Chapter 1: Las sombras del Hokage, parte I
Summary:
Minato quiere la paz, pero él es el arma más poderosa en una guerra fría.
Chapter Text
La cumbre de los Kages
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Cinco años después del fin de la Tercera Guerra Ninja.
El cielo del País del Té estaba cubierto por una bruma salada. Desde la costa, el sonido del mar golpeando las rocas se mezclaba con el susurro del viento.
Minato Namikaze descendió del carruaje con la elegancia de quien sabe que todos los ojos lo observan, incluso antes de verlo.
Su capa blanca, marcada con el fuego de los Hokage, se agitó suavemente mientras avanzaba hacia el salón principal de la cumbre.
No llevaba guardaespaldas hasta la cumbre, los dejaron esperando en la posada. Sabía que ya daba suficiente con su presencia.
Solo su sombra.
Solo su reputación.
En la entrada, un shinobi neutral del País del Té hizo una reverencia profunda.
—Hokage-sama… los otros Kage ya lo esperan.
Minato afirmó.
En su interior, el aire se sintió distinto: denso, medido, peligroso.
Sabía que no era una reunión de paz… sino de evaluación . Él era el punto de equilibrio, pero también la mayor amenaza para los demás.
Al cruzar las puertas, el silencio se partió en fragmentos tensos.
En el centro, una mesa circular tallada en piedra.
Cinco sillas, cinco banderas.
Cinco mundos distintos obligados a fingir unidad.
El primero en hablar fue Ōnoki , el viejo Tsuchikage.
Su mirada cargaba años y rencores.
—Vaya, vaya… el Relámpago Amarillo de Konoha honra nuestra presencia. —Sonrió con esa amargura que solo un veterano puede sostener—. No creí que un hombre con tanto poder tuviera tiempo para charlas de ancianos.
Minato no respondió de inmediato. Sabía que el viejo aún le guardaba rencor por lo sucedido en la última guerra, pero no se podía hacer nada por algo de lo que de todas maneras no se arrepiente.
Dejó que las palabras se hundieron en el aire, que el eco de la provocación se desgastara solo.
Luego sonó con cortesía impecable.
—Al contrario, Tsuchikage-dono. Creo que después de tantos funerales, una charla entre líderes no debería verse como un lujo… sino como una necesidad.
El silencio era casi audible.
Incluso el Kazekage —un hombre rígido, de mirada dorada y expresión calculadora— bajó la vista un instante.
A la derecha de Minato, el Raikage apoyó ambos brazos sobre la mesa.
El brillo de su musculatura contrastaba con la serenidad del Hokage.
—Bonitas palabras, Minato. Pero los ideales no detuvieron guerras. —Su voz fue como un verdadero contenido—. La paz solo dura mientras los poderosos se contienen. Y tú... eres el más poderoso de todos.
Minato mantuvo la calma.
Su voz, suave pero con autoridad:
—Temes que Konoha ataque, Raikage-dono?
—Temo el desequilibrio —respondió el hombre con franqueza—. Tienes a los Uchiha contigo, los secretos del clan Uzumaki, ya tu aldea en pleno auge. Ningún tratado puede garantizar que mañana no decidas imponer tu “paz” por la fuerza.
Minato lo observa en silencio.
No negó nada.
No prometí nada.
Solo bajó la mirada a la mesa, donde su reflejo temblaba sobre el té caliente.
—Entonces —dijo al fin, con voz serena—, tendré que demostrar que no todos los poderes buscan dominar… algunos solo quieren proteger.
Del otro lado, Mei Terumi , la nueva Mizukage, entrelazó los dedos sobre la mesa.
—Qué hermoso sería creer eso —dijo con media sonrisa—. Pero incluso los más nobles terminan manchados cuando el equilibrio se rompe.
Onoki bufó.
—Exacto. Konoha se ve de paz mientras sus raíces crecen en silencio. No sería la primera vez que un Hokage ocultara un arma bajo la capa.
Minato los dejó hablar.
Los escucha con paciencia, como quien observa una tormenta que no puede evitar, pero sí entiende. Cada palabra le daba información:
Ōnoki, temía perder lo único que creía tener, influencia.
El Raikage buscaba demostrar fuerza.
Mei probaba los límites de la diplomacia.
El Kazekage... guardaba silencio, midiendo todo.
Y Minato sabía que ese era el más peligroso.
Entonces, con suavidad, dejará un pergamino sobre la mesa.
El sello del fuego brilló apenas.
—Esto —dijo— es un registro de todas las misiones conjuntas que Konoha ha compartido en los últimos cuatro años. Recursos, información, apoyo médico. No vine a presumir poder… vine a recordarles que la paz, esta paz que compartimos, no nació del miedo. Nació de la voluntad de no repetir la historia.
Por un instante, nadie habló.
Hasta el Kazekage, con voz baja, intervino:
—Y aún así… incluso las voluntades cambian.
Minato lo miró directamente.
Sus ojos, azules y serenos, no mostraban amenaza, pero contenían algo más sutil: decisión.
—Entonces asegurémonos de que esto no cambie.
En ese momento, el sonido del mar volvió a oírse tras las paredes del salón.
Y, por un instante, los cinco Kage se miraron sabiendo que la guerra seguía ahí afuera...
solo que ahora llevaba la máscara de la diplomacia.
El aire del salón parecía más denso.
Las palabras habían terminado, pero el silencio era más peligroso que cualquier discurso.
Ōnoki bebía lentamente su té. El Raikage tamborileaba con los dedos.
Mei Terumi jugaba con el vapor que se alzaba de su taza.
El Kazekage observaba los movimientos de todos, como un halcón en calma.
Y Minato, sentado en el centro, sentía la energía del lugar como si fuera un campo de batalla invisible.
Demasiado silencio.
Demasiada quietud.
Lo siguiente que ocurrió, en realidad Minato ya lo veía venir. Han pasado los últimos cinco años de la guerra cada uno metido en sus asuntos –incluido él– que se les olvido un pequeño detalle: el enemigo nace dónde nunca miras.
Un estruendo rompió la calma.
Un kunai sellado impactó contra la pared detrás del Raikage, liberando un estallido de chakra azul oscuro.
Los guardias del País del Té cayeron antes de poder reaccionar.
Un segundo después, apareció una figura encapuchada en el humo, lanzando shuriken marcados con el sello de Konoha.
El Raikage se levantó de golpe.
—¡¿Qué clase de juego es este, Hokage?!
El sello del fuego en la capa del atacante brilló con fuerza antes de desvanecerse en un destello. El cuerpo quedó en el suelo… sin rostro, sin identidad. Solo un símbolo de Konoha grabado en el pecho.
Los ANBU de cada aldea entraron al instante, rodeando la mesa.
Mei activó su chakra, el Raikage alzó el puño y Ōnoki flotó unos centímetros del suelo.
El Kazekage, en cambio, permaneció sentado. Miraba la escena con los ojos entrecerrados.
—Qué coincidencia… justo después de que el Hokage nos recordara su voluntad de protegernos, aparece un asesino con su marca.
El ambiente se volvió ácido.
Minato no se movió.
Ni un músculo.
Su voz fue tan serena que heló la sala:
—Nadie salga del salón.
—¡¿Qué dices?! —rugió el Raikage.
—Digo —repitió Minato, levantándose con calma— que si alguien quiere saber la verdad, debe quedarse.
Se llevó la mano al suelo y se formó un sello con una sola palma. Un círculo azul brillante se expandió desde sus pies. Las runas del sello de detección se activaron, y el aire pareció cristalizarse.
Los ANBU se miraron entre sí.
Una de las sombras se tambaleó.
Minato lo vio. Un leve temblor en el chakra, un movimiento fuera de ritmo…
Y en un parpadeo, desapareció.
Un destello dorado iluminó la sala.
Minato apareció detrás del falso ANBU, sujetándolo por el cuello antes de que pudiera reaccionar. El sello del enemigo se activó, intentando autodestruirse.
Pero el Hokage ya había anticipado el gesto:
— Fūinjutsu: Kaidō no Enban.
Una espiral de chakra selló la explosión en un vórtice verde, disipándola sin dañar a nadie.
El cuerpo del infiltrado cayó, revelando un emblema quemado en el brazo:
no era de Konoha. Era de Iwagakure.
El silencio que siguió fue abrumador.
Ōnoki no se movió. Su respiración se volvió lenta, pesada, cargada de comprensión y frustración, pero su experiencia le ha dado una armadura de acero para todo tipo de situaciones.
Minato habló sin levantar la voz:
—Una trampa perfecta. Un cadáver disfrazado de Konoha, un sello explosivo, y la culpa directa de quien más poder tiene.
—Eso… eso no puede ser obra mía —gruñó Ōnoki.
—No lo es —admitió Minato—. Pero alguien en tu aldea quiere que parezca que lo es.
El Raikage se cruzó de brazos, desconfiado.
—Y tú esperas que te creamos solo por tus palabras.
Minato lo miró, sin rastro de molestia.
—No espero que me creen. Solo que piensen.
Dejó el cuerpo en el suelo, con el sello aún brillando débilmente.
—La persona que planeó esto sabía cómo funcionaba. Sabía que vendría sin escoltas. Sabía que un sello con mi chakra sería suficiente para romper la confianza.
—Entonces… —intervino Mei, con voz baja— quien lo hizo no solo quiere guerra… quiere deshacer la idea de paz.
El Kazekage, hasta entonces callado, finalmente habló:
—Y lo logrará, si seguimos discutiendo como niños. — Sus ojos dorados se dirigieron a Minato. —Diez centavos, Hokage. ¿Qué harás ahora que tu sombra se ha convertido en un arma contra ti?
Minato miró el cadáver en silencio.
Luego a cada uno de ellos.
Y respondió con la voz del líder que entendía lo que significaba gobernar un mundo que teme la luz :
—Nada.
—¿Nada? —repitió el Raikage, incrédulo.
—Nada —repitió Minato—. Porque la próxima guerra nacerá del primer movimiento.
Si todos aquí piensan que soy una amenaza, muéveme solo confirmará sus temores.
Se giró hacia la ventana, donde el mar seguía rompiendo contra las rocas.
—Así que no haré nada… excepto esperar a que el verdadero enemigo cree que su plan funcione.
Mei entrecerró los ojos.
Ōnoki suspir, entendiendo el peso de esas palabras.
El Raikage lo vigila con respeto reacio.
Y el Kazekage, sin sonrisa ni ironía, dijo apenas:
—Entonces la partida acaba de comenzar.
Minato volvió a su asiento.
La cumbre no se disolvió.
Pero desde ese día, todos supieron que la paz ninja había cambiado de nombre.
Ya no era una tregua. Era un tablero.
Y Minato… el jugador más peligroso del mundo.
El sol de Konoha caía con calma sobre los tejados, tiñendo el símbolo del fuego en la torre del Hokage con reflejos dorados.
Minato, quien tan sólo llevaba unas horas que regreso de la cumbre entre Kages, observaba los informes que se amontonaban sobre su escritorio con una expresión que muchos dirían serena, pero en realidad estaba deseando tener el poder de que la torre de papeles desapareciera con su mirada.
Soltó un suspiro, regañándose por el ridículo que era y siguió leyendo las letras del informe en sus manos.
Aún así, una parte de él estaba ansiosa. Había una visita esperándolo.
Golpes suaves en la puerta.
—Adelante —dijo Minato, sin apartar del todo la vista de un pergamino.
Fugaku Uchiha entró, con la puerta de un hombre acostumbrado a imponer respeto. Su haori oscuro contrastaba con la luz cálida de la habitación. Detrás de sus ojos serenos había prudencia, quizás un rastro de desconfianza, pero lo importante es que era casi nula la hostilidad comparada a otros años.
—Hokage-sama —saludó con una ligera inclinación.
—Fugaku —respondió Minato con una sonrisa genuina, dejando al pergamino a un lado—. Gracias por venir. He querido hablar contigo desde hace días, pero sé que el clan ha estado ocupado reforzando las patrullas del perímetro norte.
Fugaku ascendió.
—El movimiento en los caminos con el País del Rayo ha estado más activado de lo habitual desde su partida a la cumbre. Los nuestros cumplen con su deber.
Minato lo estudió por un momento, con esa calma que desconcertaba a todos los que alguna vez enfrentaron al “Relámpago Amarillo”.
— Muy bien. Y por eso quiero agradecerte. —Se levantó de su asiento y caminó frente a su escritorio —. Eres consciente de que, hasta hace unos años, las decisiones del consejo pudieron haber dividido esta aldea. Yo… no pienso permitir que eso se repita.
Fugaku lo observó en silencio, cruzando los brazos. Minato sabía que no debía presionar mucho, otras ocasiones ha intentado acercarse con una mano amiga a Fugaku y este, sin perder nunca la compostura, lo rechazaba con tanta facilidad, aunque de un tiempo para acá al menos a dejado de mirarlo con esos ojos Uchiha que te reclamaban “¿Por qué crees que vales más que yo?”.
Kushina le decía paranoico. Kushina debería tratar con Fugaku y él irse a tomar el té con Mikoto.
—Las palabras suenan bien, Hokage-sama, pero el peso de la desconfianza no se disuelve tan fácil.
Minato se quedó quieto, sonriendo apenas.
—Por eso no te ofrezco solo palabras. —Se acercó y le tendió un pergamino sellado—. Quiero que el clan Uchiha vuelva a ocupar su lugar en las diversas líneas de defensa, no solo limitarse a la policía civil; También sé que ya quitamos los procesos adjuntos que sufrían los agricultores de sus tierras, pero siento que la segregación sigue en el comercio, así que podemos trabajar sobre eso.
Fugaku aún no se movía, ni decía ni aparentaba nada en su estoicismo, Minato supo que, si lo soltaba ahora, le daría posibilidad de reacción.
—Fugaku, no quiero limitar a tu clan a ser espectadores, sino que tengan metas incluso como líderes. — era ahora o nunca. —Quiero que Itachi se una oficialmente al escuadrón de élite ANBU bajo mi mando.
Los ojos de Fugaku se entreabrieron, apenas un gesto, pero suficiente para reflejar la sorpresa. Bingo.
—¿Confías tanto en mi hijo?
—No es solo confianza —replicó Minato, con una mirada firme—. Es reconocer su talento, y también el tuyo. El clan Uchiha ha sido el pilar silencioso de esta aldea por generaciones. No pienso que sigan en la sombra.
Guardó silencio un momento antes de agregar:
—Konoha no necesita dividir a sus más fuertes. Necesita que confien unos en otros.
Fugaku bajó la mirada unos segundos. La mano con la que sujetaba el pergamino tembló imperceptiblemente.
—Minato…— por favor, pensaba Minato, por favor. Por favor. Por favor. — No sabes cuánto tiempo espera oír esas palabras de un Hokage.
¡Si!
El rubio llamativo, con esa calidez que parecía imposible en alguien tan poderoso.
—Entonces hagamos que no sean solo palabras, Fugaku. Hagamos que los Uchiha vuelvan a ser sinónimo de orgullo, no de sospecha.
El líder del clan lo miró con un destello en los ojos.
Por primera vez en mucho tiempo, ascendió con auténtica convicción.
—Tienes mi palabra, Hokage-sama.
La noche había caído sobre Konoha, y la luz de la luna se filtraba por las ventanas del despacho del Hokage.
El sello de fuego brillaba débilmente sobre la mesa, rodeado de informes sin firmar.
Minato no había dormido.
Ni siquiera lo intenté.
