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Español
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Published:
2025-05-21
Updated:
2025-11-29
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90,324
Chapters:
18/?
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Shattered

Chapter 16: CASO 4 (PARTE 3): LA CITA DEL NOVATO (+18)

Summary:

Mientras Minho tiene una cita, Hwang y Bang investigan a Eunwoo, sospechando que podría estar involucrado en los asesinatos. Jeongin reaparece.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Osteria Aboo, Busan

Osteria Aboo, Busan. 9:27 p.m.

El restaurante olía a pan de masa madre recién horneado, vino tinto caro y salsas que burbujeaban a fuego lento en la cocina. En una mesa pegada a un ventanal gigante que enmarcaba el puerto de Busan, Minho se sentaba con la espalda tan recta que le crujían las vértebras. Su camisa blanca le apretaba de una manera incómoda en los hombros, y el saco negro olía a naftalina y desuso, como si lo hubiera rescatado del fondo de un armario para una ocasión especial. Una boda, un funeral... o esta misión que apestaba a desastre desde el minuto uno. Su dedo índice no dejaba de golpetear el costado de su vaso de agua, haciendo un clic, clic, clic nervioso contra el cristal.

Frente a él, Eunwoo era la antítesis viviente. Despatarrado en la silla, con un brazo sobre el respaldo, sonreía con esa seguridad de quien está acostumbrado a que el mundo se le ponga a los pies. El contraste era tan absurdo que casi daba risa.

—Parece que estás esperando una emboscada, detective —murmuró Eunwoo, llevándose la copa de vino a los labios.  Dio un sorbito lento, y no apartaba su mirada de Minho ni un segundo.

—Deja de llamarme detective —replicó Minho, demasiado rápido, demasiado cortante. Se maldijo por sonar tan a la defensiva.

—Mi error. Consultor privado, ¿cierto? ¿Qué significa eso exactamente? ¿Eres tu propio jefe? 

Minho se encogió de hombros, tenso. 

—Algo así. Es complicado.

—Mmh, lo dudo. Lo que sí es complicado es entender por qué un talento como el tuyo ya no trabaja en Homicidios. —Eunwoo jugueteó con el tallo de su copa, haciéndola girar—. Esa parte no venía en tu expediente. 

El silencio de Minho fue más elocuente que cualquier mentira elaborada. 

—Me suspendieron —soltó al final, después de que la pausa se hiciera incómodamente larga—. Por... problemas psicológicos. ¿Satisfecho?

Eunwoo no pareció impresionado, ni siquiera ligeramente conmovido. Solo asintió, como si ya lo supiera. 

—¿Por lo de tu familia? —La pregunta no tenía condescendencia, era una daga buscando el corazón del asunto, sin rodeos.

Minho asintió, una sola vez. Su mano tembló ligeramente al agarrar su propia copa de vino y tomar un sorbo demasiado grande. El líquido, un tinto seco, le ardió al bajar, pero no logró borrar el sabor repentino a cenizas que siempre traía esa pregunta a su boca.

—Sabes que puedes demandarlos, ¿cierto? —continuó Eunwoo, observando cada micro-expresión, cada tic en el rostro de Minho.

—¿A quién? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Al Departamento, tontito —respondió—. Homicidios no tenía por qué haberte dado de baja después de un trauma así. Al contrario, debieron brindarte ayuda, evaluarte adecuadamente, y si no había nada de malo... bueno, seguir con tu licencia. Era un despido constructivo, clarísimo. ¿El Capitán Seo no te lo explicó? 

Minho se quedó callado. Su mirada se escapó de nuevo hacia la ventana, hacia las luces distantes que se reflejaban en el agua oscura. Tragó saliva con dificultad, y Eunwoo no necesitó más confirmación. 

—Entonces... —insinuó, arrastrando la palabra, invitándolo a continuar.

—Sufrí un colapso, ¿ok? —estalló Minho, bajando la voz—. No podía... dormir. No podía pensar. La junta decidió que lo mejor era que me tomara un tiempo. Que fuera a terapia. Pero... han pasado dos años. Dos años y aún no... 

—Pero te sientes capaz, ¿verdad? —lo interrumpió.

Minho volvió a dudar. Odiaba cómo este tipo arrogante y engreído lo hacía tambalear, lo obligaba a mirar en los rincones que había sellado a conciencia.

—Hazlo —ordenó Eunwoo, sin un ápice de empatía.

—¿Disculpa? —Minho frunció el ceño, completamente perdido.

—Hazlo —repitió, señalando el restaurante con un leve movimiento de cabeza—. Tu mierda de detective. Aquí. Ahora. Mira a tu alrededor... y haz lo que sabes hacer mejor. Demuéstrate a ti mismo que aún está ahí.

—¿De qué mierda hablas? —preguntó Minho, pero ya, como por un reflejo, había comenzado a escanear el lugar, los rostros, los gestos.

—Por favor, Minho, no me subestimes —Eunwoo rió suavemente—. ¿Me vas a decir que no has diseccionado este lugar y a cada alma aquí desde que cruzaste la puerta? Venga, sé honesto conmigo. Hazlo por ti. O hazlo por mí, si eso te ayuda a motivarte. 

