Chapter Text
El sol de media mañana se derramaba directo a través de las contraventanas de madera, y el calor matutino comenzaba a calentar la habitación que aún conservaba el frío de la madrugada invernal, pero Gabrielle apenas lo notó. El aire matutino traía consigo el susurro distante de la vida en la Nación Amazona, pero todo eso parecía existir en otro mundo, uno separado del refugio cálido que había encontrado entre los brazos de Xena.
Se movió ligeramente, ajustándose contra el cuerpo que había añorado durante demasiadas noches vacías. La piel de Xena aún irradiaba calor contra la suya, real y sólida como ningún sueño había podido ofrecerle jamás. Gabrielle cerró los ojos, permitiendo que los recuerdos de la noche anterior fluyeran a través de ella.
Había algo profundamente catártico en la forma en que había cedido completamente el control. Las manos de la guerrera habían trazado senderos familiares sobre su piel con una reverencia que bordeaba la adoración, como si estuviera redescubriendo un territorio después de un largo exilio. Cada caricia había sido una pregunta, y Gabrielle había respondido con la entrega total.
Recordó el momento preciso en que Xena murmuró su nombre contra su cuello, con esa voz ronca que hacía que su cuerpo temblara. La danza que siguió había sido una sinfonía de reconocimiento mutuo de gemidos, suspiros y respiraciones entrecortadas. Xena había tomado la iniciativa con su confianza tomando las riendas, pero esta vez había algo diferente: una ternura nueva, propiciada por el valor de cada momento compartido.
Gabrielle se mordió el labio al recordar cómo sus respiraciones se habían sincronizado, convirtiéndose en un único compás que latía entre ellas. Las manos de Xena habían encontrado cada lugar donde había vivido la soledad, y con toques que eran oración y absolución a la vez, manejándolos con la paciencia de quien sabe que tiene toda la eternidad.
El momento en que se convirtieron en una sola entidad no fue solo el encuentro de dos cuerpos hambrientos, fue la reunión de dos mitades de una misma alma que habían permanecido desgarradas por culpa de fuerzas más grandes que ellas. Y ahora, el universo les regalaba estás horas juntas, para sanar su pasado.
En ese instante de unión total, Gabrielle había sentido que el tiempo se había vuelto espeso como la miel, cada sensación se había magnificado hasta convertirse en algo espiritual. Era como si sus esencias se hubieran fundido, creando algo nuevo y poderoso que trascendía la mera carne. Por un momento eterno, no hubo Gabrielle ni Xena, sólo una fuerza única hecha de amor que pulsaba con a un ritmo más antiguo que los dioses.
Las ondas de placer que siguieron le habían hecho sentir a Gabrielle que estaba siendo reescrita desde adentro, con cada una de las células de su cuerpo recordando finalmente para qué había sido creada.
Cuando el clímax las había envuelto, vino consigo el primer paso para la resurrección. Xena volvía a sentir lo era estar viva y lo que significa poder sentirlo. Y Gabrielle, renacía completamente de las tinieblas desde Higuchi. Ambas, completas otra vez.
Ahora, en la quietud del amanecer, Gabrielle podía sentir aún los ecos de esa unión reverberando en cada fibra de su ser. Su cuerpo conservaba la memoria de cada toque, cada beso, cada momento. Con las huellas de Xena sobre su piel y su alma.
Gabrielle abrió los ojos y miró el rostro relajado de Xena, suavizado por el sueño y bañado por la luz. Se permitió creer completamente que esto era real, que no despertaría para encontrar brazos vacíos y el frío mordiente de la soledad.
Deslizó sus dedos por el cabello oscuro, maravillándose aún de la calidez que emanaba del cuerpo junto al suyo.
El aire frío de la mañana tocó su piel desnuda, pero Gabrielle apenas sintió frío.
Se acurrucó más cerca de Xena, inhalando su aroma familiar, permitiéndose este momento de gracia perfecta antes de que el mundo exterior reclamara su atención. Por ahora, por estos momentos preciosos de la mañana, podía simplemente ser una mujer en los brazos de su alma gemela, completa y en paz de una forma que había temido no volver a experimentar jamás.