Desde que tomó el manto de Hokague. No, mucho antes. Sabía que la paz era un sueño idealista, muchos lo han llamado tonto por decirlo en voz alta, otros, hipócrita, cuando se volvió héroe –y asesino– durante la tercera guerra, pero Minato sabía que existía… y aún así seguía siendo una idea.
La cumbre había terminado sin guerra… pero no sin heridas.
El cadáver del impostor había sido entregado a los mediadores del País del Té, y la “investigación conjunta” entre aldeas era una farsa diplomática.
Todos sabían que, al final, solo Konoha asumiría la culpa si algo salía mal.
Y Konoha. Ay Konoha.
Como dolía ver su amado hogar sucumbir a las sombras de su pasado.
Rodó en su cama para quedar de lado, y ahí obtuvo la imagen que tanto lo tranquilizaba: el cabello de Kushina cubriendo la de su rostro y parte del cuerpo mitad de su hijo pequeño, quien dormía en medio de los dos con sus extremidades extendidas. Un poco más de tiempo y ya no podría dormir ahí con ellos y arrullarlos con sus pequeños ronquidos.
Al menos parte del plan de la paz ya estaba en marcha, parte número uno: hacer que Fugaku aceptara su convenio sin tener que recurrir a la fuerza, aunque si de confianza estamos hablando, había aún un largo camino por recorrer.
Chapter 2: Las sombras del Hokage, parte II
Summary:
Kakashi tiene una misión, y no le va agradar.
Chapter Text
La unidad de una promesa
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Una puerta se abrió sin hacer ruido.
Kakashi entró, silencioso forrado en su uniforme ANBU –sin la máscara puesta–, con el informe en la mano y su Sharingan oculto tras la tela, su mirada visible cansada pero firme.
—Hokage-sama… —dijo, aunque sabía que Minato odiaba que le hablara así cuando estaban solos.
Minato levantó la vista y sonriendo apenas.
—Hace mucho que no me llamas “sensei”, Kakashi.
El joven ANBU desvió la mirada.
—Hace mucho que no tengo edad para ser alumno.
Hubo un breve silencio.
El tipo de silencio que pesa más que las palabras.
Minato sabía lo que eso significaba: Kakashi estaba cargando algo más que papeles.
— ¿Qué encontraste? —preguntó.
Kakashi dejó el informe sobre la mesa.
—El sello del cadáver era auténtico… pero la tinta, no. Alguien copió tu chakra con un fūinjutsu secundario. Un trabajo preciso. Casi perfecto.
Minato lo leyó con calma, aunque por dentro la mente le corría como una tormenta.
—¿Y el origen?
Kakashi bajó la voz.
—Hay rastros de chakra de la Tierra. Y otro… más denso, mezclado. Como si alguien hubiera trabajado con conocimiento interno de Iwagakure, pero sin pertenecer a ella.
—¿Un traidor?
—O un intermediario.
Minato afirmó.
—Entonces no era solo una trampa política. Era un mensaje.
Kakashi se apoyó en la pared, cruzando los brazos.
—Un mensaje que dice: “sabemos cómo tocarte sin que sangres”.
El Hokage quedó pensativo.
En su interior, algo se revolvía: la misma sensación que tuvo antes de la guerra, cuando los hilos del destino se enredaban demasiado.
— ¿Itachi ya se integró bien al equipo? —preguntó de pronto.
Kakashi lo miró. — Sí, está directamente conmigo, también llegó pronto a una conclusión sobre esta investigación.
—¿Cuál fue su análisis?
—Sospecha lo mismo que tú: una organización fuera del control de las aldeas. Está siguiendo el rastro de un símbolo... una nube roja.
Minato frunció el ceño apenas.
—No me suena.
Kakashi asiente.
—Ni debería, se supone que hubo un grupo pacífico y activo durante la segunda guerra ninja pero que desapareció poco antes de que esta terminara. Usaban el símbolo de una nube roja. — le extendiendo el pergamino y Minato lo tomó — Hasta ahora, sabemos que son pocos, pero bien organizados. Itachi está ahorita investigando más a fondo el tema; sobre sus miembros fueron ninjas de aldea shinobi. Exiliados, renegados… y uno que conoce bien tu técnica.
Minato levantó la mirada.
—¿Conoce a Hiraishin?
Kakashi asintió lentamente.
—No el sello, pero sí su lógica. Lo suficiente para crear un falso punto de marca.
El silencio volvió.
Esta vez más frío.
Más personal.
Minato se levantó y caminó hacia la ventana.
Abajo, la aldea terminaba su día entre risas y charlas amenas. Las luces titilaban como estrellas caídas.
—A veces pienso —dijo con voz baja— que la paz es solo un respiro entre dos guerras.
Kakashi no respondió.
El Hokage giró apenas el rostro, y su sonrisa era tan triste que dolía.
—Pero incluso un respiro… vale la pena protegerlo, ¿no?
Kakashi miró la luz de la luna reflejada en su protector frontal.
—Eso decían en el campo de batalla. Y lo sigues diciendo ahora. —Hizo una pausa. —Sensei, ¿hasta cuándo piensas cargar tú solo con todo esto?
Minato no respondió de inmediato.
—Kakashi... prosigue con esta investigación con precaución, y que Itachi continúa participando. Pero que no actúe solo.
—¿Quieres que lo respalde?
-No. Quiero que lo observes. Si esto es lo que creo, alguien está preparando el tablero desde mucho antes de que yo llegue a ser Hokage.
Kakashi asiente.
—Entonces el tablero se moverá otra vez.
—Lo sé —susurró—. Pero esta vez… no pienso perder a nadie.
Kakashi se acercó a su lado, buscando el horizonte al que tanto se aferraba su sensei.
En el camino principal bajo la torre, ese donde los locales comunes de comestibles empezaban a encender sus luces de noche, se encontraron cuatro figuras que ya se acostumbró a identificar aún entre el gentío.
Mikoto Uchiha y Kushina Uzumaki, cada una con bolsas de mandado en sus manos libres, riendo, mientras observaban como el niño sobre la cadera de Mikoto le jalaba el pelo al niño rubio que sostenía la pelirroja en brazos. El rubio quería defenderse, pero sus bracitos no alcanzaban al pequeño niño azabache y eso le frustraba.
Pese a lo caótico que parecía ser la escena, Kakashi sintió algo diferente, a lo que no le dio nombre, pero disfruto dejar que la emoción se escondiera bajo su piel.
Entendía a su sensei, sus objetivos, sus sueños y sus miedos, con solo tener ese panorama de frente.
Fuera, la noche siguió tranquila.
Pero bajo esa calma, los engranajes del mundo ninja comenzaban a girar otra vez.
Chapter 3: Las sombras del Hokage, parte III
Summary:
Kakashi será sensei, si es que Naruto, Sakura y Sasuke aprenden una valiosa leccion.
Chapter Text
El trabajo en equipo
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La luz del atardecer caía oblicua sobre la oficina del Hokage. Los informes se apilaban en el escritorio, las sombras del día se alargaban sobre el suelo, y el silencio era más pesado que cualquier guerra.
Minato seguía leyendo, aunque hacía rato que no veía realmente las letras.
Frente a él, de pie, Kakashi esperaba con los brazos cruzados, el uniforme ANBU aún manchado de polvo y humo.
—Así que… ¿es una orden directa? —preguntó Kakashi finalmente, sin alterar el tono.
Minato alzó la mirada. No parecía el Cuarto Hokage en ese momento, sino un hombre joven cansado.
—Sí —respondió, sin adornos—. Quiero que dejes la división ANBU.
Kakashi no se movió. Ni siquiera parpadeó.
—En un momento como este —dijo al fin, despacio—. Cuando los informes de frontera son cada vez más ambiguos. Cuando los enviados de Iwa desaparecen y las rutas con el País del Viento se cierran.
Levantó una ceja bajo la máscara—. ¿Seguro que es el mejor momento para quitarle un agente a la sombra?
Minato lo observaba con esa calma que no imponia, pero pesaba.
—Precisamente porque es un momento como este.
El silencio se estiró. Afuera, se oía el murmullo distante de la aldea; niños riendo, los últimos pasos antes de que cayera la noche.
—Shisui e Itachi asumirán tu puesto —continuó Minato—. Son jóvenes, pero confió en ellos. Tú... tendrás otra misión.
Kakashi apartó la vista hacia la ventana.
—¿Más importante que mantener el equilibrio de inteligencia?
Minato esbozó una sonrisa pequeña, triste.
-Si. Mucho más.
Se levantó, caminó hasta el ventanal, donde la luz dorada le iluminaba el rostro.
—Hay tres estudiantes que están a punto de graduarse. Mi hijo, el hijo menor de Fugaku y una niña civil de la familia Haruno, de tenderos. Sus nombres: Naruto, Sasuke y Sakura.
Kakashi no respondió. Lo intuía, pero no quería admitirlo.
—Quiero que seas su sensei —dijo Minato finalmente.
El silencio se volvió más denso, casi tangible. Kakashi respiró hondo, los ojos fijos en el horizonte.
— ¿Quieres que entrene a tu hijo? —preguntó al cabo, con una mezcla de ironía y resignación.
—No —respondió Minato, girándose hacia él—. Quiero que lo prepare para sobrevivir.
Su voz bajó apenas, más íntima—. A él... ya Sasuke. Sakura también.
—Para empezar, ¿cómo es qué una niña de civiles está con dos niños de la familia shinobi?
—Es la mejor de su clase en teoría y sellos. Tiene talento, tu debes es ayudarla a usarlo. — Se detuvo, como si la siguiente frase le costara admitirla—. Puede que esta paz no dure, Kakashi. Hay movimientos que ni siquiera la diplomacia puede detener. Y si eso ocurre... quiero que ellos sepan lo que tú aprendiste: cómo seguir respirando cuando el mundo se rompe.
Kakashi lo miró. No con sorpresa, sino con esa expresión cansada de quien ha visto venir las tormentas desde muy lejos.
—Entonces no quieres un maestro —dijo, sin dureza—. Quieres un escudo.
Minato bajó la mirada.
—Tal vez sea un deseo egoísta. Pero si hay otra guerra… quiero que alguien esté ahí para ellos. Alguien que entienda lo que yo no podrá enseñarles.
La luz del atardecer se desvaneció lentamente, y el rostro de Minato se oscureció a medias, mitad en sombra, mitad en fuego.
Kakashi se enderezó.
—¿Y si no hay guerra? —preguntó.
Minato lo miró con una calma que dolía.
—Entonces habrán aprendido a vivir en paz. Y eso también será gracias a ti.
Kakashi asintió apenas. Ni una protesta, ni una emoción visible. Solo ese leve gesto, seco, que en él valía más que una promesa.
Giró hacia la puerta, pero antes de irse, murmuró:
—Haré lo que se debe, Hokage-sama.
Minato lo observó salir. Cuando la puerta se cerró, el despacho quedó en silencio.
Por un instante, el Cuarto Hokage apoyó las manos sobre el escritorio y respiró hondo. Afuera, el cielo se teñía de rojo.
Y, muy en el fondo, aunque no lo admitiría ni ante sí mismo, Minato sintió miedo.
No por la guerra… sino por el precio que sabía que su hijo y el hijo de Fugaku tendrían que pagar, si llegaba el día en que su deseo egoísta se volviera su mayor pesadilla.
El sonido de las cigarras era lo único que no cambiaba en Konoha.
Kakashi lo pensó mientras subía los escalones del edificio de la Academia, con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo su pequeño libro abierto sin mirar realmente las páginas. El sol caía oblicuo sobre los techos, dorando los cristales, como si todo en el pueblo quisiera aparentar normalidad.
Pero él sabía que no era así.
Nada era realmente normal desde hacía mucho tiempo.
Minato le había pedido algo personal. Egoísta, incluso. Y por más que tratara de ignorarlo, la petición seguía vibrando en su mente como una cuerda tensa. “Si algo llega a pasar, quiero que esos tres sepan sobrevivir.”
No brillar. No ganar.
Sobrevivir.
Se trago su pesar y cerró el libro cuando escuchó el bullicio del aula al fondo del pasillo.
La puerta corrediza se abrió con un chirrido metálico, y el caos lo recibió de inmediato.
—¡Te digo que sí lo haré! ¡Voy a ser Hokage antes que tú, Sasuke! —gritaba un chico rubio, de voz raspada y energía incontrolable.
El otro, un niño de cabello negro y expresión helada, ni siquiera lo miró.
—Sigue soñando, dobe.
La chica entre ellos intentaba separarlos con un suspiro resignado.
—¡Ya, ya! ¡Dejen de pelear! ¡En cualquier momento llegará el maestro!
Kakashi pestañeó despacio, como si procesar aquel torbellino le llevara más tiempo del habitual.
Así que estos eran los futuros pilares de Konoha.
Un soñador impulsivo, un genio arrogante y una mediadora con los pies en la tierra.
Perfecto. O un desastre en proceso.
—Mmm. —fue todo lo que dijo, cerrando la puerta detrás de sí.
Los tres giraron hacia él con la atención tensa que solo los niños saben fingir.
—Soy Hatake Kakashi —comenzó, con tono plano—. Seré su nuevo instructor.
—¿Instructor? —Naruto ladeó la cabeza, curioso—. ¿Y qué pasa con el examen de graduación? ¡Yo ya pasé el clon básico! ¡De veras!
Kakashi lo miró por un segundo… y luego volvió a mirar su libro.
—Lo discutiremos mañana. Los veré en el campo de entrenamiento al amanecer.
—¿Qué? ¿Nada más? —protestó Naruto—. ¡Ni siquiera dijo su comida favorita!
Kakashi salió sin responder, dejando el eco de las risas y las quejas rebotando en el pasillo.
Podía escucharlos incluso cuando ya descendía las escaleras: Naruto parloteando sobre su top diez de comidas favoritas, Sakura suspirando y Sasuke fingiendo no escuchar a ninguna.
Tres voces, tres ritmos completamente distintos.
“Los estás subestimando”.
La voz de Minato cruzó su mente con claridad insoportable.
Kakashi metió las manos en los bolsillos, la mirada perdida en el cielo de la aldea.
Tal vez sí los subestimaba. Pero, después de lo que había visto en el mundo, ¿cómo no hacerlo?
Aun así… algo en el bullicio que había dejado atrás le sonó distinto.
Una chispa tenue, escondida entre el ruido.
Casi un recuerdo.
El amanecer en Konoha siempre tuvo el mismo silencio limpio, pero Kakashi no lo sintió igual desde que había dejado la máscara negra y el acero de la ANBU.
Ahora cargaba una campanilla atada al cinturón y tres niños medio dormidos frente a él. Un intercambio que aún no sabía si consideraba una degradación o un descanso.
Naruto bostezaba al cielo abierto. Sakura intentaba mantener la compostura, aunque su expresión decía que preferiría estar en cualquier otro lugar. Sasuke simplemente los observaba, con los brazos cruzados y la mirada que había visto demasiadas veces en los ojos de los prodigios: fría, impaciente, convencida de que todo el mundo es un obstáculo temporal.
Kakashi sospechó detrás de su máscara.
Minato, espero que esto sea una buena idea.
—Bien, la prueba es sencilla .— dijo con su tono habitual, señalando las dos campanillas que colgaban de su cinturón. — Quien logre quitármelas antes del mediodía, pasa. Los otros… volverán a la Academia.
Naruto levantó la mano.
—¡Pero somos tres!
—Exacto. —Kakashi hojeó su libro, indiferente—. No todos merecen avanzar.
