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Language:
Español
Collections:
Ongoing fic, Vampire and Warlock’s HP Recs
Stats:
Published:
2022-01-31
Completed:
2023-01-19
Words:
587,488
Chapters:
68/68
Comments:
629
Kudos:
1,990
Bookmarks:
352
Hits:
85,719

Desolación

Summary:

Harry Potter estaba muerto.

La guerra había acabado.

Voldemort finalmente tenía el Mundo Mágico bajo sus pies.

Y Draco Malfoy era parte del círculo más cercano al Señor Tenebroso.

Ocho años después de la Batalla de Hogwarts, la aparición de Hannah Abbott en su puerta desmantela las verdades con las que Draco había tenido que aprender a vivir.

Notes:

HOLA GENTE PRECIOSA.

LEER POR FAVOR.

Para que exista trama, hay bastantes cosas que cambian respecto al último libro de Harry Potter, -que se irán explicando mientras avanza la historia-, partiendo por el hecho de que esta es una fic en la que Voldemort ganó la Batalla de Hogwarts, y aunque creo que esa es una advertencia en sí misma, aquí van cosas a tener a consideración:

•Este es un fanfic situado en un mundo oscuro. Se abordan temáticas como la esclavitud, la tortura, la violencia, el abuso sexual, y la muerte de forma BASTANTE gráfica y explícita desde el inicio, sin el fin de romantizar estas temáticas. Creo que colocaré TW en los capítulos demasiado fuertes, pero desde el primer momento, no lo lean si son sensibles a este tipo de cosas, porque están en casi TODOS los capítulos y no pondré advertencias cada vez que actualice.

•Hay referencias a la pedofilia y a abusos de todo tipo, por lo que puede ser shockeante y fuerte para algunas personas.

•Por los acontecimientos que suceden y el mundo en el que viven, existe un ANGST, a mi parecer, un poco pesado.

•Muchas de las cosas dichas y opiniones vertidas aquí no representan lo que YO pienso, y es propio de los personajes. Por favor, lean sabiendo que lo que dicen es subjetivo. Draco es un personaje que de por sí le hace falta bastante empatía; y a Harry, un poquito de valoración propia. Tenganlo en mente.

•Tener un pasado traumático no es justificación para ser mala persona. Mas hay que tener en cuenta el contexto en el que se encuentran. Esto aplica para cualquier personaje de Desolación.

•Creo que fácilmente puede ser clasificación +21, (no en la relación D/H, solo en el contexto del mundo) por lo que si eres menor de edad, te agradecería infinitamente que no me lo hagas saber. No puedo controlar lo que lees, pero sí puedo pedirte de la forma más amable que tengo, que no me lo menciones.

Tomando en cuenta lo anterior, sin embargo, y este es un gran sin embargo: jamás me verán escribir una relación abusiva, aunque no puedo prometer que no tengan aspectos tóxicos, (es extrañísimo encontrar relaciones completamente sanas).

Harry y Draco tendrán su desarrollo (lento, bastante lento), pero jamás serán un asco entre ellos o habrá violencia de por medio una vez que lo suyo se dé. Y, agregar que, a pesar de que el romance es parte importante de Desolación, esta es una historia de misterio y acción antes que cualquier otra cosa.

Sin más que decir, ¡espero que lo disfruten!

(See the end of the work for more notes and other works inspired by this one.)

Chapter 1: Prólogo

Chapter Text

Desolación:

Con origen etimológico en el vocablo latino desolatio, «desolación» es el acto y resultado de desolarse o desolar. Este verbo, en tanto, refiere a destruir o a provocar tristeza o angustia.

Puede decirse que la desolación aparece con algo o alguien destrozado o arruinado.

 

•••

Había un hombre mirando por la ventana, aunque Draco no podía reconocerlo bien. Se le hacía conocido. Familiar, en realidad. Su respiración era pausada y hasta errática mientras veía hacia afuera.

Estaba nevando.

A pesar de que no sentía que se encontraba en peligro, Draco no pudo evitar levantarse de la cama en un movimiento rápido y agarrar la varita mientras su cuerpo se quejaba. Se sentía cómoda en su mano, como si fuera suya, pero al mirar hacia abajo, descubrió que... No era así. Su varita de espino no estaba por ninguna parte.

—¿Me recuerdas?

Draco miró hacia arriba al escuchar la voz del hombre, ronca y algo rota. Desconocida. Aún no se volteaba, sin embargo, parecía alerta también. Draco no creía que fuera a hacerle daño, pero... Todo era demasiado confuso. No confiaba en sus propios instintos.

—¿Quién eres? —preguntó Draco, afirmando su varita con más fuerza.

Por unos segundos, nada sucedió. Las manos del hombre formaron puños con tanta fuerza, que sus venas se marcaron. Draco comenzó a sentir el frío instalarse en su sistema, viendo cómo en vez de calmarse, con cada momento, la tensión en él aumentaba. Había sido solo una pregunta.

Entonces, el hombre se volteó.

Era Harry Potter.

Draco reprimió el grito de su garganta y su primera reacción fue maldecirlo, aunque Potter lo esquivó con un solo movimiento de mano y se quedó en su lugar, analizándolo. Su mirada era- desolada. Y Draco simplemente no podía creer lo que veía; un nudo se instaló en su garganta, impidiéndole respirar. 

Este era Harry Potter.

Era mayor. Algunas líneas de expresión surcaban sus rasgos, y los ojos verdes vívidos se encontraban completamente apagados. Draco sentía que estaba mirando a un desconocido; y al mismo tiempo, a alguien al que había visto cada día de su vida. Instintivamente trató de alcanzarlo, tocarlo... pero bajó la mano al momento después. ¿Qué estaba haciendo?

—Creí que estabas muerto —murmuró, temblorosamente—. Creí- creí que habías muerto.

Potter lo miró con cautela, estudiando las palabras de Draco, mientras éste dejaba que el sentimiento de pérdida lo inundara. Que lo arrollara. Era como si todos los músculos y huesos de su cuerpo se hubieran derretido, haciéndolo caer. Sus ojos picaban, y encima de su pecho existía una presión que amenazaba con hacer pedazos su corazón. No entendía por qué. Draco no entendía nada.

—¿Qué pasó? —susurró entonces. La luz de la ventana difuminaba los bordes del cuerpo de Potter.

—Voldemort...

—¡No digas su nombre!

Draco se giró, elevando la varita y esperando con miedo a que los Mortífagos irrumpieran en aquella casa por haber pronunciado "Voldemort" en vez de "Señor Tenebroso". Pero nada pasó. Draco no tenía idea de por qué. Deberían estar muertos para ese punto, sufriendo las peores cosas posibles en manos de toda esa gente horrible.

Cuando se giró, descubrió que Potter se había movido de la ventana y había avanzado hasta Draco. Silencioso. Vigilante. Draco dirigió la varita hacia él, provocando que Potter parara y levantara las manos. No se veía intimidado en absoluto.

—Él te mató —Draco escupió—. Te vi morir.

—¿Y cómo te hace sentir eso?

Draco descubrió que estaba temblando, y que tenía ganas de gritar... de gritar hasta que su garganta se secara y sus pulmones no pudieran más. Pero no hizo nada de eso. En su lugar, tomó una respiración honda y trató de calmarse.

—¿Qué sucedió?

Un gesto de dolor cruzó la expresión de Potter. Su frente se arrugó, y su boca se transformó en una fina línea. Draco esperó la respuesta con el corazón en la boca.

—Todos están muertos.

Su pulso cayó.

—¿Qué?

—Todos están muertos. Todos fueron asesinados. Al menos la mayoría.

Draco sintió un hachazo atacarle justo en el pecho. Y no pudo evitar que una lágrima cayera por su mejilla, mas no le prestó atención. No sabía quienes eran "todos". No sabía por qué debía importarle.

La barbilla de Potter temblaba, y por alguna razón, Draco casi se vio sobrepasado por las ganas de cruzar el espacio y abrazarlo. Pero se quedó en su lugar sin bajar la guardia ni la varita.

—¿Por qué tú no? —escupió entonces, y su voz sonó venenosa. Amarga.

Las palabras golpearon a Potter, y el gesto de dolor volvió.

—Porque tenía que salvarte.

—¿De qué mierda estás hablando?

Potter bajó la mirada, y se pasó una mano por el cabello. Exasperado. Triste.

—No me recuerdas.

Draco no contestó, porque no sabía qué era lo que había que recordar. Potter estaba muerto, él lo sabía. Eso era todo lo que sabía, y ahora se encontraban frente a frente, hablando incoherencias y mirando por la ventana de... ¿Dónde estaban, siquiera? ¿Eso era Inglaterra? ¿Por qué nevaba? ¿Era Navidad?

Cuando Draco volvió en sí, notó que Potter había avanzado nuevamente, y ahora estaban a un poco más de un metro. Draco volvió a maldecirlo, y el hechizo rebotó contra un escudo que ni siquiera lo había oído conjurar.

Aléjate.

Increíblemente, Potter le hizo caso y retrocedió. Su expresión se había cerrado, y aunque la desolación brillaba en sus ojos, eso era todo lo que delataba que algo terrible había sucedido. Los pedazos de Potter estaban perfectamente puestos, la fachada impecable. Pero Draco sabía que una palabra, y todo eso caería.

¿Cómo...?

—Potter —Draco bajó la varita al fin. No había dejado de temblar—. Potter, ¿qué pasó?

Potter dejó caer sus hombros, y sus dientes se apretaron. Por un momento, Draco creyó que no respondería, porque no quería hacerlo.

Pero entonces.

—Voldemort ha vencido-

Draco sintió que todo daba vueltas.

—No entiendo...

—Voldemort ganó.

—¿Qué...?

Draco sintió cómo caía. Y caía. Y caía.

—Voldemort nos venció en la Batalla de Hogwarts...

Unos brazos lo envolvieron cuando sus rodillas tocaron el suelo, y se dejó ir. El dolor lo embriagó como un huracán, llevándose consigo todo. Todo lo que quedaba. Draco soltó un sollozo que quemó su garganta.

Y todo se volvió negro.

 

 

Portada

Chapter 2: Capítulo 1: Quiebre

Chapter Text

I acto

Draco despertó de un salto y se sentó en la cama, sudando en frío.

El corazón latía a mil por hora, y sus manos tiritaban formando puños con las sábanas que le cubrían. Tomó una respiración honda y exhaló, pasando saliva. Su garganta estaba cerrada, y le costaba concentrarse, le costaba pensar con racionalidad. Una parte de sí mismo aún se encontraba en el sueño.

Aquello había sido… inusual.

Draco sacudió la cabeza, tratando de calmarse. Era impropio de él. Draco no estaba acostumbrado a pensar en el pasado; o podía arriesgarse a terminar ahogándose en él.

¿Hace cuánto tiempo que no pensaba en él? Ya ni siquiera lo recordaba. Años, como mínimo. No existía ninguna explicación racional para haber soñado con su cara. No la había. Hacía ya bastante tiempo que dejó de lamentarse por su partida y por la forma en que dejó el mundo: como una broma de mal gusto.

Y no debería afectarle ya, ¿por qué sentía la boca seca? ¿Por qué las imágenes de ese último día se repetían en bucle en su cabeza? No era nada especial, nada del otro mundo. No era peor que lo que había visto en los últimos años.

Salvo que había soñado con Harry Potter, y sabía que sí lo era.

Suficiente de eso.

Alcanzando su dosis diaria de poción revitalizante, Draco dejó atrás cualquier pensamiento que involucrara la guerra. Estaba en el pasado. No tenía sentido lamentarse por el pasado o por "lo que hubiera pasado si".

Levantándose, se encaminó hasta el baño, tomando su ropa completamente negra junto al broche que debía utilizar en el pecho cada día. Se miró brevemente en un espejo de su habitación, examinando su apariencia. Tenía ojeras –aunque aquello no era nada nuevo– y había una arruga marcada en su frente, como si hubiera pasado la noche frunciendo el ceño. Draco suspiró, tocando la zona mientras evitaba sus ojos en el reflejo. A veces, se sentía raro, y ese era uno de esos días en los que todo parecía distinto a los demás. Y a pesar de que ya, bastante tiempo atrás, el niño miedoso y delgado del final de la guerra había dejado de existir, ese día… ese día no quería encontrarse con un total extraño devolviéndole la mirada en el espejo.

—Biddy —llamó a la elfina con calma, hablando al aire. La criatura se materializó a los pocos segundos temblando. Draco no la miró al rostro—. ¿Hay alguien en la Mansión hoy?

Sintió cómo ella soltaba un quejido y casi podía verla arrugar su túnica fea y vieja con nerviosismo. Aquello quería decir que, efectivamente, no estaban solo su padre y él.

—Sí, señor Malfoy, señor —dijo ella, prácticamente lloriqueando—. El señor Greyback arribó esta mañana, señor. Biddy lo dejó pasar, señor, desde que usted me dijo que jamás le restringiera la entrada. Biddy espera haber hecho lo correcto, señor, o-

Draco hizo una mueca de fastidio, girándose a la elfina. Ella cerró la boca dejando la frase a la mitad, y bajó la mirada de inmediato, sabiendo que era mejor no verlo a los ojos para no molestarlo. 

Greyback. Le caía horrible el imbécil ese, y por alguna razón, se la pasaba metido en la Mansión como si Draco fuera a darle más que la hora. Molestándolo por el placer de que creía que podía hacer lo que le diera la gana.

Volviendo su camino hacia al baño, Draco le hizo una seña con un chasquido de dedos a la ropa que ahora estaba encima de la cama, para que Biddy la tomara. ¿Qué posiblemente podría querer Greyback ahora?

—¿Te dijo qué quería? —preguntó, viendo a la elfina empezar a preparar la tina, sin necesidad de recibir órdenes. Bien entrenada, pero muy joven.

—No, señor. Solo dijo que le apetecía pasar el día aquí, señor —Draco repitió la mueca, soltando un bufido despectivo. La elfina se quejó—. Biddy lo siente, Biddy es una mala elfina. Una mala elfina para el heredero Malfoy. Biddy-

—Cállate. Cuando termines, dile a padre que lo veré al desayuno.

Biddy volvió a asentir con un ruidito que prometía más miedo que otra cosa, y siguió con sus labores. Draco no intentó crear más conversación. Ya le había dicho hasta el cansancio que estaba bien que dejara entrar a Greyback cuando éste lo pidiera. Draco había aprendido, luego de encontrar desmembrado a su tercer elfo doméstico, que era mejor no llevarle la contra o hacerle las cosas tan difíciles. Al fin y al cabo, no era como si pudiera negarse a ser el cuartel del Nobilium y tampoco le hacía mucha gracia estar comprando elfos domésticos cada maldita semana.

Cuando Biddy desapareció, y lo dejó solo para que pudiera bañarse, Draco dejó que el agua disipara la extraña tensión que se acumuló en sus hombros. Debía intentar relajarse lo máximo posible. Aquel día tenía que cerrar el trato con el proveedor de ingredientes para pociones de España, y no podía darse el lujo de estar distraído. Aquello era un paso más cerca de su madre, un paso más cerca de poder mover las piezas a su antojo y darle la ansiada libertad. La libertad que había estado buscando desde hace ocho años. Cuando la guerra terminó.

Draco salió de la ducha, vistiéndose cuidadosamente. El traje negro a medida se afianzó a sus hombros y en el pecho se puso el broche que le correspondía, como miembro del Nobilium: una joya de oro en forma de gota. El centro era de un rubí de color tan rojo como la sangre y el delgado borde resplandecía en dorado. Medía aproximadamente lo mismo que su dedo pulgar, y en contraste con sus vestimentas oscuras, cualquiera que lo viera sabría quién era y a qué pertenecía. Era el propósito de aquello, y funcionaba.

Casi un año luego de que la guerra acabara, el Señor Tenebroso separó a sus Mortífagos y sus servidores por diferentes castas, para otorgarles honores. El grupo completo eran aquellos que habían tomado la Marca; pero luego se dividían. Antes de los Mortífagos a secas, venían los Electis: un grupo de siervos leales al Lord que se encargaban de las cosas más técnicas y los aspectos confidenciales. Y antes de ellos, casi en la cima de la pirámide, estaban los miembros del Nobilium: la clase más alta y la élite de la élite del orden del Señor Tenebroso. Ellos tenían privilegios con los que los simples civiles soñaban, y eran la ley en sí misma. 

Draco pertenecía a ellos, habiendo entrado arrastrando, más que por merecerlo, y demostrando con el paso del tiempo que se lo había ganado a pulso al final. 

Debía ser de esa forma.

Draco aplicó un encantamiento para peinar su cabello sin necesidad de aplastarlo y suspiró, preparándose mentalmente para enfrentar a Greyback y hablar con su padre. Ninguna de las dos opciones era específicamente placentera.

Draco salió de su habitación en el ala Este y bajó hasta el gran comedor. La mesa estaba servida ya, y, sorprendentemente, se encontraba solo. El asiento que usualmente ocupaba su padre estaba vacío y no habían implementos para que comiera. Frunciendo el ceño, tomó asiento. Otro elfo del cual no recordaba el nombre se materializó a su costado –con las mismas costumbres que el resto, sin mirarlo a los ojos– y terminó de acomodar lo que le faltaba. Cuando iba a desaparecer para servir la comida desde las cocinas, Draco habló.

—¿Dónde está padre? —preguntó, tomando una de las rebanadas de pan, sin dirigirse directamente a él.

La criatura contestó mirando sus pies.

—El Amo Lucius salió hoy temprano en la mañana. A Azkaban, señor.

Draco detuvo sus movimientos un segundo al escucharlo, pero se recuperó rápidamente. No era extraño que su padre fuera a visitar a su madre, era el único de los dos que tenía permitido visitas ilimitadas, solo que no solía ser tan abrupto. ¿Habría pasado algo? No. Le habrían avisado. Draco era del Nobilium. Debían hacerlo, o atenerse a las consecuencias.

Draco comenzó a servirse pensando que seguramente le había dado uno de esos ataques en los que deseaba ver a Narcissa a como diera lugar. Después de todo, Lucius no había vuelto a ser el mismo luego de que la encarcelaran por traición, pero no le preocupaba, porque aquel último hecho no iba a durar por mucho tiempo más, él lo sabía. Se había pasado los últimos ocho años escalando, esforzándose y juntando las piezas necesarias, haciendo hasta lo impensable, por su madre. Solo por su madre. Para así tomarla de ahí y huir. Era una promesa.

—Bien —respondió Draco al cabo de un rato, dándole un sorbo a su café—. Vete.

El elfo desapareció con un crack.

Tenía una hora al menos para llegar al Ministerio. Quizás hasta podría pasarse por su asiento en el Wizengamot. Tenía entendido que ese día se votaría una ley nueva, (¿o era mañana?), aunque no sabía muy bien de qué. No es como si le importara. Él tenía un lugar asegurado en ese mundo. Un lugar que se había forjado con esfuerzo y sangre.

Literalmente.

A mitad de camino de echarse una tostada a la boca, con la mente aún en otra parte y tratando de empujar lo más lejos posible el recuerdo con el que había despertado, las puertas del comedor se abrieron de par en par y el imbécil ese entró en él, mugriento y con una sonrisa totalmente asquerosa.

—Veo que da igual cuántos años pases entre gente educada, Greyback —dijo Draco de forma instintiva al verlo, por la fuerza de la costumbre—. Los hábitos marginales no se quitan.

Los penetrantes ojos del hombre lobo se enfocaron en él, y Draco se preguntó vagamente en qué momento aquella mirada había dejado de causarle escalofríos. Greyback había sido parte de sus pesadillas cuando tenía diecisiete, y en ese momento, solo veía a una bestia sádica y estúpida que no sabía qué hacer con su vida. Draco esbozó una sonrisa irónica al observar cómo por su cara pasaba un atisbo de rabia.

—No me provoques, Malfoy.

El rubio puso su mejor cara de aburrimiento y finalmente se llevó la tostada a la boca mientras lo examinaba. Traía ropa oscura, pero no las túnicas negras que el resto del Nobilium o que los Mortífagos en general ocupaban, su contextura no se lo permitía. Draco paseó la vista por sus costados, viendo cómo a unos pasos más atrás, un niño encadenado y con la cabeza gacha esperaba al hombre. El rubio alzó una ceja, tomando nota de que este chico era nuevo, y poseía cabello rubio brillante. El del anterior era oscuro.

Joder, ¿cuánto había pasado? ¿Menos de dos semanas? Y ya tenía un nuevo niñito sangre sucia bajo su poder. Suponía que el anterior había sido devorado, al igual que todos los demás, y no mordido, ya que si llegaban a Greyback era porque las criaturas no tenían habilidad mágica; era estúpido convertirlas. Draco entendía que tenía el derecho de poseerlos; después de todo, era su recompensa por el papel que desempeñó durante la guerra. Pero aquello era demasiado. A ese paso, al finalizar el año no tendrían más Servi sangre sucia para el resto de la población.

Draco apartó la mirada, obligándose a no ver al chico más tiempo de lo necesario.

—¿Te han dicho alguna vez que tus amenazas no son tan efectivas? —dijo finalmente, alzando una ceja—. Los adultos no nos dejamos impresionar tan fácilmente por tu patético show como los niños pequeños.

A eso, el Servi se encogió en su lugar, sin levantar la cabeza; pero Draco no le prestó atención. Greyback soltó un resoplido de risa, dando un paso hasta él.

—Recuerdo que mis amenazas funcionaban a la perfección en ti hace no muchos años atrás, pequeño Malfoy.

Finalizó la oración con una sonrisa, y Draco sintió cómo un atisbo de rabia comenzaba a emanar de a poco en su interior. Sabía muy bien a qué se refería, sabía muy bien los tipos de tortura que le había hecho pasar. Que hubiera relegado todos los malos recuerdos al olvido no significaba que no estuvieran allí. Pero él ya no era ese chico de diecinueve años asustado, y cómo le jodía que le dijera pequeño Malfoy. No había pasado los últimos años demostrando que era de todo menos un niño, para que lo trataran de esa forma.

—¿Qué quieres? —espetó, con asco.

El disgusto tuvo que haber sido muy palpable, tanto en su voz como en su rostro, porque los ojos de Greyback adquirieron un brillo, un brillo malicioso que no había estado ahí antes.

—Ah, ¿no te gusta que te llame así? —preguntó con sorna. Draco no mudó su expresión en blanco. El hombre hizo una pequeña pausa mientras se lamía los labios—. ¿Prefieres "Astaroth"?

La memoria de la primera vez que fue bautizado así estaba grabada a fuego vivo en su mente. Draco apretó el borde de la taza, y Greyback se fijó en ese detalle, ampliando su fea sonrisa.

—Oí que a la gente le gusta llamarte así. ¿No te gusta a ti? —rio. No era un sonido que estaba destinado a ser bonito y él lo sabía. Sin embargo, ya no provocaba la misma reacción que cuando tenía dieciséis, como al niño Servi, que se hizo más pequeño en su lugar, probando así su punto—. Al Señor Tenebroso le encanta.

Draco encajó la mandíbula, apoyando los brazos en la silla y esperando que el imbécil dijera algo más para así saltarle a la yugular. Había aprendido bastante tiempo atrás que debía aguardar y no alterarse ante las más mínimas provocaciones. El que se enfadaba, perdía.

—¿Qué pasa, Astaroth? —Volvió a tentarlo. Draco no respondió.

Greyback dio un paso hacia él, y el rubio se llevó rápidamente una mano a la pierna, un poco más arriba de donde su varita estaba. Sabía que el idiota tenía claro que no le beneficiaba ponerse a retarlo en su propia casa, pero nunca se sabía en realidad.

El hombre lobo se giró al niño, y tiró una de sus cadenas, haciendo que el muchacho se tropezara y casi cayera de bruces al suelo. Draco continuó sin prestarle atención.

—¿Te gustaría mostrarle a este sangre sucia por qué te dicen así? —preguntó, tomando un brazo del Servi—. Creo que ambos podríamos divertirnos mucho, Astar-

Draco, en menos de dos segundos, estaba de pie empuñando su varita y dirigiéndola hacia el hombre.

—No. Me llames. Así.

Sus ojos llameaban y su garganta estaba apretada del enojo. El imbécil tenía claro que le disgustaba que le dijeran de esa forma, que le recordaran las últimas palabras de Eric y ese puto día. Greyback era el único que lo notaba, y lo usaba en su contra siempre que podía; normalmente Draco lo ignoraba.

Pero en ese momento había agotado su tolerancia. No había sido una buena mañana.

—Lárgate antes de que pierda la poca paciencia que tengo —le escupió.

Greyback se quedó quieto, manteniendo la mirada. No existía rastro de miedo en su expresión, pero Draco reconocía la precaución en cuanto la veía. Y allí, Greyback se encontraba atento, expectante, sabiendo que cualquier mínimo movimiento haría que Draco explotara, y él, y todos sabían que eso no era algo bonito de presenciar.

Sin embargo, el hombre se lamió los labios, desafiante.

—¿Crees que te tengo mie-?

—No me has visto enojado —espetó Draco bruscamente—. Sabes las cosas que he hecho completamente calmado, ¿quieres quedarte a averiguar cómo luzco cuando realmente quiero hacer daño? No tengo problema.

No era una amenaza en vano, y Greyback lo sabía.

Draco no bajó su varita, pero el hombre sí que relajó los brazos, soltando lentamente la cadena del chico que parecía a punto de vomitar. Ninguno apartó su mirada del otro y el rubio estaba esperando que dijera algo, cualquier cosita. Ese día, las ganas de maldecir a alguien cada vez se hacían más grandes, ¿y qué mejor que Greyback?

—Mañana hay una audiencia en el Ministerio —dijo el hombre al cabo de un rato. Draco alzó una ceja—, y se requiere la presencia de todo el Nobilium. Y el Electis.

—¿Y?

—Te estoy informando.

Informando mis huevos. El tipo disfrutaba de empujarlo al borde para ver si lo podía sacar de sus casillas. Siempre había sido así. No tenía muchas cosas que hacer, al parecer.

—Bien —dijo Draco, bajando la varita, pero solo un poco—. Ahora vete.

Los orificios de la nariz de Greyback se ensancharon, y el rubio pudo ver cómo su cuerpo se tensaba. Sabía que no podía hacerle daño a él, pero alguien tendría que pagar el mal humor del hombre.

—Vas a arrepentirt-

—Cállate de una puta vez, ¿quieres? —lo cortó Draco, tomando asiento nuevamente—. Sabes de lo que soy capaz. Sabes que no te conviene provocarme a .

Greyback se quedó en el mismo lugar por unos largos minutos, en los que el rubio lo ignoró, -o pretendió ignorarlo-, terminando de tomar su desayuno. Conociéndolo, el hombre terminaría vagando por su casa solo para demostrarle que podía, y Draco debería aguantarlo. Pero al menos ya no continuarían esa pelea absurda. No tenía ni la paciencia ni el tiempo.

Finalmente, Greyback se dio media vuelta y salió de la habitación, tirando consigo al sangre sucia mientras daba un portazo. Draco ni siquiera pestañeó, con su mente en el trato de aquel día, olvidando la casi pelea.

Era una oportunidad perfecta de formar lazos con España, y allí comenzar a abrirse paso de forma definitiva en la comunidad mágica. Era una oportunidad perfecta para el Lord de infiltrarse en un gobierno importante de Europa. Y Draco se lo conseguiría. Una vez que tuvieran atado de manos al mayor proveedor de ingredientes de pociones de ese país, España no podría hacer más que rendirse a sus pies. 

Y como era tan importante, era un paso más cerca de su madre. Si es que no el definitivo.

Ella era la razón por la que había hecho todo lo que había hecho. La perspectiva de rescatarla, de ponerla a salvo, opacaban totalmente la crueldad de sus actos. Draco estaba dispuesto a sacarla de allí, se lo había prometido, e iba a mantener su promesa.

Draco terminó de desayunar, viendo cómo los elfos retiraban sus cosas. Solo debía ir a buscar su túnica negra para salir, y podía marcharse. Tenía que estar allí en unos diez minutos.

El elfo doméstico que le había servido el desayuno se apresuró a abrir la puerta del comedor para que pudiera largarse. Draco ya tenía la cabeza en otra parte, dispuesto a hacer lo que tenía en mente. Movió sus hombros, intentando disipar la tensión, mientras repasaba el discurso que daría para que el proveedor accediera a su trato, y-

La criatura a su lado soltó un gritito.

Trató de disimularlo al instante para no enojarlo, pero Draco ya lo había escuchado, haciendo que desviara la mirada hasta él con irritación y viendo que el elfo tenía los ojos fijos en el suelo fuera del comedor y- Claro. 

Tuvo que haberlo supuesto. Greyback no se dejaría así como así.

A sus pies, Biddy estaba tendida, inerte y sin vida. Su estómago se encontraba a medio comer y a su cara le faltaban los ojos, junto a la mitad de la mejilla. Sus intestinos estaban regados a su alrededor y el piso estaba lleno de sangre. Draco casi podía ver a Greyback en una esquina sonriendo diabólicamente ante la escena. 

Suspirando, el rubio movió el cuerpo con la planta del pie, haciendo que la cabeza, que se mantenía pegada nada más que por un fino pedazo de carne al cuello de la criatura, rodara y cayera unos pasos lejos, mientras él daba uno hacia atrás. 

Sentiría asco, si aquella imagen no fuera una recurrente en su vida.

Bueno, al menos la elfina había durado dos meses. Era un récord.

—Limpien —ordenó al aire, aplicando un hechizo de limpieza en su propio pie y dando vuelta sin mirar atrás—. Tienen permitido enterrarla con el resto en el patio.

•••

Draco arribó al Ministerio justo a tiempo. Dos minutos después de su llegada, el proveedor de ingredientes estaba en una salita especial del Nobilium, sentado. Usaba un bigote extravagante y poseía una cara seria. El rubio estaba consciente de que debía jugar bien sus cartas, de que lo tenía que engatusar y ocupar sus argumentos para que el día de mañana, España dependiera económicamente de Inglaterra.

Y así pudieran hacer lo que les diera la gana.

Fue aburrido, por decir lo menos, y exageradamente fácil. Draco cerró el trato en menos de dos horas y se despidió haciendo uso de su galante postura, sabiendo que el hombrecito estaba encantado pensando que había hecho un trato millonario por nada.

Bueno, eso creía.

Draco intentó marcharse lo más rápido posible entonces. Luego del sueño que había tenido en la mañana, era lo mejor, a pesar de que había creído lo contrario. Nunca le había gustado mucho ir al Ministerio, le traía recuerdos de ese día. Sobre todo, cuando veía la estatua erguida justo en el medio de la recepción. El Señor Tenebroso con su pie encima de la cara de Potter y el cuerpo del chico laxo, rendido.

Rendido como jamás lo había visto en vida.

Aún podía escuchar a la gente clamando por su muerte. Aún podía ver cómo el pecho del chico se agitaba y su respiración se ralentizaba, mientras se desangraba a los pies del Señor Tenebroso. Aún podía escuchar la risa de él, y el latido de su propio corazón, mientras la pequeña parte de Draco, esa que aún era ilusa e inocente, pensaba que por favor se salvara. En que por favor llegara alguien que lo rescatara, como siempre.

Pero eso nunca pasó.

Sacudiendo la cabeza, se fue hasta una de las chimeneas para usar la red flú; esa era la única manera de entrar al Ministerio luego de la guerra.

Entonces, cuando estaba a punto de tomar un puñado de polvo, alguien casi lo botó de un empujón.

Draco se giró, a punto de ponerse a gritar por el descuido del imbécil, descubriendo que era Theodore Nott el que estaba frente a él, quien lucía la misma expresión de irritación de Draco. Cuando se dio cuenta de que era él quien lo había chocado, su gesto se relajó.

—Hey —saludó, asintiendo con la cabeza.

Draco asintió de vuelta, dándole un vistazo. Estaba desarreglado, como si hubiera corrido para llegar al Ministerio. Usaba la túnica azul marino correspondiente al Electis, junto al broche en forma de gota de sangre; pero a diferencia del suyo, el de Theo no tenía el mismo color rojo vibrante en el centro. El de él era completamente dorado y unos cuantos centímetros más pequeño. Menos llamativo, aunque de igual manera distinguible. Para Draco no significaba mucho, de todas formas, Theo podía ser un Electis y Draco un Nobilium, pero el moreno siempre se comportaría al mismo estatus social que él. Siempre.

—¿Algo interesante de ver? —preguntó Theo, alzando una ceja.

Draco le dedicó una pequeña sonrisa, que si no estuvieran en público, podría significar mucho más.

—Es raro verte tan apurado. Es todo —respondió, con ese tono cortés pero amable que reservaba sólo para cierta gente—. Uno diría que en la comisión de Registro de Nacidos de Muggles no sucede demasiado.

—Sí, bueno. La gente piensa mal —Se encogió de hombros, dando un paso atrás—. A todo esto, ¿ya te enteraste de que mañana…?

—¿Hay una reunión en el Wizengamot sobre una ley nueva...? Sí.

Se miraron por unos segundos cuando completó su frase, comunicándose sin palabras. Theo había sido siempre alguien a quien consideró su igual- su único amigo, si tenía que decirlo de alguna forma. Sí, estaban Goyle y Pansy además, pero el primero era más tonto que una puerta y la segunda había crecido para convertirse en nada más que su prometida irritable, en vez de la mejor amiga que tenía en Hogwarts. Al menos el castaño era alguien interesante con quien mantener una conversación y también podía ser un muy buen amante.

—Bueno —dijo finalmente Theo, sacando su mano para que él la tomara—, supongo que nos veremos más tarde, o mañana.

Draco se lamió los labios, enfocándose en sus ojos verdes claros y esbozó una media sonrisa.

—Está bien. —La estrechó, manteniendo unos segundos más de lo necesario el contacto entre sus pieles mientras que Theo le daba un apretón, captando el mensaje—. Mañana entonces.

Draco asintió una vez más, y se marchó, sintiendo que su día había mejorado un poco. Así eran las cosas con Theo, y creía que por eso le agradaba tanto. Sin preguntas, complicaciones o palabras de más. Simple, rápido y efectivo. Ni siquiera había alegado una sola vez sobre la inmoralidad de la situación en la que follaban. Y no, no se refería a que fueran dos hombres, después de todo, eso era normal en el mundo mágico (a pesar de que el Señor Tenebroso estuvo a punto de prohibirlo, si no fuera por las reacciones escandalizadas que obtuvo por parte de los sangre pura). Se refería a que Draco estaba frente a los ojos de todos, con Pansy Parkinson, aunque llevaban prometidos cuatro años, por supuesto. Eso debía decirle algo a la gente. Le decía algo a Theo.

Draco arribó a la Mansión, encontrando que el Servi de Greyback estaba parado a un lado de la chimenea, con la cabeza baja y las manos extendidas. Tiritaban, como si hubiese sido ordenado horas atrás que se mantuviera de esa forma hasta que él llegara. Las cadenas eran pesadas, y el chico era debilucho y pequeño. Greyback seguramente lo había mandado a esperarlo y servirlo. Draco no tenía idea si eso era una ofrenda de paz o un elemento para encabronarlo. Era bien sabido por todos que en la Mansión Malfoy no se tomaban Servi sangre sucia a disposición.

Draco hizo una mueca de disgusto, dando un paso lejos de él.

—Trevor —llamó al aire, sabiendo que su elfo doméstico llegaría allí en cuestión de segundos—. Toma mi abrigo.

—Sí, Amo Malfoy.

Draco sintió cómo éste lo agarraba entre sus brazos, dando un paso atrás.

—¿Ya llegó padre?

Un segundo de silencio pasó antes de que contestara.

—No, Amo Malfoy.

—¿No hay noticias de él?

—No, Amo Malfoy.

Al ojigris eso no le sonaba nada bien.

—Bien. Puedes marcharte.

Draco no había despegado sus ojos del chico en ningún momento, ni siquiera cuando el elfo se largó chasqueando los dedos. Había algo enfermizo en la manera en la que se parecía a él de joven, a los diez años, si debía ser exacto. Delgado, pequeño, con ese cabello rubio brillante fino y esa piel pálida. Algo en su interior le decía que no podía ser una coincidencia.

—Baja tus brazos —le ordenó, sin saber si el chico tenía órdenes de obedecer. El Servi no pareció reconocer su presencia—. He dicho: ba-

Una suave respiración cortó el aire, haciendo que Draco cerrara la boca de golpe y lo observara con los ojos bien abiertos. 

Joder.

Draco ladeó un poco la cara con un pequeño sentimiento de malestar en su pecho, y avanzó un paso hacia el costado, solo para confirmar lo que ya sospechaba.

El chico se había quedado dormido en esa posición.

Un sentimiento extraño se aflojó en su estómago, pero lo desechó rápidamente, y la voz que a veces aparecía en su cerebro se extinguió antes de que pudiera hablar; sabía que era mejor no desafiarlo. Draco se acomodó las túnicas y tomó un bastón de al lado de la chimenea, tocando al niño con él. Una, dos, tres veces, hasta que éste dio un salto y levantó la cabeza de golpe, mostrando sus ojos azules claros. 

El infante tenía un cardenal de moretones en la mejilla, un corte en la ceja, y unos dedos marcados en el cuello, que delataban cosas en las que el rubio no quería pensar. 

Afortunadamente no tuvo que verlo mucho tiempo; el niño volvió a agacharse y hacerse pequeño, mientras comenzaba a temblar pero esta vez a conciencia. Draco suspiró, sintiendo un atisbo de irritación con él.

—Baja tus brazos —repitió su orden, y el Servi obedeció de inmediato. Toda su postura indicaba miedo. Draco se preguntó brevemente si es que él se veía así, años atrás—. ¿Greyback te ordenó que me esperaras aquí?

El niño tragó antes de asentir.

—El Amo me dijo que tomara su abrigo en cuanto llegara, y- y… y que le hiciera caso en lo que, mmm, en lo que fuera. Yo- lo… lo siento. Lo siento muchísimo. No- no me haga nada —finalizó, poniéndose cada vez más nervioso debido a que había fallado en su tarea.

Draco volvió a suspirar.

Greyback había tenido un montón de Servi desde que esa ley comenzó a regir –a pesar de que ese nunca fue el propósito de crearla– y cada uno de los esclavos era diferente al otro. Había unos que eran tontos, otros que eran demasiado inteligentes para su propio bien, y otros que eran rebeldes. Que probablemente… probablemente hubieran ido a Gryffindor, si las cosas fueran distintas. Que desobedecían y los mandaban a todos a la mierda. Esos- con esos Draco podía lidiar, después de todo, Greyback no los soportaría mucho tiempo.

Pero ese tipo de carácter, dócil y con sentido de supervivencia... Ese era otro cuento. Le hacía pensar que, en su mente infantil, los niños creían que había algo que hacer por ellos. Que si eran lo suficientemente buenos los rescatarían, o Greyback se apiadaría de ellos y les permitiría vivir.

Él, mejor que nadie, sabía que el mundo no funcionaba así.

Estaba a punto de ordenarle que se perdiera o algo, cuando Trevor regresó, haciendo que el Servi volviera a estremecerse. Draco apretó los dientes, luchando contra sí para no hacer algún comentario molesto, y se giró al elfo, quien tenía una mirada alarmada en el rostro. Draco alzó una ceja.

—Amo Malfoy, señor Malfoy —dijo, haciendo una reverencia rápida—. Hay alguien atrapado en las barreras. El señor Greyback ya está ahí. En el ala oeste.

Draco frunció el ceño, olvidando momentáneamente al chico y caminando de forma instintiva hacia la puerta de entrada, confundido. Era más allá de lo extraño que hubiera alguien en las barreras. Mucho más el pensar que había caído allí porque estaba husmeando la Mansión.

Nadie era lo suficientemente estúpido para acercarse a la Mansión.

—Llévate al Servi a… —Draco se interrumpió, sin saber muy bien qué decir—. Llévatelo a las cocinas y mantenlo ahí. 

—¿Alguna indicación más?

No respondió de inmediato.

—Solo… —dijo, mientras otro elfo abría la puerta por él—. Dale un asiento cómodo.

Draco salió al patio, viendo cómo los pocos pavos reales que quedaban rehuían de él. O de cualquier ser humano, en verdad. Un frío imposible lo recibió, haciéndolo comprender de inmediato que no solo había una persona en las barreras, sino que además los dementores se estaban acercando más de lo normal, cómo siempre. En un buen mes, Draco debía conjurar un Patronus solo tres veces. Aquella semana, ya iba por la cuarta.

Suspirando, y sin dejar de caminar, se concentró en los recuerdos más poderosos que tenía. No eran los más felices, pero servían, eso lo había aprendido a la mala. Además, hacer un Patronus era una habilidad necesaria que tuvo que adquirir luego de la guerra. Si no fuera por ello, la Mansión Malfoy estaría plagada de dementores, ya que su padre ya no era capaz de producir uno.

Expecto Patronum —dijo, apuntando al aire.

Su familiar zorro salió por la punta de su varita y se dirigió hacia el frío, que estaba en la dirección contraria. Draco casi dio zancadas los últimos pasos al límite, viendo cómo Greyback rodeaba a una mujer, desparramada en el aire en una posición excesivamente incómoda. Incluso desde esa distancia, Draco podía ver el brillo y la sonrisa maníaca de los ojos del hombre lobo.

—Vaya, vaya, qué tenemos aquí —dijo él, cuando vio que Draco los alcanzaba—. ¿Junta estudiantil de la generación 97'?

El rubio frunció el ceño, llegando al fin. ¿Qué quería decir Greyback? ¿Había alguien conocido? El rubio enfocó su vista en la mujer y-

—Hannah Abbott —murmuró, sorprendido.

Ella lucía aterrada.

—No pueden hacerme nada —dijo de sopetón, aunque su voz flaqueaba—. Tengo derecho a un juicio en el Ministerio, tengo-

—No, no lo tienes —interrumpió Draco, entrecerrando sus ojos y haciendo que cerrara la boca de golpe.

¿Qué hacía ahí?

Hannah tragó saliva, mientras Greyback soltaba una risita. Draco la examinó. Hacía años que no veía su rostro, pero sabía que Abbott estaba trabajando en Azkaban, condenada a ser guardia luego de que se arrepintiera de haber luchado para el bando equivocado. Hasta entonces, no se había metido en problemas. Ella junto a los mestizos sin influencia eran uno solo, y se relacionaban solo entre ellos. No entendía qué demonios podría querer Hannah ahora.

—Creo que deberíamos llevarla adentro —dijo Greyback, mirando a su alrededor—. ¿Y el Servi?

—Trevor lo hará —respondió Draco, ignorando su pregunta. 

El elfo llegó a él en unos segundos.

—No, no, no pued-

—Decreto número 2° del Nobilium del Mundo Mágico —la cortó Greyback con una sonrisa—: "Existe el derecho de que uno o más integrantes del Nobilium interrogue a un sujeto acusado, con los métodos que estime a su conveniencia, siempre y cuando exista un motivo razonable de por medio". Esto —dijo el hombre, citando la ley por la que se regían—, me parece más que un motivo razonable. Estás en el cuartel principal del Nobilium, y queremos saber por qué.

Hannah permaneció callada ante eso, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Draco miró parcialmente hacia abajo, detallando como a sus manos le faltaban dos dedos en total, consecuencia de torturas anteriores (¿había sido él? Probablemente) y entendió que Abbott sabía lo que se le venía. El rubio alzó una ceja entonces, desviando la mirada y girándose a Greyback para verle con desdén, notando que el hombre parecía… Agitado. Emocionado, quizás. Una tortura para Greyback era como darle un hueso a un perro. Draco podía apostar que el idiota se había aprendido solo los apartados del Nobilium que usaba con frecuencia, y ese era uno de ellos.

—Trevor —dijo Draco al elfo que esperaba indicaciones—, lleva a esta mujer al calabozo de la mansión en las mazmorras.

—Sí, Amo.

—Y no te molestes en tener cuidado —añadió Greyback maliciosamente.

—Sí, señor.

Trevor avanzó hasta Hannah, y sin advertirle, la tomó y Apareció dentro. Lo último que oyó Draco antes de que se disolviera en el aire, fue el sollozo que cortó su garganta al ser despegada de esa brusca manera de las barreras mágicas.

—Esto será divertido —murmuró Greyback para sí.

Draco se dio media vuelta y no respondió, emprendiendo el rumbo hacia la mansión.

Los calabozos no eran muy diferentes a ningún otro. Fríos, pequeños y con olor a humedad, ni el lujo de los Malfoy cambiaría ese hecho. Hannah estaba semi inconsciente cuando entraron, amarrada como una estrella a las cadenas de la pared e inmovilizada. Draco suspiró, haciendo una mueca, no le agradaba esta parte, pero sabía que era necesaria. Había algo en todo ese asunto de que estuviera husmeando los alrededores de la mansión que no le gustaba en lo más mínimo.

—¡Rennervate! —gritó Greyback, como si lo disfrutara.

Hannah, que había estado al borde de caer desmayada, irguió la cabeza con un shock de energía, mirándolo a los ojos. Su cabello rubio estaba opaco y sin vida, y su rostro había perdido la amabilidad Hufflepuff que la caracterizaba en sus años de Hogwarts. Nunca habían intercambiado muchas palabras, excepto cuando Draco se divertía a costa de ella y sus amigos, pero podía ver la clara diferencia entre la Hannah que solía ser y la Hannah que era en ese momento.

Draco tomó asiento al frente de ella, cruzándose de brazos. Greyback se acercó, oliendo el cuello de la mujer de una forma repugnante.

—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas —dijo Draco, en tono aburrido—. Tú puedes contarme qué haces aquí y yo te dejo en custodia del Ministerio, intacta. O… puedes resistirte.

Los ojos de Hannah se enfocaron en él, y allí Draco vio un montón de emociones que creía olvidadas en ese mundo. Valentía. Fiereza. Determinación. Eran los ojos de alguien que no se había rendido, ni lo haría. Hacía tantos años que no veía esa mirada en nadie. Apartó la vista, incómodo.

Si la miras a los ojos, comenzarás a pensar que es un ser humano.

El rubio se preguntó si es que Hannah era idiota, o no entendía que ya no existía nada por lo que luchar. Que daba igual si se resistía o no, nadie ganaba. Ni él, ni ella, ni Greyback. Solo el Señor Tenebroso. 

Solo él.

—Bien. Empecemos por lo básico. Trevor —Draco llamó al elfo, que estaba en una esquina de la habitación—. Tráeme el Veritaserum.

Sintió a la criatura caminar hasta los estantes a su izquierda, y Draco extendió la mano, esperando que depositara allí el frasco. Cuando lo sintió lo hizo levitar de inmediato hacia Greyback, quien lo tomó y sin pensarlo dos veces, la obligó a beberlo de sopetón, haciendo que Hannah soltara arcadas.

—¿Qué hacías aquí? —preguntó de inmediato, casi desesperado, antes de recuperar la compostura.

La mujer apretó los labios con fuerza, su rostro tornándose completamente rojo, negándose a contestar.

—La puta no quiere hablar —se burló Greyback, jalando su cabello—. Creo que deberías darle un incentivo.

—¿Alguien te mandó? —preguntó Draco, ignorándolo nuevamente.

No obtuvo respuesta.

—¿Estás buscando algo?

Nada.

Draco suspiró, descruzando sus brazos y moviéndose en la silla.

—Quizás deberíamos darle un incentivo… —sugirió Greyback, tomando una de sus muñecas y doblándola en una posición antinatural. La mujer reprimió un sollozo con los labios apretados.

Draco lo ignoró.

—Está bien —pronunció, viendo si obtenía algo frente a su tono amenazante. Nada aún—, si eso lo que quieres… Adelante. Intentemos algo suave —Draco elevó la varita, dirigiéndola a su vientre. Por el rabillo del ojo, la vio cerrar los párpados, preparándose—. Crucio.

El cuerpo de Hannah se agitó, y arrugó la frente, resistiéndose. Draco se sorprendió, si era honesto. La mayoría de la gente no resistía una ronda de un Crucio. Ni dos. Ni tres. Pero ella sí, ella estaba soportando de forma impresionante el dolor. Se había orinado un poco, y había gritado, pero no rogó jamás que se detuviera. Draco suponía que ser una víctima de la guerra tenía sus ventajas.

Tergeo —dijo al finalizar la cuarta ronda de Crucios, apuntando el charco en el piso. Greyback continuaba pegando su nariz a la piel disponible de la mujer, mientras ella sollozaba y sorbía—. Nada mal, Abbott. Vemos si te resistes a éste, aunque lo dudo. —Volvió a apuntarla, y ella tembló visiblemente con anticipación, seguramente sabiendo a qué se enfrentaba—. Veritatis dolorem.

El alarido que soltó Hannah era solo comparable a los sonidos más feos que Draco había escuchado en la vida, y él sabía mejor que nadie que solo se haría peor con cada segundo que ella se resistiera a contestar las preguntas. Que sentía cómo millones de espinas se incrustaban en sus órganos internos y la hacían desangrarse de a poco, mientras la destrozaban y la carcomían.

—¿Qué haces acá?

Hannah no contestó, continuó gritando.

—¿Qué haces acá? —repitió Greyback, tomando esa vez un dedo y comenzando a morderlo con fuerza.

Nada.

Los gritos eran cada vez más y más ensordecedores y Draco solo podía pensar que no debía aguantar otros cinco segundos más. Que se rompería.

Pero eso no pasó.

Quince segundos después, y Hannah continuaba gritando.

Draco bajó la varita rompiendo la maldición, impresionado. Eso no era normal. Jamás había visto una resistencia así… 

Entonces, lo pensó mejor.

Hannah estaba entrenada.

—¿Quién te enseñó a soportarlo? —exigió él con ferocidad, levantándose de su lugar para caminar hacia ella—. ¿Quién te enseñó? Dime, o te juro que voy a dejar que Greyback te despedace viva, traidora de mierda.

—Lo voy a hacer de todas formas —aportó el hombre lobo, con una sonrisa, mientras amenazaba con dejarla sin otro dedo.

Ella jadeó, tiritando. Draco elevó la varita, dispuesto a hacerla pasar nuevamente por todo el dolor posible que se podía imaginar. Ahí estaba sucediendo algo peligroso, algo en lo que verdaderamente no quería pensar. Sin embargo, tenía que averiguar qué.

—No me extraña —dijo Hannah al cabo de unos segundos, con un hilo de voz. Draco tenía la maldición en la punta de la lengua—. No esperaría menos de ti, no después de lo que… de lo que le has hecho a tu ma… a tu madre.

La mitad de sus guardias se vinieron abajo en una décima de segundo.

—¿Qué?

Greyback le pegó una cachetada a Hannah, tan fuerte, que la hizo girar su cabeza hacia un lado y escupir sangre. Draco retrocedió, con la mente yéndole a mil por hora.

—¿Cómo… pudiste…?

—Cállate —gruñó Greyback con ferocidad, tomándola del pelo. Pero ella lo ignoró.

Draco sentía que se iba a desmayar.

—A tu propia… madre… Draco Malfoy...

El hombre lobo soltó un alarido, y de un momento a otro, enterró sus garras en el ojo derecho de Hannah, sacándoselo de una sola vez. Draco observó cómo el tejido colgaba y donde antes habían unos orbes cafés mirándolo, ahora no existía más que vacío. Ella gritó, y Greyback gritó, mientras mordía su mandíbula y arrancaba su oreja, arañando su vientre de una forma que por poco abrió su estómago, y Draco ya no podía oír, ver o simplemente pensar en que no habían obtenido la información necesaria. 

Su madre.

Observó cómo Greyback arrancaba el brazo de la mujer mientras ella seguía viva y consciente, rogando al fin que por favor la matara, pero Draco no era capaz de procesar nada. Sus pasos lo estaban llevando hasta la puerta de los calabozos y de ahí, hasta el salón- cualquier puto salón. Cualquier puto lugar que tuviera conexión con Azkaban.

No, no, no.

Seguramente no se refería a nada, ¿verdad? Probablemente solo lo había dicho para ponerlo de los nervios.

Draco agarró un puñado de polvos flú y los arrojó al fuego, diciendo el nombre de la oficina de Azkaban, pero no se escuchaba a sí mismo, todo parecía estar pasando fuera de él, como en una película. 

Sintió entonces cómo no tenía permitido el paso, quedando estancado en la chimenea ajena, aunque una voz –probablemente él mismo– gritaba que si no lo dejaban pasar prendería fuego a todo el lugar, y lo decía en serio. Completamente en serio.

Finalmente lo recibió una señora, que le dijo que no tenía permitido estar ahí, pero Draco la empujó lejos y corrió hasta la central, hasta donde estaban los presos. 

Él iba a ver a Narcissa. Iba a asegurarse de que estuviera bien.

Tenía que estar bien.

A tu propia madre Draco Malfoy...

Sentía el latido en los oídos, y su mente no era capaz de formar un solo pensamiento racional.

No, no, no. Por favor. Por favor. Que esté viva. Que esté bien. Tiene que estar bien. 

Ella siempre está bien.

Draco se llevó una mano al cuello y comenzó a tirar de su camisa, sintiendo que lo estaba asfixiando. Por la espalda le recorría un sudor frío y en cualquier momento iba a vomitar.

Es un error. Tiene que ser un error.

Se topó con un hombrecito calvo al llegar, al que reconoció vagamente como un mestizo de un poco más de rango, a cargo del lugar. Draco puso las manos encima del escritorio de mala muerte, totalmente frenético, y cuando el hombre iba a hablar al verlo, el rubio se le adelantó.

—Quiero ver a Narcissa Malfoy —dijo, sin escatimar en saludos o palabras vacías.

Él pareció perturbado rápidamente.

—Me temo que no puedo darle permiso para- —comenzó a decir. Sin embargo, Draco lo interrumpió.

—Me importa una mierda. Me vas a dejar verla.

El hombre dejó lo que sea que estuviera haciendo encima del escritorio y se alejó un poco, observando la postura de Draco. Quien, solo sentía, que estaba perdiendo tiempo. Tiempo valioso.

Va a estar bien. Va a estar bien. Tiene que estar bien.

—Señor Malf- Astaroth, no tengo permitido dejarle entrar-

Draco sacó su varita del pantalón y la llevó al cuello del hombre en un santiamén. El resto de los guardias parecieron alertarse, y los rodearon rápidamente mientras el hombre levantaba los brazos de forma apaciguadora, ahora sí con el miedo impreso en sus facciones.

El rubio se llevó la mano al pecho, y levantó la tela de su traje.

—¿Sabes lo que es esto? —siseó, mostrando su insignia de gota—. ¿Tienes idea de qué significa? Me llaman Astaroth gracias a esto, debes saberlo.

Salió amenazante, y esa era la idea. Porque era una amenaza. El hombre tragó, visiblemente asustado.

—Me vas a dejar entrar porque si tu miedo es la muerte —susurró, apretando los dientes—, créeme que hay cosas mucho peores, y te lo puedo demostrar.

El hombre no reaccionó de inmediato, aunque luego asintió, de forma torpe y frenética mientras sacaba una de las llaves. Draco podía reconocer la presencia de dementores andando libremente por los alrededores, mas no les prestó atención. No había nada en el mundo a lo que pudiera prestarle atención en ese momento. Tenía que ver a Narcissa, tenía que-

Draco parpadeó, mirando las frías paredes, dándose cuenta de un hecho.

No estaba siendo llevado hacia las celdas.

No estaba siendo llevado hacia las celdas, con los demás prisioneros.

El corazón de Draco cayó hasta el final de su estómago, a medida que seguía al hombre por pasillos, llenos de gente gritando y guardias que los miraban cuando pasaba. Draco apretó su varita, convenciéndose a sí mismo de que eso era una equivocación. O de que quizás Narcissa había sufrido un accidente y estaba en el ala de cuidados.

Sí, eso tenía que ser. Eso- eso tenía que ser. A eso se refería la imbécil de Hannah, mestiza asquerosa. Narcissa solo había sufrido un accidente. Algo que se le pasaría.

Llegaron al final de un pasillo, luego de bajar varios escalones, y el hombre puso su mejor expresión de disculpa antes de abrir la celda y desaparecer de allí tan rápido cómo llegó.

Draco no se atrevía a entrar.

Se quedó parado en el umbral por minutos enteros con la mirada fija en sus zapatos, reviviendo la última vez que vio a su madre, la última vez que la fue a visitar. Cómo ella se la pasaba callada la mayoría del tiempo, diciendo cosas sin sentido gracias a que Azkaban le quitó un poco de su cordura. Pero había estado bien. Draco le preguntó y ella le respondió, con una sonrisa, que no se preocupara y que estaba bien. Que todo estaría bien.

Su madre cumplía sus promesas.

Draco tomó un respiro hondo, reprendiéndose mentalmente. No podía ser tan exagerado él también, no podía tener miedo de ver a su madre enferma. Porque eso era todo lo que tenía. Le atacó una enfermedad.

El ojigris dio un paso dentro del lugar, y abrió los ojos de golpe, sin darse cuenta de que los había cerrado, y se fijó en el centro de la habitación, tropezando hacia atrás.

No.

Draco se llevó una mano al pecho y comenzó a jalar de su ropa, intentando quitar ese sofoco, esa presión que se había instalado ahí, y con suerte, despertar de ese delirio. Debía ser un delirio.

No.

Narcissa se encontraba acostada en una cama de piedra, con las manos a sus costados y viéndose completamente serena.

Tiene que estar durmiendo. Está tomando una siesta. Así luce cuando duerme. Así lucía cuando se quedaba dormida a mi lado.

Un pitido agudo llegó a sus oídos de inmediato y Draco avanzó sintiendo cómo sus piernas ya no le respondían, para finalmente dejarse caer de rodillas a su lado, al mismo tiempo que la garganta se le cerraba y sus manos comenzaban a tiritar.

No.

No, tenía que ser una mentira.

Esa mujer no era su madre, no habría muerto bajo la guardia de su padre. Alguien vendría y le diría que era una broma de mal gusto, que su madre estaba viva y feliz en otra celda, esperándolo. Esperando que la saque de allí. Esperando que la vaya a ver. Esperando que le diga que la quiere una vez más.

—Mamá… —Draco llamó, pensando que le respondería.

Tomó su cabello, y de pronto, la estaba sosteniendo entre sus brazos. Se sentía tan débil, delgada y frágil. Narcissa no era frágil. Esa mujer no era su madre. Era imposible. Draco la abrazó, buscando desesperadamente una señal de vida. Pulso, respiración. Que abriera los ojos y nuevamente lo mirara con esos ojos azules, fríos y gentiles a la vez. Por un momento iluso, creyó que ella le estaba devolviendo el abrazo, que envolvería sus brazos delicados tal como lo hacía de niño. Draco la apretó contra sí, sintiendo cómo su alrededor se ensombrecía y se desmoronaba. Cómo todo lo que había esperado en los últimos años, todo lo que había hecho…

Para nada.

—No. No —susurró, tomando su rostro—. No. Despierta, mamá. Mamá. Mamá, por favor-

Pensó en la Narcissa que le contaba historias antes de dormir, y lo premiaba con pastel cada vez que le negaba algo. Pensó en la Narcissa que le enseñó a leer, a escribir y a pintar. Pensó en la Narcissa que se quedaba a su lado cuando tenía pesadillas. Pensó en la Narcissa que hacía lo que estuviera en sus manos para hacerlo feliz. Pensó en el día que él le prometió sacaría de allí. Pensó que no alcanzó a decirle que la amaba.

Draco la apretó contra su pecho, y se quebró.

La desolación se abrió paso por su sistema.

Su madre estaba muerta.

Esa mujer en sus brazos era su madre.

Muerta. Y él no había podido salvarla. ¿Y por qué ella? ¿Por qué ella y no él? Draco la alejó, desesperado por querer intercambiar lugares con ella, por encontrar algo que delatara que aquella persona no era Narcissa, cualquier cosa.

Pero solo encontró moretones, sangre seca, piel maltratada y una delgadez cadavérica. Aún estaba tibia. Si hubiera llegado antes, si la hubiera visto antes, quizás podría haberla salvado, quizás podría-

¿Salvado de qué?

Draco aún la miraba, agonizante, y sintió las lágrimas acumularse en sus ojos a medida que reprimía un sollozo que le quemaba la garganta, acariciando el escaso cabello rubio de su madre, fino y enredado. Narcissa había estado viva, viva y bien, hasta donde él sabía. Ella había estado bien. Su padre le había dicho que estaba bien. Estaba viva. Estaba viva. ¿De dónde-?

¿Cómo había...?

Un millón de imágenes se le pasaron por la cabeza. ¿Un resfriado? ¿Un accidente?

Aún había un remedio. Aún había algo que hacer, ¿verdad? Draco la apretó una vez más, sintiéndola aún más liviana y-

No.

Su respiración se atascó.

La tomó, acercando su oreja hasta el pecho de su madre. Recordó el funeral del abuelo Abraxas y cómo incluso después de muerto Draco aún podía sentir su magia. Cómo se lo había comentado a Narcissa, y ella le explicó que la magia no se iba de un cuerpo cuando moría, si no cuando el mago se desintegraba, y...

No. No. No.

Sus sentidos se nublaron, y Draco encajó la mandíbula. Todo su interior estaba mezclado con sentimientos difusos y diferentes porque no la sentía. No la sentía, y eso solo significaba una cosa.

Que su madre fue despojada de su magia.

Y eso no era posible, nadie perdía la magia naturalmente, y al parecer eso era lo que había sucedido, ¿no? No, para hacerle perder la magia a alguien se requerían varias personas, se requería un plan. No era algo que se lograba a la ligera, y-

La revelación le dio en la cara.

Narcissa no había muerto.

Draco tembló de rabia, sujetándola con más fuerza.

A Narcissa la habían matado.

Chapter 3: Capítulo 2: Cambio

Chapter Text

Draco llegó a la Mansión, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para saber qué mierda acababa de pasar.

Greyback sabía. Greyback tenía que saberlo, ¿no? Por eso actuaba de esa forma. Por eso mató a Hannah. Y su padre... ¿dónde demonios estaba? Qué mierda estaba pasando. Qué mierda estaba pasando.

Draco empujó lejos al elfo que lo esperaba a la salida de la chimenea y siguió su camino hasta el calabozo, frenético, solo para encontrar que el cuerpo de Hannah ya no estaba allí, y el hombre lobo tampoco. No había siquiera rastro de que la mujer pisó esa celda, o de lo que había sucedido horas atrás. Y necesitaba encontrarlo. Necesitaba-

Le habían dicho que estaba bien. Le habían dicho que su madre tenía un cuidado de primera clase, que estaba protegida por muy traidora que hubiera sido, gracias al Nobilium. Ella misma se lo dijo. Y él lo había creído. Su madre no había estado bien, y Draco no lo sabía. Le habían impedido verla, le habían impedido acercarse.

Y Greyback lo sabía.

Draco dio una vuelta en su lugar, pegándose en los costados de la cabeza. No comprendía una mierda.

¿Por qué? ¿Quién-? ¿Cómo? ¿Qué tenía que ver él? ¿Por qué Greyback había actuado como si estuviera protegiendo un secreto? ¿A quién estaba tratando de cubrir...?

Al Señor Tenebroso.

El pensamiento lo golpeó tan fuerte que lo hizo frenar.

Las únicas personas a las que Greyback le tendría lealtad absoluta son: él mismo y el Lord.

Draco sintió cómo la sangre abandonaba su cuerpo, mientras se apoyaba en una pared.

Alguien había dado la orden, porque quitarle la magia... quitar la magia no era cualquier cosa. Alguien había- alguien estaba detrás de todo aquello, y- y Hannah insinuó que Draco sabía lo que le estaban haciendo a Narcissa. ¿Por qué? Nadie más que el Señor Tenebroso tenía tanto poder. Si se tratara de otra persona planeando todo quizás- quizás Draco hubiera podido hacer algo, se habría dado cuenta, quizás Narcissa estaría viva, pero le habían impedido acercarse. Tuvo que conformarse, y joder, se las iba a pagar.

Todos se lo iban a pagar.

Su mente era un caos y sus pensamientos saltaban de Greyback a Hannah, de Hannah a Lucius, de Lucius al Señor Tenebroso. Draco necesitaba encontrar un culpable, saber quién había dejado a su madre sin magia. Sin puta magia. Y ya nada importaba, no importaba morir, no importaba nada, porque no la había logrado sacar de allí. Necesitaba encontrar un maldito culpable.

Porque eso dolía menos que asumir que el culpable era él mismo.

¿Cómo puedes seguir respirando ahora que ella ya no está?

Draco volvió al salón principal, dispuesto a ir a Hogwarts o donde fuera que se encontrara el tipo ahora mismo. Draco empuñaba su varita, hirviendo en rabia. No era posible, no- no, no era posible que eso estuviera pasando. No-

—¡Draco!

Una mano se envolvió en su brazo, reteniéndolo de ir más allá, de avanzar. Draco se giró, dispuesto a Cruciar a la persona en cuestión, sólo para encontrarse a Theo, quien lo sujetaba con fuerza y no parecía dispuesto a dejarlo marchar.

—Suéltame —siseó Draco.

Dio un jalón para librarse y solo consiguió que Theo se acercara más. Draco soltó un alarido, avanzando a cuestas de él hacia la chimenea y forcejeando aún. La maldición en su contra estaba en la punta de su lengua, el rubio sentía que ya no tenía paciencia.

—¿Qué demonios estás-? ¡Draco!

—¡Déjame ir! —le gritó intentando empujarlo y tomar un poco de polvos flú.

—¡¿Qué vas a ganar?!

Draco lo empujó hacia atrás.

—¡SUÉLTAME!

Theo retrocedió, pero el agarre de su brazo no desapareció. No parecía dispuesto a dejarlo ir, y con cada segundo que pasaba Draco sentía que era capaz de destruir todo a su paso. El dolor de su pecho se estaba haciendo insoportable, y él quería encontrar un culpable, algo que le aliviara, que calmara esa punzada que se sentía como si alguien le hubiera sacado el corazón y lo hubiera hecho añicos en el suelo.

—Draco-

—Tengo que ir, tengo que ir- —dijo, de forma frenética—, lo voy a matar, lo voy a-

—¿A quién mierda vas a matar? ¿A tu p-?

—A Voldemort —escupió.

Una parte de su cerebro alcanzó a registrar el shock plasmado en las facciones de Theo al llamarlo por su nombre. Incluso retrocedió otro paso, abriendo los ojos de forma desmesurada y apretándolo tan fuerte que sus dedos se clavaron en su piel. A Draco no le importó. Lo único que pensaba era en que su madre ya no estaba. Ya nunca la escucharía reír de nuevo, ya nunca podría tomar su mano y dejar que cepillara su cabello. Todo se había acabado y él necesitaba entender por qué.

Por qué habían hecho eso.

—¿Te estás escuchando? —preguntó Theo casi fuera de sí—. ¿Has perdido completamente la cabeza?

Draco lo miró con los ojos inyectados en sangre.

—¡Madre-!

—Vas a acabar peor que Narcissa si sigues adelante con este sinsentido.

Si bien aquello ardió como si hubieran enterrado una lanza en su costado, Draco se petrificó en su lugar, con el cerebro yendo a mil por hora. Se giró de lleno a Theo, apuntando la varita hacia él ahora.

Él nunca había dicho que a Narcissa le hubiera pasado algo.

—¿Qué sabes tú de mi madre?

Theo subió las manos, soltando al fin su brazo y suspiró, dejando caer sus hombros. Draco examinó sus movimientos. En ese momento, nadie era inocente, todos pudieron haber tenido algo que ver y él se sentía capaz de matarlos a todos con tal de saber. Muy a pesar de que fuera Theo.

—¿Qué sabes tú de mi madre? —repitió, ahora incluso más amenazadoramente.

—Rodolphus —respondió Theo, estudiando su reacción. Draco frunció el ceño sin bajar la varita—. Él me pidió que viniera a ver cómo estabas, porque acababas de enterarte de que... de que Narcissa-

—No —lo cortó, cerrando sus ojos un momento—. No lo digas.

Se relajó, solo un poco. Cabía la posibilidad de que Theo estuviera mintiendo, pero ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué estaba pasando todo eso?

—Rodolphus sabía lo de madre —dijo como acto reflejo.

Theo respondió luego de unos segundos de silencio.

—Para este punto, todo el mundo mágico lo sabe.

Draco tragó, sintiendo la boca seca. Las palabras que decía el castaño carecían de sentido en sus oídos y no las entendía, no verdaderamente. No tenía idea de qué más sentir, no más que esa rabia que parecía haber dominado cada rincón de su persona.

—¿Por qué? —murmuró, perdido.

Theo volvió a suspirar, bajando sus manos. Dio un vistazo a la habitación y rehuyó de su mirada.

Un sentimiento pesado se instaló en su estómago y el nudo se hizo aún peor.

—Draco...

—¿Por qué?

—Creo que es mejor que te sient-

—¡Dime por qué!

El grito de Draco no le movió un solo músculo de la cara, mientras él se quedaba completamente quieto en su lugar, mirándolo con ojos desorbitados. Ya no sabía qué más hacer, no sabía qué podía ser peor.

—Lucius está en custodia.

El último ápice de razón que Draco tenía en su ser desapareció, siendo reemplazado por una sensación de vacío, una sensación de vacío que no recordaba haber sentido antes. Ni siquiera cuando pensaba que estaba pasando los peores años de su vida.

Se sujetó del borde de la chimenea, agachando la cabeza. Era capaz de devolver todo lo que había comido y su cabeza daba vueltas. Estaba seguro de que la sangre ahora había abandonado su rostro, completamente seguro.

—No...

Theo trató de alcanzarlo, y Draco se alejó, cómo si el solo hecho de pensar en sentir contacto humano le quemara.

—Testigos dicen que... —prosiguió él, tomando aire—. Dicen que perdió la cabeza y-

—No —lo interrumpió el ojigris negando. El rostro de su padre se le vino a la mente. Su padre. Su madre. Su familia—. ¡No! ¡No!

Draco se llevó una mano hasta la camisa y desabrochó los botones de arriba, queriendo respirar, y comenzó a arañarse el cuello. Sus ojos picaban y real, realmente iba a vomitar en cualquier momento.

—Draco...

—Padre la ama —dijo, recordando los abrazos y los mimos que compartían cuando ningún ojo curioso estaba cerca. Volvió a negar—. ¡Padre la ama! Él, él...

No volvió a ser el mismo luego de la guerra. No volvió a ser el mismo luego de que Narcissa fuera a prisión por haber mentido acerca de Potter. Lucius era como una cáscara vacía.

Su padre siempre fue su modelo a seguir, su padre era un buen padre, un buen esposo. Su padre la estaba esperando, la adoraba. Él la conquistó, estuvo esperándola por años, lo haría toda la vida. Draco había aprendido qué era el amor gracias a ellos, había creído que existía el amor gracias a ellos. No-

—Es imposible —susurró, con un hilo de voz.

Pasaron unos segundos de silencio.

—¿Estás seguro de eso?

Draco pasó saliva, sintiendo cómo empezaba a tiritar. Se negaba a aceptarlo. No podía ser de esa forma.

—Alguien más-

El rubio se interrumpió a sí mismo, recordando la imagen de su madre en ese cuarto. Lo pequeña que había lucido, lo frágil. Draco giró la cabeza y vomitó todo lo que podía en su costado, llevándose una mano al estómago. Sentía que en cualquier momento iba a desmayarse.

Theo sacó la varita y apuntó al charco sin decir una palabra, aplicando un encantamiento de limpieza, y esperó a que Draco se recompusiera.

Él sabía que no iba a ser capaz.

—No tenía magia. No- No tenía magia, Theo —soltó de sopetón, tropezando con sus propias palabras—. Mi padre no-

Quitar la magia de alguien no era ninguna broma y no podría hacerlo solo. Era imposible que Lucius- no, no podía. ¿Cómo?

¿Cómo?

Una rabia renovada atacó su cuerpo como una ola, mientras Theo lo miraba en silencio.

—¡Fue él! —exclamó de pronto. El Señor Tenebroso, el cabrón hijo de puta responsable de todo lo que había sucedido en su jodida vida. Draco volvió a sentirse fuera de sus cabales, gritándole al suelo—. ¡Él, y Rodolphus, y todos! ¡Fueron ellos!

Theo lo tomó de los brazos, estabilizando su persona.

—Draco, cálmate.

Draco lo apartó de un manotazo.

—Lo voy a matar. Lo voy a asesinar.

La sala nuevamente volvía a hacerse presente a su alrededor. No sabía dónde ir, ¿al Ministerio? Tenía que pedirle explicaciones a Voldemort, tenía que saldar cuentas.

—¡Draco!

Draco se giró, apuntándolo con el dedo índice, sin estar dispuesto a escuchar mierda acerca de las lealtades y que el Señor Tenebroso era el mago más poderoso. Draco no estaba de ánimos para ser tratado de traidor. Que Theo siguiera lamiendo sus pies si es que eso quería.

—¡Por años, por años me he tragado su... mierda! —espetó, sintiendo cómo le temblaba la voz y la mandíbula—. ¡He hecho todo! ¡He servido! —Agarró el mismo bastón que había usado horas atrás y lo arrojó al otro extremo de la sala—. ¡He servido, para sacarla de ahí! ¡Y ese, ese hijo de PUTA ME LA ACABA DE ARREBATAR!

—Basta-

—¡NO! —Draco estaba completamente fuera de sí para ese punto. La cara de su madre, de la mujer que lo había cuidado y a la que le había fallado, estaba grabada en su mente—. ¡LAME SUS BOTAS TÚ SI ESO ES LO QUE QUIERES! ¡Yo voy a hacer lo que esté en mis manos para sacarlo del poder! ¡Me he... tragado todo! Pero ya- ya no- lo voy a asesinar. Voy a hacer lo que sea- aunque no haya manera de derrumbar su poder, aunque no haya forma-

—Hay una forma.

Draco se calló, sintiendo nuevamente la urgencia de vomitar.

Theo lo estaba tomando de ambos costados de su cara, y ni siquiera sabía en qué momento había pasado eso. Lo miró a los ojos, haciendo que el rubio observara sus esferas verdes.

Por unos momentos, casi podía fingir que veía a alguien más.

—¿Qué? —preguntó, tomado por sorpresa.

Theo cerró los ojos y suspiró, bajando sus manos hasta dejarlas descansando en los antebrazos del ojigris.

—Draco —exhaló, eliminando el espacio entre ambos—. Ven aquí.

Draco se resistió en un inicio, pero prontamente se vio envuelto en un abrazo. Era uno brusco y torpe y que le sabía a falso porque Draco no estaba acostumbrado a ser abrazado. Sabía que era una forma de consolarlo, de encontrar algo de serenidad, pero el perfume de Theo y la contextura de su persona solo hicieron que el vacío de su pecho se hiciera más grande, porque le recordaba a que ya nunca más sentiría los brazos de su madre. Nunca más experimentaría los besos en la frente y los murmullos de calma. Draco apretó la espalda de Theo, intentando no derrumbarse.

Los ojos le picaban y pestañeó un par de veces, aunque ninguna lágrima quería salir de ellos. No derramó una sola gota. Solo se sentía irremediablemente vacío, como si la vida hubiera sido quitada de su cuerpo.

—Necesito que te calmes —susurró Theo.

El rubio reprimió un sollozo.

—No puedo.

Draco dejó descansando la frente en su hombro, intentando nivelar su respiración. En parte tenía razón, si iba a matar al Señor Tenebroso, tenía que pensarlo bien. Planearlo bien.

Draco sintió cómo el corazón se estrujó dentro suyo cuando rememoró la conversación.

—Padre no- —empezó a decir, pero Theo lo interrumpió.

—Te creo.

Draco apretó los ojos con tanta fuerza que vio luces.

Él no se creía a sí mismo.

A ese punto, Draco no sabía si estaba tratando de convencer a Theo o a él mismo de que Lucius era inocente, porque nada le aseguraba que no hubiera sido parte de lo que sucedió. Solo que parecía tan... irreal.

Todo esto parecía una puta pesadilla.

—¿Qué forma? —preguntó, al cabo de un rato.

Theo se separó lentamente, para así poder verlo a la cara. Abrió la boca y luego la volvió a cerrar, como si no supiera qué hacer, y recién acabara de caer en cuenta de lo que había dicho. A Draco le recordó parcialmente al Theo de Hogwarts, ese que soltaba información al azar y luego se arrepentía porque sabía que Draco era un bocazas.

—Theo, qué forma —repitió por lo bajo.

Él negó con la cabeza, sin soltarlo o dejar de mirarlo.

—Estás demasiado alterado, deberías descan-

Draco casi gritó de la frustración, y en cambio, enfocó sus ojos plata en los ajenos y abruptamente, pronunció de forma mental el conjuro de Legeremancia.

Nunca había hecho eso antes. Siempre necesitó de su varita para meterse a la mente de otra persona, y definitivamente no era el área que se le daba mejor, pero en ese momento era tanta la fuerza y desesperación por entender, que no le costó demasiado. Theo tenía barreras: como un buen sangre pura protegía sus secretos y su mente. Pero en ese momento estaban compartiendo vulnerabilidad, y para cuando el hombre levantó las paredes, Draco ya había podido ingresar a su cabeza.

No fue mucho, no más de tres segundos, pero las imágenes pasaron y fue capaz de darles sentido: Theo salvando sangre sucias debido a su trabajo en el Registro de Nacidos de Muggles, yendo a advertirles a la primera señal de magia que presentaran. Theo luchando contra los Mortífagos bajo una máscara. Theo mirando a un grupo de personas, a una chica de cabellos rubios, gente que creía prófugas o muertas. Theo llevando información. Theo siendo parte de la Orden del Fénix cómo espía.

Theo siendo un traidor.

—¿Qué mier-?

Draco recibió un empujón tan fuerte que cayó hacia atrás, y su cabeza se dio de lleno contra la pared. El castaño empuñó la varita en su dirección y se veía absolutamente enojado y desesperado.

—¡No vuelvas a hacer eso! ¡¿Qué carajos te pasa?!

El sonido de su corazón retumbaba en sus oídos mientras se llevaba una mano a la boca. No podía ser que en menos de veinticuatro horas todo, todo, hubiera cambiado. Todo en lo que creía y pensaba, la forma en la que se regía el mundo.

Ni siquiera tenía idea de que la Orden siguiera activa, como un organismo funcionante.

—¿Eres un traidor? —murmuró, horrorizado.

Una parte de su cerebro sabía que, después de lo que él mismo había dicho, no tenía derecho a reclamar nada. Que incluso podría felicitarlo. Pero la otra, la que la mandaba la fuerza de la costumbre, no podía evitar pensar que esto no era reciente. Que esto era algo en lo que Theo llevaba por años. Quizás desde siempre. A sus espaldas, a espaldas de todos. Y los había engañado, cómo si fueran nada.

Draco se aferró a eso. Se aferró a ese pensamiento para dejar de pensar en lo demás.

—He tenido mucha paciencia y consideración contigo —dijo Theo entre dientes—. Y he bajado mis defensas para venir, pero si vuelves a intentar algo así de nuevo, te juro que no me va a importar absolutamente nada, Draco.

—¿Eres uno de ellos? —preguntó, aún conmocionado e ignorando lo que acababa de decir.

Theo masajeó sus sienes, negando con la cabeza.

—No pertenezco a ningún bando —masculló, dando una vuelta y tomando la parte posterior de su cuello—. Voy al que más me beneficie, y si el Señor Tenebroso continúa en el poder, destruirá nuestro mundo. Eso no me beneficia.

Draco sintió esas palabras como una traición, pero una traición personal. No sabía, no quería encontrar dentro suyo qué le hacía pensar así, el que Theo haya hecho eso a sus espaldas. Mientras él- mientras él...

—¿Cómo has podido cambiar de lealtades?

—Mis lealtades están con lo que me importa —espetó Theo bruscamente, y volvió a clavar sus ojos en él—. Tú más que nadie lo sabe ahora.

Draco tragó la bilis que subió por su garganta y cerró los ojos, contando hasta diez. No sabía cómo el cuerpo humano podía soportar tanta tensión. Sentía la magia arremolinarse en la punta de sus dedos y amenazar con hacerlo explotar.

—Llévame con ellos —soltó de pronto.

Theo rio.

—Ni muerto.

—Puedo serles útil.

Él chasqueó la lengua, acercándose para que Draco tomara su mano y se reincorporara. El rubio lo hizo, poniéndose nuevamente de pie mientras masajeaba su frente.

La orden está activa. Mi madre. Greyback. Hannah. El Señor Tenebroso. Mi padre.

—No estás pensando racionalmente —contestó Theo con simpleza—. Esto no es una simple venganza, es derrocar a todo un gobierno. Es una guerra. Es más-

Cuando Draco vio cómo el castaño volvía a levantar la mano, se apresuró en llevar su propia varita hasta el cuello de Theo, enterrando la punta en la piel. Su amigo alzó las cejas, deteniendo sus movimientos.

—No te atrevas a Obliviatearme.

Se miraron por un minuto entero.

Theo no parecía amedrentado. Era de las pocas personas que no se dejaba intimidar por Draco. Suponía que ambos habían visto cosas peores.

—Quiero luchar —insistió, con un tinte de desesperación.

—Ambos sabemos que no eres bueno luchando.

—Theo-

—No puedo, ¿está bien? Ni tú confías en ellos, ni ellos confiarán en ti. No después de lo que has hecho.

No después de lo que has hecho.

Las cosas que he hecho...

Draco no dejó que ningún pensamiento extraño se colara en su cabeza y la sacudió, sin bajar la guardia. Theo era capaz de Obliviatearlo.

—Draco-

—Voy a encontrar una forma —lo cortó, antes de que pudiera seguir. No sería capaz de convencerlo—. Hannah era parte de ellos, ¿no? Por eso estaba aquí. Ellos tienen que entender, ellos-

—Ellos entienden. —Fue el turno de Theo de interrumpir—. Y te has pasado los últimos ocho años ayudando a eliminar los que quedan, ¿de verdad crees que es tan fácil como ir y exigirles que te dejen ser un espía? No funciona así. Nada les asegura que ya no eres el perro del Señor Tenebroso, o que tienes las razones suficientes para cambiar de bando.

Los ojos de Draco se incendiaron y apretó su varita, tensando la mandíbula mientras cargaba de significado sus palabras:

—Mataron a mi madre.

Theo cerró los ojos, dando un paso hacia atrás. Draco sintió aquellas palabras haciendo eco en sus oídos. Lo había dicho. Lo había dicho en voz alta.

No, no, no.

—No me lleves con tu culto de creyentes de Potter —dijo finalmente con veneno, ignorando su debate mental—. Pero no creas por un puto segundo que me voy a quedar de brazos cruzados.

Theo ya ni siquiera lucía molesto o incómodo con la posición en la que había quedado. Simplemente lucía... resignado. Sus hombros bajaron, y apartó la mirada, a una foto familiar colgada en la pared contraria que el ojigris conocía muy bien.

—Draco, Narcissa...

—No. No vamos a hacer esto. —Negó de inmediato, rodeando a Theo, con la intención de salir de la habitación y buscar una forma de empezar a moverse, de actuar—. No vamos a hablar de ella.

El castaño lo tomó de la mano, girándolo e impidiéndole salir. Draco simplemente se quedó quieto en su lugar, esperando que hablara.

Él suspiró.

—Debería Obliviatearte.

Draco bufó, tratando de quitar su mano. No lo logró.

—Quiero unirme a ellos.

—Eso dices ahora.

—Si creyeras que contaré esto, ya me habrías hechizado- si creyeras que no lo digo en serio, ya me habrías hecho un Obliviate, y no me lo estarías diciendo para advertirme.

El castaño lo observó unos segundos. Unos largos y asfixiantes segundos. Draco trató de apagar la mente, o se volvería completamente loco. Si pensaba en Narcissa, si pensaba en Lucius, estaba seguro de que perdería la cabeza.

Y él no podía permitirse ese lujo. No cuando tenía que hacer que la muerte de su madre no fuera en vano.

Finalmente, Theo pasó una mano por su torso y lo guió fuera del salón con delicadeza.

—Ven, tienes que dormir.

Draco negó.

—Necesito ir a ver a padre, necesito-

—Primero tienes que dormir.

Draco se dejó hacer, porque no tenía energía para discutir.

•••

El rubio despertó en medio de la noche, sin Theo a su lado y con un dolor de cabeza horrible. No recordaba haber soñado, era casi imposible que lo hubiera hecho, luego de tomar una poción para eso, pero de todas formas sentía que la imagen de su madre se repetía en bucle en su cerebro.

Draco se giró en la cama, mirando el techo y suspirando con fuerza. No tenía idea qué hora sería, o donde estaba Theo; qué estaba sucediendo allí fuera. Sentía que su alma había abandonado su cuerpo y no quedaba nada más que una cáscara. Una cáscara vacía que sólo podía albergar una sola emoción.

La ira.

Y es que Draco nunca se había sentido así antes. Nunca había sentido ese tipo de ira, esa ira fría y calculadora que hacía hervir tu estómago y te hacía querer arrasar con todo a tu paso. Siempre fue una persona intensa, siempre. Sus enojos y arrebatos eran instantáneos, sin meditación. ¿Le decían algo que le molestaba? Devolvía el golpe de inmediato como buena serpiente. ¿Sucedía algo que le hacía sentir miserable? Hacía lo que estuviera en sus manos para cambiarlo.

Acción, reacción.

Pero eso... ese odio que se cocía a fuego lento y que no se iba, pero no lo movía y no lo obligaba a actuar cómo si su vida dependiera de ello... Era algo que Draco jamás había sentido antes.

Lo único que su mente era capaz de procesar, era la sed de venganza y el deseo de arrancar la cabeza de todo aquel que estuviera involucrado en todo esto. Draco quería sentir algo más. Draco quería ser capaz de ir y afrontar a su padre. Quería poder ser capaz de llorar como su madre se merecía que le lloraran.

Pero ni una sola lágrima había salido de sus ojos.

Quizás en el fondo sabía que no podía permitirse a sí mismo llorar, no podía. Una vez que empezara, no estaba seguro de parar alguna vez. La ira era un sentimiento cómodo y agradable. No la culpa. No la tristeza. No el hecho de pensar que nunca más volvería a escucharla hablar.

Basta.

Draco se giró, alcanzando otra dosis de poción para no soñar mientras suspiraba.

La Orden.

El pensamiento lo golpeó, mientras bajaba el brazo.

Luego de que la guerra hubiese acabado, no se volvió a saber mucho de los aliados de Potter y del bando contrario. Se presumía que la mayoría había dejado el país para esconderse, antes de que declararan la cuarentena mágica en la que aún se encontraban. Como Blaise, por ejemplo, que se marchó a Francia. O cómo el semigigante idiota, del cual se perdió el rastro. Seguro, tenían que lidiar con unos cuantos atentados de parte de los Rebeldes de vez en cuando, pero eran contenidos de forma rápida y efectiva. También, estaba el Patronus de ciervo de la chica Weasley que cruzaba el mundo mágico en los momentos menos esperados. O los avistamientos de la "Resistencia" y de los mil Potter, que resultaban ser una mentira. Pero Draco jamás pensó... jamás imaginó que era algo que aún existía, y estaba activo. Y que Theo era parte de él.

¿Cuántos más?

¿Cuánta gente que hablaba con él día a día, era parte de la Orden? ¿Cuánta gente deseaba ver al Señor Tenebroso fuera del poder? ¿Acaso él lo sabe?

Por supuesto que lo sabe, le respondió una voz en su cabeza. Él siempre sabe.

¿Entonces por qué está tan tranquilo?

¿Quién te dijo que estaba tranquilo? Volvió a responderle, ¿qué hay de las redadas? ¿De las recompensas por cada miembro que encuentren vivo? ¿La cuarentena en la que están desde hace siete años no te dice nada? ¿Por qué está tan desesperado acallando cada rebelión con ejecuciones públicas?

Draco se pasó una mano por la cara, nuevamente mareado. Jamás había pensado posible aquello; quizás una parte infantil de sí aún asociaba a la Orden con ataques Gryffindor: a campo abierto y llenos de maleficios de ambas partes. Una rebelión abierta. Aquello no era así. Aquello era algo mucho más... entre líneas. Había infiltrados, había una construcción de filas políticas y desde abajo hasta arriba. No como guerreros, si no como estrategas.

Y él- él no lo sabía.

Había pasado todos esos años creyendo que debía conformarse, que debía trabajar con lo que tenía y asumir las nuevas reglas del juego. Había actuado de esa forma porque, porque no sabía...

Draco se tomó de un solo sorbo la poción y volvió a recostarse, antes de que su mente lo abrumara, mientras oía cómo a lo lejos alguien se avecinaba. Seguramente Theo o algún elfo.

Iba a ir mañana al Ministerio, iba a verle la cara a esos hijos de puta, a que se atrevieran a negar que le habían hecho algo a su madre. Que se atrevieran a darle el pésame, los imbéciles de mierda.

La puerta se abrió, y alguien se recostó nuevamente a su lado, en silencio. Draco abrió los ojos para encontrar a Theo mirándolo de vuelta.

—¿Te sientes mejor? —susurró él.

Una parte de Draco se preguntó dónde había ido, por qué no estaba a su lado, pero el sueño le estaba ganando. Y además, aunque nunca lo admitiría en voz alta, confiaba en él. Lo conocía desde que tenía menos de cinco años, y Draco había estado a su lado cuando sus padres habían muerto. Se habían apoyado en tantas cosas que Draco ni siquiera podía enumerarlas.

—No —respondió, cerrando los ojos.

Permanecieron en silencio por unos minutos, u horas, no lo sabía; solo sabía que cuando ya estaba cayendo nuevamente en la inconsciencia, lo oyó susurrar:

—Hablaré con ellos...

•••

Draco se presentó al día siguiente con su traje más formal del Nobilium y la máscara que solían usar, años atrás, al ser una reunión oficial del Wizengamot y no una concertada a último momento.

Estaba claro que nadie esperaba verlo allí, por las miradas curiosas que recibió cuando entró al vestíbulo. Quizás esperaban que fuera al Ministerio para ver a Lucius, para exigir hablar con él, pero Draco casi pudo sentir el pasmo de todos al verlo ocupar su sillón en el tribunal y retirarse la máscara, portando su expresión fría y distante de siempre.

Se notaba que había algunos que no lo querían allí, que quizás pensaban que Draco había perdido la cabeza. Pero no, Draco nunca había pensado más claro. Draco nunca había visto más a través de la gente como en ese momento. ¿Cuánto tiempo había pasado intentando asemejarse a ellos? ¿Ser parte? ¿Ser lo que se suponía que debía ser y para lo que Lucius lo crió, y así alcanzar lo que quería? Ahora los miraba y solo podía ver ratas asquerosas y patéticas. Y sabía, estaba seguro que más de alguno tenía conocimiento de qué le había pasado a Narcissa.

El Ministro Rookwood inició la sesión en nombre del Señor Tenebroso sin que nadie le hablara a Draco. El único que le mandaba miradas preocupadas de vez en cuando era Theo, del otro lado del cuarto, mas Draco no le prestaba atención. Todos sus sentidos estaban puestos en aquellos que lo miraban, como si estuvieran mirando un puzzle o una bomba que debía ser desactivada.

Fueron dos horas en las que no se discutió nada muy importante, nada que a él le importara al menos: la prohibición del matrimonio o la unión homosexual, a menos que consiguieran una forma de dejar descendencia, debido a la baja de la población y natalidad actual en el mundo mágico. Y, en segundo lugar, el orden de Hogwarts. Hasta ese momento, cuando ocurría una falta grave como por ejemplo: que un sangre sucia fuera pillado mezclándose con un sangre pura –o que un mestizo insolente faltara una regla– se llamaba a un comité para decidir qué se hacía con ellos.

En un principio, todo sangre sucia era asesinado. Pero con el pasar de los años, no solo Draco, si no que bastante gente empezó a notar que quedaba muy poca gente en el mundo mágico y que cada vez nacían menos. Si el Señor Tenebroso quería expandir sus dominios, no podían prescindir de nadie que tuviera el don de la magia, (a pesar de que de cara al público, los sangre sucia la robaban). Así que el rubio años atrás bajo ese motivo, había tomado la resolución de separar a los sangre sucia en dos categorías a través de una prueba, un examen a su núcleo mágico:

Si el poder que tenían superaba el promedio, tenían permitido ir a Hogwarts aunque separados del resto de los magos; y si no, si su magia era débil, pasaban a ser esclavos para la sociedad. Los niños Servi.

Volviendo a los infantes que tenían permitido asistir a Hogwarts, si el sangre sucia cometía una falta en el colegio, se pasaba a discusión la opción de que dejara de formar parte del selecto grupo de su especie que podía aspirar a ir a Hogwarts, y así pasaba a ser un Servi más: un esclavo de los sangre pura. La otra opción es que fuera castigado con una sanción: sacarles la lengua, un dedo, quizás hasta dos. Solían ser sesiones extensas y la mayoría de las veces los chicos solo salían sin un ojo, debido a que no podían dejar de disponer de magos de verdad, entrenados.

Pero Dolores Umbridge, directora y suprema inquisidora de Hogwarts dijo que ella podía crear su propio panel y así dejar de convocar reuniones, para hacer todo más rápido, como se solía hacer antes de que el Ministerio tuviera poder sobre las decisiones del colegio. Draco no estaba seguro de que eso fuera para mejor y para agilizar el proceso, pero no había mucho quée hacer, todos habían votado a favor. La única condición dada fue que si se tomaban medidas excesivamente graves debían ser consultadas de todas formas al anterior panel de discusión.

Draco votó entonces y luego se reunió con el resto a charlar. No todos eran miembros del Electis o del Nobilium; o simplemente Mortífagos, pero sí todos eran fieles siervos del Señor Tenebroso. O eso se creía. Eso se creía de Theo y ya sabía qué sucedía allí.

Un montón de gente se le acercó a darle el pésame y a aconsejarle que lo mejor era que se fuera a casa. Otros le preguntaron si ya había leído el artículo de El Profeta, y unos cuantos preguntaron si estaba allí para ver a Lucius; incluso se ofrecieron a hacer lo que estuviera en sus manos para que Draco pudiera saldar cuentas sin ser acusado de nada. El rubio tuvo que huir de todos ellos y evitar pensar que su padre estaba en una celda del Ministerio, metros lejos de él. No podía ir. Obviamente quería saber qué demonios había pasado, pero si... si había tenido algo que ver- Draco no estaba seguro de soportar que admitiera su culpa.

Y si no tenía algo que ver, alguien más se aseguraría de que Lucius no fuera capaz de negarlo.

Draco se alejó de la gente, apoyándose en la pared a un costado de la sala. La sola idea de conversar con su padre estaba haciendo que quisiera acurrucarse y llorar. No podía. Sus pies simplemente no le respondían. Y daba igual lo que hiciera, el resultado siempre sería el mismo: Lucius terminaría en Azkaban en unos días.

Los Malfoy, una familia de renombre.

El ojigris se mordió la lengua con amargura, mientras examinaba la cara de todos los presentes. Algunos lo veían cuando creían que él no estaba mirando o prestando atención. Draco inclinó la cabeza, notando que unos pasos más allá, Augustus Rookwood (el ministro) conversaba cerca de Corban Yaxley, cómo si fueran buenos amigos. Quizás lo eran. Draco enfocó su atención en captar los fragmentos de su conversación.

—... No se puede dejar... información... se filtra —decía Yaxley haciendo una mueca.

—...Sí, sí, yo no sé cómo lidiar con los crímenes...

Yaxley rio por lo bajo al término de esa frase, y el rubio frunció el ceño, maquinando de forma instantánea un plan mientras se acercaba lentamente al grupo donde estaba Theo, a unos pasos de esos dos.

Rookwood se inclinó hacia Yaxley, y Draco vio la cercanía que ambos compartían. Algo en su interior se retorció de asco ante esa imagen.

—... Yo... todas las noches... salgo... vuelvo por el límite norte...

Draco se mordió una mejilla, al mismo tiempo que Rookwood elevaba las cejas y sus ojos cobraban un brillo que no había estado ahí antes. El rubio rodó los ojos internamente. Nunca antes había visto a ambos sonreír y esperaba que así se quedara toda la vida. Aparentemente, no tenía tanta suerte.

—Draco. —La voz de Theo lo llamó cuando llegó a su lado, sacándolo de su ensimismamiento. Draco se giró, para encontrarlo estudiando sus facciones—. ¿Quieres que te acompañe a...?

—No —lo cortó, adivinando sus pensamientos. Su amigo calló, alzando una ceja—. Yo me voy ahora.

—Pero-

—Me voy. Venía a despedirme de ti. Te veo luego.

Draco se encaminó hasta las chimeneas, dándole forma al plan que tenía en su mente mientras enumeraba las formas más lentas posibles de asesinar a todos los que llegaran a estar implicados. A todos.

Una mano lo agarró justo cuando se marchaba.

—Draco —dijo Theo, sin esperar que Draco se volteara—. Esto ha sido una estupidez, mírate, pareciera que no has dormido desde hace semanas. Tienes que descansar. Tienes que pensar bien las co-

—No me digas qué hacer —espetó él de vuelta, al momento en el que se perdía por las llamas.

Draco salió por la chimenea, encontrando por primera vez en días, su casa completamente vacía, exceptuando a los elfos domésticos. Dejó su túnica en los brazos de la criatura que lo esperaba y avanzó, sintiendo de pronto cómo su entorno amenazaba con devorarlo vivo. En cualquier otra oportunidad, iría a ver a su padre, intentaría hablar con él, lo poco que pudiera. Intentar convencerlo de que Narcissa estaba bien y pronto la verían todos juntos, para que reaccionara de una jodida vez. Draco ilusamente había pensado que todo iba a mejorar. Que valía la pena verla cada cuatro meses, porque el día de mañana, la rescataría.

Se agarró las sienes, yendo a su laboratorio para así tomar algo. Algo, cualquier cosa que aliviara su mente, y poder seguir trazando una pauta a seguir.

Cada vez que miraba hacia atrás y veía al Señor Tenebroso asegurándole que Narcissa estaba bien, más cuenta se daba de que había sido un estúpido.

Draco nunca podría perdonarlos, pero por sobre todas las cosas, nunca podría perdonarse a sí mismo.

¿Cómo podía creerle? Su madre... no tenía magia. Eso era algo que requería preparación para lograr, rituales, magia oscura, Draco lo sabía mejor que nadie. Su padre no podía haberlo hecho solo. Y él- él la dejó estar. ¿Acaso ella pensó que Draco la había abandonado? ¿Acaso pensaba que a él ya no le importaba lo que le pasara?

Draco se encerró en su laboratorio con órdenes estrictas de que lo dejaran en paz; aunque no es como si hubiera mucha gente que lo molestaría.

Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo desesperadamente solo que se encontraba.

Prefería no pensar en Crabbe, muerto por casi ocho años. Goyle no estaba ahí casi nunca, yendo y viniendo de los negocios de su padre. Pansy... Pansy se aparecía cuando quería. Blaise le escribía solo de vez en cuando, tanteando terreno y buscando aliados o enemigos en Inglaterra. Y Theo... Theo solo llegaba cuando Draco lo necesitaba, pero tampoco nadaba contra corriente.

Daba igual. No tenía tiempo para eso ahora. Se le había ocurrido algo, tenía un plan que lo ayudaría a vengarse, eso era lo importante.

Draco se sentó, comenzando a juntar las cosas que ocuparía para lo que deseaba hacer: una capa de invisibilidad, una varita que mantenía oculta del resto, y una poción, solo por si acaso. Repasó mentalmente los hechizos que lanzaría, y estuvo a punto de marchar, cuando la puerta de su laboratorio se abrió de par en par y una mujer de cabello corto ingresó, sin pedir permiso, seguida de un elfo que se jalaba las orejas.

—¡Señorita Pansy! ¡Señorita Pansy!

El rubio cubrió los implementos con la capa de invisibilidad en dos segundos y se giró con una expresión mortífera. ¿Tenía que aparecerse cuando nadie la llamaba?

—Hola, Draco.

Draco examinó su apariencia. Vestía siempre elegante, con túnicas oscuras y sombreros pomposos, pero ese día se veía un poco más desecha. Tenía los ojos rojos, el maquillaje algo corrido y sus ojos estaban turbados; parecía haber llorado y haber venido hacia allí sin premeditación. El rubio se cruzó de brazos, ignorando al elfo que se quejaba atrás esperando recibir un castigo.

—Déjanos —ordenó, apiadándose de él, y el crack instantáneo le hizo saber que había sido obedecido.

La mujer avanzó entonces hasta plantarse al frente de la mesa, tomando el anillo que Draco le había regalado años atrás entre sus dedos y llevándolo a su pecho, mientras lo observaba.

—¿Cómo estás? —preguntó, en un tono extremadamente empalagoso, ese que usaba cuando eran niños. Draco entornó los ojos.

—¿Qué quieres? —espetó.

Pansy levantó una mano para intentar tocarlo. Draco se alejó de forma inmediata.

—Quiero saber cómo estás...

Por un momento, Draco consideró decirle todo. Desahogarse con ella como lo hacían en la juventud, pero los años habían creado una brecha entre ambos que cada vez se hacía más y más profunda. No sabía qué era, no sabía por qué, solo que Pansy ya no le inspiraba la misma confianza o el sentimiento de pertenencia que alguna vez. Quizás era porque ambos habían vivido cosas muy diferentes, al final.

Pansy aún vivía en un mundo de fantasías y creía que el régimen de el Señor Tenebroso era lo mejor que le había pasado a la humanidad.

—No me voy a matar —respondió, arrastrando las palabras—. Listo, ahora puedes irte.

Pero ella no lo hizo, en cambio, volvió a acortar las distancias, rodeando la mesa para así ponerse frente a él, suspirando una vez más.

Draco sabía que aquella conversación no iba a hacer ningún bien.

—Draco —dijo con lentitud, como si lo quisiera preparar—, Draco, estoy aquí por-

Se interrumpió a sí misma y algo le decía que él no iba a soportar escucharla. Draco cerró los ojos, aferrándose a la mesa hasta que sus nudillos se tornaron blancos.

—Draco —repitió Pansy, tomando una respiración honda—. Traerán a... traerán... ya determinaron la causa de muer-

No.

—Cállate —soltó en un jadeo, apartando la mirada.

Pansy se quedó en silencio unos segundos, para ignorarlo nuevamente.

—La traerán en unas horas-

—¡Cállate!

El grito fue lo suficientemente fuerte para detenerla de intentar tocarlo otra vez. Pansy bajó la mano.

¿Pueden dejarme en paz? Solo déjenme solo, joder.

—No podían localizarte —explicó ella, en voz baja—, por eso estoy aquí.

Eso lo hizo fruncir el ceño, pensando con un céntimo más de claridad. Después de todo, nada le aseguraba que Pansy no sabía nada, que era inocente. A sus ojos, nadie lo era, no en ese momento.

Joder, qué estaba pensando. Pansy no era siquiera capaz de planear una vestimenta. Necesitaba dormir.

—Draco... —murmuró ella, volviendo a acercarse—. Draco...

—No me toques.

Sabía que moría por darle un abrazo, de prestarle un consuelo que Draco no quería. Draco no quería abrazos. No quería palabras bonitas. Quería ser dejado jodidamente solo.

—Háblame- —prácticamente rogó.

—Pansy. Déjame solo, por favor.

Ella no se movió, reacia a escucharlo, cómo siempre. Si Pansy no obtenía lo que quería, no era feliz. Pero eso no era un puto juego, y Draco sentía que explotaría en cualquier momento.

—Por favor —repitió él.

Alzó la mirada para ver cómo la mujer apretaba los labios, debatiéndose si marcharse o no. Draco endureció el gesto, y ella dio un paso atrás, pero no lo suficientemente lejos.

Pansy se pasó una mano por la cara, corriendo aún más su maquillaje siempre perfecto.

—Déjame recibirla —dijo de pronto, su voz quebrándose al final. El rubio encajó la mandíbula—. Déjame- déjame a mi planear su ceremonia.

Draco no quería hablar de eso.

—No.

Ella pareció sorprendida, dando otro paso lejos.

—¿No? —preguntó. Luego añadió aún más dudosa—: ¿Lo vas a hacer tú?

—No —respondió tajante, levantándose hacia el estante donde guardaba sus frascos para así tomar una poción relajante, dándole la espalda—. La enterrarán en la cripta familiar y ya. Ésta noche.

Draco tomó uno que tenía un líquido amarillo claro, sirviendola en un vaso con agua, con movimientos bruscos y pesados.

—¿De qué estás hablando? —preguntó ella a sus espaldas, casi como un susurro.

Draco dejó caer el vaso que se estaba llevando a la boca, sintiendo la rabia volver a arremolinarse en su interior. Sabía lo que se venía.

—Lo que escuchaste, Pansy. No va a haber- no-

—¿Cómo puedes decir eso? —lo interrumpió, comenzando a sobresaltarse.

Draco cerró los ojos, antes de girarse y enfrentarla de lleno. Pansy estaba en el mismo lugar donde la había dejado, poniendo la expresión que usaba cada vez que estaba a punto de iniciar una pelea. Su boca entreabierta y sus ojos aún más achinados.

—Es tu madre —repitió ella, haciendo énfasis en las últimas palabras.

Draco apretó el vaso.

—Y por lo mismo-

—No se merece eso. ¿Acaso sientes algo allí dentro? Cissy merece- merece una ceremonia. Merece una despedida-

Draco dejó el vaso encima de la mesa con un ruido sordo, para así apuntarla, comenzando a perder completamente los estribos.

—¡No te atrevas a decirme eso! —exclamó, haciéndola callar—. No te atrevas a decirme a  qué merecía mi madre o no.

—Te lo diré, porque parece que no lo recuerdas —replicó Pansy, casi con asco—. Narcissa merece que la lloren. Merece que respeten su muerte.

Sintió cómo algo se rompía dentro de él.

—Fuera.

Pansy no se movió.

—Draco —insistió, con sus ojos llenos de lágrimas—, merece un funeral.

Cada músculo de su cuerpo se tensó.

—Pansy. Vete.

—Merece que todos podamos decirle adiós. Merece que tú puedas verla una última-

—¡SAL!

Draco botó al suelo todos los frascos vacíos del estante y golpeó la mesa una vez más, sacando su varita y apuntándola con ella. ¿Cómo...? ¿Cómo se atrevía? Pansy no tenía derecho de- no tenía derecho de decirle esas cosas.

Cómo si él no las supiera. Cómo si no tuviera claro que Narcissa merecía eso y más. Cómo si no supiera que su madre merecía estar viva. Merecía estar ahí con él.

La expresión de Pansy cambió a una de miedo, y retrocedió, cerrando la boca. Desde que eran niños, Draco jamás le había levantado la varita, no más que en situaciones de bromas. Pero ahora, toda su pose delataba amenaza.

Y Draco no era conocido por hacer amenazas en vano; ya no.

—Tú- tú... —comenzó a decir ella, abriendo y cerrando la boca—, tú no...

—¿Quién dice que no?

Pansy se quedó callada un segundo.

—No lo harías.

Draco soltó una carcajada, fría y burlona desde el fondo de su garganta.

—¿No? —dijo, alzando una ceja—. Pruébame.

Pansy aferró con más fuerza su mano enguantada contra su pecho, y se le quedó mirando unos segundos más. Draco no sabía cómo lucía su cara cuando se enojaba, pero se lo habían dicho: toda su piel se volvía irremediablemente roja y su gesto se hacía mezquino, con los labios inclinados hacia abajo y una mueca desdeñosa. Daba igual. Lo que sea que hubiera visto allí, bastó para que Pansy saliera del lugar sin decir una palabra más.

Draco suspiró hondo, y luego pateó una silla, sintiendo una perversa satisfacción al ver cómo se hacía añicos a lo lejos.

Así que no se detuvo allí.

Comenzó a patear y romper todo lo que encontraba cerca a él, con la conversación repitiéndose sin parar en su mente. Su piel comenzó a enrojecerse más por el esfuerzo, y los pedazos de madera que se rompían hacían pequeñas heridas en su piel. No le importaba.

La traerán en unas horas.

Merece una ceremonia.

Una despedida.

Draco reprimió la quemazón de su garganta y dio vuelta un estante, el cuál retumbó contra el suelo, en una mezcla de vidrios y un golpe sordo. Le importaba una mierda en ese momento que hubiera botado alguna poción en proceso para el Señor Tenebroso. Le importaba una mierda todo.

Draco se estabilizó nuevamente, respirando de forma agitada y superficial. La única mesa que no había tocado fue en la que dejó las cosas que usaría más tarde y estaba tentado a hacerla pedazos también.

Céntrate, dijo una voz, que se parecía mucho a una que había escuchado repetidamente en su infancia.

Draco tomó los artefactos bruscamente, comenzando a juntarlos. No quiso dar otro vistazo a la habitación.

—Trevor —llamó, sin fijarse si el elfo aparecía o no—. Deja todo tal cual estaba.

Draco aún temblaba por lo que acababa de suceder, mientras trataba de volver a sus sentidos y distraerse. Olvidó a Pansy. Olvidó a su madre. Olvidó a su padre y al resto de los hijos de puta, y mejor, pensó en el plan: claramente, no podría ser esa noche, estaba demasiado agitado. Pero otro día.

Lo haría otro día.

Ese momento llegó casi cuatro más tarde.

Narcissa fue recibida sin que Draco la viera de nuevo, y fue enterrada durante la madrugada, a pesar de la voz de Pansy y Theo en su cerebro diciéndole que algún día se arrepentiría de esa decisión. El rubio las acalló, sin la intención de pensar en eso más de lo necesario.

Draco se pasó los últimos cuatro días yendo y saliendo de casa, tratando de retomar una rutina. No sabía a quién estaba tratando de probarle algo: la mayoría del tiempo, no había nadie en la Mansión. En los días comunes, antes de que todo pasara, de vez en cuando un integrante del Nobilium (en su mayoría Greyback) pasaba allí a disponer de su biblioteca, o a consultarle algo. Pero desde el incidente, nadie había hecho el intento de acercarse a él. Por respeto, dirían.

Draco pensaba diferente.

Así que aquel viernes esperó a Yaxley.

Patrulló y mantuvo vigilado todo el límite norte entre el mundo mágico y el muggle, esperando que apareciera. Cuando Yaxley habló aquel día en el Wizengamot, mencionó la noche, así que Draco estuvo allí apenas el atardecer llegó, aguardando y rogando para sí mismo que Rookwood no apareciera. Llevaba puesta la capa de invisibilidad y su varita de repuesto en el bolsillo. Nunca había recuperado la que Potter le robó, suponía que lo que quedaba de la Orden la guardaba, por lo que tuvo que conseguir otra además de la varita que usó durante la guerra, la que después ocultó de ojos curiosos y que tenía en sus manos en ese momento.

También en sus manos estaba el paño rociado con la poción somnífera en caso de resistencia, y el vial también, por si quería echarlo encima de Yaxley.

Era el plan perfecto.

La cosa era que... los tipos como Yaxley... creían que lo sabían todo. Habían terminado siendo victoriosos en una guerra y siempre acababan ganando, saliéndose con la suya. Ellos realmente pensaban que eran invencibles y que nadie se atrevería a atacarlos.

Pues se equivocaban.

Por eso, cuando Draco lo maldijo con el hechizo paralizante apenas lo vio aparecer por el lado menos vigilado del límite, y luego lo roció con la poción en caso de que despertara, Yaxley no lo vio venir. No vio venir que Draco lo tomara, los cubriera con la capa, y antes de que alguien los atrapara, los Apareciera a ambos a las afueras de Wiltshire. No vio venir que Draco lo arrastrara por el camino de piedras hasta la entrada de la mansión ajena. Yaxley no vio venir al hombre que lo esperaba, parado justo en la escalinata de mármol, buscando a la lejanía a la persona que las protecciones le habían avisado que se encontraba allí. No vio venir cuando Draco se retiró la capa y arrojó su cuerpo inmóvil a los pies de Theo.

—He traído una ofrenda —dijo de golpe.

La máscara de indiferencia de su amigo estaba en su lugar, pero Draco pudo ver de inmediato cómo sus ojos brillaban y se encontraba... impresionado.

Draco sonrió, y sabía que no era una sonrisa bonita. Theo elevó una ceja, y lo último que pudo decir, antes de que todo se volviera negro fue:

—Ahora puedes llevarme a la Orden.

•••

Draco abrió los ojos con dificultad sintiendo cómo si un camión le hubiera pasado por encima. Tenía todo el cuerpo amarrado y apresado, y estaba pegado a algo rígido, a una... una pared. Pestañeó un par de veces despertando de-

¿Despertando?

¿Por qué estaba despertando?

Lo último que recordaba era... era el secuestro de Yaxley. Era haber ido a la Mansión Nott y haber presentado el cuerpo del hombre a su amigo para que así la Orden supiera qué tan enserio iba con su plan de unirse a ellos.

Recordaba haber visto la impresión en Theo, y aunque su cerebro le gritaba que aquello era algo inusual, o falso, Draco sabía que no era así. Sentirse impresionado por lo que acababa de hacer, era... era- normal. Después de todo, hubo secuestros de Mortífagos antes, sí, pero siempre fueron cargos menores. El Nobilium y el Electis eran un sector de gente extremadamente protegida. Si no hubiera sido porque Yaxley andaba sin preocupaciones por la vida, engañando a su mujer con el ministro, habría sido imposible de secuestrar.

En esos ocho años solo hubo una baja fuera de combate contra los Rebeldes (que ahora Draco sabía que en realidad eran la Orden), y ese era el padre de Theo, porque justo después de aquello, Theo tomó la Marca y su lugar dentro del círculo cercano al Señor Tenebroso.

Theo, la única persona después de la guerra en tomar la Marca y convertirse en Mortífago.

Rondaron rumores, por supuesto, sus dos padres muertos de un día a otro y él ascendiendo de forma repentina eran una coincidencia muy grande, pero Draco nunca preguntó. Nunca, hasta ese momento, se había preguntado siquiera qué tan peligroso era Theo. Qué lo había hecho tan valioso a los ojos del Señor Tenebroso y para ser espía de la Orden.

Hasta que lo había aturdido y lo había llevado hasta allí sin que él lo notara.

Draco abrió los ojos por completo, enfocando bien por fin lo que había a su alrededor. Era una sala oscura y hecha de piedra, ladrillo, no lo sabía con exactitud. El estilo parecía antiguo, y el lugar bajo tierra. Un calabozo, suplió su mente. Draco no se sentía especialmente sorprendido, era lo lógico, ¿no?

Entonces, desvió su vista al frente, y lo que vio le quitó completamente el aliento.

A unos metros más allá, un grupo de cinco personas se paraba, mirándolo. Draco suprimió un escalofrío. Todos menos Theo, apoyado en la pared y de brazos cruzados, ocupaban máscaras. Máscaras que se asemejaban al rostro de un ave. Eran oscuras, lo bastante oscuras para perderse en la noche; y todos los ojos tras los agujeros parecían estar mirándolo fijamente con desprecio. Todos excepto unos, los de la mujer más alta. Su ojo izquierdo parecía estar cubierto por una tela, como si ya no estuviera allí.

El resto usaba ropas aún más oscuras que la suya, y los únicos brazos al aire eran unos blancos, cubiertos de pecas y cicatrices que no podrían corresponder a más que un Weasley. Y si adivinaba bien, la chica a su lado, con el cabello corto pero aún así esponjoso, no podía ser otra que la sangre sucia.

O sea, que frente a él, estaban los amigos de Potter. Aquellos que no habían sido vistos desde hacía muchísimo tiempo. Draco no los había visto en ocho años.

Pero no era eso lo que estaba haciendo su sangre hervir.

No era eso lo que hacía su corazón saltar como loco en su pecho, o su magia revolotear en su interior. No era eso lo que lo tenía boquiabierto y completamente pasmado, sintiendo por primera vez cómo un par de lágrimas se arremolinaban en sus ojos.

No.

Porque estaba sintiendo algo, lo estaba sintiendo, y ni sus sentidos eran tan inteligentes como para engañarlo de esa manera. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal y sintió cómo encima suyo alguien le echaba un balde de agua fría.

Siempre había sido capaz de sentirlo. El aire parecía hacerse más denso y la habitación vibraba alrededor de él, por lo poderoso que era. En sexto año, cuando el imbécil acosador lo estaba espiando en el vagón, fue capaz de dictaminar en gran parte dónde estaba bajo esa ridícula capa invisible gracias a su magia. En séptimo, con su rostro desfigurado en la Mansión, Draco sabía quién era, gracias a su magia. Él creía que en la puta vida volvería a percibirlo. Porque era imposible.

Era imposible.

¿No?

Con el corazón hecho un puño, sus primeras palabras para toda esa gente salieron casi como un susurro.

—Potter.

El aire pareció cortarse y hacerse más pesado, y todos comenzaron a mirarse unos a otros, inseguros de qué hacer. Pero los ojos de Draco se habían enfocado en una de las esquinas, aparentemente vacías para el resto del mundo, pero no para él. La fuerza mágica y magnética se encontraba allí, la firma que se sentía como madera y fuego era inconfundible.

Soltó un suspiro tembloroso.

—Te siento. ¿Eres tú? —dijo, con la garganta apretada, hablando de forma directa hacia esa dirección—. Estás aquí, o yo he perdido totalmente la cabeza.

Sintió a Granger y Weasley intercambiar una mirada, mientras el hombre a un lado de la mujer del centro abría la boca, seguramente para tranquilizarlo, o negarlo.

A pesar de que el resto de las personas parecían decididas a hacerle creer que la última opción era la real, Draco no despegó sus ojos de aquel rincón; y prontamente, éste dejó de ser un rincón cualquiera.

De un momento a otro se convirtió en cabellos negros desarreglados, ojos verdes mordaces, pero menos pasionales, menos intensos de los que tenía en sus recuerdos. Barba, hombros tensos, ojeras y un hombre que Draco no reconocía.

Que no reconocía en absoluto.

La respiración se atascó en su garganta, mientras sentía que la sangre se convertía en fuego, y la rabia familiar subió como un pique, en escala. Draco apretó la mandíbula, enterrando sus ojos grises en aquellos verdes, que siempre se colaban en sus pensamientos aunque fuera de forma inconsciente.

No podía ser. No. Podía. Ser.

Era... el puto imbécil había muerto. Él lo había visto morir. Por años, había creído que las esperanzas se habían desvanecido cuando él dio su último respiro. Años culpándose a sí mismo por no haber hecho nada. Su mamá estaba en prisión gracias a Potter. Y Draco solo podía pensar en lo egoísta, egocéntrico y cobarde que era, ocultándose allí mientras el resto del mundo... mientras el resto...

Mientras él hacía lo que hacía.

Draco apretó los dientes, negándose a creer lo que estaba frente a sus ojos. Se sentía al borde de un colapso mental.

Porque Harry Potter estaba jodidamente vivo.

—Tantos años, Malfoy —dijo él, con una voz ronca que no parecía ser parte de su persona.

El azabache hizo la capa a un lado, entregándosela a Granger y caminando hasta él. Draco se sacudió en sus cadenas, sintiendo unas ganas gigantes de escupirle al desgraciado, porque no podía ser posible. Tanto tiempo...

Potter sonrió, una sonrisa amarga y desdeñosa que no era propia de él; porque Potter era bueno y altruista y jodidamente honorable. Se paró justo frente a Draco, a unos centímetros de su cara y habló hacia sus espaldas.

—Denle el veritaserum.

Chapter 4: Interludio: La caída de Harry Potter

Notes:

No sé si hace falta aclararlo, pero de todas maneras aviso que los interludios son pequeños vistazos al pasado, para así  hacer entender el mejor el curso de la historia, y explicar ciertas cosas para que queden más claras<3

Espero les esté gustando:)

Chapter Text

Cuando la Orden abandonó la Batalla de Hogwarts, Draco no sabía qué estaba pasando.

La única cosa que recordaba de aquel día eran los gritos; los gritos, el fuego, la muerte de Crabbe, y el hecho de que Harry Potter fue a morir al Bosque Prohibido y luego, (oh, sorpresa), sobrevivió al Avada Kedavra de Voldemort.

Draco también recordaba la desesperación de no poder encontrar a sus padres para salir de ahí. No reconoció ninguno de los cuerpos que se amontonaban a sus pies, pero si veía los emblemas, el color de las Casas. Niños, adolescentes. Todos muertos. Recordaba haber oído a lo lejos cómo alguien gritaba que uno de sus compañeros, de los grandes luchadores del otro bando, había muerto, y una llamada masiva de Minerva McGonagall a abandonar la lucha. Recordaba a aquel gigante idiota huir mientras gritaba, y los sollozos. La ventaja casi absoluta que los Mortífagos tenían. La rendición del lado del bien. Lo recordaba porque era tan... impropio. Los Gryffindor no abandonan las peleas, las resisten hasta el final.

Él, a sus veinticinco años, aún no sabía qué era lo que los había hecho retirarse.

Draco todavía podía ver a Narcissa con claridad en su memoria, quien se había quedado paralizada al ver a la Orden huir. Recordó haber grabado los rasgos de la mujer, y atesorarlos en un valioso lugar de su mente. Tenía marcado en su cabeza la impresión del rostro de su madre, cómo luego su expresión pasaba a una determinada, y cómo de pronto, llevaba la mano hasta su varita apuntando a sí misma, pronunciando palabras que Draco no alcanzó a distinguir.

Y se acordaba tan bien, porque aquel día, fue el último día que la vio en libertad.

Luego de aquello, el Señor Tenebroso se proclamó vencedor, aunque aún hubiera peligro ahí afuera, aunque Potter siguiera vivo. A los ojos de todos, el bando del Elegido se había rendido y ahora ya no quedaba más que oscuridad y destrucción.

Y entonces, todo se volvía borroso en su cabeza.

Sabía que su madre estuvo en los calabozos de la Mansión Malfoy los tres meses que le siguieron al término de la batalla, gracias a haberlos traicionado, mintiendo y diciendo que Potter estaba muerto en el Bosque; lo recordaba solo porque pensó muchas veces con rabia y vergüenza que eran nuevamente prisioneros en su propio hogar, que nunca dejarían de serlo.

Sabía que hubo torturas (por supuesto que hubo torturas) por parte del resto de los Mortífagos ante su fallo y debilidad. Sabía que su padre no hablaba ya mucho. Sabía que en su casa estaban apresados sus ex compañeros, gente que vio en los pasillos y clases de Hogwarts cada día. Aún podía oír los gritos de Lavender Brown encadenada a una mesa mientras se divertían con ella, turnándose para "romperla" en dos. Aún podía escuchar a Dean Thomas rogar que lo mataran, amarrado en cuatro patas mientras obligaban a Draco a mirar lo que le hacían.

Los pensamientos de él en ese tiempo eran solo de súplica, de que por favor Potter y su bando encontrara una forma, una manera de que todo aquello acabara. Al menos en ese mundo serían despreciados, pero no usados de forma cruel. Draco solo quería que todo acabara y el "bien" triunfara de una maldita vez.

Pero aquello nunca pasó.

Tres meses después de la Batalla, Voldemort fue capaz de apresar a Potter intentando cruzar la cuarentena mágica con rumbo a Francia. Lo mantuvo por un día entero en una jaula en el lobby del Ministerio, exhibiéndolo a la gente, mostrándoles cómo lucía la debilidad y humillando al héroe que todos creían que era. Y cuando ya nadie soportaba más, lo torturó lo suficiente para que cuando diera el golpe final, Potter no fuera capaz de defenderse.

Y Draco había mirado.

Recordó haber rogado para sus adentros que alguien apareciera para salvarlo, cualquier cosa. Que la ayuda mágica llegara. Pero también sabía la gran masacre que fue la Batalla de Hogwarts para ese bando. Y toda la gente que mataron después... estaría impresionado si quedaban aún algunos de ellos en el país. Los Mortífagos tenían toda la ventaja, todas las de ganar, y aún así, esa pequeña parte irracional de su cerebro pensaba que como siempre, Potter tendría la suficiente suerte para evadir la muerte una vez más.

Hubo un intento de rescate, pero fue neutralizado casi al acto, matando a las personas con un Avada Kedavra apenas aparecieron. O quizás Draco lo había imaginado todo. Daba igual, porque toda su atención estaba puesta sobre el chico a los pies del Señor Tenebroso. Todos sus sentidos respondían a él.

El total de los Mortífagos lo rodeaban, y la mayoría, incluso su padre, pedía a gritos por la vida del muchacho. El único que estaba muerto de miedo era Draco. El único que estaba callado y rogando para sus adentros que algo sucediera y lo salvara, era él.

Por favor.

Que viva.

Que se levante.

Que lo venza.

Recordó cómo sus ojos verdes se enfocaron en él, y cómo Draco observó pasar toda su historia en algún rincón de su mente. El día que se conocieron; cada maldito momento en el que lo superó; cuando Draco lo buscaba para molestarlo; cuando le fastidiaba ser opacado por él. El torneo, los partidos, sexto año. Todo.

Y por fin se dio cuenta que no solo no quería que Potter muriera porque era la única esperanza que le quedaba.

Sino porque era inconcebible imaginar un mundo sin él.

Siempre había estado ahí, aunque fuera de fondo. Siempre. Draco despotricó en su contra, Draco llegó a pensar que la pura existencia del chico era nada más que para hacerle la vida imposible. Pero al final del día, todos se habían ido; Crabbe había muerto, todo había cambiado, y Potter... Potter era una constante en su vida.

Recordó haberle deseado la muerte incontables veces. ¿Y por qué? ¿Por qué había hecho eso? Eran niños. Eran dos niños que estaban jugando a ser adultos y que llevaban en sus espaldas guerras que no le correspondían.

Qué desperdicio de tiempo.

Ahora todo se había acabado. ¿Y por qué mierda se sentía tan... incorrecto? ¿Cómo si le estuvieran quitando una parte de su vida? Draco lo insultó tantas veces, lo humilló, al mismo tiempo que era humillado de vuelta. Pero jamás quiso... jamás pensó-

No importaba ya, no mientras el Señor Tenebroso avanzaba hasta quedar a unos metros de la jaula del muchacho.

Por favor.

Que viva.

Que se levante.

Que lo venza.

Que me salve.

Draco contuvo el aliento. El Lord levantó la varita.

Y entonces el rayo verde cruzó el Ministerio.

Absolutamente todo se sumió en un silencio, atosigante y peligroso, y el cuerpo inmóvil del chico quedó tendido en su lugar. Como si nunca hubiera existido. Curiosa, la manera en que la vida de una persona era borrada de forma tan abrupta, sin que nadie hubiera podido hacer nada al respecto.

Draco ahogó un grito, sintiendo cómo el último rayo de sol se apagaba, y moría como moría él.

El héroe.

Vaya pedazo de mierda.

Voldemort no fue tan estúpido aquella vez. Revisó cada signo vital del muchacho él mismo, además de Cruciarlo hasta decir basta, y por si fuera poco, cortar su cabeza con un Diffindo para luego levantarla, que todo el mundo la mirara y aclamara la victoria.

Y Draco observó. Draco observó desolado, mientras su estómago se hacía un nudo y quería devolver la poca comida que había comido en meses. Su cuerpo se llenó de horror y por la espalda le recorrió un sudor frío, mientras seguía mirando la grotesca cabeza ensangrentada de Potter, sintiendo que perdió algo. Algo, que realmente nunca tuvo, porque Potter no era su amigo, ni siquiera podría considerarse enemigo para ese punto. Potter no era nada para él, más que su sombra, (¿o él era la sombra?), y aún así...

Su mente iba a mil por hora, intentando hallar en alguna parte de su cerebro una manera de sobrevivir en ese mundo. En un mundo donde el Señor Tenebroso podría hacer y deshacer a su antojo. Era un niño en ese momento, no muchos meses atrás recién había cumplido los dieciocho; pero desde ese día, Draco tuvo que aprender a ser un hombre.

Quizás fue ahí cuando todo comenzó a irse al carajo.

O eso pensaba.

Ocho años después, aquellos ojos verdes feroces lo estaban mirando con la misma fijeza y determinación del primer día que le vio.

Pero esta vez ya no había miedo, o desesperación. Draco se sentía incapaz de sentirlo. Ahora no quedaba más que confusión y una búsqueda entre sus recuerdos para entender qué mierda estaba sucediendo y cómo carajos Harry Potter estaba vivo.

•••

Cuando la Orden forzó su retirada de la Batalla de Hogwarts, Harry no sabía qué estaba pasando.

Murió en el Bosque Prohibido aceptando su destino, y luego retornó... retornó para ganar ¿no? Así funcionaban las cosas. Así funcionaba el mundo ideal. Él volvía a la vida, ganaba la batalla final dándole la victoria a su gente, crecía, se convertía en Auror, se casaba, formaba una familia y era feliz.

Eso era lo que todos esperaban.

Pero las cosas no sucedieron de esa manera.

Harry fue llevado al patio de Hogwarts luego de su "muerte"; oyó el discurso de Voldemort en los brazos de Hagrid, oyó cómo Neville era torturado, y esperó, con el corazón latiendo con fuerza contra su caja torácica, el momento en que debía actuar. Sintió lo que pasaba a su alrededor, la gente desesperada, sus amigos aún llorando por él.

Y, justo en el momento en que se preparaba para moverse y mostrar que seguía vivo, los gigantes, los centauros y demás criaturas llegaron a la pelea, sacándole un momentáneo suspiro de alivio. Era la hora.

Pero entonces, también fue en ese instante en el que Neville sacó la filosa y brillante espada del Sombrero Seleccionador, y, antes de que Harry pudiera gritarle que se detuviera, que aquello no haría ningún bien, el muchacho ya estaba atravesando sin dudar a Bellatrix Lestrange por el estómago.

Desde ahí todo se volvió un caos, y las cosas empezaron a pasar demasiado rápido.

Con la muerte de Bellatrix se armó un escándalo que Harry aprovechó para ponerse su capa y alejarse, y así volver a pelear. Se volteó hacia donde Hagrid lo había tenido entre sus brazos para acabar de una buena vez con Voldemort, cuando vio cómo éste, enfurecido por la muerte de su sierva más leal, apuntaba su varita hacia Neville.

Y lo asesinaba a sangre fría.

Cuando el cadáver del muchacho cayó al suelo con un ruido sordo, Harry miró con horror, con los gritos de fondo, que su sacrificio en el Bosque Prohibido no había funcionado y que la protección de sangre que intentó expandir por la gente de Hogwarts, al menos la que le importaba, era inválido.

Nadie estaba a salvo.

El suelo tembló, mientras los centauros y los gigantes entraban a la batalla, pero nada de eso importaba ya. La sensación de victoria que había acompañado a Harry estaba muriendo lentamente.

—¡HARRY! —Escuchó gritar a Hagrid, más alto que todo el bullicio—. ¡HARRY!... ¿DÓNDE ESTÁ HARRY?

Harry tenía ganas de vomitar, una sensación de entumecimiento y frío que hasta ese momento jamás había experimentado lo llenó, sintiendo que todo se iba al carajo. Atizaba maldiciones a los Mortífagos que se cruzaba, quienes no lo veían venir, pero estaban perdiendo, estaban siendo masacrados. Una rabia ciega lo invadió y Harry se quitó la capa para luchar, para continuar peleando y acabar con ese hijo de puta malnacido; que viera que aún no había ganado.

Y entonces llegaron Ron y Hermione.

Harry los miró unos segundos, en los que el mundo pareció congelarse a su alrededor. Estaba tan contento de verlos. De verlos vivos y bien. Sus amigos pasaron por millones de emociones al encontrarlo: sorpresa, felicidad, alivio, y nuevamente preocupación.

Entonces, Ron habló y el hechizo se rompió.

—¿Estás vi-?

El ojiverde abrió la boca para contestar, pero fue rápidamente cortado.

—¡Harry! —exclamó Hermione, interrumpiendo cualquier conversación que pudieran tener al respecto, tomándolo del brazo mientras ella y Ron lo arrastraban lejos—. ¡Eso para después! Me alegro de que estés vivo y todo, pero, ¡no está!

La mente de Harry no descansaba, formando pensamientos que no se conectaban entre sí, mientras todo se resumía en un caos a su alrededor. La gente corría, los Mortífagos atacaban, Voldemort buscaba su cuerpo.

Harry se separó abruptamente del agarre de sus amigos y los miró a ambos con los ojos desorbitados.

—¿Qué?

Ron miró también lo que estaba pasando en el mundo que los rodeaba, y Harry pudo ver el momento exacto en el que su amigo veía a Neville en medio del lugar. Sin voltearse, podría describir la imagen. El muchacho tendido en el pavimento con la cabeza ladeada, sus ojos vacíos e inertes; aquellos que una vez se mostraron tan amables y dispuestos. Harry quería asesinar a alguien, pero estaba demasiado cansado.

—¡No está por ningún lado! —prosiguió Hermione, ajena a su debate mental—. ¡No está en el castillo! ¡Nagini no está!

Algo horriblemente pesado se instaló en la boca de su estómago.

—¡Por supuesto que está! —dijo Harry, sintiendo que iba a vomitar, mientras recordaba la Casa de los Gritos—. ¡Ella mató a...!

La última vez que la vio, Nagini había desgarrado la garganta de Snape, en la Casa de los Gritos. Pero luego... luego- Harry cerró los ojos un segundo. Nagini no había estado con Voldemort luego. Nagini no estuvo con él en el Bosque Prohibido. Nagini dejó su lado. Nagini- Nagini no estaba. Harry no recordaba haberla visto.

Abrió los ojos, sintiendo cómo sus esperanzas cada vez se hacían más y más pequeñas.

—Mierda...

Hermione y Ron comenzaron a arrastrarlo lejos de la lucha, al mismo tiempo que atacaban a los Mortífagos que trataban de acercarse a ellos. Harry quería pelear también, quería desquitar su rabia, pero aquella sensación de vacío se estaba expandiendo mientras recordaba, mientras intentaba convencerse a sí mismo de que Nagini estaba ahí. De que tenía que estar ahí.

Harry cerró los ojos, tratando de sentirla. Pocas veces había hecho eso antes, nunca había querido tener nada que ver con Voldemort y su estúpida conexión, mucho menos con volver a estar viendo el mundo a través de la serpiente. Pero en ese momento, sería útil, en ese momento...

Sin embargo, Harry no veía nada. Donde antes hubo al menos un pequeño malestar al pensar en Voldemort, ahora solo existía su propio pánico al darse cuenta de que Nagini había desaparecido. Voldemort la tenía escondida quizás en el puto fin del mundo.

—¡Mierda! —gritó, raspando su garganta—. Nunca lo he intentado- pero... creo... Perdí- perdí la conexión. Cuando morí.

Hermione se giró para mirarlo con preocupación e intriga, mientras Ron la imitaba, sin saber realmente de qué estaba hablando. Claro, Harry no les había dicho aún que, oh ¡genial! Era un Horrocrux. Y sinceramente, no quería hablar de aquello ahora.

El moreno les hizo una mueca y ambos se voltearon a tiempo, guiándolo al Gran Comedor donde la gente continuaba peleando. Ese tema podía esperar.

Su muerte. Había muerto. Estuvo en la estación con Dumbledore.

Harry no podía rendirse así, no podía. Tenía que haber algo que se pudiera hacer. Voldemort debía morir incluso cuando Nagini estuviera viva, ¿verdad? Era solo un Horrocrux.

Solo uno.

Desesperado, dio vueltas, agitando su varita en contra de los enemigos. Por el rabillo del ojo notó cómo Ron y Hermione gritaban algo a McGonagall, que parecía un aviso, pero Harry no podía prestarles atención. No podía.

Entonces Voldemort lo vio a él.

Lo percibió gritar, comandando órdenes a sus seguidores, pero no tenía tiempo para eso, debía encontrar a Nagini. Eso era lo primero, eso era... Voldemort y su intento de asesinato iba a tener que esperar, porque de nada servía pelear contra él, si era prácticamente invencible.

Harry lanzó un escudo protector que sirvió para sí mismo y Ron junto a Hermione, para que ella los Apareciera en otra esquina de Hogwarts. Juntos comenzaron su búsqueda.

Harry empezó a correr. A medida que avanzaba por los pasillos de su escuela se hacía cada vez más presente que su intento de protección no había funcionado. Los Mortífagos llevaban una ventaja enorme, despedazando a sus compañeros, a sus amigos, a niños. Michael Corner acababa de caer y estaba desgarrándose a sí mismo la piel en la zona de su rostro. Parvati Patil era sacudida de un lado a otro, golpeando su cuerpo contra cada muralla, muriendo lentamente al desangrarse y perforar sus órganos internos mientras los Mortífagos reían. Los rayos verdes iban, venían, y Harry no podía hacer nada. Intentó, pero la gente estaba siendo asesinada a montones y él no podía hacer absolutamente nada.

¿A qué volviste?

Casi podía sentir a Voldemort tras él, intentando encontrarlo, pero Harry estaba centrado en su misión. Recorrieron cada puta esquina del maldito castillo, cada rincón, sala, u oscuridad en la que la jodidaserpiente podría estar. Pero no.

No estaba. Nagini no estaba en ninguna parte.

Fue un segundo; un segundo de distracción, en el que Harry se permitió sentir la derrota y frustración entrar por cada poro de su cuerpo, cuando Voldemort se materializó a su lado abajo de la oficina del director, y lo tomó de los brazos, Apareciéndolos a ambos en el Gran Comedor mientras las caras de horror de Hermione y Ron eran lo último que Harry veía, antes de ser arrastrado por la oscuridad y aquella sensación de vértigo.

Harry no sabía por qué no podía recordar bien los momentos que le siguieron a ese. Debería ser lo contrario, ¿verdad? Pero no.

Años después, todos comentarían lo impresionante que fue, lo poderoso que se vio, y él no podría recordarlo. Solo sabía que apenas tocó suelo firme, vio que la batalla aún no terminaba y se separó de Voldemort. Luchó, esquivó, todo se enfocó entre Voldemort y él. Harry quería matarlo, quería acabar con su reinado del terror, pero en el fondo, sabía que era imposible.

Y ahí vino la retirada.

La gente estaba muriendo, no importaba qué hiciera, había cadáveres por todos lados y un olor a miedo que llenaba sus fosas nasales. Si Nagini no estaba en el castillo, no tenía sentido quedarse allí.

O eso se decía él cada noche cuando se iba a dormir.

No había nada que se pudiera hacer. ¿Verdad? Ya nada. No-

McGonagall empezó a llamar a la deserción, mientras él a su vez pedía que siguieran luchando, que no se rindieran. Lo rogaba. Pero para ese punto, ya nadie le prestaba atención porque la gente estaba aterrorizada, Apareciéndose lejos lo más rápido posible.

Harry vio cómo Voldemort se enfurecía al saber que su idea de ganar con todas las de la ley se desvanecía; y sin pensarlo dos veces, cuando éste alzó su varita para impedir que siguieran huyendo, Harry canalizó toda la rabia que sentía y conjuró un Protego: tan poderoso, que se extendió por la mitad del Gran Comedor, cubriendo a la gente que escapaba y a él mismo.

Que pudiera hacer algo así quizás tenía algo que ver con las varitas, después de todo. No lo sabía. En ese momento, lo único que pensaba era que ya no quería más. Que necesitaba que la gente dejara de morir.

Que por favor dejaran de morir.

Justo antes de que sintiera que ya no podía aguantar y que colapsaría, alguien lo tomó de la espalda, y dos segundos después, estaba siendo arrastrado nuevamente. Lejos. Muy lejos del olor a sangre y derrota.

Llegaron a un campo abierto, con más gente de la Orden y personas que estaban luchando en Hogwarts. Si hubiera estado en sus cinco sentidos, Harry habría preguntado cómo era que llegaron ahí, y hubiese prestado más atención. Pero no podía. Era tanta la desolación que solo quería marcharse y que todo acabara ya.

Por el rabillo del ojo, notó cómo la gente se movía, desesperada. Algo de "hechizos rastreadores" llegó a sus oídos mientras lo tocaban y le hacían preguntas que sus oídos no captaban. Harry quería vomitar; deseaba nunca haber regresado.

Alguien lo tomó de las caderas, y otra mano se posó en su brazo, en el momento en que levantaba la mirada y veía a Ginny; preciosa a pesar de la tierra y la sangre que la cubrían, mirándolo con esos ojos que decían que nunca habría más que admiración para él de su parte.

—Creí que habías muerto —dijo ella, mostrándose infinitamente aliviada, mientras lo tomaba y lo tiraba en un abrazo. Harry se dejó llevar unos segundos por la familiaridad y comodidad—. ¿Cómo has hecho eso? —preguntó cuando se separaron, con la impresión palpable en su voz.

Harry dejó de escuchar el pitido ensordecedor en su oreja, al mismo tiempo en que Hermione y Ron se sumaban a la discusión, impacientes por hacer tantas preguntas acerca de lo que sucedió, de su muerte, de todo. Como el resto del mundo.

—¿Qué? —replicó Harry, parpadeando un par de veces.

—Conectar así sus magias —insistió Ginny.

Harry se rascó el cuello, con el cansancio comenzando a hacer mella en él. Simplemente quería tirarse al suelo y hacerse un ovillo, dejar de pensar por un par de horas.

Hermione intervino, preocupada.

—Dijiste que perdiste la conexión.

Harry se fijó en ella, desenfocado, y cerró los ojos intentando concentrarse. Intentando entender. Probar un punto. O no. No lo sabía.

—Ábrete —murmuró.

Volvió a abrir los párpados, para encontrar a sus tres amigos mirándolo con diferentes grados de desconcierto. Harry suspiró, no queriendo hacer eso ahora.

—¿Aún puedo...? —preguntó, apartando la mirada.

Ron fue el que contestó.

—Sí.

Bueno, genial. Aún podía hablar pársel. ¿Qué mierda significaba eso? ¿Aún existía algún tipo de lazo? ¿Voldemort sería capaz de encontrarlo entonces?

Nada de eso tenía ni un mínimo de sentido.

Debimos haber ganado.

—La parte de V-

—¡No lo digas! —saltó el pelirrojo, cubriendo su boca, y Harry maldijo, recordando que el hechizo tabú continuaba vigente. El que señalaba la dirección de quien quiera que dijera la palabra "Voldemort".

El tiempo que siguiera vivo, no podría decir ese nombre otra vez sin arriesgarse a que los encontraran.

Ron se alejó, mientras Harry suspiraba.

—La parte de Tom que estaba dentro de mí ha muerto —dijo Harry, corrigiendo su error y sintiéndose cada vez más y más ausente—. Quizás- quizás...

Era una de esas cosas que no tenían explicación.

O quizás sí.

No sabía.

Hermione ahogó un jadeo y el chico se dio cuenta de que aún no les contaba aquello. Aún no les contaba acerca de sus padres, de Voldemort, de la estación. Ellos no sabían nada acerca de que albergó una parte de Tom por casi diecisiete años. Y no quería. Harry solo quería desaparecer, volver al lugar blanco y brillante y jodidamente tranquilo.

Un súbito mareo lo arrolló, siendo nuevamente consciente de los sollozos y los gritos del grupo de gente que los acompañaba. Los heridos. Los muertos. Harry se llevó una mano al estómago, comenzando a temblar.

—Yo creo que lo que sucede es que te han subestimado mucho —intervino entonces McGonagall a sus espaldas, con voz fría y tajante. Los chicos se giraron para poder verla: nada en su expresión delataba que acababa de suceder la catástrofe del siglo—. Y todo esto es fruto de tu propia habilidad. Ahora, tómense de las manos y saldremos de aquí en unos segundos.

Obedecieron, a falta de algo que hacer, y comenzaron a formarse distintos grupos de personas, mientras que en cada uno se ubicaba alguien de la Orden. Kingsley desapareció con siete, unos metros más allá de ellos, y McGonagall se situó en su propio grupo, que lo componían básicamente solo sus amigos. Luna tomó la mano de Ron, y Seamus la de Luna, todos con la piel pálida y la alegría habiendo abandonado sus cuerpos por completo.

—Hablar pársel fue una habilidad adquirida por... él —murmuró Hermione en su dirección mientras se mordía el labio, pensando—. Pero tal vez ha quedado en tu persona como parte de ti.

Sabía que su amiga necesitaba enfocarse en algo más, intentar resolver acertijos como una forma de sanidad mental. Una manera de no perder la cabeza. Ahora mismo, no podía seguirle el juego.

Harry miró al frente, encogiéndose de hombros.

—Me da igual.

Y era verdad, no podía hacer que le importara el cómo o por qué había pasado lo que pasó. Ni lo del pársel, ni lo del súper Protego. Seguramente sucedió porque él era el Amo de la Varita de Saúco y... algo había pasado entre las lealtades. Pero tampoco podía encontrar la fuerza para sacar el tema y explicarlo al resto. Harry no quería pensar. No quería continuar ese día de mierda.

Lo último que vio cuando bajó la vista y McGonagall les Apareció, fue la mano que tomaba con fuerza la de Hermione: entre las dos palmas se aferraba una varita de espino, con núcleo de pelo de unicornio. Una varita que le respondía como suya.

La varita que hubiera derrotado a Voldemort.

Para cuando Harry abrió los ojos nuevamente, habiéndolos cerrado de forma instintiva por el tirón de la Aparición, estaban en un túnel. Era de piedra, y parecía viejo, lejano, iluminado nada más por unas cuántas antorchas en las paredes. Oyó a Hermione preguntar dónde estaban y la respuesta escueta de McGonagall: bajo el Bosque Prohibido.

A unos metros arriba, estaban los Mortífagos.

Y Harry nunca se había sentido más inútil.

¿Para eso había regresado? Él podría... podría estar con sus padres en ese momento. Podría estar con Sirius y el profesor Lupin. Podría estar descansando al fin. Pero no. Había vuelto a pelear una guerra que no podía ganar.

¿Para qué? ¿Cuál era el punto?

Harry se frotó los ojos cuando uno de estos comenzó a doler y a palpitar, sacándose sus lentes y arreglándolos instintivamente con un hechizo. No había notado que estaban tan rotos.

El resto de las personas llegaron de a poco mientras Harry y los demás esperaban con toda la calma que se podía tener en aquella situación. Nadie le había hablado al menos, pero podía ver la impaciencia que irradiaban, así como la tristeza. Ginny se reunió con su familia, todos en un círculo, y Harry recién allí se dio cuenta que ni siquiera tuvieron el tiempo adecuado para llorar la muerte de Fred.

Que no habían podido llevarse su cuerpo.

Muerto. ¿Cuántos más? ¿A cuántos otros no pudiste salvar?

Un estrépito lo sacó de sus pensamientos de golpe, viendo cómo a lo lejos, un grupo de personas intentaba sostener y neutralizar a una mujer. Todos gritaban, y blandían sus varitas, mientras que ella solo soltaba alaridos inteligibles y forcejeaba. Por un momento, Harry pensó que los Mortífagos los habían encontrado, y que debían volver a pelear, porque Bellatrix estaba allí, seguramente reclamando más sangre.

Entonces recordó con amargura que Bellatrix estaba muerta, y que Neville estaba muerto, y que era imposible que aquello fuera así.

Corrió hasta el final del túnel, sin importarle si el resto de la gente lo seguía o no, sacando su varita cuando se plantó frente a las personas.

—¿Qué haces acá? —exclamó confundido, haciéndose oír por encima del ruido de la gente.

Todos lo miraron al segundo, levantando las manos mientras soltaban a Andrómeda Tonks, quien apenas lo vio, acortó la distancia entre ambos y se aferró a las solapas de su ropa, respirando pesadamente. La mujer se encontraba totalmente fuera de sí, su pelo estaba desarreglado y todo en su aura denotaba desesperación. Harry se inquietó de solo verla. No lucía normal.

—Tengo que volver —susurró temblorosamente a un lado de su oreja.

Harry miró al resto. Eran un grupo de cuatro personas, personas del Ministerio, suplió su mente, que lo miraban cómo si él tuviera la más mínima idea de qué se supone que debían hacer ahora.

—La tuvimos que arrastrar hasta acá —explicaron, a una pregunta muda—. Se resistía a ponerse a salvo.

Harry asintió, tratando de ignorar a la mujer al frente suyo que parecía al borde del colapso.

—Está bien —respondió, retornando su vista a Andrómeda—. Pueden ver al resto, yo hablo con ella.

Ellos se miraron unos a otros, dudando, aunque prontamente se alejaron dejándolos a ambos al final del pasillo. Andrómeda temblaba, y sus ojos además de reflejar locura, ahora también los teñía el miedo.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry, sintiendo nuevamente esa presión en el pecho—. ¿Dónde está Teddy?

Andrómeda parpadeó una vez.

—Muerto.

Algo se rompió dentro de Harry.

—Todos. Todos muertos.

Cerró los ojos, dejando que los nombres hicieran mella en él. Sabía acerca de Remus, vio su cadáver después de todo. E infería lo de Tonks, luego de la charla que habían tenido con el profesor en el Bosque Prohibido con la Piedra de la Resurrección. Remus se había limitado a decirle que ahora estaba en paz, que ahora todos estaban en paz. Pero no... Teddy...

Aún no cumplía el año de vida.

Merecía vivir. Merecía vivir en un mundo donde Voldemort no ganara y sus padres estuvieran vivos.

Y todo es tu culpa.

—Volver —dijo Andrómeda, interrumpiendo sus pensamientos. Harry enfocó su visión en ella, que cada vez parecía más y más frenética—. Matar- tengo que volver.

Y entonces, la mujer se soltó de Harry, intentando huir en dirección contraria. El muchacho sacó su varita, apuntando a ella y aturdiéndola de la forma más sutil posible en dos segundos. Fue un instinto, pero sabía que había hecho lo correcto. Andrómeda estaba mal, estaba más allá de "mal". Toda su familia había muerto y ella había quedado sola. Quería venganza.

Suspirando, y con un hechizo no verbal, hizo levitar su cuerpo mientras la llevaba de vuelta al grupo. Quizás no fue la mejor forma, pero necesitaba tranquilizarla para así ponerlos a todos a salvo. Luego podría hablar con ella, intentar hacerla entrar en razón. Y si no él, alguien más. Otra persona más sensata.

Pero Harry no sabía que esa sería de las últimas veces que la oiría hablar tanto.

Poco después que él volviera a unirse a las personas que esperaban para seguir adelante hacia el refugio, el grupo se completó, y comenzaron a avanzar cabizbajos por el túnel, que a su vez se conectaba a otros. Caminaron y caminaron, hasta que McGonagall se ofreció a tomar la delantera y Kingsley decidió tomar un descanso casi al final de las filas, posándose a un lado de Harry. Al llegar, intercaló su mirada entre la mujer que iba por sobre sus cabezas, y el chico.

Por unos minutos, ninguno dijo nada.

—¿Cómo...? —preguntó Harry de pronto, tratando de aclarar la duda que llevaba rondando su mente desde que vio a Andrómeda. Kingsley se giró a él, alzando las cejas—. ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Estaba en la batalla?

Kingsley asintió una vez, aclarando su garganta.

—Sí. Supongo que- torturaron a Ted para encontrar la casa de los Tonks. No había muerto como pensábamos. No lo sé. —Hizo una pequeña mueca, agregando con tristeza—: Me imagino que encontraron su casa cuando Nymphadora ya se iba a la batalla; por eso nunca llegó. Quedarse en casa a ver cómo todos arriesgaban su vida sería impropio de ella.

—¿Por qué...? —dijo Harry ignorando el último comentario, porque dolía demasiado pensar en ello—. ¿Por qué querrían saber la ubicación de la casa de Andrómeda? ¿Qué podría querer el innombrable de ella?

—Se filtraron nombres de personas que pertenecían a la Orden mientras ustedes estaban en... su misión. Y pensaban que te escondíamos en nuestras casas. Nunca lograron allanar ninguna, por supuesto, excepto la de los Weasley luego de la boda de Bill y Fleur —explicó, mitad ausente, como si estuviera sacando sus propias conclusiones—. Ted era el guardián de la casa de los Tonks, aunque Andrómeda le había pedido que eso no fuera así, él insistió porque el Registro de Nacidos de Muggles ya lo buscaba y no quería ponerla en peligro. Si Andrómeda era la guardiana, quién-tu-sabes la habría buscado al enterarse... porque lo más seguro era que terminara sabiéndolo, después de todo, siempre creímos que había un espía en la Orden, ¿verdad? —Harry sintió la sensación de vacío hacerse más y más grande aún—. Alguien debió reconocer a Ted en algún campamento, y se lo llevaron para así extraer información sobre tu paradero y lo torturaron hasta que dio la ubicación. Probablemente Andrómeda logró escapar cuando llegaron a su casa, poco antes de que se supiera que estabas en Hogwarts. Llegó al castillo prácticamente cuando ya todo acababa.

Por alguna razón, Harry sentía que el ser golpeado y pateado habría sido más suave que saber todo aquello, que tener que procesar y entender en su cabeza que Tonks y Teddy habían muerto porque lo buscaban a él. Que Ted había sido torturado para así poder encontrarlo.

Su garganta se cerró, y sus ojos comenzaron a lagrimear, mientras sin siquiera darse cuenta, se quedaba parado e inmóvil, con la gente pasando a su alrededor y Kingsley mascullando que él se encargaría de Andrómeda de ahí en adelante. Las paredes comenzaron a hacerse pequeñas, y aquello no podía ser. Las cosas no podían acabar así. No podían. Tantas muertes en vano.

Y por él.

Porque Voldemort lo había elegido a él.

Sintió cómo una mano lo sujetaba y lo prevenía de darse de bruces contra el piso. Harry reconoció el cuerpo de Ron, alto y fuerte, sirviendo de soporte para que sus rodillas no cedieran.

—Tengo que regresar —dijo Harry, tomando un hondo respiro.

Alzó la vista, para encontrar que su amigo lo miraba con una expresión de profunda lástima.

¿Cuando Ron lo había mirado así antes?

—Tengo que matarlo —insistió.

—Harry, no puedes. —Suspiró él—. Mientras Nagini viva, el único que morirá eres tú.

Mierda.

¡Mierda!

Harry sintió cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba y soltó un quejido, un quejido que luego se transformó en un grito, luchando con todas sus fuerzas para no colapsar. No caer. Porque no todo estaba perdido, no todo podía estar perdido, se rehusaba a aceptarlo.

Ron lo apretó más contra su cuerpo, obligándolo a avanzar, mientras el ojiverde miraba a su alrededor. Todas las personas tenían aquel gesto abatido, la decepción impresa en sus facciones. El corazón de Harry se hundió, al notar que Hagrid no estaba ahí. Que muchos, muchos con los que había reído, había compartido, y había visto cada maldito día por seis años seguidos, no estaban.

Y ya nunca más estarían.

Pasaron a un lado de Molly, quien iba afirmada de Arthur, murmurando palabras hacia él, éste último llorando de forma silenciosa.

George ni siquiera parecía estar presente.

—Fred, falta Fred —decía la mujer, una y otra vez—. Falta mi hijo... Arthur, falta- falta Fred. Ve a buscar a Fred. Falta mi Fred...

Se alejaron, aún escuchando su balbuceo, y Harry solo quería quedarse inconsciente. Que alguien lo despertara de esa maldita pesadilla.

Porque sabía que todos estaban muertos por su culpa.

A medida que sus ojos se cerraban, se prometió a sí mismo que se vengaría de Voldemort, que haría lo que estuviera en sus manos para matarlo. Para cortarlo en pedacitos. Hacerlo pagar por cada vida que tomó.

Iba a asesinar a ese cabrón.

Con el paso de los años, aquella promesa era lo único que lo mantenía en pie a veces. El saber que Voldemort, estaba allá afuera, vivo, y él tenía que esconderse.

Porque Harry intentó decir que su ejecución pública fue una puta farsa, pero nadie le creyó. Que el muchacho desconocido al que le dieron poción multijugos y que había muerto en su lugar en el Ministerio, era nada más que otra pieza en el juego de ajedrez que Voldemort tenía.

La gente que trataba de anunciar que sobrevivió, era asesinada.

Harry estaba seguro de que Tom ganó esa ronda, completamente seguro. Mantenerlo muerto a los ojos del mundo era una forma de someter a la gente, mientras ambos buscaban a Nagini en las sombras. Porque hasta donde sabían, finalmente, Nagini también desapareció de la vista del mismo Voldemort. Él no la escondió durante la Batalla. Nagini desapareció. Y nadie sabía cómo.

Más gente se unió a la Orden luego, intentando derrocar el gobierno de miedo; y murieron, y murieron, y murieron, y algunos aún esperaban la muerte.

Sin embargo, a pesar del peligro, el número de personas que se habían sumado dispuestos a, si no matar a Voldemort, tirar todo su mandato desde la raíz, hacían que la victoria podría llegar a ser posible. Quizás.

Pero Harry sabía la verdad.

La victoria podía ser posible, sí.

Siempre y cuando supieran dónde carajos estaba Nagini.

Casi ocho años después, tal vez la respuesta acababa de llegar a él, de la mano del hijo de Narcissa Malfoy.

Chapter 5: Capítulo 3: El voto de confianza

Notes:

No quería esperar otra semana, espero que les guste, si es que están siguiendo la historia! :)))

Chapter Text

Harry no tenía idea de qué esperar cuando, aquella noche, Theodore Nott solicitó una reunión de emergencia.

Mientras dejaban la base central para recibirlo, y se Aparecían cerca de la salida de la otra en uno de los extremos del Bosque Prohibido, (la base que usaron los primeros meses luego de la Batalla), Harry lograba captar distintos fragmentos de la conversación, suposiciones. ¿Qué posiblemente podría querer Nott? ¿Acaso eso tendría que ver con Narcissa? Harry hubiese querido seguir trazando teorías acerca de la inesperada reunión, pero su cerebro se había medio desconectado cuando a la mitad de una oración, el nombre de Draco Malfoy salió a la luz.

Malfoy.

Después de tanto tiempo.

Tenía que ser una trampa, debía serlo. era imposible que Malfoy estuviera ahí por la bondad de su corazón. Y, ¿qué quería? ¿Se habría enterado de algo? Según ellos, la Orden estaba siendo sumamente cuidadosa a la hora de investigar la Mansión, a él, y a Narcissa.

Y Hannah no había vuelto con noticias luego de que dijera que trataría de averiguar acerca de las protecciones de la Mansión para así poder entrar. No se sabía nada de ella. ¿Acaso Malfoy la había descubierto? Debía ser aquello.

Harry, con la cabeza hecha un lío, no sabía qué esperar cuando entró a la sala y lo vio despertar de a poco, desorientado. Harry no sabía qué esperar cuando Theo les dijo que Malfoy estaría más que dispuesto a conversar, que estaba ahí porque deseaba ser de ayuda. Harry no sabía qué esperar, cuando les aseguró que "Draco" no tenía nada que ver con la encarcelación de Narcissa y que lo probaría. Harry real, realmente no tenía idea de qué esperar.

Pero definitivamente no eso.

Frente a él, había un hombre alto e imponente, vestido de túnicas oscuras y con ese asqueroso distintivo de gota roja prendado en su pecho. Delgado, de hombros anchos y facciones marcadas. No quedaba rastro del adolescente que Harry había conocido. Su rostro afilado se endureció, y la cicatriz que le cruzaba la cara resaltaba aún más por la estructura angulosa. Hasta ese momento, Harry no sabía que el Malfoy que recordaba, la cara que recordaba, cabía perfectamente en la clasificación de: "niño bonito", Con sus mejillas ahuecadas y su piel de porcelana a los quince años.

Aquel hombre era diferente. Era una persona totalmente diferente.

Pero aquello no fue lo que lo asombró.

Harry estaba bajo su capa de invisibilidad, y Malfoy había despertado, tomando nota de cada persona de la habitación. No vio pasar ni un atisbo de miedo en su expresión, absolutamente nada. El Draco Malfoy que había conocido estaría cagándose en sus pantalones para ese punto; pero suponía que ambos habían pasado cosas peores.

De todas formas, Harry esperaba verlo tener alguna reacción, algo. Enfocarse en sus captores y en Theo. En cambio, su cara cambió a una de intensa conmoción y sus ojos se abrieron de forma exagerada, casi frenético. Todo de un segundo a otro.

Y entonces.

—Potter.

Su voz había salido casi como un susurro, aunque Harry lo escuchó de todas maneras. El apellido fue dicho sin el veneno al que se había acostumbrado, años atrás, como si estuviera escupiendo algo indigno; sin embargo, Harry sintió como si el piso se abriera bajo sus pies y él cayera a un vacío, inmenso y oscuro. Su corazón se aceleró, la familiar adrenalina que experimentaba cada vez que se acercaba al peligro llegó hasta él de golpe. Harry se llevó una mano hasta la cicatriz de su cuello y soltó un suspiro, sin sacarse la capa. Era la primera vez que alguien de su pasado descubría la verdad en un largo, largo tiempo.

La cara de Malfoy se contorsionó entonces en una mueca de incredulidad y... enojo.

Obviamente. ¿Cuándo ha sido diferente entre ustedes?

El punto de que Harry estuviera oculto en ese momento era solo para ver qué tanto sabía Malfoy sobre su muerte o los grandes secretos de Voldemort, y la reacción que estaba teniendo... delataba que quizás Theo decía la verdad acerca de que no era mucho. Solo quizás.

—Te siento. ¿Eres tú? —espetó Malfoy, arrastrando las palabras como si toda la situación le pareciera aburrida—. Estás aquí. O yo he perdido totalmente la cabeza.

Y sus ojos lo miraron directamente.

Eso... eso fue lo que haría que Harry repasara la conversación en su mente después, noches y noches seguidas.

Puedes decir mucho de una persona por sus ojos.

Harry no estaba consciente de la atención que le había prestado a la mirada de Malfoy cuando ambos eran niños hasta ese segundo, pero si hacía memoria, por supuesto que se acordaba. Eran claros, relucientes, brillantes. De un color muy específico: no azules, no pardos. Sino grises; y un gris extremadamente claro. Incluso cuando el rubio estuvo pasando los peores años de su vida, en la Mansión, teniéndolo frente a frente, sus orbes no perdieron su esencia, no perdieron el resplandor que los caracterizaba.

Y en ese momento, parecía que sí.

La mirada de Malfoy lucía vacía, desenfocada y perdida; como si no estuviera mirando a nadie en realidad, como si hubiera sido dementorizado. Y sus ojos... sus ojos habían perdido el brillo. Eran como dos cuencos sin vida que estaban ahí, sin realmente estar ahí.

Harry no sabía qué sentir. Malfoy parecía una persona totalmente distinta al niño que lloraba acompañado de Myrtle la Llorona. Más letal, menos piadoso. Podría incluso compararlo con Lucius, pero eso no sería justo, porque Lucius nunca se había visto así. Cruel, inhumano y con una determinación que parecía decir que ya no le quedaba nada más por perder.

Harry sentía... sentía un poco de entusiasmo, si era completamente honesto, porque que Malfoy estuviera ahí no podía ser una coincidencia. Y sentía curiosidad también. ¿Qué había pasado? La guerra cambiaba a la gente, por supuesto, él lo había aprendido de primera mano. Pero aquello... aquella frialdad era algo que jamás había visto antes. Sí, Theo era serio y reservado, pero Malfoy- Malfoy lucía como si pudiera ser capaz de tirar el mundo abajo solo con el poder de su pensamiento.

Y le intrigaba saber cómo el intento risible de Mortífago que fue Draco Malfoy a sus dieciséis, se había convertido en aquello.

Entonces, Harry decidió quitarse la capa, y ese vacío en la mirada de Malfoy cambió ligeramente. Sus ojos pasaron de no mostrar una sola emoción, a teñirse poco a poco de ira, solo mirándolo, solo viendo que después de todo, él estaba vivo.

Sintió a sus compañeros soltar respiraciones con distintos niveles de asombro; no esperaban que Harry se quitara la capa. Ni siquiera él sabía por qué lo había hecho, pero le parecía... adecuado, recibirlo de esa forma y restregarle en la cara a Malfoy que aún estaba vivo. A una de las personas que más se benefició de la victoria de Voldemort. Si se descontaba el hecho de que Narcissa había permanecido en Azkaban desde la Batalla, Malfoy era alguien que terminó siendo bastante influyente gracias a sus servicios en la guerra.

Harry dio un paso hacia él, alzando una ceja.

—Tantos años, Malfoy —le dijo, en tono neutral.

Y cuando vio todas sus facciones contraerse, Harry sonrió, amplia y amargamente. Después de todo, algunos viejos hábitos no se iban.

Harry sabía que Theo había traído Veritaserum, sabía que necesitaba y deseaba probarse a sí mismo y probar a su amiguito en el proceso. Ellos jamás confiarían en Malfoy así como así, era un hecho.

Y si, después de todo, algo salía mal o querían engañarlos, estaban en desventaja. Asesinarlos no sería tan difícil. Dos Mortífagos menos para el mundo no era una gran pérdida.

—Denle el Veritaserum —ordenó, cruzándose de brazos.

Oyó a Theo avanzar hasta Hermione, quien, como siempre, comenzó a examinar la poción para verificar si era real.

Los ojos de Malfoy nunca dejaron los suyos, en todo caso. Y Harry lo imitó.

Lo imitó, mientras su amiga avanzaba hasta él y dejaba la poción en su mano extendida, diciendo sin hablar que prefería que Harry le diera la poción. Lo imitó, mientras él daba los últimos pasos que lo separaban del rubio y alzaba una ceja en su dirección. Su mirada nunca se apartó, mientras Harry lo tomaba de la barbilla con fuerza, sosteniéndola entre sus dedos y forzandolo a abrir la boca. Y Malfoy obedeció casi dócilmente, observando directo a sus ojos al beber y aceptar el Veritaserum.

A esa distancia, piel con piel, y casi compartiendo aliento, Malfoy se parecía aún menos al que Harry tenía en su memoria.

—¿Cómo te llamas? —preguntó, dando un paso atrás, sintiendo cómo el calor de su contacto se disipaba.

Malfoy, quien ya había ingerido la poción, se veía incluso aún más apagado: era el resultado del Veritaserum. Dejaba cada gesto y emoción fuera del que lo consumía, para evitar que sus reacciones tiñeran el juicio de las personas que esperaban respuestas.

—Draco Lucius Malfoy.

Harry se cruzó de brazos, comenzando a acariciar su barba.

—¿Edad? —preguntó nuevamente.

La respuesta llegó de inmediato.

—Veinticinco años.

Y así comenzó la ronda de preguntas para calibrar la poción y relajar al sujeto. Aunque, a juzgar por las líneas tensas de su cuerpo, un par de cuestionamientos triviales no iban a cambiar el hecho de que el instinto de supervivencia de Malfoy le gritaba que estuviera alerta.

Hermione también se había situado a su lado, haciendo las preguntas necesarias, pero el rubio parecía contestarle a él y solo a él. Una vez que su amiga terminó de hablar, Harry se dirigió hacia Malfoy nuevamente, hablándole sin rodeos.

—¿Dónde está Nagini?

Hermione tomó su brazo.

—Harry...

Sin embargo, Malfoy y la poción no tenían tiempo para hacer juicios o tratar de averiguar por qué le estaba cuestionando aquello, solo decir la verdad.

—No sé —dijo, con voz fría.

Y ya que habían sacado el tema, Hermione aprovechó de intervenir.

—¿El Gran Mortífago la trae consigo? ¿Sabes si la tiene escondida? —preguntó con cautela.

Harry ladeó la cabeza para mirarla, sabiendo que su amiga solo estaba preguntando aquello por si acaso. Hasta donde sabían, nadie había visto a Nagini luego de la Batalla. Nadie. Y Malfoy, quien era uno de los más cercanos a Voldemort, acababa de confirmarlo.

Aunque eso podría no significar nada; después de todo, y por palabras de Theo, Malfoy tampoco parecía saber que aparentemente Narcissa era la clave de todo el enigma.

—Dijeron que murió en la Batalla —contestó él, las palabras saliendo antes de que pudiera detenerlas. Seguramente reconoció el apodo que se usaba de Voldemort durante la primera parte de la guerra—. Nunca se supo qué sucedió con ella.

—¿Tú crees que está muerta? —decidió inquirir Harry.

Malfoy apretó los labios un momento, y luego entrecerró los ojos, cómo si una parte, la parte que era consciente y capaz de pelear contra el Veritaserum, estuviera sacando deducciones.

—Eso pensaba yo —dijo con lentitud. Su mirada seguía fija en Harry—. Hasta ahora.

Al parecer no has pensado mucho.

—¿Qué estás haciendo aquí? —habló McGonagall desde su lugar. Harry casi podía verla alzando una ceja.

Por primera vez, los ojos grises de Malfoy se dirigieron a Nott, apoyado en la entrada.

—Theo me trajo.

—¿Por qué? —preguntó Kingsley, sonando más curioso de lo que Harry sabía que pretendía.

—Porque yo se lo pedí. Secuestré a Yaxley como ofrenda para demostrar que voy en serio.

Eso era de lo que se estaba encargando el otro grupo, entonces, en la base principal. Harry frunció el ceño, mirando a Malfoy como si quisiera leer sus pensamientos, aunque sabía que no podría. Si ellos estaban ahí, quería decir que Malfoy era lo más urgente y peligroso a tratar en ese momento. Otras personas podían encargarse de Yaxley, otras personas podían interrogarlo, o al menos sacarle toda la información posible, de momento.

Otras personas podían controlar a un Mortífago veterano cercano a Voldemort.

Aparentemente, no cualquiera podía hacerse cargo de verificar que Malfoy fuera sincero en cuanto a sus intenciones. Theo tuvo que ser el que les advirtió, a Kingsley y McGonagall, y por eso estaban casi todas las cabecillas de la Orden reunidas allí, lidiando con él como si fuera... peligroso.

¿Qué había hecho para ganarse tal reputación?

Harry se hacía una idea.

—¿Cuáles son tus motivos para querer hablar con nosotros? —preguntó Hermione, el disgusto palpable en su voz.

En aquel momento, la respuesta se demoró sólo un segundo más en llegar.

—Quiero unirme a ustedes.

Harry trató de no hacer ninguna expresión, Malfoy no la merecía; y era un poquito obvio que eso era lo que quería al plantarse frente a ellos obedientemente y ofrecerles a Yaxley, un Nobilium, como tregua. Pero aún así sus cejas subieron, y una tensión se apoderó de él.

Ni en un millón de años habría sospechado –o querido– que Draco Malfoy se uniera a su mismo bando.

—¿Por qué? —cuestionó Harry.

Las palabras del rubio fueron simples, pero determinadas.

—Venganza.

Harry desvió sus ojos por unos instantes hacia Theo ante aquello. No habían tenido tiempo para discutir sobre los motivos de Malfoy de estar ahí, de haber traído a Yaxley. Pero el ojiverde ya se estaba formando una idea del por qué.

—¿De quién te quieres vengar?

—De Vold-

Una oleada de jadeos se expandió por la sala, esperando que la maldición tabú sobre el nombre de Voldemort, que aún reinaba en el Mundo Mágico, no alertara a los Mortífagos de dónde estaban, incluso cuando Kingsley había agitado su varita para hacerlo callar antes de que continuara hablando.

Aquella base no estaba escondida con Fidelius, era imposible, por el terreno que abarcaba y su ubicación bajo tierra, por lo que una mención de su nombre, y en menos de un minuto los Mortífagos los encontrarían. A ellos y a los refugiados. En la base principal tampoco decían «Voldemort», aunque sabían que era imposible que la maldición tabú traspasara un Fidelius. Pero Harry y el resto de la Orden habían parado de decirle por su nombre de todas formas, debido a que podían encontrar los alrededores de la base. En su lugar, le decían "Gran Mortífago", o "Tom". A secas.

No merecía más.

Y el hecho de que Malfoy, una de las mascotas rastreras del hombre, estuviera ahí, tratando de decir su nombre con todas sus letras, hablaba del coraje que estaba sintiendo.

—De Greyback —continuó hablando Malfoy, ajeno, al menos en la superficie, de la estupefacción de su audiencia—. De todos los que tuvieron que ver con la muerte de mi madre.

Ah. Ahí estaba.

Harry descruzó los brazos y fijó absolutamente toda su atención en él. El Veritaserum lo haría decir nada más que la verdad, después de todo, pero acababa de confirmar una de sus sospechas: Draco Malfoy realmente no tenía idea de qué estaban haciendo con su madre en Azkaban.

Hannah les había dicho que sí, que obviamente tenía que saber, que era imposible que los Mortífagos le guardaran el secreto por tanto tiempo, que era imposible que en algún punto Narcissa no le hubiera pedido ayuda. Pero Harry sabía de lo que era capaz la matriarca de los Malfoy por su hijo, y si pensaba que ocultarle que la estaban torturando... si Narcissa pensaba que ocultarle a Malfoy, que Voldemort necesitaba algo de ella, lo salvaría, Harry no dudaba que la mujer dejó pasar ocho años de sufrimiento a cambio de la vida de su único hijo.

Sin embargo, aún había cosas que no tenían sentido.

—¿No sabes qué le pasó a tu madre? —preguntó Harry con cuidado.

Por primera vez desde que Malfoy había tomado la poción, era notorio que estaba resistiendo la oración que quería dejar su boca. Sus músculos se contrajeron alrededor de los labios y tragó en seco, antes de retornar a la máscara en blanco de segundos atrás.

—Está muerta.

—¿Por qué?

La voz del hombre se quebró, imperceptible para el resto, pero no para él. La emoción que estuviera sintiendo en aquel momento debía ser lo bastante fuerte como para romper la indiferencia que traía el Veritaserum.

—Porque le quitaron la magia.

Harry se giró brevemente a Kingsley, quien asintió con un corto y tenso movimiento de cabeza. De eso no tenían ni idea, Hannah no alcanzó a informarles de aquello en la pequeña nota que envió durante la tarde. Solo sabían que estaba muerta. El ojiverde paseó su vista por el cuerpo de Malfoy, apresado contra la pared y envuelto en sus túnicas oscuras y largas, y pensó.

No podía imaginarse para qué... por qué harían algo así, lo de la magia quería decir. Tenía claro que Voldemort era un hijo de puta, y que le resultaba placentero torturar a la gente, sobre todo a la que lo traicionaban. Pero Hermione y McGonagall le habían explicado los rituales de Extracción de Magia en algún punto de su entrenamiento en los últimos años: que se crearon en la época de las hogueras para evitar matar a los nacidos de muggles que querían delatarlos, y así solo expulsarlos de su mundo. Sabía que no era ninguna broma, que era algo que requería incluso años de preparación.

Voldemort no se tomaría tal molestia si no le sirviera para un objetivo.

—¿Quién? —decidió preguntar al final.

—No lo sé —contestó Malfoy, cerrándose nuevamente—. Sospechan de Lucius, pero yo no creo eso.

Lucius.

No está llamando a su padre por su nombre. Eso quiere decir que, en el fondo, quiere distanciarse del apelativo «papá».

¿Pero por qué dice que no cree en su culpabilidad?

¿Está tratando de engañarnos a nosotros?

¿O a sí mismo?

—¿Cuáles son tus motivos para no creerlo? —intervino Hermione ante su silencio.

—Quitar la magia es algo peligroso y se requieren siete personas para cerrar el círculo del ritual. El más efectivo al menos —explicó Malfoy de forma automática. Harry recordó su estudio ante las palabras. Sí. Eso era cierto en la mayoría de los rituales—. Lucius no podría haber hecho eso, no solo al menos, y no constaba en el acta de fallecimiento de mi madre aquel detalle de su muerte. Decía que había sido asesinada por un Avada Kedavra. Así que quien quiera que lo haya hecho, no desea que me entere- o que el resto del mundo se entere, del por qué.

Harry consideró sus palabras, los engranajes de su cerebro comenzando a funcionar. Entonces, Narcissa murió porque fue dejada sin magia, seguramente su cuerpo estaba demasiado débil para soportarlo; tenía sentido. Y hasta donde sabían, según las noticias que les habían traído del exterior, Lucius era el culpable. Harry ya sabía desde un inicio que había algo que no le cuadraba de todo el asunto, pero creyó que el hombre había asesinado a Narcissa para prevenir que Voldemort encontrara lo que quería encontrar.

Ahora, ¿Qué motivos tenían los Mortífagos, el Nobilium para hacer todo aquello, tomarse todas esas molestias? No tenía idea. Quizás querían... Querían hallar una forma de- de...

No lo sabía.

Los Mortífagos habían estado los últimos ocho años intentando sonsacarle a Narcissa algún tipo de información. Información vital. Hannah sabía poco, pero la madre de Malfoy fue custodiada de forma especial todo el tiempo que estuvo en Azkaban, y los trazos de conversación que Hannah oía demostraban que los Mortífagos necesitaban averiguar qué sabía Narcissa. Harry asumió entonces que ni el mismo Voldemort tenía idea de dónde estaba Nagini, debido a que aparentemente Narcissa Malfoy tenía un secreto vital oculto en su cabeza que ellos necesitaban descubrir, ¿y qué podría ser más vital para Voldemort que el paradero de su serpiente, del último Horrocrux?

Narcissa probablemente sabía dónde carajos estaba metida Nagini, y ellos intentaban averiguarlo.

Además de todo, Tom todavía parecía desesperado por deshacerse de los que quedaban de la Orden. Si estuviera seguro de que ganaría esa guerra, o de que ya lo hizo, no trataría de desmentir con tanto ahínco que Harry seguía vivo. Al contrario, alentaría a la gente a buscarlo y entregárselo. Por lo que, el secreto que Narcissa estuviera guardando, tenía que ver con su preciosa serpiente; o al menos eso es de lo que Harry estaba convencido.

Y en ocho años, los Mortífagos no habían averiguado nada. Los escudos de Oclumancia de Narcissa eran buenos, pero ¿suficientes para soportar tanta tortura?

No lo sabía.

Sin magia, ¿aquello cambiaría?

—¿Tú no tuviste nada que ver? —dijo Hermione al cabo de un rato, seguramente llegando a la misma conclusión que él, si algo le decía la mirada que le dio bajo la máscara.

—No —dijo Malfoy con acidez—. Yo creí que mi madre estaba bien.

Ahí estaba de nuevo, ese temblor de su voz al finalizar la oración. Era... inquietante, por decir lo menos. Harry casi podía compararlo con un ser humano.

—¿Y qué quieres hacer al unirte a nosotros? ¿Cómo quieres vengarte? —se encontró cuestionando de forma impulsiva. Los ojos de Malfoy quemaban sobre los suyos.

—Derrocando al Señor Tenebroso.

—¿Cómo?

El ambiente de la habitación había cambiado a sus espaldas, podía sentirlo, pero a Harry no le importaba.

—Él confía en mí —explicó Malfoy—. Me encargo de crear pociones y hechizos para él. Me encargo de aconsejarlo cuando me lo pide. Puedo usar eso a mi favor. Puedo usar mi posición e información a mi favor.

Entonces, Ron, quien no había pronunciado una palabra desde que dejaron el cuartel principal, habló.

—¿Información? —dijo con ironía, dando un paso al frente para colocarse a un lado de Harry—. No te enteraste de que tu propia madre estaba muriendo.

Malfoy no respondió ante eso, no estaba siendo interrogado acerca de nada, así que no tenía por qué. Pero nuevamente, la emoción fue capaz de quebrar el Veritaserum y emerger. El rubio observó a Ron con tanta intensidad, que Harry pensó por un momento que quizás podría matarlo solo así.

—¿Por qué el Gran Mortífago confía en ti? —intervino, cuando vio que su amigo abría nuevamente la boca. La atención de Malfoy volvió a él.

—Porque soy parte del Nobilium.

—¿Eso quiere decir que confía en todos ustedes? No lo creo.

La mente de Malfoy consideró aquello unos segundos, cómo si estuviera debatiendo entre lo que creía y lo que sabía.

—No —respondió al final. Harry gesticuló con su mano.

—Explícate.

—Confía ciertas cosas en mí, las más urgentes. Lo realmente importante no se lo confía a nadie. El Señor Tenebroso no tiene mano derecha.

—Pero no respondiste a mi pregunta inicial. ¿Por qué confía en ti? ¿Qué te hace tan especial? —Entrecerró los ojos, cómo si así pudiera averiguar lo que rondaba por su mente desde que supo que Malfoy era parte de la gran élite—. Cualquier persona algo más inteligente y educada podría ocupar tu puesto.

Malfoy dejó pasar el insulto, ya sea por la poción, o porque, sin que lo quisiera, la respuesta a sus preguntas salieron de su de golpe.

—Por lo que sucedió con Eric.

La densidad del ambiente se hizo más presente aún, y Ron se tensó a su lado, reconociendo de inmediato el incidente del que hablaban. Harry lo reconocía también, y su primer instinto fue asquearse recordando los detalles macabros de lo que pasó aquel día, poco más de seis años atrás.

—El chico que mataste... —murmuró Hermione, ausente.

Malfoy no se inmutó, aunque Harry no creía que aquello tuviera que ver completamente con el Veritaserum.

—Por eso es, ¿no? —le espetó Ron con disgusto—. El cabrón confía en ti porque el asesinato de ese chico fue el más cruel y asqueroso que se había visto entonces, desde que la guerra "terminó".

Malfoy ladeó el cuello bruscamente, como si aquella frase le causara conflicto. Harry no se movió, encajando la mandíbula y dispuesto a sacar su varita y hechizarle el culo si es que intentaba algo extraño.

—¿Eso es verdad? —preguntó entre dientes. Malfoy retornó la vista a su persona.

—¿Qué cosa?

—¿Que hayas matado a ese chico hizo que él confiara en ti?

Los segundos que le siguieron a esa pregunta no fueron muchos, aunque Harry los hubiera sentido así.

Malfoy volvía a estar quieto en su lugar, la expresión vacía tomando control.

—No lo maté.

Harry se giró a Theo de forma instintiva, para encontrar un gesto mal disimulado de sorpresa en su rostro. Alarmado incluso. O sea que, o no lo sabía, o temía que Malfoy estuviera mintiendo. Y él mismo estaba arriesgando su puesto al llevarlo ahí sí eso sucedía, considerando que había asumido responsabilidad completa por el hombre.

—Está mintiendo —dijo Ron de forma tajante.

Pero, ¿podía hacerlo? De todos ellos, solo McGonagall, Kingsley y Harry eran capaces de resistir el Veritaserum sin que las personas que les interrogan lo noten, y aquello fue posible luego de años y años de práctica. Además, habían esperado que pasaran al menos dos horas para despertar al ojigris en caso de que conociera algún tipo de antídoto y lo tomara antes de ir a Theo.

¿Acaso Malfoy era tan poderoso para mentir y pasar desapercibido?

—¿Qué quieres decir con que no lo mataste? —preguntó Harry entonces.

—Que no lo hice. No maté a Eric. No de forma directa.

Harry dudó.

¿Cómo podría no...? Él sabía cómo funcionaban las ceremonias de Sacrificios, no había forma de que Malfoy fuera un Nobilium sin haber asesinado a ese chico.

Y sin embargo, ahí estaba.

—Está mintiendo, Harry. Se está resistiendo al Veritaserum —insistió Ron, con asco palpable en su voz—. Empezaron a llamarlo Astaroth gracias a eso. El chico-

Harry alzó la mano, haciéndolo callar. Podía sentir las miradas del resto fijas en él, esperando sus movimientos para así tomar una decisión. El único realmente inconforme parecía ser Ron.

—¿Qué pasó entonces?

Sintió a Theo acomodarse en su posición, queriendo llegar hasta su amigo, pero sin saber realmente cómo hacerlo.

—Él se suicidó.

Un pesado silencio siguió a esas palabras.

Harry enfocó su mirada en Malfoy, intentando descifrar la verdad tras esa oración, si es que realmente estaba siendo sincero. No podía creerlo, no después de lo que sabía de él. No después de conocer los métodos de tortura que el rubio había creado todos esos años para Voldemort. Siempre le había resultado difícil aceptar eso en primer lugar. Malfoy parecía tan asustado en su memoria, cuando se trataba de muertes y tortura, pero teniéndolo en frente lo que le resultaba extraño era que no fuera así.

—¿Dónde está Hannah? —dijo McGonagall entonces, sacándolos de su ensimismamiento. Malfoy seguía con su gesto indiferente.

—Muerta.

Harry sintió un ramalazo de culpa al instante, oyendo cómo Ron murmuraba algo por lo bajo y Hermione retrocedía un paso. Pero lo enterró lo más profundo que podía, así como venía haciendo los últimos años; o iba a volverse loco. La gente moría, la gente siempre moría, y nadie estaba a salvo. Debería estar acostumbrado a ello para ese punto.

Mientras, se giró para ver a Theo, que aún parecía dudoso desde su lugar, cómo si no pudiera decidirse también si Draco mentía o no.

—¿La mataste? —preguntó fríamente McGonagall.

Debía ser duro perder una y otra vez los alumnos que viste crecer.

—Nunca he matado a nadie.

Harry volteó la cabeza hacia Malfoy de inmediato, examinando su cara. Sintió su sangre hervir por unos segundos, porque aquello debía ser una mentira. Tenía que serlo. Era imposible pasar ocho años en una guerra y salir con las manos limpias.

Considerando el lado en el que se encontraba.

Su corazón latió con fuerza, una cadena de imágenes pasando frente a sus ojos. Imágenes que prefería olvidar. Harry formó puños con las manos y cerró los ojos, negando con la cabeza. No. Aquello no podía ser verdad.

—Miente —dijo Ron, expresando el pensamiento de todos en voz alta.

McGonagall no le prestó atención, en todo caso, volviendo al tema principal.

—¿Cómo murió?

—Greyback y yo la capturamos espiando la Mansión —dijo Malfoy, sin un ápice de remordimiento—. La torturé para saber qué sucedía. No me dijo nada excepto que le había pasado algo a mi madre. Entonces, Greyback la devoró y yo me fui.

Las uñas de Hermione se enterraron en su brazo, fuerte, y Harry se sintió asqueado ante la imagen mental. Hannah no se merecía un final así. Hannah murió protegiendo a la Orden, y había sido torturada por las maldiciones de mierda que Malfoy inventó, y luego devorada viva.

Y aún así, Harry no podía evitar pensar y fijar su atención en que aquello confirmaba que Malfoy había dicho la verdad, minutos atrás. Que no se estaba contradiciendo. Draco Malfoy se había enterado de lo que estaba sucediendo con Narcissa gracias a Hannah. No lo sabía antes.

—No puedes creerle —dijo Ron nuevamente, con la voz temblando de la rabia—. No puedes creerle, Harry. Se está resistiendo. Él también mató a Hannah. Mató a Eric. Quizás a cuántos más.

Harry volvió a dudar.

¿De verdad podía estar resistiéndose?

Dio una rápida mirada al resto de personas en la sala. Todos estaban cubiertos por las máscaras, excepto él y Theo, pero aunque tuvieran el rostro desnudo, Harry pensaba que sus facciones estarían destilando nada más que hielo. El único que lucía algo diferente era Nott, con las cejas medio fruncidas con preocupación. Suponía que tenía claro qué pasaría si al final, Malfoy no se ganaba su confianza.

—Este tipo pudo haber sido uno de los que estuvieron bajo las máscaras cuando mataron a Sprout. A Smit. —volvió a hablar Ron con sus ojos azules fijos en Malfoy, sacando al moreno de sus pensamientos. Su amigo respiró pesadamente, y luego se giró hacia Harry, haciendo una pausa para así poner énfasis en las siguientes palabras—: A Ginny.

Aquello fue como un golpe.

Casi siete años, y aún así el ser forzado a enfrentar esa realidad era como ser quemado. Como sentir que se estaba ahogando. Que todo había cambiado y él ya nunca volvería a ser la persona que fue con Ginny, y no tenía derecho de doler tanto. No tenía derecho de que el cúmulo de emociones escalara por su pecho y lo obligara a actuar, todos esos años después.

Está muerta. Está muerta y tú no, aunque deberías estarlo. Y tienes que aprender a vivir con ello.

—Él no... —interrumpió Theo entonces, devolviéndole a la realidad. Harry se había quedado paralizado. Nott se puso atrás de ellos, lo suficientemente cerca para que, en caso de que alguno quisiera, aplicara Legeremancia en él y así comprobar que no mentía—. Draco no ha participado en esas... misiones. El Nobilium no se encarga de aquello.

Pero Ron no era fácil de persuadir.

—Y sin embargo, sí se encargaron de matar a Narcissa.

Theo no tenía respuesta para eso, e inclinó la cabeza levemente, retornando a su posición. Harry sentía su cabeza dar vueltas, sin saber qué hacer o pensar. Sin saber si Malfoy decía la verdad. Sin saber si la iba a cagar.

—No hay forma de comprobar lo que dice —dijo Hermione entonces, poniendo una mano en su espalda. Harry se volteó a mirarla y ella se encogió de hombros, respondiendo sus dudas mentalmente. Sabes lo que hay que hacer—. ¿No?

—Un Juramento.

Todas las miradas volvieron a su prisionero al instante. Malfoy había hablado, con la frente en alto y la barbilla alzada. No parecía tener miedo. No parecía sentir nada.

—¿Qué? —dijo Harry, parpadeando.

—Estoy dispuesto a hacer un Juramento Inquebrantable contigo Potter —replicó con seriedad—. Te juraré lealtad eterna.

Algo dentro de su persona despertó con interés ante aquello. Era... interesante, ver una serpiente jurar lealtad a algo que no fueran sus propias convicciones. Y ser quien la recibiera...

—No puede —intervino Hermione con rapidez y alarma, negando con la cabeza—. La ceremonia vinculante a su iniciación como un Nobilium dice que es completamente fiel al Gran Mortífago con su vida como testigo. Si jura lealtad a alguien más, si eso significa traicionarlo, morirá. No-

—Y cómo les he dicho, no he matado a nadie. Eric se suicidó —la interrumpió Malfoy, esta vez hablando por cuenta propia—. Las reglas vinculantes del ritual no rigen para mí porque yo no he sacrificado a nadie. Él se sacrificó por mí.

Harry lo consideró, con la información pasando a ráfagas por su mente. Hasta el momento, lo único que los había hecho desconfiar, era el hecho de que Malfoy clamaba no haber matado a nadie.

¿Y podría ser...? ¿De verdad podía ser así?

—¿Qué puedes ofrecernos si aceptamos tu propuesta? —dijo en un tono brusco. Ron lo tomó del brazo.

—Harry.

Harry lo ignoró.

—Les traeré a quien me pidan —contestó Malfoy sin dudar—. Les daré la información que necesiten. Les proveeré pociones. Absolutamente todo lo que me ordenen, lo haré. Si me prometen que el Señor Tenebroso morirá. Incluso los ayudaré a rastrear a su amado semi gigante-

El corazón de Harry dio un vuelco.

—¿Hagrid? —susurró.

Malfoy pausó, cómo si de primeras no reconociera el nombre.

Y no debería. Han pasado casi ocho años desde que lo vio por última vez.

—El cuidador de Hogwarts —dijo, respondiendo su pregunta.

El agarre de Ron y Hermione a sus costados se hizo más fuerte, e incluso McGonagall soltó un suspiro tembloroso. Hagrid. ¿Hagrid estaba vivo? ¿Dónde?

La idea de que al menos una de las personas que le importaba había sobrevivido allá afuera era un bálsamo para una herida que llevaba sangrando más tiempo de lo que era sano.

—Hagrid está muerto —murmuró Hermione con voz frágil.

Malfoy se dirigió a ella, mientras Harry sentía el pulso en sus oídos.

Hagrid.

—Oculto, sí. Pero muerto no —dijo, nuevamente por cuenta propia. Diciendo la verdad porque deseaba hacerlo—. Huyó de La Batalla, yo lo ví. Jamás pudimos encontrarlo.

Y considerando la cuarentena mágica, quizás Hagrid estaba en otro lugar de Europa. O estaba oculto en las montañas, en alguna localidad muggle. Harry no quería hacerse esperanzas, no quería que la caída le doliera tanto.

No. Negó con la cabeza. No podía dejar que el sentimentalismo nublara su juicio. No iba a pensar en eso ahora.

Independientemente de Hagrid, el trato le interesaba. Theodore era útil, sí, pero Theo era solo un Electis. Malfoy... Malfoy era la fuente de la información, a pesar de que le ocultaban bastante. ¿Quién mejor que Draco Malfoy para averiguar qué pasó con Narcissa, investigar en la Mansión? ¿Quién mejor para averiguar qué quería Voldemort de ella? ¿Qué era lo que buscaba en su cabeza?

Y sobre todo, ¿dónde estaba Nagini?

—Bien.

Todas las miradas estuvieron en él ante su afirmación. De todas formas, nadie se atrevía a contradecirlo, no en voz alta al menos.

Ron lo tomó, haciéndolo a un lado y llevándolo de vuelta al rincón de dónde había emergido, siendo rodeado por Hermione a su vez.

Malfoy los miraba con atención desde su lugar.

—No puedes —siseó Ron, poniendo las dos manos en sus hombros. Harry alzó una ceja.

—Sí puedo —replicó con calma—. Y lo haré.

—Es Malfoy —dijo soltando un suspiro exasperado, cómo si eso lo explicara todo.

Y probablemente lo hacía.

—Y si sus intenciones son deshonestas, morirá al hacer el Juramento. No perdemos nada.

—Ha estado con ellos ocho años —habló Hermione esta vez—, ¿quién sabe qué se le habrá ocurrido para poder sacarnos información, traicionarnos de todas formas?

El ojiverde volvió su mirada a ellos, intercalando sus rostros por unos segundos.

—¿Con un Juramento Inquebrantable? —preguntó Harry escéptico, haciendo que Hermione apretara los labios. Sabía que ella le encontraba la razón, que el rubio era un buen aliado. Sabía que lo hacía más por el hecho de que era Malfoy, y no se podía confiar en un Malfoy—. Además, Theo habría dicho algo.

Ella frunció el ceño ligeramente, desviando la mirada.

—Aún no confío en él.

Harry, quien conocía mejor que nadie las razones de Theo para estar de su bando, se encogió de hombros.

—Yo sí. —Ladeó la cara, dándole una mirada determinante a Hermione—. Y supongo que confías en mi juicio.

Ella inclinó la cabeza entonces, concediendo un punto, pero Ron volvió a negar, apretando su brazo y resistiéndose a trabajar con el idiota. Harry lo entendía, después de todo, todo aquel que fuera Mortífago era responsable de la muerte de sus dos hermanos. Aunque fuera de forma indirecta, lo apoyaban.

—Ha torturado gente. Las personas le temen-

—Yo no le temo a él, ¿tú sí?

—Espero que sepas en qué te metes —dijo él al final—. Draco Malfoy no es de fiar.

Por supuesto que Harry sabía eso.

—Su madre me salvó en el Bosque y fue a Azkaban durante ocho años por ello. Eso debe decir algo.

Ron todavía estaba totalmente opuesto a la idea, pero de todas formas, no había nada que pudieran hacer. Ni siquiera Minerva o Kingsley estaban tratando de hacerlo cambiar de opinión, seguramente viendo las mismas ventajas que él veía.

—Nos va a dar malos ratos —insistió Ron, aunque sonó mucho más débil que todo lo demás.

—Por supuesto que sí. —Harry se encogió de hombros una última vez, alejándose de ellos—. Es Malfoy.

Volvió a su lugar frente al hombre, quien poco a poco recuperaba algo más de vida, con la poción abandonándolo. Aunque, de todas formas, sus ojos no cambiaban. Harry evitó mirarlos, mientras se paraba a unos centímetros de él, y sin previo aviso, agitaba su mano para así deshacer las ataduras con magia no verbal.

Malfoy cayó al piso con un ruido sordo, y prontamente todas las varitas de la habitación, incluida la de Theo, estaban apuntándolo en caso de que quisiera intentar algo extraño. El rubio levantó la cabeza, poniéndose de pie y respirando artificialmente por la caída. Harry pudo ver que el aborrecimiento hacia su persona seguía ahí, incluso bajo todas esas capas de frialdad.

—Bien —dijo, sonriendo cínicamente en dirección al rubio—. Necesito un testigo entonces.

Kingsley fue el que dio el paso adelante, poniéndose frente a ambos al mismo tiempo que Malfoy avanzaba y extendía su mano hacia Harry. Harry la miró un momento, notando que el hombre estaba tenso e incómodo esperando que Harry se la diera, y recordó una vez, años atrás, en que algo similar había sucedido. Tragó saliva, sin ser capaz de encontrar los ojos del hombre mientras tomaba su mano con fuerza. Estaba fría.

¿Qué tan distintas serían las cosas si la hubiera tomado, pero quince años atrás?

Harry se aclaró la garganta, poniendo toda su atención en el presente y volvió sus ojos a la cara de Malfoy. Sabía que la magia de Kingsley era lo único que necesitaba para firmar el Juramento, pero de todas formas, él debía poner intención en sus palabras. Shacklebolt colocó la varita en las manos entrelazadas, y esperó.

De pronto, Harry sintió la boca seca.

—¿Juras que tu lealtad completa y absoluta me pertenece desde este día, hasta el momento de tu muerte, Draco Malfoy? —dijo, saboreando cada palabra y la manera en la que las comisuras del rubio se contraían con desagrado.

La mano de Malfoy quemaba contra la suya, y su propia magia parecía arremolinarse en el aire. Su yo de la adolescencia estaría más que complacido al ver al ojigris prometerle lealtad, solo para enervarlo.

—Sí, juro —respondió Malfoy al cabo de un rato, su garganta moviéndose con lentitud cómo si estuviera tragando bilis.

Una delgada y brillante lengua de fuego salió de la punta de la varita de Kingsley y se enroscó en las dos manos, como una cuerda roja.

—¿Juras que harás lo que esté en tus manos para beneficiar a la Orden, y nunca hacer nada para perjudicarla a consciencia?

—Sí, juro.

Una segunda floritura de fuego emergió de la varita y se entrelazó con la primera, formando así una fina y reluciente cadena.

—¿Juras entregar tu vida para proteger los secretos de la Orden, si es necesario, con el fin de derrocar al "Señor Tenebroso"? ¿Juras entregar tu vida a mí?

Un momento de silencio pasó, en el que Malfoy apretó su mano con fuerza. Pero sus ojos tenían determinación, y, contra lo que Harry pensaba, más deseos de venganza que de vivir.

—Sí. Juro.

Una brillante lengua de fuego los iluminó a ambos, y Harry fue capaz de sentir cómo parte de su magia se unía a la magia de Malfoy, que parecía danzar con la suya. Como una conexión que iba más allá de los límites superficiales se establecía entre los dos, mientras la floritura se enredaba alrededor de las manos sujetas, asemejándose a un complejo alambre.

Harry sentía sus pieles hervir, una corriente eléctrica recorrerle la espina dorsal y Malfoy sostenerlo con fuerza por un largo momento.

Cuando nada pasó, el rubio dio un paso atrás, apartándose de Harry y limpiando su mano en su túnica con expresión de asco.

Pero el moreno no le prestó atención, ni a eso, ni al frío que lo embargó cuando Malfoy se alejó de él.

Porque eso solo significaba una cosa.

Que estuviera sano y salvo solo significaba una cosa.

Draco Malfoy decía la verdad.

•••

—¿Cómo es que estás vivo?

Harry frunció el ceño, mientras caminaban por el túnel hacia la salida de la base. Theo afirmaba a Malfoy por el costado, quien tenía los brazos atados en su espalda. Harry simplemente iba con ellos para supervisar que ninguno hiciera un movimiento extraño. El resto estaba esperándolo aún en la sala de interrogatorios.

—Nunca morí —respondió el ojiverde escuetamente. Era parcialmente verdad.

Hasta el momento, Malfoy no se había dirigido a él de forma directa, y Harry esperó que eso continuara así. Aliados o no, deseaba tener el menor contacto posible con el hombre.

Un rincón de su mente le gritó que aquello era imposible.

—Eso es evidente —dijo Malfoy de nuevo, arrastrando las palabras—. Te has estado escondiendo aquí como una rata mientras el resto ha tenido que sobrevivir allá arriba.

El cuerpo de Harry se tensó al momento y llevó la mano hasta su bolsillo, dispuesto a hechizarle el culo al idiota. Ocho años y su paciencia no había hecho nada por mejorar cuando se trataba de él.

Theo le dio un empujón a Malfoy, pero este lo ignoró.

—Mejor que andar lamiéndole los pies a un hijo de puta como tu Amo.

Malfoy había servido al cabrón sin pensarlo dos veces. Había estado todos esos años ganándose su confianza. Había estado torturando gente y haciéndolos sufrir, aunque no terminara matándolos. Malfoy era una mierda de persona, y si su madre no hubiera muerto, probablemente jamás se hubiera salido de las filas de Voldemort.

Seguramente ni siquiera se arrepentía en ese mismo momento.

No tenía derecho a llamarle cobarde.

—Al menos lo que yo he hecho requiere algo de huevos —espetó él.

La varita de Harry estuvo en su mano en dos segundos, apuntándole. El moreno la apretó con fuerza, mientras Malfoy ladeaba la mirada y la bajaba, observando la madera.

Una sombra cruzó sus ojos, y la animosidad nuevamente llegó a su cara.

—Amenazar a un mago con su propia varita. Qué adecuado.

Harry bajó la mirada también, viendo la madera de espino afianzarse a su mano, la que le robó en la Mansión ocho años atrás. Soltó un suspiro tembloroso, negando con la cabeza.

—Ya no es tuya.

Harry la guardó, intentando controlarse. Solo era Malfoy siendo el imbécil que toda su vida había probado ser. No tenía por qué sacarlo de sus casillas así.

Irónico, cómo en unas horas habían caído nuevamente en una rutina que desapareció hace casi una década atrás.

—¿Qué te molesta tanto, Potter? —dijo Malfoy con sorna—. ¿Me vas a decir que no has sido jodidamente cobarde, eso es? Qué patético.

Harry apretó la mandíbula, pero continuó caminando con la vista al frente, oyendo cómo Theo murmuraba algo por lo bajo en dirección al rubio.

—Gente ha muerto porque me ha visto. Todo aquel que afirma que estoy vivo es ejecutado, ¿no te acuerdas? Tú mismo has inaugurado ejecuciones —respondió, su voz tan dura como el acero—. No te hagas el valiente ahora, cuando todos sabemos que eres un jodido cobarde. Ocultarte detrás de todos y dejar que hagan el trabajo sucio por t. Al menos ellos tienen el coraje necesario para matar.

Los movimientos de Malfoy se detuvieron una milésima de segundo, antes de recomponerse.

—He hecho lo necesario para sobrevivir.

Harry soltó una risa sin humor.

—A veces, el mundo estaría mejor si te rindieras de una buena vez.

Pero Malfoy ni se inmutó.

Harry frunció el ceño, mirándolo por la esquina del ojo. No podía entenderlo. No podía entender por qué algunas cosas parecían afectarle, pero otras le daba absolutamente igual. Malfoy nuevamente era una cáscara vacía y sin emociones, caminando a paso cauteloso hacia el final del túnel.

—¿Los Patronus son tuyos entonces? —cuestionó en cambio, al cabo de un minuto.

Harry suspiró con cansancio ante la pregunta. Tuvo que haber supuesto que no sería suficiente. Que aunque cada semana enviara su Patronus al mundo mágico, Voldemort encontraría una manera de desmentir que le pertenecían, incluso cuando su voz salía de él.

Ha destruido todas las emisoras de radio para evitar que el mundo sepa que estás vivo, ¿qué más esperabas?

—Sí.

Malfoy asintió, considerando sus palabras.

—Todos pensábamos que eran de la chica Weasley. La gente que los conoció en Hogwarts dijo que estaba irremediablemente enamorada de ti, eso es lo que sabe el mundo mágico. Siempre creímos que ella los enviaba y modificaba su voz para que sonara como la tuya.

—No sabía eso —comentó Nott, más para sí que otra cosa. Malfoy se encogió de hombros.

—Nunca preguntaste.

Harry no quería hablar de eso. No quería que Malfoy hablara de eso. No tenía derecho.

—Ginny está-

—Muerta —interrumpió él con indiferencia.

La elección de la palabra hizo que Harry tuviera ganas de vomitar. Theo volvió a empujar a Draco.

—Sí —respiró Harry.

—No llevamos un recuento de quienes mueren en combate contra los Rebeldes, no que yo sepa, por las máscaras que usan —continuó Malfoy, sin prestarle atención a la forma en la que su expresión había cambiado—. No sabíamos que estaba muerta. Aunque es una buena noticia.

Harry no le hizo caso. Sabía que el último comentario había sido dicho para provocarlo y ya no tenía quince años para reaccionar a él cómo si la vida se le fuera en ello. Debía recordarlo para tratar con Malfoy.

—O a tu Amo le conviene que siga viva para que la gente no pueda cuestionar que mi muerte fue una farsa —fue lo que Harry respondió.

Malfoy analizó sus palabras unos minutos, mientras seguían caminando. Harry estaba aliviado de que ya estuvieran llegando casi al final y no tuviera que seguir soportando su desagradable presencia.

—¿Cómo lo hizo? —volvió a hablar el ojigris al cabo de un rato.

—¿Qué cosa?

Malfoy se giró hacia él, con los ojos entrecerrados.

—Te vi morir.

Harry chasqueó la lengua. No tenía una noción muy clara de cómo Voldemort había fingido su muerte, pero luego de años de conjeturas, creía que se había acercado lo máximo posible a la verdad, por más simple y absurda que sonase.

—Poción multijugos en los alimentos de a quien quiera que asesinó —explicó su teoría—. No era tan difícil decir "Accio cabello de Harry Potter" luego de la Batalla y encontrar alguno suelto.

El rubio asintió, bajando la vista hacia el suelo. Harry realmente esperaba que no volviera a hablar, pero al parecer, nada de lo que hubiera pasado en su vida le había enseñado realmente a Malfoy a callarse.

—La gente ha perdido la esperanza —farfulló, con una expresión que era difícil identificar. Harry asintió.

—Lo sé.

—Creen que estás muerto.

—He tratado de hacerles saber que no es así, pero Tom ha podido aplacarlo. Tiene miedo. Si la gente sabe que sigo vivo, se rebelará contra él, y eso no puede permitirlo cuando sabe que ya me ha ganado. Solo debe encontrarme y eso es todo. O eso es lo que cree —respondió Harry, cansado de ese tema. Ya no tenía idea qué más hacer—. Además-

Se detuvo a sí mismo, mordiéndose el labio. No era un secreto lo que diría a continuación, pero no tenía intenciones de conversar con Malfoy como si no fueran dos personas completamente diferentes y, hasta cierto punto, completamente extrañas.

Demonios, ni siquiera quería estar cerca de él.

—¿Además? —cuestionó Malfoy, girándose brevemente hacia él. Harry sacudió la cabeza, cruzándose de brazos.

—Nada.

Malfoy se detuvo de sopetón en medio del pasillo, a pesar de que Theo continuaba tirándolo para que avanzara. El rubio era más alto que ambos, y un poco más imponente también, al menos físicamente. Debía tener más fuerza. De todas formas, Harry se paró también, alzando el mentón y llamando a su magia en caso de que la necesitara.

—¿Además? —repitió Malfoy. Sonaba a amenaza.

El moreno debía concederle que seguía siendo igual de jodidamente irritante.

—No es ninguno de tus asuntos.

Entonces, Malfoy ladeó la cabeza y asintió, llegando a una conclusión silenciosa. El ojiverde esperó.

—Crees que es más fácil para ellos aceptar que estás muerto —comentó, la burla era palpable en la oración.

Harry no dijo nada, ni hizo algún movimiento. Simplemente recordó las palabras que McGonagall le había dicho, mucho tiempo atrás, cuando su frustración y su magia había amenazado con derrumbar todas las barreras y objetos a su alrededor.

"El morbo de ver a un héroe caer y fallar, es más grande que el amor que alguna vez pudieron haberle tenidoMientras antes lo aprendas, Potter, mejor."

—Debe ser triste... —continuó Malfoy, creyendo que había encontrado un punto débil—. Pensar que después de todo, a nadie le importas lo suficiente allá arriba para averiguar la verdad.

Harry bufó entonces, mirándolo por unos largos segundos. Malfoy realmente quería sacarlo de quicio. A veces pareciera que era lo único que siempre quiso de él.

Entonces, negó con la cabeza, haciéndole una pequeña seña a Theo con la mano. Y antes de que el rubio pudiera entender qué estaba pasando, había caído nuevamente desmayado, con su amigo sujetándolo para que no se golpeara.

—Al menos así me aseguro que no sabrá dónde estamos —murmuró Harry a sí mismo, para luego mirar a los verdes ojos profundos de Theo y agregar—: Quedan cien metros, confío en que puedas continuar solo.

Theodore asintió, y el moreno lo vio marcharse, mientras levitaba el cuerpo de Malfoy.

Harry no sabía qué pensar de lo que acababa de suceder. Solo recordaba el calor que había sentido al tocar su mano, el asco de su persona, la culpa, y un cúmulo de emociones que creía olvidadas hasta que Malfoy había reaparecido en su vida. No recordaba cuándo fue la última vez que sintió tanto, en un lapso tan corto de tiempo.

Y además, lo que más destacaba de todo ese encuentro era que sabía, que con las pistas necesarias, encontrar a Nagini estaba más cerca de lo que habían pensado.

Chapter 6: Interludio: La misión de Hangleton

Notes:

TW: Tw: descripción gráfica de sangre y violencia

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Poco antes de que se cumpliera un año de la Batalla de Hogwarts, ocurrió un hecho que cambió a Harry.

Para siempre.

Ocuparon esos casi doce meses para tratar de neutralizar bases de Mortífagos, de atacar eventos públicos, de hacerle ver al mundo la farsa de su muerte, pero la mayoría de los esfuerzos terminaron siendo en vano. Eran muy pocas las personas de su bando que sobrevivieron a la Batalla; definitivamente no las necesarias para enfrentarse nuevamente a un combate abierto contra el séquito de Voldemort, que no hacía más que aumentar desde que se hizo con el poder. Y además de todo, ellos no podían ganar adherentes porque su funcionamiento como bando estaba oculto. Cada vez que Harry se mostraba en público y la gente lo veía, lo anunciaba en cada medio posible, y aquello solo terminaba en ejecuciones públicas y explicaciones detalladas en El Profeta acerca de que eran un grupo de Rebeldes que quería desestabilizar su sociedad con mentiras y engaños sobre Harry Potter.

Harry no quería rendirse, pero... ya no sabía qué más hacer.

Habían intentado buscar información acerca de sitios donde Voldemort pudiera tener a su serpiente y así acabar con ese asunto por las sombras y lo más rápido posible, sin embargo, no había nada. Lo único que lograban al hacer ataques sorpresa eran bajas para su bando. Las pocas personas que reclutaban solían ser antiguos simpatizantes de la Orden que no participaron de la última Batalla, y no espías deseosos de colaborar con ellos; por lo que no tenían sospechas acerca de dónde podría encontrarse Nagini, o de cuánto era el monto de gente completamente fiel a Voldemort.

Hasta que llegó Maia.

Maia era una mujer bellísima, descendiente de los Snyde, una familia sangre pura leal al Señor Tenebroso. La línea pura de los Snyde había acabado, y Maia, de los pocos miembros vivos que quedaban de la familia, era mestiza y estaba huyendo. Harry junto a un pequeño grupo habían salido un día a estudiar las barreras que los separaban del mundo muggle, para así buscar comida luego de que las reservas que habían en la base comenzaran a agotarse, cuando Ginny la vio. Estaba delgada, débil, y caminaba de forma errante por el límite de una de las protecciones. Ginny se acercó de inmediato, notando que estaba en peligro mortal, que había sido Cruciada hasta el cansancio, e insistió en que fuera llevada a la base de la Orden para ser curada.

Cuando le preguntaron qué había pasado, dijo que el círculo cercano de el Señor Tenebroso había estado en su casa, que hablaron con sus padres y los habían obligado a entregarles a su prima Merula, quien estaba bajo el cuidado de su madre después de que los papás de Merula fueran a Azkaban y hubiesen muerto allí, poco antes de que el Lord ganara; y que Maia había escuchado todo desde fuera de la habitación.

Por meses, su familia estuvo investigando cómo salir al mundo muggle y perderse allí. Pero no pudieron, porque las barreras mágicas que los aislaban de ese mundo, estaban diseñadas para que nadie sin autorización pudiera cruzarlas. O sea, solo los que tuvieran permiso de Voldemort podían salir al mundo muggle. Dijo que después de semanas y semanas de estudios solo lograron concluir que se necesitaba de una magia muy poderosa para abrir un pequeño hueco en la barrera y así poder pasar, y que además de todo, se necesitaban siete magos en total para completar el ritual. Cuando los Mortífagos se enteraron de esa investigación, mataron a sus padres y a Merula, y luego casi la mataron a ella, pero alcanzó huir. También dijo, que otra de las razones por las que su familia nunca intentó reclutar gente para escapar, es que no encontraban ningún punto seguro para disolver las barreras. Todas las salidas que usaban los Mortífagos para ir al mundo muggle estaban completamente vigiladas, y la peor, era la del pueblo de Hangleton.

Harry escuchó su relato con atención, fijándose en solo dos cosas: había una forma de salir al mundo muggle y ellos necesitaban encontrarla.

Y la otra, era que Voldemort tenía en vigilancia el pueblo donde los Ryddle y los Gaunt vivieron. Harry lo recordaba.

En Hangleton estaba la Mansión Ryddle.

¿Por qué elegiría ese sitio para delimitar el mundo mágico del muggle? Porque quizás ¿era un punto débil, y fácil de penetrar?

En un principio no lo entendió.

Entonces, luego de semanas y semanas en vela, dándole vueltas a la información que Maia había dado, llegó a una conclusión.

Voldemort estaba ocultando algo en esa casa.

Harry habló con McGonagall de aquello, y su antigua profesora lo escuchó, sin descartar la idea de inmediato. Harry sabía por qué lo hacía: no tenían muchas opciones, y debían agarrarse de lo poco que encontraran. Estaban desesperados. Luego, ella y Kingsley habían tenido una reunión junto a Hermione, y entre los tres decidieron que, o lo intentaban, o en un par de meses morirían por inanición. Además podrían encontrar una pista.

Los túneles bajo el Bosque Prohibido, donde ellos se encontraban, eran una base peligrosa, y de todas formas, inteligente. Hogwarts estaba lleno de secretos, y así como Salazar Slytherin tenía su Cámara, Rowena Ravenclaw tenía un refugio, en caso de que los magos tuvieran que ocultarse alguna vez de una guerra contra los muggles. Cuando Hogwarts se creó, estaban en la época de las hogueras, y tenía sentido que los fundadores quisieran resguardarse de cualquier peligro.

La entrada se ubicaba en las mazmorras del castillo, tras una pared, y constaba de un pasillo principal, que luego se conectaba con decenas de otros pasillos, con pequeñas puertas en las paredes que daban a salas. Había un gran número de libros en ellas, baños en otras, y habitaciones individuales. Finalmente, se llegaba a un gran espacio común, donde los colchones estaban puestos en hoyos de las paredes, y en el centro un comedor grande se erguía. McGonagall sabía de su existencia desde que era una simple alumna, gracias a una lectura que encontró en uno de los estantes de Hogwarts, y alertó a Dumbledore sin quererlo luego de una clase. Él retiró el libro de la biblioteca, aunque para ese entonces, McGonagall ya había explorado el castillo y había encontrado la pared que daba hacia el interior. Cuando la guerra empezó, ella alertó a toda la Orden de su existencia, y cuando las barreras Anti-Aparición se desvanecieron durante la Batalla, McGonagall pensó en ese lugar y logró Aparecerlos allí antes de que fuera demasiado tarde.

Los meses venideros a la revelación de Maia, Hermione y McGonagall juntaron la mayoría de libros que estaban en las habitaciones para así encontrar alguna información sobre las barreras, además de la que Maia había dado ya. Mientras tanto, Harry, Ron, Ginny, Seamus y el resto, intentaban ayudar en lo máximo posible. Encontraron cosas que les servían, sí, pero Harry a su vez descubrió un millón de otras, de las que nadie le había hablado. Como que antes, la magia sin varita era lo usual, pero para algunas personas era tan poderosa, que solo le servía una varita para poder canalizarla bien, y de ahí en más se fue haciendo costumbre. O que la creación de un hechizo dependía bastante de la Aritmancia y el estudio de la Alquimia, al saber cómo reaccionaban distintos efectos a la materia. Pero que, después de todo, no era algo tan imposible de lograr como se nos quería hacer ver, y que prácticamente la mayoría de los hechizos que Rowena usaba, eran creados por ella misma.

Harry se preguntaba, a medida que leía, por qué nadie nunca le enseñó eso. Por qué Dumbledore y el resto del mundo simplemente se resguardaron en una profecía. Una simple profecía, que ni siquiera podía ser exacta. Incluso cuando él creó el Ejército de Dumbledore había enseñado cosas nimias, cosas que al final, no salvaron a prácticamente nadie. Entendía que quizá no habían querido quitarles su infancia, que no era apto para niños saber que podían crear un hechizo que desangrara a su oponente, pero Harry aún así no lo aprobaba. Incluso los resentía. No eran tiempos para pensar en mantener la inocencia intacta de los niños, no era tiempo de pensar en sanidad mental. Eran tiempos de guerra. Estaban en guerra, nunca dejaron de estarlo, aunque por años creyeron que sí. Si hubieran centrado en enseñarles métodos de supervivencia... si les hubieran obligado a tomar lecciones, si les hubieran enseñado a todos que el mundo afuera era horrible, cruel y asqueroso, quizás habrían tenido una oportunidad.

Quizás no estarían todos muertos.

Efectivamente, como Maia había dicho, Hermione encontró una manera de hacer un agujero en las barreras en la que se necesitaban seis personas y una más poderosa, responsable de mantener su magia canalizada en la protección para que ésta no se cerrara.

Estaba claro que Harry era esa persona poderosa.

Pudo haber sido McGonagall, Kingsley, o incluso Hermione. Sin embargo, desde que la Batalla había terminado, la fuerza mágica de Harry era algo indudable, y habría sido estúpido no encargarle ese papel. Se sentía en cada espacio al que iba, de una manera en la que antes no había sucedido. Hacía crepitar las piedras cuando se enojaba, o encender antorchas cuando se emocionaba. Era algo avasallador, que hacía picar la piel de los demás si no la controlaba.

Cuando ni sus mejores amigos ni su novia habían podido soportar estar cerca suyo en días de demasiado estrés, Hermione decidió investigar qué era lo que estaba sucediendo.

No le tomó mucho darse cuenta de que, Harry Potter, era el Amo de la Muerte.

Harry no lo había creído en un inicio. ¿Él, conquistar la muerte? Pero era así. Nunca renunció a su poder sobre la Piedra de la Resurrección en el Bosque. Le pertenecía. Y, aunque Voldemort no lo supiera, él era el Amo de la Varita de Saúco. Para qué hablar de su capa invisible.

Harry tenía una fuerza mágica que podía cortar cabezas solo con la habilidad del pensamiento.

No la quería, por supuesto que no la quería. Según los estudios de Hermione, como "la muerte" estaba en todas partes, Harry absorbía o pedía prestada la magia del caos y la naturaleza. Era una idea escalofriante, pero era útil. Y si eso sería lo que le ayudaría a no defraudar la gente que confiaba en él, la usaría sin pestañear.

Así que se entrenó, por meses, hasta que fue capaz de deshacer una barrera Anti-Aparición sin apenas pensarlo.

Y al fin había llegado el momento. Ese día iban a ir, e iban a apostar sus mejores fichas. Dudaba que Voldemort mantuviera realmente a Nagini en la Mansión Ryddle, pero quizás encontrarían alguna pista. Y solo por eso, valdría la pena.

Harry guardó la varita en su bolsillo, mientras miraba al grupo que saldría. McGonagall y Kingsley no estaban en duda para ir, tampoco Hermione, Ron y él. Bill había querido sumarse, debido a su conocimiento cómo rompedor de maldiciones, pero Fleur estaba embarazada, y las Veelas eran criaturas extremadamente territoriales así que él no podía despegarse de su lado. Luna había probado ser útil al sentir auras y presencias mágicas, así que también se les uniría, por mucho que a Harry no le gustara la idea. Aberforth era un mago talentoso, que insistió en acompañarlos. Además de Maia, quien quería ayudar con los conocimientos que adquirió acerca de las barreras mágicas con su familia. Ron había insistido en que fueran más personas de las que se necesitaban en realidad, en caso de que algo sucediera, así que Harry suponía que eso era lo que estaban discutiendo en el círculo.

Desvió la mirada hacia la izquierda, para encontrar a Maia y Ginny hablando en el extremo de la mesa. Desde que llegó, se habían hecho muy cercanas. Demasiado. Maia estaba profundamente agradecida con la pelirroja por haberla encontrado, y era casi devota a ella de una forma en la que pocas veces Harry había visto. Casi como su relación con Ron, si pudiera decirse así. Y Ginny la había acogido bajo su protección tal como había hecho con Luna años atrás. Todo el tiempo libre de Gin que no pasaba con Harry o su familia, lo pasaba con Maia.

Sus ojos se movieron hacia al frente de ellas, justo donde Seamus estaba sentado. Se encontraba con la cabeza gacha, y su mirada completamente enfocada en el plato. Casi siempre se veía así, esos días. No quedaba nada del chico risueño que solía ser, efusivo y pasional. En cada arruga de su cara había un rastro de la guerra, de cansancio. Tenía una cicatriz en el brazo, una quemadura hecha durante la Batalla que obtuvo para salvar a Dean.

Harry no era tan idiota- sabía que la razón del cambio de ánimo de Seamus, además de no haber podido salvar a su padres, era que no tenía idea de qué pasó con Dean luego de eso. Harry lo recordaba, recordaba cómo la primera navidad que pasaron bajo tierra, Seamus le rogó que por favor lo rescataran, que haría lo que fuera necesario. Y luego una semana después cuando fueron con hechizos desilusionadores a ver qué sucedía en la superficie, un artículo en El Profeta fue publicado, informando sobre los nuevos esclavos de los miembros "respetados" de la sociedad mágica. Y Dean estaba en esa lista. Como si hubiera estado ahí para provocarlos, burlarse y recordarles quiénes eran los ganadores.

Luego de eso, Dean había desaparecido del mapa.

Seamus pensaba que estaba vivo aún. Harry no tenía el corazón para decirle que lo más probable era que no, que nadie afuera que los hubiera apoyado de forma tan abierta había sobrevivido realmente, menos gente sin antepasados sangre pura, nacidos de muggles o gente incapaz de comprobar que no lo era, como Dean quien ya había sido su prisionero. No podían haberlos matado a todos, por supuesto, pero a los cuantos que tomaron como esclavos... Harry dudaba que Voldemort se molestaba en mantenerlos con vida aún.

Reprimiendo un suspiro, se levantó de la mesa para encaminarse hacia donde Hermione y Ron estaban cuando Ginny llegó de pronto, casi botandolo de un abrazo.

—¿Qué...?

Ella se separó para sonreírle. Tenía un montón de pecas que Harry quería besar sin parar, y una sonrisa muy linda, la verdad. Harry hizo un esfuerzo para poder sonreírle de vuelta.

—Te veías muy distraído. Sabes que no me gusta verte distraído —dijo Ginny bromeando. El moreno alzó una ceja.

—¿Así que tu plan fue... botarme?

—En efecto.

Harry la tomó de la cintura, negando mientras la miraba a los ojos. En esos momentos, Ginny era la única que parecía sonreír y traer vida a los lugares que pisaba. Harry siempre la había visto así: cómo una luz en medio de la oscuridad. Había gente que solo- era de esa forma. Sin siquiera pensarlo, o quererlo, eran capaces de alegrar a los demás.

—Nos vemos luego —dijo él, pasando un mechón por detrás de su oreja. Ella frunció el ceño.

—Mmm, ¿no? Iré contigo.

La respiración de Harry se atoró y un sentimiento de pesadez se alojó en su pecho.

—No.

Fue el turno de Ginny de elevar una ceja.

—No me mandas.

Harry bufó. Merlín, no eso otra vez. Cada vez que él deseaba hacer algo para protegerla, Gin se ponía de esa manera. Cómo si el propósito de Harry al decirle que se abstuviera de ponerse en peligro, era tener control sobre ella.

—Es peligroso.

—Hermione y Ron van también —dijo encogiéndose de hombros—. No veo el problema.

—Es-

—¿Diferente? —lo interrumpió Ginny con aire peligroso—. No te atrevas a decir eso.

Era diferente. Ginny era una bruja talentosa, de eso no había duda. Y volaba excelente. Pero no había pasado por las cosas que Ron y Hermione habían pasado. Había sobrevivido a un año en Hogwarts, sí, pero se vio enfrentada a batallas directas en menos ocasiones y tuvo que huir en muchas menos. Harry no deseaba que algo le sucediera porque no estaba lo suficientemente preparada aún.

—No tiene sentido que vayas.

—Va mi hermano, dos de mis mejores amigas, Maia y tú —espetó ella—. Tiene todo el sentido del mundo.

Para Harry no pasó desapercibido cómo Maia y él estaban en una categoría aparte. Un pequeño nudo se formó en su interior, acompañado por el sentimiento de frustración que le causaba que Ginny fuera tan terca. Harry la soltó, cruzándose de brazos.

—Tendrás que hablar con McGonagall, Kingsley, Ab-

—Ya lo hice —lo cortó ella.

Harry se acarició la frente, justo encima de la cicatriz. A veces estar con Ginny era tan... desesperante. Hermione le había dicho repetidas veces que se debía a que eran demasiado parecidos, cosa que se comprobaba en cada discusión que tenían. Y Harry no podía culpar a Ginny por ello, no cuando sabía que Hermione estaba en lo cierto y que su novia reaccionaba de la misma forma que él lo haría. Solo... le habría gustado que las cosas fueran más fáciles. Se suponía que debían ser más fáciles.

—Ginny...

—Voy a ir, Harry. —Ginny dio un paso atrás—. Te guste o no.

Harry se la quedó mirando unos segundos. Una de las cosas que más le gustaban de ella era que- era tan... fuerte. Tan determinada y feroz. Nada la tocaba, no realmente. Una de las cosas que más valoraba de Ginny era que nunca lloraba, sin importar el por qué. Lo hacía sentir fuerte a él.

Que creyera que era invencible también era una de sus peores cualidades.

Harry se alejó entonces, molesto y negando. Si ya estaba todo hablado y todos estaban de acuerdo, no había nada que él pudiera hacer. Eso no significaba que le tenía que gustar. Por el rabillo del ojo, notó cómo Maia volvía a acercarse a Ginny y la abrazaba, mientras hacía un gesto con la cabeza.

Harry creía que durante esos días se entendían mejor que ellos dos.

—Tú eres la única que entiende... —oyó cómo Ginny le decía, a medida que Maia peinaba su cabello.

—Tienes suerte de que siempre estaré aquí —le respondió ella, con esa suave voz que la caracterizaba—. Ven, vamos a prepararte. Cuidaré de ti.

El moreno se mordió la lengua, alejándose lo suficiente para dejar de oírlas. Le gustaría poder entenderla mejor, poder apoyarla de la misma forma en que Ginny le apoyaba a él.

Pero no podía.

Se acercó a Kingsley en cambio, quien discutía los últimos detalles del plan con McGonagall. Ellos debían decir unas palabras en latín, y luego cortar sus palmas mientras se tomaban de la mano formando un círculo para anclar sus magias y hacerlas más fuertes. Harry era el soporte. Harry era el que debía estar en medio del círculo para canalizar y dirigir el poder hacia la barrera y ayudar a romperla. Entonces, parte de su magia debía estar concentrada en mantenerla abierta mientras hacían lo que debían hacer al otro lado. Entrarían al mundo muggle con hechizos desilusionadores y en escoba –las escobas que habían encontrado allí abajo– y luego ingresarían a la Mansión Ryddle, buscando lo que tenían que encontrar. Que en realidad- no sabían qué era.

Harry asintió a lo que decían, y evitó mirar a Ginny quien también escuchaba todo en caso de que las cosas fueran mal. Harry habría querido que McGonagall o Aberforth Dumbledore se quedaran, en caso de que no volvieran vivos de esa misión, pero necesitaban talento. Necesitaban apostar todo, o morirían de todas formas.

Se despidieron de la gente que debían; los Weasleys estaban pálidos al ver que dos de sus hijos se marchaban, pero ninguno los frenó. Y se pusieron en fila, colocándose las máscaras que habían diseñado para no ser reconocidos, y así salir por el pasillo que cruzaba al otro lado del Bosque Prohibido.

Harry tenía un mal presentimiento.

•••

El procedimiento por poco falló.

Quizás esa tuvo que haber sido la primera señal.

No había querido descontrolarse, realmente no. Pero una vez que llegaron al lugar, y Harry notó cómo estaba –las casas, los árboles, la separación tan abrupta entre el mundo real y el mágico– era tan obvio que Voldemort había ganado. Todo en su lado era oscuro, gris. Desolado. Y el frío era poco natural para esa época del año... le comía la piel. Hacía hormiguear sus huesos. Harry estaba ahí, y olía la muerte. Sabía que los dementores andaban sueltos. Sentía que en ese mundo nada bueno podría durar.

Y no debía ser así.

Debieron haber ganado. Debieron haber ganado. Se confiaron demasiado, creyeron que podrían ser más inteligentes que Voldemort, y no era de esa manera. No lo era. Que hubiese cometido errores cuando no recuperaba todo su poder no significaba que más de cincuenta años de preparación se hubieran ido a la basura. Harry también era poderoso, pero no había entrenado, no lo suficiente. Y el mundo creyó que por el maldito poder del amor-

La mano de Ron se posó en su hombro, apretándolo.

Harry se obligó a tomar una respiración honda y calmarse. Si no hubiera sido por el recordatorio de que aún debían luchar, por poco habría acabado con todo lo que estaba a su paso.

Todos estaban con las manos tomadas, los cortes de su palma unidos en un círculo y Harry en medio, concentrando su magia en doblar la barrera a su conveniencia. Rompiéndola.

Finalmente, lo logró, una pequeña abertura apareció en la protección, Harry podía sentirla, era lo suficientemente grande para que una persona pasara, así que formaron una fila. Cada uno ingresó sigilosamente, poniendo sus respectivos hechizos desilusionadores. Harrry fue el último, quien se aseguró de que todo estuviera bien. Extrañamente a esa hora de la madrugada los pocos Mortífagos que rondaban por el lugar no habían notado nada extraño.

Quizás esa tuvo que haber sido la segunda señal.

La Mansión Ryddle estaba a varios metros de las barreras, aunque apenas llevaban unos pasos afuera, McGonagall paró de pronto. Todos la miraron con interrogantes en el rostro, mientras ella se giraba, nuevamente en dirección hacia el mundo mágico.

—Siento algo-

Su mirada se desvió hacia la izquierda y levantó una mano, apuntando hacia allí. Luego la bajó, cómo si no pudiera creer lo que veía. Harry siguió el curso de sus ojos, descubriendo que no había más que vacío. Quiso decir algo, pero en su lugar esperó que ella hablara.

—Soy la única McGonagall que queda... —susurró entonces.

Aquello no explicaba nada, por supuesto, pero Harry tampoco lo dijo. Aberforth puso una mano encima de su hombro, haciendo que la mujer volviera en sí.

—Soy la única McGonagall que queda —repitió Minerva, sacudiéndose ante la mirada expectante de todos—. Mi tío... el dueño de la Mansión... ha muerto. Ahora- ahora me pertenece. Y está ahí. Soy la única que conoce su ubicación, está bajo un Fidelius, por eso no pueden verla.

El entendimiento cruzó las facciones de Harry, y asintió. Además del golpe que debía ser darse cuenta que era la única, la única descendiente que quedaba de una larga línea de magos respetados, la casa debía estar completamente abandonada; llena de raíces creciendo por las paredes, y pasto de más de un metro.

—Continuemos —dijo McGonagall, con voz cortante.

Y ellos obedecieron.

Harry caminó por un terreno amplio que era parecido a un campo, viendo cómo el pueblo de los padres de Tom se erguía unos pasos más allá. Sintió una mano engancharse en su brazo de pronto, y cuando miró hacia abajo, Luna estaba allí, mirando todo con grandes ojos soñadores y curiosos.

—¿Sabías que tu magia puede sentirse a kilómetros? —dijo ella de forma conversacional.

Harry alzó las cejas al escucharla, y luego arrugó la frente.

Bueno, sabía que cuando estaba experimentando algo demasiado intenso cualquier persona era capaz de sentirlo, pero en ese momento, ya estaba calmado. Tenso, pero no lo suficiente para que su magia se manifestara como segundos atrás.

Sacudió la cabeza.

—¿Eso quiere decir que podrían encontrarnos? —preguntó entonces, asustado por la idea.

Luna lo observó unos momentos, sin dejar de caminar.

—No, no. Está en el aire, como parte de él. No sabrán que es tuya, y no creo que todo el mundo pueda sentirla. Excepto cuando te enojas. Cuando te enojas hasta asustas a los nargles con tu magia.

Harry suspiró con una pequeña sonrisa. Daba igual las cosas por las que pasaran: Luna nunca dejaría de ser Luna.

—Cierto.

Estaban llegando a la Mansión. En un inicio, el plan era entrar montados en escoba, pero concluyeron que aún no dominaban del todo el hechizo desilusionador para que funcionara bien en el cielo y necesitaban entrar de forma disimulada.

Harry se mordió las uñas, aún pensando en lo que Luna había dicho.

—¿Estás segura de que no sabrán que estamos aquí? —volvió a preguntar. Ella asintió.

—No deberían, casi nadie es capaz de sentir estas cosas —explicó con simpleza—. Ah, quizás por eso la gente no puede ver a los torposoplos.

Harry suspiró otra vez, aceptando la explicación. Luna sentía las auras mágicas y las energías, pero era cierto que la mayoría de las personas no tenían esa habilidad, menos reconocer a quién le pertenecían. McGonagall le había dicho que era algo extraño y que solía darse en almas con afinidades para la medimagia.

Bueno, de todas formas, sería mejor para Harry si la gente sintiera que seguía vivo.

Sacudiendo la cabeza y caminando por unos largos minutos, llegaron al terreno.

Ingresar a la Mansión Ryddle no fue mucho problema. Romper con sus protecciones era pan comido comparado con lo que tuvieron que hacer con las barreras que daban al mundo muggle. Y extrañamente, no estaba tan vigilada cómo habían pensado que estaría.

Esa tuvo que haber sido la tercera señal.

Harry recordaba haber estado allí de forma muy vaga, casi cuatro años atrás a través de sus sueños, pero en realidad no era lo mismo, ni de cerca. La vivienda era pequeña comparada con la Mansión Malfoy, sin embargo, aún así era más grande a lo que Harry estaba acostumbrado en la vida. Tenía un gran salón en el primer piso y pocas habitaciones, la escalera daba a un segundo piso con un gran pasillo y cinco cuartos. Si tenían que encontrar algo, no se demorarían mucho en encontrarlo.

Así que comenzaron a buscar.

Se dividieron en grupos de tres. Aberforth, Maia y Ginny. Ron, Hermione y Harry. Y McGonagall, Kingsley y Luna. Harry apartó a Ginny una décima de segundo antes de perderla de vista, tomándola de la mano con fuerza.

—Ten cuidado —le dijo, entrelazando sus dedos. Ginny le dedicó una media sonrisa. Aún se notaba que quería discutir con él cuando volvieran al cuartel, pero no dijo nada, solo asintió.

—Siempre lo tengo.

Harry suspiró, mirándola a los ojos.

—Lo digo en serio. Necesito que vivas.

—Tú eres el que pasa jugando con la muerte —dijo ella, aún con la sonrisa intacta. Harry le dio una sola mirada de advertencia, haciendo que su novia suspirase—. Lo tendré.

Harry asintió, dejándola ir.

—Mantente viva.

—Lo haré.

Entonces se separaron.

No tenían mucho tiempo antes de que notaran que estaban allí. Harry ya lo sabía, no sería ninguna sorpresa que se dieran cuenta. Aunque esperaba, ilusamente, que aquello demorara lo máximo posible. O que no pasara en absoluto.

Diez minutos después de irrumpir en la Mansión, sus esperanzas se desvanecieron.

Harry estaba buscando en un escritorio... algo, cualquier cosa, cuando una bomba explotó en el piso de abajo, en el patio, y por la ventana notó cómo un humo negro comenzaba a rodear la casa.

Y el pánico se difundió.

—¡Rápido! ¡El encantamiento burbuja! —La voz amplificada de McGonagall se oyó por todas las paredes de la Mansión, alertando también así a los Mortífagos.

Harry conjuró el hechizo sobre sí mismo casi sin pensarlo, mirando al otro lado del pasillo como Maia y los demás ya lo llevaban puesto.

Reconoció la bomba que habían tirado entonces, era conocida como la Muerte Negra: si entraba en contacto con tu rostro, específicamente con tus vías respiratorias, tu sangre comenzaba a hervir. Te hacía expulsar escupitajos sanguinolentos, tus extremidades comenzaban a tornarse negras y morían, casi como si te las hubieran cortado. Bubones negros nacían en toda la piel, que cuando crecían lo suficiente, explotaban, despediendo un olor pestilente y asqueroso. La etapa final de la muerte era el desangrado por cada orificio disponible.

Afortunadamente, los efectos se acababan una vez que el polvo de la bomba se disolvía, que no duraba más de diez minutos. Era difícil de hacer, si algo indicaba que en la mayoría de las veces solo tiraban una sola. Harry había visto morir gente por ella y era un espectáculo doloroso, cruel... un espectáculo que aún lo perseguía en pesadillas.

Corrieron de vuelta al primer piso para así reunirse con los demás. Luego hablarían de qué habían encontrado o no. La misión ya había valido la pena por el solo hecho de que ahora sabían que podían salir al mundo muggle a buscar suplementos, e incluso esconderse allí cuando fuera necesario.

Entonces comenzaron a salir.

Debían hacerlo antes de que entraran a la mansión, tenían muchas más probabilidades de escapar, o ganar incluso, si estaban en campo abierto. Era seguro que los Mortífagos los superaban en número. Y no se equivocó, mientras ellos eran siete, los Mortífagos eran alrededor de quince, y si el símbolo en el cielo y la forma en la que tomaban su Marca indicaba algo, era que prontamente llegarían más.

Harry tragó en seco, tratando de encontrar vías de escape al instante que llegó al patio. Los Mortífagos rodeaban la reja de la entrada, pero eso no quería decir que Harry y los demás no podían convocar las escobas al otro lado de la barrera en un momento dado y así irse. Solo debían encontrar una distracción, o dar la pelea suficiente para que pudieran cerrar las protecciones y perderse en el mundo mágico sin que les atraparan. Harry gritó que se pusieran en posición y aguardó.

Entonces comenzó a atacar.

Harry conjuró Diffindos en todas las direcciones que pudo, viendo así como hacían cortes profundos en sus oponentes, e incluso cortaba algún que otro dedo. La primera vez que lo había hecho no fue capaz de dormir. Luego de la décima ya se había acostumbrado.

—¡Protego!

Luna a su lado era mucho más apegada a los hechizos defensivos que a los ofensivos, aunque había estado al borde de matar más de una vez. Hermione trataba de usar Expelliarmus todavía y cosas que no causaran tanto daño. Aún no había visto a ninguno de ellos, a ninguno excepto por Kingsley, usar un Avada Kedavra. Matar a alguien con magia negra.

Harry tuvo que haber sabido que en la guerra, era imposible salir con las manos limpias.

—¡Bombarda!

Apenas fue capaz de lanzarse un escudo encima cuando vio cómo la maldición iba directo hacia donde Aberforth se encontraba junto a Maia. El hombre empujó a la chica lejos, así salvándola y recibiendo todo el impacto del fuego. Fuego que no solo le golpeó, si no que hizo que la burbuja en su cara reventara y el restante del polvo de la Muerte Negra entrara por sus fosas nasales.

Harry contuvo la respiración, viendo cómo Aberforth caía de rodillas, y los horribles efectos de la bomba comenzaban a matarlo. Los bubones negros explotando con líquido amarillo y negro, la sangre bañando su cuerpo.

Ahuyentando el picor de sus ojos y las ganas de vomitar, Harry siguió luchando. No tenía tiempo para llorar su muerte. Aberforth no era el primero en morir en batalla, ni tampoco sería el último. Debía concentrarse en que el número no aumentara de forma innecesaria.

Una luz verde le rozó el brazo, haciéndolo caer hacia la derecha. Harry devolvió un Expelliarmus, sintiendo la varita del Mortífago volar hasta su mano. En esos años los Mortífagos todavía usaban sus máscaras, así que Harry no tenía idea de quiénes eran en realidad, y viceversa; pero si Harry debía inferir algo, era gente más inexperta que de costumbre, o la Orden había ganado más práctica luchando.

Harry vio, con el corazón en la garganta, cómo la burbuja de Luna se reventaba también, pero afortunadamente nada sucedió. El polvo que estaba en el aire se había disipado al fin, por lo que al menos aquello ya no era un problema.

Aberforth. Aberforth ya no podrá saberlo. Si te hubieras esforzado más. Si hubieras reaccionado antes-

—¡Cruenta caecitas!

El grito de McGonagall cortó el aire en ese instante de manera desgarradora. Harry se giró, notando cómo se agarraba el ojo izquierdo del que no paraba de brotar sangre gracias a la maldición que le había caído. El azabache tragó la bilis de su garganta conjurando un escudo que la protegiera mientras se recuperaba, y hacía algo para evitar que la maldición continuara haciendo daño.

Bastó ese segundo de desconcentración para que un Diffindo por poco le rebanara el cuello a él.

Harry tembló del dolor y se apuntó a sí mismo, murmurando el hechizo de curación. No sabía qué tan grande había sido la herida, pero era grande. Era tan grande que sentía el corte estrecharse por el cuello. Lo había cerrado de forma temporal, pero debían salir de ahí en menos de diez minutos, o terminarían todos heridos.

Muertos.

—¡Retirada! —gritó, para hacerse escuchar por encima de la gente—. ¡Accio escoba!

El corte sangraba con cada palabra que decía, y más aún cuando se movía. Harry hizo una mueca, llevándose una mano hasta el cuello y manteniéndola allí, sin dejar de atacar. La escoba cayó a sus pies. Bien. Bien, saldrían de ahí. Se montó en ella casi sin pensarlo, viendo cómo a su alrededor todos lo imitaban.

Todos menos Ginny.

Harry se volteó a exclamar que se subiera ya a la suya, que tenían que salir de ahí rápido. Notó cómo Kingsley ya había emprendido el vuelo, llevándose el cuerpo de Aberforth consigo mientras se hacía invisible con el hechizo desilusionador. Harry comenzó a temblar, queriendo que Ginny saliera de ahí rápido. Con él.

Pero Ginny no podía.

Maia estaba sujetándola con fuerza, impidiendo que se subiera a la escoba. Harry estuvo a punto de gritarle que conjurara la suya, que la dejara ir o iban a morir las dos, cuando notó la mirada de la mujer.

Maia lo estaba mirando, y una sonrisa maquiavélica adornaba sus labios.

—¿Maia? —exclamó Ginny, cuando sintió cómo la varita ajena iba directo a su cuello.

Harry esquivó un Avada, mientras conjuraba un escudo lo suficientemente potente para que resistiera todo los hechizos que iban hacia él excepto el mortal. El pánico se apoderó de sí.

Los Mortífagos comenzaron a rodear a Maia, tratando de capturarlo desde el suelo. Harry se estaba alejando de la reja, descendiendo hasta el patio, hasta donde estaba la pelirroja. Ellos formaban una línea y rodeaban a Ginny, dispuestos a capturarlo cuando Harry estuviera lo suficientemente cerca.

Era una trampa.

Todo había sido una trampa.

—Oh, oh, Potter... —llamó Maia, arrastrando a Ginny más lejos de su alcance—. ¿Tienes miedo?

Maia le quitó la máscara a Ginny, arrojándola lejos, y enterró más su varita en el cuello de esta. Todo rastro de chica dulce y desprotegida había abandonado su semblante, siendo reemplazado por amargura y burla. Harry se encontraba desesperado, intentando llegar a Ginny, sin ser capaz de procesar aún la traición.

Los labios de su novia se movieron, e incluso a la distancia, Harry supo lo que decían.

—Maia...

—Ginevra, no creas que no me duele hacerte esto. Fuiste tan linda, tan útil... —dijo ella riéndose—. Creíste cada cosa que te dije.

A lo lejos, Harry oía los gritos frenéticos de sus amigos, preguntando por qué no se movía y exigiendo que llegara hasta ellos. Pero Harry no podía. Harry no podía irse sin Ginny. No.

El sol se apagaría.

—¿Por qué? —dijo la pelirroja, y él podía sentir el dolor en su voz. El desgarrador sonido de la traición comiéndole las entrañas.

Ginny la había cuidado, la había protegido. Harry apostaba a que la había llegado a amar. Aquello debía ser peor, peor que cualquier cosa. Hizo que su corazón se encogiera dentro de su pecho.

Maia sonrió.

—Porque van a perder —respondió con simpleza—. Porque necesito asegurarme un puesto en el bando ganador. Por eso.

A Harry le importaba una mierda las razones por las que era una arpía asquerosa y los había traicionado. Lo importante es que lo había hecho. Los había llevado hasta allí para hacerlos morir, y Harry se iba a encargar de que lo lamentara cada día por el resto de su vida.

—Porque aquí está Selwyn —completó Maia, con una sonrisa escalofriante.

Harry reconoció el nombre. Era el cabrón que había asesinado a Hedwig. Aferró su varita, conjurando un Diffindo hacia un Mortífago que no se cansaba de lanzarle maldiciones, y cortó su mano.

Bien. Eso le daría un poco más de tiempo.

—Todo fue una mentira, todo- —oyó cómo decía Ginny.

—No, no todo. Ellos realmente me querían matar porque fallé en entregarles a Merula, y yo necesitaba otra prueba, algo más que darles —explicó Maia, como quien le explica algo a un niño—. No sabía que Potter estaba vivo, ¿pero qué mejor que el Elegido cómo recompensa?

Harry trató de acercarse más bajando en su escoba al suelo, a medida que los Mortífagos se reunían alrededor de Maia y comenzaban a apuntarlo. Cada vez era más difícil mantener el escudo. Cada vez era más difícil llegar a ella.

—Suéltala —exclamó, esquivando otro Avada Kedavra.

Maia rio, como si verdaderamente le hubiera contado un buen chiste.

—¿Oh? ¿Qué fue eso? No, Potter, tú no das las órdenes aquí —dijo, para luego empujar a Ginny, haciendo que quedara de rodillas y apuntando su varita hacia ella—. ¡Crucio!

La pelirroja bramó, mientras comenzaba a sacudirse en el piso. Harry sintió el nudo de su estómago hacerse más grande.

—¡Ginny!

—Me gustan sus ojos bonitos, ¿te gustan a ti? —preguntó Maia al aire, haciendo caso omiso a cómo Harry trataba de acercarse—. Creo que debería quedarme uno de regalo.

La tomó del pelo para revelar su cara. Ginny trató de luchar una vez que el Crucio había sido levantado, pero estaba demasiado débil, demasiado-

—¡No! —gritó Harry, cuando vio cómo Maia se sacaba una daga de la túnica.

Ella se acercó a Ginny, ignorando el conjuro aturdidor de Harry que rebotó contra el Protego que tenían encima. Harry ya no sabía qué hacer, cómo ayudarla. ¿Dónde estaba el resto? ¿Dónde...?

Ginny comenzó a gritar.

La daga estaba enterrada en uno de sus ojos.

—Maia- —trató de decirle un hombre, tomándola del brazo.

Harry sentía su magia hormiguearle las manos.

—¿Crees que el otro también lo necesite, Sel? —preguntó riendo, sin hacerle caso.

Harry lo reconoció entonces, incluso bajo su máscara. Selwyn. Selwyn, el hombre por el que Maia había hecho todo eso. Harry se concentró en él.

—¡Maia! —gritó él—. ¡Va a-!

Maia quitó su daga de la cara de Ginny.

El ojo de la muchacha estaba incrustado en ella.

Por un milisegundo, todo lo que Harry pudo hacer fue observar con horror la sangre cayendo por el bello rostro de la pelirroja. Escuchar los gritos ensordecedores. La risa maquiavélica. Harry se aferró con fuerza a su escoba, mientras el mundo se reducía a nada más que eso. A ese momento, donde Ginny raspaba su garganta gracias a los gritos y un fuego subía por su espina vertebral, prácticamente friendo sus músculos.

—Joder —intervino Selwyn entonces con hastío, quitando a Maia de en medio y apuntando a Ginny—. Expulsis visceribusDiffindo.

Y eso fue todo.

Así cómo así, el interior de Ginny fue vaciado mediante su boca, las vísceras saliendo a trompicones, mientras Harry miraba. Había un ruido a lo lejos, excruciante e insoportable. Y Harry necesitaba que se callara, que el ruido se detuviera porque estaba reventando sus tímpanos.

El ruido era su propio grito.

Eso no podía estar sucediendo, ¿verdad? Ginny le había dicho- le había dicho que estarían juntos toda la vida. Se lo había jurado, y Harry le había creído. Ella le prometió que era capaz de ganar la guerra, que era fuerte. Que ambos podían ser fuertes para siempre.

Pero Harry la vio morir.

Cómo si nunca hubiera existido en primer lugar.

Por un minuto absolutamente todo pareció quedar en silencio, y aquellos segundos fueron los más claros que Harry sintió en la vida. Una brisa le agitó el pelo, los hechizos dejaron de chocar contra su escudo, y los Mortífagos se quedaron inmóviles, viendo el cadáver de Ginny desangrarse a sus pies, degollado.

Cada momento vivido a su lado pasó por su memoria. Su primer beso. El primer partido que habían jugado juntos. Cuando la conoció. El poema que le dio en segundo año. Los mejores días de su vida a su lado. Los abrazos. Las palabras tranquilizantes.

Ginny. Ginny. Ginny.

Y la magia de Harry se volvió monstruosa.

La sintió rugir desde el fondo de su interior, mezclarse y conectarse con todo lo que había a su alrededor. El poder no era completamente suyo, pero Harry había conquistado a la muerte y respondía a él como si lo fuera.

No sabe qué sintieron los Mortífagos en ese momento, no tenía idea. Pero incluso la socarrona sonrisa del rostro de Maia se había desvanecido, y la mayoría dio un paso atrás.

Miedo.

Harry se había hecho un experto en oler el miedo.

No podía decir que no disfrutaba que todos lucían temerosos, temerosos de lo que fuera a hacerles, y que se estuvieran dando cuenta de que lo habían subestimado. Uno de ellos hasta intentó Aparecerse, pero Harry agitó la mano y se lo impidió, cortándole las piernas. Su magia subía, bajaba, y sentía hasta como el viento se movía en sintonía con él. Harry podría secar océanos, podría incendiar el agua si se lo propusiera.

El Elegido elevó la varita y la apuntó a Selwyn.

Sectumsempra.

El hechizo deshizo el escudo de los Mortífagos como si de aire se tratase.

Entonces, Harry miró con satisfacción cómo la piel del hombre comenzó a abrirse, y la túnica negra a empaparse y gotear. Selwyn se llevó las manos a la cara, quitándose la máscara, mientras nuevos cortes nacían y él trataba de detenerlos con las manos. En los párpados, los labios, el cuello, los dedos, en cada rincón de la piel, sangre brotaba. Harry sonrió, oyendo a los Mortífagos movilizarse nuevamente.

—¡No! —exclamó Maia, sujetándolo.

La ira brotó nuevamente al verla, la magia arremolinándose a su alrededor. Si no fuera por ella, Ginny... Ginny...

Ginny.

Harry apuntó la varita hacia la mujer.

Sectum-

De pronto, el moreno casi fue botado de su escoba por una fuerza descomunal.

Unos brazos fuertes lo sujetaron, y abruptamente, estaba siendo alejado de la escena. Harry intentó soltarse, pero los brazos eran inflexibles. El pánico volvió a apoderarse de él al mismo tiempo que los Mortífagos comenzaban a perseguirlos.

—¡No! —gritó, volteandose para ver a Ron, con la mirada fija adelante, una mano en su escoba y la otra en él. De todas formas intentó librarse.

—Se ha ido Harry —dijo él, con la voz extremadamente tranquila. No era natural.

Harry negó, conteniendo el grito que quería abandonar su garganta. Porque- porque Ginny... No le había dicho que la amaba, nunca se lo había dicho. No la había besado una última vez. ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué había ido? ¿Por qué la dejaron ir?

¿Por qué Harry no lo impidió?

Debió haberla obligado a quedarse. Debió hacerlo. Debió haber peleado y haber llorado y haberle suplicado de rodillas que lo escuchara.

Ginny estaría viva.

—Ginny... —murmuró mientras se alejaban. Su cuerpo seguía ahí, tendido en el pasto.

No parecía ella.

—No es ella. No es ella, se ha ido —repitió Ron, aunque parecía estar diciéndolo más a sí mismo que a Harry—. Se ha ido. Está muerta. Está muerta, Harry.

Harry quería... no sabía qué quería. Quería gritar, quería retroceder en el tiempo. Quería haber podido salvar a Ginny. Quería haber tenido cinco minutos, solo cinco minutos más con ella. Eso era todo- eso era todo lo que pedía.

Cinco minutos.

Harry cerró los ojos, sintiendo la inconsciencia y el cansancio apoderarse de él.

La barrera se cerró.

•••

Esa fue la primera vez que Harry mató a alguien.

Había deseado desesperadamente que fuera la última.

Cuando Harry despertó, lo primero que lo arrolló fue el arrepentimiento, incluso antes que el dolor de las pérdidas. El arrepentimiento de haber matado a una persona, de que había sangre en sus manos. Era tan avasallador, que llegó a sentirse culpable por eso, porque Ginny había sido asesinada, no debería estar lamentando haber cortado en trozos a ese hijo de puta. Debería sentirse feliz, aliviado. Maia sufriría su muerte, así como él lamentaba la de su novia.

Pero no era así.

Harry se mantuvo acostado por unos minutos haciendo nada más que mirar el techo, cuando notó que entraba una tenue luz por la ventana de la habitación.

Aquello lo alertó.

Porque no estaba bien. No debería haber luz. Debería estar oscuro, el cuarto debería ser más pequeño, y sobre todo no deberían haber ventanas. Porque la base estaba bajo tierra.

Harry se levantó, sintiendo el mareo atacar de golpe, y el dolor de la herida de su cuello hacerse casi insoportable. Con un quejido, tomó los lentes del mueble a un lado de su cama y se los puso, agarrando la varita también. Todos sus sentidos le gritaban que se recostara, que necesitaba descansar. El nudo de su garganta pedía a gritos ser liberado, y una parte de su cerebro solo quería hacerse un ovillo y llorar.

Pero no podía darse ese lujo.

Salió al pasillo, intentando dilucidar dónde mierda se encontraba, cuando notó cómo Hermione estaba en la baranda de la escalera, su mirada perdida en el gran salón que se erguía delante de ellos en el primer piso. Ella se giró a él, y por la mirada de su rostro, supo que quería largarse a llorar.

—Hola, Hermione.

Su amiga bajó la cara, enterrando las manos en ella y Harry se puso a su lado sin saber qué hacer. Debería abrazarla, por supuesto que debería hacerlo, dejar que llorara en su pecho; pero Harry se sentía incapaz. Sabía que una vez que cediera al dolor –al dolor punzante que se asomaba en cada músculo, en cada rincón de su persona– no pararía.

Harry no quería pensar en lo que había sucedido.

Era demasiado doloroso.

—Se... —dijo ella en medio de sollozos—. Se llevaron a Luna también.

No.

No.

No. No. No. No.

¿En qué momento? ¿Por qué? ¿Cómo nadie la vio?

¿Cómo nadie la ayudó?

Harry se agarró del borde, sintiendo cómo cada cosa en la que creía, cada sentimiento, cada esperanza, moría lentamente. Tres. Tres personas habían muerto- porque Luna no volvería. Era imposible. Habían muerto y ya nunca podría revertir lo que pasó. Y no entendía por qué, por qué ellos y no él. Habría tomado su lugar con gusto, con tal de que Luna, Ginny o Aberforth estuvieran allí.

—Oh, Harry...

Hermione fue la que lo abrazó tirándose a sus brazos, y él se dejó. Su cuerpo poco a poco perdió fuerza, al punto en que terminó de rodillas en el suelo, su amiga cayendo con él.

El nudo de su garganta era cada vez más asfixiante, y... ¿por qué? Esa era la única pregunta que se repetía una y otra vez en su cabeza.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

No supo cuánto tiempo se quedaron así, al borde de la escalera en un lugar que desconocía, Hermione aferrándose a él. Había ruido en otros lugares de la casa, pero Harry no podía... no podía existir más allá de ese abrazo. Una vez que dejara de ser fuerte por Hermione, una vez que tuviera que afrontar el mundo real, debería aceptar lo que pasó. Que Aberforth había muerto protegiendo a una sucia traidora. Que se habían llevado a Luna, y que nadie la ayudó. Que la estaban torturando en ese preciso momento y nadie podía hacer nada.

Que Ginny murió frente a sus ojos, y él no la volvería a ver. Que no volvería a escucharla reír, o a verla volar. Que no volvería a besarla, abrazarla, decirle que la quería. Que no-

—Señor Potter.

Harry levantó la mirada para ver cómo McGonagall le hablaba desde arriba. Tenía los labios apretados y tensos, sus túnicas destruidas, y un vendaje cubriéndole la mitad de la cabeza justo encima de su ojo izquierdo. Harry recordó la maldición entonces, la habían cegado de un solo ojo, y de alguna forma retorcida, deberían sentirse agradecidos de que era algo leve.

—Sígame, por favor —dijo ella.

Hermione asintió, dejándolo ir, y Harry se levantó comenzando a caminar tras ella. Las paredes del pasillo lucían viejas, y la madera crujía bajo sus pies. Aquel lugar era oscuro y muchísimo, muchísimo, más grande que la Mansión Ryddle. Harry no quiso mirar los retratos, que los observaban mientras pasaban y murmuraban entre ellos. Las ventanas estaban cubiertas de enredaderas, haciéndose cada vez más presente lo abandonada que estaba la morada.

La mujer abrió una puerta, y lo dejó pasar. Daba a un despacho. Libros viejos y cubiertos de polvo se encontraban en las repisas alrededor del escritorio, donde Harry caminó, sentándose en la silla frente a la de McGonagall.

Harry la miró entonces. Su cabello negro estaba suelto, peinado de la mejor manera posible de acuerdo a las circunstancias. Tenía las mismas túnicas que había estado usando durante la misión, al igual que él, y el vendaje de su ojo estaba manchado por sangre seca. Si no fuera por todo lo que había cambiado, Harry casi podría haber fingido que estaba en el despacho de la profesora McGonagall en Hogwarts, y que se encontraba a punto de ser reprendido por andar fuera de la cama durante el toque de queda.

Por un momento, ninguno dijo nada.

—Esta es la Mansión McGonagall —habló ella al final. Harry dejó salir el aire que estaba reteniendo en sus pulmones de forma inconsciente y asintió, sin comprender a qué venía aquello—. Será una nueva base.

Harry volvió a esperar a que le dijera por qué le estaba diciendo eso a él. Tenía dieciocho, aún ni siquiera cumplía los diecinueve, no se suponía que él tenía que estar ahí. No se supone que él tendría que estar luchando. Que tendría que estar sufriendo por la muerte- por la muerte-

—Conservaremos la principal, pero gran parte de la gente, para convivir, creo que deberá mudarse hasta acá —siguió ella—. Hay cuartos suficientes para todos, de sobra incluso, hay-

—Disculpe, profesora McGonagall —la interrumpió Harry, con una voz tan distante, que parecía pertenecer a alguien más—. No entiendo en qué me incumbe todo esto.

Ella alzó una ceja. Harry recién ahí notó que no llevaba lentes, sus lentes característicos. Parecía ridículo verla así. Toda esa situación le parecía ridícula.

—Le incumbe —dijo la mujer—, porque usted será el guardián del Fidelius.

El aliento se congeló en su garganta.

—No.

McGonagall suspiró, cómo si se esperara esa respuesta y de todas formas había tenido la esperanza de no obtenerla.

—Tu magia... tu magia, Potter- —comenzó a decir, interrumpiéndose a sí misma. Negó, enfocando su único ojo en él—. Tienes mejores oportunidades de sobrevivir que el resto.

Aquello fue como un golpe en el estómago.

—No —repitió.

La impotencia se apoderó de él al instante. No quería que eso fuera verdad. Necesitaba que eso no fuera verdad. ¿Qué clase de vida era eso? ¿Estar condenado a ver morir a cada persona que le importaba, porque era más improbable que él lo hiciera?

¿Por qué?

—No, no voy a ser el guardián porque- porque se han rendido- —intentó decir, pero fue interrumpido.

—No nos hemos rendido —espetó McGonagall con dureza—. Rendirse es una falta de respeto para los que han muerto. Esto es ser realistas.

El moreno volvió a negar, apretando los puños hasta que las uñas se enterraron en su palma. No era justo. No era jodidamente justo.

¿Desde cuándo tu vida lo es?

—No quiero serlo —dijo, cerrando los ojos. No sabía del todo por qué lo decía. McGonagall volvió a suspirar.

—Potter...

—No quiero —repitió, cortándola—. No quiero tener que sobrevivir. No quiero tener que verlos morir. No-

—Estamos en guerra —dijo ella, con severidad—. La gente va a morir quieras o no, y no podrás hacer nada para impedirlo.

—Pude haber impedido esto. Pude-

—¿Podías? —preguntó ella de forma escéptica, entrecerrando los párpados—. Eres poderoso, pero eso no te hace omnipotente. No tenías forma de ver el futuro y no tienes control en la vida de los demás.

—Pero maté a alguien.

Casi se echó a reír. Sonaba hasta delirante. ¿Él? ¿Él, matar a alguien? ¿El Elegido? ¿El Niño Dorado? ¿La persona que todo el mundo anhelaba admirar y tomarlo como un símbolo del bando de los "buenos"?

Había conjurado un hechizo que partía por la mitad a su oponente, un oponente que no lo había visto venir. Lo había hecho, y había mirado, y luego lo había intentado una vez más. No era la primera vez que lo hacía.

¿En qué clase de persona lo convertía eso?

—Decidí sobre la vida de alguien más —dijo, parpadeando.

Y lo disfruté.

Harry le mantuvo la mirada a McGonagall, pero su mente estaba en otra parte. Él había acabado con la vida de alguien. Podría ser la peor persona, la peor persona en la historia de la humanidad, y aún así esa vida no era suya para decidir. No le correspondía a él, no era su decisión, no lo era. Daba igual lo que se quisiera decir a sí mismo.

Matar a alguien te convierte en un asesino.

Quieras o no.

—Potter... —habló McGonagall con voz débil.

Harry desvió la mirada hacia la mesa, comenzando a apretar sus muslos y tratando de regular su respiración. Podía oír el tintineo de los objetos agitándose por culpa de su magia, la magia que había en el aire que sin siquiera quererlo, respondía a él.

—No debimos haberles hecho creer... —murmuró de repente la mujer, más para sí misma que para Harry, mientras sacudía la cabeza. Luego enfocó sus mirada en él, aunque Harry no la veía. La sentía—. Estamos en guerra. Tienes que aprender esto- Potter. O son ellos, o somos nosotros. No hay justificación para asesinar a alguien, no la hay. Excepto la defensa propia, pero eso jamás- jamás te va a hacer sentir menos culpable. Tienes que aprender a vivir con esto.

Harry se encogió en su lugar, mientras esas palabras se repetían en bucle. Deseaba que lo dejaran solo. Quería que lo dejaran tranquilo. Quería que la guerra acabara. Quería- quería... quería morir. Así podría descansar, así podría- podría ver a la gente que amaba-

Eso no es justo. Ron y Hermione no lo superarían, si no estás.

Ron. Piensa en Ron. Ha perdido dos hermanos luchando por ti. No está en tu jurisdicción quitarle a alguien más. No mereces decidir sobre tu propia muerte.

—Tendrías que estar mal... mal de la cabeza —prosiguió ella, ajena a los pensamientos de Harry—, para matar a alguien, y que no te afecte. Pero- pero no será la última vez.

Aquello se pegó en su cerebro y ardió. Ardió porque era verdad, y no quería. No quería volver a sentirse de esa forma en lo que le quedaba de vida.

Harry se reclinó en su asiento, sus ojos fijos en la mesa.

—No será la última vez, y va a joder siempre, Potter —dictaminó McGonagall, la voz firme temblando un poco. Era la primera vez que la escuchaba maldecir—. Pero tienes que asegurarte de que tenga un significado. El mundo es así. La guerra es así. Y no es justa. No es justa. O eres al que le apuntan la varita, o eres el que la sostiene. No hay más.

No hay más.

O eres la víctima, o eres el victimario.

El mundo era una mierda, el mundo era una puta mierda y Harry lo había aprendido a la mala. ¿Siempre sería así? ¿Tendría que vivir el resto de su vida sabiendo que, o sería el verdugo, o la víctima?

No hay más.

—No puedes dejar que te carcoma —McGonagall parecía tratar de convencerse a sí misma. Todos querían creer lo que decían, después de todo—. Es necesario- Potter. Potter, mírame. —Harry se negó, pasando una mano por sus párpados para ahuyentar las lágrimas. McGonagall se inclinó hacia adelante en el escritorio—. Harry. Harry, mírame.

Le obedeció.

La mujer tenía una mirada casi frenética, pero estaba segura. Estaba convencida. Harry se sintió incapaz de desviar sus ojos.

Ella puso una mano encima de la madera, golpeándola.

—Es necesario.

Harry no dijo nada. No podía decir nada. Las palabras parecían haberlo abandonado, y todo lo que estaba sucediendo, todo lo que había pasado, todo lo dicho, se repetía una y otra vez en su mente, haciéndole doler la cabeza.

Soltó un sollozo ahogado.

—Tenemos que aprender a vivir con esto. Aunque no sea justo.

Tenemos que aprender a vivir con esto.

Entonces McGonagall hizo la cosa más extraña.

De pronto, se levantó de su lugar, y envolvió sus brazos alrededor del cuerpo de Harry. No como Hermione lo había hecho, deseando buscar consuelo en su mejor amigo, sino de una forma maternal. De esos abrazos que daba la Señora Weasley, años atrás, que decían que todo estaría bien aunque no pudieran prometerlo. Aunque no pudieran saberlo.

Y Harry se dejó abrazar, con la desolación apoderándose de él, y cuando ya no pudo retenerlo más, empezó a llorar, sin detenerse. Unos ojos cafés presentes en su memoria y el aroma floral impregnado en sus fosas nasales. Una risa armoniosa, que lo envolvía y lo tranquilizaba. Los gritos llegando a sus oídos, la sangre, la traición, la muerte. Y Harry lloró, y gritó, y quiso quitarse la piel para poder sentir algo más que aquel dolor cegador que tenía en el pecho.

Y casi pudo fingir que quien lo abrazaba, era otra persona.

Desde ese día, decidió que haría lo que fuera necesario para ganar la guerra. Lo necesario.

Sin importar quién cayera.

Notes:

en caso de que se lo pregunten... no, no maté a Ginny por el Drarry JAJAJAJAJA. Yo la quiero mucho, es uno de mis personajes favoritos, y en el inicio no moría, pero luego me pareció un poco irreal que todos lleguen vivos e intactos hasta el final; además de que creo que es una parte importante para la personalidad que desarrolla Harry con el transcurso de la guerra, cómo cambia su percepción del bien, el mal, y la moral.

No sé, lo siento si les dolió(? Pero en realidad no lo siento JSJSKDDKD.

Btw, MUCHAS GRACIAS POR LEERME!! de verdad, no tienen idea de lo feliz que me hacen, me motiva muchísimo a seguir saber que les está gustando<333

Chapter 7: Capítulo 4: Conversaciones y Obliviates

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Draco permaneció despierto en su cama por lo que parecieron horas, sus ojos fijos en el techo y su mente en otro lugar.

Porque jodida mierda.

Harry Potter.

No podía dilucidar con claridad qué le hacía sentir esa revelación. Era demasiado para saberlo. Draco había ido con Theo pensando que lo llevaría a los insulsos amigos de Potter que continuaban luchando en su memoria. No esperaba... no esperaba verlo a él.

Casi ocho años desde que había muerto ese día en el Ministerio, y Draco recién se estaba enterando de que todo fue una farsa. Y debería sentirse agradecido, sabía que había una profecía que involucraba tanto al Señor Tenebroso como a Potter, y que el "Elegido" sería el único que podría acabar con él, o al menos eso se rumoraba años atrás. Que Potter continuara vivo quería decir que esa opción era posible, que tenían una posibilidad de que la profecía se cumpliera. Draco debería sentirse hasta aliviado.

Pero solo estaba completamente enfurecido.

Lo había visto morir. Draco mintió por él en la mansión porque no deseaba que Voldemort ganara la guerra. Draco lo salvó a último momento de no ser asesinado por Crabbe y Goyle. Draco tuvo la esperanza de que incluso luego de la masacre que había resultado la batalla final, la Orden y la gente "buena" resurgiera y le salvaran a todos el trago amargo de ese mundo gris que habitaban. Pero eso no pasó, y una vez que el Señor Tenebroso se proclamó vencedor, Draco tuvo que adaptarse para sobrevivir. Draco tuvo que seguir sus pautas y sus métodos para ayudar a su madre, para recuperar su familia. Había estado haciendo esos ocho años cosas- cosas horribles porque creyó que no quedaba de otra. No había de otra. Y resultaba que sí, que todo el tiempo... Pudo haber cambiado. La historia podría ser distinta.

Si hubiera sabido, las cosas habrían sido distintas-

O tal vez no. Tal vez nada sería diferente.

Draco se giró bruscamente en el colchón, la rabia comiéndole por dentro.

Y luego Potter iba y tenía el descaro de decirle todas esas cosas, juzgando como juzgaba todo, el imbécil narcisista, separando las cosas entre buenas y malas. Entre negro y blanco. Bueno, algunos no nacieron jodidamente perfectos y buenos, sin posibilidad de cometer errores. Algunos nacieron en las sombras, creciendo para no ser más. Algunos nacieron para que el resto destacara-

Draco dejó salir un suspiro frustrado, y entonces se concentró en lo que se había enterado acerca de su madre.

Narcissa sabía algo, y la Orden creía que tenía que ver con Nagini. Quizás, era dónde estaba metida la serpiente, después de todos esos años. ¿Pero cómo su madre podría saber algo como aquello? ¿Y por qué? ¿Por qué estaría enterada, y por qué era tan importante? ¿Cómo era que esa serpiente asquerosa podía ser tan vital en todo ese asunto? Draco había estado tan feliz cuando se dio cuenta de que había desaparecido, o que incluso había muerto durante la Batalla; que no tendría que ver de nuevo cómo comía gente... pero resultaba ser que aparentemente seguía viva, y que tanto la Orden como el Señor Tenebroso estaban buscándola fervientemente.

Y su madre sabía dónde estaba. Y guardó el secreto. Y murió por ello.

¿Por qué?

Bueno, no es como si pudiera preguntarlo. Potter y el resto jamás se lo dirían.

Su cabeza retumbó, el dolor cortando sus sienes.

Mierda. Necesitaba dormir.

Prefería eso, en todo caso. Prefería ocupar sus pensamientos con la Orden, la interrogación, el Juramento, con el maldito Potter y la jodida Nagini, en vez de hacer caso a lo otro que rondaba su cabeza. Al fantasma que lo atacaba de pronto cuando bajaba la guardia. La voz de una mujer pidiendo que la dejara ir.

No, Draco no podía pensar en eso.

Era demasiado doloroso.

Volvió a girarse, esa vez de vuelta al velador y tomó la poción para no soñar que había allí, embutiéndosela mientras arrojaba el frasco contra la pared. "Narcissa habría querido que durmieras, Draco". Bueno, le iba a dar en el puto gusto, pero no pensaba cerrar los ojos y ver las caras que lo atormentaban cada vez que no tomaba algo para evitar las pesadillas.

Los ojos vacíos de Eric, por ejemplo.

Eric.

Draco trató de ahuyentar el nudo que se formó en su garganta de inmediato.

No había pensado en él en un largo tiempo. La verdad era que Draco no pensaba en las cosas que eran importantes. Las enterraba en lo más profundo de su ser y esperaba que nunca más salieran a la superficie. Y de alguna forma, las memorias siempre hallaban una manera de surgir. Durante el interrogatorio, el nombre del chico había salido y la comadreja lo acusó de mentir. De mentir acerca de Eric.

Draco no podría hacer eso.

Y estaba la promesa. La jodida promesa. El ojigris no había recordado eso. Ojalá nunca la hubiera hecho. Pero ahí estaba, tan patente como el primer día, y tan desgarradora como siempre.

"Así mi muerte tendrá significado", había dicho Eric.

Otra persona a la que le había fallado.

Draco quería gritar. Quería gritar, huir y olvidarse de ese mundo de mierda que no valía la pena. No lo valía. No valía las muertes. No valía las torturas. No valía la vida de su madre. No valía la cordura de su padre. No valía la muerte de Eric. No valía nada. Estaría mejor si todos fueran destruidos. Si absolutamente todos murieran- dejaría de doler.

Draco cerró los ojos con fuerza, y se giró una última vez.

No demoró en caer dormido.

•••

Esa noche, no descansó mucho.

Y al recibir la visita del día siguiente, supo que durante todo el día tampoco lo haría.

Ver al Señor Tenebroso nunca dejaría de ser menos impresionante y escalofriante a la vez. Draco había aprendido eso.

El paso de los años lo había hecho tan poco parecido a un ser humano que a veces dudaba que alguna vez lo hubiera sido. Su boca abarcaba poco más de la mitad de sus mejillas, sus ojos se habían vuelto completamente rojos, sin el blanco que una persona tendría normalmente. La nariz nunca estuvo allí en primer lugar, pero todos esos rasgos combinados con los nuevos que había adquirido –cada uno de sus dientes afilados como colmillos, amarillos y casi pudriéndose– le hacían asemejarse a uno de los monstruos de los que su madre le hablaba cuando era pequeño.

Salvo que era real.

Y estaba ahí.

Cuando el Señor Tenebroso entraba a un lugar, se sentía. Draco siempre había podido ver y sentir la magia de las personas, aunque la mayoría del tiempo no podía determinar a quién pertenecían. Pero desde que lo conoció a él, era capaz de ver la magia negra que lo rodeaba: un aura oscura que se levantaba como tentáculos, dispuesto a asesinarte moviendo un solo dedo. Provocaba que tu cabeza doliera, que apretaras los dientes para soportar la forma en que tu piel percibía su poder. Era- era atemorizante.

Draco perdió el miedo a bastantes cosas, la verdad. Cuando era nada más que un adolescente había temido a prácticamente todo. Había llorado por cobardía. Había sido incapaz de torturar sin una varita apuntando a su sien. Pero a medida que los años pasaban se sentía cada vez más y más entumecido. Más y más capaz. Su voz no flaqueaba si tenía que conjurar un hechizo que te hiciera confesar, mientras tus extremidades se cortaban y luego crecían de nuevo a los pocos minutos para así repetir el proceso una y otra vez. Tuvo que adaptarse. Tuvo que hacerlo.

Voldemort era una de esas cosas a las que no había dejado de tenerle miedo.

No al punto de cuando tenía dieciséis y ese desconocido había llegado a su casa, marcándolo y ordenándole, pero sí podía sentir cómo sus manos temblaban y su estómago se apretaba del nerviosismo, temeroso de decir o hacer lo incorrecto. Eso le sucedía cada vez que lo veía. Era imposible no hacerlo si es que tenías cerca al Lord y sus ojos te miraban de frente.

Aunque en ese momento, lo único que Draco podía sentir era ira.

Una ira avasalladora, que le hacía querer cosas horribles, verlo morir de las formas más horripilantes que existían. Quemado. Disuelto en ácido. Gritando y llorando y suplicando. El Lord era poderoso, pero no era inmortal. Debía ser capaz de morir de una forma u otra.

Draco la iba a encontrar.

El Señor Tenebroso entró al salón donde Draco ya lo esperaba después de haber sentido su presencia en las protecciones de la Mansión, poco después de haber desayunado. No sabía qué estaba haciendo allí, pero se hacía una idea; en el Mundo Mágico las noticias volaban, y aunque uno quisiera creer lo contrario, era prácticamente imposible guardar un secreto.

Draco agachó la cabeza cuando la puerta se cerró, evitando hacer contacto visual. Al Señor Tenebroso no le gustaba, creía que era demasiado para que la gente lo mirara sin su autorización, para que le hablaran sin haberles concedido la palabra. El Lord avanzó hasta posarse frente a él, con esa varita entre sus dedos, la que nunca soltaba. Eran del mismo porte, pero cualquiera que se pusiera al lado de Voldemort parecería insignificante.

Sus ojos rojos se mantuvieron encima suyo por un minuto entero.

Entonces dijo:

—Buenas tardes, Astaroth.

Draco ya no reaccionaba frente a ese nombre como saltaba los primeros meses luego de que fuera apodado. La mayoría de la gente lo decía para honrarlo, como señal de respeto o temor. La única persona que parecía darse cuenta de lo mucho que lo disgustaba, era Greyback. Él se lo recordaba con burla, se reía. Draco no podía permitir eso, por eso reaccionaba y atacaba.

Tenían que respetarlo por las buenas, o por las malas.

—Buenas tardes, Señor —respondió con cautela.

El Lord se paseó a su alrededor, aún estudiándolo, como si pudiera escuchar lo que pasaba dentro de su cabeza o creyendo que conseguiría alguna pista de esa forma. Draco se obligó a mantener los ojos en el suelo.

—Espero que te estés recomponiendo —le dijo, no había un ápice de suavidad o sinceridad en su tono.

Draco apretó la mandíbula, aunque la relajó al instante. Siempre había pensado que una de las cosas más desesperantes de el Señor Tenebroso era eso: esa falsa cortesía y educación. Ese falso encanto. Podía decirte que te cortaría la lengua, y aún así te trataría de "usted" mientras lo hacía.

Lo hizo enfurecer más.

Se obligó a calmarse.

—Así es —respondió Draco con tono neutral.

El Señor Tenebroso no respondió a eso. No le deseó buenaventura o su pésame. Draco no esperaba que lo hiciera, sonaba hasta ridículo, pero lo agradecía profundamente. No tenía idea de qué sería capaz, sabiendo que él era precisamente el responsable de lo que le sucedió a su madre. Y de que su padre... que su padre-

—Bien —dijo entonces el Lord e hizo un gesto con sus dedos que Draco vio por el rabillo del ojo. Quería que lo mirara. Contra todos sus sentidos, Draco lo hizo, descubriendo esos ojos horribles y el semblante calculador—. Macnair ha venido ayer y me ha dicho que no estabas en casa. ¿Puedo preguntar dónde has estado?

Draco se obligó a calmarse, a pensar con la mente fría mientras reprimía el impulso decirle la verdad para que le ardiera en la puta cara el hecho de que lo sabía todo. No, no podía hacer eso, Draco no era un estúpido. Tomando una honda respiración, reprimió un bufido y cayó en cuenta recién de lo que el Lord había dicho.

Cómo si pudiera negarse a su pregunta.

Fingió ponerse nervioso, felicitándose por la facilidad en que sus mejillas se tornaban rosadas. Abrió la boca un par de veces, mientras finalizaba mordiéndose el labio.

—Yo... —dijo, en voz baja—. Estaba con Theodore Nott.

El semblante indiferente del Señor Tenebroso no cambió, pero para Draco no pasó desapercibido cómo las comisuras de su boca se iban hacia abajo con desagrado, aquellos extraños prejuicios atacándolo.

Él no pertenecía a ese mundo, tuvo que recordarse, no lo hacía. Había escuchado años atrás a su padre y su madre murmurar la posibilidad de que el Señor Tenebroso no tuviera la ascendencia que decía tener, y a Draco se le quedó grabado en la memoria, aunque jamás él ni nadie lo había dicho en voz alta. Era algo en lo que no paraba de pensar, y que reafirmaba cada vez que debía darle un consejo acerca de la sociedad en la que vivían; o cuando el Lord veía extrañas o repugnantes las relaciones entre dos hombres o dos mujeres. Eso no era algo natural en el mundo mágico, sentir asco por ese tipo de cosas. Solo le pasaba a los que tenían ascendencia muggle.

El Señor Tenebroso retornó las manos al frente.

—¿Si? —cuestionó, volviendo al tema. Draco no se movió—. ¿Con Theodore Nott?

—Sí.

El Señor Tenebroso levantó la varita, y la apuntó hacia él.

—Veamos, entonces.

Ese fue el único aviso que tuvo, cuando Voldemort ya estaba dentro de su mente.

Draco ahogó una exclamación, manteniéndose lo más sereno posible para evitar echar al Señor Tenebroso de su cabeza. El Lord no tenía compasión o delicadeza, avanzando por los lugares más recónditos de su mente como una daga cortando carne. Dolía, dolía como un infierno, y si hubiera sido más débil, Draco pudo haber llorado, porque se sentía como si estuvieran prendiendo fuego a sus sesos y destrozando su sanidad. Pero no podía decir nada, no podía mostrar debilidad. Tuvo que obligarse a apretar los dientes y mantener la conexión.

Draco no podía empujarlo fuera tampoco, no podía levantar las barreras de Oclumancia, porque sabía lo sospechoso que sería. Cómo se vería. Sabía que lo que sea que anduviera buscando lo encontraría de una forma u otra, y que a pesar de que Draco era un poderoso Oclumante, no podía ocupar su habilidad. No contra el Señor Tenebroso.

El Lord avanzó por las memorias de los últimos días, mientras Draco veía la conversación con Pansy suceder frente a sus ojos. No podía mostrarle algo de su juventud, el Señor Tenebroso sabría que era una manera de desviar la atención de lo que verdaderamente buscaba. Tampoco podía inventarse un recuerdo, sería bastante notorio. Así que en su lugar, Draco pensó en cosas reales. Ocupó el recuerdo real de él llegando a la Mansión Nott, el recuerdo real de Theo esperándolo en la entrada, y luego pensó en otros encuentros que ambos habían tenido. Encuentros reales. El Lord jamás podría distinguir si eran del mismo día o no. Eso esperaba.

Las memorias pasaban una y otra vez, de adelante hacia atrás, como si el Señor Tenebroso estuviera escaneando algún defecto que delatara que Draco estaba mintiendo. Se resumía a Theo besándolo. Theo acariciándolo. Theo cayendo de rodillas mientras lo tomaba en su boca. Draco no sentía vergüenza de que el Señor Tenebroso lo estuviera viendo. Sabía que le disgustaba, así que trató de mantener los recuerdos más gráficos y vívidos que podía.

Entonces se detuvo.

El Lord salió de su mente con brusquedad, haciendo que Draco respirara de forma agitada y retrocediera paso, enterrando las uñas en su palma gracias al dolor. El Señor Tenebroso lucía aún indiferente, pero parte de la tensión de su cuerpo que Draco ni siquiera había notado, ya no estaba. Bajó la varita, la gran varita que siempre cargaba totalmente distinta a la blanca que vio de adolescente, y lo observó.

Draco aguantó el escrutinio.

—Yaxley ha sido secuestrado —soltó el Señor Tenebroso de pronto.

Draco cuidó su reacción con pinzas, permitiéndose mostrar una leve preocupación: levantó las cejas y abrió la boca. Tenía que lucir sorprendido, pero no lo suficiente para levantar sospechas y que se viera falso. Tampoco excesivamente preocupado; era de público conocimiento que Draco no se llevaba bien con básicamente nadie del Nobilium o de los Electis, exceptuando a Theo. No podría engañar a Voldemort jamás si fingía demasiado.

—¿Están seguros? —preguntó con voz suave.

El Señor Tenebroso lo observó, sus ojos rojos perspicaces. Draco no tenía idea de qué posiblemente podría estar pensando.

—¿Estás cuestionando mis suposiciones?

Años atrás, aquello lo habría hecho deshacerse en súplicas y perdones. Le habría hecho saltar y decirle que no, que jamás haría algo así. Pero Draco sabía que el Señor Tenebroso, a pesar de adorar ser temido, detestaba con todo su ser la debilidad. Nadie podía ser más poderoso que él. Nadie podía ser más hábil, o mejor. Sabía que los magos le servían por respeto y miedo a quién era, y no por adoración. Pero eso no quería decir que le gustaban las muestras abiertas de debilidad. Draco era un Nobilium, debía actuar a la altura.

Su cabeza iba a explotar del agotamiento mental, el dolor de sus sienes se estaba haciendo más fuerte.

—¿Quién podría secuestrarlo? —dijo Draco, ignorando su pregunta—. Es prácticamente imposible entrar a nuestros hogares, y no andamos día a día paseando por el Mundo Mágico como la gente común. La población nos respeta. —O nos teme—. ¿Quién?

El Lord entrecerró los ojos, considerando sus palabras. Miró a su alrededor. Draco sabía que fingía que pensaba, todo lo que el Señor Tenebroso hacía estaba fríamente calculado.

Absolutamente todo.

Muchos habían sido engañados pensando que no.

—Creo que hay un traidor —soltó el Lord cuando sus ojos volvieron a él, estudiando a Draco.

Nuevamente se obligó a no reaccionar. No tenía idea de cómo el Lord podría haber llegado a esa conclusión, o si es que alguien lo había visto a él llevarse a Yaxley. Lo que sí sabía, es que si supiera la verdad, Draco ya estaría muerto.

No, el Señor Tenebroso lo estaba evaluando. Esa reunión era para sacar sus propias conclusiones. Desconfiaba de él, sí. Desconfiaba porque Greyback tuvo que haberle contado cómo fue el encuentro con Hannah. Desconfiaba porque Draco tenía todas las razones para volverse contra Voldenort si se enteraba de la verdad detrás de la muerte de su madre.

Y que no se equivocara, él iba a enterarse de la verdad.

—¿Por qué lo traicionarían, mi Señor? —dijo en cambio.

—Tú dime, Astaroth.

Sabía por qué lo decía. Sabía que el Lord nunca había perdonado a Narcissa por su traición. Y que por lo mismo, Draco no podía mostrarse tan afectado por la muerte de su propia madre.

Se mordió la mejilla con tanta fuerza que sacó sangre.

Era probablemente una de las conversaciones más cínicas que había tenido en toda su vida. El Señor Tenebroso no confiaba en él, mas llegó a reconocer la utilidad que Draco tenía. Y claramente Draco no confiaba en el Señor Tenebroso, le servía porque le temía, él lo tenía claro. Y esa conversación...

Esa conversación era una prueba, una prueba para ver si Draco llegaba a las mismas conclusiones que él. Era una prueba para ver si mentía. Era una prueba que abarcaba tantas cosas que Draco ni siquiera podía empezar a explicarlas.

El rubio dio otro paso atrás y se sentó en la silla, para hacer notar a Voldemort que era su subordinado. A él le gustaba eso, saber que tenía el control.

—Porque nadie pudo haberse acercado a él sin conocer las debilidades de la seguridad del Nobilium —comenzó a hablar Draco, desviando la mirada al suelo—. Porque nunca ha habido un secuestro de alguien con un cargo tan alto. Porque... porque...

Se quedó sin excusas. No sabía qué razones había para que sus seguidores más adeptos lo traicionaran, excepto que se enteraran de la farsa que había sido su gobierno, las mentiras en las que se cimentó, partiendo por la muerte de Potter. Pero se supone que él no sabía nada de eso. Se suponía que Draco había pasado esos ocho años viviendo en la ignorancia y que aún lo estaba, siendo útil nada más que como arma; creando hechizos y pociones para el Lord, ayudando a proponer leyes y orientándolo en esa sociedad para que el tuviera el beneficio tanto de los Mortífagos como del resto de la población. Draco había sido su títere, mientras su madre era torturada.

La ira comenzó a crecer nuevamente, la bilis subiendo por su garganta.

Se concentró en lo que estaba pasando, tomando una honda respiración. Tenía que hacer eso bien. Tenía que fingir. Por su madre.

Siempre por su madre.

Draco tomó la túnica y la alisó. Lo que el Señor Tenebroso en realidad buscaba, lo que quería saber, era si Draco estaba al tanto de todo aquello, de que su gobierno eran mentiras tras mentiras.

—Los rebeldes han atacado de nuevo. —dijo el Lord, luego de unos momentos de silencio—. Alguien ha dicho que vio a Harry Potter, y la gente está comenzando a creer.

Ahí estaba nuevamente, el tanteo de aguas. ¿Qué tanto podía confiar?

¿Qué tanto sabía Draco?

Se obligó a bufar.

—Eso es estúpido —respondió él, mirándolo a la cara mientras reprimía un escalofrío.

—No necesitas decírmelo. —Asintió el Lord. Y entonces, hizo algo que perseguía a Draco en sus pesadillas: rio. Esa risa chirriante, con todos los colmillos sobresaliendo de su boca y el aroma a sangre inundando la estancia—. Solo alguien lo suficientemente imbécil creería que Harry Potter está vivo. Que los Rebeldes y sus intereses egoístas tienen una oportunidad de derrocar el maravilloso mundo que hemos construido.

Draco no tenía idea de qué responder a eso, así que calló. Podría decir algo estúpido, algo que echaría por la borda todo lo que había logrado y todo lo que pensaba lograr. Draco se reclinó en su asiento esperando a que continuara, pero el Señor Tenebrosp no lo hizo; claramente estaba esperando que Draco dijera algo más, que comentara acerca de aquello, pillar una exageración, algo que le ayudara a cimentar las sospechas que tenía de él.

No le daría el gusto.

—Tal vez Yaxley está muerto —dijo Draco entonces. El Señor Tenebroso fingió considerarlo.

—Si alguien desea obtener información de él jamás lo mataría.

—¿Qué tipo de información? —Draco preguntó al instante—. Yaxley es parte del Nobilium, pero eso no quiere decir que sea una clave para derrocar un gobierno entero.

El Lord lució sorprendido una fracción de segundo, como si se hubiera dado cuenta de que había hablado más de lo que debía, así que no ahondó en aquello. Pero Draco lo había captado de todas formas, anotándolo en un rincón de su mente.

Yaxley sabe algo.

—¿Por qué querrían matarlo? —preguntó en cambio el Señor Tenebroso poniendo en Draco la responsabilidad de argumentar su respuesta.

—Todos tenemos enemigos —respondió clavando sus ojos fijamente en él—. A veces, están más cerca de lo que uno cree.

El Lord le devolvió la mirada.

Ojos sin vida, sanguinolentos y crueles.

Draco mantuvo su expresión neutra, su semblante indiferente, como si lo que acabara de decir hablaba solo de Yaxley y nada más. Se observaron el uno al otro por lo que parecieron décadas.

—Habla claro, Malfoy.

Parecía una amenaza. Draco tensó la mandíbula con anticipación.

—Mire a mi padre. Creí que amaba a madre, creí que la estaba esperando... y no era así.

El silencio se estrechó entre ellos después de eso, mientras Draco se sentía asqueado consigo mismo. Lo peor de todo aquello es que no sabía qué tan cierto o no era lo que decía. Una parte de su cerebro no quería creerlo, la parte infantil, la que aún tenía esperanzas de mierda. Pero de todas formas se sentía asqueroso por ocupar la situación- la muerte de su familia como una forma de engañar al Señor Tenebroso.

—¿Crees que la familia de Yaxley tiene que ver con esto?

Draco se tomó la barbilla, fingiendo pensar.

—Creo que los matrimonios sangre pura son una excelente forma de mantener la línea limpia —replicó en lugar de darle una respuesta directa—. Eso no quiere decir que haya amor.

Pero por supuesto que el Señor Tenebroso ya había pensado en ello.

Él debía saber lo que Draco le decía. Lo más probable en este caso, era que alguien había asesinado a Yaxley, no que lo secuestraron. El Señor Tenebroso solo deseaba descartar la mínima posibilidad de que no se tratara de aquello.

—Tienes razón, Astaroth —dijo él con calma. Demasiada calma.

No le gustaba.

Draco suponía que en caso de que se diera otro evento similar al de Yaxley, el Lord tomaría más medidas y precauciones. Pero como era solo uno, solo un miembro del Nobilium, no podía hacer demasiado. No cuando no había evidencia y todo era demasiado circunstancial.

Draco no pensaba secuestrar a otro miembro. Por suerte, parecía que ya elegió a uno que sabía lo suficiente.

—Necesitamos castigar a los Rebeldes... —comenzó a decir el Señor Tenebroso cambiando de tema, pero dejó la oración en el aire esperando que Draco dijera algo. Él asintió.

—Absolutamente.

El Lord se alejó, empezando a caminar por el salón, tocando sillones y muebles. Sus ojos viajando al gran retrato de Draco que colgaba a un costado de la chimenea.

—La ejecución de los que avistaron a Potter será la próxima semana —dijo, llegando a la entrada—. Tres nuevas dosis de Conflandum Cute son requeridas.

Draco sintió aquella opresión familiar asentarse en su pecho. A veces, se preguntaba si eso era lo único para lo que era bueno en la vida.

Hacer lamentar a la gente continuar viviendo.

—Sí, mi Señor —contestó con la voz más compuesta que podía. El Lord tomó el picaporte.

—Y continúa trabajando en el hechizo de la poción Disuelve Órganos —ordenó.

La poción que mató a Eric.

Draco quería vomitar.

El Señor Tenebroso deseaba volverlo un hechizo. Deseaba que la gente temiera ser atacada por algo así mientras iba por la calle. A Draco le gustaría sabotearlo, decir que no podía hacerlo.

Pero si había logrado crear la maldición que copiaba los efectos de la Muerte Negra, el Señor Tenebroso sabía que podía con eso.

—Sí, mi Señor.

Voldemort abrió la puerta, dando un paso afuera. Cuando Draco estaba a punto de agarrar algo y estamparlo contra el suelo, el Lord se giró hacia él.

—Malfoy.

Draco alzó la mirada, sintiendo todo su cuerpo tenso.

El Señor Tenebroso lo observaba por encima del hombro.

—Rookwood era el amante de Yaxley —anunció, marchándose.

La habitación quedó en silencio por unos largos y extenuantes segundos, y Draco al fin dejó salir el aire de sus pulmones.

Aquello había sido una prueba.

Draco se levantó con brusquedad una vez que el Lord estuvo fuera de su vista, dispuesto a ir a los calabozos y destrozar algo. Tenía ganas de asesinar a alguien, descargar la impotencia que amenazaba con comerlo vivo.

Tal como pensaba, eso había sido un examen, y Draco lo superó.

Pero Voldemort había dejado en claro que no confiaba en él.

Draco hizo una mueca despectiva.

Sería un estúpido si lo hiciera.

•••

Draco debía hablar con Theo. Debía contarle lo que sucedió, pero no podía hacerlo de inmediato. Era demasiado peligroso.

Continuó su vida como si realmente no hubiera sucedido nada. Como si no se hubiera enterado nunca de que Potter estaba vivo; como si su madre siguiera en Azkaban; como si Lucius continuara en la casa, dispuesto a aparecer en cualquier momento que Draco doblara por la esquina. Creó las pociones que Voldemort le encargó, continuó estudiando el hechizo de Dissolvi Organa, y comenzó a investigar las cosas que había prometido al imbécil de Potter. Esperó, esperó, y esperó, hasta que fue Theo el que lo contactó a él.

Theo había entrado a su laboratorio de pociones, según sus propias palabras, para checar cómo se encontraba y si todavía pensaba que la Orden era una buena alternativa. Como si Draco pudiera arrepentirse en ese punto.

Pero en vez de contestar a sus dudas, lo que Draco había hecho fue mirarlo, dejar que tomara asiento y soltar sin siquiera saludarlo:

—Necesito ver a Potter.

Theo pausó en sus movimientos cuando lo escuchó, reclinándose en el banco de madera mientras lo observaba.

—Siento que he vuelto a Hogwarts.

Draco no sucumbió a la pulla, se limitó a levantar una ceja, su mirada insistente.

—Theo. Ahora.

—¿Qué pasó?

—El Señor Tenebroso intentó ver mis recuerdos —dijo Draco sin rodeos—. Estuvo en mi mente.

Theo se dejó caer en el asiento, su cuerpo poniéndose enteramente tenso al oírlo. Parecía que aquello le afectaba demasiado.

—Mierda. ¿Vio algo?

—No, lo dudo muchísimo, pero no puedo arriesgarme a que así sea.

Theo se sacó las manos de la cara para así verlo a los ojos. Normalmente, al hombre no se le notaba una sola emoción, frío, distante, usando una máscara en blanco como un buen sangre pura, pero en ese momento, Draco podía ver lo abatido que se encontraba.

—¿Qué quieres que haga Potter? —cuestionó Theo, pasando saliva. Draco se encogió de hombros, desviando la mirada hacia uno de los estantes.

—Que me Obliviatee.

Theo sacó la varita con lentitud de su bolsillo, apuntándola a Draco.

—Yo puedo hacer eso.

Draco negó.

—No, es muy arriesgado, tiene que ser él. Hay una variante del Obliviate, Severus Snape la usaba cuando no tenía un pensadero cerca para vaciar sus recuerdos. Me la enseñó en sexto año, y luego yo se las mostré a ustedes, ¿lo recuerdas?

Snape siempre le enseñó a los Slytherin todo lo que podía, cuando se lo preguntaban, incluso lo que no debía. Pero cuando Draco tomó la Marca a los dieciséis, su ex profesor se encargó de nutrirlo de la mayoría de conocimientos que él pensaba que le servirían para sobrevivir. Suponía que Severus sabía lo que significaría para Draco meterse a los Mortífagos a tan corta edad; y gracias a Merlín que lo consideró, porque estaba vivo gracias a él. Sus enseñanzas le habían dado a Draco la posibilidad de escalar.

—Tú deberás elegir qué olvidar cuando Potter conjure el hechizo, y después podrá deshacer el Obliviate cada vez que te toque con la varita —completó Theo al cabo de unos segundos, recordando de lo que le hablaba. Entonces, se fijó en la ceja arqueada de Draco—. Merlín, eso sonó mal.

El rubio rodó los ojos.

—Sí —respondió escuetamente. Luego añadió—: Es lo único que se me ocurre.

—¿Y sabrá hacerlo?

El ojigris bufó.

—No, poca gente sabe hacerlo. Le enseñaré.

Theo volvió a asentir, para luego fruncir el ceño, considerando una posibilidad en la que no había pensado. Draco solo esperó a que hablara.

—¿Podrá hacerlo? Nunca lo vi como alguien que aprendiera rápido hechizos que no conoce.

Draco suspiró, levantándose de su lugar para ir hacia el caldero que había comenzado a hervir. Agregó los ojos de escarabajo negro mientras bajaba el fuego, dejándola reposar por unos veinte minutos más.

—No lo sé, Theo. Tú eres el que ha jugado a ser su mejor amigo por los últimos años, tú deberías saber.

El semblante de Theo cambió ante su tono de sorna, un breve sentimiento pasando por sus facciones, uno que Draco no supo reconocer, pero no dijo nada.

Aquello también era un tema que lo estaba persiguiendo desde que supo que Potter estaba vivo. ¿Por qué Theo parecía tan comprometido con la causa? ¿Por qué se arriesgó tanto?

¿Por qué confiaba en Potter de entre todas las personas?

Draco quería pelear, pero estaba tan harto de hacerlo.

—¿Por qué? —preguntó en cambio.

Theo se quedó completamente quieto y desvió la mirada a los frascos vacíos que estaban a unas mesas más allá, evitando sus ojos.

—Ya te dije por qué.

—No, dijiste que estabas con ellos porque el Señor Tenebroso iba a destruir nuestro mundo, que te beneficiaba. Pero eres inteligente y sabes que por ahora la Orden está en desventaja. Están buscando desesperadamente la serpiente del Señor Tenebroso, por lo que concluyo de su interrogatorio, y mientras no la encuentren, supongo que están de manos atadas.

»Y dijiste que no eras de ningún bando, pero parecías leal a ellos cuando estuve ahí. Parecías dispuesto a sacrificarme, con tal de darles el gusto. Ahora mismo casi te cagaste encima al saber que el Señor Tenebroso pudo haber descubierto algo —Draco caminó de vuelta a la mesa, parado a unos metros de distancia de él—. ¿Por qué?

—No soy de ningún bando.

Theo hablaba demasiado calmado. No hizo más que ponerlo de los nervios.

—¿Cómo llegaste a ellos? —espetó Draco. El silencio fue nuevamente lo único que consiguió—. ¿Cómo pasaste a ser marcado, y luego unirte a la Orden? ¿Cómo? ¿Por qué?

—Draco-

—Estamos del mismo lado, joder. Le presté mi vida al inútil de Potter por esto, y tú has estado años allí —lo interrumpió, soltando lo que había estado pensando en realidad. La mandíbula de Draco se tensaba cada vez más mientras hablaba—. Has dejado que me pudriera en mi propio mundo. Has sabido cosas, cosas que- yo pude- seguramente sabías que madre tiene algo que ver en todo esto, que por eso Abbott estaba en la Mansión, y sabía de su muerte antes que yo. Tú- tú- —se cortó a sí mismo, la expresión curvándose en disgusto, escupiendo las próximas palabras—: Se supone que eras mi amigo.

Un leve gesto de dolor atravesó el rostro de Theo, pero solo duró un segundo. De niños, el castaño nunca había expresado afección hacia Draco, al menos no seguido. En Hogwarts lo evitaba, disfrutando más de la soledad que de la atención que al rubio le gustaba acaparar. Pero Theo sabía que él era la única persona que Draco respetaba de verdad, el único que consideraba que estaba a su nivel, y Draco había creído que era algo mutuo. Que algo debía significar que al final del día, él era la única persona que Theo buscaba para hablar, que Draco era de los pocos que al menos intentaba hacer un intento para comprender su carácter callado y reservado, contrario a los Slytherin que, en su mayoría, les gustaba pregonar.

Al parecer se había equivocado.

Sabes que no estás siendo justo, le recordó una voz de su mente.

Soy tu amigo —afirmó Theo entonces, con fuerza. Draco le mantuvo la mirada.

—¿Por qué, entonces? —dijo en voz baja, casi desesperada—. ¿Por qué te uniste a ellos?

Theo suspiró.

—Draco...

—¿Por qué?

Se vieron el uno al otro por segundos. O minutos, no lo sabía en realidad. Solo sabía que Theo estaba en debate consigo mismo, Draco lo notaba. Podía apostar que lo que estuviera a punto de decir nadie más lo había escuchado. El castaño giró el cuello, desviando la mirada cuando contestó.

—Luna Lovegood.

El tiempo pareció haber sido detenido.

Draco no sabía qué decir. No había escuchado ese nombre en años. No tenía idea de qué significaba eso, pero lo tomó con la guardia totalmente baja. Luna. Lunática Lovegood. ¿Qué mierda podría tener que ver ella con la decisión de Theo?

No tenía sentido.

No. Tenía. Sentido.

—¿Disculpa? —exclamó, mirándolo de par en par. Theo dejó salir una risa sin humor.

—Querías saber por qué —replicó con amargura—. Ella es el porqué. Ella es el cómo.

—¿Te importa explicar qué mierda significa eso?

Theo suspiró, un suspiro totalmente frustrado. Se volvió a mirar a Draco, sus ojos furiosos por estar siendo interrogado de esa forma.

—Mierda, Draco. ¿De verdad?

—Sí.

Quería entender qué estaba pasando, Merlín.

Theo volvió a levantar la varita, los ojos verdes nunca dejaron los suyos.

—Entonces tendré que borrarte la memoria después —dijo con voz firme. Draco enarcó una ceja, sin inmutarse.

—Sobre mi cadáver. Deja de amenazarme con Obliviates cuando sabes bien que no lo harás y que no hay una sola persona a la que le contaría tus mierdas, a nadie le interesan de todas formas. Y creo que por el bien de la Orden y el puto Juramento, ni siquiera puedo, por si se te olvida. Así que dime.

Theo aún lucía contrariado, claramente no queriendo contar la verdad tras su unión a la Orden. A Draco le daba igual. Le daba igual si le incomodaba, le daba igual si era algo totalmente horrible, él necesitaba entender.

Le habían ocultado demasiadas cosas ya.

Theo tomó aire, bajando la varita y sabiendo que cuando al rubio se le metía algo en la cabeza, nadie se lo podía sacar. Draco esperó en silencio.

—Poco antes de que te unieras al Nobilium —dijo, hablando más bajo de lo normal—, Luna Lovegood fue capturada en un ataque de los Rebeldes.

Draco se obligó a no reaccionar. No sabía aquello, por supuesto. Antes de que se uniera al Nobilium, él no era nada, no mejor que un insecto. Era tratado cómo la plaga misma, la mierda de los zapatos de los Mortífagos. No le extrañaba no haberlo sabido, le extrañaba que hubiera pasado tanto tiempo para enterarse.

Y que Theo tuviera que ver en eso.

—Nunca fue de público conocimiento, si estás tratando de saber por qué nunca te enteraste —aclaró, adivinando sus pensamientos—. Nada de lo que pasó ese día salió a la luz, no sé por qué, solo lo saben las personas que atendieron. Mi padre fue una de ellas.

Otro secreto. Todo estaba lleno de secretos. Las personas estaban hechas de secretos.

¿Cuántos más?

¿Cuántos faltaban?

¿Su madre tenía un secreto también?

¿Murió por eso?

—En esa misión fue que murió Ginny Weasley —dijo Theo, y Draco asintió. Potter lo había dicho, solo por eso no se sorprendió al enterarse—. Fue lo que le compró a Maia Snyde su puesto en el Electis, y lo que hizo que Luna llegara a manos de mi padre. Era un miembro muy importante del círculo cercano al Señor Tenebroso, como recordarás. Un prodigio en Legeremancia. —Theo hizo una pausa, su rostro ensombreciéndose—. Y torturas.

Draco no dijo nada. ¿Qué podría decir? Siempre había sospechado que el señor Nott era un sádico, aunque Theo nunca había dicho nada, pero todavía no tenía la menor idea en qué se relacionaba aquello y que Theo se convirtiera en espía para la Orden.

—La misión que se le fue dada —continuó él—, es que averiguara todo lo que pudiera de Luna, de la Orden y de Harry Potter, y luego asesinarla.

Algo salvaje se apoderó de sus facciones. Algo que, si Draco era completamente sincero consigo mismo, le preocupó. Todos ellos –él, Theo, Pansy, Daphne, Blaise e incluso Goyle– tenían un lado que reservaban para ciertas personas. Hannah había visto ese lado, una de las partes más oscuras de él. Lo que predominaba en la cara de Theo en ese momento era el más puro deseo de venganza. Letalidad. Todo rastro de indiferencia dejado a un lado.

—Estuvo un año en los calabozos de la Mansión —completó. Draco asintió, recordando que Lovegood había estado prisionera en su propia casa, años atrás. No era agradable porque era demasiado notorio que no merecía estar allí.

—¿Por qué tanto?

—Estaba entrenada —explicó, con voz algo ausente mientras Draco volvió a sentarse—. No lo esperábamos- pensábamos- todos pensábamos... no lo sé. Los subestimamos, a la Orden quiero decir. Luna era una buena Oclumante, pero independientemente de eso el entrenamiento le ayudó a no dar la locación de la Orden, no de forma exacta. Y toda la información que le pudieron sacar eran cosas que, o ya sabíamos, o ya suponíamos.

La expresión de Theo se alejaba cada vez más y más del presente. Draco notaba cómo recordaba. Cómo estaba reviviendo el pasado.

—En ese tiempo, yo estaba en entrenamiento también —Theo pasó una mano por su cara, Draco casi podía ver los recuerdos bailar frente a sus ojos—. Nadie esperaba que me convirtiera en un siervo para el Lord. Se supone que de cara al mundo ni siquiera nos habían criado para eso, pero-

—Habla por ti.

Salió de sus labios antes de que pudiera detenerlo y se arrepintió al instante. Aquello no era totalmente verdad, y sería un hipócrita si lo dijera en serio. Draco había tomado la Marca porque había querido, ¿no era así? Él se metió en ese enredo por elección propia. No tenía derecho a quejarse.

Él lo había decidido.

—Draco-

—Continúa —lo cortó, determinante.

Theo se le quedó viendo unos segundos, pero luego sacudió la cabeza, dispuesto a seguir. No tenía sentido que intentara conversar con Draco sobre ese tema. No cambiaría nada.

—Nunca nadie esperó que me hiciera fiel servidor del Señor Tenebroso o nunca me lo dijeron —prosiguió, cómo si nada—, pero necesitaba tener entrenamiento. O eso siempre me repitió mi padre desde que era un niño. Así que me ofrecieron a Luna como sujeto de prácticas.

Draco podía imaginarlo a la perfección. Lunática era pequeña, aparentemente frágil. Era un buen objeto de diversión, y mucho mejor, un buen títere para que Theo pudiera manejar a su antojo y así... "entrenarse".

—Era... horrible. —Una vez más, parecía perdido en los recuerdos, sus ojos desenfocados—. A veces, Luna terminaría con un labio sangrante, o moretones en su cuerpo, y sería ella la que me miraría con lástima. A mí —hizo énfasis en aquellas dos palabras, cómo si no pudiera creerlo—. Me diría que lo siente por mí, y que le gustaría- le gustaría que las cosas fueran diferentes para ambos. Y- Draco, ella- tú no... tú no entiendes-

—Lo entiendo —dijo él, recordando aquel 1998. Lovegood decía y hacía las cosas más extrañas, cosas que a veces lograban sacarlo de quicio. En ocasiones, pareciera que ni siquiera estaba consciente del peligro que experimentaba estando allí—. También fue mi prisionera una vez, ¿lo recuerdas?

El semblante de Theo se ensombreció una vez más.

—Cierto.

Parecía molesto con él ahora.

Draco encontraba aquello... peculiar. Había olvidado que Theo era capaz de sentir emociones, gracias a lo frío que siempre se mostraba. Casi parecía un ser humano normal y todo.

—No podía hacerlo. No podía usarla como si no fuera más que un muñeco —murmuró, aunque parecía estar hablando consigo mismo en vez de Draco—. Lovegood se iba haciendo más y más pequeña a medida que pasaba el tiempo. Y creo que la única cosa que la mantuvo en sus cabales, era que nunca estuvo completamente cuerda en primer lugar. Yo no-

Theo se interrumpió a sí mismo, negando una vez más con la cabeza. Como si eso fuera a ahuyentar las memorias que parecían estar atormentándolo.

—¿Tú qué?

—Abogué con mi padre por el principio número cinco de los sagrados veintiocho —soltó.

Draco creyó haber escuchado mal.

Los principios eran cosas raramente usadas durante esos días, creadas siglos y siglos atrás, y dudaba que todos los sangre pura los conocieran. Apelaban al honor de las familias de líneas limpias, y las personas en la lista de los sagrados veintiocho estaban vinculadas a aquello como si fueran otras leyes, una vez que eran usadas. Se guardaban la espalda entre sí, aunque en la actualidad su uso casi se había extinguido debido a que para hacer uso de uno de los principios, había que dar algo a cambio. Un sacrificio.

El principio número cinco, constaba en que ningún daño verdaderamente irreversible podría ser causado de un sangre pura a otro sangre pura.

Draco no preguntó qué era lo que había dado Theo a cambio de usar eso contra su padre y proteger a Lovegood, no era ninguno de sus asuntos. Pero quizás las cicatrices que tenía repartidas por la espalda podían ser un indicador de qué había sido.

Él había usado el principio en repetidas ocasiones durante su aprisionamiento en la mansión, luego de la Batalla de Hogwarts. A cambio, dio todo lo que estuviera en sus manos. Incluso se ofreció a ser sometido a torturas menores a cambio de que no le cortaran una mano, por ejemplo.

Antes de ser un Nobilium, verdaderamente no era nada.

—Él no quería obedecer en un principio —Theo siguió con su relato—. Obviamente, mi padre trató de rehuir, pero es imposible. Todos lo sabemos. Lovegood llevaba dos meses allí para ese entonces, y yo olía ya que pronto empezarían con las torturas físicas. Torturas físicas de verdad. No moretones, ni pequeños cortes. Cosas- cosas que no quería ver, ni pensar, ni oír. No...

Theo apretó los labios, con su gesto cerrándose. Draco mejor que nadie conocía el sadismo y la crueldad con la que sus pares trataban a los prisioneros. Sabía la clase de cosas que le harían a Lovegood. Después de que el Lord hubiera triunfado ya no tenían a nadie que los frenara como había sucedido al inicio de la guerra. Podían quitarle la piel de a poco, podían partirla en dos mientras la mantenían viva, y nadie les diría nada. Nadie lo impediría. Ninguna ley se interpondría en medio.

Theo evitó eso.

—Así que mi castigo y mi misión por mi insolencia, fue guardar su celda.

»Estaba allí, desde el momento en que me levantaba, hasta el momento en el que me iba a acostar. Presenciaba cómo trataban de sacarle información, presenciaba las visitas del Señor Tenebroso. Presenciaba cómo sufría. Presenciaba- veía todo. —Theo apretó los dientes con tanta fuerza que los oyó rechinar, sus ojos perdidos en la mesa, las memorias reproduciéndose en su cabeza—. Y no podía hacer nada.

Draco podría haberle dicho que ya había hecho bastante. Que había hecho lo que podía. Pero nada abandonó sus labios

Porque todo eso le llegaba de muy cerca, y le resultaba demasiado familiar.

Demasiado doloroso.

—Entonces, eventualmente, comenzó a hablarme.

»Eran cosas estúpidas en un inicio, cosas realmente estúpidas, como que mi cabeza estaba llena de torposoplos- o cómo mierda se llamen esas cosas. O que si la dejaba crear un collar con tapas de botellas, yo me sentiría mejor y vería que no tenía sentido mantenerla allí. Que ella me podría ayudar. Ella a mí

Draco casi sonrió. Casi. Durante su aprisionamiento en la Mansión, Lunática no fue muy distinta, sabía de primera mano de lo que hablaba Theo.

Por otra parte también vio cómo las comisuras de Theo se elevaban, solo un poco, antes de que ese gesto de seriedad volviera a su cara. Draco por fin se dejó caer en el asiento. A la poción le quedaban unos minutos antes de que tuviera que apagar el fuego.

—Traté de no escucharla, realmente no. Por algo le decían Lunática, y tenían toda la razón. Solo que... —Se detuvo un instante, sopesando lo que diría—. Me daba lástima, hombre, no te voy a mentir. Me daba lástima verla preguntar cuándo podría irse, o si le permitía escribir una carta a Harry Potter para que la rescatara.

—Suena como ella —comentó Draco.

—Lo sé. Y para ese momento, yo pensé que no haría ningún daño hablarle de vuelta. ¿Qué podría pasar? Era una chifladita, al fin y al cabo. Al menos podría ayudarla a no hablar sola. Así que comencé a contestar.

Draco no sabía qué estaba recordando en ese instante Theo, pero sí sabía que, fuera lo que fuera, él no recordaba haberle visto esa expresión jamás en el rostro. Ni cuando estaba complacido. Ni cuando estaba enojado. O triste. O feliz. O perdido en la lujuria. Jamás. Era algo insólito.

Algo que, aparentemente, solo podía provocar Luna Lovegood.

—Respondía a cosas tontas, verdaderamente tontas —dijo él con sinceridad—. Como cuando me contó un día que los nargles le escondían continuamente los zapatos en el colegio, y que quizás también habían escondido los recuerdos que ellos estaban buscando dentro de su mente. Yo le seguía el juego, le decía que los nargles eran más inteligentes de lo que parecían entonces, y ella respondía que sí, que por fin alguien la comprendía. Y de un momento a otro, estábamos hablando de su padre y de cómo la había querido. Cómo había muerto por ella en la batalla. Y de su madre y de su muerte también, y de un montón de cosas personales que yo no quería saber. No quería saber. No necesitaba saber.

»Me hablaba sobre mis ojos. Que le recordaban al bosque y al césped de la casa en la que solía vivir. Me decía que le habría gustado conocerme antes, o en otras circunstancias. Me decía que... que le gustaría poder hacerme coronas de flores para cuidarme- —Theo esbozó una sonrisa amarga—. A mí. A su puto captor.

Era algo que no le traía buenos recuerdos. Draco lo sabía. Se notaba en cada línea, en cada arruga, en la posición de su cuerpo. Y sin embargo, el rostro de Theo se iluminaba hablando de aquello. Draco no pensaba que él lo notaba. Era algo inconsciente.

No sabía qué pensar al respecto.

—Yo creí- creí que solo le tenía pena. Creí que solo la veía como una prisionera loca —dijo él, un poco más alto que un susurro—. Nunca creí que ella fuera diferente. No ese diferente que todos conocíamos. Si no que... nunca pensé que fuera diferente para .

Oh.

Oh.

Draco abrió la boca para decir algo, cualquier cosa. Pero Theo aferró la mano en el borde de la mesa y su respiración se volvió un ápice más pesada, así que decidió que mejor no.

—Y entonces, se quebró.

Aquello lo hizo tragarse cualquier palabra que fuera a abandonar su garganta.

—Fue... Fue de las peores cosas que he presenciado en la vida —dijo él, y ahora sí que parecía que no hablaba con Draco. Las palabras, los pensamientos, todo salía de sus labios sin que Theo lo procesara—. Luna era... era como una luz. Daba igual lo que sucediera, ella... ella...

Hubo un minuto de silencio en el que Draco no pudo hacer más que mirar cómo el castaño movía sus ojos de un lado a otro encima de la mesa.

—Ellos llegaron a un nivel en su inconsciente, a un nivel que no debían tocar y- y todo explotó. Luna volvió en sí, sin ser capaz de distinguir qué era verdad y qué era ficción. Y eso- ella antes pensaba que todo era verdad. Los nargles, los torposoplos. Todo. Luna- Luna...

Luna. No Lunática. No Lovegood. Luna.

La forma en la que Theo decía su nombre hacía que Draco se removiera incómodo en su lugar. Sonaba como si estuviera diciendo algo precioso; algo que debía cuidar. Y Draco comenzaba a entender. Simplemente le costaba creerlo.

—Dejó de comer. Dejó de hablar. Hizo caso omiso a mis intentos de charlas con ella —soltó, como si aquello realmente le causara dolor, a pesar de haber sucedido más de cinco años atrás—. Cualquier otra persona habría estado feliz. Aliviada. Al fin la lunática se había callado. Pero- pero yo no.

No, es que realmente aquello era poco creíble.

—Y un día la vi llorar.

Draco alzó las cejas con verdadera sorpresa. Lovegood. Llorando. En la Mansión, Draco jamás la vio llorar. A veces parecía que ni siquiera entendía dónde estaba, el máximo símbolo de desesperación que había tenido por su parte era tratar de escapar. Fuera de eso, la chica casi parecía una Hufflepuff aceptando lo que estaba sucediendo.

Theo respiró temblorosamente.

—Draco, te prometo, yo- —dijo, perdido en su cabeza—. Sentí que alguien me estaba aplicando un Crucio. Luna-

Draco dejó de escuchar después de eso.

Un Crucio.

Theo la amaba.

Aquella revelación no fue inesperada, no con todo lo que le había contado, pero continuaba siendo difícil de creer. En Hogwarts, Draco no recordaba que Theo le hubiera dedicado un segundo de su atención, y viceversa. Aquello no habría pasado jamás sin que Voldemort hubiera triunfado. Sus caminos nunca se habrían unido. Casi parecía un accidente.

La guerra tenía formas extrañas de destruir a las personas.

—No quería volver a verla así —soltó Theo con firmeza—. No podía seguir viéndola así. Ahí fue cuando comenzó mi plan, lo que me llevó a hacerme espía. Lo que me llevó a que el Señor Tenebroso me "honrara con su Marca" —lo último fue dicho con sorna—. Debía sacarla de allí, incluso si yo moría en el intento.

Eso es estúpido, pensó para sus adentros. Estaba arriesgando todo por un plan que estaba destinado a fallar. Pero no lo dijo en voz alta.

Theo era igual de estúpido.

—Todo se facilitó, la verdad —prosiguió—. Mi madre estaba teniendo una aventura, con un nacido de muggles, ¿lo sabías? Estaba ayudándolo a ocultarse y a cambio supongo que le pedía que se la follara. Yo que sé.

No, Draco no lo sabía.

A veces sentía que ya no tenía idea de nada, en realidad. Todas las mentiras en las que creía habían comenzado a caerse a pedazos desde que tenía dieciséis años.

Theo se mordió la lengua, realmente la mordió, pensando en eso. Draco sabía que le dolía hablar de Vanessa. No era su madre biológica, pero luego de casarse con el señor Nott cuando Theo no era más que un niño, lo había criado como a su propio hijo y él había comenzado a llamarla mamá. Draco sabía que le quemaba hablar de ella.

Perder una madre ya era difícil. No quería imaginar lo que era perder dos.

—Mi padre los encontró, y en un ataque de rabia, la asesinó —Su voz había vuelto a ser neutral, mientras Draco nuevamente sentía que era tomado por sorpresa. Los rumores... los rumores siempre dijeron que Theo fue quien la mató, salvo que él nunca lo había creído. Nunca supo de qué murió Vanessa, pero ciertamente Draco no se esperaba que hubiera sido asesinada—. Yo... vi todo. Sin quererlo. Vi- vi cómo él-

La ira se apoderó de su cara una vez más, era el mismo gesto que había hecho hace unos minutos. La crueldad parecía parte de Theo en ese momento, y Draco vio quién era en verdad, o en quien podría llegar a convertirse. Draco vio a la persona que no le temblaba la mano al ejecutar gente públicamente. Vio a la persona que el resto del mundo temía y respetaba, así como a él mismo. Vio al hombre que lo aturdió y maniató para la Orden.

Y cayó en cuenta.

—Tú... —murmuró Draco, pasando saliva. Theo no se movió. No contestó. Esperó a que él lo dijera—. Lo mataste..

Draco alcanzó sutilmente la varita de su pantalón, su corazón aumentando la velocidad. Theo estaba exageradamente inmóvil.

—Mataste a tu padre.

—Sí —admitió con tranquilidad—. Sí, lo hice.

Draco no pudo hablar. La mayoría de la charla se había sentido así, pero eso- eso lo calló por completo. Era difícil de por sí.

Él nunca había podido matar a nadie, era demasiado cobarde para siquiera intentarlo. No podía imaginar apuntar la varita a una persona, y ver cómo tomaba una vida- simplemente no podía. No tenía idea cómo era capaz de soportar sacar ojos, de conjurar hechizos que hacían que la víctima se hiciera cortes en cada centímetro del cuerpo y que se mantuvieran regenerando y curando mientras se hacían otros nuevos. Podía hacer todo eso, aunque no era capaz de llegar al otro extremo. Era irónico y ridículo.

Pero si ni siquiera podía imaginarse matando de verdad a un extraño, a alguien sin cara, el pensamiento de asesinar a su padre- su padre... era simplemente inconcebible.

—Eso logró que pudiera ayudar a escapar a Luna —habló Theo una vez más, continuando con su relato mientras Draco lo miraba como quien mira a un desconocido—. Fue todo muy rápido. Escuché sus indicaciones de dónde debía Aparecerme, y lo hice. Le hice caso en todo. Lo que ella me pidiera. Lo que ella- si me hubiera pedido el sol, se lo habría dado. Si me hubiera pedido mi vida se la habría entregado.

Extraño. Todo esto es extraño. Inverosímil.

No tiene sentido.

—La Aparecí afuera de la base de ese entonces. Alguien me dejó inconsciente, y de pronto al despertar, tenía a Harry Potter en mi cara exigiéndome respuestas.

Draco se permitió soltar un resoplido nervioso.

—Me suena conocido.

—Luna interfirió por mí —dijo sin hacerle caso, nuevamente con amargura—. Me defendió. Yo no merecía su defensa. No merecía... no merecía nada. No la merecía a ella. No la merezco.

Draco casi se rio de él.

Merecer o no merecer. ¿Quién dictaminaba eso? ¿Acaso había alguien, en algún lugar, que decidía sobre aquello? Si el merecer cosas fuera justo, si realmente existiera una moral...

Su madre estaría viva.

No. Eso de merecer o no merecer era un sinsentido.

Y sin embargo, entendía mejor que nadie a Theo.

—En el momento en que los vi, supe que tenía que ayudarlos. Si eso- si eso me aseguraba que Luna continuaría viva, que tendría un futuro, y una posibilidad de ser feliz... lo haría —Theo dijo con seguridad, para luego añadir ausentemente—: Y mi madre... mi madre- yo no podía dejar las cosas así con el Señor Tenebroso, harían preguntas. Así que la Orden me ayudó a trazar el plan, lo que haría, incluso modificaron mis recuerdos. Si te los muestro verías que yo realmente pienso que las cosas sucedieron así, como están puestas en mi cabeza. Si no fuera porque me han dicho innumerables veces que no... —Theo chasqueó la lengua—. Volví a la Mansión entonces, y llamé al Lord, preparando la escena. No dudé, no confesé, ni siquiera me mostré arrepentido de haber matado a uno de sus más leales servidores. Simplemente... le dije que mirara.

»Vio mis recuerdos. Uno por uno. Creo que solo gracias a la magia de Potter no notó que eran falsos —Theo estaba respirando agitadamente otra vez—. Lo que él vio fue... que yo me cansé de la mediocridad de mi padre. Que él descubrió a mi madre engañándolo, y tuvo una crisis, huyendo a desquitarse con su prisionera. En medio de aquello Luna tuvo una oportunidad para escapar, debido a que él cometió el error de no dejar la puerta sellada y que las protecciones se hubieran debilitado gracias a su magia débil y descontrolada. Un montón de errores que la Orden creó para hacer la historia más creíble. Y cuando me enteré, maté a mi padre porque no era digno de ser cercano al Señor Tenebroso. Y luego maté a mi madre, por desgraciar la pureza.

La sonrisa burlesca retornó a la cara de Theo. La mente de Draco estaba trabajando a una rápida velocidad, analizando lo que Theo estaba diciendo.

—Como podrás adivinar —dijo él—, al Señor Tenebroso le encantó esta historia.

Oh, Draco podía apostar por ello.

—Lo primero que hizo fue castigarme. Desconfiaba de mí, obviamente. Había matado a uno de sus seguidores más leales y poderosos, pero reconocía el valor que había en eso. Reconocía que fui capaz de hacer algo que no mucha gente haría: poner primero la pureza de la sangre, poner primero a sus ideales, que a mi propia familia. Y mientras tanto, yo fingía adoración, devoción y lealtad hacia él —Draco podía visualizar a la perfección a qué clase de castigos se refería. Cómo funcionaba la mente sádica de Voldemort—. Entonces... me ofreció marcarme. Me ofreció un montón de cosas. Era una prueba, obviamente. El Señor Tenebroso no ofrece ese tipo de oportunidades al azar. Las cosas que tuve que hacer- lo que tuve que cometer... él descubrió que le servía más vivo que muerto. Que le servía más de su lado, que del de alguien más —Theo finalizó, y Draco solo podía pensar en las cosas que el Señor Tenebroso era capaz de pedir con tal de probar a alguien. Podría preguntarle qué, que le explicara qué había hecho, a qué había sido obligado, pero él lo había vivido. Lo había vivido con Eric. Él sabía de lo que hablaba—. Y finalmente el Lord decidió que era lo suficientemente digno.

No sabía qué pensar respecto a todo eso. Era demasiada información. Lovegood. La Orden. Su padre. Su madre. Voldemort. No sabía qué podría acotar. Así que simplemente dijo lo primero que se le vino a la mente:

—La Orden te usó.

Theo se encogió de hombros, indiferente. Toda la compostura glaci regresó a él. Lo peor ya había pasado, había dicho la verdad, toda la verdad. Podía ocupar esa máscara.

—Tal vez —contestó—. No era un precio que no estaba dispuesto a pagar.

Draco trató de analizar todo lo que dijo. Ese era el inicio de su espionaje. La razón por la que había hecho eso y más.

Lovegood.

Y Theo había matado a su padre. Ahora, con la información más en frío, no le resultaba algo tan extraordinario. Draco vio cosas peores, eso era seguro, y probablemente el señor Nott se lo merecía. No tenía idea qué decía de él que pensara eso. No tenía idea qué decía de Theo que no mostrara ningún tipo de remordimiento al hablar de esa parte de su pasado.

Así que simplemente no pensó en ello.

—Ella es la mujer de tus recuerdos... —murmuró Draco, con su mirada enfocada en la poción. Por el rabillo del ojo vio a Theo asentir escuetamente—. Pero se ve tan diferente...

Draco recordó lo que vio en la cabeza de Theo semanas atrás. Ese cabello rubio corto y opaco, ojos azules apagados, cicatrices en su cara, insana delgadez.

Lovegood siempre había sido menuda, pero su pelo largo y esos ojos saltones y soñadores eran algo característico de su físico. Aquella mujer distaba bastante de la niña que Draco conoció.

Era un poco aterrorizador, ver cómo podía cambiarte estar en constante contacto con la crueldad.

—Está diferente —fue lo que Theo respondió. Draco asintió, sin querer seguir hablando de eso.

—¿Continúa viva? —preguntó en su lugar.

—Sí.

Por la forma en que Theo hablaba de ella, Draco solo podía llegar a una conclusión.

—Pero no están juntos.

Unos segundos de silencio pasaron.

—No.

Draco lo observó con cuidado. Aquel día, se enteró de más cosas de las que tenía planeado. Se había enterado que Theodore Nott tenía un corazón, por más increíble que sonara. Draco había pensado que tantos años bajo el ala de Voldemort, criado bajo la vigilancia de los Mortífagos, le había quitado a ambos la habilidad de sentir.

—¿Por qué? —preguntó. Theo resopló con desdén.

—¿Por qué, Draco? ¿En serio?

El noviazgo sí sonaba ridículo para él, pero quizás eso era porque Draco no había encontrado a nadie, ni pensaba hacerlo. Su vida ya era lo suficientemente difícil teniendo que ocuparse de sacar a su madre de Azkaban-

Draco cerró los ojos unos momentos.

—Estamos en medio de una guerra —Theo, afortunadamente, interrumpió el hilo de sus pensamientos—. Yo puedo- puedo morir. No quiero hacerle esto a ella, que se encariñe de mí para dejarla sola. No lo merece.

Draco trató de buscar algo dentro de sí que reaccionara a aquellas palabras como de niño habría hecho. Ganas de burlarse de Theo, de ridiculizarlo. Impresión por la intensidad de sus emociones. Incomodidad frente a algo que Draco no podía comprender.

Pero nada salió. Simplemente no le importaba. Nada de eso.

Ya había obtenido sus explicaciones.

—¿No siente lo mismo, entonces? —le preguntó. Theo se removió en su lugar.

—Era mi prisionera.

Eso no era una respuesta.

—Siete años atrás.

—Seis.

El rubio no agregó nada. ¿Para qué? No era su problema si Theo quería matarse y torturarse de esa forma. Ni siquiera es como si le afectara esa decisión, exceptuando el hecho de que probablemente perdería a un buen compañero de cama si escogía a Lovegood. Fuera de eso, podía hacer lo que quisiera con su vida. Y si sus pensamientos estaban con la lunática, pero no podía tenerla, a Draco le daba absolutamente igual.

—Incluso si siente algo por mí, está condicionado por el tiempo que pasó conmigo estando secuestrada —murmuró Theo, más para sí mismo. Parecía estar recitando palabras que ya había dicho en ocasiones anteriores—. Merece enamorarse de alguien que no- que no haya presenciado- que no haya sido parte de sus torturas. Merece... merece el mundo.

Draco alzó una ceja, algo asqueado.

—La amas —puntualizó lo obvio. Theo desvió la mirada—. Han pasado seis años, Theo. Lovegood no ha desarrollado ningún tipo de apego insano hacia ti.

El castaño arrugó la frente. Draco solo lo decía porque su comportamiento era irracional.

—No lo sabes. No la conoces.

Draco asintió, encogiéndose de hombros. Era justo.

—No, no la conozco.

Theo pareció descolocado solo una décima de segundo, pero no comentó nada. Quizás esperaba que insistiera más, quizás eso hacía el resto de las personas que estaban enteradas de sus sentimientos. Pero él no estaba dispuesto a hacer eso. Draco simplemente-

No le importaba.

—Suficiente —dijo Theo, levantándose bruscamente de su asiento—. ¿Estás satisfecho ahora?

Draco curvó la boca en algo parecido a una sonrisa.

—Bastante.

La poción volvió a sonar en el fuego, indicando que la primera parte de su preparación estaba lista y debía ser dejada reposando veinticuatro horas más. Draco se levantó de su lugar bajo la atenta mirada de Theo y apagó el fuego, conjurando un hechizo que mantuviera el caldero impermeable para que ningún objeto extraño ingresara en él. El rubio juntó los ingredientes que utilizaría al otro día, y luego se dio la vuelta.

—Bien —dijo, caminando hacia él—. Vamos con Potter.

•••

Draco no sabía dónde se encontraba cuando Theo los Apareció allí, pero sí que podía reconocer la magia ondeando a su alrededor.

Dio un vistazo, notando que a unos metros la barrera que los separaba de los muggles se erguía. Él podía verla, como un reflejo borroso entre un mundo y otro.

Theo sacó una moneda del bolsillo, tocándola con la varita. Draco reconoció el encantamiento proteico instantáneamente: era el mismo que él había ocupado en sexto año con madam Rosmerta, el que le había robado al "Ejército de Dumbledore". Parecía tan lejano en ese momento. Cuando las sospechas en su nombre bajaran entre los Mortífagos, Draco exigiría a Potter que le diera una también.

Sintió un familiar atisbo de adrenalina crecer en su estómago mientras veía cómo la mirada de Theo estaba enfocada en un punto que él no veía, seguramente un Fidelius.

Estaba allí, estaba pasando.

—¿Y ahora qué? —Draco dijo en tono aburrido.

—Ahora esperamos.

—¿Y qué? —repitió con burla, resoplando—. ¿Potter se va a materializar de la nada aquí?

—Así es, Malfoy.

Se giró al instante en el que escuchó su voz. Potter estaba detrás suyo, con esa expresión seria que traía desde que era nada más que un niño. Draco podía ver rastros aquí y allá que le decían que era la misma persona que él conoció en Hogwarts, el mismo adolescente enclenque. La postura desgarbada, el cabello hecho un desastre, las gafas redondas. Pero el resto... El resto era otro ser, completamente. Potter se sentía- amenazante. Destilaba casi el mismo poder que el Señor Tenebroso, la magia negra ondeando alrededor de su cuerpo, y la esencia característica, la firma mágica que Draco siempre había percibido, se hacía tan insistente que atosigaba sus sentidos.

Le dedicó una mueca que imprimía todo su desagrado.

—Justo a tiempo, San Potter —espetó, cargando sus palabras de veneno. El moreno alzó una ceja. Su cara estaba vacía de toda emoción.

—Uno creería que en ocho años se te ocurrirían nombres más ingeniosos que los que usabas en el colegio —contestó él, empezando a caminar hacia donde estaban para ponerse frente a ambos.

—No necesitaba pensar en nombres nuevos para muertos. Y tú lo estabas, para mí, y vaya que fueron buenos años —le dijo Draco—. No pensé que estuvieras escondiéndote como una rata.

Había olvidado, de verdad, lo mucho que disfrutaba ver la forma en que el rostro de Potter se enfurecía. Sus ojos se transformaban en dos rendijas, y la palabra irritación parecía cobrar vida. Su mandíbula se apretaba, y las mejillas tomaban un tinte rojo. Fue su pasatiempo favorito de niño, y era divertido ver que aún podía hacerlo perder la paciencia con un par de palabras.

—Si no te hubieras dedicado a crear hechizos de mierda que mataban a la gente que podía testificar que estaba vivo —replicó Potter, con el mismo veneno que el rubio había ocupado—, quizás te habrías dado cuenta.

Draco bufó con sorna, la ira empezaba a apoderarse de él. Habían cosas que no cambian.

—¿Esa es tu excusa? Te has rascado los huevos ocho años. Pudiste-

Draco.

La voz de Theo hizo que se girara hacia él, su tono advirtiéndole que quizás iba a cruzar una línea.

Le importaba una mierda.

Estaba siendo irracional, lo sabía. Sabía que viéndolo desde un punto de vista objetivo, Potter no tenía demasiadas opciones. De todas formas aquella parte de Draco, la que le ayudaba a mentirse a sí mismo, encontraba muchísimo más cómodo echarle la culpa de todo a Potter y su ineptitud. Ni siquiera podía empezar a explicar por qué le molestaba tanto- solo que si hubiera sabido la verdad sobre su muerte... Si hubiera sabido...

Nada. Nada habría pasado. No eres una buena persona. No intentes convencerte a ti mismo de eso.

Probablemente habrías luchado para entregarlo al Señor Tenebroso, y así comprar la libertad de tu madre. No lo habrías ayudado. No eres como Theo.

No eres más que en lo que te convertiste.

En medio de sus pensamientos, no pudo evitar preguntarse qué tanto había de cierto en todo eso. En si habría entregado a Potter sin pestañear por su madre. No lo sabía. No quería saberlo tampoco. No había sucedido. Punto.

Eso no quería decir que no le hirviera la sangre.

Potter extendió su mano, y Draco, por inercia, hizo lo mismo. Un segundo después, sintió un papel cayendo encima de ella. En él se leía una dirección extraña. Coordenadas, si era preciso. Pero para cuando su cerebro empezó a dilucidar qué era, el suelo ya estaba abriéndose desde abajo, y una Mansión casi tan grande como la suya había empezado a surgir a unos metros de donde se encontraba. Era más parecida a un castillo que a otra cosa, aproximadamente cinco pisos y una que otra torre, la construcción hecha de piedra y notoriamente antigua. Las protecciones que asimilaban una reja eran de piedra también y madera, irguiéndose a lo largo del gran terreno e impidiendo que de donde estaban se pudiera ver hacia adentro.

Draco miró a su alrededor. Era un campo, donde muchos metros más allá se veía un pequeño pueblo con casas igual de pequeñas, y una mansión en miniatura. No había nadie, y de todas formas, de pronto sintió que estaba siendo observado.

Elevó sus ojos, aunque no notó nada fuera de lo común.

—Vamos —dijo Potter abriendo el gran portón de metros y metros de alto mientras murmuraban un encantamiento largo—. Por aquí.

Draco y Theo lo siguieron. El primero recordó vagamente el hechizo que Potter había pronunciado. Era peligroso, y servía para sellar completamente una propiedad. Dentro de esa Mansión, absolutamente nadie entraba o salía sin el consentimiento del azabache. Draco pensaba que ese hechizo en realidad era una fantasía, nunca vio a nadie usarlo fuera de sus cuentos de fábulas. Aparentemente, era real.

La Mansión se encontraba casi al final del terreno, por lo que todo lo de al frente era un laberinto de arbustos y árboles que formaban un espacio común al centro. Casi como un parque en medio de la propiedad. Draco sabía que así estaban diseñadas las casas mágicas más antiguas para hacerle más difícil a los enemigos entrar por tierra, y que el laberinto de la Mansión Malfoy era aún más complicado que ese. Aquel parecía estar ahí solo para adornar.

—¿Qué sucedió? —preguntó Potter de pronto, parándose justo en el espacio común, los árboles rodeandolos y haciendo que aquello fuera algo más privado. Sus palabras habían sido dirigidas a Theo, pero sus ojos estaban fijos en él, así que Draco fue el que contestó.

—El Señor Tenebroso quiso ver mis recuerdos, luego de preguntar por la desaparición de Yaxley —le dijo sin rodeos.

Potter solo parpadeó. Si se daba cuenta de lo grave de la situación, no lo demostró para nada.

—¿Y? —replicó luego de unos segundos de silencio.

—No vio nada, pero creo que es peligroso tener mis recuerdos ahí sí estoy en su foco de mira.

Potter aún no se movía. Una brisa recorrió los árboles, y el frío extenuante en el que vivían se hizo un poco más notorio. A unos kilómetros los dementores debían andar cazando presas a quienes robarle la felicidad. Por poco, Draco sacó su varita y conjuró un Patronus. Aunque en la oscuridad de la noche llamaría demasiado la atención.

—¿No eras un experto Oclumante?

—Sí —contestó aunque no era del todo cierto, y obvió el tono de burla con el que Potter había preguntado aquello—. Pero no puedes usarlo contra él. El Señor Tenebroso- se daría cuenta de que lo estoy dejando fuera de mi mente. Pensará que escondo algo.

—¿Qué sugieres?

—Existe un... hechizo. Es un derivado del Obliviate. Borrará mis recuerdos, pero de forma temporal, y yo decidiré qué olvidar. Una vez que tú lo reviertas con un toque de varita, recuperaré todo. Todo lo que tenga que ver con la Orden.

Draco, por alguna razón, había esperado que Potter exigiera explicaciones. Que le preguntara de dónde había sacado eso y por qué consideraba que era una buena idea. O que lo descartara y el rubio tuviera que luchar con uñas y dientes para que le hiciera caso a él y a su plan, y que dejara esa estúpida idea preconcebida de la moral. Gritarle que no rechazara su propuesta solo porque era Draco Malfoy.

Pero en su lugar, Potter sacó la varita de su bolsillo.

—Está bien —le dijo con serenidad—. Enséñame.

Draco se quedó donde estaba unos segundos antes de asentir y acortar la distancia entre ambos, sacando su propia varita mientras se ponía a su lado.

Evitó mirar la madera que Potter sostenía entre sus dedos. Evitó pensar en que era suya, y que no tenía derecho de usarla. Pero era cierto que la varita escogía al mago y que había pasado ocho años sin ella. No la necesitaba. Sin embargo el hecho de que fuera Potter, de toda la gente, que la tuviera...

Merlín.

—Tienes que moverla de esta forma... —le dijo, haciendo un movimiento en zigzag parecido a una Z alargada y curva. Potter lo intentó—. No, no. Así.

Era un hechizo de los más complejos que habían, no le extrañaba que el inútil no pudiera hacerlo.

Draco lo hizo una vez más, dejando en claro con la muñeca cómo se conjuraba. Potter siguió su ejemplo, sus ojos determinados cómo si aquello fuera una especie de desafío.

—Sí —dijo Draco, una vez que el movimiento fue copiado de forma correcta—. Y debes decir "Pars Obliviate".

Potter lo repitió.

—Sí —volvió a decir él, alejándose.

Draco fue vagamente consciente de que habían estado un poco más cerca de lo normal cuando dio un paso atrás y el calor del cuerpo de Potter había desaparecido de su costado, el roce de las ropas desapareciendo. Sin embargo, no se detuvo en ese hecho, porque un pensamiento cruzó por su cabeza golpeándolo al instante.

—¿Qué pasó con Yaxley? —preguntó de repente. Potter enarcó una ceja.

—¿Cómo que, qué pasó con Yaxley?

—¿Han logrado sacarle algo?

Potter lo estudió unos segundos, intuyendo que Draco tenía segundas intenciones con esa línea de cuestionamientos.

—No. Se ha resistido a to-

—Déjamelo a mí —lo interrumpió—. Habla con Theo. Luego de la próxima ejecución, llévame hasta él.

El semblante de Potter se hizo más oscuro luego de oírlo. Draco no sabía por qué. Por la ejecución, o por la obvia implicación de que él  podría hacerlo hablar.

Le importaba una mierda también.

—¿Para? —preguntó Potter, casi con resentimiento. Draco guardó la varita en su bolsillo.

—Para charlar y comer bocadillos, Potter. No seas imbécil, aunque tengo claro que te cuesta, pero sé cómo hacer que hable.

Los Mortífagos y la sociedad en general, sobre todo los niños, eran educados para ser soldados, mas no estaban entrenados como la Orden. Como había comprobado con Hannah y según la historia de Theo, un miembro promedio del bando de Potter era capaz de resistir a las peores cosas, a las peores torturas, y aún así morir sin revelar más de lo necesario. Los Mortífagos, a diferencia de ellos, no tenían la necesidad de hacerlo porque no tenían ningún tipo de amenaza encima.

O eso era lo que ellos pensaban.

—¿Así como lograste que Hannah hablara? —dijo entonces Potter, la ira colándose en su tono, la acusación en cada palabra.

Draco se echó a reír.

Por la cara de Potter, sabía que no era un sonido placentero.

—Ella fue una de las difíciles, debo admitir —contestó con una media sonrisa—. Ni siquiera gritó tanto como el resto, solo cuando Greyback se la comió viva. Un buen espectáculo, tengo que admitirlo.

Ahí estaba una vez más. La viva rabia adornando cada fracción de la expresión de Potter. La varita estaba apuntada a él al instante de finalizar, y Theo dio un paso hacia ellos.

Draco no borró su sonrisa.

—Me das asco —siseó Potter entredientes.

No era el primero que lo decía.

No sería el último.

—Ponte a la fila.

Por lo que pareció un minuto entero, ninguno se movió. Theo miraba la escena desde su posición, dispuesto a intervenir si las cosas escalaban. Potter apuntaba hacia él, destilando enojo y repulsión. Y Draco se burlaba, con ojos ansiosos de ver cómo reaccionaba frente a lo que decía.

Y cuando creía que podían comenzar a liarse a maldiciones, Potter bajó la varita, dando un paso hacia atrás y cortando el contacto visual.

Draco lo miró por unos segundos sin entender, aunque no fue demasiado.

—Bien, Potter. Hazlo ahora —prefirió ordenar, para luego girarse hacia Theo—. Deberás aturdirme una vez que acabe, así que mantente listo.

Potter, desde su lugar, arrugó el entrecejo.

—No será necesario, podemos hacer esto afuera y mientras yo me oculto bajo la capa y estás confundido, Theo podrá Aparecerte lejos.

Draco se volteó una vez más hacia él, una ceja arriba.

—Sí será necesario. Seguiré sintiendo tu magia y me preguntaré por qué estás vivo, y el Señor Tenebroso podrá verlo en mis recuerdos.

—Bastante gente puede sentir mi magia —replicó Potter, casi con narcisismo—, eso no quiere decir que sabrás que es mía.

Draco lo miró directamente, ojos fríos y cortantes como una navaja.

—Lo sabré.

Se vieron el uno al otro unos asfixiantes segundos, y Draco casi quiso gritarle que no todo lo que decía tenía segundas intenciones de por medio. Que estaba siendo honesto y que ni aunque quisiera podría traicionarlos. Que no entendía cómo ni siquiera un Juramento Inquebrantable hacía que confiara en él.

Pero no dijo nada de eso.

—¿Cuál es el problema, Potter? —se mofó—. Cuando te conocía, habrías peleado por poder aturdirme.

No le pasó desapercibido ni a él, ni a nadie, cómo esa oración salió de sus labios. Cuando te conocía. No tenía mucho sentido, pero a la misma vez tenía todo el sentido del mundo. Draco ya no conocía a ese hombre que estaba frente a él. No tenía idea de quién era, además de su nombre. No sabía qué había hecho en esos años. No lo sabía.

—Bien —murmuró Potter entonces.

Sin más preámbulo, una varita estaba encima de su cara, y un montón de memorias comenzaron a pasar frente a él, Draco se enfocó en ellas, en todas las que podía, para olvidarlas. Theo. Yaxley. Potter. La Orden. Todo desvaneciéndose y quedando como nada más que ideas inconexas sin relación entre sí.

Draco suspiró, sintiéndose súbitamente débil.

Y finalmente, su alrededor se volvió negro.

Notes:

Holaaa, ¿qué tal les va? Yo estoy hiper emocionada porque he visto unos tiktoks por ahí promocionando este fanfic y realmente me hace muy feliz que les esté gustando a tal punto. No tienen idea de lo contenta que estoy, he llorado al menos dos veces viéndolos *llora otra vez*

En otras noticias, canónicamente, Theo y Draco son personas que se respetan mutuamente y comparten afinidad, y Rowling de hecho les preparó una escena dónde ambos hablaban de igual a igual, pero nunca supo incluirla en la saga. Así que yo tomé este dato y lo aproveché a mi conveniencia. Son besties en mi cabeza.

Y bueno, hay bastantes cosas del canon, en su mayoría de las Reliquias de la Muerte, (libros, entrevistas de J.K, tweets), que me han ayudado a darle forma a esta trama. Sobre todo vacíos argumentales y errores de continuidad a los que les daré un sentido más adelante.

Stay tuned!

Chapter 8: Capítulo 5: Asesino de almas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Harry entró de vuelta a la Mansión sintiendo el corazón latiendo en su garganta y la familiar rabia creciendo en el estómago.

Joder.

Había visto a Malfoy antes, aquel día del interrogatorio, pero dado que estuvo la mayoría del encuentro bajo el Veritaserum, Harry no podía hacerse una buena imagen de él. Se había encontrado con esa fachada fría que daba la poción, combinada con la cólera de la muerte de su madre. Físicamente era donde él podía ver más diferencias con su yo del pasado, pero en ese momento...

En ese momento, se había encontrado con Malfoy, y había entendido al fin el revuelo, el miedo tras ese nombre.

Toda la apariencia que tuvo en Hogwarts, el niño malcriado y caprichoso que una vez fue, se había desvanecido, dejando a un hombre que parecía carecer de alguna emoción humana. El hombre que Harry vio esa noche, era el Malfoy que hizo que la gente nueva que se unía a la Orden temiera que él los descubriera.

No Rabastan. No Greyback. Ningún Mortífago conocido y veterano.

Malfoy.

Malfoy, a quien la gente común temía y respetaba, porque sabían que si sus ojos se posaban en ellos por más tiempo de lo normal, todo estaba perdido. Malfoy, que inauguraba ejecuciones y observaba todo con ojos duros y analíticos, limpiando la sangre de sus zapatos como si no fuera más que un estorbo. Malfoy, quien había ascendido inesperadamente rápido entre las filas de los Mortífagos, llegando al círculo más cercano de Voldemort. La élite de la élite. El Nobilium.

Malfoy, el torturador. El despiadado.

Como le habían apodado, Astaroth: demonio entre los hombres.

No importaba que no hubiera matado a nadie, que clamara no haberlo hecho. La crueldad de su mirada no ocultaba secretos.

"Sé cómo hacer que hable", había dicho, con su voz cortante como una daga. Y cuando Harry pensó que- pensó en las cosas que Malfoy haría para conseguirlo y recordó a Hannah, él solo se había reído. Como si lo considerara algo gracioso.

Harry oyó cosas durante esos casi ocho años, por supuesto. Él sabía el rol que desempeñaba Malfoy, quién era, ¿cómo no hacerlo? Relatos de que Malfoy torturó gente hasta la locura, que empleaba hechizos que hacían parecer un "Crucio" un juego de niños. Que existió gente a la que hizo hervirles la sangre de forma literal, provocando que se quemaran por dentro y se arrancaran la piel con las uñas para dejar de sentir cómo sus órganos se iban degradando... pero su mente nunca fue capaz de unir la imagen del niño que lloraba en medio de un baño por no poder cumplir la tarea que se le encomendó, con la de un torturador frío y despiadado, que despertaba el respeto y miedo de la gente que lo conocía.

Ahora sí podía.

—¿Estás seguro de que esto es una buena idea?

Harry se giró hacia la voz una vez que estuvo dentro, tomado un poco por sorpresa. Provenía de un lado de la chimenea en el Salón Principal, y el tono desconfiado con el que toda la gente lo había tratado desde que había pactado su alianza con Malfoy era notorio en las palabras.

—No —respondió Harry con sinceridad, acercándose hasta ella—. ¿Pero se te ocurre una mejor opción para saber qué tiene que ver Narcissa en todo esto, que su propio hijo?

La castaña estiró sus largas piernas encima del diván, el libro que traía entre las manos resbaló un poco a medida que lo observaba, sus ojos azules escanearon su cuerpo.

Harry sabía que estaba escuchando sus pensamientos.

—Deberías dejarme entrar a su mente —dijo ella, con tono perezoso—. Ver lo que hay allí, qué es lo que sabe... y luego deshacernos de él.

Harry suspiró, masajeando sus sienes. No era como si esa idea no hubiera cruzado por su mente, pero no, aquel no era el curso de acción que tendrían que tomar. Lo que debían hacer era aprovechar la posición que Malfoy se había labrado.

Harry se sentó a un lado de ella.

—Ya le dimos Veritaserum —replicó—. No sabe nada, Astoria.

Astoria resopló pero no agregó nada más frente a esa oración, posando sus piernas en el regazo de Harry y retomando la lectura. Harry tomó su tobillo, empezando a trazar líneas encima de la piel a medida que pensaba. Malfoy había dicho que tenía una ejecución pública, debía ser en unos días. Harry conocía todo acerca de ellas. Solían suceder cuando alguien atentaba contra el gobierno de Voldemort, ya sea porque afirmaban ver a Harry Potter, o porque era pillado haciendo cosas sospechosas. Se llevaban a cabo en el Atrio del Ministerio de Magia, en una tarima justo enfrente de donde se encontraba la estatua de su supuesta derrota. Eran todas diferentes, para que las personas no supieran qué esperar, y podían ir desde un simple Avada Kedavra, hasta desmembrarlos vivos para el deleite de la comunidad mágica. Los miembros del Nobilium y el Electis abrían las ejecuciones, y en bastantes de ellas, eran quienes las llevaban a cabo. Y si las víctimas no clasificaban como lo suficientemente importantes, Voldemort ni siquiera se aparecía.

Luego de que la ejecución de ese día pasara, tendría que avisar a Theo para que Malfoy viniera al cuartel y sacara información a Yaxley, con métodos de tortura que Harry apenas podía empezar a imaginar. Ellos conocían algunos de esos hechizos –el Veritatis Dolorem o el Flacse, por ejemplo– y se habían entrenado para soportarlos. Suponía que los Mortífagos, sobre todo los experimentados, podían aguantarlos también, pero eso no quería decir que el resto de los conjuros que se habían inventado a lo largo de los años fueran de conocimiento público, que se pudieran resistir. Malfoy... Malfoy estaba seguro de que iba a hacerlo hablar...

—Estás siendo demasiado ruidoso.

Harry soltó el tobillo de Astoria, girándose para mirarla. La mujer no había despegado los ojos de las páginas al hablarle.

—No he dicho nada.

—Puedo oír tus pensamientos. Siempre son caóticos, pero nunca se habían oído así... —murmuró ella en respuesta, mirándolo de reojo por arriba del libro—. ¿Estás bien?

La respuesta fue automática.

—Sí.

Astoria le miró unos segundos más antes de fruncir el ceño y volver a la lectura, dejando a Harry perderse una vez más en su cabeza. Si había una ejecución, eso quería decir que en la última redada alguien lo había visto. Era lo más probable. Que lo vieron y lo anunciaron al mundo. Quizás podrían sabotear la ejecución, entonces. Quizás podrían incluso matar unos cuantos Mortífagos. No- debían apegarse al plan de secuestrar a los guardias que tuvieron contacto con Narcissa. Eso debían hacer. Gastar fuerzas y poner en peligro a la Orden por na-

—Bien —dijo Astoria de manera repentina—. Me voy.

Harry levantó la mirada cuando la oyó, para ver cómo Astoria se levantaba de su lugar, dejando el libro donde estaba sentada momentos atrás. Su largo cabello se encontraba trenzado, y el vestido blanco que usaba quedó rápidamente cubierto por la túnica gris que se puso encima, la cual reposaba antes en la espalda del diván. Astoria conjuró un rápido Glamour que transformaba su cara mientras acomodaba las prendas, la capucha cayendo al instante sobre su cabeza.

—¿Adónde vas? —preguntó Harry, viendo cómo Astoria se encaminaba hacia la puerta una vez había terminado. Ella se giró brevemente.

—A casa.

Harry se levantó también, siguiéndola hasta afuera del salón, ambos caminando hacia la puerta de entrada. Astoria era unos centímetros más alta que él, pero en ese momento la diferencia era notoria gracias a sus zapatos. Harry no tenía idea de cómo podía andar tan bien con esos tacones.

—¿De verdad te vas a ir porque interrumpí tu lectura? —preguntó él suspirando, cuando ella ya alcanzaba la puerta.

No era la primera vez que se marchaba para poder estar en paz con sus propios pensamientos.

Astoria se giró entonces, y la cara seria con la que se iba ya había cambiado. Le dedicó una sonrisa a Harry, avanzando unos pasos hasta quedar frente a frente. Sus ojos azules brillaban, la tenue luz del pasillo hacían que las sombras que se reflejaban en su rostro enmarcaran sus facciones disimuladas, la belleza y elegancia destilaba de ellas aún con el Glamour.

—No seas egocéntrico, Harry —dijo con voz suave, levantando la mano para acunar su rostro—. Me tenía que ir de todas formas, Daphne podría llegar en cualquier momento a casa. Mi trabajo aquí con Yaxley está hecho. —Ella se inclinó, dejando un pequeño beso en su mejilla, justo a un costado de su boca—. Mientras Malfoy no lo rompa lo suficiente para entrar a su mente, no puedo hacer más.

Harry volvió a suspirar, un poco mareado por su cercanía, el perfume caro impregnando sus fosas nasales.

—Está bien —murmuró cuando se alejó. Astoria asintió, separándose de él y volteandose a la puerta.

—¿Me vas a llamar cuando ese tipo venga?

—Sí.

—Está bien —Astoria tomó el pomo y salió al jardín—. Te veré luego.

Y con eso, se marchó.

Harry se dirigió a una de las ventanas, observando cómo Astoria se movía por el laberinto y pasaba la zona común dónde él, Theo y Malfoy, habían estado minutos atrás. La capucha ondeaba con el viento, y, cuando las protecciones le avisaron que alguien estaba tratando de traspasarlas, Harry apuntó la varita a la puerta, murmurando el hechizo que la dejaría irse. No le preocupaba Astoria. Si la Aparición fallaba, siempre tendría otros métodos para volver a casa sin ser vista.

Harry dejó salir otra respiración temblorosa, sintiendo las protecciones amoldarse de nuevo, y se retiró. Le habría gustado conversar más con ella. Siempre era agradable hablar con Astoria, y Harry aprendió a apreciarla con el paso de los años luego de que la mujer casi hubiera peleado con uñas y dientes para que la dejaran unirse a su bando. Había aprendido a reconocer su intelecto y lo útil que era para la Orden su don con la Legeremancia y la Transformación. Una parte de él pensaba que incluso en algún punto podría haber llegado a enamorarse de ella; pero lo descartó de inmediato, en este momento y en aquel entonces. No solo porque no había cosa más peligrosa que amar en tiempos de guerra, si no también porque en medio de todo ese lío, más débil se hacía de cara a sus enemigos, quienes no dudarían en aprovecharse de los puntos sensibles si es que los descubrían. Más doloroso sería una vez que se marcharan... él estaba bien así. Además...

Buscaría a Ginny en Astoria.

Harry caminó por los pasillos que daban a las escaleras de la mansión, quitándose esa idea de la cabeza. Astoria y Ginny no eran nada parecidas, ni físicamente ni psicológicamente. Mientras Ginny era atrevida e intrépida –pasional– Astoria era precavida, y prefería por lejos el terreno intelectual que el del campo de batalla, aunque era una bruja talentosa también. Harry intentaría buscar similitudes que no existían, y no sería justo para ninguno, ni para la memoria de Gin, ni para él, o para Astoria. No lo era.

Realmente estaba bien así.

Harry llegó al borde de las escaleras. Eran grandes y vistosas, dando a un segundo piso igual de espacioso que el primero. Harry las subió, dispuesto a retomar la reunión que abandonó a la mitad antes de que su moneda se calentara, cuando de pronto notó a Luna en una de las primeras habitaciones del pasillo, sentada en la última ventana del cuarto mientras miraba hacia afuera.

Harry pausó, decidiendo que no podían hacer daño darse unos minutos para hablar con ella.

—¿Estás bien? —le preguntó, entrando a la habitación.

Era una de las de menor tamaño y tenía un piano al centro. Aparentemente Luna quería aprender a ocuparlo, pero lo único que había logrado era tocar melodías que no tenían relación entre sí, aunque nunca se lo decían. Había pocas cosas que la hacían verdaderamente feliz desde el 2000. Y si tocar el piano de forma ridícula era una de ellas, Harry callaría.

Luna giró hacia él cuando lo escuchó, una pequeña sonrisa adornó sus labios a medida que asentía.

—Bien —dijo ella.

Harry llegó a su lado, mirando por la ventana junto a la mujer, notando cómo desde allí se podía ver un poco la zona común, el laberinto y algo de la salida de la mansión.

—Lo viste por la ventana —afirmó, sabiendo que eso era lo que Luna estaba haciendo allí. Ella volvió a asentir.

—Theo.

Harry le dedicó una mirada ladeada mientras los ojos de Luna seguían fijos en el jardín. No había dicho muchas palabras los últimos años, al igual que Andrómeda. La última vez que la escuchó hablar como una persona normal fue la noche en la que Theo la rescató y la llevó a la base antigua para ponerla a salvo. Luego, su lista de oraciones se había reducido hasta quedar en no más que monosílabos. "Bien, mal, y Theo" eran las palabras más usadas en su pequeña colección.

No era que no comprendiera el mundo a su alrededor, o que tuviera algún tipo de problema en la cabeza. Hermione y Poppy le explicaron que podía ser un mecanismo de defensa, que todos teníamos diferentes, y que para Luna era más fácil llevar la realidad de esa forma desde que la habían secuestrado. Harry no lo comprendía, extrañaba escucharla hablar sin parar sobre los nargles y esas cosas, pero no estaba en su lugar dictaminar cómo cada uno sobrevivía a la guerra.

—Theo estaba con Draco Malfoy, ¿lo recuerdas? —preguntó Harry lentamente. Luna volvió a asentir—. Él fue quien trajo a Yaxley.

La mujer pestañeó un par de veces, recordando seguramente la noche que habían movilizado el hombre hasta la mansión.

—¿Bien...? —cuestionó Luna, dejando la oración en el aire. Harry hizo una mueca.

—No diría que es bueno —respondió, intuyendo que eso era lo que estaba preguntando Luna—. Es Malfoy.

Luna no contestó nada en un inicio. Sus dedos fueron a parar a la ventana, trazando figuras en ella, la mirada fija en el punto donde Theo estaba parado minutos atrás.

—¿Theo? —susurró. Harry se tomó unos segundos para responder.

Theo había matado a un montón de gente. Theo había cortado cabezas sin pensarlo dos veces, sin tener remordimientos al respecto. Theo había reducido a pedazos a cualquiera que intentó tocarle un pelo a Luna. Eso no era de alguien bueno.

Pero Harry tampoco podía juzgarlo, después de lo que él mismo había hecho.

—Theo te protegió —respondió en su lugar, sabiendo que Luna defendería al hombre sin importar qué le dijera. Ella asintió solemnemente.

—Theo —dijo, el nombre deslizándose en sus labios con cariño—. Bien.

—Sí. —Harry habló, con voz distante—. Theo hizo bien contigo.

Él no sabía si Nott no disfrutaba hacer esas cosas, y también que en más de alguna ocasión le tocó asesinar a miembros de la Orden, y que no debería confiar en su palabra. Pero Theo ya había arriesgado su vida, años atrás, al traer de vuelta a Luna. Quizás Harry estaba siendo iluso- probablemente lo era, pero si alguien como él podía notar que los sentimientos de Theo eran verdaderos, entonces no tenía razones para desconfiar de él.

Eso no quería decir que la idea le agradara.

Luna lo observó abiertamente, con sus grandes ojos azules menos soñadores y brillantes de lo que fueron en la adolescencia. Su cabello rubio ya de por sí apagado había oscurecido más tonos durante esos años, y las pequeñas cicatrices que le recorrían la frente daban por resultado la imagen de una mujer que pasó por demasiadas cosas.

Al igual que el resto del mundo.

Harry se alejó de la ventana, dispuesto a volver a lo que estaba haciendo.

—¿Has visto a Hermione y el resto? —preguntó. Luna apuntó hacia el final del pasillo, justo donde Harry creyó que iban a estar—. Gracias, Luna —dijo, agachando un poco la cabeza a modo de despedida y saliendo del cuarto.

A medida que Harry se daba la vuelta, Luna agitó su mano y volvió a mirar una vez el punto donde Theo había estado, casi como si pensara que si lo deseaba lo suficiente, el hombre reaparecería. Harry agitó la cabeza.

No demoró mucho en ubicar a sus amigos. Estaban dentro de un cuarto grande con una mesa que abarcaba poco más de la mitad de la sala. Se encontraban en una de las esquinas. Hermione, Ron, Percy y Bill doblados encima de un montón de hojas, leyendo y hablando en voz baja.

Harry caminó hacia ellos sin dejar de notar cómo a la mano de Hermione, la cual movía por encima del papel, le faltaban dos dedos. No fue una experiencia bonita el día que los Mortífagos la habían reconocido y por poco asesinado; su cabello grande y desastroso dando la pista incluso tras la máscara, debido a que su foto y la de varios miembros de la Orden estaban colgadas por todo el mundo mágico, reconociendolos como "Los Rebeldes". Desde ese día en que le arrancaron dos de sus extremidades de forma definitiva para torturarla, usaba el pelo corto, al ras de su mandíbula, y lo llevaba amarrado en una media coleta para así ser irreconocible.

Ron la escuchaba atentamente, completo de cicatrices también en sus manos y brazos, las que se había hecho aquel día en el Departamento de Misterios en quinto año, y unas cuantas más. Bill, con las que le dejó Greyback adornando su rostro, y Percy. con la mitad del rostro quemado luego de la Batalla de Hogwarts. Harry sintió ese revuelco de siempre en su interior al mirarlos, recordando sus propias cicatrices también.

Todos habían sido marcados de una forma u otra.

—Hey —dijo, cuando llegó a su lado. El grupo levantó la mirada brevemente para reconocer su presencia, antes de volver a las anotaciones.

—¿Qué quería? —preguntó Hermione un poco más brusco de lo usual.

Harry la miró unos momentos, sabiendo que Hermione aún desconfiaba de Theo, siendo su mayor razón que el castaño no pudieran hacer un Juramento Inquebrantable con él que les confiara su lealtad, debido a que necesitaban que fuera capaz de jurar a Voldemort lo que pidiera. Lo único que consiguieron de su parte, era que jurara que pasara lo que pasara, no abandonaría a la Orden. Hermione no creía en su cariño hacia Luna, mucho menos después de que no deseara estar con ella, o rechazara cualquier intento de Luna por acercarse a él. Harry ya se había rendido en tratar de convencerla de que existían razones para su comportamiento, y que no, no los iba a traicionar.

—Estaba con Malfoy —respondió, esperando las reacciones que esa oración iba a traer, que no tardaron.

El cuerpo de Ron se tensó visiblemente, y Percy junto a Bill hicieron una mueca de desagrado. Hermione apretó los labios, sus manos apretando el borde de una de las hojas.

—¿Y? —escupió Ron, apretando la mandíbula. Casi molesto.

No era ninguna sorpresa. Todos sabían quién era Malfoy y la manera en la que entró al Nobilium: sacrificando a un pobre chico y consagrándolo como el peor asesinato de esos años. Todos lo odiaban en diferentes niveles.

—Tom intentó ver sus recuerdos hace unos días —explicó Harry, con voz neutra—. Malfoy cree que desconfía de él.

Su amigo bufó, sus ojos enfocados con ahínco en los papeles.

—Tremendo espía...

Harry se puso a su lado para mirar las hojas también, ignorando su comentario. Independientemente de si detestaba o no a Malfoy, sabía que Voldemort desconfiaba de todo el mundo. Que tenía mascotas y seguidores, pero no iguales, y que sería un estúpido si por su mente no hubiera pasado la posibilidad de que Malfoy se hubiera enterado de todo lo que le hacían a Narcissa, y que la historia de pantalla de Lucius no hubiese funcionado. Era más que obvio que tarde o temprano se aseguraría de que el secreto siguiera intacto, y que la urgencia de comprobar que Malfoy seguía sin saber nada, hubiera crecido luego del secuestro de Yaxley.

Una parte de su cerebro le recordó que, como estaban las cosas, Malfoy debía hacer hasta lo imposible para probar que era devoto a Voldemort. A nadie le iba a gustar mucho esa parte.

—¿Y? —intervino Percy, subiendo sus lentes—. ¿Qué hiciste al respecto?

Harry se encogió de hombros.

—Él me enseñó un hechizo, no sé de dónde lo sacó. Es una variante del Obliviate.

—¿Por qué no preguntaste? —cuestionó Hermione frunciendo el ceño.

—Claro, Hermione, porque Malfoy me iba a responder, ¿no?

Su amiga volvió a apretar los labios, sus ojos volviendo al papel. Bill se acarició la barbilla, levantando una ceja al oírlo.

—Creía que si le sirve a la Orden, está obligado a decírtelo —puntualizó él.

Harry lo observó unos momentos. Bill era el más callado de todos los Weasley, incluso más que Percy o Charlie, pero eso no había sucedido de la noche a la mañana. El cambio pasó, cuando Fleur sufrió de un aborto a los seis meses de embarazo gracias al estrés con el que estaban viviendo, y debido a que Bill fue a una misión para encontrar a Nagini. Para cuando volvió, había sucedido lo que había sucedido.

Harry apartó la mirada, dejando el terrible recuerdo disiparse, y suspiró. ¿Qué importaba el cómo supiera ese hechizo? No afectaba en nada. Malfoy seguramente sabía cómo hacer un montón de cosas horribles, debió aprenderlas durante esos años. Así como todos ellos.

—Bueno, da igual —replicó, con voz determinante—. Me lo enseñó.

Sacó su varita, demostrando cómo se conjuraba y repitió las palabras. Una leve floritura blanca salió de la punta y chocó contra la pared cuando finalizó. Les explicó lo que hacía, y mencionó que Malfoy al final de todo dijo que debían aturdirlo, que podría sentir su magia y sabría que le pertenecía a Harry. Aquello le consiguió unos ceños fruncidos, y a Hermione asegurando que "investigaría".

Una vez terminado, Harry volvió la vista al montón de papeles encima de la mesa, comenzando a delinear la letra con sus dedos.

—¿Qué están viendo? —cuestionó, con interés. Hermione también miró los papeles, sus orbes cafés escanearon las líneas que había anotado, la tinta aún estaba líquida.

—Los apuntes de Hannah —respondió, y Harry alzó las cejas. Pensó que Hannah dejó esas cosas en su hogar y que debían ir a buscarlas, no que las había entregado—. Ella no sabía quiénes en concreto tenían acceso a la celda- bueno, a la sección apartada en la que tenían a Narcissa Malfoy. No sabía qué personas, excepto por los que alcanzó a ver, eran los que entraban allí. Los guardias la mayoría del tiempo se cubrían las caras, o usaban algún tipo de Multijugos o Glamour. —Harry movió la cabeza de arriba a abajo con lentitud. Tenía sentido—. Ella fue capaz de colectar similitudes entre los que la custodiaban, y estableció un patrón, junto a Leice. Al menos tres de ellos son la misma persona —Hermione apuntó a la hoja de la izquierda y la de más abajo—. Y dos más quedan por descubrir.

Harry las miró. Una de las maneras en las que Hannah determinó similitudes entre las distintas personas que veía ingresar a Azkaban, eran los gestos. Ella junto a Leice tuvieron que haber estado bastante atentos a eso. Y no por primera vez, lamentó haber perdido a un miembro con tanto talento.

Se negaba a ahondar más en lo que eso significaba: el no sentirse peor. El comenzar a ser más y más insensible frente a las muertes de los que conocía.

—¿Sabemos cómo podemos llegar hasta ellos? —dijo él, acariciando su poca barba.

—Leice está en eso —respondió Percy—. Aunque se le ha complicado, según la lechuza que envió a Bulstrode. Están encima suyo desde que el asesinato de Hannah se ha vuelto público y el Nobilium lo ha reclamado como justicia. —Sus labios, como los del resto, se curvaron con desagrado. Harry se sintió asqueroso de pronto, al recordar las palabras de Malfoy—. En unas semanas debería ser capaz de darnos información.

Harry asintió, volviendo a leer los datos de la mesa y agradeciendo mentalmente a Hannah y Leice por ello.

Leice era un chico de Ravenclaw, callado, que solía trabajar con Hannah en Azkaban, hasta que pasó lo que pasó. Era mestizo, pero toda su familia pudo falsificar sus registros y colocarse como sangre pura durante el primer periodo de la guerra. De todas formas batalló contra Voldemort en Hogwarts, del lado de la Orden, y luego del fiasco que resultó aquello y Voldemort se hizo con el poder, Leice y su familia debieron rendirse ante él y soportar latigazos y torturas públicas, (como cada familia sangre pura que no estuvo de su parte hizo, para seguir existiendo luego de que Voldemort ganara). Él y sus hermanos aceptaron un puesto en Azkaban, uno de los más bajos que había en el mundo mágico y de ahí comenzó a ayudarlos.

Y no era el único. No era el único miembro que llevaba dos vidas, que colaboraba en silencio con lo que podía. La gente estaba cansada.

A través de los años, y gracias a aliados como Theo y Astoria, más Slytherin se unieron también. Millicent Bulstrode o Adrian Pucey como ejemplo. Cada vez que se apoyaban en ellos o salían con una solución que el resto de la Orden no había pensado, Harry veía más y más fallos en el curso de acción que Dumbledore tomó. Fue un error no encontrar un lugar en su bando para los niños sangre pura. Fue un error no encontrar un lugar para los Slytherin. Se trataba de unidad, ¿no? Si les hubieran mostrado al mundo que eran oponentes dignos- si se hubieran entrenado para ser oponentes dignos, ¿cuántas familias antiguas habrían estado de su lado?

¿Cuántos seguidores de Voldemort se habrían pasado a su bando, si Harry hubiera sido vendido a las masas como un mago capaz, en vez de "El Elegido" de una profecía?

Fueron estúpidos. La moral era un estorbo, los prejuicios fueron el inicio para cavar su propia tumba. Habían sido ilusos y delirantes. La gente no buscaba estar en el lado del "bien", no buscaba satisfacer un concepto tan vacío cómo la ética durante la guerra. La gente buscaba sobrevivir; era el instinto primordial de los seres humanos. Y, entre un bando con magos entrenados que habían dominado técnicas y magia no vista antes, a comparación con uno que, luego del fallecimiento de Dumbledore, la cara visible era un chico de diecisiete años que hasta donde se sabía había escapado a Voldemort por nada más que mera suerte... no había demasiado dónde perderse.

En ese momento, los números todavía no los acompañaban, nunca lo hicieron, pero Harry estaba determinado a lograr que eso no fuera un problema. La gente los había buscado, los eligió porque sabían que en el mundo que Voldemort había creado, nada sobreviviría al final de todo.

Y Harry se aseguraría de no volver a cometer los mismos errores.

El moreno miró hacia arriba cuando Arthur llamó a Bill y Percy desde la puerta para que se acercaran a él. Harry lo examinó unos segundos, sin dejar de asombrarse por lo delgado que estaba, lo demacrado que se veía y lo cansado de sus gestos. Los señores Weasley en ese momento eran poco más que una sombra de lo que fueron en el pasado, a quienes Harry conoció cuando era un niño. Perder hijos sin poder hacer nada al respecto no era cualquier cosa, y la amargura, la sed de venganza, motivaba cada una de sus acciones desde entonces.

Harry miró a los hermanos irse, preguntándose si en algún futuro, la familia se reduciría aún más.

—Quiere ver a Yaxley —soltó el moreno entonces, cuando Percy y Bill estuvieron lo suficientemente alejados.

Ron y Hermione se giraron a él en cuestión de segundos.

—¿Qué? —espetó el pelirrojo, poniéndose instantáneamente a la defensiva.

Harry esperó a que la puerta se cerrara antes de volver a hablar, anotando mentalmente mientras veía lo delgada que estaba Hermione, que debían pasar al mundo muggle en busca de comida dentro de esos días.

—Malfoy —replicó, dejándose caer en una de las sillas alrededor de la mesa—. Dice que lo hará hablar.

Hermione y Ron no se sentaron. En cambio, lo miraron de arriba con detención. Harry ignoró sus expresiones y sacó la varita de su bolsillo comenzando a jugar con ella, siendo consciente que de una forma retorcida siempre había estado unido a Malfoy. Esos ocho años.

Que tuviera su varita era una de las cosas que lo ayudaría a ganar esa guerra.

—¿Te dijo cómo? —preguntó Hermione entre dientes. Harry levantó la mirada, algo descolocado por su pregunta.

—Sabes quién es —respondió, con simpleza—. Creo que podemos hacernos una idea de cómo lo hará.

Ron no dijo nada, pero esa familiar expresión de disgusto y molestia estaba presente en su rostro, como cada vez que alguien había mencionado a Malfoy en esos últimos casi siete años. Los Weasley, pero sobre todo Ron, odiaban a los Mortífagos más de lo que cualquier persona normal haría.

Y tenían razón en hacerlo.

—¿Y lo vas a dejar? —siguió cuestionando Hermione.

Harry despegó lentamente los ojos de Ron para posarlos en la morena. Algunas hebras de cabello caían en su frente, saliendo de la coleta. Su entrecejo estaba arrugado, combinando con las bolsas bajo sus ojos. Todos se veían cansados. El ojiverde se preguntó brevemente cuánto los había avejentado la situación en la que se encontraban.

—No veo por qué no —contestó, encogiéndose de hombros.

Hermione se cruzó de brazos, su mirada denotaba asco y la arruga se marcó aún más en la frente. Ron imitaba su expresión.

—¿Quizás porque, probablemente, le haga algo horrible? —replicó ella subiendo una décima el tono de voz.

Harry pensó. Pensó en Hannah y en su "Sé cómo hacer que hable". Pensó en el vacío de sus ojos, y lo terrible que sonó su risa.

Hermione tenía razón.

Pero también pensó en que Yaxley podía tener información importante en su poder. Que necesitaban llegar a ella como fuera.

Costara lo que costara.

—No es ningún inocente —dijo, más para sí mismo que para sus amigos. Hermione apretó los labios.

—No lo justifica.

Harry suspiró volviendo a guardar la varita en el bolsillo de su túnica, y se volteó a verla de lleno. Ron observaba la escena desde un lado, analizando cada movimiento de ambos. Harry trató de armarse de paciencia,

—Hermione, ayer lo hice retorcerse a Crucios entre las cadenas. Me pidió por favor que parara.

Hermione abrió la boca para decir algo pero luego la cerró, mirándolo en silencio. Harry sabía que solo se comportaba así porque era Malfoy de quien hablaban, quien ejecutaría las torturas. Hermione tiempo atrás ya había aprendido a reconocer la importancia de dejar a un lado la moral, al menos en esos tiempos, y a aceptar que a veces era necesario torturar a alguien hasta que no recordara su nombre. Que la magia negra no podía ser excluida entre los hechizos que usaban, aunque ella jamás había matado o torturado a nadie.

Derrotó a algunos enemigos e hirió de gravedad a otros cuantos. Sin embargo, solo por defensa propia. Jamás había apuntado a alguien con su varita con el solo propósito de asesinarlo.

Harry, a veces, la envidiaba.

—Lloró, rogó piedad, y luego vomitó sangre —continuó él, ignorando su gesto de malestar—. Y aún así no dijo nada. Creo que ya todos tenemos claro lo desesperados que estamos por información. El solo hecho de aliarnos con Malfoy es una prueba de eso.

Se iban a cumplir ocho años de la Batalla de Hogwarts. Ocho años desde que volvió para nada. Les había costado un mundo establecer una conexión entre las torturas de Narcissa y que ella supiera un secreto. Un secreto que además Harry estaba seguro que los llevaría al paradero de Nagini, y de esa manera hacer a Voldemort mortal.

Para entonces asesinarlo con sus propias manos si era necesario.

No iba a dejar pasar ninguna oportunidad porque Malfoy o el mismo Satanás se metiera en su camino. No lo iba a hacer.

Mis padres no murieron por nada. Fred no murió por nada. Dumbledore. Sirius. Remus. Dobby. Tonks. Teddy. Y la lista sigue y jamás se va a detener si esto continúa. Nada puede ser en vano.

Ginny.

Harry no iba a permitir que nada fuera en vano.

—¿Cuándo? —intervino Ron entonces, ante el silencio de su novia. Harry lo miró a él—. ¿Cuándo quiere ver a Yaxley?

—Luego de la ejecución. Theo dijo que será en tres días.

Ron asintió pensativamente, pero fue Hermione la que habló esa vez.

—Así que la veremos.

Aquello lo dejó petrificado por un segundo.

No.

No. Harry detestaba ver a la gente morir.

Y que fuera por su culpa.

—¿Por qué?

—Dice que no ha matado a nadie, ¿no? —replicó ella con rostro serio.

Él negó, captando hacia donde iba apenas la escuchó. No tenía ganas de mirar esa ejecución solo para comprobar que Malfoy decía la verdad. No creía que pudiera resistirse al Veritaserum como ellos. No era tan inteligente, y en definitiva nunca fue tan talentoso.

—Hermione-

—Tiene razón —lo interrumpió Ron, antes de que Harry pudiera decir cualquier cosa. Harry dejó escapar un suspiro.

—Que mate o no a alguien en la ejecución no prueba nada —dijo, porque era verdad. ¿Qué importaba si Malfoy asesinaba a alguna persona ahora?

La mayoría lo había hecho. Él, incontables veces, vio cómo la vida dejaba el cuerpo de sus víctimas. Cómo las cabezas caían a sus pies. Cómo no eran capaces de procesar qué estaba pasando, cuando Harry ya los había golpeado con alguna maldición mortal existente.

Estaban en guerra.

—Un asesino no se convierte en uno de la nada.

Harry volvió en sí al escucharla, y analizó las palabras de su amiga bajando la vista hacia sus zapatos. Estaba tentado a concordar con ellos, solo porque ya estaba harto de hablar de Malfoy. Había sido demasiado de él por un día.

No te gusta pensar en quien se ha convertido, porque te recuerda a la persona que eres tú, también.

—¿De verdad creen que pudo haber engañado un Juramento Inquebrantable? —preguntó de todas formas—. Digo, que no haya muerto después de jurar lealtad a mí, ya prueba que no está aliado a Tom por ningún ritual. O sea, que decía la verdad sobre no haber asesinado al niño que se supone que mató para ser parte del Nobilium.

Hermione suspiró, comenzando a masajear sus sienes mientras la mirada de Ron cambiaba a una más fiera y decidida.

—Pudo no haber matado al niño que lo apodó como un puto demonio —ecupió él, con su cara comenzando a tornarse roja—. Pero dijo que nunca había matado a nadie estando drogado con Veritaserum.

Harry acató sus palabras, digiriéndolas y aceptándolas. Entendía que si mentía, eso quería decir que podía resistirse, y que no era confiable. Que podía estar ocultando información valiosa acerca de Nagini. Pero no le gustaba la idea de todas maneras. No le apetecía ver esa ejecución, porque era lo mismo que ver injusticias y no actuar. Que Malfoy matara a alguien era un argumento más para desconfiar de él, lo entendía. Debían saber qué tan peligroso era.

Harry cerró los ojos, sabiendo lo que iba a responder aunque lo retrasara.

—Bien —dijo, sin abrirlos—. Bien, lo veremos.

•••

Harry realmente odiaba presenciar eso.

No era la primera vez que veía una ejecución, pero tampoco había mirado tantas debido a lo complicado que era conjurar un hechizo a distancia que se lo permitiera sin ser pillados.

Mas conocía el procedimiento de memoria.

Harry odiaba escuchar el mismo discurso de siempre, diciendo que cualquiera que quisiera atentar contra el gobierno del Señor Tenebroso, recibiría la pena de muerte como condena. Odiaba oír las mentiras, acerca de cómo los condenados recibían juicios justos y eran encontrados culpables. Odiaba ver las cosas desde la perspectiva de Adrian sabiendo que presenciaría el asesinato de personas inocentes y no habría nada que pudiera hacer al respecto. Sí, podrían intentar salvar al que estaba condenado a muerte, pero perderían soldados útiles para un campo de batalla.

Harry odiaba eso también.

Odiaba tener que decidir que habían vidas más valiosas que otras. Odiaba siempre hacer los cálculos, convencerse a sí mismo de que podrían todos pelear con al menos cinco Mortífagos y salir exitosos, y saber que al final del día eso no era cierto. Que la experiencia le había enseñado que les faltaban números aún para ganar la guerra, y que aunque le jodiera, no había nada que pudiera hacer para detener las injusticias del mundo.

Caso contrario al hombre que llevaba los viales en sus manos en ese momento.

Malfoy había inaugurado la ejecución, mientras los empleados y los Mortífagos se reunían alrededor de la tarima. Tomó los viales luego –que Harry podía presentir que contenían algo horrible– y se los entregó a Macnair sin una gota de emoción en el rostro. Entonces, se paró a un lado de las tres personas arrodilladas y maniatadas que miraban a su alrededor con ojos desesperados, buscando una ayuda que no llegaría. Eran todos mayores de treinta, y mientras Harry los observaba sabiendo el destino que tendrían, tuvo que repetirse una y otra vez en su cabeza, que la muerte no dolía. Que era pacífica y mejor a esa mierda de vida. Descansarían, cuando todo acabara, y nada podía ser peor que seguir vivo en ese mundo. Que- que-

Sus pensamientos se vieron interrumpidos, cuando vio cómo la ejecución realmente comenzaba.

Macnair le sacó la mordaza de la boca al único hombre, que ni siquiera pudo alcanzar a gritar, cuando dentro de su boca fue puesto un tubo que la mantenía abierta y el contenido del vial era depositado en él, obligándolo a tragar el líquido. La mujer a su lado, posiblemente la esposa, comenzó a moverse al verlo mientras lloraba. Las cadenas conectadas al piso se agitaban frenéticamente, y sus rodillas se rasgaban al punto de hacerse heridas sangrantes.

Harry sintió sus ojos picar.

Macnair retrocedió sacando el tubo de la boca del hombre, y miró con satisfacción cómo éste empezaba a sacudirse en el suelo, soltando jadeos de dolor mientras sudaba, con la sangre comenzando a salir de su nariz y las orejas. Esto era nuevo. Al menos, él no había presenciado antes una poción que hiciera eso. No públicamente.

Pero entonces reconoció sus efectos.

La piel del hombre poco a poco empezó a derretirse mientras él gritaba del dolor, como si un ácido lo estuviera quemando.

Las dos mujeres estaban enajenadas ahora, observando cómo su ser amado comenzaba a quedar reducido a nada más que músculos. Luego, a tejido. Y cada vez más y más similar a un esqueleto. Macnair le hizo una seña a Malfoy, y éste, sin pensarlo, las abofeteó a las dos con tanta fuerza que les volteó la cara y las hizo escupir, la marca de los anillos en su piel visible desde la distancia. Harry casi ardió en ira al verlo, sintió sus manos picar también para devolver el golpe una vez que lo tuviera al frente.

De todas maneras, no sirvió para acallarlas. La desesperación de ver cómo el hombre moría y que no pudieran evitarlo era más grande.

Las cadenas resonaban por el Atrio, y ningún alma se atrevía a hablar. Ni siquiera Harry y los demás, a kilómetros lejos mirando todo gracias al hechizo, parecían ser capaces de romper el silencio.

Las capas de piel estaban completamente derretidas, esparcidas en el suelo. El dolor era desgarradoramente palpable en los gritos del hombre, que estaba totalmente consciente mientras los huesos comenzaban a asomarse bajo las capas de tejido y órganos.

Incapaz de seguir mirando, Harry desvió su mirada a Malfoy.

El rubio no volvió a hacer ademán de querer volver a golpearlas, excepto cuando los alaridos de la supuesta esposa se hicieron demasiado fuertes, a lo que Macnair volvió a hacer una seña, y el rubio conjuró un hechizo que la asfixió dejándola inconsciente por unos minutos. Además de eso, Malfoy ni siquiera se mostró afectado por lo que estaba sucediendo. Sus ojos parecían estar presenciando cualquier cosa, un trámite que necesitaba ser hecho para continuar el día. No la muerte de una persona.

De más de una.

Su rostro era una máscara de indiferencia, y sus manos estaban cruzadas detrás de su espalda. Ni siquiera reaccionó cuando Macnair tomó parte de la piel y carne del hombre que caía al suelo, y la metió a la boca de la esposa, para que callara de una buena vez. La única vez que se movió por cuenta propia fue cuando el charco de sangre y vísceras que estaba quedando se expandió hasta llegar a sus zapatos. Entonces Malfoy tomó la varita del bolsillo de su túnica, y sin decir una palabra, apuntó a él con pereza y lo limpió.

Cómo si no fuera nada.

Una molestia.

Harry cerró los ojos, oyendo cómo Hermione se levantaba del lugar a su costado y corría a un basurero en el otro extremo del cuarto, vomitando allí la poca comida que habían ingerido horas atrás. Las manos de Ron se aferraron a sus hombros, y McGonagall apretó los labios con tanta fuerza que Harry creyó que iban a empezar a sangrar.

No quería seguir mirando. No quería. Pero no pudo evitar ver cómo Macnair hizo ingerir a las mujeres el resto de viales, y Malfoy miró todo sin apenas parpadear o mostrar signos de arrepentimiento. Las personas cayeron a sus pies mientras sufrían una de las muertes más dolorosas y horribles que él había presenciado. Harry ni siquiera podía describirlo.

Y sabía que eran a causa de Malfoy.

Él lo había dicho, creaba pociones y hechizos para Voldemort. ¿Qué más podría ser, que eso? ¿Métodos de tortura, y maneras de matar a la gente de formas creativas? Él había creado esa poción, y le importaba una mierda quienes morían o cómo. Siempre y cuando lograra la tarea que el cabrón de Voldemort le encomendara.

Podía entender el miedo de la gente en ese momento, más que nunca. Podía entender por qué inspiraba lo que inspiraba. Harry veía a Malfoy, y los entendía.

La satisfacción de Macnair era notable. Maia destilaba sadismo en cada acción que cometía, riéndose de sus víctimas a carcajadas como una Bellatrix de mala categoría. El resto de Mortífagos no se contenían a la hora de expresar cuánto disfrutaban ver sufrir a alguien.

Malfoy no.

Malfoy era más atemorizante, porque un ser humano que no sentía era menos predecible. Malfoy podía mostrarse indiferente ante tu presencia, y al día siguiente cortarte una mano para que confesaras lo que él deseaba oír.

Y mientras Harry veía cómo este estiraba el pie para mover a los cadáveres casi disueltos en el piso, asegurándose de que estaban muertos, se convenció.

Draco Malfoy era un asesino.

Daba igual que no apuntara su varita a las personas, y murmurara un «Avada Kedavra». No importaba que no cortara cuellos, o quitara vidas de forma directa. Era un asesino.

Quebraba las mentes de las personas. Profanaba sus cuerpos.

Asesinaba sus almas.

Harry tuvo que levantarse también.

Técnicamente, eso no probaba que se había resistido al Veritaserum. Técnicamente, Malfoy solo había entregado el vial, como quien entregaba el arma homicida y veía al verdugo cometer el crimen; mirando todo en silencio como si él fuera demasiado para ensuciarse las manos. Harry sentía oleadas de repulsión frente a la memoria de Malfoy limpiando sus zapatos y observando todo con neutralidad.

Debía contactar a Theo, lo sabía. Debían llevarlo a Yaxley ahora que la ejecución había llegado a su fin. Pero por alguna razón, la idea de estar en contacto con Malfoy en ese momento le repelía de una forma en la que pocas cosas lo habían hecho desde que empezó a hacerse consciente de lo asquerosa que era la guerra.

Todos eran niños cuando empezó. Todos. ¿Y dónde estaban ahora? La mitad estaban muertos, y la otra mitad tenía las manos manchadas de sangre.

Harry avanzó hacia la puerta, esperando que Adrian o Astoria pudieran ir esa tarde.

—Mañana —dijo, hablando a nadie en particular a medida que tomaba el cerrojo. Aire. Necesitaba aire. Salir. Respirar—. Mañana contactaremos a Malfoy.

Harry no paró, no paró hasta llegar al jardín. No paró hasta que se sentó en el pasto, y dejó que el frío le calara los huesos, que la realidad volviera a él. Pensó en el primer hombre que mató, años atrás, y cómo le complació verlo morir. Pensó en que daba igual el bando, que daba igual que tratara de decirse a sí mismo que él al menos mataba a la gente correcta. Harry no era diferente a Malfoy. No lo era.

Todo parecía una pesadilla en ese momento. Un juego que aún no dominaba, y en el que todos eran peones de algo más grande. Todo parecía irreal. Las muertes. La sangre. La crueldad. La desolación. Las cosas que habían hecho. Las cosas que había visto.

Harry se tomó el cuello, y se sentó allí, repitiéndose que necesitaba que parara. Preguntándose una y otra vez cuándo esa mierda iba a terminar.

Si es que terminaba alguna vez.

Si es que eran capaces de ganar.

•••

Harry haría lo que fuera, lo que fuera, para acabar de una buena vez con esa guerra.

Así que contactaron a Theo el día siguiente, y él les llevó a Malfoy, tal como el hombre había pedido. Y Harry deseó haber sido quien lo hubiese maldecido para llevarlo hasta allí.

Es más, mientras el tipo estaba inconsciente y Harry posaba su varita en la sien, esperando que sus recuerdos volvieran, consideró hacerlo. Joderle la cara o algo, dejarle una cicatriz más grande de la que ya portaba, y así hacerle saber el desprecio que le tenía, el asco que le daba lo que había visto. Pero lo descartó cuando consideró el problema inútil que traería aquello después. Por ahora, debían enfocarse en lo importante: obtener información de Yaxley. Ya tendría oportunidad de hacerle el daño que creía que merecía.

Harry se echó hacia atrás una vez que terminó, mirándolo fijamente y esperando que Theo lo despertara.

Malfoy con los ojos cerrados parecía hasta una persona normal, con una expresión relajada y pacífica. La cicatriz de su rostro ya no lucía tan notoria, y sus rasgos afilados ya no parecían tan cortantes. Rejuvenecía, y hasta podía ser considerado atractivo, si no fuera porque Harry sabía cómo lucía totalmente despierto, con la mueca de disgusto crispando su rostro y aquellos ojos grises gélidos y vacíos mirando todo con crueldad.

Y no.

Malfoy no era atractivo, se recordó, las memorias de cómo golpeaba a dos mujeres con toda su fuerza reproduciéndose en su mente. Malfoy era letal.

Theo se acercó a él una vez que Harry estuvo a una distancia prudente, y apuntó la varita hacia Malfoy con tranquilidad.

Rennervate.

Malfoy abrió los ojos a los pocos segundos, parpadeando y acostumbrándose a la tenue luz de los calabozos de la Mansión McGonagall. Harry observó en silencio cómo la vida que Malfoy ganaba descansando, se perdía una vez que despertaba.

Sus orbes plata se posaron en él.

—Potter —escupió, el veneno que Harry ya conocía de memoria palpable en su tono de voz.

Él esbozó una sonrisa irónica.

—Siempre es un gusto.

La mirada de Malfoy se dirigió a su costado observando a Astoria, quien usaba una túnica oscura y su máscara. Harry dudaba que reconociera quién era, a no ser que supiera cómo se sentía su magia. Y si era así, tampoco podía decir nada. Harry se preguntaba si Astoria podía oír algún sonido proveniente de los pensamientos de Malfoy considerando que éste sabía Oclumancia, pero no le preguntó. Ahora no estaban ahí para eso.

Harry no tenía idea si a Malfoy le causaba curiosidad quién era la mujer que los acompañaba, pero como siempre, su rostro no demostró nada. Prontamente dejó de escanear a la castaña.

—¿Y bien? —preguntó él, arrastrando las palabras ante el silencio.

Una pizca de irritación subió por la garganta de Harry, y conjuró un Lumos mientras se daba la vuelta, sintiendo que ya no podía seguir mirándolo a la cara sin querer rompérsela. Theo se colocó a un lado de Malfoy, y Astoria se enganchó del brazo de Harry, girándose también de cara al pasillo donde se encontraba su prisionero.

—Vamos a ver a Yaxley —dictaminó con aparente tranquilidad.

Malfoy lo siguió sin decir una palabra.

Notes:

Hola bebés, qué tal??? espero que estén muy bien<3
Me gustaría dejar aquí las ilustraciones que MarieSunJi me ha hecho, pero no sé comooooo, así que les dejo el link de una <333 muchas gracias por leerme!
https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=292039019622480&id=100064491519682

Chapter 9: Capítulo 6: Siempre puede ser peor

Notes:

TW: Tortura

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Tener sus memorias de vuelta era un alivio.

Le daba algo en lo que pensar.

Draco se había mantenido ocupado esos días que estuvo despojado de sus recuerdos,, evitando a toda costa el retrato mágico de su madre desde que le escuchó decir a uno de sus antepasados, que casi nunca estaba en su cuadro porque le aburría estar allí, con Lucius y Draco inanimados a su lado, y que había pensado siempre que ella y su esposo se irían juntos. Draco escuchó sin quererlo cómo Narcissa preguntaba cuánto le faltaba para hacerle compañía, y que le causaba curiosidad saber la causa de su muerte.

Así que para no pensar en eso, Draco se enfocó en investigar acerca del hechizo que el Señor Tenebroso le había pedido crear, y también elaborando la poción que utilizarían para la ejecución pública.

Pero no era lo mismo tener esas distracciones, que la muerte de Potter le traía. La verdad de la Orden. Y la verdad sobre su madre.

Sin todo eso, lo único que Draco sentía, era que le habían quitado una parte de sí. Que habían desgarrado su corazón, haciéndolo incapaz de percibir algo más que ese dolor ensordecedor que le invadía cada vez que veía las fotos de su madre en la Mansión, o cada vez que desayunaba, y la mermelada de moras estaba ahí, estaba ahí porque a su madre le encantaba, y nadie más parecía notarlo.

Nadie más podía.

Que desde que la guerra había iniciado, casi una década atrás, Draco quedó hecho pedazos, y la única persona que mantenía las partes juntas era su madre, y la idea de que estuviera completamente a salvo alguna vez. Sin ella- sin ella...

Draco no era nadie.

Narcissa era su razón para levantarse cada día. Cada cosa que hacía, cada acción que tomaba, lo hacía pensando en ella, sabiendo que durante toda su vida, lo único que había tenido era a su familia. Si Draco compraba una túnica, siempre le mandaba a hacer una a su mamá, para que el día en que saliera de Azkaban, poseyera ropa nueva y bonita y que así no tuviera que utilizar alguna que le trajera malos recuerdos. Si Draco adquiría terrenos nuevos, siempre era con la idea de que cuando tuviera a su madre a su lado nuevamente, podrían irse a vivir ahí, abandonar la Mansión; porque suponía que Narcissa no podría vivir en esa casa una vez que fuera libre.

Y al final, lo único que le quedó, fue un clóset lleno de prendas sin ocupar y casas imaginarias que nunca se construirían.

Era difícil vivir sin ella, lejos, aprisionada.

Pero era jodidamente insoportable el saber que ya no le quedaban más que los recuerdos de algo que fue, y que nunca más sería. Como su madre contando las pecas de sus mejillas, mientras decía que eran pequeñas estrellas y que él mismo era una. Abrazándolo cuando tenía una pesadilla, y ordenando a los elfos darle su comida favorita una vez por semana como mínimo. Enviándole libros a Hogwarts solo porque los veía en el Callejón Diagon y le recordaban a él. Dándole lo que pidiera y cuando lo pidiera, porque decía que Draco era lo más importante en el mundo, y que ella haría absolutamente todo lo que estuviera en sus manos para que nunca le faltara nada. Que si él se lo pedía, Narcissa le daría el mundo entero. El universo. Las galaxias. Que le bajaría la luna.

Y él le había fallado.

Draco sabía que la muerte de su madre aún no le pegaba. Que todavía no era totalmente consciente de lo que había sucedido, y que todo parecía haber sacado de una pesadilla en la que se quedó atrapado. Pero haría lo que estuviera en sus manos para retrasar lo máximo posible el momento en que la realidad lo golpeara y fuera forzado a afrontar el hecho de que no volvería a verla nunca más. Que su madre se había ido.

Porque sabía que de ser así, no podría recuperarse.

Por eso, cuando Pansy fue a visitarlo durante el periodo que no tenía sus memorias, Draco no la dejó pasar. Recordaba su anterior discusión. Tenía claro lo que le diría y casi podía adivinar la conversación antes de que sucediera. También bloqueó las lechuzas de sus amigos, excepto para Theo. No estaba seguro de poder soportar las condolencias.

Draco trabajó todo lo que pudo en lo que el Señor Tenebroso le había encargado, preguntándose a sí mismo por qué lo hacía. Ya no quedaba nada por lo que luchar.

Nada.

Y luego vino la ejecución.

No sabía en qué lo convertía, el presentarse allí solo porque era otra buena distracción. A Draco no podría importarle menos quiénes eran esas personas o lo que habían hecho, y aunque su muerte podría ser más rápida e indolora, Merlín sabía que había visto cosas peores.

Así que Draco miró sus ejecuciones, sin sentir nada realmente, y preguntándose si no era mejor rendirse de una buena vez. Nada de eso tenía sentido si al final del día no le servía para un propósito.

Y ese propósito ya no existía.

Él sabía cómo lo veía la gente mientras estaba encima de esa tarima, lo tenía claro. Conocía las muecas que hacían, y cómo evitaban sus ojos. Sabía de memoria las maneras en las que se acercaba a él y lamían sus zapatos para estar de su lado. Y de una forma retorcida, le satisfacía saber que lo respetaban. Que le temían.

Había vivido en carne propia lo que pasaba cuando no era así.

Draco se fue a casa esa tarde luego de haber terminado la ejecución, recordando una regla primordial.

No los mires demasiado tiempo, o comenzarás a creer que son seres humanos.

Cuando llegó a Aparecerse fuera de las guardias de la mansión, fue cuando lo taclearon. Y despertó allí, con sus memorias de vuelta y aquella rabia que lo hacía sentir vivo calando sus huesos de nuevo.

Draco suponía que debía empezar a acostumbrarse a ser despertado por unos pares de ojos verdes mirándolo con asco. Se preguntó brevemente si es que alguna vez hubo un momento en el que no lo mirara así, como si Draco no fuera más que una piedra en su zapato.

Y sabía que lo había; más de uno. Baños, llantos, mansiones, reconocimientos de cara, y habitaciones quemadas involucradas en cada uno de ellos. Mas no le gustaba pensar en eso.

La mirada de Potter se paseó por su rostro una vez que se enfocó en él, y luego se posó en el broche en forma de gota roja del Nobilium que llevaba en el pecho, haciendo que su semblante se ensombreciera. Draco casi quiso reírse en su cara por lo débil que era. Si una simple gota le afectaba tanto, no tenía idea de cómo había sobrevivido ocho años en ese mundo.

Entonces, se fijó en la mujer a su lado. Debía llevar un encantamiento desilusionador o algo, Draco podía percibirlo; pero no fue eso lo que le llamó su atención.

Apenas sus ojos se encontraron con los de la mujer, sintió cómo ella intentaba empujar las barreras de su mente, que Draco levantaba ya de forma inconsciente frente a cualquiera que quisiera leerla. Era imperceptible casi, la forma en la que lo hacía, como si fuera una pequeña brisa en tu frente. Para que ella lo hiciese sin varita, y para que apenas se notara, debía ser una Legeramente nata, o al menos una que había entrenado lo suficiente para convertirse en excelente. Draco la observó con curiosidad, sacándola fuera de sus pensamientos con poco esfuerzo. Los ojos eran azules tras la máscara de la Orden.

Le parecía familiar.

Luego del usual reconocimiento de la presencia del otro, Draco siguió a Potter y a la mujer por el pasillo de los calabozos de esa mansión. La reconocía vagamente de cuando tuvo que estudiar las Casas importantes de las familias en el Reino Unido, y si no se equivocaba, esa debía ser la Mansión McGonagall.

El calabozo no era tan diferente al que Draco tenía en la Mansión Malfoy, aunque no estaba seguro de que fuera el único que había. Era un poco más oscuro y grande, pero con una sola celda. Sin embargo, Yaxley no estaba dentro de ella, si no en la pared de un lado, sus cuatro extremidades amarradas en las esquinas, haciendo que su cuerpo formara una estrella. Tenía la cara hinchada, cubierta de cardenales, y la ropa con la que Draco lo había secuestrado completamente sucia. Se veía que estaba agotado, al punto que no levantó la cabeza hasta que los cuatro se encontraron a unos pasos de él.

Entonces, lo miró.

Los ojos de Yaxley chocaron con los suyos y una tormenta pasó por ellos. Draco se aseguró de mantener su expresión neutral, aunque por dentro, estaba disfrutando eso.

—Malfoy.

Hasta ese momento Draco no creía que otra persona pudiera escupir su apellido con más asco que Potter.

Al parecer, se había equivocado.

—Hola, Corban.

Era difícil descifrar qué emociones pasaban por la cara de Yaxley en ese momento. Ira, traición, rabia, venganza... miedo. A Draco le daba igual ver cómo su rostro se contraía, y parecía que quería saltarle encima para matarlo. Incluso lo encontraba patético, ¿mostrar debilidad tan abiertamente...? Pero bueno, suponía que Yaxley ya había llegado a la conclusión de que no tenía oportunidad. Era imposible salir de allí.

Y él iba a aprovechar aquello.

—Eras uno de ellos —le soltó, con la voz cargada de odio.

Draco le dedicó una sonrisa irónica, mientras veía cómo Theo sellaba la puerta a sus espaldas. Potter se acercó al hombre, para poner una última cuerda que lo forzara a observarlos, y luego lo obligó a tragar Veritaserum, a pesar de que la mayoría de Mortífagos pudieran resistirla. La mujer por su parte tomó asiento en una silla que había convocado, pareciendo como si estuviera a punto de presenciar un show de entretenimiento.

Draco lo observó unos momentos, sin saber cómo empezar. Por él, podría hacerlo vomitar sus entrañas en ese instante y no sentir una pizca de lástima. Pero había aprendido que sus víctimas hablaban mejor cuando creían que tenían esperanzas de seguir vivas.

—Ahora entiendo por qué te solidarizaste con Potter —continuó Yaxley, hablando entre dientes—. La perra de su madre gritó igual de fuerte que la tuya cuando murió.

Ah, era divertido ver cómo la gente cavaba su propia tumba.

Draco sacó la varita de adentro de su túnica con ademán aburrido y la apuntó hacia él. Ni siquiera se molestó en hacer un Crucio. Había cosas mucho, mucho peores.

Veritatis Dolorem.

Yaxley se sacudió, apretando tan fuerte la mandíbula, que los músculos de su garganta se contrajeron. Draco mantuvo la maldición a medida que Potter la aprovechaba.

—¿Tú mataste a Narcissa? —preguntó él.

Draco rodó los ojos. De todas las preguntas, Potter elegía esa. Era obvio que Yaxley fue parte de su asesinato; completamente. Voldemort jamás confiaría esa clase de ritual (el que le terminó sacando la magia) a personas que no fueran parte de sus círculos más cercanos, o lo suficientemente competentes. Potter era un imbécil por preguntar algo de lo que ya sabían la respuesta.

Además, era más fácil concentrarse en la estupidez de él, en vez de cómo su pecho se contrajo al escuchar esa oración.

—¿Por qué mataron a Narcissa Malfoy? —dijo Potter, mientras Yaxley seguía agonizando por la maldición. Ah, esa pregunta estaba mucho mejor—. ¿Por qué-? Malfoy. No va a funcionar.

Draco paró el hechizo cuando oyó a Potter dirigirse a él. Ladeó la cabeza, para encontrar sus ojos verdes mirándolo y levantó una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Ya lo hemos intentado. Eso. El Imperius, el Crucio. Bastantes cosas. No ha funcionado.

Draco resopló, mirando a Yaxley de lleno. Los sangre pura, casi todos, recibían clases de Oclumancia desde que eran unos simples niños o adolescentes. Draco no aprendió hasta que tomó la Marca, y no le resultaba completamente natural. Pero para el resto, los que aprendieron desde el nacimiento... era prácticamente imposible leer e ingresar a la mente de una persona que no quería que lo hicieras. Como su tía Bellatrix, por ejemplo, solo el Señor Tenebroso podía entrar a su cabeza, y solo porque ella se lo permitía. Mientras más pequeño se entrenaba, más difícil era echar abajo las barreras mentales con Legeremancia. Casi como obligar a alguien a dejar de pestañear, o respirar.

Lo que no entendía, era por qué Yaxley querría seguir siendo sometido a aquello, protegiendo la información que tenía. Un hombre más inteligente ya habría hablado.

Draco volvió a alzar la varita entonces.

Pellis mortua.

El efecto fue inmediato. Draco no podía verlo, pero sabía que la punta de los dedos de sus pies había comenzado a quemarse y a tornarse negros. Que por el tiempo que mantuviera la maldición en él, avanzaría y mataría la piel que tocara, pudriéndola y volviéndola negra. Que dolía como los mil demonios, si eso indicaba la forma en la que comenzó a gritar, desesperado pidiéndole que paraba.

Suponía que no le hacía gracia la idea de perder sus piernas.

—¿Qué sabía Narcissa? —preguntó Potter.

Yaxley no respondió, sacudiéndose entre las cadenas, y Draco casi sonrió al verlo recordando las cosas que había hecho. Las cosa que le había visto hacer. Los niños que torturó y mató. Cómo violó mujeres, compañeras de colegio suyas frente a sus ojos. Cómo se rio de él cuando no era mejor que una plasta. Cuando los que ahora eran sus iguales se turnaban para Cruciarlo.

Oh, cómo habían cambiado las cosas.

—Repítelo ahora —se burló Draco entonces—. Repite lo que dijiste de Lily Potter. Repite lo que dijiste de mi madre.

—¡Acla-!

—¡Cállalo!

Milagrosamente, Potter obedeció. Moviendo una mano selló los labios de Yaxley y este comenzó a llorar. Draco sabía que quería aclamar los principios de los sangre pura. Que quería evitar que se quedara sin piernas, y no le daría en el gusto.

Yaxley continuaba quejándose, y de la rodilla hacia abajo, no habían movimientos ya, la maldición había podrido toda la carne de ahí. El olor a carne quemada y putrefacción había llenado el espacio. Yaxley comenzó a preguntar por sus piernas y que, qué demonios le había hecho. Parecía estar al borde del desmayo.

Draco suspiró, cortándola. No iba a ser nada entretenido matarlo si es que no confesaba.

No olvides que no eres capaz de hacerlo. Eres un cobarde. Nunca has matado a nadie.

—¿Vas a hablar ahora? —preguntó, dándole unos segundos para que se recuperara—. ¿Por qué mataste a mi madre? ¿Qué sabía ella?

Draco podía sentir la tensión irradiar del resto de las personas en la habitación. Suponía que ninguno conocía todas las maldiciones y pociones que había elaborado para el Lord a lo largo de los años, y sus efectos. Que si Draco las había aplicado a los Rebeldes, la mayoría no había vivido para contarlo. ¿Estarían pensando en eso...? Honestamente, le hacía un poco de gracia saber lo mucho que le dolía a Potter. Pero por suerte, no intervino entre él y su prisionero.

Curioso.

El niño que Draco conoció, habría peleado hasta el final por hacer todo ese proceso más digno y humano.

Bueno, Yaxley no se merecía ese trato, después de todo.

—¿No vas a hablar? —intervino la mujer en ese momento, levantándose de su lugar y caminando hacia él, mientras negaba y chasqueaba la lengua—. Bueno, se sabía que para unirte a alguien como Tom, no debías ser muy inteligente. Una pena.

Ella lo tomó de la barbilla, obligándolo a mirarla. Yaxley estuvo a punto de escupirle, pero Potter movió una mano perezosa desde su lugar, haciendo que los labios del hombre se sellaran y que la mujer bajo la máscara se riera sonoramente. Draco solo pudo pensar entonces, que la razón por la que le resultaba familiar, es que ella debió pertenecer a Slytherin, no había de otra.

—¿Sabías...? —comenzó a decir trazando sus dedos por la cara de Yaxley, mientras hacía presión en los moretones de su mejilla—. ¿Sabías que tu Amo, es un mestizo asqueroso?

La mirada de Yaxley cambió al instante al oírla, rojo de la rabia una vez más, y de la sorpresa también. Potter ni siquiera reaccionó frente al apelativo, cosa que Draco encontró de lo más hilarante.

—Cómo te atreves- —dijo él, habiéndose liberado con magia no verbal del hechizo que Potter hizo para evitar que escupiera a la mujer.

Ah, lástima que el resto de los conjuros que lo mantenían prisionero no eran tan débiles. Habría sido divertido ver cómo intentaba liberarse sin una varita, y que fallara en el intento.

—Su nombre es Tom Riddle —lo interrumpió ella, con la sonrisa clara en su voz—. Su padre era un muggle y su madre no mejor que una squib. Es un mestizo asqueroso que los engañó a todos ustedes. ¿Te das cuenta de lo estúpido que te hace eso?

Draco había creído que la mujer solo buscaba provocarlo, enfurecerlo lo suficiente para debilitarlo, pero Potter soltó una risa burlona, e incluso Theo sonrió un poco, a unos metros más allá, mientras miraba. No era seguro aún, pero esa historia- esa historia parecía cierta.

Draco lo había sospechado, había un rumor pero...

Entonces recordó cómo el Señor Tenebroso había estado tan perdido en su sociedad. Cómo despreciaba cosas cómo la atracción entre dos géneros iguales, cuando era algo normal en el Mundo Mágico al no tener doctrinas religiosas que los rigiera a todos como los muggles. Cómo no siempre parecía entender las tradiciones y ceremonias de los sangre pura a no ser que fueran usados para su conveniencia.

Y lo supo.

La mujer estaba diciendo la verdad.

Draco no tenía tiempo para averiguar lo que esa realidad le hacía sentir.

—Zorra- —Yaxley exclamó, con la poca fuerza que le quedaba.

Y entonces, ella volvió a soltar un suspiro de condescendencia, y entró a su cabeza.

Nunca era agradable ver cómo alguien intentaba romper con la cordura de otra persona a través de la Legeremancia, y cómo ésta trataba desesperadamente de no sucumbir. Draco recordaba sin lugar a dudas que era aún más doloroso experimentarlo. Bellatrix se había deleitado buscando sus recuerdos más íntimos.

—Veo un ritual —anunció ella de pronto, con voz más dura—. Aunque eso ya lo sabíamos —agregó. Yaxley estaba luchando con sus fuerzas mientras lágrimas comenzaban a caer de sus mejillas—. No. No puedo ver más.

La mujer salió de su cabeza dando un paso atrás, y tocando partes de su cuerpo que eran características, para recordar que seguía allí y no en la mente de otra persona. Draco la observó, notando que, si fue a Slytherin, no podía ser de su año. Ninguna de las chicas de su misma generación parecía cumplir con los rasgos de la persona que tenía enfrente.

—El ritual, Yaxley —escupió Potter, dando un paso al frente—. ¿Qué pasó en él?

Ah, Potter y sus preguntas mal formuladas una vez más.

Ya sabían qué había pasado en ese ritual, joder.

—La puta de Narcissa-

—Oh —saltó Draco en su lugar con aparente aburrimiento—, mala elección de palabras.

Ni siquiera tuvo que pensar mucho, cuando la maldición que le hacía revivir su memoria más dolorosa en bucle, ya había abandonado sus labios.

Yaxley empezó a golpear su nuca contra la pared de atrás al cabo de unos segundos, llorando y ahogando gritos con sus ojos cerrados, viendo cosas que el resto no. Una sonrisa amarga se posó en la boca de Draco mientras lo veía. Si las maldiciones de tortura física no eran suficientes, siempre podían recurrir a esas, a esas que hacían que su víctima suplicara por piedad. Estaba atrapado en su mente.

Había pocos castigos peores cuando tu mente era uno de tus enemigos.

—Malfoy —advirtió Potter, cuando los golpes de Yaxley comenzaron a resonar por todo el cuarto, seguramente abriendo una herida en la parte posterior de su cráneo.

Draco no lo escuchó, poniéndose serio una vez más. Ese hijo de puta había matado a su madre.

—¿Qué pasó en el ritual? —exclamó, cortando el conjuro por unos segundos.

La cabeza Yaxley cayó levemente, lo máximo que podía, pero sus labios no se movieron.

—¿Por qué mataron a mi madre? —dijo Draco, temblando de la rabia.

Por unos segundos, lo único que escuchó fue la manera en la que su respiración se regulaba. Draco sabía que el inicial enojo de Yaxley al verlo ahí, lo que le había mantenido en pie y con ganas de pelear de vuelta, se había esfumado. Y que si podía hilar algo coherente, lo único que Yaxley debería querer para ese punto era que todo acabara.

—La... magia...

Se calló, soltando una respiración temblorosa.

—¿La magia? —repitió Potter, a unos pasos más allá.

Yaxley resopló, pero fue algo más cansado, cómo si le costara- le doliera hablar.

—La traidora de mierda-

—Ah, ah —Draco dijo, negando—, ¿en qué habíamos quedado?

Bueno, nunca era tarde para aplicar un Crucio.

Draco sabía que con tantas cosas combinadas, lo más probable era que Yaxley se desmayara en unos minutos, sin siquiera tener la oportunidad de decirles algo. Pero tener frente suyo a uno de los asesinos de su madre... no le hacía pensar correctamente.

Se preguntó, por unos segundos, por qué Yaxley todavía conservaba todo de forma intacta. Por qué la Orden no le habían cortado una mano, o sacado un ojo. Apostaría a que estaría más dispuesto a hablar sin un brazo.

Bueno, quizás Potter y el resto aún se sentían por encima de esa clase de crueldad. Con razón habían perdido la Batalla de Hogwarts.

—Malfoy —dijo Potter, pero una vez más, Draco no le hizo caso.

El Crucio era de los peores dolores; el problema es que nublaba tanto la mente, que después de todo, la persona no era tan consciente de que lo estaba recibiendo. De todas formas, Draco no paró, al punto que Yaxley se orinó gracias a los espasmos.

—Quitamos... —balbuceó, mientras Theo limpiaba cualquier excreción que el hombre hubiera arrojado—. Le- le quitamos-

Diez segundos llevaba apenas.

—¿Qué dices? —se burló Draco—. No te oigo bien.

Yaxley lloraba abiertamente ahora, con sollozos y palabras incoherentes de por medio.

Quince segundos.

Veinte.

Veinticinco.

—¡Malfoy!

Potter lo agitó lo suficiente para que Draco perdiera la concentración y la maldición fuera cortada. Draco observó al hombre con fastidio, notando también cómo el resto lo miraba expectante ahora, incluso molestos por haberse dejado llevar.

Draco hizo una mueca, bajando la varita.

—No eres divertido, Potter.

El moreno apretó los dientes, a menos de un metro de él. Draco podía sentir su aroma, extrañamente adictivo para no usar perfume. El lugar donde el Elegido lo había tocado quemaba bajo la ropa.

—¿Esto es diversión para ti? —replicó él, aunque no lucía tan asqueado como debería.

Draco arqueó una ceja.

—Llamó perra a tu madre —le recordó, y la expresión de Potter se cerró ante ello—. Creo que es bastante divertido ver cómo se traga cada una de sus palabras.

Yaxley continuaba respirando artificialmente, y si Draco podía adivinar algo, ya se había rendido. Si no hablaba, era solo por resentimiento y cansancio. Pero sabía que las cosas se podían poner peores.

Por Merlín, ¿qué le había hecho la Orden? ¿Cariño y besos?

Al menos Draco estaba satisfecho. No era de sus peores sesiones de torturas, pero le causaba cierto placer ver lo mucho que Yaxley había sufrido. Quizá era la primera vez que le pasaba.

—¿Por qué hicieron ese ritual, Yaxley? —preguntó una vez más, sin intenciones de continuar la absurda charla con Potter—. Ah, y háblame bien. No me obligues a hacer cosas de las que te puedas arrepentir. ¿Crees que necesitas todos esos dientes en la boca?

El gesto semi petulante se borró, mientras el hombre lo miraba fijamente, cómo si lo estuviera mirando por primera vez en mucho tiempo. Draco sabía que el Nobilium había aprendido a respetarlo, porque en las reglas y principios se establecía que no podían verlo o tratarlo como inferior, y además veían la actitud de la gente a su alrededor. Pero no todos presenciaron cómo lucía cuando se enojaba; cuando ponía en práctica los hechizos que había sido forzado a crear.

Bueno, ahora sabía que no era una vista bonita.

—¿Qué? —dijo Draco con sorna—. ¿Creías que iba a ser el niñito que lloraba si lo miraban mal por toda la vida?

Sintió los ojos de Potter en él observándolo unos largos segundos luego de que acabara la oración, mas Draco no quiso pensar en ello, estudiando cómo Yaxley finalmente empezaba a rendirse.

—Habla —ordenó—, o me haré un abrigo con tu piel.

Y lo decía en serio.

Si fuera por Draco, continuaría. Si fuera por él, destruiría su cordura en un par de horas, sin pensarlo dos veces. Salazar sabía que merecía eso y más.

Pero antes de que pudiera ahondar esa idea, vio cómo el hombre comenzaba a debilitarse, a punto de caer en la inconsciencia.

O peor.

—Astoria —dijo Potter de pronto—. Hazlo.

La mujer obedeció.

Draco por fin entendió la familiaridad de sus movimientos, el sentir que la conocía. Astoria Greengrass había sido una Slytherin, un año menor que él, hermana de Daphne Greengrass de su mismo grado. Draco había estado en su casa un par de veces en los últimos años; incluso tuvo algún que otro encontronazo con su hermana de los que ni se acordaba. Pero Astoria- Astoria había parecido tan callada. Tan callada, dulce e inocente. Se mostraba devota al Lord, y su familia había jurado lealtad absoluta. Trabajaba en el mismo departamento de Theo, la Regulación de los Nacidos de Muggles, y ella junto a Daphne eran unas de las jóvenes sangre pura más influyentes. Astoria, por su belleza, como una candidata sin igual para preservar la pureza en matrimonio, y Daphne, al ser la directora de El Profeta.

Draco no la conocía lo suficiente, y no le importaba demasiado esa revelación. Pero jamás habría pensado. Jamás habría creído-

Bueno, ese era el punto ¿no? Que la gente no sospechara que alguien cómo ella sería capaz de traicionar el precioso gobierno del Señor Tenebroso, no solo por la devoción abierta que profesaba, si no porque no parecía lo suficientemente capaz de hacerlo.

Pero Astoria finalmente no solo era una cara bonita. Una chica dulce, callada y servicial. Era una Legeremante, y una traidora, y era de todo menos indefensa e inocente.

Yaxley apenas luchó ante la intromisión, haciéndole el trabajo más sencillo.

—Ah, una mente difícil —dijo ella sin embargo, sin romper el contacto—. Encantador.

Mientras Astoria navegaba por la cabeza del hombre, Draco desvió su mirada, dedicándose a observar a Potter. Porque por alguna razón desde que era apenas un niño, sus ojos lo buscaban. Para molestarlo, para burlarse de él, o- Draco verdaderamente no lo sabía.

Se veía diferente, eso era obvio. La piel distintivamente morena palideció un poco gracias al encierro, y había ganado músculo, haciéndose más fuerte que cuando era un niño, aunque aún conservaba su delgadez. Sus ojos verdes vivaces se mostraban imperdonables y hasta crueles, aunque Harry Potter nunca se caracterizó por ser una persona que creía en el perdón. Si no fuera por la cicatriz, sería otra persona, pero Draco se preguntaba cuánto había cambiado en realidad. Cuánto del niño que conoció en Hogwarts se mantenía dentro suyo; intrínsecamente bueno, héroe de los pies a la cabeza, dispuesto a salvar hasta sus peores enemigos porque no soportaba la idea de cargar muertos consigo. A Draco le costaba concebir la idea de que todavía hubiera luz frente a toda esa oscuridad. Le costaba pensar en que fuera la misma persona aún, cuando había personas en sus filas apodadas como: "La Muerte Negra".

Tenía curiosidad, siempre la había tenido cuando se trataba de Potter, y la animosidad impulsaba a responder las dudas. Pero, debía admitir que frente a todo lo que estaba sucediendo, Potter y qué había sido de él, quedó relegado hasta el fondo de su mente. Y Draco pretendía que se quedara allí.

Un jadeo cortó sus pensamientos entonces, y Astoria volvía a dar ese paso atrás mientras Yaxley caía inconsciente, demasiado cansado para seguir soportando el dolor.

La mujer lo miró a él, e incluso bajo la máscara, Draco podía ver lo agitada que estaba.

—Querían entrar a su cabeza —soltó de sopetón.

Draco le devolvió su mirada. Eso era en parte obvio; si su madre sabía algo, el Señor Tenebroso habría querido entrar a su cabeza para averiguarlo. Pero la forma en la que Astoria lo había dicho...

—¿Y qué?

Ella tragó en seco, volviendo su cuello en dirección a Yaxley. Draco presentía que tenía una mueca de asco.

—Y sin magia... —murmuró Astoria, tomando las solapas de su propia capucha—. Sin magia para alzar los escudos de Oclumancia...

Draco cayó en cuenta de qué hablaba.

—Mi madre no podría haber seguido protegiendo su mente. Por eso le quitaron la magia.

Astoria asintió lentamente al oírlo. Theo y Potter estaban callados en su lugar, escuchando su conversación.

Draco sentía que todo empezaba a darle vueltas.

Un muggle era incapaz de evitar que un mago entrara a su cabeza. Los magos, en cambio, o al menos los más experimentados en Oclumancia, a veces ni siquiera ellos mismos podían acabar con sus propias defensas cuando lo deseaban, porque vivían dentro suyo como un brazo o un órgano más. Quitarles la magia, era quitarles esa defensa.

Y Voldemort lo intentó.

—Querían quitar sus paredes de Oclumancia para que el Señor Tenebroso pudiera entrar a su cabeza —informó Astoria, con voz más firme—, y... ver lo que tuviera que ver. Aunque-

Ella cerró la boca, en un silencio que a todas luces parecía pensativo.

—¿Aunque? —preguntó Potter. Astoria retrocedió lo suficiente para colocarse frente a Draco, quien continuaba con sus ojos fijos en el piso intentando asimilar la información.

—Creo que es- es un poco más que eso —dijo ella—. Además de evitar que tu madre ocupara Oclumancia para saber qué escondía, buscaban algo más al quitarle la magia, pero no- no lo sé-

Volvió a callar, y ninguno intentó completar sus frases. Ninguno podía entender a qué se refería. Ella era la que había estado en la mente de Yaxley después de todo.

Al cabo de unos segundos donde digirió la información, Astoria se dirigió a Draco de lleno, con todo su cuerpo apuntando hacia él.

—Probablemente se relacionaba con Nagini, es lo que hemos creído por años, pero nunca pudimos comprobarlo. Nunca pudimos ingresar a su sección en Azkaban. Fuera lo que fuera, Malfoy, tu madre pasó ocho años ocultándolo. —Astoria se cruzó de brazos—. Ocultándolo, al punto que tuvieron que recurrir a quitarle su magia para poder descubrir qué era.

Draco apretó la mandíbula tras escucharla. Lo decía... como si estuviera orgullosa de eso. Como si le causara contento que su madre estuviera dispuesta a sacrificar su vida por ocultar algo para la puta Orden.

no. No estaba bien.

No era algo de lo que enorgullecerse. Su madre había muerto protegiendo ese secreto. ¿Y por qué?, ¿por qué no se rindió?, ¿por qué no le dio al cabrón de Voldemort lo que quería? No valía la pena. No la valía.

—Pero les salió mal —dijo Draco, con la voz sorprendentemente tranquila. Astoria pausó en sus movimientos—. Mi madre está muerta.

Se quiso reír al terminar la oración. Eso era estúpido. ¿Qué era un mundo, sin los dulces que Narcissa mandaba a hacer especialmente para él?, ¿qué era un mundo, sin su madre enseñándole a jugar ajedrez mágico? No tenía sentido. No había punto en seguir allí.

Ninguno dijo nada frente a esas palabras, ¿y qué dirían? Theo sabía que no quería ni necesitaba lástima. Y el solo pensamiento de dos extraños como Potter o Greengrass tratando de darle palmaditas en la espalda era irrisorio.

—Está muerta —repitió Draco, sonando lejano—. La mataron.

Yaxley y otras personas le quitaron una parte de ella. Habían violentado mucho más que su cuerpo. La magia era lo más importante que tenían. Y se le habían quitado... ¿por un secreto?

No era justo.

Quizás es lo que te mereces. Es lo que todos ustedes merecen.

—Fue asesinada —Draco repitió, incrédulo.

La habitación se hizo demasiado pequeña de pronto, y el olor a sangre y carne podrida demasiado pesado para su sistema. Draco se alejó unos pasos, guardando su varita, evitando que la desolación lo invadiera.

—Malfoy-

Draco salió de allí antes de acabar de escuchar esa oración.

Sintió a Theo seguirlo casi al segundo, pero Draco no se giró a decirle nada. Necesitaba salir de ahí. Necesitaba estar en un lugar donde no supiera que su madre se había dejado matar por algo tan estúpido como un secreto que beneficiaba a la puta Orden.

Recorrió el pasillo de vuelta, subiendo la gran escalera que daba a un pequeño salón. Draco no sabía dónde estaba la salida. Pero necesitaba encontrarla. Rápido. Quería irse.

Vio algunas personas en su trayecto, aunque no dialogó con ninguna, ni siquiera reconoció sus caras en ese momento. No se sentía capaz.

No fue hasta que llegó a una ventana, que sintió cómo Theo lo alcanzaba, y alguien disparaba un hechizo a su espalda. Entonces, nuevamente las memorias que involucraban a los fantasmas de su pasado se marcharon, pasando frente a sus ojos. Draco se concentró en olvidar.

Y solo quedaba un pensamiento.

Su madre.

•••

Draco despertó en la cama de su habitación en la mansión sin recordar cómo había llegado hasta allí. Lo último de lo que se acordaba era la ejecución y de haber tenido un sueño poco agradable que lo había dejado cansado. Aparte de eso, su mente parecía tener una especie de laguna.

Draco continuó los siguientes días viviendo en lo que parecía una pesadilla especialmente diseñada para hacerle daño a su sanidad mental.

Él habría creído que luego de tantos años de andar en la oscuridad, de vivir cada día en un mundo que no era capaz de darle más que grises, se habría acostumbrado a que siempre podría ser peor. Que cuando las cosas ya eran lo suficientemente malas, siempre sucedía algo que las hacía más crueles. Menos humanas.

Estaba equivocado.

Draco no había aprendido nada.

Y necesitaba respuestas, necesitaba saber si lo que se decía era verdad. Si- si- si su padre-

Draco necesitaba escucharlo de sus labios.

Así que fue a verlo a Azkaban.

Para el resto de la gente era prácticamente imposible ir a visitar a familiares en Azkaban; aunque tenerlos allí ya era un privilegio, dado que la mayoría de traidores fueron: o ejecutados, o sometidos luego de la Batalla de Hogwarts. Ahí solo estaban los criminales más importantes (en cuánto a influencia) o totalmente menores (como ladrones, o asesinos sin licencia para matar), sin intermedios. Los únicos que verdaderamente tenían permiso para asesinar, (con justificaciones) eran el Nobilium y los Electis. El resto debía apegarse a las leyes y reglas de toda la vida.

Así que Draco caminó por la cárcel, tratando de no pensar en cómo, casi un mes atrás, había estado ahí, presenciado una de las escenas que lo perseguirían por el resto de su vida. Evitó mirar a nadie esa vez, y usó su broche para que no lo cuestionaran. Lucius no estaba en una sección tan protegida como en la que solían tener Narcissa, a la que definitivamente Draco no tenía permitido pasar sin autorización. Aún así, tampoco se suponía que podía visitar a su padre.

Pero no podían negarle nada a Draco Malfoy en ese momento. No a menos que quisieran conocerlo de verdad.

Draco ingresó a la celda manteniendo la frente en alto y sentándose en la silla apartada a la cama, donde Lucius estaba con una camisa de fuerza mágica y un hechizo que le impedía acercarse más. La persona que cerró la puerta de la reja le dio una mirada cargada de algo que Draco no supo descifrar, antes de que se perdiera por el pasillo.

Draco miró al suelo unos largos segundos, sin saber cómo iniciar la conversación.

Entonces, levantó la cabeza para hablar.

Y ahí lo vio.

Draco detalló su rostro, miró como el cabello le caía en cascadas sucias y desarreglados encima de la cara. Su mirada rayaba en la locura, sus facciones no estaban ni cerca de lo que alguna vez fue. Lo miraba, y Draco no podía concebir que hubo un tiempo en el que habría dado todo de sí por complacerlo, por ser como él.

Padre e hijo se observaron el uno al otro por un minuto entero, y Draco sintió el corazón en su garganta, sin poder creer que eso estaba pasando en serio.

Lucius abrió la boca, y la cerró, y Draco solo pudo registrar que probablemente quería saludarlo. Como si nada. Como si realmente pudieran seguir la etiqueta y los modales en esa circunstancia.

—¿Por qué? —susurró él abruptamente, sintiendo la boca seca.

No había esperado que eso fuese lo que saliera de sus labios.

La ira y la supuesta indiferencia se habían desvanecido mientras tenía enfrente a su padre. No podía ver al hombre que el resto del mundo veía. Al hombre que mató gente, que destruyó por completo la vida de inocentes. Al Mortífago. Al más que seguro presunto asesino de su madre.

Draco veía a su papá.

Draco veía a la persona que le enseñó a andar en escoba. Draco veía al hombre que hacía voces cuando le contaba cuentos, o el que era capaz de maldecir hasta la locura a alguien si es que le daba una sola mala mirada a Draco. Lo miraba, y veía las ocasiones especiales en las que se permitió dejar la etiqueta de lado, y él junto a su madre disfrutaban de tardes en el jardín, Narcissa con la cabeza apoyada en el regazo de su padre mientras Draco correteaba a los pavos reales a su alrededor. Draco lo miraba, y veía la familia que había perdido, al hombre que le daba besos de buenas noches, y le prometía en susurros que daría su vida para protegerlo de todo mal.

Lucius no respondió.

—¿Por qué lo hiciste? —murmuró de nuevo, con voz quebrada.

No podía concebirlo. Desde niño, cuando veía a sus padres, solo notaba el respeto y mutua adoración que se profesaban. Draco siempre creyó que él tendría algo así, el día que se casara.

Su mente no podía concebir lo que sucedió. Simplemente no podía. Era más grande que él.

—Dra-

—¿La mataste? —lo interrumpió, porque necesitaba saberlo.

Y la cara de Lucius se volvió de piedra.

—Sí.

Lo peor de todo, era que lo esperaba.

Draco negó, sacando la varita y apuntándolo, intentando llamar nuevamente a su ira, tratando de sentir algo además de la tristeza que amenazaba con devorarlo.

Lucius no desvió jamás la mirada, como si no tuviera miedo a lo que Draco pudiera hacer. Nunca estuvo completamente presente esos años, pero su padre sabía en lo que Draco se había convertido, lo tenía claro. Quizás pensaba que no era capaz de hacerle daño. O quizás no estaba pensando en lo absoluto.

Lucius no desvió la mirada, incluso cuando Draco ingresó a su mente. No levantó las barreras, a pesar de que no era un Oclumante nato como su madre. Simplemente... lo dejó entrar, lo dejó leer sus pensamientos; comprobar si era cierto.

Y decía la verdad. Decía la verdad sin ningún tipo de arrepentimiento.

Draco se apegó al respaldo de su silla, sintiendo el nudo de su garganta hacerse más grande.

—¿Por qué? —preguntó otra vez con un hilo de voz, sintiendo que todo en lo que creía se hacía pedazos.

La expresión de Lucius no cambió.

—Porque la amaba.

Draco apretó los ojos furiosamente, evitando que las lágrimas, las primeras lágrimas que aparecían luego de lo que había sucedido, empezaran a arremolinarse en sus ojos.

—La asesinaste —le soltó, sintiendo cómo las palabras quemaban en sus cuerdas vocales—. Me quitaste a mi madre.

Draco no volvería a verla. Draco no volvería a conversar con ella. Draco no la cuidó lo suficiente, y se suponía que debía hacerlo. Que ella debía estar ahí en lugar de él. Y ¿por qué no pasó así?, ¿cuál era el motivo?

—Le puse fin a todo —dijo Lucius con tranquilidad, pero cuando Draco lo miró, sus ojos habían adquirido un tinte maniático.

Le puse fin a todo.

No era su puto lugar de decidir. Draco- Draco le habría puesto fin a todo, pero dándole una vida feliz. Lejos, muy lejos de allí. Huyendo a otro continente si era necesario. Olvidando la guerra y quienes eran de verdad. Olvidando todo.

Y le quitaron esa oportunidad.

—¿Quién eres? —murmuró, sintiendo cómo la visión se volvía borrosa.

Lucius negó, con una sonrisa asomando en su rostro.

—No lo entiendes. Le puse fin a todo —repitió, como si se lo repitiera a sí mismo cada día—. La salvé.

Draco apretó los labios, resistiendo la urgencia de tocarlo, pero no para hacerle daño o hacerlo reaccionar. Draco quería tocarlo y quería tirarlo en un abrazo. Quería enterrar la cara en el pecho de su padre y fingir que todo estaría bien, que superarían eso juntos. Que no sabía lo que decía y que todo eso era un error. Draco lo necesitaba.

De pronto, sintió que tenía dieciséis años otra vez.

—La salvé —repitió Lucius, soltando una risa frenética—. La amo. La amo. La amo. La amo. La amo. La...

Draco se levantó, sintiéndose enfermo mentalmente, un dolor de cabeza cerniéndose en su frente, negándose a oír más. No había punto.

Lucius confesó.

—¡Cállate! —exclamó por lo bajo, completamente mareado—. Te vas a pudrir aquí —añadió, sin el resentimiento que debería estar ahí. Porque era su padre. Y porque Draco, contra todo sentido común, lo amaba también.

Lucius continuaba repitiendo la misma oración una y otra vez, con sus ojos perdidos ahora en un lugar de la pared. Draco tropezó, deteniéndose en el umbral, y diciéndose a sí mismo que no podía salvarlo a él. Por respeto a su madre.

—Te vas a pudrir aquí —repitió.

Pero el hombre ya no escuchaba.

•••

Lo primero que oyó cuando salió de la chimenea, fue un elfo diciéndole que Greyback entró a la mansión hacía unas horas, buscándolo, y tomó cada pequeño fragmento del autocontrol de Draco para no ponerse a gritar y a maldecir al cabrón ese.

Por alguna razón, Draco sentía que lo vigilaban. Como si luego de la muerte de su madre, de pronto hubiera pasado a ser un ser humano volátil y poco funcional. Quizás, él debía dejar algo que espiara conversaciones en puntos estratégicos de la Mansión. Les enseñaría a no ocultarle cosas.

Entonces, luego de que Draco frunciera el ceño, al ver en una de las mesas de su habitación, una carpeta llena de información acerca del semigigante idiota de Hogwarts, Theo apareció de pronto a sus espaldas, tomándolo por sorpresa.

Y aparentemente raptándolo.

Draco no tenía idea de qué mierda estaba sucediendo, pero le servía como distracción y descargo tratar de hechizar a Theo para que no lo Apareciera lejos de allí.

Aunque, cuando aterrizó en el campo contra su voluntad y una varita se posó en su sien, Draco reconoció de inmediato qué pasaba. Los recuerdos asaltándolo, y la magia de Potter embriagando cada uno de sus sentidos.

—Potter —escupió, como de costumbre.

Lo oyó resoplar, casi riendo. Sin embargo, no estaba ahí. Draco supuso que se encontraba bajo la capa de invisibilidad.

—Draco —dijo Theo, poniéndose en su campo de visión.

Draco le frunció el ceño, dispuesto a reclamar lo bruto que era al llevarlo de esa forma, pero la expresión de su rostro lo detuvo. Theo lucía... afligido, por decir lo menos, y comenzaba a arrastrarlo hacia la entrada de la Mansión McGonagall como si temiera la reacción de Draco frente a algo.

—¿Pasó algo? —preguntó, en voz baja, aunque suponía que Potter escuchó de todas formas.

Theo apretó los labios, parando frente al portón y girándose a él, sosteniéndolo de los brazos.

Draco sintió sus entrañas contraerse.

—Capturaron a uno de los guardias de tu madre —dijo, sin tratar de suavizar la noticia—. Uno de los que la "cuidaban".

La excitación y la adrenalina invadieron su torrente sanguíneo al oírlo, emocionado por saber más. Por hacerlos pagar y desentrañar lo que acababa de suceder. Cobrar venganza.

—Está bien —replicó más animado—. Llévame a él.

Theo no se movió, el agarre de sus hombros haciéndose más intenso.

—Draco.

Draco lo observó, sintiendo que se estaba perdiendo de algo importante. La mirada de Theo estaba cargada de preocupación.

¿Por qué?

—¿Qué?

Su corazón latía con fuerza. Había algo vil retorciéndose en la boca de su estómago. Draco se estaba aferrando a que fueran sus imaginaciones. A que nada malo hubiera sucedido.

Pero Theo apretó los labios, desviando la mirada.

—Theo, ¿qué-?

—Es Gregory —soltó de sopetón, interrumpiendolo.

Y Draco se sintió palidecer, comenzando a negar.

Las cosas siempre pueden hacerse peores, ¿no lo recuerdas? Siempre, siempre puede ser mucho, mucho peor.

Theo lo mantuvo en su lugar, mirándolo a los ojos.

—El guardia es Gregory Goyle.

Notes:

Les prometo que de ahora en adelante van a haber más interacciones significativas entre Draco y Harry! Paciencia.

A todo esto, me encontré a este hombre llamado Otto Seppalainen en unas fotos en blanco y negro en Pinterest el otro día y... díganme si no luce bastante Draco para ustedes. Al menos el Draco de este fic JAJAJAJA.

Espero que les haya gustado el capítulo y que se vaya entendiendo mejor! Todo está acomodándose lentamente(?

Chapter 10: Capítulo 7: Piedad

Chapter Text

Draco tropezó, y unos brazos lo sujetaron antes de que pudiera caer.

Potter aún estaba bajo la absurda capa de invisibilidad. Theo se encontraba frente a él, y la única persona que podría haberlo atrapado era el idiota escondido entre las sombras. Draco quiso apartarse de las manos de Potter apenas lo sintió, asqueado, pero el tacto desapareció tan rápido como llegó. Quizás, ni siquiera había sido incidental.

Un reflejo.

Salva a cualquiera que necesite ayuda, incluso si es Malfoy.

—Deberíamos entrar —dijo Theo, tomándolo del brazo.

Draco se dejó guiar mientras su mente volvía a Gregory. ¿Él no había tratado de hablarle, luego de lo que pasó?, ¿no le había mandado una carta a Draco, dándole sus condolencias? Draco no hizo mucho caso a ninguna, pero sabía que ahí estaban. Como siempre habían estado.

Pero el solo pensamiento, la sola posibilidad de que Goyle pudiera estar implicado- era... inverosímil. Era absurdo.

—No —dijo, notando cómo se detenía en medio del laberinto que daba a la mansión.

Sintió las miradas de los hombres encima de él, sin embargo, sus ojos grises estaban fijos en el pasto; el dolor de sus sienes empezaba a aumentar.

Goyle.

Gregory Goyle.

¿Cómo? ¿Cómo? Debía haber escuchado mal. Tenía que haberlo hecho. Era imposible.

Crabbe y Goyle eran estúpidos. Ni siquiera era una observación cruel; era un hecho. Draco lo tenía claro, y los aceptaba así. Había aceptado su amistad así desde el día uno, y tuvo que ver cómo la mayoría de las veces pasaban el año escolar gracias al favor de Snape. Luego de la guerra, Gregory no había hecho mucho. El señor Goyle lo puso a cargo de algunos negocios al ojo público, pero se encargaba él mismo de ellos tras las espaldas. No tenía sentido que el Señor Tenebroso confiara en la capacidad de Gregory cuando ni su propio padre lo hacía.

Y por qué.

¿Por qué su madre?

—Draco... —Theo avanzó hacia él, pero Draco retrocedió

—No, debe haber una equivocación —repitió, negando. Sonriendo inconscientemente—. Gregory no sabía escribir bien su nombre.

Otra ocasión, y Theo se habría reído. Draco estuvo al borde de hacerlo, por lo extremadamente ridícula que le parecía toda la situación, mas no lo hizo. Quizás estaba a punto de perder la cabeza.

—Malfoy- —Potter intentó decir sacándose por fin la estúpida capa. Draco lo detuvo.

—Cállate, Potter. Los adultos están hablando.

El hombre rodó los ojos.

—Jódete.

Draco tenía un montón de réplicas a esa oración, pero lo único que hizo fue limitarse a ignorarlo, con su mente funcionando a mil por hora. Para ese punto, no sabía si no deseaba creer la verdad evidente – que Goyle estaba allí siendo en parte responsable de lo que había sucedido– o si verdaderamente no lo pensaba capaz. Draco no sabía nada.

Cada día se convencía más de ello.

—Draco, es él. —Theo tomó su brazo otra vez, haciendo que lo mirara—. Él era uno de los guardias.

Gregory tenía dinero y estatus. Gregory no necesitaba trabajar en una prisión, menos en una como Azkaban. ¿Qué razón tendría?, ¿qué estaba haciendo ahí?

—¿Por qué?

Theo suspiró, abriendo la boca para responder a su pregunta.

—No sabem-

—Si dejaras de llorar como imbécil por dos segundos —Potter lo interrumpió—, podríamos averiguarlo.

Theo suspiró una vez más.

Draco se giró a él, detallando su rostro cubierto de suciedad. Seguramente venía de haber secuestrado a Goyle, y esperó a Draco afuera para devolverle sus recuerdos. Una parte de su cerebro registró cómo eso lo hacía sentir: ser considerado tan rápido. Ser llamado apenas las cosas pasaran. Pero el resto de su atención estaba enfocada en lo que había dicho.

—Me acaban de informar que uno de mis mejores amigos está involucrado en el asesinato de mi madre, pedazo de energúmeno —le espetó entre dientes—. Claro que un huérfano como tú no puede entenderlo.

Potter alzó las cejas, para nada afectado por sus insultos. Suponía que el último tampoco había sido el ápice de la creatividad.

—No tenía idea de que tenías amigos.

Draco apretó la mandíbula, cerrando los ojos. Bien. Bien. Si Potter quería que le respondiera, él le iba a dar en el puto gusto.

—Pocos, pero la mayoría vivos —replicó, mirándolo nuevamente, arqueando sus labios en una sonrisa desagradable—. Es más de lo que tú puedes decir.

Fue rápido, pero efectivo. Funcionaba en Hogwarts, y Draco no veía razón para que no continuara haciéndolo todo ese tiempo después, incluso si ya no se conocían lo suficiente. Incluso si habían pasado años sin verse.

Insultar a Potter era como echarle carbón al fuego. Si bien parecía que los años de pelea lo habían amargado, todavía existía algo vívido en sus ojos cada que Draco lo enfurecía, cuando lo enfurecía de verdad. Todo su cuerpo se tensaba, el color verde tras sus lentes centelleaba, y la varita estaba a centímetros de su garganta al instante, aunque Draco supiera que no la ocuparía de verdad en contra suyo. Era casi terapéutico ver que a pesar de que todo parecía haber cambiado, los viejos hábitos no se iban por completo.

Draco se inclinó contra la presión de la varita, enterrándola en su cuello a medida que lo miraba fijamente a los ojos. El pobre bastardo lucía como si verdaderamente lo fuera a maldecir.

—Potter —Theo intervino poniéndose entre ambos, como ya se estaba haciendo costumbre—. No es momento.

Potter se giró levemente hacia él al escucharlo, observándolo por unos largos segundos, analizando las intenciones de Theo, quien no le apartó la mirada. Entonces bajó la varita lentamente, sin perder la cercanía o la posición de ataque.

Theo asintió una vez.

—Draco —dijo luego, volteandose a él. Draco alzó una ceja—: Crece, ¿quieres?

