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La boda de mi mejor amigo

Chapter 6: Orgullo y prejuicio

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Jihwa tiene su propio coche. No lo usa mucho porque conducir le estresa tanto que el pelo se le termina cayendo, pero ahí está, guardado en el garaje, siempre listo y reluciente. Podría haberle pedido al chófer de la familia que lo llevase hasta la finca de los Yoon, pero quiere parecer la clase de triunfador que conduce su coche europeo de alta gama y entrega las llaves al personal para que lo lleve al aparcamiento asignado y todo eso.

Ocurre tal y como se lo imaginó salvo por un detalle: Seungho no ha salido a recibirlo y no está viendo lo bien que le sienta el nuevo corte de pelo ni el culo tan bonito que le hacen los pantalones color caqui. Sí que hay un tipo uniformado que se ofrece a ayudarle con el equipaje y el vehículo, pero nadie más.

Pues vaya mierda de bienvenida.

Así no hay manera de lucirse en condiciones.

Echa un vistazo a la inmensa mansión de los Yoon. La casona de ladrillo blanco y ventanales enormes tiene el tejado rojo y montones de enredaderas trepando por sus padres. Jihwa estuvo allí en cierta ocasión, antes de que Gran Amor hiciera el servicio militar obligatorio. Seungho, gran aficionado a las celebraciones espectaculares reunió a sus amigos y durante una semana todo fue un descontrol absoluto de drogas y sexo. También fue la primera vez que discutieron en serio, ya que Jihwa no soportaba que nadie más lo tocara y Seungho se puso un poco insistente con el tema y lo llamó frígido.

¡En fin! No necesita amargarse la existencia con pensamientos negativos. Ahora es un hombre adulto y muy atractivo, un gran profesional y tiene un novio falso que es guapísimo, la envidia de todo el país. Vaya que sí. Al pensar en él, le echa un vistazo al teléfono móvil para descubrir que Mumyeong le ha respondido al mensaje matutino de buenos días. No es como Seungho, que lo dejaba en visto durante días y… Nada de pensamientos negativos.

Mumyeong le ha enviado la foto de su desayuno (a lo mejor Jihwa sugirió medio millón de veces que estaría guay intercambiar cosas así) y una carita sonriente. También le ha deseado suerte y casi puede escuchar La Voz a través de la distancia. Debería estar prohibida. Es una faena que sea tan jodidamente sexi.

—Por aquí, señor.

El empleado uniformado lo guía al interior de la casa. El hall es tan grande que podría construirse un pequeño centro comercial en él. Con sus andares elegantes, enfila la escalinata de mármol y Jihwa se pierde entre los suelos alfombrados y las paredes con friso de madera. Los colores son cálidos, la vivienda es acogedora y está convencidísimo de que los Yoon sí han contado con un decorador de interiores. ¿Qué pensará Mumyeong al respecto?

Le toca en suerte una suite con vistas a los inmensos jardines traseros. La decoración es tan elegante como la de un hotel de cinco estrellas, hay una pequeña zona de estar con sofás y una televisión inmensamente grande, un vestidor sin puertas y un cuarto de baño con bañera de hidromasaje incluida. Y no nos olvidemos de la cama. Una cama que debe medir tres metros de ancho y que tendrá que compartir con Mumyeong el Bombero. Y con La Voz, La Mirada y La Sonrisa.

—¡Ay, joder!

Debió darse cuenta antes. Se supone que su novio falso en su novio de verdad y los novios duermen juntos y hacen otras cosas un poco más interesantes y que Jihwa casi no recuerda porque ha pasado tanto tiempo desde la última vez que teme haberse vuelto virgen de nuevo. Desde Seungho no ha estado con ningún chico, aunque oportunidades no le han faltado. La cosa es que no es capaz de sentir deseo si no está enamorado y a estas alturas de su vida se conforma con darse cariño porque, sí, se quiere mucho a sí mismo y sabe cómo mimarse y…

La cama, Jihwa. La cama.