Eso bastó para encender la chispa.
Naruto se lanzó primero, impulsivo como siempre. Sasuke lo siguió sin siquiera mirar, un reflejo natural de competencia.
El campo se llenó de movimiento, humo y gritos. Kakashi apenas tuvo que moverse.
Los esquivó con facilidad, una sombra entre las sombras. Su mente analizaba más que su cuerpo: el tiempo de reacción de Sasuke, la fuerza torpe pero explosiva de Naruto, la coordinación casi inexistente entre ambos.
Sakura intentó atacar desde un flanco, pero su posición era predecible. En segundos, la dejó atrapada bajo una simple trampa de cuerda.
—Tienen energía —comentó mientras la veía forcejear—. Pero si esto fuera una guerra, ya estarían muertos.
Naruto apretó los dientes, levantándose de un salto.
—¡No digas eso! ¡Aún no has visto nada! ¡De veras!
—Y espero no verlo —murmuró Kakashi, demasiado bajo para que lo oyeran.
Durante la siguiente hora, los verificarán fallar una y otra vez.
Naruto corriendo sin pensar.
Sasuke perdiendo la paciencia.
Sakura intenta ayudar, pero sin fuerza suficiente para mantener el ritmo.
En un punto, Kakashi simplemente dejó el libro a un lado y los contempló, en silencio. El sol subía sobre los árboles, y la brisa agitaba el polvo en espirales suaves.
Tres niños.
Tres intentos fallidos.
Y una voz en su cabeza, obstinada como el eco del pasado:
"Enséñales a sobrevivir, Kakashi. Aunque no te escuchen".
Se sentó bajo un árbol, dejando que ellos siguieran peleando con la desesperación propia de quienes no saben rendirse.
Y mientras los veía tropezar una y otra vez, se preguntó —con una punzada amarga— si estaba destinado a repetir el mismo ciclo: perderlos a todos, uno por uno.
Pero entonces, algo cambió.
Sakura, cubierta de polvo, se acercó a Naruto y Sasuke. No para quejarse, no para retar.
Les habló en voz baja.
Naruto la miró, luego a Sasuke. Y el Uchiha, tras una pausa larga, acercándose con un gesto casi imperceptible.
Kakashi entrecerró los ojos.
¿Y esto?
Sakura se levantó primero.
Naruto y Sasuke tomaron posiciones.
No hubo gritos esta vez.
Solo el sonido del viento entre las hojas.
Y por primera vez, Kakashi se inclinó hacia adelante, curioso.
El silencio del bosque se volvió expectante.
Kakashi observó cómo los tres se dispersaban, cada uno desapareciendo entre el follaje.
Nada nuevo —pensó—. Seguramente intentarán otro ataque improvisado .
Pero esta vez no sentía el ruido torpe ni los pasos desordenados de antes. Solo el aire se mueve con cierta intención. Demasiado callado para ser casual.
El primer golpe vino de arriba.
Naruto descendió con una ráfaga de clones, formando una nube de movimiento que levantó polvo y hojas. Kakashi saltó hacia atrás, sin esfuerzo, pero en cuanto cayó al suelo, un shuriken rozó su máscara desde la izquierda: Sasuke, rápido y preciso, usando la distracción del rubio.
Y entonces, entre el humo que dejaban los clones disipándose, algo más se movió.
Un hilo fino.
Una trampa colocada al nivel de sus tobillos, invisible bajo la hierba.
Kakashi se giró para evitarla, pero el sonido metálico a su costado lo delató.
La campanilla tintineó apenas cuando una mano —no la suya— la sostuvo con firmeza.
Sakura, con el rostro salpicado de polvo y sudor, la levantó despacio.
—La tenemos.
Naruto sonreía de oreja a oreja, jadeando.
Sasuke solo exhaló con una mezcla de orgullo y molestia contenida.
Y Kakashi… simplemente los miró.
Por un instante, el bosque pareció detenerse.
El viento cesó.
Y en esa quietud, Kakashi comprendió lo que había pasado sin necesidad de preguntar.
Sakura había pensado el plan.
Naruto había sido la distracción perfecta.
Sasuke, el ejecutor silencioso.
—No es la primera vez que hacemos equipo. — dijo Sakura entre risas suaves, sin mirar a nadie. —En la escuela básica… jugábamos juntos, algunas veces. Y se que, cuando Naruto y Sasuke no están encerrados en su propio mundo, suelen… entenderse sin palabras. Solo hacía falta un poco de orden.
Kakashi sintió una punzada en el pecho.
No era dolor.
Era algo más profundo.
Una mezcla de alivio y nostalgia, como si acabara de ver el reflejo de un recuerdo que nunca vivió.
Se acercó a ellos, tomando la campanilla con los dedos, y la colgó de nuevo en su cinturón.
—Pasaron la prueba.
Naruto lo miró sorprendido.
—¿En serio? ¿Así de fácil?
—No fue fácil —respondió él, tranquilo—. Aprendieron la lección que la mayoría olvida: nadie sobrevive solo.
El sol caía, y la luz anaranjada se filtraba entre las ramas, tiñendo de dorado el polvo suspendido en el aire.
Sakura sonreía sin esconderlo.
Sasuke miró al suelo, encontrándose desinteresado.
Naruto reía, como si el cansancio no existiera.
Kakashi se permitió un instante para observarlos en silencio.
El viento movía sus cabellos, y por primera vez en mucho tiempo, no pensó en el pasado ni en las misiones que había fallado.
Pensó en ellos.
En lo que pude llegar a ser.
Tal vez Minato tenía razón.
Tal vez todavía había esperanza para Konoha.
Cerró los ojos un segundo, y el tintineo de la campanilla resonó como una promesa en el aire.
Cuando los abrieron, los tres lo miraban expectantes, cubiertos de polvo, sonriendo sin saber por qué.
Y él, sin decir nada, sonrie también. Una pequeña sonrisa. Casi imperceptible.
Pero real.
El viento siguió soplando, arrastrando el eco de esa risa juvenil que, por un momento, hizo que Konoha pareciera un lugar en paz.
El cielo comenzaba a tornarse violeta sobre Konoha cuando Kakashi llegó al pie del
Monumento de los Hokage.
El aire olía a piedra ya hojas húmedas; el viento de la tarde traía el eco distante del pueblo volviendo a su calma.
Se detuvo frente a la efigie más reciente —el rostro sereno de Minato tallado en la montaña—, y por un instante no supo si hablar o simplemente quedarse allí, escuchando.
Había pasado tanto tiempo desde que su vida se redujo a misiones y silencio… que olvidó cómo se sintió volver con las manos llenas de polvo, pero con algo parecido a la esperanza.
—¿Pensando demasiado otra vez, Kakashi?
La voz lo sacó de sus pensamientos.
Giró apenas el rostro, sin sorpresa. Minato estaba allí, apoyado con la misma naturalidad de siempre, el manto del Hokage agitado por la brisa.
Su sonrisa era la misma: tranquila, un poco nostálgica, como si todo el peso del mundo aún le pareciera soportable.
—No sabía que observarías —dijo Kakashi, volviendo la mirada al horizonte.
—No lo hice. —Minato se acercó, las manos en los bolsillos—. Pero sabía que pasarían.
Kakashi alzó una ceja.
—Tan seguro estabas de ellos?
-No. —Minato sonriendo, mirando el crepúsculo—. De ti.
El silencio se extiende unos segundos, lleno del rumor del viento y el murmullo del río al pie de la montaña.
Kakashi no respondió de inmediato.
Solo dejó escapar un suspiro lento, uno de esos que llevan más peso del que admite.
—Sigues teniendo demasiada fe en mí.
—Y tú sigues sin entender que eso no es un error —replicó Minato con suavidad.
Hubo una pausa breve, y luego, el Hokage soltó una risa ligera.
—Aunque debo admitir que por un lado, no confiaba tanto en Itachi y Shisui como instructores.
Kakashi lo miró de reojo.
-¿No?
-No. —respondió Minato con falsa solemnidad—. Los mirarían demasiado.
Kakashi arqueó una ceja, divertido pese a sí mismo.
—¿Los dos?
—Shisui les dejaría hacer bromas en medio del entrenamiento, e Itachi les permitiría ganar solo para evitar herir su orgullo.
—Qué generoso. —Kakashi guardó las manos en los bolsillos—. No sé si fui degradado de mi puesto o solamente crees que yo soy el ogro del grupo.
—El ogro que los hará sobrevivir —dijo Minato, y su voz se suavizó—. Y, si tienes suerte, aprenderán algo más que pelear.
La luz del atardecer tocó el rostro de ambos.
Por un instante, el silencio no pesa. Era simplemente… tranquilo.
Kakashi se acercó una sola vez.
—Haré lo posible.
-Perder. —Minato sonrojándose—. Siempre lo haces.
El Hokage dio media vuelta, caminando hacia el sendero que descendía de la montaña.
Antes de perderse entre la sombra de los árboles, alzó una mano en gesto de despedida.
—Ah, y Kakashi…
-¿Si?
—Intento no llegar tarde mañana. No les pegues esas malas costumbres a mentes tan jóvenes.
-Mmm. —Kakashi cerró su libro, por primera vez sin leerlo—. Veré lo que puedo hacer.
El viento sopló una vez más, llevando las risas de la aldea a lo lejos.
El día se despidió en tonos dorados y lilas, y el joven sensei permaneció allí un momento más, solo con el rumor de la montaña y el recuerdo de un maestro que nunca dejaba de confiar en él.
Cuando finalmente cayó, la campanilla en su cinturón volvió a sonar.
No era el eco del deber esta vez.
Era el sonido tenue de un nuevo comienzo.
El equipo 7
Chapter 4: Las sombras del Hokage, parte IV
Summary:
Kakashi entiende lo que el equipo significa, no sólo para él, sino para lo que verá el mundo, y eso lo asusta.
Chapter Text
Símbolos de esperanza
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El día era tibio, y el aire olía a madera y polvo.
La aldea oculta entre las hojas al estar en una zona intermedia del continente era un punto comercial importante para todo tipo de movimientos, además de sus diálogos de paz y muestras de poder, recompensaban la falta turística con muchas visitas de mercantes y funcionarios.
Aún así y por esos tiempos de incertidumbre, el proceso de entrada y salida era una faena estresante y de poco entusiasmo.
Kakashi observaba desde la sombra del puesto de control, apoyado en la barra de madera, las manos en los bolsillos. Una vista simple, era otra misión rutinaria: ayudar a registrar a los comerciantes que entraban y salían de Konoha, verificar permisos, revisar cargamentos.
Nada heroico, ni peligroso, ni si quiera sucio,
Solo burocracia bajo el sol.
Naturalmente, la policía militar era quienes se ocupaban de la mayor parte de las tareas civiles con apoyo de algunos chunin que no tenían algún otro oficio -cómo instructor, o administrativo por ejemplo-, pero por faltas o cuestiones, a veces ocupaban personal y ahí es donde entraban los equipos genin. Aunque Kakashi sospechaba que más bien era para torturar a los jounin a carga de sus aprendices.
Envidiosos.
Pero para ser sinceros, la actividad resulta ser informativa para él.
Aunque desde temprano tuvo que escuchar las quejas de Naruto sobre el desperdicio de sus -a palabras suyas- innumerables talentos, los regaños de Sakura y la mirada fastidiosa de Sasuke, no paso ni media hora entre más gritos y rabietas que el equipo logro ponerse sorpresivamente de acuerdo de una manera tan silenciosa.
Sakura, fanática del orden, tomo una tablilla y se paro frente a los primeros recién llegados tomando sus datos; Sasuke revisaba los documentos personales y que coincidieron con lo que Naruto revisó en carretas o maletas.
Sin si quiera debatir u organizarse. Solo… tomaron sus lugares y ya.
El cómo su sensei, prefirió no comentar nada y solo observar, apegándose al dicho: si funciona, no le muevas.
Los tres no parecían aburridos.
Sakura, sentada con una libreta en el regazo, llevaba el ritmo del trabajo con sorprendente precisión.
—Familia Yamaguchi, tres adultos, dos menores, cargamento de arroz… —repitió, luego levantó la vista con una sonrisa profesional—. ¿Vuelven del país del Té?
—Así es, jovencita —respondió el comerciante—. ¿Cómo lo supo?
—El sello del puerto, en los sacos —dijo ella con naturalidad—. Tienen la marca de inspección del muelle de Daisuke.
Naruto, junto a la barrera, se inclinaba con descaro sobre la carreta, su gran sonrisa blanca ponía cómoda a las personas.
— ¿Y cómo les fue por allá? ¿Mucho movimiento?
—Normal, aunque los caminos estaban un poco vacíos últimamente —contestó el hombre.
—¿Vacíos? —Naruto río—. Eso no suena normal para el país del Té. ¡Deben estar guardando fiestas sin invitarnos!
Sasuke, sin participar, tomó nota en silencio en su propia tablilla que no supo de donde saco.
Cuando el comerciante se alejó, se acercó a Kakashi y dejó el papel sobre la mesa.
—Este grupo y los tres anteriores usan rutas diferentes, pero llegan con la misma demora —dijo en voz baja—. Están evitando la frontera occidental.
—¿Sospechoso? —preguntó Kakashi.
Sasuke asintió.
—De su parte, se entiende que sea medida de precaución… pero sería diferente si fuera por miedo.
Naruto regresó con su sonrisa habitual.
—Ya les pregunté por los guardias en la frontera. Dijeron que “no estaban viendo muchos shinobi últimamente”. Suena raro, ¿no? Digo, hablamos de las fronteras.
—O suena a que mienten mal —añadió Sakura, sin dejar de escribir.
Kakashi los miró. Recordó que ni si quiera tuvo que darles tareas especificas a cada uno, ellos simplemente se movieron.
No hablaban como niños.
No discutían.
Kakashi podía pasar de verlos intentar ahogarse en el lago durante los entrenamientos, pero cuando trabajaban de verdad, así sea cortar pasto o llevar cajas, cada uno tomaba su lugar de forma natural dentro del grupo.
Había una conexión clara en cómo se repartían el trabajo: Sakura observaba, Sasuke analizaba, Naruto conectaba.
Como si cada uno conociera el ritmo del otro desde antes de pensarlo.
Kakashi siempre ha sabido que Naruto y Sasuke, gracias a sus madres, parecían pegados de la cadera desde que eran bebés, y aunque siempre parecían estar compitiendo, su dualidad hasta en sus gestos eran de uno solo; y aunque había dudado de la integración de Sakura al equipo genin, con ella habían completado un grupo singular más sensible y menos hiperactivo. No que les restara energía o actitud, sino más bien que su control se extendía hasta volver a Naruto más consciente, y a Sasuke le brindaba más claridad al frente.
Había muchas cosas que pulir por su puesto, pero la base de algo más grande en esos tres podía sentirlo. No sabía describirlo, no había visto ni sabido nada igual en mucho tiempo, ni con su propio equipo; era más como si le estuvieran contando historias fantasiosas del legendario ex equipo sannin, y aún así no podía compararlos con ellos por completo.
La siguiente carreta entró y los chicos repetían la dinámica.
Él solo los observaba desde la distancia, fingiendo leer su libro, cuando en realidad estaba analizando esas últimas semanas.
Minato había dicho “enséñales a sobrevivir”, y Kakashi había creído que eso significaba entrenar, luchar, endurecerlos. Pero mirándolos ahora, entendía algo distinto.
Tal vez Minato no quería solo shinobi fuertes.
