Actions

Work Header

Lesbian Multiverse

Summary:

Una serie de historias cortas sobre las ideas que he ido creando a lo largo de los años y que ya deben ver la luz, así que las pondré aquí para quien quiera leer lo que pasa por mi mente y la cantidad de lesbianas que he hecho hasta ahora.

#HinariOcs en Twitter

Chapter 1: Gladiator -Parte 1-

Chapter Text

GLADIATOR

-El Coliseo-

Domitia no había visto un coliseo en toda su vida.

Donde vivía, a kilómetros de la capital, en un pequeño pueblo agricultor, solo se escuchaban rumores acerca de lo que ocurría. Lo principal, era que los mayores delincuentes peleaban para el pueblo, donde luchaban para tener un día más de vida. Pensó en aquel entonces, que ella misma estaba muy lejos de un futuro así, viviendo lejos, sin meterse en problemas, y obviamente creyendo que solo los peores eran lanzados a ese lugar.

Pero no.

Vio en las celdas a diferentes tipos de personas, incluso niños. La mujer mayor que estaba con ella en la celda había sido lanzada días atrás al coliseo, a pelear con un león, lo que era el adversario más débil considerando los otros asesinos que entraban a la arena. Eso, y los Gladiadores que entraban ahí por el mero placer de morir con honor y dignidad, aquellos mucho más difíciles de derrotar.

La señora ahora yacía en cama, sobrevivió la pelea, ¿Pero a que costo? Era muy anciana, no pudo salir victoriosa, solo mal herida. Esa cama maltrecha era su lecho de muerte…

Miró al frente, enfocándose en el ahora.

Podía ver la luz al final del pasillo, mientras sentía manos ajenas tocar su cuerpo, desvistiéndola de sus harapos y poniéndole lo que sería su uniforme de batalla. Pronto sintió el cuero pegándose a su cuerpo, de hecho, le quedaba incluso grande, así que apretaron lo que más pudieron las cuerdas para que este quedase bien puesto.

Se vio mirando hacia atrás, como los barrotes separaban a los que pelearían de los que seguían ahí, esperando su turno.

¿Por qué ella estaba ahí? Aun no entendía.

Frunció los labios, recordando su error. Aunque, ¿Error? Solo estaba ayudando a unos vecinos suyos que querían vender sus cosas en la gran ciudad, ¿Qué iba a saber ella que esas cosas no eran del todo legales? No tenía idea. Y ella, al estar ahí, en la carreta, fue tomada como parte del acto.

Tal vez confiaba demasiado.

Se vio cegada con el hecho de dejar su pequeño pueblo y conocer el mundo a su alrededor, tal vez de no tener intereses egoístas nada de eso habría pasado.

Pero solo era eso, un error, no había matado a nadie, herido a nadie, robado a nadie, ¿Por qué estaba caminando hacía la arena?

Siguió caminando, las cuerdas de sus sandalias aferradas a su carne, apretando lo suficiente para sentir la piel arder, recordándole donde estaba, a donde iba.

No tenía el cuerpo ni la condición física para pelear, y, de hecho, apenas se encontró en la celda con la anciana, esta le dijo que usara toda la energía que tenía para entrenarse, y no lo entendió, sin embargo, si hizo lo que pudo, a pesar de no tener la más remota idea de que iba a encontrarse en esa tesitura.

Se detuvo de nuevo, frente a otras puertas de hierro, los barrotes separándola de la arena. Podía ver el vasto lugar, la tierra en algunos sectores manchada de sangre. Las murallas impedían que los peleadores huyesen, y arriba de estos muros, estaban las graderías. No podía ver a la gente ahí sentada, pero si podía escuchar con claridad los gritos desesperados de las personas, ansiosos de ver sangre ser derramada.

Tragó pesado, mientras que uno de los guardias le apuntaba la muralla, está decorada con múltiples armas. Garrotes, lanzas, hachas, mazos, incluso armas que no tenía idea que existían. Se tomó un segundo para mirar sus manos. Si bien los años trabajando en la agricultura no la hacían del todo débil, dudaba poder levantar varías de las armas que ahí había. Lo más parecido a una batalla como esta, fue una vez que con un rastrillo tuvo que cazar a un jabalí que se estaba comiendo los frutos.

¿Pero esto?

No estaba preparada para lo que ahí le esperaba.

Se acercó a una espada que ahí estaba, y la sujetó. Era liviana, lo suficiente para poder manejarla sin que su brazo se agotara.

Notó de reojo como los guardias sacaron sus propias armas, y creyó que más de algún peleador intentó liberarse de su destino al atacarlos a ellos. No iba a ser su caso. No quería morir, no se sentía lista para morir, y pelear con los guardias iba a ser aún más complicado que contra quien sea que le tocaría pelear. Ellos se veían fuertes, claramente alimentados cada día, tal vez en la arena se encontraría con alguien más débil que ella.

¿Debería dejarse perder dependiendo de a quien viese ahí?

Su moral le decía que sí, pero no era lo mejor. Al fin y al cabo, debía sobrevivir, debía volver a su tierra, lejos de ese lugar, y si ganar le iba a devolver su vida, iba a darlo todo.

Movió la espada en su mano, acostumbrándose a la sensación, y avanzó, las enormes puertas abriéndose para ella.

La multitud gritó apenas entró en la arena.

Era demasiada gente. Nunca había visto tanta gente en toda su vida.

Sintió la punta de la espada terminar en el suelo, pero no le importó, estaba demasiado ensimismada mirando alrededor, notando los miles de espectadores ahí reunidos. No importaba a donde mirase, había alguien gritando eufórico. Notó un lugar diferente, más alto, y ahí vio a la única persona realmente importante. No tenía idea de quien era, no sabía su nombre, pero si sabía que era la persona que mantenía el coliseo así de vivo.

El emperador.

No podía distinguirla ante lo lejana de su posición, pero estaba sentada en una especie de trono dorado, sus ropas también tenían oro adornando la tela, el brillo del sol ayudando a que este deslumbrase. Había guardias tras ella, y a sus lados, protegiéndola, aunque lo que si sabía de esa persona, era que lideró varias batallas, batallas reales, y salió victoriosa. Estaba segura de que no necesitaba guardia alguno.

Sintió un chirrido, y miró al frente. Ahí había una puerta de barrotes se encontraba paralela a la que ella salió hace unos segundos. Esta se abrió, dejando salir a su contrincante.

El público enloqueció aún más, sobre todo cuando la mujer levantó sus brazos, en una de sus manos un hacha, que permanecía erguida, el filo brillando con el sol. Notó los músculos fuertes en esta, las cicatrices en su cuerpo, claramente peleaba ahí hace mucho. Parecía de verdad un Gladiador.

Cuando esta se acercó, logró distinguir su rostro.

Había visto a esa mujer, en las celdas, y esta estaba claramente feliz de verla ahí, la recién llegada, disfrutando de la sangre fresca que llegaba a su reinado. En ese momento no le dijo nada, desinteresada de sus intentos de hacerla enojar, sin embargo, ese mismo desinterés enojó más a la mujer. ¿Tal vez debió sucumbir y buscar pelea? No tenía idea, pero ahora que los ojos negros de la Gladiadora llegaron a los suyos, sintió que se había puesto una diana en el pecho.

De todas las personas en las celdas, tuvo que ser ella.

La gente gritó, el público enloqueció, y una voz fuerte que retumbo por sobre los gritos, dio el inicio de la batalla.

No se dio cuenta de lo que ocurrió en esos momentos, enfocándose en su contrincante, sabiendo que ahí no tenía mucho que ganar. Era una mujer sin experiencia en eso, así como la Gladiadora frente a ella tenía varias peleas marcadas en su cuerpo.

“Disfrutaré desmembrándote, novata.”

Tragó pesado, levantando su espada al notar como esta comenzó a correr hacia ella, levantando su hacha, preparándose para el ataque.

Tembló, pero confió en su instinto. Dudaba ganar una batalla, mucho menos esa, pero no iba a irse sin intentarlo. Dio un paso hacia atrás, y levantó la espada, apoyando la hoja en su otra mano, y así logró bloquear el ataque. Escuchó el chirrear del metal mezclarse con los gritos de la gente. El hacha no era muy grande, podía usarse con una sola mano, pero si se hubiese tratado de una más grande, una que debiese ser usada con dos manos, su defensa hubiese caído fácilmente. La hoja de su espada podía soportar ese ataque, ¿Pero otro? Tal vez se rompería en dos.

Y pelear con una espada rota disminuía mucho más sus posibilidades de ganar.

Debía mantener la distancia.

La mujer la atacó de nuevo, y volvió a bloquearla. El cuerpo ajeno tenía mucha fuerza, y necesitaba hacerla retroceder para poder tomar distancia, pero con su fuerza actual le era imposible. Debía pensar en algo. No, no tenía tiempo para pensar.

Los ojos negros estaban pegados a los suyos, sentía que la observaba más allá que una simple mirada.

Esa mujer era un depredador, y estaba oliendo su miedo, disfrutándolo.

No, no iba a morir ahí.

Ladeó su espada, lo suficiente para que el hacha simplemente resbalase, y usó esa milésima de segundo para alejarse.

La mujer la buscó con la mirada, nuevamente un depredador cuya ira iba en aumento. La vio apretar los dientes, mientras que le daba vueltas a su hacha como si se tratase de una bolea, para luego correr hacia su dirección.

Por su parte, miró hacia atrás por una fracción de segundo, asegurándose que tuviese lugar para retroceder.

No podía enfrentarse a esa fuerza, así que debía concentrarse en su agilidad. Así que eso hizo.

El hacha volvió a atacarla, y se lanzó hacia atrás, esquivando la hoja que pasó a solo unos milímetros de su rostro. El segundo golpe vino más rápido, y si bien logró esquivarlo a tiempo para que no lastimase su garganta, no notó como la mano libre de la mujer se acercó peligrosamente.

Sintió el golpe en su pecho arder, justo entre sus costillas, y se vio en el suelo prácticamente al segundo después. Trató de quitar el dolor de su cabeza, solamente porque sus ojos veían un ataque inminente acercándose, así que giró en el suelo, alejándose.

Sin embargo, el filo de la hoja si logró rozar su brazo.

Se levantó deprisa, ignorando el dolor, alejándose una vez más de la mujer.

La notó con el hacha enterrada en el suelo, unas gotas de sangre en el filo. Miró su propio brazo, notando una raya roja apareciendo, así poco a poco la sangre saliendo. No era demasiado profundo, pero era lo suficiente para hacerle sentir el brazo adormecido.

Respiró profundo, intentando calmar los latidos abrumantes en su pecho, así como su respiración agitada. Estaba tan ensimismada en eso que ya ni siquiera escuchaba los gritos de las personas, y en ese momento, creía que solo aquellos gritos le darían la adrenalina que necesitaba para olvidar su dolor. Esto recién estaba empezando, y ya tenía claro que no duraría mucho más, al menos eso notó en los ojos salvajes de la mujer, la cual, al momento de derramar sangre, su postura se vio mucho más enloquecida.

No tenía idea cual era el crimen cometido por esta, pero estaba segura de que no fue algo leve.

Apretó los puños, y se dio cuenta que no tenía su espada.

¿Qué?

¿Cuándo?

Entró en pánico.

La vio en el suelo, a los pies de la mujer. ¿Cómo se le ocurrió abandonarla? Era su única arma. Si sobrevivía de milagro, iba a tener en cuenta que no debía aflojar su agarre por nada del mundo.

La mujer se quedó ahí, disfrutando la escena. Esperando. Era una trampa, lo sabía, pero no podía quedarse ahí y esperar, debía recuperar su arma y seguir peleando. Y la mujer quería exactamente eso, aunque por su rostro, no le iba a devolver la espada de buena forma, simplemente se quedaría ahí, esperando a que ella se acercase y así poder atacarla.

Comenzó a moverse, a caminar alrededor de la mujer, buscando la mejor forma de llegar ahí y recuperar su arma. Escuchaba al público ponerse ansioso, impaciente incluso, los escuchaba dar tumbos con los pies, todos al mismo tiempo, como si se tratasen de un montón de tambores, y, de hecho, podía escuchar tambores a la lejanía, pero ya no estaba tan segura. Los gritos de la gente parecían ser superiores a cualquier sonido, exceptuando a la voz que resonó al inicio de la pelea.

Se detuvo.

Iba a ser herida, si o sí. Nunca iba a ser tan rápida para tomar su arma sin ser lastimada de una u otra manera, así que debía moverse rápido, para que su movimiento valiese la pena. Si la mujer la atacaba, no iba a poder defenderse. Así que iba a contraatacar mientras esta la atacaba, era la única manera.

La mujer usaba su mano izquierda para maniobrar el hacha. No podría atacarla desde el suelo siendo diestra, así que debería modificar su propio ataque. Miró sus manos. No iba a morir sin dar pelea, mucho menos iba a dejar que esta ganase la pelea victoriosa sin ningún rasguño.

Se encorvó lo suficiente, llevando las manos al suelo, sintiendo la tierra en sus dedos, así como flectó las rodillas, sus piernas tensándose, listas para moverse. Necesitaba darse el impulso suficiente o todo sería en vano.

La mujer solo levantó una ceja, sonriendo. Tal vez divertida con su acto suicida, pero no le importaba.

Esta se preparó para atacarla, y por su parte, se preparó para usar todo su cuerpo y correr, su meta, su espada.

La gente gritó de la nada, y usó esa distracción para correr.

O más bien, para deslizarse.

Avanzó, deprisa, y luego simplemente se lanzó al suelo, su mano izquierda estirada, incluso aunque fuese su brazo anteriormente herido, aun así, era su única oportunidad. Llegó donde la mujer, está sorprendida con su movimiento, y por su parte logró afirmar el mango de su espada en la mano.

Todo duró un segundo.

El hacha se acercó a su torso, y su espada se acercó al brazo ajeno. Y así, ambas armas llegaron a su objetivo.

Soltó un grito de dolor mientras su cuerpo, instintivamente, se alejaba del peligro, así como escuchó a la mujer soltar un gruñido, su hacha cayéndose de su mano.

Se quedó en el suelo, su mano derecha aferrándose a su torso, a la enorme herida que ahí estaba. Un corte horizontal en sus costillas, al lado derecho de su cuerpo. Incluso el cuero cedió ante lo intensó del ataque. Fue profundo, lo sentía arder, quemar. Alejó su mano, sin querer contaminar aún más la herida, pero tenía por impulso el apretarla y así evitar desangrarse.

No importaba, aún estaba peleando, aún tenía cosas de que preocuparse.

La mujer estaba gruñendo, sujetando su hacha con la mano derecha, mientras que su brazo izquierdo se mantenía inerte, sin vida. Cortó lo suficientemente profundo para que este quedase inutilizable. Eso era un alivio. Si no estuviese sufriendo por su propia herida, habría sentido orgullo de lo que logró.

La mujer la miró, aún más iracunda, soltando un grito de guerra que le heló los huesos, así como el público gritaba sorprendido. No tenía idea si esa mujer era la favorita de la arena, pero, aun así, podía oír opiniones diferidas con respecto a ella.

Recordó al jabalí de aquella vez, como sus ojos se enfocaron en ella, como parecía listo para atacarla, sin pensar en nada, solo llevado de su odio. Eso mismo veía en la mujer, como esta corría, su brazo inerte balanceándose, lista para tomar venganza. ¿Qué hizo esa vez contra el jabalí? Si, lo esquivó, y cuando este estaba de espaldas, usó su rastrillo para golpearlo en el lomo, las astas de hierro enterrándose en el cuero del animal, este chillando.

La mujer había perdido su centro, la rabia dominándola.

No iba a cometer el mismo error, por más dolor que sintiese, iba a sobrevivir.

La mujer se lanzó hacia ella, su hacha en mano, lista para atacar, y esta debió de verla indefensa ahí, tirada en el suelo, pero solo estaba conservando sus energías, nada más.

Se movió, lanzando su cuerpo hacia uno de los lados, huyendo del ataque, esquivándolo aun en su precaria condición, y mientras la mujer estaba atacando el espacio vacío, guio su espada hacía la pierna de la mujer, detrás de su rodilla, y golpeó, duro.

La mujer gritó, cayendo al suelo estrepitosamente, y por su parte se tomó un momento para respirar, para tener fuerzas para levantar el cuerpo del suelo, mientras que la mujer intentaba hacer lo mismo, su pierna quedando tan inutilizable como su brazo. Esta la miró, girando su rostro, y como último recurso, le lanzó el hacha. Cayó al suelo al intentar esquivarlo, cayendo justo en su costado herido, machando la tierra bajo su cuerpo. La mujer gritó, golpeando el suelo con su mano útil, mientras que por su parte usó toda su fuerza para levantarse. Se quedó detrás de la mujer, ahora arrodillada, sin tener armas ni extremidades para usar a su favor.

¿Se había acabado?

¿Había ganado?

Sintió la sangre bajar de su torso hasta su pierna, su cuerpo manchándose ante lo grave del corte, pero ahora solo podía enfocarse en los gritos de la gente.

Podían dar la pelea por ganada, pero ahora entendía que solo uno podía salir vivo del coliseo.

La gente empezó a gritar, enfurecida, o más bien, impaciente, esperando la muerte.

¿Realmente tenía que matarla?

“Tendrás que matarme, novata. Un Gladiador sin su victoria, es un Gladiador muerto.”

“Pero…”

La mujer negó de inmediato, su voz diferente a como la había escuchado todas las otras veces. Normal. Humana. Conciliadora incluso.

“Prefiero morir al saber que vivo otro día sin mi honor. Así que acaba con esto.”

No lo entendía. No entendía nada.

Puso el filo de la espada en el cuello de la mujer, la hoja temblando al igual que sus manos. No quería tener que hacer eso.

Levantó la mirada, buscando a la única persona ahí que tenía el poder de detener esa pelea, esa muerte. Ahora estaba más cerca de ella, habiéndose movido por la arena en medio de la batalla. Esta tenía una copa de vino en su mano, y lucía deleitada con lo que veía. Tampoco entendía a esa mujer. Esta levantó el puño, y apuntó hacia abajo con su pulgar.

¿Qué significaba eso?

No lo entendió.

La gente comenzó a gritar.

Muerte.

Muerte.

Muerte.

Gritaban, desesperados.

Su contrincante debía morir, todos lo querían, incluso esta.

Miró a la mujer de nuevo, y luego cerró los ojos, mientras usaba su espada para cortar la garganta de la mujer, profundo, esperando que eso le diese una muerte rápida, así como a los animales que tenía que matar para que su familia pudiese comer.

Abrió los ojos, y se quedó mirando al cielo, mientras que la gente gritaba eufórica. Ni siquiera sentía dolor, su cuerpo adormecido por el cansancio y la adrenalina desapareciendo de su ser. No quería hacer eso, matar, pero al parecer, era incluso más difícil que la idea de morir. Escuchó el cuerpo de la Gladiadora caer al suelo, sin vida, así como lograba oír la sangre que goteaba por la espada, o tal vez eran sus propios latidos, quien sabe. Era difícil saber lo que los sonidos significaban cuando una masa de personas gritaba con locura.

La mujer en el trono se levantó, levantando con ella su copa.

“Denle un gran aplauso a la nueva Gladiadora, Domitia.”

La voz de la mujer resonó por sobre los gritos de la gente, como el rugido de un león. Era evidente que esta era la reina, el ser más poderoso del imperio, la cual tenía en su poder las vidas de tantas personas, ahora la de ella misma.

Los aplausos vinieron con menos euforia que los gritos, muchos de ellos debieron sentirse defraudados de que su anterior Gladiador terminase muerto, que llegase una novata a quitarle el título, pero los entendía. Ella misma, aun no creía que eso era remotamente posible.

Escuchó a uno de los guardias gritarse desde dentro de las grandes puertas, llamando su atención, y cuando lo miró, este le hizo un gesto con el brazo. ¿Qué significaba? ¿Levantar su arma? Bajo la mirada, notando la hoja de su espada ahora totalmente roja.

El público quería un Gladiador, y ella debía ser uno, era en lo que debía convertirse para sobrevivir.

Sujetó el mango de la espada, y la levantó a lo alto, el público ovacionando emocionado. No sabía dónde mirar porque donde sea que mirase todas las personas gritaban, diferentes emociones en cada uno de ellos, pero se veían en su mayoría conformes. Vinieron a ver sangre, a ver una pelea, y lo consiguieron.

Les había dado lo que ellos pedían.

Salió de ahí, minutos después, agotada, su herida ardiendo, pero no tanto como todo su cuerpo. Era una herida horrible, jamás se había hecho daño de esa forma. Dos guardias le quitaron el arma y la capa sobre sus hombros, y la guiaron a una habitación que no había visto. Una mujer la desvistió, con más cuidado que los guardias antes de entrar a la arena, al parecer con cuidado de no empeorar su situación.

Se vio sentada sobre unos cerámicos, y notó con detención el ardor en cada parte de su cuerpo, las heridas notorias y los raspones que se hizo contra el suelo. Dolía. ¿Por qué le pasaba eso a ella?

“Lo hiciste bien para ser tu primera vez. El coliseo te adoró más de lo imaginado. Ahora limpiate, y preparate para la siguiente pelea.”

Le dijo uno de los guardias, el cual habló rápido, casi sin tomarse ni un segundo para respirar. No lo miró, solo se quedó observando al frente. Ni siquiera le importaba que la viesen desnuda, no le importó antes de entrar a la arena, mucho menos ahora que sus heridas la mantenían ocupada. La mujer de antes se le acercó, dándole una tela y hundiéndola en uno de los baldes con agua que ahí había.

“Suele haber peleas cada semana, así que tendrás tiempo para recuperarte. Te ayudaré a limpiarte, en unos momentos vendrá un doctor a coser tu herida.”

¿Coserla?

Miró su torso, notando la sangre caer hasta el suelo. Estaba desangrándose. Tal vez por eso se sentía agotada, más de lo que creyó.

Pero estaba viva.

Había sobrevivido. Podría respirar un día más.

Chapter 2: Princess -Parte 1-

Chapter Text

PRINCESS

-Caballero-

Odiaba a su padre.

Suponía que, como cualquier hijo, solía tener esa etapa en su vida donde les dedicaba un poco de odio a sus progenitores. O tal vez era solo el hecho de que era una persona un poco celosa.

No es que le interesase tomar el control del reino, en lo absoluto, le gustaba su vida despreocupada, y no estaba en sus intereses el velar por el pueblo. De acuerdo, se arrepentiría de esa frase, porque realmente amaba a su pueblo. Pero había una delgada línea entre querer a su pueblo y ser responsable de su pueblo.

Era la menor de tres hermanos, una hermana cinco años mayor y su hermano dos años mayor. Podía darse ese lujo.

Su padre no era la clase de rey que solamente le importa su hijo varón, y menos mal no es así, porque su odio sería más razonable. Él vivió rodeado de mujeres que lo cuidaron desde corta edad, así que les tenía mucho respeto. Decidió criar a su primera hija de la forma perfecta para convertirla en la futura reina, y en realidad, tuvo suerte, porque su hermana tenía las capacidades innatas de una gobernante, y también tenía las ganas de serlo, diferente a su hermano y a ella, los cuales preferían dedicarse a otras cosas en su vida.

Su hermano amaba la música, así que eso era lo que más hacía. Cumplía sus deberes de príncipe, asistiendo a reuniones y cosas similares.

Por su parte prefería la equitación, y pasar mucho tiempo en el pueblo, aunque a espaldas de sus padres, ya que, si bien eran buenos gobernadores, y no los presionaban por buscar pareja, eran un poco…agresivos en cuanto a sus niveles de protección, sobre todo con ella que era la menor.

Y al final, la razón de su enojo desmedido por su padre, tenía que ver con eso, con la insistencia de conseguirle un caballero que la cuidase como un guardaespaldas, pegado a ella como una sanguijuela. Era lo suficientemente fuerte y capaz de cuidarse sola, pero jamás le permitirían salir del castillo sin una escolta, y por ende, tuvo que escoger el mal camino y escaparse, de todas formas, ellos estaban muy ocupados aleccionando a su hermana en las labores que llevaría a cabo en el futuro como para ponerle atención suficiente.

Para ellos, ella pasaba mucho tiempo encerrada en su alcoba leyendo, lo que también solía ser verdad.

Se podría decir que tenía sobornado a uno de los guardias, que la ayudaba a escaparse casi todos los días, y gracias a eso podía estar tranquila sin sentirse sofocada dentro de su hogar.

Si, le gustaba leer, pero a veces le aburría el imaginarse cosas en vez de simplemente verlas, teniendo un mundo afuera de su ventana.

Una de las mujeres del pueblo, la dueña de un hostal era realmente amable con ella, la ayudó en diversas cosas, claramente intentando que no la reconocieran como la princesa, pero fue en vano, Al final del día la mitad del pueblo la descubrió, y tuvo la suficiente suerte de que ninguno hubiese hecho un escándalo que pudiese llegar a los oídos de los monarcas, o sería su fin. No quería ni imaginar lo que su padre le diría si se enterase la cantidad de tiempo que pasaba fuera del castillo.

Se quedó dando vueltas por el pueblo, como tantas veces. Escuchar el traqueteo de las patas de su caballo contra el suelo era suficiente para calmar cualquier ansiedad que tuviese. Estaba en calma. Así quería vivir su vida, por el tiempo que fuese necesario. Disfrutando de la brisa y del murmullo vivido de los pueblerinos.

Normalmente todo estaba en calma.

Escuchó un grito que la sacó de su ensimismamiento.

Era otra mujer que conocía, la cual la llamó con su brazo, agitándolo de un lado a otro.

“Princesa, un caballero está teniendo una disputa con un bandido.”

Esta lucía preocupada.

Era una princesa, no debía meterse en esas cosas, pero la gente ya la conocía, ya sabían cómo era, y sobre todo que le gustaba que todo lo que ocurría fuese escuchado por sus oídos. Su hermana podía ser la gobernadora, pero amaba al pueblo desde adentro y no le gustaba saber que estaban en peligro. No iba a ser la primera vez que se metía en una disputa para solucionar las cosas.

No dudó en golpear el abdomen del caballo con sus botas y hacer que corriese en la dirección señalada.

Le sorprendió el encontrar al bandido en un lugar oscuro y poco concurrido, su rostro enfurecido. Pero no le sorprendió más que encontrar al supuesto caballero en el suelo, sentado, con una capucha en su rostro, y una mano vacilante en el mango de su espalda, el filo apenas asomándose de su guarda.

Eso si era extraño.

Frunció el ceño mientras se acercaba más a la escena.

El bandido gritaba enfurecido, hablando en su lengua, pero lo suficientemente difuso para que no pudiese entender prácticamente nada de lo que decía. ¿Estaba ebrio? Probablemente. Todo eso mientras el caballero temblaba. ¿Qué le pasaba? Llevaba toda su vida, literalmente, conviviendo con caballeros y la seguridad del castillo, y jamás había notado una actitud así, ni siquiera con los niños que eran criados para ser caballeros en el futuro.

“¡Atacalo de una vez!”

Perdió la paciencia ante las vacilaciones del caballero, y terminó llamando la atención del bandido.

Ya iba llegando a su posición, así que no dudó ni un solo momento en empujar al hombre tirando todo el peso del caballo sobre él. El bandido cayó varios metros, llenando todo de polvo. El caballo rechistó levantando las patas delanteras, pero luego se posicionó, más tranquilo. Siempre montaba caballos diferentes, pero este parecía ser más tranquilo al último, el cual la botó al suelo apenas salieron del castillo.

Le dio una mirada al caballero, el cual seguía en el suelo, sujetando el mango de la espada con ambas manos temblorosas. No veía su rostro, pero era evidente que estaba en un estado de pánico.

“¿Qué clase de caballero eres?”

Se bajó de un salto del caballo y miró al caballero, sin poder ver su rostro incluso desde esa posición, y quiso arrancarle la prenda de un golpe, pero la voz calma de su madre resonaba en su cabeza, calmando sus instintos poco propios de una princesa.

“Lo siento, vengo de otro reino y no acostumbro estas cosas.”

Frunció el ceño. La voz del caballero era extraña. No sabía si desconfiar más de ese bandido ebrio o de un caballero forastero. Pero no era estúpida, ya había lidiado con personas así. No era la primera vez. Conocía a las personas demasiado bien, podía leerlas, aprendió mucho con su adoctrinamiento, así como su propia experiencia en el pueblo.

“Me resulta extraño que como caballero no hayas lidiado nunca con este tipo de gente, que es evidente que existe en todos lados.”

“Yo…soy un viajero…”

Eso no acallaba su argumento, de hecho, al viajar mucho, era aún más probable encontrarse con esa gente, incluso en las rutas. Miró alrededor, notando que estaban en un camino sin salida. Su temía tanto, es porque no debió encontrar forma de huir del enfrentamiento, y la duda que más tenía en su cabeza, era como sobrevivió en los caminos huyendo como una rata.

Y, de hecho, ¿Se podía siquiera ser un viajero y un caballero al mismo tiempo? Lo dudaba.

Soltó un bufido, y notó como el caballero levantó su rostro, pero solo pudo notar sus labios formar una o, para luego fruncirse. Ni siquiera él estaba seguro de lo que estaba diciendo. Que poca convicción para mentir.

“Si no escupes la verdad te va a ir mal.”

Ya podía sentir como la gente sacaba sus cabezas por los pórticos y por las ventanas, intentando saber que era todo ese alboroto. No tanto por el caballero, si no por el bandido que ya se estaba levantando, gritando eufórico. Realmente estaba ebrio, tanto así que ni siquiera era capaz, motrizmente, de sacar su cuchilla del cinto.

El caballo relinchó, nuevamente levantando las patas, anunciando el acercamiento del bandido, pero no dejó de mirar al caballero, que seguía temblando en el suelo, su mano había sacado un poco más la espada, pero solo un centímetro. Obviamente no se levantaría a tiempo.

Soltó un suspiro pesado.

Odiaba tener que hacer el trabajo del resto.

Dio un golpe en la mano del caballero, y le quitó la espada, sacándola de su guarda. El caballero soltó un grito de sorpresa. No dudó en llevar la punta de la espada en la garganta del bandido, el cual se estaba aproximando rápidamente. Se detuvo de golpe al sentir el filo tan cerca de acabar con su vida. Ya no parecía tan desbocado, y lo agradecía, porque no tenía ganas de hacer un caos aun mayor, ni ensuciar su ropa.

La última vez que blandió una espada las cosas no salieron muy bien. Su madre se desmayaría si se enterase, y a su padre se le caería el poco pelo que le quedaba.

Dos pueblerinos corrieron hacía ella, con cuerdas, dispuestos a retener al bandido. No solía pasar mucha de esa gente por ahí, pero cuando sucedía, era fácil distinguirlos.

“¿Está bien, princesa? Vinimos a ayudar.”

Les asintió.

“Enciérrenlo y hagan que lo interroguen, estos sujetos nunca salen del pueblo con las manos vacías.”

No sería al primero que sacaban a patadas de sus tierras. Estos solían entrar solo a robar, pero cuando se quedaban a beber, ahí las cosas se salían de control. No quería ni siquiera recordar las situaciones horribles en las que se vio envuelta, pero al menos, todo salió bien.

El caballero se fue levantando lentamente, mientras todos parecían dispersarse a su alrededor.

No dejó que este se moviera ni un centímetro. No dudó en usar la misma técnica de apuntar a su garganta. El caballero se asombró y del miedo se lanzó hacía atrás en un movimiento sorpresivamente brusco. Pudo notar el cabello rubio en su frente, amarillo y brillante, y sus ojos eran celestes con un leve tono verde en ellos. Era demasiado bonito. Era alto, y probablemente fuese más delgado sin la gran capa de ropa y armadura.

No estaba convencida, para nada.

Frunció el ceño de inmediato, tal vez más de lo que ya tenía. Esas situaciones sacaban lo peor de ella, lo menos principesco.

“No he acabado contigo, ¿Qué haces en mi reino?”

Le dijo, nuevamente poniendo la espada a solo unos milímetros de su garganta. Podía tener cota de malla y ropas para combate, pero cortarle la cabeza no sería ninguna dificultad. Al menos esa espada parecía bien afilada, como si no hubiese sido usada nunca.

Los ojos claros miraban el filo con miedo, y tenía la sensación que le asustaba más la espada en sí que su probable muerte, y ahora que lo pensaba, le hacía sentido, ya que hasta parecía temeroso de desenfundar el arma.

No era un caballero, lo tenía claro, ya que, para ellos, su espada era parte de ellos, su honor. Estaban dispuestos a pelear, están dispuestos a sacrificar su vida. Son entrenados para no tenerle miedo a nada. Podría estar vestido como uno, pero el hábito no hace al monje.

Claramente ocultaba algo, y ese era el mejor disfraz para pasar fronteras.

De hecho…

“S-solo estoy de paso. Soy un caballero viajero.”

Tartamudeó.

De acuerdo, estaba harta.

“Te daré una última oportunidad para que me digas la verdad.”

Los ojos ahora la miraron, llenos de terror.

“Yo…Ya se lo dije, yo soy solo un-”

Estaba completamente harta.

Dejó caer la espada y tomó al caballero por la ropa del cuello. Tela y metal, pero no le importó aquella sensación desagradable en sus manos, en lo absoluto. Tiró de él, acercándolo a su rostro.

El terror y el pánico fueron aún más visibles.

Ese sujeto no tenía idea con quien se había metido.

“Odio a los mentirosos.”

Lo empujó, y este casi cae nuevamente al suelo. Tomó la espada y la metió en el cinto del caballero, y se subió a su caballo de un salto y lo último que hizo fue ofrecerle la mano.

La mirada clara estaba llena de confusión.

Oh, claro, podría matarlo ahí mismo, pero una princesa debía mantener su posición frente a sus súbditos, así que debía mantener cierta compostura. Además, que la viesen haciendo aún más drama contra un caballero, podría dañar la opinión publica respecto a ella misma y a los caballeros del reino.

Debió pensar eso antes de amenazarlo, pero al menos todos mantenían la distancia.

“Ven conmigo, y no haré que el pueblo te haga arder por el secreto que ocultas.”

Este miró hacía ambos lados, temblando, y se puso erguido, finalmente tomó su mano, la cual estaba enguantada. Le dio un tirón y terminaron ambos sobre el caballo. No esperó nada y golpeó al animal para que empezara a correr.

“Agarrate, mentiroso.”

“¡Espera!”

Escuchó un chillido desde detrás de ella, así como las manos enguantadas se aferraron de su ropa con desesperación. Cualquiera diría que jamás se había subido a un caballo, lo que nuevamente era muy impropio de un caballero, ¿O tal vez era un jinete de poca velocidad? Como fuese, iba a descubrirlo.

Llegó al hostal y entró por las caballerizas. Le dio la señal al caballero para que se bajase, lo cual hizo de manera torpe. Se bajó, amarrando al animal y luego entró por una de las puertas.

La mujer la saludó, pero notó confusión en su rostro al verla acompañada.

“Ocuparé uno de sus cuartos, si me lo permite.”

Le sonrió cordialmente y la mujer asintió con fervor, dándole una de las llaves.

El caballero la siguió. Podía escuchar sus botas resonar tras de ella mientras pasaban por los pasillos, retumbando la madera en sus pies.

Abrió la puerta, y este entró, sin decir nada, sin quejarse, sin nada, solo avanzó. Rendido.

Si hacía todo eso, es porque realmente odiaba a los mentirosos, y a los bandidos podía meterlos en los calabozos, pero los mentirosos tenían una razón de porque mentir, y prefería averiguar todo eso antes de tomar acciones y represalias. Tal vez si fuese otra persona, con otra energía, no haría aquello, pero esta persona frente a ella no parecía tener la fuerza ni la intención de luchar de vuelta, ya que ni era capaz de sostener su espada.

No era un peligro, y si podía serlo, no le costaría salir del problema.

Tenía confianza en sus habilidades.

“¿Qué quieres de mí?”

El caballero la miró hacia abajo, ojos temerosos y a la defensiva, desconfiados. Sus brazos estaban frente a su cuerpo, abrazándose.

“Ya te dije que odio a los mentirosos, y necesito saber porque una mujer se disfraza como un caballero y entra a un reino ajeno.”

Los ojos claros la miraron con sorpresa. Terror incluso.

Parecía que iba a llevarle la contraria, a buscar una excusa, a decirle un argumento, pero cerró los labios, culpa en sus facciones. No podría encontrar nada para rebatirle.

Tal vez otras personas podrían ignorar todas las señales, y no se les pasaría por la mente el que una mujer estuviese detrás de esa ropa, pero ella no era así, confiaba en su intuición, y no descansaba hasta que llegaba hasta el fondo del asunto.

“Si alguien más lo hubiese descubierto, estarías siendo quemada viva, y sabes que no estoy bromeando.”

Los ojos se ocultaron bajo la cortina de cabello rubio.

Se acercó más, dispuesta a sacarle la verdad.

“Si no me dices lo que ocurre, con solo unas breves palabras, haré que te maten de la forma más dolorosa que podrías imaginar.”

Estaba temblando, podía notarlo, pero luego de unos segundos dejó de ver el miedo en sus ojos, y solo vio frialdad, como si se pusiese una máscara, o como sí que se sacara una. Temió un poco en ese segundo, cuando esta se paró recta, y ahora notaba aún más la diferencia de altura entre ambas. Procuró mantener su cuerpo alerta para tomar la espada antes que la mujer.

“Vengo de otro reino, soy Joanne, heredera al trono y futura reina.”

Se quedó mirándola con sorpresa, imaginando que incluso su boca estaba abierta de par en par.

Eso no se lo esperaba.

¿Una reina disfrazada de caballero? Eso de seguro era más alocado que sus teorías.

“¿Por qué huiste?”

La mujer mantuvo su máscara durante esos momentos. No lo sabía del todo, pero parecía más dolorida y asustada en ese exacto momento que cuando temblaba de miedo. Tal vez si era una máscara, pero una antigua, una que le costaba mantener o que le dolía mantener.

“No estaba preparada para tomar mi lugar en el trono.”

Sus ojos se desviaron, y aunque los notase honestos, sabía que había más de esa historia, pero dudaba que la mujer fuese a decir más, su postura tensa. Tal vez le costaría mucho más tiempo el sonsacarle la verdad.

“Dime el nombre de tu familia.”

La mujer, Joanne, la miró confusión, pero rápidamente le respondió.

Se quedó pensando durante un momento. Recordaba los libros a cerca de los reinos cercanos, así que no estaba tan perdida en el tema. El apellido no era ajeno, así que lo tomaba como una prueba de la veracidad de su relato. No era tan lejos, tenía sentido que pudiese haber tenido la suerte de llegar ahí sin tener mayores problemas. De haber sido de un lugar más lejano, ahí estaría perdida, los bandidos se tomaban las rutas y atrapaban carretas con suministros. Robarle a un caballero no sería problema, ya con la pura espada podrían obtener algunas monedas.

“¿Tus padres te están buscando?”

Le estaba causando incomodidad el rostro sin expresión de la mujer, de hecho, prefería verla llorosa y aterrada, aunque le colmase la paciencia. No quería hablar de eso, lo entendía, pero tampoco podía dejarla ir así nada más. No podía hacer algo así.

“No lo sé. Llegue aquí hace una semana, dudo que busquen en otro reino. De hecho, dudo siquiera que me estén buscando.”

Si, había más contexto aún. Era evidente como había sentimientos encontrados en esa frase, y se esforzaba al máximo para calmarlos, luciendo así. Probablemente era del tipo de personas, como su hermana, que cuando hablaban de temas que de verdad le importaban, toda esa calma se iba a de su cuerpo, y se volvía eso, una reina.

La corona carcomiendo toda la humanidad.

No debería comparar a esa mujer con su hermana, o terminaría agarrándole cariño.

Pésimo error.

“Eso significa que no piensas irte de este reino.”

La mujer la miró, y su rostro ya parecía normal, o al menos esa faceta de conejo preocupado.

“Aquí estoy segura, no planeaba irme, aunque ese sujeto me lo hizo replantear.”

Soltó un suspiro, masajeando su cuello. Llegaba el momento de la amenaza, se le daba bien, pero terminada adolorida. Sacó la espada del cinto de la mujer, y la movió rápidamente, llevando la punta justo donde se encontraba la armadura de metal, soltando un chirrido.

La mujer se puso tensa, frunciendo los labios en una fina línea. Nuevamente miraba el arma como si estuviese maldita.

“No te veo como una amenaza en este momento, sin embargo, ni el pueblo ni tu integridad están a salvo aquí afuera, si tu reino se entera que estás viviendo entre los plebeyos en un reino ajeno, pueden tomar una acción precipitada que puede llevarnos a la guerra, y si el pueblo se entera de que eres un fraude y te haces pasar por hombre, te van a quemar viva, así que te voy a proponer algo.”

La mujer asintió, sus ojos claros fijos en el filo de la espada rozando su armadura. Al parecer no era ni siquiera necesario usar la espada, ya con lo que le dijo era suficiente, y si, era verdad. Sabía que había ocurrido algo así años atrás, cuando era una niña, y por suerte no volvió a pasar, lo encontraba completamente innecesario y desproporcionado. Y en este caso, incluso le parecía ingenioso, nadie buscaría a una reina oculta en ropas tan masculinas como las de un caballero, debía darle un punto a su favor.

Aunque al menos debería de haber intentado imitar el comportamiento de un caballero.

“Mi padre insiste en que debo tener a un caballero para que me proteja, así que bien podrías ser tú. Vivirías en el castillo y estarás relativamente protegida, así como el pueblo de tener a un fraude como tu viviendo con ellos, y así también puedo tenerte vigilada y evitar que hagas algo estúpido.”

“Tu familia también podría enterarse de que no soy un hombre, y sería peor de lo que me haría el pueblo.”

Si lo pensaba así, tal vez la mujer tenía razón, eso si ese reino no fuese el que era y su familia no fuese la que era. Podía notar evidente preocupación en Joanne, y esa mueca le dio cierta gracia.

“Calma, mi padre no se resiste a mis peticiones, puedo salirme con la mía fácilmente usando la estrategia correcta. Puedo encargarme de esto. Él estará feliz de verme con un guardaespaldas, tu estarás lejos de tu reino y a salvo de la turba y viviendo en un buen lugar y yo no volveré a tener que escaparme del castillo por no tener seguridad. Todos salen ganando.”

Alguien podría decir que estaba siendo demasiado despreocupada al ofrecer algo así, sin embargo, conocía a la gente, llevaba moviéndose entre diferentes tipos de personas desde siempre, tanto con la clase alta como con la baja, incluso con los mismos bandidos que ella misma encerraba. Conocía la maldad cuando la veía, y no notaba eso en esa mujer. Si notaba como estaba precavida, como ocultaba algo importante, algo doloroso, y honestamente, le importaba poco mientras no significase un problema para ella o para su pueblo.

La mujer asintió, su rostro seguro.

“No puedo negarme a tal ofrecimiento.”

Se vio sonriendo.

Ahora que lo pensaba, podría ser divertido. Dudaba siquiera que volviese a aburrirse en el castillo si todo salía como quería. Era como tener un juguete nuevo, e iba a aprovecharlo al máximo.

Solo debía pensar en que le diría a su padre.

Si, iba a ser divertido.

 

Chapter 3: Cat Sidhe -Parte 1-

Chapter Text

CAT SIDHE

-Sirena-

Odiaba su destino.

Odiaba cada parte de su actual vida.

Una bruja siendo maldecida. No podía ni creerlo. Era estúpido y vergonzoso, sobre todo el que su destino fuese vivir como un gato por la eternidad. El que le hicieran eso, era inconcebible, pero al mismo tiempo, tampoco recordaba cual fue su falta para que terminase así. El oscuro solía borrar las memorias de los que terminaban ahí, en el mundo humano.

Jamás sabría lo que sucedió, y por una parte anhelaba saberlo, y por otra parte le parecía agradable el vivir en la ignorancia.

Y en su estado, tampoco es como que tuviese tiempo para mirar atrás en el pasado, aún más en ese instante donde sus ganas de simplemente desaparecer las tenía tan a flor de piel.

Su presente ya era desagradable en todos aspectos.

Morir.

Ese era su destino, y su único camino viable.

¿Porqué?

Solo escuchaba los gritos y las amenazas de los humanos que la señalaban cuando la veían pasar por las tierras altas. Solo escuchaba las burlas de las que antes fueron sus hermanas en el aquelarre. No podía ni siquiera alimentarse, ya siendo en su forma humana o usando las cuatro patas que Satán le dio como condena. Cada día su cuerpo se volvía más delgado, más débil, sin fuerzas.

No podía seguir así.

Ni siquiera podía morir de hambre como un humano, pero si sentía el dolor y el sufrimiento de la inanición a la que era sometida.

A esta altura, tenía un solo deseo.

Morir siendo humana. Dejar este mundo en la piel que la hizo sentir viva alguna vez en el pasado.

Buscó el lugar perfecto y luego de caminar durante un tiempo que le pareció increíblemente largo, llegó a la playa. Iba a terminar con todo. Estaba harta de estar en el medio. No ser un gato, ni ser una bruja, ni ser humana. Se sentía como nada. No encajaba en lo absoluto, ya no había cabida para su existencia en el mundo, mucho menos en el mundo humano.

La cruel humanidad era incluso más cruel con seres como ella, pero no los iba a juzgar, cuando era una bruja, cuando tenía un poder infinito y un cuerpo rebosante de energía, solía jugar con la vida de estos como si se tratasen de simples piezas de un juego de ajedrez. Disfrutaba de lo que hacía en esa época, pero no se enorgullecía. Si el oscuro se lo ordenaba, ella iba a hacer lo que sea para darle satisfacción, para ganar poder al cumplir sus más egoístas deseos. Fue la favorita, hasta que dejó de serlo. Sus manos se mancharon de sangre humana, el rojo llenando los campos, pero al parecer, no fue suficiente.

Nunca fue suficiente.

Se quedó ahí, mirando el mar, mientras el viento meneaba su largo cabello. El aire en su piel desnuda era tan reconfortante, era como estar viva. Completamente diferente a su otra piel animal. Si no sintiese tanto dolor, tal vez lo disfrutaría.

Era vigorizante y lastimoso el recordar quien era antes.

El agua se arrastró por la arena, dejando marcas oscurecidas y espuma a su paso, y luego se detuvo antes de que pudiese tener contacto con su piel, retrocediendo una vez más.

¿El agua salada la mataría? ¿Se desintegraría? ¿O simplemente sus pulmones se llenarían de agua, impidiéndole respirar una vez más?

No importaba, solo quería darle fin a su vida.

Dio un paso adelante, dejando que el agua lograse tocar sus pies.

Quemaba.

No sabía si era porque realmente le hacía daño, o por su miedo incoherente a la muerte.

Poco a poco, paso a paso, comenzó a avanzar, el agua subiendo por su cuerpo, por sus rodillas, por su pelvis, por su cintura. Sentía su cuerpo adormecido y dolorido, como cada poro ardía, pidiendo auxilio, tratando de convencer a su mente de retroceder, de volver a un lugar seguro, pero estaba harta de huir, de tener miedo, al menos quería ser capaz de decidir su final.

Si. Morir era lo mejor.

Metió una de sus manos en el agua. Su piel lucía extraña en el líquido, rojiza, tiñéndose poco a poco, ardiendo, y se dio cuenta que el resto de su cuerpo tenía un color similar. Tenía la sensación de que si seguía ahí se iba a desintegrar, su piel deshaciéndose, pero, ¿Acaso no era eso lo que quería?

¿Así se sentían las hadas al ser tocadas por el hierro?

Quizás así era.

Le había hecho daño a mucha gente. Había hecho pactos que no debía hacer.

Ahí estaba su castigo.

Cerró los ojos, concentrándose en la brisa, en el aroma salino del mar, así como en el sonido de las olas chocar con las rocas que ahí había. Su mente ignorando el ardor, el dolor.

Sintió un fuerte agarre en su muñeca que la hizo saltar.

Se vio mirando su mano, su cuerpo entrando en pánico por mero instinto, como cada vez que un humano le daba caza y huía para intentar evitar una muerte indigna.

Una mano la sostenía de la muñeca.

Una mano grande, resistente, contrastante con su brazo débil y huesudo.

Miró al frente, buscando al dueño de esa extremidad, sus piernas temblando, listas para correr, pero primero, debía saber quién era quien la atacaba de semejante forma. Debía aprenderse el rostro, el aroma, la existencia, y así estar lista para correr a penas lograse captar la esencia de su cazador.

Una mujer estaba frente a ella.

Los ojos verdes la deslumbraron, se veían llenos de vida y brillaban, su rostro y cuerpo, ambos se notaban fuertes y con carácter, su cabello anaranjado era igual de llamativo, este completamente mojado, pegándose a su piel húmeda. Esta no salía del todo desde dentro del agua, pero podía ver parte de su cuerpo saliendo del agua, una extremidad escamosa, cuya piel plateada brillaba con la luna y la humedad.

¿Una Sirena en la costa?

Eso era imposible. Ellas no se asentaban ahí, mucho menos tan cerca de la orilla.

"¡Te estás haciendo daño, sal del agua!"

Su voz resonó estrepitosamente, al igual que las olas al chocar con un roquerío, y se vio saltando de la impresión.

Tuvo miedo. Si, y no sabía por qué. Quizás simplemente se vio confundida con la situación tan repentina, y ya al estar lista para correr, fue algo instintivo que no pudo detener. Dio un salto hacia atrás, soltándose del agarre y corrió fuera del agua.

Iba a morir, sí, entonces, ¿Porque tenía miedo si estaba lista para su fin?

Ese debía ser su lado humano, que la hacía ser estúpidamente vulnerable.

Se trasformó en gato, una vez más, sin ser consciente de que su capacidad de transformarse en un ser humano ya era limitada, y solo corrió de ahí, espantada.

No quiso voltear. No quiso mirar atrás.

Estuvo días en su piel animal, buscando comida para luego ser atacada en más de una ocasión. Era difícil alimentarse en una tierra donde era típico que se oyese hablar del gato maldito. Donde era una plaga. Un mito hecho realidad. ¿Cuántas brujas fueron mandadas a esa tierra, en específico, usando esa piel?

No quiso volver a su forma humana hasta estar segura de darle fin a su vida, tenía que estar preparada para todo, y no transformarse en vano. No podía darse ese lujo. Ya no.

No tenía muchas esperanzas, ya llevaba algunas veces transformándose en gato por error, y no era algo que pudiese hacer ilimitadas veces. No quería eso. Iba a terminar muriendo de hambre si terminaba atrapada en esa forma.

Fue a la playa, una vez más.

Si, iba a hacerlo.

Estaba segura esta vez.

Su determinación siempre había sido su mejor característica.

Se detuvo en la orilla, sintiendo la arena entre sus patas. Se quedó hipnotizada ante la melodía que sus oídos felinos percibían. Ni siquiera fue capaz de concentrarse en nada más, solo podía escuchar la voz ajena entrar en su cabeza, consumiéndola.

Era ella.

La sirena estaba sobre una roca, siendo bañada por la luz de la luna. El sonido de las olas acompasaba a la perfección.

Pero, ahí no había nadie. No había barcos, ni humanos, ni nadie. Solo estaban ellas dos. ¿A quién le cantaba? ¿Para qué?

Quería pensar que quizás cantaba para esa bruja suicida. Si, iba a ser bendecida por la antropofagia. Quizás ese era su destino y verla de nuevo era una señal.

Señal de su muerte inminente.

Luego de unos momentos, esta se quedó en silencio, la canción dando por terminada finalmente, sin embargo, no había efecto. No había nada. No sentía aquello de lo que todos hablaban al verse sumergidos ante el canto letal de una sirena. El ser llevado a la muerte, a la desesperanza, a ser cazados sin siquiera ser conscientes del peligro que eso significaba.

Solo podía pensar una cosa.

Ese ser no estaba ahí por gusto. Había sido alejada de sus iguales por ser diferente, por no ser capaz de hacer lo que las otras sirenas si podían hacer. ¿Era eso? Era lo único en lo que podía pensar. Una sirena cuyo canto no es útil para conseguir el alimento, un canto que no mata, que no enloquece.

Si era así, ambas eran parecidas.

Habían sido dejadas de lado por sus iguales. Eran la escoria de sus pares. Ambas huían con el fin de seguir viviendo un día más como almas solitarias sin familia.

La mujer se removió en aquella roca, dándose cuenta de la mirada intensa que la observaba. Sus mejillas fueron llenándose de color mientras sonreía, su rostro cabizbajo, avergonzado.

"Tengo un canto sin poder, no fui lo suficientemente buena para permanecer mar adentro."

No.

No digas eso.

Eres lo suficientemente buena.

Quería decirle eso, y al mismo tiempo quería que alguien le dijese esas mismas palabras a ella.

Pero ahí estaban ambas, alejadas de todos.

Se percató de que había vuelto a su forma humana cuando vio que levantaba una de sus manos en la dirección de la sirena, queriendo alcanzarla. Queriendo llegar hasta esta. Tocar su rostro entristecido. Sentir su piel. Sintió sus propias mejillas llenarse de color y calor ante el mar de necesidad que tenía subiéndole por el cuerpo. De melancolía. De atracción.

Tal vez no era un canto sin poder, al menos no del todo.

"Déjame escucharte una vez más."

Su voz tembló como un niño que recién aprende a hablar. Había pasado mucho tiempo como un animal y ya había olvidado cómo funcionaba su cuerpo humano.

Quería seguir estando al lado de esa mujer con la que parecía no tener nada en común, pero era todo lo contrario.

La sirena le sonrió con ánimo, aceptando sus intentos de un cumplido tembloroso y se acomodó en la gran roca, y mirando la luna, siguiendo con su melodía atractiva pero inofensiva.

Ambas eran dos almas solas en esas tierras. Sin hogar. Sin destino.

Quizás sería un gato por toda la eternidad, pero poder escuchar esa melodía era sin duda un milagro, un regalo de los Dioses, aunque, que ironía siquiera pensar en esa remota posibilidad al haber seguido los pasos de Satán durante toda su existencia.

Pero incluso este la abandonó, así que, no tenía por qué serle fiel ahora. Podía rezarle a alguien más, creer en alguien más.

Cerró los ojos, disfrutando de esa melodía que podía percibir hermosa, aunque no tuviese sus oídos animalescos agudizados. Con su humanidad era suficiente. Era un gozo. Probablemente sería de las pocas personas que podían decir que escucharon el canto de una sirena y vivieron para contarlo.

Sin embargo, con canción o sin ella, esa sirena, a unos metros de ella, podría acabar con su vida después de todo, ¿No?

Pensaría en eso, pero por ahora, simplemente se regocijaría, al menos por unos momentos.

Hasta que la canción se acabase.

Hasta que su vida se acabase.

Chapter 4: Succubus -Parte 1-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Error-

 

Garnet se levantó aquella mañana con un dolor en la cabeza.

Un golpeteo incesante, pero no era un golpeteo desconocido. Podía saber exactamente que era.

Era un hechizo.

Se levantó de la cama, solamente para quedarse ahí, sentada, sujetando sus sienes, el mundo se le removió apenas intentó pararse, lo cual era una mala señal, o al menos significaba que su cuerpo aún no se recuperaba del todo.

No sabía si era su cuerpo el que se volvía más resistente a ese hechizo, o algo similar, pero no le agradaba aquello, porque seguía sintiendo el mismo dolor mental que la primera vez. La última vez, años atrás, estuvo días en cama, y cuando despertó, el dolor en su cabeza no fue tan grande, su cuerpo y mente recuperados casi al mismo tiempo.

Ahora no era así.

A pesar del dolor, agradecía que hubiese algo que pudiese detenerla…

Finalmente se puso la túnica y comenzó a caminar por los pasillos, dirigiéndose a la sala a la cual debía ir. Aún era temprano, pero no quería quedarse más tiempo ahí.

Le abrumaban las miradas de sus compañeros, la avergonzaban, y se podría decir que estaba acostumbrada, de todas formas, ahí, en la iglesia del oscuro, todos la trataban diferente por ser lo que era, pero ahora, era totalmente consciente de la razón de sus miradas furtivas, el dolor aun presente en su cabeza era la prueba de que sucedió algo.

Debió arruinar un ritual contra los cristianos.

De nuevo.

Sabía exactamente qué ocurrió, pero como ocurrió, como perdió el control de su parte demoniaca, esos recuerdos estaban borrosos en su memoria. Otras veces que le ocurrió, en su adolescencia, también despertó con una laguna mental, sin saber que sucedió, o, mejor dicho, que hizo. Luego las memorias llegarían, poco a poco, como un goteo, pero siempre faltaba una pieza en sus recuerdos, pero luego de lo que hacía, ese era suficiente castigo.

Ojalá sus víctimas también pudiesen olvidar.

Ese dolor que tenía era su castigo, así como la vergüenza que sentía. Odiaba que esa parte de ella saliese en momentos vergonzosos, o más bien, que ocasionase situaciones vergonzosas.

Se apoyó en una de las paredes, esperando a su grupo antes de dirigirse por el pasillo hasta su salón designado.

Cerró los ojos un momento, intentando hacer memoria.

Se recordaba a sí misma en uno de los baños, desafiando su reflejo, veía las gotas de agua bajando por su rostro, obviamente estaba intentando controlarse, pero era difícil.

Un grupo de cristianos había entrado a la fuerza, recordaba haber peleado con algunos antes de que todo ocurriese, antes de que las hermanas decidieran hacerlos pagar por su intromisión. Ahí se torturaba de una forma diferente a como los cristianos torturaban a sus pecadores. No había golpes, no había hechizos, no había magia alguna, no, al menos nada agresivo. La idea era torturarlos con lo que ellos pensaban que era pecado sobre el lado oscuro.

La lujuria, en particular.

Muchas veces tentaban a los cristianos a cometer sus pecados, seduciéndolos en el mundo del oscuro, de la blasfemia, de la idolatría, de la hechicería, la prostitución, al final todos los creyentes que entraban a la iglesia oscura terminaban cayendo en sus propios pecados, siendo incapaces de volver, incapaces de enfrentarse a Dios luego de lo que hicieron.

Lo principal, era romperlos a nivel físico, y de ahí espiritualmente. El humano es débil, mucho más a nivel físico, a nivel animal.

Esa fue la razón por la que su lado demoniaco salió de semejante forma.

Ese aroma.

Su mirada cambio frente al espejo, sus ojos cambiando de negro a rosa, sus escleras tornándose oscuras, el demonio despertando.

Solo necesitaba un poco, oler solo un poco de la esencia provocada por la excitación para hacerle perder el control.

Era una necesidad.

De todas formas, era un súcubo.

Debían de estar seduciendo a uno de ellos, ni siquiera recordaba su cara, pero era claro que sus impulsos la dominaron por completo y se vio acercándose a él, atacándolo antes de que las vírgenes pudiesen hacer su labor para corromper al hombre. Ella intervino.

Dijo que lo había atacado, pero no con golpes.

Quizás a él no le había impactado tanto que una virgen, una intocable, fuese la razón de su placer, pero que llegase una mujer, que evidentemente era mitad demonio, y lo hiciese perder la razón, debió hacerlo sentir incluso más sucio.

Soltó un quejido, sus sienes ardiendo, mutilándola por dentro, haciendo su cabeza hervir.

No tenía sentido.

Algo debió haber salido mal. No la habrían atacado con ese hechizo de haberle hecho eso a un cristiano, porque era exactamente lo que ellos querían, corromperlos y había hecho eso. Su cuerpo debió calmarse apenas logró su cometido, secando al sujeto, ¿Tal vez había otro más? No, a las hermanas no les importaría tampoco.

Debió haber roto alguna regla para que la desmayasen.

Se quedó mirando el suelo, viendo como algunos magos pasaban frente a ella.

No quería pensar que fue así, que de verdad cometió un error como ese. De ser así, pronto tendría que ir a hablar con las superioras y que le dictaran un castigo.

Ahí no había pecados como los tenían los creyentes, pero si había reglas que no podían romperse, al fin y al cabo, todos obtenían su poder del oscuro, y le debían fidelidad.

Todos excepto ella.

Su poder era heredado, su poder era propio.

Tal vez por eso nunca le había interesado el dedicarle su vida al oscuro, pero al vivir ahí, debía adaptarse a sus reglas, las cuales seguía rompiendo, pero por su genética, no la podían sacar de ahí, sería romper una regla también, ya que se debía venerar a los demonios.

Bueno, tampoco la veneraban.

Soltó un suspiro pesado.

No quería darlo por hecho, pero ya sabía que regla había roto. Ya había pasado antes.

Las vírgenes.

Ella tenía el paso prohibido en los rituales, porque era el trabajo de las vírgenes el tentar a los creyentes, y estas mismas estaban vulnerables en ese momento, por algo mantenían a los sujetos amarrados.

Pero a ella no la podían amarrar, no la podían contener, no pudieron cuando tenía la mitad de su tamaño y fuerza, mucho menos podrían ahora.

Una de las vírgenes debió entrar en calor con el ritual, lo que era normal, y debió sentir aquello e ir hacía una de ellas, y deseaba que fuese solo una y no varias.

Su pureza era guardada para el oscuro, el poder que ellas tenían era superior, así que en la iglesia las cuidaban con esmero. Nadie podía tocarlas y era una gran falta para que el que quisiese hacerlo o quien lograse hacerlo. Ese era su única razón de estar ahí, de vivir bajo ese techo, y era el ser de Satán.

Antes no fue tan doloroso, moralmente, el que su demonio interior intentase desvirgar a una virgen, pero ahora que se dedicaba a cuidar a una de las vírgenes, no le sabía bien el haber hecho eso. Sentía el peso de su deber caerle encima, la vergüenza de haber hecho lo que no debía, lo que se había prometido que evitaría hacer.

¿Cómo iba a mirar a Myrtle a la cara luego de intentar violar a una de ellas?

Ni siquiera sabía cómo iba a mirar a Dargan a la cara, quien era su compañero, quien estaba con ella gran parte del día para evitar que esa parte de ella se descontrolase. Él también iba a recibir un castigo, estaba segura.

Realmente lo había arruinado.

Entró en pánico apenas vio a Myrtle caminando por el pasillo, al lado estaba el compañero de esta, Finneas, y detrás de ambos, venía Dargan.

Sus instintos le decían que entrase al salón y se hiciese la dormida, pero igual compartiría su mesa con ellos tres. No tenía sentido, pero no podía evitar sentirse nerviosa, incluso tenía ganas de vomitar.

Esperaba oír cualquier cosa, pero no quería escuchar nada de lo que su mente le señalaba, sin embargo, Myrtle no le dirigió palabra alguna, simplemente caminó por el pasillo, sin siquiera mirarla ni saludarla.

Se quedó de piedra.

Pudo esperar cualquier reacción de la mujer, ¿Pero ignorarla? Eso sin duda le dolía mucho más que cualquier otra cosa. Los chicos notaron aquello, pero no dijeron nada, simplemente caminando tras ella, ahora todos juntos avanzando en silencio.

La mujer nunca había actuado así, ni siquiera cuando se conocieron y todos le dijeron cuan horrible era ella por ser mitad demonio, ni con los peores rumores, y algunos reales, ella la trató de una manera que no fuese amable y cordial.

¿Por qué ahora sí?

Temió por un momento que hubiese sido a ella a quien intentó a atacar, pero al menos algo recordaría ¿No? De hecho, su grupo no estaría caminando con normalidad a su lado de ser así, incluso la habrían cambiado de grupo, ya sin poder ejercer su deber de cuidadora.

Pero eso no quitaba que si fuese su actitud contra las vírgenes lo que causase el fastidio en la mujer.

Tampoco podía asumir las cosas, no era esa clase de persona…

Aunque prácticamente nadie ahí la considerase una persona.

Se acercó a la mujer, sintiendo el pecho doler en anticipación, temiendo que esta la ignorara incluso si le hablaba de frente. Realmente prefería que esta la odiase o le diese alguna mirada furiosa, pero que hiciese como que no existía era algo que le dolía demasiado.

No iba a decir que era porque su madre la abandonó ahí, pero probablemente si era por eso.

No tenía mucho en ese lugar, en la iglesia del oscuro, ni tampoco tenía conexiones con los magos, brujos y vírgenes que ahí había, el último año solo se enfocaba en su grupo, el cual se armó para asegurar a la virgen. Se podría decir, que, entre ellos, ambas eran más cercanas.

Myrtle jamás la vio como un ser incompleto, ni la trató de una manera diferente, incluso parecía confiar en ella, y eso la hacía sentir llena de paz. Por su parte, la veía, y tenía ganas de cuidarla, siendo tan pequeña y delgada en comparación a su propio cuerpo.

Siempre cuando se le acercaba lo hacía con cuidado, con miedo, como si pudiese romperla. Temía lastimarla y que su apreciación de ese ser mitad humano mitad demonio cambiase, y se tornase como la de los demás.

Una bestia incompleta.

Inhumana.

Rota.

Insuficiente.

O el apodo que solían decirle, pervertida incontrolable.

No los culpaba, porque era así.

Simplemente perdía el control y esa parte hacía de las suyas, su cuerpo siendo dominado por una fuerza superior. A veces le causaba gracia el apodo, pero otras veces le recordaba la razón de todos sus problemas, de sus inseguridades.

Nunca sería aceptada por los humanos, ni siquiera los que estaban más cerca del infierno.

Pero ahora, temía perderla a ella.

