervino Lewis, su tono lo suficientemente sospechoso como para que Lando se pusiera a la defensiva.
—¡Cosas importantes!
—Suena a que no quieres que preguntemos más.
—Exacto.
Oscar se llevó una mano a la cara, conteniendo una risa nerviosa.
—¿Al menos el auto de Alex sigue intacto?
—Eh... sí.
Todos suspiraron con alivio.
—Por ahora.
El alivio se fue tan rápido como había llegado.
—¡Lando! —exclamaron varios al mismo tiempo.
—¡Ya casi llegamos! ¡Cuélgo!
Y sin más, la llamada se cortó.
Hubo un silencio antes de que Max soltara una carcajada.
—Bueno, al menos están vivos.
—Y siguen en el auto. —añadió Yuki, encogiéndose de hombros.
—Sí, por ahora. —Oscar citó las palabras de Lando, apoyando la cabeza en la mesa.
—Solo queda esperar... —Checo suspiró.
—Y prepararnos para lo que sea que vayan a contar. —finalizó Lewis, sirviendo más vino para sobrellevar la incertidumbre.
Poco a poco, con malos chistes y distracciones, la tensión se disipó, y la conversación fluyó hacia otros temas.
Pero la pregunta seguía en el aire.
¿Qué demonios habían estado haciendo esos tres?
Aun que para el trío de oro, decir que la mañana había sido un caos era quedarse corto.
Lando había despertado a Franco a las 6 de la mañana para que lo acompañara a buscar a su amigo al aeropuerto.
Y Franco, a regañadientes y con el ceño fruncido, había aceptado sin demasiada pelea.
Lo que Lando no esperaba era que las cosas se complicaran antes de siquiera salir del departamento.
—No podemos llevarnos el auto —murmuró Franco mientras se calzaba a duras penas, con los ojos entrecerrados y el sueño pegado en el cuerpo.
—¿Por qué no?
—Porque Oscar se queda sin cómo moverse.
Lando resopló, mirando de reojo hacia la habitación donde su amigo seguía profundamente dormido.
—Podríamos despertarlo y que nos acompañe...
Franco bufó una risa.
—solo si lo intentas tú.
Lando frunció el ceño, cruzándose de brazos con determinación.
Pero cuando entró a la habitación y llamó a Oscar por su nombre... nada pasó.
Probó una vez más, esta vez alzando un poco la voz.
Nada.
Probó moviéndolo por el hombro.
Nada.
—Dios, ¿se murió?
Franco se carcajeó antes de entrar en la habitación con total descaro, prendiendo la luz de golpe.
Oscar ni se inmutó.
Lando parpadeó.
—¿Qué le hiciste?
Franco se encogió de hombros con diversión mientras escribía una nota para dejarla sobre la mesita de noche.
—Nada que no quisiera, aunque no es tanto, que le hice... creo que sería mejor decir "que hizo".
Lando sintió un escalofrío de puro instinto.
—No quiero saberlo.
—¿Seguro? —preguntó Franco con una sonrisa maliciosa mientras terminaba de escribir y dejaba el bolígrafo a un lado. —Porque ya que preguntas...
Lando se apresuró a alzar una mano, deteniéndolo de inmediato.
—No, gracias.
Franco se rió, mirándolo con diversión.
—¿No quieres detalles?
—No. —Lando negó con fuerza. —Oscar es como mi hermano y tú...
Franco arqueó una ceja, esperando su respuesta.
—Tú... bueno...
Su expresión divertida no ayudaba en nada.
—Soy tu prometido —completó con toda la satisfacción del mundo antes de salir corriendo hacia la puerta.
Lando tardó un segundo en procesarlo.
—¡FRANCO!
Franco ya estaba fuera del departamento, riéndose a carcajadas, mientras Lando corría tras él con la firme intención de matarlo.
Chapter 51: Pensé que nunca lo preguntarías.
Chapter Text
El primer paso había sido salir del departamento de Lando.
El segundo, llegar al de Franco.
El tercero... bueno, ahí estaban.
De pie, junto a la cama de Alex, tratando de convencerlo de que los llevara al aeropuerto.
La opción de solo pedirle el auto había sido descartada cuando Franco, con su tono más dramático y digno de una telenovela, había declarado en español:
—No seré la tercera ruedita de ninguna bici.
Lando lo había mirado con confusión.
—¿Qué?
Franco se limitó a encogerse de hombros con una sonrisa.
—O vamos con Alex, o vamos con Alex.
Y así fue como ambos terminaron junto a la cama del pobre Alex, quien, aún abrazado a su almohada, trataba de procesar lo que le estaban diciendo.
Más bien, lo que le estaban gritando al mismo tiempo.
—Tienes que llevarnos al aeropuerto.
—Si nos llevas, te compro desayuno.
—Es importante.
—Si nos llevas, Franco te deja de molestar por una semana.
—¡No pongas eso en la oferta! —protestó Franco, mirando a Lando con indignación.
Alex soltó un gruñido y enterró la cara en la almohada.
—Si se callan mientras me despierto... y me baño... los llevo.
Lando y Franco intercambiaron miradas antes de sonreír, satisfechos con la respuesta.
—Pero si hacen aunque sea un mínimo ruido y los escucho... —Alex levantó la cabeza solo lo suficiente para mirarlos con amenaza. —Me vuelvo a dormir.
Lando asintió con total seriedad.
Franco levantó una mano, como haciendo un juramento.
Y así, con el mayor sigilo posible, se fueron de la habitación para esperar en la sala.
El primer problema con el tiempo surgió casi sin que se dieran cuenta.
Franco y Lando, en su intento de ser pacientes y no hacer ruido, se acomodaron en el sofá mientras esperaban a Alex.
Y bueno...
Se quedaron dormidos.
Alex, que ya había estado medio dormido antes, sintió la falta de ruido, la paz en el departamento, y decidió que era la señal perfecta para hacer lo mismo.
Así que también se volvió a dormir.
El primer problema logístico llegó casi dos horas después, cuando el celular de Franco empezó a sonar insistentemente.
Parpadeó, aturdido, y atendió sin mirar quién era.
—¿Aló...?
—¿Dónde están?
Era Óscar.
Franco se frotó los ojos y se pasó una mano por la cara, todavía en modo dormido.
—Con Lando —respondió con voz ronca. —Estamos bien.
Oscar suspiró.
—Eso no responde a mi pregunta.
Pero Franco ya no escuchó la réplica, porque en ese momento su celular murió.
—Mierda... —murmuró, viendo la pantalla apagarse.
Se incorporó lentamente, buscando un cargador, cuando Lando a su lado también empezó a moverse, frotándose los ojos con una expresión de ligera confusión.
—Espera... ¿Qué hora es?
Franco miró la pantalla del televisor, la única luz en la habitación.
Lando también miró.
Se quedaron en silencio por un segundo.
Y luego, al mismo tiempo, gritaron:
—¡Mierda!
Ambos se lanzaron sobre Alex, quien seguía profundamente dormido, abrazado a la almohada como si su vida dependiera de ella.
—¡Alex, despierta!
—¡Nos quedamos dormidos, levántate!
—¡Si no te levantas, te echo agua en la cara!
Alex gruñó, enterrando más la cara en la almohada.
—Cinco minutos...
—¡No hay cinco minutos! —rebatió Franco, sacudiéndolo por el hombro.
Lando, al borde de la desesperación, tomó otra táctica.
—¡Si no te levantas, Franco va a empezar a cantar!
Eso sí funcionó.
Con un gruñido, Alex finalmente se incorporó, mirándolos con ojos entrecerrados.
—Ustedes son un problema.
—Y tú un dormilón, así que estamos a mano —respondió Franco, poniéndose de pie.
Lando suspiró.
—Está bien... tenemos algo de margen, pero no podemos perder más tiempo.
Alex los miró con sospecha.
—¿Cómo que "algo de margen"?
—Bueno... técnicamente... —Franco arrastró las palabras—: Aún nos queda tiempo para ir, pero hace falta una hora y media o más por el tráfico.