Tal vez quería que aprendieran a sostener la aldea desde los lugares más sencillos: la conversación, para los que quieren alzar la voz; la observación, para los que gritan sin escuchar; la confianza, para quienes se creen vulnerables.
Naruto le devolvió una lista con nombres tachados, manchada de tinta.
—Creo que terminamos por hoy, sensei.
Sí, otro equipo genin, parece que mayor a ellos por su estatura y caras de adolescentes hastiados, llegaba como relevo.
—Hm. —Kakashi guardó los papeles sin mirarlos—. Buen trabajo.
—¿Eso es todo? —Naruto se quejó—. ¡Ni siquiera una felicitación!
Sakura sonrió acercándose junto con su mochilita pequeña y la de Naruto, Sasuke la propia en su espalda.
—Si no te regañó, ya es un cumplido.
Sasuke solo giró los ojos.
—Deja de hablar y ayuda a guardar las planillas, dobe.
Kakashi los dejó discutir mientras el sol bajaba.
El sonido de sus voces se mezclaba con el viento y el murmullo del pueblo a lo lejos.
Por primera vez en semanas, sintió que el aire en Konoha pesaba un poco menos.
Tal vez, estos pensamientos suyos deban ser expresados a su inteligente -manipulador- querido Hokage.
El despacho del Cuarto olía a pergamino y aceite de lámpara.
La noche había caído hacía horas, y los pasillos del edificio estaban casi vacíos.
Solo el sonido lejano del viento contra los ventanales acompañaba la quietud.
Kakashi permanecía de pie frente al escritorio, el informe de misión cerrado entre sus manos.
Minato revisaba algunos documentos con la serenidad habitual, hasta que levantó la mirada, notando el silencio demasiado prolongado pese a que el informe ya se había dado.
—¿Ocurrió algo con los chicos?
—No exactamente —respondió Kakashi—. Terminaron la misión sin errores. Mejor de lo esperado.
Minato sonrió.
—Entonces supongo que estás empezando a creer en tu papel de sensei.
Kakashi no respondió. Se acercó un paso, dejó el informe sobre la mesa y habló con voz más baja:
—No puedo evitar pensar que hay algo más detrás de este equipo.
El Hokage levantó una ceja, sin perder la calma.
—¿Más?
Kakashi cruzó los brazos, mirando el ventanal que daba al pueblo.
—Un Uzumaki, hijo del Cuarto Hokage.
—...
—Un Uchiha, hijo del comandante de la Policía Militar.
—...
—Y una Haruno, representante civil en una generación donde casi no hay civiles en el cuerpo ninja.
Giró el rostro, con ese tono pausado que usaba cuando algo no lo dejaba tranquilo.
—Juntos, son una imagen perfecta. Poder, linaje y pueblo.
Minato no se inmutó.
Minato, por donde fuera que lo vieras parecía un hombre amable y gentil, de esos que llegaban a casa agotados y se ponían a platicar de su día con familia. Y sí, Kakashi sabía que lo hacía, su sensei era todo eso y más, incluyendo que era una mente estratégica brillante. Más allá de los escenarios de batalla, su sensei no ganaba únicamente con poder, sino porque sabía leer y mover a la gente a su alrededor. Minato, detrás de esos temples y suaves ojos, tenía una vena fría para tratar a la gente, sin que te dieras cuenta.
Kakashi, sin rencores pero con mucho pesar, entendió eso a la mala.
—¿Eso te molesta?
—No lo sé —admitió Kakashi, sincero—. Pero me hace pensar que el objetivo no era solo entrenarlos… sino mostrarlos.
Hubo un silencio espeso.
No, a Kakashi no le molestaba. Fue criado y tomo decisiones dentro de ese mundo, él sabía que era un peón más de ese tablero llamado política. Pero, si hubiera tenido la oportunidad de darles a elegir a su propio equipo, tal vez, tal vez…
Minato apartó la vista de los papeles, entrelazó las manos y lo observó con una mezcla de cansancio y comprensión.
—No es una manipulación —dijo finalmente—. Es previsión.
-¿Previsión?
—La guerra no se gana solo con batallas, Kakashi. También con símbolos. —Su voz era tranquila, pero firme—. La aldea está fracturada. Los clanes desconfían, el pueblo murmura, y el consejo teme más de lo que admite. Necesitan ver que seguimos siendo una unidad. Que los hijos de diferentes mundos pueden pelear juntos.
Kakashi guardó silencio.
Minato continuó, bajando el tono:
—Sé que no es justo cargar a unos niños con esa imagen. Pero si logran comprenderse, si crecen como un verdadero equipo… entonces su generación verá en ellos una razón para hacerlo también.
Kakashi bajó la mirada.
—Y si fracasan.
—Entonces aprenderán —contestó Minato con un dejo de tristeza—. Y nosotros aprenderemos con ellos.
El silencio volvió, más pesado esta vez.
Kakashi se enderezó, avanzando con lentitud.
—A veces olvido que también sabes ser egoísta, Hokage-sama.
Minato apenas se sintió molesto.
—Solo cuando se trata de proteger lo que amo.
Kakashi salió del despacho sin responder.
En el pasillo, la luz de las antorchas proyectaba su sombra larga sobre el suelo.
Por primera vez, entendió que el equipo 7 no era solo una apuesta…
Era una declaración.
Y él, por esa ocasión, no quería ser sólo su testigo.
Chapter 5: Las sombras del Hokage, Parte V
Summary:
Los chicos deben enfrentar sus propias dudas, para aprender a enfrentar el mundo.
Chapter Text
La decisión del equipo 7
.
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El aire matutino del Bosque de Entrenamiento número tres olía a resina y tierra húmeda. Normalmente Kakashi los citaba temprano para entrenar, pero los chicos ya le estaban empezando a tomar el ritmo, y aunque llegaban ahí a las siete de la mañana, sabían que su sensei tardaría mínimo una hora en llegar, por lo que siempre a su llegada Kakashi ya sea que los veía cada uno en su propia rutina de calentamiento o sentados juntos, con Naruto y Sakura gritándose mientras Sasuke fingía no estarse quedando dormido.
Para ser sinceros, era un panorama al que el Jounin se estaba acostumbrando mucho y le hacia las mañanas mas amenas.
Pero esa mañana era un poco diferente, incluso llegó antes para preparar todo su material “didáctico de aprendizaje” dentro de la maleza y frondosos árboles. Primero llego Sakura con un paquete grande envuelto que olía a pan recién horneado
—¡¿Ka-Kashi-sensei?!
—Mhm, buenos días Sakura, parece que lo que traes ahí huele delicioso.
—Bueno, es que yo…
—¡Hey, Sakura! — ese era Naruto, acercándose junto con Sasuke — Buenos… ¡eh! ¿Kakashi-sensei?
Sasuke también se detuvo sorprendido, pero no le dedico más tiempo mirándolo como Naruto. Aún así, el Uchiha menor giró un poco su cuerpo del lado derecho, como si le intentara ocultar algo.
Naruto también se inclino mas del lado contrarió, pero menos discreto.
Kakashi entrecerró los ojos cuando un aroma dulce a canela y amargo llego a él.
¿Acaso eso que olía era café?
—Ustedes tres, niños, ¿acaso creen que esto es un picnic o qué?
—¡Oh, vamos sensei! ¡De todas formas usted siempre llega tardísimo! ¡De verás!
Sakura segiró de inmediato a él y lo miro amenzante:
—¡Cállate Naruto! ¡No ayudan en nada tus comentarios!
—Eres un idiota. — Sasuke no se digno a mirarlo, pero como Naruto seguía prácticamente a su lado, este no tuvo problema en gritarle al oído.
—¡Oye tu qué! ¡Fuiste quien propuso el desayuno para hoy!
—Te digo idiota porque eso es lo que eres.
—¡¿Qué?!
—Ya me oíste.
Sus gritos, para ser apenas las siete de la mañana y sin aparentemente haber desayunado, sonaban bastante eufóricos.
Ahora que lo piensa, Kakashi tampoco desayuno más que una fruta. No le caería mal un café.
—Bien, dejen de discutir antes de que ustedes dos se maten sin si quiera haber desayunado. Y hagan una línea al frente.
Rápido obedecieron.
—Empezaremos con ejercicios de calentamiento y luego…-
—¡Un minuto sensei! — lo interrumpió Naruto con total aplomo, Kakashi se preguntaba si él niño era muy valiente o muy idiota — ¡Es Dorayaki! La mamá de Sakura los mando para desayunar, son super sanos, ¡pero deben comerse calientitos, de veras!
—De acuerdo Naruto, cómo te veo tan emocionado y famélico, desayunaran primero.
—¡Sí!
—Pero — Kakashi se inclino sobre ellos, aprovechando su altura y sombra para poner un aura tenebrosa —, el entrenamiento los hará desear no haber desayunado.
Los tres chicos, aunque uno mas discreto que otro, fueron recorridos por un escalofrío en conjunto. Aún contra su incredulidad, Kakashi se sentó frente a ellos y les robó el termo de las pálidas manos de Naruto y se sirvió una taza de café.
Naruto iba a reclamar, pero Sakura le dio una amenaza con un zape para que ya se callara.
Desayunaron en lo más posible de paz, con los acontecimientos tan importantes de Naruto como lavarse los dientes y su batalla para desenredarse de las sabanas, mientras el resto solo disfrutaba del dulce sabor de la comida. Pero pronto, la paz se tuvo que ir disolviendo.
Kakashi, con una taza de café -robado- en su mano y recargado contra un tronco, con su otra mano libre estaba sosteniendo un pequeño pergamino sellado. Frente a él, los tres alumnos lo miraban con mezcla de curiosidad y resignación y la satisfacción de sus estómagos llenos.
—El objetivo es sencillo —dijo con su tono más despreocupado—. Recuperar esto sin que yo los vea, o mejor dicho, que mis trampas o ataques los detengan.
Naruto infló el pecho.
—¡Eso suena facilísimo!
Sakura suspiró.
—Seguro no lo es.
Sasuke solo observó el entorno, ya analizando los puntos altos de visibilidad.
Kakashi dejó el pergamino sobre una piedra, y antes de desaparecer entre los árboles, agregó con su sonrisa bajo la máscara:
—No se trata de fuerza. Se trata de estrategia. Buena suerte.
El bosque los envolvió con un silencio expectante.
Naruto fue el primero en moverse, con ese ímpetu que solía delatarlo a kilómetros.
—¡Yo lo distraigo!
—No seas tonto —murmuró Sasuke, siguiéndolo de reojo—. Si nos detecta de cualquier manera, perdemos.
Sakura observaba desde atrás, intentando leer el terreno.
—Hay huellas frescas por el norte. —murmuraba para si misma la joven kunoichi —. Si Kakashi-sensei se oculta ahí… entonces... sí, tiene sentido.
Mientras ellos planeaban, Kakashi los vigilaba desde una rama alta, y en efecto, del lado norte donde la niña creía que se encontraba.
Podía oír a Naruto discutiendo con Sasuke, y a Sakura chistarles para que bajaran la voz. Una parte de él quiso suspirar, pero la otra… sonrió bajo la máscara.
Siguen discutiendo. Pero están pensando juntos. O lo intentan.
Naruto usó un clon como señuelo, lanzándolo por el flanco derecho. Kakashi, divertido, lo observó hacer ruido de más.
Sasuke, mientras tanto, se desplazaba por la sombra del follaje. Calculado, rápido, atento.
Y Sakura, más atrás, observaba sus movimientos, midiendo los tiempos.
—Tres, dos… ahora —murmuró ella.
El clon estalló en humo justo cuando Sasuke lanzó una piedra al lado opuesto, desviando la atención, pero sin tener la oportunidad de hacerlo a tiempo suficiente para que la trampa de sensor de ruido no lo detectara.
Naruto apareció entonces por detrás, extendiendo la mano hacia el pergamino… pero lo que tomó fue un tronco cubierto con un sello explosivo.
Una ráfaga de humo los envolvió.
Cuando la bruma se disipó, Kakashi estaba frente a ellos, sosteniendo el pergamino.
—Bueno —dijo con una calma sospechosa—, mejor que la última vez.
Naruto frunció el ceño. —¡Pero casi lo logramos!
—Casi —repitió Kakashi, cruzándose de brazos—. ¿Y qué aprendieron de ese “casi”?
Sakura bajó la mirada un momento.
—Que no basta con pensar bien… hay que prever lo que tú harías.
—Y lo que tus compañeros harán —añadió Sasuke, sin mirarlos directamente.
Naruto asintió, entre fastidiado y arrepentido. —Sí. Si no los escucho, la misión falla. De veritas.
Kakashi asintió despacio. El entrenamiento aún no había terminado.
—Bien. Intentémoslo otra vez. Pero esta vez, no piensen en atraparme. Piensen en proteger algo juntos.
A los tres les brillaron los ojos, como si hubieran entendido el secreto real del ejercicio. El segundo intento fue distinto.
Menos gritos, más sincronía. Naruto aprendió a esperar. Sakura se movió como guía, midiendo distancias. Sasuke actuó como eje, cubriéndolos a ambos.
Aunque estaban tardando más de lo esperado, las acciones de cada uno les estaban sirviendo para evitar ataques y trampas. Kakashi ya lo había visto en ellos, un instinto real ante el peligro, una agilidad y una convicción que de forma individual los hacía interesantes, pero juntos, parecían tener la energía suficiente para ser extraordinarios.
Pero seguían siendo torpes en muchas cosas básica, como el sigilo. De no haber sido por Sasuke, Naruto ya hubiera tropezado dos veces y a Sakura ya la hubieran dejado atrás si Naruto no la ayudaba.
Cada uno tiene sus fallas, sutiles o muy ruidosas, pero Kakashi pensaba que podía arreglárselas mientras. Después de todo, llevaban casi cinco semanas siendo una unidad, y veía en ellos un talento que a muchos otros mayores no.
Y eso le hizo recordar su última conversación con el Hokage.
Estos chicos brillando por si solos, eran una luz radiante, pero juntos… ¿juntos que podían ser para el mundo?
Cuando finalmente tomaron el pergamino sin ser detectados, Kakashi bajó del árbol sin ruido.
Los tres jadeaban, sudados y sonrientes. Bueno, Sakura y Naruto.
El sol comenzaba a hundirse tras el bosque, tiñendo el aire de naranja y polvo.
Kakashi se acercó lentamente, manos en los bolsillos, mientras los tres se sentaban en la hierba.
—Lo hicieron bien —dijo con esa voz tranquila que no dejaba claro si era elogio o lección
—¡Lo sabía! ¡Sabía que podíamos hacerlo! ¡De veras! — Naruto se estiró, riendo y rodando por el pasto.
Sasuke solo murmuró:
—No fue tan fácil.
Sakura sonrió con cansancio.
—Pero lo hicimos juntos, ¿no?
Kakashi los observó.
Por un instante, el símbolo de algo que Minato había imaginado, y que él apenas comenzaba a entender, pesaba en sus entrañas no solo de expectación, sino de preocupación.
—¿Saben? —dijo después de un largo silencio—. A veces, los equipos no se forman solo por habilidad o suerte. A veces se forman porque alguien… necesita que el mundo los vea juntos.
Los tres lo miraron, sin entender del todo.
Kakashi continuó, con voz baja:
—Ustedes representan algo. Unión, quizás. O esperanza. No lo sé con certeza. Pero eso puede volverse un peso si lo cargan sin querer. — Hizo una pausa. — Por eso quiero que decidan ustedes si están bien con eso. Si quieren seguir siendo vistos como un solo equipo, no porque el Hokage lo haya dispuesto, sino porque ustedes lo eligen.