No debería ser un problema porque es tan grande que tendría que empeñarse muchísimo para rozar siquiera uno de esos tobillos divinos que posee su bombero, pero le saca una foto por si acaso y se la envía a Mumyeong.

“Espero que no te importe”

Se dispone a guardar el teléfono porque Mumyeong está trabajando y no es probable que vaya a responderle pronto, así que le sorprende sentir la vibración. Por un instante teme que vaya a echarse atrás, abandonándolo a su suerte.

“En absoluto”

Ya está. Es breve y conciso y pasa a estar desconectado. Puede que su unidad haya tenido que salir disparada para apagar un incendio en un gran rascacielos, a lo coloso infernal. Se lo imagina con la camiseta interior, los tirantes rojos y esos pectorales y los bíceps y…

—¡Ay, joder!

Se centrará en las cosas importantes. Colocar la ropa, ponerse protector solar y buscar a Gran Amor para que vea lo guapísimo que se ha vuelto con los años y decida olvidarse de la boda para huir con él hacia lo desconocido. Podrían viajar a Europa o a Sudamérica y aprender nuevos idiomas, probar la comida occidental bien hecha y jurarse amor eterno frente a algún monumento de piedra medio ruinoso.

Sí. Eso hará. Se mentaliza para afrontar su destino con la valentía de un hombre triunfador y llaman a la puerta. Esperaba encontrarse a Seungho en el exterior, ejerciendo de anfitrión, no que fuera a presentarse en su dormitorio ataviado con ropa blanca inmaculada y… MadreDelAmorHermoso. Él sí que está divino. Es como un dios griego esculpido en bronce y el paso del tiempo no ha hecho más que acrecentar su atractivo salvaje, su mirada felina, su sonrisa de sinvergüenza sin escrúpulos.

—¡Ey, Jihwa!

¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que se vieron? Puede que desde su ruptura. Una ruptura muy fea, de hecho. Dramática, con muchos gritos, lágrimas y golpes en el pecho. A Jihwa no le sentó nada bien que Gran Amor lo dejara para irse con un chico insulso (y un poco menor de edad). De hecho, se cabreó tanto que a punto estuvo de denunciarlo a la policía. Solo se detuvo porque los Yoon son demasiado poderosos como para que su heredero no pueda follarse a quién quiera. Críos de instituto incluidos. ¿Suena asqueroso? Bastante, pero así es la vida de los ricos.

Quiere reaccionar como el hombre superpoderoso que es. En vez de eso, por la boca le salen una especie de graznido y un tartamudeo absurdo.

—¡Se… Seungho!

Se maldice a sí mismo. Tantos años procurando volverse fuerte, tanto mental como físicamente, para comportarse como el mismo chaval idiota de siempre. ¡Si hasta se nota la cara arder! ¿Qué clase de imbécil es? Un triunfador con novio falso no, eso está claro.

Y lo peor está por llegar.

Yoon Seungho no es alguien que contemple las miserias ajenas y se quede de brazos cruzados. Yoon Seungho considera que cualquier ser humano es su presa y disfruta mientras se agazapa entre las sombras para observar y aguardar ese error que te convertirá en su víctima perfecta. Jihwa retrocede un paso y puede oír las burlas, los reproches, las risas crueles. En cambio, Seungho le sonríe y opta por ¿darle su espacio?

—Me alegro mucho de que hayas venido, sobre todo después de todo lo que pasó. ¿Cómo estás?

¿Él? Pues ha pasado del rojo al blanco muy pálido en menos de un segundo. Se nota las tripas un poco revueltas y juraría que ha empezado a temblar.

Idiota, idiota. Mil veces idiota.

Se recuerda a sí mismo que ha lidiado con peores especímenes que su ex. De hecho, hace poco estuvo negociando con su padre. Y el señor Yoon sí que es un auténtico demonio. No hay razón para estar asustado, avergonzado o intimidado. Es un adulto, un profesional, un hombre de éxito. Se ha cortado el pelo para lucir más bonito. Es fuerte y ha empezado a sonreír. Eso es. Nada de muecas grotescas; sonrisas de verdad.