Alex solo puso los ojos en blanco como respuesta.
Lando carraspeó, tratando de suavizar la situación.
—Tenemos tiempo de sobra para llegar al aeropuerto, pero si seguimos perdiendo minutos, vamos a terminar corriendo.
Alex les dedicó una última mirada asesina antes de levantarse.
Todavía podían llegar a tiempo.
Probablemente.
aunque tuvieron problemas con el tráfico...
Atravesar la ciudad en hora punta no había sido el mejor plan.
Lando lo supo en cuanto vieron la fila interminable de autos frente a ellos, todos avanzando a paso de tortuga.
—Esto es ridículo —bufó Alex, golpeando el volante con impaciencia. —¿De quién fue la brillante idea de salir a esta hora?
—¡Tuya! —exclamó Lando, indignado. —¡Si te hubieras levantado cuando dijimos, ya estaríamos en el aeropuerto!
Alex lo miró con burla.
—Perdón, ¿quién fue el que se quedó dormido en el sofá junto a Franco en vez de asegurarse de que yo me despertara?
—¡Eso fue porque nos prohibiste hacer ruido!
Franco asintió con los brazos cruzados, apoyando a Lando.
—Exacto. Dijiste que si hacíamos el más mínimo sonido, nos ibas a dejar plantados. Así que, técnicamente, esto es tu culpa.
Alex los miró, incrédulo.
—¿Mi culpa? ¡Yo ni siquiera debería estar manejando! Me secuestraron a las seis de la mañana.
—Te pedimos que nos llevaras. —No te atamos y te metimos en el auto —señaló Lando, rodando los ojos.
—Aunque podríamos haberlo hecho —murmuró Franco en español, divertido.
Lando no entendió, pero por la sonrisa maliciosa de Franco, supo que era mejor no preguntar.
—A ver, chicos, enfoquen. —dijo Alex, masajeándose las sienes. —Estamos atrapados en un tráfico infernal. Si seguimos así, no llegamos.
—Podemos tomar otro camino —sugirió Franco, sacando su teléfono. —Waze dice que hay una ruta alternativa.
—¿Cuánto más rápido es? —preguntó Alex.
Franco miró la pantalla y frunció el ceño.
—Mmm... diez minutos menos.
—¿Y cuánto más largo es? —preguntó Lando con sospecha.
—Mmm... diez kilómetros más.
Alex lo miró con incredulidad.
—Entonces no es más rápido.
—Pero al menos nos movemos —dijo Franco encogiéndose de hombros.
Lando y Alex intercambiaron una mirada.
—Lo odio cuando tiene sentido —murmuró Lando.
—También lo odio —admitió Alex, girando el volante para desviarse de la avenida principal.
Al menos, ahora estaban avanzando...
El auto se había convertido en la sede de un concierto de dos horas con el trío como cantantes principales.
Sin duda, un espectáculo que nadie había pedido... pero que los tres disfrutaron demasiado.
Lástima que la diversión terminó en el instante en que llegaron al aeropuerto y se dieron cuenta de un pequeño detalle.
—Espera... —¿Dónde está tu celular? —preguntó Lando, mirando a Franco.
Franco revisó su bolsillo y suspiró dramáticamente.
—Murió. Un minuto de silencio.
—No tenemos tiempo para un minuto de silencio —bufó Lando.—Bueno, no importa. Yo llamo a...
Se detuvo.
Parpadeó.
Volvió a parpadear.
Franco y Alex lo miraron, esperando.
Lando suspiró.
—Lo dejé en el auto.
Silencio.
—Lando... —Franco frunció el ceño. —Dime que tienes el número anotado en algún lado.
—Obvio.
Lando sacó un papelito arrugado del bolsillo y lo mostró con orgullo.
—Aquí están los datos importantes.
Franco se acercó y leyó en voz alta.
—Nombre, número de vuelo, aerolínea, terminal...
Lando asintió con satisfacción.
Franco alzó la vista.
—¿Y el número de teléfono?
Lando dejó de sonreír.
—... No lo anoté.
Alex se masajeó la sien.
—Genial, otro problema.
—¡Pero mira el lado bueno! —intentó justificarse Lando—. Sabemos dónde esperar.
Franco tomó el papelito de las manos de Lando y lo leyó de nuevo.
Luego levantó la vista con una expresión completamente neutra.
—Lando.
—¿Sí?
—Estamos en la terminal equivocada.
Silencio.
—...No.
—Sí.
—No.
—Sí.
Lando le arrancó el papel de las manos y lo revisó él mismo.
Franco tenía razón.
—Mierda.
—Bueno, yo tengo celular —interrumpió Alex con calma.
Lando y Franco respiraron aliviados.
—¡Llámalo! —exclamó Lando.
Alex sacó su teléfono, desbloqueó la pantalla y luego...
—No tengo su número.
Silencio.
Franco se pasó una mano por la cara.
—Dios mío, estamos perdidos.
—No estamos perdidos... en todo caso el perdido es él —corrigió Lando.
—Estamos en un aeropuerto gigante, sin forma de avisarle dónde estamos y con gente por todos lados.
—...Ok, estamos todos un poco perdidos.
—No solo eso —añadió Alex. —Ahora tenemos que cruzar todo el aeropuerto sin separarnos.
Los tres se quedaron en silencio, procesando lo que eso significaba.
Si fueran personas normales, aquello no sería un problema.
Pero no lo eran.
Lando y Franco eran un desastre.
Y Alex... bueno, Alex solía ser la voz de la razón, a veces. Pero si la situación era lo suficientemente caótica, no dudaba en prenderse a la locura.
Y esto definitivamente calificaba como caótico.
Franco se pasó una mano por la nuca.
—¿Nos estamos dando cuenta de que esta es la peor combinación posible?
Lando suspiró.
—Sí.
Alex asintió.
—Sí.
Franco sonrió.
—Bueno, al menos estamos de acuerdo en algo.
Lando y Alex lo miraron.
—Franco, no podemos perdernos.
—¿Y cuándo nos hemos perdido, Lando?
—¿Quieres que haga una lista?
—No, gracias.
Lando cerró los ojos un segundo.
—Tenemos que movernos.
—¿Y cuál es el plan, genio? —preguntó Franco.
Alex inspiró profundamente.
—Caminar en línea recta hasta la otra terminal, no distraernos y tratar de no separarnos.
Franco sonrió.
—Lindo plan.
Lando arqueó una ceja.
—¿Verdad?
—Demasiado lindo para nosotros.
Sorprendentemente, llegaron a la terminal correcta sin mayores contratiempos.
Casi demasiado fácil.
Pero, por supuesto, no podía ser tan sencillo.
Porque cuando Lando revisó la pantalla de información de vuelos, su expresión se torció.
—No me jodas...
Franco y Alex se acercaron.
El vuelo estaba retrasado.
—¡No! —Franco se dejó caer dramáticamente en una de las sillas de la sala de espera. —¡Hicimos todo este esfuerzo, esquivamos el tráfico, corrimos como locos, cantamos como si fuéramos estrellas de rock por dos horas, y ahora tenemos que esperar?
—Sí, eso parece —confirmó Lando, sin energía para dramatismos.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Alex.
Lando revisó los detalles.
—Cuarenta y cinco minutos.
—¡Cuarenta y cinco minutos! —repitió Franco, ofendido. —No puedo con esta injusticia.
—Oh, por favor —bufó Lando. —es menos de lo que tardamos en encontrar la terminal.
—Pero no menos de lo que tardamos en llegar —se quejó Franco. —No puedo con esta injusticia.
Alex ignoró la queja y revisó su bolsillo.
—Voy a ir por tu celular, Lando.
Franco y Lando lo miraron como si hubiera dicho que iba a lanzarse a un campo minado.
—¿Vas a ir... solo? —preguntó Lando, con dramatismo innecesario.
—Sí —respondió Alex, sin darle importancia.
Franco puso una expresión seria y le agarró el brazo.
—No tienes que hacerlo. Puedes quedarte con nosotros, podemos superarlo juntos.
—No es tan grave...