En la distancia, escuchó los sonidos vibrante de la aldea, pero Gabrielle no tenía prisa por levantarse. Este momento, esta quietud sagrada donde solo existían ella y Xena, era un regalo que había esperado dos años para recibir. No lo desperdiciaría apresurándose hacia un futuro incierto cuando podía saborear plenamente la perfección del presente.
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Gabrielle abrió los ojos y miró el rostro relajado de Xena, suavizado por el sueño y bañado por la luz tenue del amanecer.
Pero la mañana avanzaba, y el frío que se filtraba por las rendijas de la cabaña traía consigo la promesa temprana del invierno. Con reluctancia infinita, Gabrielle se separó del calor del cuerpo de Xena, sintiendo como si estuviera arrancando una parte de sí misma. Una de las dos tenía que ser más fuerte y poner en marcha su día. No obstante, cada centímetro de distancia que ponía entre ellas era una punzada de dolor, pero las necesidades mundanas reclamaban su atención.
Se envolvió en una manta y se dirigió hacia el fuego ahora extinguido, regresando a la vida sus flama con la práctica de años de vida en campamentos. Las llamas renacieron lentamente, mientras Gabrielle se vestía y una vez finalizada, colgó la caldera sobre las brasas. El agua pronto comenzó a cantar con ese siseo suave que prometía calor en una mañana que mordía con dientes de hielo.
Mientras esperaba que el agua hirviera, desenvolvió con cuidado de un trozo de tela, dónde había pan del día anterior, aún bueno pero que necesitaba el beso del calor para recobrar su buen sabor. Lo envolvió en un paño húmedo y lo acercó al fuego, permitiendo que el vapor lo suavizara mientras preparaba las hierbas para la infusión. El aroma de la melisa y la menta comenzó a llenar el aire, mezclándose con el olor a madera quemada y creando esa atmósfera hogareña que había añorado en tantas mañanas solitarias.
Gabrielle se había perdido en la rutina de preparar el desayuno cuando sintió unos brazos fuertes rodeándola por la espalda. El sobresalto inicial se convirtió instantáneamente en un suspiro de pura felicidad cuando reconoció el toque de Xena, su cuerpo fusionándose automáticamente contra el calor que se presionaba detrás de ella.
"Buenos días," murmuró Xena contra su oído, su voz aún áspera por el sueño pero cargada de amor. Sus labios encontraron el punto sensible donde el cuello se encontraba con el hombro, depositando un beso que envió escalofríos de placer por toda la columna de Gabrielle.
"Pensé que seguías dormida," susurró Gabrielle, inclinándose hacia atrás para disfrutar plenamente del abrazo. "No quería despertarte."
"Tu ausencia me despertó," respondió Xena, apretándola más contra sí. "Más de un año sin sentirse así fueron suficientes. No quiero desperdiciar ni un momento de este tiempo prestado."
Gabrielle miró a Xena con una sonrisa triste. No sabía cuánto duraría pero ella también deseaba disfrutar cada instante con Xena.
Se besaron lentamente, llenando sus cuerpos del calor de la hoguera. Cuando finalmente se separaron, Xena ayudó a Gabrielle a servir la infusión humeante en dos cuencos. Sus manos se rozaban constantemente mientras trabajaban juntas, pequeños toques que eran excusas para mantener la conexión física. Cuando Gabrielle alcanzó el aceite de oliva, Xena se lo quitó suavemente de las manos.
"Permíteme," dijo, y con cuidado roció el aceite dorado sobre el pan caliente hasta que brilló como ámbar líquido. Sabía exactamente cuánto le gustaba a Gabrielle, conocía cada una de sus preferencias como si fueran suyas. Era un gesto simple, pero cargado del tipo de complicidad que sólo viene de años de compartir desayunos, comidas y vidas enteras.
Se sentaron a la mesa una frente a la otra, pero incluso esa pequeña distancia se sentía como demasiado después de lo vivido esa noche. Sus pies se encontraron bajo la mesa, y Gabrielle envolvió sus dedos alrededor de la taza caliente, tanto para calentarse como para tener algo que hacer con las manos que temblaban ligeramente.
