Actions

Work Header

Los Crímenes de Arendelle: Crónicas de Nieve y Hielo

Chapter 17: Anillos de papel

Chapter Text

James Waverley, Rey de Trondheimmer, viene del linaje de los primeros ingleses que se asentaron en Noruega luego de casarse con una las familias más prosperas de la region, los Bjørnsenold, para que después de algunas generaciones hicieran prevalecer el apellido Waverley, pues eran de las casas más abiertas al cambio, a diferencia de Bergen, que durante mucho tiempo fue un reino bastante conservador.

Conoció a Hans mientras cursaba sus estudios en la universidad de caballeros de Copenhague, a los 19 años, y mantuvieron una sólida amistad incluso hasta después de concluir la escuela. James era la única persona, además de su hermano Lars, a quien Hans consideraba confiable, pues llegaron a viajar juntos en varias ocasiones, principalmente por asuntos concernientes a negocios y ampliaciones empresariales de sus respectivos reinos. James con el propósito de instruirse en su nueva labor como rey, y Hans para intentar de alguna manera conseguir alguna hazaña o logro que le brindase la aprobación de su padre.

Fue hasta unos días antes del eterno invierno de Arendelle y de la traición cometida por Hans, y su posterior castigo, que James dejó de escuchar de él. Hasta que unos meses después, al conocer a una reina Elsa, supo del paradero y cambio de personalidad de aquel al que durante años consideró su amigo. Pero para James fue un perder-ganar, ya que desde entonces entabló una amistad con la reina y princesa de Arendelle.

Recordar su amistad con rostros a los que no había visto en años no era difícil, aun si no tenia el tiempo suficiente para permitirse hacerlo. Pero ello era más sencillo al tenerlos de vuelta frente a él, y más aun, pidiendo su ayuda. Aunque eso podría significarle un obstáculo al mismo tiempo.

Fuese cualquier cosa, habían completado una semana de estadía en el castillo de Trondheimmer, donde James les recibió amenamente a ambos principe desheredado y anterior reina. Elsa no podia decir que se sentía ciertamente en casa, pero, el castillo tenia una calidez casi tan hogareña como aquel en el que creció, aun si Trondheimmer era una reino más frio incluso en las primaveras. Utilizaron los primeros días para ponerse al tanto de los últimos años de sus vidas, y afortunadamente eran detalles los que tenían que cubrir, pues sus paraderos recurrentes no eran ningún misterio para todo aquel que viviera en alguno de los grandes reinos de Noruega.

Con todo y todo, accedió a tomar el té con su viejo amigo, con el propósito de intentar persuadirlo una vez más de contarles, o al menos a ella, qué relación existía entre su familia y el Circulo de Hod.

—Es como si insinuaras que tengo una relación directa con ellos. —Dijo James de brazos cruzados, respondiendo a las acusaciones de Elsa hacia él respecto a los elementales de aire que buscaba derrotar.

—No lo hago, pero fuimos guiados hasta aquí, en parte también por mi magia, y es por eso que siento que debe haber una buena razón detrás de ello. —Respondió Elsa, inclinándose hacia adelante mientras su mirada suplicaba entendimiento de parte de su amigo.

—Oh, entonces ¿tienes una magia sintiente? —James intentaba disfrazar la sensación que lo tuvo momentaneamente ruborizado.

Elsa se volvió hacia atrás, cruzando sus brazos a la par de el y mirando al hombre con desaprobación y descaro.

—Escucha, lo siento. Pero creo conocer a MI familia lo suficiente como para ser consciente y estar seguro de que no tienen relación alguna con seres mágicos. Aunque... bueno, yo tengo una relación contigo, y tú eres una persona mágica, entonces supongo que eso me vuelve el primero. —Respondió mientras intentaba deslindarse del tema, y con ello intentando hacer reír a la rubia.

—¿Disculpa? —La contestación de James la había hecho escupir dejando caer té en su falda. Quería reír, pero no quería hacerlo sentir que había ganado.