—No sabes lo que dices —insistió Franco. —Una vez que salgas de esta terminal, ya no hay vuelta atrás.
Lando suspiró y le puso una mano en el hombro a Alex, con expresión solemne.
—Si no vuelves en veinte minutos...
—No empiecen...
—Si no vuelves en veinte minutos —continuó Lando, ignorándolo. —entenderemos que no lo lograste.
—De verdad...
—Y prométenos que, si te capturan, no dirás nada —añadió Franco. —Nombres, direcciones, cuánto debemos en impuestos... No reveles nada.
Alex los miró sin expresión.
—Voy por un celular, no a recuperar la cura en un apocalipsis zombi.
—¿Eso crees? —Franco entrecerró los ojos. —No has visto lo que hemos visto nosotros.
—Una vez anduve solo por el aeropuerto y qué crees... —¡Casi termina en matrimonio! —dijo Lando con el dramatismo sacado de una novela.
Alex los ignoró, sacó su celular y se lo tendió a Lando.
—Tengan este. Si pasa algo, mándenme un mensaje.
Lando lo tomó con un asentimiento.
—Suerte, soldado.
—Que el la suerte te acompañe—añadió Franco.
Alex rodó los ojos y se dio la vuelta, alejándose entre la multitud.
Lando y Franco lo vieron desaparecer en la distancia.
—¿Tú crees que vuelva?
—No si el duty free lo atrapa primero.
Lando suspiró y revisó el celular de Alex.
—Bueno, ahora tenemos un celular... y cuarenta y cinco minutos sin nada que hacer.
Ambos se miraron.
—... ¿Buscamos comida?
—Pensé que nunca lo preguntarías.
Y así, con demasiado tiempo libre y demasiadas oportunidades para el desastre, Lando y Franco emprendieron una nueva misión: encontrar algo de comer sin causar problemas en el proceso.
(Spoiler: no lo lograrían).
Chapter 52: Técnicamente... no me sirve.
Chapter Text
Cuando Lando y Franco finalmente encontraron un lugar para comer, todo parecía ir bien. Hasta que recibieron su pedido.
Pero, por supuesto, nada podía salir tan fácil con ellos.
Primero, les dieron la orden equivocada.
—Esto no es lo que pedimos —dijo Lando, frunciendo el ceño al ver el contenido de la bandeja.
—Ni siquiera tiene sentido que hayamos pedido esto. —¿Cuándo en nuestra vida hemos ordenado algo con tanta ensalada? —añadió Franco, apuntando la cantidad exagerada de hojas verdes.
Intentaron explicarle el error al empleado, quien, en lugar de cambiarlo, simplemente agregó más comida a la bandeja, como si eso solucionara el problema.
—No, no... —Esto solo es más comida equivocada —intentó corregir Lando.
—Ahora tenemos tres hamburguesas extra y un combo familiar de papas. —¿Cómo siquiera pasó esto? —susurró Franco, ya riéndose.
El empleado, en un intento de compensar la situación, les dio otro pedido... que tampoco era el suyo.
—Genial. —Ahora también tenemos sushi —murmuró Lando.
—Yo no me quejo. Esto ya es una bendición disfrazada.
Lando suspiró, pero aceptó su destino. Si el universo quería que tuvieran comida gratis, ¿quiénes eran ellos para rechazarla?
Sin embargo, el segundo problema llegó cuando intentaron pagar la parte que sí les correspondía.
—Vale... paga tú —dijo Lando, buscando su bolsillo vacío.
—No tengo mi billetera... —Susurró Franco.
Se miraron con horror.
—Mierda.
Ambos revisaron todos sus bolsillos con desesperación. Sus celulares estaban muertos o en el auto, por lo que tampoco podían pagar con tarjeta ni usar sus apps bancarias.
Justo cuando estaban a punto de aceptar la humillación y dejar la comida ahí, Franco palmeó su campera y recordó algo.
—¡Ah! Checo y Max me dijeron que nunca saliera sin efectivo... ¡Y tenían razón!
Metió la mano en un pequeño bolsillo interno y sacó unos billetes algo arrugados.
—¿Ves? Me protegen de mí mismo.
Lando lo miró, entre incredulidad y alivio.
—Lo peor es que es cierto.
Lograron pagar lo poco que les cobraron después del desastre de los pedidos y emprendieron el camino de regreso con los brazos llenos de bandejas y bolsas.
Cuando llegaron, Alex ya estaba ahí, esperándolos con los brazos cruzados y una ceja levantada.
Los observó de arriba abajo, fijándose en la cantidad absurda de comida que traían.
Lando suspiró, derrotado.
—No preguntes.
Franco, en cambio, sonrió orgulloso y agregó:
—Comida gratis.
Alex los miró fijamente por un momento, antes de negar con la cabeza con una mezcla de diversión y resignación.
—No me digas que también robaron un banco en mi ausencia.
—Todavía no —respondió Franco con una sonrisa.
Alex suspiró.
—Solo... no se olviden de que vamos a un almuerzo.
Lando miró la comida que traían y luego a Franco.
—Esto es un problema para el Lando del futuro.
—Ese tipo va a sufrir mucho —añadió Franco, dándole una palmadita en la espalda.
Alex solo rodó los ojos y los guió hasta la zona de espera.
Cuando finalmente vieron al amigo de Lando aparecer entre la multitud, todo parecía ir bien.
Hasta que notó la escena frente a él.
Lando, con una bolsa de comida en cada mano.
Franco, abrazando una caja con sushi como si fuera un tesoro.
Y Alex, parado con los brazos cruzados y la expresión de quien ha visto demasiado en muy poco tiempo.
El recién llegado arqueó una ceja y sonrió.
—Bueno, esta no es la bienvenida que esperaba, pero definitivamente es la que me merezco.
Lando bufó, pero terminó riéndose.
—Tienes dos opciones: o te unes al caos, o corres ahora y finges que nunca nos viste.
—Sabes que no voy a correr. —respondió con diversión, cruzándose de brazos. —Pero necesito una explicación.
Franco, sin perder el tiempo, le puso la caja de sushi en las manos con total solemnidad.
—No hay tiempo para explicaciones. Toma esto como símbolo de nuestro recibimiento.
El amigo de Lando lo miró, desconcertado.
—¿Me estás regalando sushi?
—Sí.
—¿Porque eres una buena persona o porque no te gusta?
—No me gusta.
Lando y Alex se rieron mientras el recién llegado observaba el sushi con emoción.
—Bueno, esto ya es la mejor bienvenida —dijo antes de girarse a Lando con una sonrisa de burla—Mira y aprende, algunas personas saben cómo recibir a un invitado.
Lando puso los ojos en blanco.
—No le hagas caso a Franco. Esto es un descarte estratégico, no un gesto amable.
Pero ya era demasiado tarde, porque el amigo de Lando ya le estaba enviando una foto del sushi a alguien con un mensaje burlón.
—¿Le está presumiendo el sushi a alguien? —susurró Lando a Franco.
—Claramente.
—¿Quién presume sushi?
—Alguien con buenos estándares.
Los tres miraron a Alex.
—No digan nada. —Suspiró.
El grupo por fin estaba en el auto, con Alex al volante. Todo indicaba que ahora sí tendrían un viaje tranquilo.
—¿Me vas a dejar poner música? —preguntó Franco con una sonrisa maliciosa.
—No. —respondió Alex de inmediato.
—Oh, vamos, no estuvo tan mal cuando vinimos.
—Fue un infierno.
—Entonces nos hubieras dejado en la autopista como dijiste.
—Lo pensé.
Lando, ignorando la discusión, se acomodó en el asiento y suspiró con satisfacción.
—Bueno, yo quiero disfrutar mi sushi en paz.
Franco y Alex intercambiaron miradas.
—¿Qué sushi? —preguntó Franco.
Lando abrió la bolsa de comida y revisó el contenido.
Silencio.
—... ¿Me estás jodiendo?
Franco miró la bolsa y luego a Alex.
—No metiste el sushi en el auto.
—No.
—Dejaste la caja en la mesa.
—Sí.