Podría haberse ofendido, si no supiera que tenía algo de razón. No se suponía que estaban ahí para molestarse el uno al otro, muy a pesar de lo mucho que se odiaban.

Eran aliados, después de todo.

—Los dos. Maduren —continuó Theo, con una pizca de irritación—. Hagan lo que sea que tengan que hacer, pero reserven estas discusiones para cuando estén solos. Ni siquiera Weasley o Granger le han dicho nada, y se veían mucho más opuestos a aceptar a Draco que tú.

Lo último estaba claramente dirigido a Potter, quien nuevamente se tensó, guardando al fin su varita. Draco resopló.

—Aún —fue lo único que respondió él.

Draco sabía que Theo tenía razón. Todos ellos, la Orden, tenían razones para odiarlo. Draco había entregado a sus compañeros. Los torturó, y presenció sus muertes durante años. Todo eso sin pararse a pensar en quiénes eran, o preocuparse en lo más mínimo cuántos habían sido. Bajo ese régimen del que él había sido parte, murieron dos de los Weasley (aunque Draco no entendiera cómo eso era una pérdida tan grande para el mundo. Después de todo, aún quedaban siete más), y todos y cada uno tenía cicatrices. Cosas que no podían remediarse. Cicatrices peleando contra el que era su bando no hacía mucho tiempo atrás.

Así que sí, comprendía que Potter quisiera asesinarlo cada vez que lo veía- no sería el primero. Pero una cosa era cierta: no había punto en decirse cosas infantiles. Si iban a pelear, mejor era maldecirse de verdad a parecer dos niños de quince años.

Theo lideró el camino aquella vez, y Draco le siguió, con Potter siendo el último en la fila. No se sentía completamente seguro de esa manera, con él a sus espaldas, sobre todo sabiendo que a través de las ventanas había gente mirándolos. Cuando ingresaron a la mansión varias personas –algunas que no había visto en su vida– lo observaban como si estuvieran oliendo mierda.

Pero bueno, era lo que había.

No es como si debiera importarle.

A medida que se acercaban a la parte trasera de la mansión donde se encontraban las escaleras que daban a los calabozos, Draco no pudo evitar notar que estaba en estado de shock.

Le había pasado justo después de la muerte de Crabbe y el término de la Batalla. La misma sensación de irrealidad. La despersonalización, el adormecimiento. Y mientras pasaban los días, la amnesia disociativa y la ansiedad. Los sueños donde todo ardía en llamas.

Los medimagos que estuvieron presos en la Mansión Malfoy le habían dicho que era común, un estado de choque psicológico frente a tales eventos. Que tal vez era su método de defensa, y que probablemente desencadenaría un "estrés post traumático". Pero lamentablemente la mayoría de sanadores de San Mungo sufrieron destinos terribles luego de la guerra. O lo que él había creído que era el "luego", sin saber que la guerra continuaba peleándose en la oscuridad. La mayoría hizo declaraciones públicas más de una vez que desaprobaban cualquier tipo de violencia. Que habían visto cosas horribles, y salvado a la gente de los hechizos más espantosos.

Voldemort se encargó de que ninguno volviera a hablar.

Así que Draco no volvió a tratarse. Y hasta ese momento, no notó que quizás, así había vivido toda su vida desde entonces: andando día a día, sin estar realmente allí.

Pero es que si le pasaban cosas tan burdas como que su madre muriera luego de años en Azkaban porque le habían quitado su magia, o que Potter estuviera vivo, o que uno de los mejores amigos de su infancia estuviera involucrado en el asesinato de su mamá... bueno, no le podían pedir demasiado.

Cuando iban llegando al inicio de las escaleras, Theo se giró abruptamente hacia atrás, deteniendo a Draco en el proceso. Frunció el ceño, girando la cabeza, solo para encontrar a Luna Lovegood parada unos metros más allá, detrás de ellos. Al parecer, le había hablado, y Draco ni siquiera la había oído.

Theo avanzó entre él y Potter caminando en dirección a Lovegood, y Draco sintió que él y el resto del mundo sobraban en esa escena. Theo llegó a ella, pasando un corto mechón de cabello por detrás de su oreja de forma instintiva, y Lovegood agarró su mano, dedicándole una sonrisa que evidenciaba a todas luces lo perdida que estaba por él.

Draco apartó la mirada, dirigiéndola al final de la escalera.

Era por lo menos extraño, ver a dos personas enamoradas. Draco había creído que eso ya no era posible, no en ese mundo. Pero era aún peor cuando pensaba en Theo estándolo. Estando tan enamorado de alguien que prefería no sucumbir a su instinto egoísta de estar con ella, para no causarle daño. Porque sabía que merecía más. Draco lo encontraba incómodo; peor aún cuando pensaba que se acostó con él todos esos años, sabiendo que probablemente Theo deseaba estar haciéndolo con alguien más.

Bueno, si eran justos, no era como si Draco deseara a Theo explícitamente. Simplemente se acompañaban el uno al otro, y se utilizaban como un descargo. Nunca fue nada más.

Sintió los ojos de Potter encima de él los pocos segundos que duró la interacción entre Lovegood y su amigo, aunque Draco no levantó la mirada. Seguramente terminarían discutiendo una vez más, porque no sabían hacer otra cosa, y si era sincero no se encontraba de ánimo. Necesitaba prepararse para lo que iba a ver a continuación.

Comenzaron a bajar los escalones, y Draco comprobó, con la poca luz que había, que efectivamente existía más de una celda. Se preguntó por un momento si Yaxley seguiría en alguna, convaleciente, o si lo habían matado porque ya no representaba utilidad. No lo sabía, y no le importaba. Por él que lo hubieran cortado en pedazos y le sería indiferente.

Cuando por fin llegaron a la puerta correspondiente, lo primero que Draco notó al ingresar fue a las dos mujeres paradas a la izquierda. Granger y Greengrass, conversando en voz baja y sin la máscara con la que él las había visto las veces anteriores que se las encontró.

Draco se tomó unos segundos para detallarlas a ambas. Granger estaba más delgada de lo que él recordaba que fue, y el extravagante cabello que era su rasgo más distinguible se encontraba corto, poco más arriba de los hombros y amarrado en una coleta baja. Nunca fue una persona agradable, tal como la mayoría de los Gryffindor que Draco había conocido, pero la cara que alguna vez representó cierta ingenuidad ahora estaba teñida de sombras, haciéndola lucir algo intimidante. Draco podía admitir que así se veía más interesante si la comparaba al intento mal hecho de persona que fue en Hogwarts.

Astoria Greengrass era otro cuento. Él suponía que no era partícipe de las batallas y planes que la Orden llevaba a cabo, probablemente debido a que su utilidad no tenía que ver con ser una buena luchadora. Y se notaba. Su rostro era irremediablemente bello, sin ninguna cicatriz adornándolo. Draco la había visto varias veces durante los años, siempre usando su cabello largo y voluminoso, llegando hasta la cadera. En ese momento ocupaba una trenza que nacía desde la frente e iba pegada al cráneo, marcando aún más sus facciones. Los ojos azules eran hipnotizantes y emotivos, probablemente debido a que era una Legeramente innata; y su pose denostaba aburrimiento. Como si nadie fuera lo suficientemente bueno para honrarlo con su presencia.

Cuando la puerta se cerró, y mientras Draco evitaba desviar la vista hacia el hombre tras las barras, las miradas de las mujeres se enfocaron en ellos. Específicamente en él.

Astoria se mantuvo inexpresiva, casi divertida con la situación, al mismo tiempo que el gesto de Granger se curvó en uno de disgusto. Asco. A Draco no podía importarle menos, lo había mirado así desde que la había conocido y siempre le había causado gracia cómo pensaba creerse mejor que él.

Todos dieron un paso al frente.

Y cuando Draco ya no pudo seguir retrasándolo más, se volteó.

Goyle estaba amarrado al final de la celda.

Draco dejó salir un suspiro tembloroso, teniendo que hacer frente a la realidad que estaba ante él.

Los ojos de Gregory se llenaron de pánico al verlo, y una fina capa de sudor comenzó a correr por su frente. Durante el colegio, Crabbe y él solían mirarlo de la misma forma, como si Draco pudiera aplastar sus cabezas solo queriéndolo; eso perduró hasta que notaron lo débil que se hizo al inicio de séptimo, al inicio de la guerra. Pero cuando se hizo parte del Nobilium aquel respeto volvió, aunque él... Draco nunca dejó de considerarlos sus amigos. Habían crecido juntos. Habían estado juntos prácticamente a cada hora del día desde que tenía memoria, y él les había ayudado en cada tarea que alguna vez tuvieron. Los había cuidado, mientras recibía lo mismo de vuelta. Draco creyó que después de todo, después de la muerte de Crabbe... Goyle sería de las pocas personas que no lo traicionarían.

Se equivocó.

Draco, con su cara hecha una máscara de indiferencia, avanzó hacia él, pensando cómo se conectaba todo eso con su madre. Tratando de no prestar atención a la punzada de dolor que atacó su costado. Preguntándose los por qué: por qué lo había hecho, por qué no se lo dijo. Si la situación fuera al revés, Draco jamás podría haberlo mirado a los ojos, y mentirle. No, porque la madre de Gregory lo trató bien, como Narcissa lo trató bien a él. Y si los Slytherin valoraban algo, era la familia. La familia siempre iba primero. Draco jamás habría permitido que eso cambiara, que sus intereses estuvieran primero que la madre de uno de sus mejores amigos.

Pero ya, hacía un tiempo atrás, había aprendido a no esperar nada de nadie. Ni siquiera se encontraba decepcionado ya. Solo... herido.

Potter se le adelantó antes de que Draco llegara a él. Se colocó en el campo de visión del prisionero, tomando uno de los barrotes.

—Hola, Goyle —dijo con desprecio, llegando al límite de la celda.

La mirada de Goyle se enfocó en él entonces, y su boca cayó abierta al mismo tiempo que sus ojos se abrían a más no poder. Draco podría haberse burlado por lo ridículamente transparente que era su reacción, si no fuera porque en ese momento no sentía demasiado.

—Oh —comentó Potter con sorna hacia atrás—, este sí se sorprendió.

Draco comprendió entonces que Yaxley no había actuado sorprendido cuando Potter se mostró vivo y coleando ante él, por lo que solo algunos sabían la verdad acerca de su muerte. Probablemente los más cercanos al Lord. O al menos, lo intuían.

—Ha- Harry Potter —dijo Goyle, con el miedo colándose en su tono.

—Qué bien, aprendiste a decir oraciones coherentes y todo.

Draco no sabía cómo sentirse. En otro momento, habría maldecido al que le dijera algo así a Goyle.

En ese- en ese no sabía si estaba de acuerdo o no. Con que lo trataran así.

—¿Cómo-?

—Nosotros hacemos las preguntas, Goyle —lo cortó Granger, caminando hacia el inicio de la celda. Los ojos del hombre volvieron a abrirse—. Supongo que sabes por qué estás aquí.

La mirada de Gregory voló directo hacia Draco, haciendo que el corazón se le hundiera en el pecho. Por un momento, parecía que Goyle estaba buscando su aprobación, preguntando con la mirada qué estaba pasando y si tenía permitido hablar, tal cual sucedía en Hogwarts.

Pero no podía ser así.

Goyle probablemente lo estaba mirando porque sabía lo que había hecho, y que tenía claro que Draco lo sabía también.

Le mantuvo la mirada.

—Draco- —empezó a decir, y fue suficiente para que la furia empezara a correr por sus venas.

¿Cómo se atrevía a sonar tan desamparado?

—No me llames así —escupió Draco, impidiendo que continuara. Goyle tragó en seco.

—Astaroth.

Draco cerró los ojos, y un balde de agua fría fue echado encima de su cabeza. Se suponía que se estaba dirigiendo a él con respeto.

Aquello solo lo hacía sentirse más contrariado.

—¿Qué está pasando? —continuó Gregory, el miedo palpable una vez más—. ¿Astaroth?

Draco caminó por fin hasta posarse a un lado de Potter. Tenía que hacer esto.

—¿Qué sabes de mi madre, Goyle?

Una vez más, el gesto de Gregory cambió. Parecía un niño que había sido atrapado en una mentira. Como cuando Draco solía racionar para la semana los dulces que su madre mandaba a Hogwarts, y él junto a Crabbe sacaban más de la cuenta, tratando de que Draco no lo notara, cuando él mismo dejaba los dulces sin hechizos. Así se veía Goyle ahora, perdido, alguien que sabía que no había escapatoria.

Draco apretó la mandíbula, mientras el hombre bajaba la cabeza. El resto del cuarto estaba en silencio.

—Drac-

—Te dije que no me llamaras así —susurró. Sabía que en su tono era palpable la amenaza.

Goyle negó, y el pánico tomó rienda de su cuerpo. Draco por otra parte simplemente era una avalancha de emociones que no tenían sentido. Lo miraba y pensaba que no deberían estar ahí, en esa situación. No debería estar pasando eso.

—¿Qué le hiciste? —susurró una vez más. Gregory cerró los ojos, negando de nuevo—. Goyle. Qué mierda hiciste.

—Nada...

Se vieron por unos minutos. El resto de la habitación estaba expectante, presenciando la charla como si fuera un entretenimiento. Draco se alejó dándole la espalda, asqueado, y dejó que los demás se hicieran cargo.

No soportaba seguir mirándolo a la cara.

Granger suspiró sonoramente, alejándose también y acercándose a uno de los estantes.

—Bueno —comenzó a decir—, no queda Veritaserum, pero supongo que no hablará por voluntad propia.

Draco anotó mentalmente conseguir Veritaserum, a pesar de que nadie se lo había pedido. No era su responsabilidad, no estaba en el trato, pero la Orden lo necesitaba.

Draco se preguntó qué otras cosas les faltaban también.

—Bien... —continuó Granger al ver que nadie le dijo nada—. Theo. La Imperius.

Theo sacó su varita, y la puerta de la celda fue abierta.

Draco notó cómo no era elegido esta vez para torturar, y miró todo sin decir una palabra.

No recordaba si alguna vez Gregory estuvo bajo la Imperius, pero suponía que no podía resistirse a ella muy bien. De hecho, existía poquísima gente que podía hacerlo, peor aún cuando estaba siendo conjurada por un mago poderoso. El librarte de ella podría hacer tu mente añicos y doler como los mil demonios. Draco no podía lograrlo, por ejemplo, a pesar de ser bueno en Oclumancia.

La maldición, de todas formas, no les dijo nada. No obligó a Goyle a hablar, porque no había demasiado que contar tampoco. Además, existían huecos claros en su memoria producto de algún hechizo como el Obliviate. O quizás hasta un hechizo de confidencialidad.

Draco se puso lo más lejano posible al espectáculo, tratando de centrarse. De ver todo desde un punto de vista objetivo, como un desconocido.

—Astoria —dijo Potter de pronto, cuando vieron que realmente el Imperius no estaba dando resultados. Astoria alzó una ceja cuando lo oyó—. Tendrás que entrar y tratar de deshacer el hechizo que esté protegiendo sus recuerdos.

La mujer, que había estado afuera de la celda hasta ese entonces, caminó hacia ellos. Goyle lucía perdido, ya ni siquiera molestándose en sorprenderse por tener a la mismísima Astoria Greengrass frente a él.

Ella lo tomó de la barbilla, girando su cara de lado a lado.

—Va a doler —anunció, mirando hacia atrás y enfocándose en Draco.

Era una pregunta implícita.

Él asintió.

—Que le duela.

Esperaba no arrepentirse.

Astoria asintió de vuelta, y se enfocó una vez más en Goyle, entrando a su mente. Draco podía sentir la mirada del resto; no en el prisionero, sino en él. Casi podía escuchar lo que pensaban, lo que se preguntaban: Qué estará sintiendo. Por qué actuaba como actuaba. Qué significaban sus acciones. Sus palabras.

Ni él mismo lo sabía.

No pasó mucho antes de que Gregory comenzara a quejarse, y menos aún antes de que comenzara a gritar. Draco siempre había pensado que el dolor físico era algo más leve al dolor mental, a saber que tu mente estaba siendo corrompida. Destrozada. Irónicamente, de los peores padecimientos que había sentido, fue cuando su tía Bellatrix le enseñó Oclumancia. Era como si se te clavaran cuchillas en el cerebro.

No poder distinguir qué era parte de tu imaginación y qué no.

Tener a alguien en tu cabeza que no se molestaba en mantener tu cordura, que no se molestaba en hacer que no doliera, y que ciertamente no estaba allí con tu consentimiento, era de la peor mierda que un ser humano podía experimentar.

Y él lo estaba presenciando.

Goyle comenzó a sollozar, mientras Astoria se movía por su mente. Draco sintió un revoltijo en el estómago.

—Sus barreras de Oclumancia son una absoluta basura. Pero ahí están —comentó ella, sin perder la conexión—. Creo que si intento deshacer este Obliviate mal hecho, podría enloquecer.

Draco no quería sentir nada respecto al hecho de que era un Obliviate lo que Goyle tenía. Un rincón de su cabeza le decía que quizás su participación en ese embrollo era involuntaria. Que quizás lo habían utilizado, y luego le borraron los recuerdos.

Pero no lo sabía. No tenía idea de nada.

Por lo mismo no comentó nada al respecto.

Potter se encogió de hombros entonces, indiferente ante ese prospecto.

—Nadie lo extrañaría —dictaminó.

Draco continuó callado.

La oración se asentó en su sistema.

Astoria se volteó de nuevo, y Granger tomó esto como señal para reforzar los hechizos que mantenían a Goyle cautivo. Fueron solo unos segundos de preparación, antes de que un grito desgarrador cortara el aire.

Y el hombre comenzara a sacudirse en su lugar.

La cara de Gregory estaba hecha un desastre; roja, y con las venas resaltando bajo su piel debido al esfuerzo. Destilaba sufrimiento y dolor, gritando por su madre y pidiendo ayuda. Pidiendo ayuda a quien sea.

Pidiendo ayuda a Draco.

Se sintió abrumado, como normalmente hacía cuando la cruda realidad lo alcanzaba de esa forma. Le había sucedido con Yaxley y sus palabras, y al escuchar a Goyle pedirle ayuda como si nada hubiera pasado- el chico que le llevaba comida del comedor a los cuartos de Slytherin cuando Draco se sentía mal-

Draco salió de la habitación.

Caminó por el pasillo hasta donde estaba la escalera, y se apoyó en la pared. No escuchaba los gritos desde esa distancia, pero aunque así hubiera sido, Draco estaba seguro de que no podría haberlos oído. La respiración y el pulso desenfrenado resonaban en sus orejas, y la sangre parecía haber sido drenada de su rostro. El ojigris pegó su nuca a los ladrillos, cerrando los ojos e intentando- respirar.

Despertar.

—¿Draco?

Draco no abrió los ojos al sentir la voz de Theo. Necesitaba calmarse. Necesitaba ser dejado solo.

—Solo un segundo.

Sintió a Theo ponerse frente a él y mirarlo abiertamente a la cara. Draco casi podía verlo morderse el labio.

—No debí haberte dicho nada. No debí haberte traído.

Draco detestaba escuchar el ápice de lástima en su voz, que lo viera cómo alguien débil. Apretó los dientes, abriendo sus párpados al fin, sintiendo la agradable ira retornando.

—¿Y ocultarme tú también qué pasó con mi madre? —escupió, frunciendo los labios.

Theo suspiró, dando un paso hacia atrás, y Draco volvió a intentar calmarse, vaciando su cabeza de los gritos de Goyle. Por unos largos minutos, ninguno volvió a hablar.

—¿Cómo te sientes? —preguntó entonces Theo.

—No podría importarme menos.

Mentira. Mentira. Mentira. Mentira. Mentira.

—¿Y pretendes que me crea eso?

—Es un traidor asqueroso y merece todo lo que le hagan —respondió maliciosamente—. Y peor.

—Era tu mejor amigo.

—Era.

—Es completamente entendible que no puedas ver cómo-

—Theodore —lo cortó Draco, harto—, deja de tratarme cómo si fuera una mierda frágil, joder.

El hombre suspiró sonoramente.

—Solo estoy tratando de-

—¿Qué?, ¿protegerme? —dijo él, con una risa cruel y estruendosa—. No necesito tu puta protección. Ya sabemos que no eres bueno protegiendo a las personas que quieres.

Sabía que lo decía para descargar su frustración, para que le doliera. Para que pensara por unos segundos en las madres que no pudo salvar, y en su preciosa Lunática.

Y además, porque Draco era una terrible persona.

Aunque Theo no reaccionó a su comentario en lo más mínimo.

—Muy bien —dijo en su lugar, apuntando con la barbilla hacia el pasillo—. Volvamos, entonces.

Draco esperó a que su corazón se calmara, pero no funcionó, así que no le quedó más remedio que hacerle caso y hacer frente a lo que estaba pasando. Se encaminó, con Theo a su lado, creyendo ver algo moverse entre las sombras del pasillo.

Y entraron una vez más.

La imagen y los sonidos no distaban de lo que Draco había presenciado minutos atrás, y el ambiente no se le hacía menos sofocante de lo que era antes de salir. Aunque al menos esa vez, nadie lo miraba. Granger y Potter estaban más enfocados en lo que Astoria estaba haciendo.

—¿Nada aún? —cuestionó Theo, cerrando la puerta.

Todos negaron sin levantar la mirada.

—No mucho —respondió Astoria—. Aunque no sé si es por las memorias que faltan, o porque no sabe demasiado. Después de todo, era solo un guardia.

El grito de Goyle se hizo más agudo.

—Probablemente no sabe mucho —Draco dijo, tratando de mantener la calma.

Ahora sí lo miraron.

Sus facciones estaban plagadas de desconfianza.

—Es Goyle —explicó él intentando mostrar su punto—. No fue capaz de pasar ni la mitad de sus TIMO's. Estoy seguro de que no podría distinguir entre un pedazo de mierda y su cerebro aunque se lo pusieras delante.

Potter gesticuló con su mano.

—¿Explícate?

—El Señor Tenebroso no le confiaría nunca algo tan importante —respondió, intentando no poner sus ojos en blanco ante la obviedad—, como para que tenga recuerdos sustanciales.

Potter asintió, increíblemente de acuerdo con sus palabras, y se giró otra vez a Goyle.

—Bueno, entonces no hay nada importante aquí que no sepamos ya —Astoria dijo en ese momento, saliendo de su mente. Ella miró a todos, intercambiando la vista entre sus caras—. Su madre, Marisa Goyle, es medibruja. ¿Todos lo saben, no?

Draco sintió cómo su respiración se paraba al escucharla, quedándose muy quieto en su lugar.

Y es que simplemente sabía adónde iba eso. Joder. Lo sabía. Lo tenía claro.

No quería oírlo.

—Ella —continuó Astoria de todas formas, ajena a sus pensamientos—, era la encargada de mantener a Narcissa Malfoy viva.

La verdad golpeó a Draco como un bloque de cemento. Las palabras se incorporaron en su mente. El corazón estaba en la boca del estómago.

No recordaba haberse sentido tan contrariado antes; no desde hacía muchos años, al menos. Saber que Marisa estuvo, no solo involucrada en la muerte de su madre, si no que además era la encargada de hacer que su sufrimiento se prolongara...

Quería pensar que fue una obligación. Que el Señor Goyle la obligó, o que Voldemort lo hizo, que no tuvo más remedio que agachar la cabeza y obedecer. Podría perdonarla entonces. Podría entenderla entonces.

Pero sabía que lo más probable es que ella y su esposo se hubieran ofrecido de forma voluntaria.

Y Draco se los iba a hacer pagar.

—Gregory Goyle la escoltaba, y al mismo tiempo se encargaba de que sus padres cumplieran su cometido, mientras él vigilaba afuera —explicó, dándole una mirada de soslayo al hombre—. Supongo que era una ventaja tener un hijo tan fuerte. Y, además, era otra prueba de que como familia eran todos completamente útiles para el Lord.

¿Acaso eso quería decir que estaba ahí, por obligación?

O no.

Seguramente no.

Draco desvió su vista a Goyle, que había caído inconsciente apenas Astoria abandonó su cabeza.

—No sabía qué sucedía dentro de la celda, solo sabía que Narcissa estaba involucrada y que su madre la cuidaba —prosiguió Astoria clavando sus ojos en él—. Nada más.

Pero aún así, Goyle no se lo había dicho a Draco.

Si es que recordaba, si es que sabía que su madre estaba teniendo visitas irregulares, y que él las monitoreaba, no se lo había dicho. Nadie se lo había dicho. Draco le había preguntado a Narcissa innumerables veces si estaba bien. Si la sección especial era cómoda. Y ella le había mentido, y él le había creído, y ahora nada cambiaría nunca ese hecho.

Goyle merecía estar ahí.

—Y, bueno, si alguna vez escuchó algo más, esos recuerdos no están aquí. Lo único que sí sabía, con Obliviate o no, era que Narcissa estaba siendo torturada. Su padre se encargaba de borrar el resto de sus memorias, de una forma muy pobre, si tengo que acotar. —Astoria se alejó del cuerpo inerte de Goyle—. Fue bastante fácil de deshacer.

Draco sentía que estaba cayendo, que había estado cayendo desde el día que Hannah apareció espiando su casa.

O incluso antes.

—Creo que a la que debemos capturar es a su madre —siguió Astoria, segura de lo que estaba diciendo—. Ella sabe todo. Según lo que Goyle escuchaba que hablaba con su esposo, ella también estaba muy involucrada en cuanto a encontrar lo que Narcissa ocultaba. —Astoria cerró la puerta de la celda, tomando asiento en la silla de su costado—. Y, como Narcissa tenía un...

Astoria paró de hablar abruptamente, y sus cejas se juntaron, al mismo tiempo que sus ojos se dirigían al piso y su mirada empezaba a moverse de un lado a otro. El resto del mundo la observó con aprehensión y confusión. Potter se acercó, posando su mano en el hombro de la mujer.

—¿Astoria? —le dijo con cautela.

Astoria tomó una respiración honda.

—Me acabo de dar cuenta de algo.

—¿Ahora? —preguntó Potter extrañado. Ella asintió.

—Recapitulando. Yo... —empezó a explicar. Draco sentía los nervios a flor de piel—. Marisa mencionó en una conversación con el padre de Goyle, que con las barreras de Oclumancia de Narcissa y el Obliviate de su mente, era prácticamente imposible averiguar qué sabía-

—¿Qué? —Draco la interrumpió, captando lo raro de esa oración.

El Obliviate de su mente.

Obliviate.

Astoria asintió solemnemente.

—Sí, Malfoy —dijo—. Alguien obliviateó a tu madre, por eso querían dejarla sin barreras de Oclumancia. Alguien sabe su secreto. Eso... eso es algo que no podemos pasar por alto. Joder, y yo casi lo doy por sentado. Y...

Pero Draco ya no le estaba prestando atención.

¿Quién podría saber el secreto que su madre guardaba?, ¿quién ahí afuera continuaba vivo, mientras su mamá estuvo sufriendo torturas porque le habían hecho un Obliviate?

Tenía sentido ahora, que Voldemort quisiera dejarla sin magia; no solo las barreras caerían, sino que sería mucho más fácil deshacer el conjuro y recuperar sus recuerdos. Sin embargo, se le hacía ilógico el resto.

¿Por qué? ¿Cómo alguien podría estar enterado de qué sabía su madre, y continuar vivo?, ¿cómo Voldemort no lo había encontrado?

Draco hizo memoria. Recordó el último día que la vio libre. Recordó cómo fueron esos momentos, grabados en su mente. Lo que sucedió cuando el caos se apoderó de Hogwarts.

No, no.

Astoria estaba equivocada.

—No —dijo, expresando sus pensamientos en voz alta.

La mujer, que seguía compartiendo sus teorías, paró de golpe, y el resto del mundo se enfocó en él nuevamente desconfiando.

¿Alguna vez dejarían de hacerlo?

—¿Disculpa? —preguntó ella.

Draco apoyó la cabeza en la pared, y miró hacia el techo, exponiendo su garganta hacia ellos. Astoria continuaba sentada en una silla, con la mano de Potter en su hombro, Granger a su otro costado, y Theo en la otra pared. Todos observándolo.

—Estás equivocada. Nadie obliviateó a mi madre.

—Te estoy diciendo lo que vi —dijo ella resoplando, rozando la condescendencia—. Además, cobra más sentido que planearan el ritual. Sin su magia, podrían revertir el hechi-

—No he dicho que eso no sea cierto —la interrumpió Draco, sin mirarla.

—Malfoy, por el puto Dios, habla claro, ¿quieres?

Draco miró de soslayo a Granger, quien había hablado con tanta molestia como su rostro demostraba. Se le hacía raro escucharla maldecir.

—Mi madre se obliviateó a sí misma —dictaminó, sin apartar sus ojos de la mujer.

Las reacciones no se hicieron esperar.

Astoria chasqueó la lengua, como si esa posibilidad no se le hubiera cruzado por la mente, pero que ahora cobraba mucho más sentido. Después de todo, había pocas cosas más difíciles que deshacer un auto-obliviate. ¿Que mejor persona para conocer qué recuerdos quieres eliminar, que tú mismo?

Potter por su parte, mantuvo su porte indiferente, pero sus ojos contaban otra historia. Ahora que lo pensaba, casi siempre lo miraban así. Como si quisieran ver más allá de lo que Draco mostraba, cómo si pudieran ver a través de él.

No sabía una mierda.

—¿Cómo estás tan seguro? —espetó Granger, entrecerrando los ojos.

—Porque la vi —respondió él con simpleza—. En la Batalla de Hogwarts. Poco antes de que comenzaran a retirarse.

Desvió su vista a Potter cuando dijo lo último, y muy a su pesar, este apenas reaccionó. Qué aburrido. Draco habría preferido que se mostrara avergonzado por huir como cobarde.

—Se llevó la varita a la cabeza, y pronunció unas palabras que no alcancé a oír —continuó narrando. Subió una mano a la sien, apretando los párpados con fuerza. La imagen de su madre en un punto dado de la batalla apuntándose a sí misma mientras Draco la miraba, abundaba en su mente desde hacía años—. Siempre creí- no sé. No... no pensé que alguna vez-

Draco no había abierto los ojos, pero sabía que la expresión de Granger no cambió en lo más mínimo a medida que hablaba.

—¿Cómo recuerdas eso? —cuestionó ella, una vez más con ese tono acusador.

—Porque fue el último día que la vi libre.

No sabía qué ocasionaba esas palabras en los demás, pero le importaba un carajo. No le interesaba parecer vulnerable, o estar hablando de más, en ese momento no le importa parecer débil. Sabía que debían ser tontos para verlo de esa forma. Estaba más preocupado de otras cosas. Estaba más preocupado de desentrañar todo aquello, de comprender. Necesitaba saber qué había sucedido de verdad.

Draco bajó la mano al fin. Su madre había visto algo en la Batalla, algo que la llevó a borrar cualquier recuerdo relacionado a ello. ¿Quizás vio algo de la Orden?, ¿alguien llevándose a Nagini, y por eso sabía dónde estaba?

Quizás alguien que huyó la llevaba en sus manos, y ella lo vio, y para evitar decirlo de forma obligada se obliviateó. Draco no lo sabía. No tenía idea. Incluso quizás, él lo había visto también, pero no le prestó atención.

¿O no lo recuerdas?

El pensamiento lo hizo abrir los ojos otra vez.

Si su madre había visto algo en la batalla, si sabía algo, ¿qué le aseguraba a Voldemort que Draco no lo sabía también?, ¿o Lucius?, ¿por qué ellos nunca fueron torturados?, ¿por qué solo su madre?

¿Y qué te asegura que no fue así?

La respiración se atoró en su garganta.

¿Cómo, en casi ocho años, Voldemort jamás lo había usado a él para llegar a Narcissa? Si ella lo traicionó al mentir por Potter durante la batalla, fue solo gracias al hecho de que necesitaba ver a Draco. Narcissa necesitaba darle una oportunidad a otro mundo que no fuese en el que vivían, según sus propias palabras.

Entonces, ¿cómo el Señor Tenebroso nunca le hizo nada a él?, ¿cómo es que nunca la amenazó con matarlo, o cosas peores, si es que ella no se dejaba inspeccionar los recuerdos? No tenía sentido. No tenía sentido, que en años, Draco jamás hubiera corrido peligro real. Sobre todo porque su madre habría hecho lo que sea por mantenerlo a salvo. Si Voldemort amenazaba con hacerle algo a él, Narcissa habría confesado. O habría estado más dispuesta a colaborar.

Entonces, ¿por qué no tenía recuerdos de que algo así hubiera pasado?

Era imposible. Era estúpido. El Lord no lo respetaba lo suficiente para mantenerlo fuera de aquello, sobre todo considerando que su madre podía tener información de dónde estaba Nagini, que al parecer, era crucial para derrotarlo. Voldemort habría hecho lo que fuera.

Lo que estuviera en sus manos.

No, era imposible.

—Greengrass —habló de repente, sintiéndose totalmente mareado. La mujer lo miró al oírlo—. Creo que yo también puedo estar bajo un Obliviate.

Y antes de que otra alma pudiera reaccionar frente a aquello, Draco comenzó a explicar lo que pensaba.

Astoria y el resto lo escuchó con atención, y cuando acabó, ellos comenzaron a discutir las posibilidades que había, y si Draco estaba diciendo o no la verdad. Pero él no los oía ya. Sus ojos volaron de la cara de las personas presentes hacia el fondo de la celda, donde Goyle continuaba medio inconsciente.

Sin duda había sufrido menos que Yaxley, pero la diferencia es que tampoco sabía tanto, ni se había mostrado tan reacio a cooperar. De todas formas, el daño que quizás Greengrass había causado a su mente era irreparable e igualmente doloroso.

Y Draco no sabía qué sentir.

No tenía idea si pensar que se lo merecía, y alegrarse de que estuviera pagando. Solo se le hacía difícil sentirse de esa forma. Pero tampoco tenía pena por él. No completamente. Una parte de su cerebro tenía claro que, obligado o no, Goyle habría hecho eso y cosas peores de todas maneras.

Aunque no podía pensar en dejarlo allí a merced de la Orden. No podía pensar en un mundo donde uno de sus mejores amigos era asesinado. Porque eso era lo que iba a suceder.

Draco no sabía qué hacer.

—Bien. —La voz de Potter hizo volver a Draco en sí, apartando sus orbes de Gregory—. Deberíamos probar ahora mismo.

Astoria se puso en posición para entrar a su cabeza, con la varita en alto, y los mechones de cabello cayeron por su frente.

Draco habló sin pensar.

—Potter. Espera.

Potter, quien no lo estaba mirando, quien no se había dirigido a él, se volteó de lleno en su dirección, esperando que continuara.

—Necesito hablar contigo.

Granger intentó intervenir al instante, poniéndose a un lado de Potter, casi como si lo fuera a proteger, pero Draco la detuvo antes de que hablara.

—A solas —remarcó, para que quedara en claro. Una cosa era tratar de ser honesto con un Gryffindor, al menos por Potter sentía algo de respeto. Otra cosa era hablar frente a una sangre sucia de la calaña de Hermione Granger.

Potter puso una mano gentil en el brazo de su amiga y dio un paso al frente. Granger lo miró, y por unos segundos, parecieron comunicarse de esa forma, solo para que finalmente Potter asintiera, levemente, y ella se hiciera a un lado.

—Está bien —murmuró él dirigiéndose hacia la mujer. Entonces, sus ojos esmeralda se posaron en Draco—. Sígueme.

Solo porque no tenía ánimos de discutir por algo tan absurdo como que él no lo mandaba, Draco lo hizo sin poner objeciones.

Ambos salieron de la habitación, y Draco no le dedicó ni una mirada a Theo, quien casi lo estaba interrogando a la distancia. Pasaron el pasillo y subieron la escalera hasta el primer piso. Era más pequeño que la parte delantera de la mansión, pero tenía varios cuartos de todas formas. Potter abrió uno, y esperó a que él pasara antes de cerrar la puerta.

Era un salón amplio, bastante amplio. Con colchones rodeando tanto las paredes como el suelo, y la magia de hechizos que protegían y ayudaban al propósito con el que se usaba el cuarto vibraban a su alrededor, delatando que aquello era una sala de entrenamiento. Quizás tenían muñecos ocultos entre los pliegues de las paredes o el suelo. Draco avanzó, observando brevemente el lugar; las únicas dos ventanas alumbraban mínimamente el interior, haciendo que quedaran casi a oscuras.

—¿Qué quieres? —escupió Potter, al cabo de unos segundos de silencio.

Draco se giró brevemente desde la ventana para así poder mirarlo. La expresión de Potter no delataba absolutamente nada; los brazos estaban cruzados en su pecho, y se encontraba frente a él, bloqueando la salida en caso de que Draco intentara algo extraño. Algo que, obviamente, no haría.

—¿Qué va a pasar con Goyle? —preguntó sin rodeos.

Potter se llevó una mano a la barbilla y la acarició. Draco recordó que lo había visto hacer eso varias veces. Quizás era un tic. O un hábito.

—Probablemente nos deshagamos de él.

Al menos era honesto.

Draco curvó los labios, alejándose de la ventana para acercarse a él.

—No lo digas con palabras bonitas, Potter —espetó de vuelta—. Lo van a asesinar, ahora que no les sirve. Esa es la verdad.

Potter sonrió.

—Sí —replicó—. Lo vamos a asesinar ahora que no nos sirve.

Sonaba dramático, Draco lo sabía, pero aquellas palabras hicieron eco en su cabeza. Trató de imaginarse un mundo donde Goyle era asesinado frente a él, y Draco no hacía nada y- se le hacía inconcebible.

Ahora que lo sabía, no podía permitirlo. Daba igual el daño que Goyle le había ocasionado....

No.

No daba igual.

Pero ya había perdido tanto.

Draco había perdido demasiado, y egoístamente no quería perder más, incluso si Goyle lo había traicionado.

—No lo hagan —soltó abruptamente. Potter levantó las cejas.

—No eres quién para dar órde-

—No- no es... —Draco tomó un respiro hondo, interrumpiéndolo—. No es una orden. Por favor.

Aquella era de las pocas veces que una emoción humana que no fuera la ira, lograba traspasar el semblante usualmente frío de Potter. Se veía sorprendido, como si no pudiera creer que Draco tuviera un mínimo de decencia, o como si no pudiera creer su atrevimiento.

—Por favor —pidió una vez más, con voz dura—, déjenlo vivir.

Draco no tenía demasiado. Lo más importante que poseía, antes de que todo eso pasara, era su familia. Pero ahora había perdido a su madre y a su padre. Y sus amigos eran solo tres, de los cuales solo confiaba en uno. Blaise estaba fuera del país, y Crabbe había muerto. Ahora Goyle lo traicionó. Draco se negaba a seguir perdiendo más gente.

Ni siquiera lo hacía porque era lo correcto.

Lo hacía porque estaba cansado de sentirse así.

—No tenemos los recursos para mantenerlo —contestó Potter, aún analizándolo—. Y no es un prisionero importante.

—Yo- traeré comida. Lo que sea necesario- pero no lo maten.

—¿Por qué?

Draco lo miró de hito en hito, negando con la cabeza. ¿De verdad tenía que explicarlo?

Él no sabe quién eres. A sus ojos, no eres más que una plasta. A sus ojos, podrías estar diciendo esto para engañarlos. Para traicionarlos. Porque cree que eres una mierda.

Y no se equivoca.

—Si la comadreja... —comenzó a decir.

—No lo llames así.

—... estuviera sentado en esa silla —continuó Draco sin prestarle atención a su tono mortífero—. Si estuviera en esa posición. Si supieras que yo lo mataré, ¿dejarías que pasara?

Potter no respondió de inmediato, a medida que miraba con detenimiento los rasgos de Draco, quien se esforzó por mantenerse neutral. A su vez, él se prometió a sí mismo que esa sería la última ocasión que alguien le importaba- esa sería la última vez que alguien le importaba en serio cómo para sufrir ese tipo de riesgos. Querer a alguien era una debilidad, era hacerte daño de forma gratuita. Draco no podía soportar perder más. Draco no podía soportar volver a tener miedo.

Todo sería mucho más fácil si no tuviera nada que perder.

—Ron jamás estaría en esa situación —contestó Potter finalmente—. Ron preferiría cortarse una pierna, antes de traicionarme así.

Draco sopesó sus palabras, y concluyó que quizás tenía razón. Quizás Potter tenía la dicha de tener la lealtad de alguien tan insignificante como Weasley, pero no comentó nada al respecto. En su lugar, Draco empezó a caminar por la estancia, tomando nota de que allí cabían por lo menos unas setenta personas, y que por alguna razón, aún así no se sentía lo suficientemente amplio para estar hablando con Potter. Sentía, que con un par de pasos ya lo alcanzaría, que podría alzar la varita y chocaría contra su pecho sin demasiado esfuerzo, a pesar de estar a metros de distancia.

Draco continuó mirando el salón, paseando por el lado contrario a Potter, que continuaba en la puerta. Gracias a la oscuridad no podía detallar mucho más que las colchonetas de las paredes y el piso.

—Si tu sospecha es que estoy haciendo esto para perjudicarlos —dijo Draco entonces, al cabo de unos minutos en el que los ojos de Potter no se apartaron de él—, creo que ambos sabemos que es una manera estúpida.

La respuesta no tardó en llegar.

—Nunca te he considerado alguien muy inteligente.

Draco sonrió, casi genuinamente. Potter se esforzaba tanto por insultarlo. Era hilarante. Se giró hacia él, sin borrar la pequeña sonrisa, y lo observó. Potter, por segunda vez, pareció algo sorprendido con esa reacción.

—Tienes razón —concedió, cargando la oración de ironía—. Por algo me he unido al bando con menos posibilidades de sobrevivir.

Potter se mostró neutro una vez más, caminando lentamente hacia donde Draco estaba, al fondo de la sala.

—Tienes un don para elegir bandos equivocados.

Draco, de forma inconsciente, avanzó hacia él también, separando su cuerpo de la colchoneta a sus espaldas. Estaban a al menos cuatro metros en ese momento. Nuevamente se sentían menos.

—Había elegido el correcto. Ganaron la guerra, después de todo.

—La guerra no ha terminado.

—Potter —dijo, en tono lastimero. Cómo si le hablara a un niño. Potter apretó los dientes—. Eres estúpido si no sabes que la guerra, ya ha sido ganada.

Potter se detuvo un poco pasado del medio de la habitación y ladeó la cabeza. En ningún momento alguno de los dos apartó la mirada.

—¿Por qué estás aquí, entonces?

Los ojos de Potter, increíblemente, brillaban aún más en la oscuridad. Como si alguien hubiese decidido que el color jade que habitaba allí eran dos faroles. Siempre habían sido tan transparente.

Draco siempre había odiado sus ojos.

—Respuestas —contestó él con simpleza.

Quiero saber la verdad.

Potter asintió un par de veces. Los mechones de cabello cayeron encima de su cara. Lucía como si realmente estuviera considerando la respuesta.

—Creo que estás mintiendo —dijo él finalmente, seguro de sí mismo. Draco no había parado de caminar en su dirección—. Cuando estabas bajo el Veritaserum, dijiste que estabas aquí por venganza. ¿Cómo pretendes vengarte, si somos un bando tan débil?

Draco se detuvo. Aún se encontraban lejos, pero Potter había empezado a caminar alrededor del cuarto, dirigiéndose a las paredes y tocándolas. Casi rodeándolo. Como si Draco fuera no más que una presa.

—Si no servimos para nada, excepto para entregarle al gran Astaroth respuestas —continuó, y Draco tuvo que tragar la bilis que subió por su garganta al oír el apodo—. ¿Cómo nos vas a utilizar para vengarte, entonces?

Apretó la mandíbula, sintiendo que Potter estaba molestándolo. Y no le gustaba. No le gustaba en absoluto.

—Puedo hacerlo por mí mismo —dijo entredientes.

Potter caminó por la pared a su izquierda, y por fin llegó a estar al mismo nivel en el que estaba Draco, quien giró el cuello para mirarlo.

—No, Malfoy —dijo él, deslizando su apellido con lentitud, su voz haciéndose más y más baja—. Creo que me estás diciendo esto para hacerme enojar.

—Potter, no sé qué te ha dado la impresión de que para mí —replicó, haciendo una mueca de disgusto—, eres más importante que las cucarachas que andan en el suelo.

Potter esbozó una sonrisa. No era amigable. Nunca eran amigables. Draco sentía escalofríos de solo verlas. Había un toque siniestro en ellas, recordándole que Potter ahora era una persona, al menos, peligrosa.

—No dije eso —concedió él, dando pasos en su dirección—. Creo que sabes que es efectivo enojarme, para distraer la conversación de su punto inicial.

Draco se giró al frente ignorando el ruido de los zapatos que indicaba que se estaba acercando.

—Eso, o realmente pienso que van a perder la guerra —dijo de forma despectiva—. Que van a terminar todos muertos, como tu preciosa comadrejita.

No sabía si el comentario había causado el ardor que deseaba. Esperaba que sí.

—No has visto de qué somos capaces. Puedo tomar veinte como tú, y aún así salir sin un rasguño.

Draco casi se rio al oírlo, y se limitó a rodar los ojos, en vez de decirle que ambos sabían que aquello no era cierto.

—Siguen siendo menos que nosotros.

Potter llegó al fin hasta él, y comenzó a caminar a su alrededor en un círculo, observándolo fijamente. Draco vio por el rabillo del ojo cómo tenía una mano en la barbilla, y sus otros dedos estaban aferrados a la varita que una vez fue suya. Draco mantuvo la mirada al frente, tratando de parecer lo más relajado posible.

—¿"Nosotros"? ¿Quiénes son "nosotros", Malfoy? —dijo Potter, tan bajo que salió cómo un susurro—. ¿Los Mortífagos? ¿El Nobilium? ¿La gente que asesinó a tu madre? —Potter se movía a sus espaldas, diciendo todo aquello para poner a prueba su lealtad. Si Draco se concentraba, podía sentir su magia, levantándose y danzando a su alrededor, despertando de una larga siesta y chocando contra la parte trasera de su cuello—. ¿La Orden? ¿Theo?

Potter pasó por su lado, inclinándose de la forma más leve hacia su oído. Imperceptible. Draco estaba seguro de que ni siquiera él mismo se había dado cuenta. Su cuerpo emanaba calor aunque ni siquiera lo estaba tocando.

—¿Quién? —siseó Potter, y el aliento golpeó su lóbulo una milésima de segundo.

Draco ignoró la corriente que subió por su espalda, mientras el moreno se ponía frente a él, unos pasos más lejos. Solo ahí Draco notó que Potter era un poco más bajo, y que la singular cicatriz en forma de rayo que una vez fue de un rojo vivo, se había ido desvaneciendo hasta quedar blanca contra la piel, casi plateada.

Draco se dio cuenta de que lo había estado viendo demasiado fijo, y apartó la mirada.

—¿Dónde están tus lealtades? —prosiguió Potter, paseando sus ojos de arriba a abajo—. ¿Cuáles son tus verdaderos motivos?

—Ya les he dicho todo. No oculto nada.

Al terminar la oración, conectó sus ojos.

Potter lo examinó, ladeando la cabeza otra vez. Draco le mantuvo el contacto visual cómo si fuera un reto. Estaban más cerca de lo que él esperaba, pero no hizo ademán de separarse o crear distancia, no cuando eso significaba debilidad o miedo. Draco no tenía miedo. Draco no estaba ocultando nada.

Los ojos de Potter lucían tan odiosamente claros-

Finalmente, fue él quien apartó la mirada.

—Muy bien —dijo Potter, aclarando su garganta—. ¿Por qué no debería cortarle el cuello a Gregory Goyle?

Draco dejó salir aire que ni siquiera sabía que estaba reteniendo.

Debía decirle la verdad. Por más jodido que fuera, tenía que hablar con sinceridad con el pedazo de mierda que era Potter. Porque sabía que de otra forma, le daría más espacio a dudas y sospechas absurdas que ya no deberían de existir.

—Tal vez tú tienes veinte amigos, Potter —replicó, impregnando de veneno la oración—. Si se muere uno, tienes otros cuántos de repuesto.

Los orificios de su nariz se ensancharon, y Draco supo que, aunque no lo demostraba, el comentario había picado. Conocía suficiente sus gestos para saberlo. Y se alegraba.

—Pero Gregory era- es- es... lo conozco desde que éramos niños.

La fugaz imagen de Goyle tratando de capturar un pavo real en la Mansión, solo porque Draco le había pedido que lo hiciera, cruzó por su mente.

—No pienso cargar con su muerte.

—No lo estarías matando tú. Nosotros, sí.

—Sabré que pude haber cambiado su destino, y no lo hice. —Draco juntó sus manos al frente, viendo cómo Potter seguía sus movimientos con los ojos—. ¿No es lo mismo?

—Me parece interesante, que te creas tan importante como para cambiar el destino de las personas.

—Todos tenemos opciones, y tomamos decisiones que afectan nuestros destinos —espetó Draco, con más brusquedad de la que pretendía. Potter lo observó con abierta curiosidad—. Yo decidí ser quién soy, y tú decidiste ser quién eres.

Draco pudo haberse marchado de Inglaterra durante el poco tiempo que la cuarentena todavía no comenzaba a regir. Draco pudo no haberse hecho Mortífago, en primer lugar. Draco pudo haberse negado a formar parte del Nobilium. Draco pudo no haber sido un cómplice en la muerte de Eric. Draco pudo haber elegido la muerte. Un hombre honorable y bueno lo habría hecho, antes de convertirse en un torturador.

Él no lo era.

—Yo no-

Potter se interrumpió a sí mismo, sacudiendo la cabeza, para luego contemplarlo por debajo de las cejas.

Se miraron por lo que pareció un minuto entero, sin decirse una palabra.

—No tienes ni puta idea de qué estás hablando.

Tal vez. Tal vez verdaderamente no había opción en algunas situaciones, o con algunas personas.

No era su caso.

—No es muy probable, pero sé que está en mis manos pedirte que, por favor —Draco cerró los ojos al volver a rogar, sintiéndose algo humillado—, no lo mates.

Potter no respondió a eso tampoco, derechamente no dijo nada respecto a sus palabras. Al cabo de unos segundos, decidió cambiar el tema.

—Deberíamos volver con los demás para ver tus recuerdos.

Draco asintió, sabiendo que aquella oración era un equivalente a: "lo pensaré", y comenzó a caminar lejos, rodeándolo sin dedicarle más atención de la que ya había obtenido mientras se dirigía a la puerta.

Salió al pasillo, sintiendo nuevamente la sensación que experimentó el primer día que llegó allí, cómo si alguien lo estuviera mirando. Pero mientras más trataba de ver el origen de aquello, menos lo percibía.

Luego de oír cómo cerraba la puerta y la protegía con hechizos, los pasos de Potter se escucharon tras él, a medida que lo seguía de vuelta a los calabozos. Estaba cerca, aunque no fue hasta la mitad de la escalera que Draco se dio vuelta para observarlo.

—Potter —dijo, subiendo la mirada.

Potter estaba a dos escalones por detrás, y frenó al instante en que lo escuchó. La luz del piso de arriba le daba a Draco directamente en la cara, y no le permitía distinguir bien qué gesto Potter tenía al verlo tan cerca. Draco notó también que era bastante delgado; el cuerpo de Potter había quedado a la altura de su cara; el aroma a sangre y a perfume inundándolo.

Se lamió los labios.

—Jamás podrías enfrentarte a veinte como yo —le dijo Draco.

Potter suspiró, pero sonó más divertido que fastidiado.

—Lo sé —respondió él, con lentitud—. Solo a diez.

Draco creyó ver que las comisuras de sus labios se elevaron al pronunciar aquello.

Pero probablemente era sólo su idea.

•••

El ambiente de la habitación no había cambiado para nada cuando Draco volvió a entrar. Por algún motivo, se había sentido tan diferente fuera de ahí, durante la conversación con Potter, que había olvidado que no existía razón para que allí dentro las cosas fueran distintas. Para que el resto del mundo fuera distinto.

Astoria se separó de Theo en cuanto los vio ingresar, luciendo hasta... entusiasmada con su llegada.

—Malfoy —dijo, parándose enfrente—. ¿Puedo?

Draco sabía a lo que se refería, y entendió entonces que esa era la razón por la que Astoria se mostraba tan emocionada: quería comprobar su teoría. Quizás incluso le resultaba entretenido.

—Está bien —respondió, y apenas acabó la frase, Astoria ya había entrado a su cerebro.

Aunque estaba sorprendido, Draco la dejó superar sus barreras.

No era brusca, ni imponente, lo que delataba una vez más lo buena que era en ello. Un buen Legeramente no se hacía notar a menos que quisiera que así fuera, y solo un buen Oclumante podía percibirlo. Astoria era gentil en lo que hacía, navegando por su mente y sus memorias con una delicadeza que Draco no había sentido nunca durante una sesión de Legeremancia.

Lo primero que saltó a su cabeza, fue la escena de Potter rechazando su mano, todos esos años atrás.

Draco recordó que lo primero que tu cabeza mostraba, era lo que no querías que la otra persona viera.

De ahí en adelante los recuerdos iban de presente a pasado, alejándose más y más de ese día. Vio brevemente la conversación de Potter y él, de minutos atrás; vio a Theo, y a Voldemort, y a Greyback. Astoria retrocedió hasta semanas, observando la discusión que tuvo con Pansy, y yendo hasta el momento en el que su madre murió, haciéndole revivirlo de una forma en la que Draco no había querido hacer: su cuerpo inerte y frágil en una celda de Azkaban. Astoria vio a Hannah, y también notó, más que obviamente, la pesadilla con la que había despertado ese día, incluso luego de tomar poción para no soñar. 

No deseaba aquello, no deseaba para nada que Astoria estuviera presenciando todas esas cosas. Pero no había forma de detenerla.

Y así continuó, continuó, y continuó. Hasta que soltó un audible jadeo, y dio un paso atrás, tocando su rostro, saliendo de su mente.

Draco y el resto esperó su veredicto con el corazón en la mano.

Y entonces-

—Tienes razón, Draco Malfoy —dijo Astoria, pareciendo casi encantada con el prospecto—. Alguien te ha hecho un Obliviate.

 

Chapter 11: Capítulo 8: Confusión

Chapter Text

Secuestrar a Goyle no fue muy difícil.

Harry tampoco esperaba que lo fuera.

Gracias a las anotaciones de Leice y Hannah, y a las charlas que el primero tuvo durante el tiempo en el que no estuvieron en contacto, lograron determinar la rutina de Goyle, (el cual, no tenían idea de quién era en un principio), y después de descubrir que tomaba el flú a las oficinas de Azkaban para llevar a cabo su cometido como guardia mientras Narcissa vivía, la lista de sospechosos se redujo considerablemente, al conocer más o menos su contextura física cuando no usaba multijugos.

Y luego se dieron cuenta de su identidad.

Harry podría haberse sentido sorprendido, si no creyera ya que todos los Mortífagos eran una absoluta mierda, y que era de esperarse que Goyle, siendo hijo de uno, estuviera involucrado en algo tan turbio cómo el asesinato y la tortura de Narcissa. La madre de su mejor amigo. Así que no le sorprendió en lo absoluto eso, ni que cuando encontraron el momento perfecto en el que iba solo, lo capturaron con éxito y de manera sigilosa. Sin problemas.

Lo que lo sorprendió fue Malfoy.

Harry había empezado ese día bastante seguro sobre qué pensaba de Draco Malfoy y dónde podía meterse cada una de las cosas que decía.

Y ahora-

Ahora no podía entenderlo.

Cuando estaban en el colegio, Harry llegó a un punto en el que casi pudo empatizar con Draco Malfoy. Entendió que eran unos niños, y que Malfoy en realidad no quería nada de eso. Las visiones que tuvo de él mientras buscaban los Horrocruxes, donde Voldemort lo obligaba a torturar, se lo dijeron. Sin contar lo que había escuchado y visto aquella vez, en la torre de Astronomía cuando se suponía que tenía que matar a Dumbledore. Harry llegó a sentir lástima por lo que Tom podría estar haciéndole a él y a su familia.

Pero luego la guerra había terminado, al menos al ojo público, y Malfoy acabó demostrando que era exactamente la misma mierda que toda su vida probó ser. Que tenía a su madre en Azkaban siendo torturada sin que le importara un comino, y que él mismo era responsable de muchas muertes, como todos los asesinos del Nobilium y el Electis. Aunque aquellas dos cosas no eran completamente ciertas... pero gracias a ello, Harry pensaba que no quedaba ni un poco de humanidad en él.

Y medio lo comprobó durante el interrogatorio de Yaxley, donde Malfoy se debatió entre verse encantado por hacerlo sufrir, e indiferente, utilizando maldiciones que Harry no tenía idea que existían.

Pero entonces sucedió lo de Goyle.

No tenía sentido, no tenía ni una pizca de sentido que Malfoy le pidiera que lo salvara, que no lo dejara morir. Alguien que había dejado sin piernas a otra persona, que por poco hizo enloquecer a un hombre con el que compartió día a día por casi ocho años... alguien que no le temblaba la varita al torturar a gente, que no movía un solo músculo de la cara al ver cómo a una mujer le daban de comer los restos de su esposo-

No debería mostrar piedad por un traidor.

Harry ciertamente no lo habría hecho. No con una persona que se suponía que era su amigo; que le había ocultado cosas, y que era responsable de acabar con lo poco que le quedaba. Malfoy debía haber pedido que Harry lo matara lentamente mientras él miraba.

Pero no.

Malfoy, en su lugar, pidió que no lo asesinara.

Le hacía pensar que quizás tramaba algo, que era un plan, el dejar a Goyle vivo. Pero se arriesgaba a morir, debido al Juramento Inquebrantable, y por más que pensaba no se le ocurría qué plan valía la pena tan ridículo riesgo. Además, estaba el hecho de que cuando Malfoy salió de la habitación, Harry lo siguió, oyendo toda la conversación que mantuvo con Theo. Y había sonado verdaderamente afectado: la respiración agitada, el tono preocupado y venenoso...

Luego, había venido su propia charla.

Harry no sabía que Malfoy le pediría aquello, pero lo hizo, y no solo lo ordenó. Le pidió por favor que no mataran a Goyle. Por unos momentos, ni siquiera había parecido tan detestable como Harry sabía que era. Sino un simple ser humano que quería ver a su mejor amigo bien, porque no soportaría cargar con su muerte.

Es que simplemente no tenía sentido.

Harry no quería enfocarse mucho en aquello. Tenía un montón de cosas por las que preocuparse y en las que pensar, pero si Malfoy iba y hacía cosas tan incoherentes, su cerebro inevitablemente quería descifrarlo, encontrarle una razón. Tratar de conectar al torturador, con el hombre desesperado por salvar a un traidor.

Malfoy se marchó rápido luego de eso, debido a que si pasaba más tiempo allí y se enteraban de que Goyle fue secuestrado, podrían ir a buscarlo. Voldemort podría desconfiar aún más de él. Pero acordó en que cada día que Astoria fuera a la base, Theo lo llevaría también, y así trabajarían para deshacer el inesperado Obliviate que le habían hecho.

En cuanto Harry borró sus memorias y Theo lo aturdió, volvió a la mansión de nuevo, donde Hermione y Astoria ya habían cerrado la celda y el área de los calabozos, mientras conversaban en el borde de la escalera.

Apenas se acercó a ambas, Hermione se giró a Harry con la cara hecha piedra.

—No confío en él —le espetó sin rodeos, como cada vez que podía recordárselo.

Harry suspiró cuando la oyó, e hizo un gesto a uno de los cuartos que había cerca. Abrió la puerta, dejando a las dos mujeres entrar, y detalló brevemente su alrededor. Obviamente en casi ocho años todas las habitaciones de la Mansión habían sido exploradas, pero no todas estaban en uso, considerando que aún quedaba gente en la base bajo el Bosque Prohibido. Poca, pero quedaba. Así que ese era uno de esos cuartos desocupados.

—Creo que seríamos idiotas si confiáramos en él por completo —respondió Harry en ese momento, apoyándose en una de las sillas que estaban repartidas por el lugar—. Pero viéndolo objetivamente, Hermione, ¿de verdad crees que desea traicionarnos? ¿Que está aquí cómo infiltrado?

Su voz trataba de denotar el escepticismo que sentía ante esa posibilidad. Al menos ahora. Sí, Draco Malfoy podía ser un hijo de puta, pero también había probado que cuando alguien le importaba, era lo suficientemente leal como para pedir que no fuese asesinado. Y Narcissa...

Narcissa era su mamá. Harry los había visto, años atrás. Ambos se profesaban cariño verídico.

—Quiero decir —continuó él ante su silencio—, es parte del Nobilium y todo eso, pero mataron a su madre.

Hermione se mostró inflexible.

—Dudo que Draco Malfoy piense y se preocupe en algo más que sí mismo.

Harry estuvo a punto, a punto de decirle lo de Goyle, incluso cuando eso podría traer más sospechas. Pero Astoria se le adelantó, poniendo una mano en el hombro de Hermione con gentileza.

—Pienso diferente.

Hermione le prestó atención al instante. En esos años, su amiga había aprendido a respetar a Astoria también. Todos lo hicieron, de cierta forma, y reconocían que era alguien inteligente. No más que la propia Hermione o McGonagall, por supuesto, pero mientras ellas solían tener un enfoque moral bastante... "Gryffindoresco", cómo Theo y Astoria lo habían apodado, ella y Adrian, o incluso Millicent, solían mirar las cosas de otra forma.

—Estuve dentro de su mente, como recordarán —explicó, esperando a que Hermione asintiera. Cuando lo hizo, continuó—: Sé lo que vi. Hermione- Malfoy vio el cadáver de su madre. Lo sostuvo entre sus brazos. Pude sentir lo que él sintió. Vi todo a través de sus ojos. No-

Harry miró Astoria, mientras un montón de pensamientos lo atacaban al escucharla. Él había visto morir a un montón de gente, desde que tenía memoria. Más de la que debía.

Más de lo que cualquier ser humano se supone que podía soportar.

Pero no recordaba el asesinato de sus padres. Gracias al Universo, o a lo que sea que le hubiera dado la vida. Gracias a lo que fuera, Harry nunca tuvo que experimentar algo como tener a su madre entre sus brazos.

Y Malfoy lo había hecho.

¿Cómo carajos continuaba cuerdo?

—Al menos ese aspecto de él es real —siguió Astoria, dándole una sonrisa comprensiva que expresaba un: "entiendo tu desconfianza, pero sé de lo que hablo"—. No está aquí como un espía. O al menos no bajo las órdenes del Gran Mortífago. Está aquí porque todo esto casi lo rompió y desea encontrar culpables.

Hermione no respondió, y Harry analizó sus palabras sin hablar tampoco. No tenía sentido que dijera algo acerca de Goyle ya. Después de todo, no era como si él mismo confiara demasiado en Malfoy, o si quisiera darle demasiado beneficio de la duda.

Pero confiaba en Astoria.

—De todas maneras, da igual —respondió Hermione, luego de esos momentos de silencio—. Lo importante en este momento es saber qué hacemos ahora.

—Bueno —dijo Harry—, sabemos que lo que Narcissa ocultaba tenía que ver con el paradero de Nagini-

—Ah, ah —lo interrumpió Hermione, negando—. Eso es lo que nosotros creemos. Realmente podría ser otra cosa.

Harry hizo su mayor esfuerzo por no rodar los ojos. Había cosas que no cambiaban.

—No es muy probable, y lo hemos hablado millones de veces. La única cosa que haría que Tom mantuviera a Narcissa viva por ocho años, luego de mentirle en el Bosque por mí, es eso. No se me ocurre más. Y a ti tampoco. —Harry se cruzó de brazos—. Seguro, los primeros años pudo haberla dejado vivir para torturarla y vengarse un poco, ¿pero tomarse tantas molestias y mantenerlo en confidencialidad? Ciertamente no fue gracias a la bondad de su corazón.

Hermione apretó los labios, sabiendo que tenía razón. Siempre llegaban a lo mismo, por mucho que su amiga quisiera pensar en otras posibilidades. Era casi completamente seguro que, lo que Narcissa ocultaba, tenía que ver con esa maldita serpiente.

—¿Entonces? —preguntó ella—. ¿Lo único que hemos sacado de esto, es que Narcissa se hizo un Obliviate en plena retirada, porque vio algo que no debió? Y bueno, que Malfoy también está bajo un Obliviate que probablemente oculta información.

—Sí, básicamente sí.

—O sea que quedamos en el mismo lugar que con Yaxley, solo que un poco más cansados.

No hacía falta que Harry asintiera.

Se llevó una mano a la frente y masajeó allí. Recordó haber visto a Malfoy hacer lo mismo, y pensó por unos breves segundos si es que acaso a él también le atacaban jaquecas. A Harry le pasaba demasiado, pero eran aceptables si las comparaba al dolor que sentía con las pesadillas de Voldemort cuando era adolescente.

—Recapitulemos —empezó a decir Astoria cuando ninguno aportó nada nuevo—: Narcissa había estado, probablemente, ocho años ocultando el secreto de donde está Nagini. Y, bueno, antes creíamos que probablemente lo estaba haciendo debido a que no quería que Tom ganara de forma definitiva. Pero si la vida de su hijo estaba en peligro, como el Obliviate indica que, de seguro lo está... —Ella pausó, pensando en la información que habían recolectado—. ¿Qué tal, si solo no podía decir lo que sabía?

Aquello captó la atención de los amigos, quienes observaron de lleno a Astoria.

—O sea, Narcissa era una Oclumante perfecta. Miró al Señor Tenebroso a la cara en el Bosque Prohibido y le mintió acerca de tu muerte. —Desvió la mirada a Harry como si esperara su confirmación, cuando él había contado esa historia ya un millón de veces—Tratar de derribar sus paredes de Oclumancia, sin que siquiera ella las hubiera levantado a propósito, tuvo que haber sido prácticamente imposible. Y luego está el Obliviate. El auto-Obliviate. ¿Por qué? ¿Por qué se haría uno?

Los tres se quedaron en silencio unos segundos, antes de que Hermione llegara a la respuesta. Su cara se iluminó.

—Porque sabía lo que le sucedería —respondió, segura—. Entendió que el Gran Mortífago ganó una vez que nos retiramos, debido a que nos superaban bastante. Y sabía que una vez que la torturara a ella y descubriera lo que quería descubrir, él la mataría. A Narcissa y a toda su familia, era lo más seguro.

Harry frunció el ceño.

—Pero murió de todas formas.

—Sí, luego de ocho años. Ocho años en los que Malfoy escaló para convertirse en uno de los Mortífagos de más rango, y se aseguró de que no quisieran asesinarlo tan fácilmente. Se hizo útil. Se hizo un arma. Sin Narcissa eso no habría sido posible.

Se hizo un arma.

Aquello le cayó como un golpe, mientras pensaba en Malfoy otra vez.

Malfoy, quien estuvo todo ese tiempo diseñando hechizos y pociones para contribuir al Lord. Era, tal cual Hermione lo había dicho: útil. Se había transformado en una herramienta para las batallas en contra de "los Rebeldes", y, quisiera o no, a Voldemort le servía.

Harry no quería pensar- de verdad que no quería pensar, en cómo eso se asemejaba a su propia vida. En cómo cuántas veces analizó que Dumbledore lo transformó en un arma que utilizar cuando el momento llegara.

Sacudió la cabeza.

—Ahora —Hermione continuó, pensando en voz alta—, ¿qué tiene que ver el propio Malfoy en todo esto?, ¿en el misterio de Nagini?

—No dijo mucho —respondió Astoria—. Pero creo que sospecha que el Señor Tenebroso pudo haberlo torturado también para incentivar a hablar a Narcissa, y ha borrado esas memorias.

Harry realmente odiaba cómo la maldición tabú les impedía decirle por su nombre a ese cabrón, o los Mortífagos podían encontrar los alrededores de la base cada vez que lo pronunciaban. Le revolvía el estómago cada que alguien decía "Señor Tenebroso". Voldemort no se merecía esas cortesías.

—¿No interfiere el Obliviate que le aplican ustedes, para cuando se marcha, no? —Hermione se dirigió a él de repente, sacándolo de sus pensamientos. Harry negó.

—Ese no es un Obliviate, es una variante. No es ni siquiera medianamente permanente. Esto sí.

Nuevamente se quedaron callados, tratando de seguir organizando lo que sabían, ya que probablemente, tendrían que exponer todo aquello en la reunión de la tarde con el resto de la Orden, y probar que Malfoy era útil. McGonagall y Molly no estaban muy contentas luego de que Harry decidió incluirlo como un miembro más, pero compartir tantos años, planes y luchas, los llevó a respetarlo lo suficiente para confiar en él.

Ya no era un niño, después de todo.

—¿Pero crees que podrás recuperar sus recuerdos? —Hermione cuestionó—. Quiero decir, el Gran Mortífago nunca pudo recuperar los de Narcissa...

—Pero es diferente —replicó Astoria con suavidad—. Las guardias mentales de Malfoy no son tan resistentes, por lo que probablemente no aprendió Oclumancia desde el nacimiento, como Narcissa  lo hizo. Es como si comparamos mi habilidad de Legeremancia con la de Harry- sin ofender —agregó mirándolo. Harry negó—. Además de que ella se hizo un auto Obliviate. ¿Tienes idea de lo complicado que es deshacer eso, juntando todos los factores que acabo de mencionar?

Hermione se mordió el labio, posiblemente aún tratando de buscarle «peros» al plan. Harry en cambio, aceptó las palabras y se sintió agradecido. Agradecido de que eso significara que era posible deshacer el Obliviate.

—Entonces, ¿solo podemos esperar a que Malfoy recuerde, cuando eso podría tomarnos meses? —preguntó Hermione entonces, con un deje de amargura—. ¿Años?

El estado de ánimo optimista de Harry se desvaneció al oírla.

Hermione tenía razón. Habían esperado demasiado, por poco una década. Habían trabajado demasiado duro, y la verdad estaba tan cerca. ¿De verdad tenían que seguir aguardando?

Suponía un sacrificio, y no estaba seguro que ni él ni el resto estaban dispuestos a hacer más.

Pero se le ocurrió algo.

—Hay otra opción —habló, con voz calmada.

Hermione y Astoria se giraron hacia él, con expresiones interrogantes en el rostro. Harry se aclaró la garganta, desviando la mirada unos segundos y tratando de pasar a palabras sus caóticos pensamientos.

—Dijimos que debíamos secuestrar a la mamá de Goyle, ¿no? —comenzó a explicarse, esperando que asintieran, aunque ninguna lucía emocionada por ese prospecto—. Pero sabemos que no todos están enterados del total de qué pasaba con Narcissa. Marisa solo hacía lo que le mandaban a hacer, y ya. El Señor Goyle es solo parte del Electis, y ya sabemos por Theo que, en general, no saben de mucho. No realmente. Dudo que les confiaran información verdaderamente valiosa.

Harry tomó una respiración profunda, viendo cómo las expresiones de sus caras cambiaban, entendiendo lo inútil que era secuestrar a Marisa.

—El mismo Yaxley no tenía la historia completa. Malfoy, por obvias razones no sabía nada, lo que solo nos deja cinco opciones más. Los miembros del Nobilium: Rodolphus, Mulciber, Macnair, Greyback-

—Y Rookwood —susurró Hermione. Harry esbozó una pequeña sonrisa.

—Exacto. —Se levantó de la silla, comenzando a pasear por la habitación—. ¿Qué otra persona, que no fuera el mismo ministro de magia, estaría más enterada de lo que está pasando?

Ambas analizaron a fondo sus palabras.

Harry sabía que entre las razones que Voldemort tenía para no decir al público que él aún vivía- para no hacer que buscaran a Harry por todas partes, era que, si se demostraba que Harry estaba vivo, podía avivar una chispa de revolución que no le era conveniente ahora que tenía el poder. Y que, además de todo, lo haría verse débil.

Por otra parte, si Harry exponía el secreto de Nagini, como había tratado de hacer en repetidas ocasiones, (acabando con gente siendo ejecutada), nada le aseguraba a Voldemort que las personas que lo odiaban en secreto, no tratarían de buscar a la serpiente por su cuenta. Así que la cantidad de gente que debía saber la verdad tras Narcissa, su Horrocrux, y su misma "muerte", se veía reducida más y más, al punto de que Harry incluso dudaba que Rookwood lo supiera todo.

Más que el resto, sí.

—Así que sugieres que lo secuestremos —dictaminó Hermione—. Quieres que secuestramos a su ministro.

—Me haría más feliz matarlo —dijo Harry, al mismo tiempo que Hermione le daba una mirada desaprobatoria—, pero sí, creo que es una buena alternativa.

Y comenzaron a discutir esa posibilidad, tratando de darle forma.

Era difícil. No podían permitirse perder gente, no mucha. Y era arriesgado, pues nunca antes pudieron capturar a un miembro del Nobilium. La única razón por la que Yaxley estaba allí, era debido a que Malfoy lo llevó. Normalmente, estaban tan jodidamente protegidos. ¿Cómo lo harían?, ¿cómo podrían hacerlo?

Malfoy podría ser la respuesta.

Por ello, días después, luego de que tuviera una sesión de Legeremancia con Astoria, Harry se le acercó en la entrada de la mansión, yendo directo al grano y preguntándole por Rookwood.

A pesar de lo que Harry creía, Malfoy entendió mucho más rápido de lo que él esperaba. Como si la simple pregunta acerca de Rookwood y que tan protegido estaba, hubiera hecho unos cuantos clics en su cabeza.

Algo bastante rápido e impresionante para alguien que no tenía el cerebro más grande que un maní.

Bueno, Harry no estaba siendo muy justo.

—Rookwood debe saber gran parte de la verdad, ¿no? —preguntó él, tensando la mandíbula. Harry se encogió de hombros.

—Es lo que creemos.

Y, por primera vez desde que Malfoy había re-aparecido en su vida, hablaron sin dedicarse más que muecas desagradables. Ningún insulto salió de los labios del otro, y discutieron acerca de qué tantas posibilidades había de secuestrar a Rookwood en un futuro. Malfoy le explicó que ese año la ceremonia del Día de la Victoria, sería por primera vez en el exterior.

Todos los 2 de Mayo anteriores, Voldemort celebró al interior de Hogwarts su supuesta victoria. En el comedor, debido a que aquella parte continuaba intacta, igual de destruida a como había quedado ocho años atrás. Cómo un recordatorio de quién había ganado, y de lo que sucedió en la Batalla de Hogwarts.

Ese era un arma constante de Tom: no permitirle a la gente olvidar.

Pero, quisiera o no, el Gran Comedor había empezado a desmoronarse, la infraestructura a caerse, y aunque el muy hijo de puta sobreviviría a eso, el resto de la gente, no. Por lo que la reconstrucción del comedor estaba siendo llevada a cabo. Y de todas formas, el lugar donde Neville había muerto seguía siendo igual de emblemático, solo que en el exterior.

Era una buena opción. Era una excelente opción. Si ingresaban por la base bajo el Bosque Prohibido, o volando sin ser vistos... podían hacer algo con ello, aprovechar la oportunidad. Podían secuestrar a Rookwood en frente de toda esa gente.

Voldemort no tendría cómo desmentir que Harry seguía vivo, en ese caso.

Pero también se arriesgaban a que se desatara una lucha poco equitativa, que continuaran muriendo personas inocentes. Que los Mortífagos los capturaran a ellos.

Lamentablemente dependían de Malfoy. Él debía informarles antes de, cómo iba a estar organizada la ceremonia, los puestos de cada uno, los puntos débiles. Malfoy lo sabría.

Cuando por fin se callaron, Harry lo miró unos segundos, notando cómo, cada cierto tiempo, Malfoy se llevaba la mano a la cara y delineaba la cicatriz que le cruzaba el rostro. Le recordaba un poco a Remus, excepto que las heridas del profesor Lupin eran mucho más, y menos precisas. La de Malfoy parecía estar ahí como si hubiera sido causada específicamente para hacerle daño.

Harry suspiró, y se dio la vuelta, dispuesto a no pensar en ello. No se despidió. No le veía el punto.

—Potter —dijo entonces Malfoy con voz tensa cuando Harry ya se iba. Se giró para mirarlo—. ¿Puedo hablar con Goyle?

Harry vaciló sobre sus propios pasos, algo perplejo. ¿Por qué Malfoy querría algo así? ¿Habría pensado mejor las cosas y ahora deseaba torturarlo?, ¿o matarlo? Harry asintió cautelosamente, y comenzó a caminar en dirección hacia la parte trasera de la mansión. No pensaba dejarlos solos.

—Vamos.

Sintió a Malfoy seguirlo a sus espaldas sin decir una palabra más, a medida que Harry pasaba por los pasillos saludando con la cabeza a la gente que se topaba. Los Weasley, en su mayoría, decidían ponerse en la otra ala de la mansión cuando Malfoy iba, para evitar confrontaciones directas que podrían ser contraproducentes. Pero estaba claro que aquello no podría durar para siempre. En algún momento se encontrarían, y Harry sabía que no sería bonito. No después de la muerte de dos de los suyos.

Ginny.

—No ha estado completamente consciente desde lo que pasó —informó Harry, cuando ingresaron a la celda.

Olía pésimo, y él no había estado ahí desde que llevaron a Goyle a la base. Otras personas, sobre todo refugiados, se habían encargado de alimentarlo y aplicarle hechizos de limpieza. Pero eso no disimulaba el olor que indicaba que no se había bañado, además que los pequeños huecos en el piso para que el prisionero pudiera hacer sus propias necesidades no ayudaban.

Harry arrugó la nariz, viendo cómo Goyle estaba en la pared más lejana de los barrotes.

—No tenemos idea qué secuelas dejó la intromisión de Astoria —advirtió Harry, cerrando la puerta del calabozo y haciendo un hechizo refrescante en el aire.

Malfoy avanzó sin hacer un solo gesto y sin contestarle, mientras Harry se apoyaba en la puerta y lo miraba con irritación.

Eso era otra cosa que le molestaba, que fuera tan jodidamente inexpresivo, y no supiera qué mierda estaba pasando por su cabeza. Durante Hogwarts, Harry había podido descifrar sus estados de ánimo tan fácilmente. Se ruborizaba levemente cuando se molestaba o avergonzaba, entrecerraba los ojos cuando se enojaba, o movía de sobre manera las manos si se encontraba animado. Harry lo recordaba.

Pero ese Malfoy apenas existía. Apenas parecía vivo.

Si no fuera porque Harry lo había escuchado dos veces agitado, habría creído que no tenía emociones reales.

—Gregory —dijo con voz dura y alta, cuando llegó al borde de la celda.

Goyle dio un respingo cuando lo oyó, mirando a cada lado, medio desorientado, hasta que se enfocó en Draco y esbozó una sonrisa algo aliviada.

Y entonces pareció recordar, más o menos, lo que había sucedido.

—Draco...

Malfoy apretó los dientes al oírlo decir su nombre, pero esa vez no lo corrigió. Harry, luego de verlo reaccionar a su seudónimo más aclamado –"Astaroth"– dudaba que Malfoy prefiriera ser llamado así tampoco.

Quizás se equivocaba.

—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó sin rodeos, con la voz temblando de la cólera—. Lo sé todo.

Goyle no respondió. Apretó los labios y bajó la cabeza, como si Malfoy fuera un padre regañando a un hijo que había cometido una travesura. Harry no entendía la dinámica entre esos dos.

—Goyle- —comenzó a decir Malfoy en tono amenazante, pero fue interrumpido.

—Madre me lo pidió —dijo él de sopetón, con lágrimas desesperadas comenzando a llenar sus ojos—. Ella y padre querían hacerlo, y luego me lo dijeron a mí. Pensé... pensé- lo hice porque era una buena oportunidad.

Malfoy le dio un golpe a las barras.

—Es mi madre.

Goyle volvió a bajar la cabeza mientras negaba. Sin duda estaba más roto de lo que Yaxley se encontraba, y la tortura había sido mucho, mucho menor.

—Lo siento —murmuró él, poniéndose a hipar.

Harry casi pudo ver cómo Malfoy le escupía, pero se contuvo, enderezandose y acomodando sus túnicas, ese despreciable broche en su pecho de forma de gota brillando bajo la luz.

—No me sirven tus disculpas.

Los hipidos de Goyle no le inspiraban ni un poco de lástima a Harry. Por él, que sufriera y se sintiera culpable hasta el último día de su vida; que pensara en las cosas que había hecho y a quienes había dañado. Malfoy, por su parte, sí parecía algo afectado. Aunque trataba de enmascararlo muy bien.

—Debí habértelo dicho —dijo Goyle, en medio de su patético llanto—. Yo-

Pero nunca pudo terminar esa frase.

Repentinamente, Goyle comenzó a sacudirse.

Harry lo reconoció cómo una convulsión, seguramente secuela de lo que Astoria hizo en su cabeza. Daba igual, tenía bastante cordura aún y era mucho más de lo que merecía.

Harry observó cómo Malfoy se alejó de la celda, dando pasos hacia atrás, mientras miraba cómo Goyle daba señales de estar quedando inconsciente, con espuma comenzando a salir de su boca.

—Sí —replicó Malfoy a su anterior oración, en tono neutral—. Debiste habérmelo dicho.

Harry se quitó de en medio de la puerta para así dejarlo pasar, y se dedicó a mirar a Goyle por unos segundos. Pensó en dejarlo ahí, que el tipo lidiara solo con lo que le estaba pasando, pero mientras no se aclarara qué pasaría con él, mientras no conversara con la Orden si lo matarían o no, debía ayudarlo.

Soltando una respiración cansada, envió un Patronus a Madam Pomfrey para que enviara a alguno de sus aprendices a encargarse de Goyle. El ciervo se perdió, yéndose hacia arriba, y Harry esperó que las pocas personas que estaban aprendiendo medimagia tuvieran tiempo de cuidar de un prisionero inútil.

Con cautela, salió del calabozo, solo para escuchar tal cual lo había hecho semanas atrás, que Theo y Malfoy hablaban en el mismo lugar a un lado de la escalera, en una pared desde donde no veían el pasillo.

Harry disminuyó la velocidad de sus pasos para así poder oír mejor, aunque solo escuchaba frases ahogadas.

—Nadie lo obligó... —Esa era la voz de Malfoy, sin duda.

Harry juntó las cejas al identificar el tono vacío de su voz, cómo si estuviera bajo la influencia del Veritaserum. Maldijo un poco al no andar con su capa de invisibilidad encima para poder espiarlos, y sabía que convocarla alertaría a los hombres de que estaba escuchando a escondidas.

—... No me queda nada...

Harry se apegó a la pared del pasillo, aún metros detrás, para así poder oír con más precisión. Pero lo único que podía percibir eran aquellas oraciones que lo confundían.

—Ya no me queda nadie... —escuchó a Malfoy susurrar, con esa voz extremadamente calmada que le ponía los pelos de punta—. Todos-

Harry notó cómo Theo lo interrumpió, su voz baja y resonante cortando el aire, aunque él no pudiera descifrar bien qué decía.

—... Me tienes a mí.

Y de ahí en adelante, no pudo oír nada más.

Harry no sabía cuánto tiempo se quedó apoyado en la pared en la oscuridad del pasillo donde las antorchas no habían sido encendidas, mientras Malfoy era consolado por Theo. Preguntándose de verdad, quién era Draco Malfoy, y por qué actuaba de la manera en la que actuaba.

Y entonces, en medio de sus contradicciones, en medio de repetir las palabras del Mortífago en su cabeza, un pensamiento cruzó por su mente.

Andrómeda.

Quisieran o no, Malfoy no estaba solo. No toda su familia estaba perdida.

Andrómeda estaba ahí. Estaba con ellos. Había sido golpeada por una maldición que no supieron identificar durante la Batalla de Hogwarts, la cual había deteriorado su sanidad mental bastante, pero continuaba viva.

Harry pensó en ello, incluso cuando Malfoy se marchó aquel día. No tenía idea de qué relación tenían ambos antes de que todo aquello pasara. Harry suponía que no muy buena, o prácticamente inexistente. Pero le parecía que no estaba en sus manos ocultarle a ambos que el otro existía, que seguían vivos, y que de hecho se encontraban en el mismo techo.

Pero no fue hasta una semana después, cuando Hermione, Harry y Ron volvían del Bosque Prohibido, habiendo recolectado ingredientes para las pociones que elaboraban, cuando tuvo oportunidad de comentárselo a Malfoy.

No hubo demasiado progreso en cuanto a Astoria, según lo que ella le explicó. No pudo penetrar por mucho tiempo las barreras de Oclumancia de Malfoy, por lo que debían esperar a que su mente se acostumbrara a tenerla dentro y dejar de verla como una amenaza. Por lo menos, ya habían visto los huecos de recuerdos que le faltaban, y a pesar de que eran bastantes, no iba a ser tan difícil la recuperación de ellos.

—Malfoy —llamó Harry, cuando éste se encontraba dispuesto a marcharse.

Malfoy se giró al escucharlo dándole una mirada de ceja arriba, y las comisuras hacia abajo. Era una expresión de asco.

—Tu tía está aquí —soltó Harry sin preámbulos, haciendo que por unos segundos, oyera cómo la respiración del hombre se atascaba.

Harry detalló el cambio de su cara, cómo un leve pánico pasó por sus ojos grises, antes de que se relajara y comprendiera a qué se refería.

Y simplemente supo, que Malfoy por unos milisegundos no pensó en Andrómeda. Que quizás en ocho años no se le había pasado por la cabeza.

Malfoy había pensado en Bellatrix.

—¿Y? —preguntó él con desdén. Harry metió las manos a los bolsillos, irritado desde ya.

—Creí que debías saberlo.

Malfoy entrecerró los ojos con escepticismo alejándose de la puerta de entrada, mientras se llevaba una mano al pecho.

—¿Me vas a dejar verla? —dijo con un tinte de sorna—. ¿No temes que estas sucias manos de Mortífago le hagan algo?

Harry le dedicó una media sonrisa sin humor.

—Es su decisión si quiere verte y —pausó, para mirarlo de arriba a abajo. Malfoy se quedó muy quieto—, ¿qué tanto mal podrías hacer?

El hombre no reaccionó pot unos segundos, antes de soltar una risa frente a su desprecio.

—No tienes idea de lo que soy capaz tú tampoco —replicó Malfoy, con aburrimiento—. Es más, hoy antes de venir acá, tomé un litro de sangre de recién nacidos para el desayuno.

Harry se preguntó si debía sentirse escandalizado, o mínimo sospechar que esa oración fuera verdad. Después de las atrocidades que los Mortífagos habían probado hacer durante esos años, beber sangre de recién nacidos era de las cosas más suaves. Pero en su lugar, lo único que su comentario ocasionó, fue hacerlo soltar una risa, que rápidamente disimuló con una tos. Malfoy pareció medianamente sorprendido ante eso aunque no comentó nada.

—No creo que Andrómeda quiera verme, Potter —fue su respuesta, retomando el tema. Harry notó que no le decía tía.

Pero también notó, que no había dicho que él no tenía interés en verla. Harry realmente no sabía si de verdad le era tan indiferente.

—Puedo preguntarle.

Malfoy lo observó fijamente, paseando los ojos grises por cada facción de su rostro. Harry aguantó el escrutinio sin decir una palabra, reconociendo que, quisiera o no, la mirada de Malfoy era demasiado intensa. No podía evitar sentirse incómodo. Analizado.

Eran sentimientos que no le gustaban en lo más mínimo.

Malfoy asintió finalmente.

—Está bien.

Harry asintió de vuelta, antes de girarse y caminar hacia las escaleras principales de la mansión, mientras Malfoy lo seguía. Se estaba haciendo una escena demasiado recurrente. Y no era lo que él había esperado en un principio.

Harry estaba haciendo aquello, porque pensaba que no era justo para Andrómeda que creyera que absolutamente toda su familia estaba muerta. Si bien, durante esos años nunca mencionó a Narcissa o a su sobrino, aquello no significaba nada. Andrómeda no había hablado más de diez veces en todo ese tiempo.

Harry llegó a la segunda planta, y dobló hacia la izquierda, yendo al ala donde la mujer pasaba casi cada minuto del día. Sola en una habitación, saliendo solo cuando ella lo pedía (o rogaba). Harry se sentía genuinamente mal por ella en ocasiones, hasta que se acordaba de todos sus intentos de suicidio, y de los intentos de escapes para "cobrar venganza". Andrómeda incluso se negaba a recibir atenciones de Madam Pomfrey, y como la medibruja no podía forzarla a ser atendida, a menos que fuera una emergencia, solo la había revisado en unas cuántas ocasiones, descubriendo que Andrómeda tenía signos vitales muy irregulares gracias al trauma y al hechizo desconocido, que incluso alteraban su magia. Madam Pomfrey les había explicado que eso podía pasar, que un mago sufriera un evento tan traumático que terminaba afectando su magia y a su físico, y que además se incrementó gracias a la maldición.

Harry recordaba eso, y sabía que era mejor dejarla donde estaba. Que a menos que hubiera una persona cuidándola durante todo el día, Andrómeda debía permanecer encerrada.

Harry llegó a la pieza de la mujer, y la abrió con un giro de varita.

Andrómeda estaba como siempre, en la ventana.

Él la detalló, notando cómo los años habían calado a la mujer profundamente. Lucía diez veces más vieja de lo que en realidad era, como una anciana, con el cabello caído y la carne marchita. Tenía esa mirada psicótica paseando de un lugar a otro y el aire a su alrededor parecía estancado, un olor terrible inundando la estancia gracias a que la mujer nunca abandonaba la habitación. Harry pensaba si en ese momento quizás, ella estaba ideando planes para escapar, clamando que podría derrotar a Voldemort. Aunque, cuando recobraba la cordura, no intentaba nada raro. No cuando se daba cuenta de que sin la autorización de Harry, no había forma de que ella ni ningún ser vivo pudiera entrar o salir de la base.

No debía ser fácil haber perdido a toda tu familia en un solo día. A tu hija, y a tu nieto. Que la guerra y un hombre asqueroso te hubiesen arrebatado a tu esposo y a tu yerno sin poder despedirte. Harry comprendía por qué Andrómeda no hablaba, o por qué quería tirarse de la ventana hacia abajo.

Quizás la comprendía mejor que nadie.

—Hola, Andrómeda —dijo él con voz suave.

Andrómeda retiró lentamente los ojos del paisaje de afuera para fijarse en Harry. Se notaba ausente, cansada, como si ni siquiera se hubiera dado cuenta de qué estaba haciendo segundos atrás. La mujer se movió de su lugar, para acercarse a él, quien instintivamente llevó una mano hacia su bolsillo. No sería la primera vez que ella lo confundía con alguien más y empezaba a golpearlo.

Pero antes de que cualquier cosa pasara, su mirada viajó hacia atrás del hombro de Harry.

Y él se dio cuenta de su error.

Había dejado la puerta abierta.

—Andrómeda-

No pudo terminar la frase, porque de un segundo a otro, Andrómeda se había abalanzado en su dirección, y sus manos estaban tratando de alcanzar a Malfoy, quien, seguramente, había retrocedido hasta chocar con la pared del pasillo.

Harry forcejeó con la mujer, intentando no hacerle daño, y vio cómo sus ojos estaban llenos de lágrimas; cómo su cara estaba roja y estaba haciendo un esfuerzo inhumano para llegar hasta Malfoy. En ese momento, Harry no podía decir con certeza qué estaba pasando por la cabeza de Andrómeda, qué veía ella, pero nunca se le había pasado por la mente que quizás podría culpar a Malfoy. Que podía culparlo por lo que le había pasado a Tonks y a Teddy.

Pero es que, ¿cómo?

Malfoy era solo un chico cuando todo eso había ocurrido. No era responsable de absolutamente todo.

Aquello resonó en su mente un segundo.

Malfoy no era responsable de absolutamente todo, sin importar lo fácil que sería que así fuera.

Harry logró empujar a Andrómeda de vuelta al cuarto, mientras sentía cómo alguien –probablemente Malfoy– cerraba la puerta de sopetón.

—Andrómeda-

—Traidor —lo interrumpió ella, temblando de rabia, de tristeza, con sus ojos aún fijos en la madera detrás de él—. Traidor.

Harry soltó una exhalación, tratando de organizar sus pensamientos. Para Andrómeda, Malfoy había traicionado a su familia. Lo que ellos habían creído, antes de que Theo lo llevara hacia allí, era que Malfoy permitía los abusos a Narcissa. Quizás Andrómeda se quedó con esa idea, y aquello, combinado con el hecho de que Malfoy, literalmente, era parte del bando que masacró a sus seres queridos...

—¿Quieres que lo mantenga lejos de ti? —susurró él, sabiendo que no había punto en tratar de explicarle en ese momento la verdad.

Andrómeda por fin pareció darse cuenta de que Harry la estaba sosteniendo, y lo empujó lejos, soltándose de su agarre mientras le daba la espalda.

Él suspiró.

—Está bien —le dijo Harry, reconociendo el absoluto desastre que fue aquello—. Avísame si necesitas algo.

Andrómeda se alejó, caminando a la otra ventana, a la más grande y protegida para que no la rompiera, mientras parecía balbucear para sí misma, negando con la cabeza de forma brusca.

Harry tomó el picaporte.

—Lo siento —se disculpó con sinceridad.

Pero la mujer ya no estaba presente.

Harry salió de la habitación con cansancio, solo para encontrar a Malfoy apoyado en la pared a su derecha. Miraba el techo, con expresión vacía, la garganta expuesta y la mandíbula hacia el cielo. El azabache observó su perfil por unos segundos, cómo su manzana de Adán se movía mientras tragaba, y sus pestañas bañaban sus párpados, su cabello luciendo casi blanco en esa luz.

Ninguno de los dos comentó nada mientras Harry caminaba de vuelta y Malfoy lo seguía, luego de haberse calmado.

•••

Harry no volvió a ver a Malfoy de nuevo, hasta una semana después.

Los avances entre él y Astoria podrían ser muchísimo más rápidos, si no fuera por el hecho de que la mujer estaba muy ocupada con su vida de cara al mundo mágico. Con lo de los Registros de Nacidos Muggles, en los que ella y Theo intentaban salvar a los máximos posibles, y con todo eso de que su hermana era la directora de El Profeta, y que se acercaba el Día de la Victoria... Astoria apenas tenía tiempo para respirar.

Pero una vez que la sesión de Legeremancia acabó, (en la cual ella dijo que estaba tratando de ser lo más cuidadosa posible, porque la mente era algo delicado), Malfoy se quedó unos segundos en el Salón Principal, discutiendo con Astoria, Theo y Harry, acerca de la posibilidad de secuestrar a Rookwood. Habría sido muchísimo más productivo que McGonagall, Kingsley, Hermione, Ron o el resto estuvieran ahí también. Pero cada uno tenía sus cosas que hacer.

McGonagall, por su parte, se encargaba de estudiar y de enseñar lo máximo posible a los nuevos miembros, junto a Kingsley. Ambos instruyendo dos materias completamente distintas, pero útiles. Madam Pomfrey junto a Susan Bones hacían lo mismo, aunque se focalizaban en gente realmente interesada o apta para la medimagia en una porción del día, y la otra parte la destinaban a enseñar cosas básicas, (aunque cada vez más complejas) al resto de la base, para que todos pudieran curarse de cosas leves en medio de un campo de batalla.

Hermione y Ron investigaban, o se mantenían ocupados en las distintas tareas que acarreaba vivir allí, como las pociones, o la comida, o el aseo. Pero Harry suponía que si no estaban en ese momento específico, tenía que ver más con el hecho de que no soportaban a cierto Mortífago, más que otra cosa.

Luego de que acabaron, Malfoy prometió que investigaría acerca del procedimiento que se llevaría a cabo el día de la ceremonia. Y, cuando Harry los acompañó a él y Theo a los límites de la mansión para retirarle los recuerdos, no pudo evitar que todas las dudas que había venido juntando desde hacía semanas, le estallaran en la cara.

—Malfoy —lo llamó, apuntándolo con la varita. Malfoy ni se inmutó.

—¿Qué quieres ahora, Potter?

Harry tenía que decirlo. Quizás así se aclararía más. Después de lo que había visto, si Malfoy quería matar a Goyle, eso demostraría que no era tan diferente a lo que Harry pensaba que era. Eso explicaría por qué apenas le movió un pelo presenciar cómo su tía había actuado al verlo.

Además, tenía que informarle de su decisión.

—Goyle vivirá —le dijo, analizando de cerca su gesto—. No puedo asegurarte cuánto tiempo.

Y Malfoy se limitó a asentir, cerrando los ojos, para esperar que lo hechizara.

Sin embargo, Harry no se movió, parpadeando en su lugar mientras miraba cómo la cara de Malfoy se relajaba. Sintiéndose cada vez más y más contrariado por sus acciones.

¿Qué le importa?, ¿qué no lo hace?, ¿por qué reacciona de esa manera?

—¿Por qué me miras así?

Harry salió de su ensimismamiento, notando cómo Malfoy había abierto los ojos y lo observaba con sus dos cejas alzadas.

—Me confundes —respondió Harry, lo más franco posible—, por eso te estoy mirando.

Malfoy pestañeó un par de veces, sin esperar esa respuesta.

—¿Qué?

Harry chasqueó la lengua, bajando la varita y desviando la mirada hacia el lado. Bueno, si iban a hablar de frente...

—¿Por qué me pediste salvar a Goyle, cuando estuvo implicado en lo que le pasó a Narcissa?, ¿a tu madre?

Si Malfoy lucía sorprendido antes, o algo así, eso cambió al momento en el que lo escuchó. Como si la posibilidad de hablar de emociones humanas fuera una desgracia.

—¿Por qué te preocupas aún por él? —insistió Harry, sin poder verlo. El vínculo entre ambos nunca le había parecido tan sustancial.

Por el rabillo del ojo, notó cómo Malfoy apretaba los dientes.

—Te he dado mis razones, y además de todo, no es de tu incumbencia. No realmente.

Harry pasó saliva, concediéndole más o menos el punto. Era cierto que en ese momento, no estaba preguntando por la Orden, pero eso no lo hacía menos de sus asuntos. Aún podía tratarse de un posible traidor.

O alguien lo suficientemente impredecible como para que no supieran en qué momento les tendería la mano, o les daría la espalda.

—Me parece extraño, haberte visto tan emocionado al torturar a Yaxley —Harry dijo una vez más, bajando la voz—, pero mostrarte tan en contra de hacer lo mismo con una persona que te traicionó.

—Si lo que te preocupa es que yo los traicione a ustedes, puedes esperar sentado —respondió él con brusquedad, y Harry volvió a mirarlo. Cada línea de su rostro y de su cuerpo estaba tensa, lista para el ataque—. Ya estaría muerto si es que creyera que esto es perjudicial para la Orden, y lo sabes.

Harry enarcó una ceja.

—No necesariamente. Esto no es definitivo. —Se lamió los labios, entrecerrando los párpados—. Podrías estar dispuesto a morir una vez que cumpla tus deseos. Rescatarlo, o asegurarte de que viva para que lleve a cabo un plan, y sacrificarte por esa causa.

Malfoy resopló, y sus labios esbozaron una sonrisa agria, casi como si aquello le hiciera gracia. Enfocó sus ojos en los de Harry por unos largos segundos antes de hablar.

—Mírame a los ojos, Potter, y dime que verdaderamente crees que estaría dispuesto a dar mi vida por la de alguien más.

Harry no cortó el contacto visual a medida que respondía.

—Bueno, al menos así el mundo sería un lugar mejor. Se liberaría de una persona de mierda.

La verdad, decirle eso ya era más por la fuerza de la costumbre. Viejos hábitos, quizás, pero reconfortantes, el poder decirle esas cosas en la cara a Malfoy, y saber que eran verdad...

Pero el bastardo rio, viéndose genuinamente divertido.

—¿Eso es lo mejor que tienes? ¿De verdad? Siete, casi ocho años y piensas que decirme "persona de mierda" es un buen insulto, cuando es la realidad. —Malfoy dio un paso hacia Harry, quedando a menos de un metro—. Creí que lo mínimo con lo que me recibirías sería un Crucio. Eso  sería una ofensa.

Una oración resonó en el fondo de su mente, ignorando el resto.

Cuando es la realidad.

Harry volvió a sacar su varita.

—Aún no estamos tarde —dijo, apuntándola a él—, si tanto insistes.

Malfoy no borró la sonrisa de su rostro.

—No podrías acercarte a un metro de mí antes de que te arrepintieras de haberlo intentado.

—¿Quieres apostar? —respondió Harry con el mismo grado de socarronería con la que Malfoy había hablado—. Conozco maneras muy efectivas de hacer que grites de dolor.

Malfoy pasó la lengua por sus dientes delanteros, antes de asentir un par de veces y ladear la cabeza, observando a Harry como si fuera una gran broma. Considerándolo.

Oh, se iba a arrepentir.

Malfoy abrió la boca, como si estuviera a punto de aceptar el reto, mas luego la cerró, arrepintiéndose a último segundo.

—Uno creería, que después de todo, eras mejor que yo.

Malfoy sonó burlón. Harry resopló.

Soy mejor que tú.

Malfoy lo escaneó con la mirada, para luego negar y ver hacia al frente más allá de su hombro, con un pequeño halo de frío escapando de sus labios.

—No era eso a lo que me refería.

Harry arrugó la frente, pensando que la conversación de pronto ya no se trataba sobre quién era mejor en un duelo. Y trató de entender de qué hablaba, por qué ese hombre era tan desesperadamente complicado. Pero descubrió que no quería saberlo. No quería saber qué quería decir con esa oración específicamente, así que no respondió; aunque sí que continuó haciendo sus preguntas.

—¿Por qué pareciera que no te produce nada, saber que la única familia que te queda, te rechaza? —le soltó de golpe, recordando su reacción con lo de Andrómeda. Mutismo y simple indiferencia—. No dijiste nada. No reaccionaste. Simplemente...

—¿Y qué quieres? ¿Que llore?

Bueno, ciertamente habría sido más normal.

—El Malfoy que conocí habría hecho un berrinche.

Malfoy volvió a dar otro paso, bajando su voz él también.

—¿De verdad crees que sigo siendo el "Malfoy" que conociste? —susurró, haciendo que el frío chocara vagamente contra la piel de su mejilla.

—¿Qué te pasó?

Malfoy, otra vez, no se esperaba esa pregunta, pero de todas maneras le dedicó un gesto pedante y se cruzó de brazos, imitando su anterior postura.

—El Señor Tenebroso. Eso fue lo que pasó.

Sus ojos fueron a parar a la cicatriz de su cara. Y Harry, por primera vez, comenzó a contemplar otra posibilidad. Una que no se le había ocurrido antes.

¿Qué tanto había hecho Malfoy obligado?

¿Y qué había hecho por cuenta propia?

No era justificación, por supuesto. Era un torturador, responsable de muchas muertes de su bando, a pesar de que aparentemente nunca dijo la Maldición Mortal. Si había hecho la mitad de lo que le hizo a Yaxley a otras personas, eso quería decir que tenía parte de la culpa. Y era una mierda de persona, y no lo pensaría dos veces en hacer sufrir a alguien que detestaba de verdad. La gente le temía. Malfoy no era bueno. Era todo lo contrario.

Pero, para pasar a ser eso... tuvo que existir un cambio, ¿no? El mismo Harry lo pensó; no lograba conectar al miembro del Nobilium de Voldemort, con el niño de dieciséis asustado. Y para eso, tuvieron que pasar bastantes cosas.

¿Qué le había hecho Tom?

—¿Qué? —cuestionó Harry, subiendo la barbilla—. ¿Ahora él es el responsable de convertirte en esto?

Si a Malfoy le afectó en alguna parte de su podrido ser el disgusto con el que Harry escupió lo último, no lo demostró.

—Intenta vivir con él por años, y veamos si tú no cambiarías entonces.

—¿Qué te hizo?

Malfoy posó la mirada en el rayo de su frente por un largo tiempo, y Harry se sintió desprotegido. Había pasado muchísimo desde que alguien lo miraba ahí, o le prestaba atención.

Y retrocedió entonces, dándose cuenta de la cercanía que había creado.

—No es ninguno de tus malditos asuntos, Potter —le escupió de vuelta, su cara arrugandose en un gesto de desagrado.

Harry se pasó una mano por el rostro, dándose cuenta de que una vez más estaban cayendo en una de sus conversaciones agotadoras.

Pero no parecían poder detenerse.

Volvió a mirarlo, tratando de encontrar una explicación racional a todas las dudas que lo asaltaban, una vez más. Malfoy no tenía sentido, simplemente no lo tenía.

Parecía estar orgulloso, de ser como era. Pero luego iba y decía cosas así, y- Harry no tenía idea de qué pensar. De si confiar o mandarlo a la mierda.

—Deja de meterte en cosas que no te importan, joder —espetó Malfoy de pronto, al ver cómo Harry escaneaba su persona—. Siempre has sido un puto metiche- deja de mirarme así.

—¿Cómo así?

Malfoy, con la mandíbula apretada, hizo un gesto vago con su mano que abarcaba el rostro de Harry.

—Como si intentaras descifrarme. Esto es todo lo que soy.

Harry no tenía idea de que él tenía esa mirada. O que Malfoy pudiera reconocerla en primer lugar.

—No esperaba más. Sé que esto es todo lo que eres.

Por lo que pareció un minuto- o apenas unos segundos, no lo sabía con claridad, Malfoy lo miró. Nada más. Ningún músculo de su cara se movió, sus ojos plata fijos en los esmeraldas de Harry, contando un montón de historias en ellos que él claramente no podía comprender.

Harry no apartó la mirada.

Entonces Theo se puso frente a ambos, haciendo que él retrocediera unos pasos por puro instinto. Casi había olvidado que estaba ahí.

Malfoy sacudió la cabeza.

—Adiós, Potter —le dijo, con la voz extrañamente calma.

Harry posó su varita en la sien del rubio viendo cómo este cerraba los párpados.

—Adiós, Malfoy.

Mientras le quitaba sus recuerdos, y Theo se lo llevaba, Harry se preguntó quién era Malfoy realmente. Por qué decía y hacía cosas tan horribles, y al mismo tiempo parecía ser compasivo. O indiferente.

¿Qué le había pasado para transformarse en esa persona?

Necesitaba saberlo. De lo contrario, jamás confiarían en él.

 

Chapter 12: Interludio: Astaroth

Notes:

TW: Sangre, gore, tortura gráfica, y violencia/maltrato infantil !!!

Pueden saltar algunos detalles, aunque en general, es un acontecimiento importante para explicarse muchas cosas acerca del personaje de Draco.

Si necesitan abandonar la lectura, háganlo. Cuídense!

En fin, los dejo con el capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Poco antes de que las cosas cambiaran para él, Draco estaba al borde de darse por vencido.

Había pasado poco más de un año desde que Voldemort asumió el poder, y su situación no hacía más que empeorar. Lucius estaba ausente la mayoría del tiempo, ocupándose de su madre y, Draco suponía, rogando a Voldemort la posibilidad de liberarla de Azkaban. Él, por su lado, ni siquiera tenía permitido verla. No tenía permitido moverse de su hogar, de hecho. Y no quería hacerlo, sabiendo que eso podría significar su muerte. Era considerado el eslabón más débil de los Mortífagos, y si no fuera porque las protecciones de la mansión no permitían que ningún Malfoy de nacimiento fuera asesinado dentro de la casa, o forzado a abandonarla sin tirar abajo todo, Draco estaba seguro de que ya lo habrían matado.

Por mientras, lo usaban para elaborar las pociones que el Señor Tenebroso necesitaba, ya que era de conocimiento público que él solía ser el mejor Slytherin en la clase de Severus Snape. Draco trataba de mantener la cabeza baja y dedicarse a hacer Antídotos, Filtros de Muertos en Vida, Mopsus, Veritaserum; todo lo que le pidieran, de forma impecable y sin hacer preguntas. Sin embargo, mientras el tiempo pasaba y Voldemort comenzaba a moldear más y más el mundo a su gusto, había cosas que Draco simplemente no podía ignorar. Los Rebeldes intentaban evitar que los ataques de los Mortífagos se enfocaran en los muggles, desatando así luchas que, en un principio, solían tomarlos desprevenidos; pero debido a que el primer ministro muggle estaba bajo el Imperius, y los Rebeldes eran muchísimos menos que los Mortífagos, no siempre sus batallas distractoras tenían éxito.

Durante el primer año de su régimen, el Señor Tenebroso había ocupado la mayor parte de sus fuerzas en destruir puentes, hospitales, soltar criminales en el mundo muggle y tomar todas las vidas que pudiera. Hasta el momento, ninguna federación internacional había intervenido, porque los muggles no encontraban nada extraño, aún, pero Draco sabía que era una estupidez, no entendía cómo nadie más lo veía. Había una razón por la que existía un Estatuto de Secreto. Había una razón por la que las familias sangre pura querían distanciarse de los muggles, por la que creían que los sangre sucia no pertenecían a su mundo y eran viles traidores. «La época de las Hogueras». Los muggles ya habían probado que los superaban en número, y una vez que su secreto quedara al descubierto, se prepararían y los vencerían.

Pero, aunque era consciente de todo eso, de la matanza indiscriminada y absurda, otro hecho provocó que Draco actuara.

No se suponía que debía estar ahí. Se pasaba todo el día en el laboratorio de la mansión, evitando cruzarse en el camino de cualquier persona que anduviera por su casa, porque sabía que se divertirían con él. Al menos, ya no estaba la serpiente de mierda que lo atormentaba años atrás, rondando por los pasillos y vigilándolo, pero aún así no se libraba de las burlas que le hacían cuando lo torturaban.

Y Draco, aquel día, simplemente había sentido todo demasiado callado, seguramente debido a que su padre estaba en Azkaban, visitando a Narcissa, y los Mortífagos en alguna misión; así que aprovechó para salir... ir a su habitación. Hacer algo. Ir al cuarto de descanso de su madre, cerrar los ojos e imaginar que estaba allí con él, tocando el piano y cantándole, mientras le daba dulces. Draco quería pretender, aunque fuera por unas horas, que nada había cambiado.

Pero apenas salió de su laboratorio, emergiendo al Salón Principal, las puertas de la mansión se abrieron de repente, y el tumulto de Electis y los seis Nobilium que existían entonces, entraron. Hablaban con voces estrambóticas, que le hacían encogerse en su lugar, paralizándolo, y Draco podía sentir la magia emanar de ellos. Oscura. Resonaba por el aire.

Voldemort iba al frente, cubierto con una capucha que dejaba solo su cara visible, y afirmando una varita entre sus manos. Sonreía, aunque Draco hubiera preferido jamás haber tenido que presenciar eso, mientras un escalofrío le recorría la espina dorsal del puro miedo; porque parecía que, mientras más tiempo pasaba, el Señor Tenebroso lucía menos y menos como un ser humano. Todos los dientes de su boca eran colmillos, delgados y filudos, y sus ojos ya ni siquiera tenían la esclerótica del familiar color blanco que una persona normal tendría, eran completamente rojos; sus párpados parecían haber sido quemados para darle el aspecto de que no podía cerrarlos; exageradamente abiertos, salidos hacia afuera. Irónicamente, lo poco que quedaba de su nariz era lo más natural en él.

Draco casi podía ver la magia negra saliendo como un huracán desde su persona.

Sintió cómo las rodillas le temblaron, y Voldemort fijó entonces su mirada en él, ensanchado aún más la sonrisa, haciendo que su cara se torciera de una forma en la que Draco podía ver todos y cada uno de sus dientes, amarillos. Podridos.

El vómito subió por su garganta.

No sabía qué hacer, ya lo habían visto, por lo que no tenía sentido volver a su escondite. Y tampoco podía quedarse allí, con los hombros abajo y abrazándose a sí mismo; pero no podía moverse, no podía.

Porque el Señor Tenebroso y su séquito no venían solos.

Draco tuvo que aguantar una mueca de horror cuando vio que, encadenados y malheridos, traían consigo a niños.

Niños.

Muggles, suplió una voz en su mente, la que quería que no pensara en ellos como algo más.

—Oh, querido Draco, ¿has venido a recibirnos?

Draco giró la cabeza, pálido como nunca antes, para mirar a la mujer que le había hablado. Maia Snyde, la última Electis en haber sido iniciada, avanzaba hacia él con una gran sonrisa; le recordaba a su tía Bellatrix. A veces, Draco pensaba que esa era la única razón por la que el Señor Tenebroso la había mantenido a su lado. Pero no era verdad, Maia era más inteligente, menos loca, y aparentemente más encantadora. Lo que ambas tenían en común era nada más que una afición por los cuchillos, y deseos de dañar de forma sádica y cruel.

Draco pasó saliva, apretando sus manos que comenzaban a tiritar.

—Yo- —comenzó a decir, cuando Yaxley tiró al suelo al niño que traía y éste se golpeó la cara, comenzando a llorar y sollozar con fuerza.

Maia aplaudió, encantada.

—¿Ya ves? —dijo batiendo sus pestañas—. Hemos explotado ese lugar, ¿no te parece asombroso?

Draco cerró los ojos, al momento en que veía cómo Alecto se acercaba para asestar una patada al chico tendido en el piso, que gritaba por su mamá. Se llevó una mano al pecho intentando calmarse. Joder.

—¿Qué? —susurró, evitando observar la escena.

Maia tomó a otro de los niños y lo empujó hacia Draco, haciendo que este tropezara y cayera a sus pies. La mujer puso una bota de cuero encima de su espalda y rio, genuinamente encantada. Draco sintió sus ojos arder.

—El orfanata, o cómo se llame —explicó ella—. Ahí, donde tienen a los inútiles muggles sin papás. Explotó por el fuego que lanzamos, y éstos sangre sucia sobrevivieron. No nos decidíamos qué hacer con ellos, y al final hemos decidido darles un paseo, ¿no te parece maravilloso?

El pequeño a sus pies temblaba y murmuraba palabras por lo bajo. Draco se sentía enfermo, completamente enfermo. Podía soportar las demás torturas. Podía hacer oídos sordos y fingir que no estaban sucediendo en su propio hogar. Pero esto... eran niños. Niños que estaban recién comenzando a vivir, que no se podían defender. Que no le hacían daño a absolutamente nadie.

La impotencia hizo doler su garganta, y Draco tuvo que volver a cerrar los ojos, asqueado consigo mismo.

—¿Qué pasa, pequeño Malfoy? —inquirió Greyback en tono burlón—. ¿No te gusta la sorpresa que hemos traído?

Draco se encogió en su lugar una vez más, y llevó una mano hasta su bolsillo, en busca de su varita por precaución, sólo para descubrir que no estaba, que la había olvidado. Soltó una respiración temblorosa, a medida que veía cómo Maia esbozaba una sonrisa, siguiendo el recorrido de su mano con la mirada. Draco quería correr, quería alejarse de esa escena asquerosa, en la que los pequeños estaban quietos, llorando silenciosamente y con la esperanza de ser ayudados por alguien brillando en sus ojos.

—Creo que tú deberías inaugurar, Draco —dijo Maia, sacando su pie de encima de la espalda del chico y moviéndolo hasta la parte trasera de su cabeza. La apretó contra el suelo, dejándolo así sin respiración—. Te cedo éste, ¿qué quieres hacerle?

El rubio se sintió nauseabundo de inmediato, oyendo cómo el niño se quejaba y ella enterraba más su bota. Respira. Respira. Respira. Draco tenía la urgencia de decirle que se detuviera, de llevarse a todos y ponerlos a salvo. Pero no podía, no podía y eso lo iba a perseguir por siempre.

—No- —comenzó, mas fue interrumpido por Greyback, quien dio un paso hacia él.

—¿No?, ¿prefieres mirar entonces?

De pronto, todos los ojos estaban sobre él. Draco pasó saliva, dando un paso atrás mientras negaba levemente con la cabeza. Se sentía paralizado, como si eso le estuviese pasando a otra persona totalmente distinta, y también se encontraba lleno de miedo.

Ni siquiera se había percatado de que se negó, de que no estaba cuidando sus gestos para demostrar que no se encontraba aterrorizado, (aunque en aquel tiempo su acto no fuera del todo convincente). No se dio cuenta de que estaba expresando abierto disgusto hacia ese tipo de acciones, hasta que vio la cara del Lord.

La sonrisa del Señor Tenebroso se borró de golpe, y prontamente el aire de la habitación se hizo más denso.

—¿Qué pasó? —preguntó Amycus con la voz cargada de burla. Avanzó hasta quedar al frente, justo a un lado de su Amo, limpiándose la sangre de la mano en su túnica. Sangre de niños—. ¿Greyback te comió la lengua?

Draco quería decir algo, quería defenderse y quería huir, pero sus pies parecían estar clavados al suelo, y había comenzado a tiritar. Le avergonzaba saber que no tenía la valentía suficiente de enfrentarse a ellos. Todos lo observaban con una mezcla de resentimiento y diversión, sabiendo que no podían asesinarlo en su hogar, pero eso no les impedía dañarlo por mientras.

Greyback, al parecer, pensaba lo mismo.

—Creo que debería iniciar yo —dijo él, haciendo que algunas cabezas giraran en su dirección—. Para darle inspiración.

Antes de que Draco pudiera reaccionar, el hombre lobo agarró a una de las niñas de la fila y la jaló del brazo con exagerada fuerza. Era la menor, no pasaba de los cinco años, y tenía la cara sucia, el cabello largo y enredado. Pataleó cuando Greyback la empujó, poniéndola a un lado de Maia que aún tenía el pie encima de la cabeza del otro chico.

Draco miró, casi con incredulidad, cómo Greyback la tomaba del cabello, por la nuca, y comenzaba a oler su piel como si fuera un puto filete.

—¡No! —gritó ella, raspando su garganta, cerrando los ojos cuando el hombre lobo lamía su cara—. ¡No, por favor!

Draco se tomó el estómago, el vómito se hizo más y más presente. La niña trataba de alejarse, y sus pequeñas manos, restringidas por un hechizo, tiraban manotazos al aire.

Las imágenes de los niños muertos de Hogwarts llegaron a su cabeza.

Los gritos de los sangre sucia violados por animales bajo su mismo techo.

La crueldad siempre podía hacerse más terrible e irreal.

—¿Qué dices, pequeño Malfoy? —dijo Greyback, zarandeando a la niña del pelo—. ¿No te gustaría matarla antes de que me la coma?

Ella soltó un sollozo que hizo que los ojos de Draco se llenaran de lágrimas.

—¡No! —gritó, con toda la fuerza que una niña de su tamaño podía tener—. ¡Ayuda! ¡Ayúdame!, ¡por favor!

Draco deseaba con todas sus fuerzas que alguien lo aturdiera, antes de tener que presenciar cómo los ojos de la niña iban perdiendo el brillo de la esperanza, llenándose cada vez más y más de terror. Greyback estaba manteniéndola en su posición jalando su cabello mientras que ella gritaba, llamando a alguien que Draco no podía identificar.

Tuvo que cerrar los ojos, cuando el hombre plantó una bofetada que la hizo escupir sangre y llorar incluso más fuerte. El espectáculo era grotesco. Era un... poco más que un bebé. No medía más de un metro y ni siquiera pronunciaba bien las palabras.

¿Por qué sigo vivo? ¿Para qué?

Los van a matar. Los van a matar a todos y no vas a poder salvarlos porque eres un puto cobarde de mierda. Son niños, niños pequeños. ¿Por qué ellos van a morir, y tú no?

Draco clavó las uñas en su palma, y sin siquiera esperarlo, en medio de la neblina de sus pensamientos, Greyback tomó el brazo de la niña y, bajo las estridentes risas de los demás Mortífagos, mordió.

Draco ahogó un grito de horror, cuando el hombre escupió el dedo de la infante metros más allá, haciendo que la niña abriera la boca y un alarido saliera de allí.

—¡No! ¡¡No!!

El grito fue tan fuerte, que Draco sintió cómo raspó las cuerdas vocales.

Y Greyback no paró.

Prontamente, parte de la piel de su brazo había sido arrancada también. Draco observó cómo de los colmillos de Greyback colgaba la carne, y músculo, haciendo que la sangre cayera al mármol; todo esto mientras la infante gritaba y miraba cómo estaba siendo devorada viva. Y no había nada que Draco pudiera hacer. Nada.

Siempre hay algo que se puede hacer.

Si fueras una persona decente, la habrías ayudado sin importar qué.

Cobarde. Cobarde de mierda.

Greyback estaba haciendo todo eso no solo para matarla, sino para torturar a Draco. Para divertirse a él mismo y a su enfermo público. Todos reían, pidiéndole que se apurara, y uno amenazaba con Cruciar a la pequeña para hacerlo más entretenido. Y Voldemort miraba, con un brillo maníaco y perverso en sus ojos.

Draco no podía creer lo que estaba sucediendo frente a él. Antes de la guerra, jamás pensó la crueldad que podía alcanzar una persona, y aún así, debía haber supuesto que mirar cómo despellejaban gente frente a él no era suficiente. No.

Estaban torturando niños.

Los pequeños estaban con la cabeza abajo, temblando y llorando de la forma más silenciosa posible, mientras veían como Greyback se divertía con el brazo de la niña, el que comía de a poco, arrojando los tendones al suelo y bebiendo de su sangre. Maia pateaba al infante del piso, como uniéndose al espectáculo y celebrando, y todos parecían tan pequeños, y frágiles e inocentes que Draco sentía que el mundo se abría bajo sus pies y lo hacía pasar una agonía.

Tenía que ser una pesadilla. Todo eso tenía que serlo. En cualquier momento iría su madre a despertarlo, a llevarle leche caliente y contarle cuentos. En cualquier momento se uniría su padre, y juntos lo harían volver a dormir en paz. Porque aquello no podía ser posible. No podía.

Greyback entonces subió hasta su cara, y llevó una de sus garras hasta el ojo de la niña, comenzando a enterrarla ahí. La sangre bañó su rostro, a medida que el hombre lobo reía. Draco sabía que quería arrancar su globo ocular, todo eso mientras ella continuaba respirando. El grito de la infante, desgarrador, totalmente desesperado, se hizo más fuerte, al punto que Draco se llevó una mano hasta los oídos y negó, queriendo vomitar de nuevo.

Se hizo insoportable.

—Para.

Su voz salió como un murmullo a sus propios oídos, pero tuvo que haber sido lo suficientemente fuerte para que Greyback detuviera sus movimientos y se girara a él, con la niña sollozando y gritando aún hasta que él volvió a golpearla.

Draco se sobresaltó, tanto al golpe como a sus propias palabras.

¿Qué mierda estaba haciendo?

Retráctate.

—¿Disculpa? —preguntó él, con voz baja y amenazadora.

Draco podía sentir todos los ojos encima de él, lo sabía, pero no podía obligarse a encontrarlos. Tomó las solapas de su túnica y soltó una respiración temblorosa, ignorando los sollozos de los niños y la forma en que el mármol se había teñido de sangre.

—Para. Por- por favor —pidió, con voz rota del miedo—. Es solo una niña.

El salón se quedó en silencio unos segundos, en los que Draco lamentó como nunca antes el haber salido del laboratorio. Al menos, allá abajo podía convencerse que arriba solo estaban torturando gente nueva, otros muggles. No niños inocentes. Eso era más de lo que podía soportar.

Entonces, Draco sintió el cuarto vibrar con magia oscura, expandiéndose a su alrededor y causándole un dolor de cabeza instantáneo. El aire que lo rodeaba parecía intoxicarlo y asfixiarlo, y hacerlo sentir más débil, al mismo tiempo que el Señor Tenebroso avanzaba hacia él.

Draco no apartó los ojos del suelo, incluso cuando vio la túnica a unos centímetros de su persona. En cambio, trató de controlar el temblor de su cuerpo.

—¿Te gustaría tomar su lugar entonces, joven Malfoy?

La voz era cruel y fría. Draco sabía que estaba molesto, y que era totalmente capaz de hacer todo lo que amenazara. Un espasmo le recorrió la espalda, mientras contaba hasta diez.

Tragó saliva, intentando consolarse a sí mismo. No te puede matar. No te puede matar. La Mansión no lo permitirá. No puede. No puede matarte.

Eso no quiere decir que no pueda herirte.

—Son niños —susurró, sin esperanzas.

Yaxley soltó una risotada, tomando a uno de los pequeños del cabello y zarandeandolo hasta dejarlo caer.

—Son muggles —le dijo, con fuerza. Draco pudo ver por la esquina del ojo, cómo apuntaba la varita al niño y exclamaba—: ¡Imperius!

No mantuvo la maldición mucho tiempo, porque el niño no podía resistirse a ella. No importa cuánto gritara o sollozara. El chico se llevó un dedo hasta la cuenca de su ojo, y comenzó a enterrarlo ahí, hasta que algo cayó al suelo, y el cuarto se llenó una vez más de gritos de agonía. Draco no quería levantar la cabeza para confirmar que era lo que él pensaba.

Maia, luego de echarse a reír, chasqueó la lengua varias veces y avanzó hasta quedar poco más atrás de Voldemort, quien no despegaba los ojos de su cara. Ella negó, como si estuviera profundamente decepcionada de él.

—Ay, Draquito —comenzó a decir, en tono condescendiente—. No me digas que ahora eres defensor de los asquerosos mugg-

El Señor Tenebroso levantó una mano de sopetón, haciéndola callar. Draco apretó los dientes, negándose a sucumbir al temor, o a los imparables llantos de los niños.

—¿Estás cuestionando cómo hago o no las cosas? —siseó el Lord, casi como si hablara pársel.

Draco levantó la cabeza de la pura impresión, pero sin hacer contacto visual. Dio un paso atrás, comenzando a asustarse en serio.

—N-no. No, yo-

—A mí me suena a que sí —lo cortó Voldemort, de forma mortal.

Ya no había punto en esconderse. Comenzó a tiritar con libertad y a morder su lengua para no decirle que tuviera piedad con él, solo por el hecho de que sabía, que así lo irritaría aún más. Draco apretó los párpados, esperando el Crucio que su Amo conjuraría sobre él en cualquier momento.

Pero aquello no sucedió.

Voldemort alzó la otra mano, con la que sostenía su varita, y la agitó en el aire. En dos segundos, la niña desconsolada que había estado torturando Greyback cayó a sus pies, y el Señor Tenebroso tomó su cabello, haciendo así que la pequeña mirara hacia arriba. Su cara estaba cubierta de su propia sangre, y su brazo deshecho, con carne colgando y prendiendo de hilos de piel. La infante sollozaba sin parar, y su mirada se dirigió directo a los ojos de Draco.

Llorosa, suplicante, y jodidamente inocente.

—Mátala.

El comando llenó toda la habitación, haciendo que la magia que Voldemort destilaba creciera aún más. Parecía tener su propia personalidad, sangrienta y ansiosa de dolor. Hizo que Draco sintiera que estaba siendo aplastado.

No pudo hacer más que mirar con horror, la forma en que la cara de la niña comenzaba a hincharse por los golpes, y por un breve momento, Draco pensó que quizás podría hacerlo: limpio y rápido. Eso le ahorraría a la pequeña la crueldad de ver cómo era devorada viva. Le ahorraría a él el espectáculo. Un Avada Kedavra era algo rápido y misericordioso comparado con lo que le harían a los demás. Quizás debería hacerlo.

Pero sabía que no podría.

Draco abrió y cerró la boca, mirando como ella murmuraba otro "ayúdame" en su dirección. Quería decirle a Voldemort que no podía, que no tenía su varita. Quería decir que por favor lo dejaran en paz, que se marcharan de su hogar. Quería decir muchas cosas, pero lo único que fue capaz de hacer fue observar, como siempre.

—Te hablaron, Draco —dijo Maia, en un tono peligroso, asomándose por el hombro de su Amo—. Mátala.

La niña soltó otro sollozo, negando.

—Tiene miedo —murmuró alguien pasos más allá, a quien Draco no se molestó en identificar.

El gesto de Voldemort se convirtió en algo aún más asqueroso de lo que ya era.

—¿Tienes miedo? —preguntó, con un rastro de diversión perversa en su voz.

Draco notó cómo por la esquina del ojo, el Señor Tenebroso hacía otro gesto, y antes de que pudiera procesarlo, Greyback estaba a su lado, sujetándolo de la misma forma en que Voldemort sujetaba a la niña, para que así pudiera mirarlo.

Draco se vio obligado a afrontar los ojos rojos del Lord, que intentaron penetrar sus defensas mentales, las cuales estaban instintivamente en su lugar.

—Ya veo —dijo entonces él, en una voz extremadamente tranquila.

Habría preferido que estuviera gritando.

Draco apenas pudo juntar aire, antes de que Greyback le pegara un puñetazo, y que luego, garras atravesaran su rostro de lado a lado, dándole una herida que no se iría jamás.

Soltó un grito, llevándose las manos hasta la cara y sintiendo allí la sangre escurrir por su rostro, junto a la carne viva. Dolía. Menos que otras cosas que le habían hecho antes, pero era más shockeante aquella realidad: tendría que llevar esa cicatriz por siempre, a la vista de todos. Ni siquiera el Sectumsempra de Potter había causado algo así.

Y lo peor de todo, es que no podía recuperarse lo suficiente para pensar a fondo en ello.

—Después de dos años sigue asombrándome tu cobardía —espetó Voldemort, lleno de asco, apuntando la varita en su dirección y gritando—: ¡Crucio!

Draco se sintió caer de rodillas al instante, mientras un dolor inexplicable le recorría el cuerpo. Era como sentir que todos tus órganos explotaban a la vez, y que te quitaban la piel mientras tanto. Era algo- algo horrible. Solo pudo atinar a gritar. No era la primera vez que experimentaba un Crucio, pero sí era la primera vez que duraba tanto.

No sabía cuánto llevaba, mas no eran los diez segundos que usualmente acostumbraban a usar en él. Lo sabía por la forma en que comenzó a dar espasmos, y su vejiga luchó por rendirse. Una de sus costillas se quebró.

El dolor era ciego, era avasallador, su cabeza parecía haberse separado de su cuerpo y cada uno de sus huesos haber sido disueltos. Draco quería llorar, quería hacer algo para liberar el sentimiento. Aliviar la cuchilla que parecía estar cortando sus extremidades.

Pero luego, todo pasó, y fue consciente nuevamente de su entorno; cómo parecía estar a punto de tener convulsiones debido al shock. La sangre estaba casi cubriendo sus ojos para ese punto.

—¿No es eso suficiente? —preguntó Voldemort de forma retórica.

Draco no respondió. Le resultaba físicamente imposible hacerlo.

Si le hubieran dado a elegir en ese momento, hubiese preferido morir que seguir soportando esa agonía.

No puedes. Tu madre sigue en Azkaban.

—¿Qué tal dos Crucios a la vez, Amo? —preguntó Maia, con alegría—. Quizás eso le enseñará.

Voldemort la ignoró, poniendo su pie encima de la oreja de Draco y pisandolo, con todas sus letras. Cargando su peso de una forma que los cortes de su cara se abrieron más y su nariz comenzó a sangrar también, al estar presionada al piso.

—¿Aún no aprendes tu lección, Malfoy? —cuestionó. Draco sabía que decir cualquier cosa sería inapropiado, pero jamás pensó que, al final de todo, era lo correcto—. Bien.

Porque entonces, lo oyó murmurar unas palabras, y luego de que Draco cerrara los ojos por el cansancio, y los volviera a abrir, solo pudo gritar de nuevo.

Porque ya no era él.

Voldemort lo había puesto dentro del cuerpo de la niña.

Una sensación de pánico lo rodeó, como ser obligado a pararse frente a un precipicio, y hacerlo saltar. Trató de alejarse del agarre de Voldemort, que ahora lo miraba desde arriba, y antes de que pudiera repasar en su mente lo que estaba sucediendo, o buscar su propio cuerpo inerte frente a él, Greyback tomó su mano y la arrancó de un mordisco.

Draco gritó- aunque de sus labios salió el agudo ruido de la niña. Sintió cómo su muñeca se desgarraba, y un dolor agudo lo golpeó, arrasando con él. Maia reía, y Voldemort reía, y el resto reía también, a medida que la mujer levantaba su varita, apuntando hacia su persona.

—¡Crucio!

El dolor, acompañado de la forma en la que Greyback ahora estaba sacando su ojo y arrojándolo lejos, hizo que Draco se desmayara por unos segundos. Sintió un hechizo para despertarlo al instante, aunque, por la forma en que en ese preciso momento había sido despojado de su brazo, todo su cuerpo se entumeció y dejó de sentir verdaderamente.

Solo pudo presenciar con horror cómo la vida se le escapaba de las manos, y no podía evitar ni que le pasara a él, ni al cuerpo de la niña en el que estaba.

Greyback mordió la carne de su hombro, y casi de inmediato, abrió la garganta de la niña, haciendo que Draco tratara de tomarla, ahogándose con su sangre. Intentó pelear, intentó aclarar la mente más allá del grito aterrorizado que inundaba la estancia. Su propio grito. El hombre lobo se levantó, mirándolo con una sonrisa, y entonces puso el pie encima de su cara y lo estampó allí.

Una. Y otra. Y otra vez.

Voy a morir. Voy a morir. Voldemort engañó a la casa, y voy a morir.

¿No sería eso fácil?

Su respiración comenzó a hacerse más y más pausada. El dolor ya era algo lejano, la desesperación también. Una parte de él solo quería dejarse llevar y escapar de ese mundo de mierda.

Entonces, todo se volvió negro.

•••

Cuando Draco recuperó la conciencia, estaba en su habitación, acostado en la cama. Se sentó en el colchón, respirando agitadamente mientras sentía que empezaba a ahogarse, llevando una mano hasta su cuello mientras buscaba desesperadamente alguna cicatriz.

Había muerto.

Había sido devorado. Había muerto.

Un sollozo de alivio, o terror, –Draco no sabía cuál de las dos– cortó su garganta, y comenzó a llorar, enterrando la cara entre sus manos, antes de alejarlas al quemarse, debido a la cicatriz aún abierta.

Podría haber muerto.

¿Y qué pasaría con mamá entonces?

—Espero que hayas aprendido la lección, Draco Malfoy.

Draco dio un salto al oír la voz venir de al frente suyo, y se alejó de forma instintiva, pegando su espalda al respaldo de la cama. Tomó las sábanas, llevándolas hasta cubrirse y bajó la mirada, no siendo capaz de encontrar los ojos de Voldemort.

Mantuvo sus ojos fijos en un punto de las cubiertas, solo para notar que no estaba solo. A su lado, Draco reconoció con facilidad las túnicas de su padre, quien seguramente fue el que lo llevó hasta su habitación en vez de dejarlo tendido en el salón principal. Casi podía verlo con la cabeza inclinada y siendo parte de las torturas, aunque fuera como espectador. Draco había sido sometido a ser devorado vivo, y sobrevivir a ello, y ahora simplemente no sabía qué carajo estaba pasando.

Cerró los párpados, tratando de contener las lágrimas de frustración. De horror.

Consigo mismo, con la situación, y con la forma en la que había sido humillado.

—... Y para asegurarme de que no lo olvides, y que puedo ser misericordioso, te daré una oportunidad.

Draco no estaba prestando atención, no realmente, su mente era un caos que se preguntaba una y otra vez cómo había hecho eso, y por qué aún vivía. Pasó saliva, sintiendo el cuarto dar vueltas.

De pronto, el Señor Tenebroso chasqueó los dedos, y un elfo se materializó a un lado de la cama de Draco.

Pero no solo.

—En un mes más celebraremos una iniciación al Nobilium. La última —dijo Voldemort, casi susurrando con aire de advertencia. Hizo una pausa, en la que Draco se obligó a encontrar su mirada, y un escalofrío le recorrió la espina dorsal, viendo cómo sus ojos estaban llenos de burla—. Tu iniciación.

Un peso helado cayó encima de su pecho, y fue ahí, cuando Draco giró la cabeza para así observar al elfo.

A su lado, completamente amarrado, un chico de unos trece años, moreno, de cabellos negros y ojos celestes lo miraba, destilando furia y resentimiento.

Entonces todo se conectó, y Draco fue consciente de lo que estaba pasando.

Querían que lo sacrificara. Querían que lo sacrificara para la ceremonia.

Y sabían que no sería capaz de hacerlo.

Otro sollozo involuntario salió de su boca, haciendo que se la cubriera. No quería. No quería nada de eso.

Voldemort volvió a chasquear los dedos y el elfo desapareció, llevándose al niño con él. El Señor Tenebroso se encontraba complacido, en deleite. Tendría un show y al mismo tiempo podría deshacerse de Draco de una buena vez.

Comenzó a retirarse, llevándose así la magia oscura y fría y casi dolorosa que había invadido la estancia.

—Espero —dijo, llegando a la puerta—, que tengas el valor para lograrlo.

Draco se quedó en su lugar unos segundos, paralizado, antes de asomarse por la orilla y vertir el vómito alojado en su garganta.

•••

Había pasado una semana.

Draco apenas era capaz de comer, y estaba más delgado de lo que alguna vez se encontró. La piel se le pegaba al cráneo, su cara se encontraba hinchada, llena de moretones y cicatrices a causa de la tortura, y podía contar cada una de sus costillas luego de que sanaron. Se sentía tan jodidamente frágil, que incluso tomar su varita le resultaba un gran esfuerzo. Evitaba mirarse al espejo, porque su cabello parecía sucio y sin brillo- y simplemente lucía como un Inferi.

Además, no encontraba la motivación para pasar el día.

Lo único que lo mantenía en pie, en los momentos más desesperados, era pensar en su madre. ¿Quién cuidaría de ella?, ¿quién la sacará de Azkaban?, ¿quién se aseguraría que no la matasen? Era verdad que en ese momento, Draco no podía hacer ninguna de las tres, pero podía asegurarse de que Lucius lo intentara. No estaba seguro de que su padre tuviera la iniciativa de hacer muchas cosas, no era el mismo desde que la guerra acabó. No, si Draco moría, nadie se aseguraría de que su madre continuara viviendo.

Y, después de todo, era un jodido cobarde.

Draco sabía que, por sobre todas las cosas, su propio miedo a la muerte era lo que lo mantenía vivo. Nada más. Y no entendía por qué; no tenía sentido aferrarse a la vida de mierda que tenía en esos momentos, y tampoco era como si fuese a salir vivo luego del ritual de iniciación.

Si se rehusaba antes de llevarlo a cabo, lo torturarían hasta que perdiera la cabeza. Y si fallaba y justo cuando tuviera que asesinar al chico, no lo hiciera, el mismo ritual lo mataría a él.

Mirara por donde mirara, estaba completamente jodido. Quizás lo mejor era suicidarse y ya. Tirarse del balcón, o hacerse un corte que lo desangrara hasta morir. Tomar un veneno. Lo que fuera, pero que pasara rápido. Era la opción más sana.

Y no tenía el valor para tomarla.

Estaba volviéndose loco. Estaba seguro de que terminaría perdiendo la cabeza de igual forma. Era una paradoja y no parecía que ni así, Draco quería tomar las riendas de su propio destino por primera vez en la vida.

Justo después de siete días, en los que Draco deseaba poder ignorar el futuro que se le venía encima, se vio obligado a hacerle frente.

Los Mortífagos entraban y salían de la Mansión, y si se lo pillaban, se burlaban de su debilidad. Draco seriamente se preguntaba cómo podían dormir en paz por la noche. Él no podía, no después de lo que había visto. Y el niño... el niño estaba en los calabozos, siendo alimentado bajo sus órdenes, solo por el hecho de que necesitaba mantenerlo vivo.

Como criar un animal para matarlo.

Draco comenzó a perder el cabello, pasándose noches en vela, reviviendo no solo la tortura, la cara angustiada de los inocentes a los que no pudo salvar, sino también pensando obsesivamente en el chico que estaba a unos metros debajo de él. Se rehusaba a visitarlo, porque sabía que eso lo haría real. Draco no quería verlo por lo que era: un ser humano. Porque esa sería su perdición. Al menos, así aún podía fingir que sería capaz de superar la prueba.

Hasta que, un día, la imperiosa magia del joven había hecho temblar todas y cada una de las protecciones de la mansión.

Draco recordaba estar en su habitación, cuando un zumbido hizo tambalear las paredes. Se levantó, corriendo rápidamente escaleras abajo, solo para encontrarse a Maia en el Salón Principal. Estaba parada allí, con la varita en la mano y su usual cinturón lleno de cuchillos en la cadera; lucía como si esperara a alguien.

Draco se detuvo por un segundo, pero prontamente decidió seguir y encargarse de las protecciones. Aunque fue muy tarde, la mujer lo vio, esbozando una de sus sonrisas. Avanzó hasta él.

—Deberías checar a tu Sacrificio, Draco —susurró, mirándolo desde abajo—. No querríamos que escapara porque tú no pudiste cuidarlo.

Por su tono, supo de inmediato que era una amenaza.

Draco carraspeó, mientras ella lo observaba aún, esperando que caminara y fuese a los calabozos. Él no tenía intención de hacer eso mientras ella estuviera allí, dispuesta a atacarlo por la espalda, pero Maia no parecía querer moverse. Draco cerró los ojos unos momentos, sabiendo que no tenía escapatoria.

Si no iba, Maia lo informaría, e iban a obligarle a ver al chico a la fuerza. Incluso torturarlo. Draco tuvo que tragarse la amargura y asentir, bajando la cabeza.

—Sí... ya voy.

Entonces, dio media vuelta, y comenzó a descender hasta el calabozo.

Podía sentir la mirada de Maia en su espalda, a medida que se perdía escaleras abajo. Su corazón latía con fuerza, y estuvo a punto de considerar Aparecerse a su habitación y olvidarse del asunto, si es que no supiera que las barreras Anti-Aparición estaban en toda la mansión. Y... además, era verdad que necesitaba asegurarse de que el muchacho no escapara.

Asqueado consigo mismo, abrió la puerta del calabozo, temblando, encontrándose de golpe con la imagen del mismo chico de una semana atrás. Estaba aferrado a los barrotes de la celda, con una expresión asesina y los ojos llameantes.

—¡Sácame de aquí!

El grito arrasó el silencio. Draco bajó la mirada. Había sido una mala idea. Una pésima idea.

La ferocidad del chico era atronadora, y su deseo de salir de allí era tan fuerte que había hecho que todas las guardias de la Mansión zumbaran gracias a su magia. El solo pensar en aquello hacía que se le pusieran los pelos de punta, porque tenía determinación, tenía coraje; y era poderoso. Seguramente el muchacho ni siquiera sabía que era mago, considerando que si tenía trece años, jamás le llegó la notificación del Ministerio para asistir a Hogwarts debido a la guerra.

Draco ingresó, con la vista en el piso y agitando la varita para asegurar las protecciones: no habían llegado a doblarse, solo a moverse, pero era mejor prevenir. El chico, mientras tanto, continuaba agitando la celda y gritándole cosas a él. Draco no prestó atención. No podía prestar atención.

Miró hacia un lado del calabozo, notando que en un banco estaba la ropa del muchacho. Era un buzo simple y barato, que tenía cocido en una de las solapas el nombre «Eric Jones». Draco se mordió el labio, sintiendo nuevamente aquel peso que le oprimía los pulmones, sabiendo que era su trabajo el deshacerse de esa ropa durante el ritual.

—¡Sácame de aquí, pedazo de inútil, o te juro que voy a-!

Draco hizo oídos sordos al resto de la oración, mientras continuaba con su trabajo. Había aprendido tiempo atrás a no escuchar lo que no deseaba oír.

Quería marcharse lo antes posible, y olvidar que él estaba ahí. Que en unas semanas se vería obligado a decidir. Que la vida de ese niño estaba en sus manos. Draco guardó su varita, y sin ser capaz de mirarlo, comenzó a caminar hasta la puerta, con los hombros encorvados.

Pero ahí fue que escuchó un sollozo.

Se detuvo de inmediato frente al metal, respirando agitadamente. No sabía qué le causaba tanta impresión, era un niño al fin y al cabo, sin embargo una parte de su cerebro había asociado su actitud como alguien que era incapaz de llorar.

Gryffindor, susurró su mente.

Por eso, el escuchar los sollozos desesperados, hizo que agarrara su pecho, justo encima de su corazón, y las últimas barreras de distancia se rompieran.

No puedo hacer nada por él, excepto evitar que su vida aquí sea un infierno.

Draco se giró lentamente, sintiendo el pulso enloquecido resonar en sus oídos. Guardó la varita con cautela, levantando sus ojos para fijarlos en el chico.

No sabía qué hacer con la imagen frente a él.

El calabozo estaba pobremente iluminado con antorchas en la pared, y el suelo estaba hecho de piedras, frías e incómodas. El niño se encontraba recluido al final de la celda, echado en el piso y con las manos en la cara. Sus hombros se agitaban por el llanto, y el estropajo que le cubría el cuerpo, parecido al de los elfos domésticos, no impedían que tuviera espasmos debido al frío.

Eric elevó la cabeza, sacando las manos de su cara, y fijó sus ojos azules en él.

—Por favor —pidió, con la voz rota. El rastro de lágrimas brillando en sus mejillas—. Por favor... quiero ir a casa.

A Draco se le hizo un nudo en el estómago, que lo obligó a apoyarse en la pared como si lo hubieran golpeado. Ahí estaba, nuevamente un inocente estaba suplicando piedad y él se sentía incapaz de hacer nada. Como un laberinto sin salida.

El chico lo veía, llorando silenciosamente. Quizás vio duda en el rostro de Draco, porque ese doloroso rayo de esperanza le iluminó la expresión. Se levantó, caminando de nuevo hacia los barrotes, casi esperando a ser liberado.

Draco desvió la mirada, apretando los puños.

—¿Quieres...? —comenzó a decir, a falta de otras palabras o soluciones—. ¿Quieres algo de comer?

El gesto de furia retornó a la cara del muchacho, que agitó los barrotes, pegándole una patada

—¡¿No me escuchaste?! —gritó de nuevo, haciendo que Draco diera un pequeño salto—. ¡Quiero ir a casa! ¡Déjame ir!

—Lo siento- —trató de hablar, pero el muchacho gruñó, interrumpiendo.

—¡Déjame...!

—Eric —dijo Draco, haciendo que el niño detuviera cada uno de sus movimientos. Tentativamente, volvió su vista a él, encontrándo paralizado en su lugar—. ¿Ese es tu nombre, verdad?

El chico-, Eric, no respondió. Se quedó observándolo con ojos críticos mientras temblaba de rabia y desesperación. Draco dio un paso dubitativo al frente.

—Eric. Lo siento —se disculpó con total sinceridad. Siento que estés aquí. Siento que seas tú. Siento que sea yo. Siento que no sea capaz de sacarte. Siento que no sea más valiente. Lo siento—. Déjame traerte algo que te guste. Por favor.

El muchacho abrió la boca. Draco supo que ahí venía una sarta de insultos, por orgullo, por enojo, no lo sabía.

Así que habló, antes de que alguna palabra saliera de los labios de Eric.

—Por favor —rogó.

Eric asintió.

•••

De ahí en adelante, Draco comenzó a conocerlo mejor.

Y eso lo estaba matando por dentro.

Efectivamente tenía trece años. Toda su vida habían sucedido cosas extrañas a su alrededor, como que quería un juguete con mucha fuerza y de repente aparecía en su bolso. O si se enojaba demasiado, los vasos que tenía cerca eran capaces de explotar de sopetón. Veía cosas que para el resto del mundo no estaban ahí, y había pasado por un montón de psicólogos. Por eso había sido capturado: fue el único que vio cómo dementores atacaban a muggles, y los Mortífagos lo reconocieron al instante. Amaba los animales, amaba el deporte, y estaba obsesionado con la mitología, las deidades y la demonología. Draco suponía que esa era su forma de anclarse a un mundo al que pertenecía, pero del que ya nunca podría ser parte.

Dolía pensar en lo que podría haber sido, si las cosas fueran diferentes. Un Gryffindor seguro, probablemente bueno en Defensas contra las Artes Oscuras debido a su fuerza mágica, y un excelente jugador de Quidditch. Dolía pensar que era tan... pequeño. Y estaba ahí, esperando a ser asesinado.

Eric daba información de a poco, y de forma agresiva. Desconfiaba de Draco, y tenía razón en hacerlo. El único motivo que tenía para revelar cosas personales, era que creía que el rubio podría liberarlo algún día. Deseaba inspirarle lástima, usando el sentido de justicia e incluso misericordia de Draco, quien solo sabía que la tenía, debido a que sufría crisis nerviosas cada vez que se iba a acostar, obligado a tomar pociones. Porque no sabía qué hacer. Eric era un sangre sucia, sí, pero apelar a ello para creer que merecía morir era mentirse a sí mismo. Durante la guerra fue la última vez que Draco pensó de esa forma y llegó a creerlo de verdad. No quería matar a ese niño. No quería quitarle todos los años que le quedaban por delante solo porque nació de muggles.

Pero si no lo mataba, Voldemort era capaz de torturarlo a él cada día por el resto de su vida, y a su padre. Era capaz de matar a su familia. A su madre. Su madre... su madre, que no tenía culpa de nada. Que había hecho lo correcto al final de la batalla, y que después de todo- Potter estaba muerto de igual forma, el Señor Tenebroso no había perdido absolutamente nada gracias a la mentira de Narcissa en el Bosque Prohibido, por lo que la opción de liberarla era algo viable. Si Draco se rehusaba a matar al niño... eso se le iría de las manos de un momento a otro.

Eso se decía a sí mismo para convencerse.

Hasta que un día, tuvo un atisbo de valor.

Sabía que no podría hacerlo, Draco había querido engañarse, pero mientras más pasaba el tiempo y veía al chico como un ser humano, menos podría juntar la valentía para asesinarlo. Le estaba quemando verlo cada día, conversar con él. Pasaban las semanas y Draco se había asegurado de que no le faltara nada. Eric tampoco parecía despreciar su presencia como al inicio, aunque él no tenía opción.

Entonces el ojigris no pudo soportarlo más.

Cinco días antes de la ceremonia, intentó dejarlo ir.

Esperó escondido a que todos abandonaran la mansión, y bajó rápidamente a los calabozos para así hacerlo rápido. Eric podría irse, y sería libre. Draco se inventaría alguna historia, no lo sabía, ni siquiera lo había planeado. Solo sabía que faltaba menos de una semana y no se veía capaz de matar a ese niño.

Entró bruscamente a la celda y sacó su varita. Las llaves no estaban por ninguna parte, las había buscado, así que solo le quedaba la magia para poder liberarlo.

—¿Draco? —preguntó Eric desorientado. Había estado durmiendo. Una pequeña parte de él se sintió mal, porque sabía que el muchacho apenas dormía, pero no tenía tiempo para pensar en ello—. ¿Pasa algo?

Draco lo ignoró, apuntando su varita a la cerradura.

—Alohomora.

No funcionó. Tampoco esperaba que funcionara. Era demasiado simple para el Señor Tenebroso.

Pero tampoco funcionó el siguiente.

Ni el siguiente.

O el siguiente.

—Mierda —murmuró por lo bajo, tratando de pensar otra alternativa.

Eric estaba ya en los barrotes, dándose cuenta al fin de qué estaba haciendo su captor. Trató de extender una mano hacia él, pero Draco se apartó, negando.

—Draco... —empezó a decir.

Draco no lo dejó terminar. Se limpió el sudor de la frente y volvió a apuntar a la cerradura, buscando en su memoria algún contrahechizo para abrir la maldita puerta.

No funcionó.

—¡Joder!

Nuevamente blandió la varita contra el metal, cómo si con el poder de su voluntad podría liberarlo. Tenía que hacerlo. Ya lo había decidido.

No iba a matar a ese chico. No podía.

—Hey-

—¡Mierda! —gritó, interrumpiendo a Eric cuando vio que nada daba resultado. Enfocó sus ojos grises en los de él, intentando calmarse—. Te voy a sacar de aquí. Te voy- vas a vivir. Tienes que vivir.

Algo horrible lo golpeó, al ver la expresión en la cara del muchacho.

La esperanza que tiñó cada momento, cada conversación, ya no estaba.

No estaba.

Eric se había rendido.

—Draco... —dijo gentilmente. Le rompió el alma—. Sé que moriré.

Draco solo atinó a negar, tragando el nudo que bajaba por su cuello. Volvió a apuntar la varita a la cerradura, respirando agitadamente.

—No.

Eric intentó tomarlo de nuevo, pero Draco se alejó una vez más. Se negaba a aquello. No iba a dejar que un niño se sacrificara por él. No podía aceptarlo.

Sentía cada parte de su cuerpo amoratada, le pesaba, le dolía. A pesar de que aparentemente las burlas y torturas de los Mortífagos estaban pausadas para el día que fallara el ritual.

—Sé que estoy aquí por una iniciación —dijo Eric, y su voz se rompió un poco al final—, que tú... tú vas a tener que matar-

—¡No! —lo cortó Draco, frenético—. ¡Tienes que vivir!

Apuntó a la cerradura una última vez, sabiendo que no funcionaría. Su mente daba vueltas, y una pequeña voz le recordaba que nadie podía engañar a Voldemort.

Él se aseguró que Draco no cediera a la debilidad y lo dejara ir. Él puso protecciones extra. Él fue.

Draco agachó la cabeza, sintiendo la derrota posarse encima de sus hombros.

—No puedes liberarme, Draco —murmuró Eric con suavidad—. No puedes, ni aunque quieras.

Sonaba más adulto de lo que debería. Sonaba como alguien maduro. Y no se suponía que su vida tendría que ser así. Era un niño. Un niño que le faltaba aprender, y crecer, y reír.

Y estaba ahí por su culpa.

—Ten mi varita —susurró Draco, tendiéndole el artefacto que había adquirido meses después de la Batalla. Lo empujó a través de una abertura—. Libérate tú. Eres... eres poderoso-

—No sé hacer magia.

—¡Prueba con un Alohomora! —exclamó, apoyando la frente en un barrote—. ¡Intenciona tu magia, haz algo!

Lo escuchó respirar temblorosamente, antes de tomarla de sus manos. A lo lejos, murmuraba palabras, murmuraba hechizos que Draco estaba seguro que no sabía si existían.

Las ganas de llorar volvieron a él.

No funcionaba.

Nada funcionaba.

Eric volvió hasta posarse frente a Draco, entregando la varita de vuelta. Él no la tomó, negando otra vez.

—Draco...

—No... —murmuró, cerrando los ojos.

Eric finalmente tomó su mano, la que mantenía aferrada con fuerza a uno de los barrotes y la descansó ahí. Draco sentía su mirada.

—Draco —volvió a llamarlo, empujando la varita en su dirección una vez más—. Lo acepté. Y so... si eso te va a salvar... si uno de los dos puede seguir con vida-

—¡No! —gritó Draco, levantando la cabeza, para tratar de inyectar sentido común en él—. ¡Mereces vivir!

Eric cerró sus párpados, y un hilo de lágrimas cayeron.

Hicieron que su estómago se apretara.

—Lo sé —dijo, con voz rota.

Draco tomó la varita al fin, reprimiendo su propio llanto.

—Mereces una vida feliz, Eric.

—Al igual que tú.

Aquello se sintió peor que una cachetada.

Draco había dejado entrar a los Mortífagos a Hogwarts. Había sido responsable directo de la muerte de Albus Dumbledore. Había obligado a estudiantes de primer año a usar sus varitas y luchar. Había presenciado torturas, y no había dicho una sola palabra.

No. No lo merecía.

—No... no... —replicó, pasándose una mano por la cara—. Tú no sabes las cosas que he hecho.

Eric soltó una risa sin humor.

—Tienes diecinueve.

—Soy un adulto-

—Sí —lo cortó él, aún llorando—. Y al mismo tiempo eres un chico aún.

No sabía qué sentir respecto a un niño de trece años diciéndole algo así. Draco no sabía si se había visto obligado a madurar en ese momento, o si siempre había sido de esa manera. No le gustaba. No lo merecía.

¿Por qué el mundo no podía ser justo de una puta vez?

Draco no merecía vivir a costa de Eric.

—Sé que voy a morir, Draco —susurró el muchacho al cabo de unos segundos de silencio. El rubio solo atinaba a negar—. Incluso si- incluso si lograra escapar, ¿adónde iría?, ¿cómo saldría del mundo mágico?

Draco apretó los párpados con fuerza. Era verdad que él no podía dejar la mansión hasta que la ceremonia se llevara a cabo. Era una de las reglas para todos. Y era cierto que estaba en cuarentena, que los magos comunes y corrientes no podían ir al mundo muggle. Eric no podría ir.

Pero aún así.

—Y si no... si no me matas —continuó, con su voz temblando—. Moriré de igual forma, por otra persona.

Eso era verdad también.

Draco no quería aceptarlo. No podía aceptar eso. Un dolor de cabeza se cernía en sus sienes y la opresión crecía y crecía y crecía.

No sabía qué hacer.

—Y morirás tú también —completó Eric. Draco abrió los ojos, volviendo a mirar a la cara del chico. Valiente, bondadoso, resignado.

—No puedo...

—¿Hay... hay alguna forma de hacerlo indoloro?

Draco apretó los dientes, aferrándose aún más a los barrotes.

—Tienes trece años.

—Draco —suspiró, cansado—. Es mi decisión.

Draco volvió a negar. Aparentemente era lo único que sabía hacer.

—No puedo.

—Sí puedes —dijo Eric con firmeza—. Prefiero que sea así.

Draco no respondió.

Ese niño de trece años estaba dispuesto a morir.

¿Cuántas cosas cobardes has hecho tú para seguir en esta mierda de vida?

No mereces seguir respirando.

—¿Hay alguna forma de hacerlo indoloro? —volvió a preguntar.

Draco asintió, abstraído en sus propios pensamientos autodestructivos.

—Bien —asintió de vuelta Eric, con mucha más determinación—. Trabaja en eso.

Draco se dejó caer al piso, aún siendo sujetado por la mano del muchacho. Cada esperanza se alejó, dejándolo ver la triste realidad.

El mundo no era un lugar justo.

—Eric...

—Entonces —le interrumpió él, cayendo también, sentándose a su lado—. ¿Sabes la historia del duque del infierno?

Draco se llevó una mano a la cara, tratando de controlar las emociones que amenazaban con salir y hacerlo estallar.

—Eric- por favor...

—Draco —dijo el chico una vez más, pidiéndole sin hablarle realmente—. ¿Sabes la historia del duque del infierno?

Sabía que no debía presionar, pero quería. Quería encontrar otra solución. Quería no tener que haberse metido en ese enredo.

Mas Eric no se merecía tener que soportar oír cómo las cosas debían ser distintas. Lo menos que Draco podía hacer por él, era escucharlo.

Cinco días. Solo podrás escucharlo cinco días más.

—¿Qué era el infierno? —decidió preguntar, en voz baja.

Eric se relajó, solo un poco, y decidió acomodarse a su lado. Era tan delgado. Tan pequeño. Su pelo negro estaba desparramado y su cuerpo viéndose cada vez más y más frágil.

—El lugar en llamas, a donde va la gente que ha hecho cosas malas una vez que muere.

—¿Ahí iré yo? —bromeó.

Eric no respondió. Quizás no sabía qué decir.

O quizás no sabía cómo decir "sí".

—Cuéntame sobre el duque del infierno —murmuró Draco entonces.

Se acomodó en el suelo, a un lado del chico y cerró los ojos sin apartar su mano. Si Eric lo necesitaba, ahí estaría.

—Se llama Astaroth... —comenzó a contar, bostezando—. Astaroth es un príncipe coronado del infierno, un ángel que se corrompió cuando visitó el mundo del hombre. —Draco frunció el ceño—. Su caída causó mucha controversia, porque una vez fue un serafín y Príncipe de la Orden de los Tronos.

—No entiendo nada.

—Astaroth fue un ángel caído —aclaró Eric, con un toque de irritación—. Príncipe en el cielo. Luego en el infierno.

Draco no recordaba qué carajos era un ángel, pero suponía que su pregunta no sería muy bienvenida.

—Está bien.

—Y aunque descendió al mal por su propia mano, este demonio asegura estar libre de pecados...

Y Eric le contó, y Draco escuchó, y por unos segundos casi podía pretender que un niño de trece años no acababa de entregarle su vida.

•••

Draco creó, en dos días, una poción para que Eric no sintiera nada, para que la experiencia se sintiera fuera de su cuerpo.

Era una variación de una poción relajante, que causaría que Eric no estuviera realmente consciente del dolor que iba a experimentar al morir. El chico miraría la escena desde afuera, como un espectador, y cada parte de su cuerpo se entumecería.

Solo por eso, Draco se sentía algo menos culpable por la poción que iba a terminar matándolo. La poción final. Porque sabía que no podía ser una muerte lenta. Estaba en las reglas; necesitaba que fuera memorable e infinitamente cruel. Ya que, en primer lugar, todas las ceremonias de iniciación al Nobilium eran así –un verdadero sacrificio– o el ligamento de magias no era válido; y dos... porque solo de esa forma tenía una oportunidad de impresionar, de entrar al círculo y de ganar, si no respeto, al menos miedo.

Ni los antídotos usuales podrían prevenir a Draco de tener pesadillas para ese punto. Soñaba todas las noches con unos ojos azules vacíos. Soñaba todas las noches que fallaba. Que todo sería en vano.

A veces deseaba que así fuera.

El tiempo avanzaba, y con ello, su terror aumentaba, al igual que su cariño por Eric.

Y, aunque no quisiera, de pronto, se encontraban a unas horas.

Faltaba unos minutos para que dieran las doce de la madrugada. Unos minutos para que iniciara el ritual.

Se suponía que Draco debía esperar en un lugar tranquilo. La ceremonia se llevaría a cabo en la cripta; necesitaban conexión a la magia oscura y el más allá. En ese específico lugar de la mansión debía haber más que suficiente. Draco tenía que descansar para lo que esta noche significaría.

Pero no era capaz.

Además, tenía que hablar con Eric. Tenía que darle la poción.

Despedirse, susurró una voz.

Así que apenas se vistió con las túnicas moradas oscuras para la iniciación, corrió escaleras abajo. Se decía a sí mismo que solo para detallar su plan una última vez, no para memorizar la cara del muchacho en sus últimos momentos.

Draco temblaba. Según Eric había aceptado que moriría.

Eso no hacía las cosas más fáciles.

—Está bien... —dijo Eric, una vez que Draco terminase de relatar lo que pasaría, con una tranquilidad poco natural para lo que tendría que enfrentar en unos minutos—. Si me prometes que de esa forma sacarás a tu madre de prisión.

El chico le dio una sonrisa triste. Draco tragó en seco, angustiado.

—Te lo prometo —susurró, tomando la mano que descansaba en el barrote. Draco cerró los ojos, frenando cualquier emoción que amenazaba con destruir su mente—. Lo siento. Lo siento. Lo siento tanto.

Se pasó una mano por la cara. No quería hacer esto.

Eric había elegido, ¿pero realmente tuvo elección?

—Toma esto —le tendió el vial, temblando—. No sentirás nada.

El chico lo tomó de golpe. Ni siquiera vaciló.

—Así mi muerte tendrá significado —dijo luego de agarrarlo, aunque parecía querer convencerse a sí mismo más que a Draco—. No será en vano. Te ganarás la confianza de ese hijo de puta y salvarás a tu familia.

Fue su turno de soltar una risa sin humor, sonaba vacía y extraña a sus oídos. Draco cada vez se sentía menos parte de la escena, de lo que estaba sucediendo. Eric cerró los ojos, como si quisiera detener sus propias lágrimas, y le dio un apretón a su mano.

—No te lo dije... —habló entre dientes, conteniéndose a sí mismo—. No tengo a nadie. Mis padres murieron. Allá afuera no hay nadie que se preocupe por mi, no verdaderamente.

Eso era tan jodidamente injusto, dijo una voz dentro suyo.

Eric merecía que se preocuparan por él. Merecía alguien que llorara su partida.

Tú vas a llorarla. Te asegurarás de que la llores hasta el día en que dejes de respirar.

—No fue hasta que te conocí que supe lo que era que a alguien le importara tu vida.

Draco abrió los ojos de sopetón, boquiabierto, y miró cómo Eric trataba de contener las lágrimas.

Era un niño, y le estaba diciendo que la persona que lo mantuvo cautivo fue quien lo hizo sentir importante. Draco nunca se sintió así, como alguien insignificante, no al menos hasta que el Lord ganó en la batalla. No podía imaginar cómo era que nadie se preocupara por él, cuando sus padres siempre lo pintaron como lo más importante de sus mundos. Tener la habilidad de hacer que Eric pensara así... Draco no creía que fuera capaz. Simplemente- le había mostrado decencia humana. Y ahora iba a dejar que muriera por él.

Eso era más de lo que Draco podía soportar.

Se desconectó de lo que estaba pasando, e inconscientemente se aferró a la reja, pasando sus manos por los agujeros. Eric comprendió, uniéndose a su abrazo de una forma incómoda y extraña. Draco susurraba una y otra vez palabras de agradecimiento y disculpas, aunque no podía escucharlas bien a sus propios oídos.

Eres una mierda por permitir que esto suceda.

—Me voy en paz, Draco —le aseguró, con la voz quebrándose en medio de la oración—. Los veré de nuevo.

Draco se separó, y se obligó a creer que eso era verdad.

•••

La cripta familiar era un cuarto gris claro, con paredes de mármol y suelo de piedra. Un poco más pequeño que el salón principal de la mansión, con las tumbas de sus familiares y antepasados en el piso o las paredes.

Draco fue dirigido a empujones al círculo, ocupando lo que debía ser la posición central. Miraba el suelo, incapaz de encontrar los ojos celestes del niño que se encontraba al centro. No sabía qué encontraría en ellos. Estaba demasiado temeroso de averiguarlo.

El ritual comenzó, Voldemort dio su discurso, y el fuego que rodeaba a cada uno de los participantes se encendió de golpe. Pero Draco no escuchaba. Su mirada viajaba por cada cara cruel que parecía estar observándolo a él y solo a él.

Se sentía entumecido, como caer por un precipicio, pero sin llegar a estrellarte. Los rostros de esas personas tomadas de las manos no podían afectarlo en nada. Reconoció a cada uno: Rodolphus Lestrange. Mulciber. Macnair. Rookwood. Yaxley. Greyback. El Nobilium.

Draco decidió ignorarlos y dirigió su vista a Eric, justo cuando el fuego principal ardió y exigió una pertenencia del Sacrificio. Los ojos nunca dejaron los suyos, a medida que Draco arrojaba la prenda a la fogata y la ceremonia seguía su cauce.

La parte trasera de su cerebro se asombró de que no hubiera rastro de miedo en ellos.

El ritual iba bien, todo sucedía como debía pasar, aunque Draco sentía que lo habían sumergido hasta el fondo del océano; la presión era insoportable, pero aún así no podía ser completamente consciente de lo que estaba sucediendo.

Entonces, el momento que tanto temía, llegó.

—... El vástago puede proceder al óbito.

Voldemort tenía una sonrisa perversa, la misma que usaba el día que Draco fue condenado a ese destino. Todos estaban expectantes, algunos incluso habían sacado sus varitas para así finalizar el trabajo que, a sus ojos, él no podría finalizar.

Draco desvió la mirada de Eric, y se sacó el vial del bolsillo.

Caminó hasta el centro del círculo, ignorando las voces a su alrededor y todos los instintos que le decían que se detuviera y huyera de allí. Que agarrara a ese niño y lo llevara lejos para que pudiera ser feliz. Con una respiración temblorosa, alzó el vial, poniéndolo frente a Eric. Sus manos temblaban también.

No puedo. No puedo. No puedo.

Los ojos del niño por otra parte, se veían decididos.

Eric le quitó el vial de las manos.

Las varitas lo apuntaron a él, creyendo que Draco había sido lo suficientemente estúpido para frustrar la ceremonia; y apuntaron al chico también, en caso de que intentara algo extraño.

Pero nada de eso pasó.

Eric se tomó el líquido por su cuenta.

Draco soltó un poco de la tensión que había acumulado, y se giró, sintiéndose totalmente indispuesto. Llevó una mano hasta su estómago, volviendo a su posición, esperando. Mirando.

Si había tenido el descaro de hacer eso, lo menos que podía hacer por Eric era mirar. Mirar cómo moría. Aunque no se sentía presente, no realmente. Sus ojos se enfocaban en cómo, poco a poco, Eric parecía perder la noción del tiempo también, y los síntomas de ambas pociones comenzaban a hacer efecto. No es como si se notara, o como si Draco realmente estuviera prestando atención.

Su mente comenzó a recitar lo que sucedía, porque simplemente lo sabía de memoria.

Primero, sus órganos comenzarán a hincharse.

Eric se sentó, empezando a sudar en frío y llevándose una mano hasta el vientre, mientras miraba a sus costados, confundido.

El resto del Nobilium parecía más interesado ahora.

Luego, poco a poco, explotarán.

Un estallido de magia recubrió el cuerpo del chico, antes de que empezara a amoratarse. Eric se dejó caer en el suelo, mirando a un punto fijo mientras convulsionaba.

Comenzará a desangrarse.

—Y... As- —Estaba delirando. Draco sabía que estaba delirando. Estaba muriendo. Los ojos azules se encontraban fijos en los suyos—. Astaroth... el duque... y... él... A- Astaroth...

Ahí fue cuando comenzó a vomitar sangre, moviendo aún la boca y con la cabeza girada hacia él.

Todo sus órganos se disolverán.

El cuerpo de Eric empezó a volverse más y más laxo, de pies a cabeza. Los Mortífagos soltaron risas, exclamaciones, a medida que Voldemort observaba en silencio. Draco solo quería recostarse. Estaba cansado.

La masa que quede de sus órganos molidos, comenzará a salir por cada orificio.

Efectivamente, no mucho tiempo después, Eric dejó de moverse. Un olor a fierro inundó el lugar, mientras que por las orejas, la boca, los ojos, la nariz, y básicamente cualquier agujero, salía un líquido pastoso entre amarillo y rosa, que eran sus intestinos licuados. Pedazos de cartílago, grasa, músculo y coágulos sobresaliendo de la mezcla.

Draco quería apartar la mirada, realmente quería. Quería dar un paso atrás, correr hasta su habitación. Pero no podía. El ritual aún no terminaba.

Entonces, morirá.

Draco no supo cuándo fue que Eric dio su último respiro. No supo en qué momento fue que su corazón dejó de latir. Solo sabía que, de un momento a otro, el fuego se apagó de golpe, y la magia del ritual se hizo densa en el aire.

—La inmolación ha concluido —anunció una voz. Draco no sabía de quién era. Suponía que de el Señor Tenebroso.

Tenía asco, cansancio, y un extraño vacío aferrado a la boca del estómago. Su mente era incapaz de procesar lo que acababa de presenciar. Su cerebro era incapaz de sentirse agradecido porque Voldemort parecía impresionado por lo que acababa de ver, sus ojos especulativos. Draco quería vomitar, quería gritar y echarse a llorar hecho un ovillo.

Pero lo enterró hasta el fondo de su mente.

Lo enterró hasta que ya no era capaz de sentir nada.

Tomó la daga que Rookwood le ofrecía y cortó la palma de su mano de forma mecánica, dentro del círculo.

Cuando las gotas cayeron, Draco recibió su insignia.

Estaba hecho. Ni Voldemort podría retractarse, ni él podría negarlo. A los ojos del ritual y de los demás, estaban unidos por la sangre, y Draco era parte del Nobilium; quisieran o no, tenían que respetarlo.

Quisieran o no.

•••

Draco no se había equivocado: Voldemort sí que se impresionó por la muerte de Eric. No sabía que una poción podía hacer eso.

Bueno, de hecho no la había. Draco la creó.

Por eso, desde ese día en adelante, Draco se convirtió en el encargado de crear pociones nuevas, y maldiciones que podrían ser útiles contra los Rebeldes. Contra los muggles, los traidores.

Y contra los asquerosos sangre sucia también.

Con el tiempo, y a medida que Draco escalaba vengándose aunque fuera unos segundos de la gente que lo torturó a él, a través de pociones y hechizos, el Señor Tenebroso comenzó a confiar en su visión del mundo también.

Y Draco se aprovechó de eso.

Salvó inocentes, creando medidas para no actuar como idiotas contra los muggles, para no romper el Estatuto de Secreto. Diciendo que necesitarían un ejército antes de invadirlos. Que era verdad, después de todo. No eran los suficientes para someterlos, para dominar Europa.

También, para no sacrificar vidas de niños sangre sucia en vano, creó el programa de reinserción, aunque dijo al resto que era porque no podían privarse de posibles soldados: cuando los nacidos de muggles cumplían los once años, se les hacía una prueba para determinar su potencial mágico. Si eran mejores que el promedio, tenían permitido ir a Hogwarts bajo ciertas condiciones. Si no, eran convertidos en un «Servi» para la población mágica. Un esclavo.

No era ideal, pero los mantenía vivos.

No pudo salvar a los niños de esa noche. No pudo salvar a Eric. Pero trataría de hacer lo que estuviera en sus manos para salvar el máximo de vidas inocentes.

Luego de la ceremonia, el recuerdo del chico de ojos azules y cabello negro se disipó en su memoria, junto la verdad de lo que sucedió también: Draco no lo mató.

Eric tomó la poción por cuenta propia. Y el ritual, al final, no sirvió. Cuando volvió a su habitación, el corte sanó, la sangre regresó a él, rechazando unirse al círculo del Nobilium. No tenía su vida ligada a la lealtad que juró a Voldemort.

Draco era libre.

Y se convenció de que haría que la muerte de Eric valiera la pena. Se convenció de que cumpliría la promesa acerca de su madre.

O eso había pensado.

Al final de todo, Draco sabía que solo una cosa tenía clara.

El ritual de iniciación del Nobilium no lo había matado, pero una parte de él murió ese día.

Notes:

Mis bebés están completamente traumatizados.

Se preguntarán, ¿era necesario que fueran niños? Y la respuesta es: Sí. Sí lo era. Si nos remontamos al primer capítulo, vemos que Draco no reacciona al niño que tiene Greyback, y eso es debido a que ha visto cosas mucho peores. Además, fue él quién les encontró cabida a los nacidos de muggles en el mundo mágico. Y fue lo que sucede en este cap, que motivó a Draco a actuar en defensa de ellos, y eso termina haciéndolo escalar en las filas de Voldemort, al final de todo; esta situación extrema lo llevó a dónde está. Lo siento si es muy gráfico.

Pero, después de todo, hablando de forma realista... es un mundo gobernado por Voldemort.

Espero que se haya entendido aquí, por qué Draco es cómo es, en el futuro. Han pasado seis-siete años de esto y ha visto demasiadas cosas.

En fin, espero leerlos pronto!

Chapter 13: Capítulo 9: El preámbulo

Chapter Text

La siguiente vez que Draco fue a la base de la Orden, Potter no estaba allí.

Debería sentirse contento, Potter era prácticamente el causante de todos sus problemas. Hasta que el imbécil no abrió su bocota, Draco ni siquiera había pensado que aún le quedaba una parte de su familia viva. Una tía de la que su madre nunca hablaba y a la que no se mencionaba por cómo los abandonó. Potter implantó este deseo de querer saber cómo sería, compartir su duelo con alguien más. Sin embargo, todo resultó ser un completo desastre.

Y Draco debería sentirse mal. Quizás debería llorar o culparse o pensar que era su problema. Pero-

A Draco no le podría importar menos.

Una parte de sí, solo una pequeña, se planteaba la perspectiva de qué hubiera pasado si Andrómeda hubiese querido tener relación con él. ¿Su madre estaría contenta?, ¿las cosas serían mejores?, ¿se sentiría menos solo?

Pero aquella posibilidad le había sido arrancada de las manos antes de que tuviera el chance de experimentarla. Y, sinceramente, Draco estaba agradecido por ello. No quería seguir preocupándose por más gente. Era una debilidad. Andrómeda podía morir- probablemente lo hiciera, y Draco perdería más de lo que ya había perdido.

Estaba mejor así.

Si al imbécil de Potter no se le hubiera ocurrido, si no hubiera sugerido nada, las cosas serían muchísimo más fáciles. Y aquello lo llevaba a pensar en él porqué de su imbecilidad. En sus motivos.

¿Por qué Potter le había dicho lo de Andrómeda?

Dudaba que fuera debido a la bondad de su corazón, a que le tuviera lástima a Draco. Quizás, la que le daba lástima era Andrómeda; pero eso no explicaba por qué trataría de juntarla con un pariente Mortífago al cual ella claramente culpaba de su sufrimiento.

Potter no parecía sentir más que asco hacia él. No tenía sentido nada de lo que hacía o decía. ¿Por qué quería averiguar qué le había hecho "Tom"?, ¿por qué había parecido tan contrariado cuando Draco aceptó su decisión sobre Goyle?, ¿por qué?

A Potter, Draco no debía importarle nada.

Pero parecía algo distinto.

De alguna u otra forma, siempre había sido así, ¿no? ¿Potter no se había pasado un año entero siguiéndolo a todas partes?, ¿no había interferido como el maldito metiche que era, cada vez que Draco hacía algo? Bueno, no es como si él mismo hubiese sido mucho mejor en ese aspecto. Durante Hogwarts, su único objetivo fue hacerlo sentir miserable.

Pero habían pasado ocho años. Nueve, si contaba el que no se habían visto... Potter no debería meterse más en su vida, preguntándole cosas que no le incumbían u ofreciéndole conocer familiares que Draco apenas recordaba. Quizás lo hizo para humillarlo.

Por suerte, Draco no tuvo que hacer frente a lo que eso le hacía sentir ese día, ya que Potter estaba consiguiendo ropa nueva y comida en el mundo muggle con sus amigos, según lo que Astoria le había dicho. Draco no tenía idea de que la Orden tenía maneras de romper las barreras de la cuarentena, al menos por unas horas, pero tenía sentido. Si no, ¿cómo habrían sobrevivido todo ese tiempo?

Lo que lo confundía era por qué no lo usaban para escapar.

Draco lo habría hecho, si fuera ellos. Si sabía que ya no quedaba nada para él en ese mundo, como a la mayoría de personas que estaban ahí... ¿por qué no irse lejos?, ¿vivir en paz, y dejar que otros se ocuparan de las cagadas del Señor Tenebroso? Quizás se sentían responsables. Quizás ese era el motor que movía a Potter: sentirse responsable de todos los males del mundo.

En cambio, Draco no era una persona noble.

Astoria entró a sus mente una vez más esa tarde, en un cuarto al lado del salón principal. Eran sesiones silenciosas, en las que ella buscaba que Draco se relajara para que no levantara las barreras de Oclumancia de forma inconsciente. No servía. No completamente, al menos. Después de tanto tiempo viviendo entre Mortífagos que entraban a tu cabeza por mero deporte, Draco acostumbraba a sentir algo extraño en su mente, y reaccionar al instante.

Sin embargo, Astoria sí que fue capaz de recuperar algo.

Sensaciones.

Antes que las imágenes, había sensaciones en cada recuerdo.

Draco casi podía sentir el aroma en su nariz- humedad, azufre, putrefacción... era demasiado familiar, solo que no podía situarlo. Sabía que le era conocido porque estuvo ahí incontables veces, el problema era que no recordaba dónde.

Sentía frío. Desolación. Como si le hubieran quitado toda emoción. Y sabía que probablemente aquellos recuerdos pertenecían a Azkaban, era lo más obvio. Lo cual reforzaba su teoría: Draco había sido torturado como un incentivo para que su madre hablara.

Se lo comunicó a Astoria apenas ella dio un paso atrás, diciendo que debía irse. Y lo discutieron, llegando a la conclusión de que era muy seguro que Draco tuviera razón. Cuando ambos se dirigieron a la puerta para así marcharse, notó cómo Theo ya lo estaba esperando ahí- o bueno, no esperándolo precisamente. Luna Lovegood estaba con él.

La mujer lo tenía cogido de la muñeca y miraba con atención una pulsera que su amigo llevaba allí. Los grandes ojos azules de Lunática estaban fijos en la joya, mientras movía la varita en su dirección, haciendo que la pulsera reluciera y provocando que Lovegood se mordiera el labio. Pero mientras la mirada de ella estaba teñida por la concentración, haciendo quién sabe qué con el brazalete... los ojos de Theo se encontraban fijos en ella.

Draco, una vez más, se sintió incómodo de estar presenciando una escena entre los dos. Todo parecía tan... personal. Además de que de esa manera menos entendía la negativa de Theo de estar con Lovegood, cuando se notaba que el sentimiento era recíproco.

Bueno, no era su problema.

—Theo —lo llamó entonces, irrumpiendo el momento—. Es hora de irse.

Theo despegó sus ojos de la rubia, que apenas y parecía haberse dado cuenta de que Draco estaba allí, a unos pasos de ellos junto a Astoria.

—¿Ya? —preguntó él, arrugando la frente—. ¿No vas a esperar a Potter?

Por unos horribles segundos, Draco no tuvo idea de por qué haría algo tan desagradable, pensando que quizás había olvidado que debía hablar con él; hasta que recordó que Potter era el responsable de borrar sus recuerdos y que tenía que esperar a que apareciera.

—No. Hoy no.

Theo lo miró con confusión antes de asentir y esperar a que Lovegood terminara lo que debía terminar.

La verdad era que Draco no quería quedarse, no tenía ganas de ver a Potter ese día- o nunca más. Por un lado, debía continuar su investigación acerca del semigigante, como había prometido a la Orden. Y por otro, el Señor Tenebroso, al estar tan ocupado con la celebración del Día de la Victoria, y con tratar de averiguar qué había sucedido con Yaxley –quien seguía en el calabozo de la Mansión– no tendría tiempo ni interés para ponerse a espiar la cabeza de Draco. O eso era lo que él pensaba. Eso creía que lo estaba ocupando.

La verdad, nadie sabía con exactitud qué hacía el Señor Tenebroso en esa sociedad. Tenía peones. Todos eran piezas de ajedrez en ese juego, y él era quién las movía. Se proclamó a sí mismo Jefe de Armas, un puesto que en el Mundo Mágico no existía antes, y la gente ahora lo llamaba además de todo "Gran General". Todos sabían que dominaba el Reino Unido, no había para qué decirlo, o siquiera hacerse a sí mismo ministro. Pero a lo que se dedicaba realmente era un misterio. Draco suponía que a todo, de una forma u otra. Trazaba planes para conquistar Europa, movía las piezas en otros países dónde poco a poco aliados suyos comenzaban a instaurar sus ideologías en la sociedad, con organizaciones demasiado asustadas de intervenir para no causar una guerra mundial mágica y exponer el secreto a los muggles. Voldemort probablemente administraba los ataques de los Rebeldes, organizaba eventos, revisaba leyes, buscaba pistas que lo llevarían a su serpiente... Draco no podía saberlo con certeza, pero era lo más seguro. Y si estaba en lo correcto, el Lord debía saber que los Rebeldes podrían atacar una ceremonia al aire libre, y se estaba preparando.

Si era lo suficientemente inteligente, no los subestimaría y trazaría un plan de acción para salir victorioso. Pero Draco había aprendido también que si bien el Señor Tenebroso podía ser muy astuto, era demasiado arrogante. Y la arrogancia podría cavar su propia tumba.

Era atemorizante. Era un mago oscuro poderoso. Y podía parecer cualquier cosa menos un mortal. Pero seguía siendo un hombre, y haría bien en recordar que los hombres cometen errores.

—Muy bien —dijo Theo entonces, cuando Luna soltó su mano—. Vamos.

Draco fingió no notar cómo ella usaba una pulsera idéntica, o cómo se ponía de puntitas para dejar un beso en su mejilla y dejarlo pasar. Astoria parecía especialmente encantada con su incomodidad.

—Cállate —le gruñó Draco por lo bajo, cuando ya habían salido hacia afuera y caminaban por el patio hacia el laberinto.

Ella rio.

—No he dicho nada.

Draco no contestó, y cuando llegaron al portón, tanto Theo cómo Astoria sacaron una moneda para hechizarla, haciendo que las letras en ellas cambiaran al mensaje: "Abre", que Potter seguramente vería y sentiría a la distancia. Draco verdaderamente necesitaba una de esas en un futuro.

Cuando la entrada se abrió y los tres salieron, se Aparecieron casi al instante, mientras Draco evitaba con todas sus fuerzas que su mente volviera a los pensamientos que estaba teniendo desde hacía semanas, sobre una persona desesperante, y cómo no la entendía en absoluto.

•••

Draco se pasó toda la semana entrante metido entre papeles, pociones y estudios. Debía tener listo al menos antes de fin de año la maldición que el Señor Tenebroso le había pedido, y, quisiera o no, tenía que cumplir sus órdenes.

Abril ya estaba acabando. Draco no podía creer que meses atrás su vida dio un giro que hizo que su mundo se transformara. Que nada volviera a ser lo mismo. Y que sumido en ese patético padecimiento, llevaba semanas con unos archivos acerca del semigigante y recién en ese momento notó que le faltaba información.

Draco había tomado la copia de una carpeta de Rubeus Hagrid de la Oficina de Aurores, en la sección de "Rebeldes", y la leyó sin parar, tratando de buscar una pista o algo que le dijera dónde podría encontrarse. Pero durante esa semana, notó que el informe era bastante pequeño. No había nada realmente sustancial allí, por lo que sin que lo notaran, Draco retiró otra copia al azar, de otro miembro, sin saber que terminaría siendo el de la sangre sucia de Granger.

Comparándolos, la del semigigante estaba mucho menos completa, tanto en cantidad de páginas como en datos. Mientras la de Granger tenía un largo prontuario acerca de toda su vida: de cómo habían perdido el rastro de su familia al comienzo de la guerra; su tipo de sangre y capacidad de núcleo mágico; sus fortalezas y debilidades; suposiciones acerca de qué podría identificarla en medio de un ataque de los Rebeldes –eliminando su cabello como rasgo reconocible– y además, las últimas apariciones que databan de más de cuatro años atrás... La ficha de de Rubeus Hagrid abarcaba la mitad de eso. Quizás menos.

Draco no podía creerse que fuera por falta de datos. ¿No habían ido él y Tom Riddle juntos al colegio cuando eran jóvenes? Eso había oído al menos, gracias a las burlas entre los Mortífagos cuando hablaban del semigigante. ¿Cómo era posible que se le considerara tan irrelevante para ni siquiera datar cuándo fue visto por última vez?, ¿no fue ese tipo un perro de Dumbledore, probablemente encargado de las relaciones entre el anciano y los gigantes?, ¿cómo podían pasarlo por alto? Draco no se creía que fuera el único que lo hubiese visto huir de la Batalla.

¿Creerían que estaba con la Orden?

Suspirando, puso las manos encima de sus ojos y apretó. No había logrado encontrar nada más durante esos días, y sabía que no podía llegar a la Orden a presentarle información tan nimia como la que tenía.

Cruzándose de brazos, desvió la mirada a la nueva reserva de pociones que estaba elaborando. Algunos calderos hervían, y el clima allí abajo, en su laboratorio, era un horno. Aunque a Draco le gustaba así. Apenas estaba comenzando a hacer algo más de calor, mas los dementores rondando por el Mundo Mágico combinado con su mala circulación, hacían que el verano no se diferenciara mucho del invierno. Si se lo preguntaban, Draco no podría recordar cuándo fue la última vez que el sol salió por el horizonte.

A medida que tocaba la mesa con la punta de sus dedos, por su mente pasó el pensamiento fugaz de que le gustaba estar ahí, porque de esa forma no tenía que enfrentar los recuerdos de sus padres que estaban en cada esquina de la Mansión. Pero fue desechado al momento. No necesitaba esa mierda.

Draco se levantó, dispuesto a revolver unos calderos, cuando un ruido lo desconcentró, girándose así para recibir a la criatura que se había Aparecido en su laboratorio.

Un elfo hizo una reverencia exagerada al instante que lo vio, haciendo que su nariz chocara contra el piso.

—Amo Draco —dijo él, con voz calmada—. El Señor Rodolphus Lestrange está aquí, señor. ¿Quiere que Zipper lo deje pasar?

Por un momento, creyó haber oído mal.

Rodolphus.

¿Qué mierda podría querer ese tipo?

Draco se rascó la barbilla. Una parte de él quería mandarlo a tomar por culo, sabiendo que en ese momento no lo cuestionarían gracias a la delicada situación en la que se encontraba. Estaba en medio de un luto y a pesar de que la mansión era el cuartel general del Nobilium, debían respetar ese hecho dejándolo tranquilo. Pero la otra se encontraba curiosa de saber qué podría querer.

—Sí.

El elfo volvió a hacer una reverencia, y cuando estuvo a punto de chasquear los dedos, Draco lo detuvo, volviendo a hablar.

—Zipper —llamó, y la criatura paró sus movimientos—. ¿Greyback ha venido?

No sabía por qué no preguntó antes- simplemente no se le pasó por la cabeza. Draco no había visto a Greyback desde la reunión del Nobilium en la que votaron leyes, cuando se decidió a secuestrar a Yaxley. Aquello parecía demasiado lejano ahora.

—No, señor Draco —respondió el elfo, retorciendo su fea vestimenta—. Los elfos estamos bastante contentos por es-

La criatura levantó su mirada para verle a los ojos cuando se dio cuenta de que estaba diciendo cosas que no le habían preguntado, y se encogió en su lugar al observar su expresión. Estaba hablando demasiado, y a su Amo le daban igual sus problemas.

—Con permiso, señor —dijo el elfo apresuradamente, antes de desaparecer.

Draco se quedó observando el lugar vacío unos segundos, antes de sacudir la cabeza. Que Greyback no hubiera ido a molestarlo no era una coincidencia, considerando que antes parecía ser su pasatiempo favorito.

No. Seguramente, el hombre lobo tuvo que haberle contado al Lord lo que Hannah dijo en el interrogatorio, y para evitar la confrontación de Draco ante su intención de quererla silenciar, lo más seguro era que Voldemort estuviera evitando ese encuentro.

Draco guardó todos los documentos esparcidos por uno de los mesones con un movimiento de varita, y los dejó bajo llave en uno de los cajones del estante, para así cerrar su laboratorio y salir a recibir a Rodolphus.

Rodolphus era el desdichado hombre que se había casado con su tía Bellatrix. Formaba parte del Nobilium y se encargaba del Departamento de Cooperación Mágica Internacional. Draco había trabajado codo a codo con ellos, (sin ser parte del Ministerio), por lo que conocía bien su carácter. Era un tipo serio, severo. No reía casi nunca y a pesar de que parecía sereno, era un sádico total.

Draco jamás olvidaría aquella vez, pocos años después de la guerra, cuando entre él, Rookwood, Greyback y Maia organizaron una competencia entre los niños Servi, los esclavos de la población mágica, en donde los ponían a todos a correr hacia el mundo muggle para que "se salvaran" y "fueran libres", mientras ellos trataban de atinarles hechizos mientras escapaban.

Al final, no era necesario aclarar qué sucedió con ellos.

—Hola, muchacho Malfoy.

Draco se tensó al escucharlo cuando ingresó al salón, pero se inclinó de todas formas en una señal de respeto.

—Lestrange.

Draco no le había dicho tío jamás, y él tampoco forzó aquel apelativo. Pero aunque lo hubiera hecho, Draco preferiría cortarse un brazo antes que llamarle así.

Lentamente levantó la mirada para enfocarla en el hombre, quien lo observaba fijamente, parado en medio de la sala de estar. Rodolphus nunca había sido especialmente imponente, de cejas pobladas y mirada en blanco, delgado y al menos veinte centímetros más bajo que él; pero Draco recordaba con precisión todo lo que había hecho, él junto a su ex esposa. Cómo asesinaron a toda la familia Tonks, exceptuando a Andrómeda, que fue capaz de escapar. O cómo habían hecho enloquecer a los Longbottom en la primera guerra y luego los quemaron vivos en el Callejón Diagon después de la Batalla de Hogwarts.

Era un excelente duelista, un excelente volador, y antes de que Draco creara las nuevas maldiciones, era un experto usando Imperdonables.

No había que bajar la guardia.

—¿Cómo has estado? —preguntó Lestrange cortésmente.

—Mejorando —fue su respuesta automática.

Rodolphus tomó una breve mirada de sus túnicas negras, reconociendo de inmediato que eran las que los Malfoy ocupaban cuando llevaban luto. Los dos grandes pavos reales albinos bordados en la parte superior izquierda junto a la parte posterior derecha, contrastaban fuertemente con lo oscuro de la túnica. Draco llevaba usándola hace semanas, pero aquella era la primera vez que alguien reparaba en su atuendo.

—Mis condolencias —expresó el hombre entonces.

Draco tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no saltar encima de él, y hacerle un montón de cosas horribles. Porque Rodolphus era parte del Nobilium. Era más que obvio que había participado, y con gusto, en las sesiones de tortura de su madre. Seguramente si le cortaba los dedos uno a uno y luego se los daba de comer, estaría bastante dispuesto a hablar.

—Gracias —contestó él, con voz tensa.

Por unos largos momentos, ninguno dijo nada.

Draco había sido entrenado en el ambiente de los sangre pura, sabía que no era gente que hablaba de forma directa, y que todo lo que decían tenía más de una sola interpretación. Una danza, se le podía llamar. Pero estaba cansado. Y enfadado. Quería que le dijera qué carajos deseaba sin tanto enredo.

—¿Quieres sentarte? —ofreció Draco entonces, señalando el sillón.

—Pensé que nunca preguntarías.

El hombre tomó asiento, sin embargo, Draco permaneció de pie, sintiendo que así podría tener un poco más de control sobre la situación. Además de demostrarle quién era el invitado, y quién, el dueño de la Mansión.

Aunque por mucho tiempo nadie pareció recordarlo.

—Así que... cuéntame, Rodolphus —empezó Draco, con voz aburrida—, ¿a qué debo el honor?

Lestrange esbozó una sonrisa asquerosa. No denotaba una pizca de humor. Sus dientes estaban podridos, y lo hacía ver cómo un psicótico.

—¿Acaso un tío no puede visitar a su sobrino?

Draco no movió un músculo de su cara, mientras Rodolphus parecía estar analizándolo.

—Es broma, hombre —dijo éste al final—. Te hace falta reírte un poco más.

Pero la sonrisa irónica que el hombre traía encima había sido borrada, y el comentario no estaba hecho para hacerle reír. Draco esbozó una sonrisa desagradable de vuelta, de todas formas.

—¿Y bien? —preguntó, yendo directo al punto y entrelazando sus manos delante.

Lestrange continuó mirándolo un poco más antes de entrecerrar los ojos. Todas sus interacciones eran así: como si él quisiera juzgar si Draco era digno de estar donde estaba.

Oh, podía demostrarle que sí lo era.

—Todas las celebraciones del Día de la Victoria, el Nobilium está presente, cómo recordarás —empezó a explicar.

—Así es.

—Bueno, esta no es la excepción —continuó Rodolphus—. La diferencia es... que con todo lo que ha estado pasando... el Señor Tenebroso desea que todos nosotros, sus leales seguidores, estemos en guardia, en vez de ocupar un puesto en el estrado como usualmente.

Draco alzó una ceja. Bien. Voldemort había pensado lo mismo que él, entonces.

—¿Todo lo que ha estado pasando? —inquirió, con voz inocente. Lestrange se demoró un poco, antes de contestar.

—Ya sabes, la desaparición de Yaxley, y-

—Creí que ya estaba dado por hecho que la persona involucrada en su desaparición era su mujer.

—Aún no se comprueba nada.

Draco lo observó unos segundos, preguntándose si él estaba ahí para ponerle una prueba, tal cual el Señor Tenebroso lo había intentado, semanas atrás. La expresión vacía de Lestrange no indicaba nada.

—Pero bueno, volviendo al tema... —prosiguió Rodolphus, impidiendo que sus pensamientos continuaran—. Yaxley es quien normalmente haría esto. Sin embargo, dadas las circunstancias...

Draco sabía lo que venía, y sabía que en esos momentos, él no debería ser el candidato principal para hacerse cargo de nada serio.

—Tú deberás hacerte cargo de la formación de los Mortífagos.

Pero se lo estaban ordenando de todas maneras.

Draco se mantuvo impasible, digiriendo esas palabras. Los "Mortífagos" a secas, eran aquel grupo que solo llevaba la Marca como distintivo de servir a Voldemort, pero no eran parte ni del Electis, ni del Nobilium. Draco y Theo eran Mortífagos también, sí, pero ellos pertenecían a un nivel más alto que ese amplio grupo que solo se encargaba de tareas más bajas, como patrullar los pueblos mágicos, o estar arriba de los Aurores y de la ley, en la mayoría de los casos. Hacer el trabajo sucio. Durante el inicio y la mitad de la Segunda Guerra sólo las personas verdaderamente cercanas al Lord recibían la Marca, pero eso cambió hacia el final, cuando Voldemort empezó a reclutar más y más gente. Por esa razón fue que se creó el Nobilium y el Electis, para hacer una distinción de aquellos servidores que se mantuvieron con él desde un inicio.

Y a Draco normalmente no le pedían ese tipo de cosas. Su fuerte no era el campo de batalla, eso estaba claro. Él era utilizado para crear las maldiciones y pociones más asquerosas en las que un ser humano podría pensar, todo gracias a que Snape le había enseñado a hacerlo, sin saber que algún día le sería tan útil. Pero suponía que, además de que, con la falta de Yaxley, cada miembro del Nobilium estaría enfocado en diferentes cosas; era una buena excusa para ponerlo al mando de algo así y probarlo. A él y a sus lealtades.

—Está bien —respondió. Rodolphus subió sus feas cejas.

—¿Crees que puedes hacerlo?

—¿Qué importa si puedo o no puedo? —dijo, completamente calmado—. Si el Lord me lo comanda, estoy a sus órdenes.

—Nunca ha sido tu fuerte.

—¿Por qué me lo estás pidiendo entonces?

El hombre lo miró, dagas cortando sus ojos. Y fue ahí, en medio del análisis mutuo, que Draco sintió un cosquilleo en su frente. Y lo reconoció de inmediato.

Rodolphus estaba tratando de leer su mente.

Draco lo empujó de inmediato hacia afuera, levantando las paredes de Oclumancia mientras fingía que no había pasado nada. Obviamente, Lestrange no era un buen Legeramente, y Draco no tenía idea qué esperaba con hacer eso.

Probablemente fue ordenado a hacerlo. Probablemente lo hizo porque te están vigilando. Están encima tuyo. Tratarán de controlar todo lo que puedan controlar.

—Eres inteligente, joven Malfoy —comentó Lestrange, sin mencionar cómo Draco impidió que viera dentro de su cabeza—. Bellatrix también lo era.

Draco levantó las cejas ante la mención de su tía.

—Una lástima cómo acabaron las cosas para ella, ¿no? —completó el hombre, dejando la pregunta en el aire.

No había que ser muy inteligente para saber que aquello era una amenaza. Una amenaza disfrazada de trivialidad.

"No intentes pasarte de listo. ¿Quieres terminar así tú también?"

Draco hizo como que no notó nada extraño.

—Sí —respondió, arrastrando las palabras—: Una lástima.

Era una vil mentira. Jamás había lamentado su muerte. No iba a empezar a hacerlo ahora.

Rodolphus se le quedó viendo un rato, y Draco no volvió a detectar que intentase ingresar a su mente, incluso cuando no apartó la mirada. No le tenía miedo. Una vez más, había dejado de tenerle miedo a muchas cosas bastante tiempo atrás.

Rodolphus pasó una mano por el sillón en el que estaba sentado, y Draco miró de forma indiferente cómo se levantaba de su lugar, comenzando a caminar por el cuarto mientras examinaba lo que veía.

—Bueno —anunció éste cuando sus dedos se posaron en una foto de su familia, cosa que hizo a Draco querer arrancarle el brazo—. Será mejor que me vaya.

Él asintió, haciéndose a un lado para mostrarle la puerta.

—Adiós, Lestrange.

Rodolphus caminó hasta donde estaba. Se puso en frente de Draco, haciendo que este tratara de no arrugar la nariz ante su aliento pestilente.

—Ten cuidado, joven Malfoy —escupió, y antes de que pudiera procesar la oración, se había marchado.

Draco se quedó inmóvil en su lugar.

Es que estaba claro.

No confiaba en él.

Rodeó el salón y se dejó caer en una de las sillas individuales, repasando la conversación obsesivamente en su cabeza.

¿Por qué razón le dejarían esa misión a él, cuando el mismo Rodolphus había dejado en claro que no era su fuerte?, ¿que no esperaban que lo hiciera bien? Además, lo había amenazado. Y había tratado de leerlo. No confiaban en él. Algunos debían tener la sospecha de que probablemente Draco estuviera enterado acerca de Narcissa...

¿Por qué entonces?

La respuesta era algo obvia.

Querían que Draco los traicionara. No se le ocurría de otra. Si él revelaba la posición de los Mortífagos para el Día de la Victoria, si a la Orden se le hacía extremadamente fácil penetrar sus fuerzas, si los hacía excesivamente débiles... sabrían que él era un traidor. Es que era perfecto. Si tan solo no hubieran enviado a alguien tan imbécil a probarlo...

Draco estudió la información que acababa de recibir, concluyendo que debía hacer la formación y el plan más extraordinario que el Señor Tenebroso hubiese visto, dentro de una semana más. Necesitaba que tuviera plena confianza en él. Draco en ocho años jamás le había mostrado deslealtad, y debía usarlo a su favor. Estaba seguro de que podía darle puntos débiles a la Orden, y al mismo tiempo, hacer un trabajo asombroso.

Y por eso, no iba a centrarse en las debilidades de su formación.

Quizás ellos no habían contado con el hecho de que Draco tendría conocimiento de las formaciones del Nobilium y el Electis también.

Los Aurores y los Mortífagos probablemente protegerían los alrededores del patio de Hogwarts, pero el Nobilium y el Electis estarían en el meollo de todo, cerca de las figuras más importantes. Y si la Orden era capaz de vencer las filas que Draco creara, solos, sin su ayuda... él podía ayudarlos a traspasar a los demás para llegar a Rookwood.

Y eso haría.

•••

Demoró dos días en ir a conversarlo con la Orden.

Theo y él se Aparecieron desde la Mansión del primero, muy a pesar de la irritación que Draco sentía al saber que Theo era su única forma de llegar a la base. Le gustaría poder tener un poco más de libertad.

El plan inicial era hablar con Potter, pero para cuando entraron a la Mansión McGonagall, la persona que se encontró en el Salón Principal fue al Auror Kingsley Shacklebolt, quien ojeaba un libro de una de las estanterías. Hasta ese punto, a Draco no se le había ocurrido que debía haber más gente que Potter ahí, más experimentada y con muchísima más autoridad. Y, mientras Theo lo dejaba solo para irse a vaya a saber dónde, Draco lo observó.

El hombre era robusto, alto, y a pesar de que en esos años también había envejecido más de lo que normalmente un mago haría, en él no se veía como una debilidad. Tenía un libro en una mano, y, donde se suponía que debía estar la otra, lo único que había en su lugar era una prótesis de madera, poco funcional y probablemente incómoda.

Draco se aclaró la garganta.

—Kingsley Shacklebolt.

Shacklebolt despegó los ojos de su lectura para posarlos en él, analíticos, pero no completamente fríos.

—Draco Malfoy. —Asintió.

Draco cruzó las manos por detrás de la espalda y subió la barbilla, dispuesto a darle las noticias a él. Cualquier cosa era mejor que Potter, y seguramente serviría mucho más que un hombre como Kingsley las recibiera, en vez de ese inepto.

—Tengo noticias, para el plan que tienen —comenzó a decir con calma—. El de secuestrar al ministro.

Ninguna emoción reconocible cruzó la cara de Shacklebolt, el cual continuaba estudiándolo, decidiendo, tal como el resto, que tan de fiar era Draco Malfoy. Uno de los hombres más cercanos a Voldemort.

Kingsley cerró el libro.

—Adelante —gesticuló, con su prótesis de madera.

Draco tomó aire, y le contó su conversación con Rodolphus a detalle.

Kingsley escuchó con atención y paciencia, acción que, de toda la gente que se había encontrado allí, solo recibió de Astoria. Sin interrupciones. Sin pausas. Sin cuestionamientos.

—Pero no creo que yo pueda serle de mucha ayuda —finalizó Draco al cabo de unos minutos—. No más que para revelar el resto de posiciones. No puedo sabotear la mía.

Shacklebolt meditó sus palabras, balanceando la cabeza un par de veces.

—Es más que suficiente.

Aparentemente, el hombre también era la única persona que no lo observaba con asco. Solo indiferencia. Como si Draco verdaderamente fuera un espía más.

Lo más seguro era que desconfiara de él, pero en vez de hacer acusaciones tan estúpidas y directas como el resto, Shacklebolt se limitaba a observar, y cuando llegara el momento, probablemente atacaría.

No era un Gryffindor. Eso era seguro.

Draco asintió ante sus palabras, sintiéndose algo menos pesado. Buscando distracciones.

—¿Astoria Greengrass, está? —preguntó entonces. El hombre negó.

—No. Pero tu amigo debe estar por aquí —le dijo, colocando el libro en su lugar y avanzando hacia el pasillo, fuera de la habitación—. Ven.

Draco obedeció.

Theo se encontraba al borde de la escalera, una vez más junto a nada más ni nada menos que Lovegood, ambos conversando en voz baja y viéndose directamente a los ojos.

Puaj.

—Theo —llamó Draco, preguntándose hasta cuándo interrumpiría esos momentos.

—Draco —respondió él, levantando la mirada.

Se separó un poco de la chica, mientras Kingsley y Draco intercambiaban una reverencia cortés, y el hombre desaparecía hacia la parte posterior de la mansión. Draco lo observó irse por unos momentos, mirando cómo pasaba entre Minerva McGonagall y Madam Pomfrey quienes caminaban y conversaban secretamente tomadas del brazo.

Y entonces luego de perderlo de vista, se fijó en Lunática.

—Lovegood —saludó Draco escuetamente, pero ella solo lo miró.

Sin prestarle más atención a aquello, desvió sus ojos a Theo, que observaba la interacción como si estudiara la posibilidad de que Draco pudiera ser una potencial amenaza para Luna. Casi le hizo poner la mirada en blanco.

—¿Nos vamos? —preguntó en dirección a él tensamente. Theo negó.

—Me quedaré a entrenar.

Draco no sabía que su amigo entrenaba ahí- no tenía idea de que la Orden lo hiciera en primer lugar, pero tenía sentido. Potter le había dicho que Draco no sabía de lo que eran capaces, y quizás era a eso a lo que se refería. Durante ocho años, un montón de magia avanzada y experimentada en duelos podía aprenderse.

—Deberías unirte —sugirió Theo, sacándolo de sus pensamientos. Draco casi rio.

—No creo que les haga mucha gracia.

—Da igual si les da gracia o no —replicó encogiéndose de hombros. Luego calló unos segundos, inclinándose hacia él—. Draco, ¿tienes idea de lo que va a sucederle al mundo mágico cuando secuestren a Rookwood?

El aludido juntó sus cejas, viendo a Theo directamente a los ojos. Hasta ese momento, no, no había pensado en lo que significaría que Rookwood fuera capturado.

Que él tendría la posibilidad de hacerle pagar, por supuesto.

—Sabes lo que representa perder a un ministro —instó Theo nuevamente—. Sabes que en la Segunda Guerra el Ministerio cayó gracias a ello.

Draco comprendió a qué se refería entonces. Sin el cabecilla al mando, Rookwood, de los pocos Mortífagos que desde siempre tuvieron muchísimas influencias... era como perder a uno de los símbolos de poder de ese gobierno. Era un símbolo de debilidad. Era una rebelión abierta. Algo grave se instaló en su estómago.

—Suenas muy seguro de que van a tener éxito —murmuró Draco, y Theo enarcó una ceja.

—No hay opción. O lo logramos. O lo logramos.

"Lo logramos". Theo hablaba como si fuera parte de ellos. Como si fueran uno solo. A Draco a veces se le olvidaba que había hecho un Juramento Inquebrantable, y que su vida les pertenecía más que la del mismo Theodore.

—¿Y? —insistió—. ¿Qué tiene que ver esto con ese entrenamiento mediocre?

Theo bufó, poniendo un brazo encima de los hombros de Luna, quien se apegó al castaño. Draco no pudo evitar rodar los ojos esa vez.

—¿Hace cuánto que no peleas?, ¿seis? ¿siete años?, ¿más? —Joder, Draco esperaba no tener que volver a luchar en su puta vida—. Necesitas prepararte.

A pesar de no quererlo, se le quedó mirando, reconociendo que quizás tenía razón.

Draco nunca se había caracterizado por ser un buen duelista, a pesar de que durante ese tiempo tuvo que aprender a hacerlo, en caso de que alguien quisiera propasarse con él. Pero no era lo mismo que estar en un campo de batalla. Y sin importar de qué lado estuviera, necesitaría poder batirse a duelo y salir victorioso. Suponía que no todas las maldiciones de tortura que había inventado servirían en un cara a cara.

Lovegood entonces miró un reloj al final de la escalera, en el segundo piso, y tiró la manga de Theo, anunciando así que ya habían empezado.

Draco lo meditó. Por una parte, era útil. Por otra, tendría que aguantar a todos los Gryffindor metidos allí queriendo arrancarle los ojos.

Theo lo veía de forma expectante.

—Está bien —contestó Draco, sabiendo que causaría la irritación de más de uno—. Miraré.

Su amigo sonrió, y comenzó a caminar con Lovegood a su lado por el pasillo que daba a la parte trasera de la mansión. Cuando llegaron a la puerta del cuarto que utilizarían, Draco no pudo evitar notar que era la que daba a la sala en la que Potter y él habían conversado semanas antes. Y solo cuando Luna empujó la madera, fue realmente consciente de que lo iba a ver.

A Potter, y al resto de personas que lo odiaban y culpaban de muchas muertes.

No era una buena idea.

Los hechizos que la gente se propinaba saltaban de un lugar a otro, rebotando en las paredes y aterrizando en el suelo, u otras veces en su víctima. No era un entrenamiento como cualquiera que Draco hubiese visto antes, ese no estaba hecho con intenciones de no dañarse. Estaba hecho para asemejarse a una batalla verdadera, en la que solo un reflejo rápido evitaría que te rebanen el cuello.

Theo y Luna encontraron sus puestos rápidamente, al mismo tiempo en que Draco cerraba la puerta y se quedaba apoyado ahí, observando cómo alguien era herido y los medimagos puestos en uno de los rincones de la habitación corrían a socorrerlo, tal cual sucedería en una lucha de verdad. Sus ojos se pasearon por todos y cada uno. Eran aproximadamente cincuenta personas, y estaban puestos en pareja, aunque a veces había grupos enfrentándose de dos a uno. Draco detalló cómo la mayoría era gente que él no reconocía, y muy, muy pocos, traidores.

Su mirada vagó por unas cabezas rojas, que aparentemente no habían notado su presencia, y, cuando ya estabas por finalizar su recorrido, fue a parar al final de la sala.

Potter estaba ahí.

Draco lo observó con detenimiento.

Era el único que no peleaba con varita. No todo el tiempo, al menos. En ese momento, había sido desarmado por un rival al que Draco no podía verle la cara, pero que le resultaba extrañamente familiar. Potter conjuró un escudo protector con un movimiento de mano, haciendo rebotar la maldición que se dirigía a él, mientras atraía su varita con la otra. Draco se preguntaba por qué en tanto tiempo no había pasado a usar otra que no fuera la que solía ser suya. ¿Le funcionaría bien?, ¿le respondería como propia? No entendía cómo aquello podía ser posible, porque Potter nunca lo había desarmado con todas las de la ley aquel día.

Potter apuntó el instrumento a su rival entonces, haciendo que el mago cayera hacia atrás con fuerza.

—Malfoy.

Draco despegó su vista del espectáculo para girarse a la voz que lo había llamado, sólo para encontrar que Ron Weasley estaba parado a un metro de él.

—Weasley.

Draco se dedicó a ver sus facciones. Su rostro se endureció con el paso de los años, su cabello estaba rapado al cráneo, y, tal como había visto la noche que lo interrogaron, sus brazos estaban llenos de cicatrices, la mirada firme como el acero.

—No creas que me engañas —murmuró Weasley entonces—, que tus intenciones son las que dices tener. Yo no soy estúpido.

Draco levantó una ceja, no entendiendo cómo esa información podía ser de su interés, o por qué motivo todos los Gryffindor se encargaban de ponerle en aviso sobre sus pensamientos.

—Oh, déjame decirte que no es lo que parece.

El pelirrojo apretó el agarre de la varita en su mano hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Draco bajó la mirada brevemente hacia ella.

—¿Qué, me vas a maldecir Weasley? —se burló, retornando la mirada a su rostro—. ¿Ya no eres la puta de Potter? ¿No esperas a que él te dé las órdenes para actuar?

Los orificios de la nariz de Weasley se ensancharon, la punta de sus orejas tiñéndose de rojo.

—Recuerdo como a ti te hubiera encantado ser su puta, ¿no? —replicó, en voz baja—. Le hiciste la vida imposible porque no quiso ser tu amigo. Porque nadie querría acercarse a un metro de ti.

Draco se llevó una mano al pecho.

—Me rompes el corazón, Weasley —dijo, negando—. Quizás deberías seguir tu propio consejo, y no acercarte a mí. Dicen por ahí que cada vez que un Weasley se acerca a un Mortífago, acaba muerto. —Draco sonrió—. Pero no te preocupes, aún quedarían cinco más de repuesto. Es más de lo que tu clase se merece.

En menos de un segundo, la varita del pelirrojo estaba en su garganta. Draco apenas se inmutó.

—Eres una plasta. Eres de la peor mierda que ha nacido alguna vez, ¿lo sabías? —siseó Weasley, enterrando el objeto en su piel—. Apuesto a que tu mamá estuvo agradecida cuando murió, para así nunca tener que ver tu cara asquerosa de nuevo.

Draco sacó la varita al escucharlo también, y la dirigió al mismo lugar en que Weasley tenía la suya. Apretó los dientes, agarrando al pelirrojo del cuello de su camiseta. Muy en el fondo le divertía la situación. Lo que no le divertía era que Weasley pensara que podría decirle lo que quisiera sin tener consecuencias.

—Eso es, Weasley. Adelante. Hechizame —lo retó, sintiendo el enojo acumulado en su sistema, pidiendo salir—. ¿En quién piensas cuando me ves?, ¿en tu hermano pobretón?, ¿tienes idea de qué hicieron con su cadáver? Creo que te encantará oírlo.

Los ojos azules de Weasley se transformaron en rejillas, y su respiración ya acelerada se agitó aún más al oír su tono burlesco.

—O en tu hermanita —agregó Draco con una sonrisa maliciosa, recordando la muerte de la Comadreja menor—. Apuesto a que hizo los sonidos más encantadores cuando murió. Seguro que pidió por su vida. Habría pagado por verla gritar.

Weasley tembló de la pura rabia, y zarandeó a Draco, agarrándolo de la túnica también.

—Eres un hijo de puta —escupió. Draco volvió a sonreír.

—Toma a uno reconocer a otro.

Weasley gruñó, y cuando ambos al fin se iban a poner a pelear a... –puñetazos, maldiciones, lo que fuera– una voz los detuvo.

—Ron.

Draco se tensó al escucharlo, pero no soltó a Weasley. Tenía ganas de partirle la cara. A quien fuera.

—Potter llegó a salvar el día —murmuró por lo bajo, solo para que el pelirrojo escuchara—. Sabía que seguías siendo su puta.

Aparentemente el jodido salvador lo había escuchado también, poniendo una mano firme encima del pecho de Weasley.

—Ron —volvió a llamar, aunque los ojos del tipo no se despegaron de los de Draco—. Lo está diciendo para provocarte, ¿no lo ves?

Weasley hizo un ruido enojado.

—Déjame golpearlo.

—Ay, le pide permiso y todo —se mofó Draco de nuevo—, qué ternura.

—Malfoy —gruñó Potter, dirigiéndose entonces—. Cierra la puta boca.

Draco lo miró con una ceja arriba.

—Oblígame.

Potter soltó una respiración frustrada y se giró a su amigo de nuevo, ignorando su presencia.

—Ron —le dijo, con tranquilidad—. Sabes que me importa una mierda que le desfigures la cara al imbécil, pero ahora estamos en medio de un entrenamiento. La gente se va a alborotar y-

Potter se interrumpió a sí mismo, y Draco aprovechó para dar una mirada alrededor. Pocos se habían detenido por completo, pero la mayoría los estaba mirando, con ojos juzgadores y aprensivos.

—Queramos o no —continuó Potter—, tienen que confiar en él.

Yo no confío en él —espetó Weasley de vuelta.

—No te pido que lo hagas. Solo que recuerdes que el día que nos traicione, morirá.

Ah, qué buen momento para recordar que su vida estaba hecha para servirle a él.

"¿Juras que tu lealtad completa y absoluta me pertenece desde este día, hasta el momento de tu muerte, Draco Malfoy?"

—Ojalá lo hiciera antes —contestó Weasley con veneno. Draco sollozó falsamente.

—Merlín, estoy llorando.

Ambos lo ignoraron.

—Déjamelo a mí —pidió Potter, con voz autoritaria.

Weasley lo consideró, y, mientras los hombres compartían una charla silenciosa, el agarre del pelirrojo en su ropa fue menguando hasta desaparecer.

Draco se sintió decepcionado. Le habría encantado maldecirle el culo a Weasley, por los viejos tiempos, pero si podía reemplazarlo por hacer sufrir a Potter, no se iba a quejar.

Weasley se alejó dando un paso atrás, haciendo que su propio agarre se aflojara, y entonces escupió a los pies de Draco como el animal que era. Draco lo limpió sin apenas pensarlo, volviendo a su usual pose de aburrimiento.

—Malfoy —espetó Potter en ese momento, girándose a él a medida que Weasley comenzaba a perderse entre la multitud, quienes volvía a sus asuntos—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Theo me dijo que me vendría bien unirme —respondió Draco.

—Theo- —Potter se interrumpió a sí mismo una vez más, negando con la cabeza. Entonces, agregó apuntando con la barbilla hacia el final de la sala—: Haz algo útil entonces. Pelea conmigo.

Draco resopló.

—Ni hablar.

—¿Te da miedo? —preguntó él con sorna.

—Esto es estúpido.

—Ah, Malfoy —dijo Potter como si lo lamentara—. Creí que después de tantos años habías dejado de ser un cobarde. —Lo miró de arriba a abajo, con desagrado—. Me equivoqué.

Draco sintió como cada músculo de su cuerpo se ponía rígido.

—Sabes que te dejaré bueno para nada —continuó Potter al ver su reacción.

—¿Es esta una forma de hacerme una propuesta indecente? —se burló Draco, poniendo un tono exageradamente lascivo—. Porque déjame decirte que no estoy interesado.

Potter sonrió con amargura, dando media vuelta y caminando hacia el final de la sala.

Draco lo siguió de forma inconsciente.

Siempre había sido así, era algo casi natural.

La gente lo miraba cuando pasaba. Algunos con asco. Otros, con miedo, rehuyendo a su ojos y haciéndose más pequeños en su lugar. Había bastantes adolescentes, gente que probablemente pudo huir de Hogwarts. Sabían quién era. Sabían lo que pasaba cuando Draco decidía que no valía la pena que estuvieran a salvo.

—Bien —dijo Potter hacia él, parándose un pelo más alejado que el resto—. Dame lo mejor que tienes.

Draco evitó un halo de luz rojo que le pasó rozando la oreja desde otro lugar, sacando su varita, y comenzó a maldecirlo.

Potter evitó cada hechizo con maestría, conjurando Protegos y re-dirigiéndolos a Draco. Que, a su vez, hacía exactamente lo mismo. No conocía demasiadas maldiciones inofensivas y rápidas que utilizar, por lo que al menos en ese duelo estaba en desventaja. La mayoría de lo que le venían a la mente, eran hechizos que harían que Potter se pudriera desde adentro hacia afuera si le acertaba. Que, a pesar de parecer un prospecto atractivo, no le era posible ejecutar.

El moreno dirigió una maldición de la punta de su varita en dirección a Draco, quien se concentró en esquivarla, echándose hacia un costado. Pero, sin que Draco lo esperara, en ese momento Potter movió su mano libre, enviando un conjuro punzante hacia la mejilla de Draco, cortando su piel lo suficientemente profundo como para que le doliera.

Él nunca había visto algo como eso. ¿Usar magia con varita, y no verbal y sin varita, a la vez?

Frunciendo el ceño, se apuntó a sí mismo, curándose el corte antes de que pudiera dejar una cicatriz. De esas ya tenía suficientes. Gracias.

—No aguantas ni una herida. Ni cinco segundos pasaron antes de que corrieras a curarte —apuntó Potter con socarronería, respirando agitadamente.

—Es algo automático para este punto —replicó Draco, sin parpadear ante lo satisfecho que Potter sonaba por haberlo pillado con la guardia baja—. Después de lo que me han hecho.

Bueno, ahora se lo estaba cobrando.

Sabía que eso, por unos segundos, haría que Potter bajara las defensas, por lo que lo apuntó, maldiciéndolo sin dudar.

Potter cayó al suelo con sorpresa, botando su varita en el proceso, a medida que se retorcía al sentir los efectos del conjuro. Era más leve que una Cruciatus, pero seguía siendo dolorosa. Algo parecido a experimentar cuchillas enterrándose sin parar en cada centímetro de su piel.

Draco se acercó a él, notando cómo el moreno trataba de combatirla, doblándose y queriendo atrapar su varita. Entonces, el rubio la detuvo, poniendo en ese instante su pie encima de la muñeca de Potter, apenas haciendo presión en ella.

Potter respiraba artificialmente, sus ojos verdes feroces brillaban de furia al mirarlo. Draco aumentó la presión en su muñeca.

—No jugaste limpio —le dijo él con resentimiento.

No sabía si se refería a la maldición, o la forma en la que lo había alcanzado.

—Claro —ironizó Draco—, porque soy muy decente, ¿verdad?

Por fin, quitó el zapato de encima del hombre y retrocedió unos pasos, esperando a que se levantara, cosa que Potter no demoró en hacer.

Una vez de pie, no perdió el tiempo al asestarle una maldición que no dio en su blanco, rebotando en una de las paredes e hiriendo a otra persona. Curiosamente, a Potter no le pareció importar ese hecho. Su mirada se dirigió brevemente al afectado, aunque no hizo ademán de desear acercarse o disculparse incansablemente por haberlo herido. Aquello confundió a Draco.

Pero antes de que pudiera procesar lo que acababa de suceder, su actitud, Potter volvió a disparar diferentes hechizos en su dirección, y el Draco tuvo mucho más cuidado esta vez.

Él sabía que en el campo de batalla, la mayoría del tiempo se peleaba a hechizos, pero estaba claro que la resistencia y fuerza física en determinados momentos también podría ser clave. Sin embargo, al menos en esa sesión, no se discutieron formas de batallar cuerpo a cuerpo, y Draco no sabía cómo sentirse frente a eso. Le habría gustado. Después de todo, aunque ambos siempre habían sido delgados, en esos momentos podrían igualarse en fuerza bruta.

Luego de que Draco esquivara y devolviera cada maldición que Potter enviaba en su dirección, éste comenzó a irritarse, y antes de que Draco pudiera comprender qué estaba pasando, el escudo protector que mantenía se rompió, y el Desmaius que Potter había conjurado le dio de lleno en el pecho.

Fueron apenas unos segundos de inconsciencia, porque Potter lo reanimó al instante. Y para cuando Draco abrió los ojos, el moreno sostenía su varita y la de Draco entre sus manos, y tenía el pie encima de su pecho.

Draco lo miró con odio desde abajo, sintiendo su cuerpo adolorido. La presión de la bota de Potter aumentó, imitando lo mismo que él le había hecho en su muñeca. Draco agarró el tobillo en ese momento, comenzando a alejarlo de sí con toda la brusquedad que podía, batallando con la voluntad de Potter que claramente quería ganarle de esa manera.

Y entonces:

—Señor Malfoy.

Draco soltó el pie de Potter para dirigirse a la voz.

Minerva McGonagall, con la mitad de su cara vendada, se encontraba parada a menos de un metro de ambos, observándolo a él y solo a él.

Potter retiró el pie de su pecho.

—Pelee conmigo —dijo McGonagall, y se giró, sabiendo que no era una petición sino una orden.

Draco frunció el ceño, levantándose del piso, y miró brevemente a Potter que parecía tan perdido como él mientras le devolvía su varita; sus ojos verdes estaban clavados en la espalda de la mujer.

No estaba acostumbrado a ser ordenado. De hecho, no lo permitía a menos que fuera necesario, y Minerva McGonagall nunca le había caído bien, pero de todas formas caminó hacia ella. Era más que obvio que tenía algo que decir.

Sin dedicarle un segundo más de su atención a Potter, Draco se colocó frente a su ex profesora, reconociéndola en ese instante como la mujer que estuvo presente en el interrogatorio, a la cual le faltaba un ojo. Mas antes de que pudiera ahondar más en esa revelación, un hechizo pasó rozando su cuello, y decidió concentrarse en no ser alcanzado por él.

McGonagall era más rápida que Potter, y aunque ambos parecían estarse desquitando, ella no hacía amagos de querer una pelea limpia. Disparaba maldiciones sin detenerse, con su cara transformada en una piedra.

—Vamos a secuestrar a su querido ministro de magia en menos de una semana —dijo ella, avanzando, a medida que hacía a Draco retroceder, para evitar que los hechizos impactaran en él—. Espero que esté consciente de lo que eso significa.

Draco no respondió, tratando de esquivar sus ataques.

No era posible.

Ese tipo de pelea estaba a años luz de lo que él podía hacer.

McGonagall lo desarmó entonces, y llegó hasta él, poniéndole la varita en su cuello, antes de que Draco pudiera agacharse a recoger la suya.

—Usted tiene que hacer lo que esté en sus manos para que tengamos éxito —le ordenó, con la voz cortante como un cuchillo—. Me da igual si muere en el proceso. Me da igual si lo descubren.

La varita se enterró con más brusquedad en el costado de su cuello, mientras Draco intentaba llamar su instrumento con magia no verbal. Ese día podría haber marcado un récord. Desde hacía años que más de una persona levantaba una varita en su dirección con la intención de amenazarlo en solo un par de minutos. Poca gente era tan tonta.

—Nos lo debe —prosiguió McGonagall, apretando los dientes—. Se lo debe a la gente que ha muerto.

Él no demostró ninguna expresión, aún tratando de convocar su varita.

—Con todo respeto, profesora —contestó Draco, arrastrando las palabras—, no me podría importar menos que un pedazo de mierda, toda la gente que ha muerto.

Lo único que anticipó lo que iba a suceder a continuación, fue el sonido bajo que Mcgonagall hizo desde el fondo de su garganta.

Y luego se estaba ahogando.

Draco se llevó una mano hasta el cuello, sintiendo cómo el aire comenzaba a abandonar sus pulmones y su garganta se empezaba a cerrar. Reconoció vagamente los efectos de la maldición. Él la había creado.

—Hará bien en recordar este momento, señor Malfoy —dijo ella, bajando más y más la voz—. Cuando la guerra le quite todo. Cuando le quite absolutamente todo- todo lo que tiene, todo lo que es, todas las personas que quiere. Cuando no deje más que un cuerpo lleno de malas memorias y un río de sangre... —Draco trató de librarse, sintiendo cómo la presión en su rostro aumentaba a medida que daba bocanadas de aire—. Recordará este momento, y se arrepentirá.

El rubio se dejó caer de rodillas, tanteando incansablemente el suelo mientras buscaba su varita. Una mano aún estaba agarrando su cuello.

—Y yo observaré.

McGonagall cortó la maldición.

Draco tomó una respiración honda, sintiendo nuevamente el aire fluir por sus pulmones. La mano que descansaba en el suelo encontró al fin su varita, y para cuando se giró para devolverle a la cabrona lo que le había hecho, Minerva Mcgonagall ya se había perdido entre la multitud.

Draco tosió, dándose cuenta de que nuevamente aquel mundo había transformado a otra persona. La mujer que él conocía y recordaba jamás le habría puesto la mano encima a un alumno.

Pero él ya no era uno, y McGonagall ya no era esa mujer.

Sintiendo un par de miradas encima de él, Draco se levantó de su lugar y caminó hasta la puerta, acariciando la zona de su garganta aún. La abrió, sintiendo el aire más fresco golpear su piel mientras avanzaba por el pasillo, buscando la salida del lugar.

—Malfoy.

Draco soltó un sonido de frustración, girándose a mitad de camino.

—¿Qué mierda quieres ahora, Potter? —exclamó, sintiendo la cólera asentarse. Aquello había sido una pésima idea.

Potter se le quedó mirando unos segundos sin decir una palabra, y Draco hizo un esfuerzo inhumano para no golpearlo. Éste lo apuntó con la barbilla.

—Tus recuerdos.

Draco suspiró, cerrando los ojos y contando hasta diez, apoyándose en la pared.

Si se lo preguntaran, Draco nunca querría ser despojado de sus recuerdos voluntariamente. Prefería eso- la ira, la rabia, las ganas de asesinar a alguien todo el tiempo, a la contraparte que esa solución le ofrecía. Pero si en ese momento no deseaba que Potter le hiciese un Obliviate, no tenía que ver con esa razón.

Sin sus recuerdos no podría ayudarlos el Día de la Victoria.

—No —respondió.

—¿No?

Draco abrió los ojos.

—Ya los conservé la última vez que estuve aquí —le recordó, y Potter frunció el ceño, claramente no acordándose de esa última vez—. El Señor Tenebroso está tan ocupado que no se molestará en ver mi mente, por ahora. Y si algo sucede en la misión que tienen, mejor que recuerde que los debo ayudar.

—Está bien.

Draco se le quedó mirando. Estaba anocheciendo, e incluso a la distancia, los ojos de Potter brillaban. Era desesperante.

—Bien —repitió el hombre, asintiendo una sola vez—. Adiós, supongo.

Draco aún no respondió, observándolo. Quería decir tantas cosas. Quería preguntar. Quería saber qué le había llevado a decirle que Andrómeda seguía viva. Preguntarle- no lo sabía-

—Potter —dijo, sin poder detenerse.

El moreno alzó sus cejas.

—Deberíamos pelear otro día —continuó, a falta de cosas que decir—. Sin tantas restricciones.

Potter resopló.

—¿Para qué? ¿Para que te gane?

—Para tener una excusa para hacerte sufrir.

Potter entrecerró los ojos, posando una mano en su barbilla.

—Qué sádico Malfoy, me asustas.

—Te ves determinado a subestimarme, Potter. Pero puedo ver en tus ojos... sé cómo me miras. —Bajó la voz—. Sé que tienes miedo.

Potter lo retaba. Lo desafiaba. Pero a Draco no le engañaba la manera en la que a veces sentía que lo observaba. Draco sabía que, en múltiples ocasiones, cuando Potter lo miraba, veía al torturador. Veía al hombre responsable del sufrimiento de cientos y cientos de personas. Potter alzó las cejas.

—¿Miedo? —preguntó.

Potter movió la mano, y cuando Draco iba a responder, notó que el hombre había sellado sus labios con magia no verbal y sin varita. Se acercó a él a zancadas, poniéndose a unos cuantos centímetros, los ojos quemando contra los suyos.

—No te tengo miedo, Malfoy. Puedo reconocer que eres peligroso. Puedo reconocer que eres letal. Puedo reconocer que entiendo por qué la gente tiembla al verte —murmuró, paseando su mirada por cada rasgo de Draco—. Puedo incluso respetar eso, aunque me asquee.

El rubio se liberó del hechizo, sacando la varita desde su bolsillo y sintiendo que otra vez podía hablar. Bueno, el asco era palpable en la voz de Potter, en todo caso. No mentía.

—Pero no te equivoques —siguió, en el mismo tono bajo y resonante—. No te tengo miedo.

Draco entrecerró los ojos también, evaluando a Potter. No recordaba que hubiera sido tan poderoso en Hogwarts, y a pesar de que ya había sentido cuando se reencontraron que su magia había aumentado en potencia, no pensó cuánto. En menos de una hora, lo vio performar magia no verbal y sin varita, no solo una vez. Penetró un escudo especialmente fuerte, y la vibración mágica que producía, aumentaba de forma escandalosa cuando se enojaba.

—Lo único que siento por ti... —continuó él, acercándose un poco más, sin ser consciente de los pensamientos de Draco—. Es desprecio.

Draco se lamió los labios.

—Me alegra saber que es recíproco.

Se miraron el uno al otro, como siempre hacían, como si de esa forma alguno de los dos le ganaría al otro una pelea no dicha. Pero Draco se giró, dispuesto a acabar ese día de mierda.

Aunque-

—Es curioso, Potter —comenzó a decir, volteándose parcialmente de nuevo—. En un momento me odias. En el otro, no soy más importante que una cucaracha. En otro, te confundo. Y ahora solo me desprecias.

Draco guardó su varita en el bolsillo, demostrando así que no le tenía miedo tampoco.

—Creo que ocupo demasiado esa cabecita, dime... —También bajó la voz, al mismo tiempo que enarcaba una ceja—. ¿Acaso lo que te molesta es que mis manos  estén limpias?

Potter retrocedió un paso, poniéndose pálido, y Draco supo que hasta ese minuto, el moreno no había parado a pensar en eso.

—No del todo, por supuesto. He hecho muchas cosas. He estado en el bando "maligno", tú sabes de qué hablo. Pero jamás he matado a nadie. —Draco subió las comisuras de sus labios—. Dime, ¿es eso lo que no entiendes?, ¿es eso lo que te confunde?, ¿lo que te enerva? ¿Que yo  pueda decir que estoy libre de ese pecado?

Potter seguía paralizado en el mismo lugar que antes, y Draco se inclinó, quedando a unos treinta centímetros de su cara.

—¿A cuántos has matado tú, Potter? —susurró, deleitándose con cómo la expresión del hombre cambiaba a un enojo frío—. ¿A cuánta gente has hecho sufrir?, ¿a cuántos has torturado? ¿De verdad crees que eres mejor que yo?

Potter encajó la mandíbula, la línea marcándose como un filo.

—Yo no me enorgullezco.

—Yo sí.

Estás diciendo la verdad. Estás diciendo la verdad. Estás diciendo la verdad.

Draco se enderezó, colocando nuevamente esa máscara en blanco en su rostro.

—Quizás esa sea nuestra única diferencia, después de todo.

—Realmente eres un cabrón.

Draco asintió, girándose sin dejar de mirarlo.

—Durante estos días enviaré una lechuza a Theo con las posiciones de defensa para la ceremonia —anunció, perdiéndose otra vez hacia la parte delantera de la Mansión.

Potter no respondió. Draco podía sentir el toque de su magia en su piel. El cosquilleo. La vergüenza y la furia.

—Adiós, Potter —exclamó Draco con falsa alegría—. No mueras.

Y con eso, salió de su vista.

Chapter 14: Capítulo 10: Día de la Victoria

Notes:

TW: Gore. Muertes gráficas.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El Día de la Victoria se celebró, como de costumbre, el 2 de mayo del año 2006.

La Orden se preparó toda la última semana de abril guiados por las posiciones de los Mortífagos que Malfoy había enviado a través de Theo (donde, obviamente, no había incluido las suyas), y Kingsley junto a Gawain Robards, Mcgonagall, Ron y él, se encargaron de estudiarlas de forma casi obsesiva. Una y otra vez. Hasta que se les ocurrió el plan que iban a llevar a cabo.

Y ahí estaban.

Ingresaron por el Bosque Prohibido, sobrevolándolo para no disturbar a las criaturas que vivían en medio de él, y porque no estaban seguros de que el encantamiento maullido que les alertó a los Mortífagos ocho años atrás que habían llegado a Hogsmeade, hubiese sido retirado. Instalaron tres carpas para los medimagos que estarían atendiendo gente mientras peleaban, y Harry se encargó encarecidamente de aplicar un hechizo desilusionador en ellas, mostrándole a todos cómo reconocer su ubicación al estar "invisibles". El mismo hechizo desilusionador fue conjurado en cada uno de ellos después, mientras se subían a sus escobas.

Harry iba en medio de una fila horizontal, y todos usaban con las máscaras de la Orden. Cuando se alejaron del Bosque, doblaron hacia la izquierda para así quedar al frente de donde se estaba celebrando la ceremonia. Harry sintió un vacío en el estómago al instante que divisó el patio, la entrada de Hogwarts a lo lejos que Voldemort no se había tomado el trabajo, ni la molestia, de reconstruir. Tuvo que pestañear un par de veces para ahuyentar las imágenes de ese día que volvieron a él. El momento en el que todo cambió. Los gritos. Las muertes. Las pérdidas. Neville. Remus. Todos los que murieron peleando en una lucha que no sabían que no podrían ganar.

También, tuvo que hacer lo posible para no recordar que por mucho tiempo, Harry consideró ese castillo su hogar.

El estrado donde Rookwood estaba ubicado hablando se encontraba casi apegado a las puertas de Hogwarts, abiertas de par en par. A unos pasos más allá, reunidos en el centro, había todo tipo de ciudadanos escuchando. Algunos eran alumnos del colegio, (aunque Harry no podría saber si eran nacidos de muggles o sangre puras), y otros eran adultos, niños. De todo. Por lo menos mil personas se encontraban apretujadas, escuchando y reviviendo aquel nefasto día.

Alrededor de la multitud estaban los Mortífagos divididos en tres filas: una horizontal y dos verticales que formaban un semicuadrado. Más allá del mar de gente, resguardando el escenario, estos mismos se encontraban formando algo parecido a un triángulo, con la punta apuntando en la dirección en la que Harry iba. Aquellas eran las posiciones que Malfoy había organizado, ya que él no las reconocía.

Detrás del triángulo de Malfoy había una fila recta, que Harry identificó como los Electis. El resto del Nobilium rodeaba a Rookwood formando un círculo.

Y al lado del ministro, se encontraba Voldemort.

Harry no creía que nadie estuviese prestando atención a lo que Augustus decía. La presencia de Voldemort era lo suficientemente imponente para inspirar terror en las personas y que no quisieran ni respirar cerca de él, pero que tampoco pudieran dejar de dedicarle miradas de reojo; como una fascinación morbosa. En Harry, por el contrario, lo único que le hacía sentir era odio. Un odio tan grande, que pensó que nunca llegaría a sentir por alguien. Ese tipo de odio que le comía las entrañas y le hacía desear que el hombre muriera lenta y dolorosamente. Mientras él miraba, por supuesto.

La tentación de acercarse a Tom y mandar a la mierda el plan, para hacerlo sufrir... era grande; pero Harry no se arriesgaría. Habían llegado tan lejos. Y se iba a encargar que cuando llegara el momento, Voldemort se arrepintiera de haber nacido, y sus esclavos de haberlo seguido.

Era una promesa.

—... Ocho años atrás, la pureza ganó. Ocho años atrás, el destino decidió que la raza superior debía mejorar nuestra especie... —la voz de Rookwood se coló por sus orejas, haciéndolo tensarse de la cabeza a los pies.

Era pura mierda.

Era ridículo.

Harry no le iba a dar la oportunidad a Voldemort de hablar, de que se expresara igual o peor. No lo merecía. Harry actuaría. Actuaría lo más rápido posible.

Se giró, haciendo una seña por detrás de su cabeza, y esperó a que la última persona de la fila silbara para indicar que estaba lista.

Voldemort dio un paso adelante.

Y entonces-

—¡Ahora! —exclamó Harry, con la adrenalina subiendo por la boca de su estómago.

Y el caos se desató.

Él, sin pararse a pensarlo, conjuró el Fuego Maligno hacia la primera fila de Mortífagos. Ellos ni siquiera vieron el fuego acercarse, ardiendo en el acto. La gente se espantó, la ceremonia se cortó abruptamente, y la multitud comenzó a correr desesperada hacia las puertas de Hogwarts.

Harry aprendió a manejar el Fuego Maligno durante todos esos años, aunque nunca había tenido oportunidad de usarlo antes. No a tal escala, mas sabía que podía hacerlo. Debía hacerlo. Tenía claro que si se desataba... destruiría Hogwarts, que a pesar de que en esos momentos no era más que otro símbolo del mundo que Voldemort se encargó de crear, no estaba dentro de sus objetivos.

Era su hogar, además.

Maltratado, profanado y destruido, pero su hogar.

El Fuego emitió un rugido que cortó el aire, y quimeras, dragones y serpientes comenzaron a cobrar vida de él, prendiendo fuego a todo lo que tocaban y llegando a arrojar incluso ladrillos en dirección de los Mortífagos que querían escapar. Al menos, aquello estaba funcionando. Los había obligado a retroceder y abandonar su posición.

Harry, sintiendo la furia guardada en su interior de los últimos ocho años, llamó a su magia, experimentando un cosquilleo recorrerle el vientre; la espina dorsal, las manos, mientras ésta le recordaba todas las cosas fantásticas que podía hacer. Harry sintió las hojas agitarse en el Bosque; a los centauros correr y asomarse por entre los árboles. Sintió el corazón de todos los presentes, sus latidos desenfrenados, y la magia se agitó feliz por sus venas, poseyendo sus sentidos. Podía quemarlos a todos si quería, a todas y cada una de las personas que se encontraban allí. Era capaz de provocar que el infierno bajara a la tierra y terminara el trabajo que Voldemort inició. Era capaz de hacerlos sufrir. Solo porque podía. Porque tenía la habilidad de hacerlo.

Apretando los dientes, luchó para controlar el Fuego y sus instintos, a medida que, de reojo percibía cómo Voldemort ya había reaccionado y trataba de apagarlo. Harry no se dejó amedrentar, y, mientras el fuego se expandía, quemando así a más gente, lo transformó en un dragón colosal, que rugía y avanzaba lentamente hacia los Mortífagos asustados.

Los civiles comenzaron a intentar abrir las puertas del castillo a la fuerza, desesperados, pero los inútiles de los seguidores de Voldemort se lo impedían, pensando que así la Orden se contendría un poco más al comenzar a atacarlos.

Pero no fue así.

—¡Ahora! —repitió Harry, sabiendo que a menos que quisiera quemar a toda esa gente inocente, no podría seguir manteniendo el Fuego Maldito bajo control.

Por lo que, cuando la fila se dejó al descubierto frente a ojos enemigos, Harry cortó el conjuro abruptamente.

Y comenzó a atacar.

Ni siquiera pudo pensar o aliviarse porque aquello hubiera funcionado, cuando estuvo planeado tan a la desesperada. Lo importante era que lo hizo, y que ahora debía concentrarse en que el resto saliera bien. Que todo saliera bien.

Harry apretó la varita, disparando su maldición predilecta a un Mortífago que trató de darle con un Avada, y comenzó a volar hacia arriba para evitar toparse con más maldiciones. Al menos de momento.

Voldemort merodeaba a sus alrededores, también en el aire, tratando de matarlos y riéndose de lo pocos y "patéticos" que eran. Pero Harry y el resto lo esquivaban, concentrados en bajar la cantidad de Mortífagos al máximo, en vez de atinarle a él en específico.

Vio a uno de sus compañeros morir de repente, mas no les prestó atención, devolviéndose unos metros para perder a Voldemort, y luego volver al ataque, al mismo tiempo que conjuraba un Diffindo (como un hechizo rápido y efectivo) para cortar el brazo del Mortífago que estaba a punto de tirar otro Avada Kedavra.

Por el rabillo del ojo, Harry notaba cómo los niños estaban tratando de pelear. De hechizarlos a ellos. Fue como una bofetada en la cara- un recordatorio. Una vez más fue consciente de que Voldemort estaba criando un ejército tras esas paredes. Hogwarts les enseñaba a todos esos infantes a luchar, para que el día de mañana le sirvieran a él sin pensarlo.

Se sintió enfermo al notar cómo uno de los hechizos de un niño de doce años, chocaba contra el Protego que levantó para cubrirse.

Pero no pudo concentrarse en ello, no podía concentrarse en nada más que no fuera la pelea en realidad, o perderían. Y Harry ya había perdido demasiado.

Su cerebro registró que en ese momento, algunos de los Mortífagos habían convocado escobas y se habían subido en ellas, para así poder atacarlos desde el aire y que la pelea fuera más pareja.

Bueno. No era como si no lo tuviesen previsto.

Un halo de luz violeta viajó hasta él desde un costado, y agitando una mano, Harry conjuró un Protego, mientras que con la que sostenía la varita lanzó un Diffindo que cortó de una sola vez las cabezas de tres Mortífagos que iban en su dirección. Éstas salieron disparadas hacia atrás, y cayeron encima del suelo carbonizado que el Fuego Maligno dejó.

Harry avanzó, dispuesto a continuar y acabar con el plan lo más rápido posible; y mientras se acercaba al estrado, bajó la mirada por solo unos segundos, para observar el panorama que se estaba gestando debajo. Algunos de los suyos, no más de tres, habían caído de sus escobas y estaban peleando de pie, sabiendo que morirían. Aunque, a pesar de eso, y mientras más Harry avanzaba, más se convencía de que podían ganar. De que aquella ronda les pertenecía.

Y entonces, un hechizo rebotó contra su escudo.

Harry se volteó, dispuesto a asesinar al cabrón que intentó pudrirle la carne.

Solo para encontrar, por unos breves segundos, los ojos de Malfoy mirándole con fiereza. desde el suelo.

•••

La Orden hechizaba a matar.

Draco recordaba la "Segunda Guerra", o al menos lo que fue el inicio de ésta. Recordaba que uno de los motivos por los que el bando de Potter perdió, fue debido a la clase de hechizos que usaban: Expelliarmus. Desmaius. Petrificus Totalus... conjuros que, cuando los Mortífagos disparaban la Maldición Mortal en su dirección, no les servían de nada.

Habían aprendido de sus errores.

Habían aprendido, que o asesinaban ellos, o eran asesinados.

Draco gritó que reorganizaran la fila en forma de triángulo, apuntando su varita al cielo. Maldijo a un rebelde que, lamentablemente, no lo vio venir. Draco observó cómo su vientre se partía a la mitad y sus intestinos cayeron, obligándolo a dar media vuelta y volar hasta donde él suponía, estaban los sanadores.

Por un momento su estómago se agitó ante la posibilidad de haberlo matado, pero en realidad no le importaba tanto. Suponía que con la suerte que tenían los cabrones, probablemente viviría. Así que su expresión aburrida no vaciló. En su lugar, se concentró en ver y pensar estrategias de ataque contra la Orden, que se acercaba a ellos.

Eran muy pocos, no más de treinta, e iban en una fila horizontal atacándolos de frente en vez de intentar rodearlos. Draco frunció el ceño, pensando en por qué razón apostarían a tan pocas personas para ese plan. ¿No querían triunfar?, ¿no querían lograr su cometido?

Con esa mínima cantidad de gente, enfrentados a casi cuatrocientos Mortífagos... todos terminarían muertos.

Y él sin la posibilidad de venganza.

Apretando los dientes, esquivó un Avada Kedavra que iba en su dirección de parte de un miembro de la Orden, que Draco realmente esperaba que no supiera quién era él, porque si fuera cualquier otra ocasión, lo habría hecho pagar, y suponía que su atacante lo tendría claro. Habría deseado ver la cara tras esa horrorosa máscara para saber si fue alguien demasiado estúpido, o demasiado descuidado.

Aunque tenía cosas más importantes en las que preocuparse.

A sus espaldas oía un revuelto, gritos desesperados y llantos. Draco estaba decidido a no abandonar su posición, a menos que fuera necesario. La Orden no podría penetrar aquella formación, y no iba a ponérselas fácil frente al Señor Tenebroso. Él debía ver cómo Draco le era cien por ciento devoto. No lo iba a lograr auto-saboteándose.

Cuando maldijo a alguien con el mismo conjuro punzante que usó en Potter el día del entrenamiento, botándolo así de su escoba, Draco se agachó, evitando un halo de luz roja que iba en su dirección. Luego levantó la cabeza, y buscó con la mirada quién había tratado de ocasionar que se muriera desangrado.

Pero a mitad de camino, algo lo distrajo.

Draco sintió de inmediato cómo la gente pausaba por unos segundos para observarlo también.

La Muerte Negra.

Lideraba el grupo y no se detenía a siquiera mirar a sus adversarios. Apuntaba en sus direcciones y estos eran afectados por la maldición "Negris Mortem" de forma instantánea, muriendo en apenas unos segundos. Era asqueroso y vil. Algo asombroso, si debía ser completamente honesto.

Era el hechizo que Draco creó para igualar los efectos que la bomba del mismo nombre tenía.

Los hombres afectados por el conjuro caían al instante, llevándose las manos a la cara mientras comenzaban a pudrirse, a toser esputos sanguinolentos, con bubones negros naciendo en el rostro. Luego, se desangraban por cada orificio existente: los ojos, las orejas, la nariz, la boca. Todos los posibles.

La Muerte Negra había sido apodado de esa forma debido a que era de los pocos Rebeldes que utilizaba maldiciones creadas por Draco. Cosa extraña, ya que debían aprenderlas en medio de los duelos contra los Mortífagos y solo a través de la observación. Esa, en concreto, era difícil de conjurar. Pero la Muerte Negra la ocupaba todo el tiempo.

Mientras los Avada Kedavra continuaban siendo los hechizos más usados, (para ambos bandos, si algo le decía cómo la Orden estaba matando a sus contrincantes a decenas), ese hombre ocupaba el "Negris Mortem" como si fuera la única maldición que conocía.

Draco lo apuntó entonces.

—¡A él!

Un Praecidisti salió de la punta de su varita, pero impactó con el escudo que la Muerte Negra había conjurado a su alrededor, sin mirarlo. Draco apretó los dientes, sabiendo que si lo hería lo suficiente como para capturarlo, o para que otro terminara el trabajo, Voldemort confiaría en él. Le convenía hacerlo. El Lord no lo culparía por cómo los Mortífagos parecían estar batallando tanto; y después de todo la Orden tenía bastantes luchadores experimentados, podían prescindir de ese.

Los civiles comenzaron a pasar por entre medio de las filas de Mortífagos, para ubicarse lejos de donde se estaba desarrollando la pelea. Trataban de ocultarse frente a las puertas de Hogwarts y detrás del estrado. Aquella vez, los Mortífagos estaban tan inmersos en la lucha que no los detuvieron, y Draco, por fijarse en eso, perdió a la Muerte Negra de vista.

Frustrado, no les prestó más atención, concentrado en gritar que no rompieran la formación por nada del mundo.

Draco notó también que el Señor Tenebroso no se encontraba por ninguna parte, y tomándose el tiempo de buscarlo, logró divisarlo sobrevolando el cielo sin su escoba, como de costumbre, asesinado gente como si no fueran más que moscas. Mirara donde mirara, las personas estaban muriendo, cayendo, y siendo heridas.

Draco maldijo por lo bajo, viendo cómo mientras más avanzaba la Orden hacia Rookwood, más de ellos eran asesinados. No tenía idea de qué tramaba Potter, pero era imposible que tan reducido número de luchadores les permitiera llegar al ministro. Sin importar que cada uno pudiera enfrentarse a veinte Mortífagos, seguían sin ser suficientes.

Mientras los últimos Rebeldes regresaban sobre sus pasos, malheridos, y Draco trataba de alcanzar a los que quedaban en pie con sus maldiciones, sintió un zumbido desde el mismo lugar donde había aparecido la primera fila horizontal de los Rebeldes.

El hechizo desilusionador que llevaban cayó.

Y ahí fue cuando supo la razón de por qué el ataque de la Orden tenía tan pocas personas.

Era porque estaban llegando más.

De la misma forma que la primera fila horizontal, una segunda se sumó a cubrir a los heridos y a los muertos. Luchaban con ferocidad. Tomando tres, cuatro, incluso cinco Mortífagos a la vez, y dando cuenta de que: sí, aquellos ocho años de práctica no habían sido en vano.

Y Draco comprendió de inmediato lo que estaban haciendo.

Iban a llegar en oleadas.

En vez de apostar todo en un ataque de una sola vez, se iban a dedicar a cansar a los Mortífagos, a matarlos y herirlos de a poco, a romper las formaciones. Hacerles sentir miedo.

Y cuando creyeran que la batalla ya estaba llegando a su fin iban a seguir.

E iban a seguir.

E iban a seguir.

Con filas tan pequeñas, de no más de treinta personas, los nuevos Rebeldes que llegaran estarían frescos para la pelea, mientras que los Mortífagos ya se encontrarían más cansados, habiéndose enfrentado a los ya caídos. Y para cuando la última fila que la Orden tuviera programada inicialmente se esfumara, los heridos que fueron atendidos por los medimagos volverían, y formarían otra línea. Y así sin detenerse.

Draco conjuró otro Praecidisti a un Rebelde, y vio cómo éste se quitaba la máscara, revelando a una mujer desesperada por sentir cómo la piel de su cara comenzaba a pudrirse. Draco le dedicó una sonrisa. Ella se retiró al instante.

Aquel plan era brillante sin su ayuda.

Y Voldemort  los había subestimado.

•••

Harry sabía que su objetivo no era llegar hasta el ministro.

Sin embargo, al estar sobrevolando tan cerca el estrado, viendo cómo el hombre luchaba respaldado por todo el Nobilium y el Electis, la tentación de hacerlo de todas formas era bastante grande.

Estaba tratando de enfocarse en esas cosas, y no en la gente aterrorizada que miraba toda la lucha con ojos suplicantes. El mundo mágico había estado en conflicto por demasiado tiempo, y suponía que a nadie le hacía gracia volver a lo que fue la década de los 70, o a 1997, incluso si un mundo reinado por Voldemort era peor que la misma guerra. A nadie le gustaba saber que podrías ser alcanzado por un hechizo que no iba dirigido hacia ti. A nadie le gustaba saber que un día de compras en el Callejón Diagon podía transformarse en un campo de batalla de un segundo a otro. Pero así eran las cosas, y Harry no permitiría que una lástima momentánea le impidiera acabar con ese hijo de puta de una vez.

Harry recibió un Diffindo en el tobillo y apretó los dientes mientras lo curaba con magia no verbal. No podía permitirse ser herido. No en ese momento.

La gente estaba cada vez más y más apegada a las puertas de Hogwarts, y, mientras los Mortífagos divisaban que él era el más lejano a toda la formación y comenzaban a tratar de perseguirlo, Harry lo supo. Llegaba el momento. Su parte del plan. Lo que haría que no hubiera marcha atrás para nadie.

Era ahora o nunca.

Tomó su capucha y la bajó rápidamente, mirando hacia abajo y revelando su cabello revuelto. Llevó una mano hasta la parte trasera de su nuca y aflojó los cordones de allí, con un nudo en el estómago.

Harry dejó caer su máscara.

Los gritos ensordecedores llegaron un minuto después.

—¡Harry Potter! —exclamó exageradamente alto la inconfundible voz de Astoria, haciendo de damisela en apuros.

—¡¿Cómo?!

—¡Es Harry Potter!

—¡¿Harry Potter?!

Voldemort jamás podría negar aquello. Voldemort no podía matar a toda esa gente para que no hablaran. Se sabría la verdad.

Solo tenía unos segundos para hacerlo. Para probar que era él, antes de que Tom comenzara a perseguirlo.

Sintiendo la adrenalina, la emoción de que al fin, al fin, luego de ocho años de intentos fallidos, de saboteos, podía decirle al mundo que no todo estaba perdido.

Que él estaba allí.

Que les falló pero no los había abandonado.

Harry elevó su varita.

—¡Expecto Patronum!

El singular ciervo plateado salió desde la madera. Grande, magnífico, pasando por entre medio de la gente que peleaba y llegando a los ciudadanos, a los esclavos, a los estudiantes, a todos, que lo miraban con los ojos bien abiertos e incrédulos.

El mundo pareció quedar en pausa por unos segundos.

Y Harry dobló a la derecha, dando media vuelta mientras se perdía de nuevo en el Bosque Prohibido, con Tom a sus espaldas que le gritaba una sarta de cosas incomprensibles. Estaba furioso, y Harry no recordaba haber sonreído así de amplio en años.

Sabía que todo estaba saliendo de acuerdo al plan. Sabía que Voldemort se distraería queriendo matarlo, queriendo atraparlo, una vez que revelara su identidad. Que un montón de Mortífagos saldrían detrás suyo y así también debilitarían sus filas, dándoles las oportunidades de acceder a Rookwood con más facilidad.

—¡No vas a escaparte de nuevo, Potter!

Harry sonrió, girándose para rebanar a la mitad a un Mortífago que se acercó más de la cuenta a él.

El hombre cayó, con sus vísceras y sangre manchando el aire mientras moría.

No pienses en ello. No pienses en ello. No pienses en ello.

—Entonces será mejor que me atrapes, pedazo de mierda.

Harry sabía que no tenía muchas oportunidades. Debía hacerse invisible el tiempo que el hechizo desilusionador lo aguantara, y llegar al final del Bosque Prohibido, para entrar allí a la base y así perder a Voldemort y sus secuaces. Dispondría de solo unos segundos.

Por el rabillo del ojo, notó cómo la gente de la Orden que ya se había curado volvía al ataque, y dos de los Mortífagos que lo perseguían cayeron. Voldemort le pisaba los talones, pero Harry estaba seguro de que, si en un momento dado aceleraba un poco, lo perdería. No fue el mejor Buscador de su generación por nada.

—¡Avada Kedavra!

Harry lo esquivó con maestría, levantando la varita en la dirección del hombre que intentó matarlo.

Trató de encontrar en su memoria uno de los peores conjuros que existían.

—¡Negris Mortem!

Voldemort emitió un alarido, que le hizo retrasarse un poco para que la maldición no le impactara. Harry ni siquiera notó que había estado apuntando hacia él, pero aprovechó el momento, se apegó a la escoba para hacerse menos pesado, y mantuvo en mente el objetivo de salir de allí más rápido de lo que hubiese volado nunca.

Ahora.

Harry se apuntó a sí mismo, pronunció el conjuro desilusionador, y aceleró la velocidad para llegar al inicio de la base.

Los hechizos por parte de los Mortífagos de ahí en más fueron al azar, tratando de darle o revelar su posición. Harry, por su lado, sabía que no duraría mucho siendo invisible. Un poderoso Homenium Revelio haría que Voldemort lo ubicara al momento, así lo que tenía que sacar provecho a esos minutos.

Divisó el pequeño pliegue en el pasto del bosque, que era la entrada de su antigua base, y se tiró en picada hacia ese lugar, mirando hacia atrás para asegurarse de que nadie lo había visto o lo estaba siguiendo. Harry agitó la varita, haciendo que el pliegue se ampliara y él continuara avanzando derecho hacia abajo. Sintió la oscuridad de la tierra tragarlo, y cerrando a su vez el paso, se adentró en el inicio de la base.

Siguió volando. Su meta era continuar por el largo túnel que daba al espacio común y encontrarse con los refugiados. Rezó para que Voldemort no hubiese visto cómo entraba ahí, o pondría a todos en peligro.

Harry anduvo por unos cuantos minutos, observando las puertas en las paredes del túnel, reconociendo todas y cada una. El latido de su corazón no había disminuido, y la humedad y el calor de allí abajo le llegó de repente. Harry comenzó a sentir cómo, poco a poco, una sensación de irregularidad se instalaba en su pecho, al no oír sonidos provenientes de ese lugar. Frunció el ceño; sus ojos comenzaron a lagrimear, y-

Y entonces el olor lo golpeó.

El estómago le dio un vuelco, mientras el aroma a putrefacción inundaba sus fosas nasales. Olor a sangre descompuesta. A heces. A algo exageradamente dulzón que solo podía calificarse como el olor de la muerte.

Harry conjuró un casco burbuja para así poder respirar con tranquilidad, y al mismo tiempo ser capaz de asegurarse a sí mismo de que todo aquello era un producto de su imaginación. Porque, ¿cómo? Por ocho años, Voldemort nunca había encontrado ese lugar. ¿En qué momento?, ¿quién...?

¿Quién-?

Harry por fin llegó al espacio común, esperando encontrar a alguien. A una sola persona que pudiera explicarle qué había sucedido. Que todo aquello era un mal sueño. Pero bastó una mirada a su alrededor para hacerlo cerrar los ojos y bajarse de su escoba de sopetón, con el intestino revuelto.

Harry giró sobre sus talones, llevando una mano a su estómago.

Suponía que esa era otra imagen que agregar a sus pesadillas.

Porque toda la gente estaba muerta.

Los refugiados. Las personas que vivían allí.

Todos asesinados.

Había sangre seca en las paredes, y el suelo estaba manchado por charcos de sangre con coágulos. Pocos cuerpos se encontraban enteros; la mayoría había sido desmembrada de forma cruel y violenta, con los tendones e intestinos revueltos en el piso como si fueran solo uno. Órganos y extremidades repartidas por todas partes.

Cabezas, con ojos que lo miraban fijamente. Moscas e insectos revoloteando en la carne muerta.

Era grotesco.

Harry retrocedió como si alguien lo hubiera abofeteado. Deshizo el casco por unos segundos, y se hizo a un lado para así poder vomitar.

Su pie chocó contra una de las cabezas cuando se levantó, y Harry apenas pudo aguantar la respiración asqueada que salió de su boca al mirar hacia abajo. El cráneo de un anciano estaba abierto de par en par, por lo que sus sesos se encontraban repartidos por el suelo, llenos de sangre, y él los estaba pisando en ese preciso momento, y-

No podía pensar bien. No podía dejar de darle vuelta al hecho de que- se suponía que las personas de allí estaban a salvo. Que estaban bien. Eran inocentes. Mujeres. Niños. Jóvenes. Ancianos. Gente que creyó que podrían escapar del régimen de Voldemort.

Fallaste de nuevo. Les prometiste seguridad. Les prometiste salvarlos. Y ahora todos están muertos. Si te hubieras preocupado más- si hubieras estado aquí-

Harry sacudió la cabeza, concentrándose en el presente y volviendo a protegerse con el casco burbuja.

No había tiempo en ese momento para lamentarse por su ineptitud.

Tenía que salir de ahí.

Los Mortífagos habían encontrado esa base, y ellos la habían perdido. Si se quedaba más tiempo, Voldemort lo atraparía, porque ya conocía su ubicación. Y probablemente no vendría solo. De hecho, en ese momento, lo más seguro era que estuviera entrando al túnel. Si lo atrapaba, todo sería en vano. Tenía que irse. Tenía que encontrar una manera de poder escapar sin volver sobre sus pasos y-

Se llevó una mano a la frente, mareándose ante la revelación.

Harry debía salir por Hogwarts.

Un frío subió por su nuca.

Encontraría la salida tapada. Sabía que nunca estuvo abierta en primer lugar, pero era la opción más segura. Si tenía suerte, cuando los Mortífagos investigaron la base, (que no podía haber sido hace mucho), no sabrían a qué parte del castillo daba el otro túnel. No podrían haberla clausurado por completo.

El ruido de una explosión a sus espaldas lo hizo reaccionar, y sin pensarlo dos veces se montó sobre su escoba, volando por el túnel que daba a Hogwarts con el pulso a mil por hora. Harry no fue capaz de darles una última mirada de respeto a los inocentes que habían sido masacrados. No sin sentir que la culpa lo comía por dentro.

A medida que avanzaba, Harry planeaba en su mente la forma de escapar. Una Bombarda Máxima debía ser capaz de romper el muro. Normalmente no funcionaría, no con los hechizos que Dumbledore de seguro había puesto para evitar que la entrada fuera encontrada.

Pero él era Harry Potter. Era el Amo de la Muerte. Y su magia era distinta. Era más poderosa de lo que siquiera él estaba consciente.

Harry aceleró, colocándose un Protego por si acaso.

La risa de Voldemort se escuchó unos metros detrás de él.

•••

Draco había hecho que al menos cincuenta personas cayeran de sus escobas.

No quería pensar en si alguna de ellas estaba muerta en ese momento.

El caos que desató que se revelara la identidad de Potter hizo que algunos de los estudiantes –adolescentes, niños, por sobre todas las cosas– comenzaran a hechizar a los Mortífagos desde la multitud, ocasionando así más y más muertes de todas partes, pero involucrando a los civiles en esa ocasión.

Desde adentro de Hogwarts, desde las torres, los profesores y Dolores Umbridge maldecían a los Rebeldes sin parar. Pero a pesar de que los superaban en número, la Orden continuaba sin rendirse, prendiendo fuego a los Mortífagos o dejándolos ciegos. No había muchos muertos por su lado, pero sí bastantes heridos, y estaba de más decir que si antes las formaciones se habían debilitado, en ese momento, estaban cerca de su quiebre.

Draco miró hacia atrás, notando cómo algunos miembros del Nobilium habían abandonado su posición para ir tras Potter. El Electis era de los pocos que no había dejado la fila. Pero eran diez, y aquello era un caos total.

Y, mientras Draco se tomaba dos segundos para ver a su alrededor, detallando cómo el ambiente olía a polvo y sangre; con los gritos de las personas ensordeciendo sus oídos, y los hechizos rozando su cuerpo, fue que supo, que sucedería.

Se preparó, teniendo claro que aquello sería la guinda de la torta. El motivo por el que el Señor Tenebroso los castigaría por meses.

Un minuto después, alguien gritó que el ministro había desaparecido.

Draco conectó por unos segundos sus ojos con los de Theo, que continuaba hechizando a los Rebeldes, y notó en ellos emoción, triunfo. Y lo que ambos sentían al pensar en lo que se venía.

Miedo.

Años atrás, cuando aún creía que su vida valía algo, el solo pensamiento de ser torturado o estar al borde de la muerte otra vez habría hecho que se paralizara. Habría maldecido que intentaran secuestrar al ministro, por las consecuencias que traería para él.

En ese momento, lo único en lo que podía pensar era en los ojos de su madre la última vez que la vio. Pensaba en vengarse de los que creyeron que podían hacerle daño y no tener consecuencias.

Draco de pronto vio cómo un Rebelde caía de su escoba, y cómo Maia iba hacia él, probablemente tratando de capturarlo. Pero el chico se apuntó a sí mismo antes de que ella pudiera siquiera estar cerca, y luego de una luz verde brillante, su cuerpo cayó inerte a los pies de la furibunda mujer, que luego de darse cuenta de lo que sucedía, lo pateó de la pura rabia.

Una leve opresión pasó por su pecho ante la escena.

Ese había sido un Gryffindor, era seguro. Los Gryffindor peleaban hasta el final, pero en ese caso y viendo que no había escapatoria, había preferido morir antes que ser secuestrado y torturado para que le sacaran información. Tenía más valor de lo que él podría entender.

Sacudiendo la cabeza, Draco volvió su atención a la pelea, otra vez conjurando un montón de hechizos en dirección a la oleada de personas de la Orden que se aproximaba. Estos no se retrasaron en devolverlos. De cierta forma, Draco y los Mortífagos que seguían en sus posiciones, se encontraban en una mínima desventaja al estar en el suelo, pero si en ese momento se ponían a convocar las escobas de Hogwarts, sería mucho peor.

En medio de todo, Draco vio una luz violeta dirigirse hacia él y conjuró un escudo de forma instintiva.

Pero no fue lo suficientemente rápido.

Un dolor punzante le atravesó, viniendo de la mano que sostenía su varita. Draco sintió cómo por dos segundos el mundo a su alrededor desaparecía.

Y sus dedos índice y medio cayeron al suelo, cortados por una maldición, haciendo que su varita se desplomara con ellos.

Draco apenas reprimió el grito de horror y de dolor que quería soltar. Mientras temblaba, aplicó un rápido conjuro que no prevenía que la sangre se detuviera, pero que  aliviaba el dolor. No podía cauterizar la herida. No podía, o sería peor.

Apretando los dientes, tomó la varita del suelo con la otra mano para seguir peleando, repitiendo una y otra vez una frase en su mente:

Le habían hecho cosas peores.

•••

Harry llegó al final del túnel luego de recorrerlo por unos sólidos ocho minutos. Un récord para lo largo e interminable que era.

La pared que daba a Hogwarts se encontraba tapada, como era de suponer, pero aquello no lo desanimó, escuchando los gritos de Voldemort a sus espaldas.

Al contrario, lo hizo actuar.

Lo hizo más feroz.

Harry llamó a su magia una vez más, evocando la profunda mezcla de emociones que le producía lo que acababa de ver en esa base. Agradeció a la magia mentalmente cuando ésta llegó, sabiendo que, en realidad, no era suya. Sabiendo que pertenecía al mundo mágico, y que estaba en cada una de las cosas. Que la tomaba prestada solo porque era el Amo de la Muerte, y que una vez que todo acabara, la dejaría de usar para siempre.

Harry levantó su varita, respirando hondo, y visualizando cómo el muro se abría de par en par, gritó:

—¡Bombarda Máxima!

La compulsión mágica que se arremolinó en sus venas, su varita, y el aire zumbante, pareció detenerse por un segundo, y Harry creyó que no había funcionado.

Hasta que una fuerte explosión lo hizo caer hasta atrás.

Los ladrillos golpearon su cuerpo, una parte de éstos aterrizando en su mejilla, antes de que atinara a protegerse con un escudo. Harry respiró agitadamente con el nerviosismo a flor de piel, y se levantó, tomando su escoba sin darse tiempo de curar las heridas.

Porque había una salida, y tenía que irse rápido de ahí antes de que lo capturaran.

Harry se montó en su escoba, comenzando a volar, exhausto, con la magia hormigueando por todo su ser. Pasó los calabozos. Pasó las mazmorras. Pasó la entrada a la Sala Común de Slytherin, y trató de ver lo menos posible a su alrededor. Al lugar que alguna vez había llamado «hogar».

Porque sabía en lo que se había convertido.

Sabía que las demás Casas y el sorteo habían sido eliminados, y que todo alumno que asistiera a Hogwarts usaría el uniforme de Slytherin. Sabía que la separación de los dormitorios y salas estaban hechos por estatus de sangre y no por convivencia. Sabía que torturaban a los alumnos. Sabía que creaban soldados. Sabía todo eso, y no necesitaba mirar a su alrededor para recordarlo.

Harry giró por el pasillo hacia la Gran Escalera y ascendió para así poder llegar al Salón de Entrada, por donde debía salir. Podía escuchar que Voldemort ya había abandonado el túnel y la base también, y que iba detrás de él. Que probablemente ya lo había visto.

Harry apretó los dientes, agradeciendo que los alumnos se encontraran o, mirando desde las torres y ventanas la ceremonia, o afuera. Si hubieran devotos a Voldemort allí. Si hubieran pequeños Dracos Malfoy tratando de matarlo- Harry no tenía idea de qué haría.

Solo sabía que tenía que salir vivo de ese lugar. Sí o sí. Se lo debía a los muertos. Se lo debía a sus amigos.

Apretando los dientes, divisó la luz de la entrada.

Y un hechizo impactó en su espalda.

Aquello no lo detuvo.

•••

La Orden comenzó a retirarse.

Era como volver a la Batalla de Hogwarts de 1998.

Escuchó algunos gritos por aquí y por allá, pero hasta que no vio cómo los Rebeldes empezaban a hacer fuegos de nuevo (pequeños y rápidamente evaporados) para evitar así que los siguieran tan rápido, Draco no lo notó.

Y aunque él lo sabía desde antes, el resto del mundo fue el que comprendió entonces que aquel ataque no era para vencer a Voldemort. No era un ataque final.

Aquello solo era una probadita de lo que se venía.

Apretando la mano herida contra su pecho, Draco ordenó que trataran de expandir las filas, e intentó conjurar un Patronus para ahuyentar a los dementores que se habían acercado, hambrientos por todo el dolor que la situación presentaba. Pero que el mismo Draco estuviera sufriendo a causa de sus dedos faltantes, y que no supiera mover bien la varita con su mano izquierda, provocó que lo único que saliera de la punta de su instrumento fuera un halo plateado, que se desvaneció tan rápido como llegó.

Con el cansancio asentándose en sus músculos maltratados, apuntó al lugar donde los Rebeldes empezaban a desvanecerse.

—¡Síganlos! —gritó, sabiendo que no había caso, y que nadie lo escuchaba en realidad.

La Orden se echó encima hechizos desilusionadores, y desaparecieron de su vista un segundo después.

Su fila al fin se rompió, el caos y la destrucción comenzaron a menguar. Gente queriendo entrar a Hogwarts. Gente queriendo ir a San Mungo. Personas pidiendo ayuda. Mortífagos enojados. Otros muertos. Un baño de sangre y cadáveres por todas partes.

Y el ministro por ningún lado.

Draco sentía el pulso y la adrenalina por debajo de su piel, y convocó una escoba desde los interiores del castillo, montándose en ella, dirigiéndose así a Hogsmeade para poder Aparecerse como la mayoría de la gente estaba empezando a hacer.

Antes de alejarse por completo del colegio, notó cómo Potter salía por la puerta de éste, causando otro revuelo tan grande como el primero, con personas aún tratando de darle y fallando en el intento. Algún rincón de su persona se alivió al saber que no habían perdido a una de las piezas más importantes de todo aquel embrollo.

Potter siguió adelante, con Voldemort a un metro de su espalda. Y, tal como había hecho ocho años atrás, conjuró en ese momento un Protego tan poderoso, que por unos minutos, impermeabilizó a las personas que se retiraban de los ataques de los Mortífagos. Draco una vez más, sintió su piel cosquillear por lo potente de su magia.

Mientras Potter evitaba la Maldición Mortal de Voldemort, quien gritaba de la pura furia, Draco apretó la mandíbula, soportando el dolor sordo de su mano y se giró, dispuesto a llegar a la mansión lo más rápido posible.

Hogsmeade apareció ante sus ojos, y cuando Draco tocó el suelo, se Apareció sin pensarlo dos veces.

•••

Harry llegó al borde del inicio del Bosque Prohibido, justo en la zona donde los medimagos estaban tratando gente, y ordenó que se retiraran de inmediato. Conjuró un Sonorus que alertaba que, por favor, nadie fuera a la base del Bosque Prohibido. Que la habían perdido.

Tomó a dos chicos que sollozaban en su costado, y sin avisar o preguntar, se Apareció con ellos en unas colinas cerca de Azkaban, a unos metros de otra de las barreras que ocupaban para salir al mundo muggle.

Harry hizo un rápido chequeo en los jóvenes, asegurándose de que no tuvieran ningún hechizo localizador mientras ellos lo miraban como si hubiesen visto un fantasma; luego, pidió que por favor lo hicieran con él también. Cuando no descubrieron nada, otra vez los Apareció en la Mansión McGonagall, sacando el papel con las coordenadas desde su bolsillo, y entregándolo para que lo leyeran. Después, Harry movió su varita y los dejó entrar, pidiéndoles que esperaran en el medio del patio luego de superar el laberinto.

A Harry le picaban las manos para volver a la colina o para volver a Hogwarts. Pero sabía que no podía. Su deber era mantenerse allí como habían acordado y esperar a que la gente arribara para que de esa manera él pudiese abrir el portón y dejarlos pasar.

Y se sentía un inútil. Sentía que otra vez no estaba haciendo nada por detener la masacre.

Pero las cosas eran como eran, y si se iba en ese momento, los heridos que llegaran podrían morir al no abrirles. O algún Mortífago los podría seguir y él no estaría allí para detenerlo. Así que Harry se apoyó en el portón, esperando a que la avalancha de heridos y nuevos refugiados comenzara a Aparecerse, mientras pensaba.

Jodida mierda.

Tomando una respiración honda, intentó calmarse. Su cuerpo aún estaba alerta –y con razón– su mente todavía se encontraba en la batalla, repasando de manera obsesiva lo que hizo. Cómo pudo haber hecho más. Cómo dejó a tantos que pudo haber salvado.

Y su mente vagó hasta el momento en que entró a la base, el lugar donde pasaron su primer año después de la Batalla de Hogwarts. Destruida. Manchada. Otro recuerdo hecho añicos por la muerte. Por Voldemort. Harry apretó las manos tan fuerte, que sus uñas se clavaron en la palma.

Los refugiados.

Esa pobre gente.

Toda muerta.

Su estómago se revolvía de solo volver a recordar la imagen. Cabezas con gestos de horror que lo observaban. Brazos, piernas, torsos; todos repartidos en el suelo y en las paredes, de una forma que estaba destinada a ser burlesca. Un recordatorio de quién tenía el poder en ese instante.

Y el olor. Joder. El olor de esas personas en descomposición-

Harry había visto demasiadas muertes antes. Más de las que pudiera contar con los dedos de una mano. Y creyó, que de una forma u otra, se había vuelto insensible a ellas. No le afectaba ver cómo alguien era degollado frente suyo; apenas parpadeaba si es que un miembro de la Orden que no fuera cercano a él era alcanzado por un Avada Kedavra.

Pero ese nivel de crueldad... ese nivel de inhumanidad...

¿En eso se había convertido su vida?, ¿en ir de suceso horrible, a suceso horrible, y ver cómo sobrevivir en el proceso?

Estaba cansado. Estaba cansado de pelear. Estaba cansado de ver gente inocente morir. Estaba cansado de creer que había esperanza. Cansado de matar y no sentir nada al respecto.

No sabía en qué lo convertía eso.

La primera vez que Harry mató a alguien, creyó que aquella era de las peores sensaciones que había experimentado en la vida. Observar cómo una persona moría en agonía, y que tú eras el causante de eso- que no eras mejor de lo que estabas combatiendo, y que te habías convertido en un asesino, era terrible. Una herida en el alma.

Pero se pasaba.

Se pasaba, y Harry no podía decir que le preocupaba demasiado la cantidad de Mortífagos que había matado ese día. Cada vez importaba menos. Cada vez sentía menos. La gente que había asesinado durante el ataque ya no eran ni siquiera seres humanos antes sus ojos; se transformaban en monstruos. En números. Un número menos que combatir en un futuro. Un número más que agregar a su lista.

Otro más.

Las palabras de Malfoy volvieron a su mente entonces.

"¿De verdad crees que eres mejor que yo?"

Harry sacudió la cabeza. No era el momento de pensar en esa mierda.

Las personas comenzaron a llegar no mucho después, sacándolo del bucle de pensamientos autodestructivos. Harry tuvo que enfocarse, conteniendo el aliento al divisar a muchos de los afectados.

Abrió el portón docenas de veces, notando cómo traían gente nueva, que probablemente pudo escapar durante la batalla. Heridos. Heridos al punto de que el solo ver cómo sus huesos sobresalían de la piel, le hacían querer vomitar de nuevo. Cadáveres, que Harry inspeccionaba con detención, orando para que no apareciera una cara familiar en ellos. Todos y cada uno sumándose al mar de sangre.

No se preocupaba en reconocer a las personas, sabiendo que mientras estuvieran con un miembro de la Orden, (al menos la jurada, como los Weasley o Kingsley), la base los dejaría pasar. Ese era otro de los hechizos que usaban para protegerse de espías, luego de la situación "Maia". Lo llevaron a cabo años atrás, marcando a cada miembro de la Orden. La marca de Harry se encontraba en su cadera, y nació gracias a un ritual que hallaron en la base subterránea al inicio de la guerra. Era una marca en la piel que no podía falsificarse a base de multijugos, y era única para cada persona, por lo que de ser impostores jamás pasarían las barreras de la mansión, ya que se necesitaba el permiso de la gente marcada para entrar. Era un método seguro.

Harry contabilizó, que si antes eran unas doscientas personas, en ese momento con los nuevos refugiados, el número había aumentado a casi doscientos setenta. Incluso trescientas, sin contar las bajas, que no habían sido demasiadas. Aquello era más de lo que habían esperado conseguir.

Al menos compensaba la masacre de esa gente inocente.

Suspirando, Harry volvió a prepararse para abrir el portón al ver cómo uno de los jóvenes especializándose en medimagia caminaba en su dirección con una chica entre sus brazos. Pero mientras más se acercaban a él, más notaba que la muchacha estaba bañada en sangre de los pies a la cabeza, más atormentada que el resto de víctimas. Su mirada estaba perdida en un punto del suelo y se veía- completamente ausente.

Cuando el joven llegó hasta Harry, solo le bastó una mirada de este último para que explicara la situación. Y él, mientras lo escuchaba, sintió la urgencia de querer agarrar su propio cabello y tirarlo hasta aliviar el terrible dolor de cabeza.

La chica era una sobreviviente de la masacre de la base.

—Había estado vagando en el Bosque por horas, desde ayer. Pasó la noche escondida —explicó él, mientras comenzaba a guiarla hacia dentro de la mansión—. Cuando escuchó los ruidos de la pelea se asustó, y Angelina Johnson logró verla desde el aire.

La chica no parecía haberlos escuchado, susurrando en voz baja cosas para sí misma, con la sangre seca llegando incluso a bañar sus pestañas. No pasaba de los dieciséis, y Harry no pudo evitar pensar que ella no debería haber presenciado eso. No debería haber tenido que estar allí en primer lugar.

La observó, y pensó, en que... si él también se había visto así a esa edad. Así de pequeño y frágil, cuando tenía dieciséis y se creía capaz de derrotar a Voldemort.

Es una niña.

No es más que una niña.

—¿Cómo los encontraron? A los refugiados, quiero decir —preguntó sin quitarle los ojos de encima.

—Alguien, un adolescente rescatado de Hogwarts, dijo el nombre del Gran Mortífago en voz alta. O eso creemos —contestó el chico ingresando a la Mansión—. Todos sabemos que no es posible poner aquella base bajo el Fidelius por la ubicación en la que se encuentra, pero supongo que nadie se los dijo a los nuevos refugiados. O si lo dijeron, ellos creyeron que las runas y encantamientos protectores que habían alrededor los aislaba tanto como un Fidelius. Los Mortífagos encontraron la entrada y los mataron a todos. Ella pudo esconderse en medio de las pilas de... miembros humanos. Cuando se fueron, salió, pero estaba desorientada. Y traumatizada.

Harry asintió.

—Denle una cama. Y un baño.

El sanador asintió de vuelta, ingresando así por fin. Y cuando Harry iba a cerrar la puerta, un ramalazo de un alivio gigante le recorrió la espalda al ver cómo a unos pasos de él, Kingsley Shacklebolt había llegado y se quitaba la capa invisible, revelando su cara.

A su lado estaba Augustus Rookwood, maniatado e inconsciente.

Harry dejó salir un suspiro, mientras se decía a sí mismo que había resultado. Y que no había sido en vano.

El plan, desde un inicio, fue que el Auror pasara entre las filas y el caos con la capa invisible de Harry encima. Cuando el momento se diera, y el Nobilium junto al Electis se distrajeran con la presencia de Harry, Kingsley se tiraría en picado y se llevaría a Rookwood con él cómo fuera. Y eso había hecho.

El Auror se quitó la capa invisible por completo y se la arrojó a Harry, mientras hacía levitar a Rookwood, quien debía tener una docena de encantamientos que le impedían moverse o escapar. Kingsley movió la cabeza una vez en su dirección cuando lo vio, y Harry imitó el gesto, abriéndole la puerta para dejarlo pasar.

—Deberíamos matarlo en público una vez que todo acabe —sugirió Shacklebolt, hablando completamente en serio.

Harry movió la varita, para poder cerrar el portón.

—Creo que es una buena idea.

Harry se recargó una vez más, y esperó la tanda siguiente de heridos y personas. Cada músculo de su cuerpo dolía. Cada segundo que pasaba se sentía más débil. Sabía que tenía algunos cortes en distintas zonas de la piel, moretones gracias a los ladrillos y más. Pero eran dolencias mínimas. Los Sanadores debían concentrarse en los que estaban graves.

Aquella iba a ser una noche larga.

La ansiedad empezó a comerlo cuando había pasado más de una hora y ninguno de sus amigos había llegado aún. Luna se encontraba adentro, sin haber participado de la batalla por Theo. Ella estaba enojada, sí, pero Harry sabía que la lealtad de Theo no estaba con ninguno de ellos, sino con Luna, y por horrible que sonara, no podían arriesgarse a perderla y perderlo a él también en el proceso.

Sin embargo, ni Ron, ni Hermione, ni los Weasley todavía llegaban. McGonagall había pasado junto a Seamus y Poppy con unos Mortífagos que alcanzaron a capturar; y algunos de sus compañeros de Gryffindor estaban inconscientes. Pero- su familia no aparecía, y eso estaba desquiciándolo. Había una voz en su cerebro gritándole que debía ir a averiguar qué estaba pasando.

Y solo minutos más tarde, los vio.

Cada sentido se puso en alerta otra vez, y sus pensamientos enloquecieron. La sangre dejó su rostro mientras deseaba tirarse de rodillas al suelo por el consuelo de ver cómo un grupo de cabelleras rojas aparecía en su campo de visión junto a Hermione.

Pero aquello sólo duró unos segundos, en el momento que notó que tenían gestos desesperados, y llevaban a rastras a alguien.

Su pecho se hundió.

No.

No. No. No.

Pero Harry ya había visto todo, ya había delineado la escena, y tuvo que detenerse para no vomitar de nuevo.

Era Ron.

Harry abrió el portón y comenzó a hiperventilar, observando cómo Hermione tenía a su mejor amigo agarrado de la mano y sollozaba, mientras Bill y Charlie cargaban a Ron por los brazos y George junto a su padre apuntaban las varitas hacia él, seguramente haciéndolo más liviano. Molly tenía una expresión dura, con Percy abrazándola, a medida que se acercaban a donde estaba Harry.

Ron estaba inconsciente, con la cara manchada de sangre-

Y le faltaba una pierna.

No. Por favor, no.

Que no esté muerto. No puede estar muerto. No-

—¿Qué pasó? —preguntó sin aliento cuando llegaron hasta él, sintiendo un nudo en la garganta.

—La Praecidisti lo alcanzó en la pierna y la pudrió —explicó Arthur rápidamente—. Tuvieron que cortarla en medio de una de las tienda.

Harry cerró los ojos unos segundos, y se enjugó con el brazo las mejillas.

—¿Va a estar bien? —preguntó con un hilo de voz.

Nadie sabía la respuesta a esa pregunta.

—He perdido mucha sangre —dijo Charlie finalmente.

Un nuevo sollozo salió de los labios de Hermione al escuchar el término de esa frase, y Harry- se quería morir. Ron había sido herido, quedaría sin una pierna para el resto de su vida. No tenían pociones de todos los tipos, por falta de ingredientes, y Harry estaba allí, parado enfrente de esa situación, inútil e impotente. No pudo verlo. No pudo hacer nada. No pudo-

Mierda.

Mierda. Mierda. Mierda.

Harry sentía que iba a explotar. Que en cualquier momento simplemente estallaría y lo único que quedaría de él serían cenizas. Deseaba entrar a ayudar, a estar con él. A tomar la mano e incluso abrazar a Hermione. Necesitaba entrar. Necesitaba hacer algo-

Pero no podía.

Harry tenía que asegurarse hasta que la última persona estuviera segura antes de preocuparse por eso.

Pero sus pensamientos estaban con su mejor amigo. No podía soportar perderlo, no a él. Ron era su hermano, su familia. Ya había perdido a Ginny y a Sirius, y a Remus. No a él. No a él. Por favor. Era de las pocas personas que aún le quedaba.

Los minutos pasaban agonizantemente lentos, y el único consuelo que tenía era que ya no debían quedar muchas personas restantes. Que prontamente podría ir a asegurarse del bienestar de Ron y olvidarse de lo que sucedió. Porque la prioridad era que él estuviera bien-

Vivo. No bien.

Ya nunca estarían bien. Aquel mundo les había quitado tanto, que lo único que podía esperar, añorar, era que estuviera vivo. Que acabara vivo, a pesar de que la muerte, irónicamente, era la única opción que tenían en ese momento para ser libres.

Pero tenía que estar con él.

Ron estaba hecho para siempre estar de su lado.

Harry se pasó una mano por la cara, cuando oyó otro sonido de "crac" de la Aparición. Al momento en que sacó su varita para abrir una vez más, sus ojos se conectaron con unos grises extremadamente calmos.

Malfoy.

Malfoy se había Aparecido allí.

La túnica con el bordado de pavos reales estaba toda sucia, al igual que la cara del hombre. Se veía aún más feroz de esa forma, y parecía haber envejecido cinco años en el transcurso de unas cuántas horas. En un brazo traía una bolsa de tela, la cual entregó a Harry cuando llegó hacia él, empujándola contra su pecho.

—Toma —espetó, dando un paso hacia atrás. Harry le dio un vistazo a su mirada vacía.

—¿Qué es todo esto?

—Entrégalo a los medimagos —respondió Malfoy en su lugar. Harry abrió la bolsa.

Pociones.

—¿Vas a tratar de envenenarnos?

La mirada de Malfoy se endureció, pero sonrió de todas formas. No era exactamente una sonrisa, en realidad. Se sentía como ser atravesado por un cuchillo- duro, y de cierta forma venenoso. Malfoy levantó la mano, colocándola frente a la cara de Harry.

Él detalló, no sin sorpresa, cómo faltaban dos dedos allí. Los mismos que Hermione perdió años atrás. La diferencia era que los de Malfoy se estaban regenerando; un pequeño humo salía de las extremidades manchadas de sangre.

—¿Puedes parar, por cinco segundos, de solo pensar en tu propio culo, Potter?, ¿tienes idea de lo que arriesgo viniendo hasta aquí? —escupió Malfoy por lo bajo. Toda su postura era déspota—. Por el jodido Merlín, solo llévale esto a tus heridos y cierra la puta boca. No estorbes.

Sin mucho más, se alejó de él, agitado y apurado. Harry miró su espalda, sintiéndose entumecido. Ni siquiera sabía por qué había dicho lo que había dicho.

—¿Qué es qué? —cuestionó abriendo la bolsa una vez más.

Malfoy lo miró por encima del hombro, y Harry recién ahí cayó en cuenta que ambos habían participado de la misma lucha horrible. Habían visto lo mismo. Habían vivido prácticamente lo mismo.

Solo que en bandos diferentes.

—Los medimagos lo sabrán. Si sabes lo que es razonable, dejarás de empeorar todo metiéndote en medio —respondió, sin darle tiempo de decir nada más.

Y se Apareció de vuelta.

Harry miró las pociones por unos segundos, preguntándose por qué carajos Malfoy haría algo como eso. Por qué se Aparecería con un montón de antídotos si aquello no estaba en las condiciones del Juramento Inquebrantable. No era necesario. No le correspondía.

Y aún así lo había hecho.

Pero entonces recordó a Ron, y a su pierna faltante. Recordó cómo los dedos de Malfoy se estaban regenerando.

Harry dejó su puesto para así entrar corriendo al laberinto.

•••

Draco temblaba en el salón de su casa, esperando a que los Mortífagos aparecieran allí y la tomaran como base, tal como había sucedido el verano de 1996. El año en que cometió el error más estúpido de su vida.

Pero aquello no sucedió.

Se sentó por al menos una hora en el Salón Principal a un lado de la chimenea preparándose para el momento en que el Señor Tenebroso y los demás llegaran, destilando ira.

Sin embargo, cuando comenzó a pensar más en ello, menos sentido tenía que fueran a la Mansión Malfoy.

Sí, era oficialmente la base del Nobilium, y donde se vivieron los primeros dos años luego de 1998, pero una vez que el mundo mágico se reorganizó, el Ministerio fue considerado el punto de poder. Donde supuestamente había muerto Harry Potter. Todo el que trabajaba ahí era parte del gobierno del Lord, no era práctico que fueran a la mansión.

Donde sucedían las cosas importantes, era en el Ministerio de Magia.

Entonces, tiempo después su Marca empezó a quemar, y descubrió que... tenía razón.

El Señor Tenebroso los quería en el Ministerio.

La piel parecía haber sido prendida en llamas. La serpiente se movió en su brazo, como si estuviera siseando. Draco sintió una vibración que prácticamente lo obligaba a ir donde estaba siendo llamado.

Tomó una poción revitalizante y se preparó mentalmente para lo que vería una vez que cruzara las llamas del flú. Tenía que ir, era su deber. Dio un vistazo a su mano, mientras tomaba los polvos con la otra, y notó cómo la reconstrucción de sus dedos aún ni siquiera alcanzaba la mitad.

Arrojando los polvos a la chimenea, Draco dijo la dirección del Ministerio, y cuando salió del flú ni siquiera lo pensó antes de doblar una rodilla y dejar caer su cabeza, imitando la posición de todos los Mortífagos reunidos en el lobby.

Estaban siendo castigados.

—... ¡Y si no fuera...! —Oyó cómo el Señor Tenebroso exclamaba, con voz pesada y cortante—. Si no fuera por la fila de Mortífagos de la que estaba a cargo Astaroth, la pelea podría haberse transformado en una seria-

El hombre al que le estaba hablando, gritó de dolor luego de que el Lord se interrumpiera a sí mismo. Probablemente estaba siendo torturado por un error que había cometido.

El corazón de Draco iba a mil por hora, pero se negaba a levantar la cabeza y ver cómo el hombre estaba siendo castigado. Lo único que resonaba en el atrio, eran los sonidos desgarradores que esta persona emitía, y la respiración artificial del Señor Tenebroso. Estaba tan enojado que le costaba hablar, de la pura cólera de querer asesinarlos a todos ellos lentamente. Draco podía sentir que necesitaba saciar la rabia por el fracaso de la ceremonia.

La ceremonia que se suponía que lo marcaba como victorioso.

También sabía que la única razón por la que él y el resto de los que estaban ahí seguían vivos, era porque sin ellos el Señor Tenebroso ya no tendría ejército con el que pelear.

Por el rabillo del ojo, vio cómo la persona a su lado temblaba. Draco sabía que era una mala señal, lo sabía, pero nunca esperó que fuera tan estúpida como para elevar su mirada y ver al Señor Tenebroso a la cara, cuando claramente no se le había permitido.

El cuerpo de la mujer a su costado cayó inerte no muchos segundos después, y Draco tuvo que cerrar los ojos.

—Potter está allá afuera —prosiguió el Lord como si nada, con su voz cada vez más y más siseante, pero agitada. Aparentemente habiendo dejado tranquilo al fin al hombre que estaba torturando—. Quien me trajo al chico que murió ocho años atrás, ha sido ejecutado. Por mentir. Por tratar de engañarme —anunció, robando jadeos de algunos Mortífagos cerca suyo—. Todos, miren de inmediato cómo se verá su destino si me traicionan.

Sus seguidores levantaron la mirada con lentitud, con temor de sufrir el mismo destino que la mujer a un lado de Draco.

Sin embargo, el Señor Tenebroso les había ordenado que miraran, y lo que los recibió fue un hombre rechoncho; seguramente el que había estado siendo castigado. El cuerpo estaba desangrándose a los pies del Lord, y la cabeza se encontraba a un lado, en el suelo. El gesto de horror los miraba de vuelta.

Draco pasó saliva, sabiendo que ese hombre era inocente, al menos de esa acusación. Que el Señor Tenebroso lo había asesinado para solventar su mentira y mantener su reputación.

El Lord pateó su cabeza, haciendo que cayera a un lado y continuó hablando. Draco sentía cómo comenzaba a sudar.

—Rookwood, Amycus, Belling y el hijo de los Goyle han sido secuestrados. Tomados por esos asquerosos sangre sucias de mierda y traidores a la sangre —escupió las palabras como si fueran veneno, levantando la varita—. Y todos ustedes van a pagar por eso.

La amenaza caló los huesos de cada persona presente. Asentándose en medio del cansancio de la batalla y la bruma de la irrealidad de la situación. Draco agachó nuevamente la cabeza cuando el Señor Tenebroso lo miró, y se tensó aún más. Si es que era posible.

No podía creer que, luego de casi seis años, tendría que volver a soportar cómo alguien más lo torturaba. Creía que con todo lo que había hecho, al menos, no volvería a experimentar eso.

La túnica de Voldemort se plantó frente a él en ese momento, la magia negra rodeando su cuerpo y haciéndole doler la cabeza. Draco, por unos segundos, quiso llorar.

Pero duró solo un momento.

Y entonces el Crucio se abrió paso por su sistema.

Draco se sintió caer al piso, pero no era muy importante. Lo importante era que el dolor no lo enloqueciera. Un buen Cruciatus siempre era una maldición efectiva, por algo era una Imperdonable. Su cuerpo entero parecía estarse partiendo por la mitad, y la cabeza le daba vueltas. La sensación familiar de querer suplicar que lo matara volvió a él, y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no hacerlo.

—Astaroth —murmuró el Señor Tenebroso, cortando el hechizo segundos después.

Antes de que Draco pudiera responder, otro Crucio fue asestado a su cuerpo inerte y holgado, tendido en el suelo. Sintió cómo lágrimas se arremolinaban en sus ojos por el esfuerzo de estar conteniendo quejidos.

Y luego todo volvió a cesar.

—Levántate —ordenó el Lord.

Draco ni siquiera dudó en hacerlo. Ni siquiera pensó en la comodidad de descanso que el suelo le proporcionaba. Apoyó las manos en el piso y, temblorosamente, comenzó a pararse, sin elevar sus ojos hacia los de Voldemort, que no le quitaba la mirada de encima.

—Sígueme —le dijo, dándose media vuelta y retornando a su puesto de adelante.

Draco soltó una respiración débil, obligándose a no tiritar o a concentrarse en el dolor que le recorría el cuerpo. Se puso de pie, caminando con pasos tambaleantes detrás de su Señor que parecía crecer más y más enojado con cada segundo que pasaba.

—Alecto —llamó con tranquilidad, una vez que él estuvo a su costado. Draco hubiese deseado que gritara. Siempre deseaba eso—. Ven aquí.

Alecto se postró a los pies del Señor Tenebroso apenas llegó, y el Lord hizo una seña hacia él, que Draco entendió al instante.

En otro contexto, habría pagado por hacer sufrir a todos esos hijos de puta.

En ese, solo quería gritar.

—Empieza —ordenó.

Draco cerró los ojos, y el Crucio salió de sus labios con naturalidad. Alecto Carrow cayó, golpeándose la nariz contra el suelo y se retorció hasta que Voldemort le dijo que se detuviera.

Y así siguió. Y siguió. Y decenas de Mortífagos pasaron por sus manos. Theo incluso, con Draco siendo obligado a torturarlos hasta hacerlos llorar. No sabía si era una tortura para él también, o una recompensa por haber sido el que menos falló, dándole la posibilidad de desquitarse. Draco suponía que ambas.

Los hombres lo miraban con odio puro cada vez que él levantaba la varita en su dirección, pero Draco mantenía el rostro impasible. Indiferente. No le importaban realmente esas personas, y Merlín sabía que aquello no era nada. Todo ese escenario había sido tan común en el inicio de la Segunda Guerra. ¿A cuántos no había torturado Draco por órdenes del Señor Tenebroso? Luego, ellos se encargaron de vengarse una vez que todo terminó. O cuando se suponía que había terminado.

Pensó en aquello, mientras se retorcían de dolor. Pensó en el infierno que le hicieron pasar. Pensó en su madre. Pensó en Theo y en Goyle y en todos los que le importaban. Pensó en todo eso, mientras Greyback, Lestrange y el resto se ponían a sus pies.

Y entonces, sonrió.

Disfrutando de que, por unos segundos, sufrieran lo que él estaba sufriendo.

Era casi poético.

Justo cuando el Señor Tenebroso levantó la mano para detener a Draco, quien dio un paso atrás, súbitamente mareado, una mujer baja y menuda se arrodilló apareciendo en su campo de visión. Salió por detrás de la estatua del Lord matando a Potter, haciendo prácticamente un escándalo con el sonido de sus tacones contra el suelo.

—Gran General —dijo ella.

El Señor Tenebroso se volteó lentamente, y Draco pudo ver por el rabillo del ojo cómo la magia negra acariciaba la mejilla de la mujer, quien mantenía sus ojos en el suelo. Temblaba.

—Está listo —murmuró, con la voz flaqueando al final.

Draco se sintió confundido, y la magia de Voldemort se tornó más salvaje. Más bestial.

—La emisora ha vuelto a funcionar.

Los vellos de su nuca se erizaron, mientras el Señor Tenebroso se alejaba de sus Mortífagos y caminaba hacia la mujer, completamente devota a cualquiera que fuera el plan que tenía en mente.

—Démosle lo que quieren —dijo entonces él, con una pizca de diversión. Casi imperceptible.

Y Draco lo supo.

La guerra se había declarado oficialmente.

Notes:

Holiiis.

Solo pasaba aquí a informarles que el próximo capítulo será casi por completo Drarry!

*Redoble de tambores*

Espero que les haya gustado, nos leemos pronto:)

Chapter 15: Capítulo 11: Decisiones

Chapter Text

Un aroma familiar hizo que Draco despertara.

Y por unos segundos, creyó que Narcissa estaba allí.

Sin embargo, cuando se sentó de golpe en la cama, resultó ser nada más que un elfo doméstico llenando la tina para que pudiera iniciar su mañana.

Aquello tuvo que haberlo preparado para saber que aquel sería un día de mierda.

Las secuelas de Crucios del día anterior aún fluían por su sistema, y parecía que cada órgano de su cuerpo le pesaba y dolía; pero aquello no era algo de lo que podía darse el lujo de preocuparse.

El mundo mágico estaba en un punto de quiebre.

El toque de queda se adelantó tres horas antes de lo usual, haciendo que desde las seis de la tarde, cada persona que anduviera por la calle tuviera que enfrentarse a un juicio o a una detención por presunta traición. Los Mortífagos patrullaban los pueblos mágicos del Reino Unido sin descanso, buscando gente en actividad sospechosa que luciera como si quisieran unirse a los Rebeldes, para así ejecutarla al acto. La gente estaba asustada, y con justa razón.

Luego de "la muerte del Elegido", Pottervigilancia y todo el teatro formado por los gemelos Weasley salió a la luz, gracias a los prisioneros capturados en la Batalla de Hogwarts. Voldemort entonces impidió que las emisoras de radio pudieran usarse en el mundo mágico, al igual que en la primera porción de la guerra. Todos creyeron que era un castigo, un recordatorio de que el Señor Tenebroso podía destruir lo que quisiera.

No fue hasta ese año, que Draco supo que era algo más.

Con la vuelta de la radio, el Señor Tenebroso podía usarla para manipular aún más a la gente, utilizarla a su beneficio; y eso era lo que estaban haciendo. Desde la mañana, pequeñas transmisiones "clandestinas" habían estado sonando en la radio, alegando ser la nueva versión de Pottervigilancia volviendo a emitirse. Pero Draco sabía que no era así, y que en realidad era una forma de deslegitimar la veracidad de las intenciones de los Rebeldes. Los Mortífagos eran quienes estaban bajo esos falsos informes.

Era obvio que la gente estaba confundida.

Suspirando, Draco bajó a desayunar luego de bañarse y checar sus dedos, que todavía no terminaban de crecer por completo. Se colocó su túnica y el broche del Nobilium, pensando que sería llamado al Ministerio o que debía ir por cuenta propia apenas pudiera. Tenía cosas que aparentar.

El Profeta apareció ante él una vez que se sentó, nuevamente utilizando el apodo de Potter como "Indeseable n°1", con Rita Skeeter especulando las mil y una mentiras sobre qué había pasado con El-niño-que-vivió todos esos años. Si acaso era un Inferi, un cadáver reanimado con magia al que alguien estaba poseyendo. Si acaso era un impostor. O si todo ese tiempo se había estado echando aire en una isla tropical y había vuelto por fin a Inglaterra con la intención de quitarle el puesto al Señor Tenebroso y ponerse a sí mismo como el gobernante del Reino Unido.

Fuera como fuera, las cosas no pintaban bien para la Orden. Los medios de comunicación eran algo poderoso... Tendrían que jugar bien sus cartas.

Matar a Voldemort era una cosa. Pero incluso si muriera, si los Rebeldes no tenían poder... quizás eso no bastaría. Era demasiado potente la influencia de los Mortífagos. En toda Europa; quizás en todo el mundo.

Draco se quedó mirando la foto de Potter en el diario, justo después de que el hombre se quitara la máscara. Pasó la yema de sus dedos sobre ella.

Al menos aquello era un comienzo. La gente inteligente, realmente inteligente, (y escéptica), sería capaz de sumar dos más dos: las ejecuciones; la eliminación de la radio y su repentina reaparición. Quizás, si querían creer que había esperanza...

Pero Draco lo dudaba.

Dudaba que quedara un atisbo de esperanza en ese mundo.

Apenas comió antes de irse al Ministerio, sintiendo un peso en el estómago que nada tenía que ver con un malestar físico.

En menos de veinticuatro horas, bastantes cambios se habían hecho. Rodolphus Lestrange fue nombrado ministro, y luego de una charla en la que el Señor Tenebroso le preguntara a Draco qué estaba dispuesto a hacer, y él le respondiera que: «todo», Draco fue puesto como la mano derecha de Lestrange.

Sospechaba que era más como una forma de mantenerlo cerca, que como un premio y satisfacción por su eficiencia.

No iba a quejarse, tampoco.

Y cuando Draco se marchó del Ministerio anoche, ya había asumido su cargo.

Los mecanismos del inicio de la Segunda Guerra volvieron. Todos y cada uno. La misma propaganda anti-muggle se hizo más patente que antes. Se implantaron las mismas posiciones y medidas de acción. Grupos de investigación para saber dónde estaba Potter, campañas de desprestigio hacia la Orden y los sangre sucia; estos últimos siendo los más aterrados de todos, al siempre haber tenido una posición más frágil en la sociedad que finalmente estaba empezando a fragmentarse. Incluso más de lo que ya estaba. Draco pensó si podía hacer algo al respecto, ayudar a que alguna de esas cosas se detuviera.

Pero, para cuando Draco volvió a la mansión, Pansy estaba allí, y a él no se le había ocurrido nada.

Draco pausó en sus movimientos al entrar al salón, notando cómo una criatura movía las manos nerviosamente sobre su túnica al lado de una bella mujer. Tenía el rostro severo.

—Draco —dijo ella.

Draco enfocó sus ojos en el elfo doméstico al lado de Pansy.

—Di- dijo que usted había ordenado que la dejaran-

—Déjanos —le ordenó él con voz firme.

El elfo apenas dudó antes de chasquear los dedos y desvanecerse.

Podía comprender que la dejara entrar, a pesar de que le daban ganas de golpearlo por ello. Era su prometida. Pansy seguramente le había mentido, y los elfos no podían tacharla de mentirosa a menos que tuvieran orden explícitas de su Amo de jamás dejar entrar a una persona.

—¿Cuándo pensabas responder a mis cartas? —cuestionó ella, cruzándose de brazos.

Draco reprimió la necesidad de poner los ojos en blanco y se quitó la túnica, dejándola en una silla; la prenda desapareció gracias a los elfos pocos segundos después.

—No ahora, Pansy.

Pansy caminó hasta él, bajando los brazos. Se puso frente suyo, y el aroma a perfume intoxicó sus fosas nasales.

—Draco... —susurró ella de nuevo.

Entonces, y sin previo aviso, envolvió los brazos alrededor de su torso y enterró la cara en su pecho, con fuerza, como si quisiera aferrarse a él. Draco no se movió.

No recordaba qué se suponía que debía hacer.

—Estoy aterrada —dijo Pansy—. Esto es demasiado similar a lo que sucedió ocho años atrás. Y creo... creo que no se va a detener.

Draco miró hacia el cielo, sintiéndose asfixiado.

—No. No lo hará.

Ella se separó lo suficiente para verlo a los ojos, brillantes gracias a las lágrimas arremolinadas allí.

—Vamos a dar un paseo —dijo, con un tono de súplica—. Por favor.

Pansy dio un paso atrás y extendió su mano para que Draco la tomara. Luego de unos segundos de vacilación, lo hizo.

—Pansy —dijo él ya en el patio, suspirando—. No deberías salir de tu casa a menos que sea necesario.

Ella paró sus pasos, y lo observó con un atisbo de temor.

—¿Por qué?

—Los Rebeldes pueden atacar cualquier lugar —contestó Draco con simpleza—. En cualquier momento.

Pansy apretó los labios, su cara pálida pero evidentemente molesta con toda la situación.

—Pero nosotros les ganaríamos a esos sangre sucias asquerosos, ¿cierto?

Draco desvió la mirada ante sus palabras.

Pansy se colocó ante él.

—¿Cierto?

Draco pasó saliva, entrecerrando los ojos gracias a la brisa que corría.

—Por supuesto, Pans.

Pero ella sabía que no era completamente cierto. Si aún era capaz de leer su expresión, sabía que había una amenaza real.

—Draco —dijo—. Draco, mírame.

Draco obedeció con lentitud, observando cómo Pansy lucía tan- perdida. Tan... niña aún. Una niña caprichosa que verdaderamente no había perdido nada. Nada importante.

El gesto de Pansy se arrugó, y por unos segundos pareció como si quisiera decirle algo, pero tuviera miedo de hacerlo. Draco esperó pacientemente.

—Prométeme que no me ocultarás nada —habló finalmente, con una voz pequeña.

Draco la observó, y nuevamente sintió que Pansy y él estaban a kilómetros de distancia. Que ya nunca más podrían comprenderse, no de la misma manera. Y ni la antigua amistad o el cariño entre ambos remediaría alguna vez ese hecho. Quizás eran los secretos. Quizás era lo que habían pasado. No lo sabía.

Solo sabía que no podía cumplir con su promesa, y que no había vuelta atrás.

—Pansy —Draco suspiró, y le soltó la mano—. Creo que deberías irte.

Una mirada herida pasó por la expresión de la mujer mientras daba un paso atrás, abriendo y cerrando la boca cómo si quisiera estallar.

—¿Por qué sigues... empujándome? —espetó ella, arrugando el gesto.

—¿Perdón?

Pansy hizo una seña que lo abarcaba por completo.

—Sigues empujándome lejos —respondió, ausente—. Como si no fuera lo suficientemente buena para ti. Desde hace años que tú-

Se interrumpió a sí misma, poniéndose roja por la rabia, y Draco no sabía de dónde había venido aquello. Solo quería que lo dejara en paz. Quería no tener que mentirle.

—¿Por qué? —cuestionó, con resentimiento.

—No creo que esté haciendo lo que dices.

Pansy soltó una risa irónica, mirando hacia el cielo.

—Siempre tengo que pelear para poder estar en los acontecimientos importantes de tu vida. Ni siquiera me escribiste cuando te hiciste miembro del Nobilium. Me propusiste un compromiso en medio de una reunión del Ministerio. ¡No me hablaste cuando Narcissa murió, joder! ¡Ni siquiera recordaste mi puta existencia!

Pansy volvió a retroceder otro paso, mientras Draco se quedaba ahí, mirándola con la mente totalmente en blanco.

—No debería ser tan difícil —prosiguió ella, más bajo, mientras negaba—, estar en la vida de una persona.

Draco se pasó una mano por el pelo, sin saber qué mierda hacer o decirle. Tenía razón, quizás.

Solo no le importaba lo suficiente. Había otras cosas más urgentes por las que preocuparse.

—Siempre serás mi mejor amiga —dijo él, algo impotente. Pansy elevó una ceja.

—Porque nunca me dejaste ser algo más.

—Pansy...

Draco trató de tomar su mano, en un gesto que muchos, muchos, años atrás, hubiese sido reconciliador. Pero esta vez, ella se apartó.

—Me importas —dijo Draco con sinceridad—. Siempre te querré. —Tomó un hondo respiro, mirándola directamente a los ojos—. Pero si esa es la manera en la que deseas que te quiera, nunca la vas a encontrar en mí.

Y Pansy finalmente estalló.

—¡No se trata de eso, Draco! ¿Acaso tienes un mínimo de respeto por nuestra amistad?

Draco acentuó su ceño fruncido.

—No entiendo de dónde viene todo esto.

—¡Se acaba de declarar la puta guerra y no pensaste en que yo pude haber estado herida! —Pansy subió la mano, y le mostró el anillo—. ¡Estamos comprometidos, joder!

Draco pensó que siempre había estado claro que allí, en esa supuesta unión, no había amor. No de ese, al menos. Pero no lo dijo. En cambio, se concentró en la primera parte.

Pansy ni siquiera había estado en la ceremonia.

—Pansy, han pasado un montón de cosas- —comenzó a decir, mas fue interrumpido.

—Mi primer pensamiento fue cómo tú, o Daphne, o Theo podrían estar. Jódete —escupió, volviendo a retroceder—. Vete a la mierda, Draco Malfoy. Tú y tus estúpidos problemas. No eres el centro del puto mundo. No eres el único que sufre.

En un gesto de ira, Pansy se sacó el anillo y se lo tiró al suelo, a sus pies, dando media vuelta mientras le mostraba el dedo del medio.

Draco tensó la mandíbula. Estaba siendo completamente infantil.

—Jódete tú también, Parkinson.

Pansy estaba cada vez más roja.

Quizás cuánto tiempo se estaba guardando aquello.

—Vas a terminar solo —dictaminó entredientes—. Cuando el resto del mundo se dé cuenta de la mierda que eres, vas a terminar solo.

Draco alcanzó el bolsillo donde estaba su varita.

—Vete —ordenó en voz baja.

—No me lo tienes que decir dos veces.

Pansy comenzó a caminar de vuelta a la mansión. A mitad de camino decidió girarse y continuar hablándole mientras se iba.

—Lo peor de todo, es que me seguiré preocupando por ti sin importar qué...

Su voz salió medianamente rota. Draco la miró con gesto indiferente.

—Me importa una mierda.

Pero sabía que él también lo haría. Que haría lo que estuviera en sus manos para lograr que Pansy sobreviviera a la guerra. Que Theo, que Goyle, que todos los que le quedaban lo hicieran. Incluso cuando ellos creyeran que no.

Pansy apretó los labios y asintió antes de marcharse por completo, dejando en el aire lo que acababa de decir.

•••

Draco miró a un punto fijo del patio por lo que parecieron horas. Solo retornó a la mansión luego de unos minutos de estar parado en medio del jardín y que un viento comenzara a helarle los huesos, al mismo tiempo que repetía las palabras de la mujer en su cabeza.

Vas a terminar solo. Cuando el resto se de cuenta de la mierda que eres, vas a terminar solo.

Quizás era para mejor.

Draco caminó con la cabeza gacha, sumido en su mente, dispuesto a- hacer cualquier cosa, con tal de dejar de pensar.

Hasta que sintió como otro tipo de frío lo inundaba.

El aire se tornó unos grados más gélido. El viento cesó. El agua y el rocío que caía se transformó, literalmente, en hielo. Cuando levantó la mirada, una vez más, supo que era porque los jodidos dementores se acercaron a la mansión, yendo de allá para acá con libertad.

—Lárguense, joder —exclamó.

Pero sabía que aquello no era suficiente.

Sacando la varita desde los bolsillos de su túnica, Draco trató de concentrarse, de pensar en un recuerdo lo suficientemente potente para invocar un Patronus. Tenía que ver con sus padres, obviamente.

Su cumpleaños número diecisiete.

El último cumpleaños que pasaron juntos.

Draco cerró los ojos intentando varias veces el hechizo, mientras sentía el frío asentarse en sus huesos. Podría entrar a la mansión y detenerse; pero sabía que los dementores tenían la posibilidad de tomar como residencia su casa gracias a las malas memorias que había en ella. Y no podía permitir que aquello pasara.

Expecto Patronum —murmuró por cuarta vez.

Pero, aunque lo esperaba, su familiar zorro no fue lo que salió de la punta de la varita.

Draco retrocedió un paso, mientras veía cómo un animal de cuatro patas comenzaba a galopar lejos, con sus alas grandes agitándose a medida que se acercaba a la zona que los dementores iban a empezar a cubrir. Las líneas de su boca delataban que era una hembra y su cola se movía, mientras emprendía el vuelo. Majestuoso. Impactante.

Y nada como él, porque aquel no era su Patronus.

Aquel thestral, era el Patronus de su madre.

Draco bajó la varita con lentitud sintiéndose asfixiado de pronto, observando cómo el animal espantaba a los dementores. Lucía como todo lo que él no era. Tranquilo, grácil, único. Draco casi podía escuchar a su madre riendo en algún lugar, sacándole en cara a Lucius que Draco había obtenido el mismo animal que ella.

De repente, un dolor le recorrió el cuerpo, mientras sus piernas chocaban con algo demasiado duro.

No sabía ni cómo, ni cuándo, Draco estaba de rodillas, y se estaba abrazando a sí mismo. No podía respirar. Un ruido sonaba con insistencia en sus oídos.

Dolía. Dolía. Dolía. Y el puto ruido no paraba.

El ruido eran sus sollozos.

Draco se llevó una mano a la cara para sentir cómo sus mejillas estaban mojadas. Bajó la cabeza, mientras su mente parecía no- no poder parar, parecía no poder callarse nunca. Se repetía una y otra vez que- era todo lo que le quedaba de ella. Todo lo que le quedaba. Nada más.

Ya no tengo nada más. Es lo único que me prueba que existió.

¿Y qué tan estúpido era eso?, ¿un mundo en el que su madre no le acariciaría el cabello, o no le haría fiestas de cumpleaños exageradas para solo cinco personas?, ¿qué era?

¿Qué mierda era?

Draco se dejó caer por completo en el frío pasto y se tomó la cabeza entre las manos, con el thestral volviendo hacia él y galopando a su alrededor. Le rompía el corazón saber que nunca se enteraría por qué el Patronus de su madre tomaba esa forma, y qué significaba para ella. Cómo lo había descubierto. Si su padre lo encontraba bonito también.

Sintiendo que sus ojos ardían, que su nariz se obstruía, que los sollozos brotaban de su garganta mientras las lágrimas asquerosamente saladas llegaban a su boca, y que no podía respirar gracias a la presión en su pecho, su último pensamiento antes de que finalmente se dejara ir, antes de que el dolor insoportable en sus pulmones estallara como debió haber hecho hacía bastante tiempo, vibrante y real, era que nunca más quería sentirse de esa forma. Jamás.

Era demasiado. Demasiado. Ya no le quedaba nada. Estaba solo y era patético y su madre-

No quería volver a sentirse así. No podía. No podía. No podía. No podía-

No sería capaz de soportarlo.

•••

Para cuando Draco se calmó, descubrió que sus pies lo llevaron nuevamente de vuelta al salón, y que una vez allí dentro, lleno de los fantasmas, de la risa de su madre en cada rincón, en cada objeto y habitación, sentía que perdería la cabeza.

Sentía que no volvería a levantarse.

Apresuradamente, tomó una botella al azar de la reserva de Lucius y arrojó los polvos flú en dirección a la Mansión Nott, aprovechando que Theo tenía la red abierta siempre para él.

Solo para encontrar que su amigo no estaba allí.

Sin embargo, y aunque debió haberlo hecho, Draco no soportaba la idea de volver a su casa en ese momento. No soportaba la idea de estar solo. Todo lo que veía era un recordatorio. Todo. Todo el tiempo. Todo el puto tiempo.

Luego de preguntarle al elfo dónde estaba Theo, y que este le contestara que "el Amo no lo había informado", Draco se Apareció afuera de la base de la Orden, suponiendo que el único lugar posible en el que su amigo estaría sin decirle a sus elfos domésticos, sería allí.

A Draco en ese preciso momento ni siquiera le importaba pensar que una vez dentro la gente lo miraría con asco. Que incluso muchos de los actualmente heridos estaban precisamente heridos gracias a él mismo. Le importaba una mierda el resto.

No podía estar solo.

Dudando, sacó la varita y la miró. La miró por minutos enteros, sin saber si era capaz de soportarlo otra vez.

Pero era la única forma. Theo lo reconocería o le extrañaría al menos que el animal fuera donde fuera que estaba él, y pensaría en quién podría habérselo enviado. No había demasiados magos capaces de tener un Patronus como ese.

Cerrando los ojos, y negándose a abrirlos durante el proceso, Draco conjuró el thestral y le ordenó ir hacia Theo.

Apenas dos minutos más tarde, el portón de la mansión se abrió y Draco dio un paso al frente, dispuesto a entrar.

Pero no era Theo el que lo estaba esperando al otro lado.

Era Potter.

Draco lo examinó, notando cómo había bastantes moretones repartidos por su piel, y uno particularmente grande que le cubría la mitad de la cara, aunque ya estaba empezando a perder color, como si recién se lo hubiese curado con magia. Sus ojos se encontraban brillantes, como –Draco recordaba– cada que vivía una emoción intensa en Hogwarts, y la luz de la luna se reflejaba en la cicatriz de su frente. Su magia estaba inquieta. Hacía que los vellos de su cuello se erizaran.

Potter se le quedó viendo unos instantes, probablemente haciendo lo mismo que él, buscando signos de que lo que había pasado ayer fue efectivamente real, que ambos lo habían vivido. Luego, su mirada viajó hasta depositarse en su mano. Draco creía que quizás estaba asegurándose qué tanto crecieron sus dedos en más de veinticuatro horas. Pero Potter, en lugar de comentar sobre eso, o siquiera decir "hola", simplemente se inclinó y le quitó la botella de Whisky de las manos de golpe, antes de dar media vuelta y empezar a cerrar el portón.

Imbécil.

Draco se apresuró a entrar, sintiéndose irritado desde un inicio. Su plan había sido ir a buscar a Theo y llevárselo a la mansión, o beber hasta no recordar nada- pero con él.

¿Y qué había obtenido?

A Potter, con ojeras más oscuras que las suyas y un carácter de mierda.

Mientras Draco caminaba detrás de él, tratando de seguirle el paso, se satisfizo al recordar lo agradable que era saber que Potter y sus actitudes aún eran una buena distracción. Que la Orden en sí era una buena distracción, un motivo para seguir. Estar ahí, y saber que si podían- si tenían la posibilidad de al menos derrocar el gobierno, la deuda con su madre no sería tan grande y-

No va a volver.

Nunca la volveré a ver.

Esto no la traerá de vuelta.

—¡Potter! —llamó Draco apretando la mandíbula cuando lo vio subir las escaleras como si su vida se fuera en ello.

—Vete a la mierda, Malfoy —fue su respuesta, mientras doblaba por el pasillo.

Draco hizo una mueca; el dolor del Crucio en sus riñones aún latía.

—Cabrón...

Potter llegó al borde de una habitación alejada y se dejó caer, apoyado en la pared a un lado de la puerta, Draco lo alcanzó, poniéndose frente a él y lo miró desde arriba, frunciendo las comisuras con asco al verlo abrir la botella y tomar de ella como si le perteneciera.

—¿Dónde está Theo? —preguntó, masajeando su frente.

—¿Dónde crees tú que está? —replicó Potter con brusquedad, sin mirarlo.

Draco dejó caer la mano y suspiró.

Luna Lovegood, por supuesto, ¿dónde más?

Miró a su alrededor, tratando de descubrir si se encontraba por allí cerca; pero, en cambio, lo que le recibió fue un montón de gente yendo de un lado a otro sin detenerse. Un ruido latente corría por cada rincón de la casa.

Había más personas allí. Y los sanadores continuaban curando a los heridos. Incluso un día después.

Draco giró la cabeza nuevamente hacia la puerta donde Potter estaba apoyado y la observó. ¿Quién estaría ahí dentro?, ¿Granger, Weasley?, ¿o alguien que él no conocía?

No puedo evitar sentir de nuevo lo descontrolada que estaba la magia de Potter, deduciendo que tenía que ver con quienquiera que estuviera dentro de esa habitación. ¿Estaría herido de gravedad?, ¿al borde de la muerte, quizás? Draco se cruzó de brazos, mirando cómo Potter le daba otro trago a su botella, y al olfatear el aire recién ahí se dio cuenta de que el hombre apestaba a alcohol. Pero a alcohol muggle.

Suspirando, meditó sus opciones. Como Draco lo veía, tenía tres. La primera: iba a buscar a Theo de forma patética para pedirle que se fueran y que lo acompañara, además de quitarle la botella a Potter porque de ninguna manera se la iba a dejar. La segunda: se iba de inmediato, (lo cual sería lo más sabio), pero... eso significaría volver a la mansión. Y a ver las paredes llenas de sangre. Y a estar solo-

Draco no soportaba estar solo.

No ese día.

Así que eligió la tercera opción.

Se dejó caer lentamente al lado de Potter, en la otra pared al costado de la puerta, siendo separados solo por ésta. Apoyó los brazos en sus rodillas.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Potter horrorizado.

—Me quitaste mi botella —contestó Draco con simpleza, apuntándola con la barbilla—. Por algo la traje.

Potter bajó la vista hasta el Whisky de Fuego e hizo una mueca desagradable, para así ignorar sus palabras y darle un sorbo. Draco rodó los ojos, quitándosela de la mano, y tomó él también sin reparar lo poco digno que era eso. Su padre pondría el grito en el cielo si lo hubiese visto.

Pero su padre ya no estaba.

Su padre había matado a su madre.

Parecía un chiste de mal gusto.

Draco desvió la mirada hacia una ventana que tenían frente a ambos, y por al menos dos minutos, ninguno de los dos dijo nada.

—¿Leíste lo que dice El Profeta? —soltó Draco entonces, incómodo con la situación y sin saber qué más decir. Vio cómo Potter pegó la nuca a la pared tras él.

—No- solo... No hablemos de eso. No- no hablemos-

—¿Quieres que me siente aquí sin decir una palabra?

Potter bufó.

—Preferiría que te fueras, pero- —dijo, y Draco rodó los ojos una vez más—. Sí, algo así.

Draco accedió, solo porque no tenía ánimos de ponerse a discutir con él. Se llevó la botella a la boca nuevamente y le dio un largo trago. El Whisky de Fuego bajó por su garganta.

Aquello no era una buena idea.

Potter también bebió una vez que Draco dejó la botella entre ambos, y por muy surreal que aquello se sintiera, era mejor que lo que le había pasado en el día.

Sí, tan mal estaban las cosas que beber al lado de Harry Potter no estaba al final de la lista de acontecimientos horribles. Que incluso era preferible a estar en su casa en esos momentos.

—Nunca había visto algo así —murmuró Potter de pronto.

Draco frunció el ceño, ignorándolo al creer que estaba hablando solo, pero luego de unos segundos sintió la mirada de Potter encima de él.

—¿Qué?

—El Patronus. —Potter hizo una seña con la botella hacia el aire—. Nunca vi un Patronus en forma de thestral.

Un ramalazo de dolor le recorrió al oírlo.

Draco recordó las tardes luego de la guerra, siendo obligado a aprender un Patronus en caso de que quisieran torturarlo o amenazarlo con ser besado por un Dementor. Recordó lo mucho que le había costado obtener su zorro, y cómo no tuvo a nadie con quien compartir su significado, o celebrar el triunfo una vez que lo consiguió.

Y luego recordó cómo se veía su nuevo Patronus en la tarde, grande e impactante. Recordó cómo su madre solía conjurarlo para él cuando era niño. El thestral recorría su habitación, mientras Draco trataba de alcanzarlo al mismo tiempo que saltaba encima de su cama.

Pero desechó el pensamiento. No podía. Estaba ahí para olvidar.

—Ni siquiera sabía que podías hacer un Patronus —insistió Potter.

—No tendrías por qué saberlo —espetó Draco con amargura—. No es como si alguna vez hubiéramos sido amigos.

No agregó que tuvo que aprender a conjurarlo una vez que comenzó a vivir en ese mundo, y que en Hogwarts no fue capaz de producir uno nunca. Potter probablemente podía deducirlo.

—No porque no lo hayas intentado.

—Sí, sí, y me rechazaste —dijo Draco, haciendo un gesto de hastío—. ¿Realmente quieres hablar de eso?, ¿te excita saber que le rompiste el corazón a mi yo de once años?

Potter arrugó la nariz.

—Cállate, tú no tienes corazón.

—Sí tengo, y me lo rompiste...

—Voy a vomitar-

—... en mil pedazos.

Draco imitó la postura de Potter con la nunca pegada a la pared, y ladeó la cabeza para poder mirarlo. Potter hizo una mueca al beber y Draco casi comenzó a reírse por lo ridículo que era esto. Y él. Sobre todo él.

—No aguantas una mierda.

Potter tomó la botella y comenzó a girarla para así leer la etiqueta que tenía. La yema de sus dedos trazaban el papel.

—El alcohol mágico es muy diferente al muggle —dijo ausentemente—. Olvidé a qué sabía el Whisky de Fuego.

Draco observó su perfil. Observó la obstinada línea de su mandíbula y la manera en que las pestañas bañaban sus mejillas al mirar hacia abajo, todo bajo esos horrorosos lentes. Su cabello era un desastre, y se veía afligido. Bueno, tenía que estarlo si estaba bebiendo con él sin tratar de pelear. Al menos no con el mismo esfuerzo de siempre.

Draco apartó su vista de Potter, dándose cuenta de que lo estaba mirando más tiempo de lo normal, y no contestó nada otra vez. Tomó la botella, tratando de no pensar en que se estaban turnando para hacerlo... de una manera casi amigable.

Era irónico. Objetivamente, aquello fue una victoria para la Orden. Consiguieron triunfar al secuestrar a Rookwood, y Potter por fin pudo mostrar al mundo, sin posibilidad de ser desmentido, que estaba vivo. Que había una supuesta esperanza.

Pero aquel lugar apestaba a sangre y pociones y carne viva.

A muerte.

—¿Viste...? —comenzó a preguntar Potter, dándole un sorbo especialmente largo a la botella cuando Draco dejó de beber—. ¿Viste-? ¿Viste a los niños?

Potter había empezado a arrastrar ligeramente las palabras, seguramente gracias a la combinación con el alcohol muggle que había estado tomando antes. O a que ya no estaba acostumbrado a consumir bebidas mágicas. O ambas.

Draco frunció el ceño sin entender, y tuvo que haberse leído en su cara, porque Potter se pasó una mano frustrada por el pelo.

—Niños —dijo, en tono agraviado—. Había niños de once años allí. Peleando.

Draco hizo memoria, mientras tomaba el Whisky entre sus manos. Unos cuantos recuerdos de infantes levantando sus varitas tanto en contra de ellos como en contra de la Orden pasaron por su cabeza. Pequeños niños que no debían saber demasiado, pero que ese mundo les había enseñado cosas que no tenían por qué saber.

La diferencia entre él y Potter, es que Draco no sentía nada al respecto.

O aprendió a no sentirlo.

Le daban igual. Todo el mundo le daba igual. Estaba acostumbrado a esa crueldad y a pensar en los niños de Hogwarts como soldados. Eso es lo que eran. Eso es lo que el Señor Tenebroso siempre deseó que fueran. Draco no podía sentirse igual de impactado que Potter cuando aquello había sido una imagen recurrente para él durante todos esos años.

—Eran- eran... Estaban ahí, haciendo magia negra —continuó Potter al no recibir respuesta de su parte—. ¿Cómo puede eso ser normal? ¿Cómo....?

—Creí que no querías hablar —lo cortó Draco con brusquedad, bebiendo otra vez. Potter le quitó la botella apenas la dejó entre ambos.

—Es el alcohol. Mierda —murmuró, tomando otro trago de Whisky—. Hablo demasiado, más de la cuenta, cuando tomo. No debería seguir bebiendo.

Pero no demoró en darle otro sorbo a la botella.

Draco lo miró por unos segundos antes de imitarlo y soltar un resoplido semejante a una risa. La bebida poco a poco comenzaba a fluir por sus venas.

—Yo empiezo a decir estupideces —comentó al aire, encogiéndose de hombros—. Cuando bebo.

—¿Cuando bebes? —se burló Potter—. Tú siempre dices estupideces.

—Potter... amanecí con ganas de pegarle a alguien, ¿te estás ofreciendo como voluntario?

Esta vez el que soltó un resoplido fue él.

Draco no agregó nada por un largo rato, escuchándolo tomar. A esa velocidad, Potter estaría vomitando en unos minutos, y Draco no estaba dispuesto a limpiar su vómito.

—Malfoy.

Draco alzó una ceja mientras desviaba la mirada, dando a entender que lo había escuchado. Potter se aclaró la garganta.

—Gracias —completó, como si aquella frase le quemara.

Draco esperó en silencio a que Potter se riera.

Esto no sucedió.

—¿Qué?

—Por las pociones.

Draco apretó los labios al escuchar el tono de obviedad, mientras revivía en su cabeza el momento en el que llevó las pociones a la base. Y a pesar de que quería tratar de entender el porqué de sus propias acciones, la verdad era que... solo lo hizo. No lo pensó. No paró a meditar los motivos. Solo supo que las pociones que llevaba haciendo desde hace días no eran precisamente para los Mortífagos, y que la Orden las necesitaría. Fue su primer instinto, necesitaba que estuvieran fuertes y que pudieran pelear.

—¿Por qué me lo estás agradeciendo? —dijo Draco con desprecio—. Tenía que traerlas.

—No, no tenías que hacerlo.

—Potter, por favor. Si no las hubiera traído, habrían más bajas de las que hubieron. Y eso no me beneficia para nada. Tenía que hacerlo.

Potter bebió otro sorbo y apuntó hacia atrás, chocando la botella con la puerta que estaba entre ambos.

—Ron está allí dentro —le dijo, en un tono que Draco no sabía cómo interpretar. Decidió escucharlo con atención, aunque, si era sincero, le importaba una mierda lo que le pasaba o no a la Comadreja—. Se ha quedado sin una pierna. Si se salva, será gracias a ti. Y estoy agradecido por eso.

Draco alzó las cejas, despreocupado.

—Wow, el gran Dios se ha dignado a mirar a los mortales. ¿Eso debería hacerme sentir mejor? —se burló—. Créeme que entre todas las cosas que quería hacer hoy, salvarle la vida a un Weasley no era una de ellas.

Potter estrelló la botella contra el suelo con tanta fuerza, que casi la quebró.

—¿Preferirías que hubiera muerto, entonces?

—Me da absolutamente igual, Potter —contestó con honestidad, encogiéndose de hombros—. Si vive, si muere, no cambia nada para mí. Me importaría una mierda si es que no vuelve a caminar. Quizás lamentaría perder a un soldado, pero eso es todo.

—No lo llames así —espetó Potter en tono amenazante.

Solo porque no tenía ánimos de discutir, Draco aceptó que le hablara de esa forma. Estaba harto, ya había peleado suficiente por un solo día.

Por una vida.

—¿Por qué tienes que ser... así? —preguntó Potter al cabo de un rato, en el que solo el sonido de una tenue llovizna y los gritos resonaban entre ambos.

—Así, ¿cómo?

—Tan... odiable.

Draco soltó una risa sin humor, tomando la botella entre sus manos cuando Potter terminó de beber.

—Creo que la palabra que buscas es "detestable".

—Eso. ¿Por qué?

Draco lo consideró. Sabía quién fue en Hogwarts, pero pensar en sí mismo como ese niño que creía que Harry Potter le ganara era lo peor que podía pasarle, se sentía lejano. Como pensar en la vida de un extraño Draco se llevó el Whisky de Fuego a la boca, el alcohol ingresó a su cuerpo y él apenas lo sintió.

Apenas sentía nada.

—Toda tu jodida vida te encargaste de ser el ser humano más detestable que una persona podría tener cerca —prosiguió Potter, mirándolo de lleno—. ¿Por qué?

—Interesante, describirme a mí como el ser humano más detestable existente cuando Severus Snape era tu profesor, y el Señor Tenebroso literalmente mató a tus padres para convertirte en su mayor objetivo desde que eras un niño.

—Te burlaste de mis amigos. Les dijiste cosas horribles. Me dijiste cosas a mí. Hiciste de mi vida un infierno —balbuceó Potter, como si no pudiera detenerse—. Te burlaste de la muerte de mis padres, y de Molly Weasley, y- y- "los sangre sucias serán los primeros en caer"...

—No hace falta que llores tampoco.

Potter arrugó la cara, como si no pudiera comprender y Draco realmente fuera un puzzle humano.

—Eras- eres un ser humano detestable —le escupió. Draco suspiró cansinamente.

—Supongo que sí.

Potter se pasó una mano por la cara.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué eras así?

Draco apoyó la cabeza en la pared.

—Potter, ¿recuerdas a los niños que viste ayer?

—Sí.

Draco ladeó la cabeza para mirarlo.

Sus ojos se encontraron a mitad de camino.

—¿Qué te hace pensar que yo era diferente a ellos?

Potter se enderezó en su lugar, casi como si hubiera sido golpeado por aquella oración. Draco continuó.

—Sí, seguro, yo no estaba viviendo en un mundo gobernado por el Señor Tenebroso; pero... Toda mi vida- me dijeron, me criaron- me entrenaron para... Para-

Draco estuvo a punto, verdaderamente a punto de hablar de sus padres, de su familia y de todo lo que había analizado durante esos años. Cómo el amor le hizo creer cosas que no eran. Pero los ojos esmeralda de Potter, además de ser especiales para perderse en ellos, también eran lo suficientemente únicos como para no olvidar con quién estaba hablando.

Cerró la boca de golpe.

—Eso no es excusa —dijo Potter creyendo que había acabado de hablar.

—¿Crees que me importa un carajo excusar mi comportamiento ante ti? ¿Quién crees que eres?, ¿un juez? —Draco le dijo con sorna—. Me preguntaste por un porqué, y te lo di, hasta que recordé que no es ninguno de tus putos asuntos.

Draco desvió la mirada tercamente hacia la ventana y tomó un gran trago de Whisky. Potter lo imitó una vez que dejó la botella a un lado suyo, bebiendo por unos segundos, para acabar sacudiendo la cabeza.

—Deberías ir a checarte —dijo Potter entonces, de la nada.

Draco pausó en sus movimientos y se giró.

—¿Disculpa?

—Estás medio cojeando y haces muecas cada vez que te mueves. Mantienes la mano encima de tu estómago mientras aplicas presión —explicó, gesticulando con sus dedos. Draco quitó la mano de su torso apenas lo oyó—. Diría que estás herido, pero pareces bien por fuera.

Draco alzó las cejas, sin saber cómo carajos Potter había notado tantas cosas en ese estado y en tan poco tiempo. Quizás él estaba siendo muy obvio, o quizás Potter siempre había sido muy detallista con las cosas más estúpidas.

—¿Cuántos Crucios fueron? —preguntó. Draco arrugó la frente.

—¿Cómo...?

—Malfoy, ¿de verdad quieres saber cómo es que sé las secuelas de los Crucios?, ¿no se te ocurre una idea?

Draco lo observó. Siempre lo observaba.

De todas las personas en la Orden, Potter parecía ser el menos afectado, el menos tocado por la guerra. La única cicatriz realmente visible que tenía, era la de forma de rayo que le llegaba hasta la mitad de la mejilla. Obviamente lucía mucho más grande, más macizo y alto de lo que fue en Hogwarts, más cansado también. Pero el resto...

Draco no se iba a engañar a sí mismo. Potter era odioso, pero atractivo. Era devastadoramente atractivo, como la representación de una fuerza de la naturaleza incapaz de domar. Y era un poco injusto ver cómo todos parecían haber perdido, y haber sufrido; haber envejecido diez años más de lo normal. Y que él continuara con aquella fachada de "El-niño-que-vivió" intacta; el héroe que los iba a salvar a todos.

Era fácil olvidar a veces, que Potter había sufrido incluso más que él.

—No es nada —respondió finalmente a su anterior pregunta—. Pasará en unos días.

Potter hizo un pequeño "tch" con la lengua, mientras Draco fijaba los ojos en la botella en su mano, girándola.

—Un Crucio es una tortura terrible.

—No tenía idea.

—Duele demasiado.

—Merlín, Potter, estoy impresionado. Sabes pensar mejor que un niño de cinco años.

—Duele más que cualquier otra cosa en el mundo.

Draco paró de girar la botella de golpe ante esa afirmación y parpadeó. Luego, tomó un trago muy largo.

No miró a Potter mientras respondía.

—Ambos sabemos que hay dolores peores.

Volvieron a quedarse en silencio entonces. Draco sentía cómo el alcohol finalmente empezaba a afectarle. Sentía que el tiempo y el mundo estaban pasando más lentos, y sus pensamientos se veían ligeramente atontados también. El dolor en su interior se encontraba algo entumecido.

Y de pronto, cuando Draco aceptó por fin que definitivamente el whisky le estaba comenzando a afectar, Potter rio.

Absolutamente de la nada.

—No puedo creer que esto está pasando —soltó con una sonrisa clara en la voz. Draco se negaba a volver a mirarlo.

—¿Qué?

Potter extendió la mano hacia el lado, y él de forma inconsciente le tendió la botella.

—Estoy esperando a ver cómo Ron sale con vida sentado junto a Draco Malfoy —explicó antes de llevársela a la boca.

Incluso a sus propios oídos sonaba delirante.

Draco sonrió perezosamente. Esto era ridículo.

—Draco Malfoy —repitió Potter con voz hueca.

—Ese es mi nombre.

—Mi yo adolescente querría tirarse de la escalera hacia abajo.

—Mi yo adolescente te tiraría de las escaleras hacia abajo.

—Por favor, Malfoy —replicó Potter con una sonrisa autosuficiente y borracha—. En Hogwarts, alguien te tocaba un pelo y te ponías a llorar diciendo que nos acusarías con tu padre.

Draco bufó al escucharlo, e hizo una mueca por el movimiento de su torso. Por unos momentos, recordó con cierto asco al niño que fue. Tan crédulo. Tan imbécil.

Tan débil.

—No tengo idea de cómo sobreviví al inicio de la guerra.

No fue su intención. No decirlo, al menos. A pesar de que era cierto.

Potter suspiró, y mientras Draco le daba una breve mirada, notó que su expresión se volvía verdaderamente honesta.

—Yo tampoco lo sé.

Bueno, estaban de acuerdo en algo.

Potter volvió a tomar otra vez, haciendo que Draco apoyara la frente en sus rodillas mientras lo escuchaba. De una forma u otra, toda aquella situación lo estaba aliviando. La opresión en su pecho era casi fácil de obviar.

Y, si Potter no había entrado como loco a pedir actualizaciones de la Comadreja, probablemente a él también le pasaba algo similar.

—Convirtiéndote en lo que eres ahora, supongo que sobreviviste —volvió a hablar Potter una vez que dejó la bebida a su lado, limpiándose con la manga.

Draco levantó la cabeza, mareándose en el proceso. Alzó una ceja.

—¿Y qué soy?

Potter dejó de mirar hacia abajo para enfocarse en él, y por unos segundos, lo único que hicieron fue observarse el uno al otro. Era algo ya familiar.

Los ojos de Potter estaban desenfocados y cristalizados gracias al alcohol; su boca estaba algo abierta, su cabello era un desastre, el moretón había desaparecido. Su expresión denotaba un grado de apertura distinta a la máscara dura que normalmente mostraba hacia Draco.

Se lamió los labios, mirándolo con intensidad.

—Astaroth —susurró él.

Draco asintió lentamente, sin cortar el contacto visual. Cuando habló, su voz también era un murmullo.

—Es bueno saberlo, Elegido.

El ruido de un chico corriendo de un cuarto a otro con un suministro de pociones los sacó a ambos de la competencia de miradas que habían establecido; alguien herido probablemente estaba entrando en colapso. Para cuando Draco volvió a ver a Potter, éste estaba abriendo y cerrando la boca aún sin apartar la mirada, con gesto pensativo.

—¿Qué? —preguntó Draco.

Y por la transparencia del rostro de Potter, Draco sabía que diría algo como "no me digas así", o reclamaría que era "más que eso", más que el título de "Elegido".

Pero sabía que si lo decía, sería admitir que Draco era "más que eso" también.

—Nada.

Desde hacía mucho tiempo que Draco no veía una cara que no trataba de ocultar lo que estaba sintiendo. Seguro, a Potter siempre se le notaba cuando se molestaba, era inevitable. Pero el resto del tiempo parecía casi tan frío como él. Indiferente.

Y aquello... aquello era casi poder leerle la mente solo de verlo. Por unos segundos, Potter estaba dejando olvidar que sobrevivir en ese mundo significaba jamás mostrar una sola grieta de vulnerabilidad.

—Potter —dijo Draco viendo cómo este apretaba los labios, sintiéndose contrariado.

Potter asintió

—Malfoy.

Ninguno dijo nada más.

Al cabo de unos minutos, un bullicio se oyó en la puerta detrás de ambos. Draco se medio giró, escuchando los pasos ir de un lado al otro en la madera y un par de exclamaciones. Potter sacó la varita, e hizo el ademán de querer levantarse, tenso de cabeza a pies. Pero no duró más de treinta segundos.

Sin embargo nada sucedió, y por unos diez minutos –o quizás menos– ambos se dedicaron a esperar que alguien apareciera por la puerta dando cualquier noticia. Buena, o mala.

Pero luego se dieron cuenta de que eso no sucedería. O Potter se dio cuenta, aunque no dejó bajar la guardia.

Los pasos seguían sonando dentro. Draco se preguntó si Granger estaba allí.

—Weasley va a estar bien —dijo sin pensar, a causa del alcohol.

Draco no pensaba volver a beber. No al menos al lado de Potter.

—No necesitaba tu confort, pero gracias.

—No lo digo para hacerte sentir mejor, por mí que te pusieras a llorar y no me importaría nada. Lo digo porque es la verdad. Ustedes, los Gryffindor, siempre terminan viviendo.

Potter aún miraba la puerta con insistencia.

—No tienes que sonar tan decepcionado al respecto.

Draco sonrió amplio esa vez. Por primera vez aquel gesto no se sintió como un esfuerzo terrible.

—No me digas qué hacer.

Potter lo miró de reojo por unos segundos, antes de bajar la cabeza y esconder una sonrisa él también.

Al cabo de unos segundos volvió a su posición inicial, con las piernas extendidas en medio del pasillo y el torso junto a la cabeza apoyados en la pared de detrás.

—Malfoy.

Draco ladeó la cabeza para indicar que lo estaba escuchando.

—¿Alguna vez te has puesto a pensar...?

El rubio soltó una pequeña risa gracias al alcohol. Potter era un hombrecito chistoso cuando se lo proponía.

—Bueno, ya está claro que no, pero- —dijo él rectificando, con un ápice de diversión—. ¿Alguna vez has pensado cómo hubieran sido de diferentes las cosas? Si el día que te conocí, yo-

—No —lo interrumpió Draco. Sintió los ojos de Potter encima de él al instante. Draco le dio un trago a la botella—. Nada habría cambiado, Potter.

Potter no dijo nada, y Draco una vez más sintió cómo el ánimo decaía. De verdad, qué manía de hacer eso. Draco no quería pensar en el pasado. No quería pensar en los "qué hubiera pasado si...". Durante su adolescencia lo hizo innumerables veces.

¿Qué hubiera pasado si Potter hubiese tomado mi mano?, ¿qué hubiera pasado si mis padres no me hubiesen criado así, si mi padre no se hubiera unido al Señor Tenebroso?, ¿qué hubiera pasado si nunca hubiese tomado la Marca, si hubiese pedido ayuda, si Dumbledore me la hubiera ofrecido antes?, ¿qué hubieras pasado si hubiese decidido mejor?

Así no estaban destinadas a suceder las cosas.

—Mis padres no se habrían pasado a tu bando —continuó Draco, impasible—, y yo te habría vendido al Señor Tenebroso si hubiera tenido la más mínima oportunidad.

—No. No lo habrías hecho.

—Te aborrezco. Por supuesto que lo habría hecho —replicó bruscamente, con una mueca desagradable—. Lo haría ahora mismo si no me sirvieras vivo.

Potter entrecerró los ojos, como si estuviese tratando de leerlo de esa manera exasperante que tenía.

—Malfoy, ¿por qué parece que estás tratando de convencerme? —Draco desvió la mirada. Eso era una mierda. Todo eso, pura, pura mierda—. No necesitas hacer que te desprecie más de lo que ya lo hago. Créeme que es suficiente.

Draco esbozó una mueca irónica.

—Estoy siendo honesto.

Dejó la botella entre ambos, y Potter alzó la mano para tomarla al instante, haciendo que sus dedos casi se rozaran. Draco lo miró, descolocado. Los ojos de este estaban fijos en el piso. Parecía no haberse dado cuenta.

—Lo siento por Narcissa —dijo abruptamente. Draco sintió cómo el estómago se le encogió. Toda su conversación se sentía muy abrupta, en general.

—Potter-

—Sé que no quieres hablar de eso. Y debería callarme. Pero creo que no lo dije antes. —Potter conectó sus miradas—. Siento lo que le sucedió.

Draco sintió su mandíbula tensarse.

Potter no conocía a su madre como para sentirlo de verdad, y por otra parte, él sabía que le estaban haciendo algo en Azkaban. Algo malo.

Y ni él ni nadie hizo nada.

¿Qué podrían haber hecho?

—No me sirven tus lo siento —le espetó.

—Nunca dije que lo hicieran. Solo- sé lo que se siente... perder a tus padres.

Draco agarró la botella, dejando de mirarlo y tratando de calmarse.

Quería decirle que no era lo mismo, joder. Potter había quedado huérfano desde que tenía un año de edad, nunca logró conocer a sus padres. No sabía si a su madre le gustaba cantar, o tocar el piano como Narcissa hacía. O si su padre era capaz de disfrazar a todos los elfos domésticos para que lo ayudaran a armar una obra de teatro para entretenerlo. Potter no tenía idea. Potter no los tuvo, no realmente. Y Draco quería gritarle que no, que no fingiera que sabía cómo se sentía, cuando él parecía estar en agonía cada segundo de su vida. Que el llanto y la angustia venían a Draco provocados por algo tan simple como un frasco de mermelada, un animal, o los anillos de su mano que su padre le regaló cuando se hizo lo suficientemente mayor.

No era lo mismo.

Pero en lugar de ponerse a gritar, le dio otro largo sorbo al Whisky.

No quería, aunque de forma inconsciente, su cerebro comenzó a revivir la última vez que la vio, tendida sin vida en esa celda. Cómo se había enterado. Cómo se había sentido. Cómo Draco había creído que podía salvarla. Si hubiera llegado a tiempo, quizás... quizás-

Cerró los ojos, y las palabras de Hannah Abbott volvieron a él.

¿Cómo pudiste? A tu propia madre...

Y eso le ayudó a recordar algo.

Bien.

Lo que sea para no pensar en aquello.

—Nunca pregunté —dijo Draco, cambiando desesperadamente de tema—. ¿Por qué Abbott estaba en la mansión, cuando la capturé?, ¿qué hacía allí?

El semblante de Potter se ensombreció, seguramente recordando cómo terminaron las cosas para Hannah.

—Estaba investigando tus barreras. Creíamos que Narcissa podía estar ocultando algo en la misma mansión, pero nunca supimos qué. Eran solo suposiciones.

—Theo pudo haber buscado y no arriesgarse a ser encontrado.

—Theo lo intentó, pero la gente no confiaba en que no hubiese encontrado nada. Pensaron que te protegía.

—Qué estupidez. No necesitaba su protección.

—Lo sé.

Un pequeño sentimiento de traición se alojó en la boca de su estómago. Theo, muchas veces, quizás solo fue a verle para investigarlo.

Pero lo entendía. Él también lo habría hecho, si las situaciones hubieran sido diferentes.

Si hubiese tenido algo por lo que luchar.

—Potter —dijo Draco, sabiendo que eso era lo que él y mucha gente tenía en la cabeza. Potter lo miró—. No voy a traicionarlos. No hay nada que el Señor Tenebroso pueda ofrecerme que valga darle la espalda a la Orden y perder mi vida. Es- mi madre...

Draco tragó el pesado nudo que se asentó en su garganta, sin ser capaz de terminar la oración.

—Es difícil de creer —replicó Potter—, después de las cosas que has hecho.

—Sí, pero no tengo razones para mentirte. ¿Por qué las tendría? Ni siquiera sabía que estabas vivo. No tengo ningún plan para acabar con la Orden.

Potter lució como si considerara sus palabras, balanceando la cabeza, y por unos segundos, pareció perderse en sus recuerdos.

—El día que nos encontramos. Estabas tan... enojado. De que estuviera vivo —comenzó a decir, subiendo sus lentes al puente de su nariz—. Sabía que me odiabas, pero no sabía hasta qué punto.

Draco alzó las cejas, sorprendido de que recordara ese momento.

—¿Me dices que si me muriera, no bailarías sobre mi tumba? —replicó con ironía.

Potter no cedió, y apretó los labios sin contestar mientras Draco suspiraba. Muy bien, entonces...

—No estaba molesto porque estuvieras vivo. No por ese hecho en sí —respondió con honestidad. Ya daba igual tratar de mentirle—. Sino, por lo que significaba.

Potter frunció el ceño de una forma cómicamente exagerada. Draco casi sonrió.

—¿Que podíamos derrocar a Tom? —dijo él—. ¿Que perderías a tu Amo y tu poder?

—Que había una opción.

Salió de sus labios antes de poder evitarlos, y Draco giró la cabeza para mirar hacia el frente demasiado rápido, haciendo que el mundo le diera vueltas. No le pasó desapercibida la manera en que el semblante de Potter cambió una vez más. Sorpresa. Incredulidad. Curiosidad. Demasiadas emociones que no tenía intenciones de manejar o satisfacer.

—Que siempre hubo una opción... —susurró Draco, respirando hondamente.

Potter resopló, aunque no sonó completamente despectivo.

—¿Y la habrías tomado, de haberlo sabido? —cuestionó con escepticismo.

Los ojos de Draco no se separaron de la ventana. El bullicio de la casa se había calmado un poco, y eso hacía que los murmullos en los que ambos hablaban se escucharan más fuertes.

Draco ni siquiera se había dado cuenta de que su conversación eran prácticamente susurros.

—Yo creo que no —afirmó Potter finalmente ante su silencio.

Draco decidió que era un buen momento para volver a beber un trago largo.

—Probablemente no.

—¿Entonces? —volvió a preguntar Potter—. ¿Cuál es el problema?

Draco pensó en Eric. Draco pensó en los niños Servi. Pensó en las cosas que había hecho. Pensó en que era peor que en un asesino.

Y que, al final de todo, si hubiese sabido sobre Potter...

Habrías hecho lo posible para sacar a tu madre de prisión de todas formas. Que Potter estuviera vivo no cambiaba nada. Jamás habrías pensado en que él podría ayudarte. Habrías seguido lamiendo la suela de los zapatos del Señor Tenebroso.

Sí, pero al menos habría sabido que si eso fallaba-

—No vale la pena explicártelo. No es como si lo fueras a entender —dijo finalmente.

Potter lo apuntó con la botella en la mano.

—Siempre tuviste opciones, Malfoy —medio canturreó—. Lo que pasa es que tenías miedo de tomarlas.

Miedo.

En eso se resumía su vida. En tener demasiado miedo. Miedo a morir. Miedo a matar. Miedo a ser visto como débil. Miedo a irse por las opciones arriesgadas. Miedo a fracasar. Miedo.

Draco estaba harto de pensar que eso era todo lo bueno que había en él. Que todas las cosas que no hizo que no lo convertían en un ser totalmente deplorable, se debían a que él era un cobarde.

Todo lo mínimamente redimible que tenía, se debía a las cosas que no hizo.

Suspirando, Draco se pasó una mano por la cara y palpó su cicatriz. Luego, se levantó mientras sacudía sus túnicas.

—Me voy —dijo mirando hacia el frente. Sabía que Potter estaba viéndolo con el entrecejo fruncido desde abajo, claramente borracho.

—¿Adónde vas?

Draco comenzó a caminar por el pasillo, lento, debido al dolor del Crucio y al alcohol fluyendo por sus venas.

—Volveré cuando podamos interrogar a Rookwood —informó, en vez de responder a su pregunta.

Sintió cómo Potter se movía y Draco se volvió para mirarlo por encima del hombro. El hombre se estaba levantando tambaleante, con una mano apoyada en la pared.

—Deberías quitarme los recuerdos —dijo Draco, apostando mentalmente por si se iba a caer—, pero no sé qué tan buena idea sea, si estás así.

—¿Por qué estás huyendo? —balbuceó Potter confundido—. Siempre huyes- siempre. ¿Por qué...?

Draco se medio volteó. No creía que lo que estuviera haciendo pudiera catalogarse como huir.

—No me apetece hablar sobre mis malas decisiones.

Potter avanzó con lentitud, hasta colocarse a un poco más de un metro de él.

Casi frente a frente y bajo otra luz, Potter se veía... distinto. Incluso su magia se sentía distinta.

—Yo también las tomé —dijo él.

Draco hizo una mueca extrañada al ver cómo la expresión de Potter cambiaba entonces a una... adolorida.

Culpable.

—¿Qué?

—Malas decisiones —respiró Potter mientras cerraba los ojos con fuerza, con tanto pesar que a Draco le provocó un escalofrío—. Más de las que te puedas imaginar.

Draco lo observó. Los mechones de cabello le caían como cascadas en la frente, y la barba comenzaba a asomarse un poco en su afilada mandíbula gracias al descuido de unos cuantos días. Apestaba a alcohol aún, pero el aroma de fuego y madera de su magia era más fuerte. La cicatriz de su rostro no parecía estar discordante con sus rasgos, al contrario. Era como un complemento.

Potter no sería Potter sin esa marca.

—Me pregunto... —murmuró Draco sin quitarle los ojos de encima.

Potter abrió los ojos con lentitud, mirándolo por debajo de las pestañas.

Ojos verdes feroces y vívidos contrastando con la piel morena.

—Qué caminos habríamos tomado sin la guerra. Cada uno de nosotros —continuó Draco, enunciando las palabras gracias a la embriaguez—. Eso  me pregunto.

¿Qué sería de ellos?¿Dónde estaría Draco? ¿Qué hubiera sido de Potter, si nunca hubiese sido el Elegido? ¿Aún así se odiarían?

¿Y el resto?

¿Y los muertos?

—Adiós, Potter —dijo Draco luego de unos segundos de silencio.

Cuando estaba a punto de darse la vuelta, Potter tomó la manga de su túnica.

Draco bajó los ojos hasta donde el contacto estaba, creyendo estar viendo mal.

—Malfoy —dijo él, aparentemente sin darse cuenta de que estaba tomando su brazo. Se apuntó a sí mismo, haciendo un hechizo que Draco suponía, era para la sobriedad—. Vamos, te quitaré los recuerdos.

Potter lo soltó al fin y tomó la delantera, comenzando a caminar, mientras la mirada de Draco aún estaba completamente fija allí donde lo había tocado.

Sacudiendo la cabeza, lo siguió de nuevo, observando cómo el hombre conjuraba un Patronus con... facilidad. Pero aquel era diferente. Era del tipo de Patronus que aparecían en el mundo mágico de vez en cuando, en los que el ciervo hablaba a la gente. Draco se dijo a sí mismo que debía aprender a hacerlo, mientras miraba cómo Potter le hablaba al animal.

El ciervo plateado se fue a buscar a Theo como lo decía el mensaje, y ambos caminaron en silencio hacia el patio. Afuera, la noche estaba fresca, aún lloviznaba. Cuando su amigo llegó hasta ellos, con signos claros de haber estado siendo curado de sus heridas y de querer preguntarle a Draco qué había ido a hacer, Potter se puso delante de él.

—Suerte —susurró Potter, llevando la varita hasta su sien.

Draco pensó en lo que se le venía, y le dedicó una sonrisa amarga.

—No sé quién de los dos la necesitará más.

Antes de que todo se volviera negro, lo último que vio fue cómo Potter bajaba la mirada hasta la botella en su mano y la dejaba descansando ahí por más tiempo de lo necesario.

Suponía que tratar de descifrarlo aún estaba entre sus planes.

Chapter 16: Capítulo 12: Rookwood

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—... Pero está estable.

Por primera vez desde hace horas, Harry sintió que podía respirar de nuevo.

Hermione colapsó en sus brazos al escuchar las palabras de Padma, quien junto a Madam Pomfrey se había encargado de estabilizar a Ron. La sintió enterrar la cabeza en su pecho. Harry envolvió los brazos alrededor de la espalda de su amiga, cada vez más y más acostumbrado a los abrazos de Hermione cuando las cosas se ponían difíciles. Tomó una honda respiración.

—Va a estar bien —susurró Harry en el cabello de Hermione, cerrando los ojos—. Va a estar bien. Siempre lo está.

Hermione formó puños con su ropa y suspiró temblorosamente. Ella había estado con Ron mientras lo sanaban durante la noche, pero luego de perder los estribos en una ocasión delicada (tal como a él le sucedió) tuvieron que sacarla de allí. Luego, ella junto a Harry se quedaron en el pasillo el resto de la la noche esperando a que salieran con alguna noticia, lo que no sucedió hasta ese momento.

Por otra parte, todos los Weasley estaban en la habitación conjunta, probablemente escuchando con hechizos qué estaba pasando con Ron. Harry se sintió momentáneamente aliviado de no tener que lidiar con ellos. No en ese minuto.

—No sé qué haría sin él —murmuró Hermione, aún batallando con el llanto.

Harry la apretó más fuerte.

—Ni yo —contestó—. Pero lo estará. Estará bien.

La maldición de putrefacción era una de las más delicadas de tratar, y la mayoría de víctimas no sobrevivían si no era captada a tiempo. El problema era que si quedaba una sola célula afectada por el maleficio en la carne, éste se expandía, y cada vez había que cortar más, y más, y más. Sin contar que los hechizos de diagnóstico no eran muy efectivos con carne que empezaba a descomponerse. Por lo que Ron fue amputado hasta el borde de la cadera desde un inicio, para así evitar aquello.

La dificultad que habían tenido, según Padma, era que cuando la pierna comenzaba a regenerarse gracias a las pociones, se pudría una vez más, por lo que no sabían qué hacer o qué plan de acción tomar. Ron estaba perdiendo demasiada sangre como para seguir dándole la poción crece huesos y luego cortar la pierna si es que ésta fracasaba; pero también, si cauterizaban la herida y se rendían, era imposible hacer que volviera a crecerle.

¿Y allí encerrados qué tipo de prótesis le ayudaría a volver a caminar?

Afortunadamente habían encontrado el origen de la putrefacción. Y luego de estabilizarlo, le dieron la poción para que pudiera crecer una pierna nueva. El problema era que quizás no crecería por completo, que la dosis no sería suficiente. Pero eso solo tenían que verlo con el paso de las horas. Por ahora, debían concentrarse en mantenerlo con vida.

Harry sintió el cansancio apoderarse de él apenas Padma salió de su vista, e incluso Hermione parecía a punto de caerse. Ninguno de los dos había dormido desde hacía dos noches por miedo de que algo le sucediera a Ron, y las bolsas bajo sus ojos lo delataban. Con suerte tomaron una ducha de no más de tres minutos, pero eso era lo más lejos que estuvieron de aquella puerta.

Hermione se separó al fin, un poco más calmada, y lo miró con sus ojos cafés brillantes.

—Deberíamos ir a dormir —sugirió, aunque todo su cuerpo parecía querer gritarle que no podían.

Harry asintió.

—¿Por qué no pides que te dejen quedarte con Ron? Puedes dormir a su lado.

—Tienes razón, no sé por qué no lo había pensado —murmuró para sí misma, mientras su cara se iluminaba. Harry le sonrió somnoliento.

—Porque tenemos el cerebro cansado —respondió, empujándola para que entrara al cuarto—. Ve. Padma aún está allí adentro.

Hermione estuvo a punto de hacerlo, caminando los pasos que la separaban de la habitación, antes de pausar en la puerta y observarlo con ojos entrecerrados.

—Harry, necesitas dormir —le dijo, en tono casi de advertencia.

Harry se pasó una mano por los ojos debajo de los lentes, y apretó allí breves segundos. Su cuerpo entero se sentía pesado y con un malestar creciente.

—Sí, sí. Solo...

—Harry —lo cortó Hermione—. Más gente puede hacerse cargo de lo que sea que vayas a hacer. No tienes por qué ser el responsable de todo.

Harry sabía que Hermione tenía algo de razón, pero al mismo tiempo, no. No la tenía. No era así, él estaba bien. Había personas verdaderamente afectadas por la batalla. Heridos. Muertos. Él solo tenía... ¿qué?, ¿sueño? Algo tolerable en comparación con los demás. Si alguien podía hacerse cargo de lo que tuvieran que hacerse cargo, ese era él.

—Descansa, Hermione —dijo en su lugar, alejándose antes de que la mujer pudiera replicar algo.

Mientras deambulaba por la mansión buscando algo qué hacer –incluso yendo hasta el quinto piso– Harry se puso a pensar de qué manera debían actuar desde ese punto en adelante. No estaba demasiado enterado sobre qué estaba sucediendo con Voldemort y su gobierno luego de la batalla, salvo por las pequeñas frases que le había sacado a Kingsley cuando éste fue a preguntarles cómo estaba Ron durante la noche. Pero sí sabía que debían actuar rápido. Tenían que encontrar una manera de intervenir en la radio, desmantelar la farsa de la Pottervigilancia de Voldemort. Pero por mientras... ¿qué?

Quizás Harry podría mandar un Patronus cada semana, a lugares concurridos. Quizás era una buena forma de mostrar su versión. No lo sabía. ¿Cómo reaccionaría la gente? No...

Ron sabría qué hacer.

Harry paró a mitad de la escalera, sintiendo un dolor atravesando su cuerpo ante el pensamiento.

Había raspado la posibilidad de perder a Ron. Todavía aquello no estaba totalmente descartado. Y pensar en tener que vivir, una vez más, en un mundo donde la gente que más le importaba ya no estaba, en donde él ya no estaba-

Contando hasta diez, trató de mantener la compostura, de regular su respiración. Ron estaba estable. Ron estaba estable. Ron estaba estable. Tenía que creérselo y esperar que aquello continuara de esa manera, o perdería la cabeza.

Sintiendo que el mundo le daba vueltas, Harry decidió bajar a las mazmorras para ver qué tal estaban las cosas con los prisioneros, tanto los nuevos como los antiguos. Inteligentemente el resto de la Orden había establecido turnos para guardar las celdas en el caso (improbable) de que uno de los Mortífagos quisiera escapar. Le informaron a Harry que, básicamente, llevaban gritando durante horas y que ellos solo les obligaron a tomar agua, pero que fuera de eso, nadie había entrado a verlos. Días atrás, a Yaxley le habían amputado las partes bajas de sus piernas definitivamente, por lo que lo tenían amarrado en un asiento y ya se había cansado de luchar, al igual que Goyle.

Satisfecho con esa información, Harry decidió llamar a una reunión de la Orden para establecer un plan de acción, cuando, a medida que cruzaba el salón principal buscando a Kingsley para informárselo, notó que en una de las ventanas una adolescente se mecía en una silla, con los ojos fijos en el exterior.

La reconoció al instante como la superviviente de la base.

Harry se quedó mirándola unos segundos, pensando qué tan buena idea era acercarse a ella o no, antes de que Justin Finch-Fletchley entrara al cuarto pasando a un lado de Harry sin dedicarle una pizca de atención.

—Justin —llamó, viendo cómo el hombre se acercaba a la chica.

Justin paró en sus pasos para voltearse a él, subiendo las cejas de sorpresa al verlo. Harry sabía que Fletchley no era sanador, pero al igual que Padma, era de los más aptos para la medimagia por lo que trabajaba codo a codo con Madam Pomfrey.

—Harry —dijo él, mirando brevemente la taza que traía en sus manos—. ¿Pasó algo?

Harry la miró también, adivinando que probablemente era un calmante para la chica. Asintió, sin saber muy bien qué era lo que quería saber.

Apuntó a la muchacha con la barbilla.

—¿Cómo está?

—Mejor. Tiene ciertos momentos de lucidez, pero cuando recuerda qué pasa, se pone a gritar y... —Sus ojos se desviaron a la joven—. Se pone así.

Harry no soportaba volver a verla de nuevo. Lucía demasiado pequeña. Demasiado frágil. Una niña que había sido obligada a crecer antes de tiempo.

Como el resto de ellos.

—¿Cómo se llama?

Justin hizo una mueca, haciendo que su rostro se ensombreciera.

—Tratamos de preguntarle, pero esa fue una de las razones por las que tuvo el último colapso. Le preguntamos a otros chicos que rescatamos de su misma edad quién era, y ellos nos explicaron que hasta donde sabían, su nombre era Eveline Rosier. Sangre pura, y... de las peores de su clase.

Harry frunció el ceño, sin recordar que la línea de los Rosier aún tuviera descendencia; pero suponía que era bastante probable.

—Entiendo. —Asintió, sin comprender qué haría una Rosier en la base—. ¿Pero qué estaba haciendo ella ahí?

—Semanas atrás, se descubrió que la familia de ella y su "mejor amiga" —dijo, haciendo comillas con las manos—, habían falsificado su ascendencia. Uno de nuestros infiltrados en Hogwarts logró sacarlas y llevarlas a la base antes de que Umbridge las castigara públicamente.

Harry se pasó una mano por la frente, acatando la información y sintiéndose enfermo. ¿Cómo alguien que era mestizo, era capaz de discriminar a gente igual a ellos? Y tan joven-

Pero pensó en Voldemort.

Y tan raro ya no se le hacía.

—Quizás ella misma fue la causante del ataque —comentó Harry amargamente, pensando que quizás, así de tanto los odiaba.

Justin se encogió de hombros.

—No lo sabemos. Pero... sinceramente, Harry, creo que ni siquiera ella misma sabía su propio origen.

Harry frunció el entrecejo, sin comprender. Justin se acercó para poder hablar en voz baja.

—Según lo que tengo entendido, hacerte pasar por familia de un Mortífago como lo fue Rosier tuvo que haber sido extremadamente difícil. Imposible quizás, en la Segunda Guerra —murmuró Justin, y el entendimiento se asentó en Harry—. Mi apuesta es que sus padres o incluso sus abuelos falsificaron los registros durante la primera.

Harry la miró por fin. La muchacha ahora miraba el suelo, susurrando para sí misma sin parar.

¿Cómo la habrían educado?, ¿cómo habría sido crecer en ese mundo siendo una Rosier?, ¿qué ideales habría tenido?, ¿acaso se sentía así al darse cuenta de que no era sangre pura?

¿De que nunca lo fue?

—Eso explicaría las crisis al tratar de decir su nombre.

—Es lo más seguro. —Los ojos del hombre siguieron la mirada de Harry—. No sé, me siento mal por ella, ¿sabes? Debe ser difícil, ver a toda esa gente morir por ser lo mismo que tú eres, y que despreciabas. Ver a tu mejor amiga ser asesinada así, y que todo en lo que creías hubiera cambiado de un momento a otro.

Harry parpadeó un par de veces, observando de vuelta a Justin que tenía una expresión de lástima en su cara. ¿Estaba hablando en serio? Esa chica probablemente fue una tortura en Hogwarts con sus compañeros. Llevándolos a que les quiten dedos, u ojos, o incluso la lengua. Todo porque creía que era mejor que ellos por algo tan banal como la sangre que supuestamente fluía por sus venas. No merecía la pena.

Pero Justin parecía sincero, y, si Harry lo pensaba bien, un punto tenía. Solo le costaba empatizar con una persona que era parte del problema. Que era parte de esa sociedad nefasta. Que-

Tiene sólo dieciséis.

Harry cerró los ojos.

Tiene sólo dieciséis, y probablemente toda su vida fue criada para ser de la forma en la que era. Y, ¿qué pasaba si no era así, si no actuaba de esa forma? ¿Qué le hubiese pasado a ella si no hacía lo que le decían...?

Su mente vagó a Malfoy.

—Gracias, Justin —dijo Harry, haciendo una breve reverencia—. Avísame si necesitas algo.

Justin imitó el gesto, yendo a darle la taza a la chica.

Harry salió de allí apresuradamente, intentando no encontrar cierta similitud entre la muchacha y Malfoy. Pero le era imposible. Su mente repetía ciertos fragmentos de la conversación que habían tenido la noche anterior, y la forma en la que el hombre parecía verse a sí mismo.

¿Qué te hace pensar que yo era diferente a ellos?

Toda mi vida- me dijeron, me criaron- me entrenaron para... Para-

¿Crees que me importa un carajo excusar mi comportamiento ante ti?

Ambos sabemos que hay dolores peores.

No tengo idea de cómo sobreviví al inicio de la guerra.

No me apetece hablar sobre mis malas decisiones.

Malfoy parecía estar consciente de que él, que las cosas que hacía, eran un error andante. Pero no le importaba. No le interesaba y no se justificaba. ¿Acaso él también se dio cuenta de que todo en lo que creía era una basura?, ¿acaso se arrepentía? Harry suponía que no. Harry no sabía en realidad-

Sacudió la cabeza.

Tenía que concentrarse en la Orden, y en el interrogatorio que se les venía. Las cosas que averiguarían. Qué tendrían que hacer, y llamar a Astoria para que les ayudara a averiguarlo.

Había cosas más importantes que pensar en eso.

A paso lento y adolorido, Harry continuó buscando a Kingsley.

•••

El primer interrogatorio de Augustus Rookwood sucedió aquella misma tarde.

McGonagall aún estaba ocupada organizando la oleada de personas nuevas que la base acogió, ahora que habían perdido la de debajo del Bosque Prohibido. Kingsley se encontraba con el Auror Robards trazando nuevos ataques ahora que la guerra era completamente pública. Y Harry siempre había sido bueno sacándole la verdad a sus prisioneros. Por lo que luego de llamar a Astoria, (quien pidió usar una máscara, solo por si acaso), avisar a Theo, y encontrarse con ellos y Malfoy en el exterior, Harry los guió hacia adentro, obviando las miradas aterrorizadas que tenía la gente al ver a los Slytherin.

Pero específicamente a Malfoy.

Lucía menos cansado que la noche anterior, pero aún así continuaba siendo igual de imponente. Era más alto que todos ellos, el broche de la gota roja del Nobilium brillaba en su pecho, para que no olvidaran con quién estaban tratando, y sus ojos eran cortantes como dagas. Irónicamente, para ser el único de aquel grupo que nunca había matado a nadie, Malfoy lucía como un asesino a sangre fría. Una persona que no dudaría antes de enterrarte un cuchillo en el cuello. Y la gente conocía su reputación. Sabían de lo que era capaz.

Theo y Astoria tomaron la delantera, haciendo que Harry quedara a su lado. Mirándolo de reojo, se preguntó qué tan cierto era ese pensamiento, y por qué razón Malfoy jamás se había ensuciado las manos.

Harry no sabía qué sentir respecto a aquello.

—Ron está estable —le dijo de pronto, cuando iban llegando a las escaleras.

Malfoy alzó las cejas, sin mirarlo. Harry suponía que estaba buscando en su mente una forma cruel de decirle que le importaba una mierda.

Pero en cambio, lo que preguntó fue:

—¿Caminará de nuevo?

Harry parpadeó un par de veces, sin esperar la pregunta, y dejó que bajara antes que él.

—¿Estás preguntando si quedará sin una pierna? —Malfoy le dio un escueto asentimiento, haciéndolo suspirar con pesar. Su cuerpo se quejó de dolor ante ese movimiento—. No lo sabemos.

Malfoy se giró a mitad de la escalera y le mostró sus dedos, completamente nuevos. Estaban enfundados en los anillos acostumbraba a usar, y parecía que en realidad nunca se hubiera hecho daño.

—Pierna nueva o no, le será difícil volver a usarla —le dijo con cierto tono de crueldad, tratando de mover los dedos que con suerte retrocedieron a la mitad del camino hacia abajo—. Manténlo en mente.

Harry no respondió, ni siquiera mostró signos de oírlo, mientras Malfoy se volteaba una vez más y continuaba su camino hacia las mazmorras.

El cansancio se hizo peor aún cuando procesó sus palabras. No quería pensar en cómo sería para Ron todo el proceso de recuperación. ¿Y si no volvía a caminar bien nunca?, ¿y si no volvía a volar? Ron lo odiaría. Su estado, y a él, y a toda la Orden. A todos los que permitieron que lo dejaran vivir en un mundo de esa forma.

Harry lo habría odiado.

Una vez llegados a los calabozos, Astoria fue quien abrió la celda. Theo no se quedó, alegando que Hermione y Luna le habían pedido que se encargara de ciertas cosas el día anterior que estuvo allí. A Harry le daba igual. Con Astoria y Malfoy bastaría.

Augustus Rookwood se encontraba atado al final de la prisión, en forma de estrella. Inconsciente y débil. Harry lo vio, mientras abrían la reja y se acercaban, sintiendo cómo la rabia comenzaba a apoderarse de sus movimientos y pensamientos. Dejó atrás a Ron, y a los heridos, y a todos los problemas.

Uno de los responsables directos de toda esa mierda estaba ahí, y maldita sea si no lo iba a disfrutar.

Rennervate —espetó Harry, apuntando la varita al ex ministro.

Rookwood despertó de golpe.

Sus ojos se fijaron en Astoria y Harry, quienes eran los más cercanos. Se llenaron de pánico de inmediato. Ah, al menos no lucía sorprendido. Otro que sabía la gran verdad tras la farsa de su muerte.

Pobre hombrecillo patético.

—¡Suéltenme! —bramó.

Harry sonrió, al mismo tiempo que Malfoy arrastraba una silla hasta posarla frente a Rookwood, con el respaldo en dirección al prisionero. Se sentó en ella de una forma en que las piernas le quedaban a cada lado del asiento, y apoyó los brazos en el respaldo poniendo su barbilla encima, con una expresión escalofriantemente indiferente.

—Creo que eso no podrá ser, Augustus —le dijo.

Rookwood dirigió su mirada al hombre que le había hablado, y se puso rojo. Oh, aquella reacción era igual en todos. Tan... confiados, de que nadie los traicionaría, o impresionados de que Malfoy fuera capaz de darles la espalda.

El fugaz pensamiento de que no lo veían más que como un títere pasó por la cabeza de Harry.

—Malfoy —espetó Rookwood, con la voz llena de desprecio—. Sabía que eras un traidor asqueroso-

Harry vio cómo las mejillas del hombre se llenaban de aire, y supo lo que iba a hacer.

Antes de que Rookwood pudiera escupirle a Malfoy en la cara, Harry le pegó una cachetada tan fuerte, que le dio vuelta el rostro e hizo que un hilillo de sangre cayera por entre sus labios.

—Todos tienen la misma reacción —Harry se burló por lo bajo, dando un paso atrás.

Malfoy parecía encantado.

—Nada de eso, Rookwood —le dijo Malfoy, como si le estuviera hablando a un infante—. ¿Nunca te enseñaron a controlarte? Si quieres puedo hacerlo yo.

Rookwood volvió a mirar a Malfoy con ojos centelleantes de odio y dientes apretados. La mano de Harry estaba marcada en su mejilla.

—No voy a decir nada —soltó él con la mandíbula tensa.

Harry casi se rio. En su lugar, tomó a Rookwood del pelo y lo jaló hacia atrás con más fuerza de la necesaria, viendo, satisfecho, cómo hacía una mueca de dolor.

—Sí lo harás —le dijo Harry en tono amenazante—, ¿sabes por qué?

Entonces, cuando vio cómo Rookwood estaba a punto de soltar un quejido, le dedicó una sonrisa.

—Vas a hablar, porque si no, traeremos a Yaxley aquí y lo descuartizaremos al frente tuyo.

No tenía idea qué tipo de relación mantenían esos dos, pero según lo que Malfoy les había dicho, y lo que El Profeta había publicado luego de la desaparición de Yaxley, es que se acostaban. Harry dudaba que los Mortífagos pudieran sentir amor; sin embargo, si Maia se había enamorado del hombre que él asesinó años atrás, todo podía ser posible.

El semblante de Rookwood cambió por una décima de segundo, antes de volver a colocar su máscara iracunda.

—Me da igual —respondió.

—Oh, ¿estás seguro? —intervino Malfoy con tono burlesco—. Probaremos con otra cosa entonces. Sabes mejor que nadie que tengo mucha imaginación.

Y así comenzó el interrogatorio.

No fue distinto a los dos anteriores. Las cosas que Malfoy y Astoria le hicieron, mientras Harry lo controlaba, no distaban en absoluto. Incluso los gritos incansables de Rookwood eran los mismos. La única diferencia, quizás, era que la mente del ex ministro estaba más protegida, y era mejor Oclumante de lo que Yaxley, o Crabbe, o el mismo Malfoy eran.

Después de todo, había sido un Inefable.

Al cabo de casi dos horas, luego de que Astoria registrara su mente y viera que, a no ser que quisiera destruir sus recuerdos y su estructura mental por completo –y perder de esa forma las memorias importantes– no podría averiguar demasiado así. Por lo que, luego de discutirlo un poco, habían vuelto al plan de que hablara de forma voluntaria.

Bueno, medianamente voluntaria.

La idea de Malfoy había sido ponerlo bajo la Imperius, obligándolo así a romperse los huesos de las extremidades él mismo al tratar de liberarse, mientras luchaba por resistirse al hechizo. Era hasta gracioso de ver. Harry podía notar que estaba funcionando, que Malfoy pronto iba a hablar.

Así que, poco después, no fue una sorpresa cuando Rookwood finalmente se quebró.

—¡No puedo-!

Malfoy paró de mover su varita y lo observó, apretando los labios. Harry también lo hizo desde su costado. Rookwood estaba cubierto de sangre en la cabeza, su propia sangre, y su cara estaba toda amoratada gracias a los golpes que Harry le había propinado. Parte de su brazo había empezado a pudrirse, pero no lo suficiente como para que fuese una parte importante. Y al no haber sido la maldición permanente, tampoco continuaba expandiéndose la putrefacción como sucedió con Ron.

Harry se preguntaba si Voldemort sabía la clase de seguidores que tenía: dispuestos a salvar su propio trasero si era necesario. Incluso si eso significaba entregar información al bando enemigo. No luchaban por un ideal, porque ya habían logrado instaurarlo.

Los Mortífagos luchaban para ellos y por ellos, de forma individual, y si tenían una forma de impedir ser asesinados, la tomarían.

Así eran todos.

—No puedo decir mucho... —murmuró Rookwood, bajando la cabeza. Astoria resopló desde su posición.

—Di lo que sabes.

Malfoy y Harry esperaron pacientemente, el primero jugando con su varita, y el segundo dispuesto a volver a golpearlo en caso de que se arrepintiera de hablar.

—Un... —susurró, como si estuviera luchando contra lo que sus lealtades le gritaban. Pero finalmente, sucumbió—. Había un objeto.

El mundo pareció detenerse por unos momentos, y Harry se detuvo a tomar aire, sintiendo cómo su espalda dolía al estar tanto tiempo parado.

No se atrevía a mirar a Malfoy.

—¿Disculpa? —dijo éste con voz peligrosa.

Rookwood pasó saliva.

—Un objeto, que- —continuó, pero se mordió la lengua—. No sabemos.

Malfoy levantó su varita y Rookwood se apresuró en continuar hablando, bajo la mirada escéptica de sus captores.

—Un objeto que podía mostrar la locación de ciertas cosas —dijo, carraspeando—. Pertenecía a Narcissa.

Harry chasqueó la lengua, sintiendo que al fin tenía la certeza completa de algo.

—O sea que tu Amo no sabe dónde está Nagini.

Rookwood le dedicó una mirada cansada y asustada.

—¿Cómo-? —empezó a decir, pero se interrumpió a sí mismo—. Sí. No sabe dónde está Nagini.

Pero aquello no explicaba nada.

¿Un objeto? ¿Cómo?

Aquello debía ser mentira, ¿no?

—El objeto —comenzó a decir Malfoy con incredulidad—, ¿era capaz de mostrar cualquier tipo de ubicación?

—Sí.

—¿Incluso las protegidas por Fidelius, o hechizos de barrera?

Rookwood cerró los ojos con fuerza.

—Suponíamos que sí.

El silencio cayó entre ellos, oyendo nada más los quejidos provenientes del ex ministro y su respiración agitada.

Harry estaba intentando poner toda aquella información en orden.

—Sigo sin entender —dijo Malfoy al cabo de unos segundos—, cómo mi madre tenía que ver con algo de esto. ¿El objeto era suyo? ¿Lo estaba ocultando? ¿Cómo podría haberlos llevado a Nagini? No tiene sentido.

Harry asintió lentamente. Aquello era demasiado confuso. ¿Cómo encajaba con lo que ya sabían? ¿Por qué Voldemort necesitaría un objeto para encontrar a Nagini? ¿No podía comunicarse con ella mentalmente y ya? ¿No compartían una conexión?

¿Por qué Narcissa era la clave?

—No tiene sentido —volvió a decir Malfoy.

Harry se llevó una mano a la cara para tratar de subir sus lentes, y de pronto sintió un tirón en sus hombros que le hizo soltar un quejido por lo bajo.

Necesitaba descansar.

—¿El Señor Tenebroso creía que esa era la forma de dar con su serpiente? —preguntó Malfoy ante el silencio de Rookwood—. ¿Con ese objeto?

—Sí.

—¿Y qué hay del Obliviate?

Rookwood subió la cabeza frunciendo el ceño, claramente pillado.

No esperaba que tuvieran esa información.

—Trataron de deshacer un Obliviate de su mente, de la mente de Narcissa —comentó Astoria, dando un paso al frente—. ¿Qué tiene que ver el Obliviate con todo esto?

Enfadado porque supieran eso- eso, que se suponía que era el secreto mejor guardado de Voldemort... el rostro de Rookwood se puso rojo una vez más.

—La puta-

Harry ni siquiera lo pensó antes de volver a estrellar la palma de su mano contra la mejilla de Augustus, incluso antes de que Malfoy levantara la varita.

Rookwood escupió la sangre que se acumuló en su boca al suelo, y su rostro se hinchó a los pocos momentos.

—Habla bien de mi madre, Rookwood. ¿Sabías que tu querido Yaxley ya no puede usar sus piernas? —dijo Malfoy arrastrando las palabras, haciendo que Rookwood volviera a mirarlo. Aquella emoción indescifrable pasó por su cara otra vez—. ¿Quieres que los haga combinar?

Sea lo que sea que Malfoy hubiera dicho en esa oración, funcionó, porque la aflicción que Rookwood había tenido minutos atrás volvió a su rostro, haciéndolo ver casi... dolido. Cansado.

Casi humano.

Harry apartó la mirada.

—Narcissa sabía usarlo- —comenzó a contestar—. O... O el objeto ya le había dicho antes la ubicación, y la perr-

Sin embargo, Harry no dudó en levantar la mano apenas vio a dónde iba con esa oración.

Rookwood cerró la boca antes.

—Narcissa se hizo un Obliviate para que el Señor Tenebroso no pudiera ver en sus recuerdos la ubicación que ella ya había visto —murmuró el ex ministro, con su voz saliendo cada vez más inteligible gracias a la hinchazón que empezaba a rodear su boca—. O eso suponíamos. La verdad no lo sabíamos. No sabíamos nada, más que teníamos que torturarla para sacarle información, de cómo podría funcionar el objeto. Y tratar de deshacer el Obliviate para saber dónde estaba, y qué vio...

Harry sintió que la celda comenzaba a asfixiarle, y se tambaleó hacia atrás por un segundo, pensando.

Todo eso había pasado en medio de la batalla, ¿no? ¿Cómo podía tener sentido? Tanto la desaparición de Nagini como el Obliviate.

¿Acaso Narcissa había consultado el objeto a mitad de retirada, justo cuando Voldemort había ordenado que su serpiente fuera escondida?, ¿y ella vio su ubicación a través de él? ¿O quizás lo escondió, y el Obliviate fue para olvidar dónde lo había dejado?

—¿Y dónde está ese objeto? —intervino Astoria, exteriorizando parte de sus pensamientos.

La respuesta fue inmediata.

—No lo sé.

Rookwood cerró los ojos, mientras Astoria tanteaba algo en el interior de su túnica. Cuando Harry trató de enfocar la mirada, vio cómo ella sacaba una daga. Entrecerró los ojos. Nunca había visto a Astoria con algo así antes.

Se la arrojó a Malfoy, quien la atrapó en el aire. Harry pudo ver cómo su gesto cambiaba a uno de entendimiento instantáneamente.

—¿Sabías que uno de los rumores que más se comenta de ti —preguntó Astoria, y Harry sintió la sonrisa en su voz—, es que le tienes miedo a los cuchillos?

Rookwood pareció nauseabundo entonces, y Harry no pudo evitar sonreír. De todas las cosas a las que un hombre podría tenerle miedo...

No la tuvo que haber pasado muy bien con Bellatrix. Eso era seguro.

—Qué patético... —murmuró Malfoy, dándole vueltas a la daga en sus manos.

Se levantó de la silla, y caminó hasta el prisionero con una expresión de satisfacción. Colocó el filo en el cuello del hombre, haciendo que lloriqueara y arrugara el gesto. Con miedo.

Y entonces, Malfoy llevó el arma hasta la mano de Rookwood, poniendo el cuchillo allí.

—¿Dónde está el objeto?

—No lo sé —dijo Rookwood al instante.

Malfoy chasqueó la lengua.

—Rookwood...

Harry vio cómo tomaba uno de los dedos de Augustus y presionaba el filo de la daga contra él.

—¡No lo sé! —gritó el hombre—. ¡Por favor!

Harry era incapaz de despegar sus ojos de la imagen frente a él, cómo Malfoy estaba cortando de a poco el dedo de Rookwood.

—¿Dónde está el objeto? —volvió a demandar.

Pero Rookwood solo gritaba.

Malfoy tomó su mandíbula, haciendo que sus quejidos quedaran medianamente enmudecidos.

—Te daré poción crece huesos. Haré que cada dedo vuelva a crecer y luego los cortaré de nuevo —amenazó, y Harry sabía que no era en vano. Que probablemente no era la primera vez que lo hacía—. Así. Una y otra, y otra vez. No me molestaré en darte una de mis pociones especiales para eso, lo haré yo mismo. ¿De verdad quieres que eso te suceda?

Rookwood sollozaba para este punto, y una ganas de vomitar le subieron a Harry por la garganta, aunque no sabía qué tanto tenía que ver con lo que estaba sucediendo.

—¿Dónde está el objeto? —repitió Malfoy.

El ex ministro negaba, y antes de que Harry interviniera, diciendo que quizás realmente no podía decirlo. Antes de que lo defendiera, o hiciera cualquier cosa, un grito desgarrador lo hizo cerrar los ojos.

Malfoy le había cortado el dedo.

—¿Dónde-?

—En la Mansión Malfoy —soltó Rookwood entre gritos—. O en la ancestral Casa de los Black. No lo sabemos. No lo sabíamos. No-

Harry volvió a enfocarse en Malfoy, en vez de la sangre que goteaba la mano de Rookwood, o el pedazo de extremidad que había caído al suelo. Notó cómo en el transcurso de ese rato, su cara se había puesto roja de la rabia. Cómo cada línea de su cuerpo estaba tensa, y su semblante parecía asesino.

—¿Cómo el Lord sabía de su existencia?

—No sé...

Malfoy tomó otro de los dedos de Rookwood de inmediato, y Harry de forma instintiva puso la mano en su hombro, sintiéndose mareado.

—Malfoy —dijo, en tono de advertencia.

Malfoy levantó los ojos hasta posarlos en él, y luego en la palma sobre su hombro, como si en cualquier minuto quisiera gritarle que dejara de tocarlo.

Pero Harry le mantuvo la mirada, diciéndole que no, no podía quitarle otro dedo a Rookwood. Al menos no por ahora. Rookwood estaba diciendo la verdad, pero Malfoy en su crueldad e ira no podía verlo.

Finalmente, y con lentitud soltó la mano del ex ministro.

—Astoria —llamó Harry sin quitarle los ojos de encima a Malfoy, antes de que se arrepintiera—. Intenta una vez más. Debería haberse debilitado un poco.

Astoria asintió poniéndose frente a Rookwood, y luego de que Malfoy y Harry retrocedieran, se metió en su cabeza.

Los hombres se posaron unos pocos pasos más allá, sin decir una palabra, pero Harry sintió los ojos grises sobre él. Penetrantes.

Despiadados.

—¿Qué? —espetó, sin mirarlo. Harry sentía que necesitaba sentarse.

—¿Por qué no me dejaste quitarle otro dedo?

—Lo siento, ¿querías coleccionarlos, y yo te lo impedí?

Vio cómo por el rabillo del ojo, Malfoy se cruzaba de brazos, enojándose cada vez más.

—Está mintiendo —escupió.

—Eso no lo sabes.

—Potter, ¿por qué te importa o no lo que le pasa a éste hijo de puta? —preguntó, haciendo que Harry al fin se girara a verlo. Su cara estaba llena de resentimiento—. ¿Sigues creyendo que estás por encima de nosotros, los mortales? ¿Sigues pensando que el bien tiene que ir por sobre todas las cosas?

Harry imitó su postura, volteándose por completo a él, encarándolo. Un ápice de irritación lo recorrió.

—Malfoy... —murmuró Harry con lentitud, deslizando las palabras por su boca—. Malfoy, Malfoy, Malfoy.

El hombre pareció perdido por unos segundos ante la manera en la que repitió su nombre, mas no dijo nada. Simplemente se quedó allí, inamovible.

—No me puede importar menos él, o tú, o todos los de tu tipo-

—¿Ahora sí soy parte de ellos? —lo interrumpió Malfoy con sorna—. ¿No tenías tus dudas?

Harry lo ignoró. Aunque tenía un punto.

—Por mí que le cortaras todos sus dedos. Su nariz. Que te hicieras un collar con sus dientes... —continuó, impasible, mientras bajaba la voz—. Se trata de la esperanza.

Malfoy alzó las cejas, pero solo fue un momento, tratando de entender qué mierda quería decir Harry.

—Sabemos que la gente trabaja mejor pensando que tiene esperanza de salir vivo —explicó—. Si le muestras toda la crueldad de la que eres capaz, se va a rendir y permitirá cualquier cosa. Y no dirá nada.

Malfoy negó desviando la mirada al hombre que continuaba gritando, al punto de que raspaba sus cuerdas vocales.

—Ese es un pensamiento demasiado-

—¿Gryffindor?

Imbécil.

—¿Me vas a decir que no lo has pensado antes?

Malfoy lo observó, y Harry le mantuvo la mirada, sintiendo aquel malestar crecer con cada segundo que seguía en pie.

Una punzada le recorrió la espina dorsal.

—¿Me puedo hacer un collar con sus dientes, entonces? —preguntó Malfoy al cabo de unos segundos, dándole una sonrisa cruel.

Harry se le quedó mirando, con expresión confundida.

Y entonces, rio. Sinceramente.

—Eres un cabrón sádico —dijo, negando suavemente con la cabeza.

—Ya sabes mi nombre. Astaroth —replicó Malfoy con voz aburrida—. El torturador. La mano derecha del Señor Tenebroso.

—¿Aquí es donde la gente tiembla?

—Bu.

Harry bajó la cabeza para ocultar una sonrisa. Malfoy no merecía saber que podía llegar a ser mínimamente divertido.

No sabía qué decía de ambos estar hablando así cuando estaban en medio de una tortura, aparte.

Astoria se acercó a ellos entonces, lento, dejando a Rookwood en una especie de estado inconsciente al haberlo desgastado tanto. Harry vio cómo la cabeza del hombre caía.

—Nada nuevo —dijo, en tono desanimado—. Su mente está demasiado protegida, como ya te dije. Tomará tiempo quebrarlo.

Harry suspiró, pasando una mano por su cabello y apoyándose al fin en la pared a su costado. Estaba tan... cansado. Ni siquiera podía pensar con claridad.

El mundo comenzó a oscurecerse.

¿Rookwood estaba diciendo la verdad?, ¿realmente había delatado el plan de Voldemort? ¿Y por qué Narcissa tenía ese objeto? ¿De dónde salió? ¿Tenía que ver con la línea Black? ¿Era una reliquia? ¿Cómo siquiera podía tener que ver con Nagini? ¿Podrían conseguirlo?

Su corazón estaba latiendo alocadamente rápido.

Ron. Ron y Hermione probablemente encontrarían la relación entre todas esas cosas. Y- ¿por qué no estaba con ellos?, ¿qué estaba haciendo ahí? Su amigo acababa de ser mutilado, por el amor de Merlín, y él se encontraba lejos. ¿Qué clase de persona era-?

¿Por qué no había sido él? ¿Por qué él no estaba en su lugar? ¿Por qué no estuvo en la base cuando mataron a todos? ¿Por qué sobrevivió esa chica? ¿Por qué Harry no había sido herido?

Las voces de Astoria y Malfoy se escuchaban cada vez más y más lejanas.

Harry ni siquiera había pestañeado cuando Malfoy le cortó un dedo a una persona. A una persona real, de carne y hueso. Ni siquiera había pensado al torturarlo, al hacerle pasar millones de dolores. ¿En qué lo convertía eso?

No era mejor que Malfoy. No era mejor. Eran iguales. Eran iguales. Eran iguales.

—¿Potter? —Esa jodida voz interrumpió sus pensamientos. ¿Por qué no se callaba de una buena vez? No había traído nada bueno. Nunca había traído nada bueno—. ¿Estás bien?

Harry sintió una mano encima de su brazo.

—¿Harry? —oyó.

Y entonces, todo se volvió negro.

Notes:

Hola hola coca cola DKSKS. Nada más pasaba a decirles que me queda un cap por escribir de Desolación, y luego de corregir la II y III parte del fic, las actualizaciones serán más frecuentes! This gonna be a looong journey, así que agárrense fuerte.

En fin, espero que lo estén disfrutando!

Ah, y PD: He visto a dos usuarios de tiktok (@rjddlm_ y @_drqrrys) que han hecho edits de Desolación! Por si quieren ir a verlos<333

Chapter 17: Capítulo 13: Algunas consecuencias

Chapter Text

Harry se removió, sintiendo cómo un dolor le recorría toda la espalda de golpe. Cada músculo se quejaba, y se sentía tan cansado. ¿Dónde estaba? ¿Qué había sucedido?

—No te muevas.

La voz había sonado demasiado cerca.

Demasiado familiar.

Harry paró sus movimientos en seco.

Parpadeó un par de veces para adecuarse a la luz, notando que se encontraba en alguna de las habitaciones del segundo piso. Tendido sobre una cama en medio del lugar, boca abajo y sin sus lentes.

Y Malfoy estaba con él.

Harry giró con lentitud la cabeza desde donde vino el sonido de su voz, sólo para encontrarlo sentado a unos pocos pasos de la cama, con una pierna encima de la otra; la túnica negra cayendo por su cuerpo. Traía la misma ropa que la última vez que Harry recordaba haberlo visto, y suponía que, de hecho, no había pasado tanto tiempo desde que quedó inconsciente. Malfoy estiró una mano hasta el mueble a su lado y se inclinó, para así colocar los lentes de Harry encima de la cama a un lado de su cabeza. Harry se los puso, sintiendo dolor cada vez que hacía algún tipo de movimiento.

—¿Qué pasó? —preguntó, confundido, y con la garganta seca.

Malfoy volvió a su posición inicial, viéndose tan distante como siempre.

—Estás aquí porque eres estúpido.

Harry ni siquiera se molestó en sentirse ofendido. Simplemente continuó mirándolo, con el cuello volteado hacia la derecha y una mano sirviendo de almohada. Malfoy suspiró.

—Durante el ataque fuiste golpeado por un Homo Lapis en la espalda —explicó, haciendo que Harry quisiera alcanzar a tantear su piel, recibiendo un hachazo de dolor—. Te dije que no te movieras.

Harry bajó el brazo, tratando de regular su respiración. ¿Cómo había sido maldecido por eso, y ni siquiera se había dado cuenta? ¿Qué tanto le alcanzó a afectar?

—Estás bien ahora. Increíblemente el Whisky de Fuego que bebiste ayer ayudó a retrasar tu metabolismo, por lo que la maldición no pudo expanderse hasta volverte piedra por completo —continuó explicando Malfoy con tono de voz monótono. A Harry no le pasó desapercibido que dijo: "tomaste", y no: "tomamos", pero no dijo nada—. Además, tu magia estaba ayudando a retrasar que el conjuro continuara avanzando. Dime, Potter, ¿cómo siquiera eres capaz de hacer eso?

Harry cerró los ojos, entendiendo por qué se había estado sintiendo tan mal. Después de todo, una vez obtuvo el récord de no dormir cuatro noches seguidas. Ahora comprendía el motivo de su malestar físico y su desmayo. Tomando un hondo respiro, se maldijo por haber estado con la guardia baja durante el ataque y permitir que algo así le sucediera.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Harry una vez que abrió los ojos. Malfoy apuntó a su espalda, cubierta con las tapas de la cama.

—Yo inventé esa maldición.

Harry sintió cómo algo pesado se instalaba en su estómago.

Por supuesto. Solamente Malfoy sería capaz de hacer y crear los peores hechizos que el mundo mágico alguna vez vio.

—Madam Pomfrey me pidió que la asistiera para frenarla —continuó encogiéndose levemente de hombros, ajeno a sus pensamientos. Harry juntó las cejas.

—¿Sabes cómo frenarla?

—Sé Alquimia y Aritmancia. Sé los pasos para crearla. Ayudarla a encontrar una contra maldición no fue tan difícil. No al menos para ésta.

Harry intentó asentir, pero sintió como todo su cuerpo se quejaba, así que no lo hizo. Al menos lo que habían sacado de todo eso, era que podrían encontrar una forma de revertir aquella maldición en el futuro.

Zacharias Smith hubiera podido ser salvado, si esto hubiese pasado antes. No habría muerto al sentir cómo cada órgano y pedazo de piel se transformaba en piedra mientras agonizaba.

—¿Dónde está ella? —preguntó Harry entonces—. Poppy.

Malfoy hizo una mueca ante el apodo.

—Fue a ver otros enfermos. Tú no estabas de gravedad. Me dejó aquí hasta que despertaras.

—¿Y Hermione? —No entendía por qué Malfoy estaba allí, y no ella.

—No quisieron despertarla. Como te dije, no estabas tan grave.

Harry ciertamente sentía como si un camión le hubiese pasado por encima. En comparación con otros heridos, lo suyo probablemente era lo mismo que quebrarse una uña, pero eso no quería decir que no le doliera.

—¿Cómo pudiste evitar que la maldición avanzara? —espetó Malfoy, haciendo que Harry volviera a mirarlo—. ¿Y cómo demonios te hiciste esto, y no te diste cuenta, Potter? A no ser que  lo hayas notado, pero que hubieras sido demasiado orgulloso y ególatra para no informarlo, creyendo que podías curarlo solo. Y me niego a creer que alcanzaste ese nivel de estupidez. No aún.

—Yo no me lo hice —replicó Harry casi al instante, con irritación—. Alguien me maldijo.

Y tú creaste la puta maldición, quiso añadir, pero calló.

Harry comenzó a repasar la batalla en su mente, sin acordarse quién pudo haberle golpeado con aquel conjuro en la espalda. Sin embargo, nada venía. Nada, excepto-

El túnel. La base. Hogwarts.

Alguno de los Mortífagos que lo perseguían, o el mismo Voldemort, lo habían tratado de convertir en piedra en el mismo lugar.

Harry cerró los ojos, sintiéndose cansado nuevamente. Al menos había sido frenado. Aquello no quería decir que no trajera secuelas.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó a Malfoy, queriendo estar solo y así poder expresar su frustración sin ojos curiosos sobre él.

—¿Te pegaste en la cabeza y quedaste más imbécil de lo que ya eras? Te expliqué por qué.

—No, no. ¿Por qué accediste a quedarte? ¿Por qué le dijiste que sí a Madam Pomfrey? ¿Por qué sigues aquí?

Harry abrió los ojos otra vez, conectándolos con los plata del hombre por unos largos momentos.

Era extraño, darse cuenta de que Malfoy no era una persona que solía apartar la mirada. Harry para ese punto, podría decir que conocía sus ojos de memoria.

—Porque me importas tanto, ¿eso es lo que querías escuchar?

Harry reprimió el impulso de querer poner la mirada en blanco.

—Malfoy. ¿Por qué?

Malfoy no cedió de inmediato, pero cuando vio que Harry no pensaba decir algo más, o dejar pasar una duda –nunca lo había hecho, la verdad– simplemente suspiró, bajando la pierna.

—Joder, Potter. ¿Todo tiene que tener un "porqué" para ti?, ¿cuánto tienes, cinco años?

Harry quiso poder encogerse de hombros.

—Las personas tienen razones para hacer o no hacer cosas —le dijo al final. Malfoy bufó.

—¿Y por qué te importan tanto a ti mis motivos?

Harry no supo qué decir.

Sabía que Malfoy no estaba preguntando solo por esa vez, sino por todas la anteriores. Harry se la había pasado, desde que lo reencontró, preguntándole una y otra vez los "porqués" de su actitud. De su persona. De sus acciones. Y a pesar de que a veces tenía razón en desear saber si Malfoy era de fiar, muchas otras, no tenía derecho a exigir respuestas.

—Simplemente quería ver si la contra maldición funcionaba, Merlín —dijo Malfoy, finalmente—. No era tan profundo.

Harry apartó la mirada, mientras su mente retornó al asunto importante que lo tenía en cama. De pronto, fue muy consciente cómo sentía que una parte de su espalda estaba adolorida, y la piel de alrededor quemaba, haciéndole doler. Ya había comprobado que podía moverse, aunque le fuera una tortura en ese momento. Lo que Harry en realidad deseaba saber era que, ¿cuánto le afectaría?

¿Podría tener la agilidad usual en el campo de batalla?, ¿podría girarse siquiera?, ¿hacer lo mismo de siempre, ahora que su magia no estaba ayudando a mantenerlo bien?

El pánico estaba comenzando a construirse en su interior.

—¿Puedes decirme...? —dijo, abruptamente. Harry se interrumpió a sí mismo, pasando saliva.

No quería.

No quería. No quería. No quería.

Pero necesitaba saber.

—¿Puedes decirme qué tanto alcanzó? —pidió, con voz pequeña.

Malfoy no se movió de su lugar al oírlo, y Harry no se giró para saber qué expresión tenía.

Solo quería saber qué tanto le afectaría para moverse en un futuro. Necesitaba saberlo. ¿Y si se limitaba a su hombro? ¿podría elevarlo después?, ¿podría mover su mano?, ¿usar la varita como de costumbre? Harry no podía permitir errores, desventajas. Tenía que vencer a Voldemort. Tenía que-

—¿Por favor? —insistió.

Por unos segundos, Harry estaba seguro de que Malfoy lo mandaría al carajo.

Entonces, oyó cómo se levantaba de su lugar.

Los pasos hasta la cama, a Harry le parecieron extremadamente lentos y calculados, como todo lo que Malfoy hacía. Y la manera en la que tomó las sábanas, echándolas hacia atrás, también; develando poco a poco su espalda desnuda.

Durante unos largos momentos, ninguno de los dos dijo nada. Harry sabía que Malfoy estaba observando las múltiples cicatrices repartidas por la piel. Cicatrices de peleas. Cicatrices de entrenamiento. Cada una de ellas contando una historia diferente.

Lo escuchó tragar en seco.

—Desde debajo del omóplato hasta los hoyuelos de tu espalda —contestó finalmente, dejando caer las tapas en las caderas de Harry. Él frunció el ceño.

—¿Mis qué? —preguntó, sin comprender.

—Desde aquí-

Harry dio un brinco.

El tacto de Malfoy sobre su piel había sido delicado pero inesperado, y sus dedos se encontraban ásperos, de temperatura fría. Demasiado fría. Le recordó momentáneamente a cómo se sentían las serpientes.

Mas no le dijo que se quitara.

Malfoy pausó. Las yemas de sus dedos aún tocaban ligeramente a Harry poco más arriba de la mitad de su espalda.

Harry quiso gritarle de pronto que se quitara, que no le había permitido que lo tocara. Que sus sucias manos le daban asco y-

Y entonces, poco a poco, Malfoy comenzó a deslizar su dedo hacia abajo.

Harry sintió cómo sus vellos se erizaban y un escalofrío le recorría la espina dorsal, mientras los dedos de Malfoy rozaban suavemente el borde de la cicatriz de piedra hasta alcanzar el inicio de sus caderas. Todo eso sin cortar el contacto.

—Hasta aquí —murmuró Malfoy, y a pesar de estar lejos, Harry sintió las palabras a un lado de su oreja.

Malfoy no quitó sus dedos, y Harry no encontraba el habla.

Hasta que de pronto y abruptamente, las sábanas volvieron a estar cubriendo su espalda.

—Eh... Uhm. Gracias —balbuceó Harry, mientras lo oía sentarse de nuevo. Todavía tenía la cara girada hacia el otro lado, y su cerebro registró solo de forma vaga qué tanto había alcanzado a volverse piedra.

—Debería traer a Madam Pomfrey —dijo Malfoy al cabo de unos segundos. Lo oyó levantarse una vez más.

—Sí.

Harry cerró los ojos, pensando en lo que Malfoy había visto. Sus costillas, seguramente. Pecas. Las heridas. Quemaduras. Cicatrices. Todo tipo de marcas, repartidas por su piel.

—¿Potter...? —dijo Malfoy, llegando a la puerta.

Parecía estar a punto de preguntar, de querer saber algo. Y Harry estaba listo para mandarlo a la mierda. En primer lugar, ni siquiera se suponía que Malfoy debió haber visto más de lo que Harry mostraba al resto. Y aún así, siempre lo hacía.

—¿Qué? —espetó bruscamente.

Malfoy no contestó de inmediato.

—Nada.

Harry esperó a que dijera algo más. Malfoy no parecía querer agregar nada, o haberse arrepentido de no haber hecho su pregunta. Harry estaba tenso, apretando los puños sin siquiera darse cuenta, y esperando un golpe. Uno de esos comentarios horribles que Malfoy parecía no poder frenar que salieran de su boca.

Pero aquello no sucedió.

—Debería irme —dijo.

Harry no respondió, a pesar de que quería. Efectivamente, Malfoy debería irse. Ni siquiera debía haberse quedado allí, la verdad.

Se removió incómodo en su lugar.

—Malfoy —llamó, sin saber muy bien por qué.

Y las memorias de Rookwood volvieron a él a trompicones. La tortura. La información. La manera en la que su mente estaba protegida.

El objeto.

Harry volvió a fijarse en Malfoy. Por algún motivo, se veía aún más alto de esa distancia, a un lado del umbral y con la mano en la cerradura de la puerta.

—Intenta buscar el supuesto objeto entre las cosas de tu madre —le dijo finalmente—. Nadie podría saber mejor que tú qué podría ser.

Malfoy asintió una vez, su cabello cayendo sobre la frente gracias al movimiento.

—Llámame cuando vuelvan a interrogar a Rookwood.

Harry abrió la boca para decir algo más, cualquier cosa.

Pero Malfoy salió rápidamente de su vista, y la habitación quedó vacía de un segundo a otro, haciéndolo preguntarse un montón de cosas para las que no tenía cabeza en ese minuto.

Harry suspiró, con sus párpados sintiéndose pesados por el sueño y los sucesos abrumadores de hacía horas atrás pasando como relámpago por su cabeza.

Se quitó los lentes una vez más, mientras trataba de acomodarse como podía en esa posición, y cerró los ojos.

Harry se dejó caer dormido.

•••

Madam Pomfrey no lo dejó salir de la cama hasta tres días después.

Harry se fue informando de lo que estaba sucediendo con Voldemort a través de McGonagall y Kingsley, quienes recibían la información de Malfoy, Theo y Astoria. Las cosas no pintaban bien para la Orden, al menos en cuanto a la imagen que proyectaban, por lo que todos llegaron a la conclusión de que una vez que pudiera, Harry debería mandar Patronus a distintas zonas del mundo mágico para dar un mensaje de tranquilidad. Explicar de cualquier manera que: no, no era un Inferi. Que no, no había estado dándose unas vacaciones. Y además, las opciones que podría tener la gente de esconderse si así lo quisieran.

Astoria y Robards, (quizás incluso Malfoy), fueron los responsables de continuar quebrando a Rookwood lo suficiente para comprobar si lo que decía era cierto. Y lamentablemente, aunque el hombre se viera dispuesto a "cooperar" no podía dejar las barreras de Oclumancia abajo, tan arraigadas a su cabeza que las levantaba sin parpadear. Lo único bueno era que a diferencia de sus prisioneros anteriores, éste no tenía un Obliviate de por medio. Había un poco más de esperanza en cuanto a obtener información de su parte.

McGonagall y Kingsley por otra parte habían interrogado a los Mortífagos que capturaron en la pelea, pero resultó que ninguno sabía demasiado. O nada, la verdad. Así que los mantenían allí, en las celdas, en el caso de querer hacer un intercambio (que era poco probable), o simplemente por si en el futuro tenían información de otros ámbitos que les fuera útil.

Sin embargo, aquello no era lo que tenía a Harry con un nudo en el estómago, y en una tensión constante. Sino, que aparentemente, la clave para llegar a Nagini era un objeto; y que de ser el caso, estaban en desventaja al desconocer cualquier información básica acerca de él. Voldemort podría llegar antes. Aunque eso no era lo único que lo traía de los nervios. También, a Harry le acomplejaba no saber qué tanto podría moverse, con parte de su espalda transformada en piedra. Y...

Y la tercera razón de su preocupación, era la más corta y complicada de todas: Ron.

Obviamente, los tres días que Harry pasó bajo el cuidado de Madam Pomfrey, no pudo ver a Ron luego de que hubiese despertado. Pero sí que vio a Hermione.

Su amiga lo fue a visitar innumerables veces, más de las que Harry había esperado. Y luego de que la primera vez que lo viera y los ojos de Hermione se le hubiesen llenado de lágrimas, preguntándole por qué no había dicho nada, por qué no había ido a tratarse y por qué dejó que avanzara tanto; y Harry, pensando en que tanto ella como el resto habían pasado por tanto como para que se sintiera triste por algo tan mínimo, le espetó que no podía preocuparse por algo así, cuando Ron quizás iba a perder la pierna, ella no volvió a tocar el tema ni de su herida, ni de su amigo.

Así que, casi seis días después de que el secuestro de Rookwood hubiera sucedido, Harry envió sus primeros Patronus en dirección a Hogsmeade y el Valle de Godric. Después, se encaminó a enfrentar a Ron.

No sabía por qué había pensado que sería peor.

Ron estaba sentado en la misma cama donde lo habían sanado, sin embargo ahora las sábanas estaban limpias y él ya no estaba acostado, sangrando exageradamente, o corriendo peligro. Ron se encontraba mirando la ventana, pálido como un papel y con nuevas heridas pequeñas adornando su rostro. Las antiguas cicatrices de su cara eran casi imperceptibles para alguien que no lo conociera bien. Harry descubrió que él las sabía de memoria.

Dejó salir un suspiro de alivio.

Estuvo demasiado cerca de perderlo.

—Hey —dijo él, sintiendo una pesadez mientras avanzaba lento.

Ron levantó la mirada, dándole una sonrisa sin humor, y lo estudió. Hermione le dijo que no llevaba muchas horas despierto, y que al menos la desorientación y shock inicial habían pasado. De todas maneras, Harry no tenía idea si sabía que él había sido herido también, y que la razón por la que no podía andar tan ágilmente era porque estaba sintiendo los efectos secundarios de la maldición. El único consuelo era que, por lo menos, sólo la capa más exterior de su piel se había vuelto piedra, a pesar de que hubiese tomado una porción grande de su espalda.

—Hey —respondió Ron, con la garganta rasposa al no haber hablado demasiado—. Hermione me contó lo que te sucedió.

Harry sintió alivio al no tener que explicar el porqué se estaba moviendo más lento que de costumbre, o por qué de un momento a otro hacía muecas de dolor. No sabía cuándo la herida iba a cicatrizar, o si lo haría en absoluto. Después de todo, era la primera persona que se recuperaba de un Homo Lapis.

Ron le hizo una seña para que se sentara en la cama, a unos metros de él. Harry lo hizo.

Por unos segundos, ninguno dijo nada.

—¿Cómo...?

—¿Crees que...?

Los dos se callaron luego de hablar al mismo tiempo, mientras Harry sonreía vagamente y Ron lo imitaba. No sabía cómo su mejor amigo se estaba tomando el que le faltara la mitad de una pierna. Lo único que esperaba es que no lo culpara por no haber podido estar ahí. Por no haberlo salvado de eso.

—¿Cómo está tu pierna? —preguntó Harry tímidamente, al ver que Ron no tenía intenciones de volver a hablar. Él suspiró, y sin más preámbulo, echó las cubiertas hacia atrás para mostrárselo.

Harry ahogó un jadeo.

El crecimiento de su miembro iba en la rodilla, y toda la piel nueva parecía expuesta... como si se hubiese quemado. En apariencia, lo primero que crecía era el hueso, y luego los músculos, tendones, carne y demás se formaban a su alrededor. La pierna estaba roja. Se podía detallar todas las capas de la piel alrededor de la rodilla. Harry creía que dolía. Se suponía que debía seguir creciendo, pero no estaban seguros de que aquello fuera a pasar. Harry esperaba que sí. Anhelaba que sí.

Se aclaró la garganta.

—Es...

—Más feo que un culo, ¿verdad?

—Creo que hay culos bastante bonitos.

Ron resopló.

Harry se quedó viendo unos segundos más antes de fijar los ojos en su amigo. Tenía una expresión tan cansada como el resto, pero sus ojos, una vez más, habían perdido el brillo. Uno habría pensado que aquello no era posible después de lo que habían tenido que pasar. Pero sí lo era. Ron se encontraba allí, teniendo que seguir soportando perder, y perder, y nunca detenerse.

—Dijeron... —comenzó a decir él, con voz ligeramente temblorosa—. Dijeron que quizás no crecería má-

—No pensemos en eso por ahora, ¿sí? —interrumpió Harry, un poco brusco.

No quería contemplar esa posibilidad. Ya nada sería lo mismo para él de ser así. Tardaría meses en volver a caminar. Quién sabía cuántos en volver a pelear, o a volar. Si es que sucedía. No era justo.

Ron se le quedó mirando por unos segundos, antes de tomar una respiración honda y dejarse caer de espaldas al colchón, observando el techo.

—No sé cómo sentirme —confesó en voz baja. A Harry se le retorció el estómago.

—No tenemos que hablar de eso si no quieres.

Ron suspiró, y pareció perderse en sus recuerdos. Harry trataba de hacer todo lo posible por no rememorar los suyos.

—Ginny o Fred habrían pagado por estar aquí, ¿sabes? —soltó su amigo de pronto.

Harry ignoró el hachazo de dolor que experimentó al recordar a Fred y Ginny. Sobre todo a Ginny. No sabía si algún día dejaría de doler. La extrañaba. La extrañaba demasiado y... ni siquiera en un plano romántico. Harry la extrañaba como persona. Ginny era alguien... especial. Alguien que no se encontraba dos veces. Defendía a Harry y lo hacía entrar en razón incluso cuando el mismo Ron no podía, y Harry extrañaba contarle cosas, que ella lo abrazara. Poder sentir que en sus brazos las cosas sí tenían remedio. Harry la extrañaba, y Ron tenía razón.

Fred habría pagado por estar ahí, con su familia. Con George. Ginny, valiente y tenaz, habría pagado por "patearle el culo a Voldemort" como ella misma lo había dicho.

Pero nunca tuvieron la oportunidad.

—Así que —continuó él, sin saber lo que su comentario había ocasionado en Harry—, me siento egoísta de pronto al verme y pensar: "Para quedar así, mejor que Quien-tu-sabes me hubiera matado y ya". Y-

Ron se pasó una mano por la cara, frustrado. A Harry se le revolvió el estómago al pensar en eso. En ese futuro en el que Ron lo dejaba solo. En el que ya no podría volver a conversar con él. En el que se iría de su vida así, de esa forma.

No. No podía.

—Debería sentirme agradecido. Jamás me habría perdonado el dejar sola a Hermione. Después de lo que ha pasado. Después de lo que tú has pasado. Pero, ¿por qué? —Ron hizo una pausa, mirando el techo—. ¿Por qué?

Harry no sabía qué decir. No había una razón de por qué pasaban las cosas horribles que pasaban. Simplemente- sucedían, y ya. Él lo había aprendido a la mala.

No había tal cosa como el karma. El universo no te recompensaba por ser buena persona, y el mundo no trabajaba a tu favor por hacer lo correcto.

Harry sentía que comenzaba a dolerle la cabeza.

—Aún no sabemos si no crecerá por completo —intentó consolarlo—. Los dedos de Malfoy lo hicieron, después de que se los cortaran en la batalla.

A eso, Ron intentó mirarlo doblando el cuello, sus cejas formando una sola línea.

—¿Qué?

Harry suspiró, recordando que su amigo no había estado consciente esos días y probablemente nadie le había informado (o habían tenido razones para hacerlo) de que Malfoy fue quien le llevó las pociones a los heridos.

—Malfoy fue quien las trajo —respondió llanamente, desviando por segundos breves su mirada a la ventana.

Ron puso una mano con fuerza encima de la cama.

—¿Qué? —repitió. Harry volvió a suspirar.

—Malfoy. Él fue quien trajo las pociones que lograron salvarte. A ti, a tu pierna. A más gente.

Se encogió de hombros. Ron parecía más y más confundido con cada segundo que pasaba. Era entendible. Malfoy era un torturador, esa era su naturaleza. Nada más que eso.

¿Sí?, dijo un rincón de su mente, que Harry trató de callar.

¿Qué hay del niño de dieciséis años que lloraba en el baño? ¿Qué hay de la torre de Astronomía? ¿Qué hay de cuando veías que era obligado a torturar por Voldemort?

Harry se frotó los ojos.

Ya no es la misma persona.

—¿Por qué? —preguntó finalmente Ron.

Y Harry pensó en decirle. En contarle acerca de la charla, y de los motivos de Malfoy. Pensó en hablarle de lo miserable y confundido que lucía. Pensó en explicarle cómo Malfoy parecía ser alguien terrible, y al mismo tiempo no tanto, y cómo aquello lo confundía.

No dijo nada.

Se limitó a encogerse de hombros una vez más, mientras Ron arrugaba la nariz.

—No me digas que le debo mi vida al hurón, ¿verdad?

Harry soltó una risa al oírlo, negando con la cabeza. Había olvidado ese apodo.

—No creo que esté esperando que se lo agradezcas.

—Bien. Porque no pensaba hacerlo.

Pero su tono de voz sonaba menos odioso de lo que habría sido días, o semanas atrás. Harry intuía que tenía que ver más con el cansancio y lo que le había sucedido, que con un cambio de sentimientos de su amigo hacia Malfoy. Después de todo, ya le había insistido varias veces que no era de fiar, que la razón por la que Voldemort confiaba en él era gracias a que mató ese niño años atrás para ser parte del Nobilium. Su Sacrificio.

Nuevamente cayeron en un silencio. Ron parecía contemplar el techo como si le fuera a dar respuestas de qué hacer ahora. Harry por su lado se sentía terriblemente egoísta por pensar que daba igual que a Ron le faltaran todas sus piezas, porque al menos seguía ahí con él.

—Ron —dijo de pronto. Ron lo miró—. Me alegro de que estés vivo.

Él apretó los labios, desviando la mirada una vez más.

—Me alegro de no haberlos dejado —replicó él—. Dudo que mamá, o- mi familia... Pudieran soportar... —Pasó saliva—. O ustedes. No-

A Harry no le pasó desapercibido cómo no había dicho que también estaba feliz de estar vivo, sino, de no haberlos abandonado. Lo entendía. Lo entendía demasiado.

Harry se preguntaba por qué motivo alguien se aferraría tanto a la vida.

—Vas a volver a caminar —dictaminó, porque sabía que era lo único a lo que podían aspirar—. Me aseguraré de que lo hagas. Sea como sea. Lo juro.

Ron sonrió luego de que acabara la oración, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

Desde hacía años que las sonrisas sinceras en ese lugar habían empezado a escasear.

•••

Los días empezaban a pasar y el mundo mágico era un caos.

Voldemort estaba haciendo lo posible para contener las disputas y las Resistencias que se habían levantado desde el secuestro del ministro, pero aún así no fue suficiente para eliminar una grande que se formó en el Valle de Godric: el pueblo donde Tom fue vencido en la primera guerra. A diferencia de 1997 y 1998, la gente no podía abandonar el mundo mágico, no al menos legalmente, por lo que estaba aún más reprimida ahora que todo el Reino Unido se encontraba a los pies de Voldemort. Por lo mismo, muchos se estaban ocultando en esa Resistencia, quienes clamaban creer la versión que Harry había dado en sus Patronus: que estuvo todos esos años intentando develar el secreto, pero que el Gran Mortífago lo impedía con ejecuciones y demases.

Por otra parte, los puristas de la sangre que no proclamaron ser Mortífagos durante el inicio de la guerra se habían unido como voluntarios en patrullajes para buscar exhaustivamente a traidores y Rebeldes. La familia Greengrass entre ellos, según lo que Astoria les había dicho. Harry y la Orden estaban haciendo lo que podían para contrarrestarlo, mas tenían que volver al campo de batalla cuánto antes para reducir las filas de los Mortífagos. Y para eso, debían entrenar a todos los que estuvieran habilitados para pelear. Refugiados contados.

Y además, aún necesitaban sacarle información a Rookwood.

Las torturas continuaban y el hombre cada día parecía más y más irreconocible, con alucinaciones y súplicas. Mientras no accedieran a su cabeza, mientras no sacaran todo lo que podían, la Orden no podía frenar los interrogatorios.

En ese mismo momento, casi una semana después de que Harry se hubiera desmayado, estaban nuevamente en la celda de Rookwood. Ya habían pasado por los métodos usuales de interrogación y Astoria se encontraba explorando su cabeza, alegando que cada vez se debilitaba más y la dejaba entrar de forma más fácil.

Harry estaba a unos pasos de ella, a un lado de Malfoy. Ambos tenían salpicaduras en el rostro de sangre que no les pertenecía. Harry se encontraba medio apoyado en la pared, debido a que la herida aún le provocaba cansancio al ser un peso extra en su cuerpo. Dolía y no lo dejaba girarse a la izquierda a menos que todo su torso lo hiciera. Por lo menos, aquellos últimos días le había permitido más movilidad de sus brazos, aunque de todas formas ardía horrores si hacía un movimiento demasiado brusco.

—No pensé que estarías tan rápido retomando tus... actividades —soltó Malfoy de pronto, viendo hacia al frente.

Harry lo observó de reojo, exaltado. No habían hablado nada desde la mañana en que había estado ahí al despertar. Ni siquiera se dijeron hola, y Harry estaba determinado a pensar lo menos posible en Malfoy. No era tan importante.

—Tengo que hacerlo —fue la simple respuesta de Harry.

Los gritos de Rookwood eran más débiles con cada interrogatorio, pero aún sonoros. Agitaba las piernas y las cadenas de vez en cuando. Harry también trataba de ignorarlos.

—Quiero decir, que estoy sorprendido de que puedas moverte —dijo Malfoy.

—Lo siento, tu fantasía de verme inútil no se cumplirá de momento.

Malfoy bufó. Por unos largos segundos ninguno agregó nada.

Entonces, se giró de lleno a Harry, con una expresión que indicaba que lo que estuviera a punto de decir le molestaba a él también.

—¿Te afectará mucho? —preguntó—. En los combates, me refiero.

Harry estuvo a punto de contestarle por qué le importaba, o de plano mandarlo a la mierda. No sabía qué tan bueno sería, dado que a Malfoy parecía irritarle que quisiera saber el porqué de las cosas, y tampoco tenía intenciones de discutir. No al menos hasta que estuviera completamente recuperado. Así que no dijo nada de eso.

—No lo sé aún —respondió Harry—. Cada día gano más movilidad, pero aún así duele. Y me cuesta.

—¿Por qué te duele?

Harry fue el que bufó esta vez ante la estúpida pregunta. Lamentablemente, el movimiento hizo que su piel rozara la parte dura de su espalda y raspara. Terminó haciendo una mueca.

—La piedra, siento- creo que se está incrustando...

—¿No has probado usar Esencia de Díctamo?

Harry lo miró esta vez con una expresión molesta.

—Claro, porque acá abundan las pociones, ¿no?

Volvió a girarse hacia su prisionero. Rookwood había parado de quejarse, y Astoria aún parecía estar practicando Legeremancia en él. Quizás pudo encontrar una manera de ver algo, o de poder entrar. Fuera como fuera, o Rookwood estaba demasiado cansado para seguir gritando, o realmente no le dolía.

—Te traeré un poco —soltó Malfoy, con indiferencia. Como si quisiera demostrar que lo que estaba ofreciendo no le importaba en realidad.

Harry retornó su vista a él, tomado por sorpresa, pero no le hizo falta preguntar el por qué haría algo como eso, Malfoy pareció leerlo en su expresión. Rodando los ojos, contestó:

—Soy tu jodido aliado, Potter, se supone que para eso estoy aquí. Eres la pieza más importante en toda la guerra, ¿de qué mierda sirves si no puedes pelear o te mueres? No es como que sería una gran pérdida, pero se entiende mi punto.

Harry apretó la mandíbula, sabiendo que por una parte tenía razón. Por otra, le sacaba de las casillas la forma en la que Malfoy le hablaba.

Era agotador, a veces.

—Bien —respondió, dando por finalizada la conversación.

Al parecer no era el final, ya que Malfoy se le quedó viendo unos segundos, como si estuviera analizándolo, pensando un montón de cosas, mientras Harry lo ignoraba. Trataba de no ponerse incómodo bajo su mirada.

—¿No has pensado...? —dijo entonces Malfoy. Sin embargo, cerró la boca y no agregó nada más. Harry se dio vuelta hacia él, intrigado.

—¿Qué?

—Olvídalo, es demasiado doloroso y complicado —contestó Malfoy, negando con la cabeza—. En otra ocasión quizás lo habría recomendado, pero en medio de una guerra es mejor que te recuperes como puedas y te prepares para seguir peleando.

Harry frunció el ceño, sin comprender.

—¿Qué ibas a sugerir?

—Da igual, no es una opción, ¿para qué quieres saber?

—Quiero escucharte.

—Potter, me conmueves. —Malfoy se llevó una mano al pecho mientras hablaba.

—La propuesta, imbécil.

El hombre apartó la mirada, mientras se cruzaba de brazos, pasando una mano por su cara. Harry observó cómo delineaba su cicatriz con la yema de los dedos.

—Era que... se podría tratar de extirpar la parte convertida en piedra, e intentar regenerar la piel faltante con una variación de la crece-huesos —respondió, y Harry sintió cómo se encendía una luz al final del túnel—. Pero ya te dije, es demasiado arriesgado.

Harry asintió, sabiendo que tenía razón. Aunque eso no significaba que en un futuro no podría intentarlo. No era algo urgente. De todas formas...

—Quizás, algún día —le dijo, examinando el rostro de Malfoy—. Cuando se acabe todo esto.

—Suenas muy confiado de que sobrevivirás a esta guerra.

—Oh, espero equivocarme.

Malfoy alzó las cejas, como si hubiese sido tomado por sorpresa por su honestidad. Y entonces, antes de que pudiese responder, Astoria salió de la mente de Rookwood con un jadeo dando un paso atrás. Harry dejó de apoyarse en la pared, dispuesto a acercarse a ella. Astoria en cambio, se volteó hacia ambos. Pálida, algo sudorosa y agitada.

—Astoria, ¿qué-?

—Afuera —lo interrumpió, pasando por entre ambos mientras salía de la celda.

Harry y Malfoy intercambiaron una breve mirada antes de seguirla. Harry se volteó a medida que cerraba la reja, viendo, como de costumbre, a Rookwood inconsciente y con la cabeza gacha.

Astoria iba delante de ambos, y Harry comenzó a sentirse cada vez más y más confundido mientras abandonaban las mazmorras y subían hasta una habitación vacía en la primera planta, encontrándose con los nuevos refugiados que los miraban con cautela. Astoria entró a un cuarto y cerró la puerta tras ellos. Malfoy y Harry volvieron a mirarse, a medida que ella se apoyaba en la puerta y hacía una seña para que ambos tomaran asiento en los muebles repartidos por el lugar.

—Draco —dijo Astoria suspirando sonoramente—. Draco, siéntate.

Si Malfoy se sorprendió por la forma en la que Astoria usó su primer nombre, no lo mostró. En cambio, tenía en lugar su perfecta máscara en blanco. Malfoy avanzó hasta uno de los sillones individuales y Harry lo imitó en uno sólo a un metro de él. Después de un par de pasos, Malfoy se detuvo mirando directamente a Astoria.

—¿Qué es todo esto?

Astoria no cedió.

—Siéntate.

Harry no entendía por qué tanto misterio. Qué podría ser lo que Astoria había visto en la cabeza de Rookwood como para hacerla reaccionar así. Sin duda tenía que ver con Malfoy y su familia, pero, ¿qué? ¿Tenía que ver con Narcissa?, ¿con su muerte? Debía ser algo que desconocían. Algo que podía shockearlo.

Luego de resistirse por unos momentos más, Malfoy tomó asiento grácilmente en la silla a sus espaldas y esperó con una pierna posada encima de su muslo, tal como Harry recordaba haberlo visto cuando despertó días atrás. Astoria dejó salir el aire de sus pulmones y caminó hasta ponerse frente a él. Por unos momentos, la mujer pareció olvidar que Harry estaba en la sala en absoluto, pero, de forma despreocupada, le hizo una seña para que se sentara también.

Esperó unos segundos antes de empezar a hablar.

—Tengo que- —comenzó a decir, aunque sus ojos se fijaron en Draco, penetrantes—. No entres en pánico —advirtió.

—¿Por qué entraría en pánico?

Astoria dejó caer sus hombros. Harry la escuchó con atención.

—Vi algo en su mente. Del día que Narcissa murió.

Harry percibió cómo el cuerpo de Malfoy se tensaba de pies a cabeza, como si estuviera preparado para un golpe. Para el que fuera. Y Harry supo que aquello era lo más sabio de su parte.

Astoria comenzó a pasearse frente a ellos, mientras articulaba con las manos.

—Efectivamente, eran siete personas para la ceremonia que planeaba quitarle la magia a Narcissa. Los miembros del Nobilium exceptuándote a ti, con el Señor Tenebroso de testigo —explicó. Luego de hacer una pausa, clavó sus ojos azules en los de Malfoy—. Y la persona que cerraba el círculo, era tu padre.

Harry se giró a él por completo, esperando... algo. Cualquier cosa. Algún gesto humano. Pero no se sorprendió al encontrar que la cara de Malfoy era la viva imagen de la indiferencia.

—¿Y? —preguntó.

Astoria se llevó una mano a la frente, sin dejar de caminar de un lado al otro.

—Las imágenes pasaron muy rápido, pero... —Paró, mordiéndose la lengua. Literalmente—. Al parecer todo iba bien. De maravilla. Todo iba funcionando de acuerdo al plan, hasta que-

Harry se inclinó en su lugar para escuchar el resto. Astoria parecía estar confundida, como si efectivamente las imágenes se arremolinaran en su cabeza en ese instante y ella no supiera qué pensar de éstas.

Malfoy apretó los dientes.

—Lucius comenzó a actuar raro. Muy raro. Como moverse, o hacer caras extrañas. Y llegó un punto en que empezó a agitarse e interrumpió todo el ritual. Luego comenzó a gritar, totalmente exaltado, pero no pude entender lo que dijo. Aunque eso no es lo importante.

—Greengrass-

—El Señor Tenebroso, irritado, primero lo puso bajo una Cruciatus, aunque ni eso pudo detener a tu padre, que trataba de llegar a Narcissa de forma desesperada. —No explicó a qué se refería con eso, simplemente continuó. Harry y Malfoy podían adivinar en qué condiciones estaba Narcissa durante la ceremonia como para que el hombre tuviera que "llegar a ella"—. Entonces, el Lord le puso su varita en la sien, y Lucius recobró su postura, su semblante. Todo tal cual había estado antes, como si el exabrupto nunca hubiese pasado en primer lugar. No sé qué hechizo era. Pero...

Astoria se detuvo, parándose frente al sillón de Malfoy y se mordió el labio. Insegura. Harry no podía leer la expresión de él. Su propia mente no paraba de hacer teorías, y ni siquiera era su padre.

—¿No creerás que...? —comenzó a decir Harry.

No fue capaz de acabar. Sonaba inverosímil. Sonaba estúpido e ilógico y algo que Lucius Malfoy no era. Pero Astoria asintió, mirando a Malfoy con lo que parecía ser un atisbo de lástima.

—Draco, creo que tu padre puede ser inocente.

Los ojos de Harry estaban fijos en el rostro de Malfoy. Por fuera, parecía totalmente en control, una cualidad que antes nunca había tenido. Sin embargo, Harry fue capaz de notar cómo la respiración del hombre se aceleraba y agitaba, o cómo sus manos se aferraban a los bordes de la silla.

Astoria le puso una mano en el hombro.

—Creo que todos estos años ha estado bajo la Imperius.

 

Chapter 18: Interludio: Una mente dañada

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Lucius quiso huir.

Quiso escapar antes de que la maldición cayera sobre él, y quiso llevarse a Draco y Narcissa consigo antes de que sucediera.

Pero no pudo.

Sucedió apenas unas horas después de la Batalla de Hogwarts, luego de que Narcissa fuera dejada en los calabozos de la mansión y Lucius tratara de liberarla. Lo tenía todo planeado, absolutamente todo. Se irían a Francia, se esconderían por un tiempo, y luego se marcharían a otro lugar. Draco tendría la vida que él nunca pudo darle, no realmente, y su esposa sería libre y feliz; no estaría condenada porque él intentó hacer lo mejor para su familia. Lucius se equivocó al elegir el bando del Señor Tenebroso, se equivocó con Draco, pero no permitiría que esos errores le costaran a las únicas personas que él apreciaba en el mundo.

Lamentablemente, jamás pudo completar su plan.

Fue descubierto por Rookwood en el momento que estaba tratando de rescatar a Narcissa, y antes de que Lucius pudiera defenderse, fue aturdido y llevado al Señor Tenebroso quien consideró oportuno ponerlo bajo la maldición Imperius para así utilizarlo. Como una marioneta.

El Lord no sentía respeto por los Malfoy. Ninguno. Su hijo era un débil y un cobarde. Su esposa era una traidora que los había vendido. Y él era un pobre imbécil que no era cien por ciento leal, a sus ojos. Sin embargo, sabía que Lucius, que el legado de los Malfoy, era útil, quisiera admitirlo o no. Así que tenerlo como una pieza de su partida, tenerlo como una carta bajo la manga, era una opción que no dejaría pasar. Por lo que durante aquellos ocho años, todo lo que el Lord hizo fue controlarlo a su antojo. Como beneficio para él, y como castigo para Lucius.

Lo hacía presenciar cada sesión de tortura de Narcissa, incluso lo obligaba a efectuarlas de vez en cuando. Todo esto ante los ojos de la mujer que pensaba que su marido, una vez más, había elegido los ideales de la sangre antes que a su propia familia.

Y Lucius deseaba poder gritarle que no era así.

En un inicio no había sido tan terrible. El Imperius te hace sentir como si estuvieras flotando. Una sensación de paz, de calma e irrealidad que te impide darte cuenta de lo que está pasando a tu alrededor. Por lo que Lucius obedeció a las órdenes de su Amo sin objeciones. Sin trabas. Sin problemas.

Hasta que, incluso sin quererlo, empezó a hacerse consciente de la realidad. Al menos medianamente.

Cada cierto tiempo, cuando reunía la suficiente fuerza de voluntad para librarse, era puesto de nuevo a merced de la Imperdonable, siempre bajo la varita del Señor Tenebroso. El único mago que podía hacer una Imperius que a Lucius le costaba combatir. Eso no quería decir que se rindiera, siempre estaba peleando, siempre estaba tratando de liberarse para salvar a su familia.

Y cada vez que lograba ganar la pelea, su desgaste mental aumentaba.

Por lo mismo tuvo que mirar todo lo que sucedía como simple espectador. Su cabeza estaba dividida entre dejarse sucumbir en la tranquilidad y paz que el maleficio le ofrecía, o despertar de una buena vez, sabiendo el dolor que aquello le terminaría causando. Lucius siempre se encontraba oscilando entre ambas, impotente al no ser del todo consciente de lo que pasaba, y al mismo tiempo, sí. Y no poder hacer nada al respecto.

Una de las cosas más duras fue, poco a poco, observar cómo Draco se convertía en un asesino.

Lucius no recordaba haberlo visto matar a alguien, pero sí que observó cómo hacía otras cosas, por lo que no le costó catalogarlo de esa manera. Toda su vida deseó que su hijo estuviera a la altura, que se convirtiera en el heredero que los Malfoy debían tener, cumpliendo con los estándares que el Señor Tenebroso ponía. Que hiciera lo necesario para conservar los ideales de la pureza de sangre. Lo que fuera. Así lo crió.

Pero Lucius nunca había llegado a considerar qué significaba eso, al final. Seguro, él mismo había matado innumerables sangre sucias. Había torturado y hecho sufrir a un montón de personas, y no se arrepentía ni un poco. Pero Draco-

Draco simplemente no era así.

Siempre detestó la violencia física. Lloraba si Lucius siquiera amenazaba golpear a uno de los elfos en su presencia. Así que se veía asqueado en un principio, y con justa razón, aunque los años pasaban, y Lucius veía cómo su cerebro comenzaba a aceptar que la única manera de sobrevivir era convertirse en la persona que era en la actualidad. Ese asesino al que toda la gente temía. Esa persona que las personas no podían soportar mirar por más de dos minutos por miedo a perderlo todo. Draco se convirtió en lo que Lucius quiso toda su vida que fuese, y él, en medio de la maldición, nunca se había arrepentido tanto de desear una cosa.

Pero no importó. Nada de lo que hizo o no hizo en un pasado importó. Realmente sus intenciones personales daban igual. Draco había subido en los rangos de los Mortífagos haciéndose una pieza fundamental en ese gobierno. Narcissa continuaba siendo interrogada y torturada, lo suficiente para quebrarla pero no para hacerla enloquecer. Con movimientos estratégicos para hacerla soltar la verdad.

Y Lucius había creído que aún podía ser capaz de rescatarla.

Entonces, había venido el ritual que la terminó matando.

•••

Lo único que Lucius recordaba, era haber llegado hasta ella. Era que la bruma en su mente se había disipado al verla gritar, al verla morir, y que logró liberarse de la Imperius. Que logró ser libre y que así rompió lo último que le quedaba de cordura: como si su cabeza se hubiese desgarrado y partido en dos.

Pero no importaba, porque había logrado salvarla.

Los pensamientos de Lucius se mezclaban entre sí en su celda de Azkaban: las palabras de Narcissa, del Señor Tenebroso, de Draco, y de todo el mundo mágico. Los recuerdos.

A veces significaban muchas cosas.

A veces, no eran nada.

En ese momento, no eran ninguna de las dos.

—Estoy aquí —le había dicho a la Narcissa de su recuerdo, cuando la salvó de la ceremonia que la mataría—. Estoy aquí. Estoy aquí, nunca me fui. Estoy aquí.

Y Narcissa lo había abrazado entonces, mientras Lucius la apretaba contra sí, sintiendo el caro perfume entrar por sus fosas nasales.

—Lucius —dijo ella—. Lucius. Pensé que-

—Sé lo que parecía, pero no —la había interrumpido—. Nunca te haría daño. Sé que es hipócrita decirlo querida, pero jamás lo haría de forma intencional. Siempre quise salvarte. Siempre quise salvarte. Y lo he hecho. Lo he hecho, te he salvado.

Narcissa había llorado, dejándose consolar. Ya daba igual lo que sucedió y ese gobierno horrible, porque ahora  podían ser una familia feliz. Se irían, empezarían de nuevo, dejando atrás todo. Absolutamente todo. Se convertirían en la familia que siempre tuvieron que haber sido.

—Estoy aquí —decía el Lucius del recuerdo por última vez.

Y luego todo se fragmentaba en su cabeza.

•••

Una melodía de piano provocó que Lucius siguiera el sonido hasta llegar al cuarto desde donde provenía.

Narcissa estaba enfundada en uno de los trajes más caros que se habían confeccionado, y tocaba con soltura una pieza en el piano, su favorita, sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor.

Lucius se había quedado en el umbral, mirándola, mientras trataba de reprimir la sonrisa que quería asomar sus labios. Narcissa movía sus dedos por las teclas sin equivocarse, perdida en su cabeza, y él sentía que era el hombre más afortunado por haber podido salvarla. Por haber podido sacarla de Azkaban.

Aunque... había algo extraño en esa situación. Narcissa se veía algo más joven de lo que Lucius la había visto en la prisión. Suponía que la libertad le sentaba bien.

—¿Vas a quedarte parado ahí todo el tiempo? —dijo ella de pronto.

Lucius volvió al presente y vio cómo Narcissa levantaba la cabeza desde las partituras y le dedicaba una sonrisa delicada y afectuosa. Como ella misma era cuando nadie la estaba mirando.

—Me complace verte tocar —le respondió—, eso es todo.

—Ya te he dicho que puedo enseñarte.

—¿Para qué querida? —Lucius soltó una risa educada—. Tienes talento suficiente por los dos.

El hombre se adentró en el cuarto al fin, caminando hacia donde ella estaba sentada. La ventana a un lado del piano le robaba destellos a su rubio cabello, y teñía sus facciones en una luz que la hacía ver aún más bella. Lucius se agachó para dejar un beso en su coronilla mientras Narcissa se echaba hacia atrás, y tomaba sus brazos, obligándolo a doblarse casi por completo para así abrazarla.

Por unos segundos, lo único que hicieron fue estar en silencio en compañía del otro. Lucius tenía la barbilla apoyada en su cabeza, inhalando el aroma a perfume, y Narcissa acariciaba sus brazos por encima de la túnica. Era tan raro pensar que casi la perdió. Que por poco, Lucius creyó perderla para siempre.

—A veces extraño... —dijo Narcissa entonces, cortando el silencio.

—¿Qué?

—Esto. A ti.

Lucius sonrió. Leve y pequeño, pero allí estaba.

—Estoy justo aquí —dijo, suspirando—. Estoy contigo.

—Lucius...

Narcissa se había quedado muy quieta bajo su tacto, y él intentó bajar más la cabeza para así poder mirarla. Sin embargo, ella se lo impedía. Su voz había sonado diferente de un momento a otro.

—¿Qué pasa, querida? ¿Draco te ha hecho enfadar otra vez?

—Lucius —repitió Narcissa—. Esto no es real.

Lucius sintió cómo su corazón se saltaba un latido.

—¿Qué?

Narcissa trató de separarse de su agarre y él poco a poco la fue soltando, sólo para tomar asiento rápidamente a su lado. Entrelazó sus dedos para sentirla cerca. Definitivamente su esposa había perdido la cabeza luego de tantos años en Azkaban.

—Narcissa-

—Sabes que ésta es la versión de mí que te has creado en tu cabeza —lo interrumpió ella, mientras negaba, y recién ahí Lucius notó que sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Pero no es-

—Narcissa, ¿de qué hablas? —Lucius tenía un vacío en las entrañas—. ¿Hay algo que te incomode? Dime. Dime, y haré lo que sea para que estés bien.

—Lucius. —Narcissa tomó aire mientras subía la mano para acunar su rostro, y soltó sin un poco de consideración—: Yo no existo.

La oración aterrizó en medio del silencio.

Su primer instinto fue echarse a reír. Aquello era ridículo. Quizás debería llevar a Narcissa con un medimago.

—Por favor... —Negó, sin dejar ir la mano de su mujer—. Mira, sé que debo recompensarte por todo, por todo el daño que te he provocado. Y eso haré. Hasta que dé el último respiro, te prometo que te compensaré-

—Lucius —Narcissa volvió a interrumpirlo con delicadeza—. Déjame ir.

Cuando él estaba dispuesto a decirle una vez más lo ridículo que sonaba eso, y que lo más seguro era que ella estuviera desvariando, Lucius dejó de sentir el agarre contra sus dedos. Al mirar hacia abajo, se dio cuenta de que la mano ya no estaba allí.

—¿Qué? —susurró.

Narcissa estaba sentada en el mismo lugar, luciendo igual de hermosa y elegante que siempre, mas su brazo había empezado a desvanecerse de a poco. Lucius trató de agarrarla e impedir que el sinsentido que estaba sucediendo ocurriera, pero su mano cortó la nada.

Narcissa se le estaba escapando de entre los dedos como si fuera aire.

—¿Cissy? —preguntó, sintiendo cómo una espina de terror se clavaba en su pecho.

—Déjame ir, Lucius. Por favor.