"Xena," comenzó, su voz apenas audible por encima del crepitar del fuego. "¿Cuánto tiempo...? ¿Cuánto tiempo te quedarás aquí?"
La pregunta flotó entre ellas como una hoja de otoño, frágil y cargada de todo el miedo que Gabrielle había estado tratando de reprimir. Vio como la expresión de Xena se nublaba ligeramente, esa sombra de incertidumbre que conocía demasiado bien.
"No lo sé con certeza," admitió Xena, bajando su taza y extendiendo su mano para cubrir la de Gabrielle. "El regalo de Cosmos... creo que puede terminar cuando el sol se ponga. Tal vez antes."
El corazón de Gabrielle se contrajo dolorosamente. "¿Horas? ¿Solo tenemos horas?"
"No lo sé," repitió Xena, cargada de emoción contenida. "Podría ser más tiempo, podría ser menos. Pero Gabrielle..." Apretó su mano con más fuerza. "Debemos poner en marcha un plan. Necesitamos actuar pronto o todo esto se esfumará, para siempre."
Quedaba suspendida en el aire una pregunta entre las dos.
¿Hasta qué punto estaba dispuesta Gabrielle a preparar un plan para traer de regreso a Xena pero que implicaba un sacrificio de Ephy?
Gabrielle se puso de pie y Xena supo hacia dónde fueron sus pensamientos. La siguió y la abrazó de nuevo, y le dijo:
"Sé que estás preocupada por ella, pero te prometo que no dejaré que nada le suceda"
"Lo prometes"
"Lo prometo" dijo ya con su frente pegada a la de Gabrielle "Cada minuto contigo vale más para mí que ninguna otra cosa en el universo."
Xena se inclinó hacia Gabrielle, sus labios encontrándose en un beso suave y prolongado que sabía a promesas silenciosas y tiempo prestado. Sus frentes se tocaron cuando se separaron, y Gabrielle cerró los ojos, memorizando la sensación de los brazos de Xena rodeándola, el calor de su aliento contra su piel.
"Quiero que sepas," susurró Xena, " que estos momentos contigo han valido cada segundo de espera."
El sonido de pasos en el exterior interrumpió su intimidad. Gabrielle se separó ligeramente de Xena justo cuando la puerta de la cabaña se abría, dejando entrar una ráfaga de aire frío junto con una figura envuelta en una capa de viaje.
"Gabrielle, he traído pescado fresco del río y algunos vegetales que..." La voz se detuvo abruptamente.
Ephy se quedó inmóvil después de cruzar el umbral, sus ojos moviéndose entre Gabrielle y la desconocida que tenía sus brazos alrededor de su madre. El saco de provisiones resbaló ligeramente de su hombro mientras procesaba la escena: Garielle, junto a una mujer morena de cabello negro que no reconocía como ninguna de las amazonas de la villa.
"Ephy," dijo Gabrielle, caminando hacia ella, su voz cargada de una mezcla de sorpresa y algo que su hija no podía identificar del todo. "No esperaba que regresaras tan temprano."
La joven amazona dejó las provisiones en el suelo, su postura tensándose instintivamente. Sus ojos, del mismo color que los de Gabrielle, se fijaron en la extraña con desconfianza cautelosa.
"¿Quién es ella?" preguntó, sin apartar la mirada de Xena.
Xena avanzó lentamente, con movimientos deliberadamente no amenazantes, reconociendo la actitud protectora de la joven. Estudió el rostro de Ephy con curiosidad, tomando nota de los rasgos que hablaban de su herencia: la piel ligeramente olivácea, el cabello negro azabache que caía en ondas suaves hasta sus hombros y los pómulos que no se parecían en nada a los de Gabrielle.
Pero luego sus ojos se encontraron con los de la joven, y Xena sintió una familiaridad inmediata.
"Ephy," dijo Gabrielle, extendiendo una mano hacia cada una de ellas, "quiero presentarte a alguien muy especial. Esta es Xena... mi alma gemela."
Los ojos de Ephy se abrieron como platos, el nombre golpeándola como un rayo. Lo había escuchado recientemente en los momentos cuando su madre creía que ella dormía pero en realidad la escuchaba llorar. Pero lo cierto era que lo había escuchado en las historias contadas junto al fuego cuando crecía. Las amazonas, unas con respeto otras con resentimiento, de Xena la Conquistadora.