—Alex...
—Mala suerte.
Lando lo miró con indignación.
—¡Era mío!
—Tecnicamente, franco lo regalo. —respondió Alex con total calma.
Lando respiró hondo, tratando de no dramatizar demasiado.
—Bien. Voy a superar esto.
—¿Seguro? —preguntó Franco.
Lando asintió, pero luego se inclinó hacia la radio y la encendió con todo el volumen posible.
—¡NO LO VOY A SUPERAR!
Alex cerró los ojos con frustración.
—Dios, aquí vamos de nuevo.
El viaje siguió entre el "segundo concierto improvisado" y quejas sobre la pérdida del sushi.
Pero entonces, en medio de su nueva pelea sobre quién desafinaba más, Alex se congeló.
—Mierda.
Lando y Franco se callaron al instante.
—¿Qué pasó? —preguntó Franco.
Alex se mordió el labio y miró por el retrovisor.
—Nos ofrecimos a llevar vino.
Silencio.
Franco parpadeó.
—¿Nos ofrecimos?
—Bueno... —Alex hizo una mueca. —yo me ofrecí.
Franco apoyó la frente contra el asiento.
—Alex...
—Se me olvidó, ¿ok? ¡Entre el tráfico, el aeropuerto, el sushi que dejé atrás...!
—Sí, seguro fue el sushi lo que te distrajo. —dijo Lando con ironía.
Alex suspiró, pero antes de que pudiera decir algo más, Franco y Lando hablaron al mismo tiempo.
—No podemos llegar con las manos vacías.
—Eso sería de mala educación.
Alex los miró como si fueran extraterrestres.
—¿Les parece de mala educación llegar sin vino, pero no causar caos en cada lugar al que van?
—Prioridades, Alex. —dijo Franco con tono serio.
Alex suspiró y revisó la hora.
—Bien. ¿Dónde compramos el maldito vino?
Franco y Lando intercambiaron sonrisas cómplices.
—Sabía que lo convenceríamos.
Ya llevaban poco más de una hora de tardanza.
Y aunque Alex no lo decía en voz alta, comenzaba a inquietarse.
—Vamos tarde. —murmuró, mirando el reloj del auto.
—Vamos tarde, pero a tiempo. —corrigió Franco con total tranquilidad.
Alex le lanzó una mirada incrédula.
—Eso no tiene sentido.
—Confiemos en su instinto. —intervino el amigo de Lando con una sonrisa divertida.
—¡No confíes en su instinto! —exclamó Alex de inmediato. —¡Nunca confíes en su en sus sentidos!
Franco le puso una mano en el hombro con una expresión seria.
—Confía en nosotros, Alex.
—No lo haré.
—Igual lo harás.
Alex suspiró, pero al final, cedió.
No porque confiara en ellos.
Sino porque, si salía algo mal, iba a ser culpa de ellos.
Mientras tanto, Lando intentaba calmar la posible ola de reclamos.
Sacó el celular de Alex y escribió rápidamente en el grupo:
"Coman sin nosotros, vamos un poco tarde, todo está bien."
Cuando vio que el mensaje se envió sin problemas, sonrió satisfecho.
—Bien. Si dejamos de contestar, no se preocuparán tanto.
—Traducción: ahora nos van a dejar de llamar y Alex no va a estar histérico por la tardanza. —añadió Franco con una sonrisa.
Alex entrecerró los ojos.
—¿Me acaban de manipular?
—Técnicamente, no. —respondió Lando con inocencia.
—"Técnicamente" no me sirve.
—Demasiado tarde. —canturreó Franco.
Alex rodó los ojos y volvió a concentrarse en el camino.
—¿A quién le mandaste el mensaje?
—Al grupo.
Franco chasqueó la lengua.
—Mándale uno a Max.
Lando lo miró, confundido.
—¿Por qué?
—Porque Max no hace muchas preguntas. Solo dirá "ok" y seguirá con su vida.
—... Tiene sentido.
Lando hizo lo que le pidió y, minutos después, el celular de Alex comenzó a sonar.
Pantalla encendida.
Nombre en grande.
"Max Verstappen llamando."
Lando lo miró con horror.
—¡No!
—¿No qué? —preguntó Alex, confundido.
Lando intentó cortar la llamada, pero Franco le agarró la muñeca.
—Contesta.
—¡No quiero!
—Si no contestas, va a seguir llamando.
El celular de Alex seguia vibrando en la mano de Lando, quien lo miró con resignación antes de contestar.
—¡Hola! —dijo con su usual entusiasmo, como si no llevaran horas desaparecidos.
Franco y Alex, que estaban a su lado en el auto, intercambiaron miradas divertidas mientras escuchaban la reacción inmediata al otro lado de la línea.
—¿¡Hola!? —La voz de Oscar sonaba a puro desconcierto. —¿Eso es todo lo que tienes para decir?
Lando miró a Franco y Alex antes de encogerse de hombros.
—Emm... sí.
Alex soltó una risa nasal, mientras Franco asentía con orgullo.
—¿Dónde están? —La voz de Checo ahora se escuchó, sonando como un padre cansado.
—En camino.
Franco tapó su boca para no reírse al ver la expresión de Lando, quien claramente estaba conteniendo una carcajada.
—¿Por qué no contestaban?
Lando hizo una pausa dramática, mirando por la ventana como si realmente estuviera pensando en una gran respuesta.
—Estábamos... ocupados.
Franco y Alex se voltearon a verlo al mismo tiempo.
—¿En serio? —murmuró Alex, pero Lando lo ignoró.
Al otro lado de la línea, hubo un silencio sospechoso antes de que Lewis hablara con tono acusador:
—¿Ocupados con qué exactamente?
Lando se puso a la defensiva de inmediato.
—¡Cosas importantes!
Franco le pegó suavemente en el brazo, sin poder aguantarse la risa.
—Suena a que no quieres que preguntemos más —soltó Lewis con obvia burla.
Lando se cruzó de brazos y sonrió con autosuficiencia.
—Exacto.
Franco se tapó la cara de la vergüenza, mientras Alex miraba a Lando con incredulidad.
—Dios, eres increíblemente sospechoso —murmuró Alex.
Oscar suspiró con cansancio al otro lado de la línea.
—¿Al menos el auto de Alex sigue intacto?
Lando miró de reojo a Alex, quien puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza.
—Eh... sí.
Hubo un suspiro colectivo de alivio desde el otro lado de la llamada.
—Por ahora —agregó Lando, sin pensar.
Alex le lanzó una mirada asesina, mientras Franco se inclinaba contra la ventana, riéndose.
—¡Lando! —exclamaron varias voces al mismo tiempo desde el altavoz.
Lando hizo una mueca.
—¡Ya casi llegamos! ¡Cuélgo!
Y antes de que pudieran seguir interrogándolo, cortó la llamada y le devolvió el teléfono a Alex con una sonrisa inocente.
Alex lo miró con pura exasperación.
—Eres el peor mentiroso que he visto en mi vida.
Franco, aún riéndose, le dio una palmada en la espalda a Lando.
—Tranquilo, prometido. Si terminamos en un interrogatorio, me encargaré de hablar yo.
—Eso me preocupa más. —Alex suspiró mientras guardaba su celular.
Lando sonrió, satisfecho.
—Bueno, al menos ya saben que estamos vivos.
—Sí... por ahora. —murmuró Alex, devolviéndole su propia frase.
Franco soltó una carcajada.
El amigo de Lando negó con la cabeza, divertido.
Alex suspiró.
—Dame mi celular.
—No.
—Dame.
—Tienes que concentrarte en manejar.
—No necesito dos manos para quitártelo.
—No puedes arriesgarnos a un accidente.
—Puedo arriesgarte a ti.
Franco, observando la situación desde el asiento trasero, sonrió.
—Déjalo, Alex. Es su botín de guerra ahora.
Lando asintió con seriedad.
—Exacto.
Alex se pasó una mano por la cara.
—Estoy rodeado de niños.
Franco y Lando chocaron los cinco.