Lucius observó las lágrimas cayendo de su rostro, los sollozos que soltaba y los hipidos. Narcissa no quería irse, batallaba, pero aún así parecía haber aceptado su realidad y quería que la dejaran descansar. Que por fin la dejaran descansar.

Lucius no era tan buena persona.

—¡Cissy! —dijo, tratando de agarrarla, de sostenerla y ponerla en su pecho y prometerle que las cosas serían diferentes, porque la había salvado.

La había salvado.

Cuando miró hacia abajo, la mujer ya no estaba.

•••

—¡No puede responderle a él! ¡No tiene sangre Black!

Lucius se encontraba en una nube. Sabía que tenía la mano levantada, sabía que apuntaba a alguien con su varita, y era vagamente consciente de la mujer que estaba en el centro, metida en una jaula diminuta y amarrada en las extremidades mientras gritaba. Las líneas del cuerpo de Lucius se encontraban tensas y su mente se estaba resistiendo como nunca a la neblina que la maldición tenía sobre él.

Pero lamentablemente no era suficiente.

—¿No lo entiendes?

—Háblame bien, traidora asquerosa.

Un dolor le recorrió la espalda al segundo siguiente, mientras sentía cómo su cuerpo caía de rodillas. Alguien estaba llorando en el fondo.

—¡Debe encontrar otra forma!

Lucius se agarraba la cabeza, mientras intentaba dejar afuera de ahí los gritos.

Quería que parara.

•••

Alguien estaba llorando. Alguien estaba sollozando. Le resultaba un poco familiar.

Una puerta se cerró. Una persona había tenido un arrebato de furia. ¿Por qué? ¿Qué estaba sucediendo? Estaban buscando a alguien. O algo. Eso había oído. Lucius no entendía demasiado.

—Lucius, por favor, salva a Draco —pedía una mujer en la lejanía. Sus sollozos eran escandalosos—. Por favor. Por favor. Es lo único que te pido, salva a Draco.

Draco. Ese era el nombre de su hijo. ¿De qué debía salvarlo? Draco sabía cuidarse solo, lo había demostrado. ¿De qué estaba hablando?

—Mírame, Lucius —la mujer suplicaba—. Tienes que salvarlo. Tienes que hacer que paren.

¿Parar qué?

—Coopera —dijo otra voz.

Tardó unos segundos en comprender que la voz correspondía a él mismo. No había querido decir eso.

—¡Eso es lo que he estado haciendo! —gritó de vuelta—. ¿No lo entiendes? ¡No responde a mí! ¡No-!

—Silencio.

La mujer calló de golpe.

De pronto, Lucius se vio de pie, varita en mano y en una pose amenazante. Trató de enfocar sus ojos, sólo para descubrir que la persona que le hablaba, viéndose más enferma pero no menos elegante, era la mujer con la que se había casado.

La mujer que había amado por décadas.

—¿Quién eres? —susurraba ella.

—Lucius Malfoy —contestaba él de inmediato.

Narcissa se hizo un ovillo, y lloró.

Lucius esperó que su llanto lo ayudara a liberar el grito que llevaba atorado en su garganta durante años.

No sucedió.

•••

Narcissa estaba a su costado. Lucius la tomaba de la cintura, y ambos estaban mirando hacia el frente.

Metros allá, Draco batallaba por subirse a su primera escoba de verdad.

Sus pequeñas piernitas intentaban trepar en la madera pero resbalaba cada vez que intentaba subirse, con la cara roja gracias a la frustración. No era su primera vez tratando de volar, las escobas de práctica le habían ayudado desde que era prácticamente un bebé, sin embargo suponía que era distinto a tener una de verdad.

—No te rías —Narcissa lo regañó, aunque ella misma estaba ocultando una sonrisa—. Es su primera vez.

Lucius, que estaba batallando entre burlarse o irritarse con su hijo, negó con la cabeza, viendo cómo Draco estampaba su pie contra el pasto.

—Claramente no sacó mi intelecto.

—Claramente, querido —Narcissa concedió, con una pequeña sonrisa—. Menos mal que ha sacado el mío, ¿no?

Lucius no tenía idea cómo su comentario que pretendía alabarse a sí mismo, se había transformado en un insulto gracias a su esposa, pero no le extrañaba. Narcissa tenía una habilidad de voltear las situaciones y hacer creer cosas que no eran como nadie más podía. La miró, detallando la expresión de complacencia que tenía puesta y trató de pensar en una réplica.

Aunque, de todas formas, no tuvo oportunidad de decirla, porque justo en ese momento Draco había podido subirse al fin a la escoba mientras intentaba mantener el equilibrio. Su cara estaba totalmente sonrojada, y sus cejas estaban juntas con la mirada fija en ambos, determinado a llegar hasta donde se encontraban.

—Tiene un espíritu competitivo —Narcissa acotó, mientras veían las pequeñas piernas elevarse más y más del suelo—. Eso es bueno.

—Será el mejor —respondió él, observando con un atisbo de orgullo cómo Draco volaba pegado al palo de la escoba—. Nadie podrá ganarle nunca.

El sol tocaba el pasto de la mansión, y los pavos reales emitían ruidos en dirección Draco, quien solía jugar con ellos todo el tiempo. Su hijo, desde arriba, miraba hacia abajo y los hacía callar porque según él los desconcentraba.

—Tonto pavo real, ¡tonto!

Narcissa no fue capaz de contener la risa esa vez, y Lucius la acompañó. Cinco años y la vena dramática de los Black era cada vez más innegable.

—Eso definitivamente lo sacó de ti —murmuró Lucius en el oído de su mujer.

—Obviamente, ¿no lo sabías? Draco es igual a mí en todos los aspectos. Tú solo cooperaste el uno por ciento.

Lucius bufó, porque mientras más se acercaba Draco, más claro era el parecido entre ambos. Lucía tal cual él lo había hecho a su edad, y aunque nunca lo admitiría a una sola alma, no podría encontrarse más feliz y orgulloso de que fuera así. Que sacara todo el resto de Narcissa, daba igual, su hijo era su hijo y quién lo mirara jamás podría decir lo contrario.

Entonces, cortando sus pensamientos, sintió cómo Narcissa soltaba un jadeo y con el corazón en la garganta, vio cómo Draco caía de su escoba.

Lucius levantó la varita sin pensarlo. Aunque la apuntó hacia él y dijo un millón de conjuros, Draco caía y caía y caía y él ya nunca sería capaz de atraparlo.

•••

A Lucius nunca le había gustado demasiado el olor del alcohol. Ni el asqueroso aroma muggle ni el mágico. Simplemente no entraba en su lista de cosas que le parecían agradables.

Por lo que no le fue indiferente el olor que emanaba del salón principal aquella noche cuando entró. Una persona que estaba sentada en un sillón, con un relicario en la mano, había tomado demasiado. Demasiado para su propio bien.

Lucius lo sentía mientras el hombre notaba su presencia y comenzaba a gritarle de un momento a otro. Era obvio que no estaba sobrio, y aunque el Imperius le impedía distinguir muchas cosas, aquella situación lo estaba trayendo un poco de vuelta a la realidad.

—Mírate, ni siquiera reaccionas, carajo —dijo el hombre con desprecio luego de gritar, arrastrando las palabras.

Lucius sintió cómo algo aterrizaba en su rostro, pero su mente no lograba procesar qué era. Estaba mojado, y se sentía incómodo. Agua no era. Alcohol tampoco.

Saliva.

—¡Dime algo, mierda! —volvió a exclamar el hombre—. ¡Haz algo! ¡Actúa, maldita sea!

Lucius entrecerró los ojos. ¿Estaba frente a un espejo? Los espejos no hablaban, lo sabía, pero es que... la persona de enfrente era idéntica a él mismo. Claro que Lucius ya no era joven, ¿no? Ya superaba los cincuenta. Entonces, ¿quién...?

La respuesta llegó al instante.

Draco.

—Eres un puto desperdicio. Eso es en lo que te convertiste —oyó cómo le decía—. Un puto desperdicio.

Lucius lo miró. Su cabeza una vez más dividida entre lo que quería y lo que debía. Tenía que despertar. Tenía que hablar con su hijo. Tenía que liberarse.

Pero se encontraba- nublado.

Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo.

Draco se le quedó mirando un largo rato, y Lucius intentó moverse. Intentó hacer algo.

Entonces, su hijo lo apuntó con la varita.

Finite Incantatem —dijo.

Nada sucedió.

Draco pateó algo, comenzando a gritar de nuevo. Una parte de Lucius se sintió preocupado. Y un pequeño sentimiento se instaló en su pecho. Uno que realmente no debía experimentar, gracias a la maldición, y a que era su hijo quien estaba frente a él.

Pero ahí estaba, y el sentimiento era miedo.

Le tenía miedo.

Draco parecía letal. Draco parecía perfectamente capaz de matarlo. Aunque era idéntico a Lucius... lucía peor.

Draco había terminado siendo peor que él.

—Joder. ¿Qué mierda está mal contigo? —le espetó, antes de abandonar el cuarto para no hacer algo de lo que probablemente se arrepentiría.

Y Lucius no pudo responder.

•••

El Señor Tenebroso lo miró. Él, por primera vez, pudo enfocarse bien en una mirada. Volvió al mundo presente y real durante un instante. Había unos ojos rojos y crueles observándolo.

—Por fin vas a ser útil, Lucius.

Lucius tenía un nudo en el cuello. Con cada día que pasaba, perdía cada vez más la cabeza. Perdía todo lo que lo hacía ser un ser funcional y humano. Necesitaba despertar.

—La unión que tienes con la sucia traidora de tu mujer facilitará las cosas, ¿lo sabías? —Aquella voz fría se burló—. Tú cerrarás el círculo. La harás una squib- No...

Lucius estaba comenzando a respirar agitadamente. Narcissa. Debía salvar a Narcissa. Debía advertirle. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué el cuerpo no le respondía?

—La convertirás en una muggle de mierda. ¿Qué te parece eso?

Lucius soltó un quejido. No. No. No. No.

Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo.

—Y una vez que todo acabe, le ordenaré a Astaroth cortarte la cabeza en el Ministerio, ¿te gusta esa idea?

Draco. Narcissa. Draco. Narcissa. Tengo que salvarlos. Tengo que llevarlos lejos.

Muévete. Muévete. Muévete. Muévete. Muévete.

Una bota aterrizó en su cara, y una risa se grabó en sus oídos, mientras su destino comenzaba a sellarse.

•••

Había cosas que estaban perdidas, revueltas en su cabeza. Huecos. Lucius no sabía por qué y no podía interesarse en averiguarlo.

Oía conversaciones por aquí y acá. Nadie le prestaba la suficiente atención para tener cuidado sobre qué se decía frente a él, y razones de sobra tenían. No era más que un títere. Nada mejor que un juguete y diversión para el Señor Tenebroso.

¿Dónde estaba? Tenía frío.

Trouve.

Magia negra.

Conexión.

Impedimento.

Fidelius.

Ubicación.

Sangre.

Harry Potter.

Lucius dio un respiro tembloroso. Narcissa. ¿Dónde estaba Narcissa?, ¿y Draco?

Trouve.

Magia negra.

Conexión.

Impedimento.

Fidelius.

Ubicación.

Sangre.

Harry Potter.

Se tomó la cabeza, intentando gritar. Quería poder pensar en algo más.

Trouve.

Magia negra.

Conexión.

Impedimento.

Fidelius.

Ubicación.

Sangre.

Harry Potter.

¿Cuántos años habían pasado?

Notes:

Surprise surprise!
Actu corta pero que los dejará pensando yia JJAJAJA.

No se preocupen si se pierden en este cap! De hecho esa es la idea jeje. Les apuesto que si algún día releen, lo comprenderán<3

En fin, nos vemos el martes!

Chapter 19: Capítulo 14: Enséñame

Chapter Text

—Eso es imposible.

Draco sentía cómo el corazón le retumbaba y sus manos se encontraban temblando. La presión del contacto de Astoria en su hombro era un recordatorio de que lo que estaba sucediendo era real y que no podía escapar de ello. No importaba cuánto quisiera.

—No lo sé, es lo que vi —le respondió Astoria, mordiéndose el labio—. Creo que si no es la Imperius, algún conjuro de control tiene que ser. Es lo más probable.

Draco se levantó del sillón con los ojos de Potter siguiendo sus movimientos, y comenzó a dar vueltas. ¿Cómo era posible...?, ¿cómo? Sospechó por un tiempo que su padre podría estar bajo un Imperius, pero nunca pudo comprobarlo. Y vaya que intentó. ¿Acaso el poder del Señor Tenebroso era tanto que Draco era incapaz de deshacerlo? Probablemente. Aún así...

Su padre dijo que mató a su madre. Todos esos años fue la mascota del Señor Tenebroso, siguiéndolo mientras lamía el piso que él caminaba. Supuestamente era un Mortífago respetado, quien cometió crímenes fuese bajo la maldición o no. Y Draco más que culparlo por las cosas asquerosas que había hecho, solo podía sentir un atisbo de esperanza, porque era una pésima persona, y porque eso significaba que aún existía un motivo. Un motivo por el que luchar. Si su padre no era responsable directo de la muerte de Narcissa- si había sido obligado, quería decir que Draco no los había perdido a todos. Aún podía hacer algo.

Aún le quedaba algo.

Y tú lo culpaste. No fuiste capaz de buscar la verdad del asunto.

Draco recordó las tardes sombrías, las noches en que le gritó y en las que la rabia fue tanta que estuvo al borde de hacerlo sufrir sin retorno. La culpa hizo un nudo en su estómago, con su cabeza reproduciendo la, ahora claramente, cara vacía y distante de su padre. Sus frases repetidas y practicadas. Draco lo culpó. Lo dañó.

Otro más.

Parecía ser lo único que hacía.

Destruir todo lo que tocaba.

—No podemos basarnos en suposiciones —soltó Potter entonces, levantándose también

Draco giró sus ojos hacia él, sacándolo de sus pensamientos. Tenía razón, sí, pero no por eso no le molestaba que quisiera apagar la posibilidad antes de que supieran de verdad de qué se trataba.

—Intentó detener la ceremonia —dijo Draco, con voz perfectamente calmada, a pesar de que por dentro sentía que estallaría de la emoción—. Eso sucedió. Astoria dice que es lo más seguro-

—¿Y en qué cambia eso las cosas? —Potter espetó de vuelta, entrecerrando los ojos—. No podemos rescatarlo de Azkaban por una teoría.

Draco encajó la mandíbula.

—Nunca dije eso.

—Pero estabas a punto de sugerirlo.

—No-

—Puede ser una buena idea —intervino Astoria, quien había escuchado el intercambio en silencio—. Rookwood, además de ser uno de los mejores Oclumantes a los que me he enfrentado, tampoco lo sabe todo.

La mujer caminó hasta ponerse delante de ellos. Antes de eso, Draco no había notado que Potter y él estaban discutiendo frente a frente a poco más de un metro.

—Astoria...

Astoria levantó una ceja ante la voz de Potter.

—Desde que he empezado a colaborar con la Orden, hemos recolectado sólo pequeños pedazos de información, y lo sabes. En este último tiempo hemos sabido mucho más que en los últimos cinco años, y aún así, no es suficiente. Sabíamos que Rookwood era una pieza importante, y lo ha sido, pero eso no quiere decir que Lucius no lo sea aún más. Sobre todo... —Astoria pausó, enviándole una rápida mirada a Draco—. Sobre todo considerando que, con los daños que sufrió gracias al Imperius, a que seguramente el Señor Tenebroso lo ha subestimado, en su mente hay información escondida. Probablemente sin barreras de Oclumancia protegiéndola y sin Obliviates.

Potter la miró por unos segundos en los que Astoria le mantuvo la mirada. Luego sacudió la cabeza, frotando sus ojos.

—¿No descubriste nada más?

—Sólo vi imágenes al azar, sueltas, sin ningún propósito. He confirmado la información de Goyle y Yaxley, y creo que está diciendo la verdad acerca de este supuesto objeto, pero además de eso...

Draco desvió la mirada. Estaba batallando por mantener una expresión neutra frente a lo que acababa de oír. Pero los pensamientos iban y venían y lo único en lo que podía pensar era en que se había equivocado tanto, y que nunca se había sentido tan contento por ello. Y tan terrible.

Su padre- su padre no le había hecho nada a su madre.

Su padre estaba encerrado en su cabeza.

—Creo que deberíamos enfocarnos en eso primero —dijo Potter luego de escucharla—. Si el objeto es real... Tenemos que encontrarlo.

Draco frunció el ceño. ¿Pero es que acaso no lo veía? Quizás su padre sabía dónde podría estar y Potter estaba desperdiciando una buena opción.

—Estoy de acuerdo —respondió Astoria—. Creo que deberíamos enfocarnos en ver... Qué conexión podría tener con Narcissa. Pero también pienso que no es pronto para empezar a poner sobre la mesa un posible rescate de Lucius.

Potter apartó sus ojos hasta la pared, mientras Draco lo observaba. ¿Estaría pensando en los problemas que eso traería para la Orden, en que seguramente desconfiarían de lo que Astoria hubiese dicho? ¿Que ni siquiera querrían pensar en entrar a Azkaban, por alguien como Lucius Malfoy?

Bueno, no importaba. Si la Orden no lo hacía, Draco era capaz de formar un plan por sí mismo. No dejaría que otro de sus padres muriera en esa prisión de mierda sin que él hubiese hecho nada al respecto.

—Hablaré con Andrómeda —dictaminó Potter, aunque parecía estar pensando más en voz alta que diciéndole a ellos—. Si el objeto tuviera algo que ver con la línea Black, ella lo sabría.

Al ser un heredero del legado Malfoy, Draco había sido profundamente educado en las ceremonias, objetos, misterios y costumbres de esa línea, más que la de su madre, pero no recordaba haber sabido jamás de un artefacto que pudiera hacer algo como eso. Y tenían razón en pensar que una de las hermanas, la única viva, podría tener más conocimiento acerca de aquello.

Sin embargo, estaban olvidando algo importante.

El pensamiento lo golpeó.

—Grimmauld Place —dijo Draco, haciendo que ambos interrumpieran la charla que estaban teniendo, y a la que no estaba prestando atención—. Están olvidando Grimmauld Place.

Su madre le había contado de aquel hogar, donde pasó varias temporadas de su infancia. Yaxley alegó que en una ocasión durante 1997 en la guerra, la sangre sucia de Granger casi lo Apareció dentro de la casa, aunque él cayó fuera de los terrenos de ésta en los alrededores, porque estaba protegida bajo un Fidelius. Grimmauld Place se encontraba vigilada en caso de que algún Rebelde quisiera entrar, aunque nunca lo habían intentado. Pero si allí había un objeto que les ayudaría a llegar a Nagini antes que el Señor Tenebroso, deberían apostar por eso. De momento.

—Lo que sea que el Lord estuviera buscando puede que estuviera allí, y quizás... —Draco trató de hilar sus pensamientos—. Quizás el Señor Tenebroso creyó que podía averiguar una forma de romper el Fidelius a través de mi madre, y usarla para usar el objeto. No lo sé. No...

Sacudió la cabeza también, cerrando los ojos.

—Creíamos que Yaxley tenía libre acceso a Grimmauld Place... —dijo Potter, como si recién cayera en cuenta de ese hecho—. Por eso nunca pensé en ello. O sea, si Nagini o lo que sea que estuviera vinculado a ella se encontraba ahí, ya habrían ganado al tener acceso a la casa, pero eso no ha sucedido. Por eso tampoco hemos intentado ingresar; simplemente no creímos que ahí hubiese algo demasiado importante, o que valiera la pena para perder gente, pero-

—Ahora, eso sí es un plan arriesgado —interrumpió Astoria con cierto tinte de irritación—. No tienes evidencia que lo que sea que el Señor Tenebroso busca esté ahí, en cambio-

—¿Tú viste un recuerdo de unos segundos de Lucius Malfoy, y deseas irrumpir en Azkaban, una prisión extremadamente protegida? —replicó Potter casi burlonamente—. Para una fuga del Mortífago, Lucius Malfoy.

Draco se le quedó viendo, con una expresión en blanco. ¿Potter se daba cuenta de a quién tenía enfrente, verdad? Lucius Malfoy había hecho enloquecer a muchísima menos gente que él.

"Mortífago" no parecía un título tan terrible comparado con ser un Nobilium.

Con ser Astaroth.

Astoria se alejó y Potter suspiró, volteándose en su dirección. La mujer habló antes de que él pudiera.

—Entonces deberías mandar a Draco o Theo a investigar —le dijo. Draco no sabía desde qué momento Astoria se estaba tomando tantas familiaridades con él, mas tampoco planeaba decirle nada—. Darles la dirección-

—No puedo —la cortó Draco, antes de que terminase—. En primer lugar, dudo que estos idiotas confíen en mí lo suficiente para revelarme esa información. —Draco ignoró el ruido que Potter hizo ante el apodo que utilizó para referirse a la Orden—. Y, además, no tengo manera de entrar ahí sin verme sospechoso- y créeme que ya sospechan de mí. ¿Qué crees que va a pasar, cuando descubran que puedo traspasar el Fidelius?

Astoria se giró entonces; parecía más irritada que ambos. Tal vez le ponía de malas que por una vez, Potter rechazara sus suposiciones lógicas. Draco también lo estaría, si la noticia de que Lucius- de que su padre pudiera ser inocente- no estuviera ocupando el ochenta por ciento de sus pensamientos.

—Por ahora, intentaré hablar con Andrómeda —aseguró Potter dándole un breve vistazo a Astoria, antes de enfocarse en él—. Y tú, vuelve a buscar en la Mansión, tiene que haber algo.

Draco esbozó una mueca despectiva.

—Lo que tú digas, Elegido.

Los ojos de Potter volvieron a entrecerrarse, pero no le dijo nada. En cambio se hizo a un lado, camuflando su gesto de dolor, y Draco comprendió que debía irse. Que, una vez más, tendría que ser cauteloso porque no podrían borrar sus recuerdos.

Potter no lo llevó hasta la puerta, y Astoria tampoco lo siguió, así que supuso que ambos discutirían lo que acababa de pasar. No le importaba. Su cabeza estaba focalizada en cómo él procedería desde ese momento en adelante.

No podía ir a ver a Lucius, aunque todo su cuerpo le gritaba y le pedía que lo hiciera. Que lo sacara de ahí antes de que se arrepintiera de nuevo. De que lo viera antes de que algo sucediera. Sin embargo tenía que pensar con la cabeza fría, Draco no podía permitirse exabruptos. Si en un futuro veían viable irrumpir en Azkaban, o él mismo encontraba una manera de fugar a su padre de ahí, debía mostrarse totalmente indiferente respecto a Lucius.

—Señor Malfoy.

Draco paró sobre sus pasos y se giró lentamente. Estaba llegando a la gran puerta de la casa, y la voz vino desde el salón de entrada, a su izquierda, donde habló con Kingsley semanas y semanas atrás. Sus ojos enfocaron a la mujer que le llamó, y se sorprendió al reconocerla tan rápido, incluso luego de haberla visto antes ya.

—Madam Pomfrey —replicó con cautela.

La expresión de la anciana era otra totalmente distinta a la que Draco recordaba de sus años en Hogwarts: que solía ser severa, pero compasiva a la vez. O a la que tuvo mientras curaba a Potter: de una fiera concentración. No, la de ese minuto era un profundo rencor- un odio y desprecio del que quizás ni siquiera ella era consciente. A sus ojos, tenía delante a la persona responsable de decenas de maldiciones que le arrebataron a pacientes. Tenía delante al responsable indirecto de muchas muertes inocentes. Muertes que incluso la perseguían entre sueños.

Draco le dedicó una sonrisa pedante frente a su silencio.

—Necesito hablar con usted —dijo ella con voz tensa, al cabo de unos segundos.

Draco miró el reloj de la pared. No podía estar mucho tiempo lejos de la mansión. No tan seguido al menos.

—No puedo ahora.

Madam Pomfrey apretó los labios.

—Bien, entonces seré breve. —Infló sus mejillas de aire, y entonces dijo—: Debería empezar a diseñar contra maldiciones para la Orden.

Draco esperó unos segundos a que agregara algo, o se arrepintiera, pero al parecer la señora iba completamente en serio respecto a su petición- no, no petición, exigencia. Draco alzó ambas cejas, sin quitar sus ojos de los de la mujer.

—Claro, buscando el paradero de el semigigante ese, el Señor Tenebroso, y el resto —expresó, recordando a último momento no ser tan específico—, tengo bastante tiempo libre.

La expresión de Madam Pomfrey se hizo aún más dura.

—Si le interesa devolver un gramo del mal que ha causado, lo hará.

—Bien. No me interesa.

Su voz sonó aburrida, lenta. Desvió la mirada brevemente a las espaldas de la mujer, viendo a una chica de unos dieciséis mirando fijamente por la ventana, aunque no le prestó mucha atención. Draco simplemente le dio una última mirada despectiva a la sanadora y se volteó, dispuesto a irse.

Entonces, una mano estaba agarrando su brazo.

Draco paró cada movimiento.

Para cuando se giró y su mirada encontró la cara de la mujer, Madam Pomfrey ya había retrocedido, observándolo con grandes ojos asustados.

—Puede salvar gente —le dijo, con su voz temblando casi imperceptiblemente—. No hacer nada es lo mismo que condenarlos a morir.

Draco no tenía idea por qué eso debería preocuparle en absoluto. O por qué pensaba que ese discurso sensiblero haría efecto en él.

Asintió en su dirección.

—Cuídese, Madam Pomfrey.

No había querido que sonara a amenaza, pero lo hizo.

Lo último que alcanzó a ver antes de marcharse, fue la expresión de miedo e ira que Madam Pomfrey tenía en el rostro.

Draco llegó al portón y al cabo de unos minutos en los que estuvo tentado de enviar un Patronus a Potter para pedir que le abriera, la reja lo hizo, sólo un poco, lo suficiente para dejarlo pasar.

Las palabras de Madam Pomfrey estaban resonando en su cabeza en contra de su voluntad. Draco las alejó. Estaba dispuesto a centrarse en lo que era verdaderamente importante.

Su padre.

•••

Ser la mano derecha de Lestrange era más agotador de lo que él había pensado en un inicio, aunque prefería eso a torturar incansablemente e interrogar presos y sangre sucias a cambio de información. Draco prefería por lejos los movimientos políticos que los sanguinarios. Eso podían dejárselo a Greyback; aunque no descartaba que algún día se lo pidieran a él también.

Buscó donde pudo en la mansión algún objeto que pudiera pertenecer a Narcissa, e incluso ordenó a los elfos a volver a registrar cada rincón, pero con cada momento que pasaba, se convencía más a sí mismo de que lo que sea que buscaban no estaba ahí. Que Grimmauld Place, Rookwood, y su padre, eran la verdadera respuesta.

Draco se enfocó en buscar información acerca del semigigante. Al ser parte del Nobilium no le era difícil hurgar entre archivos sin ser interrogado al respecto, pero ser la mano derecha del ministro... era otra cosa; la gente casi le ofrecía todo en bandeja de plata, más que antes. Y Draco aprovecharía encontrar cualquier papel que lo llevara a Rubeus Hagrid.

Que los había. No estaban en la ficha de los Aurores, pero los había, y él debía investigarla a fondo.

Se preguntaba por qué.

¿Por qué razón, aquella información no estaría entre los papeles del semigigante que manejaba la justicia? ¿Por qué había encontrado entre los Inefables y otros departamentos al azar, piezas que lo llevarían a él?

No tenía idea.

Draco fue a la base hasta una semana después para entregar reportes, ver si podía progresar con Rookwood, Astoria, y averiguar cuáles eran los planes de la Orden de momento. Theo lo acompañó esa vez, y ambos ingresaron luego de que él le comunicara a Potter a través de la moneda que estaban afuera.

—Deberían conseguirme una de esas —murmuró por lo bajo, mientras comenzaban a adentrarse al laberinto. Theo negó.

—Es muy peligroso aún. Si llegan a verla...

—Detesto depender de ti para venir hasta acá. Debería tener otra forma de contactarme sin que tenga que ver contigo.

Theo pareció pensativo, mientras avanzaba mirando el suelo.

—Potter puede enseñarte a hacer un Patronus...

—Ya sé hacer un Patronus-

—... de esos que pueden entregar mensajes —finalizó, mirándolo por el rabillo del ojo—. Esperemos que no se maten entre ustedes antes de que pueda enseñarte nada.

Draco resistió el impulso de poner la mirada en blanco mientras llegaban a la zona común entre el laberinto y la entrada de la mansión. Pf. Como si Draco pudiera matarlo. El cabrón era jodidamente inmortal. Quizás Potter lo intentaría, aunque él ya no era ese niño de dieciséis que no pudo esquivar un Sectumsempra. Así que el escenario era poco probable.

De pronto, cortando sus pensamientos, un ruido entre los arbustos a sus espaldas los hizo entrar a ambos en guardia, varitas en alto y dispuestos a batallar.

¿No había entrado nadie con ellos, no?

¿No?

Draco ni siquiera lo pensó al lanzar un hechizo petrificador cuando una persona salió por el extremo del laberinto, quien por suerte alcanzó a esquivarlo. Sin embargo, no parecía tener intenciones de pelear, y cuando Draco reconoció al grupo, supo por qué.

Potter, junto a Kingsley y Robards venían entrando, seguramente llegando al minuto que Theo y él ingresaron a la base. Los tres traían expresiones severas en sus rostros.

Robards le dedicó un gesto de desprecio cuando los divisó. Kingsley asintió cortésmente en dirección de ambos. Aunque Draco, lo único que pudo hacer, fue fijarse en Potter y en la serpiente que llevaba enrollada alrededor del cuello, la cual serpenteaba por sus brazos. Le estaba hablando. Como- como si nada.

Draco bajó la varita lentamente, mientras Potter esbozaba una sonrisa y dejaba al animal en el pasto.

Había olvidado que podía conversar con las serpientes.

El cabello oscuro le caía encima de la frente, y la curva de su boca no se había esfumado por completo. Había un pequeño hoyuelo asomado en una mejilla mientras su mirada continuaba fija en el animal que se movía por el piso. La magia de Potter, combinada con lo que Draco acababa de ver, hizo que los vellos de su nuca se erizaran. Podía reconocer que Potter era poderoso. Más poderoso de lo que había pensado.

Antes de que pudiera procesar bien toda la escena, antes de que el hombre incluso se dirigiera a él, abruptamente, la serpiente dejó de ser una.

Y de un segundo a otro, Astoria estaba plantada frente a él.

—¿Qué mierda-?

Theo soltó una risita a su lado, y se aventuró a saludarla. Astoria caminó hacia ellos. Draco miró el intercambio de palabras, un breve apretón de manos y prontamente Theo continuó su camino, dispuesto a hablar con Potter y Kingsley.

Draco se encontraba un poco aturdido, si era sincero, y mientras Astoria llegaba a su lado, sus ojos atraparon brevemente los verdes de Potter.

—¿Te gusta? —preguntó ella con una media sonrisa.

Draco se enfocó en Astoria, cortando el contacto visual. Recién allí cayó en cuenta realmente de que la serpiente que Potter traía en el cuello, era ella.

Astoria era animaga.

¿Sabes la cantidad de ventaja que representa eso?, pensó para sí. ¿Lo que ha sido capaz de espiar, también?

Claro que el tamaño tampoco la acompañaba. Casi cinco metros de largo no eran fáciles de ignorar.

—No puede ser —dijo Draco, reprimiendo una mueca—. No puede- además de Legeremante, ¿eres animaga?

Astoria soltó una risita.

—¿Sí sabes que las aptitudes de los sangre pura pueden ser más de una, no? —dijo, elevando su mano para que Draco la estrechara, quien a regañadientes lo hizo. Astoria hizo un puchero burlón antes de decir—: ¿O tú solo obtuviste una?

Draco la miró con frialdad.

Las aptitudes eran algo que se descubría después de los quince años en los hombres, y en las mujeres, luego de su primer período.

Durante la noche del Ostara, el 21 de Marzo, las mujeres de la familia celebraban el renacimiento de la naturaleza y el inicio de la adultez en los hijos, otorgándoles sabiduría. La sabiduría, en la mayoría de los casos, significaba hacerle ver al mago cuáles eran sus talentos y sus dones para que pudiera pulirlos y utilizarlos en un futuro.

Draco, por su parte, había obtenido afinidad con las Pociones y la Alquimia, por lo que Severus Snape lo entrenó cada vez que pudo durante Hogwarts; incluso en contra de su voluntad. Irónicamente, aquello fue lo que ayudó a Draco a sobrevivir. Si Snape nunca le hubiese enseñado fórmulas para crear nuevas pociones, o métodos para poder hacer sus propios hechizos... Draco jamás estaría donde estaba en ese momento.

Astoria, por su parte, seguramente había sacado aptitudes para la Legeremancia y las Transformaciones y se había entrenado profundamente en eso. Pansy, según recordaba, había salido apta para Herbología, aunque nunca quiso ahondar más en esa cualidad. Y Theo, por otro lado, hasta ese día lo mantenía en secreto. Draco sólo sabía que a su padre no le había hecho ni un poco de gracia.

No alcanzó a responder a Astoria, de todas formas, porque antes de que abriera la boca, una persona corrió desde la entrada de la mansión para hablar con Potter. Astoria lo notó, y curiosa de lo que podría decirle, se alejó de Draco para ir hacia él.

Theo no estaba en ningún lugar a la vista, y Robards junto a Kingsley iban entrado; el último no sin antes dedicarle una mirada pensativa que Draco correspondió. Así que, a falta de algo que hacer –después de todo, su objetivo era hablar con Potter– se dedicó a examinar la escena frente a él.

Astoria estaba parada cerca del hombre, intercambiando su mirada entre el chico bajito que les hablaba agitadamente, y Potter. En un momento, ella se apoyó en él, con la cabeza descansando en su hombro, y Potter no pareció incómodo con eso. Draco evaluó aquello, sumándole que Potter dejaba que Astoria convertida en serpiente se paseara por su cuello, y que durante los interrogatorios habían parecido cercanos, casi amigos, y concluyó que había bastante... complicidad entre ambos.

Es una debilidad que podría aprovechar más adelante.

Astoria intercambió una mirada con él, y se despegó de Potter para así volver donde Draco estaba.

—¿Qué —le dijo él, con un tinte de sorna cuando ella estuvo lo suficientemente cerca—, acaso es tu novio?

Astoria tenía una sonrisa en la boca.

—Nah, me lo he follado solamente. Unas dos veces.

Draco quien no se esperaba una respuesta tan directa, sólo se le quedó mirando unos segundos, enmascarando la sorpresa. Luego, esbozó una expresión igual de burlesca que la anterior.

—Por supuesto, quién no se va a querer follar al Elegido.

Astoria lo miró con una ceja arriba instantáneamente; sus ojos brillantes de malicia.

—¿Hablando por experiencia propia?

Draco, nuevamente, sólo la miró.

Su estómago se revolvió ante el pensamiento de él y Potter, y trató de no hacer una mueca de asco. La pura imagen le causaba escalofríos. No estaba tan desesperado para acostarse con el hombre que había odiado toda su vida. El hombre que lo había flagelado.

Se enfocó en cambio, en que había pasado más de una década desde que alguien le había hecho una broma de esa índole. Simplemente- burlándose de él y un supuesto interés romántico.

Algo que era tan común de adolescente, se le hacía tan raro ahora.

—¿Miedo de que te quite a tu novio? —replicó al cabo de un momento, no dejándose amedrentar.

—No creo que seas su tipo —Astoria dijo aún con una sonrisa—. Lo he visto más inclinado a... delgaditos sin músculo. Pequeñitos, ya sabes. Como Adrian.

El shock de que estuvieran hablando de un hombre, no superó el del último comentario.

—¿Adrian Pucey? —dijo Draco con incredulidad. Astoria le dedicó una mala mirada.

—No suenes así. Es guapo.

Draco casi bufó. Guapo o no, después de la guerra, o de Hogwarts mejor dicho, había dejado de parecer imponente. Tenía la misma estatura de Potter, era pálido, su cabello era claro y no parecía tener nada en su rostro que destacara. Pucey era... olvidable.

Pero ese no era el punto.

—No creí que a Potter le gustaran los hombres en primer lugar —dijo, con sinceridad.

Astoria lo estaba viendo directamente ahora. La malicia no sólo estaba en sus ojos, sino en todo su rostro.

—¿Por qué? —le dijo sugestivamente—. ¿Interesado?

Draco nuevamente reprimió un gesto de asco.

—Prefiero cortarme un brazo.

—Me ofrezco como voluntaria para hacerlo, en ese caso. Pido el izquierdo.

Draco resopló y desvió la mirada hacia Potter una vez más, dedicándose a observar la forma en la que hablaba con el chico. No parecía interesado, la verdad, pero la forma en la que conversaba con él era... diferente. Cuando se dirigía a Draco, parecía estar levantando en contra de su voluntad una bandera blanca para formar una tregua, o llanamente lo trataba con desprecio. Lo cual no era un problema. Era algo mutuo. Sin embargo, cuando hablaba con Astoria o gente cercana a él parecía igual de distante. Con más confianza, pero distante, como si no tuviera que fingir su estado de ánimo.

Con otras personas, de todas maneras... con otras personas lucía casi amable, atento. El héroe. Igual de inaccesible e inalcanzable, pero cercano. Las líneas de su rostro se relajaban, y la manera en la que se dirigía al chico rozaba la condescendencia. Su voz, desde esa distancia, podía sonar hasta tersa. Poco más allá de cordial.

Era patético.

—Está bien —dijo Astoria de pronto. Draco volvió a centrarse en ella con irritación.

—¿Está bien, qué?

Astoria le dio unas palmaditas en el hombro.

—No estás interesado.

Draco no respondió, aunque hubiese querido decirle hasta de qué se moriría. Se sacudió de la mano en su espalda con brusquedad y luego la miró, con una ceja arriba. Astoria parecía alguien inocente. Parecía no más que una pobre chica.

Antes de todo eso, nunca se había cuestionado en verdad cómo era que la Orden confiaba tanto en ella. O por qué lo hicieron, en primer lugar. Al ser animaga, Astoria podía espiar más fácil, o traicionarlos también. Sí, podría estar bajo un Juramento Inquebrantable de la misma forma que Draco lo estaba, sin embargo, eso no explicaba cómo llegó hasta ahí.

En el mundo mágico, Astoria no era nadie. La hija de un noble que no eligió bandos durante la guerra.

—No entiendo cómo es que terminaste aquí —le dijo Draco, expresando sus pensamientos en voz alta. La sonrisa de Astoria flaqueó levemente.

—¿Qué, luego de ocho años recién vienes a notar que existo, y ahora deseas saber todo de mí? —replicó, y su tono de voz sonó una décima más duro. Draco resopló.

—Eras aburrida, Astoria —contestó él, con sinceridad—. No hablabas. Te comportabas como si no supieras diferenciar entre un caballo y un burro. Eras- estúpida.

Astoria soltó una risita.

—Que esto te sirva de lección —dijo ella, mirando de nuevo en dirección a Potter—. Nunca subestimes a nadie. Sin importar qué tan estúpidos o ingenuos parezcan.

Draco la analizó. Suponía que la llegada de la gente a la Orden era algo personal para todos, ¿no? A él y a Theo les había costado su familia. Quizás a Astoria le había sucedido algo igualmente grave para buscar- ¿venganza?

Al menos yo he descubierto que mi padre es inocente, pensó, y su corazón se apretó de pronto. Al menos yo no los he perdido a los dos.

—¿Entonces? —insistió Draco, sin querer dejar ir el tema.

Astoria volvió a enfocarse en él, y finalmente la sonrisa desapareció por completo.

—No es de tu incumbencia.

—No, pero has estado en mi mente. Sabes más que cualquiera lo que me ha sucedido, y descubrirás más aún. ¿Es lo mínimo, no?, ¿saber yo también esa parte de ti, cuando tú conoces lo vulnerable que he sido?

La expresión de Astoria se volvió de hierro.

—No —le dijo duramente—. Y no intentes volver a manipularme de esa forma, porque reconozco el chantaje emocional donde lo veo. No te conviene hacerme enojar.

Draco alzó ambas cejas.

—¿Y qué harás?

—Tengo claro que no te puedo vencer, no de la forma que estás pensando. Sería una estúpida al creer que puedo hacerle un rasguño al torturador personal del Señor Tenebroso. —Draco apenas parpadeó antes el apodo—. Pero se me ocurren otras ideas. Mejor pórtate bien, y quizás algún día quiera compartir mi pasado contigo.

Bueno, al menos eso indicaba que no estaba totalmente en contra de hacerlo.

Por el rabillo del ojo, notó cómo el chico que conversaba con Potter se retiraba.

—Pero llegaste aquí gracias a Theo —supuso Draco tercamente. Astoria suspiró.

—A costa de Theo, mejor dicho.

Draco no pudo agregar nada más, porque en el momento en que lo iba a hacer, Potter llegó hasta ellos, cruzado de brazos y con la misma postura de distancia de siempre.

—Malfoy —le dijo—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Draco se giró hacia él, mientras Astoria se escabullía una vez más soltando algo parecido a un "uuh" y una risita. Draco la ignoró. Estaba tratando de sacarlo de sus casillas. Se llevó una mano hasta la parte interior de la túnica y sacó de allí un pequeño frasco.

—Ten —dijo, entregándole la esencia de Díctamo que le había prometido la última vez.

Potter se quedó mirando el vial por unos momentos. Una expresión que Draco no pudo descifrar cruzó su rostro, aunque prontamente la frialdad volvió, viéndolo a los ojos al mismo tiempo que lo tomaba.

—Gracias —le dijo, con voz neutral, y luego agregó—: ¿Entonces?

Draco no sabía por dónde empezar.

En realidad, no había ningún motivo enteramente bueno para estar ahí.

—Creo que he encontrado información acerca de Hagrid, tendré que investigarla. Y... No hay nada en la mansión. He buscado en cada rincón, y no hay nada. —Potter no se molestó en ocultar la decepción que le traían sus palabras, mas se recuperó casi instantáneamente—. Creo que deberían apegarse al plan de Grimmauld Place. ¿Has hablado con Andrómeda?

—No —respondió secamente, mirándolo con expectación.

Draco mantuvo la boca cerrada, quedándose sin excusas para estar allí. Podía decir que necesitaba retomar las sesiones con Astoria, pero para eso necesitaban concretar una reunión y que ella estuviera preparada mentalmente.

Y, todo lo que había dicho, podía ser fácilmente comunicado por una nota. Era peligroso estar ahí, teniendo en cuenta los tiempos en los que estaban.

Draco pasó saliva.

—Malfoy —volvió a decir Potter, ésta vez cansinamente—, ¿qué estás haciendo aquí?

Draco decidió que, después de todo, era sólo Potter. No le interesaba qué podría pensar de él.

—¿Has hablado con ellos? —preguntó, yendo al grano—. Acerca de mi padre.

Nada nuevo llegó a su cara, y Draco supo que estaba esperando la pregunta.

—Ni siquiera sabemos qué es lo que le hizo Tom a tu padre.

Draco reconoció el nombre, de hace casi dos meses atrás, cuando Astoria se lo había dicho a Yaxley. Sabía que estaba hablando del Señor Tenebroso. Cerró los ojos brevemente, tratando de explicarse.

—Potter, tú- —comenzó a decir, para luego sacudir la cabeza—. Por años creí que él estaba bajo una maldición. Por años intenté demostrarlo, y nunca pude. Porque no era él mismo. Y Lucius estaba ahí ese día, lo confirmó Astoria. Debe saber-

—No puedes asegurarlo. ¿Sabes lo que significaría sacarlo de Azkaban? ¿Sabes lo que la gente pensaría si rescatamos a un Mortífago, y no a presos políticos que nos demostraron su apoyo, o gente inocente encarcelada por querer escapar del Reino Unido?

Draco cerró la boca, comprendiendo al fin su punto.

De todas formas, le importaba una mierda.

Su padre había tratado de llegar a su madre en medio de la muerte, y Draco estaba dispuesto a lo que sea para sacarlo de allí.

—Puedes rescatarlos a ellos también —sugirió, sabiendo apenas las palabras salieron de su boca, que era casi imposible.

—¿Ah, sí? —replicó Potter, retándolo—. ¿Cómo?

Draco apretó los labios, sintiendo todo su cuerpo en tensión.

Joder, siempre se sentía así alrededor de él. Era agotador.

—Lo único que sé, Potter, es que se están quedando sin opciones. Y que si el Señor Tenebroso llega al objeto que tanto clama Rookwood que existe, han perdido la guerra.

Potter lo miró, estudiando sus palabras. Draco lo miró de vuelta.

Entonces, se pasó una mano por atrás del cuello, dando un paso lejos de él.

—¿Tienes que irte? —preguntó, completamente de la nada. Draco parpadeó ante el abrupto cambio de tema.

—Sí.

—¿Ahora?

Entrecerró los ojos. Potter se veía incómodo. Algo... nervioso. Parecía como si lo que quisiera decir, le costara.

—¿Qué quieres? —le espetó. Potter dejó caer el brazo, y miró hacia atrás, hacia la mansión.

—Necesito que me enseñes.

—¿Qué cosa?

—Todas las maldiciones que has inventado. Necesito saber a qué podemos abstenernos en un campo de batalla. Y así usarlas también.

Draco tenía la palabra "no" en la punta de la lengua. Podría ser gratificante decirlo, luego de la negativa de Potter frente a la fuga de Azkaban; pero se detuvo y lo pensó.

Por una parte, si Draco verdaderamente deseaba tener una posibilidad de vengarse de Voldemort y saber la verdad de su madre, la Orden tenía que vencer, por mucho que los detestara y ellos lo odiaran también. Y era más que justo mostrarle a Potter las cosas a las que podrían enfrentarse.

Aunque no era eso lo único que pasaba por su cabeza.

Draco estaba consciente de que su fuerte no era el combate. Lo comprobó durante el secuestro de Rookwood. No era de lo peor del mundo, pero le faltaba bastante en comparación con sus propios compañeros. Y Potter podría ayudarlo en eso.

Sus ojos se desviaron hacia el cielo. Aún era de día, y mientras llegara antes de que anocheciera, nadie podría hacer demasiadas preguntas en caso de que fueran a verlo a la mansión. Aquella situación era beneficiosa.

Draco asintió.

Potter no parecía esperarlo, y él subió una ceja. Ninguno dijo nada, Potter simplemente dio media vuelta y caminó hacia la puerta de la mansión, esperando a que Draco lo siguiera.

—Ven.

—Se dice "por favor" —le dijo, aunque lo siguió de todas formas.

Prontamente estaban ambos ubicados en el mismo salón de entrenamientos que ya conocía. Potter había cerrado la puerta, posándose en medio del lugar, y Draco se mantuvo a un lado de la entrada sin saber muy bien si acercarse o no.

Mientras iban hacia allí no se toparon con mucha gente. Nadie que les prestara real atención, la verdad. Lo más probable era que los ánimos se habían calmado ya, y los medimagos y el resto de Rebeldes se había permitido descansar un poco.

—No sabía que Astoria era animaga —dijo Draco, a falta de palabras.

Potter asintió ausentemente, sacando la varita de su bolsillo.

—Así es como llegó acá. Siguió a Theo sin que el idiota lo notara y lo forzó a hacerla parte de la Orden o lo mataría.

Draco sonrió vagamente. Astoria le agradaba cada vez más, aunque no lo demostrara.

—¿Por qué?

Potter pareció darse cuenta de con quién estaba hablando y su cara se endureció.

—¿Por qué no le preguntas a ella?

Draco lo observó lentamente desde su posición, alcanzando la varita también desde su bolsillo.

—¿Qué estaban haciendo? —cuestionó entonces, indicando con la barbilla hacia la entrada de la mansión, donde estaba el laberinto. Potter pareció considerar si valía la pena contarle o no.

Al final decidió que sí.

—Fuimos a ver si ella podía ingresar a Grimmauld Place en su forma animaga, y registrarla sin que tuviésemos que preparar un plan. Pero no, ni siquiera los animales pueden sobrepasar las protecciones puestas; tendremos que entrar a la fuerza. Ahora- —Potter se detuvo, para girarse hacia él—. Ven aquí.

Draco levantó una ceja, al ver cómo el rostro de Potter se arrugaba levemente con dolor, seguramente por haber girado en su dirección por su lado izquierdo. Volvió a señalar con la barbilla, ésta vez al bolsillo del hombre.

—Deberías echarte la esencia primero.

Potter se llevó una mano al lugar, y volvió a hacer una mueca.

—Mierda.

Sacó el vial desde su bolsillo y pareció pensar por unos instantes qué tan buena idea era hacer eso en ese momento, o si demoraría mucho yendo a pedir que se lo aplicaran. Finalmente, Potter concluyó que a menos que quisiera estar en dolor todo ese rato tendría que echarse la esencia encima, y que no valía la pena llamar a alguien para que lo ayudara.

Entonces, sin previo aviso, se quitó la camiseta, haciendo que Draco apartara la mirada.

Se enfocó en su varita, viendo de reojo cómo Potter batallaba con encontrar una forma de vertir una gota en la herida. Desde esa posición, Draco no podía verla, aunque suponía que debía ser dolorosa para todo lo que le estaba costando.

Finalmente, Potter se rindió.

Lo miró directamente, y preguntó, sin un atisbo de vergüenza:

—¿Podrías...?

Draco rodó los ojos.

Caminó hacia él evitando mirarlo más de la cuenta, pero sin poder no notar un símbolo grabado en su piel, justo a un lado de la cadera. De alguna forma, era peor que el episodio de la cama de semanas atrás, porque ahora tenía el panorama completo, y, de nuevo, no se iba a engañar a sí mismo. Potter era- aceptablemente atractivo.

Draco se posicionó detrás, alzando la mano para que le entregara la esencia. Sus ojos escanearon de nuevo el resultado del Homo Lapis, y resistió la tentación de poner sus dedos encima de la cicatriz de piedra. Suponía que Potter no lo sentiría.

¿Y si un hechizo caía ahí? ¿Tampoco le haría daño? ¿Podría ser usado como una ventaja?

Su mirada evitó el resto de heridas; se sentía demasiado personal verlas. Sus ojos viajaron hasta encontrar la piel de alrededor de la dura cicatriz. Estudió la carne retraída allí, que rozaba constantemente la piedra. Estaba al rojo vivo, y un poco de sangre salía de algunos lugares. Draco, de nuevo, resistió el deseo de tocarla. Esa vez para hacerlo sufrir más que por curiosidad.

Mientras levantaba el brazo y dejaba caer la gota del vial, provocando que la piel empezara a regenerarse, no pudo evitar observar los hoyuelos de la espalda del hombre.

Draco volvió a apartar la mirada.

Potter era más que aceptablemente atractivo, aunque prefería quemarse a sí mismo antes que admitirlo.

—Listo —le dijo, dando un paso atrás.

Potter asintió, colocándose la camiseta nuevamente a medida que recibía de vuelta la esencia de Díctamo. Se giró hacia Draco, y elevó su varita, poniéndola frente a su cara.

—Enséñame.

Draco lo hizo.

Por al menos cuarenta minutos, se dedicó a mostrarle, enseñarle y explicarle hechizos que ya conocía, que le había visto tratar de replicar, pero que probablemente no sabía cómo ejecutarlos. Y Potter aprendía rápido. Más que rápido. Por lo que al cabo de una hora, poco menos de la mitad del largo repertorio de maldiciones que Draco había creado, tanto para tortura como para batallas, ya habían sido conocidos por el hombre.

Potter había conjurado hacia un objetivo inanimado que replicaba a una persona real, y tuvo que apartar la mirada varias veces. Sobre todo cuando finalmente logró dominar el conjuro que hacía que la sangre hirviera, y la persona explotara, dejando nada más que múltiples restos en la zona que antes había sido un ser humano.

Potter bajó la varita entonces, girándose de lleno hacia él.

—¿Cómo has podido inventar tanto...? —preguntó, sonando algo indispuesto.

—Han pasado ocho años, Potter. No es tanto.

Potter entrecerró los ojos.

—Sí lo es. Y es complicado también.

Draco no respondió. Se alejó de él, sintiéndose pesado. No le gustaba recordar todas las cosas que había creado. Lo que eso significaba para el mundo mágico y cómo aquello quedaría en los libros de historia.

No tenía importancia.

Se movió del lugar donde estuvo todo ese rato: a un lado de Potter para así poder corregir la posición de la varita y el movimiento. Decidió darle un vistazo rápido a la sala. Había unas cuántas manchas de sangre en las paredes.

—¿No sientes remordimientos? —preguntó Potter. Draco volvió a verle.

—¿Por qué sentiría remordimientos?

—Porque esto —dijo, conjurando la misma maldición al objetivo—, ha ocasionado cientos de muertes.

Draco vio cómo el señuelo encantado estallaba, y los restos que asemejaban a una persona de verdad permanecían en el suelo por unos segundos, antes de volver a reincorporarse como si nada hubiese sucedido.

—¿He sido yo el que sostenía la varita? —preguntó, sin quitar sus ojos del objeto.

—Es lo mism-

—¿He sido yo el que sostenía la varita? —repitió, más alto ahora.

Sintió a Potter moverse lejos de él también.

—¿O sea que te da igual?

Draco lo miró directamente.

—Sabes la respuesta a esa pregunta.

Potter lo miró también, mas no por mucho tiempo. Su semblante estaba más cansado, pero al menos, Draco no lo había visto quejarse de dolor en todo ese rato.

—Creo que deberías irte —le dijo por lo bajo.

Draco suspiró, sabiendo que ese no había sido su plan. Avanzó en su dirección, levantando la varita de a poco.

—Enséñame —dijo Draco, devolviéndole sus palabras. Potter arrugó el gesto.

—¿Qué?

—Soy una mierda en combate. Tengo que saber pelear si quiero servir de algo.

Potter apartó la vista hacia las paredes, y por una vez, no hizo ninguna broma o comentario ácido acerca de "cómo Draco no servía para nada de todas formas". Podía entender el por qué. Sabía que lo detestaba. Sin embargo, era cansador estar peleando constantemente cuando ya estaban haciéndolo fuera de eso, cada uno con distintas personas y situaciones.

—Eso nos tomaría meses.

—Me da igual, Potter. Tú tienes que aprender el resto de hechizos de todas maneras.

Potter lo pensó. Al cabo de un rato hizo una seña con su mano poco más allá del centro de la habitación.

—Bien —respondió, apuntando en esa dirección—. Ponte ahí.

Draco lo hizo, y antes de que pudiera anunciar que iban a empezar el duelo, Potter alzó la varita, y conjuró un hechizo hacia él.

Draco lo reconoció como el hechizo cortante, el cual iba directo a su cara tal como la última vez que pelearon. Justo antes de que impactara, efectuó un Protego frente a él, haciendo que el hechizo rebotara de vuelta a su oponente.

Potter movió una mano de forma perezosa. La maldición se desvaneció en el aire antes de siquiera acercarse.

Draco nunca había visto nada como eso tampoco.

La magia no podía desaparecer. No se creaba de la nada ni se extinguía a la nada. Transmutaba, cambiaba, se transformaba, pero no hacía eso. ¿Acababa de absorberla...?

Antes de que pudiera expresar sus dudas, otro hechizo voló hacia él. El cual, sí le dio.

Draco se curó sin apenas pensarlo y miró a Potter con mala cara; ambas veces el hombre ni siquiera había dicho una palabra. Ésta vez estaba en guardia, esperando. Pero Potter había bajado la varita y caminaba hacia él, con la frente arrugada.

—No tienes buenos reflejos.

Draco elevó las cejas, viendo cómo Potter casi parecía molesto frente a eso. Su voz sonó dura. Como si Draco lo hubiese ofendido personalmente al no tener esa debilidad.

—La última vez que estuviste aquí, apenas te diste cuenta de que Ron se te acercó, o que yo lo hice, ¿me equivoco?

Él se encogió de hombros. No había punto en negarlo, y Potter no lo estaba diciendo como si fuera algo humillante.

—No.

—Theo, más de una vez, te ha traído aquí porque te maldijo antes de que te dieras cuenta —volvió a decir, de manera áspera—. McGonagall lo hizo de la misma forma. En el entrenamiento.

Draco apretó los dientes al recordar a su ex profesora y el episodio que habían tenido ese día. Haría pagar a la cabrona en algún momento, sólo debía esperar.

Potter comenzó a dar vueltas a su alrededor en ese instante, como si estuviera estudiando obsesivamente su persona, buscando más puntos débiles y cosas que recriminar o corregir. Draco aceptó el escrutinio, mirando al frente. Después de todo, él fue quien pidió aquello.

Entonces, Potter enterró la varita en la mitad de su espalda, de la nada, y Draco saltó girándose y dispuesto a hechizarle el culo.

—Deja de estar tan tenso —dijo Potter al ver su reacción. Draco no bajó su varita, haciendo una mueca hostil.

—Por si no lo habías notado-

—¿Qué, me detestas? —se burló Potter, interrumpiéndolo—. Da igual. Para estar más atento a los estímulos externos, tienes que dejar que tu mente se relaje.

Draco casi le gritó que no sabía de qué mierda estaba hablando. ¿Relajarse? ¿Cómo podía hablar de relajarse en medio de esa puta guerra, por Salazar?

—Tienes que dejar de pensar —prosiguió, caminando por su costado, sin dejar de verle—. Poner la mente en blanco...

—Me imagino lo fácil que es eso para ti.

—... Y dejar de enfocarte en la varita que te apunta.

Draco arrugó la frente.

—¿Entonces cómo mierda podré evitar lo que sea que me vas a hacer?

—A través de tu visión periférica —explicó Potter, como si fuera obvio—. Es la única forma en la que evitarás que te agarren de sorpresa.

Potter volvió a colocarse frente a él, a solo unos cuántos pasos y Draco se puso en posición.

—Vamos a intentarlo una vez más. Tus ojos no irán a mis manos en ningún momento.

Esto era estúpido.

—¿Qué? —dijo Draco con ironía—. ¿Quieres que mire el techo?

—A .

Su estómago se revolvió. Potter elevó la varita.

—Ahora.

Y los hechizos empezaron a volar.

Draco logró esquivar a seis de ellos, pero la velocidad con la que Potter los conjuraba era bastante rápida. Trataba de enfocarse en no mirar sus manos, se suponía que así podría predecir qué maldición Potter usaría luego, o hacia donde la dirigiría, pero era un esfuerzo demasiado consciente de su parte. Pronto, uno de los hechizos impactó de todas formas, haciéndolo caer hacia atrás y provocando que quedara inconsciente por unos segundos.

Para cuando recobró la consciencia y se levantó rápidamente, Potter lo observaba con la más leve burla en su mirada. Levantó una mano mostrando que él tenía su varita ahora.

No por primera vez, el pensamiento: "¿Le funcionará igual que mi antigua varita?", pasó por su mente.

—¿Qué harías ahora? —dijo Potter con un ápice de diversión.

Draco examinó la escena.

Potter era, objetivamente, más poderoso mágicamente que él. Probablemente un Expelliarmus sin varita no sería suficiente para tenerla de vuelta, y de todas maneras, siempre había apestado un poco en magia sin varita Era mejor con hechizos no verbales.

Así que solo le quedaba una opción.

Tratar de llegar a su oponente de forma física.

Draco, sin más preámbulos o advertencias se abalanzó hacia Potter, tratando de tomar su instrumento. Éste disparó maldiciones, que Draco esquivó no sin dificultad. Cuando estaba a un metro, Potter por fin le dio, haciendo que quedara inmovilizado en su lugar.

—Eres rápido —dijo, volviendo a darle esa mirada estudiosa—. Y fuerte. Deberías poder ocuparlo para tu beneficio.

Draco deseó poder tensar la mandíbula, pero estaba más ocupado intentando deshacer el hechizo.

—Deja de pensar tanto. No te va a ayudar.

Se liberó al fin, aunque fingió aún estar bajo la maldición.

—¿Quieres que simplemente tome decisiones irracionales? —replicó, simulando que le costaba hablar. Potter alzó las cejas.

—Decisiones de supervivencia, Malfoy. Si piensas mucho, le das ventaja a tu oponente.

Cuando Potter levantó la varita para volver a atacarlo, o darle el golpe final, Draco volvió a la carga.

Se agachó para que el conjuro no impactara contra su pecho, que era donde Potter lo dirigía, e intentó tomar su mano cuando llegó a él. Potter, por supuesto, evitó aquello, esquivándolo y empujándolo hacia un lado. Draco agarró la muñeca de Potter que sostenía su antigua varita. Trató de doblarla a su voluntad.

Potter sonrió entonces, y mientras Draco intentaba conjurar un Expelliarmus, éste le pegó un puñetazo con su otra mano en el estómago. Draco quiso cubrirse, así que se soltó de su agarre. Potter tomó él ésta vez su muñeca.

Draco trató de zafarse al instante, pero lamentablemente Potter ya había alcanzado la ventaja. La fuerza con la que lo estaba sosteniendo hacía que Draco apretara los dientes debido al dolor. Ambos respiraban agitadamente.

Potter pareció no darse cuenta de esto, doblando casi sin dificultad su mano y sujetándola contra su propia espalda. Draco soltó un leve quejido. Forcejeó, queriendo pegarle un puñetazo al hijo de puta como nunca antes. Potter no parecía querer dejarlo ir. Y de un momento a otro, dejó salir una suave risa que, incluso así, resonó en el cuarto. Draco detuvo sus movimientos.

Porque Potter estaba detrás suyo, a unos cuántos centímetros, y su boca estaba a un lado de su oreja.

—Y así como así —susurró, lentamente—. Muerto.

Draco sintió cómo una corriente eléctrica bajaba por su cuello hasta el final de su vientre y se paralizó, sólo por unos segundos.

La presión dolorosa de su muñeca continuaba ahí, el calor que irradiaba el cuerpo de Potter en su espalda era un recordatorio de quién había ganado esa pelea, y la respiración desregulada del hombre estaba a unos centímetros de su oído, chocando contra su lóbulo.

Nunca habían estado tan cerca.

No hacía bastante tiempo, al menos.

Draco aprovechó que Potter también se había quedado demasiado quieto de un momento a otro para así soltarse y apartarse. Lejos. Éste parpadeó, como si no hubiera entendido qué pasaba, como si Draco hubiese desaparecido de pronto. Draco fue el que aprovechó ésta vez y le quitó la varita de su mano, dando un paso atrás. Creó una distancia necesaria entre ambos.

—Tengo que irme —le espetó firmemente.

Potter se recuperó entonces, recobrando la misma compostura fría de siempre mientras retrocedía también.

—¿Debería quitarte tus recuerdos? —le dijo. Draco negó.

—Tengo que investigar acerca del semigigante.

Potter se le quedó viendo unos largos y extenuantes segundos, y Draco, por primera vez, se preguntó en qué estaba pensando en ese preciso momento.

¿Qué mierda había sido todo eso?

La respuesta llegó a él.

Nada.

—¿Crees que Tom no intentará registrar tu mente? —cuestionó Potter al cabo de un rato.

—Soy la última preocupación del Señor Tenebroso por ahora.

Esperó unos momentos a que Potter quisiera decir algo, cualquier cosa, pero simplemente se giró hacia una de las paredes y caminó lejos de él, en dirección al objetivo con el que estaba practicando. Draco entendió la señal y avanzó a la salida.

—Malfoy —le dijo, haciendo que Draco se volteara para mirarlo por encima del hombro—. Ejercítate.

—Creí que dijiste que era... —comenzó a decir, listo para mofarse—. ¿Fuerte?

Potter ignoró su intento de ridiculización.

—Te ayudará con los reflejos practicar algún deporte que involucre movimiento. Quidditch, puede ser —siguió, como si Draco no hubiese hablado en primer lugar. Luego, aquella expresión molesta volvió a su cara—. Eras un Buscador, ¿dónde quedaron esos reflejos?

Draco se le quedó viendo, algo confundido, para luego encogerse de hombros y volver a poner su máscara en blanco.

—Nunca fui uno tan bueno —dijo, sabiendo que era verdad, y que de niño jugó en esa posición nada más por la rivalidad estúpida que tenía con el hombre frente a él—, y han pasado más de diez años desde que he jugado.

—¿Y cuántos desde que te subiste a una escoba, pero no para salvar tu vida?

Draco se detuvo.

Sabía que la pregunta de Potter no tenía segundas intenciones, que solo era- charla casual. Y para poder responder, debió pensar en alguna ocasión de esos años en la que Draco hubiese volado... por el placer de hacerlo. Que debía existir. Debía-

Pero su mente juntó aquella oración de mala forma, y los recuerdos de cierto día llegaron a su mente a cascadas.

La Sala de Menesteres. El Fuego Maldito. Crabbe. Goyle. Potter. Escoba.

Me salvó. Estoy en deuda con él.

Siempre lo he estado.

—Potter —dijo Draco, algo abrumado de un segundo a otro—. Adiós.

Potter frunció el ceño, como si no pudiera entender su respuesta o su cambio de humor. No dijo nada al respecto.

—Vas a seguir enseñándome —informó. Draco asintió una vez.

—Lo mismo va para ti.

Quería salir rápido de allí. De ese lugar sofocante. Lejos de ese hombre igual de sofocante.

—Malfoy —soltó Potter de nuevo, y Draco, con hastío, se detuvo en el picaporte, aunque no se volteó—. Entraremos a Grimmauld Place. Es lo más seguro.

—¿Y?

—Y si no hay nada, solo quedará Azkaban como opción para saber qué mierda es lo que está pasando.

Draco dejó salir todo el aire que no sabía qué había acumulado en sus pulmones.

Era una posibilidad. Era una posibilidad, y vería a su padre de nuevo. Era una promesa también.

Draco lo miró una vez más por encima del hombro; Potter tenía una mirada determinada. Fiera. Había olvidado lo mucho que odiaba esa expresión en su rostro de niño. Era diferente a lo que sentía en ese momento.

—Ayudaré. Como sea.

Potter recorrió su rostro con sus ojos verdes.

—Lo sé.

Sonaba tan seguro, que por un largo minuto, Draco no supo qué decir.

Finalmente asintió, y se perdió por el pasillo. Aquello era más de lo que había esperado.

No sabía qué sentir respecto a lo que acababa de pasar, así que simplemente... No sintió nada, y enterró cualquier pensamiento al respecto.

Había cosas más importantes sucediendo en ese instante.

 

Chapter 20: Capítulo 15: Conflictos internos

Notes:

El término "Purificadores" lo he tomado prestado de la saga "Alianza" de Helena Dax de Fanfiction.net! (La cual recomiendo con mi corazón). Sin embargo, definitivamente NO son lo mismo; no significan ni son la misma organización, pero no se me ocurría una mejor forma de llamarlos.

Espero lo disfruten!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Harry se reclinó en su asiento, y apretó los párpados con sus manos.

Estaba empezando a dolerle la cabeza intentando averiguar qué hacer respecto a los artículos diarios difamando su nombre. O acerca del falso "Pottervigilancia". Eso, sumado al plan para entrar a Grimmauld Place, lo que Astoria le había dicho de Andrómeda, y Ron... le hacían sentir que explotaría en cualquier momento.

Volvió a mirar los periódicos que Adrian había traído y leyó los titulares de manera obsesiva. "El-niño-que-vivió, ¿realmente vivió?". "Harry Potter vuelve de los muertos: ¡entérate de la farsa!"

Harry no era estúpido, sabía que había bastante gente que, luego de la segunda alza de Voldemort, habían dejado de creerle a El Profeta o a Skeeter. Pero así como parte de la población estaba dispuesta a descartar todo lo que apareciera en esas páginas, también existía un gran porcentaje que no sólo le creerían, si no que preferirían creerle, antes de admitir que la Orden y los Rebeldes representaban una amenaza seria. Y no podía olvidar a los jóvenes tampoco, que prácticamente crecieron en un mundo gobernado por Voldemort, considerando que el mundo mágico había estado en guerra desde hace casi diez años –desde 1996 y oficialmente desde 1997– ¿Qué pensarían? ¿Cómo podían encontrar aliados entre ellos? ¿Qué tanto les afectaba el lavado de cerebro?

Realmente no sabía qué hacer. Aparecer en público no era una opción, considerando que las calles estaban plagadas de Mortífagos y Purificadores, quienes eran miembros de las antiguas familias que querían probar su lealtad a Voldemort sin llevar una Marca. Vigilaban el mundo mágico; eran demasiados. Y, a menos que Harry tuviera un plan para dejarse ver, sabiendo que eso podría resultar en la muerte de personas de la Orden- muertes que no podían permitirse... no había manera de hacerlo. No. Harry no podía.

Sin embargo, debía hacer algo.

Pero, ¿qué?

Adrian se había mostrado algo molesto con él, diciéndole que si de joven se hubiese hecho aliado de Skeeter en vez de un enemigo, quizás habrían tenido una posibilidad de que la bruja publicara mensajes encriptados para que la gente los leyera. Harry no pensaba lo mismo. Si Voldemort se diera cuenta de eso, la asesinaría, y Rita era demasiado inteligente para arriesgarse. Como una buena Slytherin, preferiría salvar su trasero antes de aportar al bien común. Además, no servía de nada pensar en el: "¿qué hubiera pasado si...?"

Estaban atados de manos. Harry no conocía a todos los aliados y espías de la Orden, y habría sido un movimiento poco inteligente que así fuera, pero incluso si tuvieran alguna persona allá afuera dispuesta a ayudarlos a publicar un mensaje, era probable que Voldemort se diera cuenta, y "muerto" sería algo bonito comparado con lo que les haría pasar.

Entonces, ¿qué? ¿Qué mierda podían hacer para transmitir calma a la gente, mientras no pudieran irrumpir la radio? ¿Qué podían hacer además de los Patronus que Harry enviaba? Quizás una buena alternativa era ofrecer refugio a alguien con las maquinarias y recursos para distribuir panfletos no oficiales en distintos pueblos.

¿Pero cómo los divulgarían?

¿Y quién lo haría?

Harry no sabía qué hacer.

Quizás solo le quedaba esperar.

Suspirando, tomó los otros papeles repartidos por el escritorio y los examinó, diciéndose a sí mismo que aquello debería ser más fácil. Aunque sabía que no era así.

Durante esos años se habían limitado a ir al mundo muggle sólo cuando era verdaderamente necesario, para recolectar comida, o cuando su ropa empezaba a desgastarse al punto de que la magia ya no era capaz de repararla. Harry pudo retirar prácticamente toda su fortuna un mes después de la Batalla de Hogwarts sin complicaciones, debido a que los goblins no se mezclaban en los problemas de los magos cuando se trataba de dinero. Sin embargo, aquellos que lo atendieron, fueron masacrados públicamente y posteriormente los Mortífagos y Voldemort esclavizaron al resto de su raza. Así que, desde ese momento, habían subsistido solo con esos ingresos y con el dinero que algunos de sus aliados les otorgaban de vez en cuando. De esa manera justificaban la comida que compraban en el mundo muggle, y no habían llamado la atención de ninguna autoridad debido a "desapariciones de comida a lo largo del Reino Unido".

De todas formas, lo que Harry deseaba hacer ahora, era más complicado que comprar comida o ropa nueva.

Su dinero estrictamente racionado les duraría unos tres años más como mucho, y no podían permitirse gastos no contemplados. No podían.

Salvo que su mejor amigo, su hermano, ya no tenía la mitad de su pierna.

Sus ojos volaron a las cifras de dinero en el pergamino y soltó otro suspiro.

Harry estaba siendo egoísta al considerar aquel problema como uno grande. A McGonagall le faltaba un ojo; a Kingsley un brazo, y existían bastantes soldados mutilados a lo largo de la base. Querer gastar parte de su dinero para conseguir una prótesis muggle para Ron era estúpido, algo que ni siquiera debería estar considerando. Harry podía soportar periodos de inanición, los Dursley se habían encargado de entrenarlo para eso; sin embargo no podía hacerle lo mismo al resto de la gente sólo para cumplir el capricho de comprar a su amigo algo tan caro. Los debilitaría, y...

Pero era injusto.

Harry cerró los ojos por unos segundos, mientras el recuerdo de ayer volvía a su mente.

La pierna de Ron dejó de crecer poco después de que superara la rodilla, sin importar qué hicieran, era un hecho que ya nunca más la tendría de vuelta. Y hasta ese momento se había estado moviendo sólo en una silla de ruedas hecha de madera y neumáticos, que habían encantado para que le funcionara. El día anterior, Hermione, junto a Madam Hooch y Flitwick, encantaron un trozo de madera y lo moldearon para que así se ajustara a la pierna de Ron, por lo que su amigo lo probó por primera vez como si fuera una prótesis. Se suponía que era un avance.

Todo su cuerpo se quejó cuando trató de ponerse de pie, Harry lo notó. Los nervios contraídos en sus extremidades se agitaron y pesaron, pero Ron puso una sonrisa en sus labios, y agradeció todo como la imagen de la perfecta esperanza.

No fue hasta que todos, incluida Madam Pomfrey, abandonaron el cuarto, que Ron finalmente se quebró.

Fue por algo estúpido, de verdad. Estaba sujeto a una baranda en una pared puesta ahí por McGonagall y trataba de moverse lentamente de un lado a otro con la pierna de palo, de una forma muy torpe. Entonces, luego de quedarse absorto mirando al suelo mientras intentaba no perder el equilibrio, Ron levantó la cabeza y dijo con tono bromista:

—Al menos me veo mejor que Moody, ¿no?

Y Hermione rio, e incluso Harry soltó un pequeño resoplido. Pero la cara de Ron se arrugó de inmediato ante sus palabras; de la misma manera en la que lo hizo cuando Ginny murió.

Su amigo apretó los dientes, y desvió la mirada, tratando de regular su respiración. La cara se le volvió completamente roja, y de un minuto a otro estaba teniendo un ataque de pánico, tratando de no sollozar, gritar, o soltar toda la mierda que llevaba dentro.

Hermione fue la primera en reaccionar, corriendo a abrazarlo, y luego Harry llegó justo a tiempo en el momento que Ron se dejaba caer, mientras repetía una y otra vez que lo soltaran. Que lo dejaran solo. Que estaría bien. Que siempre estaría bien.

Prontamente estaban los tres en el suelo. Ron con la cara enterrada en el pecho de Hermione al mismo tiempo que Harry los contenía a ambos. Su amiga luchaba por no dejar que las lágrimas abandonaran sus ojos, y él mismo estaba tratando de tragar el nudo en el pecho que tenía mientras oía cómo Ron sollozaba. El sonido no hacía más que ponerse peor a medida que intentaba calmarse.

Se quedaron allí por... Quién sabía cuánto tiempo. Y a Harry se le ocurrió- eso.

No sabía cómo llevarlo a cabo.

Podía robarla y ya, ¿no? Pero los muggles investigarían cómo es que una prótesis millonaria había desaparecido frente a sus narices, y si hacían un alboroto acerca de ello, podía alertar al resto de la población.

Harry no sabía bien cómo funcionaban las políticas muggles, o qué tanto afectaban los robos al sistema. Sabía que era inmoral gracias a los Dursley y a Hermione, pero no alcanzó a vivir los suficientes años en la sociedad para conocer algunas cosas con certeza. Y no quería discutirlo con su amiga, porque Hermione, incluso tantos años después, continuaba siendo alguien demasiado moral.

Harry sólo... Necesitaba saber cómo conseguirle a Ron algo que reemplazara su pierna sin terminar siendo un egoísta o un imbécil con la gente que debía proteger. Tampoco sabía cómo.

Arrugando una de las hojas, Harry la arrojó al basurero con demasiada fuerza.

Y luego, estaba Astoria.

Astoria en sí no era un problema, todo lo contrario. Pero las cosas que descubría sí lo eran. Lucius Malfoy. El objeto. Andrómeda. Solo sumaban y sumaban a las situaciones que Harry necesitaba revisar y resolver.

La mujer había estado allí días atrás, de nuevo dentro de la mente de Malfoy recuperando sólo algunas imágenes sin sentido y, sin quererlo, evitando que él y Harry tuvieran otra sesión de entrenamiento. Rompió más a Rookwood, y no consiguió nada. Pero no era eso lo que traía a Harry... así.

Era que gracias a lo que Astoria vio ese día, que la Orden debía entrar sí o sí a Grimmauld Place a ciegas.

—Estoy preocupada por Andrómeda.

Harry dejó de apoyarse en el árbol a un lado del laberinto, y observó cómo Astoria se detenía a medio camino. La capucha de la túnica abarcaba hasta su frente.

Malfoy ya se había marchado y antes de que ella se fuera también, Harry le había pedido que inspeccionara la mente de Andrómeda. Él intentó hablar más de una vez con la mujer, pero ella ni siquiera lo escuchaba, sumida en su mundo de imaginaciones y sucesos fantasiosos. Harry estaba perdiendo la esperanza mientras más pasaban los días, y aunque sabía que Andrómeda se resistiría a la Legeremancia de Astoria, tenía que pedírselo.

Pero, otra vez, Astoria no había encontrado nada valioso ahí. Aunque no especificó qué veía.

Hasta ese momento.

—¿Por qué? —replicó Harry, mirándola confundido.

Astoria dejó salir una respiración honda y giró la cabeza hacia el lado. Su bello rostro estaba parcialmente cubierto.

—Sabía... sabía que luego de la Batalla su mente había quedado dañada —respondió lentamente—. Pero no esperaba que tanto.

—No entiendo.

Astoria se mordió el labio, retornando su atención a él.

—He visto muchas mentes enloquecidas. Demenciales. Son difíciles de leer, y la mayoría de las veces están tan hechas pedazos que no puedes recuperar nada. Ni siquiera recuerdos. Nada. Casi todas son un caos, como si hubieses tirado abajo una nación entera y trataras de gobernar sobre las ruinas.

Harry lo intentó, pero su mente no pudo evitar pensar que eso era una buena alegoría acerca de lo que Voldemort deseaba. De lo que estaba haciendo.

Daba igual que tuviera que destruir el mundo.

Mientras él fuera el rey de los escombros.

—Pero Andrómeda... —continuó Astoria, sin estar consciente de sus pensamientos—. Su mente es- es un vacío.

—¿Cómo...?

—Hay pensamientos que predominan en un gran pozo oscuro, pero eso es su mente- oscuridad. Vacío. Los escucho resonar: Comer. Matar. Libertad. Vivir. Familia. Son mecánicos. —Astoria enumeró, pálida. Él tragó en seco—. Y... preocupantes.

Harry apenas conocía el arte de la Legeremancia, o de la Oclumancia, pero comprendía que todas las personas poseían representaciones y estructuras mentales complejas. Muchas veces eran lugares: castillos, casas, museos. Todos distintos, encargados de almacenar la consciencia, el ser; todo lo que hace ser a una persona, persona. Que alguien no tuviera nada de eso... debía ser, tal como Astoria dijo, preocupante.

—¿Crees que algún maleficio la golpeó, además de la maldición desconocida que suponemos? Durante la Batalla. Algo que la hizo quedar así.

—Puede ser... —dijo Astoria, sin embargo no parecía muy segura—. Pero pienso que ella misma se ha hecho esto. Que ella deterioró su cabeza al punto de que lo único en lo que piensa, y los únicos propósitos de su mente, son esos.

Harry nuevamente intentó ponerse en sus zapatos. Sabía que Andrómeda había sido desheredada, todo por enamorarse de un nacido de muggles. Harry tenía claro que había renunciado a toda su vida y familia para estar con él y que había formado un hogar. Para que luego Voldemort...

Para que Voldemort les arrebatara a todos, prácticamente en el mismo día.

Y Teddy...

—¿Hay una forma de...? —comenzó a preguntar, mas fue interrumpido.

—Lo dudo —Astoria lo interrumpió, adivinando su pregunta. Se llevó una mano a la capucha, casi por reflejo—. Su mente está demasiado frágil. Puedo- puedo matarla, si intento regenerarla.

Astoria pasó saliva, mientras sus dedos comenzaban a acariciar su usual trenza. Harry la observó, y aunque una parte de su cerebro estaba agradecido con ella y todo lo que hacía por la Orden, que estaba haciendo bastante y que no debía exigirse más... no pudo evitar calibrar lo que eso significaba.

—O sea —dijo, algo cauteloso—, que no podrás saber nada del objeto a través de ella.

—Nada —confirmó Astoria apesadumbrada—. Pero creo que necesita salir de ese cuarto.

Harry se quitó los lentes, y cerró los ojos por unos momentos, dejando que aquello se asentara en su sistema. Andrómeda no era una opción viable. Y en cualquier momento podía morir gracias a su locura.

Asombroso.

—Hemos intentado —respondió Harry, abriendo los ojos de nuevo—. Se pone violenta. Y la hemos herido demasiado, así como ella se hiere a sí misma tratando de escapar para vengarse. Sus heridas, a su edad y gracias al hechizo que la ha afectado- o que al menos eso creemos- prácticamente no curan. Madam Pomfrey ha tenido que sellar con magia cortes que ni siquiera han sido profundos.

Astoria se le quedó viendo, nuevamente aproblemada. Por eso a Harry le caía bien. Estaba dispuesta a hacer un montón de cosas- cosas horribles, pero la bondad de su corazón... era grande. Era más grande que cualquier otra cosa en ella.

—¿Cómo...? ¿Cómo ha acabado así?

—La razón principal es que lo ha perdido todo.

—Muchos hemos perdido —dijo Astoria, con su voz tornándose un poco dura—. Yo, Theo, tú, los Weasley. Draco incluso, lo ha perdido todo, y-

Harry sintió cómo sus músculos se crispaban ante la comparación.

—No es lo mismo —replicó fríamente—, y ahora, sabemos que no es así tampoco.

Astoria cerró la boca, parpadeando un par de veces y Harry desvió la mirada. Lo que había dicho le había sentado mal. Andrómeda y el resto de ellos lo habían perdido todo en manos de hijos de puta como los Mortífagos. Gente como Draco Malfoy. No era lo mismo.

—¿Por qué siempre actúas así? —preguntó Astoria con lentitud—. Cuando hablo de él.

—No veo que actúe de una forma diferente.

—Sí lo haces. Cada vez que digo algo en relación a él, te pones casi a la defensiva.

—Creo que ya ha quedado claro que nos detestamos —espetó Harry, apretando la mandíbula—. Lo has visto. Sabes quién es. ¿Recuerdas la ejecución, antes de lo de Rookwood? —La imagen de Malfoy limpiándose los restos humanos de su zapato sin siquiera inmutarse, volvió a su mente—. No es bueno.

—Nunca dije que lo fuera. —Astoria lo miró frunciendo el entrecejo—. Draco es horrible. Es un asco de persona, estamos de acuerdo. Sin embargo, no es la peor mierda que existe. Los dos hemos conocido la maldad. Tú actúas como si él fuera su encarnación.

Harry sólo la observó.

En ese punto ya ni siquiera le importaba quién había sido cuando iban a Hogwarts. En el presente, Draco Malfoy fue el responsable de hacer que los niños nacidos de muggles se convirtieran en esclavos en el mundo mágico, Theo se lo confirmó. Draco Malfoy creó y continuaba creando cientos y cientos de maldiciones y pociones para provocarle a sus enemigos dolores y muertes asquerosas. Horribles. Draco Malfoy se rio, se burló de los inocentes fallecidos. Draco Malfoy no se había interesado en las víctimas de todo ese sistema. Draco Malfoy se había convertido en un traidor sólo por deseos de venganza.

Y Draco Malfoy no se arrepentía de nada, incluso luego de que Harry se lo hubiese preguntado múltiples veces.

Daba igual que fuera soportable. Que de vez en cuando dijera cosas que no eran del todo detestables. Harry no podía olvidar el miedo de Madam Pomfrey, días atrás, cuando le advirtió y le contó su conversación con Malfoy. Harry no podía hacer borrón y cuenta nueva solo porque de vez en cuando Malfoy había mostrado tener sentimientos.

Le daba asco.

—Si quieres, tú olvida quién es el hombre con el que estás hablando —respondió Harry, al borde del enojo— . Pero yo no me fiaría del torturador personal de Tom.

Astoria no despegó los ojos de su cara, para luego negar con la cabeza y alejarse un paso.

—Bien —dijo ella al final, con tono firme pero condescendiente—. Bien, Harry. Si prefieres hacerte esto a ti mismo...

Harry no respondió. No entendía de qué mierda estaba hablando.

definitivamente no había pensado en eso por días. No le dio vueltas, intentando comprender lo que Astoria había querido decir, porque no tenía sentido.

Harry juntó los papeles y los dejó en el primer cajón, a un lado de las cartas guardadas en una caja. Debía presentar al siguiente día sus inquietudes con el resto de la Orden, pero por ahora debía descansar. Además, tenía entendido que Malfoy iría a entrenar con él. No podía permitirse no dormir.

Apagó la linterna del escritorio y caminó hasta su cama. Mañana sería otro día. Mañana sería otro día. Mañana sería otro día.

Estaban a contrarreloj.

•••

—¿Cómo está Weasley?

Harry paró de moverse por una décima de segundo, tomado con la guardia baja por la pregunta, y luego cerró la puerta.

Sintió todo su cuerpo tensarse, recordando brevemente la charla con Astoria. Se sintió asqueado, aunque esto desapareció rápidamente, o intentó que desapareciera. Si Harry iba a estar más de una hora encerrado con él, obteniendo conocimientos el uno del otro, lo mejor era relajarse. Sin importar qué tan estresante hubiese sido la reunión de ese día.

Una parte de él agradecía estar dándole la espalda.

—No te interesa saber eso —respondió finalmente.

Harry se giró para encararlo, y encontró a Malfoy encogiéndose de hombros. Su cabello volvía a estar corto, y ese día, estaba peinado hacia atrás con gel. Harry no recordaba haberlo visto con gel de nuevo. No le quedaba. Su cara se veía mucho más dura de lo que ya era.

—No, la verdad no.

Harry caminó hasta ponerse en el centro, a un lado de él. Poco a poco estaba retomando su velocidad normal, aunque por costumbre todavía caminaba algo lento. Sus ojos eran incapaces de abandonar el rostro de Malfoy. Las facciones resaltaban más de lo normal, la cicatriz brillaba bajo la luz gris del exterior.

—¿Cómo está tu espalda? —preguntó Malfoy entonces.

Harry se detuvo, entrecerrando los ojos. ¿Aquello  le importaba? Dudaba que estuviera preguntando por ser "cortés".

Pero recordó que Malfoy fue el que le llevó la esencia de Díctamo que terminó curando su herida. Harry supuso que quizás estaba cuestionando por mera curiosidad, o para saber si había funcionado.

De todas formas, se le hacía... extraño. Malfoy recordando llevarle el vial. Recordando que estaba herido. Recordando que Ron estaba herido.

—Ya no duele, aunque no descarto que en un futuro vuelvan a hacerse heridas alrededor de la piedra —respondió Harry con cautela—. A no ser que la piel se endurezca también gracias al roce.

Malfoy asintió, mientras sus ojos recorrían su torso. Harry quiso encogerse ante eso, pero no se movió de su lugar.

—¿Sabes ya si será una desventaja o una ventaja en el campo de batalla?

—Supongo que ambas.

Considerando que podía embestir a alguien con ella...

—Pero... —Malfoy enfocó sus ojos nuevamente en el rostro de Harry—. Si una maldición cae ahí, ¿llegará a afectarte?

Harry se pasó una mano por la barbilla, y miró hacia la ventana. No había pensado en eso, no hasta ese momento. Lo único que había imaginado era que la cicatriz le impediría moverse con la misma agilidad que antes, además de que pesaba. No creyó que podía ser utilizada como escudo.

—No he pensado en eso —admitió con franqueza—. Me imagino que no, que podría detener la maldición.

—Pero no lo sabes —insistió Malfoy—. Puede que no la sientas, y eso haga que mueras más fácilmente. O puede que, al final, no te haga nada. ¿Cómo puedes estar seguro?

Harry sacó la varita de su bolsillo y la giró entre sus dedos unos largos segundos, pensativo. Malfoy tenía razón. Y no podía tirarse a un combate sin saber qué podía hacer, y qué no.

—Inténtalo —le dijo, levantando la cabeza.

Malfoy, quien al parecer había estado mirándolo todo ese rato, parpadeó.

—¿Qué?

—Darme —explicó Harry, apuntando con su varita la de Malfoy—. Intenta maldecirme.

Malfoy bajó la vista hasta sus dedos, y luego hasta los de Harry. Se preguntaba si estaba pensando en que esa fue su varita en algún punto, muchos, muchos años atrás. ¿Qué le hace sentir?, pensó. ¿Le da rabia? Debe darle rabia.

Malfoy retrocedió unos pasos y Harry se volteó, apretando los dientes. No confiaba en él, aunque sabía que no lo mataría. No de momento. Había una especie de tregua entre ambos, en la que ambos tenían una navaja en el cuello del otro y decidían no cortar. Eso no significaba que no tratarían de hacerse daño.. Fuera lo que fuera, lo que sea que Malfoy conjuraría, no sería nada bonito.

Malum memoriae vivifica.

Harry esperó a que el hechizo impactara.

Pero nada sucedió.

Suspirando, se dejó relajar un poco. Reconoció vagamente la maldición gracias a que Malfoy la había utilizado en Yaxley, meses atrás. Y las palabras le resultaban algo familiares gracias a sus estudios de libros en latín antiguo.

¿Malfoy estaba tratando de que reviva su peor recuerdo?

No sé cuál sería.

La realización aterrizó con crudeza.

Hay tantos, tantos para elegir. Quizás se reproducirían todos. Era lo más probable.

—¿Nada? —preguntó Malfoy, al ver que Harry no reaccionaba.

—Nada.

Se volteó, viendo cómo Malfoy bajaba la varita.

—Supongo que es una ventaja entonces.

Ciertamente lo era.

Harry se pasó una mano por la parte posterior del cuello y exhaló. Aquello podía ser bueno, si es que un hechizo impactaba en ese lugar. Sin embargo, no dejaba de ser peligroso que un atacante lo maldijera entre las sombras y él nunca lo notara. Era poco probable, pero no imposible. Y debía ponerse en todas las situaciones.

Harry avanzó un paso, dispuesto a relegar todo eso al fondo de su mente.

—Bien. Empecemos.

Malfoy se puso en posición, y comenzó a explicarle el próximo hechizo que le enseñaría.

No fue muy distinto al entrenamiento de días atrás. Salvo que Harry se sentía cada vez más incómodo, tanto con las maldiciones y los resultados que tenían en el objeto inanimado, como con Malfoy y toda su presencia. Y era peor cuando deseaba corregirlo y se acercaba a él. Como... Como si nada.

—No, Potter —le dijo en un instante, molesto—. Así.

Harry levantó la vista viendo cómo Malfoy hacía una floritura con la varita en forma de «X», con un ligero giro hacia la derecha al final. Frunciendo el ceño, volvió a intentarlo. Estaba seguro de que lo estaba haciendo igual.

—No, no-

—¿Qué? —lo interrumpió Harry, empezando a irritarse—. ¿Estás seguro de que lo estoy diciendo con la entonación correcta...?

—Sí —espetó Malfoy de vuelta—. Lo estás haciendo mal, es así.

Volvió a hacer el mismo movimiento que hace un rato, y Harry casi estampó un pie contra el suelo como un niño, mientras le mostraba como él lo hacía. Era literalmente lo mismo.

—Eso estoy haciendo-

No- Por el jodido Merlín.

Malfoy avanzó hasta quedar a un lado de él, de la nada, y agarró su muñeca con fuerza.

Harry sintió cómo todo su cuerpo se puso rígido, mientras ahogaba una respiración. No estaba acostumbrado a ser tocado. Mucho menos estaba acostumbrado a ser tocado por Malfoy.

El hombre no pareció darse cuenta de la tensión de su cuerpo, porque sus ojos estaban fijos en la mano de Harry y la estaba moviendo una y otra vez, cómo si él no fuera más que un niño de cinco años. El tacto quemaba, a pesar de que Malfoy estaba frío. Harry podía sentir la aspereza de sus dedos.

—Así —repitió, rozando la desesperación.

Harry se apartó de él con brusquedad, y miró hacia el frente, repitiendo el movimiento que Malfoy había hecho con la varita, haciendo más brusco el giro del final. El hechizo salió disparado hacia el objetivo, y Harry observó, no sin un vuelco en el estómago, cómo en el pecho del "ser" parecía estar creciendo un agujero.

Y recordó cómo aquello había matado a la profesora Sprout.

Revivió el momento en su cabeza. Revivió los ojos de su profesora mientras moría y trataba de buscar ayuda, y a Minerva gritando de forma desgarradora por la muerte de su colega, tratando de salvarla también. Harry recordó cómo tuvieron que huir a los segundos y no pudieron darle una sepultura apropiada. Cómo su cuerpo fue exhibido públicamente como recordatorio de quiénes habían ganado. Al igual que la mayoría de los cadáveres dejados en las batallas.

El malestar de su estómago no hizo más que aumentar.

—¿Por qué? —murmuró de pronto.

Malfoy, quien no se había movido de su lugar, lo miró con extrañeza.

—¿Por qué, qué?

Harry se giró para verlo de lleno. Estaba seguro que en sus ojos bailaban todas las emociones que estaba sintiendo. Nunca fue bueno dejándolas fuera de su mirada.

—¿Por qué crearías todo esto? —volvió a murmurar. La frente de Malfoy se arrugó.

—No entiendo la pregunta.

Harry gesticuló al objetivo que ya había vuelto a su posición inicial y por unos segundos, no pudo hacer más que apuntar.

—Hiciste todo esto... ¿Para causar daño?

Malfoy no dijo nada por unos segundos.

Luego, bufó.

—Obviamente.

Harry negó con la cabeza, sin ser capaz de volver a mirarlo.

—¿Pero porque querías hacerlo?

—El objetivo de las maldiciones es hacer daño —replicó Malfoy, en tono obvio—. Es hacer todo el daño posible. Ese es el punto.

Harry comprendió por donde se había tomado sus palabras.

—No era esa mi pregunta.

—Entonces —replicó Malfoy, sonando sinceramente confundido—, no te estaría entendiendo.

Harry volvió a observarlo, duramente.

Una parte de él sabía que Malfoy era como era, y no le interesaba ser percibido como mejor. No le interesaba ni afectaba su moral ser percibido como un asco, o un Mortífago más del saco. Mientras Harry y la Orden lo ayudaran a conseguir sus objetivos, por él que escupieran en su nombre. Quizás era otro sádico que disfrutaba causar dolor.

Pero la otra parte de sí, la que todavía recordaba al niño de dieciséis que fue, creía que quizás, sólo quizás, Malfoy había hecho todo para sobrevivir. Todo. Sin importar lo insignificante que fuera su vida. Había insinuado varias veces algo parecido. Y aún así, no se arrepentía.

¿Cómo era posible?

—¿Deseabas dañar tanto? —preguntó Harry—. ¿Tú, como persona, disfrutas pensar en lo que tus hechizos provocan en los afectados?

La expresión indiferente de Malfoy no vaciló.

—¿Por qué importaría? —dijo, alisando su túnica negra. El broche del Nobilium parecía brillante bajo la luz—. No cambia nada.

—No, no cambia nada. Sólo estoy preguntando.

Harry se alejó, yendo hasta el objeto para así guardarlo bajo el suelo, oculto como siempre. Era una excusa para no enfrentar a Malfoy. Simplemente lo quería- lejos.

—¿Entonces? —siguió hablando a sus espaldas—. ¿Has creado todas estas pociones y maldiciones...? ¿Por gusto? ¿Porque Tom te lo ha pedido? ¿Por qué?

Malfoy soltó un ruido estrangulado y caminó también al otro extremo del cuarto, creando distancia entre él y Harry. Harry esperó. Por al menos dos minutos, ninguno dijo nada.

—Malfoy-

—Por el puto Salazar, Potter —lo interrumpió él al instante—. ¿Qué mierda te importa?

Harry se giró apenas lo escuchó, encontrándolo apoyado en una de las paredes. La nuca estaba pegada al muro, exponiendo su mandíbula y garganta. Los brazos estaban cruzados por encima de su pecho y tenía una mirada altiva, aburrida. Harry lo apuntó.

—Estoy tratando de entenderte.

—¿Por qué?

Harry masajeó su frente.

—Porque no logro comprender cómo- cómo...

Estaba gesticulando hacia él nuevamente, mientras Malfoy esperaba. Su semblante no delataba nada. Su postura no delataba nada. Su cabello no se había movido ni un milímetro.

—Como un monstruo como tú, actúa de la forma en la que actúa.

Malfoy lo miró. Lo miró por un tiempo extenuante.

Entonces, esbozó una sonrisa.

—¿Soy un monstruo?

Harry asintió.

—Lo eres. Has hecho cosas...

—Sí —dijo abruptamente, no dejándolo terminar—. Sí. Tienes razón.

Malfoy se despegó de la pared y merodeó por el borde de la habitación; sus dedos pasaban por encima del cemento de color negro mientras avanzaba. Ya no observaba a Harry. Parecía perdido en su cabeza.

—Este es un mundo donde los monstruos existen —dijo, aún sonando algo divertido—. Y sangran, y lloran, y sobreviven.

Harry reconoció la oración, aunque deseó no haberlo hecho.

Era un extracto de una poetisa, amiga de Helga Hufflepuff, que tenía escritos bastante famosos que Rowena guardaba personalmente en el refugio. Harry siempre creyó que eran cartas de amor de la mujer hacia Rowena, pero no podía confirmarlo. Y dolía, porque Ginny adoraba hablar de ello. Adoraba crear teorías. Adoraba los poemas.

Harry cerró los ojos, sintiendo cómo el cansancio del día se apoderaba de él.

—A veces es agotador estar cerca tuyo —confesó, por lo bajo. Malfoy resopló.

—No te desgastes.

—No puedo- —Harry dejó de hablar y sacudió la cabeza, molesto con él y consigo mismo por no poder dejar ir el tema.

Malfoy paró de moverse. Las yemas de sus dedos dejaron de sonar contra la pared. Parecía estar contemplando a Harry.

—Sé a qué te refieres —le dijo, con voz fría—. Pero no creo que podamos hacer nada al respecto. Las cosas son como son.

Harry abrió los ojos, encontrando los grises fijos en él, y dejó salir el aire que había acumulado en sus pulmones.

—Deberíamos no hablar. No hablar y ya está.

—La última vez que me dijiste eso —murmuró Malfoy, arrastrando las palabras—, tú terminaste hablando. Todo el tiempo.

Era la primera vez que alguno de los dos se refería al tema de la borrachera.

Y no sabía cómo sentirse.

Harry, de ser cualquier otra persona, hubiese sonreído. Incluso hubiera bromeado acerca de cómo se ponía cuando bebía. Pero era Malfoy. Era Draco Malfoy.

Recuerda eso.

Sacudiendo la cabeza, dispersó los recuerdos de lo que Malfoy le había dicho borracho. Lo sincero- abierto, que había parecido.

—Vamos —dijo Harry, caminado más al centro—, practiquemos tus reflejos.

Malfoy lo miró, y luego volvió a su posición inicial.

Aquello tampoco fue tan diferente a la última vez.

Incluso la irritación que Harry sentía hacia él era igual, mientras veía cómo Malfoy fallaba en adivinar los movimientos de su oponente. Ni siquiera él mismo podía entender por qué le molestaba tanto que Malfoy no fuera bueno evitando ser masacrado en una pelea. Simplemente- le hacía sentir que... Que...

No lo sabía.

—Muerto.

Harry sostenía la varita contra el cuello de Malfoy luego de haberlo desarmado. Otra vez parecía haber estado demasiado en su mente en vez del presente, en vez de lo que estaba sucediendo frente a él. Mirando la varita de Harry, en lugar de pensar en hechizos que lo cubrieran. O tratar de esquivarlos.

Harry podía entender que estuviera tenso. Sin embargo, en el campo de batalla, eso iba a acabar matándolo.

Malfoy hizo una mueca despectiva, y le quitó la varita para volver a luchar.

Poco tiempo después, Harry tenía las manos del hombre amarradas con un hechizo, y él estaba detrás, con la varita enterrada en la espalda de Malfoy.

—Muerto —repitió.

Malfoy hizo un ruido de frustración.

La siguiente vez, Malfoy estaba en el suelo, y Harry tenía una pierna encima de su pecho, imitando la pose de semanas atrás durante el entrenamiento con el resto de la Orden. La varita estaba apuntando a su cara.

—Muerto.

Malfoy lo miraba como si quisiera torturarlo sólo con el pensamiento. Era mutuo.

No hacía falta aclarar que luego, Harry y Malfoy quedaron ambos en el suelo, después de que éste, fastidiado, hubiese querido ganarle a toda costa. Perdió. Harry estaba prácticamente encima de Malfoy quien estaba acostado de espaldas. Una de sus manos le aplastaba la mejilla; la otra, afirmaba ambas varitas, con una apuntando directo a la sien del hombre

—Muer-

—Ya te entendí, joder.

Harry parpadeó mirando hacia abajo y notando que una vez más, estaban más cerca de lo que pretendían. La palma de su mano rozaba la cicatriz de la cara de Malfoy, casi sensible bajo su contacto. El pecho del hombre chocaba contra el suyo gracias a su respiración agitada. Las caderas de ambos estaban alineadas. Sentía cada parte que sus cuerpos se tocaban el uno al otro. Podía oír cómo inhalaba y exhalaba como si estuviera a un lado de su oreja.

Harry no supo qué hacer por unos segundos.

Luego, se levantó rápidamente, entregándole la varita.

—No pareciera que me hechizas para herir —le dijo, cuando vio a Malfoy de pie, y tratando de evitar- lo que sea que hubiese sido eso.

Malfoy resopló, haciendo un gesto desagradable.

—Es un entrenamiento, Potter —replicó con veneno—. Si quieres que te haga daño irremediablemente, sólo dilo.

Harry frunció el ceño, regulando su propia respiración. Había estudiado los movimientos de Malfoy, y además de estar en su cabeza, la magia negra, la misma que él había creado, no parecía venir natural de su parte.

Por primera vez en una década, Harry recordó lo que sucedió en el baño durante el sexto año de ambos, y se preguntó si el Crucio que Malfoy intentaba conjurar le hubiese funcionado.

—Malfoy —dijo Harry calmadamente—. Te he vencido más de una vez. Estás enfurecido, mírate. Quieres ganar. Quieres devolvérmelo. No estás pensando con toda racionalidad. Y aún así... —Harry examinó su postura. Malfoy parecía querer golpear a alguien—. Aún así, tu primer instinto no son los hechizos ofensivos. Sino, defensivos. Y si verdaderamente quieres atacar, ocupas los conjuros menos dañinos que existen.

Malfoy lo miró, bajando la varita por un momento, sin entender a qué venía lo que Harry estaba hablando o cómo afectaba eso su entrenamiento.

Harry dio un paso lejos de él.

—¿Cómo peleaste para el secuestro de Rookwood? —preguntó, aún sin entender cómo alguien que luchaba así, fuese capaz de ganar.

Harry trató de hacer memoria. Sabía que Malfoy casi le dio durante la batalla, pero no recordaba que la maldición hubiera sido mortal. Era como si Malfoy no hechizara a matar.

—No sé de qué mierda estás hablando —dijo él.

—¿Alguna vez has intentado hacer un Avada Kedavra?

Malfoy desvió la mirada hacia afuera, pasando una mano por su cabello perfectamente peinado.

—Sí.

¿Entonces? Claramente no le ha funcionado, pero al menos lo ha intentado, ¿no?

—¿Y?

Los ojos de Malfoy volvieron a él con rudeza.

—Ya sabes que nunca he matado a nadie.

Pero eso no quiere decir que nunca lo hubiera intentado.

Probablemente no le funcionaban. El mismo Harry trató de ocupar Avadas y nunca le funcionaron a él. Por eso usaba otros hechizos, porque no necesitaban de intención como la Imperdonable. Sólo práctica.

La diferencia era que en medio de una pelea, ni siquiera pensaría en usar conjuros suaves. O mayoritariamente defensivos.

Malfoy sí.

—¿Por qué? —preguntó Harry al cabo de un minuto—. Los has torturado. ¿Por qué no matarlos?

—Potter... —Malfoy suspiró , pasando los dedos por encima de su cicatriz—. Creí que ya no querías hablar.

—Los Avada Kedavra no te sirven, ¿no es así? No te funcionan.

—Sí. Lo que sea que te ayude a dormir por las noches.

—Te estoy preguntando por el entrenamiento. ¿Quieres que te ayude, o no?

Malfoy lo miró. Aún estaba enojado. De todas formas, el cansancio prevalecía en su expresión.

—No me funcionan.

No fue sorprendente. Lo suponía. No era más que una confirmación. Harry se quedó en su lugar, sabiendo que no valía la pena continuar esa charla. Ya había contestado su duda.

—Tienes que pensar en hechizos peores —dictaminó por fin, volviendo al tema principal—. No digo que los uses contra mí, pero debes obligarte a ti mismo a pensar en ellos como primera opción. No puedes sobrevivir a una guerra sin matar a nadie.

Malfoy parecía a punto de reír luego de oírlo, aunque no lucía como si aquello le causara diversión.

—He sobrevivido hasta ahora.

Harry pensó en lo que habían vivido como bando y supo que su semblante había cambiado.

—Tú no has estado en guerra. No realmente.

Su voz sonó con veneno. Malfoy apenas se inmutó.

¿Cuántos había asesinado Harry en nombre del bien? ¿En nombre de la justicia? Él sabía que era una mierda, que había cortado hombres a la mitad sin pensarlo dos veces y que alguien justo y bueno como Hermione, por ejemplo, ni siquiera lo habría contemplado como una solución. Pero Harry comprendía que era necesario. Era necesario usar magia negra. Era necesario matar y torturar e infringir dolor. Era necesario hacer cualquier cosa, cualquier cosa, para derrotar a Voldemort.

Ya se había sacrificado una vez. Volvería a hacerlo. Sacrificaría su alma matando a cada Mortífago con los peores hechizos que uno pudiera imaginar. Mutilaría su propio cuerpo. Haría lo que fuera para que aquello simplemente... parase.

Sin importar en lo que eso lo convirtiera.

—No eres menos héroe por haber matado a alguien. ¿Lo sabías? —soltó Malfoy de pronto.

Harry casi dio un salto en su lugar, tomado por sorpresa. Malfoy no lo estaba mirando, sus ojos parecían no haber dejado la ventana. El sol ya se estaba poniendo. Harry no alcanzó a responder, él se le adelantó.

—Sé que te sientes culpable. Puedo verlo —prosiguió, haciendo que Harry se cuestionara si él había sido demasiado obvio, o Malfoy era muy bueno leyendo a la gente. No lo sabía. No iba a preguntar—. Pero no eres menos honorable por tener sangre en tus manos.

Harry no sabía qué decir.

Realmente no sabía qué decir.

En la base no manejaban ese tipo de discurso. La clave era hacerse responsable de sus actos, no disfrazar la verdad. Harry era un asesino. Todos lo eran, cuando no estaban matando en defensa propia. Oír esas palabras de parte de Malfoy... No sabía qué sentir.

—Los libros, el mundo, te recordará como un "Salvador'', sin importar qué. Si mueres hoy, serás considerado un mártir. La cara de la revolución, de los buenos. Y dudo que hayas dañado o asesinado inocentes. —Malfoy pasó una mano entonces por el broche de su pecho—. ¿Qué importa, matar o no matar, entonces? ¿Realmente cambia algo?

Harry siguió el camino de la línea afilada de su mandíbula, sus dientes apretados. Por unos instantes, parecía que Malfoy no estaba hablando con él, sino con sí mismo. Parecía que se estuviera diciendo, convenciendo, que no era mejor por no haber matado a nadie.

Entonces, sus ojos plata se enfocaron en Harry, y sólo Harry.

—Sigues siendo el Mesías, Potter. Y lo sabes.

Harry todavía no sabía qué sentir. O qué pensar.

Las emociones estaban acumuladas en su pecho, y eran todas contradictorias y complicadas. Estaba la ira, la rabia. También el alivio. Frustración. Agradecimiento. Tristeza. Tantas, tantas cosas a las que no podía encontrarles explicación.

Harry cortó el contacto visual, tomando una respiración profunda, y metió la varita en su bolsillo.

Sólo era Malfoy, diciendo esas cosas. La opinión de Malfoy no era importante. No lo era.

Cuando se sintió más calmado, recobró la compostura. Acomodando sus lentes, no lo miró mientras hablaba.

—¿Cómo sabes qué es un Mesías?

Hasta donde Harry sabía, aquello era un concepto muggle. O al menos la forma en la que Malfoy lo había dicho, era muggle.

No respondió, no al momento al menos, y para cuando Harry lo observó, Malfoy se encontraba esbozando una sonrisa de desprecio, pero no parecía estar dirigida a él.

—Alguien me enseñó todas esas cosas —respondió, con un un tinte de amargura—. Años atrás.

Harry esperó. Sin embargo, Malfoy no agregó nada más.

Realmente no quería saber dónde ni cómo aprendió conceptos muggles, o por qué le causaba tanto... abatimiento. No era su problema. Y ciertamente no parecía una historia bonita.

Harry vio cómo los rayos del tenue sol teñían el rubio cabello de Malfoy con reflejos dorados, y caminó hacia la puerta.

—Se está haciendo tarde —anunció. Malfoy pareció volver en sí.

—Sí —respondió lentamente—. Se está haciendo tarde.

•••

Cuando estaban llegando a la puerta luego de no haberse dicho nada más, una figura que Harry no había notado antes, los interceptó, haciéndolos detenerse abruptamente.

—Señor Astaroth.

Harry cerró los ojos, encontrando a Eveline Rosier parada frente a ellos, bloqueando la puerta de entrada y con la expresión de alguien que ha perdido, mínimo, la cabeza. Desde ahí no podía ver la cara de Malfoy, pero no le era difícil adivinar por la manera en la que paró y su cabeza se movió de arriba a abajo, que la estaba analizando.

Harry intentó llegar hasta ella.

—Sáqueme de aquí —pidió la niña entonces, empezando a sonar frenética—. Por favor. No- mi mamá. Mi familia-

Eveline lo tomó de la túnica, haciendo que Malfoy se tropezara por el súbito contacto, tratando de sacarla de encima. Harry decidió que lo mejor era llamar a Madam Pomfrey.

—Hey, hey, hey —Malfoy le dijo, tan suavemente que a Harry le costó creer que era él quien habló—. ¿Qué te pasa?

Desde su posición, Harry la oía sollozar, pero la ignoró. Sacó la varita de su bolsillo y conjuró un Patronus rápidamente para que así viajara hasta la sanadora.

—Por favor —repitió la chica, mirando a todos lados, menos al hombre frente a él—. Tengo que verlos de nuevo. Yo no pertenezco aquí. Señor-

—Niña. —Malfoy trató de ponerle una mano en una mejilla—. Niña, ¿qué...?

Pero cuando estaba cerca de tocarla, la muchacha pareció recordar quién era él, a quién le estaba hablando, y retrocedió, repentinamente asustada.

No, no asustada.

Aterrorizada.

Eveline se apoyó en una pared y comenzó a negar, a tiritar, y Harry trató de llegar hasta ella, pero se alejó también. Lloraba desconsoladamente y se abrazaba a sí misma, repitiendo palabras incoherentes.

Harry se preguntaba en qué pensaba. ¿En la gente asesinada de la base? ¿En que Malfoy era parte de ellos, de los que habían matado a todos? ¿En su familia? ¿En su destino?

No fue hasta que Madam Pomfrey llegó al fin, corriendo y preguntando quién la había dejado sola, que Harry y Malfoy pudieron salir de su trance y se encaminaron hacia el jardín. Aunque no era necesario. Malfoy ya le había dicho que aún necesitaba investigar acerca de Hagrid, por lo que no podía borrar sus recuerdos. Harry no sabía por qué estaba ahí. Por qué lo acompañó. Sus pies avanzaron sin su permiso.

Al momento en que llegaron al espacio común en el jardín, Malfoy se sacudió bruscamente de su agarre y Harry miró su mano.

¿En qué momento lo había tomado del brazo para arrastrarlo hacia afuera?

—¿Qué fue eso? —Malfoy sonaba confundido... y debía estarlo.

—Eso... —respondió Harry, observando brevemente hacia atrás—, fue Eveline Rosier.

—La mestiza esa que se hizo pasar por sangre pura.

—Sí.

Se quedaron en silencio por al menos un minuto. Harry no entendía por qué Malfoy no se iba ya. No había nada más ahí para él.

—¿Qué está haciendo aquí?

Harry consideró mentirle. Después de todo, no era su problema. Pero Malfoy de seguro ya sabía acerca de la base que perdieron, y si no lo hacía, lo sabría en un futuro. No tenía caso no decirle la verdad.

—Teníamos una base —explicó de mala gana—. Bajo el Bosque Prohibido. Estaba protegida por magia antigua, era poderosa, pero no era un Fidelius.

El hombre asintió.

—Algo oí.

Harry se llevó la mano a la boca y comenzó a morderse las uñas, sin saber si quería seguir contándole, sin saber si quería hablar de eso.

No lo había hecho con nadie.

¿Por qué?

Esa pobre gente no merece ser olvidada.

Tú no mereces olvidarla y hacer como si nada pasó.

No después de haberles fallado.

Harry apartó la mirada, enfocándola en sus zapatos.

—Intenté entrar en la base para el ataque a Rookwood —prosiguió, perdido en su mente—. La habían descubierto. Alguien pronunció el nombre de Tom allí dentro.

—¿Fue ella?

Harry se encogió de hombros.

Los recuerdos de ese día estaban acuchillando su muerte. Los ojos de las personas mirándolo con acusación. Las extremidades revueltas por todas partes. Los cuerpos profanados. Todos-

—Cuando llegué, estaban todos muertos —dijo Harry, pensando en voz alta—. Desmembrados- descuartizados. Por todas partes-

Bajó la mirada hasta sus manos y las encontró temblando. Rápidamente entrelazó sus dedos y los puso por detrás de su espalda, tomando una honda inhalación.

Respira. Respira. Respira.

No dejes que Malfoy te vea así. No dejes que vea que después de todo, sigues siendo débil.

—Ella se escondió entre los cadáveres. Entre las cabezas —dijo Harry después de unos momentos—. Alguien de la Orden la vio cuando escapó, y la rescató.

Finalizó con una profunda exhalación, mientras el olor que sintió allá abajo llenaba sus fosas nasales, aunque sabía que no había nada en el presente. No podía quitárselo de la cabeza. No podía dejar de pensar qué hubiese sucedido si hubiera ido días antes a verlos. Qué hubiera pasado entonces.

Por un largo tiempo, ninguno dijo nada más.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Malfoy finalmente.

Bien. Bien. Aquello sí era una pregunta que no costaba tanto responder.

—Dieciséis.

—Le hará bien.

Harry levantó la cabeza de manera tan abrupta, que su cuello sonó.

Malfoy se había puesto más pálido de lo que ya era, y aunque lo miraba, no parecía estar viéndolo verdaderamente. Sus ojos, Harry notó, transmitían más de lo que él pensaba.

—¿Qué? —preguntó, sin entender.

—Conocer el mundo —respondió Malfoy de forma ausente—. Saber que hay más que su propio ombligo.

Harry sintió cómo su estómago se sumía en la confusión. No tenía sentido lo que estaba diciendo.

—¿Qué significa eso?

Malfoy parpadeó, y pareció recuperarse del trance en el que se había sumergido. Alzó la barbilla tercamente y levantó una ceja; la máscara cayendo en su lugar.

—Significa lo que significa —replicó tajantemente. Luego, se quedó en silencio por unos segundos, estudiando a Harry—. ¿Tienes bayas de muérdago por aquí?

Toda esa conversación se le hacía cada vez más y más confusa. Asintió de todas formas, recordando el invernadero que la profesora Sprout había dejado antes de morir. Pobre, provisional, pero útil.

—Asumo que tienes poción para no soñar —continuó, sin esperar su respuesta—. Agrega la mitad de una baya de muérdago molida a un vial individual. Cuatro, si la preparan en un caldero-

—¿Por qué...? —interrumpió Harry.

¿Por qué pareciera que quieres ayudarme?

—Sé lo que es ver cosas horribles mientras duermes —le dijo él, con aire frío—. Pero no soñarlas no sirve de nada, si es que te persiguen durante el día también.

El entendimiento se abrió paso por su sistema.

Harry se abrazó a sí mismo, una vez más sin comprender a Malfoy, sin saber si era de confianza o no. Mas no dijo nada, no preguntó sus motivos. Sabía que, en la mayoría de los casos, no recibiría respuestas.

Trató de recordar qué era lo que unas bayas de muérdago harían. Sabía que se utilizaban en algunas pociones calmantes y de olvido también, que Malfoy estaba esperando que eso le sirviera para no pensar en ello cuando estaba despierto, que lo calmaría y acrecentaría el efecto de la poción para no soñar, que cada vez le funcionaba menos.

Y Harry no sabía qué decir.

Simplemente lo miró. Miró su rostro cruel y poco compasivo, y una vez más olvidó quién era el hombre que tenía enfrente.

Tenía que recordárselo a sí mismo de forma constante.

—Adiós, Malfoy —susurró, sin saber qué más decir. Malfoy asintió, su porte severo enfundando en esa túnica oscura.

—Adiós, Potter —respondió, para luego de unos segundos recordar algo y agregar—: No seas estúpido.

—¿Perdona?

—Astoria me dijo que entrarían a Grimmauld Place. No seas estúpido —repitió, para luego pausar unos segundos y decir al final—: No mueras.

Sonaba más a amenaza que a otra cosa. Harry ignoró su tono.

—No lo haré.

No podía morir. No podía dejar a los Weasleys. A Hermione. A las personas que confiaban en él.

Malfoy dio un paso atrás.

—Bien.

Harry asintió también.

—Bien.

El hombre lo observó por un minuto más, antes de darse media vuelta y perderse en el laberinto.

Notes:

Hola hola! La línea que Draco dice sobre los monstruos pertenecen, efectivamente, a un poema, pero que fue creado por mí. Me da vergüenza publicarlo con el cap porque no es mi fuerte JAJAJJAJA. Pero bueno, por eso rima jiji.

En otras noticias muchas gracias por sus comentarios<3 Leo todo, aunque no siempre responda porque la uni me tiene vuelta loca. Que sepan que me anima mucho a seguir!

En fin! Que hayan tenido bonita semana! Dos caps por atrasarme el martes.

Nos leemos pronto!

Chapter 21: Capítulo 16: Grimmauld Place

Notes:

TW: Escena no explícita de acoso y violencia sexual.

He escrito esta nota varias veces y siempre termino borrándola. Solo quiero decir que esto no es algo que deba tomarse a la ligera y traté de hacerlo lo mejor posible mientras escribía Desolación para no dejarlo de lado o poner detalles morbosos para transformarla en una escena de shock value. La violencia sexual sufrida se aborda en el futuro (mid-spoiler: especialmente hacia el final), pero soy humana y tal vez no la traté con el cuidado que requiere este tipo de situación. Si ese es el caso, les agradecería que me dijeran cuando terminen para que pueda mejorar esto en el futuro <3

Chapter Text

Harry se removió bajo su capa invisible, y esperó.

Mayo estaba acabando, y a pesar de que comenzaba a hacer calor, el sol se encontraba oculto tras las nubes. Siempre lo estaba. Grimmauld Place y sus alrededores lucían igual de lúgubres que el resto del mundo mágico, y los oponentes que resguardaban la zona no parecían sentir que nada estuviera a punto de suceder.

Bien. Veamos a qué se enfrentarán.

Harry maldijo mentalmente otra vez al repasar el plan y saber lo arriesgado que era, ya que debía haber un encantamiento maullido ahí, debía haberlo. Hermione le había asegurado que si Voldemort era lo suficientemente inteligente –que lo era– pondría el conjuro en cierto límite de la calle o la vereda, para que el que lo superara, fuera atrapado en el acto. O sea que acercarse a Grimmauld Place más allá de la distancia en la que estaban, podía desencadenar en una alarma que atraería a los Mortífagos.

Los muggles que vivían en las casas entre Grimmauld Place habían sido desalojados, años atrás, gracias a Voldemort, quien mantenía un glamour en el lugar y había puesto a los hogares dentro del límite de la cuarentena mágica. Grimmauld Place se encontraba profundamente vigilada. Siempre lo estuvo, la verdad, pero ahora era miles de veces más, y Harry no podía simplemente llegar y atravesar la entrada o Aparecerse dentro. No podía.

Así que la otra distracción estaba en su lugar; sólo debía esperar a que la moneda de su bolsillo se calentara para comenzar a moverse.

No le gustaba todo aquello. Harry prefería arriesgarse él solo, sin pensar demasiado o hacer planes. Lo detestaba, mas había tenido que aprender a hacerlo. Había adquirido el conocimiento y la experiencia de que no podía lanzarse al peligro de forma impulsiva, ya no. Eso funcionaba cuando era un adolescente, y al final, no trajo nada bueno.

La única forma de ganar la guerra era jugándola de la forma en la que Voldemort deseaba que lo hicieran. Le gustara o no. Y la forma en la que Voldemort se movía era con suma planificación, calculadoramente.

Debían vencerlo en su propio juego.

—¿Estás seguro de que esto servirá, Harry? —murmuró Hermione a su lado, mirando a la distancia cómo los Mortífagos y los Purificadores merodeaban los límites de la casa que no podían ver.

Harry pensó en Azkaban y en Lucius Malfoy y en cómo se estaban agotando las ideas y el tiempo. Se aferró más fuerte a su escoba.

—¿Se te ocurre algo mejor?

Hermione apretó los labios, sin responder, mientras miraba hacia atrás a las cuarenta personas que estaban esperando la señal para empezar a atacar el perímetro. En ese momento, no había más de veinte Mortífagos en el lugar, pero no demorarían en empezar a llamarse a través de la Marca una vez que se desvelaran. Harry estimaba que al cabo de media hora, cada miembro se habría enfrentado a once Mortífagos y Purificadores cada uno, en el mejor de los casos. Podría ser un suicidio.

Pero era necesario.

Harry entraría bajo la capa de invisibilidad a Grimmauld Place y el resto se quedaría luchando afuera. No podían Aparecerse gracias a las barreras Anti-Aparición puestas a la redonda, así que su mejor arma eran las escobas. Si las cosas se ponían muy feas, la moneda se calentaría en su cadera mientras él buscaba dentro de la casa, para que así saliera y ayudara.

Esta vez Harry sería el encargado principal de buscar- lo que necesitaban encontrar, gracias a que Theo, Kingsley y McGonagall le habían explicado que la casa lo reconocía como heredero, y al estar tanto tiempo lejos, podría encontrarse herida.

Sí, aparentemente las casas mágicas tenían vida.

Bueno, en ese caso, Harry sería el único capaz de calmarla y de lograr ser escuchado.

—Se están tardando demasiado... —murmuró Hermione, nerviosa.

—Que se tomen su tiempo, antes de cometer un error.

Hermione soltó una exhalación irritada. Harry entendía sus nervios, pues mientras aquello sucedía ahí, otras cuarenta personas estarían atacando Ottery St. Catchpole.

Aquello no fue fácil de decidir. Los Weasley y Luna estaban bastante apegados al valle que una vez fue su hogar. Pero a ese día, era donde la mayoría de simpatizantes de Voldemort se establecieron luego de la guerra, contando a los hombres lobo. Probablemente no podrían penetrar las casas o escondites, pero podían formar caos y eso... Eso serviría como distracción para que Grimmauld Place quedara más desprotegida.

Harry estudió a su amiga, y se preguntó si su preocupación y ansiedad también tenía que ver con Ron. Era la primera vez en esos ocho años que su amigo no se unía a ellos en una misión, en una pelea. Era la primera vez que él se quedaba atrás, enojado y triste de no poder acompañarlos y ser útil. A Harry le dolía el corazón pensar en eso, pensar en cada vez que le aseguraba que no era su culpa y que no estaba haciendo nada malo, y que Ron no le creyera.

Sacudiendo la cabeza, se concentró en el presente. No podía permitirse vulnerabilidad. No cuando, desde que la maldición convirtió la mitad de su espalda en piedra, su peso arriba de una escoba era el doble, y le costaba flexionarse más. Una distracción podía significar su muerte.

Harry observó cómo la joven Morrigan Beaufort, integrante de una familia sangre pura dedicada a la luz, se paseaba por el lugar con la cabeza gacha, enfundada en una túnica roja que simbolizaba la sangre limpia de los Purificadores (según lo que Astoria le había contado). Se preguntó si todos los que estaban en esa organización, los que habían jurado lealtad a Voldemort, era por miedo, o porque verdaderamente creían en los ideales supremacistas que aquella sociedad enferma profesaba. Harry esperaba que no, pero se le hacía difícil pensar en que hubiera una gota de compasión dentro de gente que estaba dispuesta a hacer lo que ellos hacían.

Hermione soltó un suspiro, como si fuera a hablar de nuevo, pero el sonido que Harry soltó la distrajo.

La moneda había empezado a quemar.

—Ahora —susurró casi sin pensarlo.

Hermione hizo la seña al instante.

Harry tomó una bocanada de aire, agarrando bien la escoba y comenzando a avanzar. Bien, entraba sin ser notado y buscaba. Buscaba rápido. No era difícil. Solo tenía que acercarse, pasarlos y-

El encantamiento maullido empezó a sonar.

Y los Mortífagos comenzaron a revelar a la gente que venía bajo los encantamientos desilusionadores.

Harry apretó los dientes, evitando los hechizos desorganizados que iban en su dirección gracias a que los contrincantes eran incapaces de ver a todos los Rebeldes, y querían darles a ciegas. Conjuró un escudo frente a él que debía de parar la mayoría de maldiciones que no fueran mortales, y se enfocó en llegar a la puerta de Grimmauld Place. Sólo eso. Eso era todo lo que necesitaba.

Escuchó un grito de dolor a su lado y alcanzó a ver, por unos segundos, cómo un chico era dejado ciego; la máscara volando lejos de su rostro. Harry se mordió la lengua, queriendo cubrirlo y gritarle que se retirara. Pero cuando estaba a punto de abrir la boca, la cara del chico, llena de sangre, giró en su dirección y un Diffindo lo alcanzó.

Harry no se volteó para ver cómo su cuello era partido en dos, y su cráneo era abruptamente separado de su cuerpo.

Desde ese momento, mantuvo sus ojos hacia adelante. Ya sabía que era probable que eso sucediera. Todos podían morir, y él ya lo había asumido.

Harry pasó saliva como si tuviera un algodón en su boca, y esquivó el resto de la pelea, siendo consciente que si aún no llegaban más Mortífagos era porque estaban ocupados en St. Catchpole. Bien. Al menos eso le compraría tiempo.

Oyó a lo lejos a Hermione gritar instrucciones para que se dividieran y se pusieran bajo cubierta. Harry sabía que estar a cargo de algo como un ataque era difícil para ella. Hermione siempre había sido de encontrar soluciones prácticas, de buscar en libros y pergaminos las respuestas. No era tan buena improvisando. No era buena en estrategias. Ese era Ron.

Ron.

Harry negó, como si eso lo fuese a ayudar a despejarse, y aumentó la velocidad. Disparaba sin cesar algunos hechizos que Malfoy le había enseñado, que increíblemente, resultaban bastante útiles. Al mismo tiempo aferraba su capa invisible para pasar desapercibido, e intentaba no caerse de la escoba por el peso de su cicatriz; los músculos de la piernas le dolían al intentar sostenerse.

Casi no podía creerlo, cuando sus manos llegaron a la puerta de entrada del número 12 de Grimmauld Place.

Harry se bajó de su escoba antes de que ésta alcanzara a estar cerca del suelo. La dejó a un lado de la entrada, sabiendo que no podía ser vista. No recordaba haber dejada cerrada la puerta, nueve años atrás, pero no le sorprendió cuando la cerradura cedió ante su tacto y la casa estuvo abierta de par en par.

Harry no perdió el tiempo y entró antes de que pudiera arrepentirse.

Sintió cómo la lengua se le ataba al instante y cómo se acercaba la figura de polvo que simulaba ser Dumbledore. Incluso tanto tiempo después, los hechizos que prevenían que Snape contara algo seguían vigentes, y Harry dudaba que algún día se fueran.

Snape. Todavía no sabía cómo sentirse respecto a su ex profesor. Esperaba no tener que averiguarlo, no por ahora.

La lengua se aflojó, y Harry cerró la puerta en caso de que algún conjuro lo alcanzara sin querer. Miró a la figura de polvo, que un día le había parecido tan tenebrosa y desasosegante y pronunció:

—Yo no te maté.

Ésta se desvaneció.

Lo primero que lo golpeó fue el olor a vejez, abandono y suciedad. Harry tomó su varita con fuerza, cerrando los ojos mientras trataba de enfocarse en cómo la casa se sentía. Si es que estaba enojada o no. Pero no había mucho que ésta quisiera decirle, aparentemente. Era lo mismo que casi una década atrás, sólo que al tenerlo a él dentro, la vivienda pareció dar una larga sacudida, como quien despertaba de una larga siesta.

Harry continuó caminando, esperando que en realidad, aquello no fuera un problema. Grimmauld Place no era tan grande en realidad, sólo tenía demasiadas habitaciones y escondites que ni siquiera durante 1998 pudo alcanzar a explorar. Su mente estaba enfocada en encontrar cada uno de ellos.

La imagen de Sirius jugando en aquel lugar de niño pasó fugazmente por su cabeza.

Harry iba llegando a la escalera, cuando unos gritos que él olvidó, empezaron a resonar en cada rincón de la casa.

—¡ASQUEROSOS SANGRESUCIAS Y MESTIZOS DESPRECIABLES! ¡CÓMO OSAN A ENTRAR A LA HONORABLE CASA BLACK! ¡LOS QUEMARÉ! ¡LOS QUEMARÉ A TODOS Y LUEGO SE LOS DARÉ DE COMER A SU FAMILIA! ¡LA MIERDA SE ALIMENTA DE MIERDA!

Harry dio el más pequeño sobresalto y trató de ignorarla, así como ignoraba las cabezas de elfos en las paredes. Había oído cosas peores. Había visto cosas peores que un retrato de Walburga Black diciendo estupideces. Lo que antes despertaba en él un sentido de justicia e ira, en ese momento parecía nada más que un síntoma del verdadero problema.

—¡DEBERÍAN EXTERMINARLOS A TODOS, A TODOS LOS SANGRE ASQUEROSA, DESDE RAÍZ! ¡DEBERÍAN SER COLGADOS...!

Harry se preguntó, brevemente, si su actual poder mágico podía hacer algo para callar a la señora; mas no se detuvo a averiguarlo, su cabeza estaba en otra parte.

Cuando estaba a punto de subir, un escalón desapareció de pronto, y Harry supo ahí que el tan hablado enojo que le habían dicho que experimentaría, estaba haciéndose presente en la casa.

Carajo.

Dio un rápido vistazo a su alrededor, poniendo su mano en el tapiz más cercano mientras cerraba los ojos. Harry no sabía qué hacer, salvo que en primer lugar él ni siquiera era un Black, lo que era un contra, pero que además de todo, era el heredero y no se había preocupado por la casa en casi una década.

¿Sirius también habrá tenido los mismos problemas, cuando regresó?

—Lo siento —dijo Harry, con un peso en el pecho—. Siento no haber venido.

Se sentía terriblemente estúpido por estarse disculpando con un algo, la verdad, y al parecer, la casa lo sabía. Las paredes temblaron y aunque en apariencia Grimmauld Place aceptó sus disculpas, el ambiente se sentía... denso. Como si no fuera bienvenido.

No lo eres.

Harry oyó de pronto cómo afuera, un grito desgarrador cortaba el aire, y el sonido de la pelea se hacía más y más fuerte. Desechando cada alarma de su cuerpo que le decía que fuese a ayudar y que estaba siendo un cobarde, se concentró una vez más.

—Mierda —murmuró, tomando el borde de la escalera.

No podía perder más tiempo.

Harry empezó a buscar.

En el segundo piso empezó por las piezas de los hermanos Black, a sabiendas que la primera vez que estuvo ahí no había encontrado nada demasiado inusual. Y bueno, si en el camino tomó la carta que Lily le escribió a Sirius en 1981, nadie tenía por qué saberlo.

Harry cerró los ojos varias veces, tratando de sentir una conexión ya fuera con algún objeto vinculado con Voldemort, o con la misma casa, al ser el heredero; pero nada sucedió. Aquel vínculo que compartía con Voldemort se esfumó todos esos años atrás, cuando murió en el bosque, dejándole sólo la habilidad de hablar pársel. Y la casa no parecía querer, ni tener, información que darle.

Pero Harry estaba dispuesto a encontrar la- cosa. Había encontrado Horrocruxes siendo un adolescente. Podía con eso.

Lo único que jamás había sido capaz de hallar, era a Nagini.

Harry continuó vagando con rapidez por cada habitación de Grimmauld Place, pero algunas no abrían y otras se cerraban en su cara, diciéndole de forma no verbal que no era bienvenido ahí, que no estaba perdonado y que se fuera. Aunque no estaba en sus manos rendirse. No tenía el derecho de echar todo el plan a la basura.

Los gritos de Walburga continuaban sonando abajo. Harry no estaba prestando atención como para distinguir qué decían. Todos sus engranajes mentales se encontraban enfocados en juntar la información que ya tenían, y así poder recordar alguna pista de qué exactamente estaba buscando.

Pero no sabían.

No tenían ni puta idea.

¿Y si todo era una farsa?

Harry trató de empujar lejos ese pensamiento, pateando una puerta y ejecutando hechizos que le permitieran atravesarla. No iba a permitir que aquello fuera en vano. No podía ser en vano. Había estado buscando ocho jodidos años a Nagini por cielo mar y tierra, por Europa, maldita sea. Y no estaba. Nagini parecía haberse esfumado de la puta tierra. Y estaban tan cerca... Harry podía sentirlo en sus huesos.

Esto es un error. Esto es un error. Esto es un error.

Cuando la última puerta del segundo piso se cerró, Harry decidió probar con el tercero, y luego con el cuarto. Pero allí existían menos habitaciones y la mitad estaban cerradas para él. Había lámparas y reliquias, aunque nada parecía indicar que podían dar a conocer locaciones. A las criaturas mágicas que vivían allí tampoco les gustaba su presencia, e intentaban morderlo cuando lo veían tocar objetos oscuros. Sintiéndose cada vez más desafortunado, y desesperado, Harry corrió de vuelta al segundo piso. Quería pensar que en realidad lo que buscaban podría estar en el primero, o en el sótano. Era la única esperanza que le quedaba, a no ser que quisiera estar horas dedicándose a pedir que lo dejasen en paz, tanto Grimmauld Place, como las Doxys.

Harry casi voló hasta la planta principal, evitando los obstáculos que la casa le estaba poniendo a medida que avanzaba. El primer lugar que registraría sería la cocina. No pensaba encontrar nada. Pero tenía que intentarlo.

Lo primero que azotó a Harry cuando entró a la habitación, fueron los trastes sucios del lavabo, y unos pocos pedazos de miga de pan encima de la mesa, que ya se estaban pudriendo. Todo parecía indicar que allí había una vida que fue abandonada de repente, del día en que no volvieron luego de la infiltración al Ministerio en 1997. Harry ni siquiera se había parado a pensar en cómo lucía, que quizás ese fue el momento en que la guerra comenzó a hacerse más y más difícil.

Abandonando sus recuerdos que no harían nada bien, comenzó a registrar el cuarto.

No creía que hubiese nada. No tenía sentido. La cocina era el último lugar en que se guardaría un objeto tan delicado como el que Narcissa supuestamente poseía, ¿y por qué estaría allí? ¿Por qué...? Harry se llevó una mano al cabello, dispuesto a ponerse a buscar debajo de las tablas si era necesario.

De pronto, se quedó petrificado en su lugar.

Un quejido resonó por cada esquina.

Harry sintió cómo cada vello de su cuerpo se erizaba. Levantó la varita, y envió una maldición hacia donde lo había oído. Sin embargo nada pasó, ni un Mortífago se hizo presente, ni alguien parecía estar listo para abalanzarse encima de él. Durante un delirante momento, Harry creyó que era la casa la que se lamentaba, la que parecía estar en dolor. Un rápido vistazo a las paredes le respondió que no era así y que el quejido había venido de algo vivo.

Había venido de algo vivo.

¿Cómo? ¿Alguien lo había seguido hasta allí? ¿Por qué no lo había atacado ya?

Hizo un Homenium Revelio no verbal, demostrando así que él era el único dentro de la casa. ¿Qué mierda había sido eso? Agarró su varita con fuerza, listo para atacar si había algo raro.

Entonces, Harry volteó, viendo un recoveco a un lado de la estufa y su respiración se estancó en sus pulmones.

Kreacher, enrollado en trapos sucios, lo miraba desde abajo.

—El Amo... —murmuró el elfo doméstico al divisarlo, casi contento—. El Amo ha vuelto...

Harry cayó de rodillas frente a él.

Kreacher parecía la imagen de la enfermedad, acurrucado en el escondite que siempre usaba años atrás donde tenía lleno de cosas inservibles y reliquias familiares. Había unas pocas sobras de comida podrida esparcida por todo el lugar. Harry recordó parcialmente que la casa Black tenía su propia reserva de alimentos que conservaban bajo hechizos, debido a lo paranoicos que eran. Pero habían pasado ocho años, Kreacher no podía salir de la casa y la comida no era infinita. El elfo doméstico, delgado y débil, era la prueba de que si la comida no estaba agotada ya, se encontraba a punto.

Harry sintió un hachazo de culpa instaurarse en su sistema, mientras miraba a la criatura que lo único que movía eran sus ojos, con una lentitud impresionante. Durante esos años, nunca pensó que Kreacher podía seguir vivo y que había logrado escapar de la Batalla. Todos habían muerto y, al creer que los Mortífagos tenían acceso a Grimmauld Place, asumió que Kreacher había sido asesinado como la mayoría de los elfos en Hogwarts.

—Kreacher pensó que ya no- —volvió a decir el elfo, tosiendo un poco—. Que ya no vendría...

Harry apretó los dientes y lo tomó entre sus brazos, reaccionando al fin, el revuelo de afuera sintiéndose mudo de repente. Kreacher no se movió, simplemente se dejó llevar mientras murmuraba cómo había sido un buen elfo.

—Mierda —dijo Harry sin aliento, con el corazón sintiéndose apretado en su pecho—. Mierda, Kreacher.

Kreacher no respondió.

Harry registró algunas habitaciones más, aunque la casa continuaba molesta con él y le cerraba las puertas en la cara o no lo dejaba avanzar, sin contar que su atención se encontraba dividida en mantener al elfo vivo, y buscar. Harry maldijo, oyendo cómo la respiración de Kreacher se volvía más sibilante y pausada, y conjuró el hechizo de diagnóstico más simple que Madam Pomfrey les había enseñado. Reconoció que los signos vitales de Kreacher iban en descenso ahora que se estaba relajando. Que en cualquier momento podía morir.

—Mantente despierto. —Harry lo sacudió, dejando fuera de su cabeza los pensamientos que le decían que aquello era su culpa—. Mantente despierto, Kreacher.

Kreacher batalló por dejar los ojos abiertos mientras Harry aún buscaba, tratando de sentir algo- algo que lo llamara. Pero nada sucedía, y no sabía qué otra mierda hacer.

El corazón le latía a mil por hora y su estómago era un manojo de nervios. Si continuaba registrando el resto de la casa, corría el riesgo de que Kreacher muriera, ¿y eso no sería lo mismo que matarlo? ¿Y si, además, el elfo tenía alguna noción de lo que estaba buscando?

Pero si se iba en ese momento, podía ser que lo que sea que necesitaran encontrar estuviera allí y Harry perdiera la oportunidad de hallarlo. Que todo aquello fuera para nada, porque, ¿Voldemort no vigilaría la casa tres veces más después de esto? ¿No es eso lo que haría? ¿Cómo podrían pensar en entrar de nuevo?

Harry cerró los ojos mientras limpiaba el sudor de su frente, y continuó avanzando. Miró hacia abajo entonces, tratando de leer los signos vitales del conjuro que aún no habían desaparecido, y ahogó un jadeo.

El corazón de Kreacher estaba a minutos de detenerse.

—Mierda, Mierda, Mierda.

Harry puso una mano delante de la cara del elfo y trató de recordar los hechizos de sanación principales que había aprendido en ese tiempo. La memoria le fallaba, sobre todo en ese momento, pero las clases con Madam Pomfrey no podían haber sido en vano.

Tenía que recordar.

Ventriculum. Anapneo —dijo, con voz dudosa. Una pequeña luz salió de su mano y Harry calló, aún tratando de acordarse de más—. Mierda- Rennervate.

Aquello ayudó, pero no sería suficiente. A lo más, tenía diez minutos para salir, pero, ¿cómo? Aún le quedaban más de doce habitaciones, sin contar a las que no había podido entrar. ¿Y qué pasaba si estaba allí? ¿Qué pasaba si...?

La moneda empezó a quemar, justo a un lado de su cadera.

Harry no sabía qué sentir. Si alivio, o frustración. Lo único que sabía es que ya no estaba en sus manos elegir si quedarse o no. Debía salir a pelear.

Así que eso hizo.

Harry se encontraba en el sótano, por lo que subió las escaleras que daban al primer piso y corrió hacia la entrada. Walburga Black no dejaba de gritar, y Kreacher tenía que estar bastante grave para no saludar a su Ama a la que había adorado tanto en un pasado. Harry sentía el pulso retumbando en sus oídos, en su cabeza, y quizás esa fue la razón por la que no había escuchado antes, que los ruidos de pelea y gritos de afuera habían cesado, y que en ese momento, sólo algunas voces se oían, exclamando cosas que no podía distinguir.

Un mal presentimiento se instaló en la boca de su estómago.

—Hermione... —Harry dijo de forma inconsciente, llegando al fin a la puerta.

Su cabeza repetía una y otra vez que nada malo había pasado. Que estaba bien. Que todo estaba bien.

Harry agarró su escoba, pero no se montó en ella a medida que avanzaba hasta la parte delantera de Grimmauld Place y daba un rápido vistazo al paisaje de afuera, a la calle. Sus pensamientos daban vueltas y Harry sentía que caía al fondo de un precipicio.

El lugar era un baño de sangre, y los cadáveres estaban por montones repartidos a lo largo de la vereda.

Harry vio que no todo eran pérdidas para ellos, muchos Purificadores con sus capas rojas y brillantes se encontraban tirados, inmóviles. Reconoció también a algunos miembros de la Orden, mirándolo con ojos sin vida; algunos gracias a muertes dignas como un Avada Kedavra, y otros partidos a la mitad, con sus órganos y sesos repartidos por la acera.

Pero no fue eso lo que lo hizo hervir. Lo que hizo que dejara de pensar racionalmente.

Harry sintió cómo un fuego atosigante escalaba por su sistema; su magia comenzando a fluir por sus venas.

—Déjamela a mí, a la puta sangre sucia.

—Seguro que al Lord no le molesta que nos la follemos todos antes de que la mate, ¿no?

—¿Y quién se quiere follar a esta mierda? Mejor quémenla. Desóllenla. Eso sería útil.

—¿Y si la despellejo mientras tú te la coges? ¿Qué tal eso?

—Le enseñará a no meterse con el Señor Tenebroso, a la perra personal de Potter.

—Sea lo que sea, hay que apurarse. Debemos llevarla al Lord.

Harry apenas podía registrar las cosas asquerosas que decían, asimilando la imagen frente a él. Hermione se encontraba inmovilizada entre aproximadamente diez Mortífagos. La ropa muggle estaba siendo hecha pedazos y parecía que en unos minutos no sería más que jirones, mientras los dedos de los Mortífagos se enterraban en su cuello, en su cabello, y la máscara de la Orden estaba a un lado, botada a un lado del círculo.

Algunos se apartaban la túnica y otros hacían el ademán de bajarse los pantalones para asustarla, obligándola a ella a mirar y burlándose de su sufrimiento.

Hermione gritaba y lloraba, y sus ojos se encontraron momentáneamente con los suyos.

Y Harry vio todo rojo.

Sucedió muy rápido, fue cosa de segundos, aunque para él se sintió una eternidad. Los imbéciles no notaron su presencia hasta que Harry llamó a su magia, y ésta se arremolinó en cada espacio de su cuerpo, viniendo del sufrimiento y dolor y de la naturaleza a su alrededor; la magia se encontraba agradecida de ser llamada, agradecida de ser usada.

Harry sintió cómo lo rodeaba, y podía apostar que estaba tomando forma y llenando el espacio. Como un monstruo que quería devorar la infinitud del universo. Las piedras, el suelo, los árboles- todo vibró bajo sus pies. Podía hacer lo que quisiera, podía hacerlos sufrir y suplicar, y podía conquistar el mundo si lo deseara, si tan sólo-

Uno de los hechizos que Malfoy le había enseñado en sus entrenamientos llegó a su mente de forma inconsciente, y con un pequeño movimiento de mano, y un estallido de magia, Harry lo conjuró sin apenas pensarlo.

Los ojos de los Mortífagos se llenaron de miedo unos segundos.

Y entonces, todos y cada uno, quedaron reducidos a no más que miles de pedazos.

Lo primero que cedieron fueron sus cabezas, la sangre hirviendo hizo que los huesos, sesos y piel estallaran. Hermione corrió en ese momento, aún atada de manos, mientras restos humanos se quedaban en su cabello y piel. Su cuerpo se sintió débil, como si hubiese sido drenado de energía. Harry observó cómo dónde antes habían existido personas, ahora no eran más que unas sombras. La calle se encontraba repleta de vísceras y sangre.

Los había hecho explotar con la fuerza de una bomba.

Nunca hizo eso antes.

Harry reaccionó entonces, y corrió hasta Hermione también, limpiándola y arreglando su ropa con un movimiento de varita. Se rehusaba a hacerse consciente de lo que acababa de conjurar. Cómo había matado a diez personas sólo por haberse enojado gracias a una explosión de magia. El cuerpo de su amiga tiritaba, y Kreacher aún se encontraba en sus brazos, sin notar lo que había sucedido.

Hermione llegó a su lado y Harry intentó tomarla de un hombro para llevarla lejos, pero ella lo apartó de manera instintiva, dándole un manotazo. Él la miró, sorprendido, aunque no alcanzó a descubrir lo que eso le hacía sentir, porque allí percibió cómo el aire se removía a su alrededor, haciéndole notar que las barreras Anti-Aparición habían sido levantadas. Tenían que salir de ahí ya.

Miró el paisaje, miró el cielo, miró a toda la gente muerta. Miró lo que acababa de hacer y cómo su magia había retrocedido de forma impactante. Cómo acababa de matar a diez Mortífagos gracias a prácticamente el puro poder de su pensamiento. Y a la magia negra.

Sus ojos se enfocaron en Hermione, debatiendo qué hacer, cómo salir de ahí sin provocar que su amiga perdiera la cordura. Harry sólo se concentró en ella; el resto no eran más que cadáveres.

Hermione soltó un sollozo, y Harry apenas registró cuando alguien saltó encima de ella y la tomaba del cuello, dispuesto a llevársela. O dispuesto a amenazar a Harry con su amiga como rehén. No sabía, no tenía idea, sólo que finalmente se daba cuenta de su error.

No, no todos estaban muertos. Y él no se había asegurado de aquello.

Antes de que Harry pudiera reaccionar, antes siquiera de que el cansancio se disipara o el enojo bailase de nuevo bajo su piel, Hermione soltó un grito ensordecedor y el mundo se detuvo, o se sintió como si se detuviera.

—¡Avada Kedavra!

Harry sintió cómo cada rincón de su cuerpo se tensaba, cómo su estómago caía al final de su vientre, y cómo un nudo se asentaba en su garganta.

Y entonces, el Mortífago cayó muerto a sus pies.

Hermione lo miró con grandes ojos perturbados, retrocediendo un paso y tirando lejos la varita del hombre que había robado en el forcejeo. Su respiración estaba agitada y parecía no estar realmente ahí. Hermione iba a colapsar.

Había asesinado a alguien a consciencia, por primera vez, y estaba frotando su piel como si se sintiera sucia.

Su amiga no volvería a ser la misma.

Ya no. No después de eso.

—Harry... —dijo, con la voz temblorosa—. Harry, no-

—Ven —replicó Harry antes de que pudiera decir algo, y la tomó del brazo, tan aturdido como ella—. Ven, vamos. Vas a estar bien. Los dos. Los dos van a estar bien.

Harry no sabía qué sentir, ahora que la adrenalina se había diluido un poco. Había visto a su amiga en el momento más vulnerable de toda su vida, probablemente, y acababa de observar cómo por primera vez Hermione utilizó una Maldición Imperdonable luego de pasarse ocho años sin hechizar a matar.

Y Harry no había estado ahí. No la había ayudado.

Antes de que Hermione se alejara o tuviera una conmoción mental, Harry pensó en la montaña a la que siempre iban para pasar al mundo muggle y se Apareció, justo en el momento en que oía cómo nuevos Mortífagos y Purificadores llegaban a la escena.

Bien. Al menos que vean de lo que somos capaces.

Harry sintió el tirón de la Aparición por unos instantes, y luego ambos cayeron en el lugar, mientras Hermione se soltaba de su agarre y se alejaba unos metros, aturdida, abrazándose a sí misma y llorando. Harry podía ver los signos de shock en el rostro de la mujer.

Tratando de darle privacidad, Harry se enfocó en Kreacher y renovó los encantamientos sanadores, sabiendo que a lo sumo, al elfo le quedaban unos cinco minutos si no se iban ya. La Aparición lo había debilitado más de lo que debía.

Harry levantó la varita para asegurarse así de que Hermione no tuviera un hechizo localizador, y todo su estómago se revolvió al ver cómo su amiga se encogía y se protegía a sí misma, poniendo las manos encima de su cara como si ello fuese a parar algo, y alzando la varita después.

—Hermione —Harry dijo con un hilo de voz—. Hermione, por favor-

Hermione bajó la varita, temblando, y se volteó abruptamente. A pesar de que él había renovado sus ropas, la mujer parecía sentirse desprotegida todavía, cubriéndose cada lugar que consideraba íntimo.

Harry ejecutó el hechizo, revelando que  tenía un rastreador que desactivó como Robards le había enseñado a hacer. Si los Mortífagos no los habían seguido aún era probablemente debido a que el que conjuró el rastreador estaba muerto, y el resto se encontraba peleando en St. Catchpole.

—Listo —dijo Harry, inseguro de decirle que debían volver ya. No quería presionarla, pero no podían quedarse ahí más tiempo.

—Están en todas partes —murmuró Hermione entonces, con voz rota y vacía—. Sus manos...

Se giró nuevamente, enfrentando a Harry sin dejar de abrazarse. Sus ojos estaban fijos en el suelo y de ahí corrían lágrimas silenciosas. Su respiración parecía a punto de quebrarse.

—Y lo maté —continuó ella, sonando como si no lo creyera—. Maté a alguien.

Harry no sabía qué hacer, no sabía qué decir. No creía que había nada que pudiera remediar eso, que pudiera consolarla y ayudarla. Alzó la mano para acomodar su cabello, para abrazarla, pero la dejó a medio camino. No tenía idea de cómo reaccionaría.

—Vamos —dijo Harry con lentitud—. Vamos a casa.

Hermione lo miró. Destrozada era poco para describir cómo se veía.

Harry tragó la bilis que subía por su garganta.

—Kreacher morirá —murmuró, viendo al elfo entre sus manos.

Eso pareció sacarla de su ensimismamiento, como si cayera recién en cuenta de que Kreacher había estado en sus brazos todo el tiempo. Harry lo oía hablar, y por cómo sus ojos se movían, sabía que estaba delirando.

Hermione asintió, secándose las lágrimas bruscamente y fue ella quien tocó a Harry esa vez, aferrándose a su brazo.

La mano de su amiga se sentía débil y temblorosa y Harry no tenía idea de qué hacer.

Los Apareció de vuelta entonces, y su mente volvió a estar en modo de peligro. Abrió el portón de la base sin pensarlo y le entregó el elfo a Hermione, quien lo recibió sin dudar, sin decir una palabra, y atravesó corriendo el umbral hacia el laberinto sin dejar de temblar tampoco.

Harry la miró irse, con un peso abandonando sus hombros mientras uno más grande se instalaba en su estómago.

Mordiéndose el labio, intentó hacer un Patronus para así alertar a Madam Pomfrey vagamente lo que había sucedido, pidiéndole que salvara a Kreacher y que Hermione descansara. El ciervo plateado dejó su varita luego de la cuarta vez y aún así parecía un Patronus débil. Harry entendía por qué.

Se puso en posición para recibir a los heridos y la gente que sobrevivió, cuando escuchó el sonido de la Aparición, y vio cómo cuatro personas que los acompañaron a Grimmauld Place llegaban hasta la entrada, sanos y salvos. Agitados, pero bien.

Y Harry ahí fue que supo, que se retiraron.

Se retiraron en medio de la lucha, dejando a Hermione sola. Sin asegurarse que quedara gente atrás.

Harry los miró, sintiendo el enojo crecer una vez más. Eran todos- chicos, adolescentes. El mayor no debía tener más de diecisiete años y tenían cara de estar asustados. Harry quería gritarles, decirles que nunca se dejaba a un miembro atrás, que debían asegurarse, que eran todos unos imbéciles. Quería estallar y mandarlos a la mierda y culparlos por lo que había sucedido.

Pero aquello no era justo, y lo sabía.

Mordiéndose la lengua, Harry abrió la puerta conjurado rápidamente el hechizo que le hacía ver si tenían un rastreador, sin encontrar nada, y luego, los dejó pasar.

Cobardes. Cobardes. Cobardes.

Se sentía enfermo, viendo cómo llegaban más personas que habían luchado en Grimmauld Place y cómo la mayor herida entre ellos era un pie roto. Mientras que Hermione estaba dentro, pasando el peor puto momento de su vida. Y eso, sabiendo todo lo que le había sucedido, sabiendo que le faltaban dedos, era bastante decir.

Harry los hizo pasar sin decir palabra, y luego de ver a todos los Weasley vivos, cuando empezaron a llegar los sobrevivientes de St. Catchpole, la ira creció aún más al ver cómo el resto estaban bien y a salvo, y que Hermione por otra parte era la única verdaderamente herida.

Es que sabía que era estúpido, que debía alegrarse en verdad. Pero no podía. La culpa amenazaba con comérselo vivo al cometer tantos errores, al haber envidiado a su amiga por no haber asesinado nunca, y al no haber ido antes a socorrerla. Y Kreacher, por el amor de Merlín-

Kreacher.

Lo único que podía agarrar como consuelo, era que Kreacher podía ser una ayuda, que quizás no había sido todo en vano.

Mierda.

Deberían haber ido a Akzaban, joder, debían haber ido allá antes de-

Harry quería golpear algo, romper, gritar. Quería explotar y morir, o dormir y no volver a ser despertado. El agotamiento tanto físico, como mental y mágico lo estaba consumiendo. Sentía que en cualquier momento sus piernas fallarían.

Pero no podía permitirse descansar. No tenía derecho, no luego de lo que había sucedido.

Harry se quedó ahí por quién sabía cuánto, y en el momento en que decidió que ya nadie más vendría, el ruido de una Aparición lo hizo saltar.

Levantó la cabeza, con la varita en el aire, mientras el enojo se renovaba.

Unos ojos grises chocaron contra los suyos.

Draco Malfoy se encontraba allí, con la nariz llena de sangre, una herida que le cortaba el labio y la túnica sucia. El broche del Nobilium era lo único que brillaba. Y Harry deseaba gritarle. Deseaba maldecirlo. Deseaba tenerlo lejos.

—¿Qué mierda estás haciendo  aquí? —escupió, levantando más su varita.

Malfoy apenas se inmutó, caminando hasta él. Harry se sentía cansado, aunque oh, qué maravilloso sería decirle unas cuántas verdades. Tener a uno de los responsables de toda esa mierda frente a sus narices y-

Eso tampoco era justo.

Joder. Malfoy era parte de ese bando, pero eso no era su culpa. Estaba colaborando con la Orden.

Pero gracias a la gente como él...

Cuando Harry estaba a punto de echarlo, de mandarlo a la mierda, Malfoy elevó un brazo, mostrando que en su mano tenía cinco viales, uno de ellos, con una tonalidad medio púrpura.

Le pasó aquel primero.

—Dale esto a Granger —ordenó, con su voz fría y cortante.

Harry arrugó el entrecejo, recibiéndola inconscientemente, dispuesto a pedir explicaciones. Porque aquello no tenía sentido. No lo tenía.

Malfoy era un supremacista de la sangre. Malfoy odiaba a los sangre sucia. Malfoy quería verlos a todos muertos-

—Fui convocado al lugar —explicó él, con un largo suspiro, seguramente viendo su expresión acomplejada—. Lo vi. Todo.

Harry bajó la mirada al vial entre sus manos y no se detuvo a pensar en lo que aquello significaba, o en rendirle cuentas de por qué no había actuado antes. Cuando volvió a enfocarse en Malfoy, Harry notó que a pesar de su expresión igual de cerrada de siempre, había un atisbo de perturbación. Sincera.

Pero no se detuvo a pensar en eso tampoco, porque Malfoy trajo pociones y ayudarían a Hermione y eso era todo lo que importaba.

—Gracias —dijo, abriendo la palma para que le pasara el resto, que probablemente era para los sanadores.

Malfoy no se esperaba su agradecimiento, era obvio por la forma en la que la máscara de su rostro tambaleó. Probablemente estaba esperando ser cuestionado, llenado de "¿por qué?", de peticiones de sus motivos al llevar las pociones y antídotos.

Harry no tenía ganas. Quería ir a ayudar a su amiga. Era todo lo que quería.

Volviendo en sí, Malfoy depositó el resto de viales rozando suavemente su piel, y se dio media vuelta, dispuesto a irse. Harry lo agradeció mentalmente.

Entonces, luego de avanzar un paso, el hombre se detuvo a medio camino, mirándolo por encima del hombro. Harry le devolvió la mirada, seguro de que ahí venía una pelea. No podía ser de otra. Con Malfoy siempre era así.

Pero de sus labios salieron las palabras más incongruentes.

—No fue tu culpa.

Harry no supo qué expresión puso, realmente no lo sabía, sólo que aquel comentario pareció arderle.

Y doler.

Dolía.

Al parecer, Malfoy creyó que su gesto era duda, porque procedió a explicar cómo era que lo sabía, hastiado.

—Está escrito en todo tu rostro. Lo vi ahí también —dijo él lentamente, aunque no parecía estar tratando de hacerlo sentir mejor—. No es su culpa ni la tuya, Potter. No todo tiene que ver contigo.

A Harry comenzaba a dolerle la cabeza, y la voz de Malfoy no concordaba con las palabras que decía. No parecía querer apoyarlo, ni servir de consuelo, si tomaba en cuenta su tono. Pero sus dichos eran exactamente eso. El enojo continuaba allí. Era demasiado para analizar.

—Ella también debe entenderlo. No fue su culpa. Ella es la que menos culpa tiene-

—Vete —espetó Harry, cansado.

Malfoy se encogió de hombros, inamovible.

—No había nada que tú pudieras hacer. No estaba en tus manos.

Harry sintió cómo palpitaba la vena de su cuello, deseando ser dejado solo de una buena vez. Necesitaba unos minutos de paz y quería ir a ver a Hermione. Quería ir a ver a Ron y fingir por unos minutos que las cosas terribles dejarían de suceder.

Quizás si lo trataba mal, se marcharía al fin.

—¿Eso es lo que te dices a ti mismo para poder dormir? ¿Así te convences de no ser una mierda de persona?

Malfoy pausó sus movimientos, mientras sus ojos se movían por todo su rostro. La herida de su labio, ahora que Harry se enfocaba en ella, se veía más dolorosa de lo que había creído que era.

—Estás agotado —dijo él, no como un descubrimiento, sino como una confirmación—. El estallido de magia te va a hacer quedar inconsciente en cualquier momento. Tienes que descansar.

Harry no respondió, todo su cuerpo le gritaba que Malfoy tenía razón.

Éste dudó mientras lo observaba, cómo si quisiera decir algo más o incluso agregar algo ácido a sus palabras que habían salido especialmente suaves.

Harry esperó, deseando que se largara.

—Volveré en unos días, tengo información que darte. Y necesito saber qué sucede con ese elfo. Y con mi padre —dijo finalmente, sin perder la compostura. Hizo una pequeña mueca gracias a la gran herida de su cara después de terminar de hablar, y agregó—: No te caigas a pedazos hasta entonces.

Harry bajó la cabeza y quiso negar. Estar con Malfoy era agotador, siempre lo era. Como luchar contracorriente y pasar averiguando qué significaban realmente las palabras qué decía, y por qué las decía.

Joder.

Harry cerró los párpados, contando hasta diez.

—No tienes permitido derrumbarte —volvió a hablar Malfoy, con un tinte de voz distinto, que era nuevo, pero al mismo tiempo familiar—. Ve a descansar.

Sus propios pensamientos volvieron a resonar en su cabeza.

No podía permitirse descansar.

Pero tampoco podía permitirse caerse a pedazos.

¿Quién tenía la razón?

Cuando volvió a levantar el cuello, Harry vio cómo Malfoy caminaba lejos de él.

—Malfoy —Harry llamó, y antes de que éste pudiera decir algo, burlarse, o lo que sea, apuntó la varita hacia él—. Episkeyo.

Malfoy se llevó una mano a la boca, y su labio sanó, dejando sólo la sangre en su lugar. Los ojos del hombre se llenaron de sorpresa e incluso, en una parte muy recóndita de su propio ser, Harry también la compartía.

Es que no tenía idea de por qué había hecho eso. No lo sabía.

Malfoy simplemente lo miraba, paralizado en su lugar.

—Tom estará furioso —dijo Harry, aunque él no le había pedido explicaciones—. No necesitas más heridas que las que te hará.

Malfoy parpadeó, y adoptó una postura despectiva, como si Harry acabara de ofenderlo profundamente.

—Apuesto a que disfrutarás de eso —replicó con sorna.

Harry guardó su varita, y pensó de qué forma podía irse de ahí para colapsar en una cama. Dejar de pensar, sólo por unos segundos.

—Malfoy —Harry dijo, suspirando. No tenía ánimos para eso. Para ellos—. Sólo- vete.

Malfoy rozó sus labios una vez más con la yema de sus dedos, pero no discutió.

Harry lo vio irse, abriendo la puerta, y cuando puso un pie dentro de la base, Malfoy se Apareció lejos. El crack retumbó en sus oídos.

Chapter 22: Capítulo 17: Yetis, trolls y gigantes

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Días antes del vigésimo sexto cumpleaños de Draco, este aún sentía las secuelas de la Cruciatus en su cuerpo.

Grimmauld Place y la masacre que había resultado para su bando fue un poderoso detonador de la ira del Señor Tenebroso, que no sólo hizo a Draco castigar a sus seguidores con múltiples Crucios, si no que le pidió a cada miembro del Nobilium, los cuatro que quedaban además de él, que torturasen a Draco de igual manera. El Lord incluido.

Había pasado bastante desde que Voldemort mostraba de forma tan abierta su rabia, o desde que los castigaba en absoluto, pero era lógico que con el paso de los días se enojara más de lo que Draco vio en años. Sobre todo después de ver cómo cada vez que había una batalla, los Rebeldes parecían cumplir sus objetivos, y matar a unos cuantos Mortífagos en el proceso.

Bueno, no sólo unos cuántos.

Draco hizo una mueca mientras embotellaba algunas de las pociones que elaboró durante la noche, y tomó una de uso medicinal que le ayudaría a sanar un poco los efectos del Crucio. En una hora debía estar en el Ministerio para el control de daños que trajo las bajas de Grimmauld Place y St. Catchpole. Por fin habían aprendido que la Orden definitivamente no era algo que tomarse a la ligera, y Draco se atrevía a decir que nada más que un soldado era equivalente a tres Mortífagos. El conocimiento, rendimiento y entrenamiento que poseían los posicionaba como gente peligrosa...

Y Potter, además de todo, encabezaba esa lista.

Draco no podía dejar de pensar en lo que vio aquel día. En cómo mientras él trataba de idear un plan que salvara a Granger y salir exitoso, Potter había llegado al lugar con un elfo entre brazos, y en cuestión de segundos, los hombres quedaron reducidos a no más que pedazos de carne y sesos.

Sin esfuerzo aparente.

Draco había sentido muchas magias en su vida, siendo la de Potter la única que podía reconocer. La del Señor Tenebroso era un constante en su día a día, con un aura que no sólo se percibía, sino que también era visible. Y lo que Potter había hecho en ese momento... Era comparable. Incluso casi igual a cómo la magia del Lord se sentía. Imponente. Oscura. Atemorizante.

Sinceramente, Draco estaba aliado con la Orden por la única razón de saber qué había pasado con su madre; así había llegado a hacerse un espía y un traidor, y no le avergonzaba admitir que lo único que le interesaba, era saber era la verdad: qué tenía que ver Nagini. Qué era lo que Narcissa escondía. Tenía claro que para averiguarlo la Orden debía salir victoriosa en los planes que ideaba, al menos hasta que se resolviera el misterio. Pero luego de ver, de sentir esa explosión-

Había empezado a pensar que hasta tenían posibilidades de ganar.

Ya no se trataba sólo de apoyar un bando por motivos personales, se trataba de apostar por el lado ganador. Y si Potter aprovechaba su magia, era un buen rival. Si la Orden jugaba bien sus piezas, eran un excelente rival. Y si él les ayudaba en lo que podía... Aún mejor.

Por eso es que una vez más fue a dejar pociones.

Draco subió las escaleras hasta el comedor sintiéndose más recompuesto. Greyback había intentado meterse bajo su piel mientras lo torturaba días atrás en el Ministerio, pero aún no se aparecía por los terrenos de la mansión. Y el día que eso sucediera... oh, Draco iba a pasar un gran momento descargando un poco de la frustración acumulada.

A medida que tomaba asiento y un elfo tembloroso desaparecía luego de haberle puesto la mesa, la imagen de la cara de Potter volvió a su cabeza una vez más, pero ésta vez, era la cara que vio una vez que fue a la base.

Draco no había querido enfocarse mucho en eso. No había querido sentarse a analizar por qué Potter le había curado la herida del labio, por qué a él le molestaba que lo hubiese hecho, o por qué en primer lugar se sintió en la necesidad de asegurarle que no era su culpa lo que le sucedió a la sangre sucia. Sí, obviamente Potter parecía estar a punto de caerse a pedazos y eso era perjudicial, pero en general aquello no habría sido ninguno de sus problemas. No creía que Potter fuese lo suficientemente débil como para no recomponerse la próxima vez que lo viera. Sólo-

Le recordaba quizás, a cosas en las que no quería pensar. Todo el asunto con Granger. La manera en la que Potter se veía como si estuviera en dolor constante, como si todo lo que sucediera fuese únicamente su culpa, cuando el idiota salvaba más vidas de las que supuestamente condenaba. A Draco le hacía hervir la sangre, le hacía querer gritarle que dejara de ser tan egocéntrico.

Y de cierta forma, lo hacía preocuparse también.

No sabía cuál de las dos opciones era peor, y no le interesaba averiguar el por qué. Para él era debido a que con Potter fuera de la ecuación, por cualquier motivo, las posibilidades de ganar esa guerra disminuían en picada. Punto final.

Además de que sin el Elegido, la opción de rescatar a su padre también desaparecía.

Era el único capaz de convencer a la Orden, y Draco no iba a abandonar el plan. Estaba seguro de que sacar a su padre de Azkaban era algo que los beneficiaría. Tenía que serlo. Y si era completamente honesto, cada vez se le hacía más difícil mantenerse lejos de la prisión.

Días atrás, Macnair intentó leer su mente mientras Draco se encontraba distraído y él fingió no darse cuenta, reproduciendo la última vez que fue a Azkaban para que el hombre lo viera. Obviamente esa información llegaría a oídos de Voldemort, que estaría complacido de que Draco creyera que Lucius había matado a Narcissa y se encontrara tan dolido como para no seguir hurgando en el asunto. Por lo que no tendría sentido que Draco fuese de repente a verlo, a pedirle perdón y asegurarse de que estuviera bien. Ya no podía darse ese lujo, pero sí podía convencer a Potter que se arriesgaran a ir a Azkaban y tenerlo de vuelta.

Draco fijó los ojos en su plato y casi soltó un suspiro cansado. Juntó todas sus fuerzas para no mirar el otro extremo de la mesa, donde hasta ese día las comidas favoritas de su madre eran servidas, esperando ser apreciadas por alguien que ya no iba a regresar.

En su lugar, su mente divagó a Pansy y en cómo se estaba asegurando de mantenerla a salvo. Vagó a Goyle y cómo le daba demasiado miedo preguntar si es que seguía vivo o lo asesinaron ya. Y en averiguar cómo eso lo haría sentir. Vagó a Theo y a Luna y a cómo afectaría a su amigo que ella muriera. Lo que era probable.

Y una vez más, volvió a Potter.

Se sentía como estar en Hogwarts otra vez.

Según lo que sospechaba, no encontraron ningún objeto en Grimmauld Place, tal como Draco había predicho en la privacidad de su pensamiento. Era imposible. Tenían escasa información, y la idea de entrar a la casa Black era impulsiva, tal como Astoria había señalado. Pero bueno, no podía esperar mucho de Gryffindors al mando.

Sin embargo, llevarse a Kreacher era una ventaja. Draco lo recordaba yendo de allá para acá durante quinto año, dando información de la Orden a Bellatrix y a su madre; o eso creía que hacía. Draco estaba consciente de que muchas veces los elfos sabían cosas que el resto no, escuchando desde los rincones sin ser vistos. Por lo que, si es que sobrevivía a la depresión que tuvo que haberle dado al estar solo en esa casa con la confusión de las noticias que decían que Harry Potter estaba muerto, pero aún sintiéndose ligado a él cómo sirviente, y sin contar la pobre alimentación que experimentó... Kreacher podría ser importante.

Esperaba que no lo suficiente, porque así también necesitarían de Lucius para ver la imagen completa.

Draco terminó de comer, repasando en su cabeza la información que tenía, recordando también volver a sus sesiones con Astoria para recuperar sus recuerdos, y se levantó de la mesa, yendo hacia el flú.

Minutos después, el atrio del Ministerio lo recibió.

•••

De todas las formas que le habían dicho que pasaría ese día martes, una reunión con los Inefables no habría sido una de sus respuestas.

En un inicio, Draco no había entendido por qué estaba ahí. Pero apenas la exposición de los Inefables inició, y uno de ellos sostuvo una máscara oscura con forma de ave, fue que lo comprendió.

El hombre hablaba de firmas mágicas, encontrar orígenes del objeto y maneras de igualarlo. Usarlo. Y Draco supo, que querían replicar las máscaras de la Orden.

Si pensaba como un comandante o un general, utilizarlas en el campo de batalla era un beneficio. Podrían seguir a los Rebeldes al cuartel, hacerse pasar por uno de ellos, evitar que los atacaran. Draco estaba ahí para replicar la magia que venía de las máscaras. Aquello no le tomaría más de una semana.

Debía advertirles.

No tenía idea si antes alguna máscara de la Orden había llegado a manos del Lord, pero si así fue, hasta ese momento no se habían dado cuenta de lo importante que podrían ser. Una vez que los Mortífagos lograran hacerse pasar por ellos, y la Orden se diera cuenta, estos tenían dos opciones: correr el riesgo de ser suplantados siempre que estuvieran luchando, o pelear a rostro descubierto. Y en caso de que hubiese espías batallando para la Orden... Era una desventaja. Quedarían expuestos para no seguir pasando información.

Draco acabó la reunión llevándose la máscara con él, y yendo a la oficina del ministro a consultar si se le necesitaba para algo más. Durante esos días, las interrogaciones a gente que era pillada en "actividades sospechosas" era muchísima. Mucho más que los interrogatorios a los sangre sucia en 1998, por lo que bastantes departamentos se encontraban ocupados en eso. En eso, planear ataques, resolver las desapariciones del Nobilium que ahora estaban directamente relacionadas con la Orden, y desacreditar a Harry Potter. Sin embargo, Rodolphus Lestrange apenas se movía de su despacho.

Draco ingresó a la oficina luego de golpear dos veces y enfrentó al hombre que estaba con un montón de archivos apilados en el escritorio. Rodolphus tenía el cabello amarrado en una media coleta y una cicatriz que le cruzaba el ojo, seguramente adquirida en la última pelea que tuvieron. Draco cerró la puerta sin dejar de observarlo, cuando Lestrange levantó la mirada.

—Astaroth —le dijo lentamente, para saludarlo—. ¿Cómo te fue con los Inefables?

Draco bajó la vista hasta el artefacto de sus manos.

—Bien.

Rodolphus se le quedó mirando, como si estuviese analizando toda su postura. Sus ojos brillaron un poco cuando pasaron por encima del broche distintivo que ambos usaban en el pecho, y se enderezó, dejando a un lado el caso que estaba leyendo.

—¿Hay algo que necesites? —preguntó entonces.

—Eso es lo que venía a preguntar. Para poder irme a la mansión a investigar lo que me han encargado, necesito saber si tú no necesitas algo antes.

Casi apretó los dientes al acabar de hablar. En realidad, no le disgustaba estar ahí, le ayudaba a saber de planes políticos como las máscaras, y a poder buscar información para las cosas que tenía que hacer. Lo que le molestaba era tener que ser casi la secretaria de Lestrange.

Nunca le había hecho gracia seguir órdenes.

—La verdad, sí —dijo Rodolphus—. Ten.

Tomando tres de las carpetas que descansaban a su lado, el hombre levantó la mano y se las tendió. Draco reaccionó de inmediato.

—¿Qué...? —comenzó a decir, abriendo una de ellas.

—Hay que renovar tratos con estas-

—¿Criaturas? —suplió Draco, observando las fotos.

—Sí.

Eran tres carpetas distintas: gigantes, yetis y trolls. Draco frunció el ceño, pasando páginas. En esos ocho años no recordaba haber divisado a ninguno de los tres. Existía un rumor de que el Señor Tenebroso había acabado con los avistamientos de los yetis, exterminando a todos para así mantener el estado de secreto, pero Draco sabía que ningún mago era tan poderoso.

Los yetis, así como un montón de criaturas mágicas, simplemente se habían escondido, reconociendo lo que el Lord estaba causándole a su mundo y lo que podría llegar a hacerles si es que llegaba a domesticarlos o meterse con su hábitat. Después de todo, grandes o no, no eran lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de su poder, y siempre habían sido criaturas tranquilas.

Ahora, los trolls y los gigantes eran otra historia.

Ambos eran especímenes que pelearon para el Señor Tenebroso durante ambas guerras, gracias a las promesas que éste les había hecho si ganaba. Lo ayudaron a ponerlo en el trono, y luego, cuando se dieron cuenta de que Voldemort no podía cumplir sus promesas, que no podía darles libertad de moverse por el mundo mágico y muggle sin romper el estatuto de secreto y sin matar a casi la mitad de la población, desaparecieron también. No sin antes devastar al pueblo entero de Budleigh Babberton, donde se comieron a las personas simpatizantes del Señor Tenebroso que residían allí. Los Mortífagos los habían perseguido desde entonces para matarlos.

Y, delirantemente, querían renovar tratos con ellos.

Como si lo fueran a lograr.

—¿Por qué no se encarga el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas? —preguntó Draco entonces, volviendo a mirar a Lestrange.

Lestrange estaba estudiándolo milimétricamente. Siempre lo hacía.

—Porque, si no recuerdas mal, hay veinte empleados en esa sección, y la mitad de las criaturas no negocian con el gobierno. —Rodolphus se cruzó de brazos—. ¿Cómo crees que se aliaron con el Señor Tenebroso las veces anteriores?

Draco alzó las cejas, pero no mencionó que esa era una pobre excusa para no decir la verdad.

Necesitaban ayuda, y como el Señor Tenebroso no cumplió sus promesas, las criaturas no querían negociar.

—Bien, ¿qué quieres que haga?

—Los líderes de estos- animales, están escondidos —explicó Rodolphus, apuntando a las otras dos carpetas encima de su escritorio—. Ve si hay información ahí para encontrarlos. Tengo a varios departamentos trabajando en esto, pero... —Sus ojos se fijaron en Draco—. Tienes un don para encontrar cosas que el resto no.

No preguntó qué significaba eso, o qué quería decir, simplemente agachó la cabeza y dio un paso atrás.

—Bien.

Draco se giró, con su mente ya empezando a maquinar todo lo que debía avisarle a la Orden. Debía alentarlos a que consiguieran esas alianzas antes que ellos. No podían prometerles dejarlos libres por el mundo, pero quizás, podrían prometer dejarlos tranquilos, y-

—Malfoy.

Draco paró de caminar y se detuvo en la puerta con la mano encima del pomo. No se volteó a mirarlo, simplemente esperó dándole la espalda.

—No soy un general. No planeo batallas —dijo Rodolphus, casi con lentitud—. Pero deberías dormir con un ojo abierto.

—¿Qué se supone que significa eso?

Draco  lo estaba mirando ahora, con la mano encima de su varita a través de la túnica. Podía soportar los cuestionamientos, podía soportar las sospechas, pero no iba a soportar amenazas de ningún tipo.

Rodolphus pareció notarlo también, y aunque su expresión no cambió, a través de su mirada se filtró un indicio de...

Si no era miedo, era cautela.

—Significa que, tal como en 1998, vas a ser llamado a pelear. Sólo que ésta vez, no tienes la excusa de ser un crío para dar un espectáculo tan patético como el de la Batalla de Hogwarts —explicó, como si no hubiera notado el tono peligroso de Draco—. Cúrate y deja de cojear. Hazlo ahora.

Draco ni siquiera había notado que estaba cojeando, pero tenía sentido. Se enderezó y asintió una vez, sin darle otra mirada a Rodolphus.

Bien, tenía que tomar otra poción, entonces.

Se negaba a ir a San Mungo o a llamar a un sanador para que fuera a verle a su casa, a menos que las cosas se pusieran muy graves. Se acordaba de lo que sucedió cuando la guerra acabó- o cuando él pensaba que había acabado. Cómo tuvo que presenciar cómo mataban a los medimagos, o les cortaban la lengua y cosas peores, después de haberse portado tan bien con él. Draco no reviviría aquello.

Cuando llegó a la mansión, no perdió tiempo en ir hasta su laboratorio y tomar un vial que curó algo más las heridas internas –y que también era revitalizante– para luego sentarse a investigar.

Inició con la máscara, la cual dejó encima de la mesa. Obviamente la Orden las había encantado para duplicarlas, y obviamente no las habían tallado a mano. Los encantamientos eran similares a las máscaras de los Mortífagos que Draco y el resto poseían y usaban para ocasiones especiales, pero que no habían vuelto a utilizar en peleas luego de la Batalla de Hogwarts. Y que él creía, nunca más volverían a hacerlo. Ya no las necesitaban; todo el mundo podría reconocerlos con o sin ellas.

Pero había algo más. Había una energía de magia... ¿de luz? Esta probablemente impedía que cualquiera que tuviera malas intenciones, o que no estuviera ligado a la Orden, las usara o replicara. De todas formas, no era un conjuro impenetrable, y aunque Draco no fuera un espía, habría hallado la manera de igualarlas.

Dejándola de lado, anotó mentalmente decirle a Potter y el resto que debían tener cuidado, o hacer un cambio sutil en sus máscaras para evitar infiltraciones.

Entonces, dejándola en un cajón del lugar, Draco encontró unos papeles olvidados.

Estaban a un lado de los archivos que tenían información de Hagrid, y se encontraban revueltos. Draco los tomó, ojeándolos rápidamente y decidiendo que debía darles una leída antes de abandonarlos otra vez.

Eran las anotaciones del hechizo que el Lord le había pedido, meses atrás. Estaba completo hasta la mitad, pero aún faltaban algunos detalles porque hasta ahora solo había sido probado en objetos inanimados y animales. Draco borró algunas opciones que pensó que eran viables y anotó otras nuevas, preguntándose a sí mismo si es que estaba demorando tanto gracias a lo que estaba sucediendo (la guerra, por ejemplo), o gracias a que esa maldición revivía la muerte de Eric cada vez que la perfeccionaba. No quería saber la respuesta.

Cuando se dio por satisfecho y guardó los papeles, se movió a las carpetas que Rodolphus le entregó no mucho rato atrás.

No decía mucho más de lo que él ya sabía. Draco pasó las páginas con rapidez, anotando a un lado los lugares posibles donde las colonias podrían estar, o suponiendo que hasta podrían haberse dividido y que por lo mismo podrían existir múltiples líderes en cada una. Empezó con los yetis, le siguieron los trolls y finalmente, acabó con los gigantes.

Y aquello fue lo que más le llamó la atención.

Al ser los participantes más activos de los tres en ambas guerras, había bastantes más datos que los otros dos, pero no sólo eso, existía una descripción con amplios detalles acerca de las interacciones que magos y gigantes habían mantenido desde 1950 en adelante.

Y entre esas interacciones, se encontraba el encarcelamiento de uno de ellos.

Draco leyó aquel dato tan rápido como sus ojos pudieron, y su mente llegó a una conclusión tan abruptamente que hasta se sorprendió, después de tener la información completa. Contrario a lo que se pudiera pensar, él tenía una memoria buena, no olvidaba. Raramente perdonaba gracias a lo mismo.

Y estaba seguro de reconocer el nombre y al gigante de la foto dentro de aquella cárcel en Austria. La cárcel de Grindelwald.

Si juntaba el intento de rescate, si juntaba todo eso con lo que él mismo había visto...

Había un hilo del que tirar.

Al fin.

Draco casi saltó de su asiento cuando llegó a esa conclusión y abrió el cajón de nuevo, trazando líneas y asegurándose de que sí, que efectivamente mientras más leía, más razón parecía tener y joder. Joder.

Tenía que ir a la Mansión McGonagall.

Draco levantó las barreras Anti-Aparición que rodeaban a su casa, y sin pensar, se materializó afuera de la base.

•••

Su Patronus salió con facilidad desde la varita, doliendo mucho menos que la primera vez que lo vio. Envió su thestral hacia Potter anotando de nuevo en mente pedirle al idiota que le enseñara a hacer que su Patronus hablara. Además, consideró hacer él mismo su propio encantamiento proteico en el caso de que Potter aún no se lo propusiera, y así dejar de comunicarse de forma tan poco efectiva.

No muchos minutos después, el portón se abrió y Draco caminó por el laberinto con esa idea en la cabeza.

Sus ojos se posaron parcialmente en una de las grandes ventanas del segundo piso mientras llegaba a la zona abierta del patio, donde una chica miraba hacia abajo. Draco no podía verla bien desde esa distancia, pero si la forma en la que se balanceaba de un lado a otro indicaba algo, podía suponer que se trataba de Eveline Rosier. O quien se suponía era Eveline Rosier.

Esperaba que Potter hubiese seguido sus consejos acerca de la poción, y que hubiera sido lo suficientemente inteligente para probarla en sí mismo, porque vaya que lo necesitaba. Draco había pensado numerosas veces de qué otra forma ayudar a la chica luego de que la vio, qué otra poción podría darle. Pero había decidido mantenerse alejado. Nunca pasaba nada bueno con las cosas que tocaba.

Draco volvió a centrarse en lo que tenía adelante, y vio cómo Potter se encontraba en el patio en la zona común, cruzado de brazos y con expresión cansada. Lucía peor que la última vez que lo vio, como si alguien le hubiera drenado la vida del cuerpo. Tenía ojeras bajo los ojos y barba no afeitada. Draco deslizó la mirada por todo su cuerpo, sintiéndose medianamente aliviado de que no presentara heridas. Se posó a unos pasos de él.

—Enséñame a hacer el Patronus que habla —fue lo primero que dijo, sin siquiera saludarlo.

Potter, quien no se esperaba ese recibimiento, parpadeó por unos segundos antes de sacar su varita. Por lo bajo soltó un bufido.

Draco sonrió, guardando la victoria en algún lugar de su cabeza. Potter no lo había cuestionado, y no había puesto tanto problema por algo tan simple. Era un avance.

Potter movió la varita sin decir una palabra, mientras Draco prestaba total atención a la manera en la que su brazo hacía un círculo al finalizar el encantamiento normal.

—Eso hará que tu Patronus te oiga y copie tu voz —explicó él en tono aburrido—. Para enviarlo, debes hacer el mismo círculo hacia la inversa —completó, agitando la varita para hacer desaparecer a su ciervo.

Draco estuvo a punto de probarlo frente a él, sin embargo se arrepintió a último momento. No se iba a arriesgar a quedar como imbécil. Luego vería esa conversación en su pensadero y practicaría.

—Bien —replicó entonces—. No eres un inútil completo después de todo.

Potter rodó los ojos para luego centrarse en él; toda su postura aún delataba agotamiento.

—Malfoy —suspiró—, ¿qué estás haciendo aquí?

Draco decidió que no tenía ánimos de andarse con rodeos tampoco. Hizo girar la varita entre sus manos por unos segundos, antes de contestar.

—Creo que he encontrado a Rubeus Hagrid.

Toda la expresión de Potter cambió, como si algo invisible hubiera tirado de hilos en su cara. Su cuerpo pareció caer, antes de recomponerse y mirarlo como si hubiera escuchado mal.

—¿Qué?

Había salido apenas como una respiración. Como si no pudiera creerlo.

—Su hermano, el gigante, es rehén en un punto de Europa, seguramente para atraer a Hagrid y capturarlo —explicó Draco, por poco tropezando con sus palabras—. Lo reconocí gracias a que peleó en la Batalla de Hogwarts, si te lo preguntas. Y hubo un intento de rescate, tres años atrás, alguien intentó entrar a la prisión. Creo que fue él. Hagrid.

Potter abrió y cerró la boca, para luego hacerse a un lado, y comenzar a caminar hacia la entrada de la mansión.

—Sígueme.

Draco observó la espalda del hombre mientras caminaban, notando cómo la vida parecía haber vuelto a él. Cómo ahora irradiaba energía y lucía como una persona que había recibido una excelente noticia. Le agradaba más verlo así.

El despacho al que Potter lo llevó no era distinto a otros, salvo porque todo el lugar parecía estar inundado con su magia cuando ingresaron. Se sentía casi... familiar. Draco dio un vistazo a su alrededor, tomando nota de las velas encendidas de las paredes y cómo no habían fotos, ni adornos. Supuso que la razón era porque no se podían dar ese lujo.

Él no lo habría hecho, considerando que en caso de que se descubriera su base y tuvieran que huir, dejar fotos o cosas muy personales detrás sería una desventaja.

—¿Y bien? —preguntó Potter impaciente, apoyándose en el borde del escritorio mientras se cruzaba de brazos—. Explícate.

Draco dejó salir una larga exhalación, y avanzó hasta quedar frente a una de las sillas. Sus dedos rozaron levemente la madera.

—Cuando hicimos el Juramento Inquebrantable —dijo, haciendo una mueca al recordar el momento—, lo que te dije acerca de haber visto la dirección en la que tu semigigante se marchó gritando y llorando no era mentira, evidentemente.

Draco hizo una pausa al recordar ese día; cómo Hagrid huía hacia el sur cuando la Orden se estaba retirando y el Señor Tenebroso tomaba cautivas a la mayoría de criaturas que pelearon contra él. Draco sabía lo que podría hacer si iba a Hogwarts a sentir su firma mágica. Grabarla en su sistema. Lo que podía encontrar así.

Potter lo miraba, expectante, y él procedió a explicar.

—La magia de las criaturas es más fuerte que la de los magos —dijo. Potter pareció querer agregar algo, pero Draco se le adelantó antes de que lo interrumpiera—. Sé que es un semi gigante. Aún así, su magia es más fuerte... ¿Pasosa, podría decir? —Draco aspiró el aire, como si así pudiera demostrar un punto—. Bueno, de todas formas, puedo sentir las magias, creo que eso ya lo sabes. Y pienso que si aún quedaran rastros de la magia de Hagrid en Hogwarts, tantos años después, y luego vamos a Nurmengard-

—¿La cárcel de Grindelwald?

—Sí, sí. "Grawp" —el reconocimiento se instaló en las facciones de Potter—, está apresado en la cárcel que Grindelwald construyó y de la que el Señor Tenebroso se ha apropiado.

Potter pausó, y sus ojos se movieron hacia un costado, como si ya estuviese pensando cómo llegar hasta allí y superar la cuarentena. Encontrar a Hagrid o incluso liberar al gigante, si deseaba arriesgarse.

—Continúa —pidió él con voz suave, aún sin mirarlo.

—Si me llevas al lugar donde Hagrid usó su magia cuando trató de rescatarlo, o sea en la cárcel, y me esfuerzo en sentirla y reconocerla... creo que podría guiarlos hasta el lugar donde el semigigante se oculta.

Potter esbozó una mueca burlona.

—¿Algo así como un sabueso de mala muerte?

Draco frunció el ceño.

—No tengo idea de qué mierda es eso, pero déjame decirte que no te conviene enojar a tu "sabueso", o lo que sea, si es tu única opción.

Potter bajó la cabeza, aunque Draco alcanzó a ver cómo sonreía de forma ausente y casi imperceptible, como si su cabeza estuviera en otra parte y no supiera lo que estaba haciendo.

Él se aclaró la garganta, acomodando sus túnicas, dispuesto a completar la información.

—Y no sólo eso —prosiguió, viendo como, de forma esperable, Potter levantaba la cara al escucharlo—. Estoy seguro de que Hagrid está en los alrededores, esperando la oportunidad de rescatar a su hermano. Se han reportado indicios de que hay una colonia de gigantes escondida, pero lo dudo. Yo... —Draco recordó lo vaga que era la información, y como nada más era una posibilidad—. Yo creo que es el mismo Hagrid, tratando de apelar a los sentidos de gigante de su hermano, para que él mismo trate de liberarse de la prisión mágica. Creo que imita las sensaciones y sonidos que una colonia haría.

Potter, una vez más, se vio... casi feliz. Aquello significaba que sí era algo que Hagrid haría. Imbécil, sí, pero propio del semigigante. Potter se giró hasta encontrarse tras el escritorio y buscó entre sus cajones, como si hubiera olvidado que Draco estaba ahí. La tensión había abandonado parcialmente sus hombros, y su gesto se encontraba relajado, energizado. Comparado a cómo lo había recibido, no sólo ese día, sino siempre, era- shockeante. Draco no recordaba haberlo visto de esa forma antes. Bueno, si no contaba Hogwarts.

—¿Cómo es que sabes todo esto? —preguntó Potter, haciendo que retornara al presente.

—El Señor Tenebroso ha iniciado las negociaciones con las criaturas mágicas.

—Creí que la mayoría lo apoya.

—Lo apoyaba —corrigió Draco, sin entender cómo es que la Orden no estaba al tanto de eso. Aunque entonces recordó cómo el Lord había querido que muchas cosas se mantuvieran en secreto. Lo había logrado—. Cuando descubrieron que no cumpliría sus promesas se escondieron por miedo a ser esclavizados como los goblins, que no agachaban la cabeza ante nadie. O bueno, miedo quizás no es la palabra...

Potter se mordió el labio, bajando la mirada otra vez hasta el cajón que tenía abierto.

—¿Quienes  lo apoyan?

—No podría decírtelo con certeza. Quizás el resto de criaturas sí lo hacen; menos los trolls, los yetis, los gigantes y máximo tres grupos más. O, tal vez no apoyarlo, pero... —Draco pensó en los Goblins—. Pero sí se han rendido ante él.

—Estamos jodidos entonces —murmuró Potter, pasándose una mano por la cara. Draco ladeó la cabeza, recordando todos los puntos que la Orden tenía a su favor.

—No si ustedes llegan a negociar antes.

Potter volvió a esa postura... esa postura de... ¿Esperanza? Estaba descolocando a Draco.

—Explícame —le pidió.

Así que él lo hizo.

Le explicó que le habían encargado investigar quiénes eran los líderes de los trolls, yetis y gigantes, y dónde estaban ocultos para así renovar los tratos. Draco le dijo que no pensaba que fuera una negociación. Que el Señor Tenebroso simplemente les ordenaría unirse a él o los mataría. Le prometió llevar una copia de los papeles la próxima vez que lo viera, y le explicó que esperaba que Granger encontrara los refugios y colonias de las criaturas antes que él, porque de ser el caso, Draco tendría que reportarlo sí o sí al Lord.

Ante la mención de Granger, a Draco no le pasó desapercibido la forma en la que la boca de Potter se curvó en una mueca, pero no una de diversión, ni mucho menos. Si no en una de- auto desprecio. O eso era lo que Draco pensaba. Y moría por gritarle a Potter que dejara de pensar que era su culpa, joder. No lo era. Le irritaba que pensara eso, porque no tenía cómo saber que eso iba a suceder. No tenía manera de-

¿Te molesta, porque te preocupa Potter?

¿O te molesta, porque si él se siente culpable, significa que tú también deberías sentirte así por lo que has visto?

¿Por no haber actuado cuando debías?

Draco tragó la bilis que de pronto se acumuló en su garganta, observando cómo entonces Potter al fin sacaba del cajón lo que había planeado, expandiendo sobre la mesa un mapa de Europa que se veía antiguo.

—Entonces- —empezó a decir, apuntando con una pluma Gran Bretaña.

Y Draco recordó de pronto las otras cosas por las que estaba ahí.

—Hay algo más que debo mencionarte —soltó.

Potter paró, y se levantó lentamente luego de flexionarse encima del escritorio. Draco se fijó en cómo algunos mechones de pelo caían en los costados de su cara y encima de su frente. Su cabello comenzaba a ponerse largo. Esperó pacientemente a que prosiguiera, y Draco tuvo el fugaz pensamiento de que quizás se estaba comportando así porque estaba aburrido de discutir con él.

Bueno, era mutuo.

—Se ha quedado atrás una máscara de la Orden luego del ataque a Grimmauld Place —dijo, tratando de encontrar las palabras—. Me están pidiendo que la replique para que los Mortífagos podamos hacernos pasar por uno de ustedes en combate.

La reacción de Potter fue inmediata.

—No puedes.

Draco alzó una ceja, y consideró en decirle dónde podía meterse sus órdenes o la forma en la que su cuerpo se había tensado, cambiando la atmósfera que por poco podía considerarse agradable.

—Puedo y lo haré —replicó él con voz cortante—. Ellos saben de lo que soy capaz, Potter. Saben las cosas que he hecho. Si me resisto, sospecharán. Si pongo evasivas, sospecharán. Si me demoro demasiado, sospecharán.

Potter se veía como si estuviera tentado a replicar, adoptando la misma posición de Draco: queriendo decirle un montón de cosas.

Pero por el bien del sentido común, la buena convivencia o simplemente el agotamiento, simplemente asintió, bajando la vista al papel nuevamente.

—Deberás hablar con Kingsley para eso, entonces, aunque dudo que les funcione.

Draco no pensaba que terminara siendo tan fácil, considerando que se pasaban todo el tiempo discutiendo. Fue que notó que su propio cuerpo estaba preparado para una pelea; tenso, con una mano encima de su varita y su cara formando una mueca despectiva desde ya. Cuando se dio cuenta, se relajó, y se dedicó mejor a estudiar cómo Potter lucía molesto también, hasta enojado.

Pero irremediablemente vivo.

No como un simple robot. No como él.

—¿Has podido hablar con Kreacher? —preguntó, al cabo de unos momentos.

—No, sigue débil. No ha despertado.

Draco evocó la imagen del elfo casi muribundo entre los brazos de Potter, y contuvo un suspiro. Se cumpliría una semana ya desde la entrada a Grimmauld Place, y era natural que el elfo continuara recuperándose. Sólo que eso significaba que no podía preguntar por su padre.

Eso lo frustraba.

Observando a Potter, quien escribía algo encima de el Reino Unido, Draco pensó en preguntar por Granger y si la poción medio desmemorizante-tranquilizadora que le dio, le había servido, aunque suponía que no era buena idea. Probablemente toda la energía que Potter al parecer tenía, desaparecería de golpe.

Puede que incluso me culpe.

—Bien —dijo Draco, dando un paso adelante—. Muéstrame entonces lo del mapa.

Luego de saciar su curiosidad iría a buscar a Shacklebolt y explicarle lo de las máscaras. Primero, le interesaba saber qué demonios estaba pensando Potter al casi quemar con sus ojos el papel frente a él.

Draco se colocó frente a frente, mirando el mapa al revés, antes de rodear el escritorio y ubicarse a un lado del hombre. Potter saltó un poco, nada notorio, pero no comentó nada, simplemente se inclinó encima del mapa y puso una pluma encima de Austria.

—Sabemos que El Castillo de Nurmengard está en algún punto de los Alpes austriacos, ¿no?

Draco asintió, detallando cómo en el papel comenzaban a sobresalir montañas, como si las palabras de Potter hubiesen servido para despertarlas.

Este tocó entonces el borde del Reino Unido, y los parámetros de las islas empezaron a teñirse de rojo.

—No podemos conseguir trasladores, Tom se ha encargado de eso. Y tampoco podemos Aparecernos directamente en Austria, ¿verdad? —continuó Potter, aunque parecía estar hablando más consigo mismo—. Pero tú si has estado en Francia.

Draco alzó las cejas, mirando brevemente su perfil.

—¿Cómo sabes eso?

—Tu riqueza, tu apellido, el lema de los Black —respondió él, agitando una mano desdeñosamente—. El tema es que tú podrías Aparecernos en algún lugar que conozcas, eso si no nos departimos en el camino por la distancia... De ahí podríamos tomar un traslador, y...

Potter calló al final, pasando una mano por su barba, aparentemente el plan no lo convencía. Aunque era mejor de lo que Draco había esperado que sería.

—El problema es, ¿cuánto nos tardaría eso? Ni siquiera sabemos en qué lugar específico está la prisión —continuó Potter, cerrando los ojos mientras hacía un ruidito de estrés—. Lo máximo que hemos alcanzado a dejar las barreras abiertas son... ¿dos horas? Y no nos alejamos tanto. Abrirlas dos veces en un mismo día podría alertar a Tom. Y si esperamos otro día, ¿dónde nos quedaríamos? En todas partes, apuesto a que en toda Europa está lleno de nuestras fotos, pidiendo nuestras cabezas. Ningún glamour dura tanto, ni existe poción multijugo que engañe los límites mágicos de otros países.

—¿Cómo pueden atravesar las barreras al mundo muggle? —decidió preguntar, pues era sabido que solo los miembros del Nobilium tenían permitido atravesarlas.

—Hay un punto ciego no vigilado en unas colinas —respondió Potter, con un tono que no daba lugar a más dudas—. Así es cómo.

Esa no era su pregunta, pero bueno, Draco estaba más preocupado dándose cuenta de que ahora  estaba sorprendido.

Quizás tenía que ver con la baja imagen que tenía de Potter, y lo idiota que lo encontraba, pero toda aquella maquinación no le había costado nada. Draco ni siquiera había empezado a pensar cómo podrían llegar a la prisión en Austria cuando el hombre ya había considerado más de la mitad de pros y contras que traería hacerlo del modo más lógico. Y aún peor fue, cuando pareció recordar algo. Algo que, otra vez, Draco no había parado a pensar.

Era irritante.

—Kreacher... —murmuró él de pronto.

—¿Disculpa?

Potter lo miró, con los ojos abiertos y exaltados, mientras acomodaba sus lentes.

—La magia de los elfos es poderosa. Demasiado poderosa —farfulló. Parecía que su mente iba a mil por hora—. Si se lo ordeno puede llevarnos a un lugar que nunca ha visitado.

Draco pausó, enderezándose él también. No tenía idea de que aquello fuera posible. O sea, sabía que Kreacher o los elfos en general eran capaces de traspasar barreras Anti-Aparición, pero, ¿ir a lugares que no conocían?

—En ese caso, incluso él mismo podría sentir la magia, no lo sé. Podría ayudarnos. ¿Qué tanto sabes de los elfos? —dijo Potter, volteandose hacia él para dirigir la última pregunta.

Draco, quien hace dos segundos no tenía idea que los elfos podrían hacer más cosas de las que él imaginaba, se llevó una mano al rostro, mientras trataba de recordar si en la biblioteca de la mansión, o incluso de Hogwarts, había información de ellos.

Pero no, lo más probable era que no.

—No mucho. Hay pocos libros que hablen de ellos y de sus habilidades.

—Porque los ven demasiado insignificantes... —replicó Potter con acidez.

Draco ni siquiera se encogió de hombros. No era ningún secreto lo inferiores que eran considerados los elfos domésticos en el mundo mágico. En esa sociedad, estaban al mismo nivel de los Servi sangre sucia, y eso era bastante decir. Le daba igual que a Potter le molestara.

—Bien —dijo él, al ver que Draco no hablaba—, cuando despierte Kreacher, trazaremos un plan.

Draco posó su mirada nuevamente en el mapa, sintiendo el calor que Potter irradiaba a su lado. En unos cuántos minutos, este había encontrado una respuesta a un problema del que él ni siquiera era consciente. Draco no recordaba que cuando eran niños hubiera tenido un mínimo de sentido común. Siempre, siempre, parecía tirarse al peligro sin pensar. Él mismo se aprovechaba de eso, provocándolo para hacerlo reaccionar de las peores formas.

Potter era hábil planeando. No el mejor, evidentemente era mejor luchando, pero aquella habilidad era una ventaja para el poder mágico que tenía.

Draco se sentía cada vez más seguro.

Quizás, después de todo, había aprendido a escoger el bando ganador.

—Pareces sorprendido.

Draco subió un poco las comisuras de su boca, acariciando el relieve del mapa. Consideró enmascarar sus emociones, pero decidió que no valía la pena.

—Lo estoy —confesó. Potter soltó un resoplido.

—¿Qué? ¿Pensabas que mi cerebro no daba para hacer algo tan simple como esto? —dijo, apuntando al mapa.

—Más o menos, sí.

Potter elevó los ojos para conectarlos con los suyos. Draco ya lo estaba mirando.

Mientras las semanas pasaban, ambos habían estado cerca en diversas ocasiones, más de las que a él le gustaría, si era sincero. Pero nunca había sido así.

Los ojos de Potter frente a la luz de las velas brillaban, y desde esa distancia parecían aún más verdes, si es que eso era posible. Sin embargo, no era sólo eso. Le traían recuerdos.

Draco no deseaba pensar en esas memorias, en su niñez desperdiciada, y su adolescencia llena de errores. Pero eso era lo que los ojos esmeralda de Potter traían. Recuerdos. Draco recordaba haber hecho hasta lo imposible cuando era un niño para atraer su atención, para que lo mirara, porque no soportaba ser ignorado. Y ahora esos ojos estaban ahí, frente a él, fijos en su persona, como si pudieran ver más allá y él quería... En realidad no sabía qué quería.

Solo sabía que era mejor eso, que la indiferencia.

Siempre lo había sido.

Potter no despegó los ojos de los suyos, y aunque no eran amigables, tampoco estaban cargados de la rabia de meses atrás. Simplemente cautelosos, enmarcando su piel morena, y Draco deseaba-

La puerta se abrió de golpe.

—Harry —dijo una voz, haciendo que Draco se girase alarmado—. Están atacando la Resistencia del Valle de Godric.

Mierda.

La advertencia de Rodolphus cobró sentido instantáneamente. Los momentos en los que serían llamados a pelear podrían ser espontáneos, debido a que no eran verdaderamente parte de las fuerzas armadas como los Aurores e Inefables. Probablemente Lestrange sospechaba que el Señor Tenebroso quisiera hacer algo pronto.

Potter se enderezó, rodeando a Draco y el escritorio para caminar hacia quien reconoció, era Lee Jordan, con una cara que tenía diversos cortes. El hombre apenas reparó en él por una milésima de segundo.

—¿Cómo...?

—Adrian avisó que había un movimiento raro en el Ministerio, y Astoria siguió a su padre, hace una hora —lo interrumpió este con impaciencia—. Ambos han enviado un Patronus comunicando lo que sucedió.

Draco cerró los ojos, sabiendo que dentro de unos minutos sería llamado él también a través de la Marca para así tumbar la Resistencia.

Potter se movió más rápido, exudando ansiedad; una que por unos momentos, mientras Draco hablaba con él, había desaparecido. Potter se giró, buscando la varita que al parecer no estaba en sus bolsillos. Draco la buscó también entonces, divisándola a un lado del mapa.

Dudó en tomarla, pero solo por un segundo, antes de apretarla en su mano y experimentar el ligero cosquilleo que sabía que sentiría. Las luces y el viento llegaron a él al segundo, indicando, que aquel objeto aún le correspondía.

Y todo pasó, trayéndolo de vuelta al presente, donde caminó hasta Potter para entregársela; él aún buscaba su varita entre su ropa de manera desenfrenada.

—Mierda —lo oyó murmurar.

Draco se plantó enfrente, viendo por la esquina del ojo cómo Jordan abandonaba el cuarto, seguramente para esperarlo fuera y seguir avisando a más personas. No sabía, no importaba.

Accio-

Draco tomó a un agitadísimo Potter de la muñeca, haciendo que parase, que se detuviera por un minuto.

Y que lo mirara.

—Potter —le dijo, abriendo la palma de su mano, y depositando ahí su varita—. No seas imbécil. Hasta ahora han logrado salir más o menos ilesos, pero si actúas de forma imprudente-

—Lo sé —lo interrumpió él, con un tinte de impaciencia—. No lo haré.

—Más te vale —replicó Draco fríamente—. Porque  eres la clave de esta guerra.

Dejó ir su mano al fin, y su fría piel se quejó internamente por la pérdida de calor. Potter apretó la varita, perdido en esa acción por unos instantes, para luego agitar la mano en dirección a la mesa haciendo que el mapa se doblara por sí solo y se guardara. Todo esto sin dejar de mirarlo.

—Actúa inteligentemente- aunque dudo que seas capaz —le dijo. Potter puso los ojos en blanco y Draco respiró profundamente, tratando de poner intención en sus siguientes palabras—: No mueras.

Potter juntó las cejas, bajando la mirada hasta su varita, y asintió ausentemente. Draco vio cómo su cicatriz brillaba.

Entonces, un grito los alarmó a ambos, y antes de que Potter pudiese responder, Draco corrió a la salida.

Tenía que marcharse de allí antes de que fuese convocado.

Notes:

AL FIN SE EMPIEZAN A VER LAS PEQUEÑAS SEÑALES DE LA PÉRDIDA DEL ODIOOOOOOO. AL FIIIIIN.

cuídense! nos leemos! <333

Chapter 23: Capítulo 18: El Valle de Godric

Chapter Text

Cuando Harry llegó al Valle de Godric, más de la mitad del pueblo estaba envuelto en llamas.

No podía distinguir bien qué estaba sucediendo, porque todo era un caos mirara donde mirara. La Resistencia no era visible a sus ojos gracias a que estaban bajo un Fidelius, pero aún así se habían formado dos bandos inconexos que luchaban en el lugar. Todo se estaba quemando. Posiblemente, debido a que los Mortífagos planeaban destruir cada rincón del pueblo para tumbar la Resistencia, incluso si no la veían. Sin contar que, en el Valle de Godric, existían centros juveniles donde los nacidos de muggles que asistían a Hogwarts pasaban las vacaciones de verano, porque no podían volver al mundo muggle, así que Harry suponía que debía ser refrescante para los Mortífagos destruirlos también.

Harry oía los gritos, tratando de ver en la oscuridad de la noche quienes traían túnicas más oscuras y rojas, porque esos eran los Mortífagos. Sin embargo, no parecía una batalla como la del Día de la Victoria, donde ambos bandos estaban en lados opuestos y era fácil distinguir quién era quién aunque se mezclaran. Aquí, el infierno estaba en... todas partes.

Harry ordenó a los suyos que se dispersaran en grupos de no menos de diez personas, y él continuó su rumbo, maldiciendo a unos cuántos que intentaban alcanzarlo. El aire estaba tan sofocado, que estuvo a punto de quitarse la máscara y que así también la gente viera que era "Harry Potter", pero teniendo en cuenta que probablemente los Mortífagos y el mismo Voldemort lo perseguiría una vez que se mostrara, terminó por desechar la idea.

Harry deambuló encima de su escoba derrotando todos los enemigos que encontraba. Recorriendo las primeras calles del pueblo, alcanzó a cubrir con un escudo a una chica que iba a su lado, para después matar con el encantamiento excavador al Mortífago que intentó hacerla estallar. Un agujero se abrió en el vientre del hombre, quien rogó por su vida, y luego cayó. Harry se aseguró de que la muchacha no tuviera ninguna herida para entonces cambiar de rumbo.

La estatua de sus padres y él estaba totalmente destrozada, aunque el daño fue hecho años atrás y ya no le causaba lo mismo que causó en aquel entonces. En su lugar, había una de Voldemort con varias cabezas de niños "sangre sucia" bajo sus pies. Harry se sintió asqueado ante la visión, y una parte de su cerebro agradeció que Hermione no estuviera allí. Era extraño que ni Ron ni ella lo estuvieran acompañando, siempre habían sido un equipo, así pudieron sobrevivir- así Harry pudo sobrevivir múltiples veces. Pero Hermione aún no se recuperaba de la conmoción de Grimmauld Place, y Ron le hizo jurar que no iría al Valle de Godric esa noche. Su amigo se sentía culpable por no estar ahí cuando los Mortífagos la atacaron, y trataba de evitar que fuera herida de nuevo. Hermione aceptó. Ambos le desearon suerte a Harry, y le pidieron que en caso de verdaderamente necesitarlos, calentara la moneda, incluso cuando Ron no era útil al no estar acostumbrado a moverse con su pierna de madera. Harry verdaderamente esperaba no necesitar su ayuda.

No tenía planeado bajarse de la escoba a menos que fuera obligado, pero a sus pies veía cómo se estaba desarrollando la mayor parte de la batalla y decidió que, quizás, era lo más práctico. Comenzó a descender lentamente, sin perder la visión periférica de lo que estaba sucediendo.

Y justo cuando iba a dar la orden de que los demás también bajaran y pelearan desde el suelo, un estruendo lo alertó.

Harry miró hacia el costado. Apenas pudo articular un sonido de advertencia, cuando la iglesia del pueblo se derrumbó de golpe.

La gente gritó. El polvo se expandió en el pueblo. Se perdieron las vidas de quienes peleaban en los terrenos. Aldeanos. Gente inocente.

Y, metros más allá, donde antes estaba ubicado el hogar de los Potter,

los escombros prendían en llamas.

•••

No pasó mucho tiempo desde que Draco dejó la base, hasta que fue llamado a través de la Marca, debido a que necesitaban refuerzos.

Los Mortífagos estaban ubicados al norte del Valle de Godric y entraban al pueblo por allí, donde acordaban qué lugares iban a incendiar. Se ponían bajo encantamientos desilusionadores que los camuflaba con el paisaje –incorporando de esa forma el mismo truco que la Orden había estado usando, obligándolos a conjurar "Homenum Revelio" sin parar– y así distraían a los enemigos, e incluso, a algunos les terminaba costando la vida.

—Ten.

Draco apenas reaccionó cuando entre sus brazos fue depositada una granada. Desde hacía bastante tiempo que no veía una, ya que se había vuelto algo obsoleta después de que él creara el hechizo que imitaba los efectos de la explosión. La bomba de la Negris Mortem brilló en su mano un segundo, antes de que él viera quién se la había entregado.

Maia lo observaba con una ceja arriba.

Durante esos años, la mujer se había posicionado como una suboficial en armas, siendo subordinada del Señor Tenebroso, pero aún así más poderosa que la mayoría de la población. Estando, quizás, un escalón debajo del Nobilium al también ser una Electis. Se decía que Maia era la mano derecha de Voldemort, así como se decía que Draco lo era, o como se decía que Bellatrix también cuando estaba viva. Pero cualquier persona con dos dedos de frente sabía la verdad.

El Lord no tenía mano derecha.

—Nunca he usado una de estas —le dijo Draco finalmente, porque era verdad. Cuando replicó sus efectos nunca activó alguna, era demasiado peligroso; iba especialmente al Ministerio a que otros lo hicieran.

Maia se la quitó entonces, dando un resoplido.

—Bonito e inteligente y aún así sigues siendo inútil. Encárgate de las casas de la calle Church Lane, ¿quieres?

Y con eso, la mujer desapareció.

Draco se quedó viendo el punto donde había estado, antes de hacerse invisible él también. Mirando rápidamente el paisaje no era difícil adivinar el plan: querían destruir el pueblo para que la Resistencia se destruyera con él. Y Draco debía prender fuego a los hogares que Maia le había ordenado.

Apretando los dientes, tomó una de las escobas apiladas en el escondite desde donde estaban saliendo y se montó en ella, ignorando los gritos desenfrenados de las personas. Cómo a cada rato oía escombros caer y veía los cadáveres regados por el suelo. Gente apareciendo y desapareciendo de la nada, e incluso Mortífagos huyendo con trasladores.

Draco se acercó a la calle de Church Lane volando, y tras esperar que la última mujer abandonara su casa en medio de sollozos, apuntó su varita a la pequeña choza y gritó:

—¡Incendio!

La casa comenzó a arder.

Y con ella, otras cinco más.

•••

Harry podía distinguir más o menos quiénes eran Mortífagos y quiénes no. No era problema identificar a la gente de la Orden, pues todos utilizaban máscaras. Pero los Mortífagos peleaban a rostros descubiertos ahora que no tenían de qué ocultarse. La cuestión era, que la gente que se encontraba alojada en la Resistencia, también luchaba sin máscaras.

Oía a McGonagall a la lejanía decir que por favor se llevaran a los heridos y rescataran a los refugiados de la base que no peleaban. También, que no dejasen a ningún Mortífago pasar a la parte sur del pueblo, donde Harry intuyó, estaban los sanadores. Y donde era seguro Aparecerse fuera de las barreras que lo impedían.

La cicatriz de piedra se clavaba en su piel con cada movimiento, y era agotador observar cómo, sin importar qué diera el máximo esfuerzo en sus condiciones, sin importar qué hiciera, Harry no podía salvarlos a todos. A esa gente. Cada vez que lograba cubrir a alguien, otras personas morían a su costado. Harry continuaba peleando, develando Mortífagos, cortándolos a la mitad y tratando de salvar a la mayoría de civiles que podía, pero eso era todo, eso era todo lo que podía hacer.

Porque el Valle de Godric se estaba quemando, y de acá al cabo de una media hora, dudaba que quedara una vivienda en pie.

Sin importar que trataran de controlar los incendios.

Harry sintió cómo un maleficio le daba en un costado de la cabeza, y sin pensarlo, se llevó una mano ahí. Descubrió que la mitad de su oreja había sido cercenada y que ahora colgaba hacia abajo. El tejido resbalaba lentamente, y no dolía demasiado, no para hacer un escándalo. Sus dedos se cubrieron de sangre. Lo curó casi sin pensar con el primer hechizo que se le vino a la mente, y sintió cómo volvía a su lugar, pero parecía ser temporal. Una solución que no iba a durar demasiado.

Harry siguió con su mirada desde donde había venido el Diffindo y sin vacilar, conjuró su maldición estrella en dirección a tres Mortífagos. No lo vieron venir. Observó con placer cómo los hombres caían muertos mientras se asfixiaban. Agarraban sus gargantas. Lloraban. Harry sonrió.

Entonces, sintió cómo algo le rozaba la mejilla.

Comprendió que había más Mortífagos a su alrededor ocultos tras hechizos desilusionadores.

Cuando conjuró un Homenum Revelio no verbal, Harry logró ver como dos Mortífagos estaban frente a él, a un lado del cementerio del pueblo. Uno de ellos se encontraba estático, como si no pudiera creer lo que sus ojos veían. Su mirada estaba clavada en el cadáver del hombre que Harry había matado. El otro, tenía su varita en alto con una expresión retadora.

Aquel, era Draco Malfoy.

•••

Draco se había concentrado solamente en incendiar casas, y dejar los conflictos para el resto. Lamentablemente, sabía que tarde o temprano quedaría envuelto en una pelea, y tendría que herir gente. Así que no protestó demasiado cuando alguien por poco lo hizo perder un brazo.

Draco se vio en medio de mares de sangre, cadáveres y fuego. Los hechizos iban y venían. Algunos trataban de apagar las monstruosas llamas. Los gritos no hacían más que ir en aumento. La Orden y los Mortífagos atacaban desde el cielo, desde la tierra, desde todas las direcciones. Y a través de la oscuridad y la luz que proyectaba el fuego, era probable que gente del mismo bando se hubieran matado entre ellos.

Draco se concentró en derribar todas las casas de Church Lane, avanzando por la calle mientras evitaba la batalla. No le costó mucho llegar al punto en el que el pasaje acababa, donde la iglesia estaba hecha añicos. Había gente que hasta trataba de prender fuego a las tumbas que habían detrás. A restos inservibles.

Él los habría ignorado, si no fuera porque Maia acababa de divisarlo y tenía que actuar de forma no-sospechosa. Además, ya no quedaba mucho por hacer. Todo el pueblo debía estar quemándose para ese punto. Era mejor que lo vieran yendo a ayudar a su bando: a unos Mortífagos que, en ese instante, estaban envueltos en una lucha.

Luego de asegurarse que Maia y otros lo vieran dirigirse al cementerio, Draco se puso un hechizo desilusionador encima. Su cuerpo comenzaba a experimentar malestar físico al sentir distintas magias flotando en el aire, muchas bastante poderosas. Siempre era lo mismo en combate, sólo que ahora se sentía peor. Su piel picaba, su interior parecía sofocado, sus pulmones se apretaban más con cada respiración.

Pero no importaba, porque todo estaba acabando ya.

A medida que volaba en dirección al cementerio, honestamente, lo único que Draco planeaba hacer era tratar de proteger a esos Mortífagos idiotas. Estaban tardando tanto en derrotar a un solo Rebelde que les impedía incendiar las tumbas. Era risible. Una vez que los ayudara, o que el Rebelde huyera, Draco se marcharía.

Excepto que mientras Draco aterrizaba con la varita en alto, fue que lo vio.

El reconocimiento llegó en décimas de segundos, antes de que el Rebelde hiciera un giro con su varita y apuntase a los Mortífagos frente a él, matándolos al instante. Draco reconoció al asesino. Al responsable de cientos de muertes de los Mortífagos durante esos ocho años, cada vez que los Rebeldes atacaban el mundo mágico. La persona que infundía terror y respeto entre los suyos porque sabían de lo que era capaz cuando aparecía en las luchas.

La Muerte Negra.

Draco levantó su varita, dispuesto a... ¿herirlo, suponía? Era extraño, pensar que meses atrás no habría dudado en capturarlo, pero en ese momento no tenía idea qué tan perjudicial sería aquello para la Orden.

No por primera vez se preguntó quién estaría detrás de esa máscara, quién fue capaz de aprender cómo conjurar uno de sus hechizos más complicados solamente observando. Sólo gracias a verlo ser usado en batalla.

Y es que tuvo que haberlo adivinado.

Justo en ese momento, fue que Draco y otro hombre más quedaron a su merced, siendo develados. El hechizo desilusionador fue retirado de sus hombros.

La Muerte Negra los miró.

Y él supo que no podía seguir su plan original.

Bien, pelearía, entonces.

El hombre a su lado cayó muerto apenas un segundo después, desangrándose mientras bubones negros salían de su cara. Draco alcanzó a esquivar un hechizo que se dirigía hacia él agachándose, mientras la Muerte Negra retrocedía. Conjuró una maldición en su dirección que lo haría vomitar, nada grave. Aún así no le dio. Draco continuó expulsando hechizos que planeaban quebrar el escudo que la Muerte Negra había conjurado.

—Malfoy... —oyó decir, aunque no estaba seguro de dónde había venido la fuente del sonido. Tal vez fue su imaginación.

A Draco no le importó, no en ese momento, si alguien veía que paraba podría ser acusado de traición o manchado con sospecha. Draco giró la varita, acertando en el muslo de su contrincante, y sonriendo inconscientemente cuando el Diffindo cortó algo de la piel.

—¡Malfoy!

Una vez más, Draco no hizo caso, continuó disparando a diestra y siniestra maldiciones en contra de la Muerte Negra. No eran mortales, ni de cerca, pero lo herirían y le darían tiempo para escapar. O prevenir que lo matara a él.

Y entonces, cuando estuvo más cerca, cuando estaba seguro de que el escudo del hombre se deshizo y Draco estaba listo para dejarlo inconsciente, fue que lo escuchó. Fuerte y claro.

—¡Draco!

Draco paró sus movimientos.

Era una voz distante, extraña, y aún así familiar. Quizás lo extraño era ese nombre saliendo de sus labios, en realidad. Nunca había pasado, y sinceramente, él esperaba que nunca pasara.

Pero ahí estaba, y Potter acababa de llamarlo por su nombre.

Por un momento, Draco creyó que había sido su imaginación, o que Potter estaba en algún otro lugar, cerca, gritándole. Pero luego de ver cómo la Muerte Negra dejaba de luchar también, y bajaba un poco su capucha para que pudiera ver un oscuro cabello en todas las direcciones; luego de que un ligero fulgor hiciera notar que lo que tenía entre sus manos era una varita de espino, y luego de que su contextura se hiciera reconocible, fue que Draco lo supo.

Potter era la Muerte Negra.

Por lo que pareció un minuto, no hicieron más que mirarse el uno al otro. Draco asimilando en su mente que Potter, Potter, era el responsable de decenas de masacres. Ya lo había visto matar, por supuesto. Ya había asumido que Potter había quitado la vida a otras personas. Él mismo lo admitió. Sólo que... cuando Draco recién llevaba unos pocos años en el Nobilium, aprendiendo a dejar de pensar y preocuparse por las cosas atroces que hacía, la Muerte Negra ya había matado a más de cincuenta Mortífagos y aliados de Voldemort.

Uno de los asesinos más buscados de los Rebeldes, uno al que nunca se le había visto la cara, era también Harry Potter.

Harry Potter, quien parecía el rey de la moralidad.

Draco dio un paso atrás, tratando de concentrarse y asegurarse de que sí era él. Tratando de sentir su magia. Pero eran tantas las fluctuaciones de poder en ese momento que a pesar de que Potter era poderoso, sus sentidos se encontraban abrumados por otras energías. Sin embargo, había escuchado su voz, era Potter quien lo había llamado por su nombre. No podía negarse eso a sí mismo.

—¿Potter-?

Antes de que Draco pudiera terminar esa oración, antes de que agregara nada, Potter agarró su escoba y se montó en ella, desapareciendo de su vista. Rápido. Todo se movía demasiado rápido.

Él no perdió el tiempo. Por mucho que quisiera quedarse quieto para tratar de descubrir qué le hacía sentir toda esa revelación, Draco se marchó también. Intentó concentrarse de nuevo en la pelea, olvidar ese cabello negro. Esa revelación. Voló en dirección opuesta, viendo qué más podía hacer. El corazón le latía con fuerza.

Subido en su escoba y viendo todo el panorama, existían sólo algunos sitios del Valle de Godric que no estaban incendiados ya. Aún así, todavía quedaban personas luchando. Y si antes habían decenas de cadáveres, para ese punto, debían sobrepasar los cien. Mucha sangre. Olor a muerte, a personas rostizadas. Heridas también. En el suelo, gritando. Gente partida a la mitad que aún vivía, arrastrándose por el piso con la esperanza de que alguien los ayudase.

A Draco, a pesar de que hacía años pocas cosas le daban lástima, no podía evitar que algunas situaciones le revolvieran el estómago, y esa era una de ellas. Los gritos de la gente eran tan devastadores que quiso taparse los oídos, sabiendo que de todas formas los escucharía. A sus pies vio algunos hombres corriendo, completamente en llamas. Una chica caminaba cojeando mientras las capas de su piel caían con cada paso, derritiéndose. Un joven llevaba a un bebé decapitado en sus manos rogando ayuda. Draco cerró momentáneamente los ojos.

Además de las pérdidas humanas, ¿qué consecuencias iba a traer para la Orden la pérdida de esta Resistencia? ¿Cómo los haría ver al resto del mundo mágico?

Apretando los dientes, se dirigió al centro del pueblo, donde estaba la estatua del Señor Tenebroso y donde se concentraba el ápice de la pelea. Todo estaba terminando, él lo sentía, cada vez quedaban menos personas en el lugar, y los miembros de la Orden se estaban diezmando. Si no huían iban a terminar todos muertos.

Justo en el momento en que Draco se iba a poner invisible de nuevo, todavía a unos metros de la plaza en donde planeaba destruir lo poco que quedaba en pie, vio cómo un Mortífago enfrente era botado de la escoba. Recién ahí se dio cuenta de que el hombre seguramente había estado bajo un hechizo desilusionador que terminó repentinamente, porque fue alcanzado por la Maldición Mortal. Sus ojos se dirigieron hacia abajo, dispuesto a protegerse de quienquiera que fuese el asesino. Pero no vio a nadie allí con una varita tratando de darle, ni mucho menos.

Lo que vio fue un cuerpo rodando entre muchos otros, de pelo rojo y expresión de dolor.

Era George Weasley.

George Weasley estaba a punto de morir.

Mierda.

Draco ni siquiera lo pensó. Quizás tenía que ver con su Juramento Inquebrantable que lo impulsaba a hacer cosas para beneficiar a la Orden, o con que tenía claro la gran desventaja que sería perder al gemelo del clan Weasley. Por Potter, obviamente. Casi lo había destruido que Ron Weasley hubiese sido amputado, y además su novia la comadrejita fue asesinada años atrás. ¿Qué pasaría si Potter perdía a otro de los suyos? Draco sabía que dejar morir a George Weasley sólo porque no le importaba, traería más desventajas que beneficios.

Se hizo invisible al final, y llegó al cuerpo del pelirrojo, quien se había rendido y simplemente estaba acostado mirando hacia el cielo. Se encontraba pálido, sudoroso, y su estómago había sido cortado verticalmente. Weasley se afirmaba la piel para evitar desangrarse por completo, y para evitar que sus intestinos salieran más de lo que ya lo hacían. Draco murmuró un hechizo que sellaría el corte por el momento, pero que no ayudaría a curar heridas internas, las cuales probablemente terminarían acabando con su vida.

Llevó las manos al vientre de Weasley, sintiendo cómo este se removía lejos de su tacto, mirando de un lado a otro al no poder ver quién lo estaba tocando. Pero, al sentir cómo las manos de Draco simplemente se encargaban de tocar la zona con suavidad –la cual estaba dura e hinchada, probablemente indicando una hemorragia interna– el hombre se dejó, suponiendo que, quizás, era alguien de su bando que lo ayudaría.

Hasta que Draco tuvo que preguntar dónde podía llevarlo.

—Necesito que me digas en qué lugar están los medimagos de la Orden.

George Weasley abrió los ojos entonces, y su mirada destiló puro odio. Trató de moverse lejos del agarre de Draco, pero estaba demasiado débil y había perdido demasiada sangre como para permitirse alejarse de él. Incluso su expresión se encontraba mareada, sus párpados revoloteando.

—Jódete, Malfoy —le dijo, reconociendo su voz. Draco suponía que lo había escuchado en algún momento que fue a la base—. Mortífago de mierda... Asqueroso... deja de tocarme.

Draco rodó los ojos, mordiéndose la lengua para no ponerse a insultar a los Weasley y su falta de cerebro. De verdad, ¿cómo no podía entender que diciéndole eso, sólo lo dejaría morir? Bueno, si Draco fuera otra persona y no considerara los riesgos de hacerlo.

—Sí, sí, me puedo ir a la mierda y todo eso. Ahora dime dónde puedo llevarte.

Weasley tosió, haciendo que un poco de sangre se resbalara por su barbilla. Draco vio por el rabillo del ojo cómo una cabeza aterrizaba contra el suelo unos pasos más allá. Se concentró en el hombre en vez del terrible panorama a su alrededor.

—No sé qué pensaba Harry... —dijo, tomando un gran respiro—. Pero eres... la peor... escoria-

Otra ronda de tosidos interrumpió su discurso y Draco reprimió un ruido exasperado. Sabía que se había ganado a pulso el odio que muchas personas le profesaban, y no le importaba. Y aunque entendía por qué los Weasley lo detestaban tanto, él no había causado la muerte de la comadrejita, ni siquiera era parte del Nobilium en esa época según lo que Theo le había contado; estaba preso en su propia casa. Mucho menos había provocado la muerte del gemelo de este. Quizás era debido a que Draco era un Mortífago, quienes eran la causa de toda la mierda que azotaba a la sociedad, y, bueno, Draco había elegido orgullosamente formar parte de ellos, pero aún así-

—¿Sabes qué? Cállate —le dijo fríamente, sabiendo que si no, Weasley empeoraría—. Y no te muevas, por el jodido Merlín.

Draco no esperó una respuesta, simplemente se aferró a un brazo del pelirrojo, quien por una vez no peleó, y mientras se levantaba, lo levitó y lo hizo invisible también. Entonces, miró a su alrededor.

A pesar de que Draco creía que la batalla ya estaba llegando a su fin, el caos aún no cesaba. Oyó la risa de Maia a la distancia y vio cómo otra estructura caía de nuevo. Draco miró al cielo. Algunas personas de la Orden continuaban luchando, aunque la mayoría parecía darse cuenta de que no quedaba mucho por lo que luchar, excepto para rescatar a los sobrevivientes.

Alguien pasó entre los cuerpos, a unos metros de donde él estaba, y Draco pudo inferir gracias a la capucha hacia atrás, y lo brillante que su cabello rojo lucía bajo las llamas, que era un Weasley. Se acercó cautelosamente, con cuidado de no agitar mucho al hombre que levitaba, y llegó hasta él.

Cuando Draco puso una mano bruscamente en el hombro del Weasley y este elevó su varita, deshizo el hechizo desilusionador que cubría a ambos; aunque se aseguró en renovar el suyo de inmediato para que nadie lo viera. Los ojos del Weasley tras la máscara miraron hacia arriba entonces, y Draco no supo identificar qué expresión tenía, pero tomó control de la situación de inmediato. Apuntó con su varita a George y lo alejó de allí.

No se dijeron nada, pero Draco no lo encontró necesario. Él por su parte dio media vuelta, se subió a su escoba, y continuó la pelea.

•••

El humo en el aire ya se estaba haciendo sofocante, y Harry había ordenado conjurar un casco burbuja a los que quedaban, tanto para las granadas de la Muerte Negra que aún tiraban de vez en cuando, como para no respirar el aire gris que rodeaba el pueblo.

Sin embargo, eso no quería decir que los ayudaba a ver mejor. A él, sobre todo.

Los Mortífagos siempre los habían superado en número, eso era indiscutible. Pero, considerando que el objetivo de esa misión no era matarlos ni detenerlos, sino salvar a la gente herida y rescatar a los que antes habitaban el pueblo y la Resistencia, cada vez quedaban menos y menos personas que peleaban para la Orden. La desventaja era aún mayor.

Y Harry todavía no podía marcharse.

Kingsley pidió la retirada tiempo atrás. Sin embargo, a Harry le era imposible ignorar que todavía quedaba gente en escoba o en el suelo. Peleando, siendo atrapada entre Mortífagos o quemada viva. Sin contar a los heridos que Harry observaba entre pilas y pilas de cadáveres. Y eran tantos, tantos, tantos, que se sentía incapaz de alcanzarlos a todos. De salvarlos a todos. Mirara donde mirara parecía que el infierno había bajado a la tierra y los estuviera esperando para condenarlos.

Harry no tenía tiempo de pensar, ni procesar, todas las cosas que había visto ese día. No había tenido tiempo de procesar qué consecuencias traería aquel ataque, o lo que había sucedido con Malfoy. Ni siquiera se había preocupado de mirar si entre los cadáveres o heridos había algún conocido o algún amigo. Si había perdido a otra parte de su familia. Y quizás estaba mejor así. Quizás era mejor así.

En el momento en que asesinaba a otro Mortífago que venía de la derecha, y que quería matar a un chico –chico, de no más de quince–, Harry oyó cómo algo caía.

Y los Mortífagos rompían en festejos.

Se detuvo un momento, alzando su escoba para ver de más, más arriba, y encontrando así cómo no quedaba ni una sola casa en pie, cómo esos hijos de puta se habían encargado de destruir todo lo que había allí. El pueblo donde se crió Dumbledore. El pueblo donde su madre y su padre dieron su vida. El pueblo donde una vez él derrotó a Voldemort.

Y lo haría de nuevo.

Era una promesa.

Harry se sintió hervir, estudiando bajo él la masacre en que se convirtió el Valle de Godric. Ni siquiera durante el secuestro de Rookwood había sucedido eso. Era terrible.

Y a una parte de su cerebro no le importó el bando de quienes murieron.

No le importó que quizás la mitad de esos cadáveres se trataran de Mortífagos, de Purificadores. De enemigos. Seguían siendo personas, y estaban todas muertas.

Eso era lo único que ese mundo traería. Muerte y destrucción.

Harry se agachó en su escoba, descendiendo unos metros. La piedra de su espalda pesaba el doble.

Pelearía hasta que ya no pudiera más.

•••

Draco por poco cayó de bruces al suelo cuando algo lo golpeó en el hombro y lo hizo soltar un jadeo.

Su cuerpo entero se quejó, haciéndose consciente de cómo repentinamente el hueso de su hombro se había separado de la espalda, y su brazo quedó laxo, inservible. No tenía idea qué carajos lo había impactado, pero sí sabía que mínimo, aquello era una fractura.

Draco apretó los dientes, sin recordar ningún hechizo que lo ayudara con huesos rotos. Algún rincón de su mente registró que no sólo debía practicar batalla cuerpo a cuerpo, sino que aprender algunos conjuros de sanación no le haría nada mal. Bueno, si salía vivo de allí.

Tomó su brazo con fuerza, sin dejar que el grito de dolor abandonara su garganta, y continuó maldiciendo, aunque no sabía qué tanto más quedaba por hacer. La batalla estaba muriendo al fin, tal como él esperaba que sucediera.

De todas maneras,

ahí fue que lo vio.

Casi como si lo hubiese llamado.

En medio del caos y el desastre de minutos atrás, era incapaz. Era demasiado para que Draco siquiera hubiese pensado en él. Pero ahora que se encontraba más calmado, ahora que podía dilucidar mejor qué estaba sucediendo a su alrededor y ver más allá de la bruma de la pelea- fue capaz de observar la mancha negra que navegaba entre el humo y los cuerpos.

Era el único mago del que se tenía conocimiento, al menos en Europa, capaz de volar sin escoba. Sólo Severus Snape aprendió a imitarlo.

El Señor Tenebroso se movía entre las tinieblas con maestría.

Draco observó, no sin impresión, cómo cada vez que se acercaba a alguien este caía muerto. El Señor Tenebroso ni siquiera se detenía a luchar, simplemente pasaba a un lado de ellos y al cabo de una fracción de segundo, la persona terminaba sin vida, cayendo metros y metros en el aire.

Draco podía sentir su magia también, ahora que se detenía y prestaba atención, solamente con el latido de su corazón retumbando en sus oídos y el dolor punzante de su hombro siendo sus distracciones. La magia oscura de Voldemort danzaba en el aire, lo acompañaba y estaba sedienta. Sedienta de venganza.

Y Draco simplemente supo que buscaba a Potter.

Una pequeña parte de sí, una que no admitiría jamás y a la que no le prestó atención, pidió en ese instante que por favor no lo encontrara. Que Potter y la Orden lograran huir antes de que Voldemort pudiera capturarlo.

Pero como siempre, sus deseos no fueron escuchados.

Draco vio a Potter a no mucha distancia de él, batiéndose contra cinco Mortífagos. Cinco putos Mortífagos. La forma maestra en la que se protegía y hacía caer a tres no justificaba lo arriesgado que era eso. O por qué parecía ser el único que quedaba en pie. No explicaba cómo es que parecía tan... despreocupado con su propia vida.

Así que Draco voló hacia él antes de poder meditarlo.

Todo sucedió muy rápido. Draco no tenía idea qué iba a hacer. Gritarle que se largara, suponía, comprarle unos segundos, retrasar a los Mortífagos. No sabía. El punto era ayudarlo.

Pero antes de que siquiera pudiera alcanzarlo, sus ojos chocaron con los de Potter, vívidos incluso tras la máscara, y alguien a su lado soltó un grito.

Sintió cómo el mundo se detuvo.

Y Draco apenas registró cómo un miembro de la Orden caía.

Un miembro que iba directo hacia él, dispuesto a matarlo, fue alcanzado por la Muerte Negra. Potter le había salvado la vida a costa de alguien más.

No tenía sentido. Aquello no tenía ni un mínimo de sentido. Potter, el Potter que él conocía jamás habría hecho algo como eso.

Cuando miró hacia el frente, completamente shockeado, y tomó consciencia de que Potter no sólo le había salvado la vida, sino que había herido- asesinado a uno de los suyos, Draco ya no lo encontró.

Los cadáveres de los cinco Mortífagos con los que peleaba se encontraban en el suelo.

Y luego, una poderosa corriente de magia vibró bajo sus pies.

•••

Poco después de matar a sus oponentes y salvar la vida de Draco Malfoy –de nuevo– Harry sintió cómo una fuerza descomunal lo hacía descender de su escoba.

El humo era espeso. Antes, lo único que lo hizo ver a Malfoy a la lejanía fue su cabello blanco que aún en la noche parecía brillar. Pero en ese momento, era claro que la persona que reclamaba su atención deseaba pelear con él con todas las desventajas posibles. Era claro también quién era esa persona que lo buscaba.

Harry rodó en el piso gracias al abrupto aterrizaje de su escoba y se paró de inmediato, levantando su varita.

Voldemort se materializó frente a él.

A su alrededor los gritos eran cada vez menores. Ambos parecían haber sido arrastrados a un círculo de polvo en el que solamente se veían el uno al otro. Harry apenas alcanzó a hacerse a un lado cuando una Maldición Mortal salió disparada de la varita de Voldemort. Sin embargo, parecía que Tom esperaba que Harry la esquivara.

Sin duda había cambiado en esos años, y Harry simplemente no lo había notado gracias a que no lo tuvo jamás así de cerca. Sus dientes eran una fila de cuchillas y sus ojos eran de todo menos humanos. Harry soltó un escalofrío al verlo mientras conjuraba un Diffindo en su dirección. Sabía que no lo mataría, no había forma mientras no encontraran a Nagini, pero le gustaría ver cómo Voldemort se las arreglaba para volver a juntar la cabeza con su cuerpo.

Aquel enfrentamiento fue distinto a los demás. De adolescente, Harry recordaba que el hombre se desgastaba en hablar, en explicarle sus deseos de venganza y en burlarse de él, haciendo todo un teatro. En ese momento, era claro que Voldemort lo único que buscaba era mantener su poder, expandirlo. Un poder que tanto trabajo le había costado y que según una profecía que ni siquiera había escuchado, sólo Harry podía quitarle.

Voldemort blandió su varita otra vez, y Harry conjuró un escudo al notar que la luz que salía de esta- no era verde.

El hombre parecía estar observándolo, más que atacando sin pensar y cegado de rabia. Harry se preguntó por qué. Su corazón latía con fuerza. Había esperado ese momento por años.

¿Qué querría? ¿Capturarlo, y matarlo frente a todos, como hizo con el chico desconocido tiempo atrás? Bueno, ahora protegía su cabello con encantamientos en caso de que algún mechón quedara suelto por ahí cuando peleaba, por lo que Voldemort no podía replicar su truco sin tenerlo a él verdaderamente. Sin embargo, eso no explicaba por qué no lo mataba ahí y ya, y luego exponía su cadáver. O por qué no lo intentaba. Ese no parecía ser su objetivo.

¿Qué quería, entonces?

¿Qué planeaba?

Harry escuchó un grito a lo lejos y volvió a atacar a Voldemort, quien agitó la mano e hizo rebotar el conjuro en su dirección, haciendo que una leve cortada apareciera en su propia mejilla. Le habría gustado que fuera mortal, Harry disfrutaría mucho más el duelo.

Para ese punto, Tom empezaba a cansarse de juegos y lo maldijo en serio.

Harry lo maldijo de vuelta.

Cómo odiaba a este cabrón.

Sus varitas, tal como había sucedido con las que tenían núcleo de pluma de fénix, se conectaron instantáneamente. Aunque esta vez, Harry sabía que tenía que ver con que la Varita de Saúco le correspondía a él. La ira estaba fluyendo con fuerza por sus venas. Quería matarlo. Quería haber sido capaz de matarlo.

Quiero quitarle los dientes, uno por uno. Quiero darlo de comer a las criaturas. Quiero dejarlo vivo mientras le corto cada dedo. Quiero que se coma sus propios ojos. Quiero derretir su piel.

Quiero ser capaz de asesinar a este hijo de puta.

Los ojos de Voldemort se abrieron, sólo un poco, mientras las fuerzas de sus varitas se conectaban. Era como si no pudiera creer que la varita más poderosa del mundo fuera desafiada, pero aún así creyera salir exitoso.

De todas formas, daba igual.

Porque en medio del esfuerzo de Harry, su agitación, el sudor, el cansancio, los gritos, el olor a sangre y humo y fuego... En medio de todo eso, un estallido los hizo saltar a ambos.

Y Harry sólo tuvo medio segundo para escapar y protegerse, antes de que la bomba impactara en medio de los dos.

E hiciera explotar todo.

Todo. Todo. Todo.

•••

El sonido fue lo peor.

Draco se encontraba a bastantes metros de la pelea entre el Señor Tenebroso y Potter, antes de observar cómo alguien, alguien que no llevaba ni la máscara de la Orden, ni la túnica de Mortífago, ni la de Purificador, dejaba caer algo desde metros y metros del cielo.

El grito de advertencia que Draco quería soltar quedó atrapado en su garganta, antes de que la onda expansiva de lo que reconoció como una explosión lo alcanzara y lo hiciera volar por los aires. A él y al resto.

Su último pensamiento antes de quedar inconsciente, era que esperaba que Potter hubiese logrado escapar.

No, no sólo que lo esperaba.

Necesitaba que fuera así.

Draco recuperó la consciencia horas después, o lo que él creía que fueron horas. Cada centímetro de su cuerpo dolía, cada uno, y suponía que era una suerte encontrarse en medio de pilas de cadáveres que probablemente habían amortiguado la caída que la explosión provocó.

Aún así, aquello no ayudaba en absoluto a su brazo fracturado, y a la forma antinatural que su pierna estaba doblada y sangrando. Draco intentó sentarse, pero hasta eso dolía. Por unos asfixiantes segundos creyó que de esa forma tendría que vivir el resto de su vida.

O peor aún, que nadie iría a rescatarlo.

Entonces oyó pisadas.

Estaban entumecidas, mas Draco no sabía si era porque el mundo se sentía así, o porque sus orejas se encontraban sensibles gracias al estallido.

Intentó no mirar hacia abajo, pero podía sentir bajo su cuerpo los relieves de las personas muertas, su sangre manchaba la túnica que traía puesta. Un revoltijo de intestinos estaba a un lado de su cabeza, y debajo su pierna, descansaba la cabeza de una niña, con los ojos en dirección al cielo.

Draco quería gritar, pero su garganta dolía. Antes de que pudiera hacer o decir algo, incluso imaginariamente, una mujer se arrodilló a su lado, moviendo la boca, frenética.

Draco no entendió qué dijo, sólo la veía repetir y repetir cosas que a sus oídos no tenían sentido. Los ojos de la mujer se movían por todo su rostro, y cuando sus ojos fueron a parar en su pecho, justo donde llevaba su broche, ella suspiró con rabia, sacando la varita y ejecutando un hechizo en él.

Sólo entonces Draco reconoció su uniforme verde menta. Era una sanadora de San Mungo que llamada al lugar- o incluso que estaba allí por voluntad propia, ayudando a los heridos.

La mujer sacó unas pociones de un bolso que llevaba cruzado en el pecho y se las dio. Draco se sintió mejor casi al instante, y su cuerpo podía moverse de nuevo. El zumbido de las orejas no se iba, pero al menos el malestar de su cuerpo, en su mayor parte, desapareció. Aunque su hombro todavía parecía estar separado de su espalda.

Fue ahí que Draco recordó.

Recordó absolutamente todo lo que había pasado, y cerró los ojos. Pidiendo una vez más que Potter hubiera logrado huir.

—Joder...

Draco se sentó con ayuda de la medibruja, y dio un vistazo a su alrededor: la noche no se veía tan oscura, y la luz se estaba abriendo paso en el cielo. Pero no era natural: era un reflejo rojo que el fuego había dejado. El humo continuaba ahí, y todavía había estructuras ardiendo bajo las llamas que él y el resto de Mortífagos provocaron.

Habían logrado tumbar la Resistencia.

Draco observó ahora la sangre, observó a los Sanadores a su alrededor, a quienes las lágrimas les surcaban las mejillas, y quiénes probablemente no querían atender Mortífagos, pero estaban obligados a hacerlo. Draco observó también que no todas las víctimas eran Rebeldes. Que había Purificadores en masa tendidos inertes, siendo los menos experimentados en combate. Y pilas de Mortífagos también.

Sí, Voldemort logró su objetivo. Tumbaron la Resistencia.

Draco dejó salir un suspiro.

¿Y a costa de qué?

Chapter 24: Capítulo 19: Entendimiento

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Harry despertó unas horas después de que la batalla hubiera acabado.

Era de madrugada, y su cama estaba fría e incómoda. Excepto que... no era su cama. Y aquella no era su habitación.

Harry trató de sentarse y vio a un chico parado en medio del cuarto, monitoreando a una mujer. Se enfocó en ella, a pesar del mareo que amenazaba con hacerle vomitar. La mujer se tocaba la cara desesperadamente, empapando así sus manos con la sangre que emanaba de sus ojos. O donde se suponía que debían estar sus ojos. Harry intentó levantarse para ayudar, al ver cómo la córnea- o en realidad, toda la estructura, estaba hecha pedazos como si hubiese sido triturada. Fue dejada ciega, y Harry reconocía la maldición que lo provocó mejor que nadie.

El chico llegó hasta él cuando Harry se paró, provocando que quisiera devolver la poca comida que había ingerido. La cabeza le pesaba, y todo su alrededor retumbaba. El chico movía la boca imparablemente, pero Harry no entendía ni una sola cosa; era demasiado abrumador, él se sentía demasiado abrumado. Sus oídos dolían. Su cuerpo entero dolía. Cuando intentó dar un paso y un dolor sordo le invadió en el área del cuello, supo que era porque estaba herido.

Tuvo que ser sedado para que continuase durmiendo.

La segunda vez que Harry abrió los ojos aún era de noche, por lo que no podía haber pasado mucho tiempo. Esa vez, Padma Patil era la medibruja atendiendo en el lugar, y otra persona se había sumado a la lista de pacientes. Una niña. Cinco años. Ambas piernas amputadas. Harry no podía saber si era porque fue quemada, porque fue alcanzada por un Diffindo o incluso por el mismo maleficio que Ron.

Soltó un escalofrío, viendo cómo la niña se sacudía en su asiento, golpeando sin cesar sus muslos. Algo pesado se instaló en los pulmones de Harry, quien desvió la mirada hasta la sanadora. Padma intentaba darle una poción a la niña. Poco después, cuando notó que estaba despierto, corrió hacia él, hablándole. Harry aún no escuchaba.

Padma agitó su varita con gesto conocedor, al darse cuenta que sin importar qué, Harry no respondía. Cuando acabó el hechizo, el mundo a su alrededor se hizo presente de nuevo.

Harry deseó haberse quedado sordo.

El llanto fue lo primero que oyó, un llanto que quemaba la garganta. Luego los gritos, fuera de la habitación. De órdenes. De dolor. De ira. Muchos. Gente corriendo. Gente agonizando. Kingsley diciendo que debían abrir una fosa en el patio para los cuerpos. Otros diciendo que debían quemarlos o desvanecerlos.

Era terrible.

—La bomba tuvo que haberte dejado sordo —dijo Padma asintiendo, mientras anotaba en su cuaderno—. Supongo que, a juzgar por tu expresión, puedes oír ahora.

Harry se dio cuenta del gesto de horror que tenía pintado en las facciones y puso la cara en blanco. Sabía que no tenía derecho a sentirse de esa forma. Sí, estaba herido, pero incluso así se encontraba mejor que el resto. De hecho, Harry recordaba haber despertado con un dolor punzante en el cuello, y ahora, a medida que se movía, no sentía nada fuera de lo común.

—Tenías una quemadura de segundo grado, casi rozando el tercer grado —explicó Padma, quien analizaba sus movimientos. Las palabras parecían otro idioma a los oídos de Harry—. Afortunadamente sólo fue una porción de tu cuello y parte de tu espalda. Reaccionaste rápido, y el escudo que conjuraste fue bastante poderoso, así que te protegió el resto del cuerpo. La cicatriz de piedra que tienes también lo hizo.

No sonaba asombrada, incluso cuando Harry había sobrevivido a una bomba que estalló prácticamente al frente de su rostro. Era probable que Padma sintiera su poder mágico, los sanadores eran más sensibles a esas cosas en general.

—Ron-

Se cortó, sintiendo cómo su boca parecía llena de algodón, y la garganta le ardía. Ella se dio cuenta de su dificultad y le sirvió rápidamente agua en el vaso a un lado de la cama. Harry notó que llevaba un paño verde amarrado en la muñeca, seguramente para que los nuevos refugiados la distinguieran si necesitaban ayuda. Después de todo, los medimagos de la base no portaban uniforme.

—Ron y Hermione han estado acá la mayoría del tiempo —explicó Padma, mientras Harry tomaba el agua—. Pero ahora están ayudando a llevar suplementos de pociones en los cinco pisos. Ya volverán.

Harry dejó el vaso a un lado y se recostó de nuevo en la cama, mirando el techo café. Todos sus músculos se encontraban apretados.

—Ya no me duele —le dijo—. ¿Estás segura de que no ha sanado ya? La quemadura, quiero decir.

Padma agitó su varita, y unos símbolos aparecieron frente a ella. Los movió con el dedo.

—Está casi lista, pero debes quedarte aquí por cualquier cosa —respondió, llevando la mano hacia la parte posterior del cuello de Harry y tanteando. Luego, se levantó al escuchar un grito a través de la puerta—. Y hablo en serio, Harry. Tienes que descansar.

Padma salió del cuarto con una mirada de advertencia.

Harry sólo hizo caso por una media hora.

Trató de dormir, de verdad lo intentó, pero debido a que Padma salió tan rápido del cuarto, no alcanzó a sedarlo, y el llanto de la niña era espantoso. El sufrimiento que se respiraba en toda la mansión era simplemente horrible. Harry no sabía cuánto les tomaría recuperarse de algo así, y se sentía jodidamente inútil ahí en la cama, sin ayudar. Cualquiera que lo conocía sabía que pedirle quedarse allí era pedirle algo imposible.

Sin embargo, cuando salió, nadie dejó que hiciera nada.

Una parte de Harry deseó haberse quedado dentro, acurrucado entre las sábanas y protegiéndose del mundo exterior. Pero ya había salido, y ya había visto todo lo que estaba pasando.

Había gente en los pasillos, llorando, llena de sangre, siendo atendida por los pocos sanadores que tenía la Orden. Incluso aquellos que no lo eran estaban ayudando. Había medimagos corriendo de un lado a otro cada dos segundos, llevando pociones, cubiertos de sangre. Había familiares de las víctimas también, gritando o llorando sus pérdidas de rodillas en el suelo. Puertas que se abrían y se cerraban, y manchas de sangre y sesos por todo el piso. Harry avanzó por el lugar, mareado, asqueado, tomando nota de los heridos.

Amputados. Quemados. Muertos. Amputados. Quemados. Muertos. Unos casos más leves por aquí. Unos agonizando por allá. Aquello era sólo comparable a una carnicería.

Eso eran. La Orden se había transformado en una carnicería.

Y nadie podía hacer nada para cambiarlo.

Harry preguntó, casi rogó porque lo dejasen ayudar, pero ya había suficiente gente haciéndolo, y la mayoría sabía que él resultó herido durante el ataque. Harry hizo todo lo que pudo, pero en medio del caos y los casos de urgencia, de la gente al borde de la muerte y de los gritos histéricos, nadie le hacía mucho caso.

Cada espacio, sillón y cuarto estaba ocupado por un herido, por gente que aún necesitaba atención, gente muriendo. Y no existía nada que él pudiera hacer.

Así que tomó una botella de vodka de su despacho y salió al jardín, sintiéndose un completo inútil.

Había comprado las botellas hace años; eran seis en total y sólo las abría cuando lo consideraba necesario. Esa era la regla. Abrieron la primera entre los tres cuatro años atrás, después de que Hermione decidiera abortar cuando quedó embarazada, porque se negaba a traer a un niño a ese mundo.

La segunda fue abierta luego de un ataque en Manchester, donde Harry y la Orden habían llegado a rescatar a cuatro niños nacidos de muggles que dieron signos de magia en el mismo orfanato. Las coincidencias de que algo así pasara eran mínimas, pero sucedió, y eso era un puto milagro.

De todas formas, los Mortífagos llegaron antes.

Y el orfanato terminó en ruinas.

La tercera botella fue abierta cuando Ron perdió la pierna. La cuarta era esa. Harry necesitaba olvidar.

Pensar en el Valle de Godric era demasiado doloroso, así que Harry simplemente se apoyó en uno de los árboles y no pensó en nada, bebiendo pausado. Normalmente buscaría a Hermione y Ron, trataría de refugiarse en ellos, pero necesitaba estar solo y sus amigos se encontraban ayudando dentro. Harry no podía estar ahí sintiéndose así de impotente.

Habían perdido.

Esa batalla la habían perdido.

¿Cuántas más?

Una media hora pasó, en la que Harry no había hecho más que mirar a la nada mientras tomaba sorbos. Y de pronto, una figura plateada apareció en su campo de visión, y el thestral se paró frente a Harry con las palabras de Draco Malfoy saliendo de él. Harry recordaba haber estado tan asombrado cuando lo vio por primera vez. Lo odiaba ahora.

—Ábreme —dijo el animal antes de desaparecer.

Y Harry, a regañadientes, lo hizo.

Si traía pociones no podía ser completamente malo. No podía permitirse dejarlo afuera.

Pocos minutos pasaron antes de que Malfoy apareciera por el extremo del laberinto. No tenía un pelo fuera de lugar. Sus túnicas se encontraban impecables. Nada en su postura delataba qué sucedió horas atrás. Nada. Incluso parecía recién bañado.

Harry quería golpearlo por eso. Por esa indiferencia.

—Eres la Muerte Negra —fue lo primero que dijo Malfoy cuando llegó hasta él, sin siquiera saludarlo.

Harry suspiró cansadamente.

—Sí.

Malfoy lo evaluó por unos momentos antes de entregarle los viales, sin decir una palabra. Harry ni siquiera preguntó si eso era todo, si ya se iba, porque las veces anteriores Malfoy ni siquiera se quedaba más de dos minutos. Harry no se despidió, sólo tomó la bolsa con pociones y volvió a la mansión, entregándoselas a Padma quien le reprendió por estar en pie, pero que, de todas formas, no lo llevó de vuelta hasta su habitación.

Harry regresó al jardín.

Y, contrario a lo que esperaba, Malfoy todavía estaba allí.

—Joder, Malfoy, ¿por qué no te vas? —escupió Harry.

Malfoy estaba mirando el cielo con expresión perdida. Harry, recién allí, se dio cuenta de que al parecer no se encontraba tan ileso. La batalla  causó algo en él, no lo había visto antes. En las veces anteriores que Malfoy apareció en la base después de una lucha lucía más agitado, sí, pero igual de controlado que siempre. Harry por su parte se sentía desbordado de emociones cada vez.

Era diferente ahora.

En ese momento, las líneas de la desesperación eran claras en el rostro, cuello y postura de Malfoy. El cansancio. El agotamiento.

Y el ligero temblor en sus manos también.

—Theo estaba cerca de la bomba cuando explotó —soltó de pronto él—. No me dejan verlo.

Harry cerró los ojos, contando hasta diez mientras se dejaba caer sentado en el pasto. Otro más. Otra persona más. ¿Cuántas fueron esa noche? ¿Cuántas personas inocentes habían muerto? Harry trató de controlar el exabrupto de sentimientos que amenazaban con salir de su boca, y empujó lo más lejos que podía el problema de cómo le comunicaría eso a Luna. No en ese momento. No podía lidiar con nada más en ese momento.

—Deberías estar en San Mungo entonces —respondió Harry al fin, abriendo los ojos de nuevo.

—San Mungo está lleno, no están dejando pasar a nadie. ¿No escuchaste?

Harry, de nuevo, trató de no pensar en cuántos de los heridos que estaban siendo tratados en San Mungo eran miembros de la Orden o de la Resistencia. ¿Cuántos despertarían en ese hospital, sabiendo que fueron curados para ser ejecutados de igual forma? ¿Que irían a Azkaban? ¿O que serían transformados en esclavos?

Y la persona responsable de esa última consecuencia, estaba frente a él.

Malfoy, quien caminaba libremente por el mundo sin parecer afectado por esto. Quien se reía del sufrimiento ajeno, quien creaba pociones y maleficios para usar en contra de gente que consideraba menos valiosa que él. Estaba cansado de su presencia. Cansado de que el mal no se pudiera deshacer. De que nunca se castigara. Que los monstruos quedaran impunes sin importar qué hicieran. Por mucho que pelearan contra Voldemort, los muertos seguirían muertos, y esos niños seguirían siendo esclavos.

Harry miró la botella de vodka olvidada a su lado,y la abrió bruscamente.

—¿Cuándo te enteraste? —le preguntó a Malfoy.

—Diez minutos atrás.

Harry le dio un largo sorbo a la bebida, y agradeció la forma en la que el alcohol quemó su garganta; el ardor era aún peor gracias a todos los gritos que había dado durante la batalla.

—Deberías esperar la llamada en tu casa —dijo, apuntándolo con la botella—, cuando Theo esté bien.

Malfoy soltó una respiración temblorosa, y bajó la vista hasta sus manos. Solo ahí, pareció darse cuenta del temblor ligero que presentaban y las guardó en los bolsillos de su túnica.

—He copiado el encantamiento de las monedas con la chimenea desde que empecé a venir, en caso de que alguien me buscase —replicó, con voz vacía—. Cuando las llamas aparezcan, lo sentiré- Potter...

Harry desvió la mirada cuando sintió los ojos de Malfoy encima suyo, y decidió darle otro trago a la botella. Necesitaba estar solo, joder. Necesitaba estar lejos de Malfoy, y todo lo que representaba.

—No puedo volver —le dijo al final, muy bajo—. Me han obligado a festejar, después de emitir un comunicado donde lamentaban las pérdidas. Se pusieron a festejar incluso sabiendo lo de Theo, yo-

Malfoy no terminó la oración, y Harry soltó un resoplido. ¿Qué carajos esperaba de los Mortífagos?, ¿buenos deseos? Por supuesto que estarían saltando de alegría por haber dejado a la Orden sin un punto de resistencia. De haber tumbado el Valle de Godric, sin importar quienes cayeron con él. Incluso cuando Theo era un Electis y el mejor amigo de Astaroth. Así de desalmados eran todos. Tal vez, incluso, lo que le preocupaba a Malfoy era perder un miembro valioso de la alta sociedad y no un amigo.

Pero las palabras que el hombre dijo, meses atrás, resonaron en algún lugar de su cabeza.

Ya no me queda nada.

Bueno-

Es lo que te mereces, quería responderle Harry.

Sin embargo, sabía que aquello venía más de la ira contenida de las últimas horas, que con Malfoy y su asquerosa persona.

Harry volvió a mirarlo, y sólo por la forma en la que sus ojos lo escaneaban frenéticos, supo que Malfoy se encontraba al borde de un colapso. Como todos. Harry se pasó una mano por la frente, y conjuró dos vasos en un par de segundos, tendiéndole de mala gana uno de ellos al hombre. En ese momento le hacía sentir enfermo la idea de compartir la botella con él. Prefería que tomara desde otro recipiente.

—Ten.

Cuando Malfoy, algo atónito, recibió el vaso, Harry dejó la botella de vodka a un lado y se recostó hacia atrás en el pasto, mirando el cielo. Quizás si Malfoy se quedaba callado podía pretender que no estaba allí.

Y por unos minutos, fue así.

Hasta que volvió a hablar de nuevo.

—¿Quién tiró la bomba?

—No lo sabemos —respondió Harry, hablando bajo—. Creíamos que fue un Mortífago.

—No —dijo Malfoy, en ese mismo tono de voz vacío, mientras se sentaba a unos metros de Harry—. Explotó demasiado cerca del Lord y fue alguien sin distintivo. No tenía ni capas, ni máscara.

El enojo volvió a Harry de un puro ramalazo, mientras recordaba los heridos por la bomba. Mientras recordaba los mutilados y los chicos que se habían partido a la mitad y estaban luchando por sus vidas, sabiendo que morirían de igual forma. Que se estaban despidiendo de sus seres queridos. Harry recordó las pilas de cadáveres que vio desde el cielo, las casas quemadas. A Malfoy quemando algunas también. Las risas de los Mortífagos. La tumba de sus padres, desaparecida ahora. Todo ese pueblo extinto. El pueblo de Dumbledore. El lugar donde él vivió en familia y del que ni siquiera se acordaba.

Harry quería gritar. Quería descargarse de alguna forma. Estaba harto de ver gente morir, harto de tener que pelear, y harto de no poder hacer nada. Ocho putos años, y no había hecho nada. Y seguían muriendo. Y seguían perdiendo.

Y Malfoy estaba ahí; el responsable de que mucha gente que se encontraba traumatizada allá dentro hubiera perdido su hogar. De que niños fueran mutilados, usados y torturados legalmente por el sólo estatus de sangre que tenían.

Lo escuchó servirse un largo trago, para luego comenzar a toser.

—El alcohol muggle es una mierda —dijo Malfoy, algo estrangulado.

—¿Es demasiado poco para tu sucia boca de Mortífago?

Un momento de silencio pasó.

—¿De dónde vino eso?

Harry no sabía de dónde había venido eso, sólo que el estrés de la noche, de la batalla, y todo lo que había sucedido entre Malfoy y él, le hicieron responder inconscientemente. En ese momento, las cosas que Malfoy hizo pasaban en su mente como un huracán, y era imposible ahuyentarlas. El asesinato y tortura de Hannah. La creación de todas esas maldiciones que le habían arrebatado gente que apreciaba- Sprout, por ejemplo. El asesinato del chico que usó para hacerse parte del Nobilium, el peor que se vio. La instauración de una ley que convertía en esclavos a los niños nacidos de muggles. El ser partícipe activo de las ejecuciones de gente inocente sin tener un solo remordimiento. Ser partícipe de las interrogaciones de personas que eran atrapadas intentando escapar del régimen de Voldemort. Ser el causante de sus torturas, de torturas que hacían ver al Crucio como un juego de niños. Burlarse de ello. Ser consciente de todo, de la mierda que era, y no sentirse afectado en absoluto.

En absoluto.

Lo hacía hervir. Harry quería gritarle. Quería que sintiera un cuarto de lo que él estaba sintiendo.

—Me imagino que estás feliz, sabiendo toda la gente que ha muerto —escupió Harry entonces, sentándose nuevamente, mirándolo con grandes ojos acusadores—. Todos los asquerosos mestizos y sangre sucias que al fin han sido masacrados y que dejarán de molestarte, ¿no es así? Esta noche el mundo fue limpiado.

Las emociones estaban desbordándose, y mientras miraba sus ojos grises directamente, Harry sentía que ya no podrían detenerse ahora. Malfoy tenía el vaso a mitad de camino de su boca y lo observaba, nada más- y oh, Harry deseaba que respondiera. Que gritara de vuelta.

—Te apuesto a que te encantará saber que la mitad de ellos eran niños, de no más de quince —le dijo, recordando los rostros que vio, los que pudo y no pudo salvar—. ¿Te excita saber eso? ¿Saber que tú y los tuyos han conseguido matar infantes? Oh, cuéntame, gran Astaroth. ¿Crees que sufrieron lo suficiente? Tal vez tengas algunas ideas para hacerlo peor, visto que tienes tantas. Quizás podrías hacerles lo mismo que le hiciste a tu sacrificio.

Malfoy dejó el vaso en el pasto con tanta fuerza, que de haber sido cemento, se habría quebrado.

—Cállate, Potter.

Pero ya había conseguido que se mostrara algo afectado, lo mínimo, y Harry no iba a dejarse amedrentar. Al fin estaba consiguiendo que mostrara su verdadera cara, cuando siempre se veía tan medido y compuesto. Harry deseaba verlo como el monstruo que verdaderamente era. Harry deseaba mostrarle la rabia que sentía. Que sufriera al menos una consecuencia.

—Eres igual a ellos, a los Mortífagos que tanto detestas por haber matado a tu madre —volvió a espetarle. Malfoy apretó la mandíbula y sus ojos brillaron de rabia—. ¿Crees que no sé que fuiste tú el que creó la ley que los hace ser esclavos? ¿A los niños?

La expresión en el rostro de Malfoy se congeló por un momento, antes de que aquella máscara en blanco cayera de vuelta en su lugar. Sentado frente a él, a unos metros, Harry no podía distinguir del todo sus facciones.

Pero su actitud no hizo más que acrecentar su rabia.

Pelea, puto cobarde.

—¿Esperas que me arrepienta? —replicó Malfoy con una mueca de desdén.

—No espero nada de ti, eres una mierda —le dijo Harry, completamente tenso —. Eres una mierda. No tienes excusa-

—Potter-

—Y pensar que cuando éramos niños por un momento creí que podías ser mejor, pero nunca ha sido así, ¿no? Obtuviste un poco de poder, ¿y qué hiciste? Esclavizaste inocentes.

—No fue-

—Dime, ¿tu Señor te dio unas palmaditas en la cabeza como premio? ¿Te dijo la buena mascota que eras, al igual que tu padre?

—¡¿Qué mierda-?!

—Los has condenado, los has- ¿eso te complace, no? Te crees superior. Me cago en tus ideales. Me cago en ti, Draco Malfoy. Eres un asesino. Has logrado que vivan-

—¡He logrado que vivan!

Harry cerró la boca, mientras veía cómo Malfoy se levantaba y avanzaba hasta estar frente a él, mirándolo desde arriba. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y por fin alguna emoción realmente fuerte había tomado parte de su rostro. Incluso cuando esa emoción era la rabia.

—¡¿Cómo mierda no puedes verlo?! —gritó de nuevo.

Malfoy se giró dándole la espalda y pasándose una mano por el cabello. Para Harry no tenía sentido lo que había dicho, no tenía ni el más mínimo sentido.

—O sea que los quieres vivos —comenzó a decir, sintiendo su magia arremolinarse a su alrededor—, para humillarlos, para torturarlos. Niños —enfatizó—, siendo arrancados de sus hogares cuando muestran una mínima señal de magia.  eres el culpable de su sufrimiento, tú-

—¡Todos los sangre sucia eran asesinados! —lo cortó Malfoy, girándose—. ¡Todos, sin excepción!

Harry vio cómo el hombre comenzaba a caminar en su lugar, con la cara contorsionada por el enojo. Su propia rabia no se había ido aún, pero las cosas que Malfoy decía estaban comenzando a descolocarlo. Porque aquello no era vida, era un tonto si pensaba lo contrario.

—He logrado que puedan ir a Hogwarts. Y otros, que vivan siendo sirvientes —escupió—. ¡Pero que vivan! ¡Estaban condenados a ejecuciones! ¡A las mismas que tanto asco te dan!

—¡Tal vez era mejor así! —replicó Harry, pensando en las historias que Astoria y Adrian le habían contado, de las cosas que le hacían a esos pobres pequeños.

—¡Entonces me habrías culpado por no hacer nada! ¿No? —replicó Malfoy, haciéndolo enmudecer—. Hipócrita de mierda. Tú, que  eres un asesino...

—Cállate- —dijo Harry sin aliento. Nadie nunca lo había llamado así.

—... Juzgándome a , cuando he sido la única jodida persona que ha tratado-

—¿De qué, de darles una mejor vida? —se burló, apretando los puños.

—¡De que tengan una oportunidad, joder!

—¡¿Por qué?!

—¡Por Eric!

Malfoy dejó de moverse y lo encaró por completo. Su pecho aún se estaba moviendo agitadamente, y el gesto de su cara todavía denotaba enojo. Ira. Desprecio. Pero había algo más ahí, debajo de capas y capas de crueldad.

La respuesta lo golpeó.

Tristeza.

—¿Recuerdas el niño del que tanto hablan tus preciosos Weasley? "El peor asesinato de esos años". ¿Mi sacrificio? —exclamó, haciendo que Harry rememorara todas las veces que se lo habían recordado—. Se llenan la boca llamándome asesino. Se llenan la boca-

Harry miraba la escena como si fuera otra persona, observando todo desde afuera, porque se sentía así. Su rabia aún se encontraba a flote, pero por una vez, estaba escuchando a Malfoy en vez de simplemente atacar de vuelta. No lo había visto tan... real desde que eran niños. En ese momento, trataba de buscar en su memoria algún punto de los últimos meses en el que Malfoy hubiese estallado de esa manera, pero no había nada, y Harry estaba dividido entre lo que decía y sus propios sentimientos al respecto.

—¡Tenía trece! —gritó desgarradoramente. Su mano estaba apuntando a algún punto del suelo, aunque Malfoy no parecía darse cuenta de eso—. ¡Tenía una vida por delante, y decidió morir por mí! ¡Lo hizo porque él estaba destinado a morir de todas formas! ¡Lo hizo para darme una oportunidad! ¡Él! Era solo un chico-

La voz de Malfoy estuvo a punto de quebrarse al final, pero no lo hizo. Harry recién estaba comprendiendo aquello. De a poco.

Por eso Malfoy aseguró no haber matado a nadie, incluso cuando su ceremonia de iniciación en el Nobilium se lo exigía.

Porque el chico dio su vida por él, para que no los mataran a los dos durante el ritual.

El chico dio su vida por él.

—Me hizo prometer que sacaría a mi madre —continuó diciendo Malfoy, hablando hacia el aire—. Y todo lo que he hecho- todo lo que he hecho desde entonces es para cumplir mi palabra. Para poder sacar a mamá de Azkaban, llevármela lejos y asegurarme que el sacrificio de Eric no hubiera sido en vano. —Harry abrió la boca para rebatir, para decir algo, pero Malfoy levantó la mano y lo apuntó a él ahora, sus ojos llameando en furia—. ¡Así que no te sientes ahí, esperando que me arrepienta por cada cosa que hecho! ¡Esperando que me arrastre en el suelo pidiendo tu perdón! Jódete, Harry Potter. Jódanse todos ustedes.

Harry sintió cómo algo helado le cubría todo el cuerpo.

Parte de sí no quería admitir que podía estar equivocado, que Malfoy de verdad pensaba de esa forma, aunque, bien dentro, sabía que era así. Harry buscó esas respuestas durante meses, y jamás esperó encontrar eso. Era más fácil ver a Malfoy como un bastardo cruel y unidimensional. Era más fácil que intentar comprenderlo.

Se encontraba en busca de palabras, porque lo que acababa de contarle era lo único que parecía verdadero de su parte, o al menos que se sentía así. Sí, sabía de sus deseos de venganza, sabía que quería recuperar a su padre, que la forma en la que se sentía hacia Goyle era genuina.

Pero esta parte de él era diferente. Explicaba muchas cosas. Y Harry sólo podía pensar que el fuego iracundo de su interior se estaba apagando, siendo aplacado por la cruda emoción que Malfoy profesaba.

—¿Quieres hacerme el villano? Está bien. ¿Quieres pensar que yo soy el verdadero enemigo y el responsable de todo lo que está mal en el mundo? Adelante —le espetó, arrugando la boca y nariz mientras hablaba. Sus facciones parecían más duras así—. Pero no esperes que me arrepienta del dolor que he causado, porque he hecho lo necesario para sobrevivir. No te atrevas a sentarte ahí y juzgarme cuando tú no has vivido con el Lord en tu casa siendo torturado día y noche. Cuando no has estado preso en un lugar que ya no puedes llamar hogar, y cuando no tenías como objetivo salvar a la persona que más adoras en el mundo, mientras aprendías a vivir aceptando que pasarías a ser el verdugo del mundo mágico. ¿Alguna vez te has detenido a pensar cómo es? ¿Ver gente morir todos los días? Tú, que estás tan cansado de ver peleas, ¿te has parado a pensar qué significa vivir entre Mortífagos?

»No te sientes ahí a juzgarme cuando, mientras yo acababa de aceptar que me convertiría en un torturador, mientras me dedicaba a tratar de salvar a todos los niños nacidos de muggles que podía,  ya habías asesinado a decenas de personas.

Malfoy prácticamente terminó la última palabra en un susurro. Harry no hacía más que mirarlo.

Su mente se encontraba en blanco.

Todo eso era- demasiado.

Demasiada exposición, por parte de ambos. Demasiados sentimientos. Secretos. Verdades. Demasiado para una sola noche.

Parecía tan lejano, semanas atrás, cuando Malfoy le había dicho que matar a alguien no cambiaba nada, y ahora lo estaba tratando de asesino. Quizás si Malfoy hubiera sabido toda la verdad no le habría dicho nada nunca. Quizás matar tanto sí cambiaba algo, después de todo.

Por su parte, lo que acababa de escuchar, para Harry lo cambiaba todo.

—No sabía... —comenzó a decir inconscientemente.

—Cállate, mierda —lo interrumpió él—. Cállate-

Malfoy se dejó caer de nuevo en el suelo frente a él, justo donde le había estado hablando. Se llevó las manos a la cabeza y la apoyó ahí, quién sabía por cuánto. Harry suspiró bajando la mirada y se sirvió vodka.

No. Nunca se había parado a pensar en cómo había vivido Malfoy todos esos años. Nunca le había importado, no verdaderamente. A Harry solo le interesaban las cosas que había hecho, y a pesar de que deseaba saber los por qué, jamás se puso a analizar qué significaba vivir con Voldemort.

Él decidió ese destino.

¿Lo hizo?

Harry tomó el alcohol de una sola vez.

Tenía dieciséis. Era un niño.

Volvió a servirse, pasándole la botella de vuelta a Malfoy, aunque este aún estaba con la cabeza entre sus manos. No sabía cómo disculparse. Ni siquiera sabía si quería disculparse o si Malfoy merecía una disculpa. Su mente era un caos en ese momento.

Un niño dio la vida por él, y Malfoy le hizo una promesa que no cumplió. Fue obligado a torturar durante 1998, Harry lo sabía, lo vio en sus visiones. Pero eso quería decir que también fue obligado a torturar después. Malfoy se hizo alguien que no era para sobrevivir. Y tenía sentido, el dolor en su voz era palpable. Él no quería eso. Realmente no lo deseaba como el resto de los Mortífagos. No disfrutaba haciendo daño, no del todo al menos. Y Harry se sentía horrible por haberlo desestimado.

Al cabo de un rato, en el que oyó cómo el hombre ya no respiraba tan pesado, y se echaba un poco de vodka también, Harry volvió a hablar. El alcohol ya estaba asentándose en su cuerpo.

—La primera vez que maté a alguien, no fui capaz de comer por días —dijo de repente.

—Potter... Me importa una-

Malfoy no acabó esa frase, cansado. Harry no lo miró, sus ojos continuaban fijos en el fondo de su vaso. No tenía idea de dónde estaba saliendo todo eso. Quizás solo necesitaba decirlo.

—Te dicen que no, pero... —continuó, pasando saliva—. Se hace más fácil, con el tiempo. En este punto, ni siquiera recuerdo cómo se sentía mirar a alguien y sentir remordimiento después de quitarle la vida.

Somos lo mismo, quería decirle en verdad.

Pero no podía. Sabía que no era cierto. Y sabía que si lo fuera, ni Malfoy ni él lo creían.

Harry se pasó una mano por el cabello, peinándolo hacia atrás, rozando suavemente parte de su cicatriz.

—Yo, sólo- joder, siento que debería disculparme, pero al mismo tiempo no. Puedo estar siendo un cabrón, pero, no sabía, Malfoy. Eso es todo...

Las palabras, tal como los gritos, estaban viniendo de la nada, desbordándose y saliendo de su boca como cada vez que Harry se guardaba algo. En la parte trasera del jardín se movía un par de gente.

Bueno, llevaba guardándose un montón de cosas por años. Quizás el Valle de Godric y la presencia de Malfoy en ese momento eran la gota que rebalsó el vaso.

O el océano.

—A mis ojos, a los ojos del mundo, tú... —volvió a hablar, sin saber muy bien cómo completar esa oración—. Tú...

—Lo sé —dijo Malfoy, escuchándose muchísimo más exhausto.

Harry levantó la mirada lentamente, para encontrarlo aún con la cabeza gacha, pero ahora sus manos jugaban con el vaso que Harry había conjurado. Unos segundos pasaron antes de que Malfoy decidiera servirse un trago.

—Creí que te importaba un comino. Los nacidos de muggles. Los muertos. La gente que has herido.

—Hay cosas que no me importan —concedió Malfoy, pero no especificó qué.

Harry, por primera vez, se sintió más cerca de él que en todos los años que lo había conocido.

Por primera vez, podía decir que lo entendía.

—Sí —respondió con lentitud, casi con cautela—, pero ahora sé que es porque has tenido que aprender a que no te importen.

—No-

—Sí, Malfoy —lo cortó—. Yo creo que sí.

Harry pensó en la máscara en blanco que siempre traía en el rostro, en el control casi obsesivo que Malfoy tenía sobre su persona. Harry pensó en la forma en la que se mordía la lengua cada vez que hablaba de más, o el vacío e indiferencia que profesaba cada vez que veía algo demasiado horrible. La expresión vacía que portaba en la ejecución.

Y pensó en él mismo también.

Harry pensó, en cómo era necesario tener que enmudecer el mundo y lo que pasaba en él para no perder la cabeza. Y se preguntó si quizás, se parecían más de lo que alguno de los dos pensaba.

—Sólo- no lo sabía —prosiguió, hablando al aire—. Y es fácil culparte a ti.

Malfoy no dijo nada por unos segundos, antes de soltar un ruido que se asemejaba a una risa, pero que no lo era.

—Supongo que siempre lo ha sido.

—Sí.

Harry recibió la botella luego de que Malfoy le hubiese dado un largo y sustancioso trago al vaso entre sus manos. Tomó él también.

—Sé que no habrías matado a nadie, Potter —dijo abruptamente, subiendo sus ojos hasta que descansaron sobre el rayo de su frente—. Si la guerra nunca hubiera sucedido.

—Pero sucedió.

Harry sintió un nudo instalarse en su garganta. Malfoy no dijo nada. ¿Qué podría decir? Soltó un suspiro.

—Yo tampoco sabía...

Malfoy no especificó qué. Harry no preguntó.

Ahora que estaban en silencio, los ruidos de dentro de la mansión eran mucho más audibles. Los gritos de los medimagos de un lado a otro, los llantos de los heridos, las pisadas y corridas que había en toda la casa. Harry volvió a servirse más vodka antes de pasarle la botella a Malfoy. Intentó calmar su interior que le decía que no era justo que él estuviera ahí afuera, bien, y que tanta gente se encontrara sufriendo dentro.

Aquello era un río de sangre.

Y Harry no soportaba oírlos.

—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —dijo al final, tratando desesperadamente de distraerse mientras delineaba con la vista el trazo plateado que cruzaba el rostro de Malfoy. No era la primera vez que se preguntaba eso.

Malfoy se tensó un minuto, antes de resoplar.

—¿Quieres que te mienta?

—¿Por qué me mentirías?

—No sé, Potter —respondió él irónicamente—, ¿cómo te hiciste esa cicatriz en el cuello?

Harry llevó una mano hasta allí de forma inconsciente, mientras hacía una mueca, recordando el día en que la obtuvo: momentos antes que Ginny fuera asesinada. Estaba oculta entre el cuello de sus camisetas la mayoría del tiempo, y le llamaba la atención que Malfoy la hubiese notado.

Malfoy por su parte se llevó los dedos a su cara, tanteando el relieve que le cruzaba la nariz. Harry vio cómo se quedaba pensativo, como si estuviera recordando también.

—Cierto... —murmuró Harry entonces, dándole otro trago a su vaso.

Las cicatrices eran personales, todas contaban una historia. No tenían la confianza para revelar esos secretos.

Malfoy se removió en su lugar, pero luego esbozó una sonrisa, tomando también él de su vaso.

Y simplemente supo que lo que diría no sería nada bonito.

—¿Quieres saber la verdad? Obtuve esta cicatriz cuando me confundiste con una tabla para picar verduras.

Harry pausó sus movimientos.

Luego, lo miró con grandes ojos horrorizados.

En su mente se reprodujo el momento en el que había cometido uno de los mayores errores de su vida, al usar magia negra sin siquiera saber qué hacía el hechizo. Harry no pensó mucho en eso cuando sucedió, ni los años que le siguieron. Quizás la culpabilidad era demasiada, pero...

¿Malfoy había quedado con cicatrices? Debía tenerlas. Snape nunca dijo que se eliminarían por completo. Quizás Malfoy usó un glamour el resto del tiempo, y ahora ya no lo hacía, y la herida había estado ahí desde siempre y-

—Eso fue una broma —dijo Malfoy, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos—. Una terrible al parecer. Merlín, Potter, no me mires así.

Harry abrió y cerró la boca, sin despegar sus ojos de la cicatriz del rostro.

—Yo... Lo sient-

—No. No lo hagas.

Malfoy no lo había dicho bruscamente, simplemente... tranquilo. Ambos se encontraban demasiado quietos, como a la espera.

Quizás necesitaban gritarse, después de todo.

Qué jodidos estamos.

—Pero es la verdad —dijo Harry de nuevo—. Nunca quise-

—Pero lo hiciste. Eso es lo que importa. Creí que lo habíamos acordado.

Harry quiso responder ante eso. Ante su tono y ceja levantada.

Pero sólo volvió a beber.

—No tenía idea de qué haría el hechizo, Malfoy. Nunca tuve la intención de... de...

—¿Cortarme en trocitos? —suplió él con voz calmada.

Harry hizo de nuevo una mueca, mientras Malfoy se quitaba una porción de cabello de encima de su frente y ponía los ojos en blanco. Harry lo vio tomar de su vaso antes de hablar.

—Otra broma.

Bueno, no era muy gracioso.

Harry se limitó a tomar por un largo rato, y ambos no hicieron más que pasarse la botella. Sus movimientos poco a poco se fueron haciendo más torpes y más lentos, y era aliviador saber que podía pensar en algo más que en la tragedia que pasó.

—Lo siento yo también —soltó Malfoy al cabo de varios minutos de silencio.

—¿Por-?

—Sólo- lo siento, Potter.

Harry no sabía por qué lo decía, y no quería pensar en ello. Harry no deseaba pensar en el pasado que compartían, tan infantil y turbulento: como dos niños que estaban jugando a ser soldados de guerra.

Sin embargo, no quería pensar en el presente tampoco, ni en esos ocho años. Harry no quería pensar en el Valle de Godric. Ya había descubierto que no servía. Que sólo le hacía sentir impotente. Que querría gritar de nuevo y quizás ya nunca se detendría.

—Maldición, ¿por qué todo lo que hablamos tiene que ser tan jodidamente deprimente? —respiró, sintiendo el frío de la noche bañar sus mejillas.

Malfoy no respondió, pero sí hizo un ruido que indicaba que le encontraba la razón. Harry bajó las manos hasta el pasto y comenzó a tocarlo y sacar pequeños pedazos de vez en cuando, mientras el rocío de la madrugada caía. Las estrellas estaban brillantes. Hermosas. Contrastando con lo horrible que había sido esa noche.

—Cuéntame de tu primera vez arriba de una escoba —dijo Harry con un hilo de voz, sin dejar de mirar el cielo.

Malfoy bufó, medio risa, medio desdén.

—¿Qué tan borracho estás?

Harry sentía que el mundo estaba pasando más lento, y que se movía de forma inconsciente. Llevaba tomando un buen rato.

—Bastante —respondió con honestidad—. Cuéntame de tu primera vez arriba de una escoba.

—No, Potter.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero hacerlo.

—Pero yo quiero que lo hagas.

Malfoy volvió a hacer ese mismo sonido, después de sacudir la cabeza al tomar un trago especialmente largo.

—Excelente argumento.

Harry volvió a recostarse en el pasto sin dejar de mirar el cielo. El vodka estaba haciendo que esa chispa donde todo le resultaba gracioso empezara a nacer, e incluso las formas que tenían las estrellas le resultaban chistosas.

—Mi primera vez arriba de una escoba fue a los once años —murmuró, respondiendo su propia pregunta.

—¿A los once? —La voz de Malfoy sonaba claramente sorprendida.

—Sí. En las clases de vuelo de Madam Hooch.

Harry ladeó la cabeza para mirarlo al fin, descubriendo que las cejas de Malfoy se encontraban muy, muy arriba.

—¿En Hogwarts?

Sonaba tan incrédulo, que Harry casi quiso gritarle que ya se lo había respondido varias veces. Pero se controló.

—Sí. Antes de eso, ni siquiera sabía que era mago.

Harry recordaba cómo era volar, cómo se sentía. Sólo volar. No ir a una misión. No usar la escoba para salvar su vida.

Volar. Sin ningún propósito. Por diversión. Porque le gustaba.

—Me estás diciendo- —las palabras de Malfoy lo devolvieron a su conversación—. Me estás diciendo que hasta que no ibas a entrar a Hogwarts, ¿no tenías idea de que eras Harry Potter? —Sorprendido era poco para la expresión y tono de voz de Malfoy.

Harry se acordó de los Dursley entonces, de cómo le habían ocultado la magia. Casi ni pensaba en ellos porque cada vez que lo hacía, se amargaba. Lo único que esperaba era que donde sea que se encontraran, que estuvieran pagando. Sufriendo. Aunque nunca se lo admitiría a otra alma.

—No, era Harry. Sólo Harry —respondió él, luego de recordar la pregunta. Aunque se confundió instantáneamente porque lo que dijo no tenía sentido—. O sea, sigo siendo sólo Harry.

—Bueno, sólo Harry, me cuesta creer que el hechicero más famoso de nuestra generación no tuviera idea que poseía magia.

—No lo sabía —replicó tranquilamente—. Ellos trataron de ocultarlo.

Harry volvió a ver a Malfoy, y observó cómo éste abría la boca, seguramente para preguntar quiénes eran "ellos". Sin embargo, cuando sus miradas se encontraron, la cerró, y en su lugar, tomó de nuevo haciendo un gesto al aire.

—¿Entonces, cómo se sintió?

Harry, quien había estado siguiendo cada uno de sus movimientos con fijeza, frunció el ceño.

—¿Eh?

Malfoy repitió el gesto al aire.

—Andar en escoba.

Harry chasqueó la lengua, recordando ese momento. Recordando los partidos de Quidditch y la emoción que sentía al atrapar una snitch. El aire contra su cara. La sensación de ser libre, de poder ir donde quisiera. La velocidad que podía agarrar. El único lugar donde se sentía verdaderamente él.

—Se sintió... asombroso —respondió, sin darse cuenta de que había cerrado los ojos—. Invencible. Nunca pensé- nunca creí-

Harry trató de volver a ese primer día, al momento en el que fue elegido para el equipo- y un niño de cabello rubio y ojos grises se coló en su memoria. De gesto altanero y burlesco. Harry recordó entonces, cómo verdaderamente había descubierto que le gustaba volar.

Se detuvo y se giró a mirarlo, sintiendo los ojos levemente desenfocados debido al alcohol. Malfoy aún se encontraba esperando su respuesta, mientras volvía a servirse.

—Fue gracias a ti, ¿lo sabías? —preguntó Harry con la boca seca.

Malfoy detuvo sus movimientos y lo miró, mientras Harry se sentaba para esperar de vuelta la botella.

—¿Disculpa?

—Tú fuiste la razón por la que me subí a una escoba —repitió, acariciando el pasto—. Le robaste la recordadora a Neville, y yo te perseguí para que se la devolvieras.

Harry definitivamente no pensó en Neville y su cuerpo tendido en la mitad del patio de Hogwarts.

Malfoy hizo una mueca, y su expresión se perdió, seguramente recordando ese momento.

—O sea que tu primera vez arriba de una escoba fue a causa de que yo me estuviera comportando como un imbécil.

—Básicamente —replicó Harry, algo divertido—. Y cuando la lanzaste, alcancé a atraparla antes de que cayera, frente a la torre de McGonagall. Por esa razón fue que entré al equipo de Quidditch antes que el resto. En primer año.

Malfoy abrió la boca, en un gesto que bordeaba la indignación y Harry casi soltó una risa. En su lugar, recibió de vuelta la botella para volver a beber.

—Mi yo de once años estaría tirándose el pelo de la rabia si lo supiera.

Y Harry  rio esta vez. Verdaderamente rio.

—Sí... —contestó, imaginando a un Draco Malfoy pequeño y malhumorado estampando el pie contra el suelo. Sonrió. Entonces, volvió a acordarse de ese niño, de cómo parecía tan distinto al hombre frente a él. Recordó el incidente de la primera vez que voló, y dijo—: Creo que nunca me había sentido tan feliz.

Harry bebió de su vaso, sintiendo cómo su voz iba más lenta. Tratando de no pensar desde hace cuántos años que no volaba por opción, sino por necesidad.

—El Quidditch era lo único en lo que era realmente bueno, ¿sabías? —preguntó entonces, limpiándose la boca con la manga.

—Obviamente, tenía una libreta llena de datos curiosos acerca de ti —replicó Malfoy—. Claramente no sabía, Pot-

—Era lo único en lo que era realmente bueno, que no venía de Vold- Tom —lo interrumpió él, sin prestarle atención, las palabras saliendo de su boca sin que él las autorizara—. O por lo que la gente me felicitaba sin que tuviera relación con yo siendo el Elegido. Lo único que era solo mío.

Y él me quitó eso también.

Sentía los ojos de Malfoy encima suyo. Harry se terminó su vaso, dándole un vistazo a la botella que ya iba por la mitad. Luego, volvió a acostarse con la espalda apoyada de lleno en el pasto.

—Todavía puede serlo —le dijo Malfoy, después de unos segundos.

Harry bufó.

—¿Cómo?

—Cuando salgamos de aquí y ganemos la guerra.

Harry volvió a mirar hacia arriba, y recién allí se dio cuenta de que estaba demasiado cerca.

Ganemos.

Dijo "ganemos."

No tenía idea de que Malfoy se había sentado solo a unos pasos de él. Podía oler su aroma, detallar dónde acababa la cicatriz que le cruzaba el rostro, y distinguir el color de sus ojos. Malfoy tenía una leve heterocromía. Un ojo era algo más azulado que el otro ¿Cómo no lo había notado antes?

Si Harry se movía unos centímetros, su cabeza chocaría contra la cadera de Malfoy.

—Puedes hacerte estrella de Quidditch, Potter—completó él.

Harry continuó mirándolo, pero los ojos de Malfoy no brillaban. No creían en lo que había dicho, Harry lo sabía. Porque era ridículo. ¿Cómo podrían salir adelante, luego de que todo aquello pasara? ¿Cómo podrían mirarse en el espejo, y fingir que todo estaría bien? ¿Cómo podrían algún día dejar de ver las caras de los muertos? ¿Las caras de aquellos que habían fallecido gracias a ellos?

No había forma de escapar. No había forma.

No existía un trazo de esperanza.

La guerra los había devorado vivos a ambos.

—¿Qué quieres hacer tú, cuando todo termine? —susurró, después de no hacer más que verse por unos segundos.

Harry sentía que era mejor seguir hablando de eso que quedarse en silencio. Ni siquiera creía que saldría vivo de esa guerra, en primer lugar, lo que era un alivio. Pero era agradable pretender, sólo por unos segundos, que existía un futuro.

Ambos sabían que no eran más que fantasías delirantes.

—Cuando era pequeño siempre creí que iba a ser ministro, ¿sabes? —dijo Malfoy finalmente, dándole otro sorbo al vodka—. Y cuando crecí, pensé en convertirme en maestro de pociones.

Harry hizo una expresión de asco sin darse cuenta. Sí, muy lindo lo que había hecho Snape al final y todo eso, pero como profesor- como adulto responsable... Harry no quería tener nada que ver con la elaboración de pociones en lo que le quedaba de vida, muchas gracias.

—Podría hacerme jugador también. O... O... No lo sé —continuó Malfoy—. Podría convertirme en sanador.

Harry alzó las cejas, sorprendido. No habría esperado que Malfoy dijera algo así- jamás. Mucho menos después de lo que Madam Pomfrey le había dicho de él.

Si pensaba en el Draco de Hogwarts, Harry no lo veía más que como el heredero de los Malfoy, un hombre de negocios, quizás con algún puesto relacionado con Gringotts o el Ministerio. En ese momento, maestro de pociones parecía la opción más obvia. Sin embargo, Malfoy dijo que quería eso en un pasado, no en un presente.

—O podría huir al mundo muggle y olvidarme de toda esta mierda —sentenció Malfoy finalmente.

—No podrías —le soltó Harry sin pensar.

Malfoy parpadeó, sin esperar esa respuesta.

—¿Disculpa?

Harry se mordió la lengua. Literalmente. En primer lugar, Draco Malfoy viendo como una opción viable huir al mundo muggle ya era una idea risible. Pero además... Además-

—No podrías, ¿te has visto a ti mismo? —dijo Harry, con su boca moviéndose nuevamente sin su permiso—. Es como- como... como si estuvieras hecho de magia.

—Soy un mago, Potter. Estoy hecho de magia.

—No, pero- —Harry dijo sin pensar. Joder. Debía callarse—. Cuando era más pequeño, conocí la cocina de los Weasleys, y pensé que- que... Que todo lo que había allí era mágico, todo- eh... Tú... —Harry estaba balbuceando, y ni siquiera él mismo podía formar bien las ideas en su cabeza—. Tú naciste aquí. Todo lo que has hecho tiene que ver con la magia. No-

—Eres una mierda explicándote —lo cortó él. Entonces, frunció el ceño, aturdido—. Espera, ¿me acabas de comparar con la cocina de los Weasley?

Harry se habría reído de su expresión, si el mundo no estuviera dándole vueltas y si sus ideas no se encontraran tan mezcladas y confusas.

—El punto es- es que eres parte de este mundo, mucho más de lo el resto podría serlo.

Malfoy asintió, cómo si lo que Harry hubiese dicho tuviera un mínimo de sentido.

Y volvió a echarse vodka.

Bastante.

—Tal vez ya no quiero serlo —murmuró en respuesta.

Harry suspiró, mientras miraba hacia el cielo. Ahora podía comprenderlo un poco más y podía tratar de ponerse en su lugar. Sabía que si bien, nada justificaba las cosas que hizo, eso no quería decir que deseaba hacerlas. Harry lo entendía.

—La primera vez que anduve en una escoba fue a los cinco años —soltó Malfoy abruptamente.

Harry lo observó de reojo. Estaba con la mirada enfocada en su trago, como si estuviera recordando.

Bueno, a eso se refería. Cinco años, joder. Malfoy respiraba magia.

—Padre... Padre me compró una réplica exacta de la suya, pero de mi tamaño, y yo estaba tan jodidamente orgulloso y feliz, porque era como él, me parecería a él, ¿sabes? Era lo único que anhelaba. —Malfoy hizo una pausa amarga, y hasta Harry podía ver la ironía en eso. ¿No había conseguido eso ya? ¿Parecerse a él? Eso y más—. Fue para mi cumpleaños. Me llevaron al patio de la mansión y madre-

»Madre junto a él se pusieron en el otro extremo del patio, alentando a que me subiera y fuera hasta ellos. Lo recuerdo —dijo, con el fantasma de una sonrisa, que prontamente pasó a ser una expresión seria—. Lo recuerdo porque no lo disfruté.

Harry arrugó la frente. ¿Cómo alguien no podía disfrutar eso? Y a esa edad. Pero Malfoy siempre había parecido un adulto, incluso de niño, imitando las conductas de alguien más. Siempre queriendo ser... más.

—No lo disfruté. Quería impresionarlos. Quería que estuvieran orgullosos de que pudiera ser rápido, que pudiera andar en escoba solo. Estaba emocionado, porque era una prueba. —Malfoy se tomó su vaso al seco—. Y entonces, me caí.

Harry esperó unos segundos.

Y luego, se echó a reír.

Para cuando, en medio de una risa, se giró un poco para ver a Malfoy, descubrió que este lo estaba mirando fijamente.

—No te rías —lo reprendió, aunque una sonrisa asomaba las comisuras de su boca—. En fin, lograron atraparme, pero de todas formas no dejaron que me montara solo en una de nuevo hasta los seis. Recuerdo que fue un golpe para mí, porque había fallado. Y no quería volver a decepcionarlos nunca.

»Una vez que aprendí bien, disfrutaba volar. Realmente lo hacía. No tanto como tú, de todas formas. Y entonces llegó Hogwarts, y nuevamente se convirtió en una prueba para mí. Debía superarte.

Harry negó.

—No debías —replicó—. Querías hacerlo.

—Dile eso a mi yo de doce años.

Harry resopló, girando en su espalda para apoyarse en los codos y así servirse de nuevo. Una vez que tomó el vaso completo, dejando de sentir el ardor del alcohol, Malfoy habló nuevamente.

—Creo que una de las cosas que realmente me gustaban, eran las pociones.

Harry puso una expresión confundida, mirándolo de lado al estar recostado nuevamente.

—¿Gustaban?

—Gustaban.

Harry pensó en un Malfoy de veinte años, en su laboratorio, haciendo cosas que odiaba a través de algo que amaba.

Harry pensó en él, y en cómo había terminado odiando algo que le gustaba. Carajo.

—Somos dos bastardos infelices —dijo Harry—. Salud por eso.

Malfoy levantó su vaso.

—Salud.

Harry se sentó y volvió a servirse de la botella. Malfoy, que siguió cada uno de sus movimientos, igual pareció sorprendido cuando Harry levantó el vaso también y lo chocó con el suyo, haciendo que sus pieles se rozaran y el mundo le diera vueltas.

Harry estaba muy ebrio.

—¿Alguna vez tuviste novio? —preguntó, porque fue la primera duda que se le vino a la mente.

Malfoy tragó sonoramente lo que le quedaba de alcohol.

—¿Perdona?

—Estoy tratando de crear conversación por aquí...

—¿Por qué? ¿No podemos simplemente beber de forma miserable y en silencio? Acabamos de gritarnos el uno al otro.

—Sh.

—¿Acabas de hacerme "sh"? —dijo sonando ofendido—. ¿A mí?

Harry se rio perezosamente y pasó las manos por debajo de sus anteojos.

—Silencio. Entonces, ¿alguna vez tuviste?

—¿Por qué novio? —replicó Malfoy—. ¿Por qué no "novia"?

—Porque todos han tenido novia, y probablemente tú también. ¿Para qué hablar de eso? Aburrido —dijo Harry bufando—. Ron nunca tuvo novio, y no sé a qué otra persona preguntarle sin que suene inva- invi- eh, invasivo... O yo qué sé.

—¿Y no es invasivo preguntarme a mí? —cuestionó Malfoy, pero no lo dejó responder—. No, Potter. Nunca tuve un novio. Ni novia, si estamos en eso.

—Pero Pansy-

—Pansy fue mi prometida luego de la Batalla. En Hogwarts solo éramos amigos.

Harry hizo un ruidito parecido a un "aah", pensando que eso no tenía sentido. ¿Pansy Parkinson no estuvo encima de él durante todo Hogwarts? Aunque no iba a decir nada de eso, por supuesto.

—Pero besé a unos cuántos —continuó Malfoy, suspirando exageradamente—. Me he follado a Theo. Repetidas veces.

Harry bajó las manos de golpe.

La imagen de Theo y Malfoy que llegó a su cabeza no hizo más que revolverle el estómago.

—No necesitaba tantos detalles, gracias.

—Tú preguntaste.

Harry ladeó la cabeza, pasando las manos por encima del pasto mientras pensaba. Theo y Malfoy. Ciertamente esa era una noche de revelaciones.

—¿Qué hay de ti?

—¿Yo? —respondió Harry, resoplando—. Yo ni siquiera pensé que era posible sentirse atraído hacia un hombre hasta que quedé aquí, y Ginny murió. Pero no, no he tenido novios.

—¿Quién querría tener uno en un momento como este? —replicó él con acidez, aunque luego calló, mientras se llevaba una mano a la boca y parecía darse cuenta de algo—. Mi más sentido pésame por su muerte.

Esas palabras eran demasiado extrañas para que vinieran de parte de Draco Malfoy.

—¿Dónde quedó el: "no esperes que muestre humanidad" de hace cinco minutos? Hasta te pones educado cuando estás borracho.

—Siempre soy educado.

Él, personalmente, sabía que eso era una vil mentira.

—Malfoy. No.

Harry se recostó, y entonces, sin desearlo, se acordó de Ginny. De su risa. Se preguntó qué diría si estuviera allí ahora, qué pensaría de ese baño de sangre, de Draco Malfoy. O qué diría de él, borracho en el jardín con alguien que había probado ser un monstruo. Pero un monstruo que también sentía.

Aún dolía. Harry dudaba que dejara de doler alguna vez. Así como aún dolían las muertes de Sirius y de Remus. La muerte de Tonks. De Dumbledore. Harry no podía evitar preguntarse...

Preguntarse-

—A veces me pregunto... —murmuró, expresando su sentir—. Si ella y yo habríamos funcionado. Si continuara viva.

—Oh, ¿vamos a hablar sobre tu ex muerta? —dijo Malfoy, alzando las cejas incrédulo. Harry no le prestó atención.

—Yo creo que no funcionaríamos.

—Bueno, al parecer sí vamos a hablar sobre tu ex muerta —Malfoy bostezó antes de agregar—: ¿Por qué no?

—Éramos demasiado parecidos. La amaba- la amo, pero... Pensaba que me iba a dejar por Maia, ¿sabías?

Malfoy parpadeó.

—¿Qué?

—Maia Snyde. Debes conocerla.

Malfoy frunció el ceño, mientras se llevaba una mano a la barbilla, como si estuviera pensando.

También estaba borracho.

—Maia. Maia. Maia... —comenzó a decir, tratando de acordarse. Luego, pareció casi como si una ampolleta se iluminara en su cabeza, y lo observó con ojos abiertos de forma exagerada—. ¿Maia? ¿Esa Maia?

—Ajá. No sé-

La carcajada que soltó Malfoy fue tan sonora, que él mismo se tapó la boca, agitando los hombros a causa de la risa. Harry parpadeó sorprendido.

—¡Hey! —exclamó, sintiendo una sonrisa tirar de sus labios.

Malfoy también tenía una.

—No creo que te hubiera dejado Potter, esa niña estaba hasta la médula por ti. Y si lo hubiese hecho, hubiera sido una estúpida. ¿Cambiarte por Maia?

Y para probar su punto, soltó un escalofrío. Harry sonrió.

—Supongo que ya nunca lo sabré.

No fue dicho con esa intención.

Pero aquella oración lo golpeó de cerca.

Ya nunca lo sabría.

Harry empujó lejos las memorias de Ginny que lo asaltaron. Vívidas y crueles. Su cabello rojo flamear. Sus ojos cafés entrecerrarse en forma de reto. Su risa que llenaba cada espacio vacío. La forma en la que decía su nombre, como si Harry fuese algo sagrado. Harry ahuyentó el recuerdo de su muerte, cómo se desangraba a sus pies y él no podía hacer nada.

No la pudo salvar.

Le daba igual si lo hubiera dejado o no. Le daba igual no haber funcionado como pareja. Harry ni siquiera sabía si quería eso. Harry ni siquiera sabía si una relación como la de ellos, llena de desacuerdos, hubiese sobrevivido a la guerra.

Pero lejos o no, ex novia o no, estaría viva.

Harry necesitó volver a servirse otro trago. Sólo que esta vez, no se recostó de nuevo. Su mirada se perdió en el laberinto, mientras unas súbitas ganas de llorar lo asaltaban.

—Cuando ella murió fue la primera vez que maté a alguien —confesó, sintiendo que necesitaba sacarlo de su pecho—. Por venganza.

Malfoy dejó escapar un respiro, y sus dedos se encontraron parcialmente mientras Harry dejaba la botella entre ambos.

—¿Te hizo sentir mejor?

Harry pensó en Selwyn muriendo gracias al Sectumsempra. Pensó en la expresión de Maia. Cómo hasta el día de hoy se arrepentía de no haberla matado.

Su rostro se endureció.

—Sí. En el momento.

Malfoy sólo lo miró. Harry vio que a la botella le quedaba sólo un cuarto de lo que solía tener minutos atrás.

—Creo que perderla marcó un antes y un después. Creo que sin ella los Mortífagos nos habrían atrapado. Ya habríamos sido asesinados. Ya habríamos perdido la guerra. Y-

Harry cerró la boca, sabiendo que el alcohol le estaba haciendo decir todas esas cosas. Pero ya habían sido dichas, y Malfoy ya estaba pensando en ellas.

Nunca le contó eso a nadie. Se sentía asquerosamente culpable por pensarlo. Por pensar que de alguna u otra forma, la muerte de Ginny y la traición de Maia fue útil, no sólo para él, si no para salir de las barreras de la cuarentena. No quería pensar en ella como una utilidad, una oportunidad de mejorar, porque Ginny era más que eso. Pero a veces se sentía así y no podía evitarlo. Sentía que gracias a su muerte estaban donde estaban y que incluso agradecía que las cosas hubieran pasado así. Sabía que por una parte era reconocer que su asesinato no había sido en vano, y que eso debía hacerlo feliz, pero Harry se sentía físicamente enfermo cada vez que lo pensaba, y terminaba con náuseas. Como en ese preciso momento.

Pero Malfoy no lo juzgó.

No como él sabía que cualquier persona de la Orden haría. Malfoy simplemente lo miró y asintió, como si entendiera a la perfección lo que sentía.

—Porque de otra forma, jamás habrías sido capaz de asesinar a alguien. Sólo su muerte te hizo capaz —dictaminó, y Harry sintió un alivio tan grande al saber que había otra persona que pensaba lo mismo.

—Sí.

Malfoy chasqueó la lengua, meditativo, y balanceó su cabeza. Luego paró de golpe, parpadeando un par de veces. Probablemente gracias a que todo el mundo debía estar dándole vueltas.

Harry suspiró. Viendo por primera vez al hombre. A Draco Malfoy.

No al torturador. No a Astaroth. No al robot.

A él.

—Solo... —comenzó a decir, abrumado porque Malfoy se veía... relajado, casi—. Entiendo, cuando dices que lo que has hecho, lo has hecho por ese chico. Por tu madre. Incluso por tu padre. —Harry podía comprenderlo ahora, realmente podía. Nuevamente sintió alivio; eso era lo único que buscaba hacer. Por meses—. No lo justifico. No creo que seas mejor persona. No creo que yo sea mejor persona tampoco. Sigues siendo Draco Malfoy, pero...

Malfoy lo estaba observando en ese instante. Sus ojos brillaban con intensidad, su mano apretaba con fuerza el vaso, tornando sus nudillos blancos. Harry podía verlo perfectamente en la oscuridad de la noche gracias a su palidez. Se lamió los labios.

—Lo entiendo.

—No parecías entenderlo antes.

Su tono había salido duro, brusco. Su cuerpo estaba tenso. Harry suspiró.

—No lo sabía, Malfoy. Pero lo hago ahora.

Malfoy no respondió de inmediato. Aunque luego levantó la cara, dándole la misma mirada intensa de segundos atrás.

—Lo siento. —Y sonaba sincero—. Por la chica Weasley.

Harry asintió, abriendo la botella una vez más.

—Lo siento —repitió—. Por Eric.

Harry aún tenía muchas dudas, pero no era el momento para preguntarlas. No creía que nunca fuese a ser el momento, la verdad. Pero lo que sabía era suficiente. Era suficiente para lamentar la pérdida de un chico de trece años.

Trece.

Todo eso, todo ese escenario, todo ese mundo era demasiado surreal.

—Esta noche todavía se siente como un mal sueño —le dijo Harry, tomando de nuevo—. Desde que Tom ganó en Hogwarts, todo se siente así.

—Tal vez Hogwarts era el sueño. Y ahora nos queda afrontar la realidad.

El andén King Cross. El expreso de Hogwarts. Los botes. El castillo. Hagrid. Las clases. Las salas. Las torres. El invernadero. El bosque prohibido. La biblioteca. Dumbledore. Las risas. El hogar. El Sauce boxeador y Crookshranks.

Ya no quedaba nada.

—¿Cómo están? —preguntó Malfoy de pronto—. Granger y Weasley.

—No pelearon hoy.

Harry entrecerró los ojos, pero Malfoy nada más lo miró, esperando una respuesta. Y lo hacía sentir algo incómodo, no sólo porque era Malfoy, y por más que lo comprendía, seguía siendo él. Sino también, debido a Hermione; a la distancia que ella había puesto de forma inconsciente entre ambos. Por una parte Harry se encontraba aliviado de no tener que lidiar con eso, con ese hecho horrible. Por otro, la extrañaba. Y no deseaba conversarlo.

—Hermione está ayudando a los sanadores —le dijo finalmente—. Ron está haciendo lo que puede también.

Sabía que no era eso lo que Malfoy preguntaba, pero no quería hablar de lo otro. Malfoy tampoco insistió.

—¿Por qué no estás ahí dentro tú? —cuestionó en su lugar—. No digo que debas, solamente se me hace extraño.

—No me dejaron. —Harry se encogió de hombros.

—No me imagino a nadie negándote nada.

—Sí, bueno. Se supone que estoy descansando en mi cama.

—No puedo creer que sean tan imbéciles como para pensar que obedecerías a algo así luego de una batalla.

—Debería obedecerles. Después de todo, soy un paciente.

Malfoy hizo eso, eso que ya había hecho varias veces en un rato. Sus cejas subieron, sus ojos se abrieron de manera exagerada, como si sus sentidos lo estuvieran engañando. Harry soltó una risita.

—¿Fuiste herido? —exclamó.

—No suenes tan impresionado, no soy de hierro.

—De piedra sí —Malfoy dijo al instante, y luego se rio de su propia broma. Harry lo miró, recibiendo una mueca de hastío de su parte—. Amargado.

Le sonrió en respuesta.

Pero Malfoy aún esperaba una contestación así que Harry se llevó una mano al cuello, sintiendo el tejido regenerarse poco a poco.

—La bomba penetró por el lado izquierdo el escudo que conjuré, sólo un poco —explicó Harry, sin tener memorias de ese momento. Gracias a Merlín—. Afortunadamente fue en el cuello, y parte de la espalda nada más, la que no está hecha piedra. Ya está sanando, no hay mucho que mirar.

Malfoy intentó mirar de todas formas, haciendo oídos sordos. Aunque Harry sabía que no vería nada. Luego, hizo una mueca, y Harry se acordó de Theo. Sabía que Malfoy se estaba acordando también.

Ambos tomaron un trago más. La botella ya estaba casi vacía.

—Va a estar bien —le dijo Harry—. Theo jamás moriría sabiendo que dejaría sola a Luna.

Malfoy esbozó una sonrisa triste y de auto desprecio. Harry se preguntó, por unos segundos, si quizás estaba enamorado de él.

—¿Cómo se lo vas a decir? —preguntó Malfoy en su lugar. Harry se tomó el vaso al seco. Sentía sus párpados pesados.

—Esperaré a que salga de peligro y luego le contaré.

Luna no lo soportaría de otra forma. Harry no podía culparla.

La expresión agraviada retornó al rostro de Malfoy, y Harry sentía que se estaba aprendiendo sus emociones. Hasta ese momento, Malfoy solamente había mostrado enojo, vacío, deseos de venganza; características del hombre en el que se había convertido para el resto del mundo, el que también era parte de él. Pero todo el resto, la tristeza, la desolación, el agravio... Esas pertenecían a otro Malfoy. Uno que Harry sólo recordaba en el pasado. Porque en Hogwarts había mostrado las emociones a flor de piel, escritas en todo el rostro: se alteraba apasionadamente. Podía odiarte con intensidad por algo muy estúpido.

—Me llamaron a reconocerlo —dijo Malfoy, golpeando su vaso con los dedos—. Su ropa estaba casi deshecha. Lo único que podía indicar que era Theo era la Marca de su antebrazo y un anillo familiar de los Nott. Pero no fue eso lo que me hizo identificarlo. —Malfoy se pasó una mano por la cara—. Sino una pulsera que le hizo Luna.

Harry sonrió en contra de sí mismo. Luna siempre hacía joyerías, siempre, tal como en Hogwarts. Y la mayoría estaban destinadas a Theo. Era algo tierno pensar que él las usaba.

—Así de desfigurado estaba.

Harry volvió a la realidad de golpe.

Su mano llegó nuevamente hasta el borde de su cuello, y pensó en Theo y en cómo debía estar. No lo admitiría, pero le había tomado cariño, a pesar de que sus interacciones no iban más allá de lo necesario. Harry se giró un poco entonces, y se movió hacia la luz, bajando el cuello de su camisa para que Malfoy pudiera ver la quemadura.

—Me echaron la poción apenas me sacaron del Valle de Godric, y mi piel está así —le explicó—. En San Mungo hay más material, más implementos. Theo seguramente volverá a su apariencia. —Harry dudó si agregar lo siguiente, pero lo hizo de todas formas—: Tranquilo.

Malfoy no contestó, y justo cuando Harry se iba a girar, sus dedos se posaron encima de la piel herida.

Harry tardó en notarlo, gracias al alcohol, y quizás el mismo Malfoy no se daba cuenta de lo que estaba haciendo. Sus dedos se encontraban tan fríos como recordaba, el toque era suave. Ahogó una respiración.

Y luego el contacto ya no estaba, y Harry lo estaba mirando de nuevo.

Se encontraban cerca.

—Desperté en medio de los cadáveres, ¿sabes?—comenzó a decir Malfoy, con los ojos desenfocados—. Todos... Más de doscientas personas. Muertas.

Si Harry cerraba los ojos, podía ver a las víctimas.

Ni siquiera se imaginaba lo que era despertar en medio de ellas.

—La Orden perdió alrededor de cien miembros —replicó él, sabiendo que eso era lo que Kingsley había conversado con Robards—. Gracias al fuego.

—No dudo que nosotros andemos cerca de ese monto.

Harry quiso sentirse mal. Después de todo, eran vidas. Y en el campo lo había abrumado la cantidad de destrucción dejó la batalla.

Pero en ese momento, nada llegó.

—Pero la mayor cantidad de pérdidas eran civiles —dijo en su lugar.

Gente que quería huir. Gente que quiso pelear y no sabía cómo. Niños y jóvenes que creían que gracias a la educación de Voldemort sabían luchar y terminaron asesinados.

Harry sentía cómo el corazón le iba rápido.

—Dijimos que no hablaríamos de esta mierda depresiva —susurró Malfoy, arrastrando las palabras.

—No dijimos que no hablaríamos de esto —respondió Harry en un inicio, sólo por joder—. Pero concuerdo. En fin, ¿sabías que cuando está a punto de amanecer salen luciérnagas?

—He visto algunas en la mansión, pero hace años que no —contestó Malfoy, arrugando el entrecejo—. ¿Esas son las que brillan?

Harry asintió energéticamente. No hizo más que marearlo. Bueno, no siempre aparecían, tampoco en todas las épocas, pero cuando lo hacían...

—Sí, en unos minutos... Solo hay que esperar.

El alcohol ya formaba parte de cada célula de su sistema. Condicionaba sus movimientos, la manera en la que hablaba y lo que pensaba. Harry tocó el pasto de nuevo, y miró a las estrellas. Arriba, la luna se encontraba escondida entre nubes y se veía cada vez más tenue. Malfoy la estaba mirando también.

No tenía caso continuar tomando vodka, la botella ya no tenía más que un sorbo. Sin embargo, Malfoy se la llevó a la boca y lo tomó, limpiándose luego con su manga. Elegante.

Ambos se quedaron en silencio. A diferencia de otros, no era tenso, ni siquiera cómodo era la palabra. Solo era... Calmado. Tranquilo. Ambos estaban tratando de dejar la mierda atrás.

Entonces, al cabo de lo que se sintieron como horas, las luciérnagas se asomaron.

Una luz tenue y azul bañaba el jardín, iluminando así a ambos. Pero lo que verdaderamente llamaba la atención, eran los insectos que salían desde los árboles.

Harry no sabía si era una especie mágica, nunca había preguntado, mas lo parecían gracias a que a diferencia de los insectos reales estas aparecían sólo a ciertas horas. Su brillo era de un amarillo intenso y vivo que parpadeaba y se desplazaba de un lugar a otro. Era como ver que las estrellas habían bajado del cielo y se movían en la tierra. Harry vio cómo volaban por el laberinto y luego se acercaban a ambos, con tanta rapidez que su luz estaba encima de su nariz en un momento, y luego de vuelta entre los árboles.

El espectáculo era mejor que cualquier cosa que Harry hubiese visto en esos años, y lamentaba no salir al jardín más seguido para presenciarlo. Simplemente era indescriptible.

Al parecer, no era el único que lo pensaba.

Malfoy se había quedado maravillado viendo hacia el frente, con su boca abriéndose ligeramente en una "O". Alzó el brazo cuando una de elas luciérnagas pasó por su lado y sonrió suavemente cuando otra se posó en su hombro. Las luces bailaban a un lado de él, en él, encima. Harry no recordaba que su cabello brillara tanto.

Y entonces, Malfoy se acostó, perdiendo toda la compostura que le quedaba.

Abrió los brazos en una pose que una parte de su cerebro registró cómo "borracha" y luego-

Luego se echó a reír.

Harry no recordaba haberlo escuchado reír antes.

No así. No honestamente.

Las arrugas de sus párpados se hacían presentes, y su nariz se arrugaba de una forma vaga. Sus dientes se mostraban casi perfectos, y su risa era hasta dulce. O bueno, el cerebro borracho de Harry la consideraba dulce. Él observó cómo Malfoy cerraba los ojos y hasta su frente se arrugaba. Toda su cara cambiaba.

Parecía otra persona.

Harry apartó la vista cuando uno de los insectos llegó hasta su propio cabello y aparentemente lo confundió con un arbusto. Cuando Malfoy abrió los ojos, aquel hecho le pareció hilarante también y otra tanda de carcajadas le acompañaron.

Y por primera vez en mucho tiempo, Harry se sintió realmente despreocupado.

En ese minuto, con su némesis de la infancia, luciérnagas en su cabello, y la luz del día apareciendo en el cielo, Harry sentía que ninguna preocupación o problema podía alcanzarlo. Y una parte de él deseó quedarse a vivir en ese momento por siempre. Era todo tan ridículo, que le resultaba cómico.

Al paso de unos minutos, la risa de Malfoy cesó, las luciérnagas volvieron a los árboles, y la luz se estaba llevando casi por completo la noche.

Harry lo miró. La iluminación de la mañana resaltaba sus rasgos.

—Casi lo olvido- —dijo Malfoy, cuando sus ojos se conectaron—. Te debo una, Potter. Por salvarme la vida.

Harry sintió algo amargo al oírlo terminar, pero lo empujó, no quería pensar en eso, no en ese momento. Las preocupaciones podían esperar. Necesitaba que esperaran.

—No quería matarlo —le dijo, porque de todas formas quería sacarlo de su interior—. Espero no haberlo hecho, ni siquiera recuerdo con qué lo ataqué, sólo- —Harry arrugó la frente—. No nos podíamos permitir perderte. Eres demasiado útil para la Orden.

Se sintió estúpido por revelarle algo así a Malfoy. Aunque este no pareció darle ninguna importancia.

—La declaración de amor más romántica del siglo, Potter. Ni siquiera me has invitado a comer.

—Te estoy ofreciendo vodka. Respeta.

Malfoy volvió a reír, y a pesar de que era una clara risa alcoholizada, Harry sintió que nunca se acostumbraría a ese sonido. Se permitió relajarse.

—No entiendo como hace horas nos estábamos gritando —dijo, sonando realmente asombrado.

Harry recordó los gritos y la forma en la que la cara de Malfoy había lucido tan desesperadamente enojada. Parecía días atrás.

—Quizás lo necesitábamos.

—¿Necesitabas descargarte en mí?

Harry sintió cómo un calor sé extendía por su cuello hasta las orejas. No era mentira.

—No es como si tú no lo hubieses hecho tampoco —replicó infantilmente.

—Uf, desde que te conocí había tenido ganas de gritarte en la cara.

—Encantador.

Malfoy tenía una sonrisa en el rostro, y llevó los brazos hasta ponerlos detrás de su cabeza, en una pose de total relajación. Las luciérnagas seguían con su espectáculo, y el hombre las observó, hasta que de pronto, mientras Harry se enfocaba en el laberinto viendo las luces parpadear, Malfoy cerró los ojos.

—No puedes dormirte —le dijo, frunciendo el ceño.

—No, solo quiero cerrar los ojos un ratito.

Él pestañeó, sintiendo que sus párpados iban cada vez más lento. Recostarse a cerrar los ojos no sonaba a una mala idea, la verdad.

Antes de que pudiera reprimirse, Harry ya se encontraba tendido de espaldas, a sólo unos centímetros de Malfoy.

—¿Dónde tienes la moneda? —preguntó, todavía mirando el cielo.

—Tengo dos, en el pecho y en la cadera.

—¿Las sentirás?

—Va a doler como el culo, así que sí.

—Bien.

Harry batalló un poco más, y entonces, apretó los párpados.

Ninguno de los dos supo en qué punto se quedaron dormidos.

Notes:

Este cap es de mis favs! Fue muy divertido de escribir y, a mis ojos, es un punto de no retorno, sólo tomó prácticamente 200k de palabras para llegar aquí:D

En fin, espero lo hayan disfrutado! Déjenme saber qué piensan, disfruto mucho leyéndolos<33

Chapter 25: Capítulo 20: Traidores

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Theo demoró dieciséis días en salir de San Mungo. La Orden demoró veintitrés en recuperarse.

Nadie podía entrar al hospital, no a menos que estuvieran autorizados, y a pesar de que Draco podía ver que eso en un futuro traería problemas, de momento no tenía intenciones de quebrar la paz de los sanadores. Así que durante los días que Theo se encontró internado allí, Draco se comunicó con ellos sólo a través de la Red Flú, asegurándose de que estuviera fuera de peligro.

Pasó su cumpleaños número veintiséis completamente solo, tratando de olvidar que hubo un tiempo en el que el Salón Principal se adornaba de todos los colores para festejar su venida al mundo. Tratando de olvidar que, durante algunos años, se celebraban grandes rituales y ceremonias en su honor. Que su madre le daba cada regalo que pedía, y su padre, por única vez en lo que parecían siglos, lo miraba con orgullo.

No tenía nada de eso ahora.

Había tenido que aprender a vivir con ello.

Draco volvió a beberse otra botella de Whisky del arsenal de Lucius esa noche, pero esta vez no hubo nadie que lo acompañara. Los siguientes días pasaron en un borrón, y cuando finalmente le permitieron ir a buscar a Theo a San Mungo, Draco casi soltó un suspiro de alivio al verlo.

Envuelto en túnicas y con su cabello rapado, (seguramente por las quemaduras del cráneo que la bomba ocasionó), Theo parecía de todo menos el Mortífago intimidante que se suponía que era. Pequeño, frágil, asustado. Pero lo importante no era eso, lo importante era la evolución de sus quemaduras. Lo que más temía Draco, desde el día que lo reconoció luego de la batalla, era que las cicatrices nunca se fueran, que Theo quedara irreconocible. Eso lo terminaría matando, Draco lo conocía. No había forma de que viviera teniendo la cara así de desfigurada.

Afortunadamente, la única secuela visible que quedó fue una cicatriz que empezaba en la mitad de su mejilla izquierda, tomaba parte del labio, y se extinguía justo encima de su manzana de Adán. Rosada, recién hecha, con injertos de piel de otras zonas de su cuerpo. Eso era. Eso era todo. Y Draco no podía estar más agradecido.

Theo no pidió ir a su casa; él, por su parte, tampoco pensó en sugerirselo. No creía que fuera ideal estar solo en una mansión para alguien que estaba recién saliendo de una recuperación por quemaduras graves, mucho menos en la Mansión Nott. Por lo que Draco le preparó una habitación en la suya, y Theo se quedó allí hasta casi dos semanas más.

No se dijeron nada demasiado importante, prácticamente no hablaban en realidad, aunque tampoco lo necesitaban. Si antes Theo era callado, la explosión sólo acrecentó ese rasgo en él. Y Draco no preguntó.

No preguntó cómo fue ser alcanzado por la bomba. No preguntó cuánto dolió. No preguntó qué tal fue la experiencia en San Mungo, o qué pensaba de los resultados que su sanación dio. Draco simplemente le dio lo que necesitaba, lo acompañó a los lugares que pedía, permitió que Pansy lo visitara, y se quedó con él cada vez que tenía pesadillas; incluso cuando se suponía que no debía tener, debido a la poción para no soñar. Draco se sentaba a su lado, esperando que la respiración de Theo se nivelara, hablándole de su día o de sus aventuras de niños, para así poder regresar a dormir él mismo. Theo nunca contestaba.

Realmente la única persona que lo había hecho hablar, la única persona que lo había hecho sonreír- era Luna Lovegood.

Draco lo llevó a la base a petición de Theo, quien estaba desesperado por verla y hablar con ella apenas dos días después de salir de San Mungo. Había soñado que la bomba la alcanzaba también. Draco lo Apareció durante la madrugada, envió un conciso Patronus a Potter para que los dejara entrar: Theo. Luna. Crisis.

No mucho tiempo después los cuatro se encontraban en la zona común del jardín, superando el laberinto. El mismo lugar donde Draco había despertado dieciocho días atrás, porque alguien estaba regañando a Potter por dormir en medio del patio.

Durante un momento, cuando Draco y Theo aparecieron por la esquina de los arbustos, Luna y él no hicieron más que mirarse. Potter junto a Draco se encontraban a un lado, como meros espectadores. Como si ambos hubiesen desaparecido abruptamente de la escena.

Entonces, Theo dio un paso al frente.

—Luna...

Y el hechizo se rompió, y Luna Lovegood de pronto estaba entre sus brazos, corriendo para estamparse contra él.

Theo, débil y enfermo, la sostuvo como pudo, mientras la mujer enterraba la cara contra su pecho.

—Theo.

Draco y Potter intercambiaron una mirada, aunque ninguno de los dos se atrevió a moverse. Era incómodo, sí, pero Draco creía que sería más incómodo si caminaba hacia él y trataba de obviar la escena que estaba sucediendo frente a ellos.

Luna se separó de Theo, y lo afirmó de los brazos, como si ese sólo agarre permitiría que él no se cayera. Se miraron a los ojos, mientras Luna colocaba una mano encima de su mejilla herida. Theo dio un salto, arrugando la cara.

—¿Bien? —susurró Lovegood.

Theo cerró los ojos, sin apartarla.

—Lo estaré.

Draco quería apartar la mirada, verdaderamente quería, porque nada de eso- no le pertenecía. No era ni de él ni de Potter para presenciarla. Pero había algo hipnótico en la forma en la que Lovegood lo miraba: como si fuera la persona más importante de toda la tierra, incluso con esa cicatriz que quizás debería cambiar algo, pero no lo hacía. ¿Cuántos años llevaba enamorada de él, según lo que Theo le había contado? ¿Seis? ¿Siete? Draco no lo sabía, pero se notaba. Era una verdad innegable.

Luna se acercó, y depositó un beso en la mejilla sana de Theo, quien volvió a encogerse.

—Bien —le dijo ella, para luego girar la cabeza y darle otro beso, pero esta vez en la cicatriz—. Bien.

Theo no abrió los ojos y la abrazó, escondiendo la cara en su cuello, mientras ambos hablaban en voz baja y ocasionalmente reían. Hasta que él se calmó. Hasta que la sonrisa y la expresión suave volvió al rostro de Luna para quedarse.

Y Harry y Draco lo único que hicieron fue mirar, acercándose de forma inconsciente. Presenciando la escena el uno al lado del otro.

•••

Aquella no fue la primera vez que Draco fue a la Orden luego de haberse quedado dormido junto a Harry Potter.

No hablaron acerca de lo que pasó, no en detalle. Nunca. Tal vez ambos pensaban que no existía nada de lo que hablar. Pero, de todas formas, su relación había cambiado. Sucedieron demasiadas situaciones en un lapso de un par de horas: Potter salvándole la vida. Draco enterándose de que Potter, en realidad, era la Muerte Negra, alguien totalmente alejado de esta imagen de santidad y heroísmo que El-niño-que-vivió proyectaba. La conversación del jardín. Hablarle de Eric a alguien más... Draco no estaba seguro de qué significaba todo eso, pero una cosa tenía clara.

Él ya no lo odiaba.

Se preguntaba si en realidad alguna vez lo odió. En serio. Lo despreciaba, sí, no podía importarle menos que una mosca. Pero a diferencia de lo que sentía por Greyback, el Señor Tenebroso o los hijos de puta del Nobilium, la aversión dirigida a Potter se veía ensombrecida en comparación. No es como si le cayera bien o no lo considerara irritante, pero fuera como fuera, el desagrado y el asco que sentía a su alrededor no era el mismo. Definitivamente no lo era.

Así que cuando Draco, tres días después de que despertara a su lado regresó a la Orden, (convocado por Astoria por supuesto), aún estaba intentando racionalizar esas nuevas emociones, mientras rogaba no encontrarse con él. Sin embargo, uno de sus objetivos para ir, además de recuperar sus recuerdos, era hablar con Kingsley Shacklebolt sobre las máscaras y lo que los Mortífagos querían hacer con ellas. Sin contar que también debía entregar la información acerca de los gigantes como prometió. Visitar la base no era algo de lo que podía escapar.

Lo recibió su antigua profesora de vuelo, quien le indicó con expresión seria la oficina de Shacklebolt. Sinceramente le sorprendía un poco verla viva, no creía que duraría tanto. Aunque, obviamente, no se lo dijo. Draco la siguió sin decir una palabra, y cuando llegó a la puerta de Kingsley, la golpeó tres veces. Luego de escuchar un casi inaudible "pase" ingresó, encontrando la imagen de Shacklebolt detrás de docenas y docenas de papeles, con lentes de montura y una expresión grave. Los ojos del Auror subieron al oírlo entrar, y ambos compartieron una breve reverencia de saludo.

Entonces, Kingsley le pidió que tomara asiento con su mano sin prótesis. Draco obedeció, estirando la copia de los papeles que contenían la investigación en el escritorio. Kingsley los ignoró.

—¿Potter les ha contado acerca de las máscaras? —preguntó, yendo directo al grano. Habían pasado cinco días desde el Valle de Godric; seguramente debía saber algo.

Shacklebolt movió la cabeza de arriba hacia abajo, lenta y concienzudamente. Draco se aclaró la garganta para continuar hablando.

—Bien, durante esta semana les explicaré a los demás Mortífagos cómo infiltrarse —informó secamente—. Espero que tengan una idea para evitarlo.

—No te preocupes, es imposible que penetren la base.

Draco nada más alzó una ceja, sin comentar sobre lo audaz (o estúpido) que era al pensar algunas cosas como "imposibles". Kingsley por su parte se le quedó viendo un buen rato, al punto que llegó a incomodarlo. Como siempre, Shacklebolt no lo observaba de mala forma, o como si fuera un sujeto de estudio, con desconfianza. No. Shacklebolt lo miraba como si ya supiera quién era. No le gustaba.

Draco, cansado, hizo el ademán de levantarse para irse, pero la voz del hombre se lo impidió.

—¿Cómo estás?

Sintió cómo su cuerpo se tensaba, y su primer instinto fue espetarle algún comentario venenoso sobre cómo debía preocuparse de sus cientos de muertos en vez de él. Sin embargo, decidió tomar un respiro hondo. La duda no había sido malintencionada. Era una pregunta normal. Común y corriente.

Salvo que se le hacía tan extraña.

—¿Disculpa? —preguntó de vuelta.

—Has merodeado entre las filas de Tom, y has peleado para él tratando de beneficiar a la Orden, según tu Juramento, y también lo que he visto —respondió Shacklebolt, encogiéndose de hombros—. Eso debe ser agotador.

Draco, en ese instante, se encontraba sorprendido. Demasiado como para formar una mueca despectiva, o como para decirle que se metiera en sus propios asuntos.

Intentó recobrar el semblante.

—A ustedes verdaderamente no les importa eso. No finjas lo contrario, es patético.

—¿Al resto? Nah. Al resto no les importa una mierda cómo te estés sintiendo. Probablemente dirían que mientras más sufras, mejor —dijo Kingsley tajantemente—. Pero te estoy preguntando yo. A mí  me interesa saber qué tan cansado está uno de nuestros espías.

Y de nuevo, Draco estaba sin palabras.

Más que por la pregunta en sí, era... era porque nadie más se lo había preguntado. No en serio. Quizás en... ¿Cuánto? ¿Años?, ¿meses? No lo sabía. Solo sabía que al menos allí, en esa mansión, a nadie le importaba, nadie se lo cuestionaba.

Excepto, al parecer, Kingsley Shacklebolt.

—He estado peor —decidió responder, lento.

El hombre tomó la pluma que había estado apoyada en el tintero y la apuntó con ella, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.

—Asegúrate de descansar, Draco Malfoy. Tienes un papel muy importante aquí, a pesar de que probablemente no puedas verlo —sus palabras eran cortantes y precisas, sin ánimos de disfrazar la verdad—. Debo admitir que en un inicio no estaba complacido con tu llegada, pero Harry no se equivocaba. Eres útil. Eres muy útil. No te desgastes. Has hecho suficiente.

Draco abrió y cerró la boca.

Y luego la volvió a abrir.

Has hecho suficiente.

Draco sentía que nunca lo sería.

El resto del mundo estaba de acuerdo. Lo que había hecho era lo mínimo, comparado con todo lo que aportó para el gobierno del terror de Voldemort. Nunca sería suficiente para pagar, para enmendar, para ayudar.

El bien nunca igualaría lo catastrófico que fue el mal.

Y ahí estaba él, diciéndole que era suficiente.

No sabía qué decir. Y de saberlo, tampoco pensaba que podría hablar. Así que se limitó a asentir.

Kingsely Shacklebolt esbozó una sonrisa. Pequeña, pero que estaba allí.

—Me gustaría que hablar con Harry fuese así de fácil —dijo él en tono de broma. Draco no respondió, lo observó un minuto entero antes de levantarse, alisando su traje.

—Debo irme.

—Recuerda lo que te he dicho —Shacklebolt aún lo apuntaba—. Y si necesitas algo, no sólo puedes hablar con Harry, ¿lo sabes? Minerva, yo, el Auror Robards... todos estamos aquí por la misma causa.

Draco sabía que no lo haría, no al menos con el tal Robards o McGonagall; nada bueno podría salir de eso. Aunque entendía que la motivación para decirle aquello, era que Draco dejara de sobrecargar a Harry. Cosa difícil, considerando que a pesar de que se llevaban muy mal, (aunque no sabía muy bien en qué posición estaban, luego del Valle de Godric), era la persona que más conocía de allí.

De todas maneras, consideraría buscar a Shacklebolt más seguido de ahora en adelante.

—Entendido.

Draco se levantó y caminó hacia la puerta. El hombre no hizo nada por detenerlo.

Una vez en el pasillo, Astoria ya se encontraba ahí, mirándolo con una sonrisa cansada. Su padre, según lo que Draco se había enterado, fue atacado con magia negra y no había despertado desde la Batalla; aunque lo más probable era que no fuese definitivo. Draco la miró, y a una parte de él le habría gustado preguntar, le habría gustado averiguar qué pensaba de todo esto y qué tanto le afectaba. Pero si era totalmente sincero... ya no sabía cómo.

Draco sentía que había perdido la habilidad de preocuparse por el resto. De preocuparse de verdad.

Así que Astoria y él caminaron en silencio hasta la sala en la que ella le había comunicado la inocencia de su propio padre. Según ella, de esa forma tendrían mayor comodidad en el intento de recuperación de sus recuerdos. Draco simplemente obedeció y avanzó por el pasillo intentando ignorar las miradas iracundas de los heridos que se clavaban en ambos. Gente que sabía que él era Astaroth, miembro del Nobilium, y Astoria era una sangre pura, hija de una de las familias más influyentes.

Una vez dentro del salón, Astoria le indicó con la barbilla donde tomar asiento, y una buena porción del tiempo ambos se dedicaron a relajarse. Draco la miraba, y no le resultaba difícil saber por qué Potter la había elegido- o bueno... algo así. Era una mujer hermosa de pies a cabeza. Quizás si Draco estuviese interesado en algo de eso, trataría de conquistarla. Pero tal como estaban las cosas, no creía que ni Astoria respondería bien a sus intentos, ni que él realmente lo quisiera.

Pasados varios minutos, Astoria se paró frente a él y lo tomó de la barbilla. Comunicó con lentitud cada cosa que haría en su mente, y cuando Draco asintió, dejándose relajar mientras trataba de no subir las barreras de Oclumancia de forma instintiva, Astoria ingresó a su cabeza.

El primer recuerdo que llegó al frente de su mente fue el de noches atrás: Potter siendo iluminado por la luz de las luciérnagas. No era extraño, considerando que lo primero que solía aparecer, era lo que menos deseaba uno que la otra persona viera.

Draco ignoró el bufido prácticamente imperceptible que Astoria soltó y comenzó a navegar por su cabeza, yéndose por la vertiente de las memorias más felices, y buscando espacios en blanco. Draco sabía que no encontraría mucho en ese camino.

Después de todo, eran contados sus recuerdos alegres.

Pocos minutos después, Astoria se movió hasta indagar la estructura de su mente. Draco sabía algo sobre el tema, y tenía entendido que todas las personas formaban diferentes construcciones. Según lo que Bellatrix le había dicho, su cabeza lucía como una biblioteca, aunque no tenía idea de cuánto había cambiado en los últimos diez años. Probablemente mucho.

En esa biblioteca de su mente, cada persona tenía un estante, y cada estante tenía momentos importantes e información acerca de ellas. O al menos así solía ser. Draco podía sentir a Astoria pasando por ellos, entre ellos... aunque quizás ya no eran estantes. Quizás ahora su mente lucía como un sitio abandonado. Draco se sentía así.

Tranquilo y seguro de que era poco probable que la mujer indagara demasiado, tal como había pasado antes, se dejó caer en la silla, esperando. Y, justo cuando Draco pensaba que Astoria iba a salir para intentarlo de nuevo, sintió cómo algo lo arrastraba. Abrupto. Cortante. Inesperado.

Y, de un segundo a otro, tanto Astoria como él fueron arrojados a un pozo sin fondo.

Ambos eran uno solo, y- Draco era otro Draco, ¿o no? No lo sabía. Sólo sabía que seguían cayendo, persiguiendo una luz que había al final y a la que ambos tenían miedo de llegar. Repentinamente, el espacio negro comenzó a girar y el mundo dio vueltas, expulsándolos hacia un recuerdo.

Un recuerdo, que sólo estaba compuesto de sensaciones.

Era todo demasiado confuso y angustiante. Ni Draco ni Astoria veían nada, sólo percibían. Se encontraban en un espacio cerrado, eso seguro, y había una persona. O dos. ¿O cuatro? No lo sabía. No estaba seguro de querer saberlo.

El aire olía a humedad y a muerte.

—¿No? ¿No vas a decir nada?

Draco se sintió estremecer ante la voz del hombre, pero no habló; simplemente se quedó allí, esperando. Todo se veía borroso y no tenía idea de dónde estaba, ni que estaba viendo, ni siquiera reconocía a las personas que se encontraban allí. Simplemente sentía miedo. Un miedo que él pensaba ya extinto.

A unos metros, o centímetros- o incluso pudieron ser kilómetros, oyó un llanto. Era débil, pero ahí estaba. Cómo ese lamento de alguien que se ha cansado de pelear.

—Último intento —volvió a decir la voz.

—Por favor... —La otra persona presente habló, y Draco aún no tenía idea de quién era. Le dolía escucharla.

—Habla.

Un segundo pasó, pero la persona que se lamentaba fue incapaz de contestar. La voz esperó en un tenso silencio, como un depredador que espera que su presa se de por vencida. El Draco del recuerdo ni siquiera sentía su cuerpo.

Y luego, todo explotó en dolor.

Un latigazo le recorrió la espalda, para luego sentir cómo algo se enterraba en la zona lumbar. Draco se sacudió, pero no sabía si era en el recuerdo o en el presente. Y una voz gritó, gritó con todo el aire de sus pulmones, ¿o era él? ¿Y el resto de gritos que se le unieron, eran las otras dos personas?

Entonces todo comenzó a dar vueltas y poco a poco se vio alejado de la memoria. Astoria salió de su mente, dejándolo perdido, nauseabundo, pero por sobre todas las cosas... confundido.

Lo primero que hizo Draco, mientras temblaba, fue llevarse una mano a la parte baja de su espalda y tantear- sin encontrar nada. Su corazón iba como loco, su respiración descontrolada, todos sus sentidos parecían estar aún en la memoria. Cada fibra de su cuerpo aún se encontraba allá: entre los gritos, el dolor y la perdición.

¿Qué había sido todo eso?

Sin siquiera haberse dado cuenta, Draco ya se había parado y quitado la camisa. Estaba al borde de un ataque. La túnica junto a la parte de arriba de su vestimenta se encontraban en el suelo, y sus manos tocaban desesperadamente toda su espalda, sintiendo pequeños relieves de cicatrices antiguas, de cicatrices no tan antiguas, y de aquella que había sentido durante el recuerdo, como si estuviera nueva. Como si la herida nunca hubiera cicatrizado en primer lugar.

Draco cerró los ojos, insultándose mentalmente, porque... ¿Cómo no se había dado cuenta de que tenía una herida nueva? Tantos años sin mirarse al espejo, evitando su reflejo, para descubrir un día que había sido marcado y que ni siquiera lo notó.

Había permitido ser humillado de nuevo. Había permitido ser torturado de nuevo. Quizás incluso había torturado a su madre, y dejó que los recuerdos se le borraran, porque estaba demasiado ocupado auto compadeciéndose.

—Oh, Draco...

La voz de Astoria lo sacó de su trance, sintiendo de pronto como ella tenía las manos encima de sus hombros. Estaba tan helada como él. Los ojos de Astoria se veían llenos de compasión, y Draco creía que sería la única persona a la que se lo aceptaría alguna vez, porque sólo ella había revivido todo eso tal cual él lo sintió. Lo entendía.

Draco intentó dejar de temblar.

—¿Qué es? —preguntó, sin querer que su voz sonara tan pequeña—. ¿Qué me hizo?

No había necesidad de que especificara a quién se refería, ambos sabían que la única persona verdaderamente capaz de lograr que Draco se sintiera temeroso, no era nadie más que Voldemort.

—No lo sé...

Astoria volteó lentamente, como si creyera que cualquier movimiento demasiado brusco alteraría a Draco. Sintió las manos pequeñas y delicadas delinear su espalda, y se preguntó brevemente si acaso alguien con el poder de Legeremancia de Astoria podría sentir a través de las cicatrices las historias que contaban. Esperaba que no.

—Tienes un montón de heridas antiguas —murmuró ella—. Nos va a llevar años sabes de don-

—No —la interrumpió Draco—. La mayoría me las hice a los dieciséis.

La sintió detenerse unos segundos.

—¿A los dieciséis? —dijo Astoria con incredulidad—. ¿Qué clase de cosa te sucedió a-?

—Potter me las hizo.

Salió de su boca antes de que pudiera detenerlo, y por algún motivo, se arrepintió un poco.

Potter me las hizo.

Fue un impulso idiota, aunque sabía que Astoria podría verlo de todas formas si se dedicaba a vagar por su mente. Sin embargo, no había pensado en el Sectumsempra por... años. No hasta que él bromeó con ello y Potter se mostró horrorizado, noches atrás.

Me pidió perdón...

Draco sinceramente no recordaba que Potter lo hubiera hecho antes, y no veía razones por las que debería pensar que sus disculpas no eran sinceras. Él no culpaba a Potter, ya no. Le habían hecho tantas cosas desde que tenía dieciséis, que esto parecía casi insignificante en comparación. Las cicatrices menos dolorosas, de hecho. Lo único que le había jodido cuando pensaba en ellas después de la guerra, fue que era Harry Potter quien las causó. Claro que el día que murió, y él no hizo nada por detenerlo, había perdonado todo.

Pero tener el recordatorio de la manera en la que su cuerpo estaba marcado, y la reacción de Astoria frente a ello, le hacía recordar que el momento en que las recibió fue uno de los peores de su vida.

—De todas formas, no todas pueden ser de él. —La voz de Astoria era suave. Draco la odió—. Hay demasiadas.

No tenía idea de eso, la verdad. No tenía idea de cuántas pertenecían a Potter. Cuántas eran de torturas. Cuántas eran hechas por Voldemort. Todas contaban cosas horribles. Todas significaban lo mismo: el resultado de un camino que él mismo eligió.

—¿Tienes idea de por qué me harían esto...?

¿Por qué Voldemort me haría esto?

—Tengo una idea —respondió Astoria, tocando un punto de su piel—. Pero no quiero alarmarte. Quiero estar segura antes de decírtelo.

Draco no estaba seguro de querer saberlo. Seguramente era algo terrible. Seguramente la respuesta era asquerosa y oscura y desearía no haberse enterado.

Suspirando, reaccionó al fin y tomó su ropa del suelo para comenzar a vestirse. Astoria dio un paso atrás. Aunque, apenas se había puesto la camisa sin abotonarla, la puerta se abrió de golpe.

Y cómo no, la única persona sin modales que entraría de esa forma, sin tocar, estaba parada en el umbral.

Draco y Potter conectaron miradas por un segundo, antes de que este último bajara los ojos y escaneara su cuerpo. Por la forma en que su rostro palideció, no había que ser adivino para saber que las cicatrices eran lo suficientemente grandes para que él las viera a esa distancia.

Draco comenzó a abotonarse la camisa, rápido y agachando la cabeza. Aunque ya daba igual, ya las había visto y no había nada que pudiera hacer al respecto.

—Astoria, necesitaba hablar contigo. —Escuchó, mientras se colocaba nuevamente la túnica, acomodando el broche de gota de sangre en el pecho—. Pero ya que estás aquí-

Draco frunció el ceño, levantando el cuello para ver que Potter se estaba dirigiendo a él. Se enderezó, limpiando manchas inexistentes en su ropa, y esperó ignorando cómo la respiración aún se encontraba atascada en la garganta.

—Estamos perfeccionando el plan para encontrar a Hagrid —continuó Potter, hablándole a él y solo a él—. Deberás encontrar una coartada para ausentarte por un día.

Draco asintió, con su mente ya empezando a formar alguna excusa. Se había alejado de los tratados internacionales al estar en el puesto que se encontraba en el Ministerio, pero aún así podría decir que debía tratar algún problema con comerciantes dentro del Reino Unido. Tom estaba más interesado en otras cosas, y Draco realmente podría tener la reunión antes de que el plan se llevase a cabo.

—Kreacher accedió al fin a que se le aplique Legeremancia —continuó Potter, aunque ahora le hablaba más a Astoria que a él—. Dice que no conoce todos los artefactos de la Casa Black, ni lo que hacían, pero que intentará ayudar.

Astoria hizo un gesto con el brazo de celebración, mientras susurraba un "sí". Draco rodó los ojos al verla, sintiendo que un poco de la tensión que habían compartido dejaba sus hombros.

Potter dio un paso adelante.

—Yaxley no ha vuelto a sus cabales —informó, al ver que ni Draco ni Astoria hacían ademán de querer decir algo—. Creo que lo mejor que podríamos hacer es deshacernos de él, ya que como dijiste que no hay forma que en su cabeza encuentres más...

Astoria asintió, y Draco se giró brevemente para verla poner una expresión pensativa.

—No creo que sea una buena idea —les dijo.

Sabía que Potter no estaba hablando con él, la verdad, que no se lo estaba comunicando a él, pero había una razón por la que no le había dicho que se fuera, y Draco hablaría si algo no le parecía correcto.

Ambos se dieron vuelta a mirarlo.

—Puedes negociarlo, ¿no es eso lo que planeaban hacer con la gente que secuestraron en el ataque a la Ceremonia de la Victoria? Porque supongo que ellos tampoco deben saber nada —explicó, ante sus miradas expectantes. Potter asintió—. Puedes mostrar que ustedes también tienen poder. Si lo asesinas así nada más, será potencial desperdiciado.

Draco apretó los puños, y esperó. Esperó a que Potter le preguntara por qué, que lo observara con ojos entrecerrados y le dijera, sin realmente decirle: "¿quieres mantenerlo vivo por una razón detrás, no?"

Pero nada de eso sucedió. Potter se llevó la mano a la barbilla, y la acarició. Verdaderamente lo escuchó. Sin parecer desconfiado. Sin asumir que Draco siempre sugeriría cosas con un motivo perverso oculto.

—Bueno, con Rookwood será lo mismo entonces —dictaminó al cabo de unos segundos, aceptando increíblemente su idea—. Además de confirmarnos lo que ya sabíamos por los otros dos prisioneros, y hacernos saber que Lucius es inocente, que hay un objeto de por medio... No sabe más. Y si lo sabe-

—Puede tomarnos años romper sus barreras de Oclumancia —completó Astoria—. No nos podemos dar ese lujo.

Potter asintió infelizmente.

Draco se pasó una mano por el pelo, pensando en que, a pesar de haber retenido a tres personas y que dos de ellas eran parte del círculo más cercano al Señor Tenebroso, de todas formas tenían la información a medias. Era un movimiento inteligente de parte del Lord, la verdad. Que ninguno supiera en serio qué estaba pasando, sólo partes. El Señor Tenebroso no confiaba lo suficiente en ninguno para confiarles tanto. Probablemente ni uno solo sabía qué hacía el objeto de su madre, mucho menos por qué Nagini era tan vital. Draco no lo sabía tampoco, y por mucho que quisiera preguntarlo, estaba seguro de que no obtendría respuestas.

Cuando volvió a la realidad, Potter ya se había enfrascado en una conversación con Astoria acerca del estado mental del elfo doméstico de la Casa Black. Draco pretendió escucharlos, esperando el momento para marcharse de allí y tomar algo- lo que fuera. Entonces, su mente divagó parcialmente a que Potter no había mencionado a Gregory entre sus prisioneros... y lamentablemente eso era algo que no podía dejar pasar.

Al cabo de unos minutos, Astoria dijo algo, y luego se giró hacia él, dándole una mirada comprensiva. Draco fingió no notarla. No quería pensar en cuántas de sus cicatrices habían sido olvidadas, y lo que eso podía significar. No lo necesitaba.

Astoria dejó el cuarto después de darle una palmadita en el hombro y susurrar algo en la oreja de Potter, quien pareció ponerse aún más pálido. Draco esperó a que la puerta se cerrara tras ella para hacer la pregunta por la que se había quedado allí en primer lugar.

—¿Cómo está Goyle?

Potter apenas reaccionó, aunque Draco no se perdió la forma en la que las comisuras de sus labios bajaron, sólo un poco. El pensamiento fugaz de que no sabía en qué momento había empezado a notar esas cosas pasó por su mente.

—Ha estado preguntando por ti —respondió cautelosamente.

Draco no pensaba que todavía existía una parte de él al que pudieran dolerle esas palabras, pero la había. A su cabeza llegó la imagen de Goyle llamándolo para que lo sacara de ahí como su yo de Hogwarts hubiese hecho... y dolía.

—Bien —respondió.

Draco cruzó las manos por detrás suyo y esperó unos momentos para que Potter dijera algo más, cualquier cosa, pero no lo hizo. Y si Draco era honesto, no sentía que podía quedarse allí mucho tiempo más sin sentirse asfixiado. En esos días, Theo seguía en San Mungo, los gritos aún eran algo común en la Mansión McGonagall, y él acababa de recuperar un recuerdo que lo llevaba a pensar e imaginarse cosas que no deseaba.

Por lo que, suponiendo que ya todo estaba dicho, Draco bajó la cabeza en gesto de despedida y se encaminó hasta la salida.

Algo lo detuvo de pronto.

A mitad de camino, una mano se posó encima de su hombro, firme, inesperada, y real.

Draco, contrario a su instinto, no se separó de él de sopetón.

—Es cierto —le dijo Potter, sin importarle al parecer, la cercanía—, lo que te dije hace unas noches.

Draco lo observó. Bajo sus ojos había unas ojeras espantosas, y su cabello se encontraba en todas las direcciones. Potter era el símbolo del claro agotamiento, y una parte de él quería gritarle por eso, luego de haberle recalcado tantas veces que él, sobre todo él, no podía darse el lujo de desgastarse. Ni siquiera podía pensar en pedir que retomaran los entrenamientos, debido al cansancio que mostraba. Era un imbécil.

Pero entendía que la tragedia del Valle de Godric había sucedido hacía menos de una semana, y, cómo el mismo Draco lo había presenciado, Potter se encontraba impotente de no poder ayudar.

Él mismo no debía verse mucho mejor.

—Lo siento —repitió Potter, como si no hubiera quedado claro—. Por lo de sexto año.

Draco pasó saliva, sintiendo cómo la mano del hombre seguía encima de su túnica, quemando. No habían hablado de esa noche, así como no habían hablado de la primera vez que se emborracharon juntos. No tenía idea de qué significaba que Potter estuviera sacando el tema en ese momento, después de que Draco lo hubiese tomado solamente como que habían llegado a un acuerdo: dejar de insultarse y discutir, por la sanidad de ambos.

Ir más allá, quizás los llevaría a hablar sobre cada tema que se tocó. Quizás lo llevaría a explicarse acerca de Eric.

Draco no quería eso.

Dio un paso atrás, dejando que la mano de Potter cayera a su lado.

—¿Quieres que te diga que te perdono? —preguntó, alzando una ceja.

Potter no respondió, y Draco sabía que de forma inconsciente estaba buscando una pelea. Que estaba esperando que Potter le respondiera que no necesitaba su perdón y que no era nadie. Eso era lo normal, ¿no? Eso era cómodo.

Joder, estaba tan cansado.

Draco suspiró.

—No había vuelto a pensar en las cicatrices hasta esa noche. No las miro en el espejo. Las evito. Pero no suelo asociarte a ellas —le dijo, delineando involuntariamente la marca que le cruzaba el rostro—. En otro momento quizás te habría mandado a la mierda. Quizás te habría reclamado por poner esas cosas en mi cuerpo, pero, ¿ves esto? —Draco apuntó a su cara—. Esto dolió más. Esto no puedo evitar verlo. Fue hace diez años atrás, Potter. Olvídalo.

Potter parecía querer hacer cualquier cosa menos olvidarlo, dejarlo ir. Las líneas de su rostro delataban que se encontraba insatisfecho con su respuesta, y honestamente ¿qué quería de él? ¿Que se mostrara enojado? ¿Que no lo perdonara, o le reclamara? En ese momento, con todo lo que estaba pasando, no podía importarle menos algo que había sucedido una década atrás, no cuando Potter ya se había disculpado. Sólo no era... no era comparable a lo que acababa de ver en el recuerdo. A los gritos de las otras personas. Al miedo que sintió, cuando ya se suponía que era fuerte y poderoso e intimidante.

Todo lo que siempre quiso ser.

Olvídalo —repitió, tratando de meter en esa cabeza testaruda que no deseaba hablar de eso.

Antes de que pudiera replicar, o seguir insistiendo, porque Potter simplemente no sabía cuándo detenerse o aceptar un «no» como respuesta, Draco se marchó, sin pedirle que le borrara los recuerdos. Mientras Theo estuviera en peligro, era demasiado peligroso olvidar.

Cuando volvió a la mansión, Draco fue hasta su baño.

Por primera vez en una década, se miró en el espejo por horas.

Trató de descifrar la historia detrás de cada herida.

•••

El día que el último paciente de la Orden se recuperó, después de veintitrés días, Draco volvió a ir a la base.

Durante todo ese tiempo, y porque se lo habían pedido, se encargó de preparar pociones específicas y necesarias para los heridos. Los números resultaron en un total de sesenta y siete sobrevivientes y cerca de doscientas pérdidas, contando las del Valle de Godric durante la batalla. Tal como Harry lo había predicho. La mayoría eran civiles.

Voldemort y el resto de las fuerzas armadas de su gobierno estaban planeando algo, Draco lo sabía, aunque ni el Nobilium ni el Electis estaban involucrados en planes de guerra a menos que fueran parte de su ejército oficialmente, como Maia. O a menos que fueran extremadamente necesitados, como en el secuestro de Rookwood. Sin embargo, no atacaron ningún lugar, no hicieron nada, y durante casi un mes, ambos bandos vivieron en una relativa paz.

Draco continuó investigado sobre los gigantes, pero aparte de la información general que ya tenía, no había mucho más que pudiera averiguar. Entregó todos los datos que recaudó sobre las máscaras de la Orden a los Inefables para que ellos pudieran agregarlo a lo que ya sabían y así crear una manera de copiarlas, y escuchó las teorías del Wizengamot acerca de cómo una bomba había llegado al mundo mágico, considerando que eran un artefacto muggle, y si es que existía alguna manera de recrearlas.

Draco estaba asustado ante esa última posibilidad.

Pero no sucedió nada.

No por lo menos hasta veintitrés días después de la tragedia del Valle de Godric.

Draco fue hasta la base con información nueva para la misión de Hagrid, y a mitad de camino dejó a Theo, que prontamente se encontraba discutiendo con Luna. Se acababa de enterar que ella estaba decidida a ir a buscar a su amigo el semigigante. Draco suponía que no había mucho que Theo pudiera hacer, no podía protegerla de absolutamente todo.

Él por su parte se encargó de buscar a Potter. Sabía que podría hablar con Shacklebolt, como él mismo se había ofrecido, pero aquel asunto sólo lo había discutido con Potter. Sentía que lo indicado era hablarlo con él.

A fin de cuentas, era a él a quien Draco le había prometido encontrar a su querido semi gigante.

La mansión se encontraba mucho más vacía que la última vez que estuvo ahí, y la mayoría de la sangre ya había sido limpiada de las paredes. Draco estaba decidido a ir al despacho en el que hablaron la última vez cuando Potter le mostró que tenía cerebro, pero una voz irrumpió sus planes.

—Malfoy.

Draco se giró perezosamente, para encontrarse a nada más ni nada menos que a Ron Weasley al inicio de la escalera. Había envejecido bastante durante los últimos meses, desde su accidente, y aunque no era demasiado notorio Draco sabía que estaba usando algo para reemplazar a su pierna debajo del pantalón, por la forma inestable en la que estaba parado tratando de mostrarse bien. Una prótesis similar a la de Kingsley Shacklebolt, suponía.

A pesar de que el rencor aún se encontraba en las facciones de Weasley, estaba claro que el cansancio le pesaba más. Demasiado agotado para ser hostil con Draco, o con cualquiera en realidad. Si continuaran siendo adolescentes lo más probable era que Draco estaría burlándose de él, pero- bueno, él también estaba cansado, y acababa de sellar buenos términos con Potter como para ir y echarlo a perder.

—Te debo una —soltó Weasley entonces, hoscamente.

Draco frunció el ceño en un inicio, pensando qué posiblemente podría haber hecho para merecer tal honor. Pero luego recordó, y supo inmediatamente de qué estaba hablando.

—Déjalo así —respondió fríamente.

—No me importa si quieres recibir la ayuda o no. Has salvado a George —Weasley prácticamente escupió—. No puedo dejarlo pasar.

Draco rodó los ojos. Lo más seguro era que tenía que ver con el orgullo, con la incapacidad de concebir que alguien como Draco Malfoy hubiese salvado a un integrante de su familia después de considerarlo un monstruo. Que- bueno, tampoco era como si se encontraran demasiado lejos de la verdad.

Weasley subió la barbilla, como si se preparara para un golpe, y Draco esbozó una sonrisa maliciosa. Estaba a punto de responder algo mordaz, por ejemplo por dónde podía meterse su ayuda, sin embargo, una voz los interrumpió.

—Ahora- eso suena interesante.

Ambos miraron hacia arriba, viendo como Potter bajaba las escaleras de a poco, sosteniéndose del pasamanos y sin quitarles los ojos de encima. Más arriba incluso, McGonagall también los miraba, tomada del brazo de Madam Pomfrey; ambas parecían haber estado hablando con Potter segundos atrás.

Draco no bajó la ceja, y cuando el hombre llegó a su lado, asintió en su dirección.

—Potter.

Potter lo ignoró y se posó a un costado de su mejor amigo, girándose para hablarle a él.

—No tenía idea de esto, ¿cómo que salvó a George? —le dijo casi a modo de reproche, mientras Weasley se encogía de hombros.

—George y Percy dijeron que lo salvó durante la batalla días atrás solamente —respondió llanamente, apuntando con la barbilla a Draco—, y a mí se me había olvidado hasta ahora que lo vi.

Potter ladeó la cabeza inquisitivamente en dirección al pelirrojo y ambos mantuvieron una conversación por lo bajo, sin que Draco pudiera escuchar. Por unos segundos, lo único que hizo fue cambiar el peso de su cuerpo a la otra pierna, y dedicarse a estudiar cómo Potter se veía más y más cansado con el paso de los días. Cuando desvió la mirada hacia arriba, las dos mujeres ya se habían marchado, aunque Draco creyó que estaban ahí nada más que para proteger al precioso Potter.

Finalmente, Weasley palmeó la espalda del Elegido y se dio media vuelta, cojeando. Por la forma en la que caminaba, como si estuviera en un dolor constante, Draco adivinaba que la mayoría del tiempo Weasley no andaba de pie.

—¿Viniste a decirme algo? —preguntó Potter secamente cuando su mejor amigo desapareció de la vista.

—Sí. Estuve-

Potter agitó una mano, poniendo un pie encima de un escalón.

—Ven.

Draco soltó una respiración exhausta, y aceptó que Potter lo llevara hasta el mismo despacho que la última vez, antes de que el caos se desatara.

Si bien las personas habían desaparecido de los pasillos, la mansión aún así estaba atestada, Draco podía sentirlo por el constante ruido de fondo.

Después de entrar al lugar, y que Potter se sentara tras el escritorio, por unos segundos lo único que hicieron fue mirarse. Observarse. Como dos personas que no sabían cómo hablar con la otra.

Probablemente no lo sabían.

Entonces, Potter se pasó una mano por el cabello y Draco adivinó al instante de lo que realmente quería hablar.

—¿Cómo fue? Lo de George —preguntó Potter, yendo al grano. Era obvio que era una pregunta que deseaba hacer desde que escuchó a Weasley.

Draco tomó asiento en la silla frente a él y comenzó a contarle. Le contó acerca de cómo lo vio, y lo moribundo que se encontraba. Cómo lo sanó y lo llevó hasta otro de los Weasley. Trató de resumirlo lo máximo posible, evitando, por ejemplo, las partes en las que George despreciaba su ayuda. Cuando terminó, lo único que estaba haciendo Potter era mirarlo. Fijamente.

—Eso significa mucho —dijo, con una intensidad desconocida en su voz.

Draco se encogió de hombros.

—Lo sé.

Lo hice por ti.

Lo hice por ti, porque sé que si pierdes otro más de ellos, te quebrarás, y no nos podemos permitir perderte a ti. El mundo mágico te necesita.

Draco podía verlo ahora, a pesar de que se pasó toda su adolescencia negándolo. Dependían todos de él.

Potter lo evaluó. Luego de la noche en la que ambos se encontraron junto a Theo y Luna, Draco no había vuelto a la base, demasiado enfocado con sus tareas en el Ministerio. Se podía decir que, desde que Potter volvió a disculparse por el Sectumsempra unos días después de la batalla, no habían mantenido una conversación. Era extraño. Era demasiado extraño, después de las cosas que se dijeron borrachos. Algo había cambiado, aunque Draco no estuviera seguro de qué.

—Bien, cuéntame —dijo Potter al final—. ¿Qué me ibas a decir?

Draco se reclinó en su lugar, agradecido por el cambio de tema.

—He estado investigando las barreras que protegen a Azkaban, sobre todo ahora que los Dementores no están. O bueno, solo los que quieren estarlo, al ser libres —comenzó a explicar—. Así que tengo una idea, más o menos, de todas las barreras que podría haber en la prisión de Grindelwald.

Draco no comentó que eso también ayudaría el día que quisieran rescatar a Lucius, si es que lo hacían. No lo veía necesario de momento..

—Bien, nos sirve bastante. El plan ya está prácticamente listo, pronto te lo contaremos —respondió él, para luego dejar un poco la expresión pensativa, y morderse el labio, observándolo. Draco lo observó de vuelta, sin estar seguro de cómo actuar a su alrededor—. Malfoy...

Por un minuto, Draco pensó que Potter volvería a traer algún tema que discutieron durante su borrachera. Que preguntaría sobre la Muerte Negra, sobre Eric o sobre su madre. Que preguntaría sobre las escobas, las pociones y qué pensaba. Pero Potter se pasó una mano por la cara, y Draco desechó la idea.

Lo que dijo, tampoco hizo nada por tranquilizarlo.

—Creo que finalmente  tendremos que sacar a Lucius de Azkaban.

Draco sintió como si le hubiesen sacado el alma del cuerpo.

El nerviosismo nació al instante en la boca de su estómago y quiso levantarse y saltar, o gritar, o llorar de alivio. El prospecto de tener a su padre de vuelta siempre le había parecido tan... lejano. Sí, real, pero no así de abrupto.

Draco posó una mano y la envolvió alrededor de su tobillo con demasiada fuerza; hasta el punto en que dolió. Sus entrañas se revolvieron mientras Potter seguía hablando.

—... conversando con la Orden. Y de momento, no tenemos otra forma de obtener información —dijo, sin ser consciente de cómo lo golpearon sus palabras—. Kreacher ha cooperado, pero sigue molesto-

—¿Molesto? —dijo Draco antes de poder detenerse.

Potter agitó la mano, y aunque parecía estar a punto de decirle que no era importante, suspiró, acomodando los lentes encima de su nariz.

—Creí que estaba muerto, y que ustedes tenían libre acceso a Grimmauld Place, no pensé en él en estos ocho años —explicó, con expresión desconsolada—. Pero Kreacher sabía que seguía siendo mi elfo, y estaba confundido por lo que oía hablar a los Mortífagos afuera de la propiedad. No podía saber con certeza que si salía de Grimmauld, podría volver, por lo que estuvo ocho años esperando que yo fuera a buscarlo. Y eso jamás sucedió.

Potter parecía dolido, haciendo que Draco quisiera sacudirlo, girar los ojos, o gritar de la exasperación. A pesar de que tenía una gran responsabilidad en el mundo mágico, no era el jodido culpable de todo lo que pasaba. No entendía por qué se esforzaba en ser un puto mártir. Draco esperaba que la gente a su alrededor se lo dijera, porque estaba seguro de que él no lo haría.

No todo el tiempo, al menos.

—Eso se le va a pasar en algún momento —dijo Draco, refiriéndose al malestar del elfo doméstico. Potter esbozó una sonrisa triste.

—Sí, pero ha estado ocho años solo, y si hace ocho años atrás su mente no estaba del todo bien...

—Astoria dijo que mi padre podía no estar completamente bien —lo interrumpió Draco sin pensar, retomando el tema de la fuga a Azkaban. Potter cerró la boca, pausando en sus palabras.

Draco desvió la mirada.

—No podemos arriesgarnos a prescindir de lo que pueda saber, de todas maneras, no podemos arriesgarnos a dejarlo en Azkaban por muy mal que esté mentalmente —replicó Potter lentamente—. Después de todo, él era su-

—¿Mascota?

Potter no se lo esperaba. Sus cejas subieron, su boca se abrió levemente. Draco por poco bufó. No tenía idea de cómo aún podía aferrarse a la imagen absolutista que tenía en su mente de él. De un Draco idolatrando a su padre como si fuera un Dios. De un Draco que miraba a Lucius y quería ser como él, que quería hacerlo sentir orgulloso, que su padre supiera que aprendió todas sus lecciones al pie de la letra, y-

De pronto, Draco sintió que iba a vomitar.

—¿Y qué pasa si-? —comenzó a decir una vez más, pero fue interrumpido.

—Malfoy, ¿por qué de pronto pareciera que no quieres que lo rescatemos?

Draco bajó la mirada, enfocándose en sus manos. ¿Que si no quería? Era todo lo que anhelaba, joder. Sin embargo, el miedo de que le fuera arrebatado antes de conseguirlo, de que algo malo sucediera antes de que pudiera siquiera ver a su padre de nuevo- lo estaba consumiendo.

Siempre había pasado así. Siempre que algo bueno parecía estar a punto de suceder, se arruinaba.

Draco no estaba hecho para finales felices.

Dejando salir un respiro, volvió a levantar la vista. Tenía que controlarse. No podía desbordarse. Ya lo había hecho casi un mes atrás, y no había podido dejar de pensar en Eric por semanas. No podía dejar que los sentimientos lo sobrepasaran. Aquello lo llevaría a la muerte.

—Por supuesto que quiero. Es sólo que yo- —dijo Draco al final, con voz estrangulada. Luego agregó por lo bajo, porque se sentía correcto—: Gracias.

Potter abrió la boca al instante, como si quisiera decir que no lo hacían por él, como mero reflejo. Mas no lo hizo. En su lugar, apretó los labios y asintió una vez, bruscamente.

Esa era otra cosa que había notado. Ambos pensaban dos veces antes de enfrascarse en una discusión que resultaba, como mínimo, estúpida.

Draco ladeó la cabeza, recuperando un poco la compostura, y se dedicó a analizar a Potter. Porque pensar en su padre y en su madre y en como todo había terminado, dolía demasiado, lo quebraba demasiado, incluso después de creer que ya no quedaba nada más dentro suyo que pudiera quebrarse.

Si era completamente honesto consigo mismo –cosa rara– Draco quería hacerle preguntas a Potter también. Si se sentía mejor luego de la catástrofe del Valle de Godric. Si había descansado lo suficiente. Por qué se había convertido en lo que se había convertido. Por qué no sabía que era un mago hasta que cumplió los once. Por qué las cosas parecían haber cambiado.

—Potter... —dijo Draco, viendo cómo este parecía estar esperando que hablara.

Ninguno de los dos lucía como si tuvieran una idea de qué esperaban escuchar.

—¿Sí?

Draco se relamió los labios.

—Yo-

La puerta se azotó contra la pared.

Granger, despeinada y angustiada, estaba ahí de pronto, mirando el suelo. Como evitando de forma inconsciente las miradas de ambos hombres. Lucía enferma.

—Harry —le dijo sin aliento—. Ven. Rápido.

Draco oyó cómo pisadas comenzaban a movilizarse por la mansión, aunque eran mucho menos apresuradas que las de la noche que el Valle de Godric fue atacado. Potter y él intercambiaron una mirada, y antes de que pudieran preguntarle a Granger qué carajos estaba pasando, ella ya había desaparecido, dirigiéndose escaleras abajo.

Draco salió junto a Potter del despacho y ambos caminaron hombro con hombro hacia donde toda la gente se dirigía, bajando las escaleras con rapidez. Había un gran tumulto yendo en dirección a la puerta de entrada, exclamaciones y conversaciones en tono preocupado llenando el espacio. Draco notó que estaban dirigiéndose al Salón Principal.

Apurando el paso, Potter y él avanzaron hasta entrar al lugar, observando cómo al borde de la ventana, Lee Jordan, George Weasley y unos cuantos refugiados junto a Kingsley Shacklebolt y Minerva McGonagall, sostenían una radio y agitaban sus varitas, como si de esa forma lograrían interferir la señal.

E incluso frente a los gritos desesperados que pedían silencio, mientras la sala se llenaba y lo único que se sentía en el aire era miedo, Draco oyó por el parlante cómo un caos más grande estaba ocurriendo allí. A lo lejos.

El Pottervigilancia falso se estaba emitiendo.

—... El Gran Mortífago está hablando, vamos a tratar de informar...

Una vez más, otra ronda de "ssh" se expandió por la sala, e increíblemente en un par de minutos, todo quedó en silencio, salvo por contados susurros de gente demasiado nerviosa. Draco sintió cómo a su costado su mano rozaba la de Potter. Este estaba formando puños con ellas, su cuerpo se encontraba completamente tenso.

La voz de Voldemort comenzó a sonar por los parlantes.

—... A todos los sangre sucia, mestizos y sangre puras que creen y luchan por este nuevo Orden Mundial, bienvenidos sean...

Draco cerró los ojos ante su voz, y un escalofrío colectivo recorrió a la gente, haciendo llorar a los más pequeños. Él estaba acostumbrado a su tono, a sus palabras frías que prometían crueldad. Pero una mirada de reojo en dirección a Potter le demostró que un simple sonido proveniente del Señor Tenebroso era capaz de afectar a cualquiera. Hasta al más fuerte.

—... A todos aquellos que en las últimas semanas han sido atrapados en actividades sospechosas, que han sido interrogados y encontrados culpables.... a todos los traidores —continuó, y a Draco le preocupó saber que podía apostar que estaba sonriendo—, tengo una noticia para ustedes.

Vio cómo un grupo de chicos se abrazaban entre ellos, y a Ron Weasley atrapando a Granger en sus brazos. Ella se aferraba a él como si la vida se le fuera en eso. Madam Pomfrey a un costado tomaba la mano de McGonagall para calmarla, acariciando su cabello. Caso no muy distinto eran Theo y Luna en una de las esquinas, envueltos en un abrazo. El primero se encontraba enfermo de la preocupación; la segunda, tratando de tranquilizarlo como si fuese lo único verdaderamente importante en toda esa situación.

La mano de Potter continuaba rozando la suya.

—Cada día, antes de que el sol se ponga, esperaré la rendición de Harry Potter en la entrada del Ministerio de Magia —informó, y la oleada de conversaciones que esa declaración ocasionó no se hicieron esperar—. Mientras eso no suceda, se emitirá de manera pública y transparente en el lobby del Ministerio la sentencia de aquellos que han sido atrapados mostrando abierto apoyo hacia él, y a aquellos que quieren desestabilizar nuestro querido mundo.

Un llanto se escuchó por encima de toda la gente, y otros más le siguieron. Draco suponía que era por los Rebeldes que estaban atrapados en San Mungo. Los heridos. Gente que ya no volverían a ver porque sería asesinada.

Así sin más.

—¡Silencio! —gritó una voz que Draco apenas pudo identificar.

—.... Como ellos piensan y creen —prosiguió la voz del Lord—, que su salvador será el Indeseable número uno, démosle el beneficio de la duda y dejemos que cumpla con su promesa, ¿no?

A través de la radio, Draco podía escuchar los vitoreos de los empleados del Ministerio. Aunque no le importaba. Su verdadera preocupación se encontraba a su lado, y a la reacción que podría tener. No podían permitirse que hiciera nada apresurado o despreocupado.

Pero Draco lo había visto durante la batalla. Sabía que a Potter, de todas las cosas que le importaban, su propia vida se encontraba entre los últimos lugares.

—Mientras Harry Potter no se entregue, cada día morirá públicamente uno de los que él dice proteger —dictaminó el Señor Tenebroso con aire triunfal—. Está en tus manos detener esto, Potter. Mientras tanto...

Un alboroto volvió a escucharse, y la gente de la base se volvió aún más pequeña. Todos le robaban miradas a Potter a su lado, como si esperaran que hiciera algo. Cualquier cosa. Sin embargo, él se había quedado quieto. Muy, muy quieto. Potter nunca estaba quieto.

Sólo hizo poner a Draco más nervioso.

—¡No! ¡NO! —se escuchó a través de la radio.

Era la voz de una mujer. Los miembros de la Orden se estaban mirando el uno al otro en busca de respuestas. Draco divisó a los Weasley juntos en un rincón, quienes parecían más sombríos y encolerizados que nerviosos. Incluso la pareja de uno de ellos, la Veela que asistió a Hogwarts en su cuarto año, tenía una expresión asesina en el rostro.

—... Frente a los cargos de traición —dijo otra voz, una que Draco no reconocía ni del Electis ni del Nobilium—, conspiración contra el gobierno, subversión y terrorismo, Millicent Bulstrode ha sido condenada a una ejecución de Tipo Tres.

Un mar de jadeos pasó por cada uno de los presentes, e incluso Potter dio un paso atrás. Draco adivinó que Millicent, una mestiza de su año con un cargo bastante alto en el Ministerio, era una espía.

Y había sido descubierta.

Mierda.

Una ejecución tipo tres nunca era algo bonito, considerando que en la tipo uno se usaba un Avada Kedavra. No, esto sería algo más. Algo más lento.

Cuando oyó la maldición, lo supo.

Praecidisti.

Draco contuvo la respiración, conociendo de primera mano qué hacía ese hechizo. Después de todo, él lo creó.

Los gritos de Millicent delataban que había comenzado a pudrirse.

Ron Weasley parecía especialmente afectado, al ser la misma maldición que le quitó la pierna. La gente estaba al borde de un colapso, o mudos, o llorando, exigiendo soluciones o explicaciones. La Orden no sabía qué hacer.

Y Potter ya se había alejado de entre la multitud.

El primer instinto de Draco fue seguirlo, incluso cuando la estancia se había llenado de gritos, incluso cuando el sonido amplificado de la radio se mezclaba con ellos.

Incluso cuando algo duro cayó al suelo a través del parlante, y alguien gritó que exhibirían en un lugar especial la cabeza de Millicent Bulstrode.

Notes:

Por si se lo preguntaban, no, nunca hay descanso en Desolación, JAJAJA *risa malvada*

En fin, lo siento por la demora! Espero que les guste el cap y lo lentos que son mis niños, déjenlos, se toman muy en serio la enemistad adolescente

Los qm! nos leemos pronto<3

Chapter 26: Capítulo 21: Tú tampoco

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Draco prácticamente corrió tras Potter y lo encontró en el jardín, caminando en dirección al laberinto. Tenía los puños apretados sosteniendo su varita, cada línea de su cuerpo tensa, las venas marcadas; como si fuera a estallar en cualquier momento. Sus pasos eran determinados mientras avanzaba a la salida.

Después de intentar entender un poco cómo funcionaba su cerebro, Draco ya se imaginaba qué cosas estaba pensando. Qué quería hacer y lo que terminaría arriesgando al final.

No podía permitirlo.

—Potter, no puedes.

Pero Potter no le prestó atención, su mirada estaba enfocada hacia adelante, su intención era claramente salir de ahí. Draco casi podía ver los engranajes de su cerebro formando un plan estúpido y arriesgado para llegar al Ministerio.

Apretando los dientes, Draco apresuró el paso, y envolvió sus dedos alrededor de la muñeca de Potter haciendo que este se volteara, mirándolo con grandes ojos desorbitados.

—Potter, no-

—¡¿Acaso no escuchaste?! —lo interrumpió él, completamente agitado.

Draco reprimió el impulso de obligarlo a volver a la mansión a la fuerza, o de gritarle de vuelta. Era insoportable cuando se ponía así y él no tenía por qué aguantarlo.

Pero lo conocía, y sabía que responderle hostilmente no ayudaría en nada.

—Escuché perfectamente, pero no puedes- —Draco se pasó la otra mano por la cara—. No puedes entregarte, por Merlín.

—¿Quién dijo que iba a entregarme?

—Vas a hacer algo igualmente estúpido.

—No puedo no hacer nada.

Draco apretó el agarre en su muñeca, comenzando a enojarse.

—Potter, no es tu jodida culpa —le escupió bruscamente—. No es tu culpa, ni la de la Orden, ni la de nadie. Es culpa de Él, él está decidiendo esto. Es su culpa. Entiéndelo, joder.

Pero el hombre no parecía inclinado a escuchar razones.

—¿Escuchaste lo que dijo? ¡Si no me entrego los va a matar! —Potter intentó soltarse. Draco podía ver perfectamente la preocupación colarse por las facciones enojadas—. ¿Cómo puedo mirarlos a la cara si no estoy dispuesto a...?

—Tus aliados y la gente que cree en ti han sido perseguidos y asesinados desde siempre —Draco lo cortó, tajante—. Esto es manipulación, y eres lo suficientemente inteligente para darte cuenta.

—Pero-

Draco soltó un ruido frustrado, para luego colocar las manos encima de sus hombros, dándole una leve sacudida. Estaban el uno frente al otro, separados por unos centímetros.

Potter parpadeó, sin esperarselo.

—¿Culparías a Granger, si la situación fuera distinta, eh? ¿Culparías a Weasley?

Necesitaba hacerlo entender. Necesitaba hacerlo entrar en razón. Sabía que si Potter de verdad tenía la cabeza puesta en algo, no había nadie en esa base- nadie en el mundo que lo pudiera detener. Potter pasó saliva, sin dejar de mirarlo, y Draco recién ahí pudo ver que bajo toda esa actitud furiosa e impulsiva, bajo toda esa preocupación y culpa, había algo más.

Miedo.

No a lo que fuera a pasar con él, no a Voldemort, ni a Draco; miedo de lo que fuese a suceder si no actuaba. La revelación fue como una patada en el estómago, pero trató de mantener la compostura y recordó, que así como los monstruos lloraban, también tenían permitido sentir miedo.

—No puedes controlar todo —continuó Draco, ante su silencio culpable—. Hay gente aquí que necesita que pienses con la cabeza fría, y si alguna persona te responsabiliza por no entregarte es llanamente estúpida. De hecho, que tú seas la máxima recompensa demuestra que sin ti, se ha acabado la guerra. Deja. De. Culparte.

Potter cerró los ojos y tomó un hondo respiro, haciendo el intento de calmarse. Draco dejó de aferrarse tan fuerte a él, sabiendo que por lo menos ahora ya no corría el riesgo de que se escapara.

Pero no lo soltó.

—No puedes ser tan despreocupado con tu vida —continuó, hablando una décima más bajo—. No sé si te lo han dicho antes, pero vale demasiado como para que vayas entregándola siempre. Te he visto, Potter, más de una vez. No te preocupas por ti en absoluto y eso tiene que parar.

Draco apretó la mandíbula cuando terminó, y esperó a que Potter se negara o continuara discutiendo. Era un hecho lo que le decía, Draco lo observó, siempre se tiraba solo al peligro, enfrentando más personas de las que un ser humano normal podría enfrentar. No tenía ni un poco de aprecio por su propia vida.

Pero Potter, en vez de intentar tapar el sol con un dedo, simplemente bajó la cabeza y trató de regular su respiración. Desde esa distancia y altura, Draco sólo podía ver una porción de su frente y como el cabello le caía encima a cascadas, casi tapando la manera en que las pestañas bañaban sus mejillas. Draco sólo lo observó, reflexionando sobre que podía entender cómo su cabeza funcionaba, sí, pero definitivamente no era capaz de comprender los sentimientos detrás de ella. Él se arriesgaba por un motivo: su madre. Siempre había sido así y probablemente siempre lo sería. ¿Pero Potter? Potter lo hacía por el mundo.

Un mundo que no dudaría en sacrificarlo si tuviera la oportunidad.

Al cabo de unos segundos, Potter levantó la mirada de nuevo y la clavó en él.

—No sé cómo haces esto —murmuró.

Draco sintió cómo el aliento se atascaba en su garganta, con los hermosos ojos verdes fijos en los suyos.

—¿Qué?

Esto.

Draco decidió ignorar a qué se refería. En ese momento, no quería saberlo. Estaba sucediendo una crisis dentro, Potter estuvo a punto de cometer un acto estúpido, y lo unico que Draco quería era que por favor su corazón parara de latir tan rápido, para así dejarlo concentrarse en el problema que debían atender en vez de todo ese sinsentido.

—Potter, por favor, joder —Draco pidió, apenas dándose cuenta—. Deja de lado tu papel de mártir y concéntrate.

Potter asintió, y ambos no hicieron más que llegar a un acuerdo implícito frente a la situación, observándose. Dentro de la mansión había gritos ocasionales y gente corriendo, indicando que se encontraban buscando una solución ante el ultimátum del Señor Tenebroso. Incluso Draco buscaba dentro suyo algo que se pudiera hacer. Algo que no involucrara algo tan estúpido como Potter arriesgando su vida (de nuevo).

—¡Harry!

La voz de Granger los separó al momento.

Fue como si una burbuja se hubiera reventado, y Draco soltó los hombros de Potter de golpe, haciendo que cada uno diera un paso atrás mientras miraban hacia la mansión.

Desde la puerta de entrada, Granger corría hasta donde Draco y Potter se encontraban. Más atrás Lovegood, Weasley y Theo le seguían. Quizás los habían estado buscando dentro.

—Harry —dijo Granger cuando llegó a su lado—, no puedes ir.

Potter intercambió una mirada con Draco. Él trató de impregnar en todo su rostro la frase: "Te lo dije".

—Lo sé —respondió Potter.

—Promételo —Granger insistió. Draco notó cómo la mujer no mantenía el contacto visual con su amigo, o siquiera intentaba crear contacto físico—. Jura que no volverás a hacer algo como lo del Bosque Prohibido. Júralo.

Potter suspiró.

—Lo juro.

Weasley llegó entonces, a un lado de Theo y Lovegood. La forma en la que caminaba era notoriamente incómoda, e incluso Moody con su cojera se veía mucho más práctico. Draco tomó nota de lo poco ventajoso que era eso. Quisiera aceptarlo o no, Weasley era talentoso, lo descubrió durante la Batalla de Hogwarts. No podían prescindir de ninguno de ellos.

—Bien —dijo este cuando estuvo lo suficientemente cerca, dándole una breve mirada a Draco y Harry—. Hay que averiguar una forma de frenarlo.

Draco se sintió demasiado extraño rodeado de ellos, pero no intentó desentenderse.

—Obviamente esto es una manera de hacerte quedar mal, es un control —dijo Granger, permitiendo que Weasley se apoyara en ella—. La gente a la que le ha lavado el cerebro lo comprará.

Potter asintió.

—Hay que intervenir sí o  la radio. Pronto.

Draco dejó que se pusieran a discutir sobre las cosas que podrían hacer. Eso parecía estar calmando a Potter, en vez de dejarlo sentarse a tener un colapso, o permitirle cometer un acto imbécil porque creía que no estaba haciendo nada. Él por su lado, comenzó a repasar lo que había sucedido.

Probablemente aquel movimiento fue acordado junto a los Aurores y jueces, quienes determinaron que sería una jugada efectiva para hacer que Potter se entregara. Después de todo, ya lo hizo una vez en el Bosque Prohibido. Una parte de Draco se preguntaba por qué. O sea, la influencia del Señor Tenebroso era bastante grande en Europa, ¿por qué querría a Harry Potter? ¿Creería que así ganaría? Sí, Potter era parte de una supuesta "profecía" y era la mejor opción para ganar de la Orden. El mismo Draco pensaba que sin él se podían dar por vencidos. Pero el Lord, ¿sabía también de su poder mágico? ¿Por qué lo estaba pidiendo? ¿Quería mantenerlo vivo?

¿Por qué?

Draco sintió como Potter posaba la mirada encima de él de vez en cuando, mientras Weasley comenzaba a enumerar los pros y contras de tratar de rescatar a la gente que fuera a ser ejecutada.

No, el cerebro de Draco dijo de inmediato al oírlo. No, es demasiado arriesgado, y perderían más de lo que ganarían, porque serán ejecuciones diarias y nunca podrán salvarlos a todos.

Pero ¿qué podían hacer? Que Harry se entregase no era una opción. Intervenir la radio era lo único viable, aunque, ¿qué le dirían a la gente? Era un juego que no tenía que ver con nada físico, sino que era una demostración de poder, de quién tenía los dados. Un juego de control. Era-

Algo se iluminó en su cabeza.

—Tengo una idea.

Los cinco se giraron a mirarlo.

Así que Draco les expuso, poco a poco, el plan que podrían ejecutar y cómo ejecutarlo. Granger no lo miraba, y Weasley solo lo escuchaba con los labios apretados, obviamente descontento, pero las actitudes no eran para nada comparables a cómo fue la primera vez que los vio.

No tardó mucho tiempo en explicar, y para cuando terminó la lista de opciones y cómo podrían llevarlas a cabo, Granger estaba abiertamente de acuerdo con él. Weasley, a pesar de que no lucía como si quisiera darle la razón, también reconocía que era un buen plan. Theo deslizó un brazo encima de su hombro en apoyo, y Potter selló la conversación diciendo que "lo considerarían", mientras delineaba la cercanía que Theo tenía con Draco.

Entonces, este murmuró a un lado de su oído que debían irse ya, por si los necesitaban en el Ministerio. Draco asintió, separándose un poco para que él se despidiera de Luna. Weasley entró junto a su novia, y ambos esperaron a Potter metros más allá. Draco vio cómo les hacía una seña para que así continuaran ellos solos, y cuando Potter se volteó, Draco simplemente supo que iría hacia él.

Lo sabía.

—Malfoy —murmuró.

Draco ocultó una sonrisa por haber adivinado, mientras se aclaraba la garganta y se enfocaba en él. Era agradable verlo y saber que la agitación ya había pasado, y que por mucho que la culpa todavía estuviera ahí (probablemente), Potter se veía muchísimo más relajado que minutos atrás. Suponía que comprendió que no le serviría de nada alterarse.

—Gracias —le dijo, poniéndose frente a frente.

Draco asintió.

—Potter —replicó lentamente, sabiendo que necesitaba recordárselo—: Nada de esto es tu culpa.

Potter se removió incómodo en su lugar. Draco casi puso la mano encima de su hombro para re asegurar sus palabras. Mientras tanto, Theo se acercó a ellos.

—No me conviertas a mí en la persona que tenga que recordártelo —dictaminó, dispuesto a marcharse.

Potter no contestó.

•••

La cabeza de Millicent Bulstrode se encontraba exhibida en la pared anterior de la estatua del atrio, en el Ministerio.

No era la única, considerando que hubo seis ejecuciones más con el transcurso de los días. Draco evitó mirarlas cuando arribó el lunes de la semana siguiente. Estaba allí para entregar su reporte acerca de lo que pudo averiguar sobre gigantes, yetis y trolls, que no era mucho, además. La gente orbitaba en el atrio, fingiendo no mirar la cabeza de la espía, pero de todas maneras retornando los ojos a ella. Millicent tenía una expresión horrible en el rostro, de alguien que murió gritando, y alrededor de su boca había carne podrida que expedía un pésimo olor.

Era humillante, y asqueroso.

Pero podría ser peor.

El Señor Tenebroso se encontraba ahí también, aunque lejos de todos en uno de los pisos superiores, observando. La gente no se atrevía a mirarlo, con justa razón, y el único motivo por el que Draco sabía que estaba allí era gracias a su magia. No podía reconocerla instantáneamente como a Potter, que simplemente sabía que era de él. Sino que la sentía en el aire, y Draco sabía que ningún otro mago emitía tanta magia oscura. Ningún otro.

De todas maneras, lo ignoró. Mientras el Lord no lo buscara, no podía preocuparse por él. O fingir hacerlo.

Draco entregó el informe a Rodolphus sin conversar demasiado, y luego ambos caminaron hasta la Cámara del Wizengamot, donde ese día se votaría si el Mundo Mágico era declarado en estado de guerra o no.

Que claramente lo estaba.

Draco llevaba su broche del Nobilium en el pecho, y la máscara de Mortífago que se usaba en la primera y "Segunda Guerra" (como se le había empezado a decir). Se sentó ahí toda la asamblea, medio escuchando y medio no, considerando que ya sabía qué resultados tendría la votación.

El estado de guerra era básicamente una forma de "proteger" el mundo mágico cuando algo muy terrible estaba sucediendo. Desde la Batalla de Hogwarts ya se encontraban en un "Estado de Excepción", que limitaba el derecho a la libertad de locomoción y desplazamiento: o sea, la cuarentena mágica.

Lo que buscaba el estado de guerra era restringir la libertad de reunión, libertad de trabajo, libertad de prensa, posibilidad de alterar el derecho a la propiedad, el derecho a la libertad personal, derecho a la privacidad, y tener permitido detener a personas en su vivienda o en otros lugares poco habituales. Quitando así un poco la responsabilidad del Wizengamot de juzgar, de los Aurores de atrapar criminales, y pasarla tanto al Nobilium como al Electis. En otras palabras, la privacidad no existía, tus bienes ya no te pertenecían y nadie podía hacer nada sin que la alta sociedad del mundo mágico estuviera enterado.

Como era de suponer, la votación resultó a favor de forma unánime.

Se encontraban allí antiguos miembros del Wizengamot, Mortífagos, los miembros restantes del Nobilium, y todos los Electis. Draco no los saludó cuando se sentó, y mucho menos lo hizo cuando se levantó la sesión. A lo lejos, podía ver a Greyback mirándolo a través de la multitud, como si supiera todos sus movimientos de memoria. Maia estaba a unos pasos, sonriente, carismática, con su piel oscura brillando con la luz artificial. Theo también estaba ahí, rodeado de gente que no se preocupaba por él, felicitándolo por su recuperación.

Le recordó a cómo le daban las condolencias por su madre.

Draco salió de allí antes de enojarse de verdad.

En el atrio del Ministerio, la tarima donde se llevaría a cabo la ejecución de ese día ya estaba puesta. Draco sabía que sucedería algo, que los planes de la Orden darían frutos, porque de no ser así, Potter y los suyos serían unos imbéciles considerando que él les informó que ese día todos los miembros del Nobilium y el Electis estarían en el Ministerio. Era el momento perfecto.

Draco enfocó la mirada a lo lejos, y pudo ver que en el escenario ya habían dos personas. Uno, el condenado. El otro, el Señor Tenebroso. Sus ojos se dirigieron al gran reloj de la pared, y supo que en un par de minutos la ejecución comenzaría.

Caminó hasta la tarima.

De cerca la visión era inquietante. El condenado era un anciano vestido con el uniforme de guardia de Azkaban, y a simple vista no parecía tener ningún vínculo con Potter. De hecho, Draco no creía que tuviera algún vínculo con él, o que fuera un espía. Simplemente parecía un hombre que había sido juzgado por su sangre.

El susodicho en cuestión estaba todo golpeado, con heridas abiertas que sangraban; el líquido caía encima de sus ojos a trompicones. En su frente, la palabra "sangre sucia" estaba escrita, y al estar atado al suelo, de rodillas, Draco podía ver el miedo en sus ojos por no poder escapar. Observaba a todos los que se reunían a su alrededor con la esperanza de que alguien lo ayudara.

Esperaba que esa vez no ganara el miedo.

—Bien —anunció el Lord entonces, cuando el reloj cambió de hora, haciendo callar a toda la gente—. Creo que no es necesario que me repita una vez más.

Draco ya se encontraba a unos pasos del escenario, y vio cómo los empleados dejaban sus labores y comenzaban a llenar los alrededores de la tarima. No quería pensar que todos ellos verdaderamente disfrutaban esa escena, o que quizás el morbo les hacía hallarla interesante.

Pero sabía que probablemente así era.

El anciano comenzó a temblar cuando el Lord caminó hacia él. Negaba una y otra vez como podía, al estar inmovilizado. Su cara se encontraba mojada gracias a las lágrimas y la sangre.

—Por favor...

El Señor Tenebroso no lo escuchó, ni siquiera lo miró, mientras Maia sonreía rodeando al anciano en el estrado.

Draco vio cómo el hombre trataba de sacudirse cuando la mujer lo tomó de la túnica para golpearlo.

—Andrew Simonds —dijo el Lord, inamovible—. Por los delitos de traición...

—Yo no hice nada-

—... Subversión y conspiración...

Draco cerró los ojos un segundo al ver cómo el lugar donde el señor se encontraba, se había manchado de una poza que le rozaba las rodillas. Algunas personas rieron. Maia lo golpeó más fuerte mientras desvanecía la orina.

El Lord esperó en silencio antes de volver a hablar, como si nada hubiese pasado.

—Ha sido condenado a una ejecución tipo Dos.

—Soy inocente —rogó el anciano—. Por favor, soy inocente-

Maia soltó una risa, apuntando la varita hacia él.

Expulsis visceribus.

Y así como así, el cuerpo del hombre se dobló en dos.

Antes de que Draco pudiera procesar que la Orden no alcanzó a salvarlo, que una vez más otro inocente murió-

El anciano ya se encontraba vomitando.

La sangre tiñó el escenario, mientras Draco veía cómo no podía parar. Cómo el hombre era incapaz de cerrar la boca, porque los órganos no dejaban de salir de ahí. Coágulos, vísceras, intestinos. El olor metálico inundaba sus fosas nasales. Maia volvió a reír, mientras el Señor Tenebroso observaba todo con una sonrisa de deleite.

Y, mientras Draco se limitaba a observar la escena entumecido, pasaron demasiadas cosas a la vez.

El Lord levantó su varita.

—¡Cruc...!

Pero antes de que pudiera darle y ocasionarle más dolor aún al anciano, una mujer, la misma que anunció la vuelta de la radio durante el secuestro de Rookwood, entró corriendo desde el ascensor.

—¡Gran General! —gritó ella—. ¡Gran General!

Todos los presentes se dieron vuelta para verla, y Draco notó cómo entre los brazos traía un artefacto muggle. La magia vibraba alrededor de él, y reconoció que el objeto debía estar lleno de hechizos para conservarla. Ella corrió hasta alcanzar el borde de la tarima y levantó la radio.

El ruido resonó por todo el lobby.

—... EL POTTERVIGILANCIA QUE HAN ESCUCHADO HASTA AHORA ES FALSO. ES UN MECANISMO IDEADO POR EL GRAN MORTÍFAGO PARA HACERLES CREER QUE HARRY POTTER...

—¡Apaga eso! —exclamó Maia, emanando furia.

Mas Voldemort parecía inclinado a escuchar qué tenían que decir.

Draco puso en su lugar una mueca de rabia, de asco, cosa de que el que mirara hacia él viera que estaba completamente en desacuerdo con aquello. Una farsa.

Y en medio del murmullo de la gente que conversaba, del Señor Tenebroso oyendo con atención, y del sonido siendo amplificado para que todos pudieran captarlo, los gritos de la radio cesaron, y una voz se oyó por encima de todo.

—Escúchame bien, Tom.

Merlín.

Draco jadeó, aunque nadie le estaba prestando atención a él. Formó puños con sus manos intentando decirse a sí mismo que lo estaba esperando.

Ellos no lo sabían, pero esa era la voz de Potter.

Él se la sabía de memoria.

ese era el nombre real del Lord, quien pareció hervir al oírlo.

—¿Crees que eres el único que tiene presos políticos? No —continuó Potter, soltando una risa sin humor—. Aquí mismo tenemos varios. ¿Recuerdas a Corban Yaxley? ¿Recuerdas a tu querido ministro, Augustus Rookwood?

La gente aún conversaba, pero ninguno se atrevía a que fueran más que susurros. Draco paseó su mirada por entre la multitud y atrapó brevemente su mirada con la de Theo, quien se veía amenazante, descontento. Como él mismo se suponía que debía lucir.

Potter prosiguió.

—... Oh, ¿y qué crees que harían los Goyle por su único hijo?

El Señor Goyle, quien estaba reunido con el resto de Electis saltó ante la mención de Gregory. Draco no podía mentir y decir que no le complacía saber que se encontraba angustiado.

El Señor Tenebroso por su parte estaba exudando ira, haciendo que el suelo temblara. Tampoco podía decir que no le divertía.

—Si no detienes estas ejecuciones, esta artimaña asquerosa e infantil... los vamos a matar —anunció Potter, simple y llano, provocando que Goyle padre soltara una maldición—. Pero no será rápido, Tom. No lo será, ¿sabes qué es lo mejor de cobrar venganza? —Potter rio—. Hacer que dure.

Las exclamaciones en el Ministerio no se hicieron esperar, tratando de mil y una cosas a Potter. Una escena que de niño le habría provocado tanto gusto a Draco, en ese momento no estaba ayudando ni un poco a aflojar el nudo de su estómago.

—Me encargaré de enviártelos de a poco, pedazo por pedazo, parte por parte —la voz de Harry sonaba encantada—. Me encargaré de enviárselos a sus familias, de cortarlos yo mismo. ¿Reconocerán sus dedos? ¿Y qué me dices de sus ojos? No creo que les sean de mucha utilidad.

Draco podía ver el dilema del Señor Tenebroso. Casi podía oír lo que estaba pensando. No tenía permitido desentenderse de esa amenaza. No podía seguir adelante con su plan, porque si no estaba dispuesto a proteger a su círculo más cercano, ¿qué le quedaba al resto de sus seguidores? ¿A los sangre pura, los miembros más importantes de esa sociedad? No sería un líder ejemplar, hasta la persona más inteligente lo vería. El Lord les juró protegerlos. Una cosa era castigarlos bajo excusas estúpidas, otra era dejarlos morir con libertad.

No podía permitirse eso, y él lo sabía.

—Si no haces lo que te decimos, y no dejas de asesinar gente inocente de la forma en que lo has estado haciendo, ya sabes qué pasará. No son los únicos presos que tenemos, y no mentimos con que siguen vivos. —Draco podía sentir la sonrisa a través de su voz—. Aquí va una prueba de eso.

En ese momento, el aleteo de una lechuza cortó el silencio en el que el atrio se había sumido. Todos estaban extremadamente conscientes de lo que sucedía. Mulciber apuntó la varita a ella sin dudarlo y la hizo caer desde el cielo, muerta, mientras lo que traía amarrado en la pata caía con el animal.

La mujer más cercana a la lechuza la tomó casi sin pensarlo, y luego soltó un grito al abrirla. El resto del mundo parecía haberse quedado mudo, y todos los ojos se encontraban fijos en eso, en lo que acababa de suceder.

Botado en el piso, en medio de toda la gente, un dedo con el anillo familiar de los Yaxley relucía en su esplendor.

La multitud empezó a gritar: a exclamar millones de cosas del horror, de la vergüenza o de la cólera. Era caótico. Draco quería ocultar su expresión burlona.

Unos segundos pasaron, y entonces cuando todo se creía acabado, un halo plateado envolvió al Ministerio, y Draco reconoció inmediatamente qué era.

Majestuoso, real. Algo que Voldemort ya no podría negar.

Tomó todo de sí el reprimir una sonrisa satisfecha.

—Habla —dijo el ciervo, y otra voz comenzó a sonar a través del Patronus.

—Por favor —Yaxley suplicó—, ¡no me maten! Por favor, no- no... ¡No...!

Una persona intentó hacerlo callar y el ciervo desapareció, pero ya era demasiado tarde.

La duda ya había sido plantada. La jugada ya había sido hecha. Voldemort ya había tirado los dados, pero la orden superó su movimiento. Ganaron esta ronda, era algo obvio.

Draco solo tuvo que robarle una pequeña mirada a la cara del Señor Tenebroso para adivinar qué se venía. La magia oscura danzaba a su alrededor y se expandía por el atrio, dispuesta a asesinarlos a todos.

Pero no pudo evitar saborear un poco de la victoria, porque eso significaba que los Mortífagos podían cometer un error más fácilmente. Eso significaba, que mientras más se ganara, más probabilidades había de descubrir la verdad sobre su madre y de cobrar venganza.

De matarlos a todos.

El Señor Tenebroso explotó, sacando su varita, y pateando el cadáver del anciano muerto.

Draco se arrodilló, cerrando los ojos y esperando que la furia lo alcanzara.

•••

Draco se Apareció fuera de la base dos días después junto a Astoria, luego de que él hubiese ido a Hogwarts a sentir la firma mágica del semi gigante que intentaban rescatar.

El día anterior había recibido una nota de Potter en su mansión, con una lechuza genérica que él despachó al instante. Después de leer el papel, Draco asumió que debía ajustar ya los últimos detalles del plan. No podía ir a la base solo, y no deseaba molestar a Theo, sabiendo que él no participaría en la misión y Luna sí; suponía que no le haría mucha gracia. Así que Astoria era quien decidió acompañarlo para que pudiera entregar la información recolectada.

Draco vio cómo Astoria sacaba la moneda de su bolsillo y apuntaba la varita a ella, esperando que el portón se abriera. Ambos esperaron en silencio.

La cara de Draco dolía de vez en cuando, debido a que se encontraba maltratada. La furia del Señor Tenebroso no era algo que tomarse a la ligera, y esa vez ocupó hasta las manos para desquitarse.

Así de furibundo estaba.

Su ojo se encontraba morado, pero al menos las grandes heridas que el Lord le infringió después de que Draco le dijera que "tuvo que haber informado al Nobilium de todo movimiento" ya no estaban.

Cuando las puertas se abrieron, ambos entraron al jardín caminando lento por su sanidad. A mitad de camino mientras avanzaban por el laberinto, Potter apareció, ansioso de verlos, sin siquiera dejarlos llegar hasta la zona común.

Traía una expresión triunfal en la cara, seguramente dado el éxito que resultó el Patronus del Ministerio y la intervención de la radio. Pero apenas sus ojos se posaron en Draco y en su rostro, el gesto se desvaneció, y cambió a algo que no supo identificar.

—Malfoy —le dijo. Draco hizo una pequeña reverencia.

—Potter.

Este se le quedó viendo, para luego apuntar con la barbilla a la herida de su ojo.

—¿Qué te pasó?

Draco se encogió de hombros, tentado a decirle que no era ninguno de sus problemas. La respuesta estaba en la punta de su lengua. Pero casi de inmediato vio la frente arrugada de Potter; la manera en la que observaba la herida como si quisiera curarla, y Draco calló.

Potter no preguntaría si no le importara.

Ya no.

—A alguien no le hizo demasiada gracia tu truco —respondió, intentando bromear.

Los orificios de la nariz de Potter se ensancharon, algo molesto.

—Es un imbécil.

—Sí.

—No, lo digo en serio —insistió él—. No tiene ni un sentido maltratar a la gente que lo sigue cuando algo no sale como quiere.

Draco, quien ya estaba acostumbrado a sus arrebatos, no encontraba el punto de Potter tan escandaloso. Los Mortífagos lo seguirían sin importar qué, y esa era su manera de imponer respeto, de amenazar diciendo que las cosas serían peores si no mejoraban ellos.

—El miedo es lo más importante, supongo —terminó respondiendo.

—¿Tú lo tienes?

—¿Qué cosa?

—Miedo.

Draco desvió la mirada y pensó. Si era completamente sincero, no recordaba la última vez que había sentido miedo. Quizás cuando el Señor Tenebroso lo visitó después de la muerte de su madre, pero... Draco había olvidado lo que era temer por su vida, por el simple hecho de desear seguir vivo. Si antes no quería morir y temía por ser asesinado, era porque no podría rescatar a su madre entonces. En ese momento, su miedo a morir tenía que ver con dejar solo a su padre en Azkaban. Y con nunca vengar a Narcissa.

No temía por su propia vida de la manera que se supone que debía hacerlo. Potter y él tenían eso en común.

De todas formas, decidió contestar:

—Sólo un estúpido no lo tendría.

Potter no esperaba una respuesta sincera, aunque no fue tan sorprendente para él como las primeras veces; se notaba en su rostro. Después de las conversaciones que habían compartido y todo lo que había sucedido en un lapso de meses, Draco ya no le veía el punto a seguir ocultando cosas. Era prácticamente toda una vida de conocerse. Si Potter no era honesto, probablemente Draco adivinaría la verdad detrás de la mentira y viceversa.

—Deberías curarte eso —dijo al final Potter, después de estudiarlo.

Draco sacudió la cabeza.

—Sería demostrarle que me duele. No le gustará.

—Entonces deberías hacerte algo, no sé. Madam Pomfrey- —comenzó, para luego interrumpirse—. O, ven aquí, yo-

Astoria se aclaró la garganta, interrumpiéndolo.

—No tenemos mucho tiempo.

Draco parpadeó, dándose cuenta de que en todo ese rato Astoria estuvo fuera de la conversación. Eso no había sucedido antes, y vio de reojo cómo las mejillas de Potter oscurecían.

Le encontró la razón, de todas formas, así que se volvió de lleno al hombre una vez más, con el objetivo de informar las novedades.

—Es corto, Potter. He recibido tu nota, que por cierto, no vuelvas a enviarla a través de lechuza, mucho menos intentes mandar un Patronus. Pídeme venir, dile a Theo, no lo sé, pero la mansión no es un lugar seguro para comunicarse.

Potter asintió.

—Entendido.

Draco lo miró. En otra ocasión, Potter habría hecho una y mil preguntas acerca de por qué Draco no querría recibir notas en la mansión. Todavía no dejaba de fascinarle ese cambio.

Sin embargo, creía que ya estaba establecido que su comunicación había cambiado.

Por eso mismo, cuando recibió la nota escrita con una letra tan desordenada que le hizo sonreír, Draco tuvo que reprimir el deseo de escribir de vuelta.

—He recibido tu nota —repitió—, así que he ido a Hogwarts. Creo que puedo identificar la magia de Hagrid, la que usó durante la batalla, y la firma que está latente en lo que solía ser su casa.

Draco no podía oírlos, pero podría asegurar que los latidos de Potter se ralentizaron.

—¿Podrías encontrarlo? —respiró.

Draco lo consideró unos segundos.

—¿Kreacher puede ayudarme?

—No lo sabemos.

Según lo que Theo le había dicho, Kreacher los acompañaría a la misión. Por lo que su «no sé», tenía más que ver con capacidad, que con su voluntad. Draco pensó en un punto que podían usar uno de sus elfos, o de Theo, para así no cansar a Kreacher, pero luego de que se declarara el Estado de Guerra cada uno de sus bienes pertenecían al gobierno más que a ellos. Sobre todo si las criaturas fueron adquiridas después del triunfo del Señor Tenebroso, ya que eran parte de una nueva legislación. Por lo que, si por alguna razón se destapaba parte de la verdad, y los elfos eran interrogados, su lealtad habría cambiado a Voldemort. Nunca podrían cubrir a Draco como él lo necesitaba.

—Creo que podría haber una posibilidad —contestó finalmente.

Potter suspiró, y aunque sus ojos todavía no abandonaban el moretón que recubría el ojo de Draco, podría apostar que su mente se encontraba en otro lugar, repasando una posibilidad que por años creyó imposible. Una parte de él, una que no admitiría jamás a nadie, se sentía bien sabiendo que Hagrid era lo único que hacía que Potter luciera un poco más como él mismo, y que quien trajo esa faceta a la luz había sido el mismo Draco.

Le serviría en el futuro, para que Potter no entrar en un colapso.

Cuando había pasado un tiempo prudente y Draco podía sentir a Astoria tentada a hacer otro comentario desafortunado, tomó la mano de Potter y la abrió, sin cortar el contacto visual mientras depositaba el papel allí.

—Ten.

Potter no lo soltó de inmediato, y en su lugar, bajó la mirada hacia su palma.

—¿Qué es esto?

—La dirección del hotel de Irlanda en el que me quedaré. Tendré una reunión con un comerciante de Bulgaria —informó—. La reserva es de cuatro días, tú deberás averiguar cuando es conveniente ir a buscarme.

—¿Por qué no buscarme tú a mí?

Draco dejó ir su mano.

—Porque necesito que borres mis recuerdos —le explicó—. Informaré de mi ausencia al Nobilium, sospecharán, buscarán en mi mente algo extraño, de una forma u otra, y no pueden encontrar nada.

Poder acarició el papel que aún sostenía abierto en su palma.

—Bien... —murmuró.

Potter sacó su varita, y la dirigió hasta la cabeza de Draco. Pero antes de que pudiera hacer cualquier cosa, él recordó una duda que lo había estado asaltando durante los últimos días, desde la ejecución.

—¿Cómo entraron? —preguntó Draco—. A la radio.

Potter apretó los labios, y ladeó la cabeza, mirando a Astoria como si en ella encontraría las respuestas.

—¿Recuerdas la bomba? —replicó, sin mirarlo—. La creó alguien de la Resistencia.

Draco juntó el entrecejo. Habría pensado cualquier cosa, menos eso, considerando que el momento en el que se tiró la bomba Potter estaba ahí, y no creía que nadie de su bando querría hacerle daño. Pero considerando que la gente más cercana al radio de la explosión fueron Mortífagos, y que de hecho terminaron siendo los más afectados... quizás tenía sentido.

—Una porción de gente logró escapar al mundo muggle después de la Batalla de Hogwarts —continuó Potter—, y cuando se enteraron de la verdad sobre mi muerte volvieron de alguna forma, y se instalaron allí, en el Valle de Godric. Algunos tenían conocimiento de armamento muggle porque se prepararon en caso de poder ocuparlo contra Tom, y creyeron que era el momento preciso. —Esbozó una sonrisa amarga—. En la mayoría de los casos, la magia jode la tecnología muggle. Pero los explosivos... Muchas veces los explosivos no requieren de tecnología.

Aquello dejó a Draco aún más pasmado. ¿Volver?, ¿luego de escapar de ese mundo? Comprendía que esa era su tierra, comprendía que quisieran luchar por el mundo mágico. Pero aún así, habían logrado escapar de Voldemort. Eso no lo hacía cualquiera. Volver era una misión suicida.

Él no tenía tanto valor.

—Bueno, gracias a sus investigaciones de la tecnología y cómo interactúa con la magia, nos ayudaron a intervenir la señal. Es nuestra de nuevo —continuó Potter, sin darse cuenta del revoltijo de emociones que Draco sentía en el pecho—. Lo será hasta que Tom averigüe cómo eliminar las emisoras por completo, tal como lo hizo después de "la Segunda Guerra".

Draco casi rodó los ojos por la actitud infantil que Potter tenía al pronunciar ese último término, como si se estuviera tragando un limón. No le gustaba.

Luego, se dio cuenta de lo que Potter dijo.

Bombas. Draco había leído acerca de ellas en algunos libros, y existían hechizos que más o menos podían replicar lo que una explosión hacía. Pero aún así, la catástrofe no era la misma. Y si en el mundo mágico se empezaban a arrojar bombas, ya no quedaría nada que reconstruir el día de mañana. Si es que había un mundo que reconstruir, por supuesto. Si es que eran capaces de ganar.

De todas formas Potter parecía orgulloso de este aporte y lo miraba expectante.

—No sé qué decirte —respondió Draco con sinceridad.

Potter ladeó la cabeza.

—¿No te alegra?

—¿No ves lo peligroso que es? No lo de la radio —replicó Draco al instante, crudo y honesto—. Lo de las bombas.

Potter abrió la boca, como para restarle importancia, aunque luego pareció pensarlo mejor y su cara se ensombreció. Draco suponía que no debía hacerle mucha gracia que le cuestionara un hecho que él consideraba bueno.

Lucía como si estuviera dispuesto a discutir, y Draco simplemente no tenía la energía. Su rostro dolía, su cuerpo estaba cansado; sólo quería descansar. Pronto volvería a verlo para rescatar a su jodido amigo, y no tenían ganas de arruinar el ambiente entre ellos antes de eso. Además, Astoria parecía querer intervenir.

Que Merlín los librara de eso.

—¿Sabes qué? No importa, Potter. No es algo de lo que debamos preocuparnos hoy —decidió decirle—. Ten todo listo para ir a buscar a Hagrid.

Fue suficiente distracción, porque Potter pareció olvidar el tema de las bombas. Sus ojos se iluminaron.

Se veían aún más verdes.

—Y mientras yo no pueda recordar, asegúrate de no ponerte en peligro, ¿quieres? —le espetó Draco al final—. No mueras.

Potter asintió de forma inconsciente. Astoria resopló en el fondo.

Después de darle una mirada letal a la mujer, se giró, esperándola para que todos caminaran hacia afuera. Draco observó cómo ella se acercaba a Harry para susurrar algo, compartiendo así una pequeña charla. Luego, Astoria dio un paso adelante, y se transformó en una serpiente. Draco suponía que no quería que la vieran afuera, no quería llamar más la atención de lo que él por sí solo ya la llamaba. Cuando perdiera sus recuerdos y la consciencia, suponía que la mujer se transformaría de vuelta y en un par de segundos lo Aparecería directo a la mansión. Draco dejó abiertas las barreras para ella.

Cuando comenzaron a caminar, dispuestos a salir del laberinto, Potter se apresuró a ponerse a su lado.

—Malfoy —susurró, acercándose a su oreja.

Draco ni siquiera alcanzó a girarse, cuando lo oyó, en un tono...

Cómo si él mismo no pudiera creer lo que estaba diciendo.

—No mueras tú, tampoco.

Notes:

Surprise surprise!! Habrá alguien despierto para leer???

En otras noticias, ustedes no tienen idea acerca de lo mucho que investigué sobre las medidas políticas que se toman en un país cuando hay dictaduras de por medio, porque, you know, Chile estuvo en una dictadura durante muchos años y quiero respetar la verosimilitud (guardando las proporciones con la realidad, obviamente). Por lo que si sienten que hay algún error o un tema no manejado del todo bien, siempre pueden comentármelo! Mi intención jamás es hacer sentir mal a alguien debido a mi ignorancia<3

Anyways, se viene el plaaaannnn.

Cuídense! Nos leemos!

PD: Cuántos murieron con esa última línea? Porque yo definitivamente morí JAJKEMDDE

Chapter 27: Capítulo 22: Irlanda

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Antes de dejar la base, Harry procuró despedirse de todos los que le importaban.

A la misión irían Luna, Bill, Hermione, Harry, Fleur, Padma y Seamus, sin olvidar a Kreacher. La primera quería reencontrarse con Hagrid como pocas veces había deseado otras cosas, y Hermione se negó a dejar ir solo a Harry, además de que también le emocionaba el prospecto de ver al semigigante de nuevo (y era agradable verla sonreír, Hermione no había sonreído desde Grimmauld Place). Bill y Fleur eran un paquete; el primero iría debido a las protecciones y barreras mágicas que quizás tenían que sortear, y la segunda no pensaba dejarlo solo. Nunca se separaban, y Harry estaba bien con eso. Además, necesitaban siete personas para abrir la barrera de la cuarentena.

Kreacher, por otra parte, era una historia complicada.

Su memoria y cabeza claramente habían sido afectadas al quedarse tanto tiempo completamente solo, desnutriéndose. Si eso además se le sumaba los doce años anteriores que vivió en Grimmauld Place sin nadie más que el retrato de Walburga Black, resultaba en un caso que daba para psiquiatría. El elfo recordaba las últimas semanas junto a Harry, Hermione y Ron, (los desayunos, las palabras cordiales, la conversación acerca de Regulus Black), con más vehemencia de lo que recordaba las cosas malas. Para Kreacher, su relación con su "Amo" mejoró al punto de que sentía lealtad por él. Por eso cuando Harry ya no volvió después de la mañana del Ministerio cuando robaron el relicario, y luego de la Batalla de Hogwarts, Kreacher se sumió en una profunda depresión que se traducía a respuestas hostiles y enojadas y que parecían una actuación- bueno, eran una actuación, si algo decían a las lágrimas que derramaba de repente cuando estaba mucho tiempo lejos de Harry. Pero nadie quería apresurarlo a que cambiase su actitud.

De todas formas y a pesar de eso, no les tomó mucho tiempo convencer a Kreacher para que los ayudara a encontrar a Hagrid en esa misión.

La magia de los elfos era muchas veces desconocida incluso para ellos mismos; las cosas que harían por su Amo podían ser desconcertantes. Harry llegó a creer que Kreacher podría ayudarlos a encontrar a Nagini, como dijo que quizás podría encontrar a Hagrid. Pero la diferencia era que con Hagrid tendría una muestra de su poder, que se suponía estaría impregnada cerca o en la misma prisión de Grindelwald. Con Nagini no había nada.

Sin importar qué, la habilidad de Kreacher de Aparecerse entre países y hasta cuando habían barreras Anti-Aparición, ya consistían en un buen motivo para llevarlo a Austria.

Parecía ser un buen plan, salvo que Harry se sentía insatisfecho con él. Tampoco ayudaba demasiado que el último que los acompañaría era, obviamente, Malfoy.

Pero no era eso lo que tenía a Harry sintiéndose como la mierda.

Durante todos esos años, Ron y Hermione siempre estuvieron de su lado sin importar las circunstancias o qué tan difícil fuera la situación. Siempre. Era como una verdad indiscutible. Pero en este momento, su mejor amigo no podría ir gracias a su pierna, y además dejaría a su novia que había sido recientemente herida sin su apoyo. La impotencia con la que Ron los observaba despedirse de todos en el patio era algo que hacía que el corazón de Harry se estrujara.

—Cuida de ella —murmuró en su oído cuando estaban diciéndose adiós, con un tinte de súplica—. Por favor, Harry, cuida de ella.

Harry tragó en seco, sabiendo que dejarlo allí solo tampoco le hacía mucha gracia a él. Tenía claro que en cualquier momento un ataque o una tragedia podía suceder.

—Lo haré —le dijo sin soltarlo—. Te lo prometo.

Ron lo dejó ir, y durante el resto de los minutos que quedaban, no se separó de Hermione.

McGonagall también estaba allí, mirándolo igual de severamente que cuando era un niño. Harry tenía la impresión de que cada vez que McGonagall los miraba irse a alguna misión estaba recordando cómo lucían en Hogwarts, cómo ella los había visto crecer, y el miedo que le daba perderlos. McGonagall había perdido mucho, y Harry estaba seguro de que la mujer daría su otro ojo con tal de que sus estudiantes no siguieran muriendo.

Harry se posó frente a ella, inseguro de cómo proceder. A pesar de que hablaban cada día y Minerva junto a Pomfrey parecían protegerlo más que a cualquier otro dentro de la base, Harry todavía se sentía inseguro a su alrededor y ajeno al cariño que existía en sus ojos cuando le hablaba.

McGonagall lo observó durante largos segundos, mientras Harry cambiaba el peso de una pierna a otra. Finalmente, soltó un suspiro.

—Ven aquí —le dijo, antes de tirarlo en un abrazo.

Harry envolvió torpemente sus brazos alrededor de la cintura de su ex profesora, aspirando el olor familiar. Mcgonagall comenzó a estrujar su espalda y, con el paso de los segundos, pareció apretarlo con más fuerza. Como si temiera perderlo.

—Usted sabe lo fuerte que es, señor Potter —murmuró la mujer—. Use esa fuerza. Tengan cuidado.

Harry soltó una respiración temblorosa.

—Lo haré. Traeré a Hagrid de vuelta. Volveremos vivos —le aseguró—. Nos verá a todos de nuevo.

McGonagall hizo un ruido con su garganta que Harry no supo identificar, para luego soltarlo y verlo a los ojos.

—Estoy orgullosa de ti, Harry. —McGonagall lo tenía aún tomado de sus antebrazos. No era la primera vez que lo decía, pero cada vez provocaba que un nudo se instalara en la garganta de Harry—. Estoy segura de que siempre cumples tus promesas.

No sabía por qué esa frase hizo que el interior de Harry se tambaleara un poco, pero lo hizo. Apretó la piel de McGonagall con fuerza y dejó que ella depositara un beso en su frente, aunque Harry fuera varios centímetros más alto. Desde que Ginny había muerto, Minerva se volvió mucho más sobreprotectora con él. A veces ni siquiera hablaba, simplemente estaba ahí y Harry la apreciaba demasiado. No sabía cómo habría sobrevivido todos esos años- no, no sabía cómo habría sobrevivido en Hogwarts sin ella.

Al cabo de unos segundos cuando McGonagall dio un paso atrás, Harry asintió, dejándose abrazar de nuevo mientras Molly esperaba su turno.

La mujer tomó sus mejillas cuando Minerva se retiró, y lo miró como si desesperadamente quisiera evitarle cualquier daño. Evitar que fuesen, que se alejaran de ella. Molly parecía querer secuestrarlos y guardarlos en una caja para no dejarlos salir nunca más. Sin embargo, era más que claro que en algún punto tuvo que aceptar que sus hijos estaban en peligro siempre. Sin importar qué, siempre habría un Weasley a un lado de Harry, quien no podía escapar de dicho peligro, y por consiguiente los ponía en peligro a ellos. Él se sentía tremendamente responsable por eso.

Pero Molly continuaba mirándolo con el mismo cariño de antes.

—Protégete, cariño —pidió ella, con esa expresión estoica que aprendió a adoptar gracias al dolor—. Harry, por favor, protégete.

Harry tenía en cuenta que Molly siempre pensó que él se arriesgaba más de lo necesario, y era probable que tuviera razón. El suplico siempre era el mismo.

Por favor, ten cuidado.

Por favor, Harry, protégete.

—Lo haré —le dijo él, prometiendo lo mismo que a McGonagall—. Me verás de nuevo.

Ella le dio una palmadita sin fuerza en la mejilla.

—Protégete de Malfoy también —dictaminó, con voz teñida de preocupación—. No me importa qué haya hecho. No es de fiar. Es responsable de muchas cosas horribles, Harry, recuérdalo.

Harry se limitó a mirarla, mordiendo su lengua para no decirle que Malfoy era de lo último que debía protegerse. Sabía que hizo cosas horribles, no podía olvidarlas aunque quisiera. Cometió actos injustificables, pero bueno... ¿no lo hicieron todos?

—Adiós, Molly —respondió en su lugar, inclinándose para dejar un beso en su mejilla—. Nos vemos pronto.

—Eso espero, cariño.

Las siguientes despedidas con los Weasley fueron parecidas. Todos lo querían a su forma y se lo demostraban. El señor Weasley casi lloró cuando Hermione y él intentaron decir adiós. George hizo una broma desagradable acerca de que el cadáver de Harry no se veía bonito en la batalla. Y para cuando Harry acabó su ronda de despedidas con un abrazo colectivo de Percy y Charlie, Luna ya estaba anunciando que debían partir.

Malfoy viajaría a Irlanda al otro día, así que por la noche Harry y el resto se quedarían en una casa abandonada de un miembro de la Resistencia. Esperaban utilizarla también si la misión no iba cómo se suponía que debía ir, o si no podían regresar a la base de inmediato.

Para que los miembros que quedaron en la base pudieran salir durante su ausencia, Harry debía estar pendiente a su moneda, y si McGonagall, Kingsley o Robards lo contactaban pidiéndole que abriera el portón, Harry tendría que hacerlo a la distancia. Ese era el plan.

Y si algo le pasaba a él, bueno-

Era mejor no averiguar qué sucedería entonces.

Dando la última mirada al grupo que se despedía, comenzaron a avanzar por el laberinto. Era de madrugada, el aire estaba tenso y lúgubre, como si todos se encontraran enumerando mentalmente cada cosa que podía ir mal. Juntos llegaron hasta el final y Harry soltó un suspiro, deseando que el plan fuera como presupuestaron.

El portón se abrió. Harry cerró los ojos antes de tomar la mano de Kreacher y Aparecerse dentro del mundo mágico, pero en Irlanda.

No miró atrás de nuevo.

Esperaba volver a verlos vivos.

•••

El hotel de Irlanda tenía un sistema que proporcionaba privacidad absoluta. No era raro que Draco Malfoy, incluso sin ser espía de la Orden, se alojara en un lugar de ese estilo. Sobre todo si se consideraba lo famoso que era en el Reino Unido, y la cantidad de personas que tratarían de localizar su habitación de saber que estaba ahí, por buenos o malos motivos.

Los empleados sólo aparecían cuando eran necesitados, y las habitaciones estaban frente a otra variante de encantamiento Fidelius: nada más que el huésped, ciertos empleados del hotel, y aquellos que tuvieran la dirección del lugar junto al número exacto del cuarto dado por el visitante, podían ver la puerta indicada.

El primer día lo único que hicieron fue dedicarse a mirar a Malfoy a la distancia. No tenían permitido acercarse mucho, dado que él podía sentir la magia de Harry; pero eso no les impidió observarlo para tomar nota de todas las dificultades que podrían presentar tratando de llegar a él. En primer lugar, el hotel tenía bastantes protecciones y barreras, y por lo mismo, entre Kreacher y Bill averiguaron cómo hacer para que Harry las traspasara. También, Hermione le puso algunos artefactos para camuflar la esencia de su poder por unas horas en caso de que debieran actuar de imprevisto, para que él no lo notara. Por otro lado, Malfoy nunca les dijo el día en el que se reuniría con el comerciante. Sin embargo, cuando Harry lo vio durante la noche del primer día en un restaurante mágico de Irlanda, supo que ese era el día.

Fue un momento un poco incómodo, si era honesto consigo mismo. El comerciante trataba de tocar a Malfoy cada que podía, y Harry, mirando a la distancia sólo con objetos encantados, podía reconocer que Malfoy se encontraba fastidiado. Las líneas de su cuerpo se tensaban mientas ponía en su cara una sonrisa falsa. Y él no sonreía. Nunca sonreía de esa forma, tratando de ser encantador o simpático. Era falso.

El comerciante le compró vinos, le ofreció muchas cosas materiales y varias rondas de comida. Harry pudo notar que hasta lo invitó a su cuarto, apuntando al hotel frente al restaurante con una sonrisa que se suponía debía lucir seductora. Incluso, cuando Malfoy se negó, lo acompañó a su hotel. Era demasiado insistente.

Fue realmente incómodo, si decía la verdad.

Pero no dejó que eso lo desconcentrara. Así que luego de que la cena acabó, todos decidieron que durante la madrugada Bill y Kreacher abrirían un orificio en las protecciones del hotel, para que Harry pudiera pasar con la capa invisible y los supresores de su poder. Malfoy debería estar durmiendo para ese punto, por lo que no sentiría su magia y no entraría en pánico cuando le devolviera los recuerdos. Luego de eso, Harry calentaría la moneda de Hermione, y Kreacher se Aparecería dentro de la habitación, para sacarlos de ahí como sólo un elfo podía hacerlo sin necesidad de trasladores. Habría sido mucho más fácil que desde un inicio el elfo hiciera todo, por supuesto. Pero lamentablemente, a pesar de que Harry era su dueño, una parte de la criatura aún le era leal a la sangre Black, y por mucho que Harry ordenara Aparecer a Draco adonde ellos estaban, si este no daba su consentimiento, Kreacher no podría. O bueno, él pensaba que no podría y ellos también lo suponían, así que era mejor no arriesgarse.

Además, al no tener recuerdos, si las cosas no iban bien Malfoy quizás terminaría haciéndole daño a un elfo que no atacaría de vuelta.

Por lo que después de repasar el plan, esperaron pacientemente hasta bien entrada la madrugada escondidos con hechizos desilusionadores en un callejón. En medio de la espera, la cabeza de Harry se estaba volviendo loca, repasando demasiadas cosas desagradables una y otra vez. Más de las que él quería. Su principal objetivo era rescatar a Hagrid, por supuesto, pero no podía evitar pensar que la misión podría resultar ser un fracaso total, que podrían encontrar cosas peligrosas. No ayudaba tampoco no tener idea cuánto tiempo se ausentarían, qué estaría sucediendo con la Orden durante esos días, o qué iban a hacer si estallaba un ataque mientras él no estaba.

Harry no dejaba de pensar-

Ron estaba solo. Él lo necesitaba. Estaba dejando a las personas de la base desprotegidas. Quizás Hagrid había muerto. Tal vez ya no iban a encontrarlo. Voldemort podría atraparlos. No se perdonaría si alguien moría en esa misión.

Y por último, el último pensamiento que pasaba de vez en cuando por su cabeza y el menos importante de todos: la mano del comerciante en la espalda baja de Malfoy.

Pasadas las tres de la mañana, Kreacher dijo que ya era una buena hora para entrar. Continuaba enojado con él, pero la emoción de ver a otro miembro de la familia Black en ese momento lo estaba sobrepasando y se mostraba más simpático. Harry se levantó, se puso la capa invisible, y entró por el lugar que Bill y Kreacher le habían indicado horas antes.

Mientras caminaba, sacó el papel con la dirección desde su bolsillo y pasó un dedo por encima de las letras elegantes. No tenía idea de en qué piso estaba el cuarto, por lo que recorrió cada nivel. No vio más que paredes lisas, puertas ocultas a sus ojos y pasillos vacíos. Subió cada vez más, esperando ver a alguien, pero los funcionarios del hotel, tal como él había sido informado, solo aparecían cuando eran llamados.

No fue hasta el décimo piso, que Harry vio la puerta.

Era simple, genérica, aunque aún así podía sentir la energía que lo llamaba desde allí. Por un momento estúpido, Harry se pregunto si la razón detrás de ese sentimiento era porque Malfoy estaba al otro lado, y no porque esa era su puerta y lo estaba atrayendo. Pero lo desechó al instante. Obviamente se debía a que esa era la puerta. Era la única en todo el jodido pasillo, Merlín.

Aplicando una combinación de hechizos que tanto Kingsley, Robards y Flitwick le enseñaron, Harry intentó abrir la cerradura, dando resultado sólo al quinto intento, lo que lo hizo sentir triunfal y preocupado a la vez. No se suponía que debía ser tan fácil, era peligroso ese lugar para Malfoy.

Dejando ese pensamiento de lado y repasando en su mente lo que haría, ingresó al cuarto. El plan consistía en que iba a apresurarse en llegar a la cama, pondría la varita en la sien de Malfoy, lo despertaría y después le urgiría para que se vistiera y salieran de allí. Era simple.

Harry dio un paso al frente.

Y en vez de encontrar el escenario que él esperaba encontrar, lo que vio le robó el aliento.

Fueron apenas segundos en los que Malfoy no se percató de su magia. Sin embargo, fue más que suficiente para que se le quedara grabada esa imagen en su memoria.

Malfoy estaba en el escritorio, exhibiendo su perfil hacia la puerta. Se encontraba apoyado en una silla, con la cabeza medio inclinada mientras miraba hacia abajo, a la mano encima de su muslo la cual sujetaba un objeto. Su cabello bañaba libremente la frente encima de sus ojos, y Harry recién ahí se dio cuenta de lo largo que estaba. Pequeñas gotas de agua caían de él como si Malfoy recién se hubiese duchado. Y, a medida que Harry notaba que sólo traía el pantalón de pijama, se dio cuenta de que esa suposición era lo más probable.

La vela encendida encima del escritorio era la mayor fuente de luz, reflejando la llama dorada en todo el cuerpo de Malfoy, que no estaba cubierto hacia arriba. Su torso desnudo se encontraba lleno de cicatrices, cruzando el músculo y marcando sus clavículas. Harry ya las había visto parcialmente aquella vez, cuando Malfoy conversaba con Astoria semanas atrás, pero tenerlas a esa distancia era completamente distinto.

Y en vez de evocar en él algún tipo de culpa, lo único que hicieron, fue hacerlo darse cuenta que con cicatrices o no, Malfoy era- era guapo.

Demasiado guapo.

Una parte de su cerebro ya lo sabía, obviamente, era imposible no verlo. Pero Harry siempre lo ignoró. Toda su vida Malfoy no había sido más que el niñito mimado que luego se transformó en un monstruo. Ahora, Harry sabía más de lo que mostraba al mundo. E incluso si no lo hubiese sabido, era un hecho que la visión de Malfoy así era asombrosa. No podía negarlo.

Carajo, es odiosamente guapo.

Harry dio un paso al frente, más porque una parte de sí quería estar más cerca, que para completar el plan. Su cerebro se sentía algo mareado.

Pero entonces, Malfoy levantó la mirada, y el hechizo se rompió.

—Potter.

Sus ojos se encontraban clavados en el lugar en el que Harry estaba.

Harry casi corrió hasta él, al mismo tiempo que Malfoy se levantaba de su lugar, agarrando su varita y tratando de darle. Había pasado mucho tiempo desde que lo reencontró en la base bajo el Bosque Prohibido, el día del Juramento, pero Harry aún recordaba los ojos de Malfoy: vacíos, sin brillo, desenfocados de la ira. Lo habían observado como si desearan verlo muerto.

La diferencia con ese momento, era que en el presente, el pánico también se había abierto paso en ellos. Pánico de que él estuviera vivo, pánico de que estuviera ahí, rabia. Emociones que, Harry notó, desde hacía bastantes semanas que ya no obtenía de su parte.

O meses, tal vez.

Antes de que el conjuro de Malfoy impactara de lleno en su pecho, Harry logró colocar la varita encima de su sien, respirando agitadamente y esperando no haber llamado la atención de los funcionarios del hotel.

Un segundo pasó.

Y luego, los recuerdos volvieron.

—Potter... —repitió él, mirándolo aún a través de la capa de invisibilidad. El tono era completamente distinto.

Harry sonrió.

—¿Qué mierda haces despierto? —replicó, esperando unos segundos a que se calmara.

La mano de Harry se encontraba apoyada encima de su pecho para que Malfoy no avanzara y que así terminara atacándolo. La varita aún estaba en su sien.La capa todavía lo cubría, pero se sentía como si no trajera nada encima. Malfoy no podía verlo de verdad, obviamente, pero sus ojos se encontraban fijos en los suyos; la heterocromía brillando, su cara a unos centímetros.

Algo en su estómago dio un vuelco.

Quitándose la capa, Harry retrocedió al fin bajando su varita. Malfoy lucía perdido aún, pestañeando un par de veces. Debía ser algo shockeante, tener de un segundo a otro toda la información de lo que sucedió durante varios meses. Lo que esos recuerdos cambiaban en su cabeza, juntándose con los pensamientos que tenía antes de recordarlo.

Harry se cuestionaba quién era Malfoy entonces, sin sus memorias, cuando pensaba que la muerte de su madre fue ocasionada por su padre como los Mortífagos hicieron creer. Harry se cuestionaba en quién se convertía. Por mucho que lo entendiera, estaba claro que la única razón por la que Malfoy estaba colaborando con la Orden era para vengar a Narcissa, para saber qué sucedió con ella. Sin su muerte, Harry no hubiese vuelto a ver a Draco en su vida, no de su bando. Sin los recuerdos, Malfoy debía seguir siendo la misma persona despreciable que Harry recordaba al inicio.

Se preguntó en qué momento esa percepción de él había cambiado.

El Valle de Godric fue una ayuda, sí. Pero algo le decía que fue antes de esa conversación. Sólo que Harry no podía saber con certeza cuándo. ¿El Día de la Victoria? ¿Grimmauld Place? ¿En algún intermedio de esos?

También se preguntó, mientas pensaba en eso, por qué la idea de Malfoy siendo un cabrón ya no le importaba tanto como antes.

Este retrocedió también, luego de recuperarse, aunque aún estaban algo cerca. Desde esa distancia, Harry podía ver todavía más cada cicatriz, cada herida. Sin quererlo, sus ojos delinearon todo el cuerpo de Draco.

—¿Querías atacarme en mis sueños, animal? —terminó preguntando, sonando casi escandalizado. Harry bufó.

—No es un ataque.

Malfoy rodó los ojos y después bajó la vista hasta el objeto que estaba mirando minutos atrás. Harry notó que era una especie de relicario, probablemente lo había traído sólo para el viaje. De reojo, Harry trató de verlo, dándose cuenta cómo en él relucía una foto de su familia. Era antigua, Harry no podía detallarla bien, mas por la forma en la que los señores Malfoy cargaban a Draco, era seguro que se encontraba inmortalizado un buen recuerdo.

Harry se fijó en el hombre ante él, quien tenía los ojos clavados en la imagen. Su cabello mojado continuaba cubriendo su frente.

—Es una linda foto —le dijo.

Malfoy bajó la mano, cerrando el relicario.

—Lo sé.

Su expresión se había cerrado, y Harry casi se arrepintió de hablar. Sin embargo, su cara no parecía hostil, al contrario. Aún lucía perdido.

Harry dio un vistazo a su alrededor. La cama estaba hecha, encima del escritorio había hojas repartidas, la ropa de Malfoy se encontraba en una silla al lado de la cama. Todo perfectamente ordenado. Viendo el reloj de la pared, Harry recordó qué hora era, y que Malfoy no lucía como si tuviera intenciones de acostarse esa noche.

Las tres cuarenta de la mañana, y él estaba observando una foto de su familia.

La familia que perdió.

—¿Pasó algo? —preguntó Harry cautelosamente. La réplica fue inmediata.

—¿Por qué debería pasar algo?

Harry hizo un gesto vago a su alrededor, sin querer mirar a Malfoy para presionarlo.

—Son las tres de la mañana, y estás despierto. El plan estaba hecho de esta forma para encontrarte dormido y no perturbarte.

—Bien hecho —se burló Malfoy, evitando una respuesta.

Harry retornó los ojos a su cara, y vio en él la máscara en blanco puesta en su lugar. Una parte de su cerebro registró que cuando eso sucedía, en general, no demostraba nada bueno.

—Malfoy...

Este dio un paso atrás antes de que Harry pudiera agarrar su muñeca.

Había sido un gesto inconsciente.

—Es difícil olvidar, ¿está bien? —le espetó, con voz dura—. Si olvido, lo único que tengo-

—Son las memorias de tu madre.

Malfoy resopló, ocultando el gesto que cruzó sus facciones.

—Deberías ser vidente.

Harry no lo dijo con esa intención, no lo había dicho con ninguna intención en realidad. Habló sin pensar-

Quizás ese debería ser el título de su autobiografía.

Era claro que Malfoy no quería conversar acerca de eso, y que no fue sabio traerlo a colación. Las únicas veces que había hablado de su madre nunca mostró esa... vulnerabilidad.

Harry sacudió la cabeza, no tenía idea de qué estaba pensando.

—¿Cómo te fue? —decidió preguntar en cambio—, con el comerciante, quiero decir.

Quizás el cambio de tema fue un poco abrupto, pero a Malfoy no pareció importarle, simplemente se vio un poco confundido. Rápidamente se encogió de hombros como si nada.

—Normal.

La imagen de la mano del hombre en la espalda baja de Malfoy volvió a su mente.

—¿Eso fue normal?

—¿Sí?

Harry frunció el ceño.

¿Todas las reuniones formales de Malfoy eran así?

Bueno-

No era su problema.

Malfoy pasó una mano por su cabello y al no obtener respuesta, se giró al escritorio, juntando sus papeles. La tensión de sus hombros había disminuido un poco.

—¿Te fue muy difícil entrar?

—No, pero nunca dijiste nada acerca de cómo funcionaba este hotel, imbécil.

—Confié en el gran Harry Potter y su super habilidad para resolver todo, supongo.

—Ja.

Harry volvió a mirar el reloj de la pared, y creyó sentir que la moneda de su bolsillo quemaba. Sacándola, comprobó que era su imaginación, pero con lo paranoicos que todos estaban quizás pronto se haría realidad.

—Deberíamos irnos ya —dijo Harry, guardando la moneda.

Malfoy se volteó.

—Cierto, sí.

El hombre caminó hasta el borde de la cama donde la ropa o su maleta se encontraba; y Harry cayó en cuenta –otra vez– que traía solamente la parte de abajo del pijama puesto. Los músculos de Draco se flexionaron cuando bajó, agarrando una camisa, y antes de que Harry quedara pegado viéndolo, se giró, sabiendo que comenzaría a vestirse. Así sin más. Sin considerar que él estaba allí.

Por alguna razón, el pensamiento de que Malfoy estaría prácticamente desnudo a sus espaldas hizo que sus mejillas ardieran.

Después de reconocer mentalmente que Malfoy era atractivo, toda esa situación se le hacía incómoda. Harry no deseaba estar allí.

Se aclaró la garganta.

—¿Por qué no tenías puesto todo el pijama?

—Porque acabo de ducharme —respondió Malfoy.

—¿Por qué te duchaste tan tarde?

—¿Siempre haces tantas preguntas?

Harry escuchó el ruido de telas y supo que Malfoy se estaba colocando su túnica.

—Sí.

Pasados varios segundos Harry supuso que Malfoy ya estaba vestido, por lo que se giró para verlo nuevamente. El porte severo había vuelto a él, la túnica negra abotonada hasta el cuello contrastaba con su piel, y el broche de gota que siempre portaba se encontraba en su lugar, rojo vivo contra la ropa. Como si estuviera recordando quién era en verdad.

Se le ocurrió, que quizás la vulnerabilidad de minutos atrás tenía que ver con haber pillado a Malfoy en ropa con la que no lo acostumbraba a ver. Ropa que sólo usaba cuando estaba solo. Ciertamente así, con esa insignia, ya no lucía tan encantador.

—¿Nadie va a sospechar de que desaparezcas así? —cuestionó Harry, observando cómo Malfoy juntaba el resto de sus cosas.

—Por una razón elegí este hotel —respondió él sin mirarlo—. No, Potter.

—Sólo me aseguraba.

Malfoy guardó los papeles en el maletín a un lado de la silla. No parecía inclinado a llevarse nada. Supuso que dejaría todas sus pertenencias allí y las tomaría cuando lo que tuvieran que hacer se acabara.

Harry sabía que para ese punto el resto ya se había Aparecido en las montañas para poder salir del mundo mágico y el Reino Unido, y que allí le entregarían una máscara a Malfoy. Sólo les faltaba llegar.

Sacando la moneda del bolsillo, Harry la apuntó con su varita para calentarla.

—Llamaré a Kreacher —anunció. Malfoy no dijo nada.

Se miraron por unos segundos esperando en silencio. Harry no quería pensar sobre el por qué se encontraba agitado.

Minutos después, Kreacher se Apareció dentro del cuarto.

•••

Cuando la sensación punzante de mareo se fue, y Harry aterrizó junto a Malfoy y Kreacher en las montañas, el elfo soltó el brazo de este último y se postró a sus pies.

—El amito hijo de la señora Narcissa —dijo—. Kreacher siente un gran honor, Kreacher...

Malfoy miró a Harry en busca de respuestas, provocando que él le hiciera una seña, restándole importancia. Este esbozó una mueca tratando de alejarse de Kreacher mientras Harry miraba a su alrededor.

El grupo los estaba observando desde un par de metros, sentados en unas rocas. Harry podía ver, incluso a la distancia, cómo Hermione temblaba. Sinceramente esperaba que se debiera al frío, y no a lo que ese lugar pudiera recordarle, considerando que no sólo era el punto para salir al mundo muggle, sino que también era la ubicación a la que siempre iban antes de volver a la base. El lugar donde Harry la Apareció ese día.

Prácticamente ya no quedaba nieve, dado que el verano ya estaba llegando. Era un punto tan tranquilo, que Harry a veces sentía que podía descansar allí. Hasta que terminaba recordando por qué estaba en ese lugar. Mirando por la esquina del ojo a Malfoy, pudo ver cómo este también miraba a su alrededor. Quizás era un peligro traerlo aquí, porque sabría cómo es que salían al mundo muggle, pero a Harry no le importaba. Confiaba lo suficiente en él para que no dijera esa información, o para que lo olvidara con el hechizo.

Dando un paso hacia el grupo, Harry vio por el rabillo del ojo cómo Malfoy lo seguía.

Los saludos fueron escuetos y hostiles mientras Draco recibía la máscara de la Orden que debía colocarse, y se quitaba el broche para dejarlo en su bolsillo. A Bill y Fleur no parecía hacerle ningún tipo de gracia que Malfoy estuviera allí, pero Hermione y Luna ya estaban algo más acostumbradas a verlo vagando por la base. Seamus fue frío. Padma fue cordial, aunque distante. No podía olvidar que el creador de los hechizos que afectaban a la mayoría de sus pacientes, era Malfoy. Tenía permitido odiarlo, y nadie podría culparla.

Durante esas últimas semanas, y gracias a la información que Malfoy le había dado, la Orden investigó los posibles lugares en los que la prisión de Grindelwald pudiera estar. Harry la había visto en sueños, ocho años atrás, así que no sabía mucho más que era grande. Y bueno, para almacenar un gigante debía serlo. El resto de características de la estructura la consiguieron a través de otras fuentes.

Así que con textos antiguos, mapas y demás, encontraron tres locaciones que podrían corresponder al castillo de Nurmengard.

Mientras más rápido se movieran, mejor, por lo que luego de conversar un poco y afinar el papel que cada uno tendría (Malfoy y Kreacher sentiría la magia de Hagrid, y Bill junto a Kreacher romperían las barreras necesarias), entre otros detalles, Harry le pidió a Malfoy y a Kreacher que se hicieran un lado para que, entre la gente de la Orden, formaran un círculo. Algunos como Fleur, Seamus o Bill parecían tentados a decir que Malfoy no presenciara el ritual para abrir las barreras, pero no dijeron nada, y al final, Harry estaba agradecido. No tenía ánimos de una discusión.