Sólo quedaba un pequeño detalle, Xena también estaba muerta en ese mundo. O eso le habían contado.
"Pero... tú estás..." Ephy tartamudeó, mirando entre su madre y la mujer que se suponía había muerto hace tiempo. "Quiero decir… Se supone que estás..."
"Lo estoy" dijo sonriendo algo incómoda con lo extraño de su propia respuesta" mi presencia aquí es sólo temporal".
Ephy sacudió la cabeza, tratando de procesar lo imposible. "¿Temporal?
"Así es."
Xena dio un paso adelante, su expresión suavizándose mientras estudiaba el rostro de la joven con nueva comprensión.
"Tienes los mismos ojos que tu madre," dijo finalmente, con voz gentil. "Exactamente el mismo color. Y puedo ver también que eres muy parecida a la de Gabrielle, tienes lo que necesita para ser una gran guerrera."
Gabrielle sintió una felicidad inexplicable. Después de semanas pensando que Ephy no compartía rasgos físicos en lo absoluto con ella, había sido Xena quien finalmente había visto la conexión.
"¿En serio crees que nos parecemos?" preguntó Gabrielle, su voz ligeramente emocionada.
"Absolutamente," confirmó Xena, sin dudar. "Tiene esa expresión tuya cuando está confundida y mira, sus manos son iguales a la tuyas. Apuesto que blande la espada igual que tú." dijo confiada en su respuesta.
Ephy bajó la mirada e inspeccionó sus manos para saber si Xena decía la verdad.
"¿Lo ves? Es tu misma cara cuando no sabes lo que pasa" sentenció.
Gabrielle la golpeó ligeramente en el brazo.
Ephy, que había estado tensa y desconfiada, sintió algo ablandarse en su interior. Nadie había visto esa conexión antes, nadie había validado el vínculo que ella sentía con su madre. No pudo evitar sonreír.
"Así que tú eres Xena," dijo finalmente, su voz aún cautelosa pero con menos hostilidad. Mi… madre ha hablado mucho de ti."
"Y yo he deseado conocerte desde el momento en que supe que existías," respondió Xena sinceramente.
Ambas se estrecharon la mano, felices de conocerse al fin.
"¿Cómo es que estás aquí?" preguntó Ephy.
"Tengo horas, tal vez menos," explicó Xena, observando cómo la confusión se intensificaba en el rostro de la joven. "Un aliado me ha permitido estar aquí físicamente, pero no durará mucho. Su nombre es Cosmos y es uno de los dioses primigenios."
Ephy frunció el ceño.
"Lo conozco, ¿cierto? ¿Es el mismo que me ayudó a llegar aquí?"
Gabrielle y Xena intercambiaron una mirada significativa.
"Sí, Cosmos está detrás de todo esto" admitió Gabrielle. "Y creo también que te envió por una razón."
"Escucha, hay una razón para que Cosmos interviniera en tu llegada. Él te ayudó a cruzar entre mundos, porque hay algo que debes hacer. Algo que yo no puedo hacer sola.”
Ephy tragó saliva. “¿Qué cosa?”
“Detener a Dahak.”
El nombre cayó como una piedra en el silencio. Gabrielle se tensó, pero no intervino. Xena continuó.
Xena se volvió hacia Ephy con una gravedad que no había mostrado hasta entonces. "Hay algo que debes saber. El mundo en el que estás ahora… está en equilibrio. Mi muerte lo permitió. No fue solo redención personal. Fue un acto que estabilizó el tejido mismo de la existencia."
Ephy frunció el ceño. "¿Entonces por qué traer de vuelta a alguien que ya hizo lo correcto?"
"Porque Dahak no ha desaparecido."
Ephy se quedó en silencio, procesando. “¿Dahak? No sé quién es él.”
Gabrielle se acercó, su mirada fija en su hija.
"Y no sabes cuánto me alegro de que no lo sepas".
Ephy vio dos cosas que la inquietaron en la mirada de Gabrielle: miedo y dolor.