—Somos amigos, eso es una relación. —Respondió el moreno, con cinismo.

—Entonces, si aun me consideras tu amiga, eso quiere decir que los años que pasé sin responder tus mensajes ¿están perdonados?

James suspiró por un momento, la pregunta de Elsa parecía haber nublado su cabeza, por tal silencio que la hizo curiosear, pero eligió guardarse sus pensamientos para si.

—Lo están. Y bueno, al final del día siguen siendo parte de mi rutina. —Dijo emanando sinceridad y una extraña profundidad en la sonoridad de su declaración.

—¿A qué te refieres? —Preguntó la anterior reina, dándole un último sorbo a la taza antes de que el té dejara de tener un sabor dulce, lo cual dibujó muecas en su rostro.

—Nunca dejé de escribirte, Elsa.

James, con un breve suspiro que a la par lo hizo darse cuenta de que sus manos sudaban con ligereza, parecía retractarse de su confesión a los segundos de haberla profesado.

Había algo que James quería decirle a la mujer de azul desde los primeros minutos en que entablaron una amistad, pues era una sensación que ameritaba toda una conversación. Pero las circunstancias les fueron desfavorables para continuar por esa ruta, la que en el fondo el Rey anhelaba atravesar junto a su amiga. Fue un nudo en la garganta que se fue haciendo cada vez más y más duro, hasta q parecía no poder deshacerse.

Pero sabía que su momento probablemente ya había pasado, y era más doloroso continuar cuestionándose qué habría sucedido si algo en su actuar hubiese sido diferente.

—¿Sabes?, se me acaba de ocurrir algo, una idea maravillosa si me lo permites. —James sacudió su cabeza para ayudarse a ponerse de pie, salvándose, pensó, de tener que mirar a Elsa a los ojos, al menos momentáneamente.

—¿De qué se trata? —Elsa denotó genuina curiosidad, esperanzada de obtener la respuesta que buscaba.

—Mi esposa volverá a la ciudad en un par de días, y ya tengo un regalo para ella, y... no lo sé, pero creo que organizar un baile sería la manera perfecta de celebrar su regreso. Y ella ama las celebraciones, eso es lo que lo vuelve perfecto. —Dijo el rey, sintiendo la necesidad de utilizar su matrimonio como escudo, y con ello mencionar el nombre de su reina.

—Suena maravilloso, pero ¿cómo nos ayuda eso a llevar a cabo la misión? —Elsa no parecía querer rendirse, pues llevaba días intentando obtener algo de su llegada al reino del norte, o por lo menos no irse con las manos vacías, pensó.

No quería creer que Pabbie se hubiera equivocado, y que su estancia y días viajando a Trondheimer fuesen en vano.

—Buena pregunta, y tú respuesta es... bueno, te guiaron hasta aquí porque al parecer quien sea que esté detrás de ese oscuro plan, literalmente, se aloja tras los muros de mi reino. Y hacer que todos asistan a la celebración de la Reina Esther es la oportunidad perfecta para interceptar a ese alguien, quien sea que estén buscando. O por lo menos rastrearlo.

James no parecía temeroso de la posibilidad de que seres sobrenaturales estuvieran habitando alrededor de su reino o de que incluso pudieran intentar atacarlo, en el mejor de los casos. Estaba confiando plenamente en que las habilidades mágicas de la anterior reina le serían de utilidad para zafarse de cualquier posible batalla. Pues él, a pesar de ser bueno en muchas cosas, nunca tuvo entrenamiento militar, y por ende su conocimiento armamentístico y de pelea era escaso.

—Es un buen plan, James. —Dijo Elsa armoniosa, dedicándole a su amigo una mirada pacífica y gentil, agradeciendo por dentro el poder contar con una amistad, fuera de su propia hermana, aún si no la había procurado durante años.