Terminado el ritual, en el que Harry vertió un poco más de su magia que de costumbre, ya tenían permitido cruzar al mundo muggle. Sabía que drenaría bastante energía dejar el hueco abierto por horas, o incluso días, aunque no podía importarle; no cuando estaban tan cerca de hallar a su amigo.

Sin perder el tiempo, y bajo la mirada analítica de Malfoy para quien era extraño todo eso, cruzaron la barrera. Segundos después, Hermione le dio las coordenadas a Kreacher de uno de los puntos de sus sospechas y el elfo, haciendo que se sujetaran a él, los Apareció allí.

Aparecerse tan lejos era peligroso de por sí. Con elfos, el peligro disminuía. Mas la sensación era mil veces más horrible que la Aparición normal, por lo que Harry estaba agradecido cuando tocaron tierra.

Los Alpes austriacos no eran muy diferentes a las montañas en las que la Orden salía al mundo muggle, pero hacía más frío. La luna iluminaba mejor los montes y el pasto en sus pies sonaba gracias al rocío. Era un terreno extenso de montañas. Ni una sola construcción se encontraba a la vista.

Harry les dio una mirada a todos, no obstante, el resto del grupo tenía los ojos fijos en Malfoy y Kreacher. Él por su parte les prestó especial atención a Luna y a Padma, quienes eran más sensibles a las auras de las personas. Sin embargo, ninguna parecía estar notando algo extraño.

—¿Sientes algo? —dijo Harry, girándose levemente a Malfoy que estaba a su lado.

Notó cómo el hombre se abrazaba a sí mismo, y un ligero temblor le recorría. Harry no podía ver su expresión gracias a la oscuridad y a la máscara, pero apostaría a que estaba apretando los dientes gracias al frío.

Poniendo la mirada en blanco, Harry abrió una mano y la agitó para aplicar un hechizo de calor en él.

Malfoy, por supuesto, fingió que nada había pasado.

Los siguientes segundos se quedó en silencio junto a Kreacher. Ambos paseando la vista por el lugar como si así podrían encontrar algo.

—No —respondió él finalmente, con la garganta rasposa—. En este sector no hay nada.

Harry se sintió decaer. Sólo un poco.

—¿Desde cuántos kilómetros eres capaz de sentir la magia?

—Todo depende del mago. —Malfoy respiró hondamente, como si aún intentara sentir algo—. Pero ya te he dicho, las criaturas son más... ¿fuertes? Su esencia se siente más.

Harry asintió, para luego negar ligeramente hacia atrás a una interrogante Hermione quien esperaba respuestas. Ese no era el lugar en el que debían buscar.

—Kreacher no siente nada —irrumpió el silencio el elfo, enfurruñado—. Claro que si a Kreacher le hubieran preguntado habría dicho lo mismo. Kreacher también puede escuchar a los gigantes y sentirlos más, por supuesto, pero nadie piensa en él.

Harry sintió un atisbo de culpa, admitiendo que no había pensado en el elfo, pero no sucumbió a ella.

Y sin esperarlo, Malfoy se inclinó, acercándose a su oído para hablar.

—¿Siempre es así? —murmuró, con su cara girada hacia Kreacher.

—Ha pasado mucho tiempo solo —contestó Harry, ignorando la forma en que sus vellos se levantaron—. No está completamente bien.

Kreacher continuaba murmurando para sí mismo, y una parte de Harry se compadeció de él. Se sorprendía cada vez que le pasaba, cada vez que simpatizaba con el elfo. Aquello jamás habría sucedido en los años de la Segunda Guerra, Harry lo sabía. Hubo un tiempo en el que no sentía más que desprecio por Kreacher.

Era extraño pensar en cómo cambiaban las cosas.

—¿Qué opinas de Aparecernos en el otro lugar que dijimos? —dijo Harry a la criatura, con voz suave y calmada.

—Sí, Amo —contestó Kreacher, para luego murmurar—: Por supuesto, siempre hablándole a Kreacher cuando necesita algo en vez de preguntarle: ¿cómo estás, Kreacher...?

Harry suspiró, oyendo cómo Malfoy trataba de ocultar una risa con tos falsa.

Hermione avanzó hasta el elfo y repitió las otras coordenadas a Kreacher, quien después de quejarse un poco más, pidió que se tomaran de la mano. Pocos segundos después, ya estaban en otro lugar.

En donde sucedió exactamente lo mismo.

Kreacher y Malfoy sintieron su alrededor, pero no había nada. Para ese punto ya eran pasadas las cuatro de la mañana y no había señales de magia extraña.

Harry no deseaba tener que esperar hasta el próximo día.

—Una vez más, Kreacher —pidió Harry, casi suplicando.

El procedimiento se repitió.

Harry rogó para sí que esa vez fuera distinto, que por favor las cosas sucedieran rápida e indoloramente. Por una sola vez necesitaba que fueran- así. Que una sola vez las cosas fueran fáciles. Cerró los ojos, aterrizando y tratando de aplacar la esperanza, preparándose para otra decepción.

Pero esa vez la operación  dio frutos.

Harry pudo llorar del alivio.

A unos metros de ellos, un edificio gigantesco se alzaba. Tenía una forma de torre y el exterior estaba hecho de piedra negra. Se encontraba custodiada por Mortífagos con las máscaras que solían ocupar antes, y dentro, de vez en cuando se escuchaba una respiración escandalosa que cortaba el silencio.

El hermano de Hagrid.

Era imposible que una estructura de tal tamaño no llamara la atención, por muy oculta que se encontrara en las montañas, por lo que debía tener algún encantamiento como Hogwarts para evitar que los muggles se acercaran. A Harry se le aceleró el pulso de todas formas, mientras lo veía.

Estaban tan cerca.

Harry se puso frente a Malfoy y sacó la capa de su bolsillo. Bill ya estaba conjurando con su varita, y Harry pudo observar a la distancia cómo ciertas partes del espacio brillaban, las protecciones saliendo a la luz, mostrándose gracias a sus hechizos. Kreacher murmuró algo, enojado, pero se acercó de todas formas a Bill para ayudar. Les tomaría algunos minutos averiguar cómo traspasar la fortaleza, hasta donde Draco pudiera sentir la magia.

—Tendrás que ir con esto —le dijo Harry, pasándole la capa invisible—. Kreacher te acompañará, pero él puede desaparecer de la vista sin necesidad de una capa.

Malfoy la recibió para luego asentir, sin siquiera cuestionar que Harry estaba confiándole su capa invisible. Sus movimientos eran lentos, precavidos. Por primera vez parecía inseguro de algo. Harry lo percibía.

Carajo, no tenía idea de qué podía hacer para que se sintiera mejor.

Incapaz de darle un consejo, o decir algo reconfortante, simplemente dejó que Malfoy se pusiera debajo de la capa y se alejó de él, colocándose a un lado de Hermione.

—¿Estás seguro de que esto va a funcionar? —murmuró ella.

—No tenemos muchas opciones.

Bill, después de casi 20 minutos anunció a Malfoy y a Kreacher que si iban derecho por "cierto" camino no debería haber problemas, y que no podían acercarse de todas maneras a las últimas protecciones, las rojas. Esas eran imposibles de traspasar de momento, y si lo intentaban, alertarían a los guardias y todo sería en vano.

Cuando Kreacher se desvaneció, y Harry supuso que Malfoy y él habían empezado a avanzar, por un momento se arrepintió de todo eso; de estar arriesgando así a las personas que lo acompañaban. Recuperar a Hagrid era un capricho y una forma de ayudar a su amigo. No era esencial. No los ayudaría a encontrar a Nagini o ganar la guerra. Estaba poniendo en peligro la vida de todos sólo porque Harry quería verlo de nuevo. Era arriesgado.

Pero no podía soportar saber que Hagrid seguía vivo, y que él no estaba haciendo nada por encontrarlo.

No podía dejarlo solo.

—Confías demasiado en que Malfoy segá sincego —dijo Fleur disgustada, con su acento marcado—. Los Malfoy no son de fiag.

Harry volvió al presente y la ignoró. Así como ignoró la forma en la que Hermione y Bill asentían estando de acuerdo. Incluso Seamus hizo un ruidito de aprobación.

—Theo confía —murmuró Luna, casi como si saltara en su defensa.

—Pues déjame decigte que Theo...

Harry se giró a Fleur de golpe, retándola a que dijera algo malo. No le importaba si lo pensaba, Theo no era de los trigos limpios, pero era lo único que mantenía un poco la cordura que quedaba en Luna.

Ninguno volvió a decir palabra.

Fleur tenía un punto, lo sabía. Malfoy era un torturador. Harry llegó a la conclusión de que no lo disfrutaba, pero una cosa no cambiaba la otra. Malfoy no era buena persona.

Sin embargo sabía que los deseos de vengar a su madre eran sinceros. Harry sabía más cosas que el resto. Y podía dar por sentado que Malfoy no los traicionaría, no sólo porque no podía, gracias a su Juramento, sino porque no quería.

Y no tenía ánimos de hacerle entender eso a nadie.

•••

Casi una hora después, la cabeza de Malfoy apareció frente a él, saliendo desde su capa de invisibilidad.

El cielo estaba haciéndose más claro, y Harry podía distinguir su cabello rubio bajo la máscara. Kreacher se materializó a su lado. Luna casi corrió hasta donde estaban.

—¿Y? —preguntó él ansioso, frente al silencio.

Unos segundos pasaron.

Y luego:

—No puedo estar seguro.

Harry sintió cómo todo su cuerpo decaía. Esta vez en serio.

Sabía que no podía ser tan fácil. Era imposible. Hagrid llevaba desaparecido desde la Batalla de Hogwarts y se estaban moviendo nada más que a base de suposiciones. Sólo que creía... creía que no podían haber tantas coincidencias, ¿verdad? Hagrid tenía que estar cerca.

Tenía que estar cerca, o todo eso era completamente inútil.

—¿Kreacher? —Harry se dirigió a él sin esperanza.

—Muchas magias, Harry Potter, señor. —El Elfo forcejeó con su fea túnica—. Fue confuso para Kreacher.

Harry cerró los ojos, quitándose la máscara para poder respirar, porque sentía que se estaba ahogando. ¿Y ahora qué? ¿Ahora nada? ¿Se iban? El plan contaba con poder reconocer la magia de Hagrid, si es que Hagrid había tratado de liberar a su hermano en primer lugar. Pero eso no estaba pasando. Podía sentir todos los pares de ojos quemando sobre su piel, preguntando sin realmente preguntar, qué procedía ahora.

Harry no tenía ni puta idea, y quería gritarlo.

—Hay algo que podemos intentar, señor —dijo Kreacher con voz pequeña, al verlo tan afligido—. Creo que puedo escuchar un ruido cerca. Un ruido extraño.

Harry abrió los párpados, sintiendo cómo su corazón volvía a latir. Kreacher hablaba completamente en serio.

El estado de humor del grupo mejoró instantáneamente, excepto para Malfoy, a quien no podía importarle menos si encontraban a Hagrid o no mientras eso no le afectara de forma personal.

Harry paseó su mirada encima del rostro de sus amigos, cubiertos por sus máscaras, y encontró que todos estaban asintiendo.

—No perdemos nada —le dijo al elfo.

Kreacher sonrió. Era horrible.

Harry extendió su mano para que él la tomara, y el resto hizo lo mismo. Hermione agarró los dedos de Kreacher, Luna los de Hermione, Fleur los de Luna y así sucesivamente hasta llegar a Padma, dejando que Malfoy se quedara parado unos segundos, entendiendo que nadie quería darle la mano.

Nadie salvo Harry.

Harry extendió su otro brazo para que Malfoy lo tomara, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, los dedos de Draco estaban envueltos en su muñeca y el mundo había empezado a girar.

Fue un poco más agonizante que otras veces. El mareo, la sensación punzante, el revoltijo del estómago, todo era atosigante.

O quizás no, quizás el hecho de que los dedos de Malfoy ahora estaban entrelazados en los suyos eran la razón de su malestar.

Cuando aterrizaron en el lugar que Kreacher decidió, a metros, o kilómetros, o incluso millas de donde estaban antes, Harry se deshizo del agarre tanto del elfo cómo de Malfoy. Dio un paso al frente, dispuesto a mirar a su alrededor y rogar porque la casa de Hagrid estuviera allí.

Pero no había nada de eso.

En medio de las montañas, en un lugar llano y cerrado, Harry y los demás se encontraban justo a un lado de una fogata apagada, con el frío azotando los hechizos de calor que se habían puesto encima.

Y cerca de quince gigantes dormían a su alrededor.

Harry soltó un jadeo, a medida que el resto reaccionaba también y Kreacher emitía un pequeño ruido estrangulado.

Uno de los gigantes abrió sus ojos.

 

Notes:

No me siento del todo feliz con este cap, pero bueno, ya lo he revisado tres veces y creo que no hay mucho más que pueda corregir. Espero que a ustedes les haya gustado! Nos leemos prontooo<3

Chapter 28: Capítulo 23: Austria

Chapter Text

Cinco segundos pasaron en los que la tribu de gigantes no hizo más que mirarlos.

Y luego, el caos se desató.

El primer instinto de Harry fue exclamar que volvieran a Aparecerse, pero el gigante de atrás de ellos se levantó, e hizo que se dispersaran. Kreacher se volvió invisible por el miedo, y Padma no reaccionó a hacer más que cubrirse tras la madera de la fogata, al ser la menos experimentada en lucha.

Estaban atrapados, literalmente se encontraban en medio de una cueva rodeados por un círculo de gigantes que ya estaban de pie, acercándose a ellos. Lo bueno es que no eran ni muy inteligentes ni muy rápidos, pero Harry no sabía qué hacer para que todos pudieran salir de ahí con vida. Qué indicaciones dar.

—¡Hermione! —gritó, girándose a su amiga. Al menos podía hacer eso—. ¡Aparécete de vuelta!

—¡No! —Hermione replicó—. ¡No! ¡Padma no podrá seguirnos!

Harry maldijo por lo bajo, viendo cómo Bill trataba de hablar con ellos, pero ninguno parecía saber lenguaje humano o esforzarse por entenderlos. Padma estaba metiéndose más y más entre las pilas de madera, escondiéndose. Los gigantes se acercaban.

—¡Joder! —Harry buscó a Malfoy, sabiendo que también era de los que menos sabía pelear—. ¡Vete tú, entonces!

Malfoy sacó la varita de entre sus túnicas.

—¿Y a dónde, Potter? —espetó él—. ¡La Aparición internacional es imposible para los magos, y no conozco ninguna dirección en Austria, no tengo idea de donde estábamos antes! ¿A dónde quieres que vaya?

Harry conjuró un escudo protector frente a ellos que no los ayudaría a frenar la fuerza de los gigantes por mucho tiempo, pero era lo mejor que tenían. Ni siquiera llevaban escobas como para escapar. Era un callejón sin salida.

—Mierda, mierda, mierda.

Cada vez que las criaturas avanzaban, los obligaban a retroceder, provocando que chocaran sus espaldas. Sus sentidos estaban más que despiertos, su corazón martilleaba, su cabeza parecía a punto de explotar. Harry no recordaba si alguna vez peleó con gigantes, y si así fue, era incapaz de acordarse cómo vencerlos. Su memoria vagó al troll que enfrentaron con Ron en primer año, cuando tenían once, y Harry decidió intentar levitar uno de los palos de madera de la fogata para dejar al menos a uno inconsciente.

Pero el gigante alcanzó el palo antes de que lo golpeara.

Y luego soltó un grito monstruoso.

Harry miró al grupo, con la advertencia en la punta de la lengua, sin embargo, antes de que pudiera decir algo-

Un pie cayó justo en el lugar donde Fleur estaba.

Alcanzó a quitarse justo a tiempo, rodando por el piso. Bill se puso a unos pasos de ella, protegiéndola, y conjuró un maleficio que le arrancó un dedo a la criatura. Esta se miró la mano, aunque no pareció importarle.

Los gigantes avanzaron en zancadas más grandes, estirando sus manos y tratando de tomarlos entre sus dedos o aplastarlos con las pisadas. Harry evitó varios golpes, pero la quinta vez que casi lo atraparon para comerlo, tuvo que Aparecerse en otro sitio dentro de la misma cueva.

Su mente se encontraba más allá de la agitación, y sinceramente, no tenía idea de cómo sacarlos de ahí. Kreacher no estaba a la vista, Padma continuaba debajo de la fogata, y los hechizos, en su mayoría, no solían afectar a los gigantes; excepto por los Diffindo que quizás podían hacerles un poco más de daño. Pero fuera de eso, nada. Y además, el espacio era totalmente cerrado. ¿A dónde podían huir? ¿Cómo podrían soñar con matarlos a todos?

Un alarido a sus espaldas hizo que Harry se girara, sólo para encontrar a Padma a punto de ser pisada por uno de los gigantes como si fuera poco más que una cucaracha. Antes de que pudiera hacer algo, antes de que pudiera siquiera agitar su varita, oyó la voz de Seamus levantarse por sobre el caos de la pelea.

—¡Avada Kedavra!

El rayo verde impactó en el estómago del gigante, pero en vez de matarlo, sólo pareció enfurecerlo más. Se giró hacia Seamus, dispuesto a darle un puntapié que de seguro terminaría con él volando por los aires. Sin embargo, este lo esquivó de un salto y corrió hacia la dirección contraria en la que Padma estaba.

—¡La Maldición Mortal no funciona! —gritó Harry, con un Sonorus no verbal—. ¡Prueben otras cosas!

El suelo temblaba gracias a las pisadas de los gigantes, para quienes aquello no era más que una diversión. Un entretenimiento de medianoche. Harry apretó los dientes, viendo cómo uno de ellos se ponía de rodillas, y trataba de cazarlos aplastándolos con su mano.

Corrió hacia él.

—¡Kreacher! —gritó, reprendiéndose por no pensar en eso hasta entonces. Se sintió un poco culpable desde antes de pedirlo—: ¡Te ordeno que pelees sin dejarte ver!

Harry no se giró a ver si sus órdenes habían sido escuchadas, simplemente continuó su camino al gigante que, en ese momento, estaba tratando de tomar a Hermione entre sus manos. Harry podía verla luchando. Hermione estaba juntando la fuerza suficiente para Aparecerse en otra de los rincones de la cueva..

Un estruendo resonó a sus espaldas, y otro temblor más grande sacudió la tierra, delatando que una de las criaturas había caído al suelo.

Era más que obvio especificar que, probablemente, quien logró eso fue Kreacher.

A un metro de donde el gigante de rodillas se encontraba, Harry apresuró el trote, sintiendo su cicatriz de piedra pesar con cada paso, doler, enterrarse en su costado. Hermione pudo Aparecerse. El gigante mientras tanto continuaba golpeando su mano contra el piso, gateando para alcanzar a su próxima presa más cercana: Luna.

No podía permitirlo.

Sin siquiera pensarlo, Harry saltó, subiéndose a la mano del gigante. Corrió por su brazo antes de que lo moviera, con el pulso en la garganta, sudando en frío. Debía confiar en la lentitud de la criatura, o ya había dado por sentenciada su muerte.

Cuando Harry estaba llegando al hombro, los gritos se hicieron más poderosos en otro lugar, seguramente gracias a que alguien fue herido. Pero fue incapaz de mirar hacia allá, desde donde venía el ruido, porque el gigante se percató de que Harry estaba corriendo por encima de su cuerpo y levantó su brazo, queriendo tomarlo.

—¡Diffindo! —exclamó, haciendo que los dedos del gigante cayeran. Este se agitó completamente enfurecido.

Harry no tenía idea de qué estaba haciendo, o cuál era el plan. Su mayor objetivo en ese momento era llegar hasta su garganta y cortarla. Desde el piso era imposible, pero si se acercaba y le daba, podían hacer algo. Quizás así-

El gigante se levantó, haciendo que Harry por poco se cayera de su lugar hasta el piso. Alcanzó a afirmarse del hombro de la criatura y sus pies quedaron colgando al vacío. Harry temblaba. El gigante estiró la mano hacia atrás e intentó tomarlo de nuevo, con sus dedos sanos. Le dolía estar sujetándose así; su cicatriz agregaba peso y sus brazos no eran tan fuertes. Harry soltó un quejido.

La mano del gigante estaba a punto de agarrarlo, de reventarlo por dentro con su fuerza. Harry quería vomitar. Pero si se soltaba- si se soltaba-

No tengo más opción.

No hay de otra. Si me quedo aquí, muero. Mis hechizos no verbales no están funcionando. Mierda. Mierda. Mierda.

La mano estaba casi encima.

Harry cerró los ojos, y se dejó caer.

En medio de la distancia hacia el suelo, creyó que alguno de sus amigos lo vería y amortiguaría su caída, pero era consciente de que cada uno estaba ocupado y que no estarían prestándole atención. No podía depender de ellos. En décimas de segundos, Harry se dio cuenta de que recaía en él no morir reventado en el piso. Nunca había hecho eso, nunca lo había intentado. Dudaba que pudiera, pero...

Cerró los ojos.

Sólo gracias a un milagro, logró Aparecerse a centímetros del suelo.

La sensación de mareo duró apenas unos instantes, y Harry volvió en sí. O lo intentó. Aterrizó a unos metros de dos gigantes que estaban arrinconando a Fleur y Malfoy, quienes retrocedían cada vez más pegados a la pared. Harry, con la adrenalina al tope, llamó a las criaturas a gritos y hechizos, asestando un par de Diffindos para así darles el tiempo de Aparecerse.

Cuando uno de ellos se giró, y Harry se preparó para escalarlo también y esta vez  asesinarlo –como planeaba hacerlo con el otro– un grito desgarrador irrumpió la pelea.

Uno de los peores que había escuchado.

Harry corrió, desechando el plan, para poder ayudar a quien sea que hubiera sido herido; sintiendo las pisadas del gigante detrás. Miró hacia arriba, y hacia el costado y a todas partes, buscando la fuente del agonizante sonido. No le costó mucho identificarlo.

Pues la fogata estaba hecha pedazos.

Y Padma se encontraba en la mano de una giganta.

La sangre escurría desde su boca, delatando que la giganta estaba perforando algunos órganos internos gracias a la fuerza con la que la apretaba. Padma se sacudía cada vez con menos fuerza, sin parar de gritar que alguien la ayudara por favor. Harry apuntó su varita a la criatura, arrojando maldiciones desesperadas. Estas impactaron, pero no le provocaron nada- absolutamente nada más que algunos cortes que no la estaban distrayendo de su principal objetivo: Padma.

Alguien más gritó; probablemente Hermione. Y a pesar de que cada uno estaba enfrentando sus propios obstáculos, era obvio que la atención colectiva se encontraba en la mujer capturada.

—¡Kreacher! —exclamó Harry—. ¡Kreacher, necesito que-!

Harry jamás pudo terminar esa oración.

En ese momento, la giganta tomó a Padma y sin meditar demasiado, agarró uno de sus brazos como si de goma se tratase, y se lo arrancó.

Harry dejó de hacer todo lo que estaba haciendo, sintiendo que la sangre abandonaba su cara.

La sangre salpicó hacia el suelo; el tejido colgó del hombro de Padma, quien gritó hasta que el ruido desgarró su garganta. Harry vio cómo la giganta revoleaba el brazo de la mujer y lo arrojaba lejos, hacia el piso, haciendo que cayera a unos pasos de él. Harry podía ver el hueso, el músculo, todo. Padma estaba desangrándose.

Quiso gritar también.

Todos parecían haberse dado cuenta del cambio, de lo que había pasado en medio de la pelea. Pero a Harry no le importaba, Harry lo único que quería era detener eso, vengarse de una forma u otra.

No era su amiga, no la conocía lo suficiente, Padma sólo era un miembro más de la Orden. Pero lo había curado innumerables veces. Harry fue con ella a Hogwarts, la recordaba cada vez que estuvo con su gemela, Parvati, a quien  conoció. Era distinto, y estaba harto de ver a la gente morir, estaba jodidamente harto. No se suponía que iba a pasar en esa misión.

Harry apretó los puños.

Sin pensarlo llamó a su magia, sintiendo como venía a él más fácilmente que otras veces, en medio de la naturaleza. Las montañas parecieron agitarse, el suelo temblar, el aire se hizo más pesado y a lo lejos una bandada de aves despegaron el vuelo. Harry podía sentirlo. Podía sentir todo lo que estaba pasando a su alrededor; podía escuchar los latidos de los gigantes, podía oír sus pensamientos. Matar. Comer. Vengarse. La tierra, las raíces, todo se sentía en ese momento en sus venas, como si fueran uno solo. La magia llenó el espacio, haciendo a los gigantes retroceder y al grupo de espectadores ahogar respiraciones, asombrados por su poder.

El mundo respondió a su llamado.

Harry levantó la varita, conjurando un Diffindo hacia la giganta que tenía a Padma en sus brazos.

Fue como si le hubiese impactado un Sectumsempra.

La giganta soltó un alarido, mientras dejaba caer a Padma, haciendo que Seamus la levitara al instante y no la dejara morir. Cortes y más cortes comenzaron a aparecer en su piel, manchando escandalosamente el piso; cortes que Harry controlaba. La criatura se tocaba la cara desesperadamente, dejándose caer al suelo de rodillas, y Harry observó con retorcida satisfacción verla morir. Al mismo tiempo oyó unas pisadas correr, seguramente adonde Padma había aterrizado gritando.

—¡Harry!

Harry se giró en dirección a Hermione, quien lo observaba horrorizada. Descubrió muy tarde que era gracias a que el gigante que antes lo perseguía, ahora estaba a punto de alcanzarlo.

La gran sombra de su mano cubrió a Harry, quien se giró para cortarla. Su propia magia danzaba en la punta de sus dedos dispuesta a explotar de nuevo. Dispuesta a hacerlo estallar.

Harry era capaz de matarlos, a todos y cada uno de ellos. Era capaz de muchas cosas. Sus piernas dolían, cada músculo de su cuerpo aquejaba la pelea, el agotamiento. Pero daba igual. El enojo y la rabia bullían en su interior. La impotencia. Si no podía salvarlos, si no podía conseguir sus objetivos- al menos podía hacer eso.

Harry levantó los dedos, y los apuntó hacia el gigante. Lo mataría. Cortaría su cabeza. Quizás lo partiría a la mitad. Tenía muchas opciones.

Pero antes de que volviera a atacar, antes de que se moviera, antes de que su magia se estirara y arrasara con él, este hizo algo impensable.

Y Harry sintió cómo el mundo se detenía.

Eso no podía estar pasando- no. ¿Por qué estaba pasando? Debía ser una broma de mal gusto, era demasiado bueno para ser verdad. Y- y aún así-

El gigante dobló la rodilla.

Y luego otro le siguió.

Y otro.

Harry dio la vuelta, alarmado al escuchar cómo los gigantes se postraban frente a él, bajando la cabeza. Sus ojos se conectaron con los de Malfoy por un segundo, quien estaba incluso más pasmado que él. Todos estaban jodidamente asustados.

Prontamente, la colonia entera estaba con la cabeza gacha, una rodilla apoyada en el suelo, y el cuerpo apuntando en su dirección.

Como si Harry fuese una especie de dios.

Nunca le había pasado eso. Nunca- Harry nunca tuvo a un montón de gente arrodillada frente a él. Seguro, algunos refugiados lo veían como su salvador y alguno que otro se había ofrecido a besar sus pies. Sin embargo, esto era diferente. Era como si los gigantes estuvieran rindiendo una especie de culto, un acto de respeto. Era un poder que iba más allá de la magia. Era un poder que Harry jamás había deseado y que probablemente jamás desearía.

Unos momentos pasaron, en el que solo su respiración se oyó.

Y luego el mundo volvió a movilizarse.

Escuchó unas pisadas correr hasta donde Padma había caído y a Fleur exclamar que debían cauterizar la herida. Había exclamaciones de aquí para allá, tratando de salvar a la sanadora, mas todos los sentidos de Harry se encontraban atentos a los gigantes y a lo que estaban haciendo. La lucha parecía haber llegado a su fin de forma abrupta.

Una de las gigantas, la que estaba más cercana al cadáver de su compañera, (la que hirió a Padma), levantó levemente su cuello y comenzó a exclamar; a rugir. Harry reconoció que era su lenguaje, y vio que se dirigía al gigante que lo había estado persiguiendo. Quien, a su vez, rugió de vuelta.

—Kreacher —Harry llamó, aturdido—. Hazte visible.

El elfo lo hizo sin dudar, materializandose metros atrás de ellos. Harry notó que sus dientes castañeaban debido al miedo.

Todo estaba extremadamente quieto, salvo por las voces de los gigantes. Hasta los gritos desesperados de Seamus, Fleur y el resto habían pasado a ser susurros consternados.

—¿Tú los entiendes? —murmuró Harry.

—Sí, Harry Potter, señor.

—¿Me puedes traducir qué están diciendo?

Kreacher emitió un quejido.

—Sí, Harry Potter, señor.

Los gigantes continuaban hablando, y Harry, sólo en un gesto apaciguador, dobló la rodilla también, esperando. En ese momento, esa era la única salida que tenían para seguir vivos.

Padma no resistiría mucho tiempo.

Harry se giró brevemente a Kreacher para que tradujera, rogando porque aquello funcionase.

—Dicen que no confían en usted —susurró el elfo—. Que es un humano, un extraño, y que los magos son la raza más maldita que han conocido. No esperan nada bueno de su parte.

Uno de los gigantes estampó su pie contra el pavimento, discutiendo con el primero que se había arrodillado ante Harry. Este no se iba a dejar amedrentar, por lo que se levantó, gritándole de vuelta al rebelde. Harry vio algunas runas grabadas en sus brazos y pecho, mostrando que él era el jefe de la colonia.

La cara de Kreacher se fue relajando a medida que lo escuchaba.

—Pero su magia es familiar —continuó él. Harry se giró para ver cómo el elfo no despegaba sus ojos de la discusión—. La sienten adentro, como nada antes. El Señor Tenebroso tenía una igual de poderosa, se vieron atraídos a ella- como- como a Dumbledore también. Pero no es lo mismo.

Harry recordó a los gigantes en la primera y segunda guerra, siendo atraídos a los dos hombres con más poder mágico y eligiendo al que le prometía más cosas. Tenía sentido, porque Dumbledore enviaba a Hagrid a negociar, ¿no?, ¿por qué no iba él? Harry estaba seguro de que en el caso de Voldemort, fue él. Voldemort negoció personalmente con los gigantes, por eso lo habían sentido. Por eso lo eligieron.

Una vez más quiso explotar de frustración por los planes fallidos de Dumbledore.

Kreacher continuó escuchando, pellizcando sus manos. Harry sabía que quería salir de ahí. De pronto, los gigantes callaron, y se giraron a mirarlos a ellos. Kreacher se aclaró la garganta.

—Dicen que no confían en usted —el elfo repitió—. Pero confían en su magia, y si usted dice que no les hará daño...

—No lo haré —aseguró Harry.

Kreacher, aún con miedo, se giró a traducir lo que Harry había dicho. Los demás estaban expectantes, Harry lo sentía, a medida que el jefe escuchaba.

Luego, volvió a rugir. El lenguaje era igual de amenazante que minutos atrás.

—Ellos ya lo saben —tradujo Kreacher, algo más compuesto—. La magia se los ha hecho sentir, usted mantendrá su palabra.

Sin embargo, cuando el gigante volvió a hablar y Harry se giró para preguntarle a Kreacher qué quería decir, este parecía alarmado.

—¿Qué? —dijo Harry, alcanzando su varita. Todo su cuerpo dolía—. ¿Nos atacarán de todas formas?

—N-no. No, Harry Potter señor —contestó Kreacher, pasmado—. Dicen que... Dicen que-

El gigante de las runas gritó, alcanzando su pecho y comenzando a golpearlo. Oyó cómo Fleur soltaba un grito asustado y comenzaba a tararear con sus dotes de Veela. El ambiente no se calmó, pero los sollozos de Padma se volvieron menos audibles.

—Pelearán —dictaminó Kreacher sin aliento, cuando el gigante dejó de golpearse—. Cuando el tiempo llegue, pelearán por usted, siempre y cuando dejen de ser perseguidos, señor.

Harry, cautelosamente miró a los gigantes a los ojos, a cada uno de ellos. Distintos colores se asomaban ahí, caras llenas de verrugas y formadas de piedra como la cicatriz de su espalda, que lo observaban con recelo. Lo detestaban, Harry y el resto habían herido a algunos de sus miembros; él mató a la giganta que estaba tendida en el piso aún desangrándose. Y sabía que sólo entre ellos mismos tenían permitido el asesinato. Los ofendió.

Harry se levantó de todas formas, llevándose una mano al pecho.

—Lo juro —les dijo—. Si gano, dejarán de ser perseguidos. Siempre y cuando ustedes dejen de perseguir a los humanos también.

Kreacher tradujo, haciendo que el gigante con runas agachara la cabeza, escuchando.

Finalmente, todos lo siguieron, postrándose ante él.

Era una alianza.

Harry sólo se permitió un segundo de victoria, antes de que la oscuridad lo devorara y cayera inconsciente gracias al cansancio.

•••

El aire golpeando la ventana fue lo que lo despertó.

Harry se removió entre las sábanas, abriendo los ojos para enfocarlos en la figura de la mujer a los pies de su cama. Hermione estaba leyendo un libro, pasando las páginas mientras sus dedos temblaban. Tenía el pelo amarrado, y a pesar de haberse aplicado un Fregotego, Harry aún podía ver algunas manchas en su ropa.

Los recuerdos llegaron a él entonces.

—¿Padma está bien? —fue lo primero que dijo, haciendo que Hermione pegara un salto.

—Harry —soltó ella inconscientemente, dejando el libro al lado. Su amiga llevó una mano hasta su frente—. ¿Cómo te sientes?

Harry intentó levantarse de la cama, notando que su espalda volvía a doler alrededor de su cicatriz gracias al roce de la pelea. Fuera de eso se sentía bastante recuperado. Mucho más que en el campo de batalla.

—Normal —contestó Harry, quedándose sentado—. ¿Cuánto llevo dormido?

—Menos de una hora. Malfoy ha traído pociones consigo al viaje, eso es lo que te ha ayudado a recuperarte.

Harry parpadeó, mirando por la ventana. Debían ser pasadas las seis de la mañana. En ese lado del mundo, el sol se estaba asomando por el horizonte detrás de un montón de nubes grises. El viento seguía agitándose.

—¿Y Padma? —volvió a preguntar.

—Está descansando. Malfoy evitó que cauterizáramos la herida, y le dio dos de sus viales para hacer crecer su brazo de vuelta. Estamos esperando ver qué sucede —Hermione apretó los labios agregando—: Algo bueno que haga.

Harry se desperezó, echando las cubiertas hacia atrás para sentarse en la orilla de la cama. Se imaginaba lo difícil que tuvo que haber sido para Draco convencer al resto que no envenenaría a Padma mientras Harry estaba inconsciente.

—¿La barrera no se ha cerrado? —dijo, considerando que quizás su agotamiento había afectado en algo, pero Hermione simplemente negó—. Tenemos que volver a Austria —Harry se levantó con cuidado—. Padma se quedará aquí junto a alguien más para que la cuide, pero tenemos que-

—Lo sé.

Harry miró a Hermione, quien tenía los ojos fijos en sus palmas, los dedos apretando su ropa vieja. Algo en su interior se revolvió al saber que esa era la conversación más larga que habían tenido desde hacía más de un mes, desde el incidente de Grimmauld Place. Hermione solía tener episodios de amnesia cuando una situación muy estresante se daba, y no dejaba que nadie además de Ron se le acercara más de lo necesario. En un inicio a Harry le había aliviado que hubiese cierta distancia entre ambos, porque de otra manera tendrían que hablar de lo que sucedió, pensar en lo que sucedió, y él no se sentía preparado. Nunca lo estaría. Pero en ese instante, tenía ganas de apoyarse en su mejor amiga, de que ella lo abrazara y encontrar consuelo en esa situación en la que Harry podía apostar que compartían la mayoría de los sentimientos.

—¿Cómo estás tú? —preguntó, despacio.

La respuesta de Hermione fue escueta.

—Bien.

Y sin más, se levantó de su lugar, caminando hasta la puerta y cerrándola tras de sí. Harry no hizo más que mirarla, para luego escuchar que Hermione anunciaba que partirían de vuelta.

Buscó sus lentes a un lado de la cama, suspirando. No tenía tiempo para pensar en eso ahora. No creía que nunca lo tendría, la verdad. Había cosas más importantes que requerían de su atención.

Siempre las había.

Saliendo de su habitación, encontró a Seamus descansando al inicio del pasillo, diciéndole a Bill que él se quedaría a cuidar de Padma. Harry sintió alivio al continuar avanzando, aunque le hubiese gustado que Luna fuera la que se quedara, pero entendía que quisiera ver a Hagrid también. Kreacher estaba murmurando para sí mismo en uno de los sillones, (quien al verlo se alegró de comprobar que había mejorado), y Fleur se encontraba sentada en el extremo de la mesa, con su cabello rubio revuelto; Luna a unos asientos más allá. Hermione juntaba sus cosas en el rincón del cuarto. Ya habían estado allí en Irlanda esa mañana, antes de seguir a Malfoy, pero el ambiente era mucho más lúgubre ahora.

Harry abrió la puerta de entrada, aplicando unos hechizos de calor sobre sí mismo, mientras el paisaje de afuera lo recibía. La casa del miembro de la Resistencia estaba situada en medio de un campo y montes bajos que se alzaban. A lo lejos se veía el límite del cielo, con el sol medio alumbrando el paisaje gris. Si miraba bien, un lago se asomaba al fondo.

Harry cerró la puerta, para luego enfocarse en el hombre sentado en las escaleras de madera. Una parte de sí le murmuró que había salido porque sabía que él estaría allí.

Malfoy miró hacia arriba cuando lo escuchó. Su nariz estaba roja por el frío.

—Despertaste —le dijo—. No puedo creer que tuviste que quedarte inconsciente para que descansaras algo.

Harry, sin responder, se dejó caer a su lado en el escalón, cada uno en diferentes extremos. Malfoy siguió sus movimientos con la mirada, para luego desviarla hacia el frente. Harry comprobó rápidamente que no estuviera herido de gravedad antes de imitarlo.

—Te vi —murmuró Malfoy, al cabo de unos segundos—. Cuando te subiste encima del gigante y luego te dejaste caer, te vi.

Harry se encogió de hombros, sin prestarle demasiada atención. ¿Qué tenía de interesante? En la boca de Malfoy sonaba como si lo que Harry había hecho fuese algo malo. Les había comprado segundos o incluso la vida a algunos.

—¿En qué carajos estabas pensando? —completó Draco, antes de que Harry pudiera responder.

Ladeó la cabeza, viéndolo con la frente arrugada.

—En matarlo.

Malfoy bufó, abrazándose a sí mismo, pero aún sin corresponder a su mirada.

—A veces, me dan ganas de estrangularte con mis propias manos, ¿lo sabías?

—Sí.

—No puedes hacer eso.

—Ya lo hice.

—Potter.

Malfoy se giró de lleno a él. El cansancio estaba calando su rostro, y tenía algunas heridas repartidas por la mejilla. Harry, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, movió la mano para sanarlas con magia. Malfoy llevó una mano hasta su piel ahora sana y pareció confundirse ante su gesto. Harry no entendía por qué.

Entonces, se aclaró la garganta.

—Piensa antes de actuar, joder —espetó—. No puedes arriesgarte así, ¿cómo es que Granger no te lo ha dicho?

Harry hizo una mueca ante la mención de Hermione, sintiendo incorrecto que Malfoy de entre toda la gente hablara de ella. Además, le recordaba la brecha entre ambos. No le gustaba.

Pero este, ajeno a sus pensamientos, continuó.

—Ya te lo dije antes —su voz sonaba distante, seca—. Piensa con la cabeza fría, no me fuerces a obligarte a hacerlo.

Terminando la oración, Malfoy volvió a mirar al frente, apretando su mandíbula. Harry esperó a que dijera algo más, pero el discurso quedó allí. No era nada nuevo, ya se lo habían dicho innumerables veces diferentes personas. Todos terminaban rindiéndose al darse cuenta de que él simplemente... era así. Malfoy terminaría rindiéndose también.

Harry abrazó sus rodillas, y volvió a darle un vistazo al cielo: el sol cada vez se asomaba más.

—Tenemos que volver —le dijo, oyendo cómo la gente se movía adentro.

—Lo suponía.

Harry cerró los ojos. El cansancio continuaba allí, la energía que drenaba el mantener el paso al mundo muggle abierto, y las Apariciones de un país a otro que sólo Kreacher podía efectuar, estaban pasándole factura, por mucho que le hubiesen dado una poción revitalizante. No creía ser el único.

—Sabes que... —Malfoy murmuró, atrayendo su atención nuevamente—. ¿Sabes que, si no lo encontramos, esto ya ha sido una victoria, no?

Harry dejó que las palabras de Malfoy se asentaran en su sistema, encontrándoles sentido. Sabía a lo que se refería, pero no estaba de acuerdo, así que las desechó. Quería pensar que sí, que ya habían ganado con lo que hicieron y que no era necesario sacrificar más. De hecho, si hubiese sido cualquier otro miembro de la Orden habría concordado para dejarlo tranquilo. Sólo que, en ese preciso momento, se sentía incapaz de mentir o fingir. Además, no era como si Malfoy pudiera pensar peor de él.

—No será una victoria hasta que no vea a Hagrid —dictaminó Harry finalmente.

—Los gigantes pelearán por ti, Potter. Eso ya es una victoria.

Harry no respondió.

Lo era, él lo sabía. Que los gigantes dijeran que confiaban en su magia y que por eso pelearían a su lado, solamente pidiendo que se les dejara en paz a cambio, era un avance. Aún más si contaban con que los gigantes tenían habilidades no estudiadas que podrían ayudarles, y que la Orden no tenía unión con ninguna otra criatura mágica que Voldemort probablemente sí. Y sumaba demasiados puntos aliarse con una colonia de gigantes en medio de los que quedaban. Sin embargo, ese no era el motivo de la misión, y-

Harry simplemente quería ver a Hagrid.

—¿Siempre has sido así de poderoso? —Malfoy irrumpió el silencio.

Harry casi agradeció el cambio de tema.

—Tú dímelo, sientes mi magia y estabas pendiente de mí en Hogwarts —le dijo con burla, queriendo sacarlo un poco de sus casillas—. Me mirabas siempre.

—Todo el mundo te miraba.

El tono de voz era calmado, porque sabía que tenía la razón. Y era- era verdad, Harry había sido observado más de cerca que cualquier otro estudiante gracias a su papel como el-niño-que-vivió. De todas formas, saliendo de los labios de Draco sonaba diferente. No sabía por qué.

Malfoy soltó una respiración cansada.

—No lo recuerdo, Potter —terminó respondiendo su duda anterior—. Siempre fuiste un mago poderoso, pero nunca así. Ellos pelearán por ti, sólo por tu magia, y te aseguro que no eres más poderoso que el Señor Tenebroso. Tienes que tener algo diferente.

—Quizás es porque yo soy bueno —bromeó Harry, queriendo aliviar la tensión que de pronto se instaló en su espalda.

—¿Lo eres?

Esta vez Malfoy simplemente parecía divertido, sin ápice de estar echándole nada en cara. Como si le causara gracia lo que Harry decía. Por algún motivo, aquello hizo que un sabor amargo se acumulara su boca.

—No —respondió.

La expresión de mofa que Malfoy tenía en el rostro –que Harry ni siquiera notó– se desvaneció al oírlo.

—Yo tampoco —le dijo despacio—. Eso es otra cosa que tenemos en común.

No sabía en qué momento su conversación se había tornado tan seria, quizás desde el inicio nunca fue distinto. Harry se preguntó si alguna vez podría hablar con Malfoy de algo que no tuviera que ver con la guerra.

A su memoria llegó la respuesta de que ya lo había hecho.

Harry decidió contestar su pregunta.

—Soy el Amo de la Muerte —confesó con tranquilidad.

—Pf. No, no lo eres.

Malfoy tenía un gesto burlesco impreso en las facciones, como si creyera que o Harry estaba delirante, o que le estaba tomando el pelo. Él, de nuevo, no agregó nada más.

—Potter, ese es un cuento para niños —insistió Malfoy.

Harry desvió la mirada. Ya lo había dicho, y no iba a desgastarse en tratar de convencer a Malfoy. Si quería le creía, y si no, no.

De nuevo se quedaron en silencio minutos enteros.

—Joder, ¿de verdad? —Malfoy soltó entoces, su voz sonando una octava más alta—. ¿No te basta ser el-niño-que-vivió? ¿El Elegido? ¿También tenías que conquistar la muerte?

—No es como si tuviera mucha opción —se defendió Harry. Malfoy chasqueó la lengua.

—Así que eso es lo que te hace especial.

—¿Lo es?

Harry había preguntado retóricamente, pero Malfoy se giró para verlo, como si lo estudiara. El viento le sacudió el cabello rubio. Harry se sentía incapaz de apartar la mirada.

—No —susurró.

Harry, sintiendo la boca seca, decidió que lo mejor era continuar elaborando la respuesta acerca de su magia.

—La magia viene de la naturaleza —explicó con lentitud, mirando hacia el frente de nuevo—. Viene de la tierra. De mi alrededor. No es mía. La llamo cuando siento emociones muy fuertes. Aunque sí está en mí también, y por eso la sientes. No sé cómo explicarlo. —Harry acarició su frente, encima de la cicatriz—. O bueno, eso suponemos según lo que hemos investigado. No es como si alguien hubiese sido el Amo de la Muerte antes.

Por el rabillo del ojo vio cómo Malfoy asentía.

—Entonces, ¿las reliquias existen?

—Sí.

—¿Dónde las tienes?

—No las tengo. Pero me pertenecen.

Cayeron en un silencio. Harry suponía que Malfoy estaba tratando de asimilar la información, aceptar que ese cuento era real, y que Harry era el dueño de todas las supuestas reliquias creadas por la muerte. También le ayudaría a Malfoy a explicarse muchos episodios que había visto de su parte.

—¿Cómo se siente? —cuestionó él, de pronto.

—¿Qué?

—Eso —Malfoy hizo un gesto con la mano, abarcando su persona y el aire—. Cómo se siente.

El término "Amo de la Muerte" aún se le hacía extraño a sus oídos. Ese mismo día su corazón había latido al mismo tiempo que el de los gigantes. Aquello estaba lejos de ser normal.

—Raro —contestó sinceramente—. Y además creo que la magia crece alrededor de las criaturas. Nunca había sentido algo como lo de hoy.

—¿Te gusta?

—¿Sentirlo? —Malfoy asintió, mientras Harry pensaba brevemente en ello—. En un inicio no me agradaba demasiado, pero he descubierto que es muy útil y-

—No pregunté eso —lo cortó él—. Pregunté si a ti te gusta. A ti, personalmente.

Por supuesto que Malfoy quería saber algo así, pensó con desagrado.

Harry frunció el ceño. Sí, el poder era genial, el sentir que podía dominar el mundo también, todos deseaban hacerlo. Harry no sentía un ápice de lástima cuando asesinaba personas con sus estallidos de magia, ya no. Pero para lograr aquello, debía pasar por una situación desagradable, algo lo suficientemente fuerte que le permitiera llamar a su magia. Y al final del día no se sentía correcto. Él prefería hacer uso de sus propias habilidades.

Aunque, bueno, técnicamente esa también era su habilidad...

—No lo sé —dijo, sonando perdido—. Toda la vida, nunca quise ser...

Harry detuvo sus palabras, sin saber cómo acabarlas.

—¿Diferente?

—Sí —respondió. Malfoy había dado en el clavo—. Sí.

—No puedo creerlo.

—Es la verdad. Nunca quise esto.

Malfoy lo observó con ojos entrecerrados, como si no supiera si creerle o no. Suponía que era difícil hacerlo, después de que Harry se la hubiese pasado en primera plana toda su adolescencia y el mismo Draco lo hubiese envidiado por eso. Malfoy tenía una imagen de él que Harry no estaba seguro de que tuviera un mínimo de certeza, no la antigua al menos. La que estaba conociendo quizás ya no estaba tan manchada de prejuicios.

Quizás.

—Así que no te gusta —dictaminó él. Harry se encogió de hombros.

—No lo sé.

—Potter, ¿sabes qué es lo que quieres?

—Ganar esta guerra —dijo automáticamente.

—Algo que quieras para ti —replicó, casi con exasperación—. Algo que te guste a ti, que quieras para ti sin pensar en el resto. Volar no cuenta.

Harry, una vez más, no tenía idea de qué contestar.

Se quedó mirando a Malfoy un largo rato, pensando una y otra vez qué era lo que quería. Y no podía decirlo, simplemente no podía. Harry dudaba sobrevivir a la guerra, y si lo hacía, ¿qué pasaría entonces? ¿Qué haría? Todas sus oportunidades de hacer algo normal se habían esfumado desde el momento de su nacimiento, y su utilidad ya no existiría una vez que Tom no estuviera. Harry tampoco tuvo tiempo de averiguar qué le gustaba hacer de joven, además del Quidditch.

Simplemente miraba hacia adelante, y lo único que veía era a Voldemort.

Harry enfocó sus ojos en los grises de Malfoy, los cuales con la luz de la mañana parecían relucir. Él lo observó de vuelta.

Se preguntó si estaban pensando lo mismo, o si Draco estaba compadeciéndose de él. O de ambos. Sabía que Malfoy quería vengar a su madre y saber la verdad, nada más ese era su objetivo, por lo que también dudaba que supiera qué quería hacer luego de que lo lograra.

Si es que lo lograba.

Justo cuando iba a responder algo sarcástico, o desviar la conversación, la puerta se abrió de par en par, revelando a una Fleur pálida que los miraba desde arriba.

Haggy —llamó, saliendo de la casa—. Nos vamos.

Harry se levantó al mismo tiempo que Malfoy, sabiendo que tendría que tomar su mano de nuevo.

La incomodidad subió por su espalda.

Hermione, Luna y Bill siguieron a Fleur, mientras Seamus se apoyaba en la puerta para despedirse. Una parte diminuta de Harry lo envidió, sabiendo que él jamás podría hacer algo como eso, quedarse descansando mientras el resto peleaba. Pero su cuerpo lo aclamaba, sus huesos lo aclamaban.

Hermione y Luna agarraron las manos de Kreacher, y Harry tomó la de la rubia, alzando su brazo para que Malfoy se aferrara a la muñeca como la última vez, mientras Bill y Fleur se posicionaban en sus lugares.

El procedimiento se repitió, y Kreacher los Apareció de vuelta a la prisión.

•••

Cuando llegaron al lugar, Kreacher y Draco se dedicaron a sentir los alrededores y no sólo cerca de la cárcel.

El agujero que Bill había abierto en las protecciones que rodeaban a Nurmengard todavía estaba vigente. El pelirrojo les explicó de nuevo que no podían traspasar las barreras más apegadas a la prisión, o los descubrirían, y Harry y el resto esperaron pacientemente a varios metros lejos de las protecciones a que lograran identificar alguna magia distinta, que lograran identificar a Hagrid. Sin embargo, pasada una hora más en la que Draco y Kreacher habían estado inspeccionando el lugar, invisibles, lo único que consiguieron fue meterse donde no debían.

Y activar una alarma.

Las cosas sucedieron demasiado rápido y en un borrón. Harry no sabía cuál de los dos había traspasado las barreras que no podían tocar. Pero daba igual. No era el momento de encontrar culpables, era el momento de averiguar cómo desactivar el ruido ensordecedor que resonó por todo Nurmengard.

Harry se paró de su lugar, viendo como uno de los Mortífagos guardias levantaba una barrera Anti-Apariciones.

Kreacher se materializó a su lado.

—¡Se dieron cuenta del agujero en las protecciones, señor Harry Potter!

Harry reunió al resto, que ya llevaba la varita empuñada.

—No puede ser, ¡joder!

Harry observó con impotencia cómo aparecían otros Mortífagos además de los dos que resguardaban la prisión, por lo que entre ellos se enfrentaban a alrededor de doce. No eran tantos, pero podrían empezar a llamar más. Harry sabía que llamarían más, y debían vencerlos. Regresar era demasiado peligroso, sabiendo que ya no podrían volver a sentir la magia de Hagrid cerca, y ese era el jodido punto de la misión.

Aceptando que no quedaba de otra, Harry salió de la oscuridad, agarrando su máscara y acercándose al primer Mortífago.

Ellos se acercaron también.

Harry disparó un hechizo aturdidor al hombre de al frente que ya quería darle con la Maldición Mortal. No dio en el blanco, pero al menos lo hizo chocar con otro Mortífago, evitando que este atacara a Luna. Dando un vistazo a su alrededor, Harry quiso asegurarse de que Malfoy estuviera ahí. El único que había llegado de vuelta era Kreacher, y hasta donde sabía, Malfoy podría estar bajo la capa invisible, luchando a su lado, o podría estar al otro extremo del campo. Cuando Harry vio a Bill abrirle el estómago a uno de los Mortífagos y que el compañero que quería cobrar venganza cayera de la nada, confirmó que Malfoy estaba luchando, pero oculto.

Bastardo inteligente.

Hasta ahora todavía no mataban a ninguno. El mortífago que Bill hirió se recuperó minutos después gracias a que otro aplicó un hechizo que sellaba el corte, y volvió al ataque, maldiciendo a Fleur quien al menos alcanzó a cubrirse con un escudo. Harry aprovechó el momento para rematarlo al fin.

—¡Negris Mortem! —exclamó, haciendo que el Mortífago comenzara a gritar.

Aquello lo puso bajo el foco. Harry sabía que era reconocido como la Muerte Negra, y que había recompensas millonarias por su caza, por lo que no le pareció extraño que dos de los Mortífagos más cercanos a él, quienes lo oyeron pronunciar la maldición, se giraran a atacarlo. Era irónico saber que daba igual qué identidad adoptase, continuaría siendo perseguido de todas maneras.

Mientras Harry se alejaba de ambos, cortándole la cabeza a uno de ellos, vio de reojo cómo un rayo verde iba directo a su mejor amiga.

—¡Hermione!

Por un pelo, Hermione logró esquivarlo, permitiéndole respirar de nuevo. Su amiga conjuró al instante un Diffindo que le cortó la mano al Mortífago que intentó matarla.

Harry continuó su pelea con el tipo de antes, que no solo esquivaba sus hechizos sino que era bastante rápido enviándolos él también. Pocas veces Harry había tenido dificultades al luchar con gente que no fuera cercana a Tom, (como Rodolphus Lestrange o Maia, por ejemplo), pero la fatiga, la falta de sueño, el cansancio y todas las emociones fuertes que había experimentado en un par de horas, le estaban pasando la cuenta.

Harry se agachó cuando el Mortífago trató de alcanzarlo con un conjuro que provocaba que la piel se derritiera; lo reconoció gracias a los entrenamientos con Malfoy. De vuelta, intentó matarlo, fallando otra vez.

Las exclamaciones y gritos de la pelea resonaban en la noche antes silenciosa. Harry, si no supiera que la prisión estaba lejos de cualquier civilización, habría tenido miedo de alertar y atraer compañía indeseada. Por suerte, los Mortífagos todavía no tenían tiempo de llamar refuerzos, y la alarma en algún punto había dejado de sonar.

El caos por segunda vez en un corto periodo de tiempo estaba reinando. Pero, a diferencia de los gigantes, Harry sabía que los Mortífagos no iban a negociar o a rendirse. Allí, uno de los dos bandos iba a terminar muerto. Debía seguir y seguir y seguir. No era una opción detenerse.

Justo cuando Harry le cortaba el cuello al Mortífago que estaba encima suyo, un rugido cortó la noche.

El rugido provenía desde la prisión.

Harry cerró los ojos, reconociendo que aquel que se encontraba dentro era Grawp. Grawp, el hermano de Hagrid. Grawp, el gigante que Harry había conocido y cuidado. Un sentimiento de nostalgia le invadió el pecho, junto a unas ganas incontrolables de- volver. Simplemente volver en el tiempo, a esos años en los que, si bien no eran tranquilos, eran un paraíso comparado a lo que estaba viviendo en ese momento.

Harry no supo cuánto tiempo se quedó congelado en su lugar, pero aparentemente fue suficiente para que uno de los conjuros se estrellara en él.

Harry jadeó, tropezando con algo en el suelo. Se llevó una mano hasta el codo, dándose cuenta de que estaba volteado hacia adentro, y que su hueso se encontraba completamente roto. Llevando su varita a él, trató de recordar algo que remediara la herida, sin embargo, nada le venía a la mente, y a pesar de que Harry fue herido peor antes, debido al agotamiento en el que se encontraba, aquel dolor era terrible.

—¡No! —dijo de pronto una voz a su costado—. ¡Mierda!

Harry alzó el cuello para ver el momento exacto en el que un Mortífago iba justo a él, lanzando una maldición que impactaría.

Y entonces, unos cabellos rubios emergieron en el aire tras una máscara, haciendo que la capa invisible de Harry cayera al suelo.

Harry observó cómo Malfoy conjuraba un escudo frente a ambos, evitando que el hechizo los alcanzara. Aprovechando la estupefacción del Mortífago, Harry se levantó, haciendo una mueca por el dolor de su brazo.

Notó a Hermione a lo lejos batiéndose con otro de ellos. Luna estaba esquivando a otro más de una forma impresionante, considerando que estuvo fuera de la mayoría de luchas que se dieron esos últimos años porque Theo quería mantenerla a salvo. Bill estrelló a dos Mortífagos que se dirigían a él, para luego hacer que se mataran gracias al golpe, utilizando la fuerza que le dieron las cicatrices de Greyback cuando intentó morderlo todos esos años atrás. Kreacher estaba tratando de hacer lo posible desde la invisibilidad, y Fleur, aprovechando que en ese momento se encontraba sola, comenzó a cantar.

La melodía era para aturdir a los enemigos.

No funcionaba del todo bien, o no al menos como a quienes eran Veelas al cien por ciento. Pero de algo servía, y Harry notó cómo los tres Mortífagos que corrían hasta él tras su espalda aminoraban el paso, regalándole unos segundos para poder llamar a su magia.

Estaba espalda con espalda con Malfoy, quien aún luchaba con el Mortífago que casi mató a Harry. Él miró a todas partes, tratando de encontrar algo lo suficientemente fuerte como para enojarse o sentir algo intenso, mas no lo encontró, así que se concentró en lo que le sucedió a Padma o algún recuerdo no grato. Miles de imágenes pasaron por su memoria, cosas que le habían sucedido. La muerte de Ginny. Ron. La pérdida de la base. Hermione.

Pero por más que intentaba, su magia no llegó hasta él, no con la intensidad que necesitaba.

Quizás se debía a que estaba cansado, o quizás algo más. Sólo que Harry sabía que si iba a ganar eso, tenía que hacerlo luchando como un mago "normal".

Los tres Mortífagos llegaron a él aún confundidos, y Harry asesinó a uno de ellos con la Negris Mortem sin pensarlo dos veces. El hombre cayó a sus pies, justo en el momento en que Fleur se encargaba de derribar al otro, dejando a Harry encargarse del último.

Harry comenzó a retroceder mientras el Mortífago trataba de matarlo, pero a mitad de camino mientras infringía un corte que dejó el brazo del hombre colgando –como para igualar condiciones– Harry notó que podía avanzar hacia atrás con libertad.

Podía avanzar hacia atrás con libertad.

Harry se giró, dándose cuenta de que Malfoy ya no estaba ahí.

Mientras el hombre al que había herido se recuperaba del corte, Hermione peleaba con otro Mortífago distinto al de antes, y el resto continuaba en lo suyo. Harry recorrió con la mirada el espacio hasta poder encontrar a Draco, sintiendo un nudo instalarse en su estómago, teniendo un mal presentimiento.

Y estaba en lo correcto.

Lo encontró tendido en el suelo, a unos pasos de donde se encontraba parado.

A su alrededor había un charco líquido oscuro.

Harry sintió cómo su pecho se oprimía.

Sin siquiera pararse a meditarlo, corrió hasta allí con su brazo roto y el cansancio resonando en cada célula. Malfoy tenía la cabeza girada hacia él y se encontraba tosiendo sangre, sin realmente ver nada. Muriendo. Harry no sabía qué iba a hacer, solo sabía que no podía dejarlo ahí.

Conjuró un escudo que previno que el Mortífago con el que estaba luchando lo atacara mientras corría, aunque sabía que no duraría mucho. Harry llegó a Malfoy, arrodillándose ante él y agitando su varita, aplicando los hechizos curativos que conocía, al mismo tiempo que buscaba entre su ropa si había algún vial con alguna poción que lo ayudase. Pero no. No había nada. Los ojos de Malfoy se encontraban desorbitados, y Harry conocía esa mirada. No le gustaba.

—Joder, Malfoy —susurró, empezando a sentirse desesperado—. No mueras, imbécil.

Malfoy volvió a toser, incluso después de que Harry aplicara la curación que conocía, y notó que en la parte baja de su torso, la sangre goteó aún más. Maldiciendo por lo bajo, Harry sacó la túnica de Malfoy de en medio y tuvo que ahogar un jadeo al descubrir que este tenía un corte profundo que le cruzaba el vientre de extremo a extremo, con los órganos sobresaliendo de él.

Tratando de recordar el hechizo que sellaba el corte, Harry sentía cómo el corazón le iba a mil por hora; cómo un sudor frío le recorría la frente. Sin Malfoy, se perdían muchas cosas para la Orden. Harry no había notado lo importante que era para ellos. Harry no había notado lo mucho que deseaba que no muriera.

Algo cayó a sus espaldas, haciendo que mientras el corte se cerraba, Harry diera un giro, encontrando a Luna asesinando al Mortífago que aún quería matarlo. Harry se quedó inmóvil un segundo.

Ver eso siempre lo shockearía como la primera vez.

Pero Malfoy volvió a toser, reclamando su atención, y Harry no dudó en dársela, tocando la piel encima de la herida que acababa de cicatrizar superficialmente. El tejido se encontraba duro, y aunque él no recordaba qué significaba, sabía que era algo malo. Tenía que sacarlo de allí en ese instante.

Malfoy estaba cerrando los ojos.

—No —Harry palmeó su cara, apretando los dientes—. No te duermas.

—¡Harry! ¿Qué hacemos con este?

Harry levantó la cabeza, notando cómo la lucha había acabado en medio de su agitación, y que Hermione tenía a uno de los Mortífagos agarrado de las solapas. Harry lo reconoció como el hombre que intentó matarlo a él, y del que Malfoy lo había salvado.

La rabia creció al verlo suplicar.

—Mátalo —espetó, con furia.

Hermione obedeció.

El Mortífago cayó inerte, mientras Fleur, Kreacher, Bill y Luna se reunían alrededor de Harry y Draco.

A unos metros, Grawp aún rugía, y él- él estaba tratando de no quedarse pegado en ese sonido. Todos sus sentidos se encontraban pendientes de Malfoy y en que su respiración se estaba haciendo cada vez más pausada.

—Malfoy —Harry susurró, sacudiéndolo gentilmente, a medida que intentaba levantarlo para llevárselo—. Malfoy, no mueras.

El resto de los presentes no parecía compartir su desesperación. Aunque por supuesto, ninguno de ellos había compartido con Malfoy lo que Harry había compartido. Ninguno de ellos lo conocía como él. Y ninguno entendía la pérdida que sería que Malfoy muriera, el valioso espía que perderían como bando.

Tenía que hacer algo.

—Voy a regresar —anunció para todos, tajante.

Tal como suponía, las protestas no se hicieron esperar.

—¡No puedes!

—No vinimos aquí paga nada.

—Si regresas, la barrera puede cerrarse.

—Kreacher puede llevarse solo a Malfoy a Irlanda y volver —Hermione dijo, indiferente—, no es necesario que vayas.

—Si Malfoy tiene un sangrado a mitad de camino, ¿Kreacher qué puede hacer? —replicó Harry, tenso, sentando al rubio semi-consciente de la forma más delicada que podía.

—Ordénale que lo mantenga vivo.

—¡Kreacher no es Dios, Hermione! —explotó Harry, volteándose a ella—. ¡Su magia tiene un límite!

—¡No puedes volver!

Harry negó, decidido a ignorarla. En ese momento Malfoy podía morir. Haría eso por cualquiera, por absolutamente cualquiera. Malfoy no sería la excepción.

—No tengo tiempo para esto.

Poniéndose de pie al fin, Harry abrazó a Malfoy por la cintura, apegándolo a él. Los brazos de este cayeron laxos a sus costados mientras apoyaba la frente en el hombro de Harry, quien estuvo decidido a apretarlo con más firmeza, intentando no hacerle daño.

Justo en el segundo que le hizo una seña a Kreacher para marcharse, un estruendo hizo resonar el espacio.

No era cualquier ruido.

Era una pisada que pareció hacer temblar el lugar.

Harry se puso alerta al igual que el resto, afirmando su varita como fuera, mientras Malfoy tosía manchando su ropa. En su interior, el pánico comenzaba a escalar. No podía pelear, no sabiendo que eso terminaría matando a Draco. Pero tampoco podía quedarse sin hacer nada.

—¿Quedó uno vivo? —preguntó, intercambiando su mirada entre los presentes.

Ninguno contestó.

El ruido se repitió, y Harry sintió cómo un nudo de la pura impotencia se instalaba en su garganta. Con lo cansados que estaban, ese era el fin. No podrían vencer a otra horda, y sinceramente, no le quedaban ya energías para hacerlo.

Malfoy estaba presionado contra él, y Harry se concentró en no dejarlo caer. Era lo único real en ese momento, lo único que lo estaba anclando al presente y no dejaba que se desmayara del agotamiento y el dolor.

Luna emitió un gritito, levantando el brazo hacia el otro extremo, detrás de un monte a solo un par de metros de ellos. Hermione retrocedió un paso. Los demás sólo se encontraban paralizados, sin encontrar una explicación racional a lo que estaban viendo.

Porque a lo lejos, bajando el monte, una figura gigante se alzaba.

Harry sintió cómo las rodillas le fallaron.

Chapter 29: Capítulo 24: Llamado

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(07:21 a.m)

Su cabeza dolía, su vientre dolía, cada minúsculo pedazo de su cuerpo dolía.

Había unas manos sosteniéndolo, ¿o era su imaginación? Probablemente lo era. Draco sentía que estaba flotando, mientras la ropa se le pegaba como una segunda piel. Y daba igual si mantenía los ojos cerrados o abiertos porque de todas formas no veía nada. La mañana no era más que algo borroso en el centro de su pupila, y sus párpados pesaban demasiado como para esforzarse en mantenerlos abiertos.

Un rincón de su cerebro estaba molesto consigo mismo, porque si no se hubiera puesto en frente de Potter, aquello jamás habría pasado. Estaría bien. Fue un acto sin meditación, impulsivo e imprudente. Draco había actuado de esa forma pocas veces en la vida.

Y para rematar su estupidez, probablemente ahora moriría. Genial.

Pero- tenía claro que, en primer lugar, jamás se habría perdonado el haber dejado morir a Harry. Y en segundo lugar... si lo pensaba bien, terminar muriendo al fin era un alivio. Vería a su madre de nuevo.

La muerte era una manera de liberarse.

Sin embargo, su padre lo necesitaba vivo. Así que esperaba que donde sea que estuvieran, lograran salvarlo.

—Joder... Puede... Es... Malfoy ...

Draco no podía escuchar bien, el mundo se sentía entumecido, aunque podría asegurar que la voz venía desde un lado de su oreja. Había gritos de aquí para acá, y pisadas- ¿pisadas? Draco habría apostado que la pelea ya había acabado.

Sin darse cuenta, soltó un quejido porque fue movido bruscamente. ¿O él se había movido? Probablemente era eso, porque sentía que iba a vomitar y estaba tosiendo. Tosiendo bastante. Expulsando líquido por su boca.

—Vamos... Puedes...

Las voces se encontraban más agitadas con cada segundo que pasaba, y el corazón de quien lo sostenía estaba latiendo exageradamente rápido. O quizás era su propio corazón. Aunque Draco lo dudaba, con cada segundo se sentía más y más débil.

Los brazos lo sujetaron con más fuerza, como si creyeran que sólo de esa forma lo salvarían de la muerte inminente. Draco se dejó caer en ellos, pidiendo que pudieran curarlo pronto, y quedó, momentáneamente, inconsciente.

•••

(07:22 a.m)

Harry se quedó paralizado, con los pies amenazando con botarlo de una buena vez mientras las voces del grupo hacían eco en sus oídos.

No podía creer lo que estaba viendo. Sus sentidos estaban divididos entre colapsar al fin, correr a él, pellizcarse o gritar, porque era imposible que aquello fuera real. Imposible.

Porque ese, ese que se alzaba a lo lejos, era Hagrid.

Era Hagrid.

Estaba vivo.

Harry lloró por Hagrid, años atrás. Lloró por su muerte, se despidió de él, así como Seamus se había despedido de Dean cuando aceptó que la noticia de los periódicos sobre su muerte y esclavitud era real. Hicieron una ceremonia para todos los caídos, para todos a los que no volvieron a ver y no recuperaron sus cuerpos.

Cuando Harry aceptó que ya no había manera de contactarlo, que probablemente era un cuerpo más en la pila de cadáveres que quemaron en Hogwarts, lloró por Hagrid. Harry se había despedido de él. Y cuando Malfoy llegó a decirle que había una posibilidad de que estuviera vivo, jamás se atrevió a creer, no de verdad. Pero ahí estaba.

Ahí estaba.

Hagrid estaba allí, y Harry quería correr hacia él. Fingir que era un niño de nuevo.

—Harry —Hermione lo afirmó de las solapas de su chaqueta, cortando el hilo de sus pensamientos—. Harry, envía a Malfoy con Kreacher. No puedes irte ahora.

Harry observó la figura del semigigante acercándose cada vez más y su corazón dio un brinco de alegría. Todos sus sentidos le repetían que fuera hacia él, que Hagrid era de las pocas cosas que le recordaban a su hogar.

Pero luego bajó la cabeza, y miró a Draco. Sus labios estaban azules y en su boca había rastros de sangre; estaba pálido, sudoroso, con el pulso ralentizado. Harry no podía dejar de mirarlo, de recordarse que sería su culpa si se departía con la Aparición, si no se aseguraba de que llegara vivo a Inglaterra.

Harry negó.

—No puedo quedarme.

Hermione soltó una respiración temblorosa.

—Harry, por el amor a Merlín-

—No puedo, Hermione.

Dio un paso atrás, haciendo que las manos de su amiga ya débiles, cayeran sueltas a sus costados. Hermione parecía querer gritarle, estallar por su insensibilidad. Cosas que Harry entendía que sintiera, pero que no tenía tiempo de contemplar en ese segundo.

Debía irse ya.

Evitó mirar hacia el frente. Sabía que si lo hacía, ya no se marcharía.

—No dejaré que las barreras se cierren, eso tenlo por seguro —le dijo a Hermione, dándole la espalda—. Pero no puedo- no puedo enviar a Kreacher. Tengo que asegurarme de que no muera.

Kreacher no había podido siquiera curarse a sí mismo en Grimmauld Place con su desnutrición, ¿cómo podría curar a alguien más? ¿A un humano, además de todo? La medimagia era una de las ciencias más complicadas y Harry simplemente no podía permitirse correr el riesgo. Además, si el elfo pudiera, verdaderamente pudiera hacerse cargo de ese trabajo, ya se habría ofrecido.

Y cuando le echó un vistazo, y Kreacher se encogió en su lugar, sabía que estaba en lo correcto.

Tenían que Aparecerse en el campo abierto que daba al mundo muggle de Inglaterra, y de allí –dentro del mundo mágico– ir a la base. Volver a Irlanda no era una opción, no sabiendo que Padma estaba aún inconsciente en la casa recuperándose, y que no tenían suministros. Su objetivo era sí o sí volver a la Mansión McGonagall.

Draco se agitó entre sus brazos. Harry sintió cómo la bilis subía por su garganta.

Reaccionando al fin, le puso encima un encantamiento para levitarlo, y agarró su capa invisible del suelo, la cual se le había caído a Malfoy. Vio que estaba cubierta de sangre.

—¿Irás, incluso si eso no te deja volver? —susurró su amiga al ver que no daría su brazo a torcer. Ni siquiera Bill, Fleur o Luna lucían como si quisieran convencerlo. Y Harry, después de oírla, no necesitaba voltearse para saber que estaba al borde del llanto.

Suspiró.

—Incluso así.

La barrera seguía abierta, podía sentirla. Le estaba tomando mucha energía no cerrarla, pero no podía darse el lujo de pensar en eso. Harry le hizo una seña a Kreacher, quien esperaba a unos metros toqueteando sus orejas. Harry se agachó, preocupado al escuchar cómo Malfoy tosía, y le pidió al elfo que los Apareciera en el límite de la barrera muggle y luego en la base. A medida que bajaba un poco el hechizo de levitación y con él el cuerpo de Malfoy, Harry tomó su mano para así Aparecerse con él.

—Harry- —Hermione trató de tomarlo de nuevo, pero él alcanzó a alejarse—. Harry, por favor. Harry, no-

—Ahora.

Kreacher los Apareció.

Aterrizando, Harry sintió cómo todos sus sentidos olvidaban la decepción de Hermione y se inundaban de terror al oír cómo Malfoy se ahogaba, gracias a la abrupta acción. Lo bajó al instante, traspasando la barrera al mundo mágico y depositando a Draco entre sus brazos para buscar algún signo que indicara que estaba muriendo. Sus manos temblaban mientras revisaba.

Cuando Harry tanteó el tejido de la herida, Malfoy tosió de nuevo, así que reaccionó a ladearlo al darse cuenta de que la razón por la que se estaba agitando tanto, era porque se encontraba acostado boca arriba. Se ahogaba con los coágulos que salían de su garganta.

Se estaba ahogando con su propia sangre.

—Joder, Malfoy —Harry susurró cuando dejó de toser—, no mueras.

Sin siquiera mirar a Kreacher, Harry alzó su mano, haciendo que la fractura de su codo estallara. Había olvidado que él también estaba herido.

Kreacher tomó su palma, mientras Harry jadeaba de dolor, y los Apareció lejos de allí. Mientras él se aferraba al cuerpo de Malfoy.

Cuando volvió a abrir los ojos, la Mansión McGonagall se alzaba ante ellos.

•••

(08:13 a.m)

Draco no comprendía qué estaba pasando, sólo que su boca tenía un sabor metálico que le ardía, y que el mundo no paraba de dar vueltas.

Según él recordaba habían estado en una misión, ¿no? En Austria. Entonces- ¿por qué las paredes a su alrededor eran tan conocidas? ¿Por qué había voces que no recordaba haber oído antes, pero que no parecían querer hacerle daño? ¿Estaba alucinando? Era lo más seguro. Lo más seguro era que había perdido la cabeza, y que todo el tiempo se había imaginado todo.

Draco dejó que le retiraran la ropa, mientras le empapaban los labios con un líquido. Una voz masculina le pidió que no muriera.

La reconoció.

Sí, lo más seguro era que se estuviera imaginando todo.

Sería un alivio, la verdad. ¿No sería un alivio despertarse, y que todo hubiera sido una pesadilla? ¿Un mal sueño? Despertarse en quinto año, días antes del aprisionamiento de su padre, y darse cuenta de que en realidad todo fue falso, desde el inicio. Que nada de aquello pasó, y que al final del día volvería a casa, donde su madre lo estaría esperando con galletas que fingiría haber hecho ella. Su padre se encontraría a un lado diciendo que lo consentía demasiado, mientras al mismo tiempo le daba un regalo que Draco no había pedido, susurrando que sabía que lo necesitaba. Era un alivio pensar que esa era la realidad y que el resto- que el resto hubiera sido producto de su mente.

Pero sabía que era mentira, porque Draco no tenía la imaginación suficiente para imaginar un mundo tan mierda como en el que vivía.

Durante el transcurso de las horas recuperó y perdió la consciencia varias veces. Hubo un punto en el que oyó, a lo lejos, como una mujer le indicaba a alguien más algo que no entendía.

—Señor... tómese esto... su brazo... por su bien...

Draco parpadeó varias veces, sintiendo cómo cada rincón de su persona estallaba en agonía gracias a ello. Toda la gente que escuchó dentro del cuarto se había ido, y ya no lo estaban curando. ¿En qué momento sucedió eso? ¿No había una mujer diciéndole a alguien que se tomara algo?

Draco giró la cara lentamente, y encontró una mata de cabellos negros apoyada en su cama. Tenía los ojos cerrados y la cabeza a un lado de sus propias piernas; los brazos, en los que la barbilla del hombre descansaba, estaban tocando sus muslos. Se encontraba sano y salvo, entonces.

—Te salvé... yo... —dijo Draco, sintiéndose drogadamente horrible—. Ja.

Potter levantó la cabeza al instante para rodar los ojos. El alivio se hizo presente en su rostro de una forma tan obvia que Draco nuevamente creyó que estaba delirando.

—No hables —le dijo él.

—Te salvé... porque- porque quería —lo ignoró—. No por... por el Juramento. Porque quería.

Draco cerró los ojos.

Las siguientes veces que recuperó más o menos el hilo de dónde estaba, no abrió los párpados, simplemente oyó. Aún no comprendía nada, pero había una cosa que lo mantenía anclado al presente, y era el calor de la persona a un lado de sus piernas.

Era real. Los brazos apoyados encima del colchón, que emanaban calidez, estaban ahí.

Sin embargo de pronto, aquello desapareció, y lo último que Draco sintió antes de caer inconsciente por última vez y perder ese calor, fue una sensación refrescante que le invadió el cuerpo: un hechizo que limpió el sudor, mientras una persona le quitaba los cabellos de encima de la frente.

•••

(11:21 a.m)

La preocupación de Harry se esfumó casi por completo en el momento en que volvió a Austria, superada por la emoción de volver a ver a Hagrid, y sabiendo que Malfoy había quedado en buenas manos.

Te salvé porque quería.

Harry pasó por la barrera que daba al mundo muggle en Inglaterra, donde lo estaba esperando Kreacher. Apenas lo vio allí lo tomó de la mano para Aparecerlo, diciéndose a sí mismo que estaba mareado de tanta estupidez.

La diferencia esa vez fue que cuando dejaron de dar vueltas y Harry se fijó en su alrededor, ya no estaba cerca de Nurmengard, donde la figura de Hagrid había aparecido, sino a bastantes metros. Harry observó el paisaje, encontrando al grupo descansando a un lado de un río, conversando alegremente. Incluso Luna y Hermione estaban sonriendo de nuevo.

Harry dio unos pasos. Al menos ya le habían curado la fractura, aunque aún tenía el brazo resentido. El dolor en sus piernas seguía presente.

—Harry-

Hermione casi corrió hasta él, dispuesta a darle el sermón de su vida.

Harry iba a devolver la comida que no había ingerido si eso sucedía.

—Volví —murmuró él, mareado—. Volví.

Hermione, por una vez, calló. Harry supuso que debía agradecer a un santo por eso.

Desde esa distancia, y con los ojos desorbitados, Harry no podía ver a Hagrid. Pero cuando Hermione comenzó a llevarlo con delicadeza hacia adelante, y un poco del abrumo lo abandonó, Harry levantó el cuello, encontrando su figura a unos pasos. A sólo unos pasos.

Casi lloró del consuelo.

Harry miró directo a la cara de Hagrid, que había envejecido notoriamente, y solamente podía ver al hombre que le compró su primera y única lechuza: Hedwig. Podía ver al hombre que lo apoyaba en todo, y el primero que lo acogió en ese mundo donde Harry no conocía a nadie. Su primer amigo. Su primer verdadero amigo. Harry lo veía, y era como si las tardes tomando té en su cabaña pasaran frente a sus ojos, observando los animales extraños que tenía, las cosas extrañas que de repente decía.

Hagrid no era el mismo. Estaba más delgado, menos vivo, menos... él. Y de todas formas Harry lo veía, y lo único que veía, era seguridad.

—¡Harry! —Hagrid exclamó cuando lo tuvo a una distancia prudente, abriendo las manos en un gesto que lo abarcaba por completo—. ¡Mírate! ¡Qué grande que estás! ¡Ya casi estás de mi porte!

Harry lo miró, y casi podía fingir que estaban de nuevo en Hogwarts, y que lo había ido a visitar. No se permitía pensar nunca en la gente que había perdido, en todos aquellos que no volvió a ver. No le servía. Dolía demasiado. Dolía a un punto en el que sentía que arrancarse el corazón era menos cruel.

Pero ahora que lo tenía delante Harry se daba cuenta de lo mucho que lo había extrañado. De lo mucho que había extrañado oír su voz, y de lo mucho que había extrañado poder ir a conversar con él cuando sentía que el tiempo se estaba poniendo difícil.

Harry no lo dudó. En menos de cinco segundos había cruzado los pasos que le quedaban para llegar a Hagrid y se enterró contra su pecho.

Hagrid lo abrazó de vuelta.

Harry no era alguien cariñoso, no le gustaba el contacto físico a menos que fueras una persona mínimamente cercana, y casi nunca solía ser él quien lo iniciaba.

Pero, joder-

El resto del grupo, quienes ya habían tenido varias horas para ponerse al día, simplemente los miraban. Harry se separó un poco para así poder mirar a Hagrid a la cara, y dejó que el hombre lo sujetara del rostro, palmeando brevemente su espalda.

—¿Te parece que vayamos... lejos de aquí? —preguntó, mirando a cada lado, como si temiera que los encontraran.

Harry se alejó de él, y lo siguió.

(12:21 p.m)

La casa de Hagrid estaba a más de una hora de la prisión y era una cabaña muy parecida a la que tenía en Hogwarts. El semigigante les dio su dirección a cada uno para que apareciera frente a sus ojos, y cuando ya estaba listo, los invitó a entrar.

Mientras se acomodaba dentro, Hermione hablaba en susurros en dirección a Harry, recriminando que se hubiera ido así como se fue, pero agradeciendo que estuviera bien. Además, le contó que Hagrid los había encontrado porque sintió los rugidos de su hermano, y podía oír hasta allí, que desde la noche Grawp estaba agitado. Vínculos familiares, había dicho.

Tal como Harry vio por fuera, dentro, la cabaña no era demasiado diferente a la casucha en la que Hagrid vivía en el castillo, como el cuidador de Hogwarts. Salvo que allí no había animales raros puestos en las paredes o colgados en el techo, y el olor era un poco mejor. La iluminación era escasa, y sólo había una estufa, una cama al final de la habitación, una mesa de centro pequeña y ventanas junto a un lavatorio en el otro extremo; eso era todo.

Harry se sentó en la pequeña mesa, cada uno al lado del otro. Pasados unos segundos en el que ninguno supo muy bien qué decir, Hermione fue la que se animó a hablar.

—Hagrid... —le dijo, mirando las paredes—. ¿Has estado viviendo aquí todos estos años?

—Casi desde la Batalla de Hogwarts, sí.

Bill asintió, dándole un pequeño vistazo al caldero en una esquina. Fleur a su lado parecía querer taparse la nariz debido al olor. Harry estaba demasiado contento como para molestarse con ella.

—¿Cómo sobrevives...? —comenzó a preguntar Bill, gesticulando a su alrededor.

—A unos metros hay un pueblo, he estado robando y he plantado cosas comestibles en mi patio.

Luna ladeó la cabeza, mirándolo con esos grandes ojos que habían tenido que aprender a ser más realistas que soñadores. Hermione hizo la pregunta que Harry sabía que Luna quería hacer, pero no podía.

—¿Por qué? —dijo ella lentamente—. ¿Por qué estás aquí?

Harry sabía qué estaba preguntando. No por qué había elegido ese lugar, sino, por qué no estaba en Inglaterra. Por qué no estaba con ellos. Por qué nunca los buscó.

Hagrid pareció entenderlo también. Se acomodó en su asiento, mirando hacia abajo, y respiró hondo.

—Todos decían que habías muerto, Harry —replicó—. ¿Qué iba a hacer yo en Inglaterra?

Harry bajó la mirada también, mordiéndose el interior de la mejilla. Si hubiesen sido un poco más insistentes en revelar que estaba vivo- si Voldemort no se hubiera empeñado en hacerle creer al mundo que él los gobernaría, entonces, quizás Hagrid habría estado con ellos desde el inicio. Quizás...

Harry se aclaró la garganta, notando como todo se había quedado en silencio.

—¿Cómo...? —empezó a preguntar—. ¿Cómo llegaste aquí?

—Me oculté en unas montañas, en Escocia. —Hagrid volvió a respirar hondo, como si no le gustara contar esa historia—. Ahí estuve mucho tiempo, no sé cuánto, buscando una forma de contactarme con la Orden. Pero según las noticias ya no quedaba casi nadie. Habían podado a todos los "Rebeldes" de la Batalla y los que quedaban vivos eran tan insignificantes como moscas. Y que, en realidad, lo único importante a eliminar eras tú, eso decían. —Hagrid se veía más triste con cada segundo y palabra—. Entonces anunciaron tu muerte.

A Harry no le pasó desapercibido el gesto de dolor que le cruzó por la cara a Hermione. Suponía que le dolía saber que Hagrid no había considerado necesario buscar al resto, que simplemente se había conformado con las noticias de su muerte y ya. Que antes no intentó contactarlos.

Y también tenía una expresión de... culpa. Harry lo sabía porque él la sentía también. Culpa de tampoco haber hecho lo suficiente. De que tal vez no sólo Hagrid pudo haber sido ayudado, sino que muchos más hubiesen sido salvados si hubieran hecho más.

Un poco más.

El semigigante se sacó un pañuelo de tela de colores del bolsillo, antes de volver a hablar.

—Nadie trató de contactarme-

—Creíamos que habías muerto —lo interrumpió Hermione desesperada. Harry la miró—. Todos los que pelearon para nuestro bando y que quedaron en Hogwarts al momento de la retirada, o murieron, o los hicieron desaparecer, o fueron encarcelados para luego ser enviados a trabajos de baja categoría, según su nivel de traición. —La voz de su amiga rayaba lo frenético, queriendo convencer a Hagrid tanto como a sí misma—. Creíamos que te habían hecho desaparecer. Estabas preso durante la Batalla, no-

—Está bien, Hermione —Hagrid susurró aún sonando melancólico—. Yo tampoco los busqué a ustedes. No de verdad. No le encontré el sentido. Además...

Hagrid hizo una pausa, en la que pareció perderse en su cabeza. Todos esperaron un minuto entero para que dijera algo más, pero cuando ninguna palabra salió de su boca, Harry intervino.

—¿Además?

Hagrid parpadeó, despertando. Su aspecto alegre se había esfumado por completo.

A Harry le impactó ver cómo sus facciones cambiaban.

De niño, siempre conoció el buen lado de Hagrid. Sí, de repente se enojaba o tenía exabruptos, pero no era lo mismo que en ese momento. La soledad, la rabia, la tristeza de todo lo que sucedió durante ese tiempo, lo habían consumido. A Harry le dolió saber que no era el único que fue devorado por la guerra. Que Hagrid, incluso sin pelearla, se encontraba igual o peor. Las líneas de su rostro eran duras, su cara estaba tensa. En cualquier momento parecía a punto de explotar.

Se veía hasta peligroso.

—No pude escapar junto a Grawp —murmuró él, sin mirar a nadie en específico—. Quien-ustedes-saben lo tiene...

—Nurmengard —aportó Luna.

Hagrid movió la cabeza de arriba a abajo.

—Traté de buscarlo luego de la Batalla —explicó—. A él más que a nadie... Es la única familia que me queda, pero- pero- —Hagrid se detuvo. Llevó el pañuelo al rostro, y se sonó la nariz—. Pero nunca pude, y luego ellos me encontraron a mí.

Su voz se volvió dura. Harry intercambió una mirada con Hermione.

—¿Quiénes ellos?

—Los Mortífagos.

Harry lo esperaba. No había forma que los cabrones dejaran a la gente en paz. Iba a asesinarlos a todos cuando tuviera la oportunidad.

—Me escribieron una nota, y como yo no estaba bajo ningún Fidelius, la lechuza me encontró. Tú sabes que ellas pueden encontrar a quien sea con su nombre- —Harry asintió. Él le enviaba cartas a Sirius así, sin dirección—. Bueno, la nota decía que ellos tenían a mi hermano, y que si quería verlo libre debía entregarme. Al segundo en que la leí, llegaron al lugar y me persiguieron. Nunca he sido un buen corredor, y ustedes saben que yo no puedo hacer magia como el resto...

—Eres un mago talentoso, Hagrid —Hermione dijo, alcanzando su mano por encima de la mesa. Harry se sorprendió con el gesto—. Eres muy bueno.

—Gracias, gracias Hermione —asintió él, dándole una sonrisa que no alcanzaba a ser sonrisa del todo—. Pero, como sabrán, nunca aprendí a Aparecerme.

Fleur paró de juzgar con la mirada el lugar y se enfocó en él, como si eso hubiese captado su atención. Lo estudió de forma suspicaz. Harry recordó que a Fleur nunca le había agradado Hagrid, y que incluso el día que Hedwig y Ojoloco murieron en 1997, ella creyó que fue el semigigante quien los delató y era el espía. Harry suponía que sin importar qué, algunas cosas no cambiaban.

—¿Cómo llegaste aquí, entonces? —preguntó Fleur, con ojos entrecerrados.

—Los gigantes tienen una magia de la que no se habla, todas las criaturas mágicas la tienen, ¿lo sabían? —respondió Hagrid amablemente, como siempre sin darse cuenta de la hostilidad en el tono de la rubia—. Es distinta a la de los magos.

Harry frunció el ceño al oírlo, girándose brevemente a Kreacher quien estaba parado frente a él, a unos pasos de la mesa. El elfo no le prestó atención mientras asentía a lo que Hagrid decía, murmurando para sí mismo.

Harry se preguntó por qué el mundo mágico subestimaba tanto a las criaturas, al punto de que mucha de su cultura e información no aparecía en los libros. Era estúpido.

Movió los ojos en dirección a Hermione, quien parecía estar sacando las mismas cuentas. No recordaba haberlo leído, y aquello le causaba curiosidad. Harry casi podía verla anotando mentalmente buscarlo luego.

—Mi mamá era una giganta, así que parte de sus habilidades se traspasaron a mí —continuó Hagrid, ajeno a sus pensamientos—. Nunca lo había sentido, nunca lo intenté antes pero- me aparecí cuando me perseguían.

Pego dijiste...

Hagrid hizo un gesto desdeñoso con su mano.

—No el "Aparecerse" que conocen ustedes, ni siquiera sentí el mareo del que Dumbledore me hablaba. Es diferente... Mira, ¿por qué crees que a los magos se les dificulta tanto cazar a los gigantes? ¿Por qué crees que Quien-ustedes-saben no ha podido encontrar las colonias en estos años? O, ¿cómo crees que los gigantes no demoraron en llegar a la Batalla de Hogwarts, hace ocho años? ¿Crees que justo todos estaban cerca del castillo ese día?

Fleur cerró la boca, encontrándole un buen punto, y Hermione volvió a su repasada mental de las cosas que sabía y que no sabía. El mismo Harry tuvo que admitir que nunca lo pensó, que en realidad las criaturas mágicas no eran de su interés. Se acordó brevemente de los centauros, y de sus conversaciones sobre las estrellas. Recordó al gigante y las runas pintadas sobre su cuerpo, de las que nunca Harry oyó hablar antes. La magia de los elfos y lo poderosa que era. ¿Por qué no se les prestaba más atención?

—Los gigantes pueden aparecerse, pero no a cualquier lugar. Es como una... conexión —Hagrid dijo, retomando su explicación—. Si lo desean, llegan a los lugares en el que sus ancestros formaron alguna colonia décadas o siglos atrás. Así se movilizan por los continentes incluso con agua de por medio. Sólo pueden aparecerse en lugares donde haya-

—¿Esencia de gigante?

—Por decirlo de alguna forma.

Harry volvió a mirar a su alrededor.

—Así que te apareciste aquí —dijo.

—No precisamente —lo corrigió Hagrid—. No soy un gigante, solamente un semi-gigante, por lo que cuando lo hice, me arrojó a unos metros a la redonda. Supongo que también debe haber una colonia de gigantes por acá, pero no he ido. Sé que me matarían porque soy demasiado pequeño para ellos. Por lo que busqué algún lugar donde esconderme sin ser encontrado. Vi Nurmengard, y escuché a mi hermano rugir. Lo reconocí.Fue pura suerte caer justo aquí —Su semblante había adquirido una vez más ese tinte sombrío, perdido en su cabeza—. Hice esta choza para estar cerca de él y he estado tratando de rescatarlo desde entonces.

Harry casi sonrió al darse cuenta de que las suposiciones de Malfoy eran acertadas y que Hagrid había sido quien quiso rescatar a su hermano.

Pero de pronto, la imagen del rubio entre sus brazos, tosiendo sangre, llegó a su cabeza.

Tuvo que dejar de pensar en él.

—Tú has intentado rescatarlo —afirmó Hermione entonces.

—Más de una vez.

—Y has estado aquí...

—Solo.

Solo.

Su vista se desvió a Kreacher. El elfo todavía estaba hablando consigo mismo, y Harry pensó en cómo a veces se desconectaba. Cómo no recordaba completamente bien las cosas que sucedían, y cómo sucedían, o la forma en la que se había dañado su mente encerrado durante ocho años.

Hagrid pasó por una situación similar.

Solo.

Hermione echó la silla hacia atrás y pasó a un lado de Harry para así tirarse encima del semigigante, rodeando su cuello como si aún tuviera doce años.

—Oh, Hagrid.

Hagrid correspondió su abrazo, y Harry echó de menos a Ron para poder intercambiar una mirada cómplice y alegre. Alegre de que Hermione se sintiera lo suficientemente cómoda con Hagrid para hacer algo así.

•••

(02:21 p.m)

Draco durmió, sí, pero no había descansado nada.

Tenía el vago recuerdo de ser dejado gentilmente en ese lugar, donde las nubes tapaban el cielo afuera, y el colchón era demasiado blando, gastado. Despertó paulatinamente durante la mañana, desorientado, para luego descansar otra vez. El dolor constante que había experimentado durante horas seguidas ahora se sentía menos.

La vez que despertó definitivamente, lo hizo sabiendo que estaba en un cuarto de la Mansión McGonagall y que Potter lo había dejado allí. No sabía cómo y no sabía por qué, (según lo que recordaba), insistió tanto en hacerlo personalmente él; pero sí tenía claro que era así, porque toda su ropa y el lugar estaba infestado de su olor.

Draco se sentó en la cama con una mueca de dolor, mientras miraba el cuarto.

Era simple, de color crema y ventanas promedio, con una cama de algo más de una plaza y, al final, un escritorio a un lado de la ventana; absolutamente nada adornaba las paredes más que los candelabros con velas para encender el fuego. Lo único que delataba que esa habitación le pertenecía a Potter, era su olor.

Draco miró las vendas repartidas por su vientre, y recordó, aún aturdido, que había sido herido tratando de proteger a Potter.

La vida era demasiado irónica.

Draco se sentó, echando las cubiertas hacia atrás, y comprobó qué tan terrible era la herida de su estómago y por qué causaba tanto dolor. Trató de levantarse, sintiendo cómo algo por dentro lo oprimía, y anotó mentalmente que si bien, la herida ya estaba cerrada, el traumatismo de los órganos demoraría en sanar. No serían muchas horas pero, después de todo, el corte fue tan grande que sus intestinos casi se salieron por allí.

Intentando respirar hondo para no entrar en pánico al recordar lo que sucedió, Draco se obligó a pensar en lo que haría, y no la forma en la que sintió que estaba a punto de morir.

Debía volver a Irlanda, porque si aparecía de pronto en Inglaterra sin haber pasado por la frontera se vería muy sospechoso. Y para poder pretender que no había estado haciendo más que turistear durante esos días, tenía que forzarse a sentirse bien de nuevo. Cosa difícil, puesto que su cabeza dolía, todo le daba vueltas y sus pensamientos eran cada vez más inconexos.

Draco se levantó, lento, muy lento, sintiendo resentido todo el cuerpo. Los músculos le dolían, y apenas sentía sus piernas y su brazo hábil. Tenía la garganta seca, además de un hambre voraz que amenazaba con devorarlo a él más que a la comida.

Se acercó con cuidado al escritorio de Potter, en un inicio para intentar caminar de un extremo a otro y así saber qué tan pronto podía irse y regresar a Irlanda. Pero, al estar cerca, continuó avanzando de pura intriga. Encima del mueble no había nada. Draco acarició el ébano, curioseando, y luego sus manos se posaron encima de la manilla del cajón.

Antes de que supiera qué estaba haciendo, Draco ya lo había abierto.

Ladeó la cabeza, mirando que dentro no había nada fuera de lo ordinario: plumas y papeles repartidos de aquí para allá; algunos mapas. Aunque, si se fijaba bien, en un costado... existía un apartado especial. Draco rozó los papeles con sus manos.

Eran cartas.

Aquello no era extraño, no ese hecho en sí, pero si se ponía a pensar que en ese lugar probablemente debían eliminar toda evidencia, (ya que la correspondencia debía ser secreta entre los espías), esa irresponsabilidad por parte de Potter le ardía. Peor aún era cuando se ponía a pensar que si las guardaba, seguro era porque las cartas fueron enviadas por gente importante, gente que Potter apreciaba. Como Astoria, Adrian.

Gente que lo había tenido.

Algo caliente subió por su estómago hasta el pecho, y cuando Draco estaba a punto de cerrar el cajón de golpe y olvidarse de lo que había visto, sus teorías se desmantelaron.

Uno de los remitentes decía: Ginny Weasley.

Pero lo que lo alertó fue lo que rezaba más abajo.

La fecha era del 2002.

Draco frunció el ceño, tomando el envoltorio y viendo que la carta no estaba sellada. Aquello era extraño. Más que extraño, de hecho, ¿cómo podías intercambiar correspondencia con un muerto?

Le bastó sólo una mirada más al cajón para darse cuenta de que eso era exactamente lo que estaba sucediendo.

La carta de abajo tenía escrito: "Sirius Black" en la parte trasera. La de abajo de esa "Remus Lupin". Y la de más abajo "Albus Dumbledore". Y la lista seguía y seguía, y eran demasiadas cartas, algunas encogidas en un rincón para no ocupar más espacio del que podían.

Draco ahogó una respiración, dejando lo que había tomado en su lugar mientras cerraba el cajón de golpe.

Aquello no era suyo para ver.

Pero- pero lo había visto, y joder, ¿qué clase de sádico enfermo era Potter? ¿Por qué mierda le escribía a la gente que había perdido? ¿Qué le pasaba? ¿Qué tan mal de la cabeza estaba?

Su pecho se oprimió.

Draco dio un paso atrás, queriendo olvidarse de las estúpidas cartas y de lo que podían significar, mientras se ponía a caminar hacia el otro extremo del cuarto. Porque eso estaba haciendo, eso es lo que debía haber hecho desde un inicio, acostumbrarse a caminar con dolor para marcharse. No ponerse a investigar en las cosas idiotas de Potter.

Tomó una honda respiración, resistiendo el impulso de devolverse y leer todas las cartas, cuando la puerta se abrió frente a él de par en par.

Un Theo despeinado y agitado lo observaba de vuelta.

—Draco, tenemos que irnos.

Draco paró, haciendo una mueca involuntaria frente al dolor que se expandió por su abdomen, al mismo tiempo que Theo ingresaba al cuarto seguido de una callada Madam Pomfrey que no lo miraba a la cara. El castaño empujó un sándwich en su pecho, y Draco comenzó a comer de inmediato, aturdido, a medida que seguía sus movimientos con la mirada.

—Me enviaron a buscarte a Irlanda —prosiguió Theo—. Ya llegó a los oídos del Señor Tenebroso que alguien intentó "entrar" a Nurmengard.

Draco sintió cómo era empujado al vacío.

—Mierda, mierda, mierda.

A pesar de haber matado a los Mortífagos que resguardaban la prisión, Voldemort se había enterado de todas formas, y rápido. Draco creía que tendría unos días para preparar una coartada que asegurara su estadía en Irlanda para cuando la noticia de Nurmengard llegara a los oídos del Lord, si es que llegaba. Pero aquello había sucedido demasiado rápido, y no tenía idea de qué hacer.

Era demasiada coincidencia que Draco hubiera salido justo del país.

—¿Sospechan de mí? —le preguntó.

—Si no vienes ya, sin ningún signo de estar herido, sí.

Draco observó sus vendas, maldiciendo mentalmente a su cuerpo por no recuperarse más rápido, y al momento inoportuno, ya que no podría ir a buscar pociones a la mansión que lo ayudasen a sanar. No había tiempo para pedírselo a Theo tampoco.

Theo se paseó por el cuarto, arrojándole sus ropas y juntando las cosas de Draco, que de por sí, no eran demasiadas. Draco comenzó a vestirse, viendo cómo en el dosel de la cama había un leve relieve y un pedazo de tela que flotaba, la cual rápidamente reconoció como la capa invisible de Potter.

Se la había dejado.

Había confiado en él para dejársela.

Draco la agarró una vez se terminó de vestir, guardando la capa en medio de sus túnicas e ignorando lo que eso le hacía sentir. Theo lo miró en silencio.

—¿A qué hora sale tu traslador? —preguntó, asegurándose de que no hubiera nada más que llevar. Su estómago pesaba.

—A las cuatro, pero en la frontera nos registrarán. Y en Irlanda también. Eso tomará tiempo. O bueno, a mí me registrarán. —Theo lo analizó, paseando sus ojos de arriba a abajo—. ¿Podrás engañarlos, hacerlos pensar que no vas conmigo?

Draco quería vomitar, pero se limitó a asentir.

—Haré lo que pueda.

Después de todo, en sus manos tenía la capa que había engañado a la Muerte.

Madam Pomfrey al fin dio un paso adelante cuando los vio quedarse en silencio, y comenzó a conjurar hechizos en él, aún sin verlo a la cara. Draco pudo prestar atención gracias a la cercanía, a cómo su mandíbula temblaba, del miedo o de la rabia, o de los dos, y no pudo evitar que en sus labios se dibujara una sonrisa ácida.

La mujer agitó la varita, y Draco se sintió mejor. Madam Pomfrey se fue antes de que pudiera darle las gracias. Aunque Draco no estaba seguro de que lo hubiese hecho.

—Yo tenía una capa invisible —se volteó a hablarle a Theo, quien había observado todo sin hablar—, el día que secuestré a Yaxley, ¿dónde está?

Su amigo salió del cuarto, haciendo que Draco lo siguiera aún con una leve cojera.

—La Orden se la quedó.

—Encantador.

La gente se encontraba ubicada en los pasillos de la mansión, mirándolos a los dos con asco cada vez que pasaban frente a ellos; pero sobre todo a él. Draco no les prestaba demasiada atención, pero se preguntaba a cuántos de sus familiares había torturado para después mandarlos a la muerte. A cuántos hirió de forma irrevocable.

Bajaron medianamente rápido las escaleras, con los ojos de la gente todavía fijos en ambos. Draco casi podía escuchar lo que estaban pensando. Y tenían razón. Enderezó los hombros, tensó la mandíbula y salió, sabiendo que al final del día, si les devolvía la mirada, los que terminarían con miedo serían ellos y no él.

Theo lo llevó hasta el laberinto sin haber saludado a nadie, y cuando llegaron al límite, Draco vio cómo este sacaba la famosa monedita desde su bolsillo y escribía en ella que Potter le abriera, firmando con la primera letra de su nombre. Allí se dio cuenta de que lo más probable era que Potter hubiera vuelto a Austria.

Draco esperó, deseando que Harry hiciera caso, porque eso significaría que estaba vivo.

Luego, recordó lo que se venía encima, y sus pensamientos se dispersaron.

El portón se abrió.

•••

(05:31 p.m)

La tarde se había hecho demasiado corta, y Harry recordaba pocas veces en los últimos años en las que se sintió tan... liviano. Al menos por unos segundos.

Hagrid les contó algunas cosas que había estado haciendo durante ese tiempo. Como tratar de dominar la magia sin varita ya que se había quedado sin una, o huir de los muggles que sospechaban que se estaban robando sus cosechas. Hagrid no había hablado con nadie en esos últimos ocho años, no en serio, y Harry se sentía tan mal al ver cómo se abstraía de pronto. A diferencia de Kreacher, por ejemplo, quien no podía callarse, Hagrid era todo lo contrario. De repente, lucía como si pensara que seguía solo.

En medio de ponerse al día, Hermione recordó a Seamus y Padma cuando Hagrid preguntó por el resto. Su amiga le pidió una lechuza al semigigante para mandar una carta entonces, y Hagrid le explicó que en Austria no existían las lechuzas como en Inglaterra, y que lo que podía ofrecerle era una especie mágica que había nacido de un cruce entre un «Ibis eremita» y una lechuza mágica común, la cual, cuando Hagrid la llamaba, llegaba sólo a veces, (o cuando le daba la gana). Entregaban cartas más rápido que otras aves y abundaban en Austria. El problema era que no siempre tenían buena disposición para cumplir los favores que uno les pedía.

Afortunadamente, no fue el caso, y sacando del bolso sin fondo de Hermione papel y tinta, (que, considerando la escasez con la que la Orden solía lidiar era impresionante que hubiese encontrado), la castaña escribió una carta a Seamus, resumiendo lo que había sucedido.

Mientras Hermione escribía, Harry casi dio un salto al sentir cómo su moneda hervía a un lado de la cadera, para después constatar que, las dos veces que lo hizo, Theo era el que quería entrar y salir de la base de la Orden. Harry quiso matarlo por el susto que le provocó.

Después de que comieran algo que Hagrid les ofreció –que muy bueno no estaba, si era sincero– y combinarlo con alimento que Hermione trajo, el semigigante les ofreció mostrarles el patio y la huerta donde había cosechado las cosas que comía. Todos, incluso Fleur, accedieron más que encantados.

Al mismo tiempo que Luna se enfocaba en una planta que parecía moverse, Bill examinaba los hechizos que Hagrid puso sólo con magia sin varita (o hecha con artefactos de dudosa procedencia), y Fleur junto a Hermione discutían sobre un vegetal, Harry se quedó a un lado de Hagrid observando la pequeña huerta que él se había labrado por sí solo.

—Lo siento —dijo Harry abruptamente, después de unos minutos de silencio—. Por no buscarte.

Hagrid le dio una palmadita en la espalda.

—Está bien, Harry. Estás aquí ahora.

Algo pesado se instaló en su garganta, pero se las arregló para dedicarle una sonrisa a Hagrid que esperaba que no hubiese salido tensa.

A lo lejos, Luna aplaudió al ver cómo una planta estaba dando sus frutos. Fleur tarareaba.

—¿Cómo me encontraron, a todo esto? —preguntó Hagrid entonces, sonando confundido—. ¿Por qué ahora?

Porque no teníamos idea. Porque creíamos que te habíamos perdido.

Harry se pasó una mano por los ojos. Los párpados comenzaban a pesarle.

—¿Recuerdas a Draco Malfoy? —replicó, sintiendo otra vez esa presión cuando se acordaba de su herida. Hagrid asintió—. Él dijo que te vio huir de la Batalla, y que no te habían capturado en todos esos años. Él nos dijo que estabas vivo.

—¿El hijo de Lucius Malfoy? —cuestionó Hagrid, sin entender—. ¿Es parte de los suyos ahora?

Harry recordó la absoluta pesadilla que Malfoy fue en Hogwarts. Cómo trató a Hagrid, cómo intentó despedirlo. Las burlas sobre la muerte de sus padres. Las cosas terribles que decía: "Ustedes, sangre sucias, serán los primeros en caer", o "A lo mejor todavía te acuerdas de cómo apestaba la casa de tu madre, Potter, y la pocilga de los Weasley te lo recuerda". Harry recordó al Malfoy que conoció meses atrás, el que parecía que con sólo una mirada podría llegar a quitarte los ojos.

Y pensó en el Draco que se había puesto delante de él para que no lo mataran. Pensó en el hombre que salvó a George, que llevaba pociones a la base, y que logró que Ron no perdiera su pierna, que mucha gente viviera. Pensó en el hombre que se preocupaba por los niños, aunque quizás no fuera la manera correcta de hacerlo. En la persona que le había remarcado que no era su culpa lo que sucedía, que lo había ayudado. Pensó en ambos, y la presión en su pecho de no saber qué tal estaba, creció.

—Sí —respondió Harry, ausente—. Sí, es parte de nosotros.

Hagrid soltó una risotada.

—Interesante, era un malcriado insoportable de niños, creí que lo odiabas.

—Sigue siendo un malcriado insoportable —replicó Harry, con una sonrisa leve—. Pero ya no lo odio.

Aquella certeza resonó por su cuerpo y se escribió en su piel. Admitir en voz alta que no odiaba a Draco, después de haber querido matarlo...

No. No lo odiaba. Por lo mismo esperaba que para cuando volviera a la base, el estúpido siguiera vivo. No lo había llevado a la misión para que muriera sacrificándose como un idiota.

—Así que él los trajo hasta aquí —comentó Hagrid, entendiendo—. ¿Cómo? Ni siquiera quien-ya-tú-sabes me ha encontrado. Me aseguré de ponerme bajo el Fidelius esta vez.

—¿Tú solo? —replicó Harry extrañado.

—Tiene sus fallas, no creo que sea tan efectivo como un Fidelius bien hecho. Pero es lo suficientemente poderoso para que no me encuentren.

Harry asintió. La verdad, lo del encantamiento Fidelius y sus variaciones siempre le había resultado confuso. No lo comprendía, se limitaba a aceptarlo y actuar cuando se lo pidieran, como en la base en la que él era el guardián secreto.

Cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro, Harry recordó la pregunta que le había hecho Hagrid.

—Malfoy investigó los movimientos que hubo en la prisión a lo largo de estos años. Dijo que hubo un intento de rescate en Nurmengard, y asumió que eras tú —explicó—. Confiamos en que pudieran identificar tu magia, él junto a Kreacher, pero nos encontraste antes de que ellos pudieran decir nada.

—O sea, ¿que viniste aquí sólo a base de suposiciones?

—La historia de mi vida en los últimos ocho años.

Hagrid se ladeó para observarle desde arriba. Harry sabía que tenía una cara de mierda. Todos habían dormido menos de una hora. Pero además de todo él fue herido, tuvo que dejar a Malfoy de vuelta a la base y tratar de no desgastarse gracias a dejar el portal abierto. Las ojeras debían llegarle a la barbilla.

—Estás diferente —murmuró Hagrid.

—Todos lo estamos.

El semigigante negó.

—Hay algo sobre tus ojos... —dijo, haciendo un gesto hacia su cara—. Brillan diferente. ¿Estás bien?

Harry no recordaba cuándo fue la última vez que le habían preguntado eso en serio. Y, viendo los dos pozos negros de Hagrid, se encontró con que las palabras salieron de su boca sin que él lo permitiera. No podía mentirle. Harry sentía que era su deber ser honesto con él.

—He estado luchando una guerra que no puedo ganar. Hace años dejé de estar bien.

Hagrid no respondió. Lo miró por unos segundos más, como si esperara que agregara algo. Pero no lo hizo. Y al cabo de un rato, soltó un sonido parecido a un "fiu", como si estuviera asombrado de que Harry pensara así.

No sabía cómo podía pensar distinto.

Un viento cálido recorrió su piel, viendo que el sol empezaba a caer.

—Tu también estás diferente —comentó Harry. Era verdad. No había punto en negarlo.

—Los he extrañado.

Harry fue el que le dio la palmada en la espalda esta vez.

—Y nosotros a ti.

Hagrid dio un paso al frente, para inspeccionar los cultivos, y Harry le siguió el paso en silencio, sin saber cómo decirle lo que quería a continuación. El punto por el que estaban allí.

Se aclaró la garganta.

—Hagrid...

Hagrid se giró hacia él, rociando unas plantas. Harry tomó aire, sintiendo de pronto que a su amigo no le gustaría lo que quería decirle.

¿Por qué?

—¿Te das cuenta de que hemos venido a buscarte, verdad? —dijo Harry lentamente—. Para que vuelvas con nosotros, a la base.

Hagrid detuvo lo que estaba haciendo.

Ambos se miraron por un largo rato. Hagrid, una vez más, se perdió en su cabeza. De su cara se fue ese gesto amable que siempre usaba, y su expresión era mortalmente seria. Mirándolo así, Harry podía ver al adulto que el mundo temía y encontraba peligroso en Hagrid. Su parte "bestia", a pesar de que de adolescente jamás lo reconocería, en ese momento sí. Hagrid no parecía quien realmente era cuando se perdía en su cabeza.

Harry estuvo a punto de repetir la pregunta, cuando,de pronto, un grito los interrumpió.

—¡Hagrid! —Hermione llegó del brazo de Luna. Harry no recordaba haberla visto sonreír desde hace meses. Lo hizo feliz a él—. ¡Tienes un jardín!

Hagrid aprovechó el momento para posponer esa conversación, dándole media espalda.

—Oh, sí, mira este... —dijo, casi con condescendencia, para añadir—: ¿Por qué no vas a acostarte mejor, Harry? Luces cansado.

Harry se quedó en su lugar.

Algo se retorció en su estómago, mientras veía a Hagrid alejarse.

•••

(05:50 p.m)

Bajo una capa invisible que Draco ahora reconocía que era una Reliquia de la jodida Muerte, era bastante improbable no poder engañar los controles fronterizos, por muy cuidadosos que estos fueran. Imposible no, pero sí muy improbable. No le fue tan difícil tardar menos de lo que se suponía, en llegar a su hotel de Irlanda sin ser descubierto.

Theo ingresó al lugar, esperando un rato a que un empleado apareciera para llevarlo hasta su cuarto. Draco se había encargado de dejarle una nota antes de marchar, tal como a Potter, con su puerta y la dirección del hotel escrita en ella, para que en el caso de que necesitara ir a verlo pudiera. La mujer que lo recibió, quien Draco suponía que no era completamente humana, comprobó que esa era su letra a través de algunos hechizos especiales, y lo llevó hasta la puerta que se suponía era la suya, dejándolos en paz antes de que Theo la abriera con la llave que Draco le entregó debido a la política de privacidad del hotel.

Una vez dentro, Theo le ordenó que se acostara en la cama mientras él juntaba sus cosas, para que descansara y se curase mejor de sus heridas. Draco obedeció sin rechistar. Estaba demasiado cansado como para discutir o negarse.

Mientras Theo limpiaba el aire de cualquier rastro mágico que pudiera ser vinculado con Potter, Draco se quitó la capa y murmuró en su dirección que hasta donde él recordaba, Luna estaba bien, para hacerlo sentir tranquilo. Antes de cerrar los ojos, vio como su amigo se tensaba.

Draco suspiró, repasando en su mente lo que había sucedido en las últimas horas y de lo que se había enterado. Que Harry había conquistado la muerte. Que estaban ambos igual de perdidos. Que los gigantes querían una alianza con él porque confiaban en su magia y porque, ¿cómo podrían no confiar en Potter? Draco rememoró la batalla, y como casi se le salió el corazón por la boca cuando vio cómo un Mortífago estaba dispuesto a asesinarlo con la maldición que hacía explotar los órganos. Draco estuvo a punto de verlo morir frente a sus ojos- haberse puesto entre el Mortífago y él ni siquiera fue una decisión consciente. Ni siquiera fue una elección. Tenía que hacerlo. Potter no podía morir.

Lo malo era que, en medio de la preocupación del momento, fue herido y ahora tenía que fingir que estaba bien- no, más allá. Tenía que curarse para cuando volvieran a Inglaterra, o todo estaría perdido. Lo único que deseaba en ese momento era aquello. Aquello, y que Potter se reencontrara con su semi-gigante, para ver si así dejaba de arriesgarse tanto por cosas que no valían la pena.

Draco se removió en la cama, tomando nota de que si bien el dolor interno disminuía con cada minuto, aquello quizás no sería suficiente para cuando volvieran. Y no podía ser así. Pondría en peligro muchos planes. Pondría en peligro a demasiada gente. A Pansy. A Theo. A Astoria. A su padre. A Potter.

—Listo —Theo dijo, sacándolo de sus pensamientos—. Nos Apareceremos de vuelta a la frontera, ahí tomaremos un traslador en el paso fronterizo.

Draco abrió un ojo, levantándose de a poco mientras veía cómo su amigo lo estudiaba. Seguramente esperaba ver qué tanto estaba avanzando su recuperación. Draco alzó el brazo, atajando la muñeca de Theo justo en el momento que se daba media vuelta.

—Espera —le dijo Draco, apuntando la varita de Theo con la barbilla—. Bórrame los recuerdos.

Él frunció el ceño.

—Creí que habías dicho que era peligroso que yo lo hicie-

—Potter no está, e intentarán meterse a mi cabeza por lo que ha pasado —lo cortó, como si fuera lo obvio—. Bórrame los recuerdos.

Theo se mordió el labio, pensando qué tan buena idea era, antes de decidir que lo haría. Draco se puso en posición, entregándole la capa invisible de Potter y pidiéndole que se la devolviera más tarde. Después, Theo llevó la varita hasta su sien y murmuró las palabras del hechizo.

Draco cerró los ojos, concentrándose en lo que deseaba olvidar.

•••

(06:12 p.m)

Harry sí durmió, al final, por órdenes de Hermione y porque de otra forma terminaría colapsando. No fue mucho tiempo, no alcanzó a ser siquiera una hora, aunque con lo poco que había descansado se sintió casi como un paraíso.

Después de que oyera a todos entrar a la casa, despertándolo y haciéndolo sentirse casi como en un sueño, miró el reloj de la pared, y recordó que tenían que espabilar.

Ahora.

Harry esperó a que Hagrid cerrara la puerta tras de sí para sentarse en la cama, y mirarlo directo a los ojos. La sala cayó en silencio.

—Hagrid... —dijo Harry. Ni siquiera le importaba que estuvieran rodeados de gente—. Por favor-

El hombre entendió de inmediato qué estaba pasando. La duda se implantó en su cara instantáneamente.

—No puedo dejar a mi hermano aquí, Harry —lo interrumpió él—. No puedo, es mi sangre.

Harry suspiró, recordando quinto año. Lo obstinado que parecía Hagrid en querer que Grawp hablara su idioma, que fuera aceptado, que no lo mataran. Incluso cuando el gigante parecía no quererlo, Hagrid habría hecho cualquier cosa por él. Cualquier cosa por mantenerlo vivo. Aquello no había cambiado. Aquello nunca cambiaría.

—Nadie te pide que lo dejes. —Harry negó—. Podemos rescatarlo en el futuro. Podemos hacerlo. Pero por favor, vuelve-

—Oh, Harry, no lo sé...

Harry estaba comenzando a ahogarse.

Aquello no podía ser en vano. No podía. Nunca se perdonaría a sí mismo si dejaba a Hagrid allí. Padma fue herida. Malfoy fue herido. Se estaba desgastando. Habían perdido provisiones, oportunidades. Para este punto quizás toda Inglaterra debía estar enterada que estaban allí, y no podía ser para nada, no podía-

—También te hemos extrañado —casi rogó.

Hagrid lo miró sin saber qué decir, para luego ocultar su cara como si quisiera llorar.

—Además —Hermione intervino suavemente—. No te hace bien quedarte aquí solo. Terminarás loco.

—Hemos viajado desde Inglaterra para buscarte —Bill terció—. No te obligaremos a nada, pero...

Harry aguardó en un tenso silencio, observando cómo Hagrid paseaba la mirada por cada uno de ellos, meditando su respuesta. Harry quería que dijera que sí. Lo necesitaba. Necesitaba un poco de estabilidad en ese mundo asqueroso, y-

—Está bien.

Harry estuvo a punto de soltar un lloriqueo del alivio.

Hagrid parecía derrotado, pero Luna fue la primera en tirarse a abrazarlo como si esa noticia fuera la mejor que le hubiesen dado en su vida, y su expresión se borró.

Y justo al momento en el que Harry se iba a levantar también y sugeriría volver a la casa de Irlanda para pasar allí la noche, organizar las cosas, y al otro día partir, algo lo detuvo.

La moneda de su bolsillo comenzó a quemar.

Podía ser una falsa alarma, como lo de Theo. Podía ser cualquier cosa, no tenía por qué ser necesariamente grave.

Harry sacó la moneda de su bolsillo, y la leyó. Hermione se asomó por su hombro, haciendo lo mismo que él.

Se dejó caer de vuelta al colchón, sintiendo como si en realidad estuviera cayendo en picada, con su cuerpo quejándose del agotamiento. Harry no despegó los ojos de la moneda, no podía.

El vello de su nuca se erizó.

Kingsley Shacklebolt estaba solicitando que lo dejara salir de la base.

—Mierda.

 

Chapter 30: Capítulo 25: Imprevisto

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(07:58 p.m)

Por alguna razón, la tarde que Draco volvió a la Mansión Malfoy, se encontraba más agotado que de costumbre.

No entendía del todo por qué Theo tuvo que ir a buscarlo a Irlanda antes de tiempo, siendo que él arrendó la habitación de su hotel por cuatro días y apenas se había cumplido uno. Sabía que hubo un intento de entrada a Nurmengard; sin embargo, Draco no veía cómo eso podía tener algo que ver con él. Sí, si se requería implementar soluciones necesitaban su voto en el Wizengamot, pero aún no se convocaba a ninguna reunión. Rodolphus simplemente había ido a encontrarlo a él junto a Theo a la frontera y gentilmente los escoltó de vuelta a la mansión, informándole que se requería su presencia allí debido a los Rebeldes que quisieron penetrar la prisión mágica, y porque aquel día era el traslado de los traidores que estaban hacinados en San Mungo a Azkaban.

Con esas vagas explicaciones, existía algo que a Draco no le cuadraba.

Durante el último tiempo había estado sintiéndose de esa manera- como si algo no estuviera en su lugar. Pero ese día era demasiado. Partiendo del hecho de que se encontraba en un nivel de agotamiento que no tenía razones detrás, puesto que apenas había hecho algo de esfuerzo el día anterior. Y porque, de nuevo, estaba experimentando esa sensación- en blanco. Como si su mente fuera incapaz de retener ciertas cosas.

Si Draco miraba en retrospectiva la noche pasada, desde el momento en el que se había quedado observando el relicario con la foto de sus padres, no tenía recuerdos de haberse ido a dormir, o de despertar en una silla. Apenas tenía recuerdos de esa mañana, de hecho, aunque creyó haber tenido malos sueños: gente que hablaba, un hombre que le pedía que no muriera y un entumecimiento en todo el cuerpo. Pero fuera de eso, no recordaba haber despertado, ni siquiera tenía claro en qué punto dejó entrar a Theo al cuarto.

Ilusamente, Draco creyó que dormir le ayudaría.

Y sin embargo, cuando despertó gracias a que las protecciones de la mansión estaban temblando, los vacíos en su memoria continuaban allí y el cansancio también.

Había sido así innumerables veces en el último tiempo.

Draco se levantó, haciendo una mueca, mientras decidía tomar una poción revitalizante. No es como si pudiera hacer mucho más.

Bajando hasta el salón principal, luego de que un elfo fuera a explicarle qué estaba sucediendo, Draco comenzó a poner la insignia de gota en su pecho, porque ese era el protocolo, y porque- bueno, le recordaría a la mujer quién era, en caso de que quisiera repetir una escena como la de la última vez.

Draco abrió la puerta del salón principal, y miró sin expresión alguna hacia el centro.

—Pansy —saludó.

Pansy se giró en su dirección. Su cara, a diferencia de la mayoría de las caras que Draco había visto en esos meses, no reflejaba el cansancio que la guerra estaba trayendo a sus vidas. Pansy se veía igual que la vez que vino a tratar de convencerlo de hacerle una ceremonia a Narcissa, se veía igual que el día que tuvieron su pelea, y se veía igual que la última vez que estuvo en la mansión visitando a Theo por la bomba.

Draco hizo una mueca de desagrado.

—Te ves como la mierda —dijo ella, después de quedarse mirándolo un buen rato.

Draco no respondió, cerrando la puerta para caminar hacia uno de los sillones. No tenía idea de qué carajos quería pero si era la reconciliación, ya había iniciado mal. Además, Draco no estaba seguro de querer reconciliarse con ella. Asegurándose de que siguiera sana y salva, pero lejos, era más que suficiente.

—Toma asiento —replicó, apuntando a una silla al lado de la chimenea donde Rodolphus se había sentado cuando fue a hablar con él, meses atrás.

—No será necesario. Es breve.

Draco enarcó una ceja, caminando hacia una bandeja en el extremo más alejado del cuarto, y sacando uno de los licores de recibimiento que su padre solía poner ahí, para presumir lo que tenían.

Su padre.

Inútil de mierda.

—Adelante —dijo Draco, dándole la espalda.

Tomó un Whisky de Fuego, comenzando a servirse, sin molestarse en ofrecerle un trago a Pansy. No bebía, se cuidaba demasiado. Tenía tiempo para eso. Para preocuparse de esas cosas banales.

—Quiero disolver nuestro compromiso —soltó ella de pronto—. Formalmente.

Draco detuvo el vaso a mitad de camino hacia su boca, y se giró para mirarla.

Pansy tenía los labios apretados y evitaba mirar en su dirección. La máscara de una vida de entrenamiento sangre pura estaba en su lugar, y lucía como la verdadera imagen de la seguridad y determinación. Claro que si Draco se enfocaba en la manera en que jugaba con uno de sus anillos, con sus manos cruzadas, sabía que en realidad se encontraba lejos de estar calmada.

Draco la miró por un minuto entero, pensando en el día en que le propuso matrimonio, sabiendo lo beneficioso que aquello sería para su imagen. Para la imagen de ambos. Dos muchachos sangre pura comprometidos a preservar la línea, juntando dos familias poderosas tan jóvenes. Pansy, una soltera codiciada gracia a su estatus, y Draco, un Mortífago parte del Nobilium que cada vez escalaba más y más alto. A quien llamaban Astaroth porque no se atrevían a dirigirse a él por su nombre. De cara al mundo mágico eran casi una pareja perfecta. Si eso se rompía ahora, en medio de una guerra... sabía la imagen que proyectaría de él y de los Mortífagos. Ahora más que nunca. Ya había hecho bastante daño la revelación de la infidelidad de Yaxley a su mujer.

—No —replicó finalmente.

Pansy no hizo nada por unos momentos, como si hubiera escuchado mal.

Y luego lo miró con total incredulidad, con su cara volviéndose roja de la ira. Lucía como si aún tuviera quince años.

—No te estoy preguntando.

—Me importa una mierda —dijo él tajante—, mi respuesta es no.

Draco tomó de su whisky sin inmutarse. No iba a permitir que eso sucediera ahora.

—¡A ti ni siquiera te importa! —gritó ella, perdiendo la compostura—. ¡Ambos sabemos que no nos íbamos a casar nunca!

—A los ojos del mundo mágico, ya estamos en edad de compromiso, ahora más que nunca —Draco explicó con calma—. Es beneficiosa una unión entre los Malfoy y los Parkinson y lo sabes. Incluso si es sólo un compromiso.

—Cásate conmigo entonces.

Pansy se cruzó de brazos, observándolo con reto. Aparentemente, la ira y las ganas de joder eran más fuertes que su nerviosismo. Draco suspiró, comenzando a perder la paciencia. Ya recordaba por qué no le interesaba demasiado pelearse con ella, Pansy era simplemente agotadora.

Un compromiso mágico era menos poderoso que un matrimonio, pero, como su nombre lo decía, seguía siendo un compromiso. Algo que debía cumplirse. Draco y Pansy ya estaban vinculados de una forma u otra, y aunque el matrimonio no estaba dentro de sus planes, de cara el mundo entre ambos ya existía una unión. No era necesario casarse.

—El compromiso ya es una unión lo suficientemente ventajosa —comenzó a decir—, no es necesario-

—Blaise quiere venir por mí.

Draco dejó que la información lo golpeara. Que se asentara. Que el tono firme de Pansy resonara en sus oídos.

Y bueno-

Eso sí era sorprendente.

Bajó la mano otra vez, la que traía el vaso, y paseó su vista por los rasgos de la cara de Pansy, tratando de buscar la broma. Pero Pansy estaba seria, e, increíblemente, aquello parecía estar lejos de ser un chiste.

—Blaise —Draco repitió, creyendo haber oído mal—. Blaise Zabini.

—Sí.

Draco esperó unos segundos.

Y entonces-

Se echó a reír. Fuerte y de forma cruel.

Pansy retrocedió.

—No, no lo hará —le dijo Draco entre risas.

La mujer se llevó una mano al pecho, y Draco pudo ver como estaba tratando de alcanzar su varita. Él la observó con calma, diciéndole con los ojos que se atreviera si es que tenía las agallas, mientras avanzaba hasta ella con postura de amenaza.

—Lo hará, porque me ama —murmuró Pansy.

Él había intercambiado correspondencia con Blaise los últimos años, y lo único que Blaise veía en la gente eran conexiones, juegos de poder, piezas y alianzas. No veía personas o sentimientos. Por casi una década Zabini simplemente se había centrado en tantear terreno en Inglaterra para subir de estatus. Lo más seguro era que pensaba que en algo le beneficiaría llevarse a Pansy fuera del Reino Unido. No había otro motivo por el que lo hiciera.

O había razones para que le hiciera creer a Pansy que la buscaría. Eso del amor era una patraña.

—Pansy, Blaise no ha tocado Inglaterra desde que su madre lo envió lejos después de la Batalla. No ha venido en ocho años, ¿qué te hace pensar que va querer venir a... buscarte, me dijiste? —Draco se rio de nuevo, igual de fuerte—. ¿Ahora?

Pansy empezó a rechinar los dientes.

—Hemos hablado siempre. Todo el tiempo durante estos ocho años a través de cartas. Yo le he detenido de venir antes, porque respetaba nuestro acuerdo y porque tenía miedo de que lo hiciera en vano y ya después no lo dejaran irse. —Pansy hizo una mueca de asco—. Pero las cosas han cambiado, y me iré con él. No queda nada para mí aquí.

Draco suspiró condescendientemente, dejando su vaso encima de una mesita. Pansy estaba delirante. Aquello probablemente era una venganza estúpida contra él.

—Mira, Pansy —dijo Draco—. Incluso si lo que me dices es cierto, las probabilidades de que lo dejen entrar son bajas, y recuerda que  no puedes marcharte. Por ley.

Pansy cambió el peso de un pie a otro, y desvió la mirada. El jugueteo con su anillo se volvió más insistente. Draco analizó sus movimientos, reconociendo lo incómoda que se encontraba, casi como si hubiera dado justo en el clavo, y que... lo que Draco le dijo era justo lo que ella no quería oír. O que no esperaba que él notara.

Un hilo del que tirar.

—Ah, lo sabes —dijo él deleitado, arrastrando las palabras—. Sabes que es ilegal dejar el Reino Unido.

—No me impor-

—Ah, ah —Draco la interrumpió, chasqueando la lengua—. Cuidado con terminar esa oración.

Pansy cerró la boca y sus ojos se inundaron de pánico.

Draco comenzó a rodearla, sintiendo el nerviosismo emanar de cada poro de la mujer, para luego posarse frente a ella. Había hablado de más, y maldita sea si no se iba a aprovechar de eso. Pansy estaba loca si pensaba que Blaise iría como un caballero a rescatarla de su pobre vida, y estaba aún más loca si pensaba que Draco permitiría todo eso sin rechistar. Partiendo desde que era peligroso, y terminando porque era perjudicial para ambos. Que ella no lo viera no era su problema.

Pansy levantó la barbilla cuando Draco la miró socarronamente.

—No, Pansy, no te irás con él. ¿Sabes por qué? —Draco le dijo, esbozando una sonrisa sin humor—. Porque si lo haces, te delataré.

Pansy pareció haber sido golpeada.

—¿Quién mierda eres? —susurró, casi como un acto reflejo.

Draco la ignoró.

—No vas a cancelar el compromiso, y no vas a hacer algo tan estúpido como tratar de fugarte.

Los dos tenían claro qué sucedía cuando se encontraba a alguien tratando de escapar de las fronteras. Azkaban era un buen prospecto, pero no sin antes una interrogación para saber qué planes tenían tratando de escapar de ese perfecto mundo. Era considerado traición, y Draco estaba dispuesto a amenazar a Pansy si eso significaba que no iba a ponerse a hacer cosas así de idiotas.

—Me das asco, carajo —escupió ella, y Draco supo que lo decía en serio. Aquello no causó nada en él—. Eres una mierda. Una puta mierda. No sé cómo no me había dado cuenta antes.

Draco no dijo nada, simplemente la miró.

Pansy se le acercó, como si quisiera gritar, rogarle que no dijera nada, o frustrarse por haber cagado su plan ella misma. Afuera, el cielo estaba oscureciendo.

—Espero que las cosas hayan quedado claras —dijo él, al cabo de unos minutos de silencio.

Pansy apretó los puños.

Y de un segundo a otro, levantó la mano para estrellarla contra su mejilla.

Draco agarró la muñeca antes de que eso pasara, y ejerció una leve presión, provocando que ella hiciera una mueca que tenía que ver con el desespero en vez del dolor. Draco clavó sus ojos en el rostro de Pansy sin dejarla ir.

Y la expresión de su cara... cambió.

Miedo.

Draco lo reconocía. Su amiga sabía perfectamente de lo que era capaz.

No era la primera vez que lo miraba así. Pero era la primera vez que Draco lo sentía tan real. Su mejor amiga- su ex mejor amiga- estaba sintiendo miedo de él.

Y Draco intentó encontrar algo qué sentir en el profundo pozo negro en el que se encontraba.

Justo cuando Pansy trató de removerse, y Draco se rehusó a dejarla ir, sintiendo su pulso acelerarse bajo el tacto, un elfo se materializó entre ambos, evitando cosas que era mejor no imaginarse que podrían pasar.

—Señor Malfoy, señor —dijo la criatura, tomando sus túnicas—. La última vez que usted estuvo aquí le pidió a Willbbyum que le avisara cada vez que la radio de los traidores empezara a sonar, señor.

Draco giró los ojos a la criatura y esta dio un brinco, sin mirarlo a la cara. Una parte de él se encontraba aún más irritado de lo que ya estaba, al saber que si la radio sonaba, esos despreciables sangre sucias se estaban movilizando y él sería llamado a pelear.

Pansy logró zafarse de su agarre en ese momento de desconcentración.

Draco observó cómo ella retrocedía, llevando la mano que estuvo a punto de abofetearlo hacia su pecho. Pansy parecía estar en estado de shock, pero para ese punto su atención se había movido a otra cosa.

—Vete —ordenó Draco.

Pansy prácticamente corrió hasta la chimenea.

Draco se giró hacia el elfo, que cuando notó que lo estaba mirando, agachó la cabeza y desapareció, chasqueando los dedos y murmurando algo como que "esperaba haberle sido de ayuda''. Draco agarró el vaso con whisky y caminó hacia la Sala de Estar, donde tenía una radio que le habían entregado el día del secuestro de Rookwood. Pensó en los Rebeldes y lo que podían estar haciendo, cómo probablemente se encontraban saboteando el traslado de los traidores a Azkaban, y cómo de seguro estaban siendo ayudados por la huelga en la que los sanadores se encontraban desde la masacre del Valle de Godric.

Draco avanzó hasta tocar la puerta, pensando en Potter y en cómo su piel ardía de la rabia cada vez que lo recordaba a él y sus deseos de venganza. Por haberse escondido todos esos años como un puto cobarde y salir de pronto, cuando su madre ya estaba muerta y cuando su padre estaba preso por matarla. Por ocasionar que lo torturaran a él y al resto de los Mortífagos. Por creerse mejor que el resto aún así. Imbécil. Cabrón.

—... No es recomendable intentar salir de San Mungo, no después del hechizo que los sanadores le han puesto encima, para evitar que nadie sin permiso tenga permitido entrar —Draco oyó, entrando a la sala—, mejor escuchen lo que los medimagos les indican y obedezcan...

Es que lo sabía.

Se mordió la lengua, acordándose de que en algún momento, él había pensado que aquello de que los medimagos no dejaran entrar a nadie a San Mungo después de la batalla del Valle de Godric, traería problemas en un futuro. Y los estaba trayendo. Se suponía que los medimagos debían haber aprendido ya- se supone que debían ser menos estúpidos y darse cuenta que hablar contra el Señor Tenebroso ya los hizo ser torturados y asesinados en la primera y segunda guerra. Aquello sucedería de nuevo.

—... La Orden, nosotros, estamos haciendo lo posible por evitar que los Mortífagos entren a secuestrar a gente inocente y darles un juicio injusto. Lo mejor que pueden hacer es confiar y resistir desde adentro. Evitar que las protecciones hechas por los medimagos se debiliten...

Draco bufó, levantando la manga para darle un vistazo a su Marca Tenebrosa, la cual ni quemaba, ni se estaba moviendo. Era probable que lo que sea que estuviera pasando fuera un ataque menor, y que a pesar de que los asquerosos se estaban movilizando rápido, no era necesaria su presencia, o ya lo estarían localizando.

Se sentó en la sala de estar y comenzó a beber lo que le quedaba de su whisky, pensando en la conversación que acababa de tener con Pansy. No podía decir que le preocupaba o le importaba demasiado, si era sincero. Draco, la mayoría del tiempo, conseguía lo que quería y evitaba lo que no. Pansy no rompería su compromiso. Pansy no se iría con Blaise. Esperaba que la amenaza de entregarla fuera suficiente.

Aunque estaba claro que él no lo haría.

Entregarla, quería decir.

La idea era mantener a Pansy a salvo, no asegurar su muerte.

Sus pensamientos se desviaron a Goyle entonces, y cómo aún estaba desaparecido. Cómo se confirmó que la Orden lo tenía... y su rabia creció. ¿Qué mierda se creían teniéndolo secuestrado? Goyle valía muchísimo más que eso. Y si eran lo suficientemente inteligentes, no se atreverían a matarlo. Draco ya idearía un plan sobre cómo sacar a los miembros del Nobilium que tenían ahí. Eran poderosos. El poder tenía que significar algo. Mientras tanto, que los idiotas no se atrevieran a tocarle un pelo a uno de sus mejores amigos.

La radio hacía eco en el fondo, al mismo tiempo que Draco se acababa su trago y su mente volvía al día anterior, a las lagunas que tenía desde las tres de la mañana. Y es que lo habría dejado pasar, si es que esa fuera la primera vez que le sucedía. Pero no- y eso era peligroso. Casi parecía... intencional. Aunque podría ser producto del estrés, según cómo lo habían diagnosticado los medimagos presos en la mansión después de la Batalla de Hogwarts. Fuera como fuera, no podía ignorarlo, y tendría que ir a consultar.

Bueno, cuando la crisis de San Mungo acabara.

Draco suspiró, tanteando su bolsillo y escuchando cómo uno de los gemelos hacía una broma –el que quedaba vivo. Draco nunca aprendió a diferenciar cuál era cuál por lo insignificantes que le parecían– y la otra persona hablando a través del micrófono le respondía con otra broma, tratando de aligerar el ambiente de forma notoria.

Patético.

Encontrando lo que estaba buscando, Draco sacó el relicario de su bolsillo y lo abrió, analizando la foto obsesivamente, como lo hizo en el hotel. Buscando alguna señal, algún signo que desde ese entonces todo hubiera estado podrido. Porque no podía ser de repente. Uno no se levantaba un día queriendo matar a alguien a quien considerabas el amor de tu vida.

Y su padre asesinó a su madre.

Pero como siempre, por mucho que mirara, no encontró nada.

La Narcissa del recuerdo miraba feliz hacia la cámara, sonriendo mientras pellizcaba una de las mejillas del niñito rubio entre sus brazos. Y Lucius lo sostenía también, intercambiando la vista entre su hijo, su poderoso heredero, y la mujer de sus sueños. Se veían felices. Draco casi sintió pena por ellos y cómo ignoraban el destino que se les venía encima.

Cerrando el relicario, se levantó, decidiendo ir a elaborar pociones y acabar el hechizo que el Señor Tenebroso le había pedido meses atrás. Ya no podría dormir, y no tenía ánimos de escuchar a los despreciables Rebeldes.

•••

(08:35 p.m)

Poco antes de que pasara una hora, Draco sintió su Marca quemar.

Sin siquiera pensarlo, tomó la chimenea hasta el Ministerio.

Después de tantos años creía que ya se había acostumbrado a esa agonía, a ese ardor de la serpiente de querer ir hasta su dueño y cumplir con las órdenes que este le encargaba. Pero cada vez que Draco sentía la Marca quemar, intentaba deshacerse rápido de la sensación. Aquella vez no era distinto.

Lo que la Marca le indicaba en ese instante, era que estaba siendo convocado al tribunal del Wizengamot, donde lo más seguro era que se votarían medidas por lo que sucedió en San Mungo y en Nurmengard. O sea que lo necesitaban allí. Draco obedeció.

Mientras tomaba asiento en su silla del Wizengamot, miró perezosamente cómo los demás miembros llegaban al lugar, tranquilos, delatando que no fueron llamados a luchar en San Mungo y que aquello seguramente quedó para los Aurores, Purificadores, y el ejército que el Señor Tenebroso se había estado montando desde que asumió como Gran General.

A pesar de que Draco miraba directamente a cada uno de los miembros acomodarse en sus lugares, notó que prácticamente ninguno le devolvía la mirada, y los que sí, lo observaban con una combinación de cólera y precaución. Draco asumía que la razón era porque la mayoría de las veces que algo había salido mal en las luchas, él se había encargado de hacerles pagar bajo las órdenes del Lord. Y a pesar de que no era la primera vez, se suponía que aquellos tiempos habían quedado en el pasado, en la Segunda Guerra. Y ahora... estaban volviendo. Eso no les agradaba. Theo, de hecho, era el único que no lucía como si le agarrara rencor por torturarlo. Nunca.

Draco se reclinó en su asiento justo en el momento que el Señor Tenebroso ingresó al lugar. Sus pensamientos se acallaron.

No siempre iba, se encontraba demasiado ocupado. La mayoría del tiempo, alguien del Nobilium ocupaba su lugar y reemplazaba su voz. A Draco le llamaba la atención qué podía ser tan importante del asunto que discutirían, como para que el Lord fuera hasta allí.

La sala se volvió fría a medida que avanzaba a su puesto como el Jefe del Wizengamot. El mundo se quedó en silencio. Draco podía ver la magia negra emanar de él, los tentáculos llenando el espacio, subiendo por las paredes y arrastrándose por el suelo. El Señor Tenebroso no miró a nadie, él sabía que nadie era digno de tanta atención, y se sentó en su lugar, haciendo que Draco tuviera que recordar que, sin importar qué tan poderoso o bestia se viera, el Lord seguía siendo un humano.

Este abrió las palmas, sacándolos del trance, y dio por iniciada la sesión.

Rodolphus se puso de pie, empezando a exponer los puntos a tratar.

El primer deseo era reforzar las protecciones que rodeaban al Reino Unido para evitar fugas de la cuarentena y gente saliendo de ella sin autorización, debido a los eventos recién sucedidos durante la madrugada, en que Mortífagos ubicados en la prisión de Austria vieron cómo, cuando llegaban sus turnos de resguardar Nurmengard, los cadáveres de los guardias del turno anterior estaban tendidos en el piso, asesinados de las peores formas posibles y uno afectado por la maldición de la Muerte Negra. Lo cual indicaba que lo más probable, era que algunos de los Rebeldes habían encontrado una forma de salir.

El segundo deseo era crear ciertas comisiones de confianza que comenzaran a reunirse con los partidarios del régimen del Señor Tenebroso en otros sectores de Europa, para así ganar poder, mientras se encargaban de neutralizar los movimientos Rebeldes que podrían surgir en otros países. Ya que el ataque a la prisión podría no ser obra de la Orden atrapada en Inglaterra, sino aliados de Potter. Lo que se buscaba con esa ley, era que en caso de que la comisión fuera atrapada por Aurores extranjeros y deportada al Reino Unido, impedir que allí los involucrados fueran juzgados por la ilegalidad de sus acciones. La ley les otorgaría inmunidad.

Ninguno de los presentes cuestionó, o se hizo esperar a votar a favor de todo. Unánime. Draco sólo esperaba que fueran sigilosos, para que los demás países se mantuvieran lejos de ellos y de la guerra. Ya tenían suficientes problemas.

Cuando la sesión se levantó, Draco esperó en su lugar unos segundos para que Lestrange se le acercara, suponiendo que querría hablar con él después de que hubiese ordenado a Theo ir a buscarlo a Irlanda, pero cuando aquello no pasó, se paró de su asiento sin dedicar una mirada a nadie, y se encaminó a la salida. Estaba demasiado cansado como para querer que esa charla sucediera ese día. Podía esperar.

Sin embargo, la magia del Señor Tenebroso se interpuso entre él y la puerta.

—Astaroth.

Draco hizo una reverencia inmediata, bajando la cabeza.

—Mi Señor.

El resto ya había abandonado el tribunal, sin siquiera haberlo notado, y Draco por alguna extraña razón encontraba ese escenario familiar. Pero familiar de una mala forma. Casi como se sentía hacia el Lord a los dieciséis años, temeroso de hacer o decir la cosa incorrecta para no ser asesinado.

Pero era distinto, porque Draco se sentía lo suficientemente seguro de su puesto y de sus creencias esta vez.

E ignoró a la voz de sus cerebro que susurró que aquello no era completamente verdad.

—¿Qué piensas del intento de entrada a Nurmengard? —preguntó el Señor Tenebroso, dando un paso atrás.

Draco se extrañó por la pregunta, (¿desconfiaría de él por estar en Irlanda? Lo dudaba), pero se limitó a responderla honestamente. Su mirada se mantuvo fija en el suelo hasta que el Lord hizo la seña que le permitía verlo a la cara.

—Creo que... dudo que hayan sido los Rebeldes —contestó Draco, tratando de no mostrar ninguna expresión viendo a sus ojos completamente rojos—. En primer lugar, los sangre sucias no tienen la inteligencia suficiente para siquiera intentar llevar a cabo un plan así. Y en segundo, es básicamente imposible quebrantar una protección mágica como la cuarentena. No sin un gran poder mágico- que dudo que lo tengan.

El Señor Tenebroso consideró sus palabras por unos momentos. El único ruido provenía de las conversaciones de afuera.

—¿Qué crees que sucedió, entonces?

—Pienso que fue gente de Austria causando problemas.

El Lord se quedó muy quieto, y su semblante se ensombreció.

—Ya veo...

Draco iba a decir algo más, complementar su argumento o simplemente despedirse, no lo sabía, porque antes de abrir la boca, sintió cómo el mundo daba vueltas y las últimas horas pasaban frente a sus ojos, desde lo más nuevo a lo más antiguo. Abrupto. Duro. Doloroso.

La terminación del hechizo encargado. La pelea con Pansy. Las cosas que ambos se habían dicho. Theo en su cuarto, explicando qué estaba haciendo ahí en Irlanda. El relicario. El comerciante. La llegada al hotel.

Pero fue más allá aún, el Señor Tenebroso navegó por su cabeza, viendo las últimas semanas y meses. Draco no entendía por qué estaba haciendo todo eso, no había nada interesante allí. Nada que él no supiera. No tenía secretos, no tenía nada que ocultar para el Lord. Y si desconfiaba de él, sus sospechas eran infundadas y estúpidas. Nacidas de la paranoia y la desconfianza que el Señor Tenebroso sentía por todos en esos momentos.

Este pareció concordar con lo que Draco pensaba.

Porque entonces, los recuerdos se desvanecieron y él se encontró de vuelta en el tribunal, viendo la expresión profundamente complacida del Lord, que lo miraba como si esa situación le causara gracia.

—No es imposible traspasar la cuarentena. Maia me confesó años atrás que los Rebeldes tenían el conocimiento para hacerlo. El problema es que nunca hemos podido encontrar en qué lugar es que quebrantan la ley —dijo él, lento—. Pero creo que puedes tener razón...

Draco volvió a agachar la cabeza, sin mostrarse sorprendido por la información nueva.

—Gracias.

El Señor Tenebroso aguardó unos segundos para volver a hablar. Su voz sonando fría como un témpano.

—Sígueme.

Draco no tenía más opción que hacerle caso.

(10:12 p.m)

Se estaban dirigiendo hacia los calabozos del Ministerio.

—En los alborotos de esta tarde —comenzó a decir el Señor Tenebroso, a medida que avanzaban por el oscuro pasillo de las últimas plantas—, finalmente no hemos podido entrar a San Mungo, por los asquerosos justicieros de los sangre sucia. Pero ganamos más de lo que perdimos, Astaroth —según su tono de voz, que no demostraba ironía o rabia contenida, Draco sabía que hablaba en serio—. Y tú tendrás el placer de hacerte cargo de la interrogación de nuestro mayor premio.

Draco frunció el ceño a la espalda del Lord y continuó caminando, sin responder. No era su lugar hacer preguntas, sólo obedecer, pero le llamaba la atención... El Señor Tenebroso no lucía tan feliz como si hubieran capturado a Potter, pero sí lo suficiente como para notar un cambio en su actitud y permitirle a él ejecutar una interrogación importante con tanta emoción.

Casi como si fuera una recompensa.

El Señor Tenebroso se detuvo frente a una de las pesadas puertas donde, detrás, había un cuarto con una celda para los prisioneros antes de ser llevados a Azkaban. La abrió de par en par, haciendo que la persona de adentro se pusiera a exclamar cosas que sonaban bastante como insultos.

Draco esperó hasta que se le diera permiso de avanzar él también.

Dando pasos lentos y medidos, Draco caminó hacia el otro extremo de la habitación, frente a las barras. Olía a moho y humedad, y la incomodidad flotaba en el aire. Sus ojos se encontraban fijos en los zapatos, y por una extraña razón, una sensación de malestar nació en la boca de su estómago, una que no experimentó en todo el día, incluso cuando Theo apareció de imprevisto en Irlanda. Estaba sintiéndola ahora.

Y con justa razón.

Draco se paró a un lado del Señor Tenebroso y esperó, pacientemente, a ser ordenado a proceder.

—Observa, Astaroth.

Draco lo hizo, sintiendo un pitido en sus oídos al encontrar la mirada del animal acorralado que el Lord y sus compañeros lograron capturar.

Minerva McGonagall estaba atada de manos y pies al final de la celda.

Fin del I Acto.

Notes:

Uhm... sí. Eso pasó. Upsi(?

Este es, técnicamente, el final del primer libro si es que esto fuera una trilogía, que es como pensé en dividirlo en algún punto, (pero al final me decidí hacer nada más un meeeega long fic JAJAJKS).

Cómo estamos? Se acordaban de que Draco era tan culero/csm/pelotudo? Mis amix betas preciosas no, y quedaron impactadas XD tuvieron que releer el primer cap para comprobar que así es Draco sin saber sobre la Orden.

En fin. El primer cap del segundo acto será posteado una vez que termine de darles una corregida (no se desesperen, ya tengo leído hasta el cap 42 por lo que no demoraré). Así que... hasta entonces, nos leemos!! <3

PD: sé que les di más dudas que respuestas y más problemas que soluciones. Upsi de nuevo:D

Chapter 31: Capítulo 26: Obediencia

Chapter Text

"El héroe no aspira a la felicidad, sino al cumplimiento de su misión."

II acto

Draco apartó la mirada apenas la vio.

Una avalancha de emociones subió por su pecho y se instaló allí, mientras escuchaba cómo el Señor Tenebroso abría la celda para permitir que ellos ingresaran a interrogarla. McGonagall ni siquiera trataba de luchar, después de todo, la celda –o mejor dicho, las cadenas– inhibían su magia, impidiéndole transformarse como animaga o hacer magia no verbal.

Draco no había visto a esa mujer en más de ocho años. Durante las peleas, los miembros de la Orden no solían perder o sacarse sus máscaras, por lo que había olvidado la forma de su rostro, su tamaño, el poder que tenía. Draco había olvidado lo mal que siempre le cayó.

Era la primera vez que estaba siendo enfrentado así a una parte de su pasado. Un pasado demasiado lejano para él. Perteneciente a otra persona.

—Buenas tardes, profesora —dijo, tomando valor para verla de nuevo a la cara.

El único ojo bueno de McGonagall parpadeó, indiferente.

—Draco Malfoy.

El Señor Tenebroso la rodeó para luego posarse a un lado de Draco y observar, complacido, a su presa. Draco lo imitó, aunque su mente estaba centrada en lo que sentía. ¿Deseaba hacer eso? Una parte de él, una que acababa de descubrir que le guardaba rencor, sí, sí que lo hacía. ¿Pero era suficiente para querer hacerla pagar? Draco no disfrutaba de sus torturas, si era sincero. Hacía lo que debía hacer cuando se lo pedían, y la mayoría del tiempo no le producía nada.

En ese momento, no estaba seguro de qué sentir.

—¿Hay Veritaserum, mi Señor? —preguntó Draco, sin quitarle los ojos de encima.

—Ya se lo han dado.

Draco se fijó entonces en las líneas temblorosas de su cuerpo amarrado en los extremos de la pared. Se fijó en sus labios azules y lo pálida e ida que estaba; cómo su rostro no demostraba ni una emoción. McGonagall había sufrido una sobredosis de Veritaserum, y desde incluso antes de que el interrogatorio iniciara, ya se encontraba en sufrimiento. Su cara estaba hinchada gracias a un golpe, e inexpresiva por la poción. Tenía sentido ahora que no lo observara con ningún gesto concreto.

Draco hizo una reverencia hacia el Lord.

—¿Qué quiere saber?

Él hizo un gesto, abarcando a su alrededor.

—Quiero saberlo todo. Quiero hacerlos pagar.

Draco asintió como el leal siervo que era, apuntando su varita a McGonagall.

—¿Dónde está Potter?

McGonagall se resistió, haciendo sólo una pequeña mueca. Draco recordó a Hannah entonces, meses atrás, y su hábil dominio de la resistencia al Veritaserum y a las torturas. Aunque a Draco ese recuerdo se le desdibujaba en la mente, sabía que habían concluido que Abbott era una traidora. Probablemente aquello era un entrenamiento entre esos parásitos.

—¿Dónde se encuentra su base?

Nada.

Draco miró de reojo al Señor Tenebroso, haciendo que éste repitiera la pregunta, pero McGonagall no respondió ante nadie.

El Lord negó, como si estuviera decepcionado de ella.

—¿No vas a hablar? —le preguntó, con voz condescendiente.

McGonagall apretó los labios. Draco la encontraba estúpida. Cualquier persona cuerda ya habría dicho todo lo que sabía. O al menos... cualquier persona que supiera quién era él y lo que podía llegar a hacerle.

—Una última oportunidad, Minerva —repitió el Lord—. ¿No quieres decir nada?

Draco esperó. Esperó cualquier cosa, pero lo único que recibió fue el silencio de la mujer, quien luchaba consigo misma. El Señor Tenebroso volvió a negar con falsa pesadumbre.

—Astaroth —dijo él, lentamente—. Adelante.

Draco sabía lo que quería, y le dio una vuelta a su varita. No se detuvo a pensarlo.

Crucio.

La maldición funcionó de inmediato, lo que hizo que una parte de Draco se sorprendiera. Un rincón de sí mismo quería hacerle daño a McGonagall, quería vengarse de ella; que el efecto de la Maldición Imperdonable hubiese sido tan inmediato lo delataba. Quizás, simplemente, por ser una traidora de la sangre y una defensora de los sangre sucia. No lo sabía.

La mujer no gritó, aunque sí se sacudió y se quejó mientras el Lord repetía sus dudas y esperaba que respondiera. Ambos sabían que en realidad, no conseguirían nada de ella.

Al cabo de unos segundos en los que McGonagall siguió sacudiéndose, el Señor Tenebroso volvió a hablar.

—Detente.

El cuerpo de la mujer cayó laxo, las cadenas golpearon la pared. Draco vio cómo los temblores, gracias a la sobredosis, se hacían más notorios. El Señor Tenebroso avanzó después de apreciar la imagen, deleitado con su dolor.

—¿Dónde se encuentra su base? —preguntó, apretando las muñecas de McGonagall con un movimiento de mano, provocando que una de ellas comenzara a ponerse morada.

Ambos esperaron en silencio a que respondiera, y cuando no lo hizo, los ojos rojos conectaron con los suyos y Draco supo lo que le pedía.

Otra ronda de Crucio le siguió.

Draco estaba dejando la mente en blanco mientras lo hacía. De lo contrario, no estaba seguro de que la tortura funcionase, porque los recuerdos de su infancia ahora sí estaban llegando. Su ex profesora dictando clases, castigándolo, favoreciendo a los Gryffindor.

Pero también, viéndolo pálido y deshecho a los dieciséis años, preguntándole qué le pasaba o en qué podía ayudarlo. Dándole detenciones como excusa para mantenerlo vigilado y protegerlo. Dictando consejos y sermones que él no había pedido. Siendo el único adulto, además de Snape, que notó que algo andaba mal cuando su mundo se estaba derrumbando.

Tenía que dejar su mente en blanco.

McGonagall se sacudía sin detenerse, y lo único que Draco veía, era a una mujer desconocida que tuvo la mala suerte de ser atrapada. Honestamente, preferiría estar haciendo otra cosa. Tenía asuntos más importantes que atender.

Las extremidades de Minerva se doblaron en una posición antinatural la tercera vez que Draco aplicó un Crucio, y tuvo que apartar la mirada cuando un crack resonó en la celda, gracias a un par de huesos rotos. Las mejillas de McGonagall estaban surcadas de lágrimas. Draco fue ordenado a detenerse. Cerró los ojos.

Al cabo de unos segundos, el Señor Tenebroso volvió a hablar.

—¿Cuántos son ustedes? —preguntó.

—Dos- Tr... —farfulló ella, medio ida.

McGonagall apretó los labios, ladeando la cabeza, como si así evitaría que se deslizara la información que luchaba por salir de sus labios, gracias al agotamiento que las torturas y el Veritaserum. Draco casi se sintió impresionado. La mayoría de sus víctimas ya se quebraban para ese punto, o se volvían locas.

Pero si Hannah no lo había hecho, mucho menos Minerva McGonagall.

Draco aguardó unos segundos a que la mujer se recuperara de los Crucios, y cuando el Señor Tenebroso lo consideró prudente, le hizo una seña para que subiera de intensidad.

Él lo comprendió. Apuntando su varita, su voz no flaqueó al continuar la tortura:

Veritatis Dolorem.

McGonagall no gritó de inmediato.

De hecho, su cuerpo no dio signos de estar afectado por ese conjuro que hacía que pequeñas cuchillas se clavaran en sus órganos, mientras más se resistía a decir la verdad. McGonagall lo estaba aguantando con maestría.

Pero pasados diez segundos, sus alaridos resonaron por toda la celda.

La mujer se sacudía entre sus cadenas, mientras la maldición desgarraba su interior, provocando que se desangrara de forma interna. Draco podía ver cómo la magia negra se movía por su sangre como si fuera un parásito, volviendo su piel negra. Le habría gustado poder taparse los oídos. Draco podía ver exactamente qué huesos de sus brazos y piernas estaban haciéndose añicos. Se preguntó si alguna vez podría volver a usarlos.

—¿Dónde está Potter? —preguntó su Señor, en tono aburrido—. ¿Dónde está su base? ¿Cuántos son?

Nada.

Los gritos siguieron, y Draco sintió que nuevamente era transportado al día de la interrogación de Hannah Abbott. La única diferencia es que McGonagall era mucho más poderosa, y tenía rabia. Draco podía sentirlo. Podía resistir todas las torturas con gracia, a pesar del dolor que le estaban causando, porque se encontraba iracunda.

Draco mantuvo el hechizo hasta que McGonagall empezó a expulsar sangre por su boca. Era oscura. Manchó su cuello y su vestido.

—Detente, Astaroth.

Él obedeció.

El Señor Tenebroso levantó su magia, que inundó con su color negro viscozo la pared en la que McGonagall estaba apoyada. Ella soltó el primer sollozo cuando la magia la tocó, gracias al frío que transmitía. Draco miró cómo el Lord daba pasos hacia ella agitando su varita entre los dedos.

—Minerva McGonagall... —murmuró él. Oírlo, era como oír a un gato rasguñar una pizarra—. Es un placer encontrarnos de nuevo, ¿lo sabías? Siempre has sido un digno rival.

McGonagall no contestó, simplemente abrió su ojo bueno y lo clavó en los del Lord, como la Gryffindor que era. Todavía temblaba, sus labios aún expulsaban sangre. Tenía toda la cara mojada gracias a las lágrimas. Seguramente los sanadores curarían sus heridas internas para continuar con las torturas. Draco bajó la varita, evitando que la realidad de lo que estaba haciendo lo golpeara. Había aprendido a ignorarlo.

—Estoy siendo bastante cordial contigo, ¿no lo crees? —continuó el Señor Tenebroso. Draco podía escuchar la sonrisa en su voz—. Aquí, Malfoy tiene una mano precisa y limpia con las interrogaciones. ¿O preferirías a Fenrir Greyback, o Maia Snyde? Me imagino que no, ¿verdad?

McGonagall desvió la mirada en su dirección, y Draco pudo ver que, la emoción fuerte que estaba sintiendo por el Señor Tenebroso o por él mismo, era tan poderosa que escapaba la inexpresividad del Veritaserum. El ojo de McGonagall estaba perturbado, su mirada iracunda y asustada.

Aterrorizada.

—Te estoy dando privacidad también, ¿sabes lo que le están haciendo a la otra muchacha que capturaron en la otra habitación...? —El Señor Tenebroso rio. Draco, que ya estaba acostumbrado a su risa, no sintió el antiguo impulso de querer tapar sus oídos—. Oh, deben estar divirtiéndose. Yo no juzgo a los míos por las necesidades carnales y bajas que puedan tener. Pero me imagino que tú no tienes esos intereses, ¿verdad? A tu edad...

Draco podía imaginar lo que estaban haciéndole a la supuesta muchacha. Si no fueran celdas insonorizadas, podría afirmar que escuchaba a través de las paredes cómo un grito de dolor cortaba el aire, y un montón de jadeos combinados con un hedor a sudor y sangre llegaban a él, a ser percibidos por él. Pero eran solo imaginaciones. No podía oírlo de verdad.

O quizás sí.

Quizás lo estaba percibiendo realmente.

No lo sabía.

—Ahora, si quieres, puedo revocar los... privilegios que te he dado —el Señor Tenebroso susurró doblándose para acercarse a su cara, trayendo a Draco de vuelta al presente—. Puedo decirle a Greyback que te arranque un brazo. Puedo decirle a Macnair que te parta en dos cómo dijo que haría... Depende de ti, y cuánto quieras cooperar.

Draco se enfocó en McGonagall y su mirada fija en el Lord, que para ese punto estaba a unos centímetros de su cara. Desde ese ángulo, Draco podía ver parcialmente los rostros de ambos, y notaba cómo el Señor Tenebroso quería meterse a la mente de ella, leerla. Pero McGonagall se estaba resistiendo impecablemente.

Entonces, cuando el Señor Tenebroso se iba a levantar, dejando en claro que sus amenazas no eran en vano, y las cumpliría, Draco supo que todo se había ido al carajo.

Porque McGonagall le escupió.

Dio de lleno en la mejilla del Señor Tenebroso.

Por unos momentos, nada sucedió. Todos se quedaron en sus lugares, y él mismo no podía creer lo que acababa de pasar. Aquello iba a traer problemas, y grandes. Lo confirmó cuando Draco vio como el Señor Tenebroso movía la mano que traía su varita y desvanecía el escupo.

Para luego levantar la otra, y darle una cachetada a McGonagall justo en el lado ya hinchado.

La mujer giró la cabeza, tosiendo aún más sangre, y Draco pudo ver que la intensidad del golpe fue tanta que aquel lado ya se estaba viendo exageradamente deforme. Morado, hinchado, y herido.

—Ya veo... —dijo el Lord entredientes. Draco sentía lo enojado que estaba—. No era mi intención ensuciarme las manos, pero una traidora como tú no merece más.

El Señor Tenebroso se volteó, ondeando su capa, dejando a McGonagall aún con la cara volteada y tosiendo. Draco sentía los deseos de venganza en él, y por primera vez en mucho tiempo, deseó que una de sus víctimas se hubiera quedado quieta recibiendo lo que el Lord decía que merecía. Minerva McGonagall, al parecer, pensaba diferente.

—Adelante —ordenó este furioso, dirigiéndose a Draco—. No te detengas ahora.

Draco trató de pasar saliva, y se sintió como tragar arena. Apuntó su varita a Minerva y habló, observando el miedo otra vez en su ojo, sabiendo que ahora no pararía de torturarla. Quizás hasta- hasta podría hacer algo más allá. Podría-

Veritatis Dolo-

—Ah, ah... —lo interrumpió el Señor Tenebroso, provocando que Draco callara—. Hazle saber qué sucede cuando se le falta el respeto a la gente que no debe. Que todo se paga.

McGonagall soltó un pequeño sollozo, pero Draco la ignoró, mirando por primera vez directo los rojos ojos del Lord y dándose cuenta del brillo maníaco que tenía allí.

El Señor Tenebroso se inclinó. La magia se inclinó con él.

—Quítale lo más preciado que tiene. Hazle lo que Macnair dijo que le haría. O parecido. Vamos, tienes imaginación, Astaroth...

Draco prácticamente pudo oír cómo su corazón caía, y sus sentidos retumbaban. Miró a su ex profesora, que ahora tenía la atención puesta en él y Draco podía pensar en las cosas horribles que el Lord quería que hiciera. Podía imaginar que deseaba hacerla sufrir, de la forma en la que Greyback o Macnair la harían sufrir.

Pero Draco no- no podía.

Se sentía nauseabundo de solo pensar en hacer algo así, estaba fuera de sus límites, y era curioso incluso cómo hasta ese momento no se había dado cuenta de que los tenía. Pero el Señor Tenebroso jamás le había ordenado aplicar castigos físicos con sus víctimas, no que él los ejecutara piel con piel. Jamás. Esa era una primera vez, y- no podía.

No sabía qué hacer. Se le ocurrían un montón de cosas con las que maldecirla en cambio, pero ninguna era lo suficientemente buena. No lo que el Lord deseaba de él. No lo que esperaba.

Draco sólo tuvo una opción, viendo el rostro herido de la mujer. Debía quebrarla. De alguna u otra forma, debía quebrarla. Quitarle las ganas de continuar viva.

Era eso, o abusar de ella.

Draco quiso vomitar.

Cruenta caecitas —susurró..

McGonagall, esa vez, empezó a gritar al instante.

Se movió en las cadenas como si eso evitaría ser maldecida, y del ojo derecho empezó a brotar sangre oscura que manchaba su rostro. La mujer lloraba y pedía que por favor no, que por favor se detuviera, pero el Lord estaba disfrutando de su sufrimiento, riendo, y Draco tuvo que obligarse a sí mismo a formular una sonrisa incluso cuando quería tirar de sus cabellos.

Porque la estaba dejando ciega.

El Señor Tenebroso afirmó la singular varita que poseía entre sus dedos, en medio de los bramidos de McGonagall, y la apuntó hacia ella, lleno de deleite.

—¡Crucio!

El cuerpo de la mujer se empezó a sacudir de inmediato, y Draco sólo pudo mirar.

—¡No! ¡Por favor! —comenzó a decir ella. Nunca pensó que viviría el día en que la vería suplicar—. ¡Por favor! ¡No puedo ver-! No puedo- no- no-

Draco se desconectó, o al menos intentó hacerlo, mientras el hechizo continuaba destruyendo su vista, manchando la piel de McGonagall de carmesí. Los restos de la materia de su cuenca le resbalaban por la mejilla. Un agujero nacía en el párpado hacia dentro, y Draco podía ver cómo la magia negra se transformaba en pequeños gusanos que se movían sin parar. Gusanos que devoraban la piel y la córnea. Que estaban destrozando su ojo. El olor a sangre caliente, el olor del líquido rosa claro que caía desde la herida era apenas soportable. Le recordaba a cuando una comida podrida estaba siendo calentada.

Draco estaba acostumbrado a hacer eso, a verlo, o eso se repitió a sí mismo hasta que el Señor Tenebroso, sin detener su Crucio, volvió a hablar.

—Tú ahora, Astaroth.

Agarró su varita, viendo cómo había un ligero temblor en su muñeca porque sabía que el Lord no bromeaba, pero se controló. Que fuera alguien de su pasado no cambiaba nada. Draco desmembró gente. Draco los enloqueció. Draco experimentó con ellos, los dejó incapaces de caminar. Observó cómo eran violados. Cómo eran comidos vivos, incluso por gente que no eran hombres lobos. Aquello no significaba nada.

No significaba nada.

Draco apuntó la varita hacia ella una vez más, ganando compostura.

Crucio.

No pudieron haber sido más de quince segundos, porque de otra forma, habrían vuelto loca a la mujer, pero las imágenes de Minerva McGonagall sacudiéndose bajo sus varitas era algo que no lo dejaría descansar nunca: dos Crucio a la vez, mientras ellas enceguecía y tenía una sobredosis por el Veritaserum y una herida en la cara. McGonagall estaba al borde de colapsar. O de morir.

Y sus sospechas se confirmaron cuando espuma mezclada de sangre comenzó a salir de la boca de la mujer. Sus ropas se mancharon de orina. Sus brazos se quebraron.

Estaba teniendo una convulsión.

Draco bajó la varita sin haber sido ordenado, sin notar que el Lord también lo había hecho. Pero a diferencia suya, Draco, observando de reojo, pudo notar que fue debido al asco que le producían los fluidos corporales más que a un súbito arranque de compasión. Él mismo se apresuró en poner una mueca de asco también, mientras desvanecía el fuerte olor y limpiaba las ropas de McGonagall.

—Y según lo que pregonaban, los inútiles podían aguantar... —lo oyó decir.

Draco no respondió, observando los ojos ensangrentados de Minerva y cómo de su boca no paraba de salir espuma, cómo su cuerpo no dejaba de sacudirse. Seguramente sus órganos habían colapsado, y cuando ellos salieran de allí, sería curada para mantenerla viva.

Y luego repetir el proceso.

—Es demasiado por hoy —anunció el Señor Tenebroso, girándose a la salida—. Si se vuelve loca, no le sirve a nadie.

Draco sentía que tenía los pies pegados al suelo, pero en realidad, cuando el Lord se movió, él se movió con él, como si fueran uno solo. El Señor Tenebroso cerró la celda cuando salió, y Draco pudo oír, entumecido, cómo alguien tocaba la puerta del calabozo. Seguramente un medimago del Ministerio. O preso en el Ministerio.

—Puedo decirle a Macnair que siga con ella el resto de la noche... —murmuró el Lord con una sonrisa, abriendo la puerta con magia sin varita y no verbal. Salió, al mismo tiempo que la persona de afuera entraba y se apresuraba en curar a McGonagall.

Draco se giró también, y no volvió a mirar hacia atrás mientras abandonaba la celda.

•••

Cuando Draco llegó a casa, luego de una felicitación implícita por parte del Señor Tenebroso, tuvo que darse una ducha para apagar las leves náuseas que sentía. Para volver a sentirse limpio.

Toda esa situación había sido... desagradable, por decir lo menos. Draco no se esperaba el honor de ser elegido para interrogar a una presa tan importante del bando opuesto, y no se había preparado para la sorpresa que le generaría. Estaba agradecido que se le tomara en cuenta, de todas formas; que el Señor Tenebroso lo tomara en cuenta sabiendo lo irascible que estaba últimamente. Ser felicitado por él significaba que estaba satisfecho con su trabajo. Eso quería decir que se respetaba su posición, la imagen que Draco se había labrado por la necesidad.

Tenía que enfocarse en las cosas buenas.

Ya no quedaban demasiadas.

Saliendo de la ducha y ya vestido con la ropa de casa, Draco aún estaba desechando las imágenes que llegaban a su cabeza, de lo que acababa de pasar. McGonagall. Los gusanos. El olor. Los gritos.

Entró a su habitación y descubrió a Theo en medio de su cuarto. Draco hizo una mueca al verlo, lamentándose el momento en el que le dio libre paso a la mansión. Estaba dispuesto a decirle que se fuera, que no tenía ganas de hacer nada en esos momentos. Mucho menos follar.

—Theo-

—Joder, Draco.

—¿Qué...?

—No hay tiempo.

Theo se acercó apresuradamente al terminar de hablar, y sacó su varita. Fue muy rápido, unos momentos de confusión en los que Draco creyó que lo besaría o se le tiraría encima como otras veces, hasta que sintió la madera apoyarse en su sien.

Y los recuerdos volvieron.

De golpe.

No. No. No.

Por favor que sea mentira.

Que todo haya sido una mentira.

Draco jadeó, sintiendo su estómago caer. Las lágrimas comenzaron a picar en sus ojos. Su mundo empezó a derrumbarse. No. No. No. Por favor.

Su madre. Greyback. Hannah. La verdad sobre la Orden. Astoria. Potter. Espías. Rookwood. Goyle. Hagrid. Potter. Sus memorias. Las torturas. Los entrenamientos. Las charlas. Los heridos. Potter. Las opciones. El Juramento.

Potter.

Draco ahora  vomitó.

McGonagall.

No.

Los gritos de la mujer resonaron en cada rincón de su mente, mientras Draco la torturaba, mientras la dejaba ciega. La risa de Voldemort era como una tortura para él mismo. El recordatorio de que una parte de él lo había deseado. Que el Crucio funcionó, y el resto de hechizos hicieron lo que hicieron- y Draco ya no podría hacer nada nunca al respecto.

Potter.

—Hay que irnos —dijo su amigo, desvaneciendo el vómito. Draco sentía que si respondía, sólo gritos saldrían de su boca.

Había cosas que volvían, que rondaban por su mente, mientras las imágenes de McGonagall no paraban de repetirse en bucle, recordándole quién realmente era.

Sigues siendo Draco Malfoy, pero... lo entiendo.

Lo siento, por lo de sexto año.

Joder, Malfoy, no mueras.

Potter.

¿Cómo podría mirarlo a la cara después de lo que había hecho?

Todo lo que he hecho.

Sintió cómo Theo lo arrastraba hacia el patio, fuera de las protecciones de la mansión que le impedían Aparecerse, pero no estaba prestando atención. Draco estaba agarrando su garganta, arañando, había una opresión instalada allí que no se iba. No se iba.

Lo hiciste. Lo hiciste, y deseabas hacerlo. Había una parte de ti que lo quería, y- ¿qué le dirás a Harry? ¿Cómo te vas a justificar? ¿Cómo le dirás a Theo? ¿Cómo le dirás a Astoria?

Draco, después de girar por unos largos segundos gracias a la Aparición, se encontró en el campo abierto, en frente de la gran mansión que se levantaba frente a ellos. Se separó del agarre de Theo y se puso de cuclillas, tomando el cabello entre sus dedos, apretando.

¿Y si hubieras sido obligado a hacer algo más? ¿A hacer lo que Voldemort quería en verdad? ¿Lo habrías hecho? Si amenazaba con matarte, ¿lo habrías hecho?

Cobarde.

Puto cobarde.

—No, no, no.

—Draco, ¿qué...?

El portón se abrió, interrumpiendo lo que sea que Theo fuera a decir.

Draco trató de calmarse, mientras se levantaba y Theo volvía a agarrarlo para caminar. Tomó respiraciones hondas, que terminaban saliendo en temblores, mientras la cara de Potter y McGonagall aparecían en su mente. Su estómago continuaba revuelto, y las memorias le recordaban lo que era.

Crució a McGonagall.

La hizo desangrarse.

La había cegado.

Hizo colapsar su cuerpo.

Draco llegó al punto común del laberinto, levantando la mirada para ver a Potter allí, plantado al frente. Dentro, el caos volvía a escucharse.

Tenía heridas menores por las peleas de las últimas horas, y signos claros de agotamiento; de seguro ni siquiera había dormido desde anoche. Y sin embargo, Draco bebió de esa imagen como si fuera la salvación o la solución a sus problemas. Bebió de su cabello negro azabache revuelto, de las ojeras marcadas, de sus ojos vibrantes preocupados tras los lentes. Pero a salvo. Y vivo y real-

Por su mente pasó la pregunta, de qué hubiera sucedido sí el prisionero hubiera sido él, en vez de McGonagall.

¿Qué habrías hecho entonces?

Draco volvió a arañarse el cuello, y cuando Harry lo miró con alivio, alivio de que estuviera bien después de la herida que sufrió- tuvo que tragarse la bilis que subió por su garganta.

Porque aquello estaba a punto de cambiar.

—Malfoy, tienen que ayudarnos —comenzó a decir Potter cuando llegaron hacia él, exaltado—. Fuimos a evitar que se llevaran a los heridos de San Mungo a Azkaban, y McGonagall peleando con un Mortífago que quería llevarse a Madam Pomfrey no volvió, y-

—Lo sé —lo interrumpió él. Su voz sonó sorprendentemente clara.

Potter detuvo su energético vómito verbal y lo miró, parpadeando un par de veces. Draco sintió a Theo haciendo lo mismo.

—¿Sabes dónde está? —preguntó Harry, curioso.

Draco cerró los ojos, recordando los gritos de McGonagall resonar en sus oídos. En cómo quizás estaba siendo violada en esos precisos momentos por Macnair, y él no había hecho nada. Cómo él- él-

—Potter, yo-

La había torturado. La había dejado ciega. McGonagall apenas reclamó, no dijo una palabra. Resistió todo valientemente y Draco no fue capaz de desobedecer una orden por muy asqueado que se encontrara. Ni su versión sin recuerdos era merecedora de algo, ni la que estaba plantada frente a Potter.

Potter, quien lo miraba interrogativamente, como si no creyera que Draco era una absoluta mierda. Como si ya no esperara lo peor de él.

—Está en las celdas del Ministerio —completó él, sintiendo como su garganta se cerraba—. El Señor Tenebroso me hizo interrogarla.

Potter dio un paso atrás.

Fue instantáneo.

—¿Qué?

Su expresión ya se había cerrado. La abierta preocupación que estaba pintada en su cara se esfumó y Potter paseó los ojos por su rostro como si esperara que Draco le dijera que aquello era mentira.

Deseaba que lo fuera.

Por favor. Por favor. Por favor.

Tiene que ser falso. Por favor.

—No tenía mis recuerdos- —trató de decirle—. Yo-

—La torturaste.

No fue dicho como una pregunta, era una afirmación.

Potter sabía lo que una interrogación de Draco significaba.

Oyó a Theo suspirar sonoramente de fondo, pero Draco era incapaz de prestarle atención, de darle explicaciones. Su mirada estaba fija en la cara morena al frente de él, a la cual un rayo le cruzaba el rostro. El Elegido, quien horas atrás murmuró en su oído que no muriera, quien lo había salvado- ahora lo miraba con su gesto torcido en... asco.

Desprecio.

Draco sintió cómo algo se clavaba en su costado.

—No sabía- no lo sabía-

—La torturaste- dime —Potter lo interrumpió, con la amargura creciendo en su voz—, ¿la mataste?

—No —se apresuró a contestar Draco—. No. No, yo no quería-

—¿No querías? —replicó él, incrédulo. Draco vio que se había puesto pálido—. ¿? Permíteme dudarlo.

La desesperación que ya sentía creció con ese comentario. Draco miró a los ojos de Potter, tratando de transmitir que estaba diciendo la verdad. Que tenía que creerle. Que Draco era un hijo de puta pero no un mentiroso, y que de haber recordado, de haber sabido-

—No sabía —Draco trató de caminar hacia él—. Potter, no lo sabía-

—¿Lo disfrutaste? —replicó Potter, retrocediendo—. ¿Disfrutaste vengarte de ella?

—Potter, yo no recordaba-

—¡No es excusa! —escupió él, aguardando unos segundos para observar cómo las palabras llegaban a Draco—. ¿Qué le hiciste?

Draco sintió cómo el nudo de su garganta crecía, mirando a Potter y su mandíbula tensa, a sus ojos llameantes. Draco había olvidado esa mirada. No sabía por qué. No tuvo que haberlo hecho nunca.

—Pregunté... Pregunté por la base. Ella no dijo nada, pero pregunté por ti-

—¿Qué le hiciste?

Sonó casi a amenaza.

Draco sabía lo que estaba preguntando, y no quería responder. No quería decirlo en voz alta. El recuerdo de McGonagall retorciéndose en la pared llegó a su mente. Sus gritos. Draco nunca olvidaría sus gritos.

Sabía que Potter no los olvidaría tampoco.

Draco trató de avanzar de nuevo, tomar su muñeca, intentar hablar con él y decirle que no quería, que realmente no quería. Nunca había querido nada de eso, no de verdad. Que había cometido errores que arrastraría toda su vida, y que era un estúpido y que lo sentía. Sentía hacerle daño. Sentía haberse acercado a él, porque siempre destruía todo lo que tocaba.

Pero Potter retrocedió, inflexible, y Draco sintió las palabras salir de su boca sin previo aviso.

—La Crucié. La dejé ciega. La dejé ciega, yo-

Draco no pudo terminar, y cerró los ojos, oyendo a Theo y la maldición que soltó por lo bajo. Potter no había dicho nada.

Y entonces, sintió cómo su amigo se apresuraba y se ponía frente a él. Frente a ambos. Draco abrió sus ojos de nuevo y encontró la cara de Potter, roja y tensa. Su mirada era de traición pura, de ira, dirigida a él. Estaba intentando sacar a Theo de en medio para así golpearlo y desquitarse. Draco se quedó quieto en su lugar, deseando que lo alcanzara. Eso equilibraría un poco las cosas. Eso quizás ayudaría a pagar la deuda.

—¡¿Lo disfrutaste?! —exclamó Potter, sonando fuera de sí, a medida que Theo lo sostenía—. ¿Disfrutaste sentirte poderoso? Por supuesto que lo hiciste. Para esto naciste. Para no ser mejor que esto-

Draco negó, sin saber cómo más hacérselo entender. Cómo explicar qué pasó. Cómo funcionaba su cabeza. La angustia era palpable en su tono, en su rostro. Potter tenía que verlo.

—Potter, ¡no recordaba! ¡No tenía mis recuerdos!. ¡Yo no quería, de haberlo sabido...!

—¡Lo habrías hecho igual, porque así eres tú!

Draco cerró la boca.

Lo habrías hecho igual, porque así eres tú.

Algo golpeó su estómago- quizás él mismo lo había hecho.

Era verdad.

Potter lo observó, con la respiración agitada. Parecía satisfecho de que la afirmación hubiera aterrizado así. Cruelmente. Dolorosa.

Porque no era más que la verdad, y por eso dolía tanto, ¿no?

Él lo sabía. De haber tenido recuerdos, ¿se habría negado?, ¿sabiendo lo que eso le traería? Seguramente no, porque así era él. Draco Malfoy. Astaroth. No eran distintos, eran uno solo.

Mortífago. Asesino. Torturador. Enemigo. Cobarde.

—Así eres tú —repitió Potter, más bajo. Había dejado de pelear y su voz estaba cargada de odio y resentimiento—. Nunca has sido mejor que eso.

Draco parpadeó, girándose bruscamente y dándole la espalda. Dándole la espalda a la verdad que lo había alcanzado de golpe y de la que quiso fingir escapar.

Él sabía lo que era. Siempre lo había sabido. Potter le dijo aquello varias veces antes, así que- ¿por qué dolía ahora? ¿Por qué el nudo de su garganta le impedía respirar, o hablar? Draco volvió a arañarse una vez más.

McGonagall. Sus gritos. Voldemort. Su risa. Los Crucios. Sus ojos.

Siento que debería disculparme, pero al mismo tiempo no. Puedo estar siendo un cabrón, pero, no sabía, Malfoy. Eso es todo...

—Es mejor que nos vayamos —dijo Theo en medio del silencio.

Creí que te importaba un comino. Los nacidos de muggles. Los muertos. La gente que has herido.

—Saca a este cabrón de mi puta vista.

Hay cosas que no me importan.

—Potter-

Sí, pero ahora sé que es porque has tenido que aprender a que no te importen

Draco escuchó cómo su amigo le pedía una moneda a Potter para Draco, y una pequeña discusión se formó entre ellos, pero Draco aún no se volteaba, no se creía capaz.

Juntando hasta la última gota de fuerza de voluntad que tenía, se enderezó, respirando hondo, e hizo lo que siempre hacía: enterrar todo lo que le dolía, todo lo que le afectaba- en lo más profundo de sí mismo. Hizo lo necesario para seguir viviendo. Su padre lo necesitaba; aún no averiguaba la verdad sobre su madre; aún no cobraba venganza.

Si se hubiese negado a torturarla, quizás estaría muerto. Tal vez que no hubiera tenido sus recuerdos era pura suerte.

Era suerte.

Suerte.

—¿Quieres que te quite tus recuerdos, para ver si ahora eres capaz de matarla? —escupió Potter.

Draco se giró, sintiendo cómo su máscara se derrumbaba unos momentos.

Los ojos de Potter ya no brillaban al verlo.

Sigues siendo Draco Malfoy, pero... lo entiendo.

—Draco —Theo lo tomó con fuerza, al ver que se había quedado pegado.

Draco respiró hondo, enfocándose en responder la pregunta. Su cara desechando cualquier expresión humana. Suficiente. Suficiente. Era suficiente.

—No, eso será perjudicial contra la Orden —terminó contestando.

—Claro, ¿y eso puede hacer que te acabes muriendo tú, no? Gracias al Juramento —la voz de Potter sonaba como un quejido—. Siempre salvando tu trasero, tu propia vida. Por qué no me extraña.

Era la verdad. La verdad no dolía.

Sigues siendo Draco Malfoy, pero... lo entiendo.

—Por supuesto —replicó Draco, con voz fría, enterrando lo que esas palabras le hacían sentir—. Mi vida es demasiado valiosa ¿verdad? Es lo único que me ha importado siempre.

—Qué bueno que lo tengas claro.

Y sin previo aviso, Potter se dio media vuelta y entró en zancadas furibundas a la mansión.

Draco lo miró irse, queriendo que la opresión en su pecho desapareciera.

 

Chapter 32: Capítulo 27: Estallido

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Harry nunca imaginó lo que terminaría significando la llamada de Kingsley esa tarde.

Hagrid había aceptado ir con ellos, todo estaba yendo a la perfección, el plan valió la pena... Y luego, su moneda empezó a quemar.

Todo empezó a irse al carajo desde entonces.

Harry no tuvo más opción que abrirle la puerta a Kingsley, muriendo de preocupación. Pidió a Kreacher que los Apareciera de vuelta a Inglaterra, y luego que fuera a buscar a Padma y Seamus a Irlanda para así volver todos juntos. A pesar de que el elfo tuvo que hacer varios viajes, (porque no era seguro que Hagrid pudiera Aparecerse con ellos al mismo tiempo), no demoraron más de media hora en cerrar el portal y volver a la base.

Cuando llegaron, un grupo de al menos cincuenta personas ya se había marchado junto a Kingsley, y los sanadores que no fueron a la pelea estaban movilizándose para dejar todo listo en la mansión en caso de que hubiesen muchos heridos. Harry y el resto fueron rápidamente puestos al corriente de que, ese día, Voldemort planeaba llevarse a los miembros de la Orden que estaban atrapados en San Mungo a Azkaban. Robards, Kingsley y McGonagall ya habían organizado filas que querían impedirlo y los tres dijeron explícitamente, que por favor, el resto se mantuviera en los terrenos mientras aquello sucedía. Hasta que se les informara que necesitaban ayuda.

No se escuchaba tan grave.

Harry y los que participaron de la misión en Austria fueron curados y ordenados a reposar. Hagrid se reencontró con los refugiados que lo conocían: Madam Hooch y Flitwick lloraron, y Ron junto al resto de los Weasley estuvieron a punto. Desde que lo vieron, ninguno paró de decirle con palabras efusivas lo mucho que lo extrañaron, cómo habían sido esos años sin él, y le preguntaron cómo estaba. Incluso Harry se unió, intentando obviar la preocupación que tenía en el pecho sobre no estar ayudando en San Mungo, y la ansiedad que sentía al no poder hablar con Madam Pomfrey y preguntar cómo estaba Draco.

Pero se aguantó. Se mordió la lengua.

Aguantó impecablemente e hizo caso a las órdenes por una hora completa.

Hasta que los medimagos empezaron a llegar a la base, pero los luchadores no.

Harry junto a Hermione se apresuraron a ir al portón a recibirlos y vieron, horrorizados, cómo la mayoría estaban cubiertos de sangre o heridos. Él, sin comprender nada, alcanzó a agarrar a Madam Pomfrey que parecía a punto de desmayarse.

—Nos encontraron... Los Mortífagos se concentraron en buscar a los sanadores, y encontraron nuestro escondite... —Madam Pomfrey sollozaba—. Nos hirieron...

Harry miró a su alrededor, sintiendo que aquello saldría mal si se quedaba allí más tiempo ignorando la lucha que se gestaba. Daba igual lo agotado que estuviera, la guerra no se iba a detener ni por él ni por nadie.

Alejándose de Madam Pomfrey, Harry avisó que iría a ayudar, siendo secundado rápidamente por Hermione y Seamus, quien se encargó de agrupar a más miembros dispuestos a batallar contra los Mortífagos.

Cuando todos los sanadores entraron al laberinto y Harry avisó que se iría gritando a un lado del portón, Madam Pomfrey se aferró a sus ropas y lo miró directo a la cara con sus ojos azules perturbados.

—Encuentra a Minnie —le rogó, sin dejar de llorar—. Ella- ella evitó que me llevaran. Encuéntrala, por favor...

Harry se alejó con un mal presentimiento en la boca del estómago, y le aseguró que haría lo posible. Un segundo después, Madam Pomfrey sucumbió al colapso emocional. A él nunca le quedó claro qué tipo de relación tenían ambas, siempre lo sospechó, pero ver cómo Poppy se preocupaba más por ver a McGonagall viva de nuevo, que de sus propias heridas... significaba bastante.

Así que Harry se fue, dispuesto a pelear, dispuesto a traer a todos a salvo. Voldemort había aislado la calle muggle en la que se encontraba San Mungo tal como hizo con la calle de Grimmauld Place, por lo que cuando aterrizaron, todo era un campo de batalla. Nada se estaba incendiando, afortunadamente, pero el caos reinaba y no estaba seguro de que aquello fuera tan distinto a otras luchas.

Pero lo fue.

En poco más de dos horas, los Mortífagos abandonaron su objetivo y la Orden pudo retirarse con sólo dos bajas y unos cuantos heridos. Harry pocas veces se sintió tan relajado después de una batalla.

Hasta que llegó al cuartel, y entre la gente que esperaba que abriera la puerta, Minerva McGonagall no se encontraba.

Harry esperó, por supuesto que esperó, sin embargo mientras más gente entraba, sus expectativas decaían. Su esperanza. Intentaba que no, porque McGonagall era una bruja exageradamente talentosa y parecía irrisorio que estuviera herida, pero las palabras de Madam Pomfrey continuaban volviendo. Su preocupación lo llenó también a él.

Así que no aguantó, fue a buscarla.

Harry recorrió cada punto en el que la Orden estuvo alguna vez, en caso de que en medio de una Aparición, McGonagall estando herida y desorientada hubiera pensando en cualquier lugar menos la base para Aparecerse. Harry podía imaginarla, tirada en la tierra, sin poder moverse o pedir ayuda. Pero por más que buscaba, la mujer no estaba por ningún lado. Casi le recordó al periodo de tiempo en el que estuvo buscando a Nagini desesperadamente con la tonta ilusión de encontrarla en uno de los lugares a los que llegaba.

Mas, al igual que la serpiente, McGonagall simplemente no aparecía.

Cuando Harry volvió a la mansión, derrotado, y comunicó lo que sucedió, la gente no perdió la esperanza de inmediato, se negaron a aceptar que pudiese haber sido capturada. Le instaron a llamar a todos los espías que conocían y pedir ayuda. Harry obedeció, corriendo a contarle a Theo, y que este le contara a Malfoy. Sin duda el enigma se resolvería más gratamente con él allí.

Y lo hizo.

Y resultó ser que nunca antes había estado más equivocado.

Porque Malfoy la torturó, se lo confesó, se lo dijo. Malfoy la tenía. Malfoy-

Harry entró al salón de entrenamiento después de huir del jardín y de lo que acababa de suceder minutos atrás, ignorando a cualquier persona que quisiera hablarle. Cerró con un portazo. No podía en ese momento hacer nada más- no podía. Las palabras que Malfoy dijo se habían quedado grabadas en su cabeza, y se repetían una y otra y otra vez.

Malfoy la había dejado ciega.

Harry quería creer que aquello era una broma de mal gusto. De todos los escenarios que pasaron por su cabeza jamás pensó en uno como ese. Jamás creyó que por un ataque menor acabaría perdiendo a alguien, que además de todo Malfoy era uno de los involucrados.

Un rincón dentro suyo le decía que fue un iluso, un puto ingenuo- porque era obvio que eso pasaría en algún punto. Malfoy era un torturador, esa era su utilidad, Harry debía estar preparado- y lo estaba, o al menos eso creía. Si se lo hubieran preguntado días antes podría jurar que estaba preparado para la crueldad que Malfoy demostró profesar una y mil veces. Harry lo vio en la ejecución. Harry la experimentó de primera mano.

Y aún así-

Aún así, pensar en cómo pudo haber sido la interrogación de McGonagall le revolvía el estómago. Aún así se le hacía difícil- o llanamente imposible conciliar al Draco de Austria, al de esa noche, con un hombre que cegó a Minerva.

La cegó.

La magia se estaba arremolinando a su alrededor, llenando la sala, a punto de estallar. Todos sus sentidos le decían que se marchara de allí en ese instante, que averiguara una manera de entrar al Ministerio y sacar a McGonagall a la rastra de ese lugar, porque, ¿cómo podía...? ¿Cómo podía seguir con su vida, sabiendo lo que podían estar haciéndole?, ¿lo que estaban haciéndole?

Lo que Malfoy le hizo.

Sin Minerva, Harry no sabía dónde estaría ahora. Ella lo ayudó a encontrar su rumbo cuando tenía quince y Umbridge lo atormentaba. Lo protegió cuando nadie creyó que podía protegerlo. De cierta forma, Harry le debía la vida. Y ahora... ya nada volvería a ser lo mismo. Ella nunca volvería a ser la misma, gracias a Malfoy.

No tenía sus recuerdos, una voz dentro suyo dijo.

Pura mierda.

Harry movió una mano bruscamente, haciendo que todos los muñecos que tenían para entrenar salieran de las tablas de las paredes y desde el suelo.

Su sangre hervía, y sus manos le pedían golpear algo hasta que su piel se hiciera añicos y sus huesos se rompieran. La imagen de Malfoy torturando a Yaxley llegó a él en medio de la niebla de sus pensamientos y aquellas ganas aumentaron, porque... ¿Harry no había tenido que detenerlo, en ese entonces? ¿No tuvo que decirle que parara?

Pensar que pudo replicar esa tortura con McGonagall hacía que todas sus defensas se vinieran abajo. Quería gritar, patalear y- desaparecer.

¿Cómo se volvía de eso?

¿Adónde iban desde allí?

Harry ni siquiera sacó su varita, sólo pensando y apuntando a uno de los muñecos, hizo que este estallara.

Las horas anteriores se sentían extremadamente lejanas. Las peleas, la charla, los gigantes, la alegría de volver a ver Hagrid, la herida de Malfoy y su propia desesperación para que no muriera. Parecía de otra vida ya, y Harry solamente podía pensar que se habría ahorrado muchísimo sufrimiento, si no se hubiese empeñado tanto en salvarlo.

Volvió a mover la mano, y otro de los muñecos se partió a la mitad bajo su magia.

Quería maldecir, hacer algo útil, cualquier cosa. Harry se daba vueltas por todo el salón mientras su mente arrojaba escenas a su cabeza, escenas que no pedía, pero ahí estaban y joder-

McGonagall se sentó a su lado durante el desayuno, poniendo una mano encima de su brazo. Harry miraba obsesivamente un ejemplar de El Profeta que Adrian le llevó. Rita se había encargado de hablar de él como si fuera una plasta, sin dejar lugar a dudas de que estaba muerto. Así, sin más. Que todo el que dijera lo contrario, sería juzgado públicamente.

Y Adrian le había dicho que la gente se estaba creyendo ese pedazo de mentira sin dudarlo. Si Harry intentaba decir la verdad, sólo lograría provocar la ejecución de personas inocentes.

McGonagall lo abrazó en ese entonces, haciendo que su cabeza quedara reposando en uno de sus hombros. Harry aún no cumplía los diecinueve. Ella no comentó sobre sus lágrimas.

—El morbo de ver a un héroe caer y fallar, es más grande que el amor que alguna vez pudieron haberle tenidoMientras antes lo aprendas, Potter, mejor.

Héroe.

Lo había llamado héroe.

Harry se miraba a sí mismo y le daba risa, casi lástima, el recordar eso. La falsa imagen sesgada que Minerva tenía de él. Cómo era capaz de pensar en Harry como algo más que un chico sin valor. Porque no era un héroe. No era nada.

Él era un asesino.

Y quizás se merecía eso. Harry merecía sufrir como lo estaba haciendo en ese momento. Sentir que había sido abandonado. Sentir que estaba cayendo en un abismo del que nunca podría salir, porque ya no existía un mañana. Y si lo había- ¿cuál era el punto? Harry miraba atrás, miraba a McGonagall aconsejándolo. Miraba sus charlas con Draco, el entendimiento que lograron, cómo la masa de sentimientos complicados se transformó en algo más, y se preguntaba... ¿cuál era el punto?

Harry era denso, pero no era estúpido, y sabía bien dentro... que esos últimos meses no fueron en vano, que su preocupación por Malfoy iba mucho más allá de ver lo útil que era para la Orden. Harry simplemente ignoró los pensamientos que lo atacaban por la noche al recordarlo, ignoró cómo su estómago daba vuelcos indeseados al hablar con él o cómo parecía saberse su cara de memoria. Harry ignoró todo, porque era absurdo.

Y ahora esos sentimientos complicados volvieron y lo devoraron de la peor forma.

Otra imagen de McGonagall llegó hasta su mente, fría y sola en una celda, sin poder ver. Harry no hizo nada para detenerlo. Obedeció, se quedó sentado a un lado de Hagrid como si nada, y ahora tenía que pagar las consecuencias de esa acción. Si hubiera estado allí-

McGonagall estaba abrazándolo después de perder a Ginny, dándole un soporte que Harry pocas veces tuvo de niño. Lo sujetaba como si fuera suyo. Como si Harry alguna vez podría ser suficiente.

—El mundo es así. La guerra es así. Y no es justa. No es justa. O eres al que le apuntan la varita, o eres el que la sostiene. No hay más.

Harry soltó una risa que bordaba la desesperación.

No sólo la guerra era así, la vida era así. Las circunstancias... Uno siempre era la víctima, o el victimario. No existía más. Era una rueda, y dependía del azar si uno se encontraba arriba o abajo.

¿Cuál era el maldito punto?

Harry se acercó a uno de los muñecos y lo golpeó, lo golpeó con tanta fuerza que hirió sus manos. El material se derritió bajo su tacto.

Malfoy lo miraba. En sus ojos claramente se reflejaba el desespero que esa situación le traía, el que Goyle hubiera sido apresado por ellos. Era la primera vez que Harry pensaba en él como más que un simple robot.

—No- no es... No es una orden. Por favor. Por favor, déjenlo vivir.

Cuando el muñeco regresó a su lugar, Harry volvió a destruirlo de la misma forma. Y una y otra y otra vez. Algo en su pecho se agitó ante el recuerdo, ante la vulnerabilidad que existía en las facciones del Malfoy del pasado. Tal vez su percepción sobre él había cambiado allí, y Harry sólo no lo notó. Deseaba que no hubiera sido así. Las cosas serían más fáciles entonces.

No dolería de esa manera.

La ira fluía por sus venas como si fuera gasolina, y la magia negra que estaba usando para desquitarse encendería un fuego que no estaba seguro de poder apagar. Pero Harry no encontraba razones para detenerse, tomar aire y pensar con la cabeza fría. Porque una vez que lo hiciera, tendría que afrontar la realidad. Tendría que aceptar las cosas como eran. Harry no quería. Era más fácil vestirse de rabia. Podía pretender que por esa razón sentía que su pecho se estaba abriendo en dos.

McGonagall. Secuestrada. Ciega. Malfoy lo hizo.

Malfoy lo hizo.

Uno de los muñecos en el otro extremo se derritió sin que Harry lo quisiera.

La mujer entró a su habitación, horas después de que la Orden hubiese impedido a los Mortífagos tomarse Hogsmeade, cuatro años atrás. La primera misión en la que nadie murió o salió gravemente herido. Harry se aseguró de eso, dirigiendo las filas.

—Estoy tan orgullosa de ti —le dijo ella suavemente, cuando se sentó en la cama.

Fue la primera vez en toda su vida que le dijeron eso.

Harry tomó su varita, y, con un giro, provocó que cada objetivo se quemara, aunque volvieron a su estado original al instante. Su corazón estaba apretado, y a pesar de que una parte de él le pedía calmarse, que le exigía hacerlo para que pudieran hallar una solución, Harry estaba en medio de un colapso. De haber sabido lo que pasaría- ¿podría haberlo detenido? ¿Podría haber salvado a McGonagall?

¿Podría haber evitado que Malfoy la torturara?

Si este hubiese tenido sus recuerdos, ¿las cosas serían diferentes?

Si Malfoy hubiera sabido cómo estaba dañando a Harry- ¿habría parado? ¿Le habría importado, siquiera?

No lo sabía.

Ya nunca lo sabría.

Malfoy portaba esa sonrisa amarga, como si no tuviera cuidado en el mundo. Harry no podía comprenderlo, no podía entender nada acerca de él.

—Mírame a los ojos, Potter —le había dicho—, y dime que verdaderamente crees que estaría dispuesto a dar mi vida por la de alguien más.

Harry cerró los ojos, y lo que sea que eso le hizo sentir lo golpeó tan fuerte que lo hizo sacudirse. Era como si estuviera siendo reducido a miles de pedazos que no tenían un propósito, mientras recordaba cómo hace unas horas en la oscuridad de la noche, un hombre de cabellos rubios se ponía entre él y una maldición que iba dispuesto a matarlo.

Malfoy soltó una leve respiración exasperada. Harry aún intentaba comprender cómo podía tener algo de decencia dentro de ese semblante cruel.

Deja de mirarme así, como si quisieras descifrarme. Ver algo que el resto no ve. Esto es todo lo que soy.

La habitación tembló bajo sus pies, y Harry sintió cómo en algún rincón la pared empezaba a desmoronarse, o tal vez lo sentía dentro suyo, no lo tenía claro. El muñeco frente a él tembló también, y un gran agujero le apareció en el pecho. Harry empuñó una mano, y le asestó un golpe que nuevamente rompió parte de su propia piel.

Él se lo dijo. Se lo advirtió. Harry necesitaba repetirlo hasta que se lo creyera, hasta que olvidara el resto de cosas que se dijeron. Las conversaciones borrachos, las confesiones bajo las estrellas. El dolor en los ojos de Malfoy cuando hablaba de su pasado y sobre quién se había convertido. Tal vez si Harry se decía una y otra vez que eso era falso, que simplemente se lo imaginó, se le haría más fácil volver a pensar en Malfoy como un villano. Un bastardo unidimensional.

Eso es todo lo que era.

Nunca ha sido más.

Nunca sería más.

McGonagall lo apretó contra sí, con fuerza, hasta con miedo. Podía reconocer una despedida en cuanto la veía, pero Harry simplemente no había querido creerlo. Trató de engañarse, de creer que la vería una vez más cuando volviera. La dio por sentado.

—Usted sabe lo fuerte que es, señor Potter. Use esa fuerza. Tengan cuidado.

Irónico, cómo habían acabado las cosas.

¿Él era quien debía tener cuidado?

—Lo haré —respondió entonces, iluso—. Traeré a Hagrid de vuelta. Volveremos vivos. Nos verá a todos de nuevo.

Harry no sabía por qué prometía cosas que no podía cumplir. Una y otra vez, decía y aseguraba cosas que no estaban en sus manos. Como que ganarían esa guerra. Que todo estaría bien. Que en un futuro todo sería diferente.

La cara de McGonagall no se iba de su cabeza. McGonagall, quien lo observaba a él en la mayoría de recuerdos como si Harry fuera su... su...

Alguien que vio crecer y madurar.

¿Qué creería de él ahora? ¿Pensaría que Harry no pudo cumplir su palabra? ¿Lo culparía, también?

Casi prefería eso. Que McGonagall lo culpara por no haber evitado que se la llevaran. Que lo culpara por haber hecho un Juramento con Malfoy, y que, por confiar en él, ahora ella nunca más sería capaz de ver un atardecer u observar cómo el sol salía en la mañana.

Y qué pasaba si- si no alcanzaban- qué-

¿Qué pasaba si no alcanzaban a sacarla de ahí?

Afuera, alguien estaba tocando la puerta. Lo ignoró. Harry creía que si se cruzaban en su camino en ese instante, era capaz de matarlos incluso sin quererlo.

Uno de los muñecos explotó una vez más.

Harry se preguntaba qué habría sido de ellos, si las cosas hubieran sido diferentes. Si Voldemort jamás hubiese existido, o si el día de la tienda de túnicas Malfoy hubiera actuado distinto.

O, quizás, si Harry le hubiera dado la mano.

—Nada habría cambiado, Potter —le bajó los humos él—. Mis padres no se habrían pasado a tu bando, y yo te habría vendido al Señor Tenebroso si hubiera tenido la más mínima oportunidad.

Probablemente así era, Harry lo veía ahora. Ellos nacieron para eso. Malfoy nació para vivir de la forma en la que lo hacía, y hacer las cosas que le ordenaban. Las cosas no hubieran sido diferentes nunca.

Harry y Draco no fueron creados para acabar siendo siquiera amigos. Existía una fuerza que los separaba tanto como quería juntarlos. Nunca estuvieron hechos para- más.

Cometió el error de intentarlo.

Y ahora podía ver cuánto dolía.

Malfoy no parecía contento, aunque Harry había esperado ver ilusamente algún rastro de orgullo retorcido en sus ojos. Malfoy parecía darse cuenta de quién era y de lo que hizo, y eso no le hacía gracia.

No lo creía capaz de redimirse hasta ese entonces.

Y Harry se preguntó en ese momento, si había más. Siempre se preguntó si hubo más.

Aparentemente no.

—¿Por qué estás huyendo?

—No me apetece hablar sobre mis malas decisiones.

—Yo también las tomé. Malas decisiones.

El golpe de la puerta se hizo más insistente, mientras las imágenes pasaban en picada por sus ojos. Los recuerdos. La gente que murió bajo su guardia. Su terquedad. Todos los que no pudo salvar.

McGonagall.

Malfoy la torturó. Nada cambiaría eso. Y Harry lo detestaba, lo odiaba- o al menos lo pensaba. Había confiado en él, había creído que era mejor de lo que realmente era, y ya nunca podría hacer nada al respecto. Nada-

La cara de Malfoy estaba ahí, a unos pasos de él. Su cicatriz. Vibrante. Real. La vulnerabilidad brillaba en sus facciones.

—Me pregunto... Qué caminos habríamos tomado sin la guerra. Cada uno de nosotros. Eso sí me pregunto.

Harry pestañeó un par de veces, para evitar que las lágrimas escaparan de sus ojos. No era justo. No era jodidamente justo.

Por un momento, se permitió imaginar una vida en la que nada de eso jamás pasó.

Si los prejuicios sobre los nacidos de muggles no existieran, si los padres de Malfoy nunca le hubieran hecho creer que era mejor al resto- ¿las cosas serían distintas? ¿Qué sería de ellos ahora?

Sin la guerra, ¿él y Malfoy-?

Harry cerró los ojos, ignorando la forma en que sus costillas se contrajeron. No podía. No podía. No podía.

Las cosas no debían haber sucedido de esa forma. McGonagall no merecía eso, ninguna de las víctimas lo merecía. Y por qué- por qué de entre toda la gente tenía que ser Malfoy-

¿Por qué no se acababa ya? ¿Por qué-?

Minerva lo miraba con fiereza.

—Estamos en guerra. La gente va a morir quieras o no, y no podrás hacer nada por impedirlo.

Harry trató de regular su respiración, deteniéndose en medio del cuarto, mientras daba vueltas sobre su propio eje. La voz resonaba en su cabeza, y una parte de él deseaba poder olvidarla. Deseaba poder olvidar, sólo por un momento.

No quería eso. Nunca quiso nada de eso. Harry no quería ser el Elegido, no quería ser el Amo de la Muerte. Harry no quería ser el responsable de todas esos asesinatos y derrotas. Deseaba dejar de sentir que estaba sentado en una pila de cadáveres.

—Eres poderoso, pero eso no te hace omnipotente. No tenías forma de ver el futuro y no tienes control sobre la vida de los demás.

Harry se llevó las manos a la cabeza, fijando la mirada en sus zapatos. Su magia estaba bailando alrededor de su cuerpo, envolviéndolo como si fuera un huracán. Le pedía que atacara. Le pedía que destruyera el mundo y todo a su paso. Le pedía que acabara ya con todo ese sufrimiento.

McGonagall fue capturada. Harry no volvería a verla. O eso sentía. Sentía que la había perdido, incluso si la rescataban. La habían herido demasiado, estaba ciega-

Y todo gracias a Malfoy.

—¿Quieres hacerme el villano? Está bien. ¿Quieres pensar que yo soy el verdadero enemigo y el responsable de todo lo que está mal en el mundo? Adelante.

Harry apretó los ojos, haciendo que la cabeza de los muñecos rodaran en el suelo, chocando con sus pies para rápidamente volver a su posición inicial. No sabía qué hacer. Genuinamente no tenía idea de qué mierda hacer y no quería sentir que era su responsabilidad saberlo. Y había un ruido. Un ruido a lo lejos, atosigante y embriagador y-

Eran sus sollozos

—Creí que te importaba un comino. Los sangre sucia. Los muertos. La gente que has herido.

—Hay cosas que no me importan.

—Sí, pero ahora sé que es porque has tenido que aprender a que no te importen.

No. No. No.

¿Acaso a Malfoy le había importado lo que le hizo a McGonagall? ¿Acaso se estaba lamentando? Harry lo dudaba. Malfoy nunca dijo ser buena persona, todo lo contrario. Era horrible. Era Astaroth. No era más. No era más. No era más. Él se estaba engañando a sí mismo cuando confió en él. Harry dudaba demasiado que Malfoy estuviera arrepentido. Nunca se arrepintió antes de nada-

Pero no había tenido sus recuerdos.

Las respiraciones que tomaba estaban quemando su garganta.

No los había tenido, y se lo dijo más de una vez, le aseguró que no quería hacerle daño a Minerva.

Pero lo hizo.

¿Acaso excusaba las cosas no haber tenido sus recuerdos? Continuaba siendo Malfoy, continuaba siendo él- no era como si de la nada se hubiera transformado en otra persona completamente distinta. Para Harry sería mucho más simple si fuera así, sin embargo, el hechizo nada más borraba unas cuantas memorias. Si fuera capaz de transformarlo totalmente, podría entenderlo, excusarlo incluso. Mas no era así. Y Harry quería- Harry quería que todo fuera como antes. Cómo se sintió cuando lo vio reír por primera vez.

—No lo justifico. No creo que seas mejor persona. No creo que yo sea mejor persona tampoco. Sigues siendo Draco Malfoy, pero... lo entiendo.

—No parecías entenderlo antes.

—No lo sabía, Malfoy. Pero lo hago ahora.

Deseaba que hubiera sido alguien más. Cualquier otra persona, cualquier otro espía. ¿Por qué tenía que ser Malfoy? ¿Por qué se sentía tan significativo que fuera él?

Harry necesitaba respirar, y que la persona al otro jodido lado de la puerta se callara y lo dejara tranquilo.

Se llevó las manos a la cabeza, y comenzó a jalar su cabello.

Aquello se sentía como una pesadilla.

—Esta noche todavía se siente como un mal sueño. Desde que Tom ganó en Hogwarts, todo se siente así.

—Tal vez Hogwarts era el sueño.

Harry se dejó caer al suelo al fin, de golpe. No podía llorar, no podía permitirse llorar. Llorar era para débiles, él lo sabía, se lo dijeron toda su vida.

Pero las memorias continuaban llegando, y las palabras de Draco de esa noche no se iban.

—Potter, ¡no recordaba! ¡No tenía mis recuerdos! ¡Yo no quería, de haberlo sabido...!

Harry quería creerle, de verdad lo necesitaba. Pero no era capaz, ¿cómo podía hacerlo? McGonagall estaba en una prisión. Estaba en una celda, sola y herida. Ciega. Harry recordaba la tortura de Yaxley, de Rookwood, las que él presenció. Sabía de lo que Malfoy era capaz, entendía mejor que nadie por qué la gente le temía. Sin embargo- ¿de verdad cambiaba tanto, recordando y no?

¿Se habría detenido si las cosas fueran distintas?

No importaba. Aquello no cambiaba nada.

El daño ya estaba hecho.

—Estoy orgullosa de ti, Harry. Estoy segura de que siempre cumples tus promesas.

¿Por qué mierda le había prometido eso?, ¿por qué mierda seguía peleando?, ¿por qué?

¿Qué sentido tenía?

—Te salvé porque quería.

Harry estaba harto, no quería eso. Harry no deseaba ser él, deseaba ser un don nadie. No quería tener que enfrentarse a Voldemort, cargar con ser el Elegido, con encontrar a Nagini. Harry no quería hacerse responsable de todo lo que sucedía. Deseaba cambiar de identidad, ser cualquier persona menos quien era y tener una vida absolutamente normal y corriente. Desde que tenía memoria había peleado, desde su maldito nacimiento. Creció peleando, era lo único que sabía hacer, pero suficiente era- suficiente, y ya no sabía si podía aguantar.

La puerta se abrió, mientras Harry comenzaba a golpear los costados de la cabeza con las manos.

Sintió unos pasos apresurados ir hacia él, y sin siquiera notarlo, unos brazos estaban envolviéndose en su espalda, jalando su cabeza contra el pecho ajeno. Harry se dejó llevar en el abrazo, sin poder ver, y dándose cuenta entonces que sus ojos se habían empañado de lágrimas y que su garganta picaba rogando soltar un sollozo.

No se lo permitió.

La puerta se cerró, después de que la mujer que lo sostenía moviera la varita hacia ella, y Harry dejó que el aroma frutal de Astoria inundara sus fosas nasales. Ella murmuraba palabras que a sus oídos no tenían sentido.

Tenía que hacer algo. Tenía que moverse. Ya había gastado bastante tiempo en ese berrinche, y McGonagall no podía estar demasiado en ese lugar sola. Harry jamás se lo perdonaría.

—Ssh... —oyó a Astoria—. Ssh... Harry, debes calmarte.

Recién allí notó que estaba moviéndose desenfrenado bajo el agarre de la mujer, quien, como si sus brazos se trataran de acero, no lo dejaba ir. Harry levantó un poco la cabeza para ver cómo ella lo observaba de vuelta y respiraba profundamente. Él creyó que era buena idea imitarla.

Inhala. Mantiene. Exhala. Inhala. Mantiene. Exhala.

—Va a estar bien —dijo Astoria—. Todo va a estar bien...

Aquello se sintió como si le hubiesen clavado una daga en el estómago, y requirió todo de sí no descontrolarse de nuevo. Porque era una puta mentira. Ya nada estaba bien, nada podría estar bien de nuevo. Harry y las circunstancias alcanzaron un punto de no retorno.

Si hubiese estado allí-

—Potter, no es tu jodida culpa. No es tu culpa, ni la de la Orden, ni la de nadie. Es culpa de Él .  Él está decidiendo esto.

Harry ahogó un quejido, tratando de vaciar la mente.

Los pensamientos no lo dejaban tranquilo, amenazando con volverlo loco. Su magia no quería retraerse, quería atacar. Su cuerpo no quería quedarse quieto, quería luchar. Harry deseaba derramar sangre, devolver un poco del dolor que le estaban haciendo pasar.

¿Por qué mierda había tenido que ser Malfoy? ¿Por qué Harry había dejado de esperar lo peor de él? Era un monstruo. Él lo admitió. Malfoy era un monstruo y no merecía nada. Hirió a McGonagall, lo hizo sin dudar-

Y lo peor de todo, no era eso.

Se sentía así de ahogado y perdido, porque sin importar qué tanto lo pensara, qué tanto su cabeza lo repitiera y recordara que torturó a una de las personas que más quería- sin importar qué tanto Harry dijera que Malfoy era una escoria y que tenía la culpa de todo-

No podía volver a odiarlo.

Malfoy cegó a Minerva, la torturó, y con recuerdos o no, lo hizo. No era la primera vez tampoco, McGonagall era un nombre más en una lista interminable de personas inocentes a las que Malfoy les cagó la vida para ascender, por sus propios intereses egoístas. Draco Malfoy había sido creado a partir de la costilla de un demonio, Harry lo sabía, siempre lo supo, y ahora la realidad lo había alcanzado recordándole que sin importar su pasado, sin importar lo humano que Draco se veía, seguía siendo... él.

Y Harry no podía odiarlo.

Incluso después de saber todo eso. De estar consciente de que la persona que cambió toda la vida de McGonagall desde ese momento en adelante, fue él. Incluso después de eso, Harry aún no podía despreciarlo o escupir en su nombre diciéndolo en serio.

¿En qué clase de persona lo convertía eso?

Las manos de Astoria se posaron en su cabello, acariciando, mientras todavía le pedía que se calmara.

Harry no quería calmarse, Harry quería actuar.

—No puedes controlar todo. Hay gente aquí que necesita que pienses con la cabeza fría... No puedes ser tan despreocupado con tu vida. No sé si te lo han dicho antes, pero vale demasiado como para que vayas entregándola siempre.

Harry trató de volver a respirar hondamente, diciéndose a sí mismo que tenía que parar. Necesitaba pensar con la cabeza fría, era verdad. Las emociones no podían dominarlo en ese momento, el mundo no se lo podía permitir.

Si Malfoy había hecho algo, al menos desde que lo conoció, era no mentirle.

—No. No. No, yo no quería-

Harry cerró los ojos.

Era suficiente.

Tenía que juntar a la Orden, discutir la información y comenzar a moverse. Enterró toda la avalancha de emociones complejas que amenazaban con destruirlo y cerró los ojos. Harry podía hacer esto. Llevaba haciéndolo años. La gente que amaba era herida, era asesinada, y él podía fingir que nada sucedió. Podía ignorar la presión en su cabeza que parecía que algún día terminaría por aplastarlo.

Al cabo de unos segundos, mientras calmaba su respiración, miró hacia arriba. Astoria estaba dedicándole una sonrisa igual de cansada que lo que demostraba en el resto de sus facciones. Acariciaba su cabello, examinando el rostro de Harry con cautela. Estaba cerca. Intentaba calmarlo.

Se veía bellísima.

Sus ojos azules eran claros, y honestos, y sus facciones resaltaban aún más gracias a la trenza que usaba. Su usual vestido blanco contrastaba con la situación. Harry podía compararla con un ángel.

Se separó de su pecho, sin dejar de mirarla, y se detuvo a centímetros de su rostro.

Astoria era una buena amiga, era una excelente persona. Era simpática, y alegre, y leal. Astoria era de las mejores cosas que le habían pasado a Harry, a la Orden, y la amistad que compartían le enseñó cosas de él mismo que ni siquiera conocía. Era preciosa. Era todo lo que alguien podría querer. Además de todo, era buena amante. Lo podía a ayudar a olvidar la mierda que era el mundo.

Astoria era lo que se suponía que Harry debía desear.

Y estaba allí.

Harry la miró unos segundos más, directo a los ojos. Astoria lo miró de vuelta, sin separarse, como si también lo quisiera. Harry se acercó lentamente haciendo que su aliento chocara con el de ella, y se aferró a sus brazos.

Astoria estaba allí.

Entonces, cuando sus labios se rozaron, ella acunó su rostro y retrocedió abruptamente. Harry percibió cómo su corazón se saltaba un latido. Se sentía perdido. Ella lo miró con un deje de lástima.

—Astoria-

—Ambos sabemos... que no es a mí a quien quieres.

Harry cerró los ojos, alejándose también.

Estaba sofocado y necesitaba respirar. Harry apagó de inmediato todos los pensamientos de su cabeza, y lo que una simple frase le hizo sentir. En lo que lo hizo pensar, lo que lo hizo imaginar.

No podía lidiar con eso.

No ahora.

Por unos segundos, ninguno se movió. Astoria le dio el tiempo para que Harry se calmara. Ni siquiera le importaba el rechazo, le daba completamente igual, lo único que Harry necesitaba era algo que curara el dolor. Que calmara la presión en su caja torácica.

—Se nota que te duele la espalda —Astoria dijo entonces después de minutos enteros, tocando suavemente su cuello—, curemos esa herida.

Harry se quedó en su lugar.

Le interesaba una mierda su espalda. No quería eso. No quería nada de eso. La herida en el borde de su cicatriz de piedra era la menor de todas sus preocupaciones.

Astoria se puso de pie, suspirando hondamente al ver que no se movía.

—Ven, por favor —dijo ella, tendiéndole su mano—. Ron te está buscando.

Harry la miró.

Sabía que era su deber entrelazar sus dedos.

•••

Astoria se marchó poco rato después, porque fue llamada debido a su rol como espía. Harry por su parte se encargó de contactar a todas las personas que podían ayudar, porque no tenían más opciones de momento. Lo único que quedaba por hacer era crear un plan para rescatar a McGonagall.

Cuándo Ron los encontró, y empezó a llenar a Harry de preguntas acerca de qué había sucedido con Theo y Malfoy, Harry se rehusó a contestar, diciéndole en cambio que debían llamar a una reunión urgente de la Orden y que no podía esperar por nada del mundo.

Ron le hizo caso, dudoso, aunque reconociendo que no bromeaba al pedir algo así.

Así que ahí estaban.

Una vez que la última persona ingresó a la sala, y el peso de los asientos vacíos se instauró en el sistema de Harry, este se levantó, soltando sin previo aviso:

—McGonagall está secuestrada en las celdas del Ministerio.

Y las reacciones fueron inmediatas.

Madam Hooch soltó un casi inaudible "No", al mismo tiempo que Kingsley le daba un golpe a la mesa gracias a la impotencia. Ron junto a Hermione se pusieron pálidos, y Robards se tomó la cabeza, mientras Molly negaba, murmurando que, "¿Cómo iban a decírselo a Poppy?"

Harry sentía que llevaba el peso del mundo en sus hombros.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Kingsley pasado un rato, con su rostro ensombrecido.

Todos los presentes lo miraron.

—Malfoy me lo contó.

La noticia los había devastado, era notorio, aunque no entendía por qué carajos no se lo esperaban. Así sucedía en ese mundo: lo peor que podía pasar, pasaba. Las peores cosas que uno podía imaginar, se hacían realidad.

Si Harry se encontrara un poco menos agotado, quizás su corazón se habría encogido frente a las caras de desolación que lo observaban.

—¿Está bien? —preguntó Hermione, temerosa y alejada de todo contacto humano que no fuera Ron.

Harry la miró, descubriendo que la pregunta no era tan fácil de contestar. Uno de sus impulsos, de los más antiguos, le decía que soltara todo lo que sabía. Harry no guardaba secretos con la Orden; todo lo que él sabía, ellos lo sabían también. Les contó detalladamente acerca de las lealtades de las varitas y cómo quizás aquello podría resultar clave en el último enfrentamiento contra Voldemort. Les contó acerca de su muerte, y de las Reliquias. Les contó siempre todo lo que tuvieran que saber.

Y sin embargo, no podía contarles lo que Malfoy había hecho.

No podía.

—No —respondió entonces.

Harry ignoró la expresión pensativa que Ron tenía en el rostro desde que lo había visto, minutos atrás. Parecía estar analizando cada uno de sus movimientos. Harry sabía que era mucho más perceptivo de lo que la gente le daba crédito, y francamente, no se encontraba en posición de lidiar con aquello ahora.

Una cosa a la vez.

—¿Está viva?

—Sí —respondió Harry, tratando de creérselo—. Sí, está viva, por eso he llamado a esta reunión. Debemos trazar un plan para rescatarla.

Y antes de que cualquiera pudiera preguntar algo más, empezó a exponer los pros y contras que habían en un intento de entrada al Ministerio.

Las calles del mundo muggle que daban a la entrada del edificio no pudieron ser aisladas como la de Grimmauld Place o San Mungo, así que se destruyó; por lo que ingresar de la forma en la que lo hicieron en 1997 para robar el relicario (a través de un baño público), no era una opción. Todos los empleados del Ministerio, sin excepción, tenían acceso a este a través de las chimeneas. La única forma de entrar era usando la red flú, por lo que deberían ocupar la de uno de los espías.

Theo, Astoria y... Malfoy, no eran una opción. Si algo fallaba, y descubrían que estaban prestando su casa para algo así, los matarían o tendrían que esconderse lo que quedaba de la guerra en la base. Perderían la importancia de su papel allí afuera, la información que podían traerles de la élite. Aquello estaba descartado.

Otra de las opciones era ingresar por la chimenea de Adrian, pero... ¿cuántos podrían entrar pasando desapercibidos? Y sin importar quién les ayudara, Adrian u otro, ¿cómo burlarían los procesos de reconocimiento que los empleados del Ministerio tenían que enfrentar, los que habían implementado después de los intentos de rescate de la Orden en algunas ejecuciones? Después de que los Mortífagos les impidieran el paso, terminarían matando a quien les facilitara la red flú y en esos momentos sólo les quedaban máximo siete espías infiltrados en el Ministerio.

¿A quién podían arriesgar, y a quién no?

¿Cómo podían llevarse a McGonagall sin ser atrapados ellos también dentro?

Los miembros de la Orden escucharon sus puntos con atención, aportando y dándose cuenta de que en ese caso, había gato encerrado. Lo de las chimeneas y la cantidad de personas que podrían entrar al Ministerio antes de ser notadas, ya era un contra enorme. Pero además de todo, las celdas del Ministerio e incluso Azkaban estaban configuradas para que todo aquel que no tuviera permiso, no pudiera usar magia dentro de ellas a menos que el establecimiento se estuviera derrumbando. Harry no podría llamar a su propia magia para rescatar a McGonagall, tendría que deshacer sus grilletes manualmente, y, ¿cómo podría lograrlo rápido?

Lo peor de todo era que, lo más seguro, es que hubiera una alarma en el lugar, por lo que si se detectaba algún movimiento extraño Voldemort iría. Voldemort iría, y todo terminaría antes de empezar. Con Kreacher sucedía exactamente lo mismo, y no podían darse el lujo de perder al elfo.

Estaban atrapados.

A pesar de que deseaban actuar ahora ya, lo mejor era esperar.

Cómo jodía.

Cosas malas pasaban cuando Harry esperaba. Cuando su estómago le decía que no era buena idea quedarse sin hacer nada.

Se comprometió a hablar con Adrian finalmente, que él les informara cómo estaba McGonagall. A pesar de que la gente lo miró interrogante ante esto, nadie comentó nada. Y al terminar se mostraron de acuerdo cuando Harry les dijo que incluso podrían hacer el hechizo que los vinculaba a él, y les permitía ver lo que Adrian estaba viendo para tener más certeza de lo que sucedía.

Bien. Era un plan. Era mejor de lo que tenía antes. Harry se levantó de su lugar dispuesto a escribirle al hombre. El resto lo imitó.

Cuando la gente abandonó la sala, movilizándose, un brazo se aferró al suyo impidiendo que se moviera, que huyera, y él sintió cómo la sangre abandonaba su cara.

Harry miró hacia atrás, encontrando a Ron en su silla de ruedas, y a Hermione mirándolo, ambos con expresiones de cautela y preocupación pintadas en sus rostros.

—Sé que no has dicho todo —le dijo él sin rodeos.

Harry sintió cómo todo el autocontrol que había ganado se desmoronaba con esas simples palabras.

—No ahora, por favor...

Ron apretó más fuerte su mano, sabiendo la respuesta incluso antes de hacer la pregunta.

—Fue Malfoy, ¿no es así? —espetó él, tal como Harry esperaba—. ¿Qué hizo ahora?

Harry no quería decirlo.

Si le decía, todas sus advertencias tendrían sentido y base: que Malfoy no era de fiar, y que era un asesino, un torturador cruel e inhumano. Ron le refregaría en la cara que siempre tuvo la razón.

Y-

Harry no quería que tuviera la razón.

Dejando sus sentimientos de lado, se separó con brusquedad del agarre de su amigo, ignorando a Hermione.

—Iré a hablar con Madam Pomfrey —les dijo, tragando la amargura que quería atacarlo, al saber que daría malas noticias—. Está demasiado afectada-

—Harry, tienes que dormir —lo interrumpió Hermione, dando un paso al frente.

—No- no-

Ella puso una mano encima de la suya, con delicadeza.

Era la primera vez que lo tocaba en meses.

—Por el amor a Merlín, Harry —murmuró ella, temblando—. No le sirves a nadie matándote de sueño. Duerme.

Harry cerró los ojos, viendo la única cara que deseaba evitar ahí, en la oscuridad.

Y se dejó sujetar por ambos, tratando de convencerse a sí mismo que las cosas mejorarían.

 

Notes:

Hola! Qué tal???

Nada más venía a decir dos cositas: 

1, Desolación no se detiene!! JAJAJA lit creo que hay unos tres caps de "descanso" a lo largo del fic, así que es totalmente entendible si desean parar la lectura y volver cuando todo esté sorteado. 

Y...2, mucho del personaje de Draco y la misma relación de Harry y él está inspirado en la canción "Devil's Backbone" de The Civil Wars, por si quieren escucharla. Me ENCANTA. Los quiero mucho.

En fin, cuídense<3

Chapter 33: Capítulo 28: Paralelismos

Chapter Text

Tres días después de esa noche, a Draco se le comunicó que Minerva McGonagall ya estaba disponible para continuar con el interrogatorio.

Durante ese intermedio de tiempo, lo único que hizo fue encerrarse en la mansión, sin permitirle el paso a absolutamente nadie que no fueran los últimos miembros que quedaban del Nobilium, (quienes de todas formas no trataron de entrar), y- pensar. Draco no hizo más que pensar.

Si no fuera por los elfos que le recordaban que tenía que comer al mandarle bocadillos a su habitación, probablemente no lo habría hecho, se hubiera matado de hambre. Draco ni siquiera juntó la motivación para bañarse, afeitarse o siquiera levantarse de la cama para hacer algo más que ir al baño. Lo que sucedió con Minerva... lo sacudió. Sacudió todas sus barreras y por poco las tiró abajo.

Lo que Harry le dijo, quizás terminó por destruirlas.

Draco se sumió en una espiral de autodesprecio en el que cada día y a cada segundo, recordaba las cosas que hizo. No sólo a McGonagall, sino a todos- a la gente que torturó durante esos años, a aquellos que desaparecieron en su propia casa. Nunca, nunca se permitía pensar en eso. Draco había olvidado lo que era sentirse mal por herir a alguien. Cuando era más pequeño, en Hogwarts, jamás le importó. Lo disfrutaba, de hecho. Draco tenía claro que fue un matón y que le complacía ver gente llorar cuando él se burlaba de ellos. Pero... luego de unirse a los Mortífagos se dio cuenta que eso no era lo que deseaba, que incluso le asqueaba torturar personas. Creyó que él no era así y que por lo mismo tenía tanto miedo de que Voldemort ganara.

Sin embargo, la segunda guerra acabó, y descubrió que nada se le daba mejor que el sufrimiento ajeno.

Después de la batalla, no le quedó más opción- o bueno, Draco creyó que ya no le quedaba más elección que hacer lo que hizo, pero siempre existían opciones.

Draco sólo tomó las incorrectas, diciéndose a sí mismo que tenía una razón legítima detrás.

Y ahora Narcissa se había ido, y lo único que quedaba de él era un intento de ser humano.

El monstruo en el que se convirtió.

Lo peor de todo era que no podía arrepentirse, no de todo. Draco habría hecho eso y más por su madre. No era un iluso, no se iba a negar a sí mismo que era una mierda. Simplemente Draco había nacido... malo.

Lo que verdaderamente le dolía, era la gente a la que dañaba a su paso.

Las palabras de Harry no lo abandonaban, por mucho que quisiera deshacerse de ellas y decir que no eran de importancia. Realmente- quería ser- quería ser mejor. Draco deseaba creer que podía llegar a sentir pesar por quienes había herido... pero no era del todo capaz, y una vez más probaba a Potter en lo correcto. Todo lo que dijo fue verdad.

Eso era él, con o sin recuerdos. Eso era, un torturador. Una persona sin empatía. No estaba destinado a nada más, nunca estuvo destinado a grandes cosas, por mucho que se lo hicieron creer.

Las cosas serían más fáciles si pudiera volver a no sentir nada.

Una parte de sí maldecía a la Orden, maldecía a su rol como espía, a Theo y a las putas circunstancias. Draco había estado bien antes, con su mente en un solo objetivo, sin moral o represalias que afrontar, nada más respondiendo ante él mismo. Pero luego, pasó lo que pasó- y ahora se sentía de esa manera porque le importaba. Porque se preocupaba por Potter, Astoria o Theo tanto como se preocupaba de vengar a Narcissa y saber la verdad sobre su muerte. Y le jodía. No quería esa mierda, no podía quererlos.

No cuando, tarde o temprano, terminaría destruyendolos.

Así como pasó con su familia, Eric, o Pansy.

Y allí estaba lo peor de todo: que a pesar del daño que causaría, Draco haría lo posible para que la Orden triunfara y que ninguno de ellos muriera, incluso si terminaba siendo odiado. Draco repetiría lo de McGonagall una y mil veces, si eso significaba que podría ayudarlos a encontrar a Nagini directa o indirectamente. Mientras el Juramento Inquebrantable se lo permitiera, mientras nunca perjudicara a la Orden a consciencia- Draco haría lo posible para no vacilar.

Si eso lo transformaba en el demonio que todos pensaban que era, adelante. Ya no tenía demasiado que perder. Su imagen pocas veces le había importado menos.

Eso intentaba decirse a sí mismo.

Terminando de vestirse, Draco tomó de inmediato la red flú hacia el Ministerio. Tenía la mente en blanco, no sabía qué haría cuando llegara y la viera, no sabía si con sus recuerdos podría negarse a hacer lo que Voldemort le ordenaba. Eso le había dicho a Harry, que con sus memorias las cosas habrían sido diferentes. Draco pensaba en lo que sucedería si desobedecía, y ahora... lo dudaba.

Pero si perder a McGonagall perjudicaba a la Orden tampoco tenía muchas opciones. Se sentía entre la espada y la pared, tratando de respirar mientras se estaba ahogando.

Sin preguntar o esperar a nadie, se dirigió a los calabozos del Ministerio, recordando la puerta de McGonagall y entrando en ella sin previo aviso.

El olor a sangre fue lo primero que lo recibió. Draco miró a su alrededor; las antorchas estaban encendidas, y al fondo tal como tres días atrás, una mujer se encontraba atada de manos y piernas.

Estaba mucho más compuesta que la última vez que la vio y las heridas que le infringió ese día ya no se encontraban, excepto alrededor de sus ojos que aún tenían sangre. Ya no quedaba nada de ellos. Draco sintió de inmediato cómo el estómago se le retorcía en un nudo.

Yo hice eso, pensó.

Yo la condené a nunca poder ver la cara de Harry de nuevo.

Aún así, incluso con esa imagen demacrada, McGonagall no parecía una víctima, no parecía alguien débil. Draco la observó unos momentos, a su cabeza agachada y a sus ropas ahora limpias. No parecía alguien del que compadecerse.

Entonces- ¿por qué la culpa fue lo primero que subió por su espalda?

Recordó sus gritos. Recordó sus súplicas, sus heridas y su dolor. Las amenazas que el Lord le hizo. Draco no podía olvidar. Se negaba a olvidar aunque eso era lo que deseaba.

No. No. No.

Draco cerró la puerta rápidamente y avanzó en grandes zancadas a la mujer, tomando el fierro entre sus manos sin siquiera darse cuenta de lo que hacía.

—McGonagall- —dijo Draco abruptamente, desesperado.

La mujer dio un salto cuando lo oyó, girando la cara en cada dirección mientras se apegaba a la pared, demostrando un miedo inconsciente que probablemente ella ni siquiera sabía que estaba ahí. No podía ver de dónde venía su voz, era probable que todavía no se acostumbrara a no ver, y algo dentro suyo volvió a revolverse. Cuando Minerva reconoció que nadie le haría daño, parte de su cuerpo se relajó, y su rostro quedó apuntando hacia adelante. Los cuencos de sus ojos ahora estaban vacíos.

El dolor de esa noche lo golpeó. Las palabras de Potter. Lo que había hecho.

Draco se aferró a los barrotes incapaz de seguir mirándola, apoyando la cabeza en el metal.

—Lo siento —dijo, casi inaudible—. Lo siento- lo siento...

El silencio fue lo único que recibió.

Draco no había esperado nada diferente.

No tenía idea por qué de todo era que se disculpaba, sólo sabía que lo que hizo cagó muchas cosas, y Draco todavía no era totalmente capaz de dilucidar cuáles. Las consecuencias de sus acciones aún no se asentaban en su cabeza. Sólo lo mucho que dolía y lo mucho que dañó.

Un lo siento no sirve de nada.

No cambia nada.

Los extenuantes segundos pasaron, mientras él se preguntaba qué estaba sucediendo en la mente de la mujer. ¿Se preguntaría por qué Draco estaba diciéndole eso? Probablemente no. Probablemente McGonagall quería escupirle, vengarse.

Draco no podía decir que no lo merecía.

—¿Me recuerdas ahora? —preguntó ella en cambio, sacándolo de sus pensamientos. Su garganta se oía rasposa.

Draco volvió a mirarla. Su rostro era todo lo opuesto a lo que recordaba de

McGonagall: herido y carente de forma- no, su ex profesora nunca se había visto así. Le hacía afrontar que él le había provocado eso. Él lo hizo. Ya nada lo cambiaría.

Draco se enfocó en su pregunta, intentando dejar de pensar, y descubrió que McGonagall sabía lo de sus recuerdos. Potter se lo contó. O sea que sabía que cuando la... cegó, Draco no estaba completamente consciente, que no lo había hecho con toda la información.

No es excusa.

—Sí —terminó contestando.

—Lo noto. Tu voz no suena igual.

Dolió.

Pero somos lo mismo, quería responder. Uno es más cruel, pero el Draco que te torturó es igual que yo. Sin importar que uno se arrepienta y el otro no. Sin importar que uno suene distinto. Fui yo. Yo lo hice.

No es excusa.

Draco cerró la boca, sintiendo que las palabras querían escapar de él. Necesitaba centrarse en el presente. No podía cambiar el pasado, pero podía hacer algo ahora. Tal vez.

—¿Qué hago? —preguntó, sin aliento—. ¿Qué hago cuando él esté aquí?

¿Qué hago con lo que me ordenen?, ¿qué hago con él?, ¿cómo respondo a sus órdenes?

McGonagall dudó, mas fue clara y concisa al contestar. Incluso cuando las palabras parecían dolerle a ella misma.

—Haz lo que te pidan.

Draco parpadeó unas veces, incrédulo.

McGonagall no bromeaba.

¿Le habría dicho lo mismo anoche? ¿Por qué aceptaba así su destino, como si fuera lo más valiente que se le hubiera ocurrido?

Quizás habría sido más fácil haberla visto más derrotada, menos determinada. Pero McGonagall parecía dispuesta a seguir peleando, a aguantar torturas. A hacerlo a él un verdugo a consciencia, con tal de comprarles tiempo a ambos.

—¿Lo que me pidan? —preguntó Draco sin aliento.

—No pueden desconfiar de ti —espetó ella, con una rabia que hacía temblar su voz—. Tú eres- eres una de las claves en todo esto, si Tom llegara a pensar que no le eres fiel...

La mujer se agitó entre sus cadenas y cerró la boca, ahogando un sollozo. Le quemaba decir eso, Draco lo notaba. Le quemaba saber que estaba sacrificándose por él, la persona que la dejó ciega, que la torturó. Draco, quien era responsable de las maldiciones que terminaron matando y enloqueciendo a alumnos de ella. Draco, quien ayudó a mantener ese mundo por casi ocho años.

McGonagall estaba sufriendo al decirle aquello

—¿Y si me piden...? —preguntó él, tragando en seco—. ¿Y si me piden matarte?

Ella no contestó.

Draco no sabía qué significaba ese silencio, qué tan lejos estaba dispuesta a ir McGonagall... Pero una cosa estaba clara:

Él jamás había matado a nadie.

¿Cómo podía empezar ahora?

McGonagall apretó la piel alrededor de sus cejas, haciendo que el vacío de sus cuencas se hiciera bizarramente notorio. Draco observó, sudando, contemplando sus opciones. Era una situación sin salida porque, ¿cuáles eran sus alternativas?, ¿negarse? ¿Superar sus límites sólo por el bien de...? ¿De quién? ¿De la Orden, de él mismo...?

No. Tenía que pensar en algo más. No podía ser que eso era lo único que supiera hacer.

Obedecer.

—Esto es necesario. Y si es así... si llega a eso- dile a Pomfrey- dile... —McGonagall dijo, mordiendo visiblemente su lengua. Draco esperó en silencio—. Carajo.

Justo cuando le iba a asegurar que no se preocupara, que intentaría sacarla, que luego de ese día examinaría las protecciones de la celda y la sacaría de allí como fuera, un estruendo resonó por todo el lugar, provocando que Draco retrocediera un paso y se girara hacia la puerta siguiendo el eco de la risa.

Voldemort junto a Maia se paraban en el umbral.

Draco bajó la cabeza al instante, evitando mirarlo a la cara y a la misma vez captando un vistazo de la expresión de deleite de la mujer. ¿Por qué estaba ella ahí?

Para castigar a McGonagall, ¿por qué más?

Maia se acercó a la celda pasando por delante de él sin siquiera reconocer su presencia, y miró hacia adentro.

—¡La perra de McGonagall! —exclamó, como si se reencontrara con una vieja conocida—. Tantos años... La vejez no te ha sentado nada bien...

Draco esperó a que Voldemort se parara a su lado para al fin poder levantar la cabeza. Encontró el gesto de desprecio y furia que Minerva tenía en la cara. Draco no tenía idea de cómo solucionaría eso. Cómo impediría-

—No... necesito... —respondió McGonagall, hablando más lento y forzado de lo que le habló a él, seguramente para hacer creer que se encontraba más débil de lo que en realidad estaba—, tener mis... ojos... para saber lo terrible... que luces tú.

Maia soltó una risa.

—¿Sí? —dijo, divertida—. Puedo ser más terrible que sólo en apariencia, te lo demostraré. ¡Crucio!

McGonagall empezó a sacudirse incansablemente debido a la maldición abriéndose paso por ella, y Draco sólo pidió, en medio de la impresión del momento, que sin importar qué, no se rompiera tan fácilmente. Que aguantara hasta encontrar una forma de sacarla de allí.

Cuando empezó a gritar, Maia cortó la Cruciatus.

El Señor Tenebroso, quien se sentía complacido, ni siquiera necesitó agitar una mano para abrir la puerta de la celda. Esta lo hizo de pronto, provocando que McGonagall inconscientemente se apegara a la pared para esperar un golpe. Maia sacó de entre sus túnicas un vial, que contenía lo que Draco suponía era Veritaserum, y luego de entrar a la celda agarró la mandíbula de McGonagall con firmeza, obligándola a tomarse todo el líquido.

Dándole otra sobredosis.

McGonagall tosió. Maia dio un paso atrás, afirmando en su mano algo por lo que era reconocida en el mundo mágico. Maia no sólo atacaba con varitas, las dagas también eran sus amigas.

Bellatrix estaría orgullosa.

—Ahora... —dijo ella—. Empecemos esto.

Los ojos de Voldemort se fijaron en los suyos, y Draco tuvo que poner una sonrisa cruel en el rostro.

—Astaroth... —dijo él.

Draco hizo una reverencia instantáneamente, y sintió cómo sus intestinos se revolvían con anticipación, a sabiendas de lo que le iban a pedir.

—¿Sí, mi señor?

—¿Quieres hacernos los honores?

Draco dudó. Fue cosa de menos de un segundo, imperceptible, pero antes de hacer algo estúpido como negarse, las palabras de McGonagall regresaron a él.

Haz lo que te pidan.

Dio un paso al frente y la miró, tratando de evocar el sentimiento de venganza que había sentido hace días, el querer dañarla. Sin embargo, mientras más la observaba, menos lo sentía. Mirando hacia atrás, Draco estaba casi seguro de que el Crucio de noches anteriores resultó por toda la amargura que tenía en sí, que volcó en McGonagall. Y porque una parte de su ser, una parte resentida por lo que ella le hizo durante uno de los entrenamientos, le guardaba rencor.

Y mira dónde eso te ha dejado.

—¡Crucio! —exclamó Draco levantando la varita, rogando que funcionara.

McGonagall volvió a sacudirse.

Pero, a diferencia de otras veces, él mismo se sentía débil, y eso se estaba reflejando en la maldición. El Crucio de Maia funcionó en escala, aumentando de intensidad al punto de tener a McGonagall gritando de dolor a los pocos segundos.

Sin embargo, Draco llevaba más de diez, y lo único que recibía de la mujer eran labios sellados y resistencia. La mirada de Voldemort quemaba encima de su varita, y el miedo de que estuviera sospechando algo se coló en su cabeza.

Draco retiró el Crucio incluso cuando nadie le ordenó que lo hiciera.

Parándose derecho, ignoró la mirada de Maia junto a la expresión que el Lord pudiera tener en su rostro. Se enfocó en McGonagall, cuyo cuerpo había caído entre las cadenas prácticamente inerte, y esperó en silencio que le dieran alguna indicación. Toda esa situación le estaba trayendo incomodidad, y si era sincero, estaba demasiado desconcentrado para priorizar la supervivencia o el pensamiento racional.

Draco sólo podía pensar en las consecuencias que traería, si repetía el número de noches atrás.

Aunque no debería estar haciéndolo.

—Interrógala, Astaroth —soltó Voldemort de pronto, con voz brusca.

—¿Yo?

El Señor Tenebroso pausó.

—¿Estoy hablándole a alguien más?

Draco se quedó en su lugar, con la varita apretada entre los dedos. Se sintió incapaz de despegar los ojos del final de la celda, que se sentía a kilómetros y kilómetros lejos, mientras recordaba lo que había sucedido días antes. Hizo colapsar los órganos internos de McGonagall, le aplicó la Cruciatus más veces de las que recordaba, no se preocupó por las consecuencias de la tortura, ni siquiera verificó que McGonagall no fuera usada como Voldemort amenazó que la usaría. Y luego cuando recuperó sus recuerdos, Draco recién pudo ver parcialmente el peso de sus acciones.

Estaba frente al mismo dilema, dos opciones se abrían paso frente a él.

Hacerlo o no.

Salvarse a sí mismo, o no.

¿Qué haría Potter?

Probablemente algo heroico y estúpido, negándose a marcar la vida de un inocente y ofreciendo la suya a cambio.

¿Qué diría de él, al verlo vacilar? ¿Creería que es un cobarde?, ¿una mala persona por siquiera dudarlo?

—¿Cuál es tu problema hoy?

La furia del Señor Tenebroso era algo demasiado reconocible. La llama de la vela titiló, y el suelo bajo sus pies emitió un sonido parecido a un sismo. Draco sabía que no era buena idea provocarlo desde que la guerra se había declarado, pero... simplemente no era su intención. No podía moverse.

Draco miró cómo McGonagall levantaba la cabeza. Sus cuencos vacíos penetraron su visión, mientras articulaba un "hazlo".

Maia se acercó a él, pasando por su espalda.

—Oh, Draco —dijo ella, con voz soñadora—. No me digas que de pronto has vuelto a ser el mismo imbécil que hace años atrás. Ya estás bastante crecidito.

Él le dio una sola mirada mortífera que hizo que retrocediera un paso. Maia era la que más jugaba con su paciencia de todos los Mortífagos, junto a Greyback, pero reconocía los límites de Draco y sabía que no le gustaría sobrepasarlos.

Aunque, con Voldemort respaldandola, Draco no estaba seguro hasta donde podía llegar.

—Sólo no veo el punto a seguir esto... —respondió él, con cuidado—. Es obvio que nunca hablará.

El Lord consideró sus palabras, dando una caminata por la celda. Draco observó todo con sumo cuidado, preguntándose si desconfiaría de él por eso. Él no era conocido por negarse a torturar, Draco era conocido por disfrutarlo.

Finalmente Voldemort se detuvo frente a McGonagall, quien estaba extrañamente quieta, y jaló su cabello para mostrarle a Draco su cara.

Una sonrisa maquiavélica nació en su rostro, viendo cómo McGonagall se dejaba hacer. Era una actitud contraria a la rebelde que tenía días atrás.

—Entonces... mátala.

Creyó haber oído mal.

Esperaba haberlo hecho.

Draco se aferró a su varita, como si eso lo fuese a anclar al presente.

—¿Qué?

El Lord sonrió. Draco fue capaz de ver cómo la sonrisa se extendía hasta los bordes de su cara, y los colmillos sobresalían de entre sus labios. Los ojos completamente rojos estaban clavados en él, como si se burlara, como si eso no fuese más que un circo.

Draco quería huir.

—Si dices que nunca hablará, mátala. ¿De qué nos sirve tenerla aquí?

Eso no era lo que Draco deseaba conseguir en absoluto. Lo que deseaba era que dejara tranquila a McGonagall, sólo por esa vez. Que no le hiciera decidir a él.

Pero suponía que las cosas nunca habían sido fáciles.

Draco examinó la situación, considerando qué tan verdadera era la petición del Lord, y qué tanto venía de la rabia de ser desobedecido, o de querer probar la lealtad de Draco. Ignorando la opresión que subió por su pecho, sacó la varita otra vez, calmándose, tenía que actuar con la cabeza fría.

Haz lo que te pidan.

—Podríamos negociarla- —intentó decir, convencer.

—¿Negociar? —replicó el Señor Tenebroso, con la voz fría como un témpano—. ¿Me sugieres a mí, negociar con esos asquerosos amantes de los sangre sucia?

Draco maldijo por lo bajo, viendo la cara neutral de McGonagall y el gesto lleno de goce que Maia tenía, intercambiando la mirada entre él y su prisionera esperando el golpe.

No sabía qué hacer.

Incluso si la maldición le funcionara... ¿cómo podría-?

¿Qué le diría a Harry?

Voldemort comenzaba a impacientarse.

—Mátala —repitió.

Draco la miró, y sintió cómo todo estaba pasándole a alguien más. Se veía incapaz de hacer algo como aquello; ni siquiera estaba en sus planes. Draco podía aguantar volver a torturarla, incluso podría quitarle alguna extremidad en caso de que fuera necesario, todo con tal de mantenerla viva. No podía. No podía.

Además, su Juramento se lo impedía.

—Malfoy —repitió el Lord, amenazante. Ya no bromeaba—. Mátala.

Le tomó unos segundos darse cuenta de que antes, el Señor Tenebroso esperaba que Draco sugiriera algo cruel y despiadado en vez de matarla, como cortarla a la mitad, hacer todo público. Pero ahora... ahora ya nada lo contentaría más que ser obedecido.

Draco debía- debía matarla.

Sintió la presión arraigarse en su sistema, y vio directos los ojos de Maia. Estaban expectantes. El aire estaba cargado de expectación.

¿De verdad tenía que hacer eso?

¿Cómo?

Draco levantó la varita aún más y esta tembló. La celda fría e iluminada por el fuego se fundió en sus ojos provocando que ardieran.

Y de un momento a otro, Draco ya no estaba parado en los calabozos del Ministerio.

Draco estaba en la Torre de Astronomía de Hogwarts, diez años atrás, y frente a él no se encontraba su ex profesora, sino Albus Dumbledore.

El anciano lo miraba con condescendencia, como si su sola existencia fuese patética.

—Draco. Draco, tú no eres un asesino.

—¿Cómo lo sabes? —había replicado él infantilmente, asustado—. Tú no sabes de lo que soy capaz. ¡No sabes lo que he hecho!

Maia acariciaba su espalda. La magia del Lord subía por sus piernas. ¿Cómo se suponía que debía actuar?

—De todas formas, hay poco tiempo. —Albus Dumbledore trataba de comprar unos minutos para salvarse, Draco lo veía ahora. Jamás quiso ayudarlo, las cosas habrían sido distintas de ser así—. Así que discutamos tus opciones.

¿Cuáles eran?, ¿morir, o matar? ¿Qué clases de caminos eran esos para escoger?

—¡No tengo ninguna opción! ¡Debo hacerlo! ¡Él me matará! ¡Matará a toda mi familia!

Era patético.

Temer a la muerte tanto como temía a la vida.

—Puedo ayudarte, Draco.

—No, no puedes. Nadie puede... No tengo opción.

Las había, oh, por supuesto que las había, sólo que Draco tomó todas las equivocadas por el miedo. Una más, una menos. ¿Qué sucedería si mataba a McGonagall?

Harry lo odiaría el resto de su vida.

La Orden no querría nada más con él, e incluso, probablemente, terminarían asesinándolo.

Probaría que desde el inicio, nunca fue alguien en el que confiar.

Y bueno, si ellos no terminaban matándolo, el Juramento lo haría.

¿Y qué pasaba si no la mataba?

Voldemort lo mataba a él. Draco lo sabía. La opción más segura era esa.

¿Qué importaba qué terminara eligiendo?

¿En qué cambiaba realmente?

Maia deslizó la daga por su cuello. El Señor Tenebroso gritó algo incomprensible.

—Pásate a nuestro bando, Draco... Tú no eres ningún asesino.

—He llegado hasta aquí, ¿no? Ellos pensaron que moriría en el intento, pero aquí estoy... Y ahora su vida depende de mí... Soy yo el que tiene la varita... Su suerte está en mis manos.

McGonagall soltó un quejido de miedo.

—No, Draco —dijo Dumbledore—. Soy yo el que tiene tu suerte en las manos.

Draco respiró hondamente. La voz de Albus Dumbledore retumbó en su cabeza. La magia del Señor Tenebroso vibró.

—¡Mátala!

Draco cerró los ojos, ahogando un jadeo.

Antes de moverse, antes de levantar la varita, antes de los segundos que vinieron después, lo último que pasó por su cabeza fueron unos ojos verdes intensos mirándolo. Una voz que le decía que no muriera. Unos brazos que lo sostenían en la adversidad. Draco pensó en lo único que se prohibía pensar desde que tenía memoria. La persona que le hacía odiar tanto como le hacía sentir. Sólo- sentir.

Iba a vomitar.

Avada Kedavra.

Desde su varita salió un rayo, pero no se atrevió a mirar. Maia soltó un suspiro de excitación, y el Lord dio un paso adelante, esperando ver lo que deseaba.

El lugar se quedó en silencio.

Casi parecía... desolado.

Ninguno emitía un ruido, y a Draco no le quedó más remedio que abrir los ojos, centrando su mirada en los zapatos y esperando, con el corazón martilleando en su pecho. Segundos. Minutos. El estómago había caído hasta el final de su cuerpo.

Y pasados unos largos momentos, volvió los ojos a McGonagall, descubriendo con un deje de alivio que ésta estaba respirando exageradamente rápido y... que la maldición no había funcionado.

Era obvio que no lo haría. Draco nunca esperó que lo hiciera.

Él no era un asesino.

No eso, al menos.

—Ya veo... —murmuró el Señor Tenebroso, saliendo de su estupefacción momentánea a medida que caminaba en su dirección—. Si prefieres tomar tú el castigo de ella, entonces...

Draco alcanzó a tener un vistazo de su cara, de su expresión asesina y la forma en la que su magia se elevaba e inundaba el lugar, cuando uno de los tentáculos negros lo empujó contra la pared. Y- quiso correr, quiso salir de ahí, porque sabía lo que se venía.

Pero al momento de intentar dar un paso hacia la puerta, sintió cómo algo lo atrapaba y lo mantenía quieto, de nuevo. Una mano, tal vez, o la magia negra. No sabía. Todo estaba pasando demasiado rápido para saberlo. De lo único que Draco fue consciente, fue de un frío entumecedor que le invadió, de pies a cabeza.

Y luego un dolor sordo.

Draco se retorció, la visión se le nubló casi al instante. No era el Cruciatus, él sabía sus efectos de memoria, era otra cosa...

Como ser quemado vivo.

Draco gritó, y en medio de los gritos escuchaba y percibía otras cosas. Una risa, una risa de una mujer... Maia. La furia del Señor Tenebroso propagándose, envolviendo su cuerpo al mismo tiempo que Minerva McGonagall, por primera vez, sacaba la voz y le exigía que se detuvieran.

El fuego se expandía por su piel.

Una parte de su cerebro no podía decir que estaba sorprendido. Vivir con los Mortífagos... Draco sabía a lo que se atenía, lo había sabido por casi una década. Aquella tortura era sólo una más a la larga lista de torturas que sufrió, las recordara o no.

Al menos, esa fue elegida a conciencia.

Su vida, su sufrimiento, a cambio del de McGonagall.

Draco sentía cómo un instrumento afilado se movía por su piel, justo encima de su pecho y la magia negra lo envolvía. Si no se encontrara tan jodidamente... exhausto, quizás la rabia que sentía por Voldemort lo ayudaría a pelear un poco más, sabiendo que el responsable principal de que su vida hubiera ido de esa manera era él. Que el responsable de que no tuviera recuerdos de Narcissa en Azkaban era él, que todo era su jodida culpa. Pero su cuerpo no respondía a su parte racional, y el ruido que estaba emitiendo su garganta era demasiado distrayente. El dolor era demasiado avasallador.

La sangre comenzó a fluir por encima de su piel, mientras Draco se consolaba a sí mismo diciendo que al menos así, no tendría que elegir de nuevo.

Irónico, cómo a eso se reducía básicamente toda su vida.

Las cosas que lo redimían eran precisamente las que no había hecho.

Lo que no eligió.

Voldemort continuó con lo que le hacía, y Draco se dejó llevar, pensando si así, quizás, podía pagar parte de sus acciones.

El dolor nubló todos sus sentidos, Maia no paraba de reírse, McGonagall no paraba de gritar que aceptaba intercambiar papeles.

Le fue imposible mantenerse consciente.

•••

Draco despertó... horas después. O minutos, no podía saberlo con seguridad.

Había alguien llamándolo, pisadas que se marchaban. ¿Era su imaginación? La voz se parecía a la de su madre, por lo que eso debía ser. Draco parpadeó un par de veces notando que el fuego de la celda se estaba consumiendo, y la pesada puerta de acero se cerraba de golpe.

Estaba demasiado desorientado para comprender qué acababa de suceder, pero el dolor que sentía en la piel de su torso era atosigante, no lo dejaba moverse.

Era como si tuviera dieciséis otra vez, y acabara de ser cortado por el Sectumsempra.

—De nada servimos ambos muertos —susurró la voz que lo llamaba. Era una mujer—. Haz lo que te diga a la próxima. Malfoy, tú no puedes morir, eres más importante para la Orden que yo. En estos momentos, eres más...

Draco dejó de escuchar, el dolor era demasiado, y la cabeza le retumbaba al intentar entender qué estaba pasando. Qué acababa de pasar.

Cerró los ojos, y una mirada esmeralda apareció en la oscuridad.

•••

La próxima vez que Draco despertó, el fuego de las lámparas se había extinguido por completo.

Su cuerpo entero ardía, su ropa estaba hecha añicos. Draco se llevó inconscientemente una mano al pecho y tocó, embarrando sus dedos de sangre espesa. Tuvo que reprimir un grito al sentir como entre los agujeros de su túnica y camisa, la piel estaba a carne viva.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, sólo al sentir las secuelas de la tortura. El ardor era demasiado poderoso, la herida le rogaba ser curada.

Miró a su alrededor, recordando que estaba en la celda de McGonagall, que se negó y falló en matarla, y que fue castigado por ello. Trató de levantarse rápido haciendo que se mareara, y giró la vista para poder asegurarse de que al menos McGonagall no hubiera sido asesinada mientras estaba inconsciente.

Pero cuando vio hacia el fondo de la celda, la mujer ya no estaba allí.

Draco sintió el desespero subir por su garganta. No parecía que mientras él no despertaba hubiera sucedido un rescate forzoso; la celda estaba intacta. Todo se encontraba tal cual él recordaba horas atrás. Entonces- ¿dónde estaba McGonagall?, ¿por qué lo dejaron ahí a él? ¿Era un recordatorio de nunca más contradecir al Señor Tenebroso?, ¿de obedecer?

El mundo daba vueltas frente a sus ojos, lo que sea que tuvieran su torso dolía como los mil demonios. Draco sentía su cuerpo en llamas, como si le estuvieran aplicando un constante Crucio. Pero no podía quedarse allí. Si algo había sucedido, él sería el culpable, él sería a quién señalarían. Ya había hecho suficiente daño.

Draco, apenas sintiendo sus piernas, trató de levantarse para luego escupir a un lado sangre que tenía acumulada en la boca. La poca fuerza que le quedaba la usó para echarse encima un encantamiento desilusionador y así marcharse, porque no tenía idea qué podría pasar si lo veían. Si lo veían en esas condiciones. Si Voldemort lo encontraba, ¿lo torturaría una vez más?

Era lo más obvio.

Draco salió de la celda intentando pensar dónde podrían tener a McGonagall, pero con el cansancio de la tortura y la tremenda herida que tenía en el pecho, no estaba seguro de poder encontrarla en ese momento. No, lo que debía hacer era ir a avisarle a Potter que McGonagall ya no estaba.

Draco llegó a duras penas al punto de Aparición del Ministerio.

Cuando aterrizó frente a la base, tuvo que parar unos segundos y así expulsar todo el contenido de su estómago; el vómito que picaba en su esófago. Draco agarró la moneda que siempre traía desde esa noche y apuntó su varita a ella, rogando que Potter esta vez le abriera.

Se apoyó en el inicio del portón tiritando. Sentía la sangre escurrir por su cuerpo y su ropa se le había pegado a la piel. El frío estaba calando sus huesos.

Pasados unos minutos la entrada se abrió y Draco deshizo el hechizo desilusionador, presentándose ante Potter. En su rostro se mostraba latente el cansancio, tenía una expresión estoica y- lucía tan inalcanzable que su corazón ardió. Él, al verlo, parecía dispuesto a pelear, a mandarlo a la mierda.

Hasta que sus ojos bajaron y se posaron en las heridas de su pecho.

—Harry, yo-

No sabía adonde más ir.

Draco no pudo terminar esa oración. Sus pies fallaron, y en menos de 2 segundos, estaba cayendo.

Unas manos lo atraparon antes de que se diera contra el suelo.

 

Chapter 34: Capítulo 29: Cobarde

Notes:

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Chapter Text

Harry entró deprisa al laberinto cerrando el portón tras de sí, maldiciendo.

Draco estaba inconsciente entre sus brazos, y a Harry le daba demasiado miedo soltarlo para sacar la varita, pero no estaba seguro de poder llevarlo hasta el inicio de la mansión a rastras, sabiendo que estaba exhausto y que Malfoy era más alto que él y algo más musculoso. Harry apretó los dientes, pensando a quién llamar. Su cerebro iba a mil por hora.

Madam Pomfrey no era una opción, nadie podía levantarla de la cama. Hermione y Ron estaban descansando, y de todas formas, Harry no pondría a su amiga en la posición de tocar a Malfoy, o a cualquier otro hombre, la verdad, y Ron no podría ayudarlo en sus condiciones. Miró hacia abajo, a la pálida cara de Malfoy, y sintió un instinto de protección fluir por sus venas. La desesperación lo golpeó también.

En ese mismo instante, observando cómo la sangre no paraba de brotar del pecho de Draco y manchaba sus ropas, Harry ni siquiera recordaba por qué había estado tan enojado los días anteriores. Todo se desvaneció. Sólo tenía una preocupación en mente.

Llegando al final del laberinto, se puso a gritar.

—¡Kingsley! ¡Padma! ¡Necesito una mano!

Harry apretó los dientes, repitiéndolo una vez más, y no pasó más de un minuto antes de que un par de pisadas apresuradas llegaran a él. En un movimiento de varita, Malfoy estaba siendo levitando, inconsciente, hacia la entrada de la mansión.

Harry paró en sus pasos para ver a Padma –quien ya estaba casi por completo recuperada de su brazo– llevándose a Malfoy con rapidez, con su mente fija en su paciente como la sanadora que era. Él se veía tranquilo en el aire. Como si no hubiese caído directo a sus brazos. Como si no pareciera herido y descompensado.

¿Qué...? ¿Qué sucedió?

Harry se tomó sólo una décima de segundo para mirar abajo.

De inmediato sintió que comenzaba a tiritar.

Tocó su pecho, sus manos, sus brazos y ropas. Donde mirara, estaba rojo; un tipo de rojo oscuro y espeso. Estaba cubierto de sangre.

La sangre de Malfoy.

No.

Harry se apresuró a correr tras Padma.

No, por favor.

Lo que sea- no.

Parte de su cerebro se desconectó. Fue vagamente consciente que le gritó a Padma que podía llevar a Malfoy a su habitación, mientras pensaba en qué carajos había sucedido y por qué apareció en la puerta de esa forma. Tenía un mal presentimiento, Harry lo sentía zumbando en sus oídos, debajo de sus dientes y entre sus uñas. La sangre en sus manos aún goteaba, mientras continuaba corriendo. Harry la miraba con horror.

No era la primera vez que tenía la sangre de Malfoy entre sus manos, desafortunadamente.

Él una vez fue el causante de sus heridas.

Pero- pero se suponía que Draco estaba bien, que estaba protegido en su círculo de Mortífagos. O al menos, que su vida no peligraba. Harry nunca creyó que fuera de combate- que fuera de combate terminaría... así.

Padma entró a su cuarto seguida de dos medimagos más que llamó en el camino, y se puso a actuar sin siquiera fijarse que Harry estaba allí, mirando todo con grandes ojos verdes.

La mujer rompió la ropa de Malfoy revelando la piel que estaba a carne viva. Los otros dos chicos ejecutaron encantamientos de diagnósticos en él. Harry vio, aún más horrorizado, cómo uno de estos hechizos arrojaba manchas y rastros de magia negra por todas partes. Eso explicaría por qué Draco no paraba de sangrar.

—La sangre se está regenerando —informó uno de los muchachos, sacando desde su uniforme un vial—. Esto está hecho para torturarlo sin detenerse, hasta volverlo loco, no para matarlo.

Harry tragó la piedra instalada en su garganta. Aquello no lo hacía sentir mejor. De alguna forma prefería que estuviera en peligro mortal, así podría ser salvado. Así se acabaría de una vez y todo volvería- todo volvería a la normalidad.

Pero, ¿cómo solucionaban eso?

—Mierda —murmuró Padma recibiendo unas vendas que uno de los muchachos le pasó, poniéndolas encima del pecho de Malfoy. Estas se empaparon al instante—. Mierda. Malfoy, no te atrevas a hacer esto bajo mi guardia. No tienes el derecho.

Harry por poco soltó una risa: maníaca y desesperada, porque él no sabía qué hacer. Deseaba ayudar, deseaba que el pecho de Malfoy dejara de sangrar y que las vendas empapadas desaparecieran del suelo; que Malfoy volviera a abrir los ojos y dijera algo cruel para que así Harry pudiera continuar intentando odiarlo. Cualquier cosa que dejara de hacerle sentir la urgencia de acercarse a él y tomar su mano.

Por favor. Por favor. Por favor.

Los dedos de Malfoy estaban rojos, y sus anillos de plata manchados. Harry veía su mano cargada de joyas y se preguntó si tal vez si la tomaba, podría pasarle parte de su magia. Si podría solucionar algo. Si las cosas se harían más soportables, menos asfixiantes.

Antes de concluir que era estúpido, sus pasos lo llevaron a la orilla de la cama y en un segundo, Harry estaba haciendo justo eso, arrastrando la silla de un costado para sentarse en ella.

No sabía qué sucedió, y tampoco sabía qué pasaría una vez que Malfoy abriera los ojos, o qué tanto lo detestaría Harry entonces. Pero en ese preciso momento, no podría darle más igual que Draco Malfoy fuera un monstruo; que fuera egoísta y despiadado y todas las cosas malas que se podría pensar de alguien. A Harry le importaba demasiado que estuviera bien, como para pretender que no supo desde el inicio quién era en realidad.

En ese instante, Harry no podía convencerse a sí mismo que habría actuado de la misma forma si hubiera sido cualquier otro inocente. No podía pretender que le habría recriminado que torturase a cualquier otro miembro de la Orden, alguien que a él no le importara.

Porque si no hubiese sido McGonagall, lo habría dejado pasar sin dudarlo.

Harry estaba así, sólo porque la víctima fue ella.

Padma gritó algo y volvió a darle otro vial, mientras continuaba curando la herida.

Harry apretó más fuerte la mano de Malfoy, sin quitar los ojos de su perfil. Sus labios estaban desprovistos de color, la cicatriz que le cruzaba el rostro se veía poco natural en él, las pestañas bañaban sus mejillas, y el estúpido cabello rubio se pegaba a su frente. Harry aplicó sin pensarlo un hechizo que lo iba a refrescar y secar. La cara de Malfoy estaba inundada de desamparo, contorsionada en una mueca inconsciente, como si incluso sin estar despierto sintiera el dolor que la herida le traía. Y Harry quería golpear algo, o alguien, o al mismo imbécil por no mantenerse a salvo al menos una puta vez en su vida.

El sentimiento de traición que le daba al mirar su cara aún estaba allí, en algún rincón de su persona. Pero en ese instante era lo menos importante. Harry quería sentirse culpable al respecto, sabiendo que lo que Draco hizo provocó que tuviera una explosión de ira noches atrás. Sin embargo, a medida que sostenía sus dedos, lo único que veía y lo único en lo que pensaba era el olor a sangre que inundaba la habitación, el líquido carmesí que resbalaba por su piel. Necesitaba que parara.

Abre los ojos.

Por favor.

Haz algo.

Ódiame.

Harry no recordaba haber sentido algo como eso antes. Las cosas nunca habían sido así de complicadas con nadie. Ni siquiera estaba seguro de saber qué era lo que toda esa situación, o el mismo Malfoy, le provocaba. Porque cariño no era, pero mucho menos indiferencia u odio. Sentía un millón de contradicciones arremolinarse en su pecho, sólo al entrelazar sus manos. No quería soltarlo, no quería dejarlo ir jamás- y al mismo tiempo deseaba que Malfoy nunca se le hubiera acercado. Nunca. Las cosas serían simples.

Al menos entre ellos, serían simples.

Uno de los chicos soltó un jadeo abrupto, y Harry levantó la cabeza como si se tratara de un resorte. Por unos segundos, los tres sanadores se habían quedado congelados, observando el torso de Malfoy.

No.

Que no sea nada. No.

Con el pulso en la garganta y las entrañas en un nudo, Harry los imitó, mirando también. La sangre estaba fluyendo con mucha menos intensidad por encima de la piel, y las heridas hechas ahora eran visibles.

No sabía qué esperaba ver, realmente no.

Pero tenía claro que no eso.

Harry sintió su magia vibrar al momento, levantarse y susurrar que estaba lista para atacar. Los muebles temblaron, las ventanas también. Padma le dijo algo para tranquilizarlo.

Dudaba que funcionara.

Porque desde el inicio del pecho de Draco, hasta su vientre, estaba escrito un mensaje para castigarlo.

Tallada con un cuchillo encima de su piel, se leía con grandes letras la palabra "COBARDE".

Su corazón se rompió. Harry sintió que su mente comenzaba a trabajar, a idear todas las formas que tenía para destruir a Voldemort, cómo lo haría sufrir, a él, a todos. Maia, Greyback, los Mortífagos. Todos pagarían, y-

Y luego la sangre volvió a llenar los cortes, y los medimagos volvieron a la acción.

Harry se había quedado completamente mareado, estático. No quitó su mirada de las heridas que continuaban sangrando, como si los cortes se hicieran una y otra, y otra vez. Padma agitó la varita un par de veces, empapando los labios de Malfoy con otro vial.

Harry miraba desconsolado la palabra de su torso.

Estaba demasiado claro quién había hecho eso. Quién, con magia negra, sería lo suficientemente sádico para provocar que alguien sufriera de por vida de esa forma. Harry leyó sin cesar la palabra «cobarde» que resaltaba contra la blanca piel de Malfoy. Sintió cómo sus dedos picaban y el odio que resonaba en su cabeza a diario prendía con más fuerza.

Ese hijo de la grandísima puta se iba a arrepentir. Se iba a arrepentir, y Harry se iba a encargar de que muriera gritando.

Sus pensamientos estaban llenos de planes, de formas de matar a Voldemort. Interrogantes aparecían en ellos también. «¿Por qué?» era lo primero. Draco no fue herido para morir, Draco fue herido para ser castigado. No obedeció a una orden, eso era lo más obvio, ¿por qué otra razón sería torturado? Voldemort debía estar lo suficientemente furioso como para poner esas palabras en su cuerpo para toda la vida.

Cobarde...

Harry cerró los ojos, sintiendo que la sangre abandonaba su rostro, mientras oía cómo Padma le gritaba a uno de los muchachos.

Potter, ¡no recordaba! ¡No tenía mis recuerdos! ¡Yo no quería, de haberlo sabido...!

De haberlo sabido, no lo habría hecho.

De haberlo sabido, Malfoy habría desobedecido, y todo se reduciría a esto, a lo que le estaba sucediendo.

Harry lo sabía ahora.

¿Qué fue obligado a cometer? ¿A qué se rehusó? Harry apretó los dedos ajenos contra los suyos y apoyó su frente en ellos, sintiendo cómo el cuerpo encima de la cama se removía.

Las emociones contradictorias iban y venían, impidiendo que Harry pudiera concentrarse en absoluto. Las conversaciones de los sanadores se acumulaban y deshacían en sus oídos. Él revivía el gesto que tuvo Malfoy en el rostro, tres días atrás. Estaba desesperado tratando de hacerle entender que de haber recordado, todo habría sido diferente. Que de haber tenido sus recuerdos...

Lo habrías hecho igual, porque así eres tú.

Harry cerró los ojos.

Segundos después, o minutos, Padma soltó un respiro dando un paso atrás. Los chicos a su vez continuaban conjurando hechizos de sanación, sacándolo de sus pensamientos. Harry fue vagamente consciente de que las cosas habían sucedido demasiado rápido, que la mujer trabajó casi a la velocidad de la luz.

—Está estable por ahora —anunció ella, haciendo que Harry ladeara la cabeza, sin atreverse a separarse de la piel de Malfoy, dejar de sentir su pulso—. Está estable, sólo...

Padma recibió una poción más, de nuevo, y Harry vio con el corazón en la garganta que se la daba a Malfoy. Quizás sabía que gracias a que él llevara la Crece Huesos a Austria, Padma tenía su brazo también, y eso le hacía curarlo con más ansias.

Harry miró su estúpido rostro pálido, y pensó que al menos, no todo lo que hacía era malo.

No podía ser así, porque sino no se sentiría de esa manera hacia él.

—Hay que cambiar sus vendas cada... —continuó Padma, dándole un vistazo al reloj—, veinte minutos. El sangrado no se detendrá. No sé cómo hacer para que los cortes dejen de abrirse, que cicatricen. Le dimos varias pociones para ello, incluso vertimos encima de la herida, pero... nada.

Harry miró las vendas. Estaban cubiertas de sangre aún. Menos, pero seguía allí. Malfoy tiritaba.

—Pero no va a morir, ¿no? —preguntó Harry, con el corazón en la garganta.

—No, no —respondió Padma—. Aunque va a vivir en un dolor constante.

Harry tomó aire, pensando en qué había sucedido para que Voldemort le hiciera eso. Dudaba que desconfiara realmente de él, de ser así... lo habría matado.

No, esto era sólo porque Malfoy tuvo que haberlo cuestionado.

—¿Y si él...? —Harry volvió a apoyar la frente en su dorso—. ¿Si él encuentra la manera de revertir la maldición?

—Si puede hacer eso, mejoraría bastante las cosas. No terminará volviéndose loco gracias al dolor, en primer lugar. —Padma lo dijo tan ligeramente, como si no fuera la gran cosa, que Harry la miró de hito en hito. Ella estaba dirigiéndose a la puerta y abriéndola para sus practicantes sin notar su mirada—. Aunque la cicatriz no se irá. Eso sí que no.

Harry volvió a cerrar los ojos, pensando en la reacción que tendría Malfoy una vez que despertase.

Grabado, grabado de por vida.

La palabra "cobarde" sería lo primero que Draco vería al mirar su torso, así como la Marca al mirar su brazo izquierdo. Y- ¿Voldemort no había marcado lo suficiente ya?, ¿no les había quitado lo suficiente a todos? ¿Cuánto más?

¿Cuánto?

Harry no quería sentirse así respecto a Malfoy, pero mientras más lo miraba, más difícil se le hacía acordarse de quién era en verdad y por qué se sintió traicionado cuando le comunicó lo de McGonagall hace unas noches.

Torturador. Mortífago. Un Nobilium. Astaroth, se recordó.

Pero todas esas eran solo palabras, que se desvanecían en el concepto del bien y el mal. La herida que tenía Malfoy, gracias a que ahora  recordaba, era real. Tangible. El pulso bajo sus dedos también lo era.

—Yo puedo cambiarle las vendas —dijo Harry, con voz apretada—. No te preocupes por eso.

Padma agitó su varita desvaneciendo las gasas empapadas de sangre, viéndolo interrogante aunque casi resignada.

—Si vuelve a desbordar sangre, si su vendaje se moja completamente de un segundo a otro, grita mi nombre —pidió ella—. Me aseguraré de estar cerca.

Padma abandonó el cuarto, y Harry la observó irse, sin atreverse a mirar de nuevo al hombre tendido en la cama.

Sin embargo, no soltó su mano.

•••

—Potter... —una voz dijo—. Potter, yo-

Harry levantó la cabeza. Malfoy parpadeaba cansinamente, como si esa sola acción le pesara. Su cara estaba ladeada, y no parecía ser consciente de que una de sus manos estaba aprisionada por la de Harry.

—Ssh —respondió Harry, observando su mueca de dolor—. Puede esperar.

Malfoy trató de pararse. Él se lo impidió.

—No, no- no puede. —Draco respiraba agitadamente, mientras trataba de enfocar la mirada—. Me obligaron a matarla, me obligaron-

—Y tú te rehusaste —interrumpió Harry.

Una parte de la oración sonó a pregunta.

—Te juro que lo hice, te lo juro —insistió Malfoy, aún tratando de ponerse de pie—. Dile a Astoria que me lea la mente, hazlo tú, te doy permiso. Potter. Potter, yo no-

El pecho de Draco se movía de arriba a abajo. Agarraba desesperadamente cualquier lugar para poder levantarse, tratando de sentarse encima del colchón.

Hasta que terminó por conseguirlo.

Ahí fue que notó que parte de su torso estaba vendado, y que, gracias a sus movimientos, brotaba sangre nueva.

Malfoy miró de par en par hacia abajo. Harry se dio cuenta del momento exacto en que trataba de recordar qué había sucedido.

Su respiración se volvió más artificial.

—Malfoy- Draco, necesito que te calmes —pidió Harry, mirando las vendas también.

Malfoy empezó a tiritar, quitando su mano de la de Harry con brusquedad y tratando de llegar a sus heridas. Por unos momentos, Harry temió que viera en realidad qué eran sus cortes. Qué decían en su piel.

Pero, en su lugar, las vendas se tiñeron abruptamente de sangre.

Con fuerza, Harry tomó ambas muñecas de Malfoy, mientras este comenzaba a hiperventilar.

—¡Padma! —gritó, conjurando un Sonorus con magia no verbal y sin varita.

—Harry- —dijo Draco, sin aire. Sus ojos estaban rojos—. Harry, qué- tú- ¿tú...?

Padma irrumpió en el cuarto.

Sin pensarlo, le dio otra poción a Malfoy, quien la tomó con dificultad. Sus ojos continuaban abiertos de par en par, fijos en él, haciendo una pregunta silenciosa que Harry no deseaba analizar porque dolía demasiado. Dolía saber que siquiera, para Draco, era una posibilidad.

¿Tú lo hiciste?

Padma conjuró otros hechizos sanadores y Malfoy cerró los ojos, dejando que el relajo lo inundara. Segundos después, volvió a caer en la inconsciencia.

Harry no se atrevió a dejarlo ir.

•••

Un apretón en su mano provocó que Harry despertara de golpe, sin darse cuenta que se había quedado dormido por unos minutos luego de cambiar el último vendaje de Malfoy.

Levantó la mirada. Draco tenía la cabeza ladeada y lo observaba igual de cansado, sin enfocar bien la vista. Harry continuaba sentado a un lado de la cama, con los antebrazos en las rodillas y la frente descansando en el colchón.

—Potter, por favor —pidió Malfoy, sonando desesperado—. Por favor... ve mis recuerdos.

Harry tenía el "no" en la punta de la lengua. Malfoy estaba débil, y la última vez que había recobrado la consciencia sus vendas se empaparon de sangre. No era el momento, no importaba qué tan urgente él lo creyera. Harry estaba dispuesto a decírselo.

Salvo que Draco volvió a apretar su mano.

—Por favor —prácticamente rogó.

Harry fijó sus ojos en los grises, viendo la clara impotencia en ellos.

Merlín, fue su primer pensamiento, uno que lo arrolló como si se tratara de una bludger, esa jodida mirada.

Creo que podría matar por esa mirada.

Harry sacó su varita, jugando con ella entre los dedos gracias a la incertidumbre. Los latidos de su corazón estaban acelerados.

—Está bien.

Malfoy tragó visiblemente y pareció contar hasta diez en su cabeza, preparándose para lo que Harry iba a hacerle. Él, mientras tanto, quiso levantarse y aplicar el conjuro desde cierta distancia, pero se retractó al segundo que notó que Malfoy continuaba pálido. Aunque se encontraba fuera de peligro mortal, el color no había vuelto a su cara, el sufrimiento continuaba presente.

Pasados unos segundos, Malfoy asintió, y Harry fijó sus ojos en los suyos una vez más, sabiendo lo que quería que hiciera. Su color era plata; eran como la niebla. Un cosquilleo le recorrió el cuerpo.

Pude haberlos perdido.

Harry apuntó la varita a él, y fue –metafóricamente– succionado por la cabeza de Draco.

Lo primero que lo recibió, fue una imagen de McGonagall gritando, sangre brotando de su ojo, mientras Malfoy sostenía la varita. Harry se alejó instintivamente en la vida real, soltando la mano ajena y sintiendo el hachazo de la traición subiendo por su garganta, sin entender.

Aunque antes de hacer algo, o procesar lo que ocurría, la imagen cambió a una de él mismo de meses atrás. El cambio fue tan abrupto, que Harry pensó que tenía que ser mentira.

Estaba confundido.

Sus ojos verdes brillaban tras los lentes, contrastando con la neblina que había a su alrededor. Su mandíbula estaba tensa, y parecía un animal acorralado mientras Malfoy le decía que: por favor pensara con la cabeza fría y dejara su papel de mártir. Los brazos de Draco estaban encima de sus hombros, apretando con fuerza, como si de esa forma traspasaría la desesperación que él mismo estaba sintiendo. Y Harry no pudo hacer más que observar algo shockeado, mientras la escena se desvanecía y alejaba, que alguien pudiera mirarlo, y que se viera así.

A los ojos de Malfoy, Harry era-

Harry era...

Las palabras de Astoria regresaron a su mente, de las veces que aplicó Legeremancia en él, a medida que los recuerdos avanzaban.

Lo primero que salta a la mente, es lo que menos desea uno que la otra persona vea.

El pulso latía desenfrenado bajo su piel.

Sin embargo, Harry no se detuvo a pensar en eso, en nada de eso, porque frente a él llegó la escena que Malfoy quería mostrarle. Lo que sucedió esa tarde con McGonagall se reproducía ante sus ojos; avasallador, rápido, sin darle tiempo de incorporar la información.

Draco disculpándose. Minerva diciéndole que hiciera lo que le pedían. El Crucio menos efectivo que Harry hubiera visto. El intento de negociación, de impedir que se repitiera. La petición de matar a McGonagall.

El Avada Kedavra fallido.

Harry sabía- Malfoy se lo había dicho meses atrás mientras entrenaban: los Avada Kedavra no le funcionaban. Si la hubiese querido matar, realmente, podría haber usado cualquier otro maleficio. La Muerte Negra, cualquiera que no requiriera de intención. Pero no fue así.

Malfoy arrojó la Maldición Mortal, porque sabía que no funcionaría.

Los recuerdos continuaron pasando entonces, y la escena se movía. Voldemort furioso, diciéndole que él tomaría el castigo. Maia riéndose. Draco intentando escapar.

Voldemort torturándolo.

Harry apenas vio, sólo escuchaba los gritos, todo estaba mezclado en la memoria. El dolor, la asquerosa sonrisa que Tom tenía en el rostro.

Su interior parecía gritar de la rabia.

La imagen avanzó, mostrando a Malfoy despertando. McGonagall le hablaba, le decía que no podía morir, que era importante para la Orden, que a la próxima la matara.

Y luego, al siguiente momento, desapareció.

De verdad.

McGonagall había desaparecido.

Harry salió de la mente del hombre, mirando hacia el frente, perturbado. Draco continuaba tiritando.

Se alejó físicamente más, levantándose de la cama, sin saber qué hacer. Los pensamientos y los escenarios se arremolinaban en su cabeza, sin dejarlo pensar. La tortura, la real y la fallida. Malfoy siendo vulnerable y al mismo tiempo un verdugo.

Draco soltó un quejido desde la cama.

—Duerme —le dijo Harry con un hilo de voz, dándole la espalda—. Duerme, por favor.

Unos segundos de silencio pasaron.

—Potter —su voz seca habló, haciendo que soltara un escalofrío—. Lo- lo siento.

Harry se obligó a girarse, viendo la cara de Malfoy, abiertamente aliviada. Abiertamente herida. La emoción viva estaba presente allí, haciendo que Harry olvidara el robot con el que lo comparó millones de veces.

Porque no lo era, nunca lo fue.

Malfoy jamás se había visto tan vivo.

Harry cerró los ojos.

—Sí... Lo siento yo también.

Él pareció contentarse con eso, y al cabo de un minuto, retornó a un sueño profundo.

Harry se le quedó mirando unos segundos más, para luego dictaminar que necesitaba un cambio de vendas. No quiso fijarse más de lo necesario en lo que tenía escrito en su pecho mientras lo hacía. Tampoco tenía tiempo para pensar en cómo se sentía con eso, o en sucumbir al pánico de ver que McGonagall fue retirada de las celdas. Harry sacó su varita, diciéndose a sí mismo que debía informar de inmediato lo que vio.

Sin embargo, no encontraba las fuerzas para dejar a Malfoy solo.

Así que llamaría a Ron de otra forma.

Harry pensó en los recuerdos más felices que tenía: en Hogwarts, en su primera vez encima de una escoba, en Sirius, en Hermione y Ron, en todo lo que podía. Pero la imagen de McGonagall gritando continuaba ahí, en el frente de su mente. Y además, la tortura a Malfoy después de que hubiese hecho un Avada Kedavra que él sabía que no funcionaría...

No podía pensar en un recuerdo feliz en ese momento, le era imposible.

Así que Harry sólo miró a la cara de Draco, evocando todo lo que le hacía sentir.

Resentimiento, ira, preocupación, afecto, protección, irritabilidad, contrariedad.

Cerrando brevemente sus ojos, Harry dejó que todo eso se asentara en su sistema, y murmuró:

Expecto Patronum.

Cuando el ciervo plateado estuvo delante de él, lo miró directo a los ojos, sintiendo que su pecho estaba vacío.

—Ve a buscar a Ron —le dijo—. Necesito hablar con él.

•••

Cuando Ron llegó, lo hizo en su silla de ruedas. Era manejada con magia, totalmente artesanal. Harry aún odiaba ver cómo le dolía menos sentarse en ella que andar a pie, y que además la usaba más que la prótesis de madera que se le diseñó.

Lo odiaba, porque no había nada que pudiera hacer para ayudarlo.

Ron intercambió la mirada entre Draco y Harry una vez dentro del cuarto, tomando nota de las vendas y de la cercanía de ambos ahora que Harry estaba sentado de nuevo. Tomando nota de todo lo que estaba pasando. Sus ojos azules se tornaron suspicaces.

—¿Qué le pasó? —preguntó, apuntando con la barbilla a Malfoy.

—Tom —respondió Harry, apretando la mandíbula—. Tom hizo esto.

La expresión de Ron se volvió interesada ante eso. No preocupada, no sospechosa, interesada, como si eso fuera un acontecimiento intrigante. Aquello no le gustó a Harry.

—Malfoy se rehusó a matar a McGonagall, se rehusó a torturarla como Tom esperaba que lo hiciera —continuó explicando, desviando la mirada a la cara adolorida de Draco—. Y él lo castigó.

Harry vio por el rabillo del ojo a Ron asintiendo repetidas veces. Mirando a Malfoy también.

—Así que Malfoy estaba encargado de su interrogatorio. ¿Te acabas de enterar?

Harry sintió cómo su estómago se hundía. Era obvio que Ron o Hermione sospechaban algo.

—Ese no es el punto-

—Por eso estabas así, días atrás, ¿no? —lo interrumpió él, dando en el clavo. Harry apretó cada músculo en su cuerpo—. Lo supiste desde el inicio. Por eso tampoco sugeriste que consultáramos con Malfoy información sobre McGonagall, estabas enojado con él. Estabas furioso con él, y ahora que ha sido herido estás aquí, sintiéndote todo culpable-

—Ron, ¿te podrías callar, joder? —lo cortó Harry esta vez, volteando a él de lleno—. Da igual- da igual. No es por eso que te llamé.

La verdad, es que no daba igual. A Harry le daba de todo menos igual lo que acababa de ver, lo que Malfoy había dicho y hecho, pero no era el momento ni de discutir ni de pensar en eso.

El Avada. La tortura. Las palabras de McGonagall.

Su desaparición.

Si McGonagall ya no estaba viva, daba lo mismo lo que había sucedido, lo que Malfoy había hecho noches atrás. Realmente no importaba. Sin sus ojos podría seguir viviendo, pero...

—Me mostró sus recuerdos —Harry dijo, ante el silencio molesto y estupefacto de Ron—. Después de que Tom le hiciera... esto, Malfoy despertó, y McGonagall ya no estaba. Se la llevaron mientras él estaba inconsciente. Debemos llamar a una reunión y decirle a la gente del Ministerio que investigue. Ahora.

El rostro de Ron cambió de nuevo, mostrando signos claros de alarma.

—¿Estás seguro de que Malfoy no tuvo nada que ver en esto?

Míralo —Harry espetó, más salvaje de lo que pretendía—. ¿Conversaste con Padma? ¿Sabes lo que él le hizo?

—¿Por qué lo estás defendiendo? —soltó Ron al instante, pareciendo enojado él también. Probablemente se debía a la preocupación acerca de Minerva—. Torturó a McGonagall, días atrás. No tiene caso mentirme.

—Sí, lo hizo, sin tener sus recuerdos —replicó Harry, sin darse cuenta de lo que estaba diciendo—. Ahora que los tiene decidió negarse, y mira lo que sucedió.

Y era verdad. En ese momento, sumada la situación en la que Malfoy se encontraba, la terrible tortura de McGonagall había quedado atrás. Malfoy pidió disculpas, aunque no sirvieran de nada. Se negó a torturarla de nuevo. Se negó a matarla. No podía cambiar el pasado, pero sí el presente, y eso intentó, recibiendo como recompensa ser marcado de por vida.

¿Era una excusa...? ¿Borraba lo que pasó antes? No. Por supuesto que no, pero- pero- cambiaba las cosas. Cambiaba todo.

Harry sacudió la cabeza.

No tenía tiempo para la complejidad de Malfoy y sus acciones, necesitaban sacar a Minerva viva. Ya se discutiría el resto. Ya tendrían momentos para discutir el resto.

Ron pareció abrir la boca, dispuesto a contradecir y pelear lo que Harry acababa de soltar. Casi podía escuchar lo que quería decirle.

—No, Ron, no lo estoy justificando, joder —le dijo Harry, antes de que esas palabras salieran de la boca de su amigo—. Hay cosas más importantes que atender ahora.

Ron selló sus labios, mirándolo de lleno. Harry mantuvo el contacto visual. Quizás, si se concentraba lo suficiente, Ron podría adivinar qué era lo que Harry pensaba, o cómo se sentía. Quizás Ron podría ayudarle a aclararlo.

Pero si fue así, si Ron supo antes que él los nombres de sus emociones, no lo demostró. Al cabo de unos segundos, no hizo más que asentir en respuesta. Parte de su cuerpo se relajó.

Ron agitó la varita sin decir nada más, y la silla se giró, llevándolo a la salida.

—¿Sabes qué le dijo McGonagall? —preguntó Harry de pronto, sin quitarle los ojos de la espalda—. Le dijo que obedeciera. Que lo que Tom le comandara hacer, que obedeciera. Y Malfoy decidió no matarla, incluso así. Incluso teniendo su permiso.

Ron lo miró por encima del hombro, y su gesto cambió a algo que Harry no supo identificar. Su vista se movió hacia el cuerpo de Draco, detallando las vendas que tenía puestas. Harry casi quiso cubrirlo con las sábanas.

—¿Qué le hizo el Gran Mortífago?

Él miró su torso también, tentado a mostrarle, a que Ron viera que tenía escrito "cobarde" en todo el pecho por hacer algo que estaba lejos de ser cobardía.

Pero no eran sus cicatrices, y no le pertenecían para mostrarlas al mundo. Era demasiado personal.

—Pregúntale a Padma.

Los ojos de su amigo chocaron con los suyos después de escucharlo, mirándolo raro.

De todas formas, se giró, avanzando en la silla de ruedas encantada.

—Llamaré a una reunión. Urgente. Escribiré a Theo, Adrian, Astoria. Todos los posibles.

Harry dejó salir un suspiro de alivio, volviendo a centrarse en Draco.

—Bien.

No se volteó para ver a su amigo salir del cuarto.

•••

Harry no pudo volver a dormir, y en su lugar se dedicó a limpiar la cara de Malfoy con hechizos cada vez que comenzaba a sudar más de lo necesario, debido a los temblores.

Cada veinte minutos, cuando notaba que el líquido estaba a punto de rebalsar el vendaje, se dedicaba a cambiarlo también, evitando mirarle el pecho por miedo a enloquecer su magia de forma accidental. O por miedo a pensar que aquello no sanaría nunca.

¿Cómo podría seguir viviendo, con una herida abierta...?

Ahora que lo peor había pasado, Harry sí se sentía culpable, no iba a mentir. Por muchas cosas. Si le hubieran preguntado días atrás cómo se sentía respecto a Malfoy, habría respondido que deseaba que sufriera. Que deseaba que pasara en carne propia por el mismo dolor que a él le carcomía los sentidos y nublaba su parte racional. Habría respondido que todo sería más fácil, si no hubiera luchado tanto por haberlo salvado en Austria. Que merecía padecer el mismo sufrimiento por el que puso a McGonagall.

Y ahora, esos deseos habían vuelto a golpearle la nuca, porque ahí estaba. Malfoy herido. Malfoy jugando con el filo de la muerte. Y Harry no- Harry quería verlo bien.

Como la noche después del secuestro de Rookwood. Como en sus entrenamientos. Antes y después del Valle de Godric. Harry deseaba verlo sonreír, aunque su sonrisa fuera a causa de algo cruel, y-

Y al mismo tiempo, ¿cómo podía querer verlo sano y salvo, después de lo que le hizo a Minerva? Todavía se sentía herido, porque era McGonagall. Malfoy la había dejado ciega, Harry ya había visto en sus recuerdos lo horrible fue, lo alto que gritó. ¿Cómo podía olvidar eso, fingir que no había sucedido?

Esa era otra de las raíces de su sentimiento de culpabilidad.

Pero no podía evitar sentirse de esa manera. No podía evitar querer arrodillarse y rezar a alguna divinidad para que todo estuviera bien lo más pronto posible. En unas horas. Mañana. Que simplemente todo estuviera bien. Porque Malfoy ahora  tenía sus recuerdos, y probó comportarse diferente a lo que Harry creyó que haría. McGonagall, al parecer, había aceptado su destino. Draco le pidió disculpas, y luego cuando todo se fue al demonio, su primer pensamiento no fue pedir sanación, fue ir a la base a informar lo sucedido.

Harry no sabía qué hacer con todo eso- era demasiado.

Por ahora, nada más podía centrarse en rogar que todo pasara.

Que por favor pasara.

¿Era demasiado pedir?

Una hora después, se sentó después de poner gasas nuevas y le quitó el cabello de encima de los ojos a Malfoy, sin saber desde qué jodido momento le preocupaba tanto que estuviera bien. Las emociones contrariadas seguían ahí, en medio de sus costillas, su estómago y sus pulmones, esperando salir y explotarle en la cara.

Malfoy abrió los ojos en ese momento. No era inusual. Cada cierto tiempo, se despertaba y decía cosas al azar, haciendo cada vez un poquito más de sentido.

—¿Fueron...? —dijo en ese instante, buscando la cara de Harry—. ¿Fueron a buscarla?

Harry sintió cómo la impotencia se apoderaba de sus sentidos.

—Malfoy —le dijo—. Concéntrate en recuperarte.

Malfoy trató de girarse, haciendo que sus vendas se empaparan un poco más de sangre. Esbozó otra mueca agraviada.

—Duele...

Harry no respondió. Sabía que le dolía. La carne estaba a piel viva, los cortes continuaban regenerándose. No había nada que pudiera hacer, sólo estar junto a él cuanto pudiera.

No demoró en caer dormido.

Pasados unos veinte minutos, en los que Harry cambió sus vendas de nuevo, la puerta de su habitación sonó anunciando que alguien quería entrar. Harry miró hacia arriba, esperanzado, esperando encontrar una buena señal sobre lo que había encargado a Ron que comunicara.

Pero Kingsley fue el que se asomó por el recoveco de la puerta, con un gesto que no delataba absolutamente nada. Harry tampoco le habló, decepcionado.

El Auror entró, cerrando tras de sí y caminando hacia el escritorio de Harry. Sentado allí, les echó un largo vistazo a ambos; sus ojos se detuvieron en las gasas ahora nuevas.

—¿Vivirá? —preguntó él, rompiendo el silencio.

Harry tuvo que recordarse, no por primera vez, las palabras de Padma.

—Sí.

—Bien —dijo, observando la escena de forma neutral mientras Harry se removía ante el escrutinio. Segundos más tarde, Kingsley se inclinó hacia adelante—. ¿Es cierto, entonces? ¿Malfoy torturó a McGonagall?

Harry se mordió la lengua. Ron se había encargado de contar eso. Genial. Simplemente genial. Esperaba que hubiese sido sólo a Kingsley, en todo caso.

El hombre no sonaba... acusador.

—Sí —terminó respondiendo Harry, tranquilo y honesto.

Kingsley frunció el ceño, cruzando sus brazos.

—¿Por qué no estás enojado?

—Estuve furioso, por poco destruí el salón de entrenamientos —espetó, con esa noche viniendo a su memoria—, ¿recuerdas?

El ceño fruncido en el rostro de Kingsley se hizo más profundo.

—Y aún así estás aquí, sosteniendo su mano, sabiendo que no está en peligro mortal.

Harry bajó la mirada soltando la palma de Malfoy de inmediato, dándose cuenta recién que la había estado sujetando. Ni siquiera lo hacía para darle confort a Draco, sino, porque necesitaba sentir su pulso, saber si existía una desregulación en él. Hasta el momento, los latidos del corazón de Malfoy eran extremadamente rápidos gracias a que su sangre bombeaba con más insistencia que de costumbre.

Harry necesitaba asegurarse, pero a él mismo, de que estaba bien.

Kingsley suspiró al cabo de unos segundos, haciendo que Harry volviera en sí y lo mirara él esa vez con el entrecejo junto.

—¿Por qué tú no pareces enojado con él, dispuesto a asesinarlo? —le preguntó Harry.

—Porque si a alguien como tú, una de las personas que más se preocupa por Minnie en toda esta base, no se siente así respecto a Malfoy... una razón habrá. No me adelantaré a los hechos.

Harry se quitó los lentes, para así pasar las manos por encima de sus ojos queriendo explicarse de una y mil formas, y sin encontrar la indicada.

Quizás, gran parte de la razón por la que Harry se preocupaba por Malfoy más de lo que podría detestarlo, era porque él también era una pésima persona. No era más complicado que eso.

Quizás.

—No tenía sus recuerdos. No sabía que era un espía cuando la dejó... ciega —explicó, volviendo a ponerse sus lentes—. No es una excusa, pudo haber decidido no hacerlo-

—¿Podía? —replicó Kingsley sonando incrédulo—. ¿Estás seguro de eso?

Harry parpadeó, confundido ante sus palabras.

—Siempre hay opción.

—Sí, pero, ¿por qué Malfoy, quien llevaba ocho años torturando gente y haciendo cosas inhumanas para Tom, hubiese decidido parar de la nada? Se condicionó a sí mismo para siempre obedecer, ambos podemos reconocer eso. Así que, si no recordaba todo lo que ha sucedido durante estos meses, ¿qué razones habría tenido para no cumplir lo que Tom le ordenó? Sus lealtades actuales no jugaban parte de su moral en ese momento. No estaba actuando a consciencia —Kingsley lo miró, pensativo—. Y, por lo que Ron y Padma me contaron, con sus recuerdos... se negó a acatar una orden, y eso lo dejó adonde está ahora, casi muerto. Así que dime... ¿realmente había opción?

Harry se dejó caer en la silla, apoyando la cabeza en el respaldo, mientras miraba al techo.

Odiaba esto. Odiaba comprender demasiado bien el no tener opciones, o tener que decidir entre las peores. Odiaba saber que de haber estado en la misma situación, Harry probablemente habría hecho lo mismo que Draco. Una vez más, sólo le importaba porque fue Minerva la involucrada. Pero Harry había aprendido a hacer cosas terribles y no importarle las consecuencias y odiaba haber tenido que acostumbrarse a eso, cuando detestaba hacer daño. Odiaba cada pequeña parte de esa situación.

Odiaba, una vez más, entenderlo.

—Pero no es una buena persona —dijo Harry, un poco impotente.

—No, no lo es. ¿Quién dijo eso? —Kingsley lo miraba casi sorprendido—. Hay una diferencia entre comprender a alguien con estar de acuerdo con lo que hace, o justificarlo. Si te sirve de algo, véelo como- como dos Draco Malfoy. Uno no tiene motivos para ser mejor. El otro... —Kingsley pausó, sin saber cómo poner lo que quería decir en palabras—. El otro te tiene a ti.

Harry se enderezó en su lugar, viéndolo de lleno. Por un largo momento, ninguna palabra llegó a su boca.

Entonces, desvió la mirada de sus ojos cafés intensos.

—Malfoy no me tiene a mí —le soltó, áspero como una roca.

Kingsley tenía la vista fija en su perfil, Harry lo sentía.

—Quería decir, como parte de su vida, como una parte importante de la Orden. Te tiene. —Sus ojos se entrecerraron, sospechoso—. Ahora me pregunto en qué otros ámbitos.

Harry sintió su estómago decaer, pero no contestó. Su mirada se mantuvo obstinadamente clavada en los labios morados de Malfoy.

Después de un rato, el silencio se hizo atosigante.

—¿Discutieron de un plan?, ¿Ron les dijo...?

—Primero debemos saber donde tienen a Minerva.

Harry asintió con severidad.

—¿Hablaron con Adrian, o Theo?

—De eso se están encargando Hermione y Ron.

Kingsley pareció no saber qué más agregar al respecto, no lucía como si se hubiese discutido demasiado en la reunión, y Harry tampoco sabía qué contestar. En su lugar, continuó mirando obsesivamente la cara de Malfoy, como si ésta le fuese a dar una respuesta.

Pero no hacía más que agregar dudas e incertidumbre.

Harry siempre detestó a Malfoy, desde el primer momento en el que lo conoció. Era altanero, egoísta y una pésima persona. Decía cosas horribles, hacía cosas horribles. Los disfraces de tercero, las insignias de cuarto, cuando le quebró la nariz en sexto. Harry logró que esas actitudes se vieran menos importantes luego de que decidió bajar la varita ante Dumbledore, pero desde el inicio, Draco nunca fue...

Nunca fue-

Una vez más, Harry entrelazó sus dedos.

Solía detestarlo, sí. Pero luego pasó lo de la Batalla, y Malfoy tuvo que adaptarse a su ambiente para sobrevivir, por su familia y por él. Cuando Harry lo reencontró, Malfoy era una mierda. Se rio de la muerte de Hannah, se expresaba de una forma horrible sobre los inocentes. Harry dudaba que se arrepintiera, él mismo dijo que no se arrepentía de la mayoría de las cosas.

Y sin embargo, Draco siempre estuvo allí.

Cuando Ron perdió la pierna, cuando Hermione fue atacada, cuando la Batalla de Godric sucedió. Cuando volvieron a ver a Hagrid, Malfoy siempre estuvo a su lado. Podría decir que incluso antes de la guerra y la desolación. En cada año de Hogwarts, Draco siempre estaba. En un rincón, quizás, en el borde de algún recuerdo, pero compartían las mismas situaciones y problemas aunque fueran bandos contrarios. Estaba ahí.

Y Harry estuvo con él, cada vez que fue herido.

Aquello no cambiaba, incluso después de lo de McGonagall, Malfoy continuaba estando allí.

Suponía que Kingsley tenía razón, entonces. Malfoy lo tenía, así como Harry tenía a Malfoy. Por mucho que ninguno de los dos lo hubiese querido. Ni por asomo.

Las vendas alcanzaron lo máximo que podían aguantar de sangre en ese instante, y Harry se levantó, sin prestar atención a Kingsley y su presencia. Apenas lo sintió levantándose y saliendo de allí abruptamente. No al menos hasta que Harry subió la cabeza, de forma breve, y lo vio en el umbral de la puerta con una expresión que decía... que estaba presenciando algo demasiado personal.

•••

La siguiente vez que alguien entró al cuarto no fue algo que Harry esperaba, y ciertamente, no fue una grata sorpresa tampoco.

Theo ni siquiera se molestó en tocar, ingresó a la habitación de Harry de golpe, agitado, con el cabello revuelto y la cicatriz de su mejilla brillando bajo la luz ahora artificial del candelabro.

—Potter.

Harry se puso en guardia apenas lo vio.

—¿Qué pasa?

Theo se acercó a Malfoy, sin molestarse en darle un segundo de atención a las manos entrelazadas o a la postura de Harry.

—Debo llevármelo de vuelta a la Mansión Malfoy —dijo, sin mirarlo—. Pueden ir a buscarlo en cualquier momento.

Harry se aferró al colchón con una mano. Con la otra, apretó más fuerte a Malfoy. La sangre fluyó fervientemente por sus venas.

—No.

—No te estoy preguntando —espetó Theo—. Tengo que hacerlo. El Lord... El Lord irá a buscarlo.

—Si ve que ha sido curado, lo matará —gruñó Harry, con su parte más animal saliendo a la luz.

No podía pensar en lo que sucedería si Malfoy se marchaba ahora. Ya había visto lo que Voldemort era capaz de hacerle, incluso sin sospechar por completo de él. ¿Qué pasaría cuando se diera cuenta? Malfoy no podría huir, no lo hizo en ocho años, no podría hacerlo ahora. No. Ni hablar.

Theo lo miró, parpadeando.

—Al contrario —respondió él, lentamente—. Si ve que Draco ha sido lo suficientemente fuerte como para sanarse a sí mismo, confiará de nuevo en él y sus habilidades. Si lo ve débil, lo matará. No puede quedarse aquí.

Harry apretó cada músculo de su cuerpo, rehusándose a confiar en esa lógica tan macabra.

—Padma me contó lo que le hizo. Si el Señor Tenebroso verdaderamente desconfiara, habría hecho un conjuro que lo desangrara y lo asesinara ahí mismo. Nadie lo habría ayudado en ese lugar. —Harry sintió cómo su interior se contraía ante la afirmación, mientras Theo decía lo mismo que él había sospechado—. Seguramente está esperando que Draco encuentre una forma de curarse con sus pociones o hechizos, y que le quede una cicatriz de recordatorio, para que no vuelva a hacer algo similar. Le hizo lo mismo a Dolohov-

—No, no lo entiendes- ¿tienes una idea de lo que ese hijo de puta le hizo a Draco? —escupió Harry, todavía sin dejarlo ir. Theo suspiró.

—Sí, sí lo sé. E independientemente de eso, debo llevármelo ahora.

Theo se acercó a la otra orilla de la cama, y se agachó para tratar de recoger a Malfoy, conjurando ropas que cubriesen sus vendas. Harry se aferró a su hombro, sin permitir que se lo llevara así como así, mientras Malfoy se removía.

¿Y si el razonamiento está mal?

¿Y si es asesinado?

Harry no quería descubrir cómo se sentía un mundo sin Draco Malfoy en él.

—Debe cambiarse las vendas cada veinte minutos —comenzó a hablar, por poco tropezando con sus palabras—: ¿Y si empieza a sangrar demasiado? ¿Qué vas a hacer?

—Hay que descubrirlo, pero no puede quedarse aquí.

—Nott-

Malfoy abrió los ojos en ese momento, observando directamente al rostro de Theodore, quien lo estaba sujetando por los hombros tratando de levantarlo de la cama con delicadeza.

—¿Theo?

Harry sentía el corazón en la garganta, mientras su cabeza repasaba las cosas que podrían salir mal de toda esa situación.

Malfoy estaba a unos centímetros de la cara de Theo, quien todavía estaba intentando levantarlo.

—Me gustan tus ojos —balbuceó Malfoy incoherentemente—. Siempre me han gustado los ojos verdes, pero los tuyos no son... No se parecen... Siempre creí que se parecían, no recordaba, pero ahora sé que no-

Draco.

Malfoy pestañeó con dificultad un par de veces, ido. El tono de Theo había sido firme, un implícito: cállate.

Entonces, Draco cerró los ojos, dejando que su amigo lo sentara por fin.

—No le digas a Potter —le soltó por lo bajo.

Harry se quedó en su lugar un instante.

Siempre me han gustado los ojos verdes.

No pudo evitarlo: soltó una risa ahogada para evitar colapsar, entendiendo lo que Malfoy estaba implicando. Malfoy se giró hacia él, mareado, y si era posible, su rostro se mostró aún más pálido al notar que estaba ahí. A Harry le daba gracia.

—Oh, genial —dijo él entonces, con voz monótona—. Potter.

Theo comenzó a levantarlo, provocando que al fin Harry dejara ir la muñeca de Malfoy. Éste todavía lucía semi consciente, semi perdido. Harry cerró los ojos, esperando que esa fuera una decisión correcta.

Cuando las ropas de Malfoy se restauraron, y sus piernas estaban tocando el suelo, Theo se dirigió a Harry.

—Hay que borrarle los recuerdos-

—¡NO!

El grito de Malfoy los sorprendió a ambos. Fue demasiado alto, demasiado escandaloso. Malfoy se estaba agitando nuevamente, respirando de forma pesada. Intercambió la desenfocada mirada entre los dos.

—No. No. No. No. No-

—Hey, está bien —Theo trató de tranquilizarlo—. Hoy no.

De todas formas, le envió una mirada preocupada por arriba de su cabeza. Harry no sabía qué hacer. Ya sucedió algo terrible cuando Malfoy estuvo sin recuerdos, y algo igual o peor cuando sí los tuvo.

Joder.

Malfoy dejó que Theo lo levitara, y soltó otro quejido de dolor gracias a sus heridas. Harry se preguntó vagamente si es que la otra, la de hacía días atrás en Austria ya había cicatrizado, o si es que se reabrió también gracias a aquello.

Las ganas de matar a Maia y Voldemort con sus propias manos crecieron.

Malfoy, en el aire, trató de acostarse de nuevo. Harry se levantó, acercándose a él. Theo se lo llevaba a la salida.

—No te mueras, ¿me escuchaste? —murmuró Harry en su oído cuando estuvo lo suficientemente cerca—. No mueras, no después de lo que me has hecho pasar, pedazo de imbécil ególatra.

Harry se alejó, viendo cómo Malfoy cerraba los ojos.

—Auch.

Theo salió del cuarto, bajando las escaleras, y yendo hacia la entrada. Prontamente, desapareció por el laberinto. Harry les abrió el portón sintiendo un nudo en la garganta.

Luego, decidió tornar su atención a McGonagall.

Debían rescatarla antes de que fuera demasiado tarde.

Notes:

Holiss, he visto que a muchos les gustó la canción que recomendé! Tengo una playlist que usé para inspirarme al escribir Desolación.  Quizás la ponga más adelante en una nota, díganme si les interesa. 

Por ahora, escuchen por favor "Can't help falling in love [DARK VERSION] feat. brooke - Tommee Profitt", con esta canción me imaginé lit todo el plot JAJAJAJA, no es broma.

En fin, cuídense, nos leemos!!!<3

Chapter 35: Capítulo 30: Nada es justo

Chapter Text

Cuando Draco llegó a la Mansión Malfoy, Theo lo obligó a permanecer despierto.

Ordenó a uno de los elfos que los guiaran a su laboratorio y juntos se sentaron allí, mientras su amigo le explicaba qué había sucedido. Draco empalideció con cada segundo que hablaba, llevando una mano hacia abajo de sus prendas, a su torso. Sintiendo las vendas mojadas de sangre. Theo le dijo que se iba a asegurar de cambiarlas, pero que ya no podía continuar descansando, que debía encontrar una forma de que el sangrado se detuviera o los cortes se cerraran, o quizás el Señor Tenebroso terminaría matándolo al fin.

Draco sólo pudo asentir. Tiritaba. Podía sentir la magia proveniente de sus heridas.

Inhala.

Exhala.

Dolía- dolía como los mil demonios. Con cada movimiento, Draco sentía como si cuchillas se clavaran ahí. La herida se reabría periódicamente luego de expulsar toda la sangre posible. O al menos, lo que se sentía como toda la sangre posible. Después, el procedimiento se repetía. Cada vez que pasaba, era como si un cuchillo volviera a cortarlo. Como si se metiera en su carne y retorciera la navaja.

Draco posó sus manos encima de las vendas. Sabía que quien se encargó de cavar los cortes en su piel fue nada más y nada menos que Maia. Por otro lado, quien se encargó de mantenerlos abiertos, de regenerar su sangre, fue Voldemort.

Y frente a esa revelación, Draco no sólo tembló por el decaimiento, sino también por la rabia.

La magia que el Señor Tenebroso había ocupado no tenía que ver con ninguno de los hechizos que Draco creó para él durante esos años, era una clase de magia negra que él no se había atrevido a tocar. Pero, intentando pensar con la cabeza fría, reconocía que algunas de las propiedades usadas le eran conocidas. La regeneración de la sangre, por ejemplo, él la había usado para un conjuro que hacía volver a crecer las extremidades de sus víctimas para que fueran cortadas una y otra vez. Lo que no sabía cómo contrarrestar del todo, no mientras su cabeza estuviera nublada por el dolor, era la forma de cerrar las heridas.

Inhala.

Exhala.

Una vez que Draco, tembloroso, terminara de escribir en un papel los principios de la magia y pensara en ingredientes que lo ayudarían –o algún tipo de contra maldición– Theo se apresuró en acercarse a él. Debía retirar las gasas empapadas. Este convocó vendas del mismo laboratorio, y sin ofrecerle ni una mirada de lástima o simpatía, cambió así las antiguas que ya estaban destilando sangre.

Draco se sintió tan débil en ese instante, que, para cuando recuperó la consciencia, fue gracias a que Theo estaba sosteniendo una varita encima de sus ojos. Lo había reanimado con un hechizo. Ni siquiera notó en qué momento se desmayó.

—No te duermas.

Gracias, no lo pensé antes.

Draco sacudió la cabeza, y durante otros veinte minutos se concentró en planear qué procedimiento llevaría a cabo. Finalmente, decidió que en ese momento, lo más simple era hacer una poción que le ayudara a dejar de sangrar; casi como si actuara como una loción cicatrizante. Al menos Theo podría ayudarlo a prepararla, cortando o machacando ingredientes. Si hubiera decidido hacer una contra maldición sería completamente inútil. No tendría los conocimientos.

Con mucha dificultad se paró de su asiento, caminando a las estanterías mientras recogía lo que necesitaba: colas de lagarto, estrellas de mar, asfodelo, baba de caracol, sangre de dragón y unos cinco ingredientes más para hacer una poción que, si resultara lo suficientemente efectiva, detendría el sufrimiento por el que estaba pasando.

Mientras Draco ponía en el caldero aceite de escreguto, le pidió a Theo que machacara las estrellas de mar. Durante el proceso de confeccionar la poción, Draco se desmayó o estuvo al borde de desmayarse al menos cinco veces, siendo mantenido despierto en base a otras pociones y el hechizo reanimador. Una vez que estuvo todo listo y sólo debían esperar a que todo se cociera, Draco casi lloró de felicidad al poder sentarse nuevamente. Theo cambió sus vendas una vez más.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Theo de pronto, cuando vio que Draco cerraba los ojos—. ¿Por qué desobedeciste?

Draco recordó los gritos de McGonagall. La mirada en la cara de Potter.

—Nunca he podido matar a nadie.

—Él no quería que la mataras, imbécil —Theo espetó, terminando de poner las gasas nuevas que ya estaban empezando a mancharse de su sangre—. Quería que la hicieras sufrir, que acataras la primera orden que te dio, que fue torturarla. El Lord deseaba verte haciéndole algo horrible y digno de ti, para que ella deseara ser asesinada. Y tú no solo fallaste el maldito Avada Kedavra, sino que no estuviste a la altura.

Draco suspiró, sin responder.

Quizás en otras circunstancias habría entendido las órdenes del Lord y hubiese hecho lo que él quería. Sin embargo, Draco ya no estaba tan seguro de haber podido cumplir lo que se esperaba de él, no cuando ni siquiera el Crucio que conjuró funcionó del todo bien. O- quizás sí, no lo sabía. No importaba ahora.

Debía concentrarse en pasar esa prueba de momento.

Theo no volvió a hablar en un buen rato y mientras Draco trataba de ignorar el dolor de sus cortes, su cerebro comenzó a revivir lo que había sucedido, horas atrás. Las escenas se acumulaban en su mente, pero tenía claro que Potter logró ver sus memorias, y supo lo que sucedió con él y con McGonagall, lo cual era un alivio. De ahí en más, las cosas se mezclaban en su cabeza y Draco no podía estar seguro de que fueran reales. Aunque deseaba que sí. Potter tomando su mano. Cambiando sus vendas. Escuchándolo. Tratando de entender lo que Draco decía en vez de crucificarlo.

Diciéndole que no muriera.

Todas estas cosas teñían el resto de momentos juntos con una luz diferente. Cuando se puso frente a él en Austria para evitar que fuera asesinado. Las charlas bajo las estrellas acompañados con una botella de alcohol. Draco todavía tenía grabado a fuego cómo se sintió, noches atrás, cuando confesaba lo de McGonagall. La desesperanza que le embargó al pensar que su relación se había roto a un punto de no reparo. Que... quizás no sería tan malo, si no fuera porque necesitaba estar cerca de Potter para asegurarse de que no arriesgara su vida como el idiota que era, o que se negara a actuar como un ser humano responsable. Ni siquiera esperaba que fueran cercanos. Tampoco esperaba que confiara en él. Sólo- sólo esperaba...

Draco esperaba no perderlo.

Tan simple como eso.

No sabía si tenía permitido desear algo así, en realidad. Potter y él no eran amigos, definitivamente. ¿Cómo podrías perder algo que no tenías? Salvo que Draco sabía que iba mucho más allá de aquello. Era tan complicado, que no deseaba analizarlo muy a fondo. Sólo sabía que no podía perder a Harry, así como no podía perder a su padre, o Theo, o Astoria.

Ya no se trataba solamente de ganar la guerra. Quizás desde hacía mucho tiempo que dejó de serlo, (a pesar de que continuaba creyendo que Potter era necesario para triunfar). Draco quería que sobreviviera y que estuviera bien porque... porque Harry lo merecía. Draco ya había reconocido que le importaba, días atrás, cuando la fuerza de sus palabras lo cortó tan profundo que amenazó con desangrarlo. No había punto en continuar negándose a sí mismo esa realidad. Aunque- en aquel entonces no era capaz de dimensionar cuánto. Cuánto se preocupaba por su bienestar.

Pero ahora, que cada vez que cerraba sus ojos veía su mirada en la oscuridad, podía hacerse una idea.

Inhala.

Exhala.

Mientras la poción hervía, Theo dejó a Draco dormir por unos minutos. Lo sacudía cuando pensaba que podría quedar inconsciente, y Draco aceptaba el trato sin reclamar. Después de todo, debía permanecer despierto y asegurarse de acabar con uno de sus problemas.

La poción originalmente debería dejarse cuatro días y tres noches en reposo, pero no había tiempo para esperar tanto, por lo que Draco usó ingredientes que aceleraban el proceso (agradeciendo internamente tantos suplementos en la bodega). Pasadas casi cuatro horas, en las que Theo se había dedicado a vigilarlo, y vigilar su dolor, el brebaje estuvo listo.

Draco no demoró en vaciarlo en un vial, para luego esperar unos minutos más a que enfriara.

Rondando las diez de la noche, la bebió bajo la supervisión de Theo.

El dolor no cesó. De hecho se hizo algo más intenso a medida que ingería el líquido. Theo lo sujetó entre sus brazos al descompensarse porque Merlín- su visión se volvió blanca y su cabeza dio vueltas de un momento a otro. Draco se arrepintió de existir, mientras terminaba de beber todo el vial.

Después de unos minutos, en los que Draco volvió a desmayarse gracias al hachazo que sintió en la nuca y en el cuerpo, Theo estaba de nuevo frente a frente, y su expresión destilaba alivio.

Una de sus manos le tocaba el torso.

—Funcionó —dijo, pareciendo quitarse un gran peso de encima.

Draco se alejó de él, frunciendo el ceño. El dolor seguía ahí, lo perseguía en cada movimiento, en cada respiración. Parecía estar comiéndolo vivo. No tenía sentido que hubiera funcionado, parecía demasiado fácil. Llevó las manos él mismo abajo de las vendas.

Estaba seco.

Draco tanteó, mordiéndose la lengua para no maldecir y cayendo en cuenta de que, lo que sucedía es que efectivamente la poción había funcionado, pero sólo para hacer que dejara de sangrar. Sin embargo, las heridas repartidas a lo largo de su tronco seguían a carne viva e igual de profundas y recientes.

Secas, pero ahí.

Draco se dejó caer, sin sentir en absoluto el pequeño triunfo. Porque dolía. Dolía, joder.

—Potter tiene razón —Theo dijo al ver su reacción. Draco no abrió los ojos—, no puedes morir. Ve con cuidado, no vuelvas a hacer algo así, no importa qué tanto te odien. Nunca vuelvas a hacer algo así.

Draco, otra vez, no respondió.

Theo se quedó veinte minutos más para ver si la poción verdaderamente había resultado, mientras Draco trataba de pensar cómo solucionar aquella situación ahora que no sufría de desangramiento artificial. Una vez que ambos vieron que efectivamente las vendas no volvían a empaparse, Theo se despidió con urgencia, diciendo que debía atender otras cosas.

Draco se limitó a asentir.

No quería hablar. Sentía que todo su cuerpo resentía cualquier movimiento.

Inhala.

Exhala.

Entonces, cuando sintió en las protecciones de la mansión que Theo la abandonaba, por primera vez- Draco dejó que lo que había sucedido realmente lo golpeara. La risa de Maia. Los cortes que tenía en el cuerpo. La furia de Voldemort. Las sospechas que podrían tener sobre él. Draco se movía un poco, y su piel gritaba en agonía, y sólo podía pensar en si verdaderamente había valido la pena no obedecer.

Cada vez que se lo preguntaba, el peso de la mano de Harry sobre la suya le volvía a la cabeza.

Cuando se sintió lo suficientemente estable para levantarse, Draco se encaminó al baño. Demoró más de lo normal, tratando de ir lento para que los cortes no aumentaran. Necesitaba sacarse de encima toda la suciedad que sentía, aunque alguien hubiera aplicado hechizos de limpieza en él. Draco necesitaba darse una ducha. Por lo que, a medida que subía con toda la lentitud del mundo hacia su cuarto, ordenó a uno de los elfos que por favor llenara la tina de agua y la pusiera a temperatura ambiente.

Inhala.

Exhala.

Llegando a ella, Draco se desvistió sin siquiera darse un vistazo, simplemente deseando sentir algo más contra su piel que lo que lo había embargado. Sentir más que la rabia que no quería apaciguarse y el agotamiento. Se quedó allí por- no sabía por cuánto.

Nada más sabía que cuando salió del agua y se vio en el espejo, jamás pensó encontrarse con eso.

Draco se congeló en su lugar, sintiendo que el mundo enmudecía y todo quedaba fragmentado a lo que el reflejo le mostraba.

Inhala.

Las letras eran claras, grabadas en su piel casi como si fuera una Marca Tenebrosa más. Puestas encima de las otras cicatrices que ya poseía, y a rojo vivo contra su tez blanca. Draco se llevó una mano al inicio de la "C" y apretó los dientes, tan fuerte, que sintió su mandíbula crujir.

Cobarde.

Draco se aferró al lavamanos y comenzó a respirar agitadamente, sintiendo que su visión se volvía roja de la furia.

Inhala.

Por primera vez, genuinamente tenía ganas de asesinar a alguien, de buscar a Maia y quebrarle el cuello mientras danzaba encima de su cadáver. Draco sentía millones de escenarios pasar por su cabeza, mientras el desespero, la rabia y centenares de emociones crecían en su columna vertebral y lo obligaban a actuar, a querer destruir el mundo a su paso mientras se vengaba. Y no podía respirar. No podía respirar. No podía-

Inhala.

Inhala.

Inhala.

Respira.

Las palabras continuaban allí enmarcadas en su piel, por más que cerrara los ojos y pidiera que no. Draco sinceramente no tenía idea si las cicatrices se irían en algún punto. Trató de ignorar el pensamiento de Potter viendo eso. ¿Qué habría pensado?

Quizás que lo merecía.

Una voz en su cabeza le decía que eran ciertas, que en su vida todo lo que cometió, fue solo de cobarde. No porque tuviera intenciones valerosas, Draco no era así.

Y que, de nuevo, las únicas cosas medianamente redimibles en su historial, eran precisamente las que no había hecho.

No matar a Dumbledore. No entregar a Harry Potter. No dejar que lo mataran en la Sala de Menesteres. No matar a Eric. No dejar morir a George Weasley. No matar a McGonagall.

Inhala.

Draco sintió cómo sus músculos dolían al estar apretando tan fuerte el lavamanos, siendo incapaz de despegar la mirada de sus heridas. La furia que había perdido durante esos meses acababa de volver, renovada de golpe. Iba a acabar con Voldemort, iba a acabar con los Mortífagos, se iba a encargar de que cada uno de ellos sufriera más de lo que cualquier ser humano hubiera sufrido en la historia.

Draco iba a vengar a su madre, y a purgar los sufrimientos de quienes le importaban.

Inhala. Respira. Respira. Respira. Respira. Respira-

Su visión volvió a nublarse. Draco trataba de ahuyentar el sentimiento de terror que le invadía, apaciguándolo con la rabia. Porque eso era seguro. Era mejor que pensar que fue humillado. Que estuvo desprotegido. Que pudo haber sido asesinado sin que nadie nunca lo encontrara.

Y que quizás esa era una de las mejores opciones que tenía en ese mundo.

Las vías respiratorias de Draco quemaban con cada bocanada que intentaba dar. Pero por más que quería, por más que sus pulmones le rogaban- no era capaz de ingresar aire. Draco se estaba ahogando. Se estaba ahogando. Ya no podía. No. No-

Inhala.

Inhala.

Inhala.

Inhala-

•••

Minutos después de que Draco saliera del baño, algo más repuesto, su Marca comenzó a arder.

Gracias al agua tibia, por poco había olvidado el dolor que sentía en sus heridas abiertas. Pero cuando comenzó a vestirse en movimientos bruscos y nada precisos, los cortes ardieron y amenazaron con volver a sangrar. Comenzó a abotonarse más suavemente luego de eso, y a no permitirse mostrarse afectado, por mucho que quisiera arrancarle la cabeza a alguien. Tenía que ir, no demostrar debilidad. Pensar con la cabeza fría y cuando menos se los esperaran, destruir todo lo que habían logrado.

Una vez listo, Draco se echó en el bolsillo unas cuantas pociones en caso de descompensarse y tomó el flú al Ministerio.

Rodolphus Lestrange había pedido una reunión urgente del Nobilium y los Electis para tratar de un tema que podría ser perjudicial para la sociedad mágica, así que Draco encontró el camino al Wizengamot rápidamente. La rabia se había apaciguado al punto que ya lo dejaba pensar racional, pero todavía bullía debajo de su piel. Todavía sentía que el cerebro estaba hirviendo dentro de su cráneo. Sus puños continuaban apretados, y una parte de sí sabía que si alguien le hablaba, Draco era capaz de matarlo.

Por suerte, la gente parecía entender el mensaje sólo con ver su rostro y no hicieron intento de besar el suelo que pisaba.

Una vez dentro, Draco quiso apresurarse e ir hacia su asiento, ver las caras patéticas de cada uno de los presentes e imaginarse lo satisfactorio que se escucharían sus gritos una vez que los matara. A todos. Pero sus planes se vieron interrumpidos gracias a una voz fría y sibilante, que se dirigió a él apenas llevaba unos cuantos pasos dentro de la sala.

—Astaroth...

Draco se tensó cuando lo oyó.

Paró en seco en su lugar.

Por la cabeza le pasaron las cosas que había pensado en la última hora. Lo que Voldemort hizo. Las consecuencias que trajo a su vida y a su cuerpo. Juntó todas esas cosas- y las metió en una caja. Una que no destapaba nunca cuando el Señor Tenebroso estaba cerca. Debía actuar con inteligencia aunque sus deseos de venganza le gritaran lo contrario. Aunque quisiera maldecirlo hasta que enloqueciera.

—Mi Señor —dijo Draco, agachando la cabeza.

Los Nobilium y Electis, los únicos convocados a la reunión, pasaban a su lado sin dedicarles miradas muy largas. Draco los observó de reojo, notando las ausencias de los secuestros de la Orden, y una parte de él se mostró complacida.

Que se desesperen, que sufran, pensó, que cometan errores.

Los haré pagar.

—Me alegra saber que has sabido tomar tu lección con altura de miras —dijo Voldemort. Su tono demostraba que estaba intentando mantener la calma. Tal como la rabia de Draco habitaba debajo de su piel, la del Lord coexistía con su magia. Había algo que lo tenía molesto.

¿Qué sucedió?

Si no fuera porque probablemente él pagaría las consecuencias de su enojo, Draco se habría alegrado. Quería que sintiera en carne propia la desesperación, sentir que sin importar cuánto luchaba, no existía forma de alcanzar sus objetivos. Que las preocupaciones, la frustración, la desolación lo devorara vivo.

Su cabeza ardió todavía más, y las ganas de atacar y mandarlo a la mierda crecían con cada segundo. Apretando las manos a sus costados, se obligó a contar hasta diez y serenarse. Respiró profundo e ignoró el dolor de su torso. La caja amenazó con estallar.

—Por supuesto, mi Señor —respondió, supuestamente calmado—. Le ofrezco la más sincera disculpa por mis acciones.

Draco no podía ver su rostro, pero era más que obvio que el Señor Tenebroso estaba complacido. Uno de los tentáculos de su magia acarició sus brazos. Estaba deleitado al confirmar que tenía la razón. Que Draco era una persona más lamiendo sus botas por algo que, él consideraba, era una ofensa garrafal.

Lo hizo sentir enfermo.

—Cerraré los cortes una vez que me pruebes que no volverás a desobedecer —dictaminó el Lord, luego de examinarlo—. No puedo permitir que alguien como tú, Astaroth, uno de mis Nobilium, me desautorice así, supongo que comprenderás. De todas formas, sabía que podrías sanar lo que Maia ha hecho.

Draco por poco levantó el cuello para girarse a Maia, dispuesto a- a arrancarle la puta cabeza. Hacerle lo mismo que ella le hizo. Que llorara y suplicara y tuviera miedo.

Lo haría.

Lo haría, lo juraba.

Podía esperar el tiempo necesario.

—Por supuesto, mi Señor —terminó contestando.

Voldemort lo observó unos segundos más, rodeándolo. Draco se forzó a mantener un semblante de respeto y sumisión. No era el momento de cobrar cuentas y hacerle notar a él y a la perra esa que lo que acababan de hacer, había sido un error.

Segundos después el Señor Tenebroso se dio media vuelta, diciendo a sus espaldas:

—Vete de mi vista.

Draco obedeció.

Obedeció porque la otra opción era demasiado demente para considerarla.

Tomando asiento, se dedicó a estudiar a los Nobilium y Electis. Con Yaxley y Rookwood secuestrados, y Lestrange en el medio del Wizengamot, la suma de ambos grupos era de catorce, contándolo a él. Draco se regocijó al hacerse consciente de que por años todos los reunidos en ese lugar habían sido los líderes, la ley hechas personas, y cómo eso ya había comenzado a cambiar. A derrumbarse. Él estaba determinado a hacer que se destruyera por completo.

Incluso si no ganaban esa guerra.

Cuando todos estuvieron en sus lugares, Rodolphus Lestrange hizo uso de su posición como ministro y empezó a dictar un discurso de unidad y poder. Draco todavía no estaba lo suficientemente calmado como para prestarle atención, y mientras la boca del idiota se movía, sus ojos fueron a parar a Theo sentado en el otro extremo de la sala. Por unos segundos, este lo miró de vuelta. Draco notó que sus ojos verdes no brillaban a la distancia, y una comparación indeseada llegó a su cabeza.

Perdido en ese pensamiento, parpadeó un par de veces, retornando su atención al discurso que Rodolphus estaba dando con el Señor Tenebroso a un lado. De repente parecía agitado.

—... Como sabrán, no podemos confiar en nadie. Hechos recientes demuestran que debemos interrogar a cada una de las personas que trabaja en este lugar. A cada una. Hay infiltrados en nuestro preciado Ministerio —El hombre hizo una pausa, paseando su mirada por los presentes—. Traidores. No podemos permitirlo.

Una oleada de murmullos se expandió por el salón, y Draco trató de mantener la calma, poniendo un gesto de asco. Evitaba con todas sus fuerzas intercambiar una mirada con Theo.

No podían estarse refiriendo a ellos.

¿No?

—¿Cómo pueden estar tan seguros? —soltó Mulciber desde un extremo, inclinado sobre su asiento—. ¿Quién sería tan estúpido cómo para traicionar al Lord y esperar no ser encontrado?

—¡Sí! —se unió Avery—. ¿Cómo saben?

Los Nobilium y Electis comenzaron a asentir, mirándose unos a otros. Draco no, Draco tenía los ojos encima de Rodolphus. Determinando si era necesario sacar su varita y salir de ahí antes de que los encerraran. La expresión del ministro, usualmente neutral, estaba teñida por la preocupación. El Señor Tenebroso casi parecía una amenaza a su lado.

—Porque han asesinado a prisioneros que eran vitales para la salvedad del mundo mágico —explicó Lestrange lentamente, cuando los murmullos pararon—. Prisioneros que no estaban destinados a morir, por la información importante que poseían.

Draco sintió un pitido resonar en sus oídos.

Su cara empalideció, podía percibirlo. Seguro se veía gris.

—¿Qué? —soltó de golpe. El salón entero se giró a mirarlo. No le importaba. El pulso latía con fuerza bajo su piel y estaba demasiado preocupado para prestarles atención—. ¿Quién?

El ambiente de la sala había cambiado. Todos se encontraban interesados y expectantes. Por poco rogaban que se dijera de quién hablaban. ¿A quién habían matado, que fuera lo suficientemente importante para convocar a una reunión urgente? ¿A movilizar a todo el Ministerio?

Draco no quería enterarse, no realmente. Este- era ese tipo de conocimiento que sabes antes de que te lo confirmen. Una verdad que habita el espacio, incapaz de ser evitada. Incapaz de ser negada. Y Draco lo sabía. Simplemente lo sabía. Y aún así quería aferrarse a la posibilidad de que estuviera equivocado.

Está viva.

Está viva.

Está viva.

Tiene que estar viva, porque si no, no sé qué haré. Qué luz puede venir después de esto.

Está viva.

Las cicatrices de su torso ardieron, viendo a Rodolphus suspirar hondamente.

—Minerva McGonagall. Una de las líderes de los Rebeldes.

El primer pensamiento que pasó por la mente de Draco, fue la cara de Harry.

Se dejó caer de vuelta a la silla, sin deshacer su semblante, aunque le estaba costando un mundo. Los murmullos se dispararon una vez más, pero Draco ya no escuchaba nada. Todo estaba muy, muy lejos. Una parte de él quería pensar que era una broma, debía ser una broma. Porque se sentía demasiado abrupto como para considerar que aquello estaba pasando realmente. Minerva había estado viva, apenas unas horas atrás. La Orden iba a rescatarla.

¿Quién la había matado?

¿Por qué?

Draco estaba torturándose a sí mismo, reproduciendo las diferentes formas en las que le diría a Potter, cómo se lo tomaría. O lo mucho que Draco le pediría que por favor- que le dijera que lograron rescatarla y todo fue un malentendido. Apretó las manos, sin permitirse a sí mismo comenzar a hiperventilar. Debía pensar bien. Se lo debía a Harry. No todo estaba perdido. Podían arreglarlo. Aún- aún podía arreglarlo.

Draco trató de volver a canalizar la rabia, porque sucumbir a la desesperación no le haría ningún favor.

Tenía que hablar con Harry. Tenía que asegurarse de que lo supiera de la mejor manera y que no hiciera nada estúpido.

Te va a culpar.

Draco apretó los dientes, sintiendo su caja torácica encogerse.

Creerá que tú la has matado, y jamás podrá perdonarte que la dejaras ciega, que hayas hecho de sus últimos días un infierno. Va a odiarte más de lo que ya lo hace.

Te va a culpar.

O peor aún,

se va a culpar a sí mismo.

Potter creerá que todo esto es su culpa por no haberla salvado, porque lleva el peso del mundo en su maldita espalda. ¿Y quién estará ahí para prevenir que se dé de bruces contra el suelo?

¿Tú?

Rodolphus continuaba hablando. Draco movía ansiosamente su pie de arriba a abajo, meditando sus opciones. No podía esperar para decirle. Esperar lo haría peor, y Draco no podía darse ese lujo. Tenía que actuar rápido.

Prontamente la sesión se dio por finalizada y Draco fue llamado por Alecto Carrow para la primera interrogación. Se paró de su lugar y fue hacia él, tratando de disimular el temblor de sus manos, el dolor de su torso y la preocupación que sentía.

McGonagall estaba muerta.

Siguió a Alecto hacia afuera mientras lo escuchaba decir que al parecer Dolores Umbridge estaba ahí y participaría de los interrogatorios también. Draco asintió, fingiendo escuchar, y apenas tuvo tiempo le pidió unos minutos para ir al baño del Ministerio y reunirse con él en la sala de interrogatorios después. A Carrow no pareció importarle.

Draco prácticamente corrió a los baños y se encerró en un cubículo, pensando de qué forma podría alertar a Potter. Un Patronus no era una opción, la gente podría reconocer que era suyo o seguirlo. Una carta mucho menos. No tenía papel ni lápiz y considerando el lugar en el que estaba, cualquiera podría interceptarla. Nervioso, molesto y angustiado, Draco sacó su moneda del bolsillo, encantándola para enviarle un breve mensaje a Potter- lo que fuera, esperando que fuese recibido. Draco ni siquiera midió sus palabras, simplemente puso un: "Muerta", porque la moneda no le permitía nada más al cambiar las letras, y esperó que Harry entendiera la situación así. Casi que la adivinara.

Pero ninguna respuesta llegó.

Draco quiso soltar un quejido de angustia.

McGonagall había sido asesinada, y no tenía idea de las consecuencias que eso traería.

Pasados unos minutos, decidió salir del baño y convencerse a sí mismo que lo haría sentir mejor interrogar a las personas sospechosas. Que lo haría sentir igual de poderoso que siempre saber que de seguro rogaban él no se encargara de ellas. Sería una buena distracción, podría descargar su ira, e incluso lo ayudaría a volver a sentirse en el presente, porque nada de lo que estaba sucediendo se sentía jodidamente real. Draco casi podía asegurarse a sí mismo que eso era exactamente lo que quería.

Había un ruido de estática en el aire.

Mientras caminaba la gente rehuía de su presencia, no queriendo llamar la atención para que Draco no eligiera interrogarlos. Pero en ese preciso instante- el mundo y las personas de plástico que habitaban en él, eran lo menos importante.

Lo importante era la noticia que le habían dado.

Draco no tenía idea de cuánto tiempo estuvo en el baño. Según él, no fue mucho. Pero al parecer era suficiente para que las cosas cambiaran su curso. Cuando estaba llegando a la planta de interrogatorios, cuando ya se había mentalizado en su siguiente tarea, tuvo que retroceder un paso. Jadeó. Creyó que lo imaginaba. Llevó una mano hacia su antebrazo derecho.

Por segunda vez en la noche, sintió cómo este quemaba.

Y entonces reconoció, en medio del aún presente pitido de sus oídos, a una radio que se reproducía a todo volumen en algún rincón del Ministerio.

—... NO VAMOS A DESCANSAR HASTA QUE SE HAGA JUSTICIA. HASTA QUE EL GRAN MORTÍFAGO PAGUE TODO LO QUE HA HECHO. QUE PAGUE LOS CRÍMENES QUE ÉL Y SUS SEGUIDORES HAN COMETIDO CONTRA LA HUMANIDAD Y LA MAGIA. VAMOS A OBTENER SU CABEZA...

Gritos enojados resonaron por cada esquina. La voz del hombre continuaba exclamando promesas de venganza. Draco, por su lado, sintió su cuerpo entero desinflarse al entender lo que significaba ese mensaje.

La Orden ya sabía.

En medio del insoportable nudo de su estómago, una persona irrumpió en el Atrio del Ministerio y Draco miró hacia abajo. Había una mujer conjurando un Sonorus, y gritaba que los Rebeldes estaban atacando diferentes sectores del mundo mágico simultáneamente. Debían moverse. Debían pelear sin importar qué.

Los Mortífagos salieron de las salas de interrogatorios al oír el estruendo, todos tocando su Marca. Draco lo hizo también, sintiéndose levemente atontado. Cuando los vio ir hacia el punto de Aparición del Ministerio, Draco sacó una poción revitalizante del bolsillo y decidió seguirlos.

Su Marca lo llevó adonde era requerido ir.

•••

Draco abrió los ojos mirando al Callejón Diagon, que se presentaba ante él. Los faroles de las veredas estaban encendidos y algunas tiendas continuaban abiertas, aunque abandonadas por lo que estaba pasando.

Draco miró a su alrededor, sintiendo que todo sucedía en cámara rápida. Había gente de la Orden justo en frente de Gringotts, con sus máscaras puestas, disparando hechizos sin cesar. Del otro lado, los Mortífagos y Purificadores respondían, ocasionando los mismos estragos. Las maldiciones chocaban con las tiendas, una tras otra, quebrando vidrios, derrumbando paredes. Las personas corrían de un lado a otro, tapándose las orejas con las manos. Draco vio a Florean Fortescue's venirse abajo gracias a una Bombarda.

Arrinconados donde les era posible, había adolescentes que probablemente no aprendían a Aparecerse aún, y otros civiles que trataban de llevarlos. Los llantos, la sangre, el humo... Draco no sabía qué hacer. El paisaje le recordaba a como se había visto el Valle de Godric cuando despertó en medio de los cadáveres: desolado. Devastado.

Daba igual el bando.

Las consecuencias y destrucción atacaban a todo el mundo por igual.

Mientras Draco avanzaba entre las filas de los Mortífagos y sacaba su varita –ignorando que su torso se quejaba y algo de sangre comenzaba a manchar su camisa– lo único en lo que pensaba y pedía, era que Potter no estuviera allí, arriesgando su vida, cometiendo algo estúpido. Draco no deseaba luchar contra él en esas circunstancias.

Pero sabía que si Harry no estaba en el Callejón, estaba en otro lugar buscando venganza.

Avanzando, conjuró un Protego frente a él debido a un Diffindo que pretendía rebanarle el cuello. Podía oír que a lo lejos, sonaba otra radio. El discurso continuaba escuchándose enfurecido, el deseo de sangre podía sentirse en las palabras. La escena de la pelea era una combinación de gritos de inocentes, muertes, heridos, quejidos de angustia y- rabia. Un tipo de rabia que parecía haber tomado forma, haberse transformado en una persona real. Esta vivía en los Rebeldes, quienes peleaban como nunca antes porque les habían arrebatado a Minerva McGonagall.

Tratando de esquivar una maldición que iba justo hacia el lugar en el que estaba, se hizo hacia un lado, chocando con otro de los Mortífagos. El impacto fue tan brusco, que Draco terminó cayendo al suelo, a un lado del punto central donde estaba desarrollándose la pelea y frente a un pequeño pasaje. Era un caos. Su cuerpo reaccionaba antes que sus pensamientos.

Levantó la mirada, queriendo volver a luchar, aunque cuando sus ojos vieron hacia arriba, Draco no estaba mirando una pelea.

Draco estaba mirando unos ojos cafés que lloraban.

Se abrazaba a sí mismo e hipaba viéndolo con miedo, como si- como si creyera que había llegado su fin. La inocencia parecía haber sido arrancada de golpe de sus rasgos. Su barbilla tiritaba.

Era un niño.

Draco no supo qué hacer. Sentado en medio del pasaje, el niño tenía entre sus pequeñas manitas la radio que él estaba oyendo a lo lejos, y la apretaba contra su pecho como si eso fuese a remediar las cosas. Su tono de piel era tan oscuro como la noche que se cernía sobre ellos, y su cabello rizado le caía encima de las cejas. De sus ojos brotaban y brotaban cascadas de agua, mientras lo observaba con miedo de que le hiciera algo.

No. No. No. Draco no le haría nada.

Draco iba a salvarlo.

A este sí. A este podía rescatar de la guerra.

Sintiendo su corazón estrujarse al instante, trató de tocarlo. Su plan consistía en mandar a la mierda todo y Aparecerlo lejos de allí. Seguramente era el hijo de algún locatario que huyó cuando las cosas se pusieron muy feas, y estaba escondido con la esperanza de no ser encontrado. Y joder, era muy pequeño. No debía ver esas cosas. No tenía por qué.

Draco se levantó y fue directo a agarrar su brazo. El chico parecía paralizado. Ni siquiera gritaba o se alejaba de él, a pesar de que temblaba.

—No voy a hacerte nada, ¿está bien? —le susurró, intentando tranquilizarlo—. No voy a dejar que nada malo te pase.

Voy a salvarte.

A ti sí voy a salvarte.

Fue instantáneo. Los ojos del chico, antes resignados y atemorizados, adquirieron un brillo nuevo. Draco conocía ese brillo. Lo conocía a la perfección y sabía diferenciarlo del resto.

Era el brillo de la esperanza.

Cuando algo nuevo se abre para ti. Cuando te das cuenta de que no todo ha sido perdido y que existe un mañana al que aferrarte. Los ojos del pequeño brillaron, y Draco le sonrió, y cuando éste levantó los brazos para que Draco lo cargara-

Por poco reaccionó en tirarse hacia un lado y aterrizar en el piso pasos más allá.

Porque una luz verde que iba dirigida hacia él, rozó su oreja.

Todo lo que sucedía era tan veloz que su cerebro apenas tenía tiempo de digerirlo. De mantenerse al tanto. De pensar. Su cuerpo actuaba antes.

Draco a duras penas registró lo que había pasado.

Pero parte de su consciencia supo que la Maldición Mortal siguió su curso.

Miró desesperado hacia el niño que estaba en su pecho, al que arrastró al saltar para tratar de protegerlo- y vio el momento exacto en el que la luz verde impactaba en su frente.

Contra todas las posibilidades.

Contra todo lo que se suponía que debía suceder, porque- porque tenía que impactar contra él. Ese era el destino del puto Avada Kedavra. Ese era. Ese era. Ese era.

Pero bueno, Draco sabía que nada era realmente justo, ¿no?

Por unas milésimas de segundos, los ojos acuosos e infantiles del niño se tornaron sorprendidos. Como si realmente no esperara morir en medio de esa guerra. Como si pensara que aquello sólo era un momento de pánico en medio de su vida del que se acordaría cuando fuera adulto. Draco ahogó el nudo de su garganta.

Y entonces, el pequeño cayó inconsciente entre sus brazos.

El pitido de sus oídos se intensificó.

Draco se levantó instantáneamente, sintiendo la rabia fluir por sus venas. Conjurando otro escudo, esquivó el segundo Avada Kedavra que iba hacia él y se giró de lleno, enfrentando al miembro de la Orden que creía que lo había acorralado. Draco apretó la varita entre sus dedos y avanzó hacia él, disparando maldición tras maldición que el imbécil detrás de la máscara esquivaba a medida que retrocedía.

Draco todavía tenía la imagen del niño muriendo por algo que no era su culpa. La gente corriendo y los gritos desesperados. Minerva McGonagall siendo asesinada sin tener la oportunidad de despedirse de Harry. De verlo de nuevo.

El Diffindo que conjuró impactó por fin en el miembro de la Orden. Llegó a sus rodillas. Cortó sus piernas de una sola vez.

El hombre –Draco lo sabía ahora– cayó, gritando y llorando, y a él no le importaba que se suponía que fuera del bando de los buenos, le importaba una mierda. Había matado a un inocente, a un niño, eso era lo mínimo que merecía.

Draco lo rodeó, pateando lejos la varita en el suelo. Y lo dejó ahí, oyendo cómo se arrastraba y pedía ayuda.

Prontamente volvió a la calle, retomando la pelea y tratando de no ser asesinado en medio del caos. Vencer a un miembro de la Orden en condiciones normales ya era difícil, pero vencerlos cuando cada hechizo parecía ir en memoria de Minerva McGonagall era- era casi imposible.

Draco no sabía qué iba a resultar de eso, o qué pretendía la Orden. Harry.

Sólo que, fuera lo que fuera, no iba a terminar bien.

Y lo comprobó, cuando apenas unos cinco minutos más tarde, en medio de la bruma de su dolor y el vencimiento de un miembro de la Orden que deseaba matarlo, Draco elevó la vista hacia el cielo y vio cómo dos personas se acercaban a la escena en escobas.

Joder.

A diferencia de lo anterior, esta vez las cosas pasaron demasiado lento. La luz del farol parpadeó, un viento acarició su pelo, y un poco más de sangre manchó su túnica. Draco miró hacia el frente, tocándola. Los miembros de la Orden retrocedían. Las escobas se acercaban. Los Rebeldes se gritaban cosas que estaban demasiado lejos como para entenderlas.

Pero eso no impidió que comprendiera qué estaba a punto de pasar.

Draco le dio una mirada más al Callejón Diagon. A un lado estaba Ollivander's, que era atendido por su hijo ahora, donde compró su primera varita a los once años, y luego adquirió otra después de la Segunda Guerra. A unos pasos más allá vio la librería en llamas, y recordó ir allí con Pansy, Crabbe y Goyle a buscar los implementos para el año escolar en Hogwarts. Recordó a Harry tomándose fotos junto a Lockhart. La tienda de mascotas no se encontraba muy lejos tampoco, y si ponía atención, casi podía escuchar los alaridos y chillidos de las criaturas, abandonadas a su suerte en un destino que no pidieron. Draco recordaba a su madre dándole dulces de limón mientras él se probaba una túnica nueva, y a su padre comprándole suplementos de Quidditch para malcriarlo. Si se concentraba lo suficiente, Draco era capaz de verse a sí mismo reír en ese lugar junto a ellos, ansioso por el futuro. Desesperado por saber lo que se avecinaba.

Entonces, los Mortífagos empezaron a pedir la retirada urgente.

Draco, horrorizado, se Apareció antes de que la bomba cayera sobre él y arrasara con todo.

Todo.

Todo.

Todo.

Chapter 36: Capítulo 31: Ecos de nevada

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Después de ir a la mansión, Draco se materializó afuera de la base llevando una bolsa de pociones consigo.

El sonido del Callejón Diagon cayendo antes de que huyera todavía estaba presente en sus oídos, y la pregunta de qué sería del mundo mágico desde ese momento en adelante se reiteraba en algún espacio de su mente. Draco reconocía que la guerra acababa de llegar a su punto más álgido, y que absolutamente nadie estaba a salvo ahora.

La muerte de McGonagall y las cicatrices de su torso eran una confirmación.

Caminó hacia la entrada, tomando nuevamente la poción que hizo durante la tarde para así dejar de sangrar, y observó que, fuera del portón, había varias personas esperando que se abriera. La mayoría estaban heridos y traumatizados, algunos incluso lloraban. Mientras Draco sacaba su moneda para pedir la apertura –todavía aturdido por la rapidez con la que los eventos escalaron en menos de una semana– se dio cuenta de que la gente apenas le dedicaba una mirada de atención a él o a su insignia: roja contra el traje negro. En ese instante, no parecían reconocer quién era.

Justo cuando iba a ejecutar el encantamiento proteico, una muchacha se desmayó a sus pies debido a un traumatismo en una parte de la cabeza, que estaba grotescamente aplastada. Draco atinó en darle una de las pociones que había llevado hasta allí. Esto desencadenó que el resto de personas, las más graves, prácticamente se echaran encima suyo y le rogaran ayuda.

Draco repartió un cuarto de sus viales entre los heridos de ese grupo, y luego intentó separarse, pensar y respirar con claridad. Su cuerpo estaba presente, pero su cabeza todavía se encontraba enfocada en saber dónde rayos se encontraba Potter, qué estaba haciendo y si estaba actuando de forma imprudente. Draco necesitaba saber que él y Theo se encontraban bien, porque era probable que lo sucedido en el Callejón Diagon se estuviera replicando en otros sectores del mundo mágico, y ellos- estaban luchando. Arriesgando su vida.

¿Cuántas personas estarían muertas ya, por no alcanzar a huir de las bombas?

Draco sabía que eso iba a pasar, lo supo apenas Harry le dijo que la Resistencia tenía las herramientas para fabricar bombas. No le gustaba. Era demasiado arriesgado.

Y también, demasiado doloroso.

Dolía pensar que todo lo que de pequeño conoció ya no existía. La heladería. El banco. La tienda de calderos. Los lugares que Draco visitaba cuando pensaba que existía un futuro- todo se había ido ahora. Las personas también.

Suponía que no había mucha diferencia en cómo estaban las cosas desde que la Segunda Guerra había acabado.

Cuando un poco de la agitación del ambiente cesó, gracias a las pociones de Draco, un estruendo lo distrajo e hizo que se girara. Había estado paralizado en su lugar.

Theo Apareció frente a él, prácticamente corriendo al grupo que estaba esperando entrar. Tenía sangre escurriendo por la frente, y cojeaba sujetando su brazo como si hubiera sido fracturado. Draco trató de ayudarlo, pero él se deshizo de su agarre. La mirada de sus ojos era absolutamente frenética.

—Theo-

—No hay tiempo —respondió él, agitado—. ¿Has visto a Luna?

Draco negó, sacando su moneda entonces para ver si podían entrar, responder así sus dudas. Saber si Potter estaba dentro, a salvo y bien.

Aunque era improbable.

—¿Estaba peleando?

—No- no lo sé, no... —Theo respondió, tan aturdido como él—. ¿Viste lo que está sucediendo ahí fuera? No- no-

—Lo sé —Draco dijo, recordando la cara del niño que murió entre sus brazos.

Apuntando la varita a la moneda, escribió en ella el mensaje "Abre", para que Potter lo viera, firmando con las primeras letras de su nombre y apellido. Harry no había contestado el mensaje que envió en el Ministerio, cuando se enteró sobre lo de McGonagall. La idea de que estuviera en peligro se asentó en sus huesos.

Pero antes de que pudiera paniquearse más, el portón se abrió en todo su esplendor, y la gente comenzó a ingresar, desesperada por atención médica. Draco le pasó la bolsa con pociones a Theo cuando notó que no alcanzaría a entrar él también y miró, con el corazón en la garganta, a las puertas cerrarse en sus narices. Pedía- rogaba por que Potter se encontrara tras las protecciones, que Granger no lo hubiera dejado salir. No con el duelo tan fresco, no en esas condiciones.

Mientras más lo pensaba, más ridícula le parecía la posibilidad.

Así que en vez de entrar a la base, se encargó de repetir el proceso de la moneda cada vez que se acumulaba gente en las afueras de la mansión. Draco estaba esperando por él. Esperando que volviera. Además, era una forma de asegurarse de que Potter seguía vivo. Era el único que podía abrir el portón de la mansión, por lo que cada vez que Draco calentaba la moneda para dejarlos pasar y las puertas se separaban, era una prueba de que Potter seguía respirando. Un alivio.

Draco se preguntó si, en el lugar que estuviera, significaba lo mismo para él.

En medio de todas las idas y venidas de la gente que llegaba a la mansión, una horda de Weasley se Apareció de pronto. Entre ellos, el padre de familia, Arthur, destacaba con absoluta claridad. Gran parte de su cabello tenía canas gracias a lo mucho que la guerra lo avejentó, y una gran cicatriz bajaba desde el borde de su mandíbula hasta el inicio de su cuello. Era completamente distinto a lo que Draco recordaba: bonachón, patético, ingenuo... No, parecían dos personas que nunca tuvieron nada que ver entre sí. Porque ese hombre, el Arthur Weasley que Draco conoció a los doce años, jamás habría hecho nada de lo que vio a continuación.

Arthur agarró a un hombre que venía entre ellos con tanta fuerza que acabó botándolo y quebrándole un brazo. El hombre gritó. George Weasley se puso encima del desconocido para evitar que huyera y le quitó su varita, mientras Arthur pateaba su cara. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Quitando así la máscara de la Orden que traía puesta y revelando, que en realidad, era un Mortífago tratando de infiltrarse.

El primer intento de meterse a la base usando las máscaras replicadas.

Draco se giró, sin prestar atención al hombre desconocido que gritaba pidiendo por piedad, mientras el clan Weasley le gritaba cosas y lo interrogaban de la peor forma posible. Los golpes resonaban. Los huesos no paraban de quebrarse. Su lado sádico casi se sintió orgulloso de ellos. No le causaba ni un poco de lástima.

En medio del lío, y con aún más gente acumulándose afuera, Granger se Apareció a un lado de la familia Weasley. Ignoró, tal como Draco había hecho, al Mortífago ya inconsciente bajo sus pies. Tenía la mirada perdida, todo su aura en realidad parecía perdida. Draco suponía que nadie esa noche estaba realmente presente.

—Granger —Draco la detuvo cuando pasó a su lado, casi con angustia—. ¿Dónde está Potter?

Granger lo miró raro y se alejó de él. En cada facción estaba escrita la rabia que sentía al verlo, mezclada con el cansancio. Draco nunca fue fan de Hermione Granger. La encontraba insoportable, y la única razón por la que se comunicaba con ella, desde siempre, era gracias a su cercanía con Potter. Si Granger hubiese sido cualquier otra nacida de muggles, Draco nunca le habría dedicado más de dos segundos de su atención. En ese momento, era lo mismo. Le daba igual qué podría sentir ella hacia él. Le importaba que le dijera cómo y dónde carajos estaba Harry.

—No lo sé —respondió ella, demasiado cansada al parecer como para mandarlo a la mierda—. Apenas se enteró de las noticias, llamó a luchar. Sin plan. Queriendo terminar... esto. Traté de seguirlo, pero...

Draco por poco cerró los ojos, pudiendo imaginar la escena a la perfección. Recordaba la cara que Potter puso la noche que supo que Draco se encargó del interrogatorio de McGonagall; la forma en que sus ojos parecieron brillar menos. Draco casi podía ver cómo todo rastro de compostura abandonó su gesto cuando le comunicaron la muerte de Minerva, siendo reemplazado por la ira. Una ira que lo llevó a actuar sin pensar. Una ira que devoraba todo lo bueno que podía existir en Harry. Él la conocía, tal vez mejor que nadie.

—¿Cómo supieron? —terminó preguntando.

—Adrian Pucey, él es uno de nuestros espías del Ministerio, él-

—Lo sabía.

—Él lo hizo —corrigió Granger.

Draco frunció el ceño.

—¿Él les contó?

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas, aunque lucía como si no deseara echarse a llorar frente a él. Pero no se podía confiar mucho en Draco y sus percepciones, porque con cada segundo que pasaba se sentía cada vez menos... en esa realidad. Como si todo el mundo fuera falso. Las palabras, los acontecimientos...

—Él lo hizo —le soltó Granger, mientras su barbilla temblaba—. Iban a llevar a Minerva a interrogarla en público, la iban a despellejar lentamente. Era una trampa para atraernos. Y si no aparecíamos, era el plan perfecto para hacerla hablar. Si eso no lo lograba... entonces ya nada lo haría. Y de esa forma, también se... se-

Un sollozo abrupto interrumpió a Granger, a quien con cada oración, la voz se le iba quebrando más y más. Draco la escuchaba, pero realmente- la noticia de McGonagall muerta sonaba inverosímil a sus oídos... No parecía real.

—Si eso no lograba que hablara, se deshacían de ella porque no serviría tenerla de prisionera más tiempo —completó Draco ante su silencio.

Cuando terminó la frase, Granger se echó a llorar. Se volteó rápidamente, esperando que el portón fuera abierto, pero Draco ya había visto las lágrimas y podía delinear la manera en la que sus hombros se sacudían por los sollozos. Draco observó su cabello, recogido en una coleta, y se sintió completamente entumecido.

Nunca llegó a importarle McGonagall, no realmente, pero sí sentía culpabilidad por lo que le hizo. Y era peor aún cuando se acordaba del daño que aquello ocasionó en Potter. Pero en ese preciso instante, nada de eso estaba en su mente. Nada. Draco sólo podía pensar que nunca había estado tan seguro de que era una mala persona. Porque una parte de sí, la parte que aún no sabía en qué estado estaba Harry con la noticia- se sentía agradecido de que las cosas hubieran pasado de esa forma.

Porque sabía que de lo contrario... él habría sido el encargado de- de-

De despellejarla viva.

Voldemort lo habría elegido para enmendar su previo error, cuando se negó a matarla.

¿Y que habría hecho entonces? Nadie lo salvaría. Tendría nada más que dos opciones: hacerlo. O no. Y ya estaba más que claro qué sucedía cuando se rehusaba a una orden.

¿Qué habría pasado de haberse encontrado en esa situación?

Draco prefería no enterarse nunca.

Cuando el portón se abrió al fin y Granger desapareció de su vista, Draco se dejó caer en una de las paredes, pensando en Potter. ¿Qué tanto habría cambiado las cosas, que McGonagall viviera lo suficiente para llegar a ese estrado donde la matarían? Draco no podía imaginarlo, simplemente no podía. Pero todo indicaba que el odio que ya evocaba en la gente de la Orden, no sería nada comparado con el que le tendría Harry. Y, de nuevo, estaba... agradecido, de nunca llegar a enterarse de cómo eso se sentía.

La puerta empezó a cerrarse y el gran grupo que estaba esperando pasar, entró, dándose empujones los unos a los otros. A lo lejos creyó distinguir que, además de los Weasley que llevaban inconsciente al idiota que intentó infiltrarse, aparentemente Kingsley y Robards llevaban otros más. Draco no podía verlos bien, pero si hubieran sido importantes, los habría reconocido de inmediato. Por contextura, o por la insignia que él mismo llevaba en el pecho.

Pasada una hora, dos grupos más de luchadores y heridos ingresaron a la base, desesperados. Nada nuevo. Nada que capturara su atención. El torso le dolía, el cabello le picaba como si tuviera cenizas y Draco se sentía demasiado ansioso para habitar en su propia piel. Un nombre se repetía sin cesar en cada rincón de sí: "Harry".

Harry. Harry. Harry.

El cielo se abrió de pronto y de él bajaron mínimo una docena de magos, cargados de bolsos. Draco los observó aterrizar, sin poder dejar de pensar que ellos fueron los encargados de hacer estallar el Callejón Diagon, los encargados de destruir muchos puntos del mundo mágico. Puntos de los que en ese momento ni siquiera era consciente.

Y entre ellos, venía Potter.

Draco se quedó estático en su lugar, viendo al hombre emanar furia. La misma que reconoció en los luchadores del Callejón Diagon. Una clase de furia que parecía tomar vida propia, que él mismo sentía que se posaba encima de sus hombros y le bajaba por la nuca, asustándolo. Draco distinguía las ondas de la magia ondular por el cuerpo de Potter como lenguas de fuego. Su rostro estaba ensombrecido, y, a pesar de verse como la verdadera mierda, Draco pudo respirar al fin al verlo.

Potter se acercó a donde estaba, y sin siquiera reconocer la presencia de Draco apoyado en el portón, lo abrió y permitió que el gran grupo esperando entrar avanzara. Luego, aguardó unos buenos minutos a que alguien más se Apareciera. Cuando eso no sucedió, haciéndole darse cuenta que toda la gente que salió a luchar, había vuelto, Potter cerró el portón, empezando a caminar dentro. Todo eso sin dedicarle un segundo de su tiempo en reconocer que Draco también estaba allí. Draco se apresuró en seguirle el paso, trotando por el laberinto para andar a su lado. Sus heridas ardieron.

—Potter-

El hombre no lo escuchó, o fingió no escucharlo. Continuó caminando por el laberinto mientras Draco lo seguía. Parecía una cáscara. Una cáscara vacía que no sentía, ni vivía, o estaba ahí. Draco necesitaba que... hiciera algo. Que le gritara o le dijera que lo odiaba, pero no que se quedara callado, no era normal.

—Potter, para.

Draco apresuró el paso, mordiendo su labio con tanta fuerza que creyó haberlo roto. Las heridas de su pecho aún ardían como la jodida mierda, y a la velocidad a la que Potter iba, los cortes resentían que Draco intentara alcanzarlo. Llegando a la zona común, los heridos se apresuraron en entrar a la mansión, y Potter parecía querer imitarlos.

—¡Potter!

Justo cuando Draco iba a tomarlo de los hombros, obligándolo a que lo mirara, este se dio media vuelta y lo encaró de lleno.

Draco enmudeció.

Su piel estaba ligeramente verdosa, probablemente gracias al shock. Las ojeras de sus ojos eran profundas, tal como las recordaba, y su cabello estaba hecho un desastre. A diferencia de otras veces, aquello parecía ser el resultado de estar tirando de él una y otra vez. Pero nada de eso fue lo que hizo que el estómago de Draco se arrugara sobre sí mismo, o que un deseo ridículo de protegerlo se apoderara de él.

Lo que provocó todo eso, fueron sus ojos.

La mirada de Potter nunca podía disimular lo que estaba sintiendo, Draco aprendió eso desde una temprana edad. Cada vez que Potter lo miraba cuando eran niños, aunque su rostro estuviera totalmente serio- era notorio en su mirada el desprecio que Harry sentía por él. Durante el final de la Segunda Guerra, este fue reemplazado por la lástima. Meses atrás, luego de lo de Hannah, en esos pozos esmeralda no había más que odio- y sabía que en algún punto, aquello cambió, y no podía estar seguro cuando. Pero eso daba igual.

Lo único que tenía claro en ese momento, era que los ojos de Potter nunca se habían visto antes así.

Apagados. Sin vida. Como si fuera un Inferi. Draco trató de buscar el brillo, o la vividez que siempre encontraba en esa mirada. Y lo único que lo recibió... fue vacío.

No podía soportarlo.

A lo lejos, Draco podía escuchaba gritos provenientes desde dentro de la mansión. Llantos. Era demasiado similar al panorama que se vivió la noche de la Batalla del Valle de Godric. Sabía que Potter necesitaba ayudar a los heridos, para así enmendar un poco del mal que realmente no había causado. Y era todo tan injusto porque Harry no debería sentirse así- Draco quería abrazarlo, creyendo que quizás de esa forma ayudaría a que la bomba de tiempo en la que se había transformado, no estallara.

Potter se dio la vuelta entonces, luego de mirarlo, y se dispuso a entrar.

Antes de que eso sucediera, Draco lo detuvo agarrando su muñeca.

—Potter. Potter, espera. Respira un poco.

Potter se detuvo en su lugar, comenzando a tomar hondas bocanadas de aire. Alterado.

—Suéltame.

Draco tuvo que ejercer toda la fuerza que poseía en su agarre, porque Potter empezó a forcejear, a intentar liberarse. Sus movimientos eran lentos y menos precisos debido a que se había desgastado luchando, y aunque Draco todavía sentía la energía de Potter ondular a su alrededor, lo más seguro era que el estallido de magia que tenía cada vez que experimentaba una emoción fuerte, ya había sucedido.

—No estás bien —le dijo Draco, tratando de calmarlo—. No puedes ir así adentro.

—Déjame ir.

El forcejeo continuó. Draco tuvo que avanzar y ocupar la otra mano para mantenerlo en su lugar. Sus dedos estaban aferrados a la muñeca. El dolor de sus heridas se hizo más punzante. Potter lo zarandeaba.

—Potter, para —dijo, mientras este se sacudía como un animal—. Descansa un rato.

—¡Déjame ir!

—¡Si te dejo ir, vas a desgastarte como siempre lo haces, como el mártir que eres!

—¡Malfoy te juro por el puto Merlín-!

—¡Basta!

—SUÉLTAME.

Draco sintió el desgarro en su grito.

Y aún así no lo dejó ir.

Potter tenía razón, debería soltarlo y que hiciera la mierda que quisiera. A Draco no debería preocuparle un carajo qué estaba pasándole o no; una parte de sí mismo se decía que, de hecho, no le importaba.

Era una mentira.

Potter era capaz de desgastarse a sí mismo, probablemente terminaría herido, y Draco no podía permitir que entrara en un abismo del que no podría salir.

Así que en su lugar, con la otra mano lo agarró del hombro.

Y lo atrajo hasta su pecho.

—¡Déjame! Basta- basta...

Potter peleó, por supuesto que lo hizo. Se agitó y se removió bajo su agarre porque no parecía saber hacer nada diferente cuando se trataba de los dos. Pero las ganas de luchar cada vez se hicieron menores. Draco sentía pequeños puños impactar contra su tórax, murmurando por lo bajo que lo dejara ir, y que se fuera a la mierda y que lo detestaba y que detestaba a todo el mundo. Draco podía sentir el dolor que emanaba. Envolvió los brazos atrás de su espalda. Firme.

—Lo siento- lo siento, Harry. Lo siento tanto...

—No me tengas lástima —replicó él, con voz rasposa y herida.

—No es lástima. Nunca he sentido por ti ni una pizca de lástima.

Potter dejó de pelear, y por algún motivo, eso hizo que Draco se sintiera aún peor.

—Te odio —susurró él con voz rota—. Te odio. Te odio con- con- cada respiración.

—Lo sé.

Draco puso una mano encima de su cabello. No tenía idea de qué hacer. Qué decir. ¿Qué podría ser lo suficientemente bueno?

McGonagall estaba muerta. Nada cambiaría eso.

Harry se relajó contra su pecho, calmando- o al menos intentando calmar su respiración. Draco sentía que era capaz de quitarle el aire a sus propios pulmones para que Potter pudiera respirar correctamente. Que las cosas mejoraran. No parecía posible.

Después de unos segundos, Draco oyó cómo se le escapaba un sollozo ahogado.

La frente de Harry estaba apoyada en su cuello, por lo que este se encontraba casi echado encima de él, luciendo pequeño y frágil, contrario a todo lo que representaba. Porque Potter no era débil en absoluto. Era muchas cosas, pero no eso. Un héroe. Fuerte. Grandioso. Un super humano al que jamás nada lo tocaba-

Una farsa.

Porque Draco sabía la verdad.

Harry era sólo un hombre.

Draco lo apretó con más fuerza, como si eso fuera posible, ignorando el nudo que se instaló en su garganta y las ganas de destruir todo al oírlo sollozar.

—Se ha ido —murmuró Potter—. Ella... también... se fue-

—Ssh. —Draco, con cuidado, comenzó a acariciar su cabello—. Lo siento mucho. Harry, lo siento. Lo siento por todo-

Potter se quedó estático, prácticamente inerte contra Draco. Él intentó tentativamente enterrar la mano en su pelo y acariciar una y otra vez. Con miedo, como si fuera a romperse y a él le tocara repararlo después. Y si era así- no podía. No podía. No podía.

Draco destruía todo lo que tocaba.

Harry estaba conteniéndose, lo sentía. Los sollozos que soltaba eran simplemente para no permitirse llorar del todo. Draco lo oía pasar saliva sin detenerse. Y entonces-

Entonces sintió cómo de pronto, su cuello se mojaba.

Potter por fin se rompió.

Draco nunca lo había visto estar cerca de eso.

—Potter-

—Con cada... día... muere más gente... Y no hay nada que pueda hacer. No hay- no puedo- no puedo salvarlos-

Potter se tropezaba con sus propias palabras, su respiración era totalmente agitada y lucía como si en cualquier momento fuese a quedarse sin aire. Draco no se atrevió a separarse, simplemente empezó a tomar hondas bocanadas él mismo.

—Respira —susurró—. Respira. Concéntrate.

Potter trató de imitar el ritmo de su pecho, cómo subía y bajaba, y Draco estuvo a punto de soltar su agarre creyendo que así podría hacerlo mejor. Pero le daba demasiado miedo que Potter tomara la oportunidad y huyera.

—No se detiene... —hipaba cada vez que acababa una palabra—. Mueren, y mueren, y mueren... ¿Qué puedo hacer...?

Respira, Potter.

—No puedo.

Draco suspiró temblorosamente. Las lágrimas aún mojaban su cuello y él trataba de buscar frenético una manera de detenerlas, pero no sabía cómo. Cada vez que Draco fue herido, Potter encontró la forma de sanarlo, si no él mismo, otra persona. Él tenía esa habilidad. De remediar lo irremediable.

Draco no. Quería poder, quería ser capaz de ayudarlo porque si lo hacía, entonces tal vez su corazón dejaría de sangrar como si Potter y él lo compartieran. Pero no importaba cuántas vidas viviera, jamás llegaría a ser lo que Harry necesitaba para recomponerse. Nunca lo fue. No tenía por qué cambiar ahora.

—Jamás debí haber vuelto —soltó este de pronto, en medio de su llanto—. Nunca debí haber decidido- haber creído que podía- que cambiaría algo si estaba aquí...

Draco se congeló por un segundo; la mano que aún estaba encima del cabello de Potter paró también. El prospecto de una vida aún más gris que en la que ya vivían pasó en frente de sus ojos. El "Harry Potter está muerto" de Voldemort durante la Batalla de Hogwarts resonó en sus oídos, y vio claramente el cuerpo inmóvil en los brazos de Hagrid. Pequeño. Joven. Unos momentos después, la supuesta ejecución en el Ministerio se revivió en algún rincón de su cerebro: la cabeza de Harry siendo arrancada y expuesta. Draco no podía imaginar qué habría sucedido si eso hubiese sido verídico. Por años lo creyó, pero ahora que Harry estaba frente suyo- vivo, y real... no era capaz de concebir un mundo sin él. Era casi como pedirle al sol que dejara de salir por la mañana. Que el viento dejara de soplar. Que las estrellas cayeran.

—Estoy cansado. No debí haber vuelto nunca de la muerte —prosiguió él, murmurando para sí, ni siquiera para Draco—. No sirvió de nada. Me tuve que haber quedado allí, joder. Así-

Draco no tenía idea de qué mierda estaba hablando, pero necesitaba que se detuviera.

—Harry, Harry nunca en tu puta vida vuelvas a decir eso. —Draco lo tomó de los costados de su cara, separándose al fin e interrumpiéndolo. Pero Potter se negaba a mirarlo—. Tú- tú... No. Si tú hubieras muerto, si tú- si tú no estuvieras aquí, yo jamás habría sobrevivido. Y no hablo del Señor Tenebroso. Hablo de... Hablo de... Harry-

Draco sostuvo su cara como si estuviera sosteniendo el mundo entero en sus manos, y de cierta forma... era así. Draco estaba sosteniendo toda la esperanza existente con frágiles fuerzas, e iba a tratar de no volver a dejarla caer. Pasó el pulgar por una de sus mejillas suavemente, limpiando las lágrimas.

—Mereces vivir. Mereces estar vivo. ¿Lo sabes? Mereces una vida feliz.

Potter cerró los ojos y Draco le quitó los lentes con delicadeza. Sucios, rotos y empañados. Los dejó descansando en el borde del cuello de su camiseta, sin soltarlo. Draco miró su rostro, donde un fino camino mojado bañaba sus mejillas, y tuvo que recordarse a sí mismo que este era Potter, el insufrible Harry Potter al que alguna vez quiso ver muerto de verdad.

Y aún así, había dicho en serio cada palabra.

Mereces una vida feliz.

Potter apretó más fuerte los párpados y él no pudo hacer o decir nada más. Temía moverse demasiado brusco, o hacer algo incorrecto que mandara todo a la mierda y terminara acabando con ambos.

—No- puedo- —comenzó a balbucear Potter, sin abrir los ojos aún—. Ha muerto. McGonagall ha muerto. Y no... no la vi de nuevo- Yo le prometí que nos vería. Que volveríamos. La dejé sola. La dejé sola en esa celda, y ella confiaba en mí, en mi fuerza, en mis promesas. No lo entiendes- Ella confiaba en mí. Me reconoció cuando ni yo me reconocía y continuó confiando en mí- y yo nunca podré salvarla de eso. Nunca podré llegar a ella-

Draco observaba cómo Potter batallaba, tratando de hablar bien sin soltar sollozos por cada frase dicha, tratando de mantenerse compuesto- y su corazón se rompió un poquito, porque, ¿quién le había enseñado que tenía que ser fuerte siempre? ¿Quién le había dicho que no tenía derecho de romperse cuando las cosas se volvían demasiado insoportables de llevar? No era malditamente justo, nada de eso lo era.

Poniendo una mano encima de su hombro, Draco comenzó a caminar.

—Ven —le dijo—. Ven conmigo.

Lo guió hacia adentro.

Nadie les prestó ningún tipo de atención especial. Había gente llorando en los rincones, heridos y quemados hasta la médula. No tantos muertos, al menos, pero sí bastantes discapacitados curándose gracias a sus pociones. De todos modos, el ruido que indicaba que la Orden sufría se encontraba prácticamente mudo a sus oídos. Como si hubiera una barrera entre él y ellos. Draco realmente no miraba nada, cada uno de sus sentidos se encontraba enfocado en llevar a Potter hasta su cuarto e impedir que hiciera algo más estúpido de lo que ya había hecho.

Weasley se estaba moviendo de un lugar a otro en silla de ruedas, y Draco apenas recordaba haberlo parado para preguntarle dónde estaba el cuarto de Potter. Tenía la vaga impresión de que Weasley comenzó a cuestionarlo y a observarlo como si quisiera matarlo ahí mismo, al menos hasta que vio la cara de su mejor amigo, quien se encontraba muchísimo más ausente que el mismo Draco. Harry miraba el suelo sin notar dónde estaba, y aunque no lloraba, esa imagen parecía aún más desconcertante y desoladora. Draco quiso gritar.

Ron Weasley le indicó donde estaba la habitación de Potter sin objetar una sola vez más.

Tomando las señas de este y su poco recuerdo de haber estado allí esa tarde, Draco lo llevó a su habitación. Potter se sentó en la cama, mientras Draco cerraba las cortinas y dejaba sólo uno de los candelabros encendido. Potter se recostó al fin, viendo hacia el techo. Su rostro parecía de piedra, y Draco notó en ese instante que había unas cuántas heridas repartidas por sus brazos que no dudó en curar con un hechizo. Él no pareció darse cuenta.

Agarrando la silla que recordaba que horas atrás había sido usada por el mismo Potter, Draco se sentó, siendo transportado a una especie de paralelismo. Hizo que se preguntara si así siempre iban a ser las cosas. Uno herido, y el otro guardando que estuviera bien. El prospecto no le molestaba del todo. Lo único que no le gustaba, era saber las razones por las que tenían que hacerlo, y que esa...

Esa no sería la última vez.

Potter miró hacia el techo y Draco lo miró a él por lo que pudieron ser perfectamente horas. A unos pasos estaba el escritorio de Harry. Dentro, sabía que estaban las cartas. Se preguntó si Potter estaba esperando a que él se marchara para poder escribir, y así... despedirse.

—Esto no es tu culpa —murmuró Draco viendo cómo no despegaba la mirada del tejado, perdido—. Óyeme- óyeme, Potter. Esto no es tu culpa.

Potter no dio signos de escucharlo. Siguió observando las grietas del cielo obsesivamente, provocando que Draco quisiera hacerle entender que era imposible que aquello fuera su responsabilidad. Si esa era la lógica, él tenía mucha más culpa.

—Por favor, créeme. Por favor.

A Draco nunca se le enseñó a pedir las cosas con "por favor" o a decir "gracias". Obtenía todo lo que quería, y cuando lo quería. Al obtenerlo, sabía que lo merecía, o al menos eso es lo que decían sus padres, por lo que no debería sentirse agradecido por nada. Sin embargo, con Potter se le estaba haciendo una costumbre rogar por que lo escuchara, por que lo entendiera.

Y no podía importarle que fuera una humillación, no en realidad.

En ese momento, Harry estiró la mano por encima del cobertor y él sin siquiera pensarlo, la tomó. Los dedos se entrelazaron entre los suyos y Potter lo apretó tan fuerte que sus anillos se enterraron en su piel y los huesos crujieron. Se sentía como si quisiera despertarlos a ambos de eso, porque no parecía real. Draco lo sentía, aunque no se lo dijera, y deseaba poder asegurarle que todo estaría bien, que mejoraría... pero lo único en lo que pensaba cuando las palabras estaban a punto de abandonar su boca era en su madre. En sus ojos azules honestos, y en cómo, desde que Draco la había perdido, su vida no hizo más que empeorar. No podía ser un hipócrita y fingir que pensaba que ahora todo estaría bien.

No podía mentirle a Harry.

Draco acarició una cicatriz que tenía en el dorso queriendo desesperadamente deshacerla. Deshacer todo lo que alguna vez le causó daño.

Quizás acabaría deshaciéndose de sí mismo.

—Adrian Pucey... Él-

—Lo sé —lo cortó Draco, cuando Potter trató de explicarle qué sucedió. No era necesario que le dijera nada—. Lo sé. Sé quién era para ti.

Draco, de hecho, no lo sabía. Nunca lo había visto en la Mansión McGonagall, por lo que intuía que tampoco es que Adrian pasara mucho de su tiempo allí. Sin embargo, Potter no parecía alguien que se involucrara con una persona sin sentir nada. Y fuera como fuera... aquello debía arderle.

Potter cerró los ojos, y por una fracción de segundo, un gesto de dolor tiñó cada línea de su cara. Como si su pecho estuviera doliendo de verdad, Potter llevó la mano libre hasta él y lo frotó justo encima del corazón.

—McGonagall estaba dispuesta a morir —le dijo Draco, porque sinceramente no tenía idea de qué otra cosa podría ser reconfortante. El apretón en sus manos se hizo más fuerte—. Sé que... Sé que es lo último que quieres escuchar, pero, si el Señor Tenebroso quería hacerle eso-

—No pudimos rescatarla. No pudimos-

—Harry —El nombre sonaba tan ajeno en sus labios como fácil de decir. Se preguntaba desde cuándo—. No es tu culpa. Por favor, reacciona. No es tu culpa. Sabes que ella jamás te culparía.

—Ella quiere que luchemos —susurró Potter en respuesta—. Dice que rendirse es una falta de respeto para los muertos.

Una vez más, una lágrima rodó por la mejilla de Harry.

Draco apartó la mirada, y enfocó la vista en sus zapatos, decidiendo darle privacidad. Mientras tanto, su cerebro reproducía sin cesar la imagen de Potter mirando el techo, llorando silenciosamente, Draco se preguntaba qué cosas había tenido que pasar alguien que lloraba así en un momento como ese. Un momento en el que parecía que su vida acababa de venirse abajo. Potter lloraba de forma silenciosa, como si no quisiera molestar o demostrar que era capaz de hacerlo.

Una vez más quiso decir algo, contarle una historia, darle algún mensaje esperanzador como Astoria probablemente haría. Sin embargo, una vez más Draco sentía que era incapaz. Quizás algo se había roto en él desde que tomó la Marca y no le era posible mostrar emociones como una persona normal, o esa parte de sí mismo nunca estuvo allí en primer lugar. Posiblemente lo último. Y a pesar de que eso le sirvió para sobrevivir... en ese momento lo odiaba. Quería poder crear una conversación y tratar de impedir que Potter dejara de verse tan desolado, pero-

Draco no sabía qué decir. Lo único que venía a su cabeza eran ideas, distintas maneras de hacer sangrar a todos aquellos que habían provocado que Potter se sintiera así.

—Por favor, descansa —murmuró Draco, aún acariciando el dorso de su mano con el pulgar—. Por favor.

Potter no le dedicó una sola mirada cuando Draco, minutos después, salió de la habitación y detuvo a un muchacho con una cinta amarrada en el brazo. Era un sanador. Le pidió una poción para no soñar. Luego de que este se la entregara, dio un último vistazo a su alrededor, notando que la gente todavía estaba buscando explicaciones para lo que había sucedido. Regresó al cuarto y le entregó el vial a Potter quién lo tomó sin cuestionar. Draco agarró sus lentes del borde de la camiseta y los dejó a un lado, en el velador, y cuando Potter terminó de beber, se sentó una vez más. Al instante, unos dedos se entrelazaron con los suyos.

—Me quedaré contigo hasta que te duermas —le informó Draco.

Potter no respondió.

•••

Draco salió del cuarto casi diez minutos después. Esperando el momento exacto en el que Potter estuvo a punto de caer dormido para decirle que mantuviera el portón abierto por cinco minutos.

Draco sentía que necesitaba volver a la mansión, en caso de cualquier cosa. Sin embargo, cuando cerró la puerta de la habitación de Potter, por poco no lo hizo. Dormido, lucía casi... en paz. La primera vez que Draco vio su rostro así –incluso si se remontaba a Hogwarts donde tampoco, nunca tuvo descanso– fue la noche en la que ambos bebieron en el jardín y vieron las luciérnagas brillar. Draco casi podía olvidar el asesinato de McGonagall y las bombas, viéndolo descansar

De camino a la entrada, recapituló lo que había sucedido aquella noche. Pensó en todos los puntos del mundo mágico que fueron atacados y que probablemente fueron bombardeados también. Él nunca estuvo de acuerdo con que usaran esas cosas, y no tenía idea qué tan hipócrita de su parte sería hacerlo notar a algún miembro de la Orden. Porque reconocía que gracias a las bombas... lo más seguro era de que hubiesen reducido sustancialmente las filas de los Mortífagos.

Y no podía decir que le importara mucho ese detalle, no después de ver lo patéticos que eran los imbéciles, luego del intento de infiltración a la base de esa noche que solo les alertó ser más precavidos. Lo que sí le importaba era... Era que terminaran destruyendo todo con el fin de ganar esa guerra. Ya había sido el Callejón Diagon, ¿y qué le seguiría? ¿Hogwarts?

Draco paró al borde de las escaleras del segundo piso, y miró hacia al frente, viendo a Kingsley Shacklebolt allí, sangrando y en camino a ayudar como Draco sabía que Harry quería hacer.

No tenía idea de por qué, en todo caso, sus pasos lo estaban llevando adonde él hasta que estuvo delante.

—Shacklebolt.

El hombre detuvo sus movimientos, y lo miró. Sus ojos transmitían una frialdad enorme. En su mejilla había un corte que le cruzaba prácticamente toda la cara.

—Malfoy —respondió él.

—Lo siento por la pérdida.

Kingsley Shacklebolt no contestó, aunque su gesto distante parecía haber menguado al escucharlo. Weasley pasó por su lado en ese momento, observando con insistencia su torso. Draco suponía que los líderes de la Orden ya sabían qué le había pasado, y que lo más seguro era que se hubieran reído de él.

Tal vez el mismo Potter lo había hecho.

Kingsley se le quedó viendo, impacientándose para que Draco le dijera por qué lo había llamado, cuando ni él mismo sabía la razón. Sólo que... McGonagall acababa de morir, y Potter tanto como él perdieron tanto.

—Me dijiste una vez... —Draco dijo, luego de unos interminables segundos de silencio—. Me dijiste que podía hablar contigo, si necesitaba algo. O bueno- algo así.

Draco tomó aire, convenciendose a sí mismo que lo que diría no era nada raro considerando la situación en la que se encontraban, y todo lo que habían compartido. Kingsley lo miró con medido interés, y cuando se enfocó en sus ojos, tuvo la impresión de que este siempre adivinaba lo que diría a continuación.

—Potter no está bien —continuó Draco—. No está bien, y yo no puedo estar aquí para asegurarme de que no se termine matando o algo- no estaré aquí mientras se recupere. Necesito que alguien- necesito que no esté solo-

Draco definitivamente no sabía qué estaba diciendo.

Pero el entendimiento cruzó las facciones de Shacklebolt.

—Entendido.

Y Draco ni siquiera esperó algo más. La vergüenza ardía en la parte posterior de su cuello. Así que hizo una leve reverencia, y se marchó antes de que la puerta se cerrara. O antes de que el deseo irrisorio de querer quedarse con Potter lo superase.

Tenía que llegar a la Mansión antes de que Voldemort lo hiciera.

Notes:

El título está inspirado en este poema:D

"Podría soportar el duelo, si tan sólo fuera minucioso. 
Si fuera agudo y breve,
Y hecho a medida para mi más fuerte malla de armadura,
Podría soportar el duelo.
Pero la tristeza como el eco de una nevada,
Sobre una capa de nieve,
Porque parece indigno de mi lanza,
Un enemigo demasiado pequeño,
Me traiciona cuando me siento y canto al anochecer
Por la poca felicidad ganada.
Estoy deshecho por tamizar la tristeza del copo de nieve–
Estoy deshecho."

Virginia Moore

Anyways, espero que lo hayan disfrutado. Se siente ilegal publicar esto en el cumpleaños de Harry...

Chapter 37: Capítulo 32: Duelo

Chapter Text

Harry tuvo pesadillas aquella noche, incluso después de tomar una poción que se suponía que las evitaba.

Soñó con McGonagall siendo estrangulada por Nagini, quien al final de todo siempre estuvo con Voldemort, lapidando así las posibilidades de ganar esa guerra. Soñó con Ron y Hermione traicionándolo y luego muriendo frente a él gracias a una bomba que les caía encima. Soñó con Malfoy, mirándolo sin ojos en sus cuencas, mientras se ofrecía a ser asesinado él en vez de Minerva.

Cuando Harry despertó, la cabeza le dolía.

Y no era lo único. Harry se sentó en la cama por lo que parecieron horas, con su cuerpo resintiendo las horas de vuelo y batalla. Miró hacia el gran patio de la mansión, observando que el viento que corría afuera agitaba plantas que comenzaban a marchitarse en pleno verano. Harry puso una mano en la pared y sintió que con cada respiración errante suya, la casa parecía agitarse con él. Sufrir con él.

Suponía que ahora era el dueño de la mansión, y que nuevamente la teoría de que los hogares mágicos tenían magia propia, se confirmaba. Durante la noche era incapaz de dejar de mirar el techo, porque allí, donde antes había sido concreto y liso, se asomaban grietas nuevas. Harry quiso creer que la casa estaba sintiendo también su pérdida.

Su estómago se quejaba del hambre, pero la sola idea de comer provocaba que tuviera náuseas, aunque sabía que debía hacerlo si no quería desmayarse. Por lo que, tratando de retrasar ese momento lo máximo posible, Harry pensó en qué hacer, y sus ojos se desviaron al instante al cajón de su escritorio.

No.

Las cartas parecían llamarlo, rogarles por ser abiertas y hacerle revivir el dolor. Que no olvidara. Después de todo, por esa razón era que las escribía y por la que dibujaba. Pero no podía imaginar tomar un papel y empezar a poner palabras sin sentido allí, palabras de despedida; porque hacía menos de una semana McGonagall había estado viva, y- ¿por qué todos tenían que dejar el mundo de esa forma?, ¿por qué no podían darle un pequeño aviso de que, de ahí en adelante, volvería a quedar más solo de lo que ya estaba?

Aquella situación se sentía como una mala broma, una broma que había ido demasiado lejos. En cualquier momento alguien iría y le diría que en realidad todo fue un error, y que McGonagall en realidad siempre estuvo en la mansión, a salvo. Harry casi podía imaginar que si se levantaba y cruzaba hasta la otra ala de la casa, McGonagall estaría en su cuarto, revisando las lecciones que daría en la tarde y regañándolo por entrar sin tocar. Y entonces- entonces lo miraría con afecto por encima de sus lentes caídos.

Harry, ignorando el dolor lacerante que le atacó el pecho, se levantó de su lugar, sacando papel y lápiz de grafito de todas formas. Se sentó en el escritorio, mirando la hoja en blanco mientras pensaba que- que no sabía qué decir. Era tanto, tanto, y nunca obtendría respuestas. Preguntas que nunca hizo y palabras que nunca dijo, guardadas en un sobre que no iba dirigido a nadie.

Podría dibujar. Había aprendido más o menos en casa de los Dursley a gastar su tiempo dibujando durante las vacaciones, donde no hacían más que encerrarlo en esa habitación; a Hedwig, a Hermione y Ron, o a quien fuera. Sin embargo, en aquel minuto, el pensamiento de revivir las facciones de McGonagall le era sumamente doloroso.

Harry necesitaba una distracción más efectiva.

La cicatriz de piedra de su espalda era una de ellas. Lo había ayudado a mantenerse presente la noche anterior, tanto como la mano de Malfoy entrelazada con la suya. Y lo estaba ayudando en ese momento. El dolor que sentía su carne al encajarse contra la roca era reconfortante hasta cierto punto, pero no era suficiente. Así que Harry, luego de ir a la cocina a buscar una fruta, se apresuró a detener a Padma y preguntarle en qué podía ayudar. Madam Pomfrey no se veía por ninguna parte.

La primera porción de la mañana se dedicó a sanar a todos los heridos, sintiéndose tan entumecido, que ni siquiera la culpa o la lástima a causa de su sufrimiento podía llegar a tocarlo. Muchos de los refugiados se acercaron a preguntar dónde estaban sus hijos, sus esposos, sus sobrinos o amigos. Harry no era siquiera capaz de responder que no pudieron traer ningún cuerpo del vuelo. Lo único en lo que su mente se enfocaba era en no pensar en McGonagall, en Adrian, y en cómo todo eso lo hacía sentir.

—Harry.

Luego de aplicar un hechizo de calefacción en una chica que lo necesitaba por una lesión en la pierna, se giró. Ron lo llamaba.

Su amigo una vez más estaba en la silla de ruedas, y lucía como si no hubiese pegado ojo en toda la noche. Lo estaba analizando con preocupación, y Harry casi pudo oír la voz de Hermione en algún rincón de su cabeza. "Asegúrate de que esté bien mientras yo duermo, Ronald. Asegúrate de que no se derrumbe aún."

—Vuelve a la cama —dijo Ron, confirmando sus sospechas.

Harry sólo lo miró, creyendo que era una broma. Los heridos estaban en todas partes. En sillones, dentro de cuartos, en el suelo. Había mucho que hacer.

Pero si era sincero... no ayudaba por culpa. Aunque técnicamente Harry sí era el responsable por sus heridas, en ese minuto le daba igual. Ayer creyó que podría acabar la guerra, y lo habría hecho de nuevo. Si McGonagall se había ido, cualquier cosa parecía plausible.

—Voy a ayudar —terminó diciendo.

—Harry, no estás en condiciones-

—¿Y tú sí?

Fue dicho con veneno, Harry lo tenía claro. Era un experto en desquitarse con la gente que le importaba y darles donde les dolía. Ron no contestó, aunque Harry pudo notar cómo el comentario lo tomó desprevenido. Cómo le dolió. Estaba siendo injusto. Y cruel.

Suspirando, se pasó una mano por la cara.

—Mira, olvida lo que dije —pidió, tratando de sonar suave—. He dormido lo suficiente, y debemos mitigar los daños que esta situación ha causado. Estar ausente no sirve de nada para mí.

Ron pareció tragarse la humillación, la rabia que emanaba de él, por la sanidad de ambos. Después de todo, aunque Ron la quisiera... Harry y Minnie- era diferente. Debía entender-

Ron apuntó a los sanadores.

—No es necesario que estés ahí.

—No estuve ahí para la batalla en que se la llevaron —espetó Harry con crudeza. La memoria de él riendo mientras McGonagall estaba siendo secuestrada atacó su mente—, ni estuve ahí en la reunión donde se suponía que planearían encontrarla. Y mira lo que ha pasado.

—¿Estás culpándonos?

Harry negó, aunque una parte de sí, sí que los culpaba. A ellos, a Adrian, a Draco, a Voldemort y a él mismo. Todos pudieron hacer más, y ahora McGonagall estaba-

—No —Harry se giró, apretando los puños—. Estoy diciendo que yo debí estar allí. Probablemente las cosas serían distintas.

Sin esperar respuesta, decidió irse al cuarto piso de la mansión a ayudar, lejos de tantos ojos conocidos que querrían un pedazo de él.

Lo que más le causaba gracia, es que esa situación se le hacía tan familiar, que parecía una parodia de su vida. Harry había tenido que pasar por los mismos duelos una y otra vez. Era como si el destino se estuviera riendo en su cara, recordándole que no estaba hecho para tener gente que le importara cerca suyo, o para tener finales felices. Era casi cómico, de verdad, mirar el lugar incómodo donde uno de los heridos estaba sentado y pensar que si McGonagall estuviera allí, ya lo hubiese transformado en un asiento adecuado. Su inconsciente se burlaba de él, haciéndole ver que, mientras más quería olvidar, menos podía.

Después de Ginny, fue parecido. No pasaron tanto tiempo en la base bajo tierra, pero aún así, mirara donde mirara, la cara de Ginny aparecía ante él. Cuando retiraron sus cosas para trasladarse a la mansión, Harry recordaba haber encontrado unos cabellos rojos en su almohada y llorar porque de todo, eso era lo más vívido que tenía de ella. De todo, eso era lo poco que había quedado. Y luego en la mansión, donde Ginny jamás puso un pie, Harry podía verla en cada esquina. Cuando alguien reía, se imaginaba que escuchaba su risa con ellos, estridente, alegre, jovial.

Volver a pasar lo mismo con Minerva parecía una tortura.

Harry creyó que ya estaba acostumbrado a perder. No había hecho más que eso desde que tenía memoria. Sin embargo, cuando bajó la mirada a su camiseta y la vio manchada con la fruta que había comido, descubrió que, una vez más la vida no le tenía ni un poco de piedad. Y que no, no estaba acostumbrado, porque, ¿cómo lo primero que se le pasó por la cabeza era que debía limpiarse, antes de que McGonagall lo viera y le diera un sermón sobre la buena higiene y buenos hábitos?

Harry no quería pensar más. No existir más. Era consciente de que no podía derrumbarse, aunque eso quería. Deseaba mandar todo a la mierda, tomar un traslador y perderse en el mundo. Marcharse y fingir que en realidad había caído en coma desde los once años, y que todo lo que sucedió fue producto de una alucinación de su cabeza. Las cosas serían tan fáciles entonces. Se compraría una casa en las montañas, en la playa, y se olvidaría de que se llamaba Harry Potter.

Pero no podía.

Rendirse era una falta de respeto.

Si no la había salvado, lo mínimo que podía hacer era cumplir sus deseos de continuar luchando.

Malfoy no estaría de acuerdo. Malfoy insistiría que no era su culpa. Pero Malfoy también decía muchas cosas que no tenían sentido, como que lo lamentaba por todo, y que no muriera- cuando Harry ya llevaba muerto por años. O en estado de catalepsia, mejor dicho; porque lo único que le indicaba que estaba vivo eran los momentos como esos, y- era tan patético. Que Ron o Hermione fueran dañados. Que la gente que estuviera bajo su guardia muriera. Que Malfoy apareciera e hiciera las cosas que hacía. Que perdiera a las personas que quería... Todo eso le recordaba a Harry que, después de todo, no se estaba pudriendo por dentro. Pero de seguro se encontraba cerca. Algo dentro suyo debía estar irremediablemente destruido en ese preciso instante. Porque miraba a toda esa gente herida, a quienes se suponía que debía cuidar... y la desesperación que sintió para la Batalla del Valle de Godric no estaba por ningún lado.

Lo que más le preocupaba, de hecho, era haber disminuido demasiados números, haber tenido demasiadas bajas. Por la desventaja que eso acarrearía para la Orden, no por las pérdidas humanas. De ahí en fuera, Harry miraba sus quemaduras, su sufrimiento y lo único que sentía era que había valido la pena. Valió la pena mostrarle al mundo lo que pasaba cuando mataban a uno de los suyos.

Pero eso no traería a McGonagall de vuelta a la vida.

Sonaba un poquito ridículo, si se ponía a pensarlo bien. ¿Que Harry no volvería a ver a McGonagall? ¿Nunca más? Qué absurdo. ¿Y si necesitaba ayuda, ya nunca escucharía sus consejos? ¿O que en algún punto de su vida olvidaría su voz, o su cara? No tenía sentido.

Si no se sintiera tan jodidamente miserable, se habría reído de la idea.

•••

Una vez que Padma lo relevó del trabajo, argumentando que Harry ya había hecho suficiente, fue el único momento en el que paró de ayudar a los heridos. Por obligación.

Harry no quería volver a su cuarto, con las cartas apiladas en el cajón esperando a que una nueva les hiciera compañía, y los recuerdos de la noche anterior asaltando su mente. Por lo que decidió bajar al primer piso, ir a la sala de entrenamiento, o donde se encontraban los prisioneros, y hacer algo útil que le impidiera pensar.

De ida, se encontró en el salón principal a George y Lee transmitiendo por la radio.

Harry se dedicó a observarlos, mientras gente de la Resistencia andaba a su alrededor con aparatos que él no reconocía, seguramente redirigiendo la señal para que no los encontraran. O algo así. Harry no sabía ni le importaba. Era poco probable que pudieran rastrearlos bajo un Fidelius o los hechizos de protección que tenían en la mansión. Mientras se aseguraran de mantener la conexión, todo estaría bien.

Harry se acercó con calma, escuchando a George recitar la lista de los muertos de la noche anterior y volviendo a dar los nombres de los posibles secuestrados, tanto en San Mungo como por los mismos Mortífagos. Aquellos apresados gracias a su mala suerte. Gente que a todas luces, no sabía nada de los planes de la Orden.

Las transmisiones ya no funcionaban como en la Segunda Guerra, donde se podía acceder a Pottervigilancia con una clave, no. Ahora todo aquel que quisiera unirse a escuchar, sólo debía sintonizarlos. Sin saber realmente quién estaba o no de su lado, era imposible que el mismo secretismo que se vivió durante 1998 se mantuviera vigente. Aunque les servía. Mientras más personas abrieran los ojos sobre lo que la Orden quería y lo que Voldemort estaba haciendo, mejor.

—¿Puedo decir algo? —les preguntó Harry, cuando llegó a posarse detrás de ellos. Estaban en una gran mesa frente a la ventana y habían parado de hablar. Harry suponía que el programa estaba a punto de llegar a su fin.

Lee miró a George, que se encogió de hombros. Harry lo miró también, preguntándose qué sentiría en esos momentos, o cuánta rabia tendría. Harry nunca habló demasiado con todos los hermanos Weasley, pero los gemelos, Ron y Ginny siempre fueron bastante cercanos a él. Luego de la muerte de dos de ellos, la relación con George se fue deteriorando, así como con Charlie y los demás a quienes sólo hablaba si era necesario. Suponía que no podía culparlos.

Harry agarró una de las sillas e ignoró las miradas que el resto de personas allí intercambió. No estaba pensando, y no necesitaba pensar para lo que quería hacer. Agarró el micrófono a su lado, acercándolo a la boca.

—Hola, Tom. Harry Potter aquí —dijo yendo al grano, haciendo que los dos hombres soltaran un jadeo—. Espero que estés escuchándome. Si es así, déjame decirte algo. Es breve y rápido.

En ese momento sabía que los lamebotas de Voldemort estaban trabajando para localizar la radio con más ganas. Pero no encontrarían nada, y Harry tomó gozo de ello. Lee puso una mano encima de su pierna aunque no pareció una reprimenda, si no un símbolo de coraje, un "Haz lo que quieras, Harry. Destroza a ese hijo de puta".

Harry casi le agradeció.

—Duerme con los ojos abiertos —continuó, casi escupiendo las palabras—. No vamos a dejar que descanses nunca más. Hemos aguantado ocho años, viendo cómo distraías a la gente y mentías para mantener un gobierno que no te pertenece. Cuídate el cuello. Tarde o temprano, seré yo mismo quien te arrancará la cabeza.

Harry sentía su propia voz temblar de la cólera, y el fuego del enojo subir por sus venas. Estaba hablando en serio. Harry fantaseaba con ese momento desde hace años, pero en ese preciso instante lo quería más que nunca. Iba a devolver todo el mal. Iba a abrir su estómago y jugar con sus intestinos mientras se reía. Ese era el nivel de rabia que había alcanzado.

—De seguro estás muy tranquilo, ¿piensas que no somos una amenaza? Que no se te olvide quién eres. Que no se te olvide el sucio secreto que siempre has querido ocultar. ¿Los tontos de tus seguidores lo saben? —Harry hizo una pequeña pausa. Sabía, sin necesidad de una conexión entre ambos, que Voldemort estaba escuchándolo. Y qué bueno que fuera así—. ¿Saben que están siguiendo a un mestizo?

Otros jadeos acompañaron a esa frase, y Harry creyó escuchar a George murmurar por lo bajo "cómo no se le había ocurrido antes". Él lo ignoró. Estaba claro que esto desataría la furia de Voldemort y esperaba que así fuera. Mientras más enojado estuviera, más probable era de cometer un error.

—Tu nombre es Tom Ryddle —continuó Harry, saboreando el nombre—, descendiente de los muggles Ryddle de Little Hangleton, lugar donde tenías a tus seguidores cuidando una mansión hace años, mansión que perteneció a tu padre, ¿me equivoco? Y tu madre, Mérope Gaunt... no era mejor que una squib. Engatusó a tu padre con una poción de amor. Así de débil era.

De ser otro momento, una sonrisa habría tirado de sus labios, pues sabía lo mucho que Tom odiaba que le recordaran de dónde venía y cómo su madre lo había concebido. Lo odiaba tanto, que no era capaz de aceptar su linaje. Y Harry esperaba que estuviera hirviendo por dentro en ese instante, porque lo odiaba a él como nunca odió a nadie.

—Así es, Tom. Lo sé todo sobre ti, absolutamente todo. Eres un mestizo, descendiente directo de muggles. Fuiste a un orfanato porque tu madre ni siquiera pudo aguantar dar a luz a semejante bolsa de mierda, ¿y crees que eres mejor que el resto? —Harry soltó una risa cruel—. No eres mejor que un nacido de muggles, Tom. No eres mejor que un muggle, de hecho. A los sangre pura debería darles vergüenza seguirte. Diles la verdad. —George, por primera vez en mucho tiempo, sonrió divertido, y Harry por poco le devolvió la sonrisa. Lee celebró—. Diles la verdad, o yo lo haré. ¿Sabes qué otros secretos tuyos puedo contar? Te doy una pista: hay cierto diario, diadema y anillo involucrados en él. —Harry esperó que la amenaza se sumergiera bajo la piel de Voldemort, para finalizar—: Ten cuidado.

Golpeó el micrófono de vuelta a la mesa, sin darse cuenta de que lo había tomado. Los chicos de la Resistencia encargados de la tecnología y las bombas lo miraron con ojos grandes y sorprendidos, y Harry, sin prestar mucha atención, se levantó de su lugar, dispuesto a marcharse. Escuchó a George y Lee felicitarlo a sus espaldas pero no le importaba, necesitaba salir de ahí antes de matar a alguien.

—¡Eso, Harry! —George gritó con deleite mientras él cerraba la puerta.

Podría haber dicho todo sobre los Horrocruxes, sobre Nagini, pero parte de sí pensaba que era mejor que nadie tuviera una noción de qué tanto sabían. Era mejor que Voldemort se confiara y que no hubieran más manos mezcladas en el asunto. Ya era lo suficientemente difícil. Ya había costado demasiado.

Harry caminó abrazándose a sí mismo, con la mente enfrascada en sus propios pies. Parecía todo más fácil si ponía cada esfuerzo que poseía en una sola acción. Camina. Camina. Camina. No tenía la menor idea hacia donde se estaba dirigiendo, pero el mundo se hacía más soportable si lo encogía a ese pequeño acto. Nada más importaba.

Camina. Sólo camina.

Y quizás no fue la mejor idea, por supuesto que no, ¿cuándo había tenido alguna de esas? Porque antes de darse cuenta hacia donde estaba yendo, sus pasos pararon de pronto, y Harry se dio cuenta de que frente a él se erguía la habitación de Minerva McGonagall.

Observó la fornitura, el color desgastado y el cerrojo. ¿Cuántas veces fue allí, en busca de un consejo? Una parte de su mente estaba pensando en hacer eso, de hecho. Ir hacia ella, preguntarle si lo que había hecho estaba bien.

Pero no podía.

Harry se dio vuelta abruptamente, sintiendo que se agitaba de nuevo, mientras la memoria de Minerva apoyando su sueño de convertirse en Auror en quinto año se asomaba en un lugar de su mente. Sus palabras duras pero cariñosas, diciéndole que ayudaría a convertirlo en Auror, aunque fuese lo último que hiciera.

Palabras vacías para una vida que ya no existiría nunca.

Harry todavía recordaba qué había pensado cuando la conoció. Que era mejor no meterse con ella, porque su rostro era demasiado severo y su actitud demasiado tosca. Y, años más tarde, cuando Voldemort llevó de vuelta su cadáver desde el Bosque Prohibido, recordaba haber pensado que nunca escuchó gritar a McGonagall de esa forma. No estaba seguro en qué momento su relación evolucionó a ese nivel, pero Harry jamás llegó a considerar la idea de que ella no estuviera. Nunca quiso pensar en que fuera posible.

Y ahí estaba, haciéndose una realidad.

Sintió sus ojos picar y decidió tomar una honda respiración. Lo ignoró. No podía sentir eso, ese tipo de dolor que parecía comerle las entrañas y asfixiarlo hasta hacerle desear que desapareciera. No podía sentirlo ahora. La rabia era una muchísima mejor opción.

Quizás, verle la cara a los cabrones que habían ocasionado que ese mundo se encontrara así era una buena idea para acrecentarla.

Harry bajó las escaleras hasta los calabozos, sin dedicarle una mirada de más de dos segundos a Luna quien conversaba con Ron. O a Flitwick, ayudando a unos chicos rescatados a hacer magia sin varita. Harry pasó por el salón de entrenamientos y llegó a la puerta de una de las celdas donde alguien gritaba. Sin preguntarse siquiera quienes estaban dentro, la abrió.

Rookwood se encontraba al final de los barrotes. Kingsley tenía la varita apuntándolo, hablando palabras que Harry no comprendía a esa distancia. Se dedicó a observar al prisionero. Había envejecido diez años en esa celda, y su cabello ya estaba por los hombros, junto a una barba sucia. El ambiente de la habitación era oscuro y su olor fétido y penetrante delataba que llevaba abandonado ahí por bastante tiempo. Harry tomó satisfacción al ver cómo sus ojos se llenaban de pánico, mientras Kingsley sacudía su varita y Robards empezaba a hacer los cuestionamientos.

El proceso se repitió con el resto de capturados de la noche anterior y de las distintas misiones, aunque ninguna información nueva sobre Nagini y Narcissa salió a la luz. Goyle continuó preguntando por Draco, y Rookwood, por Yaxley. Harry evitó mirar a Kingsley en el transcurso de las horas quien, podía sentir, casi le estaba preguntando telepáticamente cómo estaba o qué demonios estaba haciendo allí.

Frustrado por la falta de pistas para acabar con toda esa mierda, Harry salió de una de las últimas celdas del pasillo y se quedó parado en medio, pensado una forma de llegar a la conclusión de ese misterio y a Nagini rápidamente. Sin embargo, Draco no recuperaba sus memorias aún y no había ninguna otra información al alcance que ayudara a dilucidar qué sucedía con Narcissa. O qué sucedió. Se habían quedado estancados. De nuevo.

¿Ahora qué quedaba?

Una repentina mano se posó sobre su hombro poco después, y cuando Harry volteó, algo alarmado, encontró los ojos de Kingsley. Estos estaban fijos- pero no en él. Fijos en la puerta delante de ellos.

Harry siguió el hilo de su su mirada y adivinó, con un feroz revoltijo de las entrañas, quién estaba del otro lado.

—¿Quieres entrar tú primero? —preguntó Kingsley.

Harry no quería. ¿Cómo podría desear algo así? Pero lo hizo de todas formas.

El lugar estaba mucho más fresco que las celdas anteriores, y el prisionero al final de esta mucho menos demacrado. Harry detalló su cabeza gacha, el pelo claro cayendo encima de su frente y la indiferencia que solía mostrarle al mundo. Adrian no levantó la cabeza cuando lo oyó entrar, pero cuando los minutos pasaron y decidió hacerlo, sus ojos se conectaron con fiereza. Harry se quedó momentáneamente sin palabras.

Adrian siempre fue guapo, por esa razón habían follado repetidas veces. Harry desarrolló un ápice de afecto hacia él durante los años, aunque Adrian en realidad no estaba ahí nunca y cuando iba, no hablaban demasiado. Por lo que el hachazo de traición que Harry esperaba recibir no estaba por ninguna parte. Sólo la rabia. Rabia de tener ahí al asesino de McGonagall y que- que nada fuera justo.

Le contaron cómo fue, cuando Adrian llegó a la base diciendo que había matado a McGonagall antes de que la llevaran al estrado del Ministerio. Hablaba miles de incoherencias. Decía que hizo lo necesario. Repetía sin cesar que no había más opciones. Harry no había estado allí, pero dudaba que en ese momento se habría sentido distinto a cómo se sentía ahora, porque cuando oyó las noticias de la boca de Hermione, la traición de Adrian no lo tocó. Harry se enteró de lo que sucedió con McGonagall, y más allá de quién lo hizo... su primer instinto fue enloquecer.

Caminó hasta llegar a un par de metros de la reja. Lento. Un paso después del otro.

—Hola, Harry —dijo él entonces, con voz suave y tranquila.

Harry apretó tan fuerte las manos que sintió sus uñas clavarse contra las palmas.

—Adrian —replicó fríamente.

Adrian se levantó de su lugar, y caminó con calma hacia los barrotes. Poseía un aire felino. Parecía que en realidad no estaba encerrado en absoluto.

—Sabes que hice lo único que podía hacerse, ¿verdad?

Harry apretó los dientes.

—La mataste —escupió. Su garganta quemó con la admisión—. No fue un trámite, no fue algo que podías sacarte de encima. Está muerta.

—Porque no había forma de rescatarla. Todo era una trampa —Adrian dijo con aire condescendiente. Harry suponía que ya no había punto en más preámbulos, ambos debían ir directo al grano—. ¿Habrías preferido que toda la Orden se hubiera ido al carajo? ¿Habrías preferido que muriera de la otra forma? ¿Que Malfoy la hubiera despellejado viva?

Harry sintió como si hubiera sido abofeteado, mientras una imagen de Draco llegaba a su cerebro, tan vívida que lo hizo retroceder. McGonagall neutralizada e indefensa entre cadenas. Malfoy encima del estrado cumpliendo órdenes que, de no ser escuchadas, terminarían matándolo a él. Ojos grises fríos. Piel pálida. Expresión distante y estoica. Cada célula de su cuerpo pareció agitarse ante la mera idea, cada pedazo de sí gritó en contra de esta. Sus pulmones dolieron debido a la cantidad de aire que estaba intentando tomar, y Harry- Harry sabía que un nuevo escenario se había agregado a su lista de posibles pesadillas.

Este futuro, donde eso pasaba, se abrió paso ante él.

Harry tuvo que juntar todas sus fuerzas para no sucumbir ante el pensamiento, porque era capaz de volverlo loco una vez más. Se enfocó en los ojos cafés de Adrian e intentó regresar al presente sin dejar de clavar las uñas en sus palmas.

—Habría preferido que nos hubieras dado la oportunidad de rescatarla —contestó al final, manteniendo su voz a la raya. Adrian tomó las rejas entre sus manos.

—¡No la había! ¿No lo ves? —exclamó irritado—. El Señor Tenebroso hizo eso para dejarlos atrapados en el Ministerio si es que intentaban rescatarla. Si eso no pasaba, la humillaba públicamente. ¿Cómo puedes no entenderlo?

—Habríamos hecho que funcionara.

—No eres invencible, Harry —Adrian le dijo lentamente, entrecerrando los ojos—. No había más opción.

Harry retrocedió una vez más, pensando en las opciones y en lo jodidas que eran.

—Siempre hay opción —contestó con dificultad.

Era el lema que lo mantuvo en pie todos esos años.

—Bueno, entonces... creo que tomé la correcta.

Harry se quedó estudiando su expresión un tiempo desesperantemente largo. En lo que Adrian hizo y qué habría sucedido si no lo hacía, y en medio de todo su embrollo mental, descubrió que... lo correcto o lo incorrecto no era el problema allí. El problema era que Adrian le había arrebatado a alguien que él amaba. Sin importar las razones que había detrás de esa decisión, Harry no podía perdonarlo. Ni siquiera podía pensar en lo que haría si es que lo dejaban libre, o si se lo topaba en un día cualquiera por la base.

McGonagall.

McGonagall nunca tendría esa oportunidad.

El aire de la habitación se desvaneció de pronto. La cabeza le dolía. Harry no quería más. Nada, nada, nada más. Estaba harto. Quería que todo acabara.

Se llevó una mano al pecho, volteándose hacia la puerta.

—Adiós, Adrian.

Harry escuchó cómo golpeaba las barras.

—¿No me vas a sacar de aquí?

—No.

—¡Hice lo que debía hacer!

Harry tomó el picaporte, y se giró para mirarlo por encima del hombro. Su cara estaba arrugada por la confusión y la impotencia.

—Kingsley se encargará de juzgarte —anunció, con voz monótona—. Kingsley, Robards, Madam Hooch, Arthur Weasley. Cualquiera. Yo no.

—Creí que te importaba.

Harry lo miró, y lo único que podía pensar es que... era muy guapo. Incluso cuando debía verse destruido, lucía insanamente atractivo, con su cabello rubio oscuro, su piel blanca, sus ojos cafés claros y el lunar de la barbilla que Harry había besado incontables veces. Trató de que eso le causara algo, cualquier cosa más allá de la rabia ante sus acciones. Pero, una vez más, miraba su cara, y lo único que podía ver era el gesto que tuvo que haber hecho McGonagall al morir.

—¿Qué te dio esa impresión?

Adrian parpadeó unos momentos, mirándolo como si lo viera por primera vez. Harry lo miró de vuelta.

Era cierto.

Cada palabra era cierta.

Lo de ellos nunca significó nada más que algo carnal. Le caía bien, sí. Era agradable. Era buena compañía. Pero Harry nunca dio indicios de que le importara. Que le importara en serio.

Bien —espetó Adrian, dándole la espalda—. Sé que McGonagall me habría agradeci-

—No te atrevas a pronunciar su nombre.

Harry ahora estaba completamente girado a él, con una mano en lo alto, apuntándolo sin piedad. Los ojos de Adrian adquirieron un brillo al verlo reaccionar.

—No estás pensando, Harry —le dijo, nuevamente condescendiente—. No te estás dando cuenta de que...

Harry se hartó. Movió su mano libre, y en un par de segundos, la boca de Adrian estaba sellada. Este batalló para poder hablar, deshacer el conjuro. Llevó los dedos hasta sus labios y los golpeó.

—Me la arrebataste. No pensaste en los planes que pudimos haber tenido. Decidiste por nosotros. Creíste que era lo mejor, y... —Harry sacudió la cabeza, mirando su desesperación por liberarse del mutismo. Quería decir tantas cosas y a la vez estaba tan cansado de hablar. Necesitaba avanzar en esa puta guerra—. Quizás fue para mejor. Ahora no me quedan muchas cosas por perder, menos por preocuparme. Me importa mucho menos lo que haré, de ahora en adelante.

Adrian lo observó de lleno. «¿Qué harás?» era la pregunta implícita de sus ojos.

Harry volvió a darle la espalda.

—Adiós, Adrian —dijo, sin revertir el hechizo—. Espero que decidan lo que decidan, en tu puta vida vuelvas a dirigirme la palabra si es que no deseas que te arranque la maldita lengua.

Harry apretó los puños de nuevo, e ignoró a Kingsley mientras abandonaba la celda.

•••

Cuando Harry salió al patio había unas cuantas personas allí. Jóvenes hablando en el pasto, a pesar de las nubes en el cielo. Enfermos caminando con sus sanadores. Probablemente Andrómeda estuviera entre ellos, si es que era su momento de caminata mensual.

Kreacher se encontraba a un lado del invernadero, casi quedándose dormido frente a este. Harry avanzó hacia él, suponiendo que quizás estaba hablando con Hagrid. Él había adoptado el invernadero como su hogar, porque se sentía cómodo allí. Decía que le recordaba a Hogwarts.

—Hey-

—¡Kreacher ha estado ayudando! —Harry ni siquiera alcanzó a terminar la oración, cuando el elfo ya estaba con la espalda erguida y la gran nariz en alto—. ¡Kreacher está cansado señor! ¡Y...! ¡Sangre! ¡Todo lleno de sangre...!

—Kreacher- sólo te estaba saludando.

Kreacher atrapó sus ojos y retrocedió por lo que halló allí. La mandíbula del elfo presentaba un tic nervioso. Harry se preguntó por qué estaba ayudando si él no le ordenó jamás que lo hiciera, aunque no lo comentó. Simplemente agitó una mano en una moción que esperaba lo relevara de sus labores.

—Puedes descansar.

Pero- Kreacher no pareció menos en guardia. Sus grandes ojos continuaban escudriñando la expresión de Harry, volviéndose cada vez más nerviosos.

—¿Qué ha pasado, señor?

Harry apretó la mandíbula.

—Nada.

El elfo no insistió, quizás por miedo o por cortesía, pero sí murmuró para sí mismo, girándose de lado a lado como si más voces le hablaran a la vez. Harry se preguntó, irónicamente, cuál de los dos se encontraba peor.

Posiblemente Kreacher.

Después de todo, llevaba años abandonado en esa casa, desnutriéndose. Harry lo abandonó, lo dejó solo y esas fueron las consecuencias. Y ni hablar que todos los años que Sirius estuvo en Azkaban, la única compañía de Kreacher fue ese horrible retrato de Walburga. Llevaba demasiado tiempo sin nadie a su alrededor.

Su pecho se apretó violentamente, y por un delirante segundo, Harry pensó en abrazar a Kreacher como si eso fuera a arreglar algo. Pero lo reprimió. No sólo porque era absurdo, sino porque parte de sí aún no era capaz de olvidar que él- él fue uno de los responsables de la muerte de Sirius. Y a pesar de que lo perdonaba, sentía que traicionaba su memoria preocupándose por el elfo como lo hacía. Sirius le dio un poco de libertad, ¿y qué hizo Kreacher? Fue al miembro de la familia Black más cercano, que convenientemente era Bellatrix en la Mansión Malfoy. Los traicionó y luego mintió sobre Sirius estando en el Ministerio el día que murió, y ahora ya nada lo traería de vuelta. A pesar de que Sirius propició las condiciones para las idas y vueltas de Kreacher con Bellatrix, le era imposible no pensar en que de alguna u otra forma era responsable, y-

Harry sintió que su corazón se detenía, sólo por un segundo.

Un pensamiento cruzó por su cabeza. Repentino. Fugaz.

Una idea.

—Kreacher... —comenzó a decir Harry, haciendo que el elfo dejara de hablar solo—. Durante estos días, ¿no habrás recordado, sobre algún objeto que le hubieras entregado a Narcissa Malfoy, muchos años atrás? O que hayas dejado en su casa.

El elfo pestañeó varias veces, como si no entendiera la relevancia de esa pregunta.

—Kreacher le entregó muchas cosas a la señorita Narcissa Malfoy. A la señorita Bellatrix también. Kreacher no recuerda todas.

A Harry se le torció el estómago. No recordaba haber hecho una pregunta así de precisa. La opción de que Kreacher hubiera entregado a Narcissa el objeto que buscaban, por algún motivo, nunca cruzó su cabeza. Y en ese caso, ¿cómo lo había perdido?

¿De verdad Narcissa lo había perdido?

—¿Y algo que ver con... mostrar ubicaciones? —decidió preguntar Harry—. ¿Ubicaciones ocultas?

—Kreacher no puede recordar con exactitud, pero muchos de los objetos de los Black tenían que ver con mostrar locaciones, señor —Kreacher respondió, algo petulante—. Como las residencias de la línea familiar. Joyas. Tesoros. Líneas sanguíneas. La señorita Astoria lo vio todo, o algo así, señor.

Sí, pero eso no significaba nada. Astoria también dijo que era difícil fiarse de los recuerdos de Kreacher porque, al ser un elfo, su estructura mental se había reorganizado de una forma que ni ella comprendía debido al trauma de la soledad, y el daño que sufrió por la desnutrición.

—¿De verdad no hay... nada? —insistió Harry de todas formas—. ¿Nada en especial que se te venga a la cabeza?

El elfo pareció pensarlo con ganas. Todo su rostro se torció ante el esfuerzo que hacía.

—No, Harry Potter señor.

—¿Crees que si volvemos a Grimmauld Place podrías reconocer si hay algo allí, parecido a lo que te he descrito?

—Kreacher lo duda, señor Harry Potter. Kreacher lo siente. La casa está enojada.

—¿Y cómo solucionamos eso?

—Volviendo a vivir allí.

Harry se mordió la lengua, pensando que ni aunque no estuvieran en guerra volvería a vivir en esa casucha fea y lúgubre.

—Bien, Kreacher. Gracias.

Este se le quedó mirando, antes de hacer una larga reverencia que hizo que sus orejas tocaran el suelo y marcharse, susurrando cosas para sí.

—¿Eso es todo? ¿Recuerdas...? ¿Recuerdas, Kreacher...? No, no recuerdo. Por supuesto, nunca nadie le pregunta a Kreacher: ¿cómo estás? ¿Te quebraste la mano y te tuviste que curar a ti mismo con magia, Kreacher...?

Harry esperó la culpabilidad que aquello debía causarle, pero no llegó. Era tan mínima en la lista de cosas que tenía en mente, que no podía prestarle atención. El pensamiento que prevalecía en su cabeza era otro.

Necesitaba acabar ya con esa puta guerra.

Habían llegado a un punto muerto, en el que a no ser que Voldemort les dijera algo, ya no podrían averiguar información nueva. Harry se sintió tan atado de manos como en los primeros años de la guerra, cuando todavía buscaban a Nagini sin cesar creyendo poder encontrarla. Cuando, después de registrar cada rincón en el que pensaban y no hallarla, llegaron a ese mismo punto muerto. Harry encontró Horrocruxes más difíciles, ¿cómo mierda todavía no daba con esa estúpida serpiente?

El único hilo del que tirar que quedaba, era uno que había evitado por demasiado tiempo, pero que ahora ya no podía seguir negando. Una entrada a Azkaban y fugar al único prisionero al que Voldemort no se molestaría en Obliviatear, podría resultar en una respuesta a todas las preguntas que tenían. Y a poder resolver el enigma antes de que se hiciera demasiado tarde.

Antes de que Voldemort llegara antes al objeto. O a Nagini.

Sus pasos lo llevaron a un costado de la mansión, hacia el final. En medio de sus cavilaciones, Harry de pronto notó cómo por el otro costado del invernadero, Hagrid estaba regando unas plantas. Incluso a esa distancia, podía ver sus hombros agitarse y el pesado cabello cubrirle la cara, seguramente para disimular el llanto. La idea de acercarse no le sonaba nada tentadora, aunque antes de decidir cualquier cosa, Hagrid levantó la cabeza y lo divisó. Harry mientras este se acercaba a él con la regadera.

—Hola, Harry. Disculpa. Me gustaría que Grawp... —empezó a hablar, tratando de sonar animado cuando llegó a él. Luego, vio su cara y encontró lo mismo que Kreacher había encontrado—. ¿Todo bien, chico?

Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera controlarlas.

—No.

Hagrid lució aprensivo, como si no esperara la honestidad. Bajó la regadera. Sus labios se juntaron mientras su barbilla se movía, y Harry no estaba seguro de si podría aguantar la conversación que se avecinaba.

—¿Estás seguro de que...? —preguntó él, para luego aclararse la garganta—. ¿De que no está... viva?

Harry habría querido decirle que no lo sabía.

—No, Hagrid —respondió, en un tono vacío—. No lo está.

Fue instantáneo, los ojos de Hagrid se le llenaron de lágrimas y dejó caer la regadera al suelo, mientras se llevaba las manos a la cara y sollozaba en ellas.

—¡Dumbledore sabría qué hacer! —dijo, en medio del llanto—. ¡Él ya habría...!

—Dumbledore nunca supo qué carajo hacer —Harry lo interrumpió, sintiendo la familiar y agradable ira golpearlo al escuchar esa mentira—. No tenía un jodido plan. Dumbledore se murió, y me dejó a cargo de terminar una guerra a los diecisiete años.

Nunca le dijo nada sobre las Reliquias. Nunca le dijo nada sobre su vida. Esperó que Harry peligrara y salvara la escuela cada año, para luego mandarlo a morir porque así tenían que ser las cosas. Al final su plan le había fallado, porque estuvo tan ciego y fue tan narcisista, que no pudo ver todos los errores que tenía. Y ahora él debía cargar no sólo con las muertes de la Batalla, si no con centenares más. Solamente porque las cosas no se hicieron bien desde un inicio.

Si Dumbledore estuviera ahí, quizás Minerva ya habría estado muerta desde hacía mucho tiempo antes.

—Harry... — Hagrid dijo, y lo quedó mirando, como si no pudiera creer lo que escuchaba.

—Me gustaría saber qué haría ahora —replicó, antes de que Hagrid pudiera defender a su ex-director—. Me gustaría saber cómo arreglaría este desastre.

Harry se giró y avanzó a grandes zancadas por el patio en caso de que pudiera decir algo de lo que verdaderamente podría arrepentirse más tarde. Sintió a Hagrid caminar tras él, pero él fue más rápido.

—¡Harry!

No se volteó, continuó caminando hasta la entrada de la mansión donde sus pasos lo llevaban de forma inconsciente.

A lo lejos escuchó una risa, y gente hablando también, haciendo sus vidas. Harry miró a su alrededor. La rabia parecía bullir en su sistema al notar que todos estaban haciendo un día normal. Como si la realidad no hubiera cambiado radicalmente de la noche a la mañana, y no se hubiese perdido a alguien tan importante. La vida seguía su curso y todos actuaban como si fuera lo más natural de hacer, cuando no lo era. Deberían estar devastados, sin la energía de moverse. Él debería estar en cama lamentando la pérdida de Minerva en vez de estar ahí.

Pero sabía que eso no iba a suceder, y que el mundo tenía que continuar. El tiempo pasaría, la vida seguiría y le recordaría cada vez que tuviera chance, que había gente que nunca tendría la oportunidad de volver a ver el sol esconderse en el horizonte. O cómo los árboles renacían en primavera.

Harry llegó a la entrada de la mansión, agitado, y antes de que pudiera abrirla, la cara de Susan Bones apareció en la rendija. A su lado Eveline Rosier la acompañaba con la mirada cada vez menos perdida.

Harry observó a la muchacha, y odió lo devastada que se veía, y cómo sentía que no tenía el derecho de verse así. Harry odió lo joven que era, lo jodida que tenía la cabeza por vivir en un mundo que le había dicho desde el momento de su nacimiento, que todo lo que decía estaba bien. Que las creencias de mierda acerca de la supremacía eran válidas, porque ella también lo era. Harry odió pensar en la sociedad en que esa chica tuvo que haberse criado para terminar siendo de la forma que terminó siendo, y cómo de todas las opciones que tenía, tomó solo las incorrectas. Harry odió creer que estaba podrida desde la concepción, y odió creer que tal vez no era demasiado tarde para Eveline si ganaban ya esa guerra.

Harry odió saber que estaba vertiendo todos sus miedos y rabias en ella, que, al final del día, era sólo una chica.

La miró, a su apariencia ordinaria y frágil, y se preguntó por qué parecía tan humana en ese mundo maquetado. Eveline le devolvió la mirada, perturbada. Harry tuvo que recordarse a sí mismo que tal como él y el resto... ella lo había perdido todo.

Y Harry odió eso también.

—¿Harry? —Susan preguntó con cuidado. Tenía una cicatriz en el borde de la boca—. ¿Estás bien?

—¡Harry!

Harry miró por encima del hombro de Susan, sin dedicarle más atención a Eveline, y encontró a Hermione yendo hacia donde él estaba en la entrada.

—Okay... —Susan murmuró, guiando con delicadeza a la muchacha hacia afuera—. Te veo luego, supongo. Mejórate.

Él no contestó, a medida que desaparecían de su campo de vista.

—Harry —Hermione dijo sin aire, cuando llegó a él—, Hagrid me contó-

—No quiero hablar, Hermione.

Harry entró a la mansión, pasando a un lado de ella mientras pensaba qué otra cosa podría hacer para no detenerse a pensar. Una parte de él deseó que Malfoy estuviera allí.

Pero antes de que pudiera seguir avanzando demasiado, la mano de su amiga se envolvió en su brazo.

—Ven —dijo Hermione de forma determinante.

—No-

Cállate.

Harry tragó en seco, demasiado asombrado porque Hermione estaba tocándolo por voluntad propia sin verse demasiado afectada al respecto, sino, más bien, decidida. Y triste. Mientras Harry se dejaba arrastrar escaleras arriba, podía ver por el rabillo del ojo cómo pequeñas lágrimas se escapaban de los ojos de Hermione, que ella se limpiaba con brusquedad.

Entonces, llegaron a su habitación, y Hermione abrió la puerta de golpe empujando a Harry adentro. En un movimiento brusco, lo sentó encima de la cama. Harry la miró, sintiendo cómo todas sus extremidades se sentían laxas de pronto. Giró un poco la cabeza para ver a Ron sentado a su lado, intercambiando la mirada entre los dos. La pierna prostética se encontraba apoyada en el mueble, y- hacía meses que Harry no lo veía en ese estado de vulnerabilidad.

Harry retornó su vista a Hermione, quien lo observaba casi acusatoriamente, con un dedo en alto y un gesto que a todas luces daba cuenta de ser un sermón. Harry esperó, en silencio, a que empezara.

Sin embargo.

Hermione no hizo nada de eso.

Su amiga, en un arrebato, se abalanzó encima de él y se sentó a su lado, enrollando las manos alrededor de su cuello mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Ron, no mucho después, imitó la posición. Y pronto estaban los tres sentados en la cama entrelazados entre sí, mientras Hermione lloraba en su hombro y Harry miraba a un punto fijo de la pared, donde había otra grieta. Sentía una vez más que el dolor insoportable estaba a punto de cruzarlo como un rayo. Trató de hacerlo un lado y volver a enfocarse en la rabia-

Pero estaba ahí, y lo arrastró con él. Harry trató de resistirlo, le urgía hacerlo, pero era algo inevitable. Como si un montón de manos lo estuvieran jalando a que se sumergiera en el agua. Que se asfixiara de una buena vez. Las palabras y actos de la última semana pasaron su mente de pronto, como cascadas, llenando un océano de recuerdos y muertes. Su cabeza repetía una y otra vez que nunca más quería sentirse de esa forma. Que nunca, nunca, nunca, nunca más deseaba sentir que el mundo se desgarraba entre sus manos mientras él no podía hacer más que mirar y lamentarse. Pero sabía que era imposible, y que tarde o temprano otra pérdida lo tocaría de nuevo. Que volvería a sentirse tan perdido y desolado como se sentía ahora.

Y por un breve instante, Harry se rompió un poco entre ellos, sintiendo la familiaridad del abrazo.

Sabiendo con certeza que los tenía, y que, como siempre han hecho, al final del día Hermione y Ron siempre estarían ahí para recoger sus pedazos.

Chapter 38: Capítulo 33: Astoria

Notes:

Tw: Abuso/violencia sexual implícita

Chapter Text

Draco escuchó el comunicado que Harry hizo por la radio, pensando cómo alguien podía ser tan inteligente y tan estúpido al mismo tiempo.

Entendía sus motivos: estaba destrozado por la muerte de McGonagall y tenía una rabia que no podía desquitar con el verdadero culpable de su muerte. Sin embargo, no estaba seguro de qué tan bueno fue tomar la decisión que tomó. Los Mortífagos jamás cuestionarían el linaje de Voldemort, y si lo hicieran, serían asesinados al acto. Además, si el Lord llegaba a mostrarse enfurecido, o siquiera reaccionaba ante el mensaje, demostraría que Potter quizás estaba diciendo la verdad, por lo que debía tomar otras medidas para descargar un poco de su frustración.

Y eso fue exactamente lo que hizo.

Pocas horas después de que la Orden hubiese hecho estallar el Callejón Diagon y otros pequeños pueblos mágicos de Inglaterra, Voldemort estableció una cuarentena que ahora prohibía a cualquier mago salir del país, exceptuando a todos los alumnos que tuvieran que volver a Hogwarts en Septiembre, (quienes tenían un permiso especial). Draco se preguntaba cómo lo harían. Las tiendas del Callejón estaban destruidas y no había forma de conseguir los suplementos para el año escolar; pero Voldemort estaba decidido a pretender que él todavía tenía el control absoluto sobre lo que sucedía y que nada había cambiado realmente.

Draco, por su parte, siempre fue el delegado de los tratados comerciales así que se estaba encargando de mantener la economía a flote y distribuir bien las reservas. Trabajó duro en ello durante semanas, y se le daba bien. De momento al menos. En algún punto, sin embargo, la comida comenzaría a escasear.

Con el pasar de los días y al ver que la cólera de Voldemort no mermaba, Draco esperaba con más ansias que cometiera un error. Las heridas de su torso aún pesaban y escocían cada vez que tenía que estar a su lado, y la preocupación de cómo estaban yendo las cosas en la base, con Harry, también estaba presente. De todas maneras, no tuvo oportunidad de ir. La brutalidad que se estaba respirando en el mundo mágico crecía con cada segundo y era necesitado en el Ministerio casi cada día, debido a la cacería de nacidos de muggles y posibles traidores. Draco tuvo que interrogar gente sospechosa, hacer todas esas cosas horribles que le pedían, e intentar sabotear los planes de la Orden, quienes de alguna forma habían encontrado una manera de rescatar a los magos ocultos a lo largo de Inglaterra y llevarlos a su base "secreta".

Cada semana era más peligroso tener siquiera una conexión dudosa entre amigos o familiares, y Draco sentía que había vuelto al primer año luego de la Segunda Guerra. Al menos con el pasar del tiempo, el sistema de justicia se había regulado –aunque fuera un poco– y las personas tenían derecho a tener juicios medianamente dignos, siempre cuando el Nobilium o el Electis no interfirieran. Pero en ese instante, todos aquellos que eran encontrados en actividades sospechosas, o los mismos nacidos de muggles no registrados, eran asesinados al instante. Si tenían suerte los dejaban en las calles y ríos para ser encontrados, y si no, eran arrojados a fosas comunes para que los familiares no pudieran reconocer ni encontrar sus cuerpos.

Durante ese ajetreado mes de julio sucedieron tres cosas que Draco era incapaz de olvidar, y que cada cierto tiempo regresaban a él. La primera pasó apenas tres días después del ataque de la Orden. Draco se encontraba desesperado por ir a la base y asegurarse de que todo estuviera bien, dejar de recibir noticias únicamente a través de Theo. Por lo que, ilusamente, creyó que si le daba a Voldemort algo que él quería, dejaría de llamarlo para hacer el trabajo sucio. Draco se plantó ante él en una de las oficinas del Ministerio y agachó la cabeza, informando que el hechizo que le pidió meses atrás estaba listo. Sacó su varita y se lo demostró.

El Señor Tenebroso simplemente se quedó en silencio, observando la floritura salir del instrumento y chocar contra una pared. Luego, Draco sintió cómo la magia negra acariciaba su cuello.

—Así me gusta, Astaroth... —murmuró él, despreciablemente—. Si sigues comportándote, quizás pronto cerraré esas heridas.

Y deleitado, abandonó la habitación, sin dejar de llamarlo las semanas venideras a cumplir con las tareas que él quería. A aprender su lección.

Draco por poco destruyó su laboratorio esa noche.

El segundo acontecimiento sucedió una semana después de eso.

A medida que el tiempo pasaba, las políticas y revueltas en el mundo mágico fueron haciéndose cada vez más caóticas. Porque, a diferencia de la Primera y Segunda Guerra, la población no estaba guardando silencio. O no de la misma forma. Ellos ya habían aprendido lo que significaba que triunfara el mal, y sólo tenían dos opciones: mantener el orden de las cosas, o luchar para cambiarlas. La mayoría estaba eligiendo la segunda opción, aunque lo hacían desde las sombras; armando campamentos ilegales, y escondites parecidos a la Resistencia del Valle de Godric. Atacaban y mataban a los Purificadores que patrullaban las calles y llevaban provisiones a escondidas para los sanadores en huelga de San Mungo. Voldemort no sólo debía enfrentarse a la Orden, sino también a la multitud que clamaba por su derrota.

Por lo mismo, una de las cosas que el Señor Tenebroso hizo para recordarle al mundo quién tenía el poder, fue encontrar una de las bases que albergaban niños y adolescentes sangre sucias asustados, y matarlos a todos en un abrir y cerrar de ojos.

Draco no podría olvidar jamás lo que sintió cuando vio todos sus pequeños cuerpos colgados en el Atrio del Ministerio.

El tercer acontecimiento que marcó ese periodo lejos de la Orden, y que le dijo que debía ir al menos a dejar pociones o se volvería loco, fue una pelea con Greyback que pudo haber pasado a mayores.

Por alguna razón que Draco no podía comprender, el hombre lobo había llevado a su esclavo a una reunión del Nobilium. Lo usó para apoyar sus pies, y luego lo obligó a imitar a un perro, paseándolo por el lugar; todo esto mientras miraba a Draco atentamente como si quisiera que reaccionara. Cosa que hizo, obviamente. Cuando las cosas sobrepasaron su límite, Draco lo maldijo entre dientes, provocando que en la mitad de la cara de Greyback se hiciera un corte profundo. Ni siquiera trató de disimular que él no lo hizo. El hombre lobo, dispuesto a atacar, se arrojó encima de Draco. quien lo golpeó hasta el cansancio, siendo golpeado de vuelta. De sus heridas brotó sangre de nuevo, aunque no la sentía gracias a la rabia. El único que pudo separarlos finalmente fue el Señor Goyle, al ser el triple de ambos.

Todos los presentes atribuyeron sus reacciones a lo agitadas que se encontraban las cosas y al estrés, pero Greyback y Draco sabían que no era así. El hombre lobo siempre supo dónde estaban sus puntos débiles y cómo presionarlos, y Draco sabía que estaba buscando que reaccionara. Que viera, que se diera cuenta de que él mismo fue quien logró que Greyback tuviera una cantidad interminable de niños Servi a su disposición.

Hasta el momento, Draco quería convencerse a sí mismo de que hizo lo correcto. Les dio la oportunidad a la mayoría de que vivieran, de que algunos tuvieran hasta el chance de ir a Hogwarts. Sin embargo, cuando escuchaba las noticias de las matanzas de los sangre sucia, y pensaba en lo que los niños Servi pasaban en sus casas... se daba cuenta de su error.

Tal vez la muerte era un destino gentil.

Aquel fue el primer día que fue a la base luego de lo de McGonagall, y para su decepción, Potter no estaba allí. Dejó pociones y soportó un tratamiento mucho más hostil de parte de los refugiados, debido a que se difundió la noticia de que él había torturado a McGonagall y que presuntamente también era su asesino.

No era como si le importara demasiado. No estaba allí mucho tiempo, y no visitó la mansión más de tres veces en total durante esas semanas. Tuvo alguna que otra conversación con Theo, Harry y Astoria, pero nada sustancial. Aunque le quemaba por dentro el deseo de acercarse a Potter, y que él le dijera cómo estaba, o que volviera a dejarlo acercarse como la noche en que McGonagall había muerto. Pero eso no sucedió. Potter se había cerrado en sí mismo y ya no hablaba con nadie, no en realidad. De hecho, las pocas palabras que cruzó con él, después de que Draco fuera a dejar más pociones y asegurarse de que estuviera mejor, fueron simplemente de despedida; si es que se le podía llamar así. Madam Pomfrey lo vio de pronto, y enloquecida trató de llegar a él diciendo que quería matarlo. Entonces, Harry lo miró y simplemente murmuró que "Era mejor que se fuera".

Eso.

Eso fue todo lo que hablaron.

Aquella noche, Draco no pudo evitar quedarse despierto por horas, sentado en su laboratorio. Antes de fijarse en qué estaba haciendo, descubrió que llevaba una hora mirando las anotaciones del hechizo que le entregó a Voldemort, y que un rincón de su mente le pedía que formulara una contra maldición.

Así que eso hizo.

El tiempo continuó pasando, y Draco sólo podía esperar que ese mes acabara rápido porque no había traído nada bueno. Que la guerra acabara rápido.

Y que dejara de importarle gente que no debía importarle.

Entonces, el 31 de julio llegó.

•••

Theo irrumpió en su laboratorio un día lunes, mientras Draco se encontraba sentado en una silla alta con papeles a su alrededor.

—¿Qué estás haciendo?

Draco levantó la mirada desde sus anotaciones, con datos que pretendía usar para crear una contra maldición para el maleficio Disuelve Órganos.

—Estudiando.

—¿Para qué?

—¿Acaso importa?

Theo no tomó asiento como si quisiera entablar una conversación con él, y en su lugar comenzó a pasearse alrededor de los calderos encima del fuego.

—Iré a la base —le informó, mientras Draco volvía a sus papeles.

—Bien por ti.

—¿Vendrás?

Draco pausó, recordando la cara de Potter la última vez que lo vio. Distante, frío. Pensó que no era mala idea asegurarse de que aquello hubiera mejorado... pero sacudió rápidamente la cabeza. Su única preocupación era que sobreviviera y evitara hacer cosas estúpidas. El resto, no era su problema.

—Mis pociones no están listas —terminó respondiendo.

—No era esa la razón por la que te lo preguntaba.

Draco subió la mirada al fin, chocando con sus ojos verdes.

—¿Por qué más iría, entonces?

