Chapter 1: Llamarse alfa, sangrar como omega.
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El día que los dioses le confirmaron a Telemaco que era un omega, no pudo sentirse legendario.
Su padre, Odiseo, rey de Ítaca, no había estado presente en ninguna parte de su vida, más que en rumores y cantos de su pueblo. Cada verso coincidía en que el rey había sido un omega, el primer omega en convertirse en rey, por sus méritos y por herencia, había sido lo suficientemente astuto para ser cuidado y bendecido por la diosa Atenea, la diosa de la sabiduría y la guerra estratégica.
Pero, ya habían pasado quince años desde que su padre no había vuelto a su hogar.
Su madre, Penélope, una alfa, fuerte, poderosa, una espartana independiente que podía reinar sin problemas, juraba que seguía con vida. Cada vez que Telemaco veía como su madre tocaba su marca de enlace, con devoción, y tanta tristeza en sus ojos, desgarraba su ser al saber que su padre seguía por allí, y no había vuelto con ellos.
¿Cuánto tiempo tendrían que estar esperando? ¿Cuánto tiempo tendrían que soportar sin que un hombre estuviera en el hogar? ¿Cuánto tiempo su madre aguantaría? ¿Cuánto tiempo estaría esperando?
Así como su madre, se mantendrían firmes, ayudando al reino, logrando tratados, revisando papeles. Su abuela, Anticlea, no había aguantado la espera junto a su madre, quitándose la vida al ver como la marea se tragaba el barco de su padre, ya no había otros omegas en los que pudiera confiar, Telemaco estaba molesto, furioso.
Cuando su abuelo le exigió a su madre otro heredero, no explotó, aguardó la calma junto a ella, cubriendo su nariz ante las agresivas feromonas que emanaba de ella. ¿Por qué se le exigía otro heredero cuando su padre, siendo omega, se había vuelto rey? ¿Cuánta diferencia había entre un ser legendario como Odiseo y el príncipe Telemaco, un simple omega con lujos?
Recordaba una de las últimas conversaciones que había tenido con su madre, antes de que pasillos interminables lo separan: Gritos en la sala del trono, hombres en celo, omegas cautivados por la belleza de la mujer, gente subestimando su persona en el pasillo, siendo casi invisible.
Al menos pensaban que era un alfa defectuoso, y no un omega que no consideraban digno del trono solo por no recibir la bendición de Afrodita en el momento indicado, ahora se pensaba que Telemaco no podía gestar.
¿Eso importaba? Para los reyes sí, por eso se le exigía tanto a su madre.
Pero Penélope, como la reina de Ítaca que era, se mantuvo firme ante las circunstancias.
— Madre, ¿Hay algo que querías decirme?
Su madre, con una mirada llena de orgullo en su rostro, acarició sus facciones, sonriéndole, mientras la habitación se cubría con el aroma al olivo.
— Telemaco, tú serás legendario — Sintió ganas de llorar por unos momentos, respiró profundamente, y su pecho se inflo — No importa cuál es la casta que tengas, tu padre no es famoso por lo que era, sino por quién es.
— Madre… — Suspiró, esperó a su madre con los brazos abiertos, por un abrazo — ¿Creés que mi padre va a regresar? ¿Creés que…?
— No lo creo, yo lo sé — Abrazó a su hijo como si fuera su último día en ese lugar, oliendo a su hijo, cubrió a su cachorro con su olor de forma maternal — Sé que cuando pise las costas de Ítaca, yo seré la primera en saberlo.
— ¿Podrías reconocer a mi padre después de tantos años?
— No puedo negar que tal vez tarde un poco — Su madre sonrió, y miró la cama del árbol de olivo que Odiseo había tallado para ella, abrazó a su hijo más fuerte contra ella — Pero, tengo mis métodos para saber si mi omega es realmente él.
Se quedaron en silencio, abrazados en la habitación de su madre, viendo el inicio de un sudario, y esperando que los pocos pretendientes que había en su palacio, se quedarán fuera de sus vidas.
— Seré legendario, por ti, por mi padre, para demostrarle al mundo lo que puedo ser, aún siendo un omega.
— Hazlo, hijo mío — Penélope besó su frente, se mantuvo cerca de él — Sé legendario porque lo deseas, no porque el mundo lo quiera.
Fue una promesa que quiso mantener, se lo había jurado, le dijo indirectamente que no se avergonzaría de ser un omega, que daría cara a los pretendientes, que lograría todo lo que Odiseo hizo y mucho más.
En cambio, habían ciento ocho rostros desconocidos en su palacio, que pensaban que era un alfa defectuoso.
¿Qué era mejor? ¿Un príncipe omega y débil, que no podía cumplir su único cometido en el mundo? Prefería la opción fácil, un alfa defectuoso, pero que podía morder en cualquier momento, defendiendo a los que quería y los que amaba.
Se bañaba en aromas y perfumes para cubrir el suyo, ahogándose en fuertes olores para desaparecer su dulce aroma. Tallando sus brazos y piernas para que salieran callos, endureciendo lo que debería ser piel lechosa y extravagante. Entrenando cada día para tener el mismo físico que un alfa.
Cada día, ocultaba su propio ser para lograr ser legendario.
Así pasaron tres años, en los que fingía ser otra casta, enterrando su propia naturaleza bajo palabras pasivo-agresivas y miradas con poco respeto hacia los hombres que intentaban cortejar a su madre.
Si es que Odiseo regresaba, no podría reclamarle por ocultar ser un omega, no estuvo allí casi veinte años, no tenía el derecho de reclamarle cosas cuando nunca estuvo en su primer celo, en su primer flechazo, ni en su primera pelea por territorio.
Oh, y también se había perdido que un alfa lo marcará porque había hecho pensar a todo el mundo que era un alfa.
¿Confuso? Sí, ¿Doloroso? Definitivamente lo fue, pero al menos no doblegó su orgullo, también mordió a Antinoo ese día.
Los rumores cuentan que Antinoo le ganó, que lo humilló con la mordida en su cuello, pero Telemaco sabe perfectamente, que él mordió más fuerte.
Recordaba ese día con claridad, la mayoría de pretendientes estaban reunidos en un solo lugar, por primera vez, fuera de la sala del trono. Argos estaba a su lado, caminando lentamente por su vejez, pero moviendo su cola como el gran perro feliz y fiel que era.
Parecía que dos alfas se estaban peleando, Telemaco suspiró, enojado, realmente estaba harto del actuar de esos salvajes. Acarició a su compañero, y caminó lentamente lejos del lugar.
Solo necesitaba una oportunidad, pelear contra monstruos, defender el trono, solo necesitaba una chance, una sola. El omega podría demostrarle al mundo que superaría los obstáculos y escrutinios, iba a ser legendario…
— Chico.
Voz de alfa.
Sus entrañas se movieron, casi se tropieza con su propio pie al ser jalado al cuerpo contrario. Una mano más grande que era del tamaño de su rostro sujetaba con fuerza su muñeca, intentó soltarse, pero sintió como los dedos contrarios apretaban su piel.
El olor al ámbar derretido cubrió sus fosas nasales.
Le dieron ganas de vomitar.
— ¿Cuándo la vagabunda de tu madre escogerá a un nuevo esposo? — Antinoo habló, con una sonrisa, estaba completamente consciente, sin síntomas de estar borracho o en celo — ¿Por qué no abres su habitación para que podamos divertirnos con ella?
Su mirada estaba en llamas, como si el fuego dentro de su alma se encendiera.
Telemaco respiró profundamente, intentó conseguir la suficiente fuerza, y pateó el abdomen de ese hombre, de ese monstruo. Se soltó, instintivamente intentó sacar su espada, pero ese fue uno de los únicos días que estaba en reparaciones. Gruñó, y enseñó los dientes, manteniendo su postura de una forma defensiva.
— ¡No te atrevas a llamar a mi madre una vagabunda!
— Lo acabo de hacer — Su sonrisa se ensanchó, acercándose peligrosamente a Telemaco, acercó su rostro. Sus feromonas inundaban el lugar, furia, coraje, burla — ¿Qué vas a hacer al respecto, campeón?
Era una burla directa al príncipe, cerró su mandíbula con fuerza, las venas en la frente del omega podían verse con claridad, ¿Qué necesidad había de molestarlo? Antinoo era más alto, más fuerte, era un monstruo a su perspectiva, no tenía una posición de defensa, pero su mirada no se iba de Telemaco.
¿Buscaba una pelea? Perfecto, le daría una pelea, una que recordaría, puede que su familia fuera devota de la diosa Atenea, pero usaría la furia del dios Ares para este encuentro.
Respiró profundamente, intentando ignorar el aroma de ámbar derretido, como si fuese madera quemada. No dejo salir sus propias feromonas, lo único que harían sería endulzar, no intimidar, sería a la antigua, puño contra puño.
Los pretendientes habían escuchado cada parte de su interacción, se acomodaron alrededor de ellos dos, formando un gran circulo que tenía al alfa y al omega como el espectáculo principal.
Telemaco no recuerda quién dió el primer golpe, tampoco recuerda cuando fue que la diosa Atenea le empezó a ayudar en ese encuentro. Lo único que sabía, es que debía ganar con inteligencia, debía hacer perder a ese desgraciado.
Para un punto de su espectáculo, los pretendientes habían empezado a llamarlo “Pequeño lobo”, ¿Era una burla o un halago? ¿Desdén o porra? ¿Instinto u deseo? No importaba, en ese momento, era un alfa defendiendo a su madre, la reina de Ítaca, defendiendo su orgullo como príncipe.
— ¡Levántate y pelea! — Le gritaba la diosa, apoyándolo a su alrededor. Le exigía mantenerse concentrado, le daba ánimos, aunque no pudiera escucharlos. Al menos, solo escuchó uno que entendió perfectamente — ¡Muerde, pequeño lobo!
Evitó un golpe en el rostro de Antinoo, miró a la diosa confundido, ¿En serio quería que mordiera a un alfa? ¿Quería que mordiera a ese alfa? De verdad, ¿Quería que lo mordiera?
— ¡Golpea, pequeño lobo!
Se agachó justo a tiempo para una patada del mayor, bueno, si ella lo decía, no podía ignorar las órdenes de una diosa. Se abalanzó sobre Antinoo en un momento de poco equilibrio, cuando un alfa mordía a otro, era signo de sumisión y humillación.
Telemaco fingía ser un alfa, pero no mordía como uno.
Solo era necesario morder, frente a todos los pretendientes, y demostraría que también podría ser legendario.
Cayeron al suelo, Antinoo soltó un golpe en su abdomen, Telemaco jadeó, sintió como el aire se iba de su cuerpo. Se atragantó con su propia saliva, el alfa lo golpeó en el rostro, dejándolo desorientado por unos momentos.
Estaba encima de Antinoo, con el calor a flor de piel, jadeos llenos de aire caliente, sobre todo, con superioridad de las dos partes. Sujetó la cadera del alfa con sus piernas, sus muslos separados, sus rodillas contra el suelo. Parecía que intentaban ahorcarse entre sí, ahogarse con su propia sangre.
Siguiendo los consejos de la diosa, no se detuvo al golpearlo en la mandíbula, escuchó al mayor toser, dejó al descubierto su garganta, y sus instintos lo hicieron moverse sin pensar.
Mordió la garganta de Antinoo con fuerza.
Y todo se detuvo.
Escuchó un jadeo lleno de sorpresa por parte de Atenea, gritos burlones viniendo de los pretendientes, y un gruñido por parte de Antinoo. No lo soltó aunque este lo estuviera empujando, con coraje, con demanda.
Lo soltó solo cuando sintió que había sangre en sus propios labios, se levantó, mirando al monstruo, con una mordida en su garganta.
Roja, hinchada, los dientes bien marcados, y un poco de sangre fluyendo, nada grave.
Sonrió, se sentía fuerte, siendo un omega, había humillado al pretendiente frente a más de cien rostros, intentó burlarse, pero unas manos callosas, muy grandes, sujetaron su cuello con demasiada furia, no le dejaban respirar.
Telemaco tragó saliva, y los vitores a su alrededor crecieron cuando Antinoo lo empujó contra el suelo. Su abdomen quedó contra el marmol, la sangre y la saliva cerca suyo ensuciaba su quitón, había una mano presionando su cuello, no lo dejaba respirar.
Sus manos fueron sujetas en su espalda por la mano libre del alfa. Le superaba en tamaño, en fuerza, Telemaco intentaba patear, morder, escupir, pero su rostro estaba contra el duro suelo, y Antinoo estaba sobre él.
Dejó descubierto su cuello, y el pánico se apoderó de él. Ya había mordido a Antinoo, si él lo mordía, sería su fin, sería su ruina.
El omega le dedicó una mirada al alfa.
Este lo miraba con odio, desagradado, con la nuez de Adán subiendo y bajando, resaltando esa mordida que aún sangraba.
No quiso cerrar sus ojos, lo miraría mientras lo mordia, sería legendario, sería fuerte. Una mordida no le quitaría la vida, solo la libertad que tendría un omega. No se doblegó, al contrario, infló su pecho, y mantuvo la mirada.
Le dejaría morderlo, y tal vez podría atarlo, obligarlo a quedarse con él, obligarlo a retirarse del cortejo a su madre…
Oh por los dioses.
Todo cambió en cuestión de segundos.
Antinoo lo había mordido.
Su mandíbula se movía en su cuello, las caderas del omega se levantaron instintivamente, soltó un jadeo, uno muy diferente al de los alfas, uno que solo Antinoo pudo oír.
Dolía, ardía, quemaba, intentó zafarse, pero Antinoo sujetó la cadera ajena con mucha fuerza contra el suelo, lo estaba dominando, lo estaba humillando.
Al menos eso sería si Telemaco fuera un alfa de verdad.
Escuchó un jadeo sorpresivo del mayor, que soltó por unos segundos la piel de su cuello. Telemaco gruñó, y empujó hacia atrás al mayor, haciéndolo perder el equilibrio, soltando sus manos, pero manteniendo su libertad en la palma de su mano.
Antinoo parecía desorientado, una mirada por allí, una mirada por allá. Ahogandolo con el fuego en su alma, recorriendo su cuerpo, manteniendo su atención en su presa, que sangraba por el cuello. Si la mordida que el omega había dado se había marcado, no imaginaba cuánto podría verse la mordida del alfa.
Telemaco, con un gran sonrojo, piernas temblorosas, y sus dientes sangrantes, tocó su propio cuello con sus dedos, cuando los retiró por unos segundos, casi se desmayó al ver que estaban cubiertos de sangre.
— A-Auch.
— Vete y llora en tu rincón — Se burló, los pretendientes estaban callados, observando impresionados y emocionados la pelea, que ya estaba llegando a su fin — Asegúrate que tu madre escuche.
Telemaco sintió una excesiva fuerza en sus piernas, aprovechó la multitud a su alrededor, y salió corriendo, cubriendo su herida, jadeando, adolorido. Se dirigió a su habitación, pero aún así logró escuchar a Antinoo.
— ¡Si no escoge un hombre que la adorne, traeremos sangre y lágrimas!
Los vítores de los pretendientes crecieron, y el poco orgullo que había ganado se fue con esa mordida en su cuello.
Corrió, huyó como un cobarde. Frente a todos los pretendientes, era un alfa humillado por otro alfa, con más fuerza, más presencia, fue derrotado y huyó, para todos ellos, era un tonto alfa inútil.
Para él mismo, era tantas cosas menos alguien legendario.
Por ejemplo, ahora estaba enlazado con el líder de los pretendientes.
Telemaco ahora estaba enlazado con Antinoo.
Oh mierda, eso sonaba peor de lo que se había imaginado.
Esperaba que eso no trajera tantas consecuencias, podría preguntarle a la diosa, tal vez todo era un plan suyo, después de todo, la inteligencia de Atenea era profesada en muchos reinos, todo debía tener una explicación.
¡Tal vez hasta podría quitarle la marca del alfa! Dejó de correr, y respiró profundamente, sujetando su cuello sangrante, llegó a su habitación, cerrando la puerta tras de él, con llave.
Atenea estaba allí, en su balcón, mirando el triste amanecer, parecía que Helios había presenciado el encuentro, y sus rayos habían bajado de intensidad considerablemente.
Telemaco se acercó a la diosa, ella mantenía el pecho firme, su lanza fue dejada cuidadosamente en la cama del omega, la única parte de la habitación que olía verdaderamente a él.
— Dime Atenea — Dudó por unos momentos, aun cubriéndose su cuello. Agarró un pequeño trapo que normalmente bañaba en perfumes, y cubrió su herida — ¿Por qué viniste a ayudarme?
La diosa de la sabiduría lo miró, con su postura recta, y estatura inhumana.
Por primera vez se sintió observado de una manera diferente. Atenea estaba impresionada, cubrió su boca disimuladamente, se acercó con rapidez al joven, agarró su muñeca, y la alejó de su cuello.
Ella vió su marca al rojo vivo, los dientes marcados, la saliva, la sangre, el aroma a ámbar derretido, casi a madera cubriendo su cuello, ahogandolo con las feromonas del alfa.
— ¿Por qué dejaste que te mordiera?
Telemaco dejó de respirar por unos segundos.
Sintió el sudor bajar por su espalda, ahogarse con su propia saliva, sus feromonas, normalmente ocultas, llenaban el cuarto con miedo, con olor a miel.
— ¿Ese no era tu plan?
Su mirada se dirigió a la de la diosa, por primera vez en minutos, con miedo.
Ella tardó en responder.
Telemaco tocó su propio cuello, ahora con una mordida, sus ojos se hicieron más grandes conforme se daba cuenta del error que había hecho.
— No.
Oh.
Oh no.
Estaba jodido.
¿Cuál fue la moraleja de ese día? Jamás seguir tus instintos omegas alrededor de un alfa.
Y menos si ese alfa es Antinoo, el monstruo.
Chapter 2: Un hombre que ladra, y no muerde.
Summary:
Telemaco no se presenta al día siguiente, y los instintos de Antínoo lo están traicionando.
Las marcas están rojas, hinchadas, como si fuera un moretón. Y los llaman a los dos a un mismo lugar.
Chapter Text
Era solo un hombre.
Antínoo era solo un hombre, que había sido humillado por unos segundos en frente de cientos de alfas, por un maldito príncipe defectuoso.
Cuando Telemaco lo mordió, no sintió dolor, eso le asustó por unos momentos. Al contrario, su mente estaba en blanco, procesando el momento, los caninos del príncipe estaban contra su garganta, sujetándolo con fuerza, como si quisiera arrancarla.
Su garganta parecía hincharse, el alfa estaba seguro de haber golpeado múltiples veces al otro alfa, pero este parecía en un trance, succionando y dejando sus dientes marcados, quemándolo por dentro.
Se sintió incompleto, gruñó, el mundo a su alrededor daba vueltas. La mordida lo había agarrado por sorpresa, curiosamente, pensó que dolería más, había sobrevivido a unas cuantas mordidas de sus compañeros, no en el cuello, obviamente, pero hasta ellos tenían más fuerza al atacar.
Telemaco mordía como si no fuese un alfa, ¿Acaso se estaba reteniendo? ¿Pensaba que era lo suficientemente débil que no merecía tomar toda su fuerza? El desgraciado se creía mucho solo por ser el heredero al trono, pero era el ser más defectuoso de su casta.
Pudo respirar después de un rato, y Antínoo le demostraría quién era el más fuerte.
Fue humillado en frente de todos los pretendientes, marcado por un alfa inferior a él: Telemaco, el príncipe de Ítaca.
Este lo dejó de morder, pero había herido su orgullo, su estatus, lo había rebajado a un mendigo que se dejaba doblegar. Antínoo no lo iba a permitir, no iba a permitirse ser humillado, era mucho mejor que eso.
Agarró el cuello ajeno, descubierto, delicado como el de un omega, y estampó la cabeza del príncipe contra el suelo, se escuchó un sonido seco, sabía que no lo había matado, porque el desgraciado seguía moviéndose debajo de él.
Lo que siguió, no lo recuerda con claridad, Antínoo estaba siguiendo el instinto, y el aroma a miel.
Volvió a pensar cuando el más bajo levantó las caderas, y lo inmovilizó, estaba humillando al bastardo, y de su cuello salía sangre, mordía más fuerte. Si algo le pasaba, nadie podría culpar a Antinoo, después de todo, Telemaco mordió primero.
Entonces lo sintió.
Una cadena en su pecho, una presión en su alma, sus sentidos se afinaron. Las partes de su cuerpo que tocaban a Telemaco parecían quemarse, lo soltó.
El asco, el miedo, el coraje subía por su garganta, sintió ganas de vomitar, pero al mismo tiempo ocultar al príncipe de todos, no dejar que nadie viera esa mordida en el cuello.
Cuando menos se lo esperó, Telemaco lo empujó, logró levantarse, y observó con detenimiento al desgraciado que lo había marcado.
El aroma a miel lo cubría.
Lo podía sentir en cada respiración, podía ver la dificultad en el príncipe para respirar, observó las gotas de sudor y sangre que bajaban por su cuello, no podía ver su marca, pero sus propios labios manchados de sangre podían darle una idea.
Telemaco huyó, Antinoo dijo algunas palabras para intimidar al joven, los vítores de los pretendientes crecían y crecían. Le abrazaron, le pasaron el brazo por el cuello, le dedicaron unas cuantas copas de vino, porque había humillado al príncipe, hubo burlas, pero nada que unos golpes en el rostro no pudieran resolver.
Telemaco se había retirado, pero por alguna extraña razón, su instinto le rogaba que fuera con él. Le dio asco su propio pensar, después de un par de risas y cantos, se retiró de la sala del trono, dirigiéndose a cualquier lugar que rebosará de cualquier olor menos el de la miel.
Se encontró así mismo frente a su recipiente personal (robado), su propio rostro se reflejaba en el agua que había en el recipiente.
La marca aún no se iba.
Al contrario, seguía viva, le quemaba, y las feromonas de Telemaco seguían flotando a su alrededor. Su propio instinto exigía más de ese olor dulce, aunque no lo comprendía, el desgraciado era un alfa, ¿Lo llamaban alfa defectuoso porque su olor no era uno convencional? Siempre pensó que era porque era infértil e incapaz de dar un futuro heredero.
Antinoo se echó agua al rostro, cubrió la mordida con hierbas medicinales (por alguna razón rara, sus sentidos estaban muy delicados, incluso las propias plantas le daban asco), arrancó parte de su ropa, y ocultó la mordida con la prenda.
Se miró nuevamente, y sintió coraje.
Sus propios instintos exigían que se arrancara la prenda, y dejará verle al mundo que estaba marcado. Por los dioses, ¿Qué le estaba pasando hoy?
Telemaco no se presentó al día siguiente.
No bajó a desayunar, comer, ni cenar.
Aunque Antínoo sabía que había estado presente en múltiples partes del palacio. Su propio cuerpo lo guiaba, instinto puro, no tenía nada mejor que hacer, no es como si la desgraciada de Penélope les hiciera mucho caso. ¿Por qué se había presentado como pretendiente sino podía darle un heredero a la alfa?
Simple y sencillo: Poder.
Las posibilidades de doblegar a un alfa que había reinado casi veinte años sola, un heredero que no servía para dejar un legado, y un rey que se había ahogado en el mar.
Chocó contra una puerta, cubrió su nariz, había un asqueroso olor. Atrás de la puerta estaba la biblioteca, y sabía quién estaba dentro.
No dudó en abrir la puerta, con una sonrisa burlona.
Lo primero que vió fue a un príncipe, sentado entre las maderas, y leyendo sin problemas, su cuello estaba descubierto. Se encontraba en la posición exacta en la que podía ver la marca que le había hecho.
Ya no sangraba, incluso parecía un moretón, hinchado, morado, estaba en el lugar perfecto para presumir. Milagrosamente, Telemaco no era un omega.
Como si hubiera invocado la mirada del principe, este lo observó. Se quedaron en silencio por unos momentos.
— Retírate.
— ¿Qué? ¿No nos vemos en casi todo el día, y lo primero que haces es decirme que me vaya? Que grosero.
— Jamás te ha interesado que este por el palacio — Telemaco cerró su libro, su mirada desafiante no se iba — ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
— Deseo hablar contigo — Le sonrió con burla — Me preguntaba, ¿Por qué pareces tan afectado? Los dos somos alfas, solo nos humillamos mutuamente.
— Es lo único que sabes hacer bien — Soltó el veneno — Solo sabes insultar, comer, y dormir.
— No has mencionado muchas de mis cualidades, me ofendo — Se acercó al principe, sus feromonas lentamente inundaban el lugar — Realmente eres estúpido, eso lo pude ver ayer en nuestra pelea.
— ¡Antínoo, ya vete! — No usó su voz de alfa, extraño. Telemaco se levantó, inflando su pecho, y ocultando su marca — Retírate antes de que llame a los guardias.
— ¿Me vas a echar de la biblioteca del palacio? ¿Un lugar público? — Su voz salió rasposa, más suave de lo que se imaginaba — Además, no creo que los guardias te hagan caso después del escándalo de ayer.
— Eres un…
— ¿Qué? ¿Qué soy? — Usó un tono más elevado, intimidando con sus feromonas. Al contrario de lo que pensaba, el contrario no se doblegó — No te atrevas a insultarme, pequeño lobo.
— ¡Deja de llamarme así! — Este nuevamente se posicionó, de forma defensiva, pero, Antinoo no ignoró como sus piernas temblaban — Tú y los pretendientes, especialmente tú, se creen mucho por ser alfas, se creen los reyes del mundo solo por tratar de tomar la mano de mi madre — El olor a perfumes llegó a sus fosas nasales, asquerosos — Pero quiero que tengas en cuenta que ella jamás te va elegir, no importa cuanto te arrastres, cuando estés rogando, cuando ladres y no muerdas…
Telemaco empujó suavemente el pecho contrario, Antinoo sujetó su muñeca. Déjà vu.
— Jamás serás el rey de mi pueblo — Miel. Pudo saborearlo con su olfato, debajo de todos esos perfumes y expresiones molestas, estaba ese dulce aroma — No mientras yo esté en pie.
— Entonces haré que caigas — Antinoo sonrió, y sujetó con fuerza la muñeca ajena. Probablemente dejaría marcas — Te vas a revolcar como un cerdo, y rogaras por piedad.
— Quiero verte intentarlo.
Sintió coraje, sintió odio, sintió un miedo que estaba dentro de su alma. Antínoo levantó una ceja, esas emociones no eran suyas, su cuerpo parecía reaccionar ante esto, haciéndose más pequeño, su corazón latía con rapidez. Su mirada se dirigió al pequeño lobo, y lo entendió todo.
Estaba enlazado con Telemaco.
No sabía cómo, pero sentía su pecho lleno, completo. Darse cuenta de ello hizo que su marca quemara, le ahogara con los sentimientos contrarios, esos sentimientos no eran suyos, eran de Telemaco.
— Suéltame en este instante, antes de que vuelva a morderte.
El príncipe lo dijo seriamente, pero la forma en la que se mordía el labio y apretaba los puños, le fascinó, una nueva faceta del desgraciado con quien tanto peleaba. Solo Antínoo lo había podido ver.
Y así se iba a quedar, no dejaría que nadie pudiera ver esas actitudes del principe.
— ¿Para qué? ¿Para terminar enlazados otra vez? — Sintió un pellizco en su pecho que no era suya — No me creas estúpido, príncipe — Escupió la frase con odio, burlándose del pequeño lobo.
Soltó a Telemaco, Antinoo se interpuso entre la salida de la biblioteca y el alfa-no-alfa. Una sonrisa burlona posó sus labios, aunque por dentro deseaba ahorcar al más joven y aventarlo al más.
— No eres un alfa, eso puedo sentirlo — Cubrió su propia nariz, miel, escurridiza y asquerosamente dulce — No sé que seas, que tipo de truco sea este, incluso si eres un dios vestido de inmortal — Cruzó los brazos, y disfrutó de los ojos depredadores de Telemaco. Parecía que no era el único que quería matar a alguien — Pero, ahora estás enlazado a mí, y yo no romperé el vínculo.
Telemaco gruñó, sus ojos, normalmente azules como los de su madre, eran más sombríos. El ámbar y la miel danzaban peligrosamente, ¿Cuál sería la que dominaría el lugar? ¿Quién se alejaría primero? ¿Quién apartaría la mirada como un cobarde?
— Porque quiero verte sufrir, fue un gran error morderme y pensaste que no tendrías consecuencias — Abrió los brazos, esperaba que el contrario no tuviera una daga escondida — Ahora, arrodíllate, y ruega porque no te haga sufrir.
— Jamás.
El principe se lanzó con gran impulso, lo tomó por sorpresa, pero se alejó de la puerta, dejándolo caer. Lo iba a destrozar.
— ¡Oh, vamos, pequeño lobo! Sé que te encanto, pero no debías obligarme a un enlace — Una carcajada salió de su ser, y las orejas rojas del joven le dió una gran ventaja — ¿Qué eres, Telemaco?
— Seré alguien legendario después de que acabe contigo.
— Si yo muero, tú mueres — El príncipe frunció el ceño, era un pequeño detalle que podía aprovechar — Estamos enlazados, ¿Sabes qué es lo mejor? — Soltó una burla, carcajadas llenaban la solitaria biblioteca — ¡Por ley de los dioses, estás obligado a casarte conmigo! ¡Seré el maldito rey de Itaca! Y tú, no podrás hacer nada para detenerme.
Realmente estaba jugando, ni siquiera sabía si eso era real. Pero, ante la sociedad, Telemaco estaba obligado a darle el trono, probablemente era una casta inferior.
— ¿Qué tal eso, omega? — Se burló — Ni siquiera la zorra de tu madre podrá salvarte de esto…
Sintió un golpe en su mandíbula, milagrosamente no se la había dislocado. Telemaco se lanzó a atacar, Antínoo intentó devolver el golpe.
Pero sus propios instintos lo traicionaron.
Intentó jalar el cabello ajeno, pero su mano quedó flotando en el aire, inhaló, buscando aire fresco, pero solo se llenó de miel, casi caramelo. Su cabeza fue azotada contra el suelo, como unas seis veces.
— No eres el único que va a sufrir — Telemaco aplastó su garganta, arrancando la prenda que cubría la mordida — ¿Lo sabes, verdad?
Gruñó, intentó empujar al contrario, pero sus manos de aferraron a la ropa contraria, no podía hacerle daño, no había posibilidad de que pudiera hacerle daño al príncipe.
Mierda, sino podía hacerle daño eso significaba…
— No puedes hacerme daño, ¿Lo sabías verdad? Los alfas como tú cuando se enlazan con un omega, no pueden atacarlos, aunque sea algo de vida o muerte — Miel. El ámbar estaba siendo sometido ante el olor de la miel — Eres un perro que ladra pero no muerde, respeta tu lugar.
El príncipe sonrió, su propio cuerpo temblaba. Lo deseaba, lo odiaba, lo quería matar, lo quería tener cerca, la razón y el instinto estaban peleando, mientras el omega (salido del clóset) estaba encima suyo, ahorcandolo.
— Yo tampoco romperé el vínculo, quiero verte sufrir por cada palabra dicha a mi madre, quiero que me ruegues perdón cuando te tenga en la palma de mi mano — Su corazón se apretó, todo quemaba, todo estaba en llamas — No importa la casta que tenga, tú perderás primero, Antínoo.
El alfa no pudo soportarlo más, y mordió el brazo ajeno, se forzó a lograrlo, técnicamente no era un ataque, era una marca que demostraba poder, demostraba sumisión.
— Veamos quién cae primero, pequeño lobo — El principe se apartó, sujetando su brazo con coraje, sus miradas se cruzaron nuevamente. El odio abundaba — Yo tendré el trono, y tú estarás allí para ver cómo todo arderá.
— Tú serás un perro, incluso Argos tendrá más lujos de los que tú tendrás cuando yo sea rey — Sonrió, no pudo evitar sonreír, un nuevo desafío, una burla a su propio ser. Por los dioses, estaba tan enojado como emocionado — Haré que lo veas.
— El primero que obtenga el trono gana, ¿Ese es el trato?
— No — Telemaco sonrió, su brazo sangrante pasó a segundo plano — El primero que haga rogar al otro, pierde.
— ¿Rogar por la muerte, o rogar porque esta unión siga? — Se acercó al omega. Al maldito omega — Perderás en menos de un parpadeo.
— Eres un perro, y esta es tu correa — Señaló la marca, que parecía brillar con la poca iluminación que había en el lugar — Veremos quién termina rogando.
Telemaco se alejó, su cuerpo algo marcado no concordaba con las caderas que tenía. No le dedicó una última mirada, se sintió rechazado. Le dio asco, dejó salir su olor, furioso, humillado, enojado.
Antínoo aventó unos cuantos libros al suelo, sus nudillos ya estaban blancos, estaba furioso. ¿Cómo no pudo darse cuenta antes? Telemaco era un omega, eso era obvio.
Aunque, nadie sabía que el principe era un omega.
Sonrió de forma burlesca, no recogió la prenda que Telemaco le había arrancado. Silbó alegremente, tenía un pequeño plan para ver al principe caer.
Lo único que tenía que haría, era hacer una cosa que no había hecho en tantos años.
Decir solo la verdad.
Chapter 3: La diosa, la reina, y los estúpidos destinados.
Summary:
Telémaco está negando lentamente su vínculo, pero después de su apuesta con Antínoo, lo hará caer.
Un segundo, ¿Por qué su madre le estaba exigiendo presentarse en la biblioteca?
Notes:
¡Muchísimas gracias por todo el apoyo que ha recibido esta historia! De verdad pensé que no iba a ser bien recibida. Se los agradezco bastante, ya no los molesto, disfruten la lectura.
Chapter Text
Decir que fue un regaño sería minimizar la profecía que la diosa Atenea le gritó, le recordó profundamente que era hermana de Ares e hija de Zeus en esos momentos.
Lo reprendió de mil formas distintas después de la mordida de Antínoo, ni siquiera pudo salir gracias al tiempo que estuvo arrodillado pidiéndole perdón a su cuidadora.
“¡No pensé que fueras a morderlo en el cuello!” Incluso se había quitado su casco, dejándole ver esos ojos vacíos, llenos de sabiduría. “Existen partes débiles que los mortales pueden morder para lastimar, ¿Pensaste que lo decía para que lo humillaras?”.
Apenas tuvo tiempo para ir por comida entre pasadizos secretos, ofreciéndole a la diosa y rogándole que lo dejase probar un bocado.
Después, la inmortal lo perdonó, pero le ordenó que estudiara cada una de las leyes de su reino, incluso, le ordenó que leyera sobre la biología de los alfas y omegas.
Así lo hizo, pero Antínoo entró a la biblioteca.
Cuando regresó a su habitación, recibió otro regaño, mientras la diosa lo curaba, untándolo en hierbas medicinales, vendajes, y gritos.
— Eres un guerrero de la mente Telemaco, me parece inaceptable que no puedo permitirte cinco minutos en solitario — Apretó su vendaje, y acarició su brazo, el príncipe sintió que la mordida dolía menos — Ahora debo preocuparme porque te encuentres con ese salvaje.
— Voy a lograr que ese salvaje se rinda, ¡Te lo aseguro Atenea!
— Ni siquiera Afrodita podrá ayudarte con este disparate — La diosa lo rodeó, tocó su cuello, sus sentidos habían estado muy sensibles desde la mordida. Agradecía que los dioses no tuvieran castas — Tendrías que rogarle a Afrodita que te quitase esa marca de tu cuello, y probablemente terminarías ahogándote con tu propia sangre.
— Entonces, ¿Cada marca es obra de la gran Afrodita?
— No podría asegurarlo, no tenemos una buena relación — Ella suspiró, portó su propio casco, y se alejó de Telémaco — Recuerda que debes cubrir esa mordida, cubrirla con hierbas, y evita meterte en peleas, en especial con ese perro arrastrado.
— Sí, Atenea, procuraré no pelear con él — No había prometido nada. La diosa se dirigió a su balcón, sujetando tu lanza — ¡Si le sirve de algo! Sé que podrás reconciliarte con tu amigo, sé que encontrarás la luz.
Hubo un silencio por unos momentos, pero una sonrisa posó en los labios ajenos, se acercó a Telémaco, acarició el cabello ajeno, lo despeinó con una burla disimulada, casi maternal. Lo soltó, porque no podía permitirse tener omegas favoritos.
— Eres un buen joven.
— ¡Gracias!
Atenea lentamente se transformó en un búho, delicado y sigiloso, se fue del palacio, dejando a Telémaco con el peso del ámbar derretido sobre sus hombros, evitó que salieran lágrimas, porque su alma estaba llena de coraje. Se sentía con superioridad, burla, y demasiado odio que no sabía que tenía, sabía que esos sentimientos no eran suyos.
Eran de Antinoo.
Cada segundo en el que su cuerpo tocó al alfa pareció quemarle, le dolió, pero su propio instinto quería más. Desde una década atrás no abrazaba a su naturaleza omega, y no la abrazaría solo por un lazo que ni siquiera quería.
¿Pudo haberse soltado en ese momento? Probablemente sí, ¿Pudo haberle pedido ayuda a la diosa? Por supuesto.
Pero dejó que lo marcarán, todo por malinterpretar las intenciones de su protectora.
Se recostó en su cama, con la punta de sus dedos pasaba la mordida que Antínoo le había dado, sintió un pequeño relieve que no se parecía al de algún diente, cerró sus ojos, ni siquiera quiso quitarse la ropa.
¿El desgraciado también pensaría en él? ¿Por qué pensaba en él cada segundo de su vida? ¿Por qué lo veía con tanta familiaridad cuando verdaderamente lo odiaba?
¿Qué clase de broma le estaban haciendo los dioses?
Los primeros rayos de sol golpearon su rostro, eso no le molestó, aunque fuese obra del Dios Helios. Lo que molestaba sus sentidos y su nariz era los múltiples aromas que habían detrás de la madera, y el cómo alguien tocaba insistentemente la puerta de su habitación.
Telémaco se levantó de la cama, un poco molesto, ni siquiera se dió cuenta que había dormido con sus sandalias puestas. Los golpes en su puerta no pararon, el olor a miel se intensificó en la habitación, se dirigió a la puerta, y el príncipe la abrió.
Melanto apareció detrás de la puerta, era una beta que atendía normalmente a su madre. Ella la quería como la hija que nunca tuvo, incluso, consintiendo a esta con las pocas joyas que no deseaba portar.
Arrugó la nariz, la muchacha tenía la costumbre de atender a los pretendientes en sus necesidades, por no decir, necesidades íntimas. Le dieron ganas de vomitar al oler el horrible aroma de los pretendientes, demasiados olores en ese momento más sensible.
— ¿Príncipe? — Melanto alzó un poco su tono de voz, parecía molesta, no muy interesada en hablar — ¿Se encuentra bien?
— ¿Ah? Sí, estoy bien — Cubrió su propio cuello instintivamente, y sus mejillas se tiñeron de rojo — ¿Qué se te ofrece?
— Mi reina exige su presencia en la biblioteca — La beta levantó la mirada, incluso su mirada se oscureció — En este mismo instante.
Telémaco no quiso preguntar, sus piernas se movieron solas, y fue corriendo hacia la biblioteca. Tardó un poco más de lo necesario al robar una espada de la armería, ¿Su madre le había exigido que fuera a la biblioteca?
Al menos sabía que no era una trampa de los pretendientes (Eurímaco, por ejemplo), su madre sí estaba en la biblioteca, uno de los únicos aromas que no le desagradaban. El olivo estaba allí, cálido, sereno, sabría que su madre tendría una sonrisa al recibirlo.
Entonces, percibió el aroma del ámbar derretido, también en la biblioteca.
Llegó al lugar, casi pateando la puerta, teniendo la espada en su mano. Sudaba, su aroma a miel salió inconscientemente, no estaba cansado, la pelea con Antínoo lo había dejado más agotado.
— ¡Madre!
— Buenos días, Telémaco.
Su nariz se arrugó, el olivo por alguna razón le disgustó, se acercó a su madre lentamente. El ámbar seguía en el aire, ¿Se había quedado desde la pelea de la noche anterior?
— Buenos días, mamá — Le sonrió, y su madre le devolvió la sonrisa. Ella abrió sus brazos, y el príncipe se acercó — ¿Debo preocuparme por la razón de mandar a Melanto ante el primer rayo de sol?
— No, para nada — Penélope abrazo a su hijo, no lo soltó, él se había mantenido con ella veinte años, pero se aferraba a su cachorro como si no lo hubiera visto en ese tiempo — A menos que quieras explicarme la visita del pretendiente Antínoo a mi paseo matutino.
El olivo alguna vez lo calmó, ahora, hacía que su estómago se revolviese. De una forma casi agresiva, se separó del abrazo de su madre, ella lo miró sorprendida.
— ¿Antínoo hizo qué?
— Visité a la reina, y le confesé nuestra relación, Telémaco — Ámbar derretido, su nariz no le molestó el olor. Eso le enojó — Le confesé todo.
— Falacias — Su mirada se dirigió a la reina — Madre, Antínoo miente más de lo que habla, te imploro que pienses las palabras que haya dicho este hombre.
— Oh, ¿Ahora soy un hombre y no un perro?
— Serás un esclavo si sigues hablando…
— Suficiente ustedes dos — Voz de alfa. Los dos hombres en esa habitación temblaron, uno más evidente que el otro. Antínoo inconscientemente gruñó — Telemaco, no soy una mujer tonta para no ver las cosas evidentes.
— ¡Madre, él y yo no somos nada!
— Oh, niégame todo lo que quieras príncipe, eso no hará ninguna diferencia…
— Hijo mío, Antínoo me confesó que están enlazados — Les dedicó una mirada intimidante a los dos — Me dijo que lo mordiste primero.
— ¡Madre, no sabes las barbaridades que dijo sobre ti!
— Estoy consciente de las vulgaridades que se dicen de mí en mi propio palacio — Penélope le dedicó una última mirada a Antínoo, observando fijamente la mordida en la garganta ajena — Tengo en cuenta los rumores que se dicen de mí y mi casta, de mi esposo y mi hijo — La alfa dirigió una última mirada a su hijo, esta vez, rebozando de tristeza — Pero, no sabía que fingías ser un alfa, Telemaco.
El príncipe se ahogaba con el olivo y el ámbar derretido que inundaban la biblioteca. Estaba mareado, tocó instintivamente su cuello, nuevamente, sintió una mirada fulminante de parte de Antínoo, no quiso dirigirle la mirada.
— Antínoo, te pido que te retires — Penélope hizo un ademán, era una orden. Necesitaban un momento a solas — Luego de platicar las cosas con mi hijo, evaluaré tu propuesta.
Hubo una suave reverencia por parte del alfa. Se burlaba de la propia reina y el principe, con esa sonrisa burlona, y sus feromonas a flor de loto.
El olivo se volvía rancio, el ámbar le ahogaba sus sentidos. Respiró profundamente, y decidió enfocarse en el aroma que lo había tranquilizado por veinte años.
— Lo lamento, madre.
— Telémaco, ¿Por qué jamás me comentaste tu incomodidad hacia tu propia casta? — Su madre tomó sus manos, las acarició, su semblante triste le dolía, pero su tacto le incomodaba — ¿Qué puedo hacer para ayudarte, hijo mío? ¿Deseas que tu tía Ctimene nos visite nuevamente? ¿Qué es lo que necesitas para aceptar tu naturaleza?
— Madre, yo de verdad…
— ¿No pude criar tu propio ser de una forma correcta para que decidieras ignorar tus propios instintos? ¿Te obligué a esconderte bajo la capa de un alfa? — Telemaco levantó la mirada, y su madre, tan firme y obstinada como siempre lo era, dejó salir lágrimas, cubrían sus mejillas como si fueran joyas — ¿Hice algo mal como tu madre?
— ¡Mamá, basta! — Telémaco gimió con dolor. Abrazó a su madre, no se veía capaz de verla llorar después de tantos años viéndola fuerte — Lo siento tanto, mamá, no eres una mala madre, eres la mejor madre, me atrevo a decir que la mejor entre nosotros los mortales — Ahogó sus propias lágrimas, y resguardó su rostro en el hombro de la alfa — Oh madre, te ruego que me perdones, pensé que ser un omega entre tantos alfas era signo de debilidad. Me dolía tanto la falta de mi padre que lo asocié con que no podía permitirme parecerme a él, que debía ser mejor que él, yo…
Su madre lo abrazó como si fuera lo único que le quedaba en el mundo. Aunque tuvieran una estatura similar, ella lo besó en su frente, lo besó en sus mejillas, lo besó en su nariz. Abrazo su alma de la forma más profunda posible.
Odiaba que su propio cuerpo rechazara el cariño de su madre, una alfa.
— Te adoro mamá.
— Yo te amo, hijo mío.
Se abrazaron con fuerza, sin querer soltarse, se acariciaron mutuamente, bañándose en sus aromas, Telémaco se aferraba al amor maternal, Penélope se aferraba a lo último vivo que le quedaba de Odiseo.
Unos toques en la puerta de la biblioteca los interrumpieron, el príncipe no arrugó su nariz aunque el ámbar derretido lentamente entrase en el lugar. Penélope le dio un beso en la mejilla, y se alejó suavemente de su cachorro.
— Puedes pasar, Antínoo.
— Que hermoso encuentro, tan melancólico, y fuera de tono, ¿Podemos hablar del tema principal? — Señaló la marca en su garganta y Telémaco cubrió su propia marca. Penélope no pudo evitar suspirar, Antínoo entró a la biblioteca y cerró la puerta detrás de él — No puede ignorarlo para siempre su majestad, no lo puede dejar pasar como a nosotros, y no puede resguardarse bajo un sudario que siempre está destrozando.
Penélope fulminó con la mirada al joven pretendiente, este se sintió algo intimidado, pero una sonrisa burlona posó su rostro.
— Me encantaría saber de dónde salió ese rumor — La alfa agarró el brazo de su hijo. Antínoo gruñó inconscientemente, otra vez — Si de verdad deseas la mano de mi hijo, deberás hablar con la más pura de las verdades — Resopló — Así como me confesaste que los dos se mordieron mutuamente.
— Espera, madre, ¿Qué te dijo este salvaje?
— Me pidió tu mano en matrimonio — Telémaco se atragantó con su propia saliva — Le dije que esperaría a que llegarás, pero me dijo que habían hecho una apuesta.
— Pude haber marcado a un omega, pero no soy tan salvaje para dejarlo pudrirse por el rechazo — Sonrió. Telémaco odió esa sonrisa — Soy más considerado que la mayoría de alfas en este lugar.
— No voy a negar ni afirmar nada — Penélope acarició la mejilla de su hijo. Telémaco se inclinó ante su madre, aún sonriendo, este pudo sentir la repulsión en su alma, nuevamente, por Antínoo — Antínoo, aceptaré que puedas tener la mano de mi hijo.
— ¡Madre! — El príncipe pudo sentir una sensación de superioridad, emoción, incluso sorpresa. Tocó su marca, aplastándola, sentía como su alma estaba completa, pero sus pensamientos eran ilógicos — Por favor, reconsideralo.
— Como tus intenciones han cambiado, y esta situación requiere una cuidadosa atención — La reina le sonrió al pretendiente, agarró la mejilla llena de heridas con fuerza — Desde este momento, ya no puedes ser mi pretendiente, desde este momento, ya no puedes obtener el trono por parte mía.
— Me lo imaginaba, su alteza — No, no se lo imaginaba, Telémaco lo sabía por la presión en su pecho, la forma irregular en la que el alfa respiraba, y como cerraba sus puños lentamente — Entonces, ¿Me permite pretender a Telémaco? Aunque claro, obligatoriamente
— No hay ninguna ley que estipule que deban casarse aunque estén enlazados — Su tono de voz subió, alejó su mano de la mejilla de Antinoo, probablemente quería darle un puñetazo — Y si la hubiera, evitaría que te casarás con mi hijo de una forma u otra.
— Entonces, ¿Tendré que esperar otros tres años, cómo usted lo hizo conmigo?
— Yo no te esperé, tú me estabas cortejando — Ella le dio la espalda, se acercó a su cachorro, y le dedicó una gran sonrisa, pero sus palabras no eran dirigidas a su hijo — La única forma en la que yo te pueda permitir que te cases con Telémaco es que me presentes pruebas suficientes de que lo amas, que lo amas completamente.
El príncipe soltó una risa, Antínoo le dirigió una mirada llena de furia.
Telemaco no pudo evitar carcajearse, agarrando su propio estómago, usando a su madre de apoyo para no caer entre risas.
— ¿Te parece divertido pensar qué no haré que te enamores de mí?
— Demasiado divertido, eres un maldito salvaje.
— Haré que ruegues que te cases conmigo, pequeño lobo.
— Lograré que odies la idea de solo ver el trono, estúpido perro.
En cuestión de segundos, Antínoo jalaba su cabello, Telémaco pateaba las rodillas ajenas. Los dos se gruñian mutuamente, incluso, se tiraron al suelo, el alfa intentando morderlo nuevamente, el pequeño lobo se quejaba, y no dudó en responder ante las mordidas.
¿Antínoo quería una pelea? Le daría otra pelea, todas las necesarias para que el mundo pudiera ver que un omega podía doblegar a un alfa.
La reina en la habitación suspiró, acomodó su cabello nuevamente, accidentalmente tocó su propia marca.
Esa que se había mantenido viva por veinte años, y que le decía que su omega, su omega, seguía con vida después de todo.
¿Por qué no había regresado? Se lo preguntaba todos los días, ¿Seguía amándola? Ni siquiera debía dudarlo, esa marca seguía con vida por alguna razón.
Sentía su latido cada mañana, pero ya no podía recordar con claridad su aroma. Sabía que lo reconocería, pero, ya no podía dar su propio ejemplo.
Su mordida tenía un pequeño corazón, algo que le explicó a Odiseo con tranquilidad y risas cuando éste le preguntó, ya que, ninguno de sus dientes podría darle una forma de un corazón debajo de su marca.
Destinados.
Eran destinados, eran los únicos en el mundo, Odiseo era único para Penélope, y Penélope era única para Odiseo. Hechos para complementarse, hechos para amarse, si uno fallecía, el otro no tenía opción más que quitarse la vida.
Penélope soltó un grito al ver como su hijo mordía nuevamente a Antínoo. Típico, Odiseo también era fan de las mordidas, al menos eso recordaba cada día.
Notó la intensidad con la que se miraban, el odio, el instinto, Antínoo obligándose a ganarle a su propia naturaleza, y Telémaco aceptando la suya, aprovechándose de ella con el alfa.
Oh no.
No era estúpida, ese instinto de mantenerse juntos a pesar de odiarse, la manera en la que ninguno de los dos se dejaba doblegar, no era normal.
Telémaco dejó ver su cuello por unos momentos, Penélope solo necesitó un segundo antes de que su cachorro fuera azotado contra el suelo.
Solo necesitó un segundo para ver un pequeño corazón debajo de la mordida de Antínoo.
Inhalo aire profundamente, caminó hacia la salida del lugar, levantando su vestido, y dejó relucir su propia mordida.
— Me retiro, caballeros, prefiero que terminen su pelea afuera que en este lugar.
No parecieron hacerle mucho caso, estaban demasiado interesados en su pelea, intentando morderse, humillarse, doblegarse.
¿Qué acaso no podían ver que se llevaban por el instinto? ¿No podían observar que querían destruir y dominar al otro? ¿No lograban comprender la gravedad del asunto?
Cada uno de sus planes fueron borrados en el instante que vió ese diminuto corazón debajo de esa mordida. Pasó junto a la sala en donde guardaba el arco de su omega, pero, aún no era tiempo.
Necesitaba esperar, necesitaba pensar, oh por los dioses, ¿A quién le habría hecho tanto daño para que estuviera pagando de esa forma?
Lágrimas se acumularon en sus mejillas, Penélope las limpio con suavidad. Si hubiera sido cualquier otro alfa, estaría feliz por su hijo, pero no, la diosa del amor decidió hundir a su hijo y hacerlo sufrir.
Maldita Afrodita, ¿Cómo podría ocurrírsele? Su hijo con ese desgraciado, su cachorro con ese monstruo. Por estas cosas era devota de la diosa Atenea.
El olor a olivo llenaba cada pared del palacio, hasta llegar a su propia habitación. Destrozó parte del sudario desde temprano, ocultó las pruebas, y sus ojos estaban rojos, furiosos ante su propio descubrimiento.
El desgraciado de Antínoo era el destinado de su cachorro, Telémaco.
Chapter 4: Luchar con uñas y dientes por cuidar a un hijo.
Summary:
Penélope ha estado esperando veinte años, y ahora tiene que soportar al destinado de su cachorro.
Solo tendría que darle unos cuantos desafíos, y él se iría.
Chapter Text
Despertó como lo había hecho desde hace veinte años.
Sola, anhelando el contacto de su omega. No quería levantarse de su cama, se aferraba al regalo que le había hecho su esposo, su amor, su alma gemela y su destino.
Se levantó con la poca fuerza que le quedaba, acariciando la mordida que estaba en su garganta, con un corazón debajo. Lágrimas salieron de forma inconsciente, jugó con su cabello, cuando ya había olvidado como era jugar con el cabello de su omega.
Se había aferrado a lo único que le quedaba, la cama de olivo, su marca, el arco que hace veinte años no se tensaba, y su hijo.
La poca calma que había tenido al despertar se había ido, recordando todo el caos que había pasado el día anterior. Ni siquiera quiso tener una charla más profunda con su hijo, le había más de mil veces que ni se le ocurriese pelear con los pretendientes, que su casta no lo ayudaría si tenía el cuello descubierto.
¿Qué pasó? Su hijo se enlazó, y para terminar de arruinar la situación, terminó enlazado con su destinado, Antínoo.
No hubiera tenido problemas si Antínoo no lo hubiera mordido, ya que era el único que podía romper el vínculo, quisiera o no a Telémaco. Y si su hijo también lo había mordido, lo único que había hecho era afianzar el vínculo.
Los omegas no podían romper los lazos, los alfas sí.
Su hijo solo había marcado su destino mordiendo a Antínoo, solo sellando un lazo que no debería haberse hecho.
Sabía perfectamente que desde que Antínoo había interrumpido su paseo el día anterior, todo iría para mal.
Su caos había empezado ayer, al amanecer, cuando intentaba tener un momento a solas.
— Su alteza — Antínoo hizo una reverencia forzada, con una sonrisa, demostrando superioridad — Deseo que el dios Helios pueda bendecir esta mañana con sus rayos de sol, para que pueda relucir la marca de su esposo.
Penélope se mantuvo callada, el amanecer se reflejaba en las saladas olas del mar. El aroma al ámbar derretido los envolvía, pero el olivo permanecía dominante ante la interacción.
— No sé qué busques ni por qué estás aquí — Mantuvo la cabeza en alto, estando a una distancia prudente del pretendiente — Pero permíteme dejarte algo en claro, si planeas decir algo importante, pido que hables ahora, o calles de forma indefinida — La alfa tocó su propia marca, estaba en su garganta, pero brillaba como el primer día — Ustedes los pretendientes saben perfectamente que en estas horas del día no puedo atenderlos.
— Oh, reina mía, agradezco que me permita hablar, pero por primera vez en tantos años, no estoy aquí por usted — El aroma a olivo pareció incrementar de forma abrupta. La mujer pareció algo sorprendida, pero le dedicó una sonrisa, forzada — Me encantaría hablar con usted sobre Telemaco.
— Si deseas pedirme nuevamente entrenar con mi hijo, lamento decirte que ya he visto la agresividad con la que combates, y no puedo…
— Telemaco me mordió — Antínoo descubrió un poco su cuello, dejando ver la mordida. Penélope sintió como la sangre se iba de su cuerpo, dejó de respirar por unos segundos, observando detenidamente la mordida — Yo también lo mordí.
— ¿Qué dijiste?
— Yo también lo mordí, su alteza — La reina se acercó rápidamente al pretendiente, puede que su estatura no alcanzara la de un alfa promedio, pero seguía siendo intimidante — Pensé que no había ningún problema hasta que…
— ¡¿Cómo osas tocar a mi cachorro?! — Gritó, sintió como su garganta se desgarraba, nada grave a su parecer — ¡Se te ocurrió morder a mi hijo, el príncipe de este reino, y el hijo de Odiseo! ¡Te aprovechaste de un omega que sabes perfectamente que ustedes tienen prohibido morder! — Enseñó sus caninos, Antínoo se mantuvo firme, pero cubrió su propia nariz — ¡Dame una buena razón por la cual no deba cortar tu lengua y manos en este instante!
— Sé que no hay una buena razón por la que deba perdonarme por tal osadía pero…
— ¡Exijo una generosa razón por la cual deba perdonarte la vida! — Penélope no podía matarlo, había quedado enlazado con su hijo. No podía soportar ver a su cachorro sufrir por un desgraciado — Dime una sola razón que hasta los dioses tengan que perdonarte.
— En mi defensa, pensé que Telemaco era un alfa.
La mujer de ojos azules levantó su mano, amenazando con abofetear al alfa, que parecía sumiso ante ella. El maldito seguía cubriendo su nariz.
— De todos los pretendientes, te consideré uno de los más inteligentes y obstinados — Su mano temblaba por la furia que guardaba desde hacía veinte años — Pero, no pensé que fueras tan estúpido como para decir una excusa así.
— Le aseguro que le digo la verdad, y solo la verdad — Antínoo se arrodilló, Penélope no bajó su mano — Ninguno de los pretendientes sospecho que su hijo fuese un omega — Aroma a miel, el coraje subía por su garganta — Yo jamás pude sospecharlo.
— Oh, claro, por favor, te ruego que me expliques cómo no pudiste darte cuenta de la casta de mi hijo, cuando te acuestas con omegas y betas en mi propio palacio.
— Su majestad, tu hijo está bañado en perfumes desagradables, por no decir de mala calidad, jamás hemos presenciado un olor que se parezca al de un omega celo — Penélope bajó su mano, pero su expresión no pareció mejorar — Ilumineme, Penélope de Ítaca, ¿Cómo podríamos saber que su hijo es un omega si él mismo oculta su propia casta? ¿Cómo podríamos pensar que es un omega cuando él mismo afirma ser un alfa? ¿Cómo podríamos saber que su cachorro es un omega si ni siquiera está presente cuando tiene un celo?
La alfa calmó su postura, observando con detenimiento a Antínoo. Este, descaradamente, levantó la cabeza sin permiso, y pudo ver nuevamente, la mordida de un omega, bañada en el aroma a miel.
— Considero que la razón por la cuál su cachorro se retira del palacio cada cierto tiempo no es por razones diplomáticas, ¿Verdad? — La mirada de Antínoo se oscureció, y una sonrisa posó sus labios — La razón por la cuál se retira es por su celo, cada tres meses.
— Calla en este mismo instante.
— ¿La última vez que se fue, no fue hace dos meses?
— Ya has dado muchas vueltas, te ordeno que hables y digas lo que quieres.
— Su majestad, deseo pedirle la bendición para que pueda cortejar a Telémaco — Parecía que la mordida en su garganta brillaba con los rayos del sol. Algo extraño a su parecer — Quiero pedir su mano en matrimonio.
— Falacias, lo que tú deseas es el trono, no importa si Telémaco está enlazado contigo, incluso si tuvieran la bendición de la mismísima Afrodita, jamás dejaría que te casarás con mi hijo.
— Mi reina, usted sabe más que nadie qué es lo que pasará si dos personas enlazadas no están juntas — Antínoo sonrió con burla, el ámbar le era asqueroso, nada parecido al olor de su omega — Lo menos que puede hacer es mantenerme cerca de su hijo, juro que no le haré nada, ¡Además! Él y yo hicimos una apuesta, para tratar de conocernos mejor.
— No confío en nada de lo que dices, confío más en mi propio hijo que en tus sucias palabras — Penélope acomodó su ropa, caminó hacia su palacio, levantando un poco la voz — Te veré a ti y Telémaco en la biblioteca, no hagas nada estúpido.
— Sí, su majestad.
Penélope había pensado que Antínoo mentía, estaba aferrada a la posibilidad que su propio hijo no lo hubiera mordido, que todo era un truco de los dioses.
Hasta que vió ese corazón debajo de la marca en el cuello de su tesoro, y recordó también haberlo visto en el amanecer, en la garganta del desgraciado.
Ahora estaba en su habitación, observando el despejado cielo, las olas tranquilas, sin posibilidades de una tormenta.
La alfa se aferraba a la cama de olivo que había tallado su omega, suspiró, y tuvo que sacar todo lo que se había guardado.