—Y espero que tú y Brutus asistan. —Respondió él entre sonrisas, teniendo breves recuerdos entrañables paralelamente a su mención al apodo de su antiguo mejor amigo. Aunado a ello la reacción de Elsa, que parecía entender con claridad la referencia que su amigo había dado.

—Brutus es Hans. Larga historia y demasiado banal para contarla. —Dijo con una exasperación que hacía entrever que su necesidad de aclararlo, no ignorando las expresiones de la anterior reina.

—Entiendo, jaja. Y bueno, ¿podrías... llevarme a la biblioteca? —Elsa rió con nerviosismo, uno del tipo que no había sentido desde que dejó de ser la reina.
No parecía tener miedo alguno estando cerca de James, pero su magia percibía ciertas inquietudes de parte de él, como si él, por su parte y de la misma manera, se sintiera de la misma manera respecto a ella.

Y para ser un hombre que usualmente está bastante centrado, volver a tener a Elsa cerca lo hizo sentir joven, una vez más. Con toda la inocencia que ello conlleva.

—Por supuesto, alteza.

La vida de Elsa estaba bastante plagada de ironías y circunstancias confusas que acabaron en desenlaces un tanto dramáticos. Y una de esas tantas, la más actual en su día a día, que inconscientemente le era ajena a su conocimiento, era el como sus personas amadas ocultaban cada vez más información de ella y por ende, le guardaban secretos. Y lo que lo vuelve irónico es que precisamente era ella quien creció viviendo en uno. Una verdad a medias.

Pero el secreto que le guardaba James era probablemente el más benigno y noble de todos. Y a diferencia de Anna, él se carcomía por dentro por poderle hablar de ello.

{...}


La carroza en la que arribó la Reina Esther venía protegida por la guardia real de Trondheimmer, siendo alrededor de 18 soldados los que acompañaron a la mujer del Rey durante su viaje a Sundsvall, donde se hospedó por 4 días después de su viaje de 2 semanas recorriendo la costa este de los reinos escandinavos.

Tenía el propósito de visitar a su familia en Dinamarca, país al que pertenece su reino, y utilizar sus lazos sanguíneos para fortalecer alianzas comerciales con reinos vecinos alrededor de su país, así como utilizar las brisas extranjeras en su rostro como terapia luego de una serie de incidentes que ella y James acordaron no mencionar durante un tiempo, motivo que la hizo entrar en un estado anímico bastante bajo, que era la principal razón para utilizar los negocios reales como distracción.

James por su parte, siendo un hombre apegado a sus deberes de rey, eligió quedarse, notando cuán feliz parecía estar su esposa en ausencia de él, a través de sus escasas cartas. Pero las semanas separados parecían haberles rendido frutos, pues notaron que el estrés tiende a ceder cuando están en soledad, o en el caso de la reina, cuando está lejos de su marido.

La reina Esther fue recibida por su ama de llaves, Sylvia, en la sala principal para redirgirla a sus aposentos de manera que pudiera evitar el contacto directo con mucho del personal del castillo y algunos mandatarios del reino que querían discutir asuntos administrativos con ella. Y una vez en su habitación, a puertas cerradas, cayó en cuenta de lo poco que añoraba estar en su hogar.

—El viaje pudo ser más corto —Entonó James con cinismo desde la puerta que se abría hacia el balcón, sosteniendo unos pocos documentos que esperaban ser firmados, esperando recibir a su esposa, quien parecía despavorida por la sorpresa de su aparición.

—Bueno, el Consejo de Sundsvall insistió en que partiera temprano esta mañana. No era conveniente prolongar la visita —respondió Esther, quitándose el manto de viaje.

James dobló los documentos para acercarse a dejarlos sobre la mesa frente a la chimenea. Él la observó de reojo. Esther parecía más cansada que molesta, pero su expresión seguía siendo una máscara.

—Me alegra que al menos pudieras... despejarte —comentó James, eligiendo las palabras con cautela.