—Hoy es el cumpleaños de Potter —respondió Theo, observándolo fijo.

Draco miró a uno de los calendarios a un lado del reloj de su laboratorio y comprobó que efectivamente, aquel era un 31 de julio. Si hubiera tenido unos once años menos y se encontrara aún en Hogwarts no lo hubiese olvidado. Jamás. Draco sabía demasiadas cosas de Potter como para olvidarlas.

Sin embargo, las circunstancias habían cambiado.

—¿Y? —terminó preguntando—. No veo cómo eso puede afectarme en algo.

Theo paró de moverse, y por unos segundos, se dedicó a analizar la expresión en el rostro de Draco quien se negaba a apretar la mirada.

—Creí que querrías ir... En Hogwarts hacías un lío porque te hubiera gustado atormentarlo durante su cumpleaños.

Draco soltó un bufido.

—¿Puedes dejar de recordarme lo patético que era en Hogwarts? Muchas gracias.

—¿No irás, entonces?

Draco evitó pensar en el llanto de Harry, casi un mes atrás, y la forma en la que se aferró a su mano.

Como si el resto del mundo desapareciera.

Sentía que tenía motivos para querer visitarlo, pero eran sólo delirios. No eran lo suficientemente cercanos como para que su cumpleaños afectara de alguna manera su día a día.

—No.

Theo se encogió de hombros al recibir su respuesta y se marchó, murmurando algo sobre que entonces él iría horas después. Draco ni siquiera se dignó a responder, centrándose en los papeles entre sus manos.

Pero pensó en ello toda la tarde, y casi llegada la noche cuando se acercó a la reserva de licores de Lucius, Draco se dio cuenta, mientras sacaba la botella de hidromiel, de que no estaba pensando en beberla. Ni en él mismo.

Antes de poder arrepentirse, salió de las protecciones de la mansión y se Apareció fuera de la base con una botella de licor encogida en el bolsillo.

Draco sacó la moneda, la encantó pidiendo que le abrieran, y esperó. Aún había una luz azul tenue que bañaba el campo alrededor de la base, pero las estrellas no tardarían en llegar, y con ella, el fin del día. La puerta se abrió entonces, y mientras Draco avanzaba por el laberinto, pudo notar cómo distintos sanadores ocupaban las instalaciones del patio para pasear con los enfermos y ayudarles a recuperarse.

A medida que caminaba, más ridículo se sentía y menos seguro. ¿Qué le diría a Potter? ¿Qué posiblemente podría decirle, después de todo lo que había pasado? La nada los devoró a ambos, y, ¿qué era lo que les quedaba ahora? No sabía en qué lugar pararse cuando se trataba de él. No sabía qué estaba haciendo. No estaba seguro de que Harry lo perdonara por lo que sucedió con McGonagall, o si continuaba odiándolo. Genuinamente, no sabía nada.

Cuando Draco se encontraba decidido a dar media vuelta y regresar por donde venía, alguien agarró su brazo con fuerza; unas uñas se enterraron en él a través de la túnica.

En la zona común, la chica que se había vuelto loca cuando lo vio después del secuestro de Rookwood, meses atrás, lo miraba atentamente. Al momento en que Draco atrapó sus ojos, ella retrocedió claramente asustada, chocando con la medibruja a su lado.

—No te haré daño —atinó a decirle.

La chica había empezado a temblar.

—Usted le hace daño a todos.

Draco bajó la mano que levantó de manera inconsciente y la reposó encima de las heridas de su pecho, reconociendo que la chica estaba en lo correcto. No era sólo la fama de Astaroth que se había ganado durante esos años, sino algo que venía desde que era nada más que un niño. Draco se dedicó a hacer daño y crear discordia en cada persona que conocía.

La chica tenía un punto, aunque en ese instante, no pensaba hacerle nada.

—Pero ahora no lo haré.

La muchacha se le quedó viendo un largo rato, mientras la sanadora lo observaba sospechosamente con la mano encima del bolsillo de su túnica. Suponía que si Draco intentaba hacerle algo, ella intervendría.

Finalmente, la chica se dignó a hablar.

—¿Usted cree...? —empezó a decir, mirando a cada lado como si hubiera más gente—. ¿Cree que podría... ayudarme?

—¿A qué?

—A volver —respondió ella—. A mi vida.

Draco estudió sus facciones, y de pronto recordó su nombre: Eveline Rosier. Acusada ella y su familia de falsificar los registros de su sangre y ser considerada mestiza. Potter le había contado qué sucedió con la base bajo tierra de la Orden, y que era probable, que ella hubiese dicho el nombre del Señor Tenebroso para castigar a esa gente.

Draco dio un paso atrás.

—No.

Eveline frunció el ceño.

—Pero-

—Se sabe la verdad sobre tu linaje en el mundo mágico. Si sales de esta base, morirás.

—Pero no puedo- —Eveline se quejó, para luego bajar la voz y que Draco escuchara. Aunque era obvio que su sanadora escuchaba también—. Aquí está lleno de sangre sucias.

Draco desvió la mirada a la mujer a su lado, y no notó ningún cambio en su expresión al oírla, por lo que suponía que aquella actitud no era algo nuevo. No comprendía cómo esa chica podía seguir siendo así después de lo que había visto.

—Tú eres una mestiza —le dijo.

—Mejor eso que ser un sangre sucia, ¿no? Sigo siendo mejor.

Draco abrió la boca, como si quisiera defenderlos, y luego la cerró. Eso no era propio de él, y de hecho hubo un tiempo en el que habría concordado. Pero luego pensó en Eric y en lo brillante y vivaz que era y cómo- cómo era mucho más valeroso que la mitad de la gente que conocía.

—Ellos te han salvado —acabó respondiendo, cortante—. Te han acogido. Han hecho lo posible para que te sanes, vaya a saber Merlín por qué. Deberías agradecer-

—¿Agradecerles por hacer su deber?

Draco paró de hablar de golpe.

Eveline parecía una adolescente aún. Su rostro era delgado y no presentaba ninguna arruga. Draco la observaba, y le era imposible no pensar en sí mismo a esa edad. Ella respondía como él habría hecho, o incluso más gentil, porque Draco habría exigido que le devolvieran su antigua vida. Como si tuviera el derecho.

Se parecían, esa era la verdad. Eveline probablemente había llamado a Voldemort debajo de la base, matando a un montón de gente, y Draco dejó entrar a decenas de Mortífagos a Hogwarts, tomando la vida de Albus Dumbledore y obligando a niños de primer año a luchar y esconderse.

—¿Tú dijiste el nombre del Señor Tenebroso? —soltó, sin ser capaz de contenerse. Ella parpadeó.

—¿Qué?

—¿Se te olvida lo que viste? Bajo el Bosque Prohibido. La gente que murió, gente que conocías...

—Malfoy- —intentó intervenir la sanadora.

—No. —La chica negó, sacudiéndose del agarre de la mujer—. No. ¿De qué habla?

—Los desmembrados... —continuó diciendo Draco.

—No. No —repitió Eveline, y miró a la medibruja—. ¡No! ¡No! ¡Suéltenme! ¡No! ¡¿De qué habla?!

Draco la observó, sintiéndose extrañamente indiferente al ver cómo caía al suelo. No entendía qué acababa de pasar, ni por qué la sanadora se la estaba llevando con tanta urgencia lejos de él. Eveline se sacudía entre sus brazos, llorando sin parar, y Draco entonces comprendió que la chica en realidad... no recordaba nada.

De cierta forma, suponía que eso era una especie de bendición.

—Malfoy —una voz sonó a sus espaldas—. ¿Qué le hiciste?

Draco se giró, viendo a Potter quien venía desde la entrada de la mansión hacia él, con el gesto completamente distante y tenso. No sabía si era por lo que acababa de presenciar, o por Draco, o porque Potter ya no tenía otro estado de ánimo.

—Ella no recuerda lo que vio —respondió—, bajo el Bosque Prohibido. Tuvo un colapso cuando se lo recordé.

Potter llegó frente a él y se cruzó de brazos, escrutando el rostro de Draco como si buscara algo. Por mientras él detalló sus facciones, viendo lo apagados que estaban sus ojos y las ojeras que no hicieron más que pronunciarse gracias a las luchas y planes que se estuvieron gestando durante ese mes. Draco, a pesar de haber ido tres veces antes, no estuvo junto a Potter mucho tiempo y un rincón de sí, descubrió totalmente atónito que... lo extrañaba.

Pero no tenía permitido hacerlo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.

Draco se sintió avasalladoramente estúpido de repente, con el peso de la botella en un bolsillo y la distancia que había entre ambos, la cual no estaba seguro de querer llenar. Decidió responder cualquier cosa con indiferencia.

—Me sentía solo.

Potter resopló amargamente.

—¿Y nosotros somos tu entretenimiento, o qué?

—Algo así.

Draco trató de dedicarle una sonrisa sin humor, mas esta no salió tan despectiva como él pensaba que lo haría, si algo le indicaba que Potter no parecía ofendido con sus palabras. Al contrario, lucía... cómodo. Si es que eso significaba algo.

—¿Quieres ir a conversar con Kingsley...? —Potter preguntó con detenimiento. Draco tragó en seco.

—En realidad... Venía a devolverte una cosa.

Evitando sus ojos, tanteó el bolsillo hasta sacar la botella de él. Draco apuntó la varita a esta y se transformó a su tamaño normal. El hidromiel lucía extraño en su mano. No levantó la mirada mientras se la tendía.

—Por la última vez —le explicó, con la mano en el aire—. Te hice gastar una de tus botellas, así que te la devuelvo.

Potter no dijo nada por unos momentos.

—Malfoy, creí que estábamos a mano. Yo me tomé una de tus botellas meses atrás.

—Tengo de sobra, creo que esta debería ser para ti.

—No necesito que-

—Potter, ¿podrías callarte de una buena vez y aceptar la jodida botella?

Nuevamente, Potter no hizo nada por unos largos y extenuantes segundos. Pronto, sus dedos tomaron la botella, y Draco sintió la piel morena rozar contra la suya.

—Gracias —terminó diciendo por lo bajo. Vio de reojo cómo la giraba entre sus manos. Draco se encogió de hombros.

—Así puedes beberla hoy.

—¿Y eso por qué?

—¿Cómo que por qué? —preguntó Draco, frunciendo el ceño—. Es 31 de julio.

Potter parpadeó un par de veces, intercambiando la mirada entre el hidromiel de sus manos y la cara de Draco, quien examinaba con cuidado sus expresiones.

—Yo- no recordé-

—¿Mi cumpleaños? —Draco se burló—, me siento ofendidísi-

—No —Potter lo paró, negando—. No recordaba qué día era hoy. Nadie lo hizo.

Draco cerró la boca, sintiendo un apretón en el pecho.

—Potter...

Potter lucía ensimismado, sin dejar de detallar el hidromiel, y Draco simplemente no sabía qué hacer con esa información. Él creyó que apareciéndose allí estaría interrumpiendo la celebración que sus amigos le tendrían, o por lo menos los regalos que le darían, por muy mínimos que fueran. Sin embargo, nunca pensó que podrían haberlo olvidado.

Que el mismo Potter lo había olvidado.

Se veía tan perdido, que Draco quería darse media vuelta y huir de ese desastre. Ya tenía suficiente con sus propios problemas.

Pero cuando abrió la boca, ninguna despedida salió.

—¿Me muestras el resto de los terrenos de la mansión?

Potter pareció despertar de su trance.

—¿Por qué?

—Porque me siento solo —repitió las mismas palabras de hace un rato, encogiéndose de hombros—. Y tú estás solo también.

Él lo consideró unos momentos, aunque fue menos tiempo del que Draco creyó que lo haría. Potter asintió entonces, encogiendo la botella con un movimiento de mano mientras la guardaba en su bolsillo delantero. Su humor no lucía como si hubiera cambiado, pero ya no se veía tan distante o insensible.

Potter comenzó a caminar por el costado derecho de la mansión, hacia atrás. Por ese sendero no había nada, contrario al lado izquierdo que tenía un invernadero. Draco lo siguió y miró las grandes paredes que se alzaban alrededor de la propiedad, las cuales seguramente estaban hechas de esa forma por protección. Las enredaderas se enroscaban en los muros y en la propia casa, que de alguna forma se veía más lúgubre de lo que Draco recordaba que era.

—No puedo creer que Granger y Weasley lo hayan olvidado —murmuró al cabo de un rato. Iban caminando uno al lado del otro y ya estaban llegando a la parte posterior del terreno.

—Han pasado demasiadas cosas —dijo Potter restándole importancia—. No habría celebrado nada de todas formas.

—Yo tampoco celebré. Mi cumpleaños fue días después de que Theo fue quemado. —Draco sintió cómo Potter giraba la cabeza hacia él, y agregó—: ¿Desde hace cuántos años que no celebras?

—No lo sé.

—¿Crees volver a celebrarlo algún día?

Potter soltó un suspiro, y Draco no habría creído antes de ese día lo deprimente que era perder la cuenta de cumpleaños que no has celebrado.

—No lo sé.

—Tal vez es una de esas cosas que volveremos a hacer una vez que la guerra acabe —murmuró, tratando de deshacerse de su pesar—. Ya sabes, tú te convertirás en jugador de Quidditch, y celebrarás tu cumpleaños de nuevo.

—Sí, y haré fiestas gigantes, ¿verdad?

—Exacto. Te ofreceré la mansión para que las hagas, de hecho.

Draco desvió sus ojos con cautela hacia el costado y vio a Potter sonreír de labios cerrados. Pequeño y comedido, pero ahí estaba. Sus ojos verdes se encontraban fijos en la tierra bajo sus pies y, a pesar de estar en verano, una fría brisa le agitó el cabello.

Draco apartó rápidamente la mirada.

Pronto llegaron al borde de otro pequeño laberinto que cruzaron en silencio, y para cuando Draco elevó sus ojos de nuevo, se encontraban frente a- nada.

Era un espacio amplio y verde, lleno de matorrales, descuidado y desnivelado. Quizás nunca pudieron limpiar y podar aquel lugar, por lo que no lo usaban. O lo usaban para enterrar los cuerpos que volvían. Sin embargo, recordando una de sus conversaciones con Harry, Draco se giró a él, gesticulando hacia el campo.

—Esto podría ser perfectamente un pequeño campo de Quidditch —le dijo—. ¿Por qué no vuelas aquí?

—No tengo tiempo.

Draco suspiró de nuevo. Potter no lo miraba; sus labios formaban una fina línea que él deseaba borrar.

—Otra cosa que debes agregar a tu lista de quehaceres después de la guerra —continuó, tocando uno de los arbustos a su lado—. Volar y dejarme patear tu trasero.

Aquello hizo que el rostro de Potter se relajara.

—Acabaría contigo en dos segundos, Malfoy.

—¿Sí? —Draco dijo, bajando la voz—. ¿Eso es lo que crees?

Potter levantó la mirada, y conectaron sus ojos. Draco estaba medianamente acostumbrado a tenerlo así de cerca, pero no en esas circunstancias. Normalmente, las veces que tuvo los ojos verdes fijos en los suyos fue en sesiones de entrenamiento, cuando se odiaban. O cuando una situación crítica se estaba dando. En ese minuto no era ninguna de las dos, o quizás las dos, Draco no lo sabía. Y por la misma razón, no tenía una idea de cómo debía actuar.

Había sostenido su mano, y lo había abrazado. Y Draco no podía mentir y decir que no deseaba hacer lo mismo y más ahora; sólo que no tenía ninguna excusa para hacerlo, además de ningún vínculo. Porque no eran amigos, aunque tampoco podían considerarse enemigos en ese punto.

Potter y él eran algo más que "nada".

Pero eran menos que "algo".

Y después de todo, Draco no quería serlo tampoco. ¿Qué bien traería? No lo necesitaba, y... por favor; este hombre fue quien le dio las múltiples cicatrices que tenía en su torso. Quien por siete años seguidos no hizo más que mirarlo con desprecio, como si Draco no fuera mejor que una cucaracha. Quien no quiso escucharlo cuando sucedió lo de McGonagall. Él fue herido por la presión de fallarle.

¿Fallarle por qué?

Draco agitó la cabeza. Sólo debía preocuparse de que siguiera vivo. Todo lo demás era innecesario y poco útil.

Después de unos largos minutos, en los que no hicieron nada más que mirarse, Draco apartó la vista al observar cómo Potter se lamía los labios.

—Te prometo que te ganaré —dijo, retomando su conversación, mientras se aclaraba la garganta.

—No prometas cosas que no puedes cumplir.

—Prometo que volaré contra ti, entonces —espetó—, ¿te parece esa una oración más aceptable?

Potter apartó los ojos y bufó desdeñosamente ante su tono brusco.

—No prometas cosas que no puedes cumplir.

Draco no quería ser así. Era su cumpleaños, por el amor a Merlín, Potter merecía algo de tranquilidad y contento en vez de hostilidad. Pero las emociones en su pecho eran demasiado contradictorias y sin sentido para él. Trataba de pelear contra ellas, y eso significaba pelear contra Potter también.

Draco lo miró de nuevo, y se pasó una mano por la cara, frustrado. Potter le vio con extrañeza.

—¿Qué?

—Nada —escupió Draco.

Potter suspiró, al parecer tan exasperado como él..

Tal vez lo verdaderamente difícil entre los dos era que estaban evitando hablar de cosas demasiado importantes. O personales. Y es que era- imposible no hacerlo. Lo que había sucedido con McGonagall danzaba a su alrededor, listo para entrometerse en esa tregua no acordada. Draco sentía que si hablaba más de la cuenta, llegarían sí o sí a ese tema, a raspar los puntos sensibles del otro- y no quería nada de eso. No quería.

—¿Cómo están tus heridas? —soltó Potter entonces, como si buscara algo que decir para distraerse. Draco se llevó una mano de forma inconsciente a los cortes de su pecho.

Cobarde.

—Igual que siempre —respondió, fingiendo que no le importaba—. Ya casi ni siento el dolor. Creo que me acostumbré.

Una nueva brisa recorrió el espacio, aunque Draco pudo reconocer que no era una brisa cualquiera. La magia poderosa de Potter estaba en ella, provocada por lo que acababa de explicar.

Los vellos de su nuca se levantaron.

—No deberías acostumbrarte —espetó Potter.

—No. ¿Pero ves otra opción?

Por unos increíbles segundos, Draco creyó que Potter había avanzado hacia él, y que estaba a punto de levantar la mano para así poder tomar la suya, lo que lo hizo retroceder como si eso lo fuera a quemar. Fue inconsciente, como un método de defensa. Sin embargo, casi al instante se dio cuenta de que esa nunca fue la intención de Potter, y que, al contrario, este no parecía querer establecer ningún tipo de contacto entre ellos.

El estómago de Draco se revolvió, porque no tenía idea de qué mierda pensar, porque no sabía qué era lo que quería, y porque aquello no estaba trayendo nada bueno. Su visita no tenía sentido.

—Debería irme —anunció, sacudiendo la cabeza—. Tengo que planear- cosas...

Potter se quedó en silencio, inmóvil, y nuevamente la misma expresión con la que lo había recibido llegó a su cara, haciendo que Draco se preguntara en qué momento cambió. Una parte de sí quiso disculparse de nuevo por McGonagall, a pesar de que ya lo había hecho, y también quería preguntarle cómo estaba. Pero eso significaba involucrarse más. Draco simplemente no soportaba esa idea.

—Volveré cuando las pociones estén listas —dijo él, retrocediendo—. O cuando Astoria me lo pida.

Potter, de nuevo, no dijo una palabra mientras Draco le daba la espalda. Un ridículo rincón de sí mismo casi pidió que lo hiciera, que le pidiera que se quedara o se despidiera de él como lo hizo la noche que McGonagall murió. Pero no. Ni Potter lo haría, ni él lo quería verdaderamente.

Sin embargo, a mitad de camino de vuelta, Draco se giró de todas formas, como si un imán lo atrayera de vuelta a él. Harry había seguido con la mirada su trayecto.

—Potter —le dijo. Las estrellas eran lo único que iluminaba sus ojos—. Feliz cumpleaños.

No se quedó a ver su reacción.

•••

El primero de Septiembre, sucedió otro escándalo.

Por primera vez desde que Hogwarts había sido creado, menos de la mitad de los alumnos presupuestados a asistir tomó el tren con rumbo al castillo al inicio del año escolar. Sólo los sangre pura, junto a dos mestizos de primero, fueron los que terminaron yendo a Hogwarts. El resto de los chicos estaban escondidos y aparentemente ilocalizables.

Draco se mantuvo ocupado durante agosto a causa de la furia de Voldemort, que duró mucho más de lo que él hubiera predicho y que sólo creció gracias al fiasco del 1 de Septiembre. Por lo mismo, el Señor Tenebroso lo mantuvo ocupado dirigiendo grupos que buscaban cualquier escondite que pudieran tener los traidores. Draco, durante las misiones y a causa de los bruscos movimientos, había manchado varias de sus túnicas. Sus heridas se abrían de pronto, desgastándolo por completo tanto física como emocionalmente.

De todas formas, en medio del caos fue capaz de ir a la base una vez; durante la segunda semana de Septiembre.

Las pociones que llevaba haciendo desde hacía semanas estaban listas, así que Draco emprendió la marcha hasta la mansión durante una hora que tuvo libre. Harry fue el que lo recibió.

Draco se paró en la entrada, observándolo por lo que pudo ser una eternidad. Potter no lo invitó a pasar, ni se dio media vuelta para que Draco lo siguiera, no. Sólo lo miró, y Draco lo miró también. Detalló que su cara estaba aún más pálida y su aspecto más demacrado...

Y las ganas devastadoras de quedarse allí por siempre, junto a Potter, se apoderaron abruptamente de él.

Fue capaz de reprimirlas.

—Te ves como la mierda —le dijo, sin saludarlo.

Potter esbozó una pequeña sonrisa. Carecía de humor, pero no era desdeñosa sino suave. Un gesto casi inconsciente.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Draco le mostró la bolsa con viales sin dejar de detallar la delgadez que Potter había adquirido, y sintió una rabia inconcebible por Granger y Weasley. Por dejar que se derrumbara mientras él no estaba allí. Se suponía que eran sus mejores amigos, ¿no? ¿Así es cómo planeaban mantenerlo a salvo? ¿Ganar?

—No has estado durmiendo —espetó Draco, mientras Potter tomaba la bolsa—. No has estado descansando. Puedo apostar que no has estado comiendo.

La expresión de este volvió a ser fría.

—No veo cómo eso pueda ser alguno de tus asuntos.

Draco se mordió la mejilla. Quiso gritarle, porque por supuesto que era uno de sus malditos asuntos. ¿Acaso no recordaba, lo que sucedió la noche que McGonagall murió? ¿O lo que habían pasado juntos?

¿Quién fue el que le dijo que nada era su culpa?

Aparentemente eso no cambiaba nada. Estaban igual que- antes. Antes del viaje a Austria. Antes del ataque al Valle de Godric. Antes del secuestro de Rookwood. Antes de-

De conocerse.

Draco dio un paso atrás, sin intención de entrar al laberinto. La cabeza le dolió. Sus cortes se abrieron. Al menos así se sentía.

—Sí, tienes razón —respondió, indiferente—. No tengo por qué meterme en esto.

—Sabes que no me refería... —dijo, frotando sus ojos con una mano—. Sabes que no-

—No, lo entiendo. Fui un idiota. No tuve que haber señalado que te hacen falta las necesidades básicas-

—No puedo. Sabes que no puedo. —La voz de Potter flaqueó, haciendo que su corazón se estrujara—. Me es imposible-

—La extrañas —lo interrumpió—. Sé que lo haces, y sé que es probable que no te creas merecedor de disfrutar ni una comida. Lamento que tengas que... —Draco sacudió la cabeza sin saber cómo acabar esa oración—. Pero no puedes actuar así de ridículo, martirizándote por siempre y perdiendo fuerza.

Draco observó directamente a los ojos de Potter, esperando que viera que estaba tratando de ser sincero y abierto con él. Que lo mirara a los ojos y notara el malestar que verlo así le provocaba. Y no sabía qué esperaba encontrar de vuelta, pero no que Potter sonriera de nuevo, y que esta vez, no fuera una sonrisa suave o inconsciente. Era una de dientes enteros y puro auto desprecio.

—Claro —comenzó él con ironía—, porque sin mí no podremos ganar la guerra, ¿verdad? Sin mí no podrás ganar tú, ¿no?

Draco lo miró, incrédulo.

—No, Potter. Porque sin ti...

Calló antes de completar esa frase, y apretó los dientes con tanta fuerza, que creyó escucharlos crujir. Potter calló también, y sinceramente Draco no sabía si esperaba oír cómo terminaban sus palabras o no. Ni él mismo sabía con certeza qué era lo que deseaba decirle. El pulso retumbaba en su caja torácica, las manos le sudaban, y cada nervio de su cuerpo se movía al ver la piel de Potter que parecía brillar bajo la escasa luz.

Draco tenía claro que necesitaba distanciarse de él con urgencia.

—Tienes razón —dijo entonces, desviando la mirada—. Esto no es ninguno de mis asuntos.

—Malfoy-

—Te veré en un mes, supongo.

Draco se dio la vuelta. Frente a él, lo recibió puro campo, colinas, y niebla. Avanzó un paso mientras sacaba la varita, dispuesto a desaparecer.

Malfoy.

Paró de golpe en su lugar. Toda la sangre desapareció de su cara. Su corazón se saltó un latido injustamente.

Había una mano sujetándolo.

Potter salió desde la base y envolvió los dedos uno de sus brazos, impidiendo que se fuera si no quería llevárselo a él también. El tacto quemaba por encima de las capas de ropa. Draco quería quitárselo. Quería sumergirse en él.

Potter se inclinó hacia Draco, poniendo la boca a un lado de su oreja.

—Gracias —susurró.

Draco cerró los ojos, sin contestar. No recordaba que Potter hubiera agradecido antes, no con sinceridad. ¿Y qué era lo que le estaba agradeciendo, de todas formas? ¿Que se preocupara por él, como hacía años no se preocupaba por nadie que no fuera su familia o Theo? ¿Qué quería decir Potter en realidad?

Dudaba que él mismo lo supiera.

Y aunque no significara lo que Draco deseaba que significara, era suficiente para que se volviera un completo manojo de nervios. Para que la angustia, el anhelo, y todas esas cosas en las que no quería pensar, salieran a flote como un rayo.

Gracias.

No se giró, no hizo nada. Draco nada más dejó que la incertidumbre lo inundara como llevaba haciéndolo desde que regresaron de Austria.

El agarre continuaba allí. Potter estaba a unos centímetros. Si daba un paso atrás, chocarían.

Pero no se movió.

Un segundo después, Potter lo había soltado, haciéndolo perder calor, y Draco oyó cómo comenzaba a cerrar la puerta y a perderse dentro.

—Nos vemos —dijo él, antes de que el portón cerrara.

Draco se Apareció de vuelta a la mansión sin decir una palabra.

•••

Una semana y media después de eso, Astoria le envió con Theo la petición de reunirse en la base, debido a que por fin tenía tiempo libre para volver a mirar sus recuerdos. Además, pidió encarecidamente que usara las máscaras de la Orden, porque no tenía idea si era confiable que la gente nueva que ingresó a la base los viera, y dijo que lo esperaría a cierta hora en las afueras de la mansión.

Cuando Draco llegó, sintió una extraña alegría al verla bien. Cosa que claramente no demostró.

—¿Tienes idea de cómo están rescatando gente? —dijo él, a modo de saludo.

Astoria le dio un pequeño empujón.

—Hola para ti también.

Draco agitó una mano, mientras ella sacaba su moneda para que los dejaran pasar.

—En serio, ¿cómo están rescatando a los que están huyendo, o a los que están en los campamentos?

—Digamos que... —Astoria comentó, mientras entraba al laberinto—. Que tu hermana sea la directora de El Profeta te permite a ti poner ciertas pistas allí sin que nadie lo note.

Draco, una vez más, se sorprendió gratamente con el ingenio que Astoria poseía. No lo había pensado, pero quizás ella ponía puntos de reunión en el periódico, escondidos, para que la Orden recogiera a la gente que supiera cómo buscarlos. Era un buen plan.

—Ya sé —Astoria suspiró, mientras entraban a la mansión y evitaban las miradas curiosas al verlos con máscaras—. Estás pensando lo inteligente que soy y cómo no te gustaría jamás ser mi enemigo.

Draco, por un segundo, se asustó.

—¿Estás escuchando mis pensamientos? —preguntó, entre ofendido y asombrado.

—No, tus barreras de Oclumancia son lo suficientemente buenas para que no pueda. No como las de Harry; a veces me harta saber todo lo que pasa por su cabeza. —Draco hizo una mueca—. Pero puedo adivinarlo, porque, ¿cómo no podrías pensar lo inteligente que soy? Y me lo confirmaste, además.

Draco, por primera vez en semanas, sonrió.

Astoria abrió la puerta de una de las usuales salas que ocupaban en las sesiones de Legeremancia y le indicó uno de los asientos acolchados. Draco giró su cabeza de lado a lado, observando el lugar, y supuso que había sido limpiado, porque cuando la base se llenaba de heridos, ahí debían descansar bastantes de ellos.

—Démosle una mirada a tu rubia cabecita. Necesito que te relajes —le dijo Astoria, una vez que tomó asiento—. Piensa en algo que... En algo que te haga sentir paz.

Draco no tenía recuerdos pacíficos en ese momento, ni personas que se los trajeran. Cada cosa en la que se enfocaba, o provocaba que su corazón latiera con fuerza, o que un nudo se instalara en su garganta. Por lo que nada más trató de regular su respiración y poner la mente en blanco, hasta que Astoria lo vio lo suficientemente calmado para ingresar a su cabeza.

Lo primero que saltó a su mente, fue lo último que él quería que la otra persona viera.

Y aquello, fue la imagen de Potter y él tomados de la mano, casi dos meses atrás.

Draco no hizo ningún movimiento, aunque por dentro se encogió un poco, esperando la burla de Astoria o el ruidito mordaz que ella iba a soltar. Pero aquello no sucedió nunca, y la mujer navegó por su mente como si no hubiese visto nada extraño.

Draco podía sentirla dentro, para nada invasiva, al contrario de Potter. Cuando él fue herido y le pidió que viera sus recuerdos, Potter ingresó a su cabeza como hacía la mayoría de las cosas: con fuerza e intensidad. Dolió. Astoria no era así.

En ese instante, un par de recuerdos bastante antiguos empezaron a reproducirse. Recuerdos que no eran muy bonitos. Una familia rogando bajo sus pies que no se llevaran al padre a una interrogación, mientras Amycus Carrow los abofeteaba y Draco luego era destinado a ser quien torturara al hombre. Aquella fue la primera vez que desmembró a alguien.

Para el final de la jornada, el hombre había perdido tanto su ojo como su mano.

Sintió a Astoria soltar un escalofrío, enfrentada a ver lo que Draco había hecho durante esos años. Lo más seguro era que se sintiera indefensa ante su presencia, por algo también retrocedió un paso; pero mantuvo la compostura. La conexión nunca se cortó. Astoria continuó explorando cada rincón casi con frialdad.

Poco después de que nada inusual pasara, de pronto Draco empezó a sentir que las barreras de Oclumancia estaban levantándose para expulsarla. Astoria se agarró a un espacio vacío de sus memorias, dispuesta a continuar examinando, y de un momento a otro-

Ambos estaban cayendo a un lugar desconocido y aparentemente infinito.

Cayeron. Cayeron. Cayeron hasta que los gritos que soltaba rasparon su garganta.

Y antes de que pudiera hacerse consciente de dónde carajos se encontraban, su madre estaba frente a él.

Por primera vez, el destino se apiadó y la memoria estaba lo suficientemente borrosa para no distinguir por completo qué pasaba. Había sombras, olores y sensaciones, y su visión le permitía adivinar qué era cada cosa, pero no podía verlas.

Sin embargo, sabía que la mujer en medio de esa celda de Azkaban, era Narcissa.

Estaba atada de pies y manos dentro de una jaula, y había tres varitas apuntándola. Draco, desde su lugar, se estaba agitando desesperadamente para llegar hacia ella.

—Ah, ah, ya te dijimos Malfoy... —dijo una voz a su lado. El Señor Tenebroso no estaba por ninguna parte. El Draco del recuerdo giraba la cabeza para mirarlo, y veía que este hombre estaba cubierto tras la máscara de Mortífago—. Un movimiento, y Narcissa...

Un dolor invadió a Draco desde su lado izquierdo de la cara, gracias a que un hombre lo había abofeteado con fuerza. Draco escupió, sin preocuparse mucho por eso, mientras veía a Narcissa suplicar. Se agitaba gracias a un maleficio, de una forma tan horrible que quiso apartar la mirada-

Pero una mano se enterró entre sus hebras de cabello, obligándolo a ver. Draco sentía la desesperación de no poder moverse mientras observaba a su madre sufrir en cada rincón de sí. La impotencia.

—¿Ves? ¿Ves lo que les pasa a los traidores?

Draco quería vomitar, su frente estaba perlada de sudor, y la única razón por la que se le ocurría que estuvieran haciendo eso era para incentivar a Narcissa a hablar. Pero Narcissa sólo gritaba, y los gritos se quedaban grabados en sus oídos como el peor sonido que Draco había escuchado hasta ahora.

No contentos con todo eso, el recuerdo avanzó de repente, y de un segundo a otro, vio a uno de los cerdos abrir su túnica-

Y llevar la mano hasta el borde de su pantalón.

El Draco de la memoria comenzaba a gritar y a tratar de alcanzarla de nuevo.

—¡No! —exclamaba—. ¡Háganmelo a mí! ¡NO!

Narcissa estaba tendida en el suelo, sollozando. Temblaba. Draco quería arrancarse los ojos, la garganta, la lengua. Daría todo. Todo para que el martirio acabara. Uno de los Mortífagos llevó la mano hasta adentro de su ropa interior, riéndose y-

Y ella sacó la voz.

—Tengo una solución —dijo, tiritando, con la voz rota—. Tengo una solución para hablar.

En ese instante todo se volvía negro, mientras Draco y Astoria eran expulsados del recuerdo, y las imágenes de la tortura se desvanecían ante sus ojos.

•••

Draco se llevó las manos a la cabeza instantáneamente, negando.

—Draco...

Unas manos se posaron encima de sus brazos, pero él trató de zafarse con brusquedad. Los gritos y sacudidas de su madre estaban repitiéndose, y el cerdo ese... estaba dispuesto a- a hacer lo que quería hacer- ahí, frente a sus ojos. Y Draco no había podido hacer nada. Nunca pudo hacer nada para salvarla. Era débil. Y-

Y su madre ofreció una solución para parar las torturas, seguramente más por él que por ella misma. Draco no quería saber qué había dado a cambio, enterarse significaba entrar a un grado de desolación más grande de lo que quería. Y no podía. Simplemente no...

—No puedo hacer esto —dijo. Su boca se sentía seca. Al parecer llevaba repitiendo lo mismo un buen rato—. No puedo. No puedo-

Astoria todavía estaba tratando de llegar a él, en medio de los manotazos.

—Sí puedes —le dijo, con firmeza—. Y lo harás.

Narcissa gritaba, sólo porque sabía algo que Voldemort necesitaba para proclamarse por completo triunfador. Su madre no había tenido un solo día en paz durante los últimos ocho años, y él estuvo a punto de presenciar cómo uno de los Mortífagos intentaba hacerle aún más daño.

—La veré sufrir —dijo Draco—. Todo el tiempo. Siempre.

—Sí —Astoria replicó, sin buscar mentirle—. Sí. Pero tienes que hacerlo.

—No puedo.

Draco dejó de afirmarse la cabeza al fin y la miró, mientras se llevaba una mano al cuello. No pensar en su madre era tan simple. Había tantas cosas sucediendo, que tener que revivir cómo fue la vida de Narcissa durante todos esos años, en los que él creyó que estaba bien, era peor que una pesadilla.

—Todos hemos perdido- —comenzó a decir Astoria, pero Draco la interrumpió con fuerza.

—¿Viste lo que le iban a hacer? ¿Tienes la mínima idea de lo que eso significa?

Astoria paró de moverse. Su respiración era calmada, mas había algo en su aura que delataba seguridad. Determinación. Rabia. Cosas que Draco no poseía en ese momento.

—¿Sabes por qué estoy aquí? —replicó ella, con voz nivelada—. ¿Qué crees que hicieron los Mortífagos, para provocar que terminara aquí? ¿Tienes idea de lo que le hicieron a mi hermana?

Draco, aún agitado, miró en su dirección. Ambos estaban perturbados.

—¿Daphne? —preguntó con un hilo de voz.

Astoria negó cansinamente.

—No —respondió, lento—. Elizabeth.

Draco pasó saliva, viendo que las facciones de Astoria automáticamente se arrugaban, como si quisiera llorar. Era casi tan increíble como cuando vio a Potter hacerlo. Astoria estaba hecha para sonrisas, días soleados y jugarretas. Parecía antinatural pensar en ella llorando.

—Tú no tienes ninguna hermana llamada Elizabeth —murmuró Draco.

—Sí, la tengo. Tú nunca la conociste.

Astoria se alejó de él y tomó asiento en una silla, a unos pasos. Su mirada estaba fija en el suelo, jugaba con la máscara entre sus dedos y la capucha caía encima de su trenza. La revelación de Draco sobre una tal Greengrass de la que no existía registro le había servido para poder calmarse, aunque fuera un poco.

—¿Y qué hay de ella? ¿Qué tiene que ver con esto? —Draco no esperaba que su voz sonara tan dura.

—Fue mantenida en secreto, porque era una squib —contestó Astoria, con voz ausente—. Nunca supimos si mi madre engañó a mi padre, o si después de todo, nuestra línea no era tan pura como creíamos. Nadie hizo esas preguntas en voz alta. Elizabeth se crió en casa, y jamás tocó la luz del sol. No hasta que-

Draco trató de mantener la cara completamente inmóvil, pero que una familia tan antigua como los Greengrass tuviera un squib... Era un golpe y una ofensa, al menos para la sociedad sangre pura. Podía entender ahora por qué nunca se afiliaron con ningún bando. Corrían peligro si se pronunciaban. Esa tal Elizabeth sobre todo.

Astoria apretó los labios, como si no quisiera seguir hablando.

Pero la caja había sido abierta y no existía forma de cerrarla.

—En mi sexto año, en Navidad, volvimos a casa —continuó su relato—. La guerra estaba en su auge, y como familia nos estábamos manteniendo neutrales ante ella. Nunca creímos en los prejuicios de la sangre, pero sí que creíamos que era importante mantener la pureza, por mera tradición. Por eso, y porque cuando ella nació estaba gestándose la primera guerra, Elizabeth fue ocultada. Mis padres dijeron que murió en el parto.

»Como sea —Astoria parecía hecha pedazos, sólo de pensar en su hermana. Draco por poco se compadeció de la chica desconocida—. En la Navidad, Yule- como se llame- de 1997, volvimos a casa, y Daphne y yo teníamos este estúpido deseo de ir al Callejón Diagon. ¿Recuerdas los eventos que se hacían, lo lindo que se veía en esa época? —Draco asintió. Sus padres disfrutaban llevarlo el veinticinco. Una vez recordó ir después de la cena, en la víspera de Yule—. Pero nunca se nos permitió asistir, porque cenábamos en familia y Elizabeth no podía dejar la casa. Pero ese día deseábamos ir de todas formas porque éramos jóvenes, y éramos estúpidas, y no nos tomábamos la guerra del todo en serio. Porque éramos sangre pura.

Draco observó los mechones sueltos de su trenza que le caían encima de la frente, y se preguntó cómo debió sentirse eso... El tener dieciséis y aún poder preocuparte de cosas tan banales como ver las luces del Yule, en vez de la guerra. Le gustaría haberlo sabido, si hubiese tenido la oportunidad. Pero las vacaciones de Navidad de 1997 estuvo preocupado de no ser dado de alimento a Nagini, más que de los regalos que podrían darle.

—Por supuesto que era vagamente consciente —Astoria repuso, como si hubiese escuchado sus pensamientos—. Mi mejor amiga y primera novia era nacida de muggles, y tuvo que faltar todo ese año escolar porque en Slytherin se sabía sobre su condición. Pero como nunca presencié realmente la brutalidad de los Mortífagos, no sabía la magnitud de su crueldad. Eran buenos con nosotros. —Astoria hizo una mueca de auto desprecio ante esto último, y Draco casi la imitó. Viendo los bandos de afuera y siendo sangre pura, los Mortífagos parecían justicieros en vez de lo que realmente eran—. Así que... decidimos fugarnos durante la noche al Callejón Diagon.

»Elizabeth nos vio. Se había levantado a servirse un vaso de leche, y nos encontró escapándonos. Nos negó ir y nos amenazó con acusarnos a nuestros padres, pero nosotras le ofrecimos llevarla; la seducimos con las descripciones del Callejón Diagon. Le- le contamos sobre Gringotts- y Florean- y... los Sortilegios Weasley... y todas las cosas que ella nunca... Ella... —Astoria apretó la máscara con más fuerza. Pausó unos segundos porque su voz había comenzado a temblar—. Y ella al final aceptó unirse a nosotras. Sería una escapada de una noche, nada serio, pero... cuando llegamos allí a través de una Aparición conjunta, los Mortífagos ya estaban atacando.

La cara de Astoria se había hecho más sombría, y Draco podía visualizar perfectamente lo que vio cuando llegó al Callejón Diagon: las tiendas siendo saqueadas, los locatarios siendo raptados para ser interrogados. Fuego y caos por todas partes. La gente corriendo. Las luces de los faroles prácticamente quemadas.

Lo mismo que él vio la noche que Potter y la Orden hicieron explotar la mitad del mundo mágico.

—No había forma de escapar —prosiguió ella, perdida en su cabeza—. Las barreras Anti-Aparición habían sido colocadas. Recuerdo a Elizabeth cubrirse las orejas con las manos, comenzando a llorar. Era la mayor, pero nunca vio algo así. Jamás. Esa era su primera vez fuera de la Mansión, y- —Astoria se obligó a tomar una honda respiración, porque nuevamente estaba al borde de las lágrimas. Draco no necesitaba ser Legeremante para saber que la culpa se la estaba comiendo viva—. La multitud que corría nos separó. Daphne se fue por su lado, yo por el mío, y ambas estábamos desesperadas por encontrar a Elizabeth. Quería llamar a mis padres, o a quien fuera, pero no sabía hacer un Patronus. ¿Aunque sabes que sí sabía? —Astoria esbozó una sonrisa sin humor, apuntándose a sí misma—. Me convertí en una serpiente. No lo dominaba por completo aún, todavía estaba aprendiendo las transformaciones, pero en medio de la desesperación lo hice, y de esa manera busqué a Elizabeth.

Draco recordó, meses atrás, cuando vio a Astoria colgada del cuello de Harry. Y, si hubieran sido otras circunstancias, la memoria lo habría hecho sonreír. En ese preciso instante, viendo cómo los horribles recuerdos surcaban cada gesto de la mujer, sólo podía pensar que nunca antes- la había visto. No así.

La primera lágrima resbaló por la mejilla de Astoria.

—Eventualmente, la encontré, estaba gritando como nunca la había escuchado gritar, en un pequeño pasaje. —Las lágrimas caían y caían, y Draco sabía exactamente del pasaje del que estaba hablando—. Ella... Ella...

—Astoria- —trató de tranquilizarla. Astoria no lo dejó.

—La estaban agarrando. La golpeaban y tocaban y- no sé qué más. No sé si quiero saber qué más. Eran cuatro Mortífagos.

La oración cayó entre ambos, creando un ruidoso silencio.

Era terrible. Era peor de lo que él imaginaba. Quiso tomar la mano de Astoria, pero fue incapaz de moverse. Astoria se estaba abrazando a sí misma.

Draco cerró los ojos, y las imágenes de lo que acababa de ver en su propia memoria pasaron frente a él. Su madre en el suelo. Un Mortífago acercándose a ella con claras intenciones de dañarla. De romperla por completo.

—Preguntaban cómo una muggle estaba allí, y si planeaba robarle la magia a alguien —siguió Astoria, con la voz rota gracias al llanto—. Y- me paralicé.

Draco conocía muy bien esa sensación. Sentir que el miedo y la crueldad de una situación te consumía al punto de no ser capaz de actuar, de no ser capaz de hacer algo más que limitarte a mirar, mientras está pasando algo frente a ti que simplemente no parece real. Tu cerebro te pide actuar, te pide hacer algo, sabe que tienes que hacer algo. Pero tu cuerpo se niega a responder. Y debes cargar con la culpa de lo que hiciste, o de lo que no, cada día durante el resto de tu maldita vida.

—Tenía dieciséis —dijo ella con desespero—. No sabía qué hacer, y ella sangraba y lloraba, y ellos reían. Yo sólo quería- tenía dieciséis, yo solo quería ir a ver luces de Navidad —Astoria hablaba demasiado rápido, como si estuviera tratando de excusarse ante Draco. Como si él pudiera juzgarla—. Tenía tanto miedo. ¿Qué pasaba si me dejaba ver, me- me harían algo a mí también?

Draco quería vomitar.

Astoria también parecía querer hacerlo.

Mientras veía las finas líneas de expresión que enmarcaban el bello rostro de Astoria, Draco pensó en que pasó casi diez años culpándose, todavía lo hacía, y probablemente mucha gente la culparía también si supieran la historia. Pero él entendía a la perfección la parálisis que podía recorrerte al ver que algo horrible está pasando frente a ti. Tener miedo de intervenir, por no querer salir herido. E independientemente de cualquier cosa... Astoria era una niña cuando eso sucedió. ¿Cómo alguien podría juzgarla? Deseaba quitarle ese tono de culpabilidad.

—Desafortunadamente, nunca descubrí qué sucedería si me veían —ella dijo, mientras su barbilla temblaba—. Antes de que pudiera transformarme, uno de ellos- ella- no- —Astoria tomó un hondo suspiro, pero la oración salió en medio del llanto de todas maneras—. La mataron. La desgarraron, y la mataron. Frente a mis ojos.

Por unos cuántos minutos, la estancia se llenó de nada más que la respiración agitada de Astoria quien a todas luces lo único que deseaba era no llorar frente a él. Y Draco la observaba en silencio, tratando de buscar en su cabeza palabras gentiles que se solían decir cuando una persona acababa de contarte algo traumático. Pero nada venía a él. Draco no estaba hecho para esas cosas, por mucho que le gustaría que parara de llorar o dejara de sentirse culpable, porque una vez más- los únicos culpables eran los Mortífagos. Por agregar a su lista personas que merecían ser vengadas.

Simplemente no podía encontrar las palabras correctas, cuando él se encontraba en shock también. La voz de Narcissa se escuchaba en algún lugar, diciendo: "Tengo una solución". Lo que acababa de contarle Astoria le rondaba la cabeza.

Un "lo siento" jamás llegaría a remediarlo.

En ese instante Astoria dejó de sorber y lagrimear, y fijó la mirada en Draco. Penetrante. Casi acusatoria. Draco se la mantuvo.

Sus palabras anteriores se repetían. El escenario que Astoria había plantado en su cabeza era asqueroso y crudo.

—Yo tengo las memorias aquí —le espetó, como si recordara por qué estaba hablando de todo eso—. Las revivo cada día. Cada vez que mi padre se marcha con esa asquerosa capa roja. Cada vez que mi madre no nos deja salir ni a Daphne ni a mí. Cada vez que mi hermana es obligada a publicar algo en lo que no cree en El Profeta. Elizabeth está ahí, y- —Ella suspiró, frustrada—. Entiendo por qué no puedes, por qué crees que no puedes ver lo que le hacían y de lo que te hacían parte a ti. Pero debes hacerlo. Tienes que. Ella no merece tu olvido, Draco. Ella no merece que finjas que nada sucedió.

Las palabras lo golpearon en el centro de su caja torácica, y por unos segundos sintió cómo se quedaba sin aire. El dolor, el duelo- estaba allí, por supuesto, seguía allí en algún rincón de su cuerpo, mirándolo y preparándose para el momento en que bajara la guardia y así entrar y apoderarse de él, cuando la muerte de Narcissa verdaderamente le pegase.

Por ocho años, su madre estuvo presa y Draco sólo la veía de vez en cuando. Que él recordara, al menos. Por lo que su pérdida nunca se había sentido verdaderamente una pérdida. Su vida continuó siendo la misma, sacando a la Orden de la ecuación. Y a pesar de que sabía, racionalmente, que su madre fue asesinada, que estuviera verdaderamente muerta era lo que más le costaba aceptar.

Porque, ¿cómo Draco se las arregló para perderla? Hizo todo lo que podía para ganarse el respeto y la confianza de Voldemort, hizo todo lo que se esperaba de él, sólo por ella. Y aún después de tanto continuaba haciéndolo, uniéndose a la Orden y vengándose de todos aquellos que la dañaron.

¿Cómo podía ser, que nada fuera suficiente?

¿Que sin importar lo que hubiera hecho, Narcissa murió de todas formas?

No parecía tener sentido. Y aceptarlo significaba enfrentar el dolor. Aceptar lo que había pasado. Que la sostuvo entre sus brazos y le dio un funeral indigno. Draco no estaba listo. No todavía.

Ella no merece que finjas que nada sucedió.

Draco sentía que se volvería loco si se dejaba sucumbir al dolor, si dejaba que se apoderara de él. Había sido herido demasiado en otros ámbitos, y aceptar que su madre estaba muerta, y que ya verdaderamente nunca hablaría con ella una última vez, unos cuántos segundos- era más de lo que podía soportar.

Draco no era alguien fuerte.

Astoria estudió su rostro, así como Draco lo hizo con ella. Ya se había calmado, pero de todas maneras una tristeza que él no había visto antes estaba presente ahí, en todos sus gestos. Motivando cada palabra y sonrisa. Draco creyó que Astoria era alguien vibrante y feliz.

Pero no.

Estaba igual de jodida que cada uno de ellos.

Lo que sucedió... Draco ni siquiera tenía palabras para describirlo.

—¿Cómo terminaste aquí? —decidió preguntar, cauteloso.

Ella pareció agradecer el cambio de tema.

—Soy parte del departamento de Regulación de Nacidos de Muggles. Me especialicé allí para salvar a todos los que podía —respondió, mirando a Draco significativamente—. Sospeché que Theo estaba haciendo cosas no muy legales, así que no le saqué el ojo de encima por meses. Cuando tuve la oportunidad, me transformé en serpiente, lo seguí, entré con él aquí, y luego me transformé en el patio diciendo que lo mataría si no me hacían parte de la Orden. El resto es historia.

Ella terminó de relatar con una sonrisa que acabó de limpiar las últimas lágrimas de sus mejillas, pero Draco se sintió incapaz de corresponderla. Porque las palabras, una vez más, quedaron atascadas en su memoria. No podía sacarse de encima la sensación amarga que la historia de Astoria había dejado, el sufrimiento de su hermana y además, le recordaba que ella estaba haciendo cambios reales. Ella sí estaba ayudando y salvando a los niños nacidos de muggles que podía. Y él- la ley que promulgó...

—Tú realmente no querías eso, ¿verdad?

Draco parpadeó confuso, enfocándose en Astoria.

—¿Estás escuchando mis pensamientos? —preguntó, menos indignado de lo que quería sonar.

—Tu mente está sensible por mi intromisión. Lo siento.

Por eso hablaba y contestaba como si supiera qué estaba pensando...

—No —terminó respondiendo Draco a su pregunta—. Quería salvar a unos cuántos...

—Y lo hiciste —Astoria le aseguró con rapidez—. Los que tenían permitido ir a Hogwarts se salvaron. Hasta ahora.

—Pero y los otros-

—Jode saber que no todos pueden ser salvados, pero, ¿qué más podías hacer? —insistió, como si convencer a Draco de que no era una total basura fuese su meta personal—. La única opción que había antes era... matarlos. Esa ley también me ha dado la oportunidad de rescatarlos, ¿sabías? Como debemos ir a buscarlos y traerlos acá para las pruebas, se ha hecho más fácil inventar excusas o falsificar registros en el departamento. Ayudaste, Draco. Quizás no de la forma que pensabas, pero lo hiciste.

Sus defensas tambalearon. Draco quiso gritar. Reír. Buscar a Eric y preguntarle qué pensaba. Que le dijera qué tan mierda era en realidad.

Porque no le creía a Astoria. En absoluto. Pero era agradable saber que al menos una persona consideraba buenas las cosas que había hecho, aunque fuese por lástima.

Astoria abrió la boca ante eso, como si quisiera negar ese pensamiento, pero luego la cerró. Y Draco lo prefirió así.

Se quedaron en silencio un largo rato, y las memorias compartidas en la habitación colgaron en el espacio, llenándola. Astoria había vuelto a lucir sombría. Draco pensaba en su madre. Pensaba en Eric. No quería nada. Lo quería todo.

Estaba harto.

Al cabo de unos minutos, Astoria suspiró. Triste. Lo miró y puso una mano en su hombro.

—Creo que Harry te estaba buscando —le dijo, lentamente—. Quizás deberías ir a verlo.

Draco se marchó antes de sobrepensar las cosas más de lo que quería. Se marchó sin preguntarse cómo era que Astoria sabía eso.

•••

Harry estaba saliendo del cuarto de entrenamientos cuando Draco iba a comenzar a buscarlo. Ambas puertas estaban la una al lado de la otra, por lo que ninguno esperaba ese encuentro tan abrupto. Cosa que se demostró, porque por unos largos segundos, no hicieron más que mirarse.

Potter tenía la misma cara que días atrás, cuando le agradeció. Lucía perdido, y su semblante y delgadez tampoco habían desaparecido, claramente. Draco observó su cabello desastroso, sus lentes torcidos, y reprimió las ganas de acercarse.

—Potter. —Asintió—. Astoria me dijo que me estabas buscando.

Potter pareció despertar de su ensimismamiento.

—Sí.

Harry dio unos pasos hasta donde Draco estaba con las manos en los bolsillos de sus gastados jeans muggles. Tenía la cabeza gacha, aunque pudo notar de igual forma cómo sus ojos descansaban más tiempo de lo necesario en la insignia del Nobilium en su pecho.

Como el recordatorio de cosas no dichas.

—¿Y bien? —preguntó Draco, al ver que no hablaba.

Potter fijó nuevamente la atención en su rostro.

Detalló el cansancio que tenía encima, y sólo pudo pensar en que Harry estuvo culpándose; que llevaba haciéndolo por todos esos meses, y que la muerte de McGonagall le había pesado como nada. Draco podía imaginarlo con claridad, mirando el techo y repasando en su cabeza todas las cosas que pudo haber hecho y no hizo; o todas las cosas que debió hacer, pero no fue capaz. Draco quería preguntarle cómo estaba. Si se encontraba solo. Si podía ayudarlo.

Potter también lo estudiaba de vuelta, pestañeando con lentitud.

—¿Tom te ha estado trayendo muchos problemas?

—¿Por qué la pregunta? —dijo Draco, frunciendo el ceño. Harry hizo un gesto que abarcaba su rostro.

—Tu cara.

—¿Estoy demacrado?

—Sí. No lo había notado antes.

Draco sonrió vagamente por la dura y característica honestidad de Potter, y llevó la yema de sus dedos a la gran cicatriz que cruzaba su piel. Estaba durmiendo poco, el Señor Tenebroso apenas lo dejaba descansar, pero al menos comía. Caso contrario al hombre frente a él.

—No he podido venir aquí por lo mismo —contestó—. El Señor Tenebroso no me ha dejado tranquilo desde julio.

—¿No quiere descuidar a su torturador personal?

La pequeña sonrisa se le borró de la cara de golpe.

Potter desvió la mirada.

¿Qué carajos fue eso?

Sus facciones se tensaron, y aunque parecía molesto, no lucía como si la molestia estuviera dirigida a Draco; conocía mejor que nadie qué cara ponía Potter cuando se enojaba con él. Los ojos le llameaban, sus dientes se apretaban, y parecía dispuesto a lanzarse encima para maldecirlo en cualquier segundo.

Eso... lucía más como impotencia que cualquier otra cosa.

Draco se limitó a mirarlo, instaurando su máscara fría, y Potter sacudió la cabeza bruscamente.

—¿Cómo están tus heridas? —terminó preguntando él, haciendo que Draco fuera nuevamente consciente del escozor y cómo con cada respiración se contraían.

—Igual que siempre.

—¿No piensa curarlas en algún momento?

Lo último fue escupido con rabia, pero de nuevo, no era rabia dirigida hacia Draco, sino a... el Señor Tenebroso, quizás. Draco se llevó una mano hasta encima de la túnica y por unos segundos, titubeó. No entendía por qué Potter estaba actuando así. Si estaba enojado con él, que se desquitara con él y ya.

Suponía que, al final de todo, no podía comprenderlo tanto.

—¿Por qué te importa? —terminó diciendo.

La respuesta de Potter fue tajante.

—No me importa.

Draco no pudo hacer más que mirarlo.

Potter tenía esa expresión cerrada, tal como la que él tenía también. Y mientras lo miraba, Draco sólo pudo pensar en Austria. En el momento que Harry se quedó con él cuando Voldemort lo hirió y escribieron "cobarde" en su piel. Draco recordó las manos entrelazadas y la noche en que lo abrazó. Y-

Aquello era para mejor.

Su mente se aferró a ese pensamiento.

Se habían involucrado demasiado, eso estaba claro, y Draco ni siquiera entendía cómo sucedió. Pero daba igual porque no estaba destinado a ser duradero. Potter era... Potter. Héroe, Elegido. Y Draco era...

No era nadie.

Un arma.

Mortífago.

Astaroth.

Draco torturó a Minerva McGonagall, y a cientos y cientos. Hizo y dijo cosas horribles. Draco no era buena persona, jamás lo fue. Desde pequeño su relación nunca estuvo destinada para nada más que insultos de pasillo y ataques a punta de varita. Nunca fueron ni serían nada más. Lo sabía a la perfección.

Eso no significaba que no dolía.

—¿Qué es lo que quieres, Potter? —preguntó Draco, con frialdad—. ¿Para qué me querías ver? Dime, para así irme y dejar de incordiar al Elegido.

Potter se pasó una mano por el cabello, destilando frustración.

—Malfoy, yo- sabes que-

—¿Qué quieres? —espetó, perdiendo la paciencia. Sintiendo la desesperación en cada nota de su voz—. ¿Qué mierda quieres?

Potter cerró los ojos.

Un "No lo sé" estaba escrito por toda su cara.

Draco negó. Eso no era su problema. Nada de eso lo era, y también era demasiado complicado para preocuparse de ello en medio de una guerra. No quería deducir qué carajos significaba que su corazón latiera tan rápido, o por qué una charla tan absurda como esa le provocaba una opresión en el pecho, cuando en realidad no se estaban diciendo nada del otro mundo. Nada peor de lo que ya se habían dicho antes.

No podía preocuparse por nada de eso, no ahora.

Y Potter pareció llegar a la misma conclusión.

Tomó aire, queriendo dejar el tema atrás y Draco se preparó para escuchar lo que sea que tuviera que decirle.

—Pronto sacaremos a tu padre de Azkaban —le soltó, sin un ápice de anestesia.

Por unos segundos, lo único que Draco sintió fue vacío. Entumecimiento. Miró a Potter, sin creerlo del todo. Eso era- era lo que llevaba queriendo por meses, y en medio del embrollo lo había olvidado. Pero ahí estaba.

Entrarían a Azkaban.

Draco se llevó una mano al borde de la túnica, apretando con fuerza. Sentía cómo su presión había bajado.

—¿Por qué? —susurró.

—Porque no tenemos opción.

Draco sólo escuchó la mitad de esa frase, a lo lejos. Porque su cabeza imaginaba el camino que se abría. La posibilidad de volver a tener a su padre y descubrir qué carajos pasaba con él. Romper la Imperius. Que le dijera qué tanto fue su culpa y qué tanto no.

Que pudieran estar juntos en un mundo donde su madre ya no existía.

Draco sintió cómo las rodillas le fallaban, pero no alcanzó siquiera a tambalear. Unos brazos se aferraron a sus costados, sujetándolo por debajo de los codos para así mantenerlo firme en el lugar. Los ojos de Potter de pronto estuvieron a centímetros de los suyos. Su piel traspasaba un calor que no podría considerarse normal.

Extrañamente, no lo dejó ir como si Draco fuese la peste, de la forma que lo había estado tratando las últimas semanas. Al contrario. La cercanía pareció acercarlos también de otras formas. Draco sintió que una de las manos de Potter subía para descansarla encima de su cuello.

—Potter-

Potter lo aferraba con fuerza. Draco sentía el calor y los dedos enterrados en su piel. Rudamente. Potter nunca hacía nada con delicadeza.

Estaban cerca.

El corazón le latía. No entendía nada. O quizás, por fin lo estaba entendiendo todo. Pero deseaba pelear contra ello. Contra ese conocimiento. Contra la mano encima de su cuello y la caricia al borde de su nuca.

—Draco, si-

—¡Draco!

Ambos se giraron al sonido, y prontamente Draco extrañó el calor que lo había embriagado y que lo hizo olvidar, sólo por unos segundos, la razón de su agitación. Fue traído de vuelta al presente.

Cuando miró en dirección al grito, Astoria salía de la sala donde habían estado. Compuesta de nuevo, sin un rastro de lágrimas, pero irremediablemente triste.

—Me están llamando, del Ministerio —dijo ella—. ¿Quieres acompañarme?

Astoria sacó su varita y la apuntó a una especie de reloj que traía en la muñeca, el cual estaba teñido de rojo. Los ojos azules se fijaron en los suyos, mientras que los de Potter los imitaban.

—Debo ir a buscar a unos niños que presentaron signos mágicos, para llevarlos al Ministerio a su prueba —Astoria explicó apresurada al ver su confusión—. Tengo que llegar antes para advertirles, y que se marchen con su familia, porque si no, una de las posibilidades es que sea transformado en un...

—Servi —completó Draco inconscientemente. Astoria no contestó de inmediato, pero luego decidió ignorar su intervención.

—No puedo ir sola —continuó—, necesito refuerzos por si me encuentran, pero debo ir ahora.

Draco se sacudió, y puso muy, muy lejos todo pensamiento acerca de su padre y de su madre y de las cosas horribles que habían sucedido. No prestó atención a su estómago apretado, y a la incertidumbre que la situación "Potter" traía en él. Sacudió la cabeza, tomando una decisión rápida.

—Pero pueden sospechar si te ven conmigo...

—Es que nadie me verá contigo, te ocultaré, obviamente. Sólo no puedo ir sola. Normalmente me acompaña Theo, pero ahora no sé dónde está.

—Sí, sí —respondió entonces—. Vamos.

Astoria pasó delante de ellos, luego de darle una pequeña palmadita en el hombro a Harry, y Draco se giró, porque no quería escuchar qué podría tener el hombre para decir, y porque realmente no había nada de qué hablar.

Sin embargo, unos dedos se enroscaron en su muñeca una vez más, y Draco miró por encima de su hombro malhumorado, dispuesto a preguntarle al idiota qué quería.

Pero Potter le ganó.

—No mueras —dijo abruptamente, sonando más honesto de lo que Draco lo había escuchado en un largo tiempo. Sintió una tela deslizarse entre sus dedos. Potter le había entregado la capa invisible.

No supo qué responder en un inicio. No supo qué hacer, más que tomarla.

Después, arqueó la espalda, elevando el mentón. Aquello no significaba nada. Era por Astoria

Nada más.

—¿Por qué? —preguntó con desdén—. A ti realmente no te impor-

—Sí, me importa —Harry lo interrumpió, dejando una leve caricia en su dorso—. Y no quiero que mueras.

No quiero que mueras.

El retorcijón de su estómago creció.

Era diferente a un "No puedes morir, porque sin ti el espionaje se acaba". Era diferente a un "No tienes derecho a morir". O a un "Cuídate, eres necesario para la Orden". Potter sujetaba su brazo, y sus ojos parecieron relucir por primera vez en meses, y Draco no sabía qué responder, porque- porque esa era la primera vez que Potter decía algo como eso. ¿Y qué significaba que no quisiera que muriera? ¿Por qué no querría? Draco torturó a McGonagall. Draco era una persona terrible, y ambos estaban conscientes de eso.

Y aún así-

—Tienes que ver a tu padre de nuevo —dijo Potter, ante su silencio.

Y Draco, si se permitiera ser un poco más delirante, habría creído que Potter agregaría un: "Y a mí también."

Pero eso no sucedió y él no lo esperaba, no en realidad. Estaba sobrepensando demasiado cosas sin importancia.

La mano de Potter dejó de sostener la suya entonces, y Draco se marchó sin mirar hacia atrás.

Chapter 39: Capítulo 34: Se ha ido

Notes:

Hola solecitos, ¿qué tal? Sólo vengo a decir de pasada que los conozco y sé que algunos se van a desesperar... 
Anyways, ¿quién los manda a leer Desolación? ¿MMMM?

Pd: Una vez que acaben el cap por favor escuchen Are you with me de nilu. Con esa canción escribí la última escena:)

Chapter Text

Bajo la capa invisible de Potter, Draco pasó al mundo muggle junto a Astoria.

Durante la primera porción de la tarde se dedicaron a buscar las dos señales de magia que se habían dado en Londres, y a esperar ser escuchados. Astoria le explicaba que si los papás de un mago se rehusaban a hacer algo respecto a las opciones que les daban, (huir, en su mayoría), no le quedaba más remedio que Obliviatearlos. Después, enviaban una señal al Ministerio a través de su reloj diciendo que "había encontrado un sangre sucia" y esperaban a que sus compañeros fueran a buscarlos. No podía obligar a nadie a hacerle caso, lamentablemente, a pesar de que lo había intentado más de una vez. Lo único que le quedaba, en tales casos, era rezar que el niño pasara la prueba de aptitud mágica, y se le permitiera vivir en una de las residencias para nacidos de muggles hasta que entrara a Hogwarts.

Cualquier cosa, mientras no fuera convertido en un Servi.

En la primera casa que fue localizada, los padres se negaron a actuar, por lo que la niña que presentó señales de ser bruja ya había sido llevada de vuelta al mundo mágico. Astoria y Draco se apresuraron en llegar a la siguiente vivienda antes que otro de sus compañeros lo hiciera. Ella lo tomó del brazo, verificando en su reloj la ubicación dada, y sin dudar los Apareció a ambos en otra zona.

Cuando Draco miró a su alrededor, aún bajo la capa, se dio cuenta de que estaba en uno de los distritos más lujosos que había visto en su vida. Bien lejos, podía leer un letrero con el nombre Knightsbridge en él, aunque no era posible distinguir mucho más. La zona era tranquila; había automóviles muggles estacionados alrededor de la angosta calle y, frente a ellos, una gran mansión se alzaba. Era más pequeña que la Mansión Malfoy y la Mansión McGonagall, y se veía infinitamente más acogedora; pero aparte de esas obvias diferencias, lo que más le impactaba a Draco al ver ese paisaje, era lo diferente que se veía a su mundo. El sol se estaba escondiendo a lo lejos, y creía escuchar el sonido de gente riendo también. Eran cosas que en el mundo mágico ya no se apreciaban. El sol no asomaba nunca, no de verdad, y caminar por una calle era igual de silencioso que andar por el cementerio.

Astoria subió la pequeña escalera de la casa sin prestar atención a esos detalles, y tomó la antigua aldaba de hierro de la puerta, la cual tenía tallada un oso. Draco escuchó cómo el pesado metal caía contra la madera. Luego, una voz se oyó desde el costado de la entrada.

—Buenas tardes, ¿en qué podría ayudarles?

Draco no tenía idea de donde venía el sonido, pero mantuvo su mirada al frente por si acaso. Astoria, claramente más experimentada, dio un paso en la dirección de donde la voz había hablado. Draco vio de reojo cómo presionaba un botón en un aparatito gris en la pared del lado de la puerta.

—Buenas tardes, mi nombre es Astoria Greengrass. Me gustaría hablar con la señora Tabitha Walker, por favor. —Levantó una placa que Draco, estaba seguro, se encontraba embrujada para mostrar algo que no era, y la llevó hacia el aparato—. Venimos de parte del gobierno. Le aseguro que nadie está en problemas.

Astoria dejó de apretar el botón y se devolvió a su lado, portando esa sonrisa encantadora que casi siempre tenía impresa en el rostro. Aunque, una vez más, Draco no podía dejar de ver la tristeza que abundaba en ella.

Cuando la puerta se abrió, Draco arqueó los hombros y recibió a la mujer que los miraba detrás del umbral. Debía tener alrededor de unos cien años, (aunque los muggles envejecían diferente, ¿no?), y parecía cautelosa al observarlos. Sus ojos detallaron la cicatriz que le cruzaba el rostro lentamente, y cuando chocaron miradas, creyó haberla visto retroceder, asustada. No era la primera vez que alguien reaccionaba así.

Sin embargo, una vez que notó a Astoria, pareció suavizarse y decirse a sí misma que una joven tan encantadora no podría hacerles mal, incluso si él la acompañaba.

—Bienvenidos —dijo ella en un acento extraño, mientras les abría la puerta—. Los guiaré al salón principal, donde la señora los espera.

Draco miró a su alrededor brevemente, mientras los llevaban a una de las primeras habitaciones de la mansión. Las paredes eran blancas, y el piso estaba hecho de mármol, o diseñado como este. A unos metros, a su izquierda, una escalera en forma de caracol daba al segundo piso; y los cuadros que adornaban el pasillo durante el trayecto, extrañamente, no tenían ningún retrato o alguna foto de la familia que habitaba allí.

Astoria siguió con complacencia a la mujer que los guiaba. Juntos entraron al cuarto que ella abrió, dejándolos pasar para luego marcharse y cerrar la puerta tras de sí.

Cuando Draco miró al frente, una mujer de cabellos oscuros le devolvía la mirada.

Estaba parada a un lado de una pequeña mesa con una expresión impenetrable, y usaba ropa que era a todas luces bastante cara. Debía tener unos cuarenta años, quizás menos, y sus facciones eran suaves a pesar de su gesto duro. Le resultaba algo familiar. Ella les hizo un gesto hacia las sillas para que tomaran asiento, y cuando lo hicieron, la mujer se sentó también, sin dejar de analizar cada uno de sus movimientos.

—Buenas tardes, ¿desean una taza de té? —dijo, en un acento pomposo. Astoria y él negaron con la cabeza—. Muy bien... discutamos los asuntos por los que me han honrado con su visita, entonces.

Todos los presentes podrían ser mucho más formales de lo que ya eran. Podrían pasar por cada uno de los manuales de etiqueta que se tenían en esas situaciones, sin ir al grano. Mas, era notorio que la señora de la casa estaba nerviosa, y ellos tampoco tenían mucho tiempo para contarle el por qué de su visita como para malgastarlo en tonterías.

Astoria le dedicó una sonrisa antes de hablar.

—Trataré de ser lo más franca y breve posible, señora Walker, porque no tenemos mucho tiempo.

La mujer elevó una ceja al escucharla, pero no contestó. Su boca estaba hecha una tensa y fina línea, y mientras Draco más la observaba, a ella y a su pose elegante, más familiar se le hacía.

—Entonces, no lo desperdiciemos con preámbulos inútiles.

Astoria asintió, sin borrar la sonrisa.

—Esto tiene que ver con su hijo Deneb, señora.

—¿Me podría explicar qué posiblemente tendría que ver mi hijo en todo esto? —La voz de la mujer sonaba alta y amenazante. A Draco no le impresionaba, aunque Astoria estaba tratando de ser lo más sensible que podía al respecto.

—¿Alguna vez ha visto que suceden cosas raras a su alrededor? —preguntó ella, con emoción y algo de cautela—. ¿Cómo hacer explotar vasos?, ¿levitar cosas? ¿O incluso situaciones menores, pero igualmente extrañas?

Algo en el gesto de la mujer se fracturó.

—Mi hijo es completamente normal, muchas gracias —dijo ella entre dientes.

—No, no, señora. Me está malinterpretando —Astoria se apresuró a rectificar, en caso de haberla ofendido—, y como le he dicho, no tenemos demasiado tiempo. Su hijo, está lejos de ser normal. Su hijo es extraordinario.

Las mejillas de la mujer se tiñeron de color carmesí, claramente ofendida. Draco rodó los ojos, a sabiendas de lo que probablemente iba a decir a continuación.

—Le voy a pedir que se va-

—Su hijo es un mago —soltó él entonces, sin un poco de anestesia.

Las cabezas de las mujeres se giraron a encararlo cuando habló. Una, sorprendida, y la otra evidentemente molesta por su intromisión. A Draco no le importaba. Necesitaban salir de allí lo más rápido posible o llegaría gente que no debía.

—¿Disculpe?

—Así como lo escuchó. Su hijo presentó signos de magia hace una hora, lo suficientemente fuertes como para que nuestros sensores en el mundo mágico la hayan detectado.

—Disculpe a mi compañero, él no-

Draco, sin esperar la indicación de Astoria, sacó la varita mágica desde su bolsillo y la giró entre los dedos, para que la mujer la viera.

Y luego, sin pensar ni un poco en las consecuencias, apuntó a una de las tazas puestas encima de la mesa y la hizo levitar por arriba de ellos, para luego dejarla caer en el mismo lugar.

Un silencio sepulcral se extendió por la habitación, mientras Draco continuaba jugando con la varita, creando florituras de rastros de magia. Podía sentir la incredulidad de la mujer cambiar lentamente a algo diferente, y a Astoria mirar nerviosa. Quizás Draco había sido indolente, pero no le importaba. Había algo en la mujer que le decía que si no eran frontales, si no le entregaban pruebas, si se daban demasiadas vueltas... no les creería. Probablemente ni siquiera los dejaría terminar lo que tenían para decir. Draco sentía que ese era el mejor curso de acción.

Cuando volvió a prestarle atención a la señora, esta estaba con una mano encima de su pecho, e intercambiaba la mirada entre ambos. Sus ojos se encontraban llenos de lágrimas gracias al terror, y parecía a punto de echarlos a patadas de allí.

De todas formas, no tenía manera de negar lo que había visto.

—¿Es esta una especie de broma? —exigió ella, con un ligero temblor en la voz. Draco sintió otra vez esa extraña familiaridad al escuchar su intento de compostura.

—En absoluto, señora —respondió él con calma—. Y si estamos aquí es porque su hijo corre peligro. No podemos perder demasiado tiempo, así que como yo lo veo, tiene dos opciones. La primera: negarse a la realidad, echarnos, volverse loca y conseguir que su hijo sea, muy probablemente, asesinado...

—¡Draco!

—... O, escucharnos y seguir al pie de la letra lo que le diremos para que puedan salvarse ambos, antes de que los encuentren —completó él, ignorando a Astoria.

El labio inferior de la mujer temblaba, sin apartar los ojos de él. Draco nunca había entendido cómo para los muggles era tan difícil procesar que la magia existía. Era tan natural en ellos; él creció con eso. Para Draco era como que una persona se asombrara porque las camas existían, y que uno dormía en ellas por las noches.

—¿Quiénes? —decidió preguntar la mujer, mareada y asustada—. ¿Quiénes quieren hacerle daño?

—Los Mortífagos —respondió sin dudar.

Astoria le pegó una patada para nada sutil por debajo de la mesa, aunque Draco no le prestó atención. La señora acababa de pellizcarse la mano con tanta fuerza que él podía ver la piel tornarse roja. Intentaba despertar.

Él hacía eso también, los primeros años después de la Segunda Guerra.

—Verá, señora Walker —Astoria decidió tomar las riendas de la conversación—. Desde 1998 nuestro mundo está siendo gobernado por un mago oscuro, el Señor Tenebroso, quien odia a los magos nacidos de mugg- de gente común y corriente, como usted.

Puesto así, sonaba como un chiste. Oh, Draco quería que lo fuera, que fuera tan ridículo como se escuchaba. Una caricatura.

—¿Qué? —murmuró la señora más perdida.

—Su hijo no tiene ni un padre mago, ni una madre bruja, ya que asumo que usted no lo es. Lo que lo hace un nacido de gente común —Astoria trató de darle otra sonrisa gentil—. El Señor Tenebroso quiere acabar con los magos nacidos de gente común, ya que los encuentra indignos de su magia y los acusa de robarla-

—Mi hijo no ha robado nada —la señora Walker interrumpió con fuerza. Astoria parpadeó.

—Lo sé, señora —dijo con suavidad—. Por eso estamos aquí. Sé que es mucho para procesar...

—Se supone que nuestro deber es dejar inconsciente a cada persona de esta vivienda —Draco decidió interferir, cansado—, que por lo que veo sólo es usted y la mujer de la entrada. Nuestro deber es borrarle los recuerdos, y cualquier registro de que usted hubiera tenido un hijo alguna vez. Llevarlo a él a la fuerza al mundo mágico, donde se le realizará una prueba. Si la magia de su hijo es lo suficientemente fuerte, se le concederá el permiso de estudiar en la escuela para magos de Escocia. Si no, será acusado de robar su magia, forzado a ponerse inhibidores de esta, y luego será convertido en un esclavo.

—Pero no haremos eso —se apresuró en añadir Astoria, al ver cómo la mujer empalidecía—. Por esa razón estamos aquí, para que su hijo no tenga que vivir nada de lo que mi compañero acaba de explicar.

La señora Walker trató de tomar una de las tazas encima de la mesa, ya fuera para beber o para tener algo que hacer, pero sus manos estaban tan temblorosas que a mitad de camino esta cayó y la porcelana se estrelló contra la cerámica. Draco, de forma inconsciente, apuntó la varita hacia el objeto y lo reparó, dejándolo nuevamente en la mesa.

La mujer dio un respingo.

Honestamente, Draco no sabía qué más podían decirle. Le preocupaba un poco, saber lo insensible que era al sufrimiento ajeno. Pero... las cosas eran bastante simples, al final del día. O la señora les creía, o su hijo corría peligro; no había de otra. Si fuera Narcissa la que estuviera en su lugar, por ejemplo, no dudaría en escoger la primera. Su madre movería cielo y mar por verlo bien. Draco no podía concebir que otras madres eligieran distinto sólo por miedo.

—¿Ustedes no son enviados de ese... señor, entonces? —preguntó con lentitud la mujer, aún con los ojos puestos en la taza.

—Técnicamente, sí. Pero no. Lo que pasa es que en estos momentos se está dando una guerra, y la única forma de sacar a ese hombre del poder es afiliarse con el otro bando, que es- —Astoria se mordió la lengua, para evitar divagar sobre temas que no eran realmente importantes—. Da igual. El tema aquí es, que hemos venido a salvar a su hijo antes de que otros vengan a llevárselo.

La señora Walker se llevó una mano al borde del ojo, limpiando la lágrima que estaba a punto de caer. Cada movimiento parecía estar dominado por el puro shock.

—No- no- tiene que haber una equivocación —dijo negando repetidas veces—. Les voy a pedir que se vayan-

—Señora —Draco la detuvo, subiendo una ceja—, si no coopera, su hijo puede morir. Está en sus manos desechar nuestras palabras y arriesgar su vida.

La mujer paró sus movimientos y los miró. Draco sabía que era demasiada información y que su cerebro racionalmente estaba intentando comprenderla. Sin embargo, de nuevo, no le importaba. No había tiempo para esa mierda.

El miedo era una cosa fascinante. Cada persona reaccionaba distinto a este. A algunos los paralizaba, a otros los hacía actuar, y unos cuantos se enfurecían al sentir aunque fuera un pequeño vestigio. Sin embargo, una cosa era segura. Cuando una amenaza estaba al borde de atentar contra tu vida, o contra la de alguien que amas, ese terror mutaba de inmediato y se transformaba en instinto de supervivencia.

Existía una diferencia entre escapar del miedo, e intentar seguir con vida.

La gente que sobrevivía nunca era tan idiota para escoger lo primero.

Finalmente, Tabitha Walker tomó una honda respiración y entrelazó las manos, manteniendo la compostura de la que un sangre pura estaría orgulloso.

—¿Qué tengo que hacer?

Draco esbozó una sonrisa desagradable.

De alguna forma, sabía que eso pasaría.

—En circunstancias normales, le ofreceríamos refugio para su hijo dentro del mundo mágico —contestó Astoria—. Pero como veo que tiene los recursos, lléveselo lejos del Reino Unido, lo más lejos que pueda. Si es posible, fuera de Europa.

Tabitha volvió a respirar hondamente, su cuello se hundió con la acción. Draco creía que se estaba ahogando.

—¿Qué?

—Y debe ser ahora, señora Walker —continuó Astoria—. O la encontrarán y todo esto será en vano.

—Pero- pero, ¿qué puedo hacer? ¿Cómo lo ocultaré?

—¿Tiene un avión, o un jet privado?

Draco no tenía ni la mínima idea de qué carajos era un avión, pero vio a la mujer asentir. El pánico estaba escrito en cada línea de su persona.

—Perfecto, tómelo. ¿Tiene los medios para falsificar su destino? —Otro asentimiento—. Bien. Hágalo. Lleve a su hijo lo más lejos posible y resida allí. Cuando el chico dé otra señal de magia la federación mágica de ese país irá a visitarla, y usted le explicará todo esto. Ellos la ayudarán.

La mujer se puso de pie al fin, con brusquedad, y alisó los pliegues de su traje. Su mente pareció enfocarse en el único objetivo aceptable.

Su hijo.

—Bien. Bien-

—¡Mamá!

La voz de un niño resonó por las paredes, haciendo que ella se pusiera el doble de nerviosa. Tabitha Walker caminó hacia la puerta de la habitación y la abrió con fuerza, al mismo tiempo que Draco y Astoria se levantaban también.

—¡Mamá, pue-! —La cabeza de un pecoso niño de poco más de seis años se asomó por la puerta, quien calló al ver a los extraños dentro de la sala—. ¿Hola?

—Deneb —su madre ignoró la confusión del pequeño—. Necesitamos irnos.

—Pero-

—No hay tiempo, vamos a tu habitación y junta todas las cosas que puedas.

Tabitha salió del salón principal, tomando a su hijo de la mano, y comenzó a subir la escalera de caracol. Draco no la siguió hasta que esta comenzó a disparar preguntas en su dirección. No tenía idea de por qué se dirigía a él, pero, de nuevo, no lo consideraba tan raro porque ella se le hacía bastante conocida.

—¿Hay alguna forma de llegar al lugar al que quiero llegar más rápido? —le preguntó, agitada y desesperada—. Ya saben, con...

—Si nos Aparecemos —Draco completó—, estará ahí en segundos.

La mujer asintió, y comenzó a gritar a mitad de la escalera, perdiendo el decoro.

—¡Clara! ¡Necesito que organices mis cosas más importantes, por favor!

—Señora, qué-

—¡Ahora! —cortó a la mujer que los había recibido—. ¡Trae tus cosas más importantes también!

—Mamá, ¿qué está pasando?

Llegaron al segundo piso al fin, mientras Astoria se quedaba abajo y ayudaba a la tal Clara. Draco se paró al borde de la escalera, mirando cómo en medio del segundo piso, la mujer se separó para mirar directo a los ojos de su hijo evidentemente asustado. Tabitha se puso de cuclillas frente a él, acariciando con suavidad su mejilla y el puente de su nariz.

—¿Recuerdas, como siempre te digo que todo esto —preguntó ella, mientras continuaba trazando sus pecas—, son estrellas, y que tú eres una estrella también?

—Mamá, no entiendo-

—Resulta ser que eres más que una estrella, Deneb —lo interrumpió ella, bajando la voz para sorprenderlo—. Eres... eres un mago. Y lo que sucede es que...

El niño abrió los ojos tan exageradamente, que hizo sonreír a la preocupada señora Walker, mientras ella le explicaba todo, todo lo que acababan de decirle, pero como si fuera una excelente noticia. Aunque Draco ya no estaba prestando atención, y mientras la mujer retomaba la marcha y comenzaba a empacar, un ramalazo del más crudo dolor lo atravesó, dejando sus nervios expuestos. Porque se vio enfrentado a darse cuenta por qué ella se le hacía tan familiar.

El recuerdo llegó a él sin pedirlo.

Narcissa lo acurrucaba para dormir, como hacía todas las noches desde que el pequeño Draco tenía consciencia. Ambos estaban tendidos en la cama de su habitación, que tenía luces verdes girando en el techo las cuales simulaban ser estrellas.

Su madre acababa de contarle un cuento sobre una de las constelaciones, y ahora lo miraba atentamente. Draco, a sus seis años, estaba acurrucado contra su pecho mirando hacia arriba y detallando cómo el resplandor cubría las facciones de Narcissa.

—Todas estas —dijo ella, trazando una línea por encima de sus mejillas y pecas—, son pequeñas estrellas...

Draco había tratado de sacarse el dedo de encima, enterrando aún más la cabeza en el costado de su madre. Pero ella rio, ligera y suavemente. Incluso todos esos años después Draco podía ver el amor en sus ojos.

—Y tú, Draco —continuó ella, hablando en su oreja—, eres... mi estrella más brillante.

El niño del recuerdo soltaba un quejido, porque su madre decía eso todas las noches y, honestamente, era agotador. ¿Qué diría Theo si se enterara? ¿Qué diría Pansy?

—No soy un bebé —se quejó, aunque abrazó a su madre de todas formas, cerrando los ojos.

—Oh, Draco —respondió ella, y Draco podía sentir la sonrisa en su voz—. Tú siempre serás mi bebé.

Draco despabiló, volviendo al presente cuando el chico botó sin querer un montón de cosas en su cuarto, y se dio cuenta de que todo ese rato había estado mirando fijamente al punto donde madre e hijo intercambiaron palabras.

Se llevó una mano a la cicatriz del rostro, sintiendo cómo un nudo se instalaba en su garganta al saber que las pecas que antes adornaban su cara, ya no estaban ahí, porque esa herida las cubría por completo. Era como una representación simbólica de cosas que se habían ido, y que ya nunca más tendría.

Draco genuinamente había pensado, a esa edad, que su madre estaría para siempre, por los siglos de los siglos, contando sus pecas y diciéndole que era una pequeña estrella. Que siempre estaría ahí para recordarle lo especial que era y lo mucho que lo amaba.

Pero no. No.

Eso no iba a suceder porque su madre estaba muerta.

Draco se llevó una mano al pecho, queriendo escapar de esa revelación que por fin se anteponía a él, incapaz de ser evitada. Incapaz de ser desmentida.

Estaba muerta.

La realización lo atravesó como una daga.

Su madre estaba muerta. Estaba enterrada en la Mansión Malfoy, y Draco ya nunca más volvería a verla. Nunca más. Se había ido, y para siempre. Draco llevaba meses sin pensar en ello, y por supuesto no había mejor momento que ese para tener ese choque de realidad.

Tenía que moverse, lo sabía, no quedarse perdido en sus pensamientos, pegado en un pasado que se había esfumado en un fragmento del tiempo. Un pasado que colgaba de su cuello como una condena, un recordatorio. No podía sentarse a pensar en su madre. Pero su cabeza, su cuerpo, no era capaz de obedecer al grito desesperado de su corazón que le imploraba seguir. Seguir. Seguir-

Le parecía inconcebible.

De pronto, en medio de esos sentimientos que amenazaban con desgarrarlo, Draco sintió cómo una avalancha mágica se acercaba a la casa. Sus propios movimientos eran lentos, reviviendo el recuerdo de su madre, pero necesitaba concentrarse por ahora en el presente. O terminarían todos muertos.

Astoria se asomó por la escalera, justo cuando Draco la iba a llamar.

—Mis compañeros —le dijo, evidentemente preocupada—, nos estábamos tardando mucho. Vienen a buscarlos.

Draco dejó salir un respiro.

Mierda.

—Llévatelos —Astoria le dijo, haciendo que Draco se negara al instante. No la persuadió—. Ahora.

—¿Y tú?

—Yo lidiaré con ellos.

—Astoria-

—Draco, vete —lo interrumpió con decisión—. Vete ahora. Yo tengo habilidades de persuasión, tú las conoces muy bien. Nunca he roto un plato a sus ojos, no me harán nada. Vete tú. Llévatelos, o nos descubrirán a todos.

El solo prospecto de dejar a Astoria allí le provocaba un retorcijón en el estómago. No podía. Si le pasaba algo, no tenía idea de cómo seguir viviendo.

—Ven conmigo —casi rogó. Astoria estaba a punto de replicar con millones argumentos, mas su mirada fue a parar a la puerta delantera de la casa.

—Draco —le dijo agitada—, ¡¡ahora!!

Sonaba completamente desesperada, y él entendía, racionalmente lo entendía, pero no podía perder a Astoria. Le tenía cariño, era innegable, y acababa de ser consciente de que su madre estaba muerta.

Su madre estaba muerta.

Mierda.

—¡Clara! —la señora Walker gritó, al percatarse del alboroto—. ¡Sube ahora!

La mujer llegó en unos cuantos segundos, sosteniendo bolsos y papeles. Tabitha y su hijo la imitaron, pero con maletas. Draco apuntó la varita a cada una de ellas y las hizo pequeñas, para que les cupieran en una mano, cosa que hizo lloriquear a la tal Clara y sacar una exclamación de asombro al pequeño.

—Tómense las manos. Los voy a Aparecer —les informó—, sólo durará un segundo.

Antes de que alguno lo consintiera, Draco los agarró de los brazos, y pensando en el primer lugar que se le ocurrió, un tirón nació en su estómago mientras el mundo giraba a su alrededor, alguien gritaba a su lado, y él los Aparecía lejos de allí.

•••

Cuando cayeron en las montañas, en el punto ciego que la Orden tenía para pasar al mundo muggle, sus acompañantes se soltaron de él. Draco podía ver que estaba tomando todo de ellos no ponerse a vomitar ahí mismo. El niño empezó a llorar, aterrorizado por la repentina Aparición, y la señora Walker temblaba tratando de tranquilizarse tanto a sí misma como a su hijo.

—Tranquilo... —le dijo ella, abrazándolo—. Tranquilo, ven aquí.

Draco volvió a tener un recuerdo de Narcissa haciendo exactamente lo mismo, la primera vez que lo había Aparecido a otro lugar cuando él era un niño. Tuvo que darles la espalda.

—Oh, por Dios —oyó a la otra mujer, Clara—. Oh, Dios mío.

Sonaba más afectada que los otros dos, porque ella no tenía idea de qué carajos estaba sucediendo, en absoluto. Draco tampoco tenía intenciones de explicarle.

Su interior estaba hecho un manojo de nervios, al no saber qué estaba sucediendo con Astoria, o si podría escaparse. Necesitaba que lo hiciera porque la incertidumbre lo estaba volviendo loco. Sin contar la carga emocional que estaba asentándose en sus hombros, recordándole una realidad que llevaba evitando demasiado tiempo. Metió las manos en los bolsillos de su túnica, sólo por hacer algo, y encontró allí la capa invisible de Potter. Se aferró a esta como si él estuviera a su lado. La había olvidado. Debió dejársela a Astoria, pero la olvidó. Una parte de sí se arrepentía. La otra, la egoísta, estaba jodidamente aliviada de tener un pedazo de Harry junto a él en ese momento.

Narcissa-

Draco sacudió la cabeza, necesitaba concentrarse. Había llegado allí porque fue el primer lugar en el que pensó, pero no tenía idea de donde dirigirse ahora, y abrir la puerta del duelo no traería nada bueno. No conocía prácticamente nada del Londres muggle. Nada. Pensar en sentimentalismos no iba a resolver ningún problema.

—No puedo Aparecerlos —les dijo entonces, con su mente aún nublada—, sin haber estado o conocer al lugar donde se dirigen, lo siento-

—¡¿Entonces nos quedamos aquí?! —exclamó Tabitha Walker, horrorizada—. ¡¿Cómo-?!

—No- no... Esperen.

Porque era la única opción que le quedaba, Draco sacó su varita de nuevo, e intentó concentrarse en cosas felices o poderosas. Pero en ese instante, le costaba más que nunca. El llanto del niño no había cesado, y las exclamaciones de la otra mujer tampoco parecían querer detenerse. La voz de Tabitha le recordaba demasiado a su madre como para tratar de evocar una memoria que no lo hiciera tomarse la cabeza, y ponerse a gritar del dolor ahí mismo.

Por lo que Draco pensó en las cosas más intensas que guardaba dentro suyo. Pensó en el día que sostuvo el cadáver de Narcissa, y pensó en la visita a Lucius en Azkaban. En la noche que Theo fue herido, o cuando se enteró de lo que le estaban haciendo a su madre. El momento en el que supo que su padre era inocente, y la noche en la que Harry había llorado entre sus brazos, mientras él le aseguraba que nada era su culpa.

Draco agitó la varita, conjurando el Expecto Patronum como Potter le había enseñado. Prontamente el thestral se materializó en frente de él, mirándolo y esperando el mensaje que quería dar. Draco casi deseó poder tocarlo.

Era una prueba de que su madre había existido.

—Potter, necesitamos que nos envíes a Kreacher de inmediato —le dijo, sonando brusco y ausente—. Y necesitaré que vengas a las montañas donde pasan al mundo muggle con un grupo de siete personas, lo antes posible. No puedo explicar mucho, pero... —Draco respiró hondamente, mientras sacudía la cabeza una vez más—. Necesito que confíes en mí.

Necesito que confíes en mí.

Draco estaba consciente de que era una petición hipócrita y difícil, por no decir imposible. Cuando tuvo la confianza de Harry, aquella que tanto le costó conseguir después de meses y meses de cuestionamientos y acusaciones... lo decepcionó. La tomó, y la hizo jirones, porque era lo único que Draco sabía hacer. Pedirle a Potter que volviera a confiar en él luego de un historial tan turbulento como el que compartían, para cualquiera otra persona sería risible.

Draco no se arrepentía de muchas cosas. Siempre se decía a sí mismo... que hacía lo necesario. Lo necesario para sobrevivir, por mucho que lo detestara y se odiara luego. Pero una de las pocas cosas que le hacía querer remediar sus acciones, volver al pasado y jamás haberse transformado en el hombre que era... se trataba de la mirada de Harry cuando perdió la fe en él.

Necesito que confíes en mí.

El thestral pareció asentir ante sus palabras y esperó las últimas indicaciones. Draco se dio la oportunidad de detallarlo un poco más, con una opresión en el pecho.

—Ve a buscar a Harry —comandó por lo bajo.

El Patronus se marchó.

Cuando volvió en sí, miró brevemente por encima del hombro y observó que las tres personas que momentos atrás habían estado al borde de un ataque de pánico, ahora lo miraban con la boca abierta, claramente impresionados por el conjuro. Seguían luciendo como si fueran a desmayarse en cualquier punto, pero ya no parecían tan aterrados como antes. Draco casi esbozó una sonrisa amarga.

Sin importar qué tan oscura pudiera ser.

La magia, al fin y al cabo... seguía siendo magia.

Draco se sentó en la hierba sin preocuparse de que estuviera mojada, y se quedó mirando al frente, donde al otro lado detrás de las barreras de la cuarentena, estaba el mundo mágico. La división entre una realidad y la otra era tan clara que hizo que las ganas de llorar subieran de nuevo por su cuerpo. La de metros allá era gris, y fría. Él la conocía mejor que nadie. En la que estaba en ese momento, el sol ya se estaba escondiendo pero los destellos rojizos eran brillantes y la brisa era más cálida de lo que Draco había sentido en años.

—En unos minutos aparecerá aquí un elfo doméstico —informó, sin girarse de nuevo a ellos, que se escuchaban un poco más calmados—. Es una criatura de no más de un metro. Fea, pero inofensiva. Él les ayudará a llegar al lugar que necesitan ir, si les dan la dirección.

—¿Q- qué?

Draco no respondió.

•••

Casi seis minutos después en los que se dedicó a mirar fijamente el pasto y mantenerse en una sola pieza, el crack de una múltiple Aparición retumbó en sus oídos. Cuando miró al frente, Potter, Granger, Theo, Luna, Kingsley, Bill y Fleur se encontraban allí, con Kreacher caminando a un lado del primero. Potter conversaba con él. Ambos se veían bastante serios.

Draco se levantó de su lugar, mientras ellos se ponían en el círculo del ritual que los ayudaba a romper las barreras. Por unos breves segundos, Theo y él cruzaron miradas. Su amigo estaba perturbado, y buscaba a Astoria entre la familia a su espalda, con preocupación. Potter hacía exactamente lo mismo. Lamentablemente no encontrarían nada.

Mientras Potter se paraba al medio del círculo, el resto procedió a hacerse cortes en las manos para luego tomárselas. Kingsley recitó palabras que Draco no alcanzaba a distinguir, mientras escuchaba al niño preguntarle a su madre qué era todo eso. Tabitha estaba tan confundida como él.

El ritual duró más de lo que tardó cuando fueron a Austria, y a pesar de que Draco sentía que eso había sido hacía años, tenía el recuerdo muy vívido en su cabeza. Las dificultades probablemente tenían que ver con las medidas que Voldemort implementó, para hacer más difícil la huida del mundo mágico. Al cabo de unos largos minutos, se creó un agujero en la barrera y Kreacher pasó a través de él. Draco no tenía claro si es que Kreacher necesitaba del ritual para pasar al mundo muggle o en realidad habían hecho la apertura para que Draco ingresara al mundo mágico. La verdad, no le importaba. No en ese instante.

—Kreacher, necesito que... —dijo Draco cuando el elfo estuvo lo suficientemente cerca, y Kreacher lo escuchó casi con adoración, al ser parte de los Black. Draco se volteó para hablarle a las mujeres—. ¿Cuál es la dirección a la que desean ir?

Ahora, los tres pares de ojos estaban fijos en la criatura ante ellas, y el niño lo observaba con una mezcla entre adoración y miedo. Kreacher tenía cara de amargura, y a pesar de que Draco sabía que los elfos domésticos no eran muy agradables de ver, no creía que fuera para tanto revuelo.

Finalmente, temblando, la señora Walker murmuró la dirección. Draco se giró nuevamente a Kreacher para hablarle.

—Necesito que los lleves y los dejes allí. Que no los vean. ¿Puedes volver una vez que ellos se marchen de tu vista?

El elfo asintió con determinación y dio un paso al frente, caminando donde las mujeres y el niño aguardaban su destino; un destino que había cambiado drásticamente en el transcurso de unas horas.

—Bien —dijo Draco, y miró de nuevo la barrera.

Esta había empezado a cerrarse, seguramente gracias a lo reforzada que estaba, y él se apresuró a entrar. A sus espaldas, oyó las voces de las mujeres desvanecerse y prontamente, otro crack de Aparición.

Cuando Draco pasó al otro lado, sintiendo el frío calar sus huesos, la familia ya se había marchado.

De inmediato empezaron las preguntas. Decenas y decenas. Qué había pasado. Dónde estaba Astoria. Quienes eran ellos. Por qué Draco los había llamado. Qué había hecho. ¿Estaba herido, acaso?

Pero Draco no tenía la energía para responder nada. Poco a poco la desolación estaba tomando el control de su persona, y no tenía idea cuánto tiempo iba a aguantar. Llevaba meses sosteniendo sus pedazos a base cinta adhesiva y pegamento, y había bastado la escena de una madre con su hijo para que poco a poco comenzaran a caerse.

Ni siquiera notó cuando una mano se aferró a su hombro, y un tirón se apoderó de su estómago, Apareciéndolo lejos de allí.

•••

Draco tenía dos personas a cada lado, y por el aroma podía adivinar que se trataba de Theo y Potter. Ambos iban callados y no permitieron que nadie le hablara, a medida que entraban a la base y avanzaban por el laberinto. Cuando estuvieron dentro de la mansión, Draco escuchó a ambos intercambiar preguntas brevemente, para luego ser guiado a una de las salas en la parte trasera de la casa. La sala en la que Astoria y él habían estado hablando horas antes.

Astoria.

Draco entró al cuarto con la mirada fija en el suelo, y se apoyó en la primera pared que vio, tratando de regular una respiración que no se calmaba. Cuando miró hacia arriba, Potter estaba apoyado también, unos cuantos centímetros a su lado, en la puerta.

—Malfoy —dijo con cautela—, ¿qué sucedió?

Potter estaba mordiendo sus mejillas, y lo miraba fijamente. Había algo distinto en él, distinto a la forma que lucía horas atrás cuando se despidieron. Ahora se veía algo... suave. Tan suave, que Draco casi podía olvidar quienes eran. Casi podía olvidar su odio, y que en un punto desearon lo peor para el otro.

Casi.

—Unos compañeros de Astoria... llegaron cuando estábamos tratando de sacar a las muggles... y al niño de allí —explicó, no sin dificultad, observando la neutra cara de Potter y pasándole la capa. Este la tomó sin prestarle mucha atención—. Ella se quedó... porque dijo que sabía cómo lidiar con ellos... y me ordenó poner a salvo a la familia.

—¿Pero cómo está Astoria?

—No lo sé... —Draco dijo, sintiendo su garganta quemar. Que esté bien. Que esté bien. Que esté bien—. Me obligó y rogó para que me marchara... Dijo que no le sucedería nada.

La incertidumbre teñía los rasgos de Potter, pero ahora era notorio que había estado esperando un golpe más duro. Que Astoria estuviese muerta, o que incluso Draco la hubiera torturado, como hizo con McGonagall. Saber que había una posibilidad de que Astoria estuviera viva y bien lo había aliviado bastante.

—Estará bien —dijo Potter, seguro—. Es verdad que Astoria sabe cómo manejarlos.

Draco no respondió. No quería aferrarse a esa esperanza, y no era como si pudiera pensar en algo más que la preocupación que ya lo embargaba. Sólo deseaba que Astoria estuviera viva, pero... ¿y si no?

Él sabía muy bien que era bastante posible que eso pasara, que nada ni nadie duraba vivo mucho tiempo bajo el gobierno de Voldemort.

¿Y qué sucedería entonces?

¿Draco tendría que pasar por el mismo duelo que pasó con Narcissa otra vez?

Los recuerdos de horas atrás llegaron a su mente de sopetón. Draco revivió –de forma muy masoquista– cómo la señora Walker se había puesto de cuclillas para decirle al niño que él era una estrella, y que era especial. Revivió la determinación de esa madre, quien movió montañas y volcanes para que su hijo sobreviviera, cuando notó que estaba en peligro.

Draco sintió un nudo en la garganta.

Se sentía como un absoluto imbécil, un inmaduro. Porque envidiaba a ese niño pequeño, porque él tendría por muchos años lo que él había perdido antes de tiempo.

Porque Narcissa no iba a volver.

Draco trató de acallar ese pensamiento, de negarlo. De tratar de convencerse a sí mismo una vez más que al final del camino la tendría a su lado de nuevo- pero ya era imposible.

Se sentía como si la acabara de perder.

Narcissa no iba a aparecer un día para despertarlo y decirle que todo había sido parte de una pesadilla muy fea. Su madre estaba muerta. Por más que Draco quisiera engañarse pensando que dentro de unos meses su visita de Azkaban llegaría, y él la vería de nuevo, eso no iba a suceder.

La gente se la pasaba afirmando cosas con palabras como «siempre» y «jamás». Se la pasaba diciendo cosas como «Siempre estaré a tu lado», «Jamás dejaré de amarte», «Siempre me tendrás». Pero no se es consciente de lo terminal que son esos conceptos, hasta que pierdes a alguien. Hasta que te embarga la certeza de lo que un «jamás» significa.

Saber que, al menos en vida, jamás, jamás, jamás vas a volver a alguien, escucharlo, hablar con él... debe ser lo más difícil que una persona debe experimentar. Saber que hay cosas que no pueden remediarse, que no queda hacer nada más que llorar y rogar y patalear, y que ni aún así tendrás a tu ser querido de vuelta- es suficiente para llevar a alguien al borde. Para hacerlo balancearse a la orilla de un interminable abismo.

Su garganta estaba completamente cerrada, mientras esa certeza se instauraba en cada célula de su ser. Su madre se había ido, y Draco nunca pudo despedirse. Nadie le dio la oportunidad de verla una vez más a la cara, de decirle que la amaba, que lo sentía por decepcionarla y por no estar haciendo lo suficiente. Pero que no la había abandonado, simplemente no sabía lo que le estaban haciendo ni a ella ni a su padre. Draco nunca pudo abrazarla una última vez, y comprender que donde sea que estuviera, ahora estaba bien.

Ni siquiera le dio un funeral.

Nadie lloró su partida.

Nadie lloró su partida.

El mundo siguió su curso, y el tiempo pasó, como si nada hubiera sucedido en primer lugar. Como si la vida de Draco no se hubiera quebrado y reducido a millones de piezas de la noche a la mañana, dejando nada más que el polvo del que trataba de hacer una persona. Y no debía ser de esa forma. El mundo tendría que haberse venido abajo. Las ciudades tendrían que haberse quemado y los mares tendrían que haberse secado, porque Narcissa era así de importante. Narcissa merecía que el sol no se dignara a brillar más, o que la lluvia no dejara de caer.

Pero no, ¿qué había recibido?

Que los putos elfos de la Mansión Malfoy la hubieran enterrado en la cripta, sin nadie que le dijera adiós.

Las oportunidades se habían ido, y su madre no estaba. Draco no podría buscarla. Nada que hiciera cambiaría el orden de las cosas, sin importar qué.

Era demasiado. Sabía que se estaba dejando arrastrar por el dolor y que al fin este, después de estar tanto tiempo mirando desde una esquina, vigilante y dispuesto a atacar, encontró el momento exacto para hacerlo. Draco sentía cómo estaba infiltrándose por sus venas, subiendo por su torrente sanguíneo, provocando que sus ojos picaran, y que sintiera que era capaz de desmayarse sólo para dejar de sentir.

—¿Malfoy...? —oyó a lo lejos—. ¿Estás bien?

Draco no le prestaba atención. Draco estaba reviviendo aquella vez en quinto año, cuando había vuelto a casa por las vacaciones de Yule, triste y molesto por su vida amorosa adolescente. Su madre había irrumpido en su habitación con uno de los libros que él venía pidiéndole hace años, una taza de chocolate caliente, y comida. Él saltó a sus brazos, sin importar verse mimado o inmaduro, y Narcissa le había obligado a beber del chocolate que según "ella misma había hecho", (aunque era mentira). Se había sentado en su cama, mientras Draco le platicaba sin parar acerca de qué iba el libro; y al finalizar la tarde, unos dulces aparecieron en su bandeja. Pasaron una jornada agradable que no valoró lo suficiente, que dio por sentado.

Draco siempre se daba cuenta de esas cosas,

Una vez que las había perdido.

—Malfoy.

Draco sintió unos dedos envolverse en sus brazos, y dio un paso lejos, tratando de separarse bruscamente del contacto que quemaba.

¿Por qué?

¿Por qué siempre se daba cuenta de esas cosas?

¿Cuando ya las había perdido?

—¿Qué pasó? —la voz insistió. Tenía que ser Potter—. Hey... Hey, hey.

De un momento a otro, las manos de Potter estaban en los costados de su cara, y lo estaba agarrando con fuerza, obligándolo a mirarle.

Draco trató de enfocarse en los ojos de Potter, que extrañamente lo observaban con preocupación, pero lo único en lo que su cerebro podía pensar era en que su madre ya nunca lo miraría así. No volvería a cuidar de él, y joder- Draco mataría por uno de sus abrazos. Mataría por cinco- cinco minutos más.

Sin siquiera notarlo, lágrimas habían empezado a correr por sus mejillas, llenando su boca de un sabor salado.

Draco se separó de Harry, y caminó lejos de él, al otro extremo del cuarto dándole la espalda. No podía mostrarse así, no podía. No era justo para ninguno de los dos. Debía irse. Debía marcharse ya, antes de empeorar las cosas.

Pero le era literalmente imposible detenerse. Draco sabía que sucedería eso, que una vez que el grifo se abriera no iba a parar, sin importar cuánto lo deseara.

Y ahí estaba, cayéndose a pedazos frente a Harry Potter.

Nada más y nada menos que Potter.

Aún así, al dolor no parecía importarle.

—¿De qué mierda sirve? —murmuró para sí mismo, sintiendo su respiración agitada.

—¿Qué?

—De qué mierda sirve —volvió a decir, mirando a un punto fijo del suelo y soltando una risa quebrada—. ¿De qué sirve derrotar al Señor Tenebroso?, ¿de qué sirve encontrar a Nagini o ganar esta maldita guerra? ¿Cuál es el punto?

La voz de Draco flaqueó y se giró de nuevo hacia Potter, llevándose el puño a la boca. Veía borroso. Estaba reprimiendo las lágrimas.

La perspectiva de ganar la guerra se veía tan sinsentido ahora, porque, ¿de qué mierda servía vengar a su madre? No la iba a traer de vuelta, sin importar cuánto deseara que fuera así. No le iba a regalar unos segundos más, o la oportunidad de despedirse. No le iba a dar nada.

¿De qué servía todo eso?

—No va a volver. Jamás. —Draco se llevó las manos a la cabeza, mientras un sollozo cortaba su garganta—. No va a volver, Harry. Ya no va a volver.

Todo-

Todo lo que he hecho-

He torturado gente. Los he llevado a su muerte. He sido indiferente con niños. He sido parte de este mundo nefasto y he hecho todo lo que debía y más. ¿Y para qué?

Toda esa gente muerta-

¿Y para qué?

Draco sentía que estuvo todos esos años metido debajo del agua, donde cada cosa terrible que sucedía, lo que hacía... pasaba desapercibido por él. Amortiguado por el oscuro vacío que le rodeaba, como si estuviera debajo del mar.

Sin embargo, en ese momento, era como si le hubiesen obligado a salir a la superficie, a tomar aire y ser consciente de nuevo. El mundo había adquirido un nuevo matiz, una nueva vividez. Cada elemento de él, cada acontecimiento, se sentía mucho más duro, crudo, y devastador. Como si le hubieran subido la nitidez a los colores, a los sabores y recuerdos. No era algo lejano de lo que Draco podía desentenderse, fingir que no veía, mientras navegaba por las olas como un sonámbulo. No. Draco estaba afuera, en la orilla, descubriendo la realidad.

Había olvidado cómo respirar, y sus pulmones dolían del esfuerzo. Draco sentía que las costillas se iban a romper, sólo porque finalmente se daba cuenta de que sin importar qué –las cosas que hizo en el pasado, y lo que estaba haciendo en el presente– nada nunca le traería a Narcissa de vuelta. Ni siquiera por un segundo.

No tenía idea cómo conciliar esto con quién era, quién fue, y en qué se había transformado su mundo. No tenía idea de cómo lidiar con su existencia, con lo abrumadora que era.

Soy una mierda de persona. Cuál es el punto. Cuál es el punto de seguir.

Draco sintió unos pasos ir hasta él, pero su mente estaba demasiado lejos del presente. Su cuerpo resentía cada uno de sus movimientos.

—No está. Se ha ido. —Draco soltó una risa, porque de verdad sonaba estúpido. Se obligó a repetirlo—. Se ha ido. Está muerta.

—Malfoy-

Draco perdió el equilibrio, pero, como siempre, unos brazos estaban ahí antes de que la caída impactara. Se encontraba dividido entre irritarse con él por siempre estar allí cuando caía, o dejarse sucumbir al dolor, porque había alguien a su lado que lo sostendría en el proceso.

Sin haberlo consentido, su cuerpo ya había elegido la última.

De alguna forma, ambos habían llegado al suelo, pero Potter continuaba sosteniéndolo contra sí. Draco estaba apoyando la mejilla contra su pecho y se deshacía en llanto. Los hipidos y sollozos salían de su boca sin poder evitarlos, mojando escandalosamente la camiseta de Harry, quien lo abrazaba como si de esa forma podría recomponer el jodido desastre que era Draco.

Se llevó una mano hasta su propio pecho y golpeó allí, haciendo que las heridas abiertas se quejaran. Pero es que era tanto- todo era demasiado. Se sentía como si su corazón fuera a explotar del maldito dolor. Estaba actuando inconscientemente. Todo lo que se negó a sentir durante esos meses, años, lo estaba atacando de golpe, y Draco simplemente no sabía qué hacer con aquellos sentimientos. No tenía ni la más jodida idea. Lo único que estaba evitando que perdiera la cabeza, eran los dedos de Harry enterrándose contra su piel.

Lo único que hacía sentido en ese mundo de destrucción y caos.

—... No puedes rendirte —lo escuchó murmurar. Quizá llevaba diciéndolo un buen rato—. Con mayor razón, no hagas que su muerte haya sido en vano. Ella te salvó. Te salvó.

Draco soltó un sollozo.

—No pude salvarla yo a ella. No pude-

—Esto no es tu culpa —lo cortó Potter con fuerza—. No es tu culpa.

Draco continuó llorando con más insistencia, porque, ¿qué carajos sabía Potter de culpas? Por supuesto que tenía la culpa. Tuvo que haber hecho incluso más. Tuvo que haberse desvivido. Tuvo que haber cumplido la promesa que le hizo a Eric.

Y no, nada de eso sucedió.

¿De quién más era la culpa, sino de él mismo?

—Tienes que luchar por ella —insistió Potter, al borde de la exasperación—. No puedes rendirte. Ella hizo lo que hizo para que tú estés bien, para que vivas. No puedes fallarle. No puedes. Draco-

Draco enterró la cabeza en su pecho, evitando que Potter tratara de levantarla y mirarlo a la cara. Estaba perdiendo su dignidad. Lo último que deseaba era ver a un par de ojos observándolo con lástima.

Pero tampoco podía pararse e irse, porque los brazos de Harry le brindaban seguridad como un hogar, y el calor que su piel emanaba sabía a café caliente. Draco se dejó sostener mientras no paraba de llorar, y se preguntaba cómo mierda alguien como Potter existía, y estaba allí con él, y- ¿por qué?

Él no había hecho nada bueno. Draco sólo ocasionó destrucción desde que recordaba.

Potter murmuraba palabras contra su oído. Draco no podía distinguirlas. El dolor que le recorría volvía de nuevo como un latigazo cada vez que se estaba calmando, y de pronto pensaba en Narcissa. El prospecto de regresar a la mansión era jodidamente insoportable, porque ahora sabía que sin importar qué, nadie volvería a casa además de él.

Narcissa no- no podría hacer nada nunca más.

¿En algún punto, quizás, Draco iba a olvidar cómo sonaba su voz?

¿En algún punto olvidaría su cara, o las cosas que solía hacer?

Cómo- ¿cómo no podría abrazarla de nuevo?

Era ridículo.

Su madre tenía tanto por vivir, tantas cosas que la esperaban. Debía tener un montón de secretos y tesoros guardados en su habitación, en distintos lugares de la mansión- y eso hacía Draco llorar aún más fuerte porque había tantas cosas que nunca pudo llegar a explicarle. No era sólo una pérdida reciente, a Draco le habían arrebatado a su madre ocho años atrás, luego de un 2 de Mayo.

Ni siquiera tenía dieciocho años la última vez que la vio en libertad.

Narcissa no vio las siguientes etapas, no lo vio crecer más –y aunque Draco estaba medio agradecido por ello– era jodidamente injusto que quizás, si sobrevivía a esa puta guerra... iba a estar cumpliendo treinta años, y lo único que tendría de su madre sería un jodido Patronus.

Que iba a llegar un momento, en el que él sería más viejo de lo que ella alguna vez fue.

Tendría arrugas que Narcissa nunca alcanzó a adquirir.

Draco cerró los ojos, dejando que el duelo por fin lo atacara y se llevara lo poco que quedaba de él. Y mientras Harry acariciaba su cabello, y lo sostenía con fuerza, Draco podía imaginar que quien hacía eso, era alguien más.

•••

Podría haber pasado una hora, o podría haber pasado un día entero, pero para cuando Draco al fin volvió a ser consciente del mundo que lo rodeaba, sentía que las heridas de su estómago sangraban y sus ojos se encontraban hinchados de tanto llorar.

Aunque nada de eso era comparable al dolor que le traía la certeza de que su madre estaba muerta. Como si acabara de suceder.

Percibió a Harry sacar su varita desde el bolsillo, y agitarla. Draco sintió cómo sus cortes eran limpiados, junto a su cara y la camiseta, así que lo atribuyó a eso. No se movió o habló para darle las gracias.

Draco continuaba con su cara metida en el pecho de Harry, oyendo los latidos de su corazón y su respiración pausada. Le daba un miedo gigante el separarse y tener que seguir adelante; existir fuera de ese momento en el que sólo había manos ásperas en su cabello, y brazos cálidos alrededor de su cuerpo.

Al cabo de un rato en el que sólo se escuchaban las pisadas y las voces provenientes del exterior, sintió a Potter removerse e intentar levantar la cabeza de Draco, quien se resistió los primeros segundos, sin ser capaz de encontrar sus ojos y darse cuenta de que acababa de dar el espectáculo de su vida frente a alguien que se suponía, era una persona que detestaba.

Al menos no me cortó en trocitos esta vez.

Una parte de él rio ante el pensamiento, ante lo macabro y extraño de toda la situación. Porque, si se lo preguntaban, tenía muchísimo más sentido que fuera Theo el que estuviera abrazándolo. No Harry Potter.

Pero ahí estaba, y Draco no podía separarse de él.

Finalmente, Potter logró su cometido y Draco levantó la cabeza desde su pecho para mirarlo. Los ojos del hombre lo observaban con manía tras sus lentes, buscando señales de heridas. Su boca estaba curvada en una mueca de preocupación. Draco se le quedó viendo un largo rato. Sus ojos estaban conectados.

Ni todas las estrellas del mundo brillarían alguna vez como esos ojos.

Desde esa distancia, podía detallar con claridad cómo la cicatriz de rayo surcaba su frente y acababa a la mitad de su pómulo, blanca contra la piel morena. Las mejillas de Harry estaban ahuecadas gracias al peso que había perdido, y la barba recién afeitada. Desde hacía meses que no cortaba su cabello, por lo que alguien, seguramente Granger o Lovegood, lo había trenzado, haciendo que le llegara hasta el inicio del cuello. Sus ojos- sus ojos verdes tenían manchas grises y negras alrededor del iris, y su pupila estaba dilatada.

Draco miró sus labios.

Sintió la mano ajena que había estado descansando en su cabello bajar hasta su mandíbula, y los duros dedos de Potter acariciaron la piel alrededor del labio. Draco paró de agarrar la camiseta de Harry, haciéndola puños, y dejó una de sus manos encima del cuello de Potter, sin saber muy bien por qué lo hacía.

Por unos segundos, era agradable no pensar. Sólo hacer lo que se sentía correcto.

Potter comenzó a acercarse, y Draco era incapaz de apartar la mirada. Cada partícula de sí vibraba y cantaba, diciéndole que era lo correcto. Un bálsamo, un medicamento, una anestesia para su dolor.

Sí.

Esto es lo que siempre he querido.

Esto es lo que siempre he necesitado.

Su corazón estaba latiendo con fuerza, y el del hombre también, según lo que escuchaba al estar pegado a su pecho. Draco acarició el cabello de Potter, soltando un suspiro, y dejó que se pusiera más cerca.

El aliento chocó contra sus labios, caliente, lento. El aroma de Harry nunca antes había inundado tanto sus fosas nasales. Su magia lo acarició, danzó de una forma que Draco nunca había sentido antes. Parecía cobrar vida, corear una melodía que era sólo por y para él. Era suya. Suya. Suya.

Algunos de los mechones de cabello cayeron encima de la frente de Draco, haciendo cosquillear su piel. Y... sólo unos centímetros más y lo probaría. Quizás necesitaba hacerlo desde hacía meses, quizás desde que tenía memoria-

Este era Harry Potter.

Draco exhaló con lentitud.

Potter, quien rechazó su mano a los once, a quien detestó por años. Quien luego lo maldijo en un baño mientras lloraba. Quien le demostró más de una vez la escoria que era.

Este era Potter, quien lo salvó del fuego, y quien le dijo más de una vez que lo despreciaba.

Y Draco nunca había hecho nada para ganarse esto.

Nunca hizo nada que le mereciera tenerlo tan cerca. Nada para merecer su risa, su voz, una mirada dirigida en su dirección. Nada.

Draco torturó a McGonagall.

Los labios de Harry rozaron los suyos, haciéndolo cerrar los ojos-

Y Draco se apartó antes de que pudiera suceder.

Se separó, levantándose lo más rápido que podía y sintió cómo todas las horas llegaban a él de golpe. Draco vio en perspectiva todas y cada una de las personas que hirió, que llevó a ser asesinadas, y- en vano. Gente que enloqueció y torturó. Gente que probablemente era del lado de Potter y que el mismo Potter apreciaba. Draco lo hizo, sin siquiera dedicarles más de un segundo de remordimiento durante casi una década.

Potter no podía querer eso. Estaba mentalmente afectado por la muerte de McGonagall. Y él también. Ninguno de los dos quería eso en realidad. Era imposible.

—Draco-

Draco se giró a encararlo cuando lo oyó, tratando de buscar dentro de sí algún ápice de rabia.

Potter ya estaba de pie. Su gesto estaba confundido, lucía como si quisiera acercarse, y Draco no entendía por qué. Por qué razón Potter querría algo como esto.

—¿Crees que soy una buena persona? —le preguntó, sintiendo la voz seca.

Potter se quedó parado en su lugar, apenas a unos metros de Draco, que se sentían kilómetros en realidad. Y a pesar de que todos sus sentidos le gritaban que cruzara el espacio y lo besara hasta hacerle perder la respiración, Draco no lo haría. Porque eso no les serviría ni un bien a ninguno de los dos.

Mereces una vida feliz, él le había dicho.

Bueno, con Draco no la tendría.

—¿Crees que debajo de esto hay un corazón de oro, o alguien honorable? —prosiguió, mirando a Potter fijamente. Deseaba que entendiera. Que comprendiera.

—Draco-

—No sé qué te has inventado en tu cabeza, Potter, pero no soy una buena persona. He matado gente-

—No, no lo has hecho.

Draco se quedó en silencio unos segundos. Potter había hablado con demasiada decisión. Era increíble, estaba cegado, más afectado de lo que Draco pensaba. Potter necesitaba comprender- necesitaba darse cuenta de que Draco no era bueno para él, que no podía quererlo, no podía confundirse. Había sufrido demasiado, los dos, pero sobre todo él. Harry necesitaba salir de esa guerra, conocer a alguien igual de honorable y no condenarse a sí mismo a estar con Draco.

Con Astaroth.

—Los he llevado para matarlos —corrigió, negando con la cabeza—. He torturado a tus compañeros. He hecho que desearan- que rogaran que los matara. He- —Draco chasqueó la lengua, tomando el pecho de su túnica y levantando el broche del Nobilium que relucía contra el negro, para que Potter lo viera—. ¿Sabes qué significa esto? Tengo sangre en mis manos.

—Draco...

—No- me llames así —Draco espetó, respirando agitadamente. Potter seguía plantado en su lugar—. ¿Crees que estoy aquí porque creo que es lo correcto? ¿Porque me importan una mierda los sangre sucia o los amantes de ellos? No. Estoy aquí por venganza. ¿Eso es de alguien bueno?

Harry puso en el rostro una expresión que variaba entre el enojo y la tristeza. Draco casi quería gritarle que viera, que- que eso era lo único que ocasionaba en Harry. Enojo y tristeza. Draco no era capaz de usar esas manos –esas manos que se crearon para destruir y dañar– para cuidar de él.

Para darle lo que merecía.

—No —murmuró Harry.

Draco sintió cómo un nudo se instalaba en su garganta, recordando a Eric. Recordando a su madre, y sabiendo cómo nada, absolutamente nada de lo que había hecho, valía la jodida pena.

—He hecho- cosas... Cosas que te causarían pesadillas. Cosas que veo hasta cuando cierro los ojos. —Draco se alejó, volviendo a negar—. Y no me arrepiento. No me arrepiento-

—¿Entonces por qué estás temblando?

Draco miró hacia abajo, notando que sus manos tiritaban exageradamente luego de haberse calmado. Apretó los puños y encuadró la espalda, tratando desesperadamente de dejar de sentir. Potter no era, ni debía, transformarse en una preocupación. No podía.

Oh, cómo lo odiaba. Lo odiaba. Lo odiaba. Detestaba a Potter porque- no tenía derecho de hacerle esto. De que todos sus nervios se sintieran en la superficie.

De hacerle sentir.

—Yo tampoco soy una buena persona- —dijo este, dando un paso al frente y pasando una mano por su frente. Draco apretó la mandíbula.

—¿Qué mierda estás diciendo?

—He hecho lo mismo que tú. He ocasionado la muerte de muchas personas-

—Tú has matado a la gente correcta.

—Tal vez, pero sigue siendo una vida —Harry dijo desviando la mirada, seguramente recordando—. Tú y yo... No somos tan diferentes.

Draco se sintió cómo si hubiera sido golpeado.

—¿Cómo mierda puedes decir eso? Cállate —espetó, con temor e ira. Al instante, tomó la manga de su túnica y la subió hasta su antebrazo, mostrándole la Marca Tenebrosa allí. El recuerdo de lo que era tan diferente entre ambos—. ¿Ves esto? Esto es lo que decidí. La tomé a voluntad y estaba orgulloso de eso. Esto es quién soy. Esto es todo lo que soy

Harry la miró, y Draco casi pudo ver su tren de pensamiento. Hannah. McGonagall. Incluso Ginny Weasley y todos los que habían muerto. Draco era parte del grupo que los asesinó y los hizo sufrir, y eso no iba a cambiarlo nada ni nadie. Draco, por ocho jodidos años, ocho años, fue parte de la caza de traidores y Rebeldes por motivos egoístas. Y Potter al contrario, buscaba deshacerse de ese gobierno y salvar a la pobre gente. Había mares, universos de diferencia entre ambos.

El broche del Nobilium y la Marca de su antebrazo eran sólo una prueba más.

Pero, contrario a estar de acuerdo con él y decirle que todo había sido un error, Potter dio un paso al frente, fijando los ojos verdes en su cara.

—Eres más que tus errores.

Draco sintió que las palabras se atascaron en sus pulmones para quedarse a vivir allí.

Su alma, esa parte patética que anhelaba la aceptación y el confort, se agitó feliz. Era una simple frase. Algo que llevaba esperando escuchar toda su vida. Que alguien le asegurara que se podía ser más, que no estaba siendo medido por las malas decisiones que tomó, por las equivocaciones que cometió en el camino.

Eres más que tus errores.

Eres más que tus errores.

Eres más que tus errores.

Draco lo odiaba tanto, porque no. Eso no se suponía que iba a suceder. Potter le había gritado que él era una mala persona, sabía que Draco no era más. Que nunca fue más, ni siquiera de niño. Se lo dijo, una y otra vez, Potter llevaba repitiéndolo por meses. No paraba de recordarle a Draco lo mismo, que jamás había pensado a Draco como- más. Simplemente más. Y era cierto- esto- esto era nada más que una ilusión.

Decidió aferrarse a eso, porque considerarlo como verdad, era pensar que Draco tenía esperanza. Que tenía un futuro. Pensar que podía existir algo que no fuera la persona en quien se convirtió- significaba soñar con una realidad imposible.

—Potter, Potter. —Draco rio con crueldad—. ¿Te pegaste en la cabeza? Tú me odias.

Fue el turno de Harry de reír.

No era un sonido malicioso, era desesperado. El aliento de un hombre que se estaba dejando morir.

—Créeme que- lo he intentado. Cada jodido día de los últimos meses. He intentado volver a- a... Pero no lo hago. No puedo, joder. —Draco vio cómo apretaba los puños también, impotente. Su mandíbula estaba encajada, y lo observaba como si él fuera el causante de sus problemas—. No puedo. Así que ayúdame, Malfoy. Dime cómo carajos puedo volver a odiarte, porque me repito cada día quién eres, las cosas que has hecho, y aún así- no puedo. Dime cómo carajos dejo de sentir esto por ti, porque estaría más que feliz de deshacerme de ello.

Potter dejó ir un gran suspiro cuando acabó y Draco notó cómo parecía que llevaba queriendo decir eso por mucho tiempo. O quizás, como recién acababa de dejar de reprimirlo. Las palabras estaban tatuadas en su cerebro, mientras Draco sentía que su espalda cosquilleaba, que el pulso latía desenfrenado en sus oídos.

Dime cómo carajos puedo volver a odiarte.

Dime cómo carajos dejo de sentir esto por ti.

Y el jodido idiota se veía tan guapo, con sus ojos esmeralda, su cabello trenzado y- simplemente eso no se suponía que iba a pasar. Draco se dijo a sí mismo que nunca más llegaría a sentirse así por nadie. Era una debilidad. Era un castigo.

Pertenecer a alguien era lo que todo el mundo buscaba.

Y para él era una maldición.

—¿Cómo? —dijo, preguntándose a sí mismo más que a nadie—. ¿Cómo mierda-?

—Te conocí.

Mierda. Mierda. Mierda.

Draco estaba jodido.

Quiso decirle que no, que Potter no lo conocía. Pero eso no era verdad. Potter lo conocía quizás incluso mejor que Theo; lo había hecho desde el momento en que lo vio, quince años atrás, y siempre había sabido cómo meterse debajo de su piel.

Draco no entendía cómo lo había hecho ahora también.

Cómo o en qué momento Potter logró eso, sin que él mismo se diera cuenta. Hasta que la realidad los golpeó en la cara a ambos. Por supuesto que Draco sabía que se preocupaba por que siguiera vivo, que su relación había cambiado, pero esto...

Esto era como ir por la mitad de un camino, sin haber notado en qué momento habías empezado a andar en él.

Potter dio otro paso en su dirección, y Draco agitó la cabeza de nuevo. Era demasiado. Todo era demasiado, y no tenía idea por qué había pasado ahora, cuando todo su ser le pedía volver a los brazos de Potter y vivir el duelo de su madre en paz.

—Draco-

—Déjame- —le espetó, dándose vuelta y caminando hacia la puerta. Oyó pasos tras él—. Potter, déjame-

Draco salió del cuarto, sin siquiera acordarse de Astoria o el resto. Tenía que encontrar a Theo. Tenía que salir de allí y olvidarse por un rato de quién era, a quienes había perdido, y quiénes nunca había logrado tener.

Necesitaba ser lo suficientemente fuerte para no caer en lo que todo su ser le imploraba que sucumbiera.

 

Chapter 40: Capítulo 35: Azkaban

Chapter Text

Durante la semana y media que pasó, lo único que Harry pudo hacer fue pensar en ese casi beso.

No estaba en sus manos hacer nada al respecto.

Quizá por eso no era capaz de sacárselo de la puta cabeza.

Astoria dio señales de vida dos horas después de que Draco se marchó, informando que a pesar de que fue interrogada en el Ministerio, salió ilesa y sin ninguna sospecha bajo su nombre. No era la mejor Oclumante, pero conocía los métodos de Legeremancia como nadie, así que sabía las formas de sortearlos. Y después de todo, era cierto que sus colegas y el resto del mundo mágico la subestimaba bastante; tanto como para no creerla lo suficientemente inteligente para traicionar a Voldemort. Por lo que, con eso resuelto, y sin ninguna lucha –de momento– sus pensamientos estaban divididos entre encontrar la forma de terminar esa guerra, la muerte de McGonagall, y Malfoy.

Sin ninguna otra distracción.

Trataba de no pensar en él, así como trataba de odiarlo también. Y todo eso lo traía de un pésimo humor porque lo único que lograba era preocuparse el doble de lo que ya lo hacía; como intentar quitar una daga, y cada vez que te mueves, hacer que esta se incrustara más y más.

Harry no quería eso, Malfoy y él estaban de acuerdo en aquel punto. Si hubiera estado entre sus elecciones –que no lo estaba–, no habría elegido a Malfoy de todas las personas. Por quién era; por la historia entre ambos. Malfoy había llamado sangre sucia a su mejor amiga, le había hecho la vida imposible durante su infancia a todos ellos, y sobre todo a él. Dejó entrar a los Mortífagos a Hogwarts. Y la lista seguía y seguía. De haber podido elegir, Harry definitivamente habría escogido algo más... fácil. Fácil en el sentido de: "Hola, no tenemos que lidiar con toda esta historia y estas culpas".

Pero además, no quería nada de eso porque ya había experimentado lo que era temer por la integridad de los que le importaban y terminar perdiéndolos. Harry ya se preocupaba por la gente suficiente: los Weasley, Ron y Hermione, Seamus, Luna, Astoria... No necesitaba sentir que todo su mundo podría derrumbarse de un segundo a otro sólo porque Malfoy había sido herido. Ya había sufrido lo suficiente.

Pero sin importar cuanto lo pensara, cuanto se obligara a sí mismo a ser racional... ya no podía hacer nada respecto a lo que Malfoy le provocaba, nada. Porque Harry ya sentía todas esas cosas, y no sabía desde cuándo, cómo, o por qué. Le importaba Draco, le importaba demasiado, y no de la forma en la que le importaba el resto de la gente, se había dado cuenta ya. Hasta se lo confesó como si eso fuera a traer algún tipo de alivio.

No lo trajo.

Tal vez Harry tenía la cabeza aún más revuelta que antes.

Draco le echó en cara todas esas cosas que debería odiar de él (la insignia, su Marca, las torturas), y en cambio, mientras estaban parados uno enfrente del otro, Harry recordaba las sonrisas suaves que aparecían en su rostro cuando Malfoy no se daba cuenta. Harry pensaba en su risa: baja y comedida; esa que soltaba cuando algo realmente le hacía gracia, la que parecía un secreto; un tesoro que encontrabas solamente si prestabas mucha atención. Recordaba los comentarios inintencionales que terminaban siendo graciosos, porque sin quererlo, Malfoy era una persona graciosa cuando no estaba tratando de ser deliberadamente cruel. Harry pensaba en lo inteligente que era, la manera en la que hablaba, y las cosas que hizo. Cómo lo había abrazado prometiéndole que nada era su culpa, o cómo le salvó la vida en Austria.

Carajo.

Harry quería tomar su cara y besarlo desesperadamente hasta que le doliera por haberle hecho eso, porque no era justo. Quería llamarlo, hablar las cosas, o escribirle. Y al mismo tiempo no; Malfoy lo había rechazado, y Harry reconocía que dar ese paso era un camino de ida.

Sin embargo, también quería asegurarse de que estuviera bien, porque Malfoy tuvo un colapso por su madre, y Harry necesitaba que no hiciera nada idiota mientras él no estuviera ahí. Joder, quería volver a abrazarlo para que se sintiera mejor, y tocarlo y-

Y golpearlo también.

Torturaste a McGonagall, deseaba decirle, como si su corazón no se retorciera ante la memoria. La hiciste sufrir. Casi la mataste. Has hecho sufrir inocentes. Has hecho de mi vida un puto infierno.

Te odio.

Te odio. Te odio. Te odio.

Quizás si me lo repito lo suficiente,

Empiece a creerlo.

Harry sentía que estaba incendiándose al derecho y al revés, por- desear. Simplemente querer. Eso era todo lo que había hecho los últimos días. Querer, querer, y querer. Como si eso haría que el tiempo retrocediera y nada hubiera pasado. Como si eso remediaría el puto caos que reinaba en su cabeza y todos los sentimientos contradictorios que venían de pronto. Deseaba alejarse y deseaba sostenerlo, tenerlo consigo como las cosas importantes que pueden ir en un bolsillo, eso quería. Ambas opciones.

Harry nunca se había dado cuenta de aquello, de cómo el desear quema todo lo que se puede llegar a ser. Era como si antes de que Malfoy se arrojara a sus brazos, Harry estaba completo, y desde entonces, el humo que desprendía era notable metros y metros lejos de él.

No tenía idea de qué acción tomar en realidad. Sus pensamientos iban a terminar consumiéndolo.

Por otra parte, estaba McGonagall. Harry aún no podía vivir su día a día sin acordarse de ella, e incluso se vio reflejado en Malfoy cuando este finalmente se quebró entre sus brazos. Harry se despertaba y se quedaba mirando el techo por horas, tratando de recordarse a sí mismo de que ya no estaba, y que no vivió lo suficiente para ver cómo acababa todo. Que la guerra en la que había luchado, sufrido, y perdido, todavía seguía. Que no se veía pronta a terminar.

Lo que llevaba a Harry al tercer punto que tampoco dejaba su cabeza:

La manera de acabar con ese maldito desastre.

Por lo que casi dos semanas más tarde, justo después de que Ron tuviera una de sus sesiones de recuperación de movilidad con Madam Hooch y Susan Bones, Harry entró al salón de entrenamientos y se lo pilló apoyado en la barra que McGonagall instaló para él todos esos meses atrás. Hermione estaba enfrente, permitiendo que una de las manos de Ron descansara en su hombro. Ella lo observaba con el mismo sentimiento de afecto que tenía desde que eran niños; allí, vivo en su mirada.

Hizo que Harry se sintiera solo.

Siempre había provocado lo mismo en él.

—¿Crees que ya estás capacitado para volar? —preguntó, para que lo notaran.

Hermione miró por encima del hombro e incluso la expresión de Ron se relajó al verlo, luego de tener la cara arrugada por el dolor. Aún debía dolerle mantenerse en pie y adecuarse a la prótesis de madera.

—No lo sé —respondió su amigo—. No he intentado eso, pero... Moody podía, ¿por qué yo no?

Harry le dedicó una vaga sonrisa, y Hermione también intentó darla. Ron de vez en cuando hacía eso: bromear acerca de Moody como si fuera una especie de confort. Si alguien tan capaz como lo fue él pudo hacer de todo, significaba que Ron también podía. Lo único malo era que provocaba que Harry y Hermione se alarmaran, en caso de que volviera a derrumbarse como lo hizo la primera vez que anduvo con su prótesis.

Ron soltó el hombro de Hermione entonces para permitirle que se volteara, y se afirmó completamente de la barra en la pared.

—Aunque de momento no es necesario, ¿no? —preguntó Hermione, pensativa—. No ha sucedido una gran batalla luego del... Día de las Explosiones. —Sus ojos evitaron los de Harry mientras decía lo último—. Y con los nuevos refugiados que ya se están entrenando, más los que hemos rescatado antes, creo que andamos bien de números, ¿verdad? No es necesario que Ron aprenda a volar.

—¿No soy necesario? Me dueles.

Hermione rodó los ojos al escucharlo y se giró, dejando un pequeño beso en la comisura de sus labios. Harry apartó la mirada. No quería sentirse celoso o envidiar a sus amigos por algo tan estúpido como eso; ya lo había hecho luego de la muerte de Ginny, y se prometió nunca más sentirse amargado por su felicidad. Porque se tenían el uno al otro de una forma que él no los tenía a ellos.

Finalmente se voltearon, y Harry notó que se había quedado muy callado y muy tenso, porque su mente había navegado a lugares que no debía. Recordó entonces qué estaba haciendo realmente allí, y por qué había ido a hablarles en primer lugar. Debía estar escrito en su rostro gracias a la mirada conocedora de Hermione, y a la curiosa de Ron.

—Era por eso que lo decías —preguntó ella con cautela— ¿no, Harry?

—No exactamente.

Una expresión medianamente complacida pasó por el rostro de Hermione al confirmar que tenía la razón, antes de ponerse seria de nuevo. Ron imitaba su gesto. Harry realmente no sabía cómo exponer lo que pensaba.

—Quiero acabar ya con esta guerra, estoy- harto-

—Creo que todos estamos iguales —lo interrumpió Hermione.

—Sí, pero... la única forma de acabarla es encontrando a Nagini y haciendo a Tom mortal. Y eso no va a suceder si nos quedamos esperando aquí. Si matamos a la cabeza, el cuerpo se cae. Los Mortífagos y los que lo apoyan perderían gracias a lo mucho que los hemos debilitado;las cosas son diferentes a meses atrás, han perdido influencia. No vamos a ganar la guerra quedándonos en este lugar y peleando de vez en cuando.

—¿Entonces?

Harry se mordió el labio.

—Entonces... No podemos volver a Grimmauld Place por la vigilancia que hay y porque la casa está enojada. Si mandamos a Kreacher solo, puede quedar atrapado dentro, o peor. Si va conmigo, no sabemos qué podría pasar. Además de que no tenemos idea de si el objeto que buscamos está allí.

»Andrómeda tiene la mente hecha pedazos, por lo que no puede decirnos nada sobre este supuesto objeto, y Yaxley, Rookwood y Goyle no tienen más información sobre lo que sucedía con Narcissa. El mismo Kreacher no recuerda nada. Astoria aún está recuperando las memorias de... Malfoy —Harry pronunció su nombre con indecisión, como si ya no supiera decirlo y tuviera miedo de que lo que sentía se viera reflejado en la manera en que lo pronunciaba—. Pero como ya hemos dicho, eso puede tardar meses y no sabemos qué tanto ha olvidado...

—¿A qué quieres llegar, Harry?

Harry tragó en seco, al ver el gesto sospechoso de sus amigos.

—Quiero llegar a que- —Desvió la mirada hacia la ventana—. La única opción viable que tenemos es sacar a Lucius Malfoy de Azkaban.

No.

Harry no fue capaz de mirar a Ron, pero sabía exactamente la forma en la que su amigo estaba reaccionando. El sólo oír ese nombre debía causarle repele, y, bueno, sabía desde un inicio que eso sucedería. Por lo mismo deseaba hablar con ellos antes de consultar con el resto de la Orden.

Harry trató de calmarse. Notó que afuera, el otoño estaba empezando.

—Lucius Malfoy es un Mortífago- —intentó decir Ron, pero él lo interrumpió.

—Ha estado todos estos años bajo la Imperius-

—¿Y las cosas que hizo antes? —soltó, haciendo que Harry lo mirara al fin. Su rostro estaba rojo—. Él provocó que Ginny fuera poseída. Él se rio mientras te torturaban en el cementerio cuando no tenías más de catorce, ¿acaso se te olvidó todo eso?

—¿Crees que a mí me hace gracia rescatarlo? —exclamó Harry sin poder creerlo—. ¿Crees que esto es lo que quiero?

—No sé, Harry. Dímelo tú.

Harry sintió como parte de su cuerpo se desinflaba.

Hermione no parecía haber encontrado nada extraño en esa oración, probablemente no tenía nada especial, pero su cerebro no pudo evitar conectarlo a Draco y sus sentimientos por él. Aunque Ron no podría saberlo, ¿verdad? E incluso si lo supiera...

—Sin importar lo que pienses —le dijo, lentamente—. No, no quiero rescatar a Lucius Malfoy. Literalmente es lo último que quiero, pero ¿ves otra opción? Lo más seguro es que él tenga información clave. Tom jamás se molestaría en borrarle la memoria porque es un imbécil narcisista; podemos sacar algo de eso.

Hermione comenzó a morderse una uña y desvió la mirada hacia el suelo, aunque los ojos de Ron seguían sobre los suyos, como si no pudiera creer que Harry estuviera sugiriendo tal cosa. Pero es que, ¿qué más quería? Ya había pensado en eso, y era la única opción que se le ocurría. No existía más. Y estaba determinado a llevar el plan a cabo como fuera.

—Podemos aprovechar de rescatar a más gente —trató de decir, para convencerlos—, los presos políticos, crear un buen plan y hacerlo. Que no sea sólo por Lucius.

Hermione respiró hondamente. Harry podía ver que no le agradaba, a ninguno de los dos. Aunque al contrario de Ron, Hermione estaba tratando de dejar su odio de lado para ver objetivamente. Ron usualmente era el que trataba de calmarse, pero la cólera que le tenía a los Mortífagos a veces lo sobrepasaba. Harry lo entendía.

—¿Cómo vas a decírselo al resto de la Orden? —preguntó él, ya no sonando tan a la defensiva—. ¿Cómo vas a decírselo a mamá?

—Por eso estoy diciéndoles primero a ustedes —replicó Harry, casi suplicante—. Necesito de su ayuda. No puedo- no puedo hacer esto solo.

Era cierto. De todos los cabecillas de la Orden, el más probable de escuchar era Kingsley. Pero Molly, Madam Pomfrey o incluso Robards, no querrían tener nada que ver. Había gente que aún creía que podían ganar la guerra sin matar a Voldemort y desestimarían sus argumentos para hacer la fuga de Azkaban. Harry no pensaba lo mismo. A pesar de la influencia de los Mortífagos en Europa, no veía que esa sociedad funcionara sin la cabeza al mando, ya no. El mismo Voldemort se había encargado de que fuera así.

—¿Realmente crees que es lo necesario para ganar la guerra?

La voz de Hermione había salido pequeña, como si no quisiera afrontar esa posibilidad. Harry asintió.

—Sí. Sí, y- —Soltó un largo respiro, recordando los últimos meses: la misión de Austria, McGonagall, las explosiones, y... Malfoy—. Estoy cansado, estoy tan jodidamente cansado. Han sido ocho- no, no ocho, quince años de peleas, una y otra vez. Quiero que esto termine y dejar de vivir con miedo de perderlos. —Sus amigos lo observaban con atención. Harry estaba siendo honesto, el tono de su voz lo delataba—. Creo que rescatar a Lucius es la forma.

Hermione y Ron intercambiaron una mirada, y Harry nuevamente sintió ese algo amargo subir por su estómago. Durante la caza de Horrocruxes solían hacer lo mismo, como si juntos meditaran qué tan bien de la cabeza estaba.

—Por favor —insistió Harry ante su silencio—, por favor, confíen en mí.

Y Harry sabía que era difícil confiar en él. Se suponía que tenía que haber ganado en Hogwarts, que la guerra había tenido que acabar ocho años atrás. Se suponía que él era el encargado de derrotar a Voldemort, y que él sabía donde estaban los Horrocruxes. Pero no les había dado ninguna victoria, ninguna real. Al contrario, la gente moría y moría, mientras él intentaba sacar eso adelante.

Por eso necesitaba que se detuviera. Que la puta guerra terminara de una buena vez.

—Siempre he confiado en ti —terminó diciendo Ron, con el gesto más relajado—. Nunca he dudado que nos vas a dar la victoria. Eso solo que... ¿Lucius Malfoy?

Harry sonrió ante la broma, y Hermione alargó un brazo. Harry lo tomó, para ser tirado en un pequeño abrazo que se sentía como un poco de aire entre tanto humo. Esperaba que su amiga no volviera a decir nada sobre su pérdida de peso. Ya tenía suficiente con Malfoy encima suyo recordándole que tenía que estar fuerte, muchas gracias.

—No me hace mucha gracia a mí tampoco —terminó respondiendo.

Cuando Hermione se alejó de él y Harry quedó cara a cara con Ron, este examinó exhaustivamente su rostro, haciéndole fruncir el ceño.

—¿Estás seguro de que esto no tiene que ver con...? —preguntó Ron, dejando la frase a la mitad.

El corazón de Harry se hundió.

—¿Con?

Este agitó la cabeza.

—Nada.

Harry decidió no presionar el tema, porque había cosas más importantes que discutir.

Y porque no quería enfrentarse lo que sea que Ron diría.

—¿Me van a ayudar con la Orden, entonces?

—Oh, Harry —Hermione dijo, dándole un pequeño empujón. Lucía exhausta y rota—. Nosotros siempre te ayudaremos.

Harry le dedicó una mirada de agradecimiento para luego fijarse en Ron, quien estaba mirando el intercambio como si todavía no estuviera seguro. Al final, pareció rendirse y comprender.

—Puedo intentar aprender a volar en escoba de nuevo —sugirió, encogiéndose de hombros. Harry también se sintió agradecido con él.

—Sé de un lugar que puede servirte como campo de Quidditch.

Después de que Ron le pidiera que se lo mostrara, Harry no pudo evitar pensar en Malfoy y en cómo se había visto, meses atrás, mirando el sitio eriazo del final de la mansión y diciéndole que le serviría a Harry para jugar Quidditch. Su cabello suelto caía por los costados de su rostro, el cual mostraba una expresión suave que sólo de vez en cuando tenía. Recordaba lo mucho que le había costado estar en su presencia, y que quería que se marchara, pero a la vez no, y Harry no entendía por qué.

Bueno, ahora lo sabía.

Cuando salieron al patio, con Hermione tomando a Ron cuidadosamente para que avanzara y Harry metido en sus pensamientos, unos gritos lo hicieron saltar.

—¡Señora Andrómeda! ¡Señora Andrómeda! —La voz de Padma era inconfundible—. ¡Cálmese por favor!

Harry se acercó sin dudarlo y sin esperar a sus amigos. Andrómeda se estaba sacudiendo inhumanamente entre los brazos de Padma y otro muchacho, tratando de dirigirse al laberinto y de seguro intentando escapar. Probablemente era de esos días en que la sacaban a pasear al jardín para que saliera de esa habitación. Una vez más, se comprobó que aquello no era una buena opción. No solía serlo.

Harry trató de tomarla, y Andrómeda se aferró a él, causando heridas al clavarle las uñas en sus antebrazos.

—Andrómeda-

—Ir —susurró la mujer, mientras Padma aún estaba tratando de contenerla, y hablaba por encima del alboroto—. Ir.

Harry sintió su pecho hundirse por ella.

—Lo sien-

Andrómeda se desplomó en sus brazos.

Madam Pomfrey, con ojeras y prácticamente sin vida, la había aturdido suavemente.

Los sanadores le dieron una poción calmante a Andrómeda que los ayudaría a llevarla de vuelta a su habitación, y Harry no tuvo más remedio que mirar cómo desaparecía de su vista. No había nada que nadie pudiera hacer, no realmente.

Harry volvió adonde Hermione y Ron lo estaban esperando, ambos consternados como cada vez que Andrómeda tenía esos episodios violentos. Harry no les dijo nada, simplemente los guió hasta la parte trasera de la mansión, a medida que pensaba en lo que acababa de suceder.

Andrómeda estaba ida, por completo. La misma Astoria se lo había confirmado, pero...

¿Y si aún así podía ayudarlos?

No con sus recuerdos, no, pero...

O sea, si al final de todo se descubría qué era y dónde estaba el dichoso objeto que buscaban, si Andrómeda tenía sangre Black directa... ¿quizás podría ayudarlos a conseguirlo? ¿Quizás la necesitaban, incluso? A Harry se le había pasado por la mente antes, pero nunca con tanta claridad como en ese momento. Y- y además aportaba a su plan y argumentos para sacar a Lucius de Azkaban. Era lo suficientemente fuerte como para convencer al resto.

—Hey, Harry, ¿dónde podría practicar?

Harry levantó la mirada al ver que acababa de quedarse parado a mitad de camino. Hermione y Ron lo observaban, casi llegando al laberinto de la parte trasera de la mansión.

—Yo los guío —les dijo, para así tomar la delantera y llevarlos al sitio vacío en el que había estado semanas atrás.

Cuando llegaron, Ron se quejó de que los matorrales eran demasiado altos como para volar allí, y Hermione comenzó a darle un montón de soluciones mientras le pasaba la escoba y le ofrecía llevar el control, aunque fuera mala volando todavía.

Mas Harry no escuchó, no realmente, y mientras Ron y Hermione se subían a una escoba para intentar practicar, decidió que debía pedir que la Orden se reuniera. Ya podría volar otro día. Esto estaba haciendo que la piel le picase.

—¡Voy a convocar a una reunión! —exclamó, al mismo tiempo que Hermione parecía a punto de pedirle que volara con ellos—. ¡Ya los llamaré cuando estén todos!

Y sin esperar una respuesta, se marchó de allí.

Debió haberse quedado.

•••

La reunión salió mejor de lo que esperaba, y aunque les costó convencerlos de que aquel era un buen plan, Kingsley y Robards confiaban lo suficiente en su criterio como para arriesgarse ir a Azkaban. Molly y Arthur aceptaron a regañadientes. El resto tuvo que acoplarse al plan.

La gente que se decidió que iría era Kingsley, Robards, Hermione, Theo, Seamus, Malfoy, Molly y Bill, junto a otros veinte experimentados soldados. Harry estaba seguro de que con eso, podrían entrar sigilosamente y salir con la victoria y el objetivo logrado.

Así que ya estaba hecho, entonces.

Harry le mandó una lechuza a Theo explicándole todo, y adjuntó también una nota a Malfoy, pidiéndole que se la entregara personalmente ya que él no permitía que le enviara nada a la mansión. Harry no había estado seguro si mandarla al inicio, no tenía idea en qué posición estaban... Sin embargo no podía no hacerlo. Además, no es como si hubiera dicho demasiado.

"D̶r̶a̶  Malfoy:

Vamos a entrar. Avisaremos cuándo, pero supongo que deberías, y te gustaría, estar ahí.

Recuerdo que meses atrás me dijiste que habías investigado las barreras de Azkaban; si aún tienes esa información, te agradecería que me la enviaras con T.

Sé que esto debería ser sólo una nota, ese era el plan, pero no puedo enviarla sin- no lo sé. Nunca he sido bueno con las palabras, aunque prefiero escribirlas que decirlas porque entonces soy aún peor. Sólo quiero que sepas que no me retracto de nada de lo que dije. Tú no tienes la culpa de lo que sucedió con tu madre, y creo que con mayor razón, no debes dejar que su muerte sea en vano. Debes luchar.

Y-

Tampoco me retracto de lo otro.

Y sé que no debería estar escribiendo esto, claramente no es lo que tú quieres. Además de que es mejor para los dos si dejamos las cosas así, ¿no? No sabemos hacer más que pelear, no hemos hecho nada más desde que nos conocimos. Después de todo, ¿de qué sirve esto en medio de una guerra? No tiene ningún sentido.

Aún así-

Aún así, me arrepiento más de que no sucediera, a que estuviera a punto de pasar.

Incluso cuando mi parte racional me dice que debo evitarlo a toda costa, no puedo. Y... no creo que tú puedas tampoco.

No sé qué más agregar, no sé ni siquiera si vale la pena o si puedo agregar algo. Sólo-

Cuídate.

No mueras."

Harry la encantó para que solamente Malfoy pudiera abrirla y la envió, fingiendo que nunca había escrito la última parte.

Una semana pasó desde entonces, en la que Theo entregó la información que Harry había pedido sobre las barreras, y con ella se trazó un plan mucho más completo. No hubo respuesta sobre lo último, nada, a pesar de que Harry la esperó hasta que llegó el día de la misión.

Estaban todos en el patio. Harry se encontraba inquieto, tan nervioso que sentía que iba a sufrir una combustión. No sólo porque quería que todo saliera bien, sino porque nada más estaban esperando a que Nott y Malfoy arribaran para así marcharse.

Harry se posó a un lado de Hermione, quien conversaba con Ron. Su amigo estaba preocupado por ellos, y aunque quería acompañarlos, todavía ni siquiera podía subirse a una escoba solo. Ni siquiera podía caminar solo con su pierna de madera. Por lo que se estaba despidiendo junto al clan de los Weasley. Ninguno deseaba que Molly fuera también, pero ella había insistido, diciendo que no quería que sólo sus hijos se arriesgaran, y que ella era lo suficientemente capaz de luchar también. Harry no estaba muy de acuerdo, aunque no dijo nada. Él sabía mejor que nadie lo odioso que era cuando alguien le decía que no podía pelear.

Así que se dedicó a esperar, con un nudo en las entrañas, a que Theo y Malfoy llegaran al fin. No había visto a Draco desde ese día, y sinceramente no tenía idea de qué reacción tendría. Se sentía un estúpido por pensarlo tanto.

Afuera, parte de los enfermos estaban caminando, sobre todo los amputados y heridos de las últimas luchas. Algunos estaban recuperando la movilidad, de la misma forma que Ron hizo los primeros meses luego de su accidente. Ninguno lucía como si supiera qué estaba a punto de suceder, o como si fueran conscientes de lo decisivo que podría ser ese día para el destino de la guerra.

Y entonces, en medio de sus cavilaciones y pensamientos caóticos, Theo y Malfoy aparecieron por la esquina del laberinto.

El primero lucía tan cansado como el segundo, aunque los ojos de Harry sólo podían estar pendientes de Draco. Su estómago dio un vuelco al verlo. Tenía el cabello suelto, corto al ras de la mandíbula, y ojeras iguales o más grandes que las suyas. Harry se acordaba de lo destruido que se había visto la última vez, cuando aceptó por fin lo que sucedió con Narcissa, y lamentablemente no se veía tan diferente.

Sin embargo, las ganas de besarlo no hicieron más que crecer.

Malfoy enfocó los ojos en él, y aunque Harry lo sintió como si fueran minutos, sabía que había quitado la mirada lo más rápido posible.

—¿Qué hago si soy llamado a través de la Marca? —soltó Malfoy, sin dirigirse a nadie en específico cuando llegó hasta el grupo que los esperaba. Sin saludar siquiera.

Malfoy no acostumbraba a hacerlo, notó Harry.

También notó que le importaba una mierda.

—Será tan rápido, que ni siquiera tendrán tiempo de eso —decidió decir él, sediento de su atención de forma patética—. Confía en mí.

Malfoy volvió a mirarlo, y aunque su cara era una perfecta máscara en blanco, sus ojos contaban una historia diferente. Harry recordaba haber pensado alguna vez que los ojos de Draco contaban más de lo que él deseaba, y reafirmaba su teoría al mirarlo. No siempre era bueno leyendo lo que sentía, pero lo que sea que hubiera allí, no era nada malo.

En ese momento, desde el costado y siendo tomada por una sanadora, Eveline Rosier chocó contra el brazo de Malfoy. El resto del grupo ya estaba preparándose para marcharse, y Harry dio un paso atrás al ver cómo la muchacha le pasaba una flor a este murmurando algo por la bajo. Recordaba que la última vez que los vio juntos, Draco le había causado un ataque, pero suponía que la dañada mente de Eveline no lo recordaba.

Cuando la medibruja obligó a la chica a seguir caminando, Eveline susurró algo más en dirección a Malfoy y se perdió. Harry detalló cómo sus facciones se suavizaban mientras veía la flor en su mano. Y por unos momentos, se sintió celoso de una flor.

Era ridículo.

—¿Para qué es? —preguntó Harry, acercándose a él nuevamente.

—Tiene la noción de que saldremos y quiere ganarme, para que la saque de aquí —respondió sin mirarlo, mientras agitaba la planta. Harry soltó un resoplido de risa.

—¿Una Slytherin, entonces?

—O una Ravenclaw.

Harry sonrió, viendo que ya todos decían sus adioses finales. Por el rabillo del ojo, notó cómo Malfoy sonreía también.

—Potter —murmuró él, aún sin dirigirse directamente hacia Harry. Él lo observó con atención—. No se te ocurra- no mueras ahora.

—¿Mañana sí, entonces? —replicó Harry, aunque sabía que no causaría ninguna gracia—. No te preocupes, me aseguraré de mantenerme vivo.

Draco asintió, apretando los puños a sus costados. Harry sintió la necesidad de tomarlo y asegurarle que nada sucedería, que se iba a encargar de volver en una sola pieza.

Pero no lo hizo.

—Malfoy —volvió a hablar él, sintiendo la adrenalina y el miedo subir por su sistema, al ver cómo ya se iban a marchar—. No puedes morir tú tampoco.

—No lo haré.

—Bien.

Podría haber sido cien veces más incómodo.

Finalmente se separaron, y cada uno de los que irían se puso bajo las máscaras de la Orden. El señor Weasley lo abrazó para desearle suerte, y Draco decidió alejarse para darle privacidad. Prontamente Harry se vio envuelto de buenos deseos, palabras de aliento y unas cuantas promesas.

Y sin embargo, lo único que quería era que estas se extendieran a cierto rubio de ojos grises.

Incluso cuando no se suponía que debía ser de esa forma.

•••

En Azkaban había un total de treinta y dos guardias, dos altos cargos, y alrededor de cuarenta presos.

Harry se enteró gracias a Kingsley, que la Orden tenía alrededor de diez espías dentro.

La isla estaba en medio del mar, y las protecciones empezaban a alzarse a mitad de camino. Los dementores no se encontraban ahí siempre, pero últimamente Voldemort les había ordenado quedarse más tiempo, resguardando así a sus prisioneros de la peor forma posible. No era muy seguro, no como solía serlo cuando Dumbledore todavía vivía.

Así que, a pesar de ser un punto clave, se podría decir que Azkaban pertenecía a la Orden más de lo que pertenecía a Voldemort, sólo porque este no lo cuidaba lo suficiente.

Después de todo, el único prisionero relevante en ese lugar era Lucius Malfoy, quien ya no le servía.

Leice, antiguo compañero de Hannah y el único espía del que Harry tenía conocimiento, dijo que él podía asegurarse de ingresar al sistema un flujo de visitantes mayor al de otros días, para que las barreras de la prisión no estorbaran demasiado al intentar ingresar al edificio. El resto de los espías se ofrecieron a inhabilitar a la mayoría de sus compañeros para que, ese día, asistieran la menor cantidad de guardias posibles.

Por lo que contando esos dos factores, Harry se sentía confiado cuando ordenó a todos ponerse bajos hechizos desilusionadores. Bill Weasley y Kreacher se encargaron de crear el espacio suficientemente grande para que su grupo entrara a los límites de Azkaban, a través de las barreras. Luego, sólo tendrían que pasar por la puerta principal donde ya estarían registrados como "visitantes". Se suponía que de esa forma no levantarían ninguna alarma.

Ya después, sólo quedaba fugar a los prisioneros.

Sonaba fácil.

En el vuelo desde la costa, y esperando que Bill y Kreacher deshicieran las barreras, demoraron alrededor de veinte minutos. Cuando lo lograron, muy meticulosamente, demoraron quince más en llegar a Azkaban debido a que en la pequeña entrada sólo podía pasar una persona a la vez. Bajo los hechizos de invisibilidad, nadie dentro de la prisión sospechaba que algo fuera de lo normal estaba sucediendo.

El plan iba a la perfección, todo estaba pasando de acuerdo a lo que se había acordado. La alarma no sonó cuando aterrizaron en la isla, y los pocos guardias que había tampoco parecían notarlos. Se estaba dando una fuga en Azkaban, y literalmente ningún Mortífago se estaba dando cuenta de ello.

Hasta que llegaron a las celdas.

Quizás tuvieron que haber previsto que nada sería tan fácil.

El plan nunca fue luchar, aunque Harry tenía claro que eso podría suceder. No, el plan era entrar sigilosamente y salir de ahí sin ser notados. Por lo que, mientras iban avanzando por los fríos pasillos hacia donde Malfoy les había dicho que su padre estaba, no pudo evitar maldecir cuando uno de los suyos hizo explotar con una granada una de las puertas para así liberar a un preso político.

Y una alarma comenzó a resonar por todo el lugar.

Fue escandalosa, capaz de escucharse a millas y millas de distancia. Harry creyó que podría quedarse sordo sólo por la fuerza de esta. Ordenó a todos a hacer algún conjuro que tapara sus oídos. Los dementores parecieron contentarse con el caos que se venía, pasando por las afueras de Azkaban con rapidez y comenzando a ingresar. Las pisadas tampoco se demoraron, aunque Harry confió en que los pocos guardias que no eran espías fueran neutralizados como les dijeron que iban a serlo.

No se podía Aparecer ni usar trasladores en Azkaban, por lo que lo más seguro era que si comenzaban a llegar Mortífagos, sería a través del flú en la oficina de la prisión. Al menos les comprarían un poco de tiempo. Fuera como fuera, tenían que salir de ahí ya.

Harry vio a Draco quitarse el hechizo desilusionador, doblando a la derecha encima de la escoba. Él junto a Kingsley y Theo lo siguieron. Lo más probable era que estuviera buscando la celda de Lucius.

Las explosiones empezaron a escucharse por todo Azkaban, abriendo así las celdas selladas con magia y rescatando a las personas inocentes que se encontraban allí. Harry se alegraba genuinamente por ellos. Sin embargo, todo sería en vano si no alcanzaban a rescatar a Lucius antes de que los Mortífagos aparecieran.

Llegando a uno de los pasillos más alejados y oscuros de todo Azkaban, Malfoy se paró frente a una puerta el triple de blindada en uno de los últimos pisos. El corazón de Harry latía con fuerza al ver cómo este se quejaba de las heridas en su torso, y sacaba la varita apuntando a la puerta.

Un estruendo resonó a lo lejos. Los gritos empezaron a retumbar incluso por encima de la alarma.

—¡¿Aquí es?! —gritó Harry, para hacerse oír encima del ruido.

—¡¿Qué crees tú, Potter?!

Harry ignoró su tono desesperado y sacó la granada del bolsillo. Sabía que Draco no estaba de acuerdo con el uso de explosivos, pero no habían hallado otra forma de liberar a los presos sin perder tiempo valioso, debido a las protecciones mágicas que podían tener. Aunque nunca esperó que hicieran estallar una antes de tiempo, o sin prever las consecuencias. Tal vez los soldados se habían encontrado con la celda de un familiar, y no se habían aguantado. Bueno, daba igual de todas maneras. No era el momento de encontrar culpables, era el momento de salir de ahí con vida.

Harry conjuró un Protego que abarcaba a Malfoy, Theo, Kingsley y él mismo, antes de activar la bomba. Los hizo retroceder unos cuantos metros para colocarla a un lado de la puerta. Se suponía que la explosión sería lo suficientemente fuerte como para tumbar la pared, pero no para hacerle daño al prisionero. Al menos eso le habían dicho las personas de la Resistencia.

Harry esperó unos segundos, mientras la pelea seguía desarrollándose a lo lejos, subiendo por los pisos mientras más gente era liberada. Y entonces, la granada estalló, y la puerta frente a ellos se vino abajo.

Gracias al Protego, nada sucedió. El polvo se disolvió pasados unos segundos.

Luego, se vieron enfrentados al paisaje dentro del cuarto.

Lucius Malfoy estaba parado al final de la celda, con sus ojos perdidos en los tres hombres frente a él.

Por una fracción de segundo, nadie se movió. Harry creyó escuchar a Malfoy ahogarse con su propia respiración, pero era imposible, debido al ruido de la pelea. Una parte de Harry quiso ir donde estaba y ayudarlo a ver a su padre, quien se encontraba envuelto con una camisa de fuerza reforzada por hechizos, el pelo sucio, y la mirada enloquecida. Pero antes de poder hacer siquiera un movimiento, la escoba de Malfoy entró zumbando a la celda de Lucius.

Y de pronto, lo tenía entre sus brazos, abrazando a su padre con fuerza.

Harry, Theo y Kingsley miraron con paciencia el encuentro (lo más paciente que se podía, dadas las circunstancias), esperando que Malfoy saliera de allí. Draco hablaba con su padre desde encima de la escoba, tanteando su rostro con las manos, pero por más que el tiempo pasara, no había reacción.

Lucius no se movía.

—¿Papá?

Harry se había acercado lo suficiente para escuchar a Malfoy hablar, y se sintió algo mal de ser tan intrusivo, pero no podían esperar más tiempo.

A lo lejos, otra explosión se oyó. Esta vez especialmente grande.

—¡Malfoy! —le dijo Harry—. ¡Hay que salir de aquí ahora!

Draco se giró para mirarlo, y lo que vio allí fue nada más que puro terror, al descubrir que su padre no reaccionaba a lo que estaba sucediendo en Azkaban. Como ni siquiera parecía presente. Malfoy se bajó de su escoba, tratando de agarrar a Lucius, pero este se rehusaba a moverse; no importaba cuánto Draco lo intentaba.

Y no podían seguir esperando.

Harry lo aturdió moviendo una mano, y prontamente Lucius Malfoy había caído en su lugar, siendo sujetado únicamente por los brazos de Draco. Aquello no había costado demasiado.

—¡Pott-!

—¡Hay que salir de aquí rápido!

Draco no reclamó ante eso, así que, equilibrándose como podía en la escoba, subió a su padre adelante sujetándolos a ambos. Harry notaba que Lucius había perdido bastante peso, y que Draco se veía mucho más imponente que él, por lo que suponía que lo más incómodo era llevar otro cuerpo que agregar kilos a la escoba.

Cuando Harry se aseguró de que pudieran seguir avanzando, ordenó volver a ponerse el hechizo desilusionador, y volvieron por donde habían ido. Estaba dispuesto a empezar a ordenar la retirada. Sabía que aquel plan era arriesgado, que quizás debieron limitarse a llevarse a Lucius Malfoy, pero Harry no creía que nadie en la Orden se habría perdonado el dejar a esa gente allí.

Él sí.

Él sólo quería acabar con la guerra.

A medida que bajaban los pisos, Harry podía escuchar las distintas explosiones de nuevo. Los gritos. La alarma. Se apresuró lo máximo que pudo, avanzando por los pasillos, sintiendo que su carne alrededor de la cicatriz de piedra se abría una vez más y le hacía arder. Aunque en ese momento no era lo importante. El aire estaba cargado de polvo, apenas se veía nada, y el caos era lo único que reinaba a su alrededor.

Vio un par de gente echando encima de sus escobas a los presos, y asumió que eran parte de la Orden. Las mismas paredes de adentro de las celdas estaban hechas trizas, así que de esa forma estaban escapando: destruyendo todo. Ya no podían bajar y salir por la entrada, quedaba tumbar lo que podían para huir.

Los Mortífagos por fin los habían alcanzado, aunque fueron rápidamente sacados de combate. Harry, bajo el hechizo desilusionador mató a uno que iba directo hacia ellos. La cabeza del hombre se desprendió de su cuerpo, inaugurando la nueva tanda de muertes que Harry cometería aquella tarde. Una parte de sí quería sentirse bien al respecto, estaba desquitando un poco de rabia.

Solo que... no sentía nada en absoluto.

La prioridad era sacar a Lucius Malfoy de allí, así que iba a hacer explotar una pared de las celdas vacías, y ordenarle a Draco que se marchara. Sin embargo, justo antes, Harry notó que por el rabillo del ojo, una redada de cinco Mortífagos se acercaban a una mujer que manejaba de forma errante su escoba.

Apenas alcanzó a reconocer a Molly Weasley, cuando Harry vio que un Praecidisti atacaba a uno de los Mortífagos que iban hacia ella. Este se agarró la cara, huyendo.

Todos se giraron en la dirección en la que la maldición putrefactiva había venido.

Draco Malfoy era el que sostenía la varita.

Harry sintió el vértigo en la boca de su estómago al instante, al ver que Draco y su padre estaban tan expuestos de pronto, gracias a que este había salvado a Molly Weasley al darle la oportunidad de escapar. El hechizo desilusionador había sido retirado, y mientras veía al grupo de Mortífagos comenzar a rodearlo, Harry se apresuró en llegar hasta él. Kingsley y Theo lo siguieron.

Uno de ellos maldijo a Malfoy con un Diffindo, que terminó cayendo en Lucius, aunque no hizo nada grave. Harry ni siquiera meditó antes de atacarlos con la Muerte Negra. Sentía la rabia crecer por sus venas al ver cómo no eran capaces de dejar a Draco tranquilo incluso sin conocer su identidad.

Cuando los bubones negros empezaron a crecer en dos hombres afectados, los tres que quedaban luchando lo observaron con temor, al reconocer que era la famosa Muerte Negra. Pero Harry ni siquiera tuvo que hacer algo. Theo y Kingsley los apuntaron con sus varitas desde atrás, y los tres cayeron desde sus escobas gracias a los Avada Kedavra.

Harry creía que debían haber sufrido más.

—¡Potter, llévate a mi padre! —escuchó cuando estuvo lo suficientemente cerca de Draco, viendo a los Mortífagos empezar a llegar en oleadas—. Por favor, llévatelo. Yo no podré acompañarlos. La Marca quema.

Malfoy se agarró el brazo. Theo y Kingsley estaban a unos centímetros detrás. Harry genuinamente pensó que aquello no pasaría, que Voldemort no alcanzaría a llamarlos.

Se equivocó.

—Mierda.

Se acercó a Draco, tomando su varita y levitando el cuerpo de Lucius a su propia escoba. Harry deseaba acercarse más, tocarlo y asegurarse de que estaba bien, pero no podía. Necesitaba salir de ahí rápido.

Sin embargo, sus deseos fueron concedidos.

Antes de marcharse, la mano de Draco tomó su muñeca, enviando corrientes eléctricas por su columna. Harry sintió el tacto frío infiltrarse por su piel.

—Borra mi memoria.

Y ahora el frío estaba por el resto de su cuerpo.

Harry se le quedó mirando; la máscara de la Orden sólo permitía que sus ojos se vieran, por lo que no tenía idea de qué cara traía Malfoy ahí abajo, pero Harry recordaba cómo se había puesto meses atrás, cuando Theo intentó borrar sus recuerdos. Lo desesperado que estaba por no hacerlo.

Harry compartía el sentimiento ahora.

Pensó en McGonagall, sabiendo que no soportaría una situación de esas de nuevo. Y pensó en ellos, y en que Draco lo olvidaría. No sabía qué precisamente había que olvidar, mas Harry no soportaba la idea de vivir en un mundo donde Draco ya no recordara lo que habían pasado. Que era bastante. Era demasiado. Y no sólo del último año, sino... de toda la vida.

No estaba seguro de qué era capaz Malfoy bajo esas circunstancias.

Esa era la verdad.

—¿Estás seguro? —le preguntó.

Harry vio los ojos de Draco desviarse a su papá inconsciente encima de su escoba. Asintió, determinado.

—Sí.

Harry aferró con fuerza la varita, y sintió unas ganas gigantescas de quitarle esa estúpida máscara y besarlo de despedida, creer inútilmente que de esa manera no lo olvidaría, que no había forma-

Y no tenía permitido hacerlo; sabía que de todas formas no funcionaría.

Pero cuánto quería, joder.

—¡Theo! —gritó Draco, al no encontrar respuesta de su parte.

Theo llegó hasta ellos al instante, y Harry los vio de forma ausente intercambiar palabras. Malfoy se quitó la máscara, y Harry pudo beberse de sus facciones un momento –la cicatriz enmarcando su rostro, los ojos grises asustados, las mejillas ahuecadas–, y entonces decidió apuntar su varita a él.

Borró sus recuerdos.

Harry tuvo náuseas al ver cómo la vida se marchaba de las facciones de Draco, siendo reemplazada por el hombre cruel que conoció todos esos meses atrás.

Theo lo aturdió, tomándolo en su escoba y llevándoselo lejos. Mientras desaparecía de su campo de visión, Harry se quedó allí, hasta que estuvo muy seguro de que se habían marchado ocultos bajo un hechizo.

Entonces, Kingsley le ordenó volver al presente, y Harry se cubrió a él y a Lucius bajo la capa invisible para marcharse también. Robards comenzó a llamar a la retirada.

Harry agarró otra de las granadas e hizo explotar una de las paredes, saliendo de Azkaban antes de que algo malo pudiera pasar. Los dementores habían sido ahuyentados por los múltiples Patronus que los suyos estaban conjurando. Los Mortífagos continuaban llegando a la prisión, aunque Harry quería creer que sería demasiado tarde para el punto en que los convocaran a todos. Que la Orden ya habría logrado escapar para ese momento.

Él lo hizo.

Harry se vio al aire libre, sobrevolando el mar. Las olas se agitaban debajo de él, y algunos caían hasta estrellarse en el agua. A pesar de eso, era increíble que se viera tan pacífico. Como si la muerte y la destrucción no se encontrara a unos metros de ellos. Harry sentía que si miraba el mar, las cosas podrían estar bien.

En cambio, miró el lugar desde donde provenían los gritos y suspiró con lentitud.

Alguien había preparado una canasta de explosivos dentro de Azkaban.

Y la torre se estaba derrumbando.

La gente a su alrededor continuaba volviéndose invisible, mientras Molly, herida, trataba de guiarlos de vuelta a la base. Pero los ojos de Harry no pudieron despegarse del paisaje a sus espaldas, y cómo Robards estaba atrapado en medio de los escombros, intentando salir; llegar hasta ellos. Harry soltó una respiración, obligándose a moverse, a actuar, salir de allí, o lo que fuera. Pero nada de eso sucedía. Robards no podía salir, los Mortífagos estaban prácticamente atrapados dentro gracias a los pedazos de paredes que estaban cayéndoles encima, la gente de la Orden suplicaba por ayuda. Y entonces, en toda la bruma-

Harry ahogó un jadeo.

Al siguiente segundo, Azkaban cayó.

 

Chapter 41: Capítulo 36: Vulnerable

Notes:

He sacado una frase de "Choices" de Messermoon en ao3! Si tienen la oportunidad, leanlo. Ya sé que es súper popular, pero lo es por un motivo. En términos literarios está narrado de una forma increíble, y me enseñó mucho.

En fin, espero disfruten del cap!!

Chapter Text

Draco recobró la consciencia debido a que la Marca estaba quemándole la maldita piel.

No tenía idea de por qué estaba en su laboratorio, o cómo era que había llegado allí, pero Draco últimamente no sabía demasiadas cosas. Estaba mareado, las heridas de su torso sangraban, y su cabeza se sentía como si estuviera bajo el agua. Draco no podía pensar del todo racional, y a pesar de que llevaba meses diciéndose a sí mismo que iría a ver algún sanador para saber qué carajos le pasaba, sabía que no era verdad, y que estaba demasiado ocupado lidiando con la Orden y los sangre sucia para preocuparse de sí mismo.

Pero, una parte de sí, de todas maneras estuvo a punto de ir a consultar qué era lo que le pasaba, porque mientras Draco se ponía de pie y tomaba unas pociones para que sus heridas dejaran de sangrar –y para sentirse mejor– miraba hacia atrás, a esos exhaustivos meses... y todo lo veía como si hubiera una especie de manto transparente cubriendo sus recuerdos. En medio del humo y la neblina, se veía tratando de mantener la economía a flote, ayudando a Lestrange en lo que le pidiera, persiguiendo a los traidores... pero no como si hubiera estado realmente allí. Era extraño, y Draco sentía que le faltaban partes, pedazos de esas memorias, como si habitara en la piel de un extraño. Le provocaba, mínimo, incertidumbre.

Sin embargo, no era momento de pensar en eso. La Marca continuaba quemando. Era requerido en otro lugar con más urgencia.

Llegó al Ministerio unos cuantos minutos después, avanzando a la cámara del Wizengamot. Contrario a otras veces, el edificio se encontraba vacío, como si los trabajadores hubieran huido o estuvieran escondiéndose, temerosos por alguna razón. Lo único visible en el Atrio eran catorce personas colgadas alrededor de este. Sus cuerpos estaban calcinados; Draco podía detallar que en algunos cadáveres, los huesos podían verse a través de la carne negra. Sus caras estaban tan quemadas y deformadas, que lo único realmente reconocible eran sus ojos derretidos en las cuencas. Era imposible adivinar qué expresión tuvo esa gente al morir, aunque era posible imaginarlos: gritando al ser quemados vivos, sintiendo cómo su piel se carbonizaba, sus nervios eran expuestos, y sus pulmones se llenaban de humo.

Draco apartó la mirada, y siguió caminando.

Apenas entró a la sala de Wizengamot sintió cómo algo le doblaba la espalda para hacerlo arrodillarse, y al segundo siguiente, el familiar dolor del Crucio lo recorrió. El intestino comenzó a arderle en llamas, y su piel parecía querer desprenderse de él. Draco apretó los dientes y su estómago para evitar que las heridas volvieran a sangrar, y esperó, con el corazón en la garganta, que todo pasara pronto.

Cosa que no tardó en suceder.

Pasados unos cuantos segundos, la maldición cesó, y Draco fue consciente nuevamente de lo que estaba sucediendo. Con mucha dificultad luego de haber caído al suelo, levantó un poco la mirada y vio que todos los suyos estaban arrodillados en el centro del tribunal, siendo amonestados por el Lord, a quien le temblaba la varita de la rabia.

Respirando agitadamente, Draco trató de dejar de sentir las secuelas y temblores del Crucio, para así enfocarse en lo que el Señor Tenebroso estaba diciendo.

—... Ustedes no han hecho lo suficiente —el Lord bramó. Su voz era como oír garras pasar por una pizarra. Draco reprimió un escalofrío—. Por eso los asquerosos traidores lo hicieron. Por esa razón pasaron por enfrente de sus narices y lograron entrar...

Draco bajó la cabeza rápidamente cuando vio que la cara del Señor Tenebroso giraba en su dirección. La magia negra se deslizó por el suelo, envolviéndose en sus víctimas. Draco tuvo que cerrar los ojos y apretar los dientes para ignorar que esta intentaba desgarrar las heridas de su pecho.

—... Y ahora, Azkaban ha caído. Azkaban se ha derrumbado sin vuelta atrás, y todo lo que simbolizaba se ha- derrumbado con ella.

Draco creyó haber oído mal.

Su cuerpo se congeló al acto.

Un pitido se instaló en su tímpano. Sus manos se aferraron al suelo, su barbilla tembló, y por unos momentos, sintió que dejó de existir. La última conversación que tuvo con Lucius se reproducía en su cabeza. Draco le había dicho que se pudriría allí por lo que había hecho, y a pesar de que una parte de sí aún lo pensaba y quería ese destino y esa venganza- había otra parte que no podía concebir que acababa de pasar. Lo que sucedió.

Si Azkaban había caído, lo más probable era que su padre había caído con ella.

Y todo era culpa de la puta Orden.

Draco intentó respirar hondamente. El sermón del Señor Tenebroso sonaba como ruido de fondo.

Podría culpar al Lord, por supuesto, pero Draco no era un hipócrita. Él mismo quería que su padre estuviera en Azkaban por lo que había hecho, era lo que merecía. Pero lo quería vivo, y la Orden le quitó eso. Draco estaba completa e irremediablemente solo, aunque su familia ya estuviera jodida desde años atrás- ahora era real. Draco se había quedado solo en ese mundo, y los culpables no estaban en esa puta sala.

—... Ahora, levántense. Iniciaremos la sesión.

Draco obedeció sintiendo que tiritaba, aunque esa vez nada tenía que ver el Crucio de minutos atrás, sino, la rabia de enterarse de lo que había sucedido. El no saber si alegrarse porque el asesino de su madre estaba muerto, o estallar porque acababan de arrebatarle a su padre.

Su padre.

Lo único que le quedaba.

El Lord dejó de obligarlos a estar de rodillas y Draco tomó asiento, escuchando a Rodolphus iniciar su discurso con claros signos de haber sido torturado también. Su mente, por otro lado, todavía seguía maquinando lo que pasó y cómo había pasado. Desde hacía años que a Draco no le interesaban las castas de sangre, no sinceramente, pero en ese momento odió a los sangre sucias de mierda, a los mestizos, y a los putos traidores. Los odió por no haber traído más que discordia, por ni siquiera dejarlo descansar y sufrir en paz la muerte de su madre. Y ahora su padre se le había sumado, y- simplemente era demasiado para procesar.

Pero por sobre todas las cosas... Draco odió a Potter como nunca.

Cuando eran niños, siempre sintió una especie de repulsión hacia él, por no haber tomado su mano. La indiferencia que Potter le dedicaba cada vez que lo miraba como si Draco no valiera nada, siempre le hizo sentir que su cerebro y todas sus jodidas neuronas iban a hervir dentro de su cráneo por la rabia. Así de mucho lo detestaba. Y así de mucho deseaba su atención.

Cuando entraron a la adolescencia, cosas más grandes se apoderaron de su mente, y Draco llegó a admitir que no quería a Potter muerto. Le desesperaba la mera posibilidad, e incluso, deseó que fuera salvado el día que "murió" en el Ministerio.

Pero ahora, ahora que se sabía la verdad- Draco lo quería destruir de una buena vez. Porque lo odiaba, porque él era el cabecilla de la Orden, y si ahora su papá había fallecido, era culpa de ese imbécil de mierda. Lo odiaba como nunca lo odió en su juventud.

Draco apretó los puños en el borde de su asiento y se obligó a contar hasta cien, tratando de no enfocarse en lo que esa revelación le hacía sentir. Para eso había tiempo luego. Por ahora, necesitaba prestar atención y pensar cómo podía joderlos.

Lo que había sucedido ya era una noticia internacionalmente, y entendía por qué el Señor Tenebroso podía ver la caída de Azkaban como una amenaza para el gobierno. Su plan era tomar control del resto de los mundos mágicos en el resto del planeta, y así exterminar juntos a los muggles. Bastante de su influencia ya se encontraba presente en Europa, pero si lo veían débil, si veían que la Orden estaba ganando demasiadas batallas y ellos ya no tenían el control de su propio país... iban a perder su poder.

No podían permitir que eso sucediera. Draco estaba dispuesto a no permitir que eso sucediera, y tenía un par de ideas para eso. Cuando Rodolphus los miró, preguntando cuál era la mejor forma de restablecer el Orden fue que las dio.

—Tengo una solución.

Todo el Wizengamot se giró a mirarlo cuando habló. Draco se paró en su lugar, tratando de ordenar las cosas que quería decir. Que, en medio de la bruma de su rabia, eran bastantes. Tal vez no estaba pensando con claridad, pero le importaba un comino. Aquel era sólo un comienzo.

—Hay que reestablecer el poder, eso está claro —Draco prosiguió, mirando a cada uno de los integrantes a la cara. Cuando nadie dijo nada, continuó hablando—: ¿Y cómo se hace eso? Pues... a través del miedo.

Sentía la mirada del Señor Tenebroso encima de él, y Draco sabía que al final del día lo que iba a decir, le terminaría gustando. Era algo que acababa de pensar, pero que sabía que tenía sentido. Y si podía bajarles los humos a los bastardos de la Orden y sobre todo a Potter, mejor para él.

—La gente ha perdido el miedo, por eso no se respeta el toque de queda y están matando a los Purificadores y a los nuestros patrullando las calles. Por eso se está dando la huelga de San Mungo y los sangre sucia no asistieron a Hogwarts. Ya no tienen miedo —Draco dijo, hablando con la pura verdad, por mucho que aquello escociera—. Hay que recordarles lo que se siente el temor perderlo todo.

—¿Pero qué podemos hacer? —soltó uno de los Carrow de mala gana—. ¡Ya hemos intentado to-!

—No todo —lo interrumpió él con una ceja arriba, haciéndolo callar—. Reconozco que los Rebeldes hicieron un movimiento muy inteligente cuando nos amenazaron con asesinar a los nuestros: Rookwood, Yaxley, Gregory... —Goyle padre dio un pequeño salto ante la mención de su hijo. Draco compartía el sentimiento—. Pero las condiciones de ellos fueron: no maten gente "inocente", y no tendrán que ver morir de a poco a los suyos. Sin embargo creo... que hay cosas peores que la muerte.

—¿Qué sugieres, Astaroth?

La voz de Lestrange resonó por la sala, y Draco se encargó de responderle sólo a él, ignorando incluso los ojos rojos y monstruosos del Señor Tenebroso detrás.

—Sugiero dejar de asesinarlos —dijo, ganándose protestas de inmediato, pero Draco no les prestó atención. Sus sentidos se encontraban puestos en la mirada analizadora de Rodolphus—. Si algo me han enseñado mis años en el Nobilium, es que el más grande miedo de la mayoría de las personas no es morir, por algo están arriesgando su vida sabiendo las consecuencias que eso podría traer. Tampoco diría que temen ser torturados. —Draco recordó a la gente rogando para que no tocaran a sus familiares, y esbozó una sonrisa victoriosa—. Su mayor miedo, es ver sufrir a la gente que aman.

Los murmullos y protestas se fueron acallando a medida que la última oración se esparcía por todo el tribunal. Draco podía verlo perfectamente: la gente rogaba por sus familiares, por la gente que amaban, pedían estar en sus lugares. Él había sentido en carne propia lo que era desearlo.

Que sufrieran un poco lo que Draco tuvo que pasar, pensó. A ver si les quedaban ganas de seguir rebelándose. A ver si a Potter y a la Orden les quedaban ganas de seguir haciendo sus mierdas.

—Sugiero que cada vez que se encuentre a alguien en actividades extrañas, no se le mate, no se le torture, sino... —Draco sentía la admiración y la cautela de los presentes crecer a medida que hablaba—. Que busquemos a sus familiares, y los torturemos a ellos, hasta que los traidores rueguen estar en su lugar. Que les hagamos mirar lo que pasa cuando se atreven a desafiarnos.

Las personas empezaron a mirarse entre ellas cuando Draco acabó, y podía ver que ninguno estaba lo suficientemente convencido al respecto. ¿No matar, cuando eso era lo único que habían hecho?

Pero Draco conocía mejor la psiquis humana. En ese escenario la muerte era indolora, era una salida fácil, incluso algunos la buscaban para librarse de ese mundo. Obligarlos a vivir en él, obligarlos a seguir, viendo cómo las personas que amaban eran mantenidas vivas mientras sufrían... Eso les enseñaría a callarse la puta boca.

En general, Draco no disfrutaba de las torturas. En ese momento, imaginando la forma en la que su padre había muerto, en las maneras que probablemente la Orden y los sucios traidores lo habían matado... Su mente no estaba pensando con claridad.

—¿Quieres decir... —Mulciber tomó la palabra— que debemos darles la oportunidad de vivir?

Muchos no estaban de acuerdo con esa opción. Draco negó de inmediato.

—No, porque no es ninguna oportunidad. Ellos preferirían estar muertos al final del día. ¿Puedes imaginar lo que sentiría una madre, al ver, delante de sus ojos, cómo a su hija se la están comiendo viva, mientras ella no puede hacer nada? ¿Puedes imaginar lo que sentirá cuando vea que las obligarán a vivir así por siempre?

Los Mortífagos entendían mejor su punto ahora, y Draco se sentó de nuevo, sintiendo la ira mezclarse con el auto desprecio.

La sesión continuó su curso, y nuevas soluciones continuaron saliendo a la luz, aunque Draco sabía que la suya era la que impediría que más gente continuara rebelándose. Lo que lo ayudaría a él también a cobrar su venganza y apaciguar su ira; además de ganar más control y confianza.

Incluso cuando no entendía por qué sentía necesitarla.

Cuando la sesión se levantó, Draco se movió muy lentamente. Sus heridas y su cuerpo dolía gracias a la tortura, y una parte de sí estaba retrasando lo máximo posible el volver a casa, y meditar lo que había sucedido. No podía.

—Astaroth.

Draco iba saliendo de la sala cuando el Señor Tenebroso se le había acercado. No dudó en agacharse al oírlo, sintiendo cómo un ápice de incertidumbre se alojaba en su pecho. El Lord se había metido a su cabeza cuando conectaron las miradas, sólo por unos segundos.

—Mi Señor.

Era automático, el Señor Tenebroso hablaba, y Draco se agachaba para mostrar respeto. Sabía que durante la sesión había dicho lo correcto, y no creía que recibiría un castigo en ese instante. Sin embargo, la cara de Voldemort, (los ojos rojos y sin párpados, los dientes afilados y podridos, las venas mostrándose en su cara) continuaba causando en él un sentido de- precaución. Por no decir miedo.

—Hiciste un buen trabajo —le dijo el Lord, haciendo que Draco pudiera respirar de nuevo—. Mereces una segunda oportunidad.

El Señor Tenebroso agitó la varita entonces, y Draco sintió cómo, poco a poco, las heridas de su torso comenzaban a cerrarse. El corazón comenzó a latirle con rapidez, y un sentimiento de tranquilidad lo recorrió. Reprimió las ganas de tocarlas y comprobarlas, asegurándose también de no tener ninguna cicatriz.

El momento en el que se las había dado permanecía borroso en su cabeza. No tenía idea por qué no hizo lo que le pedían, al final. No lo sabía, no tenía claro por qué no trató de evitar ser castigado de esa forma. Pero ya había pasado todo, el Señor Tenebroso había decidido que el castigo era suficiente, y ahora Draco debía centrarse en no fallarle otra vez.

—Gracias, mi Señor —murmuró él, y unos segundos pasaron, en el que solo sintió cómo la piel se acostumbraba a su nueva forma, como si hubiera sido sellada con hilo y aguja.

—Vete.

Draco no dudó al perderse de su vista.

•••

Para cuando llegó a la Mansión, la muerte de su padre todavía no le había pegado así como la de su madre; no había nada además de la jodida rabia que amenazaba con quemarle los sesos. Por lo que Draco se sentó en su laboratorio por unas cuantas horas, pensando en qué haría a la Orden y a Potter cuando los viera, porque eso era más simple. Eso era muchísimo más simple.

Era más simple que pensar en la familia que perdió.

Luego de largos minutos de intrincados planes de venganza, mientras restringía sus propias emociones, recordó lo que el Señor Tenebroso había hecho. Draco saltó del laboratorio para subir a su habitación, más agitado de lo que ya estaba. No tenía mucha esperanza –y sabía que merecía las palabras escritas en su piel– pero aún así quería creer que se había deshecho de las heridas, que quedarían nada más que como un mal episodio. No deseaba mirarse al espejo y encontrar unas cicatrices allí para siempre. Cicatrices que iban desde el inicio de su pecho hasta su vientre, con la palabra "cobarde" escrita. Pero...

Una vez que estuvo en el baño, y observó su reflejo, eso fue exactamente lo que vio.

Aferrándose al lavabo, detalló los cortes cerrados, pero aún así rojizos y prominentes, contrastando con su piel blanca. No miró sus ojos. Draco apretó los dientes, creyendo que era su momento de explotar, y pensó por qué carajos había permitido que algo así sucediera.

McGonagall no era nadie, era parte de la Orden, y la Orden había matado a su padre. Draco debió hacerla sufrir, no pagar él un castigo que no le correspondía, y que ahora tendría en su piel para toda la vida. Después de estar años sacándose esa palabra de encima, de crear respeto y de ser simplemente superior en cualquier sentido, ¿ahora tenía eso grabado en su torso? ¿Cualquiera que lo viera sin camisa sabría que era un cobarde?

Draco apagó la luz de su baño y se dio una ducha en la oscuridad, sintiendo el cansancio, el Crucio, las noticias y todo comenzar a sobrepasarlo. Tenía ojeras bajo sus ojos, él las había visto. Quizás necesitaba dormir, así se abstendría de hacer algo que era más cruel de lo que deseaba. Se sentía- a la deriva. Cayéndose. Deshaciéndose en millones de diminutos fragmentos.

Veinte minutos después, cuando sus dedos se arrugaron gracias al agua helada, Draco volvió a su habitación. Normalmente llamaría a un elfo para que prendiera las velas, pero en ese momento descubrió que era cómodo andar en las sombras. Cualquier otra cosa se sentiría incorrecta.

Luego de haberse vestido, y temblando aún, sacó del cajón de su cómoda una poción para no soñar. Se quedó mirando su líquido púrpura un buen rato, pensando en qué pasaría si no la bebiera. Ya hacía bastantes años desde la última vez que se fue a dormir sin tomar una de esas; era un hábito. Casi podría decir que su cerebro las necesitaba.

Draco tenía claro que no era saludable.

Aún así, decidió que ese no era el mejor día para averiguar cómo se sentía dormir sin la poción. No necesitaba ver en sueños lo que evitaba ver en su vida diaria.

Draco tomó un sorbo, para luego dejar el resto del vial de vuelta en el cajón, y de pronto allí, arrumbado entre varias cosas, vio tres pequeños papeles que él no recordaba haber puesto en ese lugar, y que definitivamente no se veían tan antiguos como para haberlos olvidado.

Frunció el ceño, preguntándose por qué los guardaría en un cajón con llave, y los sacó con cuidado para no romperlos. Estaban rasgados en los bordes, eran pequeños, y solamente algunas partes de las palabras se leían. Cosas como: "debes luchar", "me arrepiento más de que no sucediera" o "cuídate", estaban escritos en los papeles, en una letra desordenada e irreconocible para él. Draco se les quedó viendo, tratando de encontrarle un significado a lo que leía, pensando de donde mierda habían salido; porque no recordaba haber recibido unas notas así jamás. A pesar de que las palabras parecían ordinarias, que no parecían significar absolutamente nada especial, se sentían mucho más personales de lo que eran. Draco nunca había sentido ninguna carta así de personal.

Arrugando aún más la frente, trató de hacer conjuros con el papel para determinar de dónde venían, o si tenían un significado oculto, pero no encontró nada. Ni siquiera se le ocurría quién le podría haber escrito, o quien pudo dejar los papeles allí. Theo definitivamente no. Pansy mucho menos. Draco no entendía.

No le gustaba no hacerlo.

Luego de meditarlo por un minuto entero, terminó tomando los papeles y apuntando su varita a ellos.

Incendio —murmuró.

Las llamas consumieron la tinta, el pergamino, las emociones que existían detrás. Draco sintió un extraño vacío al observar cómo desaparecía de su vista.

No pensar. Necesitaba no pensar.

Draco se levantó de su lugar y volvió a la cama, dispuesto a quedarse dormido.

Sin embargo, de un momento a otro, sintió que las protecciones de la casa se agitaron.

Ni siquiera pensó al bajar rápidamente las escaleras, para saber qué estaba pasando.

•••

Draco no supo qué había sucedido, hasta que despertó minutos después y descubrió que estaba siendo arrastrado por Theo a través un camino lleno de arbustos y tierra.

¿En qué momento...?

¿Qué mierda estaba pasando?

Intentó librarse, pero Theo al parecer ya estaba llegando a- dónde sea que lo llevara, y lo tenía aprisionado con algún maleficio que le impedía moverse demasiado. Aún así, Draco no paró de agitarse en su lugar, dispuesto a hechizarle el culo.

—¿Qué mierda te pa-?

Draco cerró la boca, porque entonces, cuando Theo se detuvo, una onza de poder mágico lo arrolló. Theo lo soltó, y Draco llevó una mano hasta su varita, sin entender un carajo, pero dispuesto a ponerse a maldecirlo allí mismo y hacerlo sufrir, porque esa magia correspondía a nada más ni nada menos que Potter. Y oh, a pesar de que aún no podía verlo, Draco estaba allí para cobrar su venganza. Iba a hacérselo pagar, a bailar sobre su cadáver, y-

Una varita se posó en su sien.

Oh.

Draco tropezó hacia atrás mientras la magia del hechizo lo arrollaba.

Oh.

Todo regresó a él. Todo. Los recuerdos pasaron por su cabeza a trompicones. Su madre. Su muerte, real, tangible y jodidamente dolorosa. Su padre. La desolación. Astoria. Kreacher. Austria. McGonagall. El niño muggle. Su casi beso. Sus sentimientos. Harry.

Draco dejó salir una respiración ahogada, sintiendo que el vómito subía por su garganta.

Harry.

Cerró los ojos, dejando que la certeza de que su padre seguía vivo y a salvo se asentara en sus huesos. No tenía idea cómo su yo sin recuerdos había logrado sobrevivir a esa noticia, quizás era más fuerte de lo que pensaba. De todas formas, saber que Lucius seguía vivo no hacía que Draco se sintiera menos sobrepasado por las emociones y las memorias. Eran casi nueve meses regresando a él de golpe, de la manera más cruel y desgarradora.

El ataque que tuvo semanas atrás también regresó; cuando aceptó por fin lo que le había sucedido a su madre. Draco apenas había comido durante esos días, y con esa realidad haciéndose presente, tampoco deseaba hacer mucho más ahora. Salvo que la oportunidad de tener al menos a su padre estaba allí, y debía aprovecharla.

—¿Dónde está? —terminó preguntando, sin abrir los ojos—. ¿Está bien?

—Sí.

La voz de Potter fue como una melodía resonante, algo que Draco ni siquiera sabía que necesitaba, pero que, al final del día, sí que era así. Siempre había sido de esa forma. La sola noción de su magia era como un bálsamo para sus heridas. Y- Draco sinceramente no entendía cómo hacía unas horas, hacía unos segundos, lo estaba odiando con cada fibra de su ser. Sentía amargura hasta recordarlo, porque, ¿cómo podía odiar a Harry? Sentir otras cosas tampoco era bueno, no era lo que se suponía que tenía que pasar porque- porque simplemente no tenía sentido, y porque era imposible. Menos considerando que se trataba de San Potter- pero, ¿odiarlo...?

Draco abrió los ojos, y los chocó con los verdes de Harry.

Y- se suponía que en ese momento debería pensar que era imposible, ¿verdad? Que era imposible odiarlo. Eso era lo que Draco tenía que ver en sus ojos. Pero no. Mirándolo de cerca... Potter era alguien tan fácil de odiar, como de querer; salvo que se sentía cómodo detestarlo, Draco sabía lo cómodo y divertido que era detestarlo con cada célula. La diferencia es que, teniéndolo enfrente, lo único que podía pensar era en tomar su estúpida mandíbula y besarlo con furia. Ahora, con sus recuerdos, Draco sentía esa acción tan necesaria como lo era respirar.

Mientras trataba de mantener bajo control todas las emociones que Harry y los recuerdos le provocaban, Draco se acordó de lo que había dicho en el Wizengamot. De lo que había deseado y la medida que implementó. Hacer sufrir a toda esa gente...

Draco probaba ser quién era cada día.

Lo peor de todo, es que en ese preciso momento lo que más le hacía querer gritar, era el miedo de haber echado las cosas a perder. De nuevo. No el arrepentimiento de lo que sugirió.

Mierda —murmuró desesperado, llevándose las manos hasta la cabeza—. Mierda. Mierda. ¿Tengo que hacer esto cada vez que pierdo los recuerdos? Joder-

—Esta vez no puedo culparte —Theo interfirió, antes de que Potter preguntara qué estaba pasando—. Has conseguido que el Señor Tenebroso confíe en ti. De la peor forma, pero lo has hecho. No debes explicaciones.

Draco apretó las manos con más fuerza en su cabello.

Mierda.

—¿Qué pasó?

Draco miró a Theo ante la voz de Potter, preocupada y... temerosa. Suponía que las imágenes de la noche en que secuestraron a McGonagall se estaban repitiendo en su cabeza. Era probable que estuviera esperando lo mismo, una traición o decepción. Draco no fue capaz de verlo a la cara.

El pasado colgaba como un puente entre ambos.

Los gritos de McGonagall también.

—Draco le dio una alternativa al Señor Tenebroso para que reafirmara su poder —contestó Theo con calma—. Hizo que confiara en él. Y...

Draco levantó una mano y la puso encima de la túnica. Su lado egoísta le decía que, al menos, no todo había sido en vano. El sufrimiento de personas inocentes a cambio de una herida cicatrizada, era un mal precio. Pero era uno que estaba dispuesto a pagar.

Aunque la palabra seguiría ahí.

Para siempre.

Cobarde.

No podía decir que era una mentira.

—Curó mis cortes... —susurró Draco, sintiéndose asqueado.

Percibió la mirada de Potter encima suyo, siguiendo el trayecto de sus manos encima del estómago. Draco aún no se atrevía a mirarlo.

—¿Qué alternativa? —preguntó Potter, dirigiéndose a Theo.

Por unos segundos, Draco sabía que Theo no estaba seguro de si contestar o no. Luego, explicó sin un poco de tacto:

—Torturarán a los familiares de cualquier sospechoso, en vez de a él mismo. No los matarán, pero harán que deseen que lo hagamos. Les harán mirarlo, a los traidores. La gente tendrá miedo de nuevo y las rebeliones se callarán. Al menos por un tiempo.

Unos segundos pasaron.

Y Draco levantó la mirada al fin, suspirando hondamente. Harry ya lo estaba mirando de vuelta.

Por unos momentos, el mundo pareció pasar muy, muy lejano. Draco casi podía ver su tren de pensamiento. Potter se preguntaba cómo se le podían ocurrir cosas así, tan crueles. Y después debía recordar que, en realidad, Draco era una persona cruel. Podía llegar a ser gracioso o mínimamente tolerable, pero eso no cambiaba el resto, y Harry lo sabía. Él mismo le había dicho que trataba de recordarse a sí mismo ese hecho cada día. Lo que propuso en el Wizengamot era sólo una prueba más. Otra más.

Draco dejó salir un respiro. El único consuelo que le quedaba, era que quizás así, Harry lo odiaría de nuevo. Y el resto de temas se solucionarían porque ya no querría saber nada de él.

Pero Potter simplemente pasó saliva, y asintió bruscamente.

—Está bien.

Draco lo miró.

No tenía sentido.

Harry se separó para entregarles las máscaras y así guiarlos dentro de la mansión, aunque Draco no pudo moverse. ¿Potter acababa de decir que estaba bien, en vez de gritarle? ¿En vez de decirle que no se esperaba más? Draco observó su mandíbula recta y su aspecto desastroso que solo lo hacía ver más caliente de lo que ya era, y no entendía nada. No se suponía que Potter debía aceptar eso.

Bueno, en primer lugar no se suponía que estuvieran a punto de besarse, pero también había sucedido. Potter se arrepentía más de que no hubiera pasado que de haberlo intentado.

Quemé la carta, recordó de pronto.

Draco siguió a Harry con la máscara ya puesta, y sintió que una parte de su interior caía, tanto por lo que Harry había dicho, como por el recuerdo. Por darse cuenta de que había quemado la única evidencia de que ese día había pasado; la evidencia de que, quizás, en algún rincón retorcido de su persona, Harry Potter lo deseaba.

La verdad, Draco lo había meditado bastante antes de entrar a Azkaban, y había llegado a la conclusión de que quizás Potter lo deseaba porque sentía que no merecía nada mejor; que él mismo no era mejor. Desear a Draco Malfoy, el torturador, era casi como un castigo. Tenía sentido. Después de todo, Potter creía ser la peor escoria de toda esa base, y solía culparse por cosas que no eran su culpa. Desear a Draco era una manera de pagar por sus pecados. Era macabro, sucio, y simplemente estaba mal; y por eso era tan atrayente.

No existía otra razón para que Potter dijera todas esas cosas que le rompían el corazón, y le hacían quererlo. Simplemente creía que se merecía desear a alguien como Draco.

Y... lo que más le asustaba, es que no estaba seguro de poder alejarse si es que Harry volvía a intentar algo con él. Incluso sabiendo lo que sabía. Incluso teniendo claro que Harry no lo quería, no en serio. No era capaz de alejarse.

Draco tomaría todo lo que le diera, porque él tampoco merecía nada mejor que migajas.

—Tu padre está con los prisioneros.

Las palabras de Potter lo hicieron saltar. Draco fue transportado de vuelta al presente.

Recordó la expresión de Lucius en Azkaban. No reaccionó a su presencia. Estaba completamente ausente ese día.

Imaginarse a su papá en una celda de nuevo, solo, hizo que un desasosiego comenzara a crecer.

—Pott-

—No tuve opinión en eso —lo cortó él—. No puedo hacer nada.

Potter parecía molesto, de todas formas, y Draco no tenía la energía para comenzar a preguntarse por qué. Su mente divagó a lo que estaba a punto de suceder.

Su padre estaba allí, estaba allí de verdad, y Draco tenía la certeza de que esta vez su cambio tan abrupto en la personalidad había sido debido al puto Voldemort, y no al mismo Lucius. Esta vez sabía que su padre era inocente. Y aunque ya lo había visto en Azkaban, no era lo mismo. Ahora podría decirle que lo sentía, y podía tratar de enmendar haberlo dejado solo, no haber hecho lo suficiente por él. Draco estaba dispuesto a pasar el resto de su vida compensando sus errores, aunque le faltara tiempo.

Llegando a los calabozos, Draco apenas podía escuchar sus pisadas. Los latidos de su corazón retumbaban en cada oído, y el estómago parecía estar experimentando una sensación de vértigo, como si estuviese a punto de caer a un pozo sin salida. Draco esperó a que Potter se parara en una de las puertas del final, y luego de echarle una mirada hacia atrás, la abrió.

Draco contuvo la respiración.

Lo primero que vio fue a Astoria frente a él, y a Kingsley apoyado en una de las paredes. La mujer tenía una expresión extremadamente seria, y lo observaba con preocupación. El hombre estaba neutral. Draco se armó de valor y prontamente desvió su mirada al final de la celda, la cual tenía sus barrotes abiertos.

Lucius Malfoy, su papá, estaba sentado en una silla dentro.

Draco sintió una corriente de emoción pasarle por la espalda.

—¿Padre?

Lucius no reaccionó a su voz.

Draco, creyendo no haber sido oído, avanzó hasta él. Las demás personas en el cuarto parecían estar pendientes del escenario, pero no le importaba. Lo único que deseaba era que su padre lo mirara, y si estaba bajo el Imperius, encontrar una forma de deshacerlo ahí mismo. Tenerlo de vuelta.

Parándose frente a él, Draco volvió a hablar.

—¿Papá?

Y una vez más, Lucius no mostró señales de vida. El cabello, ahora limpio, caía como cascadas por los costados de su cara, y sus facciones irremediablemente toscas estaban aún más marcadas por la delgadez. Draco veía la perfecta imagen de la miseria en él. Muerto en vida.

Pero eso no podía ser, ¿verdad?

—Draco...

Draco se giró para encarar a Astoria. Sus latidos estaban alcanzando un ritmo inhumano.

La cara de la mujer tenía escrito "te tengo malas noticias", donde la mirara.

Su sangre se heló.

No.

Draco formó puños con sus manos. Astoria trataba de caminar a él, seguramente para intentar consolarlo. ¿Pero qué había que consolar? Su padre estaba bien. Su padre estaba ahí. No necesitaba nada más. Draco no necesitaba nada más.

—Su mente es un caos, luce como- como algo terrible, y... —comenzó a decir Astoria, provocando que Draco retrocediera. Sabía qué estaba intentando comunicarle—. No puedo- no lo sé. Creo que una versión de sí mismo está ahí, en algún rincón, vagando por sus recuerdos pero no puedo ver mucho más. Su cabeza-

Draco caminó lejos, dándole la espalda. Sentía que el mundo se estaba derrumbando una vez más, que aquello- aquello no podía ser, no de nuevo. Astoria no podía estar hablando en serio. Draco no podía seguir escuchándolo.

Pero ella continuó tratando de llegar a él.

—Todavía está bajo la Imperius —intentó consolarlo Astoria—. Traté de ver algo, y- puede que sea el daño de Azkaban, los dementores... O el daño de la maldición, no lo sabemos en realidad. Draco-

—¿Pero va a estar bien, verdad? —le dijo él desesperado, girándose de nuevo—. Si logramos romper la maldición, ¿va a volver a ser el mismo de antes?

Astoria trató de tocarlo.

—Draco-

—No puede ser, joder.

Draco salió del cuarto rápidamente, sintiendo que su corazón se rompía.

¿Qué significaba todo eso siquiera? ¿Que su padre estaba tan ido que ya no lo reconocería, que incluso podría no volver a hablar?, ¿que lo había recuperado en cuerpo, pero ya nunca recuperaría el resto de él? Draco se apoyó en una pared, sintiendo que su garganta quemaba.

Aquello era una puta tortura. Por cada victoria, parecía que lo perdía todo de nuevo. Por cada logro, se le era recordado que aquel mundo era cruel, y que Draco tampoco merecía ser feliz ni un jodido segundo. Algo siempre lo arruinaría. No entendía cómo se permitió olvidarlo.

—Draco-

Draco escuchó su voz, y sabía que no necesitaba esa mierda ahora.

Vete.

Cómo era de esperar, Potter no lo escuchó.

Sus pasos avanzaron hasta él, y de un minuto a otro una mano se encontraba en su espalda. Draco intentó alejarse del contacto, pero Potter no lo dejó. Sintió cómo se ahogaba.

—Draco. Draco, cálmate. No estoy aquí para- no... Sólo estoy aquí.

Draco trató de tomar grandes bocanadas de aire, sintiendo de nuevo el peso de la muerte de su madre atacarlo. No había podido salvarla, y si ahora no era capaz de salvar a su padre tampoco, ¿quién era?

Y si su padre no era capaz de ser salvado, ¿para qué seguía vivo?

¿Draco también lo había perdido, ocho años atrás?

Lucius estaba allí dentro, a unos pasos de él, y tenía que verlo bien. Necesitaba verlo bien. Ambos tenían que estarlo, porque las cosas no podían- no podían ser así siempre, ¿verdad? ¿Por qué carajos tenían que ser así siempre?

Draco se aferró a una de las paredes, y sintió a Harry tomar su brazo. Trató de sacudirse; necesitaba pensar, necesitaba cualquier cosa, porque sentía que se estaba destruyendo por dentro, que estaba cayéndose, que se estaba derrumbando, y-

No.

Draco ahogó un sollozo.

En realidad no.

No es que se estaba derrumbando, no es que estaba cayéndose a pedazos. No.

Porque caer significaba tener algún destino, tocar fondo, o simplemente estar en movimiento.

No estaba cayéndose a pedazos.

Si a Draco le pasaba algo, era que se estaba pudriendo.

—Draco-

—Déjame ir de una buena vez, o te juro que-

Sin embargo, no pudo acabar esa frase. Harry volvió a tirarlo más fuerte, y pronto había chocado contra su pecho. Duro y familiar. Draco luchó en vano por liberarse, pero las manos de Potter estaban aferradas a su espalda, y a su cabello, y ahí, recordándole que a pesar de todo, a pesar de absolutamente todo, estaba ahí junto a él.

Y si estaba ahí, era porque estaba sucediendo, ¿no?

Draco no se permitió llorar, tenía que calmarse. La idea de un futuro en el que su padre nunca, nunca volviera a hablar con él, pero que estuviera allí físicamente- de alguna forma hacía ver a la muerte como una buena opción. Draco no quería pensar eso. Draco sólo quería que las cosas, por una jodida vez-

—Siempre... Siempre sucede algo- siempre. Nunca podemos tener un segundo de... de...

—Lo sé —Harry murmuró contra su oreja, a un lado de su mandíbula—. Lo siento.

Draco no quería escuchar sus "lo siento".

Draco quería soluciones.

Sin embargo, oír a Harry decir... Algo, cualquier cosa, siempre lo hacía sentir más tranquilo.

Esa era otra de las cosas que no se suponía que tenían que ser así, pero lo eran.

—Esto tiene que ser una especie de karma- —dijo él tratando de reírse. Harry lo interrumpió.

—El karma no existe. Es sólo este mundo de mierda. Pero todo estará-

Potter se cortó a sí mismo. Draco sabía por qué. No había absolutamente nada que pudiera decir en esa situación que arreglara las cosas, nada. No podía prometerle que todo estaría bien, porque sería una puta mentira y ellos no se mentían. Mucho menos podía decirle que las cosas iban a mejorar en algún momento, porque habían pasado ocho malditos años de guerra y, literalmente, sólo habían empeorado.

Aún así, Potter encontró las palabras correctas.

—Estoy aquí.

Draco resopló, porque eso era algo que se suponía que debía hacer. Sin embargo, no pudo evitar asentir. Porque Harry estaba ahí, abrazándolo incluso después de saber que horas atrás acababa de proponer una solución inhumana ante un psicópata. Estaba ahí incluso después de lo desastrosa que fue su última conversación. Estaba ahí, siempre había estado ahí.

Así que Draco se dejó abrazar.

Trató de copiar la respiración pausada de Potter contra su pecho. Las manos de Harry eran pesadas, y estaban presionadas en su piel con crudeza. Draco intentó calmarse. Porque al menos Harry estaba ahí, no se había ido. Y a pesar de que encontrar consuelo en eso era patético, en esas circunstancias era lo mejor que tenía.

Oyó a Potter empezar a murmurar cosas en algún punto, tal como lo había hecho la última vez. Aunque Draco no las escuchó ni les prestó atención, era reconfortante. El recordatorio de por qué estaban vivos aún, y lo que les quedaba

Harry se aferró a él con fuerza. Draco hizo lo mismo. Incluso cuando lo que quería era gritar. Incluso cuando lo que deseaba era poder morirse de una jodida vez, para dejar de sentir que su corazón iba a hacerse jirones a medida que la guerra avanzaba.

Pasados unos largos minutos, Draco pudo recobrar su respiración normal y algo más de claridad. Bien. Astoria no había dicho que era imposible recuperar a su padre, más bien parecía que era difícil. Pero ¿cuando las cosas habían sido fáciles? Aún así, quizás, existía una mínima posibilidad-

—Draco —una voz dijo, haciendo que se separaran. Harry dejó ir sus brazos lentamente, y Draco fue incapaz de mirarlo. Astoria estaba parada en la puerta de la celda con una mirada interrogante—. Trataré de ver sus recuerdos, ¿quieres estar presente?

Draco volvió su mirada a Harry ante la pregunta. Este no hizo nada en un inicio.

Luego, asintió.

Draco miró a Astoria y asintió de vuelta.

—Bien —dijo ella, extendiendo su mano—. Ven aquí.

Draco dudó en tomarla, pero terminó haciéndolo de todas formas. Astoria le dedicó una pequeña sonrisa triste y lo guió hacia dentro. Draco cerró los ojos mientras era arrastrado.

Otra mano se posó en su espalda como soporte.

Esta vez, Draco no la alejó.

•••

Potter no dejó su costado mientras Astoria se ponía delante de su padre, dispuesta a meterse a su cabeza una vez más.

Aunque tampoco duraron mucho tiempo dentro de ese cuarto.

Draco atrapó la mirada de Theo en el otro costado de la habitación, a un lado de Kingsley, y pudo ver que su gesto era interrogante. Draco se encogió de hombros, aún recuperándose de su casi ataque. Entonces, prestó atención a lo que estaba sucediendo al frente.

Draco observó el rostro ausente de Lucius y sintió un retorcijón.

Podía hacer eso. Podía hacerlo.

Astoria tomó la barbilla de su padre con delicadeza y sacó la varita. Draco suponía que querría hacer eso de la forma más suave posible, con cuidado y de a poco. No dañar su mente más de lo que ya estaba.

No dañar su mente más de lo que ya estaba.

La presencia de Potter, hombro con hombro, continuaba siendo reconfortante, pero quizás después de todo no era suficiente. El calor que Potter transmitía no alcanzaba para que Draco no sintiera un frío alcanzar sus extremidades. Un frío que avanzaba por su torrente sanguíneo, presagiando desgracias.

Draco rogaba que su padre estuviera bien.

No conocía a un Dios. Eric le había platicado acerca de un ser omnipotente, muchos años atrás, aunque Draco nunca creyó en él como los muggles lo hacían. Él no creía en nada, en realidad, excepto en "El Después", donde se suponía que iban los magos que merecían una segunda oportunidad. Sin embargo, en ese momento, estaba rogando a esa criatura invisible y poco verosímil en que los muggles creían, que por favor lo ayudara. No por él, sabía que él no tenía derecho a esa felicidad. Sino por su padre. Por la memoria de su madre.

Astoria agitó su varita, y Draco miró cómo se inmiscuía en la cabeza de Lucius.

No había mucho que ver de afuera, sobre todo porque Lucius tampoco daba ninguna señal de que alguien estuviera en su cabeza. Mas Astoria no había podido ingresar de inmediato. De hecho, no había podido ingresar, no al menos hasta la cuarta vez que agitó la varita, y Draco la oyó soltar un suspiro.

Aunque la calma no duró demasiado. Apenas Astoria llevaba unos segundos, Lucius comenzó a agitarse. No era nada grave o exagerado, quizás habría sido imperceptible si no fuera porque ya de por sí, su padre se encontraba inamovible frente a los estímulos del exterior. Astoria navegó por sus pensamientos, y Lucius continuó sacudiéndose, hasta que la mujer dio un paso atrás.

Draco creyó por un momento, que los ojos de su padre se fijaban en él.

—Draco... —dijo Astoria, con suavidad—. Creo que eso será mejor si sales del cuarto.

Draco la miró extrañado.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Le está afectando verte.

Astoria desvió la mirada a su padre que lo veía, pero realmente no veía nada. Tal vez el atisbo de su persona, o la sensación, era lo que le molestaba. O ninguna de las dos, en realidad. Quizás Astoria estaba imaginándose todo, y Draco quería creer que lo estaba reconociendo. Decidió dar media vuelta.

Su pecho dolía.

Antes de salir del cuarto trató cuidadosamente de no mirar a su padre por miedo a volver a perder la compostura. Ya había ganado el control de nuevo. Los pensamientos pesimistas sólo harían que tuviera un colapso otra vez, y Draco estaba harto de pasársela entre colapso y colapso. Simplemente se encontraba- cansado.

No fue ninguna sorpresa que Potter lo siguiera. Draco ya lo estaba esperando.

Se ubicaron uno enfrente del otro en el pasillo de los calabozos. Draco apoyado en la pared a un lado de la puerta de la celda, y Potter igual, pero en el lado opuesto. Draco trató de evitar sus ojos cuidadosamente, mientras se preguntaba qué posiblemente podría ver Astoria en la mente de su padre. Y si es que de verdad quería saberlo...

Luego de un par de minutos, en el que sólo se oía el murmullo del resto de personas conviviendo en la casa, Potter decidió hablar.

—Robards murió.

Draco paró de mirar el suelo y vio hacia al frente al fin. Había estado intentando evitar el contacto visual y físico; no le hacía bien a ninguno de los dos, pero Potter le había hablado y tampoco lo ignoraría.

Ni aunque lo quisiera podría llegar a ignorarlo alguna vez.

Después de esperar que Harry agregara algo más, Draco se encogió de hombros, gesticulando con su mano.

—¿Y...?

—¿Te da igual?

Draco entrecerró los ojos. ¿Robards era ese hombre que siempre iba con Shacklebolt, no? Volvió a encogerse de hombros. Realmente no le afectaba. Gente moría todos los días, y en ese instante su mente sólo podía preocuparse por una sola cosa: su padre en esa celda. Además, suponía que el mismo Robards se había ofrecido a ir a Azkaban; sabía que en cualquier momento podría morir. Por otro lado, su padre era importante para ganar la guerra. No había demasiado que lamentar.

Potter seguía esperando su respuesta con su cuerpo en tensión.

—¿Era cercano a ti? —decidió preguntar en cambio.

—No.

—Entonces... sí —Draco no se molestó en sonar más amable—. Me da igual. Ni siquiera llegué a hablar con él.

Harry suspiró, y apoyó la nuca en la pared. Por unos segundos, sus ojos se perdieron en el techo. Draco se dedicó a delinear la línea de su mandíbula y su manzana de Adán.

—Realmente no te importan las vidas que se pierden, ¿no es así?

Draco parpadeó un par de veces, y recordó, semanas atrás, lo que había pensado. Cuando se hizo consciente de la gente que torturó. Todas las cosas que hizo, y las que le fueron indiferentes... por nada. Potter había parecido deducir entonces que Draco sí se arrepentía. Incluso cuando Draco había tratado de mantenerse lo más compuesto posible desde ese día y no pensar en ello, tratando de reprimirlo una vez más, había creído que Potter seguiría creyendo lo mismo, que adivinaría sus pensamientos: al final del día, todos queremos creer que somos más que monstruos.

Cuando Harry bajó la cabeza para mirarlo de nuevo, Draco no tenía idea qué expresión tenía en la cara, pero este se apresuró en hablar. Draco intentó ponerse neutral nuevamente.

—Joder. Lo siento, no sé-

—No, tienes razón —lo cortó él—. Por eso propuse eso hoy día en el Wizengamot, porque no me importa nada ni nadie. Y no, no lo estoy diciendo para que sientas compasión por mi, o de una forma sarcástica. ¿Sabes qué era lo que más me preocupaba cuando tuve mis recuerdos de vuelta? —La voz de Draco era cruel. Estaba dando resultado—. Haberla cagado. Pero no por el sufrimiento que tendrá esa gente inocente de ahora en adelante, eso te lo aseguro.

El rostro de Harry se fue haciendo más y más duro a medida que terminaba de hablar. A Draco no le importó. No del todo.

A veces, se preguntaba si decía ciertas cosas porque verdaderamente las pensaba, o porque necesitaba pensarlas. O incluso, porque había aprendido a pensarlas para así sobrevivir. En ese momento podían ser las tres, o simplemente quería crear distancia entre Harry y él.

Sin embargo Potter, con la cara hecha piedra, tampoco parecía desear gritarle o decirle que era una mierda de persona. O siquiera querer irse, como habría hecho meses atrás. Harry sólo se le quedó mirando, con los ojos verdes centelleando tras los lentes, la mandíbula apretada, y los labios apretados en una fina línea.

Así que Draco lo miró de vuelta.

Potter tenía las manos detrás de la espalda, y a pesar de haber bajado de peso, seguía manteniendo el cuerpo tonificado. Draco delineó cada línea con cuidado, en un principio sin intenciones, y luego porque deseó descubrir todo lo que no se veía bajo la ropa. Tuvo que apretar los puños para no acercarse y aprisionarlo contra la pared, porque sus manos picaban por tocarlo. Draco detalló con lentitud la forma en la que su cabello había sido cortado de nuevo, y cómo ahora sus labios estaban entreabiertos, iluminados por la tenue luz de las antorchas de los calabozos.

De un momento a otro, su corazón estaba latiendo demasiado fuerte, y por su vientre se había extendido un calor.

Joder. Joder. Joder.

El ambiente entre ellos cambió. Sus vellos se erizaron ante la sensación de la magia de Potter subir y bajar por su cuello, y entre sus piernas. Parecía que la discusión inminente había sido olvidada, al menos por su lado. O no del todo. Una parte de sí quería que lo insultara lo suficiente para hacerlo enojar. Draco deseaba acercarse a golpearlo, para tenerlo cuerpo con cuerpo, porque era la única forma de acercarse que conocían. Dañándose.

Mientras miraba sus labios, Draco imaginó que los mordía. Que los tenía apresados en distintas partes de su cuerpo. Su mente se nubló.

Cuando volvió a enfocarse en los ojos de Harry, este tenía una mirada hambrienta.

—Déjame besarte.

Su voz había sonado desesperada.

Draco sintió cómo la respiración se atoraba en su garganta, y apretó los puños con más fuerza. Sus ojos estaban fijos en los labios de Harry.

—Joder.

Bajó la mirada entonces.

No podía, no ahora. Aunque lo deseaba.

Merlín, ¿acaso Potter no tenía filtro entre su cerebro y la boca?

—Potter —dijo, lo más calmado que podía en esas circunstancias—. Mi padre está allí dentro. No- no tengo tiempo para esto.

—Lo sé. Lo siento. No quería-

—Déjalo así.

Potter soltó una respiración totalmente frustrada, y aunque el cuerpo de Draco le reclamaba con urgencia que le dijera que sí, mandar a la mierda las complicaciones, y besarlo con fuerza, se controló. Él sabía, simplemente sabía que una vez que accediera, ese sería su fin. No habría forma de retroceder. Sería como elegir conscientemente otra forma de hacerse daño, porque nada bueno duraba en su vida.

Draco no aflojó los puños de sus manos hasta que estuvo lo suficientemente seguro de que no cruzaría el espacio y agarraría a Potter. Para golpearlo por hacerle eso, o para hacerlo gemir a un lado de su oído. Ninguna de las dos era una buena idea.

—Sin importar las razones por las que haces lo que haces, no puedo odiarte.

Draco contó hasta diez cuando lo escuchó, antes de mirarlo por debajo de sus cejas. Le gustaría que Potter se callara y les ahorrara esos momentos que no tenían ningún tipo de sentido, y que terminaban en frustración por parte de ambos.

—Yo tampoco —contestó honestamente, bajo su mirada ensombrecida.

Harry sonrió con amargura; un hoyuelo se marcaba en su mejilla. Draco quería besarlo con desesperación.

—Hablo en serio —replicó él—. Puedes decirme- puedes decirme que todo lo que has hecho durante todos estos años ha sido a propósito, porque quieres herir a la gente. Porque te gusta verlos gritar y rogar. Y simplemente no me importa-

—Torturé a McGonagall.

Potter cerró la boca ante eso, y Draco casi sonrió triunfal al probar un punto. Entre ambos había brechas que nunca podrían llegar a cruzarse. Por unos segundos, Harry parecía no saber qué decir.

—Sí —murmuró finalmente, con la voz apretada.

—¿Tampoco te importa?

—No la mataste.

—Era lo mínimo que podía evitar hacer.

—Lo "mínimo", provocó que te escribieran eso en el pecho y tuvieras que vivir en dolor por meses.

Draco se llevó una mano hasta el torso inconscientemente, recordando cómo se habían visto sus cicatrices. "Cobarde". Quizás eso era lo que Draco siempre había sido. No un monstruo. No una mala persona. Simplemente un cobarde. Demasiado cobarde para intentar cambiar su destino; demasiado cobarde para vivir en él como correspondía.

Harry estudió sus movimientos con detención. Draco volvió a poner una expresión en blanco. Daba igual lo que había sucedido después. Lo otro, la tortura, había pasado, e incluso el mismo Harry había estado de acuerdo que no era mejor que eso. Nunca había sido mejor.

—No quieres esto, Potter, no- —Draco sacudió la cabeza—. No tienes idea de las cosas que soy capaz.

—Cállate —Potter respondió con rudeza—. Cállate, sólo-

Era claro que Potter realmente no sabía qué contestar a eso, o cómo terminar la frase. No era ninguna mentira, Draco no lo estaba diciendo para hacerlo enojar. Draco quería recordarle las diferencias entre ambos, y cómo, verdaderamente, Potter se había confundido. Quizás la guerra lo había llevado a estar tan solo que se aferraba a cualquier muestra de atención que alguien le diera.

¿Y por qué te elegiría a ti entre toda la gente?

Draco casi esbozó una mueca agria. Sabía la respuesta.

Porque de entre todos los que sienten algo por él, soy el que menos da. Potter no puede concebir que merezca más que esto.

Draco se dedicó a mirarlo. Ahora era Harry quien estaba con la cabeza gacha. Los mechones de cabello corto cubrían su frente y sus ojeras se veían más pronunciadas. Se preguntaba si de ahora en adelante las cosas entre ellos serían siempre así; hasta que ya no pudieran aguantarse. O hasta que volvieran a explotar y todo se fuera al carajo.

—Draco —La voz de Astoria lo hizo salir de su ensimismamiento. La mujer se paraba en la puerta con una expresión grave y cuidadosa—. Pueden entrar de nuevo.

Draco no demoró en obedecer, ansioso por saber qué había sucedido con su padre y escapar de- ellos. De lo que sea que estuviera pasando entre ellos.

Potter no comentó nada más. Draco tampoco. En cambio, entró a la celda, ansioso por ver algún cambio en él.

Pero una vez dentro, no pudo ver nada distinto en Lucius. Su expresión abstraída era la misma. Incluso su posición. Nada indicaba que Astoria había hecho demasiado.

—Traté de meterme a su cabeza —anunció Astoria, haciendo que Draco se diera vuelta nerviosamente para poder verla—, y...

Ella apretó los labios. Draco decidió tomar la palabra.

—Es un caos, ya lo dijiste.

—Sí. —Asintió—. ¿Sabías que cada mente tiene distintas formas de estructurarse?

Él frunció el ceño, sin entender el abrupto cambio de tema o cómo eso podría tener que ver con su padre.

—Sí. La mía luce como una biblioteca.

—Draco... —Astoria pareció algo alarmada ante sus palabras y negó, caminando hacia él—. No.

—¿No?

—No. Tu mente... —Astoria pasó saliva—. Tu mente es la Mansión Malfoy.

Draco se quedó parado en su lugar. El descubrimiento no lo shockeaba, si era sincero. Entendía por qué su mente podría parecerse a la Mansión Malfoy: vacía y triste; sólo él habitandola. Cuartos olvidados y paredes manchadas de sangre. Tenía sentido.

Lo que no tenía sentido era que Astoria estuviera trayéndolo a colación. Justo ahora. Sintió la mirada de Harry quemar en su costado.

—La mente de tu padre es Azkaban —explicó ella, y Draco comprendió.

Sus ojos se desviaron a él, ignorando al resto de personas en el cuarto. Su padre aún no hablaba, no mostraba signos de estar presente. Draco sintió algo parecido a la lástima y al desasosiego.

Azkaban. Ni siquiera llevaba un año allí.

¿Hace cuánto tiempo era que su cabeza lucía de esa forma?

—Su mente está desolada. Dañada. Cada celda representa un nuevo recuerdo o pensamiento. Hay una versión de él merodeando la prisión, pero no sé- no sé muy bien... —Astoria sacudió la cabeza—. No tengo idea de si será su yo real perdido en la locura, o si es una proyección de sí mismo que su mente creó... Para no perder por completo la cabeza.

Draco deseó haberse podido sentar para procesar la información.

¿Una parte de sí mismo, vagando por su mente y por los recuerdos? ¿Qué carajos significaba eso? Él no recordaba que hubiera visto algo parecido antes.

¿Estaría reviviendo recuerdos felices? Draco esperaba que sí. Su padre no era la mejor persona de la historia, pero- Draco creía que merecía ser feliz después de tanto.

—¿Hay una opción de traer a su "yo real" a la luz? —preguntó—. ¿Que vuelva...?

La mirada de condescendencia de Astoria cortó su pregunta. Un sentimiento de irritabilidad creció dentro suyo.

—Draco, tu padre tiene serios daños mentales. No sólo hablando de la estructura de su cabeza, que ha sido flagelada gracias al Imperius. Tu padre... Ha sufrido traumatismos en su cerebro también, en Azkaban. No lo sé-

—Pero hay una posibilidad, ¿no?

—Quizás hay una posibilidad de que vuelvas a hablar con él, antes de que todo se derrumbe —dijo ella, con tono de disculpa—. Pero eso es todo.

Draco no preguntó qué se iba a derrumbar, era bastante obvio.

Sus pies le rogaban acercarse a su padre y obligarlo a quedarse allí con él, en vez de que cayera a la locura de forma irremediable. De alguna forma, Draco había creído ingenuamente que una vez que lo recuperara todo estaría solucionado, y no era así. No era así.

Mierda. Necesitaba dormir. Sentía que podía desmayarse del agotamiento.

—Como te decía... Las fantasías de tu padre y los recuerdos están mezclados entre sí. Lucius está viviendo en ellos, creando una realidad que no es real. —La voz de Astoria lo trajo vagamente al presente. Draco pasó la mano por encima de sus ojos y se apoyó en una de las paredes de la celda—. Y, además de todo, el Imperius sigue ahí. Tu padre aún obedece las órdenes de Tom. De hecho, no he podido estar en su cabeza más de cinco minutos en total, no mientras no deshagamos de la Imperdonable. Quizás sólo así podremos liberar sus recuerdos y su persona. Pero- es sólo un quizás.

Draco apretó la mandíbula cuando Astoria terminó de hablar, y miró a Harry. En vez de encontrar allí la distancia fría que esperaba, descubrió que se veía casi tan estresado como él. La diferencia era que mientras Draco se encontraba así por lo que todas esas palabras significaban para su padre, Potter probablemente estaba lamentando no poder acelerar las cosas, recuperar lo que Lucius sabía lo más rápido posible.

Agarrando esa idea, y sabiendo que también le serviría a él para no sentirse como un completo inútil frente a toda la situación, se giró a Astoria de nuevo. Draco sentía su pecho agitarse, y las ganas de llorar subían de nuevo por su cuerpo. El desespero de no saber si tendría a su padre de nuevo, de no saber si volvería a hablarle, comenzaba a comérselo de a poco, implantando una idea.

¿Qué había sido lo último que Draco le había dicho, antes de que fuera puesto bajo la Imperius? Draco no recordaba. Probablemente le había dicho que lo odiaba, porque eso solía hacer cuando tenía diecisiete años: culpar a su padre de sus fracasos y decirle que gracias a él, tomó ese camino, en vez de asumir la responsabilidad. ¿Sería ese el último recuerdo que Lucius tenía de él? ¿Tendría la voz de Draco repitiéndose en su cabeza, diciéndole que lo odiaba?

—Ya que estamos aquí —le dijo a Astoria, agitado—, ¿quieres darle un vistazo a mi cabeza?

Las reacciones fueron casi inmediatas. Kingsley y Theo también lucieron alarmados. Draco no les prestó atención.

—Creo que estás muy vulnerable —balbuceó en respuesta Astoria— por ahora-

—¿Y eso qué? ¿No podrás entrar a mi cabeza mejor?

La vulnerabilidad era una parte importante de la Legeremancia. La inestabilidad emocional se traducía en inestabilidad mental. Bellatrix solía aprovecharse de eso en su sexto año.

—Te dolerá —dijo Astoria, mordiéndose el labio.

—¿Pero puedes navegar mejor por mi mente, no?

—O sea-

—Astoria, hemos hablado de esto —intervino Potter, dando un paso al frente—. Sabes que hay límites, hay límites para que la Legeremancia sea segura.

Draco bufó.

¿Y?

¿A quién le importaba?

A Draco ciertamente ya no.

—Me da igual.

—Draco, puedes quedar con daño irreversible —insistió Harry.

—Me da igual-

—Draco.

Draco se giró a la voz de Potter y vio que tanto él como Theo estaban tratando de llegar hasta donde estaba. Una sola mirada de su parte los detuvo, pero no detuvo que quisieran hacerlo "entrar en razón". A Draco simplemente no le importaba.

—No moriré, Potter —le espetó bruscamente—. Solo será dolor. Temporal. Algún que otro desajuste, pero quizás Astoria pueda encontrar algo.

—No lo hagas.

Su voz había sonado como una súplica.

Draco la ignoró.

—Astoria —Draco dijo prácticamente sin aire, enfocando los ojos en la mujer—. Hazlo. Si esperamos más a que me recupere, puede que esta oportunidad no vuelva a darse.

Su corazón iba demasiado rápido. Como si fuera a tener un infarto.

—Con la suerte que tienes, ¿crees que no volverás a estar vulnerable?

—Potter, cállate.

Draco se enfocó en Astoria, arqueando las cejas. La mujer lucía insegura, intercambiando su mirada entre todos los hombres presentes en la sala. Draco confiaba lo suficiente en ella como para entregarse en esos momentos, donde la emoción navegaba casi por encima de la superficie, amenazando con acabar con él.

—No me callaré-

—Creo que el joven Malfoy tiene razón —Kingsley interfirió con calma la oración de Potter, y Draco lo agradeció—. Deberíamos sacarle el mayor provecho a esta situación. Nadie dijo que el proceso de recuperación de recuerdos debía ser suave. Deberíamos aprovechar su alteración y disgusto para ver si así se acuerda mejor.

—¿Cómo puedes decir algo así-? —Potter escupió con rabia, y Theo se le sumó.

—Estoy de acuerdo con Potter. Puede volverlo loco. O dañar sus memorias. No-

Draco rodó los ojos.

—Astoria sabe sus límites. Deberían confiar en ella. Jamás haría algo que dañara a otro —Draco la miró—. ¿No es así?

Ella aún los veía con nerviosismo, pero la confianza de Draco parecía haberle dado confianza a ella también. Astoria asintió levemente, y se puso frente a él, justo cuando Potter daba un paso adelante.

—Astoria, no-

Draco no escuchó el resto de esa frase.

Poco a poco, una presencia comenzó a entrar a su cabeza.

En la vulnerabilidad, las barreras de Oclumancia solían actuar extraño. Draco no tenía la habilidad de levantarlas de forma inconsciente como su madre, o Rookwood, pero sí que luchaban por hacerlo. Por lo que en medio de su colapso, las barreras comenzaron a alzarse. Draco intentó bajarlas, para dejar pasar a Astoria por su mente, y de repente sintió cómo un rayo de dolor le cruzaba el cráneo.

Lejos, muy lejos, había una mano aferrándose en su hombro. Draco sabía que Astoria estaba intentando ser lo más cuidadosa posible, sin empujar demasiado sus límites pero tampoco reteniéndose por completo como en otras sesiones de Legeremancia. Draco apretó con fuerza sus manos, aguantando cada pedazo de agonía, porque sabía que aquello valdría la pena.

Astoria entró apenas a su mente, y Draco podía sentirla merodeando. No tenía idea si estaba vagando por los cuartos, o cómo funcionaba su Legeremancia, porque él simplemente estaba batallando con sus muros como para prestarle atención a otra cosa.

Los recuerdos comenzaron a pasar frente a sus ojos.

Era lo mismo de siempre: venía lo que uno menos quería que el otro viera primero, (que era su casi beso con Potter), y luego aquello se degradaba hasta mostrarle sus peores memorias, al menos las más recientes. Las cicatrices en su pecho. McGonagall. Su madre muerta.

Pero esa vez- Astoria fue más allá.

Draco apretó con más fuerza aún- lo que sea que estuviera apretando y reprimió el lloriqueo que quería abandonar su garganta. Sintió voces y gritos a lo lejos, pero no podía prestarles atención. Astoria se estaba abriendo paso con fuerza por sus memorias olvidadas. Como si un cuchillo estuviera cortando hilo por hilo sus conexiones mentales y llevándolas a la luz. La oyó decir un "lo siento", aunque Draco no podía asegurar que no se lo hubiera imaginado, o que en realidad algún recuerdo fuera el que hiciera ruido. Daba igual. Estaba más preocupado de las imágenes pasando frente a sus ojos que otra cosa.

Eran de su madre.

Todas y cada una.

Narcissa atrapada en una pequeña cabina, gritando. Narcissa llorando. Narcissa suplicando. Draco en el suelo, tratando de alcanzarla. Los Mortífagos riendo. Su padre levantando la varita contra ella.

Narcissa volviendo a ofrecer una solución.

Draco estaba gritando al fin, porque la información era demasiada; porque la presencia de Astoria dolía, y porque estaba empujando sus límites de una forma en la que sólo Bellatrix había experimentado con él. Escuchó a alguien a lo lejos pedir que se detuviera, otro que lo imploraba.

Pero ya era muy tarde.

Medio segundo después, sintió cómo un click se escuchaba en su cerebro, y Astoria abría una puerta en medio del vacío. En medio de los espacios faltantes.

Su garganta se desgarró, todo su cuerpo se agitó e incluso Astoria soltó un jadeo.

Porque los recuerdos llegaron a él en bandadas.

Chapter 42: Interludio: Draco

Notes:

TW: Tortura y violencia sexual

Chapter Text

Draco Malfoy no era parte del Nobilium la primera vez que fue llevado a los calabozos de su propia mansión, para ser torturado frente a su madre.

Le faltaban unas semanas para cumplir los dieciocho, y la Batalla de Hogwarts aún era reciente. Por eso no le extrañó demasiado ser empujado hasta la celda temporal donde mantenían a Narcissa presa, para hacerlo sufrir. Los Mortífagos no habían estado haciendo nada distinto desde el triunfo del Lord en Hogwarts.

Bueno, tampoco podía asegurarlo. Draco no recordaba mucho de 1998, aunque no le hubiesen borrado nunca esas memorias. Lamentablemente, los meses después de la guerra no eran más que un borrón en su cabeza.

Espacios en blanco que nunca, nunca, nunca, recuperaría.

—Déjanos entrar a tu mente.

Draco estaba siendo sostenido en un punto de la celda donde su madre no lo veía; pero él sí sabía que ella estaba allí. Su miedo le impedía avanzar, moverse, o pedir ayuda... aunque no serviría de nada. Draco ya se había resignado a que nadie le tendría piedad. Había visto cosas que nadie de su edad debería haber visto.

Narcissa no contestó al Mortífago que trataba de sonsacarle información. Un movimiento audaz y valeroso. ¿Pero valía verdaderamente la pena?

—No vamos a repetirlo de nuevo, puta de mierda. —La voz del Mortífago, Avery, era dura. Draco dio un salto en su lugar—. Baja tus guardias de Oclumancia. Muéstranos lo que sabes.

Una vez más, la mujer no contestó. Al parecer, Narcissa creía que su pacto de silencio le ayudaría en algo, o cambiaría el resultado de esa guerra. Pero no era así. Por mucho que guardara silencio, el Señor Tenebroso ya se había consagrado el gobernante del mundo mágico. Su resistencia sólo pondría algunas dificultades, nada más.

Draco Malfoy, desde su rincón, no entendía demasiado. ¿Por qué le estaban preguntando cosas a su madre? ¿Acaso ella sabía dónde estaban escondiendo a Harry Potter? ¿Su traición era así de grande?

—¿No? —el Mortífago habló de nuevo—. ¿No vas a hacer nada?

Unas manos agarraron al muchacho desde su rincón, y fue arrojado al medio de la sala con brusquedad. Draco cayó frente a los barrotes, quejándose. Al instante, Narcissa se encontraba aferrada a la reja. Rápida. Desesperada; la mujer exudaba desesperación.

—Él no tiene nada que ver en esto-

—Ah, ¿ahora sí hablas?, ¿no eras muda?

—Voy a hacer lo que sea, pero no lo metan-

—Te hemos dado oportunidad tras oportunidad, y sólo las has desperdiciado. —Una mano se envolvió en el cabello de Draco, haciéndolo gritar—. Creo que esto te enseñará...

—No- no —Narcissa veía la escena con impotencia—. ¡No! ¡Haré lo que sea!

—Pruébalo.

Draco cerró los ojos. La mano en su cabello apretó con más fuerza. Gracias a las sombras tras sus párpados, el joven veía cómo una varita se levantaba. Sabía que se dirigía hacia él.

Los barrotes se movieron bajo el agarre de Narcissa.

—Por favor. Es sólo un chico. No es más que un chico.

—Es un adulto.

—¡Míralo!

La voz de Narcissa había salido prácticamente ahogada, y en parte... tenía razón. Cualquier persona que mirara a Draco Malfoy no vería a un hombre, o a un adulto responsable. El muchacho era escuálido, delgado y tan pálido como la luna. Sus facciones recién estaban comenzando a endurecerse y, si no fuera tan alto, podría decirse que no superaba los quince.

A los Mortífagos claramente no les gustó ser gritados, por lo que uno de ellos apuntó a Narcissa con su varita, y la mujer cayó, aún aferrada a los barrotes.

—¡No me grites, perra asquerosa!

Draco, para ese punto, ya estaba temblando. ¿Qué eran capaces de hacerle, para que su madre hablara? Sabía que no podían matarlo, no mientras se encontraran en la mansión, pero, ¿qué tanto daño podrían hacerle para que deseara ser asesinado?

El joven abrió los ojos e intentó mirar hacia abajo. Por unos breves segundos, su mirada se conectó con los angustiados ojos azules de su madre.

—¿Mamá? —preguntó con un hilo de voz.

Unas risas se expandieron por la celda. Se reían de él, de su debilidad. Era una humillación que realmente no importaba, porque el verdadero sufrimiento no era que se burlaran; Draco había experimentado bastante de eso durante su corta vida. El verdadero sufrimiento fue lo que vino después.

De los presentes, el único capaz de sentirlo era él, por supuesto. La magia oscura y poderosa inundó el lugar, viajó por el suelo, y se infiltró en las paredes. Preparada para comer. Preparada para devorar todo a su paso.

Poco después el Señor Tenebroso estaba a la vista, dispuesto a llevar a cabo lo que él llamaba "un interrogatorio fructífero". Se puso delante del chico y agitó la varita sin un rastro de piedad, haciendo que Draco se preparara para lo peor.

Y estaba en lo cierto.

Dos segundos después, el dolor del Crucio lo atravesó.

Se suponía que ya debería estar acostumbrado, pero no era así. El padecimiento que la maldición traía a su cuerpo era igual de horrible cada vez. Aunque estaba claro que esa demostración no era para él, no del todo. A pesar de que los Mortífagos disfrutaban haciendo sufrir a cualquiera, en ese instante lo que querían era, más que nada, hacer sufrir a la mujer tras las barras.

Podría haber sido nada demasiado terrible, la verdad, nada muy traumático. Después de todo, era sólo un Crucio. Eso, hasta que el joven Malfoy miró hacia el frente y vio que su madre estaba sufriendo el doble.

Porque, en primer lugar, estaba preocupada del daño que podrían causarle a él.

Y en segundo lugar, porque todo lo que le hacían a Draco, Narcissa Malfoy lo sentía literalmente en su propia carne, a través de una maldición.

El Crucio estaba bañando en dolor a ambos.

•••

La décima vez que Draco Malfoy fue llevado a ser parte de las torturas de su madre, había pasado un mes desde que cumplió los dieciocho. El muchacho ni siquiera se dio cuenta; su cumpleaños pasó inadvertido como si fuese cualquier otro día.

Tampoco nadie estaba ahí para celebrarlo.

Draco, después de tanto tiempo viviendo entre Mortífagos, había aprendido que gritar sólo hacía las cosas peores para él, y en este caso, para su madre también. Los Mortífagos amaban el sufrimiento y odiaban la debilidad. Gritar era darles razones para desquitar su rabia, y disfrutar de lo que ocasionaban en sus víctimas. Así que ya no lo hacía. Las sesiones de tortura no eran muy distintas entre sí, por lo que trataba de no prestarles atención y verlas como un mal momento en su semana. Draco era llevado, le hacían las mismas preguntas a Narcissa una y otra vez, y por cada "no lo sé" ambos pagaban las consecuencias. A veces los Mortífagos se ponían creativos, y usaban la Imperius para obligar a Draco a quebrarse a sí mismo los dedos. Otras veces se limitaban al Crucio y a los golpes. Todo eso mientras el Señor Tenebroso miraba. Lo mejor era cerrar los ojos y esperar a que pasara rápido, para que lo dejaran irse de vuelta al laboratorio a preparar pociones. Pociones que lo ayudarían a él mismo también.

Hasta que un día, uno de los Mortífagos, a quien ahora reconocía como Dolohov, pareció aburrirse de la rutina, y decidió que los castigos y torturas no estaban haciendo lo suficiente.

—Bien. Al parecer, esta traidora cree que puede aguantarlo todo, ¿no es así? —se burló.

El hombre caminó hasta la celda de Narcissa y la abrió de golpe. La mujer ya estaba atada de manos y pies, por lo que daba igual que se pasearan por dentro de los barrotes, Narcissa no sería capaz de sortearlos a todos para escapar.

—Veamos si puede aguantar esto.

Draco, con un ojo amoratado y en una posición extraña, no podía ni ver ni entender bien a qué se refería, o qué posiblemente podrían hacerle.

Hasta que escuchó cómo Dolohov agarraba su cinturón, y empezaba a desabrocharlo y a bajar su cierre. Por mientras, Narcissa se sacudía entre sus cadenas.

El terror invadió a Draco.

—¡No! —gritó, mientras Yaxley, quien lo sostenía, lo agarraba más fuerte—. ¡No!

—Cállate, maricón de mierda-

Dolohov bajó sus pantalones y caminó a Narcissa, con el miembro al aire. Lucius, en una esquina, no hacía más que mirar el suelo.

Draco no podía soportar eso.

—¡Aclamo el quinto principio! —gritó, desesperado—. ¡Aclamo el quinto principio de los sagrados veintiocho!

Dolohov detuvo sus movimientos.

El principio número cinco, constaba de que ningún daño verdaderamente irreversible podría ser causado de un sangre pura a otro sangre pura.

El muchacho respiraba con dificultad, y nunca había estado tan agradecido de haber aprendido a la perfección aquellas reglas. Era la primera vez que las utilizaba desde que la guerra había iniciado, y lamentablemente, no sería la última.

—No es válido-

—S- sí lo es —dijo Draco, tropezando con sus propias palabras debido al miedo—. Estarás interfiriendo en su alianza matrimonial. D- dañará irreversiblemente sus votos. No puedes-

Yaxley asestó su puño contra la cara de Draco. Quizás porque estaba diciéndoles que no podían, porque estaba impidiendo que dañaran a su madre, o simplemente porque le molestaba su tartamudeo.

Draco ni siquiera se quejó cuando sintió la sangre inundando su boca.

—¿Y qué ofreces a cambio, pequeño Malfoy? —preguntó Dolohov, aún con los pantalones abajo. Semidesnudo, e igual teniendo todo el control de la situación.

—A mi —respondió el chico sin vacilar.

—Draco, no-

—Tortúrenme a mi —interrumpió a su madre.

—¿Quieres que te la meta, acaso?

Draco sintió una acidez en su garganta que amenazaba con obligarlo a devolver comida que no había consumido.

—No puedes dañarme irreversiblemente tampoco. Estoy comprometido con Pansy Parkinson.

Lo cierto es, que ninguno de los presentes sabía qué tan verídica era esa afirmación. Que no lo era. Pansy y Draco habían hablado ocasionalmente sobre lo beneficioso que sería una unión entre sus familias durante Hogwarts, pero nunca se llegó a dar el compromiso. Draco ni siquiera usaba una alianza.

Sin embargo, los Mortífagos eran sangre pura, después de todo, y respetaban las tradiciones sangre pura al pie de la letra. Los principios, los compromisos, y todo lo que los conformaba como clase superior. Si Draco Malfoy alegaba estar comprometido y aún así ellos lo corrompían, podrían romper una tradición que según ellos era valiosa. Al menos de ojos a la sociedad. Debían mantener las apariencias entre ellos mismos. Además, de que la magia era poderosa. Y la magia había que respetarla.

Dolohov volvió a subirse los pantalones, mientras Narcissa decía que "no" por lo bajo.

—Bien. Si eres tan patético para ofrecerte...

—Draco, no...

Draco cerró los ojos, mientras sus pisadas se acercaban adonde estaba.

Segundos más tarde, sintió cómo una daga se clavaba en su costado.

Narcissa comenzó a gritar.

•••

La vigésimo segunda vez que Draco Malfoy fue llevado para ser torturado frente a su madre, resultó ser la última sesión dentro de la mansión. Narcissa sería trasladada a Azkaban la semana siguiente.

El joven Malfoy ya había pasado por su ronda de torturas, por lo que ahora sólo se dedicaba a mirar, inmovilizado y acostado en el suelo, mientras Greyback sostenía el pie encima de su espalda. Su padre se encontraba a un lado de la celda también, sacudiéndose, y el Señor Tenebroso lo apuntaba con la varita.

Era el turno de Lucius de ser torturado, al parecer.

—¡No puede responderle a él! —su madre gritó, tratando de llegar a su esposo inútilmente—. ¡No tiene sangre Black!

Nadie le prestó atención. Lucius seguía quejándose bajo el hechizo mientras el resto observaba. Incluso el Lord parecía disfrutar ver cómo Lucius Malfoy se sometía bajo la maldición sin mayor problema.

—¡No sirve de nada hacerle eso! —volvió a exclamar Narcissa—. ¡¿No lo entiendes?!

—Háblame bien, traidora asquerosa.

La voz había salido fría, Draco, de hecho, sintió cómo un escalofrío le recorrió el cuerpo; hasta los Mortífagos bajaron el volumen de sus risas. Eso solía ocasionar Voldemort.

De todas formas, Narcissa Malfoy se encontraba tan desesperada, que continuó gritando y llorando desde el fondo de los pulmones, viendo a Lucius caer de rodillas. La maldición aumentó su intensidad.

—¡Debe encontrar otra forma! ¡Así no me está haciendo hablar! ¡¿No se da cuenta de que no puedo?!

Draco cerró los ojos entonces, tratando de caer en la inconsciencia. Aunque horas después olvidaría esos acontecimientos bajo un Obliviate, no había nada peor que ver a la gente que se suponía que debía protegerte siendo dañada de esa manera.

Los Malfoy.

Una familia de renombre.

•••

Draco ya era parte del Nobilium la cuadragésima novena vez que fue llevado a ver a su madre, después de ser noqueado por la espalda.

No tenía recuerdos de las veces anteriores que fue parte de las torturas de Narcissa —Voldemort se había encargado de borrarlas y ocultarlas de su mente antes de que la mujer fuera trasladada a Azkaban—, por lo que no entendía qué estaba haciendo allí en un inicio. Sin embargo, no se sentía amenazado.

Draco Malfoy aún no se labraba la reputación que adquirió, gracias a los métodos de tortura que ayudó a crear para Voldemort durante su régimen; pero de todas formas, uno de los decretos del Nobilium era que sus miembros no podían dañarse entre sí. No directamente. Ninguno de ellos sabía que el ritual vinculante no había funcionado en Draco, pero no iban a arriesgarse a romper las reglas; nadie del Nobilium podía torturarlo. Ninguno podía tocarlo en realidad, aunque no lo respetaran. Así como él no podía tocarlos a ellos. Por eso, no se sentía amenazado al estar rodeado.

No al menos, hasta que el Señor Tenebroso hubiera ingresado al cuarto y se convirtiera en el verdugo, levantando la varita para que tanto él como su madre sintieran el dolor del Crucio.

El aire olía a humedad y a muerte. La maldición se había detenido.

—¿No? ¿No vas a decir nada?

Draco se sintió estremecer ante la voz de Voldemort, pero no habló; simplemente se quedó allí esperando con miedo otra ronda de Crucios.

O cosas peores.

Dentro de la celda de Azkaban, Narcissa Malfoy estaba metida en una pequeña jaula que apenas le daba espacio para respirar. Lloraba, viendo cómo torturaban a su único hijo y ella no podía hacer absolutamente nada. Ni aunque pasaran mil años, Narcissa podría haberse resignado a esa realidad.

—Último intento —volvió a decir Voldemort.

—Por favor...

—Habla.

Un segundo pasó, pero su madre fue incapaz de contestar, y ahora Draco entendía por qué. Simplemente no podía, ni aunque lo deseara. Quizás los Mortífagos no le creían, quizás pensaban que Narcissa se estaba resistiendo. Pero no existía secreto que valiera la pena tanto sufrimiento para ella y su familia. Cualquiera que la conociera lo habría sabido. Su hijo la conocía para saberlo.

Voldemort esperó con aparente tranquilidad, pero al no obtener respuesta, caminó hasta donde estaba Draco, quien apenas sentía su cuerpo. Un minuto entero pasó, en el que Narcissa sólo podía llorar.

Y luego, todo explotó en dolor.

Un latigazo le recorrió la espalda al joven, para luego sentir cómo una daga se enterraba en la zona lumbar. Narcissa Malfoy también se sacudió, sintiendo y obteniendo exactamente la misma herida que él. Draco no tenía idea cómo los curarían para permitir que volvieran a caminar; o si es que los curarían para permitirles volver a caminar. Quizás lo dejarían allí con su madre por siempre, desangrándose hasta que murieran. No se escuchaba descabellado.

De lo que él no tenía idea era que, dentro de unas horas, lo olvidaría todo, y continuaría cumpliendo con sus labores como Nobilium con la esperanza de algún día rescatar a su madre.

Sin saber que eso era literalmente imposible.

El dolor continuó, la sangre escurrió desde la espalda hasta sus piernas, y los gritos parecían imposibles de extinguirse.

Él continuaba pidiendo que aquello terminara rápido.

•••

Draco Malfoy había perdido la cuenta ya de cuántas veces habían sido torturados como familia. Porque no recordaba nada, y porque incluso de haberlo recordado, ya eran demasiadas veces.

—No vamos a parar, no vamos a parar hasta que hables, ¿lo sabías? —la voz de uno de los Mortífagos irrumpió en el espacio—. Vas a pudrirte aquí, hasta que alguna palabra de valor salga de tu sucia boca.

Narcissa Malfoy estaba dentro de la jaula de nuevo. Draco se encontraba tendido con la cara en el suelo y una bota encima de su espalda, expandiendo los cortes de su piel. En realidad, no podía ver nada, sólo oír mientras trataba de moverse o hablar lo menos posible.

—Ya les he dicho. No me responde... —susurraba Narcissa en respuesta—. Ni a ellos tampoco.

—¿Cómo es que solía responder a ti entonces, ah?

—Porque aún tenía cierta legitimidad. Ya no.

—¿Por qué?

—Harry Potter —murmuró Narcissa con un hilo de voz—. Ustedes saben por qué.

Unos segundos de silencio pasaron, antes de que volvieran al ataque con las preguntas.

—¿Por qué te hiciste un Obliviate?

—No lo sé.

—¿Qué fue lo que viste?

Narcissa soltó una respiración temblorosa, gracias al llanto.

—No lo sé.

El Mortífago pateó su jaula.

—Traidora de mierda. El Lord debería dejarnos enseñarte qué pasa cuando nos faltas el respeto... —Lo cierto era que la mujer nunca quiso faltarles el respeto, sólo deseaba ser dejada en paz. Pero aquello no pasaría. El Mortífago se aprovechó de su clara debilidad—: Lucius. Hazme los honores.

Draco trató de moverse para así poder ver a su padre y gritarle que no, que no lo hiciera. Incluso Narcissa parecía querer decir algo. Sin embargo, el agarre del Mortífago en su espalda no aflojó y ninguna palabra salió de la boca de Narcissa.

Entonces, el joven Malfoy sintió cómo unas manos aferraban su túnica, y de pronto, parte de su espalda estaba al descubierto.

En el presente lo sabía, pero en el pasado... En el pasado, ni Narcissa ni Draco podían entender por qué Lucius Malfoy agarraba un trozo de la piel de su espalda y comenzaba a cortarlo de a poco, dejando la carne viva y haciendo que su esposa sintiera absolutamente todo.

Quizás era para mejor, a veces, no ver algunas cicatrices.

O no recordar ciertas cosas.

•••

Ya habían pasado casi cuatro años cuando llegó el último día en que Draco Malfoy presenció las torturas de su madre. Y fue parte de ellas también.

Aquella vez estaba atada de pies y manos, y había tres varitas apuntándola. Draco, desde su lugar, se estaba agitando desesperadamente para llegar hacia ella.

—Ah, ah, ya te dijimos Malfoy... —dijo una voz a su lado. Tenía su máscara de Mortífago puesta, seguramente para que en el improbable caso de que Draco recordara, no lo reconociera—. Un movimiento, y Narcissa...

Su madre estaba siendo agitada bajo un doloroso hechizo. Draco no podía saber con certeza cuál de todos era, pero tenía claro que él lo había creado. Por eso, el dolor que sintió en su mejilla al ser abofeteado no era comparable al que estaba sintiendo al ver a su madre así. Trató de bajar la mirada, pero una mano se enterró entre sus hebras de cabello, obligándolo a mirar. Draco no podía moverse.

—¿Ves? ¿Ves lo que les pasa a los traidores?

El joven quería vomitar, su frente estaba perlada de sudor, y seguramente lo estaban dejando tranquilo para humillar a Narcissa, porque su hijo la estaba viendo vulnerable e impotente. Pero Narcissa sólo gritaba, y los gritos se quedaban grabados en sus oídos como el peor sonido que Draco había escuchado hasta ahora.

No contentos con los resultados, de pronto uno de los Mortífagos abrió la jaula, empujando a Narcissa al centro. La mujer cayó de lado.

Y el hombre se llevó una mano hasta sus pantalones.

—¡No! —gritó él, incapaz de recordar algo sobre los sagrados veintiocho en ese instante. Su mente se encontraba demasiado embotellada—. ¡Háganmelo a mí! ¡NO!

Alguien le tapó la boca. Narcissa estaba tendida en el suelo mientras sollozaba, y cuando uno de los Mortífagos llevó la mano hasta dentro de su ropa interior, sucedió algo que Draco en medio de sus gritos y la terrible situación, no esperaba.

Narcissa Malfoy alzó la voz.

—Tengo una solución —dijo tiritando, con la voz rota—. Tengo una solución para hablar.

El hombre no sacó la mano desde adentro de su ropa interior, pero sí pausó. Uno de los Mortífagos que estaba conteniendo a Draco le había ordenado que lo hiciera. Era la primera vez en cuatro años que Narcissa Malfoy hablaba de dar soluciones en vez de problemas.

—No sé por qué borré mi memoria, y no tengo idea qué pude haber visto. Lo digo en serio. No tengo forma de ayudarlos a deshacer el Obliviate, aunque quiera. —Narcissa se encontraba totalmente rota—. Pero tengo una solución.

—No tenemos todo el día, traidora de mierda.

—Si les digo, dejarán de torturarnos-

—Tú no nos vas a decir qué hacer-

—Yo creo —dijo el hombre que sostenía a Draco, quien se había quedado paralizado en su lugar—. Que hay que llamar al Señor Tenebroso para que él juzgue si vale la pena seguir escuchándola o no.

El otro Mortífago se quedó viéndolo como si quisiera negarse, pero se había traído a la mesa el nombre del Señor Tenebroso y era una ofensa negarse. Finalmente, en medio de toda la parafernalia, este dio un paso atrás y asintió.

Así que eso hicieron.

No mucho rato después, el Lord ya había entrado a la celda, dispuesto a escuchar la supuesta solución que Narcissa Malfoy le iba a ofrecer. Se veía intimidante, pero desinteresado. Probablemente ya había perdido la esperanza en Narcissa. Avanzó por el cuarto con lentitud.

Mientras tanto, madre e hijo estaban completamente quietos y temerosos. Quizás era lo mejor.

—Me asombra tu atrevimiento, Narcissa Malfoy —comenzó a decir el Lord lentamente—. Estás maniatada y a mi merced, al igual que el resto de tu familia. No creo que te encuentres en condiciones de exigir nada.

—Con todo respeto, eso no es así, mi Lord —Narcissa aún temblaba, enfadada y temerosa, pero sólo Draco podía notarlo. Voldemort nada más veía fiereza allí; un fuego que él necesitaba apagar—. Por mucho que ninguno de los dos lo quiera, me necesita para saber dónde está su serpiente. Y de la forma en la que ha estado tratando de llegar a esa información, torturarnos... no le está sirviendo de nada. Lo que estoy a punto de ofrecerle es su única opción.

—¿Y cómo sé yo que no es un truco?

—No lo es —Narcissa se apresuró en decir—. Cuando se lo explique entenderá por qué.

El Señor Tenebroso lo pensó un buen rato, mientras Draco trataba de comprender qué iba a pasar. ¿Qué solución pararía las torturas? ¿Qué solución le daría la libertad?

A no ser que... esa nunca hubiera sido la intención de su madre.

No para ella.

—¿No más interrogatorios, a cambio de la información oculta que posees? —preguntó el Lord con cuidado.

—Sí.

—¿Sabes que podría entrar a tu cabeza por la fuerza, y saber qué es lo que me vas a ofrecer, verdad?

Narcissa apretó las manos con fuerza a sus costados. La única razón por la que aún mantenía la cordura, era porque Draco estaba involucrado en ese lío. La única razón por la que estaba tratando de mostrarse compuesta después de todo lo que le habían hecho, era esa.

—Sé que podría intentarlo, mi Señor. Pero dudo que le de algún resultado.

—¿Cómo te atreves-? —intercedió el mismo hombre que quería dañarla. La golpeó.

Narcissa escupió la sangre. Draco se sacudió. El Señor Tenebroso miraba todo con absoluta calma.

Victorioso.

Al final del día, siempre terminaba ganando él.

Sin importar qué.

Pasados unos segundos, el rostro del Lord cambió levemente: el prospecto de una solución, de tener una forma de enterarse qué sabía Narcissa... Era más tentador que nada. Draco era consciente de ello.

—No puedo asegurarte que no necesitaré hacerte preguntas de nuevo, o a tu querido Lucius —terminó diciendo el Lord remarcando con crueldad la última frase—. Pero puedo ofrecerte una cosa... Una cosa que una traidora como tú, no merece en absoluto.

El Señor Tenebroso extendió su palma a la mujer en el piso, y su monstruosa mano brilló. Las venas se transparentaban en la piel, y las uñas, negras y largas, lo hacían ver de todo menos como un ser humano. Estaba esperando que Narcissa la tomara.

No era un Juramento Inquebrantable. Pero... ahí había magia oscura involucrada.

—La vida y sanidad de tu hijo —Voldemort murmuró—, a cambio de una solución.

Draco quería gritar que no, que no hiciera nada, sólo que no tenía idea de qué podría ocasionar sus gritos. Y sus músculos, su cuerpo, tampoco le respondían. La presencia del Lord era demasiado intimidante.

Finalmente, Narcissa Malfoy estrechó, no sin dificultad, la mano del Señor Tenebroso.

—Hecho.

Todos los presentes se encontraban expectantes, al observar que una lengua oscura, parecida a la de los Juramentos Inquebrantables, se entrelazaba entre ambos. Subía por la muñeca, brillaba como solamente la magia negra podía brillar, afianzando el acuerdo entre ambos.

Narcissa acababa de firmar su destino.

Tal como Draco hizo a los dieciséis.

—La única forma de dejar que mis barreras mentales se bajen definitivamente, y que la magia deje de proteger mis memorias perdidas... Es no tenerla.

—¿Qué quieres decir?

Finalmente, la mujer trató de levantarse, tambaleante y nadie hizo nada por ayudarla. Draco sintió un grito quemar su garganta de inmediato. Narcissa emitió el más ligero temblor. Aquello era difícil. Aquello le estaba costando el alma.

—En la biblioteca de la Mansión Malfoy encontrarán toda la información que necesiten... Pero un muggle no puede protegerse de un ataque mental. Un muggle no tiene magia para hacerse un auto-obliviate...

—¿Estás sugiriendo que te dejemos sin magia, para entrar a tu cabeza y saber qué escondes? ¿Para deshacer el Obliviate?

Draco se sacudió en su lugar. No. No. No. Aquello no podía estar sucediendo. ¿Qué mierda estaba pensando su madre? Él claramente no lo entendía.

—Sí. Es exacto lo que estoy sugiriendo.

—Mamá...

Alguien volvió a golpear a Draco. No le importó. Todos sus sentidos se encontraban pendientes de la forma en que Narcissa lucía enferma. Deshecha. Muerta.

Era su magia, y era bien sabido que la magia... Era lo más importante. Era lo que los diferenciaba de los muggles, su identidad. La magia sólo nacía en almas excepcionales, y que se la quitaran así...

—Tu magia, a cambio de dejar a tu hijo en paz —dijo Voldemort, deleitado—. Tu magia... A cambio de saber dónde está mi tesoro más valioso.

Draco se sacudió bajo su agarre. Tampoco funcionó.

El Señor Tenebroso dejó que su propia magia danzara a su alrededor, y con un movimiento de esta, acarició la mejilla de Narcissa.

La mujer pareció a punto de vomitar.

—Me parece justo, Narcissa Malfoy.

Draco no podía aceptarlo, simplemente no podía. ¿Dónde iba a vivir su madre una vez que ya no tuviera magia? La mansión ya no la aceptaría. Azkaban ya no la aceptaría. No podían hacerle eso. Era peor que las torturas.

Y ella misma lo había elegido. Por él.

Siempre por él.

—Mamá, no. Por favor, mamá. No-

Como ya era costumbre, alguien lo golpeó para dejarlo inconsciente.

Lo último que Draco vio, fue la mirada esperanzada de Narcissa.

Pero no por ella.

Esperanzada por él.

Por darle una vida a él.

Y Draco la odió.

•••

Draco Malfoy despertó maniatado en el salón principal de su mansión, mientras los Mortífagos salían de ella por la puerta principal con los brazos llenos de libros.

Aún mantenía sus recuerdos. Aún estaba consciente de lo que iba a suceder. ¿Y qué podía hacer al respecto?

—¿Crees que eres muy inteligente, no es así?

Draco, mientras se sacudía en el agarre, miró hacia arriba. Fenrir Greyback estaba parado frente a él con una sonrisa totalmente asquerosa en sus labios. Debía estar disfrutando esto. Draco se había encargado de hacerle ver, en su día a día, que no era lo suficientemente digno para compartir su tiempo con él. Lo rechazaba sin piedad. Y a pesar de que el hombre lobo no podía hacerle ningún daño al ser Nobilium, podía disfrutar cómo el resto se lo hacía.

La miseria estaba escrita en cada facción de la cara de Draco.

—Crees que eres mejor que nosotros. Crees que el Señor Tenebroso tiene un mínimo de respeto por ti y que te has ganado un lugar en la sociedad. —Greyback se echó a reír. Draco juró venganza—. Me gustaría que recordaras esto. Me gustaría que recordaras cada segundo de todo esto. Que supieras la verdad sobre tu valor...

El hombre lobo sacó su varita. Draco nunca le había visto con una, así que quizás era robada. Daba igual, probablemente eso fue lo que ayudó a que en el presente, pudieran recuperar aquellos recuerdos.

—Lamentablemente, eso no puede ser. Pero si estuviera en mis manos, haría que nunca olvidaras nada de esto.

Draco pensó en lo que había sufrido en los últimos años. Pensó en el futuro que le deparaba a su padre. Pensó en cada cosa mala, y cerró los ojos, estando de acuerdo con él. Deseando poder recordar para no caer en los mismos errores.

Alguien tuvo que haberle enseñado que a veces... tienes que tener cuidado con las cosas que deseas.

Chapter 43: Capítulo 37: Caminar sobre cristales

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Harry no quería, pero estaba afirmando los hombros de Astoria con demasiada fuerza para que así saliera de una buena vez de la cabeza de Draco.

Sabía que no iba a funcionar, no mientras ella quisiera seguir navegando por su mente, pero Harry necesitaba desesperadamente que saliera. Draco estaba gritando y agitándose bajo su escrutinio, e incluso Astoria se encontraba agitada. Les dolía, y no había nada que pudiera hacer al respecto. La impotencia siempre lo desesperaba, sin embargo, no recordaba haber estado tan atado de manos como ahora. Y aunque eso probablemente se trataba de una mentira, de todas formas Harry se sentía como un animal tras las rejas; sin poder tocar nada que estuviera fuera de su alcance.

Finalmente, la Legeremante salió de la cabeza de Draco y cayó contra su pecho, afectada por lo que acababa de ver. Draco, por otra parte, había sido afirmado por Theo para que no colapsara en el suelo. Estaba totalmente inconsciente.

—¡¿Qué pasó?! —exclamó Harry—. ¡¿Qué hiciste?!

Astoria se separó de él al oírlo gritar, y una parte de sí se sintió mal por hacerlo, pero en ese momento no le era posible actuar con raciocinio. ¿Y si había hecho enloquecer a Draco? ¿Y si había fragmentado su mente?

—Harry, cálmate.

La voz de Kingsley lo hizo retroceder, sólo un poco, y Harry intentó hacerle caso. Respiró hondo, apartando la mirada de una asustada Astoria, quien aún no parecía estar del todo en el presente. Sus ojos iban y venían de un lado a otro.

—Recuperé- recuperé sus memorias —balbuceó—. O algunas de ellas. Las que estaban al alcance. Yo-

Harry sintió nuevamente la rabia hervir.

—No debiste. No debiste haberlo hecho, menos ahora. Acaba de enterarse de que su padre tiene un serio daño mental, y tú-

—Harry —la voz de Kingsley sonaba a advertencia esta vez, y Harry tuvo que girarse para no expresar toda la frustración que sentía.

—Lo sé —Astoria murmuró—. Lo sé. No debí-

Por la forma en que sus palabras vacilaban, Harry podía adivinar que estaba temblando. En ese instante, no podía preocuparle, porque si ella estaba así, ¿cómo estaría Draco una vez que despertara?, ¿una vez que supiera todo lo que le habían hecho a él y a su madre?

¿Cómo iba a sobrevivir después de todo- eso?

—Joder.

Harry se volteó para caminar hasta donde Draco estaba, aún en brazos de Theo, y se paró frente a él. Se veía pacífico, como si nada fuera de lo normal hubiera pasado. Harry se preguntaba cuándo duraría.

—¿Viste algo? —preguntó Kingsley a Astoria. La mujer tardó un momento en responder.

—Sí.

Era obvio que había visto algo, más que obvio, el problema era qué, o si acaso era información útil. Si no, había hecho pasar a Draco por tortura tras tortura sin motivos reales detrás.

Harry se puso a un lado de Theo, y no se atrevió a mirar a Astoria. Quizás estaba siendo injusto pero no le importaba.

—No sé... —dijo ella, bajo—. Lo más importante es- no. No sé si es lo más importante, pero...

—Astoria —Kingsley le dijo con suavidad, arrastrando una de las sillas que tenían en el cuarto hasta ella—. Por favor, toma asiento.

La mujer obedeció. Mientras tanto, Lucius Malfoy continuaba en el mismo lugar que minutos atrás, sin darse cuenta de que quizás Draco había sufrido un daño irreparable. Sin darse cuenta de nada. Harry estaba sintiendo un desasosiego que no le correspondía.

—Narcissa se ofreció a ser dejada sin magia —soltó Astoria entonces—. Ella fue- ella ofreció que hicieran el ritual para que entraran a su mente. Y para que dejaran de torturar a Draco.

Harry cerró los ojos.

Draco nunca se perdonaría a sí mismo por permitir que eso pasara.

—¿Qué tan malo era? —preguntó Theo cautelosamente. Astoria aún temblaba.

—Levanta su túnica, por favor, en la espalda.

Theo obedeció, y Harry se obligó a mirar. La piel blanca de Draco estaba plagada de cicatrices que, claramente, fueron hechas por magia negra. Harry no trató de evitar la culpabilidad que arrasó con él al ver aquellos cortes, que iban de lado a lado alrededor de todo su cuerpo. Él hizo eso. Había dejado una marca, al igual que los Mortífagos que lo hirieron.

Tal vez no eran tan diferentes.

Harry también había querido hacerle daño cuando lo maldijo.

Cerca de la zona lumbar había un corte específicamente grande, y hacia el costado, su piel sobresalía gracias a una amplia cicatriz. No eran las únicas, pero sí las más notorias, y por la mirada que Astoria tenía en la cara, Harry dedujo que aquellas no eran heridas que él había causado.

De todas maneras eso no representaba un consuelo.

—No me corresponde a mi contarlo. Sólo- era malo —Astoria dijo, con la mirada fija en las cicatrices—. Muy malo.

Harry se apoyó en la pared, regulando su respiración una vez más.

Joder.

Theo bajó la túnica de Draco y lo sostuvo igual que antes. Harry se puso al otro lado. Entre los dos, ayudaban a que Draco no cayera.

—Debería llevármelo —dijo Theo—. Pueden buscarnos. Azkaban todavía está reciente y-

No —Harry lo interrumpió, poniendo una mano encima del hombro de Draco—. No. Hasta que despierte. Tenemos que ver si hay algún tipo de daño en su mente, en su estructura. ¿Qué pasa si ha sido dañado irremediablemente?

¿Qué pasa si se cae, y yo no estoy allí para recogerlo?

Theo dejó de moverse y retrocedió, lentamente, a medida que miraba a Harry. Harry no quitó la mano del hombro de Draco mientras lo hacía. Lo decía en serio, había visto bastante gente volverse loca por haber empujado demasiado sus límites en la Oclumancia, y le aterraba que algo así hubiera pasado. Además de que Draco ya era afectado periódicamente por un Obliviate parcial. Agregarle esto era-

¿Qué pasa si queda como Andrómeda?

¿Como Eveline?

Harry sacudió la cabeza, apartando esa idea. No iba a esperar lo peor. No por ahora.

Cuando miró hacia al frente, Astoria todavía estaba tiritando y Theo la observaba también, preocupado. Él se sentiría así, si no supiera que quien se iba a llevar la peor parte de todo aquello, era Draco y nadie más. Harry no tenía la energía para sentirse inquieto por alguien aparte de él.

Su madre se sacrificó.

—También dijo... dijo algo- —Astoria farfulló de pronto, provocando que todos la miraran—. Sobre ti, Harry.

Harry la observó confundido.

—¿Sobre mi? ¿Quién?

—Narcissa...

—¿Por qué?

—No lo sé. No lo sé. Miraré los recuerdos en un pensadero. No-

—Señorita Greengrass —Kingsley los cortó a todos, poniendo su mano encima del hombro de Astoria, quien saltó—. Creo que debería descansar. Por favor.

Ella asintió débilmente. Estaba agitada, pálida. Lo más probable es que tanto Theo como Kingsley estuvieran esperando que él la llevara a descansar, dada su cercanía. Pero Harry se sentía incapaz de dejar el costado de Draco. Lo hacía una pésima persona, de seguro, sin embargo Harry ya había aprendido que no era alguien bueno.

Theo fue el que tomó la iniciativa. Después de darle una larga y concienzuda mirada a Harry, dejó de sostener a Draco y avanzó hacia donde estaba Astoria, dispuesto a llevarla a algún cuarto, con un sanador, o con Luna. Daba igual. Harry afirmó a Draco inconsciente contra sí y los observó retirarse.

Sentía la mirada de Kingsley encima de él. Harry no la aguantó mucho rato.

—¿Qué? —le espetó.

Cálmate.

Harry no respondió nada, no creía que nada bonito saldría de ser así. En ese segundo sólo quería que Draco despertara, y que no tuviera ningún daño real.

Kingsley suspiró.

—Llévalo a tu habitación —dijo—. Dale una cama. Asegúrate de que vaya a verlo un sanador cuando despierte.

Sin decir una palabra, Harry lo hizo levitar para llevarlo lejos de ahí. Su corazón no podía calmarse.

•••

Draco no hizo ningún sonido cuando despertó. No lloró, ni gritó, ni siquiera se quejó. Simplemente se quedó allí, tendido en la cama de Harry mientras este leía sobre Legeremancia en su escritorio.

Pasados unos cuantos minutos, nada más el movimiento de las sábanas le indicó a Harry que Draco estaba despierto, y cuando se giró, encontró en su cara una perfecta máscara en blanco, con sus ojos grises perdidos en el techo. Harry tardó unos segundos en ir hasta él, estudiándolo por si presentaba señales de tener daño cerebral, pero cuando vio a Draco moverse con total naturalidad, y mostrarse lúcido, descubrió que no.

Harry estaba aliviado.

Al ver la neutra y vacía expresión de Draco, descubrió que era el único de los dos que se sentía así.

—No hagas eso —le dijo.

Draco parpadeó un par de veces, pero no dirigió la mirada hacia él. Tenía la cabeza apoyada en el respaldo de la cama, y las manos a cada lado de su cuerpo.

—¿Qué cosa?

—Enterrar el dolor. —Harry sentía un retorcijón en el pecho, justo al centro de su torso—. Hacer como si no hubiera pasado nada.

Draco no respondió en un inicio. Sin embargo, después de unos momentos, levantó sus hombros con indiferencia.

—No tengo opción.

—Draco...

—Harry.

Harry ni siquiera se había dado cuenta de que se levantó de su lugar y caminaba hacia el borde de la cama. Draco sí, y ya estaba sentado, a la defensiva. Sus ojos carecían de brillo; era demasiado parecido al Draco Malfoy que Harry interrogó. El Draco Malfoy con el que hizo el Juramento Inquebrantable.

—Me quiero morir —soltó él, sin ningún tipo de anestesia o cuidado. Harry pausó sus pasos—. Por primera vez en- años, o quizás en la vida, quiero genuinamente morirme de una puta vez. Quiero que pare de doler, quiero-

Draco chasqueó la lengua, y, con ese molesto retorcijón en el pecho, Harry trató de imaginarse un mundo sin él. Un mundo en el que Draco moría, o desaparecía de la noche a la mañana como si se tratara de polvo... Y simplemente no podía. Estaba fuera de sus habilidades imaginativas. No podía verlo, pero sabía que era factible. Eso es lo que más le asustaba.

No, no le asustaba.

Le aterrorizaba. El miedo le comía los sesos y hacía un nido en sus neuronas para quedarse a vivir allí. Harry no podía perderlo. No se sentía capaz o lo suficientemente fuerte.

—Mi madre está muerta. Mi padre tiene daño cerebral. Acabo de... Acabo de... —Draco continuó, cerrando brevemente los ojos, sin conectar sus miradas—. Sé todo lo que le sucedió, no lo recuerdo con claridad, pero sé la mayoría. Y simplemente quiero que alguien haga explotar una bomba enfrente de mi puta cara, para al fin dejar de tener que pasar por esto. Una y otra y otra vez- porque justo cuando creo que he tocado fondo, justo cuando creo que ya no hay absolutamente nada que pueda herirme más, siempre lo hay y estoy tan jodidamente cansado-

El pecho de Draco subía y bajaba, agitado, y sus palabras estaban haciendo que la garganta de Harry ardiera. No sólo porque le dolía que Draco dijera eso, sino también porque él podía entender aquel sentimiento. Demasiado bien. Era lo único que había estado sintiendo desde que McGonagall murió.

O incluso desde que Sirius murió.

Todos esos años y años atrás.

—Así que, ¿cuáles son mis opciones?, ¿volver a llorar?, ¿gritar?, ¿jurar venganza? ¿Eso es lo que se supone que tengo que hacer? —Draco soltó una pequeña risa histérica—. Sólo pienso que- si me permito sentir en lo más mínimo, no voy a- no voy a poder seguir. Y se supone que debo seguir, porque eso es lo que mi madre garantizó, ¿no? Que tuviera una puta vida, ¡por eso se sacrificó! ¡Incluso cuando nadie se lo había pedido!

Las manos de Draco formaban puños encima de las cubiertas para cuando acabó esa frase, y su voz, cansada y herida, había salido más dura de lo que él esperaba. Draco, claramente exaltado, cerró los ojos y respiró hondamente. Quería calmarse, antes de que todo su mundo se hiciera añicos.

Harry lo miró. Estaba pálido, su cabello había perdido brillo, y la cicatriz de su rostro lucía demasiado notoria gracias a la delgadez. Aún así, Harry lo miraba y lo único en lo que pensaba era que deseaba besarlo incansablemente, como si eso pudiera remediar algo. Como si un beso pudiera sanar cada cosa jodida que le había sucedido.

Pero no lo hacía.

Al contrario.

Le haría más daño.

Así que al final lo único a lo que atinó fue a sentarse a un lado de él en la cama, por encima de las cobijas. Ambas espaldas apoyadas en el respaldo. Ambos mirando hacia adelante, con nada más que la compañía del otro. Firme, sólida, real. No había nada más que eso.

Al menos, hasta que Harry deshizo el firme agarre de Draco en las sábanas, y entrelazó los largos dedos entre los suyos.

—Está bien —murmuró Harry—. No quiero que mueras.

Draco no se alejó o mostró signos de darse cuenta que Harry estaba tomando su mano. Simplemente soltó una risa quebrada y se quedó allí, quieto, escuchando ambas respiraciones hacerse más y más calmadas.

A Harry le hacía sentir mejor ver que podía calmar a Draco, si se lo proponía. O eso era lo que creía al ver cómo este parecía relajarse ante su toque. Y aunque trataba de mantener la compostura, Harry sentía su corazón latir con fuerza contra su pecho y un cosquilleo acariciar su vientre. Como si no tuviera más de quince años. Lo odiaba.

Aunque no podía controlarlo. Eso ya estaba más que claro.

—¿Cuántas personas has perdido? —susurró Draco de forma abrupta pasados unos minutos. Harry no esperaba esa pregunta y se removió incómodo en su lugar.

—Bastantes.

—¿Cuántas? —insistió él, haciéndolo suspirar.

¿Era sano llevar la cuenta, acaso?

Sus padres.

Cedric.

Sirius.

Dumbledore.

Remus. Tonks. Teddy.

Dean.

Ginny.

McGonagall...

La lista seguía.

—Poco más de diez.

—Lo siento.

—Sí...

Aunque debería haber pasado, el ambiente no cambió luego de eso. Quizás porque ambos ya eran lo suficientemente miserables como para que una conversación así les afectara, o quizás, porque no era del todo extraño hablar de aquello con él. Y si hacía sentir mejor a Draco...

—¿Cómo es que sigues vivo? —preguntó este al cabo de un rato, y Harry ladeó la cabeza para mirarlo. Su expresión y todos sus gestos seguían igual de vacíos, como alguien que ha puesto un manto encima de sus emociones.

—¿De verdad quieres hablar de esto?

—Quiero saber cómo... —respondió Draco lentamente—. Porque yo no tengo idea de cómo mierda se supone que debo- seguir.

Harry volvió a mirar hacia el frente, y si era sincero... no sabía qué se suponía que debía decir. Sabía lo que pensaba: "No puedes rendirte ahora, porque me importas demasiado y ya he perdido suficiente", pero no podía darle esa razón tan nimia.

¿Qué más podría decirle? ¿Cómo podía convencerlo de quedarse, cuando ni siquiera él lo deseaba?

Ese mundo... Cualquier cosa era mejor que ese mundo.

La imagen de Ginny volvió a su mente. La imagen de McGonagall, y Sirius. Harry pasó una mano por su cara.

—No lo sé —respondió con honestidad—. La idea de que sus muertes hayan sido en vano me persigue, supongo. Si me rindo- es como si todo hubiera sido para nada. Como si sus muertes y la guerra hubieran sido para nada.

Y quizás era la verdad.

Quizás verdaderamente nada tenía sentido.

La mirada de Draco se despegó de la ventana frente a él y, lento, se movió hasta el perfil de Harry. Harry sentía sus ojos encima, y al momento, el agarre entre sus dedos se hizo más fuerte.

—No sé si te han dicho esto, pero... —Draco murmuró, como si le estuviera contando un secreto—. Harry, esta guerra no te corresponde, ¿lo sabías? Que una puta profecía lleve tu nombre no te hace- no deberías ser tú quien-

—Quizás no debería, pero lo soy —Harry lo interrumpió bruscamente—. Todos creen que sólo yo tengo el poder de derrotarlo, por lo que la guerra  es mi responsabilidad.

—No debería-

—Hay muchas cosas que no deberían ser, pero así lo son.

Un pequeño silencio siguió a esa oración.

Parecía ser que ambos estaban de acuerdo.

—Pero si no lo logras... —Draco dijo—, no sería tu culpa. ¿Cómo podría serlo?

—¿De nuevo vamos a hablar de las culpas?

—Vamos a hablar de las culpas, hasta que dejes de pensar que el que sigamos en guerra es tu responsabilidad. Tú no pediste nada de esto. Él te forzó a hacerlo. Todos te forzaron a tomar un papel que no te correspondía. ¿A qué edad? ¿A los diecisiete...? O antes, incluso.

Draco sonaba enojado, probablemente lo estaba, y Harry quería responderle que en ese caso estarían hablando de culpas hasta el fin de los tiempos, porque pensar de esa manera sonaba a demasiada autocompasión. En vez de responder, simplemente estiró el cuello y apoyó la cabeza en el respaldo de la cama

Un pequeño recuerdo de meses atrás lo asaltó, de cuando Draco y él apenas podían mirarse a la cara sin querer pegarle un puñetazo al otro. Draco le había dicho que no lo convirtiera en la persona que tuviera que recordarle que ciertas cosas no eran su culpa. Y Harry.. Harry obedeció. Porque él no hizo nada. Nunca quiso transformarlo en esa persona. Las cosas simplemente- cambiaron, sin que ninguno se diera cuenta del cómo.

Era extraño pensar en lo diferentes que eran ahora.

Harry bajó la mirada hasta sus manos, detallando cómo su piel oscura contrastaba con la casi blanca de Draco. La cicatriz de "No debo decir mentiras" que tenía Harry lucía grotesca a un lado del dorso liso. Los largos y finos dedos de Draco estaban cubiertos de anillos y cadenas.

Harry comenzó a acariciar la piel con suavidad; Draco fingió que no lo notaba.

—Esto tampoco es tu culpa —terminó asegurándole.

El agarre en su mano se intensificó. Harry ni siquiera pensaba en qué estaba diciendo, sólo quería que no se sintiera culpable respecto a lo que acababa de ver.

Lo más jodido de experimentar cosas horribles, era no poder perdonarte a ti mismo por permitirlas.

—No sé qué habrás visto. No creo que quieras contármelo, y probablemente yo tampoco quiero saberlo, pero... a pesar de tener la responsabilidad de muchas de tus decisiones, Draco, esta no es una de ellas. No había forma de que pudieras controlar nada de lo que les sucedió.

Draco no respondió, y una verdad no dicha flotó entre ambos. No creían en lo que el otro decía. Podían absolverse de todas las culpas el uno al otro, y nunca lo considerarían cierto.

Pero Harry  creía en lo que decía.

Y viceversa.

Era suficiente.

Se quedaron en silencio luego de eso, acompañados nada más que por el sonido de sus respiraciones y el sentir de sus manos tomadas. Era reconfortante. Harry había olvidado esto- sentirse mejor sólo por encontrarse a un lado de una persona. Estaban Ron y Hermione, sí, pero... Harry tenía miedo de defraudarlos, así como tenía miedo de defraudar a todos los que le importaban. Con Draco era distinto. "Distinto" en un buen sentido.

¿Qué tanto mal podrían esperar, cuando ya habían visto lo peor del otro?

¿Cómo podría defraudar a Draco, si este no tenía ningún tipo de expectativas en su supuesta grandeza?

Harry podía relajarse aunque fuera por un rato.

Las ganas de besarlo no se habían ido, por supuesto; la presencia de Draco, su aroma, y el contacto entre ambos era demasiado para Harry. Le nublaba la razón. Sin embargo, a pesar de que le era difícil, podía reconocer que no era el momento. Draco no lo necesitaba de esa forma, y Harry le daría todo lo que le pidiera.

Pasados unos minutos, la puerta sonó, y parte de su burbuja terminó rompiéndose. Harry se levantó, no sin antes darle un apretón a Draco quien simplemente continuó mirando la ventana.

—Harry. —Ron apareció en la puerta una vez que Harry la abrió—. Tom está anunciando algo en la radio. Deberías venir.

Las ganas de mandar todo a la mierda y encerrarse en su habitación para siempre aumentaron como nunca.

Harry suspiró, mirando brevemente hacia atrás para ver si es que Draco había escuchado, pero no podía saberlo con certeza. Cuando volvió los ojos al frente, Ron estaba con la mirada fija en el hombre en su cama.

—Está bien —le dijo Harry, al ver a su amigo abrir la boca, seguramente para preguntar qué hacía allí.

Ron asintió entonces, después de unos segundos en el que sólo lo observó. Harry no quiso quedarse a averiguar qué estaba pensando, así que le cerró la puerta en la cara y entró de vuelta al cuarto.

—Debería irme —dijo Draco cuando Harry se apoyó en la madera.

—Quédate —replicó él rápidamente—. Estaré de vuelta en un rato, pero... quédate.

Draco lo miró. Harry quiso besarlo.

—Está bien.

Y Harry también quiso tomar su mano de nuevo, o decir algo más confortante. Draco se veía peor con cada segundo que pasaba. Pero no creía que hubiera ni oración, ni acción, que arreglara lo que había sucedido.

Finalmente, Harry salió del cuarto. De camino, le pidió a un medimago que checara el estado mental de Draco.

Esperaba volver lo más rápido posible.

•••

Desde la caída de Azkaban, se habían formado nuevas Resistencias a través de Europa, e incluso parte de Asia. Voldemort estaba perdiendo influencia, una que había mantenido intacta durante años. Harry veía el fin de la guerra cada vez más cerca.

Por lo mismo, no le extrañaba que el idiota estuviera anunciando por el Pottervigilancia falso una lista con los civiles atrapados por traidores. Era su manera de controlar a las masas, infundir miedo, y recordar quién tenía el poder.

—¿Por qué? —preguntó Harry, mientras gran parte de la Orden se reunía alrededor de la radio, escuchando lo que decían.

—No lo sabemos —contestó Hermione.

La radio sonaba a toda su capacidad. Que en realidad, no era demasiada, pero llenaba el salón.

—Miles Bletchley. Lucian Bole. Terry Boot. Lilyan Blackstone...

—¿Crees que es para asustar a la gente? —volvió a preguntar.

—¿Para qué más?

—¿Crees que se asusten? —intervino Ron.

Harry tardó unos segundos en contestar

—Sí.

No tenía claro si es que aquellos "traidores" eran espías realmente, protestantes, gente que quería escapar del Reino Unido, o sólo eran personas desafortunadas que osaron cuestionar algún punto del régimen de Voldemort. Lo más probable es que fuera la última. Y ahora no los matarían, Harry recordó, Draco se había encargado de eso. Ahora torturarían a los que amaban, para que desearan que los Mortífagos volvieran a las matanzas.

Harry reprimió un escalofrío.

Demian O'Harren. Tristan Olivier. Carl Page —la radio continuó nombrando, ya acabando la lista—, y Pansy Parkinson.

Harry creyó haber oído mal.

Hermione alzó las cejas, y Ron soltó un silbido por lo bajo. Era... ¿sorprendente? Pansy era una sangre pura respetada, que la apresaran parecía un error. Además, ¿no era también la prometida de Draco? Harry no comprendía nada, y aunque Parkinson le importaba un carajo, sabía que a Draco no. Que Draco sentía estima por ella. Que hasta se preocupaba.

Y acababa de ver a su padre, sus recuerdos, y-

Mierda.

Harry comenzó a moverse entre la gente. Su cerebro ya estaba barajando opciones para remediar esto. O no remediarlo, pero hacer que doliera lo menos posible. Aunque no creía tener la habilidad. ¿Cómo...? ¿Cómo podía hacer esto?

Harían sufrir a Pansy por traidora. Draco fue la misma persona que se encargó de que así fuera. Si no la mataban, la harían desearlo.

—¡Harry!

—Tengo que... —dijo, saliendo del cuarto sin mirar atrás—. Mierda. Tengo que ir-

Harry avanzó por los pasillos y de reojo notó cómo Eveline merodeaba también, curiosa. Se veía tan joven. Harry la miraba y le era imposible no ver a Draco.

No era el momento para pensar en eso.

A Harry le gustaría que alguien más tomara esa responsabilidad, no quería convertirse en el portador de malas noticias. Pero tampoco se le ocurría algo... mejor. Theo podría ser, pero, ¿Theo tendría el suficiente tacto? Harry lo dudaba. Recordaba cómo le dio la noticia de que capturaron a Goyle tiempo atrás y definitivamente no fue con tacto. El problema era que Harry tampoco tenía la suficiente delicadeza para decirle que su mejor amiga- o que su ex mejor amiga había sido capturada...

Paró de caminar, solamente porque alguien había agarrado su brazo con demasiada fuerza.

—¿Cuál es tu problema? —siseó Hermione, dejándolo ir mientras Harry se volteaba—. No ha pasado nada grave.

—¿Kingsley no te ha dicho nada?

Hermione frunció el ceño.

—¿No?

Harry se pasó una mano por el cabello. No sabía cómo explicarle a Hermione cómo todo eso era importante para él; le hacía sentir horrible desear a alguien que había tratado a su mejor amiga como Malfoy la había tratado. Por lo que intentó explicarle por qué eso era importante para Draco y no ahondar en sus propios sentimientos.

—Malfoy acaba de recuperar gran parte de sus recuerdos. De las torturas, tanto suyas como las de Narcissa. Y Pansy Parkinson estaba en la lista de traidores. Tiene que enterarse, pero- después de lo que le sucedió a su padre, sus recuerdos, su madre, y... es demasiado. Lo va a destruir.

—Oh.

Harry casi rio al ver cómo los engranajes de Hermione empezaban a funcionar.

—Si alguien de aquí debe contarle, creo que ese debería ser Theo.

—Theo no tiene tacto.

—¿Y tú sí?

Harry calló.

—Mierda —Hermione dijo entonces, pasando una mano por su cara—, ¿siquiera Nott lo sabe?

Theo estaba con Astoria. Así que la respuesta era bastante clara.

¿Le afectaría en algo...?

Harry había olvidado que todos los Slytherin eran... amigos, de alguna forma. O al menos lo suficientemente cercanos como para preocuparse por los demás. Quizás Theo sentiría lo que Harry sintió cuando Lavender y Dean fueron atrapados.

Finalmente, Hermione decidió que no era el momento para cuestionarlo. Había cosas más urgentes.

Siempre había cosas más urgentes.

—Le diré a Kingsley que se encargue de Theo. Tú- encárgate de Malfoy.

Su amiga le dedicó una última mirada sospechosa, pero se marchó rápidamente en busca de Kingsley, y Harry, mientras caminaba de vuelta a su cuarto, sintió un atisbo de lástima por él. Desde que había pasado lo de McGonagall, parecía que Kingsley y Robards cargaban con casi todo el peso de la Orden. Y ahora que el último también estaba muerto, Kingsley era casi como un padre responsable de una gran familia. Quizás ese rol lo habrían tomado Molly y Arthur, si no fuera porque Molly y Arthur apenas estaban sacando a flote a sus propios hijos, luego de la pérdida de dos de ellos.

Harry llegó a su cuarto al fin luego de haber corrido el último tramo. Cuando entró, descubrió que Draco estaba tal cual en la misma posición que había sido dejado. Su cara hacia el frente, su gesto inamovible; todo estático y sin vida.

Entonces, sus ojos grises lo miraron.

Fue como si pudieran ver a través de él.

—Algo terrible ha pasado, ¿no es así?

Harry soltó un suspiro, apoyándose en la puerta.

Mierda.

—Sí.

—¿Quién, ahora? ¿Mi padre? ¿Theo? ¿Astoria?

Draco se sentó en el borde de la cama. Harry quería ir desesperadamente hasta donde él estaba y abrazarlo.

En cambio, se quedó en su lugar al responder.

—Pansy.

La respiración de Draco se cortó, y su mirada se movió hasta el suelo. Volvía a estar en tensión. Harry detestaba verlo así.

—¿Está muerta? —preguntó bruscamente.

—No. Apresada por traición.

Draco soltó un ruido ahogado.

Al parecer, estaba destinado a ser una risa.

—Como ya te dije, cada vez que mi vida parece que va mal, siempre hay algo que dice: hey, aquí estoy para que te superes. Todo siempre puede ser mil veces más horrible.

—Lo siento- —Harry caminó hacia él—. Si pudiera hacer algo, cualquier cosa para que tú no- para que tú-

—Basta. Sé que lo harías.

Draco se pasó una mano por la cara. Su voz salió áspera, haciéndolo callar. Harry detalló el ligero tic a un lado de su ojo, y esperó pacientemente alguna reacción. Un grito. Llanto, quizás.

Pero lo que recibió fue una mirada cruel y una solicitud inesperada, borrando de momento al Draco Malfoy que Harry había llegado a conocer.

—¿Puedes llevarme a ver a Goyle?

Harry no podía negarle nada en ese momento.

En realidad, dudaba que a esa altura pudiera negarle algo. Cualquier cosa.

•••.

—Hola, Gregory.

Harry cerró la puerta de la celda tras él, y dejó que Draco ingresara. Goyle estaba en cadenas detrás de las rejas, y lucía prácticamente irreconocible. Su cabello había crecido hasta los hombros, y una barba de unos cuantos centímetros le adornaba el rostro. Por la escasa comida que le daban había adelgazado bastantes kilos, y su mirada enloquecida delataba un daño que no estuvo allí antes. Harry se alegraba. Ese cabrón había traicionado a Draco, mientras que este le había salvado la vida.

—Draco.

Harry agitó la mano, provocando que el cuerpo de Goyle saliera expulsado hacia atrás, y que quedara amarrado de pies y manos contra la pared de su celda. Harry abrió la puerta también, en caso de que Draco quisiera entrar.

—¿Sabías...? —comenzó a decir él, calmado—. ¿Sabías que Pansy acaba de ser apresada por traición?

Obviamente Goyle no lo sabía. Sus ojos se agrandaron de forma exagerada, y Harry vio que una gota de sudor se deslizó por su frente. No tenía idea de qué le estaba provocando esa situación: Draco, la traición de Pansy, o estar tan expuesto. Pero suponía que no era nada bueno.

—Hace unas horas recordé la mayoría de las cosas acerca de mi madre —prosiguió Draco, peligroso—. ¿Acaso tú estabas ahí?, ¿escuchando mis gritos tras la puerta, sin mover un puto dedo?

—N- no. No-

Draco entró a la celda, y llegó hasta él. Tenía la varita en una mano, y con la otra, afirmaba en un puño la sucia ropa del prisionero. Goyle se encontraba muerto de miedo, incluso si su dañada mente no podía entender del todo lo que estaba pasando.

—¿Estabas ahí cuando la escuchabas gritar? —exclamó Draco a centímetros de su cara—. ¡¿Estabas ahí cuando la escuchabas rogar para que se detuvieran?!

A eso, Draco soltó su ropa, y le asestó un puñetazo en el ojo.

Harry apenas tuvo una reacción, escuchando a Goyle lloriquear.

—No-

—¡No me mientas, hijo de puta! —le gritó Draco, cada vez más fuera de sí—. ¡Lo supiste todo el tiempo! ¡Supiste lo que le hacían, y no fuiste capaz de decírmelo, esto- es- es tu culpa!

Draco volvió a golpearlo en la cara, esta vez encima de su nariz. El golpe fue tan fuerte, que Harry vio el tabique de Goyle desviarse ligeramente hacia el lado. La sangre salía de los orificios en bocanadas: oscura y espesa.

Draco lo golpeó una vez más. Goyle gritó. Harry no hizo más que mirar.

—Lo siento- lo siento...

—¡Está muerta! ¡Está muerta! ¡Y probablemente Pansy también estará muerta! ¿Por qué no fuiste tú?

Goyle volvió a lloriquear, a medida que Draco continuaba golpeándolo incansablemente. Era una escena bizarra; Crabbe y Goyle siempre fueron los guardaespaldas de Draco. Ellos eran los imponentes, y Draco, menudo y pálido, el que daba las órdenes. En ese momento Goyle era más delgado y se veía más bajo que el rubio, quien le asestaba puñetazo tras puñetazo con todas sus fuerzas.

La sangre saltó y salpicó el suelo. Desde su posición, Harry podía ver cómo poco a poco la cara de Goyle había empezado a deformarse. Su ojo estaba morado y sangraba también. Su labio estaba roto. Su nariz era irreconocible. Harry podría sentirse escandalizado... si no supiera que ambos habían hecho cosas peores.

Cuando los quejidos de Goyle dejaron de emitirse, y lo único que se escuchaba era el puño de Draco golpear sus huesos, fue que Harry lo detuvo. Sólo porque lo conocía lo suficiente para saber que podría arrepentirse después.

—Draco —dijo, poniendo una mano en su espalda.

Draco se la quitó de encima bruscamente. Harry observó lo fuera de sí que estaba, cómo todo su cuerpo había cambiado, tomando la forma de una entidad oscura. Una entidad que había sido creada a partir de la ira, el dolor, y el odio. Parecía que en cualquier momento asesinaría a alguien y se reiría mientras este sufría.

Harry estaba viendo al torturador.

Aquel que el resto del mundo temía.

—Es suficiente —le dijo.

Nunca va a ser suficiente —espetó Draco. Hasta su voz sonaba peligrosa.

—Me pediste que lo dejara vivo. Eso debería significar algo.

Draco dudó antes de dar un paso atrás, provocando que la cara de Goyle cayera de forma laxa hacia abajo, totalmente inconsciente. Las manos de Draco estaban a carne viva, así que Harry las curó con magia no verbal sin pensarlo. Eso pareció despertarlo. Draco miró sus nudillos, dándose cuenta de lo que había hecho.

—Joder.

—Ven —volvió a decirle—. Es suficiente.

Draco respiró temblorosamente, y poco a poco, la máscara en blanco volvió a su lugar. Harry no tenía la certeza de que castigar a Goyle hubiera sido la intención de Draco al ir allí abajo. Quizás quería hablar con él, genuinamente. Pero Harry no iba a discutir o a recriminarle lo que acababa de suceder. Podía decir que hasta le causaba cierta retorcida satisfacción. Goyle había obtenido lo que merecía, y Draco pudo descargar parte de su impotencia.

El hombre salió de la celda y Harry la cerró, deshaciendo las amarras que mantenían a Goyle en su lugar. Este se aporreó en el suelo. Harry no iba a desgastarse en curarlo, simplemente iba a pedirle a uno de los chicos que hacían guardia que, por favor, llevaran un sanador a esa celda.

Al final, Harry posó una mano en la espalda baja de Draco y lo guió hacia afuera. Estaba pálido.

Ninguno de los dos dijo nada.

•••

Harry y Draco salieron al patio sin hablar. Sin acercarse. Sin mirarse. Sin hacer nada por miedo a quebrar la fragilidad que danzaba en medio de ellos.

Se detuvieron en la zona común, a unos cuantos metros de la entrada de la mansión, y Draco se quitó la máscara para así verse a los ojos. No había nadie más. No existía nada más.

En un impulso, sabiendo que podría tratarse de un error, Harry tomó su mano.

Y correspondiéndolo, Draco lo tiró en un abrazo.

Las palabras no eran necesarias, no en ese momento. Harry enterró la cara en el hueco de su cuello, respirando su aroma e intentando calmarlo. O calmarse. O ambas. No lo sabía.

Solo le era claro que, a pesar de que parecía mal, aquello no hacía más que sentirse correcto.

—¡Harry! He estado pensando, y sobre Grawp...

Harry se separó lo menos que podía para así mirar hacia el lado. Hagrid se paraba a unos metros de ellos, con una mano arriba y aquel ave que había traído de Austria en el hombro, esa que llevaba sus notas. Tenía una sonrisa esperanzadora en los labios.

Entonces, sus ojos detallaron al acompañante de Harry, y el brazo de Hagrid cayó, mientras abría y cerraba la boca.

Bueno, siendo justos, era difícil de creer.

—¿Ese es Malfoy? —preguntó, impresionado—. ¿Hijo de Lucius Malfoy?

Y de ser otras circunstancias, Harry se habría reído. Quizás hasta se lo habría presentado. Pero no en ese instante, tal vez ni siquiera en esa misma guerra. ¿Qué sentido tenía, al final?

Ninguno.

No tenía ningún sentido.

Antes de poder responder algo, Hagrid dio media vuelta y regresó al invernadero a grandes zancadas. Harry lo miró irse, aún con las manos en la espalda de Draco. Quiso sonreír, mas le resultaba imposible. Draco se separó de él, haciendo que Harry extrañara su contacto al instante.

Aún así, no dejó ir su fría mano.

—Por favor, no hagas nada estúpido —pidió él, antes de que este dijera algo sobre Hagrid—. No mueras.

—No haré nada estúpido —prometió Draco.

Lo otro... No podía prometerlo. Harry lo sabía.

—¿Llamo a Theo para que te acompañe...?

—No.

—Draco-

—Quiero estar solo.

Harry sintió las palabras escocer alrededor de su cuello, como si fueran una cadena de fuego.

—Lo siento- Draco, yo lo siento tanto-

—No, por favor —susurró él, repudiando la lástima—. No me hagas esto.

Harry no insistió, pero quería volver a abrazarlo. Sabía que esa era la forma en la que Draco enfrentaría el dolor; enojado con todo el mundo. Le funcionaba. Le funcionaba muchísimo más que andar llorando; Harry estaba consciente de que era un método de supervivencia, él mismo lo utilizaba porque de otra forma... la desolación sería demasiado grande. Demasiado abrumadora.

—Cuida de mi padre —dijo Draco, mirándolo directo a los ojos—. Mientras yo no esté.

—¿Volverás?

—Haré mi mayor esfuerzo. —Draco dibujó un patrón en el dorso de su mano, tratando de parecer neutral—. Mientras tanto, Harry... No mueras.

Entonces, lo soltó. Harry lo vio marcharse con ese estúpido retorcijón en el pecho.

Y lo extrañó aunque todavía no desaparecía de su vista.

Notes:

Draco: *completamente traumatizado, apenas manteniéndose en pie*

Harry: Culeable.

SJKJKD PERDÓN. ES QUE ME DA RISA PORQUE EL DRACO LIT EN MEDIO DE UN MENTALBREAKDOWN Y HARRY: ups, me lo quiero besar. Los amo. Los amo. Los amo. 

Espero que les haya gustado el cap!

Chapter 44: Capítulo 38: Destellos del pasado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

A Draco le permitieron visitar a Pansy porque a los ojos del mundo mágico aún era su prometida.

Y también, porque Draco Malfoy era Astaroth, miembro del Nobilium.

Los acontecimientos del último tiempo habían pasado demasiado rápido para que él los procesara en realidad. La fuga de Azkaban, ver el estado mental de su padre, recuperar algunos (o quizás todos) los recuerdos acerca de las torturas de su madre, y finalmente... Pansy Parkinson apresada por traición.

No, no había tiempo para procesarlo. La guerra avanzaba, avanzaba, y avanzaba, y todos debían adecuarse a su rapidez.

Draco sabía que su relación con Pansy no era la misma. Habían tenido más de una riña durante esos meses, y en la última Pansy rompió su compromiso, al menos simbólicamente. Pidieron más cosas de las que el otro estaba dispuesto a dar y luego se habían abandonado. Draco se descuidó dos segundos, la descuidó dos segundos, y ahora- esto.

Iba caminando por la planta baja del Ministerio acompañado de Johan Avery, a quien reconocía de sus recuerdos y torturas. Draco lo observó como si fuera una cucaracha apenas lo asignaron como su escolta, y el hombre se encogió, llevándolo hacia los calabozos sin encontrar su mirada. Quizás se debía a que habían pasado bastantes años y Draco había cambiado lo suficiente para que los roles se invirtieran; o quizás, la rabia con la que afrontaba su día a día lo hacían ver más intimidante que nunca. Como fuera, una parte de sí se sintió satisfecha al verlo tan... pequeño.

Avery abrió la puerta de una de las atestadas celdas para él, y Draco ingresó, sin estar seguro de qué encontrar. No pudo mirar al frente de inmediato; no era tan valiente. Pero debía enfrentar lo que había ido a hacer.

Levantó la vista.

Pansy lo miraba con furia desde el otro extremo de la celda.

—¿Qué? ¿Estás aquí para torturarme?

Draco la ignoró, cerrando la puerta tras de sí. De ser otra persona, probablemente Avery se habría quedado, pero Draco era su superior, así que no había mucho que pudiera hacer. Y si lo hubiera intentado...

—¿Qué sucedió? —decidió preguntar.

Pansy bufó.

—¿Estás jodidamente bromeando, verdad? Increíble.

—Pansy, no entiendo. No tengo ni la más remota idea de por qué carajos estás aquí.

—¿Y esperas que crea eso?

—Estoy hablando en serio —Draco dijo, perdiendo la paciencia. Necesitaba ayudarla, no esto—. Quiero sacarte de aquí, por eso vine. Pero para hacerlo necesito saber qué pasó.

Pansy se acercó a las barras de metal, metiendo la cabeza en uno de los orificios y apretando los dientes. Sus uñas aún estaban perfectamente pintadas; su ropa se encontraba casi completamente limpia.

—¿Qué pasó? —siseó ella, con rabia—. Bien. Te diré qué pasó. Blaise vino a buscarme como te dije que lo haría. Pasó como pudo la frontera y llegó a mí, porque como te dije, estamos enamorados. Y lo mínimo que podía hacer yo era cumplir con la otra parte, o sea, buscar la forma de sacarnos a ambos de este hoyo de mierda y marcharnos para ser felices en otro lugar. Moví mis contactos, hice lo que pude, todo era perfecto y estaba listo, y justo antes de poder huir por la frontera, nos detuvieron. Alguien nos había delatado.

Draco pudo haberse mareado por el descargo de información.

—¿Qué?

—Así que no te hagas el idiota. —Pansy no respondió su pregunta—. Porque la única persona que lo sabía eras tú. La única.

Podría ser verdad, si es que Pansy había aprendido a guardar secretos. Sólo que Draco- Draco no le había contado a nadie, ¿a quién? Ni siquiera se acordaba de Blaise o Pansy, si era sincero. Lo único que temió cuando ella le informó de sus planes, era que sucediera exactamente lo que estaba pasando. No tenía sentido que Draco la hubiera delatado. Así que, ¿quién lo había hecho? Él no quería que pasara esto.

Draco pensó en ese día. ¿No había sido exactamente el periodo de tiempo en el que no tenía sus recuerdos, luego de la misión de Austria? Intentó hacer memoria sobre lo que había dicho, y una imagen de sí mismo riéndose de Pansy y diciéndole que si se iba la delataría, llegó al frente de su cabeza. Era obvio que ella pensara que Draco fue. Excepto que Draco no había dicho nada.

Aunque...

Draco se dejó caer en la pared, apoyando la espalda y siguiendo el trayecto de ese día, justo antes de que hubiera sido llevado a McGonagall. ¿El Señor Tenebroso había explorado su mente, no? ¿Y no vio allí algo que lo satisfizo lo suficiente para otorgarle el "honor" de torturar a Minerva?

Draco cerró los ojos.

Se trataba de su lealtad. Eso vio en su cabeza. Lealtad ciega y absoluta.

Voldemort había visto esa conversación con Pansy.

Mierda.

Nunca fue su intención, nunca.

Probablemente el Señor Tenebroso había mandado a vigilar a Pansy desde ese instante, y así la habían descubierto. Era su culpa. De una forma era su puta culpa.

—No fue así, no quería- no... —Draco volvió a mirar a Pansy a la cara. Ella estaba estudiándolo—. Da igual. Te sacaré de aquí, lo que hiciste no fue tan grave-

—¿Qué hay de Blaise? ¿Dónde está?

—No lo sé...

Draco cerró los ojos una vez más. La medida que sugirió casi un día atrás retornó a su cabeza.

Seguramente torturarían a Blaise para hacer sufrir a Pansy.

—Oh, joder.

—¿Draco?

Draco se pasó una mano por la cara. La voz de Pansy había perdido su animosidad, y el miedo se filtró en ella. Por Blaise, seguramente. Por no saber qué tan a salvo se encontraba.

—Te sacaré de aquí.

Se obligó a encontrar sus ojos.

Los de Pansy estaban llenos de lágrimas, y aunque se veía asustada, era claro que aún no parecía entender la gravedad del asunto, como si creyera que por ser sangre pura no le harían nada. Draco, en carne propia, había experimentado la completa mentira que era eso. Ni siquiera el estatus de sangre cambiaba algo a los ojos de Voldemort. Nada.

Draco caminó hacia ella con lentitud y cautela, para así no hacerla retroceder, y con cuidado puso su mano encima de la de Pansy aún afirmada a la reja. No era lo mismo, ni de cerca, a cómo solía ser cuando no eran más que niños, pero Draco aún la apreciaba. No creía nunca dejar de hacerlo.

Pansy fue su primera amiga.

Recién allí se dio cuenta de la falta que le había hecho por todos esos años. Lo solos que ambos habían estado. Quizás aquello podría haber sido diferente.

Pero no lo fue.

Y ahora Pansy estaba apresada, y en parte era su culpa. Draco recordó cómo se trataron la última vez que se vieron. O en general, todas sus interacciones por los últimos años. Distantes, frívolas, e incluso crueles.

—Lo siento —le dijo él.

—¿Qué?

—Lo siento. Lo siento. Lo siento.

—¿Estás bien?

Draco suspiró. ¿Qué se suponía que se respondía a eso? No era importante. Ahora mismo, tenía que ocuparse de esto. No podía verla allí.

Pansy lo miraba con cautela.

—Te sacaré de aquí.

Draco retrocedió, comenzando a caminar a la puerta. Pediría, abogaría con lo que fuera, pero conseguiría liberar a Pansy.

—¡Draco! —gritó ella, al ver que se alejaba.

Draco cerró la puerta tras de sí. Tenía trabajo que hacer.

•••

Quizás la vida después de su madre era verla a ella en cada cosa que hacía. Porque Draco sentía que estaba repitiendo la historia. Se aseguraba de que no le hicieran nada a Pansy, yendo cada día a visitarla –e incluso había hecho lo posible por Blaise, quien estaba en peores condiciones–, pero aún así no querían liberarla. Draco ofreció dinero, exigió su liberación porque era su prometida y porque él era un Nobilium, llegó a pedirlo amablemente al Señor Tenebroso. Hizo lo que se necesitaba, y de todas formas...

Pansy seguía en la cárcel.

La mujer había utilizado el principio número cinco de los sagrados veintiocho para así evitar ser asesinada, o que le hicieran cosas peores, y Draco creía que Blaise hizo lo mismo, pero lo que ofrecían a cambio a los Mortífagos sólo podía ser que les hicieran daño de otras formas. Draco lo comprobaba cada vez que la iba a ver, y Pansy tenía más moretones y lucía más apagada con el pasar de los días.

Había llegado a pensar que aquello era un castigo hacia él, aunque no podía entender por qué razón; hasta donde sabía, se había comportado. Pero por otra parte, lo que Pansy había hecho no era ni de cerca algo grave para que la tuvieran apresada, para que la torturaran. La convertía en una traidora, sí, mas era obvio que no en el tipo de traidora en el que Voldemort debería enfocarse. Así que, ¿que estuviera apresada tenía un trasfondo más grande?, ¿o sólo estaban aplicando ley pareja para todos los que eran encontrados en situaciones ilegales?

Draco no lo sabía.

Se pasó dos semanas yendo de acá para allá, asegurándose de que Pansy viviera. Torturó a los familiares de los apresados, tal como dijo que haría, quitando ojos, brazos y piernas sin rechistar, sin pensarlo dos veces. Y octubre llegó, mientras Pansy, su madre, y su padre, eran un tema demasiado recurrente en su cabeza. Más que cualquier cosa.

Theo fue a visitarlo durante ese tiempo, para así también llevar pociones para la Orden ya que Draco no podía ir aunque quisiera. No habían tenido ninguna batalla realmente importante pero las pequeñas sí que habían dejado heridos. Draco se pasó la mitad del mes de octubre queriendo morirse, haciendo pociones, y luchando por mantenerse a flote al pensar en la venganza y la llama de la ira que, desde enero, no había hecho más que crecer. Debía asegurarse de que su padre sobreviviera. Al igual que Harry. Si quería eso no podía rendirse.

Esos eran unos de sus pocos motivos para seguir en pie.

Casi finalizando octubre, Draco entregó las últimas pociones que el Señor Tenebroso le había encargado, y pudo acabar la contra maldición del hechizo Disuelve Órganos. Los Mortífagos se aliaron con los trolls, y las pocas locaciones de civilización que quedaban estaban completa y exageradamente vigiladas por Mortífagos y Purificadores.

Draco estaba cansado.

Fue llamado a la Orden el primer día de Noviembre a través de Theo, por petición de Astoria, con quien no había hablado absolutamente nada desde que recuperó sus recuerdos un poco más de un mes atrás. El día anterior fue la celebración de Samhain, así que Draco vertió todas sus preocupaciones en el ritual para honrar a los ancestros fallecidos, pero no le sirvió de ningún alivio, y al contrario, le quitó demasiada energía. Draco estaba exhausto mientras ingresaba al laberinto junto a Theo.

Ambos usaban la máscara de la Orden, y quienes los recibieron en la entrada de la mansión fueron Granger junto a Luna, por lo que Draco intuía que Potter no estaba allí. Cosa que confirmó ante la respuesta de Granger cuando Theo preguntó por él. Harry estaba buscando provisiones en el mundo muggle.

Bien, Draco pensó. No estaba seguro de querer verlo.

Lo de ellos, lo que sea que estuviera pasando, no podía ser.

Con que se mantuviera vivo le bastaba.

Granger los dirigió a las celdas donde Lucius Malfoy se encontraba, y salió de allí rápidamente junto a Luna, como si los hubiera guiado a la boca del lobo. Suponía que en parte era así. Lucius estuvo presente durante la tortura que Bellatrix efectuó en Hermione Granger en la Mansión Malfoy aquel 1998, y era un Mortífago, parte del grupo que la atacó en Grimmauld Place. Tenía sentido que no quisiera tener nada que ver con él.

Draco entró a la celda preparado mentalmente para ver a su padre, aunque una vez dentro prefirió enfocarse en Astoria, quien estaba a un lado de este y lo miraba mordiéndose el labio.

—¿Pasó algo? —preguntó Draco.

La puerta se cerró, y Draco se dio cuenta de que Theo no había ingresado a la celda. Se sentía algo solo mientras Astoria lo miraba con ojos llenos de arrepentimiento.

—Lo siento —le dijo ella con voz lastimera—. No debí haber hecho lo de la última vez.

—Yo te lo pedí-

—No estabas en tus sentidos para pedirme algo así. Pude haberte hecho un daño irreparable, Harry tenía razón. Lo lamento. ¿No sientes nada raro?

Draco pensó. Lo único extraño que le pasaba era que los recuerdos se sentían difusos, borrosos, e imprecisos, pero para él eso era una bendición. Como si la vida por primera vez fuera gentil. No le preocupaba. No de momento.

Se encogió de hombros.

—Estoy bien.

Astoria suspiró, y aunque probablemente le habría gustado que Draco se mostrara más interesado por ese tema, no comentó nada. Sus ojos azules volvieron a fijarse en Lucius, a quien Draco aún no se atrevía a mirar. Comenzó a explicar lo que quería decirle, para lo que lo había llamado. Si no supiera que alguien del Nobilium podría encontrarlos, Draco le habría pedido que tuvieran esa conversación en la Mansión Malfoy.

—Tengo la teoría de que una vez que liberemos a tu padre de la Imperius, podremos acceder a sus recuerdos —explicó Astoria calmadamente.

—¿Lo que viste en mi cabeza no sirve de nada?

—No —le dijo ella con franqueza—. No, aún necesito más información.

Draco sintió un pinchazo en una de sus costillas, como un golpe con una lanza de hierro. No debería afectarle algo así de tonto, pero lo hacía.

Tanto sufrimiento.

Tanto dolor.

Siempre por nada.

—¿Por qué no puedes verlos ahora? —terminó preguntando, alejando esas sensaciones—. Sus recuerdos, quiero decir.

—El Imperius me lo impide. Le dice que "Obedezca a su Amo". Si revela sus secretos, no está cumpliendo con la orden.

Draco sintió náuseas por la palabra "Amo".

—¿Su cabeza te expulsa?

—No me deja entrar a las celdas.

Draco no comprendió en un inicio.

Entonces, sintió otro pinchazo.

Recordó que Astoria le había dicho que la mente de su padre lucía como Azkaban, así como la de él... se veía como la Mansión Malfoy.

—¿Crees que si es liberado del Imperius, puede volver a ser...?

—Draco, tu padre ha estado ocho años bajo una Imperdonable —Astoria lo cortó firme, aunque tratando de ser suave—. Al momento en que se liberó, durante la... muerte de Narcissa, quizás haya hecho trizas su mente, su sanidad. Y si lo intentamos de nuevo...

—¿Crees que quedará peor?

Astoria fue directa.

—Sí.

Draco quería reír, porque todo eso sonaba ridículo, lejano, y algo que se suponía que nunca le pasaría a los Malfoy. A su padre, el hombre que él idolatró durante años. Parecía una broma de pésimo gusto.

Mierda —susurró.

Y en ese instante, desvió la mirada, para así detallar a Lucius.

Aquella vez, al menos, su cabello estaba recogido y se encontraba limpio. Toda su persona lo estaba, en realidad. La vestimenta de preso había sido cambiada, dejando en su lugar un pantalón blanco y una polera muggle negra. Podría haber resultado normal, si no supiera que los prisioneros no recibían tratos especiales o dignos. Harry fue el que hizo todo eso. Por- por él.

Increíblemente, lo había hecho por Draco.

—¿No hay forma...? ¿No hay forma de hablar con mi él? —Draco murmuró, capturando el vacío de las cuencas de Lucius—. ¿Sólo por un minuto?

Sintió los ojos de Astoria mirándolo con lástima. Draco ya estaba acostumbrado.

—Por unos segundos, sí —contestó—. Los segundos que la Imperdonable empiece a romperse, puedes intentar ingresar a su cabeza conmigo. Quizás así- quizás... No lo sé. No puedo asegurarlo.

Sin embargo, era suficiente.

Cuando Astoria estuviera deshaciendo la Imperius y deshaciendo la sanidad de su padre con ella, Draco debería tratar de comunicarse con él. Podría no ser posible, lo sabía, pero le hacía las cosas más soportables.

Más soportables que aceptar que ya lo había perdido, aunque siguiera respirando.

—¿Puedes dejarme solo con él? —preguntó a Astoria, con la voz raramente calmada.

Astoria no se movió de inmediato; pareció estudiarlo desde su lugar. Tal vez trataba de medir qué tan buena idea era, por lo inestable que se encontraba Draco. O tal vez sólo no entendía por qué querría tiempo a solas con Lucius.

Fuera lo que fuera, decidió obedecer. Astoria asintió y abandonó el cuarto dejando nada más que a padre e hijo, enfrentados sin mentiras o engaños por una vez en la vida.

Draco se acercó al borde de la reja y lo miró. Trató de ver en él al hombre que fue, en vez de la imitación que tenía al frente. Draco recordaba haber visto de pequeño a su padre como su máxima inspiración, la máxima figura de autoridad. Draco deseaba ser como él, deseaba ser él. Imitaba sus palabras, la manera que tenía de presentarse, y hasta la forma de caminar. Draco escuchaba todo lo que decía y lo tomaba como cierto, porque su padre nunca se equivocaba, y lo único que quería era... agradarle. Que Lucius lo mirara y viera el heredero que merecía. Siempre quiso eso. Draco añoraba- la aceptación que su madre y su padre le darían una vez que cumpliera con las expectativas que tenían de él.

Y ahora...

Su padre lucía ordinario. Nada excepcional.

—Sé que probablemente no me escuchas. O que al menos no entiendes qué estoy diciendo —dijo Draco, tomando uno de los barrotes—. Pero, si es que algo me sucede...

Tragó pesadamente. Lucius, desde su asiento dentro de la celda no dio signos de escucharlo, y Draco descubrió que una parte de sí, la ilusa, había esperado que lo hiciera. Que un milagro pasara y su padre moviera sus ojos, o sus manos, y que le hablara como aquella vez que fue a Azkaban. Que dijera desvariaciones. Pero- que le dijera algo.

—Lo siento.

Draco le había dicho que lo odiaba, lo había culpado, y aunque su padre no era buena persona, quizás en su cabeza había creído que verdaderamente estaba haciendo lo correcto para su familia.

Quizás nunca quiso que terminaran así.

Despojados de la dignidad y profanados como una tumba.

—Ni siquiera sé por qué estoy pidiendo disculpas. Tal vez lo hago porque no me estás escuchando. —Draco le gritó por no reaccionar, se abstuvo de golpearlo, e incluso, lo había condenado cuando su padre fue una víctima más. Merecía que le dijera cuanto lo lamentaba—. Sólo... siento no haberlos hecho sentir orgullosos. Siento no haber notado lo que te sucedía. Siento haberte culpado. Siento que hayas tenido que pasar por- esto.

Lucius no respondió. Esta vez, Draco no había esperado que lo hiciera. No entendía del todo por qué carajos estaba diciendo todo eso, no cambiaba nada. Era, literalmente, como hablar con una pared. Estaba bastante seguro de que su padre no oía ni una palabra.

Y aún así.

—Te extraño —dijo. Su voz sonó rasposa—. Extraño a madre. Extraño a lo que éramos antes de la guerra. No creo que nadie pueda entenderlo; a sus ojos somos unos monstruos, y tal vez tienen razón. De hecho, la tienen. Pero...

Si su padre estuviera bien, le habría dicho que los dragones no toman en consideración las opiniones de las ovejas.

Si su padre aún fuera su padre, le diría que estaba justo allí y que dejara de ser tan melodramático.

Pero lo que lo recibió fue el silencio, y la duda de si, quizás, las cosas no estaban mejor de esa forma.

No se sentía así.

—Me gustaría que hubiera sido diferente. Sólo- mierda. —Draco se alejó, negando. Aquello era demasiado doloroso—. No puedo.

La desolación se había mezclado con la ira, porque a pesar de que Draco creía merecer muchas cosas terribles, estaba seguro de que algunas no eran justas. Lo que le había pasado a su madre no era justo. Haber perdido a su padre sin saberlo no era justo. Haber sido un responsable indirecto de la encarcelación de Pansy no era justo. Draco sentía que estaba al borde de un precipicio y si continuaba allí, terminaría por caer.

Y, bueno.

Quizás era lo mejor.

Su garganta ardía mientras dejaba los calabozos sin darle otra mirada a su padre, e incluso su cuerpo estaba comenzando a hervir. Voldemort había hecho eso. Él había hecho todo eso. Hizo sufrir a su madre hasta el último día, lo hizo sufrir a él, a Pansy, a Theo, a Harry y a su papá. Voldemort les había quitado prácticamente todo lo que les importaba, y no iba a descansar hasta dejarlos sin- sin absolutamente nada. Al final, lo único que tendrían iba a ser...

Un cuerpo lleno de malas memorias, y un río de sangre.

Draco se vio tentado a descargar su ira con Goyle de nuevo, porque de entre todos los culpables, era el más cercano y al que tenía disponible para recriminar. No lo quería muerto –y agradecía que Harry lo hubiera detenido de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse–, pero tampoco lo quería en una sola pieza después de lo que hizo. Después de lo que Narcissa había pasado, y que él lo supiera, que supiera todo-

Draco desechó la idea. Con ese temperamento, que no estaba haciendo nada más que subir, quizás cometería su primer asesinato.

Se puso la máscara, subiendo al primer piso con grandes zancadas. Theo se encontraba en la escalera, seguramente porque Astoria le avisó que Draco había pedido unos minutos a solas con su padre. Lovegood estaba a unos centímetros de él, encantando nuevamente esa estúpida pulsera. Esta brillaba cada vez que su amigo la miraba, pero Draco no terminó prestando atención a ese detalle. En ese instante, su principal foco era descargarse. Salir de ahí. Lo que fuera.

—Theo —dijo, plantándose frente a él—. Necesito una sesión de entrenamiento.

Theo levantó la mirada desde la cara de la mujer y su pulsera dejó de brillar. Usaba la máscara también, pero Draco podía adivinar que sus palabras lo confundieron.

—En unas horas empezará-

—No —lo interrumpió—. Ahora. Si quieres lo hacemos en la mansión, yo necesito-

Draco dejó la oración inconclusa y apretó los nudillos tan fuerte, que sintió sus huesos crujir. Theo también lo notó, y por poco pudo escuchar su tren de pensamiento, donde finalmente concluía que la Mansión McGonagall estaba mucho más equipada para el tipo de entrenamiento que Draco quería.

Que en realidad, era una descarga.

—Bien —le dijo, dándole una breve mirada a Luna—. Bien. Espérame en el salón de entrenamientos. Ya voy.

Draco vio cómo Lovegood intercambiaba la mirada entre ambos, y se apoyaba en Theo. Esa vez, ni siquiera se paró a pensar en lo ridículo que estaba siendo su amigo al no aceptar ese amor, o la mierda que fuera. No era su problema ni su decisión. Y ciertamente no era en lo que necesitaba pensar.

Draco necesitaba romper algo de la puta frustración. Theo lo comprendería.

Entró al salón de entrenamientos dando un portazo tras de sí y se apoyó en una de las paredes contrarias a la entrada. Se quitó la máscara y su túnica, dejándolas en el suelo sin importarle una mierda; arremangó su camisa mostrando la Marca Tenebrosa en todo su esplendor. Draco consideró sacar los señuelos que aquel salón tenía entre los muros y el suelo para empezar a desquitarse desde ya, pero decidió quedarse ahí, con la mirada fija en el suelo y la espalda encima de la pared reforzada.

Estaba tratando, con todas sus fuerzas, de no pensar en Harry mientras esperaba, porque no lo necesitaba. Pero al ver aquel lugar no podía evitar hacerse consciente de que allí, ocurrieron sucesos olvidados gracias a las circunstancias. Sus primeros acercamientos. Sus primeras conversaciones. El primer entrenamiento con la Orden que acabó en un duelo contra McGonagall, a quien Draco, mentalmente, prometió hacer pagar luego de que lo hiriera en la pelea. Porque era un idiota.

No, nada de eso le estaba sirviendo.

Draco apretó su varita entre los dedos y la miró. Era muy parecida a la anterior que solía tener, pero no era la misma. Draco la había adquirido dos años después de la guerra, hecha por uno de los sobrinos de Ollivander. La giró entre sus dedos con un deje de amargura, porque sin importar qué tan buena fuera, nunca sería como su primera varita. La varita que consiguió con sus dos padres y con la que aprendió a hacer su magia. La varita que había herido a tantos.

Y que ahora pertenecía a Potter.

Draco encajó la mandíbula cuando oyó la puerta abrirse. Se movió de la pared, y comenzó a caminar.

—Genial, creí que me iba a secar esperándote...

Detuvo sus movimientos ante la falta de respuesta, y subió la mirada.

Harry estaba parado en el umbral.

Su cabello se encontraba corto, y su piel había adquirido un poco de color durante las últimas semanas, dejando su palidez detrás y provocando que la tez morena brillara bajo la luz. Harry avanzó, cerrando la puerta, y Draco simplemente se quedó allí.

No lo había visto en un buen tiempo. Su corazón latía. Quería deshacerlo y deshacerse con él.

—¿Por qué no me pediste a mí que te ayudara a entrenar? —preguntó Harry sin siquiera saludar, sin tacto, tomando la varita con fuerza. Draco lo imitó, recordando que esa varita era suya.

—Porque no quería.

—¿Me tienes miedo? ¿O existe otra razón por la que no querías tenerme cerca?

Draco soltó una risa irónica. A pesar de que era más fácil decirle que no sabía que había vuelto a la base, el enojo que bullía dentro suyo desde que abandonó la celda de Lucius era más fuerte.

—Eres patético, Potter —le dijo con crueldad—. ¿Por qué te estás arrastrando así por mí, viniendo aquí a exigirme explicaciones? ¿Tanto quieres chuparme la polla? Me pone enfermo estar cerca tuyo. Esa es la verdad.

Harry continuó caminando hasta estar frente a él, y Draco no se movió. El cuerpo ajeno estaba en tensión, probablemente molesto. Su mirada se asemejaba a un depredador, sólo que Draco no se sentía ninguna presa.

Cada vez que se alejaban, parecía que no sabían cómo volver a comunicarse.

—Bien —le dijo Harry entonces—. Si no me tienes miedo, hagamos esto.

—No.

—Entonces lo que no quieres es que te gane, porque sabes que te venceré.

—Me da igual. No haré esto contigo.

Harry soltó una risa despectiva.

Entonces, levantó su varita, y disparó un hechizo contra él.

Era sólo un Petrificus Totalus, pero Draco lo esquivó de igual forma, sintiendo la ira apoderarse de él. Potter no tenía derecho de ir allí, a exigir o preguntar cosas- cosas que no le correspondían. Su relación era extraña, Draco no tenía idea de cómo clasificarla, pero no se debían nada el uno al otro, y si dependían tanto de sus interacciones –como al parecer lo hacían– todo eso iba a terminar mal. Todo eso estaba mal.

Draco no estaba tratando de ser suave, Draco atacaba con todo lo que podía, menos hechizos mortales. Sentía una rabia que no había podido acallar desde que Astoria se metió a su cabeza, y Harry no estaba exento de ella. Draco se sentía furioso con él al no entender por qué carajos trataba de estar ahí cuando su mundo se venía abajo. Por qué lo había hecho preocuparse por su persona y desearlo cuando era el mayor objetivo de Voldemort, cuando podía morir en cualquier instante. Draco lo odiaba por hacerle eso. Habría preferido que se hubieran quedado como al inicio; como dos extraños con recuerdos en común. Draco habría preferido no acercarse nunca a él, porque sabía que eso les iba a traer dolor. A ambos.

Y ahora estaban allí.

De cero a cien en un par de minutos.

Harry casi tropezó tratando de evitar una maldición que traspasó su escudo. Draco continuó atacando con rabia. Ninguno de los dos parecía capaz de detenerse.

—¿Por qué? —preguntó Potter cuando se recuperó.

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué no me buscaste? ¿Por qué se lo pediste a Theo?

Draco resopló.

—El mundo no gira a tu alrededor.

Ambos estaban caminando en círculos, rodeándose, esperando que el otro atacara.

—Sabes que nadie podría entrenarte mejor que yo.

Draco subió una ceja, y conjuró una maldición.

El Diffindo cortó el labio de Harry hasta su mejilla.

Harry se quejó, pero también se curó rápidamente y no le recriminó absolutamente nada, aunque habría sido agradable que le gritara un poco. Draco comenzó a acercarse, aún conjurando maldiciones en su contra. Expelliarmus. Ascendio. Expulso. Sectum. Pero nada lo tocaba. No era ninguna sorpresa que fuera así.

Harry trataba de protegerse, sin embargo, no atacaba con la misma fuerza que Draco estaba ocupando. Meses atrás, Potter ya lo habría tenido en el suelo, adolorido y el triple de furioso. Se estaba conteniendo. Draco lo odiaba.

—Atácame de verdad —escupió él.

—Eso estoy haciendo.

—No, estás conteniéndote. Ya me has hecho daño antes, así que no tienes por qué detenerte ahora. Pelea.

Harry apretó la mandíbula, y movió una mano para absorber la magia de la maldición que Draco conjuró. Draco sonrió despreciablemente sin dejar de acercarse y Harry hizo lo mismo. Sin embargo, y a pesar de que la rabia de este crecía al ser recordado de su turbulento pasado, ninguno de sus maleficios estaban impactando contra Draco.

—Pareces molesto —se mofó él, respirando agitadamente. Harry levantó las cejas.

—¿Por qué estaría molesto?

Draco hizo otro corte, esta vez en el brazo ajeno.

Harry ahora se lo devolvió. Draco curó la herida de sus dedos de inmediato.

—Porque odias que te recuerde lo que has hecho. Odias que te recuerde que me hiciste daño, así como yo te hice daño a ti. Eso somos. Esto —Draco estaba a un metro de él ahora, protegiéndose de una maldición—, es lo único que sabemos hacer. No esperes nada más.

—Nunca he esperado nada más.

Mentira —Draco espetó agachándose por un conjuro, y enfocándose en quitarle su puta varita. Al fin y al cabo, era suya—. ¿Crees que no sé que ves en mí una forma de engañarte a ti mismo, y pensar que yo puedo hacerte feliz?, ¿que no sé que ves en mí un sustituto para tu ex novia muerta...?

Cállate.

Draco continuó. Los ojos de Harry echaban llamas.

—... ¿Qué quieres, Potter?, ¿ser mi novio?, ¿darnos besos, y formar una familia?, ¿casarnos?, ¿quieres presentarme al resto de la Orden como el amor de tu vida?

—Cállate, carajo.

Draco al fin se había acercado lo suficiente, y agarró entonces la muñeca derecha de Harry con fuerza. Tanta, que sabía que sus dedos quedarían marcados en la piel. Con la otra mano intentó quitarle la varita. Harry se resistió. Sus caras estaban a unos centímetros.

—¿Crees que aquí vas a encontrar tu final feliz? —Draco dijo entredientes.

Harry no contestó, y sus dedos se afianzaron al brazo de Draco que intentaba quitarle la varita. Una de sus piernas estaba metida entre las de Harry, y gracias al esfuerzo y la lucha de poder, sus caderas estaban acercándose más y más.

—Tú y yo no estamos hechos para una historia de amor. Para un final feliz —Draco escupió lo más cruel posible, colapsando su pelvis con la ajena. Ambos estaban furiosos—. Porque dudo que alguno de los dos sea capaz de tenerlo.

Harry dejó salir un gruñido y Draco bajó la cabeza, aún forcejeando.

Su frente chocó contra la ajena.

Por unos segundos, ninguno se movió. La rabia todavía fluía por su sistema, pero había algo más que se asomaba por la esquina. Un sentimiento que Draco recién comenzaba a reconocer.

Miró los ojos verdes de Harry, y sintió cada uno de los lugares donde sus cuerpos se tocaban y donde estaban separados. Percibió el calor entrar por cada poro, alojarse en la punta de sus pies y el inicio del pelo. Harry lo miró de vuelta, y de a poco, el agarre encima de su brazo se fue soltando.

El de Draco también

Estaban compartiendo aliento, y el enojo estaba siendo reemplazado rápidamente por esa otra sensación que crecía desde la ingle, hasta expandirse por su pecho. Draco se movió, frotando inconscientemente su cadera contra la de Harry, y Harry soltó un quejido. Su magia comenzó a llenar la habitación. Le recorrió la piel, el cabello, los labios. Lo acarició.

Una de las manos de Draco viajó hasta situarla en su costado. Para alejarlo en un inicio.

Descubrió que era imposible cortar el contacto.

Podía sentir el latido desenfrenado de su propio corazón, y Draco una vez más tuvo que recordarse a sí mismo que este era- era Harry Potter. Harry, quien alguna vez consideró su archienemigo. Quien lo golpeó, y le dio casi todas las cicatrices en su cuerpo. Harry, quien lo salvó del fuego y quien le había dicho que lo detestaba más de una vez. Harry, quien le repitió la mierda de persona que era.

Harry, inalcanzable, heroico, y poderoso.

Y Draco quería sostener el pasado entre sus manos para así hacerlo trizas. Que no quedara nada. Ni lo que fueron, ni lo que eran, ni lo que serían. O los vestigios de lo que nunca alcanzaron a ser. Quería transformarlos a ambos en perfectos desconocidos.

Para que pudieran tener esto.

Para que pudieran tenerse el uno al otro, sin que el ayer se riera en sus caras.

Draco lo miró, lamiendo sus labios. Eso- esa distancia y las palabras crueles no estaban funcionando. Draco sabía que no estaban funcionando, incluso cuando tenía claro que su expresión era totalmente fría y distante. Harry podía sentirlo; sus latidos, su respiración agitada; sabía exactamente lo que Draco estaba sintiendo en ese preciso momento.

Y la amargura bailó dentro suyo al ver la expresión honesta de Potter, quien no podía fingir nada; ni desprecio, ni odio, cariño, o devoción. En ese instante, era lo último lo que sus ojos demostraban al mirarlo, y Draco lo odiaba. Porque nunca había hecho nada para merecerse esa devoción.

Draco intentó alejarse. Las manos de Harry subieron para afirmarlo del cuello.

Harry, quien le decía que no quería que muriera. Harry, quien le daba la mano y lo abrazaba y le decía que no podía odiarlo sin importar nada de lo que hiciera. Harry. Harry. Harry.

Este se acercó lo suficiente para rozar sus labios. Él contuvo la respiración.

Harry.

Joder.

Draco cerró los ojos.

Y entonces, lo besó.

Notes:

OBVIAMENTE su primer beso iba a ser en medio de una pelea. Alguna vez lo dudaron??? #EnemiesANDLovers. En fin, les doy este espacio para gritar. No me odien por cortarlo ahí, por temas de estilo y distribución lo dejé así JSJD. 

PD: Gente del futuro, siéntanse privilegiados por poder leer el sig cap sin tener que esperar una semana.

Chapter 45: Capítulo 39: Vistazos al futuro

Chapter Text

Esto era un error.

El beso no era suave; nada parecido a alguno que Harry hubiera dado antes. Era una combinación entre nerviosismo, –los labios moviéndose de forma cautelosa–, y un nivel de rabia. Draco lo empujó hasta hacerlo chocar contra la pared, lo mordió, mientras la mano continuaba aferrada a su muñeca. Y- bueno, ya lo había tocado allí antes, para detener a Harry de hacer una estupidez o confortarlo, pero en ese momento, parecía ser sólo una señal de que quería más.

La pierna de Draco continuaba metida entre sus muslos, haciendo presión, y a medida que su lengua delineaba el interior de la boca de Harry, este frotaba sus caderas con furia. Salvajemente. La magia se arremolinaba en su piel y recorría a Draco, mostrándole de lo que era capaz. Harry quería que se fundiera con él, que se metiera por entre sus costillas y se filtrara en su carne y huesos. Lo sintió temblar.

Harry bajó sus manos hasta la camisa de Draco, desabotonandola con manos temblorosas. Sus dedos pasaron a rozar los relieves de la Marca Tenebrosa. Draco trató de alejarse como si tuviera vergüenza, y Harry fue consciente de la distancia que había entre ambos, esa que siempre había existido. Draco Malfoy era un Mortífago, era un torturador, y los parámetros de lo que le importaba y lo que le daba igual eran tan confusos que Harry dudaba que él mismo los conociera. Esto no era bueno. Era un error.

Simplemente no podía importarle lo suficiente para apartarse.

Había sido un error desde el primer instante. Desde la primera vez que bebieron juntos o desde la primera vez que pudieron aguantar la presencia del otro sin insultarse. Aquello no estaba bien. Sin embargo, era un error que Harry cometería una y otra vez, que eligiría por sobre todas las cosas.

—No quieres esto —Draco murmuró encima de su boca, y Harry terminó de sacar su camisa—. Sabes que no quieres esto.

—Cállate, tú no tienes idea de qué carajos es lo que quiero.

La mano de Draco que reposaba sobre su cadera viajó hasta el borde de su pantalón.

—No. No lo sé.

Harry mordió su labio cuando se alejó, y observó cómo los dedos de Draco desabrochaban su pantalón, casi con expertis. En parte se sentía maravillado por saber que todo- todo eso estaba sucediendo al fin, y su corazón, ese que siempre desobedecía lo racional y prudente, latía con genuina felicidad. Los largos dedos de Draco bajaron la prenda inferior, rozando su duro miembro por encima del bóxer. La sensación de entusiasmo que lo recorrió fue suficiente para que Harry mirara a otro lado para poder resistirla.

Evitó ver sus cicatrices.

Draco respiraba agitadamente, el cabello le caía encima de la cara, tenía las mejillas sonrojadas y los párpados cerrados y apretados con fuerza. Harry se dio cuenta de que ambos evitaban cosas, entonces; porque sus ojos grises y dilatados por la excitación trataban de no encontrarse con los suyos.

Harry se inclinó para volver a besarlo, pero Draco se echó hacia atrás ladeando el cuello: evitándolo. Casi era capaz de escuchar su debate mental, ese que decía que no debía estar ahí con él, que debía detenerse ahora antes de que fuera demasiado tarde. Tal vez por eso no lo miraba. Harry puso las manos encima de su cuello nuevamente, respirando encima de sus labios. No lo iba a dejar a escapar. Corrió demasiado tiempo detrás de él para atraparlo.

—Bésame —le dijo.

Draco pasó saliva sin contestarle, tanteando el borde de su ropa interior, jugando con él. Cuando Harry iba a hablar, abruptamente Draco tiró de este.

Al siguiente instante, su erección quedó liberada.

Harry sentía que antes de ese momento había estado ahogándose y cada toque de Draco eran pequeñas brisas de aire fresco. Necesitaba más, más, más- hasta que pudiera respirar de nuevo. Agitó una mano y selló la puerta de la sala para evitar que alguien los viera o los interrumpiera, y una vez más detalló las facciones de Draco, esta vez como si fuera la primera vez que lo miraba en serio; aunque sabía que esa no era la verdad. Él había odiado esa cara. Había arendido cada uno de sus gestos mezquinos y desagradables de memoria, y los había detestado también. Y ahora...

Ahora estaba allí, a centímetros de la suya, compartiendo el aliento.

Ninguno podría huir de eso, aunque quisieran.

—Bésame —Harry ordenó de nuevo, y su mano bajó hasta el pecho descubierto de Draco.

Sus dedos delinearon los relieves antiguos de sus cicatrices, esas que él le dio cuando eran adolescentes. Harry se había disculpado, pero no podía engañarse a sí mismo y decir que cuando lo hirió, esa no era su intención. Lo había considerado su enemigo. Quiso defenderse y dañarlo porque sospechaba que estaba haciendo algo malvado y lo merecía. Aquel pasado era algo que nunca iban a poder borrar; sin importar cuántas cosas sucedieran de ahí en adelante. Todo el daño que se habían hecho no se iba a ir nunca. Flotaría encima de sus cabezas como un recordatorio.

Harry bajó más la mano, y la yema de sus dedos tocaron el inicio de la «C» de "Cobarde". Observó la palabra, grabada en su piel con dolor y sangre. La odiaba. Odiaba lo que representaba.

Odiaba no haber podido salvarlo.

—¿Detallando tu obra de arte? —se burló Draco de pronto y Harry sintió las palabras enterrarse en su caja torácica.

Dolió. Ardía saber que él estaba en la misma categoría que todos aquellos que lo hirieron; que cuando Draco se miraba al espejo no había diferencia entre sus cicatrices y las que les dio Voldemort. Todas dolieron. Todas permanecían en su piel como un bosquejo de la toma de bandos, las malas decisiones y la guerra.

Draco tenía su historia grabada en la piel.

—Dijiste que no te importaba —murmuró Harry, empezando a desabrochar el cinturón del rubio.

—Tal vez te mentí.

Cuando Harry estaba abriendo el cierre de su pantalón, Draco le tomó las manos con brusquedad para apartarlo, y Harry encajó la mandíbula por la fuerza de su agarre, pero paró.

Sus ojos se encontraron.

Draco lo besó como si el deseo fuera más fuerte que él.

El beso era mucho más desesperado y enojado que antes. Harry había querido eso- por meses: había fantaseado con él día y noche, y aunque no estaba seguro de que Draco se sentía igual, no era lo suficientemente altruista para separarse. El pantalón de Draco cayó, su estómago dio un vuelco, y Harry pegó sus caderas una vez más provocando que sus pollas se frotaran.

Draco soltó un gemido en medio del beso.

El sonido infestó cada nervio dentro de sí. Harry quería escucharlo una vez más. Dos. Un millón de veces hasta que no fuera capaz de oír otra cosa.

—Deseo esto —le dijo Harry moviéndose a su oído, mordiendo su lóbulo—. Eso es todo lo que sé. Es lo único que he sabido por un largo tiempo.

Draco bajó su propia ropa interior. Miró hacia abajo, y detalló las erecciones a centímetros de la otra. La polla de Draco era rosada, dura y grande, y Harry quería hacerlo correrse hasta que no pudiera más. Comenzó a besar su cuello. La piel de este se encontraba salada gracias al sudor, e incluso parte del sabor de su perfume se coló en la lengua de Harry. No le importaba. Si a eso es a lo que Draco sabía, no le importaba.

—¿Crees que yo no lo deseo? —preguntó Draco, y Harry se estremeció con fuerza cuando lo sintió tomar su polla, pasando el pulgar por la ranura.

—No lo sé...

Los largos dedos de Draco estaban envueltos alrededor de su longitud; sus anillos brillaban gracias a la pobre iluminación de la sala. Harry miró hacia abajo apoyando la frente en su hombro, y trató de pensar algo más allá de la bruma del deseo, o del retumbar de sus latidos. Su estómago eran puros nudos.

—Lo hago —le dijo Draco—. Te deseo. Lo he hecho por un largo tiempo también.

Ambos querían eso. Ambos deseaban al otro.

Sonaba fácil.

Harry necesitaba que fuera fácil.

Volvió a besarlo mientras tomaba la polla de Draco y la dirigía hacia la suya. Las venas se marcaban en su miembro, y la punta, brillante y rosada, estaba llena de pre-semen. Harry sintió un cosquilleo en el estómago cuando sus miembros se juntaron y comenzó a moverlos a la par. Draco soltó un dulce suspiro.

En medio del beso, Draco lamía y lo mordía con intensidad, de la misma Harry sabía que hacía la mayoría de cosas, aunque no lo demostrara. No era alguien frío cuando se trataba de lo que le parecía importante, por mucho que hubiera aprendido que esa era su forma de sobrevivir en aquel mundo. En la superficie podía parecerlo, pero cuando Draco sentía, lo sentía todo mil veces más que el resto. Incluso más que él.

Harry no tenía idea en qué momento comenzó a conocerlo tanto, pero así era. Lo conocía. Draco era apasionado, atento y controlador. Oh, era jodidamente controlador, pero para él no representaba algo malo. La manera en que formulaba todos sus movimientos, estudiados y precisos, le gustaba. La manera en que no dejaba mostrar lo mucho que disfrutaba ver cómo Harry alineaba sus pollas y comenzaba a masturbarlos a ambos al mismo tiempo era gratificante. Harry quería que se resistiera hasta que ya no pudiera más y acabra rompiéndose entre sus manos.

Draco apoyó la frente en la suya, y ambos miraron hacia abajo. Las erecciones se deslizaron en su mano seca. Draco escupió en su palma y decidió tomar el trabajo entre sus dedos. Harry jadeó, sintiendo su polla: mojada y dura contra la de él, y se afirmó de su hombro de nuevo levantando las caderas. Su corazón iba como loco.

—He fantaseado con esto, incluso cuando lo he reprimido. Incluso sin saberlo —Draco murmuró sin mirarlo a los ojos—. Eran extraños con ojos verdes y piel morena. A quienes les chupaba la polla. A quienes follaba hasta que no pudieran más.

Harry arqueó la espalda mientras Draco aumentaba la velocidad de la masturbación. Los sonidos pegajosos que hacían sus erecciones juntas podrían llevarlo al límite, sino fuera porque lo último que quería era que se acabara. La expresión de Draco con su boca abierta en forma de "O", su frente arrugada en gesto casi de dolor y sus ojos entrecerrados por el placer, tampoco estaban ayudando.

Draco limpió el líquido que salió de su erección, y Harry no tuvo problema en soltar el escalofrío que recorrió su espina dorsal. Esperaba correrse en su pecho. Esperaba mancharlo completamente y poder marcarlo. Harry no había estado así de duro en su vida, y quería que para Draco fuera igual, que no pudiera dejar de desearlo. Su magia se levantó y lo reclamó como una pertenencia, algo que acababa de volver a casa. Suyo.

Suyo. Suyo. Suyo

Y quería decírselo. Que Draco era de Harry, y que era mutuo y que esperaba que nunca volvier a alejarse del hogar que ambos habían construido.

Pero no podía.

Porque no era ciero. Draco no le pertenecía, y Harry sabía que nunca lo haría, no en esa guerra.

Ni sus vidas les pertenecían a ellos mismos.

—Te odio, joder —dijo Draco, agitado, mientras las cabezas de sus pollas se deslizaban en su puño—. Esto no se suponía que iba a pasar. No puede importarme nadie más. Te odio- te odio por hacerme esto-

Harry gimió, y si el odio se sentía tan bien, por favor que no parara de odiarlo nunca.

—Yo no quise esto —susurró en respuesta, sin aliento—. Nunca quise- no- joder.

Draco volvió a limpiar el líquido preseminal, y la velocidad de sus movimientos se hizo demasiado rápida. Harry apoyó la cabeza en la pared; Draco atacó su cuello, mordiendo y succionando y- oh- por favor que no se detuviera, que no se detuviera nunca. Que lo destrozara, lo hiriera y no le permitiera nunca olvidarse de cómo se sentía tenerlo cerca.

Harry había imaginado ese instante millones de veces, pero nunca pensó que sería de esa forma. Frustrados, enojados, y en general, completamente agridulce. No se suponía que tenía que resultar así, pero no sabía tampoco por qué esperó que fuera distinto.

—¿Qué pasa si te pierdo? —Draco dijo en su oreja, soltando de paso un leve gemido—. ¿Qué pasa entonces? Joder- no- no puedo-

—No se te ocurra parar. Mierda.

La mano de Draco se movía de arriba a abajo en movimientos lánguidos, de una forma específica que Harry suponía, era como a él le gustaba. Harry envolvió su mano también para abarcar por completo la longitud de sus erecciones mientras Draco lo mordía, soltando el más leve de los suspiros. Harry apretó fuertemente su agarre tratando de amoldarse a la velocidad que él llevaba.

—Afloja un poco- oh, Merlín.

Harry obedeció, soltando pequeñas respiraciones aceleradas y apretando un poco la punta de sus miembros mientras Draco los masturbaba. Era lo mejor que había sentido jamás, y sólo se estaban tocando. El placer lo bañaba. Draco soltó un quejido entre dientes y Harry notó cómo su glande goteaba de nuevo. Su piel estaba hecha de terminaciones nerviosas.

—Oh, Dios.

Harry pasó su pulgar en la punta para limpiarlos y lo llevó hasta su boca, pasando su lengua por él. Draco por primera vez despegó la mirada de sus erecciones y observó con atención, hipnotizado, mientras Harry lamía el dedo y él continuaba masturbándolos. Draco sabía salado también, y su propia polla se agitó ante ese conocimiento.

Estaban tan agitados que podía ver cómo unas gotas de sudor bañaban la nariz de Draco y parte de su frente. Harry se encontraba tan duro que le dolía. El placer se arremolinaba en su vientre, rogando por liberarse.

Harry enterró sus dedos en la cadera de Draco bruscamente y llevó su mano a sus testículos, masajeando con suavidad y provocando que este soltara pequeños sonidos calientes y necesitados. Los movimientos de su mano aumentaban la velocidad. Su cuerpo cosquilleaba. Harry se acercó para rozar sus labios.

—Quiero oírte —susurró él—. Quiero oírte, por favor.

Draco soltó una respiración temblorosa, y Harry puso su mano encima de la ajena una vez más, ayudándolo a que los dejara correrse a ambos.

—Ah- mierda —Draco murmuró contra su boca, cerrando los ojos—. Joder. Joder. Joder.

Harry sentía la presión de su vientre aumentar, recordando a quién tenía al frente y cómo lo deseaba de millones de otras formas. La habitación completa olía a sexo, y una vez más- aquello estaba mal. Draco había hecho las cosas más horribles. Draco le había hecho daño. A Draco sólo le importaban las cosas que le dolían y nada más. Lo más probable era que todo el mundo lo odiara una vez que supieran lo que había pasado allí.

Draco soltó un gemido alto, y apretó sus pollas. Harry lo besó.

—Estoy cerca —le dijo, separándose sólo lo suficiente para luego seguir moviendo sus labios contra los ajenos.

Sus lenguas chocaron, batallando por el control y el poder. Draco metió aún más la rodilla entre sus muslos.

—Di mi nombre —pidió él, sin abrir los ojos.

Harry oía cómo sus miembros se deslizaban en su puño, mojados y hasta pegajosos. Se separó de Draco luego de succionar su labio inferior y se acercó hasta su oreja, hablando bajo y lamiendo allí. Draco soltó un escalofrío.

—Draco... —Harry susurró, saboreando las letras—. Draco. Draco. Draco- no voy a- voy a-

Draco soltó un gruñido.

—Córrete... Quiero mirar- Harry- por favor-

Eso fue todo lo que necesitó.

Draco empujó su mano unas veces más por sus erecciones y Harry agachó la cabeza, sintiendo la explosión del orgasmo arrasar con él. Se corrió en la mano de Draco, casi incesable. Su semen llegó hasta el torso cubierto de cicatrices y parte de su propia ropa mientras Draco continuaba masturbándolos a ambos; haciendo a Harry venirse sin parar.

Poco después, Draco se corrió también, emitiendo el sonido más caliente que Harry probablemente iba a escuchar en la vida. Pero no detuvo sus movimientos, mojando sus pollas y lubricándolas aún más con su semen. Era obsceno. Harry quería que no se detuviera.

Se quedaron frente con frente por unos buenos minutos, dejando que el orgasmo los bañara hasta que Draco pausó su mano. Cansados, sudorosos, y embriagados por el placer.

Ahí estaban. Había sucedido.

Y en vez de saciarlo, Harry solo pensaba que quería más.

Que nunca se cansaría de eso.

Intentó besarlo, y Draco corrió su rostro, haciéndolo casi gritar de la frustración. Porque, ¿de verdad acababa de darle eso, y ya iba a quitárselo? Como darle a un mortal una probadita del cielo una sola vez en la vida.

Cuando Draco trató de separarse, Harry no se lo permitió.

—No podemos —le dijo Draco, aún sin respirar bien gracias al orgasmo—. No puedo preocuparme por alguien más. Y todos... Todos los que se acercan a mí terminan muertos- Todo lo que toco acabo destruyendolo, y yo- no puedo permitir arriesgarme contigo. No puedo-

Harry movió la mano para limpiarlos a ambos con magia, y envolvió sus brazos en la cintura de Draco, dejando que la cabeza ahora se apoyara en su hombro. Al menos esta vez Draco no se separó. Estaba temblando.

—Sí puedes. Sí podemos —Harry murmuró—. Durante el tiempo que dure la guerra.

Draco no cedió.

No sabía qué era lo que lo estaba frenando, aunque Harry suponía que eran demasiadas cosas. No mucho tiempo atrás habían tenido la conversación de cuántas personas habían perdido; y aunque en teoría, podría decirse que Harry había perdido más, el círculo de Draco era mucho más limitado. Dejarlo entrar era como apostar y saber que ibas a perder.

El problema es que Harry ya había entrado. Sutilmente. No había nada que pudieran hacer.

—Me preocuparé por ti sin importar qué —trató de insistirle—. Sin estar a tu lado o estándolo. No hay diferencia. Pero al menos, déjame... Déjame...

Harry no tenía idea de cómo acabar esa frase. ¿"Déjame ser tu novio"? Aquello era absurdo. ¿"Déjame cuidarte"? No había forma de que eso pudiera ser verdad. Simplemente no sabía qué quería más que tener a Draco- cerca. De poder... estar, de alguna forma.

—¿"Déjame follarte"? —se burló Draco frente a su silencio—. ¿Es eso lo que quieres, no-?

—Déjame tener algo bueno —Harry escupió, sin dejarlo acabar—, mientras la guerra dure.

Draco se separó, pero sólo lo suficiente para mirarlo a los ojos. Harry no tenía cómo descifrar qué era lo que estaba pensando, pero una parte de sí dedujo que... Que Draco se veía incrédulo; no podía creer que Harry dijera que eso- eso entre los dos era algo bueno. Que Harry consideraba que era algo bueno.

Pero entonces sus ojos grises se volvieron rendijas, y supo que la última parte de la oración se había asentado.

Mientras la guerra dure.

Harry no quería que Draco se enterara así, pero... él no creía sobrevivir a la guerra. Deseaba que Draco lo hiciera, por alguna razón que no podía comprender, pero- pero para él no había muchas opciones. Morir era cumplir con un ciclo y una condena que llevaba en su cuello como un grillete de acero.

—Después de todo esto, seremos libres —siguió diciendo Harry, intentando desviarlo del tema—. Tú encontrarás algo que hacer, quizás te irás al mundo muggle. Y yo encontraré un propósito que no tenga que ver con Tom. Me haré jugador de Quidditch- o lo que sea. Cada uno seguirá sus caminos. Pero por ahora... Por ahora te pertenezco.

Harry creyó que las comisuras de los labios de Draco se levantarían al oírlo, pero eso no sucedió. Aquellas eran cosas que se habían dicho la noche donde todo cambió, cuando se preguntaron qué harían con sus vidas una vez que salieran de ese embrollo aunque supieran que no tenía sentido; aquello era imposible. Harry y Draco, tal como él mismo lo había dicho... no eran capaces de tener ese final feliz.

Draco lo miraba directo a los ojos, claros, abietos y sinceros- y Harry estuvo tentado a vestirse y taparse de nuevo porque era demasiada vulnerabilidad. No lo hizo, por supuesto, en su lugar, ignoró el corazón apretado en su pecho y se acercó. Quedó a unos centímetros de su boca.

—Tú no me perteneces —dijo Draco con voz dura—. Nunca lo has hecho.

Harry cerró los ojos.

No sabía cómo responder a eso.

Todos habían tenido una parte de él en algún punto. Como el-niño-que-vivió. Como el Elegido. Como el Indeseable. Como Harry Potter... Pero Harry nunca permitió que Draco tuviera algo más que su enemistad.

Y no es como si Draco hubiera demostrado que deseaba más, además de esa vez que le ofreció la mano. Después de eso su relación se simplificó a insultos de pasillo y deudas de vida- así que no, nunca tuvo nada de Harry.

Sin embargo ahora sentía que la parte real de sí mismo, esa que no fingía nada y que él sabía que era estresante y agotadora, sólo la conocía Draco. Era de Draco.

—Una vez me preguntaste qué era lo que quería para mí. Solo por mí, sin pensar en el resto, ¿lo recuerdas? En Austria.

Draco soltó un suspiro al oírlo y Harry hizo memoria. Aquel día, Draco había lucido suave a la luz de la mañana con su nariz roja gracias al frío y el cansancio de la noche.

Potter, ¿sabes qué es lo que quieres?

Algo que quieras para ti.

Sin pensar en el resto.

—Te quiero a ti.

Se sentía bien decirlo.

Sólo decirlo- y que se asentara en el aire por unos segundos.

Oyó cómo la respiración de Draco se cortaba parcialmente, y Harry decidió seguir adelante, aferrándose a esa pequeña grieta en su fachada.

—Nadie me ha dicho que debería hacerlo. Todos me dirían lo contrario, en realidad. Nunca pensé que esto era algo que debería desear, no me obligué- no- —Harry aflojó un poco su agarre—. Esto es lo que quiero. Te quiero a ti.

—Te juré mi lealtad. Te juré mi vida —Draco dijo con amargura—, ¿no lo recuerdas? Ya me tienes.

—No. No te tengo.

Harry sintió pisadas fuera del salón, por lo que decidió subir con magia sus ropas y tratar de disfrazar el olor a sexo del aire.

Mientras movía una de las manos, Draco lo besó. Posesivamente, como para probar un punto. El cinturón se cerró en su pantalón, cayendo en su lugar, y Harry se fundió completamente en él acercando sus cuerpos. Draco delineó su labio inferior con la lengua.

—Sí —susurró este, separándose levemente—. Sí me tienes. Y lo sabes.

Harry sintió un instinto de protección mucho más grande de lo que había sentido antes, porque Draco acababa de decirle que era de él, aunque fuera una mentira. Aunque ambos siempre estaban tratando de engañarse a sí mismos.

—Ven aquí.

Harry lo besó de nuevo, llevándolo afuera de la sala hasta su habitación. No iba a dejarlo ir.

Podía arrepentirse si lo hacía.

•••

—Creo que me arrepentiré de esto.

Harry se removió entre las sábanas para mirarlo. La luz del día se había desvanecido, y lo único que bañaba la habitación era el resplandor plateado de la luna. Harry no tenía sus anteojos por lo que apenas podía distinguir sus facciones, pero podía adivinar qué expresión tenía Draco: neutral y fría, viéndolo directamente.

—¿Te arrepientes ahora? —susurró él.

Draco se quedó en silencio casi un minuto entero.

—No.

Estaban frente a frente, desnudos y con las cabezas apoyadas en las almohadas. Se encontraban lo suficientemente lejos para poder verse la cara pero aún así estaban compartiendo espacio, con las piernas enredadas y sus pieles cerca. Afuera, el ruido nocturno de la mansión estaba haciéndose presente. Nadie había ido a buscarlos.

Harry posó una mano encima del torso de Draco, delineando con suavidad las marcas de su piel. Draco se sacudió pero no intentó apartarse. Harry podía acostumbrarse a esa cercanía.

—¿Por qué querías entrenarte? —susurró tocando el relieve de una herida especialmente grande, haciendo que Draco soltara una respiración temblorosa.

—Porque estaba enojado.

—¿Por qué estabas enojado?

—¿Siempre haces tantas preguntas?

Harry sonrió a pesar del tono arisco. A Draco nunca le había gustado que preguntara demasiadas cosas.

Draco suspiró de nuevo, subiendo una mano hasta su mejilla con nerviosismo, como si no supiera cómo ser gentil. Comenzó a trazar pequeñas figuras en su pómulo y el estómago de Harry dio un vuelco.

—Astoria me dijo que es prácticamente imposible recuperar a mi padre —confesó.

Harry no tenía idea de qué responder a eso. Nunca había sabido cuáles palabras eran las correctas y cuáles no. Se le daba horrible tratar de consolar a la gente y era peor cuando se trataba de problemas familiares.

Así que simplemente le dio una palmadita en la espalda y dijo lo primero en lo que pensó.

—Seremos dos huérfanos ahora.

Draco detuvo sus caricias y lo miró incrédulamente; incluso sin lentes Harry podía notarlo. Era una broma de pésimo gusto y algo terrible para decir, y Harry intentó reprimirlo con todas sus fuerzas, pero de todas formas acabó soltando una carcajada. Cerró los ojos y el sonido salió bajo de su garganta. Resonó demasiado alto por todo el cuarto. Se le hacía raro, como oír a un desconocido.

Quizás, porque no recordaba cuándo fue la última vez que había reído.

—Eres un cabrón perturbado, ¿lo sabías?

Harry abrió sus ojos para mirar a Draco, y descubrió aliviado que tenía la más leves de las sonrisas puesta en su cara. Las caricias encima de su mejilla se reanudaron, y Harry, por primera vez, sintió que la piel usualmente fría ahora emanaba calor.

—Te dio risa.

—¿Sabes? Me retracto. Acabo de arrepentirme de esto.

Harry pellizcó su torso, haciendo que Draco lo imitara, justo encima del lugar donde acababa la cicatriz de rayo. Harry se lo quitó de encima con un manotazo y notó cómo la sonrisa de su rostro se hacía más grande. Inconscientemente.

Por su pecho se expandió una emoción cálida.

Harry se sentía- bien. Relajado, quizás, como no se había sentido en mucho tiempo. Había soñado con ese momento en su cabeza, pero nunca pensó que se haría realidad. Era demasiado bueno para serlo. Dentro de esa pequeña habitación casi podía fingir que la guerra no estaba sucediendo allí afuera.

Casi.

Porque sí lo estaba, eso era lo peor. Y Draco había estado molesto por algún motivo; Harry no podía obviarlo por ser egoísta, porque no quería romper esa atmósfera.

—Theo me dijo lo que sucedió con Pansy- —intentó decir, pero fue interrumpido.

—¿Podemos no...?

Draco dejó salir todo el aire de sus pulmones, sin acabar, y Harry calló. Bien. No quería hablar de las cosas horribles, y Harry se aferraría a eso- aunque tal vez debería insistir y obligarlo a hablar. Eso es lo que una buena persona haría: hablar de los problemas mientras lo ayudaba a salir del abismo en el que se había metido.

Él no tenía la fuerza. En ese momento necesitaba- olvidar. Draco necesitaba lo mismo.

Podían olvidar juntos.

—¿El semigigante te preguntó algo? —murmuró Draco, ofreciendo el cambio de tema. Harry se animó, recordando el momento del que hablaba—. Por vernos abrazados, quiero decir.

—¿Hagrid? Nah. Aunque creo que se traumó y pensó en ello por unas horas. Se veía bastante impactado.

—No puedo culparlo.

Harry sonrió, recordando cómo Hagrid había vuelto a su cabaña y luego evitó su mirada por días. Él no creía que el abrazo que presenció hubiera sido para tanto, pero luego de que se hubiera pasado casi toda la adolescencia escuchando lo mucho que Harry odiaba a Draco Malfoy y lo imbécil que este era... entendía que podía ser shockeante.

Le habría gustado que le hablara del tema, eso sí. Es lo que creía que Hagrid hubiese hecho en Hogwarts. Decirle lo que opinaba... Pero tampoco podía forzarlo.

—Siempre creí que Hagrid cambiaría radicalmente tu estado de ánimo —comentó Draco—. Pero casi ni hablas de él.

Un recuerdo de Hagrid llegó a su cabeza, callado y reservado mientras lo visitaban en el invernadero. Harry hizo una mueca. Era otra de las cosas que le dolían.

La guerra acababa manchando todo lo bueno.

—Tampoco hablo demasiado con él. Hagrid... Hagrid ha estado demasiado tiempo solo, y sólo piensa en Grawp. No comparte como solía hacer, y no es como si yo tuviera todo el tiempo del mundo para buscarlo. Además, ¿cómo podría "cambiar mi estado de ánimo"? Después de la muerte de McGonagall...

Harry dejó de hablar, sintiendo todo el cuerpo de Draco ponerse automáticamente en tensión. Quería sentirse culpable, pero no podía. No es como si pudiera dejar de hablar de eso- después de todo, era una gran parte de su vida. Era la razón por la que haría lo que fuera para terminar con esa guerra. Era la razón por la que cada día le importaban menos las muertes o las atrocidades. También la razón por la que a veces no quería levantarse de su cama.

Draco se sentía mal al respecto, y a pesar de que eso debería hacerlo sentir mal a él, era todo lo contrario. A Harry le complacía de una forma retorcida que fuera así.

—Esto siempre será así entre nosotros —Draco murmuró—, ¿no es así?

Harry negó.

—No. Tú no la mataste, ni la capturaste.

—No, sólo la cegué, así como he hecho con docenas de personas este último mes.

—Da igual.

—No, no da igual.

Harry trató de pensar en la gente sin culpa de nada, gritando y rogándole a Draco que se detuviera. Que preferían morir.

Nada de eso le importaba tanto como la escena de McGonagall sufriendo que aún tenía pegada en su cabeza.

—Te perdoné —eligió decir, porque era la verdad.

—¿Por qué?

—Porque tratar de odiarte por ello cuesta mucho más.

Y vaya que lo intentó. Lo intentó por meses. Volver a repudiarlo era demasiado doloroso y complicado. Harry no necesitaba más dolor; perder a McGonagall fue la gota que rebalsó un mar.

—No tenías tus recuerdos. Actuaste diferente cuando los tuviste. —Harry apretó los dedos encima de su cadera con fuerza. Draco aún lo miraba—. Y es porque... era ella.

—¿A qué te refieres?

—Si hubiera sido alguien que no me importaba, me habría dado verdaderamente igual.

Draco esbozó una sonrisa amarga.

—Pero a ti te importan las vidas de los inocentes.

Harry pensó en las veces que estaba en combate y observaba a los suyos caer de sus escobas. Recordó a aquellos que torturó durante los años, buscando pistas que no los llevaban a nada. Todas esas veces que apenas parpadeaba al ver cómo le quitaban la cabeza a una persona frente suyo sólo por- existir.

Pensó en que él era el mayor asesino de toda la Orden.

—Sí —respondió con cuidado—, a veces. Pero he matado a cientos sin sentir un ápice de remordimiento porque era necesario. Te salvé la noche del Valle de Godric y probablemente maté a uno de los míos. He torturado también, más de una vez. No a personas inocentes quizás, pero en la mayoría de ocasiones no me he detenido a pensar demasiado en el sufrimiento de ellos tampoco a no ser que les pase algo muy terrible.

La expresión de Draco no decía demasiado, pero si Harry hubiera podido escuchar sus pensamientos, apostaría a que sonarían a algo parecido a: "Nada de eso es lo suficientemente horrible". Pero lo era. La diferencia es que como él era de un bando que buscaba eliminar el mal mayor, pasaba desapercibido. O quizás la gente podía olvidar fácilmente todo lo que hacía porque era "Harry Potter" ¿no?

Pero si eso lo hubiera hecho Draco, peleando para el bando que fuera... las cosas serían distintas.

—Actúas como si yo fuera muchísimo mejor que tú —Harry sintió un pinchazo en su vientre—, cuando en realidad no es así.

—Pero sí lo es...

—Incluso si lo fuera, me importa una mierda.

—Porque eres un cabrón perturbado —dictaminó Draco, y Harry volvió a sonreír.

Apegó sus cuerpos provocando que se tocaran en todos los lugares posibles, y pasó sus brazos por la espalda de Draco. Se sentía desnudo, de una forma que no sólo involucraba algo carnal. Se sentía expuesto. Draco podía mirar a través de él aunque estuviera cubierto completamente.

Harry dejó un pequeño beso encima de sus comisuras, y cuando se alejó, estaban tan cerca que la cara de Draco no era más que un borrón.

—¿Estabas sorprendido de encontrarme? —le preguntó al cabo de un rato, y Harry parpadeó. Su corazón no había dejado de latir rápido.

—¿Cuándo?

—La primera vez.

Harry hizo memoria y recordó esa noche. Draco apresado entre cadenas y apegado a la pared. Había lucido tan- monstruoso. Un cuerpo sin alma. Despiadado. Harry sólo se había interesado en saber cómo es que terminó así después de haber sido un hijito de papi. Era lo único que había llamado su atención.

Decidió que no quería irse por ese tema.

—No más sorprendido que tú.

—Estabas muerto.

—Siempre me pregunté... —dijo, aprovechando la distracción—. ¿Celebraste, cuando "morí" ese día en el Ministerio?

Draco soltó una pequeña risa sin humor.

—Rogué para que no te mataran. Así como prácticamente rogué a Crabbe y Goyle que no te asesinaran en la Sala de Menesteres durante la Batalla de Hogwarts.

—¿Por qué?

—Nunca he querido que murieras. No en serio.

Su estómago cayó. Sintió su propia magia deslizarse por el cuerpo ajeno.

Nunca he querido que murieras.

Y Harry tuvo que volver a besarlo. No era su culpa que Draco le pusiera tan difícil apartarse de él.

—¿Porque así podía ganar la guerra? —preguntó cuando se separaron—. ¿Porque así no ganaría Tom?

—En parte creo que sí.

Harry no se esperaba una respuesta honesta.

—La guerra nunca ha sido acerca de la justicia para ti, ¿no? Acerca de los nacidos de muggles o los mestizos, sino de la seguridad. Del poder.

Draco pensó su respuesta un tiempo exageradamente largo.

—Creí que sí se trataba de eso, y creí que había elegido el bando correcto. Pero descubrí que en realidad no quiero matar a los nacidos de muggles por ser menos que yo- o alguna mierda así —Su voz estaba teñida de amargura, y Harry por poco quería volver atrás, a minutos antes, cuando habían estado riendo y despreocupados. No le gustaba verlo así. No le gustaba sentirse así—. Si preguntas en estos momentos, aún no es acerca de la justicia, o del bien y el mal. La guerra se trata de que- de que esos niños tengan un futuro de verdad.

—¿Los nacidos de muggles?

—Sí. No —Draco negó, frustrado—. Todos, en realidad.

Se separó suavemente de Harry, y se giró para apoyar la espalda por completo en el colchón, desviando su mirada al techo. Draco posó las manos entrelazadas encima del estómago y Harry tomó una de ellas rápidamente, pero no se movió más cerca; simplemente detalló como podía su duro perfil. Su cuerpo lleno de ángulos y puntos débiles.

—Lo que me importa es que los niños tengan la oportunidad de ir a Hogwarts sin temer ser mutilados o convertidos en soldados —continuó él, perdido en sus pensamientos—. Que un nacido de muggles pueda vivir aquí sin correr el riesgo de ser convertido en un esclavo. Que crezcan, y tengan amigos de su edad, y no tengan que llorar en baños abandonados por no poder cumplir una tarea imposible. Que puedan conseguir el trabajo que desean, aprender lo que les gusta hacer, y casarse, y tener hijos. Ir por la vida sin aterrorizarse de que cada día pueda ser el último. Me gustaría que ninguno se vea obligado a convertirse en algo que no son, a hacer cosas terribles mientras se convencen a sí mismos que lo hacen por amor y no por miedo.

Las palabras lo tocaron de cerca y Harry se lamentó por esa vida que nunca tuvo. Todo lo que Draco relató. Ambos crecieron para convertirse en... ¿En qué? ¿Qué eran, además de armas? Gente que habían hecho cosas horribles, pensando que tenían motivos justos detrás.

Y nunca pudieron ser más.

Harry no recordaba nunca siquiera haber jugado a algo tan simple como "girar la botella". Nunca pensó en casarse, o en formar una familia. O en descansar. Prácticamente toda su vida, todo lo que hubo fue Voldemort. Todo lo que veía al final, era él.

—Nunca podré vivir nada de esto. —Draco respiró—. Es muy tarde para mí. Para nosotros. Pero para ellos aún puede existir un futuro.

Harry desvió su mirada esta vez, sintiendo como la frase escocía. Se sentía así, pero no debería. Ambos no tenían más de veintiséis años. No deberían pensar que era tarde para... vivir.

—No es tarde —trató de convencerlo—. Podemos olvidarnos de esto, una vez que la guerra acabe. Ser dos personas sin nombre y sin pasado.

—No podemos borrar el pasado.

—Podemos fingir que no existe.

Draco no contestó, y Harry se sintió un poco agradecido con él. No quería tener esa conversación. Siempre que tocaban la guerra terminaban llegando a conclusiones que no les gustaba a ninguno de los dos. Era inevitable.

Finalmente, Draco trató de dejar ir la tensión de su cuerpo y alargó su brazo para envolver a Harry y apretarlo contra él, casi con desespero. Harry quedó a un lado de su pómulo.

—Como si tú quisieras olvidar que eres el gran San Potter, por favor —dijo Draco en tono de burla luego de unos segundos de silencio. Harry decidió seguirle el juego.

—La verdad, no sé qué haría con mi club de fans. Después de todo, el presidente...

—No se te ocurra terminar esa frase.

—... eres tú.

—Imbécil.

Draco se levantó en un segundo, para así subirse a horcajadas encima de Harry bajo las sábanas. Intentó llevar sus manos a la tráquea de este, pero gracias a sus reflejos, Harry lo detuvo, alzando sus palmas para frenar a Draco.

Continuaron el forcejeo por unos segundos, en los que Draco intentaba empujar sus manos hasta abajo y así dañarlo, o apresar su garganta. Sus ojos plateados brillaban, Harry podía verlo incluso sin lentes, y la luz de la luna a sus espaldas lo hacían lucir un poco más pálido. Draco entreabrió los labios cuando Harry envolvió las piernas alrededor de su cadera para así hacerlo perder el equilibrio. Sintió las comisuras de sus labios levantándose al verlo sonreír. Draco no parecía darse cuenta de cuando lo hacía.

Por unos momentos, el mundo se detuvo, y Harry arqueó su espalda para crear más contacto entre ellos. Siempre queriendo más. Siempre iba a querer más.

Draco quitó las manos, momentáneamente apresadas por las suyas, y las dejó descansando a cada lado de la cabeza de Harry. Desde esa distancia, Harry podía distinguir leves pecas plateadas que rodeaban la cicatriz de su cara. Casi podía compararlas con pequeñas estrellas.

Sus piernas tiraron la cadera de Draco más abajo, y este se dejó caer.

Harry lo besó.

Y por unos segundos, todo estuvo bien.

 

Chapter 46: Capítulo 40: Feliz Navidad

Chapter Text

Noviembre transformó el mundo mágico en un campo de batallas, y Draco no pudo volver a la Orden.

Decir que no se pasó todo ese mes pensando en lo que había pasado con Harry era una mentira.

Decir que tampoco pensó en su madre, en su padre, y en Pansy, también lo era.

Su amiga se sumía en una depresión con cada día que pasaba en esa celda, y no había absolutamente nada que Draco pudiera hacer para cambiarlo. Ni siquiera le hablaba y comía a la fuerza, sin importar cuánto Draco fuera a visitarla.

Al menos estuvo manteniéndola a salvo.

De momento.

La noticia que Astoria le había dado causó estragos en él, obviamente. No podía asumirla por completo, así como la mayoría de las cosas que recordó. Le costaba mirar la mansión y pensar que eso era todo lo que tendría por el resto de su vida- si es que alcanzaba a vivirla. Su padre no iba a volver, y aunque su parte irracional le pedía hacer lo necesario para asegurar su bienestar, Lucius no sabría nunca que lo estaba haciendo.

Aquel noviembre, muchas veces quiso darse por vencido.

Lo único que le hacía desear ganar la guerra era hacer que todos los que hicieron sufrir a su madre, pagaran. Y que nada hubiera sido en vano. Si la Orden perdía, el secreto que su madre guardó hasta el momento de su muerte...

Sería en vano.

Habría muerto por nada.

Por otra parte, Draco no estaba seguro acerca de cómo se sentía respecto a Harry Potter. No podía entender cómo es que él quería eso. Draco dudaba que este supiera realmente a quién se estaba atando, y todo lo malo que le traería. Tenía claro que Harry era capaz de hacer lo humanamente posible cuando alguien le importaba, y a Draco le preocupaba que creyera que valía la pena arriesgarse por ellos.

Porque no era así. Nunca había sido así, y Draco no se perdonaría a sí mismo si Harry salía herido al arriesgarse por él en medio de sus actos heroicos y estúpidos. No sería capaz de perdonarse a sí mismo si lo perdía. Porque-

Porque si moría...

Draco no sería capaz de seguir.

Era un poco irónico pensar que, para alguien que no había sido derribado por la caída de cientos, la pérdida de un puro hombre lo destrozaría. Porque después de todo, poderoso o no, Harry no era más que eso: un hombre de carne y hueso tan frágil como la paz. Se sentía un poco ridículo imaginar que una existencia tan pequeña podía acabar con él... pero así era. Si Harry moría sería demasiado- más de lo que Draco podría soportar. Le aterrorizaba saber que alguien tenía tanto poder sobre él.

Sin embargo, no lo suficiente para alejarse.

Draco no era tan fuerte ni tan altruista para hacerse a un lado y fingir que no estaba jodido por él. De alejarse y darle a Harry la oportunidad de encontrar lo que merecía en otra parte. Draco se aseguraría de hacer lo que mejor pudiera, (que no era mucho), dejar las cosas claras entre ellos, y cuidarlo cuanto le fuera posible, porque ya no podía dar un paso atrás. Tomaría todo lo que Harry le diera. Si lo necesitaba para las cosas más ínfimas, si al final del día decidía que en realidad no lo quería... le daba igual.

Draco tomaría todo lo que Harry le diera, porque incluso lo mínimo para él significaba el mundo entero.

A finales de Noviembre, un mes después de que todo comenzara, fue que volvió a verlo. Draco no se dio cuenta de que Halloween había pasado sin que ninguno lo notara –y sin hacer sus rituales– hasta que diciembre llegó, y con él, el final del año.

El tiempo pasaba, y lo llevaba a puertas del aniversario de la muerte de Narcissa.

En el transcurso de noviembre, la Orden hizo explotar varias aldeas, sacando de ellas a los Mortífagos y, sin quererlo, quitando unas cuantas vidas inocentes: las que no alcanzaban a salvar. Draco no participó de las peleas, aunque por dentro se preocupó cada vez que oía la radio comunicar que se estaba desencadenando otra lucha, y que los civiles debían tener cuidado.

Porque sabía que Harry estaba ahí.

Porque Harry nunca dejaba que los demás pelearan sus batallas por él.

Draco elaboró pociones día y noche, tanto para el Señor Tenebroso, como para la Orden. Entre Astoria y Theo las llevaban; para ellos era más fácil ir y venir de la Mansión McGonagall. Estaban frente menos escrutinio.

El porcentaje de traición se redujo drásticamente, además de las protestas civiles. Draco sabía que fue gracias a la solución que él propuso, y no tenía idea de cómo le hacía sentir. No sólo porque no era proponerla y ya: Draco la llevaba a cabo. Solamente durante el mes de Noviembre había torturado alrededor de veinte personas, dejándolas tan mal heridas que por un momento prefería que le hubieran pedido que las matara. Tenía flashes de arrepentimiento de vez en cuando, no lo negaría, pero la mayoría del tiempo se decía a sí mismo que esa era la única forma de hacer que Voldemort confiara en él y que la Orden ganara. Todo era válido.

Todo.

Entonces, el tiempo pasó, las torturas disminuyeron, las luchas aumentaron, y el día que volvió a la base, fue el mismo día que Voldemort anunció al Wizengamot que habían estado trabajando en las tales bombas que los Rebeldes arrojaban, y que creían que antes de finalizar el año, tendrían una forma de confeccionarlas y mezclarlas con magia.

Draco sintió frío todo el día, y se marchó dispuesto a informarlo apenas tuviera tiempo.

Después de comprobar que no tenía ninguna obligación por el resto de la tarde, Draco partió a la base con unos papeles para arreglar dos cosas de una sola vez. Fue recibido por Theo, quien ya se encontraba allí informando lo que Voldemort dijo durante la reunión del Wizengamot; así que Draco, aliviado de que la Orden ya supiera, decidió seguir adelante con el otro asunto por el que había ido.

Hablar con Madam Pomfrey.

No había sido una decisión fácil, pero Draco sabía que tenía que hacerlo. Tal vez no por ella, sino por la Orden.

La divisó a lo lejos en un pasillo y corrió hasta posarse enfrente. Su pelo estaba desarreglado y había bajado incluso más de peso que Harry; envejeció todo lo que no había envejecido en esos años. Se asemejaba a un fantasma. La cara de la medibruja se tornó roja en cuanto lo divisó; incluso bajo la máscara, ella podía reconocer a Draco. Sus rasgos se deformaron por la cólera mientras afirmaba su varita. Parecía que iba a gritarle o hacerle cosas peores.

Draco se apresuró a hablar.

—No estoy aquí para causar más daño, ni para pedir disculpas que usted no desea.

Madam Pomfrey no se relajó ni un poco, pero al menos no abrió la boca. De hecho, pareció no reaccionar. Quizás aún estaba procesando toda la ira que la presencia de Draco le hacía sentir.

No la culpaba.

—Meses atrás, se me pidió ayuda para crear contra maldiciones para mis propios conjuros —siguió él ante la falta de respuesta—. Y aunque aún no creo tener el tiempo para hacerlo siempre, he creado una. Es nueva, por lo que empezará a servir para las próximas batallas. Funciona para un maleficio que disuelve los órganos de las personas y hace que todos se conviertan en una- pasta, por decirlo de alguna forma. El hechizo tiene una duración de cinco minutos. Si la contra maldición es conjurada dentro de ese periodo de tiempo, puede ser reversible.

Madam Pomfrey dio un paso atrás, pero no dijo nada. así que Draco aprovechó y sacó la varita desde su túnica con lentitud para demostrar que no quería hacerle daño. Con cuidado, replicó la contra maldición un par de veces para que ella la viera.

La mujer observó todo con ojos distantes y gélidos.

—Bien —le dijo cuando acabó, dando un paso atrás—. Eso era todo, entonces.

Draco se dio media vuelta, y se marchó.

Se veía tentado a preguntarle a alguna persona dónde estaba Potter, su boca le picaba por hacerlo. Caminó hasta alguien que pudiera ayudarlo, pero no tenía ninguna excusa lo suficientemente buena para preguntar por él y dudaba que Harry quisiera que el resto de la Orden o sus cercanos se enteraran de- eso. Lo que sea que estuviera pasando entre ellos.

Sin embargo, cuando estaba avanzando por el pasillo hacia afuera, de repente unos brazos lo atraparon. Draco parpadeó. Estaba siendo arrastrado dentro de una sala. Si no fuera porque conocía de memoria esa poderosa sensación mágica, ya estaría maldiciendo.

Unos ágiles dedos le quitaron la máscara de su cara, y antes de que pudiera entender qué estaba sucediendo, esos labios se posaron encima de los suyos.

Draco los reconoció al instante, y dejó que el aroma de Harry lo inundara. Posó las manos en la parte posterior de su cabeza y enterró los dedos en sus cabellos negros, mientras los lentes se clavaban en su cara. Harry estaba completamente pegado a él, y, honestamente, podría acostumbrarse a ser recibido así.

La lengua de Harry se introdujo en su boca y Draco lo dejó, batallando una vez más por el poder. De vez en cuando succionaba su labio inferior. El corazón amenazaba con salirse de su pecho. Todo eso se sentía tan... No tenía idea de cómo describirlo. Dudaba que alguno de los dos supiera.

Mientras Harry lo besaba, Draco se propuso afirmarlo con fuerza, porque no tenía idea de si esa sería la última vez que lo iba a ver. La última vez que lo tendría cerca. Cualquier cosa podría pasar entre ellos en ese punto.

Necesito más tiempo, por favor.

Por favor. Por favor. Por favor.

Que siga viviendo. Que pueda verlo más.

—Podría hacer esto todo el día —murmuró Harry, haciendo que las comisuras de sus labios temblaran levemente.

—No tenemos todo el día.

Se separaron al fin, y aunque esa era la primera vez que lo veía desde esa noche, para Draco se sintió menos. A pesar de las dudas, ahora que lo tenía cerca, se sentía- indicado. No quería que se alejara, que nunca saliera de su vista.

Harry descansó la frente encima de la suya, y sus manos se metieron por dentro de la túnica, abrazándolo y acariciandolo por encima de la tela. Draco sintió cómo una corriente eléctrica bajaba por su espina dorsal.

—Necesitamos volver a los entrenamientos —comentó Draco, sabiendo que necesitaba terminar de enseñarle las maldiciones a Harry. Y... a él no le vendría mal un poco de práctica.

Harry hizo un pequeño ruido de asentimiento, pero no comentó nada más.

—¿Cómo está Pansy? —preguntó en cambio, al cabo de un rato. No había abierto los ojos.

—Igual que siempre.

—¿Cómo estás tú?

Draco no respondió.

Dudaba que Harry quisiera saberlo en realidad; o que no lo supiera ya. Normalmente podía adivinar su estado de ánimo mejor que él mismo, y era un poquito idiota preguntar cómo se sentía luego de todo lo que había pasado. Literalmente lo único que le traía relajación era el hombre frente a él.

Harry también lo entendió, por lo que decidió cambiar de tema, enterrando la nariz en el hueco de su cuello.

—¿No estabas ahí, verdad? En Barnton.

Draco recordó el día de ayer. La ciudad de Barnton estaba hecha pedazos, pero la pelea en sí no fue tan desastrosa. Sólo las bombas. Draco ya había dejado de cuestionarlas. Después de todo, parecía que era lo único que les traería la victoria: hacer estallar todo el mundo mágico y renacer desde las cenizas.

—No —respondió, abrazándolo al fin—. La lucha no fue lo suficientemente grande.

—¿Y qué va a pasar? ¿Cuándo estés ahí?

—Lo mismo que ya ha sucedido antes, supongo. Tú lucharás para tu lado, y yo pretenderé que lucho para el mío.

—No me gusta la idea.

—Hay un montón de cosas que no nos gustan, y aún así...

Draco no acabó esa oración, pero pensaba que su punto era lo suficientemente claro. La respiración de Harry chocaba contra su piel, cálida. Todo su cuerpo apegado era cálido. Draco sentía que los glaciales dentro suyo se derretían un poco, para él.

Siempre había sido así.

—¿Qué pasa si eres herido? —murmuró Harry después de unos minutos.

—¿Qué pasa entonces?

—No creo que pueda soportar saber que estás ahí a punto de morir, que puedo salvarte, y no hacerlo.

—Si hay cosas más urgentes, no tendrás opción.

—No podría.

Draco se separó un poco, sólo lo suficiente para verlo. Harry, aún pegado a él, miró hacia arriba con ojos sinceros y angustiados, y Draco descubrió que lo que decía... lo decía completamente en serio.

Pero no podía ser. Era un error, justo lo que se temía. Él no valía lo suficiente para que Harry se arriesgara de esa forma. No sólo Draco no se disculparía si lo hacía, si dejaba todo por salvarlo... Harry tampoco podría seguir viviendo consigo mismo.

—Potter, tienes que poner a la Orden primero siempre. Siempre lo has hecho, no tiene por qué cambiar ahora. —Sus palabras eran frías. Draco lo hacía por él—. Antes que yo, antes que tú, antes que cualquiera de nosotros, viene la guerra. Viene ganarla.

—Tú me salvarías.

Por supuesto que lo haría, pensó.

Draco, en ese momento y con toda la rabia acumulada por lo de sus padres, era capaz de matar para así asegurar que Harry viviera. Era capaz de hacer lo que fuera. Pero... era diferente para él.

Draco acarició su cabello.

—Porque eres la pieza más importante de esta guerra.

Y para mí, quería agregar.

Mas no lo hizo.

—Tú también eres importante.

—Ya les he dado todo lo que he podido —corrigió—. Soy útil- sí. Pero si me pierden... aún pueden seguir.

—No solías pensar así.

—No. Hasta que alguien me dijo que no podía permitir que la muerte de mi madre- y de mi padre, fuera en vano.

La muerte de mi padre.

Draco dejó que la angustia lo arrasara antes de dejarla morir y pensar en términos prácticos. Debía hacerse la idea de que había perdido a su padre también, aunque no hubiera muerto de verdad. Harry no comentó nada en ese aspecto.

Finalmente, volvió a acurrucarse en el hueco de su cuello, y Draco no pudo evitar maravillarse con él. Este hombre, el segundo mago más poderoso de todo el Reino Unido, o quizás de todo el mundo- este hombre que había matado centenares de personas, y al que no le temblaba la varita en condenar el destino de sus enemigos... estaba ahí. Con él. Expuesto y hasta cierto punto vulnerable.

Potter eligió estar ahí.

Quizás era lo único que había decidido en esos largos ocho años. Lo único no impuesto, elegido egoístamente. Sí, los sentimientos habían sido incontrolables, pero eso, la respiración de Harry contra su cuello... era su decisión. Potter lo había elegido.

Cuando volvió a hablar, su voz era prácticamente un susurro. Un susurro que sacó a Draco de sus pensamientos.

—¿Así que no debería salvarte?

Oh, Draco verdaderamente no se merecía esto.

—No está en tus manos salvar a todos.

—Pero, ¿y si puedo hacerlo?

—Puedo salvarme yo mismo.

Antes de que pudiera contestar, Draco levantó su cara y lo besó. Lo besó como si significara algo más, como si existiera un futuro para ellos dos, como si no hubieran cosas más grandes de las que preocuparse.

Y Harry, en vez de continuar hablando, se dejó besar, porque se sentía excelente caer en ese engaño.

•••

Navidad llegó de imprevisto.

Diciembre no se diferenció demasiado de noviembre, salvo porque Harry vio a Draco un poco más. Sin embargo, el resto permaneció igual que antes: Astoria continuó yendo a la base a tratar de romper el Imperius de Lucius, más refugiados llegaban a la mansión, (al punto de que las habitaciones estaban empezando a faltar), y la Orden continuaba peleando y haciendo explotar Mortífagos. Harry no podía decir que se arrepentía de eso último.

Le llamaba la atención, en todo caso, que Voldemort y su séquito aún no hicieran ninguna jugada. Quizás estaban planeando algo grande. Quizás se venía algo monstruoso. Harry no tenía idea, y no estaba seguro de querer averiguarlo, muy a pesar de que le daba vueltas día y noche.

Durante la víspera de Navidad, Harry decidió relegar todos sus pensamientos acerca de la guerra al fondo de su cabeza. O eso era lo que los Weasley y sus amigos deseaban que hiciera, y Harry trataría de darles el gusto porque lo merecían.

Se juntaron en uno de los salones de la mansión, ni tan grande para albergar demasiada gente, ni tan pequeño para que se sintieran asfixiados. El tamaño ideal. La comida no se trataba de ninguna maravilla –porque la escasez no era algo que ignorar ni siquiera por Navidad– y no había un árbol donde dejar los regalos. Todos sus cercanos estaban sentados en un pequeño comedor que Molly había instalado, cenando lo que les correspondía. Kreacher también comió, a petición de Hermione, y Hagrid accedió por primera vez entrar a la mansión. Aunque Harry, Ron y Hermione vieron decepcionados cómo se marchaba poco después diciendo que le ahogaba estar con demasiada gente.

Harry tenía a Ron a un lado y Hermione al frente. La mesa estaba llena, pero aún así existían espacios vacíos, asientos que correspondían a gente que ya no estaba. Las ausencias eran notorias, aunque Molly quisiera disfrazarlo con demasiado optimismo. No era precisamente una Navidad plena.

—Harry, cariño, ven aquí.

Harry despegó su mirada de la taza de café que estaba bebiendo y vio a Molly parada a un lado de la mesa, con algo detrás de su espalda. Frunció el ceño, sintiendo todos los pares de ojos encima de él mientras se levantaba y se acercaba a ella. No sabía qué podría querer.

—Hice esto para ti. Sé que es tu favorita. Quizás no me quedó como en los viejos tiempos, pero este año conseguí los materiales y... aquí está.

Molly sacó las manos de detrás, y Harry sintió cómo empezaba a crecer un nudo en su garganta.

Era una tarta de melaza.

Harry la tomó, sintiendo la melancolía de la última vez que había comido una igual. Más de diez años, probablemente. Su estómago rugió con anticipación. Que Molly se hubiera acordado era invaluable; que a pesar de todo hubiera pensado en él...

—Gracias, Molly —dijo, sintiendo la garganta apretada.

El rostro usualmente duro de Molly se suavizó al oírlo, y Harry creyó ver que sus ojos se aguaban, pero la mujer rápidamente agitó la mano y le dio una palmadita para que volviera a sentarse.

—No es nada, querido.

Harry sonrió en respuesta, porque, ¿qué más iba a hacer?

Regresó a su asiento sin despegar los ojos del pastel, y dudando si comerlo. Sabía que era lo que Molly quería, pero de alguna forma se sentía egoísta. Harry preguntó al aire si es que alguien deseaba un poco pero lo único que encontró fueron negativas, (que era lo que ya esperaba), pero no fue capaz de darle un bocado. Simplemente lo miró, y lo miró, y lo miró, sintiendo una amargura junto a una gran pena- que en realidad no deberían estar allí.

El resto de regalos comenzó a repartirse, y Harry notó, como siempre, que solía ser un sólo regalo para todos. Alguna botella de pociones que se repartía entre el grupo, o algún collar que tenía alguna utilidad específica.

Todo el dinero se iba a materiales para la guerra.

Cuando llegó su turno, Harry dejó la tarta a un lado y sacó desde su bolsillo, encogido, el regalo que les tenía. Era simple, la verdad, y algo estúpido. Él se sentía estúpido por mostrarlo, si era sincero.

—No sabía qué podía darles... no es como si tuviéramos una gran variedad de regalos, ¿no? —Harry dijo, parándose frente a todos en la cabecera de la mesa y odiando la atención. Deshizo el conjuro que hacía su regalo diminuto—. No soy el mejor- artista, o algo así. Pero-

Inesperadamente, Ron quien estaba sentado a su lado, se levantó y envolvió sus brazos alrededor de Harry como pudo. Harry lo abrazó de vuelta, sintiendo una oleada de afección tan enorme que por poco se cayó. Unas manos le quitaron el pequeño lienzo.

—Es pgecioso.

Harry se separó lo suficiente de Ron para mirar a Fleur, quien estaba pasando el dibujo por cada persona alrededor de la mesa. Era algo bastante simple, si era sincero. Todos los Weasley, (incluidos Fred y Ginny), sentados en un sillón de la Madriguera de la forma que Harry los recordaba. Hermione se encontraba a un lado de Ron, Fleur a un lado de Bill, e incluso Harry se había atrevido a poner allí a Angelina, Lee y Oliver.

Pero no a sí mismo.

No encontraba el coraje o el derecho.

Harry desvió la mirada de los ojos lacrimosos de Hermione y se centró en Ron, quien estaba tomando asiento de nuevo.

—No te traje nada —le dijo este, algo avergonzado por el espontáneo abrazo—. Quedar discapacitado me lo impidió. Bueno, en realidad no, pero creo que tengo derecho a usar la excusa de la discapacidad.

Harry se encogió de hombros con una leve sonrisa.

—Da igual.

El dibujo terminó en brazos de Molly, quien lo apretó con fuerza contra su pecho reprimiendo las lágrimas. Prontamente, acabada la ronda de regalos, los llamó a todos a sentarse a un lado de la chimenea para compartir o simplemente estar en presencia del otro. Fuera, podía escuchar al resto de la mansión celebrando también.

Harry se dedicó a observar por un buen rato el fuego que quemaba la madera en la chimenea, escuchando las charlas. Minutos después, la puerta del cuarto sonó y por ella entró Madam Pomfrey en túnicas negras. Harry no la había visto usar túnicas negras nunca antes en esos ocho años.

Desde que Minerva había muerto, era lo único que utilizaba.

La mujer cruzó el espacio mientras Seamus y Charlie la recibían con amabilidad. Su cara se encontraba demacrada, y las bolsas bajo sus ojos eran muchísimo más pronunciadas que las del mismo Harry. Había perdido peso, e incluso, si uno se fijaba bien, había ciertos lugares de su cabeza al que le faltaba cabello. Por el estrés, seguro.

Harry tuvo que desviar la mirada.

—Pobre Poppy... —dijo Molly, con sus ojos siguiendo la figura de la sanadora—. No sé cómo ha podido mantenerse civilizada...

—¿A qué te refieres? —preguntó Hermione, sin entender.

—¿No lo sabías? —Molly preguntó. Hermione negó con la cabeza—. Malfoy vino hace unas semanas y solicitó hablar con ella. Poppy lo escuchó. Fue demasiado educada con él.

Harry prestó atención a eso. No recordaba que Draco le hubiera contado que había hablado con Madam Pomfrey, no después del fiasco que fue su primera interacción.

—¿Qué quería? No me digas que deseaba hacerle daño...

—No dudo que esas hayan sido sus intenciones, en parte. Pero no, sólo vino a entregar una contra maldición para un maleficio que acaba de crear... Aunque vaya a saber Merlín por qué Malfoy creyó que era buena idea dárselo a ella, después de lo que hizo.

—Malfoy no mató a Minerva —soltó Harry antes de que Hermione pudiera responder. Su voz había sonado rasposa y dura.

Y el apellido sonaba desconocido también.

Harry no quería llamarlo así.

Harry quería repetir su nombre una y otra vez en voz alta hasta llenar las habitaciones. Hasta que nadie olvidara cómo se llamaba. Hasta aprender los sonidos de memoria.

—La torturó. La cegó, ¿no? —replicó Molly—. Es casi tan malo. Incluso peor, de alguna forma.

Harry recordó lo que había visto en la mente de Draco.

—Minerva se lo pidió, sabía que era necesario. Y él no tenía sus recuerdos.

—Incluso si eso es verdad, es sólo una de las cosas que Malfoy ha hecho. Y no olvidemos, Harry, que cuando mató a ese niño por ejemplo, a su Sacrificio, tenía toda la capacidad mental para haberse rehusado.

Harry desvió la mirada y apretó los puños, porque ella simplemente- no lo sabía.

No sabía que la memoria de ese chico era algo que perseguía a Draco hasta ese día. Molly no tenía idea de cómo cambiaba poseyendo sus recuerdos. No lo conocía como Harry. Ninguno de ellos lo hacía.

No es como si todo lo que Draco había hecho fuera malo. Salvó a Ron, a George, y a la misma Molly. Trajo pociones a Hermione luego de lo de Grimmauld Place, y lo salvó a él en Austria. Había estado junto a Harry- desde que se unió a la Orden.

Ellas simplemente no lo entendían.

De todas formas, Harry se vio enfrentado a la realidad: incluso si Eric era un caso aparte, y Draco los hubiese ayudado, Molly tenía razón: eso no borraba las cosas que había hecho antes. Todas esas cosas horribles por las que la gente le temía y las que él mismo le repetía a Harry, recordándole que no era una buena persona. Que no le convenía.

Pero, oh, Merlín.

No le importaba.

No sabía cuántas veces más tendría que repetirlo.

Harry no dijo nada de eso, a pesar de que su garganta quemaba por hacerlo. No quería arruinar la Navidad. Simplemente miró la chimenea, mientras Hermione y Molly cambiaban de tema a algo un poco más agradable.

Harry se levantó minutos después, sintiendo que poco a poco, todo eso comenzaba a asfixiarlo. La charla casual. La esperanza. La alegría. Eran cosas que él no- que él no podía experimentar. No por completo. Cosas a las que ya no estaba acostumbrado.

Cuando por fin decidió volver a sentarse, luego de estar parado en medio de la sala sin ser notado, Ron se dejó caer en el sillón junto a él haciendo una pequeña mueca debido al dolor de su prótesis.

—Mira —habló cuando Harry se giró a mirarlo—, les conté a Oliver y a Madam Hooch sobre el espacioso patio detrás de la mansión, dije que podríamos usarlo para un campo de Quidditch, y ellos me dijeron que podían enseñarme a volar en escoba. Incluso sugirieron que podían hacerlo con todos los que quedaron... así. Quizás hasta puedan enseñarnos a Aparecernos.

Harry forzó una sonrisa al ver lo animado que Ron lucía. La guerra se había llevado prácticamente lo mejor de él, debía tomar confort en verlo sonreír de vez en cuando.

—¿Entonces no volaste esa vez con Hermione?, ¿cuando no me pude quedar? —terminó preguntando, y Ron hizo una mueca.

—Estuvimos en el aire dos minutos, y luego ella tuvo que aterrizar forzosamente. Quedamos bastante heridos. Fue un desastre, la verdad. —Ron esbozó una pequeña sonrisa, y luego le dio un puñetazo en el brazo—. Tal vez tú podrías enseñarme.

Harry resopló.

—No sabría cómo enseñarle a alguien a volar.

—Eres bueno haciéndolo, eso tiene que contar de algo- hey, ¡George!

Ron se paró, no sin dificultad, y caminó hacia George quien había pasado a su lado para así botar encima de su cabello un líquido espeso que se parecía bastante a un moco. Harry lo miró irse y recordó, con un ardor en el pecho, lo familiar que habría sido ver eso a los dieciséis. Fred habría ayudado a George a no ser atrapado antes de siquiera pensar en ese plan.

Y Ginny se encontraría riendo escandalosamente a su lado.

Harry vio, sintiendo un dolor arrasador en las costillas, cómo Hermione limpiaba el cabello de Ron y lo llevaba hasta ella, abrazándolo. George estaba riéndose de su hermano, haciendo demasiado notorio que faltaba una figura a su lado celebrando la broma. Dos. Dos figuras que se reirían junto a él.

Prontamente, George se retiró también a su grupo.

Percy y Oliver estaban parados en una de las esquinas. Oliver miraba a Percy por encima de su trago, coqueteando con él como si no estuvieran juntos desde hacía casi cinco años. George, Angelina y Lee se encontraban sentados en el otro extremo de la sala junto a la ventana. El primero, aunque sonreía mucho menos que antes de la Batalla, todavía trataba de mantener el espíritu en las ocasiones especiales, y en ese momento, luego de terminar de reírse de Ron, estaba haciéndole bromas a ambos; bromas que ellos correspondían. Tal vez rememoraban Hogwarts y los años dorados.

Molly y Arthur se encontraban sentados en la chimenea junto a Bill y Fleur: las dos parejas mayores hablaban serias pero aún así relajadas, e incluso Arthur reía de vez en cuando abrazando a Molly por la espalda.

Charlie, Seamus y Luna conversaban con Madam Pomfrey, seguramente acerca de medimagia y Rumania, (si algo delataba la imitación clara de un dragón que estaba haciendo Charlie en ese momento). Ron y Hermione se encontraban allí también, uniéndose de vez en cuando en la conversación, pero quedándose en su burbuja la mayoría del tiempo. Hermione era la única que lucía un poco más infeliz que el resto debido a la ausencia de sus padres, a quienes extrañaba sobre todo en esas fechas; pero Ron se encargaba de hacer bromas que aunque ella no lo quisiera, le sacaban sonrisas cálidas y un sentimiento optimista hacia el mañana. Hacia el futuro. Le hacían pensar que podría recuperarlos cuando todo pasara.

Las risas sonaban de vez en cuando. La conversación animada era una constante, obviando las pesadas ausencias de la familia. El fuego de la chimenea crepitaba, llenando el espacio, y el ruido de la gente cantando en otros rincones de la mansión hacía la noche más amena.

Y Harry, por otro lado, desde su rincón-

Harry se sentía fuera de lugar, mirando sus caras cansadas y esculpidas por la guerra, pero aún así intentando ser felices.

No se sentía parte de ellos, y se odiaba a sí mismo por eso.

Molly y Arthur nunca habían hecho algo para apartarlo, nunca lo culparon por la muerte de Ginny o de Fred. Pero lo único que Harry quería hacer al ver sus caras alegres y festivas- era disculparse... Por existir, quizás. Porque era otro año más pasando una Navidad encerrados, cuando deberían estar en la Madriguera comiendo tartas de melaza por montones. Harry podía imaginarlo perfectamente: sentados en el salón de estar, Arthur y Molly en un solo sillón y Hermione, Ron, Ginny y él junto al fuego, pasándose los regalos y bebiendo cerveza de mantequilla. Recibiendo cada uno un suéter nuevo.

Deberían tener eso.

¿Y qué era lo que conseguían?

Harry quería disculparse por no poder hacer- algo. Acabar con la guerra. Arreglar ese desastre.

A medida que más miraba la imagen- sus caras sonrojadas, las sonrisas en sus rostros- Harry comenzó a sentir una desolación, un frío que ni el calor de mil chimeneas podría apaciguar, porque, ¿qué pasaba si esa era la última vez que una escena así sucedía? ¿Qué pasaba si uno de ellos no volvía el día de mañana? Quería sacar una fotografía desesperadamente y recordarse a sí mismo que también así lucieron durante la guerra. Que no todo había sido tétrico y oscuro y horrible. Así se habían visto en algún punto, antes de- antes de que todo acabara.

¿Y qué pasaba si no sólo "se acababa la guerra"?

Ron soltó una carcajada. Hermione también.

¿Qué pasaba si no eran capaces de ganarla?

Harry se aferró con fuerza al antebrazo del sillón. Sus nudillos se volvieron blancos, y el miedo- la sensación que lo había arrollado, volvió. Se mezcló con el horror que se estaba instalando en su sistema.

Siempre había pensado en un: "acabar con la guerra", o "ganarla", ¿no? Nunca en "perder".

¿Y qué pasaba si la perdían?

Se sentía frío. Dentro, fuera.

El frío lo estaba cubriendo por completo.

Charlie rio escandalosamente de algo que Seamus había dicho, acompañado de Luna, y en vez de hacerlo sentir lo que normalmente le haría sentir: alivio, contento, tranquilidad... El miedo se hizo más grande.

Harry podría perder eso.

Lo poco que les quedaba.

Podría perderlos a ellos.

Que Voldemort venciera nunca había sido una opción. Harry siempre pensó en acabar la guerra e incluso morir en el intento, pero ahora que estaban tan cerca de la verdad sobre Narcissa y Nagini, ¿qué pasaba si todos terminaban muertos al final?, ¿a pesar de lo que sacrificaron? ¿A pesar de que encontraran a la estúpida serpiente?

Harry se sentó como una estatua, sintiendo que el mundo comenzaba a desgastarse en los bordes, que comenzaba a caerse.

Estaba a punto de vomitar.

No podía pensar más allá del terror que le causaba esa idea. Una idea probable, ¿por qué no? ¿Qué razones había para que al final del día no terminaran todos muertos?

¿Para que nada hubiera servido?

Voldemort podía ganar con facilidad.

Después de todo, el mundo mágico ya estaba bajo sus pies.

Arthur se acercó a él y se sentó a su lado, mientras Molly reía de una de las anécdotas de Madam Pomfrey.

—Estás callado... —dijo él.

Harry tuvo que tragar el nudo de su garganta, que más bien eran ganas de gritar. Sabía que Arthur se acercó a él para que no se sintiera solo, para no aislarlo, aunque no era su responsabilidad. Harry sabía que él era el problema. Él era quien era incapaz de hacerse parte. La culpa era demasiada.

Y ahora también el miedo.

—Estoy pensando. Eso es todo.

Sus sentidos se encontraban entumecidos, como si alguien lo hubiera encerrado en una habitación insonorizada y estuviese obligándolo a mirar todo a través de un grueso cristal.

El frío le congeló las arterias.

—Deberías disfrutar, Harry. No es sano que estés pensando en la guerra a cada momento del día.

Harry cada vez se sentía más lejos.

—¿Podemos pensar en algo más? —dijo después de un momento de silencio.

—Estamos haciendo lo que podemos. Vamos por buen camino. No te tortures a ti mismo creyendo que hay más que tú puedas hacer.

Harry estuvo a punto de reírse en su cara.

¿Qué se suponía que estaban haciendo?

¿Ignorar los problemas?, ¿creer que podían darse una noche libre?

¿Cómo es que podían distraerse y no ver la guerra en cada cosa que hacían? Incluso cuando estaba con Draco, Harry podía sentir cómo esta se inmiscuía en sus oraciones y actos. Cómo los observaba desde la esquina, lista para recordarles que todo se acabaría de las peores formas posibles.

No, no iban por buen camino. No estaban a punto de ganar.

Simplemente estaban sobreviviendo como podían.

—Lo sé —dijo Harry con voz tensa, tragándose lo que verdaderamente pensaba junto al nudo de su garganta. Hablaba como un robot—. Lo siento, Arthur.

—No hay por qué pedir perdón, muchacho —respondió él, dándole una palmadita en la espalda—. Ven, estoy seguro de que Molly estará encantada de bailar contigo.

El hombre lo arrastró hasta el centro, y rápidamente hizo lo mismo con su esposa. Los villancicos sonaron más fuertes, y Molly empezó a darle vueltas con un brazo, riendo junto a los demás celebrandoles... Y mientras la canción pasaba y el disfrute de los presentes subía, Harry tenía más ganas de vomitar. Eso no estaba bien. No se sentía bien.

¿Qué pasaba si perdían?

Harry se sentía asfixiado.

¿Cómo no podían verlo? ¿Cómo podían disfrutar sin preocuparse de ese final?

¿Qué harían si Voldemort ganaba?

Finalmente, Molly lo soltó para así pasar a su próxima víctima. Reían, bailaban, y Harry caminó hasta su tarta de melaza, tomándola, súbitamente ahogado y enojado con todo eso. Sin saber exactamente por qué.

—Saldré a tomar aire fresco... —anunció, justo cuando Ron atrapaba a Hermione en sus brazos y le daba un beso.

Nadie contestó.

•••

Draco cenó junto a Pansy y Theo en los calabozos del Ministerio.

No era extraño, si se ponía a pensarlo. Después de todo era su prometida y Theo el único amigo que tenían en común. Era cómico en realidad. Pansy tras las rejas, pidiendo que le pasaran la sal, y Draco tratando de comer como podía levitando la comida. No se hicieron ningún tipo de regalo porque no estaba permitido. Tampoco ejecutaron ritos de celebración porque no había nada ni nadie con quien celebrar.

Excelente Yule.

Apenas el horario de visitas terminó, Draco y Theo casi corrieron de allí, yendo a sus mansiones para buscar lo que verdaderamente deseaban buscar. Ambos se Aparecieron fuera de la base después de eso, y Theo encantó la moneda. Llevaba con él un collar para Luna, así que Draco suponía que iba a verla a ella. Era esperable.

Una vez que las puertas se abrieron ambos avanzaron por el laberinto. Mientras más se acercaban a la Mansión, el sonido de música y conversación animada se hacía más obvio. Felicidad. Risas. Familiaridad. Cosas que a Draco le resultaban totalmente adversas y a las que creía que no podría volver a acostumbrarse en lo que le quedaba de vida.

—¿Qué están haciendo aquí?

Draco y Theo por fin habían llegado al final del laberinto, a la zona común del patio, y Harry estaba parado con la espalda apoyada en un árbol. Toda su cara lucía miserable. No le gustaba. Debía estar disfrutando, eso merecía.

—Luna está en el segundo salón —comunicó Harry a Theo con un suspiro después de que ninguno respondiera. Theo ni siquiera fingió que no era eso lo que buscaba.

—Gracias, Harry. Feliz Navidad.

Draco lo miró marcharse. Desde que había descubierto lo de Luna, se le hacía demasiado notorio que lo único que mantenía a Theo en pie era ella. Lo único.

Bueno.

¿Podía juzgarlo, en realidad?

—Me sofocaba estar adentro —dijo Harry cuando Theo se marchó, respondiendo a una pregunta no dicha—. ¿Por qué viniste?

Draco se le quedó mirando y consideró mentirle. Harry usaba una camiseta muggle verde que probablemente Granger le aconsejó utilizar. Sus labios estaban rojos por alguna bebida que estaba tomando, y a pesar de que su voz había sonado hasta acusatoria, sus ojos contaban otra historia. Su mirada era clara, expectante. Draco quería besarlo.

En su lugar, decidió decirle la verdad.

—Quería venir a dejarle un presente a mi padre. Y quería verte.

Cuando los ojos de Harry se iluminaron ante lo último, Draco supo que había tomado la decisión correcta.

—¿Tienes alguna debilidad por las fiestas de la que no estoy enterado?

—No... —respondió Draco, dando un paso hacia él e inclinándose lo suficiente para estar cara a cara. Harry esbozó una leve sonrisa—. No, sólo me gustaba la Navidad porque me daban muchos regalos. Siempre me han gustado los regalos.

—No tengo nada para regalarte.

—Con lo que me has dado ya es suficiente.

Harry acortó los centímetros que los separaban, y juntó sus labios.

Era un beso tentativo en un inicio, explorador, pero igual de necesitado que los anteriores. Quizás era porque realmente se necesitaban, de una forma que ni siquiera era romántica o algo por el estilo. Se necesitaban así como la luna necesitaba del sol para brillar por las noches. Draco posó sus manos en la parte posterior del cuello de Harry y profundizó el beso.

Lo que daría porque eso no terminara nunca.

Harry lamió sus labios, abriendo la boca para dejarlo ingresar, y Draco obedeció. Deseaba capturar ese momento por la eternidad. Entregaría la mitad de su vida si significaba que podía.

Pero no era así.

Tuvieron que separarse por la falta de aire. Harry apoyó la frente encima de la suya, y Draco lo dejó. Había una sensación de melancolía que lo rodeaba, algo que sentía que Harry no estaba diciendo. Draco no lo presionaría para que se lo contara. Podía lidiar con la preocupación de las cosas que no se decían

—Ven —le dijo Harry luego de un minuto—. Te llevo hacia dentro.

Draco tomó la máscara que Theo le había pasado y se la colocó, siguiendo a Harry por el lugar. Mientras caminaban vio algunas personas corriendo de acá para allá, pero en general, todas estaban reunidas en distintas habitaciones o rincones en sus propios grupos. Nadie les prestaba atención.

—¿Tú tienes algún punto débil por la Navidad? —preguntó Draco cuando estaban llegando al borde de la escalera.

—Lo tenía. Antes de venir aquí, solía pasar mis Navidades en la Madriguera, la casa de los Weasley. Era el momento más feliz de mi año porque eran una familia muy cálida ¿sabes? Felices, y normales, y hogareños. Me sentía parte-

Harry dejó de hablar abruptamente mientras bajaba las escaleras.

Me sentía parte.

Su mandíbula se apretó y Draco le dio la mano, odiando cada cosa o persona que alguna vez tuvo la audacia de hacer sentir mal a Harry, incluso cuando él mismo entraba a esa categoría. No era justo que hasta sus memorias más felices estuvieran manchadas por esto- por la guerra. No era justo que Harry no pudiera encontrar confort en lo que un día lo hizo sentir parte de un hogar.

Se acompañaron en el trayecto al calabozo, avanzando por el pasillo hasta llegar a una de las últimas celdas. Sólo una pesada puerta de metal los separaba a ellos y su padre. La mano de Harry era cálida.

Draco se quedó mirando la pared, con las memorias de la última Navidad juntos pasando por su cabeza. Su padre en el otro extremo de la mesa, en silencio y no-presente. Draco le había gritado entonces. Le había llamado un cobarde e inútil de mierda.

¿Acaso lo había escuchado?

Cuando Draco sacó el pequeño estuche de su bolsillo, descubrió que no podía verlo a la cara. No podía fingir que de esa forma podía arreglar todo lo que había hecho. No ese día.

Su padre no estaría ahí.

No lo vería.

Draco lo había perdido como perdía a todos los que amaba.

—¿Podrías...? —preguntó, elevando el estuche. El dolor le recorría el cuerpo como oleadas.

Harry miró el estuche, luego miró a Draco, y lo que sea que vio en su rostro lo hizo obedecer.

Entró rápidamente y salió casi de inmediato. No comentó nada acerca del interior de la cajita, y no le dijo a Draco si es que le había puesto el anillo familiar a su padre. Draco creía saber la respuesta.

Se sentía un poco mal por no dignarse a ver a Lucius, pero ya fue lo suficientemente difícil cenar con Pansy y sus pocas esperanzas de salir de ese lugar. Ya era suficientemente difícil tener el recuerdo de su madre presente a cada segundo del día. No quería alargar la tortura que era ver a su padre de esa forma y pretender que podía desearle una feliz Navidad.

En ese momento, Draco quería relajarse. Si era posible.

Estar con Harry.

Sólo- estar con él. Mirarlo.

Eso le bastaba.

—Para mí era extraño... El Yule, quiero decir —comentó Draco cuando ya estaban llegando de vuelta a la entrada, habiendo pasado a la chica Eveline que se encontraba entre otros enfermos—. Todo debía hacerse de cierta forma, o estaba mal. Cuando era más pequeño arruinaba muchas Navidades porque no podía quedarme tranquilo. Pero al menos tenía a mis padres, ¿no?

Draco miró de reojo a Harry, vio su cara pensativa y expresiva, y sólo pudo pensar en un,

Ahora te tengo a ti.

—¿Recuerdas tu última Navidad? —preguntó Harry—. Antes de- de esto-

Draco hizo memoria. Esa era una pregunta difícil.

—Mi última Navidad verdaderamente feliz... fue antes de la fuga de Azkaban de 1996. Antes de que hubieran apresado a mi padre.

—¿Te llenaron de regalos?

—Sí. Sí, y papá me sentó a la mesa, diciendo lo orgulloso que estaba de mí, y de que lo iba a hacer sentir aún más orgulloso porque la vida que tanto nos habían prometido se avecinaba. —Draco hizo una mueca que bailaba entre divertida y agria, imitando el tono de voz de su padre—: "Serás grande, Draco. Tendrás el lugar que mereces". Y yo le creí porque... porque era mi padre.

Los tres habían vestido en túnicas azules que hacían resaltar los ojos de su madre y acentuar la imposición de su padre. Draco estaba tan orgulloso. El futuro que le prometieron venía. Él sería grande. Sería casi un héroe. El Elegido de su bando.

Había sido un imbécil.

—¿Qué hay de ti? —decidió preguntar mientras salían al patio.

—Creo que no recuerdo la última Navidad "feliz". Tengo un recuerdo vago acerca de Remus hablándome sobre una manada de hombres lobos, pero eso sería —Harry respondió, aún mirando el suelo. Draco tomó su mano otra vez—. Sé que durante la última Navidad antes de encerrarnos estaba recorriendo el país con Ron y Hermione, durante 1997. Fui atacado en el Valle de Godric por la jodida Nagini metida dentro del cuerpo de una anciana.

—¿Qué?

—Suena menos loco de lo que en realidad fue, créeme.

—Tienes una suerte jodida.

—No tanta si estás aquí conmigo ahora.

Draco rodó los ojos ante su tono empalagoso, pero no dijo nada. Descubrió que le gustaba en realidad. Le gustaba escucharlo decir esas cosas. Nunca lo habría pensado. Era de ese tipo de revelaciones que nunca pensó tener.

—Tal vez soy una ilusión —dijo Draco, al mismo tiempo que se quitaba la máscara.

—Sí. Tal vez estamos imaginando todo y en realidad sólo somos dos muggles adictos al crack botados en un callejón.

—¿Qué?

—Nada.

Draco frunció el ceño, pensativo, y descubrió que sus pasos los estaban llevando a la parte trasera de la mansión. La mano de Harry continuaba entrelazada con la suya, y sus hombros chocaban con cada paso. El frío viento de la noche calaba poco a poco los hechizos de calor que Draco había puesto encima suyo, aunque la presencia de Harry ayudaba que apenas lo notara. Era casi irreal el calor que emanaba.

Y al mismo tiempo más verdadero que cualquier otra cosa.

—A veces sí he pensado que estoy imaginando todo, ¿sabes? —Draco dijo, sintiendo la magia de Harry envolverlo—. Ahora mismo pienso que te he imaginado a ti.

—¿Por qué?

—Porque pareces demasiado- real.

Las cosas eran tan oscuras y horribles que Draco sentía que se trataban de una fantasía de su mente. Pero él no. Harry era lo único real. Lo único completamente bueno.

Y eso le aterraba.

Ese mundo no tardaba en exterminar las cosas buenas.

—Quizás es porque me conoces lo suficiente para decir eso.

Draco volvió a mirarlo, y descubrió que Harry lo miraba de vuelta. Su cara era impasible para cualquiera, sin embargo, Draco podía ver la cautela allí, la burda esperanza de que estuviera de acuerdo con él. Tal vez para otra persona Harry habría sido difícil de leer. No sonreía o reía mucho; su porte era estoico y distante, como el de cualquier héroe; y su tono de voz no solía delatar nada. Pero para Draco...

Draco reconocía sus gestos. Podía distinguir cuando algo le molestaba a cuando algo lo enfurecía. Era capaz de saber cómo cambiaban sus ojos verdes con la luz, y tenía grabado a fuego el sonido que hacía cuando se reía con ganas.

Draco lo conocía de memoria.

—Sí. Quizás.

No ahondó qué quería decir con eso, pero Harry no lo necesitó; no cuando llegaron al laberinto y Draco lo apegó a una de las paredes de hoja, besándolo para disipar sus dudas.

Harry se dejó hacer, soltando un leve suspiro mientras Draco apretaba los bordes de su camiseta con fuerza, casi con ira. Él mismo no entendía por qué Potter le hacía sentir todo eso- ese conjunto de cosquilleos y ganas de no soltarlo nunca. Pero estaba decidido a culparlo a él, porque Draco estaba seguro de no haberlo decidido.

Cuando se alejaron, una de las manos de Harry estaba afirmando su cadera y la otra delineaba los rasgos de Draco con el dedo. Lo miraba hipnotizado.

Brevemente, se preguntó si Harry también lo había memorizado a él.

Draco se separó un poco de su tacto y sacó el regalo encogido desde el bolsillo de la túnica. Se lo entregó. Los ojos de Harry brillaron.

—Feliz Navidad, Potter.

Su corazón latía con locura.

Harry tomó la escoba que en esos momentos era diminuta y la giró entre sus manos. Draco podía ver que se encontraba entre la confusión y la emoción de ver una escoba nueva.

—¿Se supone que son felices? —preguntó irónicamente Harry, aunque sus ojos decían lo contrario.

—Pretendamos que lo son.

Draco lo besó una vez más, y Harry murmuró un gracias contra sus labios. Guardó la escoba en su bolsillo, y mientras dejaba un pequeño rastro de besos alrededor de su cuello, Draco no pudo evitar preguntarse...

Cómo hubiera sido ese día si- si fuera diferente.

Si ellos fueran diferentes.

—Entonces, ¿qué hiciste hoy, Potter? —preguntó, lo más animado que podía—. ¿Tus fans te dejaron cenar en paz en el Caldero Chorreante, acaso?

Harry se mostró confundido al principio, tenso y alerta. Draco le sonrió para apaciguarlo, y cuando cayó en cuenta de sus intenciones, se relajó notablemente y decidió seguirle el juego.

—No, el presidente de mi club estaba bastante pesado... —Draco golpeó su brazo, haciendo que Harry se riera contra su cuello. Al parecer le gustaba ese lugar—. Pero pude comprar todos los regalos y llegar a la Madriguera a tiempo.

—¿Comprando los regalos el mismo día? Por qué no me sorprende.

—Me sale mejor. Hasta te compré uno a ti.

—¿Sí? ¿Cuál?

—Es un libro, se llama "Cómo dejar de ser el imbécil más grande de Gran Bretaña".

—Ah, ¿lo escribiste tú?

Draco fue el que recibió el golpe esta vez.

Su respuesta fue besar el enmarañado cabello. Olía a madera y fuego.

Como un hogar.

—¿Y qué hiciste tú hoy? —preguntó Harry, besando a un lado de su oreja.

—Pensar en ti...

—Qué romántico-

—... y en cómo deshacerme de tu cadáver después de que te mate.

Draco recibió un pellizco, pero bueno, no se iba a quejar.

La tensión estaba disipándose.

—Me levanté temprano, y desayuné en mi habitación —dijo, respondiendo su pregunta—. Luego, fui al Callejón Diagon a comprar las últimas cosas para la cena. Consideré en hacer un baile, pero creo que nadie asistiría en estas épocas. Después nos- nos sentamos al fuego, y escuchamos el piano. En familia.

Harry no dijo nada por varios segundos, y Draco pensó que quizás había comentado algo incorrecto. Que ahora iban a hablar sobre lo último y sobre lo que eso le hacía sentir. Pero Harry replicó:

—Que descripción más aburrida de un día. He conocido retratos con vidas más interesantes. Snape habría hecho algo más interesante.

Draco sintió una inevitable sonrisa tirar de sus labios.

Bastardo retorcido.

—Soy un hombre aburrido, como verás. Mejor que lo sepas ahora antes de que sea demasiado tarde.

—Mmm...

Harry se despegó para atrapar sus labios y honestamente Draco jamás se cansaría. Podían hacer eso el resto de la noche y por él estaba bien. Lo deseaba demasiado, lo quería demasiado para importarle.

—Deberíamos cenar juntos, la próxima Navidad —murmuró Draco cuando ambos buscaron aire, y Harry se quedó completamente quieto. Hasta tenso.

La duda se asentaba entre ellos.

¿Habría una próxima Navidad?

—¿Y entonces tendría que darte regalos carísimos? —murmuró entonces Harry, con la voz rota. Draco fingió no notarlo.

—Nah. Yo te regalaría el mundo, y podríamos vivir solos en él.

Una risa suave e inesperada cortó el aire.

—Draco Malfoy: poeta en sus tiempos libres.

—Para terminar de agregar cosas a la lista de mi aburrida vida.

Harry soltó otra risita un poco más alta, y Draco sintió la necesidad de volver a decir algo estúpido para escucharla de nuevo.

—Esta es la mejor Navidad que he tenido en un largo tiempo —Harry dijo al pasar un momento, y no sonaba feliz. Nada feliz. Draco no sabía por qué—. Tal vez debido a que la guerra se acaba.

Draco calló.

Dudaba que eso fuera así. Dudaba que estuvieran cerca del final- pero Harry necesitaba que se lo asegurara, que le dijera que la pesadilla estaba terminando.

—Sí. Tal vez.

Harry lo abrazó.

Draco lo abrazó de vuelta.

Se quedaron así por un buen tiempo. El viento se hizo más fuerte, y los cantos se detuvieron en algún punto. El contacto cercano era más familiar de lo que ambos esperaban, y no debería ser así. Debería sentirse extraño y poco racional. Porque ellos se odiaban, se odiaron por bastantes años. O meses, si contaban desde su Juramento.

Harry no debería sentirse tan bien. Draco no debería sentirse acostumbrado a su calor, y a su cercanía. El latido de su corazón no debería ser algo que ya había memorizado así como el resto de su persona.

Pero era así. Merlín, era así. Y no cambiaría una sola cosa.

Justo en ese instante, en el que el primer copo de nieve cayó, en el que Harry se separó para mirarlo con sus preciosos ojos verdes y su boca hinchada y su expresión un poco destruida... fue que una voz los separó como si fuera un cuchillo siendo lanzado entre ambos. No demasiado, pero sí lo suficiente.

Una marmota estaba frente a ellos. La voz de Granger sonó a través de esta.

—Harry, no sé dónde estás, pero tienes que venir ahora.

Draco dio un paso atrás.

Y su Marca quemó.

—Debimos haberlo adivinado —comentó con desprecio.

Harry se separó de él. Toda la vulnerabilidad y los puntos débiles fueron rápidamente dispersados; desaparecieron ante sus ojos. Draco miró su cara transformarse, hacerse dura para concentrarse en la misión que tenían por delante. Salvar el mundo. Hacer lo que Harry pensaba que era capaz de hacer.

Lo siguió hasta la parte delantera del patio. Siempre lo seguía.

Antes de que llegaran, Draco lo atajó del brazo y lo tiró hasta él sin importarle la agitación del momento.

—No mueras —susurró, dándole un beso casto. Harry suspiró.

—Ni tú. No puedes hacerme esto ahora.

Lo dejó ir, y Harry se perdió dentro de la mansión tan rápido que Draco ni siquiera alcanzó a sacar la varita de sus bolsillos cuando ya no lo vio más.

Theo apareció, y su Marca quemó con más urgencia, haciendo que sintiera que su piel se iba a deshacer. La gente se estaba movilizando. La festividad había quedado atrás. Draco avanzó por el laberinto, ya sabiendo adonde ir, siendo acompañado por Theo.

Draco y él salieron, y juntos, se Aparecieron en la calle afuera de San Mungo.

 

Chapter 47: Capítulo 41: San Mungo

Chapter Text

Una vez que el mundo dejó de dar vueltas y Draco miró hacia el frente, San Mungo se encontraba en llamas.

Los panfletos de huelga de los sanadores estaban reducidos a pedazos, y desde dentro, en medio de los gritos, Draco podía oírlos tratando de apagar el fuego para así poder salir, salvarse, pero hasta ahora nada había sucedido. Los hechizos con los que los medimagos habían restringido San Mungo antes no permitían a nadie salir o entrar. Estaban todos encerrados intentando que las llamas no los consumieran.

Honestamente, Draco no tenía idea de por qué Voldemort se había tardado tanto en derribar el hospital. Pero- ¿hacerlo justo la noche del Yule...?

La huelga ya llevaba unos buenos meses, y los hechizos con los que los sanadores aislaron San Mungo (seguramente con ayuda de la Orden) habían evitado que Voldemort y los Mortífagos entraran y los apresaran a todos por sublevación. Sin embargo, ningún conjuro podía mitigar lo que una explosión provocaba. Si no podían sacar a la gente de adentro para que enfrentaran los cargos ante la ley, bueno... lo mejor era callar la llama de la rebelión volviéndola cenizas.

El miedo era el mejor antídoto.

El perímetro que los separaba con el mundo muggle era pequeño; no se trataba de más de 20 metros pues sólo abarcaba la cuadra del hospital. Draco veía incluso cómo, de vez en cuando, algún que otro muggle caminaba por allí, sin poder ver hacia su mundo y sin poder traspasar la barrera.

De alguna forma, la ignorancia era una bendición.

Al contar con una sola calle, los bandos estaban muy marcados en cada extremo. Draco se ubicó rápidamente en el lugar que le correspondía mientras la gente de la Orden empezaba a llegar. Se preguntó, brevemente, si en algún punto iba a tener que enfrentarse a Harry.

No era un buen pensamiento.

La Orden usaba sus máscaras habituales y Draco disparó varios maleficios a ellos. Desde dentro del hospital, los heridos y medimagos también trataban de maldecir a través de las ventanas, pero no hacían mucha diferencia. Los Mortífagos llegaban en manadas, a montones, y aunque siempre los habían superado en número, en ese momento era dolorosamente obvia la diferencia.

A medida que la lucha se daba, los bandos se acercaban entre sí. Draco sabía que iba a llegar un punto en el que iban a estar tan cerca que se encontrarían cuerpo con cuerpo. Que pelearían con manos, brazos y puños además de varitas. No por primera vez agradeció el entrenamiento que tuvo con Harry.

Un Mortífago pasó a empujarlo debido a un hechizo que le había dado en la cara, y Draco observó la piel de su rostro empezar a derretirse. Los ojos del Mortífago lo miraron, con la mirada de un hombre que sabía que había llegado su hora, y su piel poco a poco fue cayendo al suelo, mezclada de sangre y tejidos y dejando nada más que la calavera desnuda. Sus ojos vacíos se derritieron con el resto de la carne.

Draco se agachó justo a tiempo cuando el mismo conjuro pasó rozando su mejilla.

Avanzó entre la multitud. Los golpes entre ambos bandos se hacían más y más, a medida que aumentaban los números. Un chico Rebelde le pegó un codazo justo en el cuello, y cuando Draco se volvió para asestarle un puñetazo de vuelta, este intentó darle con la maldición mortal.

Entonces el muchacho vio su rostro.

Draco evitó el maleficio, haciendo que cayera en uno de los Mortífagos a sus espaldas, y caminó hacia él. El chico retrocedió. Debía tener dieciséis años como mucho, y Draco suponía que fue rescatado de Hogwarts por la forma en que lo miraba: como si supiera quién era y lo que hacía.

Los cuerpos de los que combatían lo empujaban de un lado a otro, y el chico todavía trataba de darle, pero Draco esquivó cada una de las maldiciones. No estaba pensando. Ninguno de los dos. Lo orilló hasta la vereda y tomó su muñeca bruscamente. El chico soltó un quejido.

Draco le dobló el brazo en una posición antinatural para no verse sospechoso y así acercarse y hablar en su oreja. El chico gritó. Draco sintió el hueso de la muñeca romperse bajo sus dedos.

—No quieres pelear contra mí —murmuró, mientras el muchacho lloriqueaba—. Vuelve a la base. Esto es demasiado peligroso.

Si hubiese sido cualquier otra pelea lo habría ignorado, habría fingido no ver a los adolescentes entregar sus vidas, pero esta... no. No, porque Draco estaba seguro de que la iban a perder. La Orden iba a perder.

Draco fingió que el chico se le escapaba, y este rápidamente se puso un hechizo desilusionador, corriendo lejos. Él no se paró a mirarlo irse, y no pensó lo horroroso que era. No pensó en lo sucio que se sentía al verlos luchar a tan temprana edad.

Probablemente ellos se veían igual en la Batalla de Hogwarts.

Draco retornó a la pelea, cortando brazos y piernas como deporte, y asestando puñetazos. San Mungo continuaba quemándose. La gente continuaba gritando. Draco temía que al finalizar todo, el hospital cayera.

Y los que se encontraban dentro cayeran con él.

Por el rabillo del ojo, vio a Theo colocarse a su lado, quien buscaba desesperadamente algo en el otro bando. Draco no tuvo que confirmar que Luna Lovegood estaba allí peleando, la cara de Theo era suficiente evidencia.

Cara que se contorsionó en una de rabia y preocupación, justo al momento en que Draco miraba hacia el frente y detallaba cómo la máscara de una mujer de la Orden salía volando.

Y Luna Lovegood terminaba en el piso herida.

Apenas alcanzó a enmudecer a Theo, cuando este había abierto la boca para gritar.

—¡No puedes ir! —Draco sostuvo a Theo del brazo. Theo batallaba para llegar a Luna. Se deshizo del conjuro que le impedía hablar.

—¿No acabas de ver...?

—¡Le irá peor si te acercas! ¡Te van a descubrir!

Theo no parecía pensar racionalmente, pero Draco tampoco intentó convencerlo por mucho rato porque la pelea se lo impedía. Los hechizos le rozaban la cara. Las risas, los llantos y las muertes se mezclaban en una sola cosa: formaban caos. Una mujer le arrancó la lengua a un Mortífago. Ese Mortífago le explotó la cabeza. Alguien acababa de partirse desde la boca hasta el estómago. Un Mortífago que estaba a su lado levantó el dedo y apuntó al cielo.

—¡La Muerte Negra!

Draco contuvo la respiración.

Miró hacia arriba instintivamente y detalló a Harry sobrevolar el espacio con la escoba que Draco le había regalado. Seis personas lo acompañaban. Harry asesinaba a sangre fría a todos los que se ponían en su camino, y los hechizos que se dirigían a él los esquivó con maestría. Algunos rebotaron contra el Protego que lo estaba cubriendo.

Su corazón le dolió gracias al miedo.

Que viva. Por favor. Por favor. Por favor.

Draco miró, con un nudo en el pecho, a Harry dirigirse a San Mungo para intentar apagar el fuego, pero sabía que no iba a alcanzar. Era muy difícil.

¿Pero qué otras opciones tenían?

Sabía que era riesgoso para la Orden arrojar una bomba para exterminar a todos los Mortífagos. El espacio era muy pequeño, por lo que terminarían matando también a los de su bando y podría alcanzar a los enfermos. No era una gran idea, pero tampoco lo era intentar disolver las furiosas llamas.

Tratando de distraer el sofoco que de pronto lo embargó, Draco retornó sus ojos a la pelea, y le pegó un puñetazo a un tipo que venía directo a él. Su mano quedó en carne viva. El hombre se cayó al suelo afirmándose la nariz rota. Uno de los Mortífagos le puso un pie encima.

Al segundo siguiente, el tipo estaba muerto.

Draco se distrajo rápido, escuchando resonar otra explosión a lo lejos. Los bandos se mezclaban cada vez más, al punto en que lo único que los diferenciaba eran las oscuras túnicas de los Mortífagos y las máscaras parecidas a aves de la Orden. El motivo de Voldemort para hacer esa jugada, era parar las manifestaciones de San Mungo y acabar con gran número de soldados de los Rebeldes. Y le estaba funcionando.

En Navidad.

Draco se mantuvo cerca de Theo, para ayudarlo a pasar al otro lado y ver qué tal estaba Luna sin ser notados. En el camino lo vio asesinar sin ningún tipo de piedad a todo aquel que se le pasara enfrente. No importaba que fueran miembros de la Orden. No importaba que fueran chicos. Que fueran inocentes. No importaba nada. Theo, lo único que quería, era ver a Luna bien. Y si debía cortar todas las cabezas del mundo para eso... lo haría.

Draco no lo juzgó.

Si Harry estuviera en peligro-

Desconocería por completo el significado de la moral.

Si Harry estuviera en peligro, Draco era capaz de matar. Era capaz de usar sus propias manos para quitarle la vida a otra persona sin importar cuanto esta gritara, llorara y rogara para detenerlo. Sería igual de imparable que Theo. Quizás más.

Por suerte ese momento no había llegado.

Aún.

Draco empujó a alguien al suelo. Este cayó para ser pisado por toda la gente batallando. Justo en ese momento, un conjuro impactó contra su brazo y Draco sintió el corte del Diffindo llegar casi hasta el hueso, en el codo. No cortó su brazo por completo, pero se podía ver la sangre emanando a borbotones por la túnica. La piel se sentía suelta, no parte de él. El dolor fue lo primero que le recorrió, y a medida que miraba hacia abajo, notó fascinado –de una turbia manera– que le dolía muchísimo menos que otras cosas que había experimentado. Las cicatrices de su torso encabezaban la lista, junto a la muerte de su madre.

Entonces, en medio de su distracción, la maldición impactó contra él.

Ni siquiera la había visto. Tuvo que haberla visto. Harry le enseñó a usar su visión periférica, ¿no? ¿No?

Es chistoso, cómo ese tipo de cosas pasan-

Nadie nunca está preparado.