Minho fingió ofensa, pero mierda, Eunwoo tenía razón. Su mente era una trampa para detalles que no podía desactivar, incluso sin la placa. 

—De acuerdo —cedió—. La señora de la mesa del rincón, la del vestido azul. Odia los mariscos. No pudo evitar hacer una mueca de asco cuando el mesero pasó con un plato de ostras para la mesa de al lado. 

Eunwoo miró disimuladamente y sonrió.

—Yo también noté eso, cariño. Creo que puedes hacerlo mejor.

—El tipo que está con ella. No es su esposo. Ella lleva una sortija de boda. Él no tiene nada en los dedos, pero... mira, cuando agarra la copa, justo en el dedo anular, hay una marca pálida. Tal vez un amante. Tal vez un divorcio reciente. Pero no son felices, eso seguro. Él mira su reloj cada dos minutos, no la mira a los ojos ni una vez. —Pasó a otra mesa, donde una joven de pelo negro muy liso jugueteaba nerviosa con su servilleta—. Esa chica... está esperando a su cita. Y es la primera, o al menos la primera que le importa de verdad. Llegó hace veinte minutos, puntual. La pobre ya ha revisado su teléfono... —hizo una pausa, calculando— nueve, diez veces desde que nos sentamos. Cada vez que suena la puerta, se endereza y se arregla el pelo. Malas noticias para ella. Él no va a venir.

—Pobre chica —murmuró Eunwoo, pero su mirada no se apartaba de Minho.

—Y el mesero que nos atendió primero... —Minho bajó aún más la voz— seguro es su primer día. Olvidó mencionar los especiales, que según el letrero de afuera son 'Risotto de Bogavante' y 'Filet Mignon con reducción de Oporto'. Y tiene una mancha de salsa justo en el cuello de la camisa. Seguramente de probar los platillos en la cocina, un error de novato.

Al terminar, Minho se sintió extrañamente vacío y expuesto, como si hubiera desnudado su alma frente a este abogado que todo lo observaba. La vergüenza y un extraño, profundo alivio luchaban dentro de él. Había hablado más en estos últimos minutos que en las últimas semanas. Eunwoo no dijo nada al principio. Lo observó, y la sonrisa de antes se había convertido en algo más... admirativo. Dejó su copa sobre la mesa.

—¿Ves? —dijo finalmente, y su voz había perdido el tono burlón, ahora era sorprendentemente tierna—. No necesitas ser parte de un apestoso Departamento con sus reglas estúpidas para demostrar que eres excepcional, Minho. El talento, esa cosa que te hace único, la traes tú aquí —señaló su propia sien—. No en una placa de metal. 

Por primera vez en la noche, tal vez en años, Minho no pudo evitar que una sonrisa tímida, casi avergonzada, se dibujara en sus labios. Era pequeña, pero estaba ahí. 

—No es para tanto —masculló, tomando otro trago de vino, esta vez para ocultar su confusión.

—Oh, pero lo es —susurró Eunwoo—. Confía en mí, sé reconocer el valor cuando lo veo. Y tú, Lee Minho, vales mucho más de lo que crees.

Minho no supo qué responder. Solo pudo asentir.

Mierda, mierda, mierda, mierda. Esto se estaba yendo de las manos. 

—Ya basta de este coqueteo falso —replicó Minho, endureciendo de nuevo su expresión y volviendo a su tono frío—. Estamos aquí por trabajo, ¿recuerdas? 

Eunwoo no respondió de inmediato. Solo ocultó su sonrisa detrás de su copa al dar otro sorbo a su vino. Y ahí fue cuando Minho, mirando fijamente esa seguridad incólume, lo notó. La falta de preguntas concretas sobre el caso, la insistencia casi obsesiva en sacarlo de su rol profesional, en hurgar en su pasado. Los cabos sueltos que su mente había ignorado por la necesidad de creer que aún servía para algo.

Era demasiado obvio, ahora que lo pensaba.

—Esto... —tragó saliva,— es una cita real... ¿verdad? 

Eunwoo ahora sí no pudo evitar reír. 

—Tardaste más de lo que creí en notarlo, detective. 

—¡Me engañaste! —La voz de Minho subió un tono, atrayendo miradas curiosas de mesas cercanas. Bajó inmediatamente la voz a un furibundo susurro—. Inventaste esa mierda del lavado de dinero.

—¡No me eches la culpa a mí! —protestó Eunwoo, encogiéndose de hombros con una naturalidad exasperante—. ¿Qué otra opción tenía? Si te hubiera invitado a salir directamente, ¿qué me habrías dicho?

Minho se quedó sin palabras, procesando la confesión. Se sentía como un tonto, un idiota útil que había caído en la trampa más básica.

—Eso no lo justifica —logró decir, la rabia opacada por la confusión—. No puedes jugar con la gente así. 

—¿Jugar? ¿De verdad crees que invertiría todo este tiempo y esfuerzo en alguien que no me interesa de verdad? Eres la persona más intrigante y... frustrantemente noble que he conocido en años. Un hombre que se desmorona pero se niega a caer. Eso es... increíblemente atractivo.