"Dahak es la oscuridad misma." Xena bajó la mirada. "Y si regresa, no sólo nos arrebatará todo sino que esta vez destruirá todo el universo. Todos los universos."
Gabrielle suspiró de una manera que a Ephy le pareció más rabia que otra cosa. Y comenzaba a asustarle.
"Mi muerte cerró una puerta. Pero él se aprovechó de eso, mi ausencia. Devoró a todas su versiones en otros universos y se ha vuelto más poderoso que nunca. De alguna manera Dahak sabe que si yo regreso, ese equilibrio se rompe."
Gabrielle intervino, con voz baja pero firme. “No es sólo que Xena vuelva. Es que al hacerlo, el universo exige un contrapeso. Un sacrificio que mantenga el balance que su muerte creó.”
Xena asintió. “Y ese sacrificio debe venir de alguien que pueda soportarlo. Alguien con una chispa divina en su alma. Alguien como tú.”
Las manos de Ephy temblaron ligeramente. "¿Cómo sabes eso?”
"Fuiste creada por Afrodita," dijo Xena directamente. "De una manera que te hace... única."
"Porque," continuó Xena, "esa conexión divina que corre por tus venas, es exactamente lo que necesitamos para un ritual. Un ritual que podría traerme de vuelta a la vida completamente."
Ephy se quedó inmóvil, procesando las palabras. "¿Me están diciendo que vine aquí... para ayudar a resucitarte?"
"Creemos que sí," respondió Gabrielle gentilmente. "Y creemos que quien te ayudó a llegar aquí sabía exactamente lo que estaba haciendo."
El peso de esa revelación cayó sobre Ephy como una ola fría, y por primera vez desde su llegada, comenzó a entender que su viaje había sido parte de algo mucho más grande de lo que había imaginado.
Ephy se quedó en silencio por un momento, sus ojos moviéndose entre ambas mujeres, claramente luchando por entender la situación. "Esto es... mucho que asimilar.”
“Claro que lo es." Sentenció Gabrielle. "Xena sé que tienes poco tiempo pero esto demasiado ahora". dijo interponiendose entre Xena y Ephy.
" Gabrielle, no tenemos tiempo que perder, Dahak puede dar el primer golpe en cualquier momento. "
" Si Dahak es todo lo terrible que me han contado, " dijo interrumpiendo entre las dos " me temo que ya es demasiado tarde."
¿Qué dices, Ephy?" preguntó Gabrielle.
"Está convirtiendo a aldeanos en una clase de cuerpo sin mente, llenos de ira… o maldad." Infirió "Son realmente fuertes. Me enfrenté a ellos de regreso a casa, habían derribado un pequeño carruaje de sacerdotisas de Afrodita. Obtuve esto pero pudimos escapar." dijo retirando la capa de sus hombros.
Gabrielle se acercó, el aroma del té de lavanda aún en el aire. Observó la herida en el brazo de Ephy con una mueca de preocupación.
"Dahak está construyendo un ejército dijo Xena".
Gabrielle la observó un momento, negando con la cabeza, y concentrándose de nuevo en la herida de Ephy. Luego se volvió hacia la pequeña bolsa que la joven había dejado junto a la entrada.
“¿Tienes corteza de salvia?” preguntó con tono suave.
Ephy asintió, rebuscando entre los envoltorios de tela. “Sí, la recogí en el camino. Pensé que podríamos necesitarla.”
Gabrielle sonrió apenas, tomando el recipiente donde había preparado el té. “Perfecto.”
La lavanda ya estaba infusionada. Gabrielle la mezcló con la salvia para limpiar la herida. Ayudaría a que sanara mejor.
Mientras Ephy se sentaba, Gabrielle comenzó a triturar la corteza, añadiéndola al líquido tibio. El aroma se volvió más profundo, más terroso. Cuando empapó el paño y lo colocó sobre el brazo de Ephy, lo hizo con una delicadeza que hablaba de algo más que experiencia cuando heridas de la batalla.
Era cuidado. Era amor.
Xena observaba la escena. Por un lado, se encontraba conmovida ante la dedicación amorosa de madre a hija. Pero por el otro, ya comenzaba a maquilar un plan. Necesitaba actuar pronto.
