Chapter Text
¡CLANG CLANG!
Ese fue el ruido que hizo la espada de Xie Lian al ser violentamente lanzada al contenedor de basura. Si ser descubierto con un arma antigua por la calle era bastante raro de por sí, hacerla desaparecer en el aire con magia era incluso más difícil de explicar, por lo que no se le había ocurrido otra forma en ese momento para ocultarla.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó San Lang enarcando una ceja.
¡BONG! PAF.
Xie Lian dio una fuerte patada, desestabilizando la tapa y haciendo que el contenedor se cerrara. Contra todo escrúpulo, apoyó el brazo sobre el objeto en un vano intento de parecer casual.
—Eh… Será que hay mucha chatarra ahí dentro —se excusó—. Quizá algún animal la esté revolviendo. Lo mejor será no mirar.
—Oh —fue lo único que dijo el joven. No estaba seguro de si lo había convencido, pero no mostraba intención de seguir preguntando.
Con un cierto donaire, San Lang se puso en pie y se sacudió la ropa. A Xie Lian le pareció que estaba demasiado limpia para alguien que llevaba un tiempo sentado al lado de la basura, pero en ese momento, de los dos, él era el más extraño, así que no tenía derecho a decir nada.
—¿Qué trae a gege por aquí? —preguntó San Lang.
—Eso debería preguntar yo —respondió Xie Lian con algo de preocupación—. ¿Por qué estás tirado en la calle?
San Lang se encogió de hombros y se llevó las manos a la cabeza, usándolas de apoyo para descansarla.
—Estaba pasando el rato, no tengo nada que hacer —se limitó a explicar.
Había algo extraño en la forma en que lo decía. Para empezar, aunque uno tuviera tiempo libre, no lo pasaría descansando al lado de la suciedad y la mugre. Una vez, Xie Lian oyó que María Antonieta —sí, la que murió durante la Revolución Francesa— quiso construir un pueblo entero solo para jugar a ser campesina mientras la gente moría de hambre, porque era así de caprichosa. San Lang parecía caprichoso, pero no daba la impresión de que estuviera jugando a ser vagabundo.
—¿No tienes ningún sitio al que ir? ¿Por qué no vuelves a casa?
—Me he fugado de casa.
Xie Lian mentiría si dijese que no le sorprendía. «Bueno, a fin de cuentas está en esa edad, es normal discutir un poco con los padres» pensó. Él nunca había tenido la necesidad de huir de la comodidad de su hogar, pero sabía que no todos corrían la misma suerte.
—¿Tienes algún sitio donde pasar la noche?
—Dormiré en algún banco o por ahí. Quizá si trabajo limpiando un poco en algún motel me cedan una habitación —propuso San Lang, con tanta tranquilidad que resultaba algo inquietante—. No es la primera vez.
Por mucho que lo intentara, Xie Lian no era capaz de imaginárselo limpiando el suelo o fregando los platos. Un chico así debía ser el mimado de la familia, el hermano menor que aprendía a buscarse la vida y a llevarse toda la atención de los padres; no el que acababa haciendo trabajos forzosos o desagradables. Aunque aparentara calma, debía de ser una situación algo difícil para él. Al pensarlo, se le ocurrió algo.
—¿Por qué no te quedas en mi piso?
—¿Lo dice en serio? —San Lang parecía sorprendido de verdad—. ¿No molestará a sus compañeros?
Xie Lian le restó importancia con un gesto, negando con la cabeza, a la vez que respondía:
—Estarán fuera hoy así que no habrá problema.
—Mmm…
San Lang se quedó en silencio. El brillo de sus ojos titilaba, y sus labios estaban ligeramente fruncidos. Xie Lian supuso que quería decir algo.
—¿Qué pasa?
—Estaba pensando que gege es demasiado bueno invitando a un extraño a su casa. ¿No le preocupa que pueda tratarse de alguien con malas intenciones?
—¿Eso crees? Aunque yo diría que no somos extraños —murmuró Xie Lian pensativo.
El gesto de San Lang se relajó al escuchar eso. Su sonrisa se ensanchó, volviéndose ligeramente más sincera.
—Además —continuó Xie Lian—, en todo caso, soy un idol invitándote a su casa. ¿No deberías ser tú el que esté preocupado?
—¿Es que gege planea descuartizarme y venderme a partes ahora que nadie me echará de menos? Oh, estoy muerto de miedo. —Saltaba a la vista que no estaba muerto de miedo.
—No bromees con esas cosas —reprochó Xie Lian.
—¿Lo de descuartizar gente fue demasiado duro? Lo siento.