—Muy bien, como puedes ver. ¿Y tú? Felicidades por tu compromiso.

Ya está. Ha roto el hielo. Primer escollo superado. A partir de ahora, todo irá a mejor. Incluso si Seungho sonríe y agacha la cabeza. Hay algo de mansedumbre en ese gesto, algo que no encaja del todo con su forma de ser.

—Si te soy sincero, bastante nervioso. Me hubiera gustado que el matrimonio fuese un poco más discreto y sencillo, pero ya sabes cómo es mi padre y lo mucho que le gusta presumir.

Los Yoon. Una familia rica. Poderosa. Única. La boda del primogénito ha de ser la gran cosa y Jihwa debe disimular. Ser más astuto que nadie y mostrar esa seguridad que está muy lejos de sentir.

—Ya veo.

Muy elocuente, Jihwa. Vas por el buen camino.

—Nakyum está mucho peor que yo. Lo he dejado junto a sus hermanas.

Por mí como si se desvanecen en la nada.

—Tendré que saludarlo.

Y eso ha sonado mucho más resignado de lo que le gustaría. A decir verdad, no ha mantenido demasiadas conversaciones con el joven Baek Nakyum. En su momento, fue un poco capullo con él, intentando meterle miedo para alejarlo de su hombre, pero la sangre no llegó al río y no existe ninguna razón para ser odiado por el pintor. ¿Verdad que no? Su reacción fue la típica del novio que no quería perder a Gran Amor, no la de un psicópata capaz de reventarte los globos oculares con unos palillos metálicos.

—¿Y tu acompañante?

Jihwa da un respingo y una idea horrorosa se le pasa por la cabeza: Seungho no ha ido a saludarle porque tenga interés en su persona, sino para ver a Mumyeong. Como si quisiera asegurarse de que está saliendo con un horco repugnante porque no es digno de encontrar a nadie mejor. Pues se llevará el chasco de su vida, vaya que sí. Mumyeong está muy lejos de ser un monstruo de cuento.

—No podrá venir hasta dentro de dos días.

—Entiendo —Llegado a ese punto, Seungho amplía la sonrisa—. Es una suerte.

—¿Lo es?

—El grueso de los invitados no llegará hasta el jueves. Las celebraciones de estos días serán más íntimas, para los amigos más cercanos —Seungho hace una pausa—. Los míos y los de mi padre. Estoy seguro de que tu novio es un tío cojonudo, pero me apetece pasar un tiempo con los amigos de siempre.

Los amigos se siempre. Jihwa no quiere sonar amargo, pero los amigos de siempre no le traen buenos recuerdos. Por eso no pasa mucho tiempo con ellos. Por eso se ve asaltado por pensamientos funestos de vez en cuando, como si realmente fuese un soso, un aburrido y un puritano que no sabe disfrutar de la vida.

—¿Para organizar una de tus bacanales?

Tampoco pretendía borrar la sonrisa de la cara de Seungho, pero lo consigue. Su ex vuelve a agachar la cabeza y su comportamiento resulta tan raro que Jihwa se niega buscarle una explicación. Debe centrarse en sus objetivos y no apartarse de ellos. Nunca. Bajo ningún concepto.

—Hace mucho de eso, Jihwa. Me gusta pensar que he madurado.

—¿No eras tú el que decía que la madurez y la diversión no están reñidas?

Cada vez que le recriminaba, cada vez que esperaba algo más de él. Seungho vuelve a mirarle y hay algo divertido en sus ojos. Algo afectuoso también.

—Y tú repetías constantemente que la diversión no debería estar ligada a las enfermedades de trasmisión sexual.

¿Está bromeando? Porque lo parece. Jihwa no está muy seguro de querer seguirle el juego, pero no ha ido hasta allí para ser hostil. Eso no le llevará a ningún lado. Las bromas, puede que sí.

