Chapter 1: Fever
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El aire acondicionado rugía como un motor viejo, lanzando ráfagas frías que apenas aliviaban el calor pegajoso del verano. Mi habitación era un desastre: ropa tirada en el suelo, libros apilados torpemente en el escritorio, y una sábana arrugada colgando a medias de la cama. No me importaba mucho. La música sonaba a todo volumen desde mi celular, un ritmo pop animado, de esos que te hacen mover los pies sin darte cuenta. Creo que era algo de Dua Lipa, con bajos que vibraban en mi pecho y me hacían tararear mientras revolvía un cajón buscando una camiseta decente.
De pronto, el celular vibró sobre la cama, cortando la música por un segundo. Un mensaje de Nami apareció en la pantalla: "Luffy, estamos abajo en la entrada. ¡Muévete, que vamos a un lugar! No preguntes, solo ven. 😜"
Sonreí sin poder evitarlo. Nami siempre tenía planes locos, y yo nunca decía que no. Me quité la camiseta sudada que traía puesta, agarré una de color rojo con un estampado de un sombrero de paja que me encanta, y me puse unos jeans y mis tenis blancos gastados. Me miré rápido en el espejo roto del armario; mi cabello negro estaba revuelto, como siempre, pero no me iba a peinar ahora. ¡No había tiempo!
Corrí a la sala, donde Ace y Sabo estaban tirados en el sofá, viendo un partido en la tele. Ace tenía los pies sobre la mesa, sosteniendo una lata de refresco, mientras Sabo leía algo en su celular, con esa cara seria que siempre pone cuando está concentrado.
—¡Oigan, me voy con Nami y los demás! —grité, buscando mis llaves en el desorden de la mesa—. ¡No me esperen despiertos!
Ace levantó la mirada, frunciendo el ceño. —¿A dónde vas tan apurado, Luffy? Es tarde.
—No sé, Nami dijo que a un lugar. —Me encogí de hombros, ya con una mano en la puerta.
Sabo dejó su celular y se cruzó de brazos. —Luffy, al menos dinos a qué hora vuelves. Y no te metas en problemas, ¿eh?
—¡Tranquilos, estaré bien! —respondí con una sonrisa, abriendo la puerta de un tirón. Antes de que pudieran seguir sermoneándome, salí disparado al pasillo. Escuché a Ace gritar algo como "¡Ten cuidado!", pero ya estaba corriendo hacia el ascensor.
Pulsé el botón con fuerza, como si eso lo fuera a hacer llegar más rápido. El pasillo del edificio estaba silencioso, solo se oía el zumbido del aire acondicionado y mis propios pasos. Mientras esperaba, saqué el celular para responderle a Nami: "Bajando ya, espérenme!" El ascensor llegó con un ding y las puertas se abrieron. Entré, presioné el botón de la planta baja y me apoyé contra la pared, sintiendo la emoción burbujeando en mi pecho. No sabía a dónde íbamos, pero con Nami y los demás, seguro sería una aventura.
El ascensor dio un último ding y las puertas se abrieron a la planta baja. El aire cálido del vestíbulo me golpeó como una ola, mezclado con el olor a pavimento caliente que se colaba desde afuera. Allí estaban ellos: Nami, con la cabeza enterrada en su celular, frunciendo el ceño como si estuviera resolviendo un acertijo; Sanji, apoyado en una columna, dando una calada profunda a su cigarrillo mientras le lanzaba una mirada fulminante a Zoro, quien estaba recargado contra la pared, mirando al vacío con esa cara de aburrimiento que siempre pone. Robin, un poco más allá, también revisaba algo en su celular, pero con esa calma suya que parece que nada la perturba.
—¡Oigan, ya llegué! —grité, levantando los brazos como si acabara de ganar una carrera. Todos giraron la cabeza hacia mí, y una sonrisa se me escapó de puro entusiasmo.
—¡Luffy, por fin! —Nami guardó su celular en el bolsillo y se cruzó de brazos, fingiendo estar molesta—. ¿Qué te tomó tanto tiempo? ¡Te dije que te apuraras!
—Estaba buscando mi camiseta favorita, ¡lo siento! —respondí, rascándome la nuca. Antes de que pudiera defenderme más, Nami se acercó y me dio un abrazo rápido, aunque todavía con esa cara de "no te escapes de esta".
—Eres un desastre —dijo, pero su sonrisa la delató. Luego señaló hacia la salida—. Vamos, Franky está afuera.
—¿A dónde vamos? —pregunté, trotando detrás de ellos mientras salíamos del edificio. Nadie respondió. Zoro solo gruñó algo ininteligible, Sanji exhaló una nube de humo y Robin me miró con una sonrisita misteriosa. Nami, como siempre, solo me ignoró y siguió caminando.
Afuera, el calor del verano era aún más pesado, como si el sol se hubiera olvidado de bajar la intensidad. La camioneta de Franky, un todoterreno azul con calcomanías raras y un par de rasguños, estaba estacionada justo en la entrada. Franky, con su camisa hawaiana desabotonada y sus lentes de sol apoyados en la frente, nos saludó con un grito.
—¡Súbanse, banda! ¡El Sunny está listo para rodar! —dijo, dando un golpe al volante.
Todos subimos. Nami se lanzó al asiento del copiloto, pero Robin fue más rápida y se sentó ahí con una elegancia que solo ella tiene. Franky le dio un beso rápido en la mejilla, y ella le sonrió de lado, como si ya estuviera acostumbrada a sus arranques. Sanji, Zoro y yo nos apretamos en la parte trasera. Sanji sacó su celular e intentó conectar su música, pero Nami fue más rápida, enchufando su teléfono al sistema de la camioneta. Un ritmo pop llenó el aire, algo con mucha guitarra y un coro pegajoso que reconocí de alguna fiesta.
—¡Oye, yo quería poner algo! —protestó Sanji, pero Nami solo le sacó la lengua.
—Mi camioneta, mis reglas —dijo Franky, riendo mientras arrancaba.
Zoro, a mi lado, ya tenía los ojos entrecerrados, como si el movimiento de la camioneta lo estuviera arrullando. Su cabeza se ladeó un poco, y juro que escuché un ronquido suave. Típico de él.
—Oigan, en serio, ¿a dónde vamos? —insistí, inclinándome hacia adelante, casi chocando con el asiento de Sanji.
Sanji se giró, con el cigarrillo colgando de su boca, y me miró con esa sonrisa suya de "te estoy vacilando". —A algún lugar, Luffy. Relájate, ya lo verás cuando lleguemos.
Todos se rieron, hasta Robin, que giró la cabeza para mirarme con diversión. Yo fruncí el ceño, pero no pude evitar reírme también. Era inútil sacarle respuestas a esta pandilla cuando querían hacerse los misteriosos.
—Usopp, Chopper y Brook ya están allá, esperándonos —añadió Sanji, apagando su cigarrillo en un cenicero portátil que sacó de quién sabe dónde—. Así que no hagas preguntas y disfruta el viaje.
Me recosté en el asiento, mirando por la ventana mientras las luces de la ciudad pasaban como rayas brillantes. El calor seguía pegando, pero con la música sonando y mis amigos alrededor, sentía que esta noche iba a ser de esas que no se olvidan. Aunque, siendo honesto, no tenía idea de qué me esperaba.
[***]
La camioneta de Franky se detuvo en una calle que reconocí al instante: DressRosa. Las luces de neón parpadeaban por todos lados, reflejándose en el pavimento como si fuera un río de colores. Esta calle era famosa, o más bien infame, por sus clubes, antros y casinos que nunca parecían cerrar. Había oído historias de este lugar, algunas geniales, otras no tanto, pero nunca había venido con mis amigos. Miré por la ventana, sintiendo esa emoción que me sube por el pecho cuando sé que algo grande está por pasar.
Zoro, que había estado roncando como si estuviera en su casa, abrió un ojo y gruñó: —¿Ya llegamos o qué? ¿Cuánto falta?
—Tranquilo, cabeza de musgo, ¡ya estamos aquí! —respondió Franky con una risotada, dando un golpe al volante antes de entrar al estacionamiento. Vi el letrero del lugar: Coliseo Diamante. Desde afuera, el edificio parecía sacado de una película, con luces que imitaban las columnas de un coliseo romano, aunque todo era puro espectáculo, como si alguien hubiera decidido que el exceso era la clave. Franky maniobró hasta el estacionamiento subterráneo, un lugar oscuro con olor a gasolina y paredes de concreto. Encontró un espacio, y todos bajamos, estirándonos como si hubiéramos cruzado medio mundo.
Caminamos hacia lo que parecía la entrada principal, un arco iluminado con focos rojos y dorados. Un guardia enorme, con cara de pocos amigos, nos bloqueó el paso. —Reserva —dijo, cruzándose de brazos.
Nami, como siempre, tomó el control. Sacó su celular con esa confianza suya y mostró la pantalla al guardia. No sé qué vio el tipo, pero sonrió de lado, como si aprobara un secreto, y presionó un botón junto a la puerta. Un ascensor se abrió frente a nosotros, y, madre mía, estaba cubierto de grafitis: nombres, dibujos raros, frases que no entendí. Nos amontonamos dentro; éramos demasiados para ese espacio pequeño, con Franky ocupando la mitad del lugar y Zoro empujándome sin querer mientras Sanji lo jalaba para que no se quedara atrás.
—Oye, no te duermas ahora, marimo —se burló Sanji, tirando de la manga de Zoro.
—Cállate, cocinero idiota —masculló Zoro, pero no se resistió mucho.
El ascensor subió rápido, apenas dos pisos, y cuando las puertas se abrieron, fue como si nos hubieran arrojado a otro mundo. La música electrónica retumbaba tan fuerte que sentía los bajos en el estómago. El aire olía a alcohol, sudor y algo más, como marihuana, que flotaba en nubes invisibles. Las luces estroboscópicas parpadeaban, pintando la multitud de colores que se movían como olas. Había gente por todos lados: bailando, riendo, gritando. Me quedé parado un segundo, absorbiéndolo todo, hasta que sentí un tirón en mi camiseta.
—No te quedes ahí parado, Luffy —dijo Franky, tomando mi mano con fuerza para no perderme en el mar de cuerpos—. ¡Vamos, que Usopp, Chopper y Brook ya están adentro!
Sanji, por su parte, seguía arrastrando a Zoro, que miraba alrededor con cara de perdido, como si ya estuviera planeando en qué esquina dormirse. —¡Muévete, idiota, o te vas a perder! —le gritó Sanji, esquivando a un tipo que casi le tira su bebida encima.
Nami y Robin iban adelante, abriéndose paso con esa habilidad que tienen para hacer que la gente se aparte sin esfuerzo. Yo apretaba la mano de Franky, sintiendo la emoción crecer. No sabía qué iba a pasar esta noche, pero con mis amigos aquí y este lugar explotando de energía, estaba seguro de que sería épico.
Nos abrimos paso entre la multitud hasta que vi una mesa al fondo, iluminada por un parpadeo de luces violetas y azules. Allí estaban los demás: Brook, Usopp y Chopper. Brook ya tenía los ojos brillantes y una sonrisa torcida, claramente con unas copas de más. En cuanto nos vio, se levantó tambaleándose y, sin pensarlo dos veces, señaló a Nami y Robin con un dedo tembloroso.
—¡Chicas, bellas damas! —balbuceó, con una risita—. ¿Me dejarían echar un vistazo a sus... pantis?
Nami puso los ojos en blanco y lo empujó suavemente de vuelta a su asiento. —Siéntate, Brook, y compórtate —dijo, mientras Robin se reía por lo bajo, sin siquiera levantar la vista de su celular. Brook se dejó caer en la silla, murmurando algo sobre "arte" y "belleza", pero nadie le hizo caso.
Usopp, que estaba jugueteando con una servilleta, nos miró con una sonrisa. —Ya pedí algo para tomar, chicos. Deberían traerlo en cualquier momento.
Antes de que alguien respondiera, Zoro, que parecía haber despertado del todo con el ambiente del club, agarró un vaso medio lleno que estaba en la mesa y se lo bebió de un trago. Chopper, sentado a su lado, dio un gritito y le dio un golpe en el brazo. —¡Oye, ese era mío! —protestó, pero Zoro ni se inmutó, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—Relájate, enano, ya pedirás otro —dijo, encogiéndose de hombros.
La música electrónica retumbaba, haciendo vibrar la mesa y mis zapatillas. Era una mezcla de bajos profundos y un ritmo que te hacía querer moverte, aunque yo estaba más ocupado mirando a mi alrededor, tratando de entender qué hacíamos en un lugar como este. Las luces giraban, pintando la cara de todos con colores que cambiaban cada segundo. Pasaron unos minutos, y de pronto una mujer apareció entre la multitud. Era curvilínea, con un traje de sirvienta negro que parecía sacado de una película, y un gafete con el número 5 pinned en el pecho. Traía una charola cargada de vasos, varias botellas de licor y un par de refrescos. Los dejó en la mesa con una sonrisa rápida y desapareció tan rápido como llegó, engullida por el mar de gente bailando.
Nami no perdió el tiempo. Tomó una botella y empezó a servir los vasos, levantando el suyo con un grito. —¡Por una noche más! —brindó, y todos alzamos nuestros vasos, aunque el mío era solo refresco porque, bueno, no soy mucho de tomar.
Usopp se inclinó hacia mí, notando la cara de confusión que debía tener. —Oye, Luffy, ¿por qué tan perdido? —susurró, con una sonrisa pícara—. Es porque Vivi por fin dijo que sí a salir con Nami. ¡Por eso estamos celebrando!
—¿En serio? — exclamé, girándome hacia Nami, que estaba riendo con Robin mientras servía otro trago. —¡Nami, eso es genial!
Ella me miró, guiñándome un ojo. —Claro que sí, Luffy. ¡Ahora a disfrutar la noche! —dijo, chocando su vaso contra el mío.
Me recosté en la silla, sonriendo de oreja a oreja. La música, las luces, el olor a licor y ese toque de marihuana que flotaba en el aire hacían que todo se sintiera como una gran aventura.
[***]
Habían pasado unas dos o tres horas desde que llegamos al Coliseo Diamante, y el lugar estaba más vivo que nunca. La música seguía retumbando, un ritmo electrónico que hacía vibrar el suelo, y las luces estroboscópicas pintaban la pista de baile con destellos rojos, azules y violetas. El aire estaba cargado de calor, sudor y ese olor persistente a licor y marihuana que parecía pegarse a la piel.
Nami estaba en la pista, bailando con Sanji, quien no perdía la oportunidad de pegarse a ella como si su vida dependiera de eso. Sus movimientos eran fluidos, casi como si estuvieran en una coreografía ensayada, aunque la sonrisa coqueta de Nami dejaba claro que ella llevaba el control. Franky y Robin también bailaban cerca, pero ellos eran más relajados, con Robin girando elegantemente mientras Franky hacía esos pasos exagerados que solo él podía hacer sin parecer ridículo. Usopp, por su parte, estaba en una esquina, intentando impresionar a una chica con una historia que seguro era pura exageración, moviendo las manos como si estuviera narrando una épica. Y Brook... bueno, Brook estaba desmayado sobre la mesa, con la cara aplastada contra un vaso vacío, murmurando algo sobre "pantis" entre ronquidos.
Zoro, sentado a mi lado, no quitaba los ojos de Nami y Sanji. Su ceño estaba fruncido, y apretaba su vaso con tanta fuerza que pensé que lo rompería. —Oye, Zoro, ¡vamos a bailar! —dije, dándole un codazo para sacarlo de su trance.
—No estoy de humor —gruñó, sin apartar la mirada de la pista.
—Vamos, no seas aburrido —insistí, poniéndome de pie y tirando de su mano. No le di tiempo a protestar; lo jalé con fuerza hasta que se levantó, refunfuñando, y lo arrastré a la pista. Nos metimos justo entre Nami y Sanji, que estaban tan pegados que parecían una sola persona. Sin pensarlo mucho, tomé a Nami por el brazo y la separé de Sanji con una sonrisa.
—¡Vamos, Nami, baila conmigo! —grité por encima de la música.
Ella se rio, siguiéndome el juego sin dudarlo. Empezamos a movernos, y Nami bailaba con una energía que era imposible no seguir. Sus movimientos eran alegres, un poco provocativos, girando y acercándose a mí con una sonrisa traviesa. Yo intentaba imitarla, pero mis pasos eran más bien torpes, como si estuviera peleando con la música en lugar de bailar con ella. Nos reíamos a carcajadas cada vez que uno hacía un movimiento más ridículo que el otro, chocando los puños o haciendo gestos tontos.
—¡Luffy, eres un desastre bailando! —dijo Nami entre risas, dando un giro que casi me hace tropezar.
—¡Tú tampoco eres una experta! —respondí, sacándole la lengua mientras intentaba seguir el ritmo.
Pero después de un rato, Nami se detuvo un segundo, poniéndose una mano en la frente. —Oye, creo que estoy un poco mareada —dijo, todavía sonriendo, pero con un toque de confusión en la voz.
La miré, y de repente noté que yo también me sentía raro. La cabeza me daba vueltas, como si el suelo se moviera más de lo normal. Pensé que era el calor, porque el lugar estaba como un horno, con tanta gente apretada y el aire denso. —Sí, está haciendo un calor del demonio —dije, limpiándome el sudor de la frente con el dorso de la mano—. Vamos a sentarnos un segundo.
Nami asintió, y nos abrimos paso de vuelta a la mesa, esquivando cuerpos que bailaban como si no hubiera un mañana. Me dejé caer en una silla, sintiendo el mareo asentarse un poco, pero todavía con esa energía que me hacía querer seguir en la fiesta. Algo me decía que esta noche iba a dar un giro inesperado, pero por ahora, solo quería reírme con mis amigos y dejar que la música siguiera llevándome.