Draco dirigió sus ojos al frente. Uno de los Mortífagos sostenía la varita. Lo miraba con grandes ojos horrorizados.

A su lado, una chica de poco más de catorce años se había quedado paralizada. La maldición iba en su dirección, simplemente el idiota del Mortífago había fallado.

Draco se llevó una mano hasta el estómago, sintiendo poco a poco todo su interior empezar a hincharse. Theo había desaparecido de su vista. El vientre se hizo amplio, la piel se estiró, y estar de pie dolía. El corazón bombeaba sangre a una velocidad exageradamente rápida, y sus pulmones se hicieron tan grandes, que Draco sentía que podía asfixiarse gracias a todo el aire que estaba ingresando; quemaba su garganta, sus vías respiratorias.

Y luego, vino lo peor.

Su intestino se desinfló de golpe, pero sólo debido a que explotó dentro, provocando que tuviera una hemorragia. Un montón de fluidos empezaron a repartirse por su cuerpo. Draco fue vagamente consciente en ese instante que, lo que estaba sucediendo, era que acababa de ser golpeado por su propia maldición y que ahora iba a morir de esa forma. De la misma forma que murió Eric.

Era casi poético.

Draco se tambaleó hacia un lado, hacia la orilla de la calle, para poder caer y así morir en paz. El Mortífago, pálido al darse cuenta de quién era y lo que había hecho, lo ayudó, preguntando si había algo que hacer. Si es que había algo que él pudiera hacer.

Y sí que lo había. Draco inventó una contra maldición, ¿no? Pero se sentía demasiado lejos para explicarla. Demasiado débil. Y se preguntaba qué pasaría, si sólo por unos segundos, dejara que... que todo terminara al fin.

Su estómago fue el siguiente en explotar.

Draco sentía cómo se estaba desangrando, cómo su sangre se llenaba de residuos y dentro de poco iba a empezar a devolverla. Estuvo a punto de decirle al tipo que se fuera y que prefería morir solo, cuando este fue expulsado hacia atrás.

Cayó a su lado, empezando a toser y a llenarse de borbotones negros. A pudrirse. A morir.

Draco reconoció a su salvador, y unas manos firmes lo afirmaron. La magia familiar lo recibió.

Y se dejó arrastrar por la inconsciencia.

•••

Harry no recordaba haber hecho algo así de rápido en su vida.

Si no hubiese mirado hacia abajo en el momento dado, Draco habría muerto. Si no hubiera cambiado de dirección, si hubiera hecho lo que Draco le pidió que hiciera, habría muerto.

Mierda. Mierda. Mierda.

Idiota.

Harry no dudó en tomarlo, ponerlo bajo la capa invisible y llevarlo hasta la carpa que tenían instalada al final de la calle para los sanadores, en el lado donde se suponía que debía estar su bando. La tarta de melaza que Molly le regaló cayó desde su bolsillo cuando aterrizó fuera de la tienda. Harry entró con Draco en sus brazos y pidió a Madam Pomfrey que lo examinara, quien reaccionó de inmediato cuando se dio cuenta de las secuelas que Draco estaba presentando. Harry miró, casi asfixiado y con la magia arremolinada en la punta de sus dedos, cómo ella poco a poco revertía el daño con concentración y asco, para luego decirle que, un segundo más, y Malfoy no la habría contado.

Su magia se retractó luego de eso.

Afuera, el piso retumbaba. La carpa estaba atestada de heridos, recuperándose con pociones que el mismo Draco había confeccionado. Las personas entraban y salían, invisibles a sus ojos. Harry se mordió las uñas con su mirada fija en el cuerpo tendido en la camilla, pálido. A pesar de que Madam Pomfrey le había dicho que ya estaba fuera de peligro mortal, Harry no se lo iba a creer hasta que lo viera abrir los párpados de nuevo. La angustia era demasiado grande, y le importaba una mierda que tuviera otros deberes, que se supone que tenía que estar apagando el fuego. Había pasado algo más importante. Si fuera Hermione, nadie lo cuestionaría.

—Ya puede marcharse, señor Potter —Madam Pomfrey dijo por décima vez, mirando escrutadoramente a Harry—. Malfoy no morirá.

—Prefiero quedarme —contestó él con voz tajante.

Ella apretó los labios, pero no insistió.

Diez minutos más tarde, Draco se removió entre las sábanas, y Harry sintió que el aire retornaba a sus pulmones, llenando sus vías respiratorias y permitiéndole- respirar de nuevo. A la cara de Draco había vuelto algo de color, y la sangre seca alrededor de su nariz y boca era sólo eso: sangre seca.

—¿Podrías dejar de ponerte en peligro por un puto segundo, imbécil? —le espetó Harry, con una mezcla de enojo y miedo.

Pudo haber muerto.

Pudo haberlo perdido.

Draco parpadeó unas veces, notoriamente confundido, y miró alrededor de la carpa. Intentó levantarse cuando se dio cuenta de dónde estaba y Harry lo ayudó, irritado con él.

—Tengo que volver-

Sonaba bien. Sonaba compuesto.

Comprobando que se encontraba normal y a salvo, Harry se permitió sentir el alivio fluir por sus venas. Embargarlo. Draco no podía morir. No ahora.

Nunca.

Este se paró, y Harry lo ayudó a ir al otro extremo de la carpa, donde el grupo de sanadores corría de un lado a otro ayudando a los heridos para que volvieran a luchar. Harry vio una cabellera rubia tendida en una de las camillas y tomó todo de sí para no ir a comprobar que fuera Luna. No podía distraerse en ese momento. Tenía que confiar que su amiga estuviera bien.

Draco intentó caminar sin apoyo, ya completamente recuperado y algo descansado, y Harry se giró a él. Era indescriptible lo mucho que lo angustiaba toda esa situación. El resto del mundo había desaparecido.

Y ahora Draco quería volver.

—Sólo- no mueras- no puedo salvarte-

—Ya te dije que no me salvaras —Draco lo interrumpió, con voz fría. Harry sintió el enojo golpearlo.

—Si no lo hubiera hecho ahora estarías muerto, joder.

Draco se giró a mirarlo, mientras Harry sacaba la capa invisible con un movimiento furioso.

—¿Qué pasa con tu misión? —preguntó él, mientras Harry se pasaba la capa por los hombros.

—Estamos tratando de rescatar a la gente de San Mungo.

—Entonces deberías estar haciendo eso, ¿no?

Agotado con su comportamiento, no respondió. ¿Qué carajos le pasaba? ¿Por qué no entendía que si él moría no habría un San Mungo que salvar? No para Harry. Él debería entender, mejor que nadie, que no podía permitirse perder más gente que le importaba. Menos en ese instante.

Por un breve momento, su mente comparó a Draco con Ginny, y pensó que ella  entendería su necesidad de salvarla después de todo lo que había pasado. Pero se arrepintió al instante. No estaba siendo justo y no tenía forma de saber que era verdad. Probablemente no lo era.

—Ven.

Draco se acercó sin decir una palabra ante su orden, y Harry los cubrió a ambos con la capa de invisibilidad para así salir de nuevo al ataque.

Afuera los gritos de la pelea los recibieron mientras caminaban hacia la calle, lejos de la carpa y evitando colapsar contra los luchadores. Draco iba pegado a él, con el pecho apoyado en su espalda, y cuando Harry iba a decirle que se pusiera bajo un hechizo desilusionador para así volver a su bando sin levantar sospechas, sintió que él tomaba su mano.

—No puedo morir —dijo Draco, inclinándose para hablar a un lado de su oído—. Mi vida es tuya, ¿recuerdas?

Harry cerró los ojos mientras Draco dejaba un casto beso en su mejilla, y él recordaba el día del Juramento Inquebrantable. Draco había jurado su lealtad a él y a la Orden. De cierta forma, aquello era verdad: la vida de Draco le pertenecía a la causa.

Harry elegía creer que también le pertenecía a él.

Siempre elegía creer que tenía a Draco aunque fuese una vil mentira.

Se volteó para enfrentar sus ojos. Tenía la cara sucia, pero no le importó. Harry lo tomó de las solapas de la túnica y lo besó con esperanza, lo besó depositando todos sus sueños en sus labios. Era Navidad, y si podía obviar por unos segundos que había decenas de personas muriendo a su alrededor, podría decir que era perfecta. Porque Draco estaba ahí y Harry había evitado que muriera.

Bajo esa capa, las cosas podían ser distintas por unos segundos.

—Pon estas mismas ganas en no arriesgarte innecesariamente, ¿quieres? —dijo Draco separándose del beso—. Aún no olvido que no tienes respeto por tu vida.

Harry sonrió dejándolo ir.

—Y si no, ¿qué?

—Ahí veremos.

Draco se desilusionó frente a sus ojos, y salió de la capa invisible. Harry trató de adivinar hacia dónde se dirigía y por cuál camino, pero le fue imposible, y al cabo de un rato, volvió a agrandar su escoba y se montó en ella.

La escoba que Draco le dio.

Harry no sabía qué decía de él –a medida que avanzaba por la calle y cruzaba el camino en dirección a San Mungo– que no le importaba del todo las vidas que se perdían. Sólo pensaba que era... normal; lo natural que pasaba en una guerra. Quizás por fin se había acostumbrado a ver a la gente sufrir. Quizás se le haría más fácil continuar pudriendo su alma con magia negra de ser el caso.

Quizás por eso le daban igual las cosas que Draco había hecho.

Desde que McGonagall murió, eso era lo que sentía al ver gente ser asesinada en los ataques. Lo consideraba hasta necesario: ¿qué sería la victoria sin pequeños sacrificios?

Y una parte de él, una que de seguro no admitiría en voz alta, empezaba a disfrutar ver morir gente por la punta de su varita. Había disfrutado como nunca asesinar al tipo que dañó a Draco. Era casi catártico.

Harry protegió a algunos de los suyos mientras pasaba, y asesinó a otros, sintiendo la adrenalina correr por su sistema al ver cómo caían de sus escobas o morían gritando.

Nunca has sido mejor que el resto.

Vio pasar a Kingsley a lo lejos. Podía escuchar la risa de Voldemort en algún lugar. Harry voló con un sólo objetivo en mente para salir de ahí cuanto antes. Se acercó al hospital y conjuró un Aguamenti lo suficientemente poderoso para apagar una buena porción de San Mungo.

Y a sus espaldas, resonó otra explosión

Algo le dijo de inmediato que aquello era malo. Que era distinto.

Por un segundo, fue incapaz de moverse.

No, pensaba. No. No. No. Tiene que ser otra cosa. Tiene que serlo.

Harry miró hacia atrás para buscar el origen de la explosión.

La carpa de los sanadores en la que había estado recién, estaba volando por los aires.

Harry detuvo el vuelo de golpe, y por un momento lo único que escuchó fue su corazón, alocado y sediento de venganza. Los cuerpos de los heridos quedaron tendidos en el piso; cientos de pedazos de carne y sesos fueron repartidos por la acera. El humo no dejaba ver más allá.

La bomba era mucho peor de la que ellos lanzaban, mucho más letal y duradera. Las llamas se propagaban con la magia, como si se trataran de Fuego Maldito, alcanzando a los pocos sobrevivientes que quedaban alrededor. Había cuerpos partidos a la mitad, gente que él conoció, con los ojos derretidos botados en medio de la calle. Sus intestinos adornaban el pavimento y la gente que peleaba cerca estaba cubierta de sangre y de restos humanos.

—Mierda. Mierda —Harry conjuró un Sonorus, desesperado—. ¡¡Retirada para los sanadores!! ¡¡Retirada!!

No sabía si quedaban sanadores, pero sí sabía que ellos, la Orden, no podía quedarse mucho tiempo. Que él no podía quedarse porque necesitaba abrirle el paso a los heridos a la base.

Oh, cómo odiaba eso. Lo detestaba.

Harry volvió sobre sus pasos para ayudar a los pocos vivos que estaban en pie –o más o menos– arrasando con cuatro Mortífagos de una sola vez sin sentir un atisbo de culpa. En cambio, la satisfacción fue lo único que lo llenó al verlos sufrir en sus últimos momentos.

Que sufran.

Que griten y deseen no haber nacido jamás.

Aterrizando, el caos era lo único que reinaba, como siempre. Así era la guerra. Había una persona frente a él, chillando porque las llamas lo estaban consumiendo. Su piel empezó a tornarse negra, y la carne cruda era lo único que Harry veía en su rostro. Atinó a conjurar un Aguamenti, pero no servía. Nada servía para apagar el fuego. Y Harry tuvo que resignarse a ver cómo todo su cuerpo se prendía en llamas sin que hubiera nada que él pudiera hacer.

El hombre calcinado cayó a sus pies un minuto más tarde, y Harry dio un paso atrás para que el fuego no lo alcanzara.

Sin sentir nada en absoluto.

Y, por supuesto, cómo no...

Otra bomba más hizo la noche teñirse más roja. Esta vez, para volver a prender en llamas el hospital, del que los medimagos y heridos ya empezaban a salir.

—Joder.

Harry, sintiéndose inútil e impotente fue a buscar a Hermione para así informarle sobre lo que harían. Kingsley debía estar por alguna parte, pero su mente siempre iba a pensar en Ron y Hermione antes. Siempre.

Durante su vuelo, sus ojos escanearon los cuerpos que peleaban, (que cada vez se mezclaban más entre sí), para buscar la cabellera rubia de Draco. Se permitió soltar un respiro cuando lo vio noqueando a alguien de un golpe.

Entonces, divisó por fin a Hermione.

—Traten de llevar a la base a toda la gente posible —le dijo cuando estuvo lo suficientemente cerca, mirando el gesto asustado de su amiga—. A los heridos prioritariamente. O moriremos todos por las bombas.

—¿Queda alguien vivo?

Hermione tenía una mirada decidida a pesar de las lágrimas y de lo mal que le hacía estar en campo rodeada de Mortífagos; vulnerable para ser atacada una vez más.

—No lo sé.

Hermione asintió y se encomendó en su misión, que era básicamente sacar a toda la gente viva posible. Harry hizo lo que debía: llevar a los que estuvieron dentro de la carpa que tuvieran alguna señal de vida, para Aparecerse afuera de la base.

Sentía que en vez del fuego, la rabia era lo que quemaba su piel.

•••

Cuando Harry llamó a la retirada, Draco no había entendido por qué. Los Mortífagos en su mayoría reían, sobrepasando a la Orden de forma más notoria que nunca. Las bombas estaban explotando por toda la calle. Después, Theo había agarrado su brazo con tanta fuerza que Draco se quejó.

—Tengo que ir —Theo dijo, tratando de separarse de su grupo—. Tengo que ir. Luna estaba en esa carpa.

Draco impidió que avanzara, viendo hacia el frente. Recién ahí se dio cuenta que el lugar donde fue curado, no mucho rato atrás, ahora estaba hecho añicos por una bomba.

Theo irradiaba desesperación.

Carajo. Espera...

Mientras estuvo allí, Draco no se fijó si Luna se encontraba siendo curada, o si quizás volvió a la lucha. No se le pasó por la mente. Esperaba que sí. No tenía idea de cómo Theo seguiría viviendo de lo contrario.

Draco dio un vistazo al paisaje. El campo estaba limpiándose, la Orden se iba, los Mortífagos los seguían también; era un lío, pero la gente estaba disminuyendo y eso significaba una sola cosa.

—Todo está terminando ya —dijo él, intentando tranquilizarlo.

—Draco-

—Lo sé, lo entiendo. Pero no podemos ir si no queremos joder todo-

Draco esquivó una maldición que iba hacia él y fastidiado, cortó las piernas de quien sea que la hubiese arrojado. El miembro de la Orden bramó, y pronto estaba arrastrándose lejos de la pelea. A Draco le dio igual.

Mierda.

El fuego de las bombas continuaba propagándose. Theo seguía intentando llegar a Luna, matando a los que se interpusieran entre él y el resto que quedaba. Draco lo seguía como podía, pidiendo por favor que Harry no estuviera allí.

Que por favor no estuviera allí.

La noche apenas le dejaba ver. El fuego era lo único que alumbraba la calle. Los sanadores y heridos que salían de San Mungo estaban siendo o apresados, o asesinados, o salvados, dependiendo de la persona que se toparan primero. Una risa maquiavélica se escuchó por encima de las explosiones, y Voldemort mató a diez personas en un abrir y cerrar de ojos, haciendo que los múltiples cadáveres de la Orden se arremolinaran en la calle.

Sabía lo que se venía. Draco sabía exactamente lo que pasaría a continuación.

Y entonces-

Draco cerró los ojos, mientras la última explosión sonaba.

Ni siquiera tuvo que mirar atrás.

El Hospital de San Mungo se redujo a miles de pedazos, y los Mortífagos celebraron la victoria.

Chapter 48: Capítulo 42: Es real

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La consecuencia más grave de la jornada fue la cantidad Sanadores que se perdieron.

Jodía decirlo así, había muerto mucha gente, pero lo que más le pasaría la cuenta a la Orden es que faltarían medimagos, quienes tampoco eran muchos. Al menos, gran parte de ellos se quedaron en la mansión cuando se estaba dando el ataque para esperar a los heridos de más gravedad.

Eso no borraba que murieron diecisiete de los veinticinco que estaban en el campo.

Padma fue una de las víctimas.

Una parte del cerebro de Harry se preguntaba de una forma muy macabra para qué la habían salvado en Austria, por qué le había importado tanto. ¿Tenía algún sentido?

Al final del día, había muerto igual.

Toda la gente que luchó en San Mungo ya estaba allí, llenando la mansión una vez más. No sabían cómo organizarlos: aquellos que pelearon, los heridos, sobrevivientes y los que lograron rescatar estaban mezclados entre sí, y la Orden se encontraba más preocupada de los afectados por la explosión. Los medimagos restantes y la gente ilesa hacía lo que estuviera en sus manos para ayudar. Tenían algunas reservas de pociones que Draco había estado proveyendo durante esos meses y eso les servía de momento, pero Harry sabía que necesitarían más.

El problema era que Draco aún no iba a la base, y Harry sentía el miedo alojarse en un rincón de su mente pensando que quizás Voldemort lo estaba castigando por una estupidez.

O que algo peor le había pasado mientras él no estaba ahí.

A pesar de que quería abandonarlo todo para comprobar sus hipótesis, Harry no podía continuar pensando en eso sin volverse loco, y tenía cosas más urgentes que requerían su atención.

Como Luna.

Se encontraba acompañada por Theo, a quien no le importó quedarse con los Mortífagos para mantener apariencias. Uno de los medimagos curaba a Luna y Madam Pomfrey estaba a su lado mirándola. Había sido un milagro que ellas no hubieran estado en la carpa, según lo que Ron y Hermione le contaron. Sólo minutos antes, Poppy salió para perseguir a Luna y obligarla a descansar.

—¿Qué fue lo que realmente le sucedió? —había preguntado Harry cuando Hermione y él llegaron a la mansión. Luna estaba entre los heridos.

—Luna fue golpeada cuando cayó al suelo, mientras luchaba —explicó Hermione, con los brazos llenos de pociones—. Además de la maldición, comenzaron a pisarla. Después de que alguien la viera y la llevaran a la carpa para curarla, trató de levantarse cuando el proceso de sanación todavía no estaba completo. Madam Pomfrey junto a los chicos que lograron salvarse la siguieron. Fue un minuto antes de que la tienda explotara.

O sea, minutos después de que Harry hubiera salido de allí con Draco.

Luna pudo haber muerto y él no se habría dado cuenta.

Luego de intercambiar unas palabras más, y después de que la culpa menguara, Harry entró al cuarto en el que estaban Madam Pomfrey y Luna. Su primer instinto fue preguntar a la primera si necesitaba algo, pero ella negó, y parecía querer ser dejada sola. Harry no intentó acercarse más, simplemente siguió su curso y llegó hasta donde Theo y Luna hablaban despacio. El hombre sostenía la delicada mano de Luna entre las suyas, y la acariciaba como si agradeciera con cada aliento que ella estuviera allí. Luna, mientras tanto, miraba a la pared perdida.

—¿Qué le pasó? —preguntó, llegando a un lado de Theo—. ¿Cuál fue el hechizo que le llegó durante la batalla?

—La última maldición que Draco creó impactó contra ella —respondió él ausentemente—. Si no hubiera sido porque también creó una contra maldición...

Harry no tenía ni puta idea de qué estaba hablando. ¿Draco había creado una maldición y una contra maldición? ¿Eso era de lo que Hermione y la Señora Weasley estaban hablando, horas atrás?

—¿Pero estará bien? —decidió preguntar, viendo a Luna seguir en su mundo como si volvieran a tener quince.

—Sí, ahora sólo desorientada.

Harry abrió la boca para disculparse, o para tratar de tranquilizar a Theo quien temblaba. Sin embargo, una voz interrumpió lo que sea que fuera a decir. Hermione estaba en la puerta.

—Harry —le dijo—. Ven.

Harry le dio un apretón en el hombro a Theo (quien apenas le prestaba atención) y siguió a Hermione un poco más aliviado, aunque su estómago aún tenía puros nudos y su cabeza retumbaba con cada paso, justo en la coronilla. Harry se sentía agotado.

Su amiga lo llevó hasta el salón principal, y junto a la ventana donde George y Lee solían hacer la transmisión del Pottervigilancia, estaban todos los Weasley y Kingsley rodeando la radio. La furia irradiaba de ellos. Harry pudo deducir qué pasaba casi al instante.

La señal no funcionaba.

—Ha estado así desde que se fueron —decía Lee, con gesto agraviado—. No nos deja comunicarnos. Hemos estado horas tratando de... de hacer algo.

—¿Están seguros que no hay otra manera de hacer que funcione? —preguntó Arthur con preocupación.

George junto a Lee no respondieron. Era una respuesta en sí misma.

—Debemos prepararnos para lo peor —intervino Kingsley—. No vamos a rendirnos, pero tenemos que asumir que desde ahora, no contamos con la radio. Debemos asumir que ha caído y por lo tanto tenemos un arma menos.

Harry cerró los ojos. La radio era una herramienta importante.

Y ahora ya no la tendrían.

El gesto de los Weasley se transformó en uno de absoluta cólera, y él simplemente no podía soportar estar allí. La Navidad y los festejos habían quedado atrás, los gritos y llantos eran lo que ahora reinaba en la mansión. Y Harry era un imbécil- por haberse sentido tan enojado o incómodo porque el resto estuviera teniendo un buen momento. Ahora la noche se había transformado en algo completamente distinto y deseaba poder retroceder el tiempo para salvarla.

Harry dio media vuelta y caminó lejos antes de decir o hacer algo estúpido. Mientras se marchaba oía los reclamos de los Weasley y la rabieta de Lee, aunque se sentían enmudecidas. Cuando pensó que debían centrarse en la guerra, no se refería a esto, a este desamparo y desolación. Harry era alguien muy egoísta; no entendía por qué deseó que sus seres queridos fueran igual de miserables que él.

—Harry —dijo Hermione, atajando su brazo antes de que pudiera avanzar mucho—, ¿qué haces?

Harry dio un vistazo a su alrededor. Una vez más había sangre en los pisos, gritos en cada rincón y discusiones cargadas de rabia y resentimiento.

—Estoy seguro que queda algo que hacer... —murmuró, con una acidez que le quemaba la garganta.

Ron, quien había llegado cojeando, logró escuchar lo último que Harry dijo; Hermione y él intercambiaron una pequeña mirada.

—Sí —decidió decir Hermione con suavidad—. Debemos discutir qué haremos ahora para remontar esta pérdida. Ven.

Su amiga los llevó a ambos a una sala de estar al lado de la principal, y Harry... Harry sentía que estaba viviendo todo muy lejos. Su estómago estaba revuelto. Se sentía frío. Hermione prácticamente lo empujó para que se sentara en uno de los sillones y Ron se puso a su lado, pasando su brazo por los hombros de Harry en un gesto confortador. Harry se inclinó ante el contacto inconscientemente. Ron olía a jabón. Él, junto a Hermione, apestaban a sangre.

—Actualmente el punto de poder está en el Ministerio —comenzó a decir su amiga, paseándose de un lado a otro y sin ningún tipo de preámbulo—. Sé que es un plan arriesgado, lo hemos discutido innumerables veces alrededor de los años, y siempre terminamos diciendo que no valía la pena el riesgo... pero ahora creo que sí. Pienso que si el Ministerio cae, gran parte del poder de ustedes-saben-quien cae con él. Como sucedió con Azkaban.

—¿Pero cómo podríamos entrar al Ministerio? —Ron preguntó con lentitud, como si los engranajes de su cerebro empezaran a trabajar—. No podemos ingresar por algún lugar que no sean las chimeneas, y seguramente tienen algún mecanismo que impida que nos colemos.

—Entonces tendremos que hacerlo como hemos hecho todo —Hermione se posó frente a ellos con las manos en la cintura, mirándolos. Por unos momentos, Harry vio a la chica de diecisiete años que conoció, esa dispuesta a salvar el mundo, dispuesta a hacer lo necesario porque creía que el bien debía triunfar. Quiso abrazarla para que no perdiera nunca aquello—. Arrasaremos con todo el edificio.

Y entonces, se puso a hablar sin parar.

Mientras Hermione explicaba su plan, Harry no pudo evitar notar la mirada de Ron, y la forma en que los observaba a ambos: como si quisiera grabar en su memoria las facciones de los dos en caso de que el día de mañana no regresaran. En caso de que no se volvieran a ver.

Lo peor de todo es que aquella no era la primera vez que Harry lo veía hacer algo como eso. Él mismo lo hacía también de vez en cuando. No sólo no podía perderlos, sino que tampoco podía olvidarlos. Hermione y Ron eran su familia, siempre lo habían sido. Ellos fueron la familia que él escogió, y estuvieron allí cuando se necesitaron, incluso cuando la guerra quería ponerse en medio. Harry los miraba, y sólo deseaba que el día de mañana cuando todo acabara, y sin importar el resultado de ese embrollo... que ellos vivieran. Que tuvieran una casa preciosa en algún lugar de Europa, que se casaran, y tuviesen miles de hijos. Eso esperaba.

Y en el caso de que algo les pasara... Harry esperaba marcharse con ellos.

—Iré a ayudar en lo que pueda —dijo Ron al cabo de un rato; los tres habían caído en un agradable silencio.

—Te acompaño —Harry aportó de inmediato, desperezándose del abrazo de Ronpara ponerse de pie..

Por el rabillo del ojo, vio a Hermione y Ron intercambiar otra mirada. Sin embargo, ninguno dijo nada, y juntos fueron a preguntar en qué podían ayudar.

Harry fue enviado a atender a los heridos del patio, quienes se encontraban mareados por el humo de las bombas. Afuera hacía un frío terrible, el cual no sintió durante la pelea de San Mungo. Todos se encontraban ayudando, así que Harry no se sintió tan fuera de lugar. Una parte de sí extrañaba a McGonagall. Ella estaría ayudando también.

A medida que entregaba pociones, conjuraba hechizos leves, y calmaba a la gente desesperada, Harry se daba unos minutos para checar su moneda, esperando a que Draco llegara. Porque tenía que aparecer.

En una de esas ocasiones, después de atrapar a un hombre que quería correr porque pensaba que todavía estaba en la batalla, Hagrid agarró su hombro con fuerza.

—¡Ahí estás, Harry! —exclamó él—. Estaba preocupado de que te hubiera pasado algo, no te vi entrar, pero Ron me aseguró que estabas bien.

Harry le dedicó una sonrisa forzada, fijándose que a su lado y con el águila que Hagrid había traído de Austria posada en su hombro, se encontraba Eveline.

Ella lo miraba con curiosidad.

—¿Te hiciste esto afuera? —preguntó la chica, apuntando su mejilla.

Harry se llevó una mano hasta allí, dándose cuenta de que tenía heridas. Las curó con un movimiento de mano.

—Sí.

—¿O sea que no es bueno salir?

Eveline no parecía darse cuenta de todo el sufrimiento que acarreaba la gente que llegó del combate.

—No.

—¿Acaso el Lord es tan malo como lo pintan? —preguntó ella, sin dejar de mirarlo.

—Es peor.

—Mmm. —Eveline asintió, no muy convencida—. Me pregunto qué pensará el señor Astaroth.

Harry pensó al hombre sin corazón que se limpiaba la sangre de los zapatos sin inmutarse. Pensó en el hombre que quitaba brazos y piernas sin parpadear. En el hombre al que tuvo que detener mientras torturaba a Yaxley y Rookwood.

—Es Draco —corrigió con voz áspera—. Su nombre es Draco.

—No está bien visto llamarlo por su nombre real. Madre solía decirme que podía castigarme si me oía.

El revoltijo de su estómago creció, y Harry sintió su cara cambiar de color. Eveline hablaba totalmente en serio, y cada rincón de su interior se agitaba al pensar que Draco, la imagen que Draco tenía para el mundo... era aterrorizadora.

Harry puso una mano encima de su pecho.

—No, no te hará nada.

—Se ve intimidante, pero no lo es tanto, ¿no? —Sus ojos demostraban cosas contrarias a lo que decía. Harry tuvo un recuerdo de un Draco de once años siendo exactamente igual—. Ya sabía yo que no haría nada.

Le era imposible seguir mirándola.

Harry desvió sus ojos a Hagrid, y descubrió que este observaba el intercambio con curiosidad. Su rostro era sombrío.

—¿Tú estás bien, Hagrid?

—Haciendo lo que se puede. Sobre todo porque no sé cómo estará Grawp.

Harry sabía que extrañaba a su hermano, y sabía también que le hizo una promesa, pero no había tiempo para cumplirla de momento. No quería decepcionarlo, pero las cosas eran como eran.

Harry abrió la boca, y justo cuando iba a decirle que no se había olvidado de Grawp, la moneda empezó a quemar.

Harry la sacó rápidamente, olvidando todo. Su corazón iba a mil por hora.

Era Draco.

Sus pulmones dejaron salir aire que no había sido consciente de retener y se permitió soltar un suspiro de alivio al saber que estaba ahí.

Sólo esperaba verlo sano y salvo.

•••

Draco avanzó por el laberinto una vez que las puertas se abrieron, y aplicó un glamour en su cara para así no ser reconocido. La máscara de la Orden solía entregársela Astoria o Theo, por lo que nada más le quedaba esa opción para que no supieran su identidad.

Harry lo encontró antes de que pudiera llegar a la zona común del jardín. A sus espaldas, había heridos en el pasto.

Pero Harry estaba bien. Y su cara delataba que nadie que quería había muerto.

Eso era lo importante.

—¿No te hizo daño, no es así? —fue lo primero que preguntó cuando lo tuvo al frente.

—No, es una victoria. No tiene razones para desquitarse —Draco respondió, porque era la verdad. Voldemort había estado frenéticamente complacido por el triunfo sobre San Mungo. Luego de unas felicitaciones, dejó marcharse a la mayoría—. Por ahora.

—Bien.

Draco entregó las pociones a Harry antes que cualquier otra cosa, y cuando este las recibió y se perdió dentro de la mansión, no tuvo más remedio que seguirlo.

Draco pudo obviar a la gente amputada, a los quemados y a los discapacitados. Podía incluso obviar a la gente llorando y gritando, la misma que horas atrás había estado cantando villancicos y disfrutando con familiares que probablemente ahora estaban muertos.

Pero lo que no podía obviar eran los pasos errantes y cansados que Harry daba; el color enfermizo de su piel; la suciedad y agotamiento que demostraba cuando pasaba poco a poco las pociones a los medimagos.

—Harry —Draco lo atrapó del brazo, impidiendo que se moviera—, tienes que descansar.

—No. No fui herido, tengo que-

—Tienes que nada. —Su voz era cortante—. Ayudaste a toda esa gente a salir viva de ahí. Intentaste apagar las llamas. Deja que el resto se encargue.

—No puedo. Tengo que ayudar- tengo que hacer algo-

—Les sirves descansado y pensando claro. Ahora mismo no lo estás.

Harry tomó una respiración honda. Draco veía que se estaba molestando con él, y no le importaba. Si quería, que lo echara y que le dijera que no deseaba verlo nunca más; siempre y cuando se fuera a dormir.

—Draco, déjame ir —dijo él, forcejeando.

—No.

—Malfoy.

—Te noquearé si es necesario. Haré lo que sea, pero no vas a ir. No fuiste herido y eso es bastante decir para alguien como tú. Aprovecha para descansar sin dolor.

—Malfoy, no quiero pelear contigo.

—Oh, Potter, te aseguro que pelearás conmigo hasta el momento que de mi último respiro.

Harry forcejeó una vez más, pero Draco no lo dejó ir. En otro momento lo más seguro era que hubiese dado más pelea. En este estaba débil, agotado, y además había vuelto a bajar unos kilos desde la última vez que entrenaron juntos.

Draco quería agarrarlo de los hombros y sacudirlo por ser tan terco.

—¿Qué siquiera haces tú aquí? —dijo Harry, aún sin rendirse—. Tú sí fuiste herido.

—¿Quieres que me vaya?

Draco lo haría, si se lo pidiera. Pero primero se aseguraría de que no estuviera solo, de que no desobedeciera. De que por una jodida vez se pusiera a sí mismo antes que al resto. Ya había hecho más que suficiente.

Harry no hizo más que mirarlo. Parecía tener quince años de nuevo.

—Hablaré con Granger si es necesario —le dijo ante su silencio—. Hablaré con Weasley. Con todo aquel que te obligue a descansar o a comer algo, pero no voy a permitir que sigas desgastándote.

Harry hizo una mueca fastidiada, y Draco lo conocía lo suficiente para saber que acababa de ganarle. No quería involucrar a sus mejores amigos, no quería preocuparlos, y, bueno, si eso le conseguía que Harry hiciera caso alguna vez en su vida... Manipulación o no, la causa de Draco era buena.

Finalmente, Harry se permitió ser guiado hasta su habitación. Draco entró, poniéndole llave a la puerta y haciendo un Muffliato al instante. El cuarto estaba oscuro, salvo por la luz de la luna que se colaba a través de la ventana. Draco miró hacia afuera. En cualquier momento los pequeños copos que caían iban a transformarse en nieve.

Se giró a Harry y lo detalló. Su frente tenía rastros de sangre, sudor y tierra. Su nariz y el borde del cuello estaban completamente sucios; su ropa también. Su pelo lleno de cenizas.

—Ven —Draco dijo, llevándolo hacia la puerta del costado que suponía que era un baño—. Estás asqueroso.

Harry no respondió, aún molesto, pero tampoco intentó pelear: simplemente aceptó la mano de Draco y caminó junto a él hasta la otra habitación. Draco abrió la puerta, encendiendo la luz y revelando un baño pequeño con cerámica oscura. La ducha serviría para los dos al menos.

—¿Cómo es que aún no tienes que compartir tu habitación? —preguntó Draco llevando las manos hasta el borde del pantalón de Harry para desabrocharlo.

—Nadie quiere molestar al Elegido.

—Y a la Muerte Negra.

—Y a la Muerte Negra.

—Y al Amo de la Muerte.

Harry suspiró cuando su ropa cayó, y ayudó a que Draco sacara su camiseta.

—Sí, también.

Draco tomó los lentes de Harry para dejarlos encima de la taza del baño con delicadeza, limpiándolos con magia no verbal. También estaban asquerosos.

—Quién diría que agradecería un día que seas tan famoso.

—Antes me tenías envidia.

Draco abrió la boca, indignado.

—Nunca te tuve envidia.

Las comisuras de la boca de Harry se levantaron levemente y él se sintió satisfecho. Dio un paso atrás para empezar a desvestirse también; todo bajo la atenta mirada de Harry.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, y Draco asumió que se refería a lo que había pasado en la pelea.

—La contra maldición funciona bien, y fue conjurada justo a tiempo. No tengo ninguna secuela.

—Tus contra maldiciones son buenas. ¿Esa es la que le enseñaste a Madam Pomfrey?

Draco pausó un momento, preguntándose si ella fue quien lo salvó.

De nuevo.

—Sí.

Cuando Draco miró hacia el frente casi completamente desnudo, descubrió que Harry se había puesto pálido, y su expresión era ausente, como si estuviera rememorando la tarde. O ese momento. O como si toda su cabeza se hubiera quedado en blanco. Draco no lo sabía con certeza.

Harry se llevó una mano hasta la boca, y luego hasta el estómago, y prontamente Draco había sacado los lentes de encima y había abierto la tapa del inodoro para que Harry vomitara todo lo que su cuerpo le pedía. La cena de Navidad, el alcohol, lo que fuera.

Draco lo sostuvo mientras Harry se limpiaba. Estaba temblando entre sus brazos, tomando su cabeza como si le doliera.

Rompió su corazón.

—¿Y decías que estabas bien? —preguntó, tratando de aligerar el ambiente. Harry se había quedado muy quieto contra él.

Estoy bien.

—Acabas de vomitar.

—Yo no me enfermo —Harry insistió tercamente—. Nunca me enfermo. No-

—No va a pasar nada porque no te sientas bien, te lo prometo. El peso del mundo no descansa en tus hombros.

Harry apretó los labios y ejecutó un hechizo dental para limpiar su boca, fingiendo que no acababa de escucharlo. Draco no sabía si de verdad aquello era tan difícil de creer para él.

—Ven —murmuró con gentileza, toda la que podía reunir—. Tienes que bañarte propiamente, te dije que apestabas.

Harry no sonrió. Draco lo ayudó a meterse a la ducha sin decir una palabra.

El agua calentada con magia los recibió. Estaba justo en el umbral de lo tolerable, y Draco dejó que se infiltrase por su piel, llevándose un poco del frío que la noche traía.

Tal como pensó, Harry había perdido bastante peso. Sus costillas se marcaban de forma vaga, al igual que la clavícula. En su cabello espléndidamente negro de vez en cuando podía ver pequeños destellos blancos. Y de todas formas, a medida que Harry se ponía bajo el agua dejando que se llevara todo, Draco no podía creer lo injusto que era que luciera así; porque se sentía casi ridículo cómo, a pesar de todo, Harry era el único en toda esa guerra que seguía siendo devastadoramente atractivo. La cicatriz plateada de su cara contrastaba con su tono de piel, sus ojos verdes podían iluminar cualquier oscuridad. Era un héroe. Era el héroe que todos clamaban, y podía entender por qué la gente pensaba que era su tarea salvarlos a todos.

Pero la verdad es que Harry era-

Era sólo un hombre.

Este exhaló pesadamente, y la forma en que sus costillas se contrajeron y sus pulmones se desinflaron era tan humana... que Draco no podía entender cómo nadie podía ver esa parte de Harry. Cómo nadie podía añorarla.

Porque él quería eso, no al héroe que tenía el resto del mundo. Draco quería conocer sus miedos y sus fortalezas. Quería comprenderlo, estar ahí, y cuidarlo porque estaba jodidamente seguro de que el imbécil no cuidaba de sí mismo. Su pecho dolía al saber que eso era una realidad. Draco quería hacer todo eso y más.

Cuando Harry estiró el cuello hacia atrás y Draco apoyó la barbilla en el hueco que se formaba, confirmó una verdad que había sabido desde el inicio.

Esto con Harry se trataba de un camino de ida.

Era todo nuevo, emocionante, y se sentía jodidamente bien. Lo único bueno que estaba saliendo de todo ese puto desastre. Draco sentía que avanzaba demasiado rápido, y aunque quería detenerse para no darse de bruces contra una pared, no sabía cómo. Se preocupaba por Harry, ya llevaba bastante tiempo haciéndolo, y eso, sumado a que ahora podía permitirse mostrarle qué tan lejos iba su afecto... Draco sentía que por fin había caído a ese pozo sin fondo. Nunca se había sentido así antes.

Era patético.

Estaban en medio de una puta guerra.

Draco se alejó para besar su nuca y con cuidado se llenó las manos de shampoo.

Harry se tensó cuando sintió los dedos enredarse en su cabello, lavándolo lo más suave que podía.

—Puedo hacer esto solo, no soy inútil —le escupió.

—No, no eres inútil. Y sé que puedes hacerlo solo —Draco concordó, dejando que el agua enjugara su pelo—. Simplemente quiero hacerlo yo por ti.

Harry no se relajó, pero tampoco continuó peleando. Draco repitió el proceso una y otra vez; masajeó, limpió y enjugó hasta que creyó que era suficiente. Algunos mechones se enredaban en sus dedos, cayendo a la cerámica de la ducha a montones. Harry debía estarlo perdiéndolo gracias al estrés, aunque no se notaba porque tenía demasiado. Draco fingió que no lo notaba y el cuerpo del moreno poco a poco comenzó a calmarse, pero nunca dejó de estar alerta, no importaba qué tanto Draco intentara alivianar el ambiente.

Al cabo de un rato decidió besarlo. Porque lo extrañaba aunque estuviera justo allí. Por si acaso. Por si algo les pasaba. Porque se arrepentiría si no lo hacía.

Porque nunca habría podido resistirse.

Harry lo besó de vuelta, envolviendo sus brazos detrás de la espalda de Draco y acercándolo a él, ambos bajo la ducha. No era un gesto sexual; nada de eso estaba dispuesto a serlo. Era simplemente... un cuidado luego de un largo día.

La recompensa de Navidad.

Draco se separó unos segundos más tarde para poder lavarse a sí mismo, y Harry desvaneció los mechones en la cerámica con un gesto bruto, como si de pronto fuera demasiado verlos. Draco podía entenderlo.

Cuando volvió a abrir los ojos, Harry continuaba dándole la espalda, y la mirada de Draco inevitablemente fue a parar a esta. Levantó la mano inconscientemente, tocando el pedazo de roca que se extendía alrededor de su piel, fría y dura contra la carne humana. Los bordes alrededor de esta estaban endurecidos, dañados.

—¿Estás tocando la piedra, no? —preguntó Harry. Su tono era rasposo.

Draco tragó en seco, recordando el día que tuvo que hacer una contra maldición tan rápido como podía, para así salvar a Harry Potter. Una parte de sí había pensado que quizás era mejor que se muriera, hasta que recordó su Juramento y lo importante que Potter era para la guerra. No se sintió culpable en ningún momento. Casi creyó que Harry lo merecía.

Ahora sólo podía pensar que llevaría esa cicatriz para siempre gracias a él.

—Yo hice esto —murmuró, sin dejar de tocar la piedra.

—No, no es así.

—Yo la creé.

—No te culpo.

—Solías culparme de muchas cosas. Y ahora de nada —Draco dijo con una sonrisa sin humor—. No sé cuál de tus dos versiones creer.

Harry no respondió. El pasado se alzaba entre ellos como un mar de palabras no dichas.

Draco pasó a delinear la piel alrededor, sabiendo que a pesar de que la piedra solamente alcanzaba a cubrir la parte más superficial de la dermis, aún así debía presentarle dificultades.

—¿Te molesta?

—Solía molestarme al volar. Ya no la siento.

Draco asintió, para luego inclinarse y besar el inicio de su espalda.

Era la mejor manera que tenía de decir "lo siento".

Harry se apoyó contra él y Draco lo envolvió entre sus brazos. Recordando. Siempre recordando.

—Tienes casi tantas cicatrices como yo —comentó, porque era lo único en lo que podía pensar luego de ver su espalda.

—La mayoría son de cortes que no sané —explicó Harry—. Diffindos. Heridas hechas en el campo de batalla. Tú tienes más, eso sí.

La diferencia era que Draco obtuvo la mayoría una sola vez, y ni siquiera fue una pelea como tal. Las de Harry eran distintas, y estaba seguro de que las había obtenido en diferentes ocasiones. Eran ocho años escritos y grabados en su piel.

Injusto, que hubiera pasado por tanto siendo tan joven.

Harry se volteó entonces para así besarlo, y Draco pasó la yema de los dedos por su cuello, su torso, sintiendo los distintos relieves bajo la mano. Posó el dedo índice con insistencia sobre la cicatriz del borde del cuello de Harry, una de las más prominentes. Le dio repetidos toques mientras lo miraba a los ojos.

Era una pregunta implícita.

—La obtuve el día que Ginny murió —respondió Harry, separándose levemente. Draco asintió.

—¿La extrañas?

—¿Te da celos?

Draco se detuvo a pensarlo, y aunque siempre había sido alguien posesivo... en este caso no, no le daban celos. Ginny Weasley estaba muerta y no había mucho daño que pudiera hacer desde el pasado. Al menos no a él, quien apenas la conocía. Draco no estaba compitiendo contra Astoria o Adrian quienes aún vivían y habían tenido a Harry, incluso en la superficie. No iba a competir con un fantasma. No tenía ni el tiempo, ni la paciencia.

Negó, y Harry se relajó visiblemente.

—A veces —admitió él, pasando sus brazos por la cadera de Draco—. Pero... como compañera. Ginny y yo nos parecíamos más de lo que alguna vez me pareceré a alguien. Solía entenderme cuando ni Ron ni Hermione lo hacían.

—¿Aún la amas?

—Sí. Creo que nunca dejaré de amarla —Harry respondió sin vacilar—. Pero no de la forma en que lo hacía antes.

El estómago de Draco se hizo un nudo, pero no dijo nada más, simplemente siguió su recorrido con la mano; posó los dedos encima de su pecho, donde una quemadura contrastaba con la piel morena.

—Es la quemadura del guardapelo de Slytherin —explicó Harry—. Un Horrocrux.

Un Horrocrux.

Draco se sintió mareado al escucharlo. Por un momento, el grifo de la ducha se oyó lejano, y un olor a sangre inundó sus fosas nasales. Había leído sobre los Horrocruxes en la biblioteca de la mansión, eran la magia más oscura existente, y como no se decía mucho de ellos (ni cómo crearlos o para qué servían), Draco estaba seguro de que se trataban de una leyenda. El concepto de un Horrocrux era abominable.

—Volveremos a eso luego —decidió cuando volvió al presente. Harry lo miraba con atención.

Sus dedos viajaron hasta un lado de la quemadura, donde Harry tenía múltiples rasguños e incluso algo parecido a un agujero. Lo oyó respirar hondo.

—Es la mordida de Nagini, de la ocasión que te hablé hace unas horas. Me hizo esta herida en la Navidad de 1997. —Harry levantó su brazo, y le mostró el costado—: También me dejó una aquí.

Allí también había múltiples cicatrices, repartidas por todas partes. Pequeñas, menos notorias que las de Weasley, pero existían y habían dolido en su momento.

—El corte de aquí —dijo Harry, dando vuelta su brazo para mostrar la parte interior—, fue hecho por Colagusano para resucitar a Tom. Esta cicatriz de aquí —apuntó al inicio de su extremidad—, es del colmillo del basilisco-

—¿Basilisco?

—Sí, ¿no lo recuerdas? —preguntó él extrañado—. En segundo año. Peleé contra él, y lo maté.

—Estás mintiendo.

—No. ¿Cómo es que no lo recuerdas?

Harry se veía divertido al sentir su incredulidad, pero la verdad... Draco era el que quería vomitar ahora.

Había tenido doce años.

Harry era- era un niño.

¿Qué hacía peleando contra un basilisco? ¿Por qué lo habían dejado, joder?

¿Acaso Harry llevaba peleando durante toda su vida?

—¿Draco?

Draco pestañeó, dándose cuenta de que la mano que sostenía el brazo de Harry estaba apretando con demasiada fuerza, probablemente provocando daño. Su agarre se relajó, y se aclaró la garganta para tragar la ira que subió por ella. Como distracción, entrelazó sus dedos y apuntó con la boca a las palabras escritas en el dorso de la mano de Harry.

—¿Qué es esto de acá?

—Umbridge. Quinto año. Me hizo escribir en detención con una pluma de sangre que "no debía decir mentiras".

Draco quería gritar.

—Voy a asesinar a esa hija de puta.

—Invítame.

Harry odiaría la lástima, así que lo que Draco sentía estaba totalmente lejos de serlo. Lo que sentía era... era cólera. Harry había sido herido una y otra vez, y continuaba siéndolo. Era como un bucle infinito donde las únicas opciones que había tenido eran luchar, o sufrir. O ambas. Harry no conocía más, y Draco quería mostrarle que sí había. Que existía más que esa guerra, y que Voldemort, y las cicatrices que ambos portaban.

Sólo no sabía cómo.

Harry no quería que comentara sus cicatrices, eso seguro. Era como volver a abrirlas de nuevo, y probablemente más de alguna persona intentó que le contara la historia, y luego le dijo la gran hazaña que era haber sobrevivido a esas cosas terribles. Draco sabía que se sentiría enfermo, así que tampoco lo hizo, sólo siguió trazando un camino con los dedos hasta la cadera de Harry, donde un tatuaje resaltaba. Lo había visto durante un entrenamiento y cuando se acostaron. No tenía idea de qué podría ser o cómo lo había conseguido.

Era una ave parecida a un águila que descansaba en una media luna. Sus alas estaban abiertas, y la luna tenía dentro unos símbolos parecidos a una runa, aunque Draco no podía recordar cuál.

—Esto lo tenemos todos los miembros de la Orden... —explicó Harry—. O sea, los que la dirigimos. Se grabó en nuestra piel después de un ritual para proteger la base bajo tierra, y luego sirvió para esta mansión. Es lo que evita que entre gente que nosotros no hemos autorizado, y lo que me permite a mí abrir las puertas. Hasta ahora funciona a la perfección, pero es un ritual de luz y la magia negra puede deshacerlo si se estudia cómo. Nos servía como Fidelius para la base debajo de la tierra. Aquí arriba... no es tan eficaz.

De todas formas, era un movimiento inteligente. Un impedimento. Voldemort probablemente no sabía de su existencia porque no se trataba de magia negra. Le parecía que fue justo lo que la Orden necesitaba hacer.

Solamente deseaba que no hubiera marcado a Harry más de lo que ya estaba marcado.

Draco asintió, sin querer saber más. Harry probablemente no recordaba el resto de sus cicatrices. Y si lo hacía, creía que él iba a terminar vomitando.

—Vamos —dijo luego de dejar un beso en sus labios, mientras salían de la ducha.

Harry le hizo caso, y Draco aplicó un hechizo para que ambos se secaran. Se metieron a la cama así, sin vestirse. En un rato él debía marcharse para no levantar sospechas. No tenía sentido ponerse su ropa ahora.

—¿Me explicarás que es eso de "Horrocrux"? —preguntó Draco una vez que estuvieron frente a frente bajo las sábanas.

Harry cerró los ojos con pesar. Draco notó que le faltaban sus lentes.

—La razón por la que buscamos tanto a Nagini, es porque ella es un Horrocrux. ¿Sabes lo que es eso, no?

Él hizo una mueca.

—Algo.

—Un objeto que usualmente guarda el alma de las personas. Tom fragmentó su alma en siete pedazos.

Su corazón se saltó un latido, viendo con incredulidad la cara ajena. Harry aún no abría los ojos.

—Siete...

—El guardapelo que me dio la quemadura era uno. La copa de Hufflepuff en la bóveda de Bellatrix era otro. El diario que tu padre puso en el caldero de Ginny, el anillo de los Gaunt y la diadema de Ravenclaw que buscábamos en la Sala de Menesteres —Draco recordó el fuego, a Crabbe y Goyle y cómo había suplicado que no mataran a Harry—, también eran pequeños pedazos del alma de Tom.

—Nagini era el sexto —Draco dijo, tratando de seguirle la corriente, aunque era demasiada información para digerir—. ¿Qué hay del último?

Harry suspiró una vez más.

—El último era yo.

Por un largo y doloroso momento, Draco no pudo reaccionar.

No, repetía su cabeza. No. No. No. Había oído mal. No.

Todas las piezas empezaron a encajar en su cabeza. Que Harry sobreviviera a la Maldición Mortal, no una, sino dos veces. El poder que tenía. Todo, todo empezaba a cobrar sentido y-

Su reacción instintiva fue pasar los brazos por la cintura de Harry, acercarlo y aferrarse a él con fuerza, como si alguien se lo fuera a arrebatar.

Harry había tenido a Voldemort dentro suyo.

No. No. No.

¿Cómo no se había vuelto loco? ¿Cómo había resultado ser alguien decente, después de todo eso?

—¿Cómo? —susurró.

—Tom lo hizo sin querer la noche que mis padres murieron. El Avada Kedavra rebotó, y parte de su alma quedó viviendo dentro mío. Es algo difícil de explicar —Harry dijo rápidamente, abriendo sus ojos de golpe—. El tema es que ya no está. Cuando morí en el Bosque...

Draco comenzó a respirar erráticamente al escucharlo, al rememorar ese día. Estaba todo claro en su mente: el semigigante llevando a Harry en sus brazos, Voldemort gritando que estaba muerto. Y luego, lo que había venido después: ver a Harry morir en el Ministerio, ver cómo el Lord le arrancaba la cabeza frente a sus ojos.

Draco sentía que Harry se le escapaba de entre los dedos.

Este reaccionó al verlo tan agitado y lo abrazó también. Su cara estaba a centímetros de la de Draco.

—Cuando morí en el Bosque —continuó, esperando que se calmara—, ese pedazo de él que estaba dentro mío murió también, y se me dio la oportunidad de volver. Se me dijo que yo podría arreglar este desastre.

—Esto es más grande que tú.

—¿Crees que no lo sé? —Harry espetó con brusquedad, para luego negar con la cabeza—. Da igual.

Draco sintió que se relajaba de todas formas, porque si Harry había muerto antes, significaba que ya no albergaba nada de Voldemort dentro suyo. Significaba que no había razón para perderlo otra vez...

Necesitaba aferrarse a ese pensamiento.

—Tom y yo solíamos compartir una conexión antes de eso, y yo heredé algunos de sus poderes: hablar pársel, por ejemplo —Harry continuó explicando, perdido en su memoria—. Cuando morí, la conexión se cortó, pero el poder mágico que heredé de él, o el pársel, no me abandonaron. Pasaron a formar parte de mí, eso es lo que concluyó la Orden.

Harry se veía amargado al respecto. Draco no entendía por qué.

La respuesta llegó un segundo más tarde.

—No los quiero. No son mis dones en realidad. Todo lo que soy- todo, absolutamente todo, es gracias a ese cabrón. Mi poder. Mis habilidades. Todo es por su causa.

—Eso no es así —Draco dijo sin aliento, empezando a sentirse impotente.

—Sí lo es. Si soy poderoso, es gracias a él.

—Harry...

Draco lo miró, y nunca había visto alguien tan poco parecido a Voldemort. Él, quien convivió con ese hijo de puta por años, y de quien Draco supuestamente era uno de sus súbditos más fieles, lo sabía mejor que nadie. Harry no era nada de lo que era gracias a Voldemort; quizás por su culpa, pero no gracias. No importaba lo que creyera, Draco sabía que no era así. Y joder, cómo dolía observar esos ojos verdes perturbados...

—¿No te ves de la misma forma que el resto te ve, no es así? —Draco le preguntó. El sonido de su voz salió estrangulado—. No puedes.

Harry volvió a apretar los dientes, y a pesar de que Draco podía juntar los pedazos de lo que le había contado y hacerse una idea de lo que había tenido que pasar para terminar así, no lo sabía todo. ¿Qué había de sus parientes muggles? ¿Por qué Harry no los mencionaba nunca?

¿Por qué parecía ser que Harry no valoraba nada de lo que él mismo lograba?

—Harry, eres más que eso-

—Bueno, volviendo al tema —dijo cambiando el hilo de esa conversación bruscamente. Draco cerró la boca y lo escuchó—. Nagini desapareció. Hay que buscarla y matarla, para así hacer a Tom mortal. Por eso él está tan desesperado por encontrarla también, porque de ser así, puede ser asesinado como cualquier otro hombre. Por eso hizo lo que hizo con Narcissa- porque si ella sabía donde Nagini se encontraba y él la hallaba antes que nosotros... podía respirar tranquilo nuevamente. Pero no ha sido así. Y mientras yo viva, y él crea en la profecía, todo esto representa una amenaza demasiado grande.

Draco nunca se había parado a pensar en la profecía. Su pecho se contrajo.

—¿Y tú crees en ella? —murmuró, sin estar seguro de querer saber la respuesta.

Harry demoró unos segundos en hablar.

—No lo sé. Creo que prefiero no hacerlo, pero...

—¿Pero?

—Si es cierta, uno de los dos tiene que morir. Sí o sí. ¿Lo entiendes?

—Harry-

—¿Lo entiendes?

No. Draco no lo entendía. Nada era inevitable en el universo y no era posible que después de todo lo que Harry tuvo que pasar- después de todo- tuviera que dar más. Tuviera que seguir poniendo su vida en juego. Tuviera que ser él. ¿Por qué? ¿Por qué no otro? ¿Por qué no podía ser alguien más? Draco habría dado todo su dinero, todo lo que tenía, todo lo que era- para cambiar sus lugares. Para que Harry no tuviese que vivir con esa maldita responsabilidad.

—Él va a ser quien morirá —murmuró con fuerza, ahuyentando las lágrimas que se posaron en sus ojos—. Él- no tú. No tú, Harry.

Harry no contestó.

Después, besó su coronilla.

—Primero hay que enfocarse en lo importante. Debemos encontrar a Nagini.

Draco cerró los ojos, deshaciéndose de sus lágrimas.

—De no encontrar a Nagini... ¿No hay forma de acabar con él?

Harry esperó unos instantes para responder.

—No.

Mierda.

—Y la he buscado por todos los lugares posibles, lo juro. Te lo juro, Draco. Simplemente no está. Nagini despareció, y la guerra se ha alargado porque no he podido encontrarla y yo-

—Harry. —Draco tomó los bordes de su cara—. Has hecho todo lo que has podido.

Él negó, y no sabía si eran sus imaginaciones, pero Draco creyó que sus ojos esmeralda estaban comenzando a llenarse de lágrimas también.

Se dio vuelta para quedar a horcajadas encima de él, sin dejar de sujetar su rostro, y repitió:

—Has hecho todo lo que has podido.

Harry cerró los ojos. Empezó a respirar agitadamente.

Draco no sabía qué hacer, cómo ayudarlo, cómo enmendar el mal que otros le habían causado.

El mal que él mismo le había causado.

—Lo siento —susurró Draco, inclinándose y dejando un beso en su cuello—. Lo siento.

Draco se disculpaba por muchas cosas. Porque él había contribuido a hacer de su vida un infierno cuando eran jóvenes. Porque lo hirió cuando ya tenían confianza. Por no haber estado allí. Por no haberse dado cuenta antes de su sufrimiento.

Porque Harry tenía que pasar por todo eso, y nadie podía ayudar a que su dolor se volviera más ameno.

Harry lo abrazó. Quizás estaba cansado de hacerlo todo solo.

Y ahora veía que no lo necesitaba.

Draco estaba dispuesto a ayudarlo. A cargar con el peso junto a él.

Así que Harry se dejó hacer mientras Draco lo sostenía, fuerte y duro y real. Sus manos delineaban el cuerpo ajeno mientras murmuraba.

—Lo siento —repitió, besando ahora su frente, a un lado de su cicatriz—. Siento no haberte visto antes. Siento no haber pensado en ti antes. Mereces una vida feliz, ¿lo entiendes?

Harry no respondió. Las respiraciones que soltaba no se habían calmado, y las palabras del rubio salían de su boca por sí solas. Draco no se había disculpado nunca antes, tampoco había rogado- y luego iba Harry Potter y lograba que hiciera todo eso en meses. Pero no le importaba. Draco era capaz de arrastrarse, era capaz de elegirlo por encima de las vidas de todos los inocentes en el mundo; de arrasar con sus familias y desmantelar sus futuros. Era capaz de lo que fuera, para que Harry dejara de sentirse así.

Para enmendar un poco el daño.

—Mereces el mundo, y lo que puedo darte es poco en comparación. Pero trataré de que sea suficiente. Oh, Merlín, esperaré que sea suficiente.

Harry tragó el nudo que Draco notó que se posó en su garganta y se dedicó a delinear con cuidado las múltiples cicatrices que le cubrían el torso. Una parte de sí quiso gritarle que se alejara: él le había dado esas cicatrices. El "Cobarde" que llevaba escrito en el pecho estaba ahí, en su mayor parte, debido a que no soportaba fallarle de nuevo.

Sin embargo, eran pensamientos egoístas. Harry se había expuesto. Era justo que él se expusiera de vuelta.

Aunque de cierta forma ya lo había hecho.

Era extraño admitir que nadie lo conocía más; Draco le había contado cosas a Harry que jamás le habría dicho a otra persona, y viceversa. Quizás porque nunca necesitó aparentar frente a él; ya tenían el peor concepto el uno del otro.

Lo entendía. Harry lo veía tal cual era: sin paredes, sin máscaras. Nadie lo conocía tanto. No así.

Definitivamente no así.

—He hecho más daño del que alguna vez podré pagar, pero trataré de enmendar en lo que me queda de vida los errores que he cometido contigo.

Era verdad. Draco estaba dispuesto a hacerlo, a pasar el resto de tiempo que le quedaba intentando redimirse. A que si Harry sufría de nuevo no fuera por su culpa.

Sus manos se posaron en los costados de Harry, esperando que lo perdonara, al menos en una pequeña parte de sí mismo; esa que no admitía que aún le guardaba rencor por algunas cosas.

Draco puso la boca en su mejilla.

—Por el inicio —dijo suavemente, como si quisiera ponerle miel a sus palabras. Que dejaran de sonar tan crudas como eran. Que significaran menos.

Sus manos subieron. Draco estaba en su cuello de nuevo, dejando un beso justo en la línea de su mandíbula. Harry ahogó un suspiro. Draco se preguntó brevemente si quizás no podía hallar una forma de fundirse en él. De ser parte de él. Quería eso. Quería eso y más.

Su vida era de Harry.

—Por quien fui en Hogwarts.

Draco se puso entre sus piernas, colocando las manos a los costados de la cabeza de Harry y mirando hacia abajo. Estaban casi completamente pegados bajo las sábanas, y eso era exactamente lo que deseaba: estar piel con piel.

A diferencia de otras veces, no se encontraba apresurado como si todo el tiempo ambos estuvieran corriendo en contra de un reloj que no los dejaba descansar. En ese momento, se estaba tomando sus minutos para explorar. Para compensarlo. Y Harry lo miraba- lo miraba...

Como si Draco valiera la pena.

Algo se retorció dentro suyo.

—Por lo que te hice pasar —susurró Draco, para luego agacharse y dejar un beso encima de su pecho, justo en el lugar de la cicatriz del relicario.

Una parte suya quería detenerse. Todo se sentía- demasiado personal. Demasiado íntimo. Sentía que le estaba permitiendo ver una parte suya que nunca le había mostrado a nadie. Una parte frágil, porque Draco lo estaba mirando, y estaba seguro de que en sus ojos la palabra "cariño" estaba escrita. Quería detenerse y parar todo eso- todas esas palabras estúpidas y la cercanía que el día que le fueran arrebatadas, dolerían. Dolerían como nada más en el mundo, porque todo lo que le importaba le era arrebatado.

Era seguro que no duraría para siempre.

Pero Harry se estaba mostrando vulnerable también, y Draco deseaba devolvérselo de alguna forma.

Así que no se detuvo. Continuó bajando, sin despegar la boca de su piel, y besó su cadera, justo encima de su tatuaje.

—Por sexto año.

Harry enterró los dedos en su cuello, mientras las manos de Draco subían y bajaban por sus costados. Prontamente su cabeza estaba entre los muslos de Harry, y Draco se encontraba besando la piel del interior mientras él lo miraba.

Tal como Draco, todos sus sentimientos se reflejaban ahí.

—Por séptimo año.

Draco subió de nuevo, haciendo que la espalda de Harry se arqueara en la cama. Prontamente estaba encima de su cara, respirando el mismo aliento. Draco no cortó el contacto visual, observando los desnudos ojos verdes de Harry y- ¿siempre había sido de esa manera, no? ¿Como si Harry pudiera mirarlo a él, dentro de él, a través de él?

Draco imprimió todo lo que quería decir en esa mirada. Harry aún no sonreía. Su mandíbula se mantenía en una fina línea.

Bajó los labios hasta la punta de su nariz.

—Por lo que vino después.

Y sonaba tan... dolido, incluso a sus propios oídos. Las palabras salían de su boca como un sonido estrangulado. Harry tenía claro que Draco probablemente no se arrepentía de la mayoría de las cosas que había hecho, pero la forma en la que hablaba en ese momento, parecía... Parecía ser el tono de alguien que quería ser mejor. Que deseaba ser- más. Sólo más que esa guerra. Alguien que se arrepentía. Alguien que quería ser más, porque pensaba que Harry merecía más también.

Draco estaba siendo honesto.

Esperaba que él pudiera verlo.

Harry puso una mano alrededor de su cuello y lo atrajo hacia él, hasta que su cuerpos estaban chocando el uno con el otro. Cerca. En él. Con él.

Quizás la razón por la que Harry no hablaba, era en verdad porque no quería arruinarlo. Draco podía reconocerlo, Harry creía que terminaba estropeando todo. Tenía demasiado miedo de fallar, de que Draco viera en verdad que era una "farsa", como él mismo había creído, minutos atrás, diciendo que gracias a Voldemort tenía lo que tenía. Harry creía que no era especial. Que no era extraordinario.

Bueno, en eso se parecían. Draco pensaba en sí mismo como un hombre al que la guerra le había quitado todo y ahora nada más quedaban pequeños espacios. Vacíos que sólo eran capaces de ser llenados con mentiras. Draco no deseaba que Harry viera lo que él veía cuando se miraba al espejo y se alejara de él.

La diferencia era que entre los dos, Harry sí era especial.

Harry merecía salir de todo eso.

—Cariño... —Draco pasó una mano por su mejilla, para así despejar su cara de cabellos sueltos—. Cariño... Harry.

Podía ser cursi, y patético. Draco sabía que lo era. Ni siquiera estaban juntos, y hacer esto era revelar más de lo que él quería revelar. Aquello duraría la guerra, nada más allá. Pero veía su cara, y era imposible no pensar, no preguntarse...

De haber estado en otro escenario, ¿ellos podrían...?

¿Podrían-?

Draco acarició su mejilla, ahuecandola.

—Harry.

Quería repetir su nombre, decirlo una y otra y otra vez hasta que perteneciera en sus labios como un beso.

Harry atrapó su espalda baja con las piernas.

—Cuidaré de ti —Draco se movió para así poder murmurar en su oído, acariciando una cicatriz en su costilla.

Su corazón iba demasiado rápido.

—Así como yo lo haré contigo —respondió Harry de inmediato.

Por unos minutos, lo único que hizo Draco fue estar en silencio, escuchar su respiración, y asegurarse de que eso estaba pasando de verdad. Era demasiado difícil de creer. Era la primera vez en... meses, que sentía algo parecido al contento. No felicidad, pero lo suficientemente cerca. Porque Harry estaba bien, estaban piel con piel, y podía besarlo y hablarle y disfrutar del tiempo que tuvieran.

Era demasiado real.

Y eso hacía que le diera miedo estar imaginándolo.

Draco apoyó la cabeza en su hombro y respiró profundamente.

—Nos cuidaremos el uno al otro entonces.

Harry asintió, provocando que su estómago se revolviera.

Su vida le pertenecía.

Draco era suyo.

Aquello iba más allá de algo tan banal como una relación. Iba más allá de algo tan banal como poseer el cuerpo del otro. Draco era suyo y Harry le pertencía para cuidarlo, para protegerlo, como algo que no podía explicarse en palabras. En ese momento, Harry era su todo, y Draco se aseguraría de que continuara siéndolo, incluso si es que después de que las cosas acabaran, su destino no fuera a su lado.

Draco lo miró desde el borde de la clavícula hacia arriba, y la visión le quitó el aliento. Joder, el bastardo era atractivo, era algo demasiado obvio como para seguir recalcandolo. Pero no sólo eso. Harry era- era...

Harry era magia.

Draco subió un poco, rozando sus narices, y Harry, sin siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, lo besó.

Olía a madera. A humo.

Y a esperanza.

—Harry —dijo Draco, separándose un poco, y sonando casi desesperado—. Estoy aquí. Estoy justo aquí.

Harry pareció saber a qué se refería.

—Estoy aquí también.

Todo dentro de esa habitación era demasiado perfecto para ser real, mientras afuera la mansión se encontraba en un completo caos. Y cada vez que algo era demasiado perfecto, demasiado bueno y feliz, ese mundo se los arrebataba, les hacía recordar que estaban hechos para no más que sueños frustrados y torturas eternas. Tenerse el uno al otro- tenerse de la forma en la que se tenían... parecía una fantasía. Una fantasía que en cualquier momento se les escaparía de las manos.

Harry lo besó de nuevo, apegándose más a él.

—Es real —susurró—. Estoy aquí. Estoy aquí, Draco.

Draco cerró los ojos e intentó creerle.

No sabe si lo logró.

 

Notes:

Harry en el cap anterior: Ya nada me importa, ni las vidas ni a quien mato;)

Harry en este cap desde el Pov de Draco:

Chapter 49: Capítulo 43: Deber

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Draco se marchó cuando el sol estaba saliendo, y Harry prometió seguir durmiendo después.

Sin embargo, luego de intentarlo por una hora entera, volvió abajo a ayudar en lo que podía.

Kingsley junto a Molly ya habían reorganizado las habitaciones para que la gente nueva durmiera con sus cercanos, y al menos ya no quedaban heridos amontonados en cada rincón de la mansión. Se respiraba una amarga calma, como si la gente hubiera dado por sentado que sin importar la fecha, podrían terminar todos muertos de igual forma.

Harry asistió a los heridos que aún estaban en el patio tomando aire fresco, y cuando llegó la hora, Hermione fue a buscarlo afuera alegando que debía comer. Harry le dijo que no era capaz de hacerlo, o vomitaría, pero ella no escuchó, y minutos después, Harry se vio sentado en el comedor principal de la mansión con Ron a su lado y Hermione enfrente.

La mayoría del tiempo las personas en la base solían tomar turnos para comer, y los que no alcanzaban la mesas comían en otros lugares; Harry usualmente era de esos. Sin embargo, ese día el comedor se encontraba prácticamente vacío, por lo que tampoco tenía alguna excusa para irse.

Harry miró los aperitivos encima de la tabla de madera y se sintió enfermo recordando la tarta de melaza que se le había caído. No era nada extravagante ni mucho menos se trataba de cantidades colosales de comida, pero después de todo lo que había pasado apenas horas atrás...

Ron se encontraba comiendo sin importarle aquello, aunque estaba más callado que de costumbre. Él y Hermione tenían ojeras tan profundas como las suyas, y a ella todavía se le dificultaba comer con sus dedos faltantes. Su cabello estaba mucho más esponjoso que cualquier otro día, y aunque en algún punto ambos tuvieron que hacer una pausa para bañarse o limpiarse, Harry sentía que aún apestaban a sangre y humo.

Ron empujó una bandeja de pan con huevo hacia él, y Harry, con la mirada fija en esta, trató de recordar un momento en el que hubieran comido juntos que Ron no hubiese hecho algo así. Siempre estaba tratando de alimentarlo hasta reventar, comiendo junto a él; sobre todo luego de las vacaciones de verano cuando eran niños.

—Así que... —Ron irrumpió el silencio cuando vio que Harry agarraba el pedazo de pan y se lo echaba a la boca, muy a regañadientes— estaba pensando en lo que Hermione dijo ayer, sobre entrar al Ministerio.

—¿Qué hay con ello?

Ron se removió incómodo en su lugar y evitó su mirada. Harry sabía que no le iba a gustar lo que le diría.

—¿Qué piensan los Mortífagos sobre la desaparición de Adrian?

Tenía razón.

—Según lo que Nott, nos dijo —se apresuró a decir Hermione y Harry paró de comer, sintiendo que su cuerpo se desinflaba—, desconfiaban de él en un inicio, de que él hubiera sido el culpable o un espía, pero su familia reportó su desaparición horas antes de la muerte de McGonagall porque sabían lo que iba a hacer: de esa forma tendría una coartada. Así que ahora simplemente está en la lista de desaparecidos del gobierno.

—O sea que lo más probable... es que su casa aún tenga abierta la conexión de flú para entrar al Ministerio —Ron dijo, y sonaba como si hubieran ensayado ese diálogo antes—. O mejor, sus padres tienen acceso a este desde su hogar para así poder ir a consultar el avance sobre la desaparición de su hijo.

—Sí, es lo más probable.

Harry enfocó la vista en sus manos y las apretó cuando comenzaron a temblar de cólera. Sabía adónde iría Ron con todo eso, y Harry confiaba en Ron, tenía claro que lo que fuera a sugerir era un buen plan, una buena forma para entrar al Ministerio y así tirarlo abajo.

Pero el costo que Harry pagaría sería grande.

—Su familia no nos dejará pasar, en todo caso —continuó Hermione, maquinando—. O bueno, nos pedirán alojo aquí en la base si es que acceden. Los Mortífagos sabrán que entramos al Ministerio a través de su casa, no podrán quedarse allí después del ataque.

Ron asintió.

—Si es así... tendríamos que liberar a Adrian para hacer el trato.

Harry apretó los párpados.

Ambos pares de ojos estuvieron encima suyo al instante, y Harry oyó sus propios dientes rechinar, incluso sin quererlo. Tomó el pan a su lado y le dio un mordisco, sólo para hacer algo y evitar la confrontación.

—Harry...

—No me miren a mí —espetó—. Kingsley, Arthur, Poppy y Molly son los encargados de ese tipo de decisiones.

—Pero sabes que Kingsley toma en cuenta tu visión más que la de todos nosotros.

Quería que fuera una mentira; sin embargo, era cierto. Kingsley le había preguntado qué creía que debían hacer con Adrian y Harry respondió que, si fuera por él, se quedaría encerrado en esa celda hasta que se pudriera.

Si le decía que había cambiado de opinión, Kingsley lo tomaría en cuenta, porque así era él.

El problema es que Harry no había cambiado de opinión, su estómago se revolvía de sólo pensarlo.

—Mató a McGonagall —les dijo, como si eso explicara todo. Harry apretó el pan con tanta fuerza que las migas saltaron para todas partes.

—Y Malfoy la torturó —Hermione replicó, haciendo a Harry tensarse aún más—. La cegó, quién sabe cuántas cosas más, y no te veo-

—Mione —Ron intervino con delicadeza—, ahora no.

Hermione no entendía la diferencia entre Draco y Adrian, no sabía qué tan distintas habían sido las cosas, pero joder cómo escocía saber lo que pensaba de él.

Su mente iba demasiado rápido, y una sensación de amargura e ira nació en su sangre. Harry dijo que haría lo que fuera para ganar la guerra, lo que fuera. Pero McGonagall fue el detonante de esa decisión, ¿y dejar a su asesino suelto...?, ¿permitir que su muerte fuera impune?

¿Hasta qué punto tenía que seguir doblando la justicia?

Por una vez quería ser egoísta y tener la satisfacción de la venganza en sus manos. No pudo salvar a McGonagall, pero pudo capturar a su asesino y hacer que las pagara. Harry no quería deshacerse de eso, de uno de los pocos triunfos que había tenido: se lo debía a Minerva. Era injusto que quisieran quitarle aquello también.

Pero- sabía que estaba siendo infantil.

Minerva también era cercana a Ron y a Hermione, y ellos no estaban la mitad de escandalizados. Se preguntaba qué pensaba Madam Pomfrey. Harry se preguntaba si en caso de negarse, ella estaría de su lado.

De todas formas, sabía que no iba a decirle que no.

—Hablaré con Kingsley —terminó dictaminando de mala manera, porque las opciones se acababan.

Desearía con todas sus fuerzas tener más.

Sería obligado a verlo todos los días. Despertaría y quizás se lo toparía fuera de su habitación. Lo escucharía reír, sabiendo que le había quitado esa oportunidad a McGonagall. Harry tendría que pasar cada minuto y hora evitando cruzarse con él, no pudiendo estar en paz, porque cada vez que lo mirara a los ojos, iba a ver la cara de Minerva. ¿Y qué pasaba si quería hablarle? ¿Qué haría Harry entonces?

¿Tendría que fingir normalidad?, ¿hacer como si nada hubiera pasado?

La mano de Ron se posó sobre su hombro y apretó; Hermione estiró el brazo encima de la mesa y atrapó su mano que aún sujetaba el pedazo de pan.

—Lo siento —dijo ella. Sonaba apenada.

Harry recién allí notó que su pecho subía y bajaba con frenesí. Se llevó los dedos a la camiseta y la estiró. Ron se acercó más. Hermione intensificó su agarre.

Estaba bien. Todo estaría bien. Ellos estaban allí. Le ganarían a Voldemort. La guerra acabaría pronto.

Encontrarían a Nagini.

La guerra acabaría pronto.

—Harry —Ron dijo, Harry notó vagamente cómo le costaba pararse—. Está bien. Ven, vamos.

Harry se quedó en su lugar mientras Hermione se levantaba también. Pronto la sintió a su costado. El shampoo de flores inundó sus fosas nasales.

—¿Te gustaría ir a volar? —preguntó ella. Harry pudo oír cómo le temblaba la voz y se sintió peor. No quería preocupar a Hermione.

Tampoco podía contestar.

—Está bien —Ron respondió por él—. Vamos a volar.

Harry se dejó levantar e ignoró las miradas curiosas de las personas a su alrededor, así como ignoró la manera en la que se quedaba sin aire o el latido desenfrenado de su corazón. Trató de vaciar la mente y se concentró en el calor de Ron a su lado, quien cojeaba, y el aroma a flores de Hermione. El resto desapareció.

Ellos estaban ahí.

Ellos siempre iban a estar ahí.

Harry caminó con Hermione y Ron por el jardín durante unas cuantas horas.

Ninguno voló en realidad.

•••

Los días pasaron, Harry habló con Kingsley acerca de Adrian, y el plan para tumbar el Ministerio comenzó a maquinarse. Pronto lo harían, cuando ya tuvieran todos los detalles resueltos.

Año Nuevo llegó, y Harry no salió de su habitación a celebrar una mierda. Porque era otro año más encerrado en esa puta mansión, esperando que sucediera un milagro. No había nada que festejar. Ilusamente creyó que aparecería Draco ese día para hacerlo mejor, pero eso no sucedió, y lo único que Harry recibió fue a un Ron y una Hermione que entraron a abrazarlo a las doce de la noche y darle alcohol que los refugiados habían llevado.

Harry se quedó con ellos hasta la madrugada.

Las semanas volaron, Harry extrañó a Draco, y se enteró sólo a través de Theo que estaba bien, ocupado, y aunque eso no menguaba su deseo de que estuviera allí, sí lo tranquilizaba un poco. Lo extrañaba. Harry estaba cayendo en una rutina enfermiza en la que cada día se parecía al otro, y la única vez que algo medianamente diferente sucedió, fue a mediados de enero.

Astoria llegó de sorpresa un día diecisiete y le dijo que las cosas por fin se habían calmado (o lo máximo que podían calmarse). Harry se alegró de verla, a pesar de que había creído ilusamente que Draco era el que estaba haciendo quemar su moneda. Ella entró con la máscara puesta, dijo que intentaría avanzar con Lucius, y Harry la acompañó para observar el proceso mientras se preguntaba... qué pasaba en verdad dentro de su dañada mente.

¿Había alguna forma de que Harry pudiera ayudar? No lo creía, pero le gustaría que fuera así. Las cosas serían tan fáciles, Draco tendría a su padre de vuelta, sonreiría más seguido- quizás.

Pero si Astoria no se lo había propuesto, era por algo.

Cuando ella dijo que había sido suficiente por el día, Harry se fijó en Lucius y que no se veía nada diferente a cómo llegó la primera vez. Más limpio quizás, algo más repuesto, pero igual de ausente. El anillo familiar que Draco le regaló para Navidad brillaba en su dedo; su cabello estaba amarrado en una coleta.

Draco y él nunca habían lucido más diferentes.

—¿No hay nada que yo pueda hacer? —preguntó Harry cuando ya estaban saliendo. Astoria tenía nuevamente puesta su máscara—. Como mi magia es poderosa, digo.

—No, Harry, al contrario. La Legeremancia es algo muy delicado. Si utilizamos tu magia para quebrar una Imperdonable, podríamos quebrar completamente a Lucius también. Podría quedar peor que Andrómeda. Y hablo físicamente. No creo que Draco quiera eso.

Harry suspiró. No había esperado lograr demasiado.

Afuera en el patio desierto, Astoria se quitó su máscara, y juntos recorrieron en silencio el laberinto hacia la salida. Harry la miró de soslayo: su impecable trenza se encontraba allí como siempre, aunque lucía más agotada que de costumbre.

—Perdón por no haber venido antes —dijo ella de pronto, a unos cuantos metros del portón—. Mi padre fue herido en San Mungo.

Harry estuvo a punto de sonreír por lo irónico que sonaba eso, pero rápidamente se sintió terrible al ni siquiera haberle preguntado a Astoria por qué no se había presentado antes. Sólo había sabido a través de Theo que estaba viva.

De verdad, Harry era muy egoísta a veces.

—Está bien —repuso Harry, poniendo un brazo encima de sus hombros—. ¿Se recuperó ya?

—Sí. —Sonrió—. Afortunadamente no fue nada grave.

Astoria no se veía afligida, así que se limitó a asentir.

La mujer se apegó a él mientras continuaban caminando. Debían haber unos cuantos grados nada más; Harry estaba seguro de que se pondría a nevar en cualquier instante. Esperaba que en su mansión tuviera una chimenea en su pieza para entrar en calor o algo, Astoria tiritaba.

—Así que... —volvió a hablar ella después de un minuto—, ¿cómo está Draco?

—No lo sé, no ha venido a la base desde Navidad.

—No es eso lo que estoy preguntando.

Harry casi dejó de caminar, pero no le tomó demasiada importancia. Podría significar cualquier cosa.

—¿Y qué estás preguntando, entonces?

Astoria fue la que frenó, en todo caso. Estaban a punto de salir, y ella se separó de su agarre, mirándolo de frente con una ceja arriba. Harry casi sintió que era una madre a punto de regañar a su hijo.

—El resto del mundo no es estúpido, yo no soy estúpida, así que no trates de actuar como si lo fuera.

—Necesito que seas más clara.

—¿Ya te lo follaste?

Si hubiera estado bebiendo algo, Harry probablemente lo habría escupido.

Astoria no parecía para nada afectada, y algo del pánico tuvo que haberse trasladado a su cara o a sus pensamientos, porque segundos después lucía más divertida que otra cosa. Harry intentó buscar en su cerebro algo para decir, alguna frase coherente o una excusa, pero al final lo único que terminó saliendo de su boca fue un:

—Sí.

Astoria soltó una risita.

—Es bueno saberlo.

Harry sintió, por primera vez en años, cómo la sangre comenzaba a arremolinarse en la punta de sus orejas y sus mejillas, haciendo arder su piel. Era raro que se sintiera avergonzado.

En ese momento lo estaba, y Astoria lo notó también.

—Es más que eso —aseguró ella, suspicaz—, ¿no es así?

Harry pensó en Navidad. Draco había lavado su cabello, había besado sus cicatrices; se disculpó y le dijo que pasaría toda la vida enmendando los errores que cometió con él. Harry estaba seguro de haber visto en sus ojos más de lo que antes se había atrevido a demostrar.

Oh, joder, cómo lo extrañaba.

—Sí.

—¿Lo amas?

—El amor es una palabra muy fuerte.

—¿Pero lo haces?

—Ni siquiera estamos juntos. Esto solo durará lo que dure la guerra —Harry respondió. Sus palabras sonaban vacías—. Que no creo que sea mucho.

Sí-

Sonaba a mentira.

Astoria se le quedó mirando con el ceño fruncido. Harry habría creído que para ese punto ya estaría muy incómodo, pero la verdad es que era un alivio poder hablar de eso con alguien. Ron y Hermione no eran una opción. Luna ni siquiera hablaba. Todos detestaban a Draco, y no había nadie en esa base con el que Harry se sintiera lo suficientemente cómodo para abrirse el corazón y mostrar qué llevaba escrito en él.

Bueno, excepto Astoria.

—¿Sabías...? —Astoria preguntó, Harry podía apostar que había escuchado sus pensamientos por la sonrisa satisfecha que tenía pintada—. ¿Sabías que la mayoría de las veces que me metí a la cabeza de Draco, tú eras su primer pensamiento? Casi siempre.

Harry sintió cómo su estómago se encogía sobre sí mismo.

En una buena forma.

En una excelente.

—Incluso desde el inicio, incluso cuando se odiaban, lo que él no quería que yo viera siempre estaba relacionado contigo. Una de las primeras cosas que supe es que tú rechazaste su mano cuando eran niños.

Harry no pudo evitarlo, una leve sonrisa tiró de sus labios y lo obligó a bajar la cabeza. Idiota. No lo había superado aunque estuvieran cercanos a cumplir los treinta.

Harry tuvo un pequeño recuerdo de cuando ambos tenían catorce años. Eran pequeños e idiotas, y él estaba recién afectado por la muerte de Cedric. Draco había entrado a su compartimento casi cinco años después de que Harry hubiese rechazado su amistad, y llegó a recordárselo y a recriminarle. De la peor forma posible, cabía decir.

Lo que antes recordaba con cierto rencor, ahora lo estaba haciendo sonreír más amplio.

—Aún no supera eso, ¿no?

—Lo dudo.

Harry se pasó una mano por la cara y Astoria le dio un pequeño empujoncito. Se sentía extraño. Nunca, desde que tenía quince o dieciséis, había hablado de un tema tan banal como ese con uno de sus amigos. Y era estúpido que lo hiciera sentir así.

—He visto la forma en la que lo miras, desde el inicio —Astoria susurró, como si le contara un secreto—. Siempre he visto la forma en la que lo miras.

Harry levantó la mirada.

—¿Y cómo lo miro?

—Como si fuera lo único que te hiciera sentir vivo.

Eso-

Eso era bastante acertado.

Harry nunca lo había pensado así, pero tenía sentido. Desde que Draco llegó a él esa noche de enero, renovó dentro suyo un desprecio que no se había molestado en sentir por nadie que no fuera Voldemort. Y el tiempo pasó, y en algún punto ese sentimiento mutó a algo más sin que se diera cuenta. Fuera como fuera, Harry había vuelto a sentir por algo que no fuera la guerra. Bueno o malo.

Eso era lo importante.

—De buena o mala forma, desde que él llegó, has sentido más de lo que yo te he visto sentir en estos cinco años —Astoria finalizó.

—Supongo que sí.

Ella volvió a ponerse a su lado y Harry envolvió el brazo alrededor de sus hombros una vez más. Retomaron su camino mientras Astoria parecía pensar.

—¿Alguien más sabe? —preguntó.

—No que yo sepa.

—No que tú sepas... —repitió incrédula—. Pero todos lo sospechan en algún nivel.

Lo dudaba. Si fuera así, Hermione no habría dicho esas cosas, semanas atrás. Ron tampoco pondría cara de que acababa de chupar un limón cada vez que Harry mencionaba a Draco por alguna cosa de la Orden o de Lucius. De todas formas, quería saber por qué Astoria pensaba eso.

—¿Por qué?

—Porque eres demasiado obvio.

—¿Eso es algo malo?

Ella lo pensó unos segundos.

Luego, negó.

—No, él necesita- merece saber que a pesar de todo lo que es, a pesar de todo lo que ha hecho, hay alguien que se preocupa por si vive, o por si está bien.

Harry la miró pasmado.

Era la primera vez que escuchaba a alguien decir que Draco merecía cosas buenas.

Y era algo implícito entre esas palabras el: "merece ser querido".

—Suenas como si estuvieras enamorada de él —bromeó Harry. No sabía qué más decir.

—Quizás lo estoy, un poco —Astoria respondió, hablando completamente en serio—. Así como estoy enamorada de ti, y de Theo incluso. Quiero lo mejor para ustedes.

Harry no entendía cómo podía funcionar eso pero no dijo nada.

—Somos personas terribles.

—Sí. Me da igual. Bienvenido a la cabeza de un Slytherin.

Harry suponía que tenía más de Slytherin en sí mismo de lo que habría admitido de joven.

—A mí tampoco me importa —confesó, haciendo que Astoria lo mirara de reojo.

—¿Qué?

—Lo que Draco ha hecho, o lo que yo he hecho. Simplemente... me da igual.

Astoria disminuyó el paso cuando estaban llegando al portón.

—Está bien... —dijo ella—. Pero aún te preocupas por las vidas de los inocentes.

—A veces, cuando realmente pienso en ellas —respondió con sinceridad. A veces solía importarle, a veces no. Quizás sólo cuando pensaba en los que no había podido salvar—. ¿Se puede hacer ambas?

—Sí.

Al final Astoria se alejó dejando un pequeño beso en su mejilla. Él le dedicó una sonrisa vaga.

—Cuídate —Harry le dijo, recalcando esa palabra—. Nos veremos pronto.

—Esperemos.

Astoria se giró, y Harry agitó su varita para que el portón se abriera. Un poco del malestar en el que había vivido las últimas semanas se retiró, y cuando las puertas se cerraron y vio a Astoria transformarse, sólo pudo sentirse agradecido con ella.

Ahora le quedaba esperar a Draco.

•••

Cuando Draco llegó a la base casi a finales de enero con más suplementos para los heridos, Harry pudo respirar profundo, aliviado de verlo en una sola pieza.

—Gracias —le dijo, tomando la bolsa para así ir a entregarla a algún medimago. No se saludaban. Nunca se saludaban.

—No me agradezcas —respondió Draco con voz fría—, sólo he venido a dejar pociones para así tener una excusa para verte.

Harry sintió su energía renovada al instante, pero no sonrió, simplemente le hizo una seña a Draco para que lo siguiera dentro de la mansión mientras este se ponía una máscara que Theo le había entregado.

Harry buscó a Susan Bones, quien se estaba encargando de todos los sanadores de momento al ser la segunda más experimentada luego de Madam Pomfrey, (que no estaba del todo bien para hacerse cargo de nada). Así que ella, junto a los medimagos rescatados de San Mungo, estaban organizándose para así sanar a los heridos e incluso ayudarlos a encontrar sus familias fuera de la base.

Ella le agradeció las pociones, dándole una mirada de soslayo a Draco, pero sin comentar nada, y cuando por fin estuvieron lo suficientemente lejos y el pasillo se encontró desierto, Harry tomó su brazo y prácticamente lo arrastró hacia el ala donde estaba su habitación.

—Ven.

Abrió la puerta y lo empujó adentro. Draco no protestó, simplemente ingresó al cuarto, sacándose la máscara y mirando a su alrededor. Harry lo miró a él.

Su cabello volvía a estar más largo, y ese día no se encontraba peinado hacia atrás. Los mechones caían libremente, enmarcando su anguloso rostro. Draco se había repuesto algo desde la última vez que lo vio, pero incluso si no fuera así, Harry no podía dejar de pensar que era la persona más guapa que había visto nunca, con sus ojos grises y su cicatriz y sus pecas, y- todo.

Era injusto.

Cruzó el espacio en un segundo y lo besó. Lo besó como si lo necesitara, y de cierta forma lo hacía. Harry sintió el sabor a menta inundar su boca mientras el estrés abandonaba su cuerpo al ser besado de vuelta.

Draco abrió la boca y delineó con su lengua el labio inferior de Harry, dejando un rastro de saliva justo como sabía que le gustaba. Harry soltó un quejido, mordiéndolo y moviéndose encima con suavidad, para luego chocar sus lenguas una y otra, y otra vez. Draco lo besaba como si quisiera memorizarlo, como si deseara grabar en su cabeza la forma en que se sentían los besos de Harry.

—¿Qué pasa? —preguntó Draco cuando se separaron, apoyando la frente con la suya. Le faltaba el aliento.

—¿No puedo besarte?

—Sí —dijo él, entrecerrando los ojos cuando Harry intentó volver a besarlo. Bastardo suspicaz—. Pero tu magia se siente rara.

—Estoy bien.

Draco se deshizo del agarre que Harry ni siquiera notó, y volvió a mirarlo de arriba a abajo, pero de lejos. Lo odió, por un instante. Que pudiera leerlo tan fácil, incluso cuando estaba fingiendo encontrarse normal.

—No. Algo te pasa.

Draco se sentó en la cama y lo observó desde allí. La imagen era simplemente asombrosa, robándole un poco el aliento. La tenue luz de afuera se reflejaba en sus cabellos rubios. Draco había pasado los brazos encima de sus muslos, apoyando los antebrazos allí y entrelazando los dedos frente a sus rodillas.

—¿Me vas a decir, o tendré que sacártelo a la fuerza?

—Me interesa saber cómo funcionaría eso.

—Probablemente no de la forma que estás pensando.

—¿No quieres averiguarlo a mi manera? ¿No quieres obligarme a decírtelo?

—Harry. Estoy hablando en serio.

Harry suspiró. Draco ni siquiera había cambiado su expresión neutral.

—Liberarán a Adrian —le soltó de golpe.

Draco, quien no esperaba su honestidad, se quedó muy quieto, y Harry esperó también. Esperó. Y esperó. A ser juzgado, quizás.

—Eso es una mierda.

Y entonces, sintió que podía expresar su frustración al fin.

Porque Draco no era como el resto.

No podía hacerlo con nadie de la Orden, por las miradas que recibiría, porque ninguno podría darle real consuelo. Con Draco era distinto. Harry empezó a caminar de un lado a otro en su habitación, sintiendo su magia salir a la superficie.

—Tendré que verlo, tendré que soportar verlo cada puto día. Topármelo, compartir mesa con él, ayudarlo si es herido. —Harry apretó los puños, pensando en los escenarios: viendo sus ojos cafés y sabiendo que no se arrepentía—. No- no...

Había pensado que no lo vería más, o que al menos durante la guerra no tendría que preocuparse de ese asunto. Adrian le arrebató a Minerva, no le dio la chance de ser rescatada, y Harry racionalmente sabía que ella estaba dispuesta a morir, ¿pero merecía que ni siquiera le dieran la oportunidad de vivir?

¿Acaso había muerto gritando?

¿Se habría sentido traicionada?

¿Adrian la miró a la cara, y lo último que vio allí fue miedo?

—Quiero matarlo —dijo, e increíblemente sonó demasiado calmado.

Draco, quien sólo lo había mirado ir de allá para acá soltó una risa sin humor.

—No lo harías. Ambos sabemos que no lo harías.

—Sí lo haría —Harry escupió, volteandose a él. Cada músculo de su cuerpo se encontraba apretado—. Eso es lo peor. Soy perfectamente consciente de que soy muy capaz, pero no puedo hacerlo porque necesitamos a su familia.

A esto, lo único que Draco hizo fue suspirar, pero no dudó de su palabra. Harry suponía que su cara hablaba por sí sola.

—Pudiste lidiar conmigo —trató de consolarlo—, puedes lidiar con él.

Harry se giró hacia la ventana, y volvió casi un año atrás en su cabeza. Había detestado a Draco apenas lo vio, y quería herirlo, sí. Pensaba que se lo merecía.

Pero esto era otra cosa. Completamente.

—Era distinto para nosotros. Era diferente —Harry respondió. Afuera corría un viento infernal—. Yo era diferente.

Draco tampoco respondió a eso, y una parte de sí mismo lo agradeció. Si le hubiera preguntado por qué era diferente, Harry no habría sabido qué decir. A pesar de no haber tenido una relación estrecha con Adrian, él nunca le hizo algo peor que lo de Minerva. Tanto Draco como Adrian se merecían, de cierta forma, la misma cantidad de desprecio. Draco incluso más. Pero no, Harry no lo sentía así, no sabía explicarlo.

Draco lo entendía. Eso era lo que le interesaba.

—¿Quieres que lo mate por ti?

Harry se dio vuelta de sopetón.

La expresión de Draco era neutral.

—¿Qué?

Su corazón latía con fuerza, y él... lo había dicho con tanta frialdad, como si no fuera la gran cosa, que Harry creyó haber escuchado mal.

—Eso. ¿Quieres que lo mate por ti? —repitió, apoyando las palmas en el colchón—. Lo haría, si me lo pidieras.

—Nunca has matado a nadie.

—Podría intentarlo.

—¿Por qué?

Draco lo miró como si hubiera hecho la pregunta más estúpida de la vida.

Su tono fue aún más obvio.

—Por ti.

El viento se coló por la ventana, emitiendo un ruido sibilante; fue lo único que se escuchó por unos largos minutos.

Harry lo miró.

La expresión de Draco raras veces demostraba demasiado, eso era algo que Harry había aprendido desde el inicio, así como aprendió a leerlo también. Por lo mismo, sabía que estaba hablando completamente en serio. Él, quien dijo bajo un Juramento Inquebrantable nunca haber asesinado, quien confesó que sus Avada Kedavra no le servían... estaba allí, diciéndole que mataría por él.

Y por un segundo, Harry lo consideró.

Se liberaría del peso y la responsabilidad que la Orden le adjudicaría si es que mataba a Adrian, y su familia no podría culparlo. Sin contar que sería un alivio gigante, un descanso. Y- había algo intoxicante en saber que Draco era capaz de matar a alguien por él. Era distinto a que Hermione lo dijera, a que Ron se lo dijera, a que cualquier otra persona se lo dijera. Para Harry, que Draco le estuviera asegurando que asesinaría a Adrian... significaba algo más fuerte de lo que quería. Porque Draco no mataría por cualquiera. Ni siquiera había matado por sus padres, o sus amigos.

Así que Harry consideró su propuesta.

Luego, se horrorizó consigo mismo.

Más allá de que aquello era básicamente planear un asesinato, se horrorizó porque por un momento estuvo dispuesto a pudrir el alma de Draco más de lo que ya estaba. Harry no tenía claro qué tanto se arrepentía de sus pecados, pero sabía que si Draco mataba a alguien, era algo que lo perseguiría por el resto de su vida.

No podía hacerle eso.

Le importaba más que eso.

—No —sacudió la cabeza, caminando hacia él—. No, descubrirán que eres tú y no te permitirán venir más. Tu padre está aquí.

—Y tú estás aquí.

—Sí —dijo Harry, sentándose a horcajadas encima de su regazo—. Y yo quiero verte.

Draco, aún apoyado hacia atrás en sus palmas recorrió con ojos atentos su cuerpo. Harry esbozó una sonrisa presuntuosa, sintiendo cómo algo cálido le recorría de pies a cabeza al saber que él provocaba que Draco se viera así de embelesado. Draco, por su parte, lo golpeó levemente y se acercó para volver a besarlo. Harry no pondría objeción jamás.

Lo tomó de la mandíbula y mordió su labio, sintiendo que los dedos ajenos se enredaban en su cabello. Harry se preguntaba si es que acaso tenía una obsesión con él; siempre estaba tomándolo. No se iba a quejar, a él le gustaba bastante el hueco de su cuello.

Draco olía a perfume caro. Siempre. Y besaba como los putos dioses. Harry adoraba estar así con él. Ojalá pudiera hacerlo por el resto de la eternidad.

—¿Por qué no habías venido antes? —preguntó en medio del beso. Había sido una pregunta casual, pero Draco se tensó bajo su tacto.

Unos momentos pasaron. Harry se arrepintió de preguntar. Sabía que era delicado, sabía que- siempre- siempre lo arruinaba todo.

Draco se separó, evitando su mirada y la culpa invadió a Harry por completo.

—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó Draco, en una voz cuidadosamente distante.

Harry se separó al fin con una respiración resignada, pensando que quizás lo mejor era mentir y regresar a su burbuja donde nada los podía dañar, donde todos los problemas se hacían pequeños- pero no podía. Harry no podía mentirle a Draco. No a él. Y viceversa.

—No quiero que me ocultes nada.

Draco apretó la mandíbula, asintiendo y desviando la mirada. Harry se bajó de encima de él para sentarse a su lado, para que Draco tuviera espacio. Y si quería- que lo evitara. Que se marchara si se le hacía insoportable. Harry también hubiera querido la misma escapatoria.

—Soy el torturador del Señor Tenebroso, como has dicho múltiples veces —comenzó a explicar él, lento—. He ejercido mi papel.

—¿Cuántos?

—Harry-

—No tienes que responder si no quieres.

Draco suspiró y guardó silencio un rato.

—Veintiséis. Dos chicos.

—¿Chicos?

—Catorce y Diecisiete. Me hicieron probar pociones nuevas en ellos. Como experimento.

Harry no pensó en esos niños. No pensó en sus caras. En cómo se llamaban, la vida que tenían o lo que estaban haciendo antes de llegar a Astaroth. No era capaz.

—¿Y qué les sucedió?

Draco pasó saliva.

—A la de catorce se le rompieron todos los huesos del cuerpo. Maia sugirió que los hiciera crecer y luego romperlos una vez más antes de que ella la matara a golpes —susurró—. El de diecisiete se partió a la mitad. Desde su- desde su trasero- hasta el estómago. Greyback lo devoró mientras seguía consciente y-

Harry lo interrumpió.

No podía- no podía oír más.

—Está bien.

—No, no lo está.

No por primera vez, se preguntó cómo es que Draco continuaba cuerdo. Cómo es que podía contar esas cosas y vivir el día a día como uno más. Entendía que el sentido de supervivencia era fuerte, pero incluso así, otros hombres se habrían quebrado. A Harry se le revolvió el estómago sólo de escucharlo, ni siquiera podía imaginar lo que era verlo- lo que era hacerlo.

Provocaba que su corazón se encogiera. Por las víctimas. Por Draco. Se sentía estúpido- porque Draco no era un hombre decente, pero Harry no podía evitar compadecerlo. Querer que las cosas fueran distintas para todos. Cada vez que lo pensaba a profundidad- cómo Draco no tenía demasiadas opciones en su posición... dolía. Le dolía porque era eso, o la muerte, y aunque Harry hubiese elegido la segunda antes de ser un torturador, no podía juzgar a Draco.

Aunque sabía que lo merecía.

—¿Qué tan mal te sientes?

Draco parecía dudoso de responder. Harry quería decirle que no había nada para ese punto que pudiera provocar que se asqueara con él. Aunque quisiera. Aunque existían veces que creía que estaba a punto.

—Harry. Soy una pésima persona.

—¿Y?

—Mi respuesta no va a gustarte.

—Dimela de todas formas.

Draco se puso las manos encima de la cara. Harry sentía que estaba viendo un vaso a punto de rebalsar. Una grieta a punto de abrirse y tirar abajo una construcción cuidadosamente hecha.

—Honestamente creo... que ya me acostumbré.

—¿Sí? —susurró Harry, sin creer una palabra.

—Sí. O sea... tengo un motivo por el que hacerlo. No es en vano. ¿Eso tiene sentido...? Si no tuviera nada, probablemente sería terrible. Probablemente estaría hecho un desastre y- pero- no lo sé. Tengo motivos por los que aguantar, ¿entiendes?

Sí que podía entender eso.

Era lo mismo para él.

Acarició con suavidad el dorso de su mano. Bajo esa luz, Draco parecía cualquier otra persona excepto un hombre que relataba cómo se había acostumbrado a torturar.

—¿Tienes motivos, dices? —preguntó Harry, besando sus nudillos—. ¿Cuáles?

Draco giró la cabeza, y lo miró con intensidad.

Sus ojos eran claros, y fríos, y a Harry de alguna u otra forma siempre le habían gustado. Miraba a esa cara, y lo único que podía pensar era que no sabía qué haría sin ella. Draco lo observaba lento, cuidadoso, como si su pura mirada pudiera destruir a Harry. Destruirlos a ambos. Subió una mano y la dejó descansando en su mejilla, sin contestar.

Y verdaderamente- no necesitaba saber el motivo de Draco, no en realidad. Fuera lo que fuera, mientras lo mantuviera con él, cuerdo y a salvo... Harry estaba bien con eso.

Suponía que Draco era uno de sus motivos.

—No quiero hablar de esto —murmuró él. Harry esbozó una sonrisa triste.

—No tienes por qué.

Y cuando iba a responder, agarró las solapas de su traje, y lo besó.

No fue tierno, ni desesperado, ni parecía albergar ninguna emoción más que el consuelo. Parecía decir: estoy aquí. No puedo ofrecerte más, pero estoy aquí. Espero que sea suficiente. Espero que algún día esto termine. Espero que cuando suceda, esta sensación acabe también.

A Harry le dolió pensar que esos eran sus besos: baúles. Cajones. Lugares y momentos robados en los que depositaban sus sueños y esperanzas, aquellas que no se atrevían a decir en voz alta por miedo.

Y no debería ser así.

No debería.

—Siento que te hayas convertido en esto —murmuró contra sus labios—. Que te hayan convertido en esto.

—Fue mi decisión.

Harry frunció el ceño, acariciando su cara, justo encima de su cicatriz. Cuando Draco fue anunciado parte del Nobilium, se estaba cumpliendo un año de la Batalla de Hogwarts.

Sí, tuvo opciones.

¿Pero cuáles fueron?

¿Cuáles eran?

—Todavía no cumplías los veinte —murmuró Harry, sintiendo que sus entrañas se removían.

—Era un adulto. Yo elegí mi propio camino.

No había nada que pudiera contestar a eso.

No era una mentira.

El problema era que tampoco lo sentía como una verdad.

Harry tenía un nudo en la garganta y no entendía por qué, pero la idea de Draco a los diecinueve años sacrificando a Eric para sacar a su madre de Azkaban le partía el corazón. Legalmente era un adulto, sí, sin embargo Harry veía a los chicos de la base que acababan de cumplir la mayoría de edad, y a sus ojos, a los ojos de todos- eran niños aún. Ni siquiera se comportaban con madurez. La guerra les quitó la infancia. La adolescencia. Les quitó todo.

Harry tiró a Draco hacia él para que quedara descansando encima de su pecho, y Draco, quitándose la túnica, obedeció. Prontamente estaba tendido encima de Harry en medio de sus piernas. Harry tenía la mano encima de su cabeza y acariciaba su cabello como si lo necesitara.

La verdad, no podía hacer más que ayudarlo a olvidar.

Tocaba ocasionalmente su frente, su nariz y sus pestañas. A Harry también le gustaba eso. No tenían demasiado tiempo para quedarse así, simplemente tendidos junto al otro mientras oían nada más que sus respiraciones, pero cada vez que podían, Harry lo aprovechaba. Estar con Draco le transmitía una extraña paz.

—¿No quieres ver a tu padre? —preguntó después de unos minutos, porque Draco ni siquiera lo había nombrado. Y si hacía memoria, el aniversario de la muerte de su madre estaba a la vuelta de la esquina.

Draco permaneció en silencio tanto tiempo, que Harry creyó que no contestaría, o que se había quedado dormido. Pero cuando se dobló para mirar su rostro, descubrió que tenía una expresión afligida.

Casi podía escuchar sus pensamientos, sabía que pensaba en lo que Harry había dicho.

No quiero que me ocultes nada.

—No —respondió Draco. Su voz salió rasposa. Harry recordó la mirada que tenía cada vez que hablaba de Lucius.

—¿Estás molesto con él? —preguntó con cautela. Casi se arrepintió. Quería cambiar el tema.

—A veces —concedió Draco con calma—. Es algo horrible de sentir, y de admitir. Pero es lo que siento. Aunque no, no es por eso que no lo quiero ver.

—¿Por qué, entonces?

Draco envolvió los brazos en su torso y comenzó a acariciar los costados. Harry continuaba pasando los dedos por sus cabellos finos. La pregunta estaba lejos de ser casual. Al menos no parecía que Draco estaba tenso.

—Porque... Porque él no está allí. Me gustaría que me escuchara.

—¿Y por qué estás molesto con él?

—Por- todo —las palabras parecían fluir de su boca sin que él las parara a pensar. Era un logro—. Por haberme criado como me crió. Por haber permitido que me marcaran y luego decirme que era la mejor decisión que había tomado en la vida. Por- por no haber hecho suficiente por mí, y por mi madre.

Esta vez, Harry pensó en Draco a los dieciséis; la misma edad que Eveline tenía. Pensó en lo enfermo que se veía, y cómo sólo un año más tarde tuvo que aprender lo que era vivir en su hogar junto a Voldemort. Su interior se encogía de solo pensarlo.

Había sido tan pequeño. Era prácticamente un niño. Ni Narcissa ni Lucius supieron protegerlo, y al final Draco creyó que él debía protegerlos a ellos.

Sólo tenía veintiséis.

—Tienes derecho a sentirte así, ¿sabes?

—Da igual —Draco susurró.

Harry lo tomó de la barbilla, y por un momento se contentó con mirarlo.

Le gustaría ser capaz de decir algo, de expresar todo lo que pensaba, todo lo que creía que Draco merecía. Harry lo miró, detalló cada ángulo y rasgo. Existía un universo en ese rostro- una infinitud. Harry podía sentir el frío de la niebla de sus ojos. Hacer de sus mejillas desiertos, y de sus pecas montañas. Draco era- demasiado.

Lo besó otra vez. Harry no podía hacer más, o detenerse. El mes que habían pasado separados era difícil de llevar. Nunca se dio cuenta de lo mucho que Draco estaba presente en su vida, hablando generalmente.

¿Cómo había pasado todos estos años sin él?

—Te extrañé —le dijo en medio del beso.

—No me fui por mucho tiempo.

—Siempre te extraño, me gustaría que no te fueras nunca.

—¿Y qué, que me quedara a vivir contigo aquí mientras todos me odian?

—Yo no te odio.

Draco trazó su dedo por los labios de Harry y luego volvió a acurrucarse en su pecho. Harry retomó las caricias en su cabello.

—Está bien —murmuró—. Es suficiente para mí.

El viento se estaba haciendo peor, y Harry podía oír cómo chocaba contra el vidrio de su ventana. La atmósfera era tan helada que hasta podía creer que había dementores rondando la casa; y quizás era así, aunque esperaba que de eso otra persona se hiciera cargo; él no tenía intenciones de moverse..

—No te gustaría dormir conmigo —dijo Draco al cabo de un rato. Harry no comprendió en un inicio qué quería decir—. Si es que viviera aquí.

—Ya dormí contigo.

—Me refiero a que siempre estoy helado. Me muevo mientras duermo. Pego patadas. A veces hablo.

—Qué novedad que no puedas quedarte callado ni dormido.

—Estoy bastante ofendido ahora mismo.

—Qué bueno.

Draco pellizcó a Harry en el costado. Harry tiró de su cabello.

Podía imaginar la situación que Draco acababa de describir con perfección, y Harry sintió que un calor agradable llenaba cada espacio de sí mismo. Le encantaría lo que Draco acababa de describir, si era honesto. Le agradaba que siempre estuviera frío, que siempre se viera distante. No sabía por qué, sólo lo hacía. Y tenerlo, en un momento tan vulnerable como el sueño...

Se permitió, por unos segundos, imaginarlo. Imaginar una vida en la que ambos vivían juntos en una casa lejana y podrían quedarse todo el día acostados en la cama en esa misma posición, sin preocuparse de que estaba dándose una guerra fuera, sin preocuparse de nada, del tiempo, de la falta de este. Harry se permitió imaginar cómo sería ir a dormir cada noche y despertar porque Draco hablaba dormido; reírse de él o fastidiarse porque no lo dejaba en paz, pero prefiriendo su mal dormir a estar lejos. Porque separarse- separarse costaba. Harry habría elegido mil veces recibir una patada en el sueño antes de que Draco tuviera que marcharse a un lugar donde no podía protegerlo.

—Harry —dijo Draco bajito. Harry estaba acariciando su frente con una mano, y peinando su cabello con la otra, perdido en su cabeza.

—¿Mmm?

—Yo también te extrañé.

Aquel calor se hizo más grande.

Harry sentía que podría explotarle el pecho.

Entendía que Draco no podía ir siempre, ahora menos que antes. Y a decir verdad era un poco ilógico que Harry sintiera que le hacía falta. Después de todo, no es como si no hubiera mantenido su mente ocupada; estaban planeando entrar al Ministerio, aquello quitaba bastante tiempo de su día.

Y sin embargo, Draco siempre encontraba la forma de colarse entre sus pensamientos por las cosas más tontas.

Se quedaron así un buen rato, como ya era familiar. Oían la respiración del otro, de repente decían algo, o a veces no hablaban. No importaba mucho; ya era agradable compartir. Harry sentía que estaba dándose un baño con agua tibia. Relajado. Contento.

Pero las horas pasaron, y sabía que Draco debía marcharse. Se le hacía un nudo en el estómago pensar que pasaría otras largas semanas sin verlo, preguntándose a cada momento si había logrado pasar el día.

—Entraremos al Ministerio pronto —soltó él, cuando vio que el sol empezaba a bajar. No quería que ese día terminara—. El próximo mes, quizás.

Draco se removió para poder mirarlo. Su expresión era somnolienta. Harry quería volver a besarlo.

—¿Por qué?

—Porque Tom perderá gran parte de su poder así. Sólo tendrá Hogwarts para juzgar, perseguir y controlar.

Draco digirió la información, para luego asentir.

—Tiene sentido.

Volvió a recostar la cabeza encima de su pecho, y poco a poco introdujo las manos bajo su camiseta. Harry lo sintió delinear con precisión y suavidad sus músculos. No parecía darse cuenta de lo que hacía.

—Tendrás que borrar mi memoria entonces —murmuró.

Harry sintió cómo algo dentro suyo se hundía, y fue su turno de preguntar con un hilo de voz:

—¿Por qué?

—Por si acaso —Draco respondió, como si nada—. Tom puede desconfiar en el mismo ataque, o después, no lo sé. Debo estar preparado si algo así sucede.

Harry detestaba hacer eso. Al principio le daba igual, lo encontraba hasta ingenioso.

En ese momento se le ponía la piel de gallina pensar en un Draco que no lo recordaba.

Un Draco que había olvidado todo lo que habían pasado juntos.

Pero suponía que era necesario.

—Está bien.

Draco no respondió, pero tuvo que haber sentido cómo el cuerpo de Harry se endurecía bajo el suyo, porque miró hacia arriba. Harry intentó ponerse lo más neutral que podía, sin embargo, Draco escaló hasta ponerse a centímetros de su cara y hablar encima de sus labios.

—¿Está bien? —murmuró.

—Sí.

—Mentiroso —dijo de inmediato con tono acusador.

—Te dije que estaba bien.

—Y me estás mintiendo. No me mientas. Odio que me mientas.

—No te estoy-

Harry —Draco advirtió—. No me mientas. Sé que no estás bien. No lo estás desde que sucedió lo de McGonagall.

Harry ignoró el pinchazo de su corazón.

—Admite que lo detestas —insistió Draco—. Admite que odias que olvide, porque demuestro quién realmente soy. Admite que vuelves a odiarme cuando no recuerdo. Hazlo.

—No te odio. No puedo odiarte.

—Te dije que no me mintieras-

—No te estoy mintiendo —le espetó con rudeza—. Lo que más odio es que no puedo odiarte- no puedo hacerlo- no puedo.

Draco se detuvo, y se levantó para poder mirarlo. Se quedó muy quieto, como si analizara si Harry decía la verdad. Y Harry... pocas veces había sido tan honesto.

—Te obligaré.

—Ni siquiera tú eres capaz de lograrlo —le dijo con desprecio—. Ya te dije que lo he intentado.

—Te haré odiarme, Harry.

Inténtalo.

Por alguna razón, sonaba a amenaza.

Harry pasó saliva, viendo directo a sus ojos. Estaban muy cerca, y Draco tenía la cadera alineada con la suya, provocando una leve fricción. Aquella cercanía era algo que Harry no esperaba, y embargó todos sus sentidos de la mejor forma. Las manos de Draco estaban apoyadas en el colchón, a un lado de su cuerpo, y Harry podía ver su tonificado torso gracias a que tenía los primeros botones de su camisa desabrochados. Harry llevó su dedo índice hasta el borde del cuello de Draco y bajó lentamente, delineando un camino hasta el ombligo por encima de la piel.

—Oblígame. Hazme odiarte de nuevo. Te reto.

—Harry...

—Hazme odiarte.

Draco pareció olvidar qué estaban hablando.

Su mirada se oscureció, y atacó sus labios de sopetón, mordiendo una y otra vez su labio inferior con rabia. Harry sostuvo su cuello, agitando la mano para así cerrar la puerta con llave mientras introducía la lengua en su boca, probando, atajando los ruidos y respiraciones que salían de él. Tomó los botones de Draco con la otra y empezó a tirarlos para así desnudarlo. Harry quería sentirlo piel con piel.

Draco sacó su camiseta, y él aprovechó de inmediato para besar y lamer su cuello. Para marcarlo. Porque le pertenecía. Y porque una parte de sí quería causarle dolor, quería hacerlo pagar por hacerle eso- por hacerle todo eso. Las manos de Draco eran inquietas, y lo tocaban apresurado. Jalando. Apretando. Memorizando. Con desesperación.

Bueno, debía ser apresurado. No tenían todo el tiempo del mundo.

Harry volvió a besarlo en la boca, a medida que Draco desabotonaba su pantalón y lo bajaba de golpe. Harry no esperó la inmediatez y dio un respingo cuando el aire dio contra su miembro. Draco lo miró, pasando su mirada de arriba a abajo como si no pudiera creer que eso era real, y no tardó en envolver los dedos alrededor de su polla, haciendo que se endureciera más bajo su tacto.

—Dime que quieres —dijo él, acercando la boca a su oreja— y te lo daré.

La respuesta era simple.

Harry lo quería a él.

Tan simple como eso.

Draco continuó moviendo la mano de arriba a abajo, y Harry lo observó directo a los ojos, apoyando la cabeza en el respaldo de la cama. Detalló su cuello que tenía marcas violeta, su boca roja e hinchada y el cabello revuelto. La respiración agitada. La erección dolorosamente obvia. Draco apretó los párpados como si él contacto visual fuera demasiado y comienzo a besar su cuello.

—Dilo —murmuró, haciendo que Harry arqueara la espalda—. Todo lo que me pidas, siempre te lo daré.

Harry soltó un suspiro tembloroso, sintiendo a Draco pasar el pulgar por la punta de su polla. Encogió las piernas, levantando las caderas mientras pedía- más. Cualquier cosa. Más contacto.

—¿Quieres más? —susurró Draco en su oreja, mordiendo su lóbulo. A Harry le recorrió un escalofrío—. Dilo.

Draco aumentó un poco la velocidad de la masturbación y acarició sus testículos con la otra mano. Harry soltó un gemido sintiendo descargas eléctricas en toda la espina dorsal, y viendo luces tras los apretados párpados. Joder.

Dilo.

—Sí- mierda. Joder. Quiero más.

Harry sintió la sonrisa de Draco encima de su piel, y pronto, los labios estuvieron ubicados encima de su clavícula, succionando levemente allí. Harry llevó una mano instintivamente hasta su cabello, suave y sedoso bajo los dedos. Draco continuó bajando.

El bombeo en su erección era dolorosamente lento ahora, a medida que Draco continuaba recorriendo su cuerpo. Harry se mordió el labio inferior algo ansioso de sentirlo más. Draco lucía- lucía irreal.

—No... No podemos tardar —Harry dijo estranguladamente. La boca de Draco estaba encima de uno de sus pezones, lamiendo—. Se- joder- se está haciendo tarde.

—Me importa una mierda —Draco dijo, pero continuó bajando—. Me importa una mierda tardar una eternidad. No tienes idea de cuánto deseo- de cuánto te deseo a ti. Siempre. A cada puto minuto del día te quiero conmigo.

El cuerpo entero de Harry reaccionó ante sus palabras, y deseaba poder decirle algo, de poder articular una palabra, pero Draco dejó un rastro de besos por todo su abdomen, y al llegar a su pubis, miró hacia arriba. Sus ojos estaban dilatados por el deseo.

—Merlín, ¿no tienes idea de cómo luces, verdad? —Draco besó el hueso de su cadera y dejó ir su miembro. Harry arqueó la espalda, pidiendo que volviera—. Es obsceno. No deberías verte así. Es injusto.

Harry soltó un ruido estrangulado de nuevo, pudiendo jurar que era la primera vez que Draco decía tantas palabras de corrido. O bueno- no, siempre lo había recordado como alguien que no podía callarse.

Draco llegó hasta el borde de su polla y besó los alrededores, el idiota. Quería hacer a Harry esperar. Quizás hasta quería que le rogara.

—Joder, eres tan- —Draco no terminó, besando su muslo interior—. Quiero- quiero hacer que me odies. Quiero que te folles mi boca por horas. ¿Es eso suficiente? Dime que es suficiente para que me odies. Dime que eso es lo que quieres.

Harry apenas podía pensar coherente.

Draco envolvió la mano en la base de su polla pero no la movió, simplemente la llevó hasta el borde de su boca y respiró encima de ella, los labios rozando la punta.

Harry apretó más su cabello.

—Dime —susurró Draco.

—Sí, obviamente- obviamente quiero. O sea- lo de- lo de- uhm. Lo de-

Draco pasó la lengua por su glande. Harry gimió.

—¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que quieres que haga? —preguntó sonriendo, y Harry casi podía desmayarse por el sonido ronco de su voz.

—De rodillas, Draco —respondió, no totalmente consciente—. Quiero que lo hagas de rodillas.

Si fuera posible, la mirada de Draco se hizo incluso más oscura, y pronto se había bajado de la cama, colocándose de rodillas en el suelo. Harry sintió el calor subir por su vientre y una descarga de placer, mientras se movía para quedar sentado en la orilla. Draco miraba hacia arriba, expectante.

Había algo poderoso en tener a Draco Malfoy de rodillas.

—Ponlo en tu boca —dijo él, tomando su propio miembro y llevándolo hasta los labios ajenos.

Draco obedeció, y de un sopetón, la erección de Harry estaba atrapada en el calor de su lengua.

Harry estiró la cabeza hacia atrás volviendo a cerrar los ojos, antes de recordarse a sí mismo que debía mirar, porque Draco Malfoy era real, y estaba allí de rodillas, mirándolo de vuelta también. Se movía de arriba a abajo rápido, porque sin importar qué dijera, era cierto que no tenían demasiado tiempo.

Estaba seguro de que de haber sido otras las circunstancias, Draco habría jugado más con su control, tanteando y haciéndolo lo más lento que podía, pero el hecho de que pareciera tan desesperado por chupar su polla, hacía que las ganas de correrse como un adolescente dentro de su boca creciera devastadoramente. Draco jugaba con su lengua, y delineaba toda la extensión de su miembro, repasando la pequeña vena que sobresalía y la punta con líquido preseminal goteante. Harry quería volver a cerrar los ojos, estirar el cuello y dejarse llevar, pero se recordaba a cada segundo que esa imagen no era algo que se tenía todos los días. Y que nadie más tenía.

Draco Malfoy de rodillas era un privilegio.

Harry hizo su mayor esfuerzo para no correrse por ese pensamiento y llevó la mano hasta el cabello rubio. Enredó los dedos en él, y ayudó a Draco a establecer un ritmo, elevando las caderas para más contacto y haciendo que se tragara toda su polla. Los ruidos húmedos que estaba haciendo cada vez que se sacaba su erección de la boca y comenzaba a masturbarlo con ferocidad habrían sido suficientes para llevar a cualquiera al límite.

Bueno, Harry no era la excepción.

Aquello se repitió un par de veces mientras Harry le decía una y otra vez lo bueno que era, lo bien que lo hacía, lo mucho que lo necesitaba. Draco comenzó a acariciarse también, sacando su polla desde dentro de los pantalones mientras la apretaba y se masturbaba.

Y cuando Harry ya no pudo soportarlo más, se corrió.

Draco se lo sacó de la boca para así dejar descansando la punta encima de sus labios, abriéndolos. Harry miró cómo el semen bañaba su lengua y algún resto quedaba en la piel de alrededor. Draco cerró los ojos, como si aquello fuera un premio, y eso fue todo lo que Harry necesitaba para ver puntos blancos en sus ojos del placer, el cual se extendió por cada músculo y vena de su cuerpo. Draco continuó bombeando, y cuando Harry volvió a abrir los ojos, sintiendo el espasmo del orgasmo, descubrió que Draco se estaba corriendo también, manchando su abdomen y su propia mano.

Harry lo ayudó a levantarse, y Draco, sin dejar de correrse, obedeció. Harry se dedicó a limpiarle la polla con la lengua.

—Mierda —Draco dijo sin aliento—. Mierda.

Harry sonrió, besando la punta de su miembro. Podía sentir que él todavía estaba duro.

—Por si no quedaba claro, yo también quiero esto —le dijo, aunque quería decirle más.

Draco volvió a sonreír, respirando agitado. Todo había sucedido muy rápido, pero no importaba. Estaba bien así. A Harry le gustaba así. Le gustaría que hubiera podido ser más.

Draco se sentó a su lado en la cama y lo besó. Harry podía sentir su propio sabor dentro de la boca.

Su polla volvió a dar un respingo.

—Esa es mi forma de decirte que debes seguir vivo, en caso de que quieras que vuelva a hacerlo —Draco dijo, dejando besos entre cada palabra—. No mueras.

Harry sonrió, relajado, y succionó su labio inferior.

—Está bien, no voy a morir —respondió, acariciando su mandíbula y su cuello—. Mi vida es tuya.

Draco apoyó la frente en su hombro, besando la parte baja de su garganta.

—Qué bueno que lo tengas claro.

Notes:

Harry: No puedo mentirle a Draco

*3 segundos después*

Harry: *le miente a Draco diciéndole que está bien" LKJDCKD

A todo esto, no sé si lo había dicho antes, pero me pone muy triste la relación del trío de oro aquí. Yo amo su amistad y en este fic han estado tan distantes, porque Harry aleja a todo el mundo a menos que no pueda evitarlo (cof cof, Draco). No sé, se me hace tan horrible que, siendo las personas más importantes para él, Harry siente que no pertenece a ellos y que los decepcionará si los mantiene cerca

Chapter 50: Capítulo 44: El Ministerio de Magia

Notes:

Holis! Recuerden que 1, el Ministerio está bajo tierra, y 2, Draco no tiene memorias!

Chapter Text

Draco no estaba esperando ser llamado el día que la Orden atacó el Ministerio.

Los días finales de enero no fueron tan distintos a los otros meses. Draco torturó, sacó información de los traidores asquerosos y miró con indiferencia cómo cinco personas eran colgadas en el Ministerio para que se murieran y pudrieran con el paso de los días, al igual que la cabeza del falso Harry Potter todos esos años atrás. Lo único diferente en todas aquellas semanas, sucedió aquella misma noche, cuando se cumplía un año de la muerte de su madre y Draco llevaba bebiendo horas, recordando todo como si hubiera pasado el día anterior. Recordando lo que sintió al tenerla entre sus brazos.

Trató de desenterrarla en medio de su desesperación, vaya que trató, pero la cripta era de piedra y estaba reforzada con magia, por lo que tanto los cadáveres como los objetos guardados allí por los Malfoy eran prácticamente imposibles de sacar, menos aún borracho. Sin embargo, en el momento no importó; Draco rompió sus uñas mientras jalaba y rasguñaba las piedras, esperando verla una vez más, creyendo ilusamente que así podría despedirse.

Un elfo apareció a su lado cuando sintió que estaba haciéndose daño irreparable y Draco, sólo porque sabía que no conseguiría nada, permitió que lo apareciera en su habitación y allí se curó sus propias heridas. Eso no le impidió que, aún borracho y un ápice más repuesto, fuera a deambular por esa horrible casa donde un día tuvo los recuerdos más felices de su vida.

Caminó por los pasillos, y en vez de ver sus primeros pasos, las risas y los buenos momentos juntos, Draco sólo podía ver a Nagini deslizándose por el piso buscando a su próxima presa. Draco miraba a una pared y creía distinguir sangre seca aún en ella, de cuando Greyback o alguno de los otros mataban y dañaban a gusto. Por todos lados veía destellos de Eric, del momento en que su vida se fue a la mierda. Draco vagaba por esa mansión, el lugar que un día fue su hogar, y lo único que deseaba era que dejara de existir porque representaba todo lo que ya no quería recordar.

Y mientras caminaba y sin realmente quererlo, de pronto, Draco estaba parado frente al retrato de su madre.

Aquel que no había visitado jamás.

Se encontraba cerca del salón principal. Estaban los tres. Narcissa en una silla a un lado del fuego, Lucius en la otra y Draco en medio de ambos, sentado. Lucius y él se encontraban inmóviles, pero era notoria la manera en la que el pecho de Narcissa subía y bajaba en la oscuridad, dormida en su retrato. Se veía tan joven, y fuerte, de una forma que hacía que su corazón se apretujara.

—¿Mamá?

Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.

Draco dio un paso atrás cuando Narcissa abrió los ojos; azules y tan reales, que por un momento creyó no estar mirando a una pintura. Draco quería alcanzarla, tocarla, hacer que ella lo tomara entre sus brazos.

Pero no podía.

—Es un poco tarde para hacer esto, ¿no? —preguntó ella, con voz somnolienta a medida que se ajustaba alrededor del fuego—. Pero creí que nunca vendrías. Mírate, estás tan grande.

Su voz.

Draco había olvidado el sonido de su voz cuando estaba tranquila.

Se obligó a tomar una respiración larga y concienzuda, apretando sus manos. Podía hacer esto, al final no se trataba realmente de su madre ¿no? Era un retrato.

Esto era todo lo que le quedaba.

Una ilusión de quien Narcissa fue en vida.

El orgullo en los ojos de su madre era innegable, y una vez más, Draco sintió que todo su mundo se sacudió. "Estás tan grande". ¿Acaso su madre había tenido tiempo de fijarse en todo lo que había crecido cuando estuvo encarcelada? ¿Acaso lo había notado? ¿En algún punto se dio cuenta de en quién Draco se había convertido?

La mujer del retrato nunca lo sabría.

—Lo siento —Draco respiró; las lágrimas se acumularon al final de su garganta.

Ella frunció el ceño, sin comprender a qué se refería; el mismo Draco no lo sabía del todo. No había pensado en su madre desde su muerte, pero no podía evitar sentir eso: querer decirle «lo siento» hasta que la palabra perdiera sentido a sus oídos.

Narcissa apretó los labios en una fina línea.

—Los demás retratos me han contado cosas, verás... cosas que no sé si quiero creer. Cosas que no sé si quiero saber, en realidad.

Draco soltó un resoplido de risa amargo, porque ¿cómo se suponía que respondía a eso? ¿Cómo podía explicarle lo que había pasado en esos casi nueve años?

—No me gustaría hablar de ellas —admitió, haciendo que su madre le dedicara una sonrisa amable.

—Está bien, ¿de qué quieres hablar, cariño?

A veces Draco pensaba que su Señor y la guerra lo habían consumido tanto, que ya no podía hablar de temas normales, de cosas que no hicieran daño. No es como si sus lagunas mentales hubieran mejorado, pero antes de ese momento estaba seguro de que recordaría hablar con Theo o Pansy de algo que no tuviera que ver con el Señor Tenebroso o con su régimen... pero no era así. Quizás Draco había perdido la capacidad, porque ese era su único propósito en la vida: servir a la causa. No pensar más allá.

Ciertamente es para lo que fue criado.

Su madre aún lo miraba como si quisiera poder remediar su dolor y Draco fue súbitamente consciente de algo que no había notado antes: Narcissa le hacía más falta de lo que alguna vez le haría falta su padre, o cualquier otra persona. Nadie nunca lo observaría de esa manera: como si Draco fuera una promesa que ella tenía que cumplir.

Dolía.

—Te extraño —soltó él, deslizando las palabras de su boca con cuidado. Narcissa no entendía el dolor tras ellas.

—Siempre puedes venir a conversar conmigo, ¿lo sabías?

No. No era eso lo que quería decir.

Te extraño en vida.

No sé adónde se supone que debo ir después de ti.

—No me atrevía.

El semblante de su madre ahora sólo reflejaba una emoción.

Lástima.

—Draco...

Draco trató de recordar su último día juntos, la última vez que fueron felices de verdad, antes de que todo pasara- pero no podía. Debía haber tenido menos de quince años, y probablemente había sido un día cualquiera. Le gustaría volver a él, revivirlo y decirse a sí mismo que lo aprovechara, que no tenía idea cuándo aquello le iba a ser arrebatado.

Que no la diera por sentado.

Que la mirara.

Que la memorizara, la abrazara, y le dijera que la amaba.

La mujer del cuadro aún lo miraba con atención y cariño, pero no era lo mismo que tenerla en carne y hueso. No era lo mismo y Draco deseaba encerrar todos sus sentimientos de la forma en que solía hacer para que dejaran de asfixiarlo.

—Te amo —dijo ella.

Su garganta quemó; tomó todo de sí para no caerse contra la pared.

—Y yo a ti. Te amo. Te amo. Te amo —respondió Draco, esperando que le quedara claro, esperando que a ella sí, de una forma que su madre en la vida real nunca pudo saber—. Te amo. Lo siento.

—No es tu culpa.

Pero Narcissa no sabía de lo que hablaba, porque por supuesto que había sido su culpa, así como la mayoría de las cosas que habían sucedido desde que tomó esa Marca y se convirtió en el arma del Lord. Fue su culpa entonces que su madre hubiera fallecido y ahora también era su culpa que su padre hubiese muerto- y a pesar de que Lucius lo merecía... eso no le quitaba responsabilidad, ni a él ni a la Orden; por explotar ese lugar, por no haberle dado la oportunidad de despedirse, de que supiera lo que venía...

Su vista se paseó por el cuadro, y vio a su yo más joven con una ceja arriba y esa expresión cuidadosamente en blanco que había aprendido de pequeño, pero que apenas usaba en Hogwarts; no hasta que se hizo un Mortífago. Draco quería buscar el parecido que se suponía tenía con Lucius, pero no lo veía. Le costaba concebir que ese niño era él, que fue él en algún punto. No lo parecía. Ese niño lucía como si fuera parte de otro lugar y de otra vida, donde todavía existía un "nosotros" que cuidar.

Sus ojos se movieron hacia su padre.

Lucius se veía sobrio, de una forma que Draco tampoco recordaba. Esos últimos años había lucido como un puto cobarde, insípido e insoportable. Draco le había dicho varias veces que despertara, se lo gritó incluso: que volviera a ser el hombre que creía que era. Pero Lucius no había despertado. Quizás ese fue el inicio de la caída de los Malfoy.

Sin embargo, mirarlo en ese retrato era diferente. Su cabello estaba puesto en una coleta, y la mandíbula, firme y marcada, le daba un aire dominante. Draco podía sentir a Narcissa examinando la cicatriz de su rostro mientras él se acercaba al cuadro y trataba de ver un signo de vida en los ojos de Lucius, algo que había perdido durante esos años. Pero, con el paso de los minutos, mientras más lo miraba... Draco sólo podía pensar que- estaba inmóvil.

Inmóvil.

El retrato de su padre estaba sin vida, casi igual a como se veía el mismo.

Y eso sólo podía significar una cosa.

Era agradable, siempre era agradable, tener algo más a lo que aferrarse cuando se estaba hundiendo. La ira empezó a llenar su sistema. Draco solía sentirla todo el tiempo, a cada instante. Cuando torturaba a alguien descargaba toda su frustración pensando en el jodido Harry Potter y la jodida Orden, pensando que era a ellos a quienes hacía sufrir porque eso era más fácil que afrontar la identidad de esas personas sin nombre. Pero ese día... ese día se le hizo imposible sentir algo más que la arrasadora tristeza que amenazaba con llevarse todo.

Hace mucho tiempo, Draco escuchó la historia de una serpiente que ansiaba devorar al mundo entero, y acababa devorándose a sí misma.

Así se sentía él.

Así se sentía afrontar las consecuencias de sus actos.

Por eso era agradable tener algo más a lo que aferrarse, otra emoción que no le hiciera pensar que él era aquella serpiente en decadencia. La cólera hacía eso, la ira le permitía soltar la culpa un rato y enfocarla en alguien más: en la Orden y Harry Potter y los putos sangre sucias que lo seguían.

Porque su padre seguía vivo.

Y probablemente la Orden lo tenía.

—¿Draco?

Draco no respondió; su respiración estaba acelerándose. Tomó su varita, aplicándose un encantamiento para volver a estar sobrio. Escuchaba el retrato de su madre llamarlo, aunque estaba muy lejos ya; Draco comenzó a caminar por el pasillo, dispuesto a averiguar dónde carajos estaba su padre, por qué mierda la Orden lo había secuestrado y qué podían querer. ¿Acaso buscaban chantajearlo en un futuro? ¿Acaso era un mero castigo por todo lo que Draco había hecho antes?

Lo que fuese, Draco necesitaba informarlo cuanto antes. El Lord necesitaba enterarse que Lucius, uno de sus siervos más leales, estaba en mano de los Rebeldes y los traidores que querían verlo derrotado. Draco necesitaba contarlo y obtener apoyo para rescatarlo porque sino... estaría solo, y eso acabaría por quebrarlo. Incluso tener a Lucius cerca para juzgarlo era mejor que perderlo.

Su padre había matado a su madre, sí, pero después de todo continuaba siendo su padre.

La sangre pesa.

Draco entró a una de las habitaciones y buscó su túnica negra junto al broche del Nobilium. Iría al Ministerio de inmediato para buscar al Señor Tenebroso, no se atrevía a usar su Marca para llamarlo.

Aunque, bueno, al final no importaba.

Porque su Marca fue quien acabó llamándolo a él.

Draco no tenía permitido dudar. Cuando el fuego en su brazo por poco lo hizo soltar la varita del dolor, prácticamente corrió hasta la chimenea. Tenía que ir al Ministerio, eso era todo lo que sabía. Su brazo picaba, ardía, y sentía una urgencia por curar algo que no podía, (ni debía), ser curado. Todo el asunto de Lucius quedó relegado al final de su cerebro porque había algo más urgente que necesitaba ser atendido.

Luego de arrojar los polvos flú al fuego, Draco no sabía qué esperar al salir de la chimenea. Quizás a todos los empleados arrodillados en el suelo, tal como la noche que Rookwood fue secuestrado; o quizás una reunión urgente en el Wizengamot- pero no eso. No hechizos yendo de aquí para allá, gente muriendo y gritando y escapando y bombardeando todo el edificio mientras las estructuras caían desde el cielo.

Era un caos.

Por una parte se sentía aliviado de poder descargar su rabia, de poder avanzar y disparar maldiciones a todo aquel que usara una puta máscara. Draco veía con satisfacción cómo caían a sus pies, luchando contra las maldiciones que estaban destinadas a causar dolor y sólo dolor. Sin embargo, sinceramente no tenía idea cuál era su utilidad allí. Había varios Rebeldes, sí, pero aunque lograran matarlos a todos (cosa que nunca habían logrado), de todas formas no existía manera de combatir sus bombas, que era lo que estaban utilizando. Pedazos de las paredes caían y aplastaban a la gente. Draco vio un ladrillo golpear a una mujer en la cabeza y botarla al suelo dónde se quedó tendida, con los sesos y la sangre revueltos en el suelo.

A pesar de que esa no solía ser la clase de tareas que acostumbraba cumplir, Draco fue llamado a pelear contra la Orden, así que eso hizo. No era nada más que un soldado y obedecía lo que le comandaban. Draco era un arma, se había hecho útil para lo que el Señor Tenebroso pidiera, y si podía herir gente de la Orden, aún mejor.

Así que luchó. Cortó piernas y brazos por deporte; aturdió, golpeó y llevó personas hasta el borde de la muerte mientras avanzaba. Sus compañeros lo imitaron, incluso Theo, quien apenas miraba los ojos de sus contrincantes antes de cortar sus gargantas, vaciar sus intestinos, o matarlos a sangre fría. Draco avanzó por el mar de gente sin parar de vencer, sin saber dónde iba pero sin detenerse.

El Señor Tenebroso también estaba allí y sobrevolaba el Ministerio, provocando que sus pelos se pusieran de punta. Draco lo miró arrasar con todo lo que tocaba; no se detenía para provocar muertes crueles, contrario a lo que otros podrían pensar. No valían la pena su preciado tiempo. Él simplemente pasaba a tu lado, te rozaba con su magia, y todo estaba perdido. Como el ángel de la muerte.

Mientras Draco continuaba la pelea temeroso de que algún ladrillo le cayera en la cara, el Señor Tenebroso ni siquiera pareció desconcentrarse por la gran explosión que sonó en los pisos de arriba, y que provocó que más pedazos del edificio cayeran al lobby. El piso tembló bajo sus pies. Alguien le pegó un puñetazo en el ojo. Draco le torció la muñeca hasta quebrar su brazo. Trató de no distraerse. Lo importante era entender el plan del Lord.

Qué quería. Qué conseguiría, si los mantenía allí.

Además de terminar todos muertos.

Otro puñetazo lo alcanzó, y Draco pudo sentir su boca llenarse de sangre. Devolvió el ataque al instante, pero con magia. El maleficio envió a su oponente hacia la otra pared, y no pudo decir que no le satisfizo ver cómo se llevaba a otro más con él. Ambos chocaron contra el muro y en su intento de levantarse, una estructura les cayó encima. Obviamente no alcanzaron a escapar.

Bien.

Que sufran.

De inmediato una chica de la Orden quiso vengar a los caídos; Draco reconoció su mirada ardiente de deseos de venganza cuando se abalanzó a él, pero no le sirvió de mucho. Antes de que pudiera avanzar demasiado, uno de los lacayos de Draco la sostuvo del cuello y se lo quebró. El cadáver fue aplastado por un pedazo de concreto, manchando así de vísceras la cara de su compañero. Draco lo habría felicitado, de no ser porque otra cosa le robó su atención por completo.

Fue como si un silbido cortara el aire en una habitación silenciosa. Cada vello de su cuerpo se erizó. Se sintió como si dos magias poderosas chocaran con ímpetu, y Draco fue el primero que lo vio.

Casi soltó una risa.

La Muerte Negra peleaba unos metros más allá.

Alguien lo apuntó, y Draco sonrió al ver cómo él mismo se delataba. La Muerte Negra desafiaba a dos hombres a la vez y los hacía estallar juntos. Ejecutaba magia sin varita, los mantenía lejos. Su usual habilidad de combate era encima de una escoba; en el suelo estaba en desventaja.

Por eso no vio venir la maldición que Draco disparó a su espalda.

En un inicio no pareció hacer nada, peleando y agitándose, aunque diez segundos más tarde la Muerte Negra se giró en su dirección, mirando directo hacia él. Extrañamente el conjuro que revivía su peor recuerdo no le había afectado, sin embargo, ver quién lo había conjurado, sí. O al menos eso parecía, si algo indicaba que se había parado en medio del lugar, ahuyentando a sus contrincantes con magia sin varita y no verbal, como si estuviera congelado.

Draco avanzó hasta él sin importarle la gente que se metía en medio. Agitó la varita y casi corrió para alcanzarlo, volviendo a sentir la ira con más fuerza. ¿Acaso ese hombre había torturado a su padre? ¿Acaso Potter lo había dejado? Seguramente sí, y seguramente lo disfrutó.

Draco se acercó lo suficiente, y gratamente, cuando atacó, los hechizos empezaron a caer de ambas partes.

Había una barrera separándolos de los demás, porque las maldiciones chocaban contra ella. Algo que la Muerte Negra había conjurado, seguro. Draco se preguntaba si acaso el resto podía verlos, y si no, por qué razón los puso bajo eso. Tal vez para hacerle algo tan terrible a él y su cuerpo que cuando lo mostrara a los Mortífagos, todos se escandalizaran y se debilitaran.

Bueno, no iba a dejar que sucediera.

Así que Draco peleó, disparó, e hizo todo lo posible. Se abalanzó a él mientras la Muerte Negra retrocedía, con la barrera rodeandolos. Lucharon, aunque ninguno estaba hiriéndose de verdad.

Parecía que no estaban tratando en serio.

Draco se acercó lo suficiente para que la Muerte Negra se alejara de nuevo. Un pedazo de piedra de los pisos más arriba cayó, y estuvo a punto de aplastar al hombre. La Muerte Negra lo evitó rodando por el suelo, alejándose de ella y su fallecimiento. Draco aprovechó para intentar darle. La Muerte Negra estaba acorralada, ambos sabían que lo estaba.

Y Draco no pudo disfrutar de esa inminente victoria.

Todo pasaba muy rápido, los combates siempre lo eran. Tan rápidos que los hechizos no parecían más que una sombra perdida en el tiempo.

Pero nadie lo había preparado para la rapidez en que eso sucedió.

Cuando Draco iba a dar su último golpe y, por primera vez, rematar a un enemigo, los ojos de la Muerte Negra se llenaron de pánico. Una mirada que los hombres valientes supuestamente no poseían. Trató de correr, de deshacer la misma barrera que él había creado. Draco no lo dejó. Lo maldijo con un Diffindo.

Un Diffindo que impactó justo en la cara del hombre.

Cualquiera habría pensado que conjuró la Maldición Mortal, porque este se quedó tan quieto que apenas lucía vivo. El Diffindo no le hizo nada, por supuesto, porque su cara estaba protegida.

Lo que Draco cortó fue su máscara.

Esta cayó al suelo con un ruido sordo que, probablemente, imaginó, y tanto él como el hombre la miraron, la observaron con cuidado, y no se detuvieron hasta que Draco obtuvo un vistazo de su piel y su cabello negro.

Y entonces lo vio.

Se trataba de la primera vez que lo tenía frente a frente en casi una década. Podía detallarlo incluso bajo las fallas de luz del Ministerio. Ahí se encontraba él, como si no hubiera estado muerto por años dentro de su cabeza.

Harry Potter.

Era mayor. Algunas líneas de expresión surcaban sus rasgos, y los ojos verdes vívidos se encontraban notoriamente apagados. Draco sentía que estaba viendo a un desconocido; y al mismo tiempo, a alguien al que había visto cada día de su vida. No podía entender cómo se veía tan diferente, y al mismo tiempo- tan igual: heroico y jodidamente insoportable de mirar. Quería golpearlo, hacerlo sufrir y gritar, pero el momentáneo estupor no lo dejaba moverse.

Harry Potter estaba frente a él. Era la Muerte Negra, y sus ojos verdes lo examinaban con cuidado. El corazón de Draco iba como loco. Parecía que alguien le puso una pausa a su vida.

Hasta que Potter se movió, el mundo entero se reanudó, y Draco recordó dónde estaban y lo mucho que quería matarlo.

El hombre se puso de vuelta la máscara con un hechizo para hacerse anónimo, pero Draco ya lo había visto, no había vuelta atrás. Tantos años escondiéndose como un puto cobarde, iniciando esa maldita guerra-

—Mestizo asqueroso —bramó, disparando conjuro tras conjuro.

Tiene a mi padre.

—¡Draco!

—¿Draco? —se burló él, parándose más cerca—. ¿Cómo te atreves a llamarme así, pedazo de mierda?

Potter no reaccionó demasiado ante sus insultos como lo hacía con sus maldiciones, de las cuales sólo intentaba defenderse. Nada de ataques. Draco casi quería gritar que peleara de vuelta.

Otro Diffindo cortó parte del brazo de Potter.

—¡Detente!

—¿Tienes miedo, Potter? —Su cara entera estaba curvada en una mueca; su voz estaba plagada de veneno—. ¿Los años te han hecho un puto inútil, eso es? Mejor para mí. Siempre has sido patético. Espero ser yo quien te mate.

Potter retrocedió físicamente a eso, como si Draco acabara de golpearlo, así que aprovechó para herirlo una vez más. Esta vez más profundo, en el costado de su torso. La sangre se derramó por el piso.

Potter gritó.

Fue gratificante.

Draco soltó una risa. Alta y clara, que quizás resonó en todo el Ministerio. Verlo sangrar porque Draco lo maldijo, después de todo lo que Potter le hizo, se sentía como un premio.

—Seguro la puta de tu madre sangre sucia hizo los mismos sonidos al morir, ¿no lo crees?

Potter se quedó muy quieto en su lugar, y cuando Draco se abalanzó para atacarlo, lo único que el hombre hizo fue levantar la varita, agarrarlo del cuello, y llevarla hasta su sien.

Draco lo miró sin entender.

Y un segundo después los recuerdos volvieron.

Draco fue empujado mientras veía un año de su vida pasar por delante de sus ojos. Todas y cada una de las cosas que sucedieron con lujo de detalles se reprodujeron sin piedad. Los últimos recuerdos bailaban en su memoria, inútiles y cortos, pero aparentemente valiosos para recordar: sonrisas, secretos, abrazos y promesas compartidas en la oscuridad. Besos. Risas. Harry mirándolo. Harry riendo. Harry sonriendo.

Harry. Harry. Harry. Siempre él.

Joder.

—Harry...

Pero cuando Draco volvió al presente, este ya había desaparecido.

Una estructura cayó en medio de ambos y los separó incluso más. Perdió su rastro por completo, y el cuerpo de Draco dolió por el deseo de buscarlo y acercarse, y besarlo ahí mismo. Merlín, ¿qué había hecho? ¿Qué fue lo que dijo? Quería pedirle disculpas por herirlo una vez más, porque era un idiota y siempre acabaría dañándolo. Pero la pelea se estaba intensificando, estaba llegando a su clímax y no había tiempo. Nunca lo había para ellos.

Draco deseaba no haber recordado.

¿Cómo seguía adelante sabiendo que todo se iba a ir al carajo en cualquier punto, y ni siquiera sabía dónde estaba Harry para sacarlo de allí antes de que sucediera?

Draco se quedó en su lugar, sintiendo cómo el mundo temblaba de nuevo y más piezas caían. La gente gritaba. El olor a humo inundaba el lugar. Lo empujaban, y él podía sentir la sangre en su boca gracias a los golpes que le habían asestado.

Se dedicó a observar cómo el caos crecía.

Una bomba más, y terminarían todos sepultados.

•••

Harry estaba sangrando por la profunda herida de su costado, pero no tenía tiempo para curarse del todo bien.

La entrada al Ministerio fue rápida, precisa, y no pudo ingresar demasiada gente antes de que los Mortífagos se dieran cuenta de que algo estaba sucediendo y cerraran la conexión. Por lo mismo, debían aprovechar el plan al máximo, arrasar con todo el sitio, matar muchos enemigos y escapar cuanto antes.

Cosa que ahora le resultaba difícil, considerando que estaba distraído porque Draco-

Draco lo había herido.

Harry continuó luchando, rezando para que todo acabara luego y la gente encargada de las bombas se apresurara. Conjuró maldiciones, gritó, ordenó y golpeó. Hizo lo posible, preocupado del resultado.

Llegó un punto en el que apenas veía. Las cenizas de las estructuras que caían eran demasiado pesadas, el suelo temblaba demasiado, e incluso, la mayoría dejó de pelear, desesperados por ver y salir de allí. La luz se había apagado. La gente estaba asustada.

Los Mortífagos también.

Hermione dio la señal con un silbato, cosa que sirvió también de alerta a los Mortífagos, y sobre todo a Draco. Harry junto al resto corrieron al pasillo donde estaban las chimeneas, lejos del centro del Ministerio. Los Mortífagos corrieron también, a ciegas. Había codos aquí y allá, patadas que se enterraban en sus canillas. Es cierto eso que dicen de que el miedo habita en los lugares cerrados, porque el ambiente olía a terror; se sentía en cada respiración vacilante. Harry podía apostar que incluso Voldemort sentía miedo, aunque por razones muy diferentes.

Se puso frente a una chimenea y llamó a que los suyos se pusieran detrás, esperando que Draco estuviera ahí. Llamando su poder, conjuró un Protego justo cuando la última bomba caía, y se llevaba todo consigo. Los pedazos de concreto chocaron contra el escudo. Los que quedaron fuera murieron y sus cadáveres se pegaron al Protego como si se tratara de un parabrisas. La bomba fue tan catastrófica que la mayoría de paredes cayeron y el subterráneo quedó al descubierto para que pudieran salir. Los que tenían más fuerza se Aparecieron. Otros, corrieron por los túneles. Todos continuaban gritando. Hermione llamó a la retirada.

Y ya.

Ya estaba hecho.

Voldemort perdió, al menos, un cuarto de todo su poder.

Eso pensó Harry, antes de que la avalancha de los gritos lo atacara y lo botara al suelo

El Ministerio había caído.

 

Chapter 51: Capítulo 45: Charlas

Chapter Text

Draco no se molestó en volver a la mansión, su ansiedad por ver a Harry era demasiada.

¿Qué pasaba si lo había herido?

¿Qué pasaba si lo había herido más allá de lo recuperable?

Theo también estaba allí cuando se Apareció afuera de la base, ambos cubiertos de sangre, sudor y cenizas. Theo se abrazaba a sí mismo mirando al frente, y Draco quería abrazarlo a él por lo frágil que se veía... pero apenas estaba manteniéndose de pie por sí mismo. Draco no quería correr el riesgo de quebrarlos a los dos.

—Está muerta —fue lo primero y único que dijo Theo, antes de que el portón se abriera.

Por al menos durante medio minuto, su mundo pareció detenerse. La frase carecía de sentido en su cabeza.

Draco sintió el aliento estancarse en algún lugar de su boca, y se giró a Theo, quien estaba tan serio como siempre. Sin embargo, aquello no se veía natural. Se asemejaba demasiado al Theo de luego de la explosión en el Valle de Godric. El que fue después de la muerte de sus padres. Una máscara. Estaban hechos de máscaras.

—¿Qué? —preguntó Draco con el terror subiendo por su sangre mientras lo seguía por el laberinto—. ¿Quién?

¿Quién? ¿A quién perdimos ahora?

Theo no contestó, y Draco tuvo- tuvo que unir las piezas solo.

No le costó demasiado llegar a una respuesta.

El Ministerio había caído, todos los que quedaron allí murieron. Theo estaba afectado, tiritando, y Draco no imaginó el quiebre de su voz. Está muerta.

Dos palabras que Draco había escuchado más de lo que quería.

Y sólo podían referirse a una persona.

Pansy estaba muerta.

Nadie fue a rescatarla, él no fue a rescatarla de la forma que prometió hacerlo. Pansy estaba en los calabozos, y todo el puto edificio tuvo que haberle caído encima. Pansy estaba muerta, y Blaise también, y Draco no podía hacer nada al respecto. Tal vez ella lo esperó, tal vez gritó el nombre de Draco, y él... él ni siquiera pensó en ella.

Pansy estaba muerta.

Y yo prometí salvarla.

Draco casi corrió los últimos pasos del laberinto, con la urgencia de encontrar a Harry picando bajo su piel. Harry probablemente no sabría qué hacer, probablemente estaría desgastado y miserable como después de cada batalla, pero serían miserables juntos y Draco lo necesitaba en ese momento como necesitaba respirar.

Pero en el inicio del laberinto no había nadie más que Luna Lovegood.

—Estás viva —oyó, y pronto Theo la estaba estrujando en sus brazos.

—Theo.

Draco les dio una rápida mirada y siguió su camino con el resto. Harry había abierto la puerta, por lo que debía estar ahí, debía estar ahí en alguna parte, seguramente desgastándose ayudando, pero allí, detrás de esas paredes y a salvo.

Respira.

Draco ignoró las miradas de desconcierto mientras avanzaba por la mansión e iba de puerta en puerta, mirando a través de ellas y buscando a Harry exhaustivamente. Tenía que estar allí, tenía que estarlo.

Respira.

Creyó haberlo visto, aunque sólo lo confundió con un chico con lentes. Con cada segundo que pasaba, el corazón de Draco llegaba más arriba en su garganta, y la desesperación hacía que quisiera tirarse el pelo o arañarse la cara. Que Harry no estuviera allí ni siquiera había sido una opción. Debía estarlo. Debía estarlo, y debía estar bien. Harry le había prometido, le había dicho que su vida le pertenecía, y Draco no estaba listo para perderlo ahora. Ni nunca. No cuando lo último que había hecho- lo último que le había dicho-

Respira.

—Granger —Draco llamó sin aliento a la mujer en la subida de la escalera—. ¿Dónde está?

Ella, increíblemente, pareció entenderlo sólo con esa indicación. Sus ojos cafés lo recorrieron de arriba a abajo, como si buscara una señal o algo mínimo para desconfiar y mandarlo a la mierda. Draco estaba demasiado preocupado para que le importara.

—Aún no ha llegado —fue su respuesta, e incluso la persona más densa habría captado el miedo en su voz.

Su pecho se apretó tan fuerte, que Draco apenas podía pensar.

Mierda.

Draco siguió su camino hacia arriba sin preocuparle que Granger lo llamara o le dijera que no podía ir allí. Le daba igual. Rasguñaba el inicio de su cuello, tratando de tranquilizarse. No había pasado nada, no aún, Harry todavía podía volver. Lo más seguro es que se hubiera quedado ayudando a toda esa gente que le costó escapar, como el imbécil altruista que era. Draco necesitaba convencerse de eso, porque la idea de que su cadáver estuviera tendido bajo toneladas de cemento era una idea que lo iba a enloquecer.

¿Qué harías entonces?

¿Cómo recuperarías su cuerpo?

¿A él sí le harías un funeral?

Draco ignoró la mirada asustada de la mayoría, o la inquisidora de los que ya sabían quién era y qué hacía allí. Sus pasos lo llevaron hasta los últimos pisos, sin rendirse, pensando que quizás Granger estaba equivocada y Harry había llegado sin verla.

¿Y si Voldemort lo tiene?

¿Qué pasa si lo capturó mientras nadie veía?

¿Qué pasa si vuelve a matarlo en frente de todos?

¿Dirías algo entonces?

Draco sentía que se estaba poniendo enfermo con cada segundo. Sus respiraciones eran aceleradas, y el sólo pensamiento de perderlo era- era terrible. Jodidamente aterrorizador. Como pensar que el sol nunca volvería a salir por el horizonte.

Perdiste a Pansy hoy. ¿No crees que sería adecuado perderlos a los dos en la misma noche?

¿Perderlo todo?

Draco llegó a una habitación en el quinto piso –que estaba en su mayoría vacío– y entró a ella sin dudar. No se molestó en cerrar la puerta, simplemente avanzó en grandes zancadas hasta una ventana al otro extremo y comprobó que desde ese lugar se podía ver hacia abajo, hacia el patio y fuera de la base, donde un montón de gente se acumulaba ansiosa para entrar.

Y Harry no estaba allí.

Draco no había sentido esto antes, nunca había repetido con tanta fuerza una petición como en ese momento. No mueras. No mueras. No mueras. Mantente vivo. Esperaba que Harry lo recordara, que intentara llegar a él, porque de no ser así, Draco no sabía qué carajos haría. Draco no sabía cómo seguiría viviendo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Draco se giró en su lugar, con la indiferencia puesta en su cara. Su respiración continuaba acelerada.

—Eveline —dijo, manteniendo la sorpresa fuera de su voz—. ¿Qué estás haciendo tú aquí?

—Paseaba.

La muchacha entró al cuarto y se asomó hacia afuera. Sus ojos escanearon la multitud.

—No es muy práctico que sólo el de lentes pueda abrir, ¿no?

Draco casi soltó una risa histérica.

—Su nombre es Harry Potter.

—¿Lo es? —Sonaba desinteresada—. Madre dice que él fue vencido.

—Era mentira.

—Mmm... No se ve como el Harry Potter del que todos hablaban.

Draco no sabía qué quería decir con eso, pero no le importaba. No quería saberlo. Quería que Harry volviera y Draco pudiera contarle esas cosas que no le había dicho, antes de que fuera demasiado tarde.

—Eres más amable de lo que pensaba.

Draco no la miró cuando respondió.

—No lo soy.

—Entonces he conocido tu buen lado.

Los ojos de Draco escanearon la multitud obsesivamente. Una y otra vez. Había pasado una media hora y Harry no llegaba. No llegaba. Tenía que hacerlo-

Porque si no lo hacía, Draco no estaba seguro de... de nada. La seguridad se desvanecía bajo sus pies como un piso de azúcar. En su día a día no tenía muy claro adónde iba, pero al menos sabía que Harry estaba allí. Si Harry moría, ¿qué quedaba? No sólo para él. ¿Qué quedaba para el mundo? La oscuridad devoraría la tierra, el mar, el cielo. Ya nada sería posible.

Draco necesitaba verlo. Lo necesitaba.

No mueras. No mueras. No mueras. No mueras. No-

Joder, sí.

Draco nunca se había sentido más agradecido en la puta vida.

No miró a Eveline cuando salió, no miró a nadie. Draco bajó escaleras de a dos, corrió hasta llegar al patio, notando a la gente nueva ingresar. Tenía que llegar a él.

Tenía que tocarlo.

Tenía que asegurarse de que no lo había imaginado todo el tiempo. Desde el inicio.

•••

Harry se llevó a la gente que podía salvar.

Se llevó a los heridos, a los inconscientes, trató de reunir a todos y luego los Apareció; volvió un par de veces al Ministerio para traer a todos a la base. Estaba exhausto y demolido porque la gente lo botó y lo pisó, aunque creía que había valido la pena. Apenas sentía sus pies cuando entró al laberinto acompañado de toda esa gente, y menos recordaba el momento en el que volvió a cerrar los portones de la mansión una última vez.

En el jardín estaba Kingsley recibiendo a los heridos, dando indicaciones. Kreacher casi lloraba por saber que estaba vivo. Hagrid, con su águila en el hombro, miraba todo pensativamente, y Hermione y Ron ya estaban entre sus brazos, ambos besando sus mejillas y agradeciendo de verlo bien.

Sin embargo, lo único que Harry podía procesar era a Draco parado en la puerta; su cabello brillaba bajo la luz y tenía una expresión totalmente expuesta y avasalladora.

Mientras Draco caminaba hacia él con rapidez, Harry recordó el Ministerio. Las cosas que había dicho, las cosas que hizo, y cómo Harry se tuvo que recordarse a sí mismo que ese era- era Draco Malfoy, era la persona que tanto le importaba..

Ron y Hermione lo soltaron, y Draco se paró enfrente, sin parecer percatarse del resto. Se miraron el uno al otro, y Harry escuchó el suspiro de alivio que soltó.

Entonces, y de pronto, Draco tomó la cara de Harry y estampó los labios contra los suyos en un beso desesperado y brusco, como cada que compartían.

Lo besaba como si fuera a perderlo.

Se sentía como un momento de alivio en todo lo que estaba sucediendo, una pausa, un refresco. Harry lo tomó de la cintura y lo acercó hasta él, dejándose llevar por la forma en que parecían encajar.

—Creí que habías muerto —susurró Draco temblorosamente sobre sus labios, sólo para que Harry escuchara.

Él cerró los ojos, sintiendo el peso de los que habían sido heridos, las nuevas bajas. Dejó que se disolvieran. Dejó que cada caricia que Draco depositaba en él, cada respiración frenética y asustada, se llevaran la culpa.

Por primera vez, Harry agradecía volver vivo.

Nunca te voy a dejar, ¿me entiendes? —murmuró Harry en respuesta, apoyando su frente en la de él—. Mi vida es tuya.

Draco soltó una risa débil mezclada con un sollozo. Abrazó a Harry con más fuerza, como si no pudiera creer que estaba allí. Era extraño que se mostrara abierto en público, Draco era una persona extremadamente reservada. Que estuviera al borde de las lágrimas en medio del patio, sólo le hablaba del miedo que había sentido de perder a Harry.

Hizo que su corazón se estrujara.

—Estás vivo —dijo, haciendo que Harry se preguntara por qué sonaba así, como si hubiese pasado algo terrible—. Estás bien. Estás bien. No puedes morir.

Harry se alejó para así poder mirarlo a los ojos. Entrelazó sus dedos, y Draco levantó la mano y la dejó descansando en su mejilla. Harry dobló el cuello, besando su palma. Se sentía mucho más calmado ahí, con él. Siempre con él. El vacío, la rabia, la tristeza... todo desaparecía cuando miraba sus ojos grises. Sin Draco nada tenía sentido.

—Tus deseos son órdenes.

Draco suspiró una vez más, antes de envolverlo entre sus brazos nuevamente. Fuerte. Harry se dejó llevar.

Sentirlo así era como si, de un momento a otro, le prestara su espalda para cargar el peso que Harry siempre llevaba en sus hombros. Era como hacerle olvidar que allá afuera se gestaba una guerra. Era encontrar un refugio, porque sólo eran... Draco y Harry. No el Elegido, no el Mortífago, no la Muerte Negra, o Astaroth.

Sólo eran Draco y Harry, y con eso bastaba.

Pero entonces se separaron, Draco dio un paso atrás y Harry volvió a ser consciente del mundo a su alrededor: Kreacher evitando su mirada. La cara completamente shockeada de Hagrid a un lado, Kingsley con una expresión indescriptible en el rostro, y Ron y Hermione viéndolos con ojos desorbitados.

Bien.

Mierda.

—Hermi-

No pudo terminar. Harry vio el gesto de Hermione llenarse de furia, –una furia que no había visto dirigida hacia él en décadas–, mientras se daba media vuelta y prácticamente corría de vuelta a la mansión echando humo. Ron los miró a ambos un segundo antes de negar, como si estuviera decepcionado de Harry, e ir tras ella. Harry sintió algo frío depositarse en su pecho y este se contrajo. A lo lejos oía los gritos inteligibles de Hermione hacia Ron.

Debería ir tras ellos.

Pero no lo hizo.

Kingsley hizo una pequeña reverencia y se alejó, creyendo que era mejor dejarlos solos. Kreacher lo imitó con un crack. Hagrid tropezó con sus propios pies a medida que se iba de vuelta al invernadero, murmurando para sí mismo.

Y Harry los miró irse, sintiéndose medianamente irritado porque no debía explicaciones a nadie sobre quién le importaba o no. Y al mismo tiempo, algo desesperado por pensar que acababa de perderlos. Ninguna de las alternativas le parecía justa.

De todas formas, cuando volteó a observar a Draco, descubrió que no podía llamar a lo de ellos un error.

—Se iban a enterar en algún momento —dijo tratando de restarle importancia.

Draco dio un paso atrás.

—Mierda.

—Da igual —Harry dijo, levantando la mano y atrapando su muñeca para evitar que fuera más lejos. Él negaba—. Hey, hey. Da igual. ¿Qué pasó?

Harry preguntaba, porque ahora era demasiado obvio que algo había sucedido. Draco estaba agitado, había actuado por impulso y eso no sucedía a menos que se estuviera dando una situación límite. Era compuesto y frío y distante, y a veces Harry no sabía cómo llegar hasta él. Pero en ese momento la máscara de hielo tenía fracturas, pequeñas grietas que le dejaban ver que algo había sucedido.

Y no se equivocaba.

—Pansy está muerta —soltó Draco con voz imprudente y distante.

Harry dejó salir una larga respiración, dejando que la oración resonara en su mente.

Pansy Parkinson no significaba nada para él, excepto que era importante para Draco y eso hacía que Harry se preocupara por ella. Nunca la mencionaba, Draco no mencionaba muchas cosas, sin embargo, Harry había juntado las piezas y sabía que Parkinson le importaba. Seguramente había estado atrapada en los calabozos cuando el Ministerio se derrumbó, y Draco no pudo sacarla.

Mirando su cara pálida, no tenía idea si Draco estaba lo suficientemente afectado para quebrarse, o si se estaba conteniendo hasta que un día ya no pudiera más. Harry estaba asustado de descubrirlo.

—¿Cómo te sientes? —decidió preguntar, a falta de palabras.

Draco se quedó muy quieto y respiró varias veces, lento, inhalando por la nariz y soltando por la boca. Harry tenía un nudo en su interior. Lo tiró más cerca.

—No lo sé —respondió con voz fría y nivelada—. Me di cuenta de que lo había estado esperando.

Harry no podía creerlo. Draco solía ser indiferente con el resto, pero no con la gente que le importaba, no en ese sentido al menos. Si Theo hubiera muerto no estaría así, ¿y casi no había matado a Goyle a golpes el día que Pansy fue apresada?, ¿pero aún así quería vivo a Gregory? ¿Qué tanto se estaba conteniendo para no derrumbarse, porque simplemente no podía hacerlo? Ambos habían aprendido que los momentos de fragilidad sólo podían ser factibles de vez en cuando. Draco no podía dejar que esto lo devorara, ya tenía suficiente con lo que sucedió con su madre y con su padre. Harry lo entendía.

Le preocupaba, de todas formas.

—Es otra de las cosas que fueron mi culpa, ¿sabes? —continuó Draco, con los ojos fijos más allá de donde se encontraban—. Creo que lo que verdaderamente me jode es que creí que a ella sí podría haberla rescatado.

Un vívido recuerdo de Pansy Parkinson y Draco Malfoy riendo a los catorce años apareció en la mente de Harry.

¿Cómo esos niños habían acabado allí?

Harry no sabía qué responder a las palabras de Draco. Debería decirle que no era su culpa, porque por supuesto que no lo era. Y tampoco era trabajo de Draco rescatarla. Pero no podía hacer nada de eso porque sabía que no sería ningún consuelo, al contrario, quizás le haría peor. Quizás Harry terminaría por fragmentarlo.

—Lo siento —murmuró.

—No lo hagas. No creo que sea la última persona en morir.

Sus ojos contaban otra historia.

Harry soltó un suspiro y finalmente cerró el espacio entre ambos. El cuerpo de Draco se encontraba rígido bajo el suyo, aunque el lío que Harry tenía en su interior fue disipándose al sentirlo cerca. Draco solía tener ese efecto.

—Aún así lo siento.

Draco suspiró temblorosamente; parecía querer volver a estar en control. Harry odiaba que tuviera que hacerlo. Su mano se deslizó hasta el cabello ajeno y la reposó allí, esperando a que su respiración se calmara.

—Tú estás bien —Draco susurró—. Tú estás bien, estás conmigo.

Harry podía oír las notas aterrorizadas en su voz, como si el único consuelo real era que estuvieran allí después de todo.

Bueno, planeaba que fuera así por un largo tiempo.

—Sí.

Se mantuvieron en silencio. Draco metió las manos bajo su camiseta y las pasó por su espalda. Estaban frías- siempre estaban frías. A Harry le gustaban, eran de ese tipo de frío que solía quemar. Harry quería quedarse entre ellas cuanto pudiera.

Pero entonces, los dedos de Draco pasaron a rozar la herida de su costado y el hechizo se rompió. Draco se separó rápidamente de él y miró la punta de su mano, temblando. Estaba embarrado de sangre.

—No es nada —se apresuró en decir Harry, pero la mente de Draco estaba trabajando demasiado rápido, uniendo cabos.

Era demasiado tarde.

—Joder, pude hacerte algo —dijo, respirando agitadamente—. Pude-

—Pero no lo hiciste —Harry sacó su varita y cerró el corte de nuevo, moviéndose para que lo notara—. ¿Ves? No lo hiciste.

—Pero quería —Draco insistió, y Harry deseó volver a segundos atrás, donde todo había sido calmado y pacífico, incluso con el enojo de sus amigos y la sombra del duelo—. Quería hacerte daño. Quería poder herirte lo suficiente como para no matarte pero para que no te recuperaras.

Fue la sinceridad en las palabras lo que lo dañó, aunque trató de no demostrarlo. Draco no lo miraba, por lo que era más fácil fingir, pero dolía saber que el Draco que no lo recordaba lo odiaba tanto. No tenía idea por qué, era algo obvio, era un hecho y Harry no podía ser hipócrita y decir que no lo había odiado también en su momento, pero tener frente a sus ojos una y otra vez el recordatorio de eso... ardía.

Draco le había dicho que no quería que muriera. Que nunca había querido que muriera. Y mientras peleaban...

Espero ser yo quien te mate.

—Lo siento. Lo siento.

—Estoy bien —le aseguró Harry con su garganta cerrada.

—Si algo te hubiera pasado-

—Nada pasó, estoy aquí, ¿ves? Nada pasó.

Mierda.

Y Harry lo atrajo para poder besarlo; no había otra forma de arreglar esa situación. Dolía. Un Draco que no lo recordaba siempre dolía.

Sus besos podían arreglarlo.

O pretender que lo arreglaban.

Harry no recordaba haber sido besado nunca como Draco lo besaba: suave, rudo y desesperado, todo al mismo tiempo. Eran los besos de alguien que sabía que podían ser los últimos, aunque fuera una verdad que ambos decidieran ignorar. Eran los besos de alguien que no sabía cómo pedir disculpas o aceptar la absolución.

Draco apoyó la frente en la suya, y aquel momentáneo duelo apareció otra vez entre ambos; ahora con más fuerza. La realidad los había alcanzado y cada uno debía enfrentar las consecuencias de lo ocurrido. De todo lo ocurrido.

—Tengo que irme —dijo Draco.

Su corazón cayó.

—No...

—Lo siento. —El tono de la voz de Draco sonaba suave, lo más suave que se oye alguien que acaba de perder a un ser amado—. El Señor Tenebroso probablemente nos reunirá en cualquier momento. Tengo que estar en la mansión. Tengo que irme.

Harry pensó en lo furioso que debía estar Voldemort por perder su preciado Ministerio, y sus entrañas se revolvieron. Las imágenes de Draco bajo un Crucio volaron a su cabeza de inmediato, la certeza de que no iba a estar a salvo.

Una parte de sí se arrepintió de haber tumbado el edificio.

—No te vayas por favor.

—Harry, no puedo quedarme.

—Te hará daño. —Su voz era prácticamente un gruñido, y Draco lo miraba sorprendido, como si no entendiera el desespero en él. Harry sólo pensaba en lo que podían hacerle una vez que lo perdiera de vista—. Te dañará más, y yo no podré hacer nada. Quédate aquí. A la mierda el espionaje. Por favor, no te vayas.

Draco volvió a su expresión neutral.

—No me matará.

—Hay peores cosas. Por favor, quédate conmigo.

Incluso bajo la neutralidad, Harry podía sentir el debate mental de Draco. Esperaba que viera su angustia. Voldemort le pondría las manos encima, Harry lo sabía y parecía un castigo mirarlo marcharse sabiendo dónde se dirigía...

—Volveré a ti —Draco prometió, poniendo las manos en sus mejillas. Por unos instantes, lució suave. Draco nunca lucía suave—. Puedo prometerte eso. No dejaré que me impidan volver a verte.

—Draco, no-

—Harry. Por favor, no me lo pidas de nuevo. —Draco respiraba encima suyo, y sonaba estrangulado también, aquellas palabras le estaban costando—. Por favor, o lo haré. Sabes que lo haré. Haré lo que sea por ti. Piensa con la cabeza fría. Acaban de matar a Pansy —el nombre en su boca era como una astilla—, han matado tanta gente. No podemos detenernos ahora. Por favor.

Harry cerró los ojos, recordando la última vez que se vieron. Lo que me pidas, te lo daré. Esas habían sido las palabras de Draco, y no es como si Harry las hubiera creído, pero ahora podía ver que lo decía en serio. Draco lo miraba a los ojos y le decía que Harry desistiera, por él.

Sin embargo, si pensaba en lo que Draco tendría que afrontar, si pensaba en las cicatrices de su torso...

—Por favor —repitió Draco.

—No sé cuándo te veré de nuevo.

—Pronto —le aseguró, y sonaba demasiado seguro para su gusto—. Estaremos bien.

Harry no le creía, no mientras estuviera lejos. Si hubiera algo que hacer, Harry lo haría; si estuviera en sus manos, Harry haría lo que fuera para que se quedara y estuviera allí con él, donde pudiera asegurarse de que nada le pasaría.

Pero sabía que esto no era algo de lo que podía protegerlo.

—Puedo cuidarme —le aseguró Draco, al sentir lo reacio que Harry estaba de dejarlo ir.

Él se separó para así poder mirarlo a los ojos. Grises, brillantes.

Suyos.

—No hagas nada estúpido.

—No lo haré.

Harry quería decirle más, dos palabras que quemaban en su garganta, y que se suponía que significaban algo... pero no podía, no sabía cómo; nunca se las había dicho a alguien antes y no estaba seguro de que supiera realmente qué significaban. No así de rápido, no así de abrupto. ¿Se suponía que el amor era temer por alguien, desesperarte por no tenerlo cerca, por no poder pensar en un mundo sin él, y querer protegerlo de todo? Eso no sonaba a algo que alguna persona querría sentir. Los señores Weasley siempre decían que el amor no dolía, o no podía ser considerado amor.

Y esto entre ellos solamente podía compararse con una herida abierta que tarde o temprano volvía a sangrar.

Así que sólo dijo:

—No mueras.

Y la respuesta fue automática.

—Mi vida es tuya.

Harry sonrió, apretándolo con fuerza, memorizando su piel. No creía que podría memorizar más. Después de todo, ambos prometieron que esto solamente duraría lo que la guerra durara.

Se separaron y caminaron en silencio de vuelta a la entrada. Draco era distante otra vez, su cara no delataba absolutamente nada, su semblante era casi desconocido para Harry. De todas formas, sabía que con él nunca se cerraría por completo de nuevo.

Al menos lo esperaba.

Pasado el laberinto y de cara al portón, Draco se giró hacia él y atrapó sus manos abruptamente, mirándolas, acariciando y delineando el pulgar por su piel. Se tardó un tiempo insanamente largo repasando la cicatriz de "No debo decir mentiras", y a Harry le golpeó de nuevo la necesidad de- decirle más, o de agarrarlo y no permitirle irse de nuevo. Estaría a salvo con él. No estaría solo.

Pero Harry no hizo nada de eso, y cuando Draco habló, su semblante estaba oculto porque miraba hacia abajo.

—No mueras, Harry —murmuró. Su barbilla temblaba casi imperceptiblemente—. Sólo- no mueras. Por favor. Por favor, no mueras-

Harry sintió sus dedos temblar. Quitó las manos de entre las suyas, agarró su túnica y lo atrajo hasta él, juntando las bocas. Tal vez debía dejarlo hablar, pero no existían oraciones en el mundo que arreglaran esa jodida situación, y tampoco sabía cuando volvería a besarlo. El calor agradable lo recibió, a diferencia del resto de su cuerpo. Los besos de Draco no eran fríos, su sabor era el de la primavera, y Harry sabía que representaban lo único real en ese instante. Necesitaba transmitirle que sentía lo mismo, que el miedo era el mismo. Esperaba que Draco pensara que eso era suficiente para quedarse con él, aunque a veces doliera.

Pero no fue así. Harry lo sabía.

—Si alguien te toca, lo mataré —murmuró encima de sus labios, entre besos—. Si vuelves con un solo rasguño, lo mataré.

Draco sonrió. Parecía que no le creía.

—Hasta pareces intimidante cuando lo dices.

—Estoy hablando en serio

Harry se separó, y lo miró.

Draco no era una persona alegre. Ni siquiera era una persona agradable a menos que la conocieras bien. No parecía llevar la felicidad a cada lugar al que iba o mucho menos.

Y aún así, para Harry, mirarlo sonreír era como mirar directamente a una luz muy brillante que te cegaba y que solamente duraba unos segundos, pero era suficiente para dejar secuelas. Las sonrisas de Draco eran tan escasas, tan extrañas y esporádicas, que Harry había aprendido a contarlas y conservarlas como algo precioso. Conservarlas en ese lugar donde guardaba las cosas que le hacían feliz.

—Adiós, Harry Potter.

Draco dejó un beso casto y dio un paso atrás, dando media vuelta. Harry agitó su varita para abrirle, sintiendo un vacío, un vértigo.

Tenía miedo.

—Draco —llamó antes de que pudiera marcharse. Draco lo miró por encima del hombro—. Lo decía en serio.

Draco resopló.

—No puedes esperar salvar a todos. No tienes por qué salvarme a mí, Harry, ya te lo dije.

Harry no respondió a eso, no dijo nada más, simplemente lo miró voltearse de nuevo y salir por el portón.

No le dijo que lo salvaría siempre que pudiera.

Bajando la cabeza y respirando hondo, Harry se giró también dispuesto a entrar a la mansión.

Esperaba estar listo para enfrentar a Ron y a Hermione.


 

 

Cuando Harry entró a la habitación donde Kingsley le había dicho que Ron y Hermione estaban, no esperaba que lo primero que lo recibiera fuera su mejor amiga empujándolo contra la pared y poniendo la varita al borde de su garganta.

Finite Incantatem.

Harry no comprendió qué estaba pasando al inicio, no hasta que parpadeó confundido y vio cómo ella bajaba la varita, observándolo con precaución. Casi esperanza.

La irritación lo golpeó como un hacha.

—No estoy bajo un Imperius, Hermione —le espetó.

—Es difícil de creer.

Ron, sentado en una silla pasos más allá, hizo un ruido parecido a un resoplido.

—Te lo dije.

Hermione se giró y Harry sabía que tenía una mirada letal. Exudaba furia; Harry no le había visto tan enojada en años. Ron, por otra parte, sólo lucía decepcionado. Harry no sabía cuál de las dos le dolía más.

Su amiga empezó a pasearse de un lado a otro mientras Harry se quedaba estúpidamente en la pared, tratando de mantener la calma.

—¿Malfoy, Harry? —preguntó ella, enfrentándolo—. ¿Él, de entre todas las personas? ¿Cómo pudiste?

Hermione lo decía como si fuera algo sucio, como si estuviera mal. Recordó a Draco y todas las veces que le había dicho que en realidad eso no era lo que Harry quería. Se preguntaba si eso era lo que el resto veía al mirarlos: que Harry se estaba ensuciando de porquería y que al parecer no se daba cuenta. Hacía que su sangre hirviera.

—No sé qué quieres que te diga —murmuró él, sin tener la más mínima idea de lo que eso provocaría en Hermione.

Su amiga disparó una mirada acusatoria y luego rio. Era una risa cruel, incrédula. Una que no había escuchado antes.

—No sé, ¿una explicación? ¿Cómo es que terminaste cogiéndote al... torturador de Tom Ryddle? —Hermione hablaba demasiado rápido—. Sé que puedes ser denso, Harry, pero por si no te has dado cuenta, ese hombre es una mierda. Es una mierda, siempre ha sido una mierda- es cruel. ¿No recuerdas lo que ha hecho? ¿No lo sabes? ¿O simplemente no te importa?

Harry intentó ponerse serio, pero las palabras de Hermione eran demasiado duras. Es una mierda. Es cruel. ¿No recuerdas lo que ha hecho?, y por supuesto que Harry recordaba, por supuesto que lo sabía, no lo negaba. Pero lo único que podía pensar era en Draco, mostrándose suave para convencerlo que volvería a él. Sus cabellos enredados en la almohada y sus ojos mirándolo de rodillas. Y no podía ver lo que Hermione veía, sólo podía pensar en que estaba completamente loco por él y que no sabría adónde ir si lo perdía.

Bueno, por un lado tenía razón.

No le importaba lo que había hecho.

—No sé cuándo pasó. —Harry intentó mantener su voz nivelada—. Meses-

—¡¿Meses?! ¿Esto ha durado meses?

Harry se pasó una mano por el cabello, con la exasperación creciendo en su estómago.

—¿La primera vez que me lo follé? Sí, fue antes de Navidad. Creo que antes de Octubre. —No había esperado que sonara tan crudo, pero así fue, y Hermione pareció ser abofeteada. Ron se puso pálido—. Pero fue antes de eso- esto, lo que sea que sucedió, no fue de la noche a la mañana-

—Bueno, tiene que parar. —Hermione estaba absolutamente frenética—. No sé por qué nadie te lo ha dicho antes, por qué ninguno de ustedes dos lo ha detenido creyendo que esto es una buena idea, pero esto- esto es una ilusión. No es real, Harry.

Eso era lo que Harry necesitaba para enfadarse, para enfadarse en serio. Su magia empezó a arremolinarse y observó directamente a los ojos de Hermione. ¿Qué derecho tenía ella de decirle qué era real o no? Cuando Draco era lo más real que había sentido en- en la puta vida. Sus besos, sus abrazos, él era lo único que lo mantenía presente. ¿Qué derecho tenía?

—Nadie va a parar nada —Harry escupió—. Tengo veintiséis años. Sé cómo cuidarme-

—¡Aparentemente no sabes! —Hermione gritó, y Ron alcanzó su brazo para que retrocediera—. ¡Este hombre mató a un niño para hacerse cercano a Tom! ¡Ha quitado miembros sin pensarlo, ha visto ejecuciones! ¡Es del bando que dejó a tu jodido mejor amigo sin una pierna y de los que me hicieron todo- todo esto a mí! ¡Convirtió a niños en esclavos! ¡Ha torturado centenares de personas!

—Al igual que yo —Harry respiró—. Yo las he matado, de hecho. Y lo he disfrutado.

Hermione lo miraba como si no pudiera creerlo.

—Es diferente. La muerte dura un segundo, y luego te libras por el resto de la eternidad. El peso queda para el que mata. La tortura- para torturar a alguien de la forma en la que él lo ha hecho necesitas estar podrido. Él ha quebrado la mente de las personas, ha deseado que las mataran- torturó a McGonagall. —Sus palabras eran frías como el acero de una daga que estaba cortando a Harry—. Es lo peor que un ser humano podría ser, encerrado en una sola persona.

No, quería protestar al igual que un niño pequeño. No, tú no lo entiendes. Ninguno de ustedes lo entiende. No conoces los movimientos torpes de sus dedos al abrochar su camisa y no has visto la sonrisa boba que pone cuando algo le causa genuina gracia. Está tan vivo como tú y como yo.

Mierda, Harry necesitaba respirar y que el dolor de sus costillas se deshiciera. Odiaba esta sensación. Odiaba pelear con quienes amaba.

—Él salvó la pierna de Ron —Harry dijo, y Ron se encogió visiblemente en su lugar. Hermione se giró a mirarlo—. Me salvó a mí, cuando fui atacado en la espalda. Trajo las pociones que te relajaron y te permitieron olvidar el día de Grimmauld Place. Salvó a George en el Valle de Godric. Salvó el brazo de Padma en Austria y luego se puso en frente mío y un Mortífago. Salvó a Molly en Azkaban. Nunca dijo nada al respecto, nunca pidió nada a cambio.

Hermione lo miró, y Harry pudo detallar cómo sus ojos estaban llenos de lágrimas, de furia y de... más, suponía. La mención de Grimmauld Place cayó entre ambos como un ruido sordo y Harry se sintió horriblemente culpable de mencionarlo. Trataba de entenderla- podía incluso. Hermione fue discriminada toda su vida, el mismo Draco fue parte de esta discriminación, llamándola sangre sucia más de una vez. Fue torturada en su casa, y él miró. Hermione tuvo que borrar las memorias de sus padres y luego tuvo que soportar que le quitaran sus dedos y más. Que le quitaran más.

Quizás pensaba que Draco quería arrebatarle a Harry también, y de ser así, eso era otra cosa que perdía.

—¿Y qué, eso lo hace una buena persona de pronto? —terminó respondiendo Hermione, con la voz temblando—. ¿Que haya hecho esas cosas elimina todo el daño que ha causado?

Una pregunta no dicha apareció en el silencio.

¿Elimina el daño que me causó?

Harry se sintió exhausto, como si un millón de rocas se hubieran estrellado encima de él. Con cuidado, caminó al sillón más cercano y se dejó caer, apoyando la cabeza entre sus manos. No quería herirlos, joder, no quería herirlos o hacerles creer que no les importaba todo lo que habían sufrido porque a Harry le importaba más que sus propios problemas, pero no sabía qué otra cosa hacer o decir. Lo fácil sería acabar las cosas con Draco, eso era lo que Hermione y Ron probablemente esperaban, lo que querían. Pero no era lo que Harry quería. Un sólo beso de Draco era capaz de hacer las cosas mejores. Su presencia, que lo mirara... provocaba que Harry se sintiera completo. No podía perder eso. No importaba cuánto doliera que Hermione y Ron lo odiaran, no podía perderlo.

—No me pongas en el límite —Harry pidió, con voz comedida y rasposa—. No me hagas elegir, Hermione. Por favor no me hagas elegir.

La habitación cayó en un silencio luego de eso, y por primera vez en más de una década –o en la vida– Harry se sintió demasiado joven, demasiado inexperto para lidiar con algo de esto. Tenían veintiséis, y esa no era una conversación que deberían estar teniendo. Draco no debería haber torturado a toda esa gente; Harry no debería haberlos matado; Hermione y Ron no deberían haber perdido tanto.

—¿No sabrías qué elegir, entonces? —Ron habló por primera vez, y Harry no fue capaz de mirarlo.

O de responder.

—Nosotros hemos estado aquí, Harry —Hermione dijo. Su voz sonaba infinitamente triste—. Hemos- cuidado tu espalda- hemos-

—Él también ha estado aquí —Harry la interrumpió con los ojos fijos en sus manos. Minutos atrás, Draco las había tomado entre las suyas—. Él también ha cuidado mi espalda.

Harry puso los dedos debajo de sus lentes, apretando tan fuerte que dolió. No sabía qué más agregar, o si siquiera quería convencerlos. Hermione y Ron eran su familia, para él, lo eran; habían estado allí desde antes que Harry supiera que necesitaba a alguien... siempre habían estado allí. Pero también Draco lo había estado, aunque no fuera de la mejor forma todo el tiempo. Harry no quería elegir, no quería tener que escoger porque sentía que era injusto.

—Si esperan que les diga que es un hombre nuevo y que ha cambiado, no lo escucharán. —Harry intentaba ser lo más franco posible—. Estoy consciente de quién es, y no es eso lo que ha hecho que... joder-

¿Cómo podía explicarle a alguien más cómo había caído tan fuerte por Draco Malfoy, cuando ni siquiera él mismo lo sabía? ¿Cómo le explicaba el último año a Ron y a Hermione? No podía. Ellos simplemente no lo habían vivido, no lo entendían.

—Creo que estoy enamorado de él.

La confesión se estrechó entre ellos como si fuera una brecha. Algo que quiere hacerse un lugar a la fuerza en un espacio reducido.

Por un momento, nada sucedió.

Ron soltó un audible "mierda", y Hermione se dejó caer en un asiento al lado de él. Vencida. Fue horrible saber que era por su culpa.

—No sé qué decirles, no sé cómo explicarles qué sucedió. —Harry estaba respirando agitadamente—. Ha hecho todo lo posible por ayudar- ha hecho lo posible por ayudarme. Soy mejor con él, o al menos me siento mejor, como si el mundo realmente tuviera sentido. Me hace sentir como-

Como la primavera.

Como si fuera capaz de todo.

Como si las fantasías del después de la guerra pudieran ser posibles.

—Él no mató a ese niño, a su Sacrificio —Harry susurró apenas audiblemente. Desesperado. Aún no se atrevía a mirarlos—. Creyó estarles dando una oportunidad a los niños que eran convertidos en esclavos, porque antes solían matar a absolutamente todos los nacidos de muggles. Torturó a McGonagall sin tener sus recuerdos. Ha hecho lo que ha hecho porque quería rescatar a su madre. Sé que no es excusa, y sé que eso no borra nada de las acciones que ha cometido. Solo puedo decir que- lo entiendo. Lo entiendo, y él me entiende a mí. Y sé que es sincero. Conmigo es sincero.

Draco se había quebrado entre sus brazos, y había accedido a decirle la verdad porque Harry no quería que le ocultara nada. Confiaba en ese hecho. Confiaba en él. Debía confiar en él porque no podía concebir que Draco fuera una persona desalmada.

No Draco.

Finalmente, Harry levantó la cabeza.

Hermione estaba mordiendo la uña de su dedo pulgar, mirando directamente al piso. Ron se encontraba de brazos cruzados y su boca formaba una fina línea. Harry sentía que había paredes, un mundo separándolos. Desearía saber qué podría hacer o decir para que las cosas estuvieran bien, para eliminar la distancia entre ellos.

—Honestamente, Harry, no sé si pueda hacer esto... —Hermione habló; su voz aún temblaba—. Él es parte de ellos. No puedo-

No es parte de ellos, Harry quería gritar. Es parte de nosotros.

Además, Hermione no tenía que hacer nada. No es como si Harry iba a restregarle en la cara que Draco y él tenían... lo que sea que tuvieran. Solamente necesitaba que no lo ignoraran, o trataran a Harry como una paria por algo que él verdaderamente no había elegido, no en realidad.

Pero sabía que era una petición demasiado grande. Demasiado pesada. Era un sacrificio.

Son mi familia, pensó, y las palabras por poco dejaron su boca.

Son mi familia, y yo soy la suya.

Déjenme tener esto.

No me hagan elegir por favor.

—Honestamente no puedo decir que estoy del todo sorprendido —dijo Ron de repente, sacándolo de sus pensamientos.

La cabeza de Hermione se volteó a él de inmediato y Harry alzó las cejas. Ron tenía una mirada calmada, pensativa, esa que traía la mayoría del tiempo.

—¿Ron? —preguntó ella, como si él acabara de traicionarla.

—Lo siento, Hermione, es la verdad. —Ron se pasó las manos por la cara, y Harry no tenía idea de si sentirse agradecido, o de si esperar algo malo—. Nunca pensé que terminaría en esto, nunca creí que Harry acabaría cayendo, pero... no es algo que me tome por sorpresa, eso es todo.

Nunca creía que Harry acabaría cayendo.

Se oía como si Draco lo hubiera arrastrado a una trampa, como si lo hubiera engañado. Como si Harry no le hubiera pedido que lo besara y prácticamente le hubiera rogado que le permitiera tenerlo mientras la guerra persistiera.

—¿Qué? —preguntó Harry sintiendo la garganta seca.

—He estado estos meses haciendo nada más que observar, ver en qué puedo ser útil. Y te he observado, los he observado a ambos. No soy ciego, y sé que Malfoy ha arriesgado su pellejo por la Orden. No quiere decir que eso lo haga mejor persona, pero... puedo ver por qué logró hacer que te sintieras de la forma en la que te sientes.

Harry dejó que las palabras se asentaran en él. Ron no decía que estaba de acuerdo, pero lo entendía. Quizás eso era lo único que Harry necesitaba.

Que lo entendieran, no que lo aprobaran.

Pensó en el Ron de antes del accidente, lleno de ira y frustración por lo que le habían hecho a su familia. Y quizás la tenía aún, pero las diferencias entre ese y el que estaba frente a él en ese instante eran abismales. El Ron de un año atrás hubiera estado gritando antes de que Hermione hubiese dicho nada. Harry creía que incluso lo hubiera golpeado y le habría reclamado cómo podía estar con uno de los asesinos de Fred y Ginny. Quizás no le hubiera hablado por un buen tiempo, y Harry no habría podido culparlo.

Ese era el Ron que estaba esperando. No este, que se giraba a Hermione, tomaba su mano, y cargaba sus palabras con significado:

—Malfoy no es un monstruo, Hermione.

Harry sintió cómo su garganta se apretaba.

Él mismo había llamado monstruo a Draco, y era horrible saber que de vez en cuando, aún lo pensaba. Mirar a su mejor amigo, a una de las personas con más razones para llamarlo inhumano decir algo así... Harry se sentía expuesto, como si todos los nervios hubieran salido a la superficie.

—Creí que lo era —prosiguió Ron—. Quería matarlo yo mismo, porque lo culpé por la muerte de Ginny, y- por todo, en realidad. Es fácil de esa forma. Es un asco de persona, en eso estamos de acuerdo, y no sé qué puede verle Harry, pero no es un monstruo. —Ron lo miró directamente, con ojos azules decididos—. No contigo. Sé que se preocupa por ti, los vi abajo, ¿y sinceramente? Es todo lo que importa.

En su vida Harry habría esperado que Ron Weasley dijera algo como eso. Sonaba honesto, y comprensivo y más leal de lo que el mismo Harry era. Deseaba abrazarlo, agradecerle y ponerse de rodillas para que nunca, nunca, nunca lo abandonara.

No es un monstruo. No contigo.

Se preocupa por ti.

Es todo lo que importa.

Hermione quitó la mano de la de Ron con brusquedad. Todavía tiritaba. Harry quería limpiar de su rostro esa mirada de traición.

—¿Qué?

—Merece algo de felicidad, Hermione —respondió él calmadamente—. Todos la merecemos.

—¿Y crees que él puede darle felicidad?

—Lo hace —Harry intervino, angustiado—. Lo hace.

Hermione tomó una respiración honda como si estuviera armándose de paciencia, e intercambió la mirada entre ambos. Los observaba igual que alguien que observa dos extraños.

—Me llamó sangre sucia hasta que el jodido insulto salía natural de su boca. Hizo mi vida miserable-

—También la mía, y la de Harry.

—Sí. Lo odiaba —Harry dijo, sabiendo quién había sido Draco, teniéndolo tan claro que dolía—. Lo odiaba, Hermione. Realmente lo hacía. No podía importarme menos, pero... no sé. No sé cómo explicártelo. Sólo necesito que confíes en mí cuando te digo que esto es algo bueno.

Cuida de mí. Le pertenezco. Hace que mi vida sea menos miserable.

Me hace sentir como si lo que está pasando no fuera mi culpa.

—Necesito que confíes en mí —repitió. Su voz sonó rota a sus propios oídos.

Hermione lo miró, y aunque estuvo callada por al menos un minuto entero, Harry sabía lo que iba a responder antes de que hablara. Aún estaba sucia por la batalla, tenía un corte en su labio, y la delgadez remarcaba lo que solían ser sus mejores rasgos. Hermione era terca, y podía ser rencorosa. Harry sabía que estaba pidiendo demasiado, más de lo que ella podía dar; más de lo que cualquier persona podía dar, después de todo lo que su amiga había pasado. La barbilla de Hermione temblaba, y de alguna forma Harry sentía que parte de la confianza que ambos cultivaron por más de quince años se había fracturado. Parecía que había defraudado a Hermione, y Harry quería llegar hasta ella, abrazarla incluso, y prometerle que no volvería a hacerle daño.

Pero ella se levantó, caminando rápidamente hacia la puerta.

Y Harry sintió su corazón.

—Lo siento Harry, no- no puedo con esto —dijo sin mirarlo—. No te haré elegir. Al parecer, ya has tomado tu decisión.

El portazo hizo eco por toda la habitación.

Harry retornó la mirada hasta sus manos y apretó la tela de sus pantalones con fuerza. Su mundo se había destrozado un poco. No quería sentir que Hermione lo había abandonado de una buena vez, como él siempre esperó que los que amaba lo hicieran, pero eso era lo que parecía. Ganas algo, la vida te quita otra cosa. Era como una ley.

No me dejes, Harry pensó. No puedo hacer esto sin ti.

Ron soltó un gran suspiro al cabo de unos segundos, y Harry lo oyó removerse en su lugar. Estiró su pie hasta que tocaba el zapato de Harry. Era como una especie de soporte. Un "aquí estoy".

—No estoy feliz con esto yo tampoco, tengo que ser honesto. Creo que él será tu perdición. —Harry se encogió un poco, pensando si lo que Ron le diría terminaría por quebrarlo. Su amigo movió el pie para darle otro toque—. Pero no te haré pasar por más dolor, que es lo que te traerá si te hago elegir. Me preocupa lo que él puede hacerte, todo el mal que puede acarrear a tu vida, pero también sé que si te hace algo, eres más poderoso que todos nosotros para vengarte. —Harry dudaba de ser capaz de dañar a Draco, aunque eso no le impidió volver a ver la determinada expresión del rostro de Ron y esbozar una sonrisa agradecida que estaba seguro salió más como una mueca. Él pausó antes de continuar—: Y si no eres capaz de herirlo, lo mataré. Sabes que no es una amenaza, es una promesa. No sé cómo, no sé cómo me enfrentaré a él, pero te aseguro que si te daña, lo mataré.

Harry oyó la manera en que marcaba cada sílaba y palabra, y sabía que no era una broma; Ron no lo estaba diciendo en vano. Su amigo hablaba de navegar mar y volar el cielo para ver a Draco muerto, en el caso de que lo dañara.

Y Harry no lo merecía.

No merecía eso, después de cómo los había decepcionado desde el momento en que decidió buscar los Horrocruxes, todos esos años atrás. No lo merecía después de haber vuelto para vencer a Voldemort, y no poder lograrlo. No lo merecía porque toda esa gente murió por él, y ahora Harry les pagaba yendo y enamorándose de Draco Malfoy.

Quizás las cosas serían más fáciles si todos sus amigos lo odiaran.

Tenían razones de sobra para hacerlo.

—Lo siento —murmuró.

La mirada de Ron se suavizó. No era bueno.

Lo que había en sus ojos era lástima.

—Sí, yo también.

Ninguno sintió la necesidad de aclarar a qué se refería, y Harry trató de alejar todo pensamiento de Hermione, centrándose en Draco y en sus manos y su tacto y su boca y su cabello- pero de alguna forma las memorias se veían interrumpidas por la cara de la mujer, el gesto que había hecho antes de salir por esa puerta.

Me heriste, sus ojos decían. Me heriste cuando pensé que podía confiar en ti. Confiaba en ti, Harry. Lo hacía.

No puedo con esto.

No puedo con esta parte de ti.

Lo siento, Harry.

—¿Crees que Hermione será capaz de perdonarme? —preguntó antes de poder detenerse, y Ron volvió a darle un toque con su pie.

—No está enojada contigo —dijo con serenidad—. Quizás se siente traicionada, pero en realidad le enoja la situación por todo lo que ellos nos han hecho... y tiene miedo. Teme por ti, porque él te quite más y te dañe más. No puedo decir que está equivocada.

—Él no lo hará.

Ron, por primera vez en toda la conversación, le envió una mirada incrédula.

—¿Estás seguro de eso?

Era una pregunta tan simple. Harry, minutos atrás, habría creído estar seguro de qué contestar.

Ahora, en cambio, su estómago se revolvió y fue transportado directamente al Ministerio. Draco lo insultó. Lo atacó y le dijo que esperaba matarlo. Lo hirió y estuvo a punto de-

Pero no había sido él.

¿Estás seguro de eso?

Ron continuaba mirándolo, mas no parecía esperar que contestara, e internamente lo agradeció, porque Harry una vez más no sabía qué responder. Sólo sabía que, una vez más... no le importaba.

Draco podía sacarle el corazón y pisotearlo en el suelo y Harry aún así no lo dejaría ir, no hasta que él lo empujara fuera de su vida.

—¿Lo decías en serio? —Ron preguntó, cambiando el tema—. ¿Acerca de que crees estar enamorado de él?

Todo lo que me pidas, te lo daré.

Cariño...

Harry.

Es real.

Estoy aquí.

Cuidaré de ti.

Mi vida es tuya.

Harry no dudó.

—Sí.

—Bien. Eso es algo bueno.

—¿Lo es?

—Es algo bueno estar enamorado, incluso si eres sólo tú el que lo está —Ron respondió, y Harry pudo ver que pensaba en Hermione por la forma en que sus ojos brillaban—. Si lo dices en serio, es algo bueno.

Harry no creía poder entender esas palabras, o tal vez tenía problemas entendiendo las cosas buenas. Sabía que Draco era una, pero... ¿el amor?, ¿este amor que supuestamente Harry tenía? No parecía algo bueno. Como pensó horas atrás, este sentir se trataba de una herida abierta.

Draco tenía razón, era una debilidad toda esa mierda que les pasaba. Porque además de estar preocupado por Hermione y por su decepción, su estómago era una hilera de puros nudos, pensando en qué le haría Voldemort. Qué podría estar haciéndole en ese exacto momento. Harry no quería ni necesitaba debilidades.

Aquello tampoco había sido su opción.

—Se le pasará —Ron dijo, rompiendo nuevamente el silencio, y Harry una vez más no podía creerle. Él hizo un gesto con la mano—. ¿Recuerdas algún momento en el que pudiera estar enojada mucho tiempo contigo?

Harry sonrió. No llegó a sus ojos.

Ciertamente Hermione nunca había estado más de tres meses sin hablarle, pero Harry tampoco le había dado muchas razones para hacerlo. Se pasó una mano por el desastre de su cabello, exasperado.

—Siento- siento hacer- lo siento por hacer todo más difícil para ustedes-

—Nunca haces las cosas más difíciles, Harry —Ron lo cortó con fuerza, con tanta, que por un momento parecía enojado—. Nunca pienses eso.

Harry quiso echarse a reír.

Por alguna razón, sintió que era mentira, y que Ron haría lo que fuera para hacerlo sentir mejor. O quizás estaba lo suficientemente ciego para no ver que lo único que Harry siempre hacía era empeorar las cosas. Harry lo observó, agradecido, y la mirada de Ron se suavizó una vez más.

Mentira o no, apreciaba sus palabras. Quería decirle también- que lo amaba, y que le agradecía por todo. Pero de nuevo, no sabía cómo.

Nunca lo había hecho. No sabía cómo querer a alguien.

—Ahora, demasiado drama adolecente —dijo Ron palmeando sus muslos y tratando de levantarse con dificultad—. Creo que deberíamos checar a los heridos y a los padres de Adrian.

Algo se movió en su interior con desagrado, pero Harry aceptó, y con su ayuda, él y Ron salieron del cuarto.

•••

Theo llegó poco después de que Draco se Apareciera fuera de la mansión. Aún no habían sido llamados a ningún lugar, y por alguna razón, aquello hacía que una sensación de vértigo se instalara en su estómago. Una sensación de alarma que le gritaba que las cosas estaban al borde de la ruina.

Los presentimientos raramente se equivocaban.

Por eso, cuando Draco vio la cara de Theo aparecer en el salón principal, por poco olvidó a Harry, y a Pansy, y los sentimientos desgarradores que amenazaban con quebrar su pecho.

Porque las palabras de Theo presentaron una peor amenaza para su estabilidad.

—Viene hacia acá.

Draco sintió su boca secarse instantáneamente.

—¿Quién?

—Ambos sabemos quién.

Una cara monstruosa llegó a su cerebro. Ojos rojos. Dientes afilados y podridos. Despiadado.

Mierda. Mierda. Mierda.

¿No podía ser, no? ¿Voldemort querría retornar a la mansión? Draco se dejó apoyar en la chimenea. El peso de la pelea aún no se disipaba.

Pansy.

Harry.

Viene hacia acá.

—Viene hacia acá —Theo repitió, haciendo eco en su cabeza—, porque el Ministerio ya no existe, y esta es la base del Nobilium.

—¿Cuándo va a llegar? —preguntó Draco tembloroso por el miedo.

—No creo que falte mucho.

—Carajo.

Prácticamente corrió hasta su laboratorio, ignorando a Theo mientras buscaba todo lo que podría ser usado en su contra en caso de que Voldemort buscara entre sus pertenencias como sabía que haría. Draco abrió cajones, sacó carpetas y papeles dejándolos encima de la mesa. Conjuró un Incendio en ellos, destruyéndolos.

—Tendrás que borrarme la memoria —dijo dejando afuera de su voz lo que eso le hacía sentir, viendo cómo el papel se consumía gracias al fuego—. No creo que pueda escabullirme pronto a la base, y en cualquier momento el Lord querrá meterse a mi cabeza.

—La última vez...

—Sé como resultaron las cosas la última vez que lo hiciste —Draco lo cortó, tal vez con demasiada fuerza.

—Joder.

Había torturado a McGonagall.

Había herido a Harry.

Se condenó a sí mismo a torturar personas cada mes.

Hizo que Pansy fuera apresada.

Draco cometía errores, pero toda su vida lo había hecho. ¿Qué era uno más? ¿Qué era un error más a la lista de cosas jodidas que hizo?

Harry.

Narcissa.

Lucius.

Pansy.

La guerra.

A pesar de que el prospecto de no recordar hacía que quisiera quitarse la piel, debía hacerlo. Debía cumplir con ese sacrificio. Nadie dijo que las cosas tenían que ser fáciles.

—Tendrás que avisarle a Harry cuando lo veas —dijo, sin encontrar la mirada de Theo—. Advertirle de lo que podrá encontrar cuando nos encontremos de nuevo. De lo que podré hacer en este tiempo.

Harry debía estar sobre aviso, para que no se sorprendiera cuando Draco actuara como siempre había actuado, de la forma en la que en realidad era: cruel y vil.

¿Bastarían las disculpas, si es que hacía algo demasiado malo?

¿Draco terminaría rompiendo lo que tenían, como siempre supuso que iba a hacer?

¿Acaso Harry vería más allá de su acto, de la persona que pretendía ser cuando estaban juntos?

Alguien más honorable. Más merecedor.

¿Realmente estaría tan sorprendido?

Joder. Joder. Joder.

—¿Harry? —Theo lo sacó de su ensimismamiento. Draco levantó la cabeza, viendo su expresión cautelosa.

—Sí.

—¿Harry Potter?

Draco podía ver adónde iba eso. Nunca lo había llamado Harry antes, no en la presencia de él.

—Sí.

Theo lo estudió. Observó con cuidado cada línea de su cuerpo y escrutó su cara. Draco dudaba estar delatando algo, su gesto era de piedra y su postura estoica. Sin embargo, Theo pareció leer más allá.

—¿Te lo estás follando?

Y bueno, sinceramente, Draco no veía el punto en mentir, no después de haberse delatado esa noche frente a las personas que a Harry más le importaban en la vida.

—¿Cuál es el problema?

—Ninguno, sólo es algo sorprendente.

—¿Lo es?

Había sido una pregunta retórica, pero Theo pareció pensarlo, y sus ojos se movieron como si estuvieran repasando cada interacción que Draco y Harry habían tenido desde el momento en que se conocieron.

—No, supongo que no.

Bueno, ciertamente no parecía sorprendido.

Draco dio una vuelta más en su laboratorio, para luego sacar la moneda de su bolsillo y entregarla a Theo, en caso de ser registrado por el Señor Tenebroso. No sabía si los encantamientos proteicos podían sentirse, pero por si acaso, no iba a arriesgarse. Podrían salir muchas cosas mal; podrían suceder muchas cosas. Podrían pasar meses antes de que Draco volviera a ver a Harry, y no unas cuantas semanas. Ya nadie estaría a salvo.

¿Qué pasaba si lo hería de nuevo?

Bueno, Draco lo iba a herir de nuevo. Destruía todo lo que tocaba.

Todos los que se le acercaban demasiado acababan heridos.

—Necesito que me prometas algo —dijo a Theo, manteniendo su voz nivelada.

—No soy fanático de las promesas.

—No es nada que tú no me harías prometer, si la situación fuera al revés.

Theo pareció intrigarse por aquello y Draco se giró hacia él, evitando limpiarse para que Voldemort viera que había estado en la pelea. Todos sus movimientos eran calculados.

—Protégelo —dijo yendo directo al grano—. Protégelo como puedas. No permitas que sea dañado.

Draco no recordaba cuándo fue la última vez que Theo se quedó sin palabras, sin saber qué contestar. Esa era una de esas veces. La máscara fue retirada por unos segundos, los ojos se abrieron levemente, y su boca se abrió en un pequeño "oh".

De ser otras las circunstancias, Draco se habría avergonzado.

—¿Y si eres tú el que va a hacerle daño? —terminó preguntando cuando se recuperó, con su cara neutra una vez más. El interior de Draco cayó por un breve segundo ante la implicación.

¿Cómo respondía a eso?

¿Cómo le decía que esa era una de las mayores razones por la que lo hacía prometer aquello?

—No importa, haz lo que sea necesario incluso si debes enfrentarte a mí. Asegúrate- asegúrate de que viva.

A eso, las cejas de Theo subieron nuevamente, y su expresión flaqueó- sólo un poco. No de mala forma. Draco casi podía ver que se encontraba divertido.

—Wow. No solo te lo estás follando, esto es algo más serio.

No tenía tiempo para eso.

—Theo, promételo.

—Es la primera vez que te veo así. Después de todo, realmente tienes sentimientos.

—Theo —Draco lo ignoró, el pánico se estaba levantando tras su indiferencia—. Promételo.

Su amigo lo pensó, desviando la mirada. Como si hubiera una opción. Como si Draco prácticamente no se lo estuviera rogando.

—No veo por qué debería hacerlo —respondió—. Él puede protegerse a sí mismo.

No, quería escupirle. No, no es un superhéroe, no es un súper humano. No puede solo, y no debería poder solo. No porque sea más poderoso y fuerte quiere decir que debe cargar con los sufrimientos del resto.

No debería. No es su posición.

—¿Dirías lo mismo si fuera Luna? —logró decir, antes de que la rabia lo consumiera por completo. Toda la expresión de Theo se volvió tensa.

—Potter no es Luna.

—Para mí, lo es.

Estaba consciente de lo que significaba.

—Joder, Draco.

—Es un mártir —insistió, haciendo que Theo volviera a mirarlo—. Cree que todo es su culpa, y piensa que debe sangrar él para evitar que sangren los demás. Si yo no estoy ahí, terminará matándose.

—Ha sobrevivido ocho años.

—Y no tengo ni puta idea de cómo, pero sé que las cosas han cambiado y ahora son peores que antes, corrígeme si me equivoco. —Theo apretó los labios. Draco sabía que tenía razón—. No puedo asegurarme de que esté bien si me encuentro- así.

Si no lo recuerdo. Si no se quién es, quién soy, y qué somos.

Si lo odio.

Theo, una vez más, se quedó callado un tiempo exageradamente largo. Draco casi se puso a gritarle y a decirle que de la situación ser inversa, él lo ayudaría, porque sabía lo que era no quedarse con nadie.

Habían asesinado a Pansy.

Draco sintió sus defensas flaquear.

—Está bien —Theo terminó diciendo, a medida que asentía, y sinceramente, Draco podría haber llorado del alivio—. Está bien, lo protegeré por ti.

Por primera vez desde que se alejó de Harry, Draco sintió volver a respirar. Se dejó caer contra un estante, sabiendo que no poseía demasiado tiempo antes de que tuviera que ponerse en guardia de nuevo. Al menos, por unos segundos, podía sentir tranquilidad de saber que alguien iba a velar por Harry mientras él no estuviera allí.

—Lo amas.

Draco creyó haberlo imaginado.

Pero no fue así.

La voz de Theo rompió su momentánea paz, y Draco levantó la cabeza rápido. Su expresión no era diferente, no parecía estar preguntando o burlándose, simplemente afirmaba un hecho evidente.

Lo amas.

Draco tragó pesadamente buscando algo para responder.

—No es una pregunta, sé que lo haces. Siempre has sido intenso con él pero- esto... —Theo suspiró, como si Draco acabara de cometer el mayor error de su vida—. Lo amas. Tal vez no te das cuenta aún, tal vez no quieras admitirlo porque Merlín te prevenga de sentir algo, pero... lo haces.

Draco apartó la mirada y la fijó a la distancia. Simplemente no se había detenido a pensarlo, y ese no era el momento para hacerlo tampoco. ¿Era amor? No lo sabía. Nunca se había sentido así por nadie antes. Haber memorizado el sonido de su risa, o las distintas formas en que sus sonrisas eran esbozadas. Draco se preocupaba por él, eso era seguro. En ese momento-

Era su todo, en ese momento.

—El día que haya una oportunidad de ir a la base, te enviaré una lechuza citándote a mi casa bajo el pretexto de una mamada —Theo soltó cauteloso al ver que Draco no tenía nada para responder—. El Señor Tenebroso probablemente la interceptará, por lo que dudo que desconfíe, no debería desconfiar de eso. Allí te devolveré los recuerdos e iremos a la base. Tendremos que hacerlo rápido, no podrás estar ahí demasiado tiempo.

—Cinco minutos es suficiente para mí.

Era la verdad. Si lo veía, si se aseguraba de que estuviera bien-

Si veía sus ojos...

Theo asintió, aunque lucía como si aún no quisiera dejar descansar el tema. Draco esperó lo siguiente que tuviera para decir.

—Me alegro —admitió, provocando que lo mirara—. Me alegro de que sea él.

—¿Por qué?

—Porque te ves menos como un robot y más como un hombre cuando hablas sobre Potter. Eso no puede hacerlo cualquiera.

Esa misma emoción cálida se expandió por su persona. Los ojos verdes de Harry llegaron a su memoria.

Brillantes, amables, curiosos.

Suyos.

Esos ojos representaban calidez.

Lo llevaban de vuelta a casa.

—Me alegro de que sea él también.

Tal como Draco suponía que a Harry le pasaba, no lo había elegido. De entre todas las personas y situaciones, quizás sentir eso por Harry era lo más complicado en su vida, por lo que habría sido un idiota al escogerlo si hubiera podido.

Sin embargo, no imaginaba eso con nadie más.

Quizás desde nunca. Quizás desde que eran niños, lo único que Draco veía en el más allá era a Harry Potter. Dividió su vida con él, con su presencia. Antes y después de que Harry no tomara su mano. Antes y después de que Harry muriera. Antes y después de que Harry reapareciera...

No había nadie más.

Nunca hubo nadie más.

Las protecciones se sacudieron en ese instante, avisando que querían ingresar a los terrenos de la mansión. Draco sabía que acababa de llegar la hora y se acercó a Theo, como quien se acerca al final de un túnel.

Un túnel que lo acababa de transportar a 1997.

—Hazlo —Draco dijo, poniéndose a una distancia prudente de Theo—. Cuando despierte, di que quedé inconsciente en el Ministerio, y que tú me rescataste.

—Está bien.

Theo llevó la varita hasta su sien.

—Y espero que cumplas tu promesa.

Theo la agitó.

—Está bien.

Draco se concentró en lo que quería olvidar.

Y pronto fue arrastrado de vuelta al salón, donde una risa estridente recorrió lo que solía ser su hogar.

 

Chapter 52: Interludio: Slytherins

Notes:

TW: Breve descripción de violencia intrafamiliar. Maltrato infantil.

Tengo que admitir que este cap debe ser uno de mis favs de Desolación, sólo por lo mucho que disfruté escribiéndolo. Espero que ustedes también lo disfruten<3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La amistad entre Draco y Theo había empezado a los once años.

Draco probablemente diría que fue antes, cuando ambos apenas podían hablar y sus familias se juntaban a compartir, pero la verdad es que a Theo nunca le había caído del todo bien Draco. Era demasiado mandón y demasiado ruidoso para él, quien había crecido en una casa donde nadie hablaba si no le era indicado, y donde jamás había tenido permitido mirar a su padre a la cara.

Sin embargo, aquel día antes de volver para las vacaciones del Yule, fue que Theo realmente empezó a desarrollar algo parecido a la simpatía por él. Simpatía que luego se transformó en cariño sincero.

Empezó por algo estúpido, la verdad. En la clase de Transformaciones de ese día, Theo había levantado la mano para hacer una pregunta, y al ver que McGonagall no le prestaba atención, decidió llamarla. Tenía once años, era impaciente y su profesora ni siquiera lo miraba. No lo pensó.

Tampoco esperó que lo que saliera de su boca fuera un: "mamá".

Era algo normal, Theo lo veía ahora. Más de alguna vez un niño tuvo que llamarla así, pero al menos ese año (y perteneciente a Slytherin), él fue el primer alumno, lo que provocó que sus compañeros no quisieran dejarlo tranquilo por el resto del día. Usualmente no les prestaría atención: Theo había escuchado peores cosas durante su vida... pero oír tantas veces la palabra "mamá" lo envió a una pequeña espiral en la que no paraba de pensar en eso. En su mamá, la que había fallecido durante el parto. No es que no quisiera a su madre adoptiva, por supuesto, era muy buena con él y lo había criado excelente, sólo que... Theo volvería a la Mansión Nott en unos días y se preguntaba si... si su mamá habría detenido todo lo que padre le obligaría a hacer cuando lo viera.

Porque su madre adoptiva fingía que no ocurría.

Theo no pudo evitar preguntárselo todo el día, imaginar una vida en la que su mamá estaba viva. ¿Su padre lo querría más, en ese caso? Cada vez que Theo lo encontraba mirándolo, decía: "Te ves igual a ella", pero no sabía si eso era bueno o malo. Su padre tenía una habilidad a que todo sonara como un insulto, aunque Theo esperaba ilusamente que en este caso fuese algo bueno. Esperaba que cuando él lo viera, recordara la madre que Theo nunca conoció. Que recordara lo mejor de ella incluso cuando podía doler.

Apenas las clases habían acabado, Theo no dudó en escabullirse para poder irse a su cuarto compartido por Crabbe, Goyle, Draco, Blaise y él. No trató de pasar desapercibido, no es como si alguno de sus compañeros fuese a notar su ausencia; Theo no podía decir que era alguien demasiado popular.

Durante una hora completa no hizo nada más que mirar al techo encima de su cama, con las cortinas cerradas y un silencio que resultaba asfixiante. La puerta se abrió entonces con un estruendo, y él se obligó a secarse las lágrimas. Si era Blaise, lo más probable es que respetaría su espacio y cerraría las cortinas de su propia cama, sin hablarle. Si eran Crabbe y Goyle, no le prestarían atención porque nunca nada les interesaba además de la comida. Si era Draco, seguramente estaría junto a Crabbe y Goyle, así que Theo tampoco tenía que preocuparse demasiado. Pero lo que sucedió no fue nada de eso. Los pasos de la persona que había ingresado al cuarto avanzaron en grandes zancadas hasta su cama y sin previo aviso, las cortinas estaban siendo abiertas de sopetón.

—¿Estás llorando porque le dijiste "mamá" a McGonagall?

Theo parpadeó un par de veces para así acostumbrarse a la tenue luz que venía del lago. Draco estaba parado frente a él con los brazos extendidos sujetando las cortinas, e increíblemente, se encontraba solo.

—Déjame —espetó Theo, volteándose y dándole la espalda. No tenía ánimo para el incesante parloteo de Draco.

Como era de esperarse, el muchacho no lo escuchó y rodeó la cama para ponerse frente a él y mirarlo directo a los ojos. Incluso en la oscuridad, los de Draco eran demasiado claros.

—Fue una estupidez, Theo —Draco volvió a hablar como si fuera un adulto, poniendo en su tono toda la dulzura que podía, que en sí... no era mucha—. Para este punto ya todos lo han olvidado. No llores.

Pero Draco no lo entendía, ¿no es así? Draco no sabía que la vergüenza era lo que menos le importaba, que no era nada comparado a lo que era vivir en la Mansión Nott. La humillación era incluso preferible. Theo no iba a explicarle qué le pasaba.

—Malfoy, déjame.

Aplastó su cara contra la almohada, esperando que Draco se aburriera y se marchara, como usualmente hacía cuando Theo no decía mucho. A Draco le gustaba hablar, sí, pero también le gustaba ser escuchado.

Aunque, contrario a lo que creía, Draco no se marchó.

—Esto no tiene que ver con eso, ¿no? —preguntó él, lentamente—. Puedo sentir las magias, puedo sentir la tuya... está distinta.

Theo se tensó en la cama. Su padre podía sentir las magias también, y podía detectar cuando estaba triste o cuando tenía miedo. Practica, le decía a Theo mientras le aplicaba un castigo y sentía su temor. Si vuelvo a sentir esto, te irá peor.

—Dije que me deja-

—¿Es porque pensabas en tu mamá, no? Tu mamá muerta.

Theo levantó la cabeza de golpe, sin saber si escuchó bien. Nunca nadie lo había dicho así antes; hasta su padre no se refería a lo que le pasó a su mamá como "muerte", sino más bien como "incidente", y todos los que le hablaban de ella parecían tratarlo con pinzas, como si Theo fuera alguien débil que iba a quebrarse porque le recordaban que su madre había muerto cuando dio a luz.

Theo no era débil. No lo era.

—Es eso, ¿no es así? ¿Estabas pensando en tu mamá muerta?

Theo examinó a Draco, quien tenía su misma expresión altanera de siempre, pero que, contrario a lo que otra persona pensaría, no demostraba burla. No se estaba burlando. Estaba preguntándole a Theo porque quizás, sólo quizás... le importaba.

—Yo también la extrañaría, si estuviera muerta quiero decir. —Lo cual, no era algo muy agradable de escuchar sabiendo que Narcissa Malfoy continuaba viva, pero Draco no parecía darse cuenta de lo descortés que fue—. ¿Te dejó algo?

Theo, con cautela, asintió, y la mirada de Draco se hizo más curiosa mientras se inclinaba en su cama hasta apoyar las manos: estaba esperando que Theo le mostrara.

Con cuidado, Theo sacó de entre su camisa y túnica el pequeño medallón que le había pertenecido a su mamá. A veces fingía que ella se lo había dado, que lo miró a los ojos y le dijo que se lo regalaba para que supiera que siempre estaría con él en caso de que algo le pasara. Que nunca lo abandonaría.

La verdad es que Theo lo había robado de entre las cosas que quedaban en su antiguo cuarto, y su padre lo castigó sin comer por dos días... pero al menos le había permitido quedárselo.

—Es bonito, me gusta. —Draco sonrió—. Madre dice que si ella alguna vez no está, siempre estará, ¿entiendes? Ella me dio esto.

Draco sacó de entre su túnica y su camisa, tal como Theo había hecho, un collar con un relicario. Lo abrió, mostrándoselo, y Theo detalló que era una foto familiar. Era bonita.

—Es bonito —dijo, sin saber qué más podría responder. Al parecer era lo correcto porque la sonrisa de Draco se hizo más amplia; le gustaba ser halagado.

—No sé cómo se siente que tu mamá esté muerta. —Theo apenas parpadeó ante la crudeza. Lo prefería así. Prefería que Draco no pudiera evitar decir cosas terribles antes que lo tratara como si fuera débil—. Pero sí sé qué podrá hacerte sentir mejor.

—¿Qué?

—¡Dulces!

Theo pestañeó un par de veces con desconcierto. Draco se alejó de un salto desde la cama para ir a la suya, abriendo el baúl para sacar una caja llena de chocolates. Sin permiso, retornó adonde Theo estaba y se subió encima del colchón, entregándole todos los dulces.

—Normalmente los raciono para que me duren algunos meses, pero ya vamos a volver a casa, así que... —Hizo un gesto a los chocolates—. Adelante. Madre dice que comer cosas dulces hace bien. O sea- no bien de bien, pero tú sabes, ayuda al ánimo. A mí me ayuda al ánimo. Siempre le pido más, pero no me deja porque según ella es "comida poco saludable". Además de que el azúcar me hace hablar demasiado. Padre siempre dice que hablo demasiado cuando como dulces, aunque él también lo hace cuando no hay nadie cerca así que no creo que tenga que ver con el azúcar, sino con algo de familia, porque madre...

Si era honesto, Theo dejó de prestar atención a lo que fuera que Draco estaba parloteando y se acercó a la caja. Durante su corta vida, nunca desarrolló un gusto por lo dulce como el otro muchacho. Su padre apenas lo premiaba, así que no recordaba muy bien el sabor del chocolate y temía que apestara; no quería herir el frágil orgullo de Draco. Con cuidado (porque así solía moverse), acercó la mano a la caja, tomó uno, y se lo echó a la boca.

Draco tenía razón.

Le hacía sentir mejor.

Con una sonrisa, Draco comenzó a comer con él, y prontamente ambos se acabaron la caja. Theo olvidó por qué había estado llorando, e incluso, olvidó que en unos días vería a su padre y que volvería a estar solo.

Y Draco no se separó de su lado el resto de la semana.

Hasta que las vacaciones llegaron.

El tren de vuelta a casa partió un día nublado, y Theo arribó a esa mansión donde se quedaría las dos semanas de las festividades. Era silenciosa- más silenciosa que los dormitorios de Slytherin, pero se trataba de un tipo de silencio caótico... uno que prometía tormentos y amenazas.

De todas formas, Theo debía aguantarlo, aguantar eso y más. Theo tenía que intentar soportar las presiones que vivían debajo de ese techo y esperar que no lo aplastaran.

Por lo mismo trató de no flaquear cuando lo que recibió al llegar a su casa no fue un saludo, ni un abrazo, y mucho menos un discurso de lo mucho que fue extrañado.

No, lo que recibió fue un seco y adusto:

—Subiste de peso.

La voz de su padre era dura, y a pesar de que sus palabras no parecían un regaño, Theo sabía que lo eran.

No se disculpó, sabía que le iría peor si hablaba sin permiso, así que simplemente bajó la cabeza y esperó a que su padre le indicara al elfo que lo acompañara hasta su cuarto. Su madre adoptiva estaba a un lado, callada, aunque sus ojos eran mucho más cálidos que los de su padre, como si hubiera amor y respeto en ellos, y-

Aunque.

Al final...

Ese detalle no tenía importancia.

Nunca cambió nada; ni entonces, ni ahora.

Durante el resto de la semana las cosas fueron exactamente iguales a ese primer día... O más o menos, porque la indiferencia se comportaba de una forma distinta: su padre estaba resuelto a hacerlo perder cada kilogramo que había ganado en Hogwarts.

Theo habría preferido que lo ignorara.

Lo despertaba a las seis de la mañana y lo obligaba a correr. Tenía una varita de repuesto para que el Ministerio no la encontrara, y le permitía hacer magia a Theo. Magia negra, para ser específicos. Peleaba duelos contra él. Lo entrenaba. Theo terminaba sangrando la mayoría del tiempo e incluso tendido contra el pavimento, inconsciente, mientras su padre le decía que se parara y que no fuera un jodido cobarde.

A veces lo golpeaba.

Para el Yule, Theo y su madre cenaron, hicieron los rituales, y abrieron los regalos solos, de lo que estuvo honestamente agradecido. No sabía cómo se sentiría pasar una festividad que se suponía que debía ser alegre con su padre, y prefería no averiguarlo. Pasarlo con su madre no fue una fiesta tampoco, pero era mejor que una mesa silenciosa y horas de hacer nada en el sillón, apenas respirando y mirando al piso por miedo a enojarlo.

Theo se preguntaba si todo eso, –toda esa infancia turbulenta que ahora no se trataba de más que una mancha en sus recuerdos–, lo llevó a ser cínico y algo desalmado en el futuro. Por ejemplo, Draco mentía al decir que "todo le daba igual", porque resultaba tan obvio lo mucho que a Draco le importaban ciertas personas o actos, que a veces Theo quería burlarse de él y de su autoengaño. Pero él era diferente. Cuando Theo decía que nada fuera de sus seres queridos le importaba, hablaba en serio. Por él que hubiera un derramamiento de sangre por las calles, o que las atrocidades en contra de la humanidad perduraran por siglos. Mientras no le afectara directamente, ni pestañearía al respecto.

Si nada te importa, nada te daña.

Al menos eso aprendió durante esas remotas semanas de diciembre. Se dijo a sí mismo, –hasta que el día de volver a Hogwarts llegó– que todo daba igual, que era por su bien, y que pronto terminaría.

La noche antes de tomar el tren, Theo hizo las maletas tan rápido que se mareó.

Si fuera por él, se habría marchado en la madrugada, pero eso obviamente no era posible. Apenas durmió, y al día siguiente tuvo que esperar a que su padre se despidiera. Como era de esperar, el adiós tampoco distó demasiado de su bienvenida.

—Espero que no te olvides de lo que has aprendido estas semanas —dijo su padre—. O yo te lo recordaré cuando vuelvas.

Y Theo sabía que era una amenaza.

Asintió e hizo una reverencia, para luego viajar a través de la red flú hasta una oficina cercana a King Cross. Solo. El único día que fue acompañado a la estación fue el primero de septiembre de su primer año. Desde entonces, tuvo que ir y venir de Hogwarts completamente solo. Lo prefería así. A veces –cuando ya era más grande y regresaba de Hogwarts–, merodeaba durante horas el mundo muggle como un extranjero, para retrasar lo máximo posible el encuentro con su jodida familia.

El ruido fue lo primero que notó cuando llegó a la plataforma ¾, vibrante y agotador. Los niños se despedían de sus padres, se reencontraban con sus amigos; sus mascotas bramaban o hacían trucos mágicos. Se respiraba jovialidad. Theo lo odiaba. Odiaba el ruido, odiaba tener que estar ahí.

Pero tampoco quería estar en su casa.

Aprovechó que el andén ya estaba en la estación y se apresuró a subir, escapando del ruido de la plataforma. Se fue a uno de los últimos vagones para estar solo y no tener que soportar a nadie. Quería dormir todo el trayecto, o dejar de pensar. Tal vez algún día encontraría la manera de dejar de pensar. Por ahora sólo le quedaba recurrir al sueño.

Sin embargo, el destino (o más bien Draco) tenía otros planes.

Poco después de que el tren empezara a moverse, Theo se permitió relajarse al fin contra la ventana ya que nadie más había entrado. Creyó que tendría un viaje tranquilo, no esperó que a los minutos la puerta de su compartimento se abriera de par en par y que Draco se parara allí, con Crabbe y Goyle a cada lado.

—Tienes el pelo más corto —fue lo que Draco le dijo, entrando sin ser invitado—. Y estás más delgado.

Theo se hizo pequeño en su asiento, desviando la mirada hacia afuera. Seguro si no hablaba Draco se iría, ¿no?, ¿si se mostraba hostil lo dejaría en paz?

—No puedo creer que Potter no esté en el tren, olvidé que se quedó en Hogwarts —volvió a hablar él ante su silencio—. ¡Quería mostrarle los regalos que recibí! Apuesto a que los asquerosos muggles que tiene como parientes jamás le habrían dado algo como esto.

Probablemente Draco estaba mostrando algo que él encontraba genial, y que esperaba ser alabado. Crabbe y Goyle escucharon sus palabras y lo hicieron. Pero sinceramente, Theo no quería nada de eso: no quería escuchar acerca de Harry Potter, y de regalos, y de cosas felices. Quería silencio. Theo quería desaparecer.

—Con permiso —dijo levantándose. No le importaba dejar sus cosas allí, todas tenían un hechizo de protección.

Salió del compartimento sin esperar una respuesta. Avanzó por el tren escuchando las risas de los estudiantes mientras sacaban sus regalos y se perdían de vagón en vagón. Theo sentía que vomitaría en cualquier momento. Eso no se sentía bien. Sentía que vivían en una realidad que no correspondía a la suya.

Como no todos volvían a sus casas por Navidad, encontró otro compartimento vacío no mucho tiempo después de vagar sin dirección. Cuando entró y el ruido de afuera quedó callado por las puertas, Theo se permitió volver a respirar al fin. Su cabeza estaba empezando a doler.

Todavía tenía moretones en los brazos y una herida apenas cerrada en la parte trasera de su cabeza. Volver a Hogwarts parecía tan mínimo. Su padre siempre le decía que había cosas más importantes, que el mundo era más importante que aquel lugar, y que algún día él lo entendería. Que ese mundo les pertenecía.

Cuando Voldemort ganó, años después, Theo no podía decir que estaba sorprendido.

Comenzó a inspirar hondo dentro de ese compartimento; trató de juntar en sus pulmones todo el aire que apenas recibió durante las vacaciones en aquella casa, donde hasta respirar demasiado alto parecía un delito. Cuando era más pequeño y su padre lo encerraba en su habitación, Theo tenía que obligarse a hacer esto: a respirar. Si respiraba significaba que seguía vivo, y si seguía vivo significaba que el resto podía solucionarse. Así acababa calmado. Era un buen truco.

Pero ahora, justo en el instante en que por fin estaba al borde de la relajación, la puerta volvió a abrirse.

Era Draco de nuevo.

—Malfoy- —protestó Theo con irritación, considerando golpearlo entre ceja y ceja.

—Sí, ya sé, me dirás que me vaya y que quieres estar solo y todo eso. —Draco agitó la mano como si sus palabras no significaran nada—. Pero quería mostrarte mi regalo.

—No me interesa tu regalo —Theo le espetó, mirando para afuera.

—No mío, idiota. Tuyo —Draco replicó, como si Theo fuera el espécimen más estúpido con el que hubiera tratado—. De mi para ti.

Theo frunció el ceño, retornando cautelosamente la vista al chico. Draco tenía las mejillas un poco más redondas desde la vuelta, aunque seguía siendo bastante delgado y pequeño. Extendió las manos, mostrándole la caja, y esbozó una sonrisa presumida.

—Pensé que te gustaría tenerlos, para animarte —explicó, al ver la mirada interrogante de Theo—. Ya sabes, cuando te acuerdes de tu mamá muerta.

Draco parecía no querer soltar esa palabra.

La duda fue más fuerte que la molestia, y Theo tomó la caja con precaución, como si fuera a estallar, dándola vuelta entre sus dedos. Dentro había muchos más chocolates que en la última caja que comieron juntos, y los adornos parecían aún más costosos.

Era un gesto dulce.

Theo no había tenido muchos de esos.

—Gracias —le dijo algo cohibido—. Yo no te traje nada.

Draco agitó la mano desdeñosamente una vez más.

—Da igual, mis padres me compraron todo lo bueno que había a la venta así que no me podrías haber dado nada que me hubiera gustado.

Theo lo miró para que se diera cuenta de lo que acababa de decir. Draco sonrió como si estuviera orgulloso.

Las palabras sonaban tan- simples en su boca, y Draco parecía hablar tan en serio como si no estuviera siendo ni engreído ni insultante, que Theo no pudo evitar sonreír, mirando una vez más la caja entre sus manos.

Subiste de peso.

Los chocolates lo miraron de vuelta, recordándole que no podría comerlos, o que tendría que racionarlos si no quería que le afectaran en su entrenamiento. Debía hacerlo, aunque estuviera teniendo un mal día.

No quería.

Real, realmente no quería.

Pero Theo era alguien obediente.

—Hey —Draco lo llamó de nuevo con suavidad—. ¿Por qué te cortaste el pelo?

Theo lo observó, y los ojos grises de Draco eran demasiado... infantiles. No entendían la gravedad de esa pregunta. Era una mirada inocente.

Los ojos de Theo no lucían así. Nunca se habían visto así.

Recordó el momento en el que su cabello fue cortado. Su padre le preguntó por qué no lo cuidó más en Hogwarts, que parecía un nido, y Theo respondió que no sabía hacerlo. Aquello le ganó una lección. Su padre le pasó unas tijeras y le dijo que se lo cortara solo.

Luego de examinarlo, el hombre decidió que rapar por completo sus rizos era una buena idea.

—Me gusta así —mintió Theo guardando la caja.

—Se ve genial —Draco respondió. Sonaba sincero—. A mí, padre me obliga a cortarlo como él quiere, pero se me ve horrible. A ti no. Si me quedara así, me lo cortaría más seguido, pero...

Y así volvieron a sumirse en una pequeña charla, en la que Draco era el que hablaba y él escuchaba. Estaba bien así. Le debería parecer molesto, pero no lo era. A Theo le caía mejor Draco cuando no estaba con Crabbe y Goyle, o cuando no hablaba de Potter. O sea, le caía mejor pocas veces al mes, pero tampoco le caía mal.

Así que su amistad fue creciendo y Draco fue haciéndose un poco más cercano a él de lo que era con el resto, aunque normalmente, esa amistad crecía en la tranquilidad de su habitación cuando nadie los molestaba. A Theo no le gustaba el ruido y Draco podía comprenderlo. Theo podía intentarlo de vuelta.

Lo que nunca pudo comprender, fueron lo motivos para que el idiota tomara la Marca.

Theo fue de los primeros en enterarse, y apenas Draco le contó, todas sus alarmas se activaron. Peligro, peligro, peligro. Aquello era una trampa, era demasiado obvio. El Señor Tenebroso no marcaba gente que no se había probado a sí misma.

Pero Draco, narcisista y egocéntrico, no pensaba igual, y Theo tuvo que observar, lentamente, cómo la inocencia abandonó esos ojos grises, y cómo el carácter de su amigo dio un completo vuelco.

Draco diría que el momento en el que todo se fue al carajo fue cuando lo bautizaron como Astaroth.

Theo estaba seguro de que aquello sucedió cuando Voldemort quemó su piel.

Así que, pararse a un lado de él en el presente, mientras Draco obligaba con un Imperius a que un prisionero mordiera su dedo hasta cortarlo, no era una impresión tan grande. Theo podía manejarlo. Theo sabía cuándo había sucedido el cambio en Draco; había visto progresivamente cómo iba decayendo y se iba haciendo más letal y menos humano. La antítesis del niño que fue.

Lo que le resultaba extraño era que Draco fuese capaz de hacer esas cosas y enterrarlas dentro suyo, cuando no tenía motivos. Este Draco, el que no recordaba, no tenía motivos para continuar.

Theo, por otra parte, sí.

Luna.

Cada cadáver, cada grito y cada sufrimiento eran un paso más cerca de mantenerla a salvo. Dentro de toda la oscuridad que había rodeado la vida de Theo, Luna había sido una luz. Allí, en ese calabozo y como su prisionera, le había enseñado más de lo que su padre le enseñó durante toda su vida. Theo la miraba, y veía un futuro. Si Luna existía entonces tenía sentido que las estrellas volvieran a nacer por las noches, o que el bien fuera real. Luna significaba que el final feliz era posible.

Así que por eso Theo hacía lo que hacía: por ella, para asegurarse de que no lo descubrieran y seguir contribuyendo a darle la libertad que necesitaba. Que no fuera más su prisionera no significaba que Luna era libre. Ella creía que sí. Cuando estaban solos y Theo le hablaba tendidos en su cama, podía verlo en sus ojos. Déjame quererte, casi podía escucharla. Déjame quererte como sé que puedo hacerlo.

El problema era que, sin importar la cercanía y la forma en que sus narices se rozaban, o que sus dedos estuvieran entrelazados con los del otro, Luna no era libre. Theo había investigado, y estaba seguro que lo que desarrolló por él era nada más que Síndrome de Estocolmo. Luna relacionó su figura con alguien que la cuidó, o que la trató decente en sus peores momentos y eso era todo. Ella creía amarlo, mas no era así, y aunque lo hiciera, Theo no era suficiente.

Así que lucharía por darle el final feliz que se merecía, por eso cometía cada pecado.

Pero Draco... Draco vivía en esa mansión sin sus recuerdos, y ahora Voldemort estaba en ella. Tenía que enfrentar cada día crueldades que Theo sólo veía esporádicamente, cuando era llamado o cuando Draco le pedía que fuera. Un solo vistazo a los cuerpos apilados en algunas habitaciones y a la sangre seca en los pisos era suficiente para hacerlo arrugar la cara con asco.

Y Draco lo veía todos los días.

Lo aguantaba todos los días.

Sin tener motivaciones para hacerlo.

Theo recordaba semanas después del ataque al Ministerio, cuando comunicó a Harry lo que Draco le había pedido. Fue entonces que se hizo consciente de que, a pesar de que ambos se preocupaban por Draco, él no era capaz de entender, de ver lo mismo que Harry veía.

—¿Va a estar bien? —había preguntado este con un tinte de miedo, pero no miedo por esas personas inocentes que ahora sufrían bajo la mano de Draco, sino por él.

Por el verdugo tras las torturas.

¿No lo entiendes?, Theo quería contestar. No tienes nada que temer. Son ellos los que deben temer a Draco. Si quieres preocuparte por alguien, hazlo por todos esos inocentes sin cara ni nombre.

No lo dijo, obviamente, porque no era ningún juez de la moral, ni un hipócrita, y porque Harry hablaba desde el amor. Un tipo de amor que nunca existió entre Theo y Draco, de ninguna de las dos partes.

—Lo ha estado por ocho años —decidió responder, porque esa era la verdad. O una verdad a medias.

A Draco lo torturaron. Lo hicieron convertirse en el espectro que era para sobrevivir. Draco había vivido en dolor, y ni siquiera se había dado cuenta. Reencarnó en Astaroth.

Pero seguía vivo, y eso era lo importante.

—Además —Theo prosiguió intentando consolarlo—, de momento no siente mucho. He borrado sus recuerdos.

Bueno, aparentemente no era un buen consuelo.

Harry se pasó una mano por la cara con angustia. Theo sabía que las cosas no fueron muy bien la última vez que le borró los recuerdos a Draco, pero, buen Merlín, tampoco era para tanto, ¿no? Se trataba de algo necesario. Si Draco no tenía sus recuerdos iba a estar bien, cumpliría todo lo que el Señor Tenebroso le ordenara sin pensarlo.

Theo pensó que ese pensamiento debería consolar a Harry.

Era evidente que no lo hacía.

—¿Va a estar solo? —Harry preguntó. Su voz tembló en los bordes—. ¿Va a enfrentarse a eso solo?

—Harry... —Theo nunca lo llamaba "Harry", pero tal vez ahora necesitaba ser un poco condescendiente. Lo miró, e intentó tratarlo con la suavidad que Draco lo trataría—: A veces creo que no eres consciente de quién verdaderamente es Draco para el resto del mundo.

Una vez más, no funcionó de consuelo.

Theo dejó de intentar.

Él, por un lado, se encontraba agradecido de que Draco no recordara a la Orden o a Potter. Theo estaba seguro que de ser así, vivir en esa casa sería el triple de difícil. Sentir de la forma en que Draco sentía cuando recordaba, le iba a costar, mínimo, la sanidad mental. De esta manera era más simple. Draco pretendía que aquellos no eran seres humanos, y Theo podía velar mejor su cordura.

Por otro lado, le preocupaba. Pero su preocupación tomaba forma en algo completamente distinto a la intranquilidad de Harry.

Cuando Theo miraba a Draco, a este Draco, no veía a su amigo. No veía al hombre con el que compartió intimidad, o al que analizaba incansablemente.

No veía a algo más que Astaroth.

Esta persona frente a él era distinta. Ni siquiera se parecía al Draco de estos últimos ocho años, (que también se clasificaba como un cabrón). Con cada día que pasaba, Astaroth se alejaba más de esta antigua humanidad, como si fuera un defecto y no una virtud. Cada día se separaba más de quien solía ser y se transformaba en un arma.

Excepto que no era un arma, era un hombre.

Y eso era lo más escalofriante.

¿Qué clase de hombre era alguien que hacía todas esas cosas sin inmutarse, sin tener un fin por el que cometerlas?

Narcissa había muerto. Pansy había muerto. Lucius había muerto.

Astaroth no tenía a nadie por el que luchar, y aún así torturaba a todas esas personas.

Theo no tenía idea qué esperar de él.

—Hay algo que me está molestando... —dijo este un día en su laboratorio, provocando que Theo lo mirara. Aún tenía sangre seca en la barbilla de su reciente tortura, y su semblante era de alguien en completo control. Sus ojos eran dos piedras frías.

—¿Sí? —Theo preguntó, sin saber adónde iba.

—Sí... —respondió él, mirándolo cautelosamente—. ¿Dices que me quedé inconsciente en el Ministerio, y que por eso me trajiste hasta acá?

Theo apenas reaccionó.

—Así fue.

—¿Estuve inconsciente por dos horas?

—Sí.

—¿Sabes quién lo hizo?

—No entiendo tus preguntas.

Draco pausó. Había algo amenazante en su postura. Si Theo fuera otra persona, sentiría miedo.

—No recuerdo haber quedado inconsciente, y tampoco recuerdo del todo bien la pelea. De hecho —Draco dio un paso hacia él—, no recuerdo demasiado, además de haber pensado, por alguna razón, que mi padre estaba vivo.

Theo se obligó a sí mismo a serenarse. Nunca habían previsto ese riesgo en quitarle los recuerdos a Draco. Lo habían visto como ventaja porque Voldemort era de quien debían protegerse.

Nunca habían pensado en el intelecto de Draco, y cómo de seguro sabría que algo andaba mal en su propia mente.

—Eso me ha pasado demasiado los últimos meses —prosiguió él, ante su silencio—. Lagunas, memorias vacías... Algo está mal en mi cabeza.

Theo lo miró directamente, estudiándolo. Draco lo estudiaba de vuelta.

—¿Y? ¿Has ido con un medimago?

Draco se tensó. Desde siempre su amigo había tenido un pequeño problema con los sanadores. Bueno, con ir a un sanador. Theo sospechaba que nació después de la Segunda Guerra.

—No. No creí que fuera tan grave.

—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

—Todo esto... me parecen demasiadas coincidencias. —Theo hizo su mayor esfuerzo para no reaccionar. Esto era una acusación indirecta—. Pienso, por algún motivo, que mi padre está vivo. Soy atacado en el Ministerio, y luego me despierto contigo apuntándome con una varita cuando el Señor Tenebroso viene hasta acá.

Draco pareció darse cuenta de que tenía sangre seca en la barbilla y la limpió, aunque no por eso se veía menos peligroso. Theo estaba en guardia. Sostenía la varita por encima del bolsillo.

—¿Crees que yo te hice algo? —decidió preguntar. La expresión de Draco no demostraba nada.

—¿Lo hiciste?

—¿Desconfías de mí?

—¿Debería hacerlo?

Honestamente, aquella conversación le parecía ridícula.

—Nunca te he dado razones para desconfiar.

Bueno, no que ese Draco supiera.

Theo lo examinó unos minutos más. ¿Qué pensaría, cuando tuviera sus recuerdos? ¿Qué diría? ¿Cómo lo solucionaría? Theo no estaba muy seguro de qué hacer, o cómo convencerlo de que no era nada sin resultar sospechoso. Draco era una persona terca: si algo se le metía a la cabeza nadie era capaz de sacárselo.

Se miraron el uno al otro, –quién sabía por cuánto tiempo más–, antes de que Draco bajara la mirada hasta sus manos y las encontrara manchadas de sangre.

—Iré con un medimago, entonces, él sabrá qué hacer-

—Oh, a la mierda.

Theo ni siquiera lo pensó. Estaban a unos cuantos pasos, por lo que no le resultó difícil sacar su varita y ponerla en la sien de Draco. Sus reflejos no eran muy buenos, y Theo había sido entrenado durante toda su vida para vencer. Para ser un soldado.

Debería agradecer a su papá por aquello.

Miró con atención cómo, poco a poco, la vida volvía a los ojos de Draco. No eran más inocentes, pero sí más humanos. Podía verlos moverse de un lado a otro mientras su cuerpo iba liberando la tensión acumulada. Draco ahogó un jadeo, tropezando y afirmándose en la pared. Debía ser shockeante, ver tu realidad cambiar de un momento a otro.

Volver a ser tú mismo.

—Harry...

Casi automáticamente, Draco desabrochó los botones del borde de su camiseta y acarició su garganta. Desesperado, toda su postura lo decía.

Theo fingió no escuchar la forma en que el nombre de Potter había salido de sus labios. Suave, y aterrorizado. Como algo que es tuyo pero sabes que puedes perderlo a lo más mínimo.

—¿Por qué...? —empezó a preguntar Draco, mirándolo una vez más. Parecía que se estaba ahogando—. ¿Por qué me los devolviste...?

—Porque no sé si ir con un medimago, y que este le cuente al Lord que tienes un hechizo con modificación de memoria reciente, sea la mejor idea.

Draco respiró temblorosamente, llevándose las manos al cabello.

Lo manchó de rojo oscuro.

—Oh, mierda. Oh, joder joder joder-

Theo no sabía qué era lo que estaba haciendo a Draco reaccionar así. Probablemente el hacerse consciente de toda la gente que vio morir y sentirla. Sentir el daño que había causado. Harry le hacía eso. Le ayudaba a Draco a sentir.

Theo no estaba seguro de que fuera bueno.

—¿Hay alguna forma de arreglar esto? —decidió preguntar, para que Draco no se sumergiera en una espiral de auto desprecio—. ¿Estas dudas que tu otro yo tiene?

—Modificando mis recuerdos —respondió él sin mirarlo—. Poniendo nuevos. Con Legeremancia, supongo.

Theo asintió, sabiendo que sólo una persona era capaz de hacer ese trabajo.

—Iremos con Astoria, entonces.

•••

Astoria nunca tuvo demasiados amigos, a pesar de que era alguien que solía encariñarse muy rápido con las personas.

En Hogwarts siempre fue vista como la hermana menor de Daphne; así la veían los mayores al menos. Por otra parte, las chicas de su generación eran demasiado parecidas a Pansy Parkinson y a Astoria nunca le agradó Pansy Parkinson, así que no era muy plausible que se hiciera muchas amigas si todas eran iguales a esa pesada.

Bueno- todas eran así... excepto una.

Mary Petersen.

Mary se convirtió en la mejor amiga de Astoria después de unas semanas de empezar el primer año. Astoria no conocía a nadie, no realmente, y Mary tampoco, porque sorprendentemente era una nacida de muggles. La única nacida de muggles en toda la casa de Slytherin.

A Astoria no le había importado, por supuesto. Mary fue la única gentil en todo ese lugar con ella, y bueno, como había dicho, se encariñaba fácil; así que bastaron un par de risas y burlas en conjunto en contra de las mini Pansy Parkinson, (y que Mary le compartiera algunos apuntes de pociones), para ganarse su corazón.

Su madre solía decir que Astoria veía lo mejor en las personas, incluso cuando no lo merecían, y tal vez tenía razón. O tal vez, los estándares de Astoria eran muy bajos. Se enamoró de un montón de personas durante su vida, a veces sólo porque eran decentes con ella. En primer año fue Adrian Pucey, quien le prometió que el día que pudiera dar las pruebas para entrar al equipo de Quidditch, la ayudaría. En segundo año fue Cedric Diggory, quien le sostuvo la puerta para que pudiera entrar a un salón. En tercero fue Draco Malfoy, quien accedió a darle un chocolate porque le sobraba, y porque en ese momento, el chico quería llevarse bien con su hermana.

—Nos vamos a casar algún día —le había dicho Astoria a Mary una vez tendidas en su habitación. Había otra chica más con la que compartían, pero ella no estaba en ese momento.

—Me dijiste lo mismo con Adrian. Y con Cedric —bufó Mary—. Este año es ese chico Malfoy. ¿Quién será el próximo?

—Estoy segura, Mary —Astoria dijo con aire soñador—. Este chico es el amor de mi vida.

Bueno, no lo era.

En cuarto año Astoria descubrió que el amor de su vida era Fred Weasley, quien le dijo que debería probar entrar a Quidditch en su casa por lo buena que era volando (para luego retractarse). Y en quinto, el amor de su vida era Theodore Nott, quien le ayudó a resolver una tarea en la biblioteca.

Cada año, Astoria iba y se enamoraba de alguien nuevo, fantaseando en secreto con que esa vez  había encontrado su otra mitad. Mary escuchaba con irritación cada vez que ella tocaba campanas de boda frente a sus narices.

—Honestamente no puedo soportarte —le había dicho una noche, después de que su casa ganara un partido. Ambas estaban sentadas en el suelo, bebiendo un licor que Daphne le pasó a escondidas—. Lo que dices no tiene ni un poco de sentido.

Astoria rio, porque estaba ebria y porque siempre se reía de los comentarios de Mary. Luego, se acostó en sus piernas. Mary trató de alejarse. Astoria no se lo permitió, acomodándose allí mientras buscaba su mano para que ella le hiciera cariño en el pelo. Le gustaba así. Siempre le había gustado que Mary le hiciera cariño.

—¿Qué parte?

Nada.

Astoria volvió a reír.

—¡Te lo estoy diciendo en serio! —insistió—. Esta vez es en serio.

—Lo mismo dijiste el año pasado.

—Pero esta vez es amor de verdad —Astoria canturreó, a medida que Mary enterraba los dedos en su cabello—. Mira, al fin me he decidido qué nombres tendrán nuestros hijos, ¿puedes creerlo? Estoy enamorada.

—Eso no es amor, Astoria —Mary resopló—. El amor es...

Su amiga nunca terminó esa frase, por lo que Astoria se obligó a abrir un ojo, encontrando que Mary estaba totalmente tensa, mirando hacia el frente.

—¿Y qué sabes tú de amor, Marietta-? No dejes de hacerme cariño en el pelo.

Ella pareció despertar, reanudando el jugueteo con sus hebras de cabello.

—Te he dicho un millón de veces, ese no es mi nombre.

—¿Por qué tan amargada, Marietta?

—Insufrible.

Astoria volvió a reírse, cómoda en las piernas de su amiga. Sintió los ojos de Mary sobre ella todo el tiempo mientras acariciaba su pelo.

—Bueno, decías... —Astoria continuó, cerrando los ojos nuevamente—, si eso no es amor, ¿qué es?

Mary suspiró, como si estuviera a punto de explicarle algo a un niño.

—El amor es... —dijo, dudando por un segundo— es querer lo mejor para alguien, sin importar lo que han hecho, o el daño que han causado. Es desear su felicidad aunque te hayan hecho daño a ti. Ver a alguien, y sentir que todo tu mundo se arregla, sólo porque sí. El amor es felicidad...

Mary se calló abruptamente, bajando la mirada hasta Astoria quien se dio cuenta de que la había estado viendo demasiado fijo. Los mechones de cabello rizado le caían encima de la cara, y sus ojos pardos resplandecían. Astoria pensó en tomar uno de sus rizos entre los dedos, solamente porque podía, pero se quedó quieta. La luz del lago se reflejaba en su piel morena.

—Wow, no sabía que eras tan romántica, Mary —decidió decir, esbozando una sonrisa juguetona.

—No lo soy.

—Sí lo eres.

—¡No lo soy!

—¿Entonces, en quién pensabas cuando hablabas de eso? ¿Tienes algún crush del que no me contaste?

—No.

Astoria se levantó ante el súbito cambio en su voz. Mary sonaba desesperada. Se acercó hasta quedar cara a cara a ella, mareada por moverse tan rápido, y puso su mejor expresión dolida. Mary olía a alcohol y lavanda.

—Mary, yo te cuento absolutamente todo, me siento ofendida. Hay por allí alguien que se robó tu corazón y yo no lo sé.

Mary estiró la cabeza hacia atrás, hasta que su nuca chocó con el borde de la cama y dejó escapar un quejido. Astoria miró su garganta expuesta.

—Astoria, déjalo.

—No voy a descansar hasta encontrarlo, ¿sabes? —preguntó alegremente ella, dándole un pequeño empujón—. Quiero saber quién hace que hables de esa forma y quiero saberlo ya-

—Astoria-

—¡Dime!

Y cuando iba a volver a empujarla, Mary sostuvo su muñeca en alto, envolviendo los dedos alrededor de ella. Astoria, sorprendida, desvió la mirada hasta donde sus pieles se tocaban, y encontró a Mary observándola con irritación. Casi tristeza.

—Tienes buenos reflejos —murmuró Astoria, pasando saliva.

Honestamente, era demasiado. Mary estaba tan cerca, y la estaba mirando con esos ojos pardos y esas pestañas y esa piel, y Astoria sólo podía pensar: bonita, bonita, bonita, bonita. Olía a alcohol. Estaban muy borrachas.

¿Sabría a alcohol también...?

—Astoria...

Astoria cerró los ojos con anticipación.

Un segundo después, los labios de Mary estaban sobre los suyos.

Fue algo vergonzoso, oír cómo su garganta soltaba un sonido parecido a la impresión y a un: no pares, no pares, no pares. Astoria liberó su muñeca, para así ahuecar la cara de Mary, acercándose, profundizando el beso, y dejando que el ruido de la fiesta se disipara en sus oídos.

Su mente no estaba procesando las cosas de la forma en la que lo haría racionalmente. Todo lo que había era-

Sí.

Justo así.

Aquí.

Y,

Esto es lo que he buscado sentir.

El beso de Mary era suave, y no se sentía como nada que Astoria hubiera experimentado antes. Sí, había besado a más gente, había salido con más chicos, (exceptuando de los que clamaba estar enamorada). Pero nunca se había sentido así, como si su estómago fuera a explotar, su corazón fuera a salirse de su pecho o como si su cerebro se freiría de una combustión.

Podrían haber pasado unos segundos, o quizás unos minutos, pero para el momento en que Astoria volvió medio en sí, se encontró sobre analizando lo que estaba sucediendo.

Mary es mi amiga. Es mi amiga, siempre hemos sido amigas. ¿Qué es esto? ¿Qué estamos haciendo?

Antes de que las cosas pudieran ir más lejos, Astoria se apartó, confundida. Su cabeza no parecía saber qué pensar, qué deducir de lo que pasaba. Quizás se había malinterpretado la distancia que quiso poner entre ella y la situación, porque cuando volvió a ser más consciente de lo que la rodeaba, lo único que alcanzó a distinguir fue la mirada herida de Mary, quien ya estaba de pie...

Creyendo que a Astoria le disgustaba lo que sucedió.

—Los amigos de Theodore Nott me susurran sangre sucia cuando paso. Él los oye, y no hace nada —le soltó de sopetón, formando puños a sus costados—. Espero que lo sepas.

Y sin previo aviso, salió de la habitación.

Astoria se quedó en el mismo lugar pensando durante horas.

No es que tuviera prejuicios sobre la homosexualidad, los sangre pura no los tenían de la forma que los muggles, por lo que no le resultaba extraño lo que acababa de pasar. Era sólo que... Astoria nunca se había sentido atraída por ninguna mujer, ni Mary jamás le había dado pistas de que se sintiera así por ella. Era su mejor amiga, siempre la trató como tal, y ahora Astoria estaba yendo de vuelta a cada interacción que tuvieron, a cada mirada, broma o sonrisa, preguntándose si siempre había significado más y ella simplemente no lo había visto.

¿Siquiera a Mary le gustaba?

¿Había sido porque estaban borrachas?

¿A Astoria le gustaba Mary?

Fueron preguntas que rondaron su cabeza por días. Días en las que no habló con la otra chica, necesitando aclararse antes de hacer un movimiento. Mary tampoco hizo tantos intentos por acercarse; si veía a Astoria evitando su camino, Mary nunca había sido alguien que buscaba. Astoria podía entenderlo.

Ves lo mejor en la gente, Astoria.

Casi una semana después, había pillado a Mary sentada en un banco en el patio de Hogwarts, uno de los más lejanos. Casi todos estaban en clases, y Astoria la distinguió por mera casualidad. Decidió (impulsivamente) que era momento de acercarse.

—¿Podemos hablar?

Mary se tensó levemente, y Astoria sintió el pánico apoderarse de ella por un segundo. ¿Así serían las cosas ahora?, ¿como si no pudieran hablar con la otra?

¿Iba a abandonarla?

Eventualmente, Mary se relajó, sacando desde su bolso una pequeña cajetilla metálica.

—¿Ahora sí quieres hablar conmigo? —replicó ella, sin molestarse en darle una mirada. Astoria suspiró.

—Mary, lo siento. Necesitaba tiempo para procesarlo, ¿sí?

Mary no respondió, simplemente colocó el cigarrillo entre sus labios y lo encendió con un chasquido de dedos. Astoria siempre lo había encontrado genial.

En ese momento, encontró que era incapaz de apartar la mirada. Su estómago revoloteó.

—¿Me puedo sentar contigo? —preguntó, haciendo que su voz saliera pequeña.

Al cabo de unos segundos, Mary asintió.

Astoria tomó asiento, viéndola inhalar y soltar el humo. Aquella vez los rizos estaban recogidos en una coleta baja que le daba el aspecto de look casual. La corbata estaba deshecha, y su piel oscura brillaba a la luz del sol.

Astoria estaba mirándola demasiado fijo. Se aclaró la garganta. Después de todo, estaba allí para hablar.

—No sé cómo decir esto...

—Si me vas a decir que no sientes lo mismo, no te molestes. Lo sé —Mary dijo. Su voz no salió molesta, sino simplemente... cansada. Hacía que su estómago se encogiera—. ¿Podemos simplemente volver a lo que era nuestra amistad antes de esa noche?

—¿Podremos, en todo caso? —Astoria replicó, provocando que Mary se tensara. No había querido que sonara así, por lo que se apresuró en agregar—: No sé qué sentir, si te soy honesta. Nunca pensé en ti de esa forma. Pero ahora...

—Astoria. —Mary suspiró—. No quiero ser uno de tus encaprichamientos pasajeros, ¿está bien? No quiero perderte por algo así.

Era injusto. ¿Por qué no podrían hacer un intento?, ¿que Mary la ayudara a descubrir qué era ese sentimiento en la boca de su estómago cada vez que la veía, y que le pedía que se acercara?

Más, la voz de su cabeza decía. Más cerca. Más.

Astoria se quedó mirando su perfil: recto y serio mientras fumaba, y sintió que inevitablemente sus pensamientos se perdían en medio de la nada. Su respiración se atascó.

Es hermosa.

Es hermosa, y no quiero detener esto.

Quiero abrir un espacio en medio de su mandíbula y su cuello y vivir ahí.

Pero Mary no buscaba lo mismo.

—Está bien —Astoria respiró.

Sólo después de hablar, fue consciente de que durante toda la conversación Mary había estado sosteniendo un poco el aire, con los músculos apretados. Dolía saber que su respuesta la había relajado.

Como si Astoria podría haberle dicho que no.

Como si alguna vez podría haberse permitido perderla.

—Bien —dijo Mary—. ¿Estamos bien, entonces?

Mary se giró a observarla, haciendo que algunos rizos rebotaran encima de sus cejas y que el cigarro botara algunas cenizas. Sus ojos pardos se veían más claros ese día, y lo único que Astoria quería, era cerrar los centímetros que las separaban y averiguar a qué sabía el humo desde su boca.

Bonita, bonita, bonita.

—Sí.

Al menos habían intentado volver a la normalidad.

La verdad era que Astoria trató, de verdad, pero se encontraba mirándola por más tiempo del que las amigas normales se miraban, sin saber cuándo era apropiado acercarse. Astoria era demasiado consciente de la manera en que sus manos se rozaban cuando caminaban por los pasillos, o de cómo sus piernas se tocaban cuando estaban sentadas la una al lado de la otra. Mary quería desesperadamente que todo fuera igual que antes de aquella noche, pero Astoria no sabía cómo. No sabía cómo deshacerse de ese sofocante sentimiento que le gritaba que quería estar a su lado a cada segundo. Quería que volviera a acariciar su cabello.

Nunca se había sentido así antes.

Por eso no le extrañó, que la siguiente vez que hubo una fiesta en Slytherin, Astoria se la pasara miserable toda la noche. Por obvias razones, Mary había querido distanciarse de ella; quizás era demasiado peligroso fingir en ese ambiente, demasiado cerca de la verdad que habitaba entre ambas. Así que Astoria, con una creciente presión en el pecho, tuvo que sentarse a mirar desde un rincón a un tipejo hablarle a Mary y a ella reírse con ganas.

Sus piernas se tocaban. Él enganchaba su cabello rizado entre los dedos. Ella apoyaba la mano en su hombro.

—¿Qué pasa hermanitaaaa? —Daphne llegó de pronto, prácticamente tirándose encima de Astoria—. ¿Theo no te está prestando atención?

Sinceramente, Astoria había olvidado que se suponía que estaba enamorada de Theo. Miró a Daphne. Sus ojos estaban levemente cristalizados gracias al alcohol; su aliento también la delataba.

—La verdad, no me siento bien —Astoria confesó, levantándose. En el otro extremo, Mary volvía a reír—. Te veo mañana.

—Ow —Daphne contestó mientras Astoria le daba la espalda—. A alguien la poseyó el espíritu de Draco.

Astoria la ignoró subiendo rápidamente los escalones hasta su habitación. Quería acostarse en su cama, mirar el techo, y dejar de pensar. Dejar de preguntarse una y otra vez si allá abajo, Mary finalmente había besado al tipo. Si quizás lo estaba besando de la misma forma en la que besó a Astoria.

Era injusto. ¿Por qué Mary no podía hablarle a ella?, ¿por qué no podía tocarla a ella así? Prácticamente ya no lo hacía. Astoria la extrañaba.

Pero extrañaba mucho más eso que nunca había logrado tener.

Pocos minutos después de que Astoria se hubiera tendido en su cama, mirando el techo, oyó pasos en la escalera y la puerta de su cuarto abrirse bruscamente. Estuvo a punto de decirle a quien sea que hubiera entrado que se fuera a la mierda y que no estaba de humor, cuando la escuchó.

—Hey, ¿estás bien?

Por unos segundos, Astoria creyó que lo había alucinado.

Luego se obligó a sí misma a calmarse.

—Sí.

Mary aún estaba en la puerta, probablemente sujetando la cerradura. Astoria podía escuchar con claridad la fiesta de abajo.

—¿Estás segura? —preguntó ella una vez más.

—Sí.

Sabía que su voz sonaba vacía y que sus palabras gritaban "mentira" por todas partes, ¿pero qué se suponía que debía hacer?, ¿qué debía decirle?

Ella era la que le había pedido fingir que nada sucedía.

—Está bien...

Las palabras de Mary sonaron inciertas, pero Astoria no se molestó en decir nada más. Simplemente se quedó mirando obstinadamente el techo de su habitación, queriendo gritar de frustración por el jodido peso en su pecho al saber que Mary volvería abajo. Con ese tipo.

Pero Mary no se movió de la puerta.

—Astoria, ¿qué te pasa? Tú nunca estás así.

—Estoy bien.

—Bien... —Mary repitió, insegura—. Si necesitas algo, estaré abajo.

Debería dejarlo así y ya. Murmurar algo como un "hasta luego" o incluso un "buena suerte". Pero Astoria no lo pudo evitar. Se sentó en la cama, disparando dagas a Mary, y soltó:

—¿Con ese tipejo?

Mary se congeló en la puerta.

—¿Qué?

Y Astoria supo que quizás había cometido un error.

—Nada.

—No lo puedo creer. —Mary dejó escapar una risa agria—. ¿Estás celosa?

—No.

Pero ella ya no la escuchaba.

—Increíble. In-cre-í-ble. Me paso cinco años teniendo que aguantar que hables de diferentes chicos, que salgas con otros, me la paso escuchándote parlotear una y otra vez acerca de ellos y cómo te sientes y- me ves a mi hablando con uno, una noche, ¿y así es como te pones?

—Hablando —Astoria resopló, cruzándose de brazos—. ¡Estaba prácticamente encima tuyo!

—Ese no es tu problema.

—¡Tú fuiste la que no quisiste que fuera mi problema!

—¡Sí, porque cada año te enamoras de alguien nuevo! —Mary gritó, cerrando la puerta al fin. Esta resonó contra la pared—. ¿Qué quieres de mí?, ¿que sea tu juguete temporal, así como tratas a todos los que se acercan demasiado a ti?

A esto, Astoria se quedó bien quieta.

Para alguien que había crecido teniéndolo todo, el dolor de un quiebre del corazón siempre parece el fin del mundo. Astoria genuinamente creyó que eso había pasado. Se llevó una mano al pecho como si así fuera.

Algo se ha roto, pensó. Algo se ha quebrado.

A los quince años, ese tipo de cosas parecen lo peor que un ser humano puede soportar. Nadie nunca le advirtió que había peores.

Finalmente, Astoria ignoró el dolor y asintió, con rabia enmascarada. Si esa era la opinión que Mary tenía de ella, podía irse a la mierda y no volver.

—Jódete.

Mary pareció caer en cuenta de lo que dijo.

—Astoria...

Astoria se levantó, dispuesta a bajar nuevamente, a alejarse de aquella discusión. Pero Mary estaba en la puerta y no sabía cómo avanzar.

¿Que sea un juguete temporal, así como los que se acercan demasiado a ti?

—Nunca me dijiste nada —Astoria espetó, caminando hacia ella—. Nunca me diste una mínima pista de que querías algo más, algo que-

—¿Y si hubiera sido así? —Mary replicó con voz estaba alterada, pero Astoria podía distinguir las pequeñas notas de dolor—. No me digas que algo habría cambiado.

A lo que, por supuesto, Astoria no respondió muy bien.

—¡Por supuesto que habría cambiado! —le gritó, dando otro paso más cerca.

—No, no lo hubiera hecho-

—¡Cállate! —Astoria estaba realmente enojada. Mary aún bloqueaba la puerta—. Tú no tienes derecho de decir eso, no tienes derecho. Porque yo sé que las cosas habrían sido diferentes, de haber sabido, habrían sido dife-

—¿Por qué? —la interrumpió Mary, incrédula.

Era todo lo que necesitaba para que Astoria perdiera los estribos.

—¡Porque te amo!

La habitación se quedó en completo silencio.

Ni siquiera se escuchaba el ruido de la música por encima de los latidos de su corazón.

Astoria dejó caer los hombros, dándole la espalda. No tenía problema en decirlo, pero en ese instante, se sentía un poco demasiado. En ese momento, Astoria sentía que podría colapsar por la fuerza de sus sentimientos.

Ella siempre había sido así.

Un poco demasiado.

—Te he amado antes que a cualquiera de ellos. Te he amado desde el momento en que me prestaste tus apuntes —susurró, abrazándose a sí misma—. Porque así es como soy. Nunca pensé que ese amor podría ser más, pero ahora lo es. Te estoy diciendo que lo es, pero tú no me crees y prefieres ir a besarte con ese Michael o Mikel, o como mierda se llame ese tipo. Y estoy cansada de sentirme así. De sentir tanto. De no saber qué significa y que no me des la oportunidad de averiguarlo. Nunca te haría daño- sabes que no te haría daño, nunca he querido hacerlo. Porque te amo, Mary. Te amo, y-

Astoria no pudo terminar esa oración, porque prontamente, unos brazos estaban afirmando los suyos, unos dedos estaban en su cabello, y Mary estaba frente suyo.

Besándola.

Besándola como si su vida dependiera de eso.

El cerebro de Astoria se apagó instantáneamente, devolviendo así el beso. Su mano encontró la mandíbula de Mary y la tiró más cerca, concentrándose en sentir. Sólo en sentir.

Bonita.

Más.

Mía.

—Necesitas parar de hacer eso —murmuró Astoria en medio del beso, sin abrir los ojos.

—Lo siento.

Era claro que no lo sentía.

Juntas y sin parar de besarse, se tambalearon hasta llegar al borde de la cama de Astoria. Mary se tiró en ella y Astoria se puso encima, apoyando las palmas a cada lado de su rostro.

Hermosa.

Volvió a besarla.

—Nadie puede enterarse —susurró Mary, cuando Astoria comenzó a besar su cuello.

—¿Qué? ¿Por qué?

Una parte de su cabeza, la que aún estaba medio consciente mientras inhalaba el perfume de Mary, pensaba que nunca había visto que ella tuviera esos prejuicios homofóbicos. O al menos debía saber que el resto de Hogwarts no los tenía, no los que se habían criado en ese mundo.

—Porque soy nacida de muggles —respondió, cuando Astoria mordía su lóbulo.

—¿Y?

—Tú eres una sangre pura.

Astoria se separó frunciendo el ceño para mirarla. Merlín, se veía tan linda bajo la luz del lago, con el cabello repartido encima del colchón y la boca abierta.

Aunque, muy aparte de su situación, sus ojos delataban miedo.

Me susurran sangre sucia cuando paso.

—Sólo digo... —Mary explicó, perdiéndose en las facciones de Astoria tanto como ella—. Que no hagamos nuestras vidas más difíciles de lo que ya son.

Y aunque no quería, Astoria le daría lo que fuera que ella le pidiera.

Así que volvió a besarla, como si eso fuera a sellar algún tipo de promesa.

Y por un año, fue feliz. Por un año, casi pudo estallar de la felicidad en su pecho al verla, al tenerla cerca. Mary se acostaba con ella y juntas podían estar en la cama de Slytherin por horas, hablando en voz baja y riéndose de las cosas más absurdas. La besaba como si Astoria fuera su todo, y sus manos la sostenían como si sostuviera el mundo. Así que eso era el amor. Cuando volvía de un día pesado y lo pasaban juntas en la oscuridad, con sonrisas robadas y besos que no se podían compartir. Eso era.

Y sus pensamientos siempre eran los mismos.

Hermosa.

Más.

Mía.

Astoria realmente era feliz.

Pero llegó su sexto año, y la guerra explotó.

Astoria aún vivía en su pequeño mundo a esa edad. No fue hasta lo que sucedió con Elizabeth que fue capaz de despertar. No sabía qué estaba esperando, realmente no.

Pero nunca esperó que Mary no apareciera en el andén King Cross ese primero de noviembre de 1997, y que no lo hiciera por el resto del año.

Apenas una carta llegó.

Me voy lejos, Astoria. Me voy muy lejos, donde no puedan encontrarme. Lo siento.

Y,

Te amo.

Y,

Tú eres mi magia.

Había llorado en un principio, por no haberla abrazado un poco más la última vez que la vio, por no haberla visitado durante el verano. También se había enojado porque Mary la abandonó sin avisar. Simplemente se marchó y la dejó en ese mundo donde Astoria no sabía lo que se le venía.

Pero siempre creyó que al final de todo, volvería a verla.

Era de esa clase de esperanza que no se desvanecía, que existía en el fondo de su mente para ayudarle a seguir.

A ese día, Astoria estaba feliz por ella, de verdad. A veces le gustaba imaginarla en una isla tropical, tomando el sol mientras veía el atardecer en la playa, con un hombre o una mujer que la amara como se merecía ser amada. Quizás incluso tenía hijos, o mascotas, y vivía en una casa cerca del mar. A Astoria le gustaba pensar que Mary reía cada día, y que los momentos felices abundaban por sobre los tristes.

A veces, le gustaba imaginar qué hubiera pasado si se hubiese marchado con ella.

Tal vez aún podía. Tal vez, cuando todo acabara... podría encontrarla.

Se preguntaba si Mary pensaba en el mundo que dejó atrás de vez en cuando, si estaba enterada de lo que sucedió. Se preguntaba si pensaba en ella, si la angustia de no saber si estaba viva la dejaba dormir. Astoria esperaba que no fuera así. Le dolía el pecho pensar que Mary se castigaba a sí misma, que creía haber cometido un error al alejarse de lo que habría sido su inminente muerte. No era un error. Nunca se equivocaba.

Bueno, en una cosa sí que lo hizo. Equivocarse, quería decir.

Porque nunca fue un capricho.

Lo que Astoria sentía por ella nunca fue pasajero.

No, porque habían pasado casi diez años, y Astoria seguía amándola como el primer día en esa clase de pociones.

El único problema era que la había dado por sentado.

Astoria no volvería a cometer ese mismo error

Por eso, cuando Theo y Draco aparecieron en su casa, Astoria no pudo evitar correr hasta ellos y abrazarlos y besar sus mejillas. Ambos estaban pálidos, como si les hubieran succionado la vida. Astoria suponía que así había sido: vivir en esa casa junto a Tom tenía que ser, por lo menos, traumático. Así que se iba a encargar de abrazarlos todo lo que podía para así limpiar su pena.

No pensaba darlos por sentado a ellos también.

—¿Qué pasa? —preguntó Astoria cuando se separó—. Daphne me dijo que me estaban buscando...

Su hermana había ido a su pieza minutos atrás, asomándose en la entrada. Estaba maquillada y peinada formalmente, dirigiendo desde la mansión "El Profeta", en caso de que decidieran bombardear las oficinas.

—Draco y Theo están abajo —informó ella—, dicen que te buscan.

Astoria la quedó mirando. Los ojos de su hermana eran sospechosos, analizadores. Daphne nunca dio signos de querer pasarse a algún bando, a pesar de que trataba de ayudar en lo que Astoria le pedía sin preguntar. De todas formas, tampoco parecía apoyar a Voldemort.

—Gracias, Daphne.

Ella se quedó unos minutos más apoyada en la puerta, antes de asentir y retirarse.

Astoria la miró dar media vuelta.

Daphne, Elizabeth y ella fueron unidas toda su vida. Compartían, reían, y se trataban básicamente como si fueran mejores amigas.

Sin embargo la Navidad de 1997 llegó, y lo único que quedó entre ella y Daphne eran pedazos de una relación que había existido, pero a la que le faltaba lo más importante.

La gente decía que las experiencias traumáticas te acercaban a las personas que amabas, lo cual era una absoluta basura. No había pasado eso entre ella y Daphne después de Elizabeth. Cada silencio entre ambas eran preguntas no dichas.

¿Por qué no lo detuviste?

¿Por qué no evitaste que sucediera?

Algunas cosas era mejor no decirlas en voz alta.

De vuelta al presente, Astoria se tomó unos segundos para estudiar a los hombres frente a ella. Theo lucía igual de distante que siempre, y podría decir lo mismo de Draco, si no fuera por su mirada. Aquellos ojos grises la miraban desesperados. Astoria podía ver pequeños rastros de gotas rojas en su piel. Era un desastre que trataba de mantenerse compuesto, como se componen los objetos y las frases. A Astoria le daba un poco de lástima verlo.

Todo era tan caótico y complicado que le parecía un chiste que Harry y Draco creyeran que estaban bien después de tanto trauma. No lo estaban, no importaba qué tanto quisieran creerlo. Las personas no pasan por lo que ellos han pasado y salen sin rasguños. Astoria no iba a decirlo, no estaba en sus manos, pero le gustaría poder hacer algo al respecto. Ayudarlos a olvidar, o que dejara de doler.

—¿Podemos ir a un lugar más privado? —preguntó él. Su voz temblaba.

Astoria no pidió explicaciones, simplemente los condujo a un salón tranquilo que estaba cerca de allí.

Hablar de lo que fueran a hablar podía ser peligroso, al menos en ese lugar. Las paredes tenían oídos, y si su padre, incluso por accidente, escuchara alguna conversación sospechosa, su Juramento le obligaría a delatarlos.

—Necesito que modifiques mis recuerdos —soltó Draco apenas Theo puso un encantamiento silenciador en el cuarto.

Astoria los miró de par en par.

Poco a poco, ambos fueron explicándoles qué sucedía. Le contaron en detalle el encantamiento de memoria temporal creado por Snape (que tenía que admitir, era bastante impresionante), y cómo eso estaba afectándolo. Astoria escuchó, sabiendo que tenía sentido cada palabra.

Acabaron pidiéndole que rellenara los huecos de su memoria, que creara recuerdos falsos y modificara los existentes para que pareciera que "el Draco sin recuerdos" había vivido todo. Era difícil de explicar, pero Astoria lo entendía.

—¿Puedes? —preguntó Draco cuando finalizó. Nuevamente lucía desesperado.

—Veré qué puedo hacer.

Astoria era una poderosa Legeremante, eso había dicho su ceremonia, (además de tener un don especial para las Transformaciones); pero eso no quería decir que fuera Todopoderosa. Por lo que, cuando entró a la mente de Draco, intentó hacerlo con toda la precaución posible.

La mansión de su cabeza (que representaba su estructura mental) se encontraba en peor estado de lo que antes había visto. Más deteriorada, más rota. Astoria avanzó por los pasillos para así buscar las memorias necesarias, y se topó con la única puerta diferente. La única que brillaba, y la cual contenía emociones y recuerdos demasiado preciosos que querían salir y expandirse por las paredes de Draco, renovando todo.

No hacía falta decir, que esa puerta le correspondía a Harry Potter.

Astoria sonrió inevitablemente, sin detenerse, y comenzó a trabajar. Allí, en las memorias de Draco, había cosas del último mes. Cosas terribles. Astoria intentó no pensar en ellas a medida que conectaba lo recuerdos en distintas habitaciones, y se encargaba de reparar las paredes rotas. La mente de Draco estaba frágil en ese instante, se tambaleaba, seguramente debido al impacto que era tener sus recuerdos de vuelta y cómo eso cambiaba la estructura de la mansión.

Algunas paredes se caían. Algunas puertas se llenaban.

Otras, como la de Harry, aparecían de la nada y tomaban gran parte de su cabeza, tiñendo y entrelazando aquellos sentimientos con los recuerdos ya vividos.

Temía que, en un futuro, el daño fuera permanente.

Por ahora evitaría pensar en ello.

—Listo —Astoria dijo saliendo de su mente. Draco se veía igual de mal que antes.

—Gracias.

Astoria se giró a Theo, que observaba la escena. Podría haber parecido que se encontraba neutral, pero Astoria podía notar cómo en la orilla de sus ojos se dibujaba la preocupación.

—Aconsejaría no volverlo a poner bajo el hechizo por un par de días —le dijo a Theo, mirándolo directamente a los ojos—. Y hacerlo lo menos seguido posible.

Theo asintió escuetamente.

Astoria volvió a girarse a Draco. Sus ojos se movían de un lado a otro. Conmocionado, estaba totalmente conmocionado. Astoria nunca lo había visto tan joven.

Se arrodilló al borde de la silla en la que Draco estaba sentado, tratando de buscar sus ojos.

—Él está bien —murmuró, pero Draco no respondió nada.

Algo le decía, que no era eso lo que lo estaba preocupando.

Astoria suspiró sonoramente, preguntándose qué podría hacer para remediar el pesar de Draco. No le importaba lo que había visto en su cabeza. Astoria lo quería demasiado para que importara lo que hizo. Quería ayudarlo a estar bien, a remediar su desesperación.

Pero, a veces, el amor no era suficiente.

Notes:

Theo es lo que Draco cree ser, y no acepto debates, ah JAJAJA.

Btw, cómo nos sentimos con estos nuevos POVs??? Qué opinan de las visiones de Theo y Astoria? A mí me encantan.

Also, me da mucha risa cómo Harry y Astoria cuando ven a Draco son tipo: Luz de mi vida, mi luna y mis estrellas, pobrecito el niño.

Mientras Theo y el resto del mundo: Qué hombre más insoportable, irritante, y despiadado, que lo dUERMAN.

Nos leemos pronto!!

Chapter 53: Capítulo 46: Merecer

Notes:

Este capítulo es un poco... hurt/comfort, supongo? Pero como siempre he dicho, Desolación es una avalancha de emociones sin descansos para procesarlas. Salud por eso.

No crean que me he olvidado de la trama principal de la historia (cof, cof, encontrar a Nagini a través del objeto que -aparentemente- Narcissa conocía), pero antes... algunas cosas tienen que cocinarse:)

Anyways, nada más me queda decir que la canción Anti-Hero de Taylor fue hecha para Draco, y que quedan menos de 15 caps (creo :P) contando Interludios! Qué emoción.

Disfruten el cap!!

Chapter Text

Esto está mal, fue lo primero que Draco pensó al llegar a la base a principios de Abril. Esto está mal.

Había recuperado sus recuerdos hacía unos días atrás, y su mente aún estaba tratando de acoplar el último año de su vida con la persona que fue aquel mes sin sus memorias, dejando que los espacios vacíos se rellenaran, que la risa de Harry se reprodujera en bucle y que su mirada esmeralda interfiera cuando hacía sufrir a otras personas.

Draco estaba parado en el jardín de la Mansión McGonagall frente a un Harry que se notaba que corrió para alcanzarlo. Era un momento esperado por él, lo sabía: llevaba meses sin verlo y para alguien tan impaciente como Harry de seguro fueron una tortura. Incluso Draco lo había extrañado un poco durante esos escasos días en los que tuvo consciencia de lo que eran, pero al tener a Harry ante él, viéndose tan grande como la vida misma... lo único que Draco podía pensar era-

Esto está mal. Esto está mal. Esto está mal.

—Volviste —dijo Harry, aliviado, feliz... cosas que no debería estar sintiendo por alguien como él.

—Te dije que lo haría —replicó Draco con voz cuidadosamente neutra—, ¿no es así?

Y todo pareció normal por unos instantes, o tan normal como podían ser las cosas entre ellos. Harry se veía algo más compuesto, y sus ojos estaban mirándolo con devoción, gritándole la palabra "hogar". Todo parecía estar bien.

Excepto que era demasiado.

La presencia de Harry era demasiado abrumadora: tomaba todo el espacio y lo reducía sólo a él. Draco no podía ver más allá, no podía pensar más allá de su piel morena, su cabello negro como la medianoche, o sus cicatrices plateadas; y a pesar de que sería tan simple reducir el mundo a nada más que eso- no lo merecía, no después de lo que había hecho ese mes.

Draco torturó personas.

Torturó hasta que los dedos se le acalambraron por sostener la varita. Torturó hasta que la sangre de sus víctimas se secó en sus manos y se metió debajo de sus uñas. Vio gente ser asesinada brutalmente y apenas parpadeó. Draco tenía a niños Servi viviendo en su casa.

Y ahora estaba allí, y...

Y Harry lo estaba mirando como si Draco fuera alguien.

Esto está mal. Esto está mal. Esto está mal.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Harry al ver que no hablaba.

Voldemort mató a una mestiza y ordenó a los elfos que la convirtieran en pastel.

Se lo dio de comer a los esclavos.

—Sí.

Los Mortífagos se turnaron para "divertirse" con un nacido de muggles en su mesa principal, y Draco fue forzado a mirar con la mano del Lord en su cabeza.

No dijo una palabra.

—No, no lo estás —Harry dijo, caminando hasta él. Draco retrocedió—. ¿Qué te hizo?

Las secuelas del Crucio aún podían sentirse en su cuerpo, de cada vez que cometía un error. Cada vez que no decía lo correcto. Cada vez que no se mostraba lo suficientemente obediente.

¿No deseas quedarte a ver a los asquerosos Servi intentar mejorar su sangre, a través de un pastel?

Crucio.

Si no deseas tener un turno con el sangre sucia, entonces mirarás.

Crucio.

¿No deseas prenderle fuego a tus prisioneros?

Crucio.

—Nada que no hubiera hecho antes —terminó respondiendo con frialdad. Le dolía la garganta.

—Draco...

Draco dio otro paso atrás como si Harry fuera una amenaza, porque nadie lo había llamado de esa forma durante aquel mes. Incluso para Theo, Draco fue "Astaroth". El nombre de Draco Malfoy pertenecía a otra persona, pertenecía a otra vida. Volver a Harry y fingir que era lo que él esperaba se trataba de un absoluto engaño.

Lo que había entre ellos era un engaño, y si seguía pretendiendo, iba a terminar hiriéndolos a ambos.

—¿Puedo acercarme?

Draco volvió al presente, enfocando los ojos en Harry una vez más. Su mirada se había suavizado y la devoción –esa manera especial que Harry tenía de observarlo, como si fuera algo precioso, algo que había extrañado tanto– seguía allí.

Basta.

Detente, por favor. No deberías verme de esa forma. No debería importante. Te haré daño.

Esto es lo que soy.

—¿Draco?

Harry lucía más ansioso con cada segundo que pasaba, más y más necesitado de su cercanía. Draco quería mostrarle sus manos, extenderlas y que, de alguna forma, Harry viera toda la sangre que había en ellas. Draco había torturado y actuado con absoluta indiferencia. Ese era él, antes de convertirse en espía. Ese es el hombre que todos conocían, el que construyó con cada año de gobierno de Voldemort. No debería estar allí, no debería acercarse más a Harry, quien tenía derecho a encontrar su final feliz en vez de quedarse estancado con el antihéroe.

—Creo que debería irme —dijo Draco. Su voz sonaba distante.

—No —Harry replicó, avanzando una vez más. Draco no retrocedió—. Por favor, quédate.

Dejó escapar un suspiro y cerró los ojos. Debería irse, sin embargo, era alguien demasiado cobarde y egoísta; estaba demasiado podrido para hacerlo... pero sabía que debía. Debería decirle a Harry que lo suyo llegaba hasta allí, y que a pesar de que lo hacía feliz, no podía soportar volver a él y fingir ser alguien decente después de lo que había hecho. No podía fingir ser el hombre que Harry merecía que fuera, a pesar de que había creído que sí- la verdad es que no.

El Draco que fue durante ese mes, eso era.

Nada más.

Nunca fue nada más.

—Draco.

Su corazón se hizo un nudo, y Draco sintió una presión gigante en el pecho al oír la voz suave de Harry al dirigirse a él.

Nadie más decía su nombre de esa forma.

Como si valiera algo.

—Draco, por favor... ¿háblame? ¿Pasó algo? —Hubo una pausa de incertidumbre—. ¿Has hecho algo?

Trató de evitarlo, pero la risa salió desde sus labios de todas maneras. Draco aún no abría los ojos, dejando que las preguntas de Harry lo recorrieran. ¿Que si había hecho algo? Por supuesto. Un montón de cosas. Las peores.

Harry no debería estar preguntando eso. La inseguridad en su voz era palpable, y si estuviera con alguien bueno nunca tendría que preocuparse de que aquella persona cometiera acciones así de inhumanas. Nunca tendría que preocuparse de ser herido.

Pensé en matarte, Draco dijo para sus adentros al borde de otra risa histérica.

Pensé en tenerte cerca y matarte.

Pensé en hacerte sufrir.

—No me importa —Harry volvió a decir—. Lo que sea, no me importa. Nada es lo suficientemente horrible para hacerme no quererte más.

Aquellas palabras se sintieron como un hachazo en el costado.

Obviamente Harry diría algo como eso. Se lo había repetido muchas veces. Quizás Draco era otro de sus castigos, una forma de pagar sus culpas.

—Escucha, yo- —Draco dijo, tratando de mantener su voz tranquila—. ¿Puedes imaginarte las peores cosas que alguien haría a otro ser humano? Eso he hecho este último mes. Y si no lo he hecho, lo he mirado. Eso es lo que he hecho toda la vida.

—No me importa.

Lo peor de todo, es que sonaba sincero.

—Debería.

Quizás Harry no lo veía como un castigo, sino como un proyecto, como si pudiera salvar a Draco y reparar lo podrido en él. Eso tendría algo más de sentido. ¿No le había dicho que lo salvaría? Tal vez no se refería solo a la batalla. Tal vez Harry creía que alguna vez Draco dejaría de ser esa persona sin remordimientos. Tal vez pensaba que podía arreglar lo que estaba mal en él.

Lo oyó dar otro paso, y las hojas crujieron bajo sus pies. Draco sintió que se estaba ahogando, la presencia de Harry, la preocupación que dejaba mostrar, era asfixiante.

—Déjame tomar tu mano —murmuró él—. Déjame tomar tu mano, y te prometo que todo será más fácil desde allí.

No, pensó desesperado aunque ningún sonido salía de su boca.

Aléjate.

Por tu propio bien, aléjate de mí.

Draco escuchó el ruego en la voz de Harry, como si tanto tiempo separados estuviera pasándole la cuenta, y le doliera tenerlo lejos pero a la vez tan cerca. La súplica era palpable y le parecía extraña, porque Harry Potter no preguntaba ni pedía permiso, él solo hacía: actuaba, tomaba lo que quería y cómo quería. De todas maneras, nadie le negaba nada jamás. ¿Cómo podrían?

Sin embargo, con Draco siempre parecía lo contrario. Harry suplicaba que lo dejara entrar. Que le dijera sus motivos, sus miedos y sueños. Que Draco dejara que lo sostuviera aunque no estuviera destinado a durar.

Y al igual que el resto del mundo, ¿cómo Draco podría ser capaz de negarse?

No hizo nada cuando Harry volvió a dar otro paso cerca. Su aroma le inundó los pulmones y Draco se dejó caer un poco, sólo un poco, a medida que la familiar magia rodeaba su piel como si quisiera ayudarlo a sanar.

Si fuera un hombre decente, habría dado media vuelta y se hubiera perdido por el laberinto.

Si fuera un poco más fuerte, jamás habría iniciado nada.

Pero Draco no lo era. De hecho, era hasta patética su debilidad y cómo, a pesar de que racionalmente sabía que debía huir de allí, no podía. Sus pies no querían responderle, y en su mente se reproducía la mirada de sus víctimas. Gritando. Rogando que las matara. Su propia risa- fría y cruel.

Harry no merece esto.

Harry no lo merece.

No lo merece.

No merece-

Los pensamientos se acallaron de una vez y Draco miró hacia abajo.

Harry tenía razón.

Todo parecía más fácil así.

El agarre en su mano era poderoso. Los dedos encajaban con los suyos, y el zumbido bajo su piel desapareció un poco. Harry caminó hasta él, lento, y Draco reprimió las ganas de quitarse su propia piel por la avalancha de sensaciones. No había nada más grande en el mundo que Harry Potter. Nada existía más allá de sus manos entrelazadas.

—Vamos hacia dentro —susurró este, provocando que Draco abriera los ojos—. Estoy aquí. Contigo. Nunca me voy a ir.

Por unos segundos, no pudo respirar.

Draco no creía que Harry fuera capaz de decir cosas sin sentirlas de verdad, –aunque a veces se engañara a sí mismo– y su mirada se lo recordaba. Esto es en serio, gritaba. Estoy diciéndolo en serio. La visión de Harry le quitaba espacio en su propio corazón, llenando de calidez lugares que no debían ser llenados. Prometiendo cosas que no debía prometer.

Nunca me voy a ir.

Draco pensó en Pansy. En algún punto, cuando la Segunda Guerra estaba recién formándose y su padre acababa de ser encarcelado. Ella le había dicho lo mismo.

Nunca me voy a ir, Draco. Siempre me vas a tener contigo.

Aquello había sido una mentira. Pansy no estaba.

Y su otro yo creía que la Orden eran los responsables.

Draco usó ese enojo para torturar, usó su rabia contra Harry para torturar y disfrutar del dolor. ¿Quién era, si ahora estaba allí frente a él fingiendo que lo había extrañado con intensidad? Porque no lo hizo. Draco no lo hizo.

Por un mes entero, lo odió.

Lo odió con cada fibra de su ser.

—Nunca te dejaré.

Draco sintió su cuerpo retraerse ante las palabras, ante la mentira. Harry le dio un apretón a su mano para no dejar que fuera muy lejos, pero de todas formas, dolía. Dolía que Harry le dijera eso con tanta convicción, porque Draco no era capaz de alejarse. Él siempre lo había sabido. Era un camino de ida. Era imposible no querer a Harry Potter, aunque se tratara simplemente de querer una pequeña mirada o un aliento de su parte.

Y Draco, aparentemente, lo tenía todo.

Harry suspiró, tirando de él para que avanzara. Mientras lo arrastraba por el patio y los pasillos, Draco fue capaz de detallarlo. Sus anteojos estaban algo torcidos, su cabello era un desastre, la cicatriz de su rostro brillaba. Perfecto. Perfecto. Perfecto.

Su mirada preocupada era lo único que parecía no concordar con sus facciones.

Podía sentir los ojos de las personas encima debido a que no traía ninguna máscara. Draco no les prestó atención. Ni a eso, ni a la chica que paraba a Harry para preguntarle cómo estaba. Harry respondió escuetamente a Eveline, y Draco fingió no ver sus ojos jóvenes preocupados moverse en su dirección.

Era otra persona que debía alejar.

A pesar de que la mano de Harry era reconfortante, cuando llegaron al cuarto y se separaron lo suficiente, Draco seguía pensando que eso era un error. Mirar a Harry hacía que algo se apretara en su pecho, fuerte. Quería tenerlo cerca, y olvidar, por unos segundos, todo lo que había sucedido. Pretender que eran otras personas y que se habían conocido en un escenario menos horrible que ese.

Y aún así, se sentía incapaz de marcharse.

—Déjame... —Harry no terminó la frase, pero sí subió la mano hasta dejarla descansando en su barbilla.

Tuviste sangre allí más de una vez, sangre que salpicó de la gente a la que torturaste. Sangre de los que despellejaste vivos para que dijeran algún tipo de información.

—¿Puedo...? —Harry volvió a preguntar, a centímetros de su boca.

No.

Draco dejó salir un suspiro, cerrando los ojos. El cuerpo de Harry emanaba calor, su aliento sabía a menta. No sabía qué hacer. Debería irse. Debería dejarlo escapar del desastre que era-

Draco asintió.

Los labios de Harry empezaron a moverse sobre los suyos, de la manera más suave que Draco había sido besado por él hasta ahora. Era cálido, y lo oyó hacer un pequeño ruido de satisfacción, como si eso era lo que hubiese estado esperando toda su vida. Los besos de Harry se sentían como tomar agua en medio del desierto. Draco subió la mano para acariciar su cabello y Harry tomó el borde de su túnica, justo a un lado de su garganta.

—Dios, te extrañé —Harry murmuró contra sus labios, y Draco se sintió débil—. Te extrañé. Te extrañé. Te extrañé.

Su voz estaba rota mientras deshacía los botones de su túnica. Harry apoyó la cabeza en su hombro y enterró la cara en el cuello de Draco, besando allí gentilmente. Draco sabía que a Harry le gustaba ese sitio. Hacía que, por unos momentos, se sintiera capaz de protegerlo.

Las manos de Harry quitaron su túnica, y aunque Draco no se estaba relajando, sí podía, durante unos minutos, pensar en sí mismo como algo más real que la estatua que fue ese mes. No podía ser igual de frío con Harry. Era abrumador lo que le hacía sentir. Era abrumador sentir tanto por alguien.

A veces siento que lo único que me recuerda que tengo corazón, eres tú.

Los dedos de Harry se movían lento tratando de quitarle su camisa. Era extraño, saber que lo estaba tocando así, saber que Harry estaba siendo suave. Draco no recordaba la última vez que alguien fue suave con él sin hacerlo sentir como si tuviera cinco años, La camisa cayó. Harry comenzó a murmurar contra su piel cosas que Draco apenas podía entender. No podría vivir sin esto. No podría vivir sin ti.

Creyó responderle algo:

Sin ti, simplemente- dejaría de existir.

Draco apoyó la mandíbula en la parte alta de su cabeza, sintiendo las manos de Harry continuar desvistiéndolo. No era nada con segundas intenciones. Simplemente parecía... querer tenerlo cerca, fundirse en él y hacerle saber que estaba allí; que era real y que cuidaría de Draco.

Harry comenzó a trazar los dedos por su cuerpo, aprendiendo cada lugar y guardándolo en alguna parte de su cabeza. El estómago de Draco revoloteó al sentir la yema encima de su torso, delineando las palabras y lo que él mismo le hizo. Draco no tenía derecho a estremecerse. Ya había pasado. Se lo merecía, sabía que se lo merecía.

Entonces, Harry llegó a su brazo izquierdo, y sus dedos rozaron toda la extensión de este.

Fue imposible ignorar la manera en que Draco dio un paso atrás, tratando de alejarse. Nadie lo había tocado allí antes, no desde que Voldemort lo había marcado. Su madre solía apartar la mirada cada vez que lo veía con la camisa recogida, e incluso Theo u otros pretendían que esa parte de su cuerpo no existía. Los alejaba de la fantasía, suponía él. Les recordaba que Draco podría besarlos un día, pero llevarlos a su muerte al siguiente.

—Estoy aquí —Harry murmuró, dando otro paso más cerca. Draco sabía que lo estaba hiriendo—. He visto lo peor de ti, y te quiero con eso. No a pesar de eso. Sé quién eres, y eres más que esto.

Harry volvió a tomar su brazo, presionando las yemas encima de la Marca. Draco intentó apartarse una vez más, pero los ojos de Harry eran decididos. Pasó el pulgar por la serpiente; el calor de su piel traspasaba cada barrera.

—Eres más que esto. Y estás conmigo ahora.

Draco dejó escapar, (muy ridículamente), un sollozo, y bajó la cabeza.

No era así, no entendía por qué Harry no podía verlo. Todos lo veían. Todo el mundo sabía quién era Draco Malfoy y lo que había hecho. ¿Por qué Harry pretendía que podía ver más allá? Él era un Mortífago parte del Nobilium. Había servido a Voldemort. Lo hacía sin pensarlo dos veces.

Harry soltó una respiración temblorosa, tomándolo con cuidado y llevándolo hacia el baño. Draco recordaba haber hecho lo mismo por él, meses atrás. Parecía que Harry no tenía idea de qué hacer, pero no dijo nada para no hacerlo sentir mal.

Harry sacó su propia camiseta, y ayudó a Draco a deshacerse de sus pantalones. Todo era demasiado tranquilo, acallado por las paredes del baño y de la habitación. Parecía irreal. Un momento inventado por su imaginación en la que Draco vivía. Eso debía ser.

—Déjame cuidarte —Harry susurró.

Su pecho volvió a apretarse. No respondió. Se metieron bajo el agua en silencio. Draco se había bañado antes de ir allí, pero honestamente, nunca era demasiado. No importaba cuántas duchas se tomara al día, era imposible sentir que estaba lo suficientemente limpio.

Harry estaba repitiendo los mismos pasos que él esa noche de meses antes, luego de San Mungo. Draco tenía que admitir que, a pesar de que le dolía, volvía a llenar algún rincón de su corazón, porque eso significaba que Harry se había sentido protegido por él, en ese momento. Que le sirvió, por eso estaba tratando de replicarlo.

El agua tibia cayó encima de su cabeza, y Draco tomó el jabón de un lado, echándolo en cantidades exageradas encima de su piel. Talló con fuerza una y otra vez sus uñas, en medio de sus dedos, sus palmas, sus muñecas. Subió por el brazo, lavando de forma irrefrenable su Marca Tenebrosa, como si eso fuera a borrarla o a arreglar algo. Podía sentir a Harry detrás de él, mirándolo, pero al menos no estaba tratando de detenerlo. Draco quería deshacerse de la suciedad que los recuerdos le traían. Lavar la sangre.

Excepto que no podía, ¿no? Una cosa era lo que había hecho ese mes, ¿pero y el resto de los años?

¿Qué pasaba con Eric?

¿Acaso Draco se merecía dejar de sentir aquel nudo, cada vez que pensaba en él?

No. No lo merecía.

Si me prometes que de esa forma sacaras a tu madre de prisión.

Así mi muerte tendrá significado.

Draco dejó caer el jabón en el piso de la ducha, apoyando la frente en los azulejos del baño. ¿Qué estaba haciendo, siquiera? ¿Qué estaba haciendo con Harry?, ¿viviendo la vida de un impostor?, ¿pretendiendo que alguna vez podría hacerlo feliz o hacerse a sí mismo feliz, con todas las cosas que cargaba en su espalda?

El mal no se podía deshacer.

—Tenía trece años —murmuró. Harry se encontraba detrás, mirándolo como si no supiera qué hacer con toda esa situación.

Bueno, al menos no era el único.

—¿Disculpa?

Draco sabía que lo que iba a decir pondría más distancia entre ambos. Y de hecho, eso esperaba. Quizás de esa manera Harry estaría lo suficientemente horrorizado con él para alejarse.

—Eric. Mi Sacrificio —respondió; la voz salió demasiado tranquila para su gusto—. El niño que murió para que yo entrara al Nobilium.

Por un instante, nada pasó. El agua cayendo en el piso de la ducha era lo único que se escuchaba. De alguna manera se hacía más fácil hablar así: bajo el agua y sin la cara de Harry frente a él: abierta, vulnerable, donde Draco podría ver cómo, poco a poco, se llenaría de disgusto.

—Tenía trece años, ojos tan cálidos como el sol, y era más inteligente de lo que yo fui a su edad —prosiguió, evocando el recuerdo de Eric, que hacía que parte de sí mismo se desgarrara. Bien. Debía doler—. Me hablaba de mitología. De demonología y de ángeles. Cosas que no estoy seguro de que existan.

Excepto por mí.

Me han nombrado por un demonio.

Sintió a Harry chasquear los dedos, y poco a poco, la tina empezó a llenarse con el agua que caía. Draco no se giró, no hizo nada, simplemente miró hacia el frente, tratando de detallar cada pedazo de las memorias. Repasar todo lo que dolía.

Se lo merecía.

—Me ordenaron custodiarlo, mientras preparaban las cosas para el ritual. Yo debía matarlo —Draco prosiguió. Recordaba muy bien despertar en esa cama luego de haber defendido a esos niños—. Tenía diecinueve.

—Mierda. —La voz de Harry fue apenas un respiro. Draco la ignoró.

—Tom quería vengarse de mí. Verás, siempre he sido un cobarde, eso es quién soy. Siempre lo he sido y ya lo he aceptado. Acato lo que me dan. Obedezco. Miro, callo, y espero que no me toque a mí la peor parte. —Sin realmente quererlo, Draco se rio. Era amargo. No sabía que era capaz de dar una descripción tan acertada de sí mismo—. Y por una vez, saqué la voz.

¿Había sido un error? Draco miraba hacia atrás, y se preguntaba-

¿Qué hubiera pasado si se hubiese quedado quieto, pretendiendo disfrutar las torturas de los niños y sus inminentes muertes para que lo dejaran en paz? ¿Qué sería de él a día de hoy?

¿Habría hecho las cosas de una forma más digna?

¿Eric hubiese muerto de igual manera?

¿Habría terminado en el mismo sitio?

—Eran niños. El más grande debía tener diez. Los habían sacado de un orfanato, y los estaban torturando enfrente mío. Les pedí que se detuvieran.

—Draco-

Los brazos de Harry se envolvieron en su espalda, y eso estaba mal. Pronto llegaría al desenlace de la historia, y lo perdería, lo tenía claro.

Draco estaba tentado a detenerse allí, sólo para que Harry no dejara de afirmarlo como si fuera lo único que importaba.

—Lo gracioso es, que de haber estado en mi habitación, o en mi laboratorio, probablemente no habría hecho nada. Me habría convencido a mí mismo que eran personas comunes y corrientes. No habría bajado a checar, o a defenderlos, o buscar el bien mayor. —Estaba siendo crudamente honesto, ¿y seguramente Harry podía ver lo jodido que era eso, verdad? Tenía que verlo. ¿Podía darse cuenta de que tenía que alejarse de él lo más rápido posible?—. La diferencia era que estaban frente a mí, y que no podía mirar cómo devoraban y abusaban de ellos, y no hacer nada- eran niños.

Había pedido que pararan. Cuestionó a Voldemort, y fue testeado. Le pidieron que asesinara a esa niña que estaba siendo devorada viva. Tal vez Draco debió hacerlo.

Tal vez las cosas serían distintas.

—Y por eso me ordenaron matarla. A una niña.

Draco cerró los ojos. El pecho de Harry estaba totalmente pegado a su espalda, y el agarre, por unos momentos, se volvió más estrecho. Draco veía la cara de esa infante, sus ojos llenos de lágrimas y sus gritos de ayuda. La única razón por la que no tenía pesadillas con ella, era porque consumía la poción para no soñar la mayoría del tiempo.

Y la mayoría del tiempo, funcionaba.

—No pude —continuó con un hilo de voz—. No pude, nunca he podido. Así que Tom- Tom me metió dentro de su cuerpo con magia negra, y me obligó a ver y sentir lo que era ser devorado.

—Draco.

—Es algo que realmente no se puede describir, ¿sabes? —Draco lo ignoró—. De un segundo a otro todo es garras, y colmillos, y sangre, y dolor. La mayoría de mi vida me he sentido impotente, viendo y creyendo que lo que hago no tiene efecto en el mundo a mi alrededor. Pero en ese momento- en ese momento supe realmente qué es la impotencia, el estar indefenso sintiendo cómo la vida se escapa de tu cuerpo, como si estuviera hecho de hoyos. Me ahogué, y lloré, y ellos reían. Y por unos segundos, morí-

—Draco...

Draco no luchó cuando Harry dio un paso atrás, alejándolo de la pared, y cerró el grifo. Con cuidado, comenzó a ayudarlo a bajar, hasta que ambos estuvieron de cuclillas en la tina. Draco no notó que se había llenado, y Harry tampoco le avisó. Lo único que hizo fue acostarse y poner a Draco encima, aún sin ver su cara. Draco tenía la espalda apoyada en ese pecho, y el abrazo de Harry nunca había parado. Se encontraban ambos tendidos en la bañera, piel con piel, y lo único en lo que Draco podía pensar era:

¿Por qué sigues aquí?

¿Por qué no te vas?

Y,

¿Realmente no ves adónde va esto?

Pero Harry no parecía destinado a responder ninguna de esas cosas. Harry simplemente comenzó a acariciar la piel de su torso, sosteniéndolo. Sosteniéndolo como si al soltarlo, Draco sería nada más que ruinas.

—La Mansión Malfoy te impide echar a la fuerza o matar a sus herederos; a cualquier Malfoy de sangre, la verdad, así que él no podía deshacerse de mí —susurró. Su tono era demasiado alto para el silencio que los acechaba—. Pero el ritual podría hacerlo. Matarme, quiero decir. Si lo fallaba, la casa no podría tomar represalias, porque yo estaba accediendo a él. Al ritual para hacerme un Nobilium.

»Tom sabía que no tendría el valor para asesinar a Eric, y no se equivocaba, así que simplemente dejó que me torturara a mí mismo sabiendo que no lo iba a lograr. Me dejó a su cuidado, provocando que- asegurándose de que fallara si lo conocía-

Varias veces lo pensó. Tal vez Voldemort quería que Draco se encariñara con Eric, para que no fuera capaz de llevar a cabo la ceremonia. Ese fue su plan desde el inicio.

Tal vez Draco tuvo que dejar que triunfara.

—No contó con que Eric estaba dispuesto a sacrificarse a sí mismo.

Dolía demasiado pensar en él. Dolía cada palabra, cada memoria y respiración. Harry aún estaba ahí, a un lado de su oreja y Draco no entendía por qué carajos. ¿Acaso no lo veía? ¿No veía que Draco tuvo que haber hecho más?, ¿que tuvo que haber hecho lo posible para sacarlo de allí?

No. En cambio dejó que muriera, porque mejor él que Draco, ¿no?

Dejó que tomara la poción.

Para nada.

—¿Sabes qué me hizo prometerle antes de morir? —dijo, sintiendo su cuerpo temblar involuntariamente—. Me hizo prometerle que sacaría a mi madre de prisión, para hacer que su muerte valiera la pena.

Un ruido vino de la garganta de Harry, y por unos instantes, Draco sintió que se iba a quebrar bajo su abrazo.

—Draco... Draco, lo siento.

—¿Por qué?

—Draco...

Draco odiaba ese tono de voz.

Odiaba que dijera su nombre así, y la ira comenzó a crecer dentro de él, porque Harry hablaba como si sintiera lástima. Como si se sintiera herido por su historia. No tenía derecho, porque no era triste para él, Merlín, había sido triste para Eric. Había sido triste para esos niños. Draco se sentía jodidamente enfadado.

Excepto que era ese tipo de enfado que provocaba que temblara más fuerte, que su garganta se cerrara y que la presión le hiciera sentir que terminaría asfixiándolo.

—No- no es- no me hagas la víctima, porque no lo fui- —Draco dijo, tomando grandes bocanadas de aire entre cada palabra—. Sólo unos días antes de la ceremonia intenté ayudarlo a escapar. Antes de eso, tenía demasiado miedo, pensaba que al menos yo iba a vivir. Siempre tuve demasiado miedo. En eso se ha resumido mi vida. Me importaba más lo que me pasaría a mí que lo que le pasaría a él.

—Draco, tenías diecinueve.

—Era un adulto. —Draco sonaba desesperado. Y quizás lo estaba. No importaba, necesitaba que Harry entendiera y que no transformara las cosas para hacerlo sentir mejor. Draco siempre había sabido la clase de persona que era, no necesitaba que Harry torciera ese hecho para que le fuera más fácil quererlo—. No- no hagas esto algo que no es- yo lo elegí. Fue mi decisión.

Así como he decidido lo que hice este mes.

Esto es quién soy. Esto es quién soy. Esto es quién soy.

—¿Cuáles eran tus opciones? —Harry dijo, y su voz resonó en las paredes—. ¿Morir?

Algo helado lo cubrió, y Draco quiso levantarse, quiso alejarse de la calidez de sus palabras. Era demasiado.

Todo eso era demasiado.

—Déjame, mierda-

—Esto estaba más allá de tu control. —Harry lo ignoró, y Draco se dio cuenta de que no estaba apresándolo, él simplemente estaba demasiado débil para luchar—. No fue tu culpa.

—Cállate.

—No fue tu culpa, Draco.

—Yo lo maté, aunque él tomara la poción. Yo lo maté, ¿cómo no puedes verlo? —balbuceó. El nudo se hizo más grande—. Yo no fui capaz de- de hacer algo más. Y es lo que he hecho desde entonces. Conformarme- transformarme en- en- yo lo decidí-

Draco prácticamente rogaba que lo viera, que lo entendiera y que le diera la razón. Porque si era su culpa, dolía menos. Porque si eran sus decisiones, quería decir que tuvo control sobre las cosas que le sucedieron, y que hubieron opciones que él simplemente no tomó.

No importaba tanto terminar donde terminó, porque las cosas nunca habrían podido ser diferentes gracias a quien era, y a los caminos que eligió. Si las cosas eran distintas, si realmente Draco no tenía responsabilidad en la muerte de Eric... quería decir que nunca hubieron opciones. Significaba que nunca existieron.

Si las cosas no eran por su culpa...

Eso quería decir que Draco jamás estuvo destinado a ser mejor.

—Me merezco que me haya torturado. Me merezco lo que me ha hecho este mes. —Su respiración era agitada una vez más—. No te merezco a ti.

—No digas eso.

—No te merezco.

—Draco —Harry dijo, besando el borde de su cuello—. Soy yo el que no te merece a ti.

No podía creer lo que estaba diciendo. No podía creerlo. Harry Potter era un imbécil, y no sabía de qué carajos estaba hablando. Draco lo odió, odió cómo con un par de palabras, sus barreras cuidadosamente trabajadas se caían.

—Soy yo —repitió, volviendo a besarlo.

Todo se detuvo por un momento, y aunque era solo una metáfora, Draco sabía que en realidad todo se detenía cuando estaba cerca de Harry Potter. Cuando sus brazos cálidos le tiraban más cerca, y hacían a Draco tener la necesidad de acostarse en su pecho y fingir que era alguien mejor.

—La primera persona que torturé en la vida fue Cho Chang —soltó Draco como último recurso, esperando que Harry lo viera y lo odiara. Antes solía ser fácil—. Nuestra compañera. Quebré sus piernas. Nunca pudo volver a caminar y se suicidó. He quitado ojos. He cortado narices. He arrancado brazos. He quebrado huesos. He hecho- he hecho-

Draco apenas podía respirar. Los gritos de sus víctimas se repetían, transformando su cabeza en un martirio. Eso era todo de lo que estaba hecho.

De gritos.

De sangre.

De maldad.

Pero a Harry no le importó. Harry cambió las posiciones y de alguna forma logró que Draco pudiera darse vuelta y dejar que enterrara la cara en el borde de su cuello, como a Harry le gustaba hacer con él. Las manos del hombre fueron a su cabello, y una vez más odió lo familiar que le resultaba eso. Lo protegido que se sentía.

—No tienes por qué fingir conmigo —Harry murmuró a un lado de su oído—. No tienes por qué ocultarte conmigo.

Y eso era todo lo que Draco necesitaba para quebrarse.

Ni siquiera sabía que estaba reteniendo lágrimas, cuando estas empezaron a caer. No tenía idea por qué lloraba. Por Eric, quizás. Por su madre. Por su padre. Por Pansy. Porque sin importar qué hiciera, Draco siempre volvía a lo mismo. Hacía las cosas más horribles por los que amaba, y los terminaba perdiendo.

¿Eso le pasaría con Harry?

¿Terminaría perdiéndolo también?

—Ssh... Estoy aquí. No me voy a ir.

Draco aguantó los sollozos, pero era imposible que las putas lágrimas dejaran de salir. Estaba cansado de eso. Estaba jodidamente cansado de tener que romperse como si fuera lo más normal en el mundo. Le gustaría que parara. Necesitaba que parara.

Necesitaba salir de eso.

Necesitaba irse.

Irse lejos.

—Ven aquí.

Draco fue levantado del agua, y Harry, aún con delicadeza, lo sacó de la tina y lo secó con hechizos no verbales. Después de abrazarlo, y dejar que Draco volviera a enterrar la cabeza en el hueco de su cuello, Harry lo dirigió en esa misma posición a la cama, parando en el borde para que Draco se recompusiera. Lo suficiente al menos, para que pudieran tenderse.

—No puedo quedarme —dijo él, hipando.

—Lo sé —Harry murmuró exhausto—. Solo necesito unos minutos. Con unos minutos bastará.

Draco se sentía como la mierda. No debería ser así. Probablemente Harry estaba esperando un reencuentro con corazones, grandes gestos y besos. Con folladas y gemidos. No querría estar cuidando de un hombre que no era lo suficientemente valiente para afrontar las cosas que había hecho sin llorar.

—Vamos a salir de esto. Vas a salir de esa mansión —Harry murmuró—. Las cosas van a estar bien una vez que todo se acabe.

—No entiendo por qué estás haciendo esto.

Harry se separó, no lo suficiente para que ya no se abrazaran, pero sí para que pudiera mirarlo a los ojos. Joder. Esto era un error. Mirar a sus ojos y ver allí todo lo que no podía decir en palabras, hacía que Draco pudiera creer en lo que decía.

—Porque me preocupo por ti.

Draco cerró los ojos.

—A veces desearía que no lo hicieras.

Harry no respondió, aunque lo miró como si estuviera diciendo una idiotez. Sin embargo, era verdad: Draco no quería que se preocupara de esa forma por él. Draco quería que cuando todo acabara, Harry pudiera huir lo más lejos posible, que se enamorara de un total desconocido y tuviera una vida feliz en una casa en la montaña o en el mar, y que pudiera formar una familia. Que pudiera dejar la guerra y el dolor atrás.

Que cuando mirara a esa persona, no viera un cuerpo lleno de sangre.

—Lo siento.

Harry sólo besó su mejilla, guiándolo hacia el colchón.

Draco cayó en él, tapándose casi al instante con las capas de frazadas. Harry se quedó a su lado, afirmando sus caderas y manteniéndolo cerca. Harry realmente no le mintió: todo parecía más fácil a esa distancia. El mundo parecía más pequeño. Ese momento más grande.

Draco se acostó de lado para poder verlo y grabar en su memoria la forma en la que el cabello negro de Harry le caía encima de la frente, o cómo sus ojos estaban bañados en pestañas gruesas y negras. Draco tenía la esperanza de que quizás, si lo memorizaba lo suficiente, cuando le quitaran los recuerdos ya no lo odiaría tanto.

—No quiero olvidarte... —murmuró, poniéndose un poco más cerca.

—Yo tampoco quiero que me olvides.

Draco suspiró y Harry, cautelosamente, llevó una mano hasta su mejilla tocando la cicatriz de su rostro y trazando la larga línea que le cruzaba las mejillas. Draco suponía que esa era su forma de preguntar...

—Fue Greyback —respondió—. Esa misma noche, abrió mi cara de lado a lado.

Harry se tensó, pero no dijo nada. Sus ojos eran asesinos, demostrando que en su cabeza estaba planeando las mil y una formas de matar a Greyback dolorosamente. Mas no dijo nada y Draco estaba agradecido.

—Te extrañé —decidió murmurar Harry al cabo de un rato, haciendo que una vez más Draco se quedara sin aliento—. Te extrañé al punto que no podía respirar normalmente. Me di cuenta cuando te vi.

Y Draco no podía decir que le había pasado lo mismo.

No había nada que extrañar.

Durante un mes, Harry no había existido en su cabeza. No de la forma en que existía ahora y lo recordaba.

No de la forma en que recordaba su risa.

Harry pausó a unos centímetros de sus labios, casi como si preguntara, y Draco fue el que decidió cerrar el espacio entre ellos. Nada más quería apegarse a él. Fundirse en él y dejar de existir por sí solo. El sabor de la boca de Harry era familiar, su lengua, la manera en la que movía los labios. Draco apenas lo contaba como un beso en absoluto; parecía otra manera de comunicarse.

Estoy aquí.

Quiero estar aquí.

No me iré a ningún lado.

Harry succionó su labio inferior, y su cuerpo dejó que el calor que emanaba pudiera entrar, que lo llenara y lo sobrepasara gracias al fuego que Harry representaba en su vida.

—A veces pienso que te he imaginado... —Draco susurró sobre sus labios.

—Estoy justo aquí.

Y fue en el confort de su abrazo, de sus palabras, de la manera en la que lo sostenía cerca, que Draco por fin se relajó.

Se quedó dormido junto a su cuerpo.

•••

Antes de que Draco volviera a la base, Harry pasó varios días en ayunas. Ni siquiera era porque no quería comer, sino porque no podía: la comida no atravesaba su garganta. Los Dursley solían dejarlo sin alimento todo el tiempo: "No comerás si no arreglas el jardín". "No habrá comida hasta que hagas el desayuno para todos". Quizás Harry sentía que una vez que hiciera todo lo que estuviera destinado a hacer (acabar la guerra, en principio), volvería a comer normalmente.

Hermione, por su lado, no lo evitaba, pero no hablaban más de lo que era estrictamente necesario: al igual que dos conocidos cordiales que no sabían cómo conversar con el otro. "Dale tiempo", Ron siempre le decía cada vez que Harry se sentía un poco más roto. "Se le pasará, dale tiempo".

El problema era que no tenían tiempo.

Harry pasó aquellos días sintiendo que estaba corriendo contrarreloj, como si en cualquier momento una olla fuera a destaparse y él y todos no lo verían venir. Que Hermione ni siquiera pudiera mantenerle la mirada sólo le hacía pensar- ¿qué pasará mañana, si no vuelve? ¿Lo último que tendré de ella será ese gesto de decepción cada vez que me ve? ¿Sus palabras vacías y formales?

Marzo pasó volando. Gracias a algún santo, él y Adrian sólo se habían topado una vez, y el hombre había corrido de Harry apenas lo divisó. Al parecer, pasaba la mayor tiempo encerrado. Bien. Que se jodiera.

Se levantaron más Resistencias en toda Europa, en los lugares que Voldemort había expandido su reinado durante esos años. Se sabía en el resto del continente la guerra que se estaba peleando en el Reino Unido, al menos de forma parcial. Y aunque solamente un poco de la información era filtrada, desde afuera parecía que Voldemort ya no tenía tan asegurada la victoria, sobre todo gracias a que luego de que el Ministerio cayera, la única forma oficial de Voldemort de informar cosas era a través de El Profeta. La Orden le había quitado bastante. Debía estar furioso.

Ahora que había visto el estado en el que Draco había llegado, sabía que sus sospechas eran acertadas. No importó cuánto imploró a la nada estar equivocado. No importó cuánto Harry rogó por él.

Por favor.

Que no lo dañen.

Que no llegue como una sombra de lo que fue.

Que no tenga que juntar sus pedazos.

Por favor.

Que no muera.

Ahora sabía que sólo una de esas plegarias fue escuchada.

La única información que tuvo de lo que estaba pasando ahí fuera vino de parte de Astoria a finales de marzo. Tom se encargó de visitar a todos los sangre pura para anunciar las "medidas" que se seguirían. Los Mortífagos y Purificadores seguían patrullando las calles, (aunque era obvio que la gente tenía más libertad); y sin el Ministerio donde juzgar y controlar, se les estaba haciendo difícil tener el poder sobre el Reino Unido.

Harry aceptó la información sin comentar demasiado y esperó que Astoria soltara el resto. Había estado en los calabozos con Lucius Malfoy y era muy notorio que tenía algo que decir.

—En otras noticias —comentó finalmente—, creo que puedo liberar los recuerdos de Lucius. Creo que puedo liberarlo a él, de hecho. De la Imperius.

—¿Eso significa que podremos... enterarnos de todo? —dijo Harry, intentando no pensar en las consecuencias que eso traería.

—Si Lucius sabe lo suficiente, sí.

Harry se sentía algo culpable por el alivio que lo invadió. Si estaban en lo correcto, si Voldemort no se molestó en borrar la memoria de Lucius... entonces se encontraban cerca de resolver el enigma. Estaban cerca de entender qué carajos tenía que ver Narcissa y aquel supuesto objeto con la desaparición de Nagini.

—¿Esto lo matará? —preguntó.

—Será un gran shock para Lucius, puede que su mente se fragmente aún más —Astoria respondió, mordiendo el interior de su mejilla mientras pensaba—. Puede que Draco no lo recupere, es lo más probable, pero no, no morirá.

Harry dejó salir el aire atrapado en sus pulmones.

—Se lo diré a Draco —dijo, odiando ser una vez más el portador de esas horribles noticias.

—Ya lo sabe, y no hay mucha opción, ¿no? —Astoria sonaba como si estuviera tratando de creerlo ella misma—. Podremos intentar que hable con su padre una vez más, pero fuera de eso... Hay que informarle, sí, pero no lo confundas con pedirle permiso, Harry. Draco ya sabe las consecuencias. ¿Quieres acabar con esta guerra? No flaquees ahora.

Harry puso las manos bajo sus lentes y apretó los ojos. Fue como un alivio- saber que aún era capaz de sentir algo además del dolor en su pecho.

—Está bien.

—La próxima vez que venga también intentaré ver de nuevo los recuerdos de los demás prisioneros, y Kreacher, para ver si calzan con lo que sea que haya en la mente de Lucius.

—Bien. ¿Y cuándo intentarás romper el Imperius?

—Cuando tanto Draco como yo podamos venir. Para mí no es tan difícil. Esperemos a que a él no se le dificulte tanto regresar a ti.

Harry lo quería lo antes posible.

Pero no así.

Nunca así.

Harry miró dormir a Draco, sin ser completamente capaz de deshacerse de la presión en su pecho. No sabía qué había estado esperando cuando Theo le avisó que Draco iría. Era obvio que no había sido extrañado como Harry lo extrañó a él, Draco era incapaz, pero... ¿este daño? ¿Esta nube negra que siempre parecía estar encima de sus cabezas?

¿Acaso alguna vez se iba ir?

No es que le molestara, Harry podía lidiar con lo roto. Harry podía ayudarlo, o al menos estar a su lado cuando sentía que el peso lo estaba aplastando. Era la impotencia lo que hacía su sangre hervir y querer mandar a la mierda la guerra. El ver cómo alguien que le importaba estaba sufriendo y no poder absolutamente nada.

Harry siguió con la mirada una vez más la cicatriz que le cruzaba el rostro. Nunca había pensado demasiado en ella, en cómo Draco la había obtenido, aunque siempre supuso que no se trataba de una memoria agradable. Harry se sentía de ánimo para planear el asesinato de Greyback como el más sangriento que se hubiera visto en la historia, y disfrutar de cada maldito segundo. El sólo pensamiento de Draco volviendo a ese lugar, donde Greyback estaba, hacía que Harry quisiera quitarse el cabello de la rabia. Había visto a Draco frotarse la piel. Sabía lo que aquello provocaba en él. Harry se sentía enfermo de no poder detener el dolor y la culpa.

Draco no debería pasar por eso. ¿Iba a regresar a esa mansión, sabiendo que allí estaban sus peores memorias? ¿Acaso miraba los pasillos, y veía a esos niños? ¿Veía a Eric? Harry sabía que esa historia era más profunda de lo que Draco había aparentado, pero no sabía qué tan horrible era. Se le revolvían las entrañas al imaginar a un Draco de diecinueve años completamente solo en el mundo, con su padre bajo la Imperius y su madre encarcelada y siendo utilizado para la diversión de los Mortífagos.

Dolía.

Ver cómo Draco caía cada vez más en el abismo de la decadencia, dolía demasiado.

Y aún así, mientras Harry miraba obsesivamente su cara, podía considerar que aquel... era el momento más feliz en un largo, largo tiempo.

Sólo estar allí, con la luz de afuera haciéndose cada vez más tenue y su aliento chocando contra el de Draco. Se veía más joven cuando dormía. Sus facciones se suavizaban y no parecía alguien tan estoico y distante. Sus pestañas revoloteaban de vez en cuando, al mismo tiempo que se movía y murmuraba en sueños. En cualquier otra persona habría resultado irritante, pero Harry simplemente pensaba... que eso era lo que quería ver al despertar por el resto de su jodida vida.

Draco no lucía como nadie que Harry hubiera conocido antes. No tenía curvas suaves, o rasgos delicados. Draco era todo bordes angulosos y duros; facciones singulares y únicas que no eran necesariamente atractivas. La cicatriz de su rostro cubría más de la mitad de su cara y resaltaba de una manera un poco grotesca. Su cuerpo era alto y delgado, y estaba cubierto de heridas también. Draco era completamente diferente a cualquier persona a la que Harry hubiese pensado sentirse atraído alguna vez, a cualquier persona que hubiese pensado ver. Ver de verdad, más allá de lo superficial.

Y Harry estaba desesperadamente enamorado de él.

Estaba desesperadamente enamorado de las líneas ásperas de su persona. Desesperadamente enamorado de su cara, y de su sonrisa, o la forma en la que sus ojos brillaban en medio de la oscuridad. Harry estaba enamorado de sus manos- por más estúpido que pudiera sonar. Amaba cómo los anillos encajaban allí, la forma en que movía sus dedos con elegancia al tomar una varita y la manera en que lo tocaban, cómo acariciaban su piel y sus cicatrices con la yema de los dedos como si fueran algo precioso. Harry estaba enamorado de su voz, baja y resonante. De las cosas horribles que decía cuando creía que no le prestaba atención: Mi vida es tuya. Volveré a ti. Sin ti, no podría seguir, simplemente- dejaría de existir. Esas cosas horribles que le astillaban el corazón, porque Draco Malfoy lo había desgarrado para poder entrar. Y Harry estaba completamente enamorado de ese hecho también.

A pesar de que no quería estarlo. Nunca quiso estarlo.

La guerra tenía formas extrañas de destruir a las personas.

Era un poco irónico, considerando lo asquerosamente moral que fue de joven, que ahora le diera igual pensar en Draco y su falta de remordimientos, o de su apodo proveniente de un demonio. Harry estaba enamorado de él. Del torturador. Del hombre que no sentía piedad. Y también de la parte suya que  la tenía, como había demostrado recién.

Draco no era bueno. No era malo. Era ambos al mismo tiempo. Había hecho cosas horribles y a Harry no le importaba.

Lo único que pedía- era no perderlo.

Nunca había sido un hombre religioso. Ni su tía Petunia ni nadie le habían inculcado creer en ningún Dios. Pero si existía... Harry estaba dispuesto a rezar todos los Padrenuestros y Avemarías necesarios para que le permitieran que Draco viviera. Para que no se lo arrebataran de su lado.

Sin importar el costo.

No sabía en qué lo convertía eso. No sabía qué significaba querer que alguien que torturó a cientos y cientos de personas fuera salvado, pero le daba igual.

Él mismo no era mejor.

Cuando Draco despertó, minutos después, era obvio que se había calmado. Aún había rastros de lágrimas en sus mejillas, pero la tensión abandonó su cara, su cuerpo. Al menos mientras estaba ajustándose a la luz, parpadeando múltiples veces.

—Amo verte dormir —Harry murmuró, haciendo que Draco enfocara los ojos en él y le dedicara una sonrisa somnolienta. Por algún motivo, su corazón se apretó.

Amo verte dormir.

Era un inicio.

Era cercano a la realidad.

—Qué turbio acaba de sonar eso —Draco respondió con voz ronca por la siesta. Harry sonrió también.

—Soy un bastardo retorcido, ya ves.

Draco atrapó su sonrisa con los labios, haciendo que Harry por fin pudiera dejarse caer en su tacto. Estaba mejor, eso era lo importante. Lo besaba con ganas, como si lo extrañara, y eso era lo verdaderamente importante.

¿Cuánto tiempo te costará poner sus pedazos juntos de nuevo, la próxima vez que lo veas?

Draco continuó besándolo, y Harry giró para ponerse encima, queriendo más. Buscando que por unos segundos, nada los separara. No en ese instante, cuando dentro de un rato debía marcharse y podría perderlo sin que lo supiera.

—Auch —dijo Draco, cuando Harry sin querer enterró de más su nariz—. No creo que Snape hubiera tenido tan poco tacto.

Le tomó un segundo reírse.

—Qué manera de bajarla, Draco.

—¿Disculpa?, ¿esto hizo que se te parara?

—Oh, a veces solo de pensar en ti se me pone dura. —Harry sonrió, frotando sus narices para hacerle cosquillas—. ¿Eso querías escuchar?

Los ojos de Draco estaban levemente desenfocados y a pesar de que sus pupilas se hicieron más grandes al oírlo, no parecía dar signos de querer que aquello fuera más allá, así que Harry se contentó con besarlo el tiempo que pudiera.

—¿A veces piensas en eso? —preguntó Draco de pronto, luego de que Harry se separara buscando aire.

—¿Ah?

—En Snape, quiero decir.

Harry sí se alejó bastante ahora, frunciendo el ceño.

—¿Por qué carajos pensaría en Snape cuando te estoy besando? —Y para probar su punto, se estremeció. Draco rodó los ojos.

—No me refiero a eso... sino... ¿alguna vez piensas en Snape?, ¿en absoluto? Porque yo sí. Aunque no sé si es por lo que me enseñó... no lo sé. Theo no piensa en él, te lo aseguro.

Harry se quedó en su lugar por unos segundos, antes de caer a un lado de Draco de espaldas y mirar el techo. ¿Pensaba en Snape? No, no demasiado, la verdad. Había sido importante para la batalla, pero así como le guardaba cierto resentimiento a Dumbledore, le era imposible no guardárselo a Snape también.

Cuando Harry se giró a Draco, quien aún esperaba una respuesta, recordó un pequeño detalle.

—¿Sabías que él siempre estuvo de nuestra parte? —confesó. Draco parpadeó un par de veces.

—¿Oh...?

—Sí, siempre. Cuando Nagini lo mató, me dio un vial con sus recuerdos. Allí descubrí que desde la primera guerra estuvo jugando para los dos bandos.

Draco se quedó en silencio ante sus declaraciones, y pareció perderse en su cabeza. Harry esperaba que no le afectara tanto pensar demasiado en Snape, y en como allí había una opción para él de la que no estaba enterado, pero no podía arriesgarse así que se apresuró a hablar.

—Estaba enamorado de mi mamá —soltó directamente—. Por eso lo hizo. Cometió el error de contarle la profecía a Tom-

—¿Cuál es la profecía? ¿Me lo recuerdas?

A Harry no le gustaba donde iba eso, pero decidió contestar de todas formas, haciendo memoria.

—"Uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida".

Vio cómo Draco cerraba los ojos.

Y Harry sabía que aquella era otra carga que agregar a su lista.

—Así que por eso estás tan empecinado en matarlo...

Harry sacudió la cabeza, sin querer ahondar en ese tema. No podía, no en ese momento. Ya había muerto en las manos de Voldemort, y si moría de nuevo, estaba dispuesto a aceptarlo, pero haría lo posible para matarlo antes de que eso sucediera. Harry ya había aceptado su destino.

Un destino que fue obligado a seguir.

No, verdaderamente no quería hablar de eso.

Draco pareció entenderlo también, así que lo dejó continuar, aunque había algo en sus ojos que le decía que aquello le afectó más de lo necesario.

—Snape escuchó la profecía y la contó a su Señor. En resumidas cuentas, cuando Severus se enteró de que podría corresponder a mí, le pidió ayuda a Dumbledore para proteger a mi mamá. Falló. Pasó toda su vida enmendando su error y protegiéndome, o al menos eso él creía. Trabajó de espía para que pudiéramos vencer en la Batalla.

Y no lo hicimos, Harry pensó amargamente. ¿De qué servía, saber todo eso de Snape, si al final del día no les sirvió para nada?

—Es raro imaginar a Snape así —murmuró Draco en respuesta—. Sintiendo amor.

Harry bufó.

Ahora imagina enterarte que lo siente por tu mamá, y que te odia porque eres igual a tu papá, quien aparentemente le "robó" al amor de su vida. Bicho raro.

—Hermione dice que era arrepentimiento —terminó contestando. Aquel tema no le era muy agradable—. Por dar por sentado ese amor.

—¿Qué quieres decir?

—Por pensar que era suficiente amar a alguien para mantenerlo a salvo, cuando Snape era quien era, y estaba metido en ese bando; ya los había elegido a ellos.

Harry pudo observar el momento exacto en el que Draco empalideció. Trató de fingir que no había sucedido.

—Me caía bien Snape... —Draco murmuró. Su voz se tambaleó al final, aunque Harry dudaba que fuera por las memorias del hombre—. Él me enseñó todo lo que sé.

Bueno, por eso sí podía agradecerle completamente a Snape.

Se quedaron callados una vez más, y Harry sintió a Draco ponerse más cerca, acurrucándose contra su costado. Sin pensarlo, Harry envolvió el brazo en la espalda del rubio y lo dejó reposando allí encima de su pecho, repartiendo caricias sobre su dañada piel.

—No quiero que eso me pase —Draco dijo después de unos minutos, tan bajo, que Harry creyó haberlo imaginado.

—¿Qué?

—Darte por sentado. —Draco tragó saliva—. Creer que nada te pasará, sólo porque me prometiste que no lo haría.

Así que no se había imaginado su palidez, entonces.

—Yo cumplo mis promesas.

—Las promesas están para romperse.

—Bueno, espero que cumplas las tuyas, porque yo pienso cumplir las mías.

Draco soltó una risa. Sonó ahogada. Como si ahogara un sollozo.

Harry miró hacia abajo, sólo para encontrar que lo miraba de vuelta. Barbilla apoyada en su pecho, ojos grises y claros y honestos. La visión hacía que Harry no quisiera dejarlo ir. Conocía esa mirada más de lo que se conocía a sí mismo; lo había hecho por un largo tiempo. Desde que no eran más que niños.

Te amo.

—¿Recuerdas cuando en primer año dijiste que te baterías a duelo conmigo para luego delatarme? —decidió decir de repente—. Traidor de mierda.

Draco frunció el ceño sin entender.

—¿No?

—¡Me retaste a un duelo, y luego me echaste a Filch encima con su estúpida gata!

Ambos ignoraron el hecho de que Filch fue colgado en Hogwarts, y que los alumnos miraron su cuerpo pudrirse.

—¿Cómo siquiera recuerdas eso?

—Tengo una buena memoria cuando se trata de ti.

—¿De verdad? —Draco dijo con voz seria—. ¿Recuerdas todo lo que vivimos y lo escribes en tu diario con tinta rosada?

—Básicamente, sí.

Parecía una vida atrás, de lo que hablaban. Duelos en los pasillos de Hogwarts, retos, burlas, cosas que hacían porque al parecer no podían soportar no hacerle la vida imposible al otro. A Harry le costaba pensar que esa fue una de sus mayores preocupaciones, en algún punto. Que ese niño que disparaba maldiciones a Draco porque este era un idiota, había sido él.

—Yo también recuerdo —Draco dijo, calmadamente—. La mayoría.

Una imagen de Astoria llegó a su cabeza, cuando le dijo que Draco recordaba con precisión el momento en el que había rechazado su mano. Harry, por su lado, se acordaba con demasiada claridad de cada año, de las cosas que Draco hacía. Cómo siempre estuvo presente aunque lo consideraba un estorbo.

Siempre estuvo ahí.

Siempre.

—¿No te gustaría...?

Harry miró hacia abajo. Draco lo estaba mirando fijamente de nuevo. Sus ojos se veían tristes y cansados.

—¿Qué? —susurró Harry como si compartieran un secreto.

—¿Volver?

Sintió una punzada justo debajo de las costillas ante la pregunta.

No había pensado en eso antes.

—¿No te gustaría volver al día que nos conocimos? —Draco continuó—, y gritarnos en la cara que lo mejor es huir lejos de todo este desastre.

Harry estaba parado en esa tienda de túnicas de pronto, mirando a un muchacho altanero probarse distintos atuendos sin parar de parlotear acerca de Hogwarts y Slytherin y cosas que Harry no conocía. Ambos se veían tan jóvenes en su memoria, sin ser conscientes de lo que tendrían que lidiar, de lo que tendrían que pasar no muchos años después.

¿Le gustaría volver al día en que le dijeron que era un mago? ¿Volver al momento en que conoció a Ron y a Hermione? ¿A la noche en que llegaron a Hogwarts?

¿Qué haría entonces?

¿Sería más feliz?

Se imaginaba a sí mismo tratando de convencer al Harry de 11 años que conocería un mundo nuevo y emocionante; que conocería la amistad, el amor, y lo que era tener una familia, pero... que por favor no se dejara engañar. Que no subestimara al enemigo que dormía en las sombras. Harry ayudaría a ese niño a vencer, para que pudiera tener la infancia que él nunca tuvo.

—Sí —respondió Harry con voz rasposa—. A veces, sí.

Se quedaron de esa forma un rato. Draco tendido encima suyo y Harry mirándolo directamente. Ambos estaban perdidos en sus propios pensamientos.

Era peligroso, pensar en los "qué hubiera pasado sí". Era mejor ver hacia el futuro. Pensar en él.

Imaginar que podrían tener uno.

—Deberíamos irnos —farfulló Harry. No podía soportar más el silencio—. Lejos. Tú y yo.

Draco pareció despertar de su ensimismamiento y se enfocó en él, levantando una ceja divertida. Harry adoraba cuando hacía eso.

—¿Sí?

—Sí, al mundo muggle, cerca de una playa donde podamos ver el mar.

No mencionó lo que había dicho meses antes, que Draco era demasiado mágico para hacer eso.

Él estaba dispuesto a seguirle la corriente.

—¿Cómo te harás una estrella de Quidditch entonces?

—Tendré una doble vida —Harry aseguró, acercando sus narices.

—Mmm...

Los labios de Draco estaban sobre los suyos de nuevo, y Harry sentía que podría hacerlo parte de su vida, como lo era parpadear o respirar. Necesario. Draco aprendía poco a poco cómo moverse encima suyo, cómo hacer que una succión lo redujera a ruidos incoherentes, o que la velocidad de su tacto provocara que Harry se agitara bajo sus manos.

Harry adoraba eso también.

—Draco. —Unos golpes se escucharon en la puerta, provocando que se separaran de un salto. Era Theo—. Debemos irnos.

La burbuja se reventó.

De verdad, cuánto odiaba las putas interrupciones.

Harry ya podía sentir cómo Draco se alejaba de él, aunque los separaban apenas a unos cuantos centímetros. Tenía que deshacerse de sus memorias. Draco iba a olvidarlo una vez más. Harry se decía a sí mismo que podía soportarlo, pero estaba seguro de que la próxima vez que lo viera tendría que volver a juntarlo pieza por pieza. Mirar a Draco estar herido, sangrar frente a sus ojos, sin ser capaz de hacer nada.

—Lo siento —murmuró él, y Harry negó.

Todavía está aquí.

Todavía es mío.

—Estaré aquí cuando regreses —Harry decidió contestar, ignorando el nudo de su cuello—. Siempre estaré aquí.

—Bien, porque planeo volver.

Draco lo besó una vez más antes de levantarse y comenzar a vestirse. Harry lo miró. Miró la piel blanca ser cubierta con capas oscuras. Harry no entendía por qué él tenía el privilegio de presenciarla sin nada encima. Lleno de cicatrices o no, Draco estaba esculpido de la forma más preciosa. Harry sentía que su cuerpo vibraba contra el suyo; que encajaba.

En medio de su desorden mental, al ver a Draco colocando el broche del Nobilium justo en el lugar que correspondía, Harry recordó lo último que habló con Astoria.

Harry recordó que él tenía que ser el portador de malas noticias.

Provocarle más daño.

—Astoria dice que podrá sacar a tu padre de la Imperius —decidió soltar: rápido y sin anestesia, como ambos preferían oír las cosas que dolían—. Dice que quizás puedes hablar con él una última vez.

Para otra persona habría sido imperceptible la forma en la que la respiración de Draco cambió y su cuerpo se tensó, entendiendo la implicación detrás de esa frase. Harry deseó no haber dicho nada.

Quizás puedes hablar con él una última vez.

Una última vez.

—Está bien.

—Estaré contigo todo el tiempo —Harry se apresuró en asegurar, esperando que aquello fuera consuelo, aunque la expresión de Draco era de acero de nuevo. Nada lograba traspasar esas paredes.

Se miraron el uno al otro. Draco ya vestido, y Harry aún cubierto nada más que por las sábanas. Sus manos estaban hechas puños a los lados, y Harry sabía que lo estaba esperando. Que estaba esperando que una vez más se deshiciera de sus memorias y que se estaba preparando mentalmente para volver a cometer esos actos horribles.

Por más bonitas que hubieran sido esas horas, el mundo real estaba esperando detrás de esa puerta.

Draco continuó mirándolo cuando Harry decidió levantarse al fin y vestirse él mismo. Se puso las gafas preguntándose si quizás Draco estaba intentando grabar sus detalles. Si podría pelear contra el hechizo.

Harry captó un vistazo de él, estoico y con las manos atrás, y sólo- sólo quería pedirle que volviera a la cama, donde todo había sido diferente y nada existía más allá de los besos calientes y las miradas cautelosas. Pero no lo hizo. Harry avanzó hasta Draco y bajó la mirada hasta sus manos, tomándolas, detallando su piel, y sus anillos, y la forma de sus dedos.

Las amo.

Te amo.

—Draco —Harry dijo, viéndolo a la cara una vez más—. Draco, no mueras. Por favor.

Era un ruego.

Harry estaba rogando.

Si pudiera, se arrodillaría. Rezaría. Haría lo que fuera necesario.

Draco dejó caer un poco sus hombros, dejando un beso encima de su cicatriz de rayo, y esperó. Harry podía sentir el estúpido nudo de su garganta.

—Mi vida es tuya.

 

Chapter 54: Capítulo 47: Cúmulo

Notes:

Holiss! 3 cositas antes de la lectura:

1. Cúmulo: Corresponde a la fase inicial de la tormenta.

2. Draco no tiene recuerdos.

3. Este es el link de la playlist de Spotify! (La que hice para escribir Desolación) Espero disfruten del capi<3

https://open.spotify.com/playlist/3cLzF0FVv5ufjSp7UMevHt?si=b63c3fe61e5d499c

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Draco sueña.

No estaba acostumbrado a soñar. Bueno, no cosas agradables al menos. Cuando los malos recuerdos lograban traspasar el umbral de protección de la poción para no soñar, Draco solía encontrarse parado en la oscuridad. En el vacío, más bien dicho. No podía caminar, ni moverse, o siquiera hablar, mientras la pesadilla empezaba a reproducirse. Normalmente su madre estaba a unos pasos más allá, y había un montón de manos tocándola, haciendo jirones su ropa mientras sus ojos sin vida miraban a Draco. Y Draco trataba de alcanzarla, intentando gritar, que algún ruido saliera de su garganta; intentaba llegar hasta ella para sacarla de ahí... pero nunca era capaz. Nunca. Y la pesadilla siempre terminaba igual:

Su madre hecha pedazos frente a él.

A veces, quien solía estar en el centro era Eric. Otras, su padre; o Pansy; o Theo. Cada pesadilla era igual de asfixiante, igual de terrible. Aunque no más que las que tenía cuando el mismo Draco era quien estaba frente a ellos, con una varita en la sien y una voz sibilante a un lado de su oído ordenando que los matara.

Draco siempre acababa haciéndolo.

Pero en ese instante- en ese instante Draco sueña. No con oscuridad, ni manos, ni sangre. Draco sueña con un hombre que está tendido en la arena, con la cara mirando al sol y sus manos detrás de la nuca. Draco intenta mirarlo, pero por más que sus ojos se fijaran en él, no era capaz de dilucidar quién era, o de ver realmente sus rasgos. Lejos, el sonido de las olas chocaban contra las rocas y la orilla, y algunas gaviotas pasaban de un lado a otro.

—¿Te gusta el mar? —preguntaba el hombre sin abrir los ojos. Draco sólo sabía que no podía dejar de mirarlo.

—Nunca pasé demasiado en ninguna costa, a mis padres no les gustaba. No les gustaba mucho el sol —se encontró respondiendo sin pensarlo mucho, como si lo conociera—. No sabría decirte.

El extraño se giró, y quizás, después de todo  era una pesadilla, porque por más que Draco deseaba enfocarse, delinear sus rasgos y reconocerlo, no podía.

—Tal vez deberíamos quedarnos a vivir aquí. Para siempre —le respondió el sujeto—. Compraremos una casa cerca de la playa y veremos el mar cada día. Así podrías averiguar si te gusta.

Por alguna razón, Draco pudo sentir que sus pies se mojaban, como si el agua los hubiera alcanzado. O tal vez la arena estaba húmeda. El escenario le había llamado bastante la atención, e incluso su estómago revoloteó de felicidad ante la idea.

—¿Sí? —preguntaba Draco de vuelta—. Y supongo que nuestra casa sería un desastre. Que pelearíamos porque tú nunca limpiarías nada.

—Por supuesto. Y probablemente te volvería loco que entrara con zapatos puestos a la habitación.

—Oh por Merlín, te mataría.

Una risa. Draco quería embotellar esa risa y beberla como Whisky de Fuego en sus peores días.

Aunque se tratara de un sueño.

—Te enseñaría a usar la TV —continuó el hombre después de calmarse—. Y a conducir.

—Terminarías matándome del estrés, de eso estoy seguro.

—Tal vez, pero seríamos felices.

—¿Por qué?

—Porque estaríamos juntos.

El extraño le dedicó la sonrisa más reluciente que Draco había recibido en la vida, y por alguna razón, sólo eso le bastó para creerle. Para creer que su mera presencia podía hacerlo feliz. Ciertamente el mar y tenerlo cerca lo estaban haciendo feliz. Incluso cuando no sabía quién era.

—¿Pero qué hay de tus sueños? —preguntó Draco al cabo de unos minutos de silencio sin hacer nada más que mirarse. Las palabras salieron de su boca antes de poder registrarlas.

—¿Qué sueños?

—Ya sabes, tus sueños —Draco respondió, como si supiera de qué hablaba—. ¿Cómo los vas a cumplir si te quedas aquí por el resto de la eternidad?

El hombre pareció pensarlo, y Draco no se había sentido así de completo en un largo tiempo. Hacía que sus dedos cosquillearan, que quisiera acercarse aunque fuera un completo desconocido- ese hombre era un completo desconocido.

—No creo que tenga sueños, si soy honesto...

—Eso suena deprimente.

—¿Sí? ¿Cuáles son tus sueños entonces?

—Tú.

Había salido de su boca antes de que pudiera detenerlo, igual que la mayoría de cosas que estaba diciendo, pero valió la pena, porque el extraño sonrió de nuevo. Algo en su sonrisa le resultaba dolorosamente familiar.

—¿Y qué soy yo?

Ahí fue cuando el sueño dejó de ser bonito.

Draco frunció el ceño, repasando una vez más cada línea de su cara para poder responderle, pero todo se difuminaba, y por alguna razón mientras más miraba, menos era capaz de distinguir sus rasgos. Nariz recta. Labios rojos. Cabello oscuro. Ojos claros e intensos. No era una mirada suave, eso Draco lo reconocía. Era una mirada con la que se iba a la guerra.

La pregunta del hombre había salido juguetona, pero a medida que Draco abría y cerraba la boca, tratando desesperadamente de distinguirlo, de ver algo lo suficientemente familiar... la expresión de confianza se iba deshaciendo en el rostro ajeno, reemplazada por una desolada. Draco la odiaba.

—No me recuerdas —dijo él con voz plana.

No era una pregunta.

Draco intentó alcanzarlo, sin embargo, el hombre retrocedió como si hubiese querido golpearlo. Sentía la garganta apretada al no poder responder sus dudas.

Quién era.

Por qué lo conocía.

Por qué estaba con él.

—Quiero recordarte. Quiero recordarte —decía Draco una y otra vez. Su voz no era más que un sonido ahogado—. No te quiero olvidar.

El extraño soltó una risa amarga mientras se levantaba y lo dejaba allí. Draco quería ir hacia él, quería cruzar el espacio. Quería sostenerlo entre sus brazos... pero era incapaz de moverse.

—Eso dices siempre.

Y el hombre comenzó a caminar lejos.

Draco no podía hacer nada tendido en la arena mirando al hombre que se alejaba de él con ganas, como si corriera de un desastre. Draco no era más que un espectador, lo había sido toda su vida. Deseaba hacer algo, deseaba correr tras él y prometerle que ahora sí no lo olvidaría, que ahora sí lo recordaría, pero sería una completa mentira. Draco nunca fue capaz de actuar cuando cosas horribles pasaban a su alrededor. Se limitaba a observar, justo como en ese instante.

No me dejes, quería gritarle como un ser vil y patético.

Dijiste que estarías aquí.

Que estarías siempre aquí.

Y,

Mi vida es tuya.

Draco no volvió a pensar en ese sueño ni en ese hombre una vez despierto.

La Mansión Malfoy luego de la llegada del Señor Tenebroso, extrañamente, no lucía tan distinta a cómo Draco pensaba que lo haría. Cuando tenía dieciséis y el Lord vivió allí, su hogar había pasado de ser una caja de memorias felices, a transformarse en la cuna del horror. En ese instante, cuando los Mortífagos entraban y salían de los salones, cuando Draco veía cabezas rodar y ellos reían, no se sentía... poco familiar.

Lo usual, suponía.

Ya estaba acostumbrado.

La mansión se encontraba a rebosar de prisioneros, sobre todo campesinos vistos en actividades sospechosas. Sinceramente, le parecía casi increíble que todavía existiera gente a la que perseguir y encarcelar. Draco se encargaba de sacarles información como podía, y luego, si es que quedaban demasiado malheridos, mandaba a llamar a Greyback o Maia para deshacerse de sus cuerpos como a ellos les gustaba. Su actitud respecto a las torturas y el dolor era lo que se esperaba de él, e incluso, en el último tiempo, no había recibido casi ningún castigo por su conducta. A veces, Draco ni siquiera iba a las batallas, y a medida que Abril se extinguía lo único de lo que tenía que preocuparse era de hacer su trabajo.

Capturar.

Extraer información de las rebeliones.

Reprimir.

Capturar. Extraer información. Reprimir. Capturar. Extraer información. Reprimir.

Era lo que hacía todos los días, enjuague y repita. Draco apenas lo contaba como actividad, sino más bien como parte de su vida. Era casi una rutina, donde él no era más que el arma que servía al Lord.

Capturar. Extraer información. Reprimir.

Durante un jueves cualquiera sucedió un pequeño cambio en aquella cotidianeidad. La primavera estaba haciendo sus apariciones y la luz tocaba suavemente las paredes bañadas de sangre. Draco había estado examinando la mansión cuando los oyó.

Eran voces que venían desde una sala a unos pasos de él.

—.... Sí, mi Señor.

Se había apegado a la pared para escuchar con claridad. Draco arrugó la nariz apenas reconoció la voz: Rodolphus. No iba a mentir, le agradaba escucharlo tan tímido, casi sumiso. Era mejor que la prepotencia que siempre profesaba. A Draco le agradaba saber que podía sonar así de débil.

—Vendrás conmigo —dijo la otra voz entonces, y Draco se sintió congelado en su lugar. No sabía por qué no supuso que la persona con la que Rodolphus conversaba, era el Señor Tenebroso—. Si esto tiene que ver con Harry Potter, es el lugar más indicado donde buscar.

—¿Está seguro, mi Señor?

—¿Crees que me equivoco?

Desde afuera de la sala, Draco podía sentir la tensión de la conversación. Era usual que fuera de esa manera, Draco no recordaba que alguna vez el Lord hubiera hablado con alguien de igual a igual. Después de unos segundos (en los que supuso que estaba poniendo nervioso a Rodolphus), el Lord habló otra vez.

—Tengo mis razones para creer que en la Mansión Potter debe estar la clave. Es una de las casas más antiguas, y se relacionaron con los Black en algún punto —dijo. Draco, desde afuera, juntó las cejas. ¿La Mansión Potter?—. ¿Eso te parece suficiente para confiar en mi criterio y obedecer las órdenes, Rodolphus?

—Por supuesto, mi Señor.

—Bien.

Draco se retiró de allí antes de que pudieran encontrarlo. Era casi un milagro que hubiese escuchado esa conversación en primer lugar.

No sabía qué hacer con esa información, o si es que podía hacer algo, en realidad. ¿Era realmente su problema? ¿Qué carajos tenían que ver los Black y Potter? ¿De qué podrían estar hablando? Draco sentía que se trataba de algo grande, que algo grande se avecinaba, podía sentirlo detrás de su paladar y bajo sus ojos. Sólo- lo sabía.

Pero antes de que su curiosidad le ganase, y fuera a investigar, Draco paró en sus pasos y apagó todos esos pensamientos.

Él no era un hombre, sino un soldado. Un Mortífago. No era más que un arma.

Se repitió aquel mantra durante días, una y otra vez, en cada momento que las preguntas afloraban. Draco apagó sus pensamientos.

Hasta que una semana más tarde, la incertidumbre salió a la superficie de nuevo.

Draco acababa de lavarse la cara después de quitar los dientes de una mujer que se rehusaba a hablar, cuando uno de los elfos se Apareció a su lado, asustado y arrugando su túnica.

—El Señor Tenebroso lo está buscando, Amo Malfoy —dijo este sin mirarlo a los ojos—. Dice que está en el despacho de su padre, Amo Malfoy.

Por un momento, Draco creyó que el Lord se había enterado de que escuchó la conversación en el pasillo, pero lo descartó de inmediato. Si ese fuera el caso, lo habría hecho entrar a la sala al notarlo y lo hubiese humillado frente a Rodolphus... no pediría una cita aparte.

Draco encontró el despacho de su padre y entró en él luego de tocar. Mantuvo los ojos en el piso, sintiendo un ramalazo de incomodidad, una sensación de que aquello estaba mal, de que era incorrecto porque ese lugar le pertenecía a su familia, no al Señor Tenebroso; aunque alejó el pensamiento apenas pasó por su cabeza. Sus padres estaban muertos, y todo lo que era de él, era del Lord también.

La magia negra del Señor Tenebroso se extendía por el suelo y llegaba a la orilla de sus zapatos, haciendo la estancia helada. Draco cerró la puerta manteniendo una expresión fría, y se posó delante del escritorio. El Lord se encontraba de pie detrás.

—Siéntate, Astaroth.

Draco obedeció, abriendo la silla y dejándose caer en ella con más fuerza de la que pretendía. El entrenamiento de toda una vida le obligaba a sentarse derecho, con los hombros rectos y una pierna encima del muslo. Hacía el esfuerzo de no mirar al frente.

—Has cumplido con tu deber dignamente —habló de nuevo el Lord. Su voz era baja y horrible, como escuchar garras en un pizarrón. Le provocaba escalofríos—. Has ayudado, has servido, has hecho lo que se espera de ti, incluso cuando te has equivocado. —La cara de McGonagall llegó a su cabeza. Las cicatrices de su torso quemaron—. Por eso, creo que puedo confiar en ti.

—Es un honor, mi Señor.

Cuando Draco acabó esa frase, un minuto de silencio los siguió. Pensativo. El Señor Tenebroso hizo ese gesto con la mano que Draco vio de reojo, y supo que tenía permitido mirarlo, que el Lord se lo pedía.

Así que lo hizo.

Se encontró con ojos completamente rojos. Sin párpados. Ojos vacíos y peligrosos. Draco tuvo que apretar los dientes, antes de que el Señor Tenebroso sonriera y le mostrara la hilera de colmillos podridos de su boca.

Y luego, se metió a su mente.

Fue como si una cuchilla quisiera navegar entre sus recuerdos, pero lo dejó, bajando sus paredes de Oclumancia. Draco no tenía idea de la forma en que se veía su cabeza, pero podía sentirlo abriendo y cerrando puertas, al igual que podrías sentir un parásito nadando en tu sangre. El Lord tocó, hizo y deshizo, buscando algo... o al menos eso parecía, pero luego de repasar las memorias de los últimos meses, se retiró, no sin antes dejar que una oleada de dolor se esparciera por su cerebro.

Allí no había nada que pudiera servirle.

—Muy bien... —dijo él dando un paso atrás.

Draco se obligó a sí mismo a no apartar la mirada, aunque quería, aunque su cabeza doliera y palpitara y su respiración saliera entre latidos. Apretó las manos encima de sus pantalones y esperó. El Lord lo estudiaba de vuelta, aún pensativo. Draco no sabía qué quería de él y eso le aterraba.

—¿Cómo crees que podremos ganar la guerra, Astaroth? —terminó preguntando con esa voz escalofriante.

Draco pasó saliva, contando del uno al diez en su cabeza, de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante. ¿Qué se suponía que debía responder a eso?

¿Cuándo las opiniones de sus seguidores habían importado verdaderamente al Señor Tenebroso?

—Creo que de alguna u otra forma, ya hemos ganado la guerra. —Decidió irse por la opción más segura: alabar su gobierno—. Los Rebeldes y los traidores no son los suficientes para derrotarnos.

El Lord volvió a sonreír, y aunque Draco no desvió la mirada, sí que tuvo ganas de vomitar.

—Por mucho que aprecie tu optimismo, Malfoy, creo que eres lo suficientemente inteligente como para saber que las guerras no se ganan solamente en el campo de batalla. —El Señor Tenebroso no se movió, pero su magia sí, tocando los tobillos de Draco y subiendo por su pierna—. Así que mi pregunta es, ¿cómo crees que ganaremos la guerra, pensando como un Slytherin, y no como un Gryffindor?

La palabra Gryffindor se oía como un insulto desde su boca, algo sucio.

Draco se obligó a respirar hondamente y pensar. ¿Cómo podrían ganar esa guerra fuera del campo de batalla?, ¿derrocando a los traidores y las influencias que la Orden podría tener en su mundo? Eso ya lo estaban haciendo. ¿Acaso había algo que la Orden tenía, o que quería, que los Mortífagos podían conseguir primero?

¿Qué cosa?

—¿No?, ¿no lo sabes? —el Señor Tenebroso preguntó ante su silencio—. Déjame ayudarte.

Había algo en el tono tranquilo del Lord que hacía que los vellos de su nuca se erizaran. Draco siempre había preferido escucharlo gritar. Todo era mejor que esa aura de tranquilidad que se metía bajo tus dientes y hacía que tu piel picara.

Como si conociera todas tus intenciones.

La magia siguió subiendo, rodeando el cuello de Draco y reposando en su cabeza. Podía sentirla. Podía verla.

—Con la esperanza —finalizó él.

Draco pasó saliva, sin atreverse a despegar sus ojos de la alta figura del Señor Tenebroso. Algunos podrían decir que estaba perdiendo la guerra después de haber perdido Azkaban o el Ministerio, pero Draco dudaba que cualquiera que lo hubiese tenido al frente lo creyera. Había algo en su postura... que delataba que el Lord pensaba que la victoria jamás escapó de sus manos.

—Engañarlos, hacerles creer cosas que no son, que crean que tienen opciones. Con la esperanza se ganan las guerras —prosiguió el Señor. La magia empezó a envolverse en su estómago—. Pensé que tú podrías entenderlo mejor que nadie.

Draco se obligó a concentrarse en lo que estaba diciendo. Odiaba sentirse así: débil. Expuesto.

No eran sentimientos a los que estaba acostumbrado.

—Ganaremos con la esperanza que los hombres débiles tienen de ver cosas donde no las hay —terminó diciendo Draco, felicitándose a sí mismo porque la oración no salió como pregunta.

—Exactamente.

Aún sentía que no estaba diciendo lo correcto, pero no lo demostró, simplemente se sentó ahí con expresión distante y calculadora. La cantidad de veces que se repitió a lo largo de los años que nada importaba y que no dejara ver nada que las personas no debían ver, le ayudaba a mantenerse neutral. Veía algo horrible, y Draco simplemente pensaba que daba igual. ¿Cuál era el punto de intentar detener que colgaran a un nacido de muggles en la entrada de su casa?, ¿cuál era el punto de evitar que Greyback devorara a sus víctimas en el salón que solía ser el lugar seguro de su madre? No los iba a parar. Terminarían haciéndolo igualmente, excepto que Draco acabaría de la misma forma que las víctimas. Muerto y usado.

Nada importaba.

—Me iré por unos días —el Señor Tenebroso dijo. Aquello llamó su atención. ¿El Lord se iba?, ¿justo ese momento?—. O quizá unas semanas, no lo tengo claro. No esperaré que me llamen a menos que sea extremadamente necesario, o todos ustedes pagarán. Cada uno se hará cargo de las tareas encomendadas, y nadie dará un solo paso fuera de la línea, ¿lo entiendes?

—Sí, Señor.

—Tú te harás cargo de eso.

—Sí, Señor.

—Bien.

El Señor Tenebroso comenzó a caminar a su alrededor, y su magia se movió con él. Draco mantuvo la mirada al frente, conectando todos los pedazos de información que tenía. La charla con Rodolphus, aquella conversación, la investigación...

Sólo se le ocurría un lugar que el Lord querría explorar.

Iría a la Mansión Potter.

—Sabes... —Draco se forzó a concentrarse en la voz del Señor viniendo de su costado—, cuando te vi tomando la Marca, a los dieciséis, siempre supe que serías grande. Otros han querido servirme, otros se han mostrado deseosos de poder a tu edad. Inmaduros. Pero tú... en tus ojos había determinación. Había un coraje que les faltaba al resto.

Draco fue transportado a ese momento, a los dieciséis. Había entregado voluntariamente su brazo, mientras Narcissa lloraba en un rincón de la sala luego de haberle pedido que no lo hiciera. Draco se encontraba rodeado por distintos Mortífagos, la mayoría muertos durante la Batalla, y había pensado con orgullo que quisieran o no, ahora era uno de ellos. Que el Lord confiaba en él, y que le daría una tarea lo suficientemente importante para probar su valor. Draco se había sentido tan poderoso, imponente. Por fin tenía el lugar que le habían prometido. Por fin iba en camino a reinar en esa sociedad.

El Lord había levantado su varita, apuntándola encima se su antebrazo, y antes de que Draco pudiera recordarse a sí mismo que no debía hacer ningún sonido, el mundo giró y por unos instantes todo fue nada más que fuego, garras, risas y llantos. Llantos que venían de su boca. La serpiente se iba grabando en su piel mientras él trataba de dejar el brazo quieto y se recordaba a sí mismo que eso quería. Eso era exactamente lo que quería.

Eso era lo que había elegido.

—¿Lo estabas haciendo para vengar a tu padre, no es así? —preguntó el Lord, y Draco volvió al presente.

Asintió.

Sí. Esa era parte de las razones. Había prometido a Potter que lo haría pagar por meterlo a prisión, y estaba dispuesto a cumplir su promesa. Draco se había sentido tan enojado con el mundo por haberle quitado a su padre, a su padre. ¿Qué se creía, ese sucio mestizo y toda su calaña de traidores y sangre sucias?

El mundo les pertenecía.

—Para los Malfoy, la familia siempre ha sido muy importante —comentó el Lord, asintiendo también. Enfocó sus ojos rojos en él, y Draco supo que lo que sea que le diría a continuación, no quería escucharlo, no de verdad—. Quiero que sepas, Draco Malfoy, que tú eres parte de mi familia. Esta gran familia. Tú y yo... no somos tan diferentes.

Aquello era una prueba.

El Señor Tenebroso nunca decía esas cosas. A nadie. Menos compararse a sí mismo con sus seguidores, aunque fueran tan cercanos como Draco. Así que era una prueba y Draco debía pasarla.

Siempre había querido eso, ¿no?

Siempre había querido ser tan poderoso como el Lord. Tan inteligente y grandioso. Sin miedo a nada.

Tú y yo... no somos tan diferentes.

—Vete —dijo el Señor Tenebroso antes de que Draco pudiera agradecerle.

Nunca antes había salido tan rápido de una sala.

•••

—¿Y si Ginny aún estuviera viva?

Harry se encontraba en su despacho cuando Hermione entró. Ella no se molestó en saludar o algo, simplemente se puso frente a él, con las manos en las caderas y esperó a que Harry levantara la mirada. Cuando no lo hizo, habló.

Harry no esperaba que eso fuera lo que diría.

—¿Disculpa?

—Si Ginny estuviera viva... —Hermione prosiguió, sin darse cuenta de su estupefacción. O ignorándola—. ¿Aún querrías esto? ¿Aún lo querrías a él?

La mención de la muerte de Ginny aún dolía, Harry no podía fingir que no. Las cosas que nunca le dijo dolían. La forma en que se fue. No poder haberse despedido nunca.

Dolía.

Eso no quería decir que tenerla allí cambiaría los sentimientos de Harry.

—¿Cómo se supone que debería saber eso, Hermione? —preguntó, sintiéndose algo cansado.

Hermione dio una pequeña vuelta con las manos en las caderas y luego se dejó caer frente a él. Quizás ese pensamiento la había estado persiguiendo durante noches y recién tomó la resolución de preguntar.

—Yo creo que jamás podría amar a alguien de la forma en la que amo a Ron —terminó respondiendo como si eso lo explicara.

Y era- injusto.

Hermione podía decir eso porque ella no había perdido a Ron. No tenía idea de cómo se sentía recuperarse de la muerte de alguien con el que alguna vez pensaste que pasarías el resto de tu vida. No tenía idea cómo se sentía despertar y creer que todo fue un mal sueño y que lo verás a tu lado durmiendo. Hermione no sabía cómo se sentía volver a amar luego de eso.

¿Y a qué venían estas preguntas, de todas formas? Imaginarlo no cambiaba nada. Ginny no volvería de los muertos para que Harry supiera si las cosas entre los dos hubieran sido distintas. Harry ya nunca podría saberlo.

—Pero Ron está aquí —dijo Harry con fuerza—. Ginny se fue casi ocho años atrás. Ginny no está.

—¿Pero la amaste?

Ginny había sido luz en días nublados. Ginny había representado la fuerza que Harry necesitaba encontrar. Ginny lo había hecho sentir como un héroe.

Draco lo hacía sentir como un hombre.

Era la diferencia entre ambos, y Harry no cambiaría ninguno de los dos por nada. Después de haber perdido en la Batalla de Hogwarts, Harry necesitó a alguien que le demostrara que aún era capaz de seguir y vencer. Después de casi nueve años de intentos frustrados de ganar esa guerra, necesitaba a alguien que pudiera demostrarle que no era necesario ser fuerte todo el tiempo. No por haber amado a Ginny en un punto, quería decir que jamás podría amar a alguien más. Y la forma en que los amaba a ambos era totalmente distinta.

Todo con Draco era totalmente distinto a algo que hubiera sentido antes.

—Sí. Aún lo hago.

—¿Entonces?

—¿Me amas a mí? —terminó preguntando en una respiración agotada; esa conversación lo agotaba. Hermione frunció el ceño.

—Sí —respondió ella sin dudarlo.

Harry sintió que se relajaba en el asiento.

Por un segundo, creyó que no respondería.

—¿Dejarías de amarme aunque muriera? —siguió, luego de calmarse.

—No.

—Ahí está tu respuesta.

Hermione masajeó sus sienes, cerrando los ojos. Era claro que eso le estaba costando trabajo, y quizás lo que intentaba era remediar esa situación. Tal vez quería hacerle ver a Harry y a sí misma, que si aún quería a Ginny de la misma forma que lo hizo a los dieciocho, entonces continuaba siendo la persona que ella creía que era.

—No puedo entenderlo —terminó diciendo sin abrir los ojos—. No puedo. De otras personas me lo esperaría, ¿pero tú, Harry?

Harry sintió su garganta apretada.

—¿Yo qué?

—Sueles reconocer el mal cuando lo ves, sin importar lo atractivo que luzca.

Harry trató de ver las cosas desde el punto de vista de Hermione, y pensaba que podía comprenderla. No creía que nadie viera a Draco de la misma forma que él, quien era capaz de observar más allá de esas capas y capas de frialdad e inhumanidad. Quería explicárselo, pero... Harry dudaba que, incluso así, entendiera.

—Hermione... —murmuró, suspirando—. Olvídalo.

—Quiero entenderte, Harry. Realmente quiero.

—No tienes que hacerlo, sólo... —Harry recordó la sonrisa de Draco la última vez que lo vio. Somnolienta y suave e inconsciente. Algo se calentó en su pecho—. Tan increíble como pueda sonar, me hace feliz. Me hace feliz, Hermione. Cada vez que lo veo siento que el sol nace de nuevo. Draco no es bueno, nunca lo ha sido. Pero...

Se sintió a sí mismo callar; había hablado más de lo que pretendía. Harry no era bueno expresando lo que sentía y prefería no decirlo en voz alta a menos que fuera necesario.

Estaba siendo honesto, de todas maneras.

Durante un momento sus pensamientos se desviaron a Draco y a las dudas que invadían su cabeza. ¿Volvería a sonreír alguna vez, como la última vez que lo vio? ¿Qué le estaban obligando a hacer en esa casa? ¿Qué le estaba pasando? Harry se sentía tan jodidamente preocupado por él, de que hiciera lo incorrecto y lo castigaran. Sabía que mientras se mantuviera en la mansión no podrían matarlo, pero sí que podrían quebrarlo lo suficiente para no recuperarlo nunca más. Harry no sabía qué haría entonces.

Ciertamente, la cosa más peligrosa que había en el mundo era amar.

Hermione respiró fuertemente en un signo de frustración y tristeza. Harry trató de centrarse en ella, quien lo miraba como si quisiera descifrarlo. Estaba tomando cada parte de sí mismo intentar ser comprensivo con su amiga. Hermione era una excelente persona, siempre lo fue, y hasta cuando Harry creyó que estaba siendo injusta, ella solamente trataba de protegerlo. De eso se trataba la base de su amistad, cada uno protegía al otro como podía. Harry intentaba evitarles dolor peleando, Ron se arrojaba delante de la muerte que los acechaba, y Hermione reparaba todo lo que estaba mal, o lo que podía salir mal. Funcionaban a su propia manera.

—Esto no es algo que puedas o debas arreglar. No hay nada que arreglar, Hermione —dijo al final, más duro de lo que pretendía—. Las cosas son como son, y no puedo cambiarlas. No querría hacerlo tampoco.

—Harry...

—Lo siento, por el daño que te hizo en el pasado —la interrumpió, ahora más suave, y Hermione cerró la boca—. Pero te aseguro que no volverá a dañarte en el presente-

—¿Y qué pasa si te daña a ti? —fue su turno de interrumpirlo. Sonaba feroz. Preocupada.

Con miedo.

—No lo hará.

—Sí lo hará. Sí lo hará, y no te darás cuenta hasta que estés sangrando.

Harry pensó en el día del Ministerio. No le había contado a nadie que Draco trató de herirlo, cortando su piel. Pensó en la presión de su pecho cada vez que le borraban las memorias, y las cosas horribles que Draco le decía cuando no lo recordaba.

—Sabes cómo me siento por él —respondió, manteniendo su voz nivelada—. Sabes lo que siento, y lo lamento mucho.

Hermione no respondió. Lo observó, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Probablemente trataba de buscar algún error, algo que le dijera que aún podía salvarlo, que aún podía cambiar lo que había entre Draco y él. Le dolía ver que aquel comportamiento nacía a causa del dolor. El dolor los había formado. Harry sólo deseaba cruzar el espacio, tomarla entre sus brazos y sostenerla, asegurarle que todo estaría bien y que de ahí en adelante no permitiría que nadie jamás le hiciera daño. Quería decirle que lo sentía por todo lo que había tenido que pasar, y que si pudiera volver el tiempo atrás para tomar él sus heridas, lo haría; si estuviera en sus manos, nunca habría permitido que sangrara en primer lugar. Harry solamente quería a su mejor amiga de vuelta.

Suponía que tomaría un buen tiempo acortar la distancia de la brecha entre ambos.

Se preguntó si alguna vez lo lograrían.

•••

Dos días después de que el Lord se marchara, Draco fue aturdido y llevado a la base de la Orden por obra de Theo.

La varita tocó su sien. Harry estaba ahí. Los recuerdos volvieron.

Y antes de que la culpa llegara y lo azotara, antes de que Draco se deshiciera por tener a Harry frente a él, lo primero que se reprodujo fue la conversación de Rodolphus y Voldemort.

Lo que Voldemort le había dicho a él.

—Oh, joder.

Era demasiado obvia la preocupación impresa en el rostro de Harry al escucharlo, cómo se había puesto pálido de un segundo a otro. Draco sintió su corazón encogerse pero no tenía tiempo para prestarle atención a eso ahora.

—¿Hiciste algo...?

Ardía. La pregunta se metió bajo su piel, y el tono de voz, por unos segundos, le hizo difícil respirar. Odiaba que lo primero que Harry tuviera que preguntar fuera eso. Odiaba que lo primero que tuviese que saber era si Draco había hecho algo como lo de McGonagall.

—No. No, pero escuché- mierda. —Decidió dejarlo pasar, apretando el puente de su nariz. Después, enfocó los ojos en los de Harry—. Tom irá a la Mansión Potter.

Harry retrocedió.

—¿Qué?

—Dos días atrás, lo escuché hablando con Rodolphus —explicó ante su mirada estupefacta—. Va a ir a la Mansión Potter a buscar- no lo sé, pero probablemente está allí ahora, averiguando cómo entrar, haciendo algo- no lo sé. No lo sé. Solo sé que- que tenía que ver contigo, y luego me dijo a mí algo de que la guerra iba a terminar y-

—Espera. —Harry puso las manos a los costados de su cara intentando tranquilizarlo—. ¿Crees que puedes darle la memoria a Kingsley?

Draco asintió, dejando que Harry depositara un pequeño beso en sus labios.

—Está bien. Vamos.

Mientras caminaba a Draco no le pasó desapercibido Rubeus Hagrid, quien les daba la espalda de pronto como si no los quisiera ver. Tampoco le pasó desapercibido el cuerpo entero de Harry, que se encontraba demasiado tenso. Quizás estaba tratando de mantenerse compuesto frente a él dado el estado en el que Draco había llegado allí semanas atrás.

Las palabras de Voldemort volvieron.

Tú y yo... no somos tan diferentes.

Draco sabía que se encontraba casi blanco cuando entró a aquel despacho y vio a esa gente reunida alrededor de una mesa. Un montón de cabezas rojas a un costado, Granger disparando dagas en su dirección, y Kingsley observándolos con ojos curiosos.

Draco no se molestó en dedicarle ni una sola mirada a ninguno.

—Joven Malfoy —dijo él con voz calmada—. ¿Sucedió algo?

Harry fue el que tomó la palabra antes de que él pudiera.

Escuchó en silencio a Harry relatar lo que Draco acababa de contarle en el patio, y una vez más ignoró al resto de los presentes, que lo observaban como si estorbara. Probablemente lo hacía.

—En ese caso... —Kingsley dijo, cuando Harry terminó con su apresurado discurso—. Tome asiento, por favor.

Aunque no lo estuviera mirando directamente, Draco no necesitaba ser adivino para saber que le hablaba a él. Agitando sus túnicas, se sentó.

Joder.

Odiaba esto. Lo odiaba.

Odiaba sentir que la gente que lo rodeaba era más grande, que podían atacarlo en cualquier segundo y Draco no podría hacer nada. Odiaba sentirse pequeño bajo sus miradas escrutadoras. Odiaba a Kingsley por ponerlo en esa posición. Odiaba que fuera tan importante.

Draco se prohibió cerrar los ojos cuando Shacklebolt rodeó la mesa y se puso a su lado colocando la varita en su sien. Sabía el procedimiento, así que simplemente acató –apretando los dientes y pensando en lo que quería entregar– que Kingsley retirara los recuerdos de su cabeza.

—¿Quieres verlo conmigo, Harry? —dijo el hombre una vez se separó.

Harry le dedicó una mirada para nada sutil, preguntando, y Draco respondió moviendo la cabeza de arriba a abajo. No le importaba que Harry lo viera, y no le importaba extrañarlo por unos minutos. Al final del día, todos los que se encontraban en esa sala terminarían sabiendo lo mismo.

Eres parte de mi familia.

No somos tan diferentes.

Cuando Harry sumergió la cabeza en el Pensadero, Draco no pudo aguantar estar ahí, esperar en silencio con esas personas preguntándose qué había hecho y qué había vivido. Sin pensarlo demasiado salió al pasillo y se apoyó en la pared, dispuesto a esperar por Harry allí. Cualquier cosa menos que eso, que estar cerca de esas palabras.

Las cuales, después de todo... no estaban tan equivocadas. Si el mismo Voldemort había visto parte de sí mismo en él para decir algo como eso, es porque eso era lo que el resto del mundo veía. A Draco no le importaba, no demasiado.

Harry, por otra parte...

La puerta se abrió, provocando que Draco pegara la cabeza a la pared y aguardara. No había mirado hacia un lado, pero por el resonar del piso y la cojera, sabía perfectamente quién era el que lo miraba fijamente.

—Creo que no deberíamos ignorar lo que sucedió entre tú y Harry.

Ah, ahí estaba.

Draco bajó el cuello para poder observarlo. Ron Weasley, con los hombros rectos y la mandíbula tensa, lo miraba con intensidad. Quizá se encontraba allí para una pelea. A Draco no podía decir que le viniera mal.

—Nadie lo está ignorando—respondió con calma.

Podía ver que Weasley nunca había sido muy fan de sus expresiones cuidadosamente neutrales. Casi podía sentirlo enojado.

—¿Qué quieres, Weasley? —decidió preguntar Draco—. ¿Qué estás buscando con esta conversación?

—Un motivo.

—No estoy aquí para satisfacer tu curiosidad.

—¿Hace cuánto? —escupió ignorando sus palabras. Draco lo miró cautelosamente antes de responder.

—Desde el primero de Noviembre. Aunque si somos exactos, por mi parte, desde su cumpleaños.

No creía que fuera necesario especificar a qué se refería. Weasley pareció entender.

—¿Te preocupas por él?

Draco entrecerró los ojos. ¿Qué clase de pregunta era esa?, ¿qué estaba tratando de probar?

¿Un motivo, era lo que Weasley estaba buscando?

¿Un motivo lo suficientemente bueno para que Draco se hubiera acercado a Harry?

—Sí —respondió. Estaba siendo honesto—. Mataría por él. Haría lo que fuera por él.

Weasley lo miró directo a la cara, y Draco no apartó la mirada. Sus ojos azules eran apagados, no se podían comparar a los de Harry.

Se observaron por un minuto completo.

No sabía qué había visto Weasley, pero asintió entonces, creyendo al menos la mitad de su respuesta.

—Bien. Eso lo cierra, entonces —dijo, aunque su voz sonaba distante—. Si te preocupas por él y harás lo que sea por él, entonces evitarás también hacerle daño.

Draco alzó una ceja. Lo que sea que le hubiera dicho Harry, había funcionado para que Ron Weasley no hiciera un escándalo.

La verdad, no le importaba.

Toda esa conversación... no podía importarle menos.

—Porque te juro, Malfoy —continuó él, y Draco entendió que no había acabado—, te juro que si Harry sale con un rasguño de... lo que sea que es esto, te buscaré, y te mataré.

Draco reprimió una risa.

—¿Él sabe que estás haciendo amenazas en su nombre como si no pudiera cuidarse solo?

—Creo que sabe que soy capaz de matarte.

Draco lo analizó sin demostrar una sola emoción en el rostro. Analizó su postura, y su tono, y cómo después de hablar con el Lord, Weasley no parecía demasiado problema. Este tragó saliva denotando que estaba nervioso bajo su escrutinio, y Draco le dedicó una sonrisa, escaneando su cuerpo hasta llegar al pie faltante. Draco pudo jurar que lo vio empalidecer.

—No me asustas, Ron Weasley —respondió, sin borrar la sonrisa—. He visto las peores cosas que puedas imaginar, y tus palabras suenan menos peligrosas cuando estás parado en una pierna de madera. —Weasley intentó ocultar cómo se encogía ante la mención. No lo logró—. Pero no te preocupes. No le haré daño, no mientras pueda evitarlo. Preferiría arrancarme la piel antes, y sé que esa no es una experiencia bonita.

Draco sentía su mente algo mareada. Weasley pasó saliva de nuevo y asintió una vez. No sabía por qué, la verdad, por qué todo se sentía más distante y menos real. La última vez que recuperó sus recuerdos, el mundo se había sentido imposible, duro y terrible. En ese instante... para Draco era como si todas sus emociones se encontraran dentro de una caja.

—Hemos terminado, entonces —dijo Draco, despegándose de la pared—. Creo que no lo hemos ignorado.

Harry eligió ese momento para salir del cuarto y Weasley retrocedió, intercambiando una pequeña mirada con él. Harry le puso la mano encima del hombro, diciéndole algo por lo bajo, y luego le hizo una seña a Draco para que lo siguiera. La tensión de su cuerpo era peor. Suponía que había visto su conversación con Voldemort.

Como sabía que pasaría, unos minutos después ambos estaban parados en el cuarto de Harry. Este último se encontraba sentado en la cama, mirando a un punto lejano. Draco se sintió incierto.

—¿Qué harán? —decidió preguntar, bebiéndose de su imagen. El cabello suelto a los lados. Sus ojos verdes vivos. Su mandíbula marcada...

—Iremos, obviamente —respondió Harry.

—¿Cuándo?

—No sabemos. Hermione va a investigar junto a McGo-

Harry cerró su boca de golpe, y Draco no pudo hacer más que suspirar. Sabía que Harry no lo culpaba, no activamente, pero no podía evitar sentir que el más pequeño atisbo de culpabilidad apareciera en su pecho cuando hablaba de ella.

—Lo siento —dijo caminando a la cama y sentándose.

Por unos minutos, no hicieron más que estar al lado del otro, aunque para Draco no era extraño. Él se sentía bien sólo de estar ahí, sin tocarse, nada más escuchando su respiración y observando su perfil.

Este hombre- este hombre que era amable cuando no se daba cuenta de que estaba siéndolo, que quería salvar el mundo y que ponía a todos antes que a él. Este hombre, al que le entregaría el universo-

Draco no quería hacerle daño. Eso era lo único que sabía.

Eventualmente, Harry dejó salir una respiración temblorosa y apoyó la cabeza en su hombro. Draco envolvió el brazo a su alrededor, sintiendo la nariz de Harry en su cuello.

Hogar.

Aquí es donde pertenezco.

—No sabía que... ——Harry murmuró serenamente—. No sabía que mi familia tenía una mansión.

—¿No?

—No. —Negó—. No estaba en las cosas que mis padres me dejaron, ni nadie me habló de ella nunca. Es... raro.

Draco no contestó. A veces, con Harry era mejor que siguiera hablando sin que lo empujaran. Por eso no trajo a la mesa lo que Voldemort le había dicho, probablemente Harry no quería conversar sobre ello. Draco tampoco quería.

—Allí creció mi papá, ¿no? En esa mansión —continuó Harry eventualmente—. ¿Cómo es que nunca tuve la oportunidad de conocerla? ¿Cómo es que no me hubiese enterado de que existía, si no fuera porque a ese hijo de puta se le ocurrió buscar en ella?

Draco no podía entender ese sentimiento, el sentir que perdías algo que no conocías, por lo que simplemente calló dibujando pequeños círculos en su espalda.

—Lo siento.

—No lo sientas, sólo... —Harry volvió a negar, como si intentara sacudir ese tema de conversación—. ¿Qué estabas hablando con Ron?

Draco también sabía cuándo Harry realmente deseaba cambiar un tema, cuando debía presionar y cuando no. En ese momento, el tema de sus padres... no era algo que presionar.

—Nada, él estaba haciendo su trabajo, supongo. Que, a todo esto... —Draco desvió la conversación antes de que Harry pudiera preguntar qué quería decir, agregando—: Estaba pensando, ¿cómo funciona la prótesis de Weasley?

—¿De Ron? —Harry preguntó extrañado—. Le da ciertos problemas, pero... normal, supongo. ¿Por qué?

—¿No hay forma de hacerla más efectiva?

—No, con los implementos que tenemos, no.

—¿Qué implementos necesitas?

—La verdad, los muggles tienen tecnología que hace parecer que tiene una pierna real de nuevo. Aprovechando que podemos salir al mundo muggle por un corto periodo de tiempo, y que la amputación de Ron fue debajo de la rodilla, creo que sería una muy buena... —Harry se cortó a sí mismo, dejando la frase en el aire mientras se separaba para mirarlo—. Disculpa, ¿pero por qué estás preguntándome esto?

—Recuerdo haber visto a Weasley luchar. Sé que es un buen soldado —Draco le dijo, viendo la expresión de Harry ensombrecerse—. Ha estado fuera del campo de batalla un año, pero creo que eso no se lleva ocho años de entrenamientos a la basura, ¿o sí? Y con lo que se viene, pienso que necesitaremos todas las personas que puedan luchar.

Harry pareció pensativo ante sus palabras, lo que Draco tomó como buena señal: no lo estaba alejando de inmediato.

—¿Qué sugieres?

—¿Necesitas dinero? —Draco se encogió de hombros—. Para conseguir una prótesis decente, quiero decir.

—Sí.

—¿Cuánto?

—Bastante.

—Está bien, te enviaré lo que necesites con Theo.

Harry se alejó aún más, pero el brazo de Draco se lo impidió. Había sido más de la impresión que de otra cosa.

—¿Qué?

—Tengo dinero de sobra —Draco enfatizó lo obvio—. ¿Nunca pensaron en pedirme antes?

Harry simplemente se le quedó mirando, con el rostro luciendo demasiado joven, la boca entreabierta y los ojos bien abiertos tras los cristales. Draco besó cada rastro de sorpresa en su cara, no intentó reprimir el impulso.

—Gracias —Harry susurró una vez que se separaron. Draco lo apretó más contra él.

Lo que me pidas.

Lo que quieras.

¿Quieres mi corazón?

¿Quieres mi vida?

Te daré lo que sea.

Pero Draco no dijo nada de eso. Besó la coronilla de su cabeza, decidiendo pasar mejor al siguiente tema. Sabía que Weasley era importante para Harry, y sabía lo que eso significaba.

También sabía que Granger lo era, y que había una conversación que no habían tocado.

—¿Cómo te fue con Granger?

—¿Qué? —Harry parpadeó sin esperar esa pregunta.

—El día que nos vieron, ¿conversaste con ellos? Asumo que Weasley no hizo gran lío, pero no me has hablado de ello.

Harry desvió la mirada, recargándose más contra él. Draco no comentó sobre la tensión de su cuerpo.

—Fue... como supuse que sería, supongo.

—¿Qué quieres decir?

—Draco —Harry dijo después de unos segundos, haciendo que su piel cosquilleara agradablemente—. Draco, tú... ¿te arrepientes...?

—¿De qué?

—De lo que pasó en Hogwarts.

Draco frunció el ceño. No había pensado en Hogwarts de esa forma desde hacía años.

—Me arrepiento del daño que te hice.

—No fui la única persona a la que hiciste daño.

Harry esperó su respuesta en silencio, y Draco comprendió de qué hablaba. ¿Eso era, entonces? Sus mejores amigos le habían recriminado la persona que fue de adolescente.

No que ahora fuera mejor, en todo caso.

—Creo que no lo he pensado nunca antes.

Volviendo atrás todo eso parecía tan... pequeño. Insustancial. ¿Qué eran sobrenombres o peleas de pasillos, cuando Draco había torturado gente hasta prácticamente la muerte? ¿Qué significaban las burlas del niño cruel que fue, comparado con las cosas que hacía de adulto?

¿Realmente marcaba una diferencia arrepentirse de decirle sangre sucia a unos cuantos?

—¿Ya no crees en lo que creías entonces? —Harry preguntó, haciendo que Draco lo mirara.

La imagen de Eric apareció en su cabeza.

—¿Qué piensas tú?

—Que no.

Su corazón se apretaba al darse cuenta de que Harry no había parado a dudarlo. No había parado a pensarlo. Ese era el grado de confianza que le tenía, así de mucho lo conocía.

—Mi mejor amiga es nacida de muggles —dijo este de todas formas—. Mi mejor amigo es un "traidor de la sangre". Yo soy-

—Harry —Draco le interrumpió lo más gentil que podía—. ¿Crees, genuinamente crees, que eso me importa una mierda después de todo lo que ha pasado?

No lo hacía. Draco no veía a nadie como menos que él, ya no. Al menos no con recuerdos. Estuvo años convenciéndose a sí mismo que aquellos que dañaba no eran seres humanos, o que lo merecían, o que él era mejor... pero en el fondo siempre supo que no era así.

Todos gritaban igual. Toda la sangre derramada era del mismo color.

—Siento que lo que hice en esos años te haya dañado —continuó, sintiendo a Harry muy quieto—. Incluso cuando no te importaba lo que te dijera a ti, sé que te preocupas más por tus seres queridos que por ti mismo, y siento lo que hice y dije... Si sirve de algo, en estos momentos, no pienso en Granger como "sangre sucia", ni en Weasley como un "traidor".

—Está bien.

Su frase había salido apenas como un susurro. Quizás Harry estaba esperando otra respuesta. Algo más entusiasta y que hiciera las cosas más fáciles para él y sus amigos.

Draco no sabía qué.

—Siento que no pueda hacer más por ti —murmuró.

Y Harry dijo exactamente lo que él estaba pensando.

—Sólo- me gustaría que las cosas fueran más simples.

—Lo sé. A mí también.

Draco inhaló el aroma, y dejó que su magia lo inundara, que tomara todo lo que era. Le haría falta aunque no supiera lo que había pasado entre los dos cuando le quitaban sus memorias. Draco recordó el sueño, prácticamente seguro de que había sido Harry, y lo apretó más fuerte.

Deseaba que pudieran tener más, que pudieran ser más.

Quizás si Draco cerraba los ojos y lo deseaba lo suficiente, terminarían viviendo en esa casa en la playa junto al mar. Quizás pelearían por el desastre que Harry haría por no sacarse los zapatos, y Draco después le haría chocolate caliente para disculparse, porque es obvio que a Harry le gustaba el chocolate caliente, ¿a quién no le gustaba? Harry le enseñaría cosas muggles, daría largas caminatas, huirían lejos, y Draco se burlaría de sus gustos en la música o de que no sabía bailar.

—Podríamos mudarnos a París —el Harry de su imaginación diría en algún momento, cuando las olas se le hicieran muy monótonas o el ambiente demasiado tranquilo—. O a Japón. O a México.

—¿Sí? —Draco respondería, contento por verlo entusiasmado—. Adonde sea que vayas, yo iré.

Esa sería su vida.

Quizás.

Si lo deseaba lo suficiente.

—Creo que tengo que irme —Draco comentó de vuelta al presente, sintiendo las pisadas de la gente afuera. Harry pareció apretarlo con más fuerza.

—Sí. Lo sé.

Su voz había sonado pequeña. Draco se separó para poder tomar su rostro.

Estaban cerca.

—Ven aquí —murmuró para luego unir sus labios.

Draco no se había dado cuenta que no se besaron de verdad hasta ese instante.

Tenía sentido. La presencia de Harry era tan abrumadora, que a Draco le bastaría con verlo. Verlo, tocarlo, tenerlo a su lado y saber que estaba bien.

Pero besarlo siempre iba a ser otro tipo de experiencia.

Conocer la velocidad e intensidad que Harry disfrutaba; mover la boca hasta el pequeño lunar en el borde de su mandíbula que a Draco le encantaba morder; conocer los ruidos de memoria. Sabía exactamente cuando Harry quería ir más rápido por la forma en que su respiración se contraía, o cuando quería profundizar el beso por la manera en que empezaba a tocarlo.

Draco amaba esto.

Draco amaba reconocerlo por cosas tan pequeñas, y a la vez tan gigantes.

—Volveré —murmuró cuando se separaron, al sentir la desesperación en Harry. Solía ponerse así antes de despedirse—. Siempre volveré.

—Está bien.

No sonaba a que le creía, así que Draco se alejó para poder mirarlo a los ojos. Pensaba que podría reconocerlos donde fuera. Los tenía grabados a fuego: las tonalidades doradas que lo salpicaban, las orillas oscuras. Feroces.

Suyos.

—Harry. Lo digo en serio —murmuró Draco, pasando un cabello por la oreja del hombre—. Quemaré ciudades hasta las cenizas para volver a ti. Siempre volveré a ti, ¿entiendes?

No sabía qué había visto Harry en sus ojos, pero le creyó.

Le creyó, y Draco sintió que se elevaba mientras Harry lo tiraba en otro beso. Comunicándose sin palabras.

Aún te quiero aquí.

No te vayas.

—Viene algo grande, ambos lo sabemos —Harry dijo. El aliento chocó contra sus labios—. Quizás el fin se acerca, así que-

—No moriré —Draco le interrumpió con fuerza, dándole otro beso—. No moriré, y tú tampoco lo harás.

Harry dejó salir el aire de sus pulmones, abrazándolo una vez más.

Draco deseó quedarse allí por siempre.

—Está bien. Te creo.

Estaba implícito en esa oración.

Confío en ti, decía.

Confío en ti, así que vuelve.

Draco enterró las manos en el desastroso cabello de Harry y lo sostuvo con fuerza, antes de que tuviera que cruzar esa puerta y volver a ser el hombre que tenía que ser para que las cosas funcionaran.

El verdadero plan para acabar con la guerra había empezado.

Fin del II Acto.

 

Notes:

Hola! Si pasabas a ver nuevas actualizaciones, temo informar que prefiero corregir completo el tercer acto de Desolación antes de comenzar a publicar los capítulos, en caso de que me quede algún cabo suelto o haya un plot-hole del que no me he dado cuenta!
Nos leeremos pronto, considerando que (sin contar Interludios), sólo quedan 6 caps! <3
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Chapter 55: Capítulo 48: Imperius

Notes:

Tw: Violencia gráfica/gore

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

"Ningún héroe tiene el poder de escapar de su destino."

III Acto

—¡Harry, necesito un grupo de veinte personas ahora...!

El Patronus en forma de pavo real se paró ante él, y la voz de Astoria, desesperada y alta, comenzó a filtrarse por sus oídos. Le estaba dando una dirección. Harry, medio dormido y medio despierto, la memorizó mientras se vestía. Era de madrugada.

Una vez, de niño, Harry escuchó a tía Petunia hablar sobre una conocida suya que tuvo un accidente de tráfico. Murió, dijo, ha recibido la llamada de la muerte. Dudley, quien estaba a su lado esperando el desayuno que Harry cocinaba, preguntó qué era eso, con la inocencia que un niño posee. Tío Vernon fue quien contestó:

La llamada de la muerte llega en la madrugada, hijo. Nunca te levantes cuando estés durmiendo, o pasan estas cosas. Ella accedió a ir a planes improvisados. Ella contestó.

El consejo no era para él, pero Harry se aferró a este durante años. Nunca nadie lo llamaba, por supuesto, no tenía amigos ni había adultos que se preocuparan por su bienestar o lo invitaran a planes improvisados; sin embargo, las palabras siempre se quedaron en su cabeza.

Jamás hay que contestar el llamado de la muerte.

Cada vez que Harry era despertado en la madrugada, se preguntaba cuánto se demoraría esta en tomar su vida.

Salió corriendo al pasillo cuando el Patronus se desvanecía y empezó a tocar puertas. Kingsley, Hermione, Arthur, Bill y George- los que pudieran ayudar, debían hacerlo. Astoria había sonado lo suficientemente urgida para que se apresuraran.

—¿Qué pasa? —Kingsley preguntó parado en la entrada de su pieza, somnoliento.

—Astoria nos necesita en un orfanato en el lado sur de Londres. Los Mortífagos están allí.

—Mierda.

Harry reunió rápidamente a todos los que irían, que en su mayoría eran soldados bien entrenados. La mitad llegaron durante el secuestro de Rookwood casi un año atrás, y estaban deseosos de luchar y probarse a sí mismos. Harry esperaba que lo lograran.

Luego de comprobar que todos tenían alguna escoba y las máscaras puestas, se marcharon e hicieron el ritual para salir al mundo muggle lo más rápido que pudieron. Kreacher fue quien los Apareció a un lado del orfanato. Harry apretó la escoba que Draco le regaló con fuerza, y juntó valor para mirar al frente.

A causa de un milagro, retuvo el vómito.

El orfanato estaba en llamas. Dentro, los gritos de los pequeños cortaban la noche desgarradoramente y los Mortífagos se encontraban afuera, pateando una cabeza de un lado a otro.

Harry nunca pensó que la crueldad humana fuera un sinsentido: de alguna u otra forma todos nos convertimos en un producto de nuestra crianza, y por lo tanto, las cosas inhumanas que hacemos son otra consecuencia más de aquel ambiente en el que nos desarrollamos. Dentro de ese pensamiento bestial, los actos crueles tienen su propia lógica. Voldemort es de la manera que es, y hace lo que hace, porque cree que es lo correcto, porque piensa que los mestizos y sangre sucias son un desperdicio y menos que un animal con el que experimentar; objetos que puede intercambiar con sus seguidores a cambio de lealtad. Su crueldad tiene un por qué, no es un sinsentido.

Esto, por el contrario, sí lo era.

Los Mortífagos reían, arrojando la cabeza como si se tratara de un balón. Los sesos se repartían por el suelo. Los ojos sobresalían. Harry miraba la escena y no encontraba un por qué, no lo entendía, simplemente no cabía en su mente. Estaban jugando con una cabeza por diversión.

¿No había sido suficiente?

¿Acaso no pensaba detenerse jamás?

Harry dirigió la varita hasta el que tenía más cerca y sintió su magia arremolinarse en la punta de sus dedos. Más que rabia, más que dolor, su cuerpo estaba cansado. Quería acabar con esto. Si tuviera el poder, asesinaría a todos los magos del mundo, incluyendo a los inocentes. Ya era demasiado sufrimiento para una sola vida.

El Mortífago levantó la cabeza justo cuando Harry movió la varita, y sus ojos se encontraron.

Harry partió su cuerpo a la mitad.

Literalmente.

Y la lucha empezó.

Él y Kingsley comandaron instrucciones a un grupo para que ayudaran a Astoria en la parte trasera del orfanato a rescatar a los niños, y luego se dedicaron a pelear contra los Mortífagos. El sueño se había ido completamente, Harry se encontraba despierto y dispuesto a matar. Ni siquiera le importaba si había muggles cerca viendo el espectáculo, era capaz de arrasar con la calle completa.

Tal vez, después de todo, la muerte no lo llamaba a él.

Harry era quien llamaba a la muerte.

—¡Negris Mortem!

El Mortífago qué se dirigía a él cayó a sus pies al instante. Harry estampó el zapato contra su cuello para ahogarlo, y lo observó morir. Normalmente esperaba a que pasara un tiempo antes de usar aquella maldición, esperaba hasta que esta saliera de sus labios sin que lo pensara, de lo contrario, era identificado y perseguido por los Mortífagos. Sin embargo, ahora Harry quería que hicieran eso. Quería que se atrevieran.

La última vez que hubo un ataque de este calibre a un orfanato fue años atrás, y no pudieron salvar a nadie. Harry no iba a permitir que esta vez se salieran con la suya. Terminarían torturando a los infantes si fallaban en rescatarlos. Terminarían en un destino peor que morir en las llamas. Harry recordó lo que Draco le había contado acerca de Eric, sobre la noche que todo cambió. Algo así le sucedería a esos niños.

—¡Avada Kedavra!

Harry esquivó la maldición rodando en el suelo, y luego le cortó la cabeza a la mujer que trató de darle. Esta salió despedida a unos metros más allá, y Seamus, asqueado por lo que vieron cuando llegaron al orfanato, la pateó con bastante fuerza donde los Mortífagos estaban peleando.

—A ver si eso les gusta.

Harry esbozó una sonrisa montándose en su escoba. Iba a observar el panorama desde arriba. Podía ver gente desapareciendo en la parte trasera del orfanato, por lo que suponía que ya se estaban llevando a los niños a la base. Astoria estaba allí con su capucha blanca puesta, junto a cuatro personas más que Harry suponía que también espiaban para la Orden. Hicieron una especie de fortaleza mágica para que los Mortífagos no pasaran, y eso era lo que había evitado que todos los niños fuesen asesinados.

Harry continuó con la batalla justo después de asegurarse que todo estuviera yendo bien. Oía a Kingsley gritar indicaciones pero estaba muy lejos y era incapaz de escucharlas. Harry se movía rápido, en círculos, buscando las amenazas más brutales para hacerse cargo de ellas.

Fue allí que descubrió... que esa situación era diferente a otras.

Se trataba de un grupo reducido de Mortífagos, no podían ser más de veinte y no estaban llegando más como sucedía en otras luchas; tampoco estos parecían inclinados a llamar colegas. Por alguna razón, eso activó las alarmas de su cabeza, aunque era probable que los Mortífagos sólo estuvieran fuera de control porque Voldemort no estaba presente, y bueno, con el Ministerio destruido, se encontraban más desorganizados que nunca, ¿no? Era lógico.

De todas formas, la sensación de incomodidad no desaparecía. La Orden estaba reduciendo los números rivales salvajemente. Llevaban apenas diez minutos allí, y ya quedaban –máximo– catorce Mortífagos en pie. Harry, incluso, vio cómo dos de ellos tomaban sus escobas y desaparecían, haciendo que las oportunidades de ganarles aumentaran.

¿Por qué?

¿Cuál era el punto de atacar el orfanato, entonces?

¿Por diversión?

Voldemort y sus seguidores hacían eso a veces: matar gente por diversión, organizar cazas, torturar. Pero... ¿mientras peleaban una guerra? ¿Por qué se arriesgarían a morir para atormentar niños huérfanos? Tal como el juego con la cabeza humana, el ataque parecía carecer de un punto.

La crueldad humana no es un sinsentido.

Harry volvió abajo. El olor a humo ya estaba llegando a sus pulmones, y el calor en el aire provocaba que se empapara de sudor. Harry mató a otro de los Mortífagos mientras descendía. La Negris Mortem salió de su boca sin mucha meditación.

—Quedan nueve —Percy dijo cuando Harry llegó a su lado—. Creo que esto es lo más rápido que hemos trabajado.

Harry arrugó el entrecejo. Quizás estaba exagerando y aquello no era extraño en absoluto, sólo estaba acostumbrado a que las cosas costaran más. Era cierto que el combate estaba llegando a su fin; hasta el grupo encargado de rescatar a los niños se encontraba apagando el fuego.

—¡Harry!

Harry miró hacia el centro. Dos Mortífagos más cayeron por la varita de Seamus y Fleur. Esta última azotó la cara de otro con su pie. A un lado, Kingsley y Arthur forcejeaban con dos hombres vestidos con capas negras y Harry se acercó a ellos. De cerca notó que en el pecho de ambos brillaban las insignias en forma de gotas: una dorada, otra roja. Un Electis, y un Nobilium.

Harry se agachó para poder verles la cara.

Entonces, sonrió.

A veces la vida te premiaba con sorpresas.

Dolohov y Macnair le devolvieron la mirada.

—¿No es esto sorprendente? —se burló dándole una palmadita a Macnair en la cara—. Oh, cómo han caído los poderosos.

Dolohov escupió a sus pies y Harry se giró para propinarle uno de los puñetazos más fuertes que dio en la vida. Sus nudillos sonaron, y Dolohov escupió sangre. Harry ensanchó su sonrisa.

—¡Cuidado! ¡Atrás!

La voz de Hermione desde el aire lo sacó de su momentánea victoria, y Harry se giró para encontrar a una mujer que corría hacia ellos. Era la única que quedaba en pie y tenía una mirada furiosa; afirmaba una varita en una mano y una daga en la otra. Estaba malherida.

En un inicio, Harry no la reconoció.

Entonces, la ira comenzó a escalar en su persona como si le hubieran echado gasolina.

Maia Snyde.

Harry formó una mueca iracunda, y sintiendo su magia, agitó la varita en su dirección. Apenas pensó en un hechizo. Apenas pensó en nada. Harry veía el rostro de Ginny en Maia, escuchaba su risa y sus 'te amo' y la promesa de un futuro que ella solía susurrarle antes de ir a dormir. Harry veía a todos los que esa hija de puta había torturado y asesinado.

Estaba sola.

Nadie iba a salvarla.

Maia quedó paralizada en su lugar cuando el conjuro impactó, soltando así la varita y la daga. Cayeron al pavimento abruptamente. Decenas de amarras mágicas empezaron a envolverse en su cuerpo y asfixiarla al punto de que su piel se tornó roja. Una ola de satisfacción le recorrió. Harry se acercó a ella, agarrando el cabello para levantarle la cabeza.

—¿Adónde ibas, Maia? —preguntó Harry, sintiendo la adrenalina latir en sus oídos—. ¿Me extrañaste?

Maia tenía una herida en la frente por haber chocado contra el cemento, y su expresión se encontraba inmóvil gracias al hechizo que Harry había conjurado. Su cara demostraba completa sorpresa: sus labios formaban una «O» y sus ojos estaban abiertos el doble de lo usual.

No esperaba ser atrapada.

—Esto va a ser divertido.

Harry la tomó para llevarla con los otros dos prisioneros ya inconscientes, y les hizo una seña a todos los que estaban repartidos por la calle desierta. Por lo que veía, de su lado no había bajas, sólo unos cuantos heridos, y las llamas del orfanato ya estaban prácticamente extinguiéndose. Kingsley dio indicaciones una vez más y Harry se subió a su escoba para ver qué tal iba el rescate del otro lado; había un gran número de niños y adultos llorando en el patio, pero sin miembros de la Orden a la vista. Era hora de marcharse. Lo mejor era dejar a esas personas ahí, cualquier lugar era más seguro para ellos que el mundo mágico.

Harry volvió hasta los prisioneros, esperando que se reunieran, y cuando Arthur dijo que estaba todo listo, se Aparecieron en la montaña para así regresar a la base.

La rabia y la preocupación no lo abandonaban.

Cuando llegaron a campo abierto no había niños a la vista, sólo los miembros de la Orden faltantes- o al menos la mayoría. Harry caminó hasta donde Hermione se encontraba tratando de regular su respiración.

—¿Dónde están los niños?

Hermione saltó al escuchar su voz, pero no miró hacia arriba mientras respondía.

—Los compañeros de Astoria los pusieron a salvo en el mundo muggle. No pueden entrar al nuestro. Bueno- excepto el niño mágico por el que estaban allí, pero él también fue dejado a salvo.

Harry suspiró, y sus ojos buscaron a Astoria. La encontró sentada en una roca, metros lejos de cualquier persona. Harry caminó hacia ella.

Todo había sucedido demasiado rápido, y la sensación de incomodidad aún no se desvanecía. ¿Mataron a más de una docena de Mortífagos sin bajas, lograron apagar el fuego del orfanato, rescataron a los niños, y además de todo secuestraron tres Mortífagos?, ¿todo esto sin haber ideado un plan antes?

Sonaba demasiado bueno.

Demasiado irreal.

—Astoria...

Astoria, al igual que Hermione, saltó cuando Harry habló. Tenía la cabeza abierta encima de la frente y había rastros de sangre cayéndole en la cara. Estaba tiritando. Harry se preguntó qué tan seguido Astoria se enfrentaba a peleas como la de esa noche.

¿Qué hubiera sido de ella si hubiese estado presente la noche del Valle de Godric?

—Estaban allí antes de que... antes de que yo fuera a buscar al niño para salvarlo —dijo ella, aunque Harry no había preguntado—. Me vieron, y me escondí transformándome en serpiente para llamarlos a ustedes. Me- ellos me vieron, Harry. Me vieron.

A Harry le costó unos segundos comprender por qué Astoria se encontraba tan inquieta, pero cuando lo hizo, pudo sentir su interior contraerse. Recordó a los Mortífagos huyendo de la escena. Recordó que no los mataron a todos.

No solamente sabían que Astoria era animaga.

También sabían que era una espía.

—No me despedí... —Astoria continuó, y un sollozo escapó de su boca—. Mierda. Mierda. Mierda. No les dije nada- ellos no- no sabían. No los volveré a ver. ¿Qué les harán? Ya los castigaron por no ser fieles, ¿qué les harán, ahora que saben que yo...?

Astoria fue incapaz de terminar esa frase y se llevó las manos a los ojos, sollozando en ellas. Harry pasó saliva, sin saber qué hacer o decir. Astoria acababa de ser descubierta, por lo que no podía volver atrás. No podía volver a comunicarse con sus padres, no mientras la guerra no acabara.

Había durado bastantes años sumergida en esa mentira.

Harry puso una mano encima de su cabello con cuidado y comenzó a acariciarlo; se embarró de sangre, pero no le importó. Astoria lloraba con cada milímetro de su ser, todo su cuerpo se movía con su pena. A Harry se le partió el corazón. Nunca antes la había visto llorar.

Suspirando, se dijo a sí mismo que apenas llegaran a la base enviaría un Patronus a Theo para que llevara a Draco.

Sin importar si alguien lo veía.

•••

Theo llegó con Draco casi una hora después. Harry le devolvió sus memorias, como de costumbre, y mientras lo veía recuperarse parado a un lado de Astoria, pudo constatar que como Voldemort aún no regresaba de su viaje, no se encontraba encontraba tan deshecho.

Era una buena noticia.

A Harry le urgía acercarse, besarlo, y repetir una y otra vez que había vuelto a él como prometió, pero en ese instante había cosas más importantes. La desesperación de Astoria era una de ellas.

Cuando Draco se recobró de haber recordado más de un año de su vida y se enfocó en Harry, este le hizo una seña en dirección a Astoria. Ella se tomaba los lados de la cabeza con urgencia, respirando hondo, y Draco pareció entender que algo andaba mal.

—Astoria —dijo él—, ¿estás bien-?

La cabeza de Astoria subió al escucharlo, como si acabara de caer en cuenta de que estaba allí. Avanzó un paso y sostuvo las ropas de Draco, mirándolo directamente a los ojos.

—Tienes que asegurarte de que no les pase nada —imploró—. Por favor, Draco. Ellos no tenían nada que ver. Tienes que asegurarte de que no les hagan nada.

—¿A quién?

—A mi familia...

Harry le explicó lo que había pasado, cómo Astoria tuvo que llamarlos en medio de la noche por el orfanato que los Mortífagos se encontraban atacando. El entendimiento se instaló en las facciones de Draco mientras escuchaba. Tomó los hombros de Astoria para calmarla.

—No creo que les hagan algo, Astoria. Tranquila. Respira —dijo suave. Harry estaba acostumbrado a que le hablara así—. Tu hermana es la directora de El Profeta. Tu padre es un Purificador. Tú eras la única que nunca estuvo metida en nada, te considerarán una oveja negra, algo ajeno a ellos. Tranquila, no los relacionarán.

—Pero, ¿y si lo hacen?

Draco apretó los labios.

—Haré lo posible por ayudarlos.

Astoria soltó un sollozo, y Theo decidió que era su momento de intervenir, llevándola dentro para así calmarla. Harry sentía una presión en el pecho al verla tan desesperada, tan asustada de que algo le sucediera a su familia, pero lamentablemente ese sentimiento se veía algo opacado por el logro de esa lucha: los rehenes que habían obtenido.

—Draco-

Harry fue interrumpido por dos manos fuertes sosteniendo los bordes de su ropa y una boca presionándose contra la suya. Harry se inclinó ante el contacto al instante, como un girasol se inclina ante la luz. Un poco de paz entró a su cuerpo y sus pensamientos racionales se apagaron de golpe.

Sí.

Aquí.

El tiempo que sea necesario.

Harry suspiró en el beso, lamiendo el labio inferior de Draco y dejando que él lo mordiera.

Te amo.

—Hola para ti también —dijo Harry con una sonrisa inconsciente cuando se separaron. Draco la besó también. Oh, Dios, lo había extrañado.

—¿Qué es lo que me ibas a decir? —preguntó Draco dando un paso atrás. Cambiaba tanto cuando no lo estaba sosteniendo... ese hombre lejos de Harry parecía imposible de tocar.

Draco le dedicó una mirada extrañada, casi divertida, y eso fue suficiente para traerlo de vuelta a la realidad. En su cabeza se reprodujo la escena de la lucha, las caras de los muertos. Las cosas habían salido tan... bien.

La incomodidad se posó a un lado del sentimiento de victoria como un recordatorio desafortunado.

—Los tenemos —dijo Harry al final, viendo la cara ajena arrugarse en una mueca de confusión.

—¿A quién?

—Dos Electis. Un Nobilium. —Draco se mostró sorprendido ahora, como si no pudiera creerlo... Y es que era difícil, ¿cómo había pasado? Los únicos Nobilium que fueron capaces de secuestrar habían sido capturados con ayuda de Draco. Eran gente extremadamente protegida. Harry tomó aire antes de continuar, disipando todo pensamiento al decir los nombres—: Dolohov, Macnair, y Maia.

Nunca iba a dejar de parecerle curiosa la forma en que Draco podía parecer dos personas distintas en menos de un minuto.

Las emociones abiertas en su cara se cerraron por completo. Su semblante se hizo duro. Su mandíbula se encajó. Parecía haberse hecho imponente y lejano como una estatua.

El nombre de Maia había provocado eso.

—Llévame con ella —dijo él.

Harry obedeció.

La expectación empezó a crecer en su vientre mientras caminaban hombro con hombro. La asesina de Ginny se encontraba allí, a unos metros debajo de ellos, y Harry podía hacerla pagar y vengarla de una buena vez. Kingsley y Hermione se encontraban con Macnair. Arthur y Ron con Dolohov. Se suponía que a Maia la interrogaría Harry junto a Theo, y que Astoria se metería a la mente de los tres, pero eso no iba a suceder, no mientras Astoria no se calmara, así que no haría nada mal llevar a Draco y ver si podían averiguar algo por mientras.

Tenían tiempo.

Draco no pareció querer ir a ver a su padre o a Goyle, simplemente entró al calabozo y cerró la puerta tras de sí. Harry siguió su mirada, y vio el momento exacto en el que sus ojos se posaron en la mujer tras las rejas, completamente inmóvil contra la pared. La celda estaba limpia, y debido a todos los prisioneros que se estaban acumulando en la mansión, estaban comenzando a hacerse escasas. En un futuro tendrían que empezar a juntarlos en una sola celda, o matar a los que ya no les sirvieran.

—Oh, qué sorpresa —dijo Draco deleitado, y la cabeza de Maia, la única parte que podía mover, se levantó de golpe al escucharlo—. De todas las personas, nunca pensé ver a esta perra en estas condiciones.

—Traidor de mier-

Harry agitó la mano y los labios de Maia se sellaron. Nunca se cansaría de eso, de hacer callar a los que creían que tenían el derecho de decir lo que querían. Ver cómo sus caras llenas de altanería se transformaban en ira, era un regalo. Sin embargo, cuando abrió la reja para que pudieran ingresar, Harry pudo detallar que el gesto en la cara de Maia... no era de rabia, sino de miedo.

Draco le provocaba miedo.

La mayoría de los prisioneros Mortífagos solían mostrarse engreídos o enfurecidos cuando eran apresados, cuando eran descubiertos en sus mentiras. También había que admitir que la mayoría que fueron apresados, subestimaban a Draco...

Pero al parecer Maia no, Maia sabía de lo que era capaz. Esta apegó la cabeza a la pared como si eso la fuera a alejar de ellos.

—¿Qué tal estás, Maia?

Draco esbozó una sonrisa, dura y cruel. Harry podía sentir que Maia temía por su vida, y si era honesto, se alegraba. Ojalá llorara e implorara piedad después de todo lo que había hecho.

—Voy a disfrutar esto, ¿lo sabías? —Draco continuó, y Maia bajó la cabeza—. Voy a disfrutarlo. Voy a hacer que ruegues por mi perdón, por lo que me grabaste en la piel. ¿Qué tal te parece esa idea?

Los ojos de Harry se movieron a su torso, comprendiendo a qué se refería, y otra oleada de furia lo atacó. ¿Ella fue la que hizo eso? ¿Ella junto a Voldemort?

Había dañado a las personas que amaba ¿dos veces?

—Está bien. —Draco pasó la lengua por sus dientes delanteros, bañándose del miedo de Maia—. Comencemos.

Harry agitó la mano para deshacer el conjuro de sus labios, y esperó que Maia soltara algún insulto, se puso a un lado de ella para impedirlo con una bofetada. Pero los ojos de Maia estaban fijos en Draco, temerosos. No iba a decir demasiado. No parecía querer decir nada.

—¿Sabes dónde se ha ido tu Señor, Maia? —preguntó Draco sonando aburrido. No habían acordado cómo sería el interrogatorio, pero suponía que Draco estaba acostumbrado a esto, y por esa razón tomaba la palabra.

Su estómago se revolvió ante ese pensamiento.

—¿No es el tuyo también? —replicó Maia con presunta acidez, que habría resultado más convincente si su voz no temblara.

—Responde la pregunta.

—No lo sé.

—¿Cómo? —Draco puso la oreja en su dirección, como si hubiera oído mal.

—No lo sé.

—Oh —murmuró. La sonrisa maliciosa se hizo más grande mientras la apuntaba con la varita—. Qué mal.

Un segundo más tarde, el cuerpo de Maia estaba agitándose entre las cadenas.

El Crucio era visible. Las venas de su frente y de sus brazos se marcaron, y debido a la fricción, la piel de sus muñecas estaba quedando a carne viva. Harry no podía decir que sentía lástima por ella.

—¡No lo sé! —comenzó a gritar Maia—. ¡No lo sé, no lo sé, no lo sé! Hijo de la grandísima pe- ¡Joder!

Draco rio. Harry nunca lo había escuchado reír así. Hizo que los vellos de su nuca se erizaran y que por unos momentos no reconociera que el sonido venía de él. Draco paró la maldición un segundo más tarde, aunque eso no significaba nada, este era el puro comienzo. Se acercó más a Maia cuando esta bajó la cabeza, agachándose para colocarse en su rango de visión.

—Pongámoslo mejor... —Draco dijo, palmeando su cara—. ¿Sabes qué fue a hacer?

Maia no contestó, y Harry la agarró del cabello para que mirara hacia el frente. Ella había hecho lo mismo con Ginny cuando le quitó su ojo, Harry lo recordaba. Lo tenía grabado a fuego en la memoria.

—¿No? —Draco la miró directamente a la cara. Maia soltó un pequeño sollozo—. ¿No se te viene nada a la mente?

Otro Crucio.

Harry dejó caer su cabeza para dejarla agitarse. La escuchó chocar contra la pared, vio la sangre correr por sus muñecas y tobillos, mientras le pedía a Draco que parara.

Eventualmente, Draco cortó la maldición.

—¿No sabes qué es lo que tu Señor está buscando? —volvió a preguntar.

Incluso bajo el miedo, incluso bajo la pérdida de la esperanza, Maia tenía la misma expresión del día que los había traicionado, ocho años atrás. Harry miraba a su cara y sabía que era idéntica, que probablemente en su mente decía: "Bueno, pueden matarme, pero valió la pena. Ginny está muerta, y tú tendrás esas cicatrices de por vida".

De por vida.

Se sintió temblar de la rabia.

—Su ojo —Harry dijo abruptamente, dejando el lado de Maia para ponerse en el de Draco.

—¿Qué?

—Lo último que le hizo a Ginny antes de matarla fue quitarle un ojo —le respondió Harry, cruzándose de brazos—. Seguro no lo extrañará, ¿o sí?

—¿Es eso cierto, Maia?

Si fuera posible, Harry habría jurado que Maia se puso más pálida. Una parte dentro suyo se alegró genuinamente de que así fuera.

—¿Lo hiciste con un hechizo? —Draco continuó hablando, dando un paso más cerca—. No, eso sería demasiado digno, ¿verdad? Lo hiciste a mano.

Maia no respondió, sabía que no le convenía. Sabía que decir cualquier cosa sería peor.

Jodida cobarde.

—Lo hizo con una daga —Harry respondió en su lugar, y la mujer cerró sus ojos.

—¿Con una daga? Bien...

Harry nunca había sido demasiado bueno en las Transformaciones, pero aparentemente Draco sí lo era. Tenía sentido, después de todo, creaba hechizos y maldiciones: debía aprender bien las Transformaciones para que resultaran. Draco atrajo una de las viejas sillas afuera de la celda y apuntó la varita hacia ella, transformándola en un cuchillo.

Harry sintió una punzada en el pecho al pensar que McGonagall habría estado orgullosa.

—¿Qué está haciendo el Señor Tenebroso? —preguntó Draco, llevando la daga hasta el ojo de Maia, lo suficientemente cerca para asustarla pero no para herirla.

—¡El Lord nunca le dice nada a nadie!

—Última oportunidad: ¿qué es lo que sabes acerca de los planes del Señor Tenebroso?

—¡No sé nada!

—Uh. Respuesta incorrecta.

Entonces, y sin un atisbo de piedad, Draco enterró el filo en su ojo.

Incluso Harry saltó cuando la sangre de Maia salpicó la cara de Draco. Le habría gustado avistar en él la misma furia que Harry sentía, o incluso, que fuese notorio su deseo de venganza. Pero no, la expresión de Draco era completamente neutral, como si aquello no fuera nada del otro mundo.

Apenas parpadeaba.

Maia gritó agitándose en las cadenas, mientras Draco enterraba aún más la daga en su ojo. Harry tuvo que apartar la mirada.

Creía que lo disfrutaría más.

Le gustaría que Maia peleara. Sería más fácil.

—¿Qué está haciendo el Lord? —Draco volvió a interrogarla, bajo y resonante, pero oyéndose incluso en medio de los sollozos.

—¡No lo sé!

—El problema es, Maia, que no te creo.

Harry miró justo en el momento que Draco daba un paso atrás.

No retiró la daga. La dejó allí, incrustada en el ojo de Maia mientras ella pedía que se la sacaran. Harry casi pudo jurar que las comisuras de Draco se elevaron ante la escena, pero sólo había sido su imaginación, porque el rostro completo de Draco era un glaciar. No mostraba nada. No parecía tener más sentimientos de los que tendría un arma de metal.

—¿Eso no es suficiente? —Draco preguntó, agitando su varita para que Maia tuviera que mirarlo.

—Basta- no- no sé- no voy a hablar-

—¿Oh?, ¿estás segura?, ¿quieres ver cómo te demuestro lo contrario? —Maia sollozó anticipadamente y Draco enarcó una ceja—. Veritatis Dolorem.

Maia empezó a llorar.

De verdad empezó a llorar.

Harry se quedó muy quieto, sabiendo que dentro, sus órganos estaban siendo perforados, y que por eso la sangre estaba saliendo de su boca a borbotones. Si eso estaba pasando, era porque  tenía cosas para decir, pero no quería hacerlo. Mentía al decir que no sabía nada.

Sin embargo, en vez de querer que Draco siguiera hasta que ella confesara, Harry deseó que se detuviera.

Quería verla sufrir, sí, pero ver ese sufrimiento ser causado por la mano de Draco era más difícil de lo que había creído.

—¿Aún no vas a hablar? —se burló Draco mientras Maia gritaba y sollozaba—. ¿Esto no es suficiente para ti?

Draco mantuvo la maldición. Maia gritaba que no sabía nada. Harry se dedicó a observarlo a él. Su cabello estaba perfectamente peinado. sus ojos parecían vacíos. Había sangre salpicando su rostro y lucía más alto de lo que en realidad era, enfundado en esa túnica negra hasta el cuello. Harry vio su broche del Nobilium brillar. Draco parecía estar haciendo algo tan cotidiano como comer, lavarse los dientes o dormir.

Draco no sentía nada frente a esta tortura. Harry dudaba que incluso sintiera rabia.

Simplemente, ese sufrimiento... le daba igual.

Casi un año atrás, cuando lo vio abrir una ejecución, tenía esa misma mirada. Harry recordaba haber pensado que Draco era inhumano, que aunque no hubiera matado a nadie, era un asesino. Con el paso del tiempo aquella imagen se había distorsionado hasta el punto en que olvidó que Draco podía verse así. Que Draco inspiraba terror en la gente. El mismo Harry estaba reprimiendo un escalofrío.

—¿No?, ¿todavía nada? —Draco dejó salir un suspiro al ver que la maldición no funcionaba, y se giró a él—. Harry, suéltala.

Harry parpadeó varias veces volviendo al presente. Había estado tan enfrascado en observar a Draco, que olvidó que el punto de todo eso era obtener información. ¿Lo que Draco planeaba hacer a continuación era para vengarse, o para hacerla hablar?

—¿Estás seguro? —preguntó con un pequeño malestar. Draco parecía otra persona.

—No hay forma de que escape.

No era eso a lo que Harry se refería, pero obedeció de todas formas.

Cerró la puerta de la celda, aún sabiendo que era improbable que Maia huyera gracias a lo débil que se encontraba. Con otro movimiento de mano, las cadenas dejaron de afirmarla y ella cayó al suelo con un ruido sordo. Harry no sentía pena, era la situación lo que lo tenía... no sabía- pero no estaba cómodo.

—¿Quieres hablar ya? —Draco preguntó, arrodillándose frente a ella. Harry era incapaz de apartar la mirada.

—Jó... dete...

Por un breve instante se preguntó si una de las razones de Maia para no hablar era por Harry, porque él había matado a Selwyn todos esos años atrás, quien era la razón principal por la que Maia los traicionó. Sin embargo, lo descartó. Los Mortífagos no se amaban más que a sí mismos, simplemente estaba siendo leal a su Señor.

—Tomaré eso como un no. —Draco apuntó la varita a ella. Harry sabía que existían un montón de maldiciones para torturar, así que no se esperó que lo próximo que saliera de sus labios fuera un—: Imperius.

El mundo pareció quedarse bastante quieto después de eso. Maia cayó ante la maldición fácilmente y se quedó inmóvil. Su respiración pesada se calmó, sus gritos cesaron y su llanto se detuvo. Maia simplemente se quedó tendida allí, quizás luchando por liberarse dentro de su cabeza.

Harry se preguntó cómo Draco podía efectuar un Imperius sin que le temblara la voz, sabiendo que su padre perdió la cabeza por uno.

—¿Estás seguro de que no se va a librar? —Harry preguntó, rodeando la celda para poder verlos a ambos. Draco no lo miró mientras respondía.

—No es tan buena bruja como parece, y está demasiado débil para liberarse.

Maia se levantó y retrocedió un paso, seguramente obedeciendo un comando no verbal. Su cara estaba hinchada, amoratada, y la sangre todavía escurría de la daga. Pero al menos, había silencio.

—Dime la verdad sobre tu Amo.

El rostro sereno de Maia se curvó, denotando que estaba luchando contra la maldición. Apretaba los dientes. Harry vio su pecho subir y bajar mientras emitía un chillido, como si le doliera contener la verdad. Draco parecía estar esperando esta reacción.

—Valía la pena intentarlo —dijo, encogiéndose de hombros. Movió la varita—. Toma los grilletes, Maia.

Maia obedeció, tomando las pesadas cadenas reforzadas con magia donde antes había estado apresada. Su mano se envolvió en el inicio, donde iban las muñecas. Harry no sabía qué pretendía Draco, y fuera lo que fuera, tampoco sabía qué pensar.

—Golpéate con eso en la cara. Fuerte.

Y Maia obedeció.

Tomó todo de Harry para no encogerse ante el sonido del fierro chocando contra su nariz, rompiéndola. Detalló la sangre brotar de los orificios, y la herida que apareció en su puente por haber fracturado el hueso. Todavía escurría líquido rojo de la boca, y ahora aún más.

—Dime adónde fue el Señor Tenebroso, Maia.

Ella apretó los labios, luchando. Draco resopló.

Maia volvió a golpearse.

Esta vez, un diente voló lejos de su boca. Harry tuvo que cerrar los ojos.

—Dime qué está buscando el Lord.

Más resistencia de parte de Maia.

Otro golpe.

—Dime qué es lo que tú sabes.

Nada.

Y otro golpe.

La cara de Maia estaba hinchándose. Casi cada porción de esta se encontraba malherida y llena de sangre. Harry trataba de pensar en Ginny, en el orfanato, en las heridas de Draco, pero mientras más miraba a Maia más... humana se le hacía. Menos caricaturesca.

Estaba actuando como un ser humano. Estaba sufriendo y sangrando como un ser humano.

Draco volvió a golpearla.

Bueno, él no, técnicamente. Maia tomó el grillete de hierro y se dio a sí misma. Harry observó con horror cómo ese golpe le destrozó la nariz, al punto de que no era nada más que un trozo de carne aplastado contra la piel.

Lo peor de todo, era que Draco no había parpadeado una sola vez.

—¿Aún no piensas hablar?

Maia no respondió.

Y volvió a estampar la cadena de fierro.

Un pedazo de carne se enganchó a esta como si se tratara de un hilo.

Y luego se dio otro golpe.

Y otro.

Y otro.

Harry apenas reconocía su cara.

—Por- fa- por- —dijo ella casi agonizante. Draco ni se inmutó.

Responde.

Maia estaba temblando. Lo único que la prevenía de gritar era el Imperius puesto en ella. Harry apostaba que apenas podía ver, que apenas podía respirar o pensar algo más allá del dolor.

Draco movió la varita y Maia levantó el grillete

—Draco —Harry le puso la mano encima del brazo. Draco no le prestó atención, dirigiéndose a Maia.

—¿Qué está buscando?

—Bas... ta... —Maia imploró. Su labio inferior temblaba; tenía miedo de dejar caer el fierro.

—¿Estás pidiendo piedad? —Draco rio. A Harry le habría gustado que se riera de verdad, que aquello le estuviera causando gracia o algo en absoluto. Pero el sonido salió tan seco como el resto de sus palabras—. Responde.

Maia no lo hizo.

Draco la obligó a propinarse otro golpe.

Harry tenía el estómago revuelto. El dolor de Maia había roto el Imperius para salir, haciéndola gritar hasta dañar su garganta. Su ojo también se estaba deformando, se estaba destruyendo. Harry dudaba que volviera a ver después de esto.

Maia escupió otro diente.

Responde.

Golpe.

—¿Quieres que te mate?

Golpe.

—¿Quieres morirte, hija de puta?

Golpe.

—Draco. —Harry apretó la mano encima de su brazo. Maia estaba al borde de fallecer.

—¿Qué es lo que sabes? —Draco lo ignoró.

—Van a... van a... per- perd- per-

Golpe.

La cara de Maia ni siquiera parecía humana.

—¡Draco! —Harry se puso frente a él a la desesperada. Para ese punto no sólo tenía que ver con lo que estaba provocando en Harry verlo así, sino que Maia no podría darles información si quedaba inconsciente. Si moría.

Draco trató de esquivarlo para así poder enfocarse en ella. Maia se había quedado muy tranquila, emitiendo un sonido sibilante.

El sonido era ella intentando respirar.

—¡Detente! —Harry gritó—. ¡Esto no es quien eres!

—Esto es exactamente quien soy.

Su voz había sonado apenas más fuerte que un susurro, peligrosa.

Harry retrocedió un paso.

Ambos iban a cumplir veintisiete ese año. Lo conocía hacía casi dos décadas. Harry lo vio en sus mejores y en sus peores momentos. Harry lo reencontró y le llamó la atención su cambio; quiso saber por qué la gente lo respetaba y cómo había sucedido después de lo patético que fue durante la adolescencia. Y Harry lo había entendido; entendió qué veían las personas cuando miraban a Draco. Lo respetaba.

Pero nunca antes había sentido miedo al mirarlo.

Harry no era alguien que sintiera miedo. Pocas veces lo sentía, en realidad. No a personas. Nunca le había tenido miedo a personas. En ese instante no le preocupaba que Draco pudiera hacerle algo a él, Harry sabía que no lo haría, y si lo intentaba, podía detenerlo.

Lo que le dio miedo, era que no sabía hasta dónde era capaz de llegar.

A Harry le dio miedo pensar que quizás la oscuridad dentro suyo era más grande de lo que había pensado.

Siempre se había dicho a sí mismo que salvaría a Draco de lo que fuera, de absolutamente todo.

¿Pero qué pasaba, cuando la persona de quien tenía que salvarlo era él mismo?

Se miraron el uno al otro por una infinidad. Harry podría haber apostado que un universo explotó en otra parte de la galaxia mientras Draco y él se observaban. Harry buscó con la mirada algún rastro del hombre que había llorado entre sus brazos, o el que lo había besado cuando llegó... pero en ese momento no estaba.

—Después —le espetó secamente a Draco, dándole la espalda.

Maia estaba en el suelo, y Harry supuso que la Imperius había sido cortada. No se molestó en volver a aprisionarla, estaba demasiado débil. Lo que necesitaba era terminar con eso rápido para que los medimagos la salvaran, porque de verdad parecía a punto de morir, y si eso pasaba, sin importar qué dijera Draco, sabía que nunca se perdonaría a sí mismo.

Harry se arrodilló, decidiendo hacerse cargo él de la interrogación. Quizás eso tuvo que haber hecho desde el principio.

—Podría matarte, ¿sabes? —murmuró lentamente, ignorando la presencia de Draco a sus espaldas—. Tenemos un Nobilium. Tú eres sólo una Electis y sin importar lo grande que te creas, todo lo que él te haya confiado a ti, ya se lo confió a alguien más importante que tú.

Maia no contestó; su rostro daba al suelo. Harry no podía mantener la mirada en su cara hecha añicos sin que quisiera vomitar.

—Así que podría matarte, Maia —continuó—. No lo haría rápido, lo sabes. Haría que cada momento valiera la pena. Que el sufrimiento valiera la pena, por lo que has hecho. Está en tus manos decir lo que sabes, pero te aseguro que él no va a venir a rescatarte.

Draco hacía un buen trabajo, eso Harry lo sabía.

Draco quebraba las mentes de las personas como él pocas veces había visto que alguien pudiera hacer. Se inmiscuía en sus vidas y en sus pensamientos y asesinaba sus esperanzas. Harry recordó haber pensado acerca de él como un asesino de almas. Era una descripción acertada.

Porque Maia, quien Harry creía que no tenía corazón, parecía totalmente destrozada en ese instante.

Suponía que el dolor era demasiado, que todo era demasiado. Lo que fuera, había servido para que traicionara a su Señor.

—La... Mansión... La Mansión Potter... —comenzó a decir casi inteligiblemente. Su voz estaba acompañada de un silbido.

Harry soltó un montón de aire que no sabía que había estado sosteniendo, porque- ¿qué hubiera hecho si Maia se negaba?

¿Qué hubiera hecho Draco?

—El Lord- un objeto- un objeto... de la casa Black-

Maia empezó a hablar tonterías, y Harry supo que era mala señal.

Prácticamente corrió hasta los pisos superiores para buscar un sanador y así salvarla de la muerte.

No era ningún secreto que esta y Harry tenían un acuerdo.

•••

—¿Por qué me estás mirando así?

—Sabes por qué.

Draco estaba apoyado en la pared de las mazmorras cuando Harry volvió de dejar a Maia con los medimagos. Sus brazos estaban cruzados encima del pecho, el cabello peinado hacia atrás, y tenía una expresión cerrada. Dura. A Harry le costaba trabajo acoplar esa imagen de Draco, el cual tenía salpicaduras de sangre en el cuello, con el hombre que susurraba palabras de consuelo contra su oído.

—Casi la mataste —dijo Harry cautelosamente. Draco rodó los ojos.

—Y lo disfruté.

Harry recordó cómo se había visto las dos veces que Draco colapsó entre sus brazos, cuando el peso de lo que había hecho le carcomía la conciencia. Recordó las palabras de Voldemort en el pensadero, y cómo Harry pudo detallar la forma en la que su cara, incluso sin recuerdos, se tornaba nauseabunda ante la idea de parecerse algo a él.

Y ahora estaba allí, diciendo que disfrutaba haber deformado a alguien.

—¿Olvidaste cómo me veo, cuando torturo a las personas? —Draco espetó, haciendo una mueca desagradable—. ¿Cuando dices que las cosas que hago te dan igual, se te olvida que es esto a lo que te refieres?

Harry frunció el ceño. No es que le molestara que hubiera sido Maia, a Harry le daba completamente igual. Lo que le preocupaba era que por un segundo, había temido por Draco. O le había temido a él. Lo que le pasaba, era que lucía demasiado distinto a cómo Harry se había acostumbrado a verlo.

Pero tenía razón.

Esto era lo que Draco hacía cuando estaba lejos de él, y no estuvo completamente consciente de ello antes.

—Me gustó escucharla gritar. Me gustó escucharla llorar y me gustó verla sufrir. Y no me arrepiento, así como no me arrepiento del resto-

Harry negó con brusquedad.

—¿Podrías no...?

—¿No qué?

—¿No fingir conmigo? —Draco se giró a verle. Harry aún no podía dilucidar bien su expresión—. ¿Podrías no pretender que te da igual la gente que has herido?, ¿los inocentes? Porque ambos sabemos que eso no es verdad.

Se observaron unos minutos. Las líneas duras en el rostro de Draco se tensaron y su barbilla se alzó, como si lo que estaba diciendo fuera una tontería.

—¿Qué esperas que diga, Potter? —Harry apretó las manos en los costados ante el apellido—. ¿Quieres que pida disculpas cuando ambos sabemos muy bien que se merece cosas peores? ¿Qué esperas?

La respuesta era simple.

Que las cosas sean más fáciles.

Harry no le dijo eso, desde luego. Draco lo tomaría de mala forma y ya estaba lo suficientemente lejos de él para alejarlo aún más. Una parte de sí pensaba que quizás esa era la idea, eso era lo que Draco quería.

Y tal vez tenía razón.

—¿Quieres que cambie? —continuó este, con su voz rozando en lo cruel—. ¿Quieres que sea mejor persona?

Harry apretó los puños más fuerte, porque, ¿cuándo carajos él le había insinuado algo parecido? Simplemente- simplemente le había sorprendido lo que sucedió, eso era todo. Le molestaba más la actitud que Draco estaba teniendo en ese instante que la que había mostrado allá adentro, la verdad.

—¿De pronto te diste cuenta de que no sabías qué acarreaba decir que te daba igual lo que soy?, ¿lo que he hecho?

Draco se fijó en cómo Harry apretaba las manos, y su magia tuvo que haberse hecho algo más intensa, porque su cara cambió. Harry trató de calmarse, verdaderamente intentó. Su tono indiferente le estaba jodiendo; era como si Draco se estuviera dirigiendo a un compañero en vez de- lo que sea que ellos fueran.

—¿Quieres acabar esto? —preguntó él entonces, con voz distante.

Harry sintió algo frío instalarse debajo de su piel.

—No.

La respuesta fue automática.

No.

Te quiero aquí, conmigo.

Siempre.

Sólo me gustaría que fuera más fácil.

Me gustaría que todo lo que hago no se sienta como una pelea más.

Draco asintió ante su respuesta, aunque su expresión helada no se desvaneció. Harry no sabía qué hacer, no sabía qué pensar de lo que acababa de decir o cómo olvidar su expresión cuando vio que el cráneo de Maia estaba casi perforandose.

—Sólo- necesito... joder. —Harry pasó una mano por su cabello—. Necesito un poco de tiempo.

Supo que había dicho lo incorrecto, cuando el poco avance que logró entre Draco y él se esfumó de golpe. Harry no se refería a que necesitaba tiempo de ellos dos y de lo que tenían, sino en ese instante, en ese momento necesitaba tiempo.

Draco lo malinterpretó.

—Me voy en un rato, y pasarán semanas antes de volver a vernos —dijo con desagrado, como si se estuviera dirigiendo a un desconocido—. No te preocupes, tendrás tiempo de sobra.

—Draco...

—Tal vez lo mejor es terminar las cosas —continuó él, y Harry sintió ese frío de nuevo—. Ambos sabíamos que esto no iba a durar. Lo mejor es acabar con nuestra miseria antes de-

—¿Miseria? —Harry lo interrumpió. Su corazón se hizo pequeño—. ¿Te hago sentir miserable?

Si era así, entonces no servía de nada seguir juntos. La guerra, el derramamiento de sangre... ya era lo suficientemente miserable. Había pensado que durarían hasta la última batalla, pero estaba claro que Draco nunca creyó en ellos, nunca pensó que perdurarían en el tiempo.

Harry lo amaba, no podía ser más claro.

Siempre jodía no ser amado de vuelta.

Draco detuvo lo que sea que iba a decir al ver su expresión, pero sólo para suspirar bruscamente. No quedaba un rastro de piedad en ese gesto mezquino.

—No.

Harry lo miró de lleno. Los bordes alrededor de los ojos de Draco se habían suavizado, pero lo que acababa de decir aún resonaba en su cabeza. Había sonado como si lo dijera en serio. Harry creía que lo decía en serio.

—¿Quieres terminar las cosas?

Pasó un momento en el que Draco no dijo nada. No fue tan largo, aunque sí lo suficiente para que Harry sintiera que el mundo se le caía encima. Bien. Podía soportar esto, ¿no? Al menos no estaba muerto, al menos no lo había perdido. Harry era capaz de sobrellevar una ruptura. ¿Siquiera era una ruptura...?

Acabó asintiendo; aguantó las ganas de tirar todo abajo luego de darse media vuelta.

—Está bien-

—Mierda, no, espera. —Draco tomó su brazo antes de que Harry pudiera alejarse. Su garganta se sentía apretada—. No quiero. Harry- soy un hijo de puta, lo sé. Lo siento. No quiero. No- no te vayas. Por favor.

Su voz rozaba la desesperación, rompiendo todo el frío de segundos atrás, por lo que Harry tuvo que obligarse a creerle. Los ojos de Draco se veían suplicantes y el agarre de su brazo era insistente. Su fachada se había desvanecido, dejándolo a carne viva ante su mirada. Quizás esa era la tercera vez en la vida que Harry lo escuchaba decir lo siento.

—No puedo- no puedo hacer esto sin ti —Draco siguió al ver que Harry no se movía—. Eres lo mejor que me ha- yo- joder. Mi vida es tuya, Harry. Yo soy tuyo. No- no- no quiero que te vayas.

Harry dejó salir un suspiro tembloroso, que de alguna forma ayudó a aliviar algo de la tensión que tenía dentro. Se volteó para encarar a Draco, tratando de olvidar y dejar que el alivio lo bañara. Por poco lo había perdido. Todaví estaba molesto, pero-

Mi vida es tuya.

Yo soy tuyo.

—No estaba hablando de darnos un tiempo —Harry dijo, felicitándose a sí mismo porque su voz salió estable—. Estaba hablando de que necesitaba unos minutos ahora mismo, para poder calmarme y pensar.

Fue notable la forma en que los hombros de Draco bajaron y su mandíbula se desencajó.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó él calmadamente—, ¿para que puedas pensar?