“Myrtle, ¿Estás enojada conmigo?”

Su voz sonó rota, y sintió lastima de sí misma, de nuevo.

Era débil.

Por algo su demonio interno la consumía con tal facilidad, pero ahí, dudaba poder ser fuerte.

Myrtle normalmente era seria, su postura calmada y su rostro placido, pero ahora estaba tan inexpresiva que le hizo sentir escalofríos. Estaba enojada, era obvio.

“No lo entenderías.”

Se vio tragando pesado, sus pies deteniéndose por completo, mientras la mujer seguía caminando, entrando en el salón que les correspondía.

Si, le habría dolido más que esta la ignorase del todo, sin embargo, quedó confundida, impotencia llenando cada parte de su cuerpo. La frase sonó en su cabeza varias veces.

Odiaba no entender.

Odiaba que no hubiera respuestas claras a sus preguntas.

Como la razón de ser lo que era.

O el porqué de su madre abandonándola ahí.

O el cómo controlar la parte maldita de su cuerpo.

Nunca había una salida o una respuesta, simplemente venían más y más caminos confusos y preguntas escandalosas. Al final terminaba perdida, tal y como se sentía ahí, siendo diferente a todos la que la rodeaban.

Los chicos avanzaron, pero Dargan, su compañero se detuvo un momento, su rostro tranquilo, sus brazos tras su cuerpo.

“Debe ser por lo que hiciste en el ritual.”

Este dijo, y se alejó, dejándola con un sabor amargo en la boca.

Obviamente era por eso.

El último incidente fue antes de que Myrtle llegase ahí, así que jamás la había visto atacar a alguien de esa forma tan grotesca, era normal que le indignase la situación. Incluso a si misma le desagradaba, pero no podía evitarlo, incluso el mero pensamiento de quitarle a Satán algo que le pertenecía era suficiente para hacerla hervir, para tentarla.

Realmente no tenía cordura alguna.

Soltó un suspiro, mientras poco a poco se quedaba sola en el pasillo.

Rebuscó en su bolso, su única pertenencia guardada ahí, a salvo de todos. Un auto de madera. Era el único recuerdo que tenia de su familia, era la única conexión que tenía. No había esencia luego de tantos años, pero el objeto seguía causándole cierto confort.

Comenzó a pasar las ruedas por su palma, las cosquillas en su piel siendo exactamente lo que necesitaba, o al menos lo que se había convertido en su terapia. Así podía calmarse, así podía pensar más claramente.

Ese error la iba a perseguir por siempre, tal y como los primeros, pero por ahora, solo podía seguir cumpliendo su deber como parte de la iglesia.

Nada más podía hacer.

 

Chapter 5: Teacher -Parte 1-

Chapter Text

TEACHER

-Declaración-

Ahí estaba ella, de nuevo, en ese salón.

¿Cuántas veces llevaba viendo a esa chica ahí?

No sabía con seguridad, pero si tenía claro que los últimos meses se había vuelto algo recurrente. Obviamente se sentía en igual parte avergonzada de la presencia de esta en la sala de detención, y al mismo tiempo le preocupaba.

Era su último año, podría arruinar su futuro si seguía cayendo en esa sala.

Una y otra vez.

Como profesora, le preocupaba que sus estudiantes no se comportasen correctamente o que sus notas bajasen al punto de afectar su futuro académico.

¿Qué más podía hacer?

No era de las mejores escuelas, ahí donde trabajaba, pero tampoco llegaba al punto de que el hecho de que hubiese estudiantes en detención fuese algo normal, porque no lo era.

El reloj de la sala dio las cinco, y las estudiantes comenzaron a levantarse, encaminándose a sus hogares, todas menos una.

Nao.

Ella estaba sentada, escribiendo algo en uno de sus cuadernos, al parecer la tarea que les había dado. Su cuerpo relajado, como si no tuviese ninguna intención de pararse e irse. La llamó por su nombre, y ahí esta recién levantó la mirada, y había cierta sorpresa en su expresión al darse cuenta que la sala ya se encontraba vacía.

Sus ojos amatistas se cerraron, mientras esta soltaba un pesado suspiro, cerrando el cuaderno en el que escribía hace solo un momento, su cuerpo parecía agotado. No se veía como siempre, y por inercia se acercó, pero no lo suficiente.

Sabía cómo era Nao respecto a ella, lo que esta decía sentir por su persona, por lo mismo, la evitaba, sobre todo cuando esta empezó a decir sus sentimientos a viva voz, y los rumores empezaron a correr, bueno, no eran rumores, ya que la misma Nao los había validado cada vez que podía.

No podía evitar ruborizarse cada vez que esta se lo decía.

Sensei, me gustas.

Estoy enamorada de usted.

Ya quiero ser legal para casarme con usted.

Y así un montón de cosas que esta decía con esa honestidad en su voz, con ese brillo en sus ojos y con esa sonrisa tan carismática, sin siquiera sentir vergüenza o vacilación alguna.

Era una chica popular, muchas otras chicas le habían declarado su amor, pero las rechazó a todas.

¿Por ella?

Realmente esa chica era ingenua. ¿Qué podía saber de amor?

Ella misma era ingenua, tampoco sabía lo que era el amor, su divorcio se lo restregaba en la cara cada vez que pensaba en aquello. Cada vez que las escenas pasaban por su cabeza, como ese matrimonio se destruyó tan rápido que ni siquiera logró asimilarlo.

“Vas a meterte en problemas si sigues cayendo en detención, es tu último año, debes pensar en tu futuro.”

Nao la miró, y se sintió ciertamente tomada por sorpresa al no verla con esa sonrisa eterna sobre sus labios, parecía triste, parecía decepcionada y no podía entender la razón.

Pero si era evidente que no era la misma de siempre.

Nao jamás la había mirado de esa forma, ni siquiera cuando le hizo clases por primera vez cuando era su primer año, cuando los rumores sobre su persona eran poco esperanzadores, tomándola como una especie de harpía que les iba a hacer la vida escolar imposible.

No entendía que le ocurría, pero era preocupante, claro que lo era.

De la nada, esta se levantó.

Se vio nuevamente en desventaja, al ser más baja que la menor, y aquello siempre aumentaba su vergüenza. Le costaba mantenerse firme cuando tenía que regañarla mirándola hacia arriba. No podía evitar sentirse inferior, diminuta incluso. Antes la diferencia no era mucha, pero esta cada día crecía más, por lo mismo solía ser bastante popular con sus compañeras.

“Es mi último año, por eso mismo lo hago.”

¿Caer de detención? No recordaba haberla escuchado hablar así de desganada, nunca en esos dos años y medio. No supo que decirle, ni siquiera fue capaz de preguntar a qué se refería. Los ojos violetas la miraron, y notó como esta respiró profundamente, inflando su pecho, su expresión cambiando, suavizándose, volviendo a ser la misma y por un momento no la vio como esa niña que era en primer año.

Había crecido.

“En unos meses voy a graduarme, luego entraré en la universidad, y eso significa que no podré verla más. Por eso hago que me detengan, así poder pasar más tiempo con usted.”

Frunció los labios, sintiéndose enrojecer rápidamente.

¿Cómo esa chica podía decir esa clase de cosas sin siquiera dudarlo? No lo entendía.

Carraspeó, intentando mantener su compostura.

No iba a dejar que una chica diez años menor la hiciese perder el control…

No es como que hubiese hecho un buen trabajo manteniéndose serena el ultimo tiempo.

“Es lo más tonto que he escuchado. ¿Sigues con eso del enamoramiento? Superalo y enfócate en tus estudios.”

Lo dijo con toda la seriedad que pudo, sin embargo, no pudo mirar a la chica a los ojos, no era capaz, menos si estos brillaban de esa forma, simplemente sus mejillas se encendían de inmediato.

Era inapropiado, lo sabía, y se odiaba a si misma cada vez que su corazón se sobresaltaba cuando Nao le decía alguna cosa similar. No se podía acostumbrar a eso, aunque esta se le declarase cada vez que tenía la oportunidad. ¿Cuántas veces la había rechazado? Obvio que lo iba a hacer, que iba a rechazarla, no podía aceptar algo así. ¿Una profesora y una estudiante? Eso no estaba bien, lo sabía. Creyó que aquella obsesión solo iba a durar un tiempo, pero no, cada día podía escuchar a Nao al fondo del salón, hablando con sus amigas, diciendo con total ligereza que sus sentimientos no habían cambiado, o que alguna estudiante de primero se le había declarado y había tenido que rechazarla porque sus sentimientos estaban puestos en otra persona.

Solo era un enamoramiento adolescente, y le extrañaba que esta siguiese sintiéndose así luego de tanto tiempo. Porque eso era, ¿No?

Cuando tuvo el valor de mirar a la más alta, los violetas no la miraban, si no que estaban enfocados en el suelo, podía notar esa expresión decaída de nuevo en su rostro, mueca que no había visto en ella, incluso había un dejo de seriedad, y no reconocía tampoco esa seriedad en ella, ni siquiera cuando la veía entrenando de casualidad, corriendo por la cancha, rebotando la pelota para luego encestarla con destreza. Ni siquiera en los exámenes la notó así de concentrada.

Se sintió de inmediato mal, culpable.

Era la adulta ahí, y atacar a una estudiante de esa forma no era la correcta, y le costaba mantener sus emociones al margen, al menos con esa chica delante. Esa situación se le escapaba de las manos, Nao se le escapaba de las manos.

“¿Nao? Lo siento si soné muy dura.”

Su expresión cambió de nuevo, y ahora le sonreía. No entendió el cambió, y tuvo aún menos tiempo de procesarlo porque una de las manos ajenas tomó la suya, y simplemente se congeló, su cuerpo quedando totalmente paralizado mientras su rostro empezaba a hervir. No recordaba la última vez que alguien tomó su mano de esa forma, tal vez su ex marido el día de su boda, y ni siquiera creía que la sensación se le asimilase demasiado.

La mano de Nao era cálida y suave a pesar de la cantidad de deporte que hacía.

Su cabeza le gritaba que se alejase, que le quitase la mano, que lo que estaba haciendo estaba mal, pero no podía, simplemente le agradaba demasiado la sensación, la cercanía, el tacto de alguien que le profesaba amor. ¿Tan necesitada estaba de amor y cariño?

Luego de separarse, sus padres la odiaron a muerte por arruinar su futuro, y aún más los que eran sus suegros. Era una decepción para la familia y se encerró en el trabajo, evitando siquiera tener tiempo para verlos y escuchar su clara decepción.

Ni siquiera fuiste capaz de satisfacer a tu marido.

Obviamente estaba necesitada de amor.

“Me gusta eso de ti.”

¿Qué?

Nuevamente se sentía petrificada ahí, mientras miraba fijamente a los violetas, los cuales la miraban con intensidad, una sonrisa en su rostro, tan cálida, tan genuina.

Los ojos la dejaron de mirar por un momento, mirando algún punto en el salón para luego dirigirse a las ventanas, el brillo anaranjado del atardecer bañando el lugar. Podía notarla pensativa, aun así, el agarre en su mano no perdió la fuerza ni por un solo segundo.

Se sintió nerviosa e impaciente. Nao parecía querer decirle algo, era evidente por su claro cambio, pero no quería apresurarla, y al mismo tiempo quería hacerlo para acabar todo eso pronto. Cada segundo que estaba en el mismo metro cuadrado que la chica se sentía culpable, sentía que estaba haciendo algo mal, a pesar de que no fuese ella quien iniciase el contacto físico.

No, se sentía aun peor por disfrutar aquel contacto físico.

Estaba mal, obvio que lo estaba.

Pero…

Era una tonta por quedarse ahí.

“He salido con otras chicas, Sensei.”

La declaración la tomó por sorpresa, y solo pudo mirarla con duda, sin entender a que venía eso.

Los violetas la miraron, y notaba la sonrisa incluso en sus ojos, se veía calmada, y la prefería así, normal, antes de verla con esa mueca seria, dolorida, triste.

“Pero no puedo sacarte de mi cabeza. También creí que era solo un enamoramiento adolescente, me lo dijiste en mi primer año, pero ya no estoy tan segura. Creo que es mucho más que eso.”

Abrió la boca, y sintió los labios temblar, así que no pudo decir palabra alguna. Cerró los ojos, respirando profundo, intentando que las palabras no la afectaran de la forma que la estaban afectando.

Más fácil pensarlo que hacerlo.

Cuando abrió los ojos ya se sentía más calmada, más centrada.

“Ya te rechacé antes, y si tengo que hacerlo de nuevo para que endereces tu camino, lo haré.”

Nao asintió, pero dudaba que estuviese asintiendo ante sus palabras. La conocía muy bien, y no era la primera vez que esta se le acercaba de forma similar para decirle sus sentimientos de una forma más privada. Bueno, rechazarla nunca la detuvo de volver a intentarlo, y si decía conocerla, estaba segura de que esta se confesaría de nuevo en un tiempo más, hasta que sus caminos se separasen.

“Me duele cada vez que me rechazas, me dolerá esta vez también, aun así, sé que está mal, pero seguiré siguiéndote hasta que finalmente deje de sentir algo hacía ti.”

Esta hablaba de dolor, pero su rostro seguía en calma, su sonrisa seguía ahí, como siempre. Se volvió a sentir culpable de lastimarla, aunque no era su culpa. Era lo correcto. No debía ilusionar a una estudiante, darle ánimos ni esperanzas.

No estaba preparada para una relación luego de lo que le pasó, mucho menos con una niña.

Eso era imposible.

“Estoy desesperada, así que haré lo que tenga que hacer para calmar lo que siento, así que, lo siento, sensei.”

La miró, sin entender, frunciendo el ceño, y entonces su otra mano, la cual estaba firme en su costado, fue agarrada también. Dio un salto al tener ambas manos sujetas entre las ajenas, en un agarre firme, intenso, cálido. Nao se acercó, como si no estuviesen ya lo suficientemente pegadas. Sintió el calor subirle por el cuello, aún más, hirviendo en sus mejillas, en sus orejas. Nunca se había sentido atacada de esa forma. No sabía qué hacer, de hecho, intentó soltarse, pero le fue imposible. Nao estaba sujetándola con demasiada firmeza, pero era evidente que evitaba lastimarla. No estaba forzándola, simplemente estaba poniendo todas las cartas sobre la mesa, lo entendió al notar el rostro de esta, desesperado, completamente fuera de sí.

Ya no era una niña.

“Dime que no sientes nada por mí, dime que te soy indiferente, dime que no te late el corazón cuando estoy contigo.”

Por dios.

Iba a negar, Dios como iba a negar, pero no podía.

Mucho menos sabiendo que el rojo en su rostro era innegable. Siempre le ocurría. Incluso Nao iba a ser capaz de darse cuenta de la reacción automática que su rostro tenía cada vez que estaban cerca la una de la otra, cada vez que Nao le hablaba, cada vez que Nao le decía sus sentimientos, cada vez que Nao le sonreía.

Le gustaba.

Obviamente le gustaba.

Pero eso no estaba bien, era su estudiante, era mucho menor que ella, era incorrecto.

Giró el rostro.

No podía mentir, no ahora, no sintiéndola tan cerca, no teniendo sus manos firmes en las de ella, sintiendo su aliento cálido en el rostro, pudiendo ser capaz de oler su aroma a lavanda.

“Esto no está bien, y lo sabes.”

Fue lo único que fue capaz de decir.

Vio de reojo como la expresión de Nao cambió, y giró lo suficiente para poder verla de mejor manera. Esta parecía divertida, sus ojos llenos de desesperación volviendo a ser los de siempre, vividos, juveniles. Le sorprendió verla así, y luego de unos momentos se dio cuenta que no había negado dichos sentimientos, por algo debía de verse tan feliz.

Era una tonta.

“No está bien ahora, ¿Pero en un tiempo más? Ya no estaría tan mal entonces.”

Pestañeó, sin entender la lógica.

Nao iba a salir de la escuela, no sería más su alumna, y luego cumpliría la mayoría de edad, considerándose una adulta ante la ley.

Se quedó pensando, dándole vueltas al asunto.

Si Nao fuese solo una chica más, ¿Saldría con ella?

No sabía.

Era difícil ponerse en esa tesitura.

Ni siquiera creía que la homosexualidad fuese para ella, pero tampoco tuvo mucho tiempo para descubrirse a sí misma, siempre enfocada en los estudios, luego en la universidad, luego en su matrimonio concertado y luego en su trabajo.

Estaba en una posición complicada.

“No lo sé.”

Fue lo único que pudo decir, sintiendo el corazón latiéndole en el cuello. No quería mirar a la chica, pero, cuando sintió sus manos siendo liberadas, un dolor azotó su pecho, un dejo de decepción al no sentir más el agarre ajeno en su piel, así que la miró, buscando entender, teniendo miedo de ver de nuevo esa mueca triste en ella.

Y era así, al menos durante un segundo.

Luego esta le sonrió. Se vio cegada por esa sonrisa, sintiendo sus mejillas arder incluso más que antes, y cuando las manos ajenas llegaron a su mandíbula, aferrándose a su rostro, su corazón se detuvo.

“Dame una oportunidad, y te prometo que no te arrepentirás.”

No lo entendió.

¿Una oportunidad? ¿En unos meses más?

¿Le estaba pidiendo que salieran juntas?

Nuevamente se vio intimidada ante la honestidad abrumante de la chica. ¿Hablaba en serio? Ya no era como sus propuestas de matrimonio que parecían lejanas y fantasiosas, ahora no, ahora parecía algo sólido, algo real, y sintió las piernas débiles ante la realización.

Nao estaba hablando totalmente en serio.

Se sintió derretir, dejándose llevar por el agarre de las manos ajenas en su rostro, los pulgares pasando cuidadosamente por sus mejillas. Se sentía bien, también el inundarse en su aroma. Sin darse cuenta, terminó observando los labios de la chica, sus instintos más básicos sacando lo peor de sí misma.

“No me voy a rendir, Sensei.”

Oh, por supuesto que no, Nao no se iba a rendir, no se había rendido en esos tres años, dudaba que fuese a hacerlo. Su voz salió suave, más de lo que la había escuchado nunca, amable, cálida, y así también sintió el aliento de esta en su rostro, así como el aroma aumentando. Le agradaba.

No, se estaba acercando demasiado.

Una de las manos en su rostro se movió, y luego sintió como sus lentes eran arrebatados de su rostro, con demasiado cuidado.

¿Qué estaba planeando?

Oh no, sabía exactamente lo que estaba ocurriendo, y no hizo nada para detenerlo.

Solo miró alrededor, asegurándose que nadie estuviese por ahí, y era demasiado tarde para que estuviese alguien cerca del aula de detención. Nadie las vería…

¿Por qué siquiera lo estaba considerando?

No, no.

No podía.

Estaba mal.

“Te voy a esperar.”

Sintió las palabras rozar sus propios labios ante la cercanía. Su cuerpo estaba inerte, o al menos lo sentía así, su corazón detenido en el tiempo. Podía notar la sonrisa de Nao, podía notar con claridad cada una de sus facciones, como sus ojos siempre grandes y brillantes parecían serios, o más bien, más adultos. Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo, y la estaba enloqueciendo.

Sintió los labios ajenos rozando la comisura de sus labios, solo un roce.

Se quedó ahí, como piedra, mientras que Nao volvía a ponerle los lentes en su sitio.

Podía sentir el calor en la zona, la sensación de los labios de la chica en ella, y lamentó que no la besara correctamente, y se odió a si misma por tener ese pensamiento corrupto.

Nao parecía divertida, sonriéndole. Se dio cuenta en ese instante que sus propias manos habían llegado a la camisa de la menor, aferrándose a la tela como si su vida dependiese de ello. Debía de verse como una mujer completamente desesperada para caer ante los coqueteos de una chiquilla.

Era una desgracia como mujer, y como maestra.

Sus manos, aun apretadas, fueron sujetadas una vez más por las manos de Nao, con cuidado, quitándolas de su sitio, para luego llevarlas hacia arriba, hacía su rostro. Sintió los labios de Nao de nuevo en su piel, en sus dedos, y luego está la soltó, tomando sus cosas y caminando hacia la salida del aula.

Por su parte seguía atornillada en su sitio.

Nao le dio una última sonrisa antes de salir de ahí.

Sus piernas ya no resistieron y se agachó, quedando en cuclillas. Se sentía hervir, incluso sus manos estaban ardiendo, evitando que pudiese calmar el calor de sus mejillas. Aun no podía creer lo cerca que estaban y como estuvieron a punto de besarse. Jamás había tenido esa impaciencia, esas ganas de que el momento llegase y así poder besarla. Estaba mal, todo estaba tan mal, pero no podía evitarlo.

Le gustaba Nao, más de lo que podía aceptar.

 

Chapter 6: Zombie -Parte 1-

Chapter Text

ZOMBIE

-Fantasma-

Las sensaciones en su cuerpo eran ajenas.

Se sentía hambrienta y débil, pero a la vez llena de energía.

Tenía hambre.

Era lo único que pasaba por su cabeza. Veía todo negro, y por un momento culpaba a su ojo descolorido, pero no era así. Todo estaba obscuro. No podía ser de otra forma.

Sus pies se movían, podía notarlo, pero eran pesados, no como lo que acostumbraba, al menos no como recordaba la última vez que estuvo en pie. Escuchaba los pisotones contra el suelo, y estaba segura de que eran provocados por sí misma.

Tengo hambre, pensó de nuevo.

Su estómago se apretaba contra su abdomen. Culpaba de ello a la operación que le hicieron, pero no, no era un dolor conocido, simplemente era hambre. Era esa sensación fatigante que la abrumaba, tan típica, pero a la vez tan desconocida. Sentía que moriría si no comía un bocado.

Pero estaba tan oscuro todo.

¿Qué podía hacer? No veía nada. Y para ser honesta, tampoco oía nada, pero no recordaba ningún tipo de problema que le impidiese escuchar. Tal vez eran de las pocas cosas que si era capaz de hacer. Oír. Oír las maquinas, oír sus propios latidos, oír a sus padres discutir afuera de su habitación de hospital.

Sus pies seguían moviéndose, seguros y torpes al mismo tiempo.

Tanta hambre…

Hambre…

Hambre.

Ahora sentía un dolor en su rostro. Acababa de darse cuenta de aquel ardor en su piel. Su oreja izquierda estaba dolorida, así como su mejilla, no entendía que ocurría, ese no era el lugar de su cicatriz. No entendía porque, de la nada, empezaba a sentir dolor en su cuerpo, dolor que nunca antes había sentido. Y como sintió dolor.

Quería llevar su única mano restante a su rostro, y asegurarse de que estuviese bien, pero no lo conseguía, como si su miembro estuviese ocupado en otra cosa.

Algo estaba pasando, pero estaba tan oscuro.

Había algo más que sentía…un aroma.

Dios.

Que aroma más agradable.

Le recordó su hambre.

Tenía tanta hambre, y eso olía tan delicioso.

Tan delicioso.

Abrió la boca.

Y comió.

Seguía sin ver nada, pero podía sentir el alimento en su boca, la sensación viscosa entre sus dientes, y finalmente el bolo pasando por su garganta.

Su garganta.

¿Por qué dolía tanto su garganta?

Ah, sí.

El cáncer.

Nunca tuvo la mejor suerte. Nunca. Nació con una especie de maldición. Le impresionaba que ninguna de las operaciones en la que se vio involucrada terminase con su vida. Incluso en el choque, cuando perdió su brazo. Nada parecía matarla, y al mismo tiempo todo parecía querer lograr ese cometido. Describiría su existencia como la de un inmortal que está obligado a sentir dolor de diversas formas, aumentando su sufrimiento.

El suicidio siempre fue su primera opción, pero tampoco tuvo suerte en aquello. Era como si no pudiese morir de ninguna forma posible, e incluso sus padres querían ayudarla, haciéndolo legal, practicándole una eutanasia, pero no era posible, no estaba permitido. Odiaba tener que pedirle eso a ellos, la amaban, pero no podía seguir viviendo así, con un pie en la tumba por siempre. Ellos la entendían, pero solo podían ayudarla a sobrevivir, no a morir.

Su cabeza empezó a doler de la nada.

Al parecer había saciado su hambre, pero esta parecía seguir ahí, perforando su abdomen, incansablemente. ¿Porqué? Tampoco quería seguir comiendo, no sintiendo aquel dolor en su garganta, pero su boca parecía no querer detenerse, el sabor volviéndose adictivo, pero Dios como dolía.

De pronto, un frio intenso le recorrió la espalda, provocándole escalofríos en su cuerpo.

Y desde ahí todo se vio más claro.

Su vista poco a poco empezó a llenarse de brillo, o al menos el suficiente para dejar de lado la absoluta oscuridad.

El negro fue cambiado por el rojo.

Se quedó inmóvil, viendo el cuerpo inerte frente a ella. Podía ver la sangre por todo el lugar. Podía notar como la persona muerta frente a ella, carecía de cabeza. Eso le hubiese dado nauseas, pero por alguna razón lo que veía le resultaba demasiado familiar. Era como si fuese pan de cada día. Estaba acostumbrada a la sangre, a verse desangrándose de diferentes formas, sus puntos abriéndose o partes de su cuerpo desapareciendo para siempre, aun así, era claro que aquello repulsivo. Podía notar su mano derecha perforando la carne del sujeto, atravesando su pecho, como si de una u otra forma quisiera extirparle el corazón. De hecho, estaba abalanzándose sobre el cuerpo ahí muerto, como si no pudiese alejarse.

Retrajo su mano, asegurándose de que aun tuviese control sobre ella, y si, pudo hacerlo. Al parecer, ahora, volvía a ser sí misma.

Limpió la sangre en su mano en sus pantalones, notando los manchones sanguinolentos en toda su vestimenta.

Nuevamente le llegó el frio en su espalda.

Algo no andaba bien. Claramente algo no andaba bien.

Y si bien toda la situación con ese cuerpo muerto era extraña, su propio cuerpo, en ese preciso instante, no parecía doler en lo absoluto, lo que también era extraño.

Normalmente vivía día a día sufriendo de insoportables dolores, como su miembro fantasma, como su operación en el rostro, como su operación abdominal, así como el cáncer que parecía extenderse por su garganta, y cientos de otras operaciones menores por las que tuvo que someterse.

Cada día era un dolor diferente.

Cerró los ojos, intentando detener el único dolor que parecía tener, el cual era el de su cabeza.

No recordaba.

Había un punto donde ya no recordaba.

Estaba en el hospital, pero más allá de eso no había recuerdo posterior alguno.

Abrió nuevamente los ojos, dispuesta a saber dónde se encontraba y como había llegado ahí.

Estaba arrodillada en el suelo, así que se levantó. Sus pies sonaron duros contra la madera del suelo. Dio vuelta el rostro, encontrándose con madera a su alrededor. Parecía una cabaña lúgubre. Sucia. Vacía. Abandonada. Lo único que alumbraba el lugar era una vela sobre una mesa, la cual estaba a segundos de acabarse y sumirla nuevamente en la oscuridad.

Caminó por el lugar, encontrando reliquias y objetos antiguos sin uso. Encontró una fotografía de un hombre pegado en la pared. No le costaba adivinar que ese era el hombre que se encontraba muerto en el suelo.

¿Lo había matado ella?

No quería pensar en eso, pero la respuesta era obvia.

Llegó a un humilde baño, también sucio y con la mínima luminosidad que entraba por un pequeño tragaluz en el techo. Pasó la mano por el espejo, el cual estaba empolvado. Lo limpió hasta que pudo verse a sí misma.

Podía notar la sangre coagulada en el lado izquierdo de su rostro, así como la sangre nueva corriendo por su boca. No había duda alguna.

Se había comido al hombre.

Observó su piel, la cual lucía diferente, se veía pálida, grisácea y sin vida. ¿Estaba muerta?

No, no lo estaba. Siempre lo supo.

Jamás moriría.

Pero…

¿Qué pasó entonces?

Cerró los ojos nuevamente, intentando forzar a su cabeza a hacer memoria y poder saber qué fue lo que ocurrió con ella. ¿Qué pasó en el hospital? ¿Qué fue de sus tratamientos? ¿Qué hicieron con el cáncer? Quería saber si el cáncer se expandió o lograron extirpar las células homicidas de su sistema, de todas formas, uno de sus últimos recuerdos era en el quirófano.

Sintió otro escalofrío en su espalda.

Abrió los ojos, y notó el agujero en su garganta.

Quizás el cáncer la mató, finalmente, pero entonces…

“¿Por qué sigo viva?”

Su voz salió gruesa, casi como un alarido, y no se reconoció. Era como un gruñido mal vocalizado. Era como si supiese hablar, pero su boca hubiese olvidado todo lo aprendido. ¿Siquiera podía hablar al tener su garganta así de despedazada?

Parecía una broma.

El frio nuevamente pasó por su espalda, pero no se detuvo ahí. El frio recorrió su brazo derecho y por su muñón, pasando por sus hombros y por su cuello. El frio se posó sobre el lado izquierdo de su rostro, el que parecía estar herido. Una herida que no recordaba haber tenido. Ahora entendía que debió de ser el hombre muerto quien se defendió como pudo de ella.

Fue extraño.

Era como si alguien estuviese tocándola, pero estaba frente a un espejo y no veía nada. No estaba sola, de eso estaba segura. Podía sentir los escalofríos por toda su humanidad, como si le calase los huesos. Había alguien más ahí, solo que no podía verlo.

A estas alturas, luego de haber devorado parte de un ser humano, podía creer cualquier cosa.

“¿Quién eres?”

El frio se enfocó en su garganta, y por un momento creyó ser asfixiada. Era como si pudiese pensar en el dolor, pero no lo sentía. Diferente. Ese cuerpo oscurecido parecía no sentir dolor. Era una sensación vaga, ajena, pero real al mismo tiempo. Un dolor que solo existía en su memoria.

Un silbido llegó a sus oídos, leve, agudo.

Yo te hice esto, eres mía.

Escuchó el atisbo de voz a su alrededor, pero como que no venía de ningún lado y a la vez venía de todos lados. Era como si se esparciera por toda esa pequeña habitación, retumbando en las paredes, dispersándose en todas direcciones.

Miró a su alrededor, no confiando en lo que el reflejo le mostraba, que era nada. Pero fue en vano, su vista no le mostraba ninguna cosa, no le mostraba a nadie. El frio poco a poco fue disipándose de su cuello, nuevamente pareciendo que se esparcía a su alrededor, creando un halo helado que la rodeaba. No la oprimía, pero estaba ahí.

Frunció el ceño al no entender lo que ocurría.

“¿Hacerme qué?”

Nuevamente su voz era distorsionada, pero al parecer seguían entendiéndose lo que en su fuero interno quería decir. Al menos, quien sea que estuviese ahí, la entendía.

El frio pasó por su torso y se detuvo en su abdomen.

Frio. Mas frio que nunca.

Por inercia llevó sus brazos a su abdomen, siendo rodeada solamente por el miembro que aún conservaba. El frio era tan intenso que su cuerpo tembló. Podía sentir frio, pero no dolor, y eso no dejaba de confundirla.

La maldición.

La voz llegó como un susurro tenebroso en su oído, el cual la congeló en su lugar. No era disperso, al contrario, era como si alguien estuviese hablándole en su oído, justo a su lado. Frio. Gélido. Intenso.

Vivo.

¿La maldición?

¿Entonces realmente tenía una maldición?

El frio subió nuevamente por su torso, ahora quedándose en su quijada.

Fue una experiencia extraña.

Esa como si ese frio tuviese la fuerza suficiente para moverla. Era una presión que hizo que todo su rostro girase, mirando hacía su derecha.

No había nada frente a sus ojos.

Pero había alguien ahí, alguien la había tomado del rostro, lo sabía, pero sus ojos no veían nada. Algo existía en su espacio, algo perturbada su espacio, pero algo se mantenía oculto de su mirada.

Una maldición hereditaria. La última en la cadena que salió más afectada.

Frunció el ceño, sin entender.

La voz nuevamente parecía disipada por el lugar, pero estaba segura de que la presencia se encontraba justo frente a ella, observándola fijamente.

Sus padres estaban bien, ¿Por qué? ¿Solo había salido algo mal?

“¿Porque yo?”

Siempre se odió por no poder tener una vida normal. Porque todo fuese en torno a su dolor, a sus problemas de salud, ante su vida errónea.

Quiso morir.

Todos los días que despertaba en un hospital o conectada a una máquina, deseaba poder morir. Deseaba poder acabar con ese dolor que le impedía disfrutar de la vida a su alrededor.

Eres como yo, así que te busque una segunda oportunidad.

¿Qué?

¿Una segunda oportunidad?

No entendía nada.

Su rostro dejó de tener aquella presión, así que se vio mirando su reflejo nuevamente. Su reflejo extraño, gris, débil, muerto.

Pero era curioso, nunca se había sentido más viva.

¿A eso se refería?

Estaba viva. Estaba muerta, pero viva.

Era una muerta viviente.

Llegó a aquella realización, y el frio se esparció a su alrededor una vez más. Ahora más intenso, más gélido. Lo sentía aún más en su cuello y en su abdomen, congelando la zona.

Pronto, de la nada, vio la bruma en su reflejo.

A su alrededor, consumiéndola, rodeándola, extendiéndose.

Yo te devolví la vida. Ahora eres mía.

Se vio nuevamente de piedra, inerte, mirando su reflejo, el cual parecía distorsionarse.

La bruma desapareció.

Lo primero que notó fueron los dedos delgados y pálidos en su mandíbula, justo en la zona donde sentía más frio. Podía notar la ropa blanca y ancha que rodeaba los delgados brazos. Podía notar la otra mano delgada en su cintura, agarrándola con fervor, prácticamente incrustándose en su piel. Luego vio un rostro pálido al lado de su rostro. El cabello era oscuro, cayendo a cascadas por el cuerpo que poco a poco podía vislumbrar, vestido con aquellas ropas anchas y blancas.

Lo ultimó que pudo distinguir, era el ojo visible de la presencia que ahora se hacía notar.

Celeste, casi incoloro, gris, casi negro. Le recordó de inmediato a su ojo fallido y se preguntó si la razón de que fuese así era por aquella mujer.

Pálida, de rostro perpetuamente molesto, cuya frialdad parecía innata en su ser.

¿Era un fantasma? No podía pensar en nada más. ¿Por qué se parecían? ¿Qué tenían en común?

No le costó averiguarlo.

En el cuello de la figura a su lado había marcas, al parecer dejadas por una cuerda. ¿Cómo no se le ocurrió suicidarse de esa forma? Claro, no podría hacer nudos con una sola mano. Por eso eran similares ¿No? ambas querían acabar con su vida, y al menos aquella mujer lo había logrado.

¿Ahora era de su propiedad?

Tenía curiosidad y demasiadas preguntas. Su corazón latía fuertemente en su pecho, aunque seguía sin saber si latía de verdad o eran solo espasmos post mortem.

Porque no estaba viva.

Ese espíritu la tenía agarrada con firmeza, era extraño, no debía ser así. No creía que los fantasmas pudiesen ser así de corpóreos, porque realmente sentía los dedos enterrándose en su carne.

Bueno, nunca creyó en fantasmas.

Se vio en la tentación de tocarla también. De saber si aquella aparición era tan corpórea como se sentía.

“¿Cómo te llamas?”

Habló, y dirigió su mano hasta el rostro de la mujer.

No sintió nada.

Simplemente la atravesó como si se tratase de una ilusión.

El frio agarre en su cuerpo desapareció por completo, ahora podía notar al espíritu un poco más alejado, traslucido, y podía verse impresionada con el ceño fruncido de dicha mujer. Se notaba enfurecida.

No me toques.

Su voz sonó igual de dispersa y tenebrosa, incluso temblorosa. Palabras dichas con enojo e incluso con miedo.

Sintió el frio en su rostro.

Podía sentir claramente la mano delgada presionando su cara, y seguía sin entender cómo la mujer fantasma podía tocarla con tal fuerza, pero sin embargo ella no era capaz de tocarla en lo absoluto. Era como si desapareciera al mínimo atisbo de tacto. No entendía cómo funcionaban esas cosas.

Se vio sola nuevamente.

El frio en su cara había desaparecido, así como a su alrededor.

No había rastro del espíritu.

Estaba sola de nuevo.

Volvió a mirar al espejo, esperando verla de nuevo, un atisbo que sea, pero no, solo se halló a sí misma, y se tomó un tiempo para mirar su reflejo, mirando su piel moribunda y la sangre ajena en esta. Se veía muerta, sí, pero jamás se había sentido tan viva, sin dolor, y no tenía que estar conectada a maquinas, dependiendo de otros para poder respirar otro día.

Había muerto, su sueño luego de décadas de sufrimiento, pero al mismo tiempo podía seguir ahí, viva.

Realmente era una segunda oportunidad y debía aprovecharla…

Aunque no fuese humana.

 

Chapter 7: Gladiator -Parte 2-

Chapter Text

GLADIATOR

-Compañera-

Los días siguientes pasaron en calma, mientras obligaba a su propio cuerpo a mantenerse inerte para no agravar su situación. Debía de estar entrenando, pero no tenía fuerzas. Su herida fue cocida por uno de los doctores, y, de hecho, ni siquiera creyó que alguien trataría su herida, sabiendo que su compañera de celda no parecía en el mejor estado.

Pero la semana pasó más rápido de lo que quería.

La primera en ser tirada a la arena fue esta misma, su compañera de celda.

Se despidió de ella, abrazándola, y sintió su corazón apretado en su pecho, sabiendo que esta iba a morir. No iba a ser capaz de dar pelea, y ese iba a ser su final, no era difícil darse cuenta, en su estado, no podría hacer mucho.

La abrazó de vuelta, intentando darle cierto apoyo.

Pero…no fue sola.

Le sorprendió el ir avanzando por el pasillo, la luz de la arena al final, al lado de la anciana. Ambas se miraron, sin entender. Creyó que la haría pelear contra ella, pero tenía entendido que siempre los contrincantes salían por salidas diferentes, así que no era el caso.

Se vieron siendo vestidas para la ocasión, para la batalla, y notó como su uniforme era ligeramente diferente, el torso había sido cambiado, quizás era más fácil simplemente botarlo a la basura antes que enmendar el corte en el cuero. Se notaba que el espectáculo cobraba bien para darse el lujo de tener ropas y armas extras.

Cuando tomó su espada, sintió la mano de la anciana en ella.

“No me protejas, o morirás.”

No entendió el porqué del aviso, la mujer agarrando dos dagas en cada mano y pasando por las puertas de hierro.

Tal vez esta no quería que perdiese de vista su objetivo principal por cuidarle las espaldas, o que quizás pensaba que no valía la pena salvar a una anciana moribunda. Como sea, sintió un sabor amargo en su boca. Sea como sea que terminase la pelea, se iría a su celda sin ella. No podría sobrevivir otra batalla, ni siquiera ganando.

De hecho, ni siquiera estaba segura si ella misma podría sobrevivir.

Tomó aire, profundamente, sintiendo su piel tirante en su costado. Aun no se recuperaba del todo.

Avanzó hacía la arena, girando la espada en la mano, acostumbrándose al peso ya conocido. La gente no parecía realmente emocionada cuando la anciana salió a la arena, pero si escuchó los gritos cuando ella salió. Debía ser aburrido para ellos el ver una pelea que ya estaba ganada por un lado o por el otro, y no debían de tenerle mucha fe a la anciana, no es como que luciese capaz de dar pelea. Su rostro estaba pálido, arrugado, ni siquiera podía dar un paso adelante sin temblar. Se veía muerta en vida. Pero que muriese en las celdas, debía ser denigrante para un peleador, y una pérdida de recursos para el coliseo.

Mejor aprovecharla para una batalla.

No entendía, pero debía acostumbrarse a como ahí funcionaban las cosas, eran personas simples a pesar de todo, podía saber que pasaba por sus retorcidas mentes.

Notó a la mujer a su lado poniéndose tensa, levantando las dagas frente a su cuerpo, poniéndose en posición de combate.

Dando su última batalla, usando su último aliento.

Solo llevaba unas semanas conociendo a esa mujer, pero le causaba cierto orgullo la forma en la que esta veía el mundo. Obviamente estaba ahí por sus pecados pasados, los cuales desconocía, sin embargo, era honorable. Era una mujer que merecía vivir, aunque su destino estuviese marcado por la muerte inminente.

Escuchó un grito estruendoso proveniente de la mujer en el trono, que dio el pase para que abriesen las puertas y que se iniciara la batalla. Esa voz seguía impactándole, la fuerza que esta tenía, como podía llegar a cada uno de los espectadores.

Era impresionante sin duda.

Un momento, no fue así la última vez.

Estuvo mirando a la señora todo ese tiempo, pero ahora decidió mirar donde esta miraba, y era hacía una puerta diferente, no la de barrotes, una más pequeña. Esta se abrió, y de ahí salieron dos leones, estos desesperados por salir, por saborear a una nueva presa.

No creyó que le tocaría pelear contra un animal.

La mujer corrió, alejándose de ella, y entendió que era para que cada una se encargase de una de las bestias.

No sabía cómo abarcar esa batalla, ya no iba a tener tiempos de respiro como con una persona, o tal vez usar alguna distracción. Debía tener en cuenta cosas diferentes. Uno de los leones la observó, moviendo sus ancas de un lado a otro, y comenzó a correr en su dirección, el otro siguiendo a la anciana.

Quizás podría acabar con ambos leones, pero no los dos al mismo tiempo, así que agradecía el acto de la mayor. Ninguna era un as en la pelea, ni estaba en condiciones para deshacerse de las bestias por si misma.

El león se lanzó a su dirección, sus garras y sus fauces listas para despedazar la carne, así que por su parte se lanzó hacía un lado, rodando por el suelo, ahora sin soltar su arma, su agarre firme en el mango. El animal cambió de rumbo deprisa, sin dudarlo ni un momento, y tuvo que pararse pronto para esquivarlo nuevamente. Podía esquivar sus garras, pero sus movimientos eran rápidos, prácticamente dando saltos, tirando zarpazos con rapidez, así que tuvo que hacer lo mismo, moverse más rápidamente para poder esquivar cada uno de los movimientos del animal.

Se vio sin oportunidades de contraatacar, solamente podía esquivar.

No tenía idea cuando el animal se iba a cansar, pero no podía ni siquiera asumirlo. No era una persona que mostraba claros signos de estar exhausto. El animal solo se movía, su rostro salvaje, sin emoción a parte de la clara mortalidad de sus intenciones.

Apretó los dientes, y comenzó a mover la espada de un lado a otro, en un abanico, mientras sus piernas seguían retrocediendo, tenía claro que en algún momento su espalda tocaría el muro, así que debía ir girando, alejándose. Al menos ahora podía mantener cierta distancia del animal, este sin acercarse tanto al ver la hoja meneándose frente a su hocico.

Creyó que tenía la situación dominada, pero…

Algo la empujó.

Sintió el peso de un segundo animal llegándole por la espalda, unas garras enterrándose en su espalda, y se vio cayendo al suelo, varios metros de su posición anterior ante lo fuerte del golpe.

Logró reponerse, aun en el piso, intentando ver que había ocurrido.

El segundo león apareció para derribarla.

¿Cómo? ¿Tan rápido?

Pero…

Eso significaba que…

Lejos de su posición, prácticamente al otro lado de la arena, estaba el cuerpo tirado de su compañera. Era triste, ya que ni siquiera se sabía su nombre, pero ahí estaba, muerta. Sintió ira, obviamente, ya que era la primera persona que conoció y que le enseñó de que se trataba el mundo en el que estaba, así que estaba agradecida.

Iba a tener a la mujer en sus recuerdos, sin duda.

Salió de su estupor ante los gritos enloquecidos del público.

El león, al parecer el que peleó con ella durante todo ese rato, se le acercó, corriendo, rápido, hecha una furia hacia su cuerpo. El otro mantenía distancia, dejando que su compañero hiciese el primer movimiento.

Ella era la presa de ese león, no del otro.

Se dio cuenta, en ese instante, que no alcanzaba ni siquiera a usar su espada. El león ya estaba lo suficientemente cerca, de hecho, ya había saltado, lanzándose sobre ella.

Lo sintió encima, sintió las fauces del animal, su aliento, su aroma, justo en frente de su cara, así como el calor de este. No supo qué clase de milagro ocurrió en ese instante, pero no sintió las garras del animal en ella, este solo quería morderla, enfocándose solo en eso, y por su parte, usó sus manos para sujetar al animal del cuello e impedir su avance. No se lo podía quitar de encima. Era pesado.

Las heridas recién provocadas en su espalda ardieron al tener la zona contra el suelo. Solo eran rasguños, solo eran garras insertadas en su piel, aun así, se sentía peor de lo que debía ser.

Podía ver como el león gruñía, mostrándole los dientes, la saliva de la bestia cayéndole en la cara, si, salivando con anticipación, saboreando su carne, sobre todo ahora que podía oler sangre fresca en ella.

Se vio en pánico, debía hacer algo.

Movió las piernas, llevando los pies al torso del animal para hacer palanca y así poder quitárselo de encima. Se quedó en posición, y tensó sus piernas, usando toda la fuerza que sus muslos y rodillas podían ejercer. Lo hizo rápido, o eso intentó. El animal intentó aferrarse a ella, y sintió las garras desgarrando su ropa, y por suerte no hubo ningún corte profundo.

Soltó un grito, dándose el impulso final, quitándose finalmente a la bestia de encima, haciendo que esta retrocediera y así darle unos segundos para levantarse y poder tener una estancia diferente.

Sintió algo desgarrándose.

Y no era su ropa.

Soltó otro grito, ahora de dolor, pero se levantó de todas formas, debía hacerlo, era la supervivencia lo principal. Comenzó a abanicar su espada rápidamente, evitando que alguno de los animales se acercara al verla indefensa, y ahí pudo registrar su situación.

Su herida se abrió.

Los puntos debieron ceder ante el esfuerzo de su cuerpo al hacer esa maniobra. Pudo notar como el cuero fue incapaz de retener la sangre dentro de su uniforme, poco a poco manchándose, mostrándole a ella y al público, su situación actual. Apretó un poco la zona, intentando así tantear un poco más, pero ardía.

Escuchó gritos de los espectadores, estos sorprendidos con su situación actual.

Necesitaba acabar con esa situación pronto, o moriría desangrada.

Su principal contrincante comenzó a acercarse, su cuerpo más agachado, expectante, cazando, mientras el segundo se acercaba, siempre detrás del otro, dándole al Alpha el beneficio de asesinar a su presa. Por una parte, era bueno que los animales atacaran de esa forma, así tendría un segundo de reacción entre una bestia y la otra. Tal vez si ambos la atacaban, terminarían peleando por el derecho al alimento. Era sencillo entender cómo funcionaba su jerarquía.

Tenía que pensar en algo.

Los humanos perdían el control de sus emociones, y los animales eran guiados por el instinto, por muy seres cazadores que fuesen.

Necesitaba un descuido.

O tal vez…

Dio unos saltos, cortos, probando sus pies, su coordinación, su velocidad, quería asegurarse de que estaba capacitada para correr lo suficiente. Tal vez la herida en su torso se había abierto, pero aparte de eso, no tenía mayor problema, solo unos cortes menores. Era ahora o nunca, debía hacerlo antes de que se cansara del todo.

Así que corrió.

Comenzó a correr hasta el otro lado de la arena, a la mayor velocidad que sus piernas le daban, era fácil predecir que el león la perseguiría corriendo también, como un gato al ratón. Al llegar al muro, se dio la vuelta, corriendo en sentido contrario, directo hacía donde el león corría, viéndose ambos acercándose e impactar en cualquier segundo. Cuando ya estaban lo suficientemente cerca, el animal dio un salto, lanzándose hacía ella, y ella, hizo lo contrario, tirándose al suelo, resbalando una vez más por el suelo, adquiriendo la postura perfecta para usar su espada. Con el león justo sobre su cuerpo, a una distancia de centímetros entre ambos, y ahí, giró su brazo, usando la espada, llevando la hoja justo donde estaba el cuello de la bestia.

Sintió dolor en todo su cuerpo al usar toda la fuerza de su brazo para que la hoja se incrustase apropiadamente en la dura piel del animal, pero no flaqueó, simplemente siguió, hasta que su arma logró traspasar por completo la carne.

Parte de la bestia cayó sobre su cuerpo, pero al menos, completamente inerte. Se tomó un corto respiro, agradeciendo que funcionó correctamente lo que tenía planeado. La cabeza del animal rodó, llenando la tierra de sangre, así como el cuerpo cercenado que estaba sobre su cuerpo, llenándola a ella también de rojo. Se removió, quitándose al animal de su cuerpo, levantándose. Aún no había acabado, así que buscó al otro animal con la mirada, y lo encontró, a solo unos metros.

Notó miedo.

Los ojos del animal estaban bien abiertos, sus orejas estaban hacía atrás, su postura agachada. Había visto posturas similares en los perros que criaban algunos de sus vecinos. Posturas de inseguridad, incluso posturas de respeto. Se tomó un tiempo para mirarse a sí misma, como estaba bañada en la sangre del animal, así como este yacía a sus pies.

El animal no era tonto, podían saber por instinto cuando una pelea era imposible de ser ganada, por algo muchos abandonaban a presas que no pudieron matar al primer intento. No perdían energías. Y ahora, que veía a alguien que había matado a uno de los suyos, a su Alpha, debía considerarse inferior en ese aspecto.

Debió atacarlo mientras este estaba desprevenido, sin embargo, se dio cuenta que le era difícil el dar el primer paso. Si el león se le lanzara encima, le atacaría, ¿Pero si no? No iba a ser ella quien empezara. Así que se dio media vuelta, y se acercó al cuerpo de la anciana, la cual seguía en la misma posición, inerte. Una de sus extremidades estaba desaparecida, e intuyó que el león habría aprovechado de llevarse un bocado.

Miró su espada por un momento, y la dejó caer.

Escuchaba a las personas gritar sobre las gradas, sin entender que ocurría, queriendo que llegase el desenlace, que la batalla acabase, que solo uno saliese victorioso. ¿Iba a ser ella? No, iba a tomar venganza, por muy tonto que sonase.

Se agachó y tomó las dagas de la mujer en sus manos, apretándolas firmemente. Estaban aun cálidas, y la sensación le causó melancolía.

Ahí recién se giró. El león estaba sobre el cuerpo inerte de su compañero, ahora su pelaje estaba engrifado, sus dientes siendo mostrados, amenazantes. Notaba la ira de nuevo en este, como había decidido tomarla a ella como su presa, ahora que su compañero no pudo completar el trabajo. ¿Era ahora algo personal para ambos? Probablemente.

El león comenzó a correr hacía ella, y por su parte se puso en posición, lista para correr también y acabar con todo.

Logró esquivar el primer zarpazo de las garras que le llegó, y usó una de las dagas para enterrarlas en el lomo del animal. Este soltó un gruñido, pero no detuvo sus movimientos. Las garras de la bestia terminaron en su capa, rajando la tela por completo, y por su parte volvió a enterrar la daga. Este logró morderla, y al menos el cuero fue lo suficientemente grueso para que solo fuese un roce, agradecía su propia agilidad.

Afirmó las dagas, dejando la hoja hacía su meñique, y dio un salto, siendo ahora ella quien se lanzaba. Enterró las cuchillas en el lomo del animal, este soltando un alarido, comenzando a correr rápidamente, huyendo, pero no lo soltó, por el contrario, usó las piernas para enrollarse alrededor del torso del animal. Cuando se vio cómoda ahí, a pesar de los movimientos bruscos del león, sacó una de las dagas y la enterró en otro lado, y luego hizo lo mismo con la cuchilla en su otra mano. Una y otra vez, hasta que el animal fue perdiendo fuerzas, y sangre. Se sentía agotada, hacer aquello le quitaba mucha energía, pero al menos estaba ganando, de una u otra forma.

Pero este seguía peleando.

Escuchó un golpe sordo.

El león usó como último recurso el chocar su propio cuerpo contra uno de los muros. Se sintió algo mareada, ante lo brusco del movimiento, uno de sus oídos quedando completamente sordo, así como sintió sus piernas soltarse del agarre, pero no se dejó caer, quiso terminar el trabajo. Se dio el impulso y enterró ambas dagas al mismo tiempo sobre la cabeza del animal, este deteniéndose por completo, bruscamente, cayendo al suelo estrepitosamente, al igual que ella. Se vio rodando por el suelo, este manchado de sangre, al igual que su propio cuerpo. Sintió ardor en su mejilla, ardor en su espalda, y el latido incesante en su herida del torso, la cual parecía haber empeorado, y no le sorprendía.

Se quedó ahí, mirando la tierra polvorienta, recuperando el aliento.

No tenía idea si el público se había silenciado por completo, o ahora eran sus oídos los que habían quedado sordos con la fuerza de su caída, pero si los sintió cuando se removió, con la intención de dejar el suelo y volver a ponerse de pie.

Todos comenzaron a gritar eufóricos.

Apenas y los escuchó durante la batalla ante los rugidos de las bestias, pero ahora podía enfocarse en ello.

Sus piernas temblaron, y temió caer al suelo, pero no fue así, aún tenía algo de fuerzas.

Al estar arriba del león, este la llevó por toda la arena, y ahora volvía a estar a solo metros del león cercenado por su espada. Se quedó mirando la cabeza sin vida del animal, sus ojos nublados, sus fauces abiertas, su lengua flácida.

Debía ser un Gladiador, eso era lo que el público quería.

Caminó hasta el animal, sus pasos lentos pero certeros, y sujetó la cabeza del animal por su frondosa melena, y la levantó a lo alto. Su herida dolió con el movimiento, pero pronto se iba a acabar, por ahora debía darles lo que querían, por muy en contra que estuviese.

No se vio decepcionada.

El público enloqueció con su movimiento acertado, ovacionándola. Incluso vio como algunas personas tiraban rosas a la arena.

Combinaban con la sangre, y como había teñido la arena de rojo.

Miró hacía el trono en lo alto de las gradas, a la mujer ahí sentada, y podía ver como esta aplaudía, lentamente, su copa abandonada en el apoyabrazos. No lograba notar con claridad su expresión, pero sus movimientos eran suficientes para darle a entender que lo había hecho bien, que había tomado la decisión correcta.

Aceptaba esa pelea como ganada, tenía la aprobación de aquel ser todopoderoso.

Antes de salir de la arena, fue donde la anciana que ahí estaba, y la levantó, apoyando el cuerpo frio en su espalda, y arrastrándola consigo hasta las puertas de hierro.

No lo hizo por el público, lo hizo por esta, para no dejarla ahí botada con el cadáver de dos animales iracundos. Al menos debía irse con cierta humanidad, de todas formas, fue su compañera, por muy breves momentos que compartiesen.

Creyó que la odiarían por hacer algo similar, que, si le tenían algo de admiración, todo eso se iría a la basura, sin embargo, el público la ovacionó aún más.

Al parecer no iba a lograr entender a esa gente del todo.

 

Chapter 8: Experiment -Parte 1-

Chapter Text

EXPERIMENT

-Dos almas-

 

Era una niña sin futuro.

Esa fue la razón por la que se permitió estar en ese lugar, en ese laboratorio.

Las calles de Neo-Shangai eran concurridas, iban deprisa, los vehículos seguían sus caminos sin detenerse, al igual que el resto de personas. El sistema funcionaba correctamente, al menos para los que eran reconocidos como personas dentro de esa sociedad.

Ella en cambio, no tenía siquiera una identidad, o al menos no sabía de ella.

No tenía padres, ni familia, y terminó ahí, en lo más bajo de la ciudad, luchando por sobrevivir, por vivir un día más, y era gracioso, porque el resto de personas vivía por mucho tiempo, cientos de años sin problema, incluso con la fuerte radiación y polución en el aire, y por su parte le costaba siquiera sobrevivir hasta el mes siguiente.

Era injusto, sí, pero no tenía a quien culpar, no podía culpar a nadie por haber nacido en la miseria.

El mundo se movía muy rápido, dejando atrás a personas como ellas, solitarias, abandonadas.

Cuando escuchó de esa gente que buscaba niños abandonados en las calles, para darles una segunda oportunidad, supo que era la única forma de salir de ese agujero. No le importó que le dijesen que iba a convertirse en una rata de laboratorio, le daba igual, iba a morir de todas formas, al menos ahí la alimentarían y tendría un lugar donde dormir, así que apenas notó a esos sujetos, se les acercó y decidió someterse a los experimentos que ellos tenían planeado para el futuro.

¿Qué tan malo podía ser?

Los primeros años transcurrieron en paz.

La alimentaban, le daban donde dormir, le proporcionaban una habitación recreacional, no necesitaba nada más. Era feliz ahí. Era más feliz ahí de lo que había sido en libertad. No podía quejarse, desde un comienzo fue mejor que la vida que tenía, sin comida, respirando aire contaminado y su piel sufriendo por la radiación que provocaba el sol.

Cuando llegó a los dieciocho, ellos ya tuvieron el poder legal para llevar a cabo lo que planeaban, y luego de varios estudios con su sangre, creyeron estar listos.

No recordaba nada de ese día.

Solo recordaba su despertar.

Había ruido.

Demasiado ruido.

Se tapó los oídos, apretando los dientes, pero las voces no se acallaban. Miró alrededor, buscando la fuente, pero no estaban ahí, estaba sola, ¿Por qué había tanto ruido? Y su cuerpo, ¿Por qué dolía?

Se miró durante un momento, intentando distraerse de las voces que resonaban en su cabeza, y notó tatuajes en su cuerpo, eran marcas. La habían marcado.

Sabía que había una gran probabilidad de que muriese, que lo que iban a meter dentro de ella la destruyese, supo de muchos que les pasó, pero vivió cada día como si fuese el ultimo, así que jamás le preocupó.

Tuvo una vida plena, se conformaba con eso.

Pero ¿Funcionó?

Si estaba ahí, despierta, era porque había funcionado, ¿No?

Uno de sus doctores, el cual le tomaba sangre una vez cada tanto tiempo, entró a su habitación, y comenzó a hablar.

Le costó enfocarse ante el barullo que escuchaba en su cabeza, palabrería sin sentido, frases que no podía distinguir. Una discusión acalorada entre dos voces que no reconocía.

“Felicidades, eres el primer sujeto que salió exitoso.”

Si, lo imaginó.

Pero ¿Que le hicieron?

Ni siquiera pudo escucharse a sí misma hablar, los gritos siendo más fuertes que su propia voz.

“Eres el primer ser humano que pudo retener dos almas en su cuerpo.”

Sabía que hace unos años se popularizó aquello. Alargar la vida de una forma diferente, metiendo un alma de un ya fallecido dentro del cuerpo de un humano. Era algo difícil de lograr, porque poca gente quería tener a otro ser en su cabeza, y no todos los cuerpos eran capaces de soportarlo. Al principio solo se hizo con robots, para que la persona fallecida pudiese vivir eternamente, pero ya ni los científicos confiaban en los robots y preferían hacer un super humano, que tuviese mayor habilidad al tener una existencia completa sumada a la propia.

Más inteligencia, más habilidad, más experiencia.

Y otros decidían mantener el alma de sus familiares dentro de ellos para no perderlos.

El tema seguía siendo confuso, ¿Dos almas?

Dos a parte de la propia.

¿Por eso oía tanto ruido?

Este aumentó aún más, como si las voces que oía se hubiesen exaltando al oír al doctor, y alguien entró con un casco en sus manos, y pronto lo sintió en la cabeza, frio en su piel.

Eso de inmediato la calmó.

Ahora, todo era más claro.

Se vio en una habitación oscura, sin iluminación exceptuando una enorme pantalla que parecía iluminar la nada, y ahí veía al doctor con el que acababa de hablar. Estaba viendo lo que sus ojos veían.

Había escuchado de cosas así, pero jamás lo había experimentado.

Estaba dentro de su mente.

Una risa la dejó perpleja, y se vio buscando a su alrededor. Ya no estaba sola ahí dentro.

Encontró a la fuente.

Había una mujer enorme ahí, su torso ancho, sus manos, sus pies, todo su cuerpo era gigante. Su pelo era tan blanco como su piel y sus ojos eran rojizos. Estaba usando un traje de doctor, o eso asumió que era, porque los doctores que solía ver no tenían ropas tan anticuadas, y en su pecho había un gafete, pudo lograr leer lo que ahí decía.

Galatea.

Esta soltó una risa, apoyándose sobre una mesa que recién ahora lograba ver. Estaba llena de herramientas y objetos médicos. Estaba eufórica. Cada carcajada la hacía sentir más y más incómoda. Sus manos eran tan grandes, y su cuerpo tan pesado, que parecía que esa mesa se iba a romper con el peso que estaba ejerciendo.

Si es que fuese una mesa real, tal vez podría romperse de verdad.

“Funcionó.”

Esta habló, su voz gruesa y poderosa le heló la sangre, sobre todo cuando los ojos rojizos se posaron en ella. Podía verla.

Podían verse mutuamente en aquel lugar.

Hace muchos años que no se sentía la presa de alguien, y esos ojos parecían listos para atacar, desbordados.

Esta sonrió, mirándola y se vio tragando pesado. Podía verla acercándose, cada uno de sus pasos parecían retumbar en ese sitio imaginario. Uno, dos, tres, y la sonrisa se hacía cada vez más grande, más enloquecida.

¿Quién era esa mujer? O más bien, ¿Quién fue?

No supo que hacer, que decir, completamente sorprendida y asustada de ver a esa supuesta doctora, sin saber si esta le podía hacer algún daño estando ahí. Simplemente no le inspiraba confianza alguna, y era raro, ya que vivió años rodeada de doctores y nadie lucía así. Había algo irracional en esta y tal vez era eso en particular lo que le generaba temor.

Alguien apareció por el rabillo del ojo, una mancha verdosa.

Una segunda mujer apareció, poniendo una mano en el pecho de la enorme mujer, deteniendo sus movimientos. Era un brazo fuerte, los músculos notándose por sobre la ropa militar, y aun así parecía costarle detener a aquella gran mujer. Ni siquiera un duro entrenamiento podía contra esa doctora enloquecida.

“No te acerques a ella.”

La voz del militar retumbo, y a pesar de no ser un tono tan grueso como en de la doctora, era intensa, comandante.

Los ojos verdes de la segunda mujer llegaron a los propios, su rostro se veía mucho más moreno de lo que era en comparación con la piel albina de la doctora. Sus cejas la hacían lucir enojada, pero el resto de su rostro parecía inexpresivo. Notó cicatrices en varias partes de su cara, y estaba segura de que su cuerpo debía estar en un estado similar, al menos en vida.

En el pecho tenía un equipo táctico, y ahí marcado estaba su nombre.

Ismeria.

“¡Es la única en su tipo! No me puedo aguantar las ganas de diseccionarla.”

¿Diseccionarla? ¿A ella?

Miró a la albina, y retrocedió unos pasos por mera inercia.

No creía que se pudiesen hacer daño real ahí, pero no quería comprobarlo.

“Si la matas, nos matas.”

Habló la militar, el título de teniente junto a su nombre, mientras ponía un brazo entre ambas, evitando que esta avanzara. Ambas mujeres tenían una altura similar, pero sus cuerpos eran completamente diferentes.

Se tomó un momento para pensar.

Querían crear super humanos, y para eso necesitaban gente capaz, no alguien cualquiera. Esa doctora no parecía estar en sus cabales, pero se notaba que era inteligente y capaz, y la teniente se veía confiable, y estaba segura de que debía de tener un amplio conocimiento y habilidades físicas.

Eran la mente y el cuerpo.

Y ella era el contenedor.

“Estás loca si crees que me quedaré aquí, dentro de esta niña, de brazos cruzados, y, además, dentro de este laboratorio, hasta que esos científicos idiotas terminen sus pruebas inútiles, quien sabe cuánto tiempo estemos aquí en cautiverio.”

Galatea la miró, mostrando sus dientes tan blancos como el resto de su cuerpo, mientras que empujaba a la teniente con una de sus manos enormes y enguantadas.

También había escuchado de eso.

El control.

Retrocedió de nuevo, y su cuerpo chocó contra algo, y cuando miró, era una mesa, o más bien, un panel de control. El control de su cuerpo. ¿Lo había creado ella misma? Tenía sentido. Podía hacer y deshacer ahí dentro, o eso creía. El simple pensamiento de ‘control’ debió materializarlo ahí.

Cuando volvió a mirar a la doctora, notó como un bisturí aparecía en sus manos, y se vio tragando pesado.

Ellas también podrían hacer lo que quisieran ahí dentro.

Su cuerpo ya no era propio, ahora les pertenecía también a estas dos desconocidas.

Mantuvo las manos firmes en la mesa de control, sin querer soltarla ni dársela a esa doctora. Temía lo que esta podía hacer al tener control de su cuerpo físico. No estaba preparada para ceder aquello, ni saber cuáles serían las consecuencias.

Cuando esta se acercó, escuchó un disparo.

La teniente había materializado un arma en sus manos, y apuntaba a la gran mujer, la cual tenía un agujero en su mano, el bisturí ahora en el suelo.

Su mano se reconstruyó en cosa de segundos, y los ojos rojos de la doctora se fueron hacía los verdes de la teniente. Podía notar como los ojos de ambas se observaban minuciosamente, poderosos, capaces, como si estuviesen frente a un obstáculo que debían superar.

Esas dos se iban a matar dentro de su cabeza, o peor, la iban a matar a ella también.