El aire en el Coliseo Diamante seguía pesado, cargado de humo y el zumbido constante de la música electrónica que hacía vibrar las paredes. Estaba sentado en la mesa, todavía sintiendo ese mareo ligero, cuando Chopper se inclinó hacia mí, con los ojos muy abiertos y un tono de preocupación.
—Luffy, mira allá —susurró, señalando con disimulo hacia el otro lado del salón—. Esos tipos no nos quitan los ojos de encima.
Giré la cabeza, intentando ver a través de la densa nube de humo que flotaba como niebla. Entre las luces parpadeantes y la multitud, distinguí un grupo de chicos en una esquina. Uno de ellos, con el cabello oscuro y un piercing en la ceja, tenía unos ojos que parecían atravesarme, como si quisieran comerme vivo. Estaba rodeado de otros tipos, todos con una vibra que no me gustaba del todo, mirando a nuestro grupo como si estuviéramos en exhibición. Sonreí un poco, más por reflejo que por otra cosa, y me encogí de hombros. —Bah, seguro solo están aburridos —dije, restándole importancia, aunque algo en mi estómago se retorció.
Antes de que pudiera pensar más en eso, un gritito agudo de Nami me hizo saltar. —¡Luffy, mira eso! — chilló, señalando hacia la pista de baile con una mezcla de emoción y sorpresa.
Seguí su dedo y, madre mía, ahí estaban Zoro y Sanji, en medio de la pista, besándose como si el mundo se fuera a acabar. Estaban tan pegados que las luces parecían bailar solo para ellos, con Zoro sosteniendo a Sanji por la cintura y este último enredando los dedos en el cabello verde de Zoro. Me quedé con la boca abierta, no porque me sorprendiera mucho (esas dos siempre estaban discutiendo o coqueteando, dependiendo del día), sino porque no esperaba que lo hicieran tan... público.
Usopp, que justo volvió a la mesa con cara de derrota y sin ninguna chica a su lado, soltó un gruñido. —Maldita sea —masculló, sacando unos billetes arrugados de su bolsillo y pasándoselos a Nami, que los agarró con una sonrisa triunfal. Estaba claro que habían apostado algo sobre esos dos, y Nami, como siempre, había ganado. Aunque, para ser honesto, ella parecía más emocionada por el espectáculo en la pista que por el dinero.
—¡Eso, chicos, sigan así! —gritó Nami, levantando su vaso como si brindara por ellos. Zoro y Sanji ni se inmutaron, perdidos en su momento.
Estaba a punto de soltar una carcajada cuando alguien se dejó caer en la silla junto a mí, tan cerca que sentí el calor de su cuerpo. Giré la cabeza, y ahí estaba: un tipo alto, con el cabello oscuro desordenado y un tatuaje asomando por el cuello de su camiseta negra. Sus ojos, los mismos que había visto antes a través del humo, ahora estaban fijos en mí, con una intensidad que me hizo tragar saliva. Sonrió de lado, como si supiera algo que yo no.
—Te llamas Luffy, ¿verdad? —dijo, con una voz baja que apenas se escuchó por encima de la música, pero que de alguna manera me llegó directo al pecho.
Lo miré, parpadeando, todavía procesando la escena de Zoro y Sanji, el grito de Nami y ahora este tipo que parecía haber salido de la nada. Mi sonrisa tonta volvió por instinto. —¿Eh? Sí, soy yo. ¿Y tú quién eres? —pregunté, inclinándome un poco hacia él, más curioso que nervioso, aunque algo en su mirada me decía que esta noche estaba a punto de ponerse mucho más interesante.
El tipo sentado a mi lado dio una calada profunda a su cigarro, exhalando una nube de humo que no olía como los cigarros normales de Sanji. Era más dulce, un poco picante, y se mezclaba con el caos de olores del club. Se inclinó hacia mí, con esa sonrisa que parecía saber más de lo que decía. —Soy Trafalgar Law —dijo, su voz grave cortando a través del estruendo de la música electrónica.
Parpadeé, intentando repetir su nombre en mi cabeza. —¿Tra... fal... gar? —balbuceé, sintiéndome como un idiota. Al final, solté lo primero que se me ocurrió—: ¡Torao! —Y una sonrisa tonta se me escapó.
Law soltó una risita baja, como si mi torpeza le pareciera divertida. Sin decir nada más, tomó mi mano con una confianza que me dejó sin aire. Sus dedos eran cálidos, firmes, y antes de que pudiera procesar qué estaba pasando, me jaló hacia la pista de baile. —Vamos, Luffy —dijo, con un brillo coqueto en los ojos.
La pista estaba abarrotada, con cuerpos moviéndose al ritmo de un bajo que retumbaba en mi pecho. Law era más alto de lo que pensé, y cuando me atrajo hacia él, sentí su presencia como algo imponente, pero no intimidante. La música cambió a algo más lento, más sensual, con un ritmo que parecía envolvernos. Él me guio sin esfuerzo, sus manos deslizándose a mi cintura, moviéndome con él como si supiera exactamente cómo hacerme seguirle el paso.
No soy el mejor bailarín, pero con Law era diferente. Sus movimientos eran precisos, casi hipnóticos, y cada giro o paso que dábamos hacía que nuestros cuerpos se rozaran de una manera que me ponía la piel de gallina. Sus manos recorrían mi espalda, mis costados, con una audacia que no dejaba lugar a decoro. No era solo un baile; había algo en el aire, una electricidad que no podía describir, como si cada roce suyo encendiera algo dentro de mí.
La música, las luces estroboscópicas, el calor del club, todo se desvanecía a nuestro alrededor. Solo estábamos él y yo, moviéndonos juntos, sus ojos grises clavados en los míos con una intensidad que me hacía olvidar cómo respirar. Intenté decir algo, pero mi voz se perdió en el ritmo. Law se inclinó un poco, su aliento cálido cerca de mi oído. —Relájate, Luffy —susurró, y juro que sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
No sabía qué estaba pasando, pero tampoco quería que parara. La manera en que me guiaba, en que su cuerpo parecía saber exactamente cómo moverse contra el mío, era como estar atrapado en una corriente que no quería resistir. Mi corazón latía al ritmo de la música, y por primera vez en la noche, no pensé en nada más: ni en mis amigos, ni en el mareo, ni en los tipos raros del otro lado del salón. Solo en Torao y en lo que sea que estaba empezando entre nosotros en esa pista de baile.
Chapter 2: Blur of the Night
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El sol se colaba por las cortinas rotas, apuñalándome los ojos como si alguien hubiera decidido encender una linterna justo en mi cara. Mi cabeza latía como si un tambor estuviera tocando un solo dentro de mi cráneo, y mi boca sabía a una mezcla de refresco rancio y algo que no quería identificar. Estaba tirado en el sofá de la sala, con una pierna colgando y una manta arrugada cubriéndome a medias. No tenía ni idea de cómo llegué aquí. Lo último que recordaba era la pista de baile del Coliseo Diamante, el calor, las luces parpadeantes, y a Torao... sus manos en mi cintura, su mirada que me hacía sentir como si estuviera cayendo en un pozo sin fondo. Después de eso, todo era un borrón.
Parpadeé, intentando enfocar la vista. La sala estaba hecha un desastre: vasos de plástico en la mesa de centro, una bolsa de papas fritas abierta y derramada en el suelo, y un olor a tabaco viejo flotando en el aire. Giré la cabeza y vi a Sanji y Zoro en el sofá de dos plazas, acurrucados como si fueran una sola persona. Zoro tenía un brazo alrededor de Sanji, que estaba apoyado en su pecho, ambos roncando suavemente, como si el mundo entero pudiera explotar y no se despertarían. Sonreí un poco, aunque el movimiento hizo que mi cabeza protestara con otro latido.
En el suelo, cerca de la mesa, estaba Usopp, tirado boca abajo sobre una manta que parecía más un trapo viejo. Una de sus manos todavía agarraba su celular, como si hubiera estado escribiendo algo antes de rendirse al sueño. Desde la cocina, escuché voces familiares: el tono gruñón de Ace, la risa sarcástica de Sabo y la voz mandona de Nami que siempre parecía estar organizando algo.
—¿En serio, Ace? ¿Quemaste el pan otra vez? —decía Nami, claramente molesta.
—No es mi culpa que la tostadora sea una porquería —replicó Ace, y casi pude verlo encogiéndose de hombros.
—Shhh, baja la voz, idiota, que Luffy y los demás están muertos ahí afuera —intervino Sabo, con ese tono de hermano mayor que usa cuando quiere evitar un desastre.
Me incorporé lentamente, gimiendo cuando el mundo dio una vuelta extra. Me froté los ojos y traté de reconstruir la noche. El baile con Torao, su sonrisa, esos tipos raros mirándonos desde la esquina... ¿y luego qué? ¿Cómo terminé en casa? Saqué mi celular del bolsillo, esperando encontrar alguna pista, pero la pantalla estaba llena de notificaciones: mensajes de grupo, fotos borrosas de la noche, y un mensaje sin leer de un número desconocido. Mi corazón dio un salto. ¿Sería él?
Antes de que pudiera abrirlo, Nami salió de la cocina con una bandeja de café y pan tostado (que no olía quemado, así que seguro Sabo había tomado el control). Me miró y alzó una ceja. —Vaya, Luffy, pareces un zombi. ¿Qué tanto tomaste anoche?
—No tomé nada —murmuré, aunque no estaba seguro de si era cierto. Mi cabeza decía otra cosa—. ¿Cómo llegamos aquí?
Nami se rio, dejando la bandeja en la mesa. —Eso es una larga historia. Digamos que Franky y Robin nos salvaron de quedar varados en DressRosa. —Se acercó y me dio un codazo suave—. Y tú, señor Bailarín, ¿quién era ese tipo con el que estabas pegado en la pista?
Sentí mis mejillas calentarse, y no era por la resaca. —Torao —dije, rascándome la nuca—. No sé, solo... bailamos.
—Ajá, "solo bailamos" —se burló Nami, guiñándome un ojo antes de volver a la cocina, donde Ace y Sabo seguían discutiendo sobre quién sabía hacer mejor el café.
Miré mi celular otra vez, con el dedo dudando sobre el mensaje sin leer. Algo me decía que abrirlo iba a cambiar las cosas, pero mi cabeza estaba demasiado nublada para decidir si eso era bueno o malo. Por ahora, solo quería otro café y que alguien me explicara cómo demonios terminé durmiendo en el sofá con la mitad de mis amigos desmayados a mi alrededor.
Estaba sentado en el sofá, con el celular en la mano, mirando el mensaje sin leer de ese número desconocido. Mi dedo flotaba sobre la pantalla, dudando si abrirlo o no. ¿Y si era Torao? Mi cabeza seguía dando vueltas, no solo por la resaca, sino por esa sensación rara que me dejó el baile de anoche. Antes de que pudiera decidirme, Ace y Sabo salieron de la cocina, cada uno con una taza de café humeante. Nami iba detrás, todavía con esa sonrisa de quien sabe más de lo que dice.
—Oye, Luffy, ¿qué demonios pasó anoche? —dijo Ace, dejándose caer en una silla frente a mí. Su tono era mitad broma, mitad regaño—. ¿Desde cuándo tomas tanto? Sabes que no aguantas el alcohol.
Fruncí el ceño, confundido. —¿Tomar? Yo no tomé nada —respondí, rascándome la cabeza. Mi memoria era un rompecabezas incompleto, pero estaba seguro de que me había quedado con refrescos... ¿o no?
Sabo alzó una ceja, cruzándose de brazos. —Ajá, claro, pequeño. —Señaló a Ace, que ya estaba sacando su celular con una sonrisa traviesa.
—Mira esto, genio —dijo Ace, girando la pantalla hacia mí. Era un video, y cuando le dio play, casi se me cae el alma al suelo. Ahí estaba yo, en el Coliseo Diamante, con un vaso en la mano, riéndome como idiota mientras Torao y un chico pelirrojo que no reconocí me animaban. Hablaba arrastrando las palabras, soltando cosas sin sentido sobre "ser el rey de la pista" o algo por el estilo. Los dos tipos a mi lado se reían a carcajadas, y de fondo, se escuchaba la voz de Zoro gritando: "¡Vamos, Luffy, otro trago! ¡No te quedes atrás!"
La cámara giró, enfocando a Zoro, que se veía más despierto de lo normal, con un vaso en la mano y esa sonrisa de desafío que pone cuando está en modo competitivo. Se lo tomó de un trago, alzando el vaso como si fuera una medalla, y gritó algo que hizo que Torao y el pelirrojo levantaran sus vasos e hicieran lo mismo. El video se cortó justo ahí, dejándome con la boca abierta.
—¡Ese no soy yo! —protesté, señalando el celular como si pudiera borrarlo con la mirada. Mi cara estaba roja, y no solo por la resaca. ¿Cuándo pasó eso? ¿Cómo no lo recordaba?
Ace se echó a reír, dándome una palmada en el hombro que casi me tira del sofá. —Claro, Luffy, ese es tu clon borracho. ¡Por favor, estabas fuera de control!
Sabo, que siempre es el más serio, suspiró y se sentó a mi lado. —Luffy, está bien que te diviertas, pero tienes que hacerlo con moderación —dijo, con ese tono de hermano mayor que usa cuando quiere que lo tome en serio—. No siempre vamos a estar nosotros o tus amigos para sacarte de un lío. ¿Y si te pasa algo? Ese tal Trafalgar y su amigo no parecían precisamente angelitos.
Me quedé callado, mirando el celular que todavía tenía en la mano. El mensaje sin leer parecía quemarme los dedos. No sabía qué decir. Una parte de mí quería defender a Torao, porque, aunque apenas lo conocía, no me había dado mala espina. Pero otra parte, la que sentía el dolor de cabeza y el vacío en la memoria, sabía que Sabo tenía razón. Anoche me dejé llevar demasiado.
Nami, que había estado escuchando todo desde la mesa, intervino con una sonrisa. —Oh, déjenlo en paz, chicos. Luffy solo estaba viviendo el momento. —Se acercó y me revolvió el pelo, como si fuera un niño—. Pero, en serio, Luffy, la próxima vez quédate con el refresco, ¿sí?
Asentí, todavía un poco aturdido. Miré a Sanji y Zoro, que seguían acurrucados en el otro sofá, ajenos al mundo, y a Usopp, que empezaba a moverse en el suelo, murmurando algo sobre un dolor de espalda. La sala estaba llena de mis amigos, de mi familia, y aunque todo era un desastre, me sentía en casa. Pero ese mensaje en mi celular... algo me decía que abrirlo iba a traer más preguntas que respuestas. Y, por alguna razón, no podía esperar a descubrir qué decía.
[***]
Habían pasado unas horas desde que desperté con la cabeza a punto de estallar. Por fin me había duchado, y el agua caliente me quitó un poco el peso de la resaca, aunque todavía sentía la lengua como si hubiera lamido un zapato viejo. Me tiré en el sofá individual de la sala, con una camiseta limpia y unos shorts que olían a detergente. La casa estaba más tranquila ahora, pero seguía siendo un caos. Usopp se había ido hace un rato, balbuceando una excusa tonta sobre ir a ver a un "amigo muy importante" que todos sabíamos que no existía. Nami estaba en el otro sofá, con las piernas cruzadas, tan metida en su celular que parecía que el mundo a su alrededor no existía.
En la cocina, escuchaba a Sanji y Sabo discutiendo. Sanji, que se había duchado y estaba usando una de las camisetas negras de Ace, hablaba con esa energía suya mientras cortaba algo en la tabla. —¡Sabo, te digo que el ajo fresco es mejor!—protestó, probablemente agitando un cuchillo para enfatizar.
—No fumes en mi cocina, que todo ese olor se le pega a la comida —respondió Sabo, con ese tono tranquilo que usa cuando sabe que está ganando una discusión—. Además, ¿Qué sabes tú de cocina? ¿Tienes un restaurante?
En la sala, Ace y Zoro estaban enfrascados en una partida de Mario Kart en la consola. Ace, con su controladora en la mano, iba ganando (como siempre) y no paraba de burlarse. —Vamos, Zoro, ¡qué lento eres! ¿Te perdiste en la pista otra vez? —dijo, riéndose mientras su kart pasaba a Zoro en la pantalla.
Zoro, que solo traía unos shorts prestados de Ace y tenía el cabello aún húmedo, gruñó algo ininteligible, inclinándose hacia adelante como si eso fuera a hacer que su kart corriera más rápido. —Cállate, idiota, solo tuve mala suerte con las cáscaras —masculló, apretando los botones con más fuerza de la necesaria.
Yo estaba en mi mundo, sentado en el sofá individual, mirando la pantalla de mi celular. Ese mensaje sin leer seguía ahí, como una bomba a punto de explotar. Cada vez que pensaba en abrirlo, sentía un nudo en el estómago. ¿Y si era Torao? La memoria del baile con él, su mirada intensa, sus manos en mi cintura, seguía dando vueltas en mi cabeza como un eco. Al final, respiré hondo y toqué la pantalla. El mensaje se abrió, y las palabras eran tan simples que casi me decepcionaron: “Me divertí anoche. Quiero volverte a ver.”
Parpadeé, releyéndolo. Era vago, pero algo en la forma en que estaba escrito me hacía imaginar la voz de Law, baja y segura, como si estuviera susurrándome al oído otra vez. Mi corazón dio un salto, y una sonrisa tonta se me escapó. ¿Quería verlo otra vez? Claro que sí, pero... ¿qué significaba esto? ¿Y por qué no podía sacarme su cara de la cabeza?
—¿Qué te pasa, Luffy? Tienes cara de idiota —dijo Ace de repente, sin apartar la vista de la pantalla mientras esquivaba un caparazón rojo en el juego.