—Despejarme no cambia lo que sucede aquí —replicó ella, acomodando el broche de oro de su vestido, como si eso fuera más importante que la conversación.

Hubo un silencio denso, el tipo de silencio que solo se produce cuando ambos saben que están evitando un tema que los compromete públicamente.

—Sobre la discusión de hace dos semanas... bueno —empezó James.

—No vine a reabrirla —interrumpió Esther.

—Ni yo. Pero es evidente que no quedó resuelta.

Esther inhaló profundamente, sin girarse hacia él ni levantar la mirada. Ni siquiera intentando.

—Querías que te disculpara. Ya lo sé.

—Te pedí disculpas. Hay una diferencia —corrigió él.

Ella lo miró por primera vez desde que llegó.

—¿Y para qué habría de interesarme en el tema?

—Porque eres la reina —respondió él, con frialdad y su habitual cinismo—. Y yo el rey. Nuestros desacuerdos no pueden filtrarse ni entre la servidumbre.

—No tengo intención de discutir frente al personal. —Añadió Esther, mientras admiraba su tiara frente su espejo, reacomodándola. Intentando perderse en el procedimiento para evitar tener que seguir prestando toda su atención a su marido.

—Pero sí de evadir cualquier conversación que implique gobernar juntos.

Esther apretó la mandíbula apenas, un gesto minúsculo, pero suficiente.

—Si deseas discutir sobre la administración, hay canales formales para ello.

—No quiero hablar como rey —dijo James, golpeando la pequeña mesa con su palma—. Quiero hablar como tu esposo.

La palabra esposo pareció incomodarla más que cualquier argumento político.

—No es necesario mezclar lo personal con diplomacia. Y menos después de tu... tono de la última vez.

James suspiró, exasperado, aunque controlado. Como rey, sabía que debía poder dominar sus gestos.

—Ya admití que te hablé mal. Pero no puedo gobernar con alguien que no contesta nada más que con frases ceremoniosas.

—Es lo que se espera de una reina.

—Tal vez, Esther. Pero no de una esposa.

Ella no respondió. Se limitó a mirar por la ventana, como si algo fuera del castillo pudiera ofrecerle una vía de escape.

James decidió cortar el hilo antes de tensarlo más.

—Tan solo... ugh. Escucha, no te llamé para repetir lo mismo. Quería darte algo.

Esther parpadeó con ligera cautela, cansada de sorpresas.

—¿Un documento más?

—No. Acompáñame.

James caminó hacia el armario principal. Lo abrió y sacó una caja de terciopelo oscuro, lo bastante pequeña para ser un regalo, pero lo suficientemente elegante como para parecer un gesto puramente diplomático.

Esther se acercó con pasos calculados.

—Lo mandé a hacer durante tu ausencia —explicó él, abriendo la caja con gentileza, para que la revelación de la pieza contenida fuese más disfrutable. Se trataba de un collar.

—Es alejandrita. Su color cambia según la luz... pensé que te gustaría algo que se adapta al entorno sin perder su valor, y que, además, es precioso.

La frase tenía un doble filo que ambos detectaron.

Ella sostuvo el collar entre sus dedos, evaluándolo con una mezcla de sorpresa y reserva.

—Es una pieza muy fina —dijo finalmente.

—Es un obsequio personal, Esther. Hecho a tu medida. No tiene por que ser político.

—En nuestra posición, es difícil separar una cosa de la otra.

James se encogió de hombros.

—Aun así, lo intento.

Ella cerró la caja con cuidado, como si temiera que un gesto demasiado rápido significara algo que no quería transmitir.

—Gracias por el detalle —dijo, manteniendo la voz neutral—. Lo aprecio.

James asintió, satisfecho solo porque la tensión no escaló.

—Si ya has descansado lo suficiente, tal vez podamos reanudar nuestras actividades oficiales mañana. Me gustaría revisar los informes del Consejo Norte. —Respondió Esther.

—Están en tu escritorio. Llegaron ayer.