Deseó haber muerto en el procedimiento y así no tener que morir de quien sabe de qué forma, debido a esas dos almas en su cuerpo que en cualquier momento iban a dominarla, iban a destruirla.

Y, tal vez, iba a dejarlas.

Chapter 9: Monster -Parte 1-

Chapter Text

MONSTER

-Niña curiosa-

Se sentía extraño volver ahí, a esa casa.

Se movió entre las sombras, ocultándose de las miradas curiosas de las pocas personas que se mantenían despiertas a esa hora de la madrugada.

El pueblo había cambiado bastante desde la última vez que estuvo ahí.

La mayoría de las casas estaban irreconocibles, tanto las fachadas como los jardines. Dudaba poder reconocer cual era el lugar que buscaba.

Pero ese aroma…

No olvidaría ese aroma.

Aun recordaba ese día, permanente en su memoria, como había estado en esa habitación, provocando a la creatura que ahí dormía, utilizando todos los medios para asustarla, poco a poco, hasta que el miedo fuese incontrolable, así como hizo muchas veces antes. No había mejor manjar para su especie que un niño lleno de pureza y rebosante de miedo.

El pequeño cuerpo tembloroso.

Los ojos llorosos.

Las mejillas rojas.

Siempre que recordaba esa escena, volvía a tener esa sed de sangre, esas ganas de esconderse, de esperar pacientemente hasta que pudiese obtener el tan preciado banquete. El provocar eso en una carne tan joven, siempre era placentero. Necesitaba crear un lazo con su presa, que esta supiese de su inminente muerte, y eso era algo que lograba hacer que salivase.

Pero no logró matar a esa niña, no logró devorarla.

¿Cuántas veces esa niña le habló? ¿Cuántas veces logró saber que estaba ahí, escondiéndose? ¿Cuántas veces esta intentó buscar su paradero entre las sombras?

No sabía si su cuerpo bestial tenía un corazón, pero sintió que se detuvo cuando vio a la niña adentrarse en su escondite, sus ojos cafés llenos de curiosidad, de inocencia, observando su existencia. Salió de la cama, corriendo, terror en las venas, aunque no debiese ser el monstruo que temía del humano, si no que al revés.

Esa niña no tenía miedo del monstruo debajo de la cama.

Porque eso era, un monstruo que se escondía, esperando para devorar niños inocentes, aterrorizarlos para luego comerlos de la forma más horrible, sin dejar rastro alguno, ni una gota de sangre que los padres humanos pudiesen encontrar en la oscura habitación, que pudiese darles la señal de que su hijo había dejado el mundo de los vivos.

No, solo desapareció sin rastro, su cuerpo sin poder ser localizado.

Ellos ya sacarían sus propias conclusiones de lo ocurrido.

Y esa niña, esa maldita niña sabía exactamente lo que hacía, como sobrevivía, de que se alimentaba, como atacaba, y aun así se acercó, aun así, intentó entablar conversación con el Boogeyman. Una pésima decisión, para nada inteligente, pero quien era un monstruo instintivo para hablar de inteligencia.

Supo que debía huir de esa casa de inmediato. Los ojos ajenos no debían ver su apariencia, no era lo correcto, ni tampoco podía devorar a un niño que no sentía pavor.

No por ley…si no por gusto.

Un niño sin miedo no era sabroso, y si iba a recibir una comida de tan mala calidad, prefería no tener nada y buscar la siguiente casa, y eso hizo, no sin antes tener una charla con la niña, la cual no parecía querer dejarla ir sin antes contestar sus preguntas. No es que pudiese hablar, pero la niña era inteligente y le dijo que debía hacer, como asentir para una respuesta positiva y mover el rostro hacia los lados en negación. Lo cual le sorprendió. No se le habría ocurrido, y por suerte era capaz de entender su idioma, luego de años matando en esas zonas.

Esa niña era inteligente, y preguntó cosas bastante crudas para alguien de su edad. Obviamente leer libros de seres horripilantes como ese mismo monstruo frente a ella, era suficiente para hacer que su mente madurase rápidamente, diciendo palabras como ‘secuestrar’ o ‘devorar’ de una manera tan calma.

Le sorprendía, esa niña no era normal.

‘Siempre quise conocer una creatura como las que salen en mis libros’.

Era evidente.

No eran historias de terror, no eran nada más que una leyenda, un mito, que era contado por los padres para que sus hijos tuviesen un mejor comportamiento. Los libros aquellos narraban cuantas ferocidades los seres inhumanos les hacían a humanos, y no entendía como le permitían leer eso a una niña.

Era malo para su especie.

Niños sin miedo de creaturas, queriendo conocerlas más que estar aterrados de ellas.

Por eso el monstruo salió despavorido de esa casa, alejándose de esa niña, porque nada da más terror que un niño sin miedo.

Sin embargo…ahí estaba de nuevo.

No podía olvidar a esa niña, y esta le obligó a prometer que volvería. Era tonto siquiera darle falsas esperanzas a un bocado incomible, pero su propia curiosidad recién surgida le hizo volver.

¿Cómo sería esa niña ahora? ¿Cómo luciría?

Habían pasado años, ya no era una niña. Ni siquiera creía que su sabor fuese comestible, su carne ya madura, sin la sazón de una creatura joven y débil. Pero ese lugar era atrayente, la ahora mujer era atrayente, y solo quería verla una vez más, cerrar el ciclo de una vez. Poder ver a la única creatura humana que fue capaz de mirar al monstruo sin miedo alguno, con fascinación incluso, le causaba emoción de cierta forma.

Entró al cuarto, este incluso más cambiado que la misma casa, pero notaba tantos libros como en antaño. Se escondió rápidamente, era su segunda naturaleza, y no pudo evitar que sus garras raspasen la madera a su alrededor, impaciente a pesar de su eterna paciencia.

Nunca había sentido tanta impaciencia.

Nunca había sentido tanto.

Miró hacía la cama, y vio los cabellos rubios.

La reconocía, era la misma humana, el mismo aroma a pesar de la madurez en esta.

Se vio acercándose, lentamente, cuidadosamente.

Años atrás, su sigilo no fue suficiente, así que fue mejorando. Ahora esta no la iba a escuchar.

Se quedó ahí, al lado de la cama, mirando a la mujer que ahora yacía dormida. Sus ojos estaban cerrados, pero sabía cuál era el color de estos, no los había olvidado, y estos no podían haber cambiado. Su cuerpo había madurado, si, tanto como su aroma, y si bien no entendía los estándares que los humanos tenían sobre la belleza, podía asegurar que esta si podría ser considerada una mujer hermosa.

La luz que entraba por las cortinas rozó su piel, y empezó a ver el vapor escapando de sus poros. Era una sensación extraña, pero le hizo recordar cuando su cuerpo por completo comenzó a soltar vapor, y la misma niña a su lado, años atrás, apagó la luz para evitar su evidente sufrimiento ante la luminosidad del ambiente.

Ayudar a un monstruo asesino.

Le aterraba esa mujer.

Si le aterró cuando niña, como mujer sería aún peor, y eso mismo le daba ansias, impaciencia, sentir ese miedo ajeno en su ser era algo nuevo, que solo Agnes pudo lograr, y a pesar de lo negativo del sentimiento, seguía siendo interesante.

Quería sentir ese miedo de nuevo…

Y al mismo tiempo, quería ser capaz de asustar a esa niña temeraria.

Quiso volver varias veces, solo para intentarlo de nuevo, para ver su rostro aterrado, poder saborear la desesperación en su piel, sentir el temblor en sus músculos, poder tener entre sus mandíbulas la carne de una niña que fue tan valiente pero ahora no era nada más que pavor en cada célula de su humano cuerpo. Humano y mortal.

Agnes se removió, y se vio escondiéndose de nuevo.

¿La sintió?

No podía ser así, ya no era como antes, ahora podía esconder su presencia de mejor manera.

La escuchó removerse sobre la cama, y el movimiento se notaba diferente, y era claro ante lo alta que se había vuelto aquella diminuta niña. Su propio cuerpo monstruoso se vio aprisionado entre el colchón y la madera del suelo, tal vez Agnes no era la única que había cambiado durante todos esos años. Habían cambiado.

Solo que no podía decir, por su parte, que era para bien.

Seguía siendo un monstruo, y eso iba en su naturaleza. Su obsesión por esa niña no iba a cambiar el hecho de que su mera presencia entre los humanos era un peligro, además de que sus garras estaban bañadas en sangre inocente, su estómago estaba lleno de células ajenas descomponiéndose, lentamente, dándole energías para seguir matando.

Agnes ya no era una niña ingenua que creía en seres mitológicos, en bestias, en monstruos, debía de haber madurado, debió de haberla olvidado, debió pensar que todo lo que vio aquella noche, y lo que sintió las noches anteriores, no eran nada más que imaginaciones de su mente inocente, nada más, nada menos.

Y si por un segundo creía en el monstruo, debía haber aprendido que no era una creatura fascinante, si no que era una creatura homicida, asesina de niños, que se alimentaba de seres inocentes y disfrutaba del miedo ajeno. Un monstruo, nada más que eso.

Probablemente, si lograban verse a los ojos, esta no dudaría en apuntar con un arma y atacar a penas tuviese la oportunidad, y eso haría cualquier humano adulto si es que lograban ver al monstruo.

No la juzgaba.

Pero le aterraba.

¿Era hipócrita temerle a la muerte luego de haber matado a tantos?

No quería morir, había nacido como un parasito, para alimentarse, nada más. Morir nunca estuvo en sus planes.

Sin embargo, ¿Qué sentiría si era esa niña quien la mataba? ¿Qué sentiría si la única niña que no le tuvo miedo terminaba cementando su camino a la muerte? ¿Qué sentiría si el único ser que le hizo sentir algo diferente terminaba con su vida?

Cerró los ojos un momento, ocultando su propia respiración, mientras sentía algo innombrable, indefinible, en su interior.

No se sentiría bien, eso lo tenía claro.

Agnes se quedó inerte, notó como la luz se prendió, y escuchó algo provenir de ella.

Una respiración profunda.

Como si estuviese oliendo.

Oliendo al monstruo.

Se sintió como en la guarida de un cazador, el cual ha intentado cazar a la misma presa cientos de veces.

Su piel comenzó a evaporarse ahí afuera, puede que aquello soltase un aroma del que no era consiente, pero si la mujer. Ella lo recordaba.

“Debo estar imaginando cosas.”

Sintió el cuerpo apretándose, sus interiores colapsando, en tanta emoción como en miedo.

La voz de la mujer había cambiado, se había vuelto diferente, más gruesa, más adulta, pero seguía teniendo ese tinte de antes, seguía ahí.

Su teoría era cierta, había sentido el aroma de su cuerpo, recordaba el aroma de su cuerpo. O tal vez solo le causó curiosidad que le llegase un aroma sin identificar en su cuarto cerrado.

“Mi monstruo no volvería sin avisar.”

Luego esta apagó la luz, y se volvió a acomodar en la cama, obligándose a dormir de nuevo.

¿Su monstruo?

Si, si la recordaba, y no sabía cómo aquello debía sentirse.

Pero sintió emoción a pesar de todo.

El monstruo no olvidó a la niña, ni la niña olvidó al monstruo.

No podía quedarse ahí, no podía permanecer bajo la cama de una niña que ya no era una presa, ni arriesgar su pellejo contra adultos.

Pero no le importó.

Aun no necesitaba comida, era un ser paciente, podía pasarse años esperando por una presa en particular, sin sentir hambre alguna, solo esperando, ansiando un bocado.

Ahora podía hacer lo mismo.

Pero no iba a hacer lo que Agnes quería, no iba a avisar, no iba a presentarse, si la niña tenía tantas ganas de encontrar al monstruo, entonces tendría que ingeniárselas, agudizar sus sentidos, no le iba a hacer la tarea fácil, porque esta no se la hizo fácil en su época.

El cazador iba a ser cazado.

La presa iba ser el depredador.

E iba a esperar pacientemente a que el momento llegase.

 

Chapter 10: Lust -Parte 1-

Chapter Text

LUST

-Pelirroja-

Tal vez no estaría orgullosa de sí misma en otras circunstancias.

Desde que dejó Francia, desde que se alejó de todo lo que la unía con sus raíces podridas, creyó que tendría una mejor vida, pero no fue así. Se vio siendo una persona muy diferente a lo que había imaginado, a lo que creyó que sería su vida ideal.

Pero…

Bailar siempre fue lo suyo.

En su país estuvo en las mejores academias durante su niñez, pero ya una adulta, ya sintiéndose abrumada con su alrededor, con las mismas caras, con las mismas personas que conocían a su familia y la juzgaban por aquello, prefería iniciar su vida nuevamente, en otro lugar, donde nadie la conociera. Donde pudiese forjar una nueva vida, sin que nadie la amarrase al pasado.

Llegó a los Estados Unidos, indiferente de su cultura, de la vida, de todo su alrededor. No le interesaba, aprendería con el tiempo, solo necesitaba huir. Si, eso estaba haciendo, huyendo. Huía del país que la vio nacer, sobre todo huía de las personas que la trajeron al mundo. ¿Podía huir de sus fantasmas? Eso quería. Eso ansiaba.

El nuevo país no la recibió tan bien como imaginó, pero daba igual, podía con eso, si pudo sobrevivir en Francia, podría sobrevivir en cualquier otro lugar.

Al menos no tenía los mismos enemigos.

“¿Tienes un momento, Azure?”

Dio un salto, desviando su mirada de su reflejo, observando al hombre que acababa de entrar en el camerino.

Lo conocía hace tanto, y a pesar de eso aún no se acostumbraba al sigilo que era tan característico del hombre de raíces rusas. Por una parte, se sentía en calma al estar rodeada de personas como ella, extranjeros que vinieron a buscar mejor vida, y al menos Vladimir, su jefe, lo había conseguido, aunque quizás no de la manera más correcta, de la manera más moral.

No le importaba eso, no lo juzgaba.

No le importaba trabajar para un sujeto así.

Ahí podía bailar sin restricción, el escenario era suyo, el público era suyo y podía enloquecerlos con sus movimientos, sin contenerse en lo más mínimo. Le gustaba esa sensación. El sentir a los demás a sus pies, y fue eso mismo lo que causó aún más discordia en su antiguo hogar.

Ellos no podían entender que usase su baile, que usase su cuerpo, para atraer a los demás.

Ellos nunca lo entendieron, pero era un placer que no estaba dispuesta a restringir.

Y ahí era libre.

Finalmente asintió, mientras notaba como las manos de su jefe lucían lastimadas, heridas, hinchadas. Al parecer había pasado de nuevo. ¿Cuándo fue la última vez? Honestamente, no le importaba demasiado lo que él hiciese.

No lo juzgaba.

“Hay una invitada especial en el gran salón. Sé que ya terminaste tu rutina, pero me gustaría que le dieses la bienvenida.”

 “De acuerdo.”

Por la hora, el establecimiento ya debía estar cerrado, así que quien sea que fuese aquella invitada, era algo relacionado con el otro trabajo de Vladimir, no con el club.

Volvió a mirarse en el espejo, dejando de lado las toallas desmaquillantes que tenía en una de sus manos. No tendría que quitarse el maquillaje. Repasó su labial y la sombra en sus ojos, y arregló su vestimenta de cuero. Durante todos esos momentos, el hombre seguía tras de ella, observándola. También estaba acostumbrándose a aquello. A pesar de lo que muchos pensasen de ese hombre, no era como muchos. No la veía con ojos lascivos, solo la miraba, pensando quien sabe cuántas cosas en su cabeza, pero jamás observaba su cuerpo de manera indebida, y quizás esa era una de las razones por las que permanecía ahí.

No era un abusador como otros sujetos en ese rubro, como otros con los que se topó mientras intentaba conseguir su sueño americano.

Vladimir era un buen jefe, a pesar de ser consiente de todas las cosas ilegales que hacía en la privacidad. A ella no le concernía. Ella bailaba para sus socios, y él le pagaba y la cuidaba, y eso era sin duda más de lo que nadie había hecho por ella.

“Siento si no parece muy emocionada con tu performance. No lo tomes personal, es un poco arisca.”

Lo escuchó decir al momento que se levantó de la silla y caminó hasta su posición. Parecía de buen humor a pesar de que la llegada de esa invitada no sonaba a algo bueno. Asintió nuevamente, y caminó por los oscuros pasillos hasta el salón.

Salió por el escenario, escuchando la música sonar levemente, casi un susurro en comparación al volumen normal en sus rutinas, y pudo sentir de inmediato la falta de gritos y euforia a lo que tan acostumbrada estaba. Las mesas y las sillas bajo el escenario estaban todas vacías, solitarias. Las paredes y el salón en si lucía más claro, el burdeo en las paredes se notaba con definición, no como cuando salía a bailar, donde todo era un manto de oscuridad y rostros sombríos. Ella era la única que brillaba, y ahora parecía que todo en el salón tenía el mismo tono.

Era decepcionante el estar en el escenario en un lugar tan carente de vida.

No le costó encontrar a la supuesta invitada.

Podía notar el cuerpo maltrecho sobre una silla, justo al frente del gran tubo de metal sobre el escenario, el cual usaba normalmente para hacer sus bailes. Apenas divisaba el rostro del personaje entre la cortina de cabello lacio y rojo. Solo notaba una gran cicatriz horizontal en el tabique de su nariz, así como los golpes en su mejilla y la sangre cayéndole por los labios. Se veía tranquila, tal vez cansada, pero su cuerpo estaba envuelto en cuerdas que restringían sus movimientos, así que tampoco podría hacer mucho para librarse de la situación.

No tenía idea de quien era aquella mujer, pero al parecer Vladimir había tenido una gran batalla, que había ganado sin duda, podía darlo por hecho.

No cuestionó. Hizo lo de siempre. Lo que le pagaban para hacer, lo que disfrutaba hacer.

Era algo extraño el estar dándole un baile privado a una mujer, y sobre todo si esta estaba cabizbaja, y realmente no parecía tener ni una pizca interés en ella, en su cuerpo, en su baile, lo cual le dio de nuevo un golpe de decepción. No se sentía tan bien cuando bailaba y no sentía deseo provenir de los que la veían.

Pero no importaba, iba a bailar por sí misma, porque aún tenía energía para una ultima pieza.

Estuvo bailando por varios minutos, hasta que terminó apoyándose del cuerpo de la chica, apegando su cuerpo al de ella, mientras aún mantenía sus manos firmes en el tubo. Dejó sus muslos levemente apoyados en las piernas de aquella mujer, y ese movimiento fue lo único que la hizo moverse, no un movimiento notorio, solo sus labios. Parecía jadear antes, pero ahora estaba hablando.

Se quedó inerte, con la única intención de escuchar lo que esta iba a decir.

“¿Por qué trabajas para él?”

Fue lo único que escuchó. La voz era gruesa y dañada, como si le costase emitir sonido. Pudo notar otro poco de sangre cayendo por los labios, pasando por su mentón y finalmente cayendo en su camiseta.

Siguió moviendo sus caderas, siguió haciendo lo suyo y sin darse cuenta desvió la mirada hacia la izquierda del salón, donde podía notar como Vladimir las observaba, con un vaso de vodka en la mano, sus ojos negros inspeccionando la escena.

“Yo bailo porque me gusta, Madeimoselle.”

Siguió moviéndose, pero podía notar como el cuerpo bajo ella estaba más tenso que nunca.

Volvió a levantarse y comenzó a moverse alrededor del tubo, hasta que sonó la última nota de la canción, lo cual le indicaba el cese de su baile. Se quedó ahí, inmóvil, colgando del tubo, sus brazos entrenados sosteniéndola con precisión.

Los ojos de la pelirroja no la miraron en ningún momento, y tal vez perdonaría aquello al saber del estado de sus heridas.

Ya quería que fuese su siguiente día de trabajo para poder ver a la audiencia en un estado de éxtasis, gritando eufóricos, deseándola aún más al no poder tenerla para ellos.

Los aplausos resonaron por el salón desierto, siendo su jefe quien movía sus manos, ahora vendadas. Realmente este parecía de buen humor. Por su parte se posicionó justo al lado de la chica, la cual parecía fastidiada por el ceño fruncido que tenía pegado en su expresión. Él se acercó a ambas, sonriendo, y solo pudo hacer una leve reverencia, agradeciendo sus aplausos.

Por primera vez vio a la mujer levantar el rostro.

Sus ojos parecían los de un animal enjaulado, llenos de ira, llenos de rabia, llenos de tensión incluso ante su incapacidad para moverse. Esta tenía el coraje suficiente, a pesar de su estado, para enfrentarse al hombre, para mirarlo con tal irrespetuosidad. Esta no le temía a Vladimir, y nunca había visto a alguien tener aquel valor al desafiar a su jefe.

O era muy valiente, o muy estúpida.

“¿Torturarme con una mujer bonita es lo único que tienes? Espere más de un sujeto como tú.”

La risa del hombre retumbó en el salón cuando la mujer de voz tosca habló.

No sabía si debía retirarse o no, su jefe sin decirle nada, sin echarla del lugar, obligándola a darle privacidad mientras hacía sus negocios del bajo mundo. Era bueno, de cierta forma, ya que se había encontrado interesada en la interacción que ambos personajes estaban teniendo.

Era un choque de poderes que rara vez veía.

“¿Tortura? Es un regalo, roja. No todos pueden acceder a un baile privado con mi mejor bailarina. Esto es prácticamente un regalo, para demostrarte que soy un buen hombre.”

La pelirroja no respondió bien al comentario, ya que en vez de decir algo, simplemente escupió a los pies de Vladimir. Aunque era más sangre que saliva. Eso era un poco preocupante. Tal vez estaba más habituada a los hombres alcoholizados y sobre excitados, pero no solía presenciar riñas ni peleas, mucho menos sangre. Su jefe estaba atento para que no ocurriesen cosas así que pudiesen poner en peligro a sus bailarinas.

No le agradaba la violencia sin fundamento.

Pero para su jefe, esa acción fue violenta, y debía actuar acorde.

No fue difícil para él el simple acto de levantar su pie y golpear la silla en la que la chica estaba sentada. Esta cayó por su propio peso, y solo pudo oír sus quejidos doloridos. Se quedó inerte, intentando controlar los temblores en sus manos. No presenciaba peleas, por lo mismo no sabía cómo actuar, ni tampoco iba a cometer el error de detener al ruso, o podría costarle el trabajo o la vida.

Era lo suficientemente inteligente para no desafiar a un hombre así de poderoso, y la mujer aquella debía aprender un poco de su persona.

“Eres una malagradecida. Te he dado varias oportunidades, una tras otra, y sigues lanzándote para morderme la mano cada vez que puedes. Eres incorregible.”

“Eres un maldito bastardo, como todos, no voy a caer en tus manipulaciones. Puedes amenazarme cuanto quieras, pero no trabajaré para ti. No me das miedo, ni tu ni los imbéciles que trabajan para ti.”

¿Trabajar para él?

¿Vladimir quería que aquella chica fuese parte de su equipo?

Claramente no era para bailar, para hacer el trabajo de las mujeres en el club, no parecía apta para el puesto. Entonces se refería a su otro trabajo, donde la mayoría eran matones, y otros se encargaban de la seguridad del local. No sabía detalles, pero algunas cosas eran fáciles de imaginar.

Así era el bajo mundo en ese gran país.

“Eres una bestia, podría sacar tu máximo potencial. Dejarías de ser una delincuente buscada y podrías vivir fácilmente haciendo aquello que haces mejor.”

Los ojos seguían observando al hombre, con poder, temerarios, intensos, aunque estuviesen mirándolo desde el suelo, en lo más bajo. No perdía el valor, no perdía las agallas. Seguía desafiando al hombre, y eso le podía costar la vida.

Valiente y estúpida.

“Vete a la mierda.”

Fue lo último que dijo, antes de que la bota de Vladimir se posara en su rostro. No con fuerza, para nada, pero el gesto fue suficiente para fastidiar a la mujer, haciéndola soltar un gruñido. Era una pelea que estaba recién empezando.

Los ojos oscuros de Vladimir la miraron, y se sintió fuera de lugar en aquella situación. Él no parecía enojado con su presencia, al contrario, era como si la necesitase ahí.

“Azure, querida, ¿Recuerdas la puerta cerrada que te dije que no podías entrar?”

Asintió, lo recordaba. Una puerta en el pasillo, intacta, llamativa, imponente. Le causó curiosidad el que nadie entrase, el que nadie saliese, el que estuviese ahí, inerte, sin que tuviese movimiento alguno, al menos no que pudiese ver.

Él le ofreció una llave, mientras le sonreía, su rostro agradable a pesar de la situación, donde se veía agrediendo a una mujer que permanecía soltando improperios.

“Mañana antes de tu rutina, necesito que te des una vuelta por ahí, pero por ahora puedes retirarte, yo me encargaré de limpiar aquí.”

Asintió, confusa, pero no parecía buena idea el empezar a cuestionar al hombre, el dudar de él, era su jefe después de todo. No iba llevarle la contraria y hacer que su humor cambiase, eso no sería bueno para ella ni para nadie.

Se retiró, volteando una última vez hacía ambas personas, las cuales permanecían inertes en la posición en las que estaban con anterioridad.

No era de su incumbencia, así que ignoraría todo lo sucedido.

Lo que sea que tenía que hacer al día siguiente, esperaba que no tuviese que ver con esa pelirroja.

Esperaba no tener que involucrarse con ella.

Con alguien así.

Chapter 11: Thief -Parte 1-

Chapter Text

THIEF

-Androide-

Robar no era la gran cosa.

Se podría decir que estaba acostumbrada a eso, llevaba haciéndolo desde que era una niña, después de todo, era la única forma de sobrevivir en un mundo tan tóxico como aquel.

Haciendo memoria, todo empezó cuando su padre lo perdió todo y también perdió la cabeza. Se podría decir que todos estaban un poco locos cuando era niña, no, de hecho, ahora seguían siéndolo, solo que ya lo tenía asumido, antes en su inocencia los veía mutar poco a poco, como una pesadilla volviéndose gradualmente real.

La humanidad había avanzado demasiado rápido, pero ya eran pocos los humanos que querían ser humanos, lucir como humanos, pensar como humanos. Y su padre era uno de ellos. Lo vio convertirse desde su nacimiento, como poco a poco perdía algo de piel, como dejaba de ver a su padre y comenzaba a ver a una máquina.

Se vio aterrada cuando lo vio llegar al departamento, su rostro completamente inexistente. Ahora solo había una máscara reemplazándolo, y no una máscara figurativa, para nada, y lo hubiese preferido. No pudo reconocerlo, ni por su cuerpo, ni por su voz, ni por su actitud. Nada. Su padre había sido completamente reemplazado por piezas robóticas y sintéticas, pero ninguna se asemejaba a un humano, ni siquiera su cerebro.

Tal vez aceptaría que este cambiase sus órganos humanos por unos artificiales y así alargar su vida, o meter su alma en un cuerpo artificial, práctica que ya llevaba décadas haciéndose, y tenía los recursos económicos para lograr lo que sea que quisiese.

Pero no, él ya no quería ser un humano.

En el bajo mundo, en las calles atestadas de marginados, de gases tóxicos y podredumbre, se entendía que los humanos no tuviesen oportunidad de solucionar sus problemas físicos o biológicos con maquinarias, ante la falta de estabilidad y buena economía, al menos la gente humilde era la que menos procedimientos se hacía, a menos que fuese absolutamente necesario, sin embargo, en la alta alcurnia, donde estaban los ricos, viviendo la buena vida en sus edificios, en sus mansiones, en sus suites, en sus negocios, estos tenían aquel fetiche de que no era suficiente con tenerlo todo, si no que también querían la inmortalidad, querían pasar a un plano completamente diferente que los mundanos humanos comunes y corrientes con sus pieles dañadas y sus órganos frágiles.

Querían ser seres superiores.

Y su padre fue eso, un ser superior, y ella misma fue indigna de él, así que terminó en las calles, a su suerte.

Tal vez perdió la vida que tenía, los lujos, pero no le importó. No le molestaba ser humana, no le molestaba vivir lo que tuviese que vivir y morir cuando le llegase el momento, para nada. Pero tenía claro que, si hacía lo que su padre quería, si accedía a cambiarse a sí misma de una forma similar, iba a perder toda su humanidad, y sería como él, ajeno, vacío, inhumano.

Estaba orgullosa de quien era, de lo que era, e iba a seguir adelante con sus debilidades y su humana fragilidad, se lo prometió a sí misma.

Pero no fue fácil.

Empezó a robar para sobrevivir.

Era una niña en ese entonces, escabulléndose sin problema, aprovechando la oscuridad eterna del contaminado cielo. Pero se volvió adicta a la vida fácil del ladrón, o quizás se volvió demasiado confiada de sus habilidades. Como sea, decidió ir por una presa más grande, para llenarse los bolsillos y al fin poder salir de las calles, incluso comprarse un lugar donde vivir, su propia guarida para almacenar lo que robaba.

Pero fue demasiado riesgoso.

Tal vez no era un pez gordo, no realmente, no para la ciudad, pero si para los marginados. Sabía que el sujeto era un modificado, pero no creyó que este sería capaz de encontrarla.

Se equivocó.

Se llenó los bolsillos, sí, pero podía jurar que algunos de los artefactos que sacó del lugar terminaron cayendo al suelo en su larga huida. Solo podía correr, era una niña delgada y débil, no iba a poder hacerle frente a un adulto, mucho menos a ese adulto.

Podía escuchar las pisadas pesadas y metálicas contra el suelo del cobertizo. El lugar era enorme, lleno de objetos preciados y costosos, por algo había entrado ahí, pero se le hacía cada vez más difícil huir del sujeto que la perseguía sin vacilar, su cuerpo robótico permitiéndole correr por horas sin agotamiento alguno, sin embargo, ella misma ya estaba agotada, sus pulmones ya estaban débiles al estar largo tiempo consumiendo aire tóxico.

Finalmente, logró encontrar la entrada del lugar, así que solo tenía que pasar el portal y se sentiría a salvo.

Pero no.

Su cuerpo pasó, sí, pero no por completo.

En ese instante no sintió dolor cuando la mano metálica, con dedos filosos como cuchillas, agarró su pierna, probablemente era la misma adrenalina que le hizo seguir huyendo, simplemente removiéndose en el agarre, mientras parte de su pierna era desgarrada.

Cuando se liberó, ya no podía correr, así que se vio arrastrándose, alejándose, sabiendo que el sujeto la perseguía aun, ahora a paso lento, ya no necesitaba correr. Era una presa herida, una presa fácil.

Se dio la vuelta, y miró al hombre, sus manos aun haciendo lo que sea para alejarse, incluso mover su cuerpo agotado por el cemento, mientras la pieza faltante de su pierna iba a dejando un rastro de sangre. El rostro inhumano la miró, los ojos como binoculares la observaban, sin sentimiento alguno, pero podía entender la rabia del sujeto, podía sentir su rabia, exudaba de él después de todo.

Probablemente estuviese llorando a esa altura, tal vez gritando por ayuda, su cuerpo alejándose lentamente mientras el hombre se acercaba cada vez más. No podía dejar de mirarlo, ni siquiera era consciente de su alrededor. Solo podía mirarlo, la imagen de su padre volviendo a su memoria, y la mera idea de asociar a ese hombre con su padre, la hizo sentir incluso más aterrada.

Siempre creyó que su padre la iba a matar, después de todo.

Una de las manos del sujeto se transformó, pasando de ser dedos humanoides a ser nada más que una sierra, la cual brillaba en el filo de diferentes colores al reflejar las luces de las calles cercanas.

Cuando la sierra se acercó, comenzando a girar rápidamente, sintió su corazón detenerse.

Tal vez se lo merecía, tal vez ese mundo no era un mundo para los humanos.

Resonó un sonido chirriante y eléctrico, notó chispas salir detrás del sujeto, brillantes, incluso más que las mismas calles, y cuando aquel sonido se detuvo, su perseguidor cayó desmayado.

Por un momento creyó que estaba muerta, pero aun respiraba, aun sentía el aroma a aceite quemado y a sangre. Cuando buscó quien la había salvado, notó que era un oficial de policía. No se había topado jamás con uno, mucho menos un oficial de policía artificial. Los ojos verdes brillantes observaban la escena minuciosamente, analizando el siguiente paso a tomar. Era un modelo femenino y una de sus manos se había transformado en un arma, al parecer con la cual había disparado a su agresor, o más bien, a su víctima, dependiendo de donde se mirase la situación.

La policía hizo la vista gorda acerca de su pequeño robo, por su edad tal vez, y mandó a uno de sus compañeros para que se encargase del hombre, esta vez un policía artificial masculino.

Esa mujer, androide, le salvó la vida esa noche.

Si no hubiese llegado a tiempo, habría sido partida a la mitad con una facilidad espeluznante. Esa misma policía la llevó consigo, y fueron a un hospital. No había entrado a uno, porque como marginada tampoco podía recibir atención médica.

Su padre nunca la había metido al sistema, así que era imposible para ella entrar en ciertos lugares sin que la echasen a patadas.

Necesitaba una identidad, un chip, pero no lo tenía.

Pero nada de eso pareció ser importante, porque iba de la mano de un policía, fuese o no humana. De la mano no, exactamente, en sus brazos, no es como que pudiese caminar tampoco.

Ahí tuvo que tomar una decisión, tal vez una de las decisiones más importantes que debió tomar en su vida. Una que iba a poner a prueba sus valores y su determinación.

Tener una pierna nueva, o simplemente quedarse así, con un trozo de pierna faltante, sin poder caminar por el resto de su vida.

Por supuesto su primera respuesta fue no. No quería una pierna robótica, no quería nada que ver con eso, nunca quiso, se lo prometió a sí misma, prefería quedarse sin caminar, en ese entonces prefería hasta morir.

El androide se le acercó, y le costó aceptar que no era humana, porque su diseño era para eso, para lucir lo más humana posible, y era realmente irónico, teniendo en cuenta que ni los humanos querían lucir humanos. Probablemente iban a descontinuar a ese modelo de androides. Esta le dijo, con una voz calma y apacible, que no iba a sobrevivir en las calles con una sola pierna, y que, si pasaba tiempo sin una prótesis, sus nervios ya habrían perdido cualquier sensibilidad, y no podría ni reconstruirla ni usar una prótesis.

Obviamente quiso mantenerse fuerte, segura de sus convicciones, pero le costó. Si algún día tuviese el dinero para reconstruir su pierna, lo más humana posible, su cabeza ya habría olvidado por completo como se sentía tener un pie, como se sentía mover sus dedos. Era una decisión complicada, y no creía que tendría que estar en una tesitura semejante a tan corta edad.

Pero, si hubiese estado sola ahí, se habría negado, pero fue el androide quien la convenció, incluso le dio datos e información necesaria para que pudiese tomar una decisión, y lo agradeció.

Hasta el día de hoy, lo agradecía.

Se vio mirando su pie robótico, y si bien no era humano como pretendía que luciese, se había acostumbrado a verlo así. Incluso cuando tenía que ir a que lo modificasen, terminaba disfrutándolo. Recordaba al androide que la salvó, y que la ayudó, y que sintió tan humana cuando no había visto a alguien así en muchos años, tal vez nunca.

Se convenció a si misma que no era tan malo el tener algo robótico en su cuerpo, que eso no la hacía menos humana.

Quien iba a decir que vería un rostro similar años después.

Tuvo razón aquel día, que iban a descontinuar a aquel modelo de androides, que la humanidad no quería tener nada que pareciese humano en lo más mínimo, y ahora, años después, era más evidente aún. Por la misma razón es que no volvió a toparse con aquel androide, los policías cambiando los modelos que tenían a su disposición, ahora más robóticos, más parecidos a cajas con ruedas que personas.

Así que cuando vio el rostro aquel, le causó cierta nostalgia. Quizás en su fuero interno, deseó ver al androide de nuevo, y así poder agradecerle, ya que cuando niña no fue capaz. Ahora se reirían de ella por siquiera pensar algo semejante. ¿Un humano agradeciéndole a una maquina? No le importaba demasiado, era lo correcto.

Se vio enfocándose de nuevo en el tema en cuestión. En el hombre para el que iba a robar, el cual estaba ahí, inerte. Era primera vez que trabajaba para él, y al parecer quería un documento valioso que tenía otro sujeto. No había escuchado bien, bueno, no había puesto atención, los recuerdos pasando por su cabeza, pero según entendía ambos eran comerciantes, al parecer de un rubro similar, y estaban en una constante guerra. O eso asumía.

Lo único humano en él eran sus piernas, o eso creía, ya que tampoco lo estaba viendo desnudo, pero se había acostumbrado a adivinar qué porcentaje de humano tenían esas personas para las que trabajaba. Normalmente robaba cosas por sí misma, pero se había hecho cierta fama, y algunos solían llamarla para hacer unos pequeños robos para ellos.

Se había vuelto buena, ya no cometía errores como antes y tenía dinero suficiente para hacerse con armamento y vehículos para hacer de sus misiones más fáciles.

“Ve con ella y traeme los documentos, no confío en ladrones. Y nada de hablarle, haz tu trabajo en silencio.”

Pestañeó, confusa al escuchar al que sería su nuevo jefe hablar. Este le habló al androide, pero esta no lo miró, sus ojos verdes brillantes fijos en el suelo. Finalmente, el androide asintió, aceptando la tarea sin rechistar. La orden.

Parecía ser una especie de sirvienta, quien sabe.

Había visto situaciones así, pero nada similar, no con un androide humanizado. Últimamente eran humanos con apariencia de maquina teniendo a otras máquinas a su disposición. No había nada humano en esas interacciones, lo que era un alivio, pero si existía la más mínima apariencia humana ya sentía asco. No le gustaba ver como humanos modificados trataban de malas formas a alguien que parecía humano.

La hacía sentir enferma.

Salió del edificio, lista para hacer su trabajo, mientras la seguía la presencia silenciosa del androide.

Era extraño el sentirse avergonzada de estar a solas con alguien que tenía el exacto rostro que estuvo buscando por años, pero le pareció una buena oportunidad de rememorar tiempos pasados.

Sacó el arma de su bolsillo, revisando que la carga estuviese correcta, lista para ser disparada. Iba a un lugar peligroso después de todo, cualquier cosa podría pasar, y siempre sentía cierta emoción al entrar en un lugar nuevo, inexplorado. Lo mejor era saber que si salía de ahí, la paga sería muy buena, ahora, sobre todo.

Le dio una mirada al androide a su lado.

No veía marcas, no veía daño, pero no podía asumir nada, la ropa aun sobre su piel sintética. No le gustaba ver personas trabajando para modificados, humanos siendo lacayos, aunque esa no fuese una humana, pero lucía suficientemente humanoide para que esa sensación desagradable permaneciese intacta.

Ahora debía procurar ganarse la paga.

Porque tenía un plan.

Chapter 12: Antihero -Parte 1-

Chapter Text

ANTIHERO

-Mutación-

A veces se quedaba inerte, distraída en sus pensamientos.

¿Qué era ser un héroe?

¿Qué significaba?

No lo sabía con claridad, pero si estaba segura de que no quería ser llamada así.

No, no podía ser llamada así, o significaría que se habría perdido a si misma. 

Que sería lo que él quería, y no podía permitirlo. 

Siguió en su trabajo, moviendo las válvulas, golpeando las tuberías, sintiendo sus músculos arder bajo su piel. Estaba cansada, sí, pero aquello no era nada en comparación como solía ser en el pasado, el agotamiento propio de la mortalidad.

En esos tiempos cuando era una humana normal, viviendo una vida normal, su aburrida vida normal.

Ese día, años atrás, cuando aquel hombre, su amor de la infancia, su amigo de la vida, la persona que más estimaba en el mundo entero, le pidió aquel favor, tuvo que decir que sí. A él no le podía decir que no, nunca podía.

El padre de su amigo la ayudó cuando era solo una niña, y creyó que era un buen momento para retribuirle, ayudar a ambos en sus planes, en sus objetivos, en su trabajo.

No se consideraba una buena persona, luego de la infancia que tuvo donde nadie hizo nada por ella y por lo mismo jamás iba a hacer nada por otros, pero había algo que no podía permitirse, y eso era deber favores, estar en deuda con alguien, por algo jamás pedía ayuda, pero en ese tiempo no era siquiera consciente de la ayuda que estaba pidiendo a gritos, o de otra forma, jamás habría aceptado.

Gracias a ellos, pudo seguir viviendo.

Quería pensar que él no sabía acerca de los planes de su padre, en serio, pero una parte de ella le decía que no era así, que él no la apreciaba lo suficiente para ser honesto, para al menos decirle la verdad de lo que significaba ayudarlos. Y fue en ese momento, mientras estaba conectada a máquinas, sintiendo sus venas palpitar con aquel extraño liquido entrando a su cuerpo, que se dio cuenta que estaba sola en eso, que era solo una rata de laboratorio.

Que estaba siendo usada.

Que las personas que la ayudaron de niña, ahora utilizaban su cuerpo para hacer pruebas, e incluso ahora, años después, seguía decepcionada.

Al momento de despertar, se dio cuenta que ya no era la misma persona.

Su cuerpo se sentía hirviendo, dolorido, pero a la vez jamás se había sentido tan fuerte. Él estaba a su lado, acompañándola, sonriéndole. Le dijo que estaba bien, que estaba preocupado por ella, y en ese instante sintió algo único.

Sabía que aquello era una mentira.

Lo sabía.

Era algo instintivo.

¿Era un efecto de aquello que le habían hecho? Podía ser así, pero ellos no parecían saberlo, así que no dijo nada, solo se quedó en silencio viendo como aquellos sujetos le mentían sin tapujos, y a la vez, eso mismo le permitió averiguar la verdad.

Su amigo siempre estuvo obsesionado con los héroes, pero quien iba a decir que iba a llegar hasta el punto de querer modificar personas, genéticamente, para convertirlos en meta humanos, en humanos mutados, solo para cumplir sus fantasías.

Y ella era uno de ellos.

Era su héroe personal.

Se vio en ese laboratorio, atrapada en cautiverio, y se sentía estúpida porque ella misma había aceptado ese destino y habría deseado volver al pasado para evitarlo, para mantenerse alejada de esas personas.

Cada día ahí dentro se sentía nauseabunda, sufriendo cambios corporales a cada momento. A veces despertaba y sus ojos ardían, sanguinolentos, otros días amanecía con el cabello cayéndosele a mechones y los peores momentos era cuando su cuerpo estaba lleno de llagas purulentas. Todos esos eran los efectos de su mutación. Destruyéndola por dentro, destrozando cada una de sus células, pero dándole esa inmortalidad que ellos esperaban obtener.

Pasó meses ahí dentro, pero llegó el momento donde perdió la paciencia, estaba harta de ese encierro, de ese dolor, de ver la cara de esos dos sujetos mientras la investigaban a fondo, beneficiándose de ella, mintiéndole, usándola y viéndola como nada más que un mero experimento. Finalmente se sentía bien, sin ningún efecto adverso en su cuerpo o mente, se sentía fuerte, capaz, y estaba harta de estar ahí, de seguir ese circo y ese camino que ellos querían para ella. Necesitaba aire fresco, necesitaba salir de ahí, sentirse humana.

¿Siquiera era humana?

Aun no obtenía la respuesta.

Pero, lamentablemente, las cuatro paredes no daban luz ninguna, no había ventanas ni ventilación de ningún tipo.

¿Por dónde salir?

En ese momento, no pensó, solo golpeó la pared en evidente frustración. Cuando la pared cedió por completo, destrozándose y dejando ver la habitación colindante, tuvo la revelación de que detectar mentiras no era su única habilidad. Miró sus manos, intactas, las venas notándose sobre sus antebrazos, palpitando. Sus brazos se notaban más fuertes que nunca. No se había percatado de lo fuerte que se había vuelto hasta ese momento.

¿Qué más podía hacer aparte de eso?

Estaba dispuesta a averiguarlo.

Escuchó gente acercarse, y se dio cuenta que los guardias no se demorarían en acorralarla, así que corrió.

Fue un pestañeó, llegó al otro lado en un simple pestañeo.

Al parecer, su velocidad también era algo nuevo. Miró a los guardias que parecían ir hacía ella, pero quedaron inertes sin saber cómo se había movido tan rápido.

Entonces, él apareció.

Era una persona importante en su vida. Siempre le gustó el tipo de personas inteligentes y calmas, muy diferentes a ella. Eran niños cuando se conocieron, cuando se hicieron amigos, cuando compartieron sus vidas con el otro y los sueños del futuro.

Pero el hombre que veía frente a ella era un total desconocido.

Ya no era el hombre del que se enamoró.

“¡Wlad! ¡Funcionó! ¡Ahora eres una heroína!”

¿Heroína?

Debía ser una broma.

Eso no era algo que ella quisiera, para nada, de hecho, nunca había sido muy empática, ni le había importado demasiado lo que le pasara a otros. Ella no tenía material de heroína. Pero eso a él no le importaba. Dodek siempre quiso ser un héroe, ser poderoso, salvar a las personas, o más bien, ser importante y necesitado por las personas, pero era un hombre inteligente, y tal y como su padre, no era fuerte ni valiente, ni nada similar. Por eso, ahora en esa circunstancia, supo que él estaba poniendo aquel sueño en ella, integrándolo en su genética para convertirla en lo que él quería ser.

En lo que él no podía ser.

Era muy confuso y claramente retorcido.

Sentía asco de él, de la amistad de tantos años que tenían y obviamente sentía asco de sí misma, un asco que años después no desaparecería, pero del que se acostumbraría.

“¿Que te hace pensar que quiero esto?”

Le preguntó, y este simplemente la miró, con sus ojos brillantes, mientras abría los brazos.

“No seas así, con esto tendrás toda la aventura que querías, podrás tener todo lo que quieras, podrás tener la vida que siempre soñaste ¡Serás invencible! Incluso hice un traje especial para ti.”

Se tomó un momento para mirar alrededor. Para pensar en su siguiente movimiento. La habitación en la que estaba en ese instante tenía una ventana, por ende, la llevaría hacía afuera. Podía ver el cielo azulado desde ahí, y ya había olvidado como lucía. Los guardias seguían ahí, atentos, pero si corría, ellos no podrían perseguirla, y de hecho, dudaba que alguien la siguiese.

Ese hombre sabía mejor que nadie que odiaba que la obligasen a hacer algo que no quería, y eso solo podría causar más caos, sobre todo ahora, que parecía tener una fuerza imparable.

Huir ahora era algo fácil, sin embargo, no se movió. Quería aquel traje. Él tenía razón, siempre quiso una vida diferente, el poder desligarse de su pasado, de su existencia monótona, incluso cuando era una niña. Empezar de nuevo, nacer de nuevo, y eso le daría la oportunidad de ser quien siempre quiso ser, sin tener repercusiones, sin tener su vida pasada persiguiéndola.

Podría al fin ser quien de verdad quería ser, y sacarle provecho a su asquerosa condición era aún mejor.

Eso, necesitaba su nueva vida. Una nueva vida lejos de esa gente.

“Tienes razón, lo siento, estoy algo cansada, y siento lo que hice en la habitación, al parecer tengo más fuerza de la que creí.” Notó como el hombre le sonrió, ablandándose con ella, e intentó ocultar su sonrisa. No iba a volver a tener problemas consiguiendo lo que quería. “¿Hiciste un traje para mí? Me gustaría probármelo.”

Le sonrió y el hombre la miró, sonriendo también, animado, podía ver sus ojos claros brillando. Sintió cierta melancolía, como cuando le daba en el gusto cuando eran niños, solo para verlo feliz, así como lo protegía, evitando que otros lo pisotearan. Le dedicó toda su vida, a su felicidad y a su protección.

Que estúpida fue.

“No te preocupes, te daré otra habitación y te traeré de inmediato el traje. Ya quiero que te lo pruebes.”

Este dijo, honestidad en sus palabras.

“Esperaré aquí e intentaré no romper nada más.”

Él realmente estaba animado, podía sentirlo, como si hubiese estado esperando eso desde siempre, y claramente era así. Sus intenciones de huir pasaron desapercibidas. Siempre había tenido el carisma suficiente, e incluso los guardias se habían relajado, guardando sus armas. Se quedó ahí, hablando con ellos, como si nada hubiese pasado, hasta que Dodek volvió con un broche en la mano, ningún traje, solo ese broche. Un medallón.

Este le sonreía como un niño pequeño, y el dolor volvió a llegar a su pecho.

Ya no podía estar cerca de él, no más.

El medallón colgaba de su pecho, y notó que se trataba de un botón y al apretarlo sintió como el objeto se presionaba contra su pecho, contra su piel integrándose a ella. Fue cosa de segundos para que el traje se materializara. Había visto cosas realmente sorprendentes en ese laboratorio en el último tiempo, así que aquello no le sorprendió tanto. Si podían cambiar su genética, bien podían hacer un traje que podía materializarse de la nada.

Le agradaba la capa.

Se vería bien cuando cayese por el edificio.

Lo miró, le sonrió guiñando un ojo, y saltó por la ventana.

Escuchó un grito ahogado y barullo a penas el ruido de los cristales rotos llegó a su oído, pero no prestó atención, solo vio el cielo claro arriba de ella, y conforme caía, los edificios a su lado. Su cabello rizado le nubló la vista, y decidió que ya era hora de cortarlo. A él le gustaban con el cabello largo, y era hora de dejar de lado lo que él quería, y ser completamente lo que él más detestaba.

Esa es la persona que quería ser, la persona que se reprimió ser. Era una pésima persona, y lo ocultó durante años, y ahora ya no tenía que hacerlo.

Cayó segundos después sobre un auto. No supo si cayó bien o mal, pero la adrenalina la hizo levantarse a pesar del dolor, y corrió por las calles hasta su viejo departamento. Su velocidad fue suficiente para llegar en pocos minutos. Ya ahí, en ese lugar que consideraba su lugar seguro, se deshizo del traje y cayó rendida en el suelo.

Aún recordaba el dolor que sintió esa vez.

Se había roto las piernas, lo sabía.

No fue de sus mejores ideas, pero fue la más rápida, y no se arrepentía de haberlo hecho.

Se arrastró, sintiéndose horrible, pero conforme avanzaba, parecía que sus huesos se iban recuperando. No podía describirlo, pero era como sentirlos bajo su piel moviéndose, arreglándose por sí solos. Se quedó inerte, hasta que dejó de sentir aquello, e instantáneamente sintió una fatiga consumiéndola, y avanzó hasta la cocina, buscando lo que sea que pudiese comer, y ahí, en el suelo, sus piernas aun débiles, comenzó a comer como un animal hambriento.

Su inmortalidad venía con un precio.

Su cuerpo ahora tenía una maldición, y todo se debía a él.

Cerró los ojos un momento, volviendo al presente, sintiendo como su sonrisa había crecido, recordando su determinación de aquel día. Como juró destrozar los ideales de aquel hombre.

Ser lo contrario a lo que él quería.

Él había creado una heroína, y se iba a encargar de corromper su creación.

Y seguiría haciéndolo.

Ya quería ponerse la máscara una vez más.

 

 

Chapter 13: Waitress -Parte 1-

Chapter Text

WAITRESS

-Desconocida-

Le gustaba ser una desconocida en esa ciudad.

Era reconfortante.

El pueblo donde vivió su adolescencia quedó atrás cuando decidió ser una persona diferente. Sus padres lo sospecharon desde siempre, pero jamás le metieron ninguna idea en su cabeza, decidieron que, si era así, que, si decidía hacer algo, sería por sí misma y no sería influenciada ni por ellos ni por nadie más.

Tuvo suerte, sí.

Si hubiese tenido otros padres, tal vez habría terminado en la calle de buenas a primeras, y le agradecía cada día a cualquier Dios que la estuviese escuchando. No habría sido lo suficientemente fuerte para pasar por eso, ya que a penas y pudo sobrevivir los problemas en los que se vio al intentar de manera constante el entenderse a sí misma, el averiguar que estaba mal, al aguantar a las personas que solían mofarse continuamente.

No nació en un cuerpo varonil, lo cual era malo en su adolescencia y bueno en la actualidad, así que el más mínimo interés femenino que tuviese terminaba siendo la burla de sus pares, estos riéndose por ser afeminado o por ser homosexual.

Y no era el caso, en ese momento.

Le gustaban las mujeres, siempre le gustaron, y, de hecho, fue gracias a una novia que tuvo en la adolescencia quien le abrió los ojos, sin la intención, claro.

‘Estar contigo es como estar con una chica.’

Ni siquiera recordaba si esta se lo dijo de buena o mala manera, porque estaba demasiado absorta pensando en eso, dándole vueltas. Y ahí algo le hizo clic en la cabeza.

Me gustaría ser una chica.

A penas tuvo la edad suficiente, y con la autorización de sus padres, comenzó a hacer el tratamiento hormonal. En su pequeño pueblo, todos la conocían y le iba a ser difícil cambiar, o a ellos les costaría más aceptar el cambio, así que decidió comenzar a trabajar y mudarse a la capital, donde pudiese empezar de cero, siendo una nueva persona.

Solo quería ser ella misma, sin nada que la amarrase a su pasado.

Sin que nadie le recordase su pasado.

No podía decir que ser mesera era su sueño de vida ni su trabajo soñado, pero tampoco tenía aspiraciones más allá de vivir cómodamente en una gran ciudad, así que era suficiente. El dueño era agradable, sabía de su situación y le dijo que tenía un hermano que había pasado por lo mismo así que la entendía y no la juzgó de ninguna forma, cosa que pensó que podía ser el caso.

Le agradaba el estar en ese lugar, donde se sentía protegida por su jefe y por algunos de sus compañeros, era un café donde todos eran bienvenidos, y así se sentía al estar trabajando ahí.

En la ciudad se hablaban de esos temas, no como en los pueblos pequeños donde la mayor parte de la población eran religiosos que solían discriminar a todos los que eran diferentes, a todos los que no calzaban con la perfección de sus dogmas. Y ella definitivamente no calzaba.

Su nueva vida era tranquila, lo único que cambiaba su rutina eran los cambios de turno, pero no tenía ningún problema con ellos. Disfrutaba su trabajo, lo vivido que era, lo alegre y, sobre todo, la variedad de personas que entraba cada día, de los cuales podía conocer y aprender.

Pero en particular, en el último tiempo, se vio interesada en una persona en particular.

Había una chica de instituto que solía entrar en el café luego de clases, junto a dos amigas. Estas solían hablar bastante, siempre animadas, y le sorprendía la energía que tenían incluso después de clases. Eran un grupo bullicioso sin duda. Le llamaba la atención como esta chica solía sacar una cámara de su bolso, y le sacaba fotos a cada cosa que pedían, ya fuese un pastel o un café.

Por su parte eso la motivó a aprender a hacer un café más llamativo, y al principio sus dibujos no eran muy buenos, pero luego los hizo mejor, y le alegró el saber que esta le tomaba fotos, sonriendo.

Le gustaba lo apasionada que se veía por la fotografía, también le gustaba lo avergonzada que solía ponerse, su rostro tomaba color rápidamente y era divertido de verla así. También le gustaba su cabello largo y oscuro, así como lo baja de estatura que era.

De hecho, si, le gustaba.

Le costó darse cuenta de eso, ya que estuvo los últimos años tan pendiente de sí misma, de sentirse cómoda, de cambiar su cuerpo, que no tuvo tiempo alguno para salir ni conocer personas con la intención de tener una relación, además, ahora era una mujer, y conocer a una chica que le gustasen las chicas era una tarea difícil, terrorífica incluso.

Cuando tenía su identidad antigua, su cuerpo antiguo, algunas chicas se le acercaban, y ahora era a la inversa, siendo chicos los que se acercaban, pero debía sacárselos de encima pronto, porque no le gustaban ni tampoco quería pasar por el conflicto que significaba decirle a un hombre lo que ocultaba. No creía que muchos aceptaran algo así, mucho menos la clase de hombres que solían hablarle.

¿A quién engañaba?

Probablemente también fuese difícil decirle a una mujer aquello. No era una mujer por completo, y con la fobia que tenía, dudaba poder conseguirlo. No podía ni siquiera pensar en un quirófano o sus manos comenzaban a temblar. No podría soportar entrar ahí y tener que pasar por una cirugía como esa para cambiar una parte fundamental de su cuerpo.

Así que volvía al punto de inicio.

Si se ponía a pensar en eso, se sentía amargo.

Aun así, sabiendo lo que significaba tener una relación, el iniciar algo semejante, el dolor que podía significar, seguía ahí, mirando a esa chica, mirando aquellos ojos grandes y brillantes, mirando ese rostro expresivo, su cuerpo curvilíneo, su risa contagiosa, su cabello ondulado.

Hace mucho que no sentía un interés real por una persona, incluso aunque fuesen solo desconocidas, pero con las veces que la había visto ahí, con las veces que la había atendido, podría decirse que no eran desconocidas del todo. Por supuesto que preferiría ser más que solo conocidas.

Notó como esta se puso roja de la nada, su rostro tiñéndose mientras reía, nerviosa. Las amigas parecían decirle algo, pero no les estaba prestando atención alguna a ellas. Le sorprendió cuando los ojos color avellana la buscaron por el lugar, estos se veían brillantes, incluso detrás de los anteojos. Sus miradas se cruzaron, y ahí se dio cuenta de que era el barullo que había en la mesa.

Las amigas debieron decirle que estuvo mirándola descaradamente todo ese rato.

Pero lo agradeció.

Nunca habían chocado miradas como en ese momento, y se vio sonriendo.

Y luego, soltó una risa.

La chica parecía avergonzada, tal vez más de lo que la había visto nunca mientras les decía algo a las amigas que no pudo entender, nerviosa.

Siguió con lo suyo, intentando mantenerse ocupada para no incomodar aún más a la chica con sus intrépidas y desvergonzadas miradas, ni hacerla pelear con sus amigas por lo mismo, así que mantuvo la distancia. Si, le gustaba, pero no quería convertirse en una especie de acosador ni nada semejante. Aunque ya podría considerarse un acosador, la miraba bastante.

Salió hacía la entrada, cambiando uno de los carteles que ahí había, y dio un salto cuando se topó con la chica aquella, la cual iba saliendo del café. No fue una casualidad, porque esta parecía determinada, sus cejas fruncidas.

Se quedó quieta, mirándola, sin saber que decir, mientras el corazón comenzaba a latirle rápido.

No la había visto de pie, o al menos no cerca de ella, así que pudo notar lo baja que era en comparación, pero su cuerpo seguía siendo más grande que el propio, y la diferencia le hizo sonreír. Le gustaba lo diferente.

Ahora le gustaba más.

La chica soltó un suspiro pesado y la observó, su rostro en evidente pánico y vergüenza, y con mayor razón se quedó en silencio, sin querer apresurarla. También le gustaba esa faceta de incomodidad que tenía encima, esa tensión le parecía adorable.

“H-hola.”

“Hola.”

Solo pudo responderle, intentando acallar la risa que se le quería escapar, le causaba ternura su tartamudeo.

“Disculpa, uh, ¿P-puedo pedirte una cita?”

Había notado con anterioridad que su acento era de otro lugar, se notaba que era extranjera, pero aún no sabía con seguridad de donde provenía, y siempre tuvo la curiosidad de preguntarle y saber más.

¿Era esa su oportunidad?

Había pensado hace tan poco rato que tener citas era una mala idea, que sería algo incomodo de hacer, difícil, doloroso incluso. Pero hace mucho que deseaba salir con una mujer siendo ella una, y si bien era complicado, ahora la oportunidad aparecía de frente, y era una chica que le gustaba lo suficiente para quedarse viéndola por varios minutos.

Así que asintió, sonriendo.

Los ojos de la chica brillaron, y notó como esta miró hacia atrás de ella, tal vez las amigas apoyándolas desde la distancia. Esta tragó, para luego abrir la boca.

“¿E-estas libre este sábado…?”

Su voz salió incluso más temblorosa que antes, y se contuvo de reír, de nuevo, realmente era adorable.

“Mi turno termina a las dos.”

La chica asintió, su rostro más aliviado, pero no por ello menos rojo, porque seguía encendida.

“Paso por ti a esa hora.”

Esta le dijo, su voz como un susurro, botando todo el aire que parecía estar conteniendo, y se movió, lista para irse, huir de ahí, pero vio como esta se detuvo de golpe, caminando en reversa, volviendo al lugar donde estaba. Su rostro incluso más rojo que antes, una mano firme en su nuca y podía notar desde ahí que su cuello estaba enrojeciendo también.

“M-me olvidaba presentarme, soy Teresa, y tú eres muy guapa, quiero decir, no sé qué iba a decir, uh, nos vemos el sábado.”

Y finalmente huyó.

Se le quedó viendo, mientras esta caminaba a alta velocidad mientras que las amigas la seguían, molestándola probablemente. Le causó cierta nostalgia y envidia el que tuviese amigas así, que la animasen a salir con alguien, debía ser difícil obtener la valentía de preguntarle a un desconocido el tener una cita, mucho más si se estaba en soledad, y sobre todo, preguntarle a una chica la cual ni siquiera sabía con seguridad la preferencia que tenía.

Se vio soltando una risa.

Esa chica parecía realmente avergonzada de hacer lo que hizo, y se notaba valiente por el mero hecho de pararse frente a ella y preguntarle. Admiraba esa valentía, ojalá ella misma tuviese esa misma valentía para haber sido ella quien tomaba la iniciativa de pedirle salir, pero por supuesto que dudó demasiado para ganar esa competencia inexistente.

Chica no, Teresa.

Ahora le podía poner nombre.

Probablemente esta supiese su nombre, al estar usualmente en su gafete, pero quiso decirle el suyo de igual forma, presentarse, y al mismo tiempo decirle que también creía que esta era guapa.

Pero podría hacerlo, ¿No?

Ya quería que llegase el sábado.

 

Chapter 14: Zombie -Parte 2-

Chapter Text

ZOMBIE

-Renacimiento-

 

Estaba muerta, lo estaba.

Y a pesar de estar frente al espejo, seguía dudando de lo que veía.

Se observó unos instantes que parecieron horas, observando sus cicatrices, sus heridas, todo lo que aquella maldición había provocado en su existencia. Todo el dolor que sufrió.

Había pasado de estar muerta en vida, a estar en ese cuerpo vivo pero muerto.

Lavó su rostro, dejando que la sangre ajena saliese de su piel verdosa, necesitaba tener el panorama claro. Necesitaba ver todo con claridad.

Había una herida en su mejilla y en su oreja, las cuales no sangraban, tal vez ya no tenía esa capacidad. Estás debieron ser provocadas por el hombre inerte que estaba en la cabaña, debió intentar luchar por su vida para sobrevivir de ella, de ese estado inhumano en el que estuvo durante quien sabe cuánto tiempo. ¿Le hizo algo similar a muchas personas en el camino? No quería pensar en eso.

Tal vez había visto demasiadas películas, pero ¿Alguno iba a ser como ella? ¿A seguir de pie a pesar de haber muerto? Al menos dudaba que el dueño de ese lugar pudiese.

Entonces, ¿Esa mujer había maldecido a su familia?

Pero, si ella no le hubiese dado aquella segunda oportunidad, ¿Qué sería de su vida?

No tenía duda, probablemente seguiría en el hospital, luchando por su vida mientras le inyectaban morfina diariamente para bajar un poco el dolor que la consumía.

Esa no era una vida.

Apretó su mano, y se dio un golpe en el abdomen.

Era un lugar delicado luego de la operación que tuvo, siempre tenía sensible e incluso el mínimo dolor estomacal la mandaba a urgencias o le costaba una inyección.

No sintió nada, absolutamente nada.

Realmente era como estar viva, pero en su caso, sin lo malo de estar viva.

Caminó a la sala de estar, donde estaba tirado el cuerpo inerte ¿Debía comérselo? En ese instante no sentía esas urgencias, ¿Pero si volvían? ¿Saldría de ahí buscando más víctimas?

¿Sería un monstruo que aterroriza a las masas?

No creo que necesites devorar más humanos, el cambio está completo.

Sintió la voz detrás de su cuerpo, y se giró, buscando, pero nuevamente solo se topó con la oscuridad.

Realmente el fantasma aquel podía leer su mente o algo así, sin embargo, no parecía querer contestar las mil preguntas que tenía.

Dejó el cuerpo ahí, sin importarle el aroma que podría salir con el tiempo, en ese instante no parecía un problema para su yo del futuro. Con que cara iba a quejarse de la descomposición siendo ella misma un ser descompuesto, era ridículo.

Ahora que lo pensaba, esa era primera vez que pensaba en el futuro. Lo evitaba a toda costa, sabiendo que llegaría el momento y que prefería no ilusionarse con una vida que no llegaría, con planes que no podría ejecutar.

Caminó hasta la puerta de entrada, la cual tenía una madera gigante bloqueando su apertura. La tomó con su mano, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder levantarla lo suficiente para cumplir el objetivo. Era más pesada de lo que parecía y era difícil para alguien que solo tenía un brazo. Y, además, un brazo muerto

Abrió la puerta, con sigilo.

Sintió que pudo respirar en paz, si es que realmente respiraba.

La cabaña estaba rodeada de vegetación tupida y turgente. Árboles y arbustos por doquier, y no podía escuchar ningún sonido que no fuese el de los animales y aves que parecían vivir ahí. No dudó en salir de ese escondite en medio de la nada, escuchando el crujido de la tierra y las hojas bajo sus botas.

¿Cómo llegó ahí?

No recordaba nada.

No recordaba haber salido del hospital y haber huido a ese lugar inhóspito.