—Nada —respondí rápido, guardando el celular en el bolsillo como si me hubiera pillado haciendo algo malo. Nami levantó la mirada de su celular por primera vez en un rato, alzando una ceja con esa sonrisa suya que siempre significa problemas.
—¿Es ese tipo, ¿verdad? —preguntó, inclinándose hacia mí—. ¿Cómo se llamaba? ¿Trafalgar no-sé-cuántos?
—No es nada, Nami —dije, rascándome la nuca, pero mi cara debía estar más roja que el kart de Mario. Ella soltó una risita y volvió a su celular, como si ya hubiera ganado la conversación.
En la cocina, el olor a algo frito empezaba a llenar la casa, y los gritos de Sabo y Sanji seguían. Ace y Zoro estaban ahora discutiendo sobre quién había hecho trampa en la última curva. Y yo, bueno, yo seguía pensando en ese mensaje. Quiero volverte a ver. Las palabras daban vueltas en mi cabeza, y aunque la resaca todavía me pesaba, sentía una chispa de emoción. Algo me decía que esto con Torao apenas estaba empezando.
El olor a comida recién hecha me sacó de mis pensamientos, y el mensaje de Torao quedó momentáneamente olvidado. Sabo y Sanji salieron de la cocina, cada uno cargando una bandeja llena de platos que hicieron que mi estómago rugiera. Sanji traía una pizza casera, con el queso todavía burbujeante y un olor a orégano que llenaba la sala, mientras Sabo llevaba una bandeja con papas fritas y unos sándwiches cortados en triángulos. Dejaron todo en la mesa de centro, que ya estaba abarrotada de vasos vacíos y migajas de la noche anterior.
Nami, sin perder un segundo, se estiró desde el sofá y agarró una rebanada de pizza, mordiéndola con un gemido exagerado. —Sanji, te amo cuando cocinas —dijo con la boca llena, lo que hizo que Sanji sonriera como si le hubieran dado un Oscar.
—Todo para ti, Nami-swan —respondió él, haciendo una reverencia ridícula antes de enderezarse.
Sabo se cruzó de brazos, mirando a Ace, que seguía concentrado en la pantalla de la consola. —Oye, vago, ve por unos platos y cubiertos. No vamos a comer como salvajes —ordenó, con ese tono de hermano mayor que no acepta discusión.
Ace gruñó, claramente molesto por tener que dejar su partida de Mario Kart. —¡Qué fastidio! ¿Por qué no va Zoro? —protestó, pero al ver la mirada fulminante de Sabo, se levantó refunfuñando y se dirigió a la cocina, no sin antes lanzarle una burla a Zoro. —No te comas mi pizza mientras estoy fuera, cabeza de musgo.
Zoro, que estaba a punto de tomar una rebanada, puso los ojos en blanco y le dio pausa al juego. —Cállate, idiota —masculló, pero de todos modos agarró un pedazo de pizza y se lo llevó a la boca, ocupando el espacio en el sofá de dos plazas donde había estado jugando. Miró a Sanji, como esperando que se sentara a su lado, pero Sanji, con una sonrisa traviesa, se dejó caer junto a Nami, quien le pasó un brazo por los hombros como si fueran cómplices de algo.
Ace volvió de la cocina con un montón de platos desparejados y un puñado de tenedores que dejó caer sobre la mesa con un ruido metálico. —Listo, ¿contentos? —dijo, sentándose de nuevo y robándole una papa frita a Sabo antes de que pudiera quejarse.
No esperé ni un segundo más. Agarré un plato, me serví una rebanada gigante de pizza y un par de sándwiches, y empecé a devorarlos como si no hubiera comido en días. La resaca seguía ahí, pero la comida caliente estaba haciendo milagros. Sabo, mientras tanto, tomó el control remoto y salió del juego en la consola, navegando por el menú de la tele con cara de estar buscando algo importante.
—¿Qué vemos? —preguntó, scrolleando por las opciones de streaming.
Nami, con la boca llena de pizza, levantó la mano como si estuviera en una clase. —¡Una película! —dijo, tragando rápido—. Algo ligero, no quiero pensar mucho hoy.
—Buena idea —coincidió Sanji, apoyándose en el respaldo del sofá junto a ella. Zoro gruñó algo, probablemente porque quería seguir jugando, pero no protestó demasiado. Ace solo se encogió de hombros, más interesado en su pizza que en la discusión.
—Vale, una peli entonces —dijo Sabo, seleccionando algo en la pantalla. No sé qué película escogió, porque ya estaba medio distraído, mirando de reojo mi celular, que seguía en mi bolsillo. El mensaje de Torao seguía dando vueltas en mi cabeza: “Me divertí anoche. Quiero volverte a ver.” Una parte de mí quería responderle ahora mismo, pero con todos mis amigos y hermanos alrededor, sentía que necesitaba un momento a solas para pensar qué decir.
La tele se encendió con los créditos iniciales de alguna comedia que Nami aprobó con un grito de entusiasmo. Todos nos acomodamos, con platos de comida y risas que empezaban a llenar la sala. A pesar de la resaca, el desastre de anoche y las preguntas que me rondaban, estar aquí con esta pandilla me hacía sentir que todo estaba en su lugar... al menos por ahora.
[***]
La noche había caído sobre la ciudad, y el aire fresco de la calle era un alivio después del calor pegajoso del día. Estaba en la entrada de mi departamento, apoyado contra la pared, haciendo compañía a Nami, Sanji y Zoro mientras esperábamos sus taxis. Nadie decía nada, solo se escuchaba el zumbido lejano de los autos y el crujido de las hojas secas que el viento arrastraba por la acera. Mis manos estaban metidas en los bolsillos, y mi cabeza seguía dando vueltas al mensaje de Torao, aunque intentaba no pensar demasiado en él.
Nami, que estaba revisando su celular con el ceño fruncido, rompió el silencio de golpe. —No le vayas a responder —dijo, sin siquiera levantar la vista.
—¿Eh? —Parpadeé, confundido. Sanji y Zoro también la miraron, claramente sin entender a qué se refería.
Ella suspiró, como si fuéramos idiotas por no seguirle el paso. —Al hombre del club, el Trafalgar ese —aclaró, clavándome una mirada que me hizo reír nervioso.
—Jaja, ¿qué? No iba a... —empecé a decir, rascándome la nuca, pero Nami me fulminó con los ojos, y mi risa se apagó como si hubiera apretado un interruptor. No dijo nada más, solo volvió a concentrarse en su celular, buscando con impaciencia el taxi que debía estar por llegar.
Sanji, que estaba encendiendo un cigarrillo, dio una calada y se acercó a mí, pasándome un brazo por los hombros. —Nami tiene razón, Luffy —dijo, con ese tono suyo que mezclaba preocupación y encanto—. No sabemos quién es ese tipo. Mejor espera a que sepamos algo más de él antes de responderle, ¿sí?
Asentí, todavía con una sonrisa, aunque por dentro no estaba tan seguro. —Está bien, Sanji —respondí, más para calmarlo que porque lo tuviera claro. La idea de no responderle a Torao me hacía sentir un nudo raro en el estómago, pero no quería discutir con ellos ahora.
Zoro, que había estado callado todo el tiempo, apoyado contra un poste con los brazos cruzados, habló de repente. —Tal vez mi hermana sepa algo de él —dijo, mirando al suelo como si no fuera gran cosa.
Los tres nos giramos hacia él, boquiabiertos. ¿Hermana? ¿Zoro tenía una hermana? Nunca había mencionado nada así. —¿De quién hablas? —preguntó Sanji, alzando una ceja mientras exhalaba una nube de humo.
—Perona —respondió Zoro, encogiéndose de hombros. Y justo cuando dijo ese nombre, la emoción que había sentido se desplomó como un globo pinchado. Perona. Todos conocíamos a Perona, la chica gótica con voz chillona que siempre parecía estar molesta con Zoro, aunque nunca habíamos sabido que eran hermanos. Ahora que lo pensaba, tenía sentido, pero... ¿en serio?
Nami solto una risita sarcástica. —Oh, genial, Perona. Seguro que tiene una opinión encantadora, sobre todo —dijo, antes de volver a su celular.
Antes de que pudiéramos seguir con el tema, un taxi se detuvo frente al edificio. Nami revisó la placa y suspiró aliviada. —Ese es el mío —dijo, guardándose el celular y dándome un abrazo rápido—. Pórtate bien, Luffy. Y recuerda: no le respondas. —Me señaló con el dedo, como si fuera una maestra regañándome, antes de subir al taxi y desaparecer calle abajo.
Unos minutos después, otro taxi llegó. Sanji y Zoro se encaminaron hacia él, y yo fruncí el ceño, confundido. —¿No van a lugares diferentes? —pregunté, rascándome la cabeza.
Zoro me miró por encima del hombro, con una media sonrisa que no explicaba nada. —Ahora sí vamos al mismo lugar —dijo, y sin más, ambos subieron al taxi. Las luces traseras del auto se perdieron en la calle, dejándome solo en la entrada del edificio.
Me quedé ahí un momento, mirando la calle vacía. El mensaje de Torao seguía quemándome en el bolsillo, y aunque Nami y Sanji me habían dicho que no respondiera, una parte de mí quería hacerlo. Pero ahora, con la mención de Perona y la vibra extraña de esos tipos en el club que Chopper había notado, sentía que había más en esta historia de lo que entendía. Sacudí la cabeza y entré al departamento.
Estaba parado frente al ascensor, tamborileando los dedos contra la pared mientras esperaba. El maldito trasto estaba tomando una eternidad, como si se hubiera quedado dormido en algún piso. Suspiré, paseándome por el vestíbulo del edificio, que olía a limpiador de pisos y a la humedad de siempre. Saqué mi celular para matar el tiempo, y lo primero que vi fue una notificación nueva: otro mensaje del número desconocido. Lo abrí, y las palabras me hicieron sonreír como idiota: “¿Ya no me recuerdas?”
Mi dedo dudó sobre la pantalla, listo para responder algo, cualquier cosa, porque esa voz en mi cabeza que sonaba como Torao me hacía querer escribirle de inmediato. Pero entonces, como si estuviera parada a mi lado, escuché la voz de Nami resonando: “No le vayas a responder.” Me detuve, frunciendo el ceño, y guardé el celular en el bolsillo, sintiéndome un poco culpable, aunque no sabía por qué.
La puerta principal del edificio se abrió de golpe, sacándome de mis pensamientos. Un tipo enorme, con el cabello rojo brillante como si hubiera robado el color de un semáforo, entró con una chica a su lado. Ella tenía el cabello corto, teñido de morado, y una sonrisa que parecía estar burlándose de algo. Ambos me miraron, y el hombre me dedicó una sonrisa ancha, casi demasiado amigable. —Hola, pequeño —dijo, con un tono que sonaba como si ya nos conociéramos.
—Eh, hola —respondí por pura cortesía, rascándome la nuca. No tenía ni idea de quién era este tipo, pero su voz me sonaba vagamente familiar, como un eco de la noche anterior que no podía ubicar.
El ascensor por fin dio un ding y las puertas se abrieron. Entramos los tres, apretujados en el espacio que olía a metal y grafiti viejo. Presioné el botón del piso 12, y el tipo pelirrojo marcó el 4. La chica se apoyó contra la pared, mirando su celular, mientras el hombre se giró hacia mí, todavía con esa sonrisa que parecía saber algo que yo no.
—Veo que ya no eres tan parlanchín como ayer —comentó, mirándome de reojo. La chica soltó una risita, como si el comentario fuera el chiste del año.
—¿Eh? ¿A qué te refieres? —pregunté, frunciendo el ceño. Mi cabeza seguía hecha un lío por la resaca, y no estaba seguro de si este tipo estaba bromeando o qué.
Sin decir nada, sacó su celular y me mostró una foto. Mi boca se abrió de golpe. Ahí estaba yo, en el Coliseo Diamante, riendo como idiota con un vaso en la mano, sentado en una mesa con Torao a mi lado. Él tenía esa sonrisa suya, la que me ponía nervioso, y yo parecía estar a punto de caerme de la silla. La música y las luces del club casi se podían sentir en la foto, y de fondo, apenas visible, estaba este mismo tipo pelirrojo, alzando un trago como si brindara por nosotros.
—¿Qué...? —balbuceé, mirando la pantalla y luego a él, todavía procesando.
El hombre se rio, una carcajada grave que llenó el ascensor. —Llámame Kid —dijo, guardándose el celular en el bolsillo de su chaqueta de cuero—. Anoche eras el alma de la fiesta, pequeño. No pensé que te olvidarías de mí tan rápido.
La chica a su lado volvió a reír, pero no dijo nada, solo siguió mirando su celular. El ascensor se detuvo en el piso 4, y las puertas se abrieron. Kid me dio una palmada en el hombro que casi me hace perder el equilibrio. —Nos vemos, Luffy. Y dile a tu amigo Trafalgar que me debe una —dijo, guiñándome un ojo antes de salir con la chica, que ni siquiera me miró.
Las puertas se cerraron, y me quedé solo en el ascensor, con el corazón latiendo rápido. Kid. Torao. Esa foto. Mi cabeza era un torbellino, y el mensaje en mi celular parecía pesar más que nunca. ¿Qué demonios pasó anoche? Y, más importante, ¿qué iba a hacer ahora?
El ascensor dio un ding y las puertas se abrieron en el piso 12. Entré al departamento, todavía con la cabeza dando vueltas por el encuentro con ese tal Kid y el mensaje de Torao quemándome en el bolsillo. El aire de la casa olía a pizza fría y a las papas fritas que habían quedado de antes. Ace y Sabo seguían en la sala, pegados a la consola, jugando Mario Kart como si no hubieran pasado horas desde la última vez que los vi. Pero ahora, para mi sorpresa, Ace iba perdiendo. Su kart estaba atrapado en una esquina de la pista, mientras Sabo, con una sonrisa triunfal, lo adelantaba con un caparazón rojo.
—¡Maldita sea, Sabo, eso fue trampa! —gritó Ace, inclinándose hacia adelante como si pudiera empujar su kart con pura fuerza de voluntad.
—Cállate y juega mejor —respondió Sabo, sin siquiera mirarlo, concentrado en la pantalla.
Me dejé caer en el sofá individual, agarrando una bolsa de papas fritas de la mesa de centro. Las abrí y empecé a comer, aunque mi mente estaba en otra parte. El encuentro en el ascensor, la foto de Kid, el mensaje de Torao... todo era un lío. No pude contenerme más y solté todo de golpe. —Oigan, me pasó algo raro —dije, con la boca medio llena de papas—. Me encontré a un tipo en el ascensor, un tal Kid, pelirrojo, grandote. Dijo que me conoció anoche en el club y me mostró una foto conmigo y Torao. Y Torao me mandó otro mensaje, pero Nami me dijo que no le respondiera, y ahora no sé qué hacer.
Ace y Sabo pausaron el juego al mismo tiempo, girándose para mirarme. Sus caras eran una mezcla de curiosidad y preocupación, como si acabara de confesar que había visto un fantasma. Se miraron entre sí, y Ace fue el primero en hablar, encogiéndose de hombros. —Mira, Luffy, si no te acuerdas de ese tipo, no debe ser tan importante. Deja de darle vueltas. Probablemente solo fue una noche loca. Olvídalo y sigue con tu vida.
Sabo suspiró, pasándose una mano por el pelo rubio. —No seas tan simplista, Ace —dijo, con ese tono serio que siempre usa cuando quiere que lo escuche de verdad—. Luffy, si algo de ese tipo o de Trafalgar te incomoda, tienes que hablarlo. Nami tiene razón: no sabes quién es ese tal Trafalgar. Podría ser un buen tipo, o podría ser... no sé, un criminal o algo por el estilo. Mejor averigua más antes de responderle. No queremos que te metas en problemas.
Me quedé callado, mirando las papas fritas en mi mano como si tuvieran la respuesta. Una parte de mí quería ignorar a todos y escribirle a Torao ahora mismo, porque la manera en que bailamos anoche, su sonrisa, esa vibra que desprendía... todo eso seguía dando vueltas en mi cabeza. Pero otra parte, la que escuchaba la voz de Nami y ahora la de Sabo, me decía que tal vez debía ser más cuidadoso. Ese tal Kid, con su sonrisa y su comentario de que Torao le debía algo, no ayudaba a que me sintiera más tranquilo.
—¿Y cómo averiguo quién es? —pregunté, mirando a Sabo, que siempre parecía tener un plan para todo.
Sabo se recostó en el sofá, pensativo. —Pregúntale a alguien que conozca el ambiente del Coliseo Diamante. Tal vez Koala sepa algo. O espera a que Marco llegue, él siempre sabe cosas de la gente en esa zona.
Ace soltó una risa. —Sí, buena suerte con Koala. Esa loca te va a llenar la cabeza de rumores raros. —Volvió a tomar el control de la consola, como si la conversación ya lo hubiera aburrido—. Vamos, Luffy, relájate. Si ese tipo es importante, ya aparecerá otra vez.
Asentí, pero no estaba tan seguro. Metí la mano en el bolsillo, sintiendo el peso de mi celular. El mensaje de Torao seguía ahí, como una puerta que no sabía si quería abrir. Por ahora, me limité a comer otra papa frita y mirar la pantalla, donde el kart de Sabo cruzaba la meta mientras Ace gritaba algo sobre una revancha. Pero en el fondo, sabía que no iba a poder ignorar ese mensaje por mucho tiempo.
Chapter 3: Good Vibes
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El zumbido de mi celular me arrancó de un sueño que se sentía como un rompecabezas a medio armar. La risa escandalosa de Nami resonó en mi oído, sacándome de golpe de lo que fuera que estaba soñando, algo borroso que involucraba luces de neón y una voz grave que no podía ubicar. Gruñí, todavía con los ojos cerrados, y me giré en la cama, enredándome más en las sábanas.