Su amigo, por su parte, solo se acomodó en su asiento con una sonrisa.
Este grupo era definitivamente un caos.
Pero tenía que admitirlo...
Un caos bastante entretenido.
Chapter 53: Somos un desastre.
Chapter Text
Si algo había que agradecerle al destino, era que la compra del vino había sido rápida.
Y, sorprendentemente, sin ningún tipo de desastre.
Para alivio de Alex.
Pero claro... que no hubiera un desastre no significaba que no hubiera caos.
Porque lo que debía ser una simple compra se convirtió en un debate acalorado sobre cuál era el mejor vino.
—Este tiene mejor aroma. —opinó Franco, señalando una botella con seguridad.
—Pero este tiene mejor cuerpo. —añadió Lando, tomando otra.
—No sé mucho de vino, pero este tiene el nombre más divertido. —intervino el amigo de Lando, sosteniendo una tercera opción.
—¿Y qué tal este? —preguntó Alex, mostrando una cuarta botella con resignación.
Todos se miraron.
Silencio.
Y luego, un desastre de opiniones cruzadas.
—No podemos llevar cuatro.
—Claro que sí.
—Es ridículo gastar tanto en vino.
—Pero son cuatro opiniones diferentes.
—Yo digo que decidamos con un piedra, papel o tijeras.
—¡No vamos a decidir el vino con piedra, papel o tijeras!
—¿Entonces con qué?
Alex suspiró.
Ya había aguantado demasiado.
—¡Ya basta! —exclamó de repente. —¡Voy a pagar los cuatro y se acabó!
Los tres lo miraron con sorpresa.
Lando sonrió.
—Buena decisión.
Franco asintió con satisfacción.
—Siempre confíe en ti, Alex.
El amigo de Lando solo le dio una palmada en la espalda.
—Has hecho lo correcto.
Alex cerró los ojos por un segundo, respirando hondo.
Definitivamente, estaba rodeado de niños grandes.
Pero al menos, con el vino en la bolsa, ya no tenían más paradas extras.
La siguiente y última... era la casa de Max y Checo.
Tres horas tarde y sin ganas de bajar del auto
La emoción del viaje y la diversión se esfumaron en cuanto se estacionaron frente a la casa.
Habían llegado.
Demasiado tarde.
Y ahora tenían que bajar y enfrentar las consecuencias.
Silencio en el auto.
Nadie se movió.
Nadie dijo nada.
Franco miró a Lando.
Lando miró a Alex.
El amigo de Lando miró a todos.
Alex suspiró.
—¿Qué estamos haciendo?
—Psicológicamente preparándonos. —respondió Franco con seriedad.
—¿Para qué?
—Para las preguntas.
—Y los reclamos.
—Y el juicio social.
—Y la mierda de "ya sabía que iban a llegar tarde" de Max.
Alex parpadeó.
—Podemos estar aquí todo el día si seguimos esperando.
—Sí.
—Pero al menos aquí estamos a salvo.
Alex negó con la cabeza.
—Cobardes.
Y dicho eso, abrió la puerta y salió del auto.
El resto lo observó con admiración.
—Es valiente. —Susurró Franco.
—Demasiado para este mundo. —Asintió Lando.
El amigo de Lando solo rió.
—¿Y si nos quedamos aquí hasta que lo llamen y le pidan explicaciones solo a él?
—Es una excelente idea.
—¡HEY! ¡BAJEN DEL AUTO!
La voz de Alex se escuchó fuerte y clara desde afuera.
Lando suspiró.
—Plan arruinado.
Franco negó con la cabeza.
—Nos descubrieron.
Con resignación, los tres finalmente salieron del auto, listos para enfrentar lo inevitable.
Las preguntas.
Las miradas.
Las burlas.
Y, sobre todo...
Las burlas...
El plan inicial era simple: entrar sin llamar la atención.
Tal vez si se movían lo suficientemente rápido y en silencio, podrían colarse entre los demás sin tener que dar explicaciones inmediatas.
Y al principio, parecía estar funcionando.
Avanzaron por el pasillo con pasos cuidadosos, tratando de mezclarse con el ruido de la conversación dentro de la casa.
Pero claro...
Ese tipo de suerte nunca les duraba mucho.
—¿Por qué se están escondiendo?
La voz del amigo de Lando rompió el sigilo.
Los tres se detuvieron en seco.
Alex lo miró como si acabara de traicionarlos.
Lando cerró los ojos, conteniendo la risa nerviosa.
Y Franco, bueno...
Franco se quedó en su lugar, pensativo.
Luego, con la mayor seriedad del mundo, giró hacia él y respondió:
—No tengo idea de quién nos estamos escondiendo.
Lando lo fulminó con la mirada.
—¡¿Entonces por qué te agachaste?!
Franco se encogió de hombros con una sonrisa inocente.
—Parecía lo correcto.
Antes de que pudieran reaccionar, la puerta del comedor se abrió y quedaron completamente expuestos.
Todas las miradas se posaron en ellos al instante.
Un segundo de silencio incómodo.
Y luego...
—¿¡Por qué tardaron tanto!? —preguntó Lewis, cruzándose de brazos.
—¿Y por qué traen tanta comida? —añadió Pierre, mirando las bolsas con incredulidad.
—¡¿Y por qué cuatro botellas de vino?! —Checo levantó una ceja, observándolos con sospecha.
—¿Y quién es él? —Yuki señaló al amigo de Lando, quien aún no había tenido la oportunidad de presentarse.
El caos se desató.
Todos hablaron al mismo tiempo.
—¡Alex se quedó dormido!
—¡Había demasiado tráfico!
—¡Franco no quería ir sin Alex!
—¡Fuimos a desayunar!
—¡Lando se olvidó el celular!
—¡Pedimos un vino y terminamos con cuatro!
—¡La comida fue gratis!
—¡Yo solo vine por sushi!
—¡Alex perdió el sushi!
Silencio.
Todos parpadearon y miraron al amigo de Lando, que levantó las manos en señal de paz.
—¿Qué? No iba a dejar pasar un sushi gratis.
Checo suspiró, masajeándose las sienes.
—Ok, una cosa a la vez.
Max, en cambio, solo los observó con una sonrisa divertida.
—Sabía que iban a llegar tarde.
Lando puso los ojos en blanco.
—Sí, sí, ya entendimos.
Alex, resignado, levantó las botellas de vino.
—Al menos trajimos esto.
Max tomó una y la examinó con una ceja levantada.
—¿Por qué cuatro?
—Porque somos indecisos.
El amigo de Lando intervino de nuevo, encogiéndose de hombros.
—Y yo también quería opinar.
Lewis miró el caos que eran los recién llegados y suspiró, dándole un sorbo a su copa.
—Bueno, al menos llegaron enteros.
Yuki miró la cantidad de comida en sus manos y luego los observó con incredulidad.
—Pero... ¿Qué vamos a hacer con toda esa comida?
Franco sonrió con satisfacción.
—Hoy comemos como reyes.
Y así, con la resignación de todos, la reunión finalmente pudo continuar.
Aunque ahora, con más comida de la que nadie esperaba.
A pesar de toda la confusión, las bromas y la cantidad absurda de comida en la mesa, la reunión terminó sintiéndose cálida.
El vino se sirvió, las conversaciones fluyeron, y en algún momento de la noche, entre risas y brindis, Oscar se encontró simplemente observando a Franco.
No era consciente de cuánto lo hacía hasta que sus miradas se cruzaron.
Franco le sonrió con complicidad, inclinándose un poco hacia él.
—¿Te estás divirtiendo? —susurró, con ese tono travieso que siempre usaba cuando estaba a punto de decir algo que lo haría sonrojar.
Oscar fingió pensarlo por un segundo antes de asentir.
—Sí... aunque la cantidad de comida sigue siendo ridícula.
—No me culpes a mí, culpa al destino —respondió Franco, dándole un pequeño codazo con una sonrisa.
Oscar se rió y negó con la cabeza.
Pero incluso cuando volvió a prestar atención a la conversación general, no dejó de notar la forma en que Franco se inclinaba hacia él cada vez que hablaban.