—Bien. —Entonó fría y sensata, mientras se dirigía hacia la puerta interior que comunicaba con su tocador. James volvió a su puesto junto a la chimenea, retomando los documentos.

—Y... respecto a la discusión pasada... te propongo no arrastrarla más. Fue improductiva. —Añadió antes de desaparecer en la otra habitación.

—De acuerdo. No la arrastraré —respondió él.

Quería sentir que había hecho algo bien, que había traído buenos pensamientos a la mente de su esposa, al menos algunos que estuvieran ligados a él. Y temía que la exoticidad de su obsequio no hubiera cumplido tales objetivos.

Pero sus ideas parecían no haber cesado en su aparente fracaso. Pues la presencia de invitados que necesitaban de él se estaba convirtiendo en su nuevo as bajo la manga. Y entonces recordó la amistad que ambos comparten con la anterior reina de Arendelle, Elsa. Y curiosamente también, con Hans.

—Esther, escucha... —James tomó un ligero respiro antes de hablar.

—No es la única sorpresa —añadió, regresando hacia la ventana.

Esther levantó la mirada al instante, esta vez sin dureza, solo curiosidad.

—¿Otra?

—Sí. Invitados.

Ella frunció el ceño, aunque no con molestia, sino con cautela diplomática.

—No tenía conocimiento de ninguna visita oficial.

—Porque no es oficial. Son dos viejos amigos. Nuestros viejos amigos. Fue algo inesperado, pero quizás quieras saber de quienes se trata. —Mencionó él, abriendo su ventana, dejando que la fría brisa golpeara los muros de la habitación y tocaran el rostro de su esposa.

Esther se quedó inmóvil unos segundos. Luego sus ojos se suavizaron, algo que en ella ocurría muy rara vez.

—¿Elsa?

James asintió.

—Llegaron esta mañana.

—¿Llegaron? —Preguntó con un entusiasmo que disfrazaba temor.

—Le acompaña Westergaard.

La reacción fue inmediata. La postura de Esther se relajó apenas, casi imperceptible para cualquiera excepto para él, que la conocía lo suficiente para notar esos matices.

—Hace años que no los vemos... dios, ¿por qué no me avisaste? —dijo ella, con una voz menos tirante.

—Pensé que preferirías enterarte en persona.

Ella dejó escapar un suspiro que no era de fastidio, sino de alivio. La presencia de Elsa y Hans —rostros familiares en un mar de tensiones políticas— parecía caerle bien, como una brisa de aire en un pasillo que llevaba semanas sintiéndose estrecho.

—Me alegro de que estén aquí. La corte ha estado demasiado silenciosa últimamente. —dijo Esther, más sincera de lo habitual.

James la observó con un ligero gesto de sorpresa, aunque lo disimuló casi enseguida.

—Están instalados en la ala este. Puedes verlos cuando quieras. Aunque creo que prefieren sumergirse en la biblioteca, como es tan de ellos.

—Lo haré. Me... me caerá bien ver a alguien que no quiera hablar de tratados o decisiones unilaterales —comentó ella, permitiéndose un poco de ironía suave.

James no respondió, pero la tensión entre ambos bajó apenas un grado. No por él, sino por la mención de los visitantes.

Esther guardó la caja con el collar y se dirigió hacia la puerta.

—Iré a saludarlos —dijo, con la mirada un poco más viva que al llegar.

—Como gustes —respondió él.

Ella salió con paso firme, y por primera vez en días, la sombra que llevaba en los hombros pareció aligerarse.

Era como si la presencia de sus amigos sin títulos hubiera aparecido justo a tiempo, cuando el peso de su enmascarado matrimonio parecía no poder seguir sosteniéndose de verdades a medias, y sentimientos que estaban dirigidos hacia otras personas. Y ni Elsa, ni Hans, estaban al tanto de cuán necesitados eran.

Aún si Elsa había escuchado sin querer la primera parte de su conversación, tras puertas cerradas.