Chapter Text
SUCCUBUS
-Peligro-
…
“¿Finneas te echó?”
Myrtle le preguntó mientras la instaba a entrar, y fue extraño el hacerlo.
Dio un paso, luego otro, dubitativa.
Los recuerdos aun estaban en su cabeza, a pesar de que gran parte de esa secuencia de recuerdos estaba borrosa, nublada, ese lado de ella consumiendo tanto su humanidad que todo a su alrededor se tornaba difícil de percibir, pero lo recordaba, y no sabía en ese momento si era algo absolutamente bueno o algo horriblemente peligroso.
Al final cayó inconsciente por el gasto energético que le causó el poner la barrera, el soportar todos los hechizos, así como hacer aquella unión con Myrtle, que la hizo sentir por completo exhausta.
Eso y el sexo.
No, no debía ni pensarlo.
Peligroso.
Así que, por lo mismo, no había perdido los recuerdos, como solía ser, su mente estaba alerta, con los recuerdos ahí, a pesar de que los viese como con una tela cubriéndolo, solía ser así cuando el demonio dentro de ella despertaba, y si bien en el momento estaba más lucida, ya sus recuerdos se tornaban así.
Sea como sea, recordaba lo suficiente.
Se llevó una mano al cuello de su ropa, sintiendo como estaba empezando a sudar, su cuerpo reaccionando, recordando bien el calor que había experimentado en esa habitación hace solo unos pocos días.
Carraspeó, obligándose a recuperar la compostura, sin querer mostrarse tan afectada como estaba, la marca en su estómago aun ahí, el demonio sin calmarse.
“S-si…”
Ahora carraspeó más fuerte, estaba exponiéndose.
“Si, se veía absolutamente enojado, o decepcionado como dijo Dargan, así que ni me saludó, solo tomó mi cama y me ignoró.”
Y lo podía considerar como ser echada.
“Así es él, no es para nada emocional, pero le afectó lo que hicimos.”
Claro, lo hicieron a las espaldas, a las espaldas de ambos.
Pero era lo que debía de hacer, ya hizo las paces con eso, era para salvar a Myrtle, así como para darle al fin libertad, tenía claro que ninguno de los dos estaría feliz sabiendo el plan que tenían, y que probablemente ni las ayudarían a buscar una solución, así que jugaron todas sus cartas, y al final del día, resultó. Myrtle estaba ahí, tenía permitido el quedarse, e incluso si decidía irse en algún momento, ya no la buscarían por la misma razón que antes.
Tendrían que ir, poco a poco, calmando las aguas con ambos, y eventualmente ya no existiría esa tensión. Eran ambos inteligentes, así que entendían de sobra las razones por la cual hicieron lo que hicieron, solo tendrían que superar el punto de la traición.
Aunque no sabía si llamarlo traición.
Pero podía sentirse así.
Dejó la maleta en el suelo, y se giró para mirar a la chica, a quien no quería mirar demasiado para no tentarse, pero le sorprendió el ver como lucía pensativa, sin mirarla a ella, y creía que pensaban en algo similar. Eran sus compañeros después de todo, agrio se sentía.
Pero las cosas mejorarían.
“Lo haremos mejor a la próxima, como equipo.”
Habló, sintiéndose tranquila, segura, determinada, y era extraño el sentirse así, ajeno, y creía que esa sensación perduraría ahí, con ella, por un largo tiempo. No era solo el cambio en su cuerpo, si no que era la situación, era todo lo que estaba correcto en ese momento, y que agradecía que así fuese. Había calma en el aire, luego de todo el caos que solía existir.
Y ahora se sentía fuerte, acompañada, para poder enfrentarse a nuevos desafíos.
Aunque no lo quisiese, aunque hubiese renegado por muchos años su existencia híbrida, era mitad demonio, era un súcubo, y por ende, debía de dejar de tener miedo como si fuese nada más que una impotente humana. Había pasado demasiados años ocultándose, sintiéndose avergonzada de su existencia, temiendo ser castigada, temerosa de su alrededor, siendo ahí nada más que un insecto.