Penélope seguía esperando, pero no sabría cuánto más tiempo podría soportarlo.
Ahora, estaba preparada para hablar con Antínoo, regañarlo, juzgarlo, hacerlo sentir menos. Puede que los dos fueran alfas, pero eso no le impedía marcar un territorio.
Olió el ámbar derretido, el alfa entró en su habitación sin molestarse en tocar.
— Su majestad, me siento halagado de que haya pedido mi presencia — Cerró la puerta detrás de él, su mirada pasó por cada parte de la habitación, su nariz se arrugó — ¿Dónde está Telémaco?
— Mi hijo no estará presente el día de hoy — Penélope sonrió — Toma asiento.
— ¿En dónde? No veo ninguna silla.
— Déjame cambiar mis palabras — La sonrisa que Penélope tenía se había ido, y un aura sombría emanaba de ella — Arrodíllate, y escucha mis palabras.
Antínoo soltó un quejido, muy dramáticamente, se arrodilló ante Penélope, sin bajar la cabeza.
La marca en su garganta contrastaba con los rayos del sol, que iluminaban ese maldito corazón.
— Interrumpí nuestra plática el día anterior, te dí una respuesta, que podrías tener la mano de mi hijo, pero fuí demasiado ambigua, ¿Qué pasaría si veo a mi cachorro enamorado y solo eres tú jugando con su corazón? — La mujer posó una mano sobre su cadera, Antínoo no se molestó en mirar esa acción — Tendrás que seguir mis órdenes, te obligare a hacer tantas cosas que te arrepentirás de haber marcado a mi hijo.
— Ilumineme, su majestad.
— Se te dará una habitación, lejos de tus compañeros pretendientes, lejos de mi hijo, y de mí — Penélope deshizo lo poco que había avanzado en el día, Antínoo frunció el ceño — No podrás convivir con los cientos de salvajes que se encuentran en la sala de trono, comerás personalmente conmigo y con Telémaco.
— Oh, mi reina, ¿No me dejará comer en privado con mi prometido?
— Estás tan seguro que tendrás el trono que ni siquiera me estás tomando en cuenta — Penélope sonrió — Cuando mi esposo vuelva, lo único que te quedará será arrastrarte por misericordia y una pizca de atención proveniente de mi cachorro.
— Puedo ver de donde Telémaco sacó su expresivo lenguaje — La reina le dirigió una mirada juzgona — Y su belleza, claramente.
— ¿Estás diciendo que mi omega no es lo suficientemente hermoso como para considerarme a mí más hermosa?
— Su majestad, no he visto a su esposo en… — Antínoo calló, la expresión de la alfa, su pecho firme, sus manos delicadas apretándose entre sí, y el olivo ahogandolo a su alrededor, le fue intimidante por unos segundos — Prefiero guardar mis pensamientos.
— Qué acción tan inteligente para alguien como tú — Suspiró, se relajó, respiró profundamente, y su aroma bañó la habitación — Si deseas la mano de mi hijo, deberás hacer cosas inimaginables, podría incluir a los mismos dioses en esto, pero no quiero que Telemaco salga lastimado.
— Lo comprendo su majestad.
— No, no lo comprendes Antínoo — Penélope sonrió, se acercó al alfa, y mantuvo un aire sereno — ¿Sabes todo lo que tendrás que hacer por mi hijo, Antínoo?
— Creo que la razón por la que estoy aquí es para saber qué es lo que debo hacer, su majestad.
— Deberás construir un lugar en el que Telemaco pueda pasar sus celos sin que deba cruzar todo el océano, con tus propias manos, tendrás solo un mes para lograrlo — Contaba con sus dedos cada una de las cosas que debía hacer — Tienes prohibido tocar a mi hijo a menos que él te lo diga, no podrás besarlo, morderlo, ni mucho menos tener actos íntimos con él — Pudo ver como el alfa tocaba su propia marca, incómodo — Te permitiré estar presente solo un día en el celo de mi cachorro, tendrás que obligarte a no tocarlo, ni siquiera satisfacer tus propias necesidades con tal de ver que puedes tener el suficiente autocontrol — Aunque la mordida en el cuello de su hijo no le aseguraba todo — Y cuando llegue el momento, deberás tensar el arco de mi omega en frente de todos los pretendientes, y disparar a través de doce hachas limpiamente.
Antínoo parecía pensarlo con detenimiento, tocando su propia mordida, sin haber notado el corazón debajo de esta. Suspiró, pero asintió ante las órdenes de la alfa, manteniendo una sonrisa burlona.
— Y aunque logres de alguna forma todas estas pruebas, la única forma en la que podrás casarte con mi hijo, es con la bendición de Odiseo.
El silencio reino la habitación, la mujer en esta, arrugó la nariz ante el ámbar derretido, casi quemado que emanaba de Antínoo.
— ¡Pero, Penélope, tú eres el alfa en…!
— ¿Eso qué importa? Mi omega fue el que construyo este palacio, y el que fue a la guerra por mí — Suspiró — Puedo esperar otros veinte años si eso significa que no te cases con mi hijo — Le dió la espalda al hombre, casi un monstruo, y miró con detenimiento el soleado día — Puedes retirarte, no tienes voz ni voto para esto.
Antínoo gruñó, Penélope estaba segura que había tirado un par de cosas de su habitación, escuchó pasos furiosos dirigirse a su puerta, antes de que la alfa recordara algo.
— Antínoo.
— ¿Qué?
— No seas grosero — Ya se estaba arrepintiendo — Me preguntaba, ¿Quién fue la persona que dejó correr el rumor que destruía mi sudario? — Pudo ver como el alfa tragaba saliva — ¿Y quién fue la persona que corrió el rumor que la misma Afrodita podría convertirme en una omega si un alfa me dominaba?
Antínoo no dijo palabra alguna, pero mantuvo su mirada fulminante en Penélope. Ella fue la primera en terminar ese concurso de miradas, dándole la espalda nuevamente.
— Ya veo, puedes retirarte…
— Fue una de tus sirvientas, Melanto — Penélope devolvió su mirada a Antínoo, que no se molestaba en mirarla, este veía el pasillo que deba directo al resto del palacio — Nos lo confesó a mí y a Eurimaco, dijo que escuchó como un escándalo se hacía por las noches, y que probablemente usted destruía su propio sudario — Antínoo suspiró, tocando su propia marca, como si eso le diera seguridad — También corrió el rumor que probablemente era una omega convertida en un alfa por Afrodita — Se removió incómodo, y Penélope lo notó — Dijo que si te forzabamos en un celo, probablemente su verdadera naturaleza saldría.
Penélope tragó saliva, le dolió saber que una de sus sirvientas, sobre todo una de las que más consentía, la traicionaba y decía esas barbaridades.
Aunque, lo que más le sorprendió fue que Antínoo dijera la verdad, la mujer se obligó a oler el aroma a ámbar derretido, y no sintió alguna pizca que le demostrará nervios, mucho menos alguna mentira.
Penélope sonrió, al menos Antínoo había sido sincero con sus palabras.
— Solo una pregunta — La reina le permitió seguir hablando — Si Telémaco me pide que tenga una pelea con él, probablemente se la daré, incluso aunque usted me lo prohíba. Si él me ruega por otras cosas, no creo que pueda negarme a las órdenes de un príncipe.
Suspiró, la sonrisa de Penélope se borró, le dió la espalda, hizo un ademán para que se retirará, Antínoo se fue soltando carcajadas.
— Estúpido.
Penélope nuevamente tocó su marca, manteniéndose firme, ¿Eso podría darle tiempo a Telémaco? ¿Podría darle tiempo a ella misma para tratar de eliminar esa marca? ¿Cuánto tiempo necesitaría para ella misma?
¿Las marcas de los destinados siquiera podían irse?
Toco la suya, que permanecía con vida después de veinte años. Dudaba que la marca de esos dos se fuera.
Miró al cielo, aún no era tiempo de hacer el desafío que ella misma había planeado. No le habían dado ninguna señal, los pretendientes aún no eran lo suficientemente salvajes para tomar medidas drásticas, si Melanto solo le había confesado al desgraciado de Antínoo y al borracho de Eurímaco lo que hacía con el sudario, solo era cuestión de esperar.
Estaría allí esperando, por Anticlea, que terminó con su vida al ver a su hijo ser llevado por el océano.
Estaría allí esperando, por Argos, que se mantenía firme a pesar de su edad, esperando tanto tiempo como ella.
Estaría allí esperando, por su hijo que había ocultado su propia casta por la ausencia de su padre, quedándose a la sombra de Odiseo, obligándose a ser mejor que él.
Estaría allí esperando, por todas las familias que habían estado esperando a un esposo y un padre durante veinte años, como ella misma.
Estaría allí esperando por su cuñada, Ctímene, que se aferraba ante la mordida de su alfa, que desde hacía siete años se había marchitado, dejando la mordida casi negra, sin posibilidades de brillo.
Estaría allí esperando, con las sirvientas fieles que tanto apoyaban a la realeza, que habían criado a la realeza como Euriclea, que la había ayudado a reinar como otra madre.
Estaría allí esperando por los dioses, que la habían abandonado en momentos débiles, en donde rogaba cada noche para que su omega volviera sano y salvo de la guerra, incluso cuando la guerra misma había acabado.
Estaría allí esperando por ella misma, por su omega. Estaría firme, no le importaba morir si eso significaba estar con alguien más que no fuera Odiseo, se quedaría adorando su marca en silencio, cuidando de su reino y su hijo, porque alguien debía quedarse esperando por amor, aunque todos los demás decidieron irse.
Decidió salir de su habitación, cuando se aseguró que Antínoo se había alejado lo suficiente, paseó por su palacio, con una sonrisa, saludando a los sirvientes que sabía que eran fieles a la corona.
Solo perdería la esperanza el día que su marca se pudriera, incluso así, se obligaría a vivir aunque no tuviera más razones, solo su cachorro, que se le había sido arrebatado por una mordida.
Entró al área de las cocinas, y se encontró con unas cuantas sirvienta, le dedicó una sonrisa a todas, excepto a una.
— Mi reina, buenos días.
— Melanto, querida mía — Se acercó a ella, abrazándola fuertemente — Me alegra verte en este maravilloso día.
— ¿Pasó algo para celebrar, mi señora?
— Oh, nada grave, ¿Por qué no me acompañas con los pretendientes? Quería darles un anuncio, y necesito alguien que pueda cargar unas cosas por mí.
— Sí, mi señora.
— ¡Euriclea! Perdona que te moleste, ¿Puedes citar a mi hijo al salón del trono? Necesito que él también esté presente..
— A sus órdenes, su majestad.
Penélope sonrió a las dos sirvientas, retirándose de las cocinas con una sonrisa, dirigiéndose a la sala del trono. Arrancó la única prenda que podría cubrir su cuello, dejó que la marca de su omega luciera ante el sol.
No importaba todo lo que hicieran o dijeran los dioses, los alfas, los betas, o los omegas. Ella seguiría allí, reinando aún sin un rey que la abrazara por las noches.
Estaría allí, esperando a su amado Odiseo.
Chapter 5: ¿Cuál es la mejor forma de besar?
Summary:
Antínoo decide ser mejor persona, tratando mejor a Telémaco (falso), entonces decide hablar amablemente con él (falso) y lo besa de una forma apasionada (un momento, ¿¿¿qué???)
Chapter Text
Cuando Antínoo se dió cuenta que Telémaco era un omega, fue como si todo su mundo hubiera cambiado.
Todo tenía sentido de alguna forma. Siempre pensó que Telémaco los odiaba (bueno, este indirectamente se lo había confirmado) y por ello no se acercaba a ninguno de los pretendientes, probablemente se sentía intimidado, probablemente asqueado.
Tardó un rato en darse cuenta, sobre todo cuando la marca no se había curado con hierbas. Al contrario, cada día parecía verse más, solo había pasado una semana desde que había hablado con Penélope. Lo único que hacía era regatear por materiales fáciles de conseguir, y resistentes para pasar sobre el mar.
Su plan era: hacerle el maldito lugar en el que Telémaco pasaría su celo, pero, lo iba a construir en la isla más alejada de Itaca, solo era cruzar el mar por media hora, y llegaría fácilmente. No podía matar a Telémaco (lastimosamente), pero podría mantenerlo lejos con sus instintos a flote, con la distancia del mar separándolos.
Después de la charla con la reina, se dedicó a entrenar todos los días, disparando flechas de diferentes tamaños, arcos, lugares, nunca fallaba un blanco.
¿Disparar a través de doce hachas? Sería más fácil.
Su rutina cambió cuando Antínoo pudo observar como una docena de sirvientas movían sus cosas personales, sus armas que a su parecer, estaban escondidas, habían sido guardadas y llevadas a otro lugar.
Su habitación había sido llevada a la parte más alejada del palacio, más cerca de los cerdos que de la salida, incluso había más sirvientes por su lado. El olor a miel estaba al otro lado del lugar.
El día que habló con Penélope, la reina se presentó en la sala del trono, ordenando a los pretendientes que a partir de ese día, quién pensara que ella era una omega, se tendría que retirar en ese mismo instante.
Ninguno de los ciento siete pretendientes se fue, al contrario, se pusieron más salvajes, gastando más vino, comida.
Oh, y Antínoo no pudo presentarse a ninguna de esas comidas, lo obligaban a comer a cierta hora, con la sala del trono completamente sola, con una mesa llena de comida para dos personas.
En esa semana, Telémaco nunca se había presentado.
Así que, hizo lo que un hombre podría hacer, esperar afuera de su habitación hasta que saliese a comer.
¿Salió bien? Por supuesto que no.
Telémaco se lanzó con un puñetazo hacia Antínoo, el alfa se movió hacia un lado, dejando caer al omega al suelo.
— Tú madre me ordenó que debíamos comer juntos todos los días.
— ¡En presencia de ella! Y si ella no está presente mientras tú estás solo en la sala del trono, no debo sentirme obligado a presentarme — Telémaco soltó otro puñetazo, que Antínoo esquivó — ¿Ahora no vas a pelear?
— Tú madre me ordenó que no te tocará por un mes, ¿Puedes creerlo? — Sonrió de forma burlona, sin molestarse en agacharse — Pero si me ruegas que te toque, puedo considerarlo.
— Vete al carajo, que los dioses te maldigan.
— Entre los dos, parece que los dioses te odian más a ti, aunque tu madre es un poco exagerada con sus desafíos — Jugó con su cabello que le llegaba un poco más abajo del hombro, trenzado, como siempre — Tengo que construirte un lugar especialmente para ti, en la parte más alejada de Ítaca, solo tendrías que cruzar por un rato el mar, y llegarías en perfectas condiciones — Antínoo lo miró de abajo hacia arriba, acomodó su pelo trenzado, y soltó una risa ronca — Y tendré que pasar el celo contigo.
— ¿¡Disculpa!? Oh, estás loco si creés que podrás hacer eso, prefiero arrancarte la garganta antes de que estés presente en mi…
— Son órdenes de tu madre, chico, no puedo hacer nada — Levantó las manos en señal de inocencia — ¿No me creés? Pregúntale.
— Desgraciado.
— Estúpido.
— Bastardo.
— Ingenuo.
— Mal nacido.
— Aberración.
— Abominación.
— ¡Ya me hartaste, pequeño cabrón!
Antínoo se lanzó contra Telémaco, que apenas se estaba levantando del suelo. Se golpeaban mutuamente, evitaban morder (mirar) el cuello ajeno, mordiendo brazos, piernas, hombros y manos.
— ¡Se supone que no puedes lastimarme!
— Solo te estoy sujetando, no te estoy lastimando.
— ¡Me estás lastimando el brazo, cabrón!
Entonces, como si Telémaco estuviese en llamas, quemándolo por dentro, con el ceño fruncido y enseñando los colmillos; Antínoo lo soltó.
Sintió un dolor en su pecho, una cadena (¿De verdad, otra vez?), sus propias manos se movían ansiosas. La miel cubrió sus fosas nasales, Telémaco ni siquiera lo estaba provocando, era solo el instinto por lo cual estaba actuando así.
Dolía, quemaba, lo odiaba, lo deseaba, lo quería sujetar, le quería cortar la garganta, lo quería morder, lo quería marcar.
— Debilucho.
— Vuélveme a decir debilucho y te cortaré la garganta.
— Si muero, tú mueres — Antínoo sonrió de forma burlesca, Telémaco aún seguía en el suelo, con nuevas mordidas — Al menos eso pasa en la mayoría de los casos.
— Creo poder sobrevivir sin tí — El príncipe se levantó del suelo, sacudiendo sus ropas, y mirando las nuevas mordidas que había en su cuerpo — Eres de lo peor.
— Pero aún así me mordiste.
— ¡No pensé que me ibas a morder de vuelta!
— ¡¿Qué esperabas?! ¡Pensaba que eras un alfa! Si desde el principio hubiera sabido que eras un omega, me hubiera contenido — Levantó los hombros, dudando un poco de sus propias palabras — Eso quiero pensar.
— Espera un segundo, ¿Jamás te contuviste en ninguna pelea conmigo? — Telémaco parecía impresionado, su nuez de Adán se movía al pasar saliva — ¿Jamás te contuviste conmigo?
Antínoo abrió la boca y la cerró al instante, al ver esos ojos llenos de esperanza: como si fuera una revelación, el príncipe tocaba su propio cuerpo, y una sensación de calidez llegó al cuerpo del alfa.
Jamás se había contenido con Telémaco.
Nunca lo vió como un igual, probablemente lo había visto como un estorbo en múltiples ocasiones, pero jamás alguien lo suficientemente débil como para no aguantar sus golpes.
Nunca se contuvo con Telémaco porque sabía que este podría aguantar una pelea con él.
Lleno, completo, unido. Sus propios instintos adoraban la sensación de ver a Telémaco feliz, sentía cómo el príncipe estaba feliz, sentía una inmensa alegría con solo ver los ojos esperanzados de Telémaco.
Eso le causó tanto asco.
Probablemente Telémaco lo sintió, ya que su mirada cambió lentamente, hasta volver a su ceño fruncido, dejó de tocar su propia marca (sintió un rechazo internamente, maldita sea). Cruzó sus brazos, y se dirigió a la sala de trono, Antínoo lo siguió instintivamente.
Necesitaba que le dieran un puñetazo, ¿Por qué lo estaba siguiendo en primer lugar?
— Ya lárgate.
— ¿A dónde te diriges? ¿La sala de trono? También debo desayunar.
— Haré que mueras de hambre — Telémaco cubrió la mordida de Antínoo con su propia clamide, soltando un largo quejido — Haré que trabajes por una vez en tu vida, y te obligare a cazar para toda la vida cuando sea el rey.
El príncipe respiró por unos momentos, su barbilla se mantuvo firme, no dejó al moreno ver la marca que se mantenía en su cuello.
— Tus palabras me queman, me lastiman, odio cuando estás cerca, porque está marca es lo único que nos une y lo que más duele — Cerró sus puños, Antínoo después de tanto tiempo, decidió escucharlo, al menos por unos segundos — Dices que te hubieras contenido conmigo si hubieses sabido que yo soy un omega, ¿Y después qué? Jamás me hubieras respetado, seguirías golpeándome y humillandome, en frente de los cien rostros que piensan que mi madre es una omega — El príncipe lo miró con furia, como si su mirada estuviese en llamas — Ustedes piensan que los omegas somos débiles, que no podemos hacer nada para evitar un ataque, que apenas podemos soportar un golpe — Telémaco levantó su mano, Antínoo esperó un golpe — Pero yo te mordí primero.
— De forma estúpida, quiero decir.
— Te odio — Pero no pudo mirarlo cuando dijo eso. Telémaco le dió la espalda, siguió caminando hacia la sala del trono — De verdad, te odio.
— Mírame, y dímelo en la cara, cobarde — Antínoo cruzó sus brazos, y no se movió, pudo ver como las manos de Telémaco temblaban — Dime que me odias, y mírame mientras lo dices.
El príncipe lo miró, con la barbilla levantada, su pecho inflado, y sus puños cerrados, mostrando los dientes, amenazándolo con morderlo.
Abrió la boca.
Pero ninguna palabra salió de sus labios.
Al contrario, su postura de superioridad cambió lentamente, su mirada no se suavizó, seguía mirándolo con odio, más no podía decirlo. Sus manos se relajaron, y sujetaba su propio quitón con fuerza, respiraba con irregularidad.
Antínoo sonrió con burla, sus manos quedaron trás su espalda, y caminó hasta quedar al lado de Telémaco, sus hombros se tocaron por unos segundos, le quemó, le dolió, pero le encantó.
— La próxima vez que quieras decirme algo, dímelo a la cara, no escondiendo el rabo entre las patas — Soltó una carcajada, su voz ronca combinaba perfectamente con su barbilla levantada, probablemente estaba reluciendo su marca en esos momentos — Hasta tu perro demuestra más tu odio que tú mismo.
Telémaco lo golpeó en su costado, Antínoo soltó más risas y caminó a su lado, el príncipe siguió sus pasos, el alfa cubrió la mordida del omega, y el contrario no le dijo nada.
— Hablando de tu mascota, no la he visto en estos días.
— No puede entrar al castillo, mi tía Ctímene lo cuida mientras ella se recupera de su propia enfermedad — Se removió incómodo, pero avanzaron más rápido a la sala de trono — Los pretendientes lo golpean por su avanzada edad, son pocas las veces que está en el palacio.
— ¿Cómo el día que me mordiste?
— Como el día que te mordí.
Se mantuvo un silencio en que los dos caminaban por un largo pasillo, llegaron a la sala del trono, por alguna razón, ninguno de los pretendientes estaba presente. Tal vez habían comido demasiado rápido, hubo alguna pelea, pero jamás estaba sola la sala del trono.
Antínoo y Telémaco no compartieron palabra alguna, solo paseando por el lugar, buscando alguna indicación de peligro, mirando debajo de las mesas, cubriendo su nariz ante los olores, e ignorando la única mesa que tenía comida, cubierta por un mantel digno de reyes.
— ¿También te duele?
— ¿Qué? ¿No obtener el trono, o la condenada mordida que me diste hace una semana?
— El pecho — El príncipe tocó su propio cuerpo, justo donde debería estar el corazón — Siempre que estás cerca, me duele, me quema, me lastima estar cerca de ti, pero lastima aún más alejarme de ti — Cubrió su propia marca con su brazo, soltando un suspiro, dramáticamente — No puedo odiarte porque mi propio instinto no lo permite.
— Entonces, ¿Si no te hubiera mordido, me podrías odiar en este mismo instante?
— No — Telémaco cruzó miradas con Antínoo, y el más alto sintió una cadena tensarse en la habitación — No te odio. Me desesperas, me cansas, me lastimas todos los días indirectamente, y me lastimas todos los días de forma directa, y realmente deseo matarte todos los días — Calló por unos segundos, pero no apartó su mirada — Pero no podría odiarte hasta el punto de matarte, te he soportado tres años, creo que podré soportar unos cuantos años más.
— Me tendrás que soportar toda la vida, ¿Lo sabes?
— No si marcas a otro omega — El príncipe sonrió, y se sentó en su respectivo lugar en la mesa, empezando a comer — No aguantarías ni una década.
— Puedo esperar todo el tiempo necesario para obtener el trono — Antínoo copió la acción de Telémaco, empezó a comer, cortando la carne, y sirviéndose su propio vino — Incluso si eso significa esperar más que tu madre.
— Eres muy paciente, incluso para mí, no es propio de ti — La sangre que salía lentamente de la carne le recordaba a las veces que quería cortarle la garganta al omega — Quiero ver cuándo ruegues por el trono.
— Verás que tú vas a rogarme para que me quede con el trono.
— Házme un favor, y cállate.
— ¿Sabes por qué nunca me contuve?
— No quiero escucharte.
— Porque tú eras el único que me hacía sentir como si fuéramos casi iguales, que podría darte un golpe y sabía que me lo ibas a devolver — Telémaco le devolvió la mirada, cansado, pero cortando su pedazo de carne — Eras un rival, uno que podía humillar y saber que me lo podrías devolver el doble algún día.
— ¿Se supone que eso es algo romántico? — El príncipe logró masticar su comida, la miel y el ámbar bailaban agresivamente — ¿Se supone que debo agradecerte porque ahora me miras de una forma diferente?
— Te veo de la misma forma en la que siempre te he visto, pequeño lobo — Antínoo cortó su propia carne, y Telémaco tragó — Como una molestia muy perseverante, pero no débil.
— Ojalá y te mueras.
— Auch, que amoroso — Tomó un sorbo de su vino, pero no le pareció tan fascinante como el aroma que lo cubría — ¿Así tratas a tu prometido?
— Ni siquiera has hecho la mitad de las cosas que mi madre te ordenó — Telémaco terminó su comida, levantándose de la mesa personal que Penélope les había hecho, dándoles una vista al mar — Jamás serás mi prometido.
— Haré que me ruegues.
— ¿Otra ves estamos en esta apuesta? — El príncipe soltó una sonrisa burlona, ni siquiera se molestó en mirarlo, pero podía ver la marca perfectamente con los rayos del sol — Pensé que ya habíamos dicho que tú eras el perdedor.
— ¿Eso por qué, eh?
— Le rogaste a mi madre para su bendición.
— La apuesta termina si uno de los dos le ruega al otro, tu madre es un obstáculo para el trono — Antínoo terminó de un solo trago su vino, y se levantó agresivamente de la mesa — Tú vas a terminar rogando que te toque en tu celo.
— Tú vas a rogarme para que te deje tocarme en mi celo.
— Veremos quién termina rogando — Antínoo cruzó sus brazos, y silbó — Igualmente, si logro pasar los desafíos de tu madre, te casarás conmigo obligatoriamente.
— ¿No se supone que debes recibir la bendición de tu padre?
— Solo tengo que tensar un arco, y disparar a través de doce flechas — El alfa sonrió de forma burlesca, y acercó su rostro al del omega — Cuando menos te lo esperes, tendré el trono.
— Un segundo, ¿Esas fueron las palabras de mi madre? — Telémaco se veía confundido, también cruzó sus brazos, y separó las piernas. Su postura se mostró defensiva — Eso es demasiado fácil, hasta para ti.
— Creo que tu madre empieza a aceptarme.
— Claro que no, le das asco.
— Oh, qué triste.
— ¿Tensar un arco? ¿Qué clase de desafío es ese? Ni siquiera ella aprendió a tensar un arco creo que tengo una idea de cuál podría ser — El príncipe soltó una risa — Si es el arco de mi padre, jamás podrás tensarlo.
— Oh, ¿Y cuál es ese arco del que tanto hablas? ¿Qué? ¿Solo los omegas lo pueden tocar? ¿Odiseo le escupió y por eso es tan especial?
— Es un arco palintonos.
El silencio reinó la habitación, Telémaco recogió sus platos, a regañadientes, mientras Antínoo seguía inmovil, sinceramente, pudo haber escuchado el nombre del arco, pero no sabía lo especial que tenía este.
— ¿Y qué con eso? Es un arco de tu padre, puedes tensarlo.
El príncipe soltó los platos para renegar, pero apartó la mirada. La forma en la que apretaba los puños y se mordía el labio le demostraba a Antínoo que estaba equivocado.
— ¿De verdad, ni siquiera tú puedes tensarlo?
— Tienes que tener práctica, y mucha fuerza, años de entrenamiento y entendimiento — Telémaco ni siquiera quiso cruzar miradas con el más alto. Pero este no pudo evitar sentir el dolor en su corazón — Mi madre no me deja usarlo.
Antínoo levantó la barbilla, Telémaco después de tanto tiempo parecía vulnerable. ¿Tanto problema daba un arco? ¿Qué tan especial era para que ni el príncipe jamás lo hubiera tocado?
No quería tener esa charla, así que soltó una carcajada, dando paso al ceño fruncido del omega, que ahora mantenía los puños cerrados, y en su mirada se veían las ganas que tenía para romperle el cuello.
— Por algo será, debilucho.
— ¿¡Es en serio, quieres seguir peleando!? — Enseñó sus colmillos, y Antínoo mostró los suyos — Deja de provocarme antes de que…
— ¿Me muerdas otra vez? — El moreno acercó su rostro al de Telémaco, desafiante — Ladras y nunca muerdes.
Al menos eso pasaba la mayoría del tiempo.
Telémaco se lanzó contra él, Antínoo chocó contra la mesa.
El omega intentaba morderle la garganta, pero el alfa sujetaba con fuerza sus hombros, y ya sentía que lo estaba lastimando. Era instinto contra su propia mente, las ganas de mandarlo a volar contra el instinto de abrazarlo. El príncipe seguía intentando morderlo, Antínoo cayó al suelo cuando resbaló con el mantel, llevándose los restos de la comida como adorno ante la pelea que estaban teniendo.
Telémaco mordió su garganta, Antínoo soltó un grito, vió el cuchillo que había usado para cortar la carne, bañado en sangre, se abstuvo de usarlo.
El príncipe succionaba con fuerza y demanda, sujetaba sus hombros contra el suelo, el moreno no sabía dónde poner las manos, más que en el cabello ajeno, y obligarse a jalar. Podía sentir la sangre bajar por su propia garganta, apenas podía respirar, el omega seguía encima suyo, de verdad, estaba teniendo muchos déjà vu últimamente.
Telémaco dejó de morder, respiró profundamente, y deseó arrancar la risa que había salido del hombre encima suyo, apretó sus puños, y observó con detenimiento al joven.
Labios sangrantes, colmillos afilados, buen físico, su mirada estaba en llamas, y su cuerpo se quemaba solo con tocarlo. El lazo dentro de su alma le obligaba a no lastimarlo, ¿Pero de qué servía si el maldito lo torturaba física y mentalmente?
Esa marca jamás se iría si el desgraciado seguía mordiendo.
— Quédate en el suelo, ahí será tu lugar mientras sigamos enlazados — Telémaco se limpió la sangre de sus labios, escupiendo a otro lado, evitando la marca de Antínoo — Desgraciado.
— Si yo caigo, tú caes conmigo.
Antínoo se abalanzó contra los labios de Telémaco.
No lo besó, lo devoró.
Chupó, marcó, arrancó, sujetando el rostro ajeno, que no intentaba zafarse, solo seguir con esa guerra que él había empezado.
Antínoo mordió su labio inferior, haciéndolo sangrar, chupó el líquido metálico que no combinaba con el aroma a miel. Telémaco no lo había empujado, al contrario, jalaba su cabello con fuerza, demasiada para unas simples mordidas, rasguñaba su cuello, soltaba jadeos que disfrutaba sacarle.
El príncipe apretó sus muslos, sus narices se tocaban, la sangre bajaba por su mandíbula, juntándose con la saliva que inconscientemente salía, Antínoo solo se distrajo unos segundos, dejando de morder los labios ensangrentados, y el omega se lanzó con rabia, sujetando las mejillas ajenas para obligarlo a quedarse cerca.
Telémaco chupó, mordiendo el labio inferior del moreno, con más demanda, con ganas de arrancarlo. El choque entre dientes fue salvaje, sin una pizca de dulzura o amor, solo ganas de destrozar al contrario con la única forma que sabían hacerlo: tocándose hasta quemarse, hasta lastimarse.
Antínoo tocó la nuca del príncipe, donde se suponía que debía estar la marca, escuchó un jadeo que lo iba a traumar, tan obsceno para su gusto que lo recordaría toda la vida, azotó al joven contra el suelo. Este soltó sus labios, y el alfa atacó contra los suyos.
No era un beso, era una guerra. Pero era una confirmación, no podían separarse, solo mientras esa marca estuviera presente, los iba a jalar con un imán, hasta el punto de besarse o matarse, la opción que estuviese más cercana a lo que sea que estuvieran haciendo.
Mordió, reclamó, de forma salvaje, por primera vez en una semana se llevaba por el instinto, y sentía la gloria. Jamás había pensado que ese tipo de guerras serían las que disfrutaría de una manera más instintiva.
Siempre le gustó el golpear rostros, que le rogaran por piedad. Esto era diferente, la forma en la que Telémaco se aferraba a pelear, golpeando su abdomen, jalando su cabello, chupando sus labios, arrancando la piel, sangrando su garganta.
Eso era la gloria.
Al menos hasta que el príncipe le dió un cabezazo que le hizo replantearse cada una de las decisiones que había tomado en su vida.
Antínoo se levantó del suelo, sujetando su cabeza y cuello, algo adolorido, cualquier placer carnal se había ido tan rápido como había llegado, pero, aún así decidió burlarse.
— ¿Quién dijo que iba a estar en el suelo?
— Vete a la mierda — Telémaco tocó su propio labio, temblando, y sus dedos se cubrieron de sangre — Eres un animal.
— Tú casi me destrozas la garganta y yo no te dije nada, pareces animal en celo — Antínoo se alejó de Telémaco, rompió el mantel que se encontraba en el suelo, y cubrió la mordida sangrante — Si de forma consciente pareces un animal, no me imagino cuándo estés en celo.
— ¡¿Tienes alguna obsesión conmigo en celo o algo así?! — Telémaco se levantó del suelo, sacudiendo sus ropas, y limpiándose el rostro con su clámide — Perro arrastrado.
— Vuélveme a llamar así, y te arranco los labios.
— Inténtalo — El príncipe seguía sangrando, sus labios ahora estaban hinchados, y parte de su quitón se había manchado de sangre. Pero su postura y mirada se mantenían firmes — Vamos, inténtalo.
Antínoo ya se iba a lanzar, sino fuese por la interrupción de la puerta del salón del trono abriéndose.
Penélope entró, la sorpresa que llegó a su rostro pudo haber escrito un poema. Asustada, se acercó a su hijo, acariciando sus mejillas, y revisando los inflamados labios.
— Espero que tú no hayas empezado ese beso — La reina señaló a Antínoo, que aún tenía sangre y saliva bajando por su garganta.
— Mamá, eso no fue un beso…
— No, Telémaco empezó…
Los dos, como si fuera una señal, se miraron al mismo tiempo, con el ceño fruncido, y las ganas de matarse en el aire. El aroma a olivo había sido olvidado gracias al ámbar derretido y a la miel.
— Ah, ¿Entonces eso no fue un beso? ¿Dices que no beso bien?
— ¡Me arrancaste el labio! ¡Eso no fue un beso, y tú empezaste!
— ¡¿Yo empecé?! ¡Te abalanzaste y casi me arrancas la maldita garganta!
— ¡Si sigues hablando puedo hacerlo!
Telémaco se abalanzó nuevamente contra Antínoo, este no pudo evitar reírse, sujetándolo por los hombros para evitar golpearlo, técnicamente, se estaba defendiendo, así que Penélope no podría decir nada.
Perdió el equilibrio, y nuevamente estaban en el suelo, peleando como si fueran perros.
Y aún después de que se golpearon, mordieron, lanzaron, humillaron, no le pareció una mala forma de pasar la vida.
Chapter 6: Deja la flecha volar, directamente a su corazón.
Summary:
Telémaco ha tenido pesadillas, decide checar si Antínoo todavía sigue con vida, colándose a su habitación.
Notes:
TW: Este capitulo para mi gusto tiene mucha mención de sangre, si te incomoda la mención de esta, puedes dejarme un comentario y con gusto te resumiré el capítulo.
Chapter Text
Esperar veinte años por alguien siempre le pareció ridículo, incluso después de estar enlazado. Le parecía obsesión, no algo llamado amor.
Las historias que le decía su madre sobre su padre: Odiseo, eran pocas, pero fascinantes.
Su padre fue el primer omega en cortar a una alfa descaradamente, se decía que tuvo ayuda de una diosa o algo parecido, ya que, su madre jamás había caído tanto como lo hizo con su padre.
Odiseo hizo un juramento para proteger a su tía, Helena, aunque ni siquiera fuera a cortarla, ella también era una omega después de todo. Las historias que contaba su madre estaban llenas de amor, pasión y esperanza, Telémaco podía ver como su madre tocaba su propio cuello siempre que hablaba de su padre.
La marca siguió viva después de veinte años, y Odiseo jamás regresó. Estaba vivo, pero no se había presentado en su vida, dejando a su madre sufrir de esa manera.
Se suponía que cuando una pareja enlazada se separaba por mucho tiempo, el omega es el que debía sufrir. Pero al contrario de lo que veía cada día, podía negar esa información.
Su madre a veces no podía levantarse de la cama, sujetando su propia marca como si tenerla la estuviera matando. Un ejemplo fue esa semana en la que no bajó a desayunar con Antínoo.
Penélope seguía esperando y ayudando, había reunido a todas las mujeres que al igual que ella, había esperado a un esposo durante tantos años.
Algunas marcas ya estaban marchitas, otras mujeres apenas pudieron sobrevivir a reunirse con la reina. La minoría de las marcas, podía decir, se había marchitado hacía siete años.
Como en el caso de su tía Ctímene.
Sus maridos habían fallecido, de eso no había duda.
Había una gran diferencia en el dolor de perder a un alfa: la sensación de que la marca fuese casi arrancada cuando marcaban a otro omega era diferente al otro dolor. Ese dolor en el pecho, en el alma, y en las significativas ganas de arrancarte el corazón del cuerpo cuando esa persona enlazada parte del mundo terrenal.
La marca de su madre seguía viva, comparada con la de otras mujeres que se habían rendido desde hace años.
¿Por qué su padre no volvió? ¿Cuál era la razón de mantenerlos esperando? ¿Ya no recordaba que tenía una familia esperándolo desde hace veinte años?
Una esposa, un hijo, una hermana y una mascota.
Antínoo no contaba, podrían estar enlazados, pero se aseguraría de que no estuviera en esa familia.
Telémaco sabía que su madre lo amaba, así como amaba a su tía Ctímene. Se aferraba a ellos de una manera que no parecía sana, eran lo único que le quedaba de Odiseo. Su tía decidió retirarse del palacio, viviendo en un lugar alejado del palacio. Por petición de su madre debía estar alejada del mar, ella cuidaba a Argos, que tenía más energía que él mismo.
Siempre se preguntaba, ¿Cómo sentiría un omega la marca de un alfa, para que no volvieras en veinte años? ¿Qué tan poca presencia debías tener para que una marca no te importese tanto?
Por eso había dejado que Antínoo lo mordiese, realmente había pensado que la marca no sería un problema en su día a día, ya que, por algo Odiseo no había regresado aún después de estar enlazados.
Y no pudo entender a su padre, de ninguna manera.
Podía sentir a Antínoo de formas inimaginables, el ámbar siempre danzaba alrededor suyo, su presencia lo seguía como si fuese un león. Aunque hubiera rozado su mano solo por un segundo, el sentimiento del roce se mantuvo por días, como si se volviera parte de él.
Con una mirada sintió que su cuerpo se derretía, y en la semana que el ámbar derretido estaba al otro lado del palacio, sintió una picazón en su cuerpo, exigiéndole acercarse al idiota que lo había marcado.
Extrañaba a Athena, que se había ido hacía una semana. No había tenido señales de ella, de ninguna forma. Ningún búho había estado presente, tampoco sentía su guía en las peleas, estaba peleando con el instinto, y no con la mente.
Aunque, tampoco deseaba verla mucho, ¿Qué le podría decir? “¡Oh, diosa Atenea, después de que me dijeras que no me acercara a Antinoo, tuve una pelea con él en la que casi me arrancan los labios!”. Por supuesto que no.
Entonces, fue como si el universo se burlara de él. Escuchó unos toques en su puerta, y Antínoo entró descaradamente.
¿Cómo era posible que la gente que quería que estuviese presente en su vida no lo estuviera, y ese desgraciado sí?
Telémaco suspir, agarró la daga que guardaba debajo de su almohada, apuntando hacia el alfa, aunque no le haría nada.
Antínoo entró a su habitación como si le perteneciera, acostándose descaradamente en su cama.
— ¿Cómo están tus labios, pequeño lobo?
— Perfectamente bien, alguien no muerde fuerte para ser un alfa — Telémaco sonriendo, no quiso abrir la puerta de su habitación para evitar rumores, pero señaló esta misma — Vete de mi habitación.
— En algún punto compartiremos habitación, como en tu celo.
— ¡Me consta que solamente pasarás un día de mi celo conmigo! No todo mi celo, como tú me habías dicho.
— Es lo mismo si me terminas rogando, y eso es lo que harás.
— Deberías estar haciendo todo lo que madre te ordenó, pero estás aquí, siendo un holgazán, acostándote en mi cama como si fueras un príncipe de verdad.
— ¿Te imaginas? Antínoo, príncipe de Ítaca, dueño del omega más fastidioso de todo el reino.
— No eres dueño de nadie ni de nada — Telémaco cruzó sus brazos — Ni siquiera sabes manejar cada petición que me dan los reinos.
— Sé manejar a la gente, por algo los pretendientes no han logrado nada estúpido ni favorable. Solo necesito una chispa — Chasqueo los dedos, y una sonrisa burlona posó en sus brazos — Y todo arderá en llamas.
— Por eso espero que no hagas ninguna estupidez con los pretendientes, es una orden mía.
— Tú eres órdenes y nada de acciones.
— ¿Quieres que te muerda otra vez?
— ¿Quieres que te bese otra vez?
— Los dos concordamos que eso no fue un beso.
Antínoo soltó unas cuantas carcajadas, Telémaco sospechaba, de verdad que le molestaba ese hombre.
— No haré nada estúpido con los pretendientes, si eso te molesta — Tocó la cama del príncipe, dando pequeños golpes, y analizandola — La gente son como flechas, necesitan tensión para ser disparadas — Señaló a Telémaco — Se necesita la fuerza suficiente para tensar y disparar, aunque ese no es el problema principal — Sonrió con burla — Saber dónde disparar es el problema.
— Ya lárgate, me molestas — Abró la puerta de su habitación, señalando hacia el pasillo — Es una orden.
— Que seriedad — Antínoo se levantó de la cama de Telémaco, sus manos estaban detrás de su cabeza, los músculos de sus hombros y brazos se marcaron por unos segundos — Hasta luego príncipe, estará haciendo tu condenado palacio para tu maldito celo.
— Adiós — Telémaco murmuró al ver a Antínoo alejarse un poco — Estúpido.
— ¡Te escuché, cobarde!
El príncipe cerró la puerta de su habitación, por si las dudas la cerró con llave. Cayó de espaldas contra ella lentamente, sintió cada paso del alfa, alejándose.
Cada vez que se alejaba, podía sentir una cadena contra su pecho, un dolor de cabeza insoportable, la sensación de un vacío le molestaba.
Gracias a que su habitación tenía un balcón, pudo ver a Antínoo desde la isla más cercana de su reino, se había ido en un barco, con una cantidad exuberante de materiales, demasiados para su gusto.
Dejó sus deberes para otra ocasión, quería ser egoísta por un rato, el reino podía esperar para leer más de cincuenta pergaminos y firmar cada uno de ellos. Se dejó caer en su propia cama, que lo abrazó con calidez a un sueño tranquilizante.
Soñó, soñó que su padre regresó a casa, que su madre no enfermaba con regularidad, que su tía Ctímene los venía a visitar, que Argos era feliz entre las paredes del palacio, que los pretendientes dejaban a su madre en paz, rindiéndose ante los rumores de su casta.
Soñaba que era un alfa, soñaba que era alguien legendario.
Lástima que era solo un sueño.
Gracias a los dioses que era solo un sueño.
El príncipe despertó agitado, con las manos en su pecho. Respiró profundamente, y tocó la marca en su cuello, no sabía cuanto alivio sintió hasta que tocó la mordida de Antínoo.
Respiró nuevamente, cerró sus ojos, acostándose para volver a dormir, antes de que la sensación de ahogo y la sangre bajar por su garganta lo ahuyentará. Sujetó su cabeza, y alejó las sábanas de él.
Al contrario de su sueño, Telémaco aún estaba en su habitación, no en la sala del trono, observando como una flecha le había roto el cuello a Antínoo.
Solo fue una tonta pesadilla, una tonta pesadilla que apareció cuando cerraba sus ojos, un alfa muerto con el cuello roto, ahogándose en su propia sangre por una flecha lanzada desde el otro lado de la sala del trono, a través de doce flechas.
Telémaco se levantó de la cama, apenas logró ajustar las correas de sus sandalias antes de salir de su habitación, cerrando con llave.
Caminó entre los pasillos, ignorando los distintos aromas que llenaban este. Realmente estaba cansado, el sol ni siquiera había dado indicios de su presencia, era demasiado temprano para su gusto, pero no podía volver a dormir.
Cuando menos se lo esperó, chocó con una puerta de madera. La habitación en frente suyo era una de las más abandonadas del palacio, ninguna criada pasaba por el lugar. Telémaco sabía que la madera no tenía llave, respiró profundamente y abrió la puerta lentamente.
Se encontró con el alfa despierto. Sus miradas se cruzaron, ámbar y la miel bailaron de una forma muy confusa, los dos hombres arrugaron su nariz.
Antínoo tenía una daga en su mano, su reacción pasó de ser una molesta a una completamente sorprendida. Analizó al príncipe, mirándolo de arriba hacia abajo.
El sentimiento de asco, coraje, admiración y confusión se revolvía en el pecho de Telémaco. Este no tocó su propia marca, pero ver la suya en la garganta de Antínoo, mientras el pecho del alfa se inflaba con cada respiración lo tranquilizó.
Le molestaba de muchas maneras, pero no lo odiaba lo suficiente para querer verlo muerto.
Además, era cierto lo que decía el desgraciado. Si Antínoo moría, él probablemente también fallecería.
Se aferraba a la posibilidad de que algo así pasara, intentaría aguantar como su tía Ctímene.
Hubo un movimiento en la cama de Antínoo, y estaba sentándose en ella. La daga seguía en su mano, ahora la sensación de algo molesto en su pecho le daban las suficientes razones para irse del lugar, el maldito estaba vivo, era lo que necesitaba saber.
— ¿Por qué carajo estás aquí?
— ¿Por qué sigues despierto? — Respondió Telémaco instintivamente.
— Solo los estúpidos responden a una pregunta con otra pregunta — Telémaco quitó la mirada del pecho descubierto de Antínoo, en esos momentos este estaba cubierto solamente por el taparrabos — Desperté porque alguien abrió mi puerta, en plena noche — Antínoo cubrió su nariz, asqueado — ¿Volviste a la época de los perfumes? Que asco.
— Jamás he dejado de bañarme en perfumes, al contrario de otros, que necesitan un aseo — Cruzó sus brazos — Me retiro.
— ¿Qué? Por supuesto que no — Antínoo se levantó, y cerró la puerta rápidamente detrás de Telémaco, este frunció su nariz — Oh, ¿Crees que te voy a dejar ir como si nada después de que vinieras en medio de la noche a mi habitación sin alguna explicación?
— No me toques.
— Tengo la mano en la puerta, no en tu cuerpo.
— ¡Entonces vístete!
Antínoo se quejó, se aleja de Telémaco. Buscó entre sus pertenencias (de hecho, no era casi nada) y se puso una túnica, de malas, obviamente.
Hizo un movimiento de brazos, dejando su pecho ver su pecho, algo descubierto, con una sonrisa forzada.
— ¿Ya estás contento?
— Estaría muy contento si te fueras del palacio.
— Después de ir a tu habitación me fui del palacio un rato, ¿Otra cosa que necesitas?
Telémaco mordió su labio, realmente enojado, de verdad, ¿Por qué se preocupaba por este hombre?
— No, vuelve a dormir, holgazán — Antínoo levantó sus manos, y soltó un largo quejido, acomodó sus sábanas, y ya iba a dormir nuevamente — Un momento, espera un segundo.
— ¿Qué? — Telémaco lo miró de forma juzgona — ¿Qué quieres, pequeño lobo?
— Me gustaría verte en el campo de entrenamiento — Lo soltó de forma sincera, Antínoo levantó una ceja, algo confundido — Para usar el arco de mi padre necesitas muchas cosas que no veo en ti, quiero verte tensar un arco y disparar.
— ¿Es un tipo de fetiche tuyo, o algo así? — Antínoo se mostró disgustado, se levantó de la cama, resignado a no dormir — ¿Por qué carajos te haría caso en algo así plena noche?
— ¿Quieres el trono, no? — Telémaco sonriendo — Es una orden.
—Vete a la mierda.
Pero el príncipe abrió la puerta de la habitación, y Antínoo salió de ella, con las manos tras de su cabeza, llevándose la daga que ahora sujetaba con mucha fuerza.
Telémaco suspiró aliviado, no había señal de ningún ataque hacia Antínoo. No iba a juzgar la daga que traía el contrario, él también dormía con un arma.
— Un momento, ¿Duermes con tus sandalias?
—Ya llámame, príncipe.
Salieron al patio del palacio, había muchísimos árboles de olivo adornando el lugar. Sacaron un arco y unas cuantas flechas de la armería, podría ser un pequeño desafío apuntar en la oscuridad.
Marcaron un blanco, el árbol de olivo más grande, justo en el centro. Antínoo mantenía una sonrisa burlona, incluso en una túnica. Telémaco sí estaba completamente vestido, al contrario del alfa.
— ¿En serio solo viniste para verme lanzar una flecha? — Agarró el arco, y marcó una posición. Tensó el arco con rapidez — No tienes que avergonzarte si venías por algo más.
— Eres un mal pensado, vulgar, y desgraciado…
— Cállate, ahora me verás lanzar, príncipe.
Antínoo apuntó hacia su blanco, tensando los músculos, moviendo suavemente sus pies en el pasto. Tiró del arco, el alfa respiró profundamente.
El aroma del ámbar emanaba de él inconscientemente, la confianza y la arrogancia era palpable en el aire, Telémaco cruzó sus brazos.
Y la flecha voló.
Directo al blanco, recto, firme, bien clavado y sin posibilidades de fallo. El príncipe respiró, la sorpresa en sus ojos fue un motivo de burla para Antínoo.
— ¿Qué? ¿Quieres intentarlo?
Telémaco vio el arco frente suyo, firmemente sujetado en las manos del alfa, que se lo ofrecía junto a las otras fechas como si fuese un juguete.
— ¿Sabes cómo tensar un arco, verdad?
— Claro que sí — Telémaco le arrebató el arco, su postura cambió y Antínoo se alejó — Me subestimas, Antínoo.
— En este palacio, soy el que menos te subestima, pequeño lobo — Chifló, caminó hasta quedar cerca del blanco de Telémaco, con las manos en sus caderas — Vamos, quiero ver la flecha volar.
— Cállate, me desconcentras — Apuntó a su blanco, respiró profundamente, pero no vio signos de disgusto en el alfa — Eres una molestia.
— El que muerde aquí eres tú, no yo — Soltó una carcajada — Presumes tu mayor equivocación de forma desascarada, aprende a saber cuándo te equivocas.
— Mira quién está hablando — Susspiró, tensó el arco, la flecha se le resbalaba lentamente — Estúpido.
— Desgraciado.
— Mal nacido.
— Cobarde.
— Puñetas.
— Imbécil.
— Arrogante.
— Ridículo.
— Idiota.
—Hermoso.
— ¿Qué?
Telémaco accidentalmente soltó la flecha, aún manteniendo la tensión, su cuerpo se movió, y su objetivo cambió.
La flecha fue directa al hombro de Antínoo.
El grito que siguió del alfa sería producto de futuras pesadillas.
— ¡Hijo de tu mal nacida madre! — Se quejó, no arrancó la flecha, quedándose incrustada en su hombro, seguía soltando insultos mientras la sangre bajaba lentamente — Si querías matarme lo hubieras dicho, primera y última vez que te hablo, desgraciado.
Telémaco aún mantenía el arco entre sus manos, respiraba profundamente, pero la sangre bajando por el hombro de Antínoo lo distraía fácilmente.
Sus piernas temblaron, un dolor en una parte del hombro se presentó, como un pellizco muy doloroso.
El alfa se había arrodillado por el dolor.
— ¡Oh por los dioses, ¡Oh por los dioses! ¡Antinoo, te juro que no era mi intención! — El príncipe aventó el arco, se agachó a la altura del alfa. Las lágrimas se juntaban en sus ojos como joyas — En serio, no quiero matarte, necesito hierbas, necesito medicina — Sus manos cubrieron sus ojos, las lágrimas salieron, cubriendo sus mejillas — ¡Mierda, ya se acabó! Si hubiera firmado algunos documentos al menos estarían listas para mañana, por estas cosas jamás estoy tocando arcos, Antínoo, no le digas esto a mi madre…
El alfa se mantuvo callado mientras el omega murmuraba un millón de cosas. Mantuvo la flecha firme con su clámide, las lágrimas no dejaban de salir, los insultos que en verdad eran disculpas tampoco se acababan.
— Dime que sientes el brazo, dímelo por favor — Con un movimiento, el brazo de Antínoo había sido sujeto, sin posibilidades de moverse, las manos de Telémaco temblaban — Carajo, ¿Puedes caminar?
— La flecha fue casi en el hombro, no en la pierna — La miel, por primera vez en tres años, le resultó amarga a Antínoo, arrugó suavemente la nariz — No seas dramático.
— ¡Pude haberte matado! — Cuando vió la sangre bajar por el hombro de Antínoo, una sensación de sofocación llegó, las lágrimas nublaban su vista, pero sus manos tocando la piel del alfa lo mantenía cuerdo — Pude haberte matado — Repitió sus propias palabras, dejándolas en el aire, su pecho se inflo, sus ojos se veían desorbitados.
Antínoo podía sentir el pánico, llenaba su pecho, sus propias manos temblaban inconscientemente. Telémaco no podía dejar de llorar, murmuraba mil aviones, pero se mantenía agachado junto a él, el arco ya había sido abandonado desde hacía mucho.
El alfa no sabía qué hacer, le dolía muchísimo ver a Telémaco llorar, ver como se limpiaba sus lágrimas mientras intentaba limpiarlo. El cómo manchaba sus dedos y sus mejillas con su propia sangre por intentar curarlo.
Entonces, Antínoo hizo una de las únicas cosas que sabía hacer bien.
Dar golpes.
Le propinó un golpe en la cabeza a Telémaco.
Este soltó un quejido, dejó de hablar, y en vez de pánico, demostró furia.
— ¡¿Qué mierda?!
— Concéntrate — El tono en su voz cambió completamente, sujetó la muñeca de Telémaco en su brazo bueno, la molestia en su voz era notoria — Me acabas de disparar una flecha en el hombro, ¿Qué debes hacer?
— ¿Qué debo hacer…?
— ¡Sí! ¿Estás sordo o algo así? ¿Qué harás? ¿Llevarme con el médico real, evitar que me desangre, o cortarme el brazo? ¿Qué vas a hacer? — Golpeó nuevamente sin mucha fuerza la cabeza de Telémaco — ¿Te quedarás llorando como un niño que no puede hacer nada sin su madre? ¿Cómo un huérfano? ¿O serás el maldito príncipe que dices ser y harás algo?
Telémaco parpadeó, las lágrimas aún salían, pero en menor cantidad. Sin decir nada, respiró profundamente y lo tomó de la muñeca. Pasó su mano por la cintura del alfa, y mantuvo el brazo bueno del herido sobre sus hombros. Antínoo no pesaba mucho, así que, podía ayudarle a llegar a su propia habitación.
— Moriré desangrado sino me das algo, ¿Tienes algún plan?
— Yo… — Telémaco cerró sus ojos, empujó suavemente al alfa, y caminó lentamente hacia el palacio. Tenía un gran dolor de cabeza — Tengo un poco de ungüento y algunas hierbas que puedo usar para tu herida, están en mi habitación.
— ¿Me llevarás tan rápido a tu habitación? Ni siquiera es tu celo.
— Eres un estúpido.
Telémaco se mantuvo en silencio por un rato, no sintió alguna presencia divina siguiéndolo, se sintió cómodo. Al menos sabía que podía matar a Antínoo, y no le dolería tanto como esperaba.
Eso quería repetirse.
Si hubiera fallado (más de lo que falló) y la flecha hubiera cambiado su rumbo, probablemente hubiera matado a Antínoo, una flecha en su cuello, con sangre bajando por su garganta. Como en su sueño.
Al contrario de su sueño, Telémaco había usado un arco normal, no uno palintonos.
Había entrado en pánico con solo ver la sangre salir, probablemente no soportaría ver a Antínoo morir de una forma u otra. Esa unión suya no era normal, de verdad, ¿Esto era normal de los enlazados? ¿Debería preguntarle a su madre? Su tía Ctímene estaba descartada en ese aspecto, obviamente.
— Al menos no soy un como un idiota que me lanzó una flecha — Antínoo lo sacó de sus pensamientos, susspiró, y lograron entrar a la habitación de Telémaco.
— Por mucho que me encantaría presumir a los pretendientes que casi te mato, tendría que decir indirectamente que estamos enlazados.
— Sería el fin del mundo para la corona si lo dijeras, qué tristeza — El príncipe sacó la flecha de su hombro, rápidamente cubriendo la herida con un trapo — ¡Maldito estúpido!
— ¡No puedo estar diciéndole a todo el mundo que estoy enlazado contigo! — Telémaco quitó el trapo, rápidamente mojándolo, y limpiando la herida — Puede que los pretendientes nos vieran, pero aún piensan que soy un alfa.
— Uno muy estúpido por pelearte conmigo — Su hombro fue cuidado con delicadeza. Antínoo se veía sorprendido, Telémaco le daba unos cuantos golpes en la cabeza cuando veía que diría algún comentario — Algún día descubrirán que eres un omega.
— Si tú no hablas, jamás lo sabrán — Cubrió la herida con una medicina improvisada, con las pocas hierbas y ungüentos que le había dado Atenea, pudo cuidar a Antínoo — Te conviene que no lo sepan.
— ¿Es una pregunta o una afirmación?
— Te conviene que no lo sepan, porque sino vendrán a cortarme para conseguir el trono — El príncipe pasó el ungüento por la herida — Eres demasiado egoísta para considerar que los demás tengan el trono.
— Ya llámame.
Antínoo mordió los labios del príncipe, con furia, deseando callarlo.
Telémaco le dio un cabezazo, sus labios sangraban suavemente, y miró con ojo al alfa.
— Una mordida en los labios no es nada comparada con una flecha en el hombro.
— ¿Qué tienes con morder mis labios? — Telémaco vendó la herida de Antínoo, cubriendo el rostro del alfa — Estúpido.
— Me encantaría ver como un día te doblegas ante mis besos — Sonrió — Eso sí es algo que podré presumir ante los pretendientes.
— Ni se te ocurrirá, si lo haces, te cortaré la lengua.
— De acuerdo, volvemos a la fase del odio — La sonrisa de Antínoo se ensanchó — Entonces, ¿Esto nunca pasó, verdad?
— Estúpido — También sonriendo, limpió la sangre de sus dedos. Aunque, la sonrisa que tenía se fue en un instante — Un segundo, ¿Me dijiste hermoso antes de que yo pudiera disparar?
— Sí, lo hice — Soltó unas cuantas carcajadas — Quería que no le dieras al blanco, quería verte fallar — Se quejó al mover un poco el hombro — Primera y última vez, definitivamente.
— Siempre pensé que eras un tonto para coquetear — Señaló el hombro herido de Antínoo, ya cubierto en vendas — Esto solo me lo confirma, y puedo ver que ya estás bien, desgraciado.
— Puedo ser romántico cuando lo deseo.
— Oh, claro, ¿Qué harás? ¿Hacer una cama matrimonial como la de mis padres?
— No es mala idea — Soltó una risita, y su expresión cambió a una de dolor, moviendo suavemente su hombro — Puedo hacerla suficientemente incómoda para que no puedas dormir en tu celo.
— Que romántico — Bostezó — Deberías descansar, prometo que no volveré a sacarte de tu cuarto en las noches.
— ¿Ni siquiera para un beso?
— Vete al carajo — Telémaco se dirigió a la puerta, y le dedicó una última mirada a Antínoo — No hagas un sobreesfuerzo, sino eso jamás se curará.
— ¿Qué? ¿Quieres que me cure para que pueda tener el trono?
— Te odio — Suspiré, abrió la puerta y no miró hacia atrás — ¿Esto nunca pasó?
— Esto nunca pasó — Antínoo afirmó, aunque una risa llegó a él — ¡Pero me voy a burlar cada vez que te vea!
— ¡Ojalá y te mueras!
— ¡Yo te vi rogando para que no lo hiciera!
— ¡Te odio!
— ¡Me amas, pequeño lobo!
Telémaco se retiró de la habitación, con las orejas rojas, y mordiendo sus labios, cerró la puerta furiosa detrás de él.
Dejó a Antínoo solo en la pieza. Milagrosamente, no se estaba ahogando en su propia sangre.