—¿Has pillado alguna? Con el ritmo que llevabas no me extrañaría nada.

—Milagrosamente estoy limpio.

—Yo también.

Seungho amplía su sonrisa. Cualquiera diría que en su mirada cruel ha surgido un poco de calidez.

—Me alegro de que estés bien. Instálate y nos vemos más tarde, ¿vale?

Jihwa aprieta los dientes y termina por asentir. Seungho se despide con un gesto y allí se queda él, abandonado a su suerte y con el desconcierto creciendo en su interior. En realidad, no le apetece mucho seguir en esa finca, no sin Mumyeong y menos aún si existe la mínima posibilidad de que su camino se cruce con el de Min Hyo. Es un gilipollas que provoca pesadillas. Ojalá que Seungho no lo haya invitado.


Dos horas más tarde, Jihwa comprende que desear cosas es muy peligroso. Después de colocar su ropa en el armario, bien organizada y sin una sola arruga, decide salir a dar un paseo. Conducir no le gusta y su cuerpo extraña el ejercicio físico. Cuando decidió apuntarse al gimnasio lo hizo poseído por la pereza y creyó que abandonaría muchas veces. Todavía siente la tentación porque sudar es asqueroso y cansarse mucho más, pero ya se ha acostumbrado a la rutina y está bastante seguro de que en la finca de los Yoon hay un gimnasio bien equipado. Gimnasio que no busca en ese momento porque quiere tomar el aire.

Todo allí es fresco y saludable. Jihwa sale al jardín trasero, respira hondo y una voz (que no es La Voz y le repatea el hígado) suena a su derecha.

—Vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? Nuestro pelirrojo perverso.

Lo que decíamos sobre los deseos.

Ahí está Min Hyo, con sus cejas raras de siempre y su pinta de cabrón hijo de puta y demonio del averno de toda la vida. Jihwa no se explica como ese individuo no ha sido asesinado todavía. Seguro que no le sobran enemigos porque ni los buitres darían buena cuenta de su cadáver una vez fuese abandonado en un descampado del norte, cerca de la frontera.

—Min Hyo. Sigues vivo.

Intenta con todas sus fuerzas sonar hostil. El aludido, lejos de verse afectado por el tono, sonríe como ese buitre que acaba de descubrir un elefante muerto en la sabana y se prepara para darse un festín en solitario.

—Por muy poco. ¿No te has enterado?

—¿Algún esposo celoso ha intentado tirarte por una ventana?

Puede imaginarse la escena incluso con los ojos abiertos. Es muy fastidioso que la sonrisa de Hyo se amplíe todavía más.

—Una esposa, en realidad. ¿Te crees que Seungho es el único que puede volver maricas a los hombres heterosexuales?

Escuchado eso, Jihwa se da por vencido y procura retomar el paseo. No está de humor para algo así. Lleva mucho tiempo sin ver a Hyo, no lo ha extrañado ni un solo segundo y se considera capaz de seguir así durante el resto de su existencia. Además, tiene muchas cosas sobre las que reflexionar. La bienvenida de Seungho, el hecho de que parezca mucho más formal que antes. Y debería conocer al pintor. Conocerlo de nuevo, queremos decir. Porque intentar desgraciar a un chaval de secundaria no es algo que le haga sentir orgulloso y debería demostrarle al mundo que es un hombre maduro, triunfador y que en absoluto está colgado por su Gran Amor. De hecho, tiene un novio falso que le responde los mensajes en cuanto los lee y que posiblemente esté salvando miles de vida en este preciso momento.

—Me has hecho perder mucho dinero, Lee Jihwa.

Hyo no se ha dado por vencido. De hecho, camina junto a él, con las manos en la espalda y toda la pinta de estar preparando una maldad atroz. A lo mejor quiere arrojarlo al lago más cercano, un espacio natural que no debería pertenecer a los Yoon porque la naturaleza es de todos y que, por azares del destino, del dinero y las influencias políticas, tiene dueño.

—No recuerdo que hayamos hecho negocios juntos.