Ni la manera en que su mano rozaba la suya de vez en cuando.
Ni la forma en que cada risa suya parecía llenar la habitación.
Un pensamiento cruzó por su mente, uno que no había querido terminar de aceptar hasta ese momento.
Quería más de esto.
Más de ellos.
Más de Franco.
Sin darse cuenta, su mano se movió por inercia hasta tomar la de Franco debajo de la mesa.
No fue nada exagerado. Solo un roce ligero, un toque silencioso que Franco entendió al instante.
Y cuando sintió los dedos de Franco entrelazarse con los suyos, sin palabras, sin miradas furtivas, solo porque sí...
Oscar supo que no quería dejarlo ir.
No más.
Franco giró la cabeza ligeramente hacia él, con una pequeña sonrisa en los labios.
—¿Sabes? Me gusta verte así.
—¿Así cómo?
Franco le apretó la mano suavemente.
—Relajado.
Oscar sonrió y le devolvió la presión en los dedos.
—Tú tienes la culpa de eso.
Franco inclinó la cabeza, fingiendo inocencia.
—Ah, claro, porque soy tan tranquilo y cero caótico.
Oscar rodó los ojos y le dio un leve empujón con el hombro.
—Eres un desastre.
—Sí, pero así me quieres.
El comentario le robó una risa suave a Oscar.
Sí. Sí, y solo sí...
Y por primera vez, estaba listo para admitirlo.
Apretó su mano con más firmeza antes de llevarla a sus labios y dejar un beso fugaz en sus nudillos.
Y aunque la conversación en la mesa seguía, y aunque el caos de su grupo no se detenía nunca, en ese instante, todo pareció detenerse para ellos.
Era simple.
Era natural.
Y era, sin duda, el principio de algo más grande.
Mientras la conversación en la mesa seguía con el grupo debatiendo sobre quién había causado más caos en la reunión, Pierre se inclinó ligeramente hacia Yuki, quien estaba ocupado peleando con Max sobre si cuatro botellas de vino realmente eran necesarias.
—Deberías dejar de molestarlo —susurró Pierre con una sonrisa, viendo cómo Yuki fruncía el ceño con dramatismo.
Yuki giró la cabeza hacia él con fingida indignación.
—¿Dejar de molestar a Max? Jamás. Es una de mis actividades favoritas.
Pierre rodó los ojos con diversión y, sin previo aviso, se inclinó un poco más para robarle un beso corto en la mejilla.
Yuki parpadeó, sorprendido.
—¿Y eso?
Pierre se encogió de hombros con una pequeña sonrisa.
—No sé, solo me dieron ganas.
Yuki sintió que se le subía un leve calor a las mejillas, pero, en lugar de quejarse, se cruzó de brazos con orgullo.
—Bueno, si quieres darme más besos, no me voy a quejar.
Pierre se rió, negando con la cabeza.
—Eres imposible.
—Y aún así, aquí estás, completamente enamorado de mí.
Pierre no pudo evitar sonreír con suavidad.
—Sí... completamente.
Yuki parpadeó, sorprendido por la sinceridad del tono de Pierre.
No se lo esperaba, llevaban años juntos... pero aun seguia emocionandose con él.
Pero tampoco le molestaba.
Sonrió un poco antes de volver a centrarse en la conversación grupal, aunque la calidez en su pecho no desapareció.
A su lado, Pierre entrelazó sus dedos bajo la mesa.
Y Yuki no hizo nada por soltarlo.
No muy lejos, Checo y Max observaban la escena con una mezcla de diversión y ternura.
—Me recuerdan un poco a nosotros —comentó Checo, apoyando la cabeza en la mano mientras miraba a Pierre y Yuki.
Max levantó una ceja, divertido.
—¿Ah, sí?
—Sí. Ya sabes, uno es un caos y el otro finge que no, pero igual se termina enredando en el desastre.
Max sonrió con suficiencia.
—Entonces, ¿tú eres el caos y yo el cuerdo?
Checo bufó una risa.
—No. Definitivamente no.
Max fingió indignación.
—¡Qué ofensivo!
Checo rodó los ojos con diversión antes de inclinarse un poco y robarle un beso rápido.
Max parpadeó, sorprendido, pero inmediatamente su expresión se suavizó en una sonrisa genuina.
—¿Y eso?
—Nada, solo me dieron ganas —repitió las mismas palabras que Pierre había dicho antes, con una leve sonrisa en los labios.
Max se rió, sacudiendo la cabeza antes de tomar la mano de Checo para que este se acercara más a él.
—Bueno, si quieres darme más besos, tampoco me voy a quejar.
Checo lo miró con una mezcla de cariño y diversión.
—Sabía que ibas a decir eso.
Max le guiñó un ojo.
—Me conoces demasiado bien, amor.
Checo solo sonrió y negó con la cabeza antes de volver la vista a la mesa.
Todos seguían conversando, riendo, disfrutando del momento.
Y aunque el caos siempre los rodeaba, aunque la reunión había sido un desastre en cuanto a horarios y planes... al final del día, estaban juntos.
Y eso era lo único que realmente importaba.
—Ya que estamos aquí, con este grupo de gente que de alguna manera quiero en mi vida... —comenzó con una sonrisa divertida Lewis, pero su tono se suavizó al mirar a la persona a su lado—quiero aprovechar la oportunidad para decirte algo.
La mesa quedó en silencio, con todos atentos a lo que estaba por decir.
—Tenerte a mi lado este tiempo ha sido increíble. Me haces reír, me entiendes incluso cuando ni yo mismo lo hago, y eres la persona con la que quiero compartir mis días... todos ellos.
Hubo una pequeña pausa antes de que, con una sonrisa sincera y llena de afecto, Lewis preguntara:
—¿Quieres ser oficialmente mi pareja?
Su pareja, que había estado mirándolo con los ojos brillantes, sonrió y asintió sin dudar.
—Por supuesto que sí.
Los aplausos y las burlas no tardaron en llegar.
—¡Al fin alguien hace oficial algo en esta mesa! —bromeó Max, chocando su copa con la de Checo.
—Ya era hora —dijo Pierre con una sonrisa, mientras Yuki asentía con entusiasmo.
Entre felicitaciones y brindis, la cena continuó con un ambiente más cálido y festivo.
Fue entonces cuando el amigo de Lando suspiró y miró a su alrededor con fingida decepción.
—No quiero ser el único sin un momento tierno esta noche...
Lando lo miró con curiosidad.
—¿Qué insinúas?
El amigo sonrió y se encogió de hombros.
—Que deberíamos tener una cita.
Hubo un breve silencio antes de que Lando lo mirara con una expresión pensativa, exagerando su indecisión.
—Mmm... no sé. Tengo que consultarlo con mis amantes... y sobre todo con mi prometido.
Franco, que estaba bebiendo, casi se atraganta y miró a Oscar.
Oscar miró a Alex.
Y Alex, con la mayor calma del mundo, se encogió de hombros y respondió:
—Sí, pero tiene que volver antes de las 12.
Hubo un segundo de silencio antes de que toda la mesa estallara en risas.
Lando golpeó suavemente el brazo de Alex entre carcajadas.
—¡Eres oficialmente un amante!
—Lo sé. —Alex sonrió satisfecho.
Franco apoyó la cabeza en el hombro de Oscar, aún riendo.
—Me encanta este grupo.
Oscar le pasó un brazo por los hombros y asintió.
—Sí... somos un desastre.
Pero, por alguna razón, era el mejor desastre en el que podían estar.
Chapter 54: Franco
Chapter Text
Cuando la reunión estaba llegando a su fin y todos comenzaban a prepararse para irse, Oscar se quedó un poco más de lo necesario, debatiéndose entre despedirse o aprovechar la oportunidad.
Al final, la curiosidad ganó.
—Checo, Max... ¿Cómo fue que se pidieron ser pareja?
Checo y Max intercambiaron una mirada antes de que Max se encogiera de hombros.
—Fue sin pensarlo mucho, la verdad.
Checo rió con diversión.