"Gabrielle debes advertir a Varia, las amazonas deben estar preparadas." dijo después de que ella terminó de colocar vendajes limpios en el antebrazo de Ephy.
De repente, Ephy se enderezó como si hubiera recordado algo importante. "Gabrielle, olvidé decirte algo. Varia te está buscando."
Gabrielle suspiró. "Seguramente se enteró de que ayer estuve haciendo preguntas en la aldea. Le diré lo que sabemos, la nación debe estar lista para lo peor."
Xena frunció el ceño con gravedad en sus palabras. "Gabrielle, con lo que se viene, tienen que ser muy cuidadosas. Especialmente si Hope también está de regreso."
"¿Quién es Hope?" preguntó Ephy, notando inmediatamente el cambio en la atmósfera de la habitación que le siguió.
Gabrielle le daba la espalda, pero pudo notar cómo se tensó instantáneamente. La reina amazona cerró los ojos como si hubiera sentido un dolor físico.
Xena comenzó a hablar: "Hope es..."
"No," la interrumpió Gabrielle, su voz apenas un susurro. Se giró lentamente hacia Ephy, su rostro pálido pero decidido. "Yo le contaré."
Respiró profundamente antes de continuar. "Todo comenzó hace muchos años, cuando Xena y yo viajábamos por Britania. Habíamos ido hasta ahí para detener a César, pero lo que encontramos fue... algo mucho más oscuro."
Su voz se quebró ligeramente, y Xena se acercó más, ofreciendo su presencia como ancla.
"D ahak, " continuó Gabrielle " era un dios oscuro adorado por su culto maligno. Era... es... el mal puro. La antítesis de todo lo que representa la luz, el amor, la vida misma. Ellos tenían un templo en su honor. En ese momento no lo supe, pero me llevaron ahí, con ese lugar de fuego eterno y rituales de sangre.
" Fue mi responsabilidad " dijo Xena. " Yo la abandoné con ellos. Quería mi venganza y te abandoné. "
" No, ya hemos pasado por esto, Xena. No fue tu culpa, ni la mía. "
Xena asintió peor a los ojos de Ephy no sé veía del todo convencida.
Gabrielle se cubrió el rostro con una mano al recordar.
" Me engañaron para derramar sangre en su altar. Creí estar protegiendo a un inocente pero no podía estar más lejos de la verdad. " respiró profundamente " Crucé el fuego sagrado de Dahak. Y en el momento en que lo hice, él... me poseyó. Se apoderó de mí, y yo... yo quedé embarazada sin saberlo. "
Ephy sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
" Poco tiempo después Hope nació a partir de ese hecho, ella era mi hija. Tenía mi sangre, mi apariencia. Dahak la había creado usando mi esencia, pero también había puesto su propia oscuridad en ella. "
Gabrielle se secó una lágrima y continuó con voz más firme.
" Cuando nació, era hermosa. Perfecta. Parecía una bebé normal, y yo... yo la amé desde el primer momento. Era mi hija, sin importar cómo hubiera sido concebida. Pero muy pronto supimos la verdad, o al menos Xena lo hizo. "
El relato se volvía cada vez más difícil para Gabrielle y Ephy lo notaba.
" No tienes que continuar " dijo casi en un susurro y dividida entre la ira y la tristeza de ver a Gabrielle sufrir .
"No" dijo con firmeza "Quiero contarte todo."
Ephy asintió resignada.
" Hope tenía el poder de Dahak corriendo por sus venas. Podía matar con sólo su pensamiento. Le mentí a Xena y le dije que le había quitado la vida. Pero era una bebé y yo era su madre. No puede hacerlo. Y de eso me arrepentiré toda mi vida. "
El dolor de Gabrielle encontró eco en el rostro de Ephy. Ella quería decirle que parara y sólo quería abrazarla, pero le dejó continuar.
" Pensé que el amor podría redimirla, aunque fuera lejos de mí " susurró Gabrielle " . Pensé que si crecía rodeada de bondad, de cariño, de todo lo contrario a lo que representaba Dahak, podría elegir ser diferente.