Harry lo analizó. El enojo aún bailaba dentro suyo. Su mirada volvía a estar en blanco, aunque sus ojos ya no tenían el borde cruel de minutos atrás. Estaban cerca. Harry podía sentir el olor a menta que expedía, y sus labios abiertos no hacían más que llamarlo.

Joder, es precioso.

Es precioso.

Es mío.

—No —Harry respondió, sabiendo que eso era una batalla perdida contra sí mismo—. Quédate.

Te amo.

Draco pasó saliva, y con cuidado, llevó una mano hasta la mejilla de Harry para así acunar su rostro. Harry se inclinó ante el contacto, cerrando los ojos y esperando lo que quería. Lo que ambos querían.

Segundos después, los labios de Draco estaban sobre los suyos.

Quédate.

Por favor, quédate.

Quiero estar contigo hasta que los mares se sequen y la luna brille más que el sol.

Por favor, Dios- o lo que sea que esté allá arriba- déjame tener esto un minuto más.

Sólo un minuto más.

—Creí que te iba a perder. Dije- dije- —Draco susurró, dejando un beso en medio de cada palabra. Todavía sonaba desesperado, como si se estuviera ahogando en un océano—. Dije: si permito que dé la vuelta, lo voy a perder. No puedo perderte, Harry. Simplemente no puedo.

Harry sintió que su garganta ardía, y no tenía la menor idea de por qué aquellas palabras dolían, pero eso era lo que provocaban en él. Su pecho parecía estallar, como si las emociones fueran tan grandes que era imposible guardarlas dentro.

—Siempre voy a estar aquí —Harry dijo lentamente, y Draco volvió a besarlo—. No me puedes culpar porque por un minuto vi algo que no esperaba ver, pero no trates de pretender que yo no sé lo que has hecho. Te vi con Yaxley, con Rookwood, con Goyle. Vi tus recuerdos con McGonagall, ¿lo olvidas? Así que cállate y no trates de aparentar que esto es más de lo que puedo manejar.

Draco dejó escapar una risa seca antes de besarlo de nuevo.

—Lo siento.

—¿Por qué te estás disculpando?

—Por haberte subestimado.

—Mejor discúlpate por haber actuado como un imbécil.

Draco esbozó una sonrisa. Pequeña, pero presente.

La amaba.

—Lo siento. Lo siento por todo.

Había tantos hechos que cabían en esa simple frase. Draco no se refería sólo a ese instante, y el corazón se le apretó al pensarlo.

—Te extrañé —Harry dijo inconscientemente mientras cerraba sus ojos.

—Creí que iba a perderte.

—No, no lo harás, mi vida es tuya. Cuando aseguro algo no me lo tomo a la ligera; si te digo que mi vida es tuya, lo digo en serio, Draco.

Dejó que las palabras se estrecharan entre ambos.

Sí. Draco había torturado a alguien hasta casi la muerte, y apenas parpadeó. Draco había hecho eso centenares de veces con el transcurso de los años. A inocentes. Por un momento Harry creyó estar viendo a otra persona.

Pero seguía siendo él.

Y Harry no lo amaba a pesar de eso, ya lo había dicho, lo amaba con eso. Increíblemente lo amaba con lo bueno, con lo malo, con todo lo que abarcaba ser Draco Malfoy. Era todo lo que tenía. Harry no sabía cómo había caído tan fuerte por ese hombre, pero lo hizo, y quizás fue un error, aunque jamás podría arrepentirse.

Sin importar el costo.

Sin importar las vidas que tuviera que dar a cambio de no dejarlo ir.

—Ven —Harry dijo al final, dando un paso atrás—, vamos a buscar a Kingsley.

Borró la imagen del rostro desfigurado de Maia de su cabeza y subió los escalones que llevaban al primer piso, recordando lo que esta había confesado al final. Harry recorrió la mansión junto a Draco, quien estaba limpiando los restos de sangre con un hechizo, y salió afuera luego de que le dijeran que Kingsley estaría allí.

Y efectivamente, ahí estaba. Se encontraba a un lado del invernadero, conversando seriamente con Hagrid. Seguro hablaban acerca de Grawp. Hagrid se puso pálido cuando los vio acercarse.

—Maia confesó —soltó Harry cuando estuvo a la distancia suficiente para ser oído. Kingsley levantó las cejas.

—Vaya, eso les tomó un tiempo...

Harry arrugó la frente, sintiendo a Draco posarse a un lado de él.

—¿Qué quieres decir?

—Dolohov y Macnair no resistieron casi nada —Kingsley respondió encogiéndose de hombros—. Veinte minutos y ya estaban confesando lo que sabían.

—¿Qué?

Aquello no le gustaba.

—Sí, pero bueno, tampoco nos dieron demasiado... —Kingsley volvió a encogerse de hombros, como si no fuera gran cosa. Harry entrecerró los ojos, había algo extraño en esto—. ¿Qué se supone que saben ustedes?

—Ella mencionó la Mansión Potter —Draco respondió.

—Al igual que estos dos.

—Y dijo que allí está el objeto que hemos estado buscando. Perteneció a la Casa Black.

Kingsley se demoró unos segundos en entender, pero cuando lo hizo, sus cejas volvieron a levantarse casi exageradamente. Harry asumió que ellos no habían obtenido esa información.

—Oh... Qué bueno, entonces...

Sin embargo, ¿no fue demasiado fácil? No la parte de Maia, sino el resto. Todo había resultado demasiado... ¿perfecto?

¿Veinte minutos?

¿Los otros confesaron después de veinte minutos?

—Tiene sentido, eh.

Harry, quien se había quedado pegado mirando el pasto, levantó la cabeza cuando escuchó a Hagrid.

—¿Qué cosa?

—Que esté en la Mansión Potter.

Harry no comprendía.

—¿Por qué?

—Cuando Dumbledore me envió a las colonias de gigantes, ya saben, diez años atrás, él se dedicó a buscarles regalos. No sé si te había contado, Harry, pero para poder negociar con los gigantes necesitas darles un regalo que- bueno, da igual. —Hagrid agitó la mano, dando a entender que eso no importaba. Harry tenía un recuerdo vago de lo que estaba diciendo—. Él me mencionó que el lugar de donde había salido ese regalo era de la Mansión Potter, pero que le había costado demasiado trabajo hallarlo. Es una fortaleza casi impenetrable y no deja pasar el mal o la magia oscura porque los Potter juraron su lealtad hacia la luz. Supongo que allí hay un montón de cosas que se pueden esconder.

Harry analizó sus palabras. Aún le escocía saber que se estaba enterando de todo eso ahora, después de más de veinte años de edad. Nadie le dijo que tenía un hogar. Nadie le explicó nada de eso, y Dumbledore lo sabía. Nunca le contó que en la casa de su familia había colecciones de objetos importantes. De ser así, quizás la guerra habría tenido un resultado distinto.

—Los Potter y los Black se unieron en un punto —dijo Draco de repente—. Lo recuerdo, generaciones y generaciones atrás. Dorea Black y Charlus Potter.

Harry sacudió la cabeza.

—¿Entonces ustedes creen que...?

—Que el objeto para encontrar a Nagini está ahí, sí —Draco confirmó, y Harry pasó una mano por su cabello.

—Joder.

—Quizás madre lo sabía, pero borró esas memorias —continuó—, y quizás Tom la necesitaba para ocupar el objeto, por eso también la mantenía viva.

—Nosotros tenemos a Andrómeda.

Draco asintió ante sus palabras, y aunque todo calzaba, aún había un sentimiento que no se le iba a Harry del estómago. Todo sonaba demasiado... ¿bueno? No lo sabía.

—Hay que convocar a una reunión, entonces.

—¿Están seguros de esto? —Harry preguntó cuando Kingsley se dio media vuelta.

—¿Qué?

—¿Están seguros de que este verdaderamente es el plan de Tom?

Todo sonaba demasiado fácil.

—¿Se te ocurre otra teoría?

Harry rebuscó en su cabeza, una y otra vez, pero nada se le venía a la mente. Tenía sentido lo que acababan de concluir, pero en vez de hacer sonar las campanitas en su cerebro, sólo activaba sus alarmas.

—No.

Kingsley asintió.

—Iré a programar la reunión, entonces.

Harry miró a Kingsley desaparecer dentro de la mansión, y trató de convencerse a sí mismo de que eran sólo sus ideas. Cuando miró hacia el frente, descubrió que Hagrid estaba haciendo una pequeña reverencia para así dejarlos solos. Se encontraba enfundado en un pijama. La mayoría de la mansión estaba durmiendo, en realidad. Harry también lo miró meterse de nuevo en el invernadero, sintiéndose mal por apenas hablar con él.

Aunque, en ese momento, tenía cosas más importantes en las que pensar.

Siempre las había.

—¿No te parece extraño? —preguntó, dirigiéndose a Draco quien lo veía hipnotizado. Este parpadeó.

—¿Qué cosa?

—¿Todo esto?

Draco ladeó la cabeza, dando un paso cerca de él y agarrando sus caderas.

—¿No crees que lo que te está pasando es que estás tan acostumbrado a que las cosas cuesten, que no puedes comprender cómo todo parece tan fácil ahora? —preguntó con suavidad. Una vez más, parecía otra persona que la que Harry vio allá abajo en las mazmorras—. Bueno, relativamente fácil.

Harry decidió escuchar esa teoría. Draco solía tener razón y podía confiar en su criterio, ¿no? A Draco igual le costaba creer que ciertas cosas eran reales, por lo que si no se le hacía extraña esa situación quería decir que Harry estaba siendo paranoico, ¿verdad?

Suspirando, acortó la distancia entre ambos. Era como entrar en contacto con un imán. El toque de Draco era electrizante. Harry lo adoraba.

Adoraba estar cerca de él. Adoraba tomarlo y besarlo y sentir que le pertenecía. Adoraba que estuvieran bien y tranquilos.

Lo adoraba a él.

—Por favor no te vayas —pidió, cuando ambos se separaron en busca de aire.

—Harry...

—No me refiero a nunca, me refiero a ahora. Por favor, quédate un rato más.

Draco suspiró, como si siempre perdiera las batallas contra él.

—Está bien.

Mientras Harry lo llevaba a la zona común del patio frente al laberinto, sentía que las cosas estaban fuera de lugar. La noche se sentía distinta, el viento pasaba de forma diferente, y la discusión con Draco todavía no lo abandonaba del todo.

El mismo Draco se veía diferente.

Harry se sentó, prefiriendo estar al aire libre que sofocarse dentro de la mansión silenciosa. Los ojos de Draco estaban desenfocados, puestos en el laberinto frente a él. Harry sentía que había algo distinto, algo que no estaba del todo bien, pero no podía adivinar qué. Alzó una mano para así tocar su mandíbula, acunarla. Aquello se sentía real. Draco se acercó a él ante el contacto.

—¿A esta hora salen?

Harry no comprendió de qué estaba hablando, hasta que miró hacia el frente. En los arbustos del laberinto, a unos metros más allá, empezaban a brillar distintas luces. Suspiró, dejando caer la cabeza en el hombro de Draco.

—Había olvidado que esto pasaba...

Con todo lo que había sucedido, la noche del Valle de Godric quedó enterrada en algún lugar de su mente. Harry sabía que fue un punto decisivo entre él y Draco, que allí pudo comprenderlo.

Y ahora estaban ahí, y las cosas eran totalmente distintas.

Draco pasó un brazo por su espalda, dejando un beso en su sien. Harry se sintió relajado ante aquello. Podría haber acabado el mundo, pero Draco estaba allí.

—Creo que ese fue el primer momento en el que me sentí feliz en un largo tiempo —Harry dijo, viendo a las luciérnagas poco a poco dejar sus arbustos.

—¿Qué?

—Esa noche. La noche del Valle de Godric.

Borrachos, y tratando de no pensar, hablaron de estupideces. Draco rio, Harry lo recordaba. Una luciérnaga se había posado en su pelo y Draco rio acostado en el pasto, a unos centímetros de él. Quizás era uno de los momentos más felices que Harry atesoraba de los últimos ocho años.

—Fue la primera vez que te vi reír —explicó, al sentir los ojos de Draco en él—. Y pensé... pensé que quería quedarme a vivir en ese momento para siempre.

—Para siempre es un largo tiempo.

—Un parpadeo, en realidad.

Harry se giró para mirar a Draco. El rubio de su cabello se robaba la luz de las luciérnagas, y su cicatriz era plata contra la piel blanca. Harry levantó los dedos para trazarla, pensando que quería besarla hasta que borrara el rastro de sufrimiento que había en ella. Hasta que Draco olvidara el dolor que le causaron cuando la mirara.

Y entonces-

—Huyamos —le dijo Draco abruptamente, casi sin aliento.

Harry bajó la mano.

—¿Qué?

—Huyamos. Vámonos lejos de aquí, antes de que todo se- antes de que todo se vaya al carajo.

—Draco —Harry lo detuvo, mareado. Su corazón se encogió—. Draco, esto ya va a terminar. No podemos irnos- no puedo abandonar a esta gente ni a los que amo. No puedo irme sin vencer-

—Sé que crees que esto es tu responsabilidad, que tú eres el encargado de derrotarlo, pero- pero vámonos, Harry. Por favor. —Draco tomó las solapas de su chaqueta, juntando sus frentes—. Toma a Hermione y a Ron. Yo a Theo, y Luna. A Astoria. Juntemos a la gente que nos importa y huyamos. Olvidemos toda esta mierda. Otros pueden encargarse, otros pueden llevar a cabo las acciones heroicas. El mundo no depende de ti... tú no pediste esto.

Su pecho se oprimió aún más.

El anhelo lo embargó.

Por unos segundos, Harry se vio a sí mismo en otra parte: en una isla lejos de todos cerca del mar, ignorando que había una guerra gestándose y miles de inocentes muriendo. Los Weasley. Hermione, Ron, Theo, Luna, Astoria... todos viviendo juntos, felices, intactos. Tal como Harry los quería.

Nadie más moriría. Podría protegerlos al fin. Tendrían aquel futuro que tanto estaban persiguiendo, por el que luchaban. Harry casi podía tocarlo con la yema de los dedos, alcanzar esa realidad donde ninguno de ellos sufría de nuevo.

Sonaba ideal.

Sonaba como una vida que Harry no tenía permitida.

El aroma de Draco entraba por sus fosas nasales. Esto sería lo que sentiría cada mañana al despertar, pensó... Pero todavía estaban allí, en el patio de la mansión: todavía estaban en ese mundo.

Y Harry no podía abandonarlo por egoísmo.

—No —respondió, aunque dolía. Draco también pareció herido—. No, lo siento. Pídeme cualquier otra cosa. Pídeme el mundo, pero- pero no esto. No lo haré. Está casi todo resuelto, Draco...

Acababan de averiguar algo importante.

La pieza final.

No podían dejar todo ahora.

—Por mí, entonces —Draco dijo—. Si no lo haces por ellos ni por ti, házlo por mí.

Harry parpadeó varias veces e imploró que el nudo de su garganta aflojara. Era tentador, el escape que siempre había buscado. ¿Cuánto daría por ser dispensable?, ¿cuánto daría por ser un don nadie al que ninguna persona extrañaría si se fuera? Harry entregaría todo por ser ese hombre, ese desconocido que tenía destinada una vida feliz. No quería esta carga. Prefería morir antes de continuar aguantando su peso.

Pero ya estaba acabando. Debía aferrarse a esa idea.

—Pídeme lo que sea, menos esto —Harry respondió, mordiéndose la lengua para no decir lo que verdaderamente quería—. No puedo hacerlo.

Sabía que estaba siendo hipócrita al molestarse con Draco, considerando que él una vez le pidió lo mismo, pero aún así le molestaba. Le dolía que hubiese implantado esa idea dentro suyo, esa fantasía de un universo en el que sí eran completamente felices.

—¿Estás seguro, de que esto es lo que quieres? —preguntó Draco en el rotundo silencio. Sonaba herido.

Las palabras se incrustaron en su piel como cuchillas. Rajaron la carne y se metieron por sus venas. Harry suspiró.

No, no es esto lo que quiero.

Quiero ser feliz. Los quiero lejos del dolor.

—Sí. Esto es más importante que yo.

Draco esperó un segundo antes de separarse. Parecía desolado; Harry suponía que lo estaba. Quizás era peor darse cuenta de que, sin importar sus esperanzas, Draco siempre supo la respuesta a esa pregunta.

Harry nunca hubiese elegido huir.

—Entonces te seguiré —le dijo, para luego depositar un casto beso mientras trataba de pararse, como si le doliera seguir mirándolo.

—¿Por qué te vas? —Harry dijo, tomando su brazo para que dejara de avanzar—. ¿Por qué no te quedas conmigo? Ya todo va a terminar.

Draco suspiró, agarrando la mano de Harry y besando su palma.

—No me voy para siempre. Como has dicho tú mismo, todo estará bien. Te lo prometo.

—No hagas promesas que no cumplirás.

Oh, Harry era un asqueroso hipócrita.

—Harry, estoy aquí. —Las palabras provocaron que algo se moviera dentro suyo—. Y volveré. Sabes que volveré.

—Si te quedaras, me aseguraría de que nada malo te pase.

—No eres omnipotente, y hay cosas que no puedes prever —Draco espetó. Harry sentía que lo estaba castigando por negarse—. Pero pronto saldremos de aquí. Pronto todo acabará.

Harry lo miró.

Y deseó desesperadamente poder creerle.

—Está bien.

¿Lo estaba?

Draco lo besó de nuevo, botándolo al pasto. Harry lo besó de vuelta, enterrando los dedos en su cabello, aprisionando sus caderas con las piernas y pidiendo que de una vez por todas se le cumplieran uno de sus deseos: quedarse a vivir en ese momento para siempre.

¿Pero cuándo Harry obtenía las cosas que quería?

 

Notes:

•••

Hola bebés! Estamos de vuelta. 

Qué opinan de la tortura?? Esta escena fue compleja para mí de escribir, más que nada por el mensaje que quería transmitir con ella. Los leo!

Mención honorable a Draco pidiéndole a Harry que huyan juntos, stoooop. Y Harry poniéndose en plan Aquiles: Lo siento, pero no:P. Perdón por eso, cuando escribí este cap estaba pasando por una semana intensiva de La Iliada en mi carrera, upsi. Culpen a mis profes.

Em fin, espero que este cap les haya gustado!!! Nos leemos pronto.

Chapter 56: Capítulo 49: El inicio del fin

Notes:

Holis. Alguien me hizo notar que una escena de este capítulo es muy similar a una interacción de Choices (que les recomiendo leer por favorr!), así que la borré y la reescribí, por si están releyendo y notan algo diferente! :)

Chapter Text

Cuando Draco volvió a la Mansión Malfoy después de esa noche con Harry, nadie le había borrado sus recuerdos.

Necesitaba investigar entre las cosas de Narcissa, en su biblioteca, –o lo que tuviera a mano– para encontrar alguna pista sobre qué podría haber en la Mansión Potter, el legado que tenía, y cómo podían entrar a ella. Draco se pasó día enteros buscando información, sólo para concluir que los Potter guardaron ciertas reliquias de las familias antiguas en algún punto de su linaje, y que la casa estaba cubierta de hechizos para evitar que cualquiera muy afianzado a la magia oscura pudiera penetrarla. O eso se decía. Harry probablemente podría atravesar las barreras sin problema, ¿pero el resto?

Todos debían apestar a magia negra.

Al finalizar su investigación después de tres noches en vela, Draco envió los resultados a Theo para que él los mandara a la Orden. Ahora, al menos, estaba todo relativamente calmado, pero eso no quería decir que había sido así desde un inicio.

Luego del desastre del orfanato, cuando los Mortífagos llegaron a su casa informando lo que había sucedido, Draco se vio obligado a llamar al Señor Tenebroso a través de la Marca. Se trataba de un suceso grave, acababan de caer tres de los exponentes más grandes de su gobierno y necesitaban que su líder les dijera qué hacer. Sin embargo, Voldemort no respondió a sus llamados, no regresó a la mansión enfurecido.

Voldemort no hizo nada.

Después de intentar comunicarse con él repetidas veces, y fallar, Draco decidió tomar el asunto en sus manos porque era el segundo Mortífago con más poder, considerando que Rodolphus tampoco estaba. Emitió un comunicado que se reprodujo en la boca de los Purificadores y los Mortífagos, y el cual todos acabaron acatando: el único horario aceptable para salir de casa era entre las doce y las cuatro de la tarde, así se evitaban las confrontaciones innecesarias. Además, todo aquel que estuviera en la calle antes o después de esas horas, sería catalogado inmediatamente como sospechoso de los secuestros de Macnair, Dolohov y Maia.

Draco todavía se agitaba ante la mención de ese último nombre.

El día que la torturó estaba algo borroso en su memoria. Draco se sintió tan extraño mientras lo hacía, como si fuera una parte distinta de sí mismo que veía sus acciones en tercera persona. Apenas reaccionó, y sólo se hizo consciente de lo que sucedió cuando Harry estuvo a punto de alejarse de él de una vez por todas. Es como si Draco se hubiese... fragmentado. Uno de sus fragmentos se había salido de control.

Los días en la mansión le ayudaban a evitar pensar en eso. Se distraía con los Mortífagos conocidos y desconocidos que entraban a su casa, y, además, Draco tampoco había parado de investigar en caso de encontrar más información que dar a la Orden. Repasó de arriba a abajo cada papel que encontraba. Halló fotos de su madre que la hacían extrañarla, y que a su vez le hacían extrañar a Harry. Revolvió cada cajón y esquina que esa mansión tenía.

Y... nada.

En esos tiempos abundaba la nada.

Mayo arribó pocos días después del secuestro de los Mortífagos, y aunque intentaron contactar una vez más a Voldemort, este no contestó. Umbridge le envió una nota la cual decía que, para el Día de la Victoria, se haría una ceremonia en el comedor restaurado del colegio a pesar de la ausencia del Lord. Draco inventó una excusa para no asistir, aunque la mayoría de Mortífagos sí lo hizo. Tal vez debió ser más precavido, pero si Voldemort no estaba allí, no valía la pena. Había cosas más importantes que celebrar una ceremonia falsa de una victoria que nunca sucedió.

No valía la pena ver a esos niños transformados en soldados.

Sufrir por ellos.

Pensar que las cosas podrían ser diferentes.

Draco aprovechó ese día para interrogar a la familia de Astoria. Fue informado casi al instante de su traición, y cuando Draco dijo que él se haría cargo, nadie lo cuestionó. Esperó cierto tiempo para que los ojos ajenos dejaran de estar encima suyo, (sobre todo los de Greyback), y cuando se encontró más relajado, se Apareció en las afueras de la Mansión Greengrass.

Nunca antes había agradecido tanto tener todos sus recuerdos.

Los Greengrass lo recibieron, amables pero nerviosos, y aunque Draco se compadecía de ellos, no podía evitar sentir una pizca de irritación ante su comportamiento tan obvio.

—Astoria ha sido descubierta como espía de la Orden del Fénix —anunció cuando lo llevaron a la sala de entrada, quedándose de pie. Pudo ver el momento exacto en el que cada uno de los Greengrass se ponía blanco.

Debían entender qué estaba haciendo Draco allí.

—No, no, imposible —comenzó a decir el padre enfundado en la túnica roja de Purificador. Probablemente la tenía puesta para darle una buena impresión—. Tiene que ser un error-

—Astoria no es así —Daphne intervino desesperada—. Draco, tú la conoces-

Draco levantó la mano, provocando que la respiración agitada y el parloteo incesante de los Greengrass mermara.

—Se supone que estoy aquí para interrogarlos —dijo él lentamente—, pero por esta vez lo dejaré pasar.

La estupefacción era clara.

Draco no dejaba pasar ninguna tortura..

Sus ojos volaron a Daphne cuando acabó de hablar, y mientras se miraban, Draco intentó transmitirle lo que realmente querían decirle:

Lo sé.

Yo también soy parte de esto.

No les haré daño.

Respetaba a Daphne desde que eran niños. Solía pensar que llegaría a ser una buena esposa, y esperó muchas veces que sus padres los comprometieran porque sabía que se trataría de un matrimonio pacífico. Daphne era tranquila y reflexiva, pero por sobre todas las cosas, inteligente.

Por eso es que logró entender lo que Draco intentaba comunicar.

—¿Estará bien? —preguntó bajito luego de unos segundos, como si temiera hablar. Draco suponía que sí temía.

—Sí —Draco respondió en el mismo tono—. Está preocupada por ustedes.

Los padres parecieron entender también. La mujer se tiró a los brazos del padre llorando.

—Mi niña... Astoria...

—Protégela —Daphne ordenó con determinación, ignorando la tristeza que embargaba a los otros miembros de su familia.

—Lo haré.

—Por favor- no- no permitas que nada le pase... —insistió Daphne, cerrando los ojos mientras respiraba profundamente—. Y dile que la amo. Sin importar qué.

Draco asintió porque no había más que pudiera hacer. Protegería a Astoria mientras estuviera en sus manos. Ella entraba en ese limitado círculo de personas que jamás deseaba ver heridas.

Ninguno de los Greengrass lo miró cuando se marchó, demasiado sumergidos en su pena. Y un día después de la celebración del Día de la Victoria, fue llamado a la base.

Había estado tranquilo, a pesar de que casi todos sus pensamientos giraban en torno a adivinar si es que el Señor Tenebroso pudo entrar a la Mansión Potter o no. En eso se basaba su vida últimamente. La moneda que siempre traía en su túnica comenzó a quemar mientras meditaba, y Draco se levantó al instante que la sintió.

Harry nunca lo llamaba.

Mentiría si dijera que no levantó las barreras Anti Aparición de su casa y se materializó afuera de la base en menos de cinco minutos sin contemplar otros riesgos. Las puertas se abrieron cuando Draco escribió en la moneda de vuelta, y su corazón estaba latiendo con fuerza en su pecho cuando ingresó- con demasiada fuerza.

Mientras caminaba por el laberinto solo podía pensar que necesitaba que aquello no significara nada malo.

Que esté bien.

Que esté vivo.

Que esté ahí cuando cruce este laberinto, por favor.

Afortunadamente, al llegar a la zona común del patio, supo que no había nada por lo que preocuparse.

Cuando Draco lo vio, todo lo que lo había extrañado llegó a golpearlo, haciéndolo dar un paso atrás. Porque Harry estaba allí, y lucía igual de perfecto que siempre, con su cabello revuelto, sus gafas medio torcidas y su mirada cansada; Draco sintió que apenas podía respirar de lo mucho que le hacía falta. Le asustaba un poco.

Te extrañé. Extrañé hablar contigo, verte y sentir tu magia. Extrañé escuchar tu voz, la forma en la que sonríes o en la que ríes. Extrañé tu desastroso cabello.

Te extrañé. Te extrañé. Te extrañé.

Los ojos de Harry lo recibieron, y Draco pudo sentir que se iluminaron. Se sentía a salvo.

Como llegar a casa.

—Harry, ¿qué pasó, está todo bien? —preguntó cuando lo tuvo cerca—. ¿Alguien te hizo daño? ¿Tú estás bien? ¿Qué-?

—Hemos encontrado la forma de entrar.

Draco cerró su boca de golpe. El entendimiento fue instantáneo.

Habían encontrado una forma de entrar a la Mansión Potter.

—¿Y...? —preguntó Draco con cautela. Harry no lucía feliz ni aliviado, había algo en su palidez que denotaba malas noticias.

—Lo haremos mañana.

Oh.

Draco dejó caer los hombros y se pasó una mano por la cara, nuevamente sintiendo el miedo arrollarlo.

—Joder.

Si Harry lo llamó en vez de simplemente escribirle o mandarle información con Theo, significaba que esto- esto era lo último que les quedaba. Estas horas. Mañana entrarían y- y se trataba de un momento decisivo para el mundo mágico. Nadie sabía qué podría pasar.

—Creí que estarías feliz —dijo Harry estudiándolo.

—No lo estoy.

—¿Por qué?

—Da igual.

—Draco...

Pero, ¿qué podría decirle...? ¿"Tengo miedo"?, ¿siento ese mismo miedo que me arrolla cada vez que me separo de ti?, ¿tengo miedo de que la misión de mañana sea más grande de la que creíamos, y que tengas que enfrentarte a un peligro que no contemplaste?

¿Qué se supone que debía decir?

—La verdad —Harry respondió a sus preguntas sin darse cuenta—. Dime la verdad, por favor. ¿Por qué no estás feliz?

Podría mentir, no quería preocuparlo, pero Harry odiaba los engaños y las mentiras.

—Yo- sólo-

Harry avanzó hasta quedar casi pegado a él, a centímetros de su rostro. Draco intentó alejarse, pero aunque lo hiciera no haría diferencia. Harry tenía esa mirada insistente en la cara, esa que le decía que obtendría la respuesta a sus preguntas a como diera lugar.

Tomó la cara de Draco entre su dedo pulgar e índice para que así no pudiera evitar mirarlo, y esperó. Draco tragó en seco, sintiéndose más y más enjaulado con el paso de los segundos.

—Me asusta —confesó al final, con voz débil. Odiaba esto. Lo odiaba con cada rincón de su persona. No le gustaba sentirse débil y expuesto.

Se repitió a sí mismo una y otra vez que estaba siendo sincero con Harry porque lo merecía. Draco no era una persona que confesaba ese tipo de cosas a las personas. Era una debilidad, y era indigno, sobre todo después de que rechazara su propuesta de huir. Pero Harry era... Harry.

Se merecía ese arrebato de honestidad.

Merecía que abriera su pecho y le entregara su corazón.

Después de todo, él le había ayudado a descubrir que tenía uno.

—Me aterroriza esto, Potter —continuó Draco, exhalando temblorosamente. No quería mantenerle la mirada mientras hablaba, parecía demasiado... personal, pero Harry no lo soltaba y Draco se sentía incapaz de cerrar sus ojos—. Eres como... como una ¿luz? Como el último jodido rayo de sol que queda. Estoy consciente de lo asquerosamente cursi que sueno, pero es la verdad. Eres el último rayo de sol, y no... no puedo-

Draco se interrumpió a sí mismo para así no ponerse a hablar incoherencias. Subió la mano hasta tomar la muñeca de Harry sintiendo allí su descontrolado pulso. Este no hablaba.

—No puedo permitirme perderte.

Draco finalizó dejando caer parte de su compostura; la oración tembló un poco. Miró los pozos esmeraldas de Harry. Era lo único que le traía esperanza. Lo único que le decía que no todo podía ser malo. No mientras estuviera allí.

Harry aumentó la intensidad de su agarre, y murmuró con vehemencia:

—No me vas a perder.

Sonaba tan seguro. Tan determinado.

Le rompió el corazón.

Draco rio un poco, aunque era una risa sin humor. Intentó deshacerse del contacto que Harry mantenía, pero los dedos estaban firmes en su lugar y casi podía sentir el aliento chocar contra su boca.

—No estás en el lugar de decir eso —dijo Draco con el miedo colándose en su voz—. Siempre aseguraste que no pensabas sobrevivir a esta guerra, admítelo de una vez.

Harry tomó un hondo respiro mientras acortaba la distancia y apoyaba su frente en la de él. Cerró los ojos, como si lo que estaba a punto de decir requiriera todas sus fuerzas.

Draco esperó.

—Mi vida ya no me pertenece —dijo—. Es tuya. Todo lo que soy es tuyo. Todo, Draco.

—No te creo.

—Te juro por Merlín que lucharé, que arrasarré con el mundo hasta sus cimientos para estar a tu lado —murmuró Harry, hablando encima de sus labios—. Siempre lucharé, ¿me entiendes?

Draco se sentía incapaz de asentir. Su boca estaba seca y en su interior había un tumulto de emociones contradictorias que ni él mismo entendía. Harry no negó su afirmación, todavía pensaba que sus probabilidades de supervivencia eran bajas, pero al menos le estaba prometiendo algo: le estaba prometiendo que lucharía hasta que ya no pudiera dar más.

Y si Harry decía que intentaría vivir por él, Draco no tenía más opción que creerle.

—Draco.

Harry soltó su barbilla al fin, sólo para tomarlo de los costados de la cara. Draco no sabía qué hacer o decir. No podía, no debía ser tan iluso para pensar que en medio de una guerra ellos podían tener esto. Se sentía como una farsa-

Harry apretó su piel, recordándole que aquello era real.

Que Harry Potter era real.

—Harry.

Fue lo único que pudo decir, antes de inclinarse y comenzar a besarlo.

Fue diferente a los demás besos llenos de desesperación, y necesidad, y control. Draco lo besó como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Trató de plasmar en cada movimiento, cada roce y caricia- todo lo que era incapaz de decir en palabras.

—Harry... —susurró Draco contra su mejilla después de separarse—. Iré a la misión; lo sabes, ¿no? No dejaré que vayas solo. Iré a la Mansión Potter y pelearé a tu lado.

—Está bien.

Draco suspiró.

—No suenes así.

—¿Así cómo?

—Como si no me creyeras. Como si harás algo para evitar que esté a tu lado mañana.

Harry no respondió, sólo dio un paso atrás y tomó su mano, comenzando a caminar en dirección a la mansión. Draco sabía que Harry no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.

—Por mientras esperemos pasar la noche —dijo él.

Harry guió a Draco hasta su habitación. El ambiente de la base era... casi melancólico. Se sentía como si el ocaso hubiera caído sobre las cabezas de las personas, y todos supieran que el fin se avecinaba. Ni siquiera parecía el fin de la guerra, sino el fin del mundo.

Doblaron por el pasillo del tercer piso, y Draco vio a Theo parado en una de las puertas. Tenía puesta la máscara, pero sólo durante un segundo. Unas manos que venían de dentro del cuarto se la quitaron con brusquedad, y Theo, momentáneamente paralizado por esto, apenas reaccionó cuando Luna cerró el espacio entre ellos y juntó sus labios.

Draco podía apostar que acababa de presenciar su primer beso.

Ella lo hizo entrar a la habitación con lentitud, y aunque no hablaban, la manera en la que se movía expresaba claramente lo que Lovegood no podía decir.

Déjame tener esto una vez.

Déjame tenerlo por una noche.

Déjame tenerte a ti.

Theo no hizo demasiado. Él mismo le había contado a Draco que se alejaba de cada intento de acercamiento de Luna, pero ese beso... parecía que ese beso hizo que todas sus paredes y guardias se rompieran. Luna lo había besado. Draco dudaba que Theo pudiera pensar en algo más en ese instante.

Harry no comentó nada respecto a esto y tampoco lo hizo Draco, aunque se sentía feliz por él. Tal vez sería la única vez. La última. O tal vez no. Quizás Luna podría convencerlo de quedarse con ella después de la guerra, y que dejara de intentar protegerla.

A Draco le sabía más a despedida que a otra cosa.

Dentro del cuarto, Harry no dudó en empujarlo suavemente contra la puerta y enterrar la cara en su cuello, abrazándolo. Draco no podía quejarse. Todo se sentía más melancólico. Cada gesto y acción era más lenta y delicada, como si al actuar demasiado bruscos, la burbuja se reventaría. Harry sacó la varita de su túnica y la apuntó al cerrojo para así sellarlo.

—¿Todavía haces magia con una varita que no te pertenece? Ya veo... —Draco bromeó, haciendo a Harry bufar.

—Ya te lo dije una vez, no es tuya.

—¿Oh?, ¿y cómo funciona eso? Nunca me desarmaste, lo recordaría. Simplemente me la quitaste y me dejaste sin protección durante semanas en una casa llena de Mortífagos. Gracias, a todo esto.

Harry dejó un pequeño beso en su cuello, justo encima de un lunar.

—Lo siento.

Draco se deshizo gracias a ese gesto. Estúpido Potter.

—¿Entonces? —insistió, aclarándose la garganta—. ¿Cómo es que te responde? ¿Cómo es que dices que ya no es mía?

Harry se separó, pero sólo un poco, extendiendo la mano para así entregarle la varita.

—Tómala.

Draco frunció el ceño, aunque obedeció. Ya la había tomado una vez mucho tiempo atrás, y sintió exactamente lo mismo que en ese momento. Chispas, luz. Como si le perteneciera aún.

—No sé cuál es tu punto, Potter —Draco dijo, conjurando un Lumos no verbal. Vio las facciones impresionadas de Harry brillar bajo el hechizo—, pero esto no parece sustentar lo que sea que quieras probar.

—¿Qué...?

Harry le arrebató la varita de las manos y la giró. Una arruga apareció en su frente.

—Grosero.

—Ollivander me dijo que su alianza había cambiado, y yo le creí. —Harry lo ignoró—. Quiero decir- me funciona como si fuera mía. Jamás he tenido problemas con ella.

Draco alzó las cejas. Podría decirle que Ollivander se equivocaba y que sólo era un viejo loco, pero si el hombre de algo sabía, era de varitas. Si le dijo eso a Harry era porque sí, efectivamente la varita de pelo de unicornio debía responderle como su Amo. Pero, ¿por qué todavía reconocía a Draco como Amo también...?

Draco se apoyó en la pared, pensando. Desde el primer momento que conoció a Harry en esa tienda de túnicas, su magia fue lo que le llamó la atención. Siempre, su magia fue lo más llamativo. Toda la vida lo había sentido, y no sólo eso, era la única persona a la que Draco podría reconocer gracias a su firma mágica. Pero, ¿aquello tenía que ver con algo...?

Repasando cada interacción entre ambos, llegó a la conclusión.

—El Juramento Inquebrantable.

Harry dejó de examinar la varita y lo miró a él, sin comprender.

—¿Qué?

—¿No sentiste nada raro durante el Juramento? ¿Como... como si nuestras magias se unieran?

Harry lo pensó. Era normal sentir que uno se enlazaba a otro mago durante un Juramento, pero no de esa forma; no de la forma en la que Harry y Draco lo hicieron. No sabía por qué había sucedido, quizás por las deudas de vida entre ambos, o por una compatibilidad que ninguno comprendía, pero fuera lo que fuera...

—Tal vez nuestras magias lo supieron antes que nosotros —Harry sugirió, dando un paso adelante y volviendo a enterrarse en su cuello.

Su pulso no tenía derecho de ir tan rápido. Su garganta no tenía derecho de secarse así.

—Tal vez —Draco respondió—. Agradezco que haya sido así.

Harry volvió a darle otro beso en el cuello. Draco podía sentir su magia con más claridad en ese instante; más denso que el aire, menos material que un cuerpo. Era como una brisa, un olor y un sabor que te embriagaba. Así se sentía Harry. Como una botella de sensaciones.

Sus pensamientos se desviaron al día de mañana.

Draco podría perder lo que tenían.

Ni sus magias podrían salvarlos entonces.

—¿De verdad crees que esto es todo? —preguntó Draco mirando hacia afuera. La luz de la luna entraba al cuarto—. ¿Que mañana termina?

—Sí.

Se sentía como una mentira. No podía ser, ¿o sí? ¿De verdad lo que habían anhelado por meses –y en el caso de Harry por años– estaba llegando a su fin?

¿Así y nada más?

—Pero aún tendrás que encontrar a Nagini —dijo él acariciando el cabello de Harry.

—Y lo haremos lo más rápido que podamos. Él nos va a seguir. Pelearemos una última vez y uno de los dos ganará.

Draco sintió un frío nacer en los pies y subir por sus piernas.

—Tú ganarás —afirmó, apretando a Harry más fuerte contra sí—.  tienes que ganar.

Unos segundos de silencio pasaron.

—Está bien —respondió, y el tono de su voz no delataba nada. El frío que subía por sus piernas comenzó a llegar hasta su vientre, porque Harry no sonaba como si creyera eso. Incluso después de prometerle que no lo iba a dejar, no sonaba seguro.

Harry sonaba como si la posibilidad de perder estuviera sobre la mesa.

La posibilidad de morir.

De que Voldemort ganara.

¿Y qué pasaría entonces?, ¿qué ocurriría con el mundo mágico? ¿Estarían condenados a la extinción? Draco no tenía respuestas. Sólo sabía que, de Harry morir, él prefería hacerlo también: ser enterrado junto a su cuerpo y que sus cenizas se mezclaran.

Y oh, cómo odiaba a Harry. Lo odiaba por quedarse, porque minutos atrás le había prometido que no lo perdería. Tal vez pensaba que existía una forma de que Voldemort ganara sin que él tuviera que morir, pero Draco no veía esa posibilidad. Si ellos perdían, era porque Harry había muerto, no veía otra opción. ¿Cómo pudo decirle que lucharía por estar a su lado, sin sentirse seguro de poder lograrlo?

Parecía una promesa que desde un inicio estuvo rota.

Draco quería incendiar el mundo, quería verlo reducido a nada más que polvo y cenizas. Quería poder tomar a Harry y llevarlo lejos donde nada ni nadie podría volver a tocarlo o poner en sus hombros responsabilidades que no le correspondían. Eso quería hacer.

Pero sabía que no podía. Él no se lo permitió.

—Tom ha perdido casi todas las influencias en Europa. Perder el Ministerio significó perder el punto de comunicación hacia afuera —comenzó a decir Draco, como si eso cambiara algo—. No creo que una vez que lo mates debamos preocuparnos por los Mortífagos que queden. No serán una gran oposición.

Porque vamos a ganar, Draco quería decirle. Vamos a ganar y vamos a salir de esto y tú vas a ser feliz porque te lo mereces, me aseguraré de que eso obtengas.

—¿Qué pasará después? —Harry preguntó. Estaban pecho con pecho. Draco podía sentir los latidos de su corazón.

—¿Qué?

—¿Después de que todo termine?, ¿qué pasará?

—¿Con nuestra vida, quieres decir?

—Sí. Algo así. —Harry comenzó a trazar círculos en su piel, y Draco sintió la electricidad del contacto en todas partes—. Una vez me dijiste que querías ser ministro.

Draco frunció el ceño, tratando de recordar cuándo había dicho semejante estupidez, y luego bufó. La noche del Valle de Godric.

—Sí, quería ser ministro a los nueve años, Potter.

—¿Entonces?, ¿qué quieres hacer?

—¿Existe esa posibilidad para mí?

No lo pensó mucho antes de decirlo, pero las caricias de Harry pausaron y antes de que Draco lo supiera, se estaba alejando de él, dando un paso atrás. Confundido. No podía entender por qué Draco diría algo como eso.

Y lo cierto era que Draco apenas había pensado al respecto, pero viéndolo desde un punto de vista realista... sólo lo sabía.

—Habrán juicios —explicó—. Seré juzgado, Harry. No creo que poco más de un año como espía me servirá para borrar todo lo que he hecho.

Harry agitó la cabeza; parecía que el simple hecho de hablar de eso le parecía inconcebible. ¿Draco, en prisión...? Pero es que era evidente la forma en que la gente de la Orden lo miraba... y con razón. Probablemente había desmembrado a alguno de sus familiares, o cosas peores. Muchos no descansarían hasta verlo pagar.

—No lo borrará —Harry dijo—. Pero me aseguraré de que no vayas a Azkaban. Bueno, cuando reconstruyan Azkaban.

—No puedes prometer eso. No eres el mundo mágico.

—Nos iremos lejos, entonces, donde no puedan aprisionarte y alejarte de mí. Sea como sea jamás permitiré que termines en ese lugar. —Harry avanzó de nuevo, tomando los lados de su cara—. Jamás.

Draco se daba cuenta que entre ambos se hacían demasiadas promesas. Había demasiadas cosas por lograr, y no sabía si alguna vez podrían llegar a cumplirlas todas. Quizás la estabilidad de ambos se basaba en pretender, en esperar que las cosas fueran distintas en un futuro. Que fueran mejores.

Ya lo había dicho una vez.

Era bonito, pretender.

—Aún creo que deberíamos irnos al mundo muggle —decidió decir, besando la cicatriz de Harry y llevándolo hasta la cama, donde lo sentó. Draco se sentó a su lado. A Harry no le pasó desapercibido cómo lo incluía en sus planes.

Ninguno mencionó el plan de huida.

—Tal vez.

—Quizás yo atienda una cafetería y tú una tienda de tatuajes —continuó Draco, tomando su mano—. Aunque dibujes como el culo.

—¡Oye! Dibujo decentemente, muchas gracias.

—No te creo.

—¡Es verdad!

—Pruébalo.

Harry levantó una ceja y se paró. Draco se apoyó en el respaldo, deleitándose por la forma en que la espalda de Harry se movía cuando caminaba, cómo parecía estar más relajado a su lado.

Harry se acercó a su escritorio a un lado de la ventana y abrió el cajón. Por un segundo, Draco sintió cómo su estómago caía al verlo sacar de allí dentro un sobre sin sellar. ¿Harry verdaderamente iba a confiarle eso?

¿Las cajas encogidas llenas de cartas?, ¿las que parecían ser su secreto?

Harry volvió a sentarse junto a él, sacando un papel de dentro del sobre. Había un dibujo en la parte trasera de una hoja llena de letras. Su pecho se apretó. No sabía si de la emoción o de la tristeza.

Harry suspiró, pasándole el papel, y su estómago volvió a hundirse una vez más, porque frente a él había un boceto de una mujer. Pero no cualquier mujer.

Minerva McGonagall lo miraba desde la hoja.

No la Minerva que Draco conoció al final, ni la que recordaba en el Ministerio, con el cabello casi completamente gris, su ojo faltante o las arrugas llenando su cara. Aquel dibujo estaba basado en la mujer que McGonagall fue en Hogwarts; su profesora de Transformaciones. Tenía el cabello recogido en un moño alto y estaba completamente seria, con sus ojos severos tras los lentes cuadrados. Era más joven, más feliz. Menos desolada.

Se obligó a tragar el nudo alojado en su garganta, observando los detalles que Harry había puesto en su dibujo.

—Es hermoso —murmuró.

—Gracias.

Draco no quería que aquello fuera raro para ellos, no quería que Harry tuviera que ocultar el nombre de McGonagall y la importancia que tuvo en su vida por lo que él hizo, así que se forzó a inspirar hondamente y a decir algo menos pesado que un: "lo siento por mis acciones".

—Siempre creí que el arte se te daba mal.

—Aprendí cuando era niño —Harry le siguió el juego—. Cuando mis tíos me encerraban en mi alacena o en mi habitación y no tenía nada más qué hacer. Solía dibujar muchísimo a Hedwig.

Draco levantó la cabeza de golpe cuando Harry terminó de hablar.

El frío continuó expandiéndose.

—¿Tu alacena?

Fue demasiado obvia la manera en que la expresión suave de Harry se endureció. Su rostro se puso completamente serio y sus ojos fueron a parar a la hoja entre los dedos de Draco. Incluso su mandíbula se había apretado.

—No hagas un gran lío al respecto —espetó. Draco no podía sacarle los ojos de encima.

—Harry, acabas de decirme que- que te encerraban en una alacena.

Harry no respondió, y tomó todo de sí no ponerse a gritar, porque Harry no vivía con sus parientes muggles desde que tenía diecisiete... y acababa de decir que aprendió a dibujar de niño. Aquello significaba que cuando no se podía defender, Harry fue encerrado. Draco trató de imaginarlo en esa casa en un cuarto diminuto, recordando lo pequeño y delgado que Harry se había visto en Hogwarts. Físicamente podía sentir su dolor.

Era un niño.

¿Alguna vez tuvo un solo momento de paz?

—Harry...

—Da igual —Harry espetó de nuevo—. Fue hace mucho tiempo atrás.

—¿Ellos te hicieron sentir así, no?, ¿como si tu vida no valiera lo suficiente?

—Basta.

—¿Ellos te hicieron pensar que no eras lo suficientemente importante para seguir viviendo?, ¿para cuidarte?

—Conoces todos mis puntos débiles, este no es uno que necesitas continuar tocando. He dicho que pares.

Harry apretó más la mandíbula, pero Draco pudo notar el temblor en su piel. Lo que sea que Harry estuviera reprimiendo, debía dolerle.

Y Draco podía verlo todo tan claro ahora.

La forma en que Harry se lanzaba al peligro, como en Austria, cuando se lanzó desde el hombro del gigante. La manera en que estaba dispuesto a sacrificarse para que los demás tuvieran una oportunidad. De niño, Draco había pensado que era así porque se creía inmortal, el imbécil egocéntrico. Que buscaba esas situaciones para ser alabado.

Pero nunca se le había ocurrido- nunca había pensado-

—Eres importante —Draco logró sacar las palabras desde el fondo de su garganta—. Harry, eres jodidamente importante.

Harry resopló, aunque en vez de sonar desdeñoso, sonó ahogado.

—Sí, soy el Elegido.

Draco dejó la carta a un lado suyo y se acercó a Harry, intentando hacerle entender. Que viera que no se trataba de eso, que él era más que esa guerra y que no era sólo "útil". Harry era muchísimo más. ¿Cómo nadie se lo dijo? ¿Alguien lo había tratado más que como el Elegido durante los últimos nueve años?

—No, eres más que eso. Eres- —Draco dijo, tomando su mano de nuevo—. Tu valor va más allá que ese estúpido título. Va más allá de tu poder. Eres tú, y con eso basta. Eres importante.

Harry tomó una gran bocanada de aire, pero no respondió. Draco no iba a parar de decírselo nunca. Su vida valía demasiado, no para la guerra, valía demasiado porque Harry- Harry era todo lo que había en el mundo. Esos ojos, y ese cabello y esa nariz- Harry lo era todo.

—Harry mírame —Draco pidió, agarrando los costados de su cara. Harry se resistió en un inicio pero finalmente cedió, y prontamente estaban observándose el uno al otro. Era familiar—. Créeme. Por favor, créeme.

Lo vio tragar saliva. Draco no sabía si lo estaba escuchando siquiera, si Harry alguna vez iba a ser capaz de verse a sí mismo más allá de un arma. Como una cosa. Algo que tenía la utilidad para derrotar a Voldemort, para ganar la guerra, para poner al mundo a salvo.

—¿Dónde están? —preguntó, bajo y resonante.

—¿Quiénes?

—Tus tíos.

—No lo sé. Se los llevaron en 1997 y no los volví a ver.

Draco los imaginó escondiéndose como viles cucarachas y sintió sus manos formar puños. ¿Ellos estarían viviendo felices, tranquilos? ¿Le habrían dedicado un sólo pensamiento a Harry y si es que vivía o moría?

—Los encontraré —Draco dijo en voz baja—. Los haré sufrir. Morirán gritando.

Harry subió la mano y la posó a un lado de su mejilla. A veces él tenía esa expresión al mirarlo. Como si necesitara rescatar a Draco de la oscuridad.

—Draco, no te voy a mentir —dijo, y su voz sonó mucho más fuerte que antes—. Espero que estén muertos, espero que sufran, espero que no vuelvan a estar bien ningún día por el resto de sus vidas. Pero no quiero que seas tú el responsable.

Eso sonaba absurdo.

—¿Por qué?

—Porque tú me importas más que la venganza.

Draco pudo escuchar su respiración pausarse.

Harry volvía a tener fiereza en sus movimientos, y la vulnerabilidad de segundos atrás había quedado olvidada. Decía en serio cada palabra. Decía en serio eso, que Draco le importaba más que una venganza contra la gente que lo había dañado. Y Draco no entendía por qué.

Quería explicarle que no dejaría que le hicieran daño de nuevo, decirle que no se preocupara por él, sino de matar a sus estúpidos parientes... pero Harry lo miraba con brutalidad, con súplica. No deseaba ahondar en eso ni hablar de ellos. Harry se acercó para besarlo y aunque Draco estaba tieso y alerta, intentó verle el lado positivo. Ahora entendía la reacción de Harry durante la tortura de Maia. Ahora tenía sentido.

Tú me importas más que la venganza.

—Realmente dibujas genial —dijo Draco para cambiar de tema, aunque todavía temblaba por la rabia. Todavía imaginaba las maneras de matar a esos asquerosos seres.

Tomó la hoja a un lado suyo y la dio vuelta para examinarla. Harry sonrió.

El cuarto entero se hizo más brillante.

—No es para tanto.

Draco resopló sin hacerle caso.

—¿Es a la única que has dibujado?

Harry negó, apoyando también la espalda en el respaldo y mirando el dibujo de McGonagall mientras se dejaba caer en su hombro.

—Dibujé a Sirius también. A Remus. A todos los que- a todos.

A todos los que han muerto.

—Y les escribiste una carta —Draco dijo. No era una pregunta. Giró el papel para encontrar las palabras escritas detrás en una letra desordenada, aunque no las leyó. Harry se enterró aún más en su hombro.

—Sí.

—¿Por qué?

—Para despedirme, supongo.

Draco bajó la barbilla para poder mirarlo, aunque sólo veía la coronilla de su cabeza. Los ojos de Harry estaban fijos en la carta, e incluso sin saber qué contenía, Draco estaba seguro de que allí había más que despedidas. Allí había preguntas, sueños, esperanzas, y unas ganas de no soltar.

Casi como si se tratara de un castigo.

—A veces, cuando siento que he olvidado cómo lucía Sirius, o Ginny, o Remus, veo algunas de las cartas. Los dibujos —Harry continuó por lo bajo—. Me ayuda.

Draco estaba seguro de que eso no era algo bueno. Harry era muy capaz de guardar esas cartas para tener a los muertos presentes, para recordarse a sí mismo quiénes eran los que había perdido. Los que murieron por su culpa.

Tal como pensó:

Un castigo.

—¿Te asusta pensar que llegará un punto en el que tendrás menos recuerdos de ellos que de otras cosas? —Draco preguntó calmadamente, dejando la carta sobre sus piernas.

—Sí.

—A mí también.

Las cosas que vivió junto a Narcissa o junto a Pansy o Crabbe o incluso junto a su padre, no se multiplicarían. No vendrían nuevas, simplemente se quedarían allí en el pasado, acompañadas de las palabras no dichas y las cosas que nunca alcanzaron a lograrse. Las ilusiones rotas. Draco sabía lo que se sentía, saber que ibas a pasar más tiempo lamentando sus pérdidas del que pasaste con ellos.

—Todo lo que hablamos siempre termina siendo depresivo, ¿huh? —preguntó Draco, provocando que Harry soltara una pequeña risa.

—No somos personas muy felices.

Draco asintió, y cuando las manos de Harry se deslizaron por su torso, abrazándolo por encima de sus ropas, no pudo evitar sentir aquel cosquilleo familiar en su vientre.

Quizás así se sentía la felicidad, después de todo.

Harry se apegó a él, entrelazando sus piernas y Draco dejó un beso en sus cabellos.

—Tú me haces feliz —le dijo.

Harry levantó la cabeza. Las gafas estaban aún más torcidas y Draco se las quitó sonriendo, no sin antes dejar un pequeño beso en su comisura. Harry respiró contra sus labios; una vez más lo hizo sentir como si no existiera nada más en el mundo, o en la vida. Todo se resumía a eso. A ese beso. A ese abrazo. A ese tacto.

—Y tú a mí —Harry respondió.

Draco sabía que Harry hablaba en serio, no solía tomarse nada a la ligera. Pero se preguntó si eso era lo que él creía, porque no parecía ser cierto. Cada vez que Draco se acercaba a Harry, lo terminaba dañando. Cada vez. Siempre terminaba causándole dolor por una u otra cosa. Ya fuera por su carácter, o porque lo olvidaba, o por otras razones.

Draco destruía todo lo que tocaba.

Lo más sano siempre fue alejarse y no caer; haberle permitido marchar la última vez cuando Harry le preguntó si quería acabar las cosas. Pero Draco se sentía incapaz, era demasiado egoísta para dejarlo ir y que buscara su "feliz para siempre" en otra parte. Siempre lo supo. Draco tomaría todo lo que Harry le diera, y mientras lo deseara a su lado, ahí estaría. Estaría allí hasta que él lo alejara.

Porque no era fuerte.

¿Cómo podía serlo, cuando Harry lo miraba así?, ¿cuando le dedicaba esas sonrisas que parecían estar hechas sólo para él? Cada vez que los ojos de Harry se posaban en los suyos era como si eliminara toda la historia de odio y rencor que había detrás de sus nombres. Probablemente aquello, todo- todo lo que estaban viviendo, era un error.

Pero era el único error que Draco cometería mil veces.

Harry se acercó para besarlo, y Draco se dejó caer en la cama, apoyando la cabeza en el colchón. Harry lo besaba lento, muy lento, aprendiendo su boca como si no la conociera por completo. Deslizó sus manos por los lados de su cuerpo y se puso encima de él. Era un beso dulce, al menos en un inicio, pero lentamente Draco sintió cómo el calor empezaba a formarse en su entrepierna. Las manos de Harry se posaron en su túnica, quitándola del en medio, y luego se deslizaron debajo de su camisa.

Draco hizo lo mismo, obligándolo a separarse para poder quitarla. Y- de pronto sus manos estaban en todas partes; en las costillas de Harry, contando cada una; en su clavícula, en sus abdominales, su pecho y su cabello, arrancándole así pequeños quejidos que iban directo a su polla. La boca de Draco probó el borde de su mandíbula, justo en ese lugar que hacía que Harry temblara un poco contra él.

Harry quitó su camisa sin un poco de paciencia; Draco estaba desnudo de la mitad hacia arriba. Harry lo besó, lo besó moviéndose encima suyo y mordiendo su oreja, arrancándole un gemido que Draco no pudo soltar por completo, porque la boca de Harry estuvo sobre la suya al instante, como si quisiera probar el sonido.

—Te quiero aquí —Draco murmuró incoherentemente mientras Harry le quitaba los pantalones.

—Estoy aquí. Estoy justo aquí —Harry prometió encima de sus labios, desnudándose él también—. No me iré nunca.

Draco levantó las caderas, y prontamente se vio liberado de cualquier prenda que impedía que Harry y él estuvieran piel con piel. Harry se separó para observarlo, sólo un poco, y aunque Draco pensaba que no podía ver del todo bien, de todas formas se sintió un poco cohibido ante su mirada. Él sabía cómo lucía- mutilado desde la cara hasta las piernas, y sus brazos, y... en realidad su cuerpo entero. Pero los ojos de Harry contaban otra historia, como si lo viera y quisiera pintar encima de sus cicatrices.

—No tienes idea de cómo te ves —Harry dijo, sacando la polla desde su ropa interior y alineándola con la suya. Draco ahogó un quejido—. Eres perfecto, eres- en la ducha no puedo pensar en ti, en tu cara, o termino corriéndome. Es porque eres tú. No sabes lo que eres capaz de hacerme-

Harry empezó a moverse, a crear fricción entre ambos, y Draco apretó los ojos con fuerza tirando más fuerte de su cabello. Honestamente podrían hacer eso, eso y nada más, y Draco no tenía problema.

—No puedo soportarlo. Me enfurece que seas tan- que te veas así- —Harry estaba hablando en su oreja, susurrando palabras que iban directo a su miembro. La mano de Harry aún estaba en su polla masturbándolos a ambos—. No puedo pensar en ti sin que se me ponga dura, no puedo soñar contigo sin despertar empapado. No tienes idea del poder que tienes con esa boquita, ¿no…?

Merlín, lo estaba torturando. Quería matarlo. Eso quería hacer.

Draco no podía moverse ni respirar. En ese instante todo se sentía como estática, como una jodida explosión de nervios. Cada lugar que Harry tocaba, los sonidos que hacía a un lado de su oreja, y cómo acariciaba la cabeza de su polla… aumentaban la sensación que se estaba construyendo en su vientre. Draco abría y cerraba la boca de vez en cuando, pero nada salía de ella. Porque era demasiado, todos esos sentimientos estaban sobrepasándolo.

No era sólo placer lo que sentía. No era sólo que se iba a deshacer bajo el tacto de Harry y bajo sus palabras; o cómo le hacía pensar que le pertenecía-

Era que no cabía dentro de sí lo ido que estaba por este hombre.

Harry lo tocaba, enviando mariposas por todo su interior, y Draco lo sabía.

Estaba jodidamente enamorado de él.

—Eres tan bueno —Draco murmuró como podía, sintiendo que Harry aumentaba la velocidad—. Eres tan bueno para mí, Harry- joder, cómo te extrañé-

—Estoy aquí —Harry respondió, tomando sus testículos y masajeandolos—. Soy tuyo.

Había una parte de Draco que quería gritar y decirle que: sí, sí, . Que Harry era suyo, y que siempre sería suyo. Que le pertenecía y no iba a dejar que nadie se le acercara o que lo dañara de nuevo. Pero Draco no podía formar pensamientos demasiado coherentes y tampoco quería hacerlo- porque Harry estaba en su cuello, succionando y mordiendo y haciéndolo gemir arqueando la espalda en la cama. 

Cada vez que lo tocaba se sentía como si estuviera reescribiendo lo que era. Lo que ambos eran. Draco pasaba de ser una débil incertidumbre a ser un peso sólido- a ser carne, piel y jadeos. Pero nada más. Nunca nada más.

Harry era el único ser humano que poseía ese poder.

—Joder —Draco jadeó, y detuvo su boca justo antes de decir "te amo"—. ¿Lo eres?, ¿eres mío?

Harry rio, y luego se separó para poder mirarlo a la cara. Su boca estaba entreabierta, y sus cejas estaban juntas. Respiraba agitadamente: su pecho se movía de arriba a abajo. De alguna u otra forma, logró aumentar la velocidad de sus caricias, provocando que Draco apretara los músculos de su cuerpo y perdiera el control.

—Sí.

No supo qué cara había puesto, pero la expresión de Harry cambió, como si mirar a Draco le resultara doloroso. Como si solo por verlo estuviera a punto de llegar al borde. Y mientras Harry limpiaba la cabeza de su polla y volvía a atacar su cuello, Draco pudo sentir un ramalazo de placer por todo el cuerpo.

De pronto, no era más que electricidad.

Draco podía sentir a lo lejos que la mano de Harry seguía moviéndose, pero no podía distinguir nada más. Las palabras o los pensamientos no tenían ni el más mínimo sentido, sólo: «Mío. Más. Y te amo.» Cada célula de su cuerpo vibraba con el orgasmo, y su boca estaba soltando sonidos que era incapaz de controlar. Draco sintió su estómago mojado.

Harry cayó en el hueco de su cuello, susurrando cosas que no podía entender. Por un buen minuto Draco no fue más que carne viva, sintiendo cada latido de su corazón y cada espasmo que lo dejaba más y más relajado contra la cama.

Y se quedaron así hasta que Harry comenzó a moverse de nuevo y a besarlo una vez más.

Te amo.

—Volviste —Harry dijo contra su boca—. Volviste.

—Te prometí que lo haría.

Harry desvaneció las manchas de su estómago agitando la mano. Draco suspiró, besándolo nuevamente. Insaciable.

Todo sabía a que parecía estar memorizando ese momento, vivirlo hasta que se cansaran.

Por mañana.

Por si las cosas cambiaban mañana.

Draco se dejó hacer, poniéndose él encima de Harry. Al instante, Harry pareció interesado en fundirse él- de la forma que fuera.

Te amo.

Draco suspiró, comenzando a trazar un camino de besos hasta su miembro. Luego lo tomó en su boca para así poder empezar de nuevo.

Y hacerlo las veces necesarias.

•••

Casi dos horas después, Draco y Harry se habían quedado muy quietos bajo las sábanas. Quizás agotarse justo la noche antes de ir a la misión no era la mejor idea, pero Draco estaba feliz así.

Estaba feliz.

Harry se encontraba apoyado en la almohada, con los ojos cerrados y el pelo revuelto, y Draco trazó cada rasgo y detalle hipnotizado. Sus largas pestañas negras encima de las mejillas; su nariz algo torcida gracias a un golpe pasado; sus labios entreabiertos, y sus cejas despeinadas. Draco acarició con cuidado la cicatriz de rayo, plateada en contra de la piel morena; esta bajaba desde el inicio de su frente hasta la mitad de su mejilla, y ahí se deshacía como una tormenta de verdad. Y mientras lo observaba, Draco pensaba que podría dedicarse a hacer eso por horas, meses, o años. Podría dedicar el resto de su vida entera a mirarlo y nunca se aburriría.

—¿Harry? —Draco murmuró frente a su rostro—. ¿Estás durmiendo?

No habían hablado nada durante la última media hora, y Draco suponía que sí, que Harry se había quedado dormido en algún punto gracias al cansancio. Dormido ante el agotamiento. Sintiéndose lo suficientemente confiado para descansar a su lado.

Draco dejó un pequeño beso en su frente, acariciando su mejilla mientras se decidía a hablar.

Tenía que hacer esto.

—Espero que no estés escuchando. —Draco no se atrevía a levantar la voz—. Porque es la única forma que tengo de decirlo...

Mañana quizás todo acabaría y con él se acabaría Draco. Con él se acabaría Harry. Y Draco no podía marcharse de ese cuarto sin decirlo al menos una vez. Una sola vez, en voz alta.

—Creo que estoy enamorado de ti.

Obviamente, nada sucedió.

Pero su corazón se saltó un latido de todas maneras.

La oración se impregnó en el aire, Draco dejó que reposara en él unos minutos. No se sentía estúpido, todo lo contrario. Saber que estaba enamorado... era maravilloso. Sonrió, con ganas de decirlo de nuevo. Una y otra y otra vez.

Era de noche. El viento corría. La melancolía aún no dejaba de respirarse en cada pared y recoveco de la Mansión McGonagall.

Y él estaba enamorado.

—Nunca me he sentido así —prosiguió. El pecho de Harry subía y bajaba con calma—. Nunca he querido sentirme así- nunca he querido sentir. Pero así son las cosas. No sé si tú sientes lo mismo, a veces creo que sí, pero la verdad es que- no me importa.

>>No me importa que no me quieras en lo más mínimo. Me da absolutamente igual. Solo sé que me haces feliz. Y se siente bien ser feliz, incluso cuando es sólo a momentos. Incluso cuando sé que tarde o temprano va a acabar- porque todo acaba.

Draco se remontó a la conversación de la tarde, a cómo Harry no había afirmado que iban a ganar, y cómo Draco no fue capaz ni de convencerlo a él o a sí mismo. Quería desesperadamente que las cosas no fueran así. Que todo fuera distinto y que lo dejaran tener esto. La única buena cosa que quedaba en su vida.

Esto.

—Sé que suena a despedida. Y tal vez de alguna forma lo es —Draco susurró—. No tengo idea si viviremos más que unas horas, después de mañana. No tengo idea si viviremos en realidad. A veces deseo que no, ¿sabes? A veces deseo poder librarnos por el camino fácil.

Era un pensamiento horrible, y otra vez más esperó con todo su corazón que Harry estuviera durmiendo- pero era la verdad. Morir sonaba fácil. Quedarse viviendo allí y tratar de superar día a día el dolor que tenían y las personas que cargaban tras su espalda, era lo difícil. Una vez que morías el sufrimiento se detenía. Sólo eras capaz de sentir paz. Incluso si Draco no fuera a un lugar bonito después, sabía que Harry sí lo haría, y eso... era suficiente consuelo.

Draco tomó uno de sus mechones de cabello y lo pasó con cuidado tras la oreja de Harry.

—Me alegra saber que todo está acabando, sea para bien o para mal. Me gustaría que las cosas después de esto sean más fáciles. Ya no tendré que olvidarte. Ya no tendré que luchar. Podremos irnos lejos, quizás, aunque prometiéramos que esto duraría lo que durara la guerra. —Draco ya no sabía qué tan cierto era eso, porque la verdad, sus sentimientos habían escalado tanto que no se veía capaz de imaginar un futuro sin Harry. Debería soltarlo, por supuesto, dejarlo encontrar a alguien que lo amara de la forma que se merecía. No se veía capaz de hacerlo—. De todas formas, necesitaba decírtelo. Creo que quizás esté enamorado de ti.

Draco lo miró por unos minutos más, y mientras más avanzaba el reloj, menos podía creer lo jodido que estaba. Porque si alguna vez Harry decidía que lo de ellos ya era suficiente, de verdad no sabía qué iba a hacer. No parecía que viniera nada después de eso. Nada más que vacío.

Harry se sentía como magia. Harry era magia, en realidad. Calor y magia que se deslizaba por su piel y el espacio donde estaba como si le perteneciera. Y a Draco le gustaría quedarse allí por siempre. Le gustaría ser enlazado con ese hombre por la eternidad. Con ese amor. Más de lo que ya lo estaba. Le gustaría no poder olvidarlo nunca, nunca poder sacárselo de encima y que dejara todos los rastros y cicatrices que pudiera. Incluso cuando dolieran. No importaba.

—Te amo.

El silencio del cuarto fue la única respuesta que Draco recibió, pero en ese segundo daba igual. Se puso a la altura de Harry y juntó sus frentes, sin dejar de ahuecar la mejilla con su palma. Draco sentía que podría explotar por lo mucho que sentía por él.

Por lo mucho que había sentido por él desde el momento que lo conoció.

—Te amo. Te amo. Te amo. Te amo.

Casi como si lo escuchara, Harry se removió entre las sábanas, agachando la cara para estar más cerca. Luego de besar su frente una última vez, Draco juntó sus narices y cerró los ojos.

Quizás podía fingir que estaban en otro lugar y en otro momento. Uno donde no tuvieran miedo de perderse.

—Espero que podamos ver el fin de la guerra juntos.

•••

Horas después, cuando la luz del día asomaba por la ventana, Draco despertó con Harry apegado a su costado. Eran un lío de piernas y brazos, entrelazados y pegados al otro. Lo hizo sonreír.

Había un insistente golpeteo en su puerta del que Harry se quejó, y aunque Draco sabía que podía ser urgente, lo último que deseaba era salir de allí, de ese lugar donde el mundo se resumía a sueños y esperanzas y calor.

—Creo que te están buscando. —Draco bostezó. Harry dejó un beso en el costado de su boca y luego se destapó con pesar.

—Ya voy, ya voy...

Draco lo vio ponerse con dificultad los pantalones para cubrirse, y no pudo evitar que otra sonrisa se dibujara en su boca. Nunca había tenido ese privilegio.

El privilegio de quedarse una noche completa junto a él.

—Señor Harry Potter —la voz de Kreacher se filtró cuando abrió—. El señor Theodore Nott y la señorita Astoria lo están buscando, señor.

Draco se paró también al oírlo, intercambiando una pequeña mirada con Harry. Aplicó en sí mismo un encantamiento de limpieza rápido mientras se empezaba a vestir.

—¿Te dijeron qué querían?

—Creo que los que salieron a buscar ingredientes para pociones al Bosque Prohibido vienen con noticias de afuera, señor. No sé por qué, pero pienso que la señorita Astoria quiere empezar a movilizarse. O algo así. No tengo información certera, señor.

—Joder.

Harry sacudió su cabello. Draco no sabía qué podría estar pasando, la verdad. Antes de ir esa tarde todo parecía extremadamente pacífico... ¿cómo las cosas podrían haber cambiado tanto en unas horas?

Harry entró a la habitación, vistiéndose apresuradamente. Draco tampoco tenía idea de qué quería Astoria. ¿A qué se refería con empezar a movilizarse?, ¿de qué hablaba?

Kreacher esperó con paciencia en la puerta, murmurando cosas para sí mismo. Y antes de que salieran al mundo real, antes de que enfrentaran lo que sea que tuvieran que enfrentar, Draco detuvo a Harry.

—Vamos a estar bien —le dijo, dándole pequeños besos—. Vamos a estar bien. No mueras.

—Tú tampoco —Harry respondió, para luego voltearse a Kreacher. Las manos de él y Draco estaban entrelazadas—. Llévame a Astoria, por favor.

Y Kreacher lo hizo.

Chapter 57: Capítulo 50: Recuerdos

Chapter Text

—¿Qué pasa?

Weasley –quien, Draco suponía, formó parte del grupo que salió al mundo muggle esa tarde–, se acercó cojeando a Harry cuando este le habló. Su cara formaba una mueca de dolor y de preocupación. Draco se preguntaba si esa era la primera vez que iba a una misión desde que lo de su pierna había sucedido. Si ese era el caso, se notaba.

—Cuando volvíamos de Londres escuchamos una alarma; su sonido es monumental. Los Mortífagos en las calles están movilizando a los Purificadores lejos de los pueblos —explicó Weasley agitado y Draco se obligó a mirar su Marca, pero esta no estaba quemando. No entendía—. No se sabe adónde están yendo pero abandonan sus puestos. Nadie tiene idea de qué está sucediendo y creo que debemos actuar ahora ya. Astoria dice que puede ver los recuerdos de Lucius antes de que vayamos a la Mansión Potter.

Draco sintió que era transportado a la realidad de golpe. El cuarto de Harry, las sonrisas y el calor habían quedado bien atrás. Una eternidad atrás. Y ahora estaba siendo arrastrado de vuelta al mundo verdadero, al cruel y terrible.

Astoria vería la mente de su padre.

Eso significaba... que esa sería la última vez que Draco hablaría con él.

—Está bien —Harry palmeó el brazo de Ron y miró a Draco con una interrogante en el rostro, pero Draco no le dijo nada—. ¿No hubo ningún problema más?

—Nah. Yo batallé un poco para poder Aparecerme, pero me quité la prótesis y problema solucionado. Creí que casi me departía, compañero. No fue agradable...

Draco oyó a Harry y Weasley intercambiar unas palabras más, palabras a las que no prestó atención. Luego, este junto a Kreacher los llevaron al cuarto donde se suponía que Astoria estaba. Harry le explicó por lo bajo que esa excursión al mundo muggle fue, en parte, para comprarle a Ron la prótesis de alta tecnología. Astoria los ayudó a pasar las barreras con su dispositivo.

Una vez dentro de la sala descubrieron a la mujer en cuestión sentada en el sillón del medio, y a su padre en una silla frente a ella. A Draco le debería haber confortado que lo que fuesen a hacer se llevara a cabo en un lugar más cómodo que un calabozo, pero tuvo el efecto contrario. Si estaban ahí, significaba que no le veían sentido a mantener a su papá allá abajo. No era peligroso.

No haría nada para escapar.

—Hola, Astoria —dijo Draco con voz calma, tratando de no mirar más de la cuenta los ojos perdidos de Lucius.

—Hola, Draco.

Astoria estaba hecha un desastre. Draco podía decir que desde que la conocía, nunca la había visto así. Se encontraba nerviosa, todos lo estaban. Astoria sacrificó su libertad para servir a la Orden, ayudar a los niños, y derrocar al Señor Tenebroso. No debía ser una situación fácil la que estaba viviendo, y se le notaba.

—Tus padres están bien. Tu familia está bien —Draco informó, y fue visible la manera en la que el cuerpo de Astoria se relajó, observándolo con ojos azules ilusionados—. Daphne me ordenó que te dijera que te amaba. Que te amaba sin importar qué.

Los ojos de Astoria se llenaron de lágrimas, y tanto Harry como Draco tuvieron que darle unos minutos para que se recuperara. Para Draco fue inevitable pensar si es que acaso Daphne le había dicho a su hermana cuánto la apreciaba en los años anteriores. Si es que se lo había dicho en absoluto desde la muerte de Elizabeth.

Astoria inspiró hondo y volcó su atención a Lucius. Era injusto que no pudiera darse tiempo para procesar todo lo que le había ocurrido, pero estaban en medio de una guerra, y la guerra no era justa.

Ahora, tal vez, estaban a puertas de terminarla.

—Draco, intentaré acabar con el Imperius, lo sabes, ¿no? Eso quiere decir que...

—Ya hablé con él sobre lo que podía pasar —decidió interrumpir Harry cuando Astoria se giró a ellos. Draco asintió ante sus palabras.

—¿Sabes que sus recuerdos son lo que necesitamos, no? ¿Sabes que solamente tendrás unos minutos para hablar con tu padre antes de que su mente se fracture? —Astoria habló con cuidado. Ya ni siquiera se molestaba en agregar un: "si es que se fractura", sino que lo asumía. Asumía que su mente llegaría a un punto de no retorno.

Draco ignoró su estómago revuelto y la bilis subió por su garganta.

—Sí.

Astoria se levantó y lo tomó de la mano para guiarlo hasta donde se encontraba su padre. Harry avanzó con él; Draco podía sentir el calor que despedía.

—Bien. Te meterás conmigo a su cabeza y lo buscarás en su celda de Azkaban mientras yo hago mi parte, ¿lo entiendes? ¿Sabes que su mente luce como Azkaban, cierto?

Draco ya estaba sintiendo cómo algo pesado caía sobre sus hombros.

—Sí.

—Serán sólo unos minutos, Draco —Astoria insistió—. Yo te sacaré de allí antes de que todo empiece a derrumbarse. No desaproveches nada.

—Está bien.

Harry llegó a su lado para tomarle la otra mano, y Draco se giró, sintiendo, al instante, que algunas de sus barreras caían mientras encontraba sus ojos verdes... porque Harry estaba allí, estaba presionado a su lado y le estaba diciendo sin palabras que guardaba su espalda.

Te amo. Te amo. Te amo. Te amo.

—Yo estaré aquí —Harry le dijo, dedicándole una pequeña sonrisa.

—Gracias.

Astoria apretó los dedos entrelazados y lo tiró hacia adelante, hasta que ambos estuvieron frente a los pozos vacíos de Lucius.

—Voy a contar hasta tres —Astoria le dijo—. Sólo he intentado esto antes unas dos veces, así que necesito que digas el conjuro al mismo tiempo que yo. Apenas termine de decir el número tres, tú dirás...

Legilimens.

Astoria también sonrió. Era una sonrisa lastimera.

—Exacto. Entonces, uno...

Draco trató de inhalar todo el aire que había en el cuarto, si es que eso era posible. Trató de concentrarse, de prepararse. Lo cierto era que, aunque dolía, se había acostumbrado a la situación de su padre. Los sentimientos contradictorios le ayudaban a lidiar con lo que iba a pasar.

—Dos...

Y él estaría allí. Draco no sabía qué versión de Lucius se encontraría, pero no creía que fuera la más reciente. Estaba tratando de mentalizarse. Cabello largo, ojos grises analizadores, mandíbula sin un solo vello, túnicas verdes....

—Tres.

Legilimens —Draco dijo, al unísono con Astoria.

Y en un abrir y cerrar de ojos, ambos estaban dentro de la mente de Lucius.

A diferencia de él, Astoria no se manifestaba como un cuerpo sólido. Astoria era una presencia en ese lugar, casi como un fantasma; Draco suponía que era gracias a sus habilidades de Legeremante. La sintió alejarse de su lado, dejándolo para que Draco cumpliera lo que tenía que hacer. Draco comenzó a andar por la prisión, mirando las sombras que la rodeaban, que se suponía que debían ser los dementores, pero en realidad eran las memorias suprimidas de Lucius. Los gritos de las torturas de su madre. Sus propios gritos. Draco podía escucharlos con claridad.

Avanzó hasta el pasillo en el que recordaba que se encontraba la celda de su padre en Azkaban, y contó hasta diez; trató de calmar el latido desenfrenado de su corazón y la angustia que subió como un ramalazo por sus venas. Draco podía hacer esto. No era más terrible de lo que ya había enfrentado antes.

Se paró delante de la puerta y envolvió los dedos encima de la manija, esperando unos segundos. Sabía que no debía desperdiciar ningún momento, que debía entrar y hacer las cosas lo más rápido posible, pero Draco necesitaba un instante para contemplar lo que iba a suceder, a lo que se iba a enfrentar. Trató de rememorar la imagen de su padre antes de que fuera a Azkaban por primera vez.

Cerrando los ojos y recomponiéndose, la abrió.

Y ahí estaba.

Era él.

Draco dejó salir un suspiro tembloroso; Lucius miró hacia arriba desde su lado de la cama. Tenía el cabello perfectamente peinado, y se veía más joven, mucho más joven que el hombre que había estado en ese lejano cuarto de la base minutos atrás. Al parecer, Draco lo encontró pensando. Su corazón se apretó al punto de que tuvo que enterrar las uñas en las palmas para sentir algo más.

Su padre estaba allí.

Justo a unos metros de él.

Draco no sabía qué iba a decir, nunca lo planeó y en ese momento se dio cuenta de que quizás debió haberlo hecho. Su mente daba vueltas, él mismo parecía dar vueltas, y no había contemplado que lo primero que saliera de su boca fuera un:

—Papá...

Los ojos de Lucius se llenaron de reconocimiento.

—¿Draco?

Se veía igual a cómo lo recordaba cuando era niño. Incluso después de mentalizarse, incluso después de años aceptando que su padre ya no era el mismo, verlo- hacía sentir a Draco como si se estuviera desgarrando por dentro. Los ojos de Lucius eran severos, su semblante era el que un Malfoy debía tener. Draco casi quería correr hasta él y fingir que tenía quince años de nuevo.

—¿Draco? —repitió su padre, cuando sus ojos cayeron en cuenta de la cicatriz que le cruzaba el rostro—. ¿Qué pasó?

Draco estaba inmóvil, yendo de adelante hacía atrás en su mente, tratando de recordar la última vez que hablaron- la última vez que hablaron de verdad. Una conversación como tal, que no involucrara a los Mortífagos, Voldemort o la guerra. Pero por más que Draco intentaba buscar en su memoria, no había nada. ¿Le había dicho «te amo»? ¿Le había dicho «te amo» alguna vez después de cumplir los once años? Tenía que haberlo hecho, ¿no? Y si no lo hizo, ¿seguramente su padre lo sabía, verdad? Seguramente lo tenía claro.

No había pasado casi diez años encerrado en ese lugar sin saber que Draco lo amaba... ¿cierto?

—¿Draco? —Lucius repitió por tercera vez, haciéndolo despertar.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —decidió preguntar Draco.

Su padre frunció el ceño, y la sensación de dolor y familiaridad que eso provocó en él no era normal. ¿Hace cuánto que no lo veía actuar de esa forma, como un ser humano racional?

Draco sentía que se estaba desangrando con cada segundo que pasaba, sabiendo que en el exterior su padre no lucía así.

Que nunca volvería a lucir así de vivo.

—Nuestro Lord ganó... y... tu madre- tu madre fue apresada por una supuesta traición. Yo quería sacarlos a ambos de ahí.

Draco cerró los ojos, y por unos instantes la presión en su pecho se hizo tan fuerte que no podía respirar. ¿Su padre quiso sacarlos?, ¿su padre había querido llevarlos lejos? Lucius escaneaba sus facciones con esperanza, sin entender demasiado, y Draco no podía decirle nada que sirviera de consuelo. Lo último que su padre recordaba era un momento de hace casi una década atrás. Había querido escapar junto a ellos.

Y ahora estaban ahí.

—¿Lo logré? —Lucius volvió a preguntar, con clara ilusión—. ¿Pude sacarlos?

Draco estuvo a punto de echarse a reír.

¿Cómo le decía que no? ¿Cómo le confesaba que nunca alcanzó a decirles?, ¿que Narcissa y él vivieron por años creyendo que él los había torturado?

No, papá. No pudiste sacarnos.

Madre murió en esa prisión.

Yo morí en esa casa.

Y tú moriste ese día.

Ninguno de nosotros sobrevivió realmente.

Draco respiró hondo, abrazándose como si acabara de recibir un golpe, y se acercó recordando las palabras de Astoria. No tenían mucho tiempo.

—Sólo tenemos unos cuantos minutos... —intentó decir, aliviado porque sus palabras salieron claras y fuertes.

—¿De qué? ¿Para qué?

—Padre... —Draco dijo lentamente ante la clara confusión de Lucius—. ¿De verdad no recuerdas nada más?

Lucius desvió la mirada hasta sus zapatos. Incluso así, no dejaba de verse igual de imponente. Ambos eran de la misma estatura, frente a frente. No entendía por qué su padre se sentía más grande. Se veía más grande.

—No... —respondió Lucius, para luego volver a fijarse en su rostro—. ¿Qué le pasó a tu cara?

Greyback lo hizo.

Tú me dejaste en la cama para que me recuperara.

Tú estabas ahí a la mañana siguiente.

Tú sabías lo que me estaban haciendo.

¿No lo recuerdas?

Por supuesto, Draco no diría nada de eso. No iba a sentarse allí a contarle a su padre las atrocidades vividas. Pestañeó, ahuyentando las lágrimas, y tragó el pesado nudo de su cuello.

—El día que- —dijo, aclarándose la garganta para que su voz dejara de temblar—, antes de que- antes de que pudieras liberarnos... fuiste puesto bajo un Imperius.

—¿Hace cuánto de eso?

Draco apretó las manos en sus costados.

—Nueve años.

No sabía si fue su imaginación, aunque esperaba que sí, pero Draco pudo ver el momento exacto en el que su padre se desinflaba, como si cayera en el mismo sitio. Draco no entendía el funcionamiento de la mente humana, pero esta versión de él... ¿qué estaría sintiendo, al saber que habían pasado nueve años?

¿Qué sentiría al enterarse de que había estado nueve años ausente?

—Oh.

Draco avanzó con cuidado hasta sentarse en la silla de la celda, y Lucius lo imitó inconscientemente, cayendo en la cama; siempre con los hombros rectos y la barbilla en alto.

Draco aún no podía respirar, sobrepasado por lo que estaba viviendo.

Porque su padre estaba ahí. Y quería decirle tantas cosas...

Hola. Te he extrañado.

¿Por qué te fuiste?

¿Por qué me dejaste solo en esa casa?

Por favor no te vayas de nuevo.

Por favor papá, no me dejes solo otra vez.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó él, algo más repuesto—. ¿Cómo estás tú?, ¿qué ha pasado? Cuéntame, Draco.

—Escucha, padre- aún estás bajo la Imperius... o algo así- ¿lo entiendes? —Draco lo ignoró. No podía responder a eso—. En unos minutos, se acabará, todo se acabará y tus recuerdos serán capaces de ser revelados. Recuerdos importantes para- para acabar con todo esto, y yo-

—¿Acabar? ¿Acabar con qué?

—La guerra —Draco dijo. Su voz estaba ronca y no sabía cómo comunicar lo que quería decir—. La guerra nunca terminó.

—¿Y yo tengo recuerdos útiles? —Lucius se veía igual de confundido—. ¿Qué hay de tu madre?, ¿ella no puede ayudar?

Y tal como sintió al verlo, Draco no podía creer que incluso después de tanto, escuchar a su padre hablar de su madre fuera equivalente a sentir que le estaban arrancando los huesos. Como si estuvieran presionando un cuchillo en una herida recién hecha. Su mamá murió pensando que su padre los había torturado a ambos en Azkaban, que lo hizo a conciencia.

—Madre está bien —susurró Draco, sabiendo que si hablaba más alto, se rompería.

—¿Sí? ¿Sigue en Azkaban?

Su madre gritando. Pidiendo que pararan. Pidiendo clemencia. Entregando su vida por él.

Su padre mirando.

—No —Draco contestó sin ser capaz de mantenerle la mirada—. Logré sacarla.

—Me alegro, Draco.

Por un momento de delirio, Draco creyó que su padre se levantaría y se acercaría hasta donde estaba él, para decirle que estaba orgulloso y que estaba ahí y que todo pasaría; que saldrían adelante juntos. Y Draco iba a ceder e iba a dejar ser abrazado y lloraría hasta secarse- porque querría creerle.

Pero Lucius nunca había sido un hombre de grandes gestos, y simplemente se quedó en su lugar, asintiendo y mirándolo con cariño. Como lo solía mirar antes de que Voldemort llegara a sus vidas.

—¿Entonces —su padre retomó el tema, y él lo agradeció—, dices que el Imperius se romperá?

—Sí. —Draco se mordió el labio, de pronto sin saber cómo decirle el resto. Cómo comunicar lo que sucedería después. Lo que él creía haber aceptado—. Pero has estado tantos años bajo esta maldición que es imposible sacarte de ella sin romper parte de tu sanidad. ¿Entiendes?

—No, la verdad.

—Significa que... —Draco se pasó una mano por la cara. ¿Cuál era la manera correcta de hacer esto?—. Que en unos minutos, quizás tu "yo", tu "yo real'' que piensa y razona... dejará de existir.

Lucius pareció haber sido golpeado, pero sólo duró unos momentos. Draco, por otra parte, decía esas palabras con calma, aunque ¿realmente lo había aceptado?

¿Aceptó que esa era la última conversación que iba a tener con su padre?

—¿Y qué quedará de mí? —Lucius preguntó lentamente.

—No lo sé.

—Entonces mátame.

Lo que sea que Draco iba a decir después para tratar de consolarlo, quedó atorado en su garganta.

—¿Qué?

—Si no vuelvo en mí —Lucius explicó, como si no fuera la gran cosa—, si no queda nada, además de una cáscara vacía, mátame.

—Padre- no-

—No te lo estoy pidiendo, Draco. No puedes mantenerme en esas condiciones, como alguien que fue besado por un dementor. Tendrás que matarme si desaparezco.

No.

No me hagas esto. No me pidas esto. Perdí a mamá, ¿también tengo que perderte a ti?

¿Cuando te acabo de recuperar?

La voz de su padre no daba lugar a cuestionamientos. No era un favor, era una orden. Esperaba que su hijo, su único hijo, lo asesinara porque ya no querría seguir vivo de esa manera. Era indigno.

¿Pero qué pasaba con Draco?

¿Acaso no contaba lo que él quería?, ¿lo que significaría perder a su padre?

¿A la única familia que le quedaba?

—No puedo...

—Pídelo a Narcissa. —Lucius agitó una mano, hablando con decisión—. Ella siempre hará lo necesario por los que ama.

Draco apenas podía entender algo más allá de su dolor; porque su madre lo había hecho, ¿no? Se había sacrificado a sí misma para darle una oportunidad. ¿Y si estuviera viva? ¿Habría matado a su padre para que no quedara en ese estado cataléptico?

Pero es que estaba justo ahí. Draco lo tenía enfrente, y podía estirar la mano y lo estaría tocando. Estaba hablando con él después de más de nueve años. ¿Por qué no podían tener esto? ¿Por qué no podía conseguir que se quedara con él?

Sabía, o al menos suponía, lo que Lucius había hecho en la primera guerra, y lo que hizo en la segunda. Draco sabía que no era una buena persona, y que probablemente merecía estar pasando por esto. Pero era su padre. Quien le enseñó a caminar, a volar y a leer. El hombre al que Draco molestaba en la madrugada pidiéndole que lo dejara meterse a la cama junto a mamá. ¿Por qué no lo dejaban conservarlo, aunque sólo fuera físicamente? ¿Por qué no podía recuperarlo después de haber pasado años pensando tan mal de él?

—Lo siento —murmuró Draco.

—¿Por qué? —preguntó su papá con confusión

—Por todo. Siento no poder salvarte. Siento que las cosas sean así. Siento que este sea el final-

Lucius se inclinó en la cama y puso una mano encima de la suya, apretándola. Draco saltó en su lugar sin haberlo esperado. Su padre lo miró con esos ojos grises llenos de decisión, y Draco podía jurar que eran sinceros. Lucius tenía fiereza en ellos.

Yo lo siento, Draco —dijo él, remarcando las palabras—. Siento que mis creencias te hayan llevado a- a- no sé qué ha sucedido, pero puedo ver que no lo has pasado bien. Siento no haber podido protegerlos. Siento que seas tú quien deba llevar esta carga tan joven-

—Te amo —Draco lo cortó, aún aguantando las lágrimas—. Siempre lo he hecho. No sé si alguna vez lo dije antes, yo- aunque dueles, siempre te he amado.

Lucius realmente pareció impresionado ante esto, como si no se esperara que Draco se despidiera así de él. El agarre en su mano se intensificó y luego, increíblemente, le dedicó una sonrisa.

Había olvidado cómo se veía su padre cuando sonreía.

—Y yo a ti, mi hijo —dijo él, levantando la otra mano para acunar la mejilla de Draco con orgullo—. Mi dragón. Mi heredero. Pondrás el nombre de la familia en alto, confío en ti.

La quietud que vino después de esa frase fue casi violenta. Draco pudo percibir un montón de emociones pasar por su rostro. No tenía idea de qué sentir, sólo sabía que no quería que esto terminara; quería tener a su padre con él como si fuera un niño de nuevo.

Éramos una familia.

El pensamiento sólo hizo que Draco por fin liberara las lágrimas que estaba reprimiendo.

Éramos una familia. Y te creí cuando me dijiste que nos esperaban grandes cosas.

Lucius por fin lo jaló en un abrazo cuando vio sus mejillas mojadas, y Draco se sintió tan infinitamente- pequeño en ese instante. Como si le hubieran sacado décadas y décadas de encima. De pronto ya no tenía veintiséis, sino cinco, y su padre lo había atrapado al fin de la caída de su escoba.

—No olvides mi petición, Draco —Lucius dijo contra su oído, apretándolo más fuerte—. No me dejes como un dementorizado.

Draco sabía que había promesas que podían cumplirse. Otras que costaban. Otras que no deberían hacerse en primer lugar. Y otras, como esa, que estaban destinadas a romperse.

—Está bien.

Se quedaron así por lo que, honestamente, pudieron ser años. Décadas. Siglos. Draco intentó memorizar la forma en que los brazos de su padre se sentían: seguros y firmes. Cómo su voz sonaba, y la manera en la que sonreía. Draco sentía en cada poro el orgullo de su parte.

Mi hijo.

Mi dragón.

Mi heredero.

—Es hora, Draco.

Draco se separó sólo un poco gracias a la voz de Astoria, que pareció resonar en la celda. No quería, no quería alejarse de su padre nunca más, porque sabía que algo malo sucedería.

Por favor, déjame tener esto. A lo que sea que esté allá arriba, déjame tener esto.

Déjame recuperarlo.

Por favor

—Te amo, Draco.

Draco cerró los ojos, y al segundo siguiente el abrazo se deshizo y él estaba siendo sacado de la mente de su padre. Su corazón era un nudo y nada más.

Azkaban se estaba derrumbando.

Esta vez para siempre.

•••

Astoria deshizo el Imperius.

Como Voldemort pensaba que Lucius Malfoy estaba muerto, no estaba dedicando su energía a mantener la imperdonable, no de la forma en que solía hacerlo. Era impresionante saber que un ser humano podía tener tal poder, pero él lo poseía, e incluso sin saberlo, continuaba esclavizando a Lucius a través de este. Si el Lord se encontrara concentrando sus fuerzas, Astoria jamás habría sido capaz de liberarlo.

Pero así no eran las cosas.

Todo sucedió en un lapso de segundos. Había una masa de recuerdos por los que Astoria pasaba y examinaba. Se encontraba en todos al mismo tiempo, y todos los veía a la vez. No sabía cómo pasaba pero cuando estaba en la mente de una persona dejaba de ser ella, simplemente era... parte, parte de esos pequeños universos que controlaban a los seres humanos.

En esa memoria en específico, las cosas estaban medio ocultas porque Lucius se encontraba con los ojos cerrados, presionado contra el suelo. Astoria sólo podía ver y sentir en primera persona, y el hombre tuvo que haberse desmayado en algún punto porque el recuerdo se sentía... borroso. No había otra palabra para describirlo.

—Así que, incluso así, ¿no puedes verlo?

Esa voz.

Tanto Astoria como Lucius suprimieron un escalofrío, y un miedo helado subió por sus columnas. Eso provocaba Voldemort cada vez que estaba delante de ti, cada vez que debías enfrentarte a él. Era parecido a lo que Draco provocaba cuando lo veías y no lo conocías. Sólo que con Voldemort pasaba siempre; todo el jodido tiempo.

—No —contestó una mujer. Lucius la reconoció como su esposa.

Y Astoria quería gritar. Pero no era ella en realidad. Quien quería gritar era Lucius en el suelo. Él quería prender fuego a todo al escuchar a su Narcissa siendo herida.

—¿Por qué?

—Usted sabe por qué.

Un ruido resonó por la sala y Lucius se removió; había sido un puñetazo porque Narcissa respondió de forma insolente. Lucius emitió un quejido de súplica al escucharlo, pero fue tan bajo que nadie pudo oírlo. Era sumamente difícil estar en su cabeza. Él luchaba a cada segundo contra la maldición que quería devorarlo.

—¿Dices no tener soberanía sobre este objeto, el llamado Trouve, Narcissa Malfoy? —Voldemort habló de nuevo—. ¿Dices que no te responde?

Narcissa fue obligada a contestar, aunque Lucius no podía verla. Pudo escuchar otro golpe y cómo era botada al suelo. Un pequeño rincón de la mente del hombre se aliviaba de que Draco no estuviera allí.

Poco sabía, que eso no duraría demasiado.

—No soy la heredera de los Black —Narcissa dijo en voz baja—. No puedo ayudarlos. Hay un reclamo más fuerte que el mío sobre la herencia.

—¿Qué hay de tu hijo?

—Menos.

—¿Lucius?

—Ya lo he dicho, no tiene sangre Black. No de primera línea.

Aquella era una memoria de casi inmediatamente después de que Voldemort se proclamara vencedor en la Batalla de Hogwarts, o tal vez luego de matar a Harry Potter. Los Mortífagos estaban yendo a ciegas. Lucius acababa de ser maldecido con la Imperius y creía que sería capaz de librarse.

—¿Quién lo es, entonces? —preguntó el Lord.

Y Astoria sabía lo que diría, incluso cuando el resto de personas en esa memoria no.

—Harry Potter.

Otro golpe.

Lucius sintió que su mano descansando en el suelo era salpicada de un líquido. A su mente bajo la Imperius le tomó unos sólidos cinco minutos darse cuenta de que era sangre. Astoria podía escuchar el comando resonar cada vez que quería moverse para evitar que siguieran dañando a Narcissa.

Obedece a tu Amo.

Obedece a tu Amo.

Obedece a tu Amo.

—Harry Potter está muerto —dijo alguien más. No el Lord, el Lord se había quedado completamente callado.

—Con todo respeto, mi Señor, eso no es así —Narcissa Malfoy habló, y la manera en la que salían sus palabras daba a entender que le habían roto la boca a golpes—. Sé que las reliquias familiares que han expuesto frente a mí no me responden, porque hay un heredero más fuerte que yo que tiene legitimidad sobre ellas. Sé, por el elfo de Grimmauld Place, la relación que Sirius Black tenía con Harry Potter, y puedo asumir que luego de su muerte mi primo le dejó todo lo que había en la Casa Black. No hay otra explicación de por qué estos objetos no me responden si soy la única Black viva. Lo siento, pero... Harry Potter está vivo.

Un segundo de silencio pasó.

Y entonces.

Obliviate.

Lucius todavía veía oscuridad, pero él y Astoria sabían con certeza que el Obliviate no estaba dirigido ni a Narcissa ni a él. El Señor Tenebroso había Obliviateado a las personas en esa sala. Los hizo olvidar lo que Narcissa había dicho. La verdad.

Era la única forma que tenía de mantener su poder.

•••

—Te amo.

Lucius se encontraba guardando a Narcissa en esta memoria, ambos en Azkaban. Ella estaba sentada fuera de la pequeña jaula en la que solían meterla, pero aún así no se veía menos diminuta encorvada en la cama de piedra... como si quisiera protegerse del mundo.

Yo también te amo, Narcissa.

Eso era lo que Lucius pensaba entre la bruma del Imperius.

Te amo y lo siento.

Siento no ser más fuerte.

Siento no poder salvarlos.

—Incluso con todo... con todo lo que has hecho. —Narcissa siguió adelante frente a su silencio—. Te amo. Los amo.

Astoria descubrió en ese recuerdo, que la razón por la que todo se sentía borroso, era gracias a la maldición. La mente de Lucius se iba fragmentando lentamente bajo el Imperius y había dos versiones de él viviendo en su cabeza. La poseída por Voldemort, y la que quería librarse. Ambas estaban en constante guerra, por lo que esas memorias le pertenecían tanto como no lo hacían.

Una parte estaba obedeciendo.

La otra estaba quemando su garganta para poder despertarse.

—Cuando te arrodillaste y me pediste que te acompañara por el resto de la eternidad fue el día más feliz de mi vida. —Narcissa hablaba bajito, y Lucius- el Lucius que razonaba, quería decirle que también había sido el suyo—. Yo veía un futuro a tu lado. Te veía a ti, y a mí. A ambos, en contra de todo.

, Lucius pensaba. Sí, Narcissa. Eso quería. Eso siempre quise.

Pero las cosas se desviaron antes de que el Lord ganara.

Se desviaron esa noche de 1994 en un cementerio muggle.

Se desviaron en la primera guerra, y les fallé. No éramos nosotros contra el mundo.

Era el mundo contra nosotros.

—Cuando Draco nació, jamás me sentí tan contenta al ver que eran parecidos... Tenían la misma nariz. El mentón. Los ojos. Lo veía, y para mí era ver- era ver el fruto de lo que éramos. De lo que habíamos construido. La familia que siempre creí que seríamos.

Astoria podía ver la memoria de ese día. Narcissa había decidido tener a Draco en la Mansión Malfoy por seguridad, y luego de horas y horas de pujar, finalmente nació en medio de una tormenta eléctrica. Era extraño, para haber sido en medio del verano, pero sucedió porque ambos sabían que su hijo era especial, y Lucius lloró de felicidad aunque nunca se lo dijo a nadie. Draco era pequeño, sin embargo, pesaba lo suficiente para ser considerado más que sano. Y al verlos a ambos- a la mujer que amaba sosteniendo a su hijo, su primer y único hijo... Lucius apenas pudo contener la felicidad. Lucius jamás había amado tanto.

—¿De verdad esto es más importante para ti, Lucius? —Narcissa preguntó, y su voz se quebró completamente—. ¿El Señor Tenebroso es más importante que tu propio hijo?

No.

Nunca lo ha sido, y lo siento por hacerles creer que fue así.

Siento haberles hecho esto. Siento haberlos traicionado.

Pero, por supuesto, Lucius fue incapaz de decir nada.

—¿Todo fue una mentira?

Astoria se sintió genuinamente mal por él y por Narcissa, y por la forma en que acabaron las cosas. Lucius estaba gritando que no, que cada cosa que dijo era verdad. Que todo lo que vivieron fue en serio, sin embargo, ningún sonido salía de su garganta. Todo lo que Lucius podía hacer era mirar fijamente a la mujer en esa cama de piedra, despeinada, con la cara amoratada y los brazos llenos de sangre.

Esa mujer que tenía miedo de verlo a la cara.

—Ni siquiera has sido capaz de parar las torturas —Narcissa murmuró—. De hacer que se detengan.

Lo he intentado, créeme que lo he intentado. Me gustaría que pudiera ser suficiente. A cada segundo intento que sea suficiente, pero nada funciona. Lo siento Narcissa, no quiero herirte. No quiero herirlos.

Quiero abrazarlos y nunca dejarlos ir para remediar el daño.

Narcissa al fin levantó la vista; había tantas emociones pasando por su cara que la misma Astoria se mareó. Enojo, decepción, tristeza, rencor, rabia.

Desolación.

—Cuando el Señor Tenebroso acabe con todo lo bueno que hay en el mundo, espero que sufras, y que te arrepientas de lo que has hecho —Narcissa le espetó, envalentonada por la supuesta indiferencia de Lucius—. Si me muero, espero que cargues con eso por el resto de tu vida. Espero que no tengas un solo día de sueño, sabiendo cómo me fallaste a mí, a Draco y al hombre que eras.

No mueras, Narcissa.

Por favor no mueras.

Lo siento.

—Jódete.

•••

Lucius estaba apuntando a Narcissa con la varita.

Por mucho que le doliera, no era una situación infrecuente. Amenazar con maldecirla, y hacerlo, era algo común, y que, para su horror, se le estaba haciendo cada vez más fácil. A Voldemort le gustaba eso. Le gustaba saber el poder que tenía en ambos y cómo los había reducido a no más que polvo y juramentos rotos.

—Detente —el Señor Tenebroso habló, e inconscientemente Lucius supo que se dirigía a él. Se sintió bajar la varita. Voldemort se giró a Narcissa, quien tenía espasmos gracias a la tortura—. ¿Vas a admitir que la viste?

—No lo sé... —contestó Narcissa, débil. El dañado cerebro de Lucius no podía comprender de qué estaban hablando, y todo lo dicho antes de esa conversación eran nada más que murmullos inteligibles ante los oídos del hombre.

Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo.

—La viste en la Batalla —insistió Voldemort—. Viste adónde se fue mi preciada Nagini, y decidiste Obliviatearte antes de decírmelo. Antes de comprar tu propia libertad.

—No sé qué vi... No lo sé...

Voldemort se metió a la cabeza de Narcissa. Ella arrugó toda la cara, quejándose silenciosamente, y sus uñas se clavaron con tanta fuerza en sus piernas que Astoria creyó ver un hilillo de sangre. El Lord se metió a su mente para buscar, sí, pero a su vez la navegaba para hacerla sentir peor de lo que ya se sentía. Sin cuidado.

—Hay un fallo en tu Obliviate, ¿lo sabías? —el Señor Tenebroso se rio, sin soltar la cara de Narcissa—. Yo siempre me doy cuenta de las piezas faltantes, de cuando algo no me calza, y  que hay un agujero en tu Obliviate. Y lo vamos a encontrar, aunque sea con la magia negra a la que temes y te horroriza tanto. Vamos a saber qué fue lo que viste en la Batalla, y vamos a averiguar alguna forma para que el objeto corresponda a ti.  me vas a traer a Nagini.

Narcissa colapsó en el suelo. Lucius, en medio de su lucha mental, recién se dio cuenta de que aquella celda era más grande que las del resto de Azkaban, probablemente para hacer las torturas más fáciles. A lo lejos escuchaba a Narcissa sollozar, vulnerada; y había otros Mortífagos riéndose de ella, pero Lucius sólo podía prestarle atención al puto espacio de ese cuarto.

—Yo no puedo... —Narcissa se quejó—. Sólo Harry Potter puede-

—¡Mientes!

No.

Eso fue lo primero que Lucius pensó cuando dos Crucios simultáneos se efectuaron en Narcissa.

No. No. No.

Basta, por favor.

Déjenla.

Astoria sintió cómo su cuerpo físico sollozaba fuera de la mente de Lucius.

Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo.

No duró más de seis segundos, no si no querían volverla loca, pero fue suficiente para que él se agitara con fuerza en medio de la maldición para así poder ayudarla. Para así hacerla escapar. Narcissa gritaba. Los Mortífagos reían. Y él-

Él se encargaba de torturarla.

•••

—¿Te alegra, verme así?

Una vez más sólo estaban Lucius y ella. Se suponía que él se encontraba cuidando a la prisionera, pero Astoria en el presente podía reconocer que aquella era otra tortura más, para ambos. Narcissa experimentaba cómo se sentía que ninguna palabra llegara a Lucius, quien se veía completamente indolente desde el exterior, y por otra parte Lucius batallaba para tratar de responderle.

Podía compararlos con el sol y la luna.

Condenados a mirarse a lo lejos, pero incapaz de llegar el uno al otro.

—¿Te alegra saber que he sacrificado mi vida, por tu Señor? Del que tanto te jactabas, el que tanto quisiste meter en nuestras vidas. ¿Te alegra saber cómo acabaron las cosas?

No.

Narcissa estoy aquí.

Por favor, mírame y ve que yo jamás haría esto si estuviera en mis manos. Te amo.

No mueras.

—Lo hice por Draco, no por ti —Narcissa soltó, e incluso bajo capas y capas de veneno Astoria distinguía el dolor crudo. Narcissa estaba sangrando. Sus heridas se encontraban a carne viva—. No piensas que lo hice ni un solo segundo por ti. Lo hice por él- para que él pudiera vivir tranquilo. He usado los principios de los sagrados veintiocho para comprarle tiempo. He hecho lo necesario por él.

Lucius deseaba poder agradecerle, o reclamar su idiotez. ¿Por qué se estaba sacrificando? ¿No había más opciones? Si estuviera presente, si no estuviera bajo esa maldición, él las encontraría. Lucius necesitaba salir de ese estado mental para ayudarla. Porque lo haría, ¿no? Se liberaría y la liberaría a ella y luego llevaría a su familia lo más lejos posible, donde ya nadie pudiera hacerles daño.

Pero por más que intentaba moverse, nada salía.

Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo. Obedece a tu Amo.

—¿No tienes nada para decir? —Narcissa preguntó.

Lucius quería responderle, quería decirle que sí, que tenía muchas cosas para decirle. Millones de "te amo" y de disculpas y de promesas que esperaba cumplir. Pero lo único que salió de sus labios fue:

—¿Por qué te hiciste un Obliviate?

Y Astoria pudo ver cómo el corazón de Narcissa se desangraba en el piso. Cómo Lucius acababa de pisarlo frente a sus ojos.

—No lo sé, pero puedo estar segura de algo —respondió ella con calma, ignorando las lágrimas que se habían arremolinado en sus ojos—. Sea lo que sea, tenía que ver con proteger a Draco. Siempre se ha tratado de él.

Lo sé. Para mí también.

Siempre hice lo que hice por esta familia, para que tuviera el futuro que se le prometió. Para que tuviera el honor que nos merecíamos.

¿Puedes verlo?

¿Puedes oírme?

—Pensé que para ti era lo mismo —Narcissa dictaminó.

La respuesta a sus preguntas eran un no.

•••

El Señor Tenebroso paseaba de un lado a otro en la celda. En ese instante no había más Mortífagos en ella, sólo Lucius. Astoria creía que la razón era, debido a que Voldemort ni siquiera pensaba en Lucius como una persona para ese punto. Como mascota, máximo, por lo que no le importaba si escuchaba o no escuchaba lo que estaba diciendo.

En parte, tenía razón.

Lucius no estaba presente. Sus recuerdos no estaban completos.

Su mente estaba casi deshecha.

—Está protegida, eso es todo lo que sé —el Lord dijo, hablando consigo mismo más que con cualquiera de los Malfoy—. Nagini se puso a sí misma bajo protección, porque no puedo conectar con ella. No puedo saber nada, además de que está viva. Hay un conjuro lo suficientemente poderoso que nos mantiene separados. ¿Cómo es que ese objeto, el Trouve, puede superar aquello?

—Porque fue creado para eso —Narcissa respondió. Sonaba como la voz de alguien en sus etapas terminales—. Para encontrar lo que no podía ser encontrado.

—Y dices que Potter, un sangre mestiza que ni siquiera tiene relación directa con esto... ¿Él es el único que puede saber dónde está mi Nagini?

A Astoria le habría gustado bufar. ¿Acaso Voldemort no sabía que Harry era uno de sus Horrocruxes? ¿Que él tenía que ver más que nadie en todo esto?

Narcissa tomó aire.

Se notaba que le costaba respirar.

—Sí. No queda ningún otro Black.

Aquello fue suficiente para abandonar esa memoria.

Y siguieron pasando. Una tras otra. Algunas totalmente inservibles. Otras, desgarradoras. Astoria las vio todas, miró el mundo a través de los ojos de Lucius Malfoy, y agradeció que Draco no estuviera allí para presenciarlo. Su cabeza iba demasiado rápido. Las imágenes también. Narcissa y la mente de Lucius se fueron deteriorando hasta no dejar más que escombros de ambos; era un espectáculo terrible.

Pero habían obtenido información.

Valía la pena.

•••

Una vez que Astoria volvió a ellos, lo que más le dolió a Draco descubrir no fue la cara de angustia que tenía. No fue lo horrorizada que se encontraba, o la manera en que temblaba.

Era saber que la mente de su padre no eran más que añicos.

Y que en el exterior, no parecía que nada hubiera pasado en realidad.

—¿Estás bien? —preguntó Harry, tomando a Astoria del brazo para estabilizarla.

Astoria esperó, calmándose, e intercaló la mirada entre él y Harry. Draco tenía un mal presentimiento. No sabía qué había visto Astoria allí, pero fuera lo que fuera, no pintaba nada bueno.

—Harry...

Y la manera en que lo dijo- la forma en que lo dijo-

Draco supo que allí iba otra responsabilidad que no le correspondía.

—Harry, siéntate por favor.

Harry se quedó muy quieto en su lugar, y Draco, tratando de ser un poco más comprensivo, lo llevó hasta el asiento más cercano. Su cuerpo entero estaba tenso, y Draco era alguien completamente egoísta... porque parte de él se encontraba aliviado de no ser el foco, de que Astoria no se estuviera dirigiendo a él para decir algo que terminaría por destruir su alma.

O eso pensaba.

Hasta que ella habló de nuevo.

—Tom te necesita a ti-

—Eso ya lo sé-

—No, Harry —Astoria lo interrumpió con fuerza—. ¿Durante los encuentros que has tenido con él, cuando se han enfrentado, ha querido matarte?

—¿Sí...?

—¿O sea que nunca te ha perseguido? ¿Nunca ha querido atraparte vivo?

Draco no comprendía a qué se refería Astoria, pero sólo de ver cómo el entendimiento se instalaba en las facciones de Harry, supo que eso no era bueno. Que lo que Astoria les estaba contando no era nada bueno.

—Me necesita vivo...

—Porque tú eres el único que puede utilizar el objeto que da la ubicación de Nagini —Astoria completó, y Draco empezó a negar—. Tú eres el heredero de los Black.

Harry estaba hiperventilando, Draco lo sabía. Su pecho subía y bajaba con más velocidad a cada instante que pasaba, y sus ojos ahora se encontraban escaneando el piso; apretaba los dientes como si los fuera a partir. Draco tomó su mano y la apretó, haciéndole saber que estaba allí, y que no perdiera los estribos porque lo necesitaba.

Porque él estaba a punto de perder la cabeza también.

Aquello no tenía sentido.

—O sea que... Aunque Tom llegue al objeto, necesitará a Harry para ver lo que este muestra —Draco sugirió, estirando la otra mano para acariciar el cabello de Harry, intentando tranquilizarlo.

Intentando no pensar en lo que sus palabras querían decir.

—Pero si Tom encuentra el objeto antes, puede tendernos una trampa para llegar a Harry, y nosotros también lo necesitamos. Caeremos en sus redes y-

Astoria estaba analizando tanta información que seguramente la sobrepasaba. Draco trató de no cundir ante el pánico, porque Harry ya lo había hecho. Mientras la mujer pensaba, Draco se inclinó hasta la mejilla de Harry y dejó un pequeño beso, susurrando que estaba a su lado y que no lo iba a dejar. La respiración de Harry estaba saliendo un poco más nivelada, al menos.

—Narcissa dijo que no quedaba ningún Black.

Draco levantó la cabeza al escuchar el nombre de su madre. Saber que lo que Astoria vio tenía que ver con eso, sólo provocó que se le revolvieran las entrañas- pero no era importante. Tenía que concentrarse en lo que decía.

—Eso no es cierto.

—No, por eso... —Astoria sonrió—. Ellos no saben que Andrómeda está viva.

Draco comprendió al segundo, e incluso Harry estaba mirando a Astoria ahora, aún intentando controlar sus inspiraciones.

Eso quería decir que, la persona a la que buscaban no era Harry. No era así. Ellos no sabían que había un heredero más legítimo que él.

Andrómeda, la mayor de los Black.

—La única forma de ver qué hay en ese objeto está con nosotros, siempre estuvo con nosotros. Aquí, en Pequeño Hangleton —Astoria siguió, mucho más animada.

Draco pudo respirar, y Harry agachó la cabeza entre sus piernas.

—Nosotros tenemos la llave para encontrar a Nagini.

Chapter 58: Capítulo 51: La Mansión Potter

Notes:

Una pequeña nota de advertencia (con pequeño spoiler ?)

Si por algún motivo prefieren leer cuando todo se resuelva, les aconsejo que pausen su lectura aquí y vuelvan cuando el cap 54 esté publicado! Cuiden su salud mental amores, yo como lectora sé lo que es angustiarse con incertidumbre y dudas.

Para el resto… disfruten del cap(?!

Pd: la próxima semana hay triple actualización. Todas el mismo día. Stay tuned, I guess!!!

Chapter Text

Hermione lo tiró en un abrazo antes de que Harry pudiera empezar a ordenar a la gente y explicar el plan que los llevaría a la Mansión Potter.

—Cuídate, Harry —murmuró ella escondiendo la cabeza en su pecho—. Por favor, cuídate. No te arriesgues.

Harry, algo mareado por la rapidez con la que se estaban moviendo las cosas, sólo atinó a poner una mano en la parte trasera de su cabeza, acariciando el cabello de Hermione y doblándose para depositar un beso en la coronilla.

Se sentía extraño.

Pero no era por la distancia que habían tenido últimamente, no era por lo que estaba a punto de suceder. Sino, porque esta era la primera vez que Hermione lo abrazaba por sí sola desde que sucedió lo de Grimmauld Place, y Harry no se había dado cuenta de lo mucho que la extrañaba.

—Y tú, Hermione. Por favor.

Hermione asintió, dando un paso atrás, y Harry se movió para enfrentar a toda la gente que iría a la lucha. Luego de la recuperación de memorias y las conclusiones algo apresuradas que Astoria había sacado, Harry envió a un pequeño grupo a espiar el mundo mágico, quienes volvieron reportando que los Mortífagos no estaban siendo vistos por ninguna parte y que la gente estaba saliendo de sus casas, sin entender. La Marca en el brazo de Draco no había quemado, según lo que él mismo dijo, lo cual era preocupante.

En el futuro, Harry no comprendería por qué no había recordado a Theo.

Por qué no le había preguntado a él si su brazo quemaba.

Tal vez…

Tal vez.

Voldemort les llevaba semanas de ventaja en la Mansión Potter; quizás ya estaba dentro, o sabía dónde buscar el objeto. La Orden no tenía idea de nada. Nada, salvo que Andrómeda les serviría para dilucidar la ubicación de Nagini con el objeto perteneciente a la familia Black. Harry no quería pensar mucho en eso, estaba más ocupado dirigiéndose a los centenares de soldados que lo observaban en el patio, listos para dar la última batalla.

O lo que él esperaba que fuera la última batalla.

—Como muchos ya saben, ahora nos encaminamos a la Mansión Potter, en lo que esperamos, será la última lucha que daremos en estos nueve largos años —Harry empezó a decir con el sonido de su voz amplificado—. Las protecciones del patio no deberían ni recibirnos amablemente, ni expulsarnos, pero en caso de que lo hicieran, existe un ritual que nos servirá para traspasarlas. Todos llevarán escobas encogidas consigo, escucharán las indicaciones y estarán bajo hechizos desilusionadores. Probablemente el Gran Mortífago se encuentre allí con más gente, así que trataremos de enfocarnos en pelear en campo abierto. Sólo entraremos a la mansión cuando sea oportuno, y no lo harán todos. ¿Entendido?

Cuando Harry recibió un montón de "sí", hizo que la gente se separara para que se despidieran de sus familiares. Quizás muchos no volverían después de esto; la tensión se respiraba en el ambiente. Harry se acercó a Ron, quien acababa de ponerse la prótesis muggle adquirida, aunque era notorio que le faltaba aprender a controlarla. No podía luchar aún, no tenía la práctica suficiente.

—Necesito que te quedes protegiendo a Andrómeda —dijo Harry cuando Ron estuvo a una distancia prudente. Este parecía nervioso—. No tengo tiempo para explicarte ahora, sólo debes evitar que intente escaparse mientras no estamos. Astoria te explicará. Ya le he pedido que se quede ella también.

Ron asintió, jugando con sus manos.

—Está bien —respondió algo reacio—. ¿Estás seguro de que esta es la mejor opción?

No.

—Los Mortífagos se están movilizando por una razón. No veo que tengamos demasiadas opciones. Tenemos que llegar al objeto antes que Tom.

El ceño fruncido de Ron se acentuó pero no replicó nada. Se veía nervioso. Harry casi podía ver los engranajes funcionando a toda velocidad, tratando de evaluar la situación. Aunque ambos- todos, en realidad, estaban hartos de esa guerra. Si significaba que acababan de llegar al final, entonces que así fuera.

Finalmente Ron asintió y dio un paso al frente, envolviendo los brazos en su cintura.

—Está bien —murmuró, palmeandole la espalda—. Entonces asegúrate de volver vivo.

Harry soltó una honda exhalación.

—Haré lo posible.

—¡Nos vamos en cinco! —gritó Kingsley al otro extremo del jardín.

Los Weasley estaban decididos a ir todos, a excepción de Charlie quien se rehusaba a dejar a Ron solo en la base. Harry se dejó abrazar por ellos, (a pesar de que lo acompañarían), y se despidió de Madam Pomfrey. Después, ordenó a Kreacher Aparecerlos a todos en las afueras de la Mansión Potter cuando él diera la señal, y que volviera a la Mansión McGonagall si sentía que alguien lo llamaba necesitando su ayuda. Nunca habían intentado eso, Kreacher nunca lo había intentado, pero valía la pena ver si era posible. Era la única opción que tenían, y si Kreacher había sido capaz de tumbar a gigantes en Austria, quizás era capaz de acudir a los llamados de sus amigos también.

Luego de terminar de coordinar la logística de su plan, Harry buscó a Draco. Debía estar afectado por la conversación con su padre todavía, y necesitaba verlo una última vez antes de marcharse, memorizar cada espacio, lunar y cabello. Necesitaba beberse tanto de él que sintiera que ya nunca podría extrañarlo.

Necesitaba verlo una vez más en caso de que no volviera.

Harry dio una vuelta por el patio a la espera de que un destello rubio apareciera en su visión, pero sólo divisaba capuchas y máscaras. No lo veía. ¿No había estado a su lado?

En un lapso de minutos- en un lapso de segundos- ¿dónde se había metido?

Necesitaba asegurarse de que Draco se quedaría ahí esperándolo.

—Harry. —Ron atrapó su brazo mientras Harry caminaba hacia la entrada de la mansión—. Harry, ¿qué estás haciendo?

Harry apenas le prestó atención, tratando de llegar- de llegar a Draco. Lo necesitaba como el aire a sus pulmones. Tal vez siempre fue así. En ese momento su único objetivo era observarlo una última vez y atarlo a esa mansión para que no pudiera seguirlo. A lo lejos, Kingsley dictaba las últimas de las instrucciones y les daba ánimos

—Harry, no puedes- Harry, ya se están marchando.

El corazón de Harry se apretó y se hizo pequeño, muy pequeño, al ver movimiento en el rabillo del ojo. No podía irse así. No podía- no podía- ya todo iba a terminar-

—Draco…

—Harry. —Ron lo sacudió de los hombros—. Harry, reacciona. No puedes volver allí dentro.

—No puedo- debo- Draco- —Harry lo miró a los ojos, desesperado y sin aliento—. Tiene que- tiene que estar bien. No puede morir. Tengo que verlo y decirle que… Ron, él- tiene que vivir.

Ron apretó los labios, pasando saliva. Se encontraba nervioso, era notorio. Todos lo estaban.

—Me aseguré de eso, Harry —confesó, y su comportamiento cobró algo más de sentido. Harry lo miró sin parpadear—. Lo- lo aturdí mientras hablabas. No- sé que no quieres que vuelva a pasar lo de Ginny. No irá. Draco no irá.

Harry sentía que quería gritar. Se encontraba agradecido, frustrado, enfurecido… ¿No vería a Draco de nuevo? ¿Ron…? ¿Ron sería capaz de encargarse de él si algo le pasaba a Harry?

No aún.

No estoy listo para irme sin verlo.

No estoy listo.

—Pero- pero-

—Debes irte. Te necesitan. Te necesitamos allí —Ron insistió—. Yo me encargaré de Draco.

Harry quería desgarrar su piel. Por un momento deseó ser capaz de quedarse. Por primera vez, se imaginó una vida en la que tenía permitido quedarse allí con Draco mientras el resto iba a pelear la guerra. Huir si las cosas salían mal. Sobrevivir. Harry deseaba ser un personaje de fondo en la historia de otros héroes.

Eso.

No quería nada más que eso.

—¿Te encargarás de que… de que no muera? —Harry preguntó con un hilo de voz, sintiendo cómo cada palabra le pesaba—. Incluso si ya no estoy- tú, ¿lo mantendrás a salvo sin importar qué?

Fue capaz de observar en los ojos de Ron el preciso momento en que este veía una vida sin Harry. Su cara empalideció, las sombras se acrecentaron en sus ojeras, todo su universo pareció dar una vuelta. Harry lo sabía porque él sentía lo mismo al pensar en una vida sin Ron: perdía significado, color. Si Ron moría significaba que el sol podría salir por el este, que las estrellas podían caerse, que los pájaros podían dejar de cantar. Un mundo sin Ron era tan feliz como una vida sin la primera risa de un bebé o arcoíris en el cielo.

De pronto la gente comenzó a apretarlo. Lo estaban obligando a salir.

—Ron-

—Lo prometo.

La afirmación resonó entre ambos como si no hubiese ruido de fondo. Como si Kingsley no lo estuviera apurando. Las manos de Ron continuaban afirmándolo de los hombros, irradiando lealtad.

Era suficiente.

Tal vez no vería a Draco de nuevo- y aunque le quemaba, aunque le daban ganas de incendiar el jardín, de tirar abajo todas las civilizaciones- al menos estaría bien. Al menos estaría bien porque Ron lo prometía.

Y Harry le creía.

Harry siempre le creería.

—Confío en ti, Ron.

Ron lo soltó de inmediato.

Harry empezó a moverse.

—Gracias —susurró por última vez mientras la gente comenzaba a empujarlo para salir.

Quería vomitar. Quería que las cosas fueran distintas. Quería pelear, acabar con el mundo y hacerlo trizas para nunca más sentirse así: temeroso por la gente que amaba, temeroso de perderla.

No alcanzó- no pudo despedirse de Draco. No puedo decirle lo que sentía. No- no alcanzó a decir que lo- que-

Te amo.

Harry tenía la palabra atorada en la garganta. Estaba atascada con todas las otras cosas no dichas que guardaba en algún rincón dentro de la gran sombra que era.

Al menos podía prometerse a sí mismo que volvería, que haría todo lo posible por volver. Draco le aseguraba siempre que él regresaba, ¿no? Que él siempre regresaría a Harry. Harry podía hacer lo mismo. Estaba dispuesto a morir por el mundo mágico, pero sólo estaba dispuesto a vivir por Draco Malfoy.

Harry cerró los ojos.

Sacando la moneda y abriendo el portón, el ejército empezó a salir desde el laberinto.

•••

Harry se dio cuenta de inmediato que las cosas no estaban bien.

La Mansión Potter era bonita, aunque estaba casi en las ruinas y desde esa distancia se veía verde gracias al moho. Se encontraba ubicada en uno de los campos más al norte de Inglaterra. Había neblina cubriéndola y abarcaba gran parte de aquel terreno lleno de vegetación. Parecía sacada de un cuento de hadas.

Sin embargo, su aspecto no fue lo que despertó sus alarmas. La fachada estaba lejos de ser una de sus mayores preocupaciones.

Lo que gritó la palabra “peligro”, fue que se sintió demasiado fácil entrar al patio.

Eso no estaba bien.

La duda duró apenas unos segundos, no porque Harry se hubiera convencido a sí mismo que no debía preocuparse, sino porque, antes de que pudiera hacer algo al respecto, una barrera Anti-Aparición se extendió por todos los terrenos de la Mansión Potter.

De ser otra ocasión, se habría maravillado con esa antigua construcción que no tenía un tedioso laberinto que la protegiera. Harry se habría maravillado con la arboleda que daba hacia una mansión a lo lejos, claramente abandonada y más pequeña de lo que esperaba al verla de cerca. Habría sonreído al ver los espacios verdes, lo adorable que tuvo que haber sido para James crecer allí, y hubiese estado contento de saber que aquel lugar era lo más parecido a lo que alguna vez podría determinar hogar. Si las cosas fueran diferentes, claro.

Pero apenas el gran grupo bajo hechizos desilusionadores atravesó la reja que Kingsley y él hicieron estallar para así darles libre acceso a la Mansión Potter, las protecciones se levantaron, alguien gritó, y al siguiente instante una persona cayó muerta a su lado.

Harry apenas parpadeó cuando giró la cabeza.

A Seamus le habían rebanado el cuello.

La guerra no era justa, jamás te daba señales de lo que iba a pasar a continuación. Hacía que te dieras cuenta de lo pequeño e insignificante que eres, de lo delgada que es la piel y lo frágiles que son los huesos. Es extraño ponerse a pensar lo fácil que es morir, lo rápido que puede llegar a ser. Un segundo estás aquí.

Al otro, tu cabeza está en el suelo.

Harry no tuvo tiempo para cundir ante el pánico, o siquiera empezar a sentir que las lágrimas lo atacaban al ver el cuerpo de su amigo tendido a sus pies. Se dio vuelta para atacar, para maldecir y vengarse con una ira que apenas cabía dentro de sí, pero cuando Harry miró hacia el cielo para matar al asesino de Seamus… descubrió que en las alturas no había una sola persona.

Cientos y cientos de Mortífagos estaban allí, con grandes sonrisas y ojos depredadores.

Como si los estuvieran esperando.

Luego de que Harry evitara que una Maldición Mortal impactara contra su pecho, se dio cuenta de que había caído en la trampa.

Había entrado a la boca del lobo.

—¡SAQUEN SUS ESCOBAS! —Harry agradeció que hubiera ordenado llevar a todos escobas encogidas—. ¡NO DEJEN QUE LOS ATRAPEN!

Se encontraban en clara desventaja. La Orden estaba de pie en el suelo, y los Mortífagos los rodeaban en el aire. Todos. O al menos una aplastante mayoría. Tenía sentido ahora que Voldemort los hubiera llamado, porque parecía que el clan completo estaba en sus escobas, observándolos desde arriba. Harry trataba de ver el mismo cielo azul que divisó al atravesar la reja a la mansión, pero lo único que veía era- negro. El cielo estaba plagado con sus túnicas negras.

Joder, ni siquiera tenían oportunidad de luchar.

Debían huir de ahí. Ahora.

Mierda. Mierda. Mierda.

—¡Retirada! —La voz de Kingsley sonó amplificada gracias al Sonorus. Había leído sus pensamientos. Harry se subió a su escoba—. ¡Retirada! ¡Salgan como puedan de aquí!

Los Mortífagos empezaron a conjurar Homenium Revelios.

Y una vez más, el caos se desató.

Harry se elevó en el aire. Los Mortífagos se tiraban encima de la gente que se subía a su escoba; aunque, en vez de matarlos nada más, estaban sacándoles las máscaras antes. Harry supuso de inmediato que lo buscaban a él, que estaban tratando de atraparlo para usar el objeto. ¿Ya lo tendrían, acaso? Voldemort accedió a su hogar. ¿Tendría el objeto entre sus manos?

Mierda. Mierda. Mierda.

Mientras Harry avanzaba, llevándose consigo la vida de los Mortífagos que se le cruzaban en el camino, no podía creer lo estúpido que había sido, lo idiota. Se dejó llevar por las ganas de acabar con la guerra. Macnair y Dolohov se dejaron atrapar con la excusa de atacar el orfanato, y probablemente Maia no era parte del plan, por eso no había hablado igual de rápido que ellos. Voldemort nunca apareció cuando Draco reportó la desaparición de sus seguidores, y ahora tenía sentido. Ahora tenía todo el sentido del mundo.

La idea de Voldemort siempre fue atraerlos allí.

El corazón de Harry latía con fuerza, viendo a la gente tratar de volar afuera de la mansión pero chocando contra una barrera invisible puesta en el aire. Los Mortífagos los agarraban, y estos caían de sus escobas muertos. Harry tenía que sacarlos de allí. Había sido su culpa completamente. Fue estúpido, impulsivo, descuidado, y tenía que sacar a esas personas, porque estaban muriendo desesperadas en una trampa de la que no podían escapar y a la que Harry las había arrastrado. Morían como moscas.

Harry nunca había visto a nadie perecer de esa forma, no desde la Batalla de Hogwarts. Él los había entrenado para que no sucediera.

Fallecían en masas.

Harry se cubrió con un Protego e hizo estallar a dos enemigos que iban directo hacia él. Voló y mató como siempre lo hacía, pero… mientras más avanzaba, más iba haciéndose consciente de que- daba igual. Daba igual cuántos matara, porque de los suyos morían el triple. Harry veía a Voldemort encargándose de ello, volando el cielo en una nube negra. Matando a todo lo que se le cruzara. No llevaban diez minutos allí y casi cincuenta personas ya habían muerto.

Y por primera vez, Harry de verdad vio la posibilidad de ganar la guerra desvanecerse.

Iban a morir allí encerrados.

Sentía la garganta irritada, como si hubiera gritado sin parar por horas. Sus ojos desesperados buscaron a Hermione, Kingsley y los Weasley entre la multitud de los que luchaban en el cielo, pero no veía nada. Los que quedaban estaban aún con las máscaras puestas, y Harry trató de convencerse a sí mismo de que seguían vivos, porque sino, perdería la cabeza. Necesitaba sacar a toda esa gente. Necesitaba encontrar a su familia y sacarlos a todos de allí.

No sabía cómo.

Zigzagueó en el cielo con las habilidades de Buscador que siempre había tenido, y trató de defender a la gente que seguía peleando, superada enormemente por todos esos Mortífagos. Mientras tanto, su mente –dividida entre el terror y la preocupación– comenzó a analizar obsesivamente qué había ido mal. Por qué había caído tan fácilmente en la trampa. Por qué había creído tan fácilmente que la Mansión Potter no era una farsa para atraerlos.

Y supo que el motivo se remontaba a antes del incidente de los Mortífagos en el orfanato.

Harry creyó esto posible, porque Draco había escuchado sin querer a Voldemort hablando de un plan.

Los engranajes empezaron a funcionar y a juntarse, y su varita por poco se resbaló de su mano cuando un Confringo le ató las piernas. Harry se liberó, aunque no estaba totalmente consciente de lo que sucedía. La Orden seguía peleando una batalla perdida. Su cabeza estaba en otra parte. Su mente repasaba lo que Draco les había contado.

Voldemort nunca dejó que una sola gota de información se filtrara cuando interrogaban a Narcissa. Voldemort jamás habló directamente de sus planes a Draco ni a nadie, él mismo lo dijo.

Harry soltó un ruido parecido a un quejido, buscando a la cabeza rubia entre el mar de gente, a pesar de que racionalmente sabía que no se encontraba allí. Sentía que iba a vomitar.

Voldemort nunca habría sido tan descuidado para dejar escapar información así de importante en la Mansión Malfoy.

No habría dejado que nadie escuchara un plan ultrasecreto y determinante.

Harry sintió cómo la revelación lo golpeaba, casi botándolo de su escoba. Un frío lo invadió- cortante, escalofriante y terrible- y una vez más intentó buscar su cabellera rubia entre la multitud.

Voldemort sabía que Draco era un espía.

—¡DRACO! —Harry gritó, aunque su grito salió algo roto y áspero, desesperado. Una petición de ayuda. Una súplica a absolutamente nadie—. ¡DRACO!

Su Marca no había quemado. Draco no fue convocado, porque sabían que estaba en la Mansión McGonagall y no podían revelar la trampa. Harry no tenía idea cómo fue que Voldemort se dio cuenta, pero estaba seguro de que tenía razón. Harry debía asegurarse de que Draco estaba seguro en la base. Tenía que salir de ahí.

—¡KREACHER! —Harry conjuró un Sonorus no verbal para atraer al elfo—. ¡NECESITO TU AYUDA!

Pero Kreacher no atendió a sus llamados, nadie fue. Harry siguió matando a diestra y siniestra, sin embargo, por mucho que lo quisiera, no podía asesinar a todos y cada uno de ellos, no mientras sus tropas se reducían. Trató de llamar a su magia pensando en la rabia que le daba que Voldemort los hubiera superado, trató de rememorar el rostro de Seamus tendido en el piso. Pero Harry sólo podía sentir el horror subiendo por su columna vertebral, el mismo que había sentido en Navidad, mientras la conversación de Draco y Voldemort se estaba repitiendo en su cabeza.

Las cosas que dijo.

Las señales que nadie vio.

Así que mi pregunta es, ¿cómo crees que ganaremos la guerra, pensando como un Slytherin, y no como un Gryffindor?

Con la esperanza.

Engañarlos, hacerles creer cosas que no son, que crean que tienen opciones.

—¡DRACO! —Harry volvió a llamar. Su garganta se sentía pesada, todos sus músculos dolían—. ¡DRACO! Por favor…

Para los Malfoy, la familia siempre ha sido muy importante.

—¡Harry! —Hermione voló hasta donde estaba. A su paso, se cargó a dos Mortífagos que venían directo a ella. Harry se había quedado quieto de repente en medio del aire, tratando de buscar a Draco entre los que quedaban de pie y entre los cadáveres del suelo como si este estuviera allí—. ¡Harry, trata de hablar con la casa! ¡Eres el heredero! ¡Dile que nos deje salir!

Harry soltó un quejido, aliviado de todas formas al saber que Hermione estaba viva. Tenía que sacar a esa gente de allí, debía llamar a su magia. Debía volver a Draco y ver con sus propios ojos que estaba a salvo en la base. Ron lo prometió y aún así- ahora no era suficiente. Harry cerró los ojos tratando de sentir algo más allá de la desesperación que amenazaba con fundirle el pecho.

Por favor.

Por favor, que esté bien.

No lo alejen de mí.

De pronto Harry ya no tenía veintiséis, sino dieciocho, y era el día que iban a Pequeño Hangleton cuando salieron al mundo muggle por primera vez. Ginny había insistido en ir y él la había dejado.

Harry intentaba decirse a sí mismo que estaba exagerando, que Draco estaba en la mansión durmiendo y descansando. Había lágrimas en sus ojos. No quería ser responsable de nada de eso.

Pero lo era.

Quizás sería mejor si alguien lo matara y dejara de serlo-

—¡Harry, por favor! —Hermione prácticamente lloró—. ¡Te necesitamos, por favor!

Harry cerró los ojos, tratando de concentrarse en llegar a la casa. A su lado, sintió a Hermione moverse y un grito salir de una boca ajena. Su amiga había matado a alguien que iba hacia ellos, lo más seguro. Harry realmente intentó contactarse con algo, algo que le dijera que la casa respondería a él y los haría salir, pero no sentía nada.

No había nada.

—¡No puedo! —Harry exclamó, abriendo los ojos nuevamente—. ¡No puedo, no hay nada!

—¡Llama a Kreacher!

—¡No responde!

—¡Envía un Patronus!

Harry le dedicó una mirada incrédula. ¿Un Patronus? ¿Cómo sería capaz de conjurar un Patronus? ¿Acaso no veía a toda esa gente cayendo de sus escobas? ¿Hermione no sentía el mismo terror y dolor al no saber si los que amaban seguían vivos?

Draco.

Harry dejó salir una respiración temblorosa.

Draco. Draco. Draco.

Pero Hermione no estaba bromeando. Harry dio una mirada a su alrededor, notando que aún quedaba la mitad de su bando. Si no actuaba, morirían todos. Morirían. Había algunos que se estaban poniendo encantamientos desilusionadores encima y trataban de alejarse de los Mortífagos.

Intentando serenarse, tomó aire. Draco estaba bien. Draco era más inteligente que muchas personas, y sabía cómo huir del peligro. Si algo había pasado era capaz de sortearlo. Draco estaba bien.

Draco prometió volver a él.

Harry prometió regresar y verlo de nuevo.

Pensó en las memorias más felices que tenía. Cuando recibió su carta de Hogwarts; la primera vez encima de una escoba; cuando conoció a Ron; el momento en que se hicieron amigos de Hermione. Fue de atrás hacia adelante en el tiempo. Pensó en Ginny, en los momentos felices de antes del desastre de la Batalla de Hogwarts.

Y nada de eso parecía llenar su corazón.

Todo estaba manchado por la guerra.

Hogwarts era lo más lejano a un hogar ahora. Harry ya no volaba por diversión. Ron no tenía su pierna y no estaba allí. A Hermione le faltaban sus dedos y sus padres. Ginny estaba muerta. La Madriguera ya no existía. El mundo mágico que él conoció ya no existía. Todo estaba deshecho-

—¡Harry! ¡Harry, hazlo! ¡Hazlo ahora!

Harry decidió pensar en los recuerdos felices de después. La pequeña luz en medio de toda la oscuridad. En los abrazos de Ron y Hermione. Sus conversaciones en la madrugada. La forma en la que le hablaban. Sus amigos apoyándolo y queriéndolo como nadie más.

Y por sobre todo, pensó en Draco.

Draco, suave bajo la luz de la mañana de Austria. Draco diciéndole que lo había salvado porque quería. Draco llevándole regalos. Draco sonriendo y riendo y tomando su mano. Draco besando sus cicatrices. Draco prometiendo que no moriría y que volvería a él. Draco diciendo que su vida le pertenecía. Draco sosteniendolo. Draco abrazándolo.

Draco. Draco. Draco.

Harry trató de enmudecer el mundo lleno de sangre y violencia, levantando la varita.

Y entonces.

—¡Expecto Patronum!

Su mundo pareció quedarse en silencio. Harry imaginó infantilmente que todas las cabezas se giraban a él.

Porque sorprendentemente, funcionó.

El aire salió de sus pulmones como si lo hubiesen golpeado, y por unos segundos pudo olvidar lo que estaba sucediendo, maravillado ante su brillo y su figura; la calidez que emanaba: como volver a casa después de un largo día. No lo estaba esperando, pero era bienvenido.

No era su ciervo quien le devolvía la mirada..

Frente a Harry, se erguía un thestral que extendía sus alas majestuosamente.

Draco.

—¡Kreacher, vuelve a la Mansión Potter! —Harry ordenó al animal sin un sólo segundo más que perder—. ¡Necesitamos que nos saques! ¡Que deshagas las barreras y que nos ayudes! ¡Por favor!

El thestral se marchó surcando el cielo con su halo plateado, sabiendo al lugar al que ir, y Harry lo observó, por una parte aliviado de que nadie lo reconociera, y por otra con un calor dentro suyo que disipaba algo del horror que calaba sus venas. Porque su Patronus había cambiado. Y había cambiado para asemejarse al de Draco.

Eran igual de majestuosos.

—¡¿No le dijiste a Kreacher que te esperara acá?! —Hermione gritó, rompiendo la momentánea fascinación de Harry. Al menos no comentó nada en el cambio de su animal—. ¡¿Por qué no está acá?!

—¡Le dije que en caso de que alguien en la base lo llamara…!

Y Harry fue cerrando la boca, dándose cuenta de lo que había sucedido.

Vuelve a la Mansión McGonagall sólo si alguien te llama necesitando tu ayuda.

No. No. No.

Harry derribó a un Mortífago de su escoba, sintiendo que una vez más algo se posaba en su caja torácica y la aplastaba. Analizó sus palabras una y otra vez. La gente que quedó en la base estaba en peligro. Ron estaba en peligro y ellos se encontraban allí, muriendo. Draco.

Harry no podía respirar.

Respira. Respira. Respira. Respira-

Cerró los ojos, intentando comunicarse con la Mansión Potter una vez más en un intento desesperado. Trató de pensar en sus padres, en las escasas memorias que tenía de ellos y se imaginó cómo habría sido su vida allí. Se imaginó a su mamá cargándolo por el patio. A su papá enseñándole a volar en la arboleda. Se imaginó despertando a las once de la mañana para correr por la casa e ir a la habitación de sus padres. Harry se imaginó la vida que nunca tuvo.

Por favor, habló a la mansión.

Por favor déjanos salir.

Déjanos irnos en paz a todos los que no queremos hacer daño a este terreno.

El suelo se agitó bajo sus pies.

Por favor, soy un Potter. Harry Potter.

Hijo de James Potter.

Otro pequeño temblor.

Queremos irnos intactos todos los que no tenemos malas intenciones.

Por favor.

Una última sacudida-

Y de un momento a otro, las cosas empezaron a pasar demasiado rápido.

Un crack resonó por el campo. Harry sintió que una maldición impactaba en su mano y uno de sus dedos caía con él. Los Mortífagos se miraron los unos a los otros, y un viento con la fuerza de un huracán se agitó por la mansión.

Harry levantó la varita por inercia.

Y el viento empujó a todos los miembros de la Orden fuera de los terrenos y fuera de la barrera.

Los cadáveres se quedaron dentro. Los que fueron atrapados por los Mortífagos y posteriormente asesinados no cruzaron el umbral. Harry fue despedido hacia atrás junto a los demás, y los Mortífagos intentaron seguirlos pero otra barrera se había levantado ante ellos. La gente se encontraba aterrizando a su alrededor, y a la lejanía, Harry escuchó cómo Kreacher les pedía que se dieran la mano. Hermione tomó la suya, alguien más tomó la restante, la herida, y cuando estuvo todo listo, Kreacher los Apareció.

Harry, ya semi inconsciente, se desvaneció en medio de la Aparición.

•••

—¡Harry! ¡Necesitamos entrar!

Harry parpadeó unas veces, tendido en la tierra. La luz de la mañana se veía más clara desde esa posición. Hermione estaba encima de él, mirándolo con preocupación y miedo. Harry vio su cara llena de sangre y las lágrimas que bañaban sus mejillas para luego cerrar los ojos de nuevo, conjurando el hechizo que les permitiría ingresar a la base. Suponía que eso deseaba de él.

Y entonces los recuerdos lo asaltaron.

Intentó pararse del suelo al instante, pero todo su cuerpo se agitó y el lugar donde solía estar su dedo meñique empezó a sangrar más. Harry esperó unos segundos a que el dolor se pasara y miró al mar de heridos buscando a los Weasley. Sin embargo, desde esa posición le era imposible ver nada. Todos gritaban o lloraban. Sus sentidos estaban abrumados.

—¿Draco?, ¿sabes cómo está?

Hermione comenzó a arrastrarlo dentro del laberinto una vez que el portón se abrió. Todos los imitaron. Harry solamente estaba dejando que lo llevara porque su cerebro se encontraba saturado de información como para pensar correctamente. En el grupo de sobrevivientes, algunos entraban en sus escobas.

—No he visto a nadie, Harry. No sé cómo está Arthur, o Molly, o el resto. No sé cómo está Ron. No sé nada. No sé cuántos quedamos.

Harry se negaba a eso. Se negaba a que alguno de ellos hubiera sido herido, era inconcebible para él. Trató de voltearse para mirar entre la multitud, y entonces recordó que Kreacher no había estado en el campo de batalla hasta el final. Podría ayudarlos, aunque antes debía contarles qué carajos había pasado. Hasta allí, no parecía haber ningún problema en la Mansión McGonagall.

—¡Kreacher! —Harry llamó y sintió de inmediato al elfo ponerse a su lado. Estaban terminando el laberinto—. ¿Qué pasó? ¿Qué sucedió en la base? ¿Quienes estaban en peligro?

—El señor Hagrid me llamó, Amo —Kreacher respondió, sonando nervioso—. Dijo que tenía información importante para usted sobre el objeto.

El aire a su alrededor se estaba agotando. Sus pies le pedían buscar a Draco. Su cabeza estaba preocupada por Ron, Hagrid, y Draco. Necesitaba salvarlos a todos.

—¿Y?

—Dijo que necesitaba hacerlo personalmente, señor.

Harry y Hermione se detuvieron al inicio del laberinto de golpe. La gente continuó avanzando para encontrar a los sanadores.

—Kreacher…

—¿Lo Apareciste allí? —Hermione preguntó con horror. Kreacher intercambió la mirada entre ambos, confundido.

—Las barreras de la Mansión McGonagall me dejaron marchar, señor Harry Potter, porque soy una extensión de su magia y tenía su consentimiento. Usted me dijo que debía hacer caso a lo que me ordenaran sus amigos, Amo.

Harry dejó caer la cabeza, sintiendo un segundo de alivio porque la base no estaba en peligro. Fuera de eso, este era otro problema. Otro error. Necesitaba a Draco. Necesitaba que alguien lo sostuviera.

—¿Dónde está Hagrid?

—No lo sé, Amo.

Harry se deshizo del agarre de Hermione y se volteó para ver a la gente caminando. No había ningún cuerpo gigante yendo hacia ellos. No había nada. Harry podía divisar unas cabezas rojas avanzar. Aparte de eso, Hagrid no estaba a la vista.

Draco tampoco.

Hermione volvió a intentar agarrarlo, pero aún así, Harry sentía que en cualquier momento la cordura se desvanecería. Habían perdido alrededor de ciento cincuenta personas de trescientas, y jamás se perdonaría a sí mismo por ello. Todavía podía ver a los Mortífagos en el cielo, seguros de que habían ganado la guerra. Todavía podía ver a Seamus en el piso, a esa gente ser asesinada en el vuelo. A los cadáveres que ya no recuperarían.

Seamus.

Hagrid.

—Necesitamos a Madam Pomfrey —dijo Molly llegando a su lado, y Harry despertó. Entre ella y George llevaban a Arthur.

Le faltaba un brazo.

La sangre caía a borbotones. Arthur alucinaba. El hueso era visible.

—¿Qué pasó? —Harry preguntó. Sabía que la pregunta era obvia, aunque Molly contestó de igual forma.

—Un Diffindo —respondió Molly y Arthur gritó. Hermione soltó unas lágrimas—. Necesitamos a Madam Pomfrey. Y si Malfoy tiene alguna poción, sería el momento perfecto para…

Harry se desconectó un poco. Molly y Hermione mantuvieron una pequeña charla mientras esta se llevaba a su familia y a Arthur hacia adentro. Se sentía algo… entumecido. Sabía que ver a Arthur así debería provocarle un montón de cosas, pero sólo podía pensar que agradecía que estuviera bien. Que estuviera ahí, sin importar el cómo. Ni siquiera su mano dolía ya en la bruma de la desesperación. Harry tenía un objetivo en mente en ese momento.

Encontrar a Draco y a Ron.

—¿A dónde vas?

Harry se agitó del agarre de Hermione mientras trataba de caminar de vuelta a la mansión. De ahí en adelante podrían decidir que hacer, cómo se recuperarían, que sucedió con la Mansión Potter, y el objeto, y la misión fallida. Antes de eso, necesitaba a Draco, abrazarlo y sentir su calor. Olvidarse del mundo.

Luego podría saber qué hacer.

—Buscaré a Draco. Está con Ron.

—Harry, estás sangrando, déjame- —Hermione trató de agarrarlo una vez más, siguiéndolo, mas Harry no la dejó. La escuchó soltar una respiración exasperada; su voz retumbó por el espacio segundos después, gracias al Sonorus—: ¡Draco Malfoy! ¡Ron, estamos en el laberinto! ¡¿Alguien ha visto a Draco Malfoy?!

La puerta de la mansión estaba abierta; entraba y salía gente. Harry entró apresurado, mirando con intención a cada persona, recorriendo toda la casa en busca de Ron, pero todo lo que veía era gente cubierta de sangre y ninguna le devolvía la mirada. Debería sentirse culpable. En ese momento, tenía otras preocupaciones.

—¡DRACO MALFOY! ¡RON WEASLEY! —Hermione gritó con más fuerza—. ¡¿ALGUIEN HA VISTO A UN HOMBRE RUBIO Y PÁLIDO, Y AL HIJO MENOR DE LOS WEASLEY?!

Esperaron durante un minuto entero recorriendo cada rincón.

Y nada.

Harry dejó que el pánico por fin se apoderara de sus sentidos.

—Voy a ver afuera —dijo Harry sin voltear a Hermione. Su corazón latía tan rápido que apenas escuchaba los quejidos de los que pelearon.

Harry casi trotó por el laberinto observando a la gente que pasaba. El olor a sangre era lo primero que llegaba a su nariz. Por más que mirara, Draco no parecía estar por ninguna parte. Harry doblaba con esperanza las esquinas, esperando ver su cara, su cabello hecho un desastre, que Draco levantara la cara, sonriera y le dijera: "¿Me estabas buscando, Potter?"

Pero eso no estaba sucediendo. Harry apenas podía respirar. Cada paso que daba era como caminar en un túnel negro y no poder encontrar la luz. Su pecho dolía.

Devolviéndose por sus pasos, Harry regresó a la mansión. Rogando, pidiendo a Dios, a Merlín, a quien fuera, que Draco y Ron estuvieran allí. No tenía sentido que no fuera así.

Sin embargo, mientras más se adentraba, más se daba cuenta de que estaba prácticamente vacía. Todos estaban recibiendo a sus familiares.

No había nadie al otro lado.

No.

No, por favor.

Su estómago dolía. Su mente repasaba la última vez que lo vio antes de la batalla.

No pudo despedirse.

En la garganta de Harry se posó un nudo, tan grande que le dolía físicamente. Miró con detención a todas las personas que estaban allí, y Hermione se le unió, murmurando algo sobre buscar entre los heridos. Harry la siguió inconscientemente, pasando por todas las personas repartidas en el patio y dentro de la mansión.

Por favor.

Que esté aquí.

Que esté conmigo.

Por favor. Por favor. Por favor.

Harry estaba a punto de tomarse la cabeza y echarse al suelo. Pasaron por numerosas estaciones de medimagos y no había rastro de Draco en ninguna. Harry esperaba que siguiera inconsciente, que estuviera con Ron. Que apareciera de la nada y le dijera que estaba allí y que era real y que no había muerto.

—Hey, Potter, ¿qué demonios pasó?

Theo lo detuvo en su búsqueda frenética, pero Harry era incapaz de responderle. Movía el cuello en todas las direcciones posibles, creyendo captar rastros de Draco aquí y allá, descubriendo que al final no era así. Hermione puso una mano encima de su pecho para alejarlo de Theo.

—¿Sabes dónde está Ron?, ¿o Malfoy? —preguntó ella.

—¿Draco? ¿No estaba contigo, Potter?

Harry casi rio. No, su plan siempre fue que Draco se quedara allí. No cometería el mismo error dos veces. Draco simplemente tenía que estar bien.

Draco tenía que estar ahí.

Quemaré ciudades hasta las cenizas para volver a ti.

—Acabamos de regresar de un combate, Theo.

—¿Qué? —Theo sonaba horrorizado—. Oh, mierda.

Harry no sabía por qué Theo no se había dado cuenta de nada y por qué carajos nadie se molestó en ir a buscarlo. No le preguntó si es que acaso su puta Marca no había indicado nada. Harry estaba más allá del pensamiento.

No puedo morir. Mi vida es tuya, ¿recuerdas?

—No sé dónde está, pero te ayudaré a buscarlo.

A veces pienso que te he imaginado…

Harry sintió un quejido salir de su boca, mientras Hermione y él abrían la puerta de cada habitación en su búsqueda. Harry no quería mirar a su amiga, no quería ver su rostro y saber que se había rendido, que pensaba que Draco no estaba allí y que no iba a volver.

Porque iba a volver.

Harry había regresado, era justo que Draco también mantuviera su promesa.

—Harry…

Harry no la escuchó, caminando ya al quinto y último piso de la mansión. Tenía que encontrar a Ron. Había gente corriendo por todas partes aunque estaba muchísimo menos atestada de multitudes gracias a los muertos. Todo su sentido común y poder lo habían abandonado, y alguien más estaba dirigiendo sus acciones, como si fuera un títere. Todo estaba pasando fuera de sí mismo, porque aquello se sentía irreal. Era demasiado irreal.

No quiero que eso me pase. Darte por sentado. Creer que nada te pasará, sólo porque me prometiste que no lo haría.

No me voy para siempre. Como has dicho tú mismo, todo estará bien. Te lo prometo.

Volveré. Siempre volveré.

—Harry… —Hermione intentó una vez más mientras Harry abría las últimas puertas de la mansión—. Malfoy no se encuentra en la mansión. Creo que vi a Ron y está solo. Vamos, nos está buscando-

—No —Harry la ignoró. Eso no era cierto—. Si Draco no está con él, entonces no era Ron.

No podía rendirse.

Draco estaba allí, en algún lugar, y estaba esperando por él. Porque así funcionaban ellos. Y Harry no iba a parar porque Hermione pensaba que no valía la pena buscarlo.

Por favor. Por favor. Por favor.

Que esté aquí.

Que esté aquí y que esté vivo.

Eres el último rayo de sol, y no... No puedo permitirme perderte.

Volveré, sabes que volveré.

—No hay nada. —Theo llegó a su costado cuando Harry abría la última puerta.

Draco no estaba allí.

—¿Revisaste los calabozos? —Hermione intervino. Harry sentía que su garganta estaba completamente cerrada.

—Sí.

—¿El patio trasero?

—Sí.

—¿Las estaciones donde curan a los heridos?

—Sí.

Theo tenía que estar mintiendo. Theo debía haberse pasado algo, así como todos ellos. Harry no debía estar viendo algo muy obvio porque Draco tenía que estar en la mansión. No existía otra opción. No había mundo en el que Draco no estuviera allí. ¿Cómo carajos se lo habían llevado? ¡Estaba a salvo ahí dentro!

A no ser que… a no ser que hubiese encontrado una forma de seguirlo a la batalla.

Harry bajó hasta el cuarto piso y empezó a abrir puertas una vez más.

Pronto saldremos de aquí. Pronto todo acabará.

Aún creo que deberíamos irnos al mundo muggle. Quizás yo atienda una cafetería y tú una tienda de tatuajes.

Tú me haces feliz.

—¡Harry!

Vamos a estar bien. No mueras.

—¡Potter!

Mi vida es tuya.

—¡Harry! ¡Basta!

No eres omnipotente.

—¡Potter, Draco no está-!

—¡CÁLLATE!

Siempre volveré a ti.

—¡Harry, por favor!

Hermione agarró los costados de su cara y lo obligó a calmarse. Harry no podía ver nada, su visión estaba completamente borrosa. Por unos momentos creyó que sus lentes se habían caído en algún punto, y que quizás gracias a eso no había visto a Draco entre la gente. Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de que no.

Lo que le impedía ver eran sus lágrimas.

Hermione lo atrajo hasta su pecho, y sus entrañas, sus pulmones, su corazón y cada hueso de su cuerpo gritó. Harry sentía el dolor en cada célula, en cada molécula.

—Harry…

—Él lo prometió- Hermione- —Harry sollozó. Las lágrimas estaban cayendo a cascadas—. Ron prometió- me prometió que estaría aquí- que nada le pasaría-

Pero Draco no estaba, a pesar de sus promesas de regresar, no estaba.

Donde sea que se hubiese ido-

Draco no volvió.

Chapter 59: Capítulo 52: Ruego

Notes:

Las siguientes actualizaciones serán publicadas en 2 horas (aproximadamente).

Tw: Violencia sexual

Chapter Text

Harry sentía que su vida se había transformado en una película.

Sabía que había ruido de fondo. Gente gritando. Heridos. La Resistencia juntando armas y otros pidiendo volver al combate... pero nada se sentía real. Harry había caído de rodillas al suelo, y todo su alrededor se encontraba enmudecido, todos menos el dolor que se posaba debajo de sus dientes y llenaba sus venas. Fuera de eso, no existía nada más. Ni la mano de Hermione en su brazo intentando que se levantara o Theo pidiéndole que hicieran algo.

Esto, justo este momento, era lo que pensaba Harry mientras una docena de imágenes de Draco empezaban a pasar por su mente. Este es el momento de la película en el que pasa algo tan horrible, que el personaje nunca se recupera.

Le habían quitado todo. Harry perdió a sus padres, a Sirius, a Dumbledore, a Remus, a Fred, a Ginny, a McGonagall, a Seamus... parecía una broma de muy mal gusto perder a Draco también. Realmente se sentía como esas veces de niño en el que miraba la televisión en casa de Arabella Figg, y gritaba a la pantalla pidiendo que algún milagro ocurriera. Que algo pasara que remediara por completo la catástrofe en la trama.

Pero los minutos avanzaban y Harry seguía de rodillas, repasando en su cabeza las memorias de la mansión. Queriendo asegurarse a sí mismo que Draco estaba en la base, y que sólo no lo vio. Porque sino, eso significaba que alguien lo había traicionado, que alguien le mintió, y que Draco al final- al final fue a la batalla.

Y eso sería demasiado cruel, ¿no? Porque la única opción que quedaba entonces... era que Draco no había vuelto a él. Que era un cadáver aplastado por centenares de soldados sin cara. Que no volvería a verlo.

No pude despedirme de él.

No, Draco debía estar ahí, porque Harry pensaba que sentiría si este estuviera muerto- que sentiría su pérdida en cada célula del cuerpo, en cada respiración. Draco era demasiado grande; ocupaba demasiado en su vida y en el jodido universo para que hubiese muerto así, sin que nadie lo supiera. Draco no podía estar muerto. No podía. No podía. No podía.

¿Pero dónde estaba?

¿Por qué no estaba ahí?

¿Por qué no había vuelto a él?

Lo siento por tardar tanto, el Draco de su cabeza diría una vez que regresara como había prometido. Su sonrisa ladeada, sus cejas arriba, sus manos levantando una bolsa con pociones. ¿Me extrañaste, Potter? Porque aquí estoy. Nunca me fui y si lo hubiese hecho, te dije que volvería.

Sabes que volvería.

Y Harry le gritaría, y lo empujaría, y luego lo besaría hasta que ninguno pudiera respirar. Enojado porque pensó que lo había perdido; aliviado por saber que cumplió su promesa.

Estás aquí, a salvo.

Estás conmigo donde puedo cuidarte. Donde puedo salvarte y protegerte y asegurarme de que nada te pase.

Te amo.

Te amo, Draco.

Harry lo había dicho alguna vez, ¿no?

Cuando creyó que Draco no lo escuchaba, o mientras hacían el amor, se le tuvo que haber salido, ¿verdad? Harry no sabía cómo amar, no tenía idea de si estaba haciendo o no lo correcto, pero tuvo que haberlo dicho, ¿no era así? ¿Draco lo tenía claro? ¿Sabía que Harry lo amaba con cada milímetro de su ser?, ¿con cada fragmento de su destrozada vida? Tenía que saberlo.

¿Qué era lo último que le había dicho siquiera? ¿Había tomado su mano al salir del cuarto donde hablaron por última vez?

Cuídate.

Cuídate y no mueras.

Te amo, Draco.

Harry soltó un ruido patético que vino desde el fondo de su garganta, doblándose en dos y apoyando la frente en el piso. ¿Dónde estaba? ¿Por qué Ron no aparecía?

Quería volver atrás en el tiempo, tomar a Draco y encadenarlo en alguna habitación. Ver con sus propios ojos cómo se quedaba allí, sano y salvo. Eso no podía estar pasando, algún milagro tenía que suceder. Esto no podía ser un punto de no retorno.

Por favor. Por favor. Por favor.

Dios, o el ser que está allá arriba-

Te lo ruego, te suplico, que aparezca. Que vuelva a mí.

Por favor. Haré lo que sea.

Por favor.

—Harry... Harry, ven a curarte esa mano...

Harry no quería curarse la jodida mano, ¿cuál era el punto?, ¿de qué servía? Harry quería encontrar a Draco; destrozar el mundo entero hasta que volviera a ver su cara, hasta que lo encontrara y le reprochara el porqué se había alejado. Harry ni siquiera sentía su puta mano y su herida. Lo único que Harry sentía era algo pesado sofocando sus pulmones, aplastando sus hombros, exprimiendo su estómago. Cuchillas fluyendo por su sangre y diciéndole que cada momento, cada respiración y latido, era dolor. Harry estaba viviendo un dolor que iba más allá de la pérdida de un dedo. Era desolación en estado puro.

—Potter, tienes que- tienes que hacer esto- para que así podamos encontrarlo, no...

Fue la voz de Theo lo que lo hizo volver al presente. Más o menos. Harry miró arriba, levantando la cabeza de golpe, y chocó con esos ojos verdes tan distintos a los suyos. Harry nunca creyó que el color verde podía verse frío y calculador hasta que conoció a Theo, y ahí estaban. Había una nota de súplica y lástima bailando en ellos, y Harry no podía soportarlo. No podía soportarlo, porque ¿cómo se atrevía a lucir destruido, cuando ni siquiera había estado allí? ¿Cómo se atrevía a sufrir cuando no sabía la desesperación con la que Harry contaba los segundos, pensado que había algo que no hizo que cambió el destino de Draco para siempre?

—Por qué mierda no estabas presente.

Sus palabras ni siquiera salieron como pregunta, y aunque sus entrañas gritaban, su voz se oyó amenazadoramente baja. Theo dejó ir el agarre de su brazo como si Harry le hubiera prendido fuego. Se puso pálido.

Culpable.

—Cómo puedes hablarme de encontrarlo, de hacer algo, cuando tú no estabas allí —Harry continuó, levantándose y poniéndose frente a él. Su voz iba subiendo de volumen con cada palabra—. No supiste qué estaba sucediendo, y ahora Draco no está, ¡él te necesitaba, y no estuviste allí! ¡No está! ¡No está y tú lo abandonaste!

Theo retrocedió como si Harry lo hubiera abofeteado. Harry quería sentirse culpable por eso, una parte de su cabeza le decía que no estaba siendo justo, mas no le importaba. Normalmente él tomaría la culpa, siempre lo había hecho, y sabía que todo esto era en gran parte su responsabilidad. En ese momento, de todas formas, dolía demasiado para culparse a sí mismo. Era más fácil culpar a Theo, culpar a cualquier otra persona, en vez de afrontar la realidad.

Que Harry había provocado que Draco no volviera.

—¿Qué estabas haciendo, follando, mientras tu mejor amigo estaba aquí fuera, en peligro? —Harry continuó, sintiéndose más roto que enojado—. ¿Cambiaste su vida por una mamad-?

—Harry, es suficiente. No seas idiota. —Hermione agarró su brazo con fuerza—. Es suficiente, esto no ha sido culpa de nadie. Ven, vamos a curarte eso. Vamos a encontrar a Ron, él debe saber.

—Espero que te persiga, espero-

—¡Suficiente! —Hermione lo cortó, arrastrándolo por el pasillo—. ¡Silencio!

Harry ya no lloraba, y quería gritarle a Hermione también. A todo el mundo. Pelear, arreglar esta situación luchando como siempre había hecho. Cualquier cosa que no le hiciera sucumbir al horror que estaba empezando a carcomerlo. Porque Harry no podía perder a Draco, no sabía qué haría, cómo seguir adelante. Si Harry no volvía a verlo acababan de perder la guerra porque no tenía idea de cómo seguir peleando sin él.

Sobrevivió a la Maldición Mortal dos veces. Sobrevivió a la muerte de todos los que amaba. ¿Pero perder a Draco?

Eso era lo que terminaría por destruirlo.

Hermione lo llevó a una de las estaciones donde estaban los Sanadores. En aquel entonces, Harry tuvo que haber entendido que a Theo tampoco lo habían llamado y que por eso no tenía idea que existía un mundo fuera de ese cuarto con Luna. Tuvo que haber deducido que averiguaron que era un espía, y que decidieron optar por el mismo plan que hicieron con Draco. Sin embargo, Harry no podía pensar más allá de que Theo no fue, y que le había fallado a Draco. Si hubiera salido de la habitación probablemente las cosas hubieran sido diferentes, se habría asegurado de mantenerlo a salvo. Quizás aquello habría hecho la diferencia.

O no.

Suponía que ya nunca lo sabría.

Hermione lo sentó en una silla en los pasillos de la mansión y llamó a una chica que no pudo reconocer. Harry todavía estaba mareado por la desesperación, por esperar ilusamente que Draco apareciera o que la moneda en su bolsillo quemara. Pero nada sucedía. Sintió una presión encima de su hombro al cabo de unos segundos –o minutos– y cuando miró hacia arriba, encontró a Ron a su lado, apoyando la mano allí. Hermione le gritó, preguntando dónde estaba y Ron contestó que junto a Astoria se habían quedado encerrados en un baño para que Andrómeda no escapara. Lucía exhausto. Si hubieran sido otras circunstancias, de seguro Harry habría pensado que era un pésimo amigo, porque Arthur acababa de perder un brazo y Ron necesitaba a alguien a su lado, siendo fuerte por él; pero en ese instante... sentía que el cielo acababa de iluminarse, porque Ron fue quien se quedó con Draco.

Ron apareció.

Draco está con él.

—Ron —dijo lleno de esperanza. Su cerebro apenas parecía despertar—. Ron, ¿dónde está-? ¿Está bien?

Ron nunca fue bueno ocultando sus emociones, y oh, el cambio en su expresión fue instantáneo, Harry podía reconocerlo.

Todo en su rostro gritaba culpa.

—Ron- dijiste- me prometiste que lo cuidarías- dijiste- —Harry repitió, sintiendo cómo las esperanzas desvanecían, cómo una luz se apagaba mientras Ron miraba hacia abajo—. Es una broma, ¿no?

El silencio se estrechó entre ambos y Harry esperó que Ron se riera y le dijera que sí, que en realidad quería hacerle creer que Draco no estaba allí porque pensó que sería chistoso.

Pero Ron simplemente miraba sus manos con la mandíbula encajada. Nervioso. Culpable. Harry nunca- nunca lo vio así.

Ron nunca le había mentido.

—Se lo prometí a él antes, Harry.

Su voz sonó baja. Sonó distante.

—¿Qué?

—Dijo que te acompañaría para asegurarse de que no te arriesgaras- de que no murieras.

—Ron, de qué mierda estás hablando.

Ron se pasó una mano por el cabello y lo miró. Sus ojos lucían tristes. Arrepentidos. Una parte de Harry entendía a la perfección qué estaba diciéndole- y estaba entrando en pánico. La otra parte- la otra parte estaba intentando negarse a sí misma lo que Ron decía.

—Malf- Draco me dijo- dijo que tú no ibas a permitir que fuera. Él lo sabía, y sabía también lo alterado que estabas —Ron explicó, poniendo una mano encima de su rodilla—. Dijo que mataría y moriría por ti. Dijo que- que tenía que ir para asegurarse de que tú vivieras.

Harry se alejó de él como si fuera la plaga.

Cada palabra lo golpeó.

—Pero no fue, ¿no? Draco está aquí. —Harry miró a Ron. Miró como su expresión cambiaba a una adolorida—. Dijiste que estaba aquí.

—Me hizo prometer que lo ayudaría, y yo... accedí para mantenerte a salvo. Debía evitar que lo vieras salir con el resto. Harry- lo-

Harry se levantó, paseando de un lugar a otro. Alguien dijo su nombre a lo lejos.

—No.

—Harry.

—No. No. No. —Su corazón estaba rompiéndose. Esta vez por la traición y no por Draco. Harry miraba directamente a Ron—. Lo prometiste.

Y lo hizo. Lo prometió. Le dijo que él se encargaría y dejó que Harry se marchara sin despedirse, con el consuelo de que al menos Draco viviría. Y ahora-

Ahora-

Ahora esto.

—Harry, tú no entiendes. Podías morir, me dijiste que podía pasarte algo. Lo hice por ti-

—¡No te atrevas a decir eso! —Harry rugió, a un paso de sacar la varita—. ¡Si hubieras pensado en mí, si lo hubieras hecho por , lo habrías mantenido a salvo! ¡Eso es pensar en mí!

—Harry —Astoria intervino con tono de advertencia. Harry ni la había visto llegar.

—¡No! —se giró, tomando la cabeza entre sus manos—. ¡No! ¿De qué me sirve...? ¿De qué...?

¿De qué servía ganar la guerra, si no? ¿De qué servía si Draco nunca podía ver el final de esta?, ¿ver qué venía después?

¿Cuál era el punto si no podía demostrarle que todavía podía tener un futuro y una vida aparte?, ¿ser algo más?, ¿tener esa casa en la playa?

¿De qué servía?

—Si pensaras en mí —Harry murmuró, abrazándose a sí mismo—, si te preocuparas, si esto fuera por - sabrías que una vida sin Draco no es vida.

La oración resonó en el lugar.

Si una vida sin Ron era como vivir en un mundo sin risas, una vida sin Draco era vivir en un mundo en el que nunca más podrías sentir el sol.

En eso se transformaría. Ese era su futuro.

Si Draco- si Draco era uno de esos cadáveres en la Mansión Potter, Harry no quería quedarse a averiguar cómo se sentía no volver a sentir el sol.

—Se ha ido. No está, ¿eso me estás diciendo? —Las palabras sonaban vacías—. Me mentiste, me prometiste que estaría bien, me miraste a los ojos y me aseguraste que estaría bien.

—Lo siento-

Harry negó. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Sacó su varita y la apuntó a Ron.

—¡¿Dónde está Draco?!

Astoria se posó detrás de él y lo apretó, impidiendo que Harry avanzara e hiciera algo de lo que se arrepentiría. Intentó zafarse pero sus fuerzas no eran las suficientes. Ron continuaba mirándolo desde su lugar, sentado e impotente. Harry quería gritarle, quería golpearlo, quería arañarse el pecho por el dolor. Quería volver en el tiempo y decirse a sí mismo que todos podían decepcionarlo y que Ron no era la excepción. No podía confiar en él.

Quería que Ron lo abrazara y lo ayudara a sanar.

—Ssh... sé que duele, Harry... sé que duele, cariño —Astoria murmuraba—. Lo vamos a encontrar. Todo va a estar bien. Ssh...

Harry bajó la cabeza y aguantó las lágrimas. No tenía idea de dónde estaba Hermione. Apenas sentía las manos de Astoria. Las demás conversaciones a su alrededor sólo podían describirse como "borrosas". El mundo era una mancha borrosa. Todo se sentía como si se encontrara debajo del agua. Entumecido. Lejano. No real.

Nos cuidaremos el uno al otro entonces.

Harry. Estoy aquí.

Estoy justo aquí.

Es real. Estoy aquí.

—Ya verás como todo estará bien. Draco volverá. Lo vamos a encontrar como sea, Harry.

Casi rio.

Le encantaría que fuera verdad.

Habría matado porque fuera verdad.

¿Pero adónde iban desde allí?

Astoria continuaba sosteniéndolo, intentando calmarlo. Ron estaba diciendo algo en su dirección. Harry no paraba de pensar- de imaginar cómo fue. Draco salió del laberinto, fue con ellos, y en medio de la batalla- cayó. Quizás estuvo a un lado de Harry y él no lo vio. Quizás gritó su nombre. Quizás le pidió ayuda. Y Harry lo dejó allí. Harry no lo salvó ni lo cuidó como prometió que lo haría.

Se ha ido.

No volvió a mí.

No sé si volveré a verlo.

Sintió la presencia de Ron a su lado, haciendo que Harry quisiera gritar, o llorar. Porque debería irse. Después de lo que hizo, Harry no quería verlo. Pero Ron no parecía inclinado a marcharse y eso quemaba. Siempre había estado a su lado, a veces sin hablar, simplemente acompañándolo, con toques que decían:

Estoy aquí.

Somos nosotros contra el mundo. Tú, Hermione y yo.

Siempre lo seremos. No tienes que soportar esta carga solo.

¿Cómo reparaban este daño?

—No sé qué voy a hacer. No sé cómo seguir —Harry susurró—. Él es- es-

—Lo encontraremos —Astoria prometió al borde del llanto—. Lo encontraremos y todo estará bien, ya verás.

Sonaba vacío, como las cosas que les decían a las personas desesperadas para que no terminaran por apagarse, pero Harry necesitaba creerlo. De lo contrario, su mente seguiría viendo la cara de Draco llena de sangre en el suelo, sin vida, preguntándole por qué lo había abandonado.

No creo que pueda soportar saber que estás ahí a punto de morir, que puedo salvarte, y no hacerlo.

Harry dejó que el agarre de Astoria se aflojara mientras se dejaba caer al suelo.

Puedo salvarme yo mismo.

Al cabo de lo que pudieron ser horas, la sanadora que anteriormente había estado trabajando en su mano herida, la vendó, dándole indicaciones que Harry no escuchó para nada. No tenía idea de en qué momento había vuelto a atenderlo o cuánto se había mejorado. No tenía idea de si su dedo crecería o no, y si era sincero en ese instante le importaba una absoluta mierda. Podía vivir sin un dedo, o una mano, pero de qué servía.

Harry se apoyó en Astoria y miró al techo. Necesitaba moverse y actuar. Ir con Hermione a checar de nuevo cada rincón de esa puta casa, ver su moneda, salir o mirar desde arriba la calle para ver si había vuelto. Pero sus pies no le respondían. Su propio cuerpo le decía que no soportaría otra decepción. Prefería concentrarse en rogar.

No podía regresar antes, eso diría Draco cuando volviera, herido, pero bien. Casi me atraparon, pero me las arreglé para volver, porque dejaría que el mundo se destruyera antes de dejarte solo. Lo siento por no decirte que fui.

Y Harry lo tomaría, ganaría la guerra y se irían lejos. Vivirían felices. Draco atendería su cafetería y él una tienda de tatuajes.

Por favor.

Por favor, déjame tener esto. Déjame tenerlo a él.

¿Qué tengo qué hacer?, ¿qué tengo que dar?

Harry lo haría todo, si eso significaba que Draco cruzaría esa puerta y podría volver a embriagarse en su olor.

Pero, tal como había sucedido antes-

Draco no volvió.

•••

El tiempo era relativo, o al menos eso era lo que él siempre había escuchado. Nunca comprendió el significado de aquella frase, no de verdad, hasta que Hermione regresó de verificar de nuevo la mansión y Harry no tenía la menor idea de cuánto había pasado: si minutos, segundos, u horas.

—Arthur ya fue atendido, están viendo la posibilidad de renovar su brazo —Hermione informó tomando asiento en el piso—. Llamarán a la familia en cualquier momento.

Harry giró la cabeza para verle. Lo más probable es que la desesperación y la pérdida estuviera escrita en toda su cara porque Hermione evitó mirarlo, para que Harry no le hiciera preguntas que no tenían respuestas.

¿Lo viste?

¿Dónde está?

¿Cómo está?

—Ron me engañó —informó con voz robótica, sin más preámbulo. Hermione parpadeó—. Dijo que Draco se quedaría, me prometió que él velaría por su bienestar y me mintió. Draco fue a la misión y no ha vuelto.

Harry no sabía si Hermione simpatizaba con su situación. Las líneas tensas de su cara y la herida que tenía cruzando su ceja no le decían mucho, pero de todas formas era mejor que mirar a Ron, quien no paraba de disculparse y a quien Harry quería escupir; o a Astoria, quien continuaba llorando silenciosamente. Harry se preguntaba si estaba escuchando sus pensamientos, aunque era lo más seguro.

¿Astoria sabía que Harry estaba orando una y otra vez por Draco, a un Dios que ni siquiera sabía si existía?

¿Sabía que estaba vendiendo su alma por verlo una vez más?

Como si lo hubiera oído, Astoria levantó la cabeza. Su barbilla temblaba. Harry no quería ser ingrato, pero se sentía listo para espetarle algo cruel, porque Astoria no tenía derecho de llorar así, como si Draco hubiera muerto.

Porque Draco no había muerto.

No podía.

Draco dijo que iba a volver.

Cuando Harry abrió la boca para espetarle a Astoria que dejara de llorar, una sombra captó su atención por el rabillo del ojo. Era una silueta familiar que lo observaba a unos metros de él. Estaba parado de frente, exudaba energía nerviosa, y luego de que Harry levantara la mirada y se enfocara en él, le dedicó una sonrisa simpática.

Adrian le estaba ofreciendo consuelo.

Y Harry no hizo más que hervir.

Sin siquiera pensarlo, se levantó de su lugar. La rabia estaba acumulándose de la misma peculiar forma que lo había hecho con Theo. Adrian pareció darse cuenta de que su aproximación no era amistosa, y- joder. Harry quería partirle la cara.

—Harry-

Hermione intentó retenerlo, aunque, lamentablemente, no tenía la fuerza necesaria. Astoria lo hizo también, e incluso Ron se levantó para impedir que avanzara. Adrian lucía atemorizado, pero no se había movido de su lugar, como si no pudiera. Harry quería llegar a él y descargarse porque no era justo. No era justo.

—¡¿Por qué está él aquí?! ¡¿Por qué está aquí?!

—Harry... —Hermione intentó razonar, aunque Harry apenas podía pensar, apenas podía entender que la gente lo estaba mirando con miedo.

—¡Draco debería estar aquí y no él!

—Harry-

Para ese punto no le importaba estar siendo injusto, o que Adrian no tuviera nada que ver. Harry quería gritarle, quería matarlo, quería hacer algo que cambiara las cosas mágicamente. Draco lo hubiera hecho. Draco dijo que mataría por él.

Que haría lo que fuera por él.

¿Entonces por qué no estaba allí?

—¡¿Escuchaste?! —Harry volvió a gritar. Sonaba fuera de sí, y el temblor, la nota rota y desgarrada de su voz, no estaba haciendo mucho por ayudarlo—. ¡Draco debería- debería-!

Debería haberse quedado y no haberme mentido. Draco debería estar a mi lado, a salvo, donde mis ojos pueden verlo.

¿Dónde estaba?

Si no estaba muerto, ¿dónde carajos estaba?

No tenía idea de qué estaba haciendo allí en la comodidad de esa mansión, cuando Draco no se encontraba en ella. No entendía qué estaban haciendo todos allí o por qué no vibraban con el mismo dolor que Harry. Las cosas no debían ser así. Draco tendría que haberse quedado, o tendría que haber vuelto. Harry sentía el miedo apoderarse de él; quería arañarse la piel para sentir algo más aparte de ese crudo temor.

El temor de que Draco hubiera muerto en esa pelea.

Que se mantendría teniendo veintiséis años por la eternidad.

Que el único lugar donde Harry lo vería, sería cuando durmiera.

Era egoísta desear que fuera cualquier otra persona, pero Harry aún así lo hacía. Harry deseaba que fuera cualquier otro menos Draco, quien, se suponía, debía estar a su lado acariciando su cabello mientras lo sanaban.

Eres un idiota que siempre se pone en peligro, diría, y Harry se quejaría de que ni herido podía dejar de molestarlo.

Pero eso no iba a pasar. Tal vez nunca lo haría de nuevo.

Draco no estaba.

Harry no sabía si volvería a encontrarlo.

¿Y qué pasaba si no? ¿Qué pasaba entonces?

¿Qué iba a hacer si no?

—... respira...

—Inhala, exhala, Harry. Inhala, exhala.

¿Qué iba a pasar con Lucius?

Harry oyó distantemente cómo un sollozo cortaba su garganta y hacía arder sus entrañas.

Lo único que le quedaba de Draco, era su padre. Su padre y una escoba eran los únicos recuerdos que tendría. Un hombre que no podía valerse por sí mismo y una jodida escoba.

¿Cómo se probaba a sí mismo que existió?

—Harry, trata de respirar. Concéntrate. Todo va a estar bien. Todo...

En medio de su ataque, Hermione lo había atraído hasta su pecho, y Harry estaba escuchando sus latidos. Eran pausados, tranquilos. Había otros brazos en su espalda y otros más cubriéndolos. Astoria y Ron se sumaron. Los tres estaban intentando que se calmara.

En medio de sus intentos de inhalar por la nariz y exhalar por la boca, copiando la respiración de Hermione, empezó a sentir una incomodidad. Esta iniciaba en su muslo y se extendía por toda su pierna, como si alguien hubiera disparado un hechizo contra ella. En un inicio creyó que era producto de su imaginación, o que era la manifestación tardía de un maleficio de la lucha.

Eso, hasta que el dolor se hizo punzante y se dio cuenta de que quemaba.

La realización lo golpeó tan fuerte que perdió el equilibrio.

Su moneda estaba quemando.

Harry se separó bruscamente del abrazo y sus amigos soltaron pequeños quejidos de sorpresa, pero no le importó. Empezó a tantear sus bolsillos con rapidez, desesperado, y antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, la moneda estaba en su mano y Harry la estaba escaneando con urgencia.

Las letras habían cambiado.

"Emisora", decían.

Su cerebro se encontraba tan mareado, que Harry no fue el primero en captar el significado detrás de ellas. Fue Ron, quien asomando la cabeza por detrás de su espalda, exclamó:

—La radio sigue en la sala principal...

Y Harry no lo pensó dos veces.

Sin esperar a ninguno, bajó corriendo las escaleras. Podía sentir a alguien siguiéndolo, aunque Harry no miró hacia atrás: siguió apresurado su rumbo hasta que llegó a la sala, alterando a la poca gente reunida allí. Lee Jordan y Kingsley lo miraron.

—¡Vuelvan a hacer funcionar la radio! —Había querido que sonara como una orden, pero en realidad se escuchó como el ruego de un animal herido.

—Pero no ha funcionado desde que...

—¡Hagan lo posible! —Harry lo interrumpió.

Con el ceño fruncido, Lee Jordan se puso a trabajar. Gente de la Resistencia se reunió alrededor del aparatito también, tratando de sintonizar algo dentro de los parámetros del mundo mágico. A los minutos, Ron y Hermione se pusieron a su lado, arribando desde los pisos superiores. Harry estaba con la mirada fija en el montón de gente dictando instrucciones a otras, mientras se mordía las uñas. Quería seguir enojado con Ron, pero la abrumadora preocupación se lo estaba haciendo difícil. Además, quisiera admitirlo o no, lo necesitaba allí con él. Quizás en el futuro podía cobrarle cuentas, pero ahora estaba concentrado en- esto.

Había un sentimiento imposible surgiendo en su pecho, uno muy peligroso y hasta cierto punto horrible.

Esperanza.

Quizás Draco estaba intentando comunicarse.

Quizás no todo estaba perdido.

Por favor. Por favor. Por favor.

—Creo que está listo —dijo un hombre. Harry no sabía quién. La mirada de Kingsley estaba encima suyo—. Debería...

No terminó su oración, moviendo unos botones que Harry no comprendía.

—Sí, ahí, sí, creo que-

—Hola, Potter. —Otra voz interrumpió lo que sea que fuera a decir. Venía del parlante.

El corazón de Harry se saltó un latido. Algo frío cayó en su cabeza.

No.

No. No. No. No.

Las uñas de Astoria se clavaron en su brazo. Harry trató de convencerse a sí mismo que lo había imaginado. Tenía que ser así.

No podía ser jodidamente cierto.

—¿No estabas esperando esto, no? —la voz volvió a hablar. Real. Presente. Eso estaba pasando. Harry delineaba obsesivamente el objeto, con su esperanza haciéndose añicos—. Me imagino que no. Siempre creíste que eran demasiado buenos para ser atrapados. ¿Se te olvidó que ya habíamos capturado a McGonagall? Tengo que admitir que ella peleó más que tu querido Malfoy...

Capturado.

Draco había sido capturado.

Voldemort tenía a Draco.

—Hijo de puta-

—Tu perra me enseñó a usar la moneda —Voldemort interrumpió el sonido gutural que hizo su voz. Harry podía percibir todos los ojos encima de él, y algunos jadearon ante la última implicación de Voldemort, acerca de Draco enseñándole a usar la moneda—. Oh, no es lo que estás pensando. Aunque casi cedí ante la tentación de hacerte creer que Malfoy te había dado la espalda y los traicionó a todos, dudaba que me creyeras. Así que no. La razón por la que sé cómo usarla es porque después de tres rondas de... interrogatorios, el pequeño Malfoy está muy dispuesto a hablar.

Harry sintió cómo las rodillas le fallaron, y sólo el soporte de Ron y Hermione lo ayudaron a no caer.

Tres rondas de interrogatorios.

Tres rondas de torturas.

El miedo se estaba filtrando por su sangre, inmovilizando a Harry en el lugar. Draco estaba sufriendo y él no se encontraba allí para salvarlo.

—No me daré demasiadas vueltas, Potter. En caso de que no lo hubieras notado, hace un tiempo que sabíamos que Malfoy era un espía, y sabíamos que te lo estabas follando. —Otra ronda de jadeos. Hermione y Ron incluidos, aunque adivinaba que por la primera parte de esa oración en vez de la segunda—. Mis fuentes me han confirmado que es más que eso, al parecer, así que para probar su punto te tengo un trato. Creo que puedes adivinar qué es, ¿no?

Si hubiera podido analizar la información con detenimiento, probablemente sí, Harry habría adivinado. Pero por ahora lo único que podía pensar era que Draco estaba en peligro, y que lo estaban torturando por su culpa. Draco estaba siendo torturado porque Harry lo amaba.

—Su vida, por la tuya.

Aquello lo hizo despertar.

—Harry, no-

—Estamos en la Mansión Malfoy, Potter. —Voldemort detuvo lo que Hermione fuera a decir—. Si quieres que sobreviva, entrégate y arrodíllate ante mí. Entonces, tu querido Draco será libre. Me parece un trato justo, ¿no lo crees?

.

Era risible la facilidad con la que Harry estaba dispuesto a acceder.

Sí, tómame a mí. Mátame a mí. Déjalo vivir a él, por favor. Te doy mi vida y mi alma, sólo no le hagas más daño.

—Oh, y en caso de que no me creas...

La transmisión quedó en silencio unos segundos, y la poca gente que estaba allí no se atrevía a pronunciar palabra. Podía escuchar por lo bajo a Hermione diciendo la palabra "carnada" en medio de una oración, pero honestamente no le podría dar más igual. Cada uno de sus sentidos se encontraba en esa emisora. En ese momento. ¿Voldemort lo quería? Bien. A la mierda la guerra. A la mierda todo.

Y entonces,

—¿Harry...? ¿Harry está aquí?

Todas sus guardias se vinieron abajo.

Su pecho se apretó tanto que Harry creyó que estallaría.

—Tienes una hora.

La transmisión se cerró.

Harry respiró temblorosamente. No podía parar de reproducir las palabras de Draco, la forma en la que salió su voz: débil, rota y enferma. Como si estuviera muriendo.

Y lo que había dicho.

Draco preguntó si él estaba allí.

Había preguntado por Harry.

Lo estaba esperando.

Salió del cuarto con rapidez, empujando a todo aquel que estuviera tratando de alcanzarlo. Podía oírlos decir que no valía la pena, y que era un sacrificio que no tenía por qué hacer. Nadie iba a extrañar a ese Mortífago asqueroso. Se los debía, de hecho. Se los debía por lo que había hecho a su bando.

Su respiración estaba saliendo errante de nuevo.

Astoria exclamó que no podía abandonarlos. Alguien que no identificó gritó que si Harry iba a esta trampa, todos morirían y la esperanza se acababa. Harry trataba de dilucidar algo en el caos que era su mente, entre lo que esa gente intentaba hacerle entender, y lo que escuchó fue-

¿Harry...? ¿Harry está aquí?

Draco había quebrado su corazón sin desearlo.

—No puedes ir tras él, es así de simple. Es lo que él Gran Mortífago quiere. Que se quede a Malfoy-

Harry no distinguía quién estaba hablando y por qué carajos lo siguió fuera de la sala para decirle semejante basura, pero no iba a aguantarlo.

—¡Lo va a matar! —gritó, volteandose.

—No es una gran pérdida-

Harry no vio la cara.

No supo su identidad.

Sólo levantó el brazo, y estrelló el puño contra la persona que estaba diciéndole que la muerte de Draco no era perder nada, cuando para Harry era perder el mundo entero.

Su cuerpo resonó mientras el puño chocaba en el rostro ajeno. Harry se dobló en dos, resintiendo el golpe en todos los músculos. Quiso gritar que todos se alejaran de él porque se sentía como una bomba a punto de explotar.

Las voces se hicieron presentes entonces, el mundo se hizo un poco más real de una forma dolorosa y dura. Harry respiró hondamente, sólo para levantar la cabeza y encontrar a George Weasley sujetando su nariz, mirándolo como si no lo reconociera, y a Molly sosteniendo a su hijo sin entender.

Claro, no entendían por qué Harry prácticamente le había roto la nariz a George por un Mortífago.

Eso era todo lo que veían.

Eso era todo lo que veía esa gente, a excepción de Theo o Astoria.

Draco Malfoy, Astaroth.

Miembro del Nobilium.

Parte del círculo más cercano a Voldemort.

Draco no era más.

—Harry, no puedes ir. —Hermione decidió retomar su balbuceo sobre las cosas que Harry no podía hacer, y él decidió enfocarse en ella quien estaba arrodillada para que pudiera mirarla—. A veces tienes que pensar con la cabeza fría. No puedes ir, no puedes arriesgar todo lo que la Orden ha hecho, solamente por-

—¿Por él?

Tal como lo dedujo, Draco no era más. No valía la pena arriesgar todo.

Que no lo hicieran, entonces, que pelearan a sus tiempos. Ellos podían continuar batallando si Harry moría. Daba igual. Harry no iba a quedarse allí.

Su otra mitad estaba en la Mansión Malfoy.

—Si fueras tú la apresada, nadie dudaría en mantenerse fuera de mi camino para ir a rescatarte —Harry le dijo, sonando más calmado de lo que se sentía—. Si fuera Ron, o Molly, o George, o cualquiera de ustedes, me alentarían a que fuera, de hecho. Sólo porque no les cae bien no significa que voy a amarlo menos o que me voy a rendir con él, entiéndelo. Está vivo.

La realización golpeó a Harry como un ladrillo.

—Está vivo —repitió.

Aunque no quiso admitirlo a sí mismo antes, Harry pensó que lo perdió. Lo sentía en sus dientes, debajo de sus venas y por dentro de su piel. Que no fuera así, incluso cuando se encontrara en la peor situación posible, era un milagro. Era casi como si alguien hubiera escuchado sus súplicas.

Está vivo.

—Harry...

—Salté al fuego por él —Harry cortó a Ron con fuerza, y pudo ver, literalmente, cómo mordía su lengua—. Lo rescaté de una habitación en llamas cuando lo odiaba. Y lo amo. Lo amo ahora. ¿Cómo esperas que me quede aquí? Tú menos que nadie tiene derecho de detenerme.

Ron tuvo la decencia de lucir algo avergonzado.

Después de todo, esto era su culpa.

—Es mi familia también —prosiguió—. Además de ustedes, es todo lo que tengo. Es todo lo que me queda.

Había pasado poco más de un año, pero Harry lo conocía prácticamente de toda la vida. Si hubiera sido cualquier otra persona lo más seguro era que no hubiese caído tan fuerte. Una parte de sí siempre lo anheló, quizás.

—Pero-

—Si fuera Ron, ¿podría detenerte? —Harry se giró a Hermione sin darle la oportunidad de terminar—. ¿Qué pasaría si alguien te impidiera ir y te dijera que "hay que hacer ese sacrificio para no perder la guerra"?

Ella apretó los labios, como si estuviera dispuesta a contradecir y espetarle que no era lo mismo. Finalmente decidió que no era lo correcto, y lo único que hizo fue suspirar y decir:

—Los Crucearía, probablemente.

Harry le agradeció la honestidad.

—Le pertenezco —dijo, sintiendo nuevamente la desesperación de que lo entendieran. De que pudieran ver aunque sea un poco de todo lo que Draco le hacía sentir—. Le pertenezco y él me pertenece a mí.

Ron pasó una mano por su cabello, sabiendo que era una batalla perdida. Hermione hizo lo mismo pero en su cara. Ambos parecían rendidos en cuanto hacerlo entrar en razón.

Y sólo les quedaba una cosa.

Apoyarlo.

—Entonces hay que prepararse para el rescate —dictaminó Hermione.

La Orden convocó una reunión de emergencia.

•••

Harry se Apareció en las afueras de la Mansión Malfoy no más de una hora después.

¿Era un plan arriesgado? Absolutamente. ¿Podía fallar? Sí.

De todas maneras, jamás habría vivido consigo mismo dejando a Draco en esa casa un segundo más sin hacer nada. Al menos, por ahora tenía un plan. Harry avanzó por las protecciones hasta la entrada, repitiendo en su cabeza sus intenciones, su objetivo. Quizás la mansión lo escucharía.

Mientras caminaba y pasaba el portón, las barreras se activaron. Se sintió pegado a ellas al instante. Por un breve momento se preguntó si eso era lo que Hannah Abbott había visto antes de ser capturada, el día que murió. No era un buen prospecto. El laberinto se alzaba a unos pasos de él. Los Mortífagos habían llegado a la entrada una vez más con sus asquerosas máscaras y lo atraparon para llevarlo hacia adentro. Harry reprimió un grito al ser sacado de la red de la barrera.

En un trayecto de no más de diez minutos atravesaron la puerta de entrada. En la primera sala, justo a un lado de la chimenea, lo primero que Harry vio fue un retrato de un joven Draco, inmóvil y arruinado gracias a unas garras que le cruzaban la cara. La mansión seguía siendo tal cual la recordaba, lúgubre, sin vida y desierta, al menos en ese instante. Las paredes estaban manchadas de sangre al igual que el piso. Había una cabeza humana puesta en la base de la escalera. Una mujer de la Orden. Harry evitó mirarla, pero su cuerpo yacía a unos metros, justo hacia donde lo llevaban- y honestamente no sabía cuál de las dos opciones era peor. El torso estaba abierto de par en par, las tripas se encontraban regadas en el suelo, y despedía un olor fétido aunque no estaba descomponiéndose. Era olor a hierro. Harry quiso vomitar de nuevo, pero los Mortífagos lo forzaron a agachar la cabeza y lo dirigieron a los calabozos antes que se dignara a moverse.

El corazón le latía con tanta fuerza, que Harry por poco sospechó que le daría otro ataque. Sudaba. Sus manos se encontraban amarradas en la espalda y los Mortífagos le estaban diciendo cosas crueles que no hacía el esfuerzo por escuchar. Cada paso que daba era uno más cerca de Draco y eso era todo lo que importaba, si era honesto. Tenía que sacarlo de ahí. Tenía que hacerlo.

Los Mortífagos abrieron una de las celdas y lo arrojaron dentro. No eran muy diferentes a las de la Mansión McGonagall, aunque Harry no estaba prestando atención a los detalles. Los hombres lo empujaron hasta la pared contraria a la puerta de metal, y apenas Harry la tocó, unas cadenas lo apresaron, así como apresaban a sus presos en la base. No era nada que no estuviera esperando.

Lo que no estaba esperando, es lo que vio cuando giró la cabeza.

Los Mortífagos salieron soltando risotadas. Harry se agitó entre las cadenas. Su respiración se aceleró de nuevo. No podía creerlo.

Porque Draco estaba allí.

Draco estaba detrás de las rejas, entre las mismas cadenas, y con la cabeza gacha.

Estaba ahí.

—Draco...

Harry no había esperado eso, de verdad. Suponía que los pondrían en diferentes habitaciones y que luego él tendría que buscarlo. Que las cosas fueran de esa manera facilitaba todo. No importaba que mantenerlos juntos tuviera un motivo enfermo detrás, porque aquello aliviaba parte de la tensión de su estómago.

Draco estaba ahí.

Justo donde podía verlo.

—Draco... —Harry repitió, ahora más desesperado que al inicio—. Cariño- Draco.

Draco no movió la cabeza, no pareció dar señales de haberlo escuchado siquiera, y aquello lo estaba matando un poco. Harry apagó la mayoría de sus emociones para que estas no estallaran como querían hacerlo.

Draco no se veía herido.

No en la superficie.

—Draco, por favor... —rogó de nuevo. Necesitaba que lo mirara. Que sus ojos grises se posaran encima de los suyos.

Que se sintiera igual que volver a casa.

Pero Draco no parecía consciente.

—No mueras, por favor —intentó una vez más. Sólo recibió silencio—. Draco, no- no mueras- aguanta-

Hola de nuevo.

¿Dónde habías estado?

Por favor, mírame.

Harry se encontraba totalmente desesperado. Sólo necesitaba que lo mirara, una vez. Sabía que las cosas estarían bien. Si Draco lo miraba como solía hacerlo, Harry tendría la certeza de que todo estaría bien.

Pero Draco no respondía.

—Confía en mí —Harry dijo de nuevo—. Confía en mí, Draco. Por favor. Mírame.

Una vez más, no hubo señales de su parte.

Sabía que tenía que ser paciente, pero a Harry se le estaba haciendo jodidamente difícil. Todos sus huesos le pedían que se liberara y cruzara el espacio hasta él- de la manera que fuera. En vez de repasar el plan, su mente estaba intoxicada por un solo pensamiento.

Draco. Draco. Draco. Draco.

Los mantuvieron allí por quién sabía cuánto. Harry era incapaz de despegar la mirada de su rostro caído. Trató de hablarle unas cuantas veces más sin obtener nada a cambio; empezaba a preocuparse.

No lo habían puesto en esa habitación con su cadáver, ¿verdad?

El pensamiento hizo que un escalofrío le recorriera. Que su interior gritara.

La puerta del calabozo se abrió de golpe a causa de una patada, y por ella entró nada más ni nada menos que Fenrir Greyback. Su cara portaba una sonrisa de oreja a oreja. Harry estaba a punto de vomitar a los pies de ese enfermo.

—Miren qué tenemos aquí... —dijo él—, ¿no es la pareja más encantadora del mundo mágico?

Harry se obligó a mantener la calma y una expresión neutral mientras lo veía caminar por la celda con expresión hambrienta. Sólo de mirarlo se sentía nauseabundo. Sus ropas estaban medio deshechas, su boca, su cuello y sus manos tenían sangre seca; incluso podía divisar carne humana aún en sus colmillos, colgajos de piel. Greyback abrió la reja donde se encontraba Draco con llaves, pero aún así este no se movió ante el sonido.

¿Está vivo, no es así?

¿Está aquí?

—Es una lástima que el pequeño Malfoy se haya rebajado contigo, ¿no? El cabrón nunca quiso aspirar a más, aunque se lo ofrecí —Greyback prosiguió su monólogo, sin entrar a donde Draco se encontraba sino plantándose frente a él. Harry sintió su magia acumularse ante la insinuación—. Se abrió de piernas para ti. Dime, ¿fue lo mismo que acostarse con una puta? ¿Igual que con la zorra de su madre?

Harry apretó la mandíbula. La tensión se estaba abriendo paso por su sistema si Greyback continuaba molestándolo así. Harry suponía que lo hacía porque pensaba que le cabreaba que alguien más deseara a Draco, que eran celos, y no repulsión. Tenía claro que Greyback sólo lo hacía para enojarlo.

—¿Me estás aplicando la ley del hielo, Potter? —Greyback rio, dando un paso al frente—. Oh, no, no, no.

Al segundo siguiente y sin preámbulo, Harry sintió un puño estrellarse contra su boca.

Luego, unas garras volvieron a abrir parte de la cicatriz que le cruzaba el párpado.

Y después otro golpe. Y otro. Y otro.

Harry apenas parpadeó cuando oyó uno de los cristales de sus lentes caer al suelo. Al menos no se le había reventado encima del ojo.

—Contéstame cuando te hablo.

El dolor era menos que la rabia, eso seguro. Harry había sido herido de formas mucho peores. Acababa de perder un dedo, por ejemplo. Parte de su espalda se transformó en piedra. Sobrevivió a la Maldición Mortal. ¿Qué eran unos golpes de un fracasado como Greyback?

Harry respiró hondo y subió la cabeza, mirando a Greyback por debajo de sus cejas. Uno de sus ojos comenzaba a hincharse.

—Responde —bramó él y Harry resopló con desdén.

—¿Qué quieres que te responda?

—Di: "Sí, señor".

Greyback volvió a sonreír, mostrando los colgajos de piel entre sus dientes y Harry se sintió físicamente enfermo. Ni con Snape, quien era su profesor, le había causado gracia decir eso. Pero él ya no tenía dieciséis y aprendió mucho tiempo atrás que había cosas más importantes que el orgullo.

Sacar a Draco de ahí, por ejemplo.

—Sí, señor.

Greyback, como el bastardo imbécil que era, pareció satisfecho con eso, aunque su tono hubiera sido completamente reacio.

—El día que la perra de Hannah llegó aquí fue cuando el pequeño Malfoy se enteró de la verdad, ¿no? —continuó, casi alegre—. Ahí fue cuando cambió de bando.

—Sí, señor.

—Rodolphus siempre lo supo. Nosotros creímos que Malfoy era demasiado imbécil, supongo que nos sorprendió a todos. ¿Sabes cómo falsificó su entrada al Nobilium? El Señor Tenebroso lo vio en su mente. Bastante ingenioso, ¿verdad?

—Sí, señor.

La mirada de Greyback cambió. Había un borde más cruel en ella. Más sádica. Harry sintió sus músculos tensarse con anticipación aunque no se movió. Greyback se limpió la boca con la manga.

—Ahora que supimos que nada de eso era real, y que en realidad sí podíamos dañarlo... —murmuró, algo amenazante—. Creo que te gustará ver esto, ¿qué opinas?

Greyback entró a la celda de Draco y Harry sintió cómo su pecho se encogía. Sus intestinos se apretaron.

No.

Lo que sea, no.

Que esté vivo. Por favor que esté vivo.

Haré lo que sea.

—Con Maia habría sido más divertido, la verdad, pero supongo que... —Greyback tomó la ropa de Draco—. Tuvimos que improvisar. No quisimos joderle la cara, no sabíamos si te iba a gustar entonces...

Harry, por los segundos más largos de toda su puta vida, sólo pudo mirar y sentir horror.

Esa clase de horror que sube por tu espalda y te hace pensar: No. Esto no pudo haber pasado. Existe algo o alguien que va a remediarlo. El tiempo va a retroceder. Esto se va a arreglar.

Harry giró la cabeza, y tuvo que vomitar lo poco que había comido, manchando su ropa y el suelo.

Porque el torso de Draco estaba completamente quemado.

Se encontraba en su mayoría rojo y amarillo, a carne viva. Había pedazos de piel arrugados que parecían estar descascarándose y que subían hasta el borde de su mandíbula. Estaba sangrando. Las heridas de su torso fueron reabiertas y la palabra "Cobarde" se perdía entre las heridas. Draco estaba completamente quemado.

Se encontraba desmayado por el dolor.

—¡DRACO! —Harry sintió que el grito se formaba en su garganta antes de decirlo. Se encontraba horrorizado. Lo habían dañado. Siempre supo que sería torturado, pero estaba- Draco se encontraba en carne viva—. ¡DRACO! ¡DRACO!

—No te escuchará. —Greyback rio—. Lo aturdimos lo suficiente para que no pudiera apelar a los principios de los sagrados veintiocho. Una buena ronda de Crucios fue suficiente, ¿qué opinas?

—¡DRACO!

Harry se agitó en las cadenas. Era inútil. Greyback disfrutaba de lo que sucedía con ganas, aunque a Harry no le importaba. Su Draco fue quemado.

Fue quemado vivo.

Fue Cruciado.

¿Qué más?

Como si el destino quisiera responderle, Greyback tomó el borde de los pantalones de Draco, y Harry casi se desmayó.

—No había tenido la oportunidad de hacer esto antes, pero... supongo que ahora que estás aquí, puedes mirar.

Sin ningún tipo de delicadeza, bajó los pantalones de Draco de golpe.

Estaba quemado también en las piernas. Draco estaba rostizado.

Y Greyback iba a tocarlo frente a él.

—¡Aléjate de él, hijo de puta! —Harry bramó, sin recordar ya el plan o alguna mierda. Lo iba a asesinar. Greyback iba a desear nunca haber nacido. Iba a llorar y a suplicar por su puta e inmunda vida—. ¡ALÉJATE DE ÉL O TE JURO QUE-!

—Ah-ah una palabra más, y...

—Suficiente, Greyback.

El shock de esa voz provocó que tanto Harry como el hombre lobo se detuvieran en seco y miraran al intruso que se paraba en la puerta. Grande e imponente e irreal. Harry parpadeó una, dos, tres veces. Iba a echarse a reír.

Bueno, eso  parecía una puta broma.

Harry detalló que estaba libre, sin cadenas. Se fijó en que su voz sonaba como nunca lo había escuchado antes. No parecía dañado, o torturado, o sucio. Libre. Totalmente libre. Estudió sus ropas ahora refinadas y su postura, y las piezas del rompecabezas se juntaron.

Voldemort había insinuado que lo de Draco y Harry era más que "follar" porque alguien se lo dijo. Tom sonó tan seguro acerca del espionaje de Draco, y de Theo, debido a que tuvieron que habérselo confirmado. Alguien les tendió la trampa de la supuesta Mansión Potter, alguien que mintió sobre su existencia. Harry repasó las actitudes extrañas, las pequeñas señales que no vio, o que fingió no ver- o que nunca pensó que estuvieran allí. Recordó a Kreacher horas atrás, y la extraña Aparición que hizo sin que nadie se lo ordenara. Todo parecía encajar.

Y aún así, no tenía idea de por qué le sorprendía tanto que Rubeus Hagrid se encontrara parado en el umbral de la puerta.

Chapter 60: Interludio: El Espía I

Notes:

Pongo esto porque me han llegado AMENAZAS por este subplot. Si no te gusta, no lo leas, tienes todo el derecho de cerrar la pestaña y no volver a tocar el fic ni nada mío, pero no me lo comentes.
Nadie me pagó para escribir este fic, lo hice por diversión y para sobrellevar ciertos momentos de mi vida. Hay gente que le gustó, otros que lo detestaron, pero sea como sea, no tengo por qué recibir insultos o gente furiosa respecto a las decisiones que tomé en Desolación. Pueden buscar historias que se acomoden a sus gustos, pueden incluso escribir un fic nuevo, y ya está. Es fanfiction, es un lugar para divertirse y distraerse, no para pasar malos ratos ni dárselas de críticos, y eso va para mi como ficker y para ustedes como lectores.

Como sea, aquí el cap! Lo menciono al final, pero todo esto está sacado de una explicación más compleja y elaborada que recopila info canon. También, los acontecimientos y diálogos en su mayoría están sacados de los libros.

Los dejo con el cap!

Chapter Text

Rubeus Hagrid nunca tuvo lo que se podría llamar: "una vida fácil".

Su padre, Konrad Hagrid, fue un mago sangre pura afectado por una maldición, y su madre, Fridwulfa, una giganta que, años más tarde, Hagrid se enteraría que su padre persuadió para ayudarlo a ser liberado del conjuro que estaba comiendo sus sesos.

La familia Hagrid y su línea pura había sido reducida a tal punto, que cuando Rubeus cumplió los ocho años, ninguna persona se escandalizaba al oír su apellido. Casi nadie sabía que los Hagrid solían ser sangre pura, en realidad, no a menos que alguien hubiese hecho todas y cada una de las conexiones necesarias entre los árboles de las familias antiguas. Su padre, Konrad, no tenía hermanos. Era el único Hagrid puro que quedaba, y a pesar de que lo criaron para hacer renacer el apellido y traer gloria una vez más a la familia, todo se fue al carajo en uno de sus numerosos viajes al continente Americano, específicamente a Cuba.

Tal como suele pasar con los prejuicios de la supremacía de la sangre, las consecuencias que estos traen no suelen ser buenas. Konrad Hagrid viajó por un asunto de fabricación de ropas con piel de criaturas (que era a lo que su familia se dedicaba), pero dejó mostrar un poco de lo que pensaba acerca de las razas o seres considerados "inferiores" a los sangre puras, y alguien que no debía oírlo, lo escuchó.

En Cuba, a diferencia de Inglaterra o los países europeos, no existía tal cosa como "la magia negra". La magia era magia, y las intenciones con las que se usaba eran las que variaban. Los magos y brujas de la región conocían cosas que harían parecer a las Artes Oscuras de otras localidades un juego de niños, pero a diferencia de personajes como Grindelwald o Tom Ryddle, ellos no lo veían como poder, sino un orden natural, algo que estaba en cada ser vivo y respiración de este planeta. Algo parecido al Yin y el Yang.

Konrad Hagrid hizo comentarios despectivos sobre las criaturas de la zona, sobre cómo estas no debían ser siquiera consideradas seres sintientes. El comerciante, con una sonrisa tensa y sin ánimos de echar a perder su negocio, no dijo nada. Sin embargo, las personas cercanas a él no tenían la misma paciencia o amabilidad, no podían dejar que un europeo con ataques de grandeza dejara sus tierras sin una represalia por insultar sus animales sagrados, así que, sin que Konrad lo supiera, una maldición lo atacó por la espalda.

No fue hasta un año después, cuando el joven se enamoró de una chica y trató de tocarla, que se dio cuenta de lo que había sucedido. El dolor que Konrad Hagrid experimentaba cada vez que intentaba sostener su mano era algo que perfectamente pudo haberlo matado.

Así que investigó una y otra vez, volvió sobre sus pasos, y al visitar la parte occidente del continente africano, una vidente pudo decirle qué había sucedido.

—Alguien quiere que aprendas una lección, Konrad. —Había dicho la vidente en su lengua nativa. Konrad estaba leyendo la traducción de sus palabras gracias a un hechizo—. Alguien sabe tus sentimientos acerca de todo lo que no sea sangre pura, o siquiera un mago. Quiere que te retractes y aprendas de este error.

Konrad Hagrid gritó entonces qué quería, que lo haría de inmediato. Lo que fuera. Lo que sea por poder tocar a su amada.

—Eso no puedo decírtelo yo, Konrad, debes averiguarlo tú —la vidente replicó con calma—. Pero es obvio que quiere que aprendas, que dejes de ver a las criaturas como inferiores.

Al salir de ahí, y esperado para averiguar cómo revertir esta maldición, Konrad inició su búsqueda.

Y en el proceso cometió uno de sus más grandes errores.

Era claro lo que la maldición quería, que aprendiera poco a poco a respetar, pero si toda tu vida te han dicho que las cosas son de una forma, aquel pensamiento no cambiaría de la noche a la mañana, que era lo que Konrad quería. Por lo que se dijo a sí mismo: "si soy capaz de estar piel con piel con una criatura que desprecio, el conjuro debería entender que no los odio, ¿verdad?, ¿debe saber que he aprendido mi lección?"

¿Esto puede salvarme?

Desesperado por averiguarlo, convenció a Fridwulfa de que estaba enamorado de ella.

Rubeus Hagrid nunca preguntó los tecnicismos de la relación de sus padres, nunca le importó. Sólo sabía de la maldición de Konrad, sabía que su teoría claramente no funcionó, que Fridwulfa quedó embarazada gracias a esto y que, en castigo, los padres de la giganta lo obligaron a casarse con ella.

Hay una posibilidad de que el niño sea normal, dijeron los Hagrid cuando se enteraron de esto, desolados. Podríamos hacerlo pasar por un sangre pura.

Pero aquello no fue así.

Nueve meses después, los Hagrid lo averiguaron cuando Rubeus llegó al mundo.

Los abuelos de este desaparecieron de sus vidas luego de que comprobaran que el bebé tenía más de semigigante que de mago, y Konrad junto a Fridwulfa vivieron en el Bosque de Dean por los primeros años, cuidando de su hijo. Y contrario a lo que todos y el mismo Konrad pensaba, terminó queriendo al muchacho.

A diferencia de Fridwulfa.

Hagrid recordaba los últimos meses que su madre estuvo junto a ellos. Lo recordaba, porque las heridas y traumas que dejó en él no podían ser fácilmente olvidadas. Hagrid tenía tres años cuando su mamá se marchó, tres años cuando ella lo arrojaba al suelo sin delicadeza alguna. Cuando lo golpeaba, lo tomaba de los cabellos para levantarlo o simplemente se desquitaba con él, junto a Konrad viendo todo desde una esquina sin saber cómo interferir- o sin saber siquiera si podía interferir y pelear contra una giganta. Hagrid era alto, obviamente, pero seguía siendo un bebé sediento de amor por su madre. Un amor que claramente no estaba recibiendo y nunca iba a recibir. Eventualmente, Fridwulfa se aburrió de tratar de educarlo y esperar a que Hagrid creciera al tamaño que un gigante debería crecer, y seis meses después de que Rubeus cumpliera los tres años, se marchó, alegando que era demasiado pequeño para dignarse a criarlo.

Por primera vez en su vida, el niño pudo dormir en paz.

Konrad se encargó de acogerlo y tratar de criarlo desde entonces. A medida que Rubeus crecía, podía ver lo difícil que era para él, y lo destrozado que se veía cada vez que preguntaba por su madre. Aunque en un comienzo, y dentro de sus fantasías infantiles, Hagrid solía pensar que era debido a lo enamorado que su pobre padre debía estar de ella, o que le dolía su partida, pero cuando fue un adulto recién comprendió que era debido al terror que a Konrad le tenía al mismo Hagrid. El no saber si sus llantos por Fridwulfa se tornarían en algo más serio. El no entender cómo se suponía que debía criar a un semigigante solo.

Rubeus creció como un niño solitario, con su padre siendo su única compañía. Hagrid solía recordarlo como un buen hombre en los mejores días, un buen papá... aunque después de analizar su infancia una y otra vez, se preguntaba si era porque Konrad estaba demasiado aterrorizado de él y de lo que Hagrid podría hacerle gracias a su estatura. Suponía que ya nunca podría preguntarle.

Konrad trató de inculcarle a su hijo buenos valores. Respeto, alegría, y cosas que sus padres no le enseñaron a él. Sin embargo, Hagrid aprendió años más tarde que todo fue un buen show. Una buena performance para seguir tratando de engañar a la maldición.

"Sí quiero a Rubeus significa que ya no veo a las criaturas como inferiores, ¿no?"

"¿Seguramente si crío a mi hijo semigigante con los valores de no ver a nada ni nadie en menos, esto acabará y seré libre, verdad?"

Konrad murió sin serlo, así que la respuesta a su pregunta era «no».

Por otra parte, como el padre de Hagrid nunca creyó por completo en las cosas que le decía, y de vez en cuando el niño lo escuchaba hacer comentarios contradictorios, como dichos despectivos sobre los nacidos de muggles y la superioridad de los sangre pura, Hagrid creció en un caos. En confusión. ¿Qué era lo real, y qué no? No tenía idea qué era un sangre sucia, y por qué eran tan despreciables según su padre. Hagrid no entendía por qué su madre era una criatura divina cuando su padre hablaba de ella, pero una cabrona hija de puta cuando murmuraba para sí mismo.

Así que debido a esto, aprendió por sí solo a diferenciar entre lo bueno y lo malo.

Entre lo que era real y qué no.

Su carta de Hogwarts llegó cuando cumplió once años y su padre nunca había estado tan contento. Su hijo, su hijo semigigante, ¡era un mago después de todo!, ¡era normal! Hagrid había reído y había abrazado a su padre hasta cansarse, hasta por poco quebrar sus costillas, y no durmió esa noche rememorando una y otra vez el brillo orgulloso en los ojos de Konrad. Uno que nunca había estado allí, y el cual estaba dispuesto a que siguiera creciendo.

Pero luego llegó el primero de septiembre de 1940, y todas las ilusiones de Hagrid quedaron destrozadas.

Los directivos de Hogwarts no contemplaron su tamaño. Todavía no era exageradamente alto, pero sí lo suficiente para los pequeños compartimentos que en esos años estaban designados para los niños de once. Hagrid fue llevado a uno de los más apartados, sosteniendo sus libros y cosas en una pequeña maleta luego de dejar a su padre en la estación con un gesto de incomodidad. No había orgullo en sus ojos esa mañana, pero Hagrid estaba tan entusiasmado de hacer amigos, de hablar con niños de su edad, que no le importó.

Nunca se le pasó por la mente que para ellos, él no sería nada más que un espectáculo de circo.

Hagrid nunca había interactuando con nadie, sólo adultos que ocasionalmente visitaban a su padre por algún u otro motivo. Ni siquiera le fue permitido ir al Callejón Diagon por sus materiales, Konrad se encargó de eso. Hagrid nunca había experimentado en carne propia la crueldad humana, sólo la de las criaturas como su madre.

Los sangre sucia eran los peores.

Durante todo su recorrido a Hogwarts, Hagrid miró por la ventana y fingió no notar cómo jóvenes y niños se arremolinaban afuera de su compartimento para tratar de verlo a través del vidrio. Fingió no escuchar las risas que recibió cuando el vigilante de Hogwarts anunció en una voz un poco alta, que por su peso no viajaría con el resto de sus compañeros en los botes.

Hagrid tuvo que esperar al último carruaje de thestrals para llegar al castillo –debido a que nadie quería irse con él– y trató de apresurarse al banquete de bienvenida, sin poder prestar atención a la maravilla que era Hogwarts al tratar de ignorar los siseos, burlas, risas y miradas que su condición le acarreaba.

—Hola —había dicho Hagrid tímidamente a una niña frente a él, en la fila para el sorteo—. ¿Aquí estamos los de primer año?

A lo que la niña –la primera niña a la que Hagrid le hablaba en su vida– soltó un grito y se giró a su compañero, siseando: "¡¿Dejan entrar monstruos a Hogwarts?!"

Hagrid fue sorteado en Gryffindor y, como era de esperarse, nadie de su grado quiso hablar con él. Por miedo, en su mayoría. En la sala común algunos estudiantes de cursos superiores trataron de integrarlo, y aunque Hagrid sabía que estaban siendo amables, una parte de sí mismo seguía sintiéndose... incómodo. Lo estaban tratando como un bicho raro, de eso era consciente, hablándole más lento de lo que correspondía como si fuera tonto, o tratando de cuidar sus palabras para no hacerlo enojar. Hacía que algo pesado se instalara en su estómago porque cuando su carta llegó, su padre había dicho que después de todo él era normal.

El primer mes fue solitario. En su cuarto compartido (que más tarde se transformó en solo suyo gracias al aumento de estatura) nadie le hablaba, y él, esperando respuestas hostiles de parte de sus compañeros, tampoco lo hizo. La gente lo miraba al pasar. Hagrid escuchaba sus burlas: consideraban que era tan bruto que probablemente terminaría siendo expulsado al mes siguiente. Él escribía buenas cosas a su padre, por supuesto, tratando de que el orgullo no se disipara, pero en general, Hagrid estaba solo.

Sus maestros eran los únicos que lo trataban con cierto margen de respeto, a pesar de que era notorio que muchos le enseñaban asumiendo que era estúpido. A Hagrid le caía especialmente bien su profesor de Transformaciones: Albus Dumbledore. Era la clase en la que más trataba de poner atención y en la que mejor le iba también. No demoró mucho en descubrir que estaba sediento por aprender, sediento de mejorar, sediento de llegar a casa con su padre y probarse a sí mismo.

Por las tardes, Hagrid deambulaba en los límites del Bosque Prohibido y veía a distintos animales pequeños e insectos que se acercaban a él, atraídos por su magia. Todavía no sabía qué pensar de ellos, pero dentro de esos terrenos eran los únicos que no lo miraban como si fuera diferente. Eso, sin contar a los sangre puras que, a pesar de despreciarlo, eran los únicos que verdaderamente lo ignoraban, acostumbrados al mundo mágico y a saber qué eran los cruces de razas. A Hagrid le agradaba más la indiferencia que lo que el resto hacía, si era sincero.

Tampoco sabía qué decía eso de sí mismo.

No fue hasta casi dos meses después de su llegada a Hogwarts, que conversó con alguien el cual no se acercó a hablar con él sobre su condición. La primera vez que Hagrid no tuvo que desentenderse diciendo que no sabían de qué estaban hablando luego de acusarlo de tener una madre giganta.

—Hola.

El invierno estaba llegando. Hagrid normalmente soportaba cualquier clima a cambio de un poco de paz, pero aquel día no había tenido ganas de helarse, por lo que simplemente agarró sus tareas, los libros necesarios, y se sentó en una de las mesas más apartadas de la biblioteca esperando no ser notado.

¿Pero cuándo las cosas le salían como esperaba?

—¿Hola...? —Hagrid no estaba seguro si el extraño se dirigía a él.

Enfrente estaba parado un chico mayor, o eso asumía Hagrid porque no lo había visto en ninguna de sus clases. Tenía el cabello negro, los ojos castaños, la piel bastante blanca y llevaba la corbata del color de la casa Slytherin. Había un aura que rodeaba su persona que lo hacía mucho más afable que el resto de los alumnos y casi tan respetable como un profesor.

—¿Puedo sentarme aquí?

Hagrid miró alrededor de la biblioteca: estaba casi desierta. No entendía por qué este chico querría sentarse en su mesa cuando había bastantes desocupadas, pero accedió de todas maneras... con precaución. Su cabeza empezó a repasar todos los conjuros que sabía en caso de que intentara algo raro, como esa vez que unos chicos trataron de darle con un Mocomurciélago mientras caminaba.

—Mi nombre es Tom —dijo él después de dejar pasar unos agonizantes segundos de silencio—. ¿Qué hay de ti?

Hagrid frunció el ceño, preguntándose si ya se acercaba la gran interrogante, si ya le haría tratar de confesar que su madre era una giganta.

—Rubeus Hagrid —contestó. La cejas de Tom subieron hasta perderse en su pelo negro.

—Tu padre es sangre pura —afirmó él, interesado. La arruga entre las cejas de Hagrid se intensificó. Era la primera vez que alguien le decía eso.

—¿Lo es?

Tom agitó la mano como si eso no tuviera importancia y sacó un diario de su bolso. Hagrid inconscientemente se inclinó en su asiento para echarle una mirada, pero se apresuró en volver a su lugar para no parecer metiche.

—Estoy en tercer año —informó Tom sin que Hagrid le hubiera preguntado—. Tú estás en primero, ¿no es así?

Hagrid volvió a su expresión cautelosa. Según lo que él suponía, todos tenían en claro quién era, dado el bicho raro que lo consideraban... se le hacía extraño que Tom no supiera nada.

Quizás es un sangre pura, susurró una voz. Hagrid asintió a su pregunta.

—Oh, supongo que no sabes hacer magia avanzada aún.

—Pues no, soy de primer año.

—Es curioso... verás, uno de mis compañeros, Julius Nott, es capaz de percibir la magia, ¿sabías que eso es posible? —Sintiéndose como un tonto, Hagrid negó—. Pues sí, y él me dijo que la magia proveniente de ti es bastante... fuerte, por decirlo de alguna manera.

Hagrid mordió su labio inferior, enfocándose en nada más que su ensayo de Transformaciones. ¿Que su magia era fuerte? ¿Podría tener eso que ver con su estatura? Probablemente. Hagrid comenzó a escribir, tratando de no hacerle demasiado caso a estas dudas.

—¿Y?

—Y, Rubeus, me estaba preguntando... ¿no te gustaría sacarle todo el potencial?

Hagrid, que de momento sólo había pensado en cómo sobrevivir hasta las vacaciones de Navidad, se encogió de hombros.

—No sé...

—Bueno, en caso de que quieras, yo y más Slytherins estamos juntando firmas para abrir un club de duelos, por si te quieres unir. Aún no conseguimos la autorización de Dippet, pero no creo que eso sea un problema. —Tom se levantó de nuevo. Hagrid ni siquiera había notado que durante su charla había escrito algunas cosas en el diario—. Te veo por ahí, Rubeus. A todo esto, en la letra «c» de la tercera pregunta de Transformaciones, el vector puede ir en ambas direcciones.

Y con eso, desapareció por los estantes.

Aquella interacción lo dejó igual de incómodo que las otras, aunque era una incomodidad distinta; un sentimiento que Hagrid aprendería a reconocer como ser usado para el interés de otras personas. Pero era la primera vez que alguien le hablaba y no le preguntaba sobre su ascendencia. La primera vez que tenía una conversación relativamente amena y "normal".

Él me dijo que la magia proveniente de ti es bastante... fuerte.

¿Era eso verdad?, ¿Hagrid podía aprender aún más de lo que ya aprendía?, ¿Hagrid era capaz de tener aún más potencial?

¿Eso haría que su padre se sintiera orgulloso de él?

No lo sabía, pero valía la pena intentarlo.

Por eso cuando el club de duelos abrió después de Navidad, no dudó en ir.

Las únicas interacciones que Hagrid tuvo durante ese año fueron las criaturas del Bosque Prohibido que se le acercaban en las tardes donde el clima estaba mejor, y las del duelo. La mayoría (si no todos) de los que asistían eran Slytherin. Sangre puras. Ninguno era tan descortés para preguntar por su obvio linaje, y ninguno creía que Hagrid era digno de dedicarle insultos. Algunos, incluso, intrigados por su magia, se acercaban a hablarle de eso. Por interés, obviamente; Hagrid se hizo consciente, años después, que el mundo se movía a su alrededor motivados por el interés y lo que les conseguiría.

A pesar de que había sólo uno o dos alumnos de años superiores, la magia que se enseñaba era avanzada, al menos para Hagrid, aunque aprendía rápido a usarla. A veces el profesor Dumbledore pasaba a mirar sus sesiones y él se esforzaba en hacerlo aún mejor, pero por los nervios terminaba fallando. De todas formas, le gustaba.

Su primer año acabó ligeramente mejor a como había empezado. La burlas eran algo menores gracias a que los alumnos se habían acostumbrado a tenerlo allí. De todas formas, cuando Hagrid volvió a casa y su padre le preguntó por sus amigos, Hagrid le habló del club con honestidad, del trato que recibía allí, y de Tom, a quien Hagrid consideraba como lo más cercano a un amigo sabiendo que en realidad no lo era. Su padre no pareció orgulloso por eso. Su padre pareció apenado. Enrabiado. Todo de una sola vez.

—Nunca te avergüences de tu tamaño, Hagrid. Hay algunos que la tomarán contra ti, pero no vale la pena molestarte con ellos. Por favor.

Y con eso, salió del cuarto.

Hagrid no comprendió sus palabras. Eran dichas para ser alentadoras, pero no sonaron así. Casi parecía una advertencia. Un ruego. El miedo titilando bajo la superficie.

Hagrid le había hablado sobre su magia. Sobre que era fuerte. Le había hablado sobre los conjuros que aprendió.

Años después descubrió que quizás ese era el motivo de su actitud.

Estaba intentando domar a un monstruo en crecimiento.

Segundo año no fue diferente al primero. Hagrid no hizo amigos humanos en su corta estadía en Hogwarts, pero la persona con la que más hablaba era Tom. Durante las tardes en la biblioteca discutían magia; Tom le pedía que le ayudara con ciertos hechizos para su diario, y en general, se llevaban decentemente en su club de duelos. Hagrid también continuó yendo al Bosque Prohibido, y no fue hasta más tarde de ese mismo año que adoptó a una de sus primeras mascotas: Aragog.

Su único amigo, quizás.

—¿Qué es esa cosa?

Tom lo había pillado una vez en medio de la biblioteca alimentando a Aragog, que para entonces cabía en el bolsillo interno de su túnica. Hagrid, siendo pillado en su secreto, abrió las ropas para que Tom pudiera mirar mejor. Este se alejó con disgusto después de hacerlo.

—No puedes tenerla aquí.

—Es mi mascota.

—¿Y?

—Va a quedarse conmigo.

Tom pareció querer decirle algo más, abriendo la boca, pero luego se rindió y se dejó caer enfrente, ignorando a Aragog y pidiéndole a Hagrid que conjurase distintos hechizos para ver qué tan diferente eran comparados con su propia magia.

Por otra parte, Albus Dumbledore también había tomado cierto interés en él. Interés que se extendió hasta su tercer año. A Hagrid le caía bien, aunque cuando hablaba, sentía que era lo mismo que hablar con Tom. La misma sensación de incomodidad.

Pero sin importar qué, Hagrid podía decir que era feliz, que estaba contento. Podía no tener amigos y ser más bien un muchacho solitario, pero le gustaba Hogwarts. Le gustaban sus clases, el Bosque Prohibido, el Gran Comedor y lo que aprendía. Le gustaba el club de duelo y su sala común, a pesar de que sólo se la pasaba allí si no había nadie más. Le gustaba aprender y saber que, contrario a lo que todos creían, era un mago bastante capaz.

Entonces llegó tercer año.

Y todo se fue a la mierda.

Hagrid le enseñó a hablar a Aragog en el verano, y pronto ambos se enfrascaban en distintas conversaciones (dificultosas, había que acotar). La araña creció demasiado durante esos meses de calor, y aunque su padre se reía y hacía bromas al respecto, Hagrid podía ver que le preocupaba que su hijo volviera con ella al castillo.

Y no se equivocaba.

En el tercer año de Hagrid, la Cámara de los Secretos se abrió.

Durante el tercer año de Hagrid, Tom, la única persona que lo había tratado un pelín más decente que el resto, lo inculpó por el asesinato de Myrtle.

Hagrid intentó sacar a Aragog antes de que sucediera, antes de que pasara lo que iba a pasar, porque sabía que todos lo culparían a él: al monstruo, al gigante idiota. Tom llegó justo en el momento que trataba de salvar a su amigo.

—Hola, Rubeus —le dijo abriendo la puerta, con voz seria.

Hagrid se exaltó. No tenía idea de qué hacía allí, nunca le había dicho dónde dejaba a Aragog en el castillo.

—¿Qué haces aquí, Tom?

—Todo ha terminado —le dijo él, suavizando un poco sus facciones—. Voy a tener que entregarte, Rubeus. Dicen que cerrarán Hogwarts si los ataques no cesan.

Hagrid sintió el terror instalarse en su estómago. Una parte de sí era consciente de lo que pasaría. Otra, recién empezaba a sentirlo como real.

—¿Qué vas a...?

—No creo que quisieras matar a nadie. Pero los monstruos no son buenas mascotas. —Hagrid se encogió ante la palabra "monstruo"—. Me imagino que la dejaste salir para que le diera el aire y...

—¡No ha matado a nadie! —Hagrid gritó en medio del horror y la desesperación. Necesitaba protegerse a sí mismo de lo que iba a pasar. De lo que les harían a los dos.

—Vamos, Rubeus. —Tom le habló de la forma que solía hacer. Hagrid ahora reconoció el tono de condescendencia—. Los padres de la chica muerta llegarán mañana. Lo menos que puede hacer Hogwarts es asegurarse de que lo que mató a su hija sea sacrificado...

—¡No fue él! —No me hagas esto, Tom. No me hagas esto—. ¡No sería capaz! ¡Nunca!

Tom no lo escuchó.

—Hazte a un lado.

En ese momento, el mundo se volvió borroso. Tom trató de atrapar a Aragog, Aragog lo derribó para irse, Hagrid impidió que lo matara, y luego Tom se vio en la obligación de reportarlo. Todo mientras Hagrid se repetía a sí mismo: No, por favor. No. No. No. No.

Resultó ser que, sin importar las súplicas, los directivos se vieron aliviados de encontrar un culpable.

¿Y qué mejor?

¿Qué mejor que fuese el único monstruo que asistía a Hogwarts?

Hagrid fue expulsado en su tercer año. Dumbledore y Konrad intentaron abogar por él, de verdad, pero los profesores y los padres de la chica estaban determinados a hacerlo pagar. Hagrid volvió solo a casa, ignorando los llamados de Tom para hablar antes de marcharse. Y en su tren de vuelta, recién comprendió que ni siquiera iba a extrañar tanto Hogwarts- o sea, el establecimiento.

La magia. Aprender. Sentirse capaz.... Eso extrañaría.

Ver el orgullo en los ojos de su padre.

Konrad apenas le habló cuando regresó. Apenas trató de consolarlo o de regañarlo. Parecía que Hagrid lo había decepcionado en serio con su desplante. Hagrid, por su lado, estaba jodidamente enojado por eso. Necesitaba que le gritaran, necesitaba conversar lo que acababa de perder. Acababa de ser vetado de la magia por siempre.

Pero su padre simplemente fingió que no estaba allí, como si, al fingir lo suficiente, podría convencerse que Hagrid seguía asistiendo a Hogwarts.

Dumbledore fue a visitarlo los siguientes años, aunque aquello era un vil consuelo para lo que Hagrid había perdido. El hombre nunca mencionó que intentó reincorporarlo al colegio. Nunca mencionó la posibilidad de que volviera a hacer magia. Sólo lo visitaba- como si eso fuera a cambiar algo. Hagrid fingía estar encantado por sus visitas, fingía que no lo resentía. Durante dos años se sumió en el más puro autodesprecio. Iba de adelante hacia atrás en su cabeza, analizando sus errores. Pensaba en Tom y en por qué creería que Aragog era el culpable. Dos años pasaron, en los que la relación con su padre se deterioró y se hizo aún peor cuando este cayó enfermo de forma terminal

Y la semana que Konrad murió, fue la semana en que Tom Ryddle apareció de vuelta a su vida.

El funeral fue una cosa pequeña. Su madre fue invitada por parte de Dumbledore, aunque Hagrid por dentro quería gritar a la sola mención de su existencia o de verla de nuevo (que afortunadamente no sucedió); su padre fue enterrado en la parte trasera de su patio porque su familia no lo aceptó en la cripta. Sólo asistió su antiguo profesor de Transformaciones y él. Hagrid lloró, aunque no sentía demasiado.

Había perdido a su padre el día que fue expulsado de Hogwarts.

En el mundo mágico no existía ningún tipo de apoyo para los niños, no en esos años. No existían orfanatos ni casas de cuidado, mucho menos para híbridos como él. Por lo que, a pesar de tener quince años, Dumbledore lo dejó solo en la casa en la que su papá y él vivían, y prometió volver una vez cada semana para asegurarse de que estaba bien. Le dijo que incluso podrían discutir sobre Transformaciones. Una parte de Hagrid deseaba no volver a verlo y que le recordara lo que perdió. Nunca se lo dijo, en todo caso, por eso siempre regresaba después de unos días de absoluto silencio y soledad. Hagrid estaba acostumbrado a estar solo.

Por esa razón era que, cuando Tom apareció en el umbral de su puerta casi una semana después, no había nadie más que Hagrid en casa.

—¿Cómo me encontraste? —Fue lo primero que espetó Hagrid al abrir la puerta y hacer una mueca despectiva al hombre ante él.

Era noviembre. Tom ya se había graduado de Hogwarts y había crecido. Hagrid también. Le sacaba, al menos, un cuerpo entero. Parecía mucho menos que eso.

—Buenas noches, Rubeus.

—A la mierda con tus buenas noches, ¿cómo me encontraste?

Tom esbozó una sonrisa educada, y Hagrid sintió toda la rabia de dos años atrás invadir su sistema por completo. Quería romperle la cara. Quería gritarle que le había quitado su única oportunidad de una vida mejor.

—Te dije una vez que Nott sentía las magias, ¿lo recuerdas? —Tom respondió—. Sintió el rastro de hechizos que dejaste impregnados en mi diario, y luego te rastreó hasta acá.

Hagrid se asomó hacia afuera, pero no parecía que hubiera nadie más allí. Eso no significaba nada, por supuesto. Quizás estaban escondidos en los árboles.

Algo vil se arrugó en su estómago. Una voz le dijo que si siguiera en Hogwarts, habría aprendido a hacerse a él y a su magia ilocalizables.

—¿Qué quieres?

—Estoy aquí para hacerte una propuesta.

Hagrid entrecerró los ojos, calculando de inmediato cuánto se demoraría en aplastarle el cráneo contra la puerta y cerrarla. Tom interpretó su silencio como una invitación para seguir hablando.

—Tu magia es fuerte, eso cualquier tonto puede reconocerlo.

—Me importa un carajo y al resto del mundo también, me expulsaron de Hogwarts, tú te aseguraste de eso.

—Sí —Tom admitió con tranquilidad—. Sí, lo hice.

Por primera vez en mucho tiempo, Hagrid se tomó sus palabras de una forma distinta. Había un borde hasta peligroso en ellas, como si Tom hubiera planeado eso desde el inicio. Siempre.

¿Realmente quería saber la verdad?

¿Hagrid quería obtener una confesión?

—Entonces no sé qué estás haciendo aquí —decidió responder con cautela—. No puedo usar mi magia, así que...

—Estoy aquí para saldar mi deuda contigo —Tom lo interrumpió—. Eres lo suficientemente fuerte para aprender magia sin varita. Puedo enseñarte.

Hagrid pausó en el umbral, dándose cuenta de que estaba cerrando la puerta. Sus ojos miraron directamente a los de Tom, incrédulos.

Dumbledore nunca había mencionado eso.

—Eso es mentira.

—No lo es, y puedo enseñártelo. He salido de Hogwarts, tengo la habilidad para impedir que te rastreen del Ministerio.

—¿Por qué?

—Para saldar mi deuda.

—Dime la verdad.

Tom suspiró larga y pacientemente.

—El mundo está hecho de aliados, Rubeus, no de amigos, ¿seguramente entiendes eso, no? —Hagrid pensó en Dumbledore—. De entre todas las personas, no quiero tenerte como mi enemigo.

—¿O sea que es una relación de intereses?

—Por supuesto —Tom replicó sin vergüenza—. Yo te enseño, pago mi deuda, y dejamos el problema de Hogwarts atrás.

En la memoria de Hagrid le había tomado unos largos minutos en responder y considerar la oferta. Largos minutos en los que Tom extendió su mano para que la tomara. Hagrid lo pensó exhaustivamente, sintiendo el hambre de conocimiento atacarlo, el mismo deseo de saber que había experimentado en Hogwarts. Había pasado años sin hacer magia. Años en los que nadie le dijo que era una posibilidad continuar aprendiéndola. Dumbledore nunca lo había mencionado, quizá por miedo.

¿Pero qué más daba?

Si alguien se enteraba, ¿qué más daba?

¿Azkaban o su casa?, ¿cuál era la diferencia? Al menos en este caso, lo estaba intentando.

Finalmente, Hagird estrechó su mano.

Las sesiones de entrenamiento con Tom no eran muy distintas a las de los duelos, salvo que ahora Hagrid tenía que aprender a conjurar de forma diferente, canalizando su magia diferente. Al principio no podía hacer nada, era difícil. Luego, cuando ya encontró su técnica, Hagrid pudo conjurar los hechizos más simples. No levantaban ninguna alerta ministerial porque su casa estaba registrada como mágica y Tom encargó de hacerlos ilocalizables mientras se encontrara allí, tal como le había dicho. Iba dos veces a la semana, se quedaba hasta tener algún tipo de mejora, y en la mayoría de ocasiones se marchaba en medio de la madrugada. Dumbledore siguió visitándolo y llevando comida cuando podía, y Hagrid por primera vez en mucho tiempo se sentía algo parecido a "estar bien".

Incluso cuando sabía que Dumbledore y Tom lo estaban utilizando.

No tenía idea de cómo, ni para qué, pero sabía que ninguna de las dos relaciones eran inocentes o altruistas. Ninguna nacía del deseo puro de ayudar al prójimo... pero no le importaba.

Hagrid se beneficiaba de ellos también.

Cuando se iban a cumplir seis meses del inicio de las lecciones de Tom, fue que esta semi-felicidad se fragmentó. Tom lo hizo, para variar. De la nada y sin aviso.

—¿De qué murió tu padre?

Hagrid paró de tratar de conjurar un Accio al escucharlo. Tom no parecía afectado, moviendo la mano lánguidamente y atrayendo uno de los platos de Hagrid.

—¿Disculpa?

—¿De qué murió tu padre?

Esa simple pregunta había cambiado todo.

Porque Hagrid no tenía idea.

Pidió a Dumbledore los archivos en el Ministerio sobre su muerte, y los antecedentes médicos que manejaban en San Mungo. Dumbledore, con toda la influencia que poseía, no se demoró en dárselos, y Hagrid pasó semanas y semanas tratando de comprender. Entender qué significaban esas palabras. "Maldición cubana". "Lecciones". "Vidente". Por sí solas tenían sentido. En el conjunto... todo era demasiado ambiguo.

Terminó mostrándolo a Tom.

—¿Quieres que investigue?

Hagrid ni siquiera se mostró apenado.

—Sí.

Las sesiones continuaron. Dumbledore siguió yendo a visitarlo. Hagrid repasó los hechizos, adquiriendo cada vez más experiencia con magia sin varita y sintiéndose más cómodo con esta de lo que alguna vez se sintió con la tradicional. Su estabilidad pendía de un hilo esperando respuestas a la gran pregunta que tenía.

Un mes después, Tom llegó con los resultados sobre su padre.

—Una maldición a la sangre y a la piel —explicó sin una pizca de anestesia—. Tenía que aprender una lección: respetar y tratar de iguales a todas las criaturas que consideraba "inferiores" a él, y no sólo falló, el odio que sintió por una acabó por matarlo. Es algo cruel, verás, algo que estos asquerosos nacidos de muggles quieren imponer sintiéndose justos y creyéndose mejores. Son unos asesinos.

Cuando Tom se marchó esa tarde, Hagrid todavía seguía mirando el papel.

La explicación le daba vueltas la cabeza. Su corazón y su pecho eran un manojo de emociones tristes y violentas. Hagrid quería llorar, esconderse, entender cómo esto se relacionaba con su muerte.

Su padre lo había odiado, ¿era eso?

¿Su padre había terminado odiándolo?

Las siguientes sesiones con Tom se trataron de Hagrid descargando su veneno. Contra su madre. Contra su padre. Contra su matrimonio y su nacimiento. Tom escuchó, preguntando ocasionalmente: si acaso pensaba que, de Hagrid haber sido un sangre pura, su padre lo habría amado y estaría vivo.

Era casi patético cómo eso lo envió a otra fase de autodesprecio.

Hagrid nunca le había dado muchas vueltas a su estatus antes. Sólo sabía que los sangre sucias eran más crueles que el resto de los niños que compartían con él. Que los sangre pura no le daban miradas de lado, y los mestizos lo trataban con lástima. Sin embargo, ahora... ahora se agregaba a la ecucación esta maldición hecha por sangre sucias, maldición que le había arrebatado a su padre porque lo odiaba.

La relación con Tom se basó en aquel resentimiento desde ese punto en adelante.

Las cosas serían mejores si todos fueran sangre pura. Hagrid no quería que jamás un niño pasara por lo mismo que él pasó, que tuviera unos padres como los que él tuvo. Tom estaba de acuerdo, y descargaba su propia ira hacia sus padres. Hagrid y él pasaban bastante horas juntos hablando de aquello, del poder, y la sociedad mágica. Dos años después, la misma relación distante y de respeto colgaba entre ambos, tal como en Hogwarts, y Tom estaba saldando bien su deuda.

Hagrid ya sabía todo lo que Hogwarts podía enseñarle.

Era poderoso. Tom tenía razón, Hagrid lo era. Sus hechizos tenían un alcance mágico mayor a los de un mago promedio y la facilidad con la que conjuraba era ridícula. Tom le había explicado que se debía a la sangre pura que corría por sus venas, obviando obstinadamente que su madre, por el contrario, era lo más alejado a eso.

—Te he enseñado todo lo que Hogwarts podía enseñarte —Tom le dijo una noche al final de sus lecciones—. Espero que sea suficiente.

Hagrid levantó las cejas.

—¿Suficiente para qué?

—Cuando llegue el momento, lo verás.

La última vez que Hagrid vio a Tom antes de su desaparición de diez años fue aquella vez. Albus Dumbledore se había hecho con el puesto de director de Hogwarts durante ese tiempo, y desde la bondad de su corazón (si es que existía), le ofreció a Hagrid el puesto de guardabosques de Hogwarts. Hagrid, quien no tenía nada que hacer en su casa aparte de practicar magia, y quien además quería volver a ver a Aragog, aceptó. Creyó también que al estar más cerca de Hogwarts, Dumbledore se compadecería de él y le ofrecería algo mejor de lo que tenía.

Eso nunca pasó.

Le sirvió, sí, para moldearse. Para... cambiar, al menos de cara al público. Hagrid descubrió, como había hecho a temprana edad, lo fácil que era actuar como un tonto, y lo fácil que la gente estaba dispuesta a creer que lo era. No había intermedio. O era violento, o era estúpido, así que Hagrid les daba lo que le pedían. Sonreía más de la cuenta, actuaba como si no supiera demasiado y su motivación de vida fuera nada más el amor a las criaturas. La gente se lo compraba. Hagrid respondía con frases simpáticas, copiando la actitud complaciente de su padre, y se lo tragaban sin cuestionamientos.

Era tan fácil.

Cuando Tom volvió alrededor del 1954, Hagrid lo vio entrar al colegio desde su cabaña. Durante diez años no tuvo la menor idea de dónde estaba, hacia dónde se fue, y que regresara ahora no podía significar nada bueno.

om lo divisió sólo cuando salió del castillo y caminó por los terrenos. Avanzó bajo la luz de la noche hasta su cabaña sin dudarlo. Hagrid sabía quién era porque tenía la misma aura magnética de siempre, pero físicamente era totalmente distinto. Tom había perdido el encanto que lo caracterizaba.

Cuando se acercó ni siquiera le dijo "hola", simplemente comenzó a hablar en siseos, contándole lo que había sucedido con Dumbledore allá dentro. Hagrid soportó su rabieta por los diez minutos que duró, y luego dijo:

—¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

A lo que Ryddle respondió sin duda:

—Llegará un momento donde deberás decidir quién es tu verdadero aliado, Rubeus.

Y con eso, se marchó.

Los siguientes años Hagrid se la pasó viendo a lo lejos la guerra que comenzaba a gestarse. Había casos dentro del castillo de despidos por discriminación hacia los sangre sucias, y de casos graves de propaganda de supremacía de la sangre. Voldemort, como Tom exigía que lo llamaran ahora, estaba juntando seguidores de todas las clases y estatus, pidiendo al Ministerio mejores políticas de protección para los verdaderos magos. Hagrid vio todos aquellos sucesos como si pasaran detrás de un velo, sabiendo que una parte de sí concordaba tanto como otra que estaba en desacuerdo.

En 1965, casi once años después, finalmente Hagrid fue utilizado por Dumbledore de la forma en la que siempre supo que sería utilizado. Durante esos casi once años, Tom le pedía que se reunieran de vez en cuando para que le informara que estaba pasando en Hogwarts (a lo que Hagrid accedía porque sabía que tener a Tom de su lado era sabio).

Dumbledore fue a su cabaña, y Hagrid de inmediato saltó y puso su actitud complaciente en marcha. Le ofreció té y un pastel que horneó durante la noche, el cual era horroroso pero que por alguna razón siempre provocaba simpatía en la gente. Dumbledore reclinó su oferta con una pequeña sonrisa, y le dijo si podía hacerle un favor.

—Confío con mi vida en ti, Hagrid...

Y,

—Sé que eres muy capaz, por eso...

Dumbledore lo hizo sonar como un honor, sin decirlo con esas palabras, y Hagrid por poco cayó ante la trampa. Sin embargo, las palabras de Tom habían quedado grabadas dentro suyo. No existen amigos, sólo aliados.

Hagrid escuchó atentamente qué era lo que Dumbledore quería, y luego de meditarlo, accedió.

—Ir a una colonia de gigantes a formar lazos, pedirles que se pasen a nuestro bando. Sí, entendido.

Dumbledore sonrió casi aliviado.

—Sabía que podía confiar en ti. Nunca me has decepcionado, Hagrid.

Hagrid esbozó una sonrisa e incluso lloró, porque sabía que a Dumbledore le gustaba ser alabado. Luego, más tarde, escribió una pequeña nota y la envió con una lechuza. Era una propuesta bastante simple.

Tom, obviamente, apareció en el Bosque de Dean a la hora estipulada en la nota.

—Seré breve —dijo Hagrid—. Tengo información que puede interesarte.

Tom, quien lo conocía mejor que nadie, alzó las cejas.

—¿Y qué quieres a cambio?

Hagrid sonrió.

—¿Qué más puedes enseñarme?

Tom lo consideró unos momentos. Podría negarse, aunque no había forma humana de que averiguara lo que Hagrid tenía para decir, gracias a la diferencia altura. Podría matarlo, Hagrid lo sabía. Esos días estaban sucediendo bastantes desapariciones y Hagrid no era importante para nadie más que Dumbledore, así que Tom podría matarlo, o al menos podía intentarlo. Pero durante once años había aportado con información, sabía que le servía más vivo que muerto.

Así que accedió.

Tom le enseñó a Hagrid dos de las cosas más importantes que él aprendería para el resto de su vida:

La primera, volar sin escoba.

La segunda, hacerse ilocalizable.

A cambio, Hagrid saboteó su reunión con los gigantes para que cuando Tom fuera a hablar con ellos, los gigantes lo escucharan a él y no a Dumbledore.

Cuando regresó de las montañas sólo tuvo que disculparse una y otra vez con el anciano, insultarse a sí mismo y derramar unas cuantas lágrimas para que Dumbledore sonriera y le dijera que no había nada de qué preocuparse. Hagrid no hizo tanto el ridículo en la colonia de gigantes como para que ninguno de su especie quisiera saber nada de Dumbledore, –para que así el hombre no perdiera del todo la confianza en él– pero partió la negociación diciendo que su madre giganta lo abandonó de niño. De ahí en adelante, los gigantes lo vieron como un debilucho.

Los siguientes años pasaron. Los ahora llamados "Mortífagos" estaban empezando a infiltrarse en el Ministerio y en los lugares menos esperados. En aquel entonces aún no eran demasiados, pero sí los suficientes para representar una amenaza.

No fue hasta 1969 que la guerra que se gestaba afectó verdaderamente la vida de Hagrid, quien había ido a dos misiones más durante esos cuatro años (llevándole sólo una media victoria a Dumbledore). Una mañana, finalizando el año 69, Dumbledore tocó la puerta de su cabaña. Hagrid abrió, mentalizándose para tener una "agradable charla", y dejó entrar a su ex profesor quien tenía un aire severo.

—¿Té, profesor Dumbledore? —preguntó él con entusiasmo fingido.

—Ya tomé desayuno, Hagrid. Gracias.

Hagrid sabía que dentro suyo, a Dumbledore no le gustaba estar ahí. Que realmente no disfrutaba compartir con él o tomar tazas de té. Para Dumbledore, él era su pupilo. A sus ojos, Hagrid le debía la vida por hacerse cargo de él. En parte era cierto, mas no tenía por qué agradecer cuando dudaba que Dumbledore lo había mantenido vivo por lo buena persona que era.

—¿Ha pasado algo? —preguntó Hagrid tomando asiento. Sus cejas formaron un exagerado arco de preocupación. Dumbledore tomó asiento también.

—La verdad es que... sí, Hagrid. —Hagrid no tenía idea de qué. ¿Tendría eso que ver con Tom? No lo había visto en meses—. Me temo que los seguidores de Tom están planeando algo grande.

Hagrid no estaba esperando eso, pero en los terrenos de Hogwarts, ¿en qué podría afectarlo a él?

—¿Qué tan peligroso es, señor?

—Bastante, Hagrid —se lamentó Dumbledore—. Por eso estoy aquí... he venido a entregarte algo.

Hagrid esperó incierto, preguntándose en qué podría servir y si quizás se trataba de otra misión. Trató de hacerle ver que lo honraba, pero Dumbledore lo ignoró. El hombre empezó a pasar las manos por los bolsillos de su túnica para finalmente sacar un objeto de allí, encogido.

—Esto es un paraguas —explicó Dumbledore dejándolo encima de la mesa, mientras movía su varita para hacerlo más grande. Hagrid sintió un toque de envidia—. Es para ti.

El semigigante no comprendió, pero de todas formas tomó el paraguas entre sus manos, dándolo vueltas. Esperaba que no estuviera burlándose de él.

—¿Me permite preguntarle para qué, profesor?

Dumbledore soltó una risa.

—Esa será tu nueva varita.

Por un momento, Hagrid sintió que su fachada se desvanecía... sólo un poco. Un montón de pensamientos empezaron a arrasarlo, con tanta intensidad que se mareó. Lo primero que se le vino a la cabeza y lo que casi dijo fue un: "¿Qué quiere a cambio?" Lo segundo, fue la duda. ¿Por qué lo estaba haciendo?, ¿la guerra estaba a punto de explotar? ¿Quería que Hagrid se pudiera proteger?

Y lo último que pensó fue lo que más lo golpeó, duro y cortante. Una verdad. Una certeza que se instaló en sus venas y fluyó por todo su torrente sanguíneo.

Dumbledore, con su influencia, pudo haber hecho eso en cualquier momento.

Pudo haberle dado la posibilidad de hacer magia a escondidas.

Fue una elección no dárselo.

Si Tom nunca hubiera empezado esta revolución, Hagrid no habría hecho magia jamás. Al menos, no medianamente autorizada. Si Dumbledore nunca hubiera sospechado que Hagrid le era útil para futuros propósitos, lo habría dejado a la deriva. Jamás lo hubiese visitado. Su padre habría muerto y Hagrid estaría completamente solo, hambriento y desamparado.

Sus manos se cerraron con fuerza alrededor del mango del paraguas.

—No entiendo...

—Es para ti —Dumbledore dijo con calidez—. Es para que puedas defenderte en los tiempos oscuros que se avecinan.

Hagrid tenía un conjunto de emociones incrustado en sus huesos luego de escucharlo. Todos y cada uno de sus sentires eran completamente contradictorios.

Odiaba a Dumbledore, pero al mismo tiempo lo apreciaba. Se sentía agradecido y quería escupir a sus pies. Hagrid no sabía qué hacer con todo eso. Así había sido toda su vida: como se sentía frente a su madre, frente a su padre, frente a la supremacía de la sangre, frente a Tom. Todo era una contradicción en su cabeza y Hagrid quería azotar algo contra la pared y descargar su furia que los animales en su cabaña ya habían empezado a sentir.

Aparentemente esa reacción satisfizo a Dumbledore, quien le dedicó una sonrisa más amplia.

—Gracias —Hagrid manejó decir a través del nudo en su garganta—. No sé qué haría sin usted.

—No es nada. —El hombre agitó una mano, sellando la conversación.

Hagrid pasó los últimos días de 1969 ensayando con el paraguas y notando que después de dominar la magia sin varita, ocupar este instrumento no se le hacía tan difícil. Con Dumbledore debía fingir, de todas formas, dejar que el profesor le enseñara y pretender que era más tonto que un alcornoque. Dumbledore compraba esto. Lo veía indefenso, para él no era más que un pobre semigigante... ahora quedaba demasiado claro.

La última semana de diciembre bajo la nieve de las festividades, fue cuando Tom lo contactó de nuevo. Le pidió que se reunieran en el lugar de siempre y Hagrid llegó allí bien entrada la madrugada, volando como él le había enseñado en vez de usar el traslador que solía ocupar. Tom estaba apoyado en un árbol cuando arribó. Su aura era mucho más inquietante esa noche.

—Hola, Rubeus.

Hagrid asintió en su dirección, poniendo las manos en sus bolsillos. No llevaba el paraguas, no lo encontró necesario. Tom no tenía porqué saberlo. El hombre se despegó del árbol y caminó hasta él.

—Esta es la primera vez que hablaré directamente contigo sobre esto, y créeme que será la única. Muchos matarían por estar en tu posición.

Hagrid se cruzó de brazos, a punto de responder con un bufido, pero conteniéndose. Sabía que aquello sólo pondría de malas a Tom.

—¿Mi posición? —decidió preguntar.

—Sí. La posición en la que estás ahora. Verás... soy muy cuidadoso antes de elegir a mis seguidores, a los cercanos, quiero decir... —Tom esbozó una sonrisa, y aunque Hagrid era casi cinco veces más alto, sintió algo de miedo subir por su espalda—. Hoy vengo con ese objetivo, Rubeus: darte el honor de que seas uno de ellos.

Por unos segundos lo único en lo que Hagrid pudo concentrarse, fue lo similar que sonaba a Dumbledore, y a la misma vez, diferente. Dumbledore era todo flores y amor; trataba de engatusarte y hacerte creer que podías encontrar cosas buenas en las malas. Tom, por el contrario, no se molestaba con eso. Sus palabras sonaban a amenaza.

Eran dos maneras distintas de pedir lo mismo.

—¿Quieres que me una a ti, Tom?

—Creo que ambos seremos útiles para el otro.

Estaban a punto de entrar a la década de los setenta. Tom aún no se hacía con la mayoría del poder como sucedió años después. Hagrid podría haber dicho que sí, y probablemente su vida habría resultado muy distinta. Sin embargo, para alguien que siempre había estado a la merced de los deseos y necesidades de alguien más... Hagrid quería saber cuáles eran sus opciones.

—No tomaré tu Marca, Tom.

Su voz sonó dura pero no peligrosa, y Tom pareció genuinamente pasmado. Hagrid dudaba que alguien se hubiese negado a sus propuestas, sobre todo a esa, pero siempre había una primera vez.

—Yo te enseñé todo lo que sabes-

—¿No estabas saldando una deuda?

—¿Qué hay de volar?

—Yo te di información a cambio. Estamos a mano.

Tom respiró largamente, como si estuviera reuniendo paciencia.

—¿Qué quieres a cambio, entonces?

Fue el turno de Hagrid de sorprenderse, aunque intentó no demostrarlo. La información sobre Hogwarts, Dumbledore, y la ayuda con los gigantes debía ser lo suficientemente valiosa, porque Tom no negociaba, ni siquiera de joven. Él establecía las pautas y tú veías si las seguías o no. No era un tomar y dar, un tira y afloja. No hasta que Hagrid se hizo guardabosques y cercano a Dumbledore.

—No hay nada que puedas darme que-

—Los gigantes tendrán libre acceso al mundo mágico.

Hagrid, quien estaba seguro que a las colonias le había prometido lo mismo, se encogió de hombros.

—Me importan un bledo los gigantes.

—Entonces te daré una sociedad nueva. Una donde las criaturas mágicas que tanto te gustan sean respetadas. Me aseguraré de ello.

—Las criaturas mágicas no son vistas tan diferentes a los sangre sucia.

—No, pero al menos son mágicas. Te digo que me encargaré de eso. No tienes que responderme aún, te daré tiempo para que lo pienses. Ya ves, soy piadoso cuando es necesario.

Hagrid no dijo nada al respecto; Tom tampoco presionó. Hagrid se dedicó a pensar en esa propuesta porque al fin y al cabo sonaba bonita. Cuando Tom decía y prometía cosas era probable que le creyeras, él tenía ese efecto en las personas, y Hagrid no quería acceder tan fácil. Tal como había dicho, quería probar sus opciones, tantear ambos terrenos antes de decidirse.

—Está bien, seré tu seguidor —dijo Hagrid la próxima vez que se encontraron—, pero no tomaré tu Marca.

El alivio de Tom fue rápidamente desplazado por la confusión.

—¿Por qué no?

—Te contaré de los movimientos de Dumbledore, de mis misiones y las del resto. Las que me confíen a mi. —Hagrid ignoró su pregunta—. Estoy de tu lado.

Tom estudió sus palabras. Hagrid no había respondido su pregunta. Una parte de sí, esa que no le gustaba aceptar, se sentía halagado ante la propuesta. Tom no tenía tapujos en decirle que su magia era fuerte, no tenía tapujos al demostrar que Hagrid era importante para su causa. No lo trataba como estúpido, nunca lo había hecho. Esa era la diferencia entre Dumbledore y él. Hagrid no estaba seguro si lo prefería.

Al cabo de varios segundos, Tom aceptó.

Ninguno de los dos mencionó que Hagrid no tenía forma de probar su lealtad al rechazar la Marca.

Hagrid no supo mucho sobre su bando los meses venideros. La guerra estalló en marzo de 1970 luego de la primera matanza del Callejón Diagon, y dos semanas después la Orden del Fénix fue creada. Dumbledore le ofreció unirse y Hagrid aceptó. Cuando iba a comunicarlo a Tom, este ya lo sabía. Hagrid nunca cuestionó por qué o cómo.

—Te has hecho parte de la Orden —dijo casi acusador en cuanto lo vio aterrizar. Él se encogió de hombros.

—Creí que de esa forma te serviría.

Tom no dijo nada. Hagrid no sabía si le había creído. En parte era cierto, aunque también era cierto que estaba jugando para ambos bandos y calculando cuál terminaría saliendo victorioso. Merecía jugar su papel así, después de todo, eso era lo que Hagrid pensaba. Hagrid estaba contemplando sus opciones y ese era un lujo que nunca había podido darse. Por una parte, Tom realmente creía que estaba haciendo lo correcto. Tom pensaba que su causa era buena y que se encontraba limpiando el mundo mágico de peligros; mucha gente lo seguía por lo mismo. Por otra, Hagrid sería un tonto si no admitiera que Dumbledore era tres veces más poderoso que Tom, con más influencias y sabiduría. Si Dumbledore no estaba de acuerdo con él... por algo era.

Los siguientes años Hagrid se la pasó en diferentes misiones con los gigantes, consiguiendo seguidores para ambos bandos, aunque favorecía a Tom, incluso sin quererlo. Tom se encargaba personalmente de juntar a sus seguidores, contrario a Dumbledore que siempre enviaba reemplazos, gente para que hablara en su lugar. Tom sabía que su fuerte estaba en convencer a sus aliados y no podía confiarle esa tarea a otra persona, por esa razón consiguió que los trolls se pusieran de su parte, y algunas manadas de hombres lobos. Sin contar sus negociaciones con los dementores.

—Realmente crees que ganarás —Hagrid le dijo una noche. Estaban discutiendo los resultados de la última misión que Dumbledore le había encargado. Consiguió que una pequeña tribu considerara las ofertas de Dumbledore, sólo para que Tom llegara dos días más tarde y les robara la atención con sus promesas atractivas. Aquello no fue mérito de Hagrid en absoluto.

Tom soltó un bufido ante su comentario.

—Por supuesto que lo creo —respondió—. De aquí a dos años más, tendré a la mitad del mundo mágico de mi lado.

Y así sucedió.

Para 1977, Tom tenía a la sociedad mágica completamente dividida.

Sus seguidores suoeraban los números de los adherentes de la Orden en el Ministerio, e incluso había logrado tener aliados en San Mungo y otros sectores mágicos. Había ataques a plena luz del día. No podías confiar en nadie, porque no podías saber si ellos estaban de tu lado o del opuesto. El número real de los seguidores de Tom era desconocido, sólo se suponía. Y lo que se suponía no era nada bueno.

A Hagrid le costaba ver a Tom como el monstruo que él mismo decía ser. Hasta donde sabía, Tom siempre fue alguien lógico y razonable. Aspiraba a más, por supuesto, pero fuera de eso a Hagrid nunca se le hizo demencial. Sin embargo, mientras Tom tomaba el poder del Ministerio en 1979 y derrotaba a sus opositores, Hagrid empezó a ver cierto brillo en sus ojos. Un brillo maniático que no había estado allí. Desde cierta luz su mirada parecía roja, se sentía cada vez menos humano. Hagrid lo miraba y su aura, la de absoluta seguridad, estaba siendo lentamente reemplazada por algo más oscuro. Algo, que si era completamente sincero, le asustaba.

Y entonces llegó 1980.

Y con él, la profecía.

La matanza indiscriminada de ese año, en la que trataban de hallar algo (algo que Hagrid no tenía idea de qué era), no se detuvo. Los Mortífagos ya dominaban casi por completo el mundo mágico. El miedo de la población era grande. Hagrid sabía de primeras fuentes que Dumbledore haría lo que fuera por ganar, por retornar a la paz, incluso tomar medidas extremas... porque ya no sabían qué más hacer. La Orden haría cualquier cosa- menos rendirse.

—¿Qué crees que es válido sacrificar durante la guerra, Hagrid? —preguntó Dumbledore una vez durante los primeros meses de 1981.

Hagrid, quien aún no sabía por qué no se había pasado del todo al bando de Tom dado lo claro que resultaba su victoria, levantó la cabeza al escucharlo. Durante esos días se la pasaba de misión en misión, ayudando a un desesperado Dumbledore a ganar seguidores.

—Uhm... —respondió, sin estar seguro a qué se refería—. Depende de qué y el porqué.

Dumbledore asintió, subiendo los lentes de media luna hasta el puente de su nariz. Se veía miserable. Hagrid se sentía mal por él si era honesto, y no quería hacerlo. Las cosas serían más fáciles así. Dumbledore no estaba en lo correcto, los sangre sucias y muggles no valían tanto sufrimiento, ¿no?

—Si acabara con la guerra... ¿crees que vale la pena sacrificar vidas inocentes?

Hagrid intentó mantener la cara neutral y reprimió el bufido que quería escapar de él. No sabía qué esperaba Dumbledore que respondiera. ¿Que sí, y quedar como una horrible persona? ¿Que no, y quedar como una horrible persona también al estar dispuesto a sacrificar millones de vidas?

Así que en su lugar decidió hacer lo que mejor sabía:

Fingir que era un tonto.

—Creo que no lo estoy entendiendo, profesor...

—Ah, Hagrid, verás... —Dumbledore respondió con pesar—. Existe algo... un secreto que podría cambiar el curso de la guerra.

Su mente vagó de inmediato a Tom y a lo irritado que se veía cuando se reunía con él. Hagrid le daba sólo la información que quería que supiera, y alegaba que Dumbledore no le contaba demasiado. Tom había estado haciendo preguntas extrañas... preguntas demasiado específicas y desesperadas para alguien que sabía que estaba ganando.

Existe algo... un secreto que podría cambiar el curso de la guerra.

—¿No puede decirme, profesor?

—No, no, es... es algo incierto. —Dumbledore parecía verdaderamente apenado—. Pero creo que puede detener a Tom. Sin embargo... lo más probable es que se lleve más de una vida inocente consigo.

Hagrid no quiso preguntar más, sabiendo que se vería sospechoso, y la conversación llegó hasta ahí. No entendió a qué se refería.

Entonces los meses pasaron, Tom fue recobrando la confianza, y cuando octubre de ese año arribó, Hagrid fue capaz de comprender.

El treinta y uno de octubre de 1981, Dumbledore envió un Patronus a su cabaña diciéndole que en Hogsmeade había un traslador que lo llevaría al número 3 de la calle Shepard en el Valle de Godric. Dijo que necesitaba que, de la forma que fuese, Hagrid sacara al niño de aquella casa y lo llevara al número 4 de Privet Drive con sus tíos. Era urgente.

Así que Hagrid, con el corazón en la garganta, tomó el traslador e intentó adivinar qué estaba sucediendo y por qué Dumbledore lo estaba enviando a un lugar tan específico. Aterrizó en el pueblo desierto, justo enfrente de una casa destruida, y entró sin dudarlo en esta.

El cádaver de James Potter desarmado fue lo primero que lo recibió.

En el segundo piso, el de Lily Evans.

Hagrid había compartido con ambos, tanto en la Orden, como en Hogwarts; no lo suficiente para decir que eran sus amigos, pero sí para decir que los conocía, que estaban casados y que hace poco habían tenido un hijo. No pensaba mucho de ellos, o eso era lo que él creía, hasta que los vio inertes y tendidos en el suelo en la casa a punto de desmoronarse. Sus ojos estaban picando, su garganta ardía, su estómago se encontraba revuelto e irracionalmente trataba de localizar algún movimiento proveniente de Lily Evans, la sangre sucia. Pero por más que miraba, nada sucedía.

Y en ese instante fue que lo oyó... el "niño" del que Dumbledore hablaba.

Un bebé que apenas superaba el año.

Lloraba en su cuna, había sangre en su rostro por una cicatriz que se extendía hasta la mitad de su mejilla y sus pequeños brazos intentaban alcanzar a la mujer tendida en el suelo. Hagrid escuchaba los pequeños soniditos que hacía, y cómo en cada grito, el pequeño parecía entender que algo muy terrible había sucedido. Hagrid nunca vio algo así: un bebé privado tan temprano de la inocencia.

Hagrid no comprendía qué estaba presenciando. Qué significaba la casa en ruinas, los cadáveres de James y Lily Potter, el Patronus de Albus, el niño cubierto de sangre.

Luego, bajó aún más la vista y divisó la varita blanca en el suelo a unos pasos.

La varita de Tom.

Las piezas empezaron a juntarse. El último año: Tom buscaba algo que parecía ser amenazante; Dumbledore tenía sus cuestionamientos sobre sacrificar vidas inocentes. La ausencia del causante de estos asesinatos se hizo pesada. La petición de Dumbledore a Hagrid de ir a buscar a ese niño, como si supiera divinamente qué había sucedido...

—Tom... —Hagrid murmuró, queriendo vomitar—. ¿Qué has hecho?

En ese instante escuchó que la puerta de casa de los Potter se abría de par en par y, sabiendo lo que pasaría si era la primera persona en la escena del crimen, Hagrid tomó la varita blanca guardándola en sus ropas y salió de la habitación. Avanzó rápido por el pasillo, entrando así en otro cuarto para esconderse allí y salir cuando pudiera. Incluso si la situación lo requería, podría volar por la ventana.

—¿James?

Hagrid cerró los ojos, reconociendo de inmediato la voz del joven Sirius Black, rota e incrédula en el piso de abajo.

—¿James? —repitió. Hagrid escuchó el roce de ropas y cómo se arrodillaba. Su voz estaba quebrada—. ¡¿James?! No, Prongs, esto no es divertido. Es un buen disfraz, pero tienes que parar ahora, o- James, no. No me dejes, por favor, no puedo hacer esto- nada de esto- sin ti. Tú no me dejes- ¡¿LILY?! ¡¿HARRY?!

Los pasos apresurados de Sirius subieron las escaleras y cuando este entró en la habitación a varios metros de él, Hagrid salió del cuarto lo más silencioso que podía. De no ser porque Sirius estaba demasiado ocupado gritándole a Lily Evans que por favor no le hicieran esto, habría estado seguro de que lo había visto.

Hagrid salió afuera, recibiendo un viento frío en la cara que provocaba que quisiera vomitar. Detalló la motocicleta que descansaba en la acera. Desde allí, los gritos del joven Black todavía resonaban por la casa, mezclados con el llanto del bebé. Tuvo que esperar alrededor de diez minutos a que Sirius se calmara. Cuando Hagrid decidió que era buen momento para entrar, se topó frente a frente con el muchacho, quien venía saliendo con el pequeño entre sus manos.

—No te preocupes, Harry —le decía al infante que no paraba de llorar, meciéndolo frenéticamente entre sus brazos. Parecía un loco besando su frente sin parar—. Ssh, no llores. No llores, estoy aquí. Hey- Padfoot está aquí, y cuidaré de ti, Harry, todo estará bien, me quedaré contigo. Somos una familia. Ssh...

—Sirius.

Sirius levantó la mirada cuando lo escuchó. Tenía la cara mojada y manchada de sangre que provenía de la cicatriz de Harry. Sus ojos estaban desorbitados, perdidos. Si Hagrid no supiera qué pasaba, habría creído que él era el responsable del asesinato de los Potter.

—Hagrid —dijo. Su voz temblaba—. Tienen que encontrar a quién ha hecho esto. Tienen que-

—Dumbledore me ha enviado —lo interrumpió—. Necesito que me entregues a Harry, Sirius.

Sirius apretó al bebé contra su pecho mientras empezaba a negar. Hagrid notó que sus brazos también temblaban. Parecía al borde del colapso.

Sirius Black nunca se había visto más joven e indefenso.

—N- no. Yo soy su padrino, creo que yo... —Sirius casi escondió a Harry entre sus ropas—. James habría querido que yo me quedara con él. Harry me conoce, y cuidaré de él, nunca nada le faltará. Será feliz. Todo estará bien, Harry estará bien. Estaremos bien. Lo pondré a salvo, lo prometo. No tiene a nadie más. Es mi-

—Son órdenes estrictas de Dumbledore, lo siento. Irá donde sus tíos.

—¿Tíos...?

Sirius, con su semblante sumergido en la locura, miró hacia abajo. Harry todavía sollozaba, pero estaba tratando de tocar la nariz de Sirius, totalmente cómodo entre sus brazos. Había amor en esa mirada. Hagrid no estaba muy seguro de qué podría decir.

—Son la única familia que tiene-

—Yo también soy su familia.

Hagrid suspiró.

—Ellos son sus tíos, Sirius.

De pronto, Hagrid comprendió qué hacía allí y por qué Dumbledore lo había enviado precisamente a él. Si tenía que pelear y quitarle a Sirius el bebé, lo podría hacer. Dumbledore sabía que lo podría hacer.

¿Sentiría también su magia?

¿Acaso sabía que su magia era fuerte?

Hagrid demoró alrededor de quince minutos discutiendo con Black por Harry y su cuidado, pero el enterarse de que tenía familia cambió su juicio por completo, y al final, el mismo Sirius le ofreció su motocicleta para que pudiera llevarse al bebé.

—Iré a verte cada semana, Harry, lo prometo —Sirius susurró, dejando al niño en el asiento del lado de la motocicleta. Harry ya no lloraba, estaba jugando con el cabello que le caía a Sirius en la frente. Sirius besaba sus manos—. No estarás solo, nunca estarás solo. Todo estará bien. Padfoot está aquí, ¿sí? Te visitaré cada día hasta que te hartes de mí. Lo prometo. Lo prometo. Lo prometo.

Hagrid dejó que se despidiera, agradeció por la motocicleta, y luego los eventos de aquella fatídica noche tomaron su curso.

Sirius nunca cumplió con su promesa.

Harry se durmió en el asiento de la moto. La gente celebraba en las calles por la derrota de Voldemort. Hagrid voló hasta Privet Drive dejando al niño con Dumbledore, y luego lloró un poco sin saber si sus lágrimas eran del todo falsas.

Al mismo tiempo, en otro lugar, Sirius enfrentó a Peter Pettigrew. Fue enviado a Azkaban por un crimen que Hagrid sabía que no cometió, y meses después, cuando Dumbledore le explicó qué había sucedido en verdad aquella noche, Hagrid por fin comprendió.

El anciano le habló de la profecía, al menos en rasgos generales. Explicó qué sucedió con los Longbottom, y cómo lo más probable era que Voldemort siguiera vivo en algún lugar. Que ese era sólo un descanso para juntar fuerzas y vencerlo al fin.

¿Qué crees que es válido sacrificar durante la guerra, Hagrid?

Si acabara con la guerra... ¿crees que vale la pena sacrificar vidas inocentes?

Existe algo... un secreto que podría cambiar el curso de la guerra.

Dumbledore le informó de la muerte de los Potter antes que nadie a través de un Patronus. No peleó para sacar a Sirius Black de Azkaban, el supuesto guardián secreto de su casa. Casa que estaba bajo un Fidelius. Dumbledore le había dado la dirección exacta para que Hagrid pudiera encontrar a Harry. Sus palabras delataban que sabía que existía una profecía, el secreto inexacto de que... había algo que vencería a Tom. Estaban a punto de perder completamente la guerra, hasta que el pequeño Harry acabó con Voldemort.

Entonces lo supo.

No sabía por qué no lo vio antes.

Dumbledore había propiciado el ambiente para que la profecía se cumpliera.

No sabía cómo lo hizo, qué hilos movió, a quién manipuló para dejar a los Potter desprotegidos, pero Hagrid tenía la certeza que, de alguna u otra forma, él era el responsable.

Y aunque Dumbledore le dijera que le confiaba su vida, aunque le contara todos esos secretos y le dejara ver todo tan transparente, Hagrid entendió entonces que no era por eso que le hacía, no era por esa ciega confianza que decía tenerle.

Lo que en realidad pasaba, era que Dumbledore le dejaba ver sus errores y planes porque pensaba que Hagrid era demasiado estúpido para notarlos.

Tal vez eso fue lo que llevó a Hagrid a actuar de la manera que actuó, cuando se reencontró con Harry Potter casi diez años después.

 

Chapter 61: Interludio: El Espía II

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Hagrid siempre había visto los bandos de Dumbledore y Tom como dos opuestos. Uno era malvado con motivaciones legítimas. El otro intentaba ser justo y objetivamente quería el bien. Por eso, cuando Hagrid supo lo que Dumbledore hizo para acabar la guerra, cambió todo para él. Nunca pensó que ese bando era capaz de algo así.

Quizás ese fue su error.

O bueno, el primero de muchos.

Los siguientes diez años, Hagrid se dedicó a tratar de encajar en su rol como guardabosques y nada más. No trató de buscar a Tom porque, en primer lugar, no había nada que él pudiera buscar. Su desvanecimiento no dejó más rastros que la varita que ahora se escondía en su pequeña cabaña. Fuera de eso, todo parecía indicar que Harry Potter acabó con él por completo.

Si no fuera por lo que Dumbledore había dicho, Hagrid lo creería sin dudas.

Luego de 1981 vino la reconstrucción del mundo mágico, y con él, los juicios. Hagrid sólo asistió a algunos bajo petición de Dumbledore. Mientras se sentaba en el Wizengamot y veía cómo encarcelaban a gente como Barty Crouch Jr. o Bellatrix Lestrange, no podía evitar pensar que ese pudo haber sido él. No, nunca mató a nadie, tampoco torturó, pero estaba consciente de que le había dado información vital para la guerra a Tom.

Y aún así... Hagrid no podía decir que se arrepentía. Después de recuperarse del shock de encontrar a Lily y James Potter en el suelo, Hagrid había visto el panorama completo y decidió que hasta ese punto, hizo lo correcto. Vio sus opciones, arriesgó su pellejo y aquello fue lo que le estaba permitiendo vivir en ese instante. Si se hubiera aliado a Tom, estaría encarcelado. Si hubiera rechazado la propuesta de este por completo y no hubiese espiado para él, probablemente estaría muerto; y, cuando Voldemort regresara –porque Hagrid sabía que regresaría– este no le daría otra oportunidad. Hizo lo correcto. Se preocupó y cuidó de sí mismo como nadie más lo hizo antes.

Como Dumbledore nunca hizo.

Mientras el mundo mágico se recuperaba de la guerra, el nuevo ministro asumía su cargo y Dumbledore ascendía aún más en cuanto a poder, Hagrid fue comprendiendo muchas cosas. Cosas que le habría gustado no comprender.

Una de esas era que, sin importar quién ocupara la silla en el Ministerio, el verdadero líder del mundo mágico era Albus, el director de Hogwarts, a kilómetros y kilómetros de donde se suponía que se encontraba el poder. Lo que lo llevaba a pensar dos cosas que no le agradaban nada: la primera, que Dumbledore en realidad había estado batallando contra Tom por el poder durante la guerra, no en base a principios; y la segunda, que Dumbledore no ayudaba a nadie a menos que recibiera algo a cambio.

¿Por qué?

Oh, Hagrid repasaba la respuesta a esa pregunta a diario.

Era un manipulador.

La prueba más notoria era él mismo. La guerra había acabado, Hagrid ya era demasiado mayor para seguir sufriendo sospechas sobre lo que sucedió en su tercer año, y si Dumbledore quisiera, perfectamente podría darle alguna alternativa para que pudiera hacer magia libremente y no desde un jodido paraguas que, de no ser por las lecciones de Tom, no serviría para más que un Lumos. Lo había pedido, incluso, ¿y qué recibió de parte de Dumbledore? Una respuesta poco prometedora que no llegó a nada más que un puesto como guardabosques.

Cuando Hagrid sobrenalizaba ese hecho, no podía evitar pensar en Remus Lupin, y cómo sus historias eran algo similares. Ambos tuvieron padres ausentes, ambos eran semicriaturas, y ambos fueron ayudados por Dumbledore. Lupin, durante la guerra, pasó de misión en misión, tratando de ganar seguidores en las manadas de lobos bajo la petición de Albus. Hagrid, por su parte, con los semigigantes. Por lo que no podía evitar pensar- no podía evitar preguntarse...

¿Aquello también había sido un plan?

¿Quizás, dentro suyo, Dumbledore siempre supo que ambos podían serle útiles?, ¿desde un inicio?, ¿por eso se les acercó?

Él me dijo que la magia proveniente de ti es bastante... fuerte.

El mundo está hecho de aliados, Rubeus, no de amigos.

Hagrid en algún punto creyó que Dumbeldore lo ayudó porque, o pecaba de buena persona, o tenía demasiado ego que satisfacer. Nunca pensó que era calculador, no así, pero después de los Potter...

Hagrid sólo podía concluir que la razón por la que Dumbledore no deseaba promoverlo a tener una mejor vida, era porque aún lo necesitaba. Y lo necesitaba indefenso, tonto y necesitado de él y su influencia. Después de estar sujeto a las expectativas de su padre, Hagrid estaba dispuesto a joderle el plan.

Al menos hasta que conoció a Harry Potter.

Porque, entre todas las cosas, Hagrid nunca esperó tenerle cariño a Harry Potter.

Sabía que mientras Tom estuviera desaparecido, tenía que tratar de ganarle el lado bueno a Dumbledore de la manera que fuese, por lo tanto, hacía absolutamente todo lo que este le pedía. Limpiaba las granjas donde tenían algunos animales, lo ayudaba a hacer diferentes cosas, todo esto sin que Dumbledore diera nada a cambio. Con el anciano todo era un constante dar y dar y dar y nunca recibir. Y Hagrid estaba harto.

Con Tom las cosas nunca fueron así.

Llenándose de ira y rencor, Hagrid poco a poco fue ideando un plan para cuando Tom volviera. Aquella vez emplearía un papel más activo. Ayudaría por completo a Tom. Al menos él no fingía ser bueno o tratar de creerse generoso. Tom prometía y cumplía. Tom ofrecía, en primer lugar. ¿Y Dumbledore? Dumbledore creía tener derecho a tu disposición.

Así que, en su plan de ganar la confianza de Albus, Hagrid nunca se negaba a los favores que este le pedía. Esto incluyó que, un día 31 de Julio de 1991, cuando Dumbledore se le acercó a preguntarle si podía ir a hablar con la familia de Harry Potter, Hagrid le dijo automáticamenrte que sí.

—El problema es, mi querido Hagrid, es que esta vez no tengo la dirección exacta —explicó Dumbledore durante la tarde. Iba camino al Ministerio a través del flú. Su mano sostenía una carta—. Aquí hay tres posibles lugares en los que puede estar, según mis fuentes, pero la familia se lo llevó lejos...

Hagrid frunció el ceño recibiendo el papel con las anotaciones, y además la carta que Dumbledore estaba sosteniendo. Sus ojos escanearon rápidamente las direcciones aunque fingió demorarse un poco más en leer. Era agotador a veces tener que fingir ser tan tonto.

—Te he preparado distintos trasladores que te dejarán en una zona cercana, donde los muggles no te verán —Dumbledore explicó—. Creo que deberás ir de noche por lo mismo, así que programé los trasladores en las horas anotadas en el papel, oh- y tendrás que entregarle esta carta.

Hagrid asintió. Dumbledore se dirigió al flú. No entendía por qué lo estaba enviando a él, cuando estaba claro que Harry Potter era alguien bastante importante en ese mundo, pero daba igual. Hagrid lo haría. No podía fallarle nunca. No sabía qué consecuencias traería hacerlo.

—Iré bien entrada la noche —dijo Hagrid mientras Dumbledore tomaba un poco de polvos—. Muchas gracias por este honor, profesor. Muchas gracias por confiar en mí, no sé qué haría sin-

—Está bien, está bien —Dumbledore dijo agitando su mano con una sonrisa. Algo vil se retorció en el estómago de Hagrid—. Nos vemos después de que vuelvas.

Rubeus respiró hondo y miró lo que le había entregado.

Le tomó unos largos segundos procesar que la carta estaba dirigida para "la alacena bajo las escaleras".

Aquel sentimiento de traición, furia e incredulidad se apoderó de él, repasando sin cesar la mirada por la letra elegante del papel. Hagrid recordaba su carta a la perfección. Estaba dirigida a "el cuarto a un lado del gran árbol". Era para que no hubiese dudas de a quién se la estaban entregando; o de que la magia existía, en el caso de los nacidos de muggles, ya que, ¿de qué otra forma eran capaces de saber sus locaciones?

Por lo que Harry, el niño que ahora debía estar cumpliendo once años, había estado viviendo en la alacena con sus parientes.

La alacena.

Y Dumbledore no había dicho nada al respecto.

El poco respeto que Hagrid sentía por el anciano se desvanecía con cada segundo.

Casi llegada la madrugada, Hagrid agarró los distintos trasladores que Dumbledore le entregó, guardándolos en el bolsillo. El primero lo dejó en medio de una playa, y, creyendo que no había nada que pudiera indicar que Harry Potter se encontraba allí, esperó que se activara el segundo. No fue hasta que quedaban unos cuantos minutos para las doce que divisó una casa en medio del mar.

Hagrid sabía que no podía marcharse sin asegurarse que no estaba allí.

La única opción que tenía para llegar, era algo que no hacía desde que la primera guerra había terminado, ya que nadie tenía idea de que aprendió en algún punto de su vida, y nadie podía saberlo tampoco. Hagrid respiró hondo, mirando a cada lado para confirmar que no hubiera nadie cerca, y con decisión voló hasta el medio del mar.

Cuando estuvo frente a la casa, no lo dudó. Tocó la puerta dos veces con vehemencia, pero cuando nadie salió a recibirlo, decidió que la única forma de estar seguro de que Harry no estuviera allí, era abrirla a la fuerza. Dentro podía escuchar algunos ruidos, aunque no podía decir con certeza que eran reales y no productos de su imaginación.

Finalmente, la puerta cayó.

Hagrid entró y encontró allí a una familia, quienes lo miraban con grandes ojos inundados de miedo. Muggles, susurró una voz en su cabeza. Gente que nunca lo había tratado bien- bueno, los sangre sucia en realidad, pero eran básicamente lo mismo. Hagrid puso la puerta en su lugar, decidiendo que si iba a andar haciéndole favores a Dumbledore, sería bueno que los disfrutara.

—Podríamos preparar té. No ha sido un viaje fácil... —Fue lo primero que dijo irónicamente, caminando al sofá y dejándose caer en él. A un lado había un niño muggle temblando—. Levántate, bola de grasa.

El niño corrió a esconderse detrás de la mujer- Petunia, si la memoria no le fallaba. Sus ojos escanearon la habitación en busca del otro chico por el que estaba allí y rápidamente lo encontró en una esquina con la cabeza gacha. Había algo extraño en esa posición. Parecía una postura ensayada, una forma de hacerse poco notable y más pequeño de lo que ya era.

Alacena debajo de las escaleras.

—¡Ah! ¡Aquí está Harry! —dijo con alegría, ignorando el nudo de su estómago y manteniendo el personaje que se suponía que era.

Harry levantó la mirada cuando lo oyó. Hagrid se quedó sin aliento. El chico era una réplica de James Potter, pero tenía los ojos de la sangre sucia Lily Evans. Era una mirada fuerte, determinante. Feroz. Hagrid no recordaba haber visto algo así antes, mucho menos en un niño.

Eran ojos hechos para la guerra.

—La última vez que te vi eras solo una criatura —dijo Hagrid, sin ser capaz de detenerse a sí mismo—. Te pareces a tu padre, pero tienes los ojos de tu madre.

Hagrid había sido observado fijamente millones de veces. La mayoría del tiempo, las personas lo miraban como si fuera un bicho raro, sobre todo los niños. Pero Harry no lo veía así, tampoco parecía tenerle miedo... y eso era extraño, considerando que había sido criado por muggles. Hagrid no comprendía por qué el niño sólo parecía sorprendido o intrigado. No existían sentimientos negativos en esos ojos.

—¡Le exijo que se vaya enseguida, señor! —exclamó entonces el muggle, Vernon, si no se equivocaba—. ¡Esto es allanamiento de morada!

—Bah, cierra la boca, Dursley, grandísimo papamoscas. —Hagrid estiró el brazo y sin mucho esfuerzo dobló el arma con el que el hombre lo apuntaba, para luego arrojarla al otro extremo de la habitación. Luego se giró a Harry de nuevo—. De todos modos, Harry, te deseo un muy feliz cumpleaños. Tengo algo aquí. Tal vez lo he aplastado un poco, pero tiene buen sabor.

Hagrid empezó a buscar entre sus ropas la caja con el pastel que le había llevado para mantener su acto, y se lo entregó, esperando que el niño pusiera cara de asco cuando lo abriera. Sin embargo, Hagrid solo pudo notar cómo su mirada se suavizaba. Parecía... agradecido.

Agradecido.

Con él.

Harry Potter.

Incluso bajo la sopresa, las comisuras del chico subieron en agradecimiento. Aunque, cuando abrió la boca, no fue para decirle algo sobre el pastel. Cuando Harry habló, preguntó quién era.

Y fue el turno de Hagrid de mostrarse agradecido, porque su estómago se revolvía ante la idea de escuchar al pequeño darle las gracias.

No se suponía que Harry Potter iba a actuar así.

Hagrid respondió su pregunta y luego fue a hacerse un té, sabiendo que eso le molestaría a los muggles. Tampoco perdió oportunidad de contestarle a Vernon cuando este dijo a su hijo que no tocara el té que estaba haciendo, como si fuera asqueroso.

Hagrid lanzó una risa sombría.

—Ese gordo pastel que es su hijo no necesita engordar más, Dursley, no se preocupe.

Hagrid le sirvió comida a Harry, y mientras este comía sólo fue capaz de detallar lo desesperado de sus movimientos, como si nadie lo hubiera alimentado en semanas. Su corazón se arrugó dentro del pecho, pensando de nuevo en la carta y que Dumbledore ni siquiera lo mencionó.

Luego de un par de minutos, Harry volvió a preguntar quién era él, y Hagrid notó que al niño no le había quedado claro.

—Llámame Hagrid —contestó, tratando de ser amable—. Todos lo hacen. Y como te dije, soy el guardián de las llaves de Hogwarts. Ya lo sabrás todo sobre Hogwarts, por supuesto.

Error.

Harry parecía avergonzado.

—Pues... yo no... —dijo el muchacho.

Su estómago cayó, y aunque sabía que tenía un papel que mantener, que estaba mirando a la única persona que podría amenazar su plan de enseñarle a Dumbledore una lección, Hagrid no pudo evitar querer tirar el mundo abajo.

Porque este niño había sido privado de la magia.

Al igual que él.

—Lo lamento —dijo rápidamente Harry.

—¿Lo lamento? —preguntó Hagrid, canalizando toda la rabia que podía mientras se volteaba a mirar a los Dursley. Muggles imbéciles—. ¡Ellos son los que tienen que disculparse! Sabía que no estabas recibiendo las cartas, pero nunca pensé que no supieras nada de Hogwarts. ¿Nunca te preguntaste dónde lo habían aprendido todo tus padres?

—¿El qué? —preguntó Harry.

¿Este muchacho no sabía nada acerca de la magia?

¿Había crecido once años, sin saber que él derrotó a Tom?

—¿EL QUÉ? —bramó Hagrid—. ¡Espera un segundo!

Se puso de pie de un salto. Su furia era algo que no dejaba salir nunca, ni aunque estuviera lejos de Dumbledore. Pero... pero Harry no lo miró con prejuicio. Harry parecía curioso, y no había comido, y Hagrid era incapaz de dejar de verse a sí mismo en él.

—¿Me van a decir —rugió a los Dursley— que este muchacho, ¡este muchacho!, no sabe nada... sobre NADA?

—Yo sé algunas cosas —protestó el niño ofendido. Hagrid comprendió, por experiencia propia, que creía que acababa de decirle tonto—. Puedo hacer cuentas y todo eso.

—Me refiero a nuestro mundo. Tu mundo. Mi mundo. El mundo de tus padres.

—¿Qué mundo?

Oh, Merlín.

Hagrid estaba a punto de asesinar a esos muggles asquerosos.

—¡DURSLEY! —bramó.

La rabia fluía por su sistema con libertad, de una forma que no lo había hecho en años. Le apenaba que fuera frente a ese muchacho confundido.

Pero cuando miró de vuelta a Harry, este no parecía asustado.

Aquello sólo lo hizo enfurecer más.

El chico parecía acostumbrado.

—Pero tú tienes que saber algo sobre tu madre y tu padre —dijo él, tratando de juntar lo poco de paciencia que le quedaba—. Quiero decir, ellos son famosos. Tú eres famoso.

—¿Cómo? ¿Mi madre y mi padre... eran famosos? ¿En serio?

—No sabías... no sabías... —Hagrid se pasó los dedos por el pelo. No podía comprenderlo—. ¿De verdad no sabes lo que ellos eran?

Harry parecía avergonzado, y no debería estarlo. Ellos sí. Dumbledore. Ese hombre. Todos.

Le quitaron la magia.

Le ocultaron su pasado.

Le ocultaron la verdad sobre su propia vida.

—¡Deténgase! —ordenó el muggle de pronto—. ¡Deténgase ahora mismo, señor! ¡Le prohíbo que le diga nada al muchacho!

Hagrid se sintió temblar de rabia. Al mirar a ese hombre podía entender perfectamente el plan de Tom. En todos sus contactos con ese mundo... Hagrid descubría que tanto los muggles como los sangre sucia eran igual de crueles, estúpidos y negligentes.

¿Si los mataba, qué tanto mal le haría al resto del mundo?

—¿No se lo ha dicho? —dijo Hagrid tratando de que su voz saliera tranquila, pero sonando igual de alterado—. ¿No le ha hablado sobre el contenido de la carta que Dumbledore le dejó? ¡Yo estaba allí! ¡Vi que Dumbledore la dejaba, Dursley! ¿Y se la ha ocultado durante todos estos años?

—¿Qué es lo que me han ocultado? —dijo Harry en tono anhelante.

Le rompió el corazón.

—¡DETÉNGASE! ¡SE LO PROHÍBO! —rugió el muggle estúpido, y Hagrid casi rio.

—Voy a romperles la cabeza —dijo, agitando el paraguas. Cuando habló, sus ojos no dejaron los del hombre, que tenía la decencia de estar al borde de las lágrimas—. Harry, debes saber que eres un mago.

Se produjo un silencio en la cabaña. Sólo podía oírse el mar y el silbido del viento. Hagrid aprovechó aquel instante para calmarse. Para pensar en lo contraproducente que sería matar, por primera vez, a una familia de idiotas. Tantos años de espionaje echados a la basura ¿porque había perdido los estribos....? No.

—¿Que soy qué? —dijo Harry con voz entrecortada.

Y Hagrid tuvo que recordarse que ese niño no era absolutamente nada suyo antes de esa noche.

—Un mago —respondió, sentándose otra vez en el sofá—. Y muy bueno, debo añadir, en cuanto te hayas entrenado un poco. Con unos padres como los tuyos ¿qué otra cosa podías ser? Y creo que ya es hora de que leas la carta.

Hagrid ni siquiera pensó al decir aquello de Lily y James Potter. Era lo que todos decían en el mundo mágico, lo excepcionales que fueron. Él solo los imitaba. Además, suponía que no haría mal darle un poco de información a este niño que no sabía nada sobre su pasado. Hasta Hagrid tenía fotos de ellos, y ni siquiera eran sus amigos.

Hagrid sacó la carta de entre sus túnicas y su estómago se retorció nuevamente al leer la palabra "Alacena".

Harry era tan jodidamente pequeño.

Mientras el chico tomaba la carta y la leía, el muggle dio un paso adelante.

—Él no irá —dijo, y Hagrid gruñó.

¿Cómo se atrevía?

—Me gustaría ver a un gran muggle como usted deteniéndolo a él.

—¿Un qué? —preguntó interesado Harry ante la palabra.

—Un muggle —respondió Hagrid, canalizando nuevamente su parte serena—. Es como llamamos a la gente «no-mágica» como ellos. Y tuviste la mala suerte de crecer en una familia de los más grandes muggles que haya visto.

Si dijera algún comentario en el mundo mágico como los que estaba haciendo esa noche, probablemente alguien lo habría mirado mal o sospechoso, pero en ese instante a Hagrid no le importaba, no es como si Harry fuera a contarle a alguien. Además, los Dursley se lo merecían. Si Hagrid ya tenía cierta distancia y asco por los sangre sucia y los muggles, en ese instante, acababa de crecer.

A partir de ese momento se originó más discusión y gritos por parte de los idiotas. Hagrid también se ofendió porque Harry no sabía la verdad sobre sus padres, sobre su muerte. Por muy horrible que haya sido...

Era sólo un niño.

Merecía saber porqué murieron. Merecía tener en conocimiento ese hecho que había cambiado su vida. Hagrid no lo tuvo.

Harry no tenía porqué haber sido privado de eso.

Hagrid sabía que no era su problema.

De todas formas le contó la historia de Tom, recordando antes de abrir la boca que debía volver a su papel y hablar de "Ya-sabes-quién" en vez de usar su verdadero nombre, o como le gustaba ser llamado: Voldemort. Hagrid debería tenerle miedo a ese nombre, así que eso fingió mientras hablaba. Debía mostrarse como un estúpido, porque esa era la cara que Harry conocería de ahí en adelante, así que fingió no saber escribir.

Incluso derramó algunas lágrimas.

Sin embargo, aún a través de esa fachada preparada que Hagrid levantaba al resto del mundo, cometió un error. Pequeño, pero significativo.

—Yo mismo te saqué de la casa en ruinas, por orden de Dumbledore. Y te llevé con esta gente...

Y apenas lo dijo, se dio cuenta.

Sólo esperaba que Harry nunca recordara que estuvo a punto de revelarle que estuvo allí antes que su padrino, Sirius Black.

Desde ese momento, Hagrid intentó no cometer más errores. No podía. Incluso si Harry era un niño y probablemente estaba demasiado abrumado por toda la información que se encontraba oyendo, no podía dejar que su papel cayera. Por eso cuando el muggle insultó a Dumbledore, minutos después, Hagrid sobre-reaccionó.

Era lo correcto.

—¡NUNCA... —bramó— INSULTE-A-ALBUS-DUMBLEDORE-EN-MI-PRESENCIA!

Pero a pesar de sus esfuerzos, y al querer permanecer tanto en el papel, Hagrid procedió a cometer el segundo error de la noche.

Sin pensarlo siquiera, agitó el paraguas en el aire para apuntar al muggle más pequeño. Se produjo un relámpago de luz violeta, un sonido como de un petardo, un agudo chillido y, al momento siguiente, Dudley, el pequeño muggle, saltaba, con las manos sobre su gordo trasero mientras gemía de dolor.

Hagrid sonrió, satisfecho, al verlo sufrir.

Pero reaccionó al ver cómo Harry veía con impresión a su primo, a quien acababa de crecerle una cola de cerdo.

Aquella era magia avanzada, y se suponía que Hagrid era un imbécil que fue expulsado del colegio cuando tenía trece años. Si Harry recordaba ese incidente por mucho tiempo... descubriría que durante Hogwarts era imposible aprender magia de esa forma. Al menos la transformación que él había hecho. En sexto año recién enseñaban a cambiar el color de las cejas, y Hagrid acababa de conjurar una de las transformaciones más difíciles existentes a través de un paraguas.

Quizás sí era un imbécil por dejar que algo así se le saliera. Se había confiado demasiado.

Cuando los Dursley completamente horrorizados salieron de su vista, Hagrid miró su paraguas y se tiró de la barba, pensado en qué decir a continuación.

—No debería enfadarme —dijo, fingiendo pesar—, pero a lo mejor no ha funcionado. Quise convertirlo en un cerdo, pero supongo que ya se parece mucho a un cerdo y no había mucho por hacer.

Con cuidado, miró de reojo a Harry. Este no parecía asustado, parecía aliviado, e incluso divertido.

Bueno, eso lo aliviaba a él.

—Te agradecería que no le mencionaras esto a nadie de Hogwarts —dijo Hagrid, aprovechando que el chico parecía tenerle simpatía. Y sólo insultando a sus parientes, vaya—. Yo... bien, no me está permitido hacer magia, hablando estrictamente. Conseguí permiso para hacer un poquito, para que te llegaran las cartas y todo eso... Era una de las razones por las que quería este trabajo...

Bueno, la mayoría era verdad. No es como si a Harry le interesara qué iba a ser de él desde ese momento en adelante. Sería famoso. Sería una estrella. Hagrid estaba bien con mirar desde las sombras.

—¿Por qué no le está permitido hacer magia? —preguntó Harry, curioso. Hagrid tragó.

—Bueno... yo fui también a Hogwarts y, si he de ser franco, me expulsaron. En el tercer año. Me rompieron la varita en dos. Pero Dumbledore dejó que me quedara como guardabosques. Es un gran hombre.

—¿Por qué lo expulsaron?

—Se está haciendo tarde y tenemos muchas cosas que hacer mañana —dijo Hagrid en voz alta, decidiendo ignorar su pregunta. Harry no podía saber eso. Estaba demasiado cercano a la verdad—. Tenemos que ir a la ciudad y conseguirte los libros y todo lo demás.

Se quitó su grueso abrigo negro y se lo entregó a Harry.

—Puedes taparte con esto —dijo—. No te preocupes si algo se agita. Creo que todavía tengo lirones en un bolsillo.

Increíblemente, cuando Harry desapareció dentro del abrigo y Hagrid lo tomó saliendo de la cabaña, se quedó dormido a los pocos minutos. Hagrid suspiró aliviado, sabiendo que así no tendría que inventarse una excusa por haberlo llevado volando de vuelta.

No estaba demasiado aliviado, en todo caso, porque Hagrid no sabía en qué posición pararse frente a Harry Potter.

Le dijo a Dumbledore que todo salió bien, y este no hizo más que preguntar si el niño se encontraba vivo. Hagrid le expresó sus preocupaciones sobre los parientes de Harry, pero Albus dijo que no había más opción que esa frente a su cuidado, así que el tema quedó hasta allí. Sin embargo, los siguientes meses se encontró pensando más en él de lo que le habría gustado.

A Hagrid le llamaba la atención. Harry era distinto a la gente criada por muggles, e incluso no se sentía forzado a fingir siempre con él. Era parecido a lo que le solía pasar con Tom, pero a diferencia de él, Harry no parecía tener interés en Hagrid más allá de... tener una amistad.

Harry Potter quería su amistad.

A pesar de que deseaba embriagarse con ese conocimiento, soltar todas sus aprehensiones y cuidad de ese niño, no había olvidado su cólera contra Dumbledore, y no había olvidado que Tom volvería en algún momento. De hecho, Hagrid creyó que al final de ese 1991 había llegado su resurgimiento, pero no fue así, incluso después de que Hagrid ayudara un poco dándole a Harry información que no debería haberle dado, y guardando el secreto de que este junto a Ron y Hermione fueron a buscar la piedra por sí solos. Tom no regresó ese año, y nadie sospechó de él.

Ni el siguiente.

Bueno, más o menos.

En 1992, Hagrid tuvo que enfrentar su expulsión de nuevo. Tuvo que revivir eso, y ser encarcelado y juzgado una vez más.

Y, también, tuvo que fingir que no tenía el suficiente poder para salir de Azkaban.

Mientras estuvo allí, conjurando hechizos de baja frecuencia, Hagrid por fin comprendió que Tom lo usó más de veinte años atrás. Quizás no quiso expulsarlo en un inicio, pero Aragog fue su coartada. Era una muy buena excusa para tapar que fue él quien abrió la Cámara de los Secretos. Hagrid no tenía idea de cómo le hacía sentir eso.

Ya no estaba tan seguro de querer ayudarlo, después de todo.

Pero si volvía... ¿le iba a dar la espalda?, ¿conociendo la influencia que todavía poseía? Y ni hablar de Dumbledore, y de lo que Hagrid se enteró cuando salió de Azkaban, cuando Harry y el mismo Albus le contaron su aventura. Dumbledore no lo dijo, por supuesto, pero para Hagrid era dolorosamente obvio que el anciano estaba dejando que Harry se enfrentara solo a los problemas. A Voldemort.

En primer año, convenientemente no estaba en el castillo.

En segundo, le envió el Sombrero con Fawkes y la espada de Gryffindor en vez de ir a rescatarlo. O de intentar averiguar cómo rescatarlo. Dumbledore era poderoso, vamos, pudo haber hecho algo. Era como si quisiera que Harry aprendiera a hacer las cosas solo para el futuro.

Aunque Harry después dijera después que nadie lo entrenó para la guerra, eso no era cierto.

Dumbledore lo entrenó.

Lo entrenó desde el momento que lo envió con esos muggles.

Incluso cuando Hagrid fue enviado a Azkaban, y no supiera si quería perdonar a Tom, tenía claro una cosa: Dumbledore no estaba dentro de sus elecciones para esa guerra. Sin importar lo poderoso que fuera, no merecía su apoyo.

El escape de prisión de Sirius Black en 1993 por poco provocó que Hagrid perdiera los nervios; las cosas serían más fáciles si Sirius se mantenía en prisión, donde la verdad sobre esa noche quedaría sepultada. Por ello, se encargó de contar la historia de Black en los lugares más concurridos posibles, al punto de que a veces gritaba en medio de bares atestados. Al punto en que McGonagall o el mismo ministro lo mandaban a callar. Daba igual. Mientras la gente no dudara de su inocencia...

Por otra parte, Hagrid obtuvo el trabajo como profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Y no sabía por qué.

Dumbledore debía esperar conseguir algo, eso era obvio, aunque no se le ocurría en qué le beneficiaría tener a Hagrid cerca. Quizás sospechaba de él, pero eso no era muy probable. Hagrid dudaba que obtuviera el puesto gracias a que Dumbledore le tenía cariño. No sabía por qué fue nombrado profesor.

Y bueno, si antes ya había estado confundido con qué camino tomar una vez que Tom regresara... ese año fue aún peor.

Por una parte Draco Malfoy, hijo de Lucius Malfoy quien Hagrid sabía que era un Mortífago, trató de hacer que lo despidieran y trató de matar a Buckbeak. Hagrid odiaba cuando se metían con los animales, o con las criaturas indefensas, por lo que le agarró especial rencor a ese niñito malcriado. Pero más allá de eso, Hermione Granger, Hermione, fue la persona que lo ayudó a evitar eso.

Y Hermione era una sangre sucia.

Cuando él era un niño, los nacidos de muggles eran más crueles y menos comprensivos que los nacidos en el mundo mágico, eso Hagrid lo tenía claro. Pero luego había venido Harry. Había venido Hermione. Y había venido Ron Weasley, un sangre pura nada parecido a los demás.

Hagrid ya no sabía qué pensar.

¿Continuaba teniendo claras sus intenciones?

Finalizado el tercer año, Dumbledore y Harry le contaron algunos de los sucesos ourridos a final de término, los cuales dictaminaron que una vez más Dumbledore había mandado a Harry a pelear batallas que no le correspondían. Hagrid sabía que con lo poderoso que el hombre era, siempre podría haber encontrado otras soluciones que no incluyeran que un niño de trece años volviera en el tiempo. Pero Dumbledore no lo hacía. Mandaba a Harry y a sus amigos al peligro sin siquiera parpadear. Hagrid estaba en un completo dilema porque la única forma de oponerse a él era cambiándose de bando.

Y no tendría sentido, porque eso significaba que haría aún más daño a los niños que no le gustaba ver en peligro.

Luego de meses de no saber qué carajos hacer con la guerra que se avecinaba, el cuarto año de Harry llegó. Durante el verano sucedió el incidente de la Copa Mundial de Quidditch, y luego Dumbledore anunció que el Torneo de los Tres Magos sería festejado en Hogwarts. Hagrid había mirado todo en silencio, juntando las piezas y sabiendo que, en primer lugar, algo andaba mal, y que en segundo, el Torneo era una excusa perfecta para volver a dañar a Harry.

Harry, el niño que poco a poco se estaba metiendo a su vida. Tal como sus amigos, los animales, lo hicieron.

Y una vez más, Hagrid no se equivocaba. Harry fue seleccionado como uno de los campeones del concurso. Por la mirada del muchacho, era en contra de su voluntad. Era demasiado obvio que buscaban matarlo. Hagrid sólo podía pensar en una persona que podría haber hecho que eso pasara.

El único intruso.

Alastor Moody.

En un inicio, no tenía sentido. Moody era aún más fanático que Dumbledore cuando se trataba de atrapar magos malvados, era extraño que quisiera ayudar activamente a Voldemort poniendo a Harry en peligro. Luego, Hagrid pensó que Dumbledore había planeado todo para que Harry una vez más se enfrentara a cosas difíciles a través de su participación en el Torneo (cosa que no era tan rara, ya que hasta donde Hagrid sabía, tampoco hizo demasiado para impedirlo). Pero aún así no le calzaba. No le calzaba en el Modus Operandi de Albus.

Entonces un sábado, semanas después de que hubiera sido anunciada la fecha de la primera prueba, Alastor Moody lo citó en Las Tres Escobas para... conversar. Justo el día que los alumnos también irían. Era un sitio concurrido.

A Hagrid no se le ocurría qué podría querer.

Conoció a Moody en la Orden del Fénix, aunque nunca tuvieron una relación cercana. En realidad, cuando Hagrid pensaba en ellos, nunca tuvo una relación cercana con nadie de la Orden. Pero conocía lo suficiente a Moody para sospechar que podría hacer, decir, o pedir algo que a Hagrid no le gustaría.

Se sentó en una de las mesas centrales del bar, hacia la pared, y esperó con el corazón en la garganta. Rosmerta le había llevado ya un pichel con hidromiel, y Hagrid bebía de a poco, mirando el lugar que empezaba a llenarse.

—Buenas tardes, Rubeus —dijo una voz, dejándose caer enfrente. Hagrid levantó la mirada. Alastor Moody estaba allí.

—¡Auror Alastor Moody! —gritó, sonriendo, sabiendo que tenía que mantener su papel. Sobre todo con él. Moody era un Auror mucho más perceptivo y desconfiado que el resto—. ¡Es un placer-!

Muffiato.

Hagrid paró de hablar de golpe, reconociendo vagamente el hechizo, pero sin estar seguro de si se trataba del que él pensaba. Era muy usado por los Mortífagos. Era muy usado por Tom cuando quería hablar con él todos esos años atrás.

—No es necesario el teatro conmigo, Hagrid —dijo Moody. Su ojo falso se movía por la cara del semigigante—. Sé quién eres en verdad.

Hagrid sintió que toda la sangre abandonaba su rostro, y aunque debería haberlo hecho, no miró a su alrededor para cuidar quién estaba viendo su reacción. Moody sonreía; no era una vista agradable. Hagrid intentaba pensar en excusas.

No puede ser.

No puede saberlo.

No.

—Auror Moody, no sé de qué-

—Dije que no fingieras conmigo —espetó él—. Sé qué hiciste en la primera guerra. Sé que el Señor Tenebroso te enseñó a volar y a hacer magia. Sé que lo ayudaste fingiendo ser el sirviente más leal de Dumbledore. Sé todo sobre ti, Hagrid, más de lo que piensas.

Hagrid pestañeó, sintiendo cómo el estómago caía hasta el final de su cuerpo. Su mente emitía un zumbido, el corazón latía sin parar. Trataba de discernir palabras, de creer que había escuchado mal, que aquello era una imaginación.

No lo era.

Se trataba de la primera vez que alguien más lo decía en voz alta.

Hagrid trató de recomponerse y miró a Moody, esperando una respuesta, buscando soluciones. Quería algo, eso era obvio, o lo habría apresado ya. ¿Deseaba que Hagrid fuera de nuevo un espía y obtener aún más información? No. Hagrid en realidad no lo sabía. Nada tenía sentido, excepto que-

Espera.

Hagrid repasó las palabras, analizó su contenido. Miró a Moody. Miró la petaca que siempre traía. Y finalmente, se permitió unos segundos para sonreír irónicamente.

Moody palideció.

—¿"Sé que el Señor Tenebroso te enseñó"? —preguntó Hagrid, dejando que el nombre de deslizara por su lengua—. ¿"El Señor Tenebroso"?

Nadie que no lo siguiera o admirara, llamaba a Tom así. Mucho menos Alastor Moody, quien detestaba a los Mortífagos y a su líder como nadie. El hombre se aferró a la mesa, siendo pillado sin quererlo.

—¿Quién eres tú, y por qué me estás amenazando? —decidió preguntar—. Alastor Moody me habría apresado si supiera esto. Dilo, antes de que te corte el cuello. Puedo hacer que parezca un accidente.

Hagrid no sabía si era capaz de hacerlo, y no importaba. La amenaza era lo que valía, y sabía que cuando quería, podía ser intimidante. No había sido llamado un monstruo y una aberración toda la vida por nada.

Moody se llevó la petaca a la boca, temblando ligeramente. Su superioridad de Auror, su fachada, cayó.

—Tu padre murió gracias a una maldición...

—¿Quién eres?

—El Señor Tenebroso te ayudó a enterarte de eso —Moody continuó, sin prestarle atención, ni a sus palabras ni a su cara—. Él te enseñó todo lo que no aprendiste en Hogwarts, y mucho más, después de que le ofrecieras a cambio las colonias de gigantes durante la guerra. Él supo que tu magia era fuerte gracias a un amigo que tenía. Rechazaste ser Marcado, pero le dijiste que estabas de su lado en la guerra. ¿Todo esto es cierto?

Una vez más, Hagrid sintió que el aire abandonó sus pulmones, escuchando a otra persona relatar partes importantes de su vida que nunca había compartido con nadie. No pudo contestar. Todavía cabía la posibilidad de que aquello fuera una trampa... mas no había razones. No se le ocurría qué podría ganar la persona tras Alastor Moody diciéndole esto.

—¿Quién...?

—Estuviste allí esa noche —volvió a interrumpirlo con fuerza—. Antes que Black, antes que cualquiera. Llegaste antes que nadie al Valle de Godric.

Me quiere inculpar por la muerte de los Potter.

Me quiere culpar por la encarcelación de Sirius Black.

Sabe la mentira.

Lo sabe todo.

—No-

—Hagrid, no finjas, ya te lo dije. —Moody le dio otro sorbo a su petaca—. Yo sólo estoy aquí porque... porque el Señor Tenebroso te necesita.

Hagrid escuchó con atención a Moody relatar en susurros qué había sido de Tom durante esos trece años. Cuando sucedió lo de los Potter, su espíritu se quedó en el aire por al menos veinticuatro horas, y Voldemort vio a Hagrid entrar a la casa y fingir demencia. Moody (la persona tras él, en realidad) le explicó que luego de eso, el Lord había sobrevivido encima de cabezas de serpientes en diferentes bosques, buscando una forma de regresar. Aquello iba a pasar sí o sí ese año escolar, y Tom estaba completamente dispuesto a olvidar que Hagrid no intentó buscarlo si es que le entregaba lo que él sabía que había guardado esa noche.

—Su varita. —Moody entrecerró los ojos—. Él sabe que tienes su varita.

A pesar de todas las pruebas que la persona le entregaba, Hagrid desconfiaba demasiado. Pero, aunque antes dudó de la veracidad de lo que Moody le estaba diciendo, en ese momento no había cómo. No existía otra alma que supiera que Hagrid, después de todo, era quien le había guardado la varita a Tom. Él la tenía y absolutamente nadie la usó desde entonces.

—¿Qué pasa si no se la doy? —Hagrid preguntó con cuidado, sabiendo que Tom estaba acostumbrado a sus negociaciones—. ¿Qué pasa si me decido a no contribuir en su regreso?

Moody sonrió. Era una sonrisa que pertenecía a la persona tras la fachada: cruel.

—Él dijo que podías preguntar algo así. Es un misterio cómo conoce tanto sobre ti... —Hagrid mantuvo la expresión neutral mientras Moody lo escaneaba—. El Lord dice que no ha olvidado su promesa, tú sabes que él siempre cumple con lo que se propone y que su regreso es inevitable, tarde o temprano. Dice que recuerdes por qué lo ayudaste en la primera guerra, que recuerdes cómo fue, cuánto poder tenía... Elegir conscientemente a un chico de catorce años por sobre él es delirante.

—Un chico que ha logrado escapar de sus amenazas más de una vez.

—Por suerte —Moody replicó con veneno—. Porque nuestro Señor no se ha recuperado aún.

Hagrid se mordió la lengua para evitar escupir que no había un: "Nuestro Señor". Tom era un aliado. No su jefe.

A diferencia de Dumbledore, susurró una voz en el fondo de su cabeza.

—De todas formas, si me niego, no estaría eligiendo al niño —Hagrid dijo—. Estaría eligiendo a Dumbledore, el mago más poderoso que ha vivido.

Moody soltó una risa gutural. Si no fuera por el Muffiato a su alrededor, el cual Madam Rosmerta no paraba de examinar con desagrado, las personas los observarían con extrañeza.

—¿Al hombre que traicionaste una y otra vez? Por favor, Rubeus... —Moody se inclinó en su dirección, como si alguien pudiera oírlos—. ¿Realmente crees que tienes elección ahora mismo?

Hagrid reconocía las amenazas al instante, y esa era una. ¿Qué pasaría, si ahora se negaba y delataba al falso Moody?, este lo delataría a él, por supuesto. Dumbledore confiaba en Hagrid, pero después de la consistente historia que Moody contaría, escuchada de la boca del mismo Tom, ¿sería suficiente para desconfiar, o dudar de él? Quizás sí, o quizás no, ¿pero Hagrid estaba dispuesto a que se implantara la duda en la cabeza del viejo?

Podría no decir nada, aunque el falso Moody lo delataría, y en ese caso, su versión de los hechos sería aún más creíble porque estaba suplantando a un Auror. Y si Hagrid decía la verdad sobre su fachada, confirmaría las palabras, porque tras esa cara se escondía un Mortífago.

¿Y si lo mataba? Hagrid nunca había matado a nadie, pero siempre se podía empezar en algún punto. Sin embargo, ¿cuál sería su excusa si alguien descubriera que él era el culpable?, ¿sería lo suficientemente creíble decir que se dio cuenta de que era un Ojoloco falso, cuando para el resto del mundo Hagrid era un estúpido?

Todas las posibilidades de Hagrid de encontrar una vuelta a esa situación terminaban en la revelación de su secreto. Moody aún esperaba, bebiendo pequeños sorbos de su trago.

—¿Sólo la varita? —preguntó entonces, resignado.

La sonrisa de Moody se ensanchó.

—Y la primera prueba. Deberás decirle a Harry Potter cuál será su primera prueba en el Torneo.

Una parte de Hagrid se animó al haber adivinado que el Torneo era una excusa para dañar a Harry, y que efectivamente el profesor nuevo fue el que puso su nombre. Otra, se revolvió al imaginar lo que pasaría con el chico si cumplía con la orden de Ojoloco.

Pero sin importar qué, Hagrid sabía una cosa.

Tom cumpliría su objetivo: regresar.

Y matar a Harry también.

No podía ignorar eso.

—Hecho.

Moody y Hagrid se levantaron para marcharse, habiendo cerrado el trato sin darse la mano. Cuando Hagrid rodeó la mesa para irse y poder estar en paz, Moody le dio unas palmadas en la parte baja de la espalda y se acercó a susurrarle algo al oído.

—Bajo la capa invisible, al lado de esa sangre sucia, se encuentra Harry Potter. —Hagrid sintió cómo cada músculo de su cuerpo se quedaba quieto. Sabía que se refería a Hermione—. Ve allí y prueba lo que me acabas de decir. Finite Incantatem.

El Muffiato se deshizo. Hagrid tragó en seco y asintió, dirigiéndose junto a Moody a la mesa donde Hermione Granger estaba. Hagrid no podía mirarla sin sentirse culpable. Agradeció no poder ver a Harry tampoco.

—¿Va todo bien, Hermione? —le preguntó Hagrid en voz alta cuando llegó. En voz demasiado alta, quizás.

—Hola —respondió Hermione sonriendo.

Su estómago se revolvió.

Moody se acercó a la mesa cojeando y se inclinó al llegar. Hagrid vio que leía brevemente las anotaciones de Hermione, quien intentaba rescatar a los pobres elfos domésticos. Luego, inclinándose aún más, habló hacia un costado.

—Bonita capa, Potter.

Hagrid pasó saliva. El falso Moody estaba revelando el secreto de Harry para demostrar que Rubeus también sabía que el chico se encontraba ahí. Quería que Hagrid le dijera lo que tenía que decirle, en caso de que Harry no quisiera sacarse la capa.

—¿Su ojo es capaz de... quiero decir, es usted capaz de...? —Hagrid escuchó la voz de Harry. Dudosa. Pequeña. Infantil.

—Sí, mi ojo ve a través de las capas invisibles —contestó Moody en voz baja—. Es una cualidad que me ha sido muy útil en varias ocasiones, te lo aseguro.

Hagrid no se había dado cuenta de que estaba sonriendo y mirando directamente al punto donde se suponía que estaba Harry. Era una sonrisa tensa, aunque la cara de Hermione no indicaba que veía nada raro en esta.

Hagrid decidió inclinarse, haciendo también como que leía el cuaderno de la P.E.D.D.O de Hermione. Habló en un susurro tan bajo que sólo pudieron oírlo Harry y Moody:

—Harry, ven a verme a la cabaña esta noche. Ponte la capa. —Y luego,

incorporándose, añadió en voz alta—: Me alegro de verte, Hermione.

Tratando de que su tensión no se notara, guiñó un ojo, y se fue. Moody lo siguió.

—Iré mañana en la noche por la varita —anunció él—. Cuando todos estén durmiendo.

Hagrid asintió, saliendo de su vista.

Esa noche, Harry supo cuál sería su primera prueba.

Ese año, Hagrid ayudó a que Harry ganara el Torneo.

Ayudó a que Voldemort volviera.

En la clase de Cuidados de Criaturas Mágicas los hizo criar Escregutos, los cuales Ron, Hermione y Harry pensaban que eran a causa del fiasco y el casi despido del año pasado, cuando en realidad, Hagrid tenía la intención de ponerlos en el laberinto de la última prueba. También las acromántulas, las cuáles sabía que Harry enfrentó antes.

Fue gracias a eso y más, que Harry tomó el traslador aquella noche. Cedric murió. Voldemort renació y torturó a Harry. Luchó contra él con la varita que Hagrid le había entregado. El falso Moody fue descubierto, dementorizado. Era Barty Crouch Jr.

Por lo menos una amenaza había desaparecido para Hagrid, la amenaza de que se supiera su traición. Que Crouch ya no estuviera le daba una escapada.

Una que Hagrid ya no sabía si tomar.

Tom había regresado. Sus Mortífagos volvieron a él. Ya existía una víctima de su retorno y Hagrid era una de las grandes razones por las que estaba de vuelta. Recordaba cómo fue la primera guerra, así que, ¿por qué no unirse desde un principio antes de que fuera demasiado tarde?

En 1995 tuvo esa oportunidad.

Y no la desaprovechó.

La Orden del Fénix se refundó, y cómo no, lo primero que Dumbledore pidió (u ordenó) a Hagrid, fue ir a una colonia de gigantes para encontrar aliados.

Hagrid, al ser acompañado por Madam Maxime –una mujer que no lo conocía mucho–, fue capaz de engañar a empleados del Ministerio que estaban ansiosos por frustrar los planes de Dumbledore. Ella no hizo preguntas, no pareció encontrar extraño que su encuentro con los gigantes se frustrara "sin querer".

Tom se puso en contacto con Hagrid durante el verano. No había podido verlo aún, pero sus seguidores le entregaron evidencia de que efectivamente Voldemort renació, y que tenía más fuerza que nunca. El Ministerio negando su retorno sólo añadía poder a su bando, y la cantidad de personas integrándose a sus filas era impresionante, considerando lo poco que Tom llevaba en carne y hueso.

Hagrid recibió sus letras y escuchó a sus seguidores que intentaban convencerlo de tomar la Marca. Sabía lo que estaba haciendo. Sabía que intentaba comprarlo. Y lo lograba... Poco a poco.

Poco a poco lo convencía de que Harry no tenía oportunidad en su contra.

Por eso, cuando Dumbledore le asignó la misión, lo que hizo Hagrid fue llegar al lugar y sabotear todo, alertando a los Mortífagos de dónde quedaba la colonia para que así las negociaciones de ellos empezaran antes. Ni siquiera se arrepintió. Dumbledore había sido considerablemente menos amable al pedírselo esa vez.

Sin embargo, Hagrid no había contemplado una cosa al ir allí.

Y fue que descubrió, sin quererlo, que tenía un hermano.

Grawp.

Su entrañas se agitaron cuando lo vio. Todo su ser respondió a los gruñidos que emitía, reconociéndolos, sabiendo que aquel ser, aquella criatura, era su hermano. Tenía que serlo. Todo su cuerpo se lo gritaba.

Familia. Familia. Familia. Familia.

Hagrid nunca tuvo una familia, por mucho que le gustaba fingir que sí. Su madre lo abandonó y su padre murió porque terminó odiándolo, Dumbledore lo visitaba y mantenía cerca porque Hagrid era útil. Hagrid no conocía el término, nunca lo aprendió, pero al escuchar que la madre de Grawp era nada más y nada menos que "Fridwulfa", fue que supo que ese gigante era su familia.

Era lo único que Hagrid tenía que podía denominar «suyo».

Cuando uno de los gigantes mató al ex jefe de la colonia y decidió que las propuestas y regalos de Dumbledore no eran suficientes, Hagrid decidió que no podía dejar a su hermano allí, quien era más pequeño que el promedio. Sabía que cuando los Mortífagos llegaran, estaría muerto.

Bajo las quejas de Madam Maxime y el llanto confundido de Grawp, Hagrid lo forzó a seguirlo, conjurando un Muffiato que los acompañó hasta que estuvieron lo suficientemente lejos para detenerse en una cueva.

Esa noche, ese año, Hagrid descubrió lo que era querer a tu familia; que esta pasara a ser tu todo.

Ese año, fue que supo que el único que le daría una vida digna a Grawp, sería Tom y no Dumbledore.

Hagrid no vio a Tom durante el resto de la guerra. No supo cómo lucía hasta que llegó la Batalla de Hogwarts. Durante 1996, Harry, Ron y Hermione dejaron de ser sus alumnos también, así que la falta de interacción entre Tom, Dumbledore y Harry, lo ayudó a acercarse a Grawp.

Le enseñaba el lenguaje humano. Jugaba con él. Le mostraba la magia. Lo llevaba por el Bosque Prohibido para que interactuara con el resto de criaturas. Hagrid se encariñaba con él cada día, aprendiendo lo que era querer algo más que las criaturas que habitaban la oscuridad. Aprendiendo el significado de tener una familia.

De vez en cuando, Dumbledore le pedía algún que otro favor. De vez en cuando, Tom requería algún tipo de dato que Hagrid no había informado.

Aunque no quisiera, estaba jugando de nuevo a lo mismo que en la primera guerra.

Hagrid estuvo tan ensimismado aquel 1996, que no fue capaz de darse cuenta que en sus paredes se gestaba algo macabro. No hasta que al final de 1997 su cabaña se hubiera prendido en llamas, la Marca Tenebrosa hubiera aparecido en el cielo y Dumbledore hubiese caído de su torre, asesinado por Severus Snape.

Todo gracias a Draco Malfoy.

Hagrid lloró. Fue genuino. Su relación con Dumbledore siempre había sido ambigua, y aunque Hagrid habría jurado que lo odiaba, en ese instante se dio cuenta de que no. Lo resentía, no lo odiaba, y detestaba que lo hubiera dejado solo. Pero su muerte, a manos de uno de los hombres que más lealtad le juraban, sólo significaba una cosa.

Voldemort ganaría.

Y aún así, Hagrid no tomó la decisión correcta.

Todo pareció claro entonces, lo que debía hacer, la elección que tenía que tomar. Harry apenas había cumplido los diecisiete y no estaba entrenado. Por mucho que existiera una profecía, no existía forma de que tuviera una oportunidad contra Voldemort, Hagrid lo sabía.

De todas formas, eso no lo detuvo de tomar la decisión equivocada la noche en que lo sacaron de Privet Drive en escoba, como le confirmó a Tom.

Hizo lo que se esperaba de él. Hagrid llevó a Harry en su motocicleta para transportarlo a la Madriguera, y cuando los Mortífagos aparecieron, gritó el nombre del muchacho las veces suficientes para que supieran que iba a su lado.

Sin embargo, tal como pasó con Dumbledore, Hagrid no había medido lo mucho que Harry le importaba hasta que uno de los conjuros que iban hacia él aterrizó en su lechuza, y por poco se llevó al chico también.

No, su corazón gritó sin avisarle, viéndolo batallar para no ser atrapado. No, Harry.

Aterrizaron al poco tiempo en la casa de los Tonks, y Hagrid se sintió mareado al instante. Ileso, pero mareado con la revelación que había ignorado por años:

No podía traicionar a Harry.

Así como no podía elegir a Dumbledore.

El chico parecía triste sobre lo que le pasó a su lechuza y el corazón de Hagrid se rompió porque se vio a sí mismo en él una vez más, aunque trató de restarle importancia. Harry estaba desesperado cuando se dirigieron a la Madriguera, tratando de salvarlos a todos, huyendo para no ser una amenaza. Hagrid hasta ignoró las miradas desconfiadas que Fleur le lanzó cuando anunciaron que había un espía, por estar demasiado preocupado de Harry y su aspecto demacrado ante la muerte de Moody.

Harry era mejor de lo que Hagrid había esperado que fuera. Harry era de las pocas personas con las que verdaderamente no tenía que fingir todo el tiempo, porque podía concebir a Hagrid como más que un ser unidimensional. Y él lo había dañado. Nunca quiso admitirlo, lo mucho que lo había dañado, pero era dolorosamente consciente de eso ahora, bajo las líneas cansadas de su cuerpo y la mirada distante de su cara que, en vez de hacerlo ver maduro, lo hacían ver como un niño. Un niño que no presentaba ninguna amenaza para alguien como Tom.

Y por primera vez, descubrió que ya no importaba. No importaba que no ganara esa guerra. No podía traicionarlo.

Hagrid eligió a Harry esa noche.

Y después de eso, este desapareció.

Hagrid pasó casi todo el resto de la guerra en Hogwarts, en la cabaña reconstruida que Snape le había dado bajo las órdenes de Tom. Fingió que aún espiaba para él. Soltó algunos nombres de los miembros de la Orden, nada sustancial pero que hizo a Tom perseguirlos con pinzas. Sólo meses antes del final, Voldemort verdaderamente desconfió de él.

Hagrid juntó a los amigos de Harry en su cabaña una noche, queriendo extraer información, queriendo asegurarse de no haber tomado la decisión equivocada, porque a pesar de todo, no deseaba morir ni llevarse a su hermano con él. Los Mortífagos los pillaron en el acto y Hagrid tuvo que huir antes de ser atrapado y arrestado para que lo interrogaran.

Se marchó sin Grawp una vez que echó a todos, prometiéndose a sí mismo que regresaría por él. Nadie sabía que se encontraba allí, nadie además de Harry, así que mientras su hermano no saliera del Bosque Prohibido, estaba a salvo.

Hagrid se fugó esperando poder regresar cuando todo se calmara. Su plan era escapar con su hermano. Enmendar su error.

Sucedió todo lo contrario.

Hagrid regresó cuando la Batalla de Hogwarts comenzaba a desatarse.

Los gigantes se movilizaron, él los sintió desde la cueva en la que llevaba viviendo esos meses. Hagrid salió para ver que se acercaban a uno de los árboles más gruesos, tallados con los mismos símbolos de sus pieles. Desaparecieron al frente suyo. Sin quererlo, le revelaron un secreto que no se encontraba en ningún libro: así era cómo los gigantes se movilizaban en grandes distancias, entre océanos.

Hagrid se acercó al árbol cuando no quedaba nadie y puso su palma encima de los símbolos. Este lo transportó al instante a otro árbol cercano a Hogwarts.

El caos ya danzaba en los terrenos del castillo.

Los Mortífagos corrían a su alrededor, los gigantes iban a la carga.

El fin de la guerra había comenzado.

Hagrid se acercó con cuidado a Hogwarts, encontrándose con todos los preparativos listos. Se reencontró con Harry incluso, memorizándolo una última vez, por si no lo lograban. Se sintió feliz de verlo bien; preocupado porque sabía que no había forma de ganar eso.

Quizás tuvo que haber cambiado bandos entonces.

No lo hizo. No lo hizo, y Hagrid en su lugar trató de buscar a Grawp, lo que lo llevó a ser apresado, usado como carnada para Harry, y torturado por traicionar a Voldemort.

Porque se llamaba Voldemort en su cabeza ahora.

No había forma que la cosa que estuviera frente a él fuera el Tom que Hagrid había conocido.

El Tom que Hagrid había conocido era un aliado, era un hombre de negocios; poderoso, pero centrado, con una causa y un sentido de justicia que quizás no todos podían entender.

Voldemort no tenía, o quería, nada de eso.

Voldemort perdió el poder cuando se desvaneció, perdió su casi certera victoria, y luego sobrevivió como un ente. Aquello lo cambió. Ahora era una cosa sedienta de la autoridad que alguna vez tuvo. Y Hagrid tendría que haber cambiado de bandos.

Pero no lo hizo.

Y ese fue su error.

Desde que vio a Harry entrar al Bosque Prohibido dispuesto a morir, todo se transformaba en un borrón en su cabeza. Hagrid no comprendía nada. La finalidad de lo que hizo, de lo que sucedió, le cayó como una roca. Voldemort lo obligó a cargar su cadáver de vuelta y Hagrid lloró mientras lo llevaba, sin ser verdaderamente consciente de lo que estaba sucediendo.

Porque Harry había muerto.

Había muerto y haber cambiado de bandos no sirvió para nada.

Voldemort dio su discurso en Hogwarts. El peso de Harry entre sus brazos le pesaba más que cualquier otra cosa que hubiera hecho. Harry estaba muerto.

Estaba muerto.

Hagrid había sido parte de su muerte.

Pero entonces, cuando los centauros llegaron e incluso Grawp hizo su aparición, Hagrid volvió en sí, notando que Harry se había desvanecido de entre sus brazos. Hagrid lo perdió.

—¡HARRY! ¡HARRY!... ¡¿DÓNDE ESTÁ HARRY?!

La Batalla también sucedió en un borrón. Un conjunto de imágenes que no tenían relación entre sí. Grawp luchando a su lado. Alguien atestando un golpe en Hagrid y Hagrid dejándolo inconsciente con su magia. Las estatuas del castillo peleando contra los trolls. Voldemort gritando. Algunos cuerpos cayendo desde las ventanas. Los cadáveres. La movilización al Gran Comedor.

La revelación de que Harry estaba vivo.

Y su huida con el resto de la Orden.

Hagrid escuchó la voz de McGonagall amplificada, pidiendo a todos los que peleaban por el bien que se retiraran en ese instante. Él mismo se detuvo, aún en el patio, y miró a su alrededor para buscar a Grawp y salir de allí.

En cambio, lo que encontró fue a los centauros regresando al Bosque. A los Malfoy en una esquina, corriendo también. A los Mortífagos matando a los pocos que intentaban Aparecerse lejos.

Y a Grawp de rodillas, gritando su nombre.

Apresado.

—¡GRAWP! —exclamó Hagrid, notando cómo su hermano quería soltarse pero no podía. Había más de veinte Mortífagos sosteniendo al gigante en su lugar.

—¡A él!

Hagrid tuvo que huir antes de que lo atraparan.

Y tuvo que huir de la forma que sabía.

Esperando que nadie lo viera, emprendió el vuelo.

Escuchó a algunos de los Mortífagos soltando suspiros asombrados mientras se alejaba de allí, volando tal como su Amo habría hecho. Hagrid se escondió primeramente en la cueva en la que estuvo durante esos meses, y luego, decidió que la mejor opción era dejar Inglaterra antes de que Voldemort pudiera encerrarlo ahí. Hagrid se marchó a través del árbol que los gigantes usaron, y, de una forma que él no comprendía, este lo llevó hasta los Alpes, donde permaneció los siguientes ocho años.

Porque descubrió allí la prisión de Nurmengard.

Donde Voldemort encerró a su hermano.

Hagrid lo conoció lo suficiente para saber que no fue accidental, y que el Señor Tenebroso probablemente sabía la forma en que los gigantes se trasladaban, así que ¿qué mejor lugar para poner a su hermano que donde se suponía que debían haber muchas colonias de gigantes? Voldemort quería que Hagrid lo encontrara, aunque no estaba seguro para qué.

Para castigarlo, quizás.

Para hacerlo entregarse.

O para que Hagrid le entregara a Harry a cambio de Grawp.

Hagrid encontró un pequeño cobertizo a unos metros de la prisión. Lo puso bajo un Fidelius y se hizo ilocalizable como Voldemort le enseñó en algún punto. Robó comida de las ciudades cercanas y planeó cada día de su vida cómo rescatar a Grawp, porque era lo único que le quedaba. Centró su vida en eso. Hagrid tenía que hacerlo, salir del huracán de la guerra y olvidar que supuestamente Harry había muerto, que Voldemort había ganado y que al final no cumplió ninguna de sus promesas.

Hagrid tuvo dos intentos fallidos de rescate a Grawp. Sólo uno fue notado. Sufría escuchando los rugidos de su hermano que a veces decían su nombre. Sufría haber elegido el bando equivocado y haber desperdiciado la oportunidad de darle una vida donde fuese aceptado en la sociedad. Fue una debilidad. Un sentimentalismo en el que Hagrid no se había permitido caer antes. Y, ¿qué importaba haber abogado por Harry?, al final, estaba muerto.

O eso pensaba.

Ocho años después de la Batalla de Hogwarts, los rugidos de Grawp lo alertaron una madrugada. Hagrid trató de salir lo más rápido posible, llegando al lugar volando.

Sólo ahí pudo darse cuenta que era...

Era la Orden.

Era Harry.

Harry, vivo.

Hagrid tuvo su reencuentro. Se dio cuenta de lo mucho que había extrañado el contacto humano. Contó su versión de las cosas, una versión fabricada de la verdad. Mentiras. Abrazó a Harry. Abrazó a Hermione. Abrazó a todos los que alguna vez tuvo en estima.

Y al final decidió volver.

Ellos le prometieron ayudarlo a rescatar a Grawp, ¿no? Quizás no se había equivocado. Todavía podía tener su final feliz. Todavía podía tener una familia.

Sin embargo, por más que Hagrid preguntaba, siempre recibía negativas. Retrasos. Ninguno de ellos tenía presente a su hermano, ninguno de ellos consideraba su rescate algo urgente. Hagrid tuvo que soportar a Harry diciendo una y otra vez que estaba peleando una guerra que no podía ganar. Admitiéndolo.

Así que, finalmente, tomó la mejor decisión.

Por su hermano.

Por las criaturas mágicas.

Luego de perder la última esperanza de que la Orden lo ayudaría a rescatar a Grawp, Hagrid obtuvo la prueba tangible de que Malfoy estaba del lado de la Orden de verdad. Harry y él estaban... enamorados, quizás. Hagrid los vio. Hagrid se enteró de eso. Y era algo importante, era algo que a Tom le serviría.

Si jugaba bien sus piezas, su amor por Draco Malfoy le entregaría a Harry Potter.

Hagrid se contactó con el Lord a través del águila que se trajo de Austria. Negociaron como en los viejos tiempos. Hagrid le informó de la verdad, de que tenía traidores en su bando, y Voldemort respondió con un plan que Hagrid acató. El orfanato fue sólo un señuelo, la carnada que los atrajo a la Mansión Potter.

Bajo un Imperius que Hagrid conjuró, Kingsley orquestó un plan que los llevó a la boca del lobo; después, Hagrid le hizo un Obliviate.

Dejó escapar información cuando no debía, mencionando convenientemente que la Mansión Potter parecía el lugar indicado para buscar.

Se distanció de la Orden, y cuando llegó el momento, ordenó a Kreacher llevarlo a Voldemort, donde se reunió con él. Donde sellaron sus promesas.

Todo salió al pie de la letra.

Hagrid había elegido a Harry una vez, y se equivocó.

Ahora se elegiría a sí mismo.

Notes:

Ok, traté de hacer esto de la forma más "canon compliant" posible, pero soy sólo una persona que leyó hace bastante tiempo los libros y no recuerda todo, así que probablemente se me escapó algún que otro detalle en cuanto a la historia de Hagrid y Harry.

El 90% de las conversaciones que suceden en estos interludios son parte del canon. Así como los sucesos a los que se les hace referencia. Todo está sacado de aquí
lo cual es una interpretación del personaje de Hagrid y sus acciones en los libros. Yo solo me aproveché de estos agujeros argumentales para la trama de Desolación.

Espero que les haya gustado! Y si no, espero que no les haya disgustado tanto! JAJAJAJA.

Chapter 62: Capítulo 53: Revelación

Notes:

Hay doble actualización! En unas horas subiré el próximo.

Una vez más, cuídense porque estos caps están bien densos. Ya nos acercamos al final. Si descartamos las 2 act de hoy, nos quedan 4 más!

Los qm, gracias por todo<3

Pd: una escena que está inspirada totalmente en el capítulo 34 de Choices!:)

Chapter Text

Sirius, fue lo primero que Harry pensó al ver a Hagrid parado en la puerta. Culpable y cruel en partes iguales. ¿Así es como se habrá sentido Sirius, cuando se enteró de que Peter los había traicionado?

A tan corta edad, Harry había pasado por muchas cosas, de eso era consciente. Muertes, torturas, imposiciones… pero pocas dolieron de la forma en que dolía darse cuenta de que uno de sus mejores amigos estaba haciendo eso. Como si algo lo hubiera aplastado y Harry hubiese sido sometido a sentir cada célula de su cuerpo destruyéndose. El primer amigo que tuvo-

Lo estaba traicionando.

Lo estaba entregando.

Una de las personas que Harry pensaba que nunca le haría daño.

—¿Hagrid? —preguntó temeroso. Su voz salió como si hubiera vuelto a tener once años—. ¿Hagrid, te están controlando?

Unos segundos pasaron y algo complicado pasó por las facciones de Hagrid. Harry deseó haberlo imaginado, haber imaginado su culpabilidad, pero la risa de Greyback lo delató. Por primera vez hizo que la sangre se le congelara.

Porque se reía de él. Se reía de su ingenuidad.

Harry quería llorar. Veía a Hagrid, y no entendía los porqué. La persona que él había conocido jamás lo habría vendido así. Hagrid jamás le habría hecho daño. Harry lo conocía; recordaba cómo se había enojado con la gente que lo trataba mal como los Dursley.

Hagrid lo salvó.

Más de una vez.

¿Por qué, entonces?

¿Qué hizo mal?

—Dije que era suficiente, Greyback —Hagrid espetó—. Fuera.

—Pero-

Fuera.

Greyback, quien había retomado sus intentos de tortura, dejó el cuerpo destrozado de Draco en su lugar y se marchó. Harry recién pudo ver que el piso estaba cubierto de sangre.

—¿Es un plan, cierto? —Harry preguntó a la desesperada, agitándose en las cadenas—. ¿Es un plan?, ¿me vas a sacar de acá? ¿Por qué no me dijiste nada…? Dime qué hacer. Dime qué hacer, Hagrid, y lo haré, dime-

—Harry…

Hagrid suspiró, dando un paso dentro de la celda, y Harry sintió cómo algo- una cuerda comenzaba a amarrar sus pulmones impidiéndole respirar, asfixiando su garganta. Trató de tomar bocanadas de aire que se estancaba en su caja torácica. Harry posó sus ojos en los de Hagrid, en la expresión sombría, e intentó no prestarle atención a su tono de voz. Se agitó en las cadenas.

No.

No, Hagrid no podía haberle hecho eso.

Hagrid lo rescató de los Dursley. Le mostró el mundo mágico. Le compró a Hedwig. Hagrid lo había cuidado. Lo hizo sentir bienvenido en un mundo que Harry no conocía. Hagrid era- Hagrid era bondadoso. Hagrid fue su modelo a seguir.

Era su amigo.

—No, por favor —Harry rogó, deseando haber podido colocarse de rodillas—. Tú no, Hagrid, por favor. Fui hasta el fin del mundo por ti-

—Nunca te pedí que lo hicieras.

El tono- Harry sólo había escuchado ese tono un par de veces: cuando realmente se enojaba. Cortante como una daga. Imponente. Hagrid nunca le había dicho algo así.

Tenía que ser una mentira.

—Dime que te están controlando —Harry murmuró. Era patético estar prácticamente suplicando, sin querer perder la esperanza—. Dime que te están obligando. Que te capturaron y que te están obligando a hacer esto, Hagrid. Por favor. Dime que esto es para torturarme.

Harry prefería eso. Prefería que Voldemort tuviera preso a dos de las personas más importantes para él, en lugar de la otra opción: que Hagrid le había mentido todo el tiempo que estuvo en la base.

O siempre.

¿Hagrid le había mentido toda la vida?

¿Todo era falso?

—Si eso te hace sentir mejor, Harry…

—No —dijo, al ver cómo Hagrid entraba, caminando hacia Draco—. No. No. No. Hagrid, por favor-

—No sé qué quieres que te diga.

—Dime que es mentira —Harry dijo, reprimiendo un sollozo—. Dime que sigues siendo mi amigo.

Hagrid pausó en sus movimientos, tomado por sorpresa.

Amigos.

Harry había llorado por él, hizo lo que estuvo en sus manos para traerlo de vuelta, y lo defendió de absolutamente todo lo que se le acusó. Pensó en Hagrid cada día que estuvieron en el primer refugio. Harry lo extrañó hasta que su estómago y sus brazos y dientes dolieron.

Hagrid era-

Fue su primer acercamiento al mundo mágico. La primera persona en defenderlo de los Dursley, en mostrarle que la apariencia no tenía nada que ver con la bondad del corazón. Hagrid era como un niño, Harry lo sentía así.

¿Y nada fue real?

Hagrid suspiró, desviando la mirada.

Como un jodido cobarde.

—Tiene a mi hermano, Harry, ¿qué se suponía que tenía que hacer?

Harry no podía creer lo que estaba escuchando. Sólo atinó a mirarlo; averiguar dónde estaba el truco.

Nunca antes se dio el tiempo de pensar cómo reaccionaría si es que alguien que amaba acababa traicionándolo. Harry simplemente asumió que la cólera sería lo que lo poseería, que gracias a la rabia, esa persona pasaría al pasado al instante. Harry nunca hubiese esperado este patético deseo de acurrucarse contra el pecho de Hagrid y llorar; pedirle que se fueran y que por favor le dijera que la guerra en realidad no les había hecho eso, que no le hizo eso a su amistad.

Durante un violento y esclarecedor segundo, deseó que Hagrid hubiera muerto en la batalla. Harry deseó que nunca hubiese encontrado su cadáver y nunca se hubiera enterado de esta traición. No lo deseaba por rabia, no desde el rencor, sino… porque dolía demasiado. Dolía físicamente, verlo allí con autoridad, saber que era alguien que tenía un rango entre los Mortífagos. Un rango que no se había ganado de un día para otro.

Harry prefería a Hagrid muerto, que siendo un Mortífago.

—Yo nunca te habría hecho esto —Harry susurró, temblando—. Nunca te habría hecho esto, sin importar a quién Voldemort tuviera. Sin importar qué tan temeroso me encontrara. Nunca te habría- nunca-

Harry entró a ese lugar sin esperar eso. Su mente era incapaz de comprenderlo en realidad. No podía ver a Hagrid- ver al hombre que le horneaba pasteles, hablaba con los animales, reía con locura y lo abrazaba con sentimiento- y juntar esa imagen con la persona que tenía enfrente. Un monstruo.

Harry nunca pensó en Hagrid como un semigigante.

Mucho menos pensó en él como un monstruo.

Pero lo era.

—Ya cometí este error una vez, Harry, lo siento —Hagrid respondió, sonando apenado, como si lo dijera en serio—. Te elegí a ti, y perdí a Grawp. No puedo darme ese lujo de nuevo.

Harry odiaba que cada palabra se enterrara en diferentes sectores de su cuerpo, como si fueran cuchillas. La confirmación de que Hagrid era un espía desde antes, y que Harry no era una opción suficientemente buena para intentar luchar, se transformaron en certezas. Y las odió. No a Hagrid, sino a lo que decía. Odiaba saber que no había nada que pudiera hacer para que el dolor se fuera.

Harry sabía que saldría de allí; pelearía contra Hagrid. Y si vivía, viviría sabiendo esto-

No había forma de escapar de lo mucho que ardía.

—Me vendiste —Harry dijo mirando el piso, olvidando momentáneamente por qué estaba ahí—. Usaste mi amor- me usaste para atraerme hasta aquí. Les entregaste a Draco. Les entregaste a Draco, joder-

Harry se giró para mirar al hombre en cuestión, y sólo allí fue consciente de que las lágrimas estaban cayendo por sus mejillas, incontrolables. Draco no reaccionaba. Sus pantalones seguían abajo. Fue humillado y torturado por su culpa. Fue humillado porque de alguna u otra forma, Harry seguía haciendo las cosas mal y eso desencadenaba en sufrimiento para los que amaba.

—Tenía que hacerlo, Harry.

No tenía sentido. Nada lo tenía. La guerra parecía algo tan insustancial comparado con esto, con ese instante… Harry deseaba poder volver en el tiempo, tomar aquella oportunidad del pasado y huir junto a Draco, lejos del dolor y la desolación. Olvidarse de la sangre, el sufrimiento y las traiciones.

—Te amaba —Harry dijo sin ser capaz de mirarlo—. Habría entregado mi vida por ti sin pensarlo dos veces. Eras mi amigo. Eras mi primer amigo, Hagrid. No puedo- no entiendo-

Cada segundo que Harry parpadeaba mirando a Draco, descubría que eso no era un horrible sueño en el que se quedó atrapado. Se sentía como si su pecho estuviera siendo abierto. Como si le estuvieran quitando el aire. La vida.

—Van a perder, Harry —Hagrid dijo. Harry no sabía cómo se las arreglaba para sonar tan jodidamente calmado—. Tom aún tiene el poder de Europa. Tiene los números. Tiene la inteligencia, los planes, y no vive hacinado en una mansión. Debes saber que me encargaré de que todos los que sobrevivan a la guerra, si se disculpan… puedan vivir. Los mantendré a salvo. No tienes que-

—Eres más estúpido de lo que pensaba —Harry lo cortó con veneno—, si crees que Voldemort cumplirá su promesa.

Una sombra pasó por el rostro del semigigante.

¡Harry! ¡Mírate! ¡Qué grande que estás! ¡Ya casi estás de mi porte!

Harry cerró los ojos, ignorando el dolor que le causaba recordar ese momento, cuando lo volvió a encontrar. Lo mucho que luchó. Lo mucho que se alegraron. Lo falso que fue.

Draco casi murió rescatando a Hagrid.

Padma también.

Todos estuvieron al borde de hacerlo.

A Harry no le habría importado si sucedía. No se habría arrepentido, porque Hagrid estaría de nuevo con él y habría podido fingir que eran una gran familia. Que todo era tal cual lo dejó en 1991. Harry hubiera pensado que las muertes valían la pena.

—Tal vez sea verdad —Hagrid dijo acariciando su barba—, pero ya ha dejado a Grawp libre. Ya ha cumplido parte de su promesa.

Era una acusación.

Por un asfixiante segundo, Harry se preguntó si él hubiera hecho- más, si hubiera rescatado a Grawp… ¿Hagrid no lo habría traicionado? Si es que le tenía algo de lealtad, aunque fuera un poco… ¿el cariño hubiera valido por encima de la necesidad?

¿Hagrid siquiera lo quería?

Nadie era tan buen actor, ¿no?

—Desearía que hubieras muerto —Harry susurró—. Desearía que hubieras muerto en la Batalla.

Harry lo miró, y casi podía fingir que estaban de nuevo en Hogwarts, y que lo había ido a visitar. No se permitía pensar nunca en la gente que había perdido, en todos aquellos que no volvió a ver. No le servía. Dolía demasiado. Dolía a un punto en el que sentía que arrancarse el corazón era menos cruel.

Pero ahora que lo tenía delante Harry se daba cuenta de lo mucho que lo había extrañado. De lo mucho que había extrañado oír su voz, y de lo mucho que había extrañado poder ir a conversar con él cuando sentía que el tiempo se estaba poniendo difícil.

Harry no lo dudó. En menos de cinco segundos había cruzado los pasos que le quedaban para llegar a Hagrid y se enterró contra su pecho.

Hagrid lo abrazó de vuelta.

—Sí, Harry… —Hagrid suspiró—. Yo también.

No preguntó si se refería a él mismo, o si se refería a Harry. ¿Existía alguna diferencia?

Quería detenerse, de verdad, pero le era imposible dejar de reproducir en su cabeza la historia entre Hagrid, él, y Hermione.

¿Hagrid no le había alentado a él y a Ron, para hablar con su amiga cuando se enojaron con ella, a pesar de ser nacida de muggles?

¿Hagrid no se había molestado y herido porque Harry dejó de tomar Cuidado de Criaturas Mágicas en sexto año?

Si fuera posible, Harry habría apostado que su corazón se apretó. Que se aplastó en su pecho, mientras intentaba recuperarse.

Porque-

¿Y si Hagrid hizo todo eso para estar cerca de él, y luego entregarlo a Voldemort?, ¿como una forma de espiarlo mejor?

¿Y si falló, y ahora estaba tratando de reivindicarse con Tom?

Harry sintió las cadenas más duras que antes. Sintió el peso de estar en los calabozos de la Mansión Malfoy como nunca. El peso de lo que se venía. Sin Hagrid.

Contra él.

Hagrid caminó hasta el cuerpo de Draco, y subió sus pantalones sólo agitando los dedos con magia no verbal, haciéndolo lucir tan simple que Harry por poco se echó a reír.

Por supuesto que había mentido también sobre su poder.

Al ver a Draco casi completamente vestido, fue que despertó. Por muy fácil que sería quedarse allí, llorando y gritándole a Hagrid por lo que le hizo, Harry tenía que moverse. Estaba en ese lugar por Draco. No iba a permitir que nada se pusiera en su camino, ni siquiera que a Hagrid le hubiera valido mierda todo lo que pasaron.

Años y años y años de amistad- enterrados.

—Tú hiciste esto —Harry susurró mientras Hagrid se disponía a salir de la celda y dejar a Draco allí, encerrado—.  le hiciste esto.

—Yo no lo toqué-

—Eres tan culpable como ellos —Harry lo interrumpió. El rostro de Hagrid se había cerrado, y si antes había tenido pesar, en ese momento no quedaba nada—. Eres peor que ellos.

—¿Piensas lo mismo del chico Malfoy, entonces?

—No te atrevas a compararte con Draco. —Hagrid cerró la reja, caminando hasta la salida. Le dio su espalda a Harry. Cobarde. Cobarde. Cobarde—. Puedo apostar que hiciste esto porque crees que Tom es tu puto salvador. Así como pensaste que Dumbledore lo era. Les lamiste el culo a ambos porque necesitabas que alguien cuidara de tu patética existencia. Nadie te debe un puto final feliz. Nadie te debe una vida feliz. Y ahora sé que merecías que te trataran así. Merecías haberte quedado en Azkaban. Merecías que la gente te mirara como-

—¿Cómo si fuera un monstruo?

Hagrid se detuvo en la puerta. Sus hombros estaban rectos y su postura tensa.

—Sí —Harry respondió, esperando que le doliera—. Ahora, ambos sabemos que tenían razón.

Harry sabía que para llamar a su magia, necesitaba una emoción fuerte. Cada vez esa emoción fuerte se trató de dolor, o rabia. En ese momento también, pero había algo más…

Esta vez, determinación.

Harry los mataría.

Mataría a todos los que le hicieron algo a Draco.

Y Hagrid estaba en esa lista.

—Fue un placer conocerte, Harry —Hagrid dijo.

Harry tomó un hondo respiro. Las cadenas vibraron. La energía comenzó a fluir desde la punta de los pies, por sus piernas, y hasta su vientre. Hagrid no lo había notado. Las cadenas estaban encantadas para no dejarlo escapar, para que la magia no le sirviera.

Pero Harry no era un mago ordinario.

Harry era el Amo de la Muerte.

Su poder se encontraba más allá de los parámetros normales, abarcaba la naturaleza, los objetos, y el dolor. La muerte estaba en todas partes, y en esa mansión… en esa mansión había más muerte que en la mayoría de lugares en los que Harry estuvo alguna vez.

Y la estaba llamando.

—Espero que puedas perdonarme…

Harry ya no lo escuchaba. Sus dedos empezaron a cosquillear, e incluso fue capaz de olfatear el olor a magia negra llegando e ingresando a su cuerpo, llenándolo y haciéndolo vibrar.

—Y si no…

Harry bajó la cabeza para así poder sonreír libremente; fue un gesto involuntario. Sus miembros se agitaban en su lugar con expectación. El toque de su magia, suave y reconfortante, se extendió por su cuello, por debajo de sus ojos, en el cuero cabelludo. Si Harry hubiera podido verla, podría haber jurado que esta avanzaba por las paredes y el piso, acariciando los tobillos de Hagrid. Tratando de sanar a Draco. De matar a los que estaban más allá.

—Si no, espero que me entiendas.

Harry subió la cabeza.

Hagrid tenía la mano en la puerta. Sus intereses egoístas provocaron que Draco estuviera allí, que ese día hubieran muerto centenares de personas. Y no le dolía. No se arrepentía. Hagrid se justificaba, y no existía justificación para lo que acababa de hacer.

Harry agitó una mano.

Voldemort estaba en esa mansión, arriba, riéndose y planeando su muerte porque pensaba que lo tenía. Pensaba que Harry era lo suficientemente estúpido para creer que liberaría a Draco si se entregaba. Harry nunca se sintió más agradecido de que Voldemort subestimase tanto al resto del mundo. Que creyera que tener a Draco en la misma celda que él sería una debilidad y no una ventaja.

Lo quemaron.

—Oh, lo entiendo —susurró Harry—. Y por eso es que voy a matarte.

Hagrid lo miró por encima del hombro un segundo. Con lástima.

Harry agitó la otra mano.

—Voy a matarte, Hagrid.

Draco eligió ese momento para emitir un ruido doloroso y pequeño.

Draco no era pequeño. Nunca lo fue.

Sólo sirvió como chispa para dar inicio al incendio.

—Y eso es una promesa.

Harry agitó ambos brazos, con toda la fuerza que poseía.

Y las cadenas que lo sostenían preso cayeron.

Apenas pudo registrar la sorpresa en el rostro de Hagrid, que claramente no esperaba que se liberara, cuando un estruendo resonó en los pisos superiores. El suelo tembló. Bajo sus pies, Harry sintió cómo la magia lo hacía vibrar. Una parte de sí no sabía si las piedras seguían tiritando gracias a él, o porque arriba, la Orden había empezado a bombardear la Mansión Malfoy.

Los estaban obligando a salir y pelear.

—¿Qué…?

—¿Quieres vivir, no? —dijo Harry, y su voz no se sintió como si fuera la suya. Sonaba áspera, y baja. Como si una bestia estuviera hablando por él—. Puedes pelear conmigo ahora, Hagrid, o puedes mantenerte vivo hasta que acabe contigo más tarde.

Hagrid movió la mano, pero Harry, sintiendo un ramalazo de la traición una vez más, lo empujó con su magia contra la puerta. Un atisbo de miedo pasó por los ojos oscuros de Hagrid cuando cayó, sorpresa también. No esperaba que Harry fuera así de poderoso.

—Harry-

Otra explosión.

El polvo cayó encima de sus cabezas. Harry dejó que la magia lo guiara, y sin siquiera saber qué estaba conjurando, un escudo apareció frente a él, cubriendo también a Draco.

—No te atacaré por la espalda si te marchas ahora.

—Él vendrá por ti-

—Uno.

Harry ni siquiera se movió. No agitó los dedos ni ocupó la varita: la magia salía de él en ondas. Quemaba contra su piel. La sentía sobresalir desde sus costados, por debajo de los brazos, de las orejas, la boca, los ojos, el cuello.

En la pared a un lado de Hagrid estaba fundiéndose un agujero.

Poco a poco.

Como si se derritiera.

—¿Por qué no me dijiste-?

—Dos.

Hagrid se levantó, tambaleando. Harry sabía que era más bajo, que no le llegaba ni siquiera al pecho, pero en ese momento se sentían al mismo nivel. Hagrid no había estado enterado de esto, no tenía idea de todo el poder que Harry poseía.

Hagrid asumió que no tenían nada.

Si le hubieras dicho, quizás las cosas serían diferentes.

Otra bomba estalló. Pasos resonaron arriba y por los pasillos. Hagrid se acercó a la puerta.

Y antes de que Harry descargara la magia que se estaba arremolinando en su interior, este salió.

Harry no perdió el tiempo. Corrió hasta la celda de Draco y los barrotes se derritieron bajo su tacto. En ese punto no tenía idea de dónde empezaba su poder y dónde terminaba. Harry nunca se sintió así de desesperado, nunca, en esos nueve años. En su mente nada más tenía un objetivo.

Sacar a Draco.

Sacar a Draco a cualquier costo.

—Draco —dijo cuando llegó a él. Tiró de sus cadenas, que cedieron casi de inmediato—. Draco, te sacaré de aquí. Estarás bien. Estaremos bien.

Apenas respiraba. Se estaba recordando a sí mismo hacerlo. Harry tomó a Draco apretándolo contra sí, y rogó porque este siguiera inconsciente para que no sintiera la carne viva siendo aplastada por el tacto. Harry lo abrazó, pegando la espalda ajena contra su pecho, y sacó la capa invisible desde su ropa interior. Era una bendición que Voldemort no alcanzara a registrarlo.

Harry los tapó a ambos, dejándose caer sólo por un leve segundo en la pared a sus espaldas. Draco se encontraba encima de él. Real. Presente.

Harry no lo había perdido.

—Estarás bien —susurró besándole la sien—. Estoy aquí, Draco. Estás conmigo.

Harry se apresuró en caminar a la puerta conjurando un Muffiato a su alrededor, y arregló sus lentes rotos. No escuchaba, sólo veía a los hombres pasar a su alrededor, corriendo y tratando de escapar. Lo único que le alertaba que estaban siendo atacados aún era el temblor bajo sus pies y el polvo. Fuera de eso, lo que Harry oía y podía reconocer era su propia respiración agitada. La suave y casi inexistente de Draco.

Esto es demasiado fácil, una voz le dijo cuando Harry llegó al inicio de la escalera. Esto es demasiado fácil.

Esto está mal.

Eras su mayor premio.

Esto está mal.

Podía ser una trampa, Harry lo sabía. Pero en ese instante, su cerebro no tenía espacio para más preocupaciones que el hombre entre sus brazos y salir de ahí antes de que la mansión se derrumbara. Veía a los Mortífagos por aquí y por allá gritando órdenes, sacando sus propias bombas, aunque Harry no les prestaba verdadera atención.

Cuando se enfocaba en algo, sabía que no existía nada que le hiciera ver más allá o pensar racionalmente. Cuando Harry tenía un objetivo, no era capaz de centrarse en otra cosa que no fuera cumplirlo. Le pasó cada año de Hogwarts. Con Sirius. Con Draco, cuando era Malfoy, y él pensaba que estaba haciendo cosas raras en su escuela.

Y le estaba pasando ahora, mientras sacaba a Draco de la mansión.

No le prestó atención a los niños apilados a un lado de la entrada con los estómagos abiertos. No le prestó atención a la cabeza del hombre con la que sin querer tropezó. Harry salió de allí, siendo recibido por la luz, y apenas estuvo fuera, se alejó de la casa.

Cuando la mansión cayera, los encantamientos caerían con él.

Cuando cayera, serían capaces de Aparecerse.

Fue un plan arriesgado, demasiado sujeto a los "quizás", pero no existía otra opción. Harry no esperó que las cosas se le dieran tan fácil, que ni siquiera hubiera tenido que soportar torturas, o buscar a Draco en los calabozos. Todo se le dio en bandeja de plata. Incluso cuando la traición de Hagrid revoloteaba en el fondo de su mente, sabía que el éxito de esa misión… fue un privilegio. Los astros se alinearon.

Esto está mal.

Harry acalló el pensamiento, alejándose hasta el costado del camino de la mansión, cerca del estanque. Miró hacia el cielo. La Orden lo volaba, dejando caer las pequeñas granadas sobre las cabezas de sus enemigos. Los Mortífagos trataban de alcanzarlos, aunque la mayoría estaba más concentrado en escapar de la mansión que en detenerlos.

Harry deshizo el Muffiato.

Y pudo oír cómo la guerra empezaba a morir.

Los Mortífagos gritaban su nombre. Se preguntaban dónde estaba y por qué pudo escapar. La Orden continuaba matándolos, dando indicaciones que se le hacían inteligibles debido a la distancia. Harry se aferró a Draco, rezando para que les tomara poco tiempo destruir la mansión y así poder irse de allí y juntar fuerzas. Pelearían contra Voldemort más adelante, cuando tuvieran los recursos. Sonaba como el mejor plan.

Debió haber sabido que esa opción ya no era viable.

Harry podía oler el aroma a humo y cenizas, y sospechaba que mucho de ese aroma a carbón venía del propio Draco entre sus manos. Estaba vivo al menos. Estaba vivo.

Aunque Harry no se sentía en tranquilidad.

Esto está mal.

—Draco —murmuró hablando encima de su oreja—. Draco, llegué. Estoy aquí. Hey…Rennervate.

Pero en vez de obtener una respuesta de su parte, sólo pudo oír una risa. Una risa que provenía de arriba. Harry miró al cielo, y lo que vio fue… fue algo que heló su sangre.

Dos personas volaban los terrenos, tan rápido que lucían como nada más que humo negro. Sin embargo, indudablemente eran dos. Harry sabía que Voldemort sabía hacerlo, pero el otro-

El otro era Hagrid.

Traidor. Traidor. Traidor

Harry apretó los dientes, evocando una vez más el enojo que seguía latente bajo su piel, listo para ser liberado. A diferencia de otras veces en que la explosión de ira fue inmediata, en ese momento se sentía como si creciera de a poco. Con cada segundo, Harry sentía que una bestia empezaba a desgarrar sus arterias, su piel, lista para salir y arrasar con lo que encontrara.

Iba a matar a Greyback.

Iba a matar a Hagrid.

Iba a matar a Voldemort.

Harry se apegó contra la pared. El suelo volvió a temblar. Hermione apareció por los aires haciendo señas, mirando en su dirección. Antes de que Harry pudiera procesar algo más, antes de que su magia comenzara a transformarse en algo peor, Voldemort sobrevoló el terreno y, de pronto, comenzó a acercarse. Pareció que estaba-

Pareció-

—¡Sé dónde estás, Potter! —Voldemort gritó deleitado—. ¡Sé dónde estás!

Por primera vez, Harry sintió miedo.

Y el primer pilar de la Mansión Malfoy cayó.

•••

Draco fue capturado durante la carnicería en la Mansión Potter.

Los Mortífagos habían estado quitando las máscaras de los Rebeldes antes de matarlos, empujándolos, con hechizos, o simplemente golpeándolos. Y en una de esas... se la quitaron a él.

Ninguno de ellos parecía sorprendido de encontrarlo.

Todo sucedió muy rápido. Su madre solía decirle que siempre tenía que reportar dónde estaba y qué estaba haciendo, porque las tragedias pasaban en un parpadeo. Draco no estaba seguro de que se estuviera refiriendo a ese tipo de tragedias cuando se lo dijo, pero era lo único en lo que podía pensar mientras entre diez Mortífagos intentaban inmovilizarlo, echando maldiciones y golpes para así bajarlo de la escoba. Voldemort finalmente fue el que logró llevarlo lejos.

Una tragedia sucedida en un parpadeo.

Draco cayó inconsciente luego de eso, y horas más tarde (o lo que él creía que fueron horas), despertó en la celda de su propia mansión. De una forma bizarra, le parecía que había retrocedido en el tiempo y tenía de nuevo dieciséis. Nada había cambiado: era un prisionero en su hogar, los Mortífagos se reían y burlaban de él, Voldemort lo miraba sonriendo.

Una parte de Draco, una que lo aterrorizó, le hizo creer por unos momentos que nada había sido real y que en realidad llevaba nueve años encerrado en esa celda, perdiendo poco a poco la cordura.

No le pareció loco pensarlo como una posibilidad, porque su mente se desvió a lo que había estado haciendo horas antes: Harry consigo, durmiendo plácidamente. Draco recordaba la curva de su espalda, el lunar de su cuello, las pestañas que tocaban sus mejillas y la forma dolorosa en que su corazón se contraía al verlo. Y sentía que no había forma de que eso hubiese sucedido de verdad. Draco tuvo que imaginarlo todo- tuvo que haberlo hecho. Harry existió en su imaginación como una manera mediocre de querer nadar en medio del océano de memorias oscuras.

Por primera vez, Harry no se sintió real.

Pero luego Voldemort había dado un paso al frente. Su magia llenó el piso, se extendió por las paredes de la celda volviendo todo negro, y luego bajó por la espina dorsal de Draco.

—Veamos si ser el esclavo de Potter sirvió de algo, si es que creerá que vale la pena salvarte… —Voldemort dijo riendo—. Por mientras… se me ocurren algunas cosas que hacer.

Era patético decir que, cuando el Lord calló, lo primero que Draco pensó no fue en lo que se aproximaba, en el dolor que experimentaría, sino…

Sí.

Sí. Fue real. Harry está vivo. Sucedió.

No duró demasiado, en todo caso, porque fiel a su palabra, a Voldemort  se le ocurrían cosas que hacerle.

Al estar experimentado en ese ámbito, Draco superó los interrogatorios con paciencia, los cuales poco a poco se iban haciendo peores. ¿Cuándo cambiaste de bandos?, ¿por qué nos traicionaste?, ¿qué sabes de la muerte de tu madre?, ¿dónde está Nagini?

Al principio eran maldiciones menores acompañadas con las preguntas. Draco se resistió, aunque no por completo, no cuando lo habían drogado con Veritaserum- pero hizo lo posible. Resistió las respuestas, y el grado de crueldad subió.

Crucio. Veritatis Dolorem. Golpes. Heridas.

Draco las aguantó, ocultándose bajo las barreras de Oclumancia mientras trataban de leer su mente.

Imaginar a Harry ayudaba, imaginarlos a ambos en la casa frente al mar. En esa fantasía, Draco llegaba a su hogar después de un largo día de atender la cafetería que compró, y Harry llegaba de su tienda de tatuajes. Ambos se sentaban en la sala de estar entre decenas de cojines y mantas, con la chimenea y el fuego a todo dar. Harry leía un libro acerca de Quidditch y Draco acariciaba su cabello, tratando de desenredar los mechones salvajes. Le gustaba imaginar que siempre había música de fondo, alocada y sin sentido que ninguno de los dos sabía bailar; música que Harry siempre ponía cuando discutían porque Draco pretendía odiarla.

No puedes enojarte conmigo por siempre, el Harry de su cabeza le decía después de una discusión.

—Oh, pero sí que puedo —Draco replicaba, dándole la espalda y fingiendo que aún estaba molesto.

Harry deslizaba las manos por sus caderas, atrayéndolo y pegándolo a su pecho. Poniendo la barbilla en el hueco de su cuello y besando su oreja, justo a un lado de una de sus cicatrices.

No, no puedes, Draco, y lo sabes.

A lo lejos podía sentir cómo uno de los Mortífagos conjuraba un látigo, y entre otros dos lo daban vuelta, presionando su pecho contra la fría pared y esperando que de esa manera confesara todo lo que sabía. Draco podía sentir su piel retrayéndose, abriéndose cuando el látigo se enterraba en su hombro y se llevaba un pedazo de carne consigo.

La sangre escurría por su espalda.

—¿Quieres apostar?, créeme Harry, que no quieres apostar conmigo. Soy una persona muy paciente y competitiva.

Terca, querrás decir.

—¿Tú, hablando de terquedad?, no seas hipócrita.

Me encanta cuando me tratas mal, sigue.

—Oh, por Merlín…

El Harry de su cabeza se reía, dejando otro beso en su cuello. Draco intentó reírse con él, dejar que la ridiculez de la situación lo alcanzara para así poder dejarse embriagar en la sonrisa de Harry. Pero eso no sucedió. En su lugar, Draco emitió un quejido, uno que pronto se transformó en un sollozo.

¿Draco?, Harry susurraba, preocupado.

A lo lejos, su piel se desgarraba.

Los Mortífagos reían.

Voldemort hacía preguntas.

Draco podía sentir cómo volvía a su cuerpo. Cómo su cabello, sus dientes y ojos volvían a pertenecerle.

—Mataría para que fueras real —Draco susurraba contra la pared, mientras la casa en la playa empezaba a caerse a pedazos en su cabeza.

Su piel se desgarraba.

Los Mortífagos reían.

Voldemort hacía preguntas.

Harry volvía a reír. Draco había memorizado esa risa, lo sabía ahora. Bañaba su alma. Curaba sus heridas. Era un bálsamo para los cortes abiertos.

Pero soy real.

Draco asentía. Los brazos de Harry comenzaban a desaparecer. Otro latigazo atacaba su hombro.

Su piel se desgarraba.

Los Mortífagos reían.

Voldemort hacía preguntas.

—Está bien.

 

 

Eventualmente, lograron entrar a su cabeza.

Aunque Draco no sabía cuánto había pasado para entonces.

Supo que en algún punto, cuando recuperó más o menos la consciencia, quiso aclamar los Principios de los Sagrados Veintiocho. Pero antes de que pudiera hacer algo, uno de los Mortífagos logró silenciarlo, y para cuando despertó, su cuerpo ya había sido quemado. Quemado a tal punto, que Draco había perdido la sensibilidad al dolor.

Ya ni siquiera se molestaban en hacerle preguntas. Se turnaban para meterse a su cabeza y navegar por ella. Draco los escuchaba reírse. De él, de Narcissa, de su amor por Harry y básicamente todo lo que le importaba. A veces, podían estarlo golpeando o Cruciándolo y uno de ellos estaría en su cabeza, reproduciendo el recuerdo de Harry conjurando el Sectumsempra. Lo hacían para dañarlo. Harry siempre cortaba su piel y acababa dejándolo desangrarse en el suelo de un baño abandonado.

En otras ocasiones, Voldemort tomaba cartas en el asunto y, sin ninguna piedad, se metía en su mente también. Esas eran las peores. Draco podía sentirlo en la mansión de su cabeza: entrando a los cuartos, dejando las puertas abiertas, tratando de echar paredes abajo para poder ver más. En esas ocasiones Draco gritaba. O Voldemort reproducía un recuerdo de sí mismo gritando, tan alto, que lo ensordecía.

Draco trataba de imaginar su casa en la playa.

Cuando despertó de ser quemado, una parte de su cabeza creyó que era gracias a que se quedó dormido en el sol a un lado del mar. Draco decidió quedarse en ese escenario, porque no quería pensar en cómo Greyback se le acercaba al cuello y le decía que le gustaría probarlo.

Nunca tienes cuidado con el sol. Tienes que aprender que eres prácticamente un fantasma, Harry le decía.

Draco no sabía si estaba demasiado jodido por lo que le estaban haciendo, pero podía jurar que en ese momento el Harry de su cabeza no tenía más de dieciocho años.

Brevemente se preguntó si lo había deseado desde entonces.

—Pero yo quiero terminar igual de moreno que tú —Draco respondía, haciendo un puchero mientras Harry curaba sus quemaduras—. Me gusta tu color de piel.

Por favor, Draco, a ti se te vería feo.

—Gracias.

Harry reía una vez más, besando el borde de su mandíbula, tomando el cabello rubio entre sus manos. Haciendo que Draco se ahogara en lo mucho que podía desear a alguien.

Sólo estoy diciendo la verdad.

—No sé qué estaba pensando cuando me hice tu novio.

¿Es eso lo que somos?, ¿novios?

Draco se permitía esbozar una sonrisa también. Pequeña, tentativa- complacida incluso, al ver cómo Harry parecía esperanzado.

—Mmm… —murmuraba antes de besarlo.

Harry lucía mayor luego de separarse.

Y el brillo de sus ojos había desaparecido.

No volviste, recriminaba él antes de desvanecerse. No volviste a mí como prometiste hacerlo.

 

 

En un punto –Draco ya no sabía si fue casi al final, o en el medio– cuando abrió los ojos… pudo ver a Harry ahí, en su celda en una esquina. Desgarradoramente hermoso, como siempre. Era su vida completa. Draco trataba de llegar a él.

Estás aquí, quería decirle. Estás aquí porque tú si cumples tus promesas. Lo siento.

Pero minutos más tarde, ese Harry fue controlado por Voldemort bajo el Imperius para que torturara a Draco-

Luego, lo vio apresado, sufriendo bajo torturas también-

Draco sabía que estas memorias no podían ser ciertas. Al menos no todas. Porque Harry no lo dañaría, eso sí que lo sabía. Harry no permitiría algo así. El problema era, que no sabía hasta qué punto eran alucinaciones. Hasta qué punto eran recuerdos implantados o imaginaciones que Draco creaba dentro de su dañada mente. O escenarios que el mismo Señor Tenebroso estaba poniendo en su cabeza pasándolas por realidad. Draco no sabía qué estaba sucediendo. Su cuerpo volvía a doler.

Cada respiración dolía.

Cada latido dolía.

Cada segundo que pasaba, dolía.

Después, o antes de eso, Draco trató de volver a la casa de la playa. Trató de volver a Harry dibujando figuras en las cicatrices de su torso y murmurando que lo amaba. Pero en su lugar sólo veía ruinas. Veía fragmentos de recuerdos. Imágenes. Un montón de cosas incongruentes que no sabía si sucedieron en realidad. Parecía que sí.

Harry rechazando su mano. Harry tomándola en el Bosque Prohibido. Harry muriendo. Harry golpeándolo luego de un partido-

Harry besándolo en el Expreso de Hogwarts.

Draco haciendo insignias para el Torneo de los Tres Magos. Harry yendo a visitarlo a la enfermería luego del Sectumsempra. Draco pisando la cara de Harry. Harry hablando pársel. Draco reencontrando a Harry en una celda de la Mansión Malfoy. Harry comprando una tienda al lado del mar. Draco huyendo junto a él de Inglaterra después de la Batalla de Hogwarts. Harry torturando a Draco. Draco besando los nudillos de Harry. Harry lavando el cabello de Draco. Draco diciéndole "te amo". Harry diciéndole "te odio".

"No mueras”.

"Necesito salvarte".

"Mi vida es tuya".

Y entonces-

Luego de esas retahíla de imágenes sin sentido-

Luego, vino el derrumbe.

•••

Harry se Apareció fuera de la reja de entrada un segundo antes de que Voldemort llegara hasta él.

Kingsley estaba justo en el lugar que se suponía que iba a estar, y Harry se quitó la capa apenas aterrizó a su lado, con el mundo aún dándole vueltas. Kingsley apenas reaccionó cuando lo vio.

Pero después sus ojos encontraron a Draco, inconsciente entre sus brazos.

La preocupación era clara y estaba escrita por todo su rostro. Harry había decidido ignorar lo malherido que estaba Draco, de momento, porque estaba bastante seguro que en vez de ayudarlo sólo lograría que se descontrolara. Sin embargo, ver a Kingsley mostrarse tan abiertamente disgustado… hacía que sus entrañas se retorcieran. Harry sabía que lucía muy mal.

—Debes llevártelo —Harry dijo, aunque en vez de sonar como una orden, sonó como un ruego—. No va a- no va a vivir- debes-

—Sí, Harry. Todos debemos salir de aquí.

Dos personas más se Aparecieron a su lado en las afueras de la mansión. Los Mortífagos estaban haciendo explotar sus propias bombas y algunos se acercaban adonde ellos se encontraban, intentando eliminar los que habían escapado. Voldemort sobrevolaba aún el perímetro.

—Hermione- ella…

Harry dejó de mirar a Draco, que ahora estaba en los brazos de Kingsley, y prestó atención a la voz nueva. No había notado que los que llegaron a su lado eran Percy y Oliver. Percy sostenía a Oliver, quien tenía quemada la pierna. Ambos estaban con las caras retorcidas de dolor. Harry podía oír distantemente cómo seguían hablando, sus bocas se movían, pero se sentía tan mareado con lo que estaba sucediendo –la magia, la pelea, las bombas– y no podía distinguir sus palabras.

—… le dije que viniera. Le dije que-

—Disculpa —Harry intervino, sosteniendo el borde de su cuello. La bilis estaba subiendo por su garganta—. Percy- Percy, ¿estás hablando de Hermione?

Kingsley ya había desaparecido con Draco, aunque Harry no estaba seguro de en qué momento sucedió… el tiempo pasaba distinto. Se encontraba contento y aliviado de que Draco estuviera siendo atendido, al menos aliviaría la heridas.

Harry por su parte esperaba que salieran de allí rápido. Los arrastró para rescatar a Draco y ya lo lograron. No iban a pelear contra Voldemort esa noche. Tenían que salir de allí.

Esto está mal.

—Hermione sigue dentro, en los terrenos; estaba dentro cuando salvó a Oliver —Percy dijo. Más gente de la Orden se Apareció. Se encontraban a un lado de las barreras—. Está tratando de salvar a la gente del fuego de las bombas de los Mortífagos-

—Mierda —Harry dijo, moviéndose instantáneamente—. Mierda, mierda, mierda-

—¡Harry!

—Voy a sacarla de ahí —explicó ante el rostro preocupado de Percy—. Voy a sacarla de ahí. Ella dará la orden de evacuar.

Y sin más, se Apareció dentro de nuevo.

De la Mansión Malfoy sólo quedaban algunos pilares, lo cual tenía sentido: era una estructura milenaria y la magia que sostenía la casa era fuerte. Harry podía sentir cómo lo llenaba, porque… la magia no se extinguía. Mutaba, se transformaba.

Harry la estaba absorbiendo.

No era la primera vez. En pequeños duelos, y con mucha concentración, había podido absorber la magia de sus oponentes, aunque fueran sólo hechizos pequeños. La de la Mansión Malfoy no se sentía extraña o nueva, sino, más bien, se sentía… igual que cuando las magias de Draco y él se unieron durante el Juramento Inquebrantable: compatibles e idénticas.

Harry ni siquiera lo estaba controlando. Las emociones bajo su piel pulsaban. Algo poderoso se estaba instalando en sus costillas, amenazando con estallar. Esto iba más allá de sí mismo.

Era el Amo de la Muerte.

Las barreras habían caído. La gente de la Orden ya estaba marchándose, sabiendo que la misión fue completada, y Hermione se encontraba levantando un escudo, arrinconada tratando de proteger a dos muchachos del fuego. A su alrededor, los Mortífagos trataban de llegar hasta ellos.

Harry levantó la varita, que vibró con su poder, e hizo un círculo encima de su cabeza enfocando la energía en esos hombres que querían llegar a Hermione.

Recordó uno de los hechizos que Draco le había enseñado, todo ese tiempo atrás.

Y,

Tenebris Flagellum.

Un lazo invisible se enganchó del cuello de los hombres, quienes se llevaron las manos hasta este. Harry vio que comenzaban a tornarse rojos. Luego, morados. Sus caras se hincharon, sus ojos se pusieron rojos gracias a los vasos sanguíneos que se reventaban de a poco. Las venas de sus rostros parecían a punto de estallar.

Harry movió la varita.

Y los hombres comenzaron a sacudirse como si estuvieran siendo azotados.

Draco le advirtió que aquello tomaba mucha dedicación y fuerza. Que no todos podían lograr conjurarlo. Harry apenas lo sentía.

Apenas sintió nada cuando los Mortífagos cayeron al suelo, con sangre resbalando de sus bocas.

Eso no impidió que las llamas se acercaran, gigantes, monstruosas y mortíferas- pero ayudaba. Harry prácticamente corrió hasta Hermione que aún intentaba esquivar el fuego frente a ambos.

Estaba viva.

—Vete —dijo llegando a su lado—. Yo me encargo de esto.

Hermione saltó, buscando su mirada sin estarlo esperando. Harry bajó momentáneamente la capa de invisibilidad y ella se relajó. Los adolescentes a sus espaldas lloraban.

—Pero-

—Vete, Hermione —Harry repitió, sacando su varita—. Yo me encargo. Tengo más poder que tú.

Hermione no se movió. Harry sabía por qué. El fuego estaba chocando con su escudo y al momento en que se Apareciera lejos, Harry tendría un sólo segundo para tomar su lugar. Si es que alcanzaba a hacerlo. Si es que le daba el tiempo.

—Harry-

—¡Vete Hermione, por favor!

Se miraron el uno al otro, en un gesto que habían compartido al menos un centenar de veces antes. Los ojos de Hermione eran familiares, y Harry se sintió horrorizado al ver el temor en las esquinas. Inundando sus facciones.

Hermione, que había pasado por tanto.

Que había visto tanto.

No mueras, decían. No puedo hacer esto sin ti.

—No voy a morir —prometió Harry, adivinando que eso era lo que esperaba escuchar—. No voy a morir, te lo prometo.

Hermione pasó saliva. Harry vio por el rabillo del ojo otros dos Mortífagos que empezaban a acercarse. Su expresión se volvió más urgente.

—Bien —dijo ella. Los muchachos detrás suyo soltaron otro ruido quejumbroso. A Harry se le ocurrió que quizás habían sido afectados por una maldición, y por eso no se defendían o ayudaban—. Bien. Lo prometiste.

—Lo prometí.

Hermione tomó una bocanada de aire profunda, agitando la varita.

Y cuando se Apareció, Harry lo hizo junto a ella.

Había prometido vivir.

Apenas se detuvo a pensar en los gritos que inundaron sus oídos cuando el fuego alcanzó a los muchachos bajo el escudo de Hermione. Apenas alcanzó a procesar nada, porque a diferencia de su amiga, algo había impedido que Harry se Apareciera. Algo estaba agarrando su camiseta, y su capa ahora caía por sus hombros. Había una mano con garras en su cuello, en sus ojos, enterrando las uñas en su mejilla.

Cuando aterrizó, Voldemort estaba frente a él.

Nunca había estado tan cerca.

—Joven Potter.

Harry se alejó instintivamente, tratando de Aparecerse de nuevo, pero las garras de Voldemort estaban enterradas en sus brazos, abriendo heridas desde el codo hasta la muñeca, rajando la piel al tratar de escapar.

—¿Realmente pensaste que te escaparías así de fácil, no es así?

—¡Expelliarmus!

Harry pudo haber pronunciado una Imperdonable. Pudo haberlo hecho sufrir. Pudo haber conjurado cualquier otra cosa. Sin embargo, lo único en lo que su mente podía pensar era que quería que lo soltara. Era que no podía permitir que Voldemort se lo llevara lejos.

Había recuperado a Draco.

Había prometido volver vivo.

Voldemort se alejó un poco, siendo afectado por el hechizo, aunque no tanto. En su mano, Harry podía ver que sostenía la Varita de Saúco, pero sus uñas seguían enterradas en su carne. Voldemort fácilmente podría intentar hacer magia sin varita, excepto que era notorio que quería usar la reliquia para apresarlo.

Sin saber que Harry era el Amo de la varita en cuestión.

—Voy a colgarte —Voldemort escupió y Harry intentó librarse—. Voy a colgarte, ponerte de cabeza y abrirte el estómago. Voy a hacer que tus seguidores- que Malfoy se coma tus tripas del suelo. Te voy a despellejar-

Reconocía que Voldemort hablaba menos que cuando Harry era un niño, pero ahora lo que estaba haciéndole actuar así era… que no podía atacar. La magia de Harry le impedía a Voldemort poder atacarlo, apresarlo o matarlo. Era claro, por el esfuerzo con el que lo sostenía; parecía estar en dolor. Su magia lo estaba empujando lejos.

Harry tenía todo el poder de su alrededor dentro, esperando estallar.

—Muy original —replicó, y se concentró en hacer su piel hervir para que Voldemort se quemara—. ¿Eso es todo lo que has planeado en estos ocho años? Yo tengo mejores ideas.

Voldemort soltó un gruñido, tan alto, que Harry sintió que su tímpano dolía, pero lo soltó. El corazón de Harry latía sin cesar. Elevó su varita.

Pero Voldemort no hizo lo mismo.

Voldemort, en su lugar, sostuvo en alto una especie de reloj. Era un reloj de mano, enrollado en su muñeca por una cadena Harry sintió cómo su magia quería llegar hasta él-

Y simplemente lo supo.

—Sé dónde está Nagini, Potter.

La sangre se le heló. Harry pudo jurar cómo, de pronto, el mundo dejó de girar y se convirtió en algo menos caótico. Sin quererlo había encerrado a Voldemort y a él mismo en una burbuja. Estaban solos.

Sé dónde está Nagini.

Voldemort estuvo enfrente suyo en una milésima de segundo, aprovechando su estupefacción para acercarse. Puso el objeto frente a sus ojos. Sumido aún en la revuelta de pensamientos que tenía, Harry apenas tuvo tiempo para verlo, pero aparentemente era suficiente. Lo que sea que Voldemort intentaba dándole ese vistazo- era suficiente para obtener lo que buscaba.

Era suficiente, porque al siguiente segundo, este estaba dentro de su cabeza.

Harry apestaba en Oclumancia y en ese momento se notó más que nunca.

Soltó un grito agudo, pudiendo jurar que su magia gritó con él. Harry vio un montón de imágenes. Vio a Hagrid, a Draco, a su familia. Vio los momentos de la pelea. Vio absolutamente todo lo que acababa de suceder, no muchos segundos atrás. Harry gritó hasta que su garganta se hizo llagas, y honestamente, pudieron ser horas de tormento. Pudieron ser horas-

Pero sabía que no habían sido más de cinco segundos.

Voldemort salió, o su magia lo arrojó fuera, y Harry se volteó instintivamente.

Irónico, muy irónico cómo su primer instinto fue correr al igual que un muggle en vez de Aparecerse, pero eso sucedió. Harry se dio media vuelta, quitando las manos de Voldemort de su cuello con una fuerza que pudo haberle quebrado un hueso, y trató de correr.

Sólo que… el combate de la Mansión Potter, la jornada de recuperación en la base, el plan y aquella pelea- lo habían agotado. Y nublado, además. El cerebro de Harry no era más que un humo que no formaba ningún pensamiento coherente.

Quizás por eso fue que no lo vio venir.

—¡Avada Kedavra!

El mundo pareció quedarse en silencio.

Voldemort rio.

La risa se reprodujo en cada rincón del planeta...

Y la maldición impactó.

Harry tembló dando un paso atrás, llevándose una mano al costado, sintiendo que iba a vomitar. Escuchó a Voldemort gritar, anunciar su victoria. Anunció su reinado como un loco que acababa de conseguir lo que tanto estaba buscando.

Y es que era así. Al parecer, eso era lo único que Voldemort había buscado. Su muerte y Nagini.

Casi le daba lástima que la Maldición Mortal no le funcionara una vez más, y que aquella, hubiera impactado justo en el lugar donde a Harry no podía afectarle:

Su cicatriz de piedra.

Harry pasó saliva, pensando por cuánto tiempo tendría que fingir para poder escapar. Voldemort no parecía darse cuenta de que Harry seguía en pie; quieto, pero en pie. Sabía que no tenía mucho tiempo.

Voldemort abrió las manos, riendo y gritando y anunciando cómo su gobierno al fin comenzaba. Harry se giró. No escuchaba, no olía, no sentía. Su magia se levantó: furiosa y ansiosa.

Sé dónde está Nagini.

Accio objeto Black —Harry murmuró.

No sabía si ese era su nombre, probablemente no, pero más allá de las palabras, su magia entendió, entendió a qué se refería. Harry sintió cómo si el pecho se le hubiera abierto y desde dentro tentáculos de poder hubieran salido, corriendo hasta alcanzar a Voldemort, subiendo por sus piernas y su mano y envolviéndose en esta.

El objeto le respondió.

Harry recordó entonces, que él era su dueño.

Harry era el heredero de la fortuna Black. De Grimmauld Place. Harry tenía más poder de lo que pensaba, y el objeto lo sabía. Ni siquiera lo dudó.

Llegó a su mano.

Harry sólo vio un destello de la mirada confundida de Voldemort, antes de encerrar sus dedos en el objeto y Aparecerse lejos de allí, muy lejos. La burbuja se desvaneció. Un Diffindo cortó su mejilla, pero no importó.

Harry ya estaba a una distancia casi infinita de allí.

Aterrizó en el campo abierto de la Orden, en las montañas, checando en sí mismo si tenía algún rastreador. El resto de los miembros se encontraban allí también, claramente esperándolo, pero no le importaba. En ese momento el foco de Harry estaba en la cosa entre sus manos. Su mente saltaba de conclusión en conclusión.

Si lo de la Mansión Potter fue una trampa, eso quería decir que el objeto nunca estuvo allí. Si nunca estuvo allí, eso quería decir que Voldemort lo encontró antes, en otro lugar-

Oh.

Oh no.

¿Y si siempre lo tuvo entre sus manos?

¿Qué pasaba si Voldemort siempre tuvo el objeto, y sólo necesitaba saber ocuparlo?

Y si eso era verdad, quizás ya tenía a Nagini.

No, una voz le respondió al instante. No, porque te necesitaba a ti para ver a través del objeto. Esa era su meta. Eso es lo que acaba de hacer.

¿Por eso se metió a su mente?, ¿para ver el objeto a través de sus ojos?

, se respondió de nuevo. Sí, lo vio. Ahora sí lo sabe.

Harry miró su mano de inmediato, ignorando a Hermione y Kingsley, quien llamaba su nombre. Harry miró el objeto, lo dio vueltas, y todos los nombres de los miembros directos de la familia Black del último siglo aparecieron en él junto a coordenadas, signos, palabras…

Harry continuó mirándolo.

Y por unos segundos, nada tuvo sentido.

Aquel peso instalado en su estómago se infiltró por debajo de sus costillas y de pronto se hizo tan grande, que Harry pensó que quizás podría romperse por la fuerza de este. Hermione lo sacudió. Kingsley estaba prácticamente gritándole. Pero Harry sólo podía mirar y parpadear ante el objeto. Sólo podía sentir cómo sus venas se abrían y se contraían, y las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar; a encajar de una manera que nunca le habría gustado. Su cerebro comenzó a darle sentido a lo que estaba mirando, y lo que sabía.

La Navidad de 1997 vino a su cabeza.

El Valle de Godric. Bathilda. Una serpiente gigante saliendo de su cadáver. Una serpiente puesta allí por Voldemort.

Todo cobró sentido.

Y entonces-

—Es Andrómeda.

Su cabeza dolió. Hermione y Kingsley se callaron de repente. Harry podía sentir la sangre de las heridas escurriendo por su piel.

—¿Qué? —susurró ella, temblorosa.

Harry miró idiotamente el nombre de Andrómeda. Miró las letras debajo de su nombre.

"Fallecida hace 9 años. Cuerpo en Hangleton, Inglaterra."

—Nagini es Andrómeda.

Chapter 63: Interludio: Narcissa

Chapter Text

Narcissa siempre fue considerada la hija perfecta entre sus dos hermanas. O en toda la familia Black, quizás.

Más que Bellatrix. Más que Regulus, incluso. Narcissa era admirada por sus tíos y padres, por sus primos y parientes. Sonreía lo suficiente. Hablaba lo suficiente. Obedecía en todo y nunca daba problemas. Narcissa era la imagen de lo que una heredera debía ser, y no podía decir que lo odiaba, porque encontraba cierto placer en ser alabada, en ser querida y apreciada en el arduo trabajo que requería ser perfecta.

Pero, a veces, sí le habría gustado que las cosas fueran diferentes.

Se imaginaba a sí misma siendo la oveja negra. La que huía de su familia por amor. A la que rescataban sus amigos. La que podía ser como quisiera, mientras mantuviera la pureza intacta. A Narcissa le habría gustado ser algo diferente al molde que le asignaron, pero nunca lo fue. Las cosas pasaron como tuvieron que pasar y Narcissa se vio estancada en ese papel durante toda su vida.

Sin embargo, era mentira alegar que fue infeliz desempeñándolo: era cómodo seguir las reglas sin cuestionarse nada; tener esa vida tranquila que sus padres le designaron. Aunque en un punto no se hubiera sentido así.

Podría decir que todo empezó la noche que Andrómeda los abandonó, o más bien, cuando la abandonó a ella. Narcissa había estado durmiendo y un beso en la frente la despertó de pronto. Su sueño era liviano. Miró hacia arriba, y Andrómeda se encontraba inclinada encima suyo, tocando los cabellos rubios que caían por su frente.

—¿Dromeda? —preguntó Narcissa confundida—. ¿Qué pasa?

Andrómeda se enderezó de golpe al ser pillada, como se pilla a un niño haciendo una travesura. Narcissa se sentó en la cama y vio el bolso que su hermana llevaba colgado en el hombro, la ropa formal que tenía puesta y lo peinada que estaba. Era cierto que desde los últimos años de Hogwarts, desde que Andrómeda había insistido en andar con ese sangre sucia, su relación de hermanas se distanció un poco, pero normalmente Narcissa sabía los planes de Andrómeda. Seguramente, también sabía qué estaba pasando con su vida ahora, ¿no?

¿No?

—Vuelve a dormir, Cissy.

—¿Qué pasa?, ¿estás bien?

—Estoy excelente. Ahora vuelve a dormir.

Andrómeda estaba prometida en ese entonces con un joven sangre pura de buena familia. Narcissa y ella apenas hablaban esos días, era extraño que estuviera allí en su habitación cuando se suponía que planeaba su matrimonio. Era extraño que estuviera besando su frente, tocando su cabello y llevando ropas formales en medio de la noche.

—¿Por qué estás vestida así?

—Narcissa. —Andrómeda suspiró—. Estoy bien.

Narcissa frotó sus ojos y la miró, parpadeando ante la poca luz que entraba por la ventana; Andrómeda la estaba observando de vuelta, sujetando el bolso más cerca de sí, dándole esa mirada condescendiente que ella y Bellatrix le dedicaban cuando eran niñas, esa mirada que decía: “esto es demasiado grande para que tú lo entiendas”. El problema, es que sus hermanas nunca tomaron en cuenta lo inteligente que Narcissa era y siempre fue; lo fácil que se le hacía descifrar cosas que no estaban a simple vista.

Y la sola expresión de Andrómeda, medio culpable, medio exhausta, delataba por completo que aquello era una despedida.

—No —Narcissa dijo por instinto.

Andrómeda apretó los labios, dando un paso hacia atrás, y el corazón de Narcissa empezó a latir con tanta fuerza que creyó que podría salir de su boca.

Porque eso estaba pasando.

Era una despedida.

Andrómeda la estaba abandonando.

—No, no tienes derecho a dejarme —volvió a decirle, apretando la mandíbula—. No así.

—Entonces ven conmigo.

Narcissa se quedó callada, creyendo que había escuchado mal. Miró el ingenuo rostro de su hermana que se suponía debía ser más madura que ella y esperó el remate del chiste; pero cuando notó que Andrómeda hablaba completamente en serio… no pudo evitarlo: comenzó a reír.

Andrómeda dio un respingo.

—Tienes que estar bromeando.

—Ven conmigo —volvió a decirle a pesar de la burla—. Vámonos ahora. Vámonos juntas.

—¿Perdiste la cabeza? —Narcissa replicó, más alarmada que antes—. No tengo una sola razón para irme. Esta familia es lo más importante que tenemos. Yo lo sé... Solías saberlo tú también.

La Andrómeda de quince años, la que aún estaba en Hogwarts, habría retrocedido ante la implicación, agachando la cabeza como un animal herido. Habría lucido avergonzada. Esta Andrómeda no lucía así; parecía harta de las reprimendas, de las reglas y obligaciones que estaban trayéndole infelicidad. Andrómeda parecía determinada a huir sin importar el chantaje emocional.

Y Narcissa la odió por eso.

Porque por ese pequeño instante la admiró como nunca.

Andrómeda suspiró una vez más al ver que ella no se movía: incapaz de levantarse para obligarla a quedarse en contra de su voluntad, o para decidir marcharse con ella. Su hermana le dio la espalda y caminó hacia la puerta.

—No te vayas, Andrómeda —Narcissa pidió sin saber lo que estaba diciendo—. Por favor, no puedes dejarme aquí sola.

Cuando era joven, Narcissa creyó que eso era rogar, que ya había hecho demasiado al pedir por favor. Fue fácil guardarle rencor a Andrómeda, la hermana que se fue a pesar de que le rogaron quedarse. Esa fue su elección, nadie la echó.

Sin embargo, cuando los años pasaron y Narcissa recordó ese momento, supo que tuvo que haberse levantado. Debió haberse puesto de rodillas y obligar a Andrómeda a mirarla a los ojos. Narcissa tuvo que suplicarle que no se marchara, no aún.

Que eso les evitaría una vida de sufrimientos a ambas.

Pero sin importar cuánto se lamentara en el futuro, en el pasado no lo hizo, y cuando Andrómeda se giró en el umbral, Narcissa supo que, de todas formas, jamás hubiera podido detenerla.

—Adiós, Cissy.

Esa fue la última vez que hablaron.

•••

Su madre estaba furiosa y su padre la estaba buscando por todo el continente. Bellatrix fingía que no le importaba haber perdido a su melliza, y Narcissa mantenía su acto de complacencia con todos para no causar más problemas de los que ya había.

La familia del prometido de Andrómeda no había parado de llamar por flú, y con cada segundo que ella no aparecía –aparentemente ilocalizable– sus padres poco a poco convergían a la locura. Narcissa miraba callada y con la frente en alto cómo los días pasaban, y lo poco que podía hacerse. Andrómeda los había abandonado. Narcissa no llevaba mucho tiempo desde que se graduó de Hogwarts, pero era totalmente capaz de entender lo perjudicial que resultaba para los Black otro escándalo. Se rumoreaba que su primo, Sirius, estaba haciéndose amigo de los traidores de sangre de los Potter y no hace mucho se dejó de comentar la terrible noticia de que fue sorteado en Gryffindor. ¿Qué pasaría cuando el mundo se enterara de lo que hizo Andrómeda, cuando la familia de su prometido arrastrara su apellido por el suelo porque rompieron con el compromiso?

Narcissa fue criada no sólo para obedecer, sino también para hacer lo necesario para mantener a flote a su familia.

Por eso, cuando su madre completamente derrotada murmuró que no sabía qué iban a hacer, Narcissa la miró y le dedicó una de sus sonrisas mejor practicadas.

—Yo lo haré —le dijo—. Yo me casaré con Lucius Malfoy.

A los Malfoy no podría importarle menos con cuál de las tres hermanas su único heredero sería emparejado, siempre y cuando fuera una Black. Bellatrix había contraído matrimonio pocos meses atrás con Rodolphus Lestrange, por lo que estaba fuera de consideración, y una boda por amor no era nada que Narcissa no estuviera dispuesta a sacrificar. Los Malfoy tenían mucho dinero, una buena reputación, y según lo que Narcissa recordaba de Lucius en Hogwarts, este no era completamente terrible… al menos físicamente. Podía ver las ventajas. Podía ver la gloria de su unión.

Eso no significaba que tenía que estar feliz al respecto.

Las noticias de la desaparición de Andrómeda aún no se divulgaban, y su familia no tenía planeado que lo hicieran, no de momento. Era casi un milagro o una maldición que Lucius y su hermana no hubiesen alcanzado a formalizar nada públicamente, porque eso complicaría un montón las cosas y ya eran complicadas. Lo único que debían hacer, su madre le dijo, era seguir adelante con aquel compromiso como si ese hubiera sido el plan desde siempre.

Al menos Andrómeda había tenido la cortesía de conocer al hombre con el que se suponía que iba a pasar el resto de su vida, pero Narcissa no lo tuvo. Sus semanas se llenaron de pruebas para el matrimonio, cambios en el vestido, en las invitaciones, y en su look. Por lo tanto, cuando llegó el día en que Lucius iba a pedirle matrimonio en medio de una gala en la Mansión Malfoy, Narcissa podía decir con seguridad que el hombre que estaba parado al otro extremo de la sala era un completo extraño.

En Hogwarts, Lucius había ocupado el cabello bastante corto y el uniforme lo hacía ver delgado y pequeño, a diferencia de ese instante. Las túnicas formales ensanchaban sus hombros, le sacaba por lo menos una cabeza de altura, su pelo se encontraba suelto, rozando la barbilla, y sus ojos eran dos pedazos de hielo. Fríos. Calculadores. A Narcissa no le gustaban.

—Espera que venga hacia acá —Bellatrix susurró—. Recuerdo que no le gustaban las… ¿cómo les decía, Rodolphus?

—Perras arrastradas.

—Eso.

Narcissa dejó de mirar al hombre para posarlos en el joven matrimonio. No estaban enamorados, aquello no era amor ni de cerca, pero compartían un nivel de malicia único… uno que jamás encontrarían en otra persona. Narcissa se preguntaba si el resto podía notar con tanta facilidad la falsedad de esos matrimonios sangre pura; si ellos también notaban que los ojos de Bellatrix, en vez de estar fijos en su esposo, deambulaban por la habitación buscando a Voldemort, el nombre más sonado durante esos días. Narcissa se preguntaba si la gente sería capaz de ver a través de ella y Lucius, igual de fácil que ella veía a través de Bellatrix.

—La última vez que hablamos, mi prometida tenía el cabello de color marrón.

Narcissa se giró hacia la voz profunda que provino detrás de ella. Lucius Malfoy estaba allí, mirándola como si no fuera la gran cosa.

Sus ojos eran más fríos de cerca, su aroma era intoxicante. Parecía más imponente así. Narcissa no dejó mostrar sus nervios, y en cambio, levantó la barbilla.

—Hola, Lucius —le dijo—. Me lo teñí rubio para ti, ¿no te gusta?

Algo pasó por la expresión del hombre al escuchar sus palabras cargadas de sarcasmo, pero no le dijo nada. Narcissa no bajó la barbilla. Podía ser educada, nunca dejaría de serlo, pero tampoco dejaría que él, ni nadie, creyera que tenía el derecho de caminarle encima. Lo que Lucius había dicho no era especialmente desagradable, salvo porque no parecía una broma. Sus labios estaban curvados, sus cejas juntas: lucía disgustado.

—Te pediré matrimonio a medianoche —informó él bruscamente. Narcissa esbozó una sonrisa: ni burlesca, ni educada, simplemente vacía.

—No puedo esperar.

Lucius frunció el ceño, como si le fuera imposible entender qué deducir de esa conversación, y asintió. Se colocó a su lado y empezó a hablar con Bellatrix y Rodolphus. Narcissa se dedicó a aguardar la medianoche.

Una pequeña parte de sí misma, la que aún se permitía desear cosas, quería que Andrómeda volviera, que se interpusiera entre ella y la cárcel que le dejó. Sabía que eso no sucedería. El hombre a su lado dedicándole miradas ocasionales, el que fingiría estar enamorado, era la persona con la que pasaría el resto de su vida desde ese día en adelante.

A pesar de que era lindo soñar, Narcissa dejó de esperar ser salvada.

Ese era su destino.

Lo iba a cumplir.

A las doce en punto, Lucius llamó la atención de todos en el salón tocando una copa con una cuchara. Se dio vuelta a Narcissa y, como si fuera algo automático, dobló la rodilla.

—Narcissa Black —dijo—. Eres la mujer más hermosa que ha pisado esta tierra, y sé que ni yo ni nadie somos pretendientes dignos. Sin embargo, y a pesar de conocernos hace muy poco, me gustaría saber si me concederías el honor de ser mi esposa. Quiero que seas tú quien me acompañe en todas mis aventuras, y sobre todo en esta, la aventura de saber más del otro. ¿Aceptarías casarte conmigo?

Narcissa no respondió por lo que pareció una eternidad.

La expresión de Lucius, el tono de su voz- todo parecía tan sincero, que por un momento Narcissa se lo creyó. Hasta que vio sus ojos, por supuesto; estos delataban la misma frialdad. La misma indiferencia. Esto era un trámite.

Su corazón no tenía por qué estar latiendo tan rápido.

—Acepto —murmuró ella extendiendo su mano. Lucius sujetaba un gran anillo de oro—. Sí, acepto.

Lucius sonrió, y por un breve momento, Narcissa creyó estar viendo a otra persona, una que eclipsaba a cualquier otra en el salón. Rejuvenecía, sus ojos formaban líneas y un hoyuelo nacía en su mejilla izquierda. Incluso el sonido de los aplausos de la multitud al ver a Lucius colocarle la sortija parecieron desvanecerse. El hombre se levantó y entrelazó sus dedos para tirarla en un abrazo.

—Sonríe —le dijo él entre dientes—. Hará esto más creíble.

Narcissa obedeció.

Aunque fuera un extraño, aunque acababa de verlo luego de tantos años desde Hogwarts, aunque le habría gustado poder decidir, Narcissa obedeció.

Porque la decisión ya estaba tomada.

•••

Narcissa vio a Lucius un par de veces antes de su matrimonio. Salieron a pasear al Callejón Diagon para mantener las apariencias. Comieron helado como si estuvieran en una cita. Lucius le compró libros que Narcissa había estado mirando, sin siquiera preguntarle si los quería, y se la pasó varios días metido en su casa, arreglando todo para que la ceremonia fuera perfecta.

La verdad era que Narcissa no tenía muy claro qué pensar o sentir sobre él, así que había decidido no sentir nada. Ya no le parecía tan desagradable como en un inicio, pero tampoco podía decir que la actitud de Lucius había cambiado para influir en su opinión. Continuaba siendo estoico y distante. En las pláticas que mantenían, era ella quien llenaba los silencios incómodos, aunque Lucius era un hombre inteligente… Narcissa podía concederle eso.

Bueno, no era sólo inteligente.

Lucius era extremadamente correcto, como si practicara en un espejo antes todo lo que salía de sus labios. Sus conversaciones se resumían en: los límites que tendrían una vez que vivieran juntos (partiendo por mantener piezas separadas), y los trabajos que cada uno tomaría, (a pesar de que Lucius le decía que con su dinero a ninguno le haría falta en realidad). Él quería meterse de lleno a la política en el Ministerio, ser alguien importante y mejorar su mundo, cosa en la que sinceramente Narcissa podía verlo perfectamente debido al poder de la oratoria que poseía. Ella, por su parte, estaba bien con ser consultora de pociones o hechizos. Había obtenido un magíster en pociones curativas un año después de salir de Hogwarts, creyendo que se dedicaría a la sanación. Lo abandonó por la familia.

Todo.

Todo lo abandonaría por eso.

El matrimonio se llevó a cabo un día martes. Había sol. Su cabello se encontraba trenzado y tenía joyería incrustada en este; estaba más maquillada de lo que alguna vez lo estuvo en su vida, y su vestido era parecido al de las princesas de los libros que Andrómeda le leía de pequeña. Se veía hermosa, podía reconocerlo. Su madre lloró al verla. Su padre le dijo que cualquiera sería afortunado de tenerla.

Narcissa tuvo que reprimirse de contestarle que, precisamente, la conseguía alguien que no la deseaba en absoluto.

Debía estar nerviosa, expectante y feliz. Debía ser el nacimiento de una nueva etapa. El gran día, uno de los más grandes de su vida. Pero no era así. Para Narcissa era una diligencia, algo que debía sacarse de encima para volver a su paz. Se encontraba contando las horas para que acabara, y recién iba a comenzar.

La ceremonia se hizo en los terrenos de los Malfoy a un lado del lago, con un número limitado de invitados. Abraxas había querido lo contrario en un inicio, había deseado que el patio estuviera atestado de gente, que todo el mundo se enterara que su linaje seguiría. Pero cuando dijo esto, a Lucius le bastó un vistazo de la cara de Narcissa para detener los planes de su padre, sabiendo que a ella no le agradaba la idea.

No es que le molestara la gente, es que no sabía si su acto sería capaz de convencer a tantas personas. No era necesario sentir amor para casarse, –podría decir con certeza que sólo el cinco por ciento de los matrimonios sangre pura se dieron porque ambas partes estaban enamoradas–, pero la gente no tenía porqué saber que esto era conveniencia, que era mentira. Podían haber beneficios en fingir cariño frente al resto: más simpatía, más aliados. Narcissa necesitaba convencerlos. No estaba segura de poder hacerlo si tenía encima los ojos de cientos de personas.

—Debes caminar —susurró su madre, viendo a Orión Black (el ministro de fe de la ceremonia) y Lucius. Estaban esperándola en el altar—. Debes ir ahora, Narcissa.

Narcissa inhaló hondo, obedeciendo una vez más.

El camino a Lucius le pareció infinito.

Más infinito aún al encontrarse con su mirada desde metros de distancia.

No había ojos para nadie más, para ninguno de los dos. Narcissa avanzó por el pasillo con toda esa gente observando, juzgando, y sus ojos se concentraron sólo en los de Lucius. Calmados. Poderosos. Ven, decían, vamos a hacer esto. Vamos a poder con esto.

Eso era lo único que Narcissa podía recordar con precisión de ese día.

Cuando llegó al altar, Lucius la ayudó a subir y no soltó su mano en ningún momento. No la soltó cuando dijeron sus votos, ni cuando los consagraron con besos en la mejilla. Todo sonaba artificial, fabricado. Y efectivamente lo era.

Pero esa mano sosteniendo a Narcissa era auténtica. Era espontánea. Era, quizás, lo único real que existió entre los dos hasta entonces.

La fiesta de después fue aburrida. La mayoría se emborrachó. Ella misma tuvo que beber para pasar la noche. Los invitados se le acercaron para felicitarlos, y Lucius se mantuvo a su lado durante toda la ceremonia, recordándole que desde ese momento en adelante así sería siempre.

Su familia estaba en el otro extremo de la sala. Rodolphus, Bellatrix y sus padres de vez en cuando la miraban con ojos orgullosos. Regulus y Sirius con cierto recelo, y hasta envidia: estaba claro que esto era lo que Walburga y Orión querían para sus hijos.

La mirada de Narcissa continuaba yendo al sitio vacío a un lado de una de sus hermanas.

—En diez minutos, padre hará el rito de el encamamiento.

Las palabras de Lucius, habladas a un lado de su oído, hicieron que Narcissa volviera en sí, mirándolo con una expresión de completo horror. Se sentía, por primera vez en años, como una niña. Una niña ridícula y patética que era demasiado infantil para considerar absolutamente todo lo que conllevaba un matrimonio.

No había pensado en eso.

No sabía por qué mierda no había pensado en eso.

—No.

Le habría gustado que su voz saliera firme, como una orden. En cambio, sonó como un ruego. Parecía un animal herido, y la mirada de Lucius cambió: los bordes de sus ojos se volvieron algo más suaves.

No. Por favor no me hagas esto, Narcissa pensaba. Por favor. No puedo. Esto no puedo hacerlo.

—Él no estará allí, Narcissa —Lucius le dijo con cuidado—. Solo lo anunciará. Nadie estará allí. Sólo seremos tú y yo.

Sólo seremos tú y yo.

Algo especialmente distinto se deslizó por su piel, aunque Narcissa todavía estaba horrorizada con la imagen anterior: la de ellos yendo a una habitación con espectadores en cada esquina que querían confirmar su virginidad. Narcissa no quería demostrar eso. No quería demostrar eso a nadie.

Se giró nuevamente a su madre, e intentó pedirle ayuda con los ojos.

Por favor. No permitas que me hagan esto.

Por favor.

Su madre siempre desviaba la mirada.

El resto de la ceremonia, Narcissa estuvo ausente, demasiado asustada para concentrarse en nada más. Minutos más tarde la llevaron al cuarto que compartiría con Lucius encima de un colchón, y él la siguió mientras gente los coreaba por detrás. Narcissa temblaba. No sabía qué pasaría allí dentro.

La depositaron en la cama matrimonial como si no fuera más que un objeto, y Lucius entró no mucho tiempo después. Narcissa apenas fue consciente de que la puerta se cerró. Apenas fue consciente de lo que estaba pasando, hasta que el hombre estuvo frente a ella sin la chaqueta y con la mano enterrada en sus cabellos.

Narcissa se apartó de un salto.

Era ridículo. Ahora que lo veía con la camisa suelta mostrando su clavícula, el cabello hecho un lío, rastros de vino en los labios y la postura algo más relajada- sabía que era atractivo. Más atractivo de lo que ella se permitía reconocer. Y aún así, el pensamiento de dejar que la tocara, de dejarse hacer aunque fuera por una noche- hacía que algo horrible se instalara en su estómago. Narcissa quería gritar. Quería esconderse. Quería detener la forma en que Lucius la estaba mirando.

—No me agradas —le soltó.

Lucius, quien se había quedado parado al pie de la cama, pareció endurecerse ante sus palabras. Su postura recientemente relajada se puso rígida de nuevo, y sus manos fueron a parar detrás de la espalda. Era demasiado guapo. Narcissa no quería que se le acercara.

—Si hubiera podido elegir, no te habría elegido a ti —dijo de nuevo, con más fuerza.

Lucius pasó saliva. Narcissa no sabía si no podía leer sus expresiones porque verdaderamente era difícil saber qué significaban, o si el alcohol que consumió le impedía ver más allá.

—Para un matrimonio no es necesario que nos agrade el otro —dijo él.

Había algo implícito en esas palabras, y su estómago se retorció al pensarlo.

Es un deber. Debemos cumplir con este deber.

—No voy a acostarme contigo —escupió ella, rápido y preciso para no dar lugar a dudas.

Lucius no parecía dispuesto a insistir. Demasiado orgulloso, quizás. Demasiado cansado.

—Lo tendrás que hacer eventualmente, para consumar el matrimonio —dijo—. Tarde o temprano.

—Prefiero que sea más tarde que temprano.

Se miraron. Sólo había luz artificial alumbrando el cuarto. Narcissa podía ver la piel debajo de la camisa, su rostro parcialmente iluminado y sus ojos más oscuros. Si hubiera prestado atención, quizás hasta habría notado cómo la postura de Lucius indicaba algo más que mera arrogancia.

—Como quieras —respondió él.

Narcissa asintió, y se acostó debajo de las sábanas a dormir.

Por primera vez en meses, lloró.

Lucius se echó en el sofá.

•••

Narcissa culpaba a Andrómeda por todo.

La culpaba por haberla dejado. La culpaba por no haber insistido más. La culpaba por orillarla a tomar la decisión de casarse con Lucius. La culpaba por no haber vuelto.

Porque esa era la verdad.

Andrómeda nunca regresó.

No podía decir que el matrimonio con Lucius era miserable, muy a pesar de que Narcissa se sintiera infeliz en él. Lucius era cortés; memorizó sus comidas favoritas, y las servía lo más seguido posible; le encargó vestidos, regalos y elfos personales para hacerla sentir cómoda en esa mansión; hablaba con ella cada mañana, y juntos discutían de los temas más actuales: Lucius hablaba de Voldemort, el nombre más sonado de su sociedad. Lucius quería impresionarlo para formar alianzas. Narcissa no lo entendía, y se lo expresaba así mismo. Ella jamás se arrodillaría ante ningún hombre.

No, no podía decir que Lucius o su unión con él eran especialmente malos. No se sentía miserable o violentada. Es sólo que Narcissa lo encontraba… aceptable.

A veces la mediocridad y el hastío eran peores que la desgracia.

No tenía mucho de qué quejarse, Lucius no era un mal esposo. Al contrario, le daba su espacio y su libertad. El problema recaía en que, para Narcissa, no había mucha diferencia entre él y un cuadro. Su convivencia se trataba de dos conocidos orbitando alrededor del otro en la misma casa. Distantes, pero cordiales.

Nunca esperó que aquello cambiara casi tres meses después de su matrimonio.

Lucius había salido temprano por la mañana, alegando tener un negocio muy importante en el Ministerio que los beneficiaría, y no había vuelto aún. El sol estaba escondido, las cigarras cantaban, Narcissa leía un libro a un lado de la chimenea en el salón principal, sin preocuparse. Lucius sabía cuidarse solo.

O eso pensaba.

Las llamas que de pronto se transformaron en un color verde intenso, y el cuerpo tambaleante que salió de estas, cambiaron su opinión radicalmente.

—¡Lucius!

Narcissa cayó al suelo al mismo tiempo que él lo hacía. Lo examinó, tocando con manos temblorosas su nuca desde donde no paraba de salir sangre, manchando su cabello blanco. El pecho de Lucius también parecía haber sido herido. Respiraba agitadamente, los ojos grises fríos se habían transformado en dos esferas inundadas de pánico. Narcissa no había estado así de asustada en su vida.

—Jodido- idiota —murmuró, sin ser demasiado consciente de lo que decía—. Eres un imbécil. ¿Qué-?

Lucius soltó un quejido bastante alto, provocando que Narcissa reaccionara y comenzara a aplicar los encantamientos sanadores que conocía. Sabía más de pociones, por lo que su mente ya estaba trabajando en los ingredientes que tendría que ocupar para sanarlo. Intentaba recordar si había fabricado alguna pócima durante esos meses que podrían ayudar a Lucius a recuperarse rápido.

Al menos ya había parado de sangrar.

—Merlín, Lucius…

Narcissa se movió de rodillas para apoyar la cabeza de Lucius en su regazo y buscar en su cuerpo si es que tenía alguna herida abierta. Recordaba haber aprendido el conjuro de diagnóstico que utilizaban los medimagos, pero no lo recordaba. Narcissa aún sentía el corazón acelerado. Lucius todavía temblaba.

—¿Qué pasó? —preguntó ella, abriendo su camisa para inspeccionar la piel—, ¿quién-?

—¿Alguna vez te he dicho que me gusta mucho tu cabello?

Narcissa casi enterró las uñas en su carne.

—¿Qué?

Lucius tosió, y los latidos del corazón de Narcissa aumentaron de una manera inexplicable. Él, notablemente mareado, abrió los ojos y subió una mano temblorosa para tocar con la punta de los dedos los cabellos que caían de la frente de su esposa.

—Me gusta.

—¿Te sientes tan mal?

—Siempre me ha gustado. Intenté hacerlo ver la noche que nos conocimos, ¿no… recuerdas…?

No, para nada, su actitud de primeras fue bastante hostil. No sabía qué visión tenía Lucius de hacer cumplidos o demostrar cosas, pero evidentemente no lograba lo que quería.

Narcissa quitó las manos del pecho de Lucius, comprobando que efectivamente sus heridas habían sido cerradas. Entonces se enfocó en él, en su rostro. Lucius miraba encandilado los mechones de pelo sobresaliendo del peinado de Narcissa, y su boca estaba medianamente abierta. Perdió tanta sangre que su piel se veía algo más pálida de lo normal, y –Narcissa no sabía a causa de qué, específicamente– toda su presencia parecía más suave, mirándola así. Hablándole así.

—Es del mismo color que el tuyo —dijo ella a modo de broma, para distraerlo de la mueca de dolor que se instaló de pronto en sus facciones—, por supuesto que te gusta.

—No, no. Mira. —Lucius enrolló un dedo en uno de los cabellos de Narcissa—. El tuyo es más oscuro. Es… es como el oro.

Por milésima vez, su respiración pareció agitarse. Narcissa no había estado así de cerca de él desde la boda, y ni siquiera así, ya que no se besaron en los labios; esa no era la tradición. Pero ahora el peso de la cabeza de Lucius estaba en su regazo y una mano rozaba su frente. Narcissa tenía los dedos afirmando su camisa, y el intoxicante sentimiento de alivio al saber que ahora se encontraba bien, igualaba lo rápido que iba su corazón.

—Es como el oro —Lucius repitió, y al segundo siguiente levantó el otro brazo.

Sus manos acunaron las mejillas de Narcissa.

—Necesitas sanarte —susurró ella, como si hubiera más gente que pudiera escucharlos. Abraxas se encontraba en la otra ala de la mansión—. Has perdido mucha sangre.

—Merlín, realmente eres hermosa.

Narcissa cerró los ojos, contando hasta diez. Era totalmente inesperado eso- Lucius no decía esas cosas, nunca decía nada que pudiera considerarse un halago deliberadamente. Todo era recatado, medido; exageradamente calculado y practicado. Eso no lo parecía. Narcissa quería sujetar su rostro también. La piel de Lucius quemaba contra la suya.

—Vamos arriba.

Sin confiar en que la Aparición de algún elfo empeorara su estado, Narcissa ayudó a Lucius a pararse con una exhaustiva mezcla de fuerza y suavidad. Lucius se afirmó a ella mientras Narcissa subía las escaleras. La nariz ajena estaba enterrada en su cuello, inhalando su perfume como si fuera preciado. Narcissa podía sentir los músculos de Lucius alrededor de su brazo junto al calor que su cercanía emanaba.

Llegar al cuarto del hombre no fue tan difícil, y Lucius apenas se quejó mientras ella lo depositaba encima de las cubiertas. Narcissa iría a buscarle una poción, lo dejaría descansar, y al otro día le haría todas las preguntas pertinentes.

Salvo que una mano se envolvió en su brazo cuando Narcissa se levantaba.

—Quédate.

La tenue luz de la vela sólo le dejaba ver parcialmente la expresión de Lucius. Una vez más, Narcissa podía decir con certeza que nunca había lucido así; vulnerable, joven, necesitado. Su estómago se apretó.

—Por favor.

Esto es una mala idea.

Pero lo está pidiendo por favor.

Lucius nunca pide nada.

Narcissa soltó un suspiro, sabiendo que había perdido esa pelea.

—Está bien.

Se quedó sentada en el mismo lugar, a un lado del pecho de Lucius, y este no le soltó la mano en ningún momento mientras se acomodaba para dormir. Su cabello había crecido considerablemente en esos meses y ahora le caía encima de la cara, sucio. Narcissa sacó la varita para limpiarlo un poco. Deseaba saber qué carajos sucedió y por qué el hombre llegó así de repente. Tenía que saberlo, porque pudo haberlo perdido.

Pudo haberlo perdido, y no sabía cómo sentirse al respecto.

Sería libre, ¿no es así?

¿Por qué no se sentía de esa manera?

Narcissa abandonó su cuarto no mucho después, sólo para volver con una poción revitalizante. Lucius descansó. Narcissa se fue a su habitación durante la madrugada, y soñó toda la noche con sangre y ojos grises vacíos.

A la mañana siguiente, todo era igual que siempre.

Al menos Lucius parecía igual que siempre, o estaba intentando actuar como si lo estuviera.

Narcissa bajó a desayunar, y aquella vez, en lugar de sentarse en la otra cabecera de la mesa, tomó asiento a un lado de Lucius para que este no pudiera eludirla. Él pareció sorprenderse, pero no la miró ni preguntó nada acerca de su cambio de lugar: meramente ordenó a los elfos cambiar la mermelada, el dulce y el chocolate de posición porque eso era lo que Narcissa ingería en las mañanas.

Por unos cuantos minutos, desayunaron en silencio.

—¿Por qué llegaste herido anoche? —preguntó ella cuando no podía aguantarlo más.

—Estaba haciendo negocios —respondió él sin mirarla, aparentemente impasible ante su pregunta—. Los Aurores llegaron creyendo que era ilegal lo que hacíamos. Me dieron, pero pude escapar.

Narcissa notó que Lucius no mencionaba nunca qué tipo de negocios hacía. Esa vez, no se restringió al preguntar:

—¿Era ilegal?, ¿o había razones para que los Aurores pensaran que lo era?

Lucius la ignoró, sirviéndose más café. No parecía afectado por sus reprimendas, ni porque, de no ser por Narcissa, quizás él estaría muerto en ese momento.

El sólo pensamiento hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo de la cabeza a los pies.

—¿Por qué estás haciendo esto, Lucius? —dijo ella suspirando.

Esta vez, al menos el hombre se dignó a darle una mirada de reojo al contestar.

—Por un mejor mundo, por la grandeza que tendrá —dijo, y aunque había estado con los ojos fijos en la taza, cuando agregó lo último, estos miraron directo a Narcissa—: La grandeza que tendremos.

—No quiero que te metas en eso —fue su respuesta automática, sin prestarle atención al cosquilleo agradable que sintió al ser considerada.

—Creo que es demasiado tarde-

—¿No lo ves? Vas a terminar muerto.

—No es lo que crees-

—No importa lo que yo creo. Son hechos. —En su mente se reprodujo la escena de anoche. Lucius sangrando y con múltiples heridas; mareado, ido. Las cosas que el Señor Tenebroso deseaba para ese mundo eran demasiado grandes, cambios radicales que no podían ganarse sin pelear—. Es demasiado peligroso, y te va a llevar a la muerte. Estás aventurándote en una guerra-

Lucius, sin un segundo de meditación, levantó la manga de su brazo izquierdo.

Narcissa calló al instante.

En su antebrazo estaba marcado el dibujo de una serpiente junto a un cráneo. Era de un negro vivo y la serpiente se movía con libertad por la piel, orgullosa. Narcissa no había creído esa parte de los rumores: la ridiculez de marcarse para pertenecer a un culto. No pensaba que Voldemort fuera así de ridículo. Y aún así ahí estaban. Lucius acababa de convertirse en un soldado en vez de velar por sus propios intereses, y ya no había vuelta atrás, no al tener ese símbolo grabado en la piel como un animal de ganado.

Quizás su familia estuvo sepultada desde ese momento.

—Vas a terminar muerto —dictaminó ella sin poder quitar la mirada de su antebrazo.

—Creí que eso era lo que querías.

—¿Qué parte de todo lo que he dicho, te dio la impresión de que deseaba ser una viuda?

—No creo que quieras ser viuda. —Lucius negó—. Pero sí creo que te gustaría que muriera.

Narcissa levantó la cabeza con brusquedad para ver a Lucius a la cara. Este ya la estaba mirando, siempre la estaba mirando antes que ella.

Había un tinte diferente en sus ojos, casi como una petición que no parecía poder gesticular. El brazo de Lucius bajó lentamente de la mesa, y con él, la manga. Narcissa olvidó por un segundo por qué discutían.

—No quiero que mueras, Lucius.

Sí, su muerte significaba la libertad, pero ya estaban en eso juntos. Narcissa firmó su contrato y no podía dar marcha atrás. No quería.

Ahora eran ellos contra el mundo.

—Por eso estoy- no- no quiero que mueras —susurró.

—Narcissa…

Lucius subió sus manos, y por un delirante segundo, Narcissa creyó que iba a acunar sus mejillas tal y como lo había hecho la noche anterior. En su lugar, los brazos quedaron a medio camino, y prontamente cayeron una vez más. Ninguno de los dos dejó de mirarse.

Y al segundo siguiente, él salió de la habitación.

•••

Los meses pasaron. Los regalos no se detuvieron. Las charlas continuaron.

Narcissa y Lucius no volvieron a hablar ni de esa noche ni de esa mañana.

La diferencia es que ahora cuando estaban en la misma habitación, a ella se le hacía imposible mirar hacia otro lado. Narcissa se encontraba constantemente buscándolo en medio de bailes; pensando en qué le gustaría comer; adivinando qué le podría regalar cuando iba al Callejón Diagon con su madre. A veces lo miraba y encontraba detalles que antes no había visto: Lucius tenía un pequeño lunar en la barbilla y otro detrás de la oreja; le gustaba tomar té cuando estaba nervioso y café el resto del tiempo; fingía leer el periódico, pero en realidad sólo buscaba las secciones de su interés; sonreía con los ojos, Narcissa cada vez era mejor detectando cuando lo hacía; era irremediablemente guapo, como si alguien hubiese tallado sus facciones. Su corazón latía con un poco más de fuerza cuando él la miraba de vuelta. Narcissa esperaba cada noche que Lucius fuera a su cuarto para continuar conversando.

Lucius nunca lo hacía, por supuesto.

Pero todo esto- todo estos sentimientos nuevos y emocionantes, no venían meramente de una sola noche, o de factores físicos. Narcissa había podido conocerlo mejor durante esos meses y no le disgustaba todo lo que aprendió: como que la madre de Lucius murió cuando él tenía seis, y su padre se encargó de criarlo. Como la realización de que se preocupaba de que Narcissa tuviera todo lo que deseaba y más. Como los sueños inocentes que tuvo de niño: convertirse en Inefable o jugador de Quidditch. Todas esas extensas conversaciones de legado familiar, política, ciencias y literatura que tenían cada noche a un lado de la chimenea, alimentaban este sentir que se alojaba en el estómago de Narcissa cada vez que pensaba en él.

Y todo explotó casi diez meses después de su boda.

Habían salido al Callejón Diagon junto a Bellatrix y Rodolphus para dejarse ver por el resto de la sociedad. Narcissa iba tomada del brazo de Lucius, quien era como un peso sólido a su costado. Bellatrix junto a su esposo caminaban como si fueran amigos.

Sucedió por algo estúpido, en realidad, o al menos Narcissa lo encontraba estúpido. Habían entrado a una librería y ella, a modo de juego, prácticamente le rogó a Lucius para que la acompañara a elegir libros. Este accedió, y Narcissa compró al menos una docena de tomos. Cuando Lucius se retiró para dejar que ella se encargara del resto, Narcissa compró uno extra para él, porque lo había descubierto ojeándolo.

Lo desafortunado –o quizás su error– fue que, al momento de entregarle el libro con una gran sonrisa, Rodolphus estaba a un lado. Lucius lo recibió y cuando abrió la boca para agradecerle, Rodolphus dijo:

—Creí que no te gustaban las perras arrastradas, Lucius.

Y… bueno, después de eso, todo fue caos.

Lucius se le echó encima sacando la varita desde sus túnicas, y Rodolphus lo imitó. Ambas hermanas sostuvieron a sus maridos y sólo su siseo de “¡Lucius, hay gente mirando!" lo detuvo de hacer mucho más allá.

Cuando volvieron a la mansión, Apareciéndose en el mismo lugar, Lucius aún no hablaba. Narcissa se encontraba en un estado de pasmo. Ciertamente había esperado que la defendiera, pero Lucius se había transformado completamente. Sus ojos parecían dos rendijas, en su cuello se marcó una vena y su mandíbula rechinó. Lucía capaz de matar a Rodolphus por ese comentario.

—¿Por qué lo hiciste?

Lucius se detuvo en medio del salón al oírla. Había querido irse, escapar antes de tener que enfrentarse a esa charla, pero lo que sea que haya visto en la mirada de Narcissa, lo detuvo.

—Eres mi esposa.

Esposa.

Narcissa era su esposa.

Suya.

—"Para un matrimonio no es necesario que nos agrade el otro" —dijo ella dando un paso más cerca de él—, tú lo dijiste.

—¿Qué tiene que ver eso con…?

—Entiendo que debas defenderme para mantener las apariencias, pero estabas molesto. Estabas enojado. Casi golpeaste a Rodolphus por lo que dijo.

Lucius cerró la boca, pasando saliva con notoriedad. Narcissa volvió a avanzar. Lucius parecía estar pegado en el lugar a un lado de la puerta.

—Eres mi esposa —repitió él de nuevo, sonando como si estuviera suplicando. Narcissa no sabía por qué.

No se detuvo. Caminó hasta posarse frente a frente. No despegó sus ojos de los de Lucius, y recorrió con la mirada su rostro. El lunar, la nariz puntiaguda, los pómulos altos… Narcissa podía sentir su aroma y cómo el ambiente cambiaba a su alrededor. Llevó una mano hasta posarla en la mandíbula de Lucius. Narcissa no sabía lo que estaba haciendo, sólo podía escuchar el pulso y repetir una y otra vez la escena de Lucius en esa librería: lo furioso que estaba, cómo ella ni siquiera había reaccionado o se había sentido ofendida antes de que él saltara a defenderla.

—¿Soy tu esposa? —preguntó, pasando su pulgar por el borde de los labios de Lucius.

—Sí —respiró él.

Narcissa dio otro paso al frente.

—¿Sólo eso?

Lucius suspiró. Este chocó con el rostro de Narcissa. Estaban cerca, más cerca que nunca. Su estómago era una conjunción de nudos que esperaba que él pudiera deshacer. No sabía qué estaba esperando, o cuánto tendría que seguir esperando.

Hasta que Lucius bajó la mirada hasta sus labios.

Y Narcissa cerró el espacio entre los dos.

Fue torpe, lento y excruciante. Narcissa había besado a más gente, suponía que Lucius igual, pero aquello se sentía algo enteramente nuevo e inocente. Narcissa movió su mano hasta posarla en la parte trasera del cuello de Lucius y este la tomó de la cintura para pegarla a él. Sus toques eran desesperados, como si no consiguiera tomar lo suficiente de ella. Narcissa abrió la boca para darle más acceso, y Lucius, como si tuviera todo el tiempo del mundo, delineó su labio inferior con la lengua haciendo a Narcissa soltar un suspiro.

Fue suficiente para que despertara.

Lucius se alejó, dando un paso atrás como si hubiera sido golpeado. Su cabello era un desastre, sus labios estaban levemente rojos, de seguro porque Narcissa lo mordió sin darse cuenta. Parecía estar totalmente fuera de su elemento. Como si el beso hubiera desarmado todo lo que era.

—Lucius-

Una vez más, Lucius huyó.

Narcissa no lo siguió, se quedó allí con el corazón en la garganta, las manos temblorosas y ansiosas de más, como si súbitamente algo le hubiera sido quitado. Narcissa pasó saliva mirando el lugar donde Lucius había estado. Las cosas no se suponían que debían ser de esa forma.

Aquella noche, Narcissa no durmió esperando que él apareciera por su puerta.

Años después se enteró de que metros más allá, Lucius esperaba lo mismo.

El primer aniversario de su boda llegó y ellos apenas se hablaban, evitando aludir a ese beso que fue tan breve, que parecía no haber sucedido en absoluto. Lucius trabajaba la mayoría del tiempo, haciendo cosas para su Señor de las que Narcissa no quería enterarse, y ella se la pasaba en el laboratorio que él mismo le montó para fabricar pociones. Mucha gente (como Snape) iba a consultarle cosas, y aunque Narcissa tomaba los casos, dudaba que se dedicaría a eso a la larga.

La fiesta de su primer año de matrimonio se llevó a cabo en el salón de la mansión. Prácticamente todo el mundo de la alta sociedad estaba allí. Su familia recientemente había sufrido dos grandes escándalos gracias a Andrómeda y Sirius, quienes abandonaron sus casas. Finalmente, luego de más de doce meses, Andrómeda salió de entre las sombras casada con ese sangre sucia del que clamaba estar enamorada. Sirius, por otro lado, se estaba refugiando con los traidores de los Potter desde hacía bastante tiempo ya. Era una suerte que Narcissa estuviera casada con un Malfoy y Bellatrix con un Lestrange, o los Black serían la escoria de la sociedad. Siempre se supo lo rentable que eran sus bodas.

Aunque, lo quisiera o no, su matrimonio ya estaba demasiado alejado de ser considerado un mero acuerdo de beneficios.

Se suponía que estaban celebrando un momento feliz, que deberían al menos fingir que lo era, pero Narcissa se pasó toda la noche mirando a Lucius beber sin parar y hablar con Tabatha Zabini, quien no paraba de coquetearle. Bellatrix hizo algún que otro comentario burlándose de ella, diciendo que Zabini le quitaría al marido, y su madre le dijo que tenía que sonreír sin importar lo que su esposo hiciera. Incluso le prohibió seguir bebiendo. Sin embargo, a Narcissa le era imposible mantenerse calmada si cada vez que veía a su esposo al otro lado de la habitación, Tabatha estaba con él y una mano tocaba su brazo. O si los dos reían de una estúpida broma. Si Lucius la miraba a los ojos de la misma forma que miraba a Narcissa. Fijo. Seguro. Ella mejor que nadie sabía qué hacía esa mirada.

La verdad era que, desde que hicieron el brindis fingiendo amor infinito, Narcissa se sentía miserable.

Al menos hasta que Rosier la encontró.

Rosier era un muchacho de Slytherin, amigo de su primo Regulus. Aunque físicamente no lo parecía, obviamente era demasiado joven para ella. Por lo menos, también era lo suficientemente simpático para sacarla de su estado de humor lúgubre. Rosier le conversó de muchas cosas que podían ser consideradas inmaduras, pero Narcissa las encontraba completamente refrescantes en medio de una jornada como esa. Chismes de Hogwarts, por sobre todo: como que su primo Sirius estaba saliendo con una sangre sucia, y que tuvo una gran pelea con el roñoso de Lupin al respecto; o que Rosier había escuchado a Regulus decir que Potter no era tan insufrible como su hermano; o que Slughorn fue encontrado en los baños de los prefectos en la madrugada junto a otra de las profesoras…

Narcissa se sintió rápidamente encantada con el chico, con la manera que tenía de expresarse, y prontamente, dejó de sentirse tan miserable. Era ridículo saber que, en gran parte, su estado de ánimo mejoró porque Rosier le decía una y otra vez que nunca había visto a una mujer más bella que Narcissa. A sus ojos Evan tenía diez años, pero bueno, ciertamente ayudaba escuchar eso cuando tu esposo estaba en la otra esquina de la sala hablándole a una mujer conocida por ser una devoradora de hombres.

—Te lo digo en serio, quizás si hubiera nacido antes, tú y yo…

—Narcissa.

Narcissa dio un pequeño salto al escucharlo, borrando la sonrisa que tenía ante la broma de Rosier. Lucius se encontraba a su lado, observando con desdén al chico. Este simplemente tenía una sonrisa que gritaba: “problemas”.

—Lucius —respondió ella, deslizando la comisuras de los labios hacia abajo con desagrado.

Lucius captó ese gesto.

—Ven conmigo.

Narcissa estuvo a punto de decirle que se fueran al carajo él y sus órdenes, pero una pequeña mirada de reojo le indicó que había más de una persona presenciando la escena. Una vez más, puso una sonrisa amplia y luego de asentir a Lucius, se giró al chico.

—Perdóname, Rosier.

—En lo absoluto, Narcissa, ¿puedo llamarte Narcissa?

—Por supuesto, Evan.

Pudo sentir la tensión irradiar del cuerpo de Lucius, pero no le importó. Narcissa hizo una pequeña reverencia, tomando el brazo de su esposo y se alejó de allí. Caminaron a una de las puertas del salón para ir hacia un balcón. Nadie debería sospechar demasiado de problemas entre ellos si fingía.

Una vez afuera, Narcissa soltó el brazo de Lucius y se alejó un paso, como si quemara.

—¿Qué estás haciendo? —demandó él. Ella apretó los dientes.

—¿Disculpa?

—Ese chico tiene como doce años, así que, qué estás haciendo.

—Exacto, tiene como doce así que no entiendo tu acusación. ¿Qué estás haciendo ?

Se miraron como si fuera un reto.

Narcissa quería gritarle, quería demandar explicaciones por su comportamiento en los últimos meses. Deseaba preguntarle por qué se había espantado así, por qué era tan terrible tenerla cerca luego de ese beso y por qué parecía darle asco estar en el mismo espacio. Quería que le dijera qué estaba haciendo ahora, hablando con esa mujer. ¿Le gustaba, acaso?, ¿finalmente había encontrado lo que buscaba?, ¿ese sería el futuro de ellos de ahora en adelante?

—Hablaremos más tarde —dijo él, sin dejar de mirarla. Narcissa podía sentir el olor a alcohol.

—¿Ahora  quieres hablar?

Sin darle la oportunidad de responder o de regocijarse en su expresión medianamente shcokeada, Narcissa entró de nuevo al salón. Esta vez ella fue quien le dejó la palabra en la boca.

El resto de la velada, Narcissa continuó hablando con el chico Rosier. Lucius, por otra parte, se emborrachó a solo unos pasos de ella.

Cuando llegó el momento de despedirse, Narcissa simplemente le dijo adiós a los Rosier y a su familia, y luego alegó que se sentía indispuesta para retirarse a su habitación. Dejaría que Lucius y Abraxas se ocuparan. Ella no estaba de humor. Extrañaba su casa, extrañaba su vida anterior, extrañaba la simpleza.

Una hora más tarde, luego de que Narcissa se hubiera quitado todo el maquillaje, deshecho el peinado, y estuviera en nada más que un camisón, la puerta de su cuarto se abrió de golpe. En el umbral se paraba Lucius, sólo con la camisa y pantalones usados en la fiesta.

Narcissa había imaginado ese escenario cada noche desde hacía meses.

Pero ahora no lo esperaba.

—Vete.

No quería hablar con él. No quería verlo. Se sentía humillada y estúpida e infantil. No quería- nada. Narcissa quería que Lucius se olvidara de esa noche y que vivieran como dos conocidos amigables por el resto de sus vidas.

Bueno, eso decía su mente.

Su corazón por otro lado quería levantarse y abrazarlo. Quería tomar su mandíbula una vez más y juntar los labios contra los suyos. Lo quería allí.

—Lucius —repitió Narcissa con aparente calma—. Vete.

Lucius no se movió.

En cambio, dio un paso al frente.

—Vete, o te juro que-

—Te amo.

Aquello provocó que Narcissa cerrara la boca. Lo miró sin comprender.

Su estómago, sus pulmones, todos sus órganos habían caído.

—¿Qué?

—No sé- no sé qué hacer, y entiendo que es estúpido porque estamos casados y esto simplemente facilitaría las cosas, pero contigo nada parece fácil, no en realidad. Y sé que no te agrado. Sé que- que- pero me besaste. Eras infeliz. Dijiste que no te agradaba, que no me habías elegido, no querías esto y  me besaste a . Y te amo. Te amo, y ya no sé cómo pretender que no me quema tenerte lejos-

—Lucius.

Narcissa se levantó, caminando hasta donde Lucius estaba. Ya no se encontraba ebrio –quizás gracias a un hechizo o una poción– pero sí completamente agitado. Sus ojos estaban abiertos, a tal punto, que parecía horrorizado por lo que había dicho, como si hubiese bajado todas sus defensas.

Narcissa sentía que apenas podía respirar o escuchar algo además de su sangre bombeando.

—Te he amado… te he amado desde el primer día que te vi —murmuró Lucius cuando la tuvo enfrente, evitando su mirada—. Desde el primer momento que mis ojos se posaron en ti.

—¿Desde Hogwarts, entonces? —preguntó Narcissa, tomando las manos ajenas entre las suyas.

—No, no te veía en Hogwarts.

—Pero me estás viendo ahora.

Lucius la miró.

Narcissa entrelazó sus dedos.

—Sí. Te estoy viendo ahora.