—¿Luffy? ¿Dónde estás? —preguntó Nami, su voz llena de esa energía que siempre tiene cuando está planeando algo.
—Mm... en la cama —mascullé, frotándome los ojos. Mi cabeza seguía pesada, como si la resaca del Coliseo Diamante hubiera decidido quedarse un día más. De fondo, escuché las voces de mis amigos, risas y gritos que sonaban como si ya estuvieran en plena fiesta.
—¿En la cama? —Nami soltó una carcajada que me hizo hacer una mueca—. ¡Luffy, se supone que ya deberías estar en camino a la casa de Robin! ¿Qué haces todavía durmiendo?
—¿Eh? ¿La casa de Robin? —respondí, confundido. No tenía ni idea de qué estaba hablando. Solo quería volver a dormir, hundirme en la almohada y olvidarme del mundo por unas horas más.
Antes de que pudiera colgar o inventar una excusa, la voz de Sanji se coló por el altavoz, seria y un poco molesta, como cuando está a punto de dar un sermón. —¡Luffy, muévete! ¡Es el cumpleaños de Robin! Estamos preparando una comida en su casa, y Nami va a traer a su nueva conquista. ¡No nos hagas quedar mal!
Abrí los ojos de golpe, sentándome en la cama tan rápido que las sábanas se deslizaron al suelo. —¿El cumpleaños de Robin? —grité, y mi voz resonó en la habitación. Seguro que desperté a Ace y Sabo, pero en ese momento no me importó. Mi cerebro por fin conectó los puntos, aunque todavía estaba medio perdido—. ¡Espera, espera! ¿Quién viene por mí? —solté, ya entrando en pánico mientras buscaba una camiseta limpia en el desorden de mi cuarto.
Nami se rio de nuevo, esa risa suya que siempre suena como si estuviera tramando algo. —Tranquilo, ya le digo a Zoro que pase por ti. Muévete, Luffy, no queremos llegar tarde. —Y sin más, colgó, dejándome con el celular en la mano y el corazón latiendo como si acabara de correr un maratón.
Me quedé mirando la pantalla, todavía procesando todo. ¿El cumpleaños de Robin? ¿Cómo se me olvidó algo así? Y encima, Nami con su nueva conquista... ¿Vivi? Sacudí la cabeza, saltando de la cama y tropezando con un par de zapatillas tiradas en el suelo. Agarré lo primero que encontré —una camiseta roja con un estampado gastado y unos jeans— y me vestí a la velocidad del rayo. Mientras me ponía los calcetines, el mensaje de Torao volvió a mi mente como un relámpago, pero no tenía tiempo para pensar en eso ahora. Robin era una de mis mejores amigas, y no iba a perderme su día especial por quedarme atrapado en mi cabeza.
Desde el otro lado de la pared, escuché a Ace gritar algo como: “¡Luffy, baja la voz, idiota!” Pero solo me reí, corriendo hacia el baño para lavarme la cara. Zoro estaba en camino, y si algo sabía, era que no iba a esperar mucho antes de tocar el claxon como loco. Esto iba a ser una locura, pero con mis amigos, siempre lo era.
El olor a café quemado y pan tostado llenaba la cocina mientras me devoraba un sándwich a medio armar, con una mano sosteniendo una rebanada de pan y la otra untándole algo que parecía ser mermelada, aunque no estaba seguro. No había tiempo para pensar en el sabor; mi celular vibró sobre la mesa, y un mensaje de Zoro apareció en la pantalla: “Ya estoy abajo. Apúrate o me voy.” Típico de él, cero paciencia. Me metí el resto del sándwich en la boca, casi atragantándome, y corrí hacia la puerta, gritando un “¡Me voy, no me esperen!” que resonó en el departamento. No escuché respuesta de Ace ni Sabo, probablemente porque seguían durmiendo o discutiendo quién quemó el café esta vez.
Pulsé el botón del ascensor como si mi vida dependiera de ello. Por milagro, las puertas se abrieron al instante, y entré de un brinco, todavía limpiándome migajas de la camiseta. El ascensor estaba vacío, pero no por mucho. Se detuvo en casi todos los pisos, dejando entrar a una señora con una bolsa de supermercado, un tipo con audífonos que parecía ignorar al mundo, y una pareja que no paraba de murmurar entre risitas. Yo me pegué a la pared del fondo, tamborileando los dedos contra mi pierna, ansioso por llegar abajo y no hacer enojar más a Zoro.
En el piso 8, las puertas se abrieron otra vez, y mi corazón dio un salto. Entre el grupo de personas que subió, reconocí al instante al tipo pelirrojo de anoche: Kid. Se veía diferente a la luz del día, con una chaqueta de cuero negra que hacía que su figura pareciera aún más imponente. Estaba discutiendo con un hombre rubio que llevaba un cubrebocas cubriéndole la mitad del rostro, dejando solo sus ojos visibles, que parecían fulminar a Kid con cada palabra. Hablaban en voz baja, pero con un tono que sonaba a que estaban a punto de liarse a golpes.
—No me vengas con eso, Killer, ya te dije que no fue mi idea —siseó Kid, gesticulando con una mano mientras la otra sostenía un celular.
—No es mi problema, Kid. Arréglalo antes de que se complique —respondió el rubio, su voz amortiguada por el cubrebocas, pero cargada de fastidio.
Me pegué más a la pared, agradeciendo que ninguno de los dos me notara. No sé por qué, pero algo en la vibra de Kid me ponía nervioso, como si estuviera caminando al borde de algo que no entendía. La foto que me mostró anoche, él y Torao riendo conmigo en el Coliseo Diamante, seguía dando vueltas en mi cabeza, junto con el mensaje de Torao que aún no había respondido: “¿Ya no me recuerdas?” Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en el cumpleaños de Robin, pero mi cerebro no cooperaba.
El ascensor siguió su camino, deteniéndose en más pisos, con gente subiendo y bajando como si fuera una rutina interminable. Cuando por fin llegamos al lobby, me escurrí entre la multitud, esquivando codos y bolsos, con la mirada fija en las puertas de cristal del edificio. Afuera, vi el carro negro de Zoro estacionado, con él apoyado contra la puerta y con cara de que el mundo le debía algo. Suspiré aliviado, sintiendo que por fin estaba a salvo de más encuentros raros.
Estaba a punto de cruzar las puertas cuando una mano firme me agarró del brazo, deteniéndome en seco. Me giré, con el corazón en la garganta, esperando encontrar a Kid o al tipo del cubrebocas, pero en lugar de eso, me topé con una cara que no reconocí de inmediato. Era una chica, alta, con el cabello corto y teñido de morado, la misma que estaba con Kid anoche. Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y algo más, como si supiera un secreto que yo no.
—Oye, Luffy, ¿cierto? —dijo, sin soltarme el brazo. Su voz era suave, pero tenía un filo que me puso alerta—. No tan rápido. Alguien quiere hablar contigo.
—¿Eh? ¿Quién eres? —pregunté, frunciendo el ceño mientras intentaba soltarme sin ser demasiado obvio. Miré hacia el carro de Zoro, que seguía sin notar nada, perdido en su cigarrillo.
Ella sonrió, ladeando la cabeza. —Solo una amiga de Kid. Y de Trafalgar, por cierto. —Hizo una pausa, como saboreando mi confusión—. Vamos, no muerdo. Solo quiero darte un mensaje.
Mi estómago se apretó. ¿Un mensaje? ¿De Torao? ¿De Kid? ¿O de alguien más? La advertencia de Nami resonó en mi cabeza otra vez, pero la curiosidad me estaba ganando. Miré hacia las puertas de cristal, donde Zoro seguía esperando, y luego a la chica, que no parecía tener intención de soltarme. Fuera lo que fuera, sentía que estaba a punto de meterme en algo más grande de lo que esperaba, y no sabía si estaba listo para eso.
La chica, con su cabello morado brillando bajo las luces del vestíbulo, me soltó el brazo y se inclinó hacia mí, tan cerca que sentí su aliento en mi oído. "Trafalgar te manda a decir que no tiene todo el tiempo del mundo," susurró, con una voz que era mitad burla, mitad promesa. "Si quieres repetir lo de la otra noche, ya sabes dónde encontrarlo." Su sonrisa se amplió, como si disfrutara de mi cara de confusión total.
Me quedé paralizado, con la boca entreabierta, intentando procesar sus palabras. ¿Repetir lo de la otra noche? ¿Qué demonios había pasado en el Coliseo Diamante? Mi memoria era un rompecabezas con piezas perdidas, y cada vez que intentaba armarlo, aparecía algo nuevo que lo desordenaba más. Antes de que pudiera preguntarle algo, una voz grave retumbó desde el otro lado del vestíbulo.
—¡Muévete, Reiju, no tenemos todo el día! —gritó Kid, el pelirrojo, desde las puertas que llevaban al estacionamiento. Estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, y el tipo rubio con el cubrebocas, el que llamó Killer, estaba a su lado, mirando su celular con cara de aburrido.
Reiju me guiñó un ojo, y antes de que pudiera reaccionar, plantó un beso rápido en mi mejilla que me dejó aún más aturdido. —Nos vemos, pequeño —dijo, con una risita, antes de girarse y caminar hacia Kid y Killer con un contoneo que parecía sacado de una película. Los tres desaparecieron por las puertas del estacionamiento, y me quedé ahí, plantado como un idiota, con la mano en la mejilla donde todavía sentía el calor de su beso.
Sacudí la cabeza, intentando despejarme. Las palabras de Nami, “No le vayas a responder”, y el consejo de Sabo sobre ser cuidadoso resonaron en mi cabeza, más fuertes que nunca. Pero también estaba esa chispa, esa curiosidad que me quemaba por dentro cada vez que pensaba en Torao. ¿Dónde encontrarlo? ¿En el club? ¿Y qué significaba eso de “repetir lo de la otra noche”? Mi cerebro era un desastre, y mi corazón no ayudaba, latiendo como si quisiera salirse de mi pecho.
Caminé hacia las puertas de cristal, todavía aturdido, y vi a Zoro esperándome afuera, apoyado contra su carro negro. Su cara de mala leche era aún más evidente bajo la luz de la farola. —¡Luffy, maldita sea, qué te tomó tanto! —gruñó, abriendo la puerta del conductor y subiendo de un salto.
—Eh, lo siento, me... distraje —mascullé, rascándome la nuca mientras subía al asiento del copiloto. El interior del carro olía a cuero viejo y a tabaco, y la radio estaba apagada, lo que hacía que el silencio entre nosotros fuera más pesado de lo normal.
Zoro puso el GPS, tecleando la dirección de la casa de Robin con movimientos rápidos y precisos. El aparatito anunció que estaríamos ahí en unos 20 minutos, y arrancó sin decir nada más. Pero mientras conducía, noté que me miraba de reojo, con esa cara suya que dice “sé que algo pasa, pero no quiero preguntar”. Al final, no se contuvo.
—¿Qué te pasa, Luffy? —preguntó, manteniendo los ojos en la carretera, aunque su voz sonaba más seria de lo usual—. Estás más distraído que de costumbre, y eso ya es decir mucho.
Suspiré, hundiéndome en el asiento. No sabía por dónde empezar. La foto de Kid, los mensajes de Torao, el beso de Reiju, su mensaje en el ascensor... todo era un torbellino. —Es que... me encontré con una chica en el vestíbulo —dije, mirando por la ventana para no encontrarme con su mirada—. Dijo que era amiga de Trafalgar, el tipo del club. Me dio un mensaje de él, algo sobre que si quiero “repetir lo de la otra noche”, que ya sé dónde encontrarlo.
Zoro gruñó, tamborileando los dedos en el volante. —Ese tal Trafalgar otra vez —masculló, como si el nombre le diera alergia—. ¿Y qué dijo Nami? ¿No te dijo que no le respondieras?
Asentí, sintiéndome un poco culpable. —Sí, y Sabo también me dijo que tuviera cuidado, que no sabemos quién es. Pero... no sé, Zoro, no siento que sea un mal tipo. —Hice una pausa, recordando el baile, la forma en que sus manos me guiaban, su sonrisa que parecía saber más de lo que decía—. Aunque tampoco me acuerdo de mucho de anoche.
Zoro soltó una risa seca, cambiando de carril mientras el GPS anunciaba un giro a la derecha. —Eso es lo que pasa cuando dejas que Sanji y un montón de desconocidos te den tragos. —Me miró de reojo otra vez, esta vez con un toque de preocupación—. Mira, Luffy, no digo que no te diviertas, pero estos tipos... Kid, Trafalgar, esa chica... no me dan buena espina. Al menos espera a que sepamos más. Perona conoce a mucha gente en DressRosa, puedo preguntarle si sabe algo de ellos.
—¿Perona? —Fruncí el ceño, recordando la mención de su hermana la noche anterior. La idea de preguntarle a ella no me emocionaba mucho, pero si alguien sabía algo sobre el ambiente del Coliseo Diamante, probablemente era ella.
Zoro asintió, y por un momento, el silencio volvió al carro. Las luces de la ciudad pasaban por la ventana, y mi mente seguía dando vueltas. El mensaje de Torao, “¿Ya no me recuerdas?”, y ahora el de Reiju, me hacían sentir como si estuviera atrapado en un juego que no entendía. Pero también estaba el cumpleaños de Robin, y la idea de ver a todos mis amigos, comer comida de Sanji y conocer a la famosa conquista de Nami me sacaba una sonrisa. Tal vez, por ahora, podía dejar el misterio de Torao a un lado y concentrarme en la fiesta. Aunque, siendo honesto, sabía que no iba a poder ignorar ese cosquilleo en el pecho por mucho tiempo.
El trayecto a la casa de Robin fue un desastre, como siempre que Zoro está al volante. A pesar de que el GPS chillaba instrucciones cada cinco segundos, logramos perdernos no una, sino dos veces, dando vueltas por calles que parecían idénticas bajo las luces de la ciudad. Zoro gruñía cada vez que el GPS decía “recalculando ruta”, mientras yo me reía desde el asiento del copiloto, aunque por dentro estaba un poco ansioso por llegar. No era nada nuevo; perderse con Zoro era tan predecible como el sol saliendo por la mañana. Al final, después de casi una hora, estacionamos frente a la pequeña casa de Robin, con su fachada blanca y las macetas de flores que siempre parecían estar perfectamente cuidadas.
Bajamos del carro, y Zoro apagó el motor con un suspiro de alivio, como si hubiera conquistado una guerra. Apenas cruzamos la puerta, el bullicio nos golpeó. La casa estaba llena de vida: risas, el olor a comida recién hecha y una música suave que sonaba de fondo, probablemente algo que Robin había elegido porque siempre tiene buen gusto para eso. Sanji estaba en la entrada, con los brazos cruzados y una ceja alzada, listo para soltarle un sermón a Zoro.
—¿En serio, marimo? ¿Una hora tarde? —dijo Sanji, señalándolo con un dedo acusador—. ¡El GPS prácticamente te estaba rogando que no te perdieras!
—Cállate, cocinero idiota —respondió Zoro, empujándolo suavemente mientras pasaba a su lado—. No es mi culpa que esta ciudad tenga calles tan estúpidas.
Me reí, dejando que su discusión se quedara en la entrada, y seguí a Franky, que me agarró por el hombro y me llevó al patio trasero, donde todos estaban reunidos. El lugar estaba decorado con luces colgantes que brillaban como estrellas, y una mesa larga estaba llena de comida: pizzas caseras, bandejas de sushi, tazones de ensalada y un pastel de chocolate que parecía gritar mi nombre. Robin estaba en el centro, con su sonrisa tranquila, hablando con Chopper y Brook, que ya estaba sosteniendo una guitarra como si estuviera a punto de dar un concierto.
—¡Robin! —grité, corriendo hacia ella y dándole un abrazo tan fuerte que casi la levanto del suelo—. ¡Feliz cumpleaños! ¡No puedo creer que ya sea tu día!
Ella se rio, devolviéndome el abrazo con esa calma que siempre tiene. —Gracias, Luffy. Me alegra que hayas venido, aunque sea tarde —dijo, lanzándole una mirada divertida a Zoro, que justo entraba al patio con Sanji todavía regañándolo.
No perdí el tiempo. Me lancé a la mesa de comida como si no hubiera comido en días, agarrando una rebanada de pizza y un puñado de papas fritas. La tarde pasó volando, entre risas, juegos y conversaciones. Franky y Usopp se pusieron a competir en un juego improvisado de quién podía apilar más latas de refresco sin que se cayeran, mientras Chopper intentaba explicarles por qué era físicamente imposible ganar sin hacer trampa. Brook, fiel a sí mismo, terminó tocando una canción en su guitarra que hizo que todos cantáramos, aunque nadie sabía la letra completa. Hasta Zoro se relajó, sentado en una esquina con una cerveza en la mano, aunque todavía lanzaba miradas fulminantes a Sanji cada vez que este coqueteaba con alguien.
Estaba en medio de una segunda (o tercera, quién sabe) rebanada de pastel cuando Nami apareció en el patio, con una sonrisa que iluminaba más que las luces colgantes. A su lado venía una chica con el cabello azul, largo y brillante, que caía en ondas suaves sobre sus hombros. Era guapa, con una vibra tranquila pero elegante, como si estuviera acostumbrada a que la miraran. Nami la presentó con un gesto teatral.
—¡Chicos, esta es Vivi! —dijo, rodeándola con un brazo—. Nos conocimos en una clase extra de la uni, y, bueno, digamos que ahora somos... cercanas. —Le guiñó un ojo a Vivi, que se sonrojó un poco pero sonrió.