Dio la vuelta alrededor de la cabaña, inspeccionando los alrededores.

Solo árboles, no parecía que hubiera más personas por ahí. Tampoco veía ningún tipo de luz artificial o alguna fogata cercana para dar un atisbo de humanidad.

Estaba alejado de todo.

Estaba tranquila, eso la dejaba en paz.

No es que estar sola fuese su deseo en la vida, pero definitivamente ya había pasado muchos años rodeada de personas, familiares, doctores, terapeutas, kinesiólogos, todos los que pudiesen ayudar en su condición, lo cual nunca funcionó. Siempre que se solucionaba algo, llegaba algo mucho peor.

Al ser monitoreada día y noche, la soledad no existía en lo absoluto.

Estaba bien ahí. Estaba bien con su condición actual.

Estar en paz sin sentir dolor era suficiente. No sentir dolor era lo único que quería. Lo único que solía pedir.

¿Sus padres serian conscientes de su muerte?, y si no, ¿Buscarían su cuerpo, o a una chica desaparecida?

Prefería que pensaran que murió, no sabía cómo habían pasado las cosas, pero si, quería que ellos siguieran su vida, sin tener que buscar a nadie, que viviesen el duelo. Ya lo sabían. Lo entendían. Siempre dijo y fue clara, que intentaría morir, si es que ellos no podían matarla. Les decía que, si moría algún día, sería lo mejor, así que tenía claro que ellos sabían lo que estaba por venir. Rezaba por que pensaran que logró suicidarse y que se alegrasen de que al fin estuviese en paz.

No fue así, pero era algo similar.

No tendrían que preocuparse con más operaciones y deudas.

Volvió a pensar en aquella mujer, mientras se sentaba en un árbol cortado.

Si sentía, tenía tacto, sentía las astillas traspasar su pantalón, pero no era dolor, solo eran las sensaciones que el mundo le daba.

Se quedó mirando el cielo, el cual estaba estrellado, diferente al cielo en la ciudad, negro y brumoso.

“¿Me dirás como me trajiste aquí? Mi cabeza no recuerda mucho.”

El frio la rodeó, pero fue pasajero, como si pasara rápidamente por detrás de ella.

Hubo silencio.

Miró alrededor, pero nuevamente no había nadie.

Soltó un suspiro, mientras escuchó en la lejanía una bandada de pájaros, tal vez cuervos, tal vez águilas, había una gran cantidad de especies que no conocía, y en realidad nunca estudió mucho de los animales y cosas así, ni siquiera se imaginó estando en un lugar así de alejado, porque tenía claro que era una vida que no podía tener, en un lugar así, no podría acceder a los médicos que la visitaban a diario, ni tener las comodidades de la electricidad que les daba vida a las maquinas que a veces le permitían tener un respiro de tranquilidad.

Soltó otro suspiro, dándose cuenta de la vida de mierda que tenía, que solía tener.

Negó con el rostro, observando alrededor.

Ahora tendría la oportunidad de vivir un poco más.

“No sé nada de la naturaleza de los fantasmas, pero creo que no pueden alejarse de ciertas zonas, ¿No?”

Escuchó un silbido, pero nuevamente no hubo respuesta.

Frunció los labios, sin saber realmente como podía comunicarse con el espíritu que le dio esa muerte tan conveniente. Al parecer no era muy habladora.

Se levantó de su asiento improvisado y empezó a caminar entre los árboles.

Curiosamente el silbido aumento, así como el viento, el cual era más denso, pero más frio al mismo tiempo. Tocó cada árbol por el que pasó, sintiendo la textura, así como las hendiduras en las hojas, el cosquilleo en los arbustos, en las ramas, incluso sentir el pelaje en uno que otro animal con el que se encontró. Eran cosas tan simples pero que nunca pudo disfrutar.

¿A dónde vas?

Escuchó levemente, palabras difusas traídas por el viento agresivo.

Al parecer la había hecho enfadar, aunque no le extrañaba.

Por una razón sentía esa presencia muy familiar, y en realidad le gustaría recordar los últimos días que tuvo de vida antes de ser un muerto viviente. Antes de llegar a ese estado.

“Estoy reconociendo mi nuevo hogar, ya que no me explicas mucho.”

El viento nuevamente pasó ferozmente a su lado, levantando las hojas del suelo. Tembló un poco, pero no le importó. Escucho un sonido extraño y no dudo en aventurarse más adentro del bosque.

Vio a un animal salvaje, cuyos ojos naranjos la miraron con rabia. Un depredador al parecer. Si, le dio un poco de miedo, pero no podía matarla, ¿No? El animal se acercó lo suficiente, reacio, temeroso, pero aun con la intensidad en la mirada que podía significar que en cualquier segundo se lanzaría a su cuello. Olisqueó y se alejó, sin hacer nada más. Como si perdiese todo el interés en ella.

No era una presa al parecer.

Se olió a ella misma, pensando que tal vez su carne podrida no sería del gusto del animal, y tal vez tampoco del suyo, pero no, no sentía nada diferente. ¿La costumbre? Podía ser. Y ahí otra pregunta, ¿Cuánto llevaba en esa condición?

Haces muchas preguntas.

Volteó buscando el origen de la voz, y notó un pequeño torbellino de viento moviendo las hojas en todas direcciones. Notó el espectro blanquecino en medio, pero solo un atisbo. Cuando dio un paso hacia el fantasma, esta desapareció nuevamente. En un pestañeo.

Se cruzó de brazos, o al menos eso intentó hacer, sujetando su muñón con su mano.

“No me culpes, estoy intrigada.”

Se resignó, al parecer la mujer tuvo la intención de hablar cuando se le apareció frente al espejo, pero fue un hito y quizás no volvería a hablarle con la intención de conversar en un buen tiempo. De acuerdo, sin presiones, por el momento seguiría anotando las preguntas en su cabeza, rogando para que en algún momento puedan ser contestadas.

Miró a todos lados, y se dio cuenta que todos los arboles parecían iguales.

Avanzó a la derecha, y luego a la izquierda, y finalmente se detuvo, confusa.

“Esta vez no es una pregunta, es un favor, ¿Puedes guiarme a la cabaña? Me perdí. Fue demasiada aventura por hoy.”

Escuchó un quejido en su oreja, y dio un salto de sorpresa, ya que no había sentido nada de frio en la zona. Era como que estaba ahí, pero sin los escalofríos.

Esa mujer tenía muchos trucos fantasmales.

Vio las hojas moverse en el suelo, abriéndose paso, dejando ver la tierra. Estaba formándole un camino. No dudó y avanzó, siguiendo el rastro de tierra rodeado de hojas y ramas. No sabía porque, pero por más lúgubre que fuese todo aquello, se sentía muy bien. Si le hubiesen dicho que estaría siguiendo un fantasma en medio del bosque, probablemente negaría que fuese tan estúpida o tan aventurera para hacer aquello.

Morir no le asustaba, pero que su cuerpo quedase abandonado a la merced del mundo, no le parecía muy lindo.

Aunque ahora era eso, estaba muerta en un lugar alejado de todo.

¿Cuándo moriría del todo?

Tal vez sería como en las películas, donde alguien la encontraría y le dispararía en la cabeza, y listo. Posible o no, aprovecharía de disfrutar del mundo que tenía bajo sus pies.

Corrió siguiendo el rastro y sin querer comenzó a reír.

No corría desde que era una niña pequeña, e incluso en ese momento sufrió de las consecuencias.

Llegó a la cabaña, golpeando la pared con su mano, como si hubiese llegado primero que los otros competidores en una larga carrera. Sonrió. Eso se sentía bien. Miró sus piernas, su abdomen expuesto, no había nada malo, nada malo le estaba ocurriendo, no había órganos saliéndose de su cuerpo, o sangre escapándose de sus labios. Estaba bien. Aunque sus piernas fuesen torpes en esa condición, podía moverse sin tener ningún tipo de repercusión.

Volvió a reír.

Se sentía bien reír. Eso era vivir.

Pudo sentir el frio rodeándola nuevamente, y se vio distrayéndose de su emoción, las preguntas de nuevo tomando todo el espacio en su cabeza.

“Entonces tú me hiciste esto, ¿No?”

El frio seguía en su espalda, sabía que el espíritu estaba ahí, acompañándola, a su lado, aunque seguía en silencio. Sin decir palabra alguna.

Se dio vuelta, sabiendo que estaba tras de ella, pero no la miró con la esperanza de verla, si no con la intención de que fuese el espíritu quien pudiese ver su rostro.

“Gracias, realmente aprecio lo que hiciste por mí.”

Pudo notar sorpresa en el rostro que poco a poco aparecía frente a ella. Su ceño seguía fruncido, así como su cuerpo seguía siendo traslucido, pudiendo notar el paisaje a través de ella. Se debió asustar al ver un espectro aparecerse de esa forma tan repentina, pero nuevamente tenía aquella sensación de que era tan familiar que no podía simplemente gritar y asustarse o correr por su vida como lo solían mostrar en el cine. Era algo conocido, la respuesta debía estar en sus recuerdos desaparecidos, pero tenía tiempo, ahora podía vivir, así que no le importaba esperar al momento donde recuperase dichas memorias.

El rostro sorprendido volvió a retornar en aquella expresión fastidiada, incluso enojada, que parecía perpetua en su piel.

Le sonrió, pero nuevamente no recibió respuesta, ni palabra, ni parecía que la mujer haría el intento por seguir la conversación. No le importaba en realidad, se sentía tranquila con el simple hecho de poder verla.

Se sentía bien con el solo hecho de poder vivir.

Entró a la cabaña y cerró la puerta, de nuevo tensando su único brazo para lograr asegurar la puerta.

Estaba acostumbrada a dormir en lugares extraños. Hospitales en su mayoría.

Recordó un viaje que hizo con su padre cuando era una niña, a un país extranjero si no recordaba mal, y tuvo un problema renal. No había buena asistencia médica en ese lugar, y terminó en una clínica de escasos recursos compartiendo cama con otra niña de su edad que tenía un hueso roto, o algo así. Ahí se dieron cuenta que ya no podía vivir libremente.

El punto es, que no le molestaba dormir en una cama ajena.

Ni siquiera sabía si dormir era parte de su rutina de muerta, pero se sentía agotada.

Debía ser su mente aun activa, aun viva, la que se había agotado.

Tampoco sabía si dormir de día era algo para ella, pero tampoco quería deambular por el bosque a plena luz del sol con un posible visitante. Salir de noche parecía más seguro. Mas que el miedo a morir, al ser asesinada, era el miedo de tentarse con la carne humana.

O el miedo a esparcir el rumor de zombis por los alrededores.

No quería iniciar una cacería o algo similar. El mundo estaba bien sin saber que hubiese algo como muertos vivientes y fantasmas, al menos fuera de la televisión.

Se acostó, y cerró los ojos.

Tenía la sensación de que tendría mucho tiempo para conocer ese mundo, conocerse a sí misma en ese estado, y conocer a la misteriosa mujer que parecía seguirla a todos lados. Ya no tendría miedo de cual podía ser su dolor del día siguiente.

¿Y si todo eso fuese un sueño? ¿Un sueño largo y realista?

No le importaba.

Podría lidiar con eso.

 

Chapter 15: Gladiator -Parte 3-

Chapter Text

GLADIATOR

-Emperador-

 

La celda se sentía más fría de lo usual.

Realmente iba a estar sola, sin importar el desenlace de su batalla.

Al menos no se enfrasco en posibilidades de ensueño, realidades que se escapaban de la realidad en sí misma, o habría luchado por algo que nunca se haría realidad, dándose falsas esperanzas.

Le pasó eso antes, cuando se le presentó la oportunidad de salir del pueblo y visitar la capital. El peor error de su vida. Debió de concentrarse en lo que tenía en vez de luchar por algo que estaba fuera de su alcance. La vida en la capital era difícil, sobre todo para gente en malos pasos, como ella ahora.

Sintió un sonido extraño, como si alguien le hablase.

Llevaba horas intentando dormir, pero al parecer el que su herida se abriese la había dejado incapacitada para descansar correctamente. Al menos uno de los médicos volvió a unir la carne, sin embargo, se sentía incluso más doloroso que cuando obtuvo la herida en primera instancia.

Abrió los ojos, y vio una bruma difusa frente a los barrotes de su celda. Enfocó la vista, y vio ahí parado a un guardia. Era la mitad de la noche, ya que podía escuchar los ronquidos del resto de presos en su pasillo. Temió por un momento que hubiese algún tipo de pelea nocturna de la que no conocía nada y ahora era participe. Se vio levantándose, aceptando su destino, aunque pensándolo bien, era estúpido que la hiciesen pelear el mismo día después de una pelea, sobre todo con todos sabiendo que su herida se abrió.

Dudaba que alguien no se hubiese dado cuenta.

El guardia le hizo un gesto, un gesto de silencio, y solo lo miró, confusa.

Este abrió la reja de su celda, haciéndole una seña para que saliera, y así lo hizo. Este ni siquiera la apuntó con un arma o le puso esposas, y lo entendía, no tendría las energías para pelear con un guardia, y ni siquiera con todas sus energías había hecho tal cosa. Al menos sabía que ellos agradecían su obediencia, y su supervivencia también jugaba un gran rol en esa misma obediencia.

No era como otros ahí.

No golpeaba primero en la arena, mucho menos lo haría fuera de esta.

“Eres afortunada.”

Le dijo el guardia mientras caminaban por los pasillos.

Miró su cuerpo, y se fijó en su mano firme sujetando su herida, eso aliviaba un poco su dolor.

No se consideraría afortunada, pero no le dijo nada al hombre.

Todo estaba tranquilo, todos durmiendo, exhaustos. Incluso los guardias estaban dormitando en sus posiciones.

Recorrieron varios lugares, varias celdas, los largos pasillos, hasta que llegó a la salida.

¿La salida?

Se topó con el cielo nocturno.

Se quedó un momento mirando las estrellas brillando. Se veían diferentes de dónde venía, y hace mucho que no se topaba con esa vista. Al menos desde que fue arrestada semanas atrás.

Le dio cierta nostalgia.

El guardia llamó su atención para que avanzara, y volvió a ponerse en marcha.

No alcanzó a ver mucho más de su alrededor, porque vio una carreta frente a ella, otro guardia a cargo de los caballos. Este le indicó que se subiese, y se tomó su tiempo, evitando el hacer un movimiento brusco para abrir su herida otra vez más. Este no la apuró ni nada, solo esperó ahí, y luego se subió con ella en la parte de atrás.

La carreta partió.

Miró hacia afuera, sin entender, solo disfrutando de lo que veía a su alrededor. No la iban a liberar, estaba claro, ni tampoco creía que la hicieran pelear, sobre todo en su condición actual. Sea lo que sea, era una sorpresa, o un secreto. Pero si le era favorable, se iba a quedar en silencio.

No supo cuánto rato estuvieron ahí, pero ya sentía el cuerpo adormecido, y los movimientos de las ruedas contra el camino la hicieron dormitar. Dio un salto cuando los caballos se detuvieron. El guardia que la acompañaba ya se había bajado de un salto, y la miraba desde afuera. Le tomó un momento el despertar del todo antes de bajar, de nuevo con mucho cuidado.

No podía decir con claridad donde estaba, pero parecía ser en medio de un bosque. El aire estaba húmedo y curiosamente cálido.

El guardia le hizo una seña y volvió a seguirlo, pasando entre unos arbustos. Sintió un aroma extraño conforme se iban acercando a su destino, pero no podía decir con claridad que era, sin duda jamás había sentido un olor semejante.

No aguantó el jadeo que se le escapó cuando vio la imagen frente a ella.

Era una especie de lago enorme, decorado con rocas por doquier, el agua era grisácea y podía notar el vapor saliendo de esta. ¿Era agua caliente? Podía asumirlo. Nunca había visto algo semejante. Ni siquiera se bañaba con agua caliente en su pueblo, solo la usaba para beber y cocinar, nada más.

Miró al guardia, aun sin entender que ocurría, que hacía ahí.

“Tengo la orden de dejarte aquí durante una hora, así que desvístete y metete dentro. Te vendré a buscar más tarde.”

Y así, este se dio la vuelta.

¿No había esposas? ¿Ni cadenas?

Ellos debían de confiar mucho en ella para no creer que iba a huir o algo, pero honestamente, no lo haría. No tenía idea donde estaba, podría ser que el lugar estuviese lleno de guardias y no tendría sentido alguno el hacer algo tonto, ni tampoco podría correr en su estado. Pronto la encontrarían. Y con su cabello y sus ojos de colores diferentes, no sería difícil hallarla solo por su físico.

Además, le era imposible contener las ganas de meterse.

Se desvistió, teniendo cuidado de no rozar su herida, y poco a poco se fue metiendo en el agua.

Estaba más caliente de lo que imaginó, pero con el frio del ambiente no se sentía tan abrumador. Su herida ardió, al igual que los rasguños de la batalla aun frescos en su espalda, pero poco a poco la sensación fue mermando. Cerró los ojos, soltando un suspiro, mientras sentía su cuerpo calmarse ahí dentro.

Eso necesitaba para dormir. De hecho, podría dormir un poco.

Dio un salto, de nuevo, cuando escuchó bullicio a su alrededor.

Levantó el rostro, buscando con la mirada, tal vez asumiendo que durmió por más de lo imaginado y el guardia ya venía por ella, pero no.

Había una mujer ahí.

Notó como esta comenzó a quitarse su túnica, podía notar los detalles dorados en la tela. Luego comenzó a ver más y más piel. Esa mujer se veía fuerte, su cuerpo entrenado, y notaba varias cicatrices en varias zonas, en sus piernas, en sus brazos, en su abdomen. Se notaba como alguien que había peleado durante mucho tiempo.

Su cabello estaba bien arreglado, pero ahora esta lo soltaba, dejando que los rizos oscuros cayesen. Y luego, el cuerpo de la mujer comenzó a meterse en el agua, a solo un par de metros de ella.

¿Quién era esa mujer? ¿Otro Gladiador?

Volvió a mirar la túnica descartada.

Esas decoraciones eran muy elegantes para un Gladiador, mucho más para los que eran presos o esclavos.

La mujer soltó un suspiro relajado, acomodando sus brazos fuertes en la roca, y luego el rostro, que no había visto en ese rato, giró lo suficiente para quedar al descubierto, los ojos claros mirándola fijamente.

Estuvieron mirándose por un buen momento.

Honestamente, no sabía que decirle.

Esta soltó una risa ronca, su rostro compuesto y sereno.

“Por tu rostro pareciera que no estás sorprendida de verme aquí, o que no te importa.”

Pestañeó dos veces, sin entender.

Si solían decirle que su rostro solía estar impávido la mayor parte del tiempo, o confuso, creyó que no estaba capacitada para sentir emociones fuertes durante su niñez, por cosas que decían los niños de la zona. Algunos incluso decían que era por sus ojos, que era extraña por tenerlos.

No sabía si había alguna correlación o no.

Al menos era un pueblo pequeño, menos tontos con los que lidiar.

“No sé quién eres.”

Le habló finalmente, y notó cierta sorpresa en el rostro de la mujer, para que luego esta soltase otra risa, su rostro divertido, mientras una mano pasaba por su cabello oscuro, peinando los rizos que se habían despeinado, aun así, un rizo volvió a posarse justo en su frente, incontrolable.

Cuando los ojos claros la observaron, notó un dejo más relajado en sus facciones.

“Vienes de un pueblo alejado, supongo que mi imagen no debe ser algo común por esas zonas. Creí que viéndome incluso de la distancia te harías una idea.”

Ladeó el rostro.

¿Su imagen?

¿Viéndola de la distancia?

¿Era alguien importante?

¿Ya la conocía?

Probablemente la recordaría si así fuese.

Era una mujer que se notaba fuerte, atraía las miradas, también se notaba en sus facciones, como estas no eran comunes del todo. Sobre todo, para ella misma que estuvo en cautiverio en ese pueblo y en la ciudad todos los rostros lucían diferentes y llamativos.

“Soy Octavia, Emperador de Roma.”

¿Qué?

Un segundo.

Miró el agua durante un momento, recordando sus últimas batallas.

La persona en lo alto, rodeado de guardias, cuya voz sonaba como un rugido por la arena. Luego miró a la mujer, cuyo rostro seguía sonriéndole en una mueca capaz. No la veía con tanto detalle estando ahí arriba, pero era claramente la misma persona.

Al fin le podía poner rostro al Emperador.

Oh.

¿Era correcto el haber visto al Emperador de Roma desvistiéndose?

¿No le iban a cortar la cabeza por eso?

Ahora entendía las cicatrices y la postura en el cuerpo de la mujer, era claro, era quien estaba ampliando el imperio, poniéndose a la cabeza de las tropas, liderándolas, usando sus propias habilidades para derrotar al enemigo. Sabía que era una figura venerada por los altos rangos del senado y la milicia, y también por toda la población.

Un Dios.

Sin embargo, no sabía que pensar con que fuese parte de la mente maestra que mantenía el coliseo funcionando. Si estaba peleando por su vida, era por culpa de esa persona, ¿No? Tampoco lo tenía del todo claro, apenas y conocía lo básico, y el coliseo existía hace ya muchos años. Sus padres le hablaban de eso cuando era solo una niña, lo que ocurría en la capital, al menos lo poco que se lograba saber al estar tan alejados de los sucesos más importantes. Y no creía que esa mujer fuese mucho más mayor que ella. La tradición del coliseo debía ser eso, una tradición.

“Es la primera vez que saco a alguien de las celdas para traerlo aquí, así que debes de sentirte afortunada.”

Salió de su ensimismamiento, observando a la mujer. Esta metía su cuerpo más profundamente en el agua, su rostro apuntando al cielo mientras cerraba los ojos.

Notó que esta tenía una cicatriz relativamente nueva en uno de sus brazos. Tal vez esta solía ir a ese lugar para calmar el dolor de sus heridas y músculos. No era solo una imagen inerte en el coliseo, si no que hacía otras cosas ahí afuera, de hecho, tal vez más de las que imaginaba. Reinar un imperio le parecía una ardua tarea, demasiado demandante, sobre todo para ella misma, incluso con su edad, pero esa mujer, debió estar ahí en lo alto desde hace mucho tiempo, batallando, haciendo quien sabe que para hacer que el imperio fuese más próspero, porque lo era.

Rozó con sus dedos la herida de su costado, sintiendo la piel tirante, pero no sintió ardor, para nada, se sentía en calma, sin dolor, adormecida.

Había muchos peleadores que salían de la arena heridos, y debían de pelear sin tener cuidados, y si ese lugar era tan importante como la mujer lo hacía sonar, debía ser por algo. Esa agua, debía tener alguna habilidad desconocida. Si estaba ahí…

“¿Por qué yo?”

Preguntó, y notó como la mujer abrió los ojos, observándola. Recordó a los leones que vio en la mañana, sus ojos similares, los ojos de un depredador, felinos. Se vio tragando pesado, sin saber cómo debía ser su comportamiento alrededor de un personaje de esa magnitud. Era tonto pensar eso, ya que ni siquiera había hecho una reverencia, así que ya había perdido la oportunidad de mostrar cierta cordialidad o respeto.

“Eres interesante.”

Ladeó el rostro. ¿Lo era?

La mujer soltó otra risa ronca, sin tanto humor como hace un rato. Podía notar como esta se removió en su lugar, y logró ver su hombro izquierdo, la piel enrojecida, como si hubiese recibido un golpe enorme. Esta no parecía adolorida, pero quizás lo ocultaba bien.

Ahora notaba que esta había peleado hace poco y aun no se recuperaba del todo.

Una luchaba para sobrevivir, y la otra para conquistar.

Eran personas muy diferentes, con vidas muy diferentes, no tenía duda de eso.

“Los Gladiadores solían ser personas que querían perecer con dignidad, o ganar fama y fortuna, estudiando y aprendiendo del arte de la batalla antes de entrar al coliseo. Las cosas ahora son diferentes, ahora todos tienen la oportunidad de convertirse en Gladiadores, presos y esclavos, y así luchar para cambiar sus destinos.”

Esas palabras la hicieron llenarse de preguntas, si, tenía bastantes, y no se sentía capaz de preguntar, nunca fue de esas personas, simplemente se contestaba a sí misma. No conocía muchas personas que pudiesen saciar su curiosidad cuando niña, así que debía ser eso.

La mujer la miró, sus ojos intentando leerla, mientras tenía esa sonrisa en su rostro.

“Los Gladiadores que han ganado múltiples batallas, empiezan a tener ciertos beneficios, como mejores condiciones de vida. Y los que se ganan el amor del público, ganan incluso más beneficios, como obtener trabajos diferentes, ganar dinero y tener comida especial a su disposición. No tienes ni idea lo mucho que pueden pagar las personas por tener una noche con su Gladiador favorito.”

Con eso podía entender que lo que el público quería era mucho más importante que las batallas en sí mismas. Un momento, ¿Significaba que ella estaba teniendo un beneficio de esos? Tenía sentido. ¿Estaba ahí por la gente?

Octavia comenzó a llenar su palma de agua caliente, para luego dejarla caer sobre su hombro herido. Su rostro parecía pensativo, como si estuviese haciendo el acto por mero aburrimiento más que porque buscase alivio. Esta la miró, minutos después, levantando una ceja.

Se dio cuenta que tal vez debió de preguntar algo o decirle algo, pero se quedó en silencio. Creyó que podría haberla hecho enojar, pero esta sonreía levemente, su rostro aun compuesto, pero con ese gesto divertido.

No debía de ganarse el odio del Emperador de Roma, pero claramente intentarlo no debía de estar en su lista de prioridades.

“¿No me vas a preguntar en que rango estás tú?”

¿Rango?

Ah, los que ganaban batallas o los que eran queridos por el público.

No era difícil asumirlo.

Solo había tenido dos batallas ganadas, no podía considerarse del primer grupo.

“¿Por qué el público se interesó en mí?”

La mujer siguió manteniendo esa mueca, su ceja aun levantada. Se veía capaz con esa expresión, aunque no entendía del todo que significaba, y ya la había visto algunas veces en ese breve rato, y no podía asumir nada.

“Ya te lo dije. Eres interesante. Es primera vez que un preso pisa la arena y luce como tú.”

Asintió, buscando su reflejo en el agua grisácea, más no pudo hallarse.

Sus ojos.

Escuchó a la mujer hacer un sonido con su boca, y cuando la miró, esta negaba, sus ojos cerrados. Esta volvió a poner sus brazos sobre la roca tras ella, acomodándose. Probablemente esa posición lastimaba más su hombro, pero de nuevo, no parecía que le importase o le doliese lo suficiente.

“No creas que el público se convence solo por las apariencias. Los que pisan la arena, de manera obligatoria, suelen ser creaturas sedientas de sangre o seres cobardes y débiles. No parecías ser capaz de ganar, era evidente, pero peleaste sin dudarlo. La gente de inmediato notó que parecías más un Gladiador que un preso que peleaba por su vida. Incluso recibiste daño de adrede para lograr tu objetivo, una técnica con bastantes defectos si me lo preguntas. Otro no se habría arriesgado de semejante forma.”

Así que así era.

No lo había pensado así, creyó que todos serían como ella ahí dentro, aunque no podía saberlo, ya que no veía otras peleas a parte de la propia. Le gustaría tener la oportunidad de ver a otros como ella ahí dentro, y saber si de verdad había tanta diferencia entre ambos, pero tampoco querría estar con esa gente y disfrutar del dolor ajeno.

Cuando terminó su primera batalla, la mujer a su lado la llamó Gladiadora. Tal vez por eso ya en su segunda vez en la arena, todos parecían más receptivos con su presencia, incluso los notó sorprendidos cuando se vio en un momento tenso. Había logrado hacerse un lugar, sin ser realmente consciente. Creyó que todo el pisaba la arena era llamado Gladiador, pero al parecer no era el caso, al menos no para el público.

Quizás su único camino era seguir agradándole a la gente.

No tenía idea como hacer eso, ni siquiera entendía que le podría gustar a la multitud. Las cosas que hizo, la primera vez, fue lo que el guardia le dijo, y la segunda vez lo que creyó que todos querrían ver, pero podría gustarles o no. Así como cuando recogió el cuerpo de su compañera, donde creyó que estos no aceptarían, pero no fue así.

Era muy confuso.

Al parecer seguiría improvisando sobre la marcha.

La mujer se levantó luego de un rato, dejando ver su cuerpo completamente descubierto. Se le quedó mirando, su cerebro sin funcionar lo suficientemente rápido como para mirar a otro lado, ya que, de nuevo, no debía ser lo correcto, pero no podía evitarlo. Le seguía impresionando lo fuerte que se veía.

Lo de la jerarquía seguía siendo un tema tan ajeno.

La mujer salió del agua y comenzó a ponerse la túnica blanca y dorada, para luego amarrar su cabello, dejándolo ordenado. Esta se volteó, mirándola, y esperó que esta no se diese cuenta que la estuvo mirando sin su consentimiento nuevamente, aunque dudaba que a esta le importase, no parecía sentir vergüenza alguna, y tenía un buen cuerpo como para avergonzarse de eso.

Bueno, debía tener sirvientes que la ayudaban a vestirse y a ponerse la armadura. Vivía en esa situación, era difícil sentir vergüenza en esas circunstancias, parecía segura y orgullosa de ser quien era y lucir como lucía.

Y no solo eso, además tenía la leve sensación de que esta sabía que estaba siendo observada.

Octavia sacó de un bolsillo de su túnica unas hojas verdes y un par de vendas, y las dejó sobre la ropa que se quitó y dejo amontonada sobre una roca.

“Estás te ayudaran a que te cures más rápido, así que usalas bajo los vendajes. Si se te abre la herida por tercera vez, dudo que tu cuerpo lo soporte.”

Dudada tener la buena suerte de lograr combatir con la herida abierta de nuevo. Iba a cuidársela más. Se quedó mirando las hojas. No tenía idea de que planta podría tratarse, pero lo agradecía.

“Gracias.”

Miró a la mujer, y esta asintió, de nuevo sonriéndole con esa mueca que no entendía, y luego se dio la vuelta, su túnica meneándose majestuosamente, mientras se alejaba.

Se le quedó viendo, hasta que desapareció entre los árboles.

Estuvo ahí, inerte, procesando lo que había ocurrido, hasta que el guardia apareció por el rabillo de su ojo, diciéndole que pronto iban a volver, así que salió del agua para cambiar sus vendajes y aprovechar aquellos momentos valiosos en el mundo real lejos de las celdas.

Miró las hojas, dejando una de estas en su herida, la sensación siendo algo incomoda, pero ya se acostumbraría.

Si, tenía que cuidar sus heridas, tenía que estar lista.

La siguiente batalla no perdonaría sus descuidos.

Chapter 16: Succubus -Parte 2-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Patrullaje-

 

Aquel error la perseguiría por meses.

Había pasado antes, en su adolescencia, había tomado a más de alguien, pero jamás tuvo la desfachatez de buscar a una virgen, o más bien, no la dejaban acercarse a ninguna. Y, en esos años, la podían controlar mejor, pero ahora, habiendo hecho eso, habiéndose lanzado hacia una virgen, soltando todo el poder demoniaco que tenía, ya la hacía una paria en la iglesia del oscuro.

Siempre había sido un paria.

Si, ahí se vivía en depravación, era cierto, muy al contrario de la iglesia de la luz, donde los obligaban a vivir sin deseo, sin impulsos, sin satisfacción. Los humanos eran animales, y como animales tenían necesidades, y eran prohibidas ahí. Curioso era, que muchos de los que peleaban en nombre de Dios, y atacaban a los que estaban del lado de Satán, estos, luego de ser quebrados por la hermandad, se quedaban, permanecían, y decidían quedarse en este lugar, donde reglas absurdas que los contenían, que los reprendían, no existían y podían ser libres.

No había muchas reglas, ninguna que no fuese razonable, ni nada de abstinencia como los creyentes de Dios solían practicar, causándose su propio dolor.

Ahí, no podías creer en un Dios, ni seguir las reglas de un Dios, porque Satán los llevaba a romper esas represiones divinas, así como Satán se liberó de las cadenas de Dios, esa era sin duda la regla más importante. También debían dar prioridad a la vida mortal en vez de la vida después de la muerte, así como priorizar la venganza antes de prestar la otra mejilla, como los cristianos.

Como sea, reglas sensatas de cierta forma.

Pero había una regla que no se decía, o que más bien, estaba intrínseca en ese lugar. La magia, el poder que todos obtenían de Satán, les era dada con una condición.

Nadie tocaba lo que a Satán le pertenecía.

Y ahí, las vírgenes, eran de la exclusividad de aquel gobernador. Ni siquiera los altos líderes y magos de la hermandad tenían poder para hacer caso omiso a esa regla, y ella misma, siendo un peón más, un estudiante más de la magia y de la iglesia, su poder en ese lugar era ínfimo, así que su pecado era incluso peor.

No logró hacerlo, no logró su cometido, pero estuvo muy cerca, lo sabía, o no estaría ahí, probablemente estaría ardiendo en las manos de Satán, pagando el castigo que se merecía.

Sabía las reglas, sabía lo que ese mundo le pedía, pero honestamente, nunca pidió estar ahí. Solo llegó, ni tampoco tenía otra opción en el mundo, así que debía acostumbrarse, aunque llevaba años sin lograrlo. Era mitad humano, mitad demonio, no tenía cabida con los demonios ni tenía cabida con los humanos, así que debía quedarse ahí, el único lugar donde estos coexistían, pero a niveles completamente diferentes, ya que los demonios eran poderosos y vivían en otro plano de la realidad, y su palabra debía ser acatada por los humanos.

Y ella no era nada más que una burla, sin importar de que equipo estuviese hablando.

Era una burla por ser lo que era, y ahora era una burla por no ser capaz de hacer lo básico, que era mantenerse controlada. Los líderes siempre se lo decían, una y otra vez, y si no tuviese esos genes, si no hubiese venido su madre, una Súcubo, a entregar a su bebé a la iglesia, estos ya la habrían expulsado, y con eso, sería su fin.

Si la encontraban fuera de la iglesia, luciendo como lucía, la habían perseguido a punta de armas, intentando acabar con su existencia.

Así que salir de ahí, era una muerte segura.

Así que debía convivir con las burlas, como siempre, pero le molestaba, obviamente. Ellos no sabían lo que era, no sabían cómo se sentía, eran humanos después de todo. Su cuerpo humano era débil, no podía contener algo tan intenso como era un demonio, así que iba a perder su humanidad más rápido de lo esperado. Era lógico, y no tenía duda que todos los que se burlaban, en sus zapatos, habrían colapsado mucho antes.

Siempre se obligaba a convencerse de eso, de lo capaz que era a pesar de haber fallado tantas veces. Los demás también fallarían, y tal vez más.

Ese día, sobre todo, se lo dijo incluso más.

Las miradas siguieron, frescas, durante horas. Podía ver las burlas, podía sentir las voces tras su espalda. Era así antes, y era así ahora. Notaba como las vírgenes con las que se topaba huían de ella, retrocedían y escogían otro pasillo por el cual pasar, solo para no pasar a su lado.

Era triste.

Se vio incluso más triste al ver el rostro de Myrtle en ellas. Así se debía sentir. Temerosa. De todas formas, era un ser impredecible, que tenía la capacidad para quitarles aquello que las mantenía vivas, que las mantenía en un estatus relativamente alto, protegidas de todo mal.

Las vírgenes no eran solo queridas por la oscuridad, si no que habían sido robadas de la misma luz, donde las usaban de peores maneras, para ser vendidas, para ser esclavas o para ser sacrificadas. Aquí no, estas permanecían vírgenes, puras, intocables, hasta que cumpliesen su labor con la iglesia, y ahí serían liberadas por Satán, permitiéndoles escoger su futuro. Por eso mismo no debía meterse entre medio, no podía tomar la decisión que le pertenecía a ese ser omnipotente. Eran de su propiedad, después de todo.

Sentía culpa, además de tristeza.

Culpa de ser lo que era, de lastimar sin siquiera quererlo. Nunca quiso lastimar a nadie, no quería lastimar a nadie, y ahí estaba, a punto de destruirle la vida a una persona.

Dio un salto cuando una de las hermanas les dio una tarea, una tarea que se estaba haciendo hace días desde que el creyente se infiltró. Tenían que hacer patrullas, lo llevaban haciendo durante todo el día, las 24 horas, manteniendo todo seguro, ya que algo así, no se hacía en vano. Ningún ataque iba solo, por el contrario, se debía estar alerta al menos por dos semanas, ya que aún había posibilidades de que intentasen infiltrarse de nuevo, con la intención de detener la brujería, de llevarse a los pecadores al infierno y cumplir con su deber divino de limpiar el mundo.

No le molestaba patrullar por el perímetro, el cual era grande, tal vez demasiado para la cantidad de personas que habitaban el gran edificio. Lo que le molestaba, es que tenían que ir en grupos, y no quería tener que convivir con su grupo, no en ese instante, no estaba preparada, mucho menos volver a ver a Myrtle a la cara, las palabras frías de esta aun ardiendo en su mente.

Pero no tenía más opción.

Hubo tensión en el ambiente, en el grupo. Se sentía ajena ahí, a pesar de haberse sentido cómoda entre esas personas durante el último año. Su compañero Dargan era un hombre grande y tranquilo, donde sus falencias en la magia eran suplidas por su fuerza física, podía hablar con él, normalmente, y entrenar sin tener miedo de lastimarlo, así que se llevaban bien en ese ámbito, se ayudaban mutuamente, y ahora, este parecía un poco reticente a acercarse. Con Finneas, la situación normal era diferente, era demasiado callado, cuyo único interés era la magia, el poder, sus metas personales, así que hablar de eso era la única forma de hacerlo entrar en confianza. Era muy poderoso, su magia excepcional, así que intentaba aprender de él, sin conseguir mucho. Sentía en él incluso más desinterés que antes.

Con Myrtle eran cercanas. Ambas estaban ahí ya que era su única opción, la mejor opción, así que se entendían de cierta forma.

Al principio, fue algo tenso, más de su parte que por la de esta, por ser tan temerosa ante el posible rechazo, pero como siempre dijo, Myrtle nunca la rechazó, aun sabiendo de lo que era capaz. A veces, en los estudios, esta la ayudaba. Era una mujer inteligente a pesar de haberse visto reprimida en todos los lugares que la mantuvieron presa. Era una virgen, una esclava en su tierra, un futuro sacrificio. Siempre le sorprendía lo fuerte y lo capaz que era a pesar de haber vivido una vida así. Por supuesto que no iba a sentir lastima de Myrtle, ella no quería que alguien sintiese lastima por lo que tuvo que pasar, pero si podía sentir orgullo al ver en la mujer que se había convertido.

Por su parte, no habría sido tan fuerte, se habría derrumbado, y no habría sido capaz de avanzar, el pasado sujetándola, manteniéndola presa en su libertad.

Se vio mirándola, intentando buscar la expresión que vio temprano, sin notarla, aun así, notaba cierta tensión en su cuerpo, y temió hablar, sin querer arruinar más las cosas.

Soltó un suspiro, y se dedicó a mirar alrededor, mientras salían a los jardines externos, el sol del atardecer pintando todo anaranjado.

La iglesia oscura era un gran edificio central de tres pisos, construido con roca. No era un templo como las iglesias de la luz, pero si había lugares especiales donde se hacían los rituales, decorados con objetos potenciadores de magia, estos bajo tierra, bajo el mismo edificio. El lugar se construyó hace mucho tiempo, así que varias partes debieron ser reconstruidas con los años, reparadas.

Ahí huyeron todas las personas que fueron heridas por las religiones del pasado, donde perseguían a los pecadores, a los brujos, a los que eran nada más que inocentes a los que se les apuntaron en vano, y buscaron un refugio, y Satán les dio la oportunidad de empezar de nuevo.

Ahí eran libres, ahí vivirían libres, y gozarían de bondades que el otro lado no les daba.

Entonces construyeron los muros, y el lugar se mantuvo de pie por siglos.

Y ahora, debían revisar los muros, las brechas, cualquier lugar que pudiese ser un objetivo para un ataque, y debían de informarlo para que los superiores hicieran algo al respecto. Y ellos, ahora, se dirigían a las alcantarillas, uno de los puntos más alejados del edificio central.

Se obligó a mantener silencio, pero ya no lo aguantaba.

Ni siquiera llevaban caminando media hora, pero ya sentía la presión abrumándola.

No quería que hubiese esa tensión entre ambas, y no quería esperar a que el tiempo curase los problemas, la impaciencia iba a destruir su cordura.

Tenía que solucionarlo ahora.

“Quiero disculparme contigo por lo que hice. No estuvo bien, y debió de ser incómodo para ti, lo siento.”

Notó como la mujer dio un salto, una mueca de sorpresa en su rostro. Al parecer habló de la nada, y debió asustarla. Quiso golpearse en la frente. Nunca hacía nada bien. Por más que intentaba no meter la pata, terminaba haciéndolo.

Tenía lo peor de un humano y lo peor de un demonio.

Tragó pesado, y miró al frente, sin ser capaz de mirar a la mujer, cuyos ojos lilas acababan de moverse hacía su dirección. Tenía miedo de que sus ojos conectasen y viese en ellos algo que la hiciese derrumbarse.

No quería derrumbarse.

“Se que sabes lo que soy, pero no creo que me hayas visto así. Uh, no es algo que haga a consciencia, no lo controlo por más que lo intente. Como parte Súcubo, tengo instintos, impulsos, que mi cuerpo humano no puede retener. Se que eso no me excusa de lo que intenté hacer, fue horrible e imperdonable, pero quería decírtelo.”

Se sentía una estúpida ahí hablando, como si decir eso, como si hacerse la víctima, fuese a cambiar las cosas, fuese a cambiar el pasado, fuese a hacer que todas las violaciones que cometió ahí dentro se esfumasen, y no era así.

Ahí, se podía hacer la depravación que a cualquiera se le viniese a la mente, y al tener la magia en la ecuación, algunas cosas imposibles podían ser posibles. Pero había una cosa que estaba prohibida, y era que aquello no fuese consentido por las partes.

Y en su caso, no lo era. No había consentimiento.

Su cuerpo era capaz de soltar feromonas para forzar a la otra persona a desear aquello, a consentirlo, pero no era un consentimiento real, así que si, lo que hacía era un pecado en ese lugar, y había sido perdonada, había sido castigada, las hermanas habían jurado adiestrarla de mejor manera, y en ese ritual, volvió a caer.

Cuando miró a la mujer, esta estaba mirando hacía el suelo, su rostro cabizbajo. Creyó ver disgusto, asco, algo similar, pero no, incluso parecía decepcionada. Bueno, decepcionada parecía ser un buen sentimiento en ese aspecto, pero aun así…

No, no entendía absolutamente nada. Quizás Myrtle de verdad tenía razón, y no entendería jamás aquello que esta sentía.

Los chicos, caminando más adelante, llegaron antes a las alcantarillas, saltando de un lado al otro con facilidad, Finneas creando luz en su palma, inspeccionando que todo estuviese en orden.

El lugar se veía tan húmedo y musgoso como la última vez que estuvo ahí, y el agua lucía como siempre, estancada, con olor a muerte, lo usual. Era una de las únicas conexiones que tenía la iglesia con el mundo real, por eso mismo debían ser revisadas minuciosamente.

Cuando llegó ahí, saltó también al otro lado del agua, y por reflejo se volteó, ofreciéndole la mano a Myrtle para que saltase. Se sintió ridícula haciéndolo, no porque no quisiera hacerlo, siempre querría ayudarla en lo que pudiese, quería protegerla, sobre todo viéndola tan pequeña y delgada, pero la simple idea de terminar con la mano estirada la hacía querer tirarse a esa agua fétida y morir ahí.

Myrtle no necesitaba la ayuda de un monstruo sin razón.

Pero no fue así.

Sintió la mano pequeña en su gran mano, la mujer aceptando la ayuda. Se vio sujetándola, preparándose para recibir a la mujer al otro lado de la alcantarilla.

Siempre se sentía dubitativa cuando tenía contacto físico con la mujer, por más diminuto que fuese, ya que le daba miedo lastimarla, de todas formas, era enorme en comparación y le aterraba hacer un movimiento en falso que pudiese causarle dolor.

Myrtle saltó, y la sujetó de la cintura, manteniéndola cerca, firme, ayudándola a que sus pies se estabilizaran en el piso resbaloso. Unos segundos después, esta soltó un grito, y se vio en pánico, sus propias manos temblando en el cuerpo ajeno, queriendo soltarla, dejar de estar haciendo lo que sea que estaba causando molestia en la mujer.

Pero no era ella.

Los ojos lilas de Myrtle estaban en la alcantarilla, en la total oscuridad de donde provenía el agua.

Respiró profundo, agradeciendo que no era ella el problema, pero sintiéndose ciertamente preocupada al ver como el agua estancada, café, musgosa, se volvía roja. Podía ver peces muertos flotando, moviéndose con una lentitud agobiante, mientras la sangre avanzaba, poco a poco.

Era un aviso. Un aviso de algo más.

El comienzo de otra guerra.

No era la primera vez, y no iba a ser la última. La luz y la oscuridad siempre estaban en duelo.

Dargan hizo una arcada ante el nuevo aroma nauseabundo, y se movió de su lugar, saltando el agua y volviendo de dónde venían. Les dijo que iba a avisarle a los superiores de lo que acababan de ver, y comenzó a caminar hasta el edificio central. Finneas en cambio se alejó de las alcantarillas, de vuelta al muro, con la intención de seguir el recorrido y terminar con eso de una vez por todas.

Siempre se sentía insegura cuando Dargan estaba lejos, sobre todo ahora, luego de su error. Él era el único que podía detenerla, que tenía la capacidad física, el conocimiento y el permiso de los superiores para arrojar el hechizo que la haría dormir.

De hecho, creyó que la sensación molesta en su estómago era aso. La inseguridad.

Pero sintió ruido, algo pequeño, casi inaudible que ella si fue capaz de oír, sus sentidos más agudos que los de un humano normal, y se dio cuenta que no era inseguridad lo que sintió, si no era eran sus instintos alertándola.

El aviso sanguinario no era de un posible ataque, era de un ataque que se iba a hacer en ese mismo instante.

Y ellos estaban justo en la zona de guerra.

 

 

Chapter 17: Farmer -Parte 1-

Chapter Text

FARMER

-Invierno-

Se quedó un momento mirando el cielo.

Enfocó la mirada en las nubes que parecían acercarse, poco a poco, anunciando un día nublado. El sol apenas estaba apareciendo entre las montañas, algunas estrellas aun visibles.

Se vio temblando cuando una ráfaga de viento pasó por su lado, los escalofríos tomándola desprevenida.

Hace solo unos días se sentía el verano en su cúspide, pero ahora, sentía como el otoño tomaba su lugar correspondiente.

Frunció los labios, mirando hacia el campo a su espalda, cubierto de verde, no faltaba mucho para ser cosechado, debían apresurarse, antes de que las heladas aparecieran y todos los cultivos terminasen muriendo antes de tiempo. En primavera y verano podían garantizar varias cosechas, asegurándose, así que no tendrían problemas para pasar el invierno, sin embargo, cada año se volvía más complicado.

Año tras año, menos comida, menos dinero.

Notó como varios de sus hermanos salían de la casa, animados, listos para empezar un nuevo día, y a veces envidiaba esa energía que tenían.

Siguió su camino, avanzando a las caballerizas, para empezar su trabajo, revisando a cada uno de los caballos, revisando sus pezuñas, su pelaje, y cualquier problema que pudiesen tener. Eran fundamentales en época de cosecha, así que había que asegurarse que estuviesen todos preparados para sus labores.

La mañana pasó rápido, siempre ocurría, y a la hora de almuerzo, se sentía agotada. Podía sentir sus músculos arder luego de reparar las herraduras de dos de sus caballos, y si eso no fue una guerra en sí misma, tuvo que darle sus medicamentos a una de las vacas. Por suerte los animales no solían darle problemas, así que podía ahorrarse las patadas y las embestidas.

Con todos los hermanos que tenía, se lograban organizar para manejar la granja y tener tiempo en épocas ocupadas, pero en invierno, se les iba a hacer eterno sin tener mucho que hacer.

A veces pensaba en lo que sus padres le ofrecieron, años atrás, en salir de la granja para desligarse de la familia, para estudiar en la ciudad, pero no logró captar su atención el dejar su familia atrás. Le gustaba cuidar a los animales, y el poder ser útil, el poder ayudar, e irse a la cara ciudad a gastar el dinero que se ganaba con tanta dificultad, le parecía injusto.

Le dijeron que estudiase algo relacionado a la granja, pero había aprendido muchas cosas en su vida, y no necesitó que nadie le enseñara, además, en la actualidad, con tanta tecnología, le era incluso más fácil el aprender, y de manera gratuita.

No valía la pena.

“Ophelia realmente tiene un don.”

Levantó el rostro, escuchando la voz de uno de sus hermanos mayores. Este la miraba, divertido. Sintió más ojos observándola, y se dio cuenta que se había quedado pensando y no logró escuchar que era lo que parecían hablar con tanto ánimo.

Su padre se rio cuando hizo contacto visual con ella, y si, se había distraído.

“Para cuidar a los demás, cariño.”

Su madre habló, poniéndola al tanto.

Tenía más hermanas, pero ella era la mayor de las mujeres, así que se podría decir que era buena para cuidar de sus hermanos más pequeños, y no creía que fuese la gran cosa, pero sus hermanos mayores no eran para nada así, incluso para tratar con los animales se les daba fatal. Uno aún tenía la cicatriz cuando hizo enojar a una vaca al ordeñarla.

Si lo miraba así, tal vez si era como un don.

Pero tener ese don, no servía de nada si no podía sacarle provecho económico, y a estas alturas del año, era lo único que le importaba.

Ella lo sabía, y todos en la mesa también. La conocían.

El invierno se venía difícil.

Lo que hacía ahora no era suficiente, ni lo sería cuando las heladas llegasen y los campos se llenasen de nieve.

No solucionaba el problema.

Levantó la mirada, topándose con la de sus progenitores, ambos observándola con curiosidad y cierta preocupación. Se había quedado en silencio, pensando, y desde que los días empezaban a nublarse con más recurrencia, sus preocupaciones persistían. El año anterior, aun recordaba como dos terneros murieron con las heladas, así como perdieron los campos, sin posibilidad de usarlos. Se abastecieron bien esa época, pero ahora no estaba tan segura.

Perdieron ahorros en cosechas fallidas y en comprar suministros, y estaban en una situación complicada. Muchas bocas que alimentar y muy poco sustento.

¿Acaso era la única ahí que se preocupaba por eso?

Probablemente.

Soltó un suspiro.

¿Pero que podía hacer?

Buscar un trabajo en la ciudad era una opción, tendría la garantía de recibir un sueldo definido cada mes, pero no podría encontrar nada que pagasen realmente bien, y viajando del campo hasta allá perdería gran parte de las ganancias, y era exactamente lo mismo si buscaba un lugar donde quedarse a vivir por el invierno.

Al final, era un despropósito.

Sintió la mano de su padre en su mano, lo que la hizo saltar. Este parecía tranquilo, relajado, una de las características que le heredó a toda su familia, y sabía que también tenía ese rasgo, pero lo de relajado no solía encontrarlo a menudo en sí misma.

Este le acercó su teléfono, mostrándole un número.

“El año pasado dijiste que querías encontrar un trabajo para ayudar en el invierno, así que he preguntado por la zona.”

Ni siquiera ella misma recordaba el haberlo mencionado.

“¿Me conseguiste un trabajo?”

Su padre soltó una risa, volviendo a señalar el número.

“¿Recuerdas la casa brillante que vimos hace unas semanas?”

Asintió, ¿Cómo olvidarla?

Hace un tiempo, una casa empezó a ser construida a la orilla del mar. Siempre se veían cabañas normales, rusticas, en esa zona de campo. La gran mayoría eran granjeros que decidían vivir ahí, relajados, alejándose lo más posible del bullicio de la ciudad, pero esa casa no parecía encajar con las que habían visto por años. Era diferente, era elegante.

No podría olvidarla, porque le llamó mucho la atención.

Le parecía una mansión desde la carretera.

“Una mujer se mudó hace unos días, y al parecer quiere contratar a alguien por el día para que cuide a su hija. Se va a la ciudad a trabajar, así que no quiere dejarla sola sin cuidados.”

Oh.

¿De eso estaban hablando todo ese rato?

Miró el número, una vez más, para luego mirar a su padre.

“¿Pero crees que acepte contratarme a mí? No tengo estudios ni nada.”

Podría decir que jamás había cuidado a nadie, pero no era el caso.

Su padre soltó una risa.

“Llama a la mujer, y habla con ella. No sabrás hasta que le preguntes.”

Asintió.

Ni siquiera le dio una segunda mirada a su plato de comida sin terminar, y agarró el teléfono de su padre, parándose de la mesa y dirigiéndose hacia fuera de la casa, buscando el lugar preciso donde había mejor señal telefónica.

No podía perder una oportunidad así.

Tal vez necesitaban a alguien, tal vez ya consiguieron a alguien en lo que su padre le hablaba del tema, pero tal vez era su oportunidad de poder ayudar a la granja, y poder ayudar también a esa familia. Ser útil. Sentirse útil.

Era una mujer sola viviendo en una gran mansión, necesitaba la ayuda, y si podía matar a dos pájaros de un tiro, lo haría.

Era su don, ¿No?

Se quedó inerte, esperando escuchar la voz de alguien al otro lado de la línea.

El viento helado volvió a hacerse presente, no tan gélido como en la madrugada, pero aun así demostraba la época en la que estaban. Las nubes cubriendo el cielo, y solo unos parches dejaban ver el cielo azulado. Era tal y como creyó.

Necesitaba ese trabajo.

Se sorprendió al escuchar la voz resonar al otro lado, una voz intensa, fuerte, segura.

No quiso hacerle perder tiempo a la mujer así que se apresuró en hablarle de su interés sobre el trabajo, de que si estaba dispuesta a aceptarla a ella, que le gustaba ayudar, que era responsable, confiable, y el silencio de la mujer al otro lado de la línea la hizo sentir nerviosa. Aun existía la posibilidad que le dijese que ya había contratado a alguien.

Hasta que esta habló.

“Ophelia, ¿No? ¿En qué parcela vives?”

La pregunta le tomó desprevenida, pero era algo razonable de preguntar, así saber cuánta distancia había entre ambas casas.

“Número veintiuno, señora.”

La mujer se quedó en silencio, y esperaba que no tomase a mal que no la llamase señorita, pero era una costumbre el referirse así a personas mayores.

Escuchó como esta escribía al otro lado de la línea.

“Necesito conocerte y que conozcas a mi hija, a las cuatro debería llegar a casa, ¿Estás desocupada hoy?”

Oh.

Hoy mismo.

Si, debían conocerse, y la mujer parecía ocupada, mientras más pronto mejor. No tenía problema alguno, y se lo hizo saber a la mujer.

“A las cuatro mandaré a un auto a recogerte, nos vemos más tarde.”

La llamada se cortó, deprisa, y se quedó estupefacta, aun digiriendo la noticia.

No creyó que tener su primer trabajo fuera de las labores de granja iba a ser tan abrupta. Aun no obtenía el trabajo, por supuesto, pero tendría la oportunidad de presentarse.

Pero…

¿Un auto?

Cuando volvió a entrar, todos parecían atentos, esperando, expectantes.

Era la primera que había tenido la intención de encontrar un trabajo afuera, y por eso notaba el interés de todos. Bueno, era la primera que parecía tan absorta con ayudar de mejor manera a la economía del hogar.

“Quiere que nos conozcamos, hoy a las cuatro.”

Su padre fue el primero en saltar, en dos zancadas llegando a la pared donde tenían colgadas las llaves de la camioneta, pero lo detuvo, aun sin saber en realidad si había escuchado mal o no.

“Vendrá alguien a recogerme.”

Y él parecía tan estupefacto como ella misma.

Siempre era el interesado el que debía arregláselas para llegar a su destino, por lo mismo evitó trabajos en la ciudad, porque pasaba un bus cada cuatro horas, y porque la camioneta no resistiría viajes todos los días.

La casa a la que debía ir, quedaba cerca, podía tomar unos de los caballos para llegar allá, incluso caminar si planificaba bien su tiempo, eran pocos kilómetros, se atrevería a decir que ni siquiera eran diez kilómetros, así que podría llegar ahí sin problema.

No eran nada en comparación a las tres horas de viaje que se necesitaban para llegar a la ciudad.

Así que, el que la viniesen a buscar, seguía sonando impresionante.

No era necesario, aun así, la señora lo ofreció.

Señorita, señora. Debería preguntarle.

Cuando dieron las cuatro, ya estaba lista. Se sentía algo nerviosa, ya que era la primera vez que salía sin su familia, primera vez que hacía algo por sí misma, tomando una decisión así. Era apropiado para su edad, aun así, seguía sintiéndose tan ajeno.

El auto llegó.

Lo notó entrar en el largo camino de tierra que llevaba a sus hectáreas demarcadas, y cuando más se acercaba, notaba lo lujoso que se veía. Estaba brilloso a pesar de ser campo, donde todo estaba rodeado de tierra y arena. Este se detuvo en la entrada, y se apresuró en acercarse. De este salió un hombre vestido de traje, dándole la vuelta al vehículo para abrirle la puerta, y de nuevo se quedó estupefacta.

¿Qué clase de mujer era a quien llamó?

Se sintió impropia en el asiento de cuero en el que terminó, tan limpio y cuidado. El aroma era agradable ahí dentro, y se alegraba de haber tomado un largo baño, que no quería dar una mala impresión, ni siquiera con el chofer.

Este no le dijo mayor cosa, completamente concentrado en su trabajo.

Si, era el chofer.

Tal vez hubiese preferido que el viaje se le hiciese largo, y así poder calmar sus nervios. No se consideraba dependiente, podía hacer todas sus cosas sin tener que pedirle ayuda a nadie, así como sus labores, pero siempre era en su hogar, sabiendo que si pasaba algo los tendría a ellos cerca, qué si gritaba, alguien la oiría.

Y ahora se alejaba de ese confort.

Pero todo era por su familia.

El auto avanzó por uno de los caminos de tierra, adentrándose en el terreno que rodeaba la gran casa de ventanas brillantes. Cuanto más se acercaba, más enorme se veía, y se vio tragando pesado. Realmente lucía como una mansión, y ahora, que la veía terminada, se veía mejor de lo que la vio esa vez, tiempo atrás.

Una mujer en traje estaba en las puertas dobles de la casa, a sus pies unos escalones, y ahí terminó parada, cuando el chofer se detuvo y le abrió la puerta, ayudándola a bajarse. Era una chica de campo, se podía subir y bajar de los caballos, de los animales, de la carreta, del antiguo tractor, pero aun así aceptó la mano que este le ofreció, aun estupefacta.

Esperaba que no se notase en su rostro su sorpresa.

La mujer, de tez clara, la observaba, sus ojos eran oscuros, serios, y se vio cohibida. Estaba acostumbrada a ser ella la más seria y tranquila en su familia, y, aun así, no era capaz de asemejarse ni un poco a la expresión que esta tenía. Muchos de sus hermanos se asustarían de estar en su lugar.

Se presentó, de nuevo, y esperó que su voz saliese lo más tranquila posible. No quería dar una mala impresión, en ningún sentido.

La mujer le hizo un gesto para que pasara, y eso hizo. Se vio, de nuevo, sorprendida con sus alrededores, topándose con la sala de estar, el lugar alto y espacioso, enorme, las paredes y los pisos brillantes y claros. Al fondo del gran lugar, veía una pared hecha de puros ventanales, dejando ver la costa en todo su esplendor.

Se quedó atónita.

Cada vez la casa le parecía más maravillosa.

“Eres bastante joven, más de lo que esperé, pero no creo que haya problema.”

Ahí recién volteó a ver a la mujer, la cual la miraba, sin escrúpulos. Sus ojos oscuros observando hasta el más mínimo detalle de su existencia, y entendía su preocupación, cuidaría de su hija, así que debía asegurarse que era confiable.

No supo que decir, así que mantuvo silencio.

“Trabajo en una fábrica, a una hora de aquí. No me gusta dejar a mi hija sola, menos en esta casa a la que aún no se acostumbra, así que necesitaría que vinieses de lunes a viernes, de nueve de la mañana a cuatro de la tarde. ¿Estás disponible?”

Asintió, sin dudar.

¿Le estaba dando el trabajo?

El teléfono de la mujer comenzó a sonar, y esta soltó un bufido molesto, saliéndose un poco de esa faceta intimidante. Con su mano le apuntó las escaleras, mientras que con la otra se ponía el teléfono en la oreja.

“Primero debes conocer a mi hija y de ahí terminamos de organizarnos.”

Miró las escaleras, estas a la derecha de donde estaba, muy elegantes con un pasamanos que se veía detallado, tal vez demasiado. Comenzó a subir, pensando en cómo sería la hija de esa mujer, y esperó que no tuviese la misma mirada intimidante, esperando que fuese una niña dulce y calma. Nunca había tratado con niños ajenos, solo con sus hermanos pequeños, y ahora ya estaban bastante grandes.

Asumió que era la puerta que estaba a medio abrir, y golpeó dos veces.

Abrió la puerta, mirando hacia dentro, y sus expectativas se hundieron rápidamente.

Ahí, en medio de una habitación sin mayor decoración, minimalista, había una mujer.

Era claramente la hija de la que la señora le había hablado, ya que era más joven, pero no como creyó que sería, una niña, no, era una adulta, incluso podía decir que era mayor que ella misma, lo notaba por sus facciones y por lo alta que era.

Su cabello era largo, igual al de la madre, y su piel era pálida, demasiado, como si no hubiese recibido sol en mucho tiempo. Esta se dio vuelta, apuntando su rostro hacia su posición. Pero no vio la mirada intimidante de la madre, por el contrario, ni siquiera había ojos que la mirasen, sus parpados completamente cerrados.

La madre no quería que cuidase a su hija porque era muy pequeña para estar sola en una casa nueva en medio del campo, la madre quería que cuidase a su hija ciega.

Ni siquiera se lo imaginó.

Chapter 18: Cat Sidhe -Parte 2-

Chapter Text

CAT SIDHE

-Compañía-

Podría disfrutar de esa voz por siempre.

Era tan mágica, y al mismo tiempo, tan inútil en cumplir su propósito.

Finalmente, la melodía acabó, de nuevo.

Sin muerte, sin locura, sin hipnotismo.

Solo quedaba la mirada esmeralda en ella, perforándola, y se vio desafiando aquellos ojos con los propios.

Se sentía extraño.

Nadie la observaba de esa forma, nunca, a menos que fuesen a cazarla, a menos que fuesen a atacarla. No perdían el tiempo, la observaban una vez, y a la segunda ya estaban tomando cualquier objeto que pudiese ser arrojado. No le temían, no luego de tantos seres malditos que llegaban a la zona.

Sabían que hacer contra ellos, sabían que eran seres debilitados, despojados de su anterior poder, así que simples humanos podían asesinarlos sin mayor problema, quedándose con la carne, con la piel, para su deleite.

“Los pescadores, al otro lado de la isla, comentaron ciertas cosas sobre ti. Eres el gato maldito que quieren atrapar.”

Asintió, mirando sus manos débiles y huesudas.

Recordaba aquella majestuosa época, donde creía tener el control de todo. Donde sus hechizos, donde sus pociones, donde sus maldiciones eran valiosas entre los que las necesitaran. Era de las mejores, porque había trabajado duro, día a día. Pero fue demasiado. Quizás las ganancias y los halagos que obtuvo la hicieron caer en el pecado de la codicia.

¿Pero acaso no todas las brujas son pecadoras? Y ella, de seguro lo era.

El señor de la oscuridad estuvo más cerca que nunca de ella, y estaba orgullosa de aquello, nadie podía hacerla caer del trono en el que estaba, ¿Y ahora estaba siendo cazada por meros humanos?

Era una desgracia.

Extrañaba la vitalidad que tenía en el pasado. Ahora estaba abandonada, tanto de los altos como de los bajos, tanto como de los vivos como de los muertos. Y su cuerpo se había debilitado con el tiempo, con esa maldición, y no era nada más que un harapo de piel y huesos, esperando tener un fin rápido antes de ser mancillada por aquellos que un día estuvieron bajo sus pies.

Y no podría soportar tal vergüenza.

“¿Sabes hacer una fogata?”

La pregunta la sacó de su ensimismamiento. ¿Una sirena hablando de fuego?

Asintió nuevamente.

La mujer asintió, y le hizo una seña antes de sonreírle y tirarse de un salto al agua. Pudo ver la aleta anaranjada sumergirse, las escamas plateadas brillando con la luz de la luna, y de un momento a otro esta desapareció por completo.

Al parecer le había dejado la curiosa tarea de hacer fuego.

La pequeña y desierta playa estaba rodeada de varios árboles y arbustos, así que no le costó hallar madera. Hace tiempo que no hacía fuego por sí misma, no lo necesitaba siendo un gato, o al menos no pensaba en aquello ante la falta de pulgares. Tampoco era buena idea mostrarse como humana, ya que humanos la habían visto y habían aborrecido su apariencia maltratada y delgada, sin contar la marca demoniaca grabada en su cuerpo, en su espalda, la prueba que validaba que no era bienvenida y que merecía la más horrible muerte.

Se quedó sentada en la arena, mientras el fuego se meneaba con el viento, esperando.