El silencio se extendió.
El viento movía las hojas, y a lo lejos se oía el río.
Nadie respondió, pero los tres giraron a verse de modo que bastó para entender que no lo habían visto de esa forma, y a lo mejor tampoco lo entendían del todo o igual. Y Kakashi no podía esperar más, porque de todas formas sus prescencias serían usadas de formas especificas en la sociedad shinobi.
Kakashi les enseñaba a trabajar juntos porque así lo quiso su líder, pero en algún momentos, serían separados para cubrir diferenmtes puestos, entonces debían ser fuertes por si mismos y en unidad. Eso es algo que ni siquiera se consideraría justo.
Kakashi asintió, casi imperceptible.
—Pueden ir a casa.
Naruto fue el primero en levantarse. Sasuke lo siguió con las manos en los bolsillos. Sakura, detrás de ambos, los observó sonriendo.
Cuando se alejaron entre los árboles, Kakashi se quedó un momento mirando el pergamino en su mano.
El bosque estaba en calma, pero él no, preguntándose si hizo lo correcto en ponerles su primera encrucijada de seguir ese camino o no.
Sakura
La casa de los Haruno siempre olía a madera recién pulida y a caldo caliente.
El sonido de los cubiertos sobre los platos llenaba el pequeño comedor, mezclado con el rumor distante del viento de la tarde.
Sakura masticaba en silencio. Frente a ella, su madre hojeaba un pequeño periódico, y su padre bebía té con gesto pensativo.
—Dijeron que el representante de comercio exterior vino hoy al edificio del Hokage —comentó su madre, sin despegar la vista del texto—. Está molesto.
—¿Molesto? —preguntó Kizashi Haruno, arqueando una ceja.
—Parece que las nuevas revisiones en la frontera retrasan los envíos. Hay más guardias, más sellos que revisar. Dice que los comerciantes están perdiendo tiempo y dinero.
Kizashi asintió despacio. —Supongo que es por precaución. Últimamente el tránsito entre aldeas se volvió más… delicado.
Sakura los escuchaba sin decir nada, moviendo el arroz con los palillos.
Recordó las palabras de Kakashi ese mismo día: “A veces, los equipos no se forman solo por habilidad… sino porque alguien necesita que el mundo los vea juntos.”
Su madre rompió el silencio.
—Sakura, cariño… —lo dijo con suavidad, pero con ese tono que anunciaba una preocupación larga—. ¿Estás segura de seguir con lo de ser ninja?
Sakura levantó la mirada.
—Claro. ¿Por qué lo preguntas?
—No es un buen momento —intervino su padre, rascándose la nuca—. Los rumores de conflicto crecen, los registros se endurecen. Y tú eres nuestra única hija.
Sakura guardó silencio unos segundos.
Miró el vapor del arroz, el té tibio frente a su madre, la ventana donde el cielo se teñía de un azul apagado.
Podía sentir el peso de su familia: civiles, comerciantes, gente que trabajaba duro por mantener la normalidad mientras la aldea se tensaba.
Pensó en Naruto, corriendo sin miedo entre los árboles; en Sasuke, con su mirada concentrada; en Kakashi, observándolos desde la sombra.
Pensó en lo que representaban.
—Mamá, papá… —su voz fue tranquila, pero firme—. Sé que no es fácil. Pero si quiero que las cosas cambien, no puedo quedarme en casa mirando cómo otros las enfrentan.
Su madre la miró en silencio, con mezcla de orgullo y temor.
Kizashi intentó sonreír. —Eres igual de terca que tu madre.
Sakura sonrió apenas, bajando la mirada hacia el plato.
—Tal vez. Pero también quiero ser útil. Si todos los que pueden hacer algo se detienen por miedo… nada va a cambiar.
La conversación se diluyó poco a poco en palabras más suaves, en el sonido de los platos recogidos y el olor del té.
Esa noche, cuando Sakura salió al jardín antes de dormir, el aire olía a lluvia. Miró las luces de Konoha en la distancia, y pensó en la promesa silenciosa que habían hecho sin decirla: ser vistos juntos, no por obligación, sino porque lo habían decidido.
Por primera vez, esa idea no le pesó.
Le dio fuerza.
Naruto.
El aroma del estofado llenaba la casa.
Naruto estaba sentado en el suelo, frente a la mesa baja del comedor, observando cómo su madre picaba las verduras con una precisión casi hipnótica.
Kushina siempre silbaba cuando cocinaba, una costumbre que llenaba los silencios con algo que se sentía como hogar.
—Mamá —dijo Naruto, sin levantar la vista—. ¿Puedo preguntarte algo?
Kushina no detuvo el cuchillo, pero sonrió de lado.
—Cuando lo dices así, suele ser algo grande.
—He estado pensando… sobre el Kyubi. —Su tono no tenía miedo, ni reclamo, solo curiosidad infantil sostenida por algo más profundo—. ¿Por qué lo encerraron dentro de mí? ¿Por qué no dejarlo libre?
Kushina se detuvo.
El sonido del cuchillo cesó, y durante unos segundos, solo se oyó el hervir suave del caldo.
Dejó el cuchillo a un lado y se volvió hacia él, con esa calma que solo aparecía cuando iba a decir algo importante.
—El primer Hokage tenía un don para comprender a los bijū —comenzó—. Quería que vivieran en paz con los humanos. Pero… no todos lo entendieron. Algunos vieron poder donde él vio equilibrio.
Kushina se arrodilló frente a su hijo, tomándolo suavemente por los hombros.
—Encerrar al Kyubi no fue un castigo, fue una forma de protegerlo… y de protegernos a todos hasta que el mundo esté listo.
Naruto bajó la mirada, pensativo.
—¿Y crees que algún día estén listos?
—Espero que sí —respondió ella, con una sonrisa que escondía un cansancio leve—. Tal vez tú seas parte de eso.
En ese momento, la puerta del comedor se abrió, y Minato apareció con la olla entre las manos, aún con el delantal puesto.
—Espero que estén listos, porque este curry no se va a servir solo —bromeó.
Naruto sonrió, pero seguía pensativo.
Minato dejó los platos, sirvió y se sentó frente a ellos.
—¿Qué pasa, hijo? —preguntó con su tono tranquilo, aunque sus ojos ya sabían la respuesta.
Naruto lo miró, con esa mezcla de curiosidad y certeza que solo él podía sostener.
—Solo estaba preguntando por el Kyubi.
Minato asintió lentamente, como si hubiera esperado ese momento desde hacía tiempo.
—El mundo tiene muchas razones para lo que hace —dijo, removiendo su plato—. Algunas buenas, otras… no tanto. Pero al final, todos tenemos un propósito. La diferencia está en si decidimos seguirlo o no.
Naruto parpadeó.
—¿Entonces no tengo que hacerlo solo porque soy el hijo del Hokage o porque tengo al Kyubi?
—Exactamente —respondió Minato con una sonrisa leve—. Nadie te impone nada. Tú eliges qué hacer con lo que tienes. Eso es lo que nos hace libres, incluso cuando cargamos cosas pesadas.
Kushina lo miró, con orgullo y ternura entremezclados.
Naruto bajó la mirada al plato, sus manos juntas sobre la mesa.
—Entonces… yo elijo luchar por la aldea —dijo con una determinación que no necesitó levantar la voz—. No porque deba, sino porque quiero.
Minato y Kushina intercambiaron una mirada silenciosa, Minato asintió, con un brillo cálido en los ojos.
—Eso basta. Las decisiones hechas con el corazón son las únicas que perduran.
El resto de la cena transcurrió entre risas y anécdotas, pero en algún lugar del alma de Naruto, algo se asentó con fuerza.
No era una carga. Era una elección.
Sasuke
La noche era tranquila, pero la casa Uchiha siempre parecía cargada de un silencio distinto.
No era paz; era orden.
Sasuke caminó por el pasillo en penumbra, los pasos amortiguados por la madera pulida. Frente a la puerta del despacho, dudó un momento antes de tocar.
—Adelante.
La voz de su padre sonó firme, aunque cansada.
Al entrar, lo encontró rodeado de pergaminos y mapas estratégicos, con la luz del candil reflejándose en los emblemas del clan. Fugaku no levantó la vista de los informes, pero su tono cambió apenas un matiz.
—¿Qué sucede, Sasuke? Ya es tarde.
El chico dudó un segundo.
—Solo quería hablar un poco.
Eso bastó para que Fugaku dejara el pincel sobre la mesa. Levantó la mirada, observándolo con esa serenidad que a veces se confundía con distancia.
—Habla.
Sasuke tragó saliva.
—He estado pensando… en lo que dijo el sensei hoy. Sobre tener un propósito.
—Hm. —Fugaku asintió apenas—. Suena a algo que Hatake diría.
Sasuke bajó la mirada.
—No sé cuál es el mío. Itachi siempre supo lo que quería hacer. Desde niño ya hablaba de proteger la aldea… y yo solo… —Su voz se apagó un poco—. A veces no sé qué se espera de mí.
El silencio se instaló entre ambos. Solo el leve chasquido del papel al moverse con la corriente de aire llenaba el espacio.
Fugaku se reclinó en la silla y lo observó largo rato, con una expresión difícil de descifrar.
—¿Sabes, Sasuke? —comenzó finalmente, con un tono más bajo—. Tu hermano también dudaba. No de su deber, pero sí del futuro. De si su fuerza bastaría para protegerlo todo. De si valía la pena luchar cuando parecía que nadie comprendía su ideal.
Sasuke levantó los ojos, sorprendido.
No era común que su padre hablara así de Itachi.
—La diferencia —continuó Fugaku— es que Itachi no permitió que esas dudas lo detuvieran. Encontró algo que quería proteger, y lo siguió hasta las últimas consecuencias. Eso es lo que define a un verdadero shinobi, seguir adelante, no porque no tengamos miedo, sino porque no dudamos de nuestra voluntad.
El joven asintió lentamente.
—¿Y si no sé qué quiero proteger?
Fugaku guardó silencio un momento antes de levantarse. Caminó hasta la ventana, desde donde podía verse el resplandor tenue del pueblo.
—Entonces observa, escucha… y aprende. Tu propósito no tiene que ser una copia del mío ni del de tu hermano. —Se giró hacia él, su mirada serena pero firme—. Eres un Uchiha, pero también eres Sasuke. Y eso significa que tienes el derecho, y la obligación, de crear tu propio camino.
Sasuke lo miró, sintiendo que por primera vez entendía lo que esa frase significaba realmente.
Fugaku se acercó y puso una mano sobre su hombro. El gesto fue breve, pero suficiente para borrar años de distancia no dicha.
—Nuestro clan tiene una historia larga… y no siempre honorable —murmuró—. Si de verdad quieres cambiar algo, empieza por no repetir los errores que nos trajeron hasta aquí.
Sasuke asintió, con la mirada fija en el suelo, pero el peso de las palabras quedó grabado en su mente.
—Sí, padre.
Fugaku volvió a su escritorio, retomando el pincel con un suspiro casi imperceptible.
—Ve a descansar. Mañana será un día largo, y necesitarás claridad más que fuerza.
Sasuke inclinó la cabeza y salió del despacho.
Mientras cerraba la puerta, alcanzó a oír el sonido del pincel rozando el papel.
Por alguna razón, ese sonido le pareció distinto, más humano. Su padre, su hermano, su madre, su clan… eran seres humanos, sí, y eran shinobis, y eso congeniaba.
El amanecer se filtraba entre las ramas del bosque de entrenamiento, tiñendo el suelo con luz dorada.
Kakashi llegó temprano, con el libro cerrado entre los dedos -raro en él- el viento olía a tierra húmeda, y el canto de los pájaros rompía el silencio que se extendía sobre las tres estacas donde, hacía apenas unos días, había colgado a su nuevo equipo.
No los hubiera juzgado si no aparecían, no se hubiera sorprendido si llegaban con otros planes en su cabeza, o sí seguían pensando en sus palabras y llegaban tarde. Pero tampoco se siente sorprendido de verlos ahí, orgullos, tercos, determinados.
Sakura, concentrada, revisando un mapa con el ceño fruncido; el cabello recogido, los movimientos meticulosos.
Naruto, intentando equilibrarse sobre un tronco, tropezando una y otra vez, pero levantándose sin quejarse, como si el suelo no tuviera derecho a detenerlo.
Y Sasuke, a cierta distancia, lanzando kunai con precisión, no por arrogancia, sino por rutina.
Kakashi observó sin acercarse.
No necesitaba decirles nada.
No necesitaba interrumpir ese frágil equilibrio que comenzaba a formarse entre ellos.
Desde ese día de su conversación con el Hokage sobre sus planes para con el equipo de esos tres chicos, había tenido retorcijón incomodo en el estomago, en su alma, pero ahora, podía decir que sus propias dudas también fueron disipadas.
Porque más allá de sus diferencias, de sus heridas o sus herencias, esos tres niños compartían algo que ni la guerra ni la política podían forzar: la voluntad de seguir adelante.
Minato había tenido razón -de nuevo-, no se trataba solo de entrenar futuros shinobi; era enseñarles a ser una generación capaz de sostener el peso de su propio mundo.
Kakashi se apoyó contra un árbol y dejó escapar un suspiro que se mezcló con la brisa.
Luego alzó la voz, sin necesidad de mirar su reloj.
—Está bien, empezaremos con todo el día de hoy —dijo, lo bastante alto para que los tres lo escucharan — No más descansos, no más dudas.
Sakura guardó su mapa. Naruto bajó del tronco con una sonrisa cansada. Sasuke recogió sus kunai con precisión.
Se formaron frente a él uno a uno, ofreciendo apenas un asentimiento, e irguiéndose con orgullo en una perfecta línea, dispuestos a enfrentar el futuro.
No había palabras, pero sí algo más: una determinación silenciosa, firme, compartida.
Kakashi los observo uno a uno con la mirada, compartiendo con ellos en secreto su propia confianza y voluntad. Si ellos se veían y estaban tan dispuestos, él les enseñaría el dolor, la desesperación y a enfrentarse a todo eso con la mirada en alto y salir adelante. Así, tal vez, Kakashi también pueda salir de su pasado.
Solo entonces murmuró para sí:
—Empecemos.
El viento sopló, suave, arrastrando hojas caídas a su alrededor, limpiando el camino para algo mucho mejor.
Chapter 6: La oscuridad de la aldea, Parte I
Summary:
Al consejo nada le parece
Chapter Text
El sol de la tarde caía con fuerza sobre los campos de arroz de las afueras de Konoha.
El equipo 7 estaba de regresó de una misión en los campos de cultivo de arroz cerca de la aldea, como apoyo para el riego y como practica para los chicos de trabajo organizacional y en equipo. Aunque fuera solo en contexto, porque Naruto se la paso chapoteando en los charcos, Sakura siguiéndolo en el juego fingiendo que lo regañaba y Sasuke ignorándolos mientras hacía el trabajo de los tres.
Pero habían estado esmerándose en su entrenamiento, y tampoco es como que tuviera muchas ganas de amarrarlos para mantenerlos quietos y callados. De vez en cuando era bueno vagar un rato para el espíritu y su cordura.
Eso, hasta que un grupo de ladrones se les ocurrió que atacar tres niños shinobis era una buena idea. Tal vez lo fuera si los chicos fueran un equipo genin normal, y no la bola desastrosa que tenía por alumnos.