Todos la recibieron como si ya fuera parte del grupo. Franky le dio un abrazo exagerado, Usopp le ofreció una bebida con una historia inventada sobre cómo él “inventó” el cóctel, y Robin le dio un apretón de manos con esa calidez suya que hace que cualquiera se sienta en casa. Pero cuando Vivi se acercó a mí, algo cambió. Sus ojos se detuvieron en mi cara por un segundo más de lo normal, como si dudara, antes de extender la mano y saludarme con un “Encantada, Luffy”. Su voz era amable, pero había algo en su mirada, una especie de cautela, que me hizo fruncir el ceño.
—Igual, ¡bienvenida! —respondí, sonriendo como siempre, aunque por dentro sentí que algo no encajaba. No le di mucha importancia; tal vez solo estaba nerviosa por conocer a tanta gente de golpe. Me volví a la mesa, agarrando otro pedazo de pastel, pero no pude evitar notar que Vivi seguía mirándome de reojo mientras hablaba con Nami.
La fiesta siguió su curso, con más risas y juegos. En un momento, Chopper y yo terminamos en una competencia absurda de quién podía comer más sushi sin respirar, lo que hizo que Robin se riera hasta casi derramar su bebida. Pero, aunque me estaba divirtiendo, una parte de mi cabeza seguía atrapada en otro lado. El mensaje de Torao, la advertencia de Nami, el encuentro con Kid y ahora Reiju en el vestíbulo... y esa mirada extraña de Vivi. Todo se sentía como piezas de un rompecabezas que no sabía cómo armar. Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en el momento. Era el cumpleaños de Robin, y no iba a dejar que mis dudas arruinaran la diversión. Pero, siendo honesto, sabía que ese cosquilleo en el pecho no iba a desaparecer tan fácil.
Chapter 4: Wicked Games
Chapter Text
El zumbido insistente de mi celular rompió el silencio de mi apartamento, sacándome bruscamente de los expedientes médicos que había estado diseccionando en mi escritorio. Los papeles se extendían como un caos organizado, algunos con mis notas garabateadas en los márgenes, otros marcados con resaltadores fluorescentes que iluminaban términos técnicos que, en este momento, me resultaban indiferentes, casi irritantes. La pantalla del teléfono parpadeaba con urgencia, demandando mi atención inmediata, y yo, con un suspiro pesado que reflejaba mi creciente frustración, dejé caer el bolígrafo. No estaba en el estado mental para lidiar con interrupciones, pero esa vibración constante era como una aguja clavándose en mis nervios, recordándome que el mundo exterior no espera por mi aprobación.
Desbloqueé el celular con un gesto rápido y revisé las notificaciones acumuladas. El grupo de chat con mis amigos estaba inundado: memes absurdos, fotos borrosas de vasos levantados en brindis caóticos, y las habituales idioteces de Bepo sobre cómo casi se había estrellado contra la barra del Coliseo Diamante la noche anterior. Pero entre todo ese ruido digital, un mensaje sobresalía como un faro en la niebla. Era de Kid, directo y sin filtros, como siempre lo era él: “Hey, amargado, creo que sé dónde vive tu pequeña sanguijuela.”
Leí esas palabras dos veces, y una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios, disipando el dolor de cabeza que me había estado martillando las sienes desde el amanecer. Sanguijuela. Así lo habían bautizado, un apodo que capturaba perfectamente cómo Luffy se había adherido a mis pensamientos desde esa noche en el club. No podía borrarlo de mi mente: la forma en que se movía en la pista de baile, torpe pero cargado de una energía cruda que parecía desafiar la gravedad, con esa risa explosiva que cortaba el caos del Coliseo como un rayo de luz en la oscuridad. Sus ojos, brillando bajo las luces estroboscópicas, y la manera en que se dejaba guiar por mis manos, sin un atisbo de duda o miedo. Sacudí la cabeza con fuerza, intentando reconcentrarme en el presente. No era el momento para perderme en recuerdos, no cuando yo, Trafalgar Law, siempre mantenía el control sobre mis distracciones.
Deslicé la pantalla para ver el resto de los mensajes. Ichiji y Niji habían enviado fotos de esa noche fatídica, con Luffy en el centro del encuadre, riendo como si el universo entero fuera un juego diseñado para su diversión, mientras yo aparecía al fondo, observándolo con una sonrisa que ni siquiera reconocía como mía —una sonrisa que traicionaba mi habitual frialdad. “Traf, ¿cuándo vas a cumplir lo que prometiste?” escribió Niji, seguido de un emoji de guiño que me hizo rodar los ojos. Promesas, apuestas, tratos sellados en el calor de la noche bajo la influencia del alcohol y la adrenalina. No les respondí. ¿Para qué? No tenía nada que decir hasta que Luffy decidiera romper su silencio, hasta que yo pudiera dictar los términos del próximo movimiento.
Miré el chat privado con él, ese número guardado bajo el irónico nombre de Sanguijuela, cortesía de Kid. Dos mensajes míos colgaban allí, sin respuesta: “Me divertí anoche. Quiero volverte a ver.” Y el más reciente: “¿Ya no me recuerdas?” Solo marcas grises, indicios de que ni siquiera los había abierto. Fruncí el ceño, sintiendo una punzada de frustración que se clavaba en mi pecho como un bisturí mal colocado. No era como si me importara de manera desmedida, me repetí mentalmente, intentando convencerme. Solo era un chico más en una ciudad llena de distracciones pasajeras, una noche más en mi larga lista de conquistas efímeras. Pero esa opresión en mi pecho, esa inquietud que me hacía cuestionar mi propia indiferencia, decía lo contrario. Luffy no era solo un encuentro; era un enigma que me obligaba a repensar mis estrategias.
Justo en ese momento, un nuevo mensaje irrumpió en privado, de Reiju esta vez: “Creo que no se acuerda de nada.” Me quedé inmóvil, con el celular apretado en la mano, mientras las palabras se hundían en mi mente. No se acuerda. De repente, todo encajó como piezas de un rompecabezas que yo mismo había ignorado. El borrón de esa noche, los tragos que Kid y yo le habíamos pasado entre risas maliciosas, la forma en que su voz se elevaba cada vez más, desinhibida, hasta disolverse en un torbellino de risas y balbuceos incoherentes. Había estado mucho más intoxicado de lo que calculé, más vulnerable de lo que mi ego quería admitir. Suspiré profundamente, pasándome una mano por el pelo revuelto. Eso explicaba su silencio absoluto. No era rechazo; era amnesia inducida por el exceso. Y en ese vacío, yo veía una oportunidad.
Apoyé el celular en el escritorio y me quedé mirando los expedientes sin realmente procesarlos, mi mente vagando por los contornos de esa noche. La idea de que Luffy no recordara nuestro baile, la sincronía perfecta de nuestros cuerpos en la pista, el roce eléctrico de su piel contra la mía, me irritaba más de lo que estaba dispuesto a confesar incluso a mí mismo. Pero, al mismo tiempo, me entregaba una ventaja táctica. Si no recordaba, yo podía reiniciar el juego a mi favor, moldear la narrativa como un cirujano reconstruyendo un cuerpo dañado. Y si Kid tenía la información sobre su paradero, no iba a esperar pasivamente. Yo no soy de los que se sientan a ver cómo las cosas suceden; yo las hago suceder.
Me levanté con decisión y caminé hacia la ventana de mi apartamento, donde la ciudad de DressRosa se desplegaba abajo como un tapiz de luces parpadeantes y tráfico incesante, un reino de sombras y oportunidades que yo navegaba con maestría. Pensé en Luffy de nuevo, en su sonrisa tonta que parecía desafiar todas las reglas que yo imponía en mi vida, en cómo se había dejado llevar en la pista sin una sola vacilación. “Ya sabes dónde encontrarme,” había dicho Reiju en otro mensaje, refiriéndose al Coliseo Diamante, mi territorio indiscutible, el epicentro donde todo en DressRosa comenzaba y terminaba bajo mi vigilancia. Si Luffy buscaba respuestas, tarde o temprano regresaría allí. Y yo, con mi presencia imponente y mis estrategias calculadas, estaría esperándolo, listo para recordarle quién era el que dictaba el ritmo.
Por ahora, guardé el celular en mi bolsillo y volví a los expedientes, aunque mi mente estaba en cualquier lugar menos en esas páginas llenas de diagnósticos y tratamientos. Luffy no era solo una sanguijuela adherida a mi ego; era un imán que me atraía hacia lo impredecible, y yo, a pesar de mi control férreo sobre todo lo demás, ya estaba atrapado en su órbita, lo admitiera o no. Pero eso no me debilitaba; al contrario, me impulsaba a tomar las riendas con más fuerza.
El celular vibró una vez más en mi mano, pero lo ignoré por un momento, dejando que la anticipación creciera. Finalmente, lo tomé y escribí un mensaje rápido en el grupo de mis amigos: “Club, hoy?” No tuve que esperar mucho; las respuestas llegaron como un torrente, como si todos hubieran estado acechando sus teléfonos solo para mi señal. Ichiji y Niji respondieron con emojis de fuego y un entusiasta “¡Claro!”. Bepo, fiel a su estilo exagerado, envió un “¡SÍÍÍ!” con una ráfaga de signos de exclamación que reflejaban su inocencia casi infantil. Kid, lacónico como siempre, solo puso un pulgar arriba. Reiju fue más sucinta: “Ahí estaré”. Solo Vivi se desmarcó, con un vago comentario sobre una cita: “No puedo, tengo planes. Diviértanse.” No me importó en lo más mínimo; los jugadores clave en esta apuesta de la noche anterior ya habían confirmado su presencia, y eso era todo lo que necesitaba para avanzar mi plan.
Dejé el celular en el escritorio y me dirigí al baño, sintiendo la necesidad imperiosa de una ducha para limpiar no solo mi cuerpo, sino también mi mente de la acumulación de tensiones: los expedientes que representaban mi vida profesional controlada, el mensaje de Reiju que introducía una variable inesperada, y esa persistente imagen de Luffy que me distraía. Mientras el agua caliente caía sobre mí como una cascada purificadora, cerré los ojos y dejé que el vapor envolviera mis pensamientos. Pensé en Luffy una vez más, en esa sonrisa tonta que no podía borrar de mi memoria, en la forma en que se movía en la pista como si el mundo entero fuera un escenario para su caos personal. Si no recordaba nada de esa noche, esta velada en el Coliseo me daba la oportunidad perfecta para grabarme en su mente de manera indeleble. Yo no era alguien fácil de olvidar, y me aseguraría de que él lo supiera.
Salí de la ducha renovado, con el agua aún goteando de mi pelo, y elegí mi atuendo con precisión quirúrgica: una camiseta negra ajustada que dejaba entrever el tatuaje de corazón cruzando mi pecho, un detalle que Reiju y Vivi siempre alababan como mi mejor arma de seducción. Unos jeans oscuros que acentuaban mi figura, botas resistentes para navegar el caos del club, y una chaqueta de cuero desabrochada que proyectaba esa aura de misterio y control que yo cultivaba con esmero. Me miré en el espejo, peinando mi pelo húmedo con los dedos, ajustando cada detalle hasta que la imagen reflejada me satisfizo. Si Luffy aparecía en el Coliseo Diamante esta noche, quería que su mirada se clavara en mí de inmediato, que sintiera la misma atracción magnética que yo había experimentado. No era vanidad; era estrategia.
Agarré las llaves y salí del apartamento, pero justo cuando iba a pulsar el botón del ascensor, una voz me detuvo en seco, como un corte inesperado en una cirugía delicada. “Hey, Traffy.” El apodo me hizo apretar los dientes, y por un instante me quedé inmóvil, sintiendo una oleada de irritación que amenazaba mi compostura. Me recompuse rápidamente, girándome apenas para ver a Doflamingo apoyado en el marco de su puerta, con esa sonrisa suya que era más una amenaza velada que una bienvenida genuina. Su abrigo de plumas rosas ondeaba dramáticamente, como si fuera un pavo real reclamando territorio, y su presencia llenaba el pasillo con un aire de superioridad que siempre me ponía en alerta.
—Doflamingo —respondí, mi voz plana y controlada, mientras presionaba el botón del ascensor con más fuerza de la necesaria, como si pudiera acelerar su llegada y escapar de esta interacción no deseada. Él se acercó con pasos deliberados, alto y dominante, con esos lentes tornasol que reflejaban las luces del pasillo y ocultaban sus ojos, pero no su intención depredadora. Podía sentir su mirada perforándome, evaluándome como si yo fuera solo otra pieza en su vasto tablero de ajedrez.
—Vas al club, ¿eh? —dijo, rodeándome con un brazo en un gesto que pretendía ser amistoso pero que se sentía como una trampa. Se inclinó tanto que su aliento cálido rozó mi cuello, enviando un escalofrío involuntario por mi espalda, aunque me aseguré de que no se notara en mi expresión estoica—. ¿Hoy también me darás buenas ganancias, Traffy?
Lo miré de reojo y lo aparté con un movimiento sutil pero firme, reafirmando mi espacio personal. —Depende de lo que llames ganancias —repliqué, manteniendo la voz fría y distante. No me gustaba cómo se acercaba, cómo hablaba como si todo en DressRosa le perteneciera por derecho divino, incluyéndome a mí en su red de influencias y deudas. Doflamingo era un maestro en manipular, pero yo no era uno de sus peones fáciles de mover.
El ascensor llegó con un ding oportuno, y ambos entramos, el espacio confinado sintiéndose aún más estrecho con su presencia opresiva, como si su ego chupara el oxígeno del aire. Doflamingo no paró de hablar durante los veinte pisos de descenso, soltando una retahíla sobre las mejoras planeadas para el Coliseo Diamante: nuevas luces estroboscópicas que intensificarían el caos, un DJ famoso importado de otra ciudad para atraer más clientela, y un refuerzo en la seguridad para “mantener a los indeseables fuera”, como si él no fuera el mayor depredador de todos. Luego, sin alterar su tono casual, mencionó trabajos pendientes para mí y “uno que otro de mis amigos”. Hizo una pausa dramática, sonriendo de lado con esa malicia suya. “Sobre todo tus amigas, Traffy. Reiju y Vivi son... útiles, ¿no crees?”
No respondí. Me quedé en silencio, con las manos metidas en los bolsillos, observando los números del ascensor bajar uno a uno con una paciencia calculada. No le iba a dar la satisfacción de una reacción emocional; eso sería ceder terreno, y yo nunca cedo terreno. Doflamingo era un experto en probar límites, en buscar grietas para infiltrarse, pero yo había construido mis murallas con precisión quirúrgica. No era de los que se quiebran fácilmente, no ante alguien como él.
Cuando las puertas se abrieron en el sótano 2, el aire frío del estacionamiento me golpeó como una bienvenida liberación. Doflamingo se despidió con un saludo exagerado, como si fuera el rey indiscutible del mundo subterráneo. —Nos vemos, Traffy. No me decepciones esta noche —dijo, caminando hacia una camioneta negra con ventanillas tintadas, donde el motor ya rugía con impaciencia, como un animal domesticado a su voluntad.
Lo ignoré por completo, dirigiéndome a mi deportivo gris estacionado al otro lado del sótano. Subí, encendí el motor y dejé que su ronroneo profundo ahogara el eco persistente de la voz de Doflamingo en mi cabeza. Mientras conducía hacia DressRosa, mi mente volvió inevitablemente a Luffy. “Ya sabes dónde encontrarme.” Si Reiju tenía razón y no recordaba nada, esta noche era mi oportunidad de refrescarle la memoria a mi manera. El Coliseo Diamante estaría listo para él, y yo también. Pero una intuición molesta me susurraba que, con Doflamingo merodeando en las sombras y esa apuesta colgando como una espada de Damocles, las cosas no iban a ser tan simples como un baile más. En mi mundo, nada lo era.
La música en el Coliseo Diamante era un martillo implacable golpeando mis sienes, un ritmo electrónico tan ensordecedor que ahogaba no solo los pensamientos, sino también las conversaciones gritadas a mi alrededor. Las luces estroboscópicas barrían la pista de baile, pintando el caos de cuerpos en movimiento con destellos intermitentes de neón azul y rojo que creaban ilusiones de movimiento eterno. El aire estaba cargado de una mezcla asfixiante: sudor humano, alcohol derramado y ese olor dulzón a hierba que se impregnaba en la ropa y en la piel, recordándome por qué este lugar era tanto mi refugio como mi campo de batalla.
Kid y Reiju dominaban la pista, bailando de una manera que era a partes iguales combate y seducción, con Kid agarrándola por la cintura en un gesto posesivo y Reiju respondiendo con una sonrisa desafiante que reflejaba su independencia feroz. Al borde de la pista, los hermanos de Reiju —Ichiji, Niji y Yonji— observaban con una mezcla de diversión forzada y rabia contenida, sus ojos disparando dagas invisibles hacia Kid, como si estuvieran a un paso de intervenir y desatar un caos mayor. No era la primera vez que esos tres parecían listos para saltar sobre cualquiera que osara acercarse a su hermana, y yo sabía que no sería la última; su lealtad familiar era tan volátil como predecible.
En una esquina apartada, Killer y Bepo estaban inmersos en una partida de póker improvisada sobre una mesa rodeada de vasos vacíos y billetes arrugados. Killer, con su cubrebocas subido hasta la nariz, dejaba entrever una sonrisa confiada mientras barajaba las cartas con una precisión casi mecánica, como si el juego fuera solo una extensión de su mente calculadora. Bepo, por el contrario, tenía esa expresión de concentración exagerada que adoptaba cuando estaba perdiendo estrepitosamente, aunque seguía apostando con un optimismo que rayaba en lo ingenuo. No tenía ninguna oportunidad; Killer siempre ganaba en el póker, y esta noche no sería diferente. Era predecible, pero en un lugar como este, la predictibilidad era un lujo raro.