El alfa se recostó en la cama (que hasta ese momento recordó que estaba en la habitación de Telémaco), las sábanas lo abrazaron con el olor a miel, esta vez dulce y no amarga.
Por alguna razón en específica, sintió un alivio en el pecho al ver a Telémaco firme, nuevamente la calma venía a su cuerpo.
Después de tres años, Antínoo descubrió una faceta de Telémaco que odiaba: verlo llorar, verlo como alguien débil. Golpeaba sus propios ideales, el ver al omega siendo dominado por sus instintos, el de cuidarlo, el de no lastimarlo.
Lo desesperó, no quería volverlo a ver dominado por instintos. Quería verlo fuerte, como el príncipe y luchador que decía ser, ese que lo molestaba mucho pero podía darle una buena pelea.
Durmió, abrazado por el aroma a miel, y la sensación de la calma lo llenó, durmió en paz, sabiendo que al menos Telémaco no lo quería verdaderamente muerto.
Chapter 7: Han pasado diez años desde la última vez que te ví.
Summary:
Atenea decide rebuscar entre los recuerdos de Odiseo, y por fin después de diez años, sabe dónde está.
Oh, ¿Y por qué Afrodita de repente es amable con ella?
Notes:
TW: Este capitulo tiene referencias hacia el suicidio, si este tema en específico te incomoda, puedes dejarme un comentario y con gusto resumiré el capítulo.
Chapter Text
La paciencia de la diosa Atenea era algo que los mortales cantaban día trás día, dándole ofrendas y bailes dedicados a ella. Eso era verdad hasta que se encontró a Odiseo de Ítaca.
Era un gran joven, con un futuro prometedor como un guerrero de la mente y rey. Siempre le mostraba respeto, era inteligente aún siendo un niño, podría decirse que la diosa lo acompañó casi toda su juventud.
Incluso cuando la casta de Odiseo salió a la luz, los dos soltaron unas cuantas risas y entrenaron con mucha más perseverancia. El futuro rey omega, cantaban con cada paso que daba su guerrero de la mente. Nunca dudó en cuidar y aconsejar cada decisión suya, incluso, le dio el visto bueno cuando quiso intentar cortejar a la omega Helena.
“¡Incluso si no funciona, podremos tener buena relación con el rey!” Le había dicho Odiseo, la emoción con la que hablaba solo le ayudó a apoyar sus decisiones, viajando con él hacia Esparta, estando presente. Atenea creía que solo sería un capricho de Odiseo para cuidar su propio reino, y al ver que sería rechazado por Helena por su casta, volvería con nuevas relaciones y sin un amor.
Hasta que él se enamoró, y encontró la faceta más estúpida de su guerrero de la mente.
Quedó cautivado por la belleza de Penélope, prima de Helena de Esparta. La seguía a escondidas, hacía poemas tontos que le cantaba a Atenea solo para conseguir una afirmación y cantarlos a la mujer. Su mente pronto se llenó del aroma a olivo.
“¡Atenea, necesito que me ayudes a conocerla, es la chica de mis sueños, la he visto, y necesito que sea mía!”.
Por los dioses, Atenea estaba harta de tanta plática sobre la señorita Penélope, incluso obligando al omega a cubrirse la boca hasta que lograsen terminar su entrenamiento diario.
¿Eso lo detuvo? Por supuesto que no.
“¡Creelo, estoy enamorado y lo digo en serio!” Por supuesto que sabía que lo decía en serio, no podía tener ni cinco minutos en paz antes de que el nombre de la jovencita saliera de sus labios “¡Su nombre es Penélope, y necesito que sea mía!”.
Era un omega encaprichado, su instinto ganaba con cada palabra, arrastrándose por Atenea, “¡Eres en quién más confío!”. Siempre pensó que la casta del joven nunca sería un problema, siempre elegía cuidar alfas, pero él había sido su mejor excepción, luchaba con la mente, era un gran devoto suyo, todo lo que buscaba en un peleador.
Hasta que se enamoró de la alfa Penélope, y su enamoramiento ya la tenía harta.
Odiseo fue con el rey, pensando por primera vez con la mente en semanas, rogándole al rey la mano de Penélope, a cambio de decirle la forma en la que los pretendientes de Helena podrían calmarse, y escoger solamente a uno sin problemas.
¿Funcionó? Sí, Helena se casó con Menelao felizmente, y Odiseo se casó aún más feliz con Penélope.
Realmente había pensado que la jovencita rechazaría a Odiseo, pero al contrario de lo que vió, la mujer también estaba encaprichada, prometiéndole riquezas, noches de desvelo, le tejió las mejores prendas, y besó su alma entera.
Jamás en toda su inmortal vida se había sentido feliz por una unión, Odiseo pasaba los días unido a Penélope, incluso hizo un lecho matrimonial con el árbol de olivo en dónde se conocieron. Se encaprichó de ella de formas inimaginables, se la vivía besándola, amándola, dedicándole poemas, construyendo un palacio para ella.
Oh, y cuando Penélope lo marcó, Odiseo se la pasaba presumiendo a todo el mundo que la mortal más hermosa del mundo era su esposa. Atenea podía ver su amor crecer y jamás terminar, el corazón debajo de sus marcas era una seña de ello.
Cuando le preguntó a Afrodita sobre la marca, esta le respondió que eran destinados, y que le pareció divertido hacer que su guerrero de la mente se enamorará profundamente de una mujer. Atenea casi la golpea sino fuese por la felicidad que demostraba Odiseo.
Este incluso tuvo la osadía de engañar a la diosa para que Penélope pudiera verla. Atenea no podía negarlo, era una mujer sabia, dedicada, y una gran devota a su persona, el matrimonio vivió feliz con su bendición.
Cuando nació Telémaco, aunque Odiseo estuviera demacrado por su nacimiento, fue a presumir al bebé por todo el reino, tallando su propia cuna con madera de (nuevamente) un árbol de olivo. Atenea, por petición de Odiseo y Penélope, bendijo al pequeño para que fuese fuerte, y tuviera la fuerza de un alfa.
Odiseo y Penélope se la vivían juntos, jamás los podrías ver separados. El olivo y la madera danzaban unidos, nada ni nadie podría separarlos, Atenea podía presenciar las cenas en las que los dos jovencitos cruzaban miradas, y lo único que encontraba era amor.
Hasta que llegó la guerra de Troya.
Penélope iba a lanzarse a luchar, su prima había sido secuestrada, era lo menos que podía hacer por su reino después de todo. Pero Odiseo le rogó que se quedase, la besó, la abrazó, le lloró, sujetó las manos de la alfa, y le pidió que se quedara en Itaca, cuidando de ella misma y de su cachorro. Si su mujer iba a la guerra, Odiseo jamás podría concentrarse en cuidar de su reino, necesitaría saber que ella estaba a salvo.
Jamás pudo entender qué hacían los omegas para convencer a los alfas, pero Penélope, a regañadientes dejó partir a su esposo, que la miraba como si fuese la única mujer en el mundo, y para Odiseo, así lo era.
Penélope y Ctímene se quedaron esperando, Odiseo y Euríloco se marcharon, hubo demasiadas lágrimas ese día.
Atenea tuvo que aguantar diez años de Odiseo llorando en las noches, rogando a los dioses que la guerra acabará para volver con su alfa y cachorro.
Atenea perdió demasiados guerreros en esa guerra, pudo ver como los amores partían, como los mortales rogaban a su persona, y ella no podía hacer nada más que estar presente, esperando que su padre hiciera algo.
Cuando la guerra había acabado, Odiseo se bañó en aceite de olivo, feliz de por fin regresar a su hogar, contento de regresar con su destino.
Hasta que en su regreso, se desviaron hacia los cíclopes, y todo fue de mal en peor.
— ¿¡Olvidaste las lecciones que te he dado!? ¡Él sigue siendo una amenaza mientras siga con vida! — Odiseo, con sangre en sus manos la había mirado como si estuviera loca — Termina con él.
— No.
— ¿No?
— ¿Qué bien hace el matar? Cuando la piedad es una herramienta que todo el mundo debería intentar aprender — Las lágrimas salían de sus ojos, apretó sus puños, específicamente la última prenda que le quedaba de Polites — ¡Mi amigo está muerto, nuestro enemigo está ciego! — Respiró profundamente — La sangre que derramamos jamás se seca, ¿Esto significa ser un guerrero de la mente?
— ¡Detente!
— ¡Hey, Cíclope! — Odiseo le dio la espalda a la diosa, e hizo el peor error de toda su vida.
Le reveló su identidad a Polifemo, ¿Qué pensaba que pasaría? ¿Que todo iría bien después de gritarle su identidad al enemigo?
“¡Soy el infame, Odiseo!”.
Atenea se dio cuenta en ese momento, que el instinto logró ganar ante la razón. Odiseo estaba enojado, pero la diosa estaba furiosa.
“Un día lo entenderás” Le había dicho a su antiguo guerrero de la mente “Un día, pero no hoy, después de todo eres solo un hombre, eres solo un omega” Lo había dicho como si eso fuese un insulto, pero no quiso voltear detrás suyo para ver la expresión del hombre.
Después de tantos años de acompañarlo en cada aventura, de aconsejar, bendecir y entrenar, Atenea abandonó a Odiseo, no porque no lo amara, sino porque este debía entender su punto.
Atenea abandonó a Odiseo, y no se arrepintió, hasta diez años después.
La diosa veía todos sus recuerdos con Odiseo, necesitaba ver dónde estaba el hombre. La sensación de paz cuando habló con Telémaco fue tanta, que le preocupó saber que su antiguo guerrero de la mente aún no había regresado.
Los relojes de arena a su alrededor le demostraban cuánto tiempo pasaba mientras no estaba presente en el mundo terrenal. Revisó cada uno de los momentos después de que abandonó a Odiseo, con un pellizco en su alma.
“¡Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más!”.
“¡La crueldad es misericordia hacia nosotros mis…!”.
“¡Un movimiento en falso, y estarás acabado!”.
“¡Una canción de un romance pasado, veo el…”.
“Nosotros no soportaremos más sufrimiento de ustedes”.
“¡Ahoguense en su dolor y miedos!”.
Atenea tuvo un pequeño dolor de cabeza al pasar por todos estos recuerdos, antes de estar completamente presente en uno. Tormenta, junto a la lluvia bajando por su armadura, la desconcertó, hasta que vio a Odiseo salvarse a sí mismo, en vez de a su tripulación.
Todo fue de mal en peor, hasta encontrar a su antiguo guerrero varado en una isla, la diosa Calypso lo tenía sujeto a esta misma, obligándolo a quedarse.
— ¿Sabes que hablas mientras duermes? Pero dime, ¿Quién es Penélope?”
— Ella es mi esposa, ¡Es mi destinada! Es el amor de mi vida, no la he visto en más de una década, es hermosa, la extraño, pero…”
— ¡De todos modos, tengo todo lo que podrías desear aquí…!”
Odiseo había estado allí, encadenado por siete años a esta isla, alejándose cada celo de Calypso, que le ofrecía ser su amante en cada uno de estos. Lo obligaba a mantenerse junto a ella aunque el omega ni siquiera la mirase.
Atenea pudo ver cada vez que Odiseo intentó salir de la isla, y cada vez que Calypso destruía los materiales para ello. Agradecía que los dioses (incluso los de bajo nivel) no tuvieran casta, sino, se arrepentiría de lo que pudiera haber pasado.
Pero ella misma lo sabía, el tiempo podía volverse un gran tormento.
Allí estaba el omega, sujetando su nuca contra toda su voluntad, al borde de un barranco. Sus ojos llenos de lágrimas, sus manos temblando, todo lo que escuchaba eran gritos.
— ¿Odiseo?
— Todo lo que escucho son gritos — Un celo sin un alfa, después de tanto tiempo enlazado y sin atención, podía ser un dolor enorme.
— Ody, aléjate del barranco.
— ¡Tú no sabes todo lo que he pasado! — Sus labios temblaron, y las lágrimas nublaban su vista, la marca de Penélope quemaba su cuello como si fuera una maldición — No sabes lo que he sacrificado, cada camarada que he conocido, cada amigo, los he visto morir — Ni siquiera miró a Calypso, estaba listo para saltar — Todo lo que escucho son gritos.
— Todo estará bien, cariño, vuelve adentro, cielo — Intentó acercarse a Odiseo, pero este le lanzó las rocas que había a su alrededor — Amor de mi vida, vuelve a nuestro paraíso, sé que tú vida ha sido difícil, ¡Yo me quedaré dentro de tu corazón!
— Déjame cerrar los ojos, ¡Déjame irme! ¡Déjame volver a casa! — Cerró sus ojos, arrodillándose adolorido, cualquier calor que pudiera tener era irrelevante ante el dolor de no tener a su esposa cerca — ¡Todo lo que escucho son gritos!
— Te amo cariño, amo nuestro tiempo juntos, la vida sería peor si tú no estuvieras…
— ¡Solo déjame terminar con este sufrimiento! — Se acercó al barranco, aún mantenía sus párpados cerrados, su respiración era cada vez más rápida.
— Por favor, mantente lejos del barranco — Se acercó aún más al omega, lágrimas salían de los ojos de Calypso — ¡Quédate en mis brazos abiertos!
“Esta vida es asombrosa si la recibes con los brazos abiertos”.
“¿Cuánto tiempo hasta que tu suerte se acabe?”.
“Esperando, esperando”.
El grito que salió de Odiseo fue casi inhumano, desgarrando su propia garganta. Su marca quemaba, no podía arrancarla de su cuello porque era lo único que le quedaba de su destino. Sus brazos no cargaban a ningún cachorro, su propio instinto lo obligó a avanzar un paso.
“Sin importar lo que venga, estaremos bien si nos guiamos por el corazón”.
“Esperando”.
“¿Cuánto más tiempo hasta que el espectáculo llegue a su fin?” .
Odiseo dio un pequeño paso, ni siquiera se molestó en ver dónde pisaba, no podía escuchar a Calypso, todo lo que escuchaba eran gritos.
“No importa el lugar, podemos iluminar al mundo, aquí es dónde empezaremos”.
“Esperando”.
“¿Cuánto falta para que todos caigamos?”.
“¡Recibe al mundo con los brazos abiertos, recibe al mundo con…!”.
“¡Esperando!”.
“Te apoyas en tu ingenio…”.
Sus propios pies casi lo hacen tropezar, miró hacia abajo, aún sin ver, sabía que las filosas rocas abajo del barranco lo recibían, listo para terminar con el sufrimiento que tenía.
“Yo alejaría el sufrimiento de ti”.
Odiseo abrió los ojos, la marca quemó mucho más esa noche que en esos siete años. Su propio cuerpo se hizo para atrás, y la sensación de ahogarse lo mataba.
Si moría, mataría a Penélope. Si terminaba con su vida, terminaría la de su esposa. No merecía morir, no valía la pena morir si eso significaba arruinar la vida de su amor, y dejar sin una madre a Telémaco.
Atenea pudo ver la expresión en el rostro de Odiseo, recuerdos y más recuerdos, solo eso lo hizo retroceder, respiró profundamente, y gritó, esperando por un rayo de luz, por esperanza, necesitaba volver con Penélope.
— ¡Atenea!
Parecía que el tiempo se detuvo cuando Odiseo se arrodilló, gritando profundamente hasta que los gritos que escuchaba se callaran, sacando cada uno de sus dolores. Calypso se abalanzó contra él, manteniéndolo contra su pecho, el omega la empujaba, con lágrimas cubriendo sus mejillas, su propio aroma a madera lo mareaba, ya que, ya no olía a olivo.
Atenea lo sabía, su amigo necesitaba su ayuda.
Entonces, contra todo pronóstico, la diosa se dejó llevar por el instinto, y no por la mente.
Después de recibir una paliza por su padre, Atenea decidió descansar, esperando que de verdad lograsen liberar a Odiseo.
Cuando había pasado una semana en descanso, Afrodita la visitó, de una forma burlesca. La diosa se sentó junto a ella en el Olimpo, cruzada de piernas, sus ojos vacíos observaban a Atenea con gran paciencia.
— Siempre adoré a las parejas destinadas, tu guerrero tiene una, por eso terminé sediendo a que lo liberasen — Apartó la mirada, e invocó agua con pétalos de rosas, tomó un trago — Me parecía divertido ver a los más fuertes caer por amor, como tus guerreros. Eso es lo más divertido de los mortales, siempre buscan no estar solos — Levantó sus hombros — La guerra de Troya se hizo por amor.
— La guerra empezó debido a diversas causas, incluyendo que ofreciste a Helena de Esparta a Paris.
— ¿Sigues molesta por eso? No es mi culpa que Paris haya aceptado — Soltó unas risitas, y cruzó sus brazos, dejando a relucir su pecho exuberante — Adoro las parejas destinadas.
— Que lindo, Afrodita — La diosa cerró el libro que estaba leyendo, y pudo verse las heridas que estaban sanando, incluido su ojo vendado — ¿Cuál es tu punto?
— Aquiles, Héctor, y Odiseo, todos amaron de una u otra forma, tu guerrero es el único que sigue vivo hasta este momento — Atenea la miró, con una ceja levantada, dejando caer su propio cabello — Bueno, no es el único guerrero con vida que tú conozcas que tenga un destino.
— No me creas tonta, por favor, iluminame y dime quién es ese guerrero.
— Tu pequeño lobo — Atenea abrió lentamente sus ojos, casi abriéndolos de forma inhumana, respiró profundamente, y sus manos temblaron furiosas — Telémaco de Ítaca, hijo del infame Odiseo, está destinado con el alfa que lo marcó hace unos días, Antínoo, hijo de Eupites.
— Puedo ver que te diviertes mucho con los mortales, y con sus relaciones complicadas, Afrodita.
— Puedo notar que te encariñas muy rápido de los mortales, Atenea — La diosa se levanto, dejando relucir sus caderas y brillante cuerpo, el agua de rosas había sido abandonada — Me caes mal, Atenea, no puedo negarlo, pero adoro el amor que tiene Odiseo hacia su esposa, y el amor que Telémaco tendrá hacia Antínoo será tan fuerte que nadie podrá separarlos — Atenea vió la espalda de la diosa, que invocó una botella de vino — A menos que le des esto a Telémaco.
— ¿Me debería preocupar por eso?
— Esto eliminará cualquier lazo entre destinados, no hará que se odien, pero sí les quitará la única obligación por la que se mantienen vivos — Lo dejó entre las manos de la mujer más alta, con una sonrisa — Tú decides si ellos siguen juntos o no.
— Afrodita, no confío tu razonamiento en estos momentos, ¿Me estás diciendo que debo separar una pareja?
— Atenea, eres tan inteligente y tan estúpida a la vez — Empujó el vino hacia su pecho, y cruzó sus brazos — Si deseas separar a esas dos almas en desgracia, logra que Antínoo beba esto en su rut, y ya no estarán unidos.
— Eres una diosa egoísta, Afrodita — Aventó el vino lejos suyo, y señaló a la mujer — Tantas parejas que existen que no merecían ser destinados, cuantas parejas pudieron ahorrarse el sufrimiento de morir gracias a su destinado con solo beber eso, pudiste haber roto un lazo forzado en tantas parejas — Frunció el seño — ¿Cuál es la diferencia ahora?
— Diversión — Levantó los hombros, y sonrió, dándole la espalda a Atenea, caminó, alejándose de ella — ¡Piénsalo, a no todos les doy una oportunidad de eliminar a su destinado!
— ¡Todos deberían tener la oportunidad de eliminar o cambiar su destino!
Afrodita la dejo reflexionando, miró la botella de vino, que había dejado abandonada. Suspiró, y fue a recogerla.
Decidió que era hora de visitar a su guerrero de la mente.
Había esperado encontrarlo intacto, sin un rasguño, un poco enojado, pero, lo que encontró le sorprendió.
Antínoo, dormido plácidamente en la cama de su guerrero de la mente, con el hombro vendado, solo llevaba una túnica. Veía a Telémaco firmar documentos, sellar cartas, bostezar, y seguir en lo suyo, en la misma habitación, sin molestarse por la presencia del otro hombre en el cuarto.
Ella había estado en su forma de búho por un largo rato, antes de que el principe la viera, arrugando la nariz, y después la recibiera con una grande sonrisa.
— ¡Atenea!
— Ese hombre, ¿Qué está haciendo aquí? — Señaló al alfa después de transformarse, el rostro de Telémaco cambió completamente — ¿No lo primero que te dije fue que no te acercaras a él?
— ¡¿Atenea, se encuentra bien?! — Caminó en circulos alrededor de ella, sin querer tocar todas las heridas que ya estaban sanando — ¡¿Qué te sucedió?!
— No estamos hablando de mi en este instante — Nuevamente, señaló a Antínoo — ¿Olvidaste los consejos que te dí?
— ¡Juro que lo intenté! Pero es tan molesto, un arrogante, ¡Un perro arrastrado como usted dijo! — Cada momento bajaba más la voz, parecía que quería arrancarse su propio cabello — Me coquetea, me insulta, me humilla, me halaga, me golpea, me besa…
— Un segundo, ¿Qué dijiste?
— ¡Y luego voy yo y casi lo mato por una flecha! No deseo volver a tocar una arco en mi vida — Hizo una reverencia hacia la diosa, arrepentido — Intenté alejarme, pero le juro que no pude.
Atenea se mantuvo en silencio por unos momentos, después, sonrió, y acarició el cabello de Telémaco, que levantó la cabeza, un poco asustado.
— Se llama instinto, Telémaco — Se alejó de él, y juzgó al alfa que dormía tranquilamente — Es normal para los enlazados, mucho más para los destinados.
— Eso quería pensar, hasta tuve una pesadilla en la que… — El príncipe miró lentamente a la diosa, dejó de respirar por unos segundos, se había puesto pálido — Perdona, tal vez no la escuché bien, ¿Qué dijo?
— Eres un guerrero de la mente, Telémaco, y este perro arrastrado, es tu destinado — Cruzó sus brazos y resopló, el impacto de sus palabras podía verse reflejado en el rostro del joven — Por razones que no puedo decirte, Afrodita me lo comentó personalmente.
— ¿Antínoo y yo destinados? Debe ser un error, ¡Casi lo mato esta misma mañana! — En sus ojos no había lágrimas, pero mordía sus labios, furioso — ¡¿En serio él es mi destinado?!
— Calma, Telémaco.
— ¡¿Calmarme…?!
— Sí, cálmate — Sujetó las manos del principe, con fuerza y firmeza — Piensa con la mente, no con el instinto — Respiró profundamente, y Telémaco copió su acción — No podemos hacer nada, lo mejor que podemos hacer es aceptarlo.
— Está bien…
— Lo bueno es que en este caso, puedo intentar hacer algo.
Soltó las manos del joven, e invocó la botella de vino que le dio Afrodita. Telémaco miró impresionado esto, y luego levantó una ceja.
— Dígame, Atenea, ¿Para que sirve eso?
— Es un vino, bendecido por la misma Afrodita — Pudo escuchar como Telémaco se ahogaba con su propia saliva — Solo tendrías que darle esto a Antínoo, y cualquier lazo entre ustedes se romperá — Telémaco casi se lo arrebató de las manos — ¡No seas imprudente! Solo puedes dárselo en el momento en el que Antínoo esté en su temporada de rut.
— ¡¿En su rut?! ¡Probablemente faltan otros tres meses antes de eso!
— La paciencia es una virtud que debe explotarse Telémaco — Le dejó el vino en sus manos, pesaba un poco para los mortales — Es lo único que puedo hacer por ti — Le dio un pequeño zape en la cabeza, este rápidamente se quejó — ¡Pero no es posible que no pueda dejarte una semana solo! ¿¡Qué le pasó a tus labios!? ¡Esas mordidas que tienes tampoco son normales! ¿Ya te has preparado para tu propio celo? ¿Tienes todo listo?
— ¡En unos momentos le cuento cada detalle, pero déjeme unos momentos para procesar todo!
— No vas a procesar nada, sigue con tus obligaciones de príncipe, yo me quedaré a tu lado — Cruzó sus brazos, Telémaco se quejó, se dirigió a su escritorio, y escondió la botella de vino — Estaré esperando a que termines.
— De acuerdo, gracias por apoyarme — El príncipe acarició su propia cabeza, que dolía por el golpe de la diosa.
Atenea soltó unas risas, el omega ya había empezado, pero le dedicó una última mirada a Antínoo, que dormía pacíficamente, bañado por el olor al ámbar derretido, Telémaco quitó la mirada, y siguió con su trabajo.
La diosa tenía un déjà vu de veinte años atrás.
Solo esperaba que esos dos no fueran tan…ellos en cuestiones de lazos y destino. Le dio una última mirada al vino bendecido, y siguió apoyando a Telémaco con sus deberes.
Faltaban dos semanas para el celo de Telémaco, faltaban tres meses para el rut de Antínoo…
Tendría paciencia, si lograban liberar a Odiseo, todo iría bien para ellos.
Chapter 8: ¿Destinados? ¿Son destinados? ¿En serio es el destinado del principe?
Summary:
Antínoo decide darse unos cuantos minutos del día para si solo después de que le dispararán una flecha.
Notes:
TW: Este capítulo contiene menciones a la pérdida, duelo, y pensamientos hacia la muerte, si eres sensible con estos temas, puedes dejarme un comentario y podré resumir el capítulo, pon tu salud mental primero, no la historia primero.
Chapter Text
Cuando Antínoo despertó, lo primero que vió fue un búho observando su persona, de una forma espeluznante. El día empezó con tranquilidad, sin que nadie lo despertará, con la lluvia de fondo, inundando sus sentidos con el aroma a petricor.
Oh, y Telémaco se había dormido en el escritorio.
El alfa movió su cuerpo, intentando levantarse, pero un dolor en su hombro le hizo querer volver a dormir. Podía curarse él solo, solo necesitaba las hierbas medicinales.
Sintió la daga debajo de la almohada, sintió un dolor en su espalda (que no era suyo), se levantó, quejándose en voz alta, soltando insultos y maldiciones. Se acercó al omega, que babeaba sobre sus propios dibujos.
Sirenas, cíclopes, gigantes, hidras, harpías, quimeras, minotauros, ¿Ese perro de tres cabezas se suponía que debía ser cerbero?
Suspiró, y el dolor de su espalda le indicó lo que debía hacer. Instinto.
Cargó a Telémaco con su brazo bueno, con un poco de dificultad lo sujetó de la cadera, y lo levantó de la silla, con la insistente mirada del animal. Era más pesado de lo que pensaba, aunque era entendible cuando la mayoría de su cuerpo estaba marcado con buenos músculos, sobre todo sus piernas.
Telémaco parecía estar relativamente despierto, empujando al mayor en el brazo bueno, eso sí, era un poco cooperativo, apoyándose con gran seguridad sobre el pecho de Antínoo.
Instinto, odiaba el instinto.
El alfa lo aventó sin mucho cuidado hacia la cama, escuchó una queja del príncipe, abrió sus ojos, azules, bonitos a su parecer, y volvió a cerrar sus ojos, tapándose con las sábanas. En pocos segundos, dormía con tranquilidad.
Antínoo dirigió su mirada al búho, que seguía observándolo, casi con furia. El alfa agarró la daga debajo de la almohada de Telémaco, solo por si acaso, y se fue de la habitación, sin importarle el ruido que hacía.
Cubrió instintivamente su marca con la clámide del príncipe, que había dejado abandonada al curarlo.
En todo el desastre de lágrimas que había sido Telémaco, recordó que no había medicinas suficientes (probablemente por eso lo había llevado a su habitación), así que, ahora tenía que robarse algunas.
Y sabía perfectamente dónde conseguir algunas.
Antínoo se coló en la habitación de Eurímaco, que roncaba de forma ruidosa junto a Melanto. Buscó entre la habitación, hasta encontrar las hierbas medicinales que necesitaba, estaban en una bolsa de tela, de mala calidad, por supuesto.
Casi se tropieza con sus propios pies al ver que el alfa que había estado dormido, se despertó con rapidez.
Se mostró enojado por unos segundos, cubriendo a la beta, antes de que la emoción en su rostro se viera.
— ¡Antínoo, maldita sea, que gusto verte! — Se levantó de la cama, desnudo. Abrazó a su amigo, dejando un brazo sobre su hombro, este soltó un quejido — ¿Qué mierda te pasó?
— Estuve cazando lobos, y no salió muy bien — Inventó una mentira, con una sonrisa burlona — Me distraje, y el maldito animal me mordió el hombro.
— ¿¡El hombro!? Amigo, te dejo de ver por una semana, y terminas lastimado — Abrazo a Antínoo. Melanto lentamente se vestía a la distancia — Que gusto verte, ¿Por qué no desayunas con nosotros?
— Ah, no puedo — Se alejó de Eurímaco, su tacto que siempre le había sido de confianza, ahora le parecía incómodo — He estado ocupado, incluso empecé a construir mi propio palacio.
— ¡Oh, empezando de cero! — Le dio un golpe en el hombro, y Eurímaco empezó a vestirse, Melanto se mantenía con las piernas cruzadas en la cama — ¿Ya tienes todo listo, eh, futuro rey?
— Por supuesto, ¿Qué más esperabas de mí? — Soltó un quejido, y guardó las hierbas medicinales — Me llevaré esto, esta maldita cosa no se cura.
— ¡Aquí estaré si me necesitas! Aunque ya no podamos tener sexo — Antínoo levantó una ceja — Bueno, no es como si hubiéramos tenido sexo antes.
— ¿Qué? ¿Por Melanto? — Miró a la desgraciada, con una sonrisa, siguiéndole el juego a Eurímaco — ¿No te molesta, verdad, estúpida.
— Vete al carajo, Antínoo.
— ¡No, amigo! ¿Te enlazaste, no? — Soltó unas risitas, ahora también portaba una túnica. Antínoo palideció — Alguien soltó el rumor, ¿Qué tontería verdad?
El alfa se quedó en silencio por unos momentos, antes de soltar unas carcajadas, Eurímaco siguió las risas, probablemente habían despertado a medio palacio.
— ¡Qué tontería! Mejor muerto antes que un omega me marque.
— ¡Es lo que he dicho! ¿Tú, dejándote marcar por alguien? ¡Es imposible! — Soltó unas risitas — Aún recuerdo cuando te confundí con un omega por tu aroma cuando nos conocimos y…
— Y te solté un puñetazo — Le dio unas palmadas en la cabeza a su compañero. Se acercó a la puerta de la habitación, saliendo tranquilamente — ¡Asegúrate de eliminar ese rumor, te conseguiré un vino o lo que tú quieras!
— ¡Sí, mi amor! ¡Lo que tú quieras! — Melanto le dio un golpe a Eurímaco, este se quejó, y Antínoo logró escuchar sus gritos aún después de haber cerrado la puerta — ¡No me pegues, mujer!
Antínoo se alejó, iba a ir con Telémaco nuevamente para despertarlo, que el desgraciado le pusiera nuevas hierbas y cambiará sus vendas, era culpa suya después de todo.
Hermoso.
Instinto, maldito instinto que lo hizo descuidarse.
Caminó de forma tranquila, hasta que sintió un tirón que le hizo gritar, y su bolsa llena de hierbas medicinales se había ido.
Miró al culpable, pensó que sería un niño siendo demasiado inocente y estúpido.
No, era un maldito perro.
Y reconocía perfectamente quién era ese maldito perro.
— ¡Argos, maldito perro pulgoso, devuélveme eso!
Recordaba su nombre, pero no pensaba que un perro más viejo que él pudiera correr tan rápido, no había tenido un gran desafío desde que Telémaco y él pelearon la otra vez.
Salieron del palacio, directo a un árbol de olivo, el más grande del palacio (¿Otra vez? ¿Alguien le lanzaría otra flecha?). Corrió, y llegó a duras penas, mojado por la lluvia, ahogado en sus sentidos, su vista bajó, hasta encontrarse con las pisadas de Argos, que se dirigían hacia atrás del árbol.
Respiró profundamente, levantó la mirada, y encontró a una mujer.
— ¡Argos! ¿De dónde conseguiste esto? ¿Es para mí? — La mujer abrió la bolsa, arrugó su nariz — Creo que no puedo comerlo, lo siento Argos.
— Eso es mío — Antínoo habló con fuerza, la mujer lo miró, sorprendida, su rostro cambió a uno de enojo — La bolsa es mía, ese maldito perro me lo quitó.
— Argos no quita, solo da — La señorita le aventó la bolsa, y Argos lamió la cara de esta — ¿Qué hace un pretendiente de la reina aquí como si nada? ¿No deberías acabar toda la comida del reino, como el cerdo que eres? — La omega soltó el veneno, mientras acariciaba al perro, Argos.
— Ya no…pretendo a la reina — Le costó decir esas palabras, de hecho, no se había topado cara a cara con ningún pretendiente (Eurímaco no contaba) para decir la verdad, que estaba enlazado con el maldito príncipe.
— ¿De verdad? No logro creerte, eres uno de los alfas más jóvenes, obstinados y estúpidos, eres el gran Antínoo, el desgraciado, el de aroma dulce y palabras venenosas — Dirigió su mirada hacia Antínoo. Argos se recostó en las faldas de la mujer, moviendo su cola alegremente — ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
— La reina, de hecho — Dejó que su cuello se viera instintivamente, a la mierda el instinto — Es complicado.
— ¿Hiciste un lazo con alguien mientras cortejabas a la reina? — Soltó una risa — Que estúpido, ¿Cómo se te pudo ocurrir?
— Es complicado — Repitió enojado — ¿Me puede dejar en paz?
— No — Sonrió amablemente, acariciando la barriga de Argos — Me pregunto, ¿Quién fue el desafortunado omega que aceptó un lazo con uno de los pretendientes de la reina? — Señaló la marca en la garganta de Antínoo — Puedo ver que está encaprichado.
— No está encaprichado, me odia — Señaló su hombro, que seguía doliendo — Me lanzó una flecha y luego lloró como un tonto por lanzarme una flecha.
— ¿Qué haría que un omega te pudiera lanzar una flecha?
— Le dije que era hermoso.
— ¿Y te arrepientes? — La mujer lo dijo de forma burlona, sus rizos caían, se reía en silencio por la ironía del asunto.
— No, pero no lo haría nuevamente — Cubrió su cuello, incómodo ante la mirada de la omega — Me desagradó verlo llorar, lo hace ver débil, y no es débil.
— Viniendo de ti es impresionante las palabras que estoy escuchando — Su cabello se movió, y una marca marchita podía verse, Antínoo arrugó la nariz — ¿Los otros pretendientes no te han dicho nada?
— Tú me conoces, yo no te conozco — Movió su cuerpo hacia la mujer, agachándose a su altura, sentada debajo del árbol, con lluvia. Esta no evitó su mirada — Habla mujer, no jugaremos a lograr adivinar nombres.
Argos se acercó lentamente al alfa, se recostó sobre su regazo, Antínoo no lo tocó, pero la risa en la omega lo desconcertó.
— Mi nombre es Ctímene, es un placer.
— Carajo — No era estúpido, al menos no lo suficiente para no saber quién era esa mujer — Mierda, eres esa Ctímene.
— ¿Soy famosa o algo así? — Soltó unas risitas, pero al contrario de lo que escuchaba, su sonrisa se veía apagada, sus ojos, vacíos — Espero que no sea por ser viuda.
— Telémaco habla mucho de ti — Argos pareció emocionado ante la mención del nombre, mordiendo la túnica del más alto con mucha energía — ¡No muerdas mi ropa, perro!
— Un segundo, ¿Eres un amigo de Telémaco?
Antínoo mordió su labio y quitó la mirada, no estaba avergonzado, pero no creía que era correcto decirle a todo el mundo que indirectamente estaba enlazado con Telemaco.
— Es complicado.
— Oh, maldito desgraciado — Jaló su cabello, sus trenzas normalmente cuidadas, ahora estaban despeinadas. Curiosamente, esta mujer no era tan fuerte como Telémaco — ¡Cómo se te ocurre tocar a mi sobrino!
— ¡Señora cállese, yo ni siquiera dije nada! — Cubrió la boca de la mujer, que lo mordió, el alfa apartó la mano — Si le digo que lo amo de forma incondicional, ¿Me creería?
— Por supuesto que no — Siguió jalando las trenzas, y Antínoo soltó un suave quejido — ¿Cómo es que Penélope pudo aceptar esto? ¡Me alegra que Telémaco te haya lanzado una flecha, eso me explica tantas cosas!
— ¡Ya me puso una gran cantidad de desafíos como para que usted me este regañando! — Agarró la muñeca ajena, los dos arrugaron la nariz ante el tacto — Suélteme y responderé todas sus preguntas.
— ¿Cómo sé que no vas a mentir?
— Tengo un honor que mantener, y no he dicho ninguna mentira desde que Telémaco me marcó.
— ¿Él te marco?
— Me mordió primero, de forma estúpida quiero decir — Soltó la mano de la omega, y ella dudó por unos momentos — ¿Me suelta?
Ctímene lo soltó lentamente, se alejó un poco, y Argos volvió a su regazo. El enojo de la omega se calmó al acariciar las orejas del perro.
— ¿Cómo puedo confiar en qué no lastimaras a Telémaco?
— Solo debo hacerle un palacio, no tocarlo a menos que me lo pida, oh, y pasar su celo con él… — Escuchó un jadeo de la mujer, Antínoo corrigió sus propias palabras — Solo un día de su celo, usar un maldito arco palintonos y disparar a través de doce flechas.
— ¿Tendrás que usar el arco de mi hermano? — Tocó su propia barbilla, otra vez la marca marchita podía verse con el suave movimiento de su cabello — Mi cuñada debe creer que eres capaz de hacer lo demás si es que creé que es necesario ese último desafío.
— ¿En serio? — El alfa se sorprendió por su propio tono de voz, que cambió después de unos segundos — Aunque logre hacer todo eso, solo con la bendición del gran e infame Odiseo podré casarme con Telémaco.
— ¿Y quieres quedarte con el trono o con Telémaco?
Antínoo dudó por unos segundos, la marca en su garganta quemaba, como si fuese una cadena que lo obligase a dudar cuando sabía perfectamente su respuesta.
— El trono — Levantó los hombros, y la expresión tranquila de la mujer cambió — Le dije que no iba a mentir, y no es como que pueda lastimar a Telémaco.
— Que los dioses me ayuden — Suspiró, y cruzó los brazos — Agradezco que solo mi hermano pueda darte su bendición, no puedo creer que Telémaco se haya enlazado con un estúpido como tú.
— En mi defensa, yo pensé que era un alfa.
— ¿Telémaco un alfa? Podría haberlo sido, pero la casta omega es de familia — Con su mano empezó a contar, bajando cada dedo por cada nombre — Yo soy una omega, mi abuelo paterno fue un omega, Odiseo fue… — Se detuvo al hablar, tragó saliva — Odiseo es un omega.
— ¿Creen que está vivo? — Preguntó sin ruedos, cruzando los brazos, Argos ya se había dormido — Penélope y usted, ¿De verdad piensan que está con vida?
— No puedo negar que no sé si mi hermano está con vida — Ctímene tocó su propia marca, las lágrimas aún se mantenían, aún no caían por sus mejillas — Pero cada vez que veo la marca viva en la garganta de mi cuñada, sé que está por allí. Vivo.
— ¿Y la marca que usted tiene? — Antínoo lo dijo sin pensar, las lágrimas que la mujer había aguantado salieron, adornando su rostro — Ignore lo que dije, sino, Telémaco va a matarme…
— Es la marca de mi esposo, Euríloco — Su labio temblaba, acarició con temblores en sus dedos al perro, acostado sobre ella — Fue a Troya con mi hermano y… — Tardó en seguir, abrazó fuertemente a Argos, que daba lamidas aún dormido — Su marca se marchito hace siete años, pero, la de mi cuñada no.
— Mis condolencias — ¿Desde cuándo era tan educado? Necesitaba volver a juntarse con los pretendientes.
— Nadie ha venido a confirmarlo, pero… — Tragó saliva, Argos se mantuvo con ella mientras lo abrazaba — Sé que esta muerto — Limpió las lágrimas de sus ojos, que no dejaban de salir — Era un terco, pero lo amaba con toda mi alma.
Antínoo se mantenía presente. Ctímene se desahogaba, Argos se había cambiado al regazo del alfa, que estaba muy incómodo observando a una mujer llorar frente suyo.
Ella sujetaba su propio pecho, como si le quemase la posibilidad de seguir con vida. Las lágrimas salían sin parar, las marcas en sus mejillas le demostraban que esto era usual en ella.
La mordida en el cuello de la mujer era un poco diferente a la suya, sobre todo porque no portaba el corazón que Telémaco tenía en su marca.
Ctímene se lanzó a su pecho a llorar, Antínoo casi le suelta un golpe sino fuera porque su hombro era un dolor más fuerte. No se movió mientras la omega lo mareaba con su aroma a lavanda, casi imperceptible, sus sentidos habían estado muy delicados.
Le daba muchísimo asco, si el tacto con Telémaco le quemaba, parecía que estaba en el infierno con esta mujer.
Le incomodaba, le desagrada, le asqueaba.
— ¡No sé dónde está! ¡Ni siquiera puedo saber dónde está su cadáver para darle un funeral justo! — Sus ojos estaban cerrados mientras se aferraba a la túnica de Antínoo, que se mojaba con cada lágrima caída — ¿Esto es lo que me deparaba el destino? ¡Penélope me obliga a mantenerme con vida, y odio esto! — La mujer tocó su propio pecho, haciendo una mueca de dolor. Su tono de voz cambió — Solo espero la llegada de mi hermana para irme de este mundo, mi cuerpo lo sabrá, yo no tendré que hacer nada — Se alejó de Antínoo, y limpio sus propias lágrimas — Cuando él llegue, no tendré a nadie a quién más esperar.
Ahora había sollozos silenciosos, nada comparado con la lluvia que seguía estando a sus alrededores, solo el árbol de olivo los cubría, pero no amortiguaba completamente la lluvia.
Ctímene se alejó del pecho de Antínoo, tomando una distancia considerada, limpiando las pocas lágrimas que seguían cayendo. Argos se movió nuevamente al regazo de la mujer.
Oh, y Antínoo nuevamente sintió un jalón en una de sus trenzas.
— ¡Ya déjame, mujer!
— ¡Ni se te ocurra lastimar a mi sobrino de alguna manera! — Lo soltó, parecía que había sido solo una advertencia. La omega lo señaló, con una sonrisa, y su tono acusador — Eres su destinado, por eso no puedo negarme a su unión — Antínoo sintió que su corazón se detuvo — Pero, agradezco que me hayas dejado llorar sin decirme nada, tal vez la marca te haya hecho más.
— No, espere, ¿Qué carajo acaba de decir? — Ctímene dejó de sonreír, y cruzó sus brazos — A la mierda mi lenguaje, ¿Qué dijo sobre el destino? Sé que mencionó algo sobre destinados.
— ¿Destinados? — Ella levantó su ceja, hasta que su cara cambió a sorpresa pura — ¿No lo sabías? Oh, claro, quitamos todos los espejos después de que Odiseo se fuera, creo que te serviría ver tu reflejo.
Antínoo sacó la daga que siempre tenía escondida, la mojó un poco con la lluvia, y se la entregó a Ctímene. Esta la limpio con su falda, sujetando el arma con fuerza, hasta dejar el reflejo de la garganta del alfa.
Ahí estaba la mordida de Telémaco, seguía roja por el día en el que el hombre casi le arranca la garganta. Pero allí, había un pequeño detalle que jamás había logrado ver.
Un pequeño corazón.
Respiró profundamente, y sintió que el aire no llegaba. Sintió el sudor bajar por su espalda, y la túnica ahogarle, no sabía perfectamente que significaba ese corazón, pero su instinto lo sabía.
Su alma lo sabía con cada latido de su propio corazón, su cuerpo lo sabía con cada temblor, su instinto abrazaba la marca como si fuera un trofeo, y su mente pareció conectar cada uno de los puntos que lentamente aparecieron en su vida.
Era el destinado de Telémaco.
Su destinado.
Suyo.
Oh carajo, eran destinados.
— ¿Ya lo viste? — La mujer del pelo ondulado le devolvió la daga, con una sonrisa burlona — Se dice que los que tienen ese corazón abajo de su marca son destinados — Se levantó lentamente del suelo, sacudiendo su ropa — No puedo regañarte por su unión, en algún punto tendrían que unirse — Soltó unas risitas — Digo, si ustedes no se hubieran unido ahora, ¿Quién sabe cómo sería en…dos semanas? No sería lo mismo, ¿Verdad?
— Sería la misma mierda — Antínoo se levantó agresivamente, su hombro dolió, maldita flecha — Unidos o no, seguiríamos odiandonos.
— ¿Se odian? — Ctímene preguntó, Argos ya estaba a su lado dando pequeños saltos — ¿Lo odias?
— ¡El desgraciado casi me arranca la garganta, me humillo frente a todos los pretendientes, me disparó una flecha, y me demuestra su desprecio todos los días!
— Eso no responde mi pregunta — Ctímene caminó, dejando que la lluvia la mojara, puso sus manos en sus caderas — ¿Lo odias?
Dudó cuando quería decir “sí”, porque realmente no lo odiaba, no soportaba a Telémaco, le desesperaba, aunque le gustaba burlarse de él, pero no le gustaba verlo como alguien débil, porque no era débil, apenas había empezado a tenerle respeto.
Si lo pensaba profundamente, ya no lo odiaba tanto comparado con el primer día.
— No… — Suspiró después de soltar esas palabras, tocó su propia garganta, hasta ese momento se dio cuenta del relieve abajo de la mordida.
— ¿Y lo amas?
— No — De eso no tenía duda, no lo amaba, no le tenía aprecio, podía dejarlo morir, pero ahora que había descubierto que eran destinados, las cosas eran más complicadas — ¿A qué vienen estas preguntas?
— Por nada — Argos estaba ladrando alrededor de Ctímene, tratando de morder las gotas de agua — Si necesitas muchos más materiales, puedes venir usar los de mi antiguo hogar, le puedes preguntar a Penélope, dile que tienes mi permiso — Se alejó caminando, la marca marchita parecía más un adorno que un dolor después de esa plática, su tono de voz se elevó — ¡No lo arruines, tienes una gran oportunidad!
Ctímene se alejó, pero al contrario de ella, Argos se acercó a Antínoo, casi lanzándose sobre él. Curiosamente, la lluvia se había calmado.
Maldita sea, era el destinado de Telémaco.
No le importó que el perro lo siguiera mientras volvía a la habitación del principe, que probablemente seguía dormido (de una forma u otra, sabría si estuviera despierto). Caminó por todo el palacio, hasta llegar a la pieza de Telémaco.
Antínoo abrió la puerta de la habitación de Telémaco, dejando entrar a Argos, que movía su cola emocionado, y que con dificultad subió a la cama del príncipe.
Dejó la puerta abierta solo por unos momentos, antes de escuchar risas y sentir la miel rondar por el aire. La abrió un poco más, solo para ver como Telémaco se despertaba feliz.
— ¿Argos? ¡Argos, estás aquí! — Una picazón en sus dedos, y la extraña alegría formándose en su pecho le indicó que Telémaco acariciaba al perro — ¡Te extrañé tanto! ¿Dónde está la tía Ctímene? Un momento…
El príncipe miró la puerta, y el alfa la cerró, no quería una plática incómoda, no, para nada. Apenas había descubierto que eran…ugh, destinados, no es como que pudiera hacer algo para revertir eso.
Caminó por el palacio, robando, regateando, y consiguiendo materiales para el celo de Telémaco, sí, era un burlón con ese tema, pero sabía que le sería desagradable verlo.
Oh vamos, lo había visto llorar, y no le gusto. Lo iba a ver rogar de placer y dolor, llorar una y otra vez por un miembro, sería la misma mierda en diferentes situaciones, le parecía asqueroso.
¿Siempre se burlaba del celo de Telémaco para enfrentar una futura situación? No, la verdad no, le parecía graciosa la cara que el príncipe siempre hacía cada vez que mencionaba el celo.
Y otra vez está pensando en celo, ya hasta él mismo se hartaba de ello.
Antínoo partió en el barco que dejó escondido, subió cada una de las piedras caliza que había conseguido (unas eran robadas, de buena calidad al menos). No le importó su hombro lastimado, si se lastimaba Telémaco tendría que cuidarlo.
Zarpó, no miró atrás aunque sintió la mirada de un omega por un balcón, un omega con aroma a miel y mordidas que dolían más que una flecha.
Estaría un poco ocupado construyendo el maldito lugar para Telémaco, solo se enfocaría en ello, iba a ignorar que eran destinados, no le importaría que en algún punto de su vida tendrían que estar juntos.
Iba a ignorar que era el único para Telémaco, y Telémaco era único para él.
Oh, y también iba a ignorar al maldito búho que lo había seguido todo el día.
Zarpó, sin importar la incomodidad en su propia marca, que ahora sabía que tenía un corazón.
Destinados.
Bueno, no sonaba mal si ignoraba que Telémaco era su destinado.
Chapter 9: ¿Cuál es la peor forma de besar? Bajo la lluvia
Summary:
Telémaco esta sobreviviendo solo unos momentos sin Antínoo, la lluvia no se detiene.
Oh, y ya se están agarrando a golpes los destinados.
Chapter Text
Telémaco paseaba con Argos, tarareando canciones mientras su fiel compañero lo seguía.
Cargaba todas las cartas que debía entregar, pasando entre pasadizos hasta dejarlas debajo de la puerta de su madre, ella las tenía que entregar. Telémaco solo le quitaba trabajo leyendo, aceptando, y rechazando. Ya tenía el poder de un rey, pero no el respeto de uno.
Argos cada cierto tiempo salía del palacio para jugar en la lluvia, los pretendientes seguían en la sala del trono, así que no había nadie que lo pudiera agredir. Telémaco lo dejó ser, paseando entre los pasillos, tendría que esperar que las hierbas medicinales y supresoras llegasen, sino, no podría pasar el celo consciente, probablemente estaría llevado por el instinto.
¿Y con Antínoo en una misma habitación? Por supuesto que no.
¿Podía reclamarle a su madre? Claro que sí, pero quería ver si el desgraciado de Antínoo era capaz de obedecer órdenes, ser sumiso, obediente. Si algo pasaba, solo tendría que esperar y eliminar su lazo con el vino de la diosa Afrodita.
¿Así de fácil sería eliminar un vínculo? Estaba tan feliz, solo debía aguantarlo otros tres meses y sería todo. Lo aguantó por tres años, tres años de burlas y peleas, solo necesitaba esperar, ser paciente.
Aunque para haber sobrevivido una semana enlazado con el alfa, y había sido la peor semana de su vida.
Antínoo se había retirado el día anterior a la isla más lejana de Ítaca. Zarpó, y su ausencia era evidente, Atenea lo siguió, por obvias razones.
Al anochecer, cuando Telémaco sintió una pizca de preocupación, la diosa le aseguró que el perro arrastrado estaba bien, incluso, que había logrado construir un techo para cubrirse de la lluvia.
¿La lluvia se detuvo al día siguiente? No. Por seguridad del alfa, era mejor que regresara cuando la lluvia no fuese tan agresiva.
Pasó entre los pasillos, su tía Ctímene ya se había retirado, solo recibió una carta de su parte, aconsejando que se cuidara en su celo.
“Observa y cuida tu corona, porque el perro que va por ella no me parece muy confiable. No, no me refiero a Argos, Telémaco”.
Suspiró, caminó por la sala de trono, que estaba a rebosar de pretendientes. Hizo lo que mejor hacía, los ignoró completamente, pasó por fuera de la sala del trono, tarareando como siempre, soñando nuevamente a enfrentarse a monstruos.
Una olla golpeó su mejilla con fuerza, esta cayó al suelo. Tocó su mejilla, que sabía que estaba roja, miró a la sala del trono. El príncipe estaba listo para morder.
— ¡Chico!
Sintió asco al solo escuchar la voz de Eurímaco, el aroma a vino le pareció desagradable. Todos los aromas de la sala del trono le parecían desagradables, más de cien aromas, parecidos o diferentes, todo le daba asco.
Pero ver al alfa acercarse a su persona le enojó, nuevamente miró la olla en el suelo, y levantó la vista en cuestión de segundos.
— ¡Chico alfa! ¿Cuándo será que nos vas a traer a una princesa para que podamos divertirnos? ¿O tu madre? ¡Jamás estás con nosotros, pero deberías hacerlo! — Lo rodeó con sus hombros, Telémaco se guardó las ganas de darle un puñetazo — ¿Acaso eres un omega, o por qué jamás vienes a presumir sobre tu tamaño?
— ¡No soy un omega! — Se lo quitó de los hombros. Escuchó a hombres burlarse de su persona, otros alardear, apostar, incluso unos gritándole a Eurímaco que lo golpeara — Ustedes solo siguen aquí porque las leyes de Xenia nos obligan a darles techo, sino, estarían afuera de mi palacio como perros callejeros.
— ¿Tu palacio? ¿Perros callejeros? — Escuchó las risas del alfa, la sonrisa que tenía se desvaneció — Perdona mi insolencia, oh gran príncipe alfa, futuro rey de estas tierras, recibamos al mundo con los brazos abiertos — Abrió los brazos dramáticamente, Telémaco cerró los suyos sobre su pecho — No es culpa nuestra que la reina tenga que ir de golfa porque seas estéril.
— Maldito desgraciado.
Casi se lanza contra Eurímaco, sino fuese porque las puertas de la sala del trono se cerraron. Fue un alfa, que se dirigió a ellos de forma educada y alejó al estúpido del omega.
— Eurímaco, no vale la pena pelear con el príncipe…
— ¡Anfínomo! ¡Déjame darle un solo golpe, Antínoo casi le arranca el cuello!
— Su alteza, pido perdón por las palabras de mi compañero — Eurímaco soltó un puñetazo al alfa, este soltó un quejido, y le gritó a su atacante — ¡Estás borracho, y ya golpeaste al principe! Melantio te pagará y Melanto te dará todo el vino que quieras
Eurímaco empezó a pelear con Anfínomo, de hecho, era uno de los pretendientes más educados, intentaba defenderlo en múltiples peleas, sin ayudar mucho. Telémaco se retiró, sin darle las gracias al otro pretendiente, ya estaba harto.
No podía pasear por su propio palacio sin sentirse como un intruso.
Después de caminar en silencio por su propio palacio, llegó a la entrada, tomó asiento en las escaleras de la puerta principal del palacio, esa en la que recibió a los pretendientes, esperando camaradería y encontró faltas de respeto. Suspiró, encontró a Argos a la distancia, corriendo fuera del palacio, no quiso detenerlo, se veía feliz empapándose en la lluvia.
Necesitaba conseguir supresores, necesitaba conseguir ungüento para el hombro de Antínoo, y necesitaba su clámide de vuelta. El frío de la lluvia golpeaba su rostro, estornudó, y tocó su propia marca.
Destinados.
Antínoo se había ido solo un día, y su falta de presencia era dolorosa, lo hacía sentir un poco más débil de lo normal. No podía imaginarse veinte años de espera, no podía imaginar sentir una marca viva y que tu amado no volviera.
Argos lo sacó de sus pensamientos, con sus ladridos, mientras arrastraba su prenda favorita, su clámide, siendo arrastrada por el lodo formado por la lluvia.
Telémaco abrió sus brazos, su compañero se lanzó en ellos, soltando la prenda y lamiendo su rostro.
— ¡Argos! ¿Cómo conseguiste esto? — Movió su clámide, destrozada por las mordidas de Argos — ¿Se la arrebataste a Antínoo antes de que se fuera?
Ámbar derretido.
Pudo olerlo aún con la lluvia a su alrededor, aún cuando Argos lamía su rostro y mordía sus ropas. Aún con el lodo y el petricor, no importaba si su mejilla dolía, si sus piernas temblaban, su nariz se ahogaba con el clima, pero el aroma de Antínoo era uno de los únicos que podía reconocer sin importar la distancia.
Antínoo llegó a las puertas del palacio, jadeando, parecía que había tratado la herida de su hombro con lo poco que tenía. Se acercó con rapidez a Telémaco, que abrazó con un poco de fuerza a Argos, que con una suave mordida, se alejó felizmente, revolcándose en el lodo.
El príncipe levantó la cabeza, Antínoo había cambiado de ropa, había conseguido un quitón de calidad, lastimosamente, ahora estaba mojado, dejando a relucir su piel morena, llena de cicatrices y musculatura. Siguió levantando la cabeza, y se encontró con el rostro de Antínoo.
— ¿Y ese golpe? — Preguntó el alfa, con un tono molesto, sin mucha paciencia.
Telémaco se levantó, puso una mano en sus caderas, desafiando el tono del mayor.
— ¿Te importa?
— No.
— Entonces vete al carajo, ¡Y quítate esa ropa! No quiero que termines mojando mi palacio — Apartó la mirada, y sonrió al ver como Argos jugaba con su clámide, otra vez.
— Telémaco, déjate de juegos — Sujetó la mandíbula ajena, con mucha fuerza, pero, sin necesidad de lastimar — ¿Quién te lastimó?
— Entérate por ti mismo — Le escupió en el rostro — Suéltame, Antínoo.
— ¿Es una orden?
— Definitivamente.
Escucharon el caos llegar por el pasillo, los pretendientes terminaban de desayunar. Telémaco lo sabía por la excesiva cantidad de risas, pasos apresurados y sonidos de gente tropezando.
Los dos compartieron una mirada, Telémaco lo empujó al suelo, Antínoo sujetó su cabello, llevándolo con él ante la inminente caída.
Rodaron por los pocos escalones que había, se mordieron, se golpearon, acercaron sus cuerpos hasta que sus pechos se tocaran, alejándose cada vez que uno pateaba al otro y se largaba a correr.
Terminaron alejados de la entrada principal, cubiertos por la lluvia, más cerca de las columnas decorativas que de una entrada, no podían esconderse, pero no había ningún valiente que se atreviera a salir con el agua siendo tan agresiva. La ropa del príncipe ya estaba mojada para este punto.
Sujetó el cabello de Antínoo, golpeó sus rodillas, y Antínoo lo ahorcó. Cayeron al suelo, nuevamente, ahora con más tranquilidad de que no los encontrasen, peleando en el lodo, la lluvia quemaba con el calor de su cuerpo.
Telémaco intentó dar un cabezazo, pero Antínoo sujetó su rostro, lo mantuvo contra el suelo. Sujetó sus mejillas con fuerza, enterrando los dedos con demasiada delicadeza, no había necesidad de lastimar, solo sujetar.
El alfa estaba encima suyo, dejando una rodilla entre sus piernas, sujetando su rostro, su pecho pegado al suyo, cubriéndolo un poco de la lluvia, manchando su quitón con la tierra mojada.
Ámbar y miel danzaban, la nariz del principe picaba. Cruzó miradas con Antínoo, y no pudo saber lo que el hombre pensaba, por primera vez en tres años, el alfa era lo suficientemente impredecible.
No veía odio, pero tampoco veía amor. Instinto, era puro y nada más que instinto.
Sentía cada respiración suya, podía ver cada gota de lluvia bajar por sus hombros. Podía ver la dificultad con la que se mantenía sobre él gracias a su herida. Lograba sentir su aliento caliente en medio del frío de la lluvia. Intentaba apartar la mirada de su único ojo, ese que no tenía una cicatriz desde la ceja hasta la barbilla.
Ámbar, ámbar derretido en medio de todo el petricor. Todos sus sentidos se sentían ahogados por el tacto de Antínoo, cada parte de su ser danzaba con el aroma del hombre, cada respiración suya estaba sincronizada con cada jadeo que soltaba el alfa.
Destinados.
— ¿Por qué siempre estamos peleando? — Preguntó el hombre, el monstruo, después de darse cuenta que ninguno de los dos había hecho algún movimiento más que respirar.
— ¿No habíamos dicho que habíamos vuelto a la fase del odio? — Antínoo no soltaba el rostro de Telémaco.
— Ah, cierto — El alfa bajó su mirada, hasta encontrarse con los labios de Telémaco — Entonces, si te beso ahora, ¿Sería por odio o por estrategia?
— Ninguna de las dos — El príncipe dirigió su propia mirada a los labios ajenos — No significa nada, porque no somos nada.
— Oh, que niegues que somos algo es insultante — Sujetó con fuerza el rostro de Telémaco, este levantó la cabeza, dejando que la lluvia mojara parte de su rostro — Somos destinados, después de todo.
— Espera, ¿Qué dijiste…?
No pudo terminar, Antínoo se lanzó a morder.