—Yo... yo no tengo tiempo para esto —musitó Minho, desviando la mirada.

—¿Por qué? —preguntó Eunwoo, persistente—. ¿Porque te da miedo? 

—¡No! —explotó Minho en un susurro áspero, lleno de angustia real. Se levantó bruscamente, haciendo rechinar la silla contra el piso—. ¿No lo entiendes? ¡No quiero que nadie, y especialmente tú, intente arreglarme! Esto... esto fue un error. Un gran error.

—Minho, espera... —Eunwoo extendió la mano, pero era demasiado tarde.

Minho ya se estaba yendo, caminando rápido y torpemente entre las mesas. Eunwoo soltó un —¡Mierda! —frustrado, dejó unos billetes sobre la mesa sin molestarse en contar y salió tras él a la fría noche de Busan.

Afuera, la brisa fría del puerto azotó a Minho, enfriando el calor de su vergüenza. Caminó rápido, sin rumbo, metiéndose las manos en los bolsillos del saco que ahora le parecía ridículo. Hasta que, en una esquina mal iluminada, lejos del bullicio del restaurante, Eunwoo lo agarró del brazo.

—¡Suéltame! —dijo Minho, intentando zafarse, pero la fuerza de Eunwoo era sorprendente.

—No. No hasta que me escuches —replicó Eunwoo, jadeando ligeramente por la carrera, su aliento formando pequeñas nubes en el aire frío—. No te voy a dejar huir de esto.

—¡No quiero verte! ¡Lárgate! —gritó Minho, pero su voz sonaba quebrada, sin convicción.

—¿Y por qué? ¿Porque te asusta que alguien pueda querer estar contigo? —Eunwoo no soltaba su brazo, su mirada era intensa incluso en la oscuridad—. No tienes el derecho de enojarte porque te "engañé" para pasar una noche contigo. Lo hice porque desde el primer momento que te vi... vi al hombre roto, terco y absolutamente brillante que eras, y no pude esperar. No quería esperar a una oportunidad que quizás nunca llegaría. 

Minho por fin lo miró, y en la penumbra, la máscara de superioridad de Eunwoo se había desvanecido por completo. Solo quedaba una sinceridad que le daba vértigo. 

—No estoy buscando arreglarte, Minho —continuó Eunwoo, su voz más suave ahora—. No quiero al "ex detective". No quiero a la versión de ti que crees que el mundo quiere ver. Te quiero a ti. Al que tiene miedo. Al que es tan terco para admitir que necesita a alguien. A ti.

Minho sintió cómo su resistencia se estaba agrietando bajo el encanto persistente y las hermosas y terriblemente honestas palabras de Eunwoo. 

—No sé cómo hacer esto —confesó Minho en un susurro, admitiendo la derrota no ante Eunwoo, sino ante sí mismo—. No sé cómo... ser así. Contigo. Con nadie.

Eunwoo sonrió. Soltó su brazo y, en su lugar, tomó su mano con suavidad, entrelazando sus dedos fríos con los de Minho. 

—Nadie lo sabe, idiota —dijo, su pulgar acariciando suavemente el dorso de la mano de Minho—. Pero podemos averiguarlo juntos. Paso a paso. Si me lo permites.

Osteria Aboo, Busan

Oficina de Bang, Departamento de Homicidios, Busan. 10:32 p.m.

Bang estaba hundido hasta el cuello en formularios, su cabeza apoyada en una mano como si fuera lo único que evitaba que se desplomara sobre el escritorio. Carpetas grises abiertas por la mitad, tazas de café vacías, y una montaña de informes que parecía a punto de declarar su independencia. El desorden era caótico y deprimente, como su estado de ánimo.

Tap, tap, tap-tap.

Un golpe suave en el marco de la puerta abierta. Bang ni siquiera necesitaba levantar la vista para saber quién era. Solo una persona en toda la jefatura golpeaba así.

—¿Ocupado, Bang-Bang? —canturreó Hyunjin, entrando sin esperar una invitación. 

—Si vienes a burlarte otra vez de mi, Teniente, hazme el favor y lárgate de una vez —gruñó Bang, sin dignarse a levantar la vista del aburridísimo informe que tenía frente a él.

Hyunjin hizo un mohín exagerado, frunciendo los labios y tocándose la barbilla con un dedo, fingiendo una profunda reflexión.

—Hmm... quisiera decir que sí, que solo vine para eso... pero no— respondió, dejando caer un montón de carpetas nuevas justo al lado del codo de Bang—. Vengo a hablar de trabajo. 

Bang finalmente alzó la vista, entrecerrando los ojos con escepticismo. 

—¿Trabajo? —repitió, con sarcasmo—. ¿Y quién eres tú, y qué le hiciste al verdadero Hwang Hyunjin? 

—Muy gracioso —respondió Hyunjin, sin inmutarse. 

Se acercó y se sentó en la única esquina libre del escritorio. Comenzó a balancear una pierna, golpeando suavemente la mesa con el tacón de su zapato. Bang miró la pierna balanceándose, luego la pila de carpetas, y luego otra vez a Hyunjin.