Ichiji, Niji y Yonji, cuando no estaban ocupados lanzando miradas asesinas a Kid, rondaban el club como tiburones en aguas revueltas, buscando presas entre la multitud: mujeres que capturaran su atención con una mirada o un movimiento. Sus risas estridentes y comentarios subidos de tono cortaban el aire, atrayendo miradas de recelo de los demás clientes, pero a mí no me importaba. Que hicieran lo que quisieran con sus dramas superficiales; mientras no me arrastraran a sus torbellinos, yo podía mantener mi distancia y mi control.
Yo, por mi parte, me había instalado en una mesa apartada, observando el vaso de whisky frente a mí, donde el hielo se derretía lentamente, diluyendo el líquido ámbar en un remolino que reflejaba mis pensamientos revueltos. No lo había tocado aún; no necesitaba el alcohol para aclarar mi mente, solo para afilarla. Mi cabeza seguía dando vueltas alrededor de Luffy, la sanguijuela que Kid había bautizado con ese apodo burlón. Sus mensajes sin respuesta, el comentario de Reiju sobre su amnesia, y esa apuesta que todos mencionaban en susurros pero nadie explicaba en detalle. Estaba empezando a cansarme de estos juegos periféricos, pero al mismo tiempo, no podía negar que una parte de mí, la parte que disfrutaba del control y la conquista, quería desentrañar el misterio y salir victorioso.
De repente, una presencia se materializó a mi izquierda. Baby 5, con su vestido ajustado que acentuaba cada curva y una mirada siempre al borde de la provocación, se inclinó hacia mí, sus labios rozando mi oído en un susurro que cortaba el estruendo de la música. “Joker reservó un privado para ustedes,” dijo, su voz apenas audible pero cargada de implicaciones. Joker. Doflamingo. Siempre él, moviendo los hilos desde las sombras, organizando encuentros que disfrazaban sus verdaderas intenciones.
Asentí con la cabeza sin mirarla directamente, manteniendo mi expresión neutral. No era ninguna sorpresa; Doflamingo tenía la costumbre de orquestar estos “privados” cuando quería algo específico: información confidencial, favores que ataran más deudas, o simplemente un recordatorio sutil de quién ostentaba el poder real en DressRosa. Normalmente, me pondría a la defensiva, buscando una escapatoria para no caer en sus redes, pero esta vez era diferente. Quería respuestas: qué tramaba Kid con esa información sobre Luffy, qué significaba exactamente esa apuesta que flotaba en el aire, y si Luffy estaba de alguna manera enredado en todo esto. Si Doflamingo quería jugar sus cartas, que lo hiciera; yo tenía las mías propias, y estaba dispuesto a apostarlas.
Hice una señal discreta con la mano a los que estaban más cerca: Kid, que aún bailaba con Reiju en un enredo de cuerpos; Killer, que levantó la vista de sus cartas con esa calma imperturbable; y Bepo, que pareció aliviado de tener una excusa para abandonar su partida perdedora. “Privado. Arriba,” dije, señalando con la cabeza hacia el área VIP en el segundo piso del club. Todos asintieron, algunos con entusiasmo evidente, otros con resignación. Kid le dio un último apretón posesivo a Reiju antes de soltarla, y ella respondió con un codazo juguetón que no disimulaba su independencia. Killer recogió sus ganancias con una sonrisa satisfecha bajo el cubrebocas, mientras Bepo se rascaba la nuca, murmurando algo incoherente sobre “la próxima vez” con su optimismo eterno.
Subimos las escaleras hacia el privado, un santuario elevado con paredes de cristal tintado que ofrecía una vista panorámica de la pista de baile abajo, pero aislaba el ruido lo suficiente como para permitir conversaciones sin gritos. La mesa central estaba preparada con meticulosidad: botellas de licor de marcas premium que costaban fortunas, vasos limpios relucientes bajo las luces tenues, y un par de ceniceros que ya albergaban colillas aplastadas, como si el lugar hubiera sido usado recientemente. Doflamingo no estaba físicamente presente, pero su influencia se sentía en cada detalle: el lujo exagerado, las luces suaves que creaban sombras estratégicas, el aire de control absoluto que impregnaba el espacio. Me senté en uno de los sofás de cuero suave, cruzando los brazos sobre el pecho, y esperé con paciencia calculada. Si esto era sobre Luffy, sobre la apuesta o sobre algún esquema mayor que Doflamingo tejía, pronto lo descubriría. Pero una cosa era innegociable: no iba a dejar que él, ni nadie más, jugara conmigo como si yo fuera solo otro peón. Yo era el cirujano, el que cortaba y reconstruía.
El privado del Coliseo Diamante era un mundo aislado, un capullo de opulencia envuelto en cristal tintado que amortiguaba el caos ensordecedor del club principal. La música aquí era distinta, no el martilleo electrónico que retumbaba abajo, sino un ritmo más lento y sensual, con un bajo profundo que parecía infiltrarse bajo la piel y acelerar el pulso. El aire olía a perfume caro, licor derramado y el leve rastro de tabaco que siempre parecía seguir a Doflamingo, aunque él aún no hubiera hecho su aparición estelar.
Ichiji y Niji fueron los primeros en irrumpir, pavoneándose como si el lugar les perteneciera por derecho de nacimiento. “Joker se gastó una buena lana esta vez,” comentó Ichiji, dejando caer su cuerpo en un sofá con una sonrisa arrogante que reflejaba su eterno sentido de superioridad. Niji asintió, revisando su celular distraídamente mientras murmuraba algo sobre el valor exorbitante de las botellas alineadas en la mesa, como si midiera el éxito de la noche en términos monetarios.
Kid y Reiju entraron detrás, tan pegados el uno al otro que parecía que no podían existir sin contacto físico. Ni bien se sentaron en otro sofá, Kid tiró de Reiju hacia él con un movimiento posesivo, y empezaron a besarse con una intensidad que hizo que Niji soltara un silbido burlón, cargado de envidia disfrazada. Reiju, con esa calma serena que siempre ocultaba un filo afilado, no se inmutó por los comentarios, pero le dio un codazo sutil a Kid para recordarle que no era su propiedad. Él solo se rio, pasándole un brazo por los hombros con esa confianza suya que rayaba en la insolencia.
Yonji fue el siguiente en aparecer, entrando con una chica pelinegra colgada de su brazo como un accesorio temporal. Ella tenía una mirada perdida, como si no estuviera del todo segura de cómo había terminado en este nido de víboras, pero seguía a Yonji con una sonrisa tímida que él ignoraba en gran medida, más interesado en lucirla como un trofeo que en conectar con ella. Killer y Bepo cerraron el grupo, con Killer ajustándose el cubrebocas mientras se sentaba en una silla apartada, manteniendo su distancia habitual, y Bepo mirando todo con esos ojos grandes y curiosos suyos, como si estuviera en un parque de diversiones peligroso pero fascinante.
Me quedé en mi esquina del sofá, con un codo apoyado en el respaldo y el vaso de whisky intacto frente a mí, observando cómo el grupo se acomodaba. La mesa estaba cargada de excesos: botellas de licor que costaban más de lo que muchos ganaban en un mes, ceniceros de cristal tallado, y bandejas con aperitivos gourmet que nadie había tocado aún, como si el hambre real no tuviera cabida aquí. Mi mente seguía atrapada en Luffy, en los mensajes sin respuesta que colgaban como cabos sueltos, en la advertencia de Reiju sobre su amnesia que introducía una capa de incertidumbre a mi plan. Pero también estaba ese otro pensamiento persistente, el que me mantenía en alerta máxima: Doflamingo. Si había reservado este privado, no era por pura generosidad; siempre había un juego subyacente, un trato oculto, una deuda que cobrar. Yo no era ingenuo; sabía que en su mundo, cada favor era una cadena.
De repente, uno de los cristales tintados que rodeaban el privado se iluminó, pasando de opaco a transparente en un instante revelador. Al otro lado, una plataforma con un tubo de pole dance brillaba bajo un foco rojo intenso. Una chica delgada, marcada con un tatuaje de una cara sonriente en el muslo —el sello inconfundible de los empleados leales a Doflamingo— comenzó a moverse al ritmo de la música. Sus movimientos eran precisos y provocativos, cada giro, cada contorsión calculada para capturar y retener todas las miradas, como una trampa visual diseñada para distraer y dominar.
Ichiji y Niji se enderezaron de inmediato, soltando silbidos y comentarios lascivos que no me molesté en registrar en detalle; su predictable comportamiento era solo ruido de fondo. Kid, que hasta ese momento había estado absorto en Reiju, la soltó sin ceremonias y se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en la bailarina como un depredador avistando presa. “Eso es lo que estoy hablando,” dijo, dando un golpe entusiasta a la mesa que hizo temblar los vasos y derramar un poco de licor. Reiju puso los ojos en blanco con una sonrisa tolerante, recostándose en el sofá como si estuviera acostumbrada a estas interrupciones masculinas, su independencia intacta.
Bepo, sentado cerca de mí, parecía incómodo, mirando de reojo a la bailarina mientras jugueteaba con un vaso vacío, su inocencia chocando con el ambiente cargado. Killer, por el contrario, no le prestó atención alguna; seguía barajando un mazo de cartas que había sacado de algún bolsillo oculto, con esa calma imperturbable que siempre me hacía cuestionar qué secretos guardaba bajo esa máscara.
Yo no miré a la bailarina por más de un segundo fugaz. No era que su desempeño no fuera impresionante; simplemente, mi mente estaba en otra dimensión. Ese tatuaje sonriente en su muslo era un recordatorio punzante de Doflamingo, de su control asfixiante sobre este lugar, sobre DressRosa entera, y sobre todos nosotros en grados variables. Me recosté en el sofá, tamborileando los dedos contra el cuero suave, sintiendo el pulso de la música en mis venas. El mensaje de Kid sobre el paradero de Luffy, la advertencia de Reiju, la apuesta que todos aludían sin detallar... todo convergía en un nudo que yo necesitaba desatar. Esta noche iba a ser más que un reencuentro casual en el club; era una oportunidad para reafirmar mi dominio.
Miré mi celular de nuevo, confirmando que no había notificaciones nuevas. Luffy seguía en silencio, y aunque la explicación de Reiju sobre su amnesia aliviaba parte de la frustración, no la eliminaba del todo. Quería verlo otra vez, escuchar esa risa desafiante que parecía burlarse del mundo, sentir su energía cruda llenando el espacio a mi alrededor. Pero también sabía que, si Doflamingo estaba orquestando algo desde las sombras, las cosas podían complicarse rápidamente, convirtiendo una simple atracción en un juego de poder mayor.
—Oye, Traffy, relájate un poco —dijo Kid desde el otro lado de la mesa, con una sonrisa burlona que no disimulaba su diversión, mientras sus ojos seguían clavados en la bailarina—. Tu sanguijuela aparecerá tarde o temprano. O tal vez no, si no puede con el ritmo que impones.
Lo fulminé con la mirada, pero no respondí de inmediato; no valía la pena darle el gusto de una reacción impulsiva. En lugar de eso, tomé el vaso de whisky por primera vez, dando un sorbo lento que dejó un ardor reconfortante en mi garganta, ayudándome a aclarar mis ideas sin nublarlas. Si Luffy aparecía esta noche, perfecto; si no, yo encontraría la manera de llegar a él, porque en mi mundo, las barreras se disuelven con determinación.
Reiju se deslizó por el sofá de cuero hasta quedar a mi lado, su perfume floral mezclado con el aroma del licor que sostenía en un vaso elegante. Dio un sorbo lento, sus ojos violetas brillando bajo las luces tenues, y murmuró cerca de mi oído con esa voz suave pero penetrante: “Relájate, Traffy. Kid tiene razón en algo.”
No respondí verbalmente, solo la miré de reojo mientras ella se recostaba con esa sonrisa enigmática que siempre parecía ocultar capas de conocimiento. En la plataforma al otro lado del cristal, la bailarina seguía moviéndose con gracia hipnótica, atrayendo billetes que Ichiji, Niji y Yonji dejaban en un apartado especial con una mezcla de entusiasmo ruidoso y burla competitiva. Kid, recuperando su atención momentáneamente, dejó caer un par de billetes con una sonrisa arrogante, como si estuviera comprando no solo el espectáculo, sino también un pedazo de superioridad.
“Luffy no parece pertenecer a este mundo,” dijo Killer de repente, desde su esquina apartada de la mesa. Su voz, amortiguada por el cubrebocas, tenía un tono pensativo que no le escuchaba con frecuencia, rompiendo su habitual silencio. Barajaba las cartas con la misma precisión mecánica de siempre, pero sus ojos estaban fijos en mí, como si esperara que yo confirmara o refutara su observación.
Ichiji soltó una carcajada estruendosa, echándose hacia atrás en el sofá con dramatismo. “¿La sanguijuela? No soportó ni dos caladas al cigarro de Kid,” dijo, señalando al pelirrojo con su vaso en un gesto acusador pero divertido. “¿En serio crees que es de por aquí? Ese chico es un desastre ambulante, pero uno divertido, hay que admitirlo.”
Todos se rieron en un coro irregular, incluso Reiju, que dio otro sorbo a su licor con una elegancia que contrastaba con el caos. Yo no me uní a las risas. Mis dedos tamborileaban contra el brazo del sofá, mi mente atrapada una vez más en la imagen vívida de Luffy: su risa tonta que desafiaba la gravedad, la forma en que se había tambaleado en la pista de baile la otra noche, completamente ajeno al caos calculado que lo rodeaba. Killer tenía razón en su observación; Luffy no encajaba en este lugar, en el mundo de Doflamingo con sus juegos retorcidos, sus apuestas ocultas y sus reglas tácitas que yo navegaba con maestría. Pero eso era precisamente lo que lo hacía tan magnético para mí: un soplo de impredecibilidad en mi vida controlada, un desafío que me obligaba a repensar mis estrategias y a cuestionar si mi ego inquebrantable podía manejar algo tan puro y caótico.
La música cambió de repente, volviéndose más intensa y pulsátil, y otro cristal tintado se iluminó al otro lado del privado. Un hombre apareció en la nueva plataforma, bailando con la misma energía provocativa que la chica, su cuerpo moviéndose con una precisión casi hipnótica bajo las luces rojas que hacían brillar los tatuajes que recorrían sus brazos como mapas de batallas pasadas. Ichiji y Niji soltaron silbidos apreciativos, mientras Yonji, todavía con la chica pelinegra colgada de su brazo como un adorno olvidado, se inclinó hacia adelante, claramente intrigado por el nuevo elemento. La bailarina original no se detuvo; al contrario, parecía alimentarse de la energía del recién llegado, sus movimientos sincronizándose en una danza que hacía difícil apartar la mirada, un espectáculo diseñado para distraer y cautivar.
Niji se sirvió otro trago, el hielo tintineando en su vaso como un eco de la tensión en el aire, antes de girarse hacia mí con una expresión casual que no engañaba a nadie. “Entonces, Traffy, ¿lo vas a hacer?” preguntó, sin mirarme directamente, como si quisiera mantener la conversación ligera, aunque todos sabíamos que no lo era.
Me encogí de hombros, manteniendo la voz neutra pero firme, reafirmando mi control sobre la narrativa. “Depende de qué hagas tú,” respondí, aunque sabía perfectamente a qué se refería: la apuesta que colgaba sobre nosotros como una niebla espesa. Siempre volvían a eso, como si fuera el centro gravitacional de nuestra dinámica, un recordatorio de que en DressRosa, todo se reducía a pruebas de poder y ego.
Todos se rieron en un coro que llenó el privado con eco, excepto Bepo, que me miró con esos ojos grandes y confundidos que siempre ponía cuando las cosas se ponían intensas. “Espera, ¿tú también olvidaste lo que apostaste?” dijo, inclinándose hacia mí como si estuviera a punto de explicarme un secreto simple.
Antes de que pudiera formular una respuesta, Yonji intervino, su voz cortando el aire como un cuchillo afilado. “Dijiste que te lo podías llevar a la cama en menos de tres semanas,” dijo, con una sonrisa que era más un desafío directo que una broma inofensiva. La chica pelinegra a su lado parpadeó confundida, claramente fuera de contexto, pero él la ignoró por completo, manteniendo sus ojos fijos en mí como si esperara que yo cediera o contraatacara.
Las palabras cayeron como un martillo en mi mente, y por un segundo, todo se aclaró con precisión quirúrgica. La apuesta. Claro que la recordaba: esa noche en el Coliseo, bajo la influencia de tragos y risas compartidas, Kid me había retado frente a todos, afirmando que nadie podía resistirse a mí si me lo proponía en serio. Y yo, con un par de vasos de whisky calentando mis venas y la adrenalina del baile con Luffy aún latiendo en mi pecho, había aceptado sin dudar. Tres semanas para hacer que Luffy cayera en mis redes. No era solo un juego para ellos; era una prueba de mi reputación, una manera de ver si el intocable Trafalgar Law, el que siempre mantenía el control, podía cumplir con su propia leyenda.
Miré a Yonji directamente, luego a Kid, que había dejado de prestar atención a los bailarines para observarme con una sonrisa burlona que reflejaba su anticipación. Reiju alzó una ceja elegantemente, esperando mi reacción con esa curiosidad suya que siempre parecía saber más de lo que revelaba. Killer seguía barajando sus cartas imperturbable, mientras Bepo, el único con un atisbo de conciencia moral en este grupo, murmuró algo como “Eso no suena muy justo,” aunque nadie le prestó atención real.