Se abrazó a sus rodillas, y se relajó un poco.

Curiosamente ese lugar era como un oasis, se sentía cierta paz ahí. Realmente desierto. El mar estaba tan calmo que la luna tenía un reflejo casi perfecto sobre este, las olas se deslizaban a solo metros de su cuerpo, lentamente.

Si no pasaba tiempo ahí, es porque el agua salada le causaba pavor, ya que todo mal tenía una debilidad, y ahora sabía de primera mano lo que esta le hacía a su cuerpo, al cuerpo de una bruja, quemándola, destruyéndola.

Agradecía que las rocas hicieran difícil para los humanos el pescar y preferían otros lugares para hacer esas labores, o tal vez sabían que había una sirena en la zona y preferían no arriesgarse. Los humanos si le temían a una sirena, pero no a una bruja, realmente se avergonzada de lo que se convirtió.

Escuchó ruido, pero supo que debía tratarse de aquella sirena, así que su miedo se desvaneció de inmediato.

No tenía esperanzas en que esta regresara, pero le alegró saber que volvió.

La vio salir del agua, mostrando su torso humano. En una de sus manos había un pez gigante, moviéndose de un lado a otro, intentando librarse del agarre firme. La simple imagen hizo que su estómago gruñese, retorciéndose dentro de su torso malnutrido. Solía pasarle siempre que veía a los humanos completar cazas exitosas o comer banquetes, y solo podía mirar de la lejanía, sabiendo que no sería capaz de robarles.

“¡Imaginé que tenías hambre!”

No pudo evitar sonrojarse.

Era el primer ser que se preocupaba por ella en años.

¿No era extraño que una sirena matase a un pez, que era tan similar a si misma? Realmente no sabía mucho del tema. El agua era un misterio, más aún las creaturas que ahí vivían.

La mujer nadó hasta la orilla del agua, hasta que su aleta no se lo permitió, pero sus brazos eran lo suficientemente fuertes para poder hacerla llegar hasta su posición. No parecía molestarle el estar fuera del agua, aunque la mitad de su aleta permanecía prácticamente adentro, chapoteando.

Le pasó el pescado, y quizás era por ser condenada a un cuerpo gatuno que el aroma le fue lo más delicioso del mundo. No había comido comida de verdad hace mucho, mucho tiempo, solo sobras de lo que alguna vez fue comida.

Enterró el animal en una vara de madera antes de ponerlo al fuego para que se cocinara. Su hambre era demasiada, si, podía comérselo crudo sin importarle, pero la mirada esmeralda le hizo mantener las pocas costumbres civilizadas que le quedaban. Debía mantener su compostura.

Había pasado hambre por tanto tiempo, que unos minutos más no harían diferencia.

Vio a la mujer acostarse de estómago en la arena, mientras apoyaba su cabeza en sus manos. Sus ojos parecían estar atentos y con un brillo divertido. Una mirada tan diferente a lo que estaba acostumbrada, a las miradas de odio que la observaban entre los árboles, buscando su rastro. Podía ver su aleta moverse de un lado a otro, inquieta. La mujer parecía querer hablar, pero dudaba. ¿Será por el primer encuentro que tuvieron? ¿Quería preguntarle sobre sus tendencias suicidas? No le extrañaría.

“Entonces, ¿Cómo dijiste que te llamabas?”

La sirena le dio una sonrisa, y se sintió inmediatamente atraída por aquel gesto. No sabía si era así de magnética por ser quien era o por lo que era. No podría saberlo.

Carraspeó. No había hablado hace rato, y temía que su voz volviese a salir extraña.

Su nombre.

¿Podía utilizarlo luego de haberlo mancillado bajo el nombre del diablo?

No importaba.

“Blair.”

Por suerte su voz parecía mejorar.

La chica le sonrió nuevamente antes de hablar.

“Un gusto en conocerte, Blair. Ahora deberías cenar, lo necesitas.”

Miró el animal, ya lo suficientemente cocinado. Lo sacó de las llamas y el calor se extendió por sus palmas. Tuvo que soplar antes de llevarse el primer bocado a los labios. No comía algo caliente desde antes de ser maldecida con su destino insufrible.

Soltó un quejido al sentir la comida aún demasiado caliente para su poca costumbre.

Luego de un rato pudo comer con normalidad, intentando disfrutar cada bocado como si fuese a ser el último. Se sentía bien. Era delicioso. Su estómago parecía reticente al recibir su bolo, tal vez porque estaba acostumbrada a recibir solo migajas de vez en cuando.

Estaba incomoda al tener a alguien observándola sin detención, sin tapujos, pero también agradecía su presencia, y la amabilidad que tuvo para ir a cazarle algo para comer. Sus habilidades de caza nunca fueron las mejores, y su cuerpo felino no aceptaba ningún tipo de fruta o vegetal que pudiese recolectar. Terminaba vomitando todo. Era mejor no comer nada a tener que pasar por esa angustia.

Al terminar le dio una mirada a la mujer, esta aun en la misma posición.

“Gracias.”

La sirena no dejó de sonreírle, pero la notó incluso más radiante en ese instante. La vio ahora tirarse de espalda en la arena. Podía ver su cabello húmedo esparciéndose por la arena, como también los pequeños granos pegados en su piel. Su cuerpo era grande, sus brazos resistentes, su pecho imponente. Se sentía muy diminuta en comparación.

“No es nada. Un agradecimiento por el halago que me diste. No suelo recibir buenos cumplidos sobre mi canto.”

Se quedó inerte en su lugar, viendo como la mujer respiraba de una manera demasiado profunda. Se le acercó un poco, dejando de lado el calor de las llamas. Tenía miedo de acercarse demasiado, cualquier temor podría transformarla, y no quería avergonzarse a sí misma de esa forma, mostrar de nuevo su vulnerabilidad.

“¿Está bien que estés fuera del agua?”

Los ojos la miraron desde esa posición, y brillaban con emoción, y con eso entendió que su preocupación fue bienvenida.

“Si, a veces suele ser molesto el estar consumiendo tanto oxígeno de golpe, luego de recibir tan poco del agua, pero estoy acostumbrada. Estar con los de mi tipo nunca fue algo muy agradable, así que solía quedarme en la superficie.”

Se sentó a solo unos centímetros de la mujer, mirando el mar. Ese mar que siempre le aterró, del que se mantuvo alejada lo que más pudo. El agua salada parecía purificarla, pero como no quedaba nada puro, simplemente desaparecería como polvo y sería desterrada por completo de ese mundo.

¿Por qué ahora lucía tan aterrador morir?

“Supongo que puedo entender el sentimiento.”

Podía sentir la mirada esmeralda en su espalda. Se avergonzaba de ser vista de esa forma, con ese cuerpo maltrecho y débil. Tal vez iniciar una conversación con aquella desconocida no era lo mejor, se dejaría en evidencia.

“Estás marcada por el diablo.”

Dio un salto, no de susto, si no de impresión. No creyó que un ser del mar supiese de la estrella del señor de la oscuridad. La marca que un día le dio regocijo, ser llamada una concubina de Satán, pero luego, cuando fue maldecida por sus pares, la marca parecía solo una burla a su mera existencia, a su fidelidad con quien fue su razón de vivir.

Por suerte no podía mirársela por el lugar donde estaba, o su desprecio por su parte humana sería aún mayor.

Aunque, ¿Que importaba si lo único que le quedaba era la muerte?

No dijo nada al respecto, solo se mantuvo silente.

“¿Cuántas transformaciones te quedan hasta que sea permanente?”

Siguió sin mirarla, sintiendo la presión en su garganta. Esta sabía lo que significaba ser lo que ella era, y al parecer, otras brujas fueron condenadas a esa isla, a ese destino, siendo transformadas en gatos, hasta que fuese permanente, y ahí vagarían por el lugar hasta ser finalmente cazados por los humanos.

Era una más de ellas.

“No muchas.”

La mujer se levantó, quedando a su altura. Sus ojos lucían asustados, preocupados incluso.

“Lo siento, sé que por mi culpa estás más cerca de quedarte así para siempre. Lo lamento tanto, no fue mi intención.”

Se sorprendió al escucharla hablar de esa forma. Solo pudo negar. No era su culpa. Ella misma no fue capaz de hacerlo antes, o de encontrar una solución a sus problemas. Simplemente no fue lo suficientemente valiente.

La miró fijamente y se dio cuenta que no hacía aquello desde sus días de gloria, donde tenía el poder para conseguir lo que quisiese.

Donde solo bastaba una mirada, y tenía a todos bajo sus pies, las vidas siendo ofrecidas sin el menor recelo.

“Mátame.”

Recibió la bendición de la última cena, como aquellos infieles.

Era su momento.

Los ojos esmeraldas brillaron consternados, para luego ponerse serios. No había visto una mirada similar en esos ojos, jamás siquiera imaginó que aquella sirena podría siquiera poner una mueca como aquella. Era casi como si pudiese saborear a su presa y rápidamente cambiase y se volviese un depredador.

La metamorfosis.

“¿Hablas en serio?”

Tragó pesado, y asintió.

“Vine aquí a suicidarme. Te pido esto como pago por quitarme una transformación.”

Los ojos se veían misteriosos, imposibles de leer.

Sintió su sangre rancia burbujear de manera confusa en sus venas. No sabía si era miedo o algo similar, no lo tenía claro. No era familiar con dicho sentimiento.

Pudo ver las aletas coloridas saliendo de ese mar de cabello anaranjado, donde deberían de estar las orejas de un humano. Poco a poco algunas escamas aparecían en su piel humana, verdosas, incluso algunas de las plateadas de su cola se teñían de ese color. La parte blanca de sus ojos se volvió completamente oscura. Las manos humanas parecían palmeadas en ese segundo, y estaba segura de que no eran así con anterioridad. Las garras crecieron, ahora se tornaban largas y negras, filosas. Ambas extremidades se posaron con fuerza en sus dos costados, levantando arena por lo intenso del movimiento.

La brusquedad de un depredador.

Sintió perder el aire con el abrupto acercamiento.

Esa era una sirena al momento de asesinar.

Podía decir que había escuchado el canto y se había mantenido en sus sentidos, así como había visto la esencia más homicida de esa especie a solo unos centímetros.

Se mantuvo rígida, y no quería admitirlo, pero estaba aterrada, pero su deseo de morir era aún más fuerte que su miedo. Esa mujer se encargaría. Probablemente no sería una cena sabrosa en lo absoluto, por su falta de carne, pero al menos moriría beneficiando a ambas partes. Podía sentir el ardor de las pequeñas gotas saladas cayendo en su piel, así como el calor abrumante e inexplicable de esa sirena.

Vio los labios abrirse, dejando a la vista grandes y filosos dientes, que tampoco había visto con anterioridad. Eran similares a aquellos peces grandes y peligrosos que olían la sangre a kilómetros, si, eran las fauces de un tiburón.

Pudo sentir el calor de su respiración en su piel.

Era el momento.

Cerró los ojos, esperando el ataque que terminaría con su vida.

Al fin había llegado, luego de tantos intentos fallidos.

Dejó salir el aire que llevaba conteniendo en sus pulmones.

Al fin perecería.

¿Estaba lista para morir?

“Rhona.”

Abrió los ojos, sin entender las palabras dichas y sin entender porque aún no estaba sangrando, porque aún estaba viva.

Los ojos esmeraldas parecían volver a la normalidad, pero los pocos centímetros entre sus cuerpos volvían el aire aún más denso.

“¿Qué?”

Pudo ver una sonrisa en aquellos labios. Dientes ahora normales, humanamente normales. Sintió su corazón latir fuertemente en su pecho, y temió que la mujer pudiese escucharlo.

“Mi nombre es Rhona. No pareces realmente segura de querer morir. Puedo saber que te estás mintiendo a ti misma. ¿Por qué quieres acabar tu vida con tanta desesperación?”

Se quedó unos segundos mirando a la mujer, sin poder entender lo que sucedía en lo absoluto. Lo meditó un momento, confusa. ¿Por qué acabar con su vida? Nunca fue una pregunta, siempre fue un hecho. No tenía sentido vagar por el mundo con su lado humano sin serlo realmente, tampoco vagar como un gato sin poder cazar como tal.

Fue arrebatada de su poder, y se consideraría una vergüenza el presentarse ante el mundo en esa forma tan patética.

Pudo sentir el rostro de la sirena aún más cerca. Estaba temblando con el solo hecho de compartir el mismo aire, incluso empezada a marearse. Su aroma salino parecía embriagarla como el licor de fruta.

“Si los humanos se enteran de lo que eres, te quemarían viva, y si te ven como gato, no dudarían en cazarte.”

Sus brazos débiles perdieron fuerza y terminó acostada en la arena, sintiendo sus extremidades doloridas y temblorosas por el esfuerzo. A Rhona no parecía molestarle, al contrario, solo usó aquello para hacer burla de sus brazos fuertes, y de su humanidad imponente. Los brazos se flexionaron a su alrededor, permitiendo que el torso robusto se acercase aún más al suyo, así como el rostro permanecía a solo unos milímetros de su oído. Podía escuchar claramente su respiración difusa y el calor que rozaba su piel cada vez que exhalaba.

Se sentía incluso más aterrada que cuando la vio transformarse en un depredador. Se sentía vulnerable como jamás se sintió, ni siquiera bajo la mirada del oscuro.

“Aun no estás muerta, eso significa que has estado huyendo de ese destino, que no has sido capaz de darle un final a tu vida miserable. Entonces, ¿Por qué rendirte ahora?”

Eso le cayó como un balde de agua fría.

Era tan simple, era tan obvio, pero sin embargo jamás se lo había cuestionado.

Siempre había temido de la muerte, incluso cuando sabía que su poder la hacía indestructible.

Aún estaba viva, porque había huido, porque había encontrado formas de hacerlo. Su cuerpo instintivamente la alejaba del peligro, intentando salvaguardar su existencia mundana. Había huido de las personas, de territorios, de bosques, de planicies, porque su vida había sido puesta en riesgo.

Empezó a perder el control de su respiración mientras más y más situaciones pasaban en su cabeza de manera rápida y certera.

¿Por qué se había rendido?

¿Por la falta de oportunidades?

¿Por el disgusto que se tenía a si misma?

Bajó la mirada, intentando desviar la vista por completo del cuerpo imponente de la mujer, el cual le quitaba el oxígeno.

No tenía respuesta.

Se le había metido aquello en la cabeza y simplemente siguió. Creyó que era lo mejor, morir era la mejor opción para detener su constante sufrimiento. Pero no quería morir. Le aterraba. ¿Por qué era tan difícil llegar a un consenso consigo misma?

¿Por qué era tan difícil el acabar con su miseria?

Debian ser sus pecados, desde que era una niña comenzó a pecar, así que era de esperarse que todo resultase con su humanidad completamente destruida, sin posibilidad de redención, sin piedad, sin esperanza.

La mujer sobre ella retrocedió, mojando su aleta en el agua, como si el acto le diese algún tipo de gratificación. Al final, esta se dejó caer a su lado, de espaldas a la arena. Su cuerpo parecía haber recuperado su forma humanoide por completo, sin rasgos de lo que era aquel depredador de aguas profundas. Sus ojos parecían calmos, completamente inertes observando el cielo despejado.

Para su sorpresa, su cuerpo parecía querer volver a sentir la intensidad de ese cuerpo ajeno pegado al propio. Había pasado demasiado tiempo en soledad para encontrar alivio en el primer ser vivo que se le acercaba. Incluso en su estado más deplorable podía seguir siendo consciente de sus necesidades más instintivas, más básicas, más vulneradas.

Su necesidad de tener más, siempre más.

Codiciosa hasta en el final.

No tenía nada que perder.

Se acercó a ella, sin vergüenza alguna y apoyó su rostro en el brazo fuerte de la mujer, extremidad la cual parecía ser el doble de la suya. Carne y musculo, no solo hueso. El calor húmedo de inmediato la hizo darse cuenta de su actitud inusual, pero había hecho cosas peores para recibir mucho menos.

A la sirena pareció no molestarle en lo absoluto su gesto, aunque no podía quejarse, fue la primera en hacer un acercamiento así de brusco.

“No quiero morir.”

Le dijo, sintiéndolo como una revelación, como un descubrimiento que estuvo ahí, siempre, delante de sus ojos, pero su obstinación lo mantuvo lejos de su alcance.

“Entonces no mueras, Blair. No puedo culparte por tener esos pensamientos, porque también los tuve. Pero siempre encontraba una razón para seguir. El simple hecho de quedarme en la superficie y mirar a la inmensidad desconocida del cielo, me hacía pensar que había algo más allá, que había un lugar para mí.”

Miró a aquella mujer, a aquella sirena, notando como el cielo estrellado se reflejaba en sus ojos brillantes.

Si, ambas estaban solas y perdidas en el mundo, esta debió darse cuenta de inmediato apenas la vio intentando morir. Si hubiese muerto, no la habría conocido, y tal vez jamás habría siquiera pensado en tener cierta fe, cierta esperanza. El saber que había alguien como ella, esperando un futuro mejor, un lugar mejor, donde si encajase.

Cerró los ojos, disfrutando de la esencia ajena, del sonido de la respiración a su lado, del estallar de las olas en las rocas, del siseo del fuego. No recordaba la última vez que se había enfocado en su alrededor de esa forma, tan en calma. Se sentía protegida, viva.

Si moría, habría perdido su batalla, habría fallado, les demostraría a todos que era débil, que nunca mereció estar en lo alto.

Así que iba a ser obstinada, y viviría.

“Hay un lugar para mí.”

Dijo, y se apegó más a aquella desconocida.

Ese era su lugar ahora.

 

Chapter 19: Antihero -Parte 2-

Chapter Text

ANTIHERO

-Villana-

 

No pidió ser algo más.

No pidió su fuerza, su resistencia, su curación rápida o su velocidad.

No pidió aquella identidad.

Pero sería una absoluta estúpida si no lo usaba a su favor.

Se consideraba bajo perfil, ya que la vida de Wladislawa era aburrida. Se levantaba, iba a trabajar, pasaba a pedir algo para comer al mismo restaurante, y luego se iba a casa, y luego repetía el mismo proceso, su rutina usual.

No tenía mayores sueños para sí misma, ni mayores deseos, ni siquiera quería más dinero del que obtenía para sobrevivir. Se podría decir, que ella, la persona bajo la máscara era aburrida y patética.

Y así vivió muchos años, cuando era humana, normal, seguía una rutina que no le causaba problemas, que le permitía vivir en paz, y estaba conforme con eso. No hacía amigos, más que el único amigo que tuvo durante toda su vida, y nada más. Así no tendría ningún problema.

Obviamente había muchas cosas de su personalidad que mantenía ocultas, porque se acostumbró a hacerlo. A vivir así, sin esperar mucho ni del mundo, ni de sí misma. Pero cuando obtuvo la máscara, cuando obtuvo el traje, cuando obtuvo la oportunidad de ser alguien más, de ser todo lo que no era, descubrió una parte muy diferente de sí misma.

Las personas cambiaban cuando su identidad estaba oculta, cuando podían hacer lo que quisieran porque no había ley ninguna sobre ellos. Y sintió eso, sintió ese poder, sintió esa libertad, y al probar un poco de aquello, no pudo parar. No había nadie que pudiese detenerla de hacer lo que quisiera, de estar con quien quisiera, de usar ese poder a su favor.

¿Ayudar a personas?

¿Salvar el mundo?

Ja, ¿Qué había hecho el mundo por ella?

Si alguien la ayuda, le daría la mano. Y si alguien pagaba por sus servicios, era incluso mejor, ahí recién se movería, pero por nada más.

Al salir del trabajo se fue directo al restaurante, ya que este estaba de camino. Era su rutina, la rutina de Wladislawa, y recién al llegar a su casa podría ser alguien diferente. Ahí podría disfrutar la vida.

Se sentó en la barra y dejó su bolso en el suelo. Miró desde su capucha a la chica que ahí trabajaba, la conocía desde hace tiempo, años incluso, así de fija era su rutina. Su padre era el dueño del lugar, un hombre agradable, y debía admitir que muchas veces la invitó a comer gratis, cuando tenía problemas de dinero. Su hija Rita era guapa, muy atractiva, de ojos y cabello claros, y una voz angelical. Podría simplemente coquetearle o algo similar, pero siendo quien era, siendo su verdadera identidad, no podía decir mayor cosa, y la capucha le recordaba aquello.

Pero por supuesto que podía mirarla, siempre lo hacía.

Esta le sonrió al verla, trayéndole le inmediato el menú que siempre pedía, ya era una costumbre, siempre estaba a la misma exacta hora ahí.

Intercambiaron saludos, no mucho más, mientras esta le decía a los cocineros que hicieran su pedido. Se sentía una más de la casa, aunque no compartiese demasiado de su vida, y por lo mismo no compartían la vida de ellos con ella.

No necesitaba mayores conexiones, mayores ataduras, no con ese nombre.

Su comida no se tardó demasiado y comenzó a comer, escuchando las conversaciones difusas del resto de clientes, así como el barullo de la televisión ahí encendida.

Ya estaba acabando cuando Rita soltó un grito ahogado, y se vio levantando la mirada para ver que ocurría. Eso no era normal, eso no era parte de su rutina.

Notó como la chica miraba hacia la televisión, y ahí recién le prestó atención a lo que ahí decían, que sonaba importante, urgente incluso. Mostraban imágenes desde un helicóptero, el cual grababa hacia la cárcel de la ciudad. El hombre a cargo de la noticia parecía eufórico hablando, y le costó entender a lo que se refería.

Estaban atacando la cárcel.

Alguien se había infiltrado en la cárcel y acababan de dar el aviso a las autoridades.

Luego salió un nombre.

Snake Goddess.

El nombre le resultaba familiar. Era una de las villanas del momento, que había dado que hablar. Sabía con claridad que era una homicida, que asesinaba sin siquiera dudarlo, era peligrosa, lo tenía claro. Le gustaría saber qué clase de mujer era, pero nunca se la había topado.

Además, se sabía que esta asesinaba solo a delincuentes, traficantes, sobre todo. Y ahora, era claro que había entrado a la cárcel a hacer exactamente eso, matar a más criminales y trastornados mentales.

Hace tiempo que no oía de un ataque de esa magnitud, pero le parecía magnifico.

Había mucha gente ahí que se merecía la muerte, así que le daba igual.

Siguió con lo que le sobraba en el plato, y notó como uno de los chicos de la cocina intentaba animar a Rita, y aun no entendía porque le afectaba tanto.

Y luego entendió.

El dueño del restaurante, Dimitri, había sido arrestado hace un mes, no había pagado a tiempo una de las facturas del restaurante, y como la situación había pasado antes, lo arrestaron. Y ahora, Rita, debía de estar pensando en él, en la posibilidad de ser masacrado por una homicida, por supuesto que iba a estar preocupada, y ahora mismo, ella misma, tenía la misma sensación de incertidumbre.

Él había sido bueno con ella, él la había tratado bien.

Se levantó del asiento, dejando el dinero en la mesa, y salió de ahí. Caminó por la calle y entró en uno de los callejones. Podía sentir el aroma a humedad ahí dentro, pero siguió avanzando, hasta el lugar más recóndito.

Ahí dejó caer su bolso.

Se aseguró de que no estuviese nadie alrededor, y apretó el botón en su pecho, en su medallón, y disfrutó de la sensación del cuero en su cuerpo, abrazando su piel, rodeándola. Se quedó un momento mirándose las manos ahora enguantadas. Le gustaba esa sensación, como dejaba por completo su identidad real, y se convertía en algo más, en algo mucho mejor.

Se vio sonriendo, disfrutando de cómo incluso el aire que respiraba se sentía mejor.

Al parecer iba a darle una visita a esa villana.

Tomó su bolso y se fue lo más cerca posible de la cárcel, a un lugar seguro donde pudiese volver a ser ella misma. Rara vez hacía cosas así, pero solía salir herida, o al menos cansada, y necesitaba recuperarse en un lugar tranquilo.

No se demoró en llegar con su velocidad, siempre intentando preservar la mayor cantidad de energía, que no podía derrocharla, no si iba a entrar ahí.

Huir de la cárcel era complicado, y ahora entrar también lo era. Notaba caos en todos lados, dos helicópteros dando vuelta alrededor del gran recinto, podía oír a la distancia como venían más patrullas para intentar detener a la homicida mujer. No tenía idea, pero tenía la sensación de que no serían suficientes.

No le importaba que alguien la viese, le daba igual, era libre de ser impulsiva si estaba oculta, podía decir lo que quisiera, y no habría ningún tipo de problema. Le gustaba aquella sensación.

Podía ser ella misma.

Entró a la cárcel por una de las ventanas que estaban en el techo del lugar, todas con barrotes, pero eso no era nada para su fuerza sobrehumana. Podía con eso. Al entrar, se vio en un salón claro, pasillos blancos hacia todos lados, y no supo donde debía ir. Nunca había estado en la cárcel, aunque hizo cosas que sí podrían significar un buen tiempo tras las rejas. Recordaba que la primera vez que la arrestaron, rompió las esposas, y simplemente salió de ahí.

Ilusos al creer que podían atrapar a un meta humano.

Si no podían atraparla a ella, mucho menos a Snake Goddess.

Se concentró en los gritos, que era siempre la mejor forma de encontrar la fuente del caos, y corrió. Tenía que encontrar donde estaba Dimitri, así que cuando encontró al primer gendarme tirado en el piso, aún vivo, le preguntó aquello. Este apenas tenía idea de donde estaba, pero le dio una información útil.

Su velocidad le sirvió para recorrer gran parte de la cárcel sin perder tiempo alguno, memorizándose donde estaba cada cosa, sabría que le sería de utilidad el conocer aquel lugar, quien sabe, quizás tendría que volver en alguna otra oportunidad.

Cuando más se acercaba al lugar que creía era el correcto, más sangre y cuerpos veía.

Ningún guardia del lugar estaba muerto, pero habían sido quitados del camino, quedando heridos.

Ellos no eran los objetivos.

Se metió a un pasillo largo, de donde provenían los gritos, y se topó con un grupo de celdas. Avanzó más, hacía otra fila más de celdas, derecha e izquierda, todas vacías. Avanzó más y más, hasta que empezó a notar cada vez más sangre en el lugar, y cuando al fin creyó que había encontrado donde Dimitri podría estar, se topó de frente con la mujer que estaba causando toda esa masacre.

No la había visto jamás en persona, y si bien sabía sus características, le impresionó verla.

Esta estaba de pie, su espalda recta. Esta estaba usando un vestido y sobre este una especie de manto, de velo, y bajo este salían las colas de serpiente. Pensó que eran falsas, robóticas incluso, pero ahora que estaba cerca, podía ver las escamas de cada una de las colas, y eran demasiadas para contarlas. Algunas estaban enrolladas en los barrotes, intentando romperlos, y otra de las colas tenía sujeto a uno de los presos dentro de su celda, asfixiándolo.

La mujer tenía una parsimonia en el cuerpo, en calma, pero las colas se movían de un lado a otro, unas armas letales.

Y más que la sangre, más que las colas, más que el caos, le sorprendió más el hecho de encontrar a la mujer atractiva. Si, lo era. Su cabello era liso, largo, brillante, su piel era morena y tenía esos rasgos étnicos que la hacían lucir más llamativa aún. Le hubiese gustado verle los ojos, pero bueno, ahí, ambas, tenían la mirada oculta de los demás.

Ambas tenían secretos.

Se miraron durante un momento, y notó como esta parecía enfurecida al verla, pero no le prestó mayor atención.

Juntó las manos sobre la boca, y gritó el nombre del hombre al que venía a rescatar. Necesitaba saber si estaba por ahí, o estaba muerto, y ahí solo se daría la vuelta y saldría de ahí.

Ese lugar era de las primeras celdas que se encontraban desde la entrada, por ende, los primeros objetivos en ser descubiertos. Al menos no había alcanzado a asesinar a muchos de los reos, ya que esos eran solo el nivel más bajo, delitos menores, a los que eran peligrosos eran llevados a otro lugar, a un lugar más difícil de alcanzar.

Mas difícil de escapar.

Sabía que la mujer la estaba mirando, lo sabía, pero siguió avanzando, gritando el nombre, hasta que alguien gritó desde la lejanía. Lo había encontrado. Reconoció al hombre de inmediato, se veía más cansado, pero estaba bien, vivo. Este por supuesto que no la reconoció, o creyó que no.

“Tú eres a quien estoy buscando, hombre afortunado.”

Los ojos el hombre brillaron, ahora notaba que parte de su mal rostro, era por lo que estaba ocurriendo a su alrededor, y no se había dado cuenta hasta ahora lo angustiante que debía ser el estar en una celda mientras empiezan a matar a todos los otros reos, sabiendo que en cualquier momento llegarás tú.

“Flattering Ego, te voy a recompensar por esto, en serio, pero no permitas que esa mujer me mate, tengo un lugar al que volver.”

Flattering Ego, a veces olvidaba que ese era el nombre que la ciudad le había dado.

Apareció luego de que estuviese coqueteando con unas personas y la estaban grabando, así que quedó el momento ahí, inmortal en las redes. Luego se fueron esparciendo los rumores de que era una heroína, cosa que no le gustó en esa época, así que hizo cosas no de heroína para que no la malinterpretaran. Al final terminaron diciendo que ayudaba a quien le daba algo a cambio.

Era una buena fama, así que cuando estaba presente al momento de que el caos se esparciera, más de alguien corría donde ella a ofrecerle algo a cambio de protección.

Intentaba hacer un buen trabajo, pero tampoco le importaba demasiado si esa persona vivía o no. Solo era dinero, ¿No? Tampoco le importaba demasiado.

Pero él en particular, mucho dinero no tenía en ese momento, así que pensó en algo que realmente fuese a disfrutar.

“Si me consigues una cita con tu hija, tal vez te mantenga con vida.”

El hombre la miró, confuso, pero asintió de todas formas, mientras caminaba hasta el rincón más alejado de la celda, haciéndose un ovillo, esperando.

Por su parte, miró a la mujer que se venía acercando por el pasillo, las colas como látigos entrando a las celdas, luego venían los gritos, la muerte, y escuchó a otro de los reos, cercanos a donde estaba, gritándole que por favor lo protegiera a él, y así otro más.

Uno tras otro.

Se vio riendo, le causaba gracia la popularidad que tenía con la máscara, como todos pedían de rodillas, como se humillaban a sí mismos con tal de sobrevivir. Realmente todos pierden su dignidad cuando sienten el final acercándose.

No quedaba demasiada gente en el pasillo, solo unos seis reos, así que se le ocurrió algo, tal vez podría quitar a la mujer de ahí, y así ganaría algo a cambio, y se podría ir de ahí con las manos llenas. Eso de estar en la cárcel misma no la hacía sentir cómoda, así que quería salir de ahí pronto. No iba a perder más tiempo con un montón de delincuentes.

Sin ofender, Dimitri.

Se quedó en medio del pasillo, cortándole el paso a la mujer, la cual no dejo de mirarla. Podía sentir la mirada ajena, aunque no pudiese verle los ojos. Era realmente una persona peligrosa, podía sentirlo.

“Si te entrometes, te voy a matar.”

La voz de la mujer sonó ronca, fuerte, intensa, y se vio sorprendida. No creyó que le gustaría ese tipo, pero vaya, le gustaba. Le sonrió y le guiño el ojo antes de hablarle. No la mejor jugada ante una homicida, pero ya era parte de ella, sobre todo usando esa ropa.

“Por supuesto que no me voy a entrometer, hermosa, si quieres matar a un montón de delincuentes y asesinos es tu problema, no mío, pero si dejas vivos a mis amigos aquí presentes, lo agradecería. Creo que podemos llegar a un acuerdo.”

Snake Goddess siguió caminando, sus pasos completamente inaudibles, como si estuviese flotando sobre el suelo, mientras las colas se movían, ensangrentadas. Podía notar tras de esta las celdas bañadas en sangre, así como las luces tintineando. Parecía salido de una película de terror, y hace mucho que no se topaba con alguien semejante, con alguien que inspirase tanto miedo.

Horror.

“Eso es entrometerte, y te mataré por hacerlo.”

Negó de inmediato, sin querer hacer mayor movimiento. Ahí perdería. Y gracias a su habilidad, sabía que esta no mentía. Iba a matarla, no había vacilación ni mentira ahí, nada.

“No lo hago, de hecho, te ofreceré mejor información a cambio.”

Fue rápido.

De un momento a otro se vio embargada de diferentes sensaciones, como una presión en la espalda, como los pies flotando y el ardor en su garganta. Una de las colas estaba rodeando su cuello, asfixiándola, y se vio siendo tirada hacia una de las celdas, los barrotes enterrándose en su espalda. No logro prever el ataque, fue muy rápido.

Sentía la presión, sentía como perdía el aire, pero al mismo tiempo las escamas rozaban su piel y la rompían, lentamente.

Tal vez era inhumanamente fuerte, inhumanamente rápida, pero esa mujer era mucho más capaz que ella.

Un error, y moriría, y para ella morir no era fácil.

No debió haber intentado hacerse la heroína.

 

 

Chapter 20: Succubus -Parte 3-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Caos-

 

Lo escuchó.

Oyó algo, y se puso alerta de inmediato.

Estaba segura de que le dijo algo a sus compañeros. Que les avisó de alguna forma…

Pero…

Pero ya no estaba tan segura.

No pasó ni un segundo para que se escuchase una fuerte explosión.

Habían pasado las barreras. Los muros. Habían atravesado sus defensas.

El lugar se remeció, y no supo que fue lo que hicieron, solo los notó saltar por encima de los muros, pasando directo al otro lado.

Solo eran humanos, aun así, siempre encontraban la forma de iniciar una guerra, y ahora, en particular, estaba segura de que era por culpa del sujeto que fue atrapado hace unos días, en aquel día de caos, donde su mente y sus recuerdos quedaron dañados.

Por supuesto que iban a querer vengarse, en la iglesia oscura adoraban las venganzas, así que no tenían problema en atacar de vuelta, solo que era un desperdicio de magia el atacar a humanos mortales y débiles.

No era una pelea justa.

Pero estaban tan bien protegidos que no podía llamarlos débiles del todo. Se notaba que se habían preparado bien. Eran soldados, al fin y al cabo.

No supo cuántos pasaron sobre el muro, pero eran demasiados.

No era buena con la magia, con los hechizos en general, así que en esas situaciones había aprendido que lo mejor era tirar explosiones de magia, solo sacarla de su cuerpo apuntando a alguien, y si bien no era la mejor forma de atacar, servía. Era suficiente para dejar a alguien herido sin necesidad de pensarlo demasiado.

Logró empujar a varios que estaban encaramados en el muro, logrando lanzarlos con el impacto hacia el otro lado. Podía escuchar sus gritos doloridos desde ahí dentro.

Notó como dos tipos bien armados se acercaban a ella, su cuerpo naturalmente lograba evadir proyectiles, el poder de su lado demoniaco manteniéndola viva, aun así, era peligroso para Myrtle, así que se obligó a buscarla, no sin antes deshacerse de los dos sujetos, dejándolos con sus cuerpos incrustados en el muro.

La notó relativamente lejos, parecía haberse obligado a retroceder, lo cual era bueno, ya que no tenía magia ofensiva, así que lo único que podía hacer con sus limitaciones era crear una barrera lo suficientemente resistente para evitar los ataques.

Corrió hacía ella, o más bien, hacia el grupo que parecía obsesionado con la mujer, atacando al más débil del grupo, clásico de los de la luz.

Logró empujar a uno de los sujetos, pero antes de seguir con el resto, sintió su cuerpo siendo jalado en sentido contrario. Ahí recién se dio cuenta que otros tres sujetos la tenían firme del bolso, impidiendo su avance.

Sintió sus ojos oscurecerse ante la jugada sucia, y por supuesto el tocar el lugar donde su objeto más preciado estaba siempre guardado.

Logró atacar a uno con su magia, pero eso no evitó que los otros le lograsen quitar el bolso.

Eso realmente la hizo enojar.

Ya harta de siquiera pensar en liberar su magia, optó por usar la fuerza física, cosa que evitaba usar, porque sabía de lo que era capaz, pero ya había perdido la paciencia, sobre todo viendo como entraban más tipos por el muro y solo estaban ellos tres ahí, en el lugar y en el momento equivocado.

Golpeó a uno con sus cuernos, la sensación causándole alivio, como si su cráneo hubiese deseado sentir ese golpe. Al siguiente lo golpeó con su brazo, mandándolo al suelo. Al que ya le había tirado su magia, volvió a arremeter, pero no le permitió llegar más lejos, así que lo tomó con una de las manos y lo levantó, arrojándolo justo sobre uno de los suyos.

Se quedó un segundo viéndolos en el suelo, doloridos, y miró su bolso. Podría tomarlo, pero ya era tarde, debía preocuparse de Myrtle, así que se giró, sus pies moviéndose más rápido que su cabeza. Tiró una ráfaga de magia, desestabilizando a aquel grupo, mientras uno de estos caía al suelo, electrocutado. No le costó notar que aquel ataque provenía de Finneas, que estaba lejos de ellas, peleando sin parar, pero aun atento, aun cumpliendo con su función protectora.

Usó su cuerpo de nuevo para empujar a los que veía, haciéndolos caer, o en su defecto, pisándolos mientras estaban caídos. Usó sus cuernos de nuevo contra uno de los sujetos armados, solamente porque le quedó gustando la sensación.

Escuchó un sonido, lejos, suave, pero tan reconocible.

Ni siquiera miró, pero sabía que el sonido era su tesoro dentro del bolso, ahora siendo aplastado por alguno de los sujetos. Era evidente.

Su cuerpo, de manera automática, comenzó a botar más energía, más magia, su lado demoniaco haciendo el trabajo por ella, y lanzó un ataque, dejando en el suelo a los pocos que se mantenían de pie. Había uno que otro mago en las cercanías, así que habían logrado mantener a raya a los sujetos, impidiendo que se acercaran a las instalaciones.

Pero sentía que había perdido.

Porque había perdido.

Se quedó recuperando el aire, su cuerpo volviendo a ser el de siempre, su magia infernal metiéndose de nuevo en su cuerpo, dentro de su piel, encerrándose de nuevo en las paredes de su existencia humana.

Miró a Myrtle, quien estaba respirando con problemas, y se vio acercándose. No quería que esta se desmayase y no poder sujetarla a tiempo.

Pero sus ojos seguían enfocados en el bolso ahí tirado.

Odiaba ser así de dependiente, mucho peor si se trataba de un objeto inanimado, pero vivía en un estado de alerta, temiendo perder algo, y siempre ocurría, por más mínimo que fuese.

Su familia, su madre, su cordura, su humanidad, su orgullo, su dignidad, sus compañeros, y ahora aquel objeto. Tal vez más cosas, pero no se atrevía a buscarlas y así volverlas a tener presentes en la cabeza.

Myrtle debió notar su preocupación, así que esta la animó a avanzar.

Pero no quería.

Dio un par de pasos, tortuosamente lentos.

Ahora el lugar, luego de haber sido un total caos hace solo unos minutos, ahora permanecía en silencio mientras capturaban a los que osaron entrar a los muros, uno por uno siendo movidos por los pocos magos que lograron llegar a ese lugar a tiempo.

Aun no llegaban los superiores, así como Dargan, así que aún no se les podía dar un castigo real.

Solo había silencio, tensión, expectación.

Tomó el bolso y lo sujetó, este liviano, como siempre, rara vez llevaba ahí algo más que aquel objeto, a veces un libro, a veces papeles, pero nada que pesara demasiado, para evitar accidentes.

Lo abrió, sintiendo la mirada de Myrtle a su lado, esta habiendo caminado con ella, acompañándola.

Su amuleto.

Su conexión con sus raíces.

Con su humanidad.

Completamente destruido.

Lo sabía, lo imaginaba, y se vio soltando un suspiro. No esperaba más, lo había oído con claridad, tenía buenos sentidos, podía darse cuenta incluso desde esa distancia. Pero verlo así, destrozado, le hacía pensar en su vida, en cómo no tenía nada, a pesar de tener partes de dos mundos diferentes, no pertenecía a ninguno. Como aquel auto de madera, que solo es una imitación de uno real, sin motor, sin mecánicas, sin dueño, nada. Así era su vida, y era triste el saber qué, aunque quisiese elegir un nuevo camino, no podría, porque no sería aceptada en ningún lugar, y ahí, donde era medianamente aceptada, era tratada como un paria, donde las personas le temían o le tenían lastima por ser solo un engendro entre dos especies.

Creyó, cuando niña, que se sentiría normal ahí, que en algún momento disfrutaría realmente esa vida, a esas personas, que sería realmente aceptada, que sería tratada con respeto, que sería una más en aquel culto, pero no. Habían pasado ya casi treinta años desde que llegó ahí, que fue traída por su madre, por aquel demonio, y nunca, ni una sola vez, se sintió tratada como esperó.

No.

Mentía.

Myrtle se acercó, lo suficiente para poder verla por completo, sus manos delgadas y pequeñas moviéndose hasta el objeto roto en sus grandes manos. Notaba cierta preocupación y determinación en los ojos lilas.

Esa mujer, ella si la trató así, no se sintió como con otros.

Myrtle sabía de la vida, del sufrimiento, de ser usada, de ser tratada por lo que eres y no por quien eres. Tal vez esa era la razón.

Se entendían, de una u otra forma.

Las manos ajenas envolvieron el objeto, y sintió como los ojos lilas la observaban, así que la miró de vuelta. Esta le sonreía, sus hoyuelos notándose en su rostro, y por un momento olvidó por completo la tensión que había entre ambas, como había estado las cosas entre ellas desde que despertó, desde que se vieron por la mañana.

También olvidó el vacío que sentía dentro.

“¿Puedo intentar algo?”

No entendía a qué se refería, pero asintió, viéndose hipnotizada por el rostro ajeno. No por nada la llamaban bruja, y no por tener magia y estar en un lugar donde se les enseña magia para aumentar el poder del oscuro. No, le decían bruja porque tenía sangre antigua, sangre de brujas del pasado, por eso muchos le daban caza o la querían para hacer rituales.

Algo tenía, era hipnótico, y lo había escuchado muchas veces de otras personas ahí dentro, cuando hablaban a la espalda de la mujer, pero jamás se había dado cuenta del efecto que tenía en ella, como en ese segundo. No le daría su objeto preciado a nadie, no confiaría en nadie con algo así de importante, estuviese roto o no.

Myrtle asintió, manteniendo las manos firmes sobre las suyas, sobre su amuleto. Luego, notó como la magia comenzaba a exudar de su cuerpo, mientras empezaba a recitar palabras en un susurro. No había escuchado algo similar en todo su tiempo entre hechiceros. No era un hechizo defensivo, lo tenía claro, tampoco ofensivo, estaba acostumbrada a ellos, pero no tenía idea que la mujer podía usar algo diferente.

El brillo entre sus manos la cegó por un momento, y cuando volvió a ver, su auto estaba completamente reparado en sus manos, como nuevo, incluso los rasguños y los daños del tiempo parecían haber desaparecido.

Era magia reconstructiva, y no había visto nada así en la vida, era una rareza y algo realmente difícil de conseguir.

Myrtle trabajaba duro, siempre, para mantener su lugar en la iglesia, pero no imaginó que sería capaz de una hazaña similar.

Quitando de lado su asombro, sintió un profundo alivio.

Lo veía en sus manos, de vuelta, y no era solo el objeto el cual había sido reparado, si no que se sintió ella misma más tranquila, mentalmente. Decayó al haberlo perdido, y tenerlo de vuelta era como tenerse de vuelta a sí misma, tener esperanzas de nuevo.

Esa mujer, siempre le devolvía las esperanzas.

No se contuvo, sin saber que más hacer, que más decir, y se lanzó hacía Myrtle, abrazándola, sujetándola. Tal vez no era correcto, asumiendo lo que había pasado durante el día, asumiendo que aun las cosas estaban tensas, pero no podía hacer nada más, estaba agradecida, y se vio diciéndoselo, una y otra vez, mientras mantenía el cuerpo pequeño y delgado entre sus brazos.

Y se sentía bien.

El aroma a lavanda era relajante, o tal vez era porque era el aroma de la mujer, y la mujer en si misma le daba esa sensación, de cualquier forma, se vio apegándose más, sujetándola de la cintura, respirando su aroma, disfrutándolo. Sentía las manos ajenas entre sus cuerpos, moviéndose, aferrándose a su túnica, lo cual agradecía.

No la estaba echando. No la estaba alejando, por el contrario.

Volvió a respirar profundo, sabiendo que debía alejarse pronto, pero se detuvo.

Ya no era solo lavanda, ahora llegó otro aroma, un aroma al que estaba completamente familiarizada, o más bien, sus instintos lo estaban.

Sintió sus ojos vibrar en ese instante, pero parecía ser su cabeza dando vueltas lo que impedía que perdiese el control.

Simplemente no lo entendía, ¿Por qué?

Era evidente que era de Myrtle, podía sentir el aroma cerca, muy cerca, y nadie estaba tan cerca como esta. Pero no tenía sentido. Solo la estaba abrazando, a menos que sus feromonas saliesen durante la batalla, pero no lo creía posible. Entonces ¿Era la cercanía? ¿El estar en el cuello de la mujer? ¿El tener las manos en la cintura ajena?

No, no podía ser.

Quizás solo estaba cansada, y tantas emociones la dejaron confusa.

Aun así, sus manos se movieron por inercia, aquel lado de su ser moviéndose por sí solo, resurgiendo dentro de ella, impulsivo, indecoroso, retorciéndose con deseo, obligándose a salir de su encierro. No quería hacerlo, no quería tocarla de manera indebida, pero ya no tenía mayor control, solamente quería darle sentido a la situación.

Pasó dos dedos por la columna de Myrtle, y cuanto más bajó, logró sentir un jadeo involuntario en la mujer, el cual escuchó con claridad, el sonido retumbando dentro de sus orejas, dentro de sus tímpanos.

Cuando movió el rostro, solamente para posar la nariz en el cuello ajeno, notó vapor salir de su propia boca, de su propio cuerpo.

Era demasiado tarde.

No podía hacer algo semejante, era su compañera, su amiga, no podía hacerle algo así, pero no era involuntario, no habían sido sus poderes que forzaban a la mujer, era diferente, solo que no podía entenderlo del todo.

Antes parecía herida, luego de lo de la virgen, o asumió que por eso había tensión, pero ahora, ¿Por qué parecía reaccionar a ella de forma similar?

No tenía sentido.

Lo único que tenía sentido, de lo que estaba completamente segura, era de lo que quería hacer en ese instante.

Ahora que tenía a Myrtle en sus brazos, solo quería marcarla.

Quería hacer que ese aroma aumentase.

Quería saborearla.

Ya no era capaz de pensar en nada. Su mente se había vuelto caótica, una real batalla entre su humanidad y su lado infernal.

Y el infierno siempre ganaba.

Pensaba solo en atacarla.

En desnudarla.

En tocarla.

En violarla y quitarle aquello que todos deseaban tener, incluso el mismo Dios del infierno.

Y eso iba a hacer.

 

Chapter 21: Gladiator -Parte 4-

Chapter Text

GLADIATOR

-Empalador-

 

Había una parte de sí misma que se sentía lista para ese día, pero, por otra parte, sabía que algo podría salir mal.

Siempre algo podía salir mal.

Apenas escuchó el vitoreo de las personas traspasar las barreras, se sintió inexplicablemente nerviosa.

Saber, ahora con cierta experticia, que sin importar lo que ocurriese, alguien moriría ahí afuera, le molestaba.

Podía ser ella misma, sí, pero tal vez eso le molestaría menos que ver a otra persona morir ahí, siendo asesinada por su propia arma.

Uno de los guardias que la desvistió se le quedó viendo un rato, analizando la herida de su torso, y se vio mirándose por inercia.

Ahora era una cicatriz, rojiza y aun fresca, pero ya no se trataba de su piel apenas unida. Las hojas medicinales que le dio el Emperador de Roma hicieron mayor efecto del que creyó.

Aún le sorprendía el haber estado con el Emperador, cara a cara. Tal vez si se lo decía a alguien, nadie le creería, pero también sabía que eso debería ser guardado como un secreto, o al menos por su parte quería guardarlo.

No es como que hablase demasiado tampoco.

Respiró profundo, sin sentir el tirón de su herida, lo que era algo bueno. Sus otras heridas también estaban curadas. La herida de su primera pelea, la de su brazo, ya estaba pálida, así que no tenía por qué preocuparse.

Aseguró sus muñequeras y el resto de su uniforme, acostumbrándose a la sensación de la ropa de cuero en su cuerpo, y caminó hasta la última reja, y tomando su arma usual. No tenía idea, a estas alturas, si era la misma espada siempre o no, ya que cada vez que la tomaba parecía brillante y recién afilada. Podía ser otra, pero no tenía forma de saberlo. Le dio vueltas en su mano, aferrándose al mango, y esperó a que los barrotes se abriesen, y ahí entró a la arena.

Como siempre, la gente parecía emocionada de verla ahí, o tal vez solo era su sensación.

Levantó la mirada, buscando a cierta persona sobre las gradas, y la notó ahí, a Octavia.

¿Podía siquiera llamarla Octavia?

Esta hacía la señal para que entrase su contrincante, y se vio obligada a mirar hacía la otra puerta de barrotes.

Era una persona.

Los gritos de la audiencia fueron divididos.

Escuchó gritos emocionados, eufóricos, pero también escuchó con claridad como muchos abucheaban a la recién llegada.

Esta caminaba con la frente en alto, orgullo en su expresión, en su espalda tenía amarradas dos lanzas, y en su mano tenía otra más. Su vestimenta era como la suya y como todos los que había visto ahí, sin embargo, esta tenía una placa de metal en su pecho, o más bien, un logo. Se le quedó mirando, pero no entendía el dibujo.

¿Era un carácter de otro idioma? No lo tenía claro.

Su contrincante mantuvo la distancia, sin dejar de mirarla ni por un momento mientras una sonrisa se pintaba en su rostro.

“Así que tú eres la novata que ha dado que hablar. No me sorprende, eres llamativa.”

Su acento no parecía ser de la zona.

¿Llamativa?

El Emperador ya le había dicho la razón de porque se había vuelto popular entre el público, pero era evidente que esta se refería solamente a su físico, a sus ojos en particular, era algo poco común, o al menos no había oído de alguien en el imperio que tuviese un rasgo similar.

Normalmente siempre era eso lo que solían apuntar, incluso en las celdas.

Incluso en su pueblo, siendo atacada sin demora.

La voz de Octavia resonó por sobre los gritos y los abucheos, dando inicio a la pelea, pero la mujer no parecía tener ganas de pelear, o al menos, parecía interesada en hablar, ya que comenzó a caminar alrededor de ella, y por su parte, hizo lo mismo, caminando hacia el lado contrario.

No iba a quitarle la mirada de encima, mucho menos al tener tres armas.

“Probablemente no tienes idea de quién soy, pero me llaman ‘El Empalador’.”

¿Empalador?

Desvió su mirada a las lanzas.

Tenía sentido. Debía ser esa su técnica. Tendría que tener cuidado, porque si perdía una lanza, tendría otras dos de repuesto, pero ella solo tenía una espada. Era injusto de cierta forma, pero jamás creyó siquiera que podría entrar a la arena con más de un arma, menos un arma así de grande. Al menos en el caso de su ex compañera, unas dagas no eran la gran cosa, ¿Pero tres lanzas? ¿Era justo siquiera?

La mujer frunció el ceño de la nada, mientras soltaba una risa sin ánimo alguno, falsa.

“No pareces ser muy habladora, pero como sea, te diré porque estoy aquí.”

Esta comenzó a girar la lanza en sus manos, moviéndolas rápidamente como si se tratase de un molino, pero muy veloz.

Era hábil, no tenía duda.

“Es muy poco común que un preso sea reconocido tan pronto, ¿Dos batallas y ya tienes a la mitad del imperio observándote? Oh no, eso no sucede. Muchos quieren verte perecer y otros quieren que surjas, pero creeme, a muchos como tu he despojado de su lugar, y tú no serás la excepción.”

¿Cuántos más estuvieron en su posición?

La mera idea le dio nauseas.

Acomodó la espada en su mano, girándola, poniéndose en posición, su cuerpo listo para hacer cualquier movimiento necesario en el momento indicado.

No iba a morir ahí, no ahora.

Se había demostrado que podía pelear a pesar de todo, así que no iba a caer tan fácilmente, no sin dar una pelea. Tal vez seguía siendo un reto enorme para ser su segunda batalla contra un ser humano, pero iba a hacer todo lo que estuviese a su favor para sobrevivir.

“Fue un gusto.”

Esta le dijo, y de inmediato movió la lanza, la cuchilla en la punta acercándose peligrosamente, y de nuevo agradeció sus reflejos.

Tuvo que mover su torso hacía un lado para que la cuchilla no tocara su rostro, y a si mismo tuvo que retroceder para que esta no la degollase en un rápido movimiento. Estaba en desventaja al tener cierta distancia entre ambas. La lanza lograba atravesar su metro cuadrado, pero su espada no podía ni siquiera rozar a la mujer.

Retrocedió, cada vez más, dándose cuenta de que esta podía alcanzarla con facilidad, así que solo pudo hacer eso, moverse, alejarse.

Sintió sudor frio en su cuerpo cuando uno de sus talones chocó con el muro.

Ni siquiera prestó atención a los gritos de las personas sobre ella que parecían alertarla.

La empaladora, de un momento a otro, tenía otra lanza en su mano libre.

La vio hacer un movimiento con ambas armas, y notó como las cuchillas estaban a ambos lados de su cabeza, listas para juntarse y ser una guillotina. Solo reaccionó a tirarse al suelo y a girar sobre su propio cuerpo, buscando alejarse.

Se quedó sin aire al escuchar el filo de las dos cuchillas al juntarse, el metal chirreando. Pero por suerte, no cortaron su cabeza, tal vez solo un par de cabellos, nada más. Su movimiento fue rápido, más de lo que había visto antes, y se alegró de haber tenido la velocidad suficiente para hacerle frente a la muerte.

La mujer le sonrió de nuevo, y era extraña su mueca, como amable, pero a la vez sádica.

No la entendía.

Comenzó a girar como aspas ambas lanzas en sus manos, acercándose poco a poco a ella, y por su parte, solo pudo alejarse. No podía acercarse demasiado, cualquier intento de atacarla le podría costar la vida. Esta parecía mucho más racional que su primer adversario, no podría hacer alguna estupidez para confundirla ni nada similar.

No parecía ser una persona que fuese a caer en trucos.

Mantuvo su espada en frente, en modo de defensa, asegurándose de que si los golpes se acercaban tal vez podría desviarlos.

Honestamente, se sentía perdida.

La única forma de hacer que esta perdiese su ventaja era hacer que se deshiciese de sus lanzas. Quizás con una podría, ¿Pero tres? Mucho menos si las giraba de esa forma, impidiéndole el paso.

“¿Vas a huir todo el día?”

Esta le dijo luego de un rato, y tenía razón, llevaban así un buen rato. La gente había vuelto a pisar con fuerza, desesperándose, queriendo ver sangre.

No le gustaba mucho hablar, pero quizás le daría tiempo.

“Depende, ¿Vas a hacer eso todo el día?”

La mujer pareció molesta, mirando lo que hacía, y, de hecho, le impresionaba que no se detuviese, llevaban varios minutos así, y esta seguía girando sus armas sin detenerse. Debía de sentirse agotada, sus brazos se veían fuertes, pero aun así era una tarea exhaustiva.

Esta se detuvo, pero más bien parecía haberlo hecho solo para concentrarse en lo que decía el público. Por su parte, no podía ponerles más atención de lo que ya hacía. Si escuchaba a cada persona de manera individual tal vez perdería la cordura.

“Tienes razón, esto se está volviendo aburrido.”

La empaladora la miró, pero siguió haciendo lo mismo, girando las lanzas, acercándose peligrosamente rápido, así que tuvo que seguir haciendo lo de antes, alejarse, mantener la distancia, enfocándose por completo en sus movimientos. Era evidente que esta no iba a seguir haciendo lo mismo, o al menos no por mucho.

¿Pero porque parecía tan determinada?

Cuando esta sujetó una de las lanzas de manera diferente, notó que algo cambió en su táctica. Y ella misma se preparó para enfrentarse al ataque. Sin embargo, su espalda tocó de nuevo el muro. Estaba demasiado concentrada en la mujer que nuevamente perdió el sentido de donde se encontraba. La lanza se movió rápidamente, siendo lanzada, la cuchilla brillando con el sol, y por su parte, solo pudo moverse, esquivando el ataque.

Escuchó el sonido del metal enterrándose en el hormigón, no sin antes lograr rozar uno de sus brazos, sintió ardor, pero al menos era solo un rasguño. Ahora solo tenía que alejarse.

Tembló cuando su movimiento se vio mermado. ¿Por qué?

Su capa.

Su capa quedó atrapada con la lanza, pegada al muro. Pudo haber intentado hacer cualquier cosa, pero sus instintos la hicieron enfocarse en lo importante, que era la mujer a peligrosos metros de ella con aun dos lanzas más en su poder y una puntería que parecía demasiado buena.

Y la siguiente, se dirigía a su abdomen.

Si se agachaba, su cabeza podría terminar siendo empalada, muriendo de inmediato, si se apegaba a la lanza ahí clavada, luego no tendría escapatoria de la tercera al verse atrapada entre ambas.

Su cuerpo simplemente se movió por inercia.

La única salida viable, o al menos relativamente viable.

Soltó su espada, solamente para aferrarse a la lanza que yacía clavada a la altura de su rostro, y saltó. Sus brazos hicieron la difícil tarea de levantar todo su peso. Encogió su cuerpo lo que más pudo, y la siguiente lanza quedó incrustada en el hormigón, justo bajo sus pies. Miró de reojo a la mujer, la cual ya tenía su última lanza lista para el ataque, y esta vez, usó la lanza bajo sus pies para usarla para apoyarse y darse impulso una vez más. La parte de metal lograba mantener su peso lo suficiente, y estaba tan incrustada en el muro que ni siquiera temblaba con su movimiento.

La mujer tenía habilidad, no tenía duda.

Pero ella misma era escurridiza.

Se dio el suficiente impulso para saltar alto, sus brazos logrando mantenerla en el aire, y se vio haciendo una voltereta, alejándose de su lugar, donde ahora había una tercera lanza clavada. Su capa terminó cediendo ante lo brusco de su salto, la tela rompiéndose, liberándola del agarre.

Agradeció eso o habría caído ridículamente.

Giró al llegar al suelo, amortiguando su caída.

Miró a la mujer, y esta la miró a ella, notó sorpresa en el rostro ajeno.

Al parecer no esperaba que fuese una acróbata o que tuviese esos reflejos, aunque ni ella misma se lo creía. Había tenido suerte.

Hubo una clara alerta para ambas.

Ninguna tenía su arma, y ambas estaban a la misma distancia de sus armas descartadas.

Ni siquiera dudó cuando notó a la mujer moverse por una milésima de segundo. Simplemente se lanzó hasta ella, impidiendo que pudiese tomar alguna de las lanzas. La agarró del abdomen y la empujó fuera de la zona, provocando la caída de ambas al suelo.

Esa mujer no era tan grande como su primer adversario, así que no fue tan complicado mantenerla en el suelo. Sin embargo, no tenía experiencia en combate cuerpo a cuerpo, pero tampoco con armas, así que solo tenía que hacer lo que hacía siempre, improvisar.

Escaló sobre la mujer, la cual se movía con desesperación con la intención de levantarse e ir por sus armas, pero no la dejó, obligándola a que se quedase con el estómago pegado en el suelo. Tal vez no tenía la fuerza ni la habilidad, pero de nuevo, al menos era escurridiza. Llevó sus piernas hasta los muslos de la mujer, enterrando sus rodillas en la zona, y buscó la forma de sujetar los brazos ajenos con sus manos, pero era complicado. Esta se movía lo suficientemente rápido y brusco para no poder hacer mucho.

Era incontrolable, incluso teniendo todo su peso sobre esta, y ahora creía que necesitaba ganar más peso.

Tenía sus piernas ocupadas controlando las piernas ajenas, y sus manos controlando los brazos ajenos, pero esa solo era una batalla infinita hasta que una de las dos se cansara, y honestamente, ya se le estaba haciendo demasiado largo ese encuentro.

Si iba a actuar, debía ser pronto antes de perder la estamina.

La mujer tenía el rostro hacía el suelo.

No pensó, solo se movió, impactando su propia cabeza contra la ajena.

Escuchó un crack y luego un grito dolorido de la mujer.

Le rompió la nariz.

Tomó aquello como una victoria, sin preocuparse del propio dolor que dejó el golpe en su cráneo, pero cuando niña se cayó de un árbol, prácticamente cayendo de cabeza, y no le pasó nada en ese entonces, así que tendría fe de que tampoco le ocurriría ahora, y la golpeó una segunda vez.

Esta se removió, diferente a hace unos minutos, como si su cuerpo se hubiese vuelto débil, al parecer la había mareado con el segundo golpe.

Se tomó un momento para mirar su espada, a unos metros de ella, y decidió que quería acabar eso rápido, que matar a alguien a golpes no estaba en sus planes. Apenas sacó un poco de su peso del cuerpo de la mujer, sintió algo golpearle, y era uno de los puños de esta. Al parecer aún tenía energías.

Esos segundos se le hicieron rápidos y eternos al mismo tiempo.

Esta la sujetaba, la golpeaba como podía y por su parte hacía lo mismo, pero al mismo tiempo intentaba seguir su camino, arrastrándose, acercándose a su espada, pero esta no se lo hacía fácil.

Necesitaba acabar con eso ahora.

Finalmente se logró alejar lo suficiente, usando sus pies para empujar el cuerpo de la mujer, y así darse impulso para llegar a su objetivo más pronto. Se movió rápido en el suelo, estirando su cuerpo al máximo. Sujetó el mango de su espada, y cuando miró a la mujer, podía verla levantándose, su rostro ensangrentado.

Sintió pánico, notando como ahora sus manos estaban más cercanas a las lanzas de lo que creyó. Aun así, no tenía ventaja, así que, de nuevo, actuó por impulso.

Sujetó su espada, mientras que la mujer agarraba su lanza, e hizo un movimiento inesperado incluso para sí misma.

Lanzó su espada.

No estaba a la mejor distancia, ni usó la fuerza suficiente, pero el filo de su arma logró penetrar el cuero de su contrincante.

Pero seguía sin ser un ataque fatal.

Por cosa de milagro, la mujer no logró zafar la lanza del hormigón, y usó esos segundos a su favor, lanzándose hacía esta, empuñando su espada de nuevo, solamente para terminar el trabajo, lacerando por completo el torso de esta. El filo de su espada rozó el logo de metal, el sonido chirriando molestó a su oído, pero aun así siguió empujando, hasta que no hubiese nada más que meter dentro de la carne.

Se quedo ahí, con la mujer frente a ella, su cuerpo detenido en el tiempo, el cuerpo de ambas.

Miró el rostro de esta, sus ojos completamente nublados, su rostro inexpresivo, y decidió que era hora de detener esa locura.

Se levantó erguida, y sacó el arma del torso de la empaladora, su cuerpo cayendo al suelo, sin vida.

Era una ironía que esta hubiese muerto empalada.

Se quedó un momento recuperando el aire. Sentía sus manos sangrantes, y no recordaba en qué momento se las había herido, así como sentía dolor en su cuerpo, los golpes ardiendo ahora que la adrenalina se le había agotado.

Estaba cansada, destrozada, pero había ganado.

El público enloqueció.

Sentía los gritos eufóricos dejándola sin audición por un momento, pero agradeció el poder escuchar una vez más.

Había ganado.

Volvió a mirar a la reina del coliseo, a la gobernante del imperio, al general de la milicia, como se levantaba de su trono dorado y aplaudía lentamente. Podía sentir, incluso de esa distancia, como los ojos claros se quedaban fijos en su humanidad, y sintió escalofríos.

Esa mujer la intimidaba más que cualquier otra persona o animal que pudiese entrar a la arena con ella. Y tal vez eran sus instintos de supervivencia, pero sabía que si llegase a ser Octavia quien entrase en la arena, estaría completamente perdida. Era la cabeza de un imperio, una guerrera, la cabeza de la milicia, por su parte era solo una novata que ni siquiera sabía pelear correctamente, no tendría oportunidad contra ella.

Esperaba no tener que pelear contra ella, jamás.

Pero por ahora, solo debía enfocarse en sobrevivir.

En vivir un día más.

Chapter 22: Lust -Parte 2-

Chapter Text

LUST

-Bestia-

Sintió que estaba huyendo.

Y tal vez lo estaba haciendo.

Salió del local por la puerta trasera, la cual llevaba a un callejón con poca iluminación. El sol ya estaba saliendo, e incluso eso era tan extraño en su rutina, al parecer el ultimo baile le tomó más tiempo del que creyó.

El lugar era peligroso, pero ya era parte de su recorrido usual, y prácticamente había cientos de ojos resguardándola. A las bailarinas nadie las tocaba.

La casualidad hizo que Vladimir la viese bailar, y de inmediato la invitó a su lado.

No negó, en ningún momento dudó siquiera.

Su vida no era de lo mejor, su trabajo era horrible y ganaba una miseria. Ni siquiera disfrutaba lo que hacía, ni tenía el tiempo extra para poder hacer lo que más amaba.