" ¿Pero no funcionó? " dijo Xena con la mirada oscura de tristeza y tal vez odio.
" No " la voz de Gabrielle se quebró de nuevo. " Hope creció, y la oscuridad de Dahak ya era más fuerte en ella. Aún era una niña. Pero ya no era inocente. Se alió con Callisto. Fingió ser otra. Me manipuló. Me hizo llevarla hasta Solan.”
Xena cerró los ojos. Ephy sintió que algo se quebraba en el aire.
“Solan era el hijo de Xena,” dijo Gabrielle. “Y Hope lo asesinó.”
El silencio que siguió fue absoluto. Ni el fuego se atrevía a crepitar.
“Cuando entendí que Hope no podía cambiar, que el amor no bastaba, hice lo impensable,” dijo Gabrielle, con la voz quebrada. “Le di veneno con mis propias manos. Era mi hija, y aún así… lo hice. Y después, cuando la vi morir, cuando el dolor me atravesó como nunca antes, tomé el veneno y estuve a punto de beberlo también. Pero no pude. Algo dentro de mí me detuvo. Derramé el veneno en la tierra, y desde entonces he vivido con esa decisión tatuada en el alma.”
“Después de eso… no hubo vuelta atrás. Xena y yo nos separamos. El dolor era demasiado. La traición, insoportable. .Pasamos demasiado despué s de eso para volver a juntar nuestros caminos.”
“Pero lo hicimos. Y nada nos ha separado desde entonces.” Dijo Xena con una sonrisa triste.
Ephy se acercó lentamente, sin decir palabra. Se sentó junto a Gabrielle y tomó su mano.”
“Creo que ahora entiendo, más de lo que imaginas… mamá”.
Gabrielle le sonrió y la abrazó. Era la primera vez que Ephy la llamaba así.
“Pero yo no soy ella, y nunca te haría daño”.
“Oh, Ephy, lo sé.” dijo Gabrielle, con voz temblorosa. “Tú no eres Hope. Pero debes saber lo que Dahak puede hacer. Lo que puede convertir en arma. Incluso el amor. Y de eso sí tengo miedo, no podría soportar si algo te pasa por mi culpa.”
Xena se acercó por detrás, colocando una mano sobre el hombro de ambas.
“Ahora tú debes elegir con claridad. Porque si Dahak vuelve, lo hará con todo lo que alguna vez nos rompió. Y tú… tú eres lo que él no puede controlar en este mundo.”
Ephy no respondió de inmediato. Sólo apretó la mano de Gabrielle con fuerza.
El silencio no era de duda, sino de peso. El peso de una verdad demasiado grande para una sola persona. Ephy miró la mano de Gabrielle entre las suyas, luego alzó la vista, primero hacia Xena y después de nuevo hacia su madre. En sus ojos no había rastro del miedo personal que Gabrielle esperaba ver, sino una feroz y clara determinación que heló la sangre en sus venas.
"Entonces él ya está aquí," dijo Ephy, y su voz no temblaba. Era la voz serena y firme de una princesa que evalúa una amenaza a su pueblo. "No atacará a ciegas. Golpeará donde más nos duela. Donde seamos más vulnerables." Su mirada se volvió hacia la puerta, como si pudiera ver a través de la madera, hacia la aldea amazona y más allá, hacia el templo de Afrodita en Abdera. "Él irá por los vulnerables. Por los que no pueden pelear. Por los que amamos."
Se puso de pie, soltando la mano de Gabrielle con una lentitud que hablaba de una decisión ya tomada. Su postura era erguida, la de una guerrera que acepta las órdenes de una batalla inevitable.
"En un principio, me pregunté por qué llegué aquí, pero luego todo cambió cuando supe que Gabrielle necesitaba de mi ayuda. Pero ahora sé que mi viaje nunca fue una casualidad. Fue una estrategia. La de Cosmos." Hizo una pausa, absorbiendo el impacto de sus propias palabras. "No vine aquí sólo para traer de vuelta a una guerrera. Vine para detener algo que puede destruir nuestros mundos. Xena, acepto ser ese sacrificio."
Gabrielle se puso de pie de un salto. "¡No! Ephy, no digas eso. No vamos a usarte como carnada.”