—No, eso no. —Xie Lian clavó la mirada en San Lang—. Lo de que no hay nadie echándote de menos en casa.
En ese momento, en el carácter compuesto y despreocupado de San Lang se formó una brecha. A través de las grietas no se veía ni sorpresa ni duda, tampoco intentó restarle importancia o reiterar que solo se trataba de una broma. Solo se quedó mirando a Xie Lian.
Entonces, soltó una sonora carcajada.
—Este San Lang se ha equivocado, espero que gege pueda perdonarme.
Xie Lian quería seguir mirando tras las sutiles rendijas de vulnerabilidad que dejaba entrever, pero en cada intento San Lang corría un tupido velo con el que ocultaba sus verdaderas emociones.
—¿Gege tiene coche? Andar también está bien.
—Podemos usar la furgo… —Xie Lian pausó. Estaba rebuscando entre sus cosas hasta que se dio cuenta de que no tenía las llaves—. Esto…
San Lang se cruzó de brazos. Esperó pacientemente. Su cara llevaba tallada una mezcla entre tranquilidad y diversión. Xie Lian rebuscaba en todos los bolsillos de su mochila, pero no lograba dar con las llaves.
Ahora que lo pensaba, ¿no era Shi Qingxuan quien se hacía cargo de esas cosas? Claro, como solo utilizaban el transporte para guardar las apariencias y rara vez necesitaba conducir cuando iba por su cuenta, nunca se había preocupado por ello.
—Podemos pedir un taxi…
Xie Lian sacó su teléfono del bolsillo, solo para descubrir que estaba ardiendo. Cuando le dio la vuelta se dio cuenta de que lo había dejado desbloqueado reproduciendo un vídeo en bucle, y que la batería estaba en las últimas. La pantalla estaba tan oscura por el ahorro de energía que ni siquiera podía ver la hora.
—Ah… —gimió con pesar.
Un teléfono apareció en medio de su campo de visión. Xie Lian se giró hacia San Lang con confusión. Este le acercó más el dispositivo, en señal de ofrecimiento.
—Gege.
—Ah, ¡gracias!
Una vez hubo llamado, le devolvió el aparato. Ambos salieron de ese extraño callejón y esperaron a la llegada del transporte. Durante un tiempo, ninguno de los dos dijo nada. Aun así, el silencio no resultaba incómodo. Sin embargo, una duda seguía rondando su mente.
—Y… ¿Por qué te has escapado de casa? —preguntó.
—Una pelea con mis hermanos, nada inusual.
—Supongo que es muy difícil ser el hermano menor —rio Xie Lian.
San Lang le miró por el rabillo del ojo. Este emitía destellos de intriga.
—¿Por qué cree gege que soy el menor?
—¿No lo eres? Técnicamente se puede, pero es raro ver a familias de más de tres hijos estos días; por eso pensé que… —Xie Lian dejó de hablar.
Una opresión gélida y atenazante inundó la calle. Todo en los alrededores seguía igual pero, al mismo tiempo, era diferente. El cielo despejado se tiñó de gris, mas no había nubes; las luces de los establecimientos y edificios estaban encendidas, y aun así la iluminación se sentía distante, como tupida por una niebla densa y, a la vez, invisible. El frío inundó las calles, que de repente parecían solitarias y vacías, convertidas en una especie de páramo inhóspito. Era como adentrarse en una realidad alternativa.
El taxi llegó. Xie Lian tragó saliva y miró de reojo a San Lang, no parecía haber notado nada.
—El tiempo está un poco raro —dijo con extrañeza—. El cambio climático está muy mal.
Con toda la naturalidad del mundo, el chico abrió la puerta trasera, invitándole a entrar primero. Xie Lian procedió con cautela y se metió en el coche. San Lang le siguió. El taxista ajustó el espejo retrovisor un poco, para poder mirarlos. A pesar de la atmósfera glacial, tenía su ventanilla bajada.
—¿Adónde? —El hombre, un señor de mediana edad y de aspecto distraído, tampoco parecía afectado por la perturbación del ambiente.
Xie Lian le indicó una zona cercana a su apartamento, sin decir la dirección exacta. El vehículo inició la marcha como si nada, pero él mantuvo la guardia alta.
—Oye —preguntó el taxista por el camino—, ¿de casualidad no serás actor o algo así? Me da la sensación de que me suena tu cara.
—¿Es así? Me lo dicen bastante —respondió con una sonrisa incómoda. Una expresión algo confusa y unas palabras que reflejaran que estaba acostumbrado a recibir esos comentarios solían dar a entender que no era nadie y solo se parecía.
En el asiento contrario, San Lang soltó una risita. Xie Lian, en cambio, permaneció con la guardia alta.