Vladimir fue un respiro en su vida.

Si bien el cambio fue drástico, y nunca imaginó que estaría en lo más bajo de la ciudad bailando para hombres deseosos resultó mucho mejor a lo que tenía, y, de hecho, esa hambre, ese deseo, la hacía sentir incluso mejor, era el combustible que encendía su baile.

Lo necesitaba para bailar más, para bailar mejor.

Y podía bailar todos los días, llenarse de esa hambre, de ese deseo.

Y sentirse libre.

Durante ese último tiempo, hacer oídos sordos era su mejor herramienta, y ganarse la confianza del ruso le salvó el pellejo varias veces. A personas tan poderosas e influyentes como él, es mejor tenerlos de amigos que de enemigos.

Su departamento quedaba a solo unas cuadras del club, y lo consideraba grande para vivir ahí sola. Era un refugio, su escondite, su guarida. Y el club, era donde podía cazar, donde podía moverse, donde nadie la juzgaría, porque era su trabajo, vivía para acechar y ser acechada.

Se fue a dormir, pero su cabeza siguió dándole vuelta a lo ocurrido.

Su mente tiñéndose de rojo.

De sangre.

De un depredador más grande que ella misma.

Cuando salió de su casa, horas después de haber dormido y comido, se sintió inesperadamente afortunada de ir a ese lugar, de volver ahí, como cada día, a pesar de que la tacharan de indecente.

Tal vez era así.

Tal vez era indecente.

Y pensaban eso de ella incluso antes, por algo tuvo que salir de su país, de huir, donde nadie la conociera, pero al final, volvía a ser tachada de la misma forma.

Quizás era verdad.

Cuando entró en el club por la puerta trasera, y pasó por los pasillos, recordó la voz de su jefe, y no tardó mucho en estar frente a aquella puerta. Sacó la llave desde dentro de su bolso, y se quedó observando el pomo, vacilando un poco en si debía entrar o no, ya que los rumores le quitaban la confianza, el valor, pero lo hizo, abrió la puerta, entró, y la cerró detrás de ella.

Nadie debía verla entrar, lo sabía.

Se quedó de piedra al ver a aquella mujer ahí.

La misma de la noche anterior.

Rojo, rojo sangre.

El lugar era una pequeña habitación, oscura, con poca ventilación, y varios objetos posicionados en estantes. Tenía la impresión de que no era más que una bodega, pero al mismo tiempo, parecía ser un calabozo. Una prisión. Y la mera idea la hizo sudar.

Esos lugares siempre la hacían sentir agobio.

Adoraba su libertad, y no dejaría que nadie se la arrebatase.

Así tuviese que huir, de nuevo.

Los ojos carmines la observaron con una expresión extraña. Como la de un animal enjaulado, tal cual la noche pasada, aunque esta vez se veían más cansados y suplicantes, pero igual de fieros. Su rostro seguía herido, nadie había tratado sus heridas, y en realidad parecía que ese debía ser su trabajo ahora que había sido traída a aquel lugar.

¿Para qué otra razón sería?

Una mera visita no debía ser el caso.

“¿Qué haces aquí?”

Su voz sonó nuevamente rasposa. Un dejo de súplica, un dejo de miedo, y un dejo de ira. Mucha ira. Más ira de lo que nunca había visto en alguien.

“No lo sé, imagino que debo tratar tus heridas.”

Ahora parecía más factible, notando el botiquín sobre una mesita. Lo tomó y lo inspeccionó, había lo suficiente para poder hacer un trabajo decente. Ella misma no era buena para lastimarse, no era torpe en lo absoluto, pero sabía como hacerlo.

Se arrodilló cerca de la chica, la cual seguía amarrada por la espalda, sentada en el suelo. Le impresionaba que no tuviese nada en la boca, algo para silenciarla, aunque tenía claro que, si alguien escuchaba gritos, todos harían oídos sordos.

Ese era el trato en cuanto a esa habitación.

La mujer parecía reacia al tacto, pero luego de unos segundos pareció calmarse. No parecía luchar mucho, aunque bueno, considerando el nulo movimiento que podía ejecutar, pelear no le serviría de nada. O eso esperaba. No sabía que tan capaz era, y por la vibra que daba, por lo que Vladimir dijo, era un ser humano fuera de este mundo.

Había contenido bestias antes, pero jamás creyó que se toparía con alguien así, a alguien que le hiciese cambiar su definición de bestia, porque si Vladimir la llamaba así, debía tener sus fundamentos.

¿Qué tan bestial sería si estuviese con su energía al máximo?

“Te está usando. ¿No te das cuenta?”

La escuchó decir nuevamente, pero no le contestó. No la conocía, no podía hablar como si tuviese alguna idea de lo que ahí ocurría. No se sentía usada, se sentía libre, como nunca se había sentido en su vida.

Protegida, y ahí podía hacer lo que quisiera.

Sin que nadie le intentase cortar las alas.

“¿Por qué estás con él? Siendo así de bonita podrías tener el trabajo que quieras.”

Le dio una mirada, su rostro lucía tenso y sus ojos seguían gachos. Ahora notaba la severidad de la cicatriz en su rostro, al parecer la tenía hace mucho tiempo, se notaba antigua. Tal vez ella misma no se sentía bonita al tener aquella cicatriz en su rostro. Quizás tenía aún más que no podía ver con el cabello siendo un obstáculo, y la ropa.

Si no se tratase de una mujer impredecible, tal vez se obligaría a descubrirlo.

“La belleza no te da libertad.”

Le dijo para acallar sus preguntas, pero parecía que fue al revés, esta levantó el rostro, con consternación en su mirada. Lucía realmente interesada en aquello. Su ceño fruncido siendo parte fundamental de su cara.

“¿Realmente eres feliz aquí?”

Asintió, mientras terminaba limpiar las heridas superficiales en su mejilla. No quería seguir hablando, ni le interesaba, así que como ya había terminado su misión, se levantó.

Los ojos rojizos seguían pegados a su humanidad, como si intentase leerla. Luego miraron hacía la puerta, por una fracción de segundo, y luego volvieron a mirar al suelo, cabizbajos. La puerta se abrió casi de inmediato, siendo Vladimir quien entraba y cerraba rápidamente la puerta. Tres personas ahí dentro hacían del lugar un poco más reducido.

Incluso se sentía claustrofóbica.

Odiaba los espacios cerrados.

Las prisiones.

“¿Ves que te han atendido bien? Soy generoso, aunque hayas mandado a algunos de mis hombres al hospital. A otra persona te habría dado el mismo trato violento.”

La mujer abrió la boca, pero la cerró de inmediato. Su mandíbula estaba apretada.

¿Había mandado a los hombres de Vladimir al hospital?

No la había visto de pie, pero era una mujer delgada, y no creía que fuese más alta que ella. Y los hombres que protegían a su jefe eran enormes, al menos metro noventa de altura, y todos bastante fuertes. Una bestia, una real bestia, eso era.

Ahora entendía porque él tenía tanto interés en esta.

Recordó lo que le dijo el hombre cuando la conoció.

Eres interesante, te quiero a mi lado.

Tal vez usó la misma frase con ella, pero por la situación actual, parecía que no había resultado de la misma manera.

“Si no fueses tan peligrosa, te dejaría libre para que recorrieses el lugar y te enamores de mi mundo, pero sé de lo que eres capaz cuando te sientes amenazada.”

Vladimir desvió la mirada de la pelirroja para mirarla a ella.

No entendía aquella mirada, pero no era difícil imaginar que tal vez la mujer atacaba a quien sea que se pusiese en su camino, y Vladimir cuidaba a sus bailarinas con esmero. Era un protector, incluso mantenía a raya a todos esos hombres que luego de un par de bailes se vuelven prepotentes y tocan lugares que no deberían tocar sin pagar.

Y ahí, todo se podía conseguir pagando el precio justo.

Si esa mujer podía lastimar de gravedad a sus secuaces, no le costaría nada el hacerle daño a ella, eso la dejaba un poco consternada.

Podía mantener a raya a las personas, controlarlas, incluso la bebida siempre le hacía la tarea más fácil, pero a una bestia así, dudaba ser capaz de mantenerla en su lugar.

Le gustaba tener el control, de ella misma y de las personas a su alrededor.

Y si no lo tenía, se sentía en peligro.

Esa mujer, la hacía temer por su vida.

“Odio tu falsa amabilidad.”

Escuchó a la pelirroja escupiendo las palabras, con ira, con ímpetu.

Vladimir se arregló el traje y se acercó a esta con solo una zancada. La tomó de las cuerdas de su pecho y la levantó como si se tratase de una pluma, delgada, liviana, pero la mujer ni siquiera pestañeó, un animal listo para todo. Un verdadero depredador que no huye ni aunque las astas le estén apuntando.

“No es falsa, pero sería un mal líder si dejase que te salieras con la tuya luego de lo que hiciste. Pero relajate, realmente quiero que estés a mi lado, serías mi mejor secuaz, así como Azure que es mi mejor bailarina. Ustedes son interesantes, únicas y no haría nada para perderlas.”

Sus ojos siempre eran honestos, incluso su tono de voz, con ese típico acento ruso, cálido.

Era un hombre honorable, lo sabía.

Probablemente lo era más que ella misma.

Al final, eran bestias, los tres, de diferentes formas.

Vladimir dejó caer suavemente a la mujer, y se dirigió a la puerta, dispuesto a salir, sin embargo, se detuvo, dándole una última mirada a la pelirroja.

“Azure, intenta convencer a la Bestia Roja sobre todo esto, te ganaras una recompensa si logras ponerla en su lugar.”

Asintió.

¿Un desafío?

Se habría negado, pero la idea la hizo hervir.

Se sentía orgullosa de haber logrado poner a ciertas personas en su lugar, de poder tener total control sobre ellas, y ahora, tenía una bestia a su lado, a una bestia poderosa, como ninguna otra, y la mera idea de lograrlo se sentía abrumador, pero de la mejor forma posible.

¿Y recibiría un pago por eso? Mejor aún.

Miró a la mujer, la cual tenía una mueca incomprensible en su rostro, pero notaba sorpresa e incredulidad.

¿Qué tan difícil podía ser?

Toda bestia se convierte en un cachorro con las herramientas indicadas.

Se quedó mirando con la chica mientras Vladimir desaparecía.

Miró su reloj, notando que ya era hora de que saliera a escena, su publico esperaba.

“Debo bailar, así que tendrás que venir conmigo.”

Si era tan violenta y peligrosa como decía su jefe, dudaba que fuese bueno el sacarla de ahí, pero su jefe quería que esta se enamorase del lugar, y la única forma era mostrándoselo.

Los ojos la miraron, no suplicantes esta vez, si no como resignados.

“Lo único que pido es si me puedes llevar al baño, o dudo que pueda llegar demasiado lejos.”

No pudo evitar soltar una risa ante el rostro de la mujer, que se veía completamente diferente en comparación hace solo unos segundos, con Vladimir ahí.

Quizás sería interesante añadirla al show, usarla para su baile, hacerla parte de la escena.

Se agachó y empezó a desatar las cuerdas que rodeaban sus muslos, pero no se acercó a las que amarraban sus manos y brazos, porque eso sería peligroso, y las bestias debían ser contenidas. Con la cuerda ya en sus manos, empezó a amarrarla con una de su pecho, para tener una especie de correa, y poder lidiar con ella.

Había aprendido a hacer nudos, años atrás, era buena para eso.

Para contener, para adiestrar.

Empezó a salir de ahí, jalando de la cuerda, y la mujer se levantó del suelo, siguiéndola, y tal y como imaginó, le ganaba en altura a la pelirroja, aunque debía ser mucho más a causa de sus tacones.

Llegó al baño y le hizo una seña a la mujer, y esta solo se levantó de hombros, y notó que con sus manos tras de su espalda era muy poco lo que podía hacer para cumplir con su objetivo. Soltó un suspiro, e intentó arreglar el problema.

“Si haces un movimiento en falso llamare a Vladimir, para que él se encargue de ti, así no tengo que ensuciarme las manos.”

La mujer frunció los labios de inmediato.

“Realmente confías mucho en él. ¿Por qué?”

No respondió, solo se quedó en silencio mientras volvía a jugar con las cuerdas, hasta que finalmente la tuvo amarrada, pero con sus manos al frente, lo suficiente para que pudiese moverse con un poco más de libertad, pero no la suficiente para que pudiese hacer algo violento.

La dejó unos minutos en soledad y luego la llevó a los camarines.

Menos mal la pelirroja parecía estar más en calma, tal vez cansada, tal vez adolorida, tal vez sin energías, pero todo eso era para su favor. No tenía duda que era de las personas que peleaban incansablemente, y juzgando su actitud, no era su presa en lo absoluto, lo que era algo bueno.

Si fuese uno de los socios de Vladimir, o tal vez si fuese varón, no tendría aquella suerte.

Se comenzó a arreglar, no sin antes asegurarse de que la mujer se mantuviese en su lugar, sin dar pasos en falso. Cuando terminó con su maquillaje se acercó a la mujer, maquillando algunas zonas de su rostro mientras recibía una mirada llena de molestia.

“¿Qué haces?”

“Estarás en el escenario conmigo, considéralo un honor.”

“¿Qué?”

La mujer solo se vio más confundida.

Le puso una chaqueta de cuero negro sobre los hombros, con la única intención de que combinase con la ropa usual con la que hacia sus rutinas y no se vio decepcionada.

Realmente parecía una delincuente, no importaba por donde la mirase.

Arregló sus botas y su cabello antes de empezar a caminar por el pasillo hasta el escenario. Jaló de la mujer, está siguiéndola, con clara confusión en su rostro. Nuevamente parecía un animal en cautiverio, y le asustaba que pudiese reaccionar mal de un segundo a otro.

Recuperar fuerzas, y atacarla.

¿Qué debería hacer en ese caso?

¿Quedarse inerte, o ser ella también un depredador para ponerla en su lugar?

Ya lo había hecho, y ahí, en esa libertad, podría dejarse llevar.

Le dio una última mirada cuando la sintió con el caminar pesado, dándose cuenta como se acercaban a su destino, y esta no parecía contenta de verse así de expuesta.

“Solo sígueme el juego y disfruta, ma chérie.”

La música estaba fuerte, tal y como le gustaba.

Pero le gustaba aún más que los gritos y los aplausos fuesen capaces de superar la música, solamente avivaba sus ganas de estar ahí arriba. Sentía su corazón en su garganta, palpitando de emoción. Esas eran las ansias placenteras antes de cada show, y nunca dejaba de encantarle dicha sensación.

Avanzó, jalando de la mujer, y como nunca la gente parecía tan absorta como emocionada.

La llevó hasta el tubo vertical, y se acercó a su oído.

“Quedate quieta.”

Le llamó la atención el ver sorpresa en los ojos carmines, pero a pesar de mostrar enojo como parecía actuar ante Vladimir, se mantuvo inerte con la espalda pegada en el objeto, sin intentar huir. Caminó lentamente, girando la cuerda que usaba como correa, rodeando a la mujer, manteniéndola amarrada en el tubo metálico. Esta no se movía, pero podía notar como sus ojos escaneaban el lugar con sorpresa. Se notaba que nunca había estado en un lugar así, y tal vez la noche pasada, en su enojo e ira, no fue capaz de comprender lo que a su alrededor ocurría.

Hizo un par de nudos, y terminó de amarrarla, ahí notó como todos parecían extasiados ante dicho hito.

Nadie se subía con Azure al escenario, estaba prohibido, así que muchos debían estar expectantes y sorprendidos. A ella misma le sorprendía el no estar sola. No le gustaba compartir escenario, pero podía hacer una excepción, por el simple hecho que sentía que brillaba aún más con la mujer ahí.

La bella y la bestia, ¿No?

Se aprovechó un poco de su acompañante, usándola como un objeto en su rutina. Bailando a su alrededor, pasando sus manos, sus botas, incluso sus extremidades en la pelirroja. Como si esa humanidad fuese también parte del tubo. No lo entendía del todo, pero aquello parecía fascinarle a su audiencia, y si a su audiencia le gustaba, a ella también.

No sentía vergüenza de hacer tales cosas, era una mujer indecente, y su baile la dejaba expresar cada cúspide de su ser, sin embargo, le sorprendió, e incluso sintió nervios, vergüenza, cuando vio el rostro de la mujer casi tan rojo como su cabello.

No se detuvo, a pesar de seguir impresionada.

No imaginaba que la mujer tendría una reacción diferente a la que tuvo la noche pasada, lo creía imposible. Su rostro seguía gacho, y su mirada era casi invisible desde su perspectiva, pero se le notaba en su expresión que no le era indiferente la situación, y si intentaba lucir indiferente como la última vez, no lo estaba logrando.

Lo que no entendía con claridad si aquello que demostraba era ira o vergüenza, y por lo intenso de su ceño fruncido, podrían ser ambas. Eso le daba cierta desconfianza, pero estaba lo suficientemente amarrada para no poder hacer movimiento, la tenía atrapada en sus garras, la tenía sujeta, inmovilizada.

Estaba a salvo de la bestia.

Siguió así, bailando, hasta que la música comenzaba a llegar a su fin.

Se movió por el escenario, y se acercó al público luego de hacer unos giros sobre el tubo, con la precisión suficiente para no causarle daño a la mujer ahí amarrada, no un daño que no quisiese hacerle, por supuesto.

Todo iba bien.

Lamentablemente había cosas que no se podían evitar.

La euforia.

Uno de los hombres que estaba bebiendo en primera fila, logró acercar su mano lo suficiente para tocar su piel. Esas cosas le molestaban. Estaba orgullosa de ser capaz de hacer que las personas mostrasen su lado más instintivo, sin embargo, eso debía quedar ahí, en deseo, en nada más.

Y podía darles lo que sea si pagaban, así que debían hacer eso si querían más.

Y así, tendría el control.

Sobre su dinero, y sobre sus cuerpos.

A veces los guardias se entrometían para calmar a la audiencia, para recordarles que sus manos debían quedarse lejos de las bailarinas, a menos que pagasen por más, pero ningún guardia alcanzó a llegar a tiempo.

Escuchó un gruñido.

Buscó con la mirada, y fue como que todo se silenció a su alrededor.

Ya no se oía música, ni gritos eufóricos, nada.

Solo aquel sonido animalesco.

Ella se había soltado.

No supo cómo, no supo cuando, solo podía verla con una mueca rabiosa en su rostro, mientras saltaba del escenario, y caía justo encima del hombre que acababa de tocarla.

Fue como ver a un depredador lanzándose con garras extendidas hacia su presa.

Ver a un animal en todo su esplendor.

Una bestia.

Lo que más le llamaba la atención era la precisión y la facilidad con la que se deshizo de las cuerdas, y las preguntas llenaron su mente. No había forma humana de que pudiese deshacerse de los nudos desde esa posición, y por lo que notaba, las cuerdas estaban destrozadas.

¿Por qué no se había liberado antes si era así de capaz a pesar del cansancio?

Pudo hacerlo, pudo haber huido desde que estuvo a su cuidado. ¿Por qué no hacerlo?

Sintió su rostro arder ante todo lo que ocurría a su alrededor. Sus pensamientos haciéndole ver cosas que tal vez no estaban ahí, sintiéndose eufórica por dentro, interés puro asomándose. La idea de tener el control de una bestia así, de una bestia que era capaz de romper ataduras con su fuerza física, la dejaba estupefacta.

Negó con el rostro, callando a su cabeza, ya que frente a ella había un caos enorme. Y el caos más grande era aquella mujer pelirroja, la cual golpeaba sin dudar al hombre, mientras otros se metían, y mientras los mismos guardias llegaban a detener todo.

Sintió unas manos en sus brazos, y sabía que era Vladimir, dispuesto a salvarla de la turba excitada bajo sus pies. Volteó a mirarlo, y notó algo extraño en su rostro, una mezcla de orgullo y de preocupación.

Siguió su mirada, y era obvio que la miraba a ella.

Realmente la quería de su lado.

Necesitaba esas habilidades y ese poder, aunque fuese proveniente de una persona así de inestable y desbocada.

No podía entender lo que sus ojos veían.

Era una verdadera bestia.

 

Chapter 23: Thief -Parte 2-

Chapter Text

THIEF

-Humanidad-

 

Creyó que la misión procedería en calma, como muchas otras.

Pero se equivocó.

Disparó tres veces, sintiendo su mano arder ante la explosión de energía, y por un momento temió que se le acabara la batería a su arma demasiado pronto, tal y como le pasó una vez con uno de los prototipos de su pierna, cuya carga era menos de lo usual.

Una tragedia.

Al parecer, se había metido a un nido de delincuentes.

“¿Cuál es el piso de destino?”

Le preguntó a su silenciosa acompañante, la cual había cambiado la forma de su mano, un arma ahora saliendo de su muñeca, cargando el tiro mientras apuntaba, y cuando disparó, la oscuridad del lugar se iluminó por completo, explotando uno de los contenedores donde se ocultaba parte de la banda enemiga.

Necesitaba un arma así.

No en su cuerpo literalmente, por supuesto.

Comenzó a ver imágenes en la visera que tenía la androide frente a sus ojos, le estaba mostrando el mapa.

“Menos quince.”

Quince, demasiados pisos para tener tantos enemigos en la primera planta, no tenía duda que más las esperarían en su destino.

No habían podido pasar desapercibidas, esa gente tenía mejor tecnología de lo que esperó. Uno de los tipos pidió refuerzos apenas notó algo extraño.

Sus antiguos métodos ya no servían mucho, se estaba volviendo una ladrona obsoleta.

“Voy a hackear el ascensor.”

La androide le dijo antes de verla avanzar hasta el otro lado de aquel gran lugar.

Estaba más obsoleta que un androide obsoleto, empezaba a sentir el complejo de inferioridad creciendo en su corazón humano y débil.

Se apresuró en seguirle el paso a su compañera, intentar cubrirla para que pudiese entrar en el sistema sin problema. No quería tener que sacarle un brazo o un ojo a alguno de esos sujetos para poder subirse al estúpido ascensor, así que mucho mejor si esta sabía cómo hacerlo por si misma.

Si el piso que buscaban estuviese en lo alto, habría buscado la forma de subir, no sería la primera vez que escalaba o que usaba uno de sus vehículos para hacer el trabajo, pero bajar era infinitamente más difícil.

Lo que buscaban, estaba bien resguardado.

Siguió disparando, siendo consciente de la carga de su arma, carga que no dudaría para siempre.

Logró hacer caer a uno de los tipos, su disparo le llegó justo a uno de sus brazos, uno robótico, así que empezó a electrocutarse rápidamente. Eso era lo bueno, ya que su arma era útil contra modificados, un poco de cables dentro de su cuerpo y boom, soldado caído.

No morían, al menos no del disparo, pero quedaban inconscientes por un tiempo.

Iba a robar, no a matar, aunque matar hablando de modificados era una palabra algo inexacta, estos teniendo sus almas y sus memorias resguardadas, así que morir, morir, pues no morían del todo.

Escuchó un sonido chirriante acercarse, y se movió por instinto, huyendo.

Una garra robótica casi se lleva su máscara de gas, o peor, casi se lleva su cabeza, así que agradecía tener buenos reflejos. Logró esquivar los siguientes movimientos del modificado, estos toscos, bruscos, pero demasiado fuertes, así que debía de tener cuidado.

Podía notar el odio en cada uno de sus golpes.

No sabía si le daba más rabia el ver a una persona muy humana atacando su lugar de trabajo o a un androide muy humano, como sea, su objetivo era ella en esa instancia, lo cual era bueno, debía darle tiempo a que la androide terminase el trabajo.

Saltó hacia atrás, aferró sus manos en el suelo, y usó su pie metálico para golpear a su atacante en la barbilla. Siempre usaba esa pierna para atacar, ya que ya había aprendido que pegar golpes con sus manos de carne y hueso en superficies metálicas, no era lo mejor para hacer.

Dolía, y mucho.

Ya se había roto huesos por eso.

Nunca más ese error.

El sujetó se fue hacia atrás, perdiendo el equilibrio, y usó ese momento para disparar. Tenía que tener cuidado, que un disparo a esa distancia, podría herirla también a ella, la energía pasando por su pie metálico hasta sus huesos, y desmayarse en medio de una misión no era lo mejor.

Y no sabía si le molestaba más el perder la vida o perder el dinero del trabajo, que era un montón. Ya se había molestado en perder todo ese tiempo, para irse con las manos vacías, o para morirse, y ella moría para siempre, no como otros.

Pudo escuchar el sonido de un ascensor, pero no era el que intentaban abrir, y se vio buscando con urgencia de donde vino el sonido, y ahí notó, al otro lado de la planta, otro par de ascensores.

¿Venían más?

No podía creerlo, realmente estaba plagado.

Miró su arma, notando ya que no tenía energía suficiente para derrotarlos a todos.

“No te quiero presionar, pero ¿Te falta mucho? La cosa se está poniendo algo difícil aquí atrás.”

La estaba presionando, por supuesto.

Volteó para mirar al androide, que parecía tranquila, pero notaba como estaba haciendo sus movimientos rápidamente, sus cosas de androide, o lo que sea. No veía a un modelo de esos en acción desde que era niña así que mucho no sabía.

De nuevo, sus técnicas eran obsoletas, y las propias también.

“Dame cinco minutos.”

Cinco minutos era una eternidad cuando venía un grupo tras ellas.

Necesitaba cubrir sus espaldas.

Había una gran mesa de metal estorbando en el camino, que la había botado el sujeto que la atacó, aún tenía las marcas de garras en esta. La tomó, y la empujó, sintiendo sus brazos arder. Si, estaba en pésima condición física, lo sabía, esa mesa no tenía que burlarse de esa forma.

Usó todo su cuerpo para golpearla y ponerla tras ellas, separándolas del grupo que se acercaba a su posición, crearles una barrera, o al menos así evitaba que los disparos les llegasen.

Respiró profundo antes de asomar la punta de su arma, buscando a quien sería su primera víctima.

No todos los que se acercaron eran modificados, así que su arma era prácticamente inútil en ese aspecto. Se obligó a acabar primero con los que si lo eran, apuntando a sus partes metálicas, y se alegró de que cayesen rápido, pero tuvo que salir de su escondite para seguir con los otros.

No podía dejar que se acercaran al androide o toda la misión sería inútil.

Al menos no tenía que hackear el sistema ella, no era la mejor haciendo eso, siempre saltaban las alarmas, lo que claramente no ayudaba.

Corrió y se arrastró por el suelo, despistando a uno de los sujetos, pudiendo usar su arma como lo que era, un pedazo de metal contra piel, así que eso hizo, golpeándolo en las rodillas, haciéndolo caer.

Se tuvo que mover rápido, los otros dos listos para atacarla.

Era ágil, pero no tanto como le gustaría.

Al menos pudo dar una voltereta antes de que le disparasen.

Logró esquivar los disparos, pero se vio sin poder atacar de ninguna forma, así que tenía que pensar en algo. Aprovechó de meter las manos en sus bolsillos, buscando algo que le fuese útil, y lo encontró.

Rara vez tenía artefactos útiles con ella, y ahora que lo pensaba, ¿Por qué no? Pues porque eran caros y era un gasto innecesario.

Pues, ahora le salvaron la vida.

Lanzó la bola de metal al suelo y corrió hasta uno de los contenedores, afirmándose de la parte de arriba, trepando fácilmente con el empuje de su pie robótico. Escuchó la explosión del artefacto, y por un momento recordó lo molesto que era el sonido para sus tímpanos, pero era aún peor para los ojos, y podía ver a los dos humanos que la perseguían agarrándose el rostro.

Se paró en el contenedor, y salto hacia el primer sujeto que tuvo a su alcance, golpeándolo con su pie antes de caer, haciéndolo volar metros más allá. Cuando estuvo en el suelo de nuevo, el segundo ya había recuperado un poco su visión, e intentó golpearla, lo que resultó en cierta medida, pero no logró impactarla con precisión, así que no fue nada más que un roce.

Le dio un golpe en el rostro, devolviéndole lo que este intentó, y luego levantó su pierna, dándole también a este con su pie metálico.

Se quedó disfrutando la adrenalina del momento, cuando se dio cuenta que faltaba alguien, a quien le había golpeado en las rodillas. Este no estaba ahí. Quizás recibió el impacto del artefacto, pero ya debía de haber recuperado su vista.

Lo vio, al otro lado del lugar, apuntando con un arma muy similar a la suya, y no le apuntaba a ella, si no que le apuntaba al androide.

Oh no.

Un disparo, y le da un cortocircuito por dentro, y no podía permitirlo.

Flexionó su rodilla, sintiendo arder su muñón, su pierna adquiriendo el impulso que necesitaba, y cuando se preparó para saltar, este ya había disparado, así que tuvo que saltar cambiando su objetivo.

Logró llegar justo al lado del androide, recibiendo el impacto ella.

El ardor en su brazo fue intenso, pero siendo carne y hueso, no logró dejarla inconsciente como era la intención de aquel modelo de armas.

Buscó al sujeto con la mirada y usó su propia arma para dispararle al hombre, sabiendo que este solo sentiría el dolor que ella sintió, pero apuntó bien, disparándole justo en la cara.

Oh.

No sabía si era suerte o una coincidencia, pero al parecer el sujeto tenía algo robótico en su rostro, un ojo, o su cara en sí, pero se electrocutó, temblando para luego caer inerte al suelo.

Bueno, ya se había preparado para seguir peleando, pero al parecer no sería necesario.

Cuando miró al androide, esta la observaba fijamente. ¿La miraba con incredulidad o sorpresa? Tal vez ambos. Le gustaba ver expresiones humanas en esos androides, le recordaba a la policía aquella, de hecho, siempre que la miraba, recordaba aquella vez.

Realmente odiaba que hubiesen eliminado todos los modelos humanizados.

Cuando iba a preguntarle cual era la razón de su expresión, sonó el ascensor, el suyo, al fin abriéndoles paso, así que se apresuró en entrar, esta siguiéndola.

Las puertas se cerraron tras ellas, y el ascensor comenzó a bajar, lentamente, demasiado, lo cual le dio un respiro, así mismo como le causó ansiedad.

Mientras más lento iban, más rápido llegaría la emboscada, pero bueno.

Problema para la Hydra del futuro.

Se comenzó a sacar el abrigo, con la intención de mirarse el brazo, aun lo sentía arder y palpitar, y necesitaba saber si era eso o estaba sangrando. Se vio dejándole la prenda al androide, la cual la agarró sin decirle nada. Parecían ser las tareas que el sujeto aquel le daba, o tal vez estaba hecha para ser así, servicial, de todas formas, para eso fueron creados.

Se miró, y tenía la zona roja, mallugada, nada grave, solo un moretón, nada más.

Eso era un alivio, ya que evitaba dejar su sangre en las escenas del crimen. Como Neo humano, la regeneración es más eficaz que en los humanos del siglo anterior, sus heridas duran menos, nada de cicatrices, pero nada se puede hacer si dejas una gota de sangre, y ya era suficiente que la viesen por cámaras para que además tuviesen su material genético.

Notó que la androide la observaba, sus ojos verdes brillando, así que la miró de vuelta.

“¿Por qué me protegiste? Soy una máquina.”

Una máquina que se habría estropeado si le llegaba ese ataque, eso era evidente, o tal vez no tanto.

Los androides estaban hechos para servir a la humanidad, estaba segura de que, en esa época, si la policía no la hubiese llevado al hospital, si la situación hubiese sido diferente, esta misma le habría dado su pierna para ayudarla, no tenía duda de eso. Ese era su propósito, ayudar.

Honestamente, la humanidad ya no tenía salvación, ya no había sentido en salvarla, estaba demasiado corrupta, muerta por dentro, sin humanidad en sí misma.

Si hubiese más androides, si no hubiesen sido descontinuados, estarían sirviendo a una humanidad abusadora, corrupta, enferma. Así como esa androide que vivía a los pies de uno de los sujetos más nefastos del bajo mundo.

¿Qué más le hacía hacer?

¿Cómo la maltrataba?

¿Cómo abusaba de su poder?

No quería saber.

Sujetó al androide del hombro, esta saltando con el agarre, sin entenderlo.

“Creeme, maquina o no, eres más humana que muchos humanos.”

La androide la quedó mirando, sin entender, y solo le sonrió, tomando de vuelta su abrigo, poniéndoselo.

Tal vez no la entendería, no estaba hecha para imaginarse como un humano, estaba prohibido.

Pero al menos se quitó eso de la garganta.

Miró los números, ya estaban cerca. Revisó el estado de su arma, aun le quedaban un par de tiros, podría con alguno más, pero al parecer debería mentalizarse y asumir de una vez por todas que debería pelear por sí misma, y su cuerpo delgado y lánguido no soportaría tantos enemigos.

“Logré estropear las cámaras y algunas funciones de alerta, no deben saber que estamos aquí, pero no durará mucho.”

La androide habló, recuperando su estado usual.

Bueno, eso era beneficioso. Ahora sabía porque se había demorado tanto con el ascensor, si es que se encargó de bloquear las defensas del edificio.

Si, tal vez no tenía la capacidad ni la energía para pelear, pero si podía correr, su pierna metálica dándole gran parte del impulso. Si, solo les quedaba correr y buscar lo que necesitaban y salir de ahí pronto.

Las puertas se abrieron, y se agachó por inercia, apuntando, esperando encontrarse a alguien.

Pero estaba oscuro.

Demasiado oscuro.

Había luces de seguridad, pequeñas, que señalaban el camino, pero no había mayor luz.

La androide se paró a su lado, bajando su visor, mirando alrededor.

“Son los servidores.”

Oh, por eso estaba tan oscuro.

No muchos bajaban ahí como para tener que poner luces.

La androide caminó a oscuras, sabiendo exactamente por donde pasar, así que la siguió. Estaba frio ahí abajo, demasiado, y se vio temblando, metiendo las manos en los bolsillos. Se sentía medianamente a salvo, lo suficiente para priorizar su calor corporal antes que su supervivencia si alguien aparecía.

Maldita ciudad helada y esos malditos servidores congelados.

Su compañera se detuvo frente a uno de los servidores, las grandes cajas negras levantándose metros hacia arriba, eran imponentes, pero no podía distinguirlas bien ante lo oscuro que era todo, se mimetizaban con la oscuridad.

Esperó mientras la androide buscaba lo que necesitaba, y no se demoró mucho en obtenerlo, haciendo sus cosas de androide, robando información probablemente.

“¿Lista?”

Le preguntó, y esta la miró, sus ojos verdes brillando en esa oscuridad, asintiendo.

“Solo tenemos que salir de aquí.”

Eso sonaba bien.

Buscó a ciegas uno de los servidores, y agarró un montón de cables, sacándolos de su lugar. Notó horror en el rostro humano de la androide, pero no le prestó mayor atención, solo acercó su arma a las chispas que los cables empezaban a soltar, y la batería empezó a cargarse rápidamente.

Buena energía tenía ahí, ojalá su edificio fuese así de enérgico.

“¿Qué haces?”

“¿No es obvio? Por si nos esperaba una emboscada arriba, prefiero estar preparada.”

La androide la miró, reprochándole, pero avanzó hasta el ascensor, y la siguió para no perderse en los pasillos oscuros.

El comienzo fue algo difícil, pero ahora ya tenían el trabajo hecho.

Ahora solo tenían que volver donde aquel sujeto.

Si, fue divertido mientras duró, aunque su brazo no dijese lo mismo.

Aun así, sus ojos se fueron donde la androide, una sensación extraña pululando en su estómago. ¿incertidumbre? ¿Preocupación? Al parecer no sería tan fácil como recibir el pago e irse, para siempre.

Su humanidad siempre le sorprendía.

Tendría que tomar una decisión...

De nuevo.

 

Chapter 24: Goth -Parte 1-

Chapter Text

GOTH

-Ataduras-

 

Comenzó a hacer el acto por inercia, el secar los vasos, ahí, tras la barra.

Ya había terminado la ronda de tragos que le correspondían, y ahora que se había desocupado finalmente, se podía tomar un respiro, así que aprovechó el momento para mirar alrededor.

Veía los rostros ajenos.

Veía las mesas ajetreadas.

Veía los cuerpos moviéndose al ritmo de la música.

Prefería estar ahí, en el mismo caos, pero le había agarrado el gusto a verlo desde la distancia, a ser un espectador, ya que, incluso en ese uniforme, se sentía libre, y quizás incluso más ya que su jefe permitió hacerle las adiciones que quisiese mientras no estorbase en su trabajo.

Y se había acostumbrado a hacer todo con sus accesorios.

Las luces de la pista la cegaron por un momento, pero la mezcla de colores, tan vividos, le traía calma, le recordaba su lugar seguro.

Ese recinto también se había vuelto en algo similar a un lugar seguro.

Uhm.

¿Qué diría su madre?

La mera idea de pensar en la reacción de su madre era suficiente para hacerla sonreír. El imaginarla sorprendida, indignada, a segundos de desmayarse, al saber que su pequeña hija estaba trabajando en un bar gay.

Si, se reía de solo pensarlo.

Le puso un nombre religioso, esperando que fuese tan creyente, que fuese tan fiel a su Dios, como fue Leah. Pero, para sí misma, ese nombre no era nada más que una condena, una jaula, eran los cimientos del futuro que su madre quería para ella, el ser una fiel sierva del señor, y así darle a su esposo un montón de hijos, y a esta, un montón de nietos, y así ser valiosa en la comunidad.

A pesar de volver al mundo real, a pesar de tener la normalidad tan cerca de su alcance, su madre se las ingeniaba para mantener vivas las tradiciones, para alejarla del resto del mundo, para mantenerla incomunicada, ni siquiera podía estudiar como el resto de niños de su edad.

Y no solo eso…

Era una rebelde, siempre lo fue, nació así, incluso viviendo en la comunidad, simplemente no podía soportar el que la obligasen a vivir de una forma, sin su consentimiento, por eso no la aceptaban, por eso la trataban como una plaga, como la mala hierba, y su madre no soportó la rabia al ser culpada de su personalidad, de su actitud, que su propia gente, su propio culto, la desechara por la culpa de la hija que dio a luz, y usó esa rabia para lastimarla.

¿Cuántas veces estuvo ahí?

¿En la vereda frente a la casa?

¿Llorando?

Lograba escaparse, siempre lograba escaparse, estaba en su naturaleza el huir, pero al fin y al cabo, nació en un lugar que la mantuvo encerrada, e incluso en el mundo real, su madre se encargó de mantenerla encerrada, así que no podría huir, no podría hacer nada, simplemente se quedaría ahí, frente a la casa, llorando, sin saber qué hacer, a donde ir, mientras las cadenas invisibles la mantenían inerte, sin poder moverse, sin poder alejarse, sin poder buscar de una vez por todas su verdadero camino.

Pero no podía odiarse por eso, de todas formas, era solo una niña.

No habría podido alejarse.

Volvió a poner atención a su alrededor cuando escuchó a un par de chicas hablar en la barra, ambas ya habían bebido bastante, así que sus susurros no tenían mucho de susurros, solo hablaban, bastante fuerte.

Una de estas le decía a la otra que le hablase, que le pidiese su número, cosas así, y honestamente, poco le importaba. Pero estando ahí, trabajando ahí, era algo a lo que se había acostumbrado. Tal vez no debería agradarle, quizás debería enojarse de que esas chicas hablasen de ella de esa forma, sin hablarle a la cara, pero le gustaba lo desinhibidas que eran las personas, porque a pesar de todo lo malo, era honestidad.

Honestidad ebria si lo ponía de alguna forma.

Y conocía la otra cara de la moneda.

A esta altura de la vida, prefería eso, a volver al pasado, y solo tener mentiras en la cabeza, el que todos le mintiesen, que le dijesen cosas a base de mentiras, haciéndolas sonar buenas, cuando no eran nada más que más y más cadenas que le ponían en los pies.

Una soga al cuello, disfrazado de amor.

Golpes, disfrazados de amor.

Adiestramiento, disfrazado de amor.

De todas formas, que mujeres intentasen algo con ella, también se sentía agradable, era una liberación, una más, de las tantas que tuvo durante toda su vida. Ya que se trataba del mundo que la comunidad intentó con fiereza alejarla, sin lograrlo, y sentía satisfacción cada vez que lo pensaba.

No lograron aprisionarla.

Estaba ahí, en ese mundo, con esas personas.

Ese mundo moderno, con música, con locura, con euforia, lejos de su pasado, y le gustaba verse y no encontrar nada de su madre en ella.

Absolutamente nada.

“¿Llego en mal momento?”

Giró el rostro, buscando de donde provenía la voz, sabiendo con seguridad quien era la dueña. Incluso con la música, con el caos, con las voces estrepitosas de las mujeres cuchicheando a sus espaldas, siempre podía escuchar esa voz.

No creía en ángeles, en salvadores, en nada similar, dijo que no lo haría, se obligó a llevar una vida donde todo eso estuviese completamente hundido bajo tierra, pero, si iba a tomarse el momento para realmente creer, sabría que esa mujer era la definición de esas palabras.

Felicity estaba ahí, sentada en uno de los taburetes, mirándola, sus manos apoyadas en su mentón. Probablemente llevaba un par de minutos ahí, en silencio, observándola, sin decir nada, y le causaba gracia pensar que era así desde que eran niñas, mirándola desde la distancia, esperando el momento para hablarle.

Eso no cambiaba, a pesar de que muchas cosas hubiesen cambiado desde que se conocieron.

Esta le sonrió, sabiendo que había captado su atención, sus ojos brillando, así como sus dientes, todo su rostro iluminándose con su sonrisa, así como iluminó su vida desde el primer momento.

Negó de inmediato, buscando sus herramientas de trabajo.

“Si vas a venir a verme, vale la pena tomar horas extra.”

Se vio diciendo, sin poder evitar el buen ánimo que tenía apenas esa mujer se acercaba, apenas le sonreía, todo su rostro sombrío se tornaba vivido, y lo había comprobado más de una vez.

Era agradable verla cuando trabajaba, esta visitándola, sin falta, así como ella misma la iba a ver a esta.

Al final, no se separaban, nunca.

No podían.

Comenzó a buscar una de las botellas que había dejado a la mano, sabiendo que la mujer vendría, así que ya tenía todo listo, y comenzó a mezclar.

Siempre notaba como esos ojos la observaban cuando se movía tras la barra, atentos, observando cada uno de sus movimientos, como mezclaba, como medía el líquido, como preparaba todo, y no podía decir que no entendía esa fascinación, porque hacía exactamente lo mismo cuando iba por su café en la mañana, observando como Felicity se arreglaba el cabello antes de comenzar a preparar su pedido, moviéndose con cuidado, a pesar de verse siempre con tanta energía.

Por supuesto que, por su parte, era más sutil con sus miradas, y Felicity no, enfocando su mirada en lo que le interesaba, sin siquiera parpadear ni pretender no tener el interés que tenía.

La adoraba.

“¿Cómo ha estado todo? Hay muchas personas hoy.”

Fin de semana, era de esperarse. Por suerte, en días así, ajetreados, había más personas tras la barra, así no había caos, y ahora, cuando todos soltaban sus energías en la pista, podían descansar y tomarse un momento para mantener todo en orden.

Ahora, podría descansar, sin casi nadie en la barra, pero…

Haría una excepción por esa chica.

“En el bar, tranquilo, solo un par de chicas queriendo coquetear conmigo.”

Le dijo en un susurro, aunque dudaba que las chicas pudiesen escucharla, aunque hablase en voz alta.

Los ojos de esta se fueron hacia el otro lado de la barra, sorpresa en su expresión, pero algo de emoción. Se vio soltando un bufido al ver que su reacción no era para nada la que imaginaba.

“¿Nada de celos?”

Le preguntó, mientras dejó la copa frente a esta, los colores brillando con las luces, así como brillaban los ojos de esta, divertidos.

Felicity soltó una carcajada mientras que tomaba la copa y le daba un largo sorbo, su rostro incluso más iluminado que antes al probar el sabor dulce de su trago.

“Nah, no las culpo, digo, mirate, te ves terriblemente sexy en el trabajo, mezclando tragos, sirviendo copas, haciendo tus trucos como una profesional, cualquiera se enamoraría a primera vista.”

No pudo contener la sonrisa.

De acuerdo, aceptaría el cumplido.

No esperaba tampoco un acto de desconfianza, porque ambas confiaban en lo que tenían, y, de hecho, le costaría iniciar una relación con un desconocido. Tenía una gran maleta de vivencias en la espalda, así como su pasado, y dudaba que las personas la entendiesen, que comprendiesen como fue su vida, y la razón por la que ahora era quien era, como era.

Y en realidad, estaba ahí ahora porque…

Felicity soltó una risa, y la notó apoyándose en el mesón, estirando la mano, sujetando la suya.

Esa mano que siempre era cálida, inofensiva, a diferencia de la propia, siempre tan helada y con los accesorios que la hacían ver tosca. ¿Cuántas veces no le hizo daño a esas manos con sus anillos, con sus cadenas?

Pero ahí estaban, siempre presentes, sin dudar.

Sus manos solo eran una metáfora, pero era así, sus vidas eran así.

Felicity siempre volvía a su lado, a pesar del peligro en el que se metía, a pesar del riesgo que significaba el querer estar al lado de una niña con un trasfondo tan complicado, tan agresivo, tan perjudicial.

Pero nunca retrocedió.

Ni ella, ni su familia, quienes le abrieron las puertas desde el inicio.

Se vio mirando la mano en la suya, tomándose un momento para sujetarla de vuelta.

Y cuando volvió a mirarla a los ojos, estos parecían divertidos, pero brillantes, honestos, tal y como los adoraba.

“Y bueno, no son competencia para mí, yo te di tu nombre, así que eres mía en más de un sentido.”

Sintió sus mejillas arder con la confesión, recordando ese momento, años atrás.

Su nombre, su nuevo nombre.

Recordaba ese día claro en su memoria, cuando estaba en la sala, con los padres de Felicity sentados en el sofá, y ellas en la mesa, un gran libro ahí, ambas rebuscando, o más bien, solo Felicity. Esta buscaba un nombre para darle, un nombre que le gustaba y quería buscarle el significado para asegurarse de darle el mejor nuevo nombre que pudiese encontrar.

Y el solo pensar en eso la hacía sentir cálida.

Incluso siendo niñas, Felicity sabía cuánto odiaba su nombre, cuánto odiaba el trasfondo en el que se lo habían dado, y solo quería ayudarla a liberarse.

Y lo encontró.

Bellatrix.

Mujer guerrera, conquistadora.

Eso pensaba Felicity de ella, así que tomó ese nombre, y se lo quedó.

Le pidió a la familia que lo mantuviese oculto de su madre, pero que, por favor, la llamasen así de ahora en adelante, y estos respetaron sus deseos. Esa familia ajena, respetó más sus deseos que su propia madre, y eso le daba rabia en ese entonces, impotencia, tristeza, y ahora no le daba nada más que felicidad el haber encontrado el lugar donde pertenecía a tan corta edad.

Se vio asintiendo, sabiendo que su sonrisa no se podría jamás asemejar el brillo de la sonrisa ajena, pero Felicity siempre las aceptaba, todas.

“Me encanta tu seguridad.”

Esta simplemente soltó una risa con sus palabras, guiñándole un ojo en el proceso.

Se conocían demasiado bien.

Fue recién en ese momento que las chicas que cuchicheaban se silenciaron, notando la tensión entre ambas. Notando que no tenían oportunidad con ella. De hecho, escuchó decir a una de estas, que no tenía oportunidad, que a la bartender le gustaban las chicas más tiernas.

Bueno, si lo decían así, competir contra la sonrisa de Felicity era una tarea complicada.

Y no podría estar con alguien más.

Fue quien la acogió, quien la salvó de su pasado, de su presente y quien le dio la libertad de escoger un nuevo futuro con un nuevo nombre.

Nunca podría cansarse de agradecerle.

Su antiguo nombre se fue a la basura, y ahora solo vivía para sí misma, para tener una vida sin ataduras, libre, haciendo lo que sea que le gustase, disfrutando de la felicidad que Felicity le dio, y jamás renunciaría a eso, ni volvería al pasado.

Era su propia persona.

Con su propia identidad, con su propia personalidad.

Su única atadura, era la que eligió por sí misma.

Y era pertenecerle a esa mujer.

Chapter 25: Cat Sidhe -Parte 3-

Chapter Text

CAT SIDHE

-Hechizo-

 

Se escondió, como muchas otras veces.

Escondiendo su cuerpo en la oscuridad, entre los arbustos, o como ahora, detrás de las rocas de la playa.

Miró hacía la dirección del pueblo, esperando una luz o cualquier movimiento que pudiese señalarle que los humanos se acercaban a la costa.

Era paranoica, lo sabía, y al más mínimo ruido terminaba escondiéndose. Temía morir a manos humanas, sabía lo que les hacían a seres como ella, además que era evidente que no era humana.

Se tomó un momento para mirar su cuerpo, mientras intentaba calmar su respiración agitada.

En las últimas semanas había ganado algo de peso, ya no se sentía débil, temblorosa, aunque seguía notándose lo inhumano en su cuerpo. Quizás no llamaría tanto la atención de los pueblerinos, pero seguía siendo lo que era, y en esa isla, era común que estos estuviesen atentos a cualquier tipo de creatura ajena a su círculo.

Todo lo ajeno al pueblo debía ser exterminado.

El gato, o la bruja.

El sonido no volvió, no escuchó nada más, así que pudo respirar en paz.

Miró hacía el mar, y no pasó mucho para ver la cabeza anaranjada asomándose entre las olas. Rhona miró alrededor, sus esmeraldas brillando, y no fue hasta que estuvo segura de que no había nadie ahí, que comenzó a moverse sin problema, su aleta incluida en ese movimiento.

Vio como esta se acercaba a la orilla, como siempre y se dejaba caer en la arena húmeda.

Se había acostumbrado a verla, a que estuviesen en el mismo lugar, simplemente haciéndose compañía, no es como que ninguna de las dos tuviese un lugar al que volver.

“¿No estás harta de estar ocultándote?”

La voz de Rhona sonó fuerte, y siempre le sorprendía cuando esta hablaba, y a pesar de los días no se podía acostumbrar. Sus instintos de supervivencia siendo alertados con cada fuerte sonido. Le impresionaba el no haberse transformado de la impresión.

Se acercó un poco, sentándose cerca, abrazándose de sus rodillas, ahora menos huesudas de lo que acostumbraba.

“Es un pequeño sacrificio para evitar que los humanos me maten de una manera horrible.”

Rhona se giró, apoyándose en sus codos mientras que apoyaba el rostro en sus manos. Se veía pensativa.

“Te entiendo, pero ¿Vas a esconderte toda tu vida? Digo, no es como que vayas a morir pronto, ¿No?”

Si lo pensaba así, no.

El oscuro debía de haberle dado una larga vida, solamente para hacer de su tormento uno más extenso. La inanición no la mató, y no creía haber envejecido desde que fue condenada a esa isla. Y aunque tuviese una vida tan extensa como la de un humano, le quedaban aun años de vida para que fuese su fin.

Era extraño el pensar en huir durante toda una vida, humana o inmortal.

Había muchas cosas que le agradaba de su vida anterior, como el poder, como el conocimiento, como las riquezas. Pero ahí, no podía obtener nada semejante, era una isla después de todo. No había cambio, siempre estaba la misma gente, así que no habría oportunidad de integrarse y volver a fingir humanidad como lo hacía antes.

O ser venerada.

“Aunque quisiera hacer algo al respecto, esta isla maldita me tiene de brazos cruzados.”

“Pues, de eso quería hablarte.”

Rhona le sonrió, y notó cierta mueca de emoción en sus facciones.

“¿Y si pudiésemos huir al continente? A un lugar donde nadie nos conozca, donde nadie sepa nuestros pecados o nuestras identidades, solo dos viajeras andando de pueblo en pueblo.”

Si, la idea sonaba bien.

Con Rhona, le gustaría ir a cualquier lado.

“Suena bien y todo, pero tú eres una sirena, no puedes pasar desapercibida como un humano, y yo no puedo salir de esta isla nadando. Ese es un sueño imposible.”

La sirena no dejó de tener optimismo en sus facciones, lo cual era de cierta forma molesto, ya que era evidente que aquello era imposible. Sus cuerpos, sus vivencias, no las hacían adecuadas para vivir con humanos, y mucho menos adecuadas para siquiera dejar la isla, por algo Rhona no se había alejado, porque no podía, probablemente sus pares debían forzarla a mantenerse en la costa y alejarse de mar adentro, así que tampoco podía simplemente nadar hacía el continente.

Pero no, a pesar de su rostro probablemente molesto, inflexible, la mujer frente a ella no dejó de sonreír.

“Eres una bruja, ¿No? Sé que puedes encontrar la forma de darme piernas.”

¿Piernas?

Negó de inmediato, eso era realmente extremo, ni siquiera sabía si era capaz de hacer algo así.

Pero Rhona sonrió incluso más, sus ojos brillando.

“Eras una gran bruja antes, estoy segura de que sabías miles de hechizos y pociones, no por nada eras cercana al jefe del inframundo. De hecho, probablemente no te quiso cerca ya que eras demasiado poderosa y eso te hacía un peligro para su poder, ¿No?”

Oh, le costó, pero lo entendió.

Rhona estaba atacando su ego, o devolviéndoselo, de alguna forma.

Obviamente había cambiado al caer en esa isla, se vio con un solo pensamiento durante todo ese tiempo, con la muerte. No hubo nada más, ni nada menos. Solo podía recordar sus fallos, y lo mucho que se vio perjudicada, también martirizándose por aquellos recuerdos perdidos, de sus últimos días como una bruja, antes de ser condenada al presidio en esa isla.

No era así en el pasado.

No dudaba, no temblaba, nunca miraba hacia abajo, siempre se mantenía en alto y hacía lo que fuese para ser superior al resto, sin importar de que se tratase. Era mejor que los humanos, y muchos iban a buscarla, necesitando ayuda que solo la bruja podía darles. Le temían, pero también la adoraban como a un Dios. Si, probablemente Satán odió eso de ella, de poder tener la vida de muchos en sus manos, que la veneraban.

Donde solía vivir, ya nadie tomaba la decisión de hacer un pacto con Satán con tal de conseguir lo que más ansiaban, no, iban con ella.

Y el ego de Satán no iba a permitir algo semejante.

No soportó el poder del mismo Dios, mucho menos iba a soportar el poder de una pequeña bruja bajo su mando.

Ahora todo tenía sentido.

Sin darse cuenta se vio sonriendo, recordando aquellos tiempos, recordando lo fuerte que se sentía su cuerpo, su ser, lo capaz que era, y como recibía su poder de los borregos en necesidad.

Su magia creciendo, día a día.

Cada vez que usaba su magia, se sentía más y más fuerte, así mismo fue su existencia, cada día más rejuvenecida, más vivida, más capaz.

Honestamente, quería volver a esa época, y no cometería el error de depender de alguien más, de un Dios, de un ángel, de nadie. Ella misma podía conseguir su poder a su manera, y eso iba a ser.

Cuando conectó su mirada con los ojos color esmeralda, notó orgullo en ellos.

Realmente esa sirena, aunque sin canto alguno, podía manipularla sin problema.

Esos pensamientos nunca estaban en su mente, no en ese último tiempo, y ahora estaban ahí, frenéticos en su cabeza, intensos, y, sobre todo, cerca de su alcance, perpetuos.

“Debes dejar de usar tus encantos de sirena para manipularme.”

Rhona solo soltó una risa, mientras que giraba su cuerpo en la arena, ensuciándose con los claros granos de roca molida, sin ninguna preocupación en su rostro, a pesar de lo que había pasado desde su nacimiento.

“No sé de qué hablas, sabes que no tengo poderes.”

No le creía absolutamente nada.

Si canto podía no tener poder, pero sus habilidades innatas de sirena debían prevalecer, aunque fuese en su más básico estado.

Y lo sentía en su cuerpo.

Soltó un suspiro, pensando, tomándose el tiempo de verificar sus posibilidades, ahora con ese pensamiento renovado.

Como bruja, no podía acercarse al agua salada, era demasiado salino para que su cuerpo lo resistiese. De hecho, una de las playas de la isla tenía minerales incluso más salinos y era un lugar incluso peor para su cuerpo, ya había estado ahí y fue un martirio. Esta arena solo le causaba molestia, pero vivía en una constante molestia, así que poco importaba. El punto, es que era incapaz de salir de la isla por sus propios medios, pero tal vez pudiese construir algún tipo de embarcación. No por sí misma, no tendría ni la fuerza, ni la habilidad, mucho menos podría hacerlo lo suficientemente rápido para que los humanos no lo notasen.

Pero con Rhona tal vez si sería posible.

La miró, notando esa aleta que se movía de un lado a otro.

Sus memorias, su pasado, seguía en su cabeza, y con eso, su sabiduría. Sabía de algunos hechizos que se podían hacer, pero sin el poder de Satán, sería un poco más complicado, pero no imposible.

Necesitaba una vida para lograrlo.

Muchas cosas necesitaban de una vida para lograrlo.

Y ella era la primera en hacer sangrar con tal de ganar.

“Rhona, si quieres piernas, tendrás que traerme al pez más grande que encuentres, vivo. El hechizo más factible debe ser con un sacrificio vivo.”

La sirena se removió, mirándola, curiosa, mientras asentía, sin siquiera cuestionarla.

Si fuese un hechizo para un humano, tal vez necesitaría a un humano, pero considerando que era una sirena, un pez sería suficiente, o eso esperaba.

Iba a improvisar.

Notó una sonrisa algo carnívora en la mujer antes de que esta se moviese hasta las olas, y se escondiese bajo el agua. Sus instintos de cazador saliendo a flote por un momento.

Ahora solo le quedaba buscar algunas hierbas.

No las necesitaba, era capaz de hacer cosas sin ningún tipo de receta herbal, como las que usaba para las pociones, pero al estar oxidada en ese aspecto, era mejor prevenir, no podía permitir que el hechizo saliese mal. Se dio unas vueltas por el bosque, buscando lo necesario, y volvió a la costa. Hizo una fogata, y comenzó a poner las hierbas en un plato de greda que los humanos habían dejado botado, le serviría para juntar todo.

Terminó antes de que Rhona apareciera de nuevo, diciéndole que lo había encontrado.

Había aprendido que los peces podían sobrevivir hasta un día entero fuera del agua, así que no era un problema muy grande el sacarlo del agua para iniciar el ritual.

Rhona tiró al enorme pez fuera del agua con una fuerza impresionante, y grande fue su sorpresa al notar que no era precisamente un pez, si no que un tiburón. Se vio por un momento completamente anonadada al ver la mandíbula grande abriéndose, y los dientes puntiagudos brillando.

Le recordó cuando le pidió a la sirena que la matase, y notó en ella facciones similares, un asesino de mar.

Esta misma se lanzó sobre el tiburón, el cual no era más grande que la sirena, pero si se notaba letal, y lo mantuvo quieto sobre la arena, impidiendo que hiciese movimientos bruscos.

Agradecía que esta fuese una mujer fuerte, porque por su parte le sería imposible contener a un animal así con su cuerpo.

Respiró profundo.

Y empezó.

Tomó las hierbas, ahora molidas en un polvo viscoso, y pintó el hocico de la bestia, la cual estaba lo suficientemente contenida para no cortarle la mano de una sola mordida. Cuando terminó el contenido del plato, comenzó a recitar las palabras, las cuales llegaron con más facilidad de lo que creyó.

Nítidas en su mente.

Cerró los ojos, enfocándose, y podía oír como las llamas de la fogata comenzaban a moverse, a danzar, cada vez con más locura. Dejó las manos sobre el rostro del animal, firmes, sintiendo la piel resbalosa en sus dedos, ahora incluso más con el ungüento. Este se movía, por supuesto que se movía, aún vivo, aun con ganas de pelear, de liberarse, pero cuando ya estaba acabando aquel poema mortal, este se empezó a quedar más y más quieto, hasta quedar inmóvil bajo el cuerpo de la sirena.

Cuando abrió los ojos, los del tiburón estaban sin vida, sin brillo, muertos. Y cuando miró a los esmeraldas, esta parecía confundida, mirándola a ella y al animal muerto en sus brazos. Esta le iba a preguntar algo, pero no la dejó.

“Tu quisiste esto, te va a doler.”

Tal vez su voz sonó monótona, sin sentimiento alguno, y fue extraño verse a sí misma en la máscara de aquella bruja que solía ser. Se sintió bien, pero se había acostumbrado a quien solía ser ahora, ahora que compartía su vida humilde con alguien más, fuera de Satán, fuera de un pueblo, fuera de su aquelarre.

Solo ellas dos.

Rhona estaba confundida, hasta que el dolor le hizo cambiar su mueca. Esta cayó sobre la arena, soltando quejidos, su cuerpo moviéndose, retorciéndose. Se acercó, para acallarla, para impedir que alguien pudiese escuchar a una sirena agonizando. Le costó sostenerla, pero logró mantenerla en silencio. Al final los esmeralda se quedaron cerrados, mientras sentía como esta apretaba los dientes bajo sus manos. Su cuerpo ya no se retorcía, pero las manos de la gran mujer estaban incrustadas en la arena, sus venas hinchadas, su cuerpo enrojeciéndose ante el dolor y el cansancio.

Y así, la parte inferior de su cuerpo comenzó a cambiar notablemente.

Había visto cosas similares, como cuando usaba su hechicería para arreglar partes del cuerpo de los humanos, o mutaciones con las que nacían. Los huesos se movían, se rompían, y se reorganizaban de la manera que ella había elegido de antemano, y ahora no era diferente. Eran huesos finos cambiando, rompiéndose para reagruparse de maneras diferentes, formando un esqueleto que conocía muy bien.

La carne volviéndose musculo, las escamas volviéndose piel, incluso pudo notar como las branquias a los costados del torso de la sirena desaparecían. Eso era más de lo que imaginaba posible, pero beneficioso, ya que así Rhona no tendría molestias al respirar.

Ya cuando la trasformación acabó, tenía frente a ella a una mujer completamente humana tirada en la arena.

Los esmeralda se abrieron, y dejó de acallarla, ya no era necesario.

Esta luchó por aire por los siguientes segundos, acostumbrándose a su carencia de branquias, acostumbrándose a las nuevas sensaciones, superando el dolor, hasta que volvió a la normalidad.

Rhona se sentó en la arena, mirando lo que ahora eran piernas humanas, sus manos pasando por ellas, sin creérselo.

Cuando se miraron, había una mezcla de emociones en su expresión.

“Realmente agradezco que funcionara, pero podrías haberme avisado que iba a doler tanto.”

Notó buen humor en la sirena, ahora humana, y se vio sonriendo, al menos no la odiaba por omitir información.

“Si dijese la verdad antes de hacer el ritual, muchos se acobardarían. No creo que sea tu caso, pero es un mal hábito.”

Rhona soltó una risa, mientras que movía sus piernas, como si aún tuviese la aleta en su lugar. Esta se movió, intentando pararse, y cayó al suelo, y así la siguiente vez. No pasó mucho para que esta pudiese mantenerse en pie. Recién ahí, está la miró, ofreciéndole sus manos. Se quedó un momento paralizada, mirando las manos ajenas, mirando a esa mujer enorme frente a ella, y finalmente la tomó de las manos, sintiendo su rostro hervir. Realmente era imponente, siendo una sirena o siendo una humana.

Las manos fuertes cogieron las propias con intensidad, y se vio de pie.

Siempre creyó que Rhona sería alta, de hecho, si diese el largo de su aleta, sería tal vez demasiado alta, más que cualquier humano en la tierra, pero en la altura que esta tenía, era suficiente para ser más alta que ella, y se vio entre sus brazos de una manera que no creyó, los brazos fuertes sujetándola, obligándola a apoyarse en la piel ajena, sin escapatoria.

Acomodó el rostro en el cuello ajeno y se quedó ahí, disfrutando del momento, mientras su corazón que parecía inamovible latía en su garganta.

“Primer paso listo, ahora solo nos queda salir de esta prisión.”

Si, asintió ante las palabras de la mujer, las cuales vibraron en su gran caja torácica.

Tenía razón, quería hacer eso, quería salir de ahí y olvidar para siempre que se vio en una situación tan desesperada para huir como una cobarde, para morir como una cobarde. Sin embargo, no se movió, disfrutando del momento, disfrutando del calor ajeno.

Pensar en estar más tiempo entre esos brazos, era suficiente para motivarla a seguir adelante.

A vivir una nueva vida, o para recuperar la que perdió.

Y sería capaz de sacrificar las vidas que tuviese a su alcance para conseguirlo.

Porque ya lo había hecho.

Chapter 26: Vampire -Parte 1-

Chapter Text

VAMPIRE

-Territorio-

Aún no se acostumbraba a la vida nocturna.

Si, por supuesto, con su condición, debería de estar acostumbrada, sin embargo, era complicado.

Le gustaba despertar y ver el sol, como toda la montaña se iluminaba, como los pájaros salían del bosque para iniciar su rutina, como el agua del lago brillaba. Le agradaba ser capaz de ver como todo tenía tanta vida a su alrededor con la salida del sol, menos ella, quien no podía acercarse, quien no podía sentirse más viva.

Solía caminar por la mansión desierta en la que se encontraba, vagar por los pasillos, buscando las ventanas que estuviesen libres de sol, en las que pudiese ver el paisaje de mejor manera sin sufrir ningún tipo de daño.