Tomé un sorbo deliberado de mi whisky, dejando que el ardor en mi garganta me diera un momento para procesar y planificar. No era solo una apuesta superficial; Luffy no era como los demás, no era un trofeo fácil de conquistar en los juegos de DressRosa, con sus redes de manipulación y deudas eternas. Había algo en él, en su forma de moverse y reír, que me hacía querer más que una victoria rápida: quería explorar esa chispa, esa atracción que me había atrapado desde el primer momento. No iba a admitirlo frente a ellos, por supuesto; mi ego no permitía vulnerabilidades. Pero internamente, reconocía que ganar esta apuesta no sería solo por el dinero o el orgullo grupal, sino por satisfacer esa curiosidad que Luffy había despertado en mí.
“No he olvidado nada,” dije finalmente, mi voz baja pero firme como un veredicto, mirando a Yonji directamente a los ojos para reafirmar mi dominio. “Tres semanas es más que suficiente para alguien como yo.”
Kid soltó una carcajada explosiva, golpeando la mesa con la palma de la mano en un gesto de aprobación ruidosa. “¡Ese es mi Traffy!” exclamó, levantando su vaso como si brindara por mi inminente triunfo. Reiju sonrió, pero había algo en su mirada violeta que no pude descifrar del todo, como si ella supiera una capa más del juego que yo aún no había visto. Los bailarines seguían moviéndose al otro lado del cristal, la música subiendo de intensidad en un crescendo que llenaba el privado de energía cruda, y el espacio se inundó de risas y comentarios subidos de tono. Pero yo ya no estaba completamente presente; mi mente estaba en Luffy, en su silencio persistente, en la posibilidad de que apareciera esta noche y cambiara todo. Si lo hacía, me aseguraría de que no me olvidara esta vez, no por la apuesta, sino porque yo lo dictaba así.
La chica del tatuaje sonriente y el hombre que la acompañaba continuaban su espectáculo hipnótico, sus cuerpos sincronizados manteniendo a Ichiji, Niji y Yonji pegados al cristal, tirando billetes como si fueran confeti en una celebración decadente. Kid, que había vuelto momentáneamente a prestarle atención a Reiju después de su distracción, tenía una mano posesiva en su cintura, pero sus ojos seguían desviándose hacia mí, esperando alguna grieta en mi armadura tras las palabras de Yonji sobre la apuesta.
Reiju, sentada a mi lado con esa gracia felina suya, tomó su celular con una sonrisa que era puro veneno disfrazado de miel dulce. “Qué bueno que lo recuerdes, Traffy,” dijo, su voz suave pero cargada de una intención que cortaba el aire, “porque estás a unas cuantas conexiones de ganar buen dinero.” Dejó el teléfono en el centro de la mesa con un movimiento deliberado, como si estuviera revelando una carta triunfal en una partida de alto riesgo. La pantalla se iluminó, y todos —Kid, Killer, Bepo, Ichiji, Niji, Yonji, e incluso la chica pelinegra que seguía colgada del brazo de Yonji como un accesorio olvidado— se inclinaron instintivamente para ver, atraídos por la promesa de un nuevo giro.
Era una foto tomada en lo que parecía una reunión informal al aire libre, bajo un sol que contrastaba con la oscuridad del Coliseo. En el centro estaba Vivi, con su cabello azul brillante y una sonrisa tímida que reflejaba su naturaleza reservada, abrazando a una chica de cabello cobrizo que no reconocí de inmediato. A un lado, otra chica pelinegra con una expresión seria y concentrada. Y luego, ahí estaba él: Luffy, con su sonrisa tonta e inquebrantable, sosteniendo un pedazo de pastel en una mano y haciendo un signo de paz con la otra, sus ojos brillando con esa vitalidad que parecía desafiar cualquier sombra. Era como si el mundo entero fuera una aventura eterna para él, un contraste absoluto con mi vida de cálculos y controles.
“La nueva novia de Vivi parece ser amiga de la sanguijuela,” comentó Reiju, dando un sorbo pausado a su licor con una calma que contrastaba con la bomba informativa que acababa de detonar. Se recostó en el sofá, cruzando las piernas con elegancia, mientras su mirada se clavaba en mí, esperando que yo procesara y reaccionara, como si ella disfrutara viéndome navegar estas aguas turbulentas.
Kid soltó una carcajada que hizo temblar la mesa entera, levantando su vaso en un brindis improvisado y entusiasta. “¡Ja! Esto se pone cada vez mejor, Traffy!” exclamó, su voz resonando con diversión genuina. “¡Por el doctor y su conquista inevitable!” Los demás lo siguieron en el brindis, alzando sus vasos con risas y gritos que llenaban el privado de un caos controlado. Ichiji y Niji chocaron sus copas con tanta fuerza que un poco de licor se derramó sobre la mesa, mientras Yonji le dio un codazo juguetón a la chica pelinegra para que se uniera, aunque ella solo parecía cada vez más confundida por el torbellino a su alrededor. Bepo, siempre el más inocente del grupo, levantó su vaso con una sonrisa nerviosa, pero sus ojos grandes seguían yendo de mí a la foto, como si no estuviera del todo seguro de si esto era una buena noticia o el preludio de un desastre. Killer, fiel a su estilo, se mantuvo en silencio, barajando sus cartas con esa calma que nunca revelaba sus verdaderos pensamientos.
Miré la foto otra vez, mi mente trabajando a mil por hora, diseccionando cada detalle como un expediente médico complejo. Vivi, la misma que había mencionado vagamente una cita en el chat grupal, ahora conectada directamente a Luffy a través de su nueva novia. Eso significaba que él estaba más cerca de mi órbita de lo que había anticipado, quizás incluso a punto de aparecer en el Coliseo si Vivi decidía traerla esta noche. La apuesta —tres semanas para llevarme a Luffy a la cama— de repente parecía menos un reto abstracto y más un objetivo tangible, una victoria que podía reclamar con mi habitual precisión. Pero también sentía un peso en mi pecho, una sensación incómoda que no podía ignorar por completo. Luffy no era solo un objetivo en un juego; no era como los demás, alguien que caería fácilmente con un par de tragos y una sonrisa calculada. Había algo en él, en su risa desafiante y su energía desbordante, que me hacía querer más que una conquista rápida: quería entenderlo, poseer esa chispa que me había atrapado.
“No te emociones tanto, Kid,” dije, mi voz más fría de lo que sentía internamente, mientras tomaba otro sorbo de mi whisky para mantener la compostura. El ardor familiar en mi garganta me anclaba a la realidad. “Esto no cambia nada fundamental.”
Kid alzó una ceja, claramente divertido por mi aparente indiferencia. “¿No cambia nada? Vamos, Traffy, tienes una vía directa ahora. La novia de Vivi te puede llevar derecho a la sanguijuela. Esto es pan comido, una victoria servida en bandeja.”
Reiju se rio suavemente, apoyando la barbilla en la mano con esa gracia suya. “No estés tan seguro, Kid. Luffy no es como los demás. Puede que sea un desastre, pero no es estúpido ni manipulable.” Su mirada se cruzó con la mía, y por un segundo, sentí que ella sabía más de lo que revelaba, como siempre lo hacía, añadiendo otra capa de intriga a mi sobrepensadera.
Bepo, todavía sosteniendo su vaso con torpeza, murmuró en voz baja, casi perdida en el ruido del privado: “Solo espero que no lo estés presionando, Law. Parece... una buena persona, no como nosotros.” Su voz era baja, pero me hizo apretar los labios involuntariamente. Bepo y su maldita costumbre de ser el único con un atisbo de moral en este nido de serpientes; a veces, su inocencia era un recordatorio incómodo de lo que yo había dejado atrás.
“No estoy presionando a nadie,” respondí, más seco de lo que pretendía, reafirmando mi control sobre la conversación. Me recosté en el sofá, mirando el vaso en mi mano como si contuviera respuestas. La música seguía pulsando, los bailarines al otro lado del cristal moviéndose como si el mundo exterior no existiera, indiferentes a nuestras maquinaciones. Pero mi mente estaba en otra parte: la foto de Luffy, la sonrisa enigmática de Reiju, las palabras provocativas de Kid, y ese tatuaje sonriente que seguía recordándome que Doflamingo estaba detrás de todo, moviendo los hilos con maestría invisible.
Si Luffy aparecía esta noche, iba a asegurarme de que me recordara, no por la apuesta, no por el dinero, no por las deudas con Doflamingo. Sino porque, por primera vez en mucho tiempo, alguien me hacía sentir que valía la pena arriesgar mi control cuidadosamente construido. Pero también sabía, en lo profundo de mi sobrepensadera constante, que en un lugar como el Coliseo Diamante, nada era tan simple como parecía, y que cada victoria podía ocultar una trampa mayor.
Chapter Text
¡Una nueva semana, una nueva aventura! O eso quería pensar, pero cuando el despertador sonó esa mañana, lo único que quería era seguir abrazado a mi almohada. Las vacaciones habían terminado, y aunque normalmente mis clases eran por videollamada —porque, vamos, estar quieto en un salón es más difícil que pelear contra un tiburón con una mano atada—, hoy era diferente. Era el primer día del nuevo curso, y tenía que ir en persona a la universidad para conocer a los maestros, saludar a los compañeros nuevos y, lo más importante, recoger mi horario. ¡Shishishi! Sonaba como una misión épica, aunque mi cuerpo no estaba de acuerdo.
Estaba enredado en las sábanas, medio soñando con un banquete gigante de carne, cuando Ace irrumpió en mi cuarto como si fuera un huracán. “¡Luffy, levántate de una vez, idiota! ¡Vas a llegar tarde!” gritó, sacudiéndome el hombro con tanta fuerza que casi me caigo de la cama.
“¡Ya voy, ya voy!” protesté, frotándome los ojos mientras me sentaba. Ace me miró con esa cara de hermano mayor que dice “no te creo, pero no tengo tiempo para discutir”. Se cruzó de brazos y señaló la puerta. “Ducha. Ahora. No quiero que Sabo me eche la culpa si llegas tarde.”
Me reí, saltando de la cama con un estirón que hizo crujir todos mis huesos. Corrí al baño, me di una ducha rápida —¡el agua fría es lo mejor para despertarse!— y volví a mi cuarto para ponerme lo primero que encontré: unos jeans gastados que tenían un agujero en la rodilla, mis tenis favoritos, que ya estaban pidiendo clemencia, y una camisa roja con un estampado de un mono sonriendo. Agarré mi mochila, que estaba tirada en un rincón, cubierta de polvo y con una mancha de quién sabe qué. ¡Estaba listo para conquistar el día!
Bajé a la cocina dando saltos, donde Ace y Sabo ya estaban discutiendo, como siempre. El olor a café y pan tostado llenaba el aire, y en la mesa había un plato con un par de sándwiches que parecían gritar mi nombre. Me tiré en una silla, agarré uno y le di un mordisco gigante mientras escuchaba a mis hermanos.
“No sé, Sabo, hacer las prácticas con Dragon es una locura,” decía Ace, rascándose la nuca mientras tomaba un sorbo de café. “El viejo no acepta becarios. Es como intentar convencer a un volcán de que no erupcione.”
Sabo, con su típica calma de hermano mayor que siempre tiene un plan, se encogió de hombros. “Tal vez haga una excepción por su hijo favorito,” dijo, guiñándome un ojo.
Solté una carcajada, casi escupiendo el sándwich. “¡Ja! ¿Hijo favorito? ¡Ni siquiera nos habla!” dije, señalándolos con el pan a medio morder. Era verdad. Dragon, nuestro papá, era más un misterio que un padre. Siempre estaba metido en sus cosas, viajando, trabajando, quién sabe qué. Si teníamos suerte lo veíamos en Navidad o algún cumpleaños, pero nunca se detenía.
Ace y Sabo se miraron, y por un segundo, pareció que ambos estaban de acuerdo. “Bueno, sí,” admitió Ace, riendo. “Pero igual, Sabo, vas a tener que arrastrarte para que te dé una oportunidad.”
“Lo voy a intentar,” respondió Sabo, cruzándose de brazos. “Además, alguien tiene que hacer algo útil en esta familia.”
“¡Oye!” protestó Ace, pero antes de que pudieran seguir, se giró hacia mí. “Luffy, yo llego tarde hoy. Tengo práctica de judo. No me esperes.”
“No hay problema,” dijo Sabo, tomando un sorbo de su café. “Yo paso por ti a las seis, Luffy. No te metas en líos antes de eso.”
“¡Shishishi! ¡Trato hecho!” respondí, dando un salto para ponerme de pie. Agarré mi mochila, me metí el resto del sándwich en la boca y corrí hacia la puerta, dejando a Ace y Sabo discutiendo sobre si Sabo tenía alguna chance con Dragon. ¡Esos dos nunca paran!
En el pasillo, pulsé el botón del ascensor mientras mi celular no paraba de vibrar. Eran mensajes de Zoro, todos con el mismo tono de gruñón impaciente: “Luffy, muévete, ya estoy abajo.” “Si no bajas en cinco minutos, me voy.” “¡Apúrate, idiota!” Me reí, intentando escribirle un “Ya voy” mientras saltaba de un pie al otro, pero antes de que pudiera enviar el mensaje, el ascensor se abrió con un ding.
Entré, todavía riendo, pero me detuve en seco cuando dos tipos subieron en el siguiente piso. Uno era Kid, el pelirrojo grandote del club, con su chaqueta de cuero y esa sonrisa que siempre parecía estar tramando algo. El otro era un chico rubio que no reconocí, con un cubrebocas que le tapaba la mitad de la cara, igual que el tipo que estaba con Kid la otra vez. Sus ojos me miraron por un segundo, pero no dijo nada.
“¡Oye, pequeño! ¡La sanguijuela en persona!” dijo Kid, dándome una palmada en el hombro que casi me hace soltar el celular. “Te esperamos en el Coliseo esta semana, ¿eh? No nos dejes plantados.”
Me rasqué la nuca, sonriendo, aunque por dentro sentí un nudo raro al escuchar el nombre del club. “Eh, no sé, ese lugar no es muy mi estilo,” dije, intentando sonar casual. “No voy mucho a clubes, ¿sabes? Prefiero... ¡comer carne y un buen juego con mis amigos!”
Kid soltó una carcajada, como si hubiera dicho el chiste del año. “¿No es tu estilo? ¡Vamos, pequeño, la otra noche eras el alma de la fiesta!” El tipo rubio a su lado dejó escapar una risita baja, pero no dijo nada, solo me miró con esos ojos que parecían ver más de lo que decían.
El nudo en mi estómago se apretó un poco más, y de repente, la imagen de Torao apareció en mi cabeza: su sonrisa, sus manos guiándome en la pista, ese mensaje que aún no había respondido. “¿Ya no me recuerdas?” Mi sonrisa vaciló, pero la mantuve por pura fuerza de voluntad. No sabía por qué, pero hablar de Torao, o siquiera pensar en él, me hacía sentir... raro. Como si estuviera parado al borde de un precipicio, emocionado pero inseguro de si debía saltar.
El ascensor llegó al lobby, y las puertas se abrieron. Kid me dio otra palmada en el hombro. “Piénsalo, sanguijuela. El Coliseo no es lo mismo sin ti,” dijo, guiñándome un ojo antes de salir con el rubio, que no dijo ni una palabra.
Me quedé un segundo en el ascensor, mirando mi celular. Los mensajes de Zoro seguían llegando, cada uno más impaciente que el anterior. Sacudí la cabeza, guardé el teléfono y corrí hacia la salida, donde vi el carro negro de Zoro estacionado, con él apoyado contra la puerta, fumando y con cara de querer asesinar a alguien. “¡Luffy! ¡Muévete o te dejo!” gritó, apagando el cigarrillo.
“¡Ya voy, ya voy!” respondí, riendo mientras corría hacia el carro. Pero mientras subía al asiento del copiloto, no podía sacarme de la cabeza a Kid, ni al tipo rubio, ni a Torao. Algo me decía que esta semana iba a ser una aventura más grande de lo que esperaba, ¡y no podía esperar a ver qué pasaba!
El carro de Zoro rugía mientras avanzábamos por las calles de la ciudad, el sol de la mañana pegándome en la cara a través de la ventana. Mi mochila estaba tirada a mis pies, y yo iba tarareando una canción inventada, todavía medio pensando en el encuentro con Kid en el ascensor. ¡Shishishi! La universidad iba a ser una aventura, y no podía esperar a ver qué nuevos compañeros conocería hoy. Pero también estaba ese cosquilleo raro en el pecho cada vez que recordaba a Torao y su mensaje. “¿Ya no me recuerdas?” Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en el momento. ¡Nada de dudas hoy, solo diversión!
Hicimos una parada rápida en la casa de Sanji, que salió corriendo con una bolsa de papel en la mano. “¡Muévete, Luffy, a los asientos de atrás!” gritó, abriendo la puerta del copiloto con tanta autoridad que no me atreví a protestar. Me deslicé al asiento trasero, riendo, mientras Zoro maldecía por lo bajo.
“Maldito cocinero, siempre mandando,” gruñó Zoro, pero su cara cambió cuando Sanji sacó dos bentos de la bolsa y le pasó uno. “Para ti, marimo. Pero no te lo comas hasta el mediodía, ¿entendido? Si veo una migaja antes, te mato.”
“¡Oye, Sanji, qué genial!” exclamé, agarrando el bento que me pasó. El olor a arroz, pollo frito y quién sabe qué más delicioso se coló por la tapa, y mi estómago rugió. Intenté abrirlo, solo para “echar un vistazo”, pero Sanji me fulminó con la mirada.
“Luffy, ni lo pienses,” dijo, apuntándome con un dedo. “Mediodía. No antes.”
“¡Ugh, está bien!” refunfuñé, cruzándome de brazos, aunque mi sonrisa no se iba. ¡Sanji siempre hacía comida increíble, y no iba a arruinarlo!