—¿Me vas a decir que es todo esto, Hwang? ¿O debo adivinarlo? —preguntó, ya hojeando una de las carpetas con desgana.

—No pude evitar preocuparme por Mochi —confesó—. O sea, confío en él, cien por ciento, con mi vida y todo eso. Pero no confío ni un pelo en ese maldito abogado.

—¿No fuiste tú el que insistió hasta el cansancio para que Minho saliera con él? ¿El que dijo que le haría bien 'desestresarse' y que conociera a alguien nuevo?

Hyunjin se quedó quieto por una milésima de segundo. Luego, sonrió nervioso y empezó a jugar con el dobladillo de su chaqueta, evitando la mirada de Bang.

—Bueno, eso... eso era diferente —farfulló—. Así que, ya sabes, le eché un vistazo a unas cosas. Una pequeña investigación personal. Y ¿sabías que el caso de Kim Woojin... es EL caso? O sea, no es un caso más, Bang. Para los abogados de Gwanghwa & Partners, representar a ese desgraciado es como... como ganar la lotería.

Bang frunció el ceño, interesado a pesar de sí mismo. 

—Si es tan importante... ¿cómo rayos terminó llevándolo Cha Eunwoo? 

—¡Ese es justo el punto! —exclamó Hyunjin, golpeando con el dedo una página específica de la carpeta que Bang tenía en las manos—. Me puse a husmear en los registros internos de la empresa, en sus sistemas de asignación de casos. Y mira, mira bien lo que encontré.

Bang analizó las hojas. Eran registros de entrada, memorandums, notas de reuniones. Mientras más leía, más se fruncía su ceño.

—No hay ningún registro de Cha —murmuró, la incredulidad claramente en su voz.

—¡Ni uno solo! —espetó Hyunjin—. Es como si de la nada, el tipo simplemente... apareció con el caso en las manos. Como por arte de magia. ¡El tipo tal vez ni siquiera es abogado de verdad! Y no termina allí —añadió, su entusiasmo creciendo mientras sacaba otra carpeta de debajo del brazo—. Mientras buscaba en ese agujero negro de información sobre cómo consiguió el caso... me topé con otra cosa. Algo que tal vez, solo tal vez, podría vincular el asesinato de Henry Lau... con nuestro querido y arrogante abogado, Cha Eunwoo.

Osteria Aboo, Busan

Sky Tower 101, Busan. 11:17 p.m.

El motor del Porsche de Eunwoo se apagó de repente en el estacionamiento, casi vacío a esas horas. Minho seguía sin poder creerlo. Había sido engañado, manipulado para una cita bajo falsos pretextos... y sin embargo, allí estaba, a punto de bajarse del auto de ese hombre después de una noche que, a regañadientes, había disfrutado demasiado. 

—Sabes, Lee —comenzó Eunwoo, apagando por completo el motor y girando su cuerpo en el asiento de cuero para encararlo completamente—. Para haber sido una "cita doblemente falsa"... la verdad es que me la pasé increíble contigo.

Minho se aferró a la manija de la puerta. No lo miró. Mantenía la vista fija en el concreto gris del pilar frente a ellos.

—Gracias por traerme —murmuró, y empujó la puerta, buscando escapar hacia la falsa seguridad de su apartamento.

Pero Eunwoo fue más rápido. Lo tomó suavemente de la muñeca, deteniéndolo.

—¿Tienes que huir así?

—No estoy huyendo —protestó, pero su voz sonó débil.

—Claro que sí. Lo haces siempre. Te asustas y corres. Mira, sé que empecé esto con una mentira. Fue una jugada sucia, lo admito. Pero lo hice porque sabía que de otra forma, nunca, en un millón de años, habrías aceptado salir conmigo. —Hizo una pausa—. Déjame demostrarte que puedo valer la pena. 

Minho sacudió la cabeza, sintiendo una vieja y familiar pesadumbre apoderarse de él. El miedo. Siempre el miedo.

—No lo entiendes —susurró, mirando finalmente hacia otro lado.

—¿Qué cosa? —preguntó, suavemente.

—Que... no quiero arruinarte —confesó Minho, las palabras saliendo a rastras, como si le costara un esfuerzo físico sacarlas.

Eunwoo no dijo nada por un largo momento. Solo lo observó, con esa intensidad que hacía que Minho se sintiera completamente desnudo. Luego, lentamente, Eunwoo alzó su mano libre y, suavemente, con las yemas de los dedos, le tomó la barbilla.

—Mírame, Minho —susurró.

Y Minho, como impulsado por una fuerza mayor que su voluntad, obedeció. 

—Yo no soy ninguna víctima que no sepa en lo que se está metiendo —continuó Eunwoo, su pulgar acariciando ligeramente la línea de su mandíbula—. Estoy aquí porque cada vez que te veo, con tu terquedad y tu mal genio y esa maldita forma en que te importa todo hasta el punto de destrozarte... siento que he estado esperándote toda la vida sin ni siquiera saberlo. Arriesgarme a intentarlo contigo no me da miedo. Lo que me aterroriza es la idea de no hacerlo.