Seis ladrones contra tres chicos con demasiada energía, Naruto y Sasuke tomando la iniciativa para derribar a los dos más grandes primero, mientras Sakura se deslizaba con equilibrio entre ataques y cuerpos enormes, sin que los ladrones se percataran de su trampa de sogas que al final derribaron dos también. Kakashi, a su pesar de no querer moverse tanto, uso su propia cuerda para dejar por los aires a los dos restantes.
Sakura jadeaba por el esfuerzo, Sasuke traía un raspón de rodillas por su terca precipitación y el único con un rasguño en su mejilla fue Naruto. Bien, Kakashi trabajaría con ellos en resistencia y formas de defensa. Muchas, formaciones de defensa.
Entonces, a la hora de regreso, dejaron al grupo de ladrones en la caseta de vigilancia sobre el camino para que la policía se hiciera cargo, mientras ellos regresaban un poco más cansados de lo que debía ser una misión “D” transformada en “C”
—Vaya —dijo Kakashi con un tono casi perezoso—. Y yo que pensaba que hoy no habría interrupciones.
—¡Tch! —refunfuñó Naruto mientras se tocaba la herida—. Apenas me rozó, sensei. Ni lo sentí.
—Claro, claro —respondió Kakashi mientras se acercaba con su libro aún en la mano—. Supongo que sangrar es parte de tu estilo de entrenamiento.
Sakura rodó los ojos.
—Deberíamos limpiar eso antes de que se infecte.
Naruto sonrió con descaro.
—¡Heh! Tal vez uno de nosotros debería aprender ninjutsu médico, ¿eh? Así no tendríamos que preocuparnos.
Sasuke arqueó una ceja.
—Definitivamente no serías tú.
—¡¿Y por qué no?!
—Porque terminarías explotando una vena en lugar de curarla —replicó Sasuke, sin mirarlo.
Sakura soltó una risa contenida.
—Creo que podría intentarlo yo…
Naruto la señaló con entusiasmo.
—¡Sí! ¡Sakura, la ninja médico del equipo siete! Suena genial.
Kakashi asintió, con aparente seriedad.
—Buena idea. Así alguien podrá curarme cuando Naruto se lance de cabeza a otra pelea.
—¡Oye!
—¿Ah sí? —añadió Sakura con una sonrisa traviesa—, pensándolo bien, sensei, quizá usted debería aprender ninjutsu médico. Después de todo, usted es el adulto a cargo, ¿no?
Sasuke negó con fingida reflexión.
—Estas mal Sakura, si dependemos de él, moriremos por esperar a que llegue a tiempo.
Naruto casi se dobló de la risa.
—¡Sí! Kakashi-sensei, el ninja médico más lento del mundo.
Por un momento, el bosque se llenó de risas, el tipo de sonido que no se escuchaba desde hacía mucho entre shinobi, y aunque Kakashi fingió molestia, guardó ese instante en silencio, como quien almacena algo frágil y valioso.
Tal vez, pensó mientras los veía caminar de regreso por el sendero, Minato tenía razón otra vez.
A veces, lo que un equipo necesita no es fuerza… sino tiempo.
El camino estaba cubierto de hojas secas, y el aire tenía ese olor a madera húmeda que siempre acompañaba el final del verano. Naruto caminaba al frente, contando por enésima vez cómo había derrotado al “líder” de los bandidos, con ademanes tan exagerados que casi se tropezaba con cada raíz del sendero. Sakura lo seguía con una sonrisa cansada, mientras Sasuke fingía no escuchar, aunque su ceja derecha temblaba cada vez que Naruto añadía un detalle nuevo a la historia.
Kakashi los observaba desde atrás, las manos en los bolsillos, dejando que el ruido de sus voces llenara el aire.
—…¡Y entonces le dije: “no te metas con el futuro Hokage”, y pum! —Naruto golpeó el aire con entusiasmo—, ¡lo mandé a volar tres metros!
—Fueron treinta centímetros —murmuró Sasuke sin mirarlo.
—¡Eh, fue más! ¡Sakura, tú lo viste!
Sakura suspiró.
—Naruto, el tipo apenas tropezó con su propio pie.
—¡Eso cuenta! —insistió él, cruzándose de brazos.
Kakashi soltó una risa contenida.
—Bueno, debo admitir que fue una presentación… intensa.
Naruto sonrió, satisfecho con el elogio, aunque breve. Sakura aprovechó para echarse hacia atrás y caminar junto al sensei.
—¿Cree que lo hicimos bien, Kakashi-sensei? —preguntó, un poco más seria.
Kakashi inclinó la cabeza.
—Lo hicieron mejor de lo que esperaba. —Hizo una pausa antes de añadir, con su tono habitual de flojera fingida—. Aunque… podrían mejorar su coordinación. Y su enfoque. Y su control del chakra.
Naruto torció el gesto.
—¡Eso suena como que no hicimos nada bien!
—No, no, fue un excelente trabajo en equipo —replicó Kakashi con calma—. Pero como castigo por insubordinación y por burlarse de su maestro durante servicio activo, añadiré un pequeño entrenamiento físico mañana.
Los tres se detuvieron al mismo tiempo.
—¿¡Qué!? —gritó Naruto.
—¡Sensei, era solo una broma! —añadió Sakura.
—Tsk, sabía que no debía reírme —masculló Sasuke.
Kakashi levantó una mano con gesto inocente.
—Demasiado tarde. Mañana al amanecer, en el campo de entrenamiento. Trote de cinco kilómetros… con peso adicional.
Naruto casi se desplomó.
—¡Eso no es justo!
—Bienvenidos a la vida ninja —dijo Kakashi, dándose media vuelta y alzando la mano en señal de despedida—. Nos vemos mañana.
Sakura lo miró marcharse, negando con la cabeza entre risas.
—A veces me pregunto si de verdad disfruta vernos sufrir.
Sasuke guardó las manos en los bolsillos.
—Sin duda lo hace.
Naruto bufó, pero una sonrisa se le escapó al final.
Mientras el sol se hundía tras los árboles, los tres siguieron su camino juntos, discutiendo, riendo y empujándose entre sí como hermanos cansados después de un largo día.
El consejo de Konoha estaba reunido en la sala circular, esa donde la luz del día entraba en haces filtrados por los vitrales con el emblema del clan Senju.
El aire olía a papel antiguo, incienso y política.
Minato permanecía en el extremo más alejado de la mesa, con los brazos cruzados detrás de la espalda y el rostro sereno. Del otro lado, Danzō, Homura y Koharu lo observaban con expresiones tan frías como los informes apilados frente a ellos.
—Hokage-sama —comenzó Homura, ajustando sus lentes con gesto meticuloso—, comprendemos su entusiasmo con el nuevo equipo de Hatake Kakashi, pero debemos abordar dos puntos delicados.
Minato asintió, calmado.
—Los escucho.
Koharu habló con su tono agudo pero firme:
—Primero, la composición del equipo. Tiene a un ex-ANBU de alto rango, retirado a la fuerza del frente, a un heredero del clan Uchiha, al hijo del Hokage —dijo eso con énfasis— y a una civil sin afiliación. No es una combinación prudente.
Danzō intervino entonces, su voz ronca resonando con autoridad.
—Es una mezcla políticamente explosiva. Los Uchiha todavía son vigilados. Tu hijo es portador del Kyubi. Y Hatake, por más leal que sea, no es un hombre… equilibrado.
Minato lo miró sin pestañear.
—¿Qué sugiere, Danzō?
El viejo apoyó las manos sobre el bastón.
—Reasignarlos. Separar al equipo. El muchacho Uchiha podría ser transferido a entrenamientos militares internos con su clan, el jinchūriki debe permanecer bajo vigilancia en la aldea, y la civil puede ser reubicada en la división de apoyo médico o administrativo.
Homura asintió.
—Sería lo más seguro. Después de todo, Hokage-sama, no podemos ignorar que las otras aldeas observan con atención los movimientos de Konoha. Exponer a esos tres fuera de los muros sería un riesgo político.
El silencio se extendió un momento.
Solo el sonido del reloj de pared marcó los segundos antes de que Minato hablara.
—Entiendo sus preocupaciones —dijo con voz tranquila, casi suave—. Pero no las comparto.
Koharu frunció el ceño.
—¿Perdón?
Minato alzó la vista, y en sus ojos se reflejó esa calma que siempre precedía a una tormenta.
—Los tres son el reflejo de lo que Konoha debería ser. Un shinobi de un clan poderoso, un portador de un legado temido y una civil que eligió este camino por convicción. ¿Y ustedes quieren separarlos?
Danzō entrecerró los ojos.
—Quiero proteger a la aldea.
—¿Protegiéndola del futuro? —replicó Minato sin perder la sonrisa—. Porque eso es lo que representan esos niños. Si los encerramos en muros, solo perpetuaremos los mismos errores que nos llevaron a guerras anteriores.
Homura suspiró.
—Nadie habla de encerrar, Hokage-sama. Pero hay equilibrio que mantener.
Minato asintió.
—Y ese equilibrio no se logra aislando, sino confiando. — Inclinó su cuerpo al frente, apoyando las manos sobre la mesa. —Kakashi es el shinobi más preparado para enseñarles lo que significa sobrevivir y trabajar en equipo. No solo como soldados, sino como personas. Por eso lo saqué del frente.
Danzō ladeó la cabeza.
—¿Y qué ocurrirá cuando uno de ellos caiga? ¿Qué explicación le dará a la aldea cuando el hijo del Hokage muera bajo su propio mando?
El silencio que siguió fue pesado.
Minato no se movió. Solo lo miró directamente.
—Entonces lloraré como padre, pero no habré fracasado como Hokage —respondió con voz baja—. Porque ambos eligieron vivir en la misma aldea. Y eso significa confiar en el mismo sueño y transmitir esos sueños a nuestros hijos.
Las palabras resonaron en la sala, más duras de lo que su tono sugería. Danzō apretó el bastón, sin responder. Koharu bajó la mirada; Homura carraspeó.
Minato enderezó la espalda.
—Mientras yo sea Hokage, el equipo siete no será reasignado. Seguirán como están. Y sí, saldrán a misiones fuera de Konoha cuando llegue el momento.
Pausó, luego añadió con una sonrisa leve.
—Si la aldea teme a sus propios hijos, ya perdió la guerra antes de empezar.
El silencio final fue absoluto.
El Hokage se puso de pie, con firmeza sin perder su toque amable.
—Si eso era todo, podemos retirarnos.
Mientras los consejeros salían uno por uno, Danzō se detuvo junto a la puerta.
—Tus ideales son nobles, Cuarto. Pero los ideales no detienen las sombras.
Minato no lo miró, pero su respuesta fue firme.
—No. Pero pueden hacer que la gente camine hacia la luz.
Danzō se fue sin decir nada más.
Minato quedó solo, mirando el reflejo anaranjado del atardecer sobre la aldea.
No perdió más tiempo para volver a su despacho -no le gustaba atender al concejo dentro de el- y en el se empezaba a escapar la luz del día.
Tomo asiento detrás de su escritorio y comenzó a revisar cada pergamino con concentración absoluta. Informes de patrullaje de la frontera, de las costas, de los caminos, ataques discretos e incremento de asaltos. Cada uno debía llevar su sello de revisión y asignación… a veces pensaba que requería mejor un asistente para esos casos, pero no quería abusar del tiempo de sus shinobis, sin mencionar que en esos tiempos la confianza era su mejor arma y no podía dársela a cualquiera.
Minato hojeaba un informe más, con la expresión tranquila de quien ya se ha acostumbrado al ruido del mundo.
Sin embargo, su atención se desvió cuando una carpeta marcada con tinta azul se deslizó entre las demás.
“Equipo Siete — Informe de misión.”
Sus dedos se detuvieron apenas un instante antes de abrirla.
Dentro, las letras pulcras de Kakashi relataban los sucesos en los campos de arroz. Nada fuera de lo normal: un grupo de bandidos interceptados, sin bajas, un rasguño menor en Naruto, desempeño “notablemente coordinado” del equipo. Y al final, en la caligrafía inclinada de Kakashi, una línea que lo hizo sonreír:
“Aún tienen mucho que aprender, pero empiezan a confiar. Es un comienzo.”
Minato se recargó en su silla, mirando hacia la ventana. Desde esa altura, se alcanzaba a ver parte del campo de entrenamiento, donde el aire movía las copas de los árboles como un mar.
—Confianza, ¿eh…? —murmuró, casi para sí.
Un golpe suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos. A seguir trabajando.
Chapter 7: La oscuridad de la aldea, Parte II
Summary:
Las sombras se mueven en la aldea
Chapter Text
El silencio del atardecer envolvía el edificio principal del Departamento de Policía Militar.
Fugaku Uchiha se encontraba en su oficina, los documentos apilados sobre su escritorio formando una muralla entre él y la lámpara que parpadeaba débilmente.
El sello rojo del Hokage brillaba sobre uno de los informes recién firmados.
Si alguien le hubiera dicho a un Fugaku infante que estaría trabajando de la manos con el Hokage, le hubiera lanzado una bola de fuego. Pero ahí estaba, recabando y controlando la seguridad de la aldea por ordenes del Hokage quien aparentemente confiaba en él.
Fugaku siempre supo de los ideales pacifistas que tenía Minato con respecto a la sociedad shinobi, y aunque tal vez por su participación en la guerra como un destacable eliminador de ejércitos es que se le haya olvidado un poquito lo necio y sato que es… o la realidad, es que Fugaku sabe que Minato tiene el poder para imponer y destruir, pero no lo usa, prefiere el dialogo y las sutilezas.
Tonto.
Y más tonto se sentía él por haberlo escuchado y tomado su mano hace años, confiando, o intentando confiar, en las palabras del hombre. Pero tuvo sus razones, claro, y no fue principalmente la seguridad u opinión del clan en quien pensó, si no en su familia.
Mikoto, por supuesto, influyo mucho por su amistad con Kushina, y aunque sabía que sí el lo ordenaba, la lealtad de Mikoto por el clan sería absoluta y se distanciaría de su mejor amiga, pero no sería lo correcto.
Itachi, un peso mayor. Su hijo tenía la visión y la sabiduría de un líder desde pequeño, y aunque Fugaku se lo ordenara, Itachi salvaría a los inocentes de un conflicto interno. Itachi iría contra si mismo para evitar derramamiento de sangre, irónico, debido a su carrera militar que escogió. En eso, para desafortunada ironía de Fugaku, era parecido a Minato. Así que, ¿por qué darle a su hijo mayor, su orgullo y símbolo del clan, una responsabilidad que no le correspondía cargar?
Y luego, Sasuke. Desde que su hijo menor nació, Fugaku sospechaba que en Sasuke había algo que lo hacía esperar más de él. Con el paso del tiempo, Sasuke no fue un prodigio como su hijo o su primo, tenía talento sí, pero no al mismo nivel. ¿Entonces, porque cada que miraba a su hijo menor, sentía que había algo en él que le daba escalofríos? Decidió dejar de forzar ver en su hijo un prodigio y mejor esperar a ver de que estaba hecho, que tenía el destino preparado para Sasuke. Para eso, él tenía que vivir.
Y por todo eso, desde la tarde donde su esposa reía con la antigua Jinchuriki y se escuchaban las risas de los niños pequeños, es que acepto la ofrenda de paz de Minato.