Ahora sabía lo valiosa que era su existencia para ese culto, así mismo, sabía que los lideres, que la vieja aquella, sobre todo, la hundía solo para tener control sobre ella, porque le tenía miedo, le aterraba. Y si bien no quería darle a nadie razones para temerle, tenía claro que no debía ser ella quien temiese en respuesta.
No debía temer a los demás.
Y esa valentía que sentía ahora, la hacía darse cuenta que ahora temía no a los demás, si no a si misma, ese poder nuevo, esa fuerza nueva, ese control, la hacía tener más miedo de si misma de lo que antes tenía. Antes era peligrosa y descontrolada, pero temía la persona que se convertía cuando era no solo peligrosa, si no que en control.
Porque el daño que hacía, no era por mera locura, por calentura, para poder sentir la ansiada satisfacción de saciar esa sed, ya que la última vez que causó daño, usó su poder, y con la exclusiva razón de hacer el mal, de humillar, de herir, de burlarse del sufrimiento ajeno, y era algo que la hacía sentir enferma.
Se detuvo si, pudo haber hecho mucho más daño, Dargan se lo mencionó, podía matar si así lo quería.
Pero eso no la hacía sentir calmada, porque significaba que había aún más daño que podía hacer.
“¿Qué pasa?”
La voz de Myrtle la hizo dar un salto, al escucharla cerca, y su sorpresa fue mayor cuando la mano ajena llegó a uno de sus brazos, el tacto casual siendo así desde siempre, como un roce, y a pesar de sentirse con aquel peso encima, pasando de la seguridad al miedo, se sintió arder, y estaba segura que el símbolo en su estomago había desaparecido durante aquel rato, pero ahora, había vuelto, encendiéndose ante la cercanía.
Por reflejo se alejó, reaccionando, aferrándose a su estomago, este ardiendo, quemando, una sensación de pánico acelerándola.
Y recién ahí notó el rostro de Myrtle, como lucía tan sorprendida como preocupada ante su reacción.
No era la primera vez que reaccionaba así…
Siempre le dio miedo tener contacto físico con Myrtle, desde el comienzo así fue, porque se sentía demasiado peligrosa al lado, siendo enorme en comparación, y no quería lastimar a Myrtle, no quería lastimar a nadie, pero, sobre todo, no a esta, que tan buena era con ella, a pesar de ser lo que era. Y se sentía tan dividida, porque a quien más quería tocar, era a esa mujer frente a ella, y por lo mismo, aquel miedo crecía.
Cuando disfrutaba del tacto, se espantaba, porque eso despertaba al demonio, y ahora tenía la alerta ahí, en su estómago, brillando, dejándose llevar por la lujuria, y debía de alejarse, debía mantener las distancias, o la pondría en peligro.
Sintió un dolor en el pecho, cuando notó una expresión dolida en aquel rostro, expresión que había visto antes, y había experimentado exactamente el mismo dolor físico. El verla así, triste, la destruía por dentro, la hacía derrumbarse en pedazos.
Y ahora, era del todo su culpa.
Claro, para Myrtle, las cosas habían cambiado entre ambas, ya no eran solo compañeras, solo amigas, no luego de lo que había ocurrido, y el ella renegar del tacto tal y como antes, le hacía entender que a pesar de todo, nada había cambiado, y no era así. Esta se le declaró ese día, le confesó los sentimientos que tenía dentro, como gustaba de ella, cosa que aun no podía entender, así que era evidente que algo así, que una reacción así de su parte, acabaría haciéndola sentir mal.
Y quiso abrazarla.
Pero no era capaz de hacerlo, no en ese instante.
Se moría por abrazarla y darle a entender que no era así, que no estaba alejándola como antes, o tal vez si, pero solo por esos poderes, por ninguna otra razón.
Pero quería, como quería sujetarla, confortarla, y por lo mismo, al menos, debía explicarse.