Las palabras resonaron en lo más profundo de Minho, desarmando las últimas barreras, derritiendo el hielo que protegía su corazón. Sintió cómo los ojos se le humedecían contra su voluntad, pero no apartó la mirada. No podía.

Y entonces... mierda.

Eunwoo comenzó a acercarse. Lentamente, dando a Minho todo el tiempo del mundo para alejarse, para rechazarlo, para poner fin a aquello. Pero Minho no se movió. Estaba paralizado, hipnotizado por la proximidad de esos labios, por la sinceridad abrasadora en esos ojos. Podía sentir el calor del aliento de Eunwoo en su piel.

El beso fue tan suave como el aterrizaje de una mariposa. Un contacto ligero, un roce cálido y seco que, sin embargo, le recorrió todo el cuerpo. Los labios de Eunwoo eran más suaves de lo que había imaginado, y se movieron contra los suyos con una ternura que le partió el alma, preguntando más que tomando. No hubo prisa, ni avaricia.

Minho cerró los ojos y se dejó llevar. Cuando Eunwoo se separó, fue solo unos centímetros, lo justo para que sus alientos se mezclaran en el espacio reducido del auto. Minho abrió los ojos, aturdido. Eunwoo sonreía. Una sonrisa diferente a todas las que Minho le había visto.

Y entonces, impulsado por un valor que no sabía que tenía, por una necesidad que por fin le ganaba al miedo... lo inesperado sucedió. 

Pues Minho lo besó de nuevo.

[...]

ADVERTENCIA

[LA SIGUIENTE ESCENA CONTIENE CONTENIDO EXPLÍCITO (NSFW)]

Entre besos que ya no tenían nada de tímidos, Minho logró abrir por fin la puerta de su departamento. El sonido del pestillo al ceder fue ahogado por el jadeo entrecortado de ambos, por el roce de la lengua de Eunwoo explorando cada rincón de su boca. El abogado no le daba tregua; una mano enredada en su cabello, la otra agarrada con fuerza de su nuca, acercándolo hasta eliminar cualquier espacio entre sus cuerpos, como si temiera que un milímetro de separación fuera suficiente para que Minho recuperara el sentido común y huyera. Minho forcejeó para cerrar la puerta de una patada, sin soltar por un segundo a Eunwoo. El ruido alertó a sus gatos, que dormían enroscados en el sofá. Salieron disparados, refugiándose bajo los muebles, observando el torbellino que había irrumpido en su tranquilidad.

Sus propios zapatos volaron por los aires en direcciones opuestas, y con una mano, se ocupó de la hebilla del cinturón de Eunwoo, forcejeando por un momento antes de que cediera.

—Dios, Minho... —murmuró Eunwoo, rompiendo el beso solo para enterrar su rostro en el cuello del detective, mordisqueando y lamiendo la piel sensible justo debajo de su oreja—. He esperado este momento desde la primera vez que te vi.

—Cállate —susurró Minho, sonrojado y sin aliento, capturando de nuevo sus labios con desesperación para silenciarlo, para ahogar los pensamientos que gritaban que esto era una mala idea.

No quería hablar. No quería pensar.

Mientras se abrían camino a tientas por el estrecho pasillo, chocando contra las paredes y riendo entre jadeos, las prendas comenzaron a caer. Con un último esfuerzo, Minho empujó la puerta de su habitación y, con una fuerza que no sabía que poseía, lanzó a Eunwoo sobre la cama. El abogado cayó entre risas y jadeos. Su torso ya estaba completamente desnudo, y la luz tenue de la lámpara de noche bañaba su físico esculpido. Solo unos boxers de seda negra se interponían entre él y la completa desnudez.

Minho se detuvo un momento en la puerta, jadeando, devorándolo con la vista. Sin perder un segundo más, se quitó su propia camisa y se lanzó sobre él, encajando su cuerpo entre las piernas abiertas de Eunwoo. Eunwoo gimió cuando Minho comenzó a mover sus caderas, frotando su erección, aún contenida por su ropa interior, contra la igualmente dura de Eunwoo, apenas contenida por la fina seda.

—Tranquilo, cariño —susurró Eunwoo, recorriendo la espalda de Minho con sus manos—. Tenemos toda la noche.

Eunwoo le dio la vuelta. En un instante, sus posiciones se invirtieron. Ahora era Minho el que yacía sobre las sábanas, mirando hacia arriba con ojos vidriosos por el placer y la boca entreabierta, mientras Eunwoo se cernía sobre él. Besó cada centímetro del torso de Minho, más pálido, y marcado por pequeñas cicatrices antiguas. Dibujó círculos lentos con su lengua alrededor de su ombligo, bajando, hasta que su aliento caliente se filtró a través de la tela de los boxers de Minho, directamente sobre su erección. 

Minho lo miró, y mierda, la vista de ese hombre tan arrogante e inalcanzable, ahora arrodillado entre sus piernas, con el cabello perfectamente desarreglado y la devoción más lasciva brillando en sus ojos, era sumamente exquisita. 

Pero entonces... oh, mierda.

La cabeza de Minho, su maldita y traicionera cabeza, le jugó la peor de las pasadas.