Mordió los labios del príncipe, arrancando la delicada superficie de estos, chupó, lamió. Telémaco pateó el costado del mayor, y solo recibió un azote contra el propio suelo.
El omega se aferró al quitón del mayor, que parecía poder arrancarse con solo un movimiento. No había nada que ocultar, la lluvia lo había mostrado todo, casi todo.
Telémaco respiró profundamente cuando Antínoo lo soltó por unos momentos, hasta que se lanzó contra él. Nuevamente, parecía ser un ciclo de no acabar.
Era un choque de labios que parecía más de dientes, no había dulzura, solo rabia acumulada por tres años, hasta llegar a pelearse en la lluvia, como si fueran cerdos. Antínoo gruñó en su garganta cuando Telémaco lo acercó, destrozando sus trenzas, arrebatando el cuidado que se le había dado al cabello.
Las manos de Antínoo soltaron su rostro por unos segundos, acomodándose en su nuca, ahogandolo con su mano. La respiración faltaba, se separaron por unos segundos, jadeando de forma ruidosa, antes de volver a lanzarse contra el otro, el agua que nublaba su vista era irrelevante en esos momentos.
Se devoraban, como si no hacerlo fuese un signo de amarse, como un signo de debilidad. El primero en caer, el primero en rogar, el primero en mostrar debilidad sería la burla en esa pelea que los dos habían empezado hacía una semana.
Los descansos que tenían para respirar eran cortos, jadeos involuntarios, toqueteos por el cuerpo ajeno de forma involuntaria, chupaban los labios ajenos de forma involuntaria. Culpaban al instinto, era el instinto, todo era involuntario.
Destinados.
Telémaco separó a la fuerza a Antínoo, que ya había roto uno de sus labios, este se inflamó con facilidad.
— ¿Qué carajo?
— ¿Cómo es que…? — Jadeaba por aire con cada palabra que soltaba. Respiró profundamente, y el ámbar estabilizó su mente, le devolvió sus sentidos — ¿Cómo es que supiste que somos destinados?
Antínoo se mantuvo en silencio, sus pupilas se habían agrandado ligeramente, hasta volver a su estado original. Se arrodilló, dejando al omega tirado en el suelo. El ámbar derretido le picaba la nariz a Telémaco.
— ¿¡Tú ya lo sabías!?
— ¿¡Qué!? ¡Por supuesto que sí! ¡No soy tan estúpido como tú! — Se había enterado el día anterior, pero no era un dato relevante en ese momento — ¡¿Cómo te enteraste?!
— ¡No es relevante! — Azotó la cabeza de Telémaco contra el suelo, y este jaló las destrozadas trenzas de Antínoo — ¡Lo sabías y no me dijiste! ¡Imagínate que tu madre me obliga a enlazarme con otro, te hubiera matado! — Dejó de azotarlo, sus miradas se cruzaron, una con más furia que la otra — No seas estúpido, estamos unidos, no nos debemos ocultar cosas que sean de gran relevancia.
— ¡¿No debemos ocultar nada del otro?! — Lo empujó, y se levantó del suelo, su quitón estaba completamente mojado, su cabello estaba de igual forma, ocultando la marca que lo quemaba aunque se consumiera por el frío de la lluvia — ¡Tú eres la vida imagen de lo que es ser un mentiroso!
— ¡¿Importa acaso?! ¡En esta semana no te he soltado ni una sola mentira! — Telémaco soltó un golpe, Antínoo se levantó y esquivó, los dos casi terminan en el suelo gracias al lodo — ¡Somos destinados, y jamás se te ocurrió decírmelo!
— ¡¿Eso hubiera hecho una diferencia?!
— ¡Por supuesto que sí! — Gritó. Telémaco respiró profundamente, y cerró sus puños. Antínoo empezó a caminar en círculos alrededor del principe — Nuestra unión no es normal, somos destinados. Si tú mueres, yo muero. Si yo muero, tú mueres, no hay excepciones — Movió sus manos de forma dramática, Telémaco sintió una pequeña incomodidad en su hombro — Si tú te dañas, yo lo siento. Si yo me lastimo, tú lo percibes — Sujetó el brazo del príncipe, obligándolo a que este lo mirase — No puedo enlazarme con otro omega, y tú no puedes aceptar el lazo de otro alfa.
Apretó el brazo del principe, Telémaco cruzó miradas con Antínoo.
— Estamos unidos para toda la eternidad.
Arrebató su brazo de la mano de Antínoo, con fuerza. Mantuvo la mirada por unos segundos, antes de caminar hacia la entrada del palacio, completamente mojado.
— ¡Nada me obliga a estar toda la vida contigo! — Se acercó a la entrada, y se detuvo antes de entrar al palacio dejando que la lluvia lo alcanzara. Miró atrás suyo, Antínoo lo seguía — No podemos entrar, estamos empapados.
— Oh, que tristeza, haremos que el palacio se derrumbe si entramos empapados por la poderosa lluvia — Caminó hasta subir unos escalones, empujando el rostro de Telémaco — Necesito tratar este maldito hombro.
— ¡Te prohibo entrar! — Jaló el brazo de Antínoo, casi hizo que cayera de espaldas, pero lo alejó hacia la lluvia — ¡Quienes van a limpiar eso son gente decente, y merece que ayudemos un poco en su labor!
— ¡¿Decente?! ¡Mínimo hay doce criadas que son de Penélope y siempre nos andan atendiendo! — Se acercó a la entrada, jalando a Telémaco, el príncipe lo jaló de vuelta — ¡Ya suéltame, carajo!
— ¡¿Doce criadas? — Soltó a Antínoo, y se interpuso entre él y la entrada, aunque no fuera mucha diferencia — ¡Exijo el nombre de esas mujeres!
— ¡Déjame entrar al maldito palacio y te digo sus nombres!
— ¡¿Cómo sé que no vas a mentir?!
— ¡Tú sabes perfectamente cuando miento o no! — Gruñó, y apartó a Telémaco, este nuevamente lo jaló del brazo — Es instinto, puedo mentirle a todos los pretendientes, pero no puedo mentirte a ti — Se soltó con fuerza, y el príncipe sintió una picazón en su hombro — No me provoques.
Telémaco suspiró, la lluvia golpeando su cuerpo. Se alejó de la entrada, y se resignó a entrar por otro lugar. Con un movimiento de cabeza le indicó a Antínoo que lo siguiera, el alfa, sin deseos de pelear, lo siguió.
Rodearon el castillo, empapándose, Argos probablemente ya había entrado, y allí estaban ellos, mojándose solo por el orgullo del príncipe.
Llegaron a la parte de atras, Telémaco tocó la superficie de la pared, y golpeó con su hombro, hasta caer al suelo. Un pasadizo secreto directo a su habitación.
— Entonces, solo por tu orgullo, no entramos al palacio por la entrada principal, no, entramos por un pasadizo que se supone que era secreto.
— No es como que vayas a decir algo — Soltó una risita, subían las escaleras que tenía el pasadizo — Eres demasiado orgulloso para irle contando a todos sobre este lugar directo a mi habitación.
— ¿Es directo a tu habitación? — Escuchó las burlas de Antinoo, hasta que llegaron a una puerta sin mucha gracia — Tomaré nota.
— Estúpido — Empujó la puerta, y el príncipe se encontró entrando a su propia habitación, tropezó hasta su propia cama por la fuerza al apartar la madera — Bien, ya entramos.
— Ahora haremos un desastre en tu habitación y no en el resto del palacio, que inteligente de tu parte — Movió suavemente su hombro, y se dedicó a buscar medicina en el último lugar en el que Telémaco había buscado — Necesito ir a mi habitación por otro quitón.
— Puedo mandar a alguien a buscar uno — Se levantó de la cama, y buscó entre los baúles debajo de ella lo que necesitaba, ropa limpia — No seas dramático, necesito que te limpies la herida.
— Necesito quitarme estas prendas mojadas, al igual que tú, enfermarse antes del celo te afectará para largo — Las orejas de Telémaco se pusieron rojas, le aventó un trapo a la cara a Antínoo, que soltó una carcajada.
El príncipe sacó ropa limpia, le dirigió una mirada juzgona a Antínoo, antes de dirigir su mirada a su hombro.
— Debo limpiar tu herida, si me harás un palacio, lo que menos necesitas es que se te infecte algo — Dejó su ropa en la cama, y señaló esta — Quítate el quitón.
Antínoo levantó una ceja mientras secaba sus brazos, su cuello y su cara. Telémaco cubrió su propia cara, suspiró, y trató de no levantar la voz.
— No tengo nada más que el taparrabos — Levantó las manos, de forma burlona — Que yo recuerde, aún falta una semana para tu celo.
— ¡Debo limpiar tu herida, por eso necesito que te quites el quitón! — Grito, aunque bajaba el tono con cada palabra dicha — Eres vulgar, desagradable, estúpido….
— Ya cállate.
Antínoo se acercó a él, y le dejó el cuenco con el ungüento que había hecho. Se quitó el quitón, con la atenta mirada de Telémaco, que también necesitaba cambiar su ropa.
El alfa, después de intentar quitarse el agua alrededor de su hombro, se sentó en la cama del príncipe, con risas burlonas.
— ¿Ya vas a empezar?
— Haces todo un escándalo para limpiarte — Le dio un zape en la cabeza, despeinando al hombre de las trenzas caídas, este soltó un quejido — No te muevas.
Quitó las vendas, limpió la herida con lo que tenía a la mano. La mirada alerta de Antínoo lo seguía con cada movimiento, sobre todo cuando pasaba el ungüento por su hombro.
Accidentalmente compartieron una mirada por unos segundos, segundos que se sintieron años.
Destinados.
El príncipe tragó saliva, y siguió con su trabajo.
Telémaco seguía empapado de pies a cabeza, no parecía relevante en ese momento cuando Antínoo lo observaba, con detenimiento, con demanda. El ungüento se terminó justo a tiempo, el príncipe soltó un insulto, y nuevamente vendó a Antínoo.
— Procura descansar — Se alejó de Antínoo, observó cada respiración y cada vez que su pecho se inflaba. Sus trenzas caídas, nada comparado con el peinado que siempre tenía — Puedes quedarte en la habitación, yo iré por tu quitón.
— Puedes quedarte — Levantó su cara hasta cruzar miradas con el príncipe — Digo, es tu habitación. Puedo esperar, puedo sobrevivir con el taparrabos.
Telémaco no dijo palabra alguna, solo se dió la vuelta, se dirigió a la puerta que estaba conectada con el pasillo, la abrió, y se escondió detrás de ella, cerrándola. Empezó a cambiarse con las risas de fondo.
— ¡No seas penoso! Tendré que verte desnudo en tu celo.
— ¡Ya deja de hablar de mi celo, es incómodo! — Se quitó su propio quitón, empezó a secarse con otro de sus trapos — Obligate y deja de hablar de ello hasta el día de mi celo — Cambió su quitón, y sintió frío en sus hombros por la falta de una clámide. Una pregunta se formó en su cabeza — Un segundo, ¿Cómo es que llegaste tan rápido?
— Estaba a punto de llegar, la lluvia no es relevante, solo es agua — Telémaco abrió la puerta y salió, moviendo sus piernas para salpicar la poca agua que se había mantenido en su cuerpo — Tuve la sensación de que alguien te había golpeado, y… — Instinto, eso fue lo que pasó — ¿Quién te golpeó?
— No es relevante — Guardó la ropa mojada, así como el cuenco en el que estaba el ungüento — Entérate por ti mismo.
— Yo he sido honesto contigo, lo suficiente al menos — Cruzó sus brazos, y se quejó por su hombro — Si tú no quieres serlo no es mi problema, pero agradecería bastante si me dijeras quién te golpeó.
— Ruégame y tal vez te lo diga — Antínoo bufó, y se acostó en la cama del príncipe — Estúpido.
— ¿Quieres que te diga hermoso otra vez para que te calles?
— Ni aunque me besaras terminaría callado.
— ¿Quieres que te bese otra vez para que veas que tan callado puedes estar?
— No, gracias, no besas bien — Escuchó un jadeo dramático por parte de Antínoo, y Telémaco soltó una risa — Solo bromeaba.
— ¿Entonces sí beso bien?
— Guardaré mis palabras.
— Dijiste todo lo que quería escuchar.
Escuchó una risa ronca de Antínoo, que ya había hecho su propio lado de la cama. Telémaco no dijo nada, lo suficientemente cansado por la pelea de hacía unos minutos, se lanzó a la cama, ignorando las burlas.
La miel y el ámbar danzaban de forma pacífica después de días de guerra. No se miraron cuando cerraron los ojos aunque apenas fuera de mañana, la lluvia apagaba sus sentidos, uno se cubrió entre las sábanas y el otro quedó encima de ellas.
Durmieron, aunque supieran que la persona al lado suyo era la que más odiaban.
Durmieron pacíficamente, sabiendo que su destinado estaba a salvo.
Chapter 10: ¿Dónde diablos está nuestro orgullo y nuestra rabia?
Summary:
Antínoo empieza su día en el suelo, literalmente. En cuestión de horas, ya está peleado con todo el mundo.
Pero, aún siente la cadena que lo une a Telémaco.
Chapter Text
Despertó con un dolor horrible en su hombro, le dolía todo el cuerpo. Escuchaba ronquidos, pero Antínoo ni siquiera estaba en la cama.
Estaba en el suelo, Telémaco lo había empujado mientras dormía.
Se levantó con un poco de dificultad, el príncipe había acaparado toda la cama, arrugando las sábanas. Estaba roncando, sujetando las almohadas contra él, el aroma de la miel seguía en el aire. El omega parecía tranquilo, pacífico al dormir, sin complicaciones ni problemas.
Oh, pero Antínoo fue el que se llevó el golpe de caer al suelo.
Cuando se levantó del suelo, no se molestó en buscar algún quitón, sabía que no encontraría algún quitón. Arrancó las cortinas del cuarto de Telémaco, dejando que la luz llegase a los ojos del príncipe.
— Despiértate, ya es tarde, dormimos toda la mañana — Con la daga empezó a cortar lo sobrante, hizo una prenda improvisada, con demasiados nudos — ¿Tenías cosas que hacer, no? ¿Qué hacen los príncipes que muerden a quien se les dé en gana?
— ¡Vete al carajo! — Se quejó, Telémaco no se molestó en levantarse de la cama — ¿De verdad, me tenías que levantar…?
— Tú me empujaste de la cama, y no te estoy diciendo nada, pequeño lobo — Soltó unas carcajadas, hizo más nudos de los necesarios, pero cubrían lo esencial — Desgraciado.
— Eso es un reclamo, idiota — Bostezó, cerró los ojos nuevamente, y cayó dormido de forma rápida.
Antínoo soltó un largo quejido, y prefirió salir por el pasadizo secreto, no sabía si habrían guardias o pretendientes. Salió un poco desorientado, bajando las escaleras con la poca luz que había.
Salió a la parte de atrás del castillo, y fue directo a su barco. Se había llevado toda la mañana dormido, cuando podría terminar el techo. Aunque, había una idea rondando en su mente desde que había hablado con Penélope.
Una voz lo sacó de su caminar, justo en frente de la entrada del palacio, obligándolo a detenerse con una sonrisa burlona.
— ¡Antínoo!
— Eurímaco — Este se acercaba con gran velocidad, hasta quedar al lado suyo.
— ¡Amigo, que bonita prenda! — Eurímaco lo saludó con una sonrisa, cargando una gran cantidad de cosas — No me lo vas a creer, te conseguí los supresores que querías, junto con los materiales que necesitabas — Lo gritó al bajar cada uno de los escalones, dejó las cosas en el suelo, y abrazó al alfa — Tuve que acostarme con una de las omegas de la reina para conseguir los supresores, no se te ocurra decirle a Melanto.
— Gracias, amigo — Le devolvió el abrazo, nuevamente, el tacto era incómodo. Se soltó, excusándose que debía agarrar todas los materiales, caminaron hasta la playa — ¿Alguna novedad?
— Bueno, casi nada, Melanto dijo que podríamos convertir a Penélope en una omega en su celo — Levantó cada uno de sus dedos con cada rumor contado — Que realmente Penélope es una omega y no una alfa, y ya estoy disipando el rumor ese de que marcaste a un omega — Eurímaco cargaba ciertos ingredientes — Aunque, encargarme ingredientes para los supresores de un omega no te ayudará a disipar ese rumor.
— Los pretendientes pueden hablar todo lo que quieran, jamás serán lo suficiente valientes para venir a reclamarme en la cara — Llegaron al barco, y dejaron cada material sobre este, dando más peso del necesario. Antínoo le arrebató los ingredientes a Eurímaco — Son muy cobardes para ello.
— ¡No lo niego! Algunos no tienen la fuerza, la rabia que se necesita… — Ayudó a cargar con algunos materiales, tambaleándose sobre la superficie del barco — Por eso seguí tu ejemplo, y le aventé una olla en la cara al pequeño lobo — Antínoo sintió un pellizco en su alma — Anfínomo me obligó a no golpearlo, pero, sino se hubiera interpuesto le hubiera mordido el cuello — Soltó unas carcajadas — Se parece mucho a su madre, al menos con eso podemos imaginarnos cómo se vería rogando por ser follado…
Antínoo golpeó el rostro de Eurímaco, que cayó al suelo tropezando con sus propios pies.
El alfa con aroma a vino se quejó, sujetando su mandíbula. Los dos estaban sobre el barco, tambaleándose sobre el agua, los materiales e ingredientes seguían en un solo lugar, ajeno a la pelea de instintos.
— ¿Por qué carajos me golpeaste, Antínoo?
— No seas estúpido, Eurímaco — Limpio el polvo en su prenda, su amigo gruñó, levantándose rápidamente — No seas asqueroso, pareces alguien vulgar.
— ¿Asqueroso? ¿¡Vulgar!? ¿¡En serio estás diciendo esto ahora mismo!? — Se acercó rápidamente, Antínoo no se alejó, inflo su pecho, sus trenzas se movían con el viento — ¡Tú eras uno de los primeros en llamar a la reina una zorra apretada! ¡Eras el primero en coquetear con las criadas de Penélope! — Apretó los puños, sus ojos estaban bañados en rabia — Y ahora, te pones como un omega en celo, delicado y sumiso solo por un chiste que siempre decimos, un chiste del principito que todos queremos aventar por un barranco.
Antínoo se mantuvo en silencio, solo necesitaba otra palabra detonante, una sola cosa y podría partirle la cara a Eurímaco.
— ¡Obviamente la reina te hará caso porque te haces amigo de su hijo! Que conveniente, algo tan fraternal como la amistad de un alfa con otro alfa — Eurímaco le dio un puñetazo en la cara a su amigo, que aún con el golpe, no pareció afectarle — No me importa si te lo estás follando o si te importa lo suficiente para no quererlo muerto — Vino y ámbar peleaban por el territorio en ese barco, no había personas a su alrededor cerca del lugar, solo una mujer acercándose a la distancia — Decide tu bando.
Todo lo que Antínoo vio fue rojo cuando lanzó el segundo golpe.
— Claramente no seguiste mis instrucciones de no pelear, tocar ni besar a Telémaco sin su permiso — Antínoo vio como parte del sudario caía, a Penélope no le importaba hacerlo en frente suyo. Sabía que no podría decir nada — Mi hijo no ha venido a quejarse, así que te daré ese punto por ganado — Dirigió su mirada al alfa, ese que estaba arrodillado en su habitación — Pero, ¿Peleaste con uno de los pretendientes a lo estúpido? ¡Si yo no hubiera estado allí hubieras matado a Eurímaco! — Cruzó sus brazos, y levantó la cabeza — Ilumíname, Antínoo, ¿Cuál fue la razón por la cuál peleaste como un salvaje?
Antínoo se quedó en silencio, cruzó miradas con Penélope, el ámbar en la habitación había sido enjaulado por el olivo danzante, amenazante.
— Eurímaco le faltó el respeto a su hijo — Apretó los puños, la rabia llegaba a su alma. Miel, todo lo que quería defender era esa dulce miel, ¿Por qué lo defendía cuando sabía que Telémaco podía defenderse por sí mismo? — Le di un golpe, y no me arrepiento.
— ¿Le diste un solo golpe?
— No — Antínoo levantó la cabeza, y una sonrisa burlona llegó a su rostro — Lo dejé inconsciente, si usted no hubiera estado tendría un pretendiente menos.
— Impresionante — Penélope se sentó en su cama tallada con el árbol de olivo, posó su barbilla en su mano — ¿Por qué estás aquí, entonces? No creo que vengas a rogar perdón.
— Casi termino el palacio para su hijo — Tragó saliva, y se levantó, sin el permiso de la reina — Hay parte del techo, un piso, es un lugar firme para pasar tormentas y diluvios, no es lo suficientemente grande, pero tampoco excesivamente pequeño — Movió suavemente su propio hombro, y soltó un quejido — Mi único problema es que no hay un lugar en que Telémaco pueda descansar.
— Explícate — Penélope, por primera vez en tantos años, se veía interesada en una de las actividades de los pretendientes, su mirada se mantenía atenta en la mordida de Antínoo.
— No hay una cama en la que pueda descansar.
Penélope levantó una ceja, el olivo que había sido amenazante por un largo rato terminó relajándose. La alfa le indicó que siguiera hablando.
— Me gustaría tallarle una cama como la que el rey hizo por usted…
— No.
Antínoo pareció sorprendido, tenía una sonrisa burlona y los puños apretados. Antes de que pudiera hablar, Penélope empezó a robarle palabras.
— No puedo permitirlo — Penélope tocó la cama matrimonial, con una sonrisa melancólica — Esta cama fue tallada como un regalo de bodas, con la misma ayuda de la diosa Atenea para transportar este árbol — Apretó las sábanas, y se levantó agresivamente de la cama, con la atenta mirada de Antínoo — Si te permito hacer tallar algo tan hermoso como lo fue el regalo de Odiseo, significaría aceptar tu matrimonio con Telémaco.
La reina calló, pero Antínoo no bajó la cabeza. Cruzó los brazos, esperando alguna indicación. Penélope respiró profundamente, y con una mirada de tristeza en sus ojos, negó con la cabeza.
— Acepto que puedas hacerle una cama, pero… — El alfa levantó una ceja — Solamente podrás hacerlo con la bendición de una diosa.
— ¡Vete a la mierda, Penélope! — Insultó, y casi se arranca sus propias trenzas — Conseguiré la bendición de la misma Afrodita si es necesario…
— Soy más devota de la diosa Atenea — Suspiró — ¿Por qué estás tan insistente en tallarle una cama a Telémaco? — La reina no parecía sorprendida por sus insultos, pero sí por sus acciones — Siempre puedes comprar una.
— Prefiero que usted vea que voy en serio con el trono. Le dije que soy más considerado que todos los alfas de este lugar — Soltó una burla, y caminó hacia la puerta — Aunque, como usted sabe, Telémaco es mi destinado.
Penélope soltó un jadeo, sorprendida, su postura se mostró defensiva, y Antínoo abrió la puerta de la habitación, soltando carcajadas.
Caminó un poco, y chocó con Telémaco.
Obviamente no cayeron al suelo, pero el príncipe accidentalmente le había dado un cabezazo. Escuchó un quejido del omega, y risas de Penélope.
— ¿Qué mierda, pequeño lobo?
— ¿Tú qué haces aquí? — Telémaco sujetaba su propia cabeza adolorido, cargaba la clámide que había sido destruida por Argos — Estúpido.
— No es relevante — Empujó el rostro del príncipe, y se fue caminando, burlándose del joven — ¡Tu madre me dio permiso de hacerte una cama matrimonial!
— Mentiroso — Pero al decir eso, Telémaco entró a la habitación de Penélope, lleno de pánico.
Soltó unas cuantas carcajadas, y escuchó las carcajadas de Penélope. Salió del palacio, gracias a los dioses aún no había lluvia.
Caminó nuevamente, parecía sentir una ansiedad en su pecho que no era suya. Subió a su barco, acomodó los materiales (que debía limpiar por el desastre de Eurímaco), y zarpó a la pequeña isla, esa en la que estaba construyendo el palacio de Telémaco. Ya había terminado la estructura, incluso el piso se había secado, los dioses habían estado de su lado para al menos tener lista la habitación del príncipe.
Cargo los materiales que tenía en el barco, acomodando cada una de las piedras. No había puertas, solo cortinas que le ayudaban a que el aire estuviera libre. Solo estaba dando los últimos detalles, aprovechando para que el pequeño palacio no se cayera a pedazos, podía no ser un constructor, pero no era lo suficientemente estúpido.
Antínoo sintió que lo miraban mientras construía. Cruzó miradas con el búho que siempre lo seguía al zarpar, no era tonto, debía ser algún tipo de juego entre los mismos dioses.
Era solo un hombre, pero sabía que ser el destinado de Telémaco era algo completamente distinto.
— Muéstrate, sé que me estás mirando — Antínoo se alejó del palacio, solo había construido un techo para cierta parte, esperaba la ayuda cierta diosa — Muéstrate, puedo verte.
Nadie pareció mostrarse, pero el alfa volteó su cuerpo hacia donde estaba el búho, que hasta ese momento seguía inmovil.
— Vamos diosa, puedo verte.
— ¿Cómo es que puedes ver a través de mi hechizo? — Antínoo se sorprendió por unos momentos, encontrándose a la diosa en la habitación que había construido para Telémaco, aún sin techo — No me engañas, mortal estúpido.
— Oh, que agresivo de su parte — El alfa hizo una suave reverencia, antes de volver a su postura original — Usted debe ser la gran diosa Atenea, reina de las mejores estrategias que los mortales hayamos escuchado, y…
— Termina con tu discurso en este momento — Antínoo, que era relativamente alto, tuvo que levantar la cabeza para cruzar miradas con la diosa — Sé quién eres, Antínoo.
— Entonces eso facilita las cosas — Cruzó los brazos, y una mueca posó su rostro — Vayamos directo al punto, necesito su bendición, dígame lo que quiere y se lo concederé — Señaló el centro de la habitación, sin techo — Debo tallarle una cama al príncipe Telémaco para conseguir su mano, usted puede hacer que un árbol de olivo crezca…
— No deseo hacerlo, menos si tú me lo pides — Caminó en círculos, observando la estructura, firme, y elegante — Eres un hombre arrogante, narcisista, que desea todo el poder para sí mismo, un perro arrastrado — Señaló la mordida en la garganta de Antínoo — Esa correa es lo único que te obliga a hacer todas estas cosas, no lo haces por una buena fé, solo por un trono.
— ¿Es egoísta de mi parte buscar comodidad? Ustedes los dioses no saben lo que es arrastrarse por sobrevivir — Ignoró la quemazón en su garganta — Pero son encantadores para arruinarle la vida a la gente — Levantó la mirada, mucho más de lo que había hecho antes — Solo hagamos esto usted y yo, y jamás nos volveremos a ver.
— Tú no lo sabes, pero yo sé que volveré a verte — Cruzó sus brazos, se agachó a la altura de Antínoo, sus ojos vacíos hacían contraste con los del alfa — No acepto demandas de hombres sin fé, no hiciste una ofrenda a mi nombre, solo ladraste hasta que yo te respondí.
— ¿Entonces, qué carajos puedo hacer para obtener su bendición? — Señaló nuevamente el espacio vacío en la habitación, en donde debería ir la cama de Telémaco — Deseo el trono, trataré bien al príncipe, no le haré daño, ¿Qué es lo que le impide ayudarme?
— No pienso ayudar a un perro arrastrado a encadenar a un príncipe que tiene toda la vida por delante.
— Oh, lo comprendo, ¿Usted es amiga de Telémaco, verdad? — La diosa pareció odiarlo más en ese momento — En mi defensa, pensé que su querido amigo era un alfa.
— Telémaco es un guerrero de la mente, brillante para sus veinte años — La guerra de miradas se mantuvo — No permitiré que alguien poco relevante como tú lo distraiga del futuro que podrá tener.
— Es relevante si involucra a mi destinado — Atenea volvió a ponerse firme, el tono de Antínoo se volvió más alto en cuestión de segundos — ¡No me ayude entonces! Váyase al carajo, intente matarme, lo matará a él — El ámbar danzaba alrededor de Atenea, pero ella parecía inexpresiva ante ello. Antínoo murmuraba insultos mientras le daba la espalda, y empezaba a caminar — Por estas cosas no hago detalles.
— ¿Por qué quisieras hacer este detalle por Telémaco?
Antínoo miró a la diosa nuevamente, esperando algún insulto después de esas palabras, pero parecía esperar una respuesta.
— No lo sé — Respondió sinceramente, cruzó los brazos — Instinto, deseo que Telémaco descanse bien en su celo. Es puro instinto diosa Atenea — Levantó una ceja — ¿Alguna vez ha visto lo que hace el instinto?
— Más que nadie — Rodó sus pupilas, le dio la espalda al alfa, murmuraba insultos hacia alguien — No es posible todo lo que hago por esta familia.
Ella suspiró, mientras negaba con la cabeza.
Con un chasquido de sus dedos, el suelo tembló, la estructura del pequeño palacio se mantuvo firme ante ese terremoto. Antínoo se sostuvo de una pared con fuerza, mientras veía como una simple planta se convertía en algo más grande.
En cuestión de segundos, había un magnífico árbol de olivo, cubriendo el lugar con sus ramas y hojas. Creció de forma inhumana, incluso su tamaño hacía dudar que fuese un árbol de olivo. Las ramas y hojas se cruzaban, haciendo patrones y dibujos, se convirtió en un techo improvisado lentamente.
Había un árbol de olivo, pero no una cama.
— No confío en ti, pero he aprendido que siempre podemos dar una segunda oportunidad — El árbol de olivo pareció tomar formas en sus hojas, decorando y cubriendo — El destino ha decidido que estén unidos, y yo no puedo interferir lo suficiente sin que uno de los dos termine muerto — Respiró profundamente, y volteó su cuerpo hacia Antínoo, que pareció inflar su pecho. Otra guerra de miradas — No me decepciones.
La diosa se fue, dejándolo en la habitación con el intimidante árbol de olivo.
No perdió tiempo, y empezó a tallar con la daga de Telémaco, no fue lento pero sí seguro. Cada corte era limpio, pero desgastaba la propia hoja del arma, siguió tranquilamente, siempre podía no dormir.
El búho que siempre lo miraba ya no estaba presente. Eso le tranquilizó por unos momentos, necesitaba hacerle alguna ofrenda a la diosa, solo por cortesía y no por agradecimiento.
No paró de tallar, hasta sintió que su brazo ardía por las astillas en él. Decidió tomar un pequeño descanso de hacer la forma a la cabecera, manteniendo la forma del árbol. Solo necesitaría un colchón lo suficientemente cómodo y probablemente Telémaco podría dormir allí.
Con un movimiento de su brazo, se dedicó a seguir, no dormiría hasta que terminará esa maldita cama.
Eso había dicho, hasta que sintió una cadena jalarlo, se sintió incómodo. Soltó un gran quejido, se llevó la daga, y movió su brazo astillado con un gran dolor.
Necesitaba un descanso, y acercarse al príncipe, parecía ser que en épocas del celo necesitaba estar cerca de Telémaco. Instinto, estúpido instinto.
Zarpó nuevamente al palacio después de estar negándose por un largo rato. Cuando llegó a la playa, sintió una mirada en un balcón, ni siquiera quiso mirar, ya sabía quién lo estaba observando.
Caminó por el palacio hasta llegar a la parte más alejada, ignoró el aroma de la miel que danzaba por esas paredes. Llegó a su habitación, se quitó sus prendas improvisadas, y las aventó a una esquina, realmente cansado.
Se acostó en la cama, cerró los ojos, listo para dormir, al menos eso pensaba. Nuevamente, era de madrugada, pero seguía despierto, por el instinto. Al parecer no podía descansar, no había ganas de dormir, luego del celo del príncipe descansaría un rato.
Podría ir a entrenar con el arco, pero su hombro no estaba
Telémaco entró de repente, empujando su puerta de forma agresiva, con sus piernas temblando, jadeando, como si hubiera corrido por todo el palacio. Antínoo por unos segundos pensó que su celo se había adelantado, pero, al contrario de lo que vió en sus ojos, no encontró lujuria, no encontró placer.
Encontró miedo.
Telémaco pareció tranquilizarse al ver la marca que él había hecho en su garganta, cruzó miradas con él, y pudo respirar nuevamente.
Hasta que el principe recordó que estaba cruzando miradas con Antínoo, y frunció el rostro.
— ¿No dijiste que no volverías a mi habitación en la madrugada?
— Yo… — Cruzó los brazos, y entró a la habitación — Venía por mis cortinas.
— ¿En la madrugada? — Levantó una ceja, y señaló sus propios baúles en esa pequeña habitación — Ya no ruegues y solo dime qué quieres pasar la noche conmigo.
— Estúpido — Telémaco vio las cortinas, cambió su mirada al pecho de Antínoo por unos segundos, hasta volver a cruzar miradas — Espero que mi palacio ya esté terminado.
— Solo me falta la cama — Sonrió con burla, y Telémaco le dirigió una mirada llena de coraje — ¿En dónde quieres que la consiga?
— Ugh, por favor, no me consigas otra cama, mi colchón es muy cómodo
— ¿Poca calidad? ¿Creés que te compraría algo de mala calidad?
— ¿Quieres que te sea sincero?
— Vete al carajo.
Telémaco ni siquiera tocó las cortinas, solo cayó en la cama de Antínoo, agotado. El alfa pudo ver la marca en el cuello del omega, con ese pequeño corazón que hacía que su propio corazón se detuviera.
— ¿Sabes que cuándo te dije que si querías pasar la noche conmigo, estaba bromeando, verdad? — Le arrebató la almohada a Telémaco, dejándolo golpearse con el colchón de su cama — Vete al carajo, y vuelve a tu habitación.
— Este es mi palacio, puedo hacer lo que yo quiera — Bostezó, y se acomodó en la cama — En la mañana me iré con mis cortinas.
— ¿Viniste corriendo en medio de la madrugada por unas cortinas? — Soltó una burla — ¿Qué? ¿Son regalo de alguien o algo así?
— Mi padre lo tejió antes de irse, un regalo para mí cuando era un bebé.
Antínoo se quedó en silencio, su pecho dejó de respirar por unos momentos.
Telémaco mantuvo la mirada fija en este, hasta volver a sus ojos aterrorizados, y soltar una carcajada.
— Es broma, yo las compré — Se cubrió con las sábanas, y le dio la espalda — Debiste ver tu cara.
— Vete al carajo — Jaló su cabello, el príncipe se quejó cuando lo soltó, y jaló el suyo — ¡Telémaco, suéltame!
— Si me dejas dormir en esta habitación te suelto.
— ¡Lo que tú quieras, pero suéltame! — Telémaco lo soltó, y Antínoo sujetó su propio cabello, completamente despeinado — ¿Qué tiene esta familia con destruir trenzas? — Murmuró. Miró al pequeño lobo, que ya estaba acomodado en su cama, listo para dormir y aventarlo en la noche — Voy a matarte mientras duermes.
— Confío en que no vas a matarme.
— ¿Desde cuándo tenemos esta confianza?
— Desde que sé que no puedes matarme — Señaló su propia mordida, esa que estaba en el cuello. Telémaco soltó unas risas, y las sábanas cubrieron su marcado cuerpo — Somos destinados, acostumbrate.
— Me das miedo, no me hables de forma amable — Telémaco le pegó con una de las almohadas, acomodándose en la cama, arrebatandole las sábanas — Perfecto, déjame que me muera de frío.
— Muérete.
Antínoo intentó arrebatarle las sábanas, pero Telémaco las agarró con fuerza, tapándose.
— Telémaco, suelta mis sábanas.
— ¿Tus sabanas? — Jaló las sábanas, dandole la espalda — Esta habitación ni siquiera es tuya.
— Este palacio tampoco es tuyo, es de Penélope — Jaló nuevamente las sábanas, hasta que una duda llegó a él — ¿De verdad viniste por unas malditas cortinas en medio de la noche?
— Ya cállate, molestas — Telémaco se acomodó contra las almohadas, dándole la espalda a Antínoo, jaló las sábanas.
— Estas ignorando mi pregunta, vamos pequeño lobo, puedes decírmelo — Se burló — ¿Qué fue exactamente? ¿Tuviste una pesadilla? — Parecía que el príncipe se cubrió más contra las sábanas — ¿En serio, una pesadilla?
— Antínoo, quiero dormir.
— ¿Y dormir al lado mío te ayudará o qué? — También le dio la espalda, sin tocarse — ¿De verdad, qué carajo te tiene tan preocupado…?
— ¡No quiero que te mueras! — Telémaco gritó, agarrando los hombros de Antínoo. El alfa se mostró sorprendido por unos momentos — No quiero que te mueras — Repitió asustado, no parecía que las lágrimas quisieran salir, pero el príncipe mordía sus propios labios — Necesito ver que estás vivo cada noche, y eso me molesta muchísimo.
Antínoo se mantuvo en silencio, mientras la sensación de piel con piel lo quemaba por dentro. Cruzó miradas con Telémaco, con esos ojos azules bonitos, a su parecer, soltó un suspiro, y soltó una risa burlona.
— Entonces, ¿Tu pesadilla es verme morir? — Se burló, y alejó las manos de Telémaco de su piel — Siempre pensé que era tu sueño hecho realidad.
— ¡Antínoo, esto es serio! — Bajó la voz, y pasó una mano por su propio rostro, cansado — Todas las noches te veo morir por una maldita flecha en tu garganta, y no puedo hacer nada — Se levantó de la cama, casi tropezandose con las mismas sábanas — ¡Siempre es lo mismo! Una y otra vez. No me caes bien, eres insoportable, arrogante…
— Auch.
— Y lo suficientemente narcisista para creer que todo el mundo gira en torno a ti — Cruzó miradas con Antínoo, soltando un suspiro — Pero somos destinados, y estoy obligado a mantenerte con vida.
— Creo que tu pesadilla es otra, pequeño lobo — Se burló — No te gusta estar encadenado, quieres ser libre, y pelear contra todos los monstruos que dibujas — Telémaco cruzó sus brazos — ¿Hacemos un trato?
— ¿Un trato? — El príncipe sonrió, y se sentó en el borde de la cama — Habla, Antínoo.
— Te dejaré dormir conmigo cada noche, si eso calma tus hormonas…
— No son hormonas… — Antínoo lo interrumpió.
— Pero, si me pateas fuera de mi cama, te voy a lanzar a los cerdos — Lo señaló, y Telémaco soltó una risa burlona — Es en serio, pateas, y roncas.
— ¿Por qué me permitirías dormir contigo cada noche? Es estúpido.
— Estúpido es venir corriendo por una pesadilla para ver si estoy bien, pequeño lobo — Se recostó en la cama, cerró los ojos, y le dio la espalda — No seas infantil.
— ¿Qué ganas tú con esto? — Se acomodó en la cama, tapándose con las sábanas — No, en serio, ¿Qué ganas tú con esto?
— Que no llores como una princesa en peligro — Sintió una mirada en su espalda, pero no le dijo nada a Telémaco — Te ves horrible cuando lloras.
— Volvemos a la fase del odio, gracias a los dioses — Se escuchó unas risitas de Telémaco, y sintió las sábanas moverse un poco — No te mueras, ¿De acuerdo?
— Si me muero, tú mueres — Le pegó con su propia almohada, antes de acomodarse para dormir — Si despierto en el suelo, te vas a los cerdos.
— Ya cállate.
Nuevamente un búho había aparecido en la habitación, posándose sobre los baúles. Antínoo soltó un largo quejido, y cerró los ojos.
Ámbar y miel danzaban tranquilamente, con la efusiva mirada de la diosa. Telémaco roncaba mientras le robaba las sábanas a Antínoo, y este estaba a punto de caerse de la cama.
Por primera vez en días, todo estaba saliendo bien para los destinados.
Chapter 11: Aquí y ahora, hay una posibilidad de acción.
Summary:
Telémaco despierta huyendo. Necesita esparcir el rumor que debía ir a Pilos y Esparta, necesitaba ganar tiempo para su celo.
Necesitaba ganar tiempo antes de que su celo le arrebatara el tiempo.
Chapter Text
Telémaco despertó con el aroma al ámbar en la habitación, sin embargo, Antínoo no estaba en la cama.
Babeaba en el suelo, y el príncipe había acaparado el colchón. Antínoo dormía tranquilamente en el suelo, parecía que su hombro ya no era una molestia, estaba lo suficientemente torcido para afirmar que seguía lastimado.
Se había curado muy rápido, probablemente había sido obra de la diosa Atenea, que seguía en la habitación, observando a los destinados.
Telémaco la saludó con un movimiento de cabeza, se levantó de la cama rápidamente y huyó de la habitación. Debía empezar con su rutina nuevamente.
Abandonó a Antínoo en el suelo, y entre pasadizos secretos, llegó con rapidez a su habitación, necesitaba tomar una ducha.
Empezó con su pequeña rutina, tallar su cuerpo hasta que su piel se volviera roja, limpiar su cabello con el agua fría que salía. Se ahogaba en perfumes de mala calidad para ocultar su propio aroma, esa era su rutina desde que su casta fue descubierta.
Seguía negando su propia casta, a los pretendientes, distintos sirvientes, incluso a su propio pueblo. Lastimosamente, al único al que no podía negarle su casta era Antínoo.
Él lo sabía, habían pasado casi dos semanas desde la mordida, y aunque lo intentó negar los primeros días, su propia naturaleza le obligaba a no mentirle. Intentó ver la noche anterior qué tanto podía mentir con la broma de las cortinas, y descubrió un vacío en su pecho cada vez que lo engañaba de una forma.
Tenía confianza en que Antínoo no podría matarlo, pero no tenía confianza en que Antínoo fuera un rey dispuesto a darlo todo por su pueblo.
Salió del baño, adolorido por el calor en su espalda (curioso, se había duchado con agua fría) y la picazón en su nariz debido a los perfumes. Secó su cuerpo con toallas hasta que le dolió la piel, se vistió con el quitón que le había conseguido su madre el día anterior, y apartó el cabello de su rostro.
¿Cuál sería la rutina de ese día? Propagar el rumor que iría a Pilos y Esparta para buscar noticias de su padre.
Siempre usaba un viaje diplomático como excusa en cada celo, pero terminaba huyendo a la parte más alejada de la isla para sufrir en soledad.
Gracias a la estupidez de Telémaco, terminó enlazado, y su madre, aprovechando que Antínoo quería ir por el trono, obligó al hombre a construirle un lugar seguro para su celo. En sus tierras, pero cruzando el mar.
¿Tenía esperanzas de la construcción? Por supuesto que no.
Caminó por los pasillos, encontrándose con distintas sirvientas, pidiéndoles amablemente que hicieran la comida para su viaje, en voz alta, sin tratar de disimular algo.
Trataba de verse apurado, aunque faltaban entre tres y cuatro días para su celo.
Buscó a Eumeo, y le pidió que le ayudase a buscar un barco resistente. Fue con Euriclea, y le pidió que buscara sus mejores prendas para impresionar a los reyes.
Todo estuvo en calma, fuera de la incomodidad de sentir sus prendas contra su propia piel, y la picazón en su nariz cada que se encontraba con un olor desagradable.
Todo estuvo en calma, hasta que los pretendientes terminaron de desayunar.
Hablaba en voz alta con las sirvientas cada que distintos pretendientes se cruzaban con él en su camino, solo con la intención de pasar el rumor de su viaje.
Todo iba bien, hasta que cierto grupo de pretendientes se encontraron a Telémaco, solitario, que caminaba por los pasillos tarareando, esta vez sin Argos.
— Chico.
Ámbar derretido, vino, pimienta, ciruelas.
Antínoo le había hablado, con demasiada confianza. Cuando le había dicho la noche anterior que tenían la suficiente confianza, no significaba hablarle en frente de los pretendientes.
Tenía el cuello cubierto, tal vez por ello Eurímaco, Melantio y Anfínomo no le dijeron nada al acompañarlo.
Ni siquiera quiso voltear, solo siguió caminando, escuchando las risas de los cuatro alfas que lo seguían. Uno de ellos, de forma descarada puso su brazo sobre su hombro, de forma burlona, su tacto no le incomodó.
— ¡Príncipe! — Telémaco tuvo que detenerse, y observar a los pretendientes — Hemos recibido el rumor de que irá de vacaciones a Pilos y Esparta.
— Antínoo — Suspiró, realmente estaba más de malas por la presencia de los otros hombres que por la suya — Tendré una gran felicidad al no ver sus caras, lamentablemente, tendré que volver para ver que no hagan un desastre.
— ¿Desastre? ¡Nos ofendes, amigo! — Eurímaco habló — Solo disfrutamos de nuestra juventud.
— Permíteme recordarte que ninguno de ustedes son amigos míos, solo huéspedes…
Telémaco no pudo terminar su frase, sus ojos se abrieron un poco al poner atención al rostro del pretendiente.
El rostro de Eurímaco era una ruina.
Parecía que le habían destrozado el rostro, tenía el labio partido en dos, el ojo hinchado hasta cerrarse, completamente morado. En su cuello no había una mordida, pero sí las marcas de unas manos, probablemente con la intención de ahorcarlo, y no de una manera que se pudiera disfrutar.
Podía reconocer esas manos, porque esas habían jalado su cabello, peleado por sus sábanas, habían tocado su cuerpo instintivamente, y habían sujetado su rostro contra el suelo en una que otra pelea.
Eran las manos marcadas de Antínoo en el cuello de Eurímaco.
Antínoo había querido matar a Eurímaco, y no pudo darse cuenta.
El pretendiente apenas podía sostenerse por sí mismo, incluso usaba de apoyo a Melantio, que estaba burlándose del príncipe por la sorpresa en su rostro.
— ¿Qué carajo…?
— ¡Oh por los dioses! Nuestro príncipe es capaz de lanzar insultos, siempre está con la cola entre las piernas — Melantio se burló, compartiendo una risa con Eurímaco — Realmente había pensado que eras una princesa, extrañaremos su presencia y benevolencia.
— Yo… — Telémaco seguía sorprendido, hasta que su piel quemó contra la de Antínoo, y reaccionó — Por desgracia de ustedes, yo no voy a extrañarlos.
— ¡Pero apenas estamos divirtiéndonos! — Eurímaco sonrió, y su mirada se volvió sombría — No pudimos darte una despedida justa.
El pretendiente se lanzó contra Telémaco, con el puño directo a su rostro.
Antínoo empujó al príncipe con fuerza a una columna, como si quisiera hacerle daño. Recordó que no podía hacerlo, y sintió el frío en su piel al no sentir el calor del alfa.
Eurímaco cayó al suelo, tropezando al no encontrar nada que golpear. Antínoo, que estaba a la distancia, soltó una carcajada burlona, Melantio sujetó su estómago al reír, Anfínomo caminó lentamente, hasta levantar al pretendiente caído.
— ¡¿Qué mierda Antínoo?!
— Ya tuviste suficientes peleas, por borracho terminaste con esos moretones — El alfa habló, con un poco de seriedad entre esas palabras llenas de veneno — Creo que no te sería conveniente pelear con el príncipe, que estará tan ocupado con su magnífico viaje…
— Su alteza, solo queríamos desearle suerte en su viaje — Anfínomo interrumpió a Antínoo. Telémaco no sonrió aunque el pretendiente estuviera siendo respetuoso — Nos retiramos.
— ¡¿Nos retiramos?! ¡Anfínomo, eres un estúpido, suéltame, carajo! — Eurímaco gritaba, Melantio ya le había dado la espalda a Telémaco. Antínoo seguía mirándolo — ¡Habíamos dicho que solo un golpe!
Anfínomo también le dio la espalda, pero luchaba contra la fuerza de Eurímaco, que se mantenía obstinado en darle solo un golpe a Telémaco.
Mientras el caos seguía entre los tres pretendientes, Antínoo se acercó a él enseguida y, riendo, le tomó la mano. Con un tono se voz más alta de lo normal, habló, sin importar que los pretendientes los escucharan o no.
— Telémaco, nuestro pequeño lobo, no me guardes más rencor ni de palabra ni de obra — ¿Desde cuándo el desgraciado podía ser tan educado? Justamente con él — En busca de nuestra misericordia por tanta grosería contra ti, come y bebe con nosotros como solías hacerlo — Solo lo había hecho los primeros días, antes de ver lo malditos que podrían ser los pretendientes — Después, podrás zarpar hacia Pilos y Esparta de inmediato, y recibir noticias de tu noble padre.
Cruzó miradas con el alfa, que aunque sus palabras demostraban respeto, su mirada demostraba burla. Jamás podría tratarlo de esta manera en privado, solo cuando los pretendientes podrían hacer burla de sus interacciones. Eso podía saberlo con solo oler los aromas a la distancia y escuchar las risas silenciosas que juzgaban sus acciones.
— Antínoo — Respondió Telémaco, decidiendo seguir con ese juego que habían inventado — No puedo comer tranquilo ni disfrutar de ningún tipo con hombres como ustedes — Parecía que la sonrisa de Antínoo se ensanchó con burla — ¿No les bastó con que pudieran desperdiciar tantas de mis propiedades siendo aún un joven? — No era tan joven, pero lo suficiente para no ver las crueldades del mundo — Ahora que soy mayor y sé más al respecto, también soy más fuerte.
Antínoo no negó nada de lo que dijo, parecía motivarle a seguir hablando. Su piel quemaba contra la suya, pero no sentía incorrecto, al contrario, quería seguir con ese contacto.
— Ya sea aquí entre esta gente o yendo a Pilos y Esparta, les haré todo el daño que pueda — Habló con más fuerza de la necesaria al escuchar las risas burlonas de los otros pretendientes — Iré, y mi viaje no será en vano, aunque, gracias a ustedes, los pretendientes, no tengo ni barco ni tripulación propia, y debo ser pasajero, no capitán.
Arrebató su propia mano de la de Antínoo, solo por pensar que ya había sido suficiente contacto, y había sido lo suficientemente incómodo.
Se alejó, dándole la espalda a Antínoo, solo porque confiaba en que este no se lanzaría contra él. Pudo escuchar sus pasos, y las risas que se alejaban con cada respiración que daba.
Ámbar, todo lo que lo rodeaba era el ámbar.
Le dolió la cabeza al alejarse de los pretendientes, suspiró, y siguió caminando.
Sintió un vacío al alejarse de Antínoo, sintió su propia marca quemarse contra su piel, sintió la incomodidad en su cuerpo al no sentir el calor del alfa.
Eso le disgustó, demasiado, no era posible que por un maldito lazo se sintiera dependiente de alguien que ni siquiera conocía, y que él ni siquiera conocía.
Antínoo no sabía cuáles eran sus metas, no sabía si quería ser rey o ir entre aventuras, no sabía si le gustaba los días lluviosos o los días soleados, no conocía su color favorito, no sabía sus mitos favoritos.
No sabía nada de él, y Telémaco no sabía nada de Antínoo.
Destinados, solo eso eran. No eran amigos, no eran colegas, no eran nada, solo tenían una sola etiqueta que los iba a unir por la eternidad.
Claro, si usaba el vino no sería para toda la eternidad.
Sonrió, y su caminar fue directo a la habitación de su madre, no tenía nada por decirle, solo quería saber cómo se encontraba.
Telémaco llegó a la puerta de madera que lo separaba de su madre, después de tocar con ritmo la madera, entró a la habitación. Con una sonrisa en su rostro.
Cuando cerró la puerta, olió el cálido aroma del olivo, y su nariz parecía rechazarlo.
La reina estaba tejiendo sin muchas ganas, aunque apenas fuera de mañana. Miel y olivo danzaban tranquilamente, de forma tranquila, y sin necesidad de pelear, al contrario de otros aromas.
Penélope lo vio, y aunque su sonrisa demostraba confianza, su mirada demostró la tristeza que se guardaba.
— Telémaco, hijo mío — Su madre, por primera vez en tantos años, no abrió los brazos para recibirlo con un abrazo. Al contrario, siguió tejiendo — Me hubieras dicho que mi aroma te desagradaba — Soltó unas risitas — Te juro que cuido mi higiene personal.
— Lo siento, madre — Se obligó a descubrirse la nariz, y caminó hacia la alfa — Creo que estoy muy sensible porque mi celo se acerca.
— De hecho, quisiera hablar contigo sobre tu celo — Hizo una ademán, y Telémaco fue directo a la cama, sentándose en ella — Y sobre el perro arrastrado.
— ¿Tú también le tienes ese apodo? — Penélope levantó una ceja, y pudo ver un búho en el balcón. Telémaco se apresuró a seguir hablando — ¿Qué es lo que sucede, madre?
— No voy a cambiar de opinión en que Antínoo pase solo un día de tu celo contigo — El príncipe quería soltar un gran quejido, pero cruzó los brazos, apretando los puños — Tiene prohibido tocarte, también tiene prohibido tocarse o satisfacerse de cualquier manera — Telémaco se sonrojo, su rostro mostraba que estaba de malas — Si te toca, solo tienes que pedirle ayuda a la diosa Atenea, ella atenderá a tu llamado — Señaló su pecho, venía un regaño — Tu celo no será excusa, no puede tocarte, no importa cuánto placer sientas, ni cuánto creés que puede ofrecerte, no podrá tocarte.
— ¿Y yo lo puedo tocar? — Preguntó instintivamente. Solo se dio cuenta de su pregunta hasta que su madre tenía las orejas rojas y una cara de espanto — Madre, considero que gracias al celo lo voy a tocar por mi propia naturaleza.
— Oh — Penélope mantuvo la firmeza, aunque se veía un poco avergonzada — Sí, supongo que puedes tocarlo, mientras él no te ponga una mano encima.
— Gracias, madre — Le sonrió, y ella también le sonrió.
Hasta que Penélope arrugó la nariz, y por primera vez, se mostró disgustada por el olor de Telémaco.
— Hijo mío, creo que deberías tomar un baño — Hizo un movimiento dramático de su mano, y Telémaco soltó una risa — Tu aroma es muy fuerte.
— No es mi aroma, mamá, son los perfumes que compré — Se levantó de la cama, con más risas suyas y de su madre — Pero seguiré tu consejo, tengo muchísimo calor.
— ¿Calor? — Penélope levantó una ceja — Espero que tengas listos tus supresores.
— Sí, madre — No, no los tenía. Se acercó a la puerta, y salió de la habitación, con una gran sonrisa — ¡Te quiero, mamá!
— Yo también te quiero, Telémaco — Escuchó al cerrar la puerta, y alejarse entre los pasillos..
Sintió una sensación de vacío en su alma, decidió de verdad darse un baño, podría buscar los supresores después.
No se había encontrado con ningún pretendiente, milagrosamente. Realmente no creía aguantar ninguno de los aromas con lo sensible que estaba.
Ni siquiera había notado lo ocupado que había estado en el día hasta que vió la luz de la luna a través de las grandes ventanas de su palacio. Observó el mar, que se veía relativamente tranquilo, y sonrió.
Caminó lentamente, hasta que su propio cuerpo se detuvo, y lo sintió.
Sintió el calor pegándole en la espalda, como un azote. Sus piernas fallaron y cayó al suelo, sus rodillas se golpearon contra el suelo, y su visión se volvió borrosa.
Respiró de forma irregular, las lágrimas cubrían sus mejillas, sentía su quitón en cada parte de su cuerpo, de forma incómoda. Se levantó del suelo con mucha dificultad, apenas entendiendo lo que estaba pasando.
Su celo se había adelantado.
Sintió una incomodidad en su vientre, el calor se juntó en sus mejillas, el sudor bajó por su espalda.
Se sujetó gracias a la pared, sus piernas temblaban, y apenas veía su propio palacio, se dejaba guiar por el instinto.
Antínoo estaba afuera, por la playa, debía llegar a él, y rápido. Sintió un gran dolor de cabeza, sintió todo menos placer, su cuerpo exigía calor, exigía la presencia de alguien.
Buscaba por las paredes el pasadizo que le daría la salida directa a la playa, ese que siempre usaba antes de la presencia de los pretendientes.
Escuchó un jadeo sorpresivo, no reconoció ningún olor, con dificultad, levantó la mirada, y tragó saliva.
Melanto cargaba dos copas llenas de vino, probablemente dirigiéndose a la habitación de Eurímaco. Lo observó de abajo hacia arriba, y sus ojos se abrieron solo un poco, antes de que su propio cuerpo demostrara incomodidad.
— ¿Príncipe Telemaco?
Telémaco ni siquiera dijo nada, se contuvo de irse por el pasadizo, y caminó con dificultad, accidentalmente chocó su hombro contra Melanto.
— ¿Necesita ver a un médico?
— No — Respondió abruptamente, sujetando su propia cabeza al caminar — Dile a tus compañeras que dejen de cocinar, me retiraré a Pilos en este instante, es una emergencia.
— De acuerdo… — Ni siquiera supo si Melanto había dicho algo más. Avergonzado, empezó a correr con la poca conciencia que tenía.
Ni siquiera supo por dónde salió, si por un pasadizo, o por la entrada principal. Para cuando volvió a parpadear, sintió su cuerpo completamente sudado, pero sentía la vibra de la playa.
Su mirada estaba en el suelo, respirando profundamente, tocó su propio pecho, intentando calmarse después de correr sin rumbo.
Ni siquiera levantó la mirada aunque sabía que Antínoo estaba en frente suyo, bajando de un barco.
— ¿Telémaco? — Preguntó el estúpido, aún sabiendo que estaba en frente suyo — ¿Qué carajo?
— No digas ninguna palabra, o te cortaré la lengua — Levantó la mirada, a duras penas, y respiró profundamente. El ámbar derretido llenaba sus fosas nasales — Llévame al palacio que construiste, o lo que sea que hayas hecho, es una orden.
Antínoo, por primera vez, no pronunció alguna burla. Parecía que venía de regreso a Ítaca, y ahora, iba de regreso por dónde venía.
Subió al barco sin preguntar, y Telémaco rápidamente subió con él, aferrándose a la madera al sentarse en ella, tratando de ahogarse en otros olores que no fuera el del ámbar.
Antínoo zarpó, remando con fuerza, y un poco de velocidad, los dos estaban en silencio, sería un viaje algo incómodo. Ni siquiera le había avisado a su madre.
Ningún celo había llegado tan agresivo como el que sentía. Y parecía que el alfa lo había notado.
— Entonces, príncipe de Ítaca, ¿Disfrutas tu viaje a Pilos y Esparta? — Telémaco se quejó, y ni siquiera quiso mirarlo — Agradece que estás en tu celo, sino, te hubiera aventando a los cerdos — Lo miró, con enojo — Primera y última vez que dormimos en una misma cama.
— Antínoo, cállate — Sintió el calor en su entrepierna, y sujetó su propia cabeza, miró al agua, y quería aventarse solo para no aguantar ese sufrimiento — Me molestas.
— ¿No se supone que ibas a usar toda la fuerza que tenías para derrotar a los pretendientes? — Levantó una ceja, sus trenzas (nuevamente peinadas) se movían con el viento, y dejó de mirarlo, enfocándose en el frente — Demuéstramelo, mantente consciente en el celo.
— Vete al carajo.
— Así se habla — Telémaco gimió suavemente, y pudo ver a Antínoo removerse con incomodidad — Se nota que los dioses te odian.
— Te voy a cortar la garganta si sigues hablando.
— Que agresivo.
Siguieron su rumbo, las olas golpeaban la madera del barco, Telémaco intentaba concentrarse en una sola cosa, sentado con las rodillas contra su pecho. Sus pezones estaban duros, su respiración era irregular, y estaba seguro que aún con la cantidad excesiva de perfumes que portaba, su aroma era el más fuerte.
Sus aromas danzaron de forma agresiva. Ámbar y miel peleaban, aunque el alfa y el omega estuvieran lejos del otro, la miel atraía como si fuese un baile, el ámbar era electrizante, también atrayente.
Justo cuando Telémaco iba a hablar, sintió como su espalda se pegaba de forma agresiva contra la madera, y a la distancia, Antínoo caía al suelo, realmente sorprendido.
El príncipe se sujetó del barco, escuchó un quejido de Antínoo, que se sujetaba del mástil. De repente, había empezado a llover, aunque la noche no tuviera señales de volverse tormentosa.
Sus miradas se cruzaron, hasta desviarse al mismo lugar, un punto alejado de Ítaca, lejos del reino, lejos de ellos, pero excesivamente grande.
Una tormenta en un solo lugar que lentamente se esparcía, empezando por la lluvia que rápidamente los había alcanzado. Como si fuera un remolino, estaba llevándose parte del mar, por primera vez en todos esos minutos llenos de calor, el frío llegó a su cuerpo con una gran brisa.
