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Las sombras comenzaban a tragarse su largo vestido rojo mientras sentada en el suelo tomaba largos sorbos de whisky directamente de la botella.
Había abandonado la fingida elegancia, los falsos y bien ensayados ademanes femeninos. Aquí no era la señorita D, de labios pintados y carácter seductor. Sólo era Dem, y Dem estaba perdida.
"Las colinas arden en California" le dijo el cruel demonio al salir por la puerta, denotando que conocía los crueles y desastrosos secretos de su profesión.
Sin hielo el ambarino líquido sabía demasiado fuerte, a culpabilidad e incertidumbre. A recuerdos de cómo había llegado a la entidad de investigación privada. Todos allí eran detectives, ella era la única espía. Ninguno tenía sangre en sus manos, sólo ella.
California era un nombre en clave que nadie con vida, aparte de ella, conocía. Aquel código estaba tatuado en su mente, con la misma tinta que los rostros de aquellos que entre sus manos habían perecido. Era la prueba de su búsqueda de sincera redención.
Y ahora, por culpa de una investigación que en principio era sencilla, ella estaba en medio del fuego cruzado como nunca antes.
(...)
Cuando la mujer pálida, vestida de negro luto llegó a la oficina solicitando sus servicios para investigar a su ex esposo, Demencia creyó que sería un trabajo demasiado sencillo para el dinero que ofrecía.
Ese era su campo favorito, líos de faldas de gente rica. Aunque era infinitamente aburrido, se ganaba mucho dinero y por lo general era tan fácil como quitarle una golosina a un niño.
Así que los papeles de ese periodista Flugslys llenaron su escritorio, leyó sus artículos y crónicas sobre el crimen organizado en Hatsville, supo desde su fecha de nacimiento hasta sus relaciones familiares y sentimentales. Todo su brillante historial universitario, su fallida carrera como piloto de aviación. Y comenzando con el pie izquierdo: también supo que nunca se había casado.
Lo siguió por toda la ciudad como acostumbraba con todos los sujetos que llegaban a su desordenado archivo.
Aprendió sus rutinas y movimientos.
Así que sabía a la perfección que los lunes en la mañana iba a la misma cafetería a encontrarse siempre con la misma persona, un buen amigo suponía ella, y luego a su oficina en las instalaciones del periódico local. A veces salía de imprevisto hacía alguna comisaría o un bar de mala muerte en busca de la noticia.
Había demostrado ser muy apasionado con su profesión y alguien cuya rutinaria vida era de hecho muy aburrida. Tenía la inventiva de un científico loco al escribir sus columnas, que de hecho la habían entretenido bastante.
Y a esa serie de monótonas nimiedades se limitaba el mundo del sencillo sujeto. Lo más raro quizás era esa bolsa de papel que se ponía para sus entrevistas, pero, suponía ella, era un excelente intento de proteger su identidad de las peligrosas personas que protagonizaban sus reportajes.
(...)
La visita inoportuna le dejó a Demencia un mal sabor de boca. Sabía demasiado y Black Hat sólo cumplió un protocolo que ella hace mucho esperaba; la advertencia, la amenaza de que ya la conocían él y sus siempre diligentes hombres. Se levantó con algo de dificultad y desabrochó sus tacones de aguja, sintiendo en sus movimientos los largos pendientes chocar con los costados de su rostro. Cuando confrontó a la mujer del trabajo y esta le ofreció aún más dinero sin dignarse a dar explicaciones, ella no esperó que todo esto pasara.
No, aquello no era una amenaza por más que quisiera, era una invitación abierta.
Tiró los zapatos a algún lado de la habitación que como siempre era un desastre y se acostó duramente en su cómoda kink size a pensar, a nada más que ello.
(...)
El paso de dejar de seguirlo y entrar en su vida como su secretaría fue bastante esporádico, y el personaje que creó alrededor de su identidad fue lo suficientemente creíble para que el mismo Flug, quien era extrañamente amable y cálido, le abriera rápidamente las puertas de su vida.
Tenía acceso a su horarios, comidas y contactos. A veces incluso el crítico sujeto le pedía revisar alguno de sus artículos antes de ser enviados a la parte editorial. Veía toda su correspondencia y se sabía de memoria la larga lista de nombres que frecuentaba.