En un instante, el rostro de Eunwoo se desdibujó. Los rasgos se alteraron sutilmente, la mandíbula se volvió un poco más fuerte, los ojos perdieron su arrogancia característica y se llenaron de una rudeza profundamente familiar que le partió el alma.

Oh, no. No, no, no.

La respiración de Minho se cortó de golpe, y abrió los ojos de par en par. Porque en su mente, en esa maldita proyección de sus más profundos y negados deseos, no era Eunwoo el que estaba de rodillas ante él...

Era Bang.

Con su mirada siempre seria pero ahora cargada de un fuego que Minho solo había atisbado en sus sueños más secretos. Era Bang quien besaba su cuerpo, moviendo la lengua con una devoción que hacía que a Minho le ardiera el rostro de una vergüenza y una excitación prohibida al mismo tiempo. Incluso en su alucinación, podía oír su voz, esa voz susurrando cosas que nunca se atrevería a decir en la vida real.

—Te gusta, ¿verdad, novato? ¿Te excitas cuando te beso aquí? 

 Era demasiado. Demasiado real, demasiado intenso, demasiado... verdadero.

—¡Alto! —La palabra salió de su boca llena de pánico.

Se apartó bruscamente, empujando a Eunwoo hacia atrás. Eunwoo, sorprendido y confundido, se detuvo de inmediato, separándose de él, su ceño fruncido.

—¿Minho? ¿Qué pasa? ¿Te hice daño?

Minho no podía mirarlo. La vergüenza lo consumía por dentro. Se arrastró hacia atrás, alejándose de él, hasta chocar con la cabecera de la cama. ¿Qué clase de monstruo era? ¿Qué clase de persona ve a otra persona en un momento de tanta intimidad?

—No puedo —logró decir—. Lo siento, no... no puedo hacer esto.

Eunwoo, en lugar de enfadarse o sentirse herido en su orgullo, se acercó lentamente. Se arrodilló en la cama frente a él, manteniendo una distancia respetuosa.

—¿Qué no puedes hacer, cariño? —preguntó, con una calma que buscaba apaciguar el interior de Minho—. ¿Estar conmigo? 

—¡NO! —Minho negó con la cabeza, apretando los ojos con tanta fuerza que vio destellos—. Es... No soy así... no debería... —Era una mentira a medias, una verdad a medias.

Eunwoo guardó silencio por un largo momento, observando el perfil tenso de Minho, la forma en que sus hombros temblaban ligeramente.

—¿Es por alguien más? —preguntó al fin, con perspicacia.

Minho no respondió. No podía. Pero su silencio fue una confirmación. Eunwoo respiró hondo. Minho esperaba un reproche, que se levantara, se vistiera y se fuera para siempre. Pero en su lugar, Eunwoo hizo algo que le partió el corazón en mil pedazos. Sin decir una palabra más, se acostó a su lado en la cama. No frente a él, no para confrontarlo. Se acomodó detrás de él, envolviendo su cuerpo alrededor del de Minho en un abrazo. Su pecho desnudo se pegó a su espalda, y cerró un brazo alrededor de su torso, atravesando su pecho, sosteniéndolo contra él.

—Está bien —susurró Eunwoo contra su nuca—. No tenemos que hacer nada. 

Minho se relajó lentamente, hundiéndose contra el cuerpo de Eunwoo, sintiendo la firmeza de su abrazo, la calma que parecía emanar de él a pesar del rechazo. Las lágrimas que había estado conteniendo escaparon por fin. Eunwoo no dijo nada, solo apretó el abrazo.

Minho cerró los ojos. La culpa y la confusión seguían allí, pero por primera vez en mucho, mucho tiempo, no se sintió completamente solo. Y, agotado por la tormenta emocional, cayó en un sueño profundo.

 Y, agotado por la tormenta emocional, cayó en un sueño profundo

¿? 

Era difícil respirar. Cada inhalación era un esfuerzo.

Minho pisó un charco de algo oscuro. No era agua. Brillaba bajo la tenue luz, como aceite mezclado con... otra cosa. El lugar era un estacionamiento infinito de concreto gris; cada pilar era idéntico al anterior, como si hubiera estado caminando en círculos durante horas, días. Los carros aparcados estaban cubiertos de polvo tan grueso que parecían llevar décadas abandonados.

Empezó a nevar.

Confundido, alzó una mano. Los copos se posaban en su palma sin derretirse. Miró hacia arriba, hacia el techo de concreto bajo el cual estaba. No había cielo, ni agujeros, pero la nieve caía igual, desafiando toda lógica. De la nada, una ventisca helada le azotó la nuca, haciéndole encogerse. El viento aullaba, aunque no había de dónde viniera, silbando entre los pilares con voces que casi formaban palabras. La nieve arremolinada empezó a dibujar rostros en el aire que se desvanecían al instante, dejándolo más solo que antes. La ventisca blanca nublaba su visión, convirtiendo todo en una pesadilla borrosa donde las sombras se movían con vida propia. Y entonces...

—¡LEE KNOW!

Escuchó esa voz. Pequeña, quebrada por el llanto, pero inconfundible.

—¡Lee Know, ¿dónde estás?! ¡No puedo encontrarte! —gritó de nuevo, y Minho sintió que el corazón se le encogía.