— Carajo, ¿Una tormenta? ¿Ahora? — Antínoo ni siquiera dudó, empezó a remar con fuerza, aprovechando la brisa, cambió la posición de la vela, y aprovecharon la velocidad — Agárrate.
— Esa tormenta no es normal — Tragó saliva, y se aferró a la madera sin molestarse en quejarse. Oh no, ya estaba siguiendo órdenes sin dudar — No voy a morir en el océano por una tormenta.
— Si tú mueres, yo muero — Antínoo ni siquiera lo miró al decirlo, pero, con la velocidad que estaban llegando, sintió un tirón en su vientre — No te dejaré morir.
Ámbar, todo lo que pasaba por la cabeza de Telémaco era el aroma del ámbar.
Aprovecharon la tormenta, mediante insultos por parte de los dos, llegaron a la pequeña isla perteneciente a Ítaca.
Telémaco bajó rápidamente del barco, agradeciendo la tierra firme. Antínoo bajó después de él, caminó, dejándolo atrás, y lo siguió, instinto, puramente instinto, le dolía la cabeza.
Cruzaron media isla con mucha rapidez, hasta que Telémaco chocó con la espalda de Antínoo. Este señaló hacia el frente, y allí estaba, su pequeño palacio.
Una pequeña estructura, hecha con piedra caliza, no sabría definir de buena o mala calidad. No había un techo, pero sí las ramas y hojas de un árbol que funcionaban como uno. No había puertas, solo cortinas que le ayudarían a pasar el calor y no sofocarse en una habitación cerrada.
Era funcional, no un palacio, no un hogar, solo un lugar seguro.
Hecho por Antínoo, hecho por su destinado.
— Búrlate todo lo que quieras, es lo mejor que pude construir en un mes — Entraron al lugar, Telémaco cruzado de brazos, respirando profundamente — Oh, y yo no traje ese colchón.
El príncipe cambió su mirada al colchón, que estaba sobre una hermosa estructura tallada sobre el árbol de olivo que lo cubría de la lluvia. Tenía distintos dibujos, especialmente de todos los monstruos con los que deseaba luchar.
Antínoo se apoyó contra la pared, y le dio unos cuantos golpes, sin mucha fuerza.
— Resistirá la tormenta, así que, puedes estar tranquilo de que… — Pero Telémaco ni siquiera lo dejó terminar.
Se abalanzó contra él, sujetando sus mejillas, jaló su cabello, Antínoo se quejó, iba a empujarlo, hasta que recordó la verdadera razón por la cual estaba allí.
Antínoo no podía tocar a Telémaco en su celo.
Y Telémaco ya se había abalanzado sobre él. Cayeron al suelo, donde parecía que la ropa era una molestia y no una prenda.
El príncipe besó y chupó los labios del alfa, devoró su piel, mordió su cuello, y volvía con la atención a los labios ajenos.
Antínoo se mantenía contra el suelo, soportando el peso encima suyo, Telémaco intentaba quitarle el quitón, intentaba llevarlo a la cama.
No podría aguantar todo un día sin tocar a Telémaco.
Chapter 12: Aquí y ahora, podemos tomar el control.
Summary:
Antínoo sobrevive al celo de Telémaco, con una pequeña tormenta de fondo.
Siempre hay otras maneras de persuasión.
Chapter Text
Antínoo siempre había pensado que el desafío de Penélope no sería tan difícil, sabiendo que Telémaco era el omega con el que tenía que pasar todo un día.
Resultó ser estúpidamente difícil cuando intentó apartar a Telémaco cuando se le abalanzó, y no pudo lanzarlo a la otra parte de la pequeña habitación.
Los dos terminaron en el suelo, Antínoo terminó con un dolor de espalda al ser aventado. Telémaco actuaba por instinto, verdadero instinto, besaba su cuello, tocaba su cuerpo por encima de la ropa, jalaba su cabello.
Pasó su mano por el quitón, tocando suavemente la tela, Antínoo se mantenía quieto, los dedos temblorosos de Telémaco no lograban quedarse en un solo lugar, admirando sus pectorales, su abdomen, hasta llegar a su parte baja.
Apretó la tela, y Antínoo contuvo un gemido.
— Telémaco, te voy a dar un golpe si no te quitas.
— Atrévete — Habló por primera vez en minutos, mantuvo su mirada fija en Antínoo — No puedes tocarme.
El alfa le dio un cabezazo, logrando que Telémaco se fuera hacia atrás, un pequeño desbalance para el omega. Rápidamente, Antínoo aprovechó y se levantó del suelo.
Telémaco también se levantó, por primera vez, parecía tener la suficiente fuerza en las piernas para mantenerse de pie. El alfa buscaba los supresores que había dejado abandonado por allí alguna vez.
Tenía el control de la situación, no tocar a Telémaco, y tranquilizar al otro al menos un rato. Sabía que el omega no era un desgraciado para hacerle algo malo, pero, Antínoo sentía que era un poco persuasivo.
Sabía que Telémaco estaba consciente, solo llevado un poco más por sus instintos que por la mente.
Se alejó del principe, buscando con la mirada los supresores, el príncipe se sentó en la cama, tranquilamente, observando cada una de sus acciones.
— No pensé que fueras a hacerme una cama matrimonial.
— Te dije que iba a hacerlo.
— También dijiste que me aventarías a los cerdos, y no lo hiciste — Se burló, Antínoo seguía buscando entre los pocos baúles que había dejado. Se agachó cerca de del principe, buscando por las raíces de la cama — Ladras y no muerdes.
— ¿Puedes dejar de compararme con un perro? Soy mucho más que eso — Su voz demostraba confianza, hasta que Telémaco sujetó su mandíbula y lo obligó a mirarlo — Me subestimas, Telémaco.
— Eres magnífico, Antínoo — Tragó saliva y abrió demasiado los ojos, sintió un caricia en su barbilla, la piel del príncipe era demasiado suave — Pero tienes un ego demasiado grande cuando un omega pudo vencerte en una pelea.
— ¿Vamos a hablar de nuestras castas ahora mismo? — Telémaco lo jaló hacia la cama, obligándolo a levantarse. Antínoo sentía su propio cuerpo quemarse ante el tacto — Si es así, puedo hablarte de las millones de veces que te vencí en una pelea.
— ¿En serio? — Antínoo cayó contra el colchón de cama. Ni siquiera pudo ver cuando Telémaco se quedó encima suyo — No creo que ganes esta.
Tragó saliva cuando la mirada del principe pareció volverse más salvaje, este se frotó contra su ropa, y acarició el hombro ajeno. Soltó un par de risitas, Antínoo soltó un quejido molesto, sin señales de querer detener al desgraciado de Telémaco.
— ¿No se supone que tu protectora iba a estar aquí?
— No, a menos que yo se lo pida — Sonrió, y besó el cuello de Antínoo, con una sonrisa satisfactoria — ¿Cómo es que sabes de ella?
— No soy estúpido, Telémaco.
— Claro que no, eres increíble — Dejó la palma de su mano posada sobre su pecho, y se alejó un poco, el principe lo observó por largos segundos — Pero demasiado tonto a veces.
Telémaco estaba encima de Antínoo, admirando la figura ajena como si fuera una estatua. Pasaba su mano sobre el abdomen ajeno, encima de la ropa, lento. El omega lo miraba fijamente, esperando ver alguna reacción al dejar su palma encima de su erección.
— Telémaco — Mordió su labio para evitar un gemido.
— ¿Quieres esto o no? — Preguntó el omega, cegado por el placer. Abrió sus muslos de forma sugerente, Antínoo tragó saliva — Responde.
— No voy a negar ni afirmar nada… — Sí quería, definitivamente. Un omega le abría las piernas y lo dejaría hacer lo que quisiera toda la noche. El problema, ese omega era Telémaco — ¡Carajo! — El príncipe se movió encima suyo, su taparrabos ya era una molestia para este punto.
— ¿Lo quieres o no? — Preguntó el omega, parecía interesado, incluso sus movimientos se detuvieron por unos momentos, su cabello caía, pero no ocultaba su mirada.
— Sí quiero, Telémaco — El príncipe siguió con sus toqueteos, parecía que solamente necesitaba esa confirmación — Pero realmente no sé si eres tú o el instinto el que quiere esto.
— ¿Desde cuándo te interesa lo que quiero? — Levantó una ceja, frotándose contra la piel morena — Esto es lo que yo quiero — Dijo, sintió un tirón en su vientre al escuchar esas palabras que probablemente Telémaco no recordaría — Quiero que me cogas toda la noche, ¿Qué es lo que te detiene? — El principe apreto sus muslos contra la cadera del mayor — No somos nada, y no te afectará en nada que tengamos sexo.
— Definitivamente me afectará si tenemos sexo…
— ¿Por qué? Tú no me amas, y yo no te amo — Telémaco se acercó a él, sus pectorales se tocaron, compartieron una respiración, al mismo tiempo, lento, demasiado sugerente, Antínoo se aferró rápidamente a las sábanas — No le diré nada a mi madre, y no estás incumpliendo ninguna regla.
— Creo que tú madre dijo que no podía tocarte.
— Dijo que tenías prohibido ponerme una mano encima — Una sonrisa burlona llegó al rostro del príncipe, y su mirada pareció oscurecerse por unos segundos. Antínoo tragó saliva — Tienes muchas otras formas de tocarme sin necesidad de usar tus manos.
El príncipe pareció burlarse de sus propias palabras, se acercó a la garganta de Antínoo, allí donde estaba la marca. De forma lenta agarró el hombro del mayor, masajeando con fuerza, enterrando sus uñas, antes de lanzarse a morder.
Mordió a Antínoo nuevamente, sacándole un gemido que sonó como un gruñido, este cerró los ojos, instintivamente golpeó el costado de Telémaco con su rodilla. El príncipe bajó tranquilamente la pierna del alfa, toqueteandola, seguía mordiendo, marcando con fuerza.
El omega lo soltó, dejándolo respirar por unos momentos, antes de lanzarse a chupar la mordida, jalar la piel, besar la piel. Escuchaba las risas burlonas del omega, que seguía moviendo las caderas encima suyo, que lo mantenía en un solo lugar, que quería arrancarle la garganta mediante besos.
Oh carajo, le estaba gustando eso.
Antínoo sintió como su quitón lentamente se iba, Telémaco estaba desnudando su persona, con una sonrisa burlona, y un desafío en su mirada. Levantó los brazos al sentir los nudos de la prenda deshacerse.
El príncipe seguía con su propio quitón, lentamente se acomodó encima de su taparrabos, que estaba completamente mojado gracias al lubricante que bajaba por los muslos del omega.
— Bésame.
— ¿Me estás rogando? — Sonrió, aunque su cuerpo temblara por el peso encima suyo.
— Es una orden.
— Entonces me estás rogando.
— Antínoo, bésame en este instante si no quieres que te arranque el labio.
— ¿Y si no quiero besarte?
— Tu erección no dice lo mismo.
Telémaco se lanzó contra sus labios, Antínoo abrió la boca sorprendido, y el príncipe metió su lengua de forma descarada. Tenía la confianza de una persona experimentada, pero los movimientos de su mandíbula le decían que era la primera vez que besaba de esa forma.
El alfa no pudo más, contra todo su instinto, siguió esa pelea de lenguas que apenas había descubierto, y que no iba a soltar.
Mordió la lengua de Telémaco, este gimió contra su boca. Sujetó su propio peso con sus codos, el príncipe se sujetó, con fuerza, pasando sus brazos por su cuello. Se movía descaradamente encima suyo.
— Tienes mucho que aprender, Telémaco — Se aferró a las sábanas, obligándose a no tocar los muslos del príncipe — No besas bien.
— Tu sí besas bien — Pensó que el omega iba a responderle con un insulto, pero en su mirada había solo deseo e instinto — No hables y sigue.
Mordió los labios ajenos, siguiendo órdenes, siguiendo el instinto. Escuchó gemidos del omega, que se frotaba contra él de forma descarada, sintió sus pequeños temblores en sus muslos de tanto tiempo en esa posición, sintió sus manos sujetando su brazo, pasándola de forma lenta y seductora.
Sentía que podía llegar al clímax con solo besos y toqueteos.
El beso se había vuelto húmedo, descarado, agresivo, ninguno quería alejarse del otro. Telémaco movió sus caderas encima suyo, no estaba cerca de su propio miembro, ese que ya estaba despierto desde hace rato.
Gruñó cuando el príncipe se separó, y escuchó su risa burlona. El omega pasaba sus manos por su pecho, Antínoo no hacía nada más que quejarse abiertamente, podía sentir una parte de su cuerpo mojada por fluidos que no eran suyos.
Cuando Telémaco empezó a quitarse su propio quitón, junto a su taparrabos, molesto e impactante, Antínoo tuvo que mirar a otro lado, vió como la prenda caía a la distancia, y sintió la piel quemando contra su costado, delicada, suave, tragó saliva y sujetó con fuerza las sábanas.
Dirigió su mirada al suelo, y allí estaban los ingredientes para un supresor para el omega.
Sintió una mano en su mandíbula, que lo obligaba a devolver su mirada a Telémaco, encima suyo. Moviéndose contra él, apoyado en su abdomen.
— No mires a otro lado.
— ¿Desde cuándo se supone que tienes el control en esta situación? — Gimió cuando Telémaco le quitó el taparrabos — Desgraciado.
— Siempre he tenido el control, que tú seas lo suficientemente estúpido para darte cuenta es un caso completamente diferente — El príncipe pareció ver su erección, con hambre, con deseo — Eres magnífico, Antínoo.
— Telémaco, cállate antes de que…
— ¿De qué? ¿Antes de que te monte o antes de que me des un golpe? — Sonrió con burla, Antínoo podía sentir como Telémaco se movía contra su erección. El desgraciado estaba listo para recibirlo — Oh, no puedes golpearme.
Antínoo se inclinó contra Telémaco, molesto por ser desafiado, y fue directamente contra el pecho ajeno.
Besó uno de sus duros pezones, de forma agresiva. Mordió con fuerza hasta sacarle un gemido a Telémaco, que no parecía tener ganas de parar.
Mordió el pezón, agarrándolo con sus dientes y jalando. Telémaco soltó un jadeo que fue directo a su miembro, el príncipe sujetó su cabello, sentía los temblores de su mano, sintió como sus trenzas se deshacían con delicadeza en medio de todo ese caos.
Antínoo chupó, dándole atención al dulce punto rojo, hinchado. Su propia mano se aferró a las sábanas, recordando que venía por el trono y no por el omega que lo recibía con las piernas abiertas.
Escuchó un suave gemido en su oreja, la mayoría de sus trenzas habían desaparecido, pero la mano temblorosa de Telémaco seguía aferrándose a él.
Cuando sintió que le había dado suficiente atención al pezón, fue directo al otro, esta vez siendo más agresivo, buscando más los sonidos que salían de la boca como si fuera un canto. Separó sus labios del pecho del príncipe solo cuando sintió movimiento encima.
Sintió sus muslos mojados gracias al lubricante natural que salía del príncipe, Telémaco seguía encima suyo.
No lo detuvo cuando vió cómo sus muslos se marcaban por la fuerza contra las sábanas, no lo detuvo cuando él se aferró a sus hombros, no lo detuvo cuando vió como su dilatada entrada se alineaba con la punta de su erección.
No lo detuvo aunque lo miró, y encontró placer, solo placer. Sus hermosos ojos azules nublados por el placer y solamente por ello.
No se detuvo cuando vió a Telémaco llorar de gozo aunque ni siquiera se habían unido, cuando sus pechos se tocaron y compartieron una respiración. El príncipe le dedicó una última mirada, sumiso, abriendo un poco más los muslos para montarlo toda la noche.
Se detuvo cuando Telémaco estuvo a punto de dejarse llevar, dejarse usar, dejar de pelear con él. Cuando cruzó miradas con él y no encontró un desafío en sus acciones.
— ¡No puedo!
Empujó a Telémaco al otro lado de la cama con su brazo.
Este se soltó de sus hombros con facilidad, y cayó contra el colchón. Sus piernas seguían abiertas, y su lubricante salía con facilidad, pero en su rostro había sorpresa, ya no placer.
Agradeció eso.
Antínoo se levantó de la cama, arrebatando las sábanas del colchón, y cubrió su cuerpo. Respiró profundamente, miel, todo lo que olía era miel.
La tormenta ya había pasado, pero la tormenta en su propia alma por haber rechazado un encuentro con Telémaco no se iba. Se agrandaba, se revolvía, parecía una burla de los mismos dioses.
Tocó su propia cabeza adolorido, ignorando la tensión en su propia erección, su espalda estaba llena de sudor, y le dolía la garganta, justo donde Telémaco lo había mordido.
Ni siquiera quiso ver cómo estaba el omega.
— ¿Antínoo?
— No puedo seguir — Se cubrió con las sábanas, y agarró su propio quitón, que estaba en el suelo — No podemos seguir.
— Oh.
Antínoo miró a Telémaco, y encontró una vista que sabía que no podría olvidar.
El príncipe cerró sus piernas lentamente, cubrió su pecho con sus brazos. Podía ver sus labios y pezones hinchados, rojos, probablemente gracias al ser chupados y mordidos. Logró ver cómo sus bonitos ojos azules, a su parecer, se volvían más conscientes de su entorno, hasta cruzar miradas con su destinado, las orejas del omega se volvían rojas.
Pero aún así, sentía un rechazo en su propia alma.
— ¿Por qué te detuviste? — Telémaco no parecía enojado, solamente sorprendido. El omega intentó cubrirse con una de las almohadas — No me quejo pero…
— No quiero ganarte así — El príncipe se burló — No de forma romántica, que asco — El príncipe le pegó con una de las almohadas — No quiero tener algo así contigo sino estás completamente consciente, no si no estás peleando conmigo — Se burló, y miró a Telémaco — Así que, aprovecha lo que tuviste porque jamás lo vamos a repetir.
— Vete al carajo — Telémaco cerró sus ojos, estaba más consciente que hacía unos minutos — Te juro que en ninguno de mis celos me he comportado así — Parecía avergonzado, sujetó su cabeza, estaba completamente rojo — Olvida esto, por favor.
— ¿Olvidarlo? Por supuesto que no, te haré burla por siempre — Telémaco le aventó una almohada, Antínoo soltó risas — ¡Ese es el pequeño lobo que yo conozco!
— ¿¡Conocerme!? ¡No me conoces! — Parecía que lentamente el placer dejaba de nublar la mente del príncipe. El tono de voz del omega subía cada vez que el alfa se reía — No sabes nada de mí, absolutamente nada.
— Entonces, dime algo de ti — Telémaco levantó una ceja, Antínoo se había hecho un nudo con las sábanas — No te voy a coger, y lo mejor que podemos hacer es hablar hasta que te duermas.
— No tengo sueño — El príncipe miró la madera tallada, tocó suavemente uno de los dibujos — No sé cómo se te ocurrió tallar esto, ni siquiera te he contado mis monstruos favoritos.
— Puedo decir que soy observador.
— No te diste cuenta que era un omega en tres años.
— ¿Volvemos a la agresividad? — Soltó una risa burlona, pero Telémaco nuevamente lo golpeó con una almohada — ¡Deja de golpearme, carajo!
— Me tocaste — Parecía haberlo dicho de la nada, su mirada se volvió más irritable — Perdiste uno de los desafíos de mi madre.
— Chico, tú me dijiste que no podía tocarte con mis manos, no con otras partes de mi cuerpo…
— ¡Antínoo, ya te dije que lo olvides! — Su tono molesto subía y subía, pero el alfa seguía burlándose — Eres un desgraciado.
— Me adoras.
— Ojalá te mueras — Telémaco le arrebató la sábana con dificultad, cubriéndose el mismo, dejando a Antínoo desnudo — No tienes porque quedarte.
— Tengo que quedarme, quiero el trono.
— Que ternura — Habló de forma sarcástica. El príncipe evitó verlo, y nuevamente observaba la madera tallada, pasando sus dedos por ella — Son mis monstruos favoritos — Dijo al aire, Antínoo evitó hablar por unos momentos — No tengo suficientes historias de ellos, me gustaría viajar y luchar contra cada uno de esos monstruos.
— Con tu suerte probablemente te ahogarias en el mar — Telémaco sujetó la almohada, Antínoo se burló nuevamente — Prepararé tu supresor, te aliviará un poco la noche — Se levantó de la cama, tropezando un poco con las raíces. Levantó los ingredientes del suelo, y empezó a hacer el supresor — Tú sigue hablando.
— Ni siquiera vas a escucharme — Antínoo tarareó, cruzó las piernas, y se cubrió aún más con las sábanas — Las sirenas realmente no son sirenas, puede que en los libros digan que tienen el cuerpo de un pez, pero realmente son mitad ave, las nereidas son las que tienen el cuerpo de un pez.
— Ajá — Agarró unas cuantas hierbas medicinales, quitándole las hojas hasta revolver con sus propias manos, con el agua que caía de las hojas logró hacerlo — ¿Y cómo sabes eso?
— Le he preguntado a la gente de mi pueblo en los días que ustedes eran insoportables — Antínoo seguía revolviendo, concentrado en su tarea. La miel le revolvía el estómago — Quiero viajar para no volverte a ver.
— Que bonito — Dejó los ingredientes en un cuenco que había traído. Con su puño molía los ingredientes — Yo pensé que habías dibujado un pájaro mal hecho, por eso lo talle.
— Te odio — Tal parecía que Telémaco había ignorado que lo encontró dibujando.
— Toma el supresor y me sigues odiando, ¿De acuerdo? — Antínoo le puso el cuenco en el rostro, Telémaco se tapó la nariz, y miró para otro lado — No seas delicado.
— ¡Eso huele horrible! — Se sujetó de la madera, el alfa ignoró que el príncipe acariciaba lentamente el dibujo de cerbero — Los supresores que compro jamás son tan horribles.
— ¿Qué carajo? Los ingredientes no son de mala calidad — Antínoo olió el cuenco, pero su rostro no cambió — No huele mal, ¿Qué? ¿Acaso comprabas supresores para alfa? — Antínoo se burló.
Telémaco no decía nada.
Al contrario, seguía con la nariz tapada, y el rostro mirando hacia un lado completamente diferente.
— En serio comprabas supresores para alfa.
— Cuando yo los encargaba, especificaba que era para mí…
— ¿¡Eres estúpido!? — Antínoo casi le daba un zape hasta que recordó que no podía tocarlo. Le arrebató la almohada al príncipe, y le pegó con fuerza — Lo único que harás es arruinar tu propio cuerpo — Sujetó el cuenco con fuerza, y su tono era uno molesto, murmuraba para sí mismo, ignorando a Telémaco — Con razón te pusiste como un loco hormonal, los supresores jamás te hubieran funcionado porque tomabas los de un alfa, y no los de un omega…
— No puedo tener hijos, no me afectará en nada si tomo supresores de alfa — Antínoo sintió un pellizco en su corazón — No voy a tomarme eso, huele asqueroso…
— Un momento, ¿No puedes gestar? — Parecía sorprendido, incluso había interrumpido a Telémaco — ¿En serio?
— ¿No lo sabías? — Preguntó de forma burlona, hasta que su rostro cambió lentamente al ver que Antínoo no le respondía — En serio no lo sabías.
— Era una teoría que había entre los pretendientes, jamás pensé que fuera verdad — Mantenía el cuenco cerca de su pecho, el olor del supresor era uno agradable — Oh carajo, por eso la reina necesita volver a casarse siendo un alfa.
— Felicidades, descubriste uno de los secretos de nuestro reino — Telémaco se cubrió más con las sábanas — No puedo gestar.
— ¿Y tú quieres tener hijos? — Antínoo estaba interesado en saber de ello, se sentó en la cama al lado de Telémaco, sentía curiosidad.
— ¿Por qué me preguntas lo que quiero?
— Necesito hacerte plática para que aguantes la noche sino vas a tomarte el supresor que tanto me costó conseguir.
— Que lindo — Dejó de taparse la nariz, aunque la arrugó después de oler el cuenco — Por ahora no quiero hijos — Antínoo parpadeó — ¿Qué? ¿Estás molesto porque tu destinado no puede tener hijos?
— No, yo tampoco quiero hijos.
— Oh, me lo imaginaba — Levantó los hombros — No pareces ser alguien que piense en tener descendencia.
— Juzgas demasiado, pequeño lobo — Telémaco levantó una ceja, su expresión seguía siendo una molesta — Apuesto que no sabes algo de mí, algo verdadero.
— Oh, claro que sí, eres una persona arrogante, burlona, que se creé mejor que los demás…
— Me referiría a lo que me gusta, Telémaco — Antínoo mantenía una sonrisa burlona, por alguna razón, sabía que el príncipe empezaría a hablar antes de tiempo — Vamos, una fácil, a ti te gustan los monstruos, a mí también — Levantó los hombros, y sintió sus propias trenzas molestarle en su cuello — Dime mi monstruo favorito.
— No tengo ni la menor idea.
— Hagamos un trato, ¿Bien? — Vió una pequeña sonrisa en Telemaco, que lo miró interesado — Si adivinas cuál es, no tomas el supresor, sino, tendrás que tomarlo.
— De acuerdo — Sonrió, y de forma confiada siguió hablando — Tu favorito es la Hidra.
— Equivocado — Le acercó el cuenco al rostro, y Telémaco se cubrió la nariz nuevamente — Ahora toma el maldito supresor, sino, no podrás aguantar todo el día.
— ¡No me voy a tomar eso!
— ¡No seas un mal perdedor! — Le acercó el cuenco a la boca, y Telémaco intentó empujarlo — ¡Lo vas a tirar!
— Me lo tomaré si me dices cuál es tu monstruo favorito — Telémaco se veía interesado por la respuesta de Antínoo. El alfa sintió un pellizco en su alma — Tú sabes cuáles son mis monstruos favoritos, yo deseo saber cuáles son los tuyos.
— La quimera — Le acercó el cuenco a Telémaco — Ahora tómatelo.
— ¿La quimera? ¿En serio? — El príncipe le arrebató el cuenco, haciendo cara de asco — Supongo que tiene sentido.
— Ajá, solo tómatelo.
Telémaco hizo una mueca. Vió el cuenco, cerró los ojos, y se tomó el supresor.
Casi lo escupe, pero logró tomárselo todo, Antínoo le quitó el cuenco, burlándose de él.
— ¡No seas dramático! — Tenía una sonrisa en su rostro, una burlona, definitivamente. Telémaco cubría su propia boca.
— Sabe horrible.
— Te acostumbrarás — Bostezó, su erección ya se había calmado. Buscó su taparrabos — Me quedaré al lado de la cama, si necesitas algo iré a buscar y…
— ¿Qué? Claro que no, vete a la esquina, ya estuviste lo suficientemente cerca.
— ¿No dijiste que íbamos a olvidarlo?
— ¿Olvidar qué? — Compartieron una sonrisa cómplice, y soltaron unas risita. Hasta que Telémaco señaló una parte de la habitación — Vete a la esquina.
— Vete al carajo.
Se mantuvieron en silencio, un poco incómodo. Antínoo se levantó de la cama, y recogió su propio quitón, que justamente fue aventado a esa esquina.
Acomodó su taparrabos, miró a Telémaco, el rojo de su piel se había calmado, parecía que el supresor estaba haciendo efecto. El príncipe se recostó en la cama, ignoró que este seguía desnudo.
— No vuelvas a hacer algo así — Dijo Telémaco, este le dio la espalda. Parecía que traía un poco de sueño.
— ¿Casi tener sexo?
— Hacerme un detalle — Pudo ver como la mano de Telémaco tocaba la madera, y los pequeños monstruos tallados en ella — Me incomoda, no somos nada, solo destinados — Hubo un silencio por unos segundos — Y eso seguiremos siendo.
— Dramático — Antínoo se sentó en la esquina, acomodando su quitón — No te haré un detalle a menos que me lo pidas.
— Nunca te pediré un detalle.
— Por supuesto que lo harás — Una sonrisa salió inconscientemente de Antínoo, ya se estaba preparando para un golpe — Si me rogaste que te besara…
— ¡Antínoo! — Soltó una carcajada cuando sintió el golpe de una almohada en su espalda.
Antínoo soltó risas y risas, escuchó un largo quejido proveniente de Telémaco, que se cubrió con las sábanas, probablemente no tendría calor por el momento.
Se recostó en la esquina. Minutos después, la miel danzaba por la habitación, mucho más dulce de lo que había sido en esas dos semanas. Ya no era una molestia, un fuego que deseaba extinguir, era un aroma que podía soportar, que lo cuidaba por las noches y lo tiraba de la cama por las mañanas.
Movió un poco su rostro, lo suficiente para ver al principe dormido y acurrucado contra las sábanas, plácidamente en un solo lugar, probablemente por la noche quedaría desparramado por la cama. Telémaco roncaba un poco, podía ver su espalda subir y bajar con cada respiración, no lo había echado, pero tampoco le había pedido que se quedara.
Eso le bastaba por el momento.
Oh, y jamás volvería a pasar un celo con el príncipe, nunca en la vida. Tocó su garganta adolorido, demasiada adrenalina para un solo momento.
Podría darse un descanso de los placeres carnales si eso significaba no volver a ver a Telémaco de esa manera. Nunca más, lo decía en serio.
Escuchó un ronquido del principe, soltó unas risitas. Se dedicó a mirarlo, lo cuidaría a la distancia, viéndolo dormir, hasta que sus propios ojos pesaron.
Le sorprendía las cosas que hacía por el trono.
Notes:
¿De verdad pensaron que tendrían sexo desenfrenado cuando apenas se enlazaron hace dos semanas y no conocen nada del otro? 👀
Chapter 13: Aquí y ahora, quemarlo hasta las cenizas.
Summary:
Antínoo regresa a Ítaca, y todos resultan ser agresivos contra él.
Notes:
TW: En este capítulo hay una corta escena que involucra la pérdida de un compañero animal muy querido. Quise mantener la fidelidad al mito, pero entiendo que puede ser doloroso. Si estás pasando por algo sensible, lee con cuidado.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Cuando Antínoo despertó, sabía que podría cumplir con el desafío de la reina, después de todo, no había roto ninguna regla.
Había sobrevivido la noche, y el príncipe no le había insinuado nada durante el día. Por la mañana, le había conseguido frutas y un poco de carne para que pudiera desayunar.
¿Qué hizo Telémaco? Rechazó cada una de sus comidas, y él mismo salió a buscar lo suyo.
Regresó con una gran cantidad de frutas, pero completamente acalorado. Antínoo se burló de él. El príncipe lo insultó por horas, la miel bailaba alrededor de él, pero hablaron lo suficiente para conocer un poco del otro.
¿De qué se enteró? Muchísimas cosas, por ejemplo, Telémaco tenía un gusto por las historias de monstruos y héroes, y que amaba escuchar historias de su padre (no compartían ese gusto).
Oh, y Telémaco se burló cuando dijo que no volvería a pasar ningún celo con él. Incluso, recalcando todas las veces que había mencionado el celo en esas dos semanas.
Cuando la luna volvió a posarse en el cielo, Telémaco le ordenó que se fuera, que había cumplido su desafío y que no lo quería volver a ver en un celo suyo.
Antínoo le dio un golpe en la cabeza, y huyó del pequeño lugar que le había construido a Telémaco, carcajeándose. Lo volvería a ver en dos o tres días, solo esperaba que no le devolviera el golpe.
Cuando llegó a las orillas de la isla, se encontró con que un barco lo estaba esperando, navegado por el porquero real del palacio, un beta, se presentó como Eumeo. Este lo saludó con un poco de desprecio, lo dejó en el barco, y se retiró a buscar a Telémaco en la pequeña isla.
Cuando regresó, tenía una sonrisa, y navegó con un poco más de respeto a Antínoo, regresando a Ítaca sin problemas ni dificultades. La tormenta de la noche anterior parecía un chiste comparándola con la despejada noche que hubo cuando se retiró, y dejó al príncipe solo.
Antínoo sintió una inmensa libertad cuando tocó tierra firme, volvió al palacio a tomar un baño y arreglar sus trenzas.
Talló su cuerpo con fuerza, y tomó una ducha con agua fría. Quitó cada beso y mordida, limpió cada toque del príncipe en su cuerpo. La miel desapareció lentamente con cada golpe del agua contra su espalda.
Se sintió feliz, dándose un baño en las duchas del castillo, nadie lo molestaba, nadie estaba despierto tan tarde, nadie estaría tan al pendiente de él en la noche.
Hasta que escuchó un caos en la entrada de las duchas, escuchó pasos llegar, y una puerta cerrando por dentro.
Ni siquiera quiso mirar, el olivo lo estaba mareando cuando había pasado un día completo con la dulce miel.
— Antínoo.
— Penélope, reina de Ítaca — Se sumergió un poco en el agua, de forma un poco agresiva al sentir el frío contra sus músculos — ¿En qué le puedo ayudar?
— Eumeo me comentó que lograste cumplir con algunos desafíos — Antínoo levantó los hombros, y siguió con su ducha, mojando su cabello — Lograste la única obligación que tenías para pretender a Telémaco, su palacio mal hecho y no tocarlo en su celo.
— Usted es tan amable al venir a felicitarme en plena noche — Salió de las duchas, tocando el firme suelo, y se encontró a Penélope mirándolo con odio. Esta le aventó unas toallas, empezó a secarse rápidamente para vestirse — ¿Qué se le ofrece?
— Te dejaré descansar dos días, en lo que mi hijo regresa, después de eso, empezarás con el otro desafío que te asigné.
— ¿El de el arco y la flecha? ¿No es demasiado pronto? Apenas completé los otros desafíos — Penélope asintió, y Antínoo rápidamente se cubrió con un taparrabos. Secó su cabello — Telémaco me dijo que sería un arco palintonos, ¿Cómo carajo podría tensar un arco así? — Ni siquiera sabía que tenía de especial ese arco.
— Lo verás en dos días, lo vas a tensar frente a todos los pretendientes — Antínoo se cubrió con su quitón, con el aroma a olivo mareando su alrededor — Sin excepciones.
— Como usted diga — Ya estaba vestido. Abrió los brazos, con una sonrisa burlona — ¿Algo más?
— Un mendigo se presentó en el palacio, pidiendo un lugar para descansar — La reina cruzó sus brazos, y Antínoo bajo los suyos. Salieron de las duchas, dirigiéndose a otro lado, pasando entre los pasillos — Los pretendientes fueron abusivos con él, arrebatándole la comida, humillandolo, lanzandole ollas y vino a su rostro — Ella suspiró con tristeza, se detuvieron afuera de la sala de trono — Decidí que él tomaría sus comidas contigo, ya que tú tienes prohibido comer con los pretendientes.
— Ajá, lo que usted diga — Penélope abrió las puertas de la sala del trono, indicándole que se sentara donde siempre. Antínoo entró al lugar, sonrió, y empezó a burlarse en voz alta — ¡Nos vemos en la boda con su hijo!
La reina le dedicó una mirada cruel, y lo dejó encerrado en la sala del trono.
Ni siquiera quería cenar.
Dio unos cuantos pasos, hasta encontrarse con el mendigo, que ya lo esperaba en la mesa, en el lugar donde Telémaco debería sentarse.
Antínoo suspiró, tomó asiento, hizo un movimiento de cabeza en forma de saludo, y el mendigo lo ignoró.
Empezó a comer, con la atenta mirada del mendigo. Portaba un himatión de mala calidad, parecía que era lo único que vestía. Era un viejo, probablemente moriría pronto, sus músculos se veían demacrados. Ni siquiera había tocado uno de todos los platos servidos en esa mesa.
— Viejo, sabe que puede comer lo que sea de esta mesa, ¿Verdad? — Le incomodaba su mirada, solo quería comer en paz e ir a dormir — Coma lo que desee, las criadas son buenas cocineras — Ignoró que algunas de ellas se acostaban con los pretendientes.
El mendigo empezó a comer, de forma silenciosa, no se había presentado, evitaba hablar.
Antínoo lo ignoró, siguió comiendo, tomó un poco de su vino, levantando la garganta solo un poco. Parecía que eso bastó para que el mendigo lo viera con ojos llenos de emoción, y empezará a hablar.
— ¿Usted tiene un destinado? — El hombre se veía interesado en la marca que había olvidado cubrir. Soltó un largo quejido, y asintió la pregunta — ¿Cuánto tiempo llevan juntos?
— Es complicado — Bebió un poco de vino, y encontró un búho a la distancia, observándolo. Lo ignoró, y siguió hablando — Ya pedí su mano en matrimonio.
El mendigo le sonrió, y empezó a comer de forma tranquila. Disfrutando cada pizca de pan y carne, parecía que no había comido de esa forma en años.
— Los destinados siempre quedarán juntos de una u otra forma — Mordió un pedazo de pan, sonrió, y tragó, nuevamente hablándole — Fue buena decisión pedir su mano, aunque no estén juntos.
— ¿Usted cómo sabe, eh? — Antínoo mordió una manzana, y tuvo un pequeño dolor de cabeza — ¿Ha visto casos así de casualidad?
— No — Su actitud pareció ser una más seria, empezó a comer de forma más tranquila, la emoción que tenía en sus ojos cambió — Soy un beta.
— Al menos no sufre — Tomó un poco de vino, su marca ya no dolía tanto comparada con la noche anterior.
— Claro, al menos no sufro — Pareció reflexionar sus propios palabras, pero siguió hablando — ¿Acaso trabajas aquí o algo así?
Antínoo casi se atraganta con el vino, tosiendo con fuerza, dejó la bebida de lado, y supo que el maldito búho que lo observaba a la distancia se burlaba de él.
— Es complicado.
— Oh, vamos chico, ¿Por qué otra razón estarías en este palacio? — Soltó unas risas roncas, como si su garganta hubiese sufrido por años — ¿Acaso venías a pretender a la reina o algo así? — Se burló, y siguió comiendo.
Antínoo se negó a hablar, no quiso negar las palabras del mendigo. Ahora no pretendía a la reina, pero seguía pretendiendo a la realeza.
El hombre lo miró después de unos segundos en silencio. La poca confianza que había en sus ojos se había esfumado en cuestión de segundos.
— Pretendes a la reina.
— Es complicado — Siguió comiendo, hasta sentir el estómago lleno. Suspiró, y continuó hablando — Digamos que la reina y yo tenemos un poco de historia — Sintió una mirada amenazante del mendigo — Nada romántico o algo así, pero sí era su pretendiente.
— ¿Eras su pretendiente? — Parecía que su tono se había vuelto más agresivo. El mendigo dejó de comer — La mujer que te acompaño hasta las puertas de esta sala, ¿Era la reina?
— Ajá, era ella — Cruzó los brazos, y levantó una ceja — ¿A usted qué le importa? Ya no estoy interesado en su mano, relájese.
— En un solo día he visto la crueldad de cada uno de los pretendientes, todos y cada uno de ellos — Aunque al principio de la cena los ojos del hombre se veían, ahora parecía que fueran rojos, bañados en furia — ¿Cómo podrías demostrarme que eres diferente a ellos?
— ¿Qué hará si no lo hago? — Antínoo se burló del hombre, pero le encantaban los desafíos — No tengo nada que demostrar, no me cae bien la reina, no le caigo bien a la reina, solo soy un hombre que prefiere otras formas de llegar al trono.
— ¿Y cuándo un hombre se convierte en un monstruo?
Preguntó el mendigo, el ambiente en la habitación se volvió tenso, Antínoo tragó saliva, pero no deseó levantarse.
— No planeo hacerle daño a la realeza, se lo aseguro — Levantó las manos de una forma inocente, ya estaba harto, necesitaba dormir — Puede lanzarme una flecha si miento.
— Espero que no mientas — El mendigo se levantó de la mesa, dio un último sorbo al vino, y le dio la espalda — No me decepciones, Antínoo.
El mencionado sintió escalofríos, sintió sus pecados subir por su espalda como si fueran dagas. Sintió una intimidante figura retirarse, aunque solo fuera un mendigo vestido solo con un himatión.
Ignoró que el mendigo sabía su nombre cuando ni siquiera se había presentado.
Dejó de comer, y se retiró a su habitación.
De verdad, necesitaba descansar después de tantas amenazas en un solo día.
Los siguientes días fueron un caos.
Antínoo practicaba con el arco, con la mirada de un búho a la distancia. Parecía que el mendigo no tenía nada mejor que hacer, ya que, también estaba a la distancia, observando cada acción suya.
¿Tendría dos días de descanso? Por supuesto que no, se sentía observado, humillado, ni siquiera podía entrenar a gusto.
Luego, ignoraba el instinto de cruzar el mar para verificar si Telémaco estaba bien. Esperaba que la diosa aparte de estar viéndolo día y noche, cuidara del príncipe tanto como lo cuidaba a él.
Habló un poco con los pretendientes, especialmente Eurímaco y Melantio.
Aparentemente, mientras no estaba, los rumores de que la reina rompía el sudario por las noches habían alcanzado los oídos de los pretendientes. En el día que no estuvo, le exigieron a la reina terminar el sudario frente a ellos.
Penélope lo hizo, pero en frente de todos, dijo que les daría un desafío para escoger a un esposo, sino, podrían retirarse del palacio. Los pretendientes aceptaron a regañadientes, dejándola hacer su desafío.
Todo pasó en el día que no estuvo.
Probablemente la reina pondría el desafío que le había dado a él mismo, como si ya lo hubiera planeado desde hacía tanto tiempo. La única diferencia, es que estaría luchando por la mano de Telémaco y no por la de Penélope.
Caminó entre los pasillos, ignorando a los sirvientes que lo miraban con cara de asco, excepto Eumeo, que al menos lo saludaba. ¿La reina confiaría en él lo suficiente para contarle que era el destinado del príncipe?
A su parecer, la reina confiaba en cualquier persona que no fuese él.
Parecía que el día había empezado a nublarse, la lluvia caía, y el petricor ahogaba sus sentidos. Solo había pasado todo un día, ni siquiera había podido descansar todo el tiempo que deseaba, y ya era nuevamente de noche.
Sintió una incomodidad en su pecho, llegó a las escaleras del palacio, las puertas que lo habían recibido hacía tres años, pero no había nadie.
Excepto que sí había alguien, una mascota tendida en el suelo.
Antínoo se acercó a Argos, que estaba quieto, mirando la lluvia que caía lentamente, como si los dioses lloraran.
— ¡Argos! Espero que no hayas llegado con Ctímene — Soltó unas cuantas risas, y se permitió sentarse junto al animal, esperó que este respondiera con un movimiento en su cola, incluso que mordiera su ropa.
Lastimosamente, Argos no le respondió.
Antínoo cambió su actitud, frunciendo el ceño, miró lentamente a la mascota del príncipe. No parecía moverse, tenía un rostro pacífico y no movía su cola.
Sintió un tirón en su corazón.
Movió suavemente a Argos, pero no daba señales de moverse. Incluso aunque jaló un poco sus orejas, intentó hacerle cosquillas, se levantó abruptamente al no ver reacción alguna.
Argos ya no estaba.
Sintió un nudo en su garganta, tocó el lomo del animal, y no encontró el calor que lo había caracterizado en días anteriores.
Ese pequeño animal que daba brincos ahora estaba plácidamente dormido, sin posibilidades de despertar.
Acarició el pacífico cuerpo de Argos, y lo sujetó contra sus brazos, cuidando que ninguna parte saliera lastimada.
Lo cubrió con su clámide, y salió del palacio, sin importarle la lluvia del momento. Fue al último lugar en el que había visto a Argos con vida, donde había dado saltos, mordido prendas.
La última vez que lo había visto feliz, robándole medicina, ladrando alrededor de Ctímene.
Aunque la lluvia mojaba su espalda y lo obligaba a ver entre la oscuridad, pero no dejó que Argos se mojara en ningún momento.
Llegó al árbol de olivo en donde había conocido a Ctímene.
Dejó el pequeño cuerpo a un lado suyo, cubriéndolo de la lluvia. Con sus manos empezó a cabar, manchando sus manos con tierra y lodo, cuando sintió que era lo suficientemente profundo, le quitó la clámide a Argos, y lo dejó en el pequeño pozo.
Lo cubrió con la tierra, intentó decorar el lugar con las pocas hojas del árbol que habían caído, evitó llorar para rezar ante la mascota.
Al menos no sufriría más por los abusos de los pretendientes, al menos podría descansar sabiendo que Telémaco estaría bien, al menos no tendría que preocuparse por Ctímene con la magnífica familia que tenía.
Al menos no tendría que preocuparse por esperar veinte años, ya que, probablemente, Odiseo no volvería.
Terminó lo que se acordaba de los rezos a los dioses, dedicó una profunda mirada de respeto a la pequeña tumba, sacó una daga y escribió el nombre de Argos lentamente en la madera.
Rezo una última vez, tocó la tierra, mojada por la lluvia que caía entre las ramas y hojas del árbol, agarró su clámide, y se retiró. Esperó que los dioses se apiadaran de Argos, que en alguna otra vida, pudiera tener una vida llena de lujos y no de abusos.
Se alejó del árbol de olivo, y la lluvia pareció seguir con más fuerza, como si los dioses también llorasen por esa perdida.
Caminó sin rumbo, ignorando que el mendigo lo seguía observando a la distancia, estaba demasiado cansado, alterado y enojado para seguir peleando.
Antínoo llegó a la sala del trono, y entró, tomó asiento en la mesa, y sintió un dolor en su alma, ¿Cómo podría decirle a Telémaco? ¿Ctímene ya lo sabría? Sentía una gran tristeza, probablemente el príncipe estaría sintiendo lo mismo. Tomó un poco de vino, esperando ahogarse en él.
Escuchó como la sala de trono se abría con fuerza, era la mismísima reina, que caminó lentamente hacia él, dejando la puerta un poco abierto.
— Buenas noches, su alteza…
— Mañana por la noche les daré el desafío a los pretendientes — Penélope lo interrumpió, y Antínoo casi se atraganta — Mañana por la noche espero verte frente a todos los pretendientes cumpliendo el desafío.
— ¿Qué carajo? — Miró a Penélope, enojado. No tenía ganas de pelear, pero necesitaba algo para distraerse de tanta tristeza — Usted dijo que me daría dos días de descanso.
— Acaba de cumplirse un día, mañana por la noche se cumplirá otro.
— Desgraciada — Murmuró Antínoo.
— Repitelo.
Olivo y ámbar peleaban de forma agresiva, el mendigo aún no se presentaba a la sala del trono. Podía ver que la reina lo molestaba con palabras, pero ella no estaba dispuesta a luchar.
— Mi reina, solo le digo que me encantaría poder prepararme para el desafío, ni siquiera sé cómo funciona el maldito arco palintonos.
— La biblioteca de este palacio tiene libros por los cuales puedes guiarte — Levantó la barbilla, y no dejaban de mirarse — Que tú seas un alfa vulgar que desea ganar las cosas por sí mismo sin pelear por ello es un caso completamente diferente.
— ¿En serio estás diciendo eso? — Lo poco que había durado sentado lo obligó a levantarse, también levantó la barbilla, y apretó los puños. Estaba molesto — Le hice un maldito palacio al príncipe, conseguí un árbol de olivo hecho por la misma diosa Atenea, logré hacerle un lecho matrimonial, y no toqué a su hijo en celo, estoy cumpliendo cada uno de los caprichos que usted me ha impuesto, ¿Y me dice que no estoy luchando por lo que quiero?
Ámbar y olivo empezaban a pelear en un pequeño lugar como la sala del trono. Peleaban por el poder, por la seguridad, por el aroma a la miel que no estaba presente.
¿Cuándo la razón se volvía la culpa? ¿Cuándo sería el momento en que se lanzarían a pelear uno con el otro? ¿Cuándo pensó que de verdad podría cortejar a esta mujer que parecía ser un monstruo bendecido por belleza?
— Si fallas en el desafío de las hachas, tendrás que irte de este palacio de forma indefinida — Antínoo inflo su pecho, sintiendo un dolor en su corazón. La rabia llegó, sentía que podía quemar todo el palacio con solo una mirada — Deseo ver cómo fallas, para encontrar una manera en la que ya no estés unido a mi hijo.
— No fallaré.
— Fallarás — Lo miró antes de darle la espalda, y caminar hacia las puertas de la sala — Nunca obtendrás la mano de mi hijo mientras yo siga con vida.
Ignoró las ganas de matar a la reina, solo la vió retirarse, y se obligó a seguir con su cena. Se sentó, y empezó a cortar la carne con agresividad, acabándose el vino de mala calidad que le habían proporcionado, estaba agotado, enojado, cansado.
Siempre había otras maneras de llegar al trono, pero, de verdad estaba cuestionando seguir con esta. De hecho, estaba empezando a desesperarse, ser el destinado de Telémaco le estaba causando demasiados problemas.
Suspiró, escuchó como la puerta se volvía a abrir, no había ningún aroma, así que, probablemente era el mendigo.
Era verdad, este se sentó en frente suyo, viéndolo comer, parecía que sus manos temblaban, ya fuera por furia o desagrado, decidió ignorarlo.
— Dijiste que no ibas a lastimar a la realeza.
— ¿Lo hice? — Le dedicó una mirada molesta, antes de volver a ahogarse en vino, que parecía no tener sabor — He mantenido el respeto desde que usted y yo hablamos la noche anterior — Apretó la copa contra su mano, deseando romperla — Incluso le dí su debido funeral a la mascota del rey, cuando nadie se dignó a hacerlo — Pareció escuchar un jadeo sorprendido, tal vez triste del mendigo. Lo miró, enojado, estaba cansado, furioso — ¿Qué es lo que quiere?
— Eres el destinado del principe.
Antínoo sintió que la sangre se iba de su cuerpo, casi tira el vino.
— Por eso ya no te pretendes a la reina, eres el destinado del príncipe Telémaco — Pudo ver como el mendigo temblaba, tal vez por la rabia — ¿Cómo es eso posible?
— Telémaco es un alfa. No puede ser mi destinado — Murmuró, y sujetó su propia cabeza, le dolía un poco — Vaya a molestar a otra parte.
— Tu plática con la reina no me dice lo mismo — Antínoo tragó saliva — Si fallas, tendrás que irte del palacio.
— Gracias por repetirme lo que ya sé — Cruzó los brazos, y mantuvo la mirada con el mendigo — ¿Qué más quiere decirme? Ilumineme.
— Retírate del palacio en medio del desafío de la reina — Parecía que su mirada se volvió sombría. Se levantó de la mesa, y le dió la espalda nuevamente. Ni siquiera había tocado la comida — Espero que falles.
— Que amable de su parte — El mendigo se retiró, cerrando las puertas con un sonido ensordecedor — ¡Váyase al carajo!
Antínoo se levantó furioso, dejó la comida a medias. Se retiró a cualquier lugar, caminó sin rumbo después de azotar las puertas, enojado, sujetó su propia cabeza, tenía un gran dolor guardado. Sino lograba el desafío, lo único que tendría que hacer era irse, y sabía que dolería, era cuestión de instinto.
Si se iba, le dolería toda la vida por no estar cerca de su destinado. Y sabía que Penélope lo obligaría a irse de Ítaca si eso era necesario.
Tampoco podía contar con la ayuda de Telémaco, sino podía hacerle frente a cien hombres, menos podría hacerle frente a una reina, que probablemente tenía la ayuda de la diosa Atenea.
Caminó sin rumbo, hasta chocar con la puerta de una habitación, suspiró enojado, iba a tumbar la madera, hasta que el olor a la miel llegó a sus fosas nasales.
Telémaco no estaba allí, pero su aroma se mantenía.
Suspiró profundamente, había caminado sin rumbo hasta la habitación del príncipe. Abrió la puerta, sabiendo que no encontraría a nadie dentro.
Entró, cerró la puerta trás de él, y se dedicó a observar la habitación. Una cama sin un colchón, un escritorio lleno de papeles sin terminar de revisar, dibujos arrumbados en la madera, y una silla incómoda dejada de lado.
Se sentó en ella, observando la pequeña habitación, probablemente la puerta a la distancia era el baño personal del príncipe. Suspiró, había demasiadas comodidades para una persona que tenía casi su misma edad, y aún así, cuando trataba de luchar por ellas, manteniendo el honor y la furia, seguía siendo rechazado.
El aroma a miel lo abrazaba, le daba el sueño que no había tenido en días, bostezó, se acomodó en el escritorio, dejando su cabeza en la madera, ahogándose en el dulce aroma que desde hacía dos semanas descubrió, y que había cambiado completamente su vida.
Parecía que tendría que despedirse, ya que probablemente no podría completar el desafío.
En la calma del aroma a miel, los dibujos de monstruos, y una silla incómoda en su espalda…
Se obligó a no dormir, con una nueva idea en la palma de su mano.
Tuvo una idea que llegó como un balde de agua en su espalda. Los pretendientes solo necesitaban una chispa, una tensión y una flecha podría dispararse.
Técnicamente, tendría que hacer el desafío frente a los pretendientes, pero, siempre podría jugar con sus palabras, y obligar a la manada de animales a retirarse del desafío, utilizando su orgullo y su rabia.
Cruzó los brazos sobre su escritorio, el plan que tenía tendría algunas fallas, pero, conociendo a los salvajes que la reina tenía como pretendientes, lo mejor que tenía que hacer, era obligarlos a retirarse.
Obligarlos a retirarse, hasta que el orgullo de los estúpidos quedará como las cenizas. Sonrió, utilizaría su mejor arma, su propio orgullo para dañar el de otros.
Durmió, sabiendo que nadie haría el desafío de la reina mientras él estuviera presente.
Notes:
¡El siguiente POV es de Penélope!
Chapter 14: Mantener la paciencia por mortales, perderla por dioses.
Summary:
Atenea intenta cuidar a Telémaco, horas antes del desafío de Penélope.
Oh, y ya esta peleando con Afrodita nuevamente.
Notes:
SÉ QUE DIJE QUE EL PRÓXIMO POV SERÍA DE PENÉLOPE, pero encontré una forma de hacer una linda referencia, y tendrán que esperarme un poco.
¡Pero hey, hay POV de Atenea!
Chapter Text
Atenea supo que, desde que su pequeño lobo tenía un destinado, todo iría de mal en peor.
No solo Antínoo no era un devoto suyo (había hablado con Ares, sabía perfectamente a quién le daba devoción), sino, era el pretendiente de la mismísima Penélope, destinada de su antiguo guerrero de la mente.
Adoraba a Penélope, puede que hubiese abandonado a Odiseo, pero no abandonaría a una de las mujeres más inteligentes y devotas que había visto.
Siempre que se le presentaba la ocasión, se dirigía a la habitación de Penélope por las noches, y la bendecía entre sueños, esperando que si la mortal tuviese pesadillas, estas se fueran rápidamente.
Incluso en sus celos, conseguía supresores de calidad, para ella, y solo para ella. Después de cada celo, siempre recibía un debido tributo por parte de la mujer, era una relación de calidez.
Penélope podía contar con Atenea, y Atenea podía contar con una excepcional devota.
Lastimosamente, sus tributos fueron en decadencia cuando Telémaco se presentó como un omega. No recibió tanta atención de la mortal ya que se dedicó a pedirle a Afrodita por la bendición de su hijo, la bendición de gestar.
¿Funcionó? Lamentablemente no.
Penélope, después de intentar conseguir la bendición de Afrodita, volvió postrada ante sus pies, pidiendo perdón y piedad.
Atenea la cuidó por las noches, no deseaba que su alfa favorita sufriera el destino del rechazo, después de una década de soledad.
Cuando fue a reclamarle a Afrodita sobre la bendición del joven Telémaco, la diosa se burló de ella.
La diosa le dijo que le gustaba molestar a sus guerreros de la mente, solo por ser devotos a su persona.
Todo había empezado en Troya, según la diosa (que no tenía ningún sentido, ella había sido elegida como la más bella según París). No tenía razón para haberle negado una bendición a Telémaco.
¿Cuál fue el problema principal? Odiseo tuvo la idea del gran caballo de madera, una de las razones de la caída de Troya.
Diomedes casi mató a Eneas, hijo de Afrodita. Por si fuera poco, también lastimó en la mano a la diosa, y si no fuera suficiente, también lastimó a Ares (aunque la lanza directo a su estómago fue cuestión suya).
Héctor murió humillado, arrastrado, con una esposa esperándolo y con un hijo en brazos. Por culpa de Aquiles, también uno de sus guerreros.
Afrodita le reclamó por cada una de esas cosas que no le importó en el momento, ya que no estaba tan familiarizada con Telémaco, hasta hacía unas semanas.
En su momento, por compasión a Penélope, buscó a otras diosas para darle que el príncipe pudiera gestar, lamentablemente, por no tener una relación cercana a la mayoría, rechazaron sus intentos, y terminó decepcionando a una de sus mayores devotas.
¿Qué es lo que hizo Afrodita después? Le consiguió un destinado a su pequeño lobo, pero seguía sin darle su bendición. Lo hizo solo para molestarla, hacerla sentir humillada.
Telémaco terminó enredado en un problema que no era de su incumbencia, solo porque no se llevaba bien con la diosa del amor.
Al menos agradecía que Afrodita fuera inteligente, y le diera un vino para separar el destinado lazo de esos hombres, un poco compasiva por su parte.
No era una estúpida, después de que Telémaco decidiera aceptar momentáneamente su vínculo con el perro arrastrado, fue con Dionisio para que pudiera verificar la autenticidad del vino.
Resultó que, efectivamente, era un vino para destruir un lazo. No le dijo específicamente si era solo en destinados o si podría usarse en otros lazos.
Este le recomendó que si deseaba romper un lazo, no tomara toda la botella, porque podría afectar de más a las víctimas. Atenea agradeció sus consejos, y se retiró con el vino en mano.
Ahora, estaba segura que tendría que aguantar tres meses antes de perder la paciencia. Ella misma cuidaba el vino, y ella misma le daría el vino a Telémaco.
¿Confiaba en Antínoo? Por supuesto que no, ¿Confiaba en Telémaco? Lo suficiente para dejarlo cuidarse solo.
Cuando el perro arrastrado le exigió un árbol de olivo, estuvo a punto de lanzarlo al mar. Lamentablemente, Poseidón probablemente lo salvaría para enojarla, y tampoco lo pudo lanzar porque era el destinado de Telémaco.
Cuando a su pequeño lobo se le adelantó el celo, Atenea había sido quien trajo el colchón ante el árbol de olivo, y que rápidamente lo había adaptado logrando una cómoda cama para el joven omega.
Dejó que su guerrero de la mente luchase en el celo solo, incluso cuando Antínoo se fue, cumpliendo el desafío, la diosa lo siguió.
Lo vió pelear verbalmente con un mendigo, con la hermosa Penélope, incluso lo vio entrenando con un arco que no le serviría para el desafío.
Aunque estuviera de acuerdo en que los jóvenes se separaran, aguantó a un omega que por diez años en Troya rogó para volver con su destinada.
No estaba completamente de acuerdo en separarlos, su guerrero de la mente estaría distraído, y ella misma estaría distraída en cuidar a Antínoo para evitar que se muriera.
Era mejor tenerlos juntos que separados, aunque agradecía que no estuvieran lo suficientemente encaprichados para estar todo el día juntos.
Dejó que el pretendiente de Telémaco tuviera su debido día de descanso, incluso sintió un poco de compasión al verlo por la mañana correr directo a la biblioteca, como Penélope le había indicado.
Atenea se dirigió a cuidar a Telémaco, no sabía cuánto tiempo le faltaba para que su celo acabará. Fue directo a la isla, y caminó entre la naturaleza, apreciando, no había guerra, ¿Habría un mundo en donde la gente pudiera respetarse mutuamente?
Llegó al palacio que Antínoo le había construido a Telémaco, para el tiempo que había tenido, era decente. Pasó por las cortinas, y se dirigió al lugar en el que el príncipe descansaba, la cama de olivo.
Cuando pasó por la cortina, agachándose, su propia altura era un problema al querer visitar a su guerrero. Escuchó un jadeo sorprendido, y se encontró a Telémaco en la cama, con una gran sonrisa.
— ¡Atenea!
— Telémaco — El mencionado levantó su mano, en forma de saludo. Atenea chocó su mano con la del joven, aún sin acostumbrarse — Por lo que veo, tu celo no fue un problema.
— ¡Usted tiene toda la razón! Jamás me había sentido tan cómodo en mi propio celo — Pudo ver un cuenco completamente limpio, con el aroma a menta. Probablemente era un supresor — Agradezco que esté aquí.