—Es que siento que he visto tu cara antes, no sé en dónde —insistió el hombre, dirigiéndole miradas ocasionales a través del retrovisor—. ¡Ya sé! ¡Tú eres…!
—¡¡¡CUIDADO!!! —gritó Xie Lian.
¡BANG!
El conductor pisó el freno con violencia. El coche avanzó varios metros antes de detenerse. Xie Lian sintió cómo su cuerpo se echaba hacia adelante por la inercia, siendo detenido de chocarse contra el asiento delantero por el cinturón de seguridad. Pero cuando levantó la cabeza, no vio ni cuerpo ni sangre.
—¡Dios mío…! Ah… —El susto fue tan grande que el taxista se desmayó.
San Lang extendió el brazo y le dio un par de palmaditas. El hombre no reaccionó.
—Qué inútil, ni que hubiera matado a alguien —comentó.
—Intenta reanimarlo. Iré a comprobar qué ha pasado.
Xie Lian se desabrochó el cinturón y rápidamente bajó del coche. Habían parado justo en un cruce. Todos los semáforos estaban rojos, pero ni rastro de otros vehículos o transeúntes. En ese momento, la ciudad parecía desierta. Lo único que podía sentir era el frío desolador.
Avanzó hacia la parte delantera del vehículo para inspeccionar el impacto. En vista de que las únicas personas allí eran ellos tres, solo podía tratarse de un ser del reino demoníaco.
«¡Mi espada!» pensó. Seguía en aquel contenedor de basura. Si, en efecto, se trataba de un fantasma, al no tener otra herramienta espiritual con la que poder deshacerse de ellos rápido, no sabía si sería capaz de ocultar su verdadera identidad. No le quedaba más remedio, tendría que recurrir a la discreción.
—Ruoye —susurró Xie Lian.
Una cinta blanca que rodeaba su cuerpo, oculta entre su ropa, se soltó de sus extremidades y, lentamente, comenzó a cercar el área alrededor del vehículo. Xie Lian le hizo una señal a San Lang, que seguía ocupado pinchando al taxista, para que guardara silencio y asomó la cabeza por encima del capó. Justo en ese momento, una criatura alta se puso en pie. Vestía una mezcla extraña de pieles que le cubrían el rostro, pero por el color de sus brazos se veía que tenía la tez cenicienta. Iba acompañada por otros cuatro fantasmas idénticos, y todos llevaban una lámpara en la mano.
—¿Qué te pasa? ¿Estás tonto? —preguntó un fantasma de voz chillona al otro que habían atropellado.
—¡Algo me ha dado! —respondió este con voz atolondrada.
—¿Qué chorradas dices? Ahí no hay nada.
El fantasma chillón avanzó hacia el taxi. Sin embargo, la barrera formada por Ruoye no solo los volvía invisibles, sino que también era impenetrable. Cuando entró en contacto con ella, notó una leve resistencia y vio que no podía avanzar.
—¿Y bien? —inquirió otro fantasma con tono irritado.
—¡No se puede pasar! —respondió el fantasma chillón. Volvió a intentarlo, pero la barrera lo rechazó de nuevo—. ¡Hay un fantasma!
—¿Qué fantasma va a haber? Si nosotros somos los fantasmas —replicó un fantasma de voz perezosa.
El fantasma chillón se hartó de la situación y urgió a su compañero atolondrado.
—Es igual. ¡Tú, levántate! Vayamos por aquí.
El grupo continuó cruzando la carretera. Cuando sintió que estaban decentemente lejos, Xie Lian abrió la puerta del conductor y, con todo el cuidado que pudo, movió al taxista al asiento trasero. San Lang parecía bastante impresionado con su fuerza.
—Gege, ¿qué ha sido eso? —le preguntó el chico, invitándose a sí mismo al asiento de copiloto.
—La verdad, no estoy seguro —mintió con descaro—. Nunca me había pasado antes.
—¿En serio? Por cómo ha reaccionado, cualquiera diría que es un experto en esto —bromeó San Lang.
Xie Lian le rio la gracia. Aquello último no era del todo cierto, pero tampoco era del todo verdad. Estaba acostumbrado a lidiar con fantasmas, sí; pero nunca se había topado con un grupo de ellos en el cruce de una carretera urbana ni tenido que sustituir a un taxista desmayado. Y lo peor de todo era que, en realidad, no estaba seguro de si sería capaz de conducir. ¡Como no le hacía falta, no tenía apenas práctica!