Por algún milagro, Zoro no se perdió esta vez. Bueno, casi lo hace un par de veces, pero Sanji estaba atento, regañándolo cada vez que intentaba tomar un desvío. “¡Por ahí no, idiota! ¡El GPS dice a la derecha!” gritaba Sanji, y Zoro solo gruñía, apretando el volante como si quisiera estrangularlo. Me reí tanto que casi se me cae el bento, pero al final llegamos a la universidad justo a tiempo.
En el estacionamiento, un guardia con cara de aburrido nos pidió las credenciales. Zoro mostró la suya, gruñendo un “Esgrima”, mientras Sanji, con una sonrisa encantadora, dijo “Gastronomía”. Yo saqué mi credencial con una gran sonrisa. “¡MMA!” exclamé, y el guardia asintió, dejándonos pasar. Zoro encontró un buen lugar para estacionar, y los tres bajamos del carro, con el sol pegándonos fuerte en la cabeza.
Bajamos del carro, y mientras Zoro y Sanji empezaban a discutir sobre sus horarios —algo sobre que Zoro tenía práctica de esgrima a la misma hora que Sanji tenía un examen de técnicas culinarias—, yo me quedé un poco atrás, mirando alrededor. La universidad estaba llena de vida: estudiantes corriendo de un lado a otro, algunos con mochilas enormes, otros con café en la mano, y un grupo de chicos jugando con una pelota en el césped. Pero entonces, lo vi. Crocodile. Mi papá. No Dragon, sino Crocodile, con su abrigo largo y ese puro que siempre parecía estar fumando, aunque esta vez no lo tenía encendido. Estaba parado cerca de la entrada principal, hablando con una joven de cabello largo y gafas negras que tomaba notas en una libreta. No me miró, y yo traté de no darle importancia. Crocodile siempre estaba ocupado, siempre en su mundo. Sacudí la cabeza y seguí a mis amigos, decidido a no dejar que me afectara.
Entramos al edificio principal, donde el bullicio de los estudiantes llenaba el aire. Nami y Robin ya estaban en la fila para recoger los horarios, y cuando Nami nos vio, levantó una mano y gritó: “¡Chicos, por aquí!” con esa energía suya que hacía que todos la miraran. Sanji, como siempre, se derritió al verla y corrió a su lado, sacando dos bentos más de su bolsa como si fuera un mago.
“Para mis damas favoritas,” dijo, entregándoles las cajas con una reverencia exagerada. Nami se rio, aceptando el bento con un guiño, mientras Robin le dio las gracias con su sonrisa tranquila.
“¡Sanji, eres el mejor!” exclamó Nami, abriendo la caja para echar un vistazo. “Esto se ve increíble.”
“¡Shishishi! ¿Verdad que sí?” dije, uniéndome a la fila con ellos. “Pero no me deja comer el mío hasta el mediodía, ¡es una tortura!”
Robin se rio suavemente, ajustándose el bolso al hombro. “Paciencia, Luffy. Sobrevivirás.”
La conversación fluyó rápido, como siempre pasa con mis amigos. Hablamos de la fiesta de Robin, de cómo Franky casi rompió una mesa intentando hacer un “súper salto” durante un juego, y de lo genial que había sido conocer a Vivi. Nami se sonrojó un poco cuando mencionaron su nombre, lo que hizo que Sanji alzara una ceja con una sonrisa pícara.
“Vivi es un encanto,” dijo Robin, con un brillo en los ojos. “Se nota que te hace feliz, Nami.”
“¡Oye, no es para tanto!” protestó Nami, aunque su cara roja decía lo contrario. “Solo... nos llevamos bien, ¿sí?”
Me reí, dándole un codazo suave. “¡Vivi es súper cool! ¿Va a venir hoy?” Pero mientras hablaba, un pensamiento cruzó mi mente: Vivi. La novia de Nami había visto unas cuantas fotos en sus redes y en algunas salía él. Y eso me llevó a Torao, a sus mensajes, a esa noche en el Coliseo Diamante que seguía siendo un borrón. Mi sonrisa vaciló un segundo, y sentí ese nudo raro en el estómago otra vez. No sabía por qué, pero pensar en Torao me hacía sentir... inseguro, como si estuviera a punto de saltar a un barco sin saber si había agua debajo. ¿Qué quería de mí? ¿Y por qué no podía sacármelo de la cabeza?
Nami me miró, como si notara que algo pasaba, pero antes de que pudiera decir algo, la fila avanzó, y llegó mi turno de recoger mi horario. El tipo detrás del mostrador me entregó un papel con una lista de clases que apenas entendí, pero sonreí de todos modos. ¡Esto era el comienzo de una nueva aventura, y no iba a dejar que un par de mensajes sin responder o una cara misteriosa me detuvieran! Aunque, en el fondo, sabía que Torao y el Coliseo no iban a desaparecer tan fácil de mi cabeza.
[***]
¡Maldita sea! Cuando vi mi horario, casi se me cae el alma al suelo. ¡Clases presenciales! Nada de videollamadas este curso, porque, según el tipo del mostrador, éramos menos estudiantes y querían “aprovechar el espacio”. ¡Qué fastidio! No es que odie la universidad, pero estar sentado quieto en un salón es como pedirle a un mono que no salte de un árbol. Por suerte, al menos los maestros eran los mismos de los cursos pasados, así que ya sabía cómo lidiar con ellos. ¡Esto iba a ser pan comido! O eso quería pensar.
Al día siguiente, me arrastré a mi primera clase con el profesor Loyd, el tipo que enseña seguridad en MMA. Pensé que sería un aburrimiento total, pero, ¡vaya sorpresa! La clase estuvo increíble. Loyd puso unos videos de peleas donde los tipos terminaban con moretones del tamaño de mi puño, explicando qué hicieron mal y cómo evitarlo. “¡Nunca bajes la guardia, aunque creas que ganaste!” gritó, mientras señalaba a un luchador en la pantalla que se confió y terminó noqueado. Luego nos dio consejos prácticos, como mantener los codos pegados al cuerpo, y hasta nos hizo practicar un par de movimientos básicos en el salón. Me puse a imitar un gancho que vi en uno de los videos, y Loyd me dio un pulgar arriba, diciendo: “¡Ese es el espíritu, Luffy!” ¡Shishishi! La clase pasó volando, y por primera vez, no sentí que el salón me estaba asfixiando.
Cuando sonó la campana, o bueno, el timbre electrónico que tienen en la uni, salí disparado como si me persiguiera un león. Mi celular vibró en el bolsillo, y cuando lo saqué, vi un mensaje de Robin: “Estamos en los jardines cerca del gimnasio de esgrima. Ven ya, Luffy!” ¡Perfecto! Mis amigos estaban libres, y eso significaba comida, risas y tal vez una pelea improvisada con Zoro. Cambié de dirección, corriendo por el pasillo con mi mochila rebotando en la espalda, esquivando estudiantes como si fuera un partido de fútbol.
Pero, claro, siendo yo, no todo podía salir tan fácil. Iba tan rápido que no vi a la persona frente a mí hasta que ¡BAM! choqué contra alguien con tanta fuerza que caí de culo al suelo, frotándome la nariz, que me ardía como si hubiera chocado con una pared. “¡Ay, lo siento, lo siento!” exclamé, todavía sentado, mientras levantaba la vista para ver con quién me había estrellado.
Y entonces, el mundo se detuvo por un segundo. Era él. Torao. Trafalgar Law, parado ahí, sobándose el pecho justo donde lo había golpeado. Su camiseta negra estaba ligeramente levantada por el movimiento, dejando entrever el borde de un tatuaje que cruzaba su piel, un diseño oscuro que me hizo tragar saliva. Sus ojos grises me miraron, y una sonrisa lenta, casi peligrosa, se dibujó en su rostro. “Estuve esperando tu respuesta toda la semana pasada, Luffy,” dijo, con esa voz baja que me ponía los nervios de punta.
“¡Jaja, eh, lo siento!” balbuceé, poniéndome de pie de un salto, con una risa nerviosa que no podía controlar. Mi corazón latía como si hubiera corrido un maratón, y no sabía por qué. “No... no sabía que eras tú, ¡tenías que decir quién eras en el mensaje, shishishi!” Intenté sonar casual, pero mi voz salió más temblorosa de lo que quería. ¿Por qué me sentía así? Era como si Torao tuviera un imán que me hacía querer acercarme y huir al mismo tiempo.
Law alzó una ceja, y su sonrisa se amplió, enviándome un escalofrío que no pude ignorar. “Tienes razón,” dijo, inclinándose un poco hacia mí, lo suficiente para que pudiera oler el leve aroma de su colonia, mezclado con algo que me recordaba al humo del club. “La próxima vez, firmaré con mi nombre completo. Trafalgar D. Water Law. ¿Mejor así?”
Antes de que pudiera responder, me di cuenta de que no estábamos solos. A nuestro alrededor, un grupo de personas nos miraba, y todas parecían estar divirtiéndose con la escena. Ahí estaba Kid, el pelirrojo, abrazando a una chica con cabello rosa que no reconocí, riéndose como si yo fuera el chiste del día. El tipo del cubrebocas, el que Kid llamó Killer, le murmuraba algo a un chico pálido como un fantasma, con el pelo blanco desordenado. Y luego, entre la multitud, vi a Vivi. Sus ojos se cruzaron con los míos, y negó con la cabeza rápidamente, un gesto claro: “No me saludes.” Lo entendí al instante. No quería que la relacionaran conmigo aquí, no con esta gente alrededor.
El nudo en mi estómago se apretó más. No sabía qué estaba pasando, pero algo en la forma en que todos me miraban, en la sonrisa de Law, en el gesto de Vivi, me hacía sentir como si estuviera en medio de algo mucho más grande de lo que entendía. “¡Eh, lo siento, Torao, tengo que irme!” solté de golpe, rascándome la nuca con una sonrisa forzada. “¡Voy a llegar tarde a mi próxima clase!”
Law ladeó la cabeza, como si no se creyera mi excusa, pero no me detuvo. “Nos vemos, Luffy-ya,” dijo, con un tono que sonaba como una promesa. Me giré y corrí hacia los jardines, con el corazón todavía latiendo como loco. Mientras me alejaba, podía sentir su mirada en mi espalda, y una parte de mí quería darse la vuelta, preguntarle qué quería, por qué me hacía sentir así. Pero la otra parte, la que escuchaba las advertencias de Nami y Sabo, me gritaba que siguiera corriendo.
Corrí por los jardines de la universidad, con la mochila rebotando en mi espalda y el eco de la voz de Torao todavía zumbándome en la cabeza. “Trafalgar D. Water Law.” ¡Maldita sea, esa sonrisa suya me ponía los nervios de punta! Pero no había tiempo para pensar en eso ahora. Mis amigos estaban esperándome, y si algo sabía, era que con ellos siempre había comida, risas y aventuras. ¡Eso era lo que necesitaba para sacarme a Torao y a esa pandilla rara del Coliseo Diamante de la cabeza!
Llegué al césped cerca del gimnasio de esgrima, donde el sol brillaba y el aire olía a hierba recién cortada. Ahí estaban todos: Nami, Robin, Sanji, Zoro, Usopp y Chopper, sentados en una manta extendida en el suelo, hablando y riendo como si el mundo fuera suyo. Usopp estaba contando una historia exagerada sobre cómo “casi” había ganado un torneo de tiro con arco en las vacaciones, mientras Chopper lo miraba con ojos enormes, creyéndose cada palabra. Zoro estaba medio dormido, apoyado contra un árbol, y Sanji le pasaba un bento a Nami con esa cara de enamorado que siempre pone.
“¡Luffy! ¡Por fin!” gritó Nami, agitando la mano cuando me vio. Corrí hacia ellos, dejándome caer al lado de Robin con un gran “¡Shishishi!”. Ella me sonrió con esa calma suya y me pasó un bento que olía a paraíso. “Para ti,” dijo, con un guiño. “Sanji se esmeró hoy.”
“¡Eres la mejor, Robin!” exclamé, abriendo la caja como si fuera un tesoro. Había arroz con curry, pedazos de pollo frito y unas verduras que ignoré porque, vamos, ¡la carne es lo primero! Me puse a comer en silencio, todavía con la cabeza en el encuentro con Law. Su tatuaje, su voz, la forma en que Vivi negó con la cabeza... todo era un lío. Intenté concentrarme en el sabor del pollo, pero mi cerebro no cooperaba.
Nami, que siempre parece leerme como si fuera un libro abierto, ladeó la cabeza y me miró fijamente. “Oye, Luffy, ¿qué te pasa? Tienes cara de que viste un fantasma.”
Tragué un pedazo de pollo, rascándome la nuca. “Eh... me choqué con Torao en el pasillo,” solté, tratando de sonar casual, aunque mi voz salió más nerviosa de lo que quería. “Y, eh, también vi a Vivi con él y esos tipos raros. Kid estaba ahí, con una chica de pelo rosa, y el del cubrebocas con otro tipo súper pálido.”
El grupo se quedó en silencio por un segundo, como si acabara de tirar una bomba. Zoro abrió un ojo, despertándose de su siesta improvisada. Sanji dejó de coquetear con Nami y frunció el ceño. Robin me miró con esa expresión suya que siempre parece saber más de lo que dice. Nami fue la primera en hablar, cruzándose de brazos. “¿Respondiste sus mensajes, Luffy? Te dije que no lo hicieras.”
“¡No, no, no respondí!” dije rápido, levantando las manos como si me estuviera defendiendo. “Pero... no sé, me dijo que estuvo esperando mi respuesta toda la semana, y que la próxima vez firmará con su nombre completo. Trafalgar D. Water Law.” Intenté imitar su tono serio, pero salió más como un balbuceo torpe, y Usopp soltó una risita.
Nami suspiró, pasándose una mano por el pelo. “Vivi... sí, me dijo que los conoció en primer año. Dice que la mayoría es buena gente, pero que se la viven en el Coliseo Diamante. También están los cuatro hermanos de Sanji, aunque...” Miró a Sanji, esperando que terminara la frase.
Sanji gruñó, encendiendo un cigarrillo con un movimiento rápido. “No son mis hermanos,” dijo, con un tono que cortaba como cuchillo. “Solo son unos idiotas con los que comparto sangre, lamentablemente.”
“¡Ja! ¡Eso es verdad!” dijo Usopp, riendo. “Esos tipos son unos abusivos. Ichiji, Niji, Yonji y Reiju. Siempre andan pavoneándose como si fueran los reyes de DressRosa.”
“Pero hay que admitir que donan un montón a la universidad,” añadió Nami, encogiéndose de hombros. “Junto con la familia de Luffy, son los que mantienen este lugar funcionando.”
Sanji exhaló una nube de humo, claramente molesto. “No me lo recuerdes. No significa que me gusten.”
Robin, que había estado escuchando en silencio, apoyó la barbilla en la mano y me miró. “Luffy,” dijo, con esa voz suave que siempre hace que quieras contarle todo, “¿qué es lo que realmente te pasa? No es solo el encuentro con Law, ¿verdad?”
Me quedé callado, mirando el bento a medio comer en mis manos. No sabía cómo explicarlo. Era como si mi cabeza fuera un mar revuelto, con olas chocando sin sentido. “Es que... no sé,” empecé, rascándome la nuca otra vez. “Cada vez que pienso en Torao, siento algo raro. Como... ¡como si quisiera correr hacia él y al mismo tiempo salir corriendo lo más lejos posible! Shishishi, suena estúpido, ¿no? Pero es como si mi corazón estuviera haciendo volteretas. Y cuando dijo su nombre completo, con esa sonrisa, fue como... ¡no sé! Como si me estuviera desafiando a algo, pero no sé a qué.”
Mis amigos se quedaron mirándome, y por un segundo, me sentí como un bicho raro bajo un microscopio. Chopper inclinó la cabeza, confundido. “Eso suena... complicado,” dijo, mordisqueando una zanahoria del bento. Zoro gruñó algo, pero no dijo nada, solo se recostó contra el árbol otra vez. Sanji apagó su cigarrillo en el césped, claramente pensando.
Nami suspiró, dándome un codazo suave. “Luffy, te lo dije. Ese tipo no es de fiar. No sabemos quién es, ni qué quiere. Y si anda con Kid y los hermanos de Sanji, mejor mantente lejos hasta que sepamos más.”
“Pero no parece malo,” protesté, aunque mi voz sonó más insegura de lo que quería. “Solo... no entiendo qué quiere conmigo. Y no me acuerdo de nada de esa noche en el club, ¡es como si mi cabeza estuviera llena de niebla!”
Robin sonrió, poniendo una mano en mi hombro. “Está bien no entenderlo todo ahora, Luffy. A veces, los sentimientos son como un libro que no has leído antes. Tómate tu tiempo para descifrarlo. Pero Nami tiene razón: ten cuidado. Ese grupo del Coliseo no es como nosotros.”
Asentí, aunque no estaba seguro de qué hacer. Una parte de mí quería responderle a Torao, correr al club y preguntarle qué demonios estaba pasando. Pero otra parte, la que escuchaba a mis amigos y recordaba la mirada de Vivi, me decía que tal vez era mejor esperar. Fuera lo que fuera, esto era una aventura, y yo siempre estoy listo para una buena aventura. Pero por ahora, me limité a devorar el resto del bento, riendo con mis amigos mientras el sol brillaba sobre nosotros
Notes:
Estoy viendo otra vez One Piece, ojala se note el cambio de animo en Luffy. Por que me salia como un Luffy completamente desinteresado en la vida, i guess.

J04_ST3V3 on Chapter 1 Mon 22 Sep 2025 11:35PM UTC
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atunymayonesa on Chapter 1 Wed 24 Sep 2025 05:52PM UTC
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