Ha cumplido, de gran modo. La segregación política no pudo deshacerse con facilidad que ni el había imaginado, pues eran casi dos siglos trabajando de la misma manera, pero el trato social y económico si era diferente. El clan Uchiha ya no solo era visto como la “policía”, sino como un clan fundador de la aldea entre los demás clanes. Aún había miedo en unos cuantos, claro que sí, pero también los actos heroicos de Itachi y Shisui eran vistos con ojos de admiración, y ayudaba a la imagen del clan.
Y ahora un nuevo rumor comenzaba correr, ese donde se decía que cierto equipo genin era bastante ruidoso y llamativo…
El sonido de la puerta al abrirse rompió la quietud.
Un ANBU entró, dejó un pergamino sellado sobre la mesa y desapareció tan rápido como llegó.
Fugaku lo observó un instante antes de romper el sello.
Leyó en silencio, su expresión inmutable, aunque el leve movimiento de su mandíbula delataba tensión.
“Operaciones clandestinas detectadas. Actividad residual de la división RAÍZ confirmada. Involucrados: menores de edad desaparecidos. Autor: Shimura Danzō.”
El Uchiha cerró los ojos un segundo.
Respiró profundo, luego tomó el pergamino y se encaminó hacia la torre del Hokage.
Minato por su cuenta, lo esperaba de pie, mirando por la ventana hacia el horizonte, donde las luces de la aldea ya estaban iluminando las calles.
No parecía sorprendido cuando Fugaku entró.
—Así que lo confirmaste —dijo el Hokage, sin volverse.
Fugaku, acostumbrado a que Minato actuara como si leyera la mente de todos, dejó el pergamino sobre el escritorio.
—Sí. Danzō sigue operando. Sus hombres mataron a tres niños huérfanos hace dos noches. “Eliminación de potenciales amenazas”, según su informe interno.
Minato apretó los puños, pero su voz se mantuvo serena.
—Lo esperaba.
El Uchiha arqueó una ceja.
—¿Esperabas asesinatos?
—Esperaba que Danzō no se detuviera solo porque se lo ordené. — Minato suspiró y finalmente se giró hacia él, la mirada cansada pero firme. —Por eso te pedí que lo siguieras.
Fugaku cruzó los brazos.
—¿Sabes lo que me pides, Hokage-sama? Si se entera, intentará eliminarme.
—No lo hará —respondió Minato con calma—. Danzō cree que aún te necesita para mantener a los Uchiha controlados.
Hubo un largo silencio entre ambos.
Solo el sonido del viento colándose por la ventana interrumpía la quietud.
Fugaku lo observó, meditando sus palabras.
—Si sabes que sigue actuando, ¿por qué no lo arrestas ahora?
Minato bajó la mirada al escritorio.
—Porque arrestarlo no es suficiente. Danzō no es un hombre, es una idea. Y si no lo desmantelamos por completo, volverá a surgir bajo otro nombre.
Fugaku comprendió, aunque la respuesta no le agradó.
—Entonces lo estás manteniendo en jaque.
—Lo estoy manteniendo preso, en su propia ilusión de poder. — Minato sonrió apenas, con esa calma suya que siempre ocultaba algo de tristeza —. Mientras crea que aún tiene control, seguirá cometiendo errores. Y cada error, Fugaku, me da tiempo.
El líder Uchiha asintió despacio, comprendiendo el tipo de guerra que estaba librando su Hokage.
—Es un juego peligroso.
—Lo sé. Pero prefiero jugarlo yo que dejar que mis hijos lo hereden.
Fugaku guardó silencio.
Sus ojos se suavizaron un instante, una sombra de comprensión cruzando su rostro. Minato puede tener esa aura de brillo dorado perfecto la mayoría del tiempo, otras tantas daba terror cuando se enojaba, pero en pocas ocasiones como esa, Fugaku se percataba de la preocupación que cruzaba por sus cejas rubias.
Actuaba como líder, pero también pensaba como padre. Fugaku puede entenderse con eso.
Hubo un silencio largo, cargado de una confianza tácita.
Luego, Fugaku se enderezó, con la formalidad de un soldado reportando a su comandante.
—Confiaré en tu estrategia, Hokage-sama. Aunque como padre... —hizo una pausa breve— ...Acepte el avance de Itachi en ANBU porque sé que sabe cuidarse, pero me preocupa el papel que le diste a mi hijo menor.
Minato asintió, sin apartar la mirada.
—Y con razón. Pero también confío en él.
Fugaku entrecerró los ojos.
—¿Confías en un niño de doce años?
—Confío en lo que representa —respondió Minato—. Si Sasuke aprende a ver el mundo fuera del orgullo de su clan, si Naruto entiende el peso de lo que lleva dentro, y si Sakura logra equilibrar ambos extremos… entonces no serán tres niños, Fugaku. Serán el comienzo de una nueva era.
El silencio volvió a llenar la sala.
Fugaku bajó la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió con un leve orgullo.
—Mi esposa diría que hablas como un soñador.
—Tu esposa tiene razón —replicó Minato con una risa ligera—. Pero los sueños también construyen aldeas.
Fugaku dio un paso atrás, inclinando la cabeza.
—Seguiré enviando mis reportes. Y si Danzō se mueve, lo sabrás primero.
—Gracias, Fugaku.
—Confío en lo que estás intentando construir, Hokage — antes de irse, se detuvo apenas un segundo. — Y por el bien de nuestros hijos.
Cuando salió, Minato permaneció mirando hacia la noche.
Sabía que lo que venía no sería fácil.
Pero si incluso Fugaku Uchiha había decidido confiar, tal vez Konoha aún tenía esperanza.
—Por el bien de nuestros hijos —repitió en voz baja.
El viento movió los papeles sobre su escritorio, y entre ellos, un informe del Equipo 7 se deslizó hasta el borde.
“Coordinación mejorando. Espíritu de grupo en desarrollo.”
Minato sonrió.
—Sigue observándolos, Kakashi. Ellos serán nuestra mejor defensa… y nuestro mejor legado.
Las calles de Konoha brillaban con el reflejo de los faroles, dibujando hilos dorados sobre la piedra húmeda.
Era una noche apacible, el tipo de calma que solía engañar incluso a los más atentos.
Naruto iba al frente, hablando sin descanso, sus manos agitándose mientras contaba algo sobre el último entrenamiento.
—¡Te juro que esta vez el clon casi te daba, Kakashi-sensei! —decía riendo, sin esperar respuesta.
Sakura lo seguía con una sonrisa cansada, ajustando la cinta de su cabello.
—Casi, Naruto… pero casi no es suficiente —le replicó divertida.
Sasuke caminaba unos pasos detrás de ambos, en silencio. No por indiferencia, sino por instinto. Se había acostumbrado a cerrar la formación, a ser los ojos que cubrían la espalda del equipo, sus pasos eran ligeros, pero atentos; su mirada, serena, repasando los tejados y las esquinas sin parecerlo.
Kakashi, detrás de ellos, observaba en silencio.
Sonreía bajo la máscara, más con los ojos que con los labios. Era una escena que le habría resultado común en cualquier otro momento, pero algo en el aire le resultaba distinto.
Fue tan sutil que ni siquiera el Sharingan lo habría notado: una sombra que se movió entre los tejados, demasiado lenta para un gato, demasiado precisa para ser casualidad.
Sasuke se detuvo un segundo, su ceño fruncido hacia un callejón lateral.
—¿Qué pasa? —preguntó Sakura, notando que había frenado.
—Nada —respondió él tras una pausa breve. Sus ojos, sin embargo, se quedaron fijos en la oscuridad un instante más—. Solo… creí sentir algo.
Naruto se giró, curioso.
—¿Qué, un fantasma? ¡Seguro fue un gato, teme!
Sasuke lo ignoró con una media sonrisa, esa que aparecía solo cuando no quería dar explicaciones.
—Sí. Un gato.
Kakashi observó el callejón también, sin girar del todo la cabeza.
Solo un leve movimiento del ojo visible, apenas un reflejo.
Y entonces lo reconoció: el patrón del desplazamiento, la secuencia de sombras, el sonido casi imperceptible del aire al ser cortado por el paso de tres figuras… ANBU, pero no cualquiera.
Raíz.
El sello de silencio. La ruta en abanico. El cambio de ritmo cada siete pasos.
Tácticas que solo un hombre en Konoha seguía enseñando, aunque oficialmente su grupo ya no existía.
Danzō.
Kakashi no se movió.
Sabía que si hacía contacto visual, las sombras desaparecerían. Y eso sería peor. Así que permaneció quieto, las manos en los bolsillos, escuchando la risa de Naruto adelantándose hacia el aroma cálido del ramen.
—¡Vamos, sensei! ¡Ichiraku cierra temprano hoy! —gritó el chico.
Kakashi asintió despacio, siguiendo al grupo sin prisa.
Pero su mirada se quedó un segundo más en el callejón vacío.
No había peligro inmediato, no era una invasión extranjera ni un enemigo que quisiera sangre. Era otra clase de amenaza.
Una que se infiltraba entre los tejados, se movía en silencio y respiraba dentro de la misma aldea.
Mientras alcanzaba al equipo, Kakashi alzó apenas la vista hacia la luna.
La luz blanca se reflejaba en su protector frontal, partida por la cicatriz que cruzaba su ojo.
Parece que las sombras no descansan
Naruto reía a lo lejos, Sakura lo regañaba, y Sasuke caminaba entre ambos, silencioso, vigilando su retaguardia.
Kakashi metió las manos en los bolsillos y los siguió, dejando atrás el callejón oscuro. No era el momento de alarmarlos.
Pero esa noche, por primera vez en mucho tiempo, pensó que la verdadera guerra no se libraría fuera de Konoha… sino dentro de sus muros.
Chapter 8: La oscuridad de la aldea, Parte III
Summary:
Una nueva emboscada dejar ver las intenciones del enemigo.
Chapter Text
El sol del mediodía caía armonioso sobre el sendero que serpenteaba entre colinas húmedas. El equipo siete avanzaba ligero, cargando cada uno un par de rollos con sellos de almacenaje: suministros agrícolas que debían llegar antes del anochecer a un pequeño poblado cercano al río Naka, apenas cuatro horas de viaje tranquilo.
Naruto iba al frente, hablando más de lo que escuchaba.
—¡Vamos, no puede ser que el campo esté tan lejos! Seguro que esto era una trampa para que nos den más entrenamiento físico.
—No es culpa de nadie que tu resistencia sea la de un anciano de noventa años. —respondió Sasuke sin siquiera girar la cabeza.
—Oh, ¿sí? ¡Pues quiero verte cargando un rollo y aún así mantener esa cara seria todo el día! ¡De veras!
—Es justo lo que vamos a hacer hoy, pedazo de dobe.
—Podrían dejar de discutir y guardar el aliento —intervino Sakura, como siempre antes de que esos dos empezaran un concierto de gritos. Pero la niña ya acostumbrada, había dejado atrás su aparente actitud molesta y ahora les sonreía divertida, apreciando el extraño vínculo de sus compañeros.
Kakashi, detrás de ellos y con la carga mas ligera de solo llevar su libro en las manos, mantenía la pose de su desinterés, pero estaba con su ojo visible puesto en ellos, disfrutando del entretenimiento.
—Bien, mucho grito. Recuerden que esta misión es de rango C, pero los caminos están más activos de lo usual. Mantengan la formación: Naruto adelante, Sasuke en la retaguardia y Sakura al centro.
El equipo asintió.
El camino de tierra y los costados cubiertos de frondosos árboles como sólo la nación del fuego podía tener, sólo se escuchaba el roce de sus telas y los pasos sobre la tierra suelta. A lo mucho, Naruto iba tarareando una canción famosa en la radio, el ambiente era tranquilo.
Hasta que el sonido de una ramita crujiendo entre los arbustos los puso en alerta.
Kakashi no se inmuto, los tres chicos sólo tuvieron un segundo para resentir el cambio de la situación, pero se acoplaron mejor de cómo actuaron la última vez en su misión en el campo de arroz.
No detuvieron su paso, siguieron adelante, pero ahora estaba claro.
Sasuke fue el primero en erguirse.
—Están a la derecha —murmuró Sasuke, ya con un kunai en la mano.
Un instante después, tres figuras encapuchadas salieron del bosque. Se movían rápido, demasiado organizadas para ser simples ladrones.
Naruto, como no, fue el primero en lanzarse, directo al frente con varios clones para detener los primeros movimientos de los atacantes. Sasuke, aprovechando la defensa, atacó con movimiento de patada y puño a dos de ellos, dejando que Sakura desde la retaguardia cubriera los costados lanzando varios shuriken.
En el aire y aún con el estorbo del rollo a su espalda, Sasuke tomo el brazo del Naruto real para lanzarlo arriba y que este lanzara dos kunais que chocaron con los de Sakura, de esa forma obligando a las armas a chocar detrás de los árboles para sacar a los otros tres hombres de su escondite.
Intentaron, entre su torpeza e inexperiencia, atrapar a los dos chicos, pero Kakashi intervino por fin con un muro de tierra que los dejo noqueados al estamparse con el.
—Excelente ejecución de la formación Delta, chicos, entendieron la idea. — elogió Kakashi, notando que ninguno de los tres dudo ni estaba sudando.
Una sola formación, cuatro movimientos conjuntos y tenían alrededor de ocho hombres harapientos y grandotes tirados en el suelo.
Naruto se limpió una pequeña línea de sangre que rasgo la manda de su chaqueta naranja, con un resoplido y un puchero de alguien que odiaba perder.
—Tsk, apenas me rozó…
—Te moviste tarde —replicó Sasuke, aunque su tono no sonó burlón y se acercó a ver mejor el brazo de su compañero.
Sakura también se acercó, ya sacando de su bolsillo de su short, un pañuelo que trozo y envolvió alrededor de la herida del rubio.
—Insisto sensei, mínimo debió enseñarnos como cerrar algunas heridas —bromeó Sakura mientras se enfocaba en su trabajo—, si seguimos así, Naruto se va desangrar en cualquier momento.
Naruto soltó una risita.
—¿En serio, Sakura? — continuo Sasuke, con su deje de arrogancia, tenía esa mueca egocéntrica y divertida en su cara — Lo único que nos va enseñar él es como desangrarnos con estilo.
—Hm, muy graciosos —respondió Kakashi, guardando su libro y revisando el perímetro—. Por insubordinación, más entrenamiento físico mañana.
Sakura y Naruto gimieron, Sasuke respondió con su monosílabo favorito.
—Bien, ahora decidamos que haremos con estos sujetos; aún nos faltan dos horas para llegar al campo del río Naka, y la última caseta de patrullaje la dejamos dos kilómetros atrás.
—Dejemos a estos colgando y que alguien en el camino los agarre de piñata…
—Naruto — Sakura ahora sí sonaba frustrada —, eso es ilegal.
—¿Y te parece que robar a los viajeros inocentes como yo es ilegal?
—Número uno, de inocente sólo tu criterio común, número dos…
Antes de que los chicos siguieran discutiendo, el sonido de dos shunshin los detuvo.
Los tres chicos volvieron a ponerse en posición, Kakashi también sujeto su kunai con fuerza, pero no porque esperará más bandidos, sino por las dos mascaras ANBU que vio frente a ellos.
—Hatake Kakashi — se escuchó la voz de un hombre detrás de la máscara —, nos llego el aviso de que se enfrentaban a un grupo de asaltantes de camino.
—Vaya — intentó mantener su tono informal —, eso sí que fue oportuno.
—Nos llevaremos a los implicados para sentenciarlos.