—¿Quién dijo eso? —vociferó, girando sobre sus talones. Su propia voz sonó extraña.

Comenzó a caminar, o más bien, a arrastrar los pies. Cada paso era una batalla contra un peso invisible que se aferraba a sus piernas. La nieve, ahora hasta las rodillas, se le colaba por los pantalones, aunque no recordaba qué ropa llevaba puesta. Tiritaba incontrolablemente, un escalofrío que le recorría la espina dorsal y le susurraba que nada de esto era real, pero el terror lo era. Era más real que nada.

—¡Lee Know! ¡Aquí! —la voz sonaba más cerca, pero también más desgarrada.

—¡Ya voy! —jadeó Minho, forcejeando para avanzar entre los autos que parecían cambiar de lugar cuando los miraba de reojo. Sus manos, entumecidas, se aferraban a los fríos capós, dejando marcas que se borraban al instante—. ¡Sigue hablando! ¡Dime dónde estás!

De pronto, el viento se detuvo, y su aullido cesó en un silencio repentino. Los copos de nieve se congelaron en el aire, quietos, como si el tiempo se hubiera pausado. Un haz de luz cálida, tan fuera de lugar que daba miedo, iluminó un spot unos metros adelante.

Y ahí estaba. Asomado tras el viejo auto de sus padres.

Jeongin. 

Se asomaba juguetonamente, con su gorro de orejas de reno, el mismo que llevaba esa noche. Esa fatídica noche. Pero algo estaba mal. El gorro tenía un agujero del tamaño de una moneda del que salía un hilo negro que se retorcía hacia el techo.

—¡Te encontré, hyung! —canturreó, y su voz tenía un eco, como salido de un walkie-talkie.

Minho corrió hacia él. Pero Jeongin se detuvo a unos metros. Lo suficientemente cerca para que Minho viera los detalles que más amaba, pero demasiado lejos para tocarlo. Una distancia infinita de unos centímetros. Sintió una punzada de agonía tan profunda que le robó el aliento. Sus pies estaban sellados al suelo por un hielo negro que había brotado de la nada, aprisionando sus tobillos.

—Innie... ¿eres tú? —logró decir, con la garganta cerrada.

Jeongin se rió, una risa que debería ser dulce pero que ahora sonaba como varias risas superpuestas, algunas agudas, otras graves, resonando desde todos los puntos del estacionamiento, multiplicándose, distorsionándose, hasta sonar como la risa de una multitud enloquecida.

—¡Te escondiste muy bien, Minho hyung! —dijo, pero sus labios no cuadraban con las palabras. Se movían un segundo después—. Apenas y puedo... verte. ¿Lee Know... eres tú?

Su mirada se nubló de repente, como si estuviera viendo a través de Minho, hacia algo detrás de él. Como si Minho fuera un completo extraño.

—Claro que soy yo, pequeño —respondió Minho, intentando alargar la mano, pero el espacio entre ellos parecía estirarse, un campo de fuerza invisible que repelía su desesperación—. Soy yo. Vine a buscarte. Vamos a casa.

—No. Tú no eres Minho —añadió Jeongin, y de repente, toda la alegría se esfumó de sus ojos, dejando solo un vacío oscuro—. Minho hyung no tiene miedo. Minho es... —se quedó congelado, a media frase, la boca abierta. No respiraba. No parpadeaba. Luego, como si alguien hubiera presionado un botón de rebobinado, la sonrisa de Jeongin volvió en un segundo—. ¡Ahora te toca buscarme, Lee Know!

—¡No! —gritó Minho, desesperado—. ¡No te vayas! ¡Quédate conmigo!

Pero Jeongin se alejó corriendo. O más bien... flotando. Sus pies no tocaban el suelo. Flotaba sobre la nieve, dando saltitos hacia atrás que no seguían las leyes de la gravedad. Donde sus pies debían tocar el suelo, los copos de nieve se convertían en polillas negras que revoloteaban un segundo antes de desintegrarse en ceniza.

—¡Tienes que contar hasta diez! —gritó, y su voz ahora venía de todos lados a la vez, de entre los carros, de los pilares, del techo, incluso del interior de su propia cabeza—. ¡Sin hacer trampa!

—¡Jeongin, espera! —Minho logró arrancar los pies del suelo. Comenzó a correr, o a intentarlo.

Era inútil. Por cada tres pasos que daba, el auto de sus padres parecía alejarse uno. De las sombras entre los pilares, siluetas oscuras y sin rostro empezaron a materializarse. No se movían, solo estaban allí, de pie, observando. Minho sentía el peso de sus miradas, juzgándolo, riéndose en silencio de su impotencia, de su fracaso. La luz solar se desvaneció de golpe, sumiéndolo de nuevo en la penumbra, y la tormenta regresó con una furia diez veces mayor. El viento helado le azotó el rostro con fragmentos de hielo. Minho sintió un dolor en la mejilla y, al llevarse la mano, la encontró manchada de sangre que goteaba sobre la nieve.

—¡UNO! —gritó, obligándose a empezar el conteo.