—Sí... estaba hablando con alguien y, no sé por qué, lo presenté como mi pareja.
Oscar parpadeó.
—¿Así de fácil?
Max asintió.
—Sí, y cuando le pregunté si ya éramos pareja, Checo solo dijo "ahora sí".
—Y fin de la historia —agregó Checo con una sonrisa.
Oscar sonrió, pero sintió que su duda no estaba del todo resuelta.
—¿Y ustedes? —preguntó, mirando a Pierre y Yuki.
Pierre sonrió con nostalgia.
—Oh, fue en una cena súper romántica. Yuki me lo pidió.
Oscar levantó las cejas, sorprendido.
—¿Tú se lo pediste a Pierre?
Yuki asintió, un poco avergonzado.
—Sí... quería que fuera algo especial.
Pierre suspiró con cariño.
—Y lo fue. Hasta ese momento, fue de las cosas más tiernas que habían hecho por mí.
En cuanto terminó la frase, Yuki se puso completamente rojo y, sin decir nada, se levantó apresurado y se fue de la habitación.
Pierre rió, divertido.
—Y sigue siendo un desastre para recibir cumplidos.
Oscar sonrió con la escena, pero su cabeza estaba en otro lado.
Si Max y Checo se hicieron pareja casi sin darse cuenta y Yuki planeó algo romántico para Pierre, ¿qué debía hacer él?... ¿hacer algo como Lewis?
Ahora tenía demasiadas ideas en la cabeza.
Suspiró, pasando una mano por su cabello mientras veía a Franco reírse de algo con Lando y Alex.
¿Cómo se lo pedía? ¿Qué tipo de pareja quería ser con Franco? ¿Algo espontáneo, como Max y Checo? ¿O algo romántico, como Pierre y Yuki?
No tenía idea.
Pero de algo estaba seguro.
Quería que Franco fuera su pareja...
Oscar tenía una misión.
Y no era cualquier misión.
Era la más importante hasta el momento: pedirle a Franco que fuera su pareja. Oficialmente. Con todas las letras.
Porque ya estaba claro lo que sentía. Ya había aceptado que se había enamorado de todo lo que era Franco, desde su risa hasta su forma caótica de hacer las cosas. Ahora solo faltaba decirlo.
El problema era que quería que fuera especial... pero sin que pareciera demasiado forzado. Un equilibrio casi imposible.
Así que, en su desesperación, cometió el error de pedirles consejo a Lando y Alex.
—Fácil —dijo Lando con confianza. —Hazlo en público. Algo súper dramático. Un micrófono, una rodilla al suelo, un gran discurso sobre cómo él cambió tu vida.
—O en un estadio —intervino Alex, sin inmutarse. —Durante un partido. Así será inolvidable.
Oscar los miró, horrorizado.
—¿Son idiotas o qué?
—Hey, tú preguntaste. —Lando se encogió de hombros.
—Sí, pero esperaba ideas decentes —murmuró Oscar, masajeándose las sienes.
Descartó ambas ideas de inmediato y decidió hacerlo a su manera.
Escogió un restaurante bonito y reservó una mesa. No quería algo extremadamente romántico, pero sí un ambiente agradable.
Cuando Franco llegó, todo parecía estar a su favor. Conversaron, rieron, comieron, y cuando Oscar sintió que era el momento perfecto, tomó aire y se preparó para hablar.
Pero justo cuando abrió la boca...
—Dame un segundo, amor. —Franco sacó su teléfono, frunciendo el ceño al ver la pantalla—Es del trabajo...
Oscar sintió un mal presentimiento.
Después de un corto intercambio, Franco suspiró y lo miró con una mezcla de disculpa y resignación.
—Un compañero se enfermó y tengo que cubrirlo.
Oscar quiso gritar. Quiso decirle que esperara un segundo más, que esto era importante.
Pero Franco ya estaba poniéndose de pie, lanzándole una mirada llena de culpa antes de darle un beso rápido.
—Te llamo más tarde. Perdón, de verdad.
Y así, Oscar se quedó solo, con dos platos de comida y su plan hecho pedazos.
Probó de nuevo, pero esta vez decidió que lo mejor era intentarlo en la cena.
Eligió un restaurante más íntimo, pidió una mesa en un rincón apartado y hasta practicó mentalmente lo que diría.
Pero, por supuesto, nada podía salirle bien.
Justo cuando estaba a punto de hablar, escuchó su nombre a lo lejos.
—¡Oscar! ¡Qué sorpresa!
Al levantar la vista, vio a un par de compañeros acercándose con entusiasmo. Antes de que pudiera reaccionar, ya estaban junto a la mesa.
—¡Qué coincidencia! —dijo uno de ellos. —¿Les molesta si nos sentamos con ustedes?
Oscar sí tenía problemas con eso. Pero Franco, siendo Franco, sonrió con total naturalidad.
—¡Claro! —dijo, moviendo su copa para hacerles espacio. —Cuantos más, mejor.
Oscar se quiso morir.
La cena terminó siendo una reunión improvisada, con anécdotas y risas, pero sin espacio para lo que él quería decir.
Cuando finalmente volvieron a casa, Franco lo abrazó por la espalda y le dio un beso en la mejilla.
—La pasé muy bien hoy.
Oscar suspiró y le devolvió el abrazo. Aunque su plan había sido frustrado otra vez, no podía evitar sonreír con el simple hecho de tenerlo entre sus brazos.
Esa noche, Oscar se sentó en la cama, viendo su celular y repasando las fotos que tenía de ellos juntos. Algunas con Lando y Alex, otras con los demás... y muchas solo de ellos dos.
Se estaba volviendo loco por hacer esto de la mejor manera posible. Pero, ¿y si no necesitaba tanta planificación?
Tal vez la respuesta era mucho más simple.
Se recostó, cerrando los ojos con una pequeña sonrisa.
Mañana lo haría sin planes. Sin presión. Solo se lo diría cuando sintiera que era el momento adecuado.
O al menos, eso esperaba.
Pero cuando se dio cuenta ya llevaba más de una semana intentándolo.
Más de una semana planeando, buscando el momento perfecto, ensayando en su cabeza cómo decirlo.
Y más de una semana fallando.
Lo peor era que no podía culpar a nadie más que al universo... y a Franco por ser exactamente como era.
Cada vez que se decidía, algo pasaba.
La primera vez había sido durante un almuerzo. La comida estaba servida, el ambiente era tranquilo, Franco estaba de buen humor... y justo cuando Oscar se armó de valor y abrió la boca, Franco y tuvo que salir corriendo a cubrir a un compañero de trabajo que había tenido una emergencia.
La segunda vez, organizó una cita. Cena, luces tenues, una botella de vino esperando en la mesa. Todo marchaba perfecto... hasta que, de la nada, aparecieron unos amigos en el restaurante. La conversación derivó en chistes, anécdotas y bromas sobre quién pagaría la cuenta, y para cuando se quedaron solos, ya era tarde y Franco estaba demasiado cansado como para que Óscar soltara algo importante.
Luego intentó algo más casual, algo que no requiriera una gran preparación. Un paseo por la feria, una tarde relajada, sin presiones.
Y, por supuesto, también salió mal.
Oscar tenía un peluche que había ganado en un juego mecánico y que pensaba usar para darle una pequeña sorpresa a Franco, escondiendo una nota en él. Pero antes de que pudiera dárselo, Franco lo vio y se lo regaló a un niño que estaba cerca, diciendo que era mejor que él lo tuviera.
Oscar no podía enojarse. No podía frustrarse.
Porque cada una de esas veces, Franco estaba siendo exactamente quien era, "Franco".
El hombre que, sin pensarlo, cedía su lugar en la fila de los juegos mecánicos si veía a alguien más emocionado que él.
El que siempre estaba dispuesto a ayudar a un compañero, sin importar si arruinaba sus propios planes.
El que veía a sus amigos en un restaurante y no dudaba en invitarlos a la mesa para compartir el momento.
El que, con total naturalidad, regalaba un peluche que Oscar había ganado para él, porque pensaba que haría más feliz a un niño.