Con el nerviosismo en la punta del estómago, dio un paso adelante. Las manos de Lucius encajaban en las suyas. La diferencia de altura era ideal para que, si Narcissa inclinaba un poco la cara, sus labios se encontraran. Lucius repasó cada rasgo, embelesado, y Narcissa recordó lo que dijo el día de su compromiso.

Eres la mujer más hermosa que ha pisado esta tierra.

Con cuidado, Narcissa colocó la mano de Lucius encima de su pecho, justo arriba de su corazón, y dejó que sintiera lo rápido que latía. Lucius pasó saliva, y Narcissa ignoró cómo su cuello estaba volviéndose rojo. Ignoró la ira que minutos atrás estaba comiéndole el cerebro.

—Narcissa, no-

Narcissa suspiró, y una vez más, dio un paso al frente para juntar sus labios.

Esta vez fue distinto al primero. Narcissa olvidó que estaba enojada. Olvidó por qué le molestaba tanto la actitud de Lucius esa noche. Le había dicho que la amaba. Le había dicho que la amaba, y ahora todo lo que hizo por ella tomaba otro significado. Ciertamente Lucius no sabía expresarse; si no se lo hubiese dicho, Narcissa jamás habría deducido por sí sola sus sentimientos. Pero-

La amaba.

El beso era desesperado, era hambriento. Narcissa estaba cansada de desear tanto a alguien que se suponía que era suyo. Mordió los labios de Lucius; subió una mano para posarla en la parte trasera de su cuello. Los dedos de este, anteriormente descansando en su pecho, comenzaron a bajar, tanteando partes que antes no le eran permitidas. Narcissa podía sentir el temblor de su mano, así que ella misma lo guió, metiendo los dedos debajo de su ropa.

—No- no tienes que- no- —Lucius dijo cuando se separaron. Parecía incapaz de formar pensamientos coherentes—. Si quieres algo más, si quieres a alguien más. Si- lo que quiero decir es-

—No quiero a nadie más.

Lucius parecía tan jodidamente esperanzado. Narcissa se preguntaba si siempre había sido tan ciega, o si él era demasiado bueno ocultando sus emociones.

—Nunca tuviste la oportunidad de escoger, Narcissa —murmuró él, hablando encima de sus labios—. Fuiste obligada a casarte conmigo, no soy tonto. No quiero- no quiero que te estés resignando porque no viste lo suficiente. Porque no probaste y conociste a más gente. No quiero que hagas esto porque no tienes elección.

—Si la tengo.

Lucius negó, y Narcissa movió sus labios para besar su mejilla, formando un recorrido hasta su oreja. Movió la mano de Lucius más abajo aún, oyendo cómo se ahogaba en un suspiro.

—Y te elijo a ti —murmuró, dándole un mordisco a su lóbulo.

—Narcissa-

—Te elijo a ti, Lucius.

Lucius se dejó caer, apoyando la frente en el hombro de Narcissa.

Y segundos después, depositó un beso allí.

Le parecía una manera justa de sellar el trato.

•••

Quizás Narcissa debía agradecerle a Andrómeda.

Debía agradecerle que la hubiera abandonado. Debía agradecerle que la hubiese orillado a casarse con Lucius. Debía agradecerle, porque de esa forma fue que lo encontró, se enamoró, y vivió lo que era la devoción completa.

Debía agradecerle, porque sin su huida, Draco jamás habría nacido.

Narcissa se dijo a sí misma incontables veces que jamás se arrodillaría ante ningún hombre; jamás bajaría la cabeza, jamás se sacrificaría.

Existía una excepción a esa regla.

El niño que nació el cinco de junio de 1980.

Cuatro años después de iniciar su relación con Lucius, la guerra estaba en todo su auge y Narcissa dio a luz a Draco. Pasaba días haciendo nada más que mirarlo, detallando sus facciones y sus manos pequeñitas, pensando que era el ser más bello que había existido nunca. Lo único que deseaba era proteger a ese niño del odio gestándose en ambos bandos. Deseaba encerrarlo en la torre más alejada, y que nadie jamás pudiera hacerle daño.

Estaba de más decir que Narcissa no fue capaz de cumplir su objetivo.

El Señor Tenebroso cayó poco más de un año después. La guerra terminó, Lucius evitó Azkaban por un pelo, el mundo mágico se paró de nuevo, y Draco empezó a crecer en un ambiente que, ella creía, estaba lleno de amor.

Ahora se daba cuenta que en realidad, estaba lleno de errores.

Lo amaban, Narcissa lo sabía, pero en medio de ese amor le inculcaron los mismos prejuicios con los que ellos crecieron, y Draco los tomó al pie de la letra. Narcissa creyó que estaban haciendo lo correcto, que era lo correcto decirle que él era mejor que el resto porque así se sentía. Draco había nacido en una posición de privilegio, ellos se lo recordaban diciéndole que "él era un mago de verdad". Nunca creyó que haberle repetido tantas veces que los sangre sucias no merecían ese mundo como él, terminaría cavando la tumba de su familia.

Le gustaba pensar que todos esos años de dedicación y amor se habían ido a la mierda al inicio del verano de 1995, cuando el Señor Tenebroso renació y Lucius decidió escogerlo a él una vez más; pero en realidad Narcissa pensaba que fue aquella mañana en que su esposo le mostró la Marca Tenebrosa de su brazo, todos esos años atrás.

Estuvieron condenados desde entonces.

Draco creció para ser su orgullo, y al mismo tiempo su mayor preocupación. Narcissa sólo tenía una cosa clara respecto a él: y es que haría lo que estuviera en sus manos para alejar a su hijo de la guerra y la destrucción, al menos cuanto pudiera. Había pensado que Lucius compartía esa idea luego de presenciar lo feas que se pusieron las cosas en la primera guerra. Pero cuando Lucius volvió la noche que se celebraba la final del Torneo de los Tres Magos, alegando que Voldemort había regresado y que más les valía estar de su parte, Narcissa supo que no. Que no era así.

Cuando Draco cumplió los quince, a manos de Narcissa llegó la posesión que sembró los cimientos de su tormento. O quizás lo que hizo que su hijo se salvara, después de todo. Durante ese año lleno de maniobras políticas y el supuesto inicio de la guerra, el elfo doméstico de la Casa Black regresó a ella, y con él siempre iban y venían diferentes objetos. La mayoría del tiempo solía ser chatarra inservible que Kreacher les llevaba para tratar de hacerla feliz a ella y a Bellatrix. Sin embargo, no fue hasta varias semanas que le dio algo verdaderamente útil.

Ni siquiera se lo había dado, en realidad, sino que Narcissa lo pilló usándolo cuando creía que nadie lo estaba viendo. Kreacher lo traía en sus túnicas. Narcissa lo reconoció al instante.

Trouve Étoile —dijo ella, recordando que sus padres le hablaron de ese objeto pero nunca lo había visto hasta entonces—. ¿Qué haces con él?

Kreacher pegó un salto, levantando la mirada para observarla con culpabilidad. Ni siquiera trató de ocultar el Trouve, simplemente se quedó allí, con los pies pegados en su lugar mientras Narcissa caminaba hacia él.

—Kreacher, te he hecho una pregunta. Qué haces con el Trouve.

Tenía claro que por temas de legitimidad, el elfo no estaba obligado a contestarle, pero su lealtad por la sangre Black era más grande que sus secretos personales.

—Kreacher no puede decir, Ama Narcissa. A Kreacher le ordenaron no contarle a nadie.

—¿Quién?

—El Amo dijo que no puedo-

—¿Sirius te dijo eso?

—Regulus, Ama Narcissa.

Narcissa sintió que su corazón se detenía.

Con todo el ajetreo de su embarazo, apenas se había detenido a pensar en Regulus durante la primera guerra. Era como una astilla, presente pero que sin ser tocada, no dolía. Kreacher acababa de recordarle lo mucho que había perdido.

—Si no vas a explicarte, dámelo —ordenó.

Kreacher apretó el objeto con aún más fuerza. Narcissa extendió una mano.

—Kreacher. Dámelo.

Durante casi dos minutos, Kreacher no hizo más que intercambiar miradas entre el objeto y ella, salvo que la mirada de Narcissa no flaqueó. Sabía que obtendría lo que deseaba.

—El Amo Regulus me prohibió que la Ama Walburga lo viera. Me prohibió que se enterara de lo que pasó. No puedo-

—Yo no soy Walburga Black —Narcissa escupió—. Y te he dicho que me lo des.

Kreacher se retorció, tirando de su ropa y contemplando sus opciones. Si no le hacía caso, Narcissa lo echaría sin pensarlo de su casa.

El Trouve cayó en su mano con un quejido lastimero.

Narcissa lo examinó con el corazón en la garganta, encontrando allí a los miembros con sangre directa de la familia Black. Estaba su padre, Alphard, Lucrecia, Orión, Walburga, Regulus, Sirius, Andrómeda, Nymphadora, Bellatrix, ella, y Draco. Narcissa tocó con manos temblorosas el nombre de cada uno, descubriendo que algunos tenían a un lado algo largo escrito, y otros una frase muy simple:

Con vida.

Sus ojos fueron a parar al nombre de Draco automáticamente.

Con vida. Con vida. Con vida.

Regulus, por otra parte, tenía escrito el tiempo que llevaba muerto y donde se ubicaba. Narcissa casi quiso gritar al ver que marcaba estar en el medio del mar. Nunca lo encontrarían… aunque tampoco tenía intenciones de buscar a su primo, por mucho que le doliera. Nadie podía enterarse que tenía ese objeto. Lo único que deseaba era usarlo para poder asegurarse de que su familia seguía viva cuando no los viera.

De que Draco seguía vivo.

El Trouve Étoile era un objeto, una reliquia familiar que solía pertenecer a Walburga y que indicaba el estado de vida de los Black. O si no, dónde se encontraba su cuerpo para darles sepultura. Narcissa no entendía del todo por qué Kreacher lo tenía, o por qué Regulus le había ordenado ocultarlo, pero tampoco le interesaba. Le servía. Lo necesitaba.

—Kreacher —dijo, cuando vio por el rabillo del hombro que este se marchaba tratando de pasar desapercibido.

—¿Sí, Ama Narcissa? —respondió, volteando lentamente.

Narcissa, conociendo a la perfección que las mentes de los elfos funcionaban distinto, que sus barreras mentales y la forma en que organizaban sus recuerdos era inentendible para los magos, elevó la varita.

Obliviate.

Seguramente, debía bastar.

Pocos elfos recordaban después de un Obliviate. Pocos eran capaces de navegar por sus recuerdos como un humano lo haría.

Kreacher parpadeó, aparentemente perdido por lo que acababa de pasar y dónde estaba. Luego, la vio e hizo una reverencia.

—Puedes marcharte, Kreacher —dijo Narcissa.

Este obedeció.

Narcissa examinó el objeto y se lo quedó sin pensarlo más. Al año siguiente, cuando Lucius fue apresado en Azkaban y las turbulencias de 1996 llegaron, dormía con él.

El nombre de Draco siempre decía lo mismo.

Con vida.

Narcissa empezó a perder el pelo en esa época, sin saber que aquel sólo era el comienzo de un sinfín de sufrimiento. Todas las noches tenía pesadillas sobre la iniciación de Draco: cuando a su niño le quemaron una Marca enfrente de ella. Draco ni siquiera se veía como si tuviera dieciséis. Era alto, pero demasiado delgado e ingenuo para parecer un hombre. Narcissa se arrodilló, se aferró a sus túnicas para pedirle que se alejara del Señor Tenebroso, que eso no le haría ningún bien.

Pero tuvo que mirar, igual de impotente que con Lucius, cómo Draco elevaba el brazo y le decía a Voldemort que lo elegía.

Orgulloso.

Narcissa no sabía cómo se equivocaron tanto.

Lo peor era que ya no podía culpar a Andrómeda por su vida, y tampoco podía culpar a Lucius del todo. Era responsabilidad de ambos. Era de ella. Quizás si hubiera hecho más, quizás si lo hubiera hecho todo, absolutamente todo, de una forma distinta…

Aquel nunca hubiera sido su destino.

Draco habría sido otra persona.

Narcissa tuvo que presenciar cómo su hijo iniciaba 1996 con una sonrisa petulante, cómo volvió para Yule más delgado y pálido que nunca, y cómo terminó el año sin una pizca de inocencia. Narcissa tuvo que presenciar cómo su hijo se caía a pedazos- y ella no podía hacer nada para evitarlo. Le habría gustado que fuera distinto.

Sin embargo, estaba cosechando los frutos que ella misma sembró.

La guerra llegó de nuevo. Lucius regresó. Su familia estaba en el ojo del huracán. Narcissa miraba el Trouve todo el día aunque Draco estuviera en la misma casa. Los meses pasaron. Narcissa apenas los recordaba.

Hasta el día en que todo terminó, suponía.

O mejor dicho, el día que todo empezó.

Cuando llegó la Batalla de Hogwarts, Narcissa se despertó creyendo que era una mañana como cualquier otra. Checó el objeto para asegurarse de que Draco continuaba vivo y besó a Lucius mientras dormía, porque mentiría si despierto Narcissa no quería asestarle un golpe. Habían sido meses de vivir un infierno esquivando torturas, solamente porque él ofreció su casa como base de Mortífagos. Narcissa dormía con un ojo abierto, y Draco tenía su puerta con cien encantamientos de protección.

Ella pidió el desayuno a la habitación. Lucius se levantó poco después y fue llamado, como siempre. Draco llegó a su cuarto para juntos comer sin decirse una palabra. Entonces, Narcissa lo miró a los ojos, y dijo:

—Sabes que saldremos de esto, ¿no?

Su hijo no reaccionó por un largo rato. Estaba demasiado delgado, la guerra le había succionado la vida. Por supuesto que Draco no le creía, no tenía razones para hacerlo. Sin embargo, asintió, dejando que Narcissa acariciara su cabello opaco mientras le murmuraba que juntos estarían bien.

Pero luego llegó la tarde, se alertó una entrada a Gringotts, el Señor Tenebroso enfureció, y poco tiempo después en la mansión explotó el caos. Narcissa perdió el rastro de Draco en medio de los gritos y órdenes. Lo buscó por toda la mansión, pero no lo encontró. Los Mortífagos estaban marchándose para intentar capturar a Potter. Narcissa no entendía en qué jodido momento desapareció. Lo tuvo a su lado, Voldemort le ordenó que le entregara todas las pociones del laboratorio, y cuando volvió, Draco ya no estaba.

En medio de su histeria, Narcissa sacó el objeto de sus túnicas sin importarle quién estuviera cerca. Sospechaba que le fue ordenado ir a pelear, sospechaba que se encontraba lejos de donde podía protegerlo. Los ojos de Narcissa escanearon con miedo el objeto, y… algo llamó su atención.

Había un nombre que ya no tenía una oración escrita.

Había un nombre que, súbitamente, dejó de tener la oración: “con vida" escrita debajo de él, y había sido reemplazada por la palabra "fallecido" junto a una ubicación-

Y Narcissa lo habría ignorado, así como ignoró la muerte de su primo Sirius, así como ignoró la locación del cadáver de Regulus: sus ojos solo tenían tiempo para Draco. De verdad, Narcissa estaba dispuesta a ignorar que Andrómeda de repente aparecía muerta en el objeto… pero no era eso lo más impactante.

Más allá de que Andrómeda estuviera muerta, lo que la llenaba de miedo y confusión es que la locación de su cadáver se trataba de, nada más ni nada menos, que la Mansión Malfoy.

Andrómeda estaba en la Mansión Malfoy.

No sabía qué había pasado, sólo que necesitaba comentarlo a alguien. Lucius no estaba. Draco tampoco. Narcissa tenía que mostrarle a Bellatrix que- que Andrómeda estaba allí. Que estaba muerta. Que la persona que solía ser su hermana estaba muerta y que por una razón extraña estaban bajo el mismo techo, y-

Y habría seguido avanzando y divagando, si no fuera porque en medio de su salón principal, estaba exactamente lo que buscaba.

El cuerpo de Andrómeda se encontraba a un lado de la chimenea. Los ojos sin vida miraban fijamente a Narcissa. Bellatrix caminaba a su alrededor como una pantera, moviéndola con el pie de vez en cuando. Algo doloroso se clavó en su pecho al ver que Andrómeda lucía- exactamente igual. Habían pasado más de veinte años, y no lucía nada diferente a la última vez que Narcissa la vio. Y no debía ser así, debía tratarse de una mujer distinta. Narcissa debería pensar que no la reconocía y que no veía en ella todas las tardes en las que jugaron, o en las que las tres hermanas se juntaban en una cama para que Andrómeda les leyera un libro. Narcissa debía ver a una extraña, no a la chica de carácter fuerte que siempre las defendía a ella y Bellatrix cuando alguien les hacía algo injusto. Narcissa no podía sentir que acababan de quitarle- una vez más-

—Bella, ¿qué…?

—¡Oh, Cissy! —dijo ella cuando la escuchó, pasando por encima de Andrómeda cómo si no estuviera allí—. ¡Estaba a punto de ir a buscarte para que la vieras!

Narcissa no podía quitar sus ojos de los de Andrómeda, no podía dejar de sujetar el objeto con tanta fuerza que se le clavó en la piel. Su respiración empezaba a salir errática.

—La vi… la vi, vine porque tenía que- no pensé. —Narcissa subió el objeto, observando una vez más el: "fallecida"—. ¿Qué pasó…? Bellatrix, necesito que me digas qué- cómo-

—Ah, te explico qué pasó, para que no estés tan perdida. Verás, pudimos sonsacarle la ubicación de su casa a ese sangre sucia de Tonks que corrompió a Drómeda, ¿te acuerdas? —Bellatrix comenzó a relatar la historia como si hablara del clima—. El punto es que fuimos a la pocilga para encontrar a Potter, para ver si lo tenían allí escondido, pero lamentablemente no fue así- aunque debo admitir que me entretuve bastante. La hija bastarda de Andrómeda estaba a punto de marcharse porque los Aurores comenzaron a ser convocados para una de sus tontas batallas, y Rodolphus la mató antes de que huyera, ¿no lo encuentras genial? Bueno, yo lo encontré genial.

»Entramos, buscamos, no encontramos a nadie y estuvimos a nada de marcharnos, pero antes de salir, escuchamos un llanto, ¿puedes creerlo? —Un llanto. Un niño—. Venía de abajo de una de las tablas del salón. Yo la saqué, por supuesto, y supongo que adivinarás qué había ahí… ¡Andrómeda sujetando a un bebé!, ¡un bebé nacido de sangre sucias!, ¡de un hombre lobo! Creo que ni siquiera podríamos llamarle bebé, esa cosa era un perro mestizo, una mezcla abominable. En fin, Andrómeda suplicó para que la mataran a ella y que dejaran vivir al niño, pero Yaxley le cortó la cabeza ante sus ojos. Yo me enojé un poco, porque bueno- quizás podríamos haber experimentado con el muchacho, ver qué tan fuerte era. Podríamos haberle sacado sangre y mezclarla con otras criaturas, pero me distrajeron rápido porque luego todos concordaron en que yo debía matarla a ella…

Narcissa estaba mareada. Estaba asqueada. Miraba a Bellatrix y quería vomitar. Sabía que su hermana estaba loca, que los años en Azkaban no hicieron mucho por su carácter ya salvaje. Sin embargo- bebés. Su hermana.

Su melliza.

Bellatrix la mató y contaba todo como si se tratara de una puta anécdota. Narcissa temblaba, mirando el cadáver y el objeto como si deseándolo lo suficiente, aquello terminaría siendo una pesadilla.

—No luces igual de satisfecha que Bellatrix dijo que estarías.

Narcissa sintió un escalofrío en todo el cuerpo, que solo hizo que las náuseas aumentaran. El olor a sangre estaba inundando el cuarto, y Voldemort, quien había estado en una esquina presenciando todo, ahora caminaba hacia ella. Impasible. Sus ojos estaban fijos en el objeto de su mano.

—Tampoco luces tan sorprendida como yo creí que estarías —continuó—. ¿Eso tiene que ver con el objeto de tu mano?

Con vida, decía bajo el nombre de Draco. Con vida. Con vida. Con vida.

—Entrégalo, Narcissa —dijo él, o Bellatrix. O los dos. No podía distinguir con certeza—. Ya has pecado suficiente escondiéndolo de tu Señor hasta este instante.

Lucius, Narcissa necesitaba a Lucius. Patéticamente, aquello sería mejor si él estuviera allí, si pudiera compartir su horror o si él pudiera besarle los pies a ese hombre de una forma que Narcissa nunca haría. La mano del Señor Tenebroso se envolvió en su muñeca, tirando de su brazo, y de pronto Narcissa lo tuvo a solo unos centímetros, cara a cara. Le llegó el aliento podrido, la sonrisa maquiavélica, y el Trouve se le resbaló de los dedos.

—Oh, por eso es que te has enterado que tu hermana estaba aquí, y Bellatrix no pudo darte la sorpresa. —Voldemort examinó el objeto. Narcissa vio sus ojos descansar en la etiqueta de Regulus, aunque no pudiera ver nada en realidad—. Dime, ¿esto te hace ver dónde está tu familia?

—Sí —respondió Bellatrix—. ¿Es el Trouve, no? Muestra la ubicación de los cuerpos fallecidos, ¿verdad, Cissy?

—Interesante… ¿qué más has estado ocultando de tu Señor, Narcissa Malfoy?

Sabía que lo que venía a continuación sería una acusación de traición. No era la primera vez: cada mes había al menos dos bajas por eso, porque Voldemort no confiaba en nadie. Narcissa sólo pudo pensar en Draco, y en cómo no estaba segura de si Lucius podría cuidar de él al igual que ella lo hacía.

Narcissa cerró los ojos, rogando a algún Dios que la escuchara.

—Creo que lo más sensato es-

Pero Voldemort nunca terminó esa oración.

Alguien gritó en el otro extremo de la casa, y diez personas irrumpieron en el salón. Todas hablaban al mismo tiempo, o Narcissa en realidad estaba demasiado intranquila para dilucidar qué decían. El objeto ya no estaba en sus manos, sino que Voldemort lo sostenía, lejos de ella, y Narcissa no podía parar de mirar a Andrómeda muerta a sus pies. Bellatrix la había matado.

Y lo encontró divertido.

Matar a su hermana.

—…¡Harry Potter fue detectado en Hogsmeade!...

Narcissa vio que de pronto todos empezaban a movilizarse. Ella cayó de rodillas porque había parado de ser sujetada por Voldemort, y un sólo pensamiento resonó en su cabeza.

Draco.

Dónde está.

Narcissa se levantó, notando que había sido dejada sola, y buscó a su hijo por todos los rincones de la mansión, esperando que hubiera sido lo suficientemente inteligente para ocultarse aunque hubiese sido llamado. Sin embargo, por más que Narcissa hiriera sus cuerdas vocales gritando su nombre, por más que hubiera ordenado a los elfos que seguían vivos que lo encontraran, Draco no estaba allí.

Draco había ido a pelear.

Lucius se la topó saliendo de la mansión fuera de las barreras, y Narcissa colapsó contra su pecho, golpeándolo, gritándole y culpándolo porque Draco no estaba allí, y que si no hubiera vuelto a ser el perro del Señor Tenebroso, esto jamás habría pasado. Draco jamás lo habría elegido a él. Lucius estaba igual de pálido que ella, igual de temeroso. Era el hombre menos demostrativo de la tierra, pero había una cosa que Narcissa tenía clara:

Amaba a Draco.

Lo amaba más que a ella.

Lo amaba más que a sí mismo.

—Lo encontraremos —dijo él, tratando de controlar el tono de su voz—. Lo encontraremos y luego nos iremos lejos juntos. Ya verás.

Narcissa no respondió. Lucius la abrazó, y ambos se Aparecieron cerca del castillo para presenciar cómo los Mortífagos querían tirarlo para poder entrar.

La batalla en sí no podría haber sido descrita como más que un borrón. Lucius abandonó su lado en un punto que ella ni siquiera podía recordar. Su mano estaba vacía gracias a que el Señor Tenebroso ahora tenía el objeto. No existía manera de comprobar que su hijo se encontraba vivo. No le importaba el resto, que se mataran si querían. No le importaba quién ganara. Sólo le interesaba que la mitad de su alma estuviera viva.

Todo lo que Narcissa podía recordar de esas fatídicas horas era un nudo en su garganta y en el pecho, que no tenían que ver más que con el miedo.

Nudo que no se deshizo hasta que fue llevada al Bosque Prohibido a presenciar la muerte de Harry Potter.

Antes de eso, de ese determinante momento en el que fueron llamados a reunirse allí, Narcissa tenía una vaga memoria de haber visto a Voldemort inclinarse hacia Bellatrix para decirle algo al oído. Su hermana se Apareció y no volvió por un buen rato. Su serpiente tampoco estaba, Narcissa notó. No volvió a verla. Bellatrix regresó justo cuando Potter llegó al Bosque a morir.

Harry Potter, a quien sólo había visto un par de veces. El antagonista de su hijo. Un chico escuálido que no debería representar ni la mitad del poder que Voldemort le había conferido.

Cayó como si no fuera nada luego del Avada Kedavra del Lord.

—Tú, examínalo y dime si está muerto.

Narcissa no sabía si Voldemort estaba probando sus lealtades en medio de esa crítica situación, o si genuinamente se encontraba tan afectado por lo que acababa de suceder que no se daba cuenta de que estaba exigiéndole a ella, la mujer que iba a acusar de traición, que verificara si Harry Potter estaba vivo.

Bueno, fue un error de su parte.

Narcissa no le debía lealtad.

Narcissa se arrodillaba sólo por un hombre.

—¿Está Draco vivo? —dijo cuando estuvo al lado del chico. Se sentía frágil. Se sentía pequeño. Ella temblaba—. ¿Está en el castillo?

—Sí.

Narcissa sintió que le devolvían el alma al cuerpo.

—¡Está muerto! —gritó dándose vuelta, aún temblando. Trató de disimular lo que más podía.

Draco estaba vivo.

Estaba vivo.

Tuvo que presenciar las torturas al supuesto cadáver de Potter, y tuvo que marchar entre las primeras filas. Voldemort parecía haber crecido cinco centímetros más solo por haber matado a ese muchacho. Narcissa no podía creer cómo todos eran tan ciegos, cómo no podían ver qué clase de líder tenían si una de sus mayores amenazas era un adolescente que no superaba los diecisiete.

—Draco está en el castillo —murmuró Narcissa a Lucius—. Tienes que encontrarlo.

—Nos iremos cuando lo haga. Los mantendré vivos a los dos. Lo prometo.

Narcissa calló.

Calló, rogó, y su respiración no se calmó hasta que pudo ver con sus propios ojos que Draco, efectivamente, estaba respirando. Que estaba allí.

—Ven —susurró cuando vio su carita llena de suciedad, aunque él no podía escucharla. Estaba perturbado. Parecía tener doce años de nuevo—. Ven, Draco.

Voldemort dio su discurso. Un chico fue torturado. Bellatrix fue asesinada. Narcissa no quitó los ojos de su hijo; y cuando creyó que todo había acabado, que pasara lo que pasara, ellos ya habían terminado con esa guerra… Harry Potter desapareció.

Narcissa atajó a Draco entre sus brazos.

Y lloró en su hombro.

—Lo siento. Lo siento. Lo siento.

—¿Mamá, qué…?

—Lo siento, por lo que va a pasar.

Draco estaba desorientado, y Narcissa junto a él y Lucius se alejaron lo máximo posible del caos, retrocediendo para así poder Aparecerse- cosa que nunca lograron. Cada uno estaba al costado de los hombros de su hijo. Juntos vieron la matanza. Vieron cómo los Mortífagos superaban en número a la Orden.

Nada tenía sentido. Narcissa casi podía saborear la muerte por traición, por el objeto, por haber mentido. Los Mortífagos los rodearon, impidiéndoles la huida, y cuando ella ya había aceptado su destino, ese que no demoraría en llegar cuando todo acabara… vio algo que la asqueó y llenó de esperanza al mismo tiempo.

Andrómeda.

Estaba siendo sujetada por gente del otro bando, alejándola de la batalla. Su hermana estaba allí, y si Narcissa no la hubiera visto muerta horas atrás no habría encontrado nada raro en ella.

Entonces las piezas se unieron: la súbita desaparición de Bellatrix y Nagini atacó su memoria.

Esa no era Andrómeda.

Era el cadáver de su hermana reanimado, siendo arrastrado por la Orden que comenzaba a retirarse.

No sabía qué significaba, por qué Voldemort se tomaría tal molestia, pero era información valiosa y Narcissa tenía que hacer algo al respecto. Voldemort iba a ganar, eso estaba claro. Reinaría su mundo, ella sería ejecutada, Draco torturado y Lucius la burla de los Mortífagos. Tenía que hacer algo rápido, para evitar la extinción de su familia.

Tenía que hacerse necesaria.

Obliviate —murmuró, llevando la varita a su cabeza.

Un segundo después, Narcissa no recordaba absolutamente nada referente a serpientes o muertes familiares.

Parpadeó un par de veces, como si alguien la hubiera golpeado y acabara de recobrar la consciencia. Se sentía mareada.

—¿Mamá…?

Narcissa se giró, dedicándole una sonrisa confundida. La destrucción le pareció lejana.

—Todo va a estar bien...

Draco la abrazó y Narcissa besó su cabello. El agarre duró perfectamente más de una hora.

O minutos.

Sólo sabía que tiempo después, los Mortífagos se la estaban llevando inconsciente, lejos de su familia.

•••

—¿Qué es lo que sabes?

Narcissa no tenía idea de cuánto tiempo había pasado; no podían ser más de unas horas. Su cuerpo estaba herido y agotado gracias a la tensión. Su cabeza dolía.

—¿Draco…?

Alguien la abofeteó, y sus sentidos estaban tan lentos que lo sintió segundos después de que el sonido llegara a sus orejas. Narcissa parpadeó, notando que Voldemort se encontraba a solo pasos más allá y un grupo de seis Mortífagos la rodeaban. No había rastro de Draco. No había rastro de Lucius.

Voldemort avanzó, poniéndole el Trouve enfrente de sus narices.

—¡¿Qué ves?! —siseó.

Narcissa no comprendía por qué le estaban poniendo eso, o qué miembro de su familia o cuerpo le era tan urgente al Señor Tenebroso de encontrar. Lo último que recordaba era a Andrómeda muerta, y a Voldemort quitándole el objeto. No sabía qué podría estar buscando.

Quizás a Bellatrix.

Narcissa acababa de recordar que también estaba muerta.

Soy la única que queda.

—Nada…

Otro golpe llegó, esta vez aterrizando justo entre su ojo y su nariz.

Y Narcissa gritó. O Voldemort gritó. No pudo averiguarlo, porque obviamente el Señor Tenebroso no se conformaría con esa respuesta. Sin permiso o premeditación, este sujetó los lados de su cabeza y entró a su mente.

Las barreras de Narcissa estuvieron arriba al instante sin siquiera pensar en ellas. Voldemort intentó traspasarlas haciendo daño, destrozando y quemando, sin embargo no podía hacer mucho aparte de ver la estructura de su mente, mas no los recuerdos, la información real. Narcissa no sabía qué estaba buscando, en todo caso, qué tenía que ver el Trouve o por qué ella debía saberlo.

—¡¿Qué ves en este objeto?!

El Trouve estuvo de vuelta en su cara, y esta vez Narcissa sí que lo examinó, porque dolía y ya no quería que siguiera la tortura. Pero por más que miraba los nombres, por más que repasaba una y otra vez el estado de sus vidas, no podía ver nada. Allí no había nada. El objeto que antes se revelaba ante ella, ahora ya no- no le respondía.

Bellatrix estaba muerta. Sirius estaba muerto. Regulus, Andrómeda, sus padres… Sólo quedaba ella además de Draco con sangre Black.

Y debía pertenecerle aún, debía hacerlo, porque en su sangre lo estipulaba. Excepto que allí debía estar interfiriendo otro poder. Existía otra persona que tenía más derecho a ese objeto que ella, o que otro Black.

Kreacher ya no volvió.

Kreacher también respondía a otra persona, entonces.

A otro heredero de todas las posesiones Black.

—Mis hermanas están muertas… —murmuró Narcissa derrotada. No había nada que pudiera hacer—. Yo no- no sé-

Otro golpe.

Narcissa sintió que este cortaba su mejilla.

—¡¿Qué es lo que ves?! —gritó uno de los Mortífagos.

—Nada. No puedo ver nada… alguien más tiene el poder sobre este objeto.

—¡Puta estúpida!

Narcissa cerró los ojos, sabiendo que lo que venía a continuación era un Crucio.

O muchos.

La necesitaban para ver algo en ese objeto, y no la matarían, pero harían que deseara que lo hicieran.

Esperaba que al menos Draco pudiera beneficiarse de esa situación.

•••

—¿Quieres saber qué le pasó a tu hermana?

Luego de dos semanas, Narcissa había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba encarcelada. Todos los días eran iguales que los otros, y los calabozos de la mansión eran tan oscuros que le era imposible saber si era de noche o de día, o si ahora estaba en Azkaban o no. Draco aparecía de repente, aunque Narcissa estaba convencida que en realidad eran ilusiones para hacerla miserable. A veces los dementores la atormentaban, pero Narcissa pensaba que era su imaginación. El pasado, el presente y el futuro parecían ser uno solo. Su cuerpo estaba cansado de tanta humillación.

Nadie le había advertido que ese era meramente el inicio.

—Sé lo que le pasó a Bellatrix —susurró ella con la poca fuerza que le quedaba—. Estaba ahí.

—No a Bellatrix —el Lord le corrigió—. A Andrómeda. ¿Quieres saber lo que le pasó a su cuerpo?

Narcissa no quería. No quería escucharlo. Deseaba entender por qué estaba allí, por qué Lucius aún no encontraba una forma de sacarla como prometió hacerlo. Quería saber qué tenía de importante su objeto o qué tenía que ver Andrómeda en todo esto.

Joder, su cabeza dolía.

—Ordené a Bellatrix en medio de la batalla —Voldemort dijo ante su silencio—, llevar a Nagini al cadáver de Andrómeda, y yo desde la distancia la puse dentro de su cuerpo. Así de fuerte era nuestra conexión.

Narcissa cerró los ojos.

Su hermana, la memoria de su hermana, estaba por allí viviendo con una serpiente dentro, reanimada por magia negra. Su cuerpo, que ya debía estar en descomposición, seguía en pie porque Voldemort la había usado como un envase.

Jodida Bellatrix.

Jodida Andrómeda.

¿Cómo podían haber sido tan estúpidas?

—¿No te gusta enterarte de eso?

El tono burlón del Lord no se comparaba con toda la amargura y enojo que había detrás. Narcissa tenía claro que lo que más deseaba Voldemort era matarla lentamente, hacerla sufrir aún más, pero la necesitaba cuerda. La necesitaba allí, consciente para averiguar…

Para averiguar dónde estaba el cadáver de Andrómeda, a través del objeto.

—Para eso sirve, esa traidora de la sangre. Y ahora- —Voldemort escupió—. Ahora por tu culpa, Nagini está en peligro.

Narcissa esperó, y el electroshock no tardó en llegar. Era un nuevo método de tortura que el Señor Tenebroso empezó a probar en ella. El electroshock provocaba que Narcissa se orinara, que tuviera convulsiones, vomitara, y básicamente la humillara, más allá de hacerle daño.

—Mentiste por Harry Potter en el Bosque Prohibido —dijo, cuando dejó de sacudirla—. Alguien se ha llevado a Nagini, está bajo un Fidelius o bajo un hechizo, una magia lo suficientemente fuerte para que nuestra conexión se corte. La conexión que yo tengo con ella. Y si no fuera por ti-

Voldemort apuntó a algo detrás de ella, y aunque estaba en medio de la celda, prácticamente apresada en una jaula, igualmente pudo girarse. Lo suficiente al menos para notar que a unos pasos más allá, Lucius estaba parado estoicamente.

Estaba allí.

Estaba presenciando eso.

Narcissa se encontraba lo suficientemente consciente para darse cuenta.

—Ya te lo he dicho, Narcissa Malfoy —Voldemort habló de nuevo, mientras sus ojos se conectaban con los grises—. Tú vas a devolverme a Nagini. A través de tu hijo, a través de ti o a través de tu esposo. Vas a traérmela.

Narcissa no veía cómo podía hacer eso, considerando que el objeto no le respondía a ninguno de ellos, sino a otro heredero, y sabiendo que Voldemort ya no tenía la misma conexión con su serpiente.

Lucius no despegó la mirada y Narcissa tampoco, pidiéndole ayuda con los ojos. Parte de sí misma estaba convencida que aquello era un plan de Lucius para sacarla de allí, para sacarlos a ambos de esa tortura. Por otra parte… Lucius parecía observarla con indiferencia, de una forma que Narcissa creyó haber olvidado.

Te he amado desde el primer día que te vi.

—Mientras tanto…

Narcissa cerró los ojos, esperando la tortura de Voldemort.

Cuando en realidad, el que levantó la varita,

Fue Lucius Malfoy.

•••

Ocho años después, la mayoría de las cosas ya habían sido desveladas. Harry Potter estaba vivo y él era el dueño del objeto que el Lord no podía utilizar, porque Sirius le dejó su herencia y ya no quedaban más Blacks que ella y Draco para hacerle contrapeso a su derecho. Narcissa tenía un Obliviate que delataba que, con objeto o sin objeto, ella ocultaba una pista que le podía decir a Voldemort dónde estaba Nagini. Los esfuerzos del Lord ahora tenían que ver con eso: romper el Obliviate de su mente, y encontrar y apresar a Harry Potter para que le dijera dónde estaba su serpiente, mostrándole el Trouve. Lucius resultó elegir una vez más a Voldemort por algo que ella no podía explicarse, y Draco había dejado de ser torturado gracias a que Narcissa se sacrificaría.

Y el día de su sacrificio había llegado.

Le quitarían la magia para así deshacer su Obliviate, o eso era al menos lo que Voldemort pensaba que haría. Narcissa se conocía lo suficiente para saber que no iba a superar eso. Por mucho que se hubiesen preparado, la ceremonia era peligrosa, y tantos años de aislamiento, cansancio y torturas le iban a hacer imposible seguir sobreviviendo, incluso cuando en los últimos cuatro años el sufrimiento había disminuido considerablemente.

Era lo mejor.

Era lo mejor para todos.

El sufrimiento iba a parar, Lucius claramente no iba a llorar su muerte después de tantos años en vano y promesas rotas. Draco ya había aprendido a cuidarse solo. Narcissa ya no tenía ningún rol que cumplir allí.

Sólo… le habría gustado despedirse.

No recordaba cuándo fue la última vez que vio a Draco, pero cuando la visitó, se sintió como haber despertado de un largo sueño. Él no recordaba todas las atrocidades, por supuesto, y Narcissa estaba jodidamente agradecida por eso. Se veía mayor, mayor de lo que ella pensaba; tenía una gran cicatriz cruzando su cara, sus facciones eran duras y lucía demasiado esperanzado para su propio bien. Demasiado lleno de expectativas.

Draco ya no era un niño.

Draco inspiraba miedo y madurez.

Dolía.

Su hijo la había mirado a los ojos la última vez, sentados uno frente al otro (en lo que ella asumía, debía ser Azkaban). A Narcissa se le llenaron de lágrimas cuando lo vio. Supo ahí que su sacrificio tendría un significado.

—Creo que esta si es, mamá —había susurrado él, con aire conspirativo—. Creo que ahora sí, pronto te sacaré de aquí.

Algo se arrugó en su estómago, parecido a una mezcla de resignación y esperanza.

Draco estiró la mano, atrapando la suya. Narcissa reprimió un salto. Esa era la primera vez en meses que alguien la tocaba para no hacerle daño.

—Está bien, Draco.

—¿Cómo estás tú, de todas formas? ¿Cómo te están tratando? Ellos dicen que vives bien —dijo él dedicándole una expresión cálida. No era exactamente una sonrisa. No recordaba que Draco hubiera sonreído jamás desde que Voldemort ganó—. ¿Estás bien?

—Sí, hijo —respondió ella, sintiendo que tragaba arena—. Estoy bien.

—Bien. Entonces, no te molestará que te cuente de la casa que compré en Chile. Queda muy lejos, hablan español, y…

Narcissa lo escuchó, tratando de grabarse en la memoria su cara, de memorizarlo lo suficiente para que al momento de morir, esto fuese lo último que viera. Y Draco le contó de la vida que tendrían, le habló de ese otro mundo donde podrían haber sido felices. De la vida que le prometió que le daría.

Narcissa no creía que romper otra promesa haría mucha diferencia.

—Una vez que todo termine —Voldemort dijo, meses después de ese último encuentro, tomando su barbilla con manos frías e inhumanas—, veremos qué es lo que has estado ocultando. Qué fue lo que viste ese día.

Narcissa estaba en medio de un círculo. Era tarde. Toda la mañana había pensado en la noche que Andrómeda la abandonó.

Debió haberse ido con ella, quizás.

Tuvo que haberle rogado que se quedara.

No habría tenido a Draco, pero al menos, Lucius y ella nunca habrían sido nada.

Eso hubiera sido una buena vida.

Te he amado desde el primer momento que te vi.

Voldemort dio un paso atrás; todo el Nobilium estaba allí exceptuando a Draco (quién era reemplazado por Lucius). Todos estaban tomados de la mano con doce velas que rodeaban su círculo, representando el fuego; había sal representando la tierra; un encantamiento refrescante representando el aire, y un vaso de agua. Todo estaba cerca de ella. Se suponía que su magia sería guardada en la naturaleza.

Aquello era una aberración, por muy lindo que sonara.

Voldemort empezó la ceremonia leyendo un libro. Cada uno dijo una palabra. Voldemort mezcló los elementos. Cada uno repitió la misma palabra. Narcissa estaba mirando el suelo, temblando, pensando en Draco y qué estaría haciendo en ese momento.

Creía haber aceptado su destino, pero ahí, sintiendo cómo el ritual empezaba a drenarla… se dio cuenta de que no, de que nunca le había tomado el peso a lo que era dejar ese mundo y dejar a los que quería atrás.

A Draco.

A Lucius.

Narcissa sintió la garganta cerrarse mientras desviaba la vista al frente, encontrando la mirada de Lucius. El hombre que la había hecho sentir la mujer más hermosa de la tierra ahora estaba allí, y la estaba matando.

La estaba matando.

Lucius la estaba matando.

Narcissa se rio sin poder evitarlo. Era ridículo ese pensamiento, que la persona que sabía de memoria sus comidas favoritas, que conocía sus hábitos o cómo sonaban sus pasos- la persona que sostuvo su mano cuando Narcissa dio a luz, quién le prometió que todo estaría bien- estaba quitándole la vida.

De todas las formas que pensó que moriría, esa jamás habría estado en su lista.

Lo peor de todo era que aún así, aún después de todo el dolor, de llorar noches enteras, sollozando por la traición- Narcissa todavía lo amaba. Miraba sus ojos, y era como ver la expresión lastimera de Lucius la noche de su primer aniversario. Miraba las arrugas alrededor de sus párpados y veía las sonrisas que sólo le dedicaba a ella y a Draco. Veía sus manos, y era recordar los toques inciertos y avergonzados. Los años juntos. La confianza que creía haber adquirido. Cómo deseó cada noche que eso fuera un sueño.

Narcissa lo amaba.

Narcissa amaba a Draco.

No estaba lista para irse sabiendo que no los tendría una última vez.

Aún no.

Narcissa se dobló en dos, cayendo de rodillas. Cada uno hizo un pequeño corte en sus manos. En las suyas también.

No estaba lista para dejarlo solo. No estaba lista para irse.

Todavía no.

Por favor.

¿Me he equivocado de vida?, ¿eso es?

Delivery vestri magicae ad universum. Delivery vestri magicae ad universum. Delivery vestri magicae ad universum. Delivery vestri magicae ad universum…

Narcissa creyó ver a Lucius caerse.

Creyó ver a Voldemort pelear con él.

Creyó haberlo visto ponerlo bajo un Imperius.

Narcissa apenas estaba consciente, en realidad. Su cuerpo estaba muy débil.

Seguían repitiendo lo mismo, y en su cabeza sólo se reproducía la cara de Andrómeda, y su: "Ven conmigo. Vámonos ahora. Vámonos juntas." Se reproducía la cara de sus padres, su madre trenzandole el cabello. Se veía a sí misma metiéndose en la pieza de sus hermanas para esconderse de una tormenta. Recordaba a Lucius, joven e ingenuo, y ahora que repasaba el recuerdo, desesperadamente enamorado. Podía escucharlo perfectamente.

Narcissa Malfoy. Eres la mujer más hermosa que ha pisado esta tierra, y sé que ni yo ni nadie somos pretendientes dignos.

Lucius besándola y despertándola en la mañana con desayuno en la cama. Llorando cuando supo que estaba embarazada y llorando aún más cuando Draco nació.

Merlín, realmente eres hermosa.

Los tres durmiendo en su cama. Draco confundiendo a su padre por ella gracias al largo de su cabello. Lucius enseñándole a Draco matemáticas. Narcissa a leer. Llevándolo a conocer a los dragones.

Y te amo. Te amo, y ya no sé cómo pretender que no me quema tenerte lejos-

Eran felices.

Lo tenían todo.

¿Por qué buscaron más?

El agotamiento de su cuerpo por poco la quebró.

Narcissa pensó en su hijo, pero no el que la vino a visitar, sino el de la última memoria feliz que tuvieron. Era Navidad y ambos estaban escuchando una canción en la radio en la otra ala de la mansión, la más alejada. Los Mortífagos entraban y salían a su casa buscando gente para divertirse. Lucius estaba con ellos. Draco había bebido por primera vez en su presencia y sus mejillas estaban rosadas, su mirada perdida. La misma Narcissa se encontraba algo ebria.

La canción de Celestina Warbeck que solía cantarle a Draco de niño empezó a sonar en la radio.

Y ella se levantó.

—Ven, bailemos —le dijo extendiendo una mano. Ese año no hubo regalos de su parte.

—Mamá…

—Baila conmigo, Draco.

Durante unos segundos no hubo más que duda. Era ridículo. Afuera escuchaban explosiones y risas. Había gente gritando.

Pero Draco lo hizo.

Segundos después, este estaba de pie y sujetaba a Narcissa de la mano.

Lo hizo porque la amaba, porque estaban ebrios, porque la guerra era una mierda y porque no sabían cuánto faltaría para la próxima Navidad tranquila que tendrían. No sabían cuando celebrarían de nuevo normalmente, juntos, como familia.

Se pasaron minutos enteros girando, riéndose, bromeando. Felices.

Ese fue el momento en que Draco perdió la sonrisa.

Narcissa creyó que de pronto, todo se volvió negro.

Delivery vestri magicae ad universum —dijo alguien por última vez.

Y Narcissa dejó que la debilidad la aplastara.

 

Chapter 64: Capítulo 54: Las últimas campanadas

Chapter Text

Quiero morir. No quiero
Oír ya más campanas.
Campanas -qué metáfora-

o cantos de sirena

o cuentos de hadas
cuentos del tío -vamos.
Simplemente no quiero
no quiero oír más campanas

Idea Vilariño

—¿Qué acabas de decir?

Harry seguía mirando el objeto justo donde el nombre de Andrómeda se encontraba, tal como si fuera la hora de un reloj. Las piezas, las actitudes de la mujer, todo estaba mezclado en su mente gritándole que debía ser una mentira.

Y aún así... sabía que tenía sentido.

El objeto servía para saber dónde estaban los cadáveres de los Black. Seguramente Kreacher lo ocultó bajo las órdenes de su Amo y luego lo extravió, y de alguna forma este llegó a las manos de Narcissa. Las hermanas estaban muertas, y Harry era el dueño; había sido el dueño de la mayoría de la herencia de Sirius desde 1995, pero mientras más Black murieran, más le respondían estas pertenencias. Ese objeto ahora respondía a él.

Bellatrix llevaba muerta nueve años, al igual que Andrómeda. La diferencia era la locación del cuerpo.

Nagini era Andrómeda.

—Más de una vez les conté que en la Navidad de 1997, Hermione y yo fuimos al Valle de Godric —Harry dijo ausente, respondiendo la pregunta que Kingsley había hecho. Escuchó a Hermione soltar un jadeo—. Allí, nos recibió Bathilda, una mujer que se supone que conocía a mi madre. Nos hizo entrar a su casa, actuó raro, y finalmente nos dimos cuenta de que... era Nagini. Tom la había puesto dentro de ella y encantó su cuerpo con magia negra. Bathilda estaba muerta.

Andrómeda también.

Estuvo bajo ese techo, todos esos años. Harry la tuvo ahí.

Pudo haber acabado con la guerra en cualquier instante.

—Pero, ¿nueve años? ¿cómo aguantó dentro de un cadáver nueve años-?

—Probablemente el hechizo de la base bajo tierra y el Fidelius cortaron la conexión entre Tom y Nagini, así que él no sabía dónde estaba —Harry respondió—. Y ella, sin el contacto con su Amo o sus órdenes, no podía salir del cuerpo de Andrómeda y arriesgarlo todo... Es leal.

Pero Nagini no se había quedado tranquila tampoco. Vivía dentro del cuerpo de Andrómeda, sí, pero había intentado escapar, ¿verdad? Tuvieron que encerrarla para que no lo hiciera-

Distintas imágenes lo asaltaron repentinamente.

El túnel después de la batalla. Harry, agotado y sin esperanzas. Un grito. Gente tratando de sostener a una mujer que era igual a Bellatrix.

—Por eso intentó escapar...

La mujer caminando y aferrándose a sus ropas. Respirando a un lado de su cara. Desesperación escrita en todo su rostro.

"Tengo que volver", Andrómeda había dicho.

"¿Dónde está Teddy?"

"Muerto. Todos. Todos muertos."

"Volver. Matar- tengo que volver."

—Pero, no entiendo, no entiendo- —Harry dijo sacudiendo la cabeza. Hermione y Kingsley aún parecían incrédulos y sorprendidos—. Bathilda no habló nada aquella vez, ¿no?, sólo a mí. Y yo pude entenderla por el pársel, y- pero- pero Andrómeda ha hablado, ¿no es así? Andrómeda ha hablado estos años con más personas aparte de mí.

Hermione lo miró y los ojos se le llenaron de lágrimas. No era una mirada de tristeza.

Era miedo.

—No, Harry...

—¿Cómo que no? —Harry se giró a Kingsley, a la desesperada—. ¡Tú estabas ahí cuando apareció después de la Batalla de Hogwarts! ¡Andrómeda estaba gritando! ¡Los oficiales apenas la podían sostener!

—Pero no palabras, Harry. Sólo emitía sonidos —Kingsley dijo lentamente—. Nunca habló con nadie.

Más gente se Apareció en la montaña, a su alrededor. Algunos gritaban por las heridas que le habían hecho. Otros traían cuerpos.

—Pero yo- —Harry sacudió la cabeza. Tengo que volver—. A mí me ha hablado. A mí me dijo que- que tenía que regresar. Estaba desesperada por-

Pársel.

Harry dejó escapar un suspiro, tratando de buscar un momento en el que Andrómeda le hubiera hablado a alguien más. Pero no. Harry recordaba haberla oído sólo un par de veces, y en todas susurraba. En todas hablaba bajito.

Sólo él podía entenderla.

—Mierda. Oh, mierda.

Por ese motivo Andrómeda tenía una mente tan distinta, y por eso Astoria podía escuchar sus pensamientos. Astoria era una animaga, su forma animal era una serpiente. Podía entender lo que Nagini pensaba.

Oh, no.

Andrómeda tenía signos vitales irregulares. Lucía demacrada, como si se estuviera degradando. Sus heridas no se curaban solas. Su cuarto olía como los mil demonios.

Harry y la Orden siempre creyeron que aquello era culpa de un hechizo que le llegó durante la Batalla.

En realidad, se trataba de su cadáver en descomposición y de la serpiente que lo habitaba.

Joder, ¿qué hacían allí?, tenían que marcharse. Tenían que hacerlo rápido.

—Tenemos que volver —Harry dijo, urgente. Miró a las caras de Hermione y Kingsley, y luego se enfocó en el último, que estaba asintiendo—. ¿Dónde está Draco?

La expresión de sus rostros cambió.

Hermione pasó de estar asintiendo –aterrada pero determinada– a mirarlo con preocupación. Kingsley, por su parte, lo observó... con lástima.

Ambos lo estaban mirando con lástima.

Harry se esforzó por mantener la calma, dando un vistazo a su alrededor para buscar la cabellera rubia de Draco. Seguro estaban exagerando.

Lo que estuviera pasando... de seguro exageraban.

—Harry...

—No —dijo negando. Una sonrisa tensa estaba puesta en su cara—. No.

Lo que fuera, podía arreglarse, porque al menos Draco estaba allí. ¿Había perdido demasiada sangre? Harry era capaz de abrir su brazo y entregarle toda la que tenía. ¿Su piel estaba demasiado desgastada? Harry le donaba la suya. ¿Su magia estaba débil? Harry le transfería su poder. Lo traería de vuelta a la vida. Haría lo que fuera.

Tenía solución.

—¿Dónde está? —preguntó de nuevo.

Hermione y Kingsley intercambiaron una mirada.

Era una mirada cargada de malas noticias.

—No —dijo Harry, sintiendo un nudo instalarse en su garganta. Trató de avanzar por el campo, pero la mano de Kingsley lo atajó—. No. No. No.

—Harry, cálmate.

—¿Dónde está? —preguntó casi al borde de los gritos—. ¿Qué le pasó?

—Lo traje aquí con los sanadores, tal como me dijiste, pero-

—¿Sus heridas eran muy profundas?, ¿algo muy grave pasó? Dime, y ayudaré. Todo puede remediarse. Porque Draco está aquí-

—Harry —Kingsley dijo apretando su hombro—. Draco nunca estuvo aquí.

Si hubiera podido describir lo que esa frase le hizo sentir, probablemente hubiese dicho que sus entrañas se quemaron, que lo incendiaron. No su corazón. Harry había entendido al fin que este amor no se sentía desde el corazón, sino desde las tripas.

—No entiendo...

Kingsley suspiró y tomó los hombros de Harry, llevándolo con cuidado donde unos pocos sanadores estaban reunidos en el suelo, ayudando a sus víctimas. Su pulso ya era errático antes de eso, pero en ese instante sentía que lo haría explotar. Harry miró, buscando una cabeza rubia. Buscando su ropa negra. Pero lo único que encontró-

Fue a un hombre que no conocía, vestido con las túnicas de Draco.

—No...

—Nunca lo sacaste —Hermione dijo tratando de ser suave—. Él- estaba bajo multijugos. Lo siento-

—No —repitió Harry mirando el hombre quemado. Intentó adivinar el truco. La mentira—. No puedo- no puedo perderlo de nuevo, Hermione. No puedo-

Draco era suyo. Harry era de él. Y a pesar de que toda la vida, lo único que había aprendido era que las personas no se podían mantener- que sostenerlas era imposible- Harry podía jurar que esas reglas no aplicaban para ellos dos. Sentía que nacieron para odiarse o amarse, pero nunca para perderse de vista.

Tenía que volver a buscarlo.

Harry tenía que regresar a la Mansión Malfoy para encontrarlo.

No iba a poder seguir adelante si no era así.

—Harry-

Harry trató de zafarse cuando los dedos de Hermione sostuvieron su muñeca. No estaba haciendo demasiada presión, tampoco intentó acercarse, pero sabía que no lo iba a soltar. No lo iba a dejar ir.

Y Harry tenía que ver a Draco.

Por favor.

Suéltame.

—¿Qué estás haciendo?

—Tengo que regresar. Tengo que ir a buscarlo.

—Harry-

—Tengo que rescatarlo. Déjame- por favor. Tengo que volver a la Mansión Malfoy-

—¡No puedes! —Hermione exclamó, tan desesperada como él. Harry había tratado de irse sin pensar. Todo lo hacía sin pensar—. ¡No hay Mansión Malfoy a la que volver!

El grito bailó en sus oídos.

Su sangre bombeó. La gente lloraba. Algunos pedían marcharse. Todos estaban exhaustos.

Harry recordó los calabozos. Las bombas. Los pilares cayéndose.

¿Draco estaba allí?

¿Draco había estado allí?

—¿Qué? —preguntó entumecido.

—¡Todo ha caído!

Harry, cada día estaba más seguro de que el destino, o Dios, o lo que sea que existía allí afuera, disfrutaba reírse de él. Disfrutaba verlo miserable, y en ese momento le estaba recordando que esto no era algo que se suponía que debía tener.

La verdad es que Draco y él nunca estuvieron destinados, por más que no le gustara admitirlo. Harry no tomó su mano, y él le hizo la vida imposible los años que siguieron. Draco se unió a un grupo que buscaba su derrota, y Harry casi lo mató en un baño abandonado. No estaban hechos para estar juntos. Nunca lo estuvieron. Sin esa guerra...

Sin esa guerra ellos jamás habrían cruzado caminos así, haciendo que estos se volvieran uno solo compartido por el trauma.

Lo de ellos fue un accidente. Algo nacido del dolor, los fracasos y la aniquilación. Algo nacido de la necesidad de pertenecer.

Si Dios existía debía tratarse de un ser nefasto que se divertía con las desgracias ajenas y disfrutaba del poder de causar dolor. Si existía, no tenía un rastro de misericordia, porque Harry rogó una y otra vez por Draco y ahora... ahora estaban ahí.

¿Cuáles fueron las últimas palabras que se dijeron en esa habitación, dónde pudieron fingir que el fin del mundo era lejano?

¿Cuánto tiempo estuvieron allí?

¿Draco estaría pensando en ese instante que Harry no lo había buscado, incluso después de todo lo que pasaron juntos?

Los dedos de Hermione en su muñeca se aflojaron y Harry se sintió caer. La presencia de Kingsley era sólida a su lado; distantemente lo oyó llamar a Kreacher. Percy, Charlie, Bill y el resto llegaron hasta ellos, y Hermione, luego de asegurarse de que Harry no se Aparecería de vuelta a Wiltshire, comenzó a explicarles lo que acababa de suceder apuntando al reloj que él tenía en la mano.

Harry tomó una honda respiración. El dolor era tan grande, y su magia tan asfixiante, que hasta eso dolía, como si estuvieran aplastando todos sus órganos de una sola vez. Su mente estaba reproduciendo la sonrisa de Draco, aunque no podía ubicarla en el tiempo. Sólo la imagen: perezosa, juvenil y... un privilegio, porque Draco no le sonreía así a nadie más. A nadie más que a él.

Harry tenía que encontrarlo.

Avanzó un paso, poniendo la mano encima del brazo de Hermione, quien dio un salto y se alejó. Cuando sus ojos se enfocaron en él, sus rasgos se suavizaron, aunque no intentó crear contacto. Harry respiró temblorosamente.

Hermione lo sabía todo. La mayoría del tiempo, llegaba a respuestas que nadie habría soñado. Era buena resolviendo cosas. Harry recurría a ella cuando necesitaba enterarse de algo, porque su amiga lo sabría al ser tan inteligente.

Harry la miró; su garganta era un completo nudo.

Ella tenía que saber.

—¿Dónde está Draco, Hermione?

Su voz salió pequeña, rota, y la expresión de su amiga se rompió también. Conscientemente, Harry sabía que no era justo poner esa carga en ella: el saber si alguien como Draco estaba vivo, pero estaba demasiado desesperado para que le importara.

¿Dónde estás?, quería decirle.

Vuelve, por favor. Te amo.

Prometo que no te perderé de nuevo.

¿Todo fue una trampa?

—Oh, Harry...

Finalmente, Harry bajó la mirada hasta sus manos, y recordó por qué estaba pasando eso. Por qué no todo había sido en vano. Recordó, que allí tenía un tesoro.

Con el corazón en la garganta, se puso a escanear los nombres.

Bellatrix era la primera, donde se suponía que debía ir el «uno» en un reloj. "Fallecida hace nueve años. Wiltshire, Inglaterra." Andrómeda era la segunda. La tercera era Narcissa, que tenía exactamente lo mismo que Bellatrix bajo su nombre, excepto que los años de fallecimiento cambiaban. Luego venía Sirius, con la locación de "Ministerio de Magia, nivel 9, Inglaterra." Y Regulus con: "Mar del Norte, Inglaterra." Luego, Tonks y Draco.

El último, tenía escrito: "Con vida."

Ni una dirección. Ni una coordenada.

Con vida.

Harry sintió cómo los pulmones se le llenaban de aire de nuevo y podía respirar. Draco no estaba allí, pero estaba vivo.

Harry lo volvería a ver.

—Los Mortífagos deben estar yendo a la base —Bill anunció—. O ya deben estar allá. Tenemos que volver.

Pero Harry no estaba oyendo. Todos sus sentidos y decaimiento –amortiguados por su magia– estaban centrados en un nombre. Un pensamiento. Letras que por sí solas no tenían demasiado sentido.

Draco.

Draco. Draco. Draco.

Harry apenas notó que Kreacher los Apareció a todos de vuelta a la base. Apenas reaccionó cuando Kingsley reportó las pocas bajas que habían tenido. Ni siquiera escuchó cuando Hermione y Percy maldijeron por lo bajo- porque sus ojos seguían fijos en el nombre de Draco.

Con vida.

Temía que si dejaba de mirar, aquello cambiaría.

Poco después, unas uñas se clavaron en su brazo y descubrió que todos estaban esperando que volviera en sí Harry miró hacia el frente, de una forma muy breve, y descubrió que... estaba repleto de Mortífagos.

Hangleton, hasta su frontera con el mundo muggle, rebosaba en Mortífagos.

Era claro que el Fidelius permanecía vigente, pero la locación, al menos aledaña, había sido revelada porque Voldemort entró a su mente... o por Hagrid; Harry no lo sabía.

Los Mortífagos estaban haciendo explotar el perímetro, y el fuego de sus llamas alcanzaba algunas estructuras y pastizales, acercándose a la mansión. Harry ahogó un gruñido.

—Nosotros nos quedaremos —dijo Bill, comenzando a desilusionarse y a construir un campo para los heridos—. Ustedes vayan a buscar a Andrómeda.

Harry descubrió que le hablaba a él y volvió a mirar el objeto.

Con vida.

A un lado, la ubicación de Andrómeda seguía siendo "Hangleton".

Sólo había que matarla. Estaba dentro.

Tenían que matarla. Nada más. Matarla y la pesadilla se acababa.

Asintió y sacó la capa de su bolsillo, echándola encima de él y Kingsley. Hermione dudó un momento cuando la dejó abierta para ella, pero algo pareció convencerla y decidió ponerse debajo también. La capa no los cubría por completo, pero daba igual. Con la lucha gestándose dudaba que alguien estuviera atentamente mirando el suelo.

Comenzaron a avanzar hasta la entrada y oyeron a la gente que dejaron detrás luchando. Harry llegó al portón, agitando su varita para así poder ingresar a la base, y descubrió-

Descubrió que las puertas ya habían sido abiertas.

Descubrió que había gente entrando y saliendo de allí.

El humo apenas lo dejaba ver a la luz del día.

—Hagrid —dijo Harry sin pensarlo. Le parecía lo más lógico, después del despliegue de magia y estatus que el semigigante demostró poseer—. Hagrid deshizo los encantamientos de la puerta que me dejaban abrir sólo a mí la base. Alguien- no sé cómo supo-

Casi pudo escuchar a las dos personas bajo la capa tensarse. De alguna forma, Hagrid se enteró de que los encantamientos estaban hechos de magia de luz e investigó cómo deshacerlos. O, incluso, puso a alguien bajo la Imperius para que se lo dijera. A Harry no le extrañaba si fuera así, y era lo más lógico. ¿De qué otra forma los Mortífagos estaban entrando a la mansión?

Después de todo, Hagrid era uno de ellos. Un traidor.

—¿Hagrid? —Kingsley repitió incrédulamente.

Harry no tenía tiempo para explicar.

Pero sobre todo, porque dolía demasiado hacerlo.

—No hay mucho que decir. Es un traidor y nos vendió a Voldemort, lo vi yo mismo en la Mansión Malfoy.

Kingsley permaneció en silencio, y Hermione jadeó.

—Debe ser un error, Harry...

Negando, dio un paso adelante y ambos lo imitaron, decidiendo que eso podía ser dejado para después. Ahora, Harry simplemente deseaba encontrar a Andrómeda.

El suelo bajo sus pies apenas era tangible. Entraron al laberinto aún sin quitarse la capa y vieron gente pasar a un lado de él, gritando, dispuesta a pelear; otros entraban heridos. No se detuvieron.

Cuando pusieron pie en la mansión, Harry les quitó la capa. La gente lloraba y sujetaba a sus familiares rogando que no salieran, pero decidió ignorarlos. Esporádicamente Harry miraba el reloj para ver el nombre de Draco y asegurarse de que nada le hubiera sucedido. A su lado, Kingsley ordenó a los sanadores Aparecer a los heridos en la montaña donde estuvieron minutos atrás, y Hermione le dijo a Kreacher lo mismo, pero con los heridos que quedaban afuera.

A Harry genuinamente no le importaba.

Tenía que encontrar a Nagini.

Tenía que regresar a Draco.

No podía morir.

Los tres subieron a buscar a Andrómeda a su habitación, y doblando una de las esquinas, Ron se les unió cojeando. Harry le escuchó decir que había estado con Arthur todo el tiempo que estuvieron fuera, y que cuando los Mortífagos llegaron se dedicó a atacar desde las ventanas de arriba, pero que no había bajado. Hermione lo besó. Ron puso la mano en su hombro, y Kingsley le explicó lo que había sucedido. Harry sentía todo muy, muy lejano.

Su magia ondeaba por el suelo.

La verdad es que... en ese segundo, nada tenía sentido. Cuando era pequeño y veía películas en las que se daba una gran pelea, siempre había dos bandos, y estos eran muy claros. Siempre existía un gran punto ápice de la pelea, y luego... luego nada.

Nunca explicaban el caos y la maldad en el ambiente, lo que era oír los gritos y los llantos de los niños. Todo se sentía con el triple de intensidad, más de lo que un ser humano normal podría soportar.

Por eso Harry se concentró en una tarea específica.

Sino, nunca podría salvar a todos.

Luego de la explicación, los cuatro siguieron andando hasta que llegaron al lugar donde dejaron a Andrómeda. Se pararon frente al umbral por lo que pareció un tiempo agonizantemente lento.

Y-

La puerta estaba abierta.

La puerta estaba jodidamente abierta.

Ron la empujó con fuerza. Harry sentía la sangre acumulada en sus oídos. Los cuatro entraron, sintiendo desde ya que todo se había ido a la mierda.

Y no se equivocaban.

El cuerpo de Andrómeda estaba en el centro, arrugado como una cáscara vieja. Toda la descomposición que la magia negra impedía que tuviera, llegó de golpe. Su cadáver era una masa que se estaba degradando con cada segundo; el cabello y los ojos regados por el suelo lucían líquidos. La sangre oscura y podrida. A su lado, una medibruja estaba desangrándose: tenía dos colmillos enterrados en la yugular y un tajo en su estómago.

—Oh, Dios mío...

Ron tomó a la mujer, empapándose de sangre, y Kingsley decidió levitarla mientras se marchaban. Harry tambaleó en el pasillo, disgustado, asqueado con lo que acababa de presenciar. Checó el reloj por Draco y pensó... pensó que habían estado tan cerca. Todo ese tiempo. Todos esos años.

La tenían allí.

Y ahora no estaba.

Harry necesitaba encontrarla. No había tiempo para pensar en nada más, ni siquiera para gritar o enojarse por la frustración.

—Astoria —murmuró desorientado. La magia le estaba permitiendo seguir—. Astoria...

Ron lo escuchó, y, obviamente, siendo el más centrado de los cuatro, conjuró un Patronus en menos tiempo que cualquiera de los demás habría demorado, y lo envió a Astoria diciéndole que los encontrara en ese piso. Harry vio irse al animal, recordando el thestral que había logrado conjurar hace unas horas.

Un thestral.

Por Draco.

Se separó del agarre de Ron, que Harry ni siquiera sentía, y tuvo que doblarse en dos para vomitar el poco contenido que había en su estómago. Lo que vio en la mansión, de lo que se enteró, la pelea con Voldemort, la magia negra que inundaba su cuerpo, Nagini y Andrómeda- todo lo estaba sobrepasando. Todo era demasiado.

—Está bien, Harry... —Ron dijo desvaneciendo el vómito—. Está bien...

Aquellas palabras no tenían ni un poco de sentido, por supuesto, mas no peleó contra ellas o expresó lo ridículas que sonaban- porque nada estaba bien. Draco se encontraba apresado aún. Nagini había desaparecido. Voldemort tenía la ventaja.

Seamus estaba muerto.

Harry ni siquiera tuvo tiempo de llorar su muerte.

Astoria se Apareció ante ellos ni un minuto pasado desde que el Patronus de Ron se marchó, agitada y temerosa. Los miró, abrazó a Hermione, que era la más cercana a ella, y esperó.

—Nagini... —Harry dijo incoherentemente—. Tienes que buscar- Nagini...

Sus dos amigos comprendieron qué quería decir, e incluso Kingsley se sumó. Hermione y él se aventuraron en una apresurada explicación de lo que había sucedido con Andrómeda, y le dijo que necesitaban que Astoria se transformara en serpiente e intentara escucharla o verla; tal vez, (sólo tal vez), podía encontrarla más rápido que ellos.

—Seguro —dijo ella, aunque se escuchaba nerviosa—. Sí, seguro. Yo-

—Espera, ¿y Luna? —Hermione la interrumpió antes de que Astoria se transformara—. ¿Dónde está el resto?

—La mayoría ha salido a luchar —respondió Astoria temblando—. Theo está luchando también, junto a ella. Casi todos lo están haciendo.

Alguna parte de su cerebro se estrechó con culpa ante la mención de Theo, pero lo desechó, mirando una vez más al objeto.

Con vida.

Está vivo.

Está vivo.

Tenía que repetirlo para poder sentir que era realidad.

—Bien —dijo Astoria entonces—. Voy.

Al segundo siguiente, se había transformado en una mamba negra.

Harry y el resto se encaminó también en busca de Nagini, aunque el estruendo, las bombas, y todo lo que estaba sucediendo, era demasiado distrayente para poder ver en la oscuridad de la mansión, vagamente iluminada por el día nublado. Había gente corriendo. Otros pedían ayuda. Harry se enfocó en buscar, en sentir algo más que la desesperación.

Un rincón de su cabeza, el que nunca le gustaba escuchar, le preguntaba para qué estaba haciendo todo esto. Para qué se molestaba, si ambos sabían que...

Que Nagini ya no estaba allí.

Que la oportunidad se les escapó de las manos.

Harry casi se tropezó en la escalera, tratando de convencerse de que eso no era así, pero justo, justo cuando llegaban al primer piso, justo cuando Hermione y Ron se tomaban de la mano, alegando que buscarían en la dirección contraria. Justo ahí-

Un chirrido irrumpió en el silencio.

Un chirrido tan fuerte, que Harry por poco sintió el piso temblar. Los pájaros volar lejos. La pelea cesar.

El chirrido provenía desde cada rincón de la mansión.

—Potter —decía, y Harry y todos se quedaron quietos en su lugar, reconociendo la voz. Reconociendo la inflexión en su nombre—. Oh, Potter. ¿Cómo estás?, ¿sientes que estás listo para otro round?

El tono de Voldemort exudaba furia, y la cabeza de Harry ardió. Su vista se puso borrosa. Un rayo le atravesó el cerebro como no había sucedido durante nueve años, desde que murió en el bosque. Dio un paso atrás, buscando la fuente del sonido.

Descubrió que provenía de su propio cráneo.

—Él está aquí, ¿sabes?, ¿ya te diste cuenta? —Voldemort rio y Harry se sintió tiritar. Sabía a quién se refería. Sabía de quién hablaba. Eso dolía aún más que su cabeza—. La multijugos nunca ha sido de mis cosas favoritas pero... ya me funcionó una vez, ¿recuerdas?, ¿por qué no podía funcionar de nuevo?

En otra ocasión, Harry se habría alegrado de tener la confirmación de lo que había sucedido años atrás, cuando Voldemort fingió su muerte. Habría sido genial regocijarse en saber que sus teorías eran ciertas.

En ese momento, apenas podía mantenerse presente.

—Haz que pare-

—Y funcionó, vaya que funcionó —Voldemort interrumpió su quejido—. Caíste por esto. Caíste en la trampa. Nunca pensamos que serías lo suficientemente hábil para escapar, ese es un detalle que no preví, aunque... da igual, ¿no? No te lo llevaste. Draco Malfoy sigue a mi lado. ¿No quieres hablar?

Lo último había sido dirigido a otra persona, y Harry, con el corazón en la garganta, sabía a quién. Sabía quién estaba a su lado. Con dificultad, sus ojos buscaron el objeto. Draco estaba con vida. Pero estaba con Él.

Estaba con Él.

—¿Qué-? ¿Qué es esto?

—¡Draco!

Harry dio un paso al frente, porque esa voz se escuchó en su cabeza. Como si Draco hubiera existido allí siempre. Demasiado perfecto para ser real. Demasiado precioso para ser una persona de carne y hueso.

Sin embargo eso no era cierto.

—Soy misericordioso, Potter —dijo, y Harry sintió a todos quejarse. Todos estaban sufriendo—. ¿Recuerdas que te pregunté si estabas listo para otro round? Hagámoslo más simple: ¿estás listo para el último? Porque no tengo intenciones de volver a pelear contigo. Es la última vez, Potter. Aquí, ahora, se acaba todo.

Harry se tambaleó. Su cabeza se sentía a punto de explotar. Aunque durante los últimos meses se la había pasado diciendo que el fin de la guerra estaba cerca, nunca creyó que sería tan abrupto, tan crudo. Harry llevaba esperando este momento durante nueve años, y-

Y se sentía incapaz de moverse.

Deberíamos irnos lejos. Tú y yo.

—Te espero donde esto inició, Potter. —Voldemort rio de nuevo, y Harry adivinó qué diría a continuación—. Te espero en Hogwarts.

La transmisión se cerró.

O- lo que sea que eso hubiera sido.

Harry miró directamente al frente, sintiendo que la atmósfera empezaba a cambiar. El ruido de múltiples desapariciones se oían por todas partes. Harry recordó lo que Voldemort hizo en la Batalla de Hogwarts: habló dentro de la cabeza de cada uno. Ahora replicó aquel hechizo.

Así que todos estaban enterados de que la batalla se realizaría en Hogwarts. Nagini se dirigiría hacia allá, también.

Los Mortífagos comenzaron a abandonar Hangleton.

Harry miró a su alrededor. Miró a Ron, a Hermione y a Kingsley, quienes parecían tan enfermos como él frente al anuncio. Ninguno lucía de su edad, sino diez años más viejos. Todos sabían que la oportunidad de ganar la guerra siempre estuvo frente a sus ojos, y la desaprovecharon.

Y ahora todo estaba terminando.

No había tiempo para hacer planes. No había tiempo de pararse a pensar o estructurar una pelea. Si Nagini llegaba antes a Voldemort, estaban perdidos. Si no iban a Hogwarts, estaban perdidos.

Draco moriría.

—No- no sé qué más hacer.

Astoria se transformó frente a ellos, y Harry la observó mareado. Ella parecía tan perturbada como el resto. Sólo podía asumir que su búsqueda no dio resultados.

—Creo que se ha ido —continuó Astoria, y Hermione junto a Kingsley respiraron temblorosamente—. Creo que se ha ido, y al estar fuera del Fidelius...

—Puede comunicarse con Tom —completó Ron. Harry aún sentía la mano encima de su hombro—. Una vez fuera de la propiedad, puede volver a tener esa conexión gracias a ser su Horrocrux. Tal vez tiene alguna forma de llegar a él que no conocemos.

—Tenemos que ir a Hogwarts —Kingsley intervino—. Tenemos que ir todos a Hogwarts.

Harry volvió a mirar el objeto.

Con vida.

—Vamos a Hogwarts, entonces.

•••

Cuando la Orden comenzó a Aparecerse en Hogsmeade después de unas instrucciones cortas y torpes, el encantamiento maullido ya había sido activado.

No por ellos, en todo caso.

Los civiles de Hogsmeade estaban peleando.

La mayoría de Mortífagos se encontraba en el castillo, esperando su llegada, pero aún así quedaban algunos guardando el pueblo. Estos fueron rápidamente masacrados por la Orden, que en menos de diez minutos ya los tenía bajo control. Cuando todo acabó, ellos y el resto de civiles avanzaron hasta Hogwarts.

Las barreras del castillo habían caído una vez más.

Harry trató de enfocarse. Tenían tres objetivos esa tarde. Tres nada más. Matar a Nagini. Matar a Voldemort. Rescatar a Draco.

Esperaba que fuera simple.

Harry apenas sintió los pasos que lo llevaron a Hogwarts. Apenas pudo divisar el campo de Quidditch donde alguna vez jugó y voló y fue feliz. Harry, Hermione y Ron lideraron la fila, cruzaron el puente, el pasto y, sin siquiera tratar de ocultarse, llegaron al patio de Hogwarts.

Estuvieron allí el año pasado, sí, pero esa vez se sentía como si fuera la primera vez que Harry iba desde ese fatídico día, nueve años atrás. El viento corría. Los Mortífagos estaban en el cielo, en las afueras. Algunos dentro. Todos los lindos recuerdos que podían habitar entre esas paredes, ahora estaban teñidos por la guerra y las atrocidades que se cometieron.

Harry había pensado en Hogwarts como su hogar, una vez.

Ahora lo miraba y sólo podía sentir desamparo.

Cuando Kingsley gritó que se pusieran a cubierto, la lucha se reanudó. Se reanudó, porque nunca había parado en realidad: simplemente tuvo pausas, intervalos. Se sentían eternos. Se sentían siglos en los que se luchaba la misma batalla en bucle.

Eso iba a terminar ya.

Harry se mantuvo cerca de Ron, quien hacía muecas al moverse con su nueva prótesis. Sin importar su enojo, Harry tenía que estar cerca de su amigo en caso de que algo le pasara. Y tampoco podía perder de vista a Hermione.. Ella había ayudado a Ron a Aparecerse, así que este no peleaba con su cien por ciento, y no era momento de probar su suerte. Ron estuvo fuera de pelea durante un año. Harry no iba a permitir que nada le pasara.

—Debiste haberte quedado —dijo Harry, ocultándose tras un pedazo de pared derribada que Voldemort nunca se molestó en reconstruir—. Debiste haberte quedado con Arthur.

—Papá vino.

Harry miró a Ron tan abruptamente que su cuello dolió. Ron no lo estaba mirando, disparaba maldiciones sin cesar.

—¿Qué?

—Estaba consciente, así que vino.

—Oh, Merlín...

Harry tenía demasiadas preocupaciones en ese instante, y el peso de todas las palabras no dichas a la gente que amaba, comenzó a carcomerlo. Siempre lo hacían. Miró el objeto una vez más, comprobando que Draco estuviera vivo, y luego procedió a observar el cielo en busca de Voldemort.

No había nada.

Tenía que conformarse con luchar.

—Estará bien —Ron le dijo justo cuando Harry mataba a dos Mortífagos que se dirigían a ellos. Sonaba triste y asquerosamente cauteloso—. Estará bien.

—¿Está Molly con él?

Ron bufó. A pesar de no ser tan ágil físicamente, era rápido disparando hechizos.

—Sí, pero no me refería a papá. —Ron tomó a Hermione de la cintura y la hizo a un lado justo antes de que un hechizo golpeara la pared donde estaban ocultos—. Me refería a Malf- Draco.

Harry le dedicó una mirada de reojo, sintiendo la rabia atacarlo de nuevo. No era el momento, joder, pero cuánto deseaba gritarle. En cambio, apretó su hombro antes de asentir y dar otro vistazo a su alrededor.

La Orden no traía máscaras, ya no había punto en eso, y lo único que los distinguía era que no usaban túnicas. Los Mortífagos volaban el cielo, gritaban por tierra, y mataban como ángeles de la muerte. Harry sentía que la magia albergada bajo sus dedos quería escapar.

Miró el objeto de nuevo.

—Me pondré la capa —Harry anunció—, así podré acercarme con mayor precisión adonde quiera que esté Voldemort. Así también podré ver a Nagini mejor. Supongo. No lo sé.

Hermione se distrajo unos segundos para alcanzar su mano y darle un apretón. Ron lo hizo con la otra. Rápidamente lo soltaron. Entendían que esto era más grande que ambos y por lo tanto no intentaron retenerlo.

El fin.

El fin de la guerra.

—Cuídate, Harry —dijo Hermione, asesinando a un hombre que no lo vio venir—. Te amo.

—Yo a ustedes —respondió él automáticamente. Creía que era la primera vez que lo decía—. Cuídense, no se pongan en demasiado peligro.

Ron sonrió, y eso selló la conversación.

Familia.

Harry se colocó la capa y avanzó por el campo. Nada en esa escena le resultaba ajeno, era lo que había visto cada año durante casi una década: ríos de sangre; gente de la Orden y nacidos de muggles gritando y llorando. No comprendía cómo los Mortífagos podían presenciar aquel baño de sufrimiento y no darse cuenta de que el dolor y la muerte no discriminaban. Todos los seres humanos gritaban, lloraban, rogaban y sangraban igual.

Nunca fueron diferentes a ellos.

Harry corrió, esquivando maldiciones y fijándose en el piso por si la gigantesca serpiente estaba allí. La pelea aquella vez, contraria a la Batalla de Hogwarts de 1998, era mucho más violenta. Los Mortífagos ya no tenían la misma aprensión que pudieron haber adquirido durante la Segunda Guerra, y la Orden no sólo usaba Expelliarmus para defenderse. Había gente que estaba usando aquel momento como una venganza, hiriendo a los Mortífagos de las formas más sádicas existentes. Harry no podía culparlos.

Más personas llegaban a la lucha. Harry podía distinguir que eran civiles y Mortífagos; parecía que la mayoría del mundo mágico se encontraba batallando. Jóvenes, la mayoría. Jóvenes que fueron rescatados por la Orden y que seguramente eran nacidos de muggles, o mestizos.

—¡Sangre sucias inmundos!

Un Mortífago alzó la varita dirigiéndola a las ventanas del castillo. En menos de dos segundos, el hombre cayó. Harry cortó su cabeza moviendo la mano. Luego, miró lo que se suponía que el hombre estaba reclamando.

En las ventanas del castillo, los niños estaban peleando también.

Niños.

Contra los Mortífagos. A favor de los Mortífagos. Entre ellos. Todos levantaban las varitas y apenas les temblaba la voz al pronunciar la Maldición Asesina. Por unos segundos, lo único que Harry pudo hacer fue... observar ese ejército creado por Voldemort. Internalizó la idea de que todos ellos fueron educados para ser soldados, y que ahora sólo estaban demostrando sus habilidades.

La ira palpitó en sus venas. Por lo menos la mitad de los infantes estaban mutilados: sin dedos, ojos, lengua o brazos. Esos eran los castigados por Umbridge.

Quien, en ese momento, acababa de caer desde una de las ventanas.

Harry no podía decir que no le satisfacía, porque sí que lo hacía. Fue casi terapéutico ver el punto donde se estrellaba contra el pavimento y su cabeza se abría en el suelo, derramando los sesos y su sangre. Debió haber sufrido más, él debió hacerla sufrir más, pero ya no había tiempo para ocuparse de otras cosas.

Harry apenas pestañeó, avanzando aún y matando a todo el que se le pudiera delante.

Buscaba a Nagini.

A Voldemort.

A Draco.

Miró al cielo cubierto de humo y capas negras, y buscó su escoba en la túnica para elevarse y evitar la pelea terrenal. Desafortunadamente, no estaba. Harry maldijo por lo bajo. No recordaba haberla visto desde aquella mañana en la Mansión Potter, y la necesitaba para ver mejor, para buscar a sus enemigos y a ese puto animal. Le parecía extraño que ninguno estuviera a la vista, pero... podía esperar. Lo hizo durante nueve años.

No tuvo que esperar mucho, de todas formas, porque al cabo de apenas unos segundos de observar el cielo, Voldemort se mostró junto a Hagrid.

Y con ellos, vino el sonido de una estampida.

Estampida que provenía del Bosque Prohibido.

El suelo tembló. Los gruñidos, gritos, y cantos se hicieron presentes en el aire, opacando por unos segundos el ruido de la pelea. Harry se sorprendió, y cuando Voldemort soltó una risa creyendo que ganaría, la horda del Bosque Prohibido arremetió con fuerza.

Los Goblins que huyeron durante años por ser esclavizados como raza, iban al medio. Los centauros que no se habían vuelto a meter entre los asuntos de los humanos, adelante.

Y los gigantes que le juraron lealtad, detrás.

Todos gritaban, todos repetían una y otra vez un lema que Harry no comprendió en un inicio, pero a medida que se acercaban se iba haciendo más y más claro, provocando que algunos Mortífagos se giraran también.

—¡LA MAGIA DE HARRY POTTER NOS HA LLAMADO! ¡LA MAGIA DE HARRY POTTER NOS HA LLAMADO! ¡LA MAGIA DE HARRY POTTER NOS HA LLAMADO!...

•••

Harry creyó que se había desmayado.

Quizás lo hizo por unos segundos.

Los Mortífagos lucían tan sorprendidos como él, y si tenía que ser completamente honesto, había olvidado que él y los gigantes hicieron un trato cuando fueron a buscar a Hagrid. Los centauros y los goblins no entraban en esa ecuación, por supuesto, pero lucían como si estuvieran tan hartos como los magos del régimen de Voldemort. Todo calzaba.

Los Mortífagos comenzaron a morir en docenas.

Harry luchó con las criaturas. Voldemort soltó un alarido de frustración y aterrizó en el suelo lejos de él, en la entrada de Hogwarts: a su alrededor se agruparon los que quedaban del Nobilium y del Electis. Harry derribó a unos cuántos Mortífagos antes de empezar a acercarse a Voldemort.

—¡Harry!

Dio un salto ante el llamado, y pudo ver a Luna a no muchos metros más allá, apuntando a algo detrás suyo. Harry esquivó una variante de piernas de gelatina que Draco había creado, que en realidad era para el cerebro, y luego volvió a mirar a Luna quien luchaba con Theo a su lado.

—¡¿Dónde está Draco?! —preguntó Theo. Harry se dio cuenta de que parte de su cuerpo estaba a la vista, así que se cubrió nuevamente con la capa—. ¡¿Está bien?!

Las palabras enviaron algo doloroso por la espina dorsal de Harry, y rápidamente miró al objeto que todavía descansaba en su mano. "Con vida", mostraba. Sin embargo, necesitaba saber dónde. Necesitaba saber si volvería a verlo. Tenía que volver a verlo.

—¡No pudimos sacarlo! —contestó Harry—. ¡Está vivo! ¡No sabemos dónde!

La culpabilidad nuevamente llenó cada uno de los rasgos de Theo, y Harry quiso decirle que no era su culpa. Que no lo era, de verdad. Harry quiso decirle que lo sentía por portarse como un estúpido y que, en realidad, Theo era un amigo genial y Draco lo quería muchísimo. Demonios, incluso Harry lo quería- pero ninguna palabra dejó su boca. Todo el escenario era demasiado caótico para ponerse a hablar de algo que no fuera la batalla. Necesitaba encontrar a Nagini, y necesitaba matar a Voldemort. Necesitaba terminar esa guerra- ya vendría un tiempo para conversaciones, confesiones y disculpas después.

Claro que,

eso nunca llegó.

El después, quería decir.

No de la forma en que Harry pensó.

Apenas había avanzado dos pasos, alejándose de Theo y Luna quienes luchaban tras unos bloques de cemento, cuando escuchó unos gritos que cortaron el aire. Unos gritos que se alzaron por encima del ruido de la lucha.

—¡LUNA! ¡NO!

Harry se giró justo en el momento que Luna se levantaba de detrás del bloque para maldecir a alguien. Theo la tomó para poder botarla y protegerla. Luna cayó, rodando a unos metros más allá, y el hechizo que iba hacia ella de los Mortífagos que sobrevolaban el cielo, impactó.

—¡Destrui Cerebrum!

Impactó en Theo.

Harry nunca había escuchado a Luna hacer ese sonido antes. Si no hubiese estado mirando, probablemente no habría podido creer que venía de ella. Theo cayó, golpeando el pavimento con la cabeza de una forma que Harry imaginó, de no haber ruido, habría sido ensordecedor. Luna se inclinó encima de él, y lo último que Harry vio antes de seguir avanzando fueron los ojos vacíos de Theo mirando el cielo, y el destello de su pulsera apagándose.

La pulsera que le hizo Luna.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! —Harry escuchaba mientras se alejaba. Luna estaba disparando hechizos. Theo seguía en el suelo. Al menos eso imaginaba—. ¡NO!

Se sintió físicamente enfermo, reteniendo el vómito que una vez más quería salir de su garganta, y continuó corriendo. Harry estaba acercándose a Voldemort, porque de esa forma estaría cerca de Nagini cuando esta llegara. Estaría cerca de Draco cuando lo trajera para chantajearlo a él. No podía parar, no podía acercarse a Luna y protegerla.

Esa siempre había sido la misión de Theo.

—¡THEO! —Luna gritó con todas sus fuerzas. El llanto era claro en su voz—. ¡Por favor!

Un hombre llegó a un lado de Harry, pisando la punta de la capa de invisibilidad que había caído un poco. Su cabeza quedó al descubierto, y eso hizo que bastantes personas se giraran hacia él. Mortífagos o no, todos estaban mirándolo, como si Harry hubiese salido tras un velo; como si la capa hubiera estado frenando las oleadas de poder que Harry emitía, que bailaba bajo su piel y que acababa de ser alterado aún más por la muerte de Theo.

Y todo comenzó a ir en picada desde entonces.

Harry hizo explotar a tres Mortífagos que trataron atraparlo y a un cuarto le rajó el estómago. Sus órganos se desparramaron. Harry no le prestó atención, estaba demasiado preocupado con que Voldemort no lo notara, no aún.

En su lugar, el que lo notó fue Greyback.

Unas uñas se clavaron en su brazo, y un hombre lobo medianamente transformado lo recibió. Harry ahogó un quejido, mirando los oscuros ojos del ser. Su primer instinto no fue actuar por la ira; Harry no sintió nada más que una punzada de miedo. Esto es lo que vieron sus víctimas antes de morir, pensó. Esto es lo que veían los niños Servi, lo que vio Draco a los diecinueve. Greyback enterró aún más las uñas en su piel, y Harry, en vez de escupirle, gritar, o pelear...

Sonrió.

Harry lo tomó también, forcejeando hasta llegar a un lugar apartado en medio de las masas de gente. Puso toda su concentración, toda su magia en hacer que su piel quemara, tal como había hecho con Voldemort. Harry quería matarlo, sí, quería matar a Greyback.

Pero también quería que sufriera.

Harry deseaba poder atraparlo, llevarlo a un cuartel y torturarlo hasta que olvidara su nombre. Quería cortar sus extremidades de a poco. Quería cortarle la polla y dársela de comer. Quitarle los dientes. Que pagara. Quería que sufriera.

Greyback sonrió, como si adivinara sus pensamientos.

—¿No me vas a matar, Potter? —se burló, haciendo que Harry apretara la mandíbula—. Apuesto a que el pequeño Malfoy le gustaría eso. Me odia. Oh, cómo gritó- el real, eso sí, no la copia que te llevaste. Gritó. Dijo tu nombre. Dijo tu nombre una y otra vez y-

Harry sintió su magia elevarse al estar siendo subestimada, y esta se desplazó por el cuerpo de Greyback rápido. Cortó. Cortó. Cortó. Como si fuera un Sectumsempra. Las pobres ropas del hombre lobo se tiñeron de rojo. Su pecho se empapó. Algunos de sus dedos comenzaron a desprenderse de las manos.

Finalmente soltó a Harry cuando la magia llegó hasta su ingle, justo en su polla.

Harry sintió cómo cortaba allí también. Enterrándose en su piel más sensible y transformándola en rebanadas.

—¡Hijo de pu...!

Harry le asestó un golpe en la mandíbula que le voló un diente, y Greyback, respirando agitado y bañado en dolor, trató de devolverlo. Estaba sufriendo, pero no era suficiente, nunca lo sería. Harry lo agarró de los costados de la cara y como si sus dedos tuvieran garras, los enterró en su piel, estirándola hasta romperla. Greyback no peleó, gritó y lloró, y rápidamente se dio cuenta de que iba a perder, así que trató de escapar. Harry intentó retenerlo, de verdad. De hecho, lo iba a hacer. Lo iba a hacer sufrir. Iba a quemarlo vivo.

Pero un pequeño vistazo al suelo lo detuvo.

Porque a unos metros más allá, acercándose a Voldemort por el suelo-

Se encontraba Nagini.

Todo estaba sucediendo con demasiada rapidez: Theo había caído. Greyback estuvo a punto de morir. La Orden se encontraba buscando a la serpiente. Y ahora estaba allí- y Harry, con el corazón en la garganta y la responsabilidad de acabar con ella, se olvidó de su pequeña venganza.

Empujó a Greyback, soltándolo, y se puso su capa. El hombre lobo no perdió el tiempo: se levantó de su lugar gruñendo por los cortes de su cuerpo y los dedos perdidos. Harry no miró hacia atrás, simplemente comenzó a correr hacia donde Nagini, mientras suspiraba.

Porque al fin-

Al fin podía terminar con esto.

Su corazón latía con fuerza. Su respiración era algo irregular y sin sentido. El corazón de Harry estaba hecho un nudo y la presión en sus costillas y pulmones amenazaría con hacerlo explotar en cualquier momento, literalmente.

Estaba tan cerca.

A Harry le gustaba creer que era rápido aprendiendo, que una vez que una lección se le presentaba, podía prometer que nunca más la olvidaría. Sin embargo... jamás era capaz de recordar las dos reglas fundamentales que le enseñó ese mundo. La primera: que si la situación era mala, siempre podía ser mil veces peor; el sufrimiento sólo podía duplicarse y no disminuir.

La segunda: que cuando las cosas parecían demasiado fáciles, tenía que desconfiar.

Harry se olvidaba de desconfiar.

Por eso no vio venir a Greyback, quien se transformó en lobo a plena luz del día para correr hacia Nagini más rápido que él. Por eso no vio venir a la mamba negra que se atravesó en su camino.

Por eso no vio venir a Astoria, saltando en el aire para atacar a Greyback. Enterrando los colmillos en su cuello.

Y consiguiendo ser atrapada.

—¡NO! —gritó Harry, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Greyback tomó el animal que le había incrustado los colmillos, y gruñó.

No. No. No. Tenía que alcanzarla. Tenía que llegar a ella. No Astoria, por favor.

Harry continuaba corriendo.

Astoria se agitó entre las manos del hombre lobo, intentando escapar. Se retorcía como si fuera frágil. Aunque era inmensa, nunca se había visto tan pequeña e indefensa. Harry abrió la mano, dispuesto a usar su magia. Su magia la ayudaría. Su magia la rescataría y la atraería hacia él.

Pero cuando Harry estaba moviendo los dedos, Greyback se le adelantó.

Tomó a Astoria del cuello, metiéndola a su boca, y en menos de dos segundos-

Mordió el cuerpo de la serpiente, cortándola en dos.

Greyback escupió su cabeza a unos metros más allá.

Estaba acercándose el invierno, y a Astoria le encantaba el invierno. Siempre hablaba de lo mucho que le gustaría que la guerra acabara para viajar e ir a esquiar a la nieve. Constantemente decía que extrañaba el sol, pero mataría por una buena lluvia y un chocolate caliente en familia. Seguramente Astoria no haría eso, ¿verdad? No moriría a puertas del invierno, y no moriría antes de volver a sentir los rayos del sol sobre su piel.

Harry sintió cómo su sanidad se venía abajo. Peor aún fue, cuando vio que el cuerpo de la mamba negra desaparecía, y en su lugar... quedaba el torso de Astoria regado en medio del pavimento: inerte y sin vida.

Harry la miraba, y no podía creerlo.

Se sentía irreal.

Ya iba a ser invierno.

—Astoria...

El mundo seguía luchando, y no se iba a detener por lo que acababa de suceder. El sonido de múltiples crack llenaban sus oídos. Los gritos. Los llantos. Los hechizos. Fue como despertar de un sueño, ver a Astoria tendida en el pavimento como si nunca hubiera existido. Como una muñeca. Su boca estaba llena de sangre y sus tripas se encontraban regadas por todos lados. Harry no podía dejar de mirarla.

Quería llorar.

Astoria era su amiga. Astoria había estado allí. Astoria acababa de sacrificarse para que Greyback no llegara a Nagini, y ahora-

Nagini.

Harry despabiló, sólo un poco para así poder ver dónde se suponía que estaba yendo la serpiente... aunque quería echarse de rodillas y llorar a gusto. Había lágrimas en sus mejillas.

Sus ojos se movieron por el patio, y no pudo evitar que un grito escapara de su garganta cuando vio a Ron a un lado de la serpiente.

Y Greyback corriendo hacia él.

—¡Incarcerous! —gritó Harry con el terror alojado en su garganta—. ¡Diffindo!

El hombre lobo cayó, y Harry no se sintió victorioso en absoluto. Alguien más gritó con él, y Ron, quien ni se había dado cuenta de lo que acababa de pasar, levantó la varita y apuntó a Nagini.

—¡Avada Kedavra!

Si la pelea pudiese haber sido detenida mágicamente, este habría sido el momento en que paraba.

Era un poco cómico, la manera en la que todos temían a la muerte. O la forma en que se creía que era lo peor que podía pasarle a un ser querido... cuando era tan rápida. Astoria había muerto en un parpadeo, antes de que Harry hubiera podido salvarla, y menos de cinco segundos después, Ron había asesinado a Nagini.

La razón por la que Astoria se había sacrificado.

Fue tan fácil matar a esta estúpida serpiente.

El animal dejó de moverse. Dejó de reptar. Ron apuntó hacia ella de nuevo, tomando la cabeza, y la cortó. Algunas personas se giraron para verlo acabar con el último Horrocrux, como si fuese una especie de mesías. Hermione llegó hasta Ron y aplastó a Nagini con el pie. Pudo escuchar el lamento de Voldemort a lo lejos. Súbito, trágico.

El grito que indicaba que ahora era mortal.

Los siguientes segundos fueron vitales, o a Harry le parecieron así. Greyback seguía en el suelo. Astoria continuaba muerta. Los hechizos iban y venían, y los ojos azules de Ron lo encontraron metros más allá, aún con la cabeza de Nagini en las manos. Este sonrió. A su lado, Hermione también lo hizo. Eran sonrisas exhaustas.

Lo conseguimos, decían.

Juntos.

Lo conseguimos.

Esto al fin termina.

Pero las campanadas de la victoria jamás tocaron.

Una fracción de segundo después, Ron empujó a Hermione fuera del camino, Voldemort ordenó algo, y una horda de Mortífagos se acercó con una bomba entre las manos hacia el lugar donde yacía el cadáver de su serpiente. Ron levantó la varita, dispuesto a protegerse.

—Ron —Harry respiró—. No-

Fue un acto reflejo, Aparecerse a su lado.

Gracias a un milagro llegó a tiempo.

•••

Harry alcanzó a poner el escudo entre Ron y un grupo de personas luego de que la bomba de Voldemort explotara enfrente.

—Merlín, compañero —dijo Ron, mareado gracias al Protego de Harry—. Eso fue rápido.

No sabía por qué no lo había hecho antes, por qué no se Apareció en vez de correr a Astoria, por ejemplo. Quizás porque era un imbécil. O quizás porque Harry simplemente se había paralizado. De cualquier manera era su culpa.

Su magia se extendió, peleando con las llamas que trataban de penetrar el Protego y Harry miró a su alrededor, buscando a Hermione con la mirada. Al menos su amiga tuvo la consciencia de Aparecerse lejos; Harry podía divisar su cabello a metros del peligro.

—La mataste —dijo Harry entonces. Sonaba tan incrédulo como se sentía—. Mataste a Nagini.

Ron sonrió.

—Lo hice. Voldemort es mortal.

La bomba destruyó algunas de las pocas paredes del castillo intactas. Las llamas, tal como comprobaron antes, continuaron expandiéndose como Fuego Maldito porque eran bombas mágicas. Harry le dio un pequeño vistazo al grupo de veinte personas atrapadas tras el escudo, y descubrió que todas habían pensado que estaban condenadas a morir cuando la bomba impactó.

Como Astoria.

Harry no podía ver demasiado gracias a las llamas, pero podía recordar el lugar exacto donde el cadáver de Astoria se encontraba. Su cabeza aún no lo procesaba. Tampoco la muerte de Seamus, o lo que sea que le hubiera sucedido a Theo. Pensaba que una vez que la pelea terminara, todo estaría bien y nada de eso habría pasado.

Era ilógico pensar que había perdido más.

Que Harry continuaría perdiendo más.

—Deberíamos movernos todos antes de que nos acorralen —dijo Ron, rompiendo el silencio. Harry lo miró por encima del hombro. Parecía herido también—. ¿Podemos conjurar? O sea, ¿podemos defendernos, y que los hechizos traspasen tu Protego?

Harry miró el escudo transparente que los envolvía como una cúpula.

—No lo creo.

—Intentemos movernos entonces.

Asintió, y oyó distantemente que Ron se volteaba a decirle al grupo que se moverían cuando Harry lo hiciera. Estaban casi en la entrada de Hogwarts, y a cada lado excepto detrás, estaba lleno de fuego. La meta era llegar al inicio del patio donde se encontraban lo que quedaba de las criaturas mágicas y de la Orden.

—Tengo que matarlo —dijo Harry—. Tengo que matarlo hoy, o esto nunca terminará.

El cielo estaba nublado. Parecía un día cualquiera, totalmente ordinario a comparación a lo que fue la primera Batalla de Hogwarts, donde hasta el ambiente delataba que el supuesto final estaba cerca. Allí no. Todo fue esporádico, distinto a lo que Harry pensaba que sería el término de una larga jornada.

Miró de nuevo el reloj en su mano y dejó salir un suspiro al ver que decía que Draco continuaba vivo. Ron puso una mano encima de su hombro, como siempre, y juntos se movieron alejándose de las llamas. Las maldiciones del cielo rebotaban contra el Protego. Era tan resistente, que los Avada Kedavra no lo traspasaban. Los Mortífagos no parecían felices con eso.

Mientras más se alejaban del fuego, más podía ver la pelea, la cual se desarrollaba aún. Los gigantes seguían en pie, y la Orden estaba acompañada de más civiles: gente harta de ese mundo, que había llegado a pelear contra Él como última oportunidad. Harry fijó la atención en sus zapatos y se concentró en mantener el Protego.

Se concentró en eso, porque en las pilas y pilas de cuerpos en el suelo, estaba Astoria.

Y Harry no podía ver su rostro sin vida una vez más.

Se sacrificó. Lo hizo sin dudar. Se sacrificó desde el momento en que entró a ese laberinto, seis años atrás.

—Potter.

Harry paró en seco, sintiendo un escalofrío subir por su espalda y alcanzar su nuca. La gente que lo seguía paró también, y él junto a Ron se tomaron la cabeza, buscando el origen del sonido.

Voldemort había hablado.

Gracias a que se habían movido, las llamas ya no eran tan grandes y le dejaban un pequeño espacio en la parte superior de la cúpula. Aún así, Harry no podía ver mucho.

—Sigan moviéndose —Ron ordenó. La gente se tomó la cabeza—. Sigan moviéndose.

Harry obedeció.

—Oh, Potter... —Voldemort habló de nuevo, riéndose. Su voz estaba profundamente colérica—. Crees que me has ganado, ¿no?

Rodeados por las llamas, pero con ese pequeño campo de visión, Harry miró de nuevo la pelea. Esta vez fue inevitable ver todos los muertos y mutilados. Observar el mismo paisaje con el que tuvo que lidiar por casi una década. Todo el puto tiempo. Todas esas eran muertes que cargaba en la espalda.

La mayoría de cadáveres pertenecían a la Orden.

—Mira quién está aquí —Voldemort volvió a hablar, satisfecho con su reacción.

Harry buscó el espacio al frente, en medio del fuego, para poder mirar la entrada del castillo donde el fuego se detenía.

Y frenó de nuevo.

Pudo ver un destello de cabello dorado.

Todos sus sentidos se pusieron en alerta. Su magia quiso romper el Protego y llegar hasta donde Draco se encontraba; quiso acariciar su mejilla y tomarlo para guardarlo debajo de su piel.

Hey,

decía su magia.

¿Dónde habías estado?

Y,

Te extrañé.

Pensé que te había perdido.

—Es él esta vez —dijo Voldemort de nuevo, y Harry pudo dilucidar que empujaba a Draco. Algo salvaje nació en su pecho—. Finite Incantatem, ¿ves? El resto de sus dobles murieron en el derrumbe de la Mansión Malfoy. Este es duro de matar.

—Draco-

—Deja caer ese escudo y ven aquí, Potter. No te lo repetiré dos veces —Voldemort lo interrumpió, y Harry sintió la boca seca—. Tienes diez segundos. De lo contrario, lo mataré. Sabes que hablo en serio.

—No...

Harry desearía haber escuchado mal.

No todas las elecciones pueden ser fríamente calculadas, por supuesto, pero existe un segundo –un fragmento de tiempo tan mínimo que no es posible de calcular– en el que hasta las decisiones más impulsivas se meditan.

Harry se dio vuelta.

La gente lo estaba mirando completamente aterrorizada, esa gente que creía que Harry estaba allí para protegerlos. Con sus caras le rogaban que no los dejara, que estaban en peligro y que Harry se los debía. Tenía que salvarlos.

Pero Voldemort tenía a Draco.

Diez.

—No —murmuró—. No. No. No.

No podía decidir. Harry no podía decidir. No quería que estuviera en sus manos.

Por una vez, deseaba que la elección no estuviera en sus manos.

—Harry...

Ron tenía una expresión complicada en el rostro. Dio un paso al frente, y llenó todo su campo de visión. La diferencia de altura nunca fue tan notoria, Harry se sentía pequeño bajo la mirada de su amigo y su mueca de seguridad.

Nueve.

—Ve —dijo Ron.

Su reacción automática fue negar.

—No puedo-

—Yo levanto un escudo —aseguró él.

—No será lo mismo-

Ocho.

Ron realmente lucía como si lo estuviera diciendo en serio, y a Harry se le arrugó el corazón, porque-

¿Desde cuándo su amistad se basaba en dejar ir al otro?

Siempre fueron un:

Vamos.

Te ayudaré.

No te dejaré solo.

Y Harry no podía. No podía. No podía. No podía.

—Nos Apareceremos antes de que tú lo hagas —continuó Ron ante su vacilación—. Nos Apareceremos ahora-

—No va a funcionar. El Protego se romperá. Van a morir.

Siete.

Harry volvió a mirar hacia atrás. Voldemort se paraba en la entrada del castillo y empujaba a Draco como una medida desesperada de atraer su atención. Sus entrañas se retorcieron, y Ron apretó sus antebrazos, seguro y tranquilo.

Incluso le dedicó una sonrisa.

—Nos Aparecemos cuando tú lo hagas. Al mismo tiempo.

—Un segundo después, y mueren —Harry le rebatió. Había un nudo en su garganta ante la idea—. Si calculan mal, mueren.

Seis.

Ron se encogió de hombros.

—¿Ves otra opción?

Los ojos azules eran gentiles, y mucho, mucho más maduros de los que Harry recordaba. ¿Cuándo pasó esto?, pensó. ¿Cómo pude perdérmelo?

Cinco.

—¡Déjalo morir! —gritó alguien en medio de la tensión—. ¡Es un sucio Mortífago!

—Cierra la puta boca —Ron le espetó, dándose vuelta antes de que Harry pudiera reaccionar—, o yo mismo te mataré.

Ron sabía que no podía dejar morir a Draco, y sabía que tampoco era capaz de abandonarlo a él y a toda esa gente.

Estaba tomando la decisión por Harry.

Estaba tomando el asunto en sus manos y facilitándole el camino.

Harry agarró los antebrazos de Ron también. Con fuerza. Su magia quiso quitarle la desesperación, pero no había nada que hacer más que sostenerlo.

—No puedo- no puedo- lo va matar- pero esto es arriesgado-

—Harry. Hazlo —Ron lo cortó con una nueva tensión en su cuerpo—. Vas a morir si lo dejas morir a él. Nunca te vas a perdonar a ti mismo por no intentar salvarlo. Es mi culpa que él esté ahí ahora, y lo siento mucho. Yo puedo hacerme cargo de esto. Es mi forma de saldar cuentas, ¿entiendes?

Cuatro.

No creo que pueda soportar saber que estás ahí a punto de morir, y que puedo salvarte, y no hacerlo.

Si hay cosas más urgentes, no tendrás opción.

No podría.

—Lo amas —Ron dijo entre el eco de sus pensamientos—. Estás enamorado y eso es algo bueno, ¿recuerdas?

Harry lo miró. Por unos segundos, su visión se volvió borrosa. Podía sentir el dolor que le habían ocasionado a Draco en cada célula, en cada átomo. Pero también estaba consciente de lo que significaría Aparecerse.

Ron tenía los ojos llenos de lágrimas también.

—Pero también te amo a ti —murmuró Harry con la voz rota, y Ron se echó a reír.

—Estaré bien, te juro que estaré bien. Nos reiremos de esto después, ya verás. Es él quien necesita tu ayuda ahora.

—Ron...

Tres.

Ron lo soltó, tomando la decisión por él con esa expresión de valentía Gryffindor que lo caracterizaba desde pequeño. Los pulmones, la caja torácica, todo su pecho- quería gritar y volver a tomarlo. Decirle que no. Que no, que se detuviera. Que aún podía encontrar otra solución.

Pero no lo hizo.

Harry no lo hizo.

Decidió callar.

—¡Está bien gente, nos Apareceremos a la cuenta de tres en la entrada del patio de Hogwarts! —gritó Ron, recibiendo una oleada de quejas, gritos y llantos que Harry decidió no escuchar—. ¡No hay otra opción, atentos a la cuenta!

Harry tomó a Ron del brazo, volteandolo para que pudiera mirarlo por encima del hombro. Ron le dedicó un gesto de intriga.

—Lo siento —Harry dijo a la desesperada—. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Te perdono también.

—Hey. No hay nada por lo que disculparse, Harry, nada. Nunca lo habrá, jamás pienses lo contrario —Ron dijo, aunque su voz sonaba temblorosa—. Eres mi mejor amigo.

Familia.

Tú eres mi familia.

Dos.

—¡Okay, gente! —Ron gritó, palmeando sus manos—. ¡Tres... dos... uno!

Uno.

Harry cerró los ojos, Apareciéndose lejos de allí.

Sin ser capaz de mirar atrás.

•••

Casi no tuvo tiempo de aterrizar. Apenas llegó a la entrada del castillo se agachó, porque Voldemort trató de asestarle con un hechizo. Estaba casi al borde del vómito. Harry levantó la varita, y desde su posición, la dirigió hacia él.

—¡Avada Kedavra!

—¡Expelliarmus!

Irónico, cómo en esas situaciones límites, Harry no pensaba en la Muerte Negra. No pensaba en los hechizos de tortura, o en las muertes dolorosas que podría provocarle a Voldemort, el responsable del sufrimiento de todas esas personas. Harry pensó en un hechizo simple, pero efectivo, y se concentró en usar su magia para poder resistir la Maldición Mortal.

Draco cayó a un lado, delirante, y Harry apenas pudo robarle una mirada de reojo para asegurarse de que estaba vivo. Alrededor de los tres, aquella burbuja que siempre los envolvía cuando estaban en un duelo volvió a hacerse presente. Harry, recién allí, supo que se debía a que siempre tuvo en mente que nadie debía interferir.

—¡Deshaz la burbuja Potter! —gritó Voldemort. Lucía como si la pérdida de Nagini hubiera acabado con lo poco que le quedaba de cordura—. ¡¿O tienes miedo que no puedas lidiar con más de uno de nosotros?!

Harry sonrió con burla.

—¿Necesitas ayuda, Tom?

Voldemort rugió, y el color verde que salía de su varita avanzó contra el suyo. Harry no estaba seguro de cómo lo derrotaría con un Expelliarmus, pero eso era lo que había dicho, y ese era su plan ahora.

Por mientras, trataría de tomarlo con la guardia baja, enfurecerlo.

Tom cometía errores cuando se enfurecía.

—Tengo que hacerlo yo. Nadie debe interponerse. Esto se trata de tú y yo, ¿no es cierto? Siempre ha sido así —Harry dijo, y los monstruosos ojos de Voldemort se dirigieron a los suyos—. Ya no quedan Horrocruxes. Nagini ha muerto. Yo también lo hice nueve años atrás. Solo quedamos tú y yo. Ninguno de los dos podrá vivir mientras el otro siga con vida, ¿recuerdas? Y uno de los dos va a perder ahora mismo.

—¿Uno de los dos, dices? —Voldemort se burló—. ¿Realmente piensas que vas a vivir?, ¿tú?, ¿el-niño-que-vivió-por-accidente?

—¿Llamas accidente a tu incompetencia?

La mirada de Tom llameó ante el insulto, e incluso retrocedió como si no pudiera creerlo.

—¿Mi-? ¡Te has escondido y llorado tras las espaldas y faldas de personas mejores que tú! ¡Por eso has logrado vivir!

—He logrado vivir porque eres estúpido, y porque me has subestimado lo suficiente para no creer que soy una amenaza —Harry replicó, recordando todas las veces que logró escapar debido al narcisismo de Voldemort combinado con lo descuidado que fue—. Pero te has equivocado, Tom. He pasado años entrenándome. Sé lo mismo que tú. Y tengo más poder. Nunca vas a volver a dañar a nadie.

Voldemort rio. Sus dientes afilados y amarillos provocaron que Harry quisiera apartar la mirada, pero no lo hizo.

Por una vez, sabía que tenía la ventaja.

Tenía todas las de ganar. Su magia lo sabía, no él.

—¿Cuál es tu poder, niño? —se burló Voldemort de nuevo—. ¿El poder del amor?

—Ya no soy un niño —Harry espetó—. Y mi poder es la muerte.

Apenas las palabras dejaron su boca, Harry sintió cómo su mirada se ponía en blanco. Fuera del escudo, el pavimento y las piedras temblaron. El cielo se oscureció. Harry pudo sentir las raíces de los árboles del Bosque Prohibido. Pudo sentir las criaturas que aún estaban allí, expectantes. Sintió el galopar de los centauros, los corazones de los gigantes, el grito al unísono de los goblins.

Esto era nada. Lo que Harry estaba haciendo en ese momento era nada, comparado a lo que podría llegar a lograr. Voldemort tenía la Varita de Saúco en sus manos, la varita más poderosa del mundo, y Harry podría usarla. Él podía ocupar su lugar y crear un nuevo gobierno. La magia negra que absorbió en la mansión se lo gritaba, la que sentía palpitar en las paredes de Hogwarts. Todo era suyo. Absolutamente todo.

Harry era su Amo.

Podía gobernar el mundo entero.

—¿Crees que eres mejor que yo? —Voldemort dijo, trayéndolo de vuelta al presente. Aunque su tono sonaba pedante, Harry reconocía la precaución en los bordes de su cara—. ¿Piensas que eres mejor que tu Lord, quien tiene conocimientos de los que tú nunca soñarás?

—Tú no eres mi Lord. —Harry rio. Su voz salió acompañada de otra más oscura. La magia—. Y soy mejor que tú.

Draco tosió, y el Expelliarmus le ganó momentáneamente al Avada Kedavra que unía sus varitas. Harry nunca le tuvo miedo a Voldemort, pero entendía porque el resto sí. Era poderoso, y no se rendía para mantener su poder.

Tom soltó un alarido al ver cómo su mano se doblaba.

—Vamos desde el principio. Por lo que veo, no piensas rendirte tan fácil, pero lo haré breve —Harry habló como si estuviera recitando el clima—. En primer lugar, Tom... Severus Snape nunca fue tu servidor. Fue el de Dumbledore, un hombre que te superó siempre. Que te venció siempre y quien planeó su propia muerte para así poder derrotarte.

—¿Qué estupideces-?

—Snape era fiel a Dumbledore. Y mataste al hombre equivocado en la última Batalla de Hogwarts. —Harry soltó una risa. Era cruel. Alta. Podría cortar cuellos solo de esa forma—. Creíste que Snape estaba intentando robarte la jurisdicción de la Varita de Saúco, como el imbécil que eres, y lo mataste. Lo mataste porque llegaste a las conclusiones equivocadas.

—Voy a hervir tu carne —Voldemort escupió—. Te voy a dar de comer a los perros, Harry Potter. No te voy a matar, voy a hacer de tu vida un puto infierno-

—Esa varita no es tuya, y nunca va a ser tuya —Harry interrumpió sus palabras sin sentido, y su hechizo comenzó a ganar al Avada Kedavra—. Severus Snape, a quien mataste por su jurisdicción, nunca fue su dueño, porque la persona que desarmó a Dumbledore en esa torre diez años atrás, fue Draco Malfoy.

Fue instantáneo. La mirada y atención de Voldemort se dirigió a Draco, quien seguía en el suelo. Había un hambre allí. Una ambición de poder que Harry podía entender a la perfección.

Hace mucho que todo eso no se trataba de muggles y nacidos de muggles.

Se trataba de estar en lo más alto, tan simple como eso. De ser temido.

Y había que aplastar a los que estaban más abajo para llegar a la cima.

—Ni siquiera te atrevas, hijo de puta, porque no es él su dueño. Ya no —Harry dijo, impidiendo cualquier movimiento que Voldemort pudiera hacer en contra de Draco. Tom retornó los ojos a él—. La varita escoge al mago, ¿no? Bueno, resulta que la magia de Draco me escogió a , y por consecuencia su varita también lo hizo. Lo desarmé casi diez años atrás, y la propiedad de la Varita de Saúco que antes le pertenecía a él, pasó a pertenecer a .

Voldemort miró al artefacto que descansaba en sus manos, y aunque pareció debatirse entre soltarlo, probar con algo más, o seguir adelante para no morir, Harry se apresuró en continuar.

Distráelo. Distráelo. Distráelo.

—Son tres reliquias, eso lo sabías, ¿no? La varita. Una capa, que estoy seguro ya sabes que poseo, y finalmente... la Piedra de la Resurrección. —Harry podía sentirla. Su magia le permitía saber que estaba en el Bosque Prohibido, aclamando su llegada—. Quien posee las tres, se convierte en el Señor de la Muerte.

Era imposible saber si Voldemort entendía adónde iba Harry con todo eso, pero suponía que no. Por muy hábil y capaz que fuera, seguía siendo alguien que no concebía que pudiera existir nadie más poderoso que él. Voldemort trabajó por años para ser quien era, para distanciarse lo más posible de lo terrenal.

Pero al final del día, continuaba siendo un hombre.

Un hombre de carne y hueso.

—Soy mejor que tú, Tom. —Harry sonrió, y Voldemort dio un paso atrás mientras él relataba—. Tengo a los centauros, a los gigantes, he matado al único obstáculo que te hacía inmortal. Tus seguidores no son un problema para mí. Mucha gente se convirtió en espía para derrotarte. Y lo más importante: yo soy el Amo de la Muerte.

Fue glorioso ver cómo el cuerpo de Voldemort pareció haber sido golpeado con esta revelación. Frente suyo, miles y miles de acciones que lo llevaron a gobernar pasaron, todo- todo para terminar en eso. Para terminar en nada.

Su reinado acababa hoy.

Harry esperaba que pudiera verlo acabar.

Nunca me vas a igualar —escupió, tan soberbio como Harry sabía que era.

—Que Dios te escuche.

El estallido de las dos magias más poderosas que el mundo hubiera visto retumbó como un cañonazo, y la fricción de los hechizos comenzó a sacar llamas doradas.

El Expelliarmus ganó la batalla entre las varitas gracias a la explosión de magia que vibraba dentro de Harry, saliendo desde sus poros como un relámpago.

Voldemort cayó a un metro más allá, aún dentro del escudo.

Harry atrapó la Varita de Saúco, que voló por los aires hasta donde estaba y cayó entre sus manos, donde pertenecía. Caminó hasta Voldemort que se encontraba medio inconsciente. El corazón le iba a mil por hora. Harry se puso enfrente de su cuerpo.

Aún estaba vivo. Al borde de la muerte, pero vivo.

Con la varita más poderosa del mundo, amarró a Voldemort. Sin pensar en ningún hechizo en concreto, inhibió su magia con las cadenas. Estaba demasiado débil para escapar, aunque no podía confiarse.

Apresado y a punto del desmayo, Harry se giró a Draco, y se tiró de rodillas ante él. Continuaban dentro del escudo, y no sabía si la gente afuera podía ver algo. Draco respiraba pausadamente, y sus párpados se agitaban como si quisiera abrir los ojos pero el esfuerzo fuera demasiado grande.

Has vuelto.

Has vuelto a mí.

—Draco —dijo, tomándolo y depositando un beso en su sucia frente—. Draco...

—¿Potter...?

Harry casi pudo haber llorado de alivio al escuchar su voz. Estaba ronca, y la noche anterior donde habían estado riendo y besándose parecía tan lejana ya. Harry debió haberse quedado a vivir en ese momento, ahora de una vez por todas.

Sujetó a Draco entre sus brazos, apretándolo contra su pecho. Se dio un segundo para saborear ese instante.

Hola, sus huesos cantaron. Hola. Te amo. No te vayas nunca más.

A diferencia del fiasco de la Mansión Malfoy, esto se sentía correcto. Harry podía sentir su magia bañando a Draco en confort. Estaba lleno de heridas, heridas que Harry no quería ver, no allí. Se quedaron así hasta que su magia confirmó que ya nada lo heriría.

Pero la guerra aún estaba tomando sus últimas bocanadas de aire.

Y Harry no podía darse el lujo de no pelear hasta el final.

La burbuja donde habían estado se deshizo, y Harry pudo escuchar cómo todos jadearon al ver a Voldemort apresado en cadenas, moribundo. La mayoría de Mortífagos había caído, aplastado por la Orden. Algunos de los niños y las criaturas, incluso los dementores que Harry ni siquiera había notado, se retiraban. A lo lejos sólo unas pequeñas peleas se estaban dando. Peleas que fueron acalladas por él mismo con el más leve movimiento de su mano.

Greyback, Rodolphus, y Hagrid cayeron estrepitosamente.

Algo se apretó en su pecho al analizar una vez más el paisaje a su alrededor. Más gente llegaba a la batalla. Había cadáveres por todas partes y se encontraban apilados. La gente lloraba; los medimagos iban al rescate. Luna estaba junto a uno que checaba a Theo mientras ella lo sostenía. Astoria seguía en el mismo lugar, y su familia se acercó a ella. Daphne soltó uno de los gritos más desgarradores que Harry había escuchado antes.

Pero todo eso quedó amortiguado por lo que divisó a continuación.

Sus ojos se dirigieron adonde las llamas lo arrinconaron antes de Aparecerse a un lado de Voldemort: allí había al menos diez cadáveres rostizados.

Y unos brazos y una cabeza.

—No...

Harry miró hacia el inicio del patio de Hogwarts, donde Ron tenía que estar, donde Harry lo vería, sonriendo, levantando los pulgares y diciéndole que ahora todo estaba bien. Ron estaría modulando que salieran de allí y que ahora debían descifrar qué hacer con sus vidas. Estaría agotado, pero bien. Ron tenía que estar ahí.

En su lugar, Harry sintió cómo una avalancha de emociones se le venía encima al ver a Hermione de rodillas, doblada a la mitad mientras descansaba la frente en el piso.

Sus dedos estaban sosteniendo una pierna ortopédica.

—No —Harry repitió. No sabía si estaba llorando o gritando—. No. No. No.

Los Weasley se encontraban apilados en diferentes sectores. Ron no estaba con ellos.

—¡Mi hijo! —El grito de Molly sonó alto, devastador. Quiso taparse los oídos. Sus tímpanos dolían. Lo único que Harry veía eran restos humanos que ella abrazaba—. ¡¡Ron!! ¡Ron, por favor! Por favor... no...

Dónde estaba Ron.

Ron.

¿No los había dejado, verdad?

El llanto de Hermione llegó a sus oídos, y Harry sintió que cada pared y defensa que había construido durante los años, cayó de golpe.

Astoria y Theo dolieron. Dolieron de una manera que Harry no pensó que podían doler. Pero esto-

Esto se sentía como si todo su mundo se hubiera venido abajo. Como si la tierra se hubiera secado, el sol se hubiera extinguido y la luna hubiera desaparecido. Por un minuto entero, Harry no vio nada. Su pecho estaba siendo abierto y sus costillas destrozadas por el dolor que sentía. Harry no sabía cómo podía- cómo podía seguir vivo, porque realmente parecía que cada espacio libre de su cuerpo estaba siendo apuñalado, una y otra vez.

Estaba muerto.

Ron estaba muerto.

Quien lo quiso incondicionalmente. Quien lo apoyó y siguió en cada estupidez que hizo de niño. Quien bajó con él a enfrentar un basilisco, y quien con la pierna rota se puso delante de un hombre que quería hacerle daño. Quien luchó contra Mortífagos y monstruos-

Estaba muerto.

Harry había perdido a demasiada gente, esto estaba más que claro. Demasiada. Sin embargo esto... esto se sentía como haber perdido la mitad de su alma. Un sufrimiento totalmente nuevo y desolador. Cada duelo era diferente, eso lo sabía, claro, pero a diferencia de los demás... esta cara de la muerte... era patética. Lo primero en lo que Harry pensó no fueron los buenos momentos. No fueran las risas, los abrazos incómodos, las aventuras y el cariño. No, lo primero que Harry pensó fue en la pelea que tuvieron en cuarto año, cuando Ron creía que Harry había mentido al ingresar su nombre al Torneo de los Tres Magos.

Harry recordó cómo se había sentido su primera discusión: estar solo con Hermione no era lo mismo que estar con Ron, hasta ella les había rogado que volvieran a hablarse. Harry recordó lo mucho que dolía que Ron lo ignorara, y el alivio que sintió cuando admitió que sí le creía y volvieron a ser uno solo.

Recordó la búsqueda de los Horrocruxes, cuando Ron se marchó y Harry y Hermione quedaron sin nada que decirse, ignorando el vacío que había en esa carpa. En Navidad de ese año, Harry solo pudo pensar en él y dónde estaba- y fue tan fácil perdonarlo cuando regresó. Se sintió terrible tener que vivir sin él.

Y ahora esa sería su vida.

Desde ese momento.

Harry se sentiría de esa manera por siempre.

Se giró a Voldemort, que seguía amarrado a menos de un paso suyo. La gente se acercaba a los últimos Mortífagos vivos.

Harry vio en sus caras a todas las víctimas. Miles de víctimas. Todos los seres queridos que mataron y torturaron e hicieron sufrir.

—¡CAPTUREN A LOS QUE SIGUEN VIVOS! —decidió gritar lleno de cólera—. ¡NO LOS MATEN!

Kingsley se Apareció a su lado, y entre él y Harry levantaron a Draco. Harry temblaba de la furia. Se separó por un momento de ambos y caminó hasta Voldemort, quien se movía entre las cadenas.

Harry estampó el zapato contra su cara.

La multitud de civiles que quedaban vivos arrastraron a Greyback y Rodolphus donde Harry se encontraba junto a Voldemort. Hagrid trataba de zafarse, pero los gigantes fueron los que lo llevaron golpeándolo. Finalmente, incluido Voldemort, los cuatro estaban de rodillas ante la gente. Temerosos.

Harry bebió de ese temor.

—Los vamos a juzgar —exclamó, sintiendo la expectación de las personas—, como ustedes nos han juzgado. Los vamos a tratar, ¡como ustedes nos han tratado!

Todo estaba deshecho. El Nobilium. El Electis. Todo. Estaban acabados. No había Ministerio para recriminar lo que iba a hacer.

Harry miró sus caras. Tuvo un vistazo de la luz verde que mató a sus padres. Oyó el: "Mata al que sobra", en el cementerio, y sintió a Cedric caer. Escuchó la risa de Sirius y de Ginny. Vio a Tonks y el futuro que ella junto a Remus y Teddy pudieron haber tenido. Vio pasar las caras de Fred, de Andrómeda, de McGonagall. Vio su sufrimiento y el de los que amaba. De los niños esclavos. Vio a Draco.

A Ron.

Estaré bien, te juro que estaré bien. Nos reiremos de esto después, ya verás. Es él quien necesita tu ayuda ahora.

Hey. No hay nada por lo que disculparse, Harry, nada. Nunca lo habrá, jamás pienses lo contrario. Eres mi mejor amigo

Harry levantó la Varita de Saúco, y sin piedad, cortó las extremidades de los cuatro hombres.

Fueron cortes limpios, y sus miembros cayeron al suelo dejando sólo sus troncos en pie. Era un paisaje enfermizo y sangriento, uno que no le molestaría repetir. Deseaba que vivieran así. Curar sus heridas para continuar haciéndolos sufrir una vez más. Rodolphus estaba llorando abiertamente y la cara deshecha de Greyback ya no sonreía, sino que temblaba. Voldemort parecía apenas consciente, y Hagrid... Hagrid suplicaba por su vida con gritos desgarradores.

La multitud bramó. Algunos festejaron, otros parecían sorprendidos. A Harry no le importó.

Esa era su última oportunidad. Su venganza.

Avanzó a Voldemort, quien lo miró a los ojos una última vez, y le sonrió.

—Tom Ryddle... espero que disfrutes el lugar al que irás después de esto.

Acto siguiente, cortó su yugular.

Se iba a desangrar en un par de minutos, iba a morir de su mano, como la profecía indicaba. Sin embargo, no era suficiente dolor. Tenían que sufrir. Tenían que morir llorando.

—¡Harry! —rogó Hagrid—. ¡Harry estoy de tu lado! ¡Me manipularon!

Harry lo ignoró, y se giró a la multitud.

—Acaben con ellos.

Contrario a lo que pensaba, ninguno vaciló.

Harry dio un paso atrás, saliendo del trayecto de las personas y chocó contra el hombro de Kingsley, sintiéndose exhausto, pero no por eso menos complacido, viendo a la gente quitar partes de ellos. Enterraban sus uñas en la carne de los prisioneros, los abrían en miles de pedazos y los golpeaban. Los mordían y jugaban con sus órganos. Cobraban la venganza que siempre tuvieron que haber tenido. Era animal, sí.

Pero lo merecían.

Astoria.

Ron.

McGonagall.

Ginny.

—Tienen que irse —Kingsley los alertó, poniendo una mano en su hombro—. Necesitan irse ahora.

Harry cerró los ojos, sintiendo que iba a colapsar. Que el choque de adrenalina se había ido. Ya no quedaba nada.

Nada.

Trató de buscar a Hermione.

No la encontró.

—Kreacher —Kingsley llamó, y el elfo apareció allí al instante como si lo hubiera estado esperando—. Llévalos con...

Harry no escuchó el resto de esa oración.

Unos brazos lo tomaron. Kingsley susurró que todo estaría bien.

Y luego Harry estaba siendo arrastrado lejos.

Chapter 65: El Después Parte I

Notes:

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Chapter Text

"Al final, lo único que queda somos tú y yo."

Había un hombre mirando por la ventana, aunque Draco no podía reconocerlo bien. Se le hacía conocido. Familiar, en realidad. Su respiración era pausada y hasta errática mientras veía hacia afuera.

Estaba nevando.

A pesar de que no sentía que se encontraba en peligro, Draco no pudo evitar levantarse de la cama en un movimiento rápido mientras su cuerpo se quejaba, y agarró la varita del mueble. Se sentía cómoda en su mano, como si fuera suya, pero al mirar hacia abajo, descubrió que... No era así. Su varita de espino no estaba por ninguna parte.

—¿Me recuerdas?

Draco miró hacia arriba al escuchar la voz del hombre, ronca y algo rota. Desconocida. Aún no se volteaba, sin embargo parecía alerta también. Draco no creía que fuera a hacerle daño, pero... Todo era demasiado confuso. No confiaba en sus instintos.

—¿Quién eres? —preguntó Draco, afirmando su varita con más fuerza.

Por unos segundos, nada sucedió. Las manos del hombre formaron puños con tanta fuerza, que sus venas se marcaron. Draco comenzó a sentir el frío instalarse en su sistema, viendo cómo en vez de calmarse, con cada momento, la tensión en él aumentaba. Había sido solo una pregunta.

Entonces, el hombre se volteó.

Era Harry Potter.

Draco reprimió el grito de su garganta y su primera reacción fue maldecirlo, aunque Potter lo esquivó con un solo movimiento de mano y se quedó en su lugar, analizándolo. Su mirada era- desolada. Y Draco simplemente no podía creer lo que veía; un nudo se instaló en su garganta, impidiéndole respirar. Este era Harry Potter.

Era mayor. Algunas líneas de expresión surcaban sus rasgos, y los ojos verdes vívidos se encontraban completamente apagados. Draco sentía que estaba mirando a un desconocido; y al mismo tiempo, a alguien al que había visto cada día de su vida. Instintivamente trató de alcanzarlo, pero bajó la mano al momento después. ¿Qué estaba haciendo?

—Creí que estabas muerto —murmuró, temblorosamente—. Creí- creí que habías muerto.

Potter lo miró con cautela, estudiando las palabras de Draco, mientras este dejaba que el sentimiento de pérdida lo inundara. Que lo arrollara. Era como si todos los músculos y huesos de su cuerpo se hubieran derretido, haciéndolo caer. Sus ojos picaban, y encima de su pecho existía una presión que amenazaba con hacer pedazos su corazón. No entendía por qué. Draco no entendía nada.

—¿Qué pasó? —susurró entonces. La luz de la ventana difuminaba los bordes del cuerpo de Potter.

—Voldemort...

—¡No digas su nombre!

Draco se giró, elevando la varita y esperando con miedo a que los Mortífagos irrumpieran en aquella casa por haber pronunciado "Voldemort" en vez de "Señor Tenebroso". Pero nada pasó. Draco no tenía idea de por qué. Deberían estar muertos para ese punto, sufriendo las peores cosas posibles en manos de toda esa gente horrible.

Cuando se giró, descubrió que Potter se había movido de la ventana y había avanzado hasta Draco. Silencioso. Vigilante. Draco dirigió la varita hacia él, provocando que Potter parara y levantara las manos. No se veía intimidado en absoluto.

—Él te mató —Draco escupió—. Te vi morir.

—¿Y cómo te hace sentir eso?

Draco descubrió que estaba temblando, y que tenía ganas de gritar... de gritar hasta que su garganta se secara y sus pulmones no pudieran más. Pero no dijo nada de eso. En su lugar, tomó una respiración honda, y trató de calmarse.

—¿Qué sucedió?

Un gesto de dolor cruzó la expresión de Potter. Su frente se arrugó, y su boca se transformó en una fina línea. Draco esperó la respuesta con el corazón en la boca.

—Todos están muertos.

Su pulso cayó.

—¿Qué?

—Todos están muertos. Todos fueron asesinados. Al menos la mayoría.

Draco sintió un hachazo atacarle justo en el pecho. Y no pudo evitar que una lágrima cayera por su mejilla, mas no le prestó atención. No sabía quienes eran "todos". No sabía por qué debía importarle.

La barbilla de Potter temblaba, y por alguna razón, Draco casi se vio sobrepasado por las ganas de cruzar el espacio y abrazarlo. Pero se quedó en su lugar sin bajar la guardia ni la varita.

—¿Por qué tú no? —escupió entonces, y su voz sonó venenosa. Amarga.

Las palabras golpearon a Potter, y el gesto de dolor volvió.

—Porque tenía que salvarte.

—¿De qué mierda estás hablando?

Potter bajó la mirada, y se pasó una mano por el cabello. Exasperado. Triste.

—No me recuerdas.

Draco no contestó, porque no sabía qué era lo que había que recordar. Potter estaba muerto, él lo sabía. Eso era todo lo que sabía, y ahora se encontraban frente a frente, hablando incoherencias y mirando por la ventana de... ¿Dónde estaban, siquiera? ¿Eso era Inglaterra? ¿Por qué nevaba? ¿Era Navidad?

Cuando Draco volvió en sí, notó que Potter había avanzado nuevamente, y ahora estaban a un poco más de un metro. Draco volvió a maldecirlo, y el hechizo rebotó contra un escudo que ni siquiera lo había oído conjurar.

Aléjate.

Increíblemente, Potter le hizo caso, y retrocedió un paso. Su expresión se había cerrado, y aunque la desolación brillaba en sus ojos, eso era todo lo que delataba que algo terrible había sucedido. Los pedazos de Potter estaban perfectamente puestos, la fachada impecable. Pero Draco sabía que una palabra, y todo eso caería.

¿Cómo lo sabía?

—Potter. —Draco bajó la varita al fin. No había dejado de temblar—. Potter, ¿qué pasó?

Potter dejó caer sus hombros, y sus dientes se apretaron. Por un momento, Draco creyó que no respondería, porque no quería hacerlo.

Pero entonces.

—Voldemort ha vencido-

Draco sintió que todo daba vueltas.

—No entiendo...

—Voldemort ganó.

—¿Qué...?

Draco sintió cómo caía. Y caía. Y caía.

—Voldemort nos venció en la Batalla de Hogwarts...

Unos brazos lo envolvieron cuando sus rodillas tocaron el suelo, y se dejó ir. El dolor lo embriagó como un huracán, llevándose consigo todo. Todo lo que quedaba. Draco soltó un sollozo que quemó su garganta.

Y todo se volvió negro.

Cuando recobró la consciencia, quién sabía cuánto tiempo después, Potter estaba presionado a su espalda, y Draco podía ver distintas imágenes reproducirse en un lugar lejano. Su madre. Los gritos. Las muertes. Los hechizos y la suciedad. El cadáver de Potter.

¿Era la batalla?

¿Están viendo la batalla que Voldemort ganó?

—No... no entiendo... —Draco murmuró con un nudo en la garganta.

¿Qué hacía ahí?

¿Qué hacía Potter con él?

¿Dónde estaban su familia y sus amigos?

—¿Qué es lo último que recuerdas?

Draco sintió la voz en su oreja, y fue consciente de que era Harry Potter quien estaba abrazándolo, quien estaba consolándolo. Sin importar la confusión, esa piel, esa cercanía, seguía dándole asco.

Se levantó de golpe alejándose de él, y le dio la espalda. Trató de calmar su respiración irregular e intentó hacer memoria.

Su madre viendo algo. Los Mortífagos riendo. El semi gigante gritando por un cuerpo.

—Tenía... tenía diecisiete —respondió sin mirar a Potter—. Ustedes se estaban retirando.

Hubo un pequeño silencio antes de que este respondiera.

—Sí. Voldemort ganó la Batalla de Hogwarts, nueve años atrás.

Draco sintió que un frío terror se apoderaba de él al escucharlo. Se dio vuelta para mirar a Potter a los ojos.

—¿Nueve años...?

Las líneas de expresión en su cara ahora eran más notorias, y con más tranquilidad, Draco era capaz de ver algunas canas entre sus cabellos negros. A pesar de que esa era la cara que había memorizado de niño –los mismos ojos verdes, la misma nariz, el mismo lunar en su cuello– este no era el chico de sus recuerdos. Era un extraño. Draco tocó su propio rostro, sintiendo relieves que no estaban allí antes.

Se sentía jodidamente aterrorizado.

¿Dónde había estado estos nueve años?

—¿Qué sucedió? —preguntó, tratando de controlar el temblor de su cuerpo—. ¿Dónde están mis padres?, ¿por qué estoy aquí contigo?

No se le ocurría ni un solo perturbador motivo por el que se encontraba con Potter en ese instante, en vez de sus padres, Goyle, Theo, Blaise o Pansy. Incluso Daphne. Cualquiera de ellos habría tenido muchísimo más sentido. Cualquiera de ellos lo habría hecho sentir en casa.

Potter soltó un suspiro y se levantó del suelo, donde cinco minutos atrás lo había estado sosteniendo. A su piel le faltaba su calor, y eso hacía que Draco lo odiara aún más. Como si no fuera suficiente haber estado casi seis años de su vida queriendo las migajas que Potter tenía para ofrecerle. Este se paró, luciendo inseguro.

Draco se concentró en la forma de sus labios, en la curvatura de sus cejas- y supo que lo que le diría a continuación no era nada bueno.

—Narcissa fue apresada por no delatarme en el Bosque Prohibido en la primera Batalla de Hogwarts. Tu padre fue puesto bajo la Imperius. Esto duró ocho años.

Draco pensó en su madre. Trató de imaginarla en Azkaban, privada de su libertad... y se le hacía imposible. Su madre no estaba hecha para eso. ¿Y su padre?, ¿bajo la Imperius? Nunca vio a Lucius rendido ante ese maleficio sin importar lo que él dijera. Los Malfoy no se arrodillaban.

Miró a Potter con cierto grado de recelo.

—¿Y yo? —preguntó—. ¿Qué pasó conmigo?, ¿por qué estoy aquí?

El hombre alzó la mano, como si quisiera tocar la cara de Draco, pero tanto él como Potter se alejaron antes de que eso pasara. Este pasó saliva. Las palabras salieron con cautela, como si le doliera contestarle.

—Tú te transformarse en... Astaroth. Miembro del Nobilium de Voldemort.

Draco reconocía las palabras del latín, aunque no le hacían mucho sentido. ¿Él, parte de los nobles de Voldemort?, ¿tomando otro nombre? No sonaba a algo que Draco haría, tanto porque no tenía las agallas suficientes, y porque estaba orgulloso de ser un Malfoy.

Desconfiaba de Potter. Desconfiaba de la manera en que quería acercarse a él con desesperación, como si le quemara el espacio que había entre ambos. Draco temía que quisiera atacarlo, y que todo eso fuera un complot en su contra para- para ganar la guerra, quizás.

—¿Dónde están mis padres? —decidió preguntar, sólo con un ligero temblor en la voz—. ¿Qué hicieron con ellos?, ¿qué pasó?

El gesto de Potter volvió a hacerse complicado, y cuando avanzó esta vez, Draco se lo permitió, con miedo de lo que esa expresión podría significar. Con miedo de lo que podría pasar si Potter estaba demasiado lejos cuando lo dijera.

Podía sentir la separación en cada centímetro de su cuerpo. Era casi como si le estuviera rogando que se dejara tocar.

—Muertos.

La palabra cayó entre ellos como si hubiera sido un puñal.

Draco retrocedió a pesar de lo que había estado pensando. Trató de buscar el truco en la habitación, la broma en la cara de Potter, pero no encontró nada. No sabía qué estaba haciendo allí, no sabía por qué ese hombre le hablaba, pero- pero muy dentro, justo en el vientre, había un tirón, un presentimiento. Sentía... que decía la verdad.

Potter decía la verdad.

—¿Tratando de salvarte a ti? —espetó pensando en su madre.

Potter no respondió, y Draco, a pesar de estar enterándose de esto recién, no sentía que acababa de perder a Narcissa, sentía que era algo que ya sabía, pero que le acababa de ser recordado. El duelo seguía allí, aunque no con una intensidad reciente,

¿Por qué?

Han pasado años.

—¿Por qué estoy aquí contigo? —volvió a preguntar. Potter suspiró.

—La guerra se extendió por nueve años luego de eso, de la primera Batalla. Tú te hiciste espía para la Orden cuando Narcissa murió.

Un pequeño hachazo de dolor llegó, con imágenes que no podía ubicar en el tiempo. El olor a mar. Una mujer entre sus brazos. Ojos verdes tras una capa. Peleas. Discusiones. Besos. Abrazos. Sangre. Dolor.

Mucho dolor.

—¿Y Theo? —Draco dio otro vistazo a su alrededor—. ¿Theo está bien?

La cara de Potter fue una respuesta por sí sola.

—Fue atacado, no sé qué pasó.

—¿Goyle?

—Apresado.

—¿Pansy?

—Muerta.

—¿Blaise?

Potter suspiró.

—Muerto.

A pesar de que no parecía brusco, que no parecía querer estar haciéndole daño, cada palabra dolía. Un recuerdo de Goyle vino, corriendo con los brazos llenos de dulces de Hogsmeade mientras Crabbe intentaba atraparlo. Un recuerdo de Pansy, acariciando su cabello mientras planeaba su boda y Draco le daba consejos sobre vestidos.

Las memorias en su cabeza eran de cuando solían ser niños.

¿Cuánto tiempo llevaban muertos?

—¿Cómo fue? —preguntó Draco, suponiendo que el hombre fue responsable del padecimiento de sus seres queridos—. ¿Por qué?

—Por la guerra —contestó Potter.

Draco lo miró. El pasmo de toda esa información era tan grande, que se sentía más mareado que otra cosa. Todos a los que conocía o estaban presos, o heridos, o muertos. Parecía estúpido y ridículo que él siguiera allí, sobre todo bajo el ala de Potter.

Potter, quien le había dado las cicatrices de su torso. Quien lo odió. Quien nunca lo respetó.

—Pero yo estoy vivo- ¿cómo? —susurró Draco, tocando su propio cuerpo—. ¿Por qué?

—Porque yo te salvé.

Ojos grises chocaron con los verdes. La vulnerabilidad en el rostro de Potter era tan grande, que Draco sintió que su respiración se cortaba. Potter parecía haber sido flagelado, cortado a carne viva para que el resto del mundo lo viera expuesto, y la oración pareció haber abierto heridas nuevas. Potter dio otro paso a él, y esta vez, cuando levantó el brazo y lo dejó descansando en el de Draco, no se alejó.

Por favor, decía. Por favor. Por favor. Por favor.

Draco no entendía qué estaba pidiendo.

¿Sería el único que quedaba de entre la gente que Potter conoció?, ¿por eso parecía tan necesitado de sostenerse a él?

—Tú me odias. Yo te odio —Draco escupió cada palabra, y aunque Potter lucía machacado, no lo soltó—. No tengo idea de por qué mierda mis padres murieron salvándote a ti, pero deseo que no lo hubieran hecho.

Los dedos de Potter apretaron su muñeca, y Draco sintió la ira golpearlo, haciéndole pensar- de toda la gente que amaba, no quedaba nadie. Lo único que le quedaba era este pedazo de mierda que nunca en la vida hizo nada bueno por él. Casi lo mató cuando tenían dieciséis. Su madre estuvo en Azkaban hasta morir por él.

—Eres un desgaste de espacio —Draco dijo, temblando otra vez. La expresión de Potter no había variado, aún decía: por favor—. Cada persona en mi vida que está muerta es gracias a ti, y desearía que sufrieras lo peor por ello. Deseo que hubieras muerto, porque eso sería lo único que me haría feliz.

Potter no respondió, y Draco quitó los dedos de este con brusquedad. La mano de Potter cayó a su lado laxa. No parecía enojado, sino agotado, como si le hubieran succionado la vida.

No recordaba haberlo visto así antes, y tampoco le importaba.

Todos estaban muertos.

—¡¿No me escuchaste?! —le gritó Draco a menos de un metro de su cara. Potter cerró los ojos—. ¡Deseo que tú estuvieras muerto y no ellos!

El dolor era algo abierto e impreso en las facciones de Potter, y a Draco no le importaba. Quería que llorara, que sufriera y se arrepintiera de todo lo que hizo y no hizo. Pensaba que se lo merecía. Necesitaba que le doliera como a él le estaba doliendo la verdad que acababa de ser contada. Que esto era lo único-

Que esto era lo único que quedaba.

—¡¿Por qué me salvaste?! —preguntó, aguantando las lágrimas. Potter negó—. ¿Por qué mierda me salvaste...?

—Porque no podía soportar perderte.

Draco paró, dándose vuelta para que Potter no pudiera ver lo que esa oración le había causado. Sofocamiento, ganas de abrazarlo y nunca dejarlo ir; ganas de matarlo ahí mismo. Draco quería todo y a la vez nada. Quería que nada de eso fuera cierto.

Muertos.

Todos han muerto.

Al menos la mayoría.

—Bueno, espero que vivas el resto de tu puta vida sabiendo que te odio por haberme salvado —escupió. Potter volvió a caminar hacia él.

—Creo que deberías volver a dormir, Draco.

Draco caminó hasta la cama aunque solo se sentó mirando al vacío. Deseaba reír y burlarse en su puta cara, porque no había forma de que dormir solucionara algo. Su cabeza dolía, no tenía un solo recuerdo actual, y para alguien con tan buena memoria eso era una pesadilla. Draco se abrazó a sí mismo, viendo por el rabillo del ojo que Potter trataba de acercarse.

—Vete.

No sabía porqué estaba ahí. Por qué Potter decía esas cosas. Por qué simplemente no lo dejó- morir. Draco no quería esa vida.

¿De qué servía?

¿Cuál era el punto?

¿Estaría atrapado con Potter por el resto de sus años?

—Por favor...

Draco miró hacia arriba cuando lo escuchó hablar.

Labios tiritando. Mandíbula apretada. Heridas en su rostro. Cabello deshecho.

Joven.

Ya no se veía tan mayor.

Parecía diez años más joven.

—¡Vete! —Draco le gritó—. ¡Sal de mi puta vista!

Pero incluso cuando se marchó, incluso cuando Potter pareció haber sido herido una vez más, Draco no sintió ningún tipo de satisfacción. Sus hombros estaban bajos. Su ropa se encontraba sucia. Una parte de sí mismo quería ir tras él y pedirle perdón por todo lo que había tenido que pasar. Por todo lo que él mismo le hizo pasar.

Sin embargo, sólo miró hacia el frente.

Miró hacia el frente, llorando porque era incapaz de reproducir una memoria concisa.

Todos están muertos, ¿qué pasa si los olvido?

¿Y si nunca más recuerdo cómo lucía el rostro de mi madre?

¿Qué va a pasar con ellos una vez que nadie pueda contar lo que hicieron?

¿Cómo Draco podía probar que estuvieron vivos en absoluto?

Sintiéndose igual que un niño pequeño, Draco se levantó y fue hacia la única puerta dentro de la habitación.. Suponía que era el baño. Como si su cuerpo recién hubiera despertado de un trance, cuando dio el primer paso, un latigazo de dolor lo recorrió. Draco pasó saliva con el corazón ya en su garganta y miró hacia abajo, levantando levemente las ropas que cubrían su estómago.

Su torso, sus brazos, todo-

Todo estaba cubierto de vendas.

Sintió un escalofrío recorrerle desde la cabeza hasta los pies y se apresuró al baño, consciente de que estaba a punto de vomitar. Cada flexión de su cuerpo, cada momento que inspiraba hondo, era como si algo caliente se estuviera presionando contra su piel. Draco no sabía cómo no lo sintió antes, pero la ausencia de Potter acrecentaba esto. Acrecentaba la consciencia de sus heridas.

Prácticamente sin pensarlo, Draco se quitó la camiseta que llevaba y se miró en el gran espejo del baño antiguo. No sabía dónde estaba, no lucía como un lugar lujoso; las paredes tenían humedad y afuera aún corría viento.

Aunque eso no era lo que había hecho que todo su aliento quedara retenido en sus pulmones.

Si antes pensó que no reconocía a Potter... aquello no era nada comparado con la imagen que tenía delante de él. Desde el espejo le devolvía la mirada un hombre que podría haber sido la pesadilla de Lucius Malfoy. Lo que Lucius Malfoy hubiera sido si hubiera querido asemejarse a la crueldad del Señor Tenebroso. Había una cicatriz cruzando su cara, su mandíbula era ancha, y sus ojos no poseían emoción alguna. Sus hombros eran fuertes, grandes, y Draco parecía estar habitando bajo una estructura- una armadura que no era él en realidad.

Dio un paso al frente, tocando su nariz, sintiendo la gran cicatriz bajo sus dedos. Y entonces, cuando se separó, encontró que en el inicio de la manga de vendas, un pedazo de su piel sobresalía.

Estaba chamuscada.

—No —Draco murmuró, viendo que el Draco del espejo no parecía ni la mitad de afectado a cómo verdaderamente se sentía—. No- no.

Comenzó a sacarse la venda casi salvajemente, revelando poco a poco los tramos de la piel de su muñeca, de su antebrazo y su hombro. Draco miraba con horror que cada vez que el material se desenvolvía, lo único que encontraba era su piel hecha añicos, con pedazos sanando, otros a carne viva y otros completamente negros. Draco se sentía atrapado en una pesadilla. Tenía que serlo.

—Despierta —susurró, sin dejar de deshacer la venda, soltando el torso y el otro brazo también—. Despierta. Despierta. Despierta.

Pero sin importar cuántas veces lo dijera, nada sucedía. Su respiración se aceleraba más, la presión en su pecho se volvía peor. Y finalmente, Draco se encontró completamente desnudo hacia arriba, viendo que todo- toda su piel estaba...

Bueno, no toda, en realidad.

Sus ojos se dirigieron al brazo izquierdo, encontrando allí, brillante y reluciente, la Marca Tenebrosa. Estaba negra e intacta. Estaba ahí como un recordatorio de todo lo que fue, de todo lo que es y de todo lo que siempre sería.

Draco volvió a mirarse el espejo.

Gran parte de su pecho tampoco estaba quemado, pero eso tampoco hacía mejor la imagen de lo que verdaderamente había allí. Sus dedos fueron a parar instintivamente a los relieves que sobresalían de su vientre, a las recién sanadas llagas. Draco no podía respirar, trataba de tomar grandes bocanadas de aire, sin embargo lo único que hacía era provocar que sus pulmones ardieran. La habitación se estaba haciendo pequeña. Y no podía respirar. No podía respirar. No podía respirar.

Cobarde, decía su piel.

A un lado de todas las cicatrices que recibió a los dieciséis, cuando probó esa misma cobardía.

Quizás la pérdida de memoria era una bendición, después de todo, porque no quería recordar cómo había obtenido esa herida. No quería saber qué le hizo ganársela. No quería darse cuenta de que probablemente lo merecía. o de que Potter había logrado atraparlo y herirlo de nuevo, dejándole otro regalo para el resto de su vida.

Y si no fue él, no importaba mucho tampoco, ¿no?

Las cicatrices del Sectumsempra brillaban al lado.

Quien quiera que le hubiese puesto "Cobarde" en el pecho quiso herirlo de la misma forma que Potter. No eran diferentes, era mejor si lo culpaba a él.

Desearía que estuviera muerto, pensó Draco, sintiendo los incontrolables hipidos y el mareo y el dolor de estómago atacando su frágil cuerpo. Desearía que estuviera muerto. Desearía que hubiera muerto.

Draco apenas se sintió presente cuando se dejó caer en los azulejos del baño, agarrando la cara entre sus manos, sintiendo el ardor se sus quemaduras, del castigo que pasó. Las lágrimas caían; aún le era imposible respirar.

Y seguía deseando su muerte cuando se desmayó.

Seguía deseando la muerte del jodido Harry Potter.

•••

Harry estaba abrumado. Esa era la verdad.

No habían pasado ni veinticuatro horas desde la batalla, y la tranquilidad parecía artificial. Delgada y frágil como un hilo. Su vida nunca se había tratado de tranquilidad, nunca el destino fue tan benevolente con él. Parecía que en cualquier momento alguien vendría y le diría que Voldemort no había sido derrotado y que necesitaban que volviera a Inglaterra.

Esta vez no estaba seguro de hacer caso, de todas formas.

Esta vez no encontraba los motivos suficientes para seguir arruinando su vida.

La muerte de Astoria, la herida de Theo, la muerte de Ron- todo parecía sacado de una ilusión. Harry era incapaz de pensar en esos eventos como si hubieran sucedido en realidad, porque- ¿cómo?

Un mundo sin la sonrisa de Astoria no podía considerarse mundo. Era casi tan inconcebible como decir que las estrellas ya no brillaban, o que la luna se había escondido. Astoria era más inteligente que él así que, que no estuviera allí debía ser un error. Alguien o algo había cometido un error gravísimo al llevársela porque simplemente no tenía sentido.

Por otro lado, no tenía idea de qué había sucedido con Theo, pero pensar en que nunca- nunca estuvo con Luna, que se pasó casi una década renegando de ese amor por- códigos morales o mierdas superfluas... era ridículo. ¿Cómo había sido tan estúpido?

Y Ron-

Eso era lo más extraño de todo.

Ron había prometido que todo estaría bien. Le dijo que se reirían de eso, pero Harry no estaba encontrando la broma muy chistosa. Le daban ganas de gritarle a lo que sea que hubiera allí afuera que ya podía dejar de jugar porque no era gracioso, aunque nada pasaba. Las horas continuaban y Ron no- Ron no aparecía. Harry no veía cómo podría reírse de esto en un futuro. De ese instante. Cómo podía mirar hacia atrás y sonreír por los últimos momentos en los que lo vio. Harry no podía ver una vida en la que aceptaría esa muerte y seguiría adelante como lo hizo con los demás fallecidos.

Porque Ron era diferente.

Ron era la mitad de su alma.

Harry no estaba seguro de poder describir a nadie lo que Ron representaba para él, y tampoco creía que alguien podría llegar a entenderlo. Era un tipo de relación, un vínculo que Harry estaba seguro de que jamás encontraría en otra persona. Jamás. Un amor más allá del amor que todos querían experimentar, como el amor que él sentía por Draco, o que Ron sentía por Hermione. Lo de ellos era algo completamente electrizante y distinto e intoxicante.

Harry Potter conoció a Ron Weasley a la mera edad de once años, y aunque no sucedió de inmediato, con el pasar del tiempo pudo sentir cómo todas sus células se fusionaban con las de ese pequeño niño de cabello rojo y sonrisa ladeada, que creía merecer menos de lo que en realidad merecía, y anhelaba más de lo que cualquiera podía comprender.

Harry había aprendido que sin importar las circunstancias, Ron siempre volvía. Que la gente iba y venía, las situaciones difíciles empeoraban, las peleas se hacían aparentemente irremediables, ¿pero Ron? Ron siempre estaba al final de todo.

Ron volvía a ellos.

Así que no, Harry no podía recordar la pierna ortopédica que Hermione sujetaba sollozando y pensar: "Oh, sí, Ron está muerto", porque estaba seguro de que regresaría. En cualquier momento, de hecho. Harry se iría a dormir y luego despertaría y Charlie entraría a la habitación junto a su amigo diciendo que en realidad todo había sido una confusión y que, (oh, gracioso), este había logrado Aparecerse en el otro extremo del país y las cosas se malinterpretaron.

Ron volvería.

Sólo debía esperar.

—¿Harry?

Harry dio un salto, girándose a la voz que venía desde su costado.

Y de todas las situaciones, quizás era la más ridícula de todas.

Draco, olvidándolo.

Olvidando lo que pasaron.

Draco se reincorporó en la cama, tomando el brazo de Harry, quien se sobresaltó una vez más. Se suponía que Draco lo odiaba y no sabía quién era. Harry no entendía nada, salvo que su mente atestada de pensamientos se aclaró de golpe.

Estás aquí, su piel cantó al sentirlo cerca.

Estás aquí. Volviste. ¿Te diste cuenta de que arrasaría con el mundo para encontrarte?

No te vuelvas a ir, por favor.

No me dejes.

Te amo. Te amo. Te amo.

—Hola, Draco.

Draco lo tiró aún más cerca, como si estuviera hambriento, con la mirada perseguida. Harry terminó tendido de lado sobre el colchón y teniéndolo frente a frente. Era hermoso. Harry lo había extrañado tanto. Dolía saber que la idea de perderlo era incluso peor de lo que sucedió.

—Harry... —dijo.

Harry sintió un nudo en la garganta cuando Draco comenzó a examinar desesperadamente su rostro. Lo tomó entre sus manos, pasando los pulgares por encima de sus mejillas y sus párpados y sus labios, incrédulo de tenerlo enfrente, de que estuviera allí. Los ojos de Draco se llenaron de lágrimas mientras sonreía, mirándolo como si fuera un milagro.

—Harry- viviste. Estás- estás vivo.

Su voz salió como si eso fuera lo único que deseaba.

Y la compostura que Harry estaba guardando, se cayó de golpe.

Su rostro se arrugó, peor que cuando McGonagall había muerto, y su boca empezó a intentar respirar demasiado hondo, demasiado brusco, como si de repente le faltara el aire. No quería. Quería que se detuviera, porque nada malo había sucedido. Nada. La guerra terminó. Las peleas terminaron. El estar ocultos como ratas- la profecía se había cumplido. Lograron salir del país gracias Kreacher y ahora estaban en Rumania en una de las residencias de Charlie dentro de los refugios de dragones. Todo estaba bien.

Pero no se sentía así.

Su corazón, su cabeza, sus pulmones dolían, como si hubieran sido abiertos en dos. Y necesitaba que alguien lo dejara inconsciente, que Draco lo detuviera, porque no tenía derecho de llorar. No había motivos. Nada malo había sucedido. Nada malo. Nada-

Draco tomó la parte trasera de la nuca de Harry y lo acercó hacia su pecho, haciendo que este enterrara la cara allí y se aferrara a Draco.

Como si fuera un bote salvavidas.

—Lo siento —Draco murmuró, mientras Harry soltaba sollozo tras sollozo. No era capaz de detenerse—. Lo siento, cariño. Lo siento. Estás aquí ahora, estás conmigo. Nada malo te va a pasar. Cuidaré de ti.

—No puedo. Esto es- va a terminar... todo- todo se va a caer-

—Estoy aquí. Lo logramos —Draco dijo, ignorando sus incoherencias—. Vivimos los dos. Cumplimos nuestra promesa.

Harry no comprendía por qué ahora Draco lo recordaba, por qué recordaba las promesas; pero no podía concentrarse más que en el ardor de esas palabras, porque eran como una bendición y un castigo- todo en uno. Harry no sabría qué hubiera hecho si Draco hubiese muerto, pero tampoco sabía qué hacer en ese instante. Seguir vivos no parecía una recompensa. Harry recordaba a Ron. Después de todo, él y Hermione siempre pensaron que valía la pena confiarles su vida a Harry, quien sentía que era capaz de darles su corazón para que los de ellos volvieran a latir, y de que Ron era capaz de darle sus pulmones para que él pudiera respirar.

Y al final de todo, le había dado más que eso.

Ron le entregó sus últimas palabras, su cuerpo. Ron le entregó su vida, para salvarle a Harry el sufrimiento de elegir entre él y Draco.

Así que sí, había cumplido la promesa.

¿A qué costo?

—Lo siento —murmuró Draco, cuando vio que sus palabras lo pusieron peor—. Lo siento. Lo siento. Lo...

No había más que pudiera decirle, y Harry se aferró a él con fuerza, como si creyera que insistiendo lo suficiente, Draco y él pasarían a ser uno solo, mezclando sus pieles y sus huesos y células. Harry apretaba su camiseta en un puño. Enterraba la barbilla contra su pecho creando presión. Draco lo abrazó como si creyera que así podría juntar todas sus partes rotas.

Esto era lo que había buscado por nueve años. Por casi una década. Esto. Este momento en donde todo terminaba, donde el peligro se extinguía y Harry lograba- vivir.

Donde lograba simplemente vivir.

Se sentía como la entrada a otro tormento.

—Lo siento —murmuraba Draco, incansable—. Siento lo que tuviste que pasar. No fue tu culpa. Nada fue tu culpa, Harry. Lo siento tanto cariño, lo siento, siento que hayas tenido que hacer esto solo, que hayas sentido que te correspondía.

Harry se sentía como un niño pequeño. Sentía la urgencia de ser protegido, de ser abrazado, de que le dijeran que las cosas iban a mejorar aunque no pudiera pensar que sería así. Necesitaba a Molly y a sus besos en el cabello. Necesitaba a Hermione y sus abrazos maternales. Necesitaba a Ron y sus pequeños toques que le decían: "estoy aquí".

Pero ya no había nada de eso.

Todo se desvaneció.

Y Harry se desvaneció con él.

—¿Cuánto recuerdas? —preguntó Harry, queriendo pensar de forma desesperada en algo más—. ¿Cuánto-? ¿Qué tanto sabes?

Draco trató de separarse para ver su cara, pero Harry se hundió más en su pecho, queriendo desaparecer. Su piel ardía, Harry suponía gracias a las quemaduras que estaban sanando. Draco pareció hacer memoria.

Tocó con cuidado su Marca Tenebrosa por encima de la cabeza de Harry.

—¿Hay algo que debería saber?

—Ganamos —Harry dijo con la voz rota, sintiendo que el significado de esa palabra estaba vacío. Trató de decirla de nuevo—. Ganamos.

—Recuerdo haberlo oído, no visto.

—¿Sabes- sabes qué pasó en- en la última batalla?

Draco no respondió de inmediato.

—No.

—Entonces no... tú no recuerdas.

—Hasta que fuimos a la Mansión Potter —admitió, volviendo a acariciar el cabello de Harry—. ¿Qué tanto ha pasado desde ahí?

—Astoria está muerta —Harry soltó, queriendo parar de llorar para reír—. Ron está muerto. Theo está herido gravemente. No sé quién- no sé qué más.

La voz fue dura y nada piadosa, como si decirlo rápido y tosco aminorara el efecto de sus palabras.

Harry pensó en Astoria. Pensó en su sonrisa que parecía curar los males. Pensó en su inteligencia y su valentía y la forma que quería ayudar. Pensó en Theo, en su "me tienes a mí" cuando oyó que Draco decía que no le quedaba nadie. En su compañía silenciosa pero presente y su cariño representado en lo más nimio y pequeño.

Su garganta se cerró de nuevo. Sus pulmones se apretaron. La presión encima de su pecho, de su estómago, de todos sus intestinos se hizo tan insoportable que Harry sintió que acababa de perderlos. Una vez más.

Esto iba a destruirlo, terminaría de enterrar lo poco de sí mismo que la guerra había dejado. Y era claro Draco no sabía qué hacer, cómo prevenir que cayera. Harry no esperaba que lo hiciera.

—Lo siento- lo siento —repitió incoherentemente, y sus lágrimas mojaron la tela—. Harry, lo siento demasiado. Dime qué puedo hacer y lo haré. Lo que quieras. Lo que me pidas-

—No puedes.

Así que solo lo abrazó más fuerte.

•••

El funeral de Ron fue pocas semanas después de la batalla, y Harry no fue capaz de asistir. Ni siquiera pensó en pedirle a Kreacher que lo llevara.

No porque no quisiera, (aunque muy dentro suyo en realidad no quería), sino porque Draco no podía entrar a Inglaterra sin que una gran señal apareciera encima de su cabeza para apresarlo. Además, Kingsley se encontraba organizando un viaje, y Charlie no estaba con ellos en el refugio, por lo que si Harry viajaba, Draco se quedaría solo, y estaba demasiado inestable para confiar en que, si él desaparecía por un día para ver cómo enterraban los restos de su mejor amigo, no tuviera algún tipo de problema cuando volviera.

¿Así que, qué hizo?

Miró la ceremonia a través de los ojos de Hermione.

Se organizó en uno de los cementerios cercanos a la anterior Madriguera, donde la madre de Luna Lovegood se encontraba enterrada. Hermione estaba en primera fila, y frente a ellos había un ataúd de no más de un metro, que contenía todo lo que pudieron reconocer que correspondía a Ron.

Había poca gente- los Weasley, y máximo diez personas más. Muchos murieron, y se estaban dando demasiados funerales simultáneos. Harry, mientras Molly subía a la tarima, se preguntó si estaban enterrando a Seamus también. Si alguien se tomó el tiempo de reconocer su cuerpo en la Mansión Potter y sepultarlo donde sea que estuviera Dean, como él mismo dijo que le habría gustado descansar por la eternidad.

Después de esas primeras horas posteriores a la batalla, Harry no había vuelto a quebrarse. Lloró todo lo que pudo en los brazos de Draco, y se prometió que sería fuerte. Que Ron no había muerto para que él fuera miserable. Casi podía sentir su voz diciéndole que dejara de lamentarse.

Sin embargo, mientras veía a Molly situarse en el estrado, Harry sabía que probablemente estaba al borde de otra crisis.

—Ni siquiera sé qué se supone que debería decir —dijo ella una vez arriba, mirando al público.

La gente no hizo ni comentó nada, ni siquiera antes habían estado hablando. Tanto Harry como ellos sentían los funerales como algo repetitivo y al mismo tiempo desgarrador. ¿Qué se suponía qué había que decir?, ¿que Ron ahora estaba en un lugar mejor?, ¿que tuvo que esperar a morir para estarlo?

Molly sujetó el papel de su discurso con manos temblorosas. Harry deseó poder abrazarla y decirle que la entendía. O que al menos compartía el dolor. Que ambos habían perdido la mitad de sus vidas ese día.

—Ron- Ron... —balbuceó ella. Su voz también temblaba—. No sé por qué él está aquí- no tiene- no tiene sentido...

Al menos ahora sabía que no era el único que pensaba así. No era verosímil lo que estaba sucediendo. Harry nunca pensó vivir más que Ron, jamás se imaginó estar en esa posición. Siempre creyó que si pasaba, él se iría a su lado.

—Estábamos en medio de la batalla cuando moriste —volvió a hablar Molly. Para Harry fue como una estaca. Ella miraba directamente a la urna con los restos de su hijo—. Bill y Arthur acababan de caer. Hermione me indicó dónde se suponía que estabas, dentro de un escudo para prevenirte del fuego. El resto de nosotros se encontraba luchando, y aunque estaba preocupada, por unos segundos... no me importó, ¿sabes? No me importó que estuvieras en peligro mortal. Sé cómo suena, pero no- la razón es- ¿quieres saber por qué?

Harry cerró los ojos, viendo la escena en su cabeza. Bill y Arthur en el suelo. Hermione gritándole a Molly que Ron y él estaban dentro de un Protego. Todos seguros de que a pesar de todo, no había mucho de qué preocuparse.

—¿Quieres saber por qué no me importó?

Alguien sollozó en la multitud. Molly rompió el papel con su discurso que de todas formas no estaba leyendo. Era cruel. Era inhumano pedirle a una madre despedirse de su tercer hijo, y aún así lo enfrentaba con gracia, todo lo contrario a él. Harry deseaba que Molly le prestara un poco de su fuerza.

—Porque siempre vives, Ron.

Harry se dejó caer en su lugar, llevando un puño hasta su boca.

Su corazón volvió a romperse.

—Siempre vives. Siempre regresas. Siempre me demuestras que preocuparme por ti no sirve de nada, porque sobrevives a lo improbable y me haces ver los riesgos de distinta forma. Me haces saber que tu poder va más allá de lo que puedo comprender. Por mi cabeza apenas cruzó la posibilidad de que algo te pasara, porque estabas con Harry, Hermione estaba cerca. ¿Qué cosa tan terrible podía suceder? Volverías a mí.

A pesar de estar llorando abiertamente, la mirada de Molly continuaba siendo la de una mujer dispuesta a seguir, a no rendirse, y Harry por fin comprendió por qué Dumbledore decía que el poder del amor era tan fuerte. No se estaba refiriendo a cualquier amor, sino al de una madre. Al de una mujer. Ningún hombre podría llegar a entender esto, jamás podría hacer lo que Molly hizo. Las mujeres nacen con el dolor clavado en sus espaldas como una cruz, y aprenden a llevarlo como un arma que les permite avanzar por el mundo.

Después de todo, ¿quién detuvo la primera guerra?

¿Y qué mujer les ayudó a ganar la segunda?

Los hombres no saben amar así de incondicionalmente.

Harry se secó las lágrimas con la manga de la camiseta y tomó aire, mirando el rostro de Molly, a quien deseaba llamar madre, romperse y recomponerse ante sus ojos. Quería decirle demasiadas cosas.

Lo siento. Estábamos juntos, y lo abandoné. Él me dijo que viviría, y yo le creí y ahora no podré cambiar eso nunca. Nunca podré volver a ese momento e idear una forma de salvarlos a ambos. A Draco y a él.

Se suponía que estábamos juntos, y cuando estábamos juntos, nada nos pasaba. Nada nos tocaba. Éramos invencibles. Solo fuimos heridos cuando nos separamos.

—Te pasaste toda tu vida alejándote. Alejándote de mí, de tus hermanos e incluso de tus amigos. —Molly se tambaleó mirando la caja de restos. Su voz pendía de un fino hilo—. Siempre nos dejaste a todos atrás. Estar contigo era como perseguirte. Pero a pesar de marcharte, Ron, siempre volviste. Siempre volviste. Siempre-

George botó algo en el otro extremo del lugar, y salió, incapaz de permanecer allí. Arthur y Bill apenas comprendían, apenas estaban presentes. Percy no paraba de temblar. Charlie se había vestido de blanco.

Molly puso las manos encima de su cara.

—¿Es mucho pedir, que lo hagas ahora?

Harry sintió las palabras tatuarse en su pecho, en su cuero cabelludo, en su intestino. Su garganta se cerró.

Molly cayó al suelo afirmando su cara.

—Nunca te he pedido nada, no realmente, pero ahora lo estoy haciendo... por favor. Por favor, mi niño, mi niño precioso- vuelve. —Arrodillada, los hombros de Molly no paraban de moverse—. Siento no haberte dicho nunca que... Nunca te dije que cuando naciste el cielo estaba tan estrellado que podíamos sentir que se nos venía encima. ¿Lo sabes, Ron?

Un bebé. Dos adultos. Un llanto y dos sonrisas. Una nueva vida. Una esperanza.

Las estrellas brillaron y la oscuridad se alejó.

—Naciste una noche estrellada, y pudimos contar las constelaciones. Eres especial. Mi niño- mi hijo. Mi... mi vida. Por favor, Ron, ¿qué tengo qué hacer? —Molly estaba sentada en el suelo. Finalmente sacó las manos de su rostro y miró hacia abajo. Harry tembló con ella. Sentía su desesperación como propia—. ¿Qué tengo qué hacer? No me dejes. No tú. ¡Por favor...!

Los sollozos comenzaron. Harry no creía haberla escuchado llorar así en su vida.

Hermione se movió, haciendo que la imagen se enfocara en el suelo, y Harry lo agradeció.

—Vuelve... Por favor.

Sin embargo, no mirarla no era suficiente para escapar del abismo.

Harry cerró los ojos, se tapó los oídos, dio un paso atrás, y aún así los gritos de Molly eran tan altos, estaban cargados de tanto dolor y desamparo, que no podía dejar de escucharlos. No podía dejar de oírla pedirle a Ron que regresara y que le dijera que todo fue mentira. O que regresara mediante un milagro. Harry quería dejar de escucharla, y dejar de llorar también.

Se sentía inútil, como un hipócrita, porque él, Ron, y Hermione se distanciaron durante la guerra, pero gracias a sí mismo. Harry les puso una barrera, demasiado temeroso de perderlos, de crear lazos significativos que terminarían por destruirlo. Ni siquiera fue consciente, pero se despojó de su humanidad al punto de que su motivación para ganar la guerra ni siquiera tenía que ver con salvar al mundo. No tenía que ver con el bien común. Sino, simplemente, con derrotar a Voldemort y a los Mortífagos. Vengarse. Nada más. Dejó de interesarse por los nombres de los refugiados, dejó de interesarse por conocer sus vidas, sus historias, sus sueños, miedos y familias, y sólo se enfocó en encontrar a Nagini.

Quizás una parte de sí mismo lo veía como una pausa en su vida. Una vez que todo terminara, podría retornar a la normalidad.

Pero sólo quedó un río de sangre.

Desconoció a Ron durante la guerra. No supo en qué momento maduró, en qué momento vio a Draco con otros ojos. Nunca le preguntó cómo se sentía su pierna luego de crear la primera prótesis. Nunca le preguntó sobre su discapacidad y las secuelas. Harry no estuvo allí el día que Ron voló por primera vez luego de su accidente, ocupado tratando de vencer a Voldemort.

Y ahora lo había hecho. ¿Y ese recuerdo dónde estaba?

Harry prefería haberlo tenido.

Cuando Hermione paró de mirar el suelo, y retornó su vista al frente, Molly seguía sollozando. La mujer dio un paso al frente, y de entre todos los papeles, sacó uno especial. Uno que estaba plastificado, limpio, y reluciente.

Hermione se concentró en tratar de distinguirlo. Harry solo escuchó el ruido de su propia caída al reconocerlo.

Era el dibujo que le dio para Navidad.

La última vez que los vio a todos felices. La última vez que los vio sonreír genuinamente. Y Harry, como siempre, tampoco fue parte de ese recuerdo.

Aunque hubiera estado presente.

•••

Las primeras semanas después de la batalla fueron las peores, tanto para Harry como para Draco.

Hasta ese momento no sabían el nivel de daño que Voldemort hizo a su cabeza, pero Harry tuvo que encontrarse cada día con un Draco diferente. El que recordaba sólo la primera batalla. El que sabía todo lo que pasaron. Astaroth. El atrapado en sus recuerdos de las torturas de Narcissa. El que no era consciente de sí mismo, creyendo que vivía con su madre. Harry no sabía cómo lidiar con eso. Era demasiado. Sobre todo considerando que acababa de perder.

Porque perdieron.

Harry era incapaz de ver lo que sucedió como una victoria. Voldemort estaba muerto, sí, ¿pero cuál era el precio que tuvieron que pagar?, ¿si todos estaban muertos, si la mayoría de los que le importaban ya se habían ido, cómo podía llamar a lo que sucedió "ganar"?

McGonagall siempre le dijo que no debían rendirse porque era una falta de respeto, una forma de decir que las muertes habían sido para nada. Pero Harry se sentía así incluso cuando Voldemort ya no era nada más que un cuerpo despedazado por la multitud. Le era imposible evitar pensar que todo lo que pasó- fue para nada.

La calma parecía insustancial. El después no era un premio, sino un castigo. Las paredes del refugio se hacían pequeñas. Había días en los que Draco lo odiaba y no lo recordaba. Harry extrañaba a Ron hasta sentirse enfermo.

Se la pasaba mentalmente en Hogwarts, consciente de que las memorias pertenecían a otra persona y a otra vida. Como una vez Draco le había dicho: quizás Hogwarts era el sueño.

Harry no podía dejar de pensar, no podía dejar de intentar acordarse de su habitación en el castillo, tratando de poner en su lugar cada detalle que parecía tan insignificante entonces, y que ahora se sentía como el mundo entero. Los calcetines esparcidos a un lado de su cama. El baúl a medio hacer de Ron al lado del suyo. Las pertenencias de Neville perfectamente cuidadas en la otra esquina. Seamus y Dean mezclando sus cosas como si les pertenecieran a ambos.

Si Harry cerraba sus ojos, a veces podía escuchar a Ron, Dean y Seamus discutiendo sobre los Cannons. A Neville dando su opinión tímidamente sobre las tácticas de los jugadores. Si se concentraba lo suficiente, podía ver a Ron girándose en su dirección y poniendo una mano en su pierna mientras le preguntaba:

—¿Y tú qué opinas, Harry?

No por cortesía, no para crear conversación ni para hacerlo sentir integrado, sino porque realmente le importaba lo que Harry pensaba. Siempre lo hizo. Cada cosa que Ron hacía o decía- siempre quería saber qué tenía Harry para opinar al respecto, aunque no siempre lo dijera con palabras.

Harry veía el Gran Comedor. Cada mesa puesta en su lugar: Slytherin, Hufflepuff, Ravenclaw y Gryffindor. Era capaz de percibir el aroma de los banquetes, la charla amigable, el desastre. Hermione leyendo el periódico, Ron comiendo tres cosas a la vez, todo su año riendo y riendo y riendo. Malfoy en el otro extremo del comedor contando una historia a todo pulmón que Harry era capaz de distinguir.

Pero cuando despertaba, nada de eso estaba ahí.

A veces, también pensaba en Hagrid.

Harry se preguntaba si había hecho algo mal en algún punto, si podría haber cambiado el resultado de su lealtad. Quizás, si hubiera actuado distinto, Hagrid jamás lo habría traicionado, habría pensado que valía la pena luchar por él. Harry repasaba todas sus interacciones sin saber qué tanto era verdad y qué tanto era mentira. O si todo lo era. Prefería no averiguarlo.

Sin embargo, tenía que decir que a pesar de lo mucho que fantaseaba con Hogwarts, la mayoría del tiempo, al despertar, era un alivio que no hubiera nada más que Draco.

A veces durmiendo. A veces, mirándolo. A veces besando su frente como si así pudiera sanar. A veces, lo más lejos posible de él.

Pero ahí.

Sano y salvo.

Y Harry, con culpabilidad y rabia y asco- no podía evitar pensar que después de todo, no toda la guerra fue pura matanza, sangre y torturas. No todo fue malo.

Porque encontró a Draco.

Esa noche, en el otro extremo de la cama, Draco despertó y observó a Harry quien estaba sentado encima de las cubiertas, con su espalda apoyada en el respaldo. En el futuro, Draco le diría que miró su perfil iluminado por la luz de la luna y pensó que lucía vacío, y al mismo tiempo devastadoramente hermoso. Podría haberse quedado horas admirando la dura línea de su mandíbula, el color de su cabello, las pestañas bañando sus ojos. Lo conocía de memoria. Cada recoveco y espacio de su piel estaba grabado a fuego en algún lugar de sí. Draco se sintió desesperadamente feliz solo de mirarlo. Pero no sabía por qué.

Harry lo observó de vuelta entonces, sin tener una mínima idea de qué pensaba. Draco parecía hipnotizado.

Lo había mirado muchas veces así durante la guerra. Como si en él se encontraran todos los secretos del universo, como si Harry fuera lo más preciado que tenía.

Pero había algo diferente.

Sus ojos brillaban diferentes.

Era una mezcla de maravilla y asombro y de no poder creer lo que tenía. Y al mismo tiempo, de miedo.

—¿Draco? —preguntó Harry, sintiendo su corazón romperse de antemano.

Draco le dedicó una sonrisa dulce.

Una sonrisa impropia de él.

—Hola —respondió—. ¿Por qué estoy aquí?

Harry sintió que la frase lo rompía pero eso no era nada nuevo. Sin importar cuántas veces lo escuchara, que no recordara seguía doliendo como la primera vez.

—Porque Voldemort ganó, casi diez años atrás-

—¿Voldemort?

Draco se sentó en la cama, aún mirándolo. Como si acabara de encontrar un tesoro, una joya extraviada. Harry no había estado seguro de que Draco pudiera mirarlo de esa forma, no después de lo que habían pasado. Sus ojos ardieron en los bordes como si le prendieran fuego.

—Lo siento, pero —dijo Draco, sonriendo todavía—, ¿quién eres?

Harry dejó salir una respiración cansada. Derrotada.

Triste.

Sin responder, tomó su mano.

—Soy Harry Potter.

—Eso no responde muchas dudas. Eres un extraño. —Draco miró sus manos entrelazadas—. Espera, ¿tú y yo...?

Harry la soltó de golpe, sabiendo que para Draco debía ser raro. Pero él lo detuvo a mitad de camino.

—No —susurró—. No dejes de tocarme. Todo en mi cabeza se tranquiliza cuando me tocas.

—¿Sí?

—Sí. Así que quienquiera que seas, Harry Potter, deberías sentirte afortunado.

Harry lo observó. Su pecho se encogió sólo de hacerlo, de esa simple acción. Porque Draco se veía inocente, alguien sin todo el peso de las muertes y las guerras y el dolor. Esto era su mayor deseo y a la misma vez su ruina. Harry estaba completa y totalmente arruinado, porque lo seguiría hasta el final de los tiempos. Hasta que ya no quedara nadie más en la tierra.

Era así.

Lamentablemente, siempre sería así.

—Lo soy.

Lo había encontrado.

Se tenían.

Era lo importante.

Así sabía la libertad.

•••

Uno de los días en que Draco tuvo su cabeza en orden, Harry aprovechó de hablar con él sobre algo que, al parecer, venía atormentándolo desde hacía semanas. Draco podía sentirlo. Después de que comprobara que recordaba, se mantuvo todo el día gravitando cerca suyo, como si estuviera juntando el valor para hablarle.

Finalmente, lo hizo, mientras Draco escribía cosas que no deseaba olvidar.

Theo herido.

Prácticamente todos muertos.

Todo destruido.

—Draco... —Harry dijo entrando a su cuarto. Draco acababa de anotar qué le pasó a la Mansión Malfoy.

—¿Sí?

La cara de Harry era neutral cuando levantó la mirada. Draco no podría haber averiguado qué significaba su expresión ni aunque lo hubiese querido. Algo le decía que no todo andaba bien, pero simplemente esperó.

No demoró mucho en saber la verdad.

—Luna está embarazada.

La oración quedó colgando en el silencio.

Draco no sabía qué decir.

Le fue imposible no pensar de inmediato en Theo, preguntarse cómo se sentiría, de poder saber que Luna había encontrado a alguien más no mucho tiempo después de la última batalla. Que quizás tendría su "felices para siempre" con otra persona.

¿Y si algún día despertaba?

¿Y si hallaban la cura de su padecimiento?

¿Qué pensaría Theo si la viera con un niño que no era de él?

—Oh. Oh, eso es- es genial —Draco dijo tragando el nudo de su garganta que le vino, al imaginarse una familia feliz entre Luna y Theo. Se sentía como si él la hubiera perdido y no su amigo—. Le hará bien además de estar junto a.. ¿Eveline, me dijiste? Uh, ¿quién-?, ¿quién es el padre...?

—Draco.

Por unos segundos, el ceño fruncido de Harry se volvió algo doloroso. Agonizante. Él solo lo miró.

Y Draco comprendió qué quería decir.

Oh —murmuró, dejando escapar el aire—. Oh, Merlín. Oh.

Theo no perdería nada.

Porque Theo era el padre.

Draco no sabía qué era peor, que Luna hubiera encontrado a alguien más, o que el niño que estaba esperando era de Theo, un hombre que ya no estaba presente. Draco no había visto los daños en su amigo, pero si se parecía remotamente a Lucius, a como había estado su padre luego de la Imperius...

—¿Y lo va a tener? —preguntó, felicitándose por mantener la voz calmada.

Harry asintió.

Draco estiró los brazos, y sin pensarlo, Harry caminó hasta él para envolverlo en un abrazo. Draco enterró la cara en su pecho dejando que su aroma lo intoxicara, y Harry comenzó a acariciar su cabello con esa devoción característica que poseía. Durante un segundo, se perdieron en ese abrazo y la paz inundó sus músculos.

—Creo que necesitarán a Kreacher más que nosotros —dijo con calma—. Podrías decirle que vuelva sólo cuando lo llamemos.

—Sí —respiró Harry con una sonrisa que Draco podía sentir—. Extrañaba que fueras la razón entre ambos.

Se preguntó desde hacía cuánto que Harry no podía tener una conversación con una versión de sí mismo que no estuviera al borde de la locura.

—Aquí estoy —respondió con una opresión en el pecho. Harry besó su frente—. Aquí siempre estaré.

Aunque al día siguiente no lo recordara, no todo era malo. Con el pasar de los meses, la mente de Draco fue mejorando. O al menos, no despertaba con recuerdos tan diferentes cada día.

Todo era un caos, no relacionaba tiempos entre las memorias, no sabía exactamente cuando habían pasado ciertas cosas o si es que habían pasado, pero definitivamente era mejor que el primer día. Poco a poco las versiones de sí mismo iban acoplándose en una nueva que no era ni el Draco de antes de acabar la guerra, ni el del inicio.

Y todo gracias a Madam Pomfrey.

Harry escribió a los Weasley sobre lo que le pasaba, y Molly decidió tomar las riendas de la situación rogándole a Madam Pomfrey que fuera a verlos una vez cada diez días para que Draco pudiera recobrar su sanidad. El mundo mágico era un desastre. Había cientos de heridos. Todavía no se reconstruía ni la mitad. Pero Madam Pomfrey fue de todas formas.

Cada diez días visitaba a Draco. Iba a ayudarlo a regenerar su mente. Draco sabía que no era por él, que ella tenía sus propios motivos, pero lo agradecía.

Harry lo agradecía incluso más que él.

Por eso quizás lo hacía. Por Harry.

Si había algo que Harry merecía en el mundo, era la felicidad.

Aquel día, Draco despertó y tenía dieciséis. Su padre estaba en Azkaban. Acababa de tomar la Marca. Su madre fue a su habitación la noche anterior a hablar con él y lo acurrucó como si fuera un niño. En la mañana, vio a Harry casi doce años más viejo durmiendo a su lado- y perdió la cabeza.

Y luego, recordó.

No todo. No lo que debía. Recordó el desespero, el llanto, el ataque de pánico, el espejo sucio. Draco se vio a sí mismo pensando que iba a morir y que eso quería, y que al mismo tiempo deseaba vivir. Y luego los ojos verdes. Luego, un chico peleando con él. Luego, el hechizo.

Sectumsempra.

Draco recordó estar tendido en el suelo, susurrándole a Harry que no quería morir. Recordó a Harry de rodillas a su lado con una expresión que le decía que este era el mayor error de su vida. Recordó eso, y se alejó como si hubiese sido quemado.

Harry dijo la palabra clave, entonces, y Draco se hizo vagamente consciente de que no tenía dieciséis, pero aún no recordaba nada aparte de ese último episodio.

Después de contestar parcialmente algunas de sus dudas, Harry comió en otra habitación porque Draco no paraba de temblar al tenerlo cerca. Por su lado, Draco se la pasó pensando qué había sido de sus padres y por qué estaba con Potter de entre todas las personas, o por qué sentía que su corazón estaba lleno sólo de verlo. Sin embargo, una parte de sí le decía que no preguntara. Que había cosas que era mejor no saberlas.

Madam Pomfrey llegó una hora después de desayunar. Estaban en la sala de estar de su casa (o bueno, lo que él suponía que era su casa). Draco la recordaba de cuando lo cuidó por el Sectumsempra, ese que sabía que había pasado mucho tiempo atrás pero que se sentía reciente. Como si hubiera sucedido un día antes. Madam Pomfrey había lucido preocupada en ese entonces, maternal: una mujer que quería brindarle su ayuda como fuera.

La que tenía enfrente lo miraba con odio.

—Lo siento —murmuró, cuando ella estaba examinando sus signos vitales. Draco no podía detenerse. Sentía que debía disculparse. Por lo que sea que hubiera hecho- tenía que disculparse.

La mujer no lo miró, pero sí detuvo sus movimientos de una sola vez con brusquedad.

—No sé- no entiendo del todo qué fue lo que él hizo —volvió a decir, pasando saliva. No hacía falta aclarar que con "él" se refería a sí mismo. A Astaroth. Al hombre que se suponía se había convertido—. Pero- lo siento.

—No.

La brusquedad, la fuerza con la que la mujer habló, lo hizo sobresaltarse. Parecía estar conteniéndose para no golpearlo. Las manos de Madam Pomfrey se cerraron en sus brazos con ímpetu. Draco la dejó.

—No te daré la satisfacción de ofrecer una disculpa —siseó ella. Sus ojos estaban inyectados en sangre—. Ya has obtenido más de lo que mereces.

Y lo peor era,

Que tenía razón.

Draco tenía una noción, que lo que sea que hubiera cometido- era malo. Era muy malo. Lo suficientemente malo como para que su Marca doliera toda la mañana, y que le dieran ganas de arrancarse la piel sólo de mirarla. Lo suficientemente malo para que Harry no pudiera verlo a los ojos cuando le preguntó por su pasado.

Y Draco lo tenía a él.

Despertaba a su lado.

Ciertamente era más de lo que merecía.

—Aún así lo siento —murmuró Draco.

—Bien —Madam Pomfrey le espetó—. Deberías.

La sesión con la sanadora le ayudó, de todas formas, a pesar de la hostilidad. No solo porque poco a poco Draco podía sentir su mente menos frágil y algo más recuperada, sino además, porque le hizo entender que... que no bastaba con unas disculpas.

Que había hecho cosas imperdonables.

Lamentarlas no era suficiente.

Y si quería algún día poder sentir que había pagado su deuda, no podía seguir victimizándose.

Sabía por Harry que Arthur y Bill Weasley fueron heridos durante la batalla por conjuros similares al de Theo (Mente de Gelatina), que los hacían tener razonamientos de niños o incluso bebés. Theo, por otra parte, había sufrido un trauma cráneo cerebral en el hemisferio izquierdo, justo donde se encontraba una de las áreas encargadas del habla; algo parecido a lo que los muggles llaman afasia. La maldición estaba en toda su cabeza, como una masa pegada al cerebro; pero aquel trauma era lo más peligroso y al mismo tiempo lo que Draco estaba dispuesto a arreglar. Debía investigar qué lo causó, si la magia o un golpe, y entonces sacar a su amigo de allí.

Draco iba a dedicar su vida a revertir ese hechizo.

El mal no se puede deshacer.

Pero podía tratar de remediarlo.

Draco partió desde esa base de conocimiento, y encargó a Kreacher decenas de libros acerca del cerebro humano; muggles y mágicos. Cuando tenía sus recuerdos, absolutamente todos, Draco se dedicaba a leer y anotar lo útil, poniendo también su conocimiento de bioquímica y alquimia en práctica. Cuando sólo recordaba parcialmente, usaba esas notas y se guiaba para seguir investigando. Sentía que de esa forma no sólo ayudaría a Theo, sino que también estaría honrando a Eric. Todo lo bueno que hacía, se lo debía a ese muchacho. Esperaba que donde sea que estuviera no lo odiara.

Estaba mejorando, sí, pero aún existían momentos en los que de plano... todo era un lío, todo en su cabeza se deshacía. Cuando eso sucedía, Draco... Draco se dedicaba a ver el refugio de dragones.

O a lo lejos, a observar el mar.

Harry no soportaba estar encerrado, aunque tampoco disfrutaba los espacios abiertos con gente mágica. Draco suponía que se debía a la guerra. Todo se debía a la guerra. Cada cierto tiempo salían a caminar para ayudar con las secuelas psicológicas que esta dejó. Hacían lo que estuviera en sus manos para calmar la sensación de que estaban en constante peligro, y que necesitaban moverse. Descansar era como pedir ser ejecutados. Salvo que ya no quedaba nadie que estuviera tratando de encontrarlos.

Aquel día, casi finalizando su tiempo en el exilio, Draco se encontraba más calmado y menos abrumado que de costumbre. Sus memorias eran algo borrosas, pero presentes. Aquel día sentía que podía seguir adelante, o podía tratar de hacerlo, sin pensar en alguna víctima amputada por él mismo. Había arrinconado a Harry en la cocina, y como si necesitara beberse de él y de lo que representaba, le hizo el amor hasta que ambos por poco se desgastaron.

Lo que sea que le pasara en aquel instante le estaba sirviendo para ayudar a Harry. Alguien debía ser fuerte por los dos, y Harry- su Harry de carne y hueso, estaba demasiado destruido para eso. Draco podía notar ahora lo pequeño que era, lo pequeño que parecía en comparación al héroe que creía ver cuando lo miraba tiempo atrás. Draco quería salvarlo de toda la pena.

Pero no podía.

Draco ni siquiera podía salvarse a sí mismo.

Lo único que podía hacer era abrazarlo y susurrar palabras en su pelo cuando despertaba. Era dejar que Harry purgara todo lo que necesitaba purgar a su lado. Que pudiera llorar lo que necesitaba llorar. Aunque Draco no sabía por qué lo necesitaba la mayoría del tiempo. Ciertamente no lo merecía.

Era demasiado extraño caminar a su lado normalmente, memorizando de forma exacta las huellas que Harry dejaba en la arena bajo sus pies. Era raro intentar vivir una vida nueva en la que cenaban como una pareja ordinaria, y discutían por cosas mundanas como el aseo. En parte se sentía plástica, como si no estuvieran haciendo lo que se suponía que tenían que hacer: luchando, planeando; siendo mártires o victimarios... Pero era agradable conocer a Harry un contexto que no involucrara el genocidio.

Bajo la amenaza de la guerra, era imposible considerar su relación "normal" o que nació bajo parámetros comunes y saludables. Así que ahora que ya no estaba, conocer a Harry sin la responsabilidad de cargar con las vidas de los inocentes, ni Draco con sus muertes... era cautivante. Lo hacía feliz.

A Harry le gustaba volar y hacer maniobras extrañas en el aire; ver el mar con él mientras preguntaba por sus misterios; comprar cosas muggles que no conocía y que eran completamente inútiles; tararear melodías que aprendía sin querer (y que también eran ridículas). Le ponía contento cocinar, dibujar, besarlo, verlo hablar, el calor y los perros.

Draco estaba aprendiéndolo de memoria otra vez.

—Mira —dijo Draco en medio de una calle, apuntando al letrero que decía "papelería"—. Entremos.

Harry lo miró frunciendo el ceño. Al menos Draco lo había sacado de su ensimismamiento.

—¿Por qué?

—Me gustan los libros —respondió Draco, cruzando la calle—. También me gusta el origami.

—¿Sí?

Harry entrelazó sus dedos.

—Sí, Harry.

Kreacher había insistido en comprar las cosas y llevarlas al refugio él, pero Draco creía que era mejor para ambos caminar. Solo- caminar, sacar a Harry de esa casa, como ya había dicho. Y sabía que era lo correcto. Entrar a esa tienda, dejar que escogiera papel y lápices... lo que sea que ocupara para dibujar a los que amaba.

Draco compró un set de papeles que sabía que le serían útiles para anotar o hacer origami, y Harry, sin soltarlo, observó detenidamente los tipos de lápices que vendían junto a una libreta para dibujos. Draco apoyó la barbilla en su hombro y suspiró, dándole fuerzas. No sabía si las necesitaba, pero si era así, Draco estaba ahí para sostenerlo.

—Hola, bienvenidos a... —dijo la chica tras el mostrador una vez que se acercaron con las cosas para pagar. Draco no la reconocía, pero cuando ella lo vio, su rostro hizo un gesto extraño—. ¿Draco?, ¿Draco Malfoy?

Sintió a Harry tensarse al mismo tiempo que él lo hacía. Draco llevó una mano hasta la varita en su bolsillo. Harry movió los dedos. La magia le heló la piel.

—Oh Dios mío, Draco... ha pasado tanto- soy Mary, ¿me recuerdas? Iba un año por debajo de ti —continuó ella sin tener idea de que tanto Draco como Harry estaban dispuestos a atacarla ante la mínima sospecha—. Era la mejor amiga de Astoria, ¿no sabes quién soy...?

Draco se dedicó a observarla. El cabello estaba amarrado en una coleta y se veía mucho más amable comparado al vago recuerdo que Draco tenía de ella. Si es que podía llamarle a eso recuerdo. Si es que su mente no estaba tratando de poner allí imágenes que no existían.

—Da igual, ¿cómo has estado?, ¿cómo han estado todos? —dijo Mary agitando una mano. Draco tenía la leve impresión de recordar a dos chicas tomadas de la mano por Hogwarts—. Les digo desde ya que he querido escribir, pero las cartas nunca llegan. En el Reino Unido están ilocalizables. ¿Qué-? ¿Cómo están?

—Creo que ahora puedes enviar cartas, Mary —decidió decir Draco con calma.

—Oh, sería genial. —Mary sonrió mientras tomaba sus cosas y comenzaba a pasarlas por la máquina para pagar. Draco vio que su sonrisa se expandía. Sus ojos se cristalizaron un poco, como si se alegrara de algo—. De todas formas, mientras envío mi carta, me gustaría saber... ¿cómo está Astoria?, ¿está bien? No me he enterado de nada de ella en- años. ¿Crees que sería muy raro escribirle ahora?

Draco lo estaba esperando.

Estaba esperando esa pregunta.

Dolió de todas formas.

A su mente llegó la imagen del día en el que Astoria le habló de lo que sucedió con su hermana Elizabeth. Recordó haberla oído mencionar algo de su mejor amiga nacida de muggles, o su primera novia, aunque no podía situar la memoria en el tiempo. Draco se preguntó si la mujer frente a ella era parte de las razones de Astoria para unirse a la Orden. Para recibir golpes, y hechizos y heridas.

Para morir.

Draco se preguntó si Mary lo sabía.

No que había muerto, por supuesto, sino que Astoria estaba luchando en contra de los que querían exterminarla. Para que gente como ella pudiera tener un futuro en el Reino Unido.

Mary recibió con una sonrisa el dinero que Harry le entregaba, aún tenso. Sonreía como si una esperanza se le hubiera abierto. Quizás estaba pensando las cosas que le diría a Astoria, todo lo que le contaría. Quizás estaba imaginando un reencuentro luego de tantos años, anhelando una vida que Mary no sabía que jamás tendrían.

Astoria nunca respondería a esa carta, nunca sería capaz de resolver sus dudas o confesar todo lo que se quedó sin decirle. Astoria no volvería.

Astoria y Mary no se verían una última vez.

La mujer alzó las cejas, a modo de repetir implícitamente su pregunta mientras empaquetaba lo que acababan de comprar. ¿Crees que me responderá?, se preguntaba, Tú que la conoces, que la has visto, ¿crees que es bueno que le escriba?

Pero entonces Mary subió la cabeza y se topó con la mirada de Draco.

Su sonrisa se desvaneció. Su aliento pareció congelarse.

Fue como verla perder a alguien que en verdad ya no tenía.

—No —dijo ella con firmeza.

Draco trató de mantener su rostro inexpresivo.

—Lo siento.

—No. —Mary sonrió. Se veía como un gesto roto—. ¿Es una mentira, verdad?

—Astoria-

—Estás mintiendo, ¿no es así? Ella era- era sangre pura. Ella-

—Murió... —Draco dijo, tragando el nudo de su garganta—. Murió tratando de derrocar a Vol- Voldemort.

Mary abrió y cerró la boca, dejando caer las cosas que les entregaba. Harry las tomó con magia. Draco no tenía idea qué hacía ella ahí, en medio del mundo muggle, o si le molestaba ver magia, pero no comentó. No importaba, en realidad.

Mary parecía haber perdido su corazón.

Draco se lo había quitado.

—Lo siento —dijo, porque no había nada más que pudiera decir.

Sintió la mano de Harry en su espalda baja como un gesto de confort, lo que era ridículo, porque Harry y ella habían compartido más tiempo y más anécdotas. Aunque... Astoria logró entender a Draco de una forma que nadie hizo. Literalmente. Astoria pudo empatizar con él y confió en él cuando nadie más lo hizo; Draco confió en Astoria sin siquiera cuestionarlo.

La imagen de un torso partido a la mitad cruzó por su cabeza.

Draco deseaba pensar que aquello era sólo producto de su imaginación.

—¿Pueden...? —Mary susurró. Sonaba hecha pedazos—. ¿Pueden irse?

Draco asintió. Harry también. Ambos hicieron una leve reverencia antes de dejar el local. Draco mantuvo la barbilla arriba y los hombros rectos, y no pensó en todos los arrepentimientos por los que Mary estaba pasando.

Sin embargo, le fue inevitable mirar hacia atrás.

Mary tenía la cara enterrada en las manos y sus hombros se agitaban.

—Vamos a casa —murmuró Harry enganchando sus brazos.

No tenía idea qué significaba eso, pero Harry estaba a su lado, así que suponía que ya estaba ahí.

•••

Draco reafirmó más que nunca la creencia de que el hogar no era un lugar, sino una persona, el día que les fue informado que su indulto estaba listo y que podía volver a pisar Inglaterra.

Desde hacía meses había empezado a escribir un diario donde explicaba todo lo que pasó esos últimos nueve años, en caso de que despertara y no recordara nada. Draco lo abría todos los días, aunque sintiera que era él mismo.

Siempre sentía que estaba olvidando algo.

La mañana que el traslador los llevó a Inglaterra, la persona que los recibió fue Kingsley Shacklebolt. Él les ofreció su casa mientras encontraban un buen lugar para vivir, y Harry aceptó sin pensarlo. La otra opción era ir a Grimmauld Place, o la Madriguera a medio construir. Era mejor estar en un lugar que fue abandonado, pero que no tenía recuerdos antiguos en los que perderse.

Harry y Draco se quedaron en la pieza más grande, y Kingsley les dijo que lo llamaran para lo que quisieran, que estaría siempre al final del pasillo. Draco miraba la casa, miraba las paredes viejas, y a pesar de que sabía que era temporal porque una vez que reconstruyeran más sectores del mundo mágico tendrían que irse e instalarse en otro sector, no era eso lo que se sentía así, lo que se sentía temporal era... el Reino Unido. No se sentía como volver a casa, sino como estar de pasada; la pausa para ir a otro destino.

—¿Te gustaría hacer algo? —preguntó Harry una vez que terminaron de desempacar. Todavía usaba la varita que solía pertenecerle a Draco, a pesar de ser el Amo de la Varita de Saúco.

Draco tomó la libreta y repasó por milésima vez la deprimente historia escrita.

—¿Dónde está el cuerpo de mi padre?

Harry, quien estaba caminando hasta él, pausó a medio camino. Draco levantó la mirada. Odiaba ver el rostro de Harry así, impotente, herido, como si no supiera qué hacer.

Draco caminó para cerrar el espacio que los separaba.

—Está bien —murmuró tomando sus manos. Vagamente se preguntó si es que ya le había dicho lo mismo antes y no anotó la respuesta—. Está bien, puedes decirme.

Harry suspiró, apoyando la frente en la suya. Draco cerró los ojos. Sus pensamientos se calmaron mientras su piel ardía.

—Fue enterrado. Hermione me lo dijo hace unos días. —Draco se negó a prestar atención al peso encima de su pecho que le estaba impidiendo respirar—. Está... en los terrenos de la mansión. La Mansión Malfoy.

—Pero eso es algo bueno, ¿no? —Draco respiró hondamente, con algo más de alivio—. Allí hay una cripta. Es lo que corresponde. Es donde está madre-

—Draco. —Harry pasó saliva—. ¿No recuerdas qué sucedió con la Mansión Malfoy?

Draco se separó para así poder abrir la libreta. Sus dedos temblaban. Pasó las páginas hasta que encontró la foto de otra mansión que le recordaba a la suya. Allí, en una letra elegante, se leía la explicación.

Fue derrumbada. Voldemort lo hizo para poder matarlo. La Orden tiró las primeras bombas pero él derrumbó su hogar para poder hacerle daño sin tener las protecciones de la casa de por medio.

Draco bajó la libreta, cerrando los ojos de nuevo. Harry acunó su mejilla con tanto cuidado que apenas lo sintió.

—¿Crees que puedes llevarme? —le preguntó.

No muchos minutos después, Harry los Apareció a ambos en medio de un campo desierto, completamente quemado e infestado de magia negra.

Había ruinas aquí y allá. Cadáveres. O lo que Draco suponía que eran cadáveres. Solo quedaban algunos árboles en pie, el resto... estaba arruinado. Lo único que delataba que antes hubo una casa eran los bloques de cemento regados; fuera de eso, se podría decir que allí nunca vivió una familia, que allí no se crió un niño que creyó que el mundo le pertenecía y no nació el amor de una pareja que creía no encontrarlo jamás; allí nunca existió una casa que vio pasar la felicidad, el amor, la desdicha y el sufrimiento entre sus padres.

Se podría decir, perfectamente, que los Malfoy nunca existieron.

Draco inhaló profundo, preguntándose qué decía de él mirar ese lugar y no pensar en la guerra, ni en Voldemort o la gente que murió allí; la gente que él mismo torturó. Siempre creyó que el Reino Unido sería un mejor lugar una vez que la Mansión Malfoy desapareciera. Odiaba la soledad que le traía y el saber que ya no podía llamarle su hogar, no en serio.

Pero ahora que la miraba, destruida y hecha añicos, solo podía pensar que- ahí Draco fue feliz, y dio por sentada esa felicidad. Dio por sentado a sus padres, a su familia y al futuro. La mansión hecha añicos era una representación física de lo que se fue y no volvería.

Se preguntó, brevemente, si también era una representación física de su propia mente.

Draco tiró de la mano de Harry para hacerle entender que quería ser llevado a ver la tumba de su padre, y Harry accedió silencioso. Draco estaba afectado, no iba a mentir, pero aún compuesto. Podía contener las emociones que amenazaban con hacerlo explotar. Podía hacerlo.

Eso, al menos, hasta que vio la tumba de su padre.

Ni siquiera era una tumba propiamente tal. Tenía unos bloques de ladrillos alrededor para determinar el cuerpo enterrado, y estaba ubicado de forma aleatoria en el terreno. Draco la miró. Su padre estaba allí, metros abajo. Estaba allí, y su madre lejos, sepultada entre escombros y escombros. Nunca pudo despedirse de los dos. Nunca pudo hacerles un funeral y decir que les agradecía por las cosas buenas. Draco nunca pudo tener su cierre.

Pequeños flashbacks de su niñez le llegaron a la cabeza. Su cumpleaños número cinco. Su primer día en Hogwarts. La copa mundial de Quidditch. Su padre diciéndole que estaba orgulloso de él. Dejándolo dormir en su cama cuando tenía una pesadilla.

Harry trató de agarrarlo cuando cayó de rodillas.

Pero Draco se soltó.

Enterró las uñas en la tierra y comenzó a cavar. Comenzó a tratar de desenterrar a su papá porque no estaba bien- no estaba bien que estuviera allí. No era lo correcto. Lucius Malfoy no debía estar descansando en un lugar olvidado y arruinado; merecía una cripta y un ataúd. Draco lloraba, hipaba, sollozaba y gritaba mientras Harry trataba de apartarlo. Pero no podía. Draco quería ver a su padre, asegurarse de que fuera un poco más feliz de lo que fue en vida. Compensar los años que sufrió, el tiempo que padeció atrapado en su cabeza.

Pero no pudo.

Harry lo agarró de los hombros y lo Apareció de vuelta a la casa abruptamente, antes de que Draco continuara cavando la tierra.

Sus uñas sangraban. Su cara estaba llena de suciedad. Sus ropas se encontraban asquerosas. Harry trataba de sacudirlo, pero Draco-

Draco no podía respirar.

Qué le pasaba, por Merlín. ¿Qué le estaba haciendo actuar así?, ¿por qué mierda su mente era un lugar igual de desolado que la mansión donde creció? Por más que lo preguntara, no podía saberlo. No había una explicación racional a nada. Quizás solo estaba roto.

Todo.

Todo lo estaba.

—¡Kingsley! —oía a Harry gritar, mientras él intentaba tomar aire. Su garganta estaba cerrada—. ¡Kingsley!

Unos pasos apresurados resonaron en el pasillo. De alguna forma, Draco había terminado en el suelo en posición fetal y se estaba ahogando. Veía borroso. Su cabeza daba vueltas. Quizás era por el llanto. O quizás, porque iba a morir.

Lo merecía.

Merecía morir.

Después de todo lo que había hecho, de todos a los que condenó. Después de matar a Eric y hacer que sus mejores amigos murieran bajo su guardia...

Era lo mínimo que merecía.

—... y no- no sé qué hacer- no quiero molestar a Poppy y yo-

—Hey, Draco.

Draco cerró los ojos cuando sintió al hombre arrodillarse frente suyo. No quería eso, quería ser dejado solo, hundirse en su mierda y que nadie lo sacara de allí. Harry podía ser feliz, estar con alguien que verdaderamente podría hacerlo feliz. No él.

Draco lo dañaría.

Destruía todo lo que tocaba.

—Hey... está bien —Kingsley habló, poniendo una mano encima de su pelo—. Está bien. ¿Me recuerdas?

Draco abrió uno de sus ojos, y vio a Kingsley exageradamente cerca. El hombre le dedicó una sonrisa educada. Respiraba hondo, demasiado hondo; para Draco fue imposible no fijarse en eso.

—Eso es —él susurró—. Inhala... exhala...

Draco tenía dos opciones: dejar que el pánico terminara de consumirlo, o repetir lo que Kingsley le decía.

Y por muy ridículo que sonara, quería morir tanto como quería respirar.

Así que Draco inhaló y exhaló. Una y otra vez, siguiendo el ritmo del pecho de Kingsley.

—Te conocí cuando eras un niño, aunque no creo que lo recuerdes —comenzó a decir él mientras Draco trataba de calmarse—. Tu padre te llevó al Ministerio y te dejó andar solo un rato. Te perdió de vista, la verdad, y tú llegaste a mi oficina después de unos minutos de merodear, o eso me dijiste. Te sentaste enfrente de la silla de mi escritorio en el departamento de Aurores y me ordenaste que te explicara cómo funcionaba todo allí, porque algún día tú ibas a trabajar en ese lugar y querías saber cómo se organizaba.

Draco no recordaba eso. No sabía si nunca lo hizo, o si su memoria actual se lo impedía. Su padre lo llevó muchas veces al Ministerio para enseñarle lo que era la política y lo que significaba ser gobernante.

—Tenías... ¿siete años?, ¿ocho? —Kingsley lucía amable, pero también apenado—. Cómo sea, el caso es que te miré justo a los ojos, y te pregunté a qué te referías con que ibas a trabajar allí. ¿Sabes qué respondiste?

Sintió otra presencia arrodillarse a su lado. Harry tomó sus manos, trazando figuras en ellas. Draco les dio un apretón.

Te amo. Te amo. Te amo.

Lo siento por ser así.

—Que serías mi jefe —Kingsley continuó, con una pequeña sonrisa—. Que serías el mejor Auror y Ministro que nadie hubiera conocido. Querías mejorar y curar todo el mal que encontraras. Yo te pregunté por qué, y tú me respondiste que- porque querías ser un héroe.

Draco suspiró temblorosamente. Oyó un grito. Sintió la sangre ajena empaparle la cara. El sonido de los huesos quebrándose.

Las víctimas.

Sus víctimas.

—Me dijiste que querías salvar todas las vidas que pudieras. Querías salvar el mundo, si es que era posible. Y yo te creí. —Draco casi rio con amargura. ¿Se suponía que Kingsley trataba de hacerlo sentir mejor?—. Te creí, y te dije que pensaba que ibas a ser muy grande. Tú me respondiste que ya lo sabías.

Draco sería recordado en los libros de historia como Astaroth, miembro del Nobilium y el torturador de Voldemort. Creador de hechizos y pociones para ayudarlo a él.

Ese sería su legado.

Daba igual el indulto. Cuando la gente pensara en los Malfoy, no pensaría en las risas a un lado del árbol de navidad, no pensaría en su padre y su madre contando sus pecas.

Pensaría en todas las personas que sufrieron bajo sus manos.

—Y lo fuiste, ¿sabes eso? —Kingsley peinó su cabello. Harry apretaba sus manos con tanta fuerza que dolía. Draco sollozó—. Con tus servicios salvaste el mundo. Salvaste generaciones de niños y personas que venían en camino. Cooperaste con nuestra victoria. Sin tu ayuda, sin tus pociones luego de las batallas, más de la mitad de nuestros miembros habrían muerto. Jamás habríamos unido las piezas que nos llevaron a Nagini al final. La guerra seguiría en pie. Nos ayudaste, Draco. Tomaste muchas decisiones equivocadas; sin embargo, al final decidiste bien. No borra lo que hiciste, pero ayuda. El mal no se puede deshacer, ¿pero crees que puedes encargarte de aquí en adelante?, ¿del futuro?

Draco pensó en Arthur Weasley, en Theo, en Bill. Pensó en todos los heridos. En las maldiciones que él creó. No podía deshacerlas, volver en el tiempo e impedirse a sí mismo crearlas. No podía traer de vuelta a la vida a los fallecidos.

Pero podía cambiar el futuro creando contra maldiciones.

Podía salvar a los que aún quedaban.

—El amor va más allá de las tumbas —Kingsley prosiguió, y Draco enfocó sus ojos en la cara del hombre—. Va más allá de las tradiciones y todos esos símbolos. Tus padres ya están juntos; sus cuerpos son solo una representación física de lo que son en realidad, su espíritu. Darles una sepultura nos ayuda a nosotros, ¿pero ellos?, créeme que a ellos no les importa. Están bien, Draco, están bien ahora. Puedo prometerlo. Puedo jurarlo.

Había un tinte de tristeza en los bordes de la mirada de Kingsley, pero aún así Draco le creyó. Le creyó, porque necesitaba hacerlo. Cuando lo decía él, sonaba verdad y se escuchaba seguro. Estaba jurando con certeza que sabía que había algo más allá. Que sabía que sus padres estaban juntos en ese algo.

Quizás Draco tenía que aprender a dejarlos descansar.

—Ven —Harry susurró desde su lado, tomando a Draco para que pudiera levantarse—. Ven, vamos.

Draco obedeció. Kingsley le dedicó una sonrisa. Harry lo guió hasta su habitación.

—Lo siento —murmuró Draco en su oído—. Siento que tengas que- aguantar-

—Te amo —Harry lo interrumpió. El corazón de Draco dio un vuelco, a pesar de que de alguna forma... ya lo sabía—. Te amo, y aquí estoy. No es una molestia. Solo... me gustaría que no tuvieras que- que nunca hubieras sido-

—Lo sé, de todas formas lo siento.

—Está bien.

Harry besó su cicatriz y Draco su mejilla.

•••

Draco consiguió otra psicomaga en Inglaterra, ya que le parecía cruel someter a Madam Pomfrey a verle la cara siempre, cuando era obvio que eso no es lo que ella quería. En cambio, la mujer que decidió tomar su caso no lo trataba distinto al resto, estaba dispuesta a cooperar y Draco sentía estar mejorando.

Kingsley era amable, más de lo que se merecía; Draco lo apreciaba. No muchas personas podían verlo y no querer matarlo. Harry nunca mencionó a los Weasley o Granger por ejemplo, así que suponía que de estar visitándolos o no, Draco no era bienvenido con ellos.

No era bienvenido allí, en general.

La única vez que salió a la calle a tomar aire como lo hacían en Rumania, la gente le escupió. Otros lo persiguieron. Ni siquiera la presencia de Harry fue suficiente para apaciguar su rabia. Draco no luchaba demasiado. Una vez más, pensaba merecerlo. La gente perdió seres queridos por su culpa.

No volvió a salir a lugares públicos del mundo mágico desde entonces.

Unas cuantas semanas después de su llegada a Inglaterra, Harry le dijo que Luna escribió informando que estaba viviendo en la Mansión Nott junto a Eveline y Theo, como ya sabían. Harry le tendió la carta, donde Luna decía explícitamente que esperaba que fueran a verlo. Que creía que podría hacerle bien.

Así que junto a Harry programaron un día para ir. Desayunaron y partieron a la Mansión Nott en unas horas. Las barreras estaban abiertas para Draco aún, y debían reconocer a Harry como alguien de confianza, así que lo dejaron pasar. Avanzaron por el largo camino de piedra donde, décadas atrás, Draco le entregó Yaxley a Theo para que pudiera presentarlo a la Orden.

—Harry —dijo Luna cuando estuvieron frente a la entrada—. Draco.

Se estaba dejando el cabello largo de nuevo. Usaba ropa oscura que tapaba su vientre de embarazo. Sus ojos habían perdido el brillo, más aún que antes. Draco no quiso hablar. Sentía que si lo hacía, la frágil composición del estado de Luna se haría añicos.

—Draco vino a ver a Theo —Harry informó, tan incómodo como él—. Yo a ti. Eh... estoy aliviado de que hayas- de que tú no... ¿cómo estás?, ¿y el bebé...?

—Bien —Luna completó. Draco recordó que ella, en realidad, no hablaba. No como el resto—. Theo, bien. Yo, bien.

Harry pasó saliva.

—Sí, Luna.

Luna por fin dio media vuelta y caminó hacia la mansión. Draco evitó mirar a su alrededor o a ella y pensar en el ser humano que estaba gestando. Tenía una vaga sensación de conocer a fondo ese lugar, y no estaba seguro de querer recordarlo.

La mujer abrió una de las puertas de un salón y Harry entró a este. En una silla, en la esquina, había una chica; miraba hacia afuera, hipnotizada con algo que él no alcanzaba a ver.

—Hola, Eveline —oyó decir a Harry, antes de que Luna cerrara la puerta.

Draco no pensó en su cara, no pensó en lo mucho que le recordaba a sí mismo, simplemente siguió a Luna por el pasillo hasta donde Draco suponía, estaba la habitación en la que se encontraba Theo.

Sudaba. Sus manos tiritaban como si hiciera frío. Le habría gustado pedirle a Harry que lo acompañara, pero sabía que estaba tratando de darle su espacio. Draco lo amaba por eso, y al mismo tiempo, quería salir corriendo para quedarse junto a él.

¿Estaba listo para esto?

¿Estaba listo para ver a Theo en su- estado, el que solo conocía a través de cartas?

Antes de que pudiera responder sus dudas, Luna llegó a la gran puerta.

Sin darle un segundo de espera, la abrió.

Y la respiración de Draco se atoró a mitad de su garganta.

Theo estaba sentado en la cama. Miraba hacia afuera, y el cabello le caía encima del rostro como hacía años que no. Si Draco no supiera lo que... si no supiera lo que sucedió, podría fingir que todo se encontraba normal- que todo seguía tal cual lo había dejado antes de que Voldemort lo secuestrara.

Al menos, hasta que vio los ojos de Luna llenarse de lágrimas, para luego salir de la habitación como si la sola visión le doliera.

—Hey... —Draco dijo, avanzando un paso hacia su amigo.

Mírame.

Estoy aquí, Theo.

Siempre hemos sido tú y yo.

Los ojos de Theo se dirigieron a Draco, pero estaban desenfocados. Era como si la acción fuera un reflejo inconsciente más que un gesto significativo. Draco sabía que tenía que ser eso.

Pero, oh.

Dolía.

Dolía pensar que quizás Theo estaba encerrado en su mente, gritando al verlo y reclamando que hubiera tardado tanto.

—Te queda bien el cabello largo —Draco dijo—. Recuerdo que me gustaba tu pelo corto, pero el cabello largo no está tan mal. Te...

Un hilo de baba cayó por el costado de la boca de Theo.

No pudo seguir hablando.

Era un tormento- todo eso lo era. Draco no soportaba no saber si Theo lo escuchaba y procesaba lo que le decía, o si en realidad no era consciente de lo que estaba oyendo. Era peor aún no saber qué prefería. Qué era más cruel.

Una cáscara vacía.

O estar atrapado en tu propia cabeza.

—Por favor, Theo, háblame —Draco susurró incoherentemente, alcanzando su mano—. Por favor.

La cicatriz de la quemadura de su rostro se veía parcialmente con esa luz. Theo tenía la boca abierta. Parpadeaba demasiado lento. No movía nada más que la cabeza.

—¿Estás ahí?

Se sentía egoísta y miserable, porque... Theo estaba a su lado a pesar de todo, y eso lo hacía feliz; no lo había perdido por completo.

Sin embargo tampoco estaba allí.

Draco trataba de no pensar qué pasaría si Theo nunca volvía en sí. Si nunca volvía a rodar los ojos en su dirección, poner una mano en su hombro para tranquilizarlo, o simplemente decirle que eran amigos. Que se tenían el uno al otro.

Cuando eran pequeños, Theo fue el único amigo que Draco consideró su igual. Años después, se convirtió en su amante. Pero esos eran títulos que no alcanzaban a cubrir lo que Theo significaba para él.

Sin importar cuánto se molestara con Draco, sin importar lo terrible y asqueroso que este actuara, en su pecho, a un lado de su corazón, vivía la certeza de que Theo continuaría a su lado.

Esa certeza continuaba viva.

—Te extraño —murmuró, apretando más su mano.

Theo miró hacia abajo. Draco tomó nota de esto. Era como si el mundo a su alrededor solo existiera si era afectado directamente, pero no tenía idea de si se trataba de un instinto de supervivencia, si Theo estaba procesando las acciones, o si entendía absolutamente todo.

Su amigo era observador, comprendía las cosas antes que todos. O al menos lo que le interesaba entender. Draco se aferró a la idea de que ese Theo aún estaba allí.

Lo iba a encontrar.

—Creo que fuiste a la primera persona que amé —confesó Draco, y esperó.

No llegó ni un: "¿Así que estás admitiendo tus sentimientos por mí?"

Ni un,

Siempre supe que estábamos destinados.

Eres irritante.

Pero también te quiero.

—Theo. Por favor. —Draco lo sujetó. Este abrió y cerró la boca—. Ella te está esperando. Por favor. Por favor. Te estoy rogando, háblame.

Obviamente, Theo no respondió.

Temblaba ligeramente. Los movimientos usualmente ágiles ahora eran lentos. Abrió la boca. Un pequeño sonido salió de ella.

—Perdón por haberte dejado. Perdón por no haberme preocupado. Perdón por- perdóname por no estar ahí.

Espero que esté escuchando esto, Draco pensaba egoístamente.

Espero que esté allí en algún lugar de su mente, y que sepa que lo siento.

Que lo siento tanto.

Que si pudiera cambiar el pasado, haría lo que sea para ahorrarle todo el sufrimiento.

—Theo-

Y como siempre, Theo hizo los mismos ruidos inconexos que había hecho los últimos meses. De los que Lovegood hablaba en sus cartas.

—A... m... —Theo trató de articular. Un hilo de baba corrió por su cara—, m...

Draco no podía entenderlo.

Lo necesitaba de vuelta.

—Lo siento —dijo, parándose de golpe—. Lo siento. Lo siento. Te sacaré de aquí- te lo prometo. Te sacaré de aquí.

Prácticamente corrió hacia la salida. El pasillo se sentía pequeño. Estaba cansado. Las lágrimas le picaban la garganta.

—Vámonos —le dijo a Harry cuando lo encontró saliendo del cuarto. Draco lo tomó del brazo—. Por favor, vámonos.

Harry no lo había escuchado una vez, tiempo atrás, cuando Draco le rogó que huyeran.

Ahora, le dio una rápida mirada a ambas mujeres, y asintió, besándolo a un lado de su boca.

•••

Harry sabía que Draco no se refería a irse solamente de la Mansión Nott.

Draco se refería a marcharse de Inglaterra.

E increíblemente, estaba de acuerdo.

Antes de hacerlo, Harry se despidió de Kingsley, de Madam Pomfrey, de Hermione y de Luna. Les agradeció. Les dijo que iría cada fin de semana. Se sentía algo mejor al pensar en una vida lejos de ese lugar.

Pero esas no eran todas las personas importantes para él.

Harry sabía que había una charla importante que debía tener antes de irse de Inglaterra.

Los Weasley y él apenas hablaron. Solo cuando se encontraban de repente, pero sus conversaciones se trataban de palabras vacías y saludos cordiales. A Harry le dolía el pecho cuando los veía, cuando veía el estado de Arthur y Bill, quienes no podían formar oraciones coherentes; y se mentía a sí mismo si decía que no los estaba evitando, que no los evitó durante toda su estadía. Harry no podía pensar en pararse frente a Molly y esperar que ella le echara en cara todos los errores que cometió.

Sin embargo, sabía que sería peor marcharse y luego arrepentirse de no haber hablado con ella.

Así que ahí estaba, afuera de la Madriguera a medio construir, llena de vacíos y espacios que ya nunca volverían a estar completos.

George fue el que le abrió la puerta, tosco, apagado, y Harry fue golpeado por la avalancha de recuerdos que tenía en ese lugar. Casi podía escuchar a Ginny corriendo en el segundo piso mientras perseguía a Fred. A Percy gritando que lo dejaran estudiar tranquilo. A Ron sentado en el sillón, mientras se quejaba porque le estaban ordenando desgnomizar el jardín. Arthur leyendo el periódico. Molly cocinando con magia.

Nada de eso sucedía ya.

El día estaba gris, y Harry sentía que quería quitarse la piel solo por eso. Arthur se encontraba en una silla que daba a la ventana, tapado con muchas frazadas, ausente. Bill, tumbado cerca, con Fleur dándole de comer. Molly sentada a la mesa tomando una taza de té. Percy no se veía; seguramente estaba en su propia casa con Oliver.

—Hola, Harry —dijo ella con suavidad cuando lo vio. George fue a sentarse al otro extremo del cuarto.

—Hola, Molly.

Las manos le sudaban, el pecho se le oprimía. Acababa de llegar, y ya quería salir de allí. La casa que alguna vez consideró su lugar de confort, porque se sentía cálido y acogedor y sentía que allí todos lo querían- ya no era nada de eso.

Harry no pertenecía allí.

—¿Quieres tarta? —preguntó Molly cuando él tomó asiento.

—Está bien.

Ella movió la varita y atrajo un plato desde la cocina destruida. Puso un pedazo de tarta previamente cortado en él y lo levitó hasta su lugar en la mesa. Harry lo miró.

La última vez que ella le dio tarta, fue en Navidad.

—Gracias.

Molly asintió. Harry comenzó a comer sin encontrar sus ojos. Era un silencio incómodo en el cual ninguno de los dos sabía qué decir, o cómo traer a colación el elefante del cuarto. El tema que a ambos les concernía.

Afortunadamente, no tuvo que soportarlo mucho tiempo. Molly, poco después de que Harry llevara comida la mitad de su tarta (que le sabía a arena por los nervios), habló.

—Así que estás enamorado de él —afirmó ella sin rodeos—. Siempre lo estuviste.

Harry suspiró, sabiendo que si había que empezar de una parte, era obvio que sería desde allí.

—Sí.

—¿Como con Ginny?

Harry pensó en Ginny. Pensó en ella por primera vez en meses. Parte de sí estaba agradecido de que se hubiera marchado antes de perder su humanidad, antes de quedarse atrapada en el después. Y a pesar de que la amó, de que sintió más de lo que a esa edad creyó poder sentir, no era lo mismo. Eran dos amores completamente diferentes e igual de importantes.

Pero no le diría eso a Molly.

—Sí.

—¿Él es bueno contigo?

—Sí.

—¿No te obligó?

—No, Molly. —Harry suspiró—. No es nada- esto no es- Draco no es como parece.

Ella lució escéptica, casi incrédula. Sin embargo, asintió con lentitud.

—Está bien.

Sonaba cansada. Harry suponía que lo estaba. Ninguno de los dos insistió en el tema.

—No creo que nos quedemos en Inglaterra —dijo él tratando de cambiar el rumbo de la conversación.

—Lo veía venir.

—Es solo que-

—Lo sé, Harry —Molly le aseguró—. Lo entiendo.

—Lo siento.

—No tienes por qué-

—No- no por eso. Lo siento por Ron.

Bien, lo había dicho.

Había quitado esa piedra del camino.

Molly vaciló en sus movimientos, y durante unos segundos, su barbilla tembló. Harry cerró los ojos esperando los gritos, las culpas. Recordó a Ron, lleno de tierra y sangre.

Hey. No hay nada por lo que disculparse, Harry, nada.

Nunca lo habrá, jamás pienses lo contrario.

Eres mi mejor amigo.

—Hermione me dijo qué pasó —Molly dijo con la voz nivelada.

—Lo siento, Molly. Nunca quise. Nunca- él es... es mi mejor amigo. —Incluso dejando sus labios, Harry sentía que aquella descripción era nimia y banal; que no abarcaba todo lo que Ron significaba para él, pero no podía detenerse a corregirlo—. Es mi hermano. No sé qué voy a hacer. No sé cómo vivir sin él. No sé- y lo siento. Lo siento mucho.

Harry quería decirle a Molly todo lo que había pensado, que lo único que le hacía sentir que todavía había un sentido en el universo era Draco y nada más. Quería decirle que su vida ya no parecía vida sin Ron en ella, porque Ron era la gravedad, era la cosa que mantenía a Harry en la tierra.

Y se lo arrebataron. Ron estaba muerto.

Harry casi rio.

Lo extraño. Mierda, lo extraño tanto. Cada día de mi vida. Cada segundo que paso despierto.

—Fue su decisión —Molly replicó eventualmente—, no la tuya.

—Pero pude- pude haberme negado. Pude haber aguantado más.

—¿Dices que amas a este chico, tanto como a Ginny?

Harry pasó saliva, sintiéndose confundido por el cambio de tema.

—Sí.

—Entonces no habrías podido —ella le aseguró, totalmente convencida—. Eso significaba haber sacrificado a Malfoy, y no lo habrías hecho.

Harry trató de imaginarlo.

Un mundo en el que decidía sacrificar a Draco para salvar a esa gente bajo el escudo. Un mundo, en el que decidía que después de todo, su muerte era necesaria. Un mundo en el que Ron vivía, y era feliz, y se casaba con Hermione.

Y Harry quedaba solo.

Otra vez.

Harry quedaba atrás.

Pensó en esa misma mañana. Los cabellos de Draco estaban por toda la almohada e incluso en su rostro. Draco lo había visto levantarse y le dedicó una sonrisa que pareció encender la luz de todo el cuarto.

En otra vida, Harry no habría elegido eso.

Pero no podía imaginar no haberlo hecho en esta.

—Ron estaba dispuesto a sacrificar el mundo por Hermione, así como tú por Malfoy. Y tú, Harry, habrías hecho lo mismo por él. Por Ron. —Harry salió de su ensimismamiento y miró a Molly quien tenía los ojos llenos de lágrimas y lucía como si cada palabra le fuera dolorosa de decir—. Si los roles fueran inversos, si Hermione hubiese sido la secuestrada y Ron hubiera tenido que salvarla, tú le habrías ahorrado el tormento de decidir entre ambos. Lo habrías hecho por él, como Ron lo hizo contigo. Así funcionan ustedes, siempre lo han hecho todo por el otro.

Ron.

Ron lo había hecho todo.

Ir a buscar la piedra filosofal a los once años. Bajar a la Cámara de los Secretos. Pelear contra un supuesto asesino serial con la pierna rota. Reconocer su error y apoyarlo ante un torneo con pruebas mortales. Acompañarlo al Ministerio subido en un animal que ni siquiera podía ver. Luchar contra los Mortífagos a los dieciséis. Ir con él tras los Horrocruxes; volver cuando se dio cuenta de su error.

Seguirlo hasta el fin del mundo.

Confiar en Harry.

Molly tenía lágrimas corriendo libremente por su rostro. Estaba demasiado delgada, más que nunca. Había oscuras ojeras bajo sus ojos. Parecía muerta en vida.

Harry se sentía como la mierda por estar desahogándose con ella. Si había alguien que estaba sufriendo, era Molly.

—De todas formas lo- lo siento- siento que por mi culpa hayas perdido tres de tus hijos- siento que sea yo-

—Harry —Molly lo interrumpió horrorizada—. Tú también eres mi hijo.

Harry dejó caer sus manos encima de la mesa, y la miró.

No podía respirar.

Las lágrimas le nublaron la visión y comenzó a temblar, incapaz de procesar lo que acababa de oír. Incapaz de concebirlo como verdad.

Tu también eres mi hijo.

Su garganta se cerró completamente y Harry se sentía- patético, porque de alguna forma eso era todo lo que quería oír. Eso era todo lo que había deseado oír durante sus veintisiete años. Primero, lo esperó de Petunia, y luego, de Molly, sabiendo que no era verdad, que no había o existía una forma de que ella le dijera que lo consideraba otro de los suyos, porque no era cierto. Harry sabía que no era cierto.

Aún así-

Su corazón se recompuso.

Una parte de sí mismo que no sabía que estaba rota.

—Tú también eres mi hijo. Eres mi niño —Molly repitió, levantándose de su lugar para ponerse en la silla de su lado. Tomó las manos de Harry entre las suyas—. Lamento haberte hecho creer que no es así, pero eres parte de esta familia. No puedo culparte, Harry. Ron no te culpa, yo lo sé. Nadie lo hace. Nos salvaste a todos. Nos salvaste, lo mataste, y estoy orgullosa de ti.

Harry estaba prácticamente sollozando, mirando sus manos entrelazadas. Las palabras resonaban en cada rincón de su ser, y a pesar de que muchas personas se las habían repetido incontables veces antes, nunca se sintieron tan significativas como en ese instante. En ese momento, tenían peso.

Porque Molly no servía para mentir.

Si Molly se lo estaba diciendo, Harry le creía.

—Salvaste más vidas de las que crees que condenaste —repitió ella una vez más.

Un segundo después, lo jaló en un abrazo.

Harry enterró la cara en su pecho y Molly puso las manos en su revoltoso cabello. Harry lloraba, no podía parar de llorar. Sentía que tenía catorce años de nuevo, estaba en la enfermería de Hogwarts, y Molly lo consolaba después de una larga noche.

Su madre.

La madre que lo eligió.

—No lo olvides —Molly dijo besando su cabeza.

Harry se dejó sostener.

•••

Resultó ser que los terrenos que Draco adquirió cuando creyó que podía salvar a su madre, sí sirvieron de algo.

Harry y Draco se instalaron en una de sus residencias en latinoamérica, lo más alejado de Inglaterra que se podía. La mansión le recordaba a la base McGonagall, al menos superficialmente, salvo que esa última estaba atestada de la desolación y el sufrimiento que se vivió en sus paredes. A veces, Draco pillaba a Harry mirando la fachada o las puertas de los cuartos más de lo normal, apretando su varita y dejando que la magia bañara el terreno. Eso ya era un indicativo de que no durarían mucho allí.

De todas formas, Draco tenía decenas de otras casas a las que irse, por lo que no se preocupaba.

Siempre cerca del mar.

Su madre amaba el mar.

Poder verlo todos los días le hacía pensar demasiado, más de lo que Draco quería. Más de lo que su mente podía. Draco investigaba cada vez más acerca de medimagia también. Pensaba en Theo. Pensaba en Goyle y cómo tampoco pudo salvarlo. Pensaba en Pansy y lo mucho que la alejó y lo poco que valió la pena.

Pensaba en Astoria.

Pensaba mucho en Astoria; así como Harry pensaba en Ron.

Draco amaba a Astoria, podía verlo ahora, a pesar de que la única persona a la que admitió amar fuera de su familia era Harry. En un mundo donde no sabía si iba a pasar el día, donde no sabía si iba a vivir, construir relaciones significativas con muchas personas era equivalente a decidir sufrir. Draco estaba harto de sufrir.

Pero Astoria se le metió debajo de la piel, en la mente y en la vida, sin que él lo notara. Astoria estaba allí, conociéndolo y confiando en él antes que nadie. Draco nunca pudo agradecerle. A veces lo hacía, en sueños. A veces la tenía delante y ella sonreía, en paz ahora. Feliz.

Hey, él le decía. Siento no haber podido despedirme.

Estabas ocupado siendo secuestrado, Draco.

Su cabello brillaba. Sus ojos azules le recordaban a su madre. Astoria usaba un vestido blanco y su característico cabello trenzado.

Aún así, Draco insistía. Yo... necesito decirte- que te quiero... Te quiero, Astoria. Y te agradezco por todo.

Lo sé.

En otras ocasiones, los sueños eran mucho menos agradables. Astoria se encontraba más apática, menos feliz. De una forma que Draco jamás la vio en vida.

Creí que el sacrificio era solo para los Gryffindor, le decía él en ese sueño.

No fue un sacrificio, ella respondía cansada. Yo no pensé que iba a morir.

Y entonces el escenario cambiaba, y Astoria ya no estaba allí, sino que tendida en medio del suelo partida a la mitad mientras Greyback se reía a su lado.

Para cuando Draco despertaba, nunca podía recordarlo bien.

—¿Qué pasó? —preguntó Harry cuando Draco se sentó en la cama, sudando en frío gracias a la pesadilla. Le dio una mirada de reojo; Harry ya tenía en la mano su varita.

—Soñé con una mujer —Draco murmuró, sumergiéndose entre los brazos de Harry que lo esperaban.

Su cabello estaba largo así que Harry comenzó a jugar con él. Normalmente era Draco quien lo hacía, quien tomaba su pelo y hacía trenzas, peinados y un millón de cosas. Le gustaba sostenerlo. Le gustaba saber que de cierta forma, le pertenecía.

Era grato saber que Harry sentía lo mismo.

—¿Narcissa? —le dijo con cuidado. Draco cerró los ojos recordando a su propia madre.

Las cosas que hizo.

Todo lo que soportó.

—No —respondió—. Tenía el cabello café y los ojos azules.

Pansy, su mente le dijo.

Aunque no podía serlo, porque Pansy tenía los ojos verdes y el cabello negro, ¿verdad? ¿Draco no se alejó de ella, también?

Draco alejó a todos. Dañó a todos. Rompió a todos los que se le acercaron.

—Me dijo que no pensaba que iba a morir —continuó.

Harry paró de acariciar su pelo, y Draco percibió que su novio sabía quién era, o al menos lo intuía. Quizás le dolía decirlo. Draco no presionó.

—No creo que nadie esté listo para hacerlo —respondió Harry al cabo de un rato.

—Tú sí —Draco replicó sin pensar—. Y es por eso que siempre temía por ti.

Harry se quedó muy quieto luego de oírlo. Draco, por otro lado, no sabía desde donde había venido eso. Cuando despertaba, su mente siempre estaba medio confundida. Sus recuerdos e ideas revueltas. Había días así también. Deseaba retirar lo dicho con todas sus fuerzas.

—No sé por qué dije eso —Draco murmuró.

Harry no respondió, en su lugar, se separó de Draco para así poder mirarlo a los ojos. Atrapó los costados de su cara, pasando el pulgar por sus mejillas, por sus pómulos, por sus labios.

—No moriré —Harry le dijo con convicción.

—Lo sé.

—Siempre te encontraré.

—Yo siempre volveré a ti.

Haré lo que sea.

Lo que me pidas. Lo que quieras.

¿Quieres mi corazón?

¿Quieres mi vida?

Te daré lo que sea.

Harry dejó salir una respiración al tenerlo tan cerca. Maravillado, feliz, aliviado. Draco se acercó, rozando sus labios, sosteniendo a Harry de la cintura como si quisiera mantenerlo allí por siempre. Estaba jodidamente hambriento por él.

Merlín, Draco pensó mientras cerraba el espacio entre ellos. Es tan hermoso. Apenas puedo vivir cuando no está.

Harry lo besó como si pensara lo mismo. La barba le raspó la mejilla, sus pestañas le acariciaron la piel. Draco lo sostuvo más cerca, siempre lo quería más cerca; lo amaba de una forma necesitada.

Harry se dejó caer en su lugar, y Draco comenzó a explorar su cuerpo con cuidado.

Aquello funcionaba perfectamente para calmar sus pesadillas también.

En la zona que estaban viviendo no había mucha urbanidad. Draco logró retirar su dinero de Gringotts –ahora que los goblins estaban atendiendo de nuevo– incluyendo el dinero generado gracias a los contratos que cerró durante el gobierno de Voldemort (que ahora se habían anulado); pero no tenían demasiadas cosas en las que gastar además de lo básico. Los únicos "lujos" que se daban, era cuando Draco ordenaba a Kreacher comprar papeles y lápices, que era lo que más ocupaban. Harry, para dibujar y escribir. Draco, para anotar y hacer figuras de papel.

Si era sincero, se la pasaba la mayoría del tiempo tratando de recolectar información que le sirviera para curar a Arthur y a Bill, que de momento estaban con otro tipo de terapias. También a Theo, a quien le aplicaban Legeremancia para saber si estaba allí dentro. Aunque Draco no le veía el punto. La única Legeremante que podría haber hecho la diferencia, ya no estaba.

A veces se topaba con Harry, quien pasaba tardes enteras viendo el mar desde la ventana más alta de la mansión. Draco asumía que estaba pensando en Ron. No sabía qué le había pasado, o cómo había muerto, y nunca quiso preguntar. Pero sí sabía que Harry no volvería a ser jamás quién fue, una parte de sí murió junto a Ron.

A veces, Draco recordaba lo que le dijo la primera vez que habló con él.

Que cada vez que un Weasley se acercaba a un Mortífago, acababa muerto.

Y Ron se había acercado demasiado.

En los días que Draco sentía que su mente estaba demasiado inestable para seguir investigando y tratando de revertir las maldiciones, se unía a Harry a mirar por la ventana y pensar en su propio muchacho de ojos azules que murió por su culpa ocho años atrás. A Eric le habría encantado el mar, estaba seguro. Le habría gustado que Draco le enseñara a hacer origamis cuando el resto del cuerpo le fallaba. Se sentía casi terapéutico estar constantemente doblando papeles.

Ciento, y cientos de ellos.

—¿No te cansas? —preguntó Harry una vez, encontrándolo en su despacho.

Draco no miró hacia arriba cuando lo escuchó, mientras doblaba, lo que se suponía, debía ser el ala de la grulla.

—Sí.

—¿Por qué continúas haciéndolos entonces?

Harry se dejó caer en el asiento de su lado, y Draco sintió cómo su cuerpo se tensaba porque estaba desconociendo su cercanía. Estaba desconociéndolo a él.

Era uno de esos días.

Draco dobló las alas de la grulla con más insistencia.

—Me enviaste una en medio de una clase, cuando teníamos trece —comentó Harry inclinándose para ver la figura—. Era una grulla también. Dentro había un dibujo.

Un chico con lentes. Draco riendo. El chico enojado. Harry. ¿Estaba hablando de días atrás?

No.

Cuando tenían trece, dijo.

¿Estaba imaginando esos supuestos recuerdos?

—La encantaste con magia —prosiguió Harry mientras Draco hacía el último doblez que transformaba la figura en una grulla, y tomaba otro papel pequeño. Sus dedos se sentían entumecidos—. Nunca le di mayor importancia, pero-

—Para no olvidar.

Su voz salió abrupta, cortante. Harry paró de hablar, y Draco lo agradeció. No era capaz de escuchar esa anécdota, mucho menos con el cariño impregnado en la voz de Harry. No cuando su cabeza parecía fragmentarse con cada segundo que trataba de permanecer consciente, en la superficie; cuando parecía que su mente se vendría abajo si trataba de recordar.

—¿Perdona? —Harry preguntó extrañado.

—Por eso sigo haciéndolas —Draco murmuró, doblando el papel una vez más—. Me ayudan a recordar.

Un doblez. Su mamá tocando sus dedos. Otro. Su papá enseñándole a encantar las grullas. Uno más. Draco enviando cartas dobladas así de pequeño.

¿O había sido días atrás?

¿O todo era una imaginación?

—En mi cabeza no hay pasado, ni presente, ni futuro —Draco susurró—. Todo es una mezcla. No sé cuándo pasaron algunas cosas, no sé si pasaron. No entiendo por qué estoy aquí y tampoco sé si los recuerdos que tengo en esta casa, contigo, a esta... edad, son reales. No sé si sigo en esa celda con Voldemort y simplemente-

Me quedé a vivir allí.

¿Qué pasa si nunca escapé, si nunca volví a ti?

¿Y si me he inventado todo, porque una vida ficticia contigo es mejor que la mera posibilidad de no volver a verte?

Draco no podía decirle eso.

—Me ayuda a recordar. A mantenerme en el presente —continuó—. A saber que hay algo de mí aún.

Harry no respondió, no lo hizo por un largo rato. ¿Qué podía decirle?

¿Que aún estaba allí?

Porque no lo estaba.

Draco, el Draco completo y algo más útil, ya no estaba.

—¿Recuerdas lo que te conté, entonces? ¿Lo que te acabo de contar? Me enviaste una grulla a los trece —Harry dijo, sentándose y extendiendo la mano por encima de la mesa.

Draco paró por unos segundos de doblar, y la miró.

Tenía la cicatriz de "No debo decir mentiras" brillando bajo la luz de su lámpara. Había otras más que pasaban de un lado a otro, cortes que Harry jamás curó porque no creyó que merecía ser curado.

Draco detuvo el origami, y entrelazó sus dedos.

La magia emitió una vibración baja y feliz. Harry estaba cálido, y sus manos encajaban como si fuesen dos mitades de una misma persona.

Draco depositó un beso encima de su cicatriz, sintiendo que acababa de volver a casa luego de vivir por una década en las afueras de Troya.

—Sí —le mintió.

Harry se veía feliz. Quizás ambos podían fingir que lo era, a pesar de que meramente una semana luego de eso, decidieron marcharse de ahí.

Después de casi un mes, Draco sugirió que salieran a dar un paseo por la ciudad más cercana, y Harry accedió, sacando un mapa que no lo había visto adquirir. Juntos se Aparecieron cerca de unas tiendas y merodearon por una buena hora, abrumados por la multitud pero tranquilos.

La hora de almuerzo llegó, Draco eligió un restaurante, y luego de ordenar mariscos, ambos empezaron a comer con calma.

Había una emisora cerca de ellos que sonaba a todo volúmen. Una radio que no emitía más que un ruido de estática. El lugar era silencioso, la mesera estaba retirando su plato, y entonces-

Una persona hizo explotar algo pequeño afuera.

Y un hombre comenzó a hablar a través del parlante.

Draco y Harry se miraron, ambos llevando las manos hasta sus varitas. Ya habían pagado. Draco estaba al borde del llanto y el desespero; Harry por su parte no se encontraba muy distante a ello. Por sus ojos pasaban todo lo que reprimían.

El secuestro de Rookwood. Grimmauld Place. El valle de Godric. El Callejón Diagon. El mundo mágico. Todo. Todo. Todo volando en pedazos.

Los dos atinaron a salir de allí rápido, antes de cometer una locura.

Draco se tapaba los oídos mientras Harry los Apareció de vuelta a la casa. Su cabeza era un desastre. Y de pronto, sintió que estaba de nuevo en esa base, en la Mansión McGonagall. Que estaba de nuevo prácticamente de rodillas, aferrándose a Harry y rogando.

—Huyamos —le dijo casi sin aliento.

Draco ya no estaba en el presente.

Para Draco, todavía seguían en guerra.

Y todo por un pequeño sonido.

—Sé que crees que esto es tu responsabilidad, que tú eres el encargado de derrotarlo, pero- pero vámonos, Harry. Por favor. —Draco tomó las solapas de su chaqueta—. Toma a Hermione y a Ron. Yo a Theo, y Luna. A Astoria. Juntemos a la gente que nos importa y huyamos. Olvidemos toda esta mierda. Otros pueden encargarse, otros pueden llevar a cabo las acciones heroicas. El mundo no depende de ti... tú no pediste esto.

Draco vio los ojos de Harry llenarse de lágrimas, y este sujetó su cara entre las manos.

—Draco —susurró. Su voz flaqueaba—. Ya estamos huyendo.

Draco miró a su alrededor.

¿Qué había pasado?

¿Dónde estaban?

¿Era cierto?

Harry lo abrazó con fuerza, con tanta fuerza que sintió su cuerpo débil. Draco inhaló su olor, que probablemente era el olor de su Amortentia, e intentó calmarse.

Se quedaron así por horas.

•••

Harry y Draco no volvieron a situarse definitivamente en ninguna de las residencias que Draco compró a través de los años. Cuando el clima se ponía feo cambiaban de casa; cuando algo les recordaba a la guerra, se iban. Estaban bien así. Harry sentía que era como viajar por el mundo.

Las investigaciones sobre medimagia de Draco continuaron, y a pesar de que a Harry le gustaba mirarlo, o simplemente estar cerca de él –como si perderlo de vista sería perderlo definitivamente– su cuerpo estaba pidiéndole hacer algo. No había tocado una escoba de nuevo, no se sentía capaz, pero deseaba hacer algo más. Algo con su vida.

Dejar de sentir que se acabó ese octubre del 2007.

Harry había hecho cosas terribles en nombre del bien y lo correcto. Perdió partes de sí mismo que no recuperaría jamás. Se pasó su vida luchando, tratando de llegar al objetivo, al final, a la meta: matar a Voldemort.

Ahora, ya lo había hecho.

¿Y qué quedaba?

Harry, tal como Draco, tal como el resto, se transformó a sí mismo en un arma, en un mero instrumento para alcanzar la meta final. Matar, capturar, torturar y vencer. Matar, capturar, torturar y vencer. Harry estaba vivo en ese instante, sí, pero se paraba encima de una pila de cadáveres. Todas las muertes bajo su guardia, todos aquellos que condenó por su varita, porque Harry no era otra cosa que un arma.

Le habría gustado ser más.

Su vida se había tratado de pelear. De atacar y sobrevivir y vencer. Eso era todo lo que Harry había hecho desde que tenía memoria, eso era todo para lo que había sido bueno. Pero ahora que Voldemort ya no estaba, y ahora que no quedaba nada ni nadie contra quién luchar... se sentía como si la guerra se hubiera acabado, y Harry se hubiese extinguido con ella.

Su mente estaba pegada en el pasado. Sus pensamientos continuaban volviendo a McGonagall y cómo se sintió perderla. Pensaba en Astoria. Pensaba mucho en Hermione. A veces, Harry despertaba en medio de la noche, gritando, y quería salir a dar un paseo para asegurarse de que todos los refugiados estuvieran bien. Pensaba en lo que fue, y en el futuro que pudo haber sido. En las posibilidades. En Ron. Harry se estaba ahogando en sí mismo y sus arrepentimientos. Ya no lo deseaba más.

Pero se sentía como un hipócrita cada vez que quería salir adelante. Escribía, escribía mucho. Le escribía a Ginny, a Sirius, a Seamus, a Astoria, a los muertos. Los dibujaba, con la esperanza de que así pudieran dejarlo ir.

Harry hacía esto todo el tiempo con Ron.

En esos meses había acumulado más de veinte cartas que nunca serían enviadas a un destinatario que jamás las leería. Lo dibujó incontables veces, borradores y borradores que nunca eran lo suficientemente buenos porque Harry sentía que nunca sería capaz de capturar todos los detalles de su cara; de la última vez que lo vio.

No tenían ni siquiera una foto.

Nunca se tomaron fotos en esa base.

Más que una muerte, se sentía como si Ron los hubiera abandonado de nuevo y estuviera a punto de regresar, como alguien que se ha dejado las llaves, una chaqueta o el dinero en casa. Ron había abandonado una vida que estaba esperándolo para ser retomada.

Salvo que, bien en el fondo, sabía que no era así.

—Él siempre nos dejó atrás —comentó Harry una noche en la que había viajado a Inglaterra a ver a Hermione. Ambos estaban sentados en la sala de estar de la nueva casa de su amiga, solos. Bebían juntos la botella de alcohol que compraron los tres en medio de la guerra—. Ron, digo. Ron siempre nos dejó atrás.

Había un vaso de más en la mesa.

Ninguno comentó nada al respecto.

Hermione se quedó contemplando el fondo de su trago cuando lo oyó hablar, y luego, lo bebió de golpe.

—Sí. Alcanzarlo era imposible.

Harry volvió a pasar la yema de los dedos por encima del dibujo que había llevado ese día para Hermione. La expresión de Ron se volvió aún más infantil a sus ojos. La expresión que Harry se había aprendido de memoria durante casi veinte años.

Era incapaz de creer que no volvería a verlo esbozarla.

Que ahora Ron- su existencia, sólo existía en un papel.

¿Y si Harry no la había capturado bien?

¿Y si no había puesto la cantidad de pecas exactas, o la cantidad de pestañas?

—Una vez me dijo, que quien no estaba dispuesto a sacrificar nada, nunca cambiaría nada —Hermione comentó, con voz áspera y dolida—. Que eso era lo que más admiraba de ti, que estabas dispuesto a sacrificarlo todo.

Había un deje de recriminación en sus palabras, Harry podía sentirlo. Un:

Estabas dispuesto a sacrificar tanto, que lo sacrificaste a él.

¿Qué se siente, saber que Ron te admiraba por eso? ¿Que nunca pensó que aquello terminaría matándolo?

Harry volvió a beber.

—Me preguntó una vez, si después de que todo pasara los tres volveríamos a ser los que éramos. —Hermione dejó caer su vaso encima de la mesa con tanta fuerza que Harry se sorprendió de que no se rompiera—. Y yo dije que sí.

Sonaba bonito un mundo donde después de derrotar a Voldemort, Harry, Hermione y Ron obtenían galardones. Superaban el trauma. Conseguían estudios, carreras y trabajos que les interesaran. Sonaba bonito pensar que probablemente alguno de los tres sería un Auror, y juntos trabajarían en los casos criminales, como en Hogwarts. Pero esta vez desde una luz más feliz y esperanzadora.

Juntos.

Porque nunca necesitaron a nadie más.

—No quiero- no quiero hundirme porque ya no está —Harry confesó luego de unos minutos de tenso silencio, cuando los recuerdos de Ron, de los tres, comenzaron a asfixiarlo—. Quiero que él viva a través de mí, como yo sé que viviría a través de él. Ron se reiría de mí. Ron haría de mi memoria algo feliz, no esto- no este sufrimiento-

—Supongo que nunca lo averiguaremos, en realidad —Hermione lo interrumpió, bajando la mirada—. Porque Ron se ha ido.

La oración cayó entre ambos.

Harry fue incapaz de volver a hablar en un largo rato.

Era algo triste saber que el pegamento, la persona que era el puente entre ambos, era Ron. Siempre lo fue. Todavía tenía grabado en la mente cómo vivieron aquel 1997, luego del día en que Ron se marchó en medio de una pelea. Harry y Hermione apenas hablaban, apenas parecían vivos, esperando su llegada, pensando cómo estaría, comiendo en silencio.

Harry amaba a Hermione,

Pero ella no era Ron.

—Te extraño —soltó su amiga al cabo de un rato—. Te extraño, Harry.

Su corazón se rompió.

—Hermione...

—Extraño lo que fuimos —ella lo cortó, con voz apretada—. Me gustaría volver- a eso. Al día que nos conocimos. Al día en que estábamos todos, los tres, sentados en ese tren por casualidad del destino. Te extraño, Harry. Eres mi mejor amigo.

Harry no quería llorar, no quería. Sentía que ya había llorado lo suficiente, que ya habían sufrido todos lo suficiente. Tampoco sabía qué decir, o qué hacer, o cómo actuar. A Hermione no le gustaba ser tocada sin permiso, sus hombros estaban tensos, y aunque quisiera pretender que sí, el contacto y las interacciones entre ellos no fluían con tanta naturalidad.

—Pero no sé si alguna vez vamos a volver a ser lo que éramos —completó ella, luego de un minuto en el que ninguno dijo nada.

Harry por poco gritó.

No, Hermione, sigo aquí.

Te amo. Los amo a ambos.

No me alejes tú también. No puedo hacer esto sin ti.

—No necesitamos serlo —dijo él, casi a la desesperada—. No es necesario que volvamos a ser lo que éramos.

Hermione conectó sus miradas. Parecía atormentada. Harry quería prometerle que lo que sea que le sucediera- iba a pasar. El dolor no podía ser eterno. Era imposible.

—Podemos- podemos ser otra cosa. Podemos ser otra cosa completamente nueva, si eso es lo que quieres.

La barbilla de Hermione tiritó.

Y entonces,

—Abrázame.

Harry lo hizo.

Su relación con Hermione, al igual que con los Weasley, se había visto debilitada gracias a la guerra. Hasta ese día, todavía se sentía como caminar encima de cáscaras de huevo; con cuidado, lento, y con miedo de que el más mínimo movimiento brusco la rompiera. Pero Harry estaba dispuesto a no dejarlas estar, a no alejarlos más; ya había sido suficiente.

Era horrible saber que Ron tuvo que morir para darse cuenta de lo valiosos que eran.

Las pesadillas continuaban también, noche tras noche, Harry soñaba con los muertos, a pesar de que Draco elaboraba pociones para no soñar. Harry veía a Ginny morir entre sus brazos. Veía la base de debajo del Bosque Prohibido llena de sangre, con los cuerpos decapitados que lo apuntaban diciendo que él los había matado. Las explosiones; los hombres calcinados volando por los aires; a todos los que no pudo salvar. Veía a McGonagall ser torturada. Veía a Robards cuando Azkaban se cayó encima. Veía a Seamus en el suelo. Veía a Astoria. Veía a Ron.

Siempre.

Siempre veía a Ron.

A veces le preguntaba por qué no lo salvó. Otras, si estaba bien, si estaba contento con su decisión. En otras ocasiones, Ron era el secuestrado por Voldemort y Draco el que decidía sacrificarse por él. Cada vez, Harry despertaba con lágrimas, la varita en mano, y la palma de Draco encima de su corazón para que se calmara.

Y era terrible no poder descansar, cerrar los ojos y ver las caras de la gente a la que le falló... pero podía permanecer en vela ¿no? Después de todo, Harry podía ser despertado; podía ser calmado.

¿Pero qué se hacía cuando las pesadillas te atacaban a plena luz del día?

Había momentos en los que Draco, su Draco, podía estar normal, hablando con él o riendo de algo, y de repente, su cabeza estaba nuevamente dentro de los calabozos de la mansión. De repente, gritaba y se arañaba como si lo estuvieran quemando. Como si nuevamente lo estuviesen marcando como "Cobarde". A veces llamaba a Harry y le gritaba que no era real, que no estaba allí. En ocasiones, Draco no soportaba que lo tocara.

En otras, deseaba escapar lejos porque decía que Harry merecía algo mejor.

Años atrás, cuando pensaba en el después, Harry imaginaba paz, felicidad incluso: el aclamado descanso. Nunca creyó que tendría que ver cómo la persona que amaba a veces no podía distinguirlo, no podía recordarlo. Cómo a veces se dañaba a sí mismo y lo dañaba a él. Harry lo veía y recordaba que por una decisión- una decisión tan pequeña como no haberse despedido ese día, había desencadenado en Draco perdiendo la cabeza.

Deseaba poder volver a ese momento.

Deseaba haberlo hecho quedarse.

Absolutamente todo sería distinto.

Harry miraba a Draco, miraba su confusión, el odio que tenía contra sí mismo, y deseaba con todas sus fuerzas que nadie lo hubiera tocado nunca. Que nunca lo hubieran corrompido de esa manera, porque no sabía cómo ayudarlo.

La mayoría del tiempo, no sabía qué hacer.

Una vez, luego de que Harry pasara horas dibujando en el otro extremo de la casa en la que se estaban quedando, decidió ir a ver a Draco. Solo... porque sí. Porque necesitaba hacerlo. Porque su amor era una cosa desesperada y gigante que quería tomar todo su tiempo y espacio. Y tenía en mente besarlo, tomarlo en su mismo escritorio y recordarle lo importante que era para él.

Solo para encontrar, que Draco estaba tratando de prenderle fuego a su brazo con una poción.

—¡Draco!

Draco miró hacia arriba, sorprendido, y un poco del líquido cayó encima de su antebrazo. Este gritó, y la piel a su alrededor se hirió aún más de lo que ya estaba, pero la Marca Tenebrosa permaneció intacta, lisa. Harry corrió hacia donde estaba completamente horrorizado. Draco comenzó a temblar.

—Draco, ¿qué...?

Draco dejó el vial encima de la mesa y se llevó las manos a la cara, tapándola. Sus hombros se agitaron. Harry se arrodilló y se aferró a sus muslos, tratando de entenderlo.

¿Por qué se estaba hiriendo aún más?

¿No había sido suficiente?

—Por favor, Harry... —Draco murmuró. Harry podía escuchar el llanto en su voz—. Por favor, quítame esto. Por favor...

—Draco-

Harry miró sus brazos, los que Draco raramente llevaba al descubierto, al igual que su torso, seguramente gracias a las heridas que tenía, las cuales se ganó por haber colaborado con la Orden. Miró alrededor del escritorio, a las grullas y notas de medimagia, todos las contra maldiciones que había encontrado, las posibles soluciones para la condición de Arthur, Bill y Theo. Harry lo miró a él, quien alguna vez había lucido tan imponente y fuerte- y su corazón se rompió, su pecho se oprimió y sus costillas dolieron.

Draco era un hombre.

Era sólo un hombre.

Un hombre que había tomado decisiones terribles por inmadurez, y luego, por su madre. Un hombre que hizo cosas innombrables, quien luego buscó venganza, y quien al final solo consiguió remordimientos.

Alguien que se arrepentía y que estaba buscando mejorar, porque su vida no se había terminado. Porque quería que el mundo fuese mejor, ahora que se daba cuenta de todo.

Draco era solo un hombre. Y Harry podía entenderlo mejor que nadie.

Tomó sus manos, y con delicadeza, las bajó. Sus preciosos ojos grises estaban llenos de lágrimas y toda su cara estaba roja. Harry lo amaba. Lo adoraba. Con cuidado, tomó su brazo y suavemente depositó un beso encima de la calavera. Draco soltó una respiración temblorosa.

Y si esto era pecar, Harry estaba dispuesto a bajar al infierno antes de alejarse de este hombre.

—Daría mi alma para que pudieras verte a ti mismo a través de mis ojos.

Draco bajó la cabeza, y lentamente retiró el brazo de la boca de Harry para sostener su rostro.

—Harry...

Harry cerró los ojos mientras Draco acariciaba sus facciones. Quería que el dolor se acabara. Estaba harto. Estaba harto de despertar y sentir que lo único para lo que había vivido, era para sufrir por no haber muerto con los demás. Quería disfrutar esto, ser capaz de disfrutar esto con Draco.

—No te merezco —susurró él. Harry sonrió juguetonamente, tratando de dejar el mal trago atrás.

—Nadie lo hace.

Esta vez, cuando miró hacia arriba, los ojos de Draco estaban arrugados en los bordes mientras esbozaba una leve sonrisa.

•••

Cada semana que Harry viajaba a Inglaterra a visitar a Granger, los Weasley, o Lovegood, Daphne lo iba a visitar a él.

Draco no sabía si era un acuerdo entre ella y Harry, o entre ella y otra persona para vigilarlo, pero no se iba a quejar. Daphne era lo más cercano a una amiga que tenía de su pasado, y aunque Theo continuaba vivo, Draco no podía decir que era lo mismo. Las escasas veces que había ido a visitarlo terminaba peor mentalmente que antes, sobre todo al ver el vientre de Luna, ahora notorio. Así que estar con Daphne, quién sí lo reconocía, era una especie de alivio.

Una noche en la que Draco suponía que Harry no iba a volver, o quizás volvería de madrugada, Draco se sentó a un lado de Daphne junto al fuego. La mayoría del tiempo ninguno hablaba, simplemente disfrutaban de un silencio agradable, una comodidad que Draco no podría tener con otra persona.

Le recordaba a Astoria.

Le recordaba a Pansy.

A lo que fue.

—Se lo dije —comentó él con calma mientras miraban la chimenea.

Daphne dejó de escribir y levantó los ojos. Su cabello estaba trenzado. Algo dentro suyo se retorció ante la familiaridad de la visión.

—A Astoria —aclaró, con la voz neutra—. Le dije que la amabas.

Daphne, de nuevo, no contestó. Sus dedos apretaron la pluma, y por su mirada pasó una expresión ilegible.

—Lo recordé —Draco volvió a decir—. Quería que- quería que lo supieras.

—Gracias, Draco.

Daphne parecía perfectamente compuesta por fuera, pero para Draco no pasó desapercibido la forma en que sus manos se desestabilizaron, o cómo sus ojos se pusieron tristes.

Decidió no agregar nada más.

Cuando Harry volvió esa madrugada, este tuvo una gran pesadilla. Siempre tenía muchas pesadillas cuando volvía de Inglaterra, como si se desenterraran sus peores recuerdos. Draco sabía cómo calmarlo, incluso cuando era otra persona, y no la que amaba a Harry como su yo real lo hacía.

—Estás aquí ahora —decía siempre, poniendo una mano encima de su corazón, sintiendo sus latidos—. Estás... estás aquí, Harry. Es real.

Esa noche, sin embargo, en vez de quedarse en silencio esperando que Harry se calmara, Draco lo miró, examinó su rostro atormentado, el dolor que parecía estar presente en él a cada segundo que permanecía despierto. Y simplemente lo dijo.

—¿Por qué no buscas un psicomago, Harry?

Harry se tensó bajo su tacto, pero no lo desechó inmediatamente. Draco había estado en tratamiento por prácticamente un año; su psicomaga tomaba un traslador una vez cada siete días para atenderlo, y era un eufemismo decir que nada más le ayudaba, cuando gracias a ella su psiquis se encontraba en orden.

Harry también merecía eso.

—No puedes hablar con nadie sobre lo que te pasa —Draco continuó—. No puedes hablarlo con Granger, mucho menos con Luna o los Weasley, y claramente tampoco conmigo. Todo lo que sientes- lo escribes, lo escribes a personas que nunca van a poder responderte. ¿Por qué no lo intentas? Ha pasado más de un año, y guardarte todo claramente no está ayudando.

Harry suspiró. Draco sabía que él concordaba. El aniversario de la derrota de Voldemort había pasado hace poco y Harry bebió hasta casi caer en un coma etílico. Ambos olvidaron sus propios cumpleaños, incluso cuando Draco se había prometido a sí mismo que Harry nunca volvería a hacerlo. No podían seguir así. No querían traicionar a los muertos, pero hundirse en la miseria no hacía nada por mantenerlos vivos.

—Está bien —Harry susurró entonces, y Draco dejó escapar una respiración aliviada.

—Gracias.

Harry se dio vuelta, dándole la espalda, y Draco lo abrazó por detrás. Lo sostuvo cerca.

No te vayas, le era imposible no pensar.

Nunca te vayas.

Y si a Harry aún le quedaba alguna duda de que necesitaba ayuda, esta se esfumó cuando unos días después, mientras buscaban con ayuda de Kingsley y Madam Pomfrey algún profesional, este hubiera tenido un ataque de pánico por algo muy pequeño.

Estaban en el continente asiático en ese entonces, viviendo a unas cuadras de la playa. Harry de por sí odiaba los días nublados, así que se marchaban cada vez que el invierno llegaba al lugar en el que residían. Sin embargo, hasta entonces todavía no habían visto un día completamente soleado; o al menos nunca se había sentido así, como se sentía antes de que Voldemort ganara.

Se suponía que estaban en verano, pero aquella mañana Harry se levantó y Draco fue despertado por sus respiraciones agitadas y forzadas mientras miraba por la ventana.

Afuera, el cielo estaba tan oscuro que parecía que iba a anochecer.

El mismo Draco vio pasar enfrente de sus ojos los recuerdos de una vida que estaban dejando atrás. El mundo mágico en cuarentena, oscuro y lúgubre. El mundo muggle siendo todo lo contrario. Se sentía como si la guerra hubiera vuelto, como si en cualquier momento tendrían que ir a luchar, a perder, a sobrevivir.

—¿Harry?

Harry no lo escuchaba. Tomaba su garganta, intentaba respirar, pero nada era suficiente. Draco se levantó de golpe, sin saber qué hacer. Harry nunca había tenido un ataque de pánico frente suyo, o no al menos que él recordara. Tomó una chaqueta y se la puso encima del pijama. Harry ya estaba vestido.

Draco, desesperado, no halló nada mejor que Aparecerlo lejos de la ventana.

Ridículo, que después de tanto averiguar sobre conocimiento médico, no supiera cómo ponerlo en práctica.

Días atrás, Harry y él habían salido a caminar y encontraron un solitario acantilado que tenía una hermosa vista al mar. Draco los Apareció a unos metros de una banca. Harry todavía estaba sujeto a su chaqueta, todavía respiraba agitado, pero pareció calmarse al ver hacia abajo, a la playa, al ver la ciudad y la gente existir normalmente.

Draco dudaba que Harry hubiera visto el mar durante la guerra.

—Está bien, Harry. Ven aquí. Es real.

Harry cerró los ojos, volviendo a abrazarlo.

Siempre se aferraba así a él. Como si sólo Draco pudiera prevenirlo de ahogarse. Como si sólo él fuera capaz de hacerle creer lo que decía, cuando ni el mismo Draco lo hacía. Harry lo tomaba de una manera que dejaba ver todo lo que sentía por él.

—Ven aquí. —Draco envolvió los brazos alrededor suyo—. Todo está bien ahora.

—Te amo.

Lo sé, pensó de inmediato. Es la única certeza que tengo ahora.

Draco no lo dijo, por supuesto, pero le era imposible fingir que el amor de Harry no estaba en cada cosa que hacía. Porque era lo único palpable, lo único verdadero en todo ese mundo cruel. Lo único que hacía que Draco pensara que la vida y el universo no era un completo chiste, o un castigo en vez de una oportunidad.

—Cuando era muy pequeño y estábamos de vacaciones, mi madre solía llevarme a la playa para que gritara cuando estaba enojado —Draco murmuró encima de su pelo, acariciando la espalda baja de Harry—. Me gustaría que hubiera sol.

—Odio que las nubes me arruinen el puto día —Harry espetó mucho más calmado, pero enojado de todas formas—. Sobreviví a una guerra, y le temo a una jodida nube-

Harry suspiró, apretándolo más fuerte. Siempre más. Draco había aprendido eso de él: no era capaz de ser delicado, ni de querer con suavidad o actuar con mesura cuando algo le importaba. Así que guardaba esos pequeños momentos en los que Harry lo sujetaba como si fuera lo único que valía la pena, en los que lo besaba con lengua y dientes y lo empujaba contra el colchón; o cuando tomaba su mano como si fuera un bloque. Porque en cada uno de esos gestos estaba escrito un "me importas".

—¿Podemos quedarnos aquí? —preguntó Harry.

—Podemos ir adonde sea que me pidas.

Harry no dijo nada. Draco ni siquiera lo sintió sonreír. Él también odiaba los días nublados, le hacía recordar a todas las veces que vio el sol en el mundo muggle y pensó que eso ya no existía en su mundo.

Durante nueve años no había visto el sol.

—Me gusta pensar que en el universo hay diferentes versiones de nosotros mismos —murmuró Harry al cabo de un rato.

Draco dejó de mirar cómo las olas rompían debajo de ellos y observó a Harry, dando un paso atrás para poder detallarlo mejor. Sus ojos estaban fijos en el límite del océano, allá donde se suponía que el sol debería asomarse.

—Quieres decir... En plan, ¿viviendo diferentes vidas? —preguntó Draco.

—Sí.

Harry se separó por completo, dando un paso seguro adelante para así sentarse en el borde del acantilado. Draco, dudoso, hizo lo mismo. Sólo porque estaba con Harry y confiaba en que terminarían en una sola pieza.

Una vez sentado, trató de imaginar una historia diferente a la que le tocó, y le parecía... imposible. Le parecía hasta cruel tratar de pensarlo.

—Debe haber un universo donde Voldemort nunca existió, ¿no es así? —Harry volvió a hablar. Sus manos estaban aferrando las rodillas tan fuerte que sus nudillos se veían blancos.

—U otro donde lo vences rápido —Draco dijo. Harry no respondió de inmediato.

—Sí.

Decidió mirar hacia el frente, y pensó, ¿qué habría pasado si Harry hubiese ganado a Voldemort ese 2 de Mayo de 1998?

Él y Ginny se habrían casado, lo más seguro, y sería parte de la familia Weasley de manera oficial. Ron y Harry estarían en el cuerpo de Aurores, y Granger se la pasaría todo el tiempo con ellos. Serían una gran familia, esta vez de verdad.

Draco se habría casado con Pansy, o con alguna mujer sangre pura que fuera lo suficientemente estúpida para estar con un Mortífago. Sería menos despreciado. Sus padres estarían vivos, y el resto de sus amigos también. Theo jamás se hubiera separado de su lado.

¿Y realmente preferiría esa vida?

Harry tomó su mano, entrelazando los dedos. No lo miró mientras volvía a hablar.

—Debe haber otra vida- otra vida en la que Ron sigue aquí. Debe haber otra vida en la que estamos lado a lado, riéndonos de que existe un universo en el que nos separamos.

El dolor era palpable en su voz, y Draco apretó el agarre de la mano con fuerza. Casi podía sentir él mismo cómo el corazón de Harry se apretaba, cómo le costaba respirar al pensar en una vida- en una versión de sí mismo que no perdía a Ron. Una versión de sí mismo que miraba a su mejor amigo a los ojos y encontraba ridículo pensar en la posibilidad de no estar juntos. De no pasar a ser hermanos en todos los sentidos de la palabra. Harry lucía esperanzado ante la idea. Casi hambriento e ilusionado al pensar en ese universo.

Draco, por otra parte, sentía que quería gritar.

Odiaba la idea. Odiaba imaginar a otro "yo" que pudiese vivir una vida agradable, o al menos no tan miserable como la que él tuvo. Odiaba pensar que en ese rincón del universo él estuvo condenado, y que había otros Dracos con oportunidades. Existían otras versiones de sí que tenían a su madre y a su padre; otras que nunca les enseñaron lo que era la pureza de la sangre; otras a los que Harry sí le tomó la mano a los once; había Dracos que aún tenían a Theo y a Pansy y a Astoria y a Crabbe y a Goyle-

En otra vida, Harry jamás dejó de ser su enemigo. En esta se había transformado en parte de su corazón. ¿Quién sabía lo que sería en otras? Draco no deseaba saber si eran más felices.

Harry se volteó a mirarlo. La brisa del mar hizo que su cabello se esponjara y que un leve rocío bañara sus pestañas. Estaba expectante ante su respuesta.

—Eso espero —mintió Draco, con un nudo en la garganta—. Me gusta la idea.

—¿Crees que es posible?

—Sí...

Harry asintió, apoyando la cabeza en su hombro. Draco dejó que el mar ahogara sus penas. O su existencia.

Que los hiciera olvidar, al menos.

Como si él no olvidara ya lo suficiente.

•••

Varios meses después de que Harry comenzara a ir a terapia y sintiera que las heridas podrían llegar a sanar, Draco encontró la cura para Arthur y Bill.

Aquel día ambos habían viajado a Inglaterra. Draco, para entregar sus conocimientos y el hechizo reversible a otros sanadores, y Harry, para estar allí cuando luego de casi dos años, parte de su familia volviera a la vida.

Draco decidió ir a visitar a Theo, y por primera vez, conocer a su hijo. Harry quería darle privacidad, o eso se dijo a sí mismo, pero al mismo tiempo agradecía que no lo acompañara a la Madriguera, porque... fue como al fin cerrar un ciclo, ver la consciencia retornar a los ojos de Bill y Arthur, verlos llorar y abrazar a sus esposas y hermanos porque al fin volvieron luego de estar sumidos en un largo sueño.

—Creí que estaría atrapado en mi cabeza por siempre —había murmurando Arthur, enterrado en los cabellos de Molly, quien lloraba—. Creí que nunca podría volver a hablar como antes.

Harry sentía que parte de su deuda había sido saldada; y todo gracias a Draco.

Aquella noche, luego de que este volviera más pálido que de costumbre después de conocer al niño (quien era la viva imagen de Theo), Harry lo atrapó apenas entraron a su casa. Se encontraban en Tailandia por aquel tiempo, y el patio delantero de la mansión daba directamente a la playa. Harry lo besó, saboreando la sal del mar encima de su piel, y Draco lo besó de vuelta, deshaciéndose en ese contacto.

Ambos tropezaron hasta la cama, y Harry apenas se detuvo para quitarle la ropa. Draco, a diferencia de otras veces, no se tapó, no trató de aparentar que no estaba todo marcado, que no tenía la guerra escrita en la piel. Y Harry lo besó con aún más ganas, sus latigazos, sus cicatrices y todo lo que lo hacía ser él. Harry lo besó tanto que esperaba que cada vez que Draco se viera al espejo no recordara esos momentos terribles, sino a él, susurrando que era precioso y que lo amaba y que adoraba cada centímetro de sí.

Harry le hizo el amor a Draco, lento, porque tenían todo el tiempo del mundo ahora. Guardó sus gemidos y suspiros en un lugar valioso de su mente. Acarició cada punto sensible. Draco hizo lo mismo. Harry lo adoraba. Lo adoraba. Lo adoraba hasta volverse loco.

Le agradecía por estar allí.

Y sintió que Draco le correspondía con la misma intensidad. Como si hubieran vivido para encontrarse. Durmieron abrazados el uno con el otro, esperando la mañana. O bueno, al menos eso pensó, hasta que horas después, en medio de la madrugada, Harry despertó y Draco no estaba a su lado.

Se sentó en la cama fría y tomó su varita, con el corazón latiendo a mil por hora. Su mente ya estaba pensando lo peor, imaginando que lo había perdido para siempre.

Sin embargo, cuando salió al balcón para poder fijarse si veía algo afuera, a unas horas del amanecer, lo único que encontró fue una figura sentada en la arena al borde del mar.

Harry dejó salir todo el aire de sus pulmones, y luego de ponerse una chaqueta, y llevar otra para Draco, salió al patio para ir hasta él.

Hacía frío. El mar rompía a unos centímetros de donde estaba. Draco tiritaba, y cuando Harry se sentó a su lado, notó que estaba llorando: las lágrimas caían de sus ojos sin emitir un solo ruido.

Harry suspiró, pasando un brazo por su espalda para darle calor. No sabía en qué estaba pensando ni qué le había hecho reaccionar así. Solo sabía que quería estar ahí por él, que era lo máximo que podía hacer.

Se dedicaron a ver el mar, cómo las olas se formaban y chocaban contra las rocas. Cómo la arena se sentía fría debajo de ellos. Harry podía ver la luz en el horizonte. Se preguntaba qué estaba pensando Draco, y si podía verla también.

—¿Así que huimos? —preguntó Draco de pronto.

Harry dejó de mirar las olas y se enfocó en Draco. Apenas podía distinguirlo. Su cabello estaba largo, sus mejillas huecas. Harry lo amaba tanto. Subió una mano hasta su pelo, tratando de ignorar el dilema que le provocaba la otra pregunta.

La que se seguía repitiendo.

La que quizás dictaminaba lo distinto que habría sido su futuro, si lo hubiera escuchado.

Si se hubieran ido.

Harry tuvo que haber tomado a todos los que amaba y marcharse lejos. Muy lejos de ese mundo donde ni siquiera la venganza podía satisfacer las pérdidas.

—Cuando te dije- cuando te pedí que nos fuéramos- ¿lo hicimos? —Draco preguntó de nuevo. Todavía lloraba sin emitir ruido. Sin mirarlo—, ¿y yo acabo de darme cuenta?

—¿A qué te refieres con que acabas de darte cuenta?

—No sé... Siento que acabo de despertar de un sueño muy largo.

Su respiración se cortó. Los pulmones se cerraron. Su pulso se disparó.

Draco se veía frágil, como si su propia estabilidad mental estuviera en jaque en ese preciso momento. Se veía frágil de una forma que Harry no había visto antes en él. Parecía que estaba deseando que Harry le mintiera. Que por favor, por una vez, lo dejara vivir en una fantasía.

—Sí. Huimos.

Draco llevó las rodillas a su pecho y las abrazó con las manos, apoyando allí la barbilla. Harry apenas lo veía; solo podía distinguirlo medianamente gracias a la luz de la luna. Seguramente sus ojos estaban rojos y su piel mojada por las lágrimas que no paraban de caer.

—¿Y por qué me siento así?

—¿Así cómo?

—¿Somos felices?

Perdieron. Ambos perdieron grandes partes de su vida. Había días en los que Harry creía no merecer el mundo, y días en los que Draco deseaba no haber sobrevivido. Había días en los que no lo recordaba y Harry creía ya no ser capaz de seguir adelante sin perder la cabeza.

Pero estaba allí.

Harry se inclinó hacia él, y dejó un beso en su cabello, sintiéndose vivo por primera vez en mucho tiempo. Existían, y estaba agradecido de no haber muerto si eso significaba que tenía la oportunidad de existir junto a Draco.

—Sí —respondió—. Creo que lo somos.

Después de todo,

Al fin eran libres.

Draco apoyó la cabeza en su hombro y se quedó allí, como si estuviera purgando, como si estuviera dejando salir absolutamente todo lo que tenía dentro. Las lágrimas mojaron la chaqueta de Harry, y Harry los cubrió a ambos con la prenda que estaba destinada para Draco.

Y se quedaron así hasta que el amanecer finalmente llegó.

•••

Tal como Draco había dicho, la terapia era efectiva.

Al menos Harry sentía que le estaba ayudando.

Lo conversó con Hermione, quien también iba, y al menos ambos ya eran capaces de bromear sobre lo jodidos que estaban, porque sentían que no podrían dejar de asistir por el resto de sus vidas. Harry sentía que poco a poco estaba mirando todo desde una nueva luz, desde una perspectiva que antes no tenía.

Todavía sentía que le debía algo al mundo, de todas formas.

Y ese algo, lo pagaría abriendo un orfanato y una escuela al nombre de Ron.

Hermione le contó de todos los huérfanos que había dejado la guerra, de los traumas de los niños Servi, las dificultades que aún tenían los infantes nacidos de muggles para integrarse en la sociedad, y de que hacían falta espacios para que estos se encontraran con gente como ellos antes de entrar a Hogwarts. Así que Harry se tomó eso al pie de la letra, y comenzó a averiguar qué podría hacer. Todavía le sobraba bastante dinero de su herencia, y Draco tenía tanto que podrían haber vivido tres vidas y aún así no serían capaces de gastarlo por completo.

Por lo que, mientras Draco se inscribía en un curso de medimagia en América, Harry empezó a investigar sobre el papeleo que necesitaba para abrir estas instituciones en un Reino Unido que aún no terminaba de reconstruirse.

Por otro lado, había dejado de dibujar y escribir cartas únicamente a los muertos, y había empezado por hacer cosas pequeñas, en realidad, que según su terapeuta (quien se lo había aconsejado), mostraban un gran avance.

Cada cierto tiempo, dibujaba y escribía a Luna. Hermione. A Molly. A Arthur, y en realidad, a todos los que le importaban. Eran cartas cortas que tenían un descargo sentimental, pero que le servían de todas formas.

Y todos los días escribía notas para Draco.

Se las dejaba debajo de la almohada, a un lado del desayuno, en su despacho o escritorio. Cada día. Draco fingía no leerlas, aunque Harry siempre era capaz de saber que lo hacía porque lo besaba de una forma diferente. Lo besaba como si estuviera feliz.

A pesar de que su mente aún no estaba del todo recuperada, a pesar de que despertaba con sus recuerdos mezclados y teniendo una vaga noción de quién era, Harry ya no sentía la misma opresión en el pecho. Quizás era la costumbre.

O quizás, ya nada le parecía tan definitivo como lo era la muerte, para deprimirse cuando sabían que había una mejoría.

—¡Draco!

Harry despertó justo a tiempo una noche, meses después del último episodio de amnesia de Draco. Este tenía una expresión que creía olvidada; un hombre letal, cruel, imperdonable. Su mandíbula estaba recta, sus cejas juntas, su cicatriz lo hacía ver amenazante.

Y tenía la varita a unos centímetros de los ojos de Harry.

Harry lo tenía sujeto de las muñecas, impidiendo que Draco le enterrara el instrumento en el ojo como quería. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Draco era incapaz de recordarlo, al parecer.

—Estabas muerto, cabrón de mierda —Draco escupió, aún haciendo fuerza—. Estabas muerto. ¿Por qué no lo estás ahora?

—Draco —Harry respiró—. Draco, no me recuerdas.

—¿Qué se supone que tengo que recordar?, ¿qué-?

—Te amo —lo interrumpió—. Eso es lo que no recuerdas.

Aprovechando que la expresión asesina de Draco cambió y pareció extremadamente vulnerable, Harry lo hizo girar en la cama, poniéndose encima de él. Draco trató de batallar, pero era muy tarde. Harry tomó la varita de su velador con dificultad y la llevó a su sien.

Y tal como solía suceder en la guerra, sus recuerdos volvieron.

—Harry...

Era un gesto que él tenía grabado en el inconsciente, el mismo Draco le había pedido que lo hiciera. Si alguna vez se topaba con... con Astaroth, Harry solo debía llevar la varita a su sien, y Draco recordaría.

Al menos, casi todo.

—¿Dónde están todos? —preguntó, parpadeando varias veces—. ¿Dónde estamos? Esta no es la base. ¿Qué pasó?

Harry suspiró, y con delicadeza se dejó caer encima de él, enterrando la nariz en su cuello.

—Draco, ¿recuerdas la última batalla?

Draco se tensó. Por varios segundos, no dijo nada, como si intentara recordar. Harry estiró un brazo tomando la libreta de Draco desde su velador para dejarla encima de su pecho.

—Vencimos a Voldemort —comenzó a enumerar Harry—. La guerra acabó. Encontramos a Nagini. Estamos en Italia.

Los ojos de Draco brillaron con confusión y agarró el diario que reposaba entre ambos.

—¿Tom murió? —preguntó con un tinte de incredulidad.

—Sí.

Draco cerró los ojos, y el alivio recorrió sus facciones. Harry lo besó.

—¿Quieres hablar de eso? —dijo Draco una vez que se separaron.

—¿De qué?

—De- eso.

Harry pausó. Draco nunca había preguntado antes sobre la batalla final. Nunca. Harry tampoco había querido contarle. Era un tema del que nunca hablaban.

Interesante, que después de años la duda al fin hubiera salido a la luz.

—Él te capturó —dijo Harry con un leve temblor en la voz—. Te capturó.

Recordó ese día. Recordó que él volvió de la Mansión Potter y Draco no lo hizo. Estuvo dispuesto a abandonar la Orden, abandonar la guerra y la causa para volver a verlo. Para rescatarlo.

—Perdí la cabeza —continuó. La cara de Ginny pasó por su mente—. Sentí que- que me acababan de quitar mi razón para terminar la guerra. Tenía que encontrarte.

Draco sólo lo miraba. Harry se dejó caer a su lado y observó el techo, mientras su novio pasaba una mano por encima de su pecho y la descansaba encima de su corazón. Harry entrelazó sus dedos.

—Al final, descubrimos que Hagrid me vendió. Y que Nagini era- que era Andrómeda. Estaba dentro de su cuerpo. —Harry solo le había contado a su psicomaga eso. Solo había dicho una vez antes lo que Hagrid hizo. Lo que Andrómeda era. Los errores que cometió—. Todo esto pudo haber acabado mucho antes.

Estuvo ahí.

Nagini estuvo ahí todo el tiempo. Rescataron a Hagrid, a su primer amigo, solo para ser traicionados. Eran cosas en las que Harry no pensaba nunca, porque no veía cómo alguna vez dejarían de doler.

—Maté a Voldemort, porque soy el Amo de la Muerte. —Draco besó sus manos entrelazadas. Harry apretó los labios por unos segundos—. Aún no me deshago de las Reliquias, porque temo que las necesitemos. Temo que algo te suceda.

—Nada me va a suceder —replicó Draco automáticamente. Harry cerró los ojos.

—Te salvé —murmuró, recordándolo de rodillas, quemado y torturado, siendo sostenido por Voldemort—. Te salvé. Tenía que salvarte.

—Harry —Draco murmuró—. No hiciste nada mal...

Era increíble pensar que habían pasado años y aquellas últimas horas aún se sentían recientes. Aún se sentía como si acabara de perder a Draco, a Astoria, a Ron; como si acabara de matarlo. Harry dudaba que alguna vez dejara de sentirse así, incluso cuando ya no dolía de la misma forma.

—Lo siento. Lo siento por todo. Lo siento-

—Pero somos libres ahora —Draco lo interrumpió. Harry se giró para mirarlo.

—Sí.

—Creo que... que eso hace que- sé que... —Draco dejó salir un ruido frustrado, y fue su turno de cerrar los ojos—. Me hace pensar que quizás la muerte de mi madre fue importante.

—Lo fue.

—No, no. —Él negó—. Necesaria, quiero decir.

—Oh.

—A lo que voy es que... su muerte ayudó a que Él muriera, ¿no?

Sin la muerte de Narcissa, Draco jamás habría colaborado con la Orden. Sin su colaboración, jamás habrían tenido de prisionero a Yaxley, jamás habrían secuestrado a Rookwood, jamás se habrían aliado con los gigantes. La mayoría de cosas- jamás habrían sido posibles sin ese momento irremediable.

Era una vida a cambio de miles.

—¿No? —volvió a preguntar Draco ante su silencio.

—Sí.

—Y Vol- Voldemort iba a llevarnos a la destrucción. Ella salvó el mundo, de una forma u otra.

—Sí, Draco.

—Si todo ha acabado... creo que el dolor valió la pena.

Su garganta estaba cerrada. Harry lo abrazó y sintió los latidos de su corazón bajo su palma.

Tan vívido. Tan real. Tan fuerte.

Estuve tan cerca de perder esto para siempre.

Draco apoyó la frente en la suya y juntos se quedaron así por lo que parecieron horas, meses, años y siglos. El universo explotó afuera y ellos se mantuvieron así. Nada más importaba. Nunca lo hizo.

Al final, lo único que tenían, era el uno al otro.

•••

Draco,

Hoy me levanté, y por un momento no me pude el peso de mi cuerpo. No en el sentido literal, sino- vi hacia afuera, estaba nublado, y me sentí atrapado. Estaba atrapado de nuevo en la mansión, en ese mundo, sin poder escapar.

Pero luego te vi a ti.

La luz te hacía ver aún más blanco. Tus ojos estaban hinchados por la almohada, tu cabello era un desastre-

Y estabas aquí.

Estabas aquí, eres lo único real, por lo que yo ya no estaba atrapado. Era libre. Contigo.

Somos libres.

°

Draco,

¿Te han dicho que babeas cuando duermes?

°

Draco,

A veces pienso que lo que nos pasó de vuelta a Inglaterra no fue real, ¿tú lo sientes así?, porque en ocasiones creo que nos hemos inventado todo, que algo sucedió, que alguien jugó con nuestras cabezas. A veces siento que me he pasado toda la vida a tu lado viajando por el mundo y así ha sido siempre.

Me gustaría que esa fuera la verdad.

Que aquí, en este momento, haya sido el único lugar donde hubiéramos existido y dónde existiremos el resto de nuestras vidas.

°

Draco,

Tu comida apesta. Yo haré el desayuno.

°

Draco,

Desearía que nunca te hubieran hecho daño. Desearía poder ser yo el que esté en tu lugar.

°

Draco,

No quise despertarte. Te espero abajo. Saldré a ver el mar.

Harry

Notes:

•••

Hola hola!! Sé que parece el final, pero aún faltan 3 cosas más y estamos. Qué emoción y melancolía.

Solo pasaba aquí a aclarar un punto que me imagino a algunos los tiene con duda: el sueño del inicio. Y lo único que tengo para decirles es

¿A ustedes quién les dijo que el prólogo era un sueño?

Sí, Draco despierta en el primer cap diciendo que acaba de tener una pesadilla, pero nunca aclara de qué trata, solo dice que involucra a Harry, y durante la obra siempre dice que tiene pesadillas y por eso toma pociones para no soñar constantemente. A mí me ayudaba narrativamente poner eso como inicio para que pensaran que el prólogo era el sueño, pero si hubiese sido así... ¿no creen que Draco le hubiera tomado un poco más de peso?

En otras noticias, casi se quedan sin saber cómo termina Desolación CEJEK. Hace unas noches en mi casa se pusieron a cocer duraznos y se les olvidó. Me desperté a las 4 a.m para ir al baño y mi cuarto estaba lleno de humo... Casi me morí juju

En fin, en una horita publicaré el próximo cap!!

Chapter 66: El Después Parte II

Chapter Text

"Hermione Granger, la bruja más brillante de su época."

El día que Hermione recibió su carta de Hogwarts, fue el día más feliz de toda su vida.

Solía ser su recuerdo principal al conjurar un Patronus, y –a lo que, al menos durante el colegio– se aferraba cuando tenía un mal día. ¿Qué tan malo puede ser?, pensaba, ¿que se hayan burlado de que sé cosas, de ser un ratón de biblioteca, de mi cabello, mis dientes y de mi personalidad, si al final del día tengo magia?

Hermione siempre supo que era diferente al resto de niños de su cuadra. Lo sabía en sus huesos, en su actitud y en su cabeza. Con solo el poder de su mente lograba obtener algo que estaba en la otra esquina de la habitación, e invertía los colores de su ropa cuando no le gustaban. Eso no podía ser normal y sus padres lo tenían claro también, así que no fue tan impresionante cuando, a sus once años, Minerva McGonagall apareció en su casa a platicarles que Hermione era una bruja, que iría a Hogwarts y que allí estaría con más gente como ella.

Y Hermione había estado feliz, porque, tal como dijo, siempre supo que era diferente. Iría a un sitio donde habría más "diferentes" como ella. Hermione lograría aprender, conocería cosas nuevas, y nadie se reiría de ella nunca más porque todos estarían en Hogwarts conociendo la magia. ¿Cómo podrían no querer pasar horas y horas leyendo sobre las rebeliones de los Goblins, la historia de los unicornios, las propiedades de la Transformación y todas esas cosas maravillosas que siempre creyó que existían en cuentos de hadas? Estaba segura de que se sentiría más comprendida que nunca.

Se equivocó.

No le costó mucho entender que siempre iba a estar en un nivel de subordinación en ese mundo. Nadie se sentó ni se sentaría a explicarle jamás ciertas cosas de cultura general, que los niños que nacieron allí sabían desde siempre. Una sola charla con Neville Longbottom le bastó para hacerse consciente de eso, y a pesar de que Hermione prácticamente se había devorado los libros que tuvo que comprar en el Callejón Diagon, no era suficiente. Por mucho que lo añorara, unas páginas nunca le enseñarían qué eran los escregutos y por qué servían para algunas pociones. Nadie le diría que cuando hablaban de "Sirenio" no era una forma de decir, sino que hablaban de la lengua de las sirenas de verdad. Nadie le explicó que los centauros eran aficionados a leer las estrellas, o que los cruces entre especies eran algo de lo que todos estaban enterados, pero de lo que nadie hablaba.

Aparte de eso, su problema no se trataba sólo de conocimientos. Se trataba de no poder contactar a sus padres como un niño mago promedio lo haría. De tener once años, ir a un internado al otro lado del Reino Unido, no tener ningún amigo, y extrañar a tu mamá y a tu papá después de haber sido una familia bastante cercana. Había días en los que todo se sentía- demasiado. Los hechizos, la magia, las criaturas, las cosas que tenían que leer. Lo adoraba, pero se sentía demasiado para manejar. Además... estaba sola. En un inicio al menos. Había tantas cosas que no sabía y parecía imposible ponerse al día con todo.

Nunca lo admitiría ante una sola alma, pero la razón por la que mintió esa noche cuando sucedió lo del troll en primer año... lo hizo porque estaba desesperada por afecto, por amistad. Las niñas de su año no estaban interesadas en aprender de la misma forma que ella, solo en hablar de cosas que no comprendía y de los chismes de los cursos superiores. Los demás niños no se le acercaban porque la encontraban mandona y pesada. Pero ese día se le presentó una oportunidad de demostrar y probar que era distinta. Que merecía una oportunidad.

Y lo consiguió.

Esa noche, Hermione consiguió a Ron y Harry.

Eso no significaba que dejaría de intentar comprender el mundo. De cerrar el espacio entre ella y lo que no sabía. Hermione trató de no ser la que desconocía cosas por ser una nacida de muggles. Realmente trató de cerrar esa brecha entre ella y el resto de sus compañeros mestizos o sangre pura. Se propuso conocer cada una de las preguntas que harían en clases, estudió exhaustivamente hasta el más pequeño detalle en páginas antiguas, y se informó de todo lo que la retrasaría. Hermione se propuso ser la mejor, mejor que todos esos que tenían las cosas garantizadas. Sería brillante.

Eso no le gustó a muchos, por supuesto.

Snape fue el primero. Hermione no lo supo hasta más adelante, y siempre intentó pensar en él con respeto, pero siempre sintió que... la vio como menos. Así de simple. Muchos argumentarían que era porque Hermione era una Gryffindor, y Snape tenía algo en contra de los Gryffindor; o incluso porque le recordaba a Lily Evans, su amor secreto. Pero Hermione sabía la verdad: los viejos hábitos no eran completamente olvidables, y que cada vez que Snape le hablaba, era con un deje de superioridad distinto a la del resto. Como si Hermione hubiera hecho algo sucio al saber más que un sangre pura. Al saber más que Malfoy.

Lo más traumático de ser insultado y rebajado por algo que no puedes cambiar... es no darte cuenta que eso es lo que ha hecho que muchos te dediquen miradas de asco en los pasillos. Que eso es lo que ha hecho que otros Slytherin o Hufflepuff se rían de ti cuando le preguntas con vergüenza a tus compañeros: "¿Qué es una Banshee?" Que eso –-ese detalle de ti misma que debería ser normal— fue lo que provocó una guerra y una matanza desmedida.

Hermione no lo sabía. Hasta segundo año, no tenía idea de qué eran los estatus de sangre además de una forma de clasificar las distintas maneras en las que la magia nacía. Malfoy la llamó una "inmunda sangre sucia" enfrente de todos, uno de sus mejores amigos se exaltó, y más tarde se enteró de que estaba siendo humillada ante toda una escuela por más de un año debido a algo que no podía cambiar.

Le avergonzaba pensar que, si hubiera podido, lo habría hecho. Si hubiera podido elegir entre nacer entre muggles o criarse allí, habría elegido sin pensarlo la segunda opción. Aunque le gustaran las cosas muggles como la historia, la ciencia, las matemáticas, o los inventos tecnológicos, y estaba orgullosa de sus raíces, Hermione se sentía como una impostora. Siempre supo que era diferente, pero, ¿y si al final no lo era?, ¿y si cometieron un error con ella, y en realidad no se suponía que tenía que estar allí? Por eso tampoco le gustaba el Quidditch. Lo odiaba, incluso, porque no le salía natural andar encima de una escoba como a los niños criados y nacidos en el mundo mágico (salvo por Neville). A Hermione le era prácticamente imposible aprender cómo volar sin fallos... y ella no fallaba. Hermione no fallaba, entonces, al notar que las clases de vuelo se le hacían demasiado difíciles, decidió que lo detestaba.

Sin embargo ahí iba Harry, quien fue criado por muggles también, y era el mejor volador que su generación hubiera visto. O que Hogwarts, incluso. Le salía natural, y Harry nació de una madre bruja y un padre mago, Hermione no. Así que, ¿realmente estaba destinada a ser bruja?, ¿qué pasaba si no era ese tipo de "diferente" al que se referían, y no le correspondía estar ahí?

Había mucha gente que pensaba igual a ella.

Pero solo tendré que trabajar más duro, Hermione pensaba, investigaré más, leeré más, me informaré más y no les quedará más remedio que aceptar que soy como ellos, que soy mejor que ellos, incluso. Puedo ser igual de talentosa a pesar de no tener padres magos.

El problema es que no fue así. No con la gente que no la apreciaba, al menos. Seguro, Ron y Harry admitían que era inteligente, y también los profesores que la conocían (y que no fueran Snape). Pero Malfoy, los Mortífagos, e incluso el mismo Ministerio, no lo veían. Hermione no era una persona para ellos, sino un concepto, una idea que ellos podían utilizar, pisotear y aborrecer. Al final no servía de nada saber al revés y al derecho cuáles fueron todos los ministros, cuáles fueron todas las guerras y los años en que sucedieron. Daba igual conocer teóricamente todos los hechizos posibles. Realmente no podía importar menos.

Eso no la salvó de ser torturada en la Mansión Malfoy.

Eso no la salvó, cuando los Mortífagos le arrancaron dos dedos de la mano por mera diversión.

Eso no la salvó en Grimmauld Place, cuando ellos tocaron, tocaron, y tocaron solo porque creían tener el derecho de hacerlo.

A veces Hermione miraba ese momento y pensaba que había exagerado. No era para tanto, ¿no?, todos pasaron por cosas terribles. Ella estuvo en el momento equivocado en el lugar equivocado. Y no había pasado a mayores, Harry se encargó de eso.

Pero luego recordaba el después. Recordaba a Ron y el no poder tomar su mano por dos semanas enteras. Recordaba que Madam Pomfrey no fue capaz de curar sus heridas sin sedarla. Recordó las pesadillas y quedarse bajo la ducha por horas, pensando que así se quitaría los dedos, los moretones, el olor y la explosión de sus cuerpos de encima. Recordó que por más de tres meses, tuvieron que hacer la cama más grande que podían para que Ron no la tocara durante el sueño, y que después simplemente pidió que les pusieran camas separadas. Y entonces, sabía que ese momento fue determinante en su vida.

Aún lo sentía. Sentía ese día pegado a su piel, bajo sus uñas, detrás de sus dientes. Oía las voces de los Mortífagos en sus sueños. Percibía sus alientos a un lado de la oreja. Hermione quería vomitar cada vez que lo recordaba, cada vez que lo veía pasar delante de sus ojos.

Pero no podía evitar pensar, a pesar de saber, a pesar de todo eso... que no era para tanto. Era una exageración.

Al menos ella había sobrevivido.

No le gustaba pensar en lo malo. No le agradaba ser consciente de que fue violentada una y otra vez por algo que no estaba en sus manos. El recuerdo más feliz que tenía se vio manchado por la guerra. A veces, pensaba que lo mejor habría sido nunca aceptar esa vacante en Hogwarts. Deseaba poder tener un giratiempo y decirle a sus padres que simplemente se la llevaran lejos de allí, antes de que la desolación acabara con todo lo que era. No habría conocido a Harry, o a Ron, o a la magia, ¿pero era realmente tan terrible?

¿Unos momentos de felicidad valían la pena todo el sufrimiento?

¿Valían la pena las torturas, las muertes, las agresiones? ¿Valían la pena Grimmauld Place y las humillaciones?

¿Perderlo todo en un día?

Hermione pensaba que no. Por eso no le gustaba recordar.

Por eso, apenas se realizó el funeral de Ron con nada más que los pocos restos que quedaron de su cuerpo, se marchó a Australia en busca de sus padres.

•••

Harry se encontraba en Japón, o en Rumania, o quién sabía dónde, esperando el momento para volver a Inglaterra, y Hermione, si era completamente sincera, nunca pensó en contactarlo para que la acompañara a encontrar a sus papás.

Harry vio el funeral de Ron a través de ella, con el mismo hechizo que usaban en Adrian para espiar el Ministerio, lo que indicaba que si no podía ir presencialmente al funeral de su mejor amigo, tampoco podía moverse del lugar donde se estaba escondiendo, y aunque Hermione lloraba porque lo necesitaba –porque necesitaba que estuviera a su lado y apoyarse en él– sabía que Harry no dejaría solo a Malfoy. Si ella hubiera sido un poco más- magnánima, quizás, no le habría molestado que se les uniera.

Pero sí que lo hacía.

Hermione no podía ver a ese cabrón.

En su lugar, Kingsley y Madam Pomfrey no preguntaron, exigieron ir con ella a Australia, donde Hermione se encargaría de buscar a sus papás.

Durante esos años y con tanta investigación para tratar de encontrar a Nagini, Hermione halló un montón de métodos, hechizos y rituales que si bien no eran suficientes para usar en un animal (y mucho menos un Horrocrux), sí que le servían para volver con sus padres.

Así que eso hizo. Viajaron a Australia dos semanas después de la Batalla de Hogwarts a través de un traslador, y Hermione fue al centro del bosque mágico más importante para ejecutar un ritual de sangre que le diría dónde estaban sus familiares. Funcionaba casi como la Marca Tenebrosa funcionaba en los Mortífagos.

Todo de aquel entonces era un borrón. Una mancha en su memoria que no tenía sentido porque el mundo no tenía sentido. Voldemort había sido derrotado. Ron estaba muerto. Harry estaba lejos. Arthur y Bill se encontraban gravemente heridos y necesitaban una cura. El mundo mágico de Inglaterra no tenía un gobierno todavía, estaba patas arriba, y la gente aún sacaba los cuerpos de las víctimas y victimarios de las calles, de las mansiones; buscando los cadáveres para darles una sepultura digna.

Así que Hermione no recordaba qué había hecho y cómo lo había hecho. Solo sensaciones: la magia tocando su piel y diciéndole que estaba cargada de cosas oscuras. La magia diciéndole que debería sanar, que tenía que sanar, gritándole que por favor no ignorara sus señales. La magia levantándose, cumpliéndole el favor, penetrando en su sistema y luego indicándole a través de raíces y señales de la tierra dónde se encontraba su familia.

Hermione se alejó temblorosa del círculo cuando todo acabó, gateando hacia donde se suponía que Poppy y Kingsley estarían. Sabía que la mayoría de sensaciones- lo que escuchó cuando estuvo dentro del ritual... tenía que hacerlo. Las voces, la magia, tenían razón. Solo que Hermione no quería sanar. No quería dejar de sentir cómo el pecho se le abría de a poco por todo lo que perdió ese día. No era justo para Ron que intentara olvidarlo. Hermione no tenía por qué sanar la herida de alguien que le había tocado tanto.

Cuando volvió al lugar donde Madam Pomfrey y Kingsley se encontraban ya podía caminar, aunque la debilidad en su cuerpo tuvo que haber sido notoria porque entre ambos la sujetaron para continuar avanzando. Y Hermione se dejó llevar. Caminó, caminó, caminó, y continuó caminando por lo que parecieron años hasta llegar a la cima de un monte.

—Sé dónde ir —dijo—. Me Apareceré, sujeten mis manos.

Ellos obedecieron sin decir una palabra, y Hermione cerró los ojos por un momento, sintiendo la brisa de la mañana, el cantar de los pájaros, la presencia sólida de las dos personas a sus costados, y la sangre fluyendo en sus venas, tirando adonde se suponía que pertenecía.

Se Aparecieron.

Ni siquiera se encontraba emocionada o nerviosa de ver a su familia de nuevo luego de tanto tiempo. Hermione solo podía pensar que Ron no estaba allí, dándole palabras de aliento y plantando ideas en su cabeza de cómo sería ver a sus padres luego de llorar por ellos en su cumpleaños, festividades, o malos días. Harry no se encontraba apretando su mano para darle fuerzas, o intentando aligerar el ambiente al hacer bromas de Ron y Hermione besándose. Su vida y su corazón no estaban allí, con ella. Por lo mismo, Hermione no sintió nada cuando se Apareció frente a una casa bonita en una ciudad bonita de Australia.

Sabía que cruzando la calle se encontraba el hogar en el que vivían sus padres, y se preguntó qué tanto habrían cambiado. ¿Tendrían canas?, ¿habrían adoptado un perro?, ¿tuvieron otro hijo?, ¿se encontraban felices? Solo unos pasos y lo sabría. Unos pasos y los vería de nuevo. Era el único sueño que se permitió tener en esos oscuros años.

—Tómate el tiempo que quieras —Kingsley dijo, poniendo una mano en su hombro con delicadeza—. No apresures nada.

Hermione pasó saliva, examinando la puerta de madera. La casa blanca. La pequeña terraza del segundo piso.

—Estoy lista.

Siempre lo estoy.

Madam Pomfrey besó su sien, haciéndola saltar.

—Nunca lo dudamos.

Hermione asintió, y a pasos temblorosos, se liberó del contacto de sus acompañantes. Una parte de su cuerpo gritó y se quejó, y por poco, Hermione consideró retroceder para pedirles que la acompañaran hasta el frente, que no podía hacer esto sola, pero ya había dado el primer paso y no iba a retractarse.

Con algo parecido a la ansiedad, llevó la mano hacia la puerta y tocó lento, como si apresurarse haría que la burbuja se reventara.

Esperó unos segundos, juntando las manos delante e intentando arreglar un poco su cabello, ocultando los dedos faltantes. Para cuando escuchó los pasos venir desde el otro lado de la puerta, Hermione ya había puesto una sonrisa suave, pero falsa.

—Hola —dijo una mujer parada en el umbral.

Por unos segundos, Hermione solo pudo contemplar a su madre, y notar que estaba igual a como lucía en 1997. El mismo corte de cabello, los mismos ojos amables, el mismo estilo de ropa. Tenía algunas arrugas en ciertos lugares, pero nada exagerado. Estaba igual. Su madre no había cambiado en lo más mínimo.

Y Hermione era una persona completamente diferente.

La había extrañado, ahora que la tenía delante la fuerza de ese sentimiento la golpeó. La había necesitado. Las cosas, todo lo que le pasó- todo habría sido más fácil si su madre hubiese estado allí; si en las noches de vuelta de una batalla la hubiera abrazado y prometido que todo estaría bien.

Joder, cuánto la había extrañado.

—¿Hola? —preguntó ella de nuevo—. ¿Puedo ayudarte?

Sabía que lo hizo ella misma, que no tenía derecho a que le doliera tanto saber que su madre no la reconocía en lo más mínimo, y se sentía aún más patética por haber albergado la esperanza de que así fuera. Hermione suspiró sacando la varita y la dirigió a ella. Antes de que su mamá pudiera hacer nada, conjuró:

Finite Incantatem.

Ella dio un paso atrás, sujetando la puerta con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Su mirada se quedó desenfocada por unos minutos. Desde dentro, Hermione podía oír la televisión encendida. Estaba temblando, ahora lo sentía. Miraba a su madre muerta de miedo de haber hecho lo incorrecto.

Pero cuando ella volvió en sí, y sus ojos se enfocaron en Hermione, no llegó una reprimenda, un insulto, o algo peor. No llegó nada más que:

—Mi niña...

Hermione sintió las rodillas fallarle, el corazón ir demasiado rápido y su garganta apretarse. Su madre dio un paso al frente, y sin dudarlo, envolvió sus brazos alrededor de los hombros de Hermione, quien dio un salto al no esperarlo.

—Mi niña. Mi niña hermosa...

Hermione reprimió un sollozo, sabiendo que ya no era una niña. Los dejó cuando era niña, pero ahora es una mujer. Había cambiado. Se había transformado a lo largo de los años en una persona y una versión de sí misma que sus padres ya no conocían.

Ni ella misma se conocía.

—Los extrañé —dijo apretándose contra su madre—. Los extrañé. Los extrañé. Mi vida no estaba llena. Lo siento tanto. Lo siento por todo lo que hice. Siento haberlos enviado lejos. Yo-

—Estás aquí. Volviste a nosotros. Estás aquí...

Su madre estaba siendo tan incoherente como ella, como si realmente hubiese estado diez años esperando que regresara. Hermione se dejó embriagar por el perfume de su mamá y sus brazos que le parecían tan desconocidos y tan familiares a la vez. Su madre enterró los dedos en su cabello y acarició, desenredando este de la misma forma en que solía hacerlo cuando era pequeña.

—Lo siento. Lo siento. Lo siento por todo, siento no haber- siento-

—Hey, hey, Mione... —Su mamá se alejó pero sin dejarla ir del todo, como si temiera que si lo hiciera, Hermione desaparecería—. ¿Qué pasó?

¿Qué había pasado?

Hermione, por unos segundos, dejó salir los recuerdos que evitaba. La búsqueda de los Horrocruxes. Grimmauld Place. Acampar por el país. La primera Batalla de Hogwarts. Huir. El escondite. La muerte de Ginny. La muerte de todos los que le importaban. Cómo la victoria parecía tan insípida y poco valiosa comparado con todo lo que perdieron

¿Cómo podía explicarle lo que había pasado?

—Les borré la memoria temporalmente para que quisieran venirse a Australia, porque sabía que, de lo contrario, nunca lo harían, y yo tenía que quedarme en Inglaterra. En el mundo mágico había estallado una guerra.

Me habría gustado irme con ustedes.

Me habría gustado llevarme a Ron y a Harry conmigo.

Lo habría hecho si tuviera un poco más de valor.

—La guerra del mundo mágico se alargó por una década, y- y-

Hablar de esos tiempos- parecían pertenecer a otra vida. Hermione tenía dieciocho, y Ron y Harry acababan de cumplir diecisiete. Eran niños jugando a pelear. Niños que estaban cargando con guerras y responsabilidades que no les correspondían. Hermione borró la memoria de sus padres, creyendo que en un año o dos todo habría acabado y las cosas volverían a la normalidad.

Pero ahí estaban.

Habían pasado diez. Ellos hicieron su vida. Y Hermione...

—Lo siento. Lo siento.

Su madre ignoró las palabras, volviendo a abrazarla, dejando que Hermione enterrara la nariz en el hueco de su cuello. Parecía que quería hacerse pequeña. En parte era cierto.

—Estás tan grande... —susurró ella—. Eres una mujer ahora.

Hermione cerró los ojos con fuerza, porque no quería serlo. Quería desesperadamente volver a tener dieciocho y dejar que su mamá la confortara. Sentía que había perdido la mitad de su vida en la guerra. No quería ser una mujer. Hermione sentía que no había crecido.

Pero lo que realmente logró que soltara las lágrimas que venía reteniendo desde el funeral de Ron, fue que su mamá siguió acariciando su cabello. Fue que se inclinó, poniendo la boca en su oreja después de besar su sien, y preguntó en el tono más suave que tenía:

—¿Dónde están tus amigos?, ¿ese niño de lentes, y el pelirrojo?, ¿por qué no están aquí contigo?

La avalancha de recuerdos de Ron regresaron como un huracán. El sonido de su risa. El color exacto de su cabello. Sus pecas. Las cosas que susurraba. Su apoyo. Los momentos juntos. Los sueños. Todo. Todo. Todo.

Y Hermione finalmente se quebró, sollozando, gritando y rogando no estar sola de nuevo.

Al menos ahora sabía que su madre estaba allí para sostenerla.

•••

Hermione se enamoró de Ron Weasley desde el primer momento en que lo vio.

Podía sonar irreal. Esas cosas solo pasaban en las películas y ella nunca pensó ser tan tonta como esos personajes que apenas conocían a un hombre ya estaban cayendo en sus brazos... pero le sucedió. El primero de septiembre de 1991, Hermione tomó el tren a Hogwarts, conoció a Harry Potter, y a su lado, encontró al amor de su vida.

Actuó como si no fuera la gran cosa, y de hecho, lo corrigió, porque tenía once y porque no sabía cómo lidiar con gente de su edad; menos con niños que tenían tierra en la nariz y que aún así le parecían bonitos. Hermione, luego de eso, trató de acercarse, de hablar y crear conversación de la mejor forma que conocía, sin embargo al final... al final siempre terminaba siendo igual de molesta que siempre, como el resto del mundo la consideraba. Incluso cuando creyó que Ron, Harry y ella tenían, sino una amistad, un tipo de complicidad luego de haber hablado en el tren.

Pero Ron se burló de ella después de una clase de Transformaciones cuando Hermione lo corrigió, y entonces fue que se dio cuenta de que quizás... no era así.

Supo en ese momento, mientras se encerraba en un baño abandonado a llorar toda la tarde, que le gustaba Ron, aunque no quiso ponerle ese nombre. Nada le había dolido así antes, y Dios sabía que se habían burlado de ella más veces de las que recordaba. Pero había algo acerca de Ron, acerca del pensamiento de que la encontrara molesta... que hacía que el pecho de Hermione doliera de una forma en la que no había dolido nunca en sus cortos once añitos.

Y simplemente supo, que Ron Weasley iba a doler de esa forma siempre.

Lo confirmó, de hecho. Incluso después de hacerse amigos, cada vez que peleaban por las cosas más estúpidas, cuando Ron la ignoraba, cuando la trataba como si no existiera... dolía igual que ese primer día en los baños abandonados. Peor aún cuando empezó a salir con Lavender, y tres mil veces peor cuando los abandonó en el Bosque de Dean.

O cuando perdieron al bebé que se suponía que iba a crecer en su vientre. O cuando Ron perdió su pierna.

El mismo dolor. Una y otra y otra vez. Amar a Ron dolía.

Pero Hermione no lo habría cambiado por nada ni nadie en el mundo.

Sabía que no era el alma gemela de Ron, que ese era Harry, pero aún así él se sentía como la mitad de sí misma. Hermione era capaz de reconocerlo de una forma que nadie más. Sabía cómo sonaban sus pasos en el pasillo, el ritmo que tenían cuando se acercaban a su habitación. Tenía claro la temperatura exacta que parecía emanar, que a Ron le gustaba tocar el lunar que tenía en la parte baja de su espalda y desenredar su cabello cuando se aburría. Hermione podía reconocer el sonido de su voz a millas de distancia, y era capaz de terminar sus oraciones antes de que él lo hiciera. Sabía cómo arrugaba la nariz cuando se reía, o cómo sus muecas siempre involucraban mover demasiado los labios.

Sin embargo, aunque Hermione hubiera sido ciega, o aunque hubiera quedado sorda, habría podido reconocerlo también. Así se sentía estar con Ron. Así se sentía ser abrazada por la noche. Discutir y luego reconciliarse en la ducha mediante una follada cargada de enojo. Sentir su voz a un lado de su oreja, susurrando que la quería y que pronto saldrían de allí y que agradecía al universo por haberle dado la oportunidad de que lo hubiera escogido a él cuando pudo haber tenido a cualquiera. Hermione se sentía completa.

Pero Ron se había ido de nuevo.

Y ahora solo quedaba una mitad de sí misma.

Se departió cuando intentó Aparecerse al mismo tiempo que Harry lo hizo para salvar a Malfoy. Poca práctica, dictaminaron después, por usar una prótesis nueva. Su cabeza, sus brazos y gran parte de su torso quedaron atrapados en el fuego, y su única pierna y el resto eran una masa deforme que venía a un lado de la pierna ortopédica. La que Hermione era incapaz de soltar, así como su Desiluminador.

Era estúpido, en realidad. La pierna ortopédica no era Ron, ni siquiera había alcanzado a tenerla puesta más de un día. No tenía su aroma, ni su esencia, ni el resto de él, pero de una forma turbia pensar en separarse de ella hacía que a Hermione le faltara el aire. Era casi como si inconscientemente su cerebro le estuviera diciendo que la debía guardar, porque Ron no podría estar sin ella. Era todo lo que quería. Era todo lo que le faltaba para volver a sonreír.

Y lo había hecho. La última noche antes de que todo se fuera a la mierda. Estaban en la cama, el brazo de Ron abrazaba su cintura, la mano de Hermione se encontraba trazando figuras en su pecho y su cabello se encontraba tan largo que casi tapaba sus ojos. Cuando habló, Hermione no estaba esperándolo en absoluto.

—No quiero morir.

Su voz salió pequeña, tan pequeña que por un momento, Hermione creyó que lo había imaginado, pero cuando miró hacia arriba pudo ver que Ron tenía una sonrisa en su cara. Suave. Sincera. No parecía ser consciente de estar dándola, por eso Hermione sabía que era algo auténtico.

—¿Por qué te ves feliz diciendo algo tan deprimente?

Ron la miró, y, como siempre, se sentía como si estuviera mirando el universo a través de sus ojos. Ron la hacía sentir así, como si el solo hecho de existir ya la hiciera más valiosa que todas las estrellas del cielo.

—Porque... lo estoy, quizás —respondió—. Me ha costado acostumbrarme a la pierna que compramos, pero creo que con práctica... todo puede ser igual que antes. Ya no me siento como me sentía cuando apenas pasó, cuando apenas la perdí, como si mi vida hubiese cambiado y ya nunca más volvería. Creo que podremos sacar algo muy bueno de esto. Tú y yo.

—¿Yo?

—Una vez que la guerra acabe.

Hermione no fue capaz de sostener su mirada, y en cambio se concentró en contar las pecas de su pecho. Una de las desventajas de ser alguien demasiado racional, era que los sueños no solían parecerle esperanzadores, sino todo lo contrario. Mientras más irreal, peor se sentía.

Ron era un soñador.

—Creo que una vez que todo acabe, podremos irnos a algún lugar alejado —Ron continuó, sin prestarle atención a su silencio—. Un bosque, quizás. Nuestra vida podría ser lo que siempre quisimos.

—¿Si no hubieras tenido esa prótesis, entonces no lo sería?

—Si no hubiera tenido esta prótesis, no me sentiría igual de feliz a como lo hago ahora, porque conocería de primera mano mis limitaciones.

Dolía saber que perder una pierna le había afectado tanto. Y dolía aún más sentir que estaba siendo egoísta por ello. Hermione no debería sentirse así.

El silencio se estrechó por unos cuantos minutos, en el que Hermione trató de imaginarse a sí misma en una casa en medio de un bosque, en el campo, viviendo con Ron y teniendo una cotidianidad que nunca tuvieron la oportunidad de experimentar. Trató de imaginarse a sí misma sentada en el sofá con un libro en la mano, la chimenea prendida y a Ron sentado en la otra esquina jugando ajedrez con Harry. Trató de imaginarse feliz.

Y no pudo.

Todo lo que Hermione veía, respiraba y podía imaginar, era la guerra. La sangre. Las manos. Los gritos. Quizás había perdido la habilidad de ser capaz de sentir algo más.

—Mi felicidad no significaría nada si tú no estás allí, en todo caso —Ron dijo de nuevo, y Hermione miró hacia arriba. Sus ojos eran gentiles—. Si tú no estás- esto, la prótesis, no sirve de nada.

—Creí que esto te había dado la fuerza para querer seguir vivo —Hermione dijo, tratando de no dejar notar el tono acusador en su voz. El que decía: "esto, y no yo y tu familia fue lo que te ayudó".

—Eso fue solo el cinco por ciento, el empujón que necesitaba para no querer morir. El otro porcentaje está dividido entre Harry, mi familia y tú. Tú, sobre todo.

—No es necesario decir cosas por lástima, Ron. No tenemos trece años.

—No lo estoy diciendo por lástima. Tú eres mi fuerza, Hermione.

La forma en que lo decía- Hermione no tenía idea de qué responder. Cada amor era distinto, y existían amores en los que la otra persona era el punto débil. El amor que Harry sentía por Malfoy era así. Harry, el héroe, el Elegido, podría haber sido desarmado solo por una palabra de ese cabrón. Malfoy era su debilidad. El lugar que querías atacar para hacerle daño.

Pero Ron... Ron acababa de decir que Hermione era su fortaleza.

—Siempre lo has sido. Mi fuerza para actuar. Incluso antes de ser amigos, incluso antes de conocernos. A veces siento que he pasado toda mi vida amándote aunque no supiera quién eras. Lo habría hecho aunque no nos hubiéramos conocido nunca.

Era la primera vez que Ron decía algo así, aunque hubieran pasado tantos años desde ese beso en la Batalla de Hogwarts. La primera vez que expresaba sentirse igual (o parecido) a como Hermione lo hacía.

Y la última también.

Hermione tomó los costados de la cara de Ron entre sus manos y depositó un beso en la punta de su nariz, sin saber exactamente qué podría responder a eso además de:

Te amo desde que te conocí.

Te he amado en lo bueno, en lo malo, e incluso cuando te he odiado.

Te voy a amar siempre.

—Así que quieres vivir —Hermione decidió decir una vez que terminó de besar su sonrisa.

—Así que quiero vivir —Ron respondió, tomando uno de sus cabellos y pasándolo detrás de su oreja—. Contigo.

Y por unos momentos Hermione le creyó. Creyó que ahora que todo iba a terminar podían tener eso- esa pequeña fantasía. No era pedir mucho, tener una vida ordinaria y tranquila en medio del campo, despertando cada día con Ron a su lado con la certeza de que estaban en paz.

Pero luego vino la última batalla.

Y con ella, la pérdida de ese sueño.

Hermione olvidó muchas cosas de la guerra, y sabía que era la manera que su cerebro tenía para responder al trauma. Por supuesto que era consciente de lo que le pasó, tenía pequeños borrones aquí y allá, pero nada tan claro. Sin embargo, ese momento...

Ese momento era lo más vívido que había experimentado en la vida.

No era capaz de acordarse qué fue lo último que le dijo a Ron. Tampoco cuando fue la última vez que le dijo que lo amaba. No era algo común hacerlo, porque ambos ya lo sabían, pero Hermione debió decirlo más seguido. Cada día. A cada minuto, hora o segundo. No tomar por sentado que Ron estaría allí para siempre.

Pero sí que recordaba que Ron la sacó de en medio del fuego, y que Hermione atinó a Aparecerse casi sin pensarlo. Recordaba pensar por un mili segundo que había perdido a Ron porque se sacrificó por ella, solo para encontrar que Harry logró levantar un escudo y prevenir su muerte. Hermione recordaba estar ansiosa y aliviada de ver que empezaban a retraerse de las llamas y avanzaban hasta donde ella se encontraba. Recordaba cómo el mundo enmudeció cuando Voldemort habló dentro de sus cabezas y amenazó a Harry con matar a Malfoy si no iba adonde él. Su corazón se saltó un latido y comenzó a rogar a todo lo existente para que Harry no fuera tras Draco, que le llevara a Ron de vuelta, sabiendo que era en vano, y que Harry jamás habría dejado morir a Malfoy.

Hermione recordaba con total claridad cómo supo que Ron estaba haciendo planes para Aparecerse lejos del fuego, y cómo ella corrió hasta que sus pulmones ardieron, solo para encontrar, un segundo después, que Harry ya no estaba dentro de la burbuja, que no toda la gente logró Aparecerse a tiempo, y que lo único que volvió a ella fue una pierna ortopédica.

Lo único que le quedaba de él.

El funeral de Ron no fue distinto al del resto de los muertos en la batalla, y Hermione no podía decir que estuvo presente en él. Los restos de la urna no eran Ron, así como tampoco lo era la pierna ortopédica que se rehusaba a entregar, así que, ¿cuál era el punto?, ¿cerrar una etapa?, ¿despedirse?

En realidad, Hermione no alcanzó a hacerlo.

Despedirse, quería decir.

Llorarle a un discurso en un lugar donde todos vistieron de negro no iba cambiar ese hecho. Nada de lo que hiciera iba a cambiar todo el sufrimiento y las muertes.

Pero Hermione aún podía cambiar el futuro.

La base McGonagall fue usada para albergar a todos aquellos que perdieron sus casas durante esos nueve años. Hogwarts, por otra parte, comenzó a recibir a todos los niños transformados en esclavos en el régimen de Voldemort. Cuando Hermione volvió de Australia de la mano de sus padres, quienes no pensaban volver a dejarla sola, se encargó poco a poco de restaurar el orden en ese mundo que ya no lo tenía.

La gente aún estaba asustada y no confiaba en que no quedaran Mortífagos vivos y escondidos. Hermione lo creía también, hasta cierto punto, hasta que recordaba que los vio morir en la batalla. Incluido Hagrid.

Durante la primera semana que Hermione estuvo de vuelta en Inglaterra, fue a visitar a Harry, acompañada de Charlie, ya que se estaban quedando en la reserva de dragones, que era donde este último trabajaba antes de la guerra. Hermione pidió específicamente no encontrarse con Malfoy, y Harry y él se juntaron a un lado de uno de los dragones más grandes que existían.

Y ahí hablaron de Hagrid, de lo que hizo. Hablaron de lo que las torturas de Voldemort terminaron haciéndole al cerebro de Draco. Hablaron de Ron, y Hermione se sentó por unos largos y extenuantes minutos escuchando con detalle los últimos momentos de su novio.

Regresó a Inglaterra sintiéndose más vacía que nunca. Sabiendo que todo en lo que creía, o al menos gran parte de su vida- fue una mentira.

Nuevamente gracias a algo que no podía cambiar.

Fue otra de las razones por las que se volteó al trabajo y la reconstrucción del mundo mágico.

Lo que sucedió con Voldemort, su forma de morir, fue considerado justicia. Los cuerpos de los Mortífagos fueron entregados a sus familias, y los que no tenían, enterrados en diferentes cementerios del mundo muggle. Lucius Malfoy fue asesinado horas antes de que la última batalla se hubiese dado, y aunque ya no podían preguntarle, Hermione estaba segura de que fue Astoria quien lo había hecho.

Los pocos Mortífagos que permanecían vivos eran los que se encontraban apresados en la base McGonagall, los cuales fueron trasladados a los calabozos de Hogwarts para esperar su juicio. La mayoría estaba de acuerdo con que se les sentenciara a muerte por sus crímenes, pero Hermione no. La muerte era una salida muy fácil para pagar por lo que hicieron, y mientras una nueva prisión estaba siendo reconstruida, se encargó de hacerle ver a la gente esta parte.

Ella, Kingsley, Harry y en realidad todos los que pelearon para la Orden, eran considerados héroes, y por lo tanto las únicas figuras de autoridad que quedaban; por lo que la gente los escuchaba, y lo habrían hecho aún más si Harry se encontrara allí. Así que mientras el mundo mágico poco a poco comenzaba a recuperarse, Kingsley fue nombrado ministro interino gracias a una rápida votación, y Hermione parlamentaria de justicia. Ella escuchaba a la gente, sus necesidades e intentaba negociar para conseguir un trato justo.

De esa forma fue que consiguió un indulto oficial para Draco Malfoy.

Casi dos meses después de la Batalla de Hogwarts, luego de sentenciar a Gregory Goyle a cincuenta años de prisión y al resto de los Mortífagos a condena de prisión perpetua irrevocable, Kingsley fue al cuarto de Hogwarts de Hermione, que era donde se quedaba la mayoría del tiempo.

—Tenemos que hablar —le dijo parado en el umbral. Y Hermione escuchó, tratando de mantener la calma, cómo Kingsley pensaba que el mundo mágico debía darle un indulto a Draco Malfoy por sus crímenes.

No estaba de acuerdo. Hacía que quisiera quitarse la piel el solo pensarlo, y dudaba que la gente estuviera bien con esa medida. Querían hacer pagar a todos los Mortífagos o hijos de Mortífagos, y con justa razón. Malfoy era los dos. Era un Nobilium, un torturador y un psicópata.

Era Astaroth.

—Sé lo que me vas a decir, pero creo que piensas en mí como una persona razonable, y sabes que no te estaría diciendo esto si no pensara que Draco Malfoy lo merece. El castigo que ha obtenido es suficiente, y nos guste o no, sin su ayuda jamás habríamos podido derrotar a Voldemort. Además —Hermione cerró los ojos, tratando de mantener la calma—, Harry nunca pisará el Reino Unido de nuevo si es que Draco tiene una orden de encarcelamiento. No solo lo estarás condenando a él, Hermione, tu mejor amigo recibiría la condena también.

Hermione odiaba cuánta razón tenía.

No quería. Quería que Malfoy pagara, que sufriera en carne propia todo lo que ella estaba sufriendo. Lo culpaba en gran parte de la muerte de Ron, y sentía que merecía todo lo malo del mundo.

Pero Harry no.

Esa fue la razón por la que mintió al ojo público y dijo que Draco Malfoy colaboró con ellos desde el principio. Ese fue el motivo por el que lo bañó en elogios y lo pintó como un héroe y una víctima de lo que Voldemort le hizo al final. La gente estaba enojada igual, pero a diferencia de antes, cuando los pocos elegidos del Wizengamot votaron a favor de darle un indulto a Malfoy, el descontento sólo quedó en eso: descontento.

Malfoy y Harry volvieron una semana después de eso, y unas antes de que los condenados fueran trasladados a donde cumplirían su sentencia.

Era una prisión nueva y aunque Hermione no lo deseaba del todo, los dementores volverían a guardar una vez más sus celdas. La única diferencia es que esta vez, la cárcel contaría con rehabilitación en vez de solo castigo, y no se encontraría en medio del mar. Aquel fue el primer paso a una vida mejor que la que tenían, pero Hermione no se quedó allí.

No había vuelto a llorar desde esa vez que lo hizo en los brazos de su madre. No de la misma forma, al menos, porque le era inevitable soltar alguna lágrima diaria, o quedarse dormida reprimiendo sollozos cuando despertaba sola en medio de la noche gracias a una pesadilla. Así que, para evitar esa soledad, Hermione trabajaba, y trabajaba, y trabajaba.

Malfoy y Harry, a pesar de que tenían permitido pisar Inglaterra, a duras penas estaban aquí. Harry solía volver los fines de semana para hablar con ella, pero eso era todo; el resto del tiempo ambos estaban en otros lugares, en casas que, por lo que Harry le explicó, Malfoy había adquirido durante la dictadura de Voldemort. Esto sirvió a Hermione para viajar a visitarlo, también, y descubrir cómo otros países veían lo que sucedió y estaba sucediendo en Inglaterra. Lo que era... una verdad totalmente distorsionada. La propaganda purista de Voldemort estaba bien pensada, desplegada por todo el continente y era- simplemente buenísima.

Los Servi no eran esclavos, sino niños nacidos de muggles acogidos por familias sangre pura, para corregirlos desde que eran pequeños y llevarlos por el verdadero camino de la magia, (que era lo que los Greengrass hacían en verdad con los "esclavos" que les enviaban). El Nobilium y el Electis eran grupos para conservar vivas las tradiciones, y su gobierno se trataba de no dejar morir la magia, poniendo a los "verdaderos magos" como la causa de su movimiento. La Orden siempre supuso o trató de adivinar razones por las que otros países nunca intervinieron en la guerra, y ahí estaba su respuesta: no veían razones por las que debieron hacerlo.

Hermione tenía que cambiar eso.

La economía del mundo mágico era terrible, y estaba siendo sostenida solamente por las familias sangre puras decentes que quedaban. Con el rompimiento de la esclavitud de los goblins estos también estaban más dispuestos a ayudar a que no todo se fuera a quiebre, pero necesitaban más, y eso solo iba a pasar si atraían la atención de los demás países para que se interesaran en ayudar y hacer tratados económicos con ellos. Para eso, necesitaban crear un artículo lo suficientemente bueno y difundirlo en el continente.

Ahí fue cuando conoció a Daphne Greengrass, la, todavía, directora de El Profeta.

Hermione hizo un llamado en el Wizengamot pidiendo ayuda para escribir un reportaje, y uno de los miembros se le acercó a decirle que la pondría en contacto con la señorita Daphne para que lo lograran, que ella era excepcional y podrían hacer un trabajo genial juntas. Dos días después concretaron una cita en Hogsmeade, uno de los pocos pueblos que sobrevivieron a las explosiones, y Hermione al fin la conoció.

No la recordaba de Hogwarts, pero su cara le parecía profundamente familiar porque compartía los mismos rasgos que su hermana, salvo que ella tenía el cabello rubio. Verla le provocó un hachazo en el pecho, que le recordó de sopetón el resto de pérdidas que hubieron en la batalla, y que en esas, estaba Astoria.

No es que no le importara, Hermione supo lo mucho que Astoria significaba para ella cuando la vio ser asesinada por Greyback, pero su duelo por Ron era una cosa tan grande y monstruosa que apenas le había dedicado pensamiento al resto de fallecidos. Apenas había pensado en Seamus, por favor.

—¿Greengrass? —preguntó Hermione levantándose de su asiento y extendiendo su mano. Ella la tomó—. Necesitamos hacer un reportaje que llegue internacionalmente, ¿crees que puedes hacer eso?

Daphne subió las cejas, y Hermione se hizo consciente de que su tono había salido hosco y que ni siquiera la saludó. A una parte de sí no le agradaba la mujer.

Ella no sabe lo que fue vivir en esa base, le susurró una voz.

—¿Es una petición o una orden? —terminó respondiendo Daphne. Fue su turno de subir las cejas

—Necesitamos fondos para hacer del mundo mágico un lugar habitable, tómalo como quieras.

Desde ese momento en adelante, Daphne y Hermione se reunieron en su oficina de Hogwarts para comenzar a escribir un reportaje lo suficientemente bueno y atrayente para que gente de otros países los escucharan. Hermione tenía toda la información lista (leyes y decretos que Tom y el anterior Wizengamot aprobó), y además había alrededor de diez personas dispuestas a ser entrevistadas para hablar de su experiencia con Voldemort.

Hermione apenas descansó las semanas venideras. Se despertaba a las seis de la mañana y se iba a dormir pasadas las doce de la noche. Casi no vio a sus padres, a Harry, a Luna y a los Weasley durante el tiempo que demoraron en terminar el artículo, así que Daphne fue su única compañía.

Daphne tenía el talento de la comunicación y la oratoria, no por nada se consagró como la directora de El Profeta pocos años después de salir de Hogwarts. Era inteligente, y escuchaba cómo Hermione quería dirigir la información, cosa que no todo el mundo hacía. Pero había algo en ella que no le terminaba de agradar del todo. Le recordaba un poco a Lavender, y Hermione nunca fue muy fan de Lavender. Sin embargo no era insoportable. Solo... Hermione sentía que estaban a mundos de distancia- en todo ámbito.

Habían pasado alrededor de cuatro meses y medio desde la última batalla cuando Daphne y Hermione acabaron el artículo. Tardarían unas cuántas semanas en publicar el reportaje y popularizarlo, pero por ahora... lo importante es que la parte difícil estaba completa.

—Deberíamos celebrar —dijo Daphne cuando Hermione empezó a guardar todos sus apuntes con la esperanza de no volver a abrirlos.

—No hay nada que celebrar —respondió ella sin mirarla—. No hemos logrado nada.

—Terminamos el reportaje.

—Eso no es un logro. ¿Qué hemos conseguido?

Daphne quedó en silencio unos segundos, a medida que Hermione terminaba de guardar sus cosas. Estaba esperando que se fuera. Quería dormir. Quería estar sola.

No, en realidad no es eso lo que quieres.

—Si nos culpamos por cosas que no son nuestra culpa —dijo Daphne finalmente—, ¿por qué no celebramos cosas que no son logros?

Hermione paró lo que estaba haciendo, y agradeció estarle dando la espalda, porque no sabía qué era correcto responder a eso.

No era lo mismo.

Y al mismo tiempo, sí.

—No voy a festejar nada.

—Lo harás.

—No somos amigas, Daphne —Hermione terminó diciendo, dándose vuelta y encarándola. Daphne se encontraba sentada en una silla y la observaba fijamente—. No sé qué impresiones te habrás hecho de este tiempo, pero solo fue trabajo. Algo que nos va a beneficiar a ambas y al resto de la comunidad. Lamento si te di esa impresión, pero esto no nos hace tener ningún vínculo más allá del profesional.

Si las palabras la hirieron, Daphne no lo demostró. En su lugar, la miró por unos segundos, lo suficientemente largos para hacerla sentir incómoda. Luego, se levantó, tomó su chaqueta que estaba en el respaldo de la silla en la que estaba sentada, y se colgó el bolso en el hombro.

Realmente existían universos de distancia entre ambas.

—Me agradas, Hermione, a pesar de que no tendrías por qué hacerlo; no has sido amable conmigo, todo lo contrario, de hecho —Daphne le dijo, y Hermione enmudeció—. Pero eres apasionada, e inteligente, y justa. Tienes un objetivo, tienes clara tu visión del mundo. Que todo eso haya sobrevivido a la guerra... Siento que eres alguien al que me gustaría tener cerca. Pero entiendo por qué no te caigo bien, sé que no estuve allí, de tu lado, cuando las cosas se pusieron feas o en los momentos difíciles. Lo sé. Por lo mismo, no te obligaré a ir a un lugar que no quieres. Solo deseaba que supieras que valoro lo que lograste en este reportaje.

Hermione no sabía qué se suponía que tenía que responder, una vez más. Era la primera vez en- años, quizás, que alguien le recordaba sus cualidades; que una mujer que la conocía de nada se las hubiese dicho... Hermione no sabía cuál era la reacción correcta, sobre todo cuando Daphne tenía razón: no se comportó como la ejemplificación de la amabilidad.

Daphne asintió a modo de despedida, dedicándole una sonrisa educada.

—Te veré por ahí.

Hermione despertó de su ensimismamiento solo cuando escuchó la puerta cerrarse.

Las paredes de su cuarto de Hogwarts comenzaron a hacerse pequeñas, y Hermione se encontró sentada en la cama, queriendo escapar y al mismo tiempo quedarse allí y dejar que los ladrillos se le vinieran encima. Tomó el Desiluminador de Ron, y comenzó a jugar con él.

La Madriguera acababa de ser reconstruida desde cero, y los Weasley habían vuelto a vivir allí por un tiempo, pero para Hermione era insoportable verlos en ese lugar, sabiendo que Ron faltaba en esa mesa y que a diferencia de sus sueños, esta vez no volvería. Luna, por otra parte, se la pasaba encerrada en la Mansión Nott cuidando de Theo y Eveline, y aunque Hermione sabía que ella estaría feliz de recibirla, no quería darle problemas en la situación en la que se encontraba. Por otra parte, Hermione no tenía la menor idea de dónde andaba Harry, y honestamente, no tenía energía para decirle que se separara de Draco para que pudieran conversar.

Podría ir a la casa de sus padres, era lo más lógico si no quería estar sola en Hogwarts. Mas había algo en las palabras de Daphne que la habían dejado parada en medio de la habitación.

Es que estaba en lo correcto.

La razón por la que no le agradaba, iba más allá de que siempre tenía el cabello planchado y bien peinado. Iba más allá de sus uñas pintadas y su manera elegante de hablar. Tenía que ver con el resentimiento, porque era una persona que vio la guerra desde una posición más bonita y más justa que el resto de ellos.

Sin embargo, ¿Hermione realmente quería rodearse solo de gente que había pasado por lo que ella?, ¿que habían estado allí y sabían lo miserable que fue vivir hacinados en esa base?, ¿quería hablar solamente con gente que le recordaba a Ron, y cómo se sentía ya no tenerlo?

¿Realmente quería relacionarse sólo con personas igual de rotas que ella?

La respuesta era no.

—No podría haber escrito el artículo sin ti —fue lo que Hermione dijo cuando salió de Hogwarts y llegó a Las Tres Escobas, donde Daphne estaba sentada bebiendo una cerveza.

Ella levantó la mirada y le dedicó una sonrisa amable, sorbiendo de su vaso.

—Digamos que fue un cincuenta y cincuenta.

Y desde ese instante, Daphne Greegrass se convirtió en su mayor apoyo en medio de la bruma de la responsabilidad y el dolor de la pérdida.

El artículo que escribieron no demoró demasiado en explotar internacionalmente y mucho menos en hacer que consiguieran ayuda humanitaria de países aledaños, que se sentían demasiado culpables por no haber hecho nada antes. Las organizaciones europeas invirtieron en la reconstrucción de los puntos más emblemáticos de Inglaterra, y con los tratados económicos que se comenzaron a acordar, al cabo de un año (o un poco más), la economía del Reino Unido sería algo estable.

Los consejos mágicos del exterior también firmaron tratados de paz, y se crearon nuevas instituciones de ayuda, para que nunca más se repitiera algo tan espantoso como lo que sucedió con Voldemort. Se iniciaron proyectos para proteger a los niños nacidos de muggles, cómo integrarlos más rápido a un mundo desconocido, y también escuelas primarias para erradicar prejuicios que otros niños pudieran tener. Los pequeños que solían ser Servi estaban siendo contactados con sus padres (si es que no los asesinaron), y se encontraban bajo el cuidado y una extensa terapia de los psicomagos disponibles. También se estaba hablando de construir un orfanato mágico que sería necesario ahora, y de muchas cosas que Hermione, por más que quisiera, no podía seguirles el hilo.

Entre sus expectativas de qué hacer luego de que la guerra acabara no estaba la política. Seguro, de niña quería liberar a los elfos domésticos, pero con el pasar de los años siempre creyó que una vez que todo terminara- ella terminaría también, como si su propósito de vida se hubiera acabado.

Pero allí estaba, y estaba haciendo lo posible por dejar ese mundo mucho mejor de lo que era antes de que todo se pudriera. Hermione quería cambios, crear el lugar que le habría gustado que sus hijos con Ron hubieran tenido. Deseaba abolir de una sola vez la mancha que Voldemort dejó, y a pesar de que estaba recibiendo el apoyo de sus seres queridos, y sobre todo de Daphne, sabía que hasta cierto punto... le estaba pasando la cuenta.

Había tanto que hacer. Debían reconstruir San Mungo. Debían hallar una forma de hacer que las tradiciones sangre pura no se perdieran para que no se sintieran desplazados, y la historia no se repitiera. Había que terminar la reconstrucción de Hogwarts para que los niños pudieran ir a aprender al mismo lugar lleno de magia al que ella asistió. Había que demoler el sistema de Casas y encontrar otra forma de agrupar a los estudiantes sin segregarlos. Debían refundar el Callejón Diagon, y el Valle de Godric, y todos los lugares bombardeados. Tenían que entregar casas provisorias a los que quedaron sin techo. Tenían que-

La lista era interminable.

Su rol en la guerra siempre fue de investigación. Hermione no podía decir que era mala peleando, porque no era así, pero su fuerte estaba en investigar, encontrar pistas, y lograr las metas que la Orden proponía. Aquello ni siquiera empezó allí, sino que se remontaba a más de una década atrás, cuando Harry debía enfrentarse a Voldemort en el colegio. Hermione investigaba, se informaba y la mayoría del tiempo estaba en lo correcto. La mayoría del tiempo, su enfoque y su intelecto fue lo que muchas veces ayudó a que un plan funcionara.

Y esta no podía ser la excepción.

Hermione no podía fallar. No podía fallarle a esa gente.

Sus papás deseaban sacarla de allí, prácticamente se lo rogaban, pero Hermione no podía. Le resultaba imposible abandonar una misión a consciencia. Era insoportable saber que una vez que dejara de enfocarse en el exterior... nunca dejaría de llorar porque Ron la había abandonado.

—No puedo fallar- no puedo fallarles —le dijo a Daphne una tarde, cuando esta le preguntó por qué no se tomaba un descanso.

Daphne tomó los brazos de Hermione para obligarla a pararse y a mirarla. El contacto físico aún le molestaba, le hacía querer que nadie volviera a tocarla nunca, pero esa vez al menos no se apartó.

—¿Por qué eso sería tan terrible?, ¿fracasar? —preguntó ella en voz baja, y Hermione empezó a negar antes de que pudiera seguir esa oración—. Eres humana, Hermione. Eres dolorosamente humana; y ambas sabemos que no eres perfecta. Fuiste una heroína pero ahora no tienes por qué seguir siéndolo. Tienes derecho a fracasar y a equivocarte y levantarte, porque eres humana.

—No sé- no sé- no sé cómo hacerlo...

—Está bien —Daphne dijo, tirándola lentamente en un abrazo para que Hermione pudiera separarse cuando quisiera—. Podemos aprender juntas.

Por primera vez en mucho tiempo, decidió devolver el abrazo a alguien que no fuera su familia.

Una semana después sus padres se la llevaron lejos luego de que tuviera un colapso nervioso en un almuerzo dominical.

•••

Hermione odiaba vivir en medio de la nada. Aunque, años después, pudo reconocer que fue para mejor.

Su periodo en el Ministerio la hizo bajar casi cinco kilos, lo que la hacía ver más delgada de lo saludable, y su piel había adquirido un tinte cenizo. Sus padres la llevaron a vivir con ellos al campo, cerca de un bosque, y contrario a lo que ella pensaba, la dejaban salir donde quisiera siempre y cuando volviera antes de las seis.

Sin embargo, Hermione se encontraba dentro de la casa o en el patio la mayoría de días en vez de ir al mundo mágico.

Kingsley la visitaba durante la semana; Molly iba de vez en cuando acompañada de Madam Pomfrey y le insistían ir a la Madriguera; Daphne se encontraba a su lado la mayoría del tiempo, y Harry iba cada fin de semana.

Le dolía saber que la relación con su mejor amigo se fracturó durante esos meses, (peor aún al entender que eso había sucedido desde hacía años), y le dolía aún más darse cuenta que además de fracturarse se transformó en un huracán interminable de culpa. Harry se culpaba a sí mismo por no haber pasado más tiempo con Ron, y por no haberlo salvado. Hermione lo culpaba a él por lo mismo, y luego se sentía aún más culpable por pensar así de Harry cuando sabía, racionalmente, que no era cierto. No del todo.

La racionalidad no siempre era lo que ganaba, en todo caso.

La primera discusión que tuvieron al respecto había empezado por Draco. El cuerpo de Lucius fue enviado a Malfoy cuando se le consiguió un indulto, y este ya no tenía la cripta familiar para enterrarlo allí. Así que, en contra de los deseos de sus padres, el Ministerio tuvo que enterrar a Lucius en los terrenos de la Mansión donde no hubieran escombros.

Harry dijo que un día este despertó sin saber este dato, que preguntó si él podía llevarlo a la tumba de sus padres, y que Harry tuvo que explicarle qué había pasado. Malfoy tuvo un ataque después de eso.

La respuesta de Hermione fue cruda, y no racional.

—Lo merece.

Ambos estaban sentados en el pasto del patio de la casa. Harry se encontraba jugando con este, y cuando levantó la mirada después de que Hermione hubiera hablado, todo su rostro se cerró.

Malfoy es su debilidad.

—¿No te gusta que te diga que lo merece? —preguntó ella alzando las cejas.

—No tienes idea de lo que ha pasado.

Lo que para Hermione era un puto eufemismo, porque, ¿qué tanto había pasado Malfoy?, perdió a sus papás, pero aún tenía a Harry e incluso a Daphne. Estaba Goyle vivo.

Hermione perdió sus dedos y su dignidad. A Ginny. Fue abusada psicológica y físicamente. Perdió a Ron- al amor de su vida en un pestañeo- su universo entero colapsó, y ahora tenía que aprender a lidiar con el intento de persona que eso había dejado, ¿y tenía que sentirse mal por Malfoy?

—¿Lo que él ha pasado? —preguntó ella incrédulamente—, ¿por qué debería importarme una mierda?, ¿qué hay de lo que el resto ha pasado?

—Ha sido torturado, quemado y enloquecido —Harry espetó, apretando la mandíbula—. Ha perdido todo lo que lo hace él. Ha perdido a todos. Ha-

—¿Y? —Hermione lo interrumpió—, ¡¿y?! ¡Lo merece!

—Hermione-

—¿Qué hay de lo que yo he pasado?, ¿qué hay de Ron?

Harry cerró la boca, y el dolor que el nombre de Ron causaba, casi ocho meses después de su partida, era palpable en todo su rostro. El nombre flotó entre ellos como una cuchilla. Algo que antes los había hecho felices ahora simplemente les hacía daño.

Hermione se levantó, sacudiendo su falda, y lo miró desde arriba.

—Ron se ha ido por su culpa —dictaminó con lágrimas en los ojos.

—No es así.

—Preferiste Aparecerte para salvar su culo en vez del de tu mejor amigo, ¿cómo no va a ser su culpa?

Era la primera vez que se lo decía tan de frente, tan crudo, y las palabras, a diferencia de lo que Hermione había creído, no golpearon a Harry de inmediato. Pareció escucharlas, analizarlas, y luego incorporarlas en su sistema. Fue un proceso lento, ver cómo la frase, la acusación, colgaba en el aire y luego cortaba. Cómo Harry se daba cuenta de que Hermione pensaba exactamente igual a como él pensaba de sí mismo.

—No crees que es su culpa —replicó Harry luego de un momento—. Piensas que es mía, pero es más fácil culparlo a él en vez de a mí.

Hermione abrió la boca para corregirlo, pero luego la cerró, porque ahora que lo decía-

Harry tenía razón.

Sí, lo culpaba y le dolía hacerlo, pero no podía entender cómo había elegido a Malfoy por sobre Ron. Cómo no insistió cuando Ron le dijo que se Aparecería. Cómo no luchó más. Hermione lo culpaba por la decisión que no se atrevió a tomar, e incluso, muy dentro suyo, lo odiaba un poco y se odiaba a sí misma por ello, porque no entendía por qué Malfoy tenía que estar vivo y no Ron.

Él era dulce, y quería lo mejor para todos. Estuvo allí desde que eran unos niños. Habían pasado los mejores momentos de su vida, los tres, juntos.

¿Por qué Harry no pudo haber preferido eso?

¿Por qué Ron no estaba vivo?

Harry se levantó también, sacudiéndose y dando media vuelta.

—Harry-

—Está bien, Hermione —le dijo él con voz suave—. Sé que tienes razón.

—No-

—Creo que me voy a ir —la cortó antes de que pudiera terminar—. Nos vemos la próxima semana. Cuídate.

Y a diferencia de lo que habría hecho de ser otras las circunstancias, Hermione no fue capaz de seguirlo.

Una semana después, se arrepintió de eso como nunca. Envió lechuzas pidiéndole a Harry que volviera para conversar, aunque estaba consciente de que quizás no era suficiente para remediar el daño.

—¿Crees que soy una persona terrible?

Daphne, a quien acababa de abrir la puerta de entrada, levantó las cejas cuando la escuchó.

—Wow. Hola Hermione, ¿cómo estás?

Hermione dejó la puerta abierta para que entrara y se giró. Estuvo toda la semana sintiéndose horrible por lo que le dijo a Harry y cómo lo hizo sentir. Lamentaba pensar así y lamentaba no haber podido fingir un poco más frente a él.

Sobre todo, tenía miedo de perderlo por eso.

—¿Qué sucedió? —preguntó Daphne cuando Hermione todavía no se volteaba.

—Nada.

Se sentó en uno de los sillones de la sala. Sus padres estaban trabajando a esa hora, y Hermione escribía proyectos para el Ministerio todo el tiempo porque sino, lloraba. Dormía: lloraba. Jugaba con el Desiluminador: lloraba. Hasta las acciones más diminutas y mundanas estaban manchadas por Ron. La comida, los lugares que visitaba, y la ropa que vestía. Hermione no podría tocar nada nuevo sin sentir que él lo tocó antes.

—No —Daphne dijo finalmente, sentándose a su lado y tomando su mano—. No creo que seas una persona terrible. Todo lo contrario.

Hermione suspiró, y con cuidado, dejó caer la cabeza en el hombro de Daphne. El contacto físico aún era un tema sensible, pero a su alrededor se le estaba haciendo cada vez más fácil. La reconfortaba, de una forma en que no la reconfortaba los abrazos del resto.

—Peleé con Harry —dijo ella. Daphne trazaba figuras en su muñeca.

—¿Está bien?

—Creo que una parte de mí piensa que es su culpa que Ron esté...

Hermione tragó el nudo de su garganta, incapaz de terminar esa frase, como si decirlo en voz alta lo haría real. En sus sueños esa palabra se repetía incansablemente. Cada noche veía la cabeza de Ron tendida en el suelo, siendo quemada frente a sus ojos mientras ella trataba de llegar hasta él.

—¿Y lo es? —preguntó Daphne—, ¿su culpa?

—No lo sé.

Hermione suspiró, cerrando los ojos y tratando de despejar un poco la mente. La cara de Harry cuando la escuchó se había quedado grabada en su memoria. Era otra escena que añadir a sus pesadillas, otra razón por la que había tenido un ataque de pánico mientras se duchaba días atrás.

—Creo que sí que lo sabes —Daphne murmuró.

Hermione se despegó un poco de su hombro para poder mirarla, y encontró que Daphne ya la estaba mirando. Tenía ojeras bajo sus ojos que denotaban falta de sueño, y algunos cabellos de su peinado caían libremente enmarcando sus facciones filosas. Ella también estaba viviendo un duelo, quizás de una manera muy distinta, y eso hizo que Hermione no se sintiera tan sola.

—Si te sientes mal por pensar así, quiere decir que bien dentro tuyo tienes claro que no fue culpa de Harry. Que no fue culpa de nadie más que de Voldemort —Daphne terminó su idea, haciendo que Hermione volviera a apoyarse en ella—. Pasé años culpando a Astoria por lo que le sucedió a Elizabeth, una vez que supe que ella la vio en sus momentos finales y no hizo nada. Años culpándola y alejándome y sintiéndome terrible por hacerlo. Porque, bien dentro, sabía que no era su culpa.

Hermione se dedicó unos minutos para pensar en Astoria. Siempre parecía feliz y llena de vida, aún teniendo todo ese pasado por detrás. No podía imaginar lo que Daphne tuvo que haber sentido al no alcanzar a decirle que lo sentía; arrepentirse por no haber arreglado las cosas. Por no haber hablado más con ella. Un minuto más.

—Y serás capaz de superarlo un día. Serás capaz de perdonarlo —dijo Daphne, pasando saliva duramente—. Asegúrate de hacerlo antes de que sea demasiado tarde.

Hermione apretó su mano sin pensarlo, y recibió un apretón de vuelta.

—Astoria te amaba —le dijo por lo bajo.

—Así como Harry te ama a ti, y tú lo amas a él. Las relaciones humanas son complicadas.

Hermione cerró los ojos mientras Daphne subía su mano libre y comenzaba a acariciar su cabello con cuidado.

Podrían no haber estado del mismo bando durante la guerra, pero ambas perdieron bastante. Lo suficiente para entenderse y ayudarse cuando sufrían, como si ambas hablaran el mismo lenguaje de amor y pérdida.

El siguiente domingo, cuando Harry llegó, Hermione ni siquiera esperó a que entrara o dijera algo. Lo miró, y todo el cariño y el aprecio que le tenía salió a la superficie, arrollándola y obligándola a abrazarlo como hacía años que no lo abrazaba.

—Lo siento —dijo, mientras tenía los brazos alrededor de su cuello—. Racionalmente sé que no es tu culpa. No es tu culpa, Harry. Ron tomó esa decisión, y aunque hubieras querido detenerlo, no habría cambiado nada, porque el idiota se habría Aparecido de todas formas. Así es él. Jamás te habría hecho quedarte con él y ocasionarte la tristeza de perder a Draco, le importabas demasiado para eso. Sé que él jamás te culparía. Mi cabeza lo sabe.

Hermione paró un segundo, dejando que la avalancha de palabras se extendieran en el aire.

Luego, sintió a Harry envolver los brazos alrededor de sus hombros y enterrar la cara en el hueco de su cuello. Hermione lo abrazó con más fuerza al sentir que su piel se mojaba.

—Pero mi corazón no —prosiguió. Su voz salió temblorosa—. Mi corazón no lo sabe, y no tengo idea de cómo lidiar con este dolor que me dice que todos y cada uno tuvieron toda la responsabilidad de que me haya dejado. Molly y Arthur por no hacerlo quedarse en la base. George por no preocuparse lo suficiente. Charlie y Bill por estar más ocupados en otras cosas. Yo. Astoria. Malfoy. Todos. Lo sé, y aunque quiero pensar distinto y quiero que podamos apoyarnos en esto, no puedo. No puedo perdonarte aún.

Jodía decirlo. Jodía saber que era verdad.

Jodía saber que Harry lo sabía.

—¿Pero podrás? —preguntó él—, ¿eventualmente?

—Sí.

—Entonces podemos apoyarnos en esto. Lo haremos. Siempre hemos podido.

Hermione cerró los ojos. En la noche se despertaba buscando su varita, buscando a Ron, y buscando a Harry. ¿Cómo habrían sido de distintas las cosas si su amigo hubiera estado allí con ella desde que la guerra terminó?

—Te amo —murmuró—, y lo siento.

Harry suspiró.

—También te amo. Y también lo siento.

Por primera vez, Hermione pensó en algo que la sorprendió:

Al menos no había perdido a su hermano también.

•••

Los años pasaron.

La herida que Ron dejó nunca sanó.

Pero el mundo siguió su camino.

Kingsley se retiró como ministro de magia luego de un año. El mundo mágico recobró una economía estable en la fecha que Hermione predijo. Harry y ella se veían cada fin de semana. Luna tuvo a su hijo a quien Hermione adoraba. Los Weasley y sus padres pasaban las festividades juntos, y Fleur estaba esperando una niña. Hermione comenzó a ver a un psicomago.

Y Daphne y ella se hicieron más cercanas de lo que creyó que serían.

No sabía cómo pasó, o en qué minuto, ni siquiera tenía idea de que su amistad había evolucionado a un punto que era más que una simple amistad. Hermione ni siquiera sabía que le gustaban las chicas, pero era entendible, porque siempre fue Ron, toda su vida fue solo él. Sus pretendientes se dividían entre Ron y no-es-Ron, por lo que le era imposible haberse enterado antes.

Pero se tenían la una a la otra. El tacto de Daphne era el único que Hermione aceptaba, y cuando tenía un mal día, sabía que una palabra de su parte la haría sentir mejor.

Por eso, quizás, luego de que hubieran ido a recorrer los árboles frutales del patio, cuando Daphne la besó por primera vez y le preguntó:

—¿Esto está bien?

Hermione respondió:

.

Y la besó de vuelta.

Con el pasar de los meses, sus padres se mudaron a una casa que construyeron a menos de 100 metros en el mismo terreno, y Daphne, de un día para otro, comenzó a vivir con ella.

Pero no amaba a Daphne. No de la forma que se suponía que debía amarla; no en la manera en la que amaba a Ron.

Nunca amaría a nadie de la forma en la que amaba a Ron.

Él era su mejor amigo, el amor de su vida, su todo. Era la última cosa que veía antes de ir a dormir por la noche, y la primera que veía al despertar en la mañana. Incluso después de... después de lo que había sucedido, lo seguía siendo. Hermione pensaba a cada momento del día en él, y cómo serían las cosas si desde un inicio todo hubiera sido diferente. ¿Tendrían una casa bonita?, ¿tendrían una niña, tal como él soñaba? ¿cuáles serían sus nombres?, ¿Leah, como ella quería, o Rose, como él deseaba?

En el presente, ¿qué haría Ron para reconfortar sus pesadillas, si estuviera vivo?, ¿qué estaría haciendo ahora para salir adelante y vivir en ese mundo fragmentado? Hermione pasaba horas obsesionandose con eso. Pensando en él.

Al final del día daba igual la respuesta, porque estaba segura de que serían felices. Ella llegaría tarde, cansada de un día de trabajo, y él estaría allí, con la cena lista y un poco estropeada porque así era Ron. Y Hermione, un poco harta de todo, lo miraría y sabría que podía arreglarse... porque sobrevivieron juntos.

Harry le había dicho una vez a lo largo de los años, mientras bebían hasta olvidarse de quiénes eran, si acaso ella sabía que Ron no habría podido vivir en un mundo en el que Hermione no existiera. Que el mismo Harry prefería, de una forma muy retorcida, que las cosas hubieran resultado como lo hicieron, porque Ron jamás habría salido adelante, y por egoísta que sonara, ahora su amigo estaba descansando. Y Hermione, en medio de la bruma del alcohol había pensado en eso por- años, sintiéndose completa y desesperadamente miserable por estar allí, tratando de flotar en medio de la mierda sabiendo que él ya no estaba, teniendo esa certeza presente como una daga enterrándose en su costado cada que respiraba. Ron no estaba. Ron no estaba. Ron no estaba.

Escuchar a Harry, y hacerse consciente de que- de que Ron no lo habría hecho, que Ron no se habría recuperado de su muerte...

¿En qué la convertía a ella?

¿Por qué Hermione lo estaba intentando?, ¿acaso Ron merecía que lo superara? No. Ron merecía que le llorara cada día del resto de su vida. Ron merecía que Hermione no pudiera pensar en nada más, que no pudiera desear ni estar con nadie más. Que su mundo se hubiera venido abajo y fuera imposible de reconstruir.

Pero al mismo tiempo, sabía que Ron no querría eso tampoco. Ron la habría querido ver feliz, como ella también hubiese deseado verlo si las cosas fueran distintas. Ron habría querido ver que Hermione sanaba, que crecía, que incluso volvía a enamorarse y formar una familia... Que tuviera todas las cosas que un día planearon juntos. Eso es lo que él habría querido.

Solo que Hermione sentía que no podía hacer ni la una ni la otra.

Hermione no podía evitar seguir adelante, pero tampoco podía iniciar una nueva vida. Simplemente se encontraba en un limbo- existiendo. Sintiendo que a pesar de que la desolación le había quitado toda la felicidad, no era capaz de matarla.

Daphne sabía cómo se sentía por Ron y que sus sentimientos no habían cambiado en nada. Ella estaba bien con que Ron fuera el amor de su vida.

Sin embargo, Hermione podía decir con certeza que Daphne era su alma gemela. De la forma en la que Ron y Harry lo eran. Y después de todo, estaba tan agotada de estar sola.

No podía estar sola toda la vida solo porque sabía que nunca más amaría a nadie de la misma forma que lo amaba a él. Habían pasado años. Más de siete años, y el recuerdo de su risa, y de sus pecas y su cabello aún le producían ataques de pánico en los peores días. Había momentos en los que podía jurar que escuchaba su voz en la sala bajando las escaleras, o estaba segura de que despertaba sintiendo su tacto en el pelo, desenredando sus rizos.

Lo peor eran los sueños.

Ron aparecía en cada uno de ellos. Había aparecido desde el primer día. A veces le agradecía por todo lo que tuvieron y lloraba por no haberle dado lo que le prometió. Otras le decía que por favor fuera feliz, que fuera feliz por él.

En otros, parecía tan real que Hermione despertaba con el sabor de su boca y sentía que acababa de perderlo de nuevo.

Ella se encontraba sentada en el sofá, leyendo uno de los libros que su mamá le regaló cuando era niña, porque a veces le gustaba hacer eso. A su lado, en la mesita de la sala de estar, estaban las notas de nuevas leyes que podría enviar al Wizengamot. Alguien tocó la puerta, y ella levantó la mirada para dirigirla a través del pasillo. Afuera los árboles se agitaban, y quien se encontraba tras el vidrio era Ron.

Sostenía una canasta con manzanas que recolectó del jardín, y cuando Hermione se levantó para abrirle, este ni siquiera esperó un segundo para entrar y abrazarla, diciéndole que la amaba y que por qué no la acompañaba más seguido a caminar. Hermione se preguntó en ese instante lo mismo, que debería hacerlo más.

Te amo. Te amo. Te amo. Te amo.

Luego, Ron le decía que había estado preparando unas cosas para hacerle una cena tranquila en los alrededores, para distraerla del estrés que estaba viviendo. Hermione le sonreía al ver el brillo en sus ojos azules, las pecas iluminadas por la luz del pasillo, el cabello revuelto.

Él le devolvía la sonrisa.

Y al segundo siguiente, ella abría los ojos.

La casa estaba oscura, se había quedado dormida durante la tarde. Podía escuchar a sus padres poner música en el otro extremo del terreno, y unas voces proviniendo de la radio que el señor Weasley le regaló una vez que Hermione consiguió restaurar la emisora. Daphne se encontraba en la cocina, y era capaz de escucharla cocinar e ir de un lado para otro, haciendo la cena. A través del pasillo, en la puerta de entrada, lo único que Hermione podía ver era el bosque oscuro detrás de ella, con las hojas agitándose por el viento.

Y finalmente, cuando dirigió la mirada a su regazo, encontró el Desiluminador de Ron en la mano.

Hermione nunca le había contado a nadie que le gustaba tenerlo cerca, porque le hacía pensar a la vez que Ron, años atrás, regresó a ella en el Bosque de Dean gracias a este.

Salvo que, ahora, Ron nunca volvió.

•••

Hermione jamás dejó de ir a terapia.

La primera hija que Daphne y ella adoptaron, la nombraron Rose.

Y descubrió que quizás, podía tener dos amores de su vida.

 

Chapter 67: El Después Parte III

Chapter Text

"Mi madre decía que las cosas que perdemos siempre acaban volviendo a nosotros, si bien no siempre de la manera que esperamos."

Luna decidió escribir un libro.

No era ficción, le habría gustado que se tratara de eso; sería más fácil contar las atrocidades que se vivieron durante el régimen de Voldemort si fueran invenciones de su cabeza. Lamentablemente eran hechos, y aunque Luna deseó muchas veces dejar de escribir, no podía permitir que se olvidara, que no quedara registrado.

Después de todo, quienes no conocen la historia están condenados a repetirla.

Así que Luna escribió. En un inicio eran pequeños relatos, pequeñas cosas que habían sucedido a lo largo de los años, y luego tomó la forma de un diario de vida. Luna contó su experiencia en la primera Batalla de Hogwarts: los gritos desesperados, el polvo y la muerte; contó su experiencia en la primera base: cómo se sintió vivir debajo de la tierra con el miedo de ser encontrados, aferrándose al sueño de volver a ver el sol alguna vez. Luna habló de la Misión de Hangleton, de su captura y esos horribles meses en los que su único compañero fue Theodore Nott. Plasmó en palabras todo lo que no podía decir. Luna gastó páginas y páginas hablando de la vida en la Mansión McGonagall, en que cada día se levantaba fantaseando que no estaba allí, sino después de la guerra donde sería feliz.

Y ahora se encontraba en ese después.

¿Y dónde estaba la felicidad?

Luna había visto demasiado, así como todos los que participaron de esa estúpida guerra. Quizás las cosas serían más simples si el dolor hubiese parado en un punto, pero este sólo parecía aumentar como las nubes negras antes de la tormenta. Luna había perdido a su madre, luego a su padre. A Neville, a Ginny, a Ron, y ahora-

Ahora a Theo.

Aún estaba, Luna todavía podía verlo por las mañanas y quizás eso debería ser un consuelo, pero no se sentía así. Después de la batalla, Theo fue llevado a su mansión y Kingsley demoró al menos una hora en llamar sanadores para que fuera examinado. Luna no sabía si la inmediatez de una atención médica habría cambiado algo, pero no importaba ya.

Bueno, sí que importaba, a Luna le importaba más que nada en el mundo, porque no se suponía que las cosas iban a terminar así. Se suponía que Theo estaría bien, que después de la guerra Luna le mostraría que lo existente entre ambos era amor. Luna lo amaba, y Theo por fin sería capaz de aceptarlo, de verlo...

No podían culparla por ser idealista, ¿no?

Cuando era pequeña, Luna pensaba que era una princesa. Su padre se lo decía: Luna era la princesa que guardaba el cielo, y su madre la reina que ponía las estrellas durante la noche. Era lógico que su vida fuese feliz, ¿no? Todos los cuentos terminaban con aquella famosa frase: "Vivieron felices para siempre".

Le tomó bastantes años darse cuenta de que la vida simplemente no funcionaba así.

No había tal cosa como la infinitud del contento. No existían las fantasías en el mundo real. El mundo real era duro, y terrible, y sus garras acababan haciéndote pedazos una vez que salias a él. Cuando iba a Hogwarts, Luna ignoraba la crueldad, o, más bien, no la notaba, y en su lugar trataba de disfrazarla con peculiar optimismo. Después de ser torturada por meses... ya no podía continuar con la farsa.

Tal vez si hubiese conservado aquella forma de ser sería menos miserable, pero ver la realidad por lo que verdaderamente era le trajo algo a lo que aferrarse: si nada podía ser feliz para siempre, tampoco nada podía ser horrible para siempre. El régimen de Voldemort terminaría en un punto, eso Luna lo sabía. Cada mañana, a cada momento, cerraba los ojos y se decía a sí misma que no estaba ahí, sino de vuelta a su hogar en Ottery St. Catchpole. Cerraba los ojos y pensaba que iba a visitar a los Weasleys, que recuperaba su vida. Cada mañana, Luna se decía a sí misma que no estaba ahí, en esa base, que lo peor ya había pasado. Pensaba en su yo del futuro, en esa mujer que podría decir que la sangre y el genocidio eran cosas del pasado.

Pero ahora era esa persona, ahora la guerra había acabado. Sin embargo... ¿cuándo se acababa la tristeza?

¿Cuándo?

El diagnóstico de Theo no fue prometedor. Nunca nadie se había recuperado de aquella maldición, pero tampoco nadie intentó curarse. Theo era el primer paciente en el que se harían estudios, por eso no podían prometer nada. Luna decidió de inmediato que se quedaría junto a él. Nadie iba a detenerla, tampoco, todos los que podrían oponerse a esa decisión estaban muertos.

Luna regresó a la base un día después de la última batalla. No le sorprendió encontrar casi todo en ruinas. Por algún motivo pensó que cuando llegara, vería la Mansión McGonagall en una nueva luz, que se sentiría radicalmente distinta... pero no. A pesar de los daños en la infraestructura, seguía igual que esos últimos años: una casa que se paraba debajo de difuntos y que estaba habitada por fantasmas.

Luna tomó sus pocas pertenencias, dispuesta a marcharse y cuidar de Theo el tiempo que fuese necesario. Jamás pararía de hacerlo. Tenía fe, al menos eso le quedaba. Necesitaba tener fe de que Theo se recuperaría algún día.

—¡Eveline!

A la distancia, Luna vio a Hannah una sanadora correr tras una chica desaliñada y con aspecto perturbado. La chica se dirigía hacia Luna. Tenía lágrimas corriéndole las mejillas, pero no de pena, sino como si acabara de ver al mismo Dios, aunque sus ojos meramente estaban fijos en la maleta que Luna traía.

—Por favor —dijo Eveline acercándose a ella. Se postró a sus pies—, lléveme- lléveme con usted. No tengo nada más-

La muchacha lloraba desconsolada. A su alrededor había grupos organizándose para buscar a las familias de los niños nacidos de muggles y devolverlos a sus hogares. Eveline no tenía nada de eso, su familia fue asesinada. Tenía por delante meses de aislamiento en aquella mansión, e incertidumbre de qué pasaría, y cuando cumpliera diecisiete sería arrojada a los leones.

—Por favor...

Y Luna pensó,

¿Por qué no?

No tenía nada que perder y tampoco había absolutamente nadie que la acompañara, no de verdad. Cada uno tenía sus familias y asuntos que resolver. Cada uno tenía a alguien más. Ni Luna ni Eveline podían decir que existía otro ser humano para hacerles compañía. Así que Luna dijo, ¿por qué no?

Nadie merece quedarse atrapado en una prisión con espíritus.

Luna detuvo a la sanadora con un gesto y extendió la mano a Eveline para que se levantara. Lucía insoportablemente joven y viva.

—Casa —dijo Luna.

Eveline asintió.

—Casa.

Minutos después, ambas se Aparecieron en los terrenos de la Mansión Nott.

Nadie buscó a Eveline, nadie preguntó por qué Luna se la llevó. Sospechaba que a nadie le importaba. Había otras cosas por las que preocuparse de momento.

Eveline fue a ducharse. La sanadora le advirtió que no estaba bien de la cabeza y que necesitaba tomar pociones. Luna apenas se inmutó. Después de todo, tenía experiencia con la locura.

Se paró en el umbral de la cocina bastante tiempo. La casa era tan grande que no escuchaba nada: ni el sonido de la regadera, ni la respiración de Theo. La aturdía. Estaba acostumbrada a que los hogares estuvieran llenos de vida sin importar las circunstancias. La Mansión Nott no era así, transmitía una calma que sólo podía compararse con la calma que trae un cementerio. Estaba vacía aunque se encontrara repleta de objetos y muebles.

No tenía idea de qué se suponía que venía ahora.

Su objetivo era recuperar a Theo, pero, ¿y qué pasaba si nunca lo lograba?, ¿cuál era el propósito de su vida ahora que Voldemort ya no vivía?

Luna se deslizó pegada a la pared hasta quedar sentada en el piso, mirando por la ventana. Esperó que algo sucediera, que se anunciara que en realidad Voldemort no había muerto y necesitaban seguir luchando. Destellos de la batalla llegaban a ella cada vez que cerraba los ojos, pero no distinguía demasiado. Ni siquiera recordaba el momento en que Theo fue herido; simplemente estaba a su lado un segundo, y al otro se encontraba en el suelo inconsciente. Luna sentía que estaba viviendo una mentira, una frágil e inverosímil. ¿Era una mentira piadosa, acaso? Porque el dolor continuaba vivo debajo de su piel.

Se abrazó a sí misma en la oscuridad de la cocina y enterró la cabeza entre sus piernas, esperando.

Y esperando.

Y esperando.

Nada pasó. No anunciaron nuevos peligros, ni hubo gritos de alegría. Nadie celebró la gloria del triunfo. Luna pestañeó sin parar, pero las lágrimas salían de ella como si fueran el cauce de un río. Nada pasaba, absolutamente nada. Luna quería que algo pasara.

La falta de movimiento se le hacía insoportable. Todo era demasiado estático, tranquilo y artificial. Desolado. Sus sollozos se escuchaban muy alto en la severidad de la mansión al no tener ruido que la acompañara. Luna jamás se había sentido tan sola.

Nunca nadie habla de eso.

Del silencio que viene después de la guerra.

•••

Hoy descubrí que las víctimas del Régimen Purista rondan los 1000 fallecidos, si es que no incluso más. En el mundo mágico somos alrededor de 3000. No puedo creerlo, y siempre me han considerado crédula. Suena una aberración, un recuento abstracto. Una isla pequeña puede llenarse con mil personas. No tengo idea cómo podríamos aspirar a ser una sociedad funcional después de esto. ¿Podemos?

Me pregunto si dentro de esas víctimas también hay sangre puras, o si se incluye el número de Mortífagos muertos. De esos también hay muchos, la muerte nos tocó a todos. ¿Debería sentirme mal por esos a los que yo misma asesiné? Muchos dirían que no, que no tengo porqué, si lo merecían, pero, ¿quiénes somos nosotros para dictaminar quién vive o no?, ¿no estaríamos haciendo lo mismo que ellos?

A veces me gusta pensar que las siguientes generaciones encontrarán las respuestas a estas preguntas, que sabrán enmendar los errores del pasado y sanar las heridas abiertas que recorren al Reino Unido. Espero que lo logren; ahora mismo se siente imposible remediar el daño.

Desearía que la historia humana no tuviera que construirse a base del dolor.

•••

Theo nunca fue alguien demasiado hablador, pero Luna recordaba sus conversaciones como lo más importante que había entre ellos, un entendimiento que jamás podría tener con alguien más.

Se hablaban con una mirada, se comunicaban a través de gestos. Theo decía cosas que ella entendía a la perfección. Cosas como:

A veces siento que me derramo.

Me siento como una tormenta de arena.

La historia puede ser representada por jardines en ruinas.

Luna lo escuchaba, lo comprendía. La primera vez que hablaron fue porque Theo al fin respondió a su incesante parloteo y le contó una historia de su niñez, pretendiendo que había nargles en ella. Theo poseía un modo de expresarse y de conversar que, a veces, creía que sólo ella llegó a comprender.

Uno de los largos días en los que Luna estuvo secuestrada, Theo llegó con el labio roto. Parecía más muerto que la tarde anterior, y –Luna se temía– más vivo de lo que estaría mañana. Este no le dijo nada; apoyó la cabeza en la pared a un lado de la celda y cerró los ojos.

—¿Te hiciste eso a propósito? —dijo Luna sin resistirse a su curiosidad.

Theo no contestó en un inicio. Luego, soltó un largo suspiro como si estuviera perdiendo una batalla.

—¿Por qué me haría esto a propósito, Lovegood?

Luna se encogió de hombros aunque no la estuviese viendo.

—Te queda bien.

Esta vez, Theo no respondió. Luna estaba siendo sincera. A diferencia de Harry, la piel de Theo era extremadamente blanca; algo menos pálida que la suya. Los labios rojos se le veían bien. Se preguntaba cómo hizo para que le quedaran así.

—¿Qué fue lo que te pasó?

—No quiero hablar.

—Entonces no hables —dijo Luna restándole importancia—. Una vez me rompí el labio porque corrí de la colina detrás de mi casa abajo, ¿sabes?

Luna no esperaba respuesta; Theo tampoco dio señales de haberla escuchado.

Recordaba su hogar con cariño, hasta con nostalgia. No podía esperar a que Harry ganara la guerra para poder volver y correr de nuevo por la colina. Su casa debía estar llena de polvo, no le extrañaría que las Doxys hubieran hecho nidos allí.

—Había un pájaro invisible que estaba persiguiendo, podía escucharlo, te lo juro, mi padre me había contado sobre él. Salí corriendo del patio de mi casa para que se hiciera visible ante mí. Corrí sin darme cuenta de hacia dónde iba. —De pequeña solía caerse bastante. Sus rodillas estaban llenas de cicatrices—. Me tropecé a mitad de camino y me partí el labio. Dolió, pero papá dijo que se veía bien. A ti también se te ve bien. ¿Valió la pena hacértelo?

—¿El corte? —preguntó Theo con incredulidad. Luna no entendía por qué.

—Sí. Yo tengo una pequeña cicatriz, pero no me arrepiento. —Tocó el pequeño relieve de su labio—. ¿Valió la pena?

—No fui yo. Mi padre me lo hizo.

Luna no comprendió de inmediato. Su papá jamás le había puesto la mano encima, se le hacía extraño pensar que existían otros padres que sí que lo hacían. Como algo sacado de un cuento.

—Oh, eso no es muy agradable de su parte.

La cabeza de Theo apareció en la esquina. Se había dado vuelta para mirarla y tenía una sonrisa extrañada en el rostro.

—No, para nada agradable —dijo con cierta cautela.

—¿Por qué tú padre es tan grosero? La otra vez me dejó sin comer porque le dije que era vegetariana.

La sonrisa de Theo se hizo más amplia.

—Fue criado por cangrejos.

—¿Cangrejos?

—Ajá.

Luna pensó que era un poco extraño, pero de igual forma tenía sentido: los cangrejos poseen pinzas capaces de cortar carne, y se alimentaban de prácticamente todo. Un hombre criado por cangrejos no podía ser amable.

Luna se acercó a la reja y se sentó a unos centímetros de Theo, apoyando la espalda en los barrotes. Este la seguía mirando. Siempre que la visitaba se mantenían a cierta distancia, aquella era la primera vez que se sentaban al lado del otro.

—¿Te duele? —preguntó Luna. Al tenerlo tan cerca era capaz de dilucidar la profundidad del corte.

—Nah, he tenido heridas peores.

—¿Por qué no la cierras?

—Me la abrirá de nuevo.

Luna hizo una mueca. Parte de sí quiso tocar los labios de Theo para ayudarle a sanar.

—No me agrada tu padre.

—Créeme —Theo suspiró, y cabellos cayeron encima de su frente—, a mí tampoco.

Se quedaron mirando. Los ojos de Theo eran del mismo color que el pasto que crecía en su casa: verde apagado, tan apagado que de lejos Luna creyó que eran cafés. Tenía unas salpicaduras amarillas y naranjas alrededor del iris. Eran preciosos. Se preguntó si Theo podría darle uno para guardarlo cuando se muriera.

—¿Te gusta el arte, Luna? —preguntó Theo de pronto.

Era la primera vez que la llamaba así.

—¿A quién no le gusta? —dijo ella.

—A los amargados, supongo.

—¿A tu padre no le gusta el arte?

Él esbozó una leve sonrisa, finalmente cortando el contacto visual.

—Una de mis habilidades mágicas que obtuve en la ceremonia de los quince fue... el arte mágico —dijo Theo—. Mi padre nunca ha querido que- que practique en él, mucho menos que alguien sepa que ese es mi don. Draco tiene la Alquimia, y las Greengrass la Oclumancia y la Legeremancia, pero... bueno, me gusta. Estaba pintando cuando él entró. Por eso me rompió el labio.

Bueno, ahora Luna no sólo pensaba que el padre de Theo era desagradable, sino que además era estúpido. Su papá siempre decía que la inteligencia se cultivaba a través del arte, y el arte podía venir de distintas formas. Que le molestara encontrar a Theo pintando... Luna creía que era tonto. Eso explicaba por qué no pensaba antes de actuar tan violentamente.

—Una vez pinté la palabra amigos más de mil veces en mi techo —dijo Luna después de un rato. Theo volvió a dedicarle una de esas sonrisas extrañadas.

—Supongo que a ti nadie te rompió el labio por eso.

—Mi papá me ayudó a pintar.

Esta vez, Theo soltó una pequeña risa.

—Creo que si algún día tengo hijos, sería como tu padre.

—Entonces serías un padre excelente.

—Espero serlo. Uno de mis sueños es tener hijos. Al mayor quiero ponerle Caleb. Si es chica... Pandora.

Sin pensarlo, Luna estiró el brazo y lo pasó por el espacio de los barrotes para tomar su mano, emocionada por escuchar el nombre de su madre.

—Estoy segura de que lo lograrás.

•••

Luna se soltó del agarre de Madam Pomfrey con horror.

—No.

Madam Pomfrey la miró con los ojos llenos de lágrimas; era una mirada cargada de lástima. Luna negaba una y otra vez. A pesar de que una parte de sí lo sospechaba... deseaba que fuera una broma. Necesitaba que fuera una broma.

—Tienes 14 semanas, Luna.

—No.

Luna se levantó y comenzó a caminar por la habitación. Eveline la esperaba afuera, y Theo estaba en el cuarto del frente. Aunque daba igual dónde estuviera, porque nunca se enteraría de esto. Theo jamás recordaría este fragmento del tiempo.

Es posible que nunca llegara a enterarse de que Luna estaba embarazada y tenía catorce semanas.

Llevó las manos hasta su vientre y tocó, temblando. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo había pasado esto? La guerra había terminado tres meses atrás.

¿Cómo se enfrentaba a esto?

Molly fue a visitarla al día siguiente. Estaba vestida de negro y llevaba una tarta en su mano. Luna no se giró a saludarla cuando la oyó entrar al cuarto, simplemente continuó tendida a un lado de Theo mirando su cara, pidiéndole telepáticamente que regresara a ella.

Diciéndole que uno de sus sueños acababan de cumplirse.

—¿Cómo estás, Luna?

Naturalmente, Luna no respondió. Theo tenía los ojos fijos en el techo y parpadeaba lento, como si la acción le costara.

Esto es lo que vería cada mañana al despertar, pensó Luna. Esto es lo que una Luna de otro mundo vería.

—Poppy me contó... me contó lo de tu embarazo.

Embarazo era una palabra graciosa. Luna no llamaría a lo que le estaba pasando un "embarazo". Ella estaba cultivando, existía un ser creciendo dentro suyo que con cada día se hacía más grande y real. Lo único que Madam Pomfrey hizo fue confirmar algo que Luna ya sabía, algo que ya había sentido, porque- ¿cómo no iba a sentir a un ser humano cultivarse dentro suyo?

—Es lindo... estar embarazada. Es lindo saber que estás creando una vida, a otra pequeña persona. —Molly se sentó en la cama. Luna sintió el peso en el colchón—. Recuerdo haber estado embarazada e imaginar cómo serían mis hijos. Me preguntaba qué habilidades tendrían, o qué defectos. Pero al final... los hijos son impredecibles.

Bueno... no. Luna no había pensado en eso, y tampoco quería. No quería poner expectativas sobre el niño que venía en camino. Sentía que no era justo.

—A pesar... a pesar del dolor, no me arrepiento —Molly susurró. La desolación era palpable en cada sílaba—. Tenerlos fue lo mejor que me ha pasado. Sentiría este dolor millones de veces, con tal de sostenerlos en mis brazos como la primera vez.

Luna se preguntó si estaba pensando en sus hijos perdidos. En Fred, Ginny, y Ron. Sin duda era de alguien valiente continuar viva a pesar de que ellos ya no estuvieran. Era mil veces más valeroso decir que pasaría por ese dolor de nuevo, si eso significaba sostenerlos como lo hizo. Luna no creía ser así de fuerte. Se arrepentía de Theo, ¿no?

Cualquier cosa era mejor que este dolor.

—El embarazo, traer un niño al mundo, Luna... no tiene por qué ser doloroso. Si has decidido tenerlo, entonces no tiene que ser doloroso...

Molly puso una mano encima de su pierna y le dio unas palmaditas. Estaba llorando, Luna podía sentirlo en la magia y el tono de su voz, y de haber podido hablar, no sabría qué decir, porque Luna no sentía dolor cuando pensaba en el niño que cultivaba. Luna se sentía acompañada, y quizás ese era el problema. La culpabilidad amenazaba con comérsela viva.

Estaba teniendo un hijo para no estar sola.

En momentos así extrañaba a Ginny como nunca. Ella sabría que hacer, porque Ginny siempre sabía qué hacer. ¿Qué daría Luna para poder tener una última conversación? Oh, le encantaría saber qué pensaba de las relaciones entre Mortífagos que había en la Orden. Seguramente haría un comentario ácido y se burlaría de ellos como si no hubiera un mañana. Es que era cómico. Luna, ¿embarazada de un Mortífago con el que jamás habló durante Hogwarts? Por favor, ni siquiera sabía que existía.

Y ahora lo amaba.

Luna no supo cuánto tiempo pasó en ese cuarto, ni mucho menos cuándo se marchó Molly. Las estrellas aparecieron en el cielo, y Theo continuó mirando el techo de su habitación.

Ella se acurrucó a su lado y cerró los ojos.

Tal vez en la mañana las cosas serían diferentes.

•••

Creo que lo sentí antes de saberlo.

Fue como si algo dentro se hubiera movido. Su magia me recorrió al igual que un escalofrío en medio de la nieve. Simplemente lo supe, y no tuve idea de cómo actuar, o si debía hacer algo. Siempre he tenido claro qué decisiones tomar... Se siente raro no controlar tus acciones.

¿Traer a un hijo a este mundo es una bendición o una maldición?

A veces pienso en la niña que alguna vez fui y me entran unas ganas irremediables de llorar. Ella habría contestado la primera opción sin dudar. Ella habría fantaseado de inmediato con todas las cosas que le mostraría a esa nueva criatura, con todo lo que le enseñaría. Esa chica habría reído de la felicidad, y su padre hubiese hecho a su nieto el bebé más querido y malcriado del mundo. Tal vez la gente pensaría que eran una familia de raritos, ¿pero qué importaba? Serían felices.

En ese sueño, Theo estaba junto a ella y sería el hombre más feliz de la tierra, aunque apenas lo demostrara. No la dejaría hacer nada, para cuidarla. Él pondría la lógica en aquellas situaciones en las que ella andaría por las nubes. Funcionarían a su propia manera.

Era algo bonito de imaginar, pero al final de todo, sólo se trataba de eso: una imaginación.

Para vivir en esa fantasía, jamás debería haber sido secuestrada. La guerra nunca tendría que haber sucedido. Yo debería seguir siendo esa chica.

A estas alturas, como el resto del mundo, no sé nada. No sé si debo traer a un niño a este mundo que apenas está levantándose de las cenizas. No sé si quiero que crezca con la sombra de un padre. Dudo que Theo lo hubiera querido también. Siempre quiso hijos, o eso me dijo. Su mayor deseo era estar ahí para su hijo o hija el día que tuviera un bebé, para criarlo y acompañarlo como su padre nunca hizo. ¿No es triste darse cuenta de que uno de sus sueños se cumplió, y él nunca lo sabrá?

Tengo que ser honesta. En estos momentos me arrepiento de él. Me arrepiento de todas las decisiones que me llevaron a enamorarme de él. Si no fuera por eso, nada de esto habría pasado. Hubiésemos encontrado la felicidad en otras cosas. Prefiero millones de veces una vida en la que nunca cruzamos caminos que... esto. Lo que quedó de la nada que fuimos.

No sé por qué continúo divagando, por qué me convenzo a mí misma de que no sé lo que haré. Lo que no sé es si se trata de lo correcto; no tengo idea de cómo sentirme respecto a mi elección, pero como dije, sé muy bien lo que he elegido... porque soy débil. Porque sin importar cuánto reflexione, sé que nunca podría dejar ir cualquier pedazo de Theo que me quedara. Este niño es parte de él.

Espero no equivocarme.

Creo que todos nos hemos equivocado lo suficiente para llenar océanos de errores.

•••

Draco y Harry fueron a visitarla a la mansión varios meses después de que la guerra terminara. Luna no llevaba la cuenta. Molly y Hermione le compraban lo necesario para subsistir, y Luna no quería involucrarse en nada que tuviera que ver con el mundo mágico o el tiempo. Su vida consistía en levantarse por la mañana, pasar tiempo con Theo, y acompañar a Eveline en el salón principal, mirando por la ventana mientras la chica se sentaba en el rincón.

—Harry —dijo Luna cuando estuvieron frente a la entrada—. Draco.

Ambos estaban desgastados, no había otra palabra para describirlos. Eran como pinturas a las que se les despintó el color y a las cuales se les doblaron los bordes. Luna quería recomponerlos, pero sólo existía un artista en esa casa y no era ella.

—Draco vino a ver a Theo, y yo a ti —Harry dijo—. Eh... estoy aliviado de que hayas- de que tú no... ¿cómo estás?, ¿y el bebé...?

—Bien —Luna completó antes de que siguiera hablando. Estaba claro que Harry no tenía idea de cómo abordar el tema—. Theo, bien. Yo, bien.

Harry pasó saliva.

—Sí, Luna.

Luna dio media vuelta y caminó hacia la entrada de la mansión, esperando que la siguieran. Dentro, y casi por inercia, abrió la puerta del salón donde estaba Eveline. Harry apenas lo dudó; se separó de ambos y entró a la habitación. Draco estaba muy quieto a sus espaldas.

—Hola, Eveline —oyó decir a Harry antes de cerrar la puerta.

Luna guió a Draco hasta la habitación de Theo, quien ese día fue acomodado por ella para que mirara hacia afuera. No se quedó, no fue capaz de verlo por demasiado tiempo. Una cosa era la miseria compartida por dos, otra era mostrarla al mundo. Esto se sentía como sacar la colección rota de platos y exponerla ante los invitados. Una parte de sí quería lanzarse encima de Theo y protegerlo de Draco, pero no estaba en el derecho de negarle nada. Theo no lo habría querido, por algo les dijo que vinieran.

Cuando llegó al salón en que dejó a Eveline y Harry, le sorprendió un poco escucharla hablar tanto. A veces Eveline solía contarle historias de su niñez; historias increíblemente llenas de privilegios. Luna escuchaba atentamente, porque, ¿qué más iba a hacer? Sin embargo, la mayoría del tiempo, ambas se hacían compañía sin decir una palabra. Luna le había enseñado a bordar y coser, tal como su padre hizo, y de pronto la encontraba cosiendo figuras en sus ropas nuevas. La mayoría eran flores.

—... siento que lo que he hecho me está persiguiendo. Me despierto en la noche gritando, y- y no sé cómo seguir. Cada vez que me voy a dormir me pregunto si alguna vez seré capaz de superarlo.

Luna se quedó fuera de la sala cuando la oyó. No para espiar, sino para darles unos minutos de privacidad a Harry y Eveline.

—¿Y cuando estás despierta? —dijo Harry con cuidado.

Podía sentir a alguno de los dos caminando por el cuarto, pero cuando la pregunta colgó en el aire esperando ser respondida, los pasos se detuvieron. Casi era capaz de verlos mirarse el uno al otro, comunicándose sin decirse nada.

—Cuando estoy despierta, sé qué no puedo.

Con cada semana, las cosas que Eveline decía tenían más sentido. A veces, como aquel día, amanecía especialmente lúcida, aunque eso no quería decir que había parado de tener sus momentos. De pronto, Eveline preguntaba por su familia y despotricaba contra los nacidos de muggles. Eso rápidamente se pasaba una vez que Luna le recordaba quién era.

—No me mires así —Eveline murmuró—. No- no busco simpatía. No tengo excusa para lo que hice.

—Tú no mataste a esa gente, Eveline.

—Se siente así. —El tono de la chica era crudo, contrastando con el de Harry quien parecía estar hablando con alguien hecho de porcelana—. Yo dije su nombre. Lo sabe, ¿no? Yo fui la que dijo su nombre en la base bajo el Bosque Prohibido. No pensé antes de hacerlo, fue un accidente, pero... fui yo.

Era algo obvio, algo que todos sospechaban, pero debía ser la primera vez que lo admitía en voz alta. Luna tragó la amargura que se alojó debajo de su lengua. No le correspondía adjudicarle a Eveline las muertes de esas personas inocentes.

—¿Deseabas que ellos se murieran? —preguntó Harry con cuidado. No existía juicio en su voz, sólo curiosidad y... ¿afecto?

No, algo distinto.

—Creí que lo deseaba, hasta que pasó. Y me arrepiento de eso- fue mi culpa.

—Es bueno que te arrepientas.

Una vez más, los pasos se detuvieron. Eveline era la que paseaba.

—¿Por qué?

—Demuestra que te importa, que no quieres ser así —Harry respondió con facilidad—. Demuestra que no eres el monstruo que piensas ser.

—Usted no me conoce.

—No, pero sé lo que es la maldad. He conocido monstruos... Tú no eres uno de ellos.

El tono de Harry poseía ternura, una sensibilidad que Luna ni siquiera le había visto usar con Draco. Eveline debía representar algo diferente, especial...

Como una hija.

—¿El señor Astaroth lo es?

—Su nombre es Draco —dijo Harry automáticamente—, y no. No para mí.

Sonaba delirante: el grito de un hombre desesperado por convencerse a sí mismo.

Luna pensó en Theo. A diferencia de Draco, él había dejado un camino de cadáveres por cada paso que daba. Mató a su padre, Luna lo sabía. Se preguntaba si en el futuro, cuando el resto del mundo supiera que a sus ojos Theo le parecía un ángel y no un demonio... se sentirían igual que ella escuchando a Harry.

—¿Cómo es que vive consigo mismo después de todo? —susurró Eveline.

Durante un rato, nadie dijo nada, ¿qué respondías a eso? Cada uno vive como puede, si es que se le puede llamar a este después "vida". No había una fórmula. Ojalá existiera. Luna la anotaría para repartirla al mundo.

—¿Piensas volver a Hogwarts a terminar tu último año cuando lo reconstruyan? —acabó preguntando Harry. El urgente cambio de tema era notorio, pero Eveline no comentó nada.

—No creo que nadie me querría allí.

—Tienes la oportunidad de hacer las cosas diferentes.

—Aunque me disculpara, no merezco su perdón.

—No depende de ti decidir eso. Lo único que depende de ti, es ofrecer las disculpas. —Harry hizo una pausa, como si estuviera pensando qué decir a continuación. Luna se sentía mal por seguir escuchando a sus espaldas—. Yo jamás volví a mi último año, ¿sabes?

—¿Por qué?

—Bueno, era un poco difícil considerando que Voldemort fingió mi muerte y yo tenía que ganar una guerra.

Eveline soltó una risita.

—¿Va a volver ahora?

—Nah, es muy tarde para mí... —Harry ya no sonaba triste ni enojado, sólo- resignado—. Para ti todavía puede existir un futuro.

Luna decidió que era un buen momento para entrar, dado que ya habían tocado los temas más densos. Tanto Harry como Eveline se encontraban sentados en distintos sillones, uno frente al otro. Harry le dedicó una sonrisa cuando la vio, y Eveline bajó la mirada.

—¿Qué opinas tú, Luna? —dijo él.

Luna asumió que hablaban sobre volver a clases.

—Hogwarts. —Asintió.

Eveline levantó un poco los ojos con un atisbo de cautela, y encontró los suyos. En ocasiones actuaba así, como si le avergonzara estar cerca de Luna.

—Hogwarts será, entonces —susurró ella.

—Creo que serías una buena Ravenclaw —dijo Harry.

—No tengo idea de qué es eso.

Luna sintió una punzada de dolor al oírla.

—Ya lo averiguarás.

Minutos más tarde cuando Draco regresó y él junto a Harry se marcharon, Luna se paró junto a la ventana. Todos los días se parecían al otro dentro de esa casa. No quería que eso fuera el resto de su vida, mucho menos de su hijo. Necesitaba volver a salir. No deseaba tener nada que ver con el mundo mágico, pero necesitaba salir.

—¿Tú me odias, Luna?

Luna se giró al escucharla, pero Eveline no la estaba mirando. En sus manos había un vestido blanco en el cual bordaba rosas rosadas. Bajo la luz de la tarde y el cabello peinado en una coleta se veía tan... joven. Eveline era sólo una chica a la deriva en el mundo; Luna no la odiaba.

Cuando era pequeña, solía adoptar los animales heridos que se encontraba. Sanó colibríes, sapos, ratas y hasta serpientes. No quería decir que Eveline era un animal, pero ciertamente estaba herida.

Luna tenía experiencia con lo roto.

Se acercó despacio a la chica para no asustarla y tomó su barbilla. Ella la miró. Sus ojos seguían igual de perturbados que el primer día: grandes, vacíos y perdidos, como si no estuviera mirando a nadie en realidad. Eran como dos cuencos sin vida que estaban ahí, sin realmente estar ahí.

Luna se agachó y con toda la suavidad del mundo, dejó un beso en su frente.

Como si eso alguna vez podría remediar algo.

•••

Luna comenzó a visitar a los Weasley para salir de esa mansión.

Nunca se marchaba por demasiado tiempo, porque no quería dejar solo a Theo, y porque Eveline se negaba a salir de casa aún. Sin embargo, cada visita a La Madriguera le hacía sentir que las cosas estaban cayendo en su lugar. Que todo estaba volviendo a ser como antes.

Eso era una mentira, por supuesto, pero siempre le gustó pretender.

Las ausencias eran notorias en la casa, tan notorias que había días en los que nadie podía sacar a Molly de su asiento. Hermione siempre estaba ahí para ayudarla, al menos cada vez que Luna iba. Suponía que estaban sanando juntas, lamiendo sus heridas como los leones hacen. Luna extrañaba verlas todos los días, las extrañaba a ambas. Molly cuidó de Luna mientras estuvieron encerrados, y Hermione y ella conectaron como nunca hicieron en Hogwarts.

Y aún así, su dolor se le hacía ajeno.

Si, Luna quiso mucho a Ron. A él, y a Ginny, y... obviamente lamentaba la muerte de Fred. Pero su dolor y su duelo se encontraba en una casa vacía y silenciosa, no en aquella cáscara que antes solía estar llena de vida. Entendía por qué Hermione y Molly se juntaron para compartir sus penas. Eso no quería decir que no le hiciera sentir sola.

—Hoy revisamos la ley que esclavizó a los niños Servi —Hermione dijo cuando Luna se sentó a su lado, pasándole una taza de té—. Malfoy se encargó de que no pudieran matarlos, pero los Mortífagos encontraron maneras de no obedecer y... de divertirse. Es asqueroso.

El vientre del embarazo le hacía difícil moverse o concentrarse. Lo único en lo que pensaba era que iba a explotar. Literalmente, Luna sentía que un día iba a estallar y desinflarse. Trató de prestarle completa atención a Hermione porque este era un tema relevante pero- Merlín, su espalda dolía.

—Yo pude haber sido uno de ellos, ¿sabes? —susurró Hermione, revolviendo su taza—. De haber nacido unos cuantos años después, yo habría sido uno de ellos.

Luna hizo una mueca. Le habría gustado poder hablar, pero tampoco tenía idea de qué serviría de consuelo en esta situación, o si es que había un consuelo. Hermione tenía ojeras bajo los ojos y estaba demasiado delgada, más de lo que lo estuvo en la base. De todas maneras no se veía frágil, jamás lo hacía, Hermione estaba hecha de madera y piedra.

—No puedo evitar sentir que tuve suerte —dijo ella soltando una risa que desbordaba en amargura—. Es jodido. Es tan jodido sentir que cada momento de tu vida no es tuyo- no te pertenece. Es prestado. Alguien o algo te permitió vivir así. No he estado exenta de dolor, pero he estado exenta de pasar por... eso.

Luna no lo pensó. Al ver lágrimas en los ojos de Hermione, dejó el té en la mesa y se inclinó en su lugar para poner una mano encima de la de su amiga. Hermione dio vuelta la suya para entrelazar sus dedos. Se sostuvieron la una a la otra con una fuerza que podía quebrar huesos. Hermione agachó la cabeza y comenzó a llorar.

—No quiero sentirme así —dijo—. No quiero- no quiero esto. Saber que hay gente que la pasó peor.

Había un matiz de cansancio en su voz que parecía agitar toda su alma. Luna también estaba harta. Ya habían pasado varios meses desde que sonaron las campanas de la victoria, ¿y dónde estaba la felicidad prometida?

El después de la guerra era como vivir en medio del río Aqueronte.

—¿Es egoísta de mi parte? —preguntó Hermione con un hilo de voz, asustada y exhausta.

Astoria le dijo una vez que Luna veía lo mejor en las personas, porque ella también lo hacía. Dijo que debía tener cuidado porque eso no siempre era bueno, y lo malo podía pesar más que las cualidades. Luna no quería pensar así. Luna quería creer que todos, o al menos los que deseaban redimirse, tenían algo bueno que pesaba más que lo malo.

Por eso no entendía el conflicto de Hermione. Obviamente no era egoísta, nada egoísta, pero incluso si lo fuera, Luna creía que Hermione tenía derecho a poseer ese defecto, o a tener un momento de egoísmo después de todo lo que había pasado.

El altruismo de Hermione pesaba más.

Luna le dio el último apretón a su mano y negó suavemente. A su lado había una hoja de papel y un lápiz, como siempre que iba a visitar La Madriguera, y los tomó. Miró brevemente hacia afuera, a su antigua casa, y dejó salir una larga y cansada respiración.

"Eres una de las personas menos egoístas que conozco", escribió Luna en el papel.

Esperaba que Hermione fuera capaz de creerle.

•••

Hermione Granger es mi mejor amiga, y es una nacida de muggles.

Ha sido discriminada desde que llegó al mundo mágico. Tuvo que borrarle los recuerdos a sus padres cuando la guerra empezó para que no los asesinaran. Fue torturada, no una, sino múltiples veces. Perdió varios dedos de la mano durante la guerra. Los Mortífagos la atacaron de una manera asquerosa durante una misión. Perdió al amor de su vida en la última batalla.

Y hoy dijo que, a comparación de otros nacidos de muggles, ella ha tenido suerte.

Cuando pienso en la totalidad del Régimen Purista no puedo evitar que una vocecita me susurre que algunos datos han sido exagerados. No puedo evitar pensar que debe haber algo de ficción en esos informes, porque los crímenes que se cometieron son simplemente atroces., cosas que sólo pasan en los libros de horror que tenía en la biblioteca de mi casa. ¿Cómo es que Hermione ha tenido suerte? ¿Cómo a eso se le puede denominar  suerte ?

En momentos como estos sólo puedo sentir rabia. No acostumbro a sentir rabia, pero ¿qué otra cosa podría provocarme escucharla decir eso? No es justo, nada lo ha sido. ¿Qué fue tan mal en el sistema para que alguien como Tom Ryddle llegara al poder? Sabemos que el miedo jugó gran parte en su reclamo, pero muchos de sus seguidores creían lo que él profesaba, lo creyeron por casi una década. ¿Cómo?

¿Cómo es posible volver desde allí?

¿Cómo es posible empezar de cero?

•••

Luna recordaba escuchar a su madre decir que el parto fue indoloro. Luna nació tan rápido como las contracciones empezaron, y en una hora ya estaba ahí, en ese mundo.

El nacimiento de su hijo no fue así.

Luna sentía latigazos en su vientre y su espalda y sus piernas. Sentía cada molécula de sí misma infestada de aflicción. Eveline había llamado a Madam Pomfrey dos horas atrás y todavía nada. Su frente estaba perlada de sudor y sus ojos ya no podían mantenerse abiertos. Era como una pesadilla.

—Tú puedes hacerlo —una voz dijo en su oído—. Estoy justo a tu lado. ¿Me sientes?

Por un momento, Luna miró hacia el costado y allí vio a Theo, alto y celestial. Sus ojos verdes se encontraban fijos en su vientre bajo y una de sus manos tomaba la de Luna. Su alma cantó con un desasosiego tan enorme que sintió que devoró la habitación entera. Theo besó su frente como si quisiera sanar su dolor, y de cierta forma lo hizo. Siempre fue capaz de hacerlo. Una vez le dijo que sentía que fue puesto en esa tierra para proteger a Luna de cualquier daño.

El resto del parto era una imagen borrosa en su cabeza.

Hubo gritos, palabras de ánimo, paños mojados y mucha sangre. Luna lloraba, gritaba, y la mano de Theo que afirmaba la suya jamás la soltó. Deseó que su papá estuviera ahí, que le asegurara que todo pasaría luego. Deseó que Ginny la hiciera reír.

Deseó que la alucinación de Theo hubiera sido real.

No fue hasta una hora después que Luna parpadeó y el mundo pareció volver a tener sentido, a ser el mismo de siempre. Miró hacia el lado, y quien estuvo todo ese tiempo sosteniendo su mano no era Theo, claro que no. Molly le devolvió la mirada con una sonrisa temblorosa.

Ella le hizo cariño en el cabello, y Luna fingió que aún vivía en una fantasía.

Oía pasos por todo el cuarto y distintas conversaciones. Luna suspiró, y se dio cuenta de que ya no dolía nada, de que ya no sentía absolutamente nada.

Al siguiente segundo, un sollozo estalló en las paredes.

Luna se incorporó de inmediato y miró hacia el frente. El corazón le iba a mil por hora y sintió algo que no recordaba haber sentido demasiadas veces:

Nerviosismo.

Madam Pomfrey sostenía a un bebé en brazos, pero no era cualquier bebé, no. Ese era su hijo. Estaba rojo y algo amoratado. Movía sus manos y sus piernas, y su cabello parecía pelusa. Y Luna lo amó como nada en el mundo.

Extendió los brazos, quejándose. Quería tomarlo y ponerlo junto a su pecho; escuchar sus latidos, que sus respiraciones fueran en sincronía. Eveline tiró del vestido de Madam Pomfrey y señaló a Luna, quien estaba siendo sostenida por Molly.

Luego de limpiar a su hijo, caminó hasta ella para entregárselo.

Luna nunca podría describir lo que sintió una vez que lo tuvo en sus manos. Todo desapareció. Las personas, la habitación, el aire y el mundo. El bebé pareció calmarse apenas fue depositado en los brazos de Luna, y aunque le costaba, sus ojitos se abrieron bastante cuando la tuvo enfrente. Parecía hipnotizado con su madre.

Luna se sintió en paz.

—Hola, tú...

El niño estiró un dedo como si quisiera tocarla y Luna sonrió. Aunque estuviera hinchado, juraba que era igual a Theo. Tenían la misma nariz, el mismo color de cabello y hasta los mismos ojos. Luna percibió su ausencia como nunca antes. Deseó que estuviera parado a su lado diciendo esto, diciendo lo mucho que su hijo se parecía a él. El bebé continuaba mirándola. No se daba cuenta de que su madre estaba llorando.

—Caleb —susurró Luna peinando su escaso pelo.

Su nombre es Caleb.

A pesar de no tener la presencia de Theo consigo, Luna estaba a punto de estallar de la felicidad. Molly continuaba a su lado. Eveline se puso en el otro, y Madam Pomfrey enfrente. Las tres miraban a Caleb con devoción y alegría. Luna podía sentir el cariño emanando de cada uno de sus poros. Su hijo podía sentirlo también.

Por primera vez en mucho tiempo, Luna tuvo la certeza de que jamás volvería a estar sola.

•••

Ahora entiendo por qué siempre dicen que los hijos son el verdadero amor de tu vida.

Dentro de la Gran Bretaña post-purista es difícil creer que la felicidad puede llegar así, tan de sopetón, tan escandalosa y grandiosamente. Es difícil pensar que el tiempo está avanzando y que no nos hemos quedado pegados en esas terribles horas que le siguieron a la última batalla, Pero me alegra que sea de esa forma. Me alegra descubrir que el mundo también tiene cosas lindas, y que vale la pena quedarse en él para vivirlas.

No quiero poner esta carga en los hombros de mi hijo, pero mentiría si dijera que él no le ha dado un propósito a mi existencia. Cada vez que lo veo pienso en las begonias que crecían en el patio de mi casa, esas que sobrevivían a los vientos, la nieve y el frío. Él llegó en un periodo de tiempo en el que el mundo está recién aprendiendo a caminar de nuevo, pero al menos está moviéndose.

Al menos, esta vez, después del invierno sabemos que vendrá la primavera.

•••

Desde que se recuperó del parto, Luna llevaba a Caleb a la habitación de su padre todos los días.

Mientras las semanas avanzaban cada vez era más claro que se parecía a Theo, y daría lo que fuera para que este pudiera verlo también. Luna arrastraba la silla para sentarse a su lado y tararear melodías, o para mirar a través de la ventana el gran jardín de la mansión. No sabía por cuánto tiempo continuaría haciendo eso, o si alguna vez se detendría, pero por ahora todavía era capaz de fingir que estaba todo bien, porque, al final de todo, su hijo era un bebé sano y Theo no estaba muerto.

Theo estaba ahí.

Luna no lo perdió.

De pronto, pensaba que quizás se estaba recuperando. Theo hacía sonidos incoherentes, pero a veces parecía formar palabras que le hacían creer a Luna en su recuperación. Sin embargo, siempre que miraba su pulsera... esta no brillaba.

Ahí sabía que era una farsa.

Durante su cautiverio, casi diez años atrás, Luna se quebró. Fue un antes y un después en su vida. Ella comenzó a ver el mundo tal como era después de eso, o por lo menos no sabía distinguir cuál era la realidad. Theo llegó a su celda, como siempre. Ni siquiera su presencia pudo levantarle los ánimos.

—Lo siento... —dijo él.

Luna no lo miró. Estaba en el suelo al final de la celda con la cabeza metida entre los brazos. No quería mirarlo y pensar que se veía diferente. Que Theo se sentía diferente.

—Ni siquiera sé si esto es real —murmuró Luna.

—Tócame.

Durante un instante, ninguno se movió; podía sentir el desamparo en la magia de Theo, aunque este intentaba enmascararlo. Entonces, oyó que caminaba, y sus múltiples anillos sonaron al chocar con los barrotes de la celda. Estaba metiendo la mano por el espacio entre ellos.

—¿Luna? —dijo con preocupación—. ¿Por favor?

Theo se oía sincero, y aunque no quería, eso bastó para que Luna accediera. Tomando hondas bocanadas de aire, se levantó de su lugar. No lo miraba a la cara, sus ojos estaban fijos en la mano estirada hacia ella en medio de los barrotes.

Cuando la tomó, fue igual que ser capaz de respirar en medio del sofoco. La sensación era tan grande, tan abrumadora, que no podía estar segura de que fuera real. No sabía qué era peor, la forma suave en que Theo acariciaba el dorso de su mano, o sentirse en el borde del sueño y la realidad.

—No es suficiente —murmuró Luna.

Las palabras parecieron golpearla más a ella que a Theo.

Antes era distinto, antes Theo la anclaba a la tierra. Saber que eso cambió sacudió algo en sus rodillas y entrañas. Luna enterró las uñas en la mano de Theo empezando a temblar.

—Solía reconocerte hasta en la oscuridad —dijo ella mirando sus dedos—. Ahora...

Ahora ni la luz del sol podría ayudarme.

Theo le dio un último apretón a su mano, antes de atreverse y meter el brazo completo por los barrotes. Sostuvo a Luna de la mandíbula, acunando su rostro. Luna se negaba a mirarlo. Se negaba a pensar que todo cambió. Podía convencerse a sí misma si no lo veía a los ojos.

—Tal vez basta con que yo te reconozca —susurró él.

Luna envolvió los dedos en su brazo, y volvió a enterrar las uñas.

—¿Puedes? —dijo.

Theo acarició su mejilla con el pulgar.

—Siempre.

Sólo ahí, Luna se atrevió a levantar la mirada.

Algunos rizos caían encima de la frente de Theo. Su ceja estaba abierta y había unos pocos moretones en su párpado. Los pozos verdes eran tan claros que por un momento brillaron más que la vida misma.

Luna cerró los ojos.

Y entonces, estaba llorando.

¿Qué estaba haciendo? ¿Dónde carajos estaba metida? Luna quería ver a su papá; quería volver con sus amigos. Ya no soportaba esas paredes, y mucho menos estar sola con sus pensamientos. Theo ayudaba, pero dudaba que de ahora en adelante fuera suficiente, no cuando Luna veía la realidad tan clara.

Theo no le pertenecía.

Theo no era su amigo.

Era su captor.

Luna cayó al suelo, llorando sin parar. No recordaba cuándo fue la última vez que lloró de esa manera. Nunca lo hacía, ¿por qué llorarías si existían tantas cosas por las que estar feliz? La vida era linda.

Theo cayó al otro lado, del lado de la libertad. Luna no podía mirarlo de nuevo sin sentir una punzada en su corazón.

Si le hubiesen preguntado antes, nunca hubiera creído que los corazones podían romperse, no de verdad.

—Lo siento —dijo Theo con la voz estrangulada—. Lo siento tanto...

—Necesito conocerme. —Luna se alejó de su tacto, de él—. Sólo necesito conocerme, y aquí no-

Aquí no puedo.

Si Theo fuese algo más que su captor, la hubiese sacado de ahí. Luna se aferró a él porque en ese lugar era lo único que tenía, pero ya no más- ya no tenía nada. Ningún conocimiento ni certeza además de que era un rehén.

Desde ese día, Luna no pronunció una palabra.

Semanas más tarde, Theo la sacó de ahí.

Luna regresó a la gente que la quería, a sus antiguas amistades, y aunque Theo ahora espiaba para la Orden, apenas se veían. Él mantuvo sus distancias. Luna obtuvo todo lo que necesitaba para sanar, y estaba agradecida, pero... eso tampoco era suficiente para saber quién era. Le faltaba Theo.

Luna nunca se había conocido a sí misma tan bien como cuando estaba con él.

Theo la miraba, y se sentía... vista. No sabía cómo explicarlo en palabras. Tal vez lo más parecido es cuando una persona es capaz de diferenciar a dos gemelos porque uno es quien amas. Cuando un Amo es capaz de diferenciar a su mascota de 50 animales iguales. Theo la miraba, y Luna se sentía reconocida.

Por esa razón creó aquel brazalete.

Luna siempre le hacía joyería a Theo, pero esa pulsera- esa era especial. Pasó meses encantándola para que brillara cada vez que la mirara, y luego ella se hizo una igual. Así sus corazones podían encontrarse en medio de la oscuridad, incluso cuando ella creyera que ahora era imposible. Le servía tener el recordatorio de que su mente podía engañarla, pero sus sentimientos no. Creyó que esa seguridad perduraría por siempre.

Pero desde la Batalla de Hogwarts, la pulsera de Theo nunca brillaba al verla.

—Luna —dijo Eveline desde la puerta—. Hay un hombre esperándote.

Luna parpadeó como si hubiese sido despertada. Claro que había un hombre esperando en las protecciones, sentía su magia vagamente.

Eveline continuaba esperando una respuesta. Había pasado más de un año desde la última batalla y se notaba en la chica, ya que lucía más compuesta que nunca. Se cortó el cabello luego de no haberlo cepillado en meses; la hacía ver saludable.

Luna asintió y le hizo una seña para que dejara entrar al hombre. Eveline se marchó para dejarlo pasar, no sin antes sonreírle a Caleb quien se removió en los brazos de Luna, bostezando. Luna también sonrió, le era imposible no hacerlo cada que lo veía.

—Siento llegar así —dijo una voz minutos más tarde—. Quería visitar a Theo.

Luna levantó la mirada, encontrando a Draco Malfoy frente a ella parado como si su cuerpo no pudiera con la incomodidad. Tanto él como Harry habían venido repetidas veces durante su embarazo, pero desde el nacimiento de Caleb, sólo era Harry. A Luna no le molestaba; para Draco debía ser más difícil ver a su hijo que para cualquier otra persona.

—¿Harry? —dijo Luna.

—Está bien —respondió él—. Te manda saludos.

Aunque la hubiera visitado en distintas ocasiones, seguía siendo extraño ver a Draco vestido de forma casual, considerando que por un largo tiempo su único atuendo fueron túnicas negras, altas y hechas a la medida junto a un broche de gota roja. En la actualidad, sus ropas estaban llenas de colores pasteles o beige, y en su mayoría, eran más grandes de lo que debían. Incluso con esa gran cicatriz en su cara, su vestimenta le hacía parecer más joven e inocente, como un Remus Lupin en sus veinte.

—Me dijo... —comentó Draco con suavidad. Sus ojos estaban puestos en su hijo—. Le has puesto Caleb.

Luna asintió.

Draco esbozó una débil sonrisa. Cualquiera que lo viera así por la calle sería incapaz de pensar que él era Astaroth.

—Theo siempre quiso ponerle ese nombre a su hijo, desde que éramos pequeños —murmuró, tomando asiento al otro lado de la cama de Theo—. Eh... siempre lo reservó para una mascota, pero su padre no lo dejaba tener una. Al final acabó resignándose.

Luna se preguntó brevemente si Draco se dio cuenta de que –sin quererlo– comparó a su hijo con una mascota, pero lo dejó pasar. No es que le molestara, además. Si Theo estuviera allí, era probable que él hubiese contado esa anécdota.

La sonrisa de Draco se desvaneció y sus ojos ahora se enfocaron en Theo. Usaba una camiseta celeste que lo hacía brillar de una manera vulnerable.

—Lo extraño —confesó como si fuera un secreto, como si Luna no lo notara—. Más que nada. Más que cualquier otra cosa... era mi mejor amigo, y lo extraño. Necesito que me diga cómo... Simplemente cómo.

Theo solía hablar de Draco. Cuando estuvo cautiva y cuando salió... siempre hablaba de él. Fingía que no lo quería tanto y que le irritaba, y aunque lo último quizás era cierto a veces, eso de no quererlo se trataba de una gran mentira. Draco lucía compuesto, parecía estar acostumbrado al dolor. Luna sabía que terminaría levantándose de esto sin importar el resultado de la salud de su amigo.

Theo no lo hubiese hecho.

Draco fue la primera persona que le mostró bondad, la primera persona que lo trató con benevolencia sin esperar absolutamente nada a cambio. Luna estaba segura de que Theo medía su vida en un antes y después de Draco.

No, Theo nunca se hubiese recuperado de su pérdida. Siempre sería una espina en el costado, de esas que se incrustan en la piel y se hacen parte del cuerpo; de esas espinas que se quedan a vivir en la sangre.

—Lo siento —dijo Draco mirando la pálida cara de su amigo—. Lo siento por todo. Creo que yo debería estar en su lugar. O en el de Astoria. Ellos merecen vivir más de lo que yo lo hago.

Theo hizo unos sonidos incoherentes, casi como si respondiera a esa afirmación. Luna no podía decirle nada. Estaba hablando de Theo, y la parte más egoísta de sí deseaba afirmar esa oración.

La otra le tenía lástima.

—No sé por qué te estoy diciendo esto —murmuró Draco—. No tendrías por qué escuchar mi autocompasión.

Luna suspiró y luego de echarle una ojeada a su hijo, se levantó del asiento. Con cuidado caminó hasta Draco, y antes de poder arrepentirse, extendió los brazos para que tomara a Caleb.

Draco no hizo nada en un principio.

Nadie había tomado en brazos a Caleb, no desde el parto. Luna era incapaz de permitirlo; prefería que la espalda se le cansara en vez de entregarle de buena gana su hijo a alguien más.

Pero Draco era el mejor amigo de Theo, y podía hacer una excepción.

—Luce igual a él —dijo este, tomando a Caleb al fin.

Luna asintió. Draco quedó hipnotizado de inmediato, así como todos aquellos que pudieron observar a Caleb de cerca. Había algo en él que... te llamaba. Como un cofre lleno de oro. Luna quería ponerse delante de él para que nadie más lo viera.

—De verdad... —dijo Draco, tocando con suavidad la frente del bebé—. De verdad lo siento.

Luna puso una mano en su hombro mientras el hombre sostenía a su hijo. Draco tenía lágrimas arremolinadas en los ojos. Con cuidado, como si se fuera a romper, Luna acomodó su cabello. Era la primera vez que lo tocaba.

Lo sé.

•••

Mi padre siempre me dijo que cuando alguien lamenta en serio las cosas que hizo, debes perdonarlo. Todos tenemos derecho a caernos y a levantarnos y aprender. No nos corresponde a nosotros juzgar o condenar cuando no hemos estado en sus zapatos.

¿Pero esto puede aplicarse para todas los casos?

Draco Malfoy sirvió como el torturador personal de Tom Ryddle durante ocho años. Para cuando este libro esté publicado, es probable que ya existan otros cincuenta libros más sobre él, además de artículos e investigaciones acerca de quién fue y el rol fundamental que jugó durante la Segunda Guerra. Creó docenas de métodos de torturas y las ejecutó en los prisioneros (quienes eran mayoritariamente gente inocente); su propia casa fue un centro de torturas luego de la caída del Ministerio de Magia en el 2007.

Y estoy segura de que se arrepiente de lo que hizo.

Conocí a Draco en el colegio, compartimos lazos sanguíneos al igual que todos los sangre pura, así que conozco de primera mano cómo lo crió su familia. Desde pequeño tenía esta idea de superioridad metida en la cabeza, aunque en ese tiempo yo era demasiado ingenua para comprenderlo. Cuando lo volví a ver, años después, sólo parecía haber empeorado.

Sin embargo, Harry Potter se enamoró de él. Y así como Hermione es mi mejor amiga, Harry es mi mejor amigo y le confío la vida. Siempre lo he hecho. Si alguien como él vio lo bueno en Draco... ¿realmente su maldad es imperdonable?

No creo que me corresponda a mí juzgar, nunca fui su víctima. Yo sólo estoy pensando en sus acciones humanas, no en las heroicas que podrían redimirlo y exhortarlo de la culpa con la que carga. Tal vez lo que Harry vio fue que Draco cantaba en la ducha, o que cocinaba muy mal. Tal vez hacía ruidos nasales cuando se reía o hablaba con la boca llena. Tal vez Harry vio todas esas cosas pequeñas que lo hacían ser una persona común y corriente, y se convenció a sí mismo de que no era un monstruo. ¿Pero es eso suficiente para perdonar?

El número promedio de víctimas de Draco Malfoy supera las doscientas.

Doscientas personas que un solo hombre atormentó.

Sé que se arrepiente. Me lo dijo, Me pidió perdón, y no sólo a mí. Quizás cualquier otra persona lo habría mandado a la mierda, quizás se lo merecía, pero mientras me miraba a los ojos yo no vi al monstruo que la historia retratará, lo que yo vi fue a un hombre que está pagando las consecuencias de sus actos. Un hombre desolado que se vio envuelto en una situación imposible y tuvo que decidir transformarse en un torturador.

Sin embargo, ¿acaso eso justifica lo que hizo?, ¿es suficiente el servicio que dio a la Orden para absolverlo de sus crímenes?, ¿es suficiente comparar aquel número con todos los que salvó mientras era un espía?

¿Lo que Draco hizo siquiera era perdonable?

Como decía, no estoy en posición de juzgar. Soy consciente de quién es Theodore Nott y de las cosas que hizo, y cuando lo miro no veo a un Mortífago, sino al hombre que me cuidó hasta cuando no quería ser cuidada. Veo al hombre que se puso delante de una maldición para que no me cayera a mí. Veo al padre de mi hijo.

Tal vez mi papá tiene razón.

O tal vez él y yo estamos equivocados, y simplemente no puedo ver más allá de mi experiencia, porque nunca pasé por lo que los nacidos de muggles pasaron.

Al final del día, lo único que queda por hacer, es no dejar que existan otros Draco Malfoy o Theodore Nott.

No dejar que la misma historia se repita.

•••

—Me pediste una de mis pinturas —dijo Theo un día, mucho antes de que Luna se quebrara en aquella prisión—. Esta es una de las últimas.

Luna se acercó a los barrotes para verla. Theo la tenía metida en medio de sus túnicas y se la estaba mostrando como si le estuviese mostrando todos los secretos que yacían en el mar. No era tan grande, y se trataba más bien de un pergamino pintado con tiza. Había un hombre y una mujer dibujados; ambos se sentaban frente a frente imitando la posición del otro, y se miraban. Detrás no había más que oscuridad y unas cuantas luces que le hacían parecer el universo.

—¿Quiénes son? —preguntó Luna. No le parecían conocidos.

Theo miró a cada lado antes de responder, como si alguien fuese a pillarlos.

Otro secreto más.

—Leí una vez de ellos, en Hogwarts —susurró—. Son Penélope y Odiseo.

—Odiseo suena como un mal nombre para ponerle a un niño.

—Mi mejor amigo se llama Draco. Creo que vivo rodeado de malos nombres.

Luna sonrió y luego apuntó al hombre y a la mujer. Lucían serios.

—¿De qué están hablando?

—Es su reencuentro. Son esposos. Él tuvo que marcharse y ella esperó su regreso, pero pasaron más de diez años separados.

—¿Por qué?

—Por una guerra.

Como si hubiera sido llamada, esta pareció entrar a la habitación. La fealdad de la celda brilló. El olor a humedad se impregnó en el aire. Los barrotes de hierro se hicieron más pesados.

—Están muy lejos para ser un reencuentro —notó Luna. Habría esperado un poco más de besos, ¿no?—. ¿Por qué no se están abrazando?

—Han estado demasiado tiempo apartados del otro. Son dos extraños ahora.

—No lo creo.

—¿Qué?

Luna se encogió de hombros. Era obvio lo que le estaba diciendo.

—Que sean dos extraños. Tal vez ella no lo quería tanto.

—Pero lo esperó por más de diez años...

—¿Y? Si yo tuviera que esperarte un siglo, jamás te consideraría un desconocido.

Después de todo, Luna tenía buena memoria, obviamente reconocería a Theo, ¿cómo podría no hacerlo?

Theo la estaba mirando raro cuando Luna alzó la cabeza, como si no supiera qué hacer con ella. Eso estaba bien. La mayoría del tiempo, nadie sabía.

—Luna... —dijo él, maravillado y asustado en partes iguales—. Eso no es cierto. Yo sería diferente una vez que regresara.

—Pero yo no.

—Todos cambiamos.

Eso era cierto, pero Luna no pensaba que eso entre ellos cambiaría. Cuando alguien le importaba no solía pasar.

—No cuando se trata de nosotros —respondió, y Theo le dedicó una expresión adolorida. Luna quiso negar. No le gustaba verlo así. Su padre solía ponerlo así todo el tiempo.

—Luna —dijo él con voz débil—, soy tu secuestrador.

—No, eres mi amigo —respondió Luna con convicción—. Cuando regrese a casa, pintaré tu nombre en mi techo.

Sí, quedaría bien. Podría ponerlo justo a un lado de Ginny para así tener a las dos personas que más le importaban juntas por siempre. Luna se preguntaba qué pensaría ella de Theo; probablemente no le caería muy bien pero a Ginny nadie le caía bien. Luna la extrañaba. No podía aguantar las ganas de volver a verla cuando saliera de allí.

Alcanzó a captar un destello de sonrisa cuando volvió a centrarse en el cuadro. Mientras más lo miraba, más único se le hacía. Había algo en sus trazos que te atrapaba. Tal vez ese era el verdadero don de Theo: atrapar las almas de la gente. Luna no estaría sorprendida. Tampoco le asustaba: si existía alguien al que le entregaría su alma sin dudarlo, sería a él.

—¿Puedo quedarmela? —preguntó, estirando los brazos antes de recibir respuesta.

Theo ni siquiera dudó.

—Puedes quedarte todo lo que quieras.

•••

Eveline dejó caer los hombros. Había salpicado la pared con pintura blanca por décima vez.

—No creo que este mural vaya a quedar muy lindo...

Luna se encogió de hombros.

—Theo.

—Bueno, estoy segura de que a Theo le gustará si despierta. —Eveline se dio cuenta de su error y se corrigió inmediatamente—: Quiero decir, cuando despierte.

Luna continuó pintando. Su idea era replicar la galaxia de la pintura que Theo le dio más de ocho años atrás. Tal vez debió haberlo hecho en un lienzo, pero cuando encontró esa habitación vacía y blanca le pareció una muy buena idea hacerlo ahí. Era el único cuarto vacío de toda la casa. Luna quería saber la razón detrás de eso; quería saber tantas cosas... Cada semana se asomaba un secreto nuevo dentro de esas paredes. Era como navegar el mar.

Eveline salpicó de nuevo y un par de gotas cayeron en la cara de Caleb, quien estaba en la mochila porta bebé que Luna llevaba puesta. Su hijo se echó a reír de inmediato; Luna amaba eso de él más que cualquier otra cosa. Para alguien que la hizo sufrir tanto cuando llegó al mundo, rebosaba de una felicidad que llenaba aquella mansión. Luna escuchaba su risa todo el día, todos los días. Podía oírla desde el otro extremo de la casa rompiendo el cruel silencio que antes solía romperla a ella.

—A este niño le gustará más que nadie, eso te lo aseguro —dijo Eveline, acercándose para limpiar la cara de Caleb—. Si Draco ve esto puede que le dé un infarto.

—¿Harry?

—Harry se ofrecería a pintar con nosotras.

Luna sonrió. Harry y Draco se estaban convirtiendo en una constante en sus vidas, sobre todo en la de Eveline. La muchacha apenas experimentaba disociaciones o delirios ya, y se sentía genuinamente querida y respetada por esos dos hombres. Luna estaba feliz por ella; estaba feliz por ellos, en realidad. Después de tanta infelicidad era justo que conocieran la alegría.

—¿Has pensado en lo que Harry te dijo?

Luna asintió. No había mucho que pensar en realidad, apenas Harry le propuso ser una de las encargadas del nuevo orfanato estuvo de acuerdo, sólo creyó que era buena idea discutirlo con Molly y Hermione antes de hacer nada.

—¿Y...? —insistió Eveline.

Luna no respondió ni hizo ni un gesto, simplemente la miró. Su relación había evolucionado tanto que Eveline era capaz de discernir entre cada mirada de Luna. Sabía perfectamente cuando estaba enojada, cuando estaba contenta, o cuando simplemente la observaba porque quería hacerlo, porque estaba feliz de que esa chica fuera feliz.

Por lo mismo, Luna no tuvo que hacer nada más para que Eveline la entendiera.

—Aceptaste —dijo encantada. Luna apostaba a que lo que más le importaba a Eveline, era lo emocionado que Harry y Draco estarían—. Aceptaste.

Luna sonrió de nuevo.

Eveline no se detuvo a meditarlo. Dejó la brocha en el suelo y en dos grandes zancadas llegó adonde estaba Luna, envolviendo los brazos en su costado. Luna se desestabilizó, pero logró devolverle el abrazo al instante.

En su pecho, Caleb soltó una risa.

•••

Resulta extraño mirar hacia adelante y ver un futuro, cuando durante casi una década el único sentido de la vida fue la inminente muerte.

Hoy me puse frente a la ventana, esa que solía ser mi hábitat natural después de la guerra. Afuera, el jardín estaba verde, el cielo era tan celeste como los ojos de un gigante, y las flores tenían colores que no veía desde que era pequeña. La primavera había llegado, y yo ni siquiera me di cuenta.

Es raro pensar que hay niños naciendo en estos instantes, que conocerán este mundo reformado (o que trata de reformarse). Es extraño pensar que ellos crecerán acostumbrados a la paz, y al desprecio a la supremacía.

Es extraño pensar que lo único que ellos conocerán, es este mundo en el que crecen flores detrás de mi ventana.

Vi a mi hijo jugar en el patio: perseguía una mariposa y saltaba igual que un carnero. Eveline estaba de espaldas en el pasto, afirmándose el estómago de tanto reírse. Unos pasos más allá, Daphne gritaba y Hermione sostenía una cámara muggle junto a su niña, quien alentaba a Caleb con todas sus fuerzas como si se tratara de una competencia. Molly, a un lado, le decía que iba a caerse, y Harry tenía la varita lista para atraparlo de ser así. Draco sonreía.

Había flores a sus pies, en sus cabellos, en el aire. Había flores en todas partes.

Y de una vez por todas, quise salir a tocarlas yo también.

•••

Arthur y Bill fueron sanados.

Las visitas a la familia Weasley se volvieron más constantes.

Draco le confesó que llevaba años buscando la cura para Theo, y Luna comenzó a investigar junto a él.

El día que la encontraron, Luna estaba en su casa.

No la nueva, la antigua. Estaba subida encima de un taburete y tenía una brocha en mano.

A un lado de Ginny, pintó la cara de Theo. Su nombre se conectó a los otros, y la palabra "amigos" se esparció por todo el techo. Luna sonrió, sintiendo que sólo por eso, ya lo había recuperado. Después de perder tanto, era justo que le devolvieran algunas cosas.

Sin embargo, debía admitir, que si había algo que la guerra nunca pudo quitarle,

Se trataba de la esperanza.

Chapter 68: Epílogo

Notes:

Bueno gente, este es el final después de 1 año de publicación y más de 1 año de escritura.

No tengo muy claro qué decir, pero sé que quiero decir algo porque Desolación ha sido una parte muy importante de mi vida. En primer lugar fue el primer long-fic que he escrito y el primero que tiene una trama compleja. Me hizo darme cuenta de que soy capaz de hacer algo así y de que hay personas allí fuera que me leerán y les gustará.

Cuando comencé Desolación esto no iba a ser más que un OS, y luego un fic de no más de 30 caps, y ya después acepté la monstruosidad en que se convirtió. Estaba pasando por un momento muy bajo de mi vida (como se darán cuenta, jaja), y aquí deposité todos mis miedos, anhelos y tristezas. Me ayudó a sanar y obtuve esto. Estoy feliz y espero seguir evolucionando como persona y llegar a convertirme en escritora algún día.

Espero que a pesar del dolor les haya gustado y se hayan encariñado tanto como yo. No puedo estar más agradecida con ustedes por estar al pendiente leyendo, votando, comentando y haciéndome saber que les estaba gustando. Aunque no tenía tiempo para contestar a todos sus comentarios y reseñas, intentaba leer todo. Les guardo un lugar especial a todos aquellos que se dieron el tiempo para regalarme un pedacito de su corazón.

Supongo que lo único que quiero decirles es: gracias. Muchas gracias a esos que se desvelaban, a los que me ayudaron a corregir, a los que me hicieron notar mis fallos y me alentaron y esperaron. Gracias por comentar aunque sea un: a, SDKUJDJ. No tienen idea de lo mucho que significa un comentario para nosotros los que escribimos por amor al arte.

Bueno, eso, *llora* Espero verlos por aquí en futuros proyectos. Los qm, tomen agua.

Nos leemos pronto!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El viento les daba de lleno en la cara.

Harry finalmente estaba listo para dejar ir las Reliquias. Para renunciar al poder de la Varita de Saúco y dejar de ser el Amo de la muerte. Habían volado desde la costa hasta la tumba de Dumbledore, sin saber muy bien qué harían a continuación. Harry se quedaría su antigua varita, eso era seguro, pero Kingsley le había entregado la Varita de Saúco años atrás y no se sentía correcto tenerla en su posesión, incluso cuando no la ocupaba.

Pero hasta ese momento no fue capaz de deshacerse de su poder, seguro de que ya no lo necesitaba.

El peligro ya había pasado.

Draco esperó a Harry en el aire mientras él bajaba y hacía lo que debía hacer. Le habría gustado estar a su lado pero tenía sus límites y ver el cadáver de Dumbledore solo reviviría malas memorias. Así que Harry fue solo, dijo unas últimas palabras y se deshizo de la carga que venía aguantando desde hacía décadas, ya.

—¿Una carrera de vuelta? —preguntó Draco cuando Harry volvió en su escoba, con ojos tan cansados como vivos. Antes de que pudiera responder, salió volando a toda velocidad porque era un maldito tramposo.

—¡Te gusta perder, ya veo! —gritó Harry siguiéndolo.

Draco sonrió mostrando todos los dientes, rejuveneciéndolo. Era una de sus sonrisas sinceras. Hizo unas maniobras audaces con la escoba, que le maravillaban y le hacían reír porque, si era honesto, Draco se veía un poquito ridículo. La brisa del mar hacía que sus cabellos se sintieran esponjosos.

Aquel día volvían a Inglaterra, pero volvían para quedarse. Draco estaba cursando su último año de medimagia, y Harry había abierto recientemente el primer Orfanato Ron y Eric del Reino Unido para Niños Mágicos, además de una escuela a la que ir antes de Hogwarts. Tenían miedo- no se habían establecido nunca en Inglaterra, pero las contra maldiciones de Draco y sus avances en hechizos curativos hacía que todos aquellos que no lo conocieron, por lo menos lo toleraran, y Harry era y siempre sería su Elegido: el hombre que derrotó a Voldemort.

A pesar del miedo, estaban emocionados por todo lo que esta decisión implicaba. Harry vería a Hermione, Rose y a Luna más seguido. Draco a Theo y a Daphne. Ambos pasarían más tiempo con Eveline y Caleb. Kingsley podría visitarlos más a menudo. Harry pondría pie en la Madriguera sin desear vomitar.

Sin quererlo, sin realmente esperarlo, las heridas estaban sanando.

Pasaron demasiado tiempo culpándose por seguir vivos, por haber sobrevivido. Castigándose y prohibiéndose olvidar las muertes. Pero ahí estaban, y por mucho que desearon haber muerto con los demás, continuaban allí, y ya no tenía sentido seguir como si esto fuera una carga en vez de una oportunidad que el resto de sus seres queridos no tuvo.

Aquello era una falta de respeto:

No permitirse seguir adelante.

—¡Deberías callarte o la gente empezará a pensar que tienes sentimientos! —Harry le gritó a Draco cuando este no paraba de reírse porque le estaba ganando.

—Oh, cállate tú. ¡No seas envidioso!

Estaba amaneciendo recién. Era un buen día. Draco parecía recordar todo- o al menos esa versión de sí mismo comprendía lo suficiente de su pasado para no estar demasiado confundido. Harry rio, apegándose a su escoba mientras descendía a la orilla de la playa, justo donde estaba la casa en la que vivirían de ahora en adelante. Draco le dio un empujón en el aire, bajando también. Harry rio de nuevo.

Se veía imposiblemente hermoso bajo la luz de la mañana, rosada y naranja. La cicatriz de su rostro no era un determinante como solía serlo cuando lo encontró; no era algo que lo hacía ser alguien o no. Era- simplemente estaba allí. Era parte de Draco, parte de su historia. Su cabello se encontraba largo, rozando su mandíbula, y la forma en la que sus pestañas rozaban sus mejillas, ahora redondas, hacían que el estómago de Harry se sintiera lleno. El relicario familiar le colgaba del cuello. Se veía tan real. Se veía suyo. Harry no quería perderlo nunca.

Se repitieron durante toda la guerra que eran dos monstruos que sentían, y que lloraban, y que reían, por lo menos dentro de sus pensamientos. Pero al final del día resultaba ser que solo eran dos seres humanos simples y corrientes, que estaban jodidos desde antes de nacer, cargando con una guerra que correspondía a sus padres y no a ellos.

Draco abrió un ojo, y Harry se bebió de esa imagen.

Dorado frente al sol.

Suyo.

Suyo. Suyo. Suyo.

—Te amo —le dijo, y Draco sonrió con tanto cariño que su corazón se apretó.

—Lo sé.

Ambos se preguntaron muchas veces qué sentido tenía seguir vivos.

Y quizás eso era todo.

La brisa del mar sobre sus pieles, la arena bajo sus pies, el sonido de las olas chocar contra la orilla, el ardor de sus pulmones por el vuelo y la magia que acababa de devolver- se sentía bien. Correcto.

Quizás la razón por la que habían nacido, después de todo, era para que pudieran vivir allí junto al mar.

Nacieron para que Draco bailara con su madre; para que Harry visitara a Ron en la Madriguera; para que junto a Hermione resolvieran problemas. Acciones simples, pero increíblemente necesarias. Fueron destrozados y recompuestos millones de veces. La vida fue horrorosa, y oscura y cruda, pero- Merlín, estaban vivos y era espectacular, porque si así no fuera, ¿cómo podrían volar y sentir el viento en sus caras?

La muerte ya no se trataba de lo que habían perdido.

Se trataba de todo lo que habían tenido.

Sus seres queridos aún vivían a través de ellos.

Harry extendió una mano, sabiendo que a los pocos segundos, Draco la tomaría. Tenían un día ocupado por delante. Irían a Hogwarts, moverían más hilos para ayudar a la reconstrucción de todos los organismos que aún perecían bajo las secuelas de esa larga pesadilla. Pero por ahora, podían descansar.

Por ahora podían parar el tiempo.

Siempre lo hicieron.

—Déjame llevarte a casa —dijo Draco, entrelazando sus dedos mientras caminaban de vuelta por la arena.

—Creo que sé perfectamente dónde queda.

Harry le dedicó una mirada.

Draco apretó su mano.

La casa en cuestión, de hecho, era bellísima. Tenía un gran ventanal con vista al mar, y una gran habitación también. Cerca había tiendas. Harry quizás debería abrir una y fingir que eran dos extraños que de casualidad se parecían mucho a dos magos famosos en otro mundo.

Esa era la vida que habían soñado.

Esa era la vida que Draco le pidió que tuvieran, cuando le dijo que se fueran lejos.

Harry lo llevó al cuarto, besándose, abrazándose, hablando en voz baja como si estuvieran pronunciando los secretos más valiosos en todo el mundo. Draco jugaba con su cabello. Harry con sus ropas.

Eres real.

Soy tuyo.

No mueras.

Draco lo empujó contra el colchón y, perezosamente, se echó a su lado. Harry envolvió los brazos alrededor de su cuerpo, apoyando la frente en su hombro. El mundo se calló, y nada existió fuera del calor de su piel. Eran uno solo.

—¿Crees que todo estará bien mañana? —susurró Harry contra su cuello. Siempre preguntaba lo mismo. Siempre necesitaba asegurarse de que habían salido de la Mansión McGonagall.

Draco, en respuesta, se acurrucó contra él sonriendo de una forma que Harry nunca vio durante la guerra, así que sólo podía tratarse del después. Sin permitirse olvidar, la desolación poco a poco empezó a desvanecerse, y Harry se metió en el recoveco de su hombro.

No dijo nada.

En cambio, miró hacia afuera.

Por primera vez en años, el sol se asomó por la ventana.

Notes:

ALGÚN DÍA LES JURO QUE RESPONDERÉ TODOS LOS COMENTARIOS. MUCHAS GRACIAS X COMENTAR!!!