Mientras trasteaba nerviosamente con las funciones del coche, el dueño del taxi se removió en el asiento trasero. Parecía estar recobrando la conciencia poco a poco. Lentamente, se incorporó y miró por la ventana. En la distancia, en medio del aire lúgubre, vio las pieles mestizas y los cuerpos decrépitos. La luz de sus faroles difuminaba sus siluetas.
—¡¡¡...!!! —El hombre jadeó con miedo—. ¡F-f-fan…! ¡FANTASMAS! —chilló. Se volvió a desmayar.
Como era de esperar, el grito alertó al grupo de espíritus, que rápidamente se percató de su presencia.
—¡Humanos! —gritó el fantasma chillón.
Con urgencia, Xie Lian se apresuró a poner la marcha y encender el coche. No estaba seguro de si conseguiría hacerlo avanzar lo suficientemente rápido sin que se calara, pero no tenía más remedio que intentarlo. Era su única oportunidad.
«¡Por favor, por favor, por favor!» rezaba internamente.
Pisó el acelerador. No avanzaba.
—¿¿Eh??
El cabecilla del grupo de espíritus chocó inmediatamente contra la barrera. La ilusión que los mantenía escondidos a la vista se deshizo, y Ruoye se coló por las rendijas del maletero para regresar junto a Xie Lian a escondidas. Los fantasmas estaban ahora frente a ellos.
—Gege, —San Lang extendió la mano hacia la palanca de cambios y modificó su posición con confianza—, es un coche manual.
Esta vez, Xie Lian levantó el embrague y sintió la fricción de la maquinaria. No quedaba otra opción: tendría que atropellarlos otra vez. Se preparó para pisar el acelerador al máximo.
De repente, San Lang bajó el cristal de su asiento y sacó la cabeza por la ventana:
—¿Qué hacéis? Dejad paso. ¿No veis que está en verde? —recriminó. Era cierto, el semáforo ya estaba en verde.
—¡San Lang!
El grupo de fantasmas clamó con furia. Se lanzaron hacia la puerta del chico gritando y despotricando con agresividad, lanzando toda clase de amenazas que seguramente no tendrían problema en cumplir.
—¡¿A quién le importa el color del semáforo?! ¡No sabes que somos…! ¡Ah…!
Los espíritus pararon en seco, prácticamente se congelaron en el sitio, no movían ni un solo músculo.
—¿Que sois qué? —respondió San Lang.
Así, sin más, los fantasmas pusieron pies en polvorosa y desaparecieron en la lejanía. A Xie Lian le confundió tanto la situación que se distrajo y levantó el pie del embrague. El coche dio un par de rebotes y se apagó.
—Ah… —gimoteó.
San Lang volvió a meter la cabeza en el vehículo y cerró la ventanilla. Luego, se abrochó el cinturón de seguridad y se puso cómodo en su asiento.
—Qué gente más rara, ¿no? Todavía no es Halloween —comentó, el chico como si tal cosa—. ¿Serían de alguna secta extraña?
Sin responder, Xie Lian volvió a poner en marcha el taxi y comenzó a avanzar. La atmósfera empezó a recuperar su color y calidez. Pasados unos metros, los coches y los transeúntes volvieron a aparecer. Suspiró aliviado.
Al llegar a la zona, aparcaron unas cuantas calles más lejos y dejaron al taxista en el asiento del conductor nuevamente. Xie Lian iba a sacar dinero en efectivo para dejárselo en el regazo cuando se dio cuenta de que no encontraba la cartera.
—No puede ser —murmuró para sí mismo.
Ese definitivamente no era su día.
A su lado, San Lang sacó un fajo de billetes y se lo puso al conductor en el bolsillo. Boquiabierto, Xie Lian se giró hacia él y preguntó:
—¿Tú…? ¿Cómo…? ¿De dónde…?
—¿Qué? No me voy a escapar de casa sin llevarme al menos algo para el viaje —respondió, como si fuera algo obvio. En parte, un poco sí lo era.
Pero lo que más preocupaba a Xie Lian no era de dónde sacaba San Lang sus ingresos, sino que ya había pagado por él dos veces. ¿Cómo podía mirarlo a la cara y no sentir vergüenza?
—Muchas gracias —suspiró derrotado. Tendría que encontrar otra forma de compensárselo.
San Lang le dedicó una sonrisa, aunque tuvo la amabilidad de no reírse de él ni de hacer mayor comentario.
Después de aquello, Xie Lian lo guió hasta su apartamento, haciendo todo lo posible para evitar mirarlo a la cara. No tenía valor para hacerlo. Solo quería encerrarse en su habitación y esconderse hasta que el mundo se acabara.
Mientras se compadecía a sí mismo, otro pensamiento asaltó su mente.
«¡Mi espada!».
Tendría que ir a recogerla en otro momento.