¿Por qué estaba tan obsesionada con el paisaje?

¿Con ver el mundo despertar a su alrededor?

Debía ser por su infancia…

Nació en un pueblo que sufría por la guerra, por la hambruna, por la miseria, y ella tenía esa condición genética, donde su cabello, sus ojos, su piel, era diferente al resto, y su familia se avergonzó lo suficiente para mantenerla en cautiverio en la azotea.

Y cuando sus padres no pudieron, ni quisieron, seguir cuidándola, la comida escaseando, fue liberada a su suerte, y vio lo que era el mundo, lo que era la libertad, sin embargo, lo que vio, fue solo tiniebla, solo gris, ceniza en el ambiente por las bombas, por la guerra, así como las tierras infértiles, personas muertas tiradas en el suelo. No había nada agradable para ver.

No recordaba por cuanto tiempo vagó, por cuanto tiempo recorrió esas calles llenas de inmundicia, de aroma a pólvora, de aroma a putrefacción, solo recordaba el haber llegado a otro lugar, el haber sido atraída por la esperanza de una mejor vida, sin darse cuenta de que había quedado a la merced de seres que habían llegado al país para sembrar el caos, la muerte, aun más de la que ya había ahí.

Causando aún más terror en la población.

Y ahora ella era su prisionera.

Y le causaba cierta ironía el verse secuestrada por esos seres, pero al mismo tiempo ser alimentada todos los días, ser tratada con más respeto del que sus propios padres le dieron.

En ese momento dejó de ser una humana diferente, y se trasformó en algo también diferente, pero inhumano.

Luego llegaron las bombas.

Los tanques.

Los soldados.

Y tuvo que huir de ahí, y ahora tenía la capacidad para lograrlo, para huir de sus captores, para dejar de estar en fuego cruzado.

Estaba sola, sin familia, con un cuerpo que atraía las miradas y una longevidad que no era normal, así que no podía estar en ningún lugar atestado de personas, o sería atacada. Necesitaba encontrar un lugar donde pudiese estar sola, donde no hubiese mirada alguna, donde pudiese vivir en paz.

Llegó a las montañas luego de mucho tiempo vagando, años, luego de haber recorrido países, ciudades, y nada más que los vestigios que la guerra dejó. Y ahora, por primera vez, veía un lugar verde, un lugar vivo, un lugar tan libre de personas, de pueblos, que se había mantenido impoluto.

Se topó con aquella mansión sobre la montaña, alejada de todos y todo, donde vivía un matrimonio de jubilados, la única vivienda en kilómetros.

Era el lugar ideal para alguien como ella, así que entró ahí, manteniéndose oculta de los dos abuelos y quedándose en las habitaciones más alejadas, las habitaciones que ellos no usaban. Sabía que morirían algún día, y esperaba poder quedarse ahí, así que eso hizo, después de todo, tenía una eternidad para esperar.

Al menos ahí, en su nuevo encierro, podía mirar hacia afuera, asomarse por las ventanas, y lo que ahí veía era la claridad del mundo, el color de sus alrededores, ya no más bombas, ya no más guerra, ya no más un mundo cruel y gris.

Se movió de la ventana cuando escuchó un golpeteo en los pisos inferiores, haciéndola salir de sus recuerdos, de aquellos tiempos que aun la abrumaban a pesar de la cantidad de años que había pasado de eso.

Comenzó a bajar, mientras escuchaba el golpeteo rítmico e incesante de la puerta de entrada.

Se podría decir que consideraba su vida perfecta cuando los jubilados murieron y pudo moverse con libertad, pero aun así se sentía sola en ese mundo, siempre sola.

Al abrir la puerta se topó con unos ojos celestes, claros, brillantes, los ojos propios de un niño, inocentes, bondadosos.

Pero…ya no se sentía tan sola.

Selene la saludó mientras entraba hacía la cocina del lugar. Sus pequeños pies descalzos resonando al llegar a las baldosas. Notó como esta tenía una cubeta en sus manos, y la dejó sobre el mesón. Por su parte solo se le quedó viendo mientras la niña parecía conocer el lugar como si hubiese estado ahí toda su vida.

Se había acostumbrado a ver a esa pequeña niña entrar en su solitaria mansión el último tiempo, ya se sentía extraño el no verla.

“Te traje agua del rio, la de la mañana es la mejor dice mi papá.”

Y era así, solo que no podía ir a sacarla por su parte. Disfrutaba tomarse un té a esas horas, así que lo apreciaba. Aun no tenía el hambre suficiente para unirse a la cacería semanal de los lobos, pero le gustaba ser consciente de que estos estaban tan cerca si es que necesitaba algo.

Las cosas habían cambiado tan rápido, y no podía estar más feliz de eso.

Al menos Selene estaba dispuesta a ayudarla, incluso aunque no pudiese hacer mucho.

“¿Quieres quedarte a tomar té?”

Se acercó a ella, sacando un poco de agua fresca para meterla en la tetera de hierro. Esta la miró hacia arriba, asintiendo. A esta ni siquiera le gustaban las cosas calientes, pero siempre aceptaba para pasar el tiempo juntas, y encontraba aquello adorable.

Llevó la tetera hacía la chimenea del salón, y prendió un par de troncos, dejando encima el agua.

Ahora solo quedaba esperar.

Se sentó en el sofá, y Selene la siguió corriendo, trepando el mueble y luego trepándola a ella para sentarse sobre su regazo, como siempre lo hacía. Su rostro feliz de conseguir lo que quería, mientras su cola se movía de un lado a otro, imitando su emoción.

Selene no le temía.

La sujetó, disfrutando de esa calma, ambas mirando el fuego.

Le gustaba la sensación cálida que le daban las llamas, pero aún más la sensación cálida de estar en compañía.

Se sintió nostálgica, y miró a la niña que sostenía en brazos, su cuerpo algo inquieto, propio de alguien de su edad, al igual que su cabello tan disparatado. Sus ojos rápidamente llegaron a los hombros de esta, los cuales solían estar visibles ante sus ropas holgadas. Las cicatrices estaban curadas, ya no había sangre en ellas, solo una marca rojiza demostrando lo recientes que eran.

Aun así, seguía doliéndole el ver a una niña así de pequeña con unas heridas tan horribles en su cuerpo.

Heridas que ella misma le hizo.

Nunca se iba a perdonar por eso.

Su mente volvió a vagar, a recordar, y sabía que recordaría ese momento durante toda su eterna vida.

No era consciente de lo que su lado inhumano le pedía a gritos, y como siempre se mantuvo alejada de otros seres vivos, nunca se vio en una tesitura semejante. Tal vez pasó mucho tiempo sintiendo hambre, o tal vez se acostumbró demasiado al hecho de vivir en la montaña. De estar sola, de saber que no había nada remotamente humano en kilómetros.

Hizo propia esa montaña.

Esa montaña, era su territorio, aunque fue ajena a eso hasta ese día.

El día en el que sintió que alguien atravesaba ese límite, que alguien entraba sin permiso a su territorio, y eso despertó un lado muy horrible de sí misma, un lado que estaba fuera de control.

El mundo le dio vueltas, sus instintos gritando, desesperados, insistiéndole, tirando de ella, luego su cuerpo fue cubierto por otra piel, una incluso más atemorizante que la que solía tener, ardiendo, pero al mismo tiempo haciéndola sentir protegida. Ahí, se vio poderosa, se sintió capaz de todo, así que, sin control alguno, se movió rápidamente por la montaña, bajando hasta el lago, donde pudo ver a quienes osaron entrar en su territorio.

Una manada de lobos.

Los vio desde lejos, y sus instintos le hicieron escoger al cachorro más pequeño y débil de la manada. Esa era su forma de atacar, de llenar su estómago con la sangre más tierna que hallase, y así aterrar a sus enemigos.

De un momento a otro mantenía sujeto al pequeño cachorro entre sus garras blancas, dispuesta a devorarlo.

Luego el cachorro no parecía más un lobo y se trató de un humano.

Una niña.

Se detuvo de inmediato, estando toda la vida obligándose a no dañar humanos, a no hacer algo semejante como los invasores que experimentaron en ella, que se alimentaban de humanos desesperados y miserables. No iba a ser así, mucho menos con alguien tan pequeño.

Esos ojos claros la miraron, absortos, ni una pizca de dolor en su rostro, ni siquiera al tener sus hombros sangrantes, heridos, ni al escuchar como su familia le gritaba, dispuesta a hacer lo que sea para proteger a su cria.

Por el contrario, parecía incluso asombrada.

¿Por qué?

“Eres blanca como la luna. Me gusta la luna.”

Esta le sonrió, y sintió que su cuerpo se descomponía, se humanizaba, y sintió ganas de llorar, aunque dudaba que su cuerpo mostrase la más mínima emoción. Nunca había herido a nadie, y ahora, hacer eso, era demasiado doloroso. Jamás había sentido una culpa como esa.

Las garras desaparecieron, ahora eran solo sus manos humanas sujetando los pequeños hombros sangrantes de esa niña que no parecía asustada, ni con su apariencia, ni con el daño que le hizo ni mucho menos con sus ojos sanguinolentos.

Esta solo sonreía, como si le agradase su existencia, incluso al ser así de diferente, de letal.

Le dio una mirada a la familia de la niña, la madre había adquirido su forma humana, mientras ocultaba a algunos de sus cachorros tras su espalda. El padre la miraba fijamente, el pelaje en su espalda completamente erizado, listo para pelear.

Volvió a mirar a la niña, la cual parecía estar mirando a su padre durante un momento, haciéndole una seña o algo similar, y luego sus ojos volvieron a toparse.

“Lo siento, perdí el control apenas entraron en mis tierras, lamento haberte herido a ti y asustado a tu familia. No fue mi intención.”

La niña solo rio, sus colmillos pequeños pero notorios.

“Está bien, los accidentes pasan.”

Y desde ese instante, esa niña no se alejó.

La observó desde su posición, sin dejarla huir, persiguiéndola, como si en su condición fuese lo más hermoso que la niña había visto, y aun no podía creer eso.

Luego de eso, no le molestó que la familia decidiera vivir ahí, cerca del lago, cerca de su hogar, por el contrario, sentía que se los debía. Ellos también huyeron de la guerra, también eran diferentes, también necesitaban un lugar donde pudiesen vivir en paz, y ella iba a permitirles quedarse ahí.

No se arrepentía.

Su vida se sentía menos sola desde que la manada se asentó. Cuando salían a cazar, aprovechaba de beber de los animales, y el resto se lo comía la familia durante la semana. Les dio la posibilidad de vivir con ella, había varias habitaciones disponibles por si lo deseaban, pero ellos preferían estar al aire libre.

Aun así, tendría las puertas abiertas para el invierno que se avecinaba.

Pero había alguien a quien le gustaba la idea de venir a la mansión, siempre lo hacía, siempre cuando tenía la oportunidad. A veces escuchaba el aullido de la familia llamando por Selene, y esta se tenía que ir corriendo para que no la regañasen.

Por su parte aprovechaba cada segundo de la compañía.

Agradecía que la niña estuviese atraída a su condición, que no tuviese miedo, que decidiera pasar tiempo con ella, sin duda eso la hacía sentir feliz, la hacía sentir viva, normal incluso.

“¿No te han molestado las cicatrices?”

Le preguntó, luego de un rato inerte mirándola, pensando en el pasado, como siempre.

Selene se giró para mirarla a los ojos, y en cualquier momento la iba a hacer enojar al preguntarle tan seguido algo referente a las heridas, pero esta no parecía tener una actitud complicada, siempre era sonrisas y muecas, y parecía ser del tipo de personas que no se enojaba.

Selene era diferente en su propia manada, tal vez por eso tenían aquella conexión.

Ambas eran diferentes, y era agradable saber que no estaba sola en su extrañeza.

“¡Nup! Ya están bien curadas, no te preocupes.”

Obviamente se preocupaba, aunque la sonrisa de esa niña fuese la más despreocupada de todas.

Nunca quiso lastimar a nadie, y lastimar a una niña que era tan buena con ella, la hacía sentir destrozada por dentro. Dudaba que esa culpa desapareciera de su pecho.

“¡El agua!”

Volvió a levantar la mirada con el aviso, el vapor saliendo de la tetera de hierro. Selene saltó de su regazo para acercarse, pero la alertó antes de que esta fuese a tomar el recipiente sin protección alguna. Ya la veía capaz. Cuando ya sacó la tetera del fuego, comenzó a preparar las tazas y las hierbas. Varias de estas estaban frescas, cosechadas hace poco tiempo.

No necesitaba comer ni tomar, pero el agua cálida pasando por su garganta le hacía recordar el tiempo donde estuvo viva, o al menos donde era humana.

Selene corrió a sentarse en una de las sillas, frente a la taza humeante, aunque notaba cierta decepción al no poder subirse sobre ella, y la última vez que lo hizo, días atrás, tuvieron un pequeño accidente con el agua caliente y la hiperactividad de esta.

No quería tener que volver a la manada para pedirles disculpas por no saber cuidar de una niña. Y en realidad, jamás imaginó que estaría en esa tesitura.

Los niños siempre estuvieron aterrados de ella.

Ahora tenía que ponerle un cojín sobre la silla para que esta pudiese estar lo suficientemente alto para sujetar su taza, así que le dijo que tuviese cuidado y que soplase antes de tomar un sorbo.

Era la primera vez en su vida que tenía una relación cercana con alguien así de menor, y se sentía alerta en todo momento. Era un ser impredecible.

Esta le comenzó a contar sobre la última cacería que tuvieron, donde se alejaron un poco más del bosque para no asustar tanto a los animales cercanos. Aun así, no salieron demasiado del territorio. No había visto más personas por los alrededores en todos los años que llevaba ahí, pero la manada seguía alerta, temiendo que pudiesen perder el hogar que tanto les había costado encontrar, y entendía la preocupación que tenían. Era algo lógico.

Pero si algo fuese a ocurrir en aquel edén en el que vivían, ella se daría cuenta, ellos se darían cuenta, incluso esa inocente y vulnerable niña sería capaz de sentir el aroma de un extraño avanzando por las tierras.

Juntos podían proteger ese lugar, mantenerlo alejado de humanos, o incluso de otros seres diferentes como ellos, quien sea que intentase romper la paz que ahí había.

No iba a permitir que le arrebataran aquello que tanto soñó tener.

No ahora, no nunca.

 

 

Chapter 27: Antihero -Parte 3-

Chapter Text

ANTIHERO

-Trato-

El dolor era intenso.

Tosió, su garganta apretándose, siendo destruida desde dentro.

Sintió el sabor a sangre en la boca, su propia sangre, como esta caía por sus labios, bajando por su mentón.

Se vio sujetando la cola escamosa que estaba apretando su garganta, podía sentir el frio de esa piel de serpiente en sus dedos, y pudo notar que realmente se trataban de escamas de reptil.

No era solo un meta humano como ella…

Era una serpiente, una Diosa.

Volvió a mirar a la mujer enmascarada frente a ella, mientras intentaba recuperar el aliento, o más bien, encontrar el aire suficiente para poder hablar. Necesitaba hablar, esa era su forma de salirse con la suya, siempre había sido así. Nunca le faltaba el habla, siempre sabía que decir, y una cola escamosa asfixiándola no iba a ser diferente.

Al final, como Ego, su voz era una de sus armas.

El dolor empezó a calmarse cuando empezó a curar la zona, a usar la energía que tenía para aliviarse, y luego de eso, el agarre empezó a ser algo soportable. Era la primera mujer que en la primera cita la trataba así, ¿Qué había hecho mal?

Solo esperaba que la asfixia no se convirtiese en un fetiche.

Metió los dedos entre su cuello y la cola escamosa, tratando de liberar un poco su garganta, dándole la libertad suficiente, y tenía la fuerza para hacerlo, para hacerle frente a esa divina fuerza, pero la villana no parecía contenta con su acción.

Podía notar como esta cambió, su rostro enfureciéndose más y más. Si bien no había mueca notoria, era evidente. La mujer exudaba rabia, sed de venganza, de sangre.

Y ahora se había ganado su odio.

Pero no importaba, había recibido odio de muchas personas, estaba acostumbrada, no le dolía, no lo tomaba personal.

Probablemente si lograsen conversar un poco le mostraría su encanto. Además, sabía exactamente lo que esta quería, podía notarlo. Sabía cómo jugar sus cartas a su beneficio, como mover las piezas para no salir perdiendo.

Nunca arriesgaba más de lo ganaba a cambio.

“L-lleguemos a un trato.”

Hubiese preferido que su voz no saliese rota, pero no se podía evitar.

Su atractivo debió bajar con esa voz horrenda.

Podía notar como la mujer estaba inerte, juzgándola, o tal vez tomando en cuenta sus palabras. Pero, aunque tuviese interés, claramente no la dejaría ir, así que no le sorprendió que el agarre en su cuello no disminuyese, su cuerpo aun en el aire, siendo atacado.

Solo podía hacer lo que hacía mejor.

Pasó los dedos por la cola que rodeaba su cuello, pasando la yema de los dedos por las escamas, rozándolas, y notó de inmediato como a la mujer le sorprendió aquel gesto. Normalmente lo solía hacer con el cabello de las chicas, solía funcionar bastante para llamar su atención, de mala o buena manera, y al parecer funcionó. Las colas tenían sensibilidad, sentían, y era agradable averiguar eso por cuenta propia.

Cayó duro contra el suelo con muy poca gracia, y de nuevo su atractivo bajó.

Esa mujer la estaba dejando muy mal parada.

Bueno, ya ni siquiera estaba parada.

Podía sentir la garganta libre, sin presión, pero sentía el ardor, sabía que estaba sangrando, que las filosas escamas habían rasgado su piel. Las heridas físicas demorarían un poco más en sanar, y al menos fue en su cuello y no en su rostro, eso le dolía más, a su ego.

Miró a la mujer, ahora desde abajo, y podía sentir la mirada oculta penetrándola, y sintió el miedo recorrer la espalda. Esa mujer era verdaderamente peligrosa. Era una estúpida por haberse metido en el camino de una homicida, obviamente no estaba en sus planes el perder la vida por un par de sujetos.

Le gustaba demasiado vivir para arriesgarse por migajas.

Aun así, no lo sentía todo perdido, al fin había saciado la curiosidad de ver a esa mujer, de poder ver sus rasgos, su poder, y vaya que no se sentía decepcionada. Si que era guapa.

“Voy a matar a quien sea que se entrometa en mi camino.”

La voz de la mujer resonó en las paredes de concreto. Las colas de serpiente moviéndose tras esta, listas para hacer el siguiente movimiento, listas para matar.

No tenía duda de eso, sobre todo porque su instinto, su poder, su habilidad podía descifrar lo honesto en sus palabras. Pero, eso no significaba que la mataría a ella en particular, así que aún tenía oportunidad de salir ganando de ahí.

De acuerdo, era riesgoso, pero, ¿Qué había de divertido una vida sin un poco de riesgo?

Era un juego de azar.

Era perder o ganar.

Le gustaba la idea de ganar en un momento de adversidad, de ganar al ver a alguien tan superior a sí misma en poder, en habilidad. Era una cucaracha, sobrevivía entre humanos, y terminaba siendo quien disfrutaba del mundo a su alrededor.

Se levantó del suelo, sacudiéndose el traje, asegurándose que no hubiese polvo ni sangre en ninguna parte, tenía una reputación que mantener. Se alegraba que su traje fuese especial, y no se destruyese con facilidad o se manchase. Era sin duda lo mejor que obtuvo de todo lo malo que le ocurrió aquel día.

Se paró recta frente a la mujer, y le sonrió.

“Aun no me matas, significa que estás dispuesta a escuchar lo que tengo para decir, porque dudo que sea solamente por lo bien que luzco.”

Eso podría enfadarla más, o podría ser su carta para sobrevivir.

El azar.

Notó como la mujer le sonrió, una leve sonrisa, casi imperceptible, pero era buena para notar detalles así, sobre todo si se trataba de una mujer bonita.

“Al parecer hay más que musculo en tu cerebro.”

Oh, ¿Era eso un cumplido?

Lo iba a tomar.

“Por supuesto, no soy solo una cara bonita.”

Le guiñó un ojo, dispuesta a seguir con su plan. A veces la misma confianza puede ayudarte en el juego del azar. Así que daba esa batalla por ganada.

Se tomó un momento para señalar a los sujetos tras las rejas, en las celdas de mínima seguridad. Había tenido tiempo para aprenderse ese lugar, para memorizárselo, para descubrir los rincones, aprovechó su energía al máximo, solo para ese momento.

“Aquí solo encontraras ladrones, aquí solo encontraras estafadores, aquí solo encontraras delincuentes de poca monta. Imagino que los que tú buscas es a la más grande escoria, y te puedo prometer que en este piso no encontraras a ninguno de los que buscas.”

Snake Goddess miró alrededor, miró hacia atrás, hacía el desastre que dejó.

Esta mataba sin parar, desde que apareció por primera vez, no se detuvo, cada tanto tiempo encontraba formas de asesinar a un montón de delincuentes, y muchos eran extranjeros, y, de hecho, parecían llegar muchos a la ciudad, y esta los hacía salir de sus escondites como las ratas que eran.

No tenía idea de porque estos parecían llegar en grupos a la ciudad, pero nunca se lo había cuestionado hasta ese momento. La ignorancia era sin duda algo que le ayudó a sobrevivir cuando niña, así que seguía viviendo de forma similar, sin hacer preguntas, sin indagar, así era más feliz, así vivía al máximo.

Aun así, ya era innegable que algo pasaba en esa ciudad para que hubiese tantas personas así dando vueltas.

No es como si fuese a hacer algo al respecto, pero le parecía curioso.

“Si sigues perdiendo el tiempo aquí, las autoridades vendrán y con ellos sus pequeños héroes lacayos, y te sacarán de aquí antes de que puedas destruir a tus verdaderos objetivos.”

Notó como la mujer se volvió pensativa, su rostro inerte mirando hacía el fondo del pasillo. Al parecer había dado en el clavo. Esta parecía perseguir una venganza contra grandes mafiosos y asesinos, o buscando a alguien en particular, y por su parte, agradecía eso.

Esas personas no merecían vivir, así que, si la mujer los mataba, por supuesto que le abriría el paso.

Y tener a la serpiente en una posición neutral, le sería beneficioso.

No quería terminar como esos héroes o villanos con archienemigos persiguiéndolos, donde mostraban la cara por un momento y provocaban una persecución, y el solo pensar en no poder salir a disfrutar de la máscara porque un idiota le daría caza, sin duda le arruinaría la vida, y la diversión.

“Dime donde están.”

Esa orden le causó escalofríos, y aun no lograba entender qué clase de escalofríos eran. Si, no era ese su tipo de mujer, pero no le desagradaba para nada. Podía encontrarle su encanto.

Soltó una risa, sin dejar de mirar a la mujer a los ojos.

“Solo si prometes no lastimar a estos chicos.”

Esta la miró, y luego miró a los sujetos ahí encerrados, para después mirar el pasillo que venía después de donde estaban, con los sujetos dentro de las rejas temblando, sabiendo que venían ellos, que era su momento de ser masacrados.

La mujer se removió, parándose frente a ella, y podía saber que los ojos bajo la máscara la miraban con atención, fijos, intensos.

“Me estás ofreciendo vidas a cambio de vidas, no creí que un héroe haría algo similar.”

Oh, probablemente ningún héroe haría eso, mucho menos uno que hubiese jurado lealtad al pueblo, a las personas, a la vida humana.

Por supuesto que no era su caso.

Soltó una risa, poniendo las manos en la cadera.

“Estás en lo correcto, no soy tu típico y aburrido héroe que cree que todos las vidas merecen ser salvadas, así como tú no pareces ser la típica villana que ataca a inocentes sin razón alguna, sé que tienes objetivos, así como sé que estos idiotas no son a quien buscas.”

No eran lo que debían ser, y eso era curioso, agradable incluso.

Se escuchó ruido a la lejanía, ambas volteando, mirando hacia la dirección del sonido, que venía desde la entrada.

Cada vez tenían menos tiempo.

Ya se estaban reagrupando, listos para entrar, para sacarlas de ahí.

Finalmente, la mujer la miró a ella, su rostro determinado. Al parecer había tomado sus palabras y las había digerido por completo, dispuesta a tomar una decisión.

“Te lo prometo. Ahora dime donde están quienes busco.”

Si, era una promesa real. Era verdad. Podía confiar.

No es que le molestase demasiado, pero ver tanta gente morir en vano era una lástima, sobre todo los que ya murieron y no pudo hacer tratos con estos para ganar una recompensa por su servicio. Pero al menos ya pudo hacer promesas, y las estaba cumpliendo, así que no saldría de ahí con las manos vacías.

“Yo te guiaré.”

Caminó por los pasillos, recordando uno de los caminos que tomó con anterioridad, y si, le era útil saber dónde estaba máxima seguridad, aunque no era muy buena aprendiéndose mapas, pero era cosa de instinto.

Bajaron las escaleras, y si bien aparecieron más guardias, solo los quitó con una de sus manos. Sintió más de algún golpe con los garrotes, pero nada que no pudiese soportar. Era ridículo que no tuviesen armas a la mano, armas de fuego, tal vez así tendrían una oportunidad contra ellas.

Pero pensándolo así, si uno de los reos les quitaba el arma, se acabaría todo.

Era extraño sentir a la mujer tras ella, siguiéndola, sin emitir ningún sonido, ni siquiera sus pies contra el suelo y de nuevo tenía la sensación de que esta flotaba en el aire.

Ambas tenían poderes, o creía que la mujer tenía poderes, así que no debería sorprenderle tanto.

Llegaron a las celdas de máxima seguridad, y estas eran así, tal y como la palabra decía, de máxima seguridad. Tenían que pasar por varias rejas para llegar ahí, pero con su fuerza no era difícil romperlas y abrirlas, así como no le costó abrir las puertas metálicas que mantenían a los sujetos encerrados, o en ese caso, a salvo de la muerte.

Solo abrió las puertas, nada más, algunos reos salieron corriendo, pero no llegaron lejos.

Pero no era su problema.

Esa gente no tenía nada que ofrecerle, ni tampoco iba a cometer el error de entrometerse en el camino de la villana, de nuevo. Ya casi le había costado la cabeza, no haría una estupidez así de nuevo.

Se acomodó en la puerta de la salida, que llevaba a la superficie, y sabía que solo bastarían unos minutos para que los policías especiales y los héroes de pacotilla entrasen para detenerlas. No lo había pensado, pero probablemente esos iban a creer que era parte del grupo, que era cómplice de Snake Goddess, y ahora que lo miraba así, tenía sentido.

Se había ganado mala fama, sí, pero jamás se había visto asociada con una villana real.

¿Eso iba a causar estragos en su forma de vida?

Esperaba que no.

Escuchó los pasos acercándose, escuchó las armas siendo desbloqueadas, escuchó las ordenes silenciosas de los superiores mandando a todos hacía la zona de máxima seguridad, y ahí recién se dio vuelta para mirar a la mujer.

Le sorprendió ver todo machado de sangre.

Bueno, tampoco le sorprendía tanto, era obvio que la mujer iba a matar a todas esas personas. Si se ensucio las manos, bueno, colas, con los delincuentes de arriba, por supuesto que se iba a ensuciar con los de abajo, que eran infinitas veces peores, no por nada estaban ahí.

Esperaba que hubiese encontrado a quien buscaba, y lo hubiese hecho pagar por lo que sea que hizo.

Vio a la mujer en medio del salón, su ropa sin ninguna mancha de sangre, nada, pulcra, sin embargo, si notaba como las colas permanecían en movimiento, sanguinolentas, aun deseando matar más, pero el rostro de esta, se veía en calma. Ya no tenía mayor tensión en su cuerpo, en su expresión, parecía tranquila, como si matar a tantas personas hubiese mermado su deseo, su sed de sangre.

O quizás, el encontrar a su objetivo la dejó descansar.

No creía que iba a decir algo similar, pero realmente estaba interesada en esa mujer, en esa villana, era sin duda interesante, se notaba que ocultaba algo, que había una razón de peso tras sus actos, no mera maldad, y si, no podía meterse en los asuntos ajenos, desde Dodek que se lo prometió a sí misma, pero la curiosidad era intensa, más que nunca.

Realmente era una adicta a la adrenalina.

Levantó las manos, en rendición, cuando llegaron los uniformados con rifles en sus brazos, dispuestos a disparar. Obviamente no iba a pelear, no tenía razón para hacerlo, ni quería que le disparasen. Si, unas balas no la matarían, pero era un dolor que no estaba dispuesta a enfrentar, y tendría que consumir mucha proteína para poder curarse correctamente.

Notó como Snake Goddess dejó caer sus colas, arrastrándolas, intentando mostrar que no era un peligro, no por ahora.

Simplemente siguieron las ordenes de estos, mientras las guiaban hacía afuera.

No tenía sentido que las encerrasen ahí, a personas como ellas debían de meterlas en un lugar donde pudiesen mantener a raya sus poderes, sus habilidades, ya sea con inhibidores y con celdas indestructibles, pero ahí, en una cárcel humana, no serían capaces de mantenerlas encerradas.

Sintió como alguien le puso unas esposas tras la espalda. ¿De nuevo?

Esa gente no aprendía.

Miró de reojo a la villana, a la que parecían querer hacerle lo mismo, pero esta estaba con los brazos cruzados, sin intención alguna de cooperar, y cuando uno de los héroes, uno de los lacayos de la policía parecía querer intervenir para amarrarla, esta simplemente desapareció.

¿Qué?

Se vio tan sorprendida como el resto de personas presentes.

Al parecer Snake Goddess tenía poderes, más poderes de los que se hacían notar, y al parecer uno de estos era bastante útil. ¿Se había hecho invisible, o se había teletransportado?

Se vio soltando una risa.

Se sentía bien el aprender cosas nuevas de la mujer, de hecho, le gustaría aprender más. Y si, ya se lo había dicho a sí misma, no era bueno el interesarse por una homicida, pero estaba curiosa, y había hecho cosas incluso más estúpidas para acercarse a alguien.

Se estiró en su lugar, rompiendo las cadenas que la mantenían sujeta, los rostros de los sujetos ahora yéndose a ella, sorprendidos con el sonido.

“Lo siento, pero tampoco puedo ir con ustedes, alguien me debe una cita y no me la puedo perder.”

Ya había pedido citas a cambio de protección, ya varias veces desde que comenzó a usar su máscara, sobre todo con gente atractiva. Y tenía que ser honesta, estar en la cama con Rita parecía agradable, iba a disfrutarlo, sin embargo, dudaba poder sacarse la imagen de Snake Goddess de su mente.

Sin duda le había dado más que un susto, y de cierta forma le gustaba el peligro.

Corrió, rápido, como siempre, huyendo de ahí, escapando de las garras de la policía. Uno de los héroes intentó sujetarla, pudo seguirla durante unas calles, pero no le costó perderlo de vista.

Pan comido.

Cayó de golpe en el callejón donde escondió sus pertenencias, su cuerpo cayendo duro contra el suelo.

Acomodó la espalda en el muro, intentando recobrar el aliento.

Estaba tranquilo, a pesar de estar tan cerca del caos, pero a esas alturas todos debieron de dispersarse, ahora solo le tocaba a los paramédicos intentar salvar a los heridos dentro de la cárcel.

Solo podía quedarse ahí, volviendo a ser ella misma, volviendo a ser Wladislawa, la persona normal. Se escondió en su capucha y respiró profundo. Necesitaba llegar a su casa pronto, necesitaba comer algo y recuperar energías, que ya bastante se había agotado a si misma allá adentro. Por suerte no recibió más daño por parte de la mujer o se habría desmayado antes de poder salir de ahí, y no tenía duda que las autoridades habrían aprovechado de encerrarla.

Y ahí tendría problemas para escapar.

Siempre olvidaba andar con barras de proteína encima, en caso de emergencia, pero rara vez terminaba herida o llegaba al punto de gastar toda su energía usando su velocidad, pero de ahora en adelante debía ser más cuidadosa.

Algo no andaba bien, y debía estar lista.

Cerró los ojos, y escuchó su teléfono sonar dentro de su ropa de civil.

Lo tomó por inercia, y lo contestó, sin siquiera mirar al remitente. Probablemente fuese su jefe, insistiéndole en que tomase un doble turno, el cual siempre rechazaba. Si lo que quisiese fuese solo dinero, ya lo habría conseguido robando un banco, que no le costaría nada hacerlo con su traje puesto.

“¿Qué acabas de hacer?”

Sintió la voz familiar en el oído, esa voz recriminatoria que detestaba más que nada. No debió contestar, no solía contestarle, pero ya era tarde, ya lo había hecho y tenía que asumir las consecuencias.

Al parecer ya era noticia, ya lo había oído.

Si, ahora la habían asociado a Snake Goddess, la habían asociado con una villana, y el hombre que la convirtió en un meta humano, que la convirtió para hacerla una heroína, iba a estar decepcionado con la noticia.

Decepcionado y enojado.

“Debiste acabar con esa mujer, no ayudarla a cometer una masacre, ya todos lo saben.”

Si, eso había hecho, pero no sentía culpa.

Las personas morían, incluso los metas humanos morían, algunos antes, otros después, y aquellas personas en esas celdas morirían de una u otra forma, y se merecían una muerte así, luego de ser ellos quienes mataron a conciencia. Se merecían sufrir lo mismo que hicieron sufrir.

No escuchó lo que este le dijo, tal vez hablándole de otras veces, de otros errores que cometió usando el traje que él le dio. Ya se había acostumbrado a esas discusiones en monologo.

Pero se prometió a sí misma no ser lo que él le obligó a ser.

Quiso ser su héroe, quiso protegerlo, pero a él, solo a él, y eso hizo, desde que eran niños hasta que poco a poco se volvieron adultos, y que este la usase de esa forma, sin comentárselo, sin decirle lo que le haría, solamente le hacía sentir repudio.

Ya no quería protegerlo a él, y por ente, no quería proteger a nadie.

Nadie merecía su ayuda, mucho menos gratis.

Quizás era hasta irónico el haber ido por Dimitri, el hacer lo que sea para salvarlo, pero tenía motivos para hacerlo, había algo que quería en su fuero interno que solo él le daría, y no solo eso, sino que también tenía la excusa de ver a esa mujer en persona, de saber quién era la asesina en masa que estaba revolucionando a ciudad. Una homicida que no había podido ser ni reprendida ni encerrada, y ya había visto como lo hacía para escapar cada vez.

Y no se sentía decepcionada. Esta había encendido algo en ella, algo que no había experimentado nunca.

Se vio soltando una risa, mientras colgaba la llamada.

Quizás iba a ponerse la máscara más seguido, y tal vez buscarla, encontrarla, saber más de esta, conocerla.

Eso si sería interesante, y peligroso.

Justo lo que lo hacía más divertido.

 

Chapter 28: Gladiator -Parte 5-

Chapter Text

GLADIATOR

-Madrugada-

El tiempo pasaba diferente en ese lugar.

Y era extraño admitirlo, pero se sentía en un perpetuo reposo ahí dentro, en su celda, y era incluso repulsivo el darse cuenta de que el estar afuera, en la arena, la hacía sentir viva. Tenía sentido, porque peleaba por su vida, porque usaba cada célula de su cuerpo para sobrevivir, para ser la última en quedar de pie.

¿Cuántas veces habían sido ya?

No lo recordaba.

Se miró las manos, pudiendo notar lo diferentes que se veían, lo duras, lo fuertes que eran ahora en comparación cuando llegó, así como su cuerpo.

Había cambiado, aunque no considerase que el cambio fuese en su cabeza, siempre era en su cuerpo. Ya no era una novata, para la gente ahora era un Gladiador, era realmente alguien a quien le apostaban su dinero, a quien apoyaban desde las tarimas, y debía agradecerles por apoyarla, muchas veces eran los gritos eufóricos los que la mantenían atenta, los que la hacían sentir fuerte ahí afuera.

En la conversación que tuvo aquel día en las aguas termales, el Emperador le dijo que cada vez que ganase una batalla, y si el público seguía adorándola, le iba a dar una mejor vida, y no era erróneo.

Su celda ya no se sentía tan fría, ya no dormía en el suelo, sobre metal, sobre roca, con solo una tela sobre su cuerpo, ahora tenía un lugar donde poder descansar su cuerpo. No era lo mejor, pero era lo que necesitaba para reponerse. La comida también era diferente, ya le daban porciones más grandes, mejores comidas, ya no solo restos, lo cual era bueno, porque también gastaba más energía, viéndose en la obligación de entrenar en su pequeña celda, para poder seguir escalando.

Agradecía que no hubiese carne animal en sus raciones, probablemente por la grasa que esta tenía que podía perjudicar su rendimiento en la arena, pero estaba feliz de eso, así no tenía que lidiar con aún más muerte.

No podía evitar pensar en todos los animales que se vio forzada a matar luego de que el invierno se llevase los cultivos en su pueblo a kilómetros de donde se encontraba ahora.

Al menos esas muertes tenían un propósito, ¿Pero estas? Estas no tenían propósito alguno más que la entretención de la clase alta.

Dejó de mirarse las manos, estas bañadas en la sangre de tantos otros Gladiadores y esclavos. Realmente no quería lidiar con más muerte, pero su sobrevivencia siempre iba a ir primero. Iba a pelear con todo lo que tenía, y no iba a sentir remordimiento alguno.

Aun así, era angustiante pensar en ellos. En los rostros de todos los que mató, porque los recordaba. A veces despertaba en la noche, escuchando las voces de estos, los últimos gritos de batalla que dieron antes de que todo acabase. El ultimo sueño que tuvo, y la razón de estar despierta en ese preciso instante, fueron los dos asesinos que mató, gemelos, un chico y una chica. Eran veloces y se escabullían más que ella misma, lo cual le dio problemas y creyó que esa vez si sería su fin, su última pelea, su fin como Gladiadora, pero no fue el caso.

Recordó la segunda espada que le fue otorgada, a pedido del público eufórico, y le hizo la tarea de pelear contra dos personas de manera más fácil. Salió herida, siempre salía herida, pero nada de gravedad, solo rasguños que los gemelos lograron causarle, intentando desesperarla, intentando acabar con ella lentamente, como pequeños rápidos cazadores mofándose de una presa más grande y lenta. En el momento culmine de la pelea, se le presentó una oportunidad, y le cortó la mano a uno de los gemelos mientras el otro corría a su rescate. Le cortó la cabeza al segundo, y más que un ataque a consciencia solo fue un impulso, su cuerpo moviéndose por sí solo, por instinto, aprovechando la cercanía y la disposición de su enemigo a la altura precisa. No fue capaz de matar al segundo, al que le había cortado la mano, no quiso matarlo, mucho menos mientras lloraba por la pérdida de alguien tan cercano como quien compartió vientre.

Pero la gente lo pidió, el Emperador lo pidió.

Un peleador sin una mano, era un peleador muerto.

Soñó con ambas personas, una sin su cabeza, y la otra sin una mano, gritándole desde la arena, exigiendo lo que perdieron, y ahí despertó.

Cerró los ojos un momento, intentando olvidar su última batalla, o al menos concentrarse en otra cosa, en algo que le diese la mínima paz, y cuando abrió los ojos, se quedó mirando el techo, intentando recordar a sus padres, sus queridos padres. Sentía que había pasado tanto que ya no podía recordarlos, o más bien, se había forzado a olvidarlos y así calmarse a sí misma.

Si ellos no existían, menos pavor le daba el que ellos pudiesen saber de su muerte.

¿Siquiera había una posibilidad de que ellos supiesen lo que le ocurrió?

Lo dudaba, las notician no viajaban hasta allá, lejos de la capital.

Lo prefería. No quería que sus padres supieran de lo que ocurría, no quería que se preocuparan por ella, y obviamente se preocuparían, si cada tanto tiempo entraba en la arena y su vida tenía una gran probabilidad de terminar en esa pelea. Incluso sin ella ahí peleando, prefería que sus padres se quedaran en la felicidad que daba la ignorancia, y no se contaminaran con el ambiente que se vivía en la capital. Ya con saber que gente peleaba ahí, era suficiente.

Sintió movimiento fuera de su celda, sacándola de sus pensamientos.

No sabía qué hora era, pero probablemente estaba amaneciendo, ya que, a pesar de haber sido despertada por aquella pesadilla, se sentía descansada, así que debió dormir lo suficiente.

Había un guardia fuera de su celda, frente a la puerta, entre los barrotes, el cual comenzaba a abrir el cerrojo.

¿Porqué?

Era el mismo guardia que la llevó aquella vez a las aguas termales. Lo recordaba bien, era un hombre agradable. ¿Cuánto tiempo había pasado de eso? Por mera melancolía sujetó aquella cicatriz, ahora pálida en su piel, completamente sana.

No la iba a llevar a ese lugar de nuevo, era obvio, porque no tenía ninguna herida abierta ni siquiera tenía dolor alguno para que fuese razón suficiente para sacarla de su celda. Sus heridas ya no eran nada más que rasguños cerrados, sin siquiera sangre en ellos, ni rojez, solo otras cicatrices más en su piel dura por las constantes peleas.

“Vamos, tienes un largo día por delante.”

¿Un qué?

Se levantó, sin entender absolutamente nada, y siguió al guardia mientras este la hacía caminar por los pasillos de la prisión. Veía a la mayoría aun dormidos, otros ya decidiendo despertar para iniciar su entrenamiento matutino antes de que les trajesen el desayuno.

Si, era temprano en la mañana.

Pudo deleitarse con el sonido de los pájaros cantando, y del aroma húmedo tan agradable que dejaba la noche, así como la pureza del oxígeno. Llenó sus pulmones lo que más pudo, sabiendo que ese momento no llegaría hasta quien sabe cuándo, así que iba a aprovechar el momento, había aprendido que era la mejor manera de vivir en su condición.

Era siempre una bendición el sentir el aire limpio, y poder quitarse el aroma viciado y denso de las celdas.

Una carreta esperaba por ella, y le sorprendió que fuese una mucho más elegante que la carreta de la última vez. Sabía que la gente ya la apreciaba más, últimamente recibía mejores comidas e incluso regalos de algunas personas, ¿Pero era digna siquiera de tal elegancia?

Se subió, sintiéndose impropia con su bata, que, si bien era reciente, seguía luciendo harapienta en unos asientos tan suaves, de hecho, ¿Era eso terciopelo? No lo sabía, y una parte de sí misma no quería siquiera asumirlo. Estaba acostumbrada a la humildad, a vivir con lo justo y necesario, sin esperar nada más de su vida. Se crio en el campo donde la principal razón para esforzarse era para garantizar la supervivencia de la familia y el sueño lejano de ver el mundo a penas tuviese la mínima oportunidad.

Desear una carreta lujosa nunca estuvo en sus pensamientos, así que se sentía extraña ahí sin disfrutarlo como otra persona lo haría en su lugar.

Se vio mirando por la ventanilla, aprovechando aún más del clima que había a esa hora, así como mirar alrededor, las plantas, los edificios. Eran cosas que no podía ver prácticamente nunca, y no quería desperdiciar la oportunidad.

Cuando la carreta se detuvo, quedó estacionada justo en frente a un gran edificio. No sabía que era, pero era enorme, imponente, los pilares erguidos hasta lo más alto. Probablemente un lugar importante.

La puerta se abrió, y el guardia le dio la señal para que bajase, así que eso hizo. Miró alrededor, quedando a los pies de una larga escalera que llevaba a unas puertas dobles. Le iba a preguntar al guardia que estaba ocurriendo, pero una de las puertas se abrió levemente, unas mujeres apareciendo, haciéndoles un gesto con la mano para que se acercaran, así que solo pudo hacer caso, subiendo las escaleras.

Al llegar arriba, una de las mujeres la agarró del brazo, y se vio llevada hacia el interior del edificio.

Era enorme, era muy alto, con muchas luces y piso alfombrado. Le sorprendió lo elegante que era, jamás había visto un lugar similar, ni siquiera había escuchado de un lugar similar. Ni siquiera le importó que el grupo de mujeres simplemente la llevase de un lado a otro como una muñeca de trapo.

De un momento a otro se vio en un gran baño. Era un baño, claro, porque había una enorme alberca en ese espacio cerrado, el agua caliente haciendo húmedo el aire, pero no le importaba. Se vio recordando aquella noche, anhelando algo de agua caliente en su cuerpo, y si la llevaban ahí, debía ser porque le darían la oportunidad de darse un baño.

Se sentiría muy decepcionada si no sucedía.

Una de las mujeres comenzó a desvestirla, y con eso ya empezó a sentir la impaciencia de lanzarse a esa agua que su cuerpo añoraba desde esa noche.

En la puerta estaba apoyado su guardia, junto con otro sujeto que no había visto en todo ese rato. Cuando ya estuvo desnuda, el hombre se le acercó, y tal vez, en otra circunstancia debió preocuparse de algo similar, o eso le diría su madre, pero luego de pelear por su vida durante ya tanto tiempo, un hombre de contextura delgada no le daba miedo alguno.

Este sacó un bolso tras su espalda, y sacó varias telas, y así se le acercó del todo, pegando la tela a su cuerpo. Estaba acostumbrada a sentir cuero en el cuerpo, y si, lo sintió, pero al mismo tiempo sintió telas mucho más suaves. Se las estaba probando, haciendo ajustes rápidos. Era bastante diferente a lo que hacían en el coliseo, donde le ponían ropas genéricas si las propias se rompían, y ahí era cosa de apretar o soltar las cuerdas para ajustarla a su cuerpo.

Un trabajo simple y sin demora.

El hombre salió de ahí más rápido de lo que imaginó.

Iba a preguntarle a su guardia, que seguía resguardando la puerta, que era lo que ocurría, tal vez por tercera vez de lo que llevaba esa travesía, pero se vio empujada dentro del agua, y ya ahí su cerebro se relajó demasiado para seguir intentando encontrar una explicación lógica.

Estaba despierta en su celda, y se sentía descansada, pero de inmediato se vio sumergida en un descanso inevitable, sus músculos relajándose, liberando la tensión de las ultimas peleas. Así que simplemente cerró los ojos, mientras sentía como algunas de las mujeres se metieron al agua con ella, con la intención de ayudarla con la limpieza.

Unas manos se encargaban de su cabello, y otras pasaban por su cuerpo, incluso sentía unas telas suaves ayudando en la acción. Estaba acostumbrada a no tener intimidad en su vida como Gladiadora, era así desde un comienzo, donde había siempre alguien o tirándole agua helada o preparándola para la batalla, además de las personas que podían verla en celdas cercanas mientras dormía o hacía sus necesidades.

Le molestaba, por supuesto, pero ya no podía imaginarse en una privacidad total, y, de hecho, tal vez jamás tuvo algo similar, ni siquiera en la pequeña casa donde vivía con su familia, ya tiempo atrás.

Tal vez estuvo horas ahí dentro, y se vio sorprendida cuando la instaron a salir. Su piel se sentía arrugada, pero hace mucho que no se veía a si misma así de limpia, incluso sus uñas habían sido arregladas, ahora cortas y limpias.

Eso le hizo levantar sospechas.

Era un trato demasiado bueno para que fuese por cortesía o un regalo de las personas.

“¿Alguien me puede decir qué está pasando?”

Solo su guardia la miró, las mujeres concentradas en secar su cuerpo y su cabello para luego envolverla en una bata suave.

Sabía que estaba teniendo ciertos beneficios, pero jamás algo similar. Eso no era un regalo de sus admiradores, ni un premio por pelear. Había algo ahí que no sabía. Tal vez debería haber entablado más conversaciones en su tiempo libre y así lograr entender un poco más en la sociedad donde ahora vivía.

“¿No lo sabes?”

Claramente no lo sabía. Su ciclo de vida de despertar, entrenar, comer, dormir y luego pelear, solo fue diferente cuando entró y tenía una compañera de celda donde entabló una relación, donde se vio obligada a convivir y a hablar diariamente, y ya no era así.

El guardia soltó un suspiro mientras abría la puerta, este también debía conocer su claro desinterés en tener conversaciones, o su falta de comunicación en sí misma.

“Eres el Gladiador elegido del mes.”

¿Qué?

“¿Elegido para qué?”

El hombre le señaló hacía afuera, y comenzó a caminar a su lado. Aun sentía a las mujeres siguiéndolos de cerca.

Caminaron por un largo pasillo hasta entrar por otra puerta.

Estaba en un lugar diferente ahora, otra habitación. Pudo ver al hombre que le probó telas en el baño, y junto a él había un montón de armaduras diferentes ahí desplegadas. Bronce, plata, oro, cada material brillaba como recién pulido. No recordaba haber visto algo similar jamás.

Lo más semejante eran las ropas del Emperador, así como su trono, pero nunca algo tan a su alcance.

“Te van a subastar por una noche.”

Se detuvo, y miró al hombre.

Oh.

Las palabras de Octavia resonaron en su cabeza como una burla.

Mucha gente pagaría por pasar una noche con su Gladiador favorito.

Era verdad.

Y ahora le tocaba a ella.

Chapter 29: Vampire -Parte 2-

Chapter Text

VAMPIRE

-Rutina-

 

Los años solían pasar rápido, tanto así que ya ni siquiera sabía cuál era su verdadera edad.

Sus padres nunca celebraron nada, ni tampoco es como que hubiese manera, en aquel estado en el que estaba el mundo, de hacer algo semejante, mucho menos a ella, a una mal nacida.

Obviamente no vería el mundo, mucho menos iba a saber cuánto tiempo llevaba ahí, en el ático, en el lugar donde la mantenían encerrada, para que nadie la viese.

¿Pero cuantos años tenía cuando salió de ahí? ¿Cuándo la liberaron? ¿Cuándo la guerra no les permitió a sus padres seguirla alimentando, así que la echaron?

¿Veinte años? Podría ser.

Luego, al estar encerrada con sus captores, con los inhumanos, estos la alimentaron bien, recordaba aquello.

No iba a dudar en llevarse la comida a la boca, sabiendo que afuera no había, y ni siquiera le importaba demasiado si esa era buena comida o no, de todas formas, sabía que, para ellos, ella era como un cerdo, uno que engordaban para luego poder servir en la mesa con una manzana en el hocico.

O eso creyó que sería.

Al menos comió, al menos se sintió fuerte cuando finalmente la sacaron de la celda. Creyó que pelearía por su vida, mientras era degollada como un animal en un matadero, pero lo que ellos querían era agrandar sus redes, su poder, sus influencias.

Crear más vampiros.

Y para tener vampiros más fuertes, necesitaban humanos más fuertes. No lo sabía en aquel entonces, pero había algunos de ellos que lucían eternamente jóvenes, y otros que lucían eternamente enfermos, así que querían que ella fuese del primer grupo, además que su condición parecía beneficiar de alguna forma la transformación, o tal vez solo era un capricho para ellos el tener a un vampiro diferente, que llamase la atención, uno genéticamente corrupto.

Absurdo, eso solo traería más enemigos a su puerta.

Pero luego de pasar unas horas horribles, sufriendo, su cuerpo cambiando, su vida cambiando, se sintió con fuerzas. Después de eso apenas recordaba, ni cuánto tiempo pasó ahí, ni como logró escaparse.

Su mente no estaba bien del todo luego de la trasformación, o al menos eso creía.

Tampoco sabía cuánto tiempo vagó de ciudad en ciudad, de país en país, buscando el mejor lugar para asentarse, para huir. Ahí tenía su mente bien, clara, nítida, sin embargo, cada lugar le parecía igual, sobre todos los que permanecían en guerra. Solo caminaba de noche y se escondía de día, y así por años. Así que su edad real seguía siendo un misterio, pero probablemente hubiese vivido más de ochenta años. Al menos su mente se sentía así, madura, sabia.

Ahora era diferente, ahora sentía que tenía un reloj con ella, un reloj que le avisaba cuantos años iba pasando.

Escuchó la puerta, como siempre, y bajó a abrirla.

Selene le dio una sonrisa mientras entró por la puerta, dos baldes con agua en sus manos. Sus pies resonaron igual de fuertes que en un comienzo, que la primera vez que entró ahí, solo que ahora también se notaba que era un peso diferente en esta.

Se quedó mirándola, mientras esta caminaba hasta la cocina, haciendo esta misma la tarea de llenar la tetera de hierro, para luego llevar unas tablas de madera a la chimenea y prender el fuego. Esa leña la había traído esta hace unos días, junto con un montón de hojas secas. El invierno iba a ser frio, la familia vecina le dijo, pudiendo sentir cambios semejantes, pero a ella misma no le importaba demasiado ese hecho, no es como que pudiese sentir mucha diferencia entre estaciones, normalmente siempre sentía frio, sin importar en que estación se encontrase, así que estaba acostumbrada.

Se sentó en el sofá, como siempre, era al fin y al cabo una rutina a la que se había acostumbrado luego de tantos años.

Selene se estiró y se acercó a ella, luego de poner la tetera en su lugar sobre el fuego. Pudo sentir el peso de esta sobre sus piernas, y nuevamente, era una rutina a la que acostumbraba, una rutina que disfrutaba. Por suerte su cuerpo inhumano era capaz de muchas cosas, así como de resistir un peso ajeno que tal vez siendo humana no habría podido.

Selene ya no era un cachorro, ya no pesaba como una pluma como antes, ahora era grande, fuerte y era una adulta si la consideraba una humana, y muy cerca de serlo si la veía como su manada lo hacía, como el cachorro menor del grupo.

Pero siempre sería la menor, seguiría siendo la mimada, seguiría siendo su acompañante, seguiría siendo un cachorro aún, por ende, seguía comportándose tal y como cuando era una niña.

Eso no cambiaba nunca.

“¿Te vas a unir a la cacería de hoy? Ya es hora de que comas algo.”

Selene la miró, sus ojos serios, animalescos, y se había acostumbrado a esa mirada a penas esta llegó a la adolescencia, la mirada de un cazador, del cazador que era por genética.

La primera vez que vio esa mueca en el rostro ajeno, así como un gruñido ronco, sintió algo de miedo, creyendo que esta dejaría que sus instintos golpeasen y la atacaría, así como atacaban presas junto a su manada, pero esta solo quería lamerla y acicalarla. Si, era una cacería, solo que de la clase que solían tener entre su manada, para adaptar a los más jóvenes a cazar, pero sin que nadie terminase herido.

Era solo un juego.

Y ella misma, como pasaba tanto tiempo con esta, estaba acostumbrada a ver esa expresión antes de que esta se le lanzase encima para dejarle besos y oler su cabello.

Si, también estaba acostumbrada a eso.

Selene lo era todo en su vida, ese mundo en el que vivía lo era todo.

Esta se acercó, tal y como creyó, se acomodó sobre su cuerpo, pidiendo mimos, y obviamente iba a caer. Llevaba años haciéndolo, se sentiría extraño detenerse ahora, sin importar cuanto la mujer lobo creciera. Antes solo era para cumplir los caprichos de una niña, y ahora era un capricho para sí misma el darle en el gusto.

El cabello de Selene estaba más largo, pero seguía teniendo la misma sensación al tacto, esponjoso y rizado, al igual que su pelaje cuando transformaba su cuerpo por completo. Siempre terminaba raspando las orejas peludas, casi por inercia. Esta lo agradecía, lo sabía.

Si, solo al verla así, se daba cuenta como los años habían pasado, así mismo cuando la chica lobo se le acercaba para decirle que debía comer.

Era su reloj.

“Si tú lo dices, quizás ya es hora de que vaya con ustedes.”

“Te vendré a buscar cuando anochezca.”

“Solo tienes que llamarme, y yo bajaré.”

“No, te vendré a buscar como siempre, tengo que cuidarte.”

Y ahí esta le sonreía, su cola moviéndose de un lado a otro, orgullosa.

Negó con el rostro, la situación causándole cierta gracia, aunque desconociera como reír. Esta iba a hacer lo que quisiese, ya que, según su lógica, era su perro guardián, aunque no fuese un perro ni ella necesitase protección. Nada había ocurrido en esas tierras en todos esos años, no iba a ocurrir ahora, menos siendo resguardado por una manada de lobos adultos y un vampiro.

Nadie haría una estupidez semejante.

Selene dejó los mimos y se levantó, y le costaba creer que el tiempo había pasado así de rápido.

Pestañeó y esa niña creció demasiado. Aun no era más alta que ella, pero considerando lo pequeña que era cuando niña, le sorprendía siquiera que llegase a esa altura.

Las orejas peludas se movieron, y los ojos claros se fueron hasta la puerta, su cuerpo en alerta, así como su cola completamente inerte. Parecía estar escuchando algo en la lejanía, algo que ni siquiera sus propios sentidos desarrollados podían captar. No podía competir con el olfato y el oído de un lobo, pero por si misma tenía otros sentidos más capaces, como sus mismos instintos, como saber exactamente dónde estaba su presa, sin necesidad de olerla o escucharla.

A penas un extraño entraba en su territorio, podía darle caza, sin siquiera pensarlo dos veces, lo cual sabía que era un arma de doble filo.

Cuando Selene la volvió a mirar, su sonrisa siguió siendo la que tenía antes, junto a esa expresión relajada.

“¿Pasó algo?”

“Nup, solo que el viento de otoño está haciendo ruidos raros. Papá dice que una tormenta pasará cerca.”

Una tormenta, hace tiempo que no ocurría algún suceso similar, al estar en las montañas los temblores eran recurrentes, pero las tormentas no eran tan usuales, a menos que fuese en pleno invierno, y aun era muy pronto.

“Recuérdale a tu familia que vengan a refugiarse aquí cuando el clima empeore.”

Selene se movió, sujetando la tetera de hierro y llevándola a la mesa, sus movimientos tan despreocupados que siempre le aterraba verla agarrar cualquier objeto peligroso. No se le solían caer cosas, no desde que dejó de ser un cachorro como tal, pero siempre estaba alerta.

Se había vuelto bastante sobreprotectora, a pesar de saber que esa niña ya no era una niña, y que podía cuidarse por sí misma, pero le costaba aceptarlo.

“Yo se los digo, pero nunca quieren. No saben de lo que se pierden, este lugar es genial.”

No le llamaría genial, pero si grande, viejo y empolvado.

Se había rendido con lo de limpiar, al menos la gran parte de la mansión, y solamente lo hacía para evitar que cierta chica estornudase con el polvo, porque para ella no había problema alguno, no es como que le afectase algo tan mundano a su inmortalidad inhumana.

Se levantó a hacer el té, cosa que Selene se rehusaba a hacer, porque de nuevo era una niña mimada, y porque decía que no sabía bien si alguien más lo hacía, y de nuevo creía que era solo una manipulación inocente y adorable, pero una manipulación, al fin y al cabo.

Pero no le molestaba.

Podía hacer eso todos los días, y no tendría problema.

Era extraño, el vivir así, el cuidar de alguien, cuando nadie cuidó de ella, así que creía que le sería imposible hacer eso, el ser cuidadosa, el ser cariñosa, tampoco podía decir que lo era demasiado, siendo lo que era, teniendo ese cuerpo inerte y ese rostro inexpresivo, pero Selene siempre le decía lo mucho que le gustaba estar ahí, lo mucho que disfrutaba el visitarla, se lo dijo tantas veces, desde niña, que se lo fue creyendo, lo fue aceptando con los años.

“¿Puedo quedarme a dormir?”

Sintió los ojos de Selene en ella, los ojos claros, brillantes, observándola fijamente. A penas se habían sentado y la chica no podía calmar su impaciencia, el querer estar pegadas. Era imposible, ya luego de tantos años sabía que no iba a cambiar eso en esta.

La primera vez que la invitó, fue un caos, y solo lo preguntó por inercia, Selene sin siquiera saber que aquella era una opción.

Aun la recordaba cuando aquel lobo comenzó a dar vueltas, una y otra vez, sin poder acomodarse a su lado. Le causó tanta exasperación como gracia en ese segundo, pero luego de tener el cuerpo inquieto de un lobo sobre ella, ya la gracia comenzó a desaparecer, así que no la dejó que se acostaran a dormir de nuevo.

Y por supuesto, Selene iba a insistir, siempre insistía, sobre todo sabiendo que ahora podían acostarse juntas, y no podía dejar la oportunidad ir.

Pero debía ser fuerte, ya no era una niña mimada, o sea, si, lo era, pero no podía permitir que se volviese una adulta mimada.

Así que negó.

Selene puso una mueca triste, mientras sus orejas caían.

Esta se levantó luego de que su puchero no funcionó, y se le acercó, y sabía exactamente que esta usaría otra técnica para conseguir lo que quería. Esta se arrodilló a su lado y puso sus manos hechas puño sobre su regazo, sus ojos claros brillando, llorosos, y sus orejas tan pegadas a su cráneo que se mimetizaban con el cabello rizado.

Y ahí comenzó el llanto.

No sabía con seguridad si era así de mimada también con su manada, o solo era así con ella, pero no le sorprendería cualquiera de las opciones.

“¿Te vas a quedar quieta?”

Selene la miró, dudó por un segundo, y asintió con fervor, sus quejidos tristes resonando.

Soltó un suspiro, sabiendo que era imposible no mimarla, ya la habían malcriado, y ya era muy tarde para enderezar el árbol torcido.

Asintió, y las orejas se levantaron, así como la cola comenzó a moverse de un lado a otro.

“Pero si no te comportas te llevaré de vuelta con tu manada.”

Ni siquiera sabía si Selene la había oído o no, ya que se levantó rápidamente, y la notó transformarse, esta usando sus cuatro patas para correr más rápido y llegar a la habitación.

No le sorprendía.

Miró su taza ya a la mitad y la ajena, aun llena.

Al parecer había vuelto a desperdiciar agua.

Sin embargo, sonrió.

Le gustaba esa vida, y no quería que nada cambiase.

Era perfecta.

 

Chapter 30: Lust -Parte 3-

Chapter Text

LUST

-Dualidad-

 

Lo notó en sus ojos.

Pudo notar en su jefe que este no quería que lastimasen a la mujer pelirroja.

Veía la preocupación en su rostro, aunque era evidente que era un peligro el tener a una mujer así de impulsiva en el club, cerca de las bailarinas a las que procuraba cuidar, o a los clientes que procuraba mantener felices. Esa mujer, en el club, era una pésima idea, era poner en riesgo el negocio, y seguía sin entender cuál era la lógica tras la obsesión que Vladimir tenía.

Podría arriesgar todo por tener a una salvaje.

Pero, por más que su jefe les diera la orden a sus guardias para que no fuesen bruscos, estos la tenían difícil. Si la mujer había llevado al hospital a los hombres de Vladimir, no tendría problema contra los guardias del lugar, y, de hecho, podía notarlo, como parecían tener problemas al quitarla de encima del cliente, recibiendo golpes y empujones, uno de estos incluso cayó al suelo al intentar acercarse.

Tenían que usar toda la fuerza para poder retenerla.

Desde ahí podía ver los ojos rojos hervir en ira, parecía estar tirando sobre el hombre un rencor que llevaba años almacenando en su contra, cuando debía de ser la primera vez que lo veía. Podía ver al sujeto sangrar, su rostro hinchado, irreconocible, y todo eso porque sus manos lograron tocar parte del cuerpo de una bailarina.

De ella.

Un fatídico error.

Un gruñido la sacó de sus pensamientos, y notó como los ojos rojos la observaban, como si la buscasen, aun alertas.

Le seguía sorprendiendo como sus rasgos se veían incluso más animalescos que antes. Podía notar sus dientes apretados, su ceño fruncido, su expresión iracunda, sus venas hinchadas. Tuvo miedo en aquel segundo cuando los ojos depredadores la miraron, pero estos no demoraron en ir hacia Vladimir, rabia en sus facciones, pero también notaba sorpresa. Era como si no creyese lo que veía.

¿Qué le sorprendía?

¿Ver a Vladimir preocupado? ¿Verlo protegiéndola con su cuerpo?

No tenía idea, ni quería seguir viendo aquel espectáculo. Estaba poniéndose tensa con todos los gritos, el revuelo y la sangre. No podía con eso, detestaba esas cosas, así que comenzó a retroceder, y como una reacción en cadena, Vladimir dio un salto, dejando de estar absorto mirando a la pelirroja.

Salió de ahí, deprisa, avanzando hasta el camerino, sintiendo las sienes retumbar, e incluso desde ahí dentro, en lo lejano del escenario, podía oír el escándalo aun desatándose.

Se quedó en su asiento, en el camerino, observando su rostro y como poco a poco iba deshaciéndose de su maquillaje, y tenía claro que llevaba mucho rato ahí, tomándose su tiempo, despejándose de lo ocurrido, pero era imposible, y no ayudaba el escuchar a las otras bailarinas a su lado, cuchicheando entre ellas, hablando de lo sucedido, cosa que era sorprendente, ya que no había peleas ni situaciones así, nunca.

El ruso realmente mantenía su palabra sobre protegerlas y mantener el lugar resguardado.

Aunque no contaban con una pelirroja rabiosa.

Las otras chicas no le preguntaron nada acerca de su relación con la pelirroja, aunque en realidad no existía relación alguna. Ni siquiera sabía su nombre.

Soltó un suspiro.

Ellas no le preguntarían nada, aunque la necesidad de más chisme las tuviese al borde del colapso. No era muy buena para relacionarse con ellas, porque no le interesaba, y eran su competencia, así mismo como ellas le tenían cierto rencor desde el día que llegó y se convirtió en algo así como ‘la favorita’. Los celos y la envidia son grandes factores para el odio entre las mujeres, en Francia tuvo que lidiar con aquello desde que era solo una niña, hasta el punto de que le hicieron la vida imposible.