“Después de lo que ocurrió, luego de lo que sea que hizo mi madre al desbloquear mis poderes, esta parte corrupta de mi, me he sentido extraña. Esta ahí, a flor de piel, no enjaulado como antes, soy más cruel y peligrosa que antes, por eso estoy aterrada, porque temo herirte.”
Ni siquiera podía decir si es que perdía el control, porque era el tener control lo que le aterraba más.
Myrtle la miró, atenta a sus palabras, en silencio, analizando lo que decía, al parecer dándole vueltas por la cabeza, recordándolo. En su caso, todo estaba así, nublado en su cabeza y al mismo tiempo más lúcido de lo que solían ser sus recuerdos en ese estado. Pero no se vio a si misma, solo vio lo que hizo, como lo hizo, y lo que sintió haciéndolo, nada más.
Pero Myrtle sí.
La vio hacer todo aquello, actuar erraticamente, hablar de esa manera.
Y le sorprendía que luego de ver eso, la aceptase ahí.
Ante ese silencio eterno, no tuvo de otra que decir lo que sentía.
“Realmente quiero abrazarte, pero me da miedo.”
Y a pesar del silencio ajeno, notó una sonrisa asomándose, Myrtle luciendo inmediatamente más calmada al oírla, relajándose, y no sabía si eso era bueno o no. Porque conocía a esa mujer, y era absolutamente aterradora la forma en la que se arriesgaba si se trataba de ella. Si, esos sentimientos que esta tenía debían de ser fundamentales, pero vaya que le sorprendía.
El aceptar todo lo malo de ella, solo por gustarle, era aterrador.
Así que, de cierta manera, lo esperó.
Esperó que Myrtle se acercase, y la abrazase, acomodándose en su pecho, rodeándola, aferrándose a su ropa, porque esa mujer era una rebelde con causa, tanto así, que hacía todo lo que nadie haría, todo lo que no debía de hacer. Y ella era estúpida, porque no podía aguantarse, aun sabiendo bien los riesgos, el peligro que era, ahí estaba, rodeándola de vuelta, sujetándose de esa pequeña mujer como si de su vida dependiese.
Y de su vida dependía.
Respiró profundo, inhalando la esencia a lavanda, la cual siempre la hacía sentir en calma, así como la hacía sentir otro tipo de emociones y sensaciones, pero frunció el ceño, conteniéndose, sin dejar que las emociones perversas la dominasen, pero era inevitable.
Su cuerpo tiraba, el demonio tiraba, porque Myrtle le pertenecía, y al dejar su mano sobre la espalda baja a su disposición, pudo sentir el calor de la marca que ella hizo, ardiendo de la misma forma que la que estaba en su estómago. Era una sensación que no podía describir, un calor agobiante, pero no de una mala manera, de hecho, reconocía sin problema ese calor, pero mucho más empalagoso, más intoxicante.
Porque podía tener un cuerpo frente a ella, vulnerable, en un estado indefenso, agitado, y el demonio emergía en ella ansiando destruirlo, despojarlo de cualquier consciencia, arrebatarle la mente y el alma, consumirla, sin embargo, ahora no necesitaba sentir ningún aroma, no necesitaba sentir ese nerviosismo, ese calor, no, no era necesario, con tener a Myrtle cerca, con solo pensar en esta, ahí estaba.
Quería pensar que su estómago ardía solo con la ira, pero no, ilusa era. Era un súcubo, usaba la lujuria a su favor para alimentarse de las almas, del placer ajeno, y la ira solo hacía que aquello aumentase, porque quería humillar a quienes odiaba, y usar la misma lujuria para atormentarlos. Solo era una emoción diferente, pero que la instaba a hacer lo mismo.
Al menos, ahí, en ese instante, no podía sentir ira alguna.
Porque quien le pertenecía estaba ahí, a su lado, aferrándose a ella, y no había nadie más ahí, nadie más estaría ahí, monopolizando a esa mujer, queriendo arrebatársela, así que estaba en calma, no sentía ira u enojo, pero si deseo, mucho deseo.