"¡No se trata de usarme!" La voz de Ephy retumbó con una autoridad que no habían escuchado antes. "Se trata de elegir el campo de batalla. Si Dahak viene por mí, lo alejamos de aquí. De la Nación. De… "
El nombre de la suma sacerdotisa de Arbdera surgió en sus pensamientos, revelando la profundidad de su temor. "Y mientras él se concentra en mí, nosotras podemos llevar a cabo el ritual. Es un costo que estoy dispuesta a pagar."
Miró directamente a Xena. "Sé que tu tiempo aquí es fugaz, pero ¿ayudarías a preparar a las amazonas para la batalla?
"Estaría muy feliz de hacerlo" dijo Xena decidida y feliz de poder saborear el campo de batalla.
"Y mamá," se volvió hacia Gabrielle, su expresión suavizándose por un instante, "me enseñarás todo lo que pueda absorber sobre Hope. Sobre Dahak. Porque si voy a ser el señuelo que atrae a la oscuridad, necesito conocer a lo que la Nación Amazona se está enfrentando."
Xena asintió lentamente, un destello de orgullo y un inmenso dolor cruzando su rostro. Reconocía el valor de un soldado que elige el frente más peligroso para salvar a los demás.
"¿Estás segura?" preguntó Xena, dijo en una pregunta casi retadora y con media sonrisa.
Ephy esbozó sonrisa imbatible. "Soy una princesa amazona, es mi deber y mi elección. Además, también soy la hija de Gabrielle, ¿no? ¿Cuándo hemos elegido nosotras el camino fácil?"
El sonido de unos nudillos golpeando con urgencia la puerta de la cabaña hizo que las tres se sobre saltaran.
"¿Reina Gabrielle? ¿Princesa Ephy?" La voz que llegó desde el exterior era joven, clara y teñida de una preocupación que no lograba ocultar su tono inherentemente amable.
Gabrielle se separó de Ephy, componiendo su expresión. "Adelante."
La puerta se abrió para revelar a una joven amazona. Era Kharis, sus ojos azules, barrieron la habitación, deteniéndose por un instante en la inesperada presencia de Xena antes de volver a Gabrielle.
"Varia ha partido," anunció, sin preámbulos. "Llevó a una cuadrilla de nuestras mejores guerreras al otro lado de las montañas. Un mensajero llegó jadeante hace unos minutos... la aldea de Tiroa, una aldea aliada del norte, está siendo atacada."
Ephy intercambió una mirada con Gabrielle y Xena. No hacía falta decirlo en voz alta. Dahak.
"Kharis, ensilla nuestros caballos. Tres," ordenó Gabrielle, su voz recuperando la autoridad de la reina que era. La joven asintió y partió velozmente.
En minutos, las tres mujeres salían de la cabaña. Kharis las esperaba junto a los corrales, no con tres, sino con cinco corceles impacientes. A su lado, otras dos jóvenes ya montadas las esperaban.
Diônê, con una mezcla de emoción y ferocidad contenida, saludó con una inclinación de cabeza. Su complexión atlética se tensaba sobre la montura, lista para la acción. "No pensaban irse sin nosotras, ¿verdad?" dijo, con una sonrisa que no lograba ocultar la seriedad de la situación.
A su lado, Rhodē permanecía serena sobre su caballo. Su rubio brillaba bajo el sol invernal. Asintió hacia Ephy, una muestra de apoyo inquebrantable. "Estamos aquí para servirle, mi reina".
Por su parte, Ephy miró a Gabrielle, feliz de al menos haber recuperado algo hermoso frente a la oscuridad que se avencinaba. Las cinco amazonas de la tribu Telaquire partieron junto a Xena.
El trayecto hasta la puerta de la aldea fue una estela de murmullos y miradas de incredulidad. Susurros de "Xena" y "¿Es realmente ella?" se elevaron entre las amazonas que se detenían a observar el improbable grupo: su reina barda, su princesa misteriosa, la legendaria guerrera resucitada y las tres hermanas de confianza cabalgando juntas hacia una batalla incierta.
La guerra, tal y como Ephy había predicho, ya había comenzado.