Solo era una niña que bailaba, ¿Se merecía todo ese rencor?

Allá no podría vivir.

No luego de lo que ocurrió.

Tomó sus cosas, dispuesta a irse a su casa, el día se había acortado con todo lo sucedido, y estaba cansada, no quería saber del caos. Sin embargo, se vio caminando hasta el salón principal. No le gustaba que su baile quedase inconcluso, y cuando solía haber problemas, siempre volvía ahí, su cuerpo sin contener las ganas de terminar su pieza.

El lugar estaba desierto, las puertas estaban selladas y todos los clientes habían sido despachados a sus hogares. Notó en medio del salón manchas de sangre aun frescas, y se sintió nauseabunda de inmediato. No estaba acostumbrada a esas cosas, a la sangre, a las peleas, o tal vez era su cabeza huyendo de aquello que la traumatizó cuando niña.

Como sea, terminó recordando lo sucedido con la pelirroja, recordando sus acciones precipitadas. Ella se lanzó para protegerla. Fue una reacción mucho mayor a lo que debió de haber sido, pero...

Soltó un suspiro, sintiendo pesadez en el pecho.

Lo mínimo que podía hacer era saber si ella estaba bien, no tenía duda de que las cosas se habían salido de control, y no tenía idea sobre que castigo le sería dado por comportarse de esa forma tan errática. Vladimir debía de estar molesto por ese caos. Su negocio era su vida y no quería verlo peligrar, aunque con sus decisiones ya no estaba tan segura.

Se devolvió y recorrió los pasillos hasta llegar a una de las puertas más alejadas.

La oficina del ruso.

Golpeó tres veces, y escuchó la voz del hombre, permitiendo su entrada.

La oficina tenía una mezcla de olores, entre laurel, tabaco, vodka y menta. Era una habitación elegante e imponente. El color de las paredes era oscuro, así como el escritorio, aunque debía admitir que siempre se sentía extraña cuando cruzaba la mirada con la cabeza de ciervo que estaba en una de las paredes, trofeo del hombre traído desde su país.

Vladimir parecía feliz de verla, como si no hubiese pasado nada.

Como si no hubiese sangre en el salón.

“Querida Azure, siéntate, justo quería hablar contigo.”

Asintió, sentándose en uno de los asientos frente al hombre.

Notó una sonrisa en los dientes amarillentos del ruso, estaba de buen humor, cosa que no creyó posible dadas las circunstancias. Había pasado una hora desde el caos, y no lo encontraba un tiempo suficiente para cambiar de ánimo tan bruscamente.

“Dejame preguntarte algo, cariño, ¿Qué opinas del demonio rojo?”

Se refería a la chica, era claro. Y pensándolo así, meditando lo que acababa de ver, aquel apodo le venía como anillo al dedo.

No supo que decir, y podía notar como la sonrisa de Vladimir iba creciendo. Estaba disfrutándolo. Estaba disfrutando todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, como si fuese una especie de experimento que estaba yendo tal cual quería.

¿Qué parte tomaba ella en el experimento?

“Solo dime lo que se te viene a la mente.”

Frunció el ceño, y soltó un suspiro, pensando en la chica, y luego volvió a enfrentar al hombre con la mirada.

“Es irascible y violenta, y hace muchas preguntas. ¿Ese tipo de personalidad es interesante para usted? Es peligrosa, y lo sabe.”

Lo dijo con la intención de descubrir más de aquello, quizás tenía un poco de celos subiendo por su estómago, ya que ella misma era interesante para el hombre. No encontraba que tuviesen nada en común con la pelirroja, y si lo tenía, debía admitir que se sentiría algo decepcionada.

Él solo sonrió aún más, soltando una leve carcajada, mientras tomaba su vaso y le daba un sorbo.

“¿Sabes por qué eres interesante para mí, Azure?”

Negó con el rostro, no lo sabía, ni el hombre le había dicho. Solo le dijo que era interesante, y ella se conformó con aquello, eso era suficiente. No se consideraba una persona curiosa, solo miraba hacia adelante, no se desviaba, ni siquiera para cosas así, para ella eran cosas banales.

“Tú eres fría, tus ojos son majestuosos, fuertes, como el hielo. Eres precisa y haces lo que tienes que hacer sin dudar. Diría que eres como una pintura francesa. Elegante, tranquila, imponente e intocable, y eso es lo que más le fascina a tu público.”

Frunció el ceño. No era algo que particularmente le gustase de sí misma, pero aprendía a vivir con aquello.

“Pero lo que encuentro interesante de ti no es eso, es el hecho de que cuando bailas, dejas de ser tú y te vuelves alguien completamente diferente. Vivaz, colorida, intensa. Dejas de ser una pintura y te vuelves un ave, siempre en movimiento, llamativo. Dejas de ser inerte, y te vuelves todo. Como persona normal, luces como alguien que podría tener todo lo que quisiera, pero cuando bailas tienes el mundo a tus pies y eres libre, casi etérea, seduciendo a todos los humanos a tus pies, controlándolos, hipnotizándolos. Esa dualidad es lo que encuentro interesante.”

Se quedó mirando al hombre, sin saber que decir, siendo destapada con palabras que sonaban tan toscas, pero tan llenas de sentimentalismo al mismo tiempo, y era extraño escuchar al hombre así, tan fascinado.

Conocerse a sí misma también era una pérdida de tiempo, pero sin duda apreciaba aquellas palabras de un hombre como él, que la conocía hace tanto.

Si, bailaba para ser libre.

Dejó de lado su sorpresa para volver al tema principal.

“¿Qué pasa con ella entonces?”

El hombre entrelazó los dedos y apoyó sobre ellos su mentón, su nueva postura acentuando lo ancho de sus hombros. Podía notar la intensidad en sus ojos oscuros.

“Ella no cree en nada.”

No entendía.

El hombre se tomó su tiempo, como si meditase en su cabeza, y no quiso apresurarlo.

“Es diferente a ti, ligando tu vida a la lógica, y el baile a tu corazón. Ella no tiene corazón, ni tiene lógica alguna. Ella solo tiene su intuición, sus instintos animales. No cree en lo que oye, en lo que le dices, a penas siquiera cree en lo que ve. Ella no confía en mí, y probablemente nada de lo que haga la convencerá. Ella sabe que soy un mal hombre, y si, tal vez lo soy, pero tengo honor y protejo a los míos, tú me conoces.”

Y era así, daba fe de eso.

Este se detuvo, volviendo a tomar su vaso para beber el contenido del líquido transparente, refrescando su garganta para luego continuar.

“Tú sabes lo que te conviene, sabes decidir cuál es la mejor opción, sin embargo, ella no, es una serie de malas decisiones tras otras, no entiende que conmigo podría dejar atrás todos los problemas legales que tiene, incluso sus problemas con la policía e incluso con gente del bajo mundo. Está atrapada en un fuego cruzado, y lo único que ha hecho los últimos años es cavar más y más profundo su propia tumba, ganando más enemigos de los que podrías contar.”

Bajó la mirada, sin entender, y a la vez comprendiendo tantas cosas.

El pensamiento más claro en su cabeza era el hecho de que esa chica era una idiota colérica sin precedentes.

Si eran tan diferentes, entonces, ¿Qué es lo realmente interesante en ella? Por lo podía deducir con la información dada, y con lo poco que la conoció, es que era una mujer que vivía siempre a la defensiva, y claramente no confiaba en nadie. No entendía fundamentos ni razonamientos. Era una mujer cerrada de mente.

Si lo que él encuentra interesante en su persona es su dualidad, ¿Acaso busca lo mismo en la pelirroja?

“¿Ella también tiene otra cara?”

El hombre sonrió con orgullo, su cuerpo lleno de ánimo y euforia, como si fuese su tópico favorito.

Si, al parecer lo había entendido.

“Ya lo viste, ¿No? Sabía que tú lo lograrías.”

Lo miró sin entender. Realmente fue una mala decisión el ir a hablar con el hombre en ese momento, sentía su cabeza hervir. No podía con tantas cosas tan de repente.

“¿Acaso te atacó? ¿Acaso luchó cuando la llevaste al escenario? Viste su fuerza, su habilidad, como puede deshacerse de cualquier atadura. Ninguna cuerda ni esposa es suficientemente resistente para mantener a Crimson a raya. Ha sido atrapada miles de veces, pero nadie ha logrado mantenerla cautiva.”

Crimson, rojo, como sus ojos, como la sangre.

Notó como los ojos oscuros del hombre estaban emocionados, brillantes, como un niño hablando de su juguete favorito.

Y si, ya había pensado en eso.

¿Esa era su dualidad?

Sabia como se comportaba con Vladimir, y ahora la vio en plena acción cuando atacaba a alguien sin dudarlo ni un segundo. Pero no fue así con ella. ¿Era por ser ella o por ser una mujer? ¿Tenía empatía al respecto?

Él negó, como si pudiese leerle la mente, y aquello la hizo sudar frio.

“Creeme que no, no es porque seas mujer. De hecho, uno de los mayores cargos que tiene en la policía, fue porque tuvo una pelea con una oficial, donde casi la mata a golpes con su arma de servicio. Es capaz de tirarse a la boca del lobo, y ahí está, siendo perseguida por medio mundo.”

Entonces tenía la teoría descartada.

¿Por qué ella, entonces?

No lo sabía, incluso el ruso se levantó de hombros, sin tener respuesta para sus preguntas, y nuevamente parecía que podía leerle la mente. Era muy observador, no se había fijado en aquello hasta ese momento. Al parecer ella misma no era para nada observadora.

Simplemente debía ser como Vladimir decía.

Era cosa de su instinto, confiaba en ella porque así lo sentía. Y si era así, su único comentario al respecto es que era una horrenda estupidez. Dicha percepción de las personas no tiene fundamento lógico alguno. La pelirroja no conoce a Vladimir, no la conoce a ella, no debería juzgarlos de una forma tan visceral y cerrada.

Si seguía así, realmente perdería cualquier oportunidad de salir adelante.

O perdería la vida.

“¿Dónde está ahora?”

Nuevamente él sonrió, como si estuviese esperando aquella pregunta. Empujó algo con su mano, llevándolo desde su lado del escritorio hasta el suyo. Cuando levantó la mano notó un papel con una llave. Miró al hombre, preguntándole con la mirada, y él solo soltó una risa.

“Deberías descubrirlo tú misma.”

No era alguien importante para ella. No conocía lo suficiente a la mujer para preocuparse o buscarla como si fuesen amigas, y ni siquiera tenía amigas. Pero de todas formas tomó la llave y el papel. Había algo que le causaba intriga de todo aquello, y sabía que Vladimir no haría nada para lastimarla, y también era consiente que toda esa situación era parte de su propio teatro.

Era el experimento personal de Vladimir, y ella era la protagonista.

Aunque estuviese en desacuerdo, si no aceptaba, o si huía de la situación, él insistiría para conseguir sus objetivos. Era su jefe, lo conocía, sabía de lo que él era capaz con tal de conseguir lo que quería, y al menos este la estimaba lo suficiente para conseguir su atención de buena manera.

No podía huir de él, ni tampoco estaba segura si quería hacerlo.

Si se negaba, perdería su trabajo.

Su vida, incluso.

Así que, quizás, debería seguir su papel en ese experimento, era lo más lógico, lo más seguro.

Estaba obligada a ver a esa mujer de nuevo.

Y no estaba feliz.

Chapter 31: Gladiator -Parte 6-

Chapter Text

GLADIATOR

-Subasta-

 

Iba a ser subastada.

Realmente estaba ocurriendo.

No sabía cómo sentirse al respecto, obviamente le molestaba, pero era una presa que se jugaba la muerte, así que tampoco podía quejarse demasiado. Ser usada, ser vista como una mera entretención, estar ahí en ese lugar, matando, muriendo, eran cosas que le desagradaban de esa sociedad a la que había entrado tan de golpe.

Pero se lo imaginaba. Era evidente al haber escuchado a Octavia decirlo, pero jamás creyó que en algún momento le ocurriría a ella.

Honestamente, con el baño que había recibido, debía darse por pagada, no se había sentido así de limpia desde…nunca probablemente.

El hombre delgado se volvió a acercar, ahora habiendo hecho los cambios necesarios a las prendas.

Las mujeres comenzaron a vestirla con la ropa recién diseñada, completamente a la medida, y se vio disfrutando la sensación del cuero en el cuerpo, simplemente se había acostumbrado, era su segunda piel, se sentía viva, tal vez otra de las consecuencias de entrar en la arena. Tal vez si estos la vestían con algo diferente se habría sentido ajena e incómoda.

Sintió como las manos apretaban las cintas de cuero en su abdomen, y luego amarraban la cinta roja en su cadera. Luego vino la armadura en su pecho, como esta se acomodaba en el cuero con precisión, y si bien se sintió pesado, su cuerpo ahora entrenado y fuerte era capaz de soportarlo. Luego vino su capa, lo que solía llevar siempre que entraba en la arena, esa mezcla de cuero y rojo.

Piel y sangre.

Miró por una de las ventanas, y al mirar el sol, asumió que ya debía ser medio día. Al parecer de verdad estuvo mucho tiempo en ese baño, y en el viaje desde el coliseo hacía ese lugar, se le hizo eterno. ¿Hasta qué hora iba a estar ahí? Probablemente todo lo que quedaba de día, y si la subastarían, tal vez estaría de pie durante la noche.

Ahora se alegraba de haber descansado en aquel baño.

El guardia se le acercó, pensativo.

“El evento empezará a las tres de la tarde, y terminará en el atardecer cuando la subasta termine, luego serás llevada al lugar donde pasaras la noche.”

Lo miró, intentando pensar en la mejor manera de preguntar lo que tenía en mente, ya que no quería que sonara mal o algo así. De todas formas, era ahí una presa más, no debía actuar de manera errónea o perdería los pocos privilegios que tenía.

Este la miró de vuelta, y miró alrededor, sus ojos pasando por el grupo de mujeres que seguía ahí, como si se tratasen de una escolta, su escolta, y se sentía extraño tener algo así.

“Hasta esa hora puedes hacer lo que quieras, conocer el edificio, comer lo que quieras de la cocina, pero siempre habrá guardias así que no vayas a hacerte la lista.”

¿La lista? ¿Algo así como intentar escapar?

Ya sabía que hacer eso era una condena a muerte, incluso una peor a la que era sometida cada dos semanas. Si la atrapaban huyendo, dudaba que la lanzaran al coliseo como castigo, ya que sabían que sobrevivía ahí dentro, y si era así, su muerte tal vez fuese por lapidación, una muy lenta y dolorosa. Si se apiadaban, probablemente la ahorcarían. Pero de que tendría castigo, era evidente, tenía claro que los azotes eran algo que incluso en su pueblo usaban como advertencia de cualquier mal comportamiento, así que era evidente que en la ciudad usarían algo similar como tortura, o quien sabe, algo incluso peor que no podía vislumbrar siquiera.

Y siempre procuró comportarse, incluso cuando niña.

Quería sobrevivir, y hacer algo estúpido la llevaría a una muerte segura. Prefería morir en el coliseo, sabiendo que sería capaz de hacer algo para sobrevivir que verse atada de manos y pies, simplemente esperando por una muerte rápida. Rezando para que el siguiente golpe fuese mortal.

No quería pasar por eso.

Se vio llevada por el lugar, las mujeres de nuevo haciendo de escolta, dos de ellas caminaban a su lado, señalándole algunos lugares y detalles del edificio en el que estaban, al parecer los senadores y las milicias solían hacer fiestas ahí, reuniones importantes o simplemente el celebrar una victoria más del imperio.

Y ahora sabía que también la subasta se llevaba a cabo ahí dentro.

Estuvo al menos una hora caminando por ahí, visitando lo que las mujeres tenían permiso para visitar, lo cual no era mucho, mucho menos al estar gran parte de la servidumbre del lugar preparando todo para el evento. No había tiempo libre casi.

Excepto ella misma.

No tenía mayor obligación en ese lugar que permanecer erguida mientras los invitados disfrutaban de la fiesta. Si estos le pedían algo, debía acatar, por supuesto, ese era su deber, pero tampoco era de la servidumbre, así que no debían actuar como parte de. Era un poco confuso, ciertamente y la dejaba sin saber que hacer.

El último tramo del recorrido fue en la cocina, un lugar bien cuidado. Podía ver un montón de personas ahí, hombres y mujeres en ropas cuidadas mientras hacían lo suyo, algunos puliendo las bandejas de plata, otros preparando las bebidas, otros los aperitivos. Todos estaban ocupados en lo suyo.

Terminó sentada en una silla que ahí había, el espacio lo suficientemente grande para no estorbar en lo absoluto con tantas personas moviéndose de un lado a otro. Su guardia quedó tras ella, y se vio en una postura bastante incomoda, para ellos era casi como ver a una celebridad, y tal vez lo era, aunque le costase aceptarlo.

Sabía que la servidumbre podía asistir al coliseo, con peores asientos en comparación con la clase alta del imperio, como el mismo emperador, los senadores, la milicia y los altos rangos de la población, así que no era de sorprenderle que supieran de su existencia, incluso algunos esclavos podían saber de ella.

Muchos de los presentes se acercaban para ofrecerle comida, a veces fruta, a veces un trozo de postre, o cualquier otra cosa, y lo aceptó. No iba a moverse por ahí, buscando que comer, como si tuviese el poder para hacerlo. Y si bien su dieta era importante, podía darse ese lujo, de todas formas, iba a ser vendida, e iba a disfrutar de lo que sea remotamente bueno que llegase, y vaya que disfrutó de cosas que en su vida había probado. Al final terminó degustando prácticamente todo lo que los invitados iban a comer durante el evento, y podía darse por satisfecha.

Había pasado hambre muchas veces en su vida, pero hoy no iba a ser el caso.

Cuando llegó el momento de salir, de aparecer en el evento que la llevaría a pasar la noche con un desconocido, sintió nervios. Por suerte tenía la libertad suficiente para escapar al baño las veces que quisiera.

Iba a tener que pararse frente a todos, pero ahora por una razón diferente.

Y aun no sabía cómo sentirse sobre eso.

El salón donde se celebraba aquella fiesta a su costa era un lugar tal vez demasiado grande para su gusto. El techo era angustiosamente blanco, estaba demasiado iluminado y las paredes parecían brillar tanto que le hacían doler los ojos, también había muchos objetos decorativos alrededor, esculturas, vasijas, y se vio mareada al ver tantas cosas en un mismo lugar. Estaba acostumbrada al minimalismo de sus alrededores, y luego de vagar por ese edifico, no creyó que nada le sorprendería, y se equivocó.

Se vio colocada en un lugar en particular, entre dos largos pilares, y se quedó ahí, sin la intención de moverse. No tenía orden alguna, solo la dejaron ahí, así que ahí se iba a quedar. Tampoco sabía cómo tener su cuerpo, se sentía tensa y confusa, lo cual no era una buena mezcla de sentimientos.

Unas grandes puertas, al fondo del salón, se abrieron, y la multitud comenzó a entrar, y para causarle aún más sorpresa, la servidumbre también entró al salón, aperitivos y bebidas en mano, listos para atender a los visitantes. Normalmente veía a esa gente sobre las gradas, sobre su campo de muerte, lejos del peligro, mirándola, pero nunca les ponía mayor atención. Eran un todo, ahora no, ahora eran personas, muchas, que estaban a su nivel, que se acercaban, que la saludaban como si se conociesen. Por su parte no tenía idea de que hacer y solo asentía cuando estos le decían alguna cosa. ¿Tenía permitido hablar? ¿Debía hablar? A quien engañaba, tampoco hablaba demasiado, quizás el silencio era mejor que sus respuestas cortas y aburridas, para que iba a perder aire en cosas así.

Era un gladiador, un gladiador sin entrenamiento, un preso más, un criminal. Esas personas no se iban a interesar en lo que ella tenía que decir. Eran superiores después de todo.

“Sabía que eras callada, pero no creí que tanto. Toda esta gente te viene a ver a ti, deberías darles más razones para apoyarte, no al contrario.”

Si, era verdad. Era gracias a esa gente que había conseguido la vida que tenía, donde podía comer bien, vivir mejor, incluso trataban de mejor forma sus heridas, así que era un regalo para alguien de su clase.

Era algo que ni siquiera en libertad consiguió.

Oh.

Esa voz.

Se le hizo familiar, de cierta forma, pero se demoró en interesarse lo suficiente para voltear y buscar el origen.

Cuando se dio cuenta, el emperador estaba a su lado, su cuerpo recto, firme, sus ojos claros mirando alrededor. Una reina observando su reinado, asegurándose que todo esté correcto, en orden. Esta tenía los brazos tras la espalda, y se vio imitándola, intentando lucir tan honorable como esta lucía, aunque era de imaginarse que no iba a lograr llegar a un nivel semejante. No podía competir contra esta, mucho menos al tener puesta su armadura oscura, con los detalles en oro, imponente.

Un Dios.

“No se me da bien hablar.”

Le dijo, mientras observaba a las personas dando vueltas, veía a un grupo conversando en una de las esquinas, al lado de una escultura de un sujeto que parecía fuerte, probablemente alguien real, pero no tenía idea de quien era. Ellos estaban bien vestidos, y podía sentir las miradas de estos en ella, como si estuviesen planeando algo en secreto.

¿Qué podría ser?

Cierto, que tonta, esa gente estaba ahí para comprarla. Bueno, no comprarla, no era una esclava, y se ganó su lugar rápidamente así que no llegó a un punto similar. Quizás habría tenido suerte de ser así, de haber sido comprada por alguien que la quisiese tener para labores domésticas o algo así, había escuchado que ocurría, pero también había dueños que sometían a sus esclavos a torturas inimaginables, o que los convertían en Gladiadores para satisfacer su propia dicha y sed de sangre.

Quizás estaba bien donde estaba.

“En eso estamos de acuerdo. De todas formas, tu técnica es buena, a ellos les gusta verte siendo obediente, aunque dudo que lo estés haciendo de adrede, más parece parte de tu personalidad. Porque de no ser así, habría detrás de ti al menos dos guardias que te mantendrían controlada, y no es el caso.”

¿Qué?

Se vio mirando hacia atrás, topándose con nada más que pared.

Tenía razón.

Pensó en algunos de sus contrincantes, personajes impulsivos, salvajes, deshumanizados. No se arriesgarían a tener personas así de bárbaras frente a tantas personas. Probablemente una gran parte de ellos eran esclavos, y en ese lugar, encontrarían la oportunidad de huir, o de vengarse. Matar a sus dueños, o matar a gente indefensa, de todas formas, eran capaces de hacerlo, incluso sin ninguna arma a parte de su propia fuerza.

Normalmente le daban advertencias, todos lo hacían, bueno, algunas veces, pero lo hacían con cada uno de los que entraban en la arena, pero en su caso era diferente. Era solo una tarea más de ellos como guardias, el mostrarles a los presos que mantuviesen su lugar, pero había visto como a otros los tenían que hacer entender de formas diferentes, los mantenían a punta de esposas y ataduras, violencia también.

A ella no. No era necesario.

Podía reconocer su lugar en el mundo. En ese mundo, y no iba a causar su propia muerte por ser una reaccionaría. De hecho, ni siquiera se consideraba reaccionaría en ningún tipo de ámbito.

Dio un salto cuando escuchó el sonido metálico siendo golpeado, y cuando miró a la mujer a su lado, la vio con una copa en su mano, mientras llamaba la atención de las personas. Le causó curiosidad, porque con su simple voz ya habría conseguido que todas las personas en el salón la mirasen, pero al parecer no era nada más que una cosa de etiqueta.

Y de etiqueta sabía bien poco.

Se quedó quieta, mirando alrededor, mientras todos los rostros desconocidos se giraban, mirando al Emperador. Hasta ese momento no se había dado cuenta que estaba parada en una especie de tarima. Un panteón solo para ambas, que las hacía verse superior al resto de personas. Se sintió inesperadamente nerviosa de estar ahí, con un ser omnipotente como lo era Octavia. Para el pueblo, para el imperio, esta era un Dios, y cada vez que la miraba, podía entender ese pensamiento.

Y ella, al lado, debía ser casi como un insulto.

“Agradezco a todos los que asistieron el día de hoy a esta subasta. Yo, Gaius Octavius, he escuchado la voz de mi pueblo, de mi imperio, y por eso he querido brindarles un espectáculo único, algo que no podrán olvidar.”

Vio como la mano libre del Emperador se movía frente a ella, señalándola frente a las personas, poniéndola en el foco de la atención, y se vio tragando pesado, sobre todo cuando todos hicieron caso, mirándola, tal y como la mujer les comandaba.

“Hoy podrán presenciar las habilidades de esta Gladiadora, en este mismo lugar, al mismo nivel, podrán ver de cerca como esta valiosa peleadora lucha por su vida, y ser impresionados con sus riesgosos movimientos.”

¿Cómo dijo?

Los presentes levantaron sus copas, emocionados, y escuchó una oda retumbar en el salón como un eco, pero ya no podía ponerles atención, intentaba entender que ocurría.

Cuando miró a la mujer, a Octavia, notó como los ojos claros la observaban, atentos, mirándola e indagando en el más mínimo detalle de su expresión, buscando algo que probablemente no encontraría.

Su rostro era el menos reaccionario, a pesar de que estuviese aterrorizada en ese instante.

“¿Quiere que pelee?”

Solo pudo preguntar, agobiándole el silencio, las dudas, la incertidumbre, y la mujer le sonrió, esa sonrisa capaz, burlesca, pintándose en su expresión.

“Si, y yo seré tu contrincante, así que considerate afortunada.”

¿Qué?

Oh no.

Eso era incluso peor.

Ese era su fin.

Chapter 32: Childhood Friend -Parte 1-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Infancia-

 

Siempre lo supo.

O al menos, ahora lo tenía claro.

Tal vez, al principio, era solo una niña pequeña, y era imposible entender aquello que sentía, pero ahora, que esa persona volvía a aparecer en su vida, los latidos de su corazón dejaban en evidencia lo que sentía.

Le gustaba.

Le gustaba mucho.

Cuando era niña, siempre se ocultó detrás de su hermana, nunca tuvo la valentía, ni la confianza para hablar, para hacer amigos, y se sentía avergonzada de admitir que no había cambiado mucho desde aquel entonces. Siempre temblaba al decir palabra, o cuando alguien se le acercaba con la intención de entablar conversación. Y muchos solían tomar su vacilación, o su silencio, de una manera errónea, negativa.

Pero Eija no.

Su hermana mayor siempre la cuidaba, la mantenía cerca, siempre estuvo agradecida de que fuese su protección, y por supuesto confiaba cualquier decisión que esta tomase, porque estaba a salvo a su lado, pero, lo que sintió con Eija, era algo indescriptible.

Sus recuerdos no eran tan claros, teniendo en cuenta cuantos años habían pasado de eso, pero recordaba con claridad esa vez, cuando su hermana le presentó a su gran amiga, a su mejor amiga.  Cuando su hermana le preguntó a Eija si quería jugar con ella, a pesar de ser tímida, a pesar de ser menor que ambas, esta aceptó, sonriéndole. Recordaba con claridad la sonrisa que esta le dio, como la invitó, como la recibió con los brazos abiertos, como tuvo cuidado con ella a pesar de lo pequeña que era a esa edad.

Nunca nadie la había aceptado así de fácil, y cualquiera podría decir que solo fue agradable, porque era la hermanita de su mejor amiga, pero no, no tenía por qué serlo. Y lo fue, fue buena, fue agradable, durante todo ese tiempo.

No solo ese día, si no los años que siguieron.

Una farsa no duraría tanto tiempo.

Eija siempre se tomaba un tiempo extra para pasar con ella, para hablarle, para contarle cosas de su vida, para hacerla reír, para acompañarla, y era buena, incluso cuando su hermana no estaba presente, y, de nuevo, no tenía por qué ser buena, pero lo era.

Se acostumbró a verla durante esos años, a verla al lado de su hermana, a verla en su casa, a verla en algunas fiestas, en pijamadas, se volvió parte de su familia, era cercana, agradable, y le sorprendía de sí misma lo cómoda que se sentía con una extraña en su casa en esos momentos de su vida, pero ya luego no podía pensar en su hogar sin esta ahí, presente, dándole sonrisas, animo, apoyo.

No se podía imaginar una vida sin ella.

Pero Eija no estaría ahí para siempre.

Se enteró demasiado tarde de que esta viajaría, que se iría a viajar por el extranjero por el trabajo de su madre, a vivir afuera por los años siguientes, y probablemente no la volvería a ver.

Sintió un vacío en ese entonces, incluso siendo una niña.

Lloró, sí, pero jamás se lo dijo a su hermana, lo mantuvo en secreto.

¿Por qué se lo diría?

Ni siquiera Vilma lloró cuando esta le dijo que se iría, entonces, ¿Qué derecho le daba a ella el llorar por qué no vería a una chica que ni siquiera podía considerar su propia amiga? Porque no lo eran, ¿No? Dudaba que Eija la viese como una amiga, y en realidad, ella tampoco la veía como su amiga.

Ahora, habiendo crecido, entendía que la veía como algo más, solo que era tan joven, tan inexperta, tan inocente, que aquello no podía siquiera pasársele por la mente.

Y cuando esta apareció, cuando apareció tras la puerta de su casa, años después, …ya la había olvidado, o creyó que lo había hecho, se convenció de eso.

Su hermana volvió a presentársela, como aquel día en la escuela, como si fuese la primera vez que la conocía, pero a penas la vio, apenas vio su sonrisa, sus ojos, supo de inmediato que era aquella chica que tanto adoró en su infancia, la chica a la que admiró, a quien añoró en silencio desde que se fue.

En realidad, ¿Cómo podría olvidarla? Era estúpido siquiera creerse aquella mentira sobre que la había superado.

Jamás conoció a alguien así, en todos esos años. Con nadie se sintió tan cómoda, sin sentirse presionada, sin sentirse agobiada por el hecho de simplemente hablar. Con Eija todo fue fácil, esta hablaba por ella, y la entendía sin siquiera tener que decirle nada, y la esperaba, cada vez le daba su tiempo para hablar, para poder comunicarse, sin sentirse inútil por no poder hablar con normalidad.

Y ahora no era diferente.

Había cambiado, había crecido, ahora eran completamente diferentes a cómo eran ambas en aquel entonces, pero a pesar de eso, su corazón latió fuertemente en su pecho, como si hubiese encontrado algo que perdió durante años, y tal vez era así, aunque se sentía absurdo siquiera pensarlo.

Pero ahí estaba, sin poder formular una frase, sintiéndose hervir, su corazón agobiándola dentro de su pecho.

…Solo por verla.

Dio un salto, cuando esta se acercó, sonriéndole, con la misma confianza con la que se le acercó años atrás, sin dudarlo. Esta ahora era más baja, o ella misma era más alta, y esa era la razón de su acercamiento, esta la miraba, sus ojos verdes brillando, mientras le decía lo alta y bonita que se había puesto con los años, y eso no ayudó a que su corazón se calmase, para nada.

Lo empeoró, sin duda.

Cuando la conoció, le dijo lo linda y pequeña que era, y ahora cambiaba su frase, pero seguía avergonzándola de la misma forma.

Era débil.

Su corazón seguía siendo débil ante Eija.

Había crecido, había crecido más que su propia hermana mayor, pero ahí seguía, siendo igual de vergonzosa y tímida que antes.

En ese aspecto, no había crecido nada.

Vilma había sujetado a Eija, prácticamente tirando de ella, llevándosela a la cocina, al parecer iban a hacer algo, hablar de la vida, recuperar el tiempo perdido, y no quiso entrometerse, se mantuvo al margen, por supuesto que lo haría. No tenía por qué estar ahí presente, no tenía por qué estar ahí cuando una amistad estaba reconstruyéndose, una amistad que no era la propia.

Que jamás sería la propia.

Al final, era su hermana y Eija quienes eran amigas, mejores amigas cuando niñas…

Ella no tenía nada que ver ahí.

Ni siquiera tenía sentido acercarse, hablarle, porque no tenía la valentía para hacerlo, simplemente se quedaría en silencio, como siempre, tartamudeando patéticamente. Le hubiese gustado mostrarle a Eija una parte diferente de sí misma, quizás demostrarle que había crecido en esos años sin verse, pero solo había crecido su cuerpo, nada más.

Era una decepción.

Dio un salto, cuando Eija salió de la cocina, buscándola con la mirada y le sonrió cuando sus ojos se toparon, y de nuevo se vio inerte en su lugar, sin poder decir palabra, sin poder moverse siquiera, como una estatua.

Esta se le acercó, y sintió la mano ajena en la suya.

Estaba hirviendo, y ahora más.

Sentía la mano cálida de Eija en la suya, más pequeña, pero mucho más firme, resistente.

“¿Qué haces aquí parada? Vamos, tengo un montón de historias que contarles.”

Oh.

La mayor la sostuvo en su mano, y la llevó hasta la cocina, obligándola a permanecer con ellas. Y en realidad, si, estuvo en desacuerdo, pero no podía evitar sentirse bien, que Eija la quisiera ahí a pesar de todo, a pesar de que nunca fuesen tan cercanas.

Tan cercanas como egoístamente quería que fuesen.

Se vio sentada en uno de los taburetes, mientras su hermana comenzaba a repartir bebestibles para las tres, y algún aperitivo, y la rubia, en cambio, comenzó de inmediato a contar sobre algunos de los lugares que visitó.

Podía ver la energía en esta, sus ojos brillando, y le recordó a esa niña de hace unos años.

No necesitaba más pruebas para corroborar que era la misma persona, pero se sentía bien el demostrárselo a sí misma, el tener la seguridad que todo eso era real. Era un alivio, el sentirse así, el tener a la persona a la que tanto extrañó durante toda su adolescencia al fin frente suyo. 

Creyó que no la volvería a ver, y muchas veces se convenció que era así, que esta la olvidó, que ella misma la olvidó, y así podría seguir adelante, y ahora era claro que jamás pudo olvidarla, jamás pudo dejarla ir, y si Eija estaba ahí, era porque los recuerdos de aquel entonces seguían ahí, en su cabeza, en su corazón.

Se quedó abrazada de su vaso, mientras escuchaba los relatos.

Eija ya era una adulta, y a pesar de eso, seguía teniendo ese aire despreocupado, ese aire divertido, lleno de energía, y adoraba eso, era algo que ella misma carecía. Su voz era agradable, siempre lo fue, pero ahora sonaba más vivaz, pero a la vez más madura. Lo que había cambiado más en esta, eran sus accesorios y el color de su cabello, ahora más claro que antes, pero más cambios no hallaba.

Quizás hubiese reaccionado diferente de verla completamente cambiada, de ser una completa extraña, pero no era así, y no sabía si era bueno o no. Porque, de ser una extraña, no se sentiría tan abrumada por los latidos de su pecho, pero el que lo fuese, le crearía un abismo en su ser.

Si ella estaba feliz de verla, entonces, ¿Qué tan feliz estaba su hermana?

Cuando la miró, se sintió extraña.

Nunca había visto esa expresión en su hermana mayor, bueno, sí, pero nunca tan intensa como en ese momento. La veía apoyada de la mesa, bebiendo de su vaso, ocultando una sonrisa mientras escuchaba a Eija con total atención, sus ojos brillando, penetrantes.

Sintió la boca seca al darse cuenta de lo que esa mirada significaba.

O sea, lo entendía.

Su hermana siempre fue cercana a Eija desde que eran niñas, luego cuando empezaron la adolescencia, y dudaba que no se hubiesen hablado mientras estuvieron separadas. Siempre tuvieron un vínculo desde un comienzo, y el reencontrarse, el que su hermana volviese a conocer a su vieja amiga, el que la conociera ahora que eran amigas, podía despertar sentimientos escondidos.

No es que fuese una experta, pero conocía a Vilma, era su hermana después de todo, era abierta con ella, le contaba muchas cosas, le enseñaba también, así que reconocía esa expresión de interés.

A su hermana…también le gustaba Eija.

Su pecho volvió a apretarse, y no por lo fuerte de sus latidos, si no por la frustración que aparecía en ese instante.

No es que hubiese sido ilusa, como si hubiese creído que tendría oportunidad con Eija, por supuesto que no, ni siquiera era capaz de dirigirle palabra, ¿Cómo iba siquiera a poder hablar de sentimientos con esta? Era imposible. Ni siquiera se le había pasado por la mente que esta volvería, ni se había dado cuenta de sus sentimientos hasta que la vio aparecer, así que esperar más era completamente ingenuo de su parte.

Aun así, la reciente idea de ver a su hermana con esta, le hizo daño.

¿Por qué?

Era su hermana, no podía tener celos de esta, era ridículo.

Pero…siempre tuvo celos de su hermana, y tenía sentido el tenerlos.

Fue la que heredó lo mejor de ambas, siendo la extrovertida, la que tenía amigos, la que no tenía problemas para socializar o para hablar con desconocidos, y por supuesto, siempre tuvo a Eija, siempre ambas de un lado a otro. Vilma era todo lo que ella no era, así que tenía sentido el sentirse celosa de esta, de sentirse inferior de alguna forma.

Si Eija tuviese que escoger a alguna, por supuesto que sería a su hermana.

¿Qué estaba pensando?

Ni siquiera sabía si a Eija le gustaban las chicas y ya estaba asumiendo cosas. Ella misma ni siquiera sabía que le gustaban, ni siquiera se había enamorado antes, su cabeza estaba enloqueciendo demasiado rápido, y no le gustaba esa sensación.

Al parecer, de ahora en adelante, esa sería su normalidad.

Con Eija de vuelta, ni su corazón ni su mente tendrían descanso.

Aun así, estaba feliz de verla.

Y esperaba que esa felicidad no fuese opacada por esos sentimientos que acababan de aparecer en su interior.

Chapter 33: Cat Sidhe -Parte 4-

Chapter Text

CAT SIDHE

-Plan-

 

Miró alrededor, atenta a cualquier sonido.

Era la tercera vez en el día que se escondían entre los árboles, mientras miraban al pequeño pueblo a la distancia. Camuflándose con su alrededor, con las plantas, con los arbustos, los ojos de ambas escaneando a cada uno de los habitantes, aprendiéndose sus movimientos, sus rutinas, pensando en el momento indicado para poder entrar a sus pequeñas casas y robarles todo lo que tuviesen.

Temprano en la mañana, había personas dando vueltas.

En la tarde igual.

Y en la noche, ya no tenían oportunidad para poder saquearlos.

Necesitaban ropa para poder pasar más desapercibidas por la isla, e ir al otro lado de esta y ver si había una embarcación que pudiesen encontrar, y ahí no podían dudar, era cosa de una oportunidad, y debían estar preparadas para tomarla. El continente las esperaba, y ahí sería más difícil sobrevivir si no estaban preparadas.

Dejar su cuerpo expuesto sería suficiente para que le cortaran la cabeza.

Pero era imposible el encontrar el pueblo vacío.

Esos humanos siempre daban vuelta, no vagaban lo suficiente en el día, y vagaban demasiado en la noche, y así era imposible encontrar los hogares sin nadie dentro.

Soltó un suspiro pesado cuando iban de vuelta a la playa.

Ahora tendrían que buscar una manera de hacer que los humanos huyesen.

Y a esta altura, solo pensaba en una cosa.

Pero ¿Qué pensaría Rhona sobre eso?

Movió el rostro, buscando a la mujer, aun sin acostumbrarse al hecho de verla caminando a su lado, y extrañaba el verla como una sirena, con su aleta, con sus branquias, con sus escamas, pero al mismo tiempo disfrutaba de poder pasar más tiempo juntas, caminando una al lado de la otra.

Esta de inmediato sintió su mirada, y los ojos esmeraldas la observaron, brillantes.

“¿Sí? ¿Tienes un plan?”

Sintió su rostro hervir.

Algo tenía esa mirada que la hacía volverse débil, vulnerable, y no podía creer que se había vuelto así de frágil. Ahora, que su pasado estaba más vivido en su memoria, solo podía sentir decepción, sobre todo luego de haber vivido tantos años en lo más alto. Su antiguo yo estaría realmente decepcionada de la persona sentimentalista en la que se había convertido.

Carraspeó, intentando mantener la compostura.

“Hubo un tiempo donde fui la líder en un aquelarre.”

Sabía que la mujer la miraba, atenta, y se obligó a si misma a meterse en sus recuerdos, en sus memorias, y así no se avergonzaría.

Ya iban llegando a la playa, y se dejó caer tras una de las grandes rocas enterradas en la arena, ahí se aseguraba que nadie la vería si es que salía del bosque, y tenía la vista del mar, lo que siempre le causaba ansiedad, pero ahora, lo veía como su escape, su futuro.

“Nunca fui buena para trabajar en equipo, supongo que fui codiciosa en ese aspecto, quería la atención para mí, el poder, abarcar todo y poseerlo, pero en aquella época, debí dejar a un lado aquello para poder resurgir, para ser notada, y solo el poder de otras brujas me haría subir más arriba de lo que ya estaba.”

Cuando volvió a mirar a la mujer a su lado, esta seguía observándola, atenta, ahora sentada a su lado, acompañándola. Y sabía que le había dado piernas para lograr conseguir escapar de ahí, el poder llegar al continente y empezar una nueva vida, pero de nuevo volvió a sentir la melancolía de ver la cola de esta meneándose en el agua.

Al menos esta aún conservaba sus habilidades innatas, o no tendría mucho que comer ahí en esa isla.

Se vio acercando una mano a uno de los cabellos pelirrojos, tomando uno de los mechones entre sus dedos, y sintió de inmediato la energía saliendo de los cabellos. Ella lo notó, y Rhona también, sus ojos atentos al gesto, a las leves chispas que salían de la unión entre su piel y el mechón rojizo.

“¿Cómo?”

“¿Sabías que el cabello rojo tiene mucho poder?”

“¿Poder?”

Alejó su mano, y volvió a mirar al agua, recordando de nuevo su pasado, y a quienes mantuvo a su lado para poder subir, y tuvo que escoger con cuidado, porque solo tendría una oportunidad de tener un aquelarre, y debía ser el más poderoso, y solo así, el mismo infierno le daría poder como recompensa.

Poder que obtuvo.

Poder que la hizo ser independiente de Satán.

“Varias de mis compañeras en el aquelarre eran pelirrojas, ya que se había comprobado que cualquier tipo de magia que saliese de ellas, era más poderoso que el de otra persona. Les llamábamos las mujeres de fuego, lamentablemente los humanos malinterpretaron ese poder, asumiendo que, porque eran de fuego, significaba que provenían del fuego del infierno, y vaya cuan equivocados estaban.”

Cuando miró de nuevo a Rhona, esta parecía preocupada.

“Los humanos las atacaron, ¿Cierto?”

Se vio asintiendo.

Aun recordaba esos días, donde una a una, las iban cazando, las iban colgando, y aun no lo entendía, ¿Por qué harían eso? Al final, cuando necesitaban ayuda, iban donde ellas, cuando necesitaban sanarse, cuando necesitaban sanar a sus seres queridos, eran las brujas las únicas en las que podían contar.

Y ahí quemaron vivas a sus salvadoras.

Pero no era la primera vez que lo hacían, que colgaban a sus salvadores, lo que hizo que como castigo su Dios los abandonase.

Tal vez era solo un hábito humano, nunca lo entendería.

Ya llevaba demasiados años sin serlo para siquiera recordar como solía pensar en esos años, cuando se consideraba humana, o cuando lo era.

“Muchas fueron asesinadas a sangre fría por los humanos, fue una cacería eterna en ese pueblo, tuvimos que salir de ahí por lo mismo, por suerte muchas lograron huir, salvarse de la muerte.”

Rhona parecía pensativa, y luego tomó uno de sus mechones, mirando su cabello, reflexiva.

Cuando los ojos la miraron, esta parecía preocupada de cierta forma.

“¿Si viajamos juntas, crees que debería ocultar mi cabello?”

Honestamente, no sabía.

No sabía cómo había avanzado el mundo durante ese tiempo, desde que fue ajusticiada hasta que fue mandada a aquel castigo. Las cosas habían o empeorado, o mejorado, las probabilidades eran similares, imposibles de deducir.

Era imposible saber que harían los humanos.

Pero si sabía a ciencia cierta qué es lo que ella haría.

“Me gusta tu cabello, no me gustaría que lo ocultases.”

Rhona parecía sorprendida con sus palabras, su expresión cambiando rápidamente, ahora una sonrisa plasmada en su rostro, y el que hiciese eso fue suficiente para hacerla darse cuenta de lo que había dicho, y se sintió enrojecer.

Al menos la mujer pareció cambiar de nuevo su semblante, lo suficiente para que no se le notase su vergüenza ante el cambio de tema.

“¿Pero y si alguien lo descubre? Gente como esa, con esas creencias.”

Se vio frunciendo los labios.

¿Qué haría ella?

Se vio mirando el mar, las olas chocando con las rocas, haciendo barullo, uno del que ya estaba plenamente acostumbrada.

La mera idea de volver a esos tiempos, la hacía hervir en ira, pero no podía ser hipócrita, ella misma usó la muerte de muchos para su beneficio, la sangre humana para poder llevar a cabo sus rituales, para hacerse más poderosa, para alargar su vida, y estaba segura de que lo volvería a hacer, una y otra vez.

Pero si osaban tocar a Rhona.

Si querían matarla…

No permitiría eso.

“Ellos morirán antes de poder tocarte un solo cabello.”

Y estaba segura de eso.

Su poder estaba volviendo, así como sus fuerzas, y sabía cómo ganar más poder, como hacerse más fuerte, así que sabía que apenas saliese de esa isla maldita, la cual contenía sus fuerzas, su poder, iba a tener la capacidad para mantener a todos en su lugar, para poder proteger a Rhona.

Porque Rhona la salvó en su peor momento, y eso jamás lo olvidaría.

Le debía la vida a esa mujer.

Cuando se dio cuenta, los ojos esmeraldas la observaban, brillando, una sonrisa divertida en su rostro, y se vio perdiendo de inmediato la seriedad y el enojo que debía estar plasmado en su expresión, esta tornándose nada más que vergüenza.

Escuchó a la mujer soltar una risa mientras las manos se le acercaban, estas fuertes, capaces, las cuales llegaron a sus mejillas, y la sensación la hizo hervir mucho más.

“Me gusta esta faceta de bruja poderosa que tienes ahora.”

En ese momento no se sentía así.

Podía sentir el cuerpo de la sirena a su lado, la piel de esta contra la suya, y si el calor no fuese suficiente, la vergüenza, ahora también sentía el abrumante sentir ante las palabras de la mujer. Nunca había tenido tiempo para tener una relación así, un trato así, ya que siempre estaba con su objetivo en la mira, sin perder el tiempo en nada más que no fuese conseguir el poder que tanto anhelaba.

Incluso en un tiempo, usó la atracción ajena para consumirla, y seguir creciendo.

Pero ahora no creía capaz de hacer eso.

Había cambiado.

“Pero también me gusta mucho cuando eres así de vulnerable conmigo.”

Por favor.

Eso ya era demasiado.

Ni siquiera podía mirar más a la mujer a los ojos, sabiendo que su rostro no debía ser nada más que rojo, y se sentía tan viva en ese momento, que era una sensación casi insoportable.

Casi, porque podía soportarlo, y quería seguir sintiéndose así.

La risa de Rhona creció, y se sintió aún más avergonzada, pero al menos la mujer la soltó, y lo agradeció, porque con su calor corporal, y el ajeno, era más de lo que su cuerpo podía soportar.

Pero esta no se alejó.

Esta apoyó la cabeza sobre la suya, y sintió el cabello pelirrojo mezclándose con el suyo. Negro, blanco, y rojo. La miró de reojo, y la notó tranquila, sonriendo, sus ojos ahora cerrados, simplemente disfrutando de la cercanía, y hacía exactamente lo mismo, disfrutaba la cercanía que tenía con Rhona, y quería estar así, siempre.

Y esperaba que pronto lo disfrutase en el continente, lejos de esa isla maldita.

“Entonces, si entendí todo correctamente, ¿Tu nuevo plan me involucra a mí, o más bien, al fuego?”

Se vio sorprendida cuando Rhona habló, destruyendo el silencio eterno que se formó entre ambas, y por un momento olvidó por completo que esa era su razón para traer todo el tema del pasado a la conversación.

Pero si, Rhona tenía razón, y se alegraba de que esta fuese rápida en ese aspecto.

“Una distracción así mantendría a los humanos ocupados, los haría salir de sus casas a buscar agua y encontrar la forma de evitar que el fuego se propague, y así nosotras podríamos entrar a las casas sin preocupaciones e ir a la costa para buscar una embarcación.”

“Hmmm.”

Creyó que Rhona estaría en contra, pero cuando la miró, esta asentía levemente, como si estuviese meditándolo.

“No soy muy buena con el fuego, ya sabes, al vivir en el agua, pero si crees que eso ayudaría, podríamos intentarlo.”

“¿Estás segura?”

Rhona parecía sorprendida, al parecer creyó mal, que esta no estaría de acuerdo. Al final, esta sonrió, soltando una risa, y volvió a sentir la mano ajena en su cuerpo, en su nuca en particular, la sensación causándole escalofríos.

“¿Sabes que soy una creatura que se alimenta principalmente de humanos perdidos en el mar? Y yo sé que tú eres una bruja, y se cómo las brujas ganan su poder, ninguna de las dos tiene sus manos limpias, así que no voy a juzgarte por la idea que tengas, por muy destructiva que sea.”

Se vio asintiendo, sintiéndose aliviada.

Lo que Rhona conocía de ella, era una parte muy disminuida de si misma, vulnerable, depresiva, suicida, y en aquella época, cuando era considerada una de las brujas más poderosas, esa descripción no la definía en lo absoluto. Era fuerte, carente de la menor emoción, jamás perdía sus objetivos de vista, así que siempre seguia adelante, sin dudar, así como nunca, pero nunca, aceptaba la idea de despedirse de ese mundo, tanto así, que usó a tantos para asegurarse que viviría otras décadas más.

Sabía que, si fuese quien solía ser, con el poder que tenía, habría aniquilado a cualquiera vivo en esa isla para poder hacer toda esa huida con calma, pero en su estado, le sería imposible.

Así que, de cierta forma, le preocupaba mostrarse tal cual era, el que Rhona dejase de acercarse, dejase de invadir su espacio, de hacerle compañía, si es que sus pensamientos diferían.

Y no quería eso.

Era capaz de seguir siendo su versión disminuida si eso significaba el tener a Rhona de su lado.

Dio un salto cuando sintió los labios ajenos en su sien, la sensación suave causándole escalofríos, unos diferentes, pero agradables.

“Hagamos eso entonces, una gran distracción, Blair.”

Si, eso quería.

Eso era lo que más quería.

Todo por un futuro con Rhona.

 

Chapter 34: Alpha -Parte 1-

Chapter Text

ALPHA

-Enfrentamiento-

 

Se vio soltando un bufido.

Levantó la mirada, buscando a quien la había desafiado, quien le había levantado la voz, y la mera idea de verse envuelta en una situación así le causaba cierta euforia.

Había crecido, ya no era un cachorro, y había hecho todo lo posible para crecer saludable, para ser fuerte, para cumplir con las expectativas que ponían sobre los hombros de alguien con su genética. Podía verse como una presa fácil, como hace años, donde los de su mismo rango la dejaban por el suelo y no tenía la convicción de pelear de vuelta, sobre todo viviendo rodeada de Betas y Omegas, pero ya no era así. Ahora era fuerte, ahora era capaz de dar vuelta la situación.

Y su aroma era suficiente para demostrárselos a los demás.

Aun así, no imaginó verse en una situación así en la universidad, asumiendo que ya nadie tenía tan a flor de piel los problemas hormonales propios de la adolescencia, la necesidad de marcar dominancia, de dejar a los demás por el suelo, creyó que se encontraría a personas decentes enfocadas solamente en los estudios y en convertirse en adultos, pero se equivocó.

Se vio soltando una risa.

Al parecer, nuevamente, la genética la ganaba a la cabeza.

Y lamentablemente, si ellos la arrinconaban, ella iba a morder.

Ya no se quedaba de brazos cruzados.

“Solo me encuentro con idiotas.”

La persona frente a ella, un Alpha, la miró con resentimiento a penas la escuchó hablar, y era así, no iba a engañarse. No era la primera vez que alguien aparecía frente a ella con su orgullo herido y con un claro sentimiento de inferioridad, queriendo ser más, queriendo demostrar más de lo que eran, y la veían como una presa, como la persona perfecta para hundir.

Aun no se quitaba ese estigma.

Pero fue criada por personas que sufrieron abusos de Alphas desde siempre, y se aseguró de no mostrarse así de intimidante, de mantenerse al margen, de evitar ser un problema para otros, y eso, para los de su tipo, era casi como pecar.

No lo entendían, y probablemente jamás lo harían.

El Alpha soltó un gruñido, pero no dejó que la intimidase.

Siempre procuraba acabar con lo que otros iniciaban.

Se vio mirando de reojo el reloj del pasillo, sabiendo que iba a llegar tarde a su acondicionamiento físico, así que debía terminar eso rápido.

Cuando su contrincante al fin decidió dar un paso adelante, contraatacó, y la tomó de la ropa, levantándola del suelo en el proceso, y la estampó contra una de las murallas. No tenía que decir nada, el gruñido propio escapándose de su garganta por inercia, por impulso, por instinto. Teniendo ahí sujeta a la desconocida, empujó, haciendo que esta apretase los dientes.

Sentía sus propios dientes asomarse, como siempre.

No le gustaba mostrarse así, pero con gente así, debía hacerlo.

Era fuerte, nació fuerte, nació capaz, y se entrenó cada día para dejar en su lugar a idiotas como a quien tenía sujeto en las manos.

Odiaba a esos idiotas, como se entrometían en las vidas ajenas, como usaban su genética para abusar de su poder. Y no aceptaba eso. En su familia, aprendió desde cachorro cómo funcionaba el mundo, como los que se creían superiores usaban a los demás para subir su estatus, para subir su ego.

Pero consideraba bueno el que se le acercaran, el que buscaran pelea, así no tenía que buscar a los idiotas, estos simplemente se le acercaban.

Rugió, una vez, nada más, dejando en claro su punto.

Haría que esta se fuese con el ego roto, y así dudase en enfrentarse a alguien, en creerse superior y abusar de quien sea. Su familia la crio para proteger, y si dejar en el suelo a alguien así servía para eso, para lograr su objetivo, lo haría.

Soltó su agarre, el Alpha cayendo al suelo, su ego roto, mientras salió de ahí, junto a sus amigos. Probablemente, si tuviese amigos, la habrían apoyado en el momento cuando alguien la desafió, o creía que escogería ese tipo de amigos, no a esos falsos que esa Alpha traía consigo.

Soltó un suspiro, arreglándose la chaqueta.

Esa era solo su imaginación, nada más, no creía ser siquiera capaz de escoger amigos falsos, mucho menos reales, ni siquiera tenía buena fama para que alguien se le acercase. Cuando intentó hacer amistades, terminó todo hecho un caos y no quería pasar por eso de nuevo.

Ser un Alpha era solitario.

Ser un Alpha como ella era solitario.

Quizás, si hubiese nacido en un entorno diferente, con un Alpha como su modelo a seguir, con más Alphas en su árbol genealógico, su comportamiento sería diferente. Pero vio por sí misma como abusaban a su familia, como eran despreciados por los que llamaban superiores, e incluso siendo nada más que un cachorro se vio enfrentando a un Alpha, al jefe de uno de sus padres, en particular.

Estos debían mantener la dominancia a toda costa, seguir estando en lo alto de la cadena, y le sorprendía como algunos adultos podían dejarse llevar por sus instintos de esa forma tan descarada.

Por su parte, no quería abusar a los más débiles, no quería hacer lo que vio que le hacían a su familia, no se perdonaría a sí misma, así que procuró jamás iniciar ningún tipo de situación. Pero, aunque ella se detuviese, se controlase lo más posible, los demás no, ellos existían, estaban ahí, a su alrededor, y vio en la adolescencia a muchos haciendo atrocidades sin contenerse en lo más mínimo, sin el menor respeto por los otros, y ahí empezó a intervenir. Los más débiles no podían dejar a esas personas en su lugar, pero ella sí, porque tenía la fuerza, porque tenía la genética.

Se vio caminando por los pasillos hacia el salón designado, sabiendo que debía correr para llegar, pero sus piernas dolían con el entrenamiento que tuvo temprano, ya pocas ganas le quedaban de correr. Teniendo una beca deportiva, debía mantenerse en forma, seguir entrenando, seguir corriendo, y le gustaba lo suficiente para destruirse por completo.

Su cuerpo era su prioridad.

Se detuvo.

Se quedó inerte en el pasillo, a mitad de camino, sus sentidos siendo alertados.

Escuchó ruido, mofas, distinguiéndolas con definición con sus sentidos agudos.

De acuerdo, al parecer sí que llegaría tarde.

Caminó en dirección del ruido, del caos, y notó a un grupo de Alphas, tres de ellos. Ahora no era solo el ruido, sino que también sentía el aroma de estos, presumiendo, dejando escapar sus esencias para marcar su alrededor.

Nada nuevo.

Iba a dejarlo pasar, de todas formas, creyó que solo era un duelo más entre Alphas, sin embargo, notó a alguien más ahí, entre el grupo, rodeado.

Un Omega.

Había una chica de cabello claro ahí encerrada en medio del grupo, su aroma completamente indistinguible entre los ajenos, además de su altura permitiendo que se mantuviese oculta de las miradas.

¿Cuántas veces había visto esa escena?

Muchas.

Y siempre había interferido.

Esas eran una de las cosas que más le molestaban.

Dudaba que la rodearan de esa forma y soltaran sus aromas para inducirle el celo al Omega, no creía que alguien adulto tuviese el descaro de hacerlo, a pesar de que lo vio cientos de veces en la hormonal adolescencia.

Pero, aunque no fuese nada más que una mera discusión, le parecía de por si demasiado abusivo el tener a alguien rodeado como si se tratase de una presa.

No dudo, simplemente se dirigió hasta ellos, sin detenerse.

Sin ocultar su enojo.

Como le desagradaba esas actitudes.

Soltó su propio aroma, su esencia como Alpha, como el Alpha fuerte que era, el que había ganado peleas, muchas, el Alpha que se había entrenado día y noche para dejar en el suelo a gente así. Y notó como los tres rostros la miraron, y si bien no era particularmente alta en comparación, era capaz de dejar a las tres llorando en el suelo, sin problema.

“Déjenla en paz.”

Notó muecas de enojo en los presentes.

En todos.

Incluso en la chica Omega, y eso le sorprendió, ya que se veía enojada antes, ahí, con los Alphas, pero no creyó que la miraría a ella así.

“¿La quieres para ti?”

La más alta del grupo, habló, sonriéndole, engreída, y solo pudo gruñir en respuesta.

“No soy tan básica como ustedes.”

Y no lo era.

Aunque quisiera tener a alguien, ansiar a un Omega, jamás usaría su aroma para obligarla, o peor, usar su posición genética para hacerlo. Eso solo lo hacían los que no tenían mayor personalidad, los que no tenían mayor encanto a parte de su sexo, de su genética. Gente vacía por dentro.

Recién ahí se dio cuenta que en el grupo había alguien con quien ya había peleado hace unos días, y solo la recordó por la nariz hinchada que tenía, ya que, con la mezcla de aromas de tres personas, era difícil reconocerla por eso. Esta fue la primera en retroceder, en alejarse de la escena, dejando confundidas a las otras dos restantes.

Respiró profundo, dejando salir un poco más de su aroma, inflando su pecho, mostrando los dientes.

No quería tener una pelea innecesaria, ni crear más discordia, así que si retrocedían todas, mejor, así perdía menos tiempo.

Y por suerte, la más baja también se retiró.

Y solo quedó la más alta.

“¿Realmente crees que puedes venir aquí a molestar? Te voy a demostrar que aquí mando yo.”

Si, si, sus amigas dijeron lo mismo.

Al parecer, al final igual enfrentaría a alguien, y con esa serían dos en el día, se sentía como un récord.

Movió su cuello, haciéndolo resonar, mientras veía como esta se acercaba, y no dudó en sujetarla de la ropa, pero no iba a dejarla contra la pared y nada más, dudaba que eso fuese suficiente, así que se movió rápido, llevando un pie tras la rodilla ajena, y enganchó sus extremidades, empujándola, haciéndola caer al suelo.

Se quedó ahí, victoriosa, sin siquiera sudar una gota.

“Me parece que no mandas tú, menos desde el suelo.”

El Alpha la miró, odio en su expresión, mientras se levantaba del suelo, limpiándose la ropa, manteniendo su dignidad, simplemente resopló y se alejó, quitándole importancia al asunto, y esa era una buena forma de acabar con eso.

Cuando era más joven, las peleas se alargaban, porque no sabía pelear bien, y terminaba dejándose llevar por el calor del momento, y por supuesto que terminaba saliendo muy herida, no siempre victoriosa, pero había crecido, había aprendido a mantener su lugar, había adquirido habilidad, había madurado, y no se dejaba llevar por lo que le dijesen, o por los golpes.

Ahora podían olerla, porque podían notar con una mirada que no era una buena idea el enfrentarla, que habría pelea, y no todos se arriesgaban a salir heridos.

Cuando esas personas se fueron, alejándose del pasillo aquel, se giró para mirar a la Omega, para ver si estaba bien, y ahora si podía oler su aroma dulce, su aroma agradable, ya no más siendo enmascarado por los aromas ajenos.

Pero esta aun la miraba enojada.

Podía ver sus ojos claros completamente serios, su ceño fruncido, su rostro pecoso completamente tenso.

“¿Estás bien?”

Esta la miró, soltando un bufido, y si, había ayudado a varios Omegas en su vida, en su adolescencia, sobre todo, pero nadie había reaccionado de esa forma, siempre notaba cierto agradecimiento, o al menos alivio, pero ¿Qué pasaba con esa actitud?

“Claro que estoy bien, siempre estuve bien, no tenías que entrometerte, puedo lidiar con los problemas por mí misma.”

¿Qué?

Se le quedó mirando, sin saber que decir.

La voz ajena era aguda, pero cada palabra sonó marcada, intensa, enojada, indignada incluso.

Eso…la hizo enojar.

Y no se había enojado con un Omega en…

Nunca.

“Hey, ¿Qué pasa con esa actitud? Solo quería ayudarte.”

La chica volvió a resoplar, parándose recta y firme a pesar de lo pequeño de su cuerpo, sus manos firmes en su cintura. Orgullosa, capaz.

Pero su enojo no se mermó en lo más mínimo.

“Pues sorpresa, no necesitaba tu ayuda, ni la necesitaré, así que vete de aquí, estorbas.”

Si, estaba enojada.

Más de lo que creyó.

No es que esperara gratitud, de todas formas, era un Alpha, no esperaba que un Omega decidiese alabarla por un acto de decencia básica, ¿Pero un ataque así? Era innecesario, no se merecía un trato así, menos al correr a ayudarla, ya que era claro que la situación se iba a salir de control en cualquier minuto.

“Solo quise evitar que te hicieran algo, en serio, ¿Qué rayos te pasa?”

Probablemente se notaba su enojo en su rostro, sentía sus colmillos asomarse a pesar de que no fuese su intención el mostrarlos, solo eran sus impulsos ante el enojo, lo normal.

Pero lo normal no era iniciar una pelea con un Omega.

De hecho, no había conocido a alguien con tan mala actitud.

La Omega la miró, sus ojos fijos en los suyos, claros, brillantes, y era obvio que era una chica guapa, lo era, no era ciega, y también podía sentirse atraída por su aroma, pero esa maldita actitud le molestaba demasiado, ni siquiera la podía ver como la pequeña mujer que era.

Esta la apuntó, rugiendo.

“Dejame adivinar, ahora estas enojada porque una pequeña Omega te dijo que te fueras, vaya ego que tienes.”

¿Qué?

¿¡Que le pasaba a esa chica!?

“¡Claro que no! ¡Estoy enojada porque estás siendo mala conmigo sin razón alguna!”

Y eso era.

No le dijo nada para que la tratase así.

Si, sabía que algunos Omegas solían sentirse mal al ser protegidos, bla, bla, pero siempre procuró no hacer nada para molestar a nadie, para tratarlos como seres inferiores, ni lo haría. No entendía que había hecho de horrible para que esta la tratase así.

Esta soltó otro bufido, mientras se giraba, moviendo su largo cabello.

Pudo sentir el aroma agradable llegándole a la nariz, pero estaba tan enfadada que ni siquiera le puso mayor atención. Ni siquiera la calmó como aromas así solían hacerlo.

“Dile eso a alguien que le importe tu ego de Alpha.”

¡Ahg!

“¡No es acerca de mi ego o mi casta! ¡Es acerca de tu actitud conmigo!”

Y esta comenzó a caminar.

¡La ignoró!

“¡Hey!”

La chica la miró, girándose levemente, observándola con sus ojos celestes, mientras le hacía un gesto con la mano, como una despedida, pero más bien lo interpretó como que le quitaba importancia al asunto.

No era importante, pero tampoco era algo irrelevante.

“Si, si, lo que sea, no me importa. No me vuelvas a molestar.”

Se vio ahí, inerte, mientras la chica se alejaba.

Apretó los dientes, cerró los ojos y soltó un bufido, las encías ardiéndole de la rabia, así como