—¿Bajo que jurisdicción? Es para mi informe, claro.
—Puedes preguntar en la caseta de vigilancia.
Kakashi, ex miembro ANBU, podía entender la implicación detrás de esas palabras. Prácticamente, era una advertencia de no preguntar lo que no le conviene.
De haber estado sólo, Kakashi se enfrentaría a esos dos para obtener respuestas y llevárselos directo al Hokage, pero tanto él como los dos enmascarados sabían que no arriesgaría la seguridad de los tres chicos sólo por respuestas que ya conoce.
Así que no hubo más insistencia.
Los ANBU no duraron nada en tomar los ocho cuerpos desaparecer con ellos, dejando el camino despejado y a todo el equipo callado.
—Eso fue un poco raro, ¿no? — dijo Naruto, rascándose la cabeza mientras miraba a su equipo
—ANBU — murmuro Sakura con cautela —, esa organización sí que son otra cosa.
—Nah, ni tanto — Naruto hizo un ademán de desinterés con la mano —, él único cool es Itachi-san, el hermano de Sasuke.
—Cierto, tú hermano es muy popular hasta en los civiles.
Sasuke, lejos de incomodarse, parecía regocijarse al escuchar sobre lo popular que era su hermano mayor. Como pavorreal pavoneándose, el chico se enderezo y cruzo de brazos, sonriendo con altanería
—Claro, es un Uchiha.
—Uy sí, Uchiha… Son raros y depresivos.
—Pero se ven genial haciéndolo — Sakura río, entre sonrojada y divertida, mientras Naruto hacía gestos de asco
Los chicos siguieron discutiendo aún sin moverse frente de Kakashi, mientras que él, mantenía la vista en una de las armas que se le cayó a uno de los asaltantes.
Una espada corta vieja, casi oxidada, y el número del arma que estaba grabado en el acero estaba casi borrado… pero él lo reconocía bien, era de su época. Un arma del almacén de ANBU.
Kakashi guardó silencio.
—Bien hecho, equipo. Recojan sus cosas, seguimos hasta el pueblo —dijo finalmente.
Naruto ajustó el rollo de suministros con entusiasmo.
—¡Lo ves, Sasuke! ¡Somos invencibles!
—Habla el que siempre termina herido —respondió el Uchiha con un leve bufido.
Mientras los tres se adelantaban por el camino, riendo y discutiendo, Kakashi quedó atrás por un instante, mirando hacia los árboles.
No eran bandidos.
Y si habían sido enviados… era desde adentro.
El viento sopló entre las ramas. Kakashi guardó su kunai y la espada vieja, y siguió caminando con la misma calma aparente, el único que entendía que aquella misión rutinaria acababa de cambiar su lectura del tablero.
Tiempo después, ese mismo día, el cielo estaba ya cubierto por el tono anaranjado del atardecer cuando el equipo siete regresó por la puerta oeste. Sakura y Naruto discutían sobre quién había lanzado mejor sus kunai, mientras Sasuke caminaba en silencio, con la mirada alerta incluso dentro de los muros de la aldea.
—¡Vieron eso! ¡Les dije que esos tipos no durarían ni cinco minutos contra el futuro Hokage! —proclamaba con los brazos detrás de la cabeza.
—Cinco minutos... —repitió Sasuke con una ceja arqueada—. Lo dice el mismo tipo que salió con una herida.
—¡Oye! ¡Ese kunai se movió solo! —gruñó Naruto, y Sakura soltó una risita que apenas logró disimular.
Kakashi caminaba unos pasos detrás, observando en silencio. Había algo reconfortante en esa naturalidad, en cómo esos tres encontraban el equilibrio entre la torpeza y la promesa.
Por un instante, el peso de la tensión política pareció desvanecerse con el atardecer.
Al llegar al edificio de la administración de misiones, los cuatro entregaron su reporte.
Minato los esperaba en persona, revisando otros pergaminos en el mostrador. Sonrió apenas los vio.
—Buen trabajo, equipo siete —dijo el Hokage con esa voz tranquila que llenaba la sala—. Me alegra verlos de una pieza.
—¡Papá! Digo, Hokage-sama, ¡te dije que todo saldría bien! —Naruto se adelantó, cruzándose de brazos con orgullo.
—Lo hiciste bien, hijo —respondió Minato con una sonrisa genuina—. Pero recuerda: la prudencia también es parte del éxito.
Naruto asintió enérgicamente, aunque su expresión mostraba que no había entendido del todo.
Minato firmó el reporte con un sello rápido, y antes de devolvérselo a Kakashi añadió, casi al pasar:
—Kakashi, quédate dos minutos. Hay… otros temas administrativos que quisiera revisar contigo.
No era un pedido. Tampoco una orden abierta. Solo una frase medida, pronunciada con el mismo tono neutral de siempre.
Kakashi entendió al instante.
—Entendido, Hokage-sama —respondió, inclinando ligeramente la cabeza.
Sakura y Naruto ya se despedían con energía, hablando de ramen y entrenamiento, mientras Sasuke se quedaba unos pasos atrás, como si estuviera sopesando la idea de pedir permiso para quedarse a escuchar.
Kakashi se guardo su propio suspiro para si mismo, intentado transmitirle confianza y calma al pequeño Uchiha desconfiando. Sasuke entrecerró los ojos, pero termino saliendo de la oficina.
El leve sonido del seguro de la puerta y Kakashi miró a su maestro,
—¿”Temas administrativos”?
—Sí, fue lo que se me ocurrió. — respondió Minato con un tono que mezclaba resignación y cansancio—. El concejo no estuvo de acuerdo con la formación del equipo siete.
Kakashi no mostró sorpresa.
—Lo imaginaba. No todos deben ver con buenos ojos que el portador del Kyubi y el heredero del clan Uchiha trabajen juntos.
—Ni que su sensei sea un ANBU retirado a la fuerza, ni que la chica sea una civil. —añadió Minato con una media sonrisa amarga—. Les parece demasiado… simbólico.
Guardó silencio unos segundos antes de continuar:
—Danzo aprovechó ese descontento. No intentó dañar al equipo, no todavía. Quería desacreditarlos. Mostrar que la combinación era inestable, que yo estaba mezclando política con sentimentalismo.
Kakashi se quedó quieto. Solo el leve movimiento de su respiración delataba que estaba procesando las palabras.
—Así que el ataque en el camino fue una demostración.
—Exacto —asintió Minato, con la mirada fija en el mapa—. No fue una emboscada improvisada. Fue una advertencia.
El silencio se extendió unos segundos antes de que el Hokage añadiera con tono más bajo:
—Por eso te llamé. Quiero que mantengas a los chicos bajo tu protección directa. Danzo sabe que no puede enfrentarse a ti directamente y sin excusarse tras el concejo después de hoy, pero ten la certeza de que los estarán vigilando para esperar el más mínimo punto débil. Hasta que podamos detener a Danzo y disolver por completo lo que queda de Raíz, debes estar atento.
Kakashi asintió despacio.
—Entiendo. Aunque si se tratara solo de mi seguridad, no tendría problema en exponerme. Pero con ellos…
—Con ellos no puedes arriesgarte —interrumpió Minato, el tono suave, pero firme—. Son más importantes de lo que el consejo entiende.
Se detuvo un momento y añadió con una sonrisa pequeña:
—Y no solo por sus apellidos.
Kakashi ladeó ligeramente la cabeza.
—¿Quieres que te informe también de su progreso?
—Por supuesto. Hace días que no tengo tiempo de observarlos —dijo Minato, sentándose al fin, con un gesto cansado.
—Aún son torpes —respondió Kakashi con sinceridad y Minato resoplo divertido —. Pero mejoran rápido, hoy demostraron más entereza y confianza. Naruto y Sasuke se empujan el uno al otro con esa rivalidad suya… no dañina, pero intensa. Sakura intenta mantenerse al nivel, y eso la está fortaleciendo.
Hizo una pausa breve antes de agregar:
—Me temo que, Sasuke… está más alerta de lo normal. Reconoce cuando algo no encaja. Ahora lleva días que no se mueve de sus espaldas, alerta a cualquier ruido, aun dentro de la aldea.
Minato soltó una leve risa por lo bajo.
—Eso no me sorprende. Todos los Uchiha que he conocido envejecen rápido por la paranoia.
Kakashi bajó la mirada, sin sonreír, aunque el comentario lo relajó.
—Tal vez eso sea lo que los mantiene vivos.
—O lo que los consume antes de tiempo —replicó Minato, volviendo la vista hacia la ventana. Desde allí, la aldea parecía en calma.
Luego habló más despacio:
—Kakashi, si algo llegara a moverse dentro de Konoha, no quiero que los chicos se
vean envueltos. Entrénalos, fortalécelos, pero mantenlos lejos de la política.
—Eso intentaré —dijo Kakashi con voz neutra, sabiendo que esa promesa era casi imposible de cumplir.
El Hokage asintió, como si entendiera lo que el otro no había dicho.
—Gracias. No por obedecerme, sino por confiar en ellos.
Kakashi levantó la vista, y por un instante, bajo la luz cálida de la lámpara, el joven sensei reconoció algo en Minato que rara vez veía:
el peso de la duda en un hombre que debía parecer invencible.
—Confío en ellos —dijo finalmente, antes de girarse hacia la puerta—. Pero también confío en usted, Hokage-sama.
Cuando la puerta se cerró, Minato permaneció mirando el mapa.
Sobre él, un pequeño marcador rojo señalaba el punto exacto donde el equipo siete había sido emboscado.
A su lado, otra marca, más pequeña, se había dibujado hace apenas un día:
un rastro de actividad de ANBU no registrados.
Minato suspiró.
—No es una guerra abierta… pero tampoco es paz —murmuró.
Y por primera vez en mucho tiempo, el Cuarto Hokage sintió que el verdadero campo de batalla estaba dentro de sus propios muros.
Detrás de la puerta, Kakashi podía seguir escuchando la voz de Sakura y Naruto aún debatiendo por alguna tontería, tal vez esperándolo a él. Pero quien no se había movido de su lugar, era Sasuke, apoyado en el muro, con las manos en los bolsillos.
Kakashi empezaba a sentir el mismo miedo que cuando Itachi se aparecía de la nada a su lado cuando era ANBU,
Sus ojos, oscuros y tranquilos, lo estudiaron apenas un segundo antes de hablar.
—¿Todo en orden? —preguntó con voz baja, sin tono de curiosidad ni preocupación, solo observación casual.
Kakashi lo miró, sorprendido por un momento. A su edad, esa clase de intuición no era común. Iba a tener que disculpase con su maestro, iba a ser imposible mantener, al menos a Sasuke, fuera de toda política.
Luego sonrió bajo la máscara, de ese modo apenas visible que no necesitaba palabras.
—Sí. Todo en orden —respondió con calma—. Déjamelo a mí.
Sasuke asintió, y sin más, se giró para alcanzar a sus compañeros que ya se alejaban riendo por la calle.
Kakashi lo siguió con la mirada. El viento movió suavemente las hojas del camino.
Por un momento, el veterano ninja sintió la misma mezcla de orgullo y preocupación que Minato llevaba en los ojos cada vez que hablaba de ellos.
Todo estaba “en orden”.
Por ahora.
El amanecer llegaba tibio sobre los campos cercanos a la aldea.
Ya habían pasado tres días desde su última misión y su encuentro con los ladrones, y aunque Kakashi hizo hasta lo imposible por dejarlos agotados y que llegaran a sus casas a no hacer más que dormirse, resulta que Sasuke no era él único espabilado del grupo.
Eso, o la presión de ser un blanco ya era real.
El equipo siete había pasado la mañana en entrenamiento, pero Kakashi notaba algo distinto: Sasuke se distraía más de lo normal, Sakura observaba con disimulo, y hasta Naruto, entre chistes, miraba a su maestro como si esperara algo que él no decía.
Cuando dieron por terminado el ejercicio, Sasuke fue el primero en romper el silencio.
—Sensei —dijo sin rodeos—. ¿Qué está pasando?
Kakashi lo miró por encima del libro que ni siquiera había abierto.
—¿A qué te refieres?
—Las misiones —respondió Sasuke—. Antes podíamos salir más lejos. Ahora apenas patrullamos los límites de Konoha. Y hay más ANBU en los techos.
Naruto, confundido, frunció el ceño.
—¿Eh? ¿ANBU? ¿Dónde?
—No los notas porque no quieren que los notes —murmuró Sakura, bajando la voz—. Yo también me di cuenta. Desde hace una semana nos siguen.
Kakashi cerró el libro despacio y suspiró.
—Tienen buena observación —dijo con tono neutro, aunque en el fondo se sorprendía de que los tres lo notaran.
Naruto se adelantó.
—Entonces sí pasa algo. ¡Lo sabía! ¿Nos van a mandar a una misión secreta o algo así?
Kakashi sonrió bajo la máscara, pero sus ojos no mostraron humor.
—No exactamente. Solo… las cosas en la aldea están un poco tensas. Para algunas personas, aceptar lo que no comprenden es difícil.
—¿Aceptar qué? —preguntó Sakura.
El jōnin los miró a los tres, con ese aire tranquilo que a veces parecía esconder una tormenta.
—A ustedes —dijo finalmente—. Ya se los dije al inicio, son un equipo que no muchos habrían formado. Y eso los hace únicos… y visibles.
Sakura frunció el ceño, procesando las palabras.
—El hijo del Hokage, el heredero de los Uchiha y una ninja civil —murmuró, más para sí que para los demás—. Representamos los tres sectores más importantes de Konoha. El símbolo que usted nos había dico.
Kakashi asintió apenas, sin confirmar ni negar.
—Pero eso no significa que sean piezas de nadie. Su fuerza está en lo que logren juntos, no en lo que representan.
Naruto cruzó los brazos, mirando el suelo unos segundos antes de levantar la cabeza con determinación.
—¡Pues que digan lo que quieran! Si la gente tiene miedo, entonces demostraremos que están equivocados. ¡Seremos el mejor equipo de toda la aldea, y los ninjas más fuertes!
Su voz resonó en el aire con esa mezcla de inocencia y voluntad pura que solo él podía tener.
Sakura sonrió suavemente, contagiada.
Kakashi los observó, sin interrumpir.
Solo Sasuke permaneció callado. Miró a Naruto y a Sakura —uno riendo con la esperanza en los ojos, la otra sonriendo con una serenidad nueva— y tenía esa mirada de estar en medio de una estrategia difícil de la que no sabía salir.
Kakashi no quería presionarlo, sea lo que fuera que preocupara al chico, esperaría a que se lo dijera si es que confiaba en él. En el peor de los casos, hablaría con Itachi.
El viento movió las hojas de los árboles, y Kakashi, desde donde estaba, sintió algo parecido a un eco.
Esa convicción silenciosa, esa promesa que el chico se hacía a sí mismo, era la misma que él había sentido años atrás.
Una promesa que había fallado en cumplir.
—Bien —dijo finalmente Kakashi, rompiendo el silencio con voz suave—. Si van a ser los ninjas más fuertes, supongo que tendrán que empezar corriendo cinco vueltas más alrededor del campo.
—¡¿Qué?! —gritó Naruto.
—Considerenlo motivación —añadió Kakashi, ocultando la sonrisa.
Sasuke no protestó. Solo empezó a correr.
Y mientras lo veía alejarse, Kakashi comprendió que, tal vez, esta vez sí podría redimirse de lo que no logró proteger.

Protectheanime on Chapter 5 Mon 03 Nov 2025 06:50PM UTC
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