Gruñó, obligándose a tragar pesado, salivando ante la mera idea.
Negó, queriendo quitarse cualquier idea de la cabeza, porque no quería ser así, no quería ser ese ser perverso y descontrolado que era, pero tampoco quería hacer y deshacer con Myrtle teniendo ahora el control para hacerlo. La hacía sentir tan dividida, tan agobiada, tanto así, que quería llorar.
Lastimar a Myrtle, era aterrador.
“No tienes que contenerte conmigo.”
Oh no.
Soltó un sollozo ante la voz de la mujer, tan suave, tan comprensiva con ella, así también completamente descuidada, sabiendo de lo que ella era capaz, y sin importarle. Soltó un gruñido, alejándose, sin querer, claro que no quería separarse de Myrtle, sin embargo, debía hacerlo, porque esa mujer era una tentación andante, provocándola de esa manera, porque claro, le daba su consentimiento a pesar de todo.
Y para ella, eso era una invitación.
Claro que era una invitación.
Y Myrtle era una experta en invitarla a pecar.
“No puedo, en este estado, soy demasiado peligrosa.”
Se alejó lo suficiente para que su espalda chocase contra la pared, y forzó a ocultar sus ojos tras una de sus manos, jadeando. Ni siquiera necesitaba sentir aquel aroma para ponerla así, esa mujer era un peligro para su peligrosidad.
Aun había tantas cosas que se cuestionaba.
Aun había tantas preguntas sin respuesta.
Quería hablar con esa mujer, quería conversar sobre lo ocurrido, sobre los sentimientos ajenos, pero era imposible así, con su cabeza así.
Dio un salto, al escuchar algo cayendo al suelo, por un segundo sintiendo algo de pánico, sabiendo bien que su comportamiento podía acabar molestando a Myrtle, haciéndola enfadar como antes, y no quería volver a ver esa mueca de enojo en esa mujer, o peor, cuando pasaba por al lado, y era ignorada, y no, no podría lidiar con eso.
Un acto así, hecho por quien le pertenecía, la haría derrumbarse.
Y no quería seguir derrumbándose.
No debía decepcionar a Myrtle, debía ser mejor que eso.
Y al mirar, lo único que vio frente a ella, era la túnica ajena en el suelo, y cuando levantó la mirada, estupefacta, la notó acomodándose en la cama, con solo la ropa interior inferior y las medias puestas, todo lo demás, era piel, y a pesar de que imaginó las muecas que esta le puso tiempo atrás, por los celos, por el enojo, la expresión de ahora era completamente opuesta.
Sonriéndole.
Y ante eso, no pudo hacer nada más que sudar.
Porque ya era difícil mantener la cordura al verla vestida, y ahora, no, ahora no podía más, y soltó un gruñido tan indignado como frustrado.
Esa mujer era el verdadero peligro.
“¿¡Que parte de soy peligrosa no entiendes!?”
Preguntó, sin poder ocultar su molestia.
Porque rayos, así no podía.
Y en vez de darle una respuesta, en vez de que Myrtle intentase decirle algo para mermar su enojo, lo unico que obtuvo, fue la prenda que quedaba ahí, ocultando aquel lugar, ahora en su rostro, siendo un ataque completamente eficiente.
Se quedó ahí, sintiendo el aroma de la prenda acallando su ultima pizca de lógica, y ante eso, si, no podía, era demasiado, así que no le quedaba de otra que aceptar su destino. Tal vez, con suerte, podría calmarse lo suficiente para recuperar algo de cordura, quien sabe, así podría tener una conversación calmada y consciente con quien consideraba suya, y quien no parecía en lo absoluto tener ganas de decirse palabra alguna, solo que sus cuerpos hablasen.
Era un peligro.
Pero Myrtle lo era mucho más.
“¡Luego no digas que no te lo advertí!”
Gritó, notando como algo de vapor salía de su boca.
Y Myrtle, parecía absolutamente feliz al escucharla decir eso.
Si, un peligro.