Y lo peor—o lo mejor—era que cada una de esas cosas solo lo enamoraba más.
Porque, ¿cómo no enamorarse de alguien que, sin intentarlo, siempre terminaba haciendo lo correcto?
Oscar suspiró, recostado en la cama junto a Franco, que dormía plácidamente a su lado.
Pensó en despertarlo y decírselo ahí mismo, en ese momento, sin tanta planificación, sin esperar el momento perfecto.
Pero Franco se movió ligeramente en sueños y se acurrucó más contra él, haciéndolo sonreír.
No.
No iba a decirlo ahora.
No porque no quisiera, sino porque si algo había aprendido en todos estos intentos fallidos... era que, con Franco, las cosas pasaban cuando tenían que pasar.
Y cuando llegara el momento, lo sabría.
Incluso si no lo había planeado.
En cuanto a Franco llevaba días notando algo raro.
Al principio, pensó que Oscar simplemente estaba más ocupado o distraído. Pero cuando la cuarta cita consecutiva terminó con Oscar soltando un suspiro frustrado y desviando la mirada como si quisiera decir algo y no pudiera, supo que algo pasaba.
Y lo peor era que no tenía idea de qué.
Así que decidió hacer lo más lógico: invitarlo a comer al mismo lugar donde le había dado la libreta con las fotos.
No por nostalgia, sino porque si Oscar tenía algo atorado en la garganta, quizás un ambiente familiar lo ayudaría a soltarlo.
Oscar aceptó sin dudar.
Pero cuando estaban ahí, y Franco vio que Oscar removía la comida en su plato sin siquiera probarla, supo que no podía seguir esperando a que hablara solo.
—Oscar —llamó con calma.
Oscar levantó la vista, sacudiéndose de sus pensamientos.
—¿Sí?
Franco lo miró con paciencia.
—Dímelo.
Oscar parpadeó.
—¿Qué cosa?
—Lo que sea que tienes en la cabeza desde hace días. Lo que intentaste decirme como cinco veces, pero nunca lograste. Lo que te tiene frustrado y enojado contigo mismo.
Oscar se tensó.
Franco apoyó los codos en la mesa, inclinándose un poco hacia él.
—Sea lo que sea, prefiero escucharlo en lugar de verte así.
Oscar bajó la mirada a su plato, pensándolo.
Llevaba demasiado tiempo guardándoselo.
Así que tomó aire, levantó la vista y lo dijo.
—No quiero ser solo tu amante.
Franco no se movió, no dijo nada, pero su expresión cambió de inmediato.
Oscar sintió que su corazón se aceleraba, pero no se detuvo.
—Y menos a medio tiempo —añadió con una media sonrisa.
Franco entrecerró los ojos, como si quisiera ver más allá de las palabras.
Pero no lo interrumpió.
Así que Óscar siguió.
—Me divierte el chiste del matrimonio y lo del amante. Es gracioso, es... de todos nosotros. Pero quiero más.
Las palabras salían rápido, desordenadas, pero Franco solo lo miraba, atento.
—No quiero que sea solo un juego. No quiero que sea solo un chiste interno. Quiero que, cuando alguien pregunte quién soy para ti, la respuesta sea clara.
Oscar se pasó una mano por la cara, riéndose con nervios.
—Mierda, esto suena más serio de lo que imaginaba.
Franco apoyó una mano sobre la suya, tranquilizándolo sin necesidad de palabras.
Oscar respiró hondo y soltó lo último, con toda la sinceridad que tenía en el pecho.
—Quiero ser tu novio.
Y antes de que pudiera agregar algo más, Franco soltó una risa suave y dijo, al mismo tiempo que él:
—¿Quieres ser mi novio?
El silencio se rompió con sus propias risas.
Porque, claro.
Porque siempre eran así.
Porque, sin importar cuánto lo pensaran, cuánto lo planearan, al final siempre terminaban en el mismo punto, juntos.
Oscar entrelazó sus dedos con los de Franco sobre la mesa, sintiendo cómo toda la tensión de los últimos días desaparecía en un segundo.
Franco apretó su mano con fuerza y sonrió.
—Entonces...
—Entonces nada —interrumpió Oscar, tirando suavemente de él hasta acercarlo más.
Y con una sonrisa satisfecha, lo besó.
Como si ya fueran novios desde hace mucho tiempo.
Porque, en el fondo, lo eran.
Y Franco, era solo Franco...
Chapter 55: Gracias!
Chapter Text
Y así, después de muchas idas y vueltas, caos, risas y momentos de romance, esta historia llega a su final.
Quiero agradecer de corazón a cada persona que se tomó un momento para leerla, ya sea desde el primer capítulo o incluso si llegaron en algún punto intermedio. Significa muchísimo para mí saber que alguien decidió dedicar su tiempo a esta historia.
Pero, en especial, quiero dar las gracias a quienes comentaron, votaron y me hicieron saber que estaban ahí. Sin ustedes, esta historia probablemente habría quedado en el olvido o en mi lista de ideas inconclusas. Saber que había alguien esperando cada actualización, compartiendo sus pensamientos y disfrutando del desarrollo de los personajes fue lo que me motivó a seguir escribiendo.
Gracias por cada palabra de aliento, cada sugerencia, cada comentario lleno de emoción o teoría loca. Gracias por hacerme reír con sus reacciones y por acompañarme en este proceso.
Estoy abierta a cualquier comentario, crítica o consejo que quieran darme. Siempre estoy aprendiendo y me encanta mejorar. Además, si tienen ideas o quieren leer sobre nuevas parejas, ¡déjenlo en los comentarios! Quién sabe, tal vez esta no sea la última historia que compartamos juntos.
Y por último, pero no menos importante...
Sí, lo sé. La portada y los banners de los capítulos no son precisamente obras maestras. Los hizo una IA porque, siendo sincera, soy un desastre dibujando. 😂 Espero mejorarlos en algún momento, pero por ahora, nos quedamos con esto.
Nos leemos pronto. 💕
Pages Navigation
orlovv on Chapter 1 Wed 01 Jan 2025 10:11PM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 1 Thu 02 Jan 2025 04:43PM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 3 Fri 03 Jan 2025 07:22AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 5 Sat 04 Jan 2025 07:36AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 6 Sat 04 Jan 2025 08:12AM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 6 Sat 04 Jan 2025 08:18AM UTC
Comment Actions
Henryy_taylorsversion on Chapter 7 Mon 07 Jul 2025 02:13AM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 7 Tue 08 Jul 2025 05:19PM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 9 Tue 07 Jan 2025 01:58AM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 9 Wed 08 Jan 2025 05:29AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 10 Tue 07 Jan 2025 02:03AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 11 Thu 09 Jan 2025 07:29AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 12 Fri 10 Jan 2025 06:52AM UTC
Comment Actions
eneve on Chapter 13 Fri 10 Jan 2025 11:11AM UTC
Comment Actions
RomJa2123 on Chapter 15 Sat 11 Jan 2025 01:02AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 15 Sat 11 Jan 2025 02:58AM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 15 Sat 11 Jan 2025 04:39AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 16 Sat 11 Jan 2025 04:41AM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 16 Wed 15 Jan 2025 08:29AM UTC
Comment Actions
eyayah_kote on Chapter 17 Sat 11 Jan 2025 06:35AM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 17 Wed 15 Jan 2025 08:28AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 18 Sat 11 Jan 2025 06:41PM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 21 Sun 12 Jan 2025 08:27AM UTC
Comment Actions
Minmia on Chapter 21 Wed 15 Jan 2025 08:28AM UTC
Comment Actions
RomJa2123 on Chapter 22 Mon 13 Jan 2025 01:36AM UTC
Last Edited Mon 13 Jan 2025 01:36AM UTC
Comment Actions
RomJa2123 on Chapter 24 Thu 16 Jan 2025 02:33AM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 24 Thu 16 Jan 2025 08:16AM UTC
Comment Actions
frigga28 on Chapter 24 Sun 19 Jan 2025 02:48AM UTC
Comment Actions
Pages Navigation