Desde lo más profundo del estacionamiento, donde la oscuridad era absoluta, algo se movió. Algo grande. Y empezó a arrastrarse hacia él con un crujido de huesos sobre concreto. Minho apretó los ojos, conteniendo un grito. Sabía, con una certeza que le heló el alma, que lo que viniera no sería Jeongin.

—¡DOS! —lloró, mientras las sombras a su alrededor empezaban a acercarse.— ¡TRES!

—¡LEE KNOW! —el grito de Jeongin ya no era de juego. Era un grito desgarrado, un alarido de pánico puro que cortaba el alma—. ¡Lee Know, ¿dónde estás?! ¡TENGO MIEDO! ¡MUCHO MIEDO!

Minho volvió a abrir los ojos, forzándolos contra la ventisca. Las sombras no estaban, pero la nieve se había vuelto más espesa, teñida ahora de un tono grisáceo, como ceniza. Ya no podía ver el auto. Ya no podía ver nada excepto ese gris infinito. Solo podía oír la voz de su hermano pequeño, cada vez más débil, más aterrada, mezclándose con el ulular del viento que ahora parecía susurrar su nombre en cientos de voces diferentes.

—¡Lee Know! ¡Por favor! ¡SÁLVAME! ¡NO ME DEJES SOLO, MINHO! ¡NO QUIERO MORIR! ¡VIENE... VIENE POR MÍ!

—¡INNIE, VUELVE! —Minho gritó con toda la fuerza de sus pulmones, con lágrimas que se congelaban al instante en sus pómulos, formando pequeñas máscaras de hielo que le cortaban la piel—. ¡CORRE HACIA MI VOZ! ¡POR FAVOR!

Pero sus piernas no respondían. El frío era una entidad viva que se le enroscaba en el pecho, apretando, paralizándolo. Sentía que su sangre se convertía en hielo, que sus extremidades se volvían de piedra. Quería moverse, gritar, correr, pero el pánico era una losa de cemento sobre su cuerpo. Estaba atrapado en un bloque de hielo transparente, viendo cómo el mundo se desmoronaba, escuchando cómo los sollozos de su hermano se convertían en un eco distorsionado.

—¿Por qué no viniste, hyung? —un susurro, justo en su oído. Minho giró la cabeza, pero no había nadie—. ¿Por qué me dejaste solo? Dijiste... dijiste que siempre me protegerías.

El mundo entero se colapsó a su alrededor, y Minho ya no podía luchar. Se hundía en la desesperación, en el recuerdo. La voz de Jeongin lo seguía hasta las profundidades, suplicando, llorando, riendo con una locura desesperada. Todo al mismo tiempo.

¡¿POR QUÉ NO ME SALVASTE?! 

¡MINHO!

¡MINHO, SÁLVAME! 

¡SÁLVAME! 

¡AYÚDAME!

¡NO!

¡NO ME MATES!

¡MINHO!

¡BANG!

El sonido no fue fuerte. Pero hizo que el universo se detuviera

Minho, en su prisión de hielo, logró ver el fogonazo anaranjado que iluminó por una fracción de segundo la figura pequeña y encogida de Jeongin. Sus ojos llenos de un terror indescriptible, miraron directamente hacia él, buscando una salvación que nunca llegó.

Luego, todo se tiñó de rojo.

La sangre no solo brotó de Jeongin. Brotó de todas partes. De las paredes, del techo, de los carros. Chorreaba por los pilares como si el estacionamiento entero estuviera sangrando, derritiendo la nieve falsa. El grito de Jeongin se cortó de raíz, reemplazado por un gorgoteo horrible que se apagó rápido. Silencio. Un silencio absoluto más aterrador que cualquier sonido.

Minho, con un esfuerzo sobrehumano que le hizo sentir que sus músculos se desgarraban, logró mover la cabeza. Allí, en un charco que crecía y crecía, estaba Jeongin. Su cuerpo pequeño, doblado de una manera que no era natural. La mancha oscura alrededor de él se expandía, tragándose la poca luz que quedaba.

Detrás del cuerpo de su hermano, una figura alta y encapuchada. En su mano, el metal de un arma relucía, todavía apuntando hacia la nuca de Jeongin. Minho abrió la boca. Quería rugir, maldecir, gritar toda su rabia y dolor. Pero no salió nada. Su voz había sido robada. El mundo era un videoclave mudo, donde solo se veía la escena más horrenda de su vida repetirse en cámara lenta, una y otra vez, un bucle infinito de su fracaso.

Hasta que... el grito regresó. Pero ya no era de miedo. Era de un dolor infinito, de una traición que partía el alma en dos. Un alarido largo y desgarrador que no parecía venir de Jeongin, sino de las mismísimas entrañas del estacionamiento, de la sangre en las paredes, de su propio pecho. Mientras ese sonido atroz llenaba el vacío, la figura encapuchada se movió. Como si supiera, desde siempre, que Minho lo estaba mirando, giró la cabeza lentamente hacia él.

Vio su cara, y dijo...

—¡DESPIERTA!

 Y, agotado por la tormenta emocional, cayó en un sueño profundo

Notes:

Minho alucinó... ¿o realmente ocurrió?