— ¿Cómo te sientes Telémaco? — La diosa se sentó en la cama, un poco incómoda para su gusto — Me enteré que Antínoo logró su desafío, tu pequeño palacio, y no tocarte en tu celo.
— ¿Puede creer que ya no quiere pasar ningún celo conmigo? — Se burló, Telémaco cruzó sus brazos, manteniendo su sonrisa — No sabría si preocuparme o agradecerle.
— Preferiría que le agradezcas, tendrás algo menos por lo cual preocuparte en el futuro — Acarició el cabello del omega, este soltó unas cuantas risas. Aunque se veía un poco cansado — Cuando vuelvas al palacio, entrenaremos para que desarrolles tu máximo potencial.
— ¡Muchas gracias, Atenea! — Telémaco apartó la mano de la diosa de su cabello — Deseo poder lanzar una flecha, y no distraerme tan rápido en el proceso — Murmuró un poco. Una idea pareció cruzar por la mente — Atenea, ¿Piensas que Antínoo podrá lograr el desafío?
— No — Lo dijo de una forma cortante, soltó un suspiro, y siguió hablando — Al menos no por el momento, necesita un entrenamiento exhaustivo, la suficiente fuerza en brazos y piernas, incluso, probablemente tendría que tener la altura de Odiseo para lograr hacer el desafío — Le sonrió a Telémaco — Tú madre es una mujer inteligente, no dejaría que nadie ganara ese desafío.
— Que alivio, no quisiera darle el trono — La sonrisa de Atenea se fue por unos segundos, y Telémaco pareció notarlo — ¿Hay algo malo en no darle el trono a Antínoo?
— No quisiera que te enterarás de esta forma, pero, no quisiera ocultar cosas, menos a ti — Cruzó los brazos, y sintió una picazón en su nariz, tal vez era por el celo del príncipe — Si Antínoo falla este desafío, tu madre lo obligará a irse del palacio de forma indefinida.
— ¿¡Qué!? — Telémaco se levantó de la cama, Atenea suspiró nuevamente, y le entregó su taparrabos — ¡Yo jamás hablé nada de eso con ella! No puede dejar que Antínoo se vaya así como así, es terco y arrogante, hará lo que sea por el trono — El príncipe acomodó su taparrabos, y buscó su quitón en el suelo, seguía hablando enojado — Es más estratégico poder verlo de cerca que esperar por un ataque mientras él esté lejos.
— Concuerdo contigo, Telémaco, pero tu madre está pensando en tu bienestar sin pensar en el futuro — Le sonrió — Lo mejor que podemos hacer es esperar.
— ¿Esperar? ¡He esperado veinte años por un padre que probablemente esté muerto! — Se había puesto su quitón, y ahora miraba a Atenea, con furia — No voy a permitir que un peligro salga a dañar a mi pueblo, tengo que mantenerlo en el palacio.
— Telémaco — Atenea se levantó de la cama, era el doble o triple del tamaño del príncipe. Pudo verlo tragar saliva, pero manteniéndose firme — Espero que estés pensando de forma cuerda y no con el instinto. No tienes la obligación de mantener cerca a un hombre como lo es Antínoo.
— Pienso con claridad, es mejor tenerlo cerca para evitar que haga tonterías.
— ¿Estás seguro?
— Completamente seguro.
Mantuvieron la mirada por unos segundos, segundos en los que Atenea comparó a Odiseo con Telémaco, y recordó lo parecidos que eran en muchos aspectos. Hubo un silencio por unos momentos, antes de que los dos compartieran una sonrisa.
— Confío en tu juicio. Intenta convencer a tu madre, creo que podrías hacerlo si lo hablas con ella — Cruzó los brazos —
— Hará algo estúpido, no es lo suficientemente tonto para no darse cuenta que fallará el desafío — Llevó una mano a su barbilla, parecía que los efectos del celo no lo afectaban lo suficiente — Mi único problema es que no lo conozco lo suficientemente bien para saber qué es lo que hará.
— Entonces, pequeño lobo, ¿Cuál es tu plan?
— Lo mantendré enlazado a mí todo el tiempo que sea necesario.
— No te conseguí el vino para que lo desperdicies.
— ¡No lo desperdiciaré! Le aseguro que lo usaré en el rut de Antínoo, solo necesito tiempo — Miró a Atenea, y suspiró — Tiene razón, debo esperar.
Le sonrió, y revolvió su cabello. Recordó la verdadera razón por la cual venía, y mantuvo sus brazos detrás de su espalda.
— Telémaco, tengo algo para darte, es un regalo de mi parte, pensé que ya era hora para que lo usaras.
El príncipe se veía nervioso, cruzando los brazos. Trataba de mirar de un lado a otro, intentando ver qué es lo que Atenea quería darle.
La diosa sintió el poco peso en sus manos, y después de reírse con su pequeño lobo. Le mostró lentamente el regalo que ella tenía, Telémaco jadeó sorprendido, dio un paso hacia atrás y parecía resistirse a tocar el regalo.
Le mostró la lanza de doble punta que había hecho especialmente para él. Adecuado a la altura y musculatura del príncipe, hecho por Hefesto, y bendecido por ella misma, no podría matar a un dios, pero darle una buena pelea a uno.
Telémaco pareció pedirle permiso con la mirada, Atenea acercó la lanza a sus manos, y el omega agarró el arma emocionado.
— Nadie además de ti podrá portar esta arma, a menos que tú lo permitas — Se alejó un poco, dejando que Telémaco moviera la lanza a su gusto — Es especialmente para ti.
— ¿Exactamente el arco de mi padre? — Los ojos del omega mantenían un brillo especial.
— Es parecido — Telémaco pasaba la lanza de un lado a otro — Si otra persona intenta tocar la lanza sin tu permiso, se quemará, o será lo suficientemente pesada para poderla cargar. Para ti, obviamente, es ligera y fácil de manejar.
— ¡Muchísimas gracias! — Movió la lanza, y casi se lastima con una de las dos puntas. La alejó un poco de su rostro, deteniendo el movimiento — Me gustaría entrenar con usted.
— Cuando te recuperes del celo hablaremos de eso.
— Le aseguro que ya estoy bien, puedo pelear con treinta hombres sin cansarme — Sujetó el arma al lado suyo, posando con firmeza. Dedicándole una hermosa sonrisa a la diosa — Estaré mejor para el final del día, incluso planeo regresar a Ítaca esta noche.
— Te acompañaré sí eso es lo que deseas, aunque, te aseguro que tendrás que usar esa arma tarde o temprano.
Telémaco asintió, se sentó en la cama, y se dedicó a observar la lanza, moviendo esta cada cierto tiempo. Observó su filo, veía cada detalle, podía ver la emoción en sus ojos.
Salió para que Telémaco pudiera observar la lanza sin problemas. Parecía realmente emocionado por usarla.
Avanzó entre la naturaleza, dejando el pequeño palacio detrás. Cuando se aseguró de estar lejos del lugar, cruzó los brazos, y observó un lugar en específico.
— Afrodita, ya puedes salir, puedo verte.
La diosa de cabello pelirrojo salió detrás de un árbol, caminando de forma elegante. Atenea no pudo sentir alguna otra presencia, así que la dejó ser.
— ¿Qué se te ofrece?
— Descubrí que mi hijo Eros no ha logrado hacer su trabajo gracias a ti — Afrodita cruzó sus brazos, su rostro seductor pasó a volverse uno molesto — Es solo una flecha en tu guerrero de la mente, no hagas un caos por ello.
— Telémaco no está listo para una relación romántica.
— Oh, entonces, ¿Por qué no dejas a mi hijo lanzar una flecha hacia Antínoo? — Se acercó enojada a Atenea. Esta se alejó, esperando que la mujer no tuviera una daga entre sus pocas prendas — No es tu guerrero de la mente, no debería importarte.
— Lastimosamente, debido a tu interrupción en hacerlos destinados, si uno se enamora, el otro también lo hará. No deseo imponer una relación a ninguno de los dos.
— Entonces, ¿Aceptarías una relación de esos dos?
Afrodita se burló, Atenea se negó a contestar.
— No me incumben las relaciones de los mortales, al contrario de otra persona — Compartió una mirada agresiva con la diosa, y se puso su casco, enfadada — Retírate.
— ¿Te gustaría o no que ellos estuvieran juntos?
— Si respondo que sí, harás que se separen, si respondo que no, harás que estén juntos — Se mantuvo firme ante la mujer — ¿Eso era todo?
— No puedes interferir entre mis asuntos — Levantó la barbilla, era un poco pequeña comparada con Atenea — Puedes cuidar todo lo que quieras a tus guerreros, pero, sabes perfectamente que en algún punto Eros lanzará la flecha a cualquiera de los dos, y no podrás impedirlo.
— No comprendo tus intenciones, Afrodita, me entregas un vino para lograr que se separen, y ahora deseas juntarlos — Miró confundida a la diosa, que sonreía de forma burlona — ¿Qué es lo que quieres?
— Jamás había tenido unos destinados tan divertidos desde hacía tanto tiempo. Cuando el destino lo necesita, me encanta jugar un poco con los enamorados.
— No están enamorados.
— Aún no están enamorados — Sonrió, y le dio la espalda. A la distancia estaba el pequeño palacio — ¿Otra vez ayudando a los mortales con las construcciones?
— No debo darte explicaciones de por qué ayudo a los mortales.
— Espero que no sea porque Antínoo es devoto de Ares y no tuyo — Atenea se forzó a no seguir peleando — Lastima que la mayoría de tus guerreros están muertos, sino, tendrías más devotos a tu favor.
— Tú eliminas a cualquier mujer que afirme que es más hermosa que tú, sino mal recuerdo, Psique sufrió mucho por tu envidia hacia su belleza.
— Deja de hablar de mi nuera de esa manera como si yo fuese un monstruo — Afrodita, enojada, volvió a verla, pudo ver como rosas con grandes espinas florecer alrededor de la diosa — ¿Te recuerdo que abandonaste a tu guerrero solo por un capricho tuyo? ¡Lo dejaste sin protección en cada uno de sus celos durante diez años! ¡Oh, y vienes a reclamarme a mí!
— Calla tu boca en este mismo instante, Afrodita.
— Cierra tus labios Atenea, con cada palabra que dices solo harás que lo inevitable venga.
Mantuvieron la mirada por unos momentos. Atenea se alejó unos cuantos pasos, molesta por tener que entender el razonamiento de la diosa.
— Comprendo que son destinados, pero dales su debido tiempo — Afrodita pareció sorprendida por no ver indicios de pelea — Dales tres meses, hasta que Telémaco decida usar el vino — Suspiró profundamente, y pasó una mano por su propio rostro — Si Telémaco decide no usar el vino, tienes mi permiso para lanzar tus malditas flechas.
— ¿Tres meses? — La diosa sonrió — Te daré seis meses.
— ¿No puedes aceptar ninguna de mis ideas, verdad?
— Por supuesto que no — Mordió su propio labio, cruzando sus brazos — Aunque, si Zeus decide que uno de los dos muera, el otro muere.
— Puedo intentar disuadirlo si ese es el caso — Mantuvieron una mirada larga, hasta que Afrodita le dio la espalda nuevamente — No quiero que interfieras entre ellos dos, no pueden enamorarse de una mañana a otra.
— Lo que tú digas, Atenea — Afrodita soltó un largo suspiro — Ares te manda saludos.
— Dile que el baño de sangre que le prometí vendrá esta noche.
— Ajá.
Recibió una despedida con un movimiento de la mano de la diosa. Antes de que la mujer desapareciera, volviéndose pétalos de rosas, contrastando con las flores que se mantenían en el suelo.
Atenea caminó de vuelta al palacio, hasta encontrarse con Telémaco, que ya preparaba sus cosas aunque el sol apenas estaba saliendo.
— Realmente estás emocionado, ¿Verdad?
— ¡Sí! — El príncipe le dedicó una sonrisa — Estoy tan emocionado, siento como si mi celo ya se hubiera ido.
— Probablemente Antínoo fue un efecto para que el tiempo de tu celo se redujera — Suspiró — ¿Estás seguro que deseas partir a Ítaca esta noche?
— Claro que sí, no puedo dejar a mi madre sola con los pretendientes — Pareció que su mirada se había vuelto sombría, observando la lanza — No confío en nadie para que la cuide, solo yo.
Se mantuvo un silencio por unos segundos, antes de que Atenea sonriera.
— ¿Quieres entrenar un poco? Tenemos unas cuantas horas antes de que tengas que ir de vuelta al palacio.
Telémaco asintió, con una gran emoción en sus ojos. Salió del pequeño palacio, emocionado ante la naturaleza que los rodeaba.
Atenea suspiró profundamente, se volvería una mortal con lo cansada que se sentía.
Siguió a Telémaco, a su pequeño lobo. Pudo ver un gran talento en el pequeño lobo, que seguía sus indicaciones cada vez que le convenía, y hacía planes digno de una mente joven como la suya.
Ignoró la marca en su cuello, que era iluminada por los hermosos rayos de sol, que ya estaba saliendo.
En cuestión de horas, el desafío de Penélope sería dicho, y Telémaco estaría dirigiéndose directo al caos.
Atenea solo esperaba cuidar a tres hombres en esa masacre, uno por gusto, uno por cariño, otro por obligación.
Chapter 15: Veinte años sin respuesta hasta que una diosa confiesa.
Summary:
Telémaco ya se siente mejor después de su pequeño celo. Siente que está listo para volver a Ítaca, y descubre un pequeño secreto referente a su padre.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Telémaco entrenó con Atenea hasta que le dolieron los huesos, desde la mañana hasta la tarde. Sintió el sudor bajar por su espalda, y la quemazón en sus músculos.
Para el dolor que sentía, había percibido que su entrenamiento fue demasiado tranquilo comparándose con su pelea con Antínoo. Parecía que la diosa no deseaba cansarlo.
Recordando al alfa, le preocupaba. Desde el día anterior, cuando estaba más nublado por el celo, pudo sentir la desesperación, el coraje, el enojo llegando a su propia alma, incluso tristeza antes de cambiar a la ira.
Definitivamente no podría acostumbrarme al lazo, y el poder sentir lo que Antínoo sentía en cada momento que no estaba cerca. Al menos agradecía que no fuese algo constante, y solo con emociones fuertes (por lo poco que había vivido en esas dos semanas).
Atenea se mantenía a la distancia, enseñándole cómo mover su lanza correctamente, incluso ella misma estando presente en la pelea.
Telémaco se limitaba a no fallar, y esquivar.
Estaba emocionado por el entrenamiento, se sentía bien después de tanta angustia el día anterior. Se sentía mejor, más calmado, y más centrado en sus propias acciones.
Accidentalmente Atenea le pegó, y ella explotó, regañandolo. Lo obligó a arrodillarse y escuchar su monólogo.
— ¡No te distraigas! En una situación real te cortarán la garganta, y terminarás rogando por piedad — Atenea le pegó con un palo que simulaba ser una espada — Debes concentrarte, no importa si estas lastimado, si ganas la batalla, podrás preocuparte por eso después.
— Lo siento, Atenea — Cuando la diosa dejó de regañarlo, le permitió levantarse, usando de apoyo la lanza — Prometo esforzarme.
— No prometas, hazlo — Parecía molesta, no, tal vez un poco desesperada — Necesito que al menos puedas esquivar diez ataques consecutivos con pocos movimientos de esa lanza.
— ¿Diez ataques consecutivos…?
Sujetó la lanza con fuerza, dudando de sí mismo por unos momentos. Aunque había recibido entrenamiento desde joven se había reducido cuando el consejo descubrió que era un omega.
Pasó sus dedos sobre la punta de la lanza, dudando nuevamente. Tendría que saber cómo usarla antes de regresar a su propio reino. Sentía un peso en su mano, no sentirse digno de usar el arma dado por una diosa probablemente no era un sentimiento tan raro entre guerreros.
No se sentía listo.
Hasta que recordó que podía darle una buena pelea a Antínoo.
Si podía enfrentarse a un alfa que jamás se contuvo con él, y casi ganarle en una pelea, probablemente no sería un desafío poder esquivar distintos ataques al mismo tiempo. Movió un poco la lanza, sintiéndola más ligera con cada segundo que pasaba entre sus dedos.
— Empecemos, Atenea — Sonrió, y nuevamente cambió su postura — Hay que hacerlo rápido, para volver a casa esta noche.
— Excelente — La diosa le devolvió la sonrisa, antes de tomar un paso atrás y cambiar su postura — Prepárate.
Mantuvo su confianza por unos momentos. La misma diosa lo empezó a atacar, Telémaco trataba de evitar cada ataque con las puntas de la lanza, moviéndose en círculos, agachándose.
Atenea en ocasiones intentaba quitarle la lanza, confundiéndose al moverse en círculos. Intentaba golpearlo en las piernas, incluso, se aprovechaba que su marca era uno de los lugares más vulnerables de su cuerpo, y trataba de arrastrarlo, intentando sujetarlo.
Ese método de pelea le parecía confuso, incluso cobarde, la diosa peleaba como si fuera alguien más y no ella misma. Parecía pensar que sus enemigos se volverían contra él de formas diferentes a las convencionales.
Cuando sintió que le dolía respirar, que solo quedarse de pie era un dolor en sus músculos, y que no podía ver gracias al sudor, Atenea le permitió un descanso.
— La lucha es como una danza, Telémaco. Aprende a moverte con tu propio cuerpo — El entrenamiento se detuvo, el príncipe se apoyó en la lanza — No tienes la suficiente fuerza para detener muchos ataques, esquiva, patea, muerde — Cruzó miradas con el omega — Esta vez, muerde en otros lados que no sea en el cuello.
— Sí, Atenea — Soltó unas pequeñas risitas, antes de que la diosa lo golpeara con el palo de madera.
— Tienes buenas piernas con fuertes músculos, pero tienes brazos flacos — Levantó una de sus extremidades, caminando alrededor de Telémaco — Tienes que trabajar en tu resistencia, la fuerza no te servirá si no sabes cómo usarla.
— Enséñeme, se lo pido.
— Puedo enseñarte, pero no podrás seguir mis consejos en cuestión de horas — Parecía seria, Telémaco se preocupó por unos momentos por el tono de su voz — Tomemos un descanso, después podemos volver a lo nuestro.
— Muchas gracias — El príncipe decidió dejarse caer al suelo, la lanza seguía a su lado, manteniéndolo cuerdo en ese mundo lleno de dolor.
Decidieron descansar por unos momentos. La diosa se sentó a un lado suyo, Telémaco seguía acostado en el suelo, sintiéndose libre, su celo ya había pasado, por fin sentía que el instinto no lo llevaba. Pensaba con claridad, y también odiaba con claridad.
Respiró profundamente, acostado en el suelo, con el verde contrastando con su propio quitón y su propia arma. Atenea se mantenía callada, observando Ítaca.
Lentamente, la tarde se volvía noche. El frío abrazaba sus extremidades, estaba contento, había recibido un entrenamiento y una nueva arma, estaba realmente emocionado por lo que vendría al regresar a su hogar.
— Atenea, siempre he deseado preguntarle algo.
— Háblame, Telémaco, la duda solo hará que te ahogues en tu propia mente — La diosa hizo un movimiento de mano, agujas y lana aparecieron en su regazo. Le ofreció un poco, y él agarró sus debidos materiales — ¿Cuál es tu duda?
— ¿Usted me ve siendo un rey?
— Por supuesto — Atenea empezó a tejer, Telémaco trató de seguir sus movimientos, empezando a coser — La pregunta aquí es, ¿Tú te ves siendo un rey?
— Claro que sí.
— Entonces, ¿Por qué me preguntas algo que sabes que serás? Lo harás bien.
— La corte no me toma en serio, ser un omega infértil afectó su percepción de mí. Piensan que no puedo lograr nada — Soltó un suspiro, se picó con la aguja — Me veo siendo un rey, conozco cada ley, cada problema y su solución, pero no veo a mi pueblo confiando en mí — Se quejó abiertamente — Pero, también deseo viajar, luchar contra monstruos, volverme legendario y seguir siendo un rey.
— Tus sueños son cosas hermosas Telémaco, pero, en algún punto tendrás que elegir, ¿Quieres ser un rey o un aventurero? ¿Quieres una corona o una espada? ¿Quieres alguien que esté en los pergaminos o alguien que esté en los cantos? — Le sonrió — Piénsalo, y puedo ayudarte en lo que sea.
— Gracias — Mantuvo una sonrisa, un poco cansada, hasta que se quejó nuevamente por la aguja en su piel — Esto no es para mí, Atenea — Soltó un largo quejido, y dejó la costura a un lado suyo — Lo intenté, pero creo que no podré hacerlo.
— No pienses en qué no podrás hacerlo, piensa en cómo podrás lograrlo — Jugó con el cabello de Telémaco, este notó que ya parecía un hábito — Vas muy bien para ser una de tus primeras veces.
— ¿De verdad? — Preguntó emocionado, con una sonrisa un poco cansada.
— Por supuesto — Le sonrió, y Atenea siguió tejiendo — ¿Qué es lo que estás haciendo?
— Estoy tejiendo algo para Argos — Pudo ver como Atenea accidentalmente se picaba con la aguja, sin embargo, ella siguió inexpresiva con la costura — Quiero que tenga algo con lo que jugar. Rompió mi clámide hace una semana, así que, pensé en hacerle una propia, obviamente adecuada a su tamaño.
— Oh, lo comprendo — La diosa siguió con su costura, pero, pareció agregar un nuevo patrón, como si recordara algo — Sé que podrás acabar, y que le encantará a tu fiel compañero.
— ¿Usted qué está tejiendo?
— Es una clámide — Pareció dudarlo por unos segundos, antes de seguir hablando — Es para un viejo amigo.
— ¡Oh! ¿Es un regalo para su viejo amigo? ¿Ya se pudieron reconciliar?
— No, aún no — Siguió cosiendo — Pero, pude ayudarlo un poco en una misión que él mismo se había puesto.
— ¡Eso es maravilloso! Le dije que podrían volverse a encontrar, la próxima vez que hablen, sé qué será un hermoso reencuentro.
— Agradezco tus palabras Telémaco, pero no te preocupes por mí — Le sonrió — ¿Deseas que te haga una clámide?
— No es necesario, ¡Se lo aseguro! Puedo sobrevivir con mi quitón — Lastimosamente, el ámbar seguía presente — Pero, creo que puedo conseguir otro quitón, este me queda demasiado flojo.
— Te conseguiré otro mañana por la mañana — Le dio un pequeño zape, y Telémaco sujetó su cabeza, donde había sido el golpe — No aproveches tus privilegios.
— ¿Privilegios? — El príncipe pareció pensarlo por unos segundos, antes de mostrar una sonrisa burlona — ¡Oh! ¿Tengo privilegios entonces?
— No, eres un príncipe, tienes más privilegios que la mayoría de la gente de tu pueblo…
— ¿Entonces soy tu guerrero favorito? — Atenea cubrió su cara, alejándolo con una sonrisa, ella se levantó del suelo, soltando un quejido largo — ¡No lo negaste!
Telémaco sintió como lo empujaban de vuelta al suelo, se reía en sintonía con la diosa. Se sentía en confianza.
Demasiada confianza. La diosa pelirroja se quitó el casco y se lo aventó, Telémaco lo esquivó entre risas, pero, su mirada se dirigió a las cicatrices que cubrían la cara de Atenea.
El príncipe observó las heridas de la diosa, como si le hubiera caído un rayo. No quiso tocarla, pero realmente deseaba preguntarle, había demasiadas batallas en las que Atenea había participado, y que deseaba conocer.
¿Cuántas batallas habría dado su padre? ¿Cuánta sangre tendría que haber en sus manos? ¿Se sentiría culpable?
¿Una diosa sentiría la misma culpa que un hombre al matar?
— Atenea, ¿Cómo es que consiguió esas heridas?
La diosa paró de tejer por unos momentos, antes de esbozar una sonrisa. Señaló la cicatriz que más se veía, esa que estaba alrededor de su ojo, Telémaco asintió, al querer saber sobre cada una de las peleas de la diosa.
— Tuve una pelea con alguien… — Atenea pareció dudar en seguir hablando, pero soltó un gran suspiro — Esto queda entre nosotros, no puedo involucrar a tu persona mucho más entre los dioses.
— Un segundo, ¿A qué se refiere…?
— Tuve una pelea con mi padre, Zeus, nos reconciliamos después, jamás terminamos peleados lo suficiente — La diosa miró su propio cuerpo, observando esas cicatrices que tanto habían dolido en su momento — Somos una familia después de todo.
— ¿Cómo se lleva con su familia? — Preguntó emocionado, se levantó un poco, cruzando las piernas al sentarse, su lanza sobre sus rodillas, cuidando esta como si fuera una reliquia, y probablemente lo sería.
Telémaco nunca tuvo hermanos. Nunca tuvo una figura paterna que lo guiase a través de todos los males del mundo, probablemente Eumeo le ayudó en su momento, antes de que llegaran los pretendientes, y arruinaran su rutina.
Tuvo demasiadas figuras maternas, su madre, las veces que estuvo presente, que le enseñó el respeto sin importar la casta, el amar, la misericordia, no ser estúpido en la mayoría de ocasiones.
Su tía Ctímene le fue de mucha ayuda, cuidando de él junto a Euriclea. Ellas fueron quiénes le contaron todas las historias de su padre que su madre se negaba a contarle. Le mostraron libros, le cantaron, le demostraron cuentos que probablemente no hubiera podido descubrir por su cuenta.
Siempre le dijeron que era la viva imagen de su padre, sin embargo, compartía distintivos rasgos de su madre.
Sin embargo, la diosa ya había tenido una pelea con el dios Zeus, su padre. Ella tenía familia, hermanos, sobrinos, familia con la cual peleaba o con la cual se llevaba bien.
¿Cómo sería de verdad tener una familia funcional? Saber que aunque estuvieran peleados, alejados, siempre volverían a verse después de todo.
Al menos Atena no había esperado veinte años por alguien que jamás ha visto.
— No podría decirte que me llevo bien con la mayoría de ellos — La diosa lo interrumpió, ella misma parecía reflexionar — No odio a ningún familiar mío, jamás podría hacerlo. Pero, la gente nos llama tanto dioses que en ocasiones olvido que verdaderamente somos una familia.
Atenea nuevamente tomó asiento, y siguió con su costura. Telémaco reconoció distintos patrones en su costura, símbolos de diferentes dioses.
— ¿Deseas que siga hablando?
— ¡Por favor! — Siguió los movimientos de la diosa, lentamente, intentó hacer patrones de Cerbero en la clámide, le iba a encantar a Argos — Por favor, cuénteme.
— Me llevo bien con Zeus, mi padre, rey de los dioses, fuera de la pelea que tuvimos hace unos cuantos días, respeto a Hera, respeto a mis hermanos, que aunque la sangre no nos une completamente, está allí — Pareció dudar por unos segundos — No tengo una opinión de Poseidón ni de Afrodita, no me llevo bien con ninguno de los dos, y ellos no se llevan bien conmigo.
— Tengo una pregunta — Atenea le dedicó una sonrisa, y el príncipe se removió incómodo — Que usted se lleve mal con Afrodita, ¿Es una de las causas por las cuales no tengo su bendición?
La diosa se mantuvo callada, incluso, dejó se coser por unos segundos. No parecía dispuesta a responder, antes de asentir a la pregunta de Telémaco.
— Mi propia pelea con Afrodita es nuestra, lamentablemente, ella vió potencial en tí, decidió afectar tu vida no dándote una bendición — Siguió cosiendo, Telémaco también hizo lo mismo, un poco molesto — Puedo afirmar que por culpa mía, de mis guerreros, incluyendo a tu padre — Telémaco sintió un tirón en su corazón — Esa fue una de las múltiples razones por las cuales no tuviste una bendición.
— ¿Conoció a mi padre? — Preguntó impresionado, dejó la costura de lado, y cruzó miradas con la diosa, que parecía haber visto su acción como una falta de respeto.
— En efecto — Atenea dejó la costura de lado, se levantó, y su postura cambió rápidamente a una defensiva — Responderé cada pregunta que quieras con cada ataque que puedas esquivar.
Telémaco se levantó del suelo, sujetó su lanza, y estaba listo para volver al entrenamiento. Quería respuestas, quería volverse más fuerte, quería conocer a su padre.
Habían pasado veinte años, y en solo un mes su vida había dado un completo giro.
Esquivó un ataque de Atenea, apoyándose en su lanza, empujó el palo de madera.
— ¡Usted conocía a mi padre, y jamás me lo dijo! — Tenía tanta admiración por Atenea, pero sentía tanto enojo. Veinte años esperando por respuesta, y sin embargo, estaba frente a sus narices desde hacía dos semanas — ¿Cómo es que conoció a mi padre?
— Desde que era un joven, mucho más joven que tú, Odiseo me demostró su astucia, y se convirtió en mi guerrero de la mente.
— ¡¿Y por qué jamás me lo dijo?! — Esquivó un ataque, desvío un poco el palo, y su cuerpo se fue hacía atrás, casi tropezó con sus propios pies.
— No me correspondía decirte — Atenea lanzó otro ataque, pudo esquivarlo, pero sentía como si un jabalí lo hubiera intentado embestir — Tu padre en algún momento volvería.
— ¡Veinte años! ¡Han pasado veinte años y no he tenido una sola noticia de mi padre desde Troya!
— ¿Quieres una noticia de tu padre, Telémaco? — Atenea lo atacó, el príncipe cayó, no pudo esquivar, sintió un dolor en su brazo — Tu padre es un hombre excepcional, muy estúpido en múltiples ocasiones, pero, jamás dejó de amar a tu madre, y jamás dejó de adorarte.
El omega tragó saliva, sujetó su lanza, con furia, con rabia. Sus ojos se llenaban de lágrimas con cada segundo que pasaba. Toda su vida había esperado por conocer a su padre, pero, saber por una diosa que de verdad su padre lo amaba, fue un golpe directo a su propia alma.
Respiró profundamente, apretó sus puños, sus lágrimas caían lentamente por sus mejillas, sintió su corazón latiendo en su garganta. Atenea cruzó miradas con él, demostraba autoridad, seriedad, y después de tantas semanas sintiéndose como un hombre, se sintió como un niño.
¿Estaba mal extrañar al único que lo hacía sentir como un igual? ¿Era algo malo extrañar pelear con alguien que no te subestimaba como los otros?
Oh, probablemente Antínoo estaría llorando por su culpa en esos momentos, que se joda.
— Estuve con tu padre en Troya, pude ver cuánto los extrañaba, y, conozco a ese hombre, es demasiado terco para no querer volver con ustedes — Atenea se agachó, quedándose a su altura, y le dedicó una sonrisa — Odiseo ama a tu madre, y te ama a tí. Es demasiado orgulloso para no volver después de tanto tiempo.
La diosa le ofreció su mano, en forma de apoyo, en forma de ayuda, como si fuera familia, como si verdaderamente fuese parte de la familia. Telémaco secó sus lágrimas, y sonrió.
Sujetó su lanza con una mano, y con la otra, se apoyó en Atena para levantarse. Le ofreció una reverencia, sintiendo su corazón latir demasiado rápido.
Veinte años había esperado por una respuesta, y la había obtenido.
— Le pido disculpas por mi osadía, no pensé con claridad.
— He aguantado peores berrinches — Ella soltó una risa, y el príncipe sintió confianza nuevamente — Serás legendario, Telémaco — Le sonrió — Solo no muerdas a cualquier hombre que te encuentres.
— Olvide eso, por favor — Soltó unas risitas, hasta que recordó su molestia inicial — Un momento, ¿La diosa Afrodita me negó su bendición pero me dio un destinado?
— Efectivamente.
— ¿Y me tuvo que conseguir al más estúpido de todos, Antínoo? ¿En serio? — Estuvo a punto de insultar, pero se contuvo, después de todo, eran los mismos dioses. No quería más problemas involucrados — Evitaré decir algún comentario.
— Que inteligente de tu parte. De igual forma, no te preocupes, Telémaco — Suspiró, y agarró el casco que había aventado hacía unos momentos — Yo le dí demasiadas quejas de mi parte.
— ¡Un segundo! — Telémaco la interrumpió — Dijiste que conocías a mi padre desde que era joven, entonces, ¿Pudiste ver cuando se enamoró de mi madre?
— Así es — Atenea pareció hacer una mueca, como si recordase viejas épocas — ¿Quieres que te cuente, verdad?
— ¡Se lo ruego! He pasado veinte años esperando alguna noticia de mi padre, y sabe al menos un poco de su juventud — Telémaco jadeó, antes de sujetar su propia lanza, emocionado — ¡También estuvo presente en la revelación de la casta de mi padre!
— Sí, Telémaco — Soltó una pequeña risa, la diosa dio unos pasos atrás y su postura cambió nuevamente — Tengo las mismas reglas, te concedo una pregunta por cada ataque esquivado.
— ¡Trato!
Telémaco cambió su postura, y se vió reflejado en su lanza.
Sentía seguridad, sentía confianza. No sentía que la marca en su cuello fuese una molestia, y tampoco sentía que la ausencia de su padre fuera un dolor en su día a día.
Su padre lo amaba, donde sea que estuviese.
Anocheció, y Telémaco rápidamente corrió a su pequeño palacio. Estaba listo para volver a Ítaca, sin señales de celo, y sin molestia en su vida.
Telémaco estaba seguro de sí mismo, y de poder sobrevivir ante cualquier peligro.
Notes:
¡Ahora sí el siguiente capítulo sí es "The Challenge", estoy muy emocionada!
Chapter 16: The Challenge.
Summary:
Penélope decide por fin dar el desafío a los pretendientes.
Notes:
Si desean escuchar "The Challenge" de fondo al leer el capítulo para mayor comodidad, son libres de hacerlo.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Penélope sabía que despertar en medio de la noche, y sentir que su mundo se acababa, era una señal de los dioses.
Noches atrás, la alfa se había caído de la cama, incapaz de moverse por unos segundos. Sintió como el corazón salía de su pecho, pudo saber que su marca estaba muriendo, que se estaba marchitando.
Sintió una sensación de ahogo, como si la estuvieran empujando al fondo del océano. Se levantó del suelo, sintió terror, sintió pánico, necesitaba aire, sentía que estaba muriendo, que la vida se iba en cuestión de segundos.
Hasta que salió al balcón, el frío de la noche la recibió, y pudo ver como una tormenta lentamente crecía cerca de su reino.
Pudo sentir la calma llegar a su alma, sentir la tranquilidad en su propio corazón, sentir que por fin respiraba, y después de unos minutos, la tormenta se calmó. Había regresado el hermoso cielo estrellado.
La tormenta no había durado mucho, pero la sensación de que su marca se quemara se había quedado. Sintió, por unos momentos, que había perdido a su destinado, que ella misma moriría, y jamás hubiera sabido la razón.
Salió de su habitación, portando nada más que su quitón, fue con las criadas, y preguntó si estaban bien. Cada una de ellas le aseguró que la tormenta no había sido un problema, incluso, descubrió que el celo de su hijo se había adelantado.
Euriclea le había dicho que Antínoo y Telémaco se habían retirado hacia la pequeña isla, probablemente ya estaban allá, el alfa probablemente había fallado el desafío, solo esperaba que la diosa Atenea los estuviera cuidando.
No pudo volver a dormir aunque caminó hasta el cansancio por todo el palacio. Volvió a su habitación, y se mantuvo despierta, sentada en la cama de olivo que su omega le había tallado, había sentido un miedo inimaginable, la sensación de la muerte con solo una mordida en su garganta, Penélope estaba ahogándose en amor.
Cuando por fin decidió dormir, y esperar que su cachorro volviera, lo pudo oler, lo pudo sentir.
Madera.
El olor a la madera que bailaba con ella en su juventud, en cada celo, en cada cena. El aroma de su amor que la hacía sentir como una joven nuevamente.
El hermoso aroma a la madera, ese que había marcado y que le había dado un cachorro. Ese que le había hecho un lecho matrimonial, ese que había suplicado por su mano cuando sabía que estaría dispuesta todo por ese omega.
Solo había sido por unos segundos, como una señal de los dioses, hasta que el aroma ya no estuvo presente. Sujetó sus ropas aún sentada, aguantando las ganas de lanzarse a correr, a buscar a su amor.
Esperó pacientemente, aún no era tiempo.
Al día siguiente, un mendigo llegó a su palacio, los sirvientes lo trataron y lo llevaron a comer, junto a los pretendientes. Se hubiera ilusionado sino fuese porque ella misma fue a verlo, y solo era un hombre de la tercera edad, un beta.
Gracias a Eumeo, pudo saber que a la hora de la comida, los pretendientes habían sido abusivos con el pobre beta que había pedido un techo. Se dirigió a la sala del trono, y exigió un poco más de respeto al invitado, así como había respeto hacia ellos, los pretendientes.
No esperó que los pretendientes fueran a reclamarle por el sudario. Recibió gritos de los cien hombres en esa sala, tachandola por deshonesta, exigiendo la verdad.
Siempre prefirió mentir antes de hacerles creer que ellos habían ganado. Aunque supiera quién fue la persona que la traicionó, que le dijo a todos los pretendientes que deshacía su sudario, se lo tomó con calma.
Fue a su habitación, trajo el sudario incompleto, sus criadas trajeron cada material necesario para terminarlo. Se sentó en el centro del lugar, y lo terminó frente a cada uno de esos hombres.
Exigió que le permitieran hacer otro desafío, ya que ninguno de ellos había sido lo suficientemente paciente para esperar a terminar el sudario funerario. Los pretendientes aceptaron a regañadientes, y dejaron que Penélope les diera un último desafío.
El mendigo jamás había dejado de verla, un pobre beta, solo portaba un himatión. Ni siquiera sabía si era parte de su reino, pero no dudó en defenderlo.
Intentó hablar con el mendigo, para informarle que de ahora en adelante iba a compartir sus comidas con Antínoo. Pero, al contrario de lo que pensaba, el hombre mayor salió huyendo de la sala del trono.
Penélope no era estúpida, era muy extraño todas esas coincidencias.
Una tormenta anormal, un mendigo que rechazaba hablarle, los pretendientes lentamente perdiendo la paciencia, ¿Cada una de esas situaciones eran algún tipo de señal? ¿Era alguna señal que todo su mundo estaba a punto de cambiar?
¿Finalmente era tiempo para el desafío que había estado planeando?
Lo sabía, Odiseo estaba volviendo a casa. Era una señal de los dioses, lo sentía en su caminar, extrañaba su calidez cada vez que miraba al cielo.
Extrañaba su aroma a madera, que después de veinte años había regresado a su nariz.
Por eso, cuando Antínoo regresó, supo lo que debía hacer. Necesitaba ganar tiempo para que los pretendientes hicieran el desafío, y lo mejor que podía hacer era deshacerse de Antínoo, para que los pretendientes fueran sumisos, estúpidos, tontos. Si uno de los más fuertes caía, las esperanzas se irían, y probablemente algunos se retirarían.
Si había una forma de unir a los destinados, había una forma de separarlos. Eso quería pensar.
Si Antínoo fallaba se iría del palacio, probablemente de Ítaca. De eso se iba a asegurar, no podía permitirse un hombre así en el trono.
Tenía la fuerza, y la determinación para ser rey, ¿Pero de qué le serviría si Telémaco terminaría sufriendo?
Prefería separarlos mientras no estuvieran enamorados, a separarlos y que su propio cachorro la odiara cegado por el amor, por la manipulación.
Ahora, solo estaba esperando hasta que la noche llegase para dar su desafío.
Portaba las prendas con las que se había despedido de Odiseo hacía veinte años, renovadas, con los colores que estaban de moda por sugerencia de sus criadas. Suspiró, tallando sus ojos al querer mantenerse despierta cuando no tenía suficientes fuerzas.
Esperaba mientras veía como el sol lentamente planeaba ocultarse, sentía como el frío pasaba por sus prendas. En cuestión de horas, tendría que dar su desafío.
Oh, y debía dar distintos regaños a cierta criada. La había soportado, debido a que solo le decía las cosas a Eurímaco, pero ahora, más de cien hombres se habían ido contra ella.
Ya había tenido suficiente.
Caminando por los pasillos, se encontró con Eumeo, que venía de cuidar a los cerdos. De la forma más educada, le pidió que buscara a sus criadas, y que las reuniera en la biblioteca.
El leal Eumeo le sonrió, y fue directo a las cocinas. Penélope ya se había adelantado, dirigiéndose a la biblioteca, un lugar espacioso y privado, después de todo, casi nadie se presentaba en el lugar.
Cuando entró a la biblioteca, se obligó a ignorar que la última vez que había estado allí había descubierto que Antínoo y Telémaco eran destinados.
Arrugó la nariz, el ámbar derretido estaba en la biblioteca. Miró a su derecha, y pudo ver como una clámide se movía de forma rápida, como si el dueño quisiera esconderse.
Estaba lo suficientemente cansada para pelear nuevamente con Antínoo, lo dejó ser, probablemente estaba investigando sobre el arco, estrategias de guerra, ¿Qué era lo que le gustaba al pretendiente? Ni siquiera quería saberlo.
Escuchó un caos por fuera de la biblioteca, rápidamente abrió las puertas, y se alejó de ella para dejar entrar a sus criadas.
Cada una de sus sirvientas estaban reunidas con ella, formando un medio círculo, Penélope estaba allí, observando a cada una de esas mujeres. Algunas habían perdido un esposo, un hijo, un hermano, pero se mantenían fieles ante ella.
Aunque, sabía que no todas serían completamente fieles, les sonrió, y todas dieron una reverencia, esperando sus indicaciones.
— Gracias por haberse presentado con tan poca antelación — Recibió sonrisas, y Penélope siguió hablando — El desafío a los pretendientes será dicho esta noche, será extenso, demasiado para esos hombres. Necesitaré que hagan sus mejores platos para que puedan tener las fuerzas suficientes — Miró a una de las sirvientas en quién más confiaba, la mujer levantó su barbilla, firme y atenta — Por favor, Euriclea, ve preparando las pertenencias del pretendiente Antínoo, mañana por la mañana no estará en el palacio — Sintió como el aroma del ámbar crecía, con furia.
— Sí, mi señora — Sin esperar alguna otra indicación, se retiró de la biblioteca.
— Perfecto, doce de ustedes estarán preparando el desafío — Levantó la cabeza, dejando ver su marca, algunas mujeres miraron disimuladamente la mordida — Consigan doce hachas, les pido que quiten el palo de madera del arma, y solo quede la parte filosa del hacha — Con sus manos, trazó la forma en la que lo deseaba — Las encajarán en una mesa, de una forma en la que se logre completar un camino para lanzar una flecha de forma limpia.
Parecía que las sirvientas dudaron de sus indicaciones por unos segundos, algunas hicieron una reverencia, y rápidamente fueron a la armería. Otras le preguntaron nuevamente a Penélope qué es lo que deseaba, después de eso, siguieron a sus compañeras.
Cuando la mayoría de mujeres se había retirado, se quedaron algunas, las mayores sospechosas a su parecer, junto a una mujer en específico.
— Ahora, deseo hablar con ustedes de la forma más sincera, desde lo profundo del corazón — Algunas criadas parecieron interesadas, otras estaban escuchándola de principio a fin — He descubierto que una de ustedes ha contado rumores de la corona.
Todas sus criadas eran betas, porque no podía permitirse que una alfa o un omega oliera a su esposo cuando estaba en casa hacía tantos años. Ahora agradecía seguir con esa regla, ya que, con toda la furia que estaba guardando, su propio aroma estaría descontrolado.
— Realmente no deseo decir algún nombre, así que, por favor, sigan en lo suyo, si pueden ayudar a sus compañeras, se los agradecería bastante.
Las mujeres hicieron una reverencia, ya se estaban retirando de la biblioteca. Penélope miró al lugar en el que estaba Antínoo, pero, parecía que se había escondido en otro lado del espacioso lugar.
Todas las sirvientas se retiraron, excepto una, que iba a ser la última en irse, antes de que la reina le hablara.
— Melanto, querida — Pudo ver como el cuerpo de la mujer se tensaba, cerraba la puerta de la biblioteca, y la miraba nuevamente — Necesito hablar contigo.
— Sí, mi señora.
La beta se acercó a Penélope, que la recibía con una sonrisa, con las manos cruzadas, aguantando darle un golpe, ya que, solo sería la bomba de un conflicto hacerlo.
— Hay rumores de que has tenido encuentros íntimos con un pretendiente — Pudo ver como Melanto cerraba sus puños, pero se mantenía firme — Específicamente, el joven Eurímaco.
— Son falacias, mi señora — Cayó de rodillas al suelo, ni siquiera se dignó a cruzar miradas con ella — Jamás podría traicionarla de esa manera.
— Oh, gracias por tu sinceridad, Melanto — Escuchó como la mujer exhalaba, de alivio probablemente — Entonces, ¿Quién fue la persona que corrió el rumor de que destrozaba mi propio sudario?
— No lo sé, mi señora.
— ¿Entonces sabes quién le dijo a los pretendientes que yo era una omega y no un alfa? — Su propio tono de voz se alzó, y pudo ver como Melanto levantaba la mirada, asustada — ¿No sabes quién empezó a decir vulgaridades y mentiras de mi? ¿No sabes quién fue la persona que empezó a faltarle el respeto a mi esposo? ¿No sabes quién abrió las piernas y se sintió importante por una noche de placer?
Melanto pareció morderse el labio, y en cuestión de segundos, sujetó las faldas de la reina, aferrándose a ellas como si fuera su vida entera, ahogándose en lágrimas.
— ¡Fui obligada mi reina! ¡Le aseguro que no fue de mi disfrute hacer esas horribles cosas! — Penélope se mantuvo en silencio, dejando a la mujer hablar — Jamás podría traicionarla, no pude hacer nada, mi hermano siempre está con los pretendientes, yo no pude detenerme…
Melanto lloraba, soltaba excusas, rogaba perdón, mojaba su falda con lágrimas falsas. La había tratado como la hija que nunca había tenido, y recibirla con los brazos abiertos la había llevado a ser insultada por más de cien rostros.
Se alejó unos pasos, arrebatando la prenda de las manos de Melanto, que seguía rogando piedad.
— En todos mis años de vida, no es muy frecuente que logre enojarme — Frunció el ceño, la sirvienta seguía de rodillas, las lágrimas bajaban por sus mejillas — Pero, maldita sea, Melanto — Le sorprendió su propio tono, con nada más que decepción, cruzó miradas con la mujer — Cruzaste la línea.
Le dio la espalda a la sirvienta, sabiendo que no tenía ni el coraje ni las armas para lastimarla. Dirigió su mirada a la sombra que se veía a la distancia, Antínoo aún estaba presente, decidió ignorarlo por su propia paz mental.
— Mañana por la mañana, ya no estarás trabajando en este palacio — Escuchó un jadeo sorprendido de la mujer — Me das tristeza Melanto, pudiste haber sido una joven de gracia y fortaleza — Le dedicó una última mirada — Pero decidiste arruinarte a ti misma — Pudo ver rabia en los ojos de la mujer, pero volvió a darle la espalda — Sé inteligente, y retírate.
Melanto se levantó de forma agresiva, lo pudo saber con solo escucharla, cuando se fue, la puerta de la biblioteca fue azotada, con mucha fuerza para una beta.
El lugar se había mantenido en silencio, Penélope respiró profundamente, y arrugó la nariz al recordar el aroma que seguía presente desde hacía un rato.
— Si te estabas escondiendo, hiciste un horrible trabajo.
— Auch — Antínoo miró a sus alrededores, parecía que estaba escondido detrás de una de las estanterías. Salió, sujetando un libro — Que amable.
— Realmente viniste a investigar sobre el arco palintonos — El alfa escondió el libro detrás de él — Incluso si no hay libros dedicados a ese arco, impresionante.
— Que halago — Caminó hasta la puerta de la biblioteca, se veía incómodo — Me retiro.
— Antínoo — Suspiró profundamente, el hombre la miró, confundido. Penélope cruzó los brazos, y observó al joven — No hagas ninguna estupidez esta noche.
— Me subestima mucho, su alteza — Antínoo también cruzó los brazos, las trenzas del joven cayeron, pero el libro que cargaba se mantenía firme en su mano — Incluso si no logro hacer el desafío, le aseguro que no habrá pretendientes para verme hacerlo.
— ¿A qué te refieres? — Levantó una ceja, y su posición se convirtió en una defensiva — Espero que no estés planeando una tontería.
— Su hijo y usted no saldrán lastimados, así que, no hable — Soltó un suspiro, y siguió hablando — Se quedará sin pretendientes después de su desafío.
— ¿Es una advertencia o una afirmación?
— Lo que sea que le enoje más — Antínoo se acercó a una de las estanterías, se vio decidido a llevarse unos cuantos libros — Debió esperar más a Melanto, irá corriendo con las piernas abiertas a Eurímaco.
— No es algo que me importe lo suficiente, no veo que desgracias podrá hacer una joven que disfruta de hacer sufrir a los demás — Rodó los ojos, y Antínoo ya tenía una gran cantidad de libros bajo su brazo — Hará cosas estúpidas, pero no relevantes.
— Que sabio de su parte — Bostezó, Antínoo se dirigió a la puerta de la biblioteca — Me retiro, tengo que planear cosas.
— Espero que no sea matar a nadie.
— ¿Qué? Por supuesto que no, para eso necesitaría tomarme unas cuantas semanas para elaborar toda una masacre — Pareció pensarlo, y sonrió — No es mala idea.
— Antínoo.
— Ya cállese, molesta.
— Si realmente deseas hacer esa matanza, no puedo hacer nada para impedirlo — Pudo ver en el rostro de Antínoo como estaba impresionado. Pero no pareció llevar ese sentimiento a fondo, antes de pasar a la confusión — Mientras mi hijo no salga lastimado, puedes incendiar un palacio si eso alejará a los pretendientes.
— Seguiré órdenes, su majestad, su hijo está a salvo conmigo — Se burló — ¡Su tanto quería deshacerse de los pretendientes me lo hubiera dicho!
— Eso deseo ver.
Antínoo levantó sus hombros despreocupado, abrió la puerta de la biblioteca, y se retiró con carcajadas.
— ¡Nos vemos en el desafío!
Penélope soltó un largo suspiro, espero unos segundos hasta no oler el aroma al ámbar. Salió de la biblioteca, necesitaba aire, necesitaba pensar. Caminó nuevamente entre los pasillos, viendo criadas y sirvientes correr por estos, cargando telas, consiguiendo flechas. Pudo ver a jovenes betas perseguir a Euriclea, que daba órdenes y parecía cansada.
Se encontró caminando hacia el exterior del palacio, directamente a la parte de atrás. Con su mano lentamente tocó las paredes de su palacio, caminó por unos segundos, antes de detenerse, con los pocos rayos del sol cegando su vista poco a poco.
Pasó sus dedos sobre el frío material de la piedra, se movió un poco, y su espalda tocó la pared, lentamente cayó, hasta que sus prendas tocaron el suelo. Penélope soltó unas cuantas lágrimas.
¿Y si realmente solo estaba imaginando señales? Tal vez se aferraba a la posibilidad de volver a ver a su amado, y probablemente este ni siquiera estaba allí presente.
Sintió un poco de frío por unos segundos, preocupándose al ser cubierta, no por una prenda, sino, protegida del sol por una figura. Levantó la mirada, y se encontró con el devastado rostro del beta.
El mendigo la cubría de la sombra, con su figura escuálida y pocas prendas. Penélope lo observó por unos momentos, antes de quitar las lágrimas de sus mejillas, y sonreírle al mendigo.
El mendigo la cubrió del sol, cuando él era el que necesitaba la sombra.
Se levantó del suelo, manteniendo una triste sonrisa, y saludó al beta. Este le devolvió el saludo con una pequeña reverencia, parecía tímido, a Penélope le causó ternura. No quería causar escándalos, así que, iba a retirarse, que vergüenza, la había visto llorar.
Caminó un poco, alejándose lentamente, antes de escuchar un jadeo del hombre, como si deseara llamar su atenea. Lo miró nuevamente, esperando por sus palabras.
— Mi reina… — Pareció detenerse por unos segundos, con sus extremidades temblando, apenas sosteniéndose a sí mismo. No quiso hablar, se detuvo, y se echó para atrás.
— Me alegra ver que te encuentras bien — Dijo con tranquilidad, el mendigo tragó saliva — ¿Cómo te trató Antínoo?
— Yo… — El cielo parecía oscurecerse con cada segundo que pasaba, pero el brillo en los ojos del mendigo era algo que adoraba — Deseaba hablar con usted.
— Eso estamos haciendo, ¿No? — Le sonrió, caminó de vuelta, y se apoyó en la pared. El beta copió su acción, con más lentitud por supuesto — ¿De qué deseaba hablar?
— Conocí al rey Odiseo, antes de que pudiera un pie en Troya — Penélope sintió que su corazón se detuvo por unos momentos, antes de respirar profundamente. Apretó suavemente sus propias prendas — Estuvo presente en mi hogar, en Creta, hace veinte años.
— No puedo permitirme aceptar falacias de un desconocido — Se sorprendió por su propio tono nuevamente, se mantuvo firme con el mendigo — Dígame, hacía veinte años, antes de que Odiseo llegase a Troya, ¿Qué es lo que estaba vistiendo?
— Llevaba las prendas con las que usted misma lo vistió, mi señora — Penélope respiró profundamente, y relajó su propia postura. Lentamente, lágrimas caían por sus mejillas — Vine a este reino solamente para asegurarle que Odiseo regresará en menos de un mes, mi reina.
La alfa no pudo evitar soltar lágrimas, que limpió con facilidad. No podía creerlo, Odiseo de verdad estaba regresando, eso de verdad era una señal de los dioses, un mendigo se presentó a su palacio y le devolvió las esperanzas que estaba perdiendo.
El mendigo se quedó allí, incómodo, viéndola llorar mientras el cielo cambiaba de tono. La reina respiró profundamente, y el silencio gobernó entre la alfa y el beta. Penélope le dedicó una sonrisa, una verdadera sonrisa.
— Agradezco que pueda asegurarme que mi esposo volverá, lamentablemente, he esperado por él veinte años, así que, no puedo creerle completamente.
— Lo entiendo, mi reina.
— En agradecimiento, puede ir a las cocinas, y pedir el plato que usted desee — Se alejó de la pared, caminó un poco, y el mendigo la siguió lentamente — Se encontrará con Euriclea, probablemente tiene su edad, así que, usted podrá reconocerla — Entraron al palacio, subiendo escalón por escalón, hasta quedar afuera de la armería — Ella le dará un baño, un himatión limpio y una buena habitación.
— No tengo palabras…
— Solo disfruta de tu recompensa — La noche por fin reinaba, pero Penélope aún distinguía el rostro del mendigo — Hasta luego.
El hombre hizo una reverencia, y se retiró a las cocinas, caminando lentamente. La reina mantuvo una sonrisa hasta que vió que el mendigo se fue, y entró a la armería, arrugando la nariz.
— ¡Antínoo, sal de la armería en este mismo…! — El ámbar fue un golpe directo a su nariz, cerró la puerta trás de ella, confundida — ¿Estás llorando?
— Por supuesto que no, estoy hidratando mi rostro — El hombre cerró uno de los baúles, y limpio las lágrimas de sus mejillas — Obviamente estoy llorando, Penélope.
— Oh — Sintió un pequeño pellizco en su corazón, un poco de confusión sobre todo. Antínoo parecía molesto, impotente, mientras seguía buscando algo entre los baúles — Comprendo que no pasar el celo con tu destinado es difícil y que si fallas tendrás que irte, pero…
— ¿Qué? No es eso, carajo — Suspiró, y dejo de moverse entre los baúles — Es Telémaco, el desgraciado se encuentra mal, y yo me llevo su parte.
— Ah — Penélope entendía esos sentimientos, por años sintió tristeza, ira, impotencia, dolor. En cada rut, mayormente, incluso en momentos normales de su día a día — Toma supresores, ayudará un poco a aliviar el dolor que no es tuyo — Caminó por la armería, dirigiéndose a un baúl en específico — Dime que no harás nada estúpido con los pretendientes.
— Haré algo arriesgado, definitivamente — Soltó unas suaves carcajadas, poco a poco, las lágrimas dejaban de salir — Le aseguro que para el final de la noche, ya no tendrá ningún pretendiente.
— Al menos vas a intentar hacer el desafío, ¿Verdad, Antínoo? — La reina se agachó, y abrió un baúl. Con un poco de duda, metió su mano dentro de este.
— Lo haré si alguien logra tensar el arco — Levantó las manos en forma inocente, pero su sonrisa burlona demostraba superioridad — Sino, seguiré con mi maravilloso plan y usted no tendrá ningún pretendiente.
— Cobarde — Sintió un picor en su nariz, nuevamente, gracias al ámbar. Penélope sintió un pequeño relieve, y sonrió — Mientras tu plan no dañe las leyes de Xenia, puedo permitirlo.
— Gracias por su bendición, suegra.
— Ni se te ocurra llamarme así, o te corto la lengua — Su mano alcanzó el arco de su esposo, y lo sacó del baúl. Después de veinte años, por fin salía a la luz — Oficialmente, acaba de cumplirse tu último día de descanso.
— Falacias…
— Retírate a la sala del trono, no quiero nuevos rumores esta vez — Antínoo se quejó — Veo que te encuentras mejor, así que, lárgate.
— Váyase al carajo.
El alfa se retiró de la armería, dirigiéndose a la sala del trono, que sabía que estaba cerca.
Penélope se dedicó a observar el arco de su esposo. Pasó sus dedos lentamente por la madera, recordó con cariño la última vez que había visto ese arco.
Odiseo le presumía sobre sus habilidades, que, solamente con el apoyo de sus piernas podía tensar el arco, Penélope lo desafió, sabiendo que su esposo lo lograría.
Efectivamente, con un pequeño truco, lo tensó, y por horas, lo vió cazando para ella, dándole las mejores presas, incluso, bajando una manzana con un solo flechazo, se la ofreció a Penélope con una tímida sonrisa.
Telémaco nació nueve meses después.
La reina soltó una tierna risa, pasó sus manos nuevamente por el arco, antes de suspirar, resignada a que jóvenes alfas tocaran el arco de su omega. No estaba muy contenta con ello.
Se acercó al baúl, sacando la cuerda que iría junto al arco.
Salió a regañadientes de la armería, sin molestarse en cerrar la puerta de esta. Caminó un poco, probablemente un pasillo, antes de llegar a la gran puerta que la separaba de los pretendientes.
Sus criadas estaban allí, esperándola fuera de la puerta, con una sonrisa, incluso pudo ver marcas de lágrimas en las mejillas de Euriclea. Melanto no estaba presente.
Respiró profundamente, la cuerda estaba sujeta con fuerza una mano, y el arco de su esposo en la otra, acariciando la dura madera.
Estaría allí, dándole tiempo a Odiseo.
Sus sirvientas abrieron la puerta de la sala. Escuchó el caos que había en el interior, y parecía que su presencia solo había sido un detonante, caminó, rodeando la mesa en la que estaban las doce hachas clavadas, podía escuchar burlas hacia su persona, promesas de hombres de volverse reyes, volverse el hombre de esa casa.
Penélope jamás lo permitiría.
Caminó antes de llegar a las sillas de la corona, el trono de Odiseo y el suyo. Sonrió, antes de mirar a los pretendientes, la mayoría se calló al ver que por fin se había dignado a mirarlos.
Posó su mirada sobre Antínoo, y este le dio una sonrisa burlona, encontró al mendigo, con un nuevo himatión. Respiró profundamente, levantó su brazo, se quejó un poco por el peso del arma que dejó a relucir, los pretendientes observaban la extraña forma del arco.
— Pretendientes, este es el desafío que les voy a imponer.
No necesitaba gritar, sabía que la escucharían. Levantó la barbilla, y habló con fuerza
— ¡Quien pueda tensar el viejo arco de mi esposo, y disparar a través de doce hachas…! — Respiró profundamente, y se mantuvo gracias a la sensación de la manera en su mano — ¡Será el nuevo rey, se sentará en el trono, y reinará conmigo como su reina!
Escuchó un grito de emoción, que pronto se volvió un escándalo
— Dejen la flecha volar, solamente cuando sepan que su puntería será acertada — Dirigió su mirada a Antínoo, que la miró de una forma juzgona. Rápidamente siguió hablando, quitando la mirada del hombre — ¡Porque preferiría morir a envejecer sin el mejor de ustedes.