—Te hablo de la apuesta, bobo.

No te pares. No le miras.

Jihwa se detiene para verle la cara. Le provoca escalofríos.

—¿Qué apuesta?

—Algunos de nuestros amigos afirmaron que vendrías a la boda y yo afirmé que no tendrías cojones suficientes. Y mírate, aquí estás.

Lo dice como si él hubiera tenido la culpa de lo que ocurrió en el pasado. Vale. Admite que no fue su mejor actuación y todo eso, pero Seungho es el único responsable de todo. Se volvió majareta por su culpa. No tendría que haberle traicionado. ¿Por qué no pudo quererlo en la misma medida que Jihwa lo quiso a él? En ocasiones, la vida puede ser una auténtica mierda.

—Tus problemas financieros no son problema mío.

Vuelve a caminar. Extraña un poco a Mumyeong. Con un hombre de su tamaño cerca, nadie se atrevería a ser así de insolente, molesto y maleducado. Jihwa tendría que haber cogido sus auriculares antes de salir; con la música a todo volumen no hubiera sido necesario escuchar a nadie.

—¿Es verdad que tienes novio?

—Está trabajando.

A lo mejor se ha puesto a la defensiva. Min Hyo no lo deja pasar.

—Qué prosaico por su parte.

—Es lo que hacemos las personas para ganarnos la vida.

—¿En serio? No recuerdo haber trabajado ni un solo día en toda mi vida.

Debe ser verdad. Jihwa conoce a Min Hyo desde sus años de estudiantes y nunca dio un palo al agua. Solo fue a la universidad por las fiestas y se comenta que los Min compraron su título. Y ya está. La última vez que se vieron se dedicaba a comprarse cosas caras, viajar en su avión privado y asistir a las fiestas salvajes de Seungho. No le cuesta nada creerse que sigue entregado a la vida hedonista.

—Eres un niño de papá.

Sí. Lo ha insultado.

Sí. Hyo se ha reído y le ha pasado un brazo por los hombros.

—Tú también, mi querido pelirrojo.

No tarda ni un segundo en quitárselo de encima, la agresividad a flor de piel.

—No vuelvas a tocarme.

—¿O qué?

No respondas a sus provocaciones. Sigue adelante.

Lee Jihwa se hace caso a sí mismo. Acaba de llegar al hogar de los Yoon. Debe estar calmado. Podría intercambiar unos mensajes con Mumyeong para encontrarse mejor. Es una suerte que Hyo le haga caso por una vez.

—Solo digo que podrías haber encontrado a alguien dentro de nuestro círculo. Ya sabes, un hombre que no necesite trabajar. Alguien como nosotros.

—Si encontrara a alguien como tú, tendría que pegarme un tiro.

Le satisface esa respuesta. Hyo no deja de reírse y está a puntito de agarrarlo de nuevo. Por qué se arrepiente es un misterio; a lo mejor se está tomando en serio sus amenazas.

—Ahora sí que tengo ganas de conocer a tu novio.

—¡Hurra!

Con un poco de suerte, Min Hyo sufrirá un accidente antes de que Mumyeong venga. Tendrá una sobredosis, se ahogará con su propio vómito o se caerá de un caballo durante un partido de polo en cueros. Por increíble que parezca, son cosas que ya han ocurrido antes.

—Te noto muy tenso y poco comunicativo y me apetece tomarme un par de cervezas. Nos vemos luego.

Hyo desaparece tan rápido como apareció. Jihwa siente las tripas revueltas y una incomodidad muy molesta en la nuca. Ha sido un error venir. Podría estar en casa, ocupándose del trabajo, yendo al gimnasio y charlando con Mumyeong durante horas. Podría estar tranquilo, relajado y contento, pero entonces no sería un triunfador. No recuperaría a Gran Amor. No tendría ocasión de mostrarle a todo el mundo la clase de hombre que es capaz de conseguir. Porque Lee Jihwa es atractivo, irresistible y no se doblegará ante nadie. Jamás.