Aprendió mucho de él: tenía un hermano menor que odiaba y el cual le escribía cartas semanales que nunca recibían respuesta e iban a parar directamente a la basura. Le gustaban los aviones más de la cuenta y sabía bastantes idiomas, e incluso tenía ciertos conocimientos avanzados en ciencias exactas que nada tenían que ver con su profesión.
Un hombre de cultura por supuesto.
Sin embargo había un dato que no estaba en ninguna lista, un nombre como una incógnita, el de aquel misterioso hombre trajeado con quien se encontraba matinalmente en una cafetería.
Pudo pasarlo por alto pensando que por no estar en sus listas y horarios era precisamente algo mínimo que no debía tener en cuenta. Sin embargo, más pronto que tarde, los lunes en la mañana se hicieron miércoles en la tarde, jueves en la noche y por lo que sabía también los sábados completos.
La mujer, cuyo nombre en clave por correspondencia era Penumbra, estaba satisfecha con todo cuanto Demencia le informaba y su cuenta de banco lo confirmaba.
Casi al mismo tiempo que comenzaron a llegar obsequios bastante peculiares, algo cambió en las columnas que Flug escribía.
Las investigaciones eran más exhaustivas, las historias más atroces, los asesinatos más crudos. Flug había decidido seguir la pista de lo que al parecer era una mafia.
Los asesinatos tenían todos puntos en común: eran políticos, banqueros, detectives y periodistas; siempre encontrados en sus casas o en sus sitios de trabajo, en sus zonas de confort, había desde disparos hasta estrangulamiento, e incluso la curiosa escena de un hombre en calzoncillos que había sido colgado en el edificio en que trabajaba donde había durado toda una larga noche de invierno hasta que su vista escandalizó a los primeros transeúntes.
Todos con sólo una cosa en común al momento de la autopsia: ese extraño tatuaje con forma de sombrero.
"Ahora no queda nada que salvar" dijo irónico en una de sus columnas cargadas de veneno el conocido periodista, estaba cansado de seguir un rastro que nunca terminaba en nada. Un laberinto sin paredes, sin camino y por supuesto sin salida.
Las estatuillas de oso seguían llegando a la oficina. Así como los chocolates, flores y plumas. No tenían remitente, y Flug parecía saber de quién eran pues con cada cosa sonreía anhelante.
Alguna amante, suponía Demencia, una novia secreta de la que ni siquiera ella había podido saber.
Al mismo tiempo que apareció el único testigo de la larga cadena de crímenes que el científico investigaba, llegó también la primera visita de su lucifer personal a la oficina. "Black Hat" dijo el trajeado sujeto a quien Demencia ya había visto en sus discretas persecuciones.
Flug, quien por entonces se había obsesionado demasiado con aquella investigación tenía la oficina empapelada de registros, nombres y fotos. Sombreros tras sombreros tatuados en las paredes.
El dolor que los pendientes hacían al presionarse contra su piel, acostada como estaba, no impidió que llegara a su memoria la mirada que el sujeto de investigación dirigió al otro. Admiración y aprecio se juntaban en los ojos del chico. Y Demencia supo que tendría que excavar más profundo sin que su jefa directa se lo tuviera que señalar.
"No digas que no te avisé" dijo el ensombrerado al salir con algo que parecía molestia en la voz.
Llegó entonces el día de la entrevista. Y esa misma noche la vida de Demencia se tornó desastrosa.
Flug salió turbado del hospital, al borde del llanto y en un ataque de nervios tal que por descuido puso su vida en juego en la avenida. Al seguirlo a su apartamento vio por la ventana como arrancaba furioso los registros que en su sala al igual que en su oficina colgaban. Lo vio golpear un cojín hasta cansarse y después abrazarlo mientras lloraba desconsolado.
Con sus ojos húmedos el chico hizo una llamada, corta y concisa por su duración y tomando un papel, su abrigo y cartera salió a la calle como alma que lleva el diablo. Demencia sin quererlo perdió su rastro. Volviendo resignada hacia el apartamento del otro.
Comió en una cafetería, con su vista atenta a la puerta en la que en cualquier momento su objetivo entraría.
El tiempo pasó rápido mientras ella entre el café y su bitácora pasaba factura de toda la información que tenía. Y cuando la tarde se tiñó de anaranjados lo vio aparecer con bolsas en sus manos y abrir la puerta sin cuidado.
En su sutil escondite lo vio preparar una maravillosa cena. Con velas encendidas y luces bajas, el científico bailó y tomó vino, mientras lo que parecía ser una velada perfecta tomaba forma bajo sus ágiles manos.
Demencia pensó que finalmente conocería a la novia secreta y decidió ir a su propio apartamento para preparar un larga noche, esperaba que fuera ese el último eslabón que necesitaba conocer Penumbra para dar por finalizado el trabajo.
La sorpresa fue máxima cuando en su llegada lo vio discutir acaloradamente con Black Hat. Agradeció el hecho de que la ventana estuviera abierta y por ello escuchando muy atentamente pudo saber lo que estaban diciendo.
Recriminaciones iban y venían.
Y el científico estaba al borde del llanto.
"¡Dime que lo que dijo ese maldito infeliz es cierto, dímelo en la cara!"
"¿Cambiaría algo?"
"Lo cambiaría todo"
Ella quiso saber de qué hablaban y también entender la mueca decepcionada del de sombrero que hizo amago de salir, siendo detenido por el determinado periodista.
Ambos estaban enojados y en algún momento Demencia pensó que lo solucionarían a los golpes.
Entonces Flug desabrochó los botones en la manga de su camisa blanca. Y subiéndolos poco a poco reveló la marca que escandalosa, en tinta negra y recién hecha, revelaba una alianza turbia.
El sujeto miró por largo rato ese sombrero enmarcado por un círculo, acarició la piel blanca del antebrazo del otro y jalándolo simplemente lo besó.
El frenesí subsiguiente de chocar contra muebles y tratar de demostrar en el beso quien tenía el control, fue un espectáculo que Demencia bien podía saltarse pero que la hacía cuestionarse su vida en el último par de meses.
Nunca había visto a dos hombre siquiera tomarse de las manos y aquello era extraño, grotesco, fascinante.
Cuando el periodista fue colocado encima de la mesa en movimientos serpenteantes y Black Hat miró en su dirección supo que por un descuido todo estaba perdido.
Lucifer le sonrió malévolo antes de clavar los dientes a su mascota favorita. Y ella tuvo que salir corriendo en ese mismo instante, dejándolos en la privacidad de sus perversiones.
Y entonces el día siguiente llegó a ella un cúmulo de información que la dejó finalmente en medio del fuego cruzado.
Black Hat era el líder de los perpetradores de aquellos asesinatos.
Penumbra estaba en el bando contrario y buscaba la forma de acabar con la compañía del primero desde las sombras.
Flug era la pieza clave.
Ella era la única que sabía esto último.
Por más que intentara ser una chica buena las fauces de la oscuridad siempre llegaban a sus ropajes. Como lo había indicado la visita de Black Hat, quien pudo matarla pero decidió ofrecerle una segunda oportunidad.
Caminaba llevando grilletes, grilletes invisibles. Y ahora en sus manos estaba decidir si ganaba la tórrida historia de amor que había presenciado o sus vanos intentos por enmendar su conciencia marchita.
Lucifer debía sentirse solo en aquel trono de poder e inmunidad. "Ya no más", pensó vagamente.
Miró largamente el revólver cargado en su mesa de noche y sintiendo el cuerpo pesado tomó el arma en sus manos. Miró el espejo de su tocador largamente y dejó el arma allí.
"Tu fachada se está derrumbando" sonrió al espejo, ¡diablos si lo sabía! Y no entendía por qué no la afectaba como debería.
El agua empezaba a subir, subía turbia por las paredes putrefacta de la ciudad y cuando la oscuridad lo cubriera todo no quedaría ángel en pie.
De escoger bando correcto su dios le debería una; la necesitaban y ella necesitaba volver a su maldad natal. Necesitaba recordar cómo se sienten las llamas del infierno quemándole la piel, el olor de la pólvora diciéndole qué hacer.
Había intentado ser buena, de verdad lo había intentado. Pero incluso las chicas buenas van al infierno, incluso dios tiene enemigos.
Tomó el revólver y fue por ropa más acorde. Buscaría a Flug, le contaría todo lo que su eventual pareja ya sabía.
El infierno había llegado a Hatsville y ella quería tener al diablo en su equipo.