Dejó el arco de Odiseo sobre la mesa en la que las doce hachas estaban encajadas, con dificultad soltó la cuerda.
Penélope nunca pensó que esos serían los caminos que ella cruzaría por amor, pero, jamás lo hubiera querido de otra manera, aunque nunca pensó que esa sería la forma en la que terminaría.
Penélope estaría allí, esperando.
Caminó, dejando que los pretendientes se acercaran al arco sin molestarse en mirar atrás. Estaría esperando que su esposo lograra el desafío, porque era el único que podría hacerlo.
Escuchó su nombre siendo llamado por los alfas que deseaban su mano, pero estaría esperando por su omega, que era el único hombre por el cual escucharía un llamado.
Tocó su propia mano, esperando volver a sentir la madera que alguna vez la acompañó en tiempos de gloria y pena.
Sus criadas hicieron una reverencia, esperando que saliese de la sala, para poder cerrarla trás de ella. Penélope escuchó cantos de victoria, cuando sabía que ninguno de esos hombres lograría algo.
Regresó a su habitación de forma rápida, no aguantaría a ninguno de los alfas. En cuestión de minutos, abrió y cerró una puerta, y su espalda tocó la cama de olivo, que la abrazó en consuelo, lágrimas que estaban esperando salir durante minutos por fin posaban sus mejillas.
Respiró profundamente, sintiendo astillas en su mano. Lentamente, tocó la marca que estaba en su garganta, y gracias a su balcón, pudo observar la luna, que iluminaba su lecho matrimonial.
Cerró los ojos, y lentamente se quitó las prendas que le incomodaban, dejó que su cabello, que siempre estaba peinado, cayera con un movimiento de su mano. Tocó su marca nuevamente, esa que después de veinte años, se sentía más viva que nunca antes.
Esperaba que Odiseo supiera que estaría allí, esperando, esperándolo a él, y solo a él.
Notes:
¡El próximo capítulo es "Hold Them Down"! No se preocupen, Antínoo no es tan estúpido para querer matar a Telémaco en este punto.
Chapter 17: Hold Them Down
Summary:
Antínoo intenta hacer un plan para no hacer el desafío, llevándose a los pretendientes con él.
Notes:
TW: Este capitulo contiene menciones al SA (Sexual Assault, Violencia Sexual, Violación), violencia física, mención del asesinato, asesinato. Recomiendo firmemente no leer este capítulo si te sientes incómodo con cualquiera de estas situaciones. Cuida tu salud mental, puedo dejarte un comentario si realmente no deseas leer este capítulo.
No estoy de acuerdo con ninguna de las acciones mencionadas por los pretendientes, por favor, no normalicen estas acciones en ninguna historia, veanlo como es, violencia sexual y abuso.
Si aún así desean leer el capítulo, son libres de hacerlo, sino, lo comprendo perfectamente. Si desean escuchar o no "Hold Them Down" de fondo es su decisión, procedan con precaución.
Chapter Text
Quien pueda tensar el arco del viejo rey, y disparar a través de doce hachas limpiamente; será el nuevo rey, se sentará en el trono, y tendrá a Penélope como su reina.
Cuando la alfa dictó su desafío, y sin mirar atrás se retiró de la sala, un escándalo se hizo. La mayoría de los hombres se acercaron al arco, peleando por usarlo y tensarlo.
Debían colocarse detrás de las doce hachas y disparar sin dificultades, pero, el problema no era disparar, era tensar el maldito arco.
Antínoo observó cómo los hombres más fuertes intentaban tensar el arco, pudo ver como se necesito dos hombres para intentar colocar una cuerda, se encontró con lágrimas de los hombres que salieron lastimados solo por intentar tocar un arco.
Antínoo sabía que ninguno de ellos podía lograr ese desafío, incluyendolo.
Lo intentó, buscó entre los libros antiguos, intentó ver cuál era el truco del arco, pero, solo encontró un simple texto que parecía de una joven encaprichada describiendo como Odiseo era magnífico usando el arco palintonos.
¿Le sirvió? Por supuesto que no.
Telémaco sabía cómo usar el arco, sabía cuál era la manera (el estúpido no iba a decirle), por lo que recordaba de su conversación con el príncipe antes de lanzarse a pelear, se suponía que necesitaba fuerza que ni siquiera el príncipe portaba. Con lo poco que había hablado con Penélope en ese mes sabía que el arco tenía su debido truco, y debía usar su mente para poder descifrarlo.
Antínoo vió como la mitad de los hombres en esa sala lo intentaron: Leodes, Anfínomo, Melantio, Eurímaco, Anfimedonte, Pólibo, Ctesipo, Agelao y muchos otros nombres que no valía la pena mencionar.
El alfa caminó en círculos por la sala del trono, comiendo los platos que las sirvientas habían preparado, sujetando el vino que los demás no se molestaban en mirar, le era insípido después de todo.
Se mantuvo a la distancia, caminando entre los hombres, que insultaban, habían sido lastimados en su orgullo, y no podía no utilizar eso.
¿Qué era un hombre sin su orgullo? ¿Qué es el honor sin un nombre que utilizar? ¿Cómo es la rabia cuando debe ser contenida?
¿Dónde está el hombre que podría tensar el arco? ¿Donde estaría?
Antínoo se sintió observado en esa sala llena de rostros, buscó disimuladamente alguna mirada, y la encontró. Vió al mendigo, que estaba oculto en una esquina de la sala, que parecía mirarlo con resignación, enojo, curiosidad, y se acercó a él, entre risas y un saludo que el hombre intentó ignorar.
— Lindo himatión, ¿Es nuevo? — Saludó el alfa, y posó su espalda contra la pared — Pensaba que estaría disfrutando de la exuberante comida.
— No consumo alimento hechos por manos traidoras.
— Oh, ¿Las criadas? — Se burló. El mendigo y él cruzaron miradas, hasta que los dos la dirigieron al mismo lugar — Quiero suponer que se refiere a Melanto.
Encontraron a la sirvienta, llorando en el pecho de Eurímaco, tomando vino y buscando consuelo. El pretendiente acariciaba su cabello y le susurraba palabras dulces al oído.
Antínoo y el mendigo cruzaron miradas nuevamente, y se burlaron de la mujer, sabiendo perfectamente sus intenciones, el alfa le ofreció la copa de vino que estaba entre sus dedos.
— Escuché los rumores de Melanto en las cocinas — El mendigo aceptó el vino, pero no pareció querer tomarlo — La despidieron, por traicionar a la realeza.
— Yo estuve presente, le imploró a la reina diciendo falacias — Capturó la atención del mendigo — Pero la reina no es estúpida, y le ordenó que se fuera por la mañana — Soltó unas cuantas carcajadas — Yo le hubiera cortado la lengua, pero Penélope es misericordiosa.
— ¿Tuviste otro encuentro con la reina?
— Digamos que sí — Soltó un largo suspiro, y los dos hombres dirigieron su mirada a la gran cantidad de alfas tratando de tensar un arco — Estaba en el lugar equivocado en un momento equivocado, y solo la escuché.
— Comprendo — El viejo sonrió, aunque se dedicaba a ver las debilidades de los hombres — La reina es amable, me proporcionó un techo, comida, y prendas para mí — Miró a Antínoo, con una sonrisa burlona — Parece que todo su coraje se dirigió hacia ti.
— Oh, ¿En serio? No lo había notado — Cruzó sus brazos, nuevamente molesto — No haré ese desafío, no soy estúpido, sé cuando detenerme antes de hacer algo.
— Entonces, ¿Qué harás? — Esta vez, el mendigo parecía tener curiosidad por sus acciones — Tienes que hacer el desafío, sino, no te casarás con el príncipe — Por primera vez en su plática, el hombre tomó un poco del vino — Aunque no me quejo.
— Váyase al carajo — Se alejó un poco de la pared, y empezó a murmurar — Usted tampoco es un hombre inocente, me amenazó para que me fuera ayer por la noche — Sonrió con burla, y la expresión del mendigo no cambió — ¿Qué está planeando?
— No te concierne — Bebió todo el vino, y le entregó la copa a Antínoo — Yo no preguntaré, y tú no preguntarás.
— Trato. Solo no se enoje cuando todos los pretendientes se vayan — Se alejó, listo para hacer una locura — Me caes bien, viejo, ¿Cuál es su nombre?
— Yo soy nadie en este palacio, no importa mi nombre cuando el tuyo será el que los pretendientes recordarán — Le dio una mirada juzgona — No hagas ninguna estupidez, la realeza no puede salir lastimada.
— Ajá — Caminó, dirigiéndose al centro — ¡Nos vemos luego, viejo!
— Eso espero.
La mirada del mendigo se perdió entre muchas, en cuestión de segundos, había hombres que lo observaban, que lo juzgaban.
Apostaban con miradas, intentaban buscar algún signo de debilidad para aplastar su ego, pero, Antínoo necesitaba usar el orgullo de esos hombres para su propio beneficio.
Se acercó al arco, que había sido abandonado en la mesa, y lo tocó, con burla. Escuchó un jadeo proveniente de la mayoría de la sala, probablemente pensaron que iba a intentar el desafío.
Lo cual, no haría, porque necesitaba deshacerse de los pretendientes.
“Cuando llegue el momento, deberás tensar el arco de mi omega frente a todos los pretendientes, y disparar a través de doce hachas limpiamente”.
En frente de todos los pretendientes.
Sino había pretendientes para verlo tensar el arco, técnicamente no fallaría el desafío, y, sino lo intentaba, técnicamente, no estaría fallando.
Solo podía hacer el desafío si todos los pretendientes estaban presentes, así que, solo haría que sus antiguos compañeros se retiraran del palacio.
Llenos de rabia, enojo, y coraje, pero sin lastimar a nadie. El honor lo era todo en la vida.
— Que divertido, hombres sin orgullo, peleando como perros por un pedazo de madera — Sujetó el arco, balanceándose por el peso, y levantó su tono de voz — Que humillante.
Pudo ver puños cerrándose, miradas furiosas, alfas que dieron un paso y retrocedieron otro.
Escuchó quejas a su persona, pero ningún insulto, no eran tan estúpidos para hacerlo frente a él.
— A la mierda esta competencia — Caminó un poco, con los brazos abiertos y el arco en mano — Han estado por horas, ninguno de ustedes puede tensar esto, ninguno tiene el poder.
Pudo ver la confusa mirada del mendigo a la distancia, comparándose con las miradas furiosas que había en la sala del trono.
— A la mierda con este maldito desafío, no más retrasos, ¿No pueden ver que nos están tomando el pelo?
Sujetó el arco, lo soltó un poco, y tocó el suelo, dando un golpe seco que llamó la atención de los presentes.
Pudo ver como los hombres cruzaban sus brazos, levantaban la barbilla, pero, por primera vez en años, escuchaban con atención.
— Así es como nos sujetan mientras el trono se congela — El arco volvió a tocar el suelo — Así es como nos sujetan mientras lentamente envecejemos — Nuevamente un golpe seco de la madera contra el suelo — Así es como nos sujetan mientras nos toman por tontos — Arrojó el arco hacia cualquier lugar, ya era lo suficientemente pesado — ¿Dónde carajo está su orgullo y su rabia?
Escuchó murmullos, lentamente la agresividad de los hombres cambiaba, los pretendientes lo escuchaban con atención, ¿Cuál era la peor debilidad de un hombre? El ego.
— Solo los necios insisten en un desafío que ya esta ganado — Abrió los brazos dramáticamente, caminando alrededor de los hombres que estaban a punto de explotar — Solo los estúpidos creen que este desafío puede ser ganado por un mortal, y la reina creé que somos estúpidos, pero, no hay que hacer el ridículo.
Aquí y ahora había una chance para la acción, aquí y ahora podía tomar el control, aquí y ahora podía hacer que ellos lo convirtieran todo en cenizas.
— Este desafío no fue para encontrar un rey, sino para burlarse, para reírse de nosotros — Antínoo decía “nosotros” aunque se refería solamente a ellos — La reina ya nos engañó una vez por tres años seguidos, ¿Qué nos dice que no nos está engañando nuevamente?
Cruzó miradas con Eurímaco, que lo miraba emocionado, los golpes de la otra vez estaban sanando. Cruzó miradas con Anfínomo, que se veía molesto, con los brazos cruzados y listo para hablar. Cruzó miradas con cada uno de los pretendientes en esa sala, con una sonrisa burlona y listo para morder.
— Penélope ya se burló una vez de nosotros, de cada uno de ustedes — Los señaló, soltando carcajadas, realmente estaba disfrutando ese momento — No dejemos que nuestro orgullo sea lastimado, no dejemos que nuestro honor sea afectado, no le demos ese gusto a la reina.
Murmullos, había miradas agresivas, y curiosamente, ninguna arma, el mendigo no se veía en la sala. Podía ver una posibilidad de un revuelo, de ir contra la corona, de conseguir lo que había estado deseando por tres años, sujetarlos, y obligarlos a que lo volvieran rey.
Al menos eso hubiera hecho hace un mes.
— ¡Hagamos algo que ni siquiera la realeza puede prevenir! — Escuchó un escándalo, aceptando cualquier plan que tuviese. Levantó la voz — Retiremonos del palacio, abandonemos este desafío, y dejemos de lado toda esta farsa.
El caos que había en la sala pareció avivarse por unos segundos, hasta que probablemente un pretendiente escuchó verdaderamente su idea y los murmullos callaron.
Eurímaco se acercó a él, con una sonrisa, realmente confundido y con los puños cerrados. Antínoo mantenía la barbilla levantada, ahora cruzado de brazos, burlón.
— ¡Antínoo! Amigo mío, ¿Qué carajo acabas de decir?
— ¿Estás sordo? — Eurímaco frunció el ceño, ahora ofendido — Hay que retirarse con dignidad, eso dije.
— Antínoo, no quisiera contradecirte, pero, ¿Qué ganaríamos con esto? Nos quedaríamos sin corona, sin la reina, no seríamos nadie — Preguntó Anfínomo a la distancia, algunos concordaron con sus palabras.
— Somos hombres que podrán mantener su orgullo en alto, somos nobles, príncipes o luchadores, pero seremos estúpidos si nos mantenemos aquí — Pudo ver alfas asintiendo a sus palabras, lentamente la idea parecía correcta en sus cabezas — La que termina perdiendo es la reina en este palacio, piensen por unos segundos — Empezó a levantar sus dedos por cada argumento suyo — ¿Quién querrá a una reina que ha sido abandonada por más de cien hombres? — Los murmullos se avivaron — Nosotros seguiremos viviendo y Penélope morirá bajo la esperanza de un omega muerto.
Asentimientos de cabeza, la falta de un mendigo, levantamiento de hombros, y murmullos esperanzados. Posó sus manos sobre sus caderas e inflo su pecho.
Tenía un buen presentimiento, la mejor forma de jugar con los sentimientos de alguien era usando su ego (lo podía comprobar por si mismo), su orgullo, su rabia, tenía que canalizar el fuego en el alma de esos hombres para ver sus instintos arder.
— Antínoo, amigo mío, ¿No nos verán como cobardes si nos vamos? — Murmullos nuevamente gracias a las palabras de Eurímaco, se estaba mereciendo otra paliza — Hasta para ti esto es una locura.
— Comprendo tus dudas, Eurímaco. Pensemos como la reina entonces — Ahora tenía todas las miradas, parecía que mencionar a la mujer era símbolo de sumisión — ¿Y si la misma prueba es una farsa? ¿Qué pasaría si es una prueba de carácter? — Silencio, los hombres estaban escuchando — Tal vez la reina sabe que un verdadero rey sabe qué batallas pelear y cuáles no, un hombre que sabe cuando retirarse.
Sonrió con burla, las miradas de rabia de hacía unos minutos lentamente cambiaban a unas más tranquilas, estaban considerando su oferta, estaban considerando irse del palacio, estaban canalizando su furia para convertirlo en su orgullo.
Escuchó un suspiro, y de repente los vitores se escucharon, estaban de acuerdo con su plan. Los pretendientes iban a retirarse.
Antínoo pudo ver como sus compañeros empezaban a tomar su última copa de vino en el palacio, disfrutaban los platos que las sirvientas habían preparado, pudo ver a Melanto abrazando a Eurímaco por detrás susurrándole algo, pudo escuchar agradecimientos de los hombres hacia él, nuevamente, no encontró al mendigo.
Le ofrecieron una copa de vino, sabiendo que ninguno de esos hombres intentaría hacer el desafío solo por sus palabras.
No tendría que fallar el desafío, y la reina se quedaría sin pretendientes, corona asegurada, solo tendría que seguir jugando sus cartas, evitar insultar cada cuanto a la reina, evitar acercarse a Telémaco.
Sujetar a los pretendientes era ganar ese desafío.
Hasta que Eurímaco habló.
El alfa con olor a vino subió a una de las mesas, con una sonrisa burlona, y sujetando una copa llena de alcohol. Melanto se había ocultado en una esquina, donde había estado el mendigo.
Escuchó abucheos, incluso Antínoo dio algunos, Eurímaco se reía, y jugaba con la copa entre sus dedos, hizo un ademán para que lo escucharan, parecía borracho, otra vez.
— ¡Amigos, compañeros, estúpidos idiotas que me deben algo! — Más abucheos para Eurímaco — Quería agradecerles por los tres años casi cuatro en los que hemos estado aquí, no los voy a extrañar, ojalá y se pudran — Anfimedonte le aventó un platillo lleno de comida que el alfa esquivó — Pero, solo quería darles palabras de motivación, así como lo hizo mi amigo, casi hermano, Antínoo.
El alfa levantó su copa, y Antínoo levantó la suya a la distancia, escuchándolo atentamente. Las ganas de golpearlo se habían ido.
— Solo quería preguntarles, para darles motivación — Su tono burlón cambió drásticamente — ¿No se han dado cuenta de quién falta en esta sala? — Preguntó Eurímaco.
Antínoo junto a otros pretendientes, cruzaron miradas por toda la sala, el alfa con aroma al ámbar pensó en el mendigo, pero, no parecía importarle mucho a Eurímaco.
— ¿No sabían que el príncipe no está cerca? — Se burló, y su tono lentamente empezó a subir — ¡Escuché que está en una misión diplomática! Y también escuché que hoy vuelve al palacio.
Todos se veían un poco confundidos, el ambiente festivo que hubo por algunos segundos cambió drásticamente. Había tensión en el lugar, Antínoo tomó un poco del vino, observando atentamente a Eurímaco.
— Pero eso no es todo, hermanos, adivinen cuál es el nuevo rumor que ha estado rondando — Caminó por la mesa, evitando pisar los platos rebozantes de comida — Es sobre alguien que siempre ha estado en nuestras narices, que desea que nos vayamos, que espera el momento en el que estemos más débiles para atacar y que nadie lo culpe por su naturaleza.
Todos estaban atentos a las palabras de Eurímaco, incluso Antínoo, que levantó una ceja. Un nuevo rumor, probablemente proveniente de Melanto, podría ser de la corona, pero ya los rumores de la reina no eran muy creíbles.
La única persona de la que se podía expandir un rumor era…
Oh no.
— ¡El rumor trata de solamente y exclusivamente de nuestro débil e inútil príncipe, Telémaco! — El alfa tomó un sorbo de su vino, limpió el exceso, y su mirada cambió a una llena de rabia — Un omega.
Antínoo sintió un pellizco en su alma, sintió un dolor en la marca que estaba en su cuello, cubierta por su propia clámide. Pudo ver como el vino casi se le resbalaba de las manos, y de repente, pudo ver cómo todo su mundo se caía por una frase.
El silencio reinó por unos momentos, antes de que Melantio lentamente comenzara a reírse, le siguió Anfínomo, Antínoo también empezó a carcajear, poco a poco los pretendientes empezaron a burlarse de las palabras de Eurímaco.
La burla gana ante la gente fuerte, la humillación era un signo de someter al inteligente, y resguardarse de la verdad.
El alfa con aroma a vino pareció burlarse de sus propias palabras, siguiendo con las risas de los demás, hasta que la mayoría dejó de reírse.
Ahora todos estaban escuchando a Eurímaco.
— ¡Sé que puede parecer una locura! El príncipe que se presenta como un alfa es un omega, ¡Pero! No suena loco si lo piensan un poco — Tomó otro sorbo del vino, y con su mano, empezó a contar sus argumentos — Jamás lo hemos visto en su celo, ¡Díganme! ¿Cuándo han olido el aroma del príncipe? ¡Que pase un valiente y me asegure cuál es su aroma! — Silencio, otra palabra más del alfa — Exacto, ¡Y eso no es todo! ¿Alcanzan a ver a Melanto? Ella nos dijo la verdad del sudario de Penélope.
Algunas miradas se dirigieron a la mujer en la esquina, Antínoo mantenía su mirada furiosa en Eurímaco, esperaba que no hiciera alguna tontería.
— Melanto me confesó que pudo ver al principe en su celo, ¡Y oigan, somos alfas! Sabemos perfectamente como nos comportamos cuando somos casi salvajes — Había demasiados murmullos a su alrededor, asentimientos, indagaciones. Mierda — Pero, Melanto está bien, Telémaco no la tocó, ¡Al contrario! Pasó de largo, y se largó a Pilos y Esparta.
Antínoo sonrió forzosamente, estaba seguro que el vino se le iba a ir de las manos, los demás pretendientes pronto empezaron a indagar.
Telémaco, supuestamente un alfa, cada cuanto retirándose del palacio por “viajes diplomáticos”, y la primera vez que una beta lo encontraba en celo, este la rechazaba y se iba por tres días.
— Un omega siempre va a rechazar a alguien que no le meterá nada por el trasero en su celo, así que, tal vez mi locura no sea una locura — Levantó sus hombros — Antínoo dice que nos retiremos, ¡Y no te juzgo amigo! Esperar por tres años es una locura — Se le acabó el vino a Eurímaco, y bajo de la mesa tranquilamente — Pero ya tuve suficiente, ¿La realeza no nos escucha? Haremos que nos escuchen, los sujetaremos hasta que nos escuchen.
Sujetarlos.
Esa palabra se repetía una y otra vez en los pretendientes, la idea de Antínoo lentamente empezaba a olvidarse por las palabras de Eurímaco.
Sujetarlos.
— Si el príncipe es un omega, su celo debe acabar hoy o mañana — Caminó entre los hombres con los brazos abiertos, sonriente, burlón, imponente — ¡Yo digo que nos reunamos cerca de la playa! — Justo por donde Telémaco debía regresar en su barco — Yo digo que esperemos hasta que llegue, luego, cuando atraque su barco — Pareció sonreír más, sus ojos estaban rojos de furia — ¡Vámonos ya, hoy podemos atacar y…!
Antínoo mantuvo sus dedos en la copa, esperando alguna palabra para lanzarse contra Eurímaco otra vez.
— Sujetarlo hasta que el chico tiemble — ¿Sujetarlo? — Sujetarlo mientras le corto la garganta — Antínoo dio un paso hacia Eurímaco — ¡Sujetarlo mientras lentamente rompo…! — Antínoo dejó caer la copa de vino que estaba entre sus manos — ¡Su orgullo, su confianza, su esperanza y sus huesos!
— Eurímaco, eso es demasiado hasta para ti, no podemos matar a la realeza — Anfínomo habló, interponiendose accidentalmente entre Antínoo y el otro pretendiente — No podemos hacerle…eso a la realeza — Violarlo, humillarlo, matarlo.
— Somos alfas, Anfínomo, ¡No seas estúpido! ¿De qué otra forma nos podrán tomar en serio? — Eurímaco empujó a Anfínomo — Matar, violar, secuestrar o golpear, es lo mismo si nadie se entera, ¿no lo creen?
Sujetarlo.
Eso estaba haciendo Melantio, sujetando el brazo de Antínoo al ver que quería lanzarse contra Eurímaco en cuestión de segundos.
— Lo cortaremos en pequeñas piezas — Escuchó un jadeo de la mayoría de pretendientes, eso sería golpear contra el orgullo de los dioses, no darle un funeral apropiado a Telémaco — ¡Lo tiraremos al gran y profundo océano! — Antínoo se soltó y fue directo a Eurímaco — Y cuando la corona pregunte donde esta el príncipe, ¡Solo el océano y yo lo sabremos!
Antínoo golpeó a Eurímaco en el rostro.
Pudo ver como lentamente caía al suelo y se golpeaba en la cabeza, como su ropa se manchaba con la comida y el vino revueltos en el suelo. Pudo ver en la mirada del hombre confusión y luego burla.
Pudo ver cómo empezaba a carcajearse, y como se levantaba del suelo con tranquilidad.
Antínoo le dio una patada, y lo mantuvo en el suelo nuevamente, con sus puños cerrados, su mente cegada por la rabia. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento Anfínomo lo había sujetado para que no matase a Eurímaco.
El alfa con aroma a vino, con un golpe en el rostro y palabras llenas de veneno se levantó del suelo, mantuvo una sonrisa, y cruzó los brazos.
— ¿Qué pasa, Antínoo? ¿El instinto te llama?
Carajo.
Oh mierda.
Los pretendientes presentes habían guardado silencio, no dijeron nada ante el golpe de Antínoo a Eurímaco, estaban algo acostumbrados a sus peleas, pero, esa agresividad fue sorprendente.
Lentamente, todos los pretendientes miraron a Antínoo, incluso Anfínomo lo soltó, alejándose impresionado.
— Hace un mes, el pequeño lobo y tú pelearon, y se mordieron mutuamente — Abrió los brazos dramáticamente — ¿Qué tal te trata el lazo, eh?
Antínoo miró disimuladamente a su costado, y pudo ver las miradas de todos los hombres en esa sala.
Lentamente la admiración se volvía burla, la burla se volvía furia, la rabia se volvía confusión, y la confusión se volvía furia.
Los pretendientes no lo habían entendido al principio, saber que Telémaco realmente era un omega había sido un gran golpe a su propia mente, no podía imaginarse cómo era para los alfas en esa sala.
Antínoo había mordido al príncipe, y Telémaco lo había mordido a él.
— ¿Es por eso que quieres que nos vayamos? ¿Para que puedas conseguir la corona sin dificultades? — Se burló, y caminó alrededor de Antínoo — Me dijiste que había conseguido mis golpes borracho, pero, que yo recuerde, me golpeaste hasta quedarme inconsciente en la playa — Su mirada cambió, furia, desconfianza, enojo, decepción — Solo porque dije que le dí un golpe al principe, y porque insinue otra cosa — Una palabra más, una palabra más y lo mataría — Te fuiste el mismo día que el príncipe, dime, Antínoo, ¿Ese omega se ve bien con las piernas abiertas?
— ¡Ya tuve suficiente, maldito desgraciado!
Antínoo se lanzó contra Eurímaco, este se vió sorprendido por unos momentos, antes de empezar a golpear también.
Eurímaco sujetó su cabello, para intentar jalarlo, pero Antínoo mordió con fuerza la mano ajena, dejándola sangrando, abierta. El alfa golpeó sus rodillas, y los dos cayeron al suelo.
Antínoo sujetó el cuello de Eurímaco, golpeándolo contra el suelo una, dos, tres, cuatro, cinco y seis veces hasta que el contrario golpeó su abdomen con fuerza, soltando al alfa por unos momentos.
Se quedaron en el suelo, mordiéndose, arrancándose la piel, escupiendose mutuamente. Eurímaco se levantó, sujetando el quitón de Antínoo, golpeándolo en el rostro hasta que saliera sangre.
El alfa con aroma al ámbar también se levantó, y se lanzó contra su antiguo compañero, se golpearon contra una de las mesas, tirando toda la comida y el vino, Antínoo intentaba sacarle los ojos a Eurímaco, Eurímaco intentaba quitarle su clámide.
Su antiguo amigo deshizo sus trenzas al golpearlo contra la mesa, sacándole sangre, nublando su mente, Eurímaco lo empujó contra el suelo, Antínoo se estaba basando en el instinto y no en su mente.
Eurímaco sujetó uno de los cuchillos que cayeron de la mesa, Antínoo vió como lo iba a asesinar, de forma lenta, su antiguo amigo se lanzó a él.
Lentamente.
Muy lento.
Un momento, ¿Por qué todo estaba yendo demasiado lento?
Antínoo se levantó del suelo con dificultad, tocando sus trenzas destruidas, su quitón desacomodado, su clámide casi destrozada.
Pudo ver las expresiones de sus compañeros, ansiosos, preocupados, felices o impresionados, pero nadie parecía moverse.
Miró a su costado, y se encontró con una diosa, cubierta por su armadura, con el símbolo de un búho.
— Realmente necesitas ayuda.
— ¿Atenea? — Antínoo sintió un inmenso dolor, se sujetó de la mesa, no había pensado bien y ahora estaba adolorido — Carajo.
— ¿Tu plan era hacer que los pretendientes se fueran sin problemas? Inteligente de tu parte, sin embargo, no pudiste guardar el odio que le tienen a la realeza — Atenea caminó en circulos alrededor suyo, Eurímaco lentamente se acercaba con el cuchillo — ¿Tu plan es quedarte quieto? Porque sugiero que vuelvas a pelear.
— No tengo fuerzas…
— Dale un gancho, ahora.
Su propio cuerpo actuó antes de que pudiera pensar.
Sintió como se movía, le daba un golpe en la barbilla a Eurímaco, dejándolo en el suelo, apartando el cuchillo.
— ¿Qué carajo acaba de pasar?
— Hice que tu pensamiento fuera rápido — El tiempo nuevamente pareció ir lento, y la diosa rodeó a Eurímaco, que se quejaba del golpe en el suelo — No puedo darte el lujo de morir, sabiendo que estas enlazado con Telémaco — La diosa se puso firme, y le dedicó una mirada que no pudo descifrar — Él me avisó que estabas en peligro.
— Que amable — Sintió seguridad, su marca parecía darle oxígeno, ya no dolía, solo era un escudo más.
— Intentemos esto nuevamente — Sintió un gran alivio en su cuerpo, los golpes y las mordidas no parecían nada — No tengo respeto por los bullies, menos los que imponen su voluntad, ya vi lo suficiente para entender a este tipo de hombre — Antínoo apretó los puños — Enséñale una lección a este perro, Antínoo, no me decepciones.
El tiempo volvió a la normalidad, pero aún podía ver a Atenea a su costado, manteniéndose a la distancia. Eurímaco lo miró confundido, y luego pasó a la rabia, los pretendientes seguían callados, observando la pelea.
— ¡Un leon tiene un corazón más grande que todos estos perros unidos!
— ¿Ahora soy un león y no un perro? — Murmuró, Eurímaco se levantó del suelo, sin molestarse en ver el cuchillo.
— Pelea, Antínoo.
Eurímaco se lanzó contra él, Antínoo se movió hacia un costado, dejándolo tropezar y hacerlo caer al suelo.
Sonrió, sabiendo que podía ganar la pelea.
Eurímaco se lanzó a golpear, Antínoo se quitó su clámide, para evitar ser ahorcado por ella.
— ¡Pelea, gran león!
Su antiguo compañero se lanzó a golpear, pero Antínoo se agachó, dándole un golpe que hizo que sus nudillos se pusieran rojos, el alfa cayó de rodillas al suelo.
— ¡Golpea, gran león!
Antínoo ahorcó a Eurímaco con su clámide, manteniéndolo en el suelo, quitándole el aire, manteniéndolo humillado sin una mordida.
El alfa intentaba golpearlo, pero Antínoo no sentía dolor, porque no quería que Telémaco sintiera dolor. Una diosa lo estaba apoyando a la distancia.
Nadie dijo nada mientras ahorcaba a Eurímaco, la diosa le hizo una señal para que se detuviera, ahorcó con más fuerza a su antiguo compañero.
Atenea lo juzgó, Antínoo suspiró, dejó caer a Eurímaco al suelo, dejándolo respirar, arrastrarse por el suelo, y sujetarse de la mesa.
Se burló de Eurímaco, que lo veía como un perro asustado, incluso Argos le había dado más peleas en ese aspecto.
El hombre no habló por unos segundos, antes de sonreír como un maniático, señalar su garganta, y con la poca voz que le quedaba, susurró.
— Eres el destinado del príncipe.
Antínoo cubrió su marca instintivamente, nuevamente, se puso su clámide.
Se sentía desafiado, humillado, Telémaco lo había mordido primero, un omega lo había humillado frente a cien hombres.
No importa quien había mordido a quien, importaba quién había mordido primero.
Sintió que su marca quemaba, sintió como su corazón latía, y, aunque hubiera una gran distancia entre Telemaco y él, el aroma a la miel se acercaba, cruzando por el mar, acercándose lentamente a las costas de Ítaca.
— Quédate con el príncipe entonces, no quiero un omega usado, que asco — Sonrió de forma burlona — Pero eso no significa que la reina se quedará sin una visita.
— Cállate, Eurímaco.
— ¡No tienes opinión en estos momentos! — Se alejó de Antínoo, este había ganado la pelea, pero no la guerra — Nosotros iremos contra la reina, un omega no puede defender la puerta de su habitación — Eurímaco abrió los brazos, posando detrás de las doce hachas — No habrá nadie que nos impida tomar su amor y más.
Atenea había desaparecido, Eurímaco se alejó a él, Antínoo se acercó forzosamente, Melantio lo sujetaba con fuerza.
Golpeó a Melantio, y Anfimedonte lo intentó sujetar, mordió a este, y sintió un tirón en sus trenzas de Pólibo.
Todos se fueron contra él al encontrar una debilidad, un lazo.
— Entonces las sujetaremos — Sujetarla — Mientras su puerta está abierta.
Antínoo le dio un golpe a Melantio.
— La sujetaremos — ¿Sujetarla? — Mientras doy un bocado.
Antínoo fue golpeado por Anfimedonte, él lo mordió.
— La sujetaremos — ¿¡Sujetarla!? — Mientras compartimos su botín.
Antínoo fue tirado al suelo por más de cien hombres, humillandolo, sujetándolo contra el mármol. Los hombres a su alrededor estaban saboreando una realidad en la que saldrían muertos si tocaban a la reina.
— ¡No dejaré que nada se desperdicie!
Golpeó, pateó, insultó, y evitó que tocaran su marca, lo mantuvieron contra el suelo, humillandolo. Anfínomo era quien lo sujetaba, probablemente era el más tranquilo para no hacerle daño.
— ¡Usen el odio dentro suyo! — Eurímaco estaba carcajeándose, su mirada era una hambrienta, burlona, y desafiante ante Antínoo — ¡Canalicen el fuego dentro de su alma!
Antínoo intentó zafarse, pateando, jalando, intentando morder, la diosa no se veía por ningún lado, probablemente se había devuelto con Telémaco.
— ¡Hay que sujetarlos! — Copas de vino se alzaban ante el hambre — ¡Sujetarlos! — Vitores listos para atacar — ¡Sujetarlos!
Antínoo miró a Eurímaco, que estaba lleno de heridas, pero se veía como el más fuerte en la sala.
Todos irían contra la realeza.
— ¡Canalicen el fuego dentro de su alma y…!
Los vítores se detuvieron.
Antínoo tomó una bocanada de aire al ser soltado, golpeándose contra el suelo.
La cabeza de Eurímaco cayó primero al suelo antes que su cuerpo, aunque aún siguiera unida a este.
Una flecha le había roto el cuello.
En cuestión de segundos, los pretendientes miraron por detrás de las hachas, asustados, impresionados, incluso Antínoo levantó la cabeza.
Encontraron a un hombre con el arco tensado, su postura indicaba que él había lanzado la flecha. Estaba desnudo, solamente cubierto por heridas de guerra y el silencio de los pretendientes.
Bajó el arco palintonos, el aroma a la madera, común para un omega, le era intimidante a esos hombres, que dieron un paso atrás, solo había un monstruo que podía lograr ese desafío.
Todos lo entendieron en cuestión de segundos.
Odiseo había vuelto a casa.
Chapter 18: Odysseus
Summary:
Odiseo después de veinte años de luchas y sacrificios, regresa a su hogar.
La masacre ha comenzado.
Telémaco y Antínoo no están por ningún lado.
Notes:
TW: Este capítulo contiene violencia explícita, mención de la sangre, heridas, mención del SA. Si alguna de estas cosas te incomoda, eres libre de retirarte o dejarme un comentario, te resumiré el capítulo sin problemas, cuida tu salud mental.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Odiseo vió cómo el cuerpo del pretendiente caía con un golpe seco. Su postura se mantuvo, no planeaba lanzar una flecha en esos momentos, aunque, los hombres en esa sala lo veían como si fuera un monstruo.
Cruzó su mirada con cada uno de los pretendientes, por fin sentía la juventud en su cuerpo después de convertirse y disfrazarse como un hombre de la tercera edad gracias a Atenea.
Encontró la mirada de Antínoo.
El pretendiente y el destinado de su hijo, de su cachorro.
Mantuvo el arco en su mano, mientras rodeaba la mesa con las doce hachas y caminaba directamente a las puertas de la sala del trono, todos los alfas presentes se alejaron, dándole espacio para su trayecto.
Con miedo, no respeto, ni furia, miedo.
— Por veinte años he sufrido cada castigo y dolor — Su voz salió más ronca de lo que esperaba, demasiado acostumbrarnos a fingirla al hablar con Antínoo — Desde la ira de dioses y monstruos hasta los gritos de mis camaradas asesinados.
Pudo ver terror en la mirada de los hombres, ni siquiera se habían inmutado por su desnudez, era irrelevante cuando un compañero suyo estaba muerto a mitad del lugar.
— Vuelvo y encuentro mi palacio — Pudo ver como Antínoo se levantó del suelo, dirigiendo su mirada a la puerta del lugar — Masacrado, saqueado como Troya — El pretendiente con el asqueroso aroma a ámbar huyó de la sala. Odiseo no le molestó — ¡Lo peor de todo, escuchó que se atreven a tocar a mi esposa y lastimar a mi hijo!
Las puertas de la sala del trono se cerraron, Odiseo sabía que con un movimiento de su mano, Atenea le iba a proporcionar flechas.
— Ya — Un trueno pudo escucharse, los pretendientes no pudieron moverse — Tuve — Un relámpago cayó a la distancia. Odiseo tenía el favor de Zeus — Suficiente.
Salió de la sala de trono, con un movimiento, todas las antorchas se apagaron, dejando en completa oscuridad a los pretendientes, que aclamaban su nombre asustados.
Odiseo.
En muchos años, los omegas jamás habían sido signos del terror, claro, podrían ocasionar peleas gracias a su belleza, pero jamás ocasionar miedo en los hombres.
Había sobrevivido diez años en Troya, siendo cuidado por los pocos compañeros betas que no le afectaban sus celos, por ejemplo, Polites, que recibía al mundo con los brazos abiertos, y lo ayudó en cada momento.
Ser un omega no era signo de respeto, pero, Patroclo y él fueron los peores hombres en ese lugar siendo de esa casta. Lamentablemente, uno había tenido menos suerte. Aquiles, Diomedes, incluso Menelao siendo alfas le tenían respeto, y el suficiente miedo para dejarlo solo en su celo.
El día que Troya cayó, se estaba recuperando de un celo sin su amada. No habría tenido problemas si sus propios instintos no hubieran estado tan…alborotados en la noche de la caída del lugar, no de una forma mala.
Tuvo que aventar a un cachorro en frente de su madre.
Lo había acunado en sus brazos, había besado su frente intentando calmarlo cada vez que lloraba. Le había cantado una canción de cuna, esperando dormir al pequeño, lo acurrucó contra su pecho, cuando diez años antes de ese momento había acurrucado de esa forma a Telémaco.
Ninguno de los alfas presentes pudo hacer lo que Odiseo hizo, sujetar al cachorro, y caminar por las cenizas de Troya hasta las murallas. Pudo ver a la madre del pequeño en algún lado, rogándole que al menos pudiera abrazarlo por última vez.
Se fueron de Troya, con una vida arrebatada de las manos, guerreros muertos, y leyendas por delante.
Tenso el arco, arrugando la nariz ante la excesiva cantidad de olores que caminaban por sus pasillos. Escondiéndose detrás de las columnas, intentado entrar a habitaciones que estaban cerradas gracias a Euriclea.
Escuchaba hombres insultar y pedir clemencia, llamándole por su nombre. Pero Odiseo solo le haría caso a una alfa, su esposa, y ella no estaba presente en el momento.
La cacería había comenzado.
Escuchó el escándalo de los pretendientes, que se dividían para buscarlo, lentamente el monstruo apagaba las antorchas, dejando solamente unas pocas para poder disparar con facilidad.
Se escondió detrás de las columnas, los pretendientes estaban aterrados, buscando alguna vía de escape, Odiseo se encontró acechando a los perros, que murmuraban, esperando no encontrarlo.
El monstruo tenso el arco.
— En algún lugar entre las sombras se esconde un enemigo ágil y letal — Odiseo de Ítaca arrugó la nariz, con calma, paciencia.
— ¡Tenemos la ventaja! Tenemos los números y la voluntad — Dijo un pretendiente que se molestó en aprender su nombre — Es un omega después de todo.
— ¡No! ¡Tú no lo entiendes! — El pretendiente sujetó al otro hombre por los hombros, el aroma a la madera lentamente los envolvía — ¡Este monstruo planea cada batalla!
El segundo pretendiente se sorprendió al ver su rostro cubierto de sangre. Odiseo había lanzado una flecha a su cuello, no deseando matar al hombre, sino, verlo retorcerse hasta ahogarse en su sangre.
El segundo pretendiente murió después de que Odiseo atravesara su ojo con una flecha. Lo vió caer, retorciéndose en el suelo junto al otro hombre.
Necesitaba matar a los pretendientes que eran relativamente más inteligentes que los demás.
Su primera opción hubiera sido Antínoo, pero por obvias razones, no podía deshacerse de él.
Pudo escuchar como alguien tropezaba detrás suyo, dirigió su mirada hacia la esquina del pasillo, arrugado la nariz, y sin molestarse en ver quién era, disparó, quitándole la vida a un pretendiente.
Algunos pretendientes que había ignorado soltaron un jadeo, escondidos detrás de un pilar, el monstruo de ojos rojos sintió el peso de unas flechas en su mano, tenso el arco, y en cuestión de segundos, había más cuerpos de los que podía contar con sus manos.
Entre pasadizos y movimientos mató a unos cuantos pretendientes que no se molestó en aprender su nombre. La sangre en sus dedos le era incomoda, pero lastimosamente había lanzado el himation a cualquier lugar, también le incomodaba al moverse, no podía tensar bien para disparar.
Arrugó la nariz, demasiados olores en un solo lugar. Caminó tranquilamente hacia una esquina, viendo el escándalo de los pretendientes, tenso el arco, atento a las palabras de los pretendientes. Soltó su propio aroma a propósito, confundiendo a los hombres.
Un hombre fue iluminado por las pocas antorchas que había, Odiseo no dudó en lanzar una flecha y matarlo, aún escondido.
— ¿Dónde está? — Escuchó a otro pretendiente, siendo ligeramente iluminado por una antorcha. El monstruo esperó — ¿¡Dónde está!?
— ¡Mantén tu cabeza abajo! — Otro pretendiente apareció, señalando a su compañero muerto a la distancia — ¡Está apuntando a las antorchas!
Odiseo respiró profundamente, recordando un pequeño fragmento de su vida en el que un monstruo apuntaba a las antorchas, arrebatando seis vidas hacía siete años.
— ¡Nuestras armas, están desaparecidas!
Mientras los pretendientes hablaban, especialmente mientras Antínoo decía tonterías y que resultaba obvio que su plan fallaría, Odiseo ocultaba las armas de los pretendientes en la armería, que curiosamente, alguien había dejado abierta.
Ocultó cada una de las armas, exceptuando su propio arco. Cerró la armería, nadie entraría mientras él estuviese presente.
Le había impresionado que los pretendientes aceptasen momentáneamente la idea de dejar el palacio, aunque probablemente iban a volver. También le sorprendió la presencia de Atenea en Antínoo, aunque sólo fuera por unos segundos y después se retirara.
Obviamente, el pretendiente, Eurímaco, dijo estupideces. Mientras él hablaba, Odiseo tensaba, lo hacía con calma, después de todo, el furioso en el lugar era Antínoo.
Hasta que mencionó a su esposa.
Y todo se volvió rojo.
Hasta que el palacio se sumió en la oscuridad, su rabia no se calmaba. Eurímaco había dicho cosas desagradables de su esposa, y de su hijo, Antínoo dio pelea, pero no la suficiente para mantener esa rabia.
Escuchó el movimiento de los pretendientes, poco a poco, se empezaban a reunir detrás de las columnas. Odiseo sonrió, confiado.
— ¡Está usando la oscuridad para ocultar sus movimientos! — Madera.
— Estamos con las manos vacías ante un arquero — Más y más pretendientes se quedaban en un solo lugar, hablando en voz baja — ¡Nuestra única oportunidad es atacarlo en la oscuridad!
— Conocemos estos pasillos — No, no los conocían como él — Las probabilidades pueden inclinarse a nuestro favor.
Odiseo disparó hacia el pretendiente, sacando un jadeo de los otros alfas, que buscaron armas en lugares en los que obviamente, no encontraron nada.
— ¿Creen que no conozco mi propio palacio? — Tenso el arco, los hombres intentaron huir — ¡Yo lo construí!
— ¡Odiseo…!
Disparó hasta que vió el suelo cubierto de sangre. Arrugó la nariz, al menos el olor era más soportable.
Agradecía no ser el único participando en la masacre, Eumeo cuidaba las puertas y terminaba con cualquiera que pudiera pasarlas, era una gran ayuda pata la cantidad excesiva de alfas que había.
Probablemente le hubiera pedido ayuda a Telémaco sino se hubiera ido tan pronto.
Ni siquiera sabía qué su hijo era un omega, como él.
— Oh, viejo rey, nuestro líder está muerto — Odiseo miró al pretendiente, el padre de Eurímaco, Pólibo — Destrozaste la cabeza de la serpiente.
El viejo hombre se acercaba a él, Odiseo arrugó la nariz, otro aroma se acercaba por detrás. Lo estaban subestimando.
El alfa se arrodilló en el suelo, sumiso, con una tímida sonrisa, parecía sincero.
— Ahora el resto de nosotros ya no somos una amenaza — Entonces, ¿por qué había un alfa acercándose a la distancia? — Oh, viejo rey, es mejor perdonar.
Odiseo le sonrió al hombre arrodillado, se obligó a cubrirse la nariz por los aromas a su alrededor.
— Es mejor para que ya no se derrame sangre — El pretendiente lo miró, exaltado. Sonriente, esperando un ataque — Mejor tengamos los brazos abiertos…
El monstruo tenso el arco y disparó detrás suyo, la flecha fue directo a la garganta de un pretendiente que pretendía atacarlo por detrás, se llamaba Agelao sino mal recordaba. La espada que el hombre tenía en su mano cayó.
Odiseo volvió a mirar a Pólibo, sonriente, nuevamente tenso el arco, y rodó sus pupilas.
— No.
Disparó.
El cuerpo del hombre cayó al suelo con un golpe seco y una flecha en su ojo. Odiseo soltó una risa ronca, dándole la espalda a Pólibo para acercarse al alfa que quería apuñalarlo, arrebató la espada de la mano del fallecido, jugando con ella entre sus dedos.
— ¡Oh, viejo rey, Odiseo! — Suspiró molesto, suspirando profundamente, dirigiendo su mirada a otro pretendiente — Le aseguro que en estos pasillos maldad, y solamente maldad de todos los demás pretendientes — El rey levantó una ceja.
Tenso el arco.
— ¡Le pido clemencia! — Leodes, recordaba que así se llamaba. Fue el primero en intentar hacer el desafío de Penélope — Intenté detener a estos hombres cuando planeaban hacerle daño a su familia, soy un sacerdote, y le aseguro que su presencia es el castigo de estos hombres.
— ¿Intentaste detener a los pretendientes? — Levantó la barbilla, y caminó alrededor del hombre, que seguía de rodillas — Al único pretendiente que vi defendiendo un poco a mi familia fue Antínoo, tú estabas en la esquina, ladrando y no actuando.
— ¿Antínoo? ¡Viejo rey, Odiseo! Ese hombre está cegado por la posibilidad de ser rey — El pretendiente trago saliva — Marcó al príncipe, sabiendo que era un omega, solo para obligarlo a darle la corona.
Odiseo sintió sus uñas lastimar su propia piel. Y respiró profundamente.
Si eso era cierto, confiaba en que podría castigar al pretendiente Antínoo. Había marcado a su hijo sin consentimiento, resultar destinados era un punto aparte, si él no lo hubiera mordido, Telémaco no estaría en esa situación.
Aunque, Odiseo estaba consciente de que Antínoo había defendido a su hijo, casi matando a Eurímaco sino fuese por la presencia de los alfas en la habitación. No pudo defender a su esposa, rodó sus pupilas, molesto. No sabía qué pensar en esa situación.
Solo no le daría su bendición a Antínoo, y todo estaría bien.
— ¡Estaba rezando por las almas de esos alfas! Llevados por la inseguridad y la furia. Pido clemencia, viejo rey, le aseguro que solo estuve rezando por el castigo de estos hombres.
— Oh, ¿rezabas entonces? — Odiseo jugó con la espada de Agelao — Probablemente rezarle para que yo no pudiera regresar, así te pudieras quedar con mi esposa y mis riquezas.
— ¡Clemencia…!
Odiseo le cortó el cuello con la espada del Agelao, Leordes intentó sobrevivir, pero, solo vió los ojos rojos del monstruo antes de morir.
Caminó un poco, alejándose de los cuerpos en esa parte del castillo, se dejó llevar por el aroma, buscando a cualquier alfa para terminar con su vida. Lastimosamente, sólo encontró a Eumeo.
— Mi rey — El noble porquero habló — Los pretendientes se han rendido en intentar escapar por las puertas del palacio.
— Agradezco tus servicios — Dijo el monstruo, disparó a la distancia, viendo que un pretendiente intentaba escapar — ¿Qué sabes del pretendiente Antínoo?
— ¿Antínoo? No mucho, mi señor — Eumeo acercó sus manos a las de Odiseo, y el rey le permitió que limpiara la espada de Agelao — La reina no tiene una buena imagen de él, incluso le dio un desafío.
— ¿Penélope? — Eumeo limpió su espada, y se la entregó con manos temblorosas — Sigue hablando.
— Antínoo pasó un día del celo del príncipe en una isla de su reino — Odiseo jadeó, abriendo un poco más los ojos. Cada palabra que le decían del pretendiente le daba una peor imagen de este — Fue un desafío de mi reina, mi señor. Pudo cumplir su desafío — Eumeo sonrió, parecía aliviado en ese aspecto — Era no tocarlo en el celo. Fui a la isla después del desafío, y le aseguro, mi señor, que Antínoo logró cumplir el desafío.
— No se ve que sea de ese tipo — Disparó nuevamente a otro pretendiente, Eumeo ni se inmutó — ¿Y qué piensa mi hijo de él?
— Creo que eso debería preguntárselo usted, mi rey.
— Ni siquiera está en el palacio, Eumeo.
El hombre pareció confundido por unos segundos, antes de que sus orejas se volvieran rojas, pidiéndole perdón con la mirada.
— El pretendiente Antínoo lo trajo al palacio, estuvieron asesinando a unos cuantos hombres por esta parte sin preocupaciones — Odiseo apretó su mano contra el arco — No sé cómo pudo salir y entrar al palacio.
— Carajo — Le dio la espalda, y caminó rápidamente lejos de allí — Gracias Eumeo.
Se fue, confundido por todos los aromas que rondaban por las paredes, disparando a quienes se encontraban, hasta que los pasillos quedaron en silencio.
Al menos por unos segundos.
Escuchó un escándalo por la armería, había demasiados pretendientes reunidos en un solo lugar. Arrugó la nariz al caminar hacia allá, furioso y cansado, manteniendo el arco y la espada cerca de él.
Iba a paso lento, antes de que oliera un hermoso aroma, uno que reconocía, uno que había estado débilmente en sus brazos hacía veinte años.
Miel.
Junto al ámbar, en la armería. Solo había sido por unos segundos, pero parecía que más aromas los rodeaban, los acechaban.
Corrió aunque sus piernas dolieron, corrió aunque sentía cómo se ahogaba, corrió sabiendo que solo defendería a uno de esos hombres en esa sala.
Se encontró con cuerpos de pretendientes que él no había asesinado por el camino, levantó una ceja cuando se encontró con una conveniente clámide que podría esconderlo al entrar a la armería.
No había ningún búho a la distancia, pero en la clámide había patrones de diferentes animales, búhos, perros, leones, lobos, demasiado conveniente. Se cubrió con la clámide y siguió hasta la armería, en la que muchos alfas se adentraban.
La miel y el ámbar eran los únicos olores que podía distinguir.
Entró disimuladamente, parecía que los hombres en ese lugar no se molestaron con su presencia, enfocándose solamente en un alfa y un omega en ese lugar.
— ¡Sujetenlo! — Melantio habló, dispersando armas a los hombres. Dos destinados se defendían mutuamente, cansados — ¡Sujentenlo! — Un alfa cayó, y con eso también el omega — Porque si no lo hacen, le romperé la mano al niño.
Odiseo se movió un poco, jugando con la espada. Pudo ver dos hombres en el suelo, un omega amenazado con una espada en sus cuello, y un alfa sujetando su costado, probablemente apuñalado.
— Lo tengo.
Odiseo lo apuñaló por la espalda.
El otro omega soltó un jadeo al ya no estar amenazado, y el alfa lo arrastró a una esquina.
— Pied… — Enterró un poco más su espada — Pieda…
— ¿Piedad? — Recuerdos de sus compañeros caídos llegaron a él. Sujetaba con fuerza la espada — ¿¡Piedad!?
Retiró la espada, los hombres que habían estado presentes en la armería intentaron huir.
Odiseo por primera vez en la noche, se cansó de sonreír ante la matanza, y empezó a disparar sin importarle quién fuese.
Su piedad se había ahogado hacía mucho.
Disparó a la garganta de un pretendiente.
Se había ahogado para traerlo a casa.
Disparó hasta que una flecha atravesó el pecho de un pretendiente.
Mientras esos hombres estuvieran en su hogar, el destino de su familia era incierto.
Disparó hasta que pudo sentir la sangre bajo sus pies.
Su clámide cayó al no estar acomodada correctamente, Melantio se arrastraba en el suelo, intentando sujetar alguna de las armas regadas por el suelo.
Escuchó la puerta de la armería cerrarse y el jadeo de los hombres. Eumeo hizo su trabajo y encerró a los hombres, dejándolo empezar su matanza.
— Planearon lastimar a mi hijo — Su voz salió más ronca de lo necesaria, con cada paso que daba, un pretendiente caía muerto — ¡Planearon violar a mi esposa!
Sujetó el cabello de Melantio, que con sus últimas fuerzas se ahogaba en lágrimas, sujetando su abdomen. Sujetó la espada de Agelao, y la levantó, listo para apuñalar al hombre.
— ¡Todos ustedes van a morir!
Apuñaló al hombre, seis veces, obligándolo a verlo.
Sería su peor momento y su último momento, la sangre manchaba su rostro con cada apuñalada.
Respiró profundamente, sin importarle quién estuviera presente.
Todos ellos morirían.
— Llenaron de odio mi corazón — No había soportado ni una semana con los pretendientes. No podía imaginarse todo lo que había sufrido Penélope. Su enojo creció con solo pensarlo — Todos los que me han hecho daño, ¡Este será su destino!
Melantio lo miró por última vez, antes de contarle la cabeza, y aventarla a los pies de los pocos hombres en esa sala.
Todo lo que Odiseo escuchaba eran gritos.
Disparó, apuñaló, sus ojos se volvieron rojos de la furia. Por primera vez en años, se permitió pensar con el instinto y no con la mente.
Habían intentado lastimar a su cachorro, habían amenazado con violar a su alfa. Tenía a los dioses de su lado en esa matanza, al menos los que más le importaban.
Su esposa e hijo estaban bien, no le importaba nada más que terminar con la vida de todos esos hombres.
Apuñaló por última vez a un pretendiente, cubriendo el suelo de sangre junto a los otros alfas.
Levantó la mirada, esperando encontrar a cualquier alfa con vida y disparar, pero solo habían dos hombres en esa sala, aparte de él mismo.
Cruzó miradas con Antínoo, que parecía impresionado, sujetando una espada. Estaba en una esquina, cubriendo a un hombre de las flechas que había lanzado. El ámbar danzaba alrededor de los dos omegas en esa sala, uno de forma protectora, y otra de forma agresiva.
Cruzó miradas con el omega que Antínoo protegía.
Casi soltó el arco, sintió un tirón en su corazón, y dio un paso hacia adelante, el omega empujó un poco a Antínoo, esperando ver a Odiseo.
Pudo ver unos hermosos ojos azules que por veinte años había esperado ver reflejados en otra persona, cabello negro, cubierto en una armadura y una lanza que mantenía en su mano.
Dio otro paso más, y encontró un brillo en los ojos del omega, impresionado que se levantó lentamente con la ayuda de Antínoo.
Después, recordó que Antínoo estaba presente.
Arrugó la nariz, tenso el arco...
Y disparó hacia el hombre.
Notes:
Sé que este capítulo con diferencia es muy corto comparado con el anterior, pero realmente no le veo el sentido alargar entre muertes y muertes sabiendo cómo terminará esto.
Eso sí, estoy guardando el capítulo largo para I Cant Help But Wonder y Would You Fall In Love With Me Again, aguanten el hambre, por favor.
Oh, por cierto, después del capítulo veinte, la historia tomará una pequeña pausa. Estoy teniendo problemas con mi horario en la escuela, mi graduación es pronto, tengo que participar en la escolta, tengo ensayos, tengo muchísimos dramas personales, así que, me tomaré un pequeño descanso, pero regresaré después, obviamente, no abandonaré una historia a la cual le he tomado muchísimo cariño, y extrañaría sus comentarios.
¡En fin! Nos vemos pronto, cuídense mucho, cuiden su salud mental, física, etc, cuídense de verdad.
¡Nos vemos en I Cant Help But Wonder! ¡Hasta pronto, los amo!
Chapter 19: I Can't Help But Wonder.
Summary:
Odiseo y Telémaco se reencuentran después de veinte años de espera.
Notes:
TW: Este capítulo tiene mención a la sangre, mención de heridas abiertas, mención de la muerte, desmayo.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Antes de que Telémaco viera a su padre después de veinte años, estaba en un bote, con la guía de la diosa Atenea, regresando a Ítaca.
Minutos antes de la masacre de los pretendientes, Telémaco estaba cruzando el océano, demasiado tranquilo a su parecer. La diosa le aseguró que Poseidon no le daría ningún problema, ella seguía tejiendo de forma tranquila.
El príncipe se mantenía tranquilo en el barco, hasta que sintió un dolor en cada parte de su cuerpo. Se arrodilló, muy adolorido, Atenea paró de tejer para verlo, Telémaco tenía la vista nublada, le dolía la cabeza, le dolía todo, sentía que podía vomitar y no por la marea a su alrededor.
Ámbar, sentía como el aroma lentamente se iba, aunque aún estuviera lejos de las playas de Ítaca. Telémaco intentó acelerar el trayecto, ordenándole (puramente por instinto) a la diosa que fuese a cuidar a Antínoo. Obviamente, terminaría regañado después de un rato.
Atenea regresó después de un rato, asegurando que Antínoo se encontraba bien, y que necesitaban llegar rápido a la playa.
Cuando regresó a las costas de su reino, no esperó ver a su destinado corriendo hacia él, lastimado, agotado. Telémaco cruzó miradas con Antínoo, y el hombre parecía aliviado.
Los destinados se vieron por unos momentos, Antínoo lo observó como nunca lo había hecho mientras bajaba del bote y se acercaba al hombre, confundido.
El príncipe se sintió un poco incómodo momentos después, ya que Antínoo lo arrastró por todo el reino hasta llegar al palacio.
Tal parecía que los alfas se ponían un poco protectores en las temporadas de celo de sus parejas, aunque no eran pareja.
Gracias a los dioses, solo estaban enlazados, y solo eran destinados, solamente eso.
Antínoo lo insultó todo el camino, se veía cansado, agotado. Pudo ver rasguños en su rostro, y sintió cada uno de los golpes que había recibido. El alfa lo guió a su palacio, la puerta principal estaba cerrada, así que, tuvieron que conformarse por entrar por el pasadizo de la última vez.
Cuando entraron al palacio de Ítaca, Telémaco tuvo ganas de vomitar.
Cuerpos, sangre, vísceras, el pretendiente robó alguna espada que estaba entre los cuerpos, y el príncipe se aferró a su lanza.
No pudieron descansar en ningún momento, encontraron hombres que Telémaco asesinó y Antínoo sujetó. Incluso se retiraron a la armería, apresurados se cubrieron con una armadura, y ni siquiera notaron si cerraron la puerta.
Después de encontrarse con Eumeo, el príncipe se quejó. Ya se encontraba bien, el celo ya no le era una molestia, pero el alfa parecía aferrado a mantenerse cerca suyo.
— ¿¡Por qué estás tan…!? — No era meloso, solo no trataba de disimular el hecho de que intentaba quedarse cerca suyo — ¡Antínoo, calma tu maldito instinto y déjame en paz! — Telémaco mantenía el ceño fruncido, notó que el alfa parecía más protector de lo normal — Necesito que estés completamente consciente en caso de que nos crucemos con algún pretendiente.
— Oh, ¿Me necesitas? — Antínoo se burló, Telémaco lo amenazó con su lanza — ¡Cálmate, carajo!
— No lo repetiré otra vez. Vamos a la armería, algo está mal — Caminó, sin molestarse en mirar atrás. Antínoo aún un poco cansado, lo siguió, soltando insultos — Necesitas tomar supresores, no te soporto de esta forma.
— Ya cállate — Cuando se acercaron a la armería, Antínoo arrugó la nariz — Melantio y Anfínomo están dentro, junto con otros imbéciles.
— Pensé que eras el único imbécil entre estos hombres — Antínoo lo miró de forma juzgona — No me mires así, estúpido.
— Desgraciado.
— No voy a seguir con eso ahora mismo.
Lentamente los dos hombres se escondieron detrás de la puerta. Pudieron escuchar a los dos alfas hablar, Telémaco movió su lanza, se movió sigilosamente, escondido su aroma bajo el manto del ámbar, y apuñaló con su lanza al alfa.
Anfínomo cayó, muerto. Antínoo arrugó su nariz, y se adentró a la armería, Melantio enseñó sus dientes, y Telémaco lo señaló con su lanza, ignorando a otros hombres que se encontraban en la armería.
— ¡Suelten esas armas! — Telemaco se adentró en la sala, quedando en el centro de esta. Antínoo se mantenía a la distancia — Y les aseguro que tendrán una muerte misericordiosa.
— Después de ver lo que el rey nos hará… — Melantio parecía afectado, incluso dio un paso hacia atrás. Aunque su semblante cambió en pocos segundos — No nos atreveríamos.
Telémaco levantó una ceja, cruzó miradas con el hombre con aroma a ámbar, un poco confundido, pero sin cambiar su postura.
“No preguntes, sigue hablando”. Eso entendió con un movimiento de cabeza. Antínoo jugó con una espada entre sus dedos.
— No planeo matarlos, al menos no por el momento — Los pretendientes parecían más interesados en su persona, como si supieran algo que él no — Pero confíen en que vengo preparado.
— Tú sola presencia ha condenado al rey, príncipe omega — Melantio sacó una daga, y señaló a Antínoo — Nosotros jugamos sucio.
Telémaco sintió un pesar en su pecho y sus sentidos nublarse, ¿cómo es que supo que era un omega? Sintió un picor en su nariz, y se quejó.
Antínoo cerca de él, protector, enojado, apretando los sus dedos contra la daga. El príncipe podría darse una idea, la presencia de Atenea en el lugar le daba un poco se calma.
La armería era un lugar relativamente grande, pero no esperó verse rodeado lentamente por hombres. Telémaco los amenazó con su lanza y Antínoo se mantuvo contra su espalda, podría soportar el contacto, el celo ya no le era una molestia.
— ¡Paren en este mismo instante!
— ¡Hermanos, tenemos compañía y han cometido un gran error! — Arrugó la nariz, poco a poco, aromas que le desagradaban inundaban sus sentidos — ¡Los destinados están aquí indefensos, dejaron la puerta de la armería abierta, y ahora las armas son nuestras!
Había más hombres de los que podía contar sus manos, Antínoo gruñó con cada alfa entrando a la habitación.
— Antínoo, no seas estúpido… — Susurró, sabiendo que el hombre está a cuidando su espalda.
— Cállate, Telémaco — Pero supo que Antínoo estaba más consciente que momentos antes — No te quiero ver llorando si sales lastimado.
— ¿Vas a permitir que me lastimen? — Susurró, más hombres los rodeaban.
— Lamentablemente tengo que cuidarte — Hicieron un pequeño movimiento, los dos hombres observaron sus alrededores — Si salimos de aquí, me debes una corona.
— Que ternura, creés que tendrás una corona — Los dos arrugado la nariz, Melantio mantenía una sonrisa burlona — Pelea y después hablas.
Ninguno de los dos soltó risas, al contrario, sujetaron con fuerza sus armas. Cambiaron de postura, defendiendo la espalda del otro por conveniencia.
Si uno caía, el otro estaría muerto.
— ¡Todavía podemos derrotar al rey si todos vamos contra los destinados!
Entonces, todos los pretendientes en esa sala se lanzaron contra el lobo y el león.
Telémaco sintió una sensación parecida, como si ya hubiera peleado anteriormente con ese estilo. Agradecía un poco a Atenea en ese aspecto. Actuó por puro instinto, necesitaba pensar rápido, necesitaba proteger, necesitaba lastimar, tenía que matar.
Sentía el arma ligera entre sus dedos, cortando la garganta de hombres que se acercaban, moviéndose en círculos sin dificultad. Antínoo se agachó, apuñalando a los pretendientes que se acercaban.
Antínoo lo jaló por su quitón, llevándolo al suelo, evitando un ataque de una espada con un pretendiente. Un hombre intentó abalanzarse contra el príncipe, este atravesó el abdomen del hombre con su lanza.
Se mantuvo en el suelo mientras el alfa golpeaba a cualquier hombre que se les acercara. Con su lanza apuñalada y cortaba, evitando ataques, jamás recibió un ataque por su espalda.
Aunque, sólo por unos momentos se distrajo, y tocaron ligeramente su marca.
— ¡Quítense de encima! — Apuñaló a quien fuera que lo tocó, Antínoo se lanzó contra otros alfas — ¡Quítense de encima!
— ¡Sujentenlo, es nuestra última oportunidad!
Telémaco se defendió contra su lanza, siendo sujetado contra el suelo gracias a un pretendiente, dejándolo sin aire, Antinoo sujetó al hombre por los hombros, y lo lanzó a otra parte de la habitación.
Ámbar y miel danzaban en esa pelea sangrienta, defendiéndose mutuamente. Aunque se defendían mutuamente, sabían que el otro podría aguantar una pelea con facilidad.
Hasta que un pretendiente apuñaló a Antínoo con una daga.
Fue rápido, ninguno de los dos pudo preverlo. Telémaco soltó un quejido aunque la puñalada ni siquiera fue a su persona. Antínoo no se quejó, sacó el arma, y le cortó la garganta al pretendiente.
Pero eso fue suficiente para sujetar a Telémaco contra el suelo.
— ¡Sujentenlo! — Telémaco pateó, Antínoo cayó, sujetando su costado — ¡Sujetenlo! — Antínoo intentó lanzarse contra los alfas que lo golpearon, pero la sangre manchando su quitón fue suficiente para sujetarlo — Porque si no lo hacen, le romperé la mano al niño.
Una espada lo amenazó, rozando su cuello, Antínoo estaba en el suelo, buscando escapatorias, hasta que arrugó la nariz, y sujetó su quitón.
— Lo tengo — Dijo Melantio. Telémaco iba a soltar su lanza, la daga de Antínoo ya había caído al suelo.
El príncipe sintió como su rostro se cubría de sangre, escuchó su propio jadeo, bajó un poco la mirada, y se encontró con una espada atravesando el abdomen de Melantio.
Antínoo lo jaló hacia una esquina, casi sin fuerzas.
Iba a gritar, pero los gritos de los pretendientes inundaron la sala.
Cruzó miradas con su destinado, que se esforzaba por mantenerse despierto, y aún así, lo mantenía cubierto en esa esquina. Lo intentaba cubrir de las flechas que se dirigían a otros hombres, de la sangre derramada por un monstruo, lo protegía del peligro cuando Antínoo era uno de los hombres más peligrosos que había conocido.
El ámbar lo abrazaba aunque pudiera protegerse él mismo. El instinto nuevamente lo guiaba, porque sabía que Antínoo jamás podría protegerlo de forma completamente consciente. Ni siquiera habían querido ver a su salvador, aunque sabía perfectamente quién era.
Después de unos segundos de silencio, Antínoo cruzó miradas con el hombre desnudo, que mantenía en su mano un arco y una espada. El omega veía con odio a su destinado, con furia, con coraje.
Luego, el omega vió al príncipe.
Y Telémaco sintió que su mundo cambió.
El hombre respiró profundamente, Telémaco no lo reconoció por unos momentos, sujetó disimuladamente el quitón de Antínoo, antes de recordar que estaba sangrando, así que lo apartó y se levantó del suelo con su ayuda.
Telémaco conoció a Odiseo después de veinte años, y Odiseo vió a su hijo después de veinte años.
El hombre arrugó la nariz, tenso el arco, y disparó hacia Antínoo.
El alfa lo empujó, aunque la flecha ni siquiera iba para él.
La flecha solo rozó la mejilla de Antínoo.
El príncipe se mostró aliviado, con toda la matanza de momentos atrás, parecía que el rey sólo estaba dándoles miedo. Parecía que solo había sido una advertencia, ni siquiera fue directo al pecho, Antínoo se quejó abiertamente, y Telémaco rápidamente lo miró, antes de mirar a Odiseo.
Telémaco casi soltó un gruñido al rey de Ítaca, sino fuese porque el hombre dejó caer el arco y la espada. Antínoo no se vió afectado, al contrario, se levantó sin problemas, sujetando su costado.
— Me retiro — Dijo Antínoo débilmente, caminando con dificultad hacia la salida de la armería.
Odiseo no se inmutó por las palabras del hombre, se mantuvo asombrado por la apariencia del príncipe, sin querer acercarse, solo levantando su mano, y tocando su propio pecho.
Telémaco se mostró incómodo, Antínoo se había ido después de que Eumeo le permitiera irse, llevándose una daga del suelo. Esperaba que fuera a tratar su herida.
El príncipe cruzó miradas con el rey nuevamente, y lentamente soltó su lanza, la armadura le pesaba, así que se quitó el casco. Pudo ver un brillo en los ojos de Odiseo.
— ¿Odiseo? — Preguntó Telémaco, sin esperar que ese hombre que había esperado por veinte años fuera su padre. El monstruo arrugó la nariz, y levantó la barbilla — ¿De verdad eres…?
— ¿Hijo? — Dijo Odiseo, intentando acercarse a su cachorro. Telémaco dio un paso atrás — ¿Eres mi hijo, Telémaco?
— Sí, lo soy — Asintió lentamente aunque ya había respondido la pregunta del rey — Finalmente estás aquí, después de veinte años.
Por alguna razón, Telémaco siempre había imaginado su reencuentro como algo hermoso. Pero en ese momento, sentía la furia de esperar por un hombre que estaba muerto, la impotencia de cuidar a su madre tras las noches de ruts solitarias, la tristeza de ser comparado con un hombre que jamás había visto.
Ni siquiera había recibido un aviso, solo una tarde de entrenamiento para ese momento. Toda su vida hubiera muerto por conocerlo, pensó tanto su nombre que le dolió, por veinte años había soñado en cómo podría saludarlo.
Y ahora estaba allí.
No encontraba las palabras.
Solo el enojo.
— Telémaco…
— Han pasado veinte años — Recalcó, y apretó los puños — ¿Qué te hizo volver después de tanta espera?
— Telémaco, te aseguro que cada día de mi vida estuve peleando para volver con ustedes — Odiseo levantó su mano para acariciar la mejilla del príncipe. Telémaco le soltó un golpe a esta, y el rey se vió molestó por uno segundos — ¿Antínoo te dio ideas equivocadas de mi persona?
— ¿¡Antínoo, en serio vamos a hablar de él ahora mismo!? — Telémaco se quejó, visiblemente molestó — Él no me ha dado ideas equivocadas tuyas porque no hay una idea equivocada, ¿Cómo sé que es lo correcto cuando no tengo un recuerdo para defenderte?
— No tengo palabras para defenderme, sé que me fui por veinte años y no pude estar presente, pero…
— ¡No es solo eso! Atacaste al hombre que me protegió toda la noche solo porque sí — No era posible que tuviera que traer a Antínoo a la conversación — No tienes el derecho para decirme nada.
— Antínoo te protege puramente por instinto — Odiseo jamás apartó la mirada, pero, al contrario de minutos atrás, ahora parecía molestó — Si él hubiera intentado protegerte de verdad, primero se hubiera protegido él mismo, y después te hubiera visto — Pudo ver como el rey apretaba los puños — Ese hombre solo quiere la corona, y no voy a permitir…
— ¿¡Creés que no sé que quiere la corona!? — Interrumpió a Odiseo — ¡Conozco a ese hombre mucho más de lo que tú lo conoces en una sola noche! — ¿En serio estaba defendiendo a Antínoo? Que los dioses lo ayudarán — Antínoo me está protegiendo de esa manera solamente porque acabo de salir de un celo, sé que no me aprecia, y yo tampoco lo aprecio — Arrugó la nariz, el aroma de la madera que alguna vez lo abrazó no le parecía cálido — ¿Creías que era lo suficientemente ingenuo para no darme cuenta?
Odiseo se vió impresionado por unos momentos, antes de sonreír hacia Telémaco. El príncipe apretó los dientes, molesto, furioso, ese hombre le estaba sonriendo aún después de no haber estado presente por veinte años.
— Por supuesto que no, hijo. No eres ingenuo, debí haberlo pensado antes, eres inteligente y el príncipe de este reino después de todo — El rey le sonrió aún más, con lágrimas en sus ojos — He pasado veinte años intentando volver contigo y tu madre, y realmente deseo conocerte…
— ¿Conocerme? ¿Qué te impidió volver en estos veinte años? No, ¿qué te impidió volver en diez años? ¡Un viaje a Troya de regreso es de menos de un mes! Dime, rey de Ítaca, ¿por qué no volviste en diez años?
— Yo no puedo decírtelo en estos momentos — La mirada de Odiseo se oscureció, antes de cruzar miradas nuevamente con Telémaco — No me odies por no haber estado presente por otras razones.
— ¡Déjame odiarte! ¡Han pasado veinte años en los que no has estado presente, en los que necesitaba que un padre me ayudase con algo y jamás tuve uno! — Telémaco se quitó la parte de arriba de su armadura, aventando esta a un costado de Odiseo. Él no se movió — ¡Habían noches y días que moría por mostrarte algo y no estabas presente! ¡Fueron veinte años en los que no podía superarte por ser tu hijo y que tú ni siquiera estuvieras presente! — Le gritó a Odiseo, por su madre, por su tía, por su abuelo, por Argos, por cada persona que lo estuvo esperando y hasta ese momento se presentó — ¡No me importa si me amas o no en estos instantes! Nunca estuviste presente.
El rey se mantuvo callado, evitando dejar salir lágrimas por las palabras de su cachorro. Telémaco respiró profundamente, tratando de tranquilizarse, apretando la tela de su quitón.
La furia se calmó, porque a pesar de gritar, reclamar, y todo lo demás, Odiseo seguía allí, en frente suyo. No podía encontrar más palabras para demostrar todos los sentimientos que estaba sintiendo y todos los que no pudo sentir por la falta de un padre.
El príncipe mordió su labio, levantando la barbilla, y Odiseo le sonrió, esperando que siguiera hablando. Después de veinte años, después de tanta espera, un hombre que siempre estuvo esperando lo estaba escuchando.
No pude evitar preguntarse, ¿cómo fue el mundo de su padre?
¿Acaso serían parecidos? ¿Acaso tendría su fuerza? ¿Acaso compartían algún gusto? ¿Acaso a Odiseo alguna vez le molestó su casta? ¿Alguna vez le hubiera ayudado a aceptar la suya? ¿Alguna vez lo hubiera aceptado como su hijo?
Había vagado durante veinte años, y por tanto tiempo se había sentido solo.
Odiseo se acercó un poco, esta vez de forma lenta. Acarició su mejilla, y el hombre quitó las pocas lágrimas que habían salido, ni siquiera se había dado cuenta.
El omega con aroma a madera, ojos cafés y cabello del mismo color le sonrió. Y sujetó su rostro por sus mejillas, el hombre era un poco más bajo que él, Telémaco se obligó a no decir nada.
— Oh, hijo mío, mira cuánto has crecido — Pudo ver como Odiseo cerraba los ojos y los volvía a abrir, cruzando miradas con él. Parecía feliz — Oh, mi cachorro, la alegría más dulce que he conocido.
Instinto, eso lo obligaba a mantenerse quieto al contacto con su progenitor. El instinto lo obligaba a ya no gritarle y escucharlo, el aroma a la madera lo rodeaba, y por unos segundos, no le pareció desconocido.
— Hace veinte años te tuve en mis brazos — Acarició su mejilla, y Telémaco lentamente se dejó caer contra la mano cubierta de sangre — Como ha pasado el tiempo — El hombre apartó su mirada, pero nuevamente, volvió a mirarlo — Eres un omega, como yo.
— Lo soy — Cruzó los brazos, y Odiseo lentamente acarició su cabello — No estoy orgulloso de eso.
— Yo tampoco lo estuve en los primeros días, si te soy sincero — Telémaco se vió sorprendido por unos momentos, antes de seguir con su expresión enojada — Pero, agradecí ser un omega cuando conocí a tu madre.
Telémaco sonrió un poco, parecía más una mueca. Después de que Atenea le hubiera contado un poco la historia de amor de sus padres, le era fascinante y emocionante escucharlo después del punto de vista de su progenitor.
— ¿Quién sabe lo que te depare el futuro? Ser un omega no es tan malo cuando nadie espera mucho de ti, y puedes demostrarte a ti mismo — Odiseo rodó sus pupilas, y jugó con su cabello, oscuro, como el de su madre — No estaría contento y no apoyaría su unión, pero hasta podrías tener tu debida pareja, como el desgraciado que te protegió…
— Por favor, jamás vuelvas a decir eso, que asco, Antínoo y yo no somos ni seremos nada — El príncipe arrugó la nariz y logró hacer una gran mueca. Pudo ver como Odiseo sonreía y asentía ante sus palabras — Jamás.
— Tú mandas, hijo mío — Telémaco soltó un largo quejido, arrugando la nariz al olor de la sangre — ¿Sabías que solía decir que haría de las nubes de tormenta llorarán por ti? — Parecía que un recuerdo llegó a Odiseo, negó con su cabeza, y admiró a su cachorro — Te sostuve en mis brazos, preparado para morir por ti — Había lágrimas que querían salir de los ojos del rey y del príncipe — ¡Oh, cómo ha pasado el tiempo!
Odiseo lentamente bajó una de sus manos, tocó su nuca, casi soltó un gruñido, antes de recordar que era parte de su familia. Dejó que el hombre tocase la mordida perteneciente a Antínoo, pudo sentir como el semblante de Odiseo cambiaba, uno más afligido mientras acariciaba su marca.
— Solo puedo preguntarme, ¿cómo ha sido tu mundo? — Telémaco apretó los puños, se sentía afectado, se sentía débil. Odiseo le preguntó de forma dulce, mientras acariciaba su mejilla y su nuca — Las cosas que has tenido que sufrir y la fuerza que llevas dentro.
Telémaco tenía ganas de llorar, toda la furia que había sentido momentos antes se desvanecía con la emoción de por fin volver a ver a Odiseo. El omega sentía que la tensión en el aire lentamente se iba, por fin, después de tanto tiempo, sentía comodidad con alguien de su misma casta que no fuese su tía, Ctímene.
¿Qué dirían? ¿Cuántas cartas tendría que mandar pata que vieran que Odiseo había regresado? ¿Se habrían rendido así como lo había hecho?
— ¿Te lastimó? — El príncipe levantó una ceja — Me refiero a la mordida.
— Me dolió muchísimo, pero estoy planeando cortarle la lengua — Soltó unas risas para sí mismo, Odiseo se mantuvo callado, aunque no entendiera el chiste de la situación — Yo lo mordí primero, el idiota me mordió de vuelta pensando que era un alfa.
— Oh — Levantó sus hombros, también soltando una risa ronca — ¿Cómo carajo se te ocurrió morder a un alfa sabiendo que te devolvería la mordida?
— Fue culpa de Atenea — Su lanza fue lanzada hacia ellos por un búho, los dos hombres soltaron una risa — Dejé que me mordiera, es mejor mantener a tus enemigos cerca.
— Comprendo tu pensamiento — Odiseo le dedicó una mirada juzgona — Lamentablemente, ahora está enlazado contigo y es tu destinado, y eso significa que no lo puedo lastimar.
— Yo sí — Odiseo levantó una ceja, y soltó un gran suspiro — Yo me encargo, lo soporté por tres años.
— Me duele saber que tú y tu madre tuvieron que soportar a estos hombres por años — Telémaco se obligó a ignorar los cuerpos que estaban alrededor — Todo lo que siempre fue reunirme con los míos, contigo, con tu madre, con ustedes, mi familia.
Odiseo acarició su mejilla, y Telémaco dejó que pocas lágrimas salieran, mordiendo su labio para no verse lo suficientemente humillado.
— Veinte años hemos vagado, pero hoy por fin no estás solo.
El rey de Ítaca lo miró con cariño, con admiración, con dolor y con amor. Lo sujetó por sus hombros, temblando, con lágrimas en sus ojos y heridas en su cuerpo, lleno de sangre, y hambriento de recuerdos.
— ¡Hijo mío, por fin estoy en casa!
Su padre lo abrazó.
Lo abrazó con fuerza, manteniéndolo cerca suyo, la calidez de su piel abrazaba la soledad que había sentido por veinte años. Su aroma lo calmaba después de tanto tiempo, se sintió como un niño pequeño nuevamente, se derrumbó en los brazos de su padre, sintiendo sus piernas temblar.
— ¡Padre, cuánto he deseado verte!
No importaba los insultos que le había dado, lo había extrañado, anhelaba su cariño, deseaba su presencia. Casi cayó, y su padre se aferró a él, acariciando su espalda y jugando con su cabello.
Se aferró a su espalda y ocultó su rostro en el hombro de su padre, se sintió pequeño aunque era más alto que él, la barba del hombre le picó un poco. Sintió como su rostro se llenaba de lágrimas, y como su quitón se mojaba gracias a las lágrimas ajenas. Le devolvió el abrazo al omega con aroma a madera, lo había extrañado, y ahora allí estaba.
— Telémaco, estoy en casa.
Por fin estaba en casa.
Su padre beso su frente, quitó las lágrimas, compartieron una risa, y se permitieron sentir el dolor de la pelea contra los pretendientes. Telémaco se aferró a la espalda de Odiseo, y su padre jugó con su cabello.
Telémaco se separó después de ver que su quitón se había manchado de sangre que no era suya, soltaron otra risa, y Odiseo limpió sus propias lágrimas. Lo empujó un poco, dirigiéndolo a la puerta de la armería.
— Ve, dile a tu madre que ya llegué — Telémaco trago saliva, probablemente ella ya se había dado cuenta — Estaré allí en unos momentos.
— Por supuesto.
El príncipe salió de la habitación, con una sonrisa y un suave dolor de cabeza. Caminó por los pasillos, para dirigirse a la habitación de su madre.
Obviamente, no esperó encontrarse con que estaba peleando con Antínoo unos pasillos más adelante, reclamando, llorando, intentando pasar.
— ¡Penélope, ya cálmate, carajo!
— ¡¿Calmarme?! ¡No sabes lo que es esperar por veinte años! — Telémaco esperó ver a su madre empujando, lastimando y amenazando a Antínoo. Pero, intentaba zafarse de los brazos del hombre, que la mantenía en un solo lugar — ¡Suéltame en este mismo instante!
Su madre pareció derrumbarse, soltando lágrimas, Antínoo se veía incómodo, y pálido, alejó la mirada de la reina para encontrarse con la del príncipe.
Antínoo se vió aliviado al encontrar a Telémaco, y luego un poco adolorido cuando Penélope lo empujó suavemente.
— ¡Le digo que no es seguro, carajo! — Antínoo cruzó los brazos, y luego hizo una mueca, aplastando en su costado.
La alfa avanzó rápidamente, Telémaco la sujetó en sus brazos. Penélope respiró por unos segundos, y pudo ver como su madre se calmaba rápidamente, reconociendo el aroma entre sus ropas. El olivo lo abrazó, sintiendo como se rompía entre sus brazos.
— Telémaco, tu padre…
Penélope parecía impresionada, dirigiendo su mirada pasillos adelante. Su rostro estaba adornado por lágrimas, siempre había visto a su madre arrugar la nariz con cada alfa que se le acercaba, pero ahora, parecía dispuesta a cruzar mares con tal de acercarse al lugar donde estaba el aroma a la madera.
— Mamá, está aquí — Le sonrió, y quitó las lágrimas de los ojos de su madre — Vuelve a tu habitación, por favor, él irá contigo.
— Confío en ti, hijo mío — Ella le devolvió la sonrisa, se apartó, y acomodó sus ropas — Ahora, dile a Antínoo que se consiga un ungüento, está a punto de caer agotado.
— ¡No es cierto! — Dijo Antínoo a la distancia, los dos lo ignoraron.
— Sí, mamá.
Penélope le sonrió, levantó la barbilla, y se alejó, dirigiéndose a su habitación, dejando por el camino el aroma al olivo.
Odiseo apareció segundos después, tropezando con la sangre que había en el pasillo. Telémaco soltó unas pequeñas risas, agotado. Antínoo cubrió su rostro, sin desear ver al omega desnudo cubierto de sangre.
— Padre, ella te está esperando.
El rey parecía un poco avergonzado, pero asintió, y caminó lentamente lejos de los dos hombres, siguiendo el aroma del olivo, dirigiéndose a la habitación de Penélope.
Desapareció después de unos segundos, Telémaco soltó un suspiro aliviado, y Antínoo quitó la mano de su propio rostro.
— Que asco, estaba desnudo — Dijo Antínoo, cruzando miradas con Telémaco.
— ¿Qué carajo haces aquí? ¿No se supone que deberías tratar tu herida?
— Digamos que los sirvientes piensan que sobreviví gracias a los dioses, pero no desean tratarme — Antinoo alejó la mano de su costado, Telémaco arrugó la nariz al ver que esta estaba llena de sangre — Carajo.
— Carajo — Se acercó a Antínoo, tocó la herida de su costado — Necesito llevarte a mi habitación, creo que tengo hierbas medicinales y algo para tu herida.
— Oh, ¿me quieres en tu habitación? — Soltó risas, aunque se quejó cada vez que Telémaco tocaba la herida — No estoy en condiciones para aguantar tus hormonas, nunca, jamás en la vida.
— No seas dramático — Curiosamente, Antínoo se veía débil, sujetaba su cabeza. Parecía que de ahí venía el dolor de cabeza — Vamos, ya, camina.
— Príncipe, no siento las piernas — Telémaco sintió que sus hombros eran sujetados, Antínoo lo usó de apoyo, tratando de mantenerse de pie — Necesito descansar como un rey.
— Lamento decirte que eres un esclavo, no un rey — Sintió un suave jalón en su pelo que no le dolió — Necesito que me des el nombre de las doce sirvientas que traicionaron a mi madre, ¿de acuerdo?
— Ajá...
Telémaco ayudó a Antínoo a caminar, lentamente, paso a paso. El hombre le decía los nombres de los cuales se acordaba mientras se dirigían a la habitación del príncipe.
Jamás lo había visto tan débil.
Se le dificultaba cada paso, se esforzaba por hablar y se aferraba a los hombros de Telémaco. Solo se detenía por unos momentos para verlo, y seguir caminando, dictando nombres.
Ni siquiera habían terminado el pasillo cuando el hombre se detuvo, y sujetó su costado. Cruzó miradas con Telémaco.
— ¿No estás lastimado, verdad?
— Claro que no, no seas dramático.
— Tu madre y tu padre me matarían si algo te hubiera pasado — Telémaco sintió como el toque en sus hombros se hacía más débil — Necesito descansar.
— Solo lleguemos a mi habitación y… — El alfa cerró sus ojos, sus piernas fallaron, y cayó hacia el pecho de su destinado – ¡Antínoo, carajo!
Telémaco intentó sujetarlo, pero el peso le ganó. Los dos hombres cayeron al suelo, el príncipe no pudo respirar por unos momentos. Apretó los dientes, la sangre de Antínoo manchaba su quitón lentamente.
Antínoo se había desmayado, completamente agotado.
— ¡Por los dioses! ¡Despierta, Antínoo! — Intentó empujarlo, pero el hombre no se veía con signos de querer despertar — Carajo.
Un búho los observaba a la distancia mientras Telémaco intentaba levantarse del suelo, y quitarse a Antínoo de encima.
Cuando logró hacerlo, le quitó la clámide a Antínoo, rodeó el abdomen del hombre, y apretó la prenda, evitando que saliera el sangrado.
— Eres un maldito imbécil, pero no puedo dejarte morir — Telémaco suspiró, se levantó, y corrió a su habitación por medicinas. Sería más rápido que llevarlo hasta allá — ¡Atenea, cuídalo por favor!
El búho se transformó, manteniéndose al lado del león lastimado, que solo había caído al saber que Telémaco se encontraba bien.
Los destinados estaban bien después de un mes, la diosa los observó mientras curaba lentamente la herida del hombre. Telémaco había regresado, tropezando y cayendo.
Atenea los observó, no estaban enamorados, mucho menos se llevaban bien, pero ahí estaban, cuidándose mutuamente por sus propios intereses.
Suspiró, sabiendo que solo tendría seis meses antes del verdadero caos.
Notes:
¡Hola, hola! ¿Listos para Would You Fall In Love With Me Again?
Estoy tan emocionada por escribirlo, necesito tener la Odisea y el musical a la mano, tengo muchísima emoción de reunir a nuestros destinados, Antínoo y Telémaco van para después.
En fin, ¿cuál es su opinión de este capítulo?
Chapter 20: Would You Fall In Love With Me Again?
Summary:
Odiseo y Penélope después de veinte años de espera, vuelven a verse.
Notes:
TW: Mención de la muerte, mención de la sangre, mención de la pérdida de una mascota, rechazo.
Recomiendo escuchar la canción "Would You Fall In Love With Me Again" para este capítulo.
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Chapter Text
Regresar después de veinte años y encontrarse con cientos de hombres alfas en su hogar realmente había sido una sorpresa.
Encontrarse con que su cachorro ya era un hombre, un omega, enlazado y destinado a uno de los antiguos pretendientes de su esposa definitivamente había sido una sorpresa.
Encontrar que Penélope, el amor de su vida seguía siéndole fiel después de veinte años de espera, había sido un golpe directo a su alma.
Había creado un engaño perfecto para mantener a los pretendientes en su lugar por un rato, solo siendo descubierto gracias a una de las sirvientas traidoras. Había protegido a su hijo a pesar de su casta. Había hecho un desafío que solo él entre todos esos hombres era capaz de completar, todo para darle tiempo.
Penélope había encontrado señales, y se había derrumbado entre ellas. Por eso, mientras estaba disfrazado de mendigo, la intentó tranquilizar y darle esperanzas.
Su amada se mantuvo firme, dictó su desafío, y se retiró a su habitación, dejándole libertad para usar todo su palacio para la masacre de los pretendientes.
Después de horas que se sintieron como minutos, pudo sentir el aroma al olivo en un pasillo cercano, y se lanzó a correr. Se encontró con su hijo y con el destinado de este, con un poco de entendimiento, siguió caminando dejando a los hombres hablar, luego tendría una platica con ellos.
Odiseo siguió el rastro de olivo hasta una puerta, tocó la madera, esa que la separaba de su amada, esa que ocultaba sus miedos y lo obligaba a dudar en entrar al lugar.
Acomodó un poco su cabello, para no verse tan asqueroso. Limpió con su brazo su barba, que le empezaba a picar. Miró las cicatrices en su cuerpo y se quejó, sabía que regresaría con heridas, pero no tantas.
Escuchó un caos dentro de la habitación. Sintió como su corazón estaba a punto de estallar, sintió como sus manos temblaban al agarrar la manija de la puerta, sintió que su mundo se caía a pedazos, y llamó a su esposa, esperando que lo escuchara aunque una puerta los estuviera separando.
— Penélope… — Murmuró, cerrando sus ojos, abriendo la puerta lentamente.
Sintió como su corazón se detuvo al entrar a la habitación, sintió como su cuerpo tembló al querer lanzarse a los brazos de su amada. Sintió la luz de la luna molestando en sus ojos cerrados, como si fuese una señal.
Abrió sus ojos, y se encontró con el amor de su vida.
El silencio reinó por unos momentos, momentos que se sintieron años al cruzar miradas.
Momentos en el que sintió como su corazón volvía a latir, se sintió como un joven encaprichado, sintió como si cada uno de sus problemas se fuera con solo una mirada de su esposa.
Vió un brillo en los ojos de Penélope, uno que había deseado ver desde hacía veinte años.
Pudo ver cómo sus dedos temblaban, como respiraba profundamente y arrugaba la nariz hasta tocar su propio pecho, ella dio un paso atrás, accidentalmente chocando con una mesa, tirando lo que estaba en ella.
Penélope no pudo dejar de verlo aún con todo el caos en el suelo.
Sonrió aunque su barba le picaba, sonrió aunque le doliera el cuerpo, sonrió aunque estuviera cubierto de sangre y otros aromas.
Cerró la puerta detrás de él, pudo ver cómo la mirada de Penélope cambiaba lentamente. Probablemente no lo reconocía, habían pasado veinte años en los que no se habían visto, pero él podría reconocerla en cualquier momento.
Podría reconocerla con un simple roce o con su cálido aroma al olivo. Si fuera ciego, podría reconocerla por el modo que respiraba o por su caminar. La reconocería en el fin del mundo, la reconocería aunque no fueran destinados, la reconocería aunque perdiera la memoria.
Odiseo amó a Penélope desde el primer momento que la vió, y la amaría hasta el último.
Pudo ver como su esposa respiraba profundamente, y Odiseo se mantuvo callado, esperando que dijera algo.
— ¿Eres tú? — Dijo Penélope, apretando sus ropas, Odiseo sintió un pellizco en su corazón — ¿Mis plegarias han sido escuchadas?
Odiseo no pudo moverse, había escuchado la voz de Penélope horas antes, pero, nada se comparaba con escucharla de cerca. Nada se comparaba con ver cómo sus labios se movían y cómo su lunar resaltaba, nada se comparaba con escuchar esa voz que no olvidó por veinte años a pesar de haberse olvidado de otras.
— ¿De verdad eres tú el que está en frente mío? — Penélope sujetó su cabeza, sin quitarle la mirada, tocó la pared, soltando un jadeo — ¿O estoy soñando una vez más?
Odiseo pudo ver como la luz de la luna iluminaba la marca de Penélope, esa que estaba en su garganta. Ella se veía impresionada, como si de verdad no pudiera creer que él estaba allí.
— Te ves diferente — Dijo, dando un paso al frente, arrastrando su vestido — Tus ojos se ven cansados — Penélope pasó su mirada por su rostro — Tu cuerpo se ve más delgado — Ella levantó su mano, lentamente, como si aún creyera que era un sueño — Tú sonrisa, rota.
Odiseo dejó de sonreír, dando un paso hacia Penélope. Dejando que ella hablara, no podía interrumpirla, sintió un pellizco en su alma, ¿y si Penélope había esperado ver a su querido esposo de hacía veinte años?
Pero, al contrario, se presentó un monstruo rogando por ser amado.
— ¿Realmente eres tú, mi amor…?
Odiseo dudó, por mucho que amase a Penélope, jamás podría ocultarle algo. Apretó los puños, obligándose a no dejarse llevar por todos los recuerdos en esos veinte años, cada batalla se sentía más lejana con la mirada de su pareja, y al mismo tiempo, sentía un peso en sus hombros que no le dejaba respirar.
Se obligó a levantar la barbilla, dejar de sonreír, tocar su propia marca, esperando que siguiera allí. El olivo lo calmó y lo destrozó en pocos segundos con una sola frase. Respiró profundamente, y se permitió hablar de forma sincera después de tanto tiempo.
— No soy el hombre del que te enamoraste — No pudo reconocer su propia voz, encontró la mirada de Penélope, lastimada, afectada. Dudó un poco antes de seguir hablando — No soy el hombre que alguna vez adoraste.
Pudo ver como el rostro de Penélope cambiaba lentamente, vió cómo el brillo en sus ojos se desvanecía, confundida, y como daba un paso hacia adelante, esperando que siguiera hablando.
— No soy tu amable y gentil esposo — Se obligó a ignorar su propio tono de voz y la forma en la que sus brazos temblaban. Cerró sus ojos, porque no soportaría la mirada de esa maravillosa mujer — Y ya no soy el amor que conocías antes.
Antes de Troya, antes de los dioses, antes de los castigos y las traiciones, antes de todo.
Se sintió como alguien débil. En Troya, todos le temían a pesar de su casta. En su tripulación, la mayoría le guardaba respeto por cómo los había guiado en la guerra, hasta que empezaron las dudas.
Dudas, por veinte años había tenido dudas. Respuestas que no llegaban, plegarias que no se escucharon, noches en vela por las dudas de volver a ver a su esposa.
Pero solo había una que siempre había estado en su cabeza.
— ¿Te enamorarías de mí otra vez…?
Abrió sus ojos, encontró las bellas pupilas azules de Penélope, y no pudo evitar bajar la mirada.
¿Se podría despertar a su lado sabiendo el monstruo que tendría como esposo? ¿Le podría sonreír cada mañana sabiendo que había sangre en sus manos?
— Si supieras todo lo que he hecho — Apretó los puños, sintiendo el peso de las vidas que había arrebatado — Las cosas que no puedo cambiar — Levantó la mirada, porque no podía permitirse dejar de ver a Penélope, ella se veía hermosa, y él, estaba completamente diferente — ¿Me amarías de todos modos?
Sabía que Penélope había estado esperando, no a él, no después de tanto tiempo, no después de tanta espera, no después de tantas dudas y problemas, no después veinte años rogándole a los dioses que le dejaran ver a su esposa.
Penélope había esperado por amor, no a él, solo al amor, pero, si ella no deseaba que estuviera a su lado, no sabría qué hacer.
Compartieron nuevamente un silencio, demasiado incómodo, la preciosa mujer mordió su labio, y pudo sentir en su propia alma el dolor, la desesperación y el coraje. No dejó de verla, aunque ella dio un paso hacia él.
— ¿Qué tipo de cosas hiciste? — Preguntó la alfa más hermosa que había visto en el mundo mortal, con voz rota y ojos preciosos. Ella lo miró afligida, levantando la barbilla y sujetando sus propias prendas con fuerza.
Odiseo respiró profundamente, sintiendo un dolor en su pecho con cada bocanada de aire. Se permitió enfocarse en los bellos ojos de Penélope para no caer en la locura de los recuerdos.
Apretó los puños, su propia marca le era un abrazo cálido ante la cantidad de sentimientos en los que estaba nadando.
— Dejé un rastro de sangre en cada isla.
Troya, un bebé que no se merecía ese destino y tuvo que arrebatarle la vida gracias a los dioses. El cíclope que dejó ciego, y que de forma orgullosa le reveló su nombre. La muerte de quinientos cincuenta y siete hombres gracias a su propio orgullo y el de Poseidon, su madre en el inframundo, soldados que no deseó ver en ese mundo, sirenas a las que les cortó las alas y las dejó ahogarse en el mar, camaradas que sacrificó por un bien mayor, una apuñalada en su espalda por hombres que alguna vez consideró hermanos, y la muerte de más de cien hombres por orden suya.
Penélope no dejó de verlo. Se mantuvo callada, esperando que siguiera hablando.
— Mientras intercambiaba a mis amigos como si fueran objetos que yo podía usar.
Seis hombres sacrificados a favor de regresar a casa, su tripulación siendo asesinada con una mirada suya, en algún punto pasaron de ser compañeros a una molestia, cuando empezaron a dudar de sus decisiones gracias a Euríloco. Dudó en su momento, pero sabía que si hubiera tenido la oportunidad volvería a elegirse si eso significaba volver a ver a los suyos.
Penélope levantó la barbilla, cruzando los brazos y esperando que siguiera. Odiseo no podía creer que esa maravillosa mujer siguiera en la habitación con él, llevó sus manos a su propio pecho, sintiendo como las palabras se iban gritando de su boca, pero, al contrario de lo que sentía, estaba rogando de la forma más dulce.
— ¡Herí más vidas de las que puedo contar con mis manos!
Penélope, Telémaco, la gente de Troya, un bebé que se convertiría en un monstruo, una madre que le rogó para abrazar a su cachorro, Polites, las personas que perdió luchando contra un cíclope, la tripulación que perdió con la ira de Poseidón, los hombres que reclamaron contra él en el inframundo, la madre que perdió y no pudo abrazar por última vez.
Su segundo al mando que alguna vez consideró un hermano hasta que lo traicionó. Ctímene, su hermana unida a ese hombre que causó su propia muerte por no seguir órdenes. Argos, que al verlo llegar a las puertas del palacio cayó y fue enterrado por un hombre del cual no esperaba empatía, y hombres que no valía la pena mencionar nombres, pero tenían familia.
Y aún así, Penélope se mantuvo firme, escuchándolo, dejándolo hablar. Analizando la situación, ¿le permitiría volver a sus brazos? ¿Le permitiría besar su mano nuevamente? ¿Le permitiría llenarla de abundantes y caros regalos? ¿Le permitiría tenerlo en su vida nuevamente?
Su propio cachorro lo había rechazado cuando hacía veinte años lo había sujetado en sus brazos, había besado sus mejillas, había jugado con sus cachetes, le había hecho una cuna a su medida y le había conseguido una habitación personal para cuando fuese mayor, escogiendo cada detalle de esta. Las cortinas, el escritorio, la calidad de las sillas y los baúles.
Todo para ser rechazado por unos momentos.
Su pequeño, su hijo, su niño que ya no era un niño lo había abandonado, ¿qué posibilidades había de que su propio amor le diera la espalda después de veinte años?
—¡Pero todo lo hice para regresar contigo! Así que dime...
Habló mientras sentía como la garganta le quemaba. Sus ojos se nublaban ante las lágrimas, y lo único que podía distinguir era a Penélope, solo a su amada.
Cayó de rodillas, sin importarle que estas le dolieran. Podía arrancarse el corazón del pecho si eso significaba que su esposa viera que cada palabra suya lo hacía latir, podría perder la voz para escuchar la voz de su amada todos los días y cada noche, podría perder sus manos si eso significaba besar sus labios.
Podría perderlo todo, y aún así, buscar a Penélope.
Con una mirada suplicante, sujetando la mano de su destinada como si fuera un pecado, preguntó mientras su alma se quemaba.
— ¿Podrías enamorarte de mí otra vez? — El tacto con la piel de Penélope le quemó por unos momentos, sintiéndose indigno. Sintió un pequeño temblor en los dedos de su destinada, sujetó sin mucha fuerza, sus mejillas estaban cubiertas de lágrimas — ¿Si supieras todo lo que he hecho?
Negación, matanza, instinto, delirio, dolor, sufrimiento, pésame, abandono, perseverancia, miedo, súplica, enojo, tristeza. En todos esos años, las únicas veces que había sentido la felicidad y la esperanza era cuando estaba más cerca de las costas de Ítaca. Todo lo que sentía por su amada era amor, sujetar la mano de Penélope era un alivio en su mundo roto.
Las cosas que no podía deshacer, todo lo que había hecho era imperdonable, todo había sido culpa suya, cada aspecto, cada acción, fue un desencadenante a una situación peor.
Su orgullo, su esperanza, sus ideas, y sus miedos, cada parte de él lo había llevado a ese momento. Sacrificando hombres, quitándole la vida a los que alguna vez consideró hermanos, manteniéndose cuerdo por siete años en una isla con una diosa obsesionada, corriendo, construyendo, implorando, rogando, todo para volver a Ítaca.
— ¡No soy el hombre que conocías! — Ya ni siquiera se consideraba a sí mismo como un hombre, ¿cuándo fue la última vez que dio misericordia sin sentirse culpable? ¿Cuándo fue la última vez que no pensó que la crueldad era misericordia hacia sí mismo? ¿Cuándo fue la última vez que se arrodilló de esa manera ante alguien sin esperar ser apuñalado por la espalda? — ¡Sé qué has estado esperando! — Esperando.
Penélope, con ojos dudosos y postura firme, alejó su mano de la suya. Odiseo lo permitió con ojos llorosos, enfocándose en el aroma al olivo que tanto lo calmaba, su adorada esposa estaba siendo iluminada por la luz de la luna del balcón.
Se mantuvo arrodillado, hipnotizado por la marca con un corazón en la garganta de su compañera, y en los ojos azules que lo hacían rogar por un perdón.
— Si eso es verdad… — Odiseo sonrió con solo escucharla, se arrepintió de tantas cosas con solo pocas palabras. Pudo ver cómo Penélope hizo una mueca, como si fuera una sonrisa, antes de darle la espalda — ¿Podrías hacerme un favor?
Odiseo asintió, sonriéndole a su esposa. Pudo ver como ella respiraba profundamente, su cabello se movía con la poca brisa que había en esa sangrienta noche.
— Será trabajo de un solo momento — Odiseo ya se encontraba asintiendo nuevamente, levantándose son dificultad del suelo, como si fuera otro de los muchos desafíos que su esposa le daba en su juventud — Me traería algo de paz.
— Lo que tú desees — Se encontró susurrando sin que su esposa pudiera escucharlo.
Pudo ver una mueca de su amada, como si fuera una risa que rápidamente cambió a una cara seria. La mujer más hermosa entre los mortales siguió hablando, siendo música para sus oídos que escuchó perfectamente.
— ¿Ves ese lecho matrimonial? — Penélope señaló la cama en la habitación, lentamente, sin prisas.
El rey de Ítaca mantuvo una sonrisa tonta pero atenta, su mirada cambió al regalo que le había hecho a su esposa.
Con ayuda de Atenea, el árbol de olivo donde Odiseo y Penélope se conocieron, enamorándose a primera vista. En donde se prometió casarse con ella, consiguiendo su mano y con muchas dificultades, traerla a su amado reino, Ítaca.
Tallo el árbol, dejando una marca secreta solo para él y Penélope. El olivo creció lentamente así como su amor. Con alargadas hojas, floreciente y robusto, tan grueso como una columna. Despojó de su fronda al olivo de alargadas ramas y pulió con bronce su tronco desde las raíces hábil y diestramente; y después de a nivel trabajarlo, hizo el nivel de la cama, que Odiseo barreno completamente. Como un último detalle, por dentro extendió unas vistosas correas púrpuras de la mejor calidad, esa fue una hermosa marca que dejó, y que solo se podía acceder cortando debajo del olivo, en las raíces.
El árbol de olivo que fue casi como un compañero fiel en noches de desvelo junto a su esposa, se mantenía firme, con aire imponente y con memorias de su amor.
Cuando compartió su primer celo con Penélope, cuando la intentó seducir torpemente al no tener experiencia con el cortejo, cuando jugó con su cabello y lo enredaba entre sus dedos.
Cuando le prometió que volvería con vida y la vería nuevamente, sin importar cuánto tiempo pudiera tardar.
Después de volver su mirada a Penélope, esperando alguna indicación, pudo ver cómo la mujer bajaba su brazo, y cruzaba estos sobre su pecho. Ella no le dirigió la mirada al hablar.
— ¿Podrías moverlo? — Preguntó, como si el gesto no fuese nada.
Odiseo sintió como si su corazón dejase de latir. Sintió sus manos sudar, estaba seguro que su propio aroma se encontraba por toda la habitación.
Rechazo.
— Levántalo sobre tus hombros — Dictó, como si el lecho no fuese nada más que un lecho.
El esposo de Penélope apretó los puños, recordando cada herida abierta que lo llevó a ese momento, los días en los que tenían que rogar por un poco de comida a pesar de ser capitán, las noches de celo en las que tenía que ser cuidado por Euríloco mientras tenía un arma bajo la almohada. Lo único que lo había mantenido cuerdo era volver con su amada y su hijo.
Rechazo.
— Y llevatelo muy lejos de aquí — Dictó, su tono fue firme y su postura imponente. Su hermoso cabello oscuro recogido se movía con la brisa, y ocultaba su rostro.
El omega se sintió rechazado, se sintió como si no fuese nada. Quiso pensar que había escuchado mal, pero después de momentos en silencio, se dio cuenta que no había una pizca de duda en las palabras de Penélope.
Sintió como si el suelo de Ítaca no fuese su hogar, se sintió como un extraño en su propio palacio, se sintió pequeño a pesar de haber presumido por tantos años que era el infame Odiseo.
¿Acaso había sido su aspecto? ¿No había hablado con claridad? ¿No escogió las palabras correctas?
Su marca le quemó en la nuca, y las ganas de llorar nublaban sus propios sentidos. Se enfocó en el olivo, en el lecho, en la postura de amada.
Rechazo.
— ¿Cómo puedes decir eso? — Se llevó las manos al pecho, como si no pudiera respirar, se mantuvo firme, y caminó hacia el lecho matrimonial.
Se arrodilló frente a este, acariciando la madera del árbol, las sábanas en el colchón, tratando de tranquilizar su propia tristeza y furia.
— Yo construí ese lecho matrimonial con mi sangre y sudor — No pudo sonreír, dirigió su mirada a Penélope, esperando alguna reacción, pero la preciosa mujer se mantenía firme, evitando su mirada — La tallé en el olivo dónde nos conocimos por primera vez.
Su alfa se mantenía distante, apretando sus propias prendas y sin dejar ver su rostro. El aroma madera a la madera la rodeaba, y aún así, lo único que hacía era respirar profundamente.
— ¡El símbolo de nuestro amor eterno! — Agarró la sábana de la cama, y la jaló del colchón, molesto. Manteniendo la tela en su mano, porque aparentemente, era lo único que podía sujetar en esa habitación — ¿¡Te das cuenta de lo que me estás pidiendo!?
Aventó la sábana manchada con un poco de sangre a los pies de Penélope. Ella respiró profundamente, y soltó un pequeño grito cuando le lanzó la tela.
Pudo ver una reacción en la postura de su amada, ella lo miró sorprendida, pero Odiseo le dio la espalda, arrodillándose nuevamente ante la cama matrimonial.
— ¡La única forma de moverlo es cortándolo desde las raíces!
Agarró una de las patas de la cama, que realmente eran las raíces. Con toda la fuerza y el dolor en su corazón intentó jalar, pero ni siquiera él con tanta fuerza sería capaz de destrozar el regalo que le hizo a Penélope.
Sintió algo cubriendo su espalda, lanzado con fuerza, se quejó, pero él olivo alrededor de la tela lo tranquilizó al instante, soltando las raíces de la cama, y dirigiendo su mirada rápidamente hacia Penélope.
— ¡Sólo mi marido podría saber eso! — Exclamó su esposa, acercándose con rapidez a Odiseo. El rey de Ítaca tapó su cuerpo con la sábana, se alejó del lecho matrimonial, levantándose a trompicones y alejándose rápidamente hasta el centro de la habitación — ¡Así que supongo que eres tú!
Odiseo respiró profundamente, sintiéndose expuesto ante la mirada de Penélope, que se mantuvo en frente de su lecho, protegiéndolo, a él, y a la cama.
A pesar de que al principio ignoró su propia desnudez, mantuvo la sábana contra él, abriendo sus ojos un poco más al sentirse observado.
Penélope levantó la barbilla y lo observó de pies a cabeza, admirando, apreciando, adorando, con una sola mirada se sintió más expuesto de lo que ya estaba, como si su pareja pudiese ver más allá de su cuerpo, en lo profundo de su alma.
— ¿Penélope…? — Murmuró tímidamente, escondiendo su desnudez bajo la sábana en medio de la habitación.
Su esposa se mantuvo callada, con la barbilla levantada, respiración irregular, lágrimas acumuladas en sus ojos, y una mirada que no pudo descifrar.
Su amada respiró profundamente, y habló, dejándose escuchar, Odiseo mantuvo su atención en ella, cruzando miradas, y pudo ver un brillo en los hermosos ojos azules de Penélope.
— Me enamoraré de ti una y otra vez.
Su esposa infló su pecho, Odiseo sintió su corazón latir con el suyo. Pudo ver como soltaba sus prendas y apretaba los puños. Su rostro demostraba seriedad y en su mirada solo había amor.
— ¡No me importa cómo, dónde o cuándo! — Odiseo no vió solo a una reina, vió a una devota, una esposa, una reina, una mujer talentosa, una persona inteligente, una mortal maravillosa; vió a Penélope, su destino. Eso le hizo dar un pequeño paso, afligido, evitando lagrimear — ¡No me importa cuánto tiempo haya pasado!
Odiseo vió a una joven encaprichada, vió a una estratega, vió a su destino, vió a Penélope llevándose la mano al pecho, hablando como si su mundo se estuviera cayendo en pedazos, con una mirada dolida y labios apretados, antes de seguir gritando con la voz más melódica que un rey podría escuchar.
— ¡Eres mío! — Gritó como si fuera una suplica, Odiseo se quedó quieto, viendo como las hermosas pupilas azules temblaban y su mirada pasaba por su rostro.
El rey respiró profundamente, el olivo estaba alrededor suyo, danzando como si fuera algo más de la habitación, calmandolo, atormentandolo, cortejandolo.
— ¡No me digas que no eres la misma persona! — Rápidamente su postura se hizo firme, digna de la reina de Ítaca aún con lágrimas a punto de caer, mordiéndose el labio inferior — ¡Tú siempre serás mi esposo y he estado…!
Pudo ver la lágrima caer por la mejilla de Penélope, Odiseo sintió un vacío en su corazón, no sabía qué hacer ni qué decir.
— ¡Esperando!
Esperándolo mientras partía a Troya y se quedaba con un bebé en manos.
— ¡Esperando!
Esperándolo cuando por fin pudo regresar y el mismo mar se lo llevó, con un niño de diez años perdiendo la esperanza.
— ¡Penélope! — Dijo desesperado esperando no dejar salir alguna lágrima, mientras su propia garganta se quemaba.
— ¡Esperando! — Su destinada empezó a caminar hacia él, lentamente, cada paso era ligero como una pluma, pero tenía más peso para él que para nadie — ¡Esperando!
— ¡Penélope! — Exclamó afligido, porque no iba a dar un paso atrás nunca más cuando su amada se acercaba a él llorando, ofreciéndole su alma mediante gritos.
— ¡Esperando! — Esperándolo con los brazos abiertos siempre, aún así, su esposa se mantuvo paciente. Penélope se acercaba, y Odiseo se cubrió más con la sábana — ¡Esperando!
Su alfa se acercó a él, hasta quedar frente suyo, con las manos en su pecho, gritando todo lo que no pudo en veinte años a solas con él. Diciéndole todo lo que jamás pudo con solo una mirada, con el rostro demacrado y sus piernas apenas manteniéndose.
Y aún así, Odiseo pensó que se veía hermosa.
— ¡Esperando…! — Gritó por última vez, con sus brazos cruzados, abrazándose a sí misma, acostumbrada a ello por tanto tiempo, desahogandose en frente de su amado, que estaba a punto de soltar la sábana.
Compartieron una mirada, Penélope respiró profundamente, y sonrió.
Lentamente acercó su mano a la mejilla de su esposo, limpió una lágrima que Odiseo ni siquiera había sentido, y apretó los labios.
— Por ti — Dijo Penélope, la destinada de Odiseo, aunque su voz se quebrara y sintiera que el mundo se le iba de las manos.
Odiseo soltó la sábana y Penélope se lanzó a sus brazos, se abrazaron, aferrándose mutuamente.
Cuando su mujer lo abrazó como si fuese lo último que le quedaba, lloró y entendió tantas cosas al mismo tiempo.
Era solo un hombre, que había llegado a casa a pesar de todos los años lejos de todo lo que conocía.
Era solo un hombre, que había luchado por su vida, que había cambiado al mundo solo para ver a su hijo y esposa.
Era solo un hombre, siendo besado dulcemente por su amada, por pequeños momentos, antes de abrazarse con más fuerza.
Penélope se escondió en su cuello y tocó su nuca, llorando, gritando, gimiendo e implorando por él, rodeando su cuello con sus brazos, tocando su espalda, aferrándose a él. Odiseo sujetó a su esposa, soltando el cabello recogido de su esposa, dejándolo caer como si fuera un ritual, llorando sin algún remordimiento.
Si pensó que no podría enamorarse más, estaba completamente equivocado. Cuando Penélope beso sus labios, sintió que su alma danzaba con ella.
No importaban las castas cuando se tenían mutuamente, no importaba el miedo cuando podían hacerse compañía, no importaban las lágrimas si eso significaba tocar la piel ajena, no importaba nada si solo estaba el otro.
Compartieron un cómodo silencio, manteniéndose abrazados, compartiendo una sola respiración. Penélope mantuvo su cabeza recostada en el pecho de Odiseo, escuchando su corazón latir. Odiseo mantuvo sus brazos alrededor de ella, sujetándola con amor, aunque sus propias piernas estuvieran a punto de darse por vencidas.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado? — Murmuró Penélope, sujetando la espalda de Odiseo, con las mejillas marcadas por las lágrimas, y manteniendo una dulce sonrisa en sus labios.
— Veinte años — Gimió Odiseo, abriendo los ojos, sintiendo como si fueran uno solo con un solo abrazo, acariciando el cabello de Penélope.
Destinados.
Cruzaron miradas al mismo tiempo, soltando una pequeña risa. Penélope acunó la cara de su esposo entre sus manos, observándose, con amor, con devoción. Odiseo se tranquilizó ante el tacto de su esposa, con una sonrisa tonta, por fin viendo a su amada frente a frente.
— Te amo — Dijo Odiseo, el hombre que había luchado hasta convertirse en un monstruo, regresando a su hogar después de sacrificar todo lo que alguna vez quiso. Le sonrió a su destinada, Penélope.
— Te amo — Dijo Penélope, la mujer que había esperado por tantos años sin una pizca de duda, que se había convertido en una estratega a partir de sus propias palabras para proteger a los suyos. Le sonrió a su destinado, Odiseo
El olivo y la madera danzaron tranquilamente, compartiendo un último beso sin lágrimas, ya no había espera, solo el presente para ellos. Ya no había guerra, ya no había mar, ya no había distancia.
Solo ellos.
Odiseo y Penélope.
Notes:
¡Hola, quisiera agradecerles por haberme esperado y acompañado para la publicación de este capítulo! Tanta inspiración, tantas palabras y letras no pudieron haber sido posible sin la aceptación y el cariño de ustedes.
¿Pueden creer que me enfermé lo suficiente para no ver el teléfono? Solo podía escribir un rato y me daba fiebre. Imaginaba mil veces una escena y las palabras no llegaban para narrarla.
Estoy satisfecha con lo que he escrito, lamentablemente no pude llegar a las cinco mil palabras, me faltaron trescientas palabras, espero que lo hayan disfrutado tanto como yo.
¿Qué les pareció? ¿Si lloraron o no? ¡Yo sí lloré al releerlo al final!
Ahora sí, después de tantas semanas de actualización continua, tendré un descanso, no sé por cuánto tiempo, probablemente hasta después de mi graduación y después publicaré el próximo capítulo. Fue maravilloso escribir para mi y para ustedes todos los días, pero hey, una medalla no se gana sola en la escuela.
¡Eso sí! Tendrán un pequeño one shot de Antínoo y Telémaco para que aguanten la espera, no tendrá nada que ver con esta historia, será completamente aparte, así que, no los relacionen y disfruten la lectura cuando esté publicado.
Por cierto, estaré haciendo promoción en Tiktok, por si ven que se publica un vídeo no intenten buscar por un capítulo, porque probablemente no lo habrá hasta que esté explicitamente dicho en la descripción.
¡Ahora sí! ¿Qué le dirían a los nuevos lectores sobre esta historia hasta ahora? Necesito hacer un vídeo sobre ello y lo mejor que veo es pedirles su opinión, ¡sin spoilers! Todos queremos ver la emoción de nuevos lectores ante cada capítulo:
Sin más que decir, gracias por acompañarme en cada letra y frase, los amo, ¡nos vemos después de mi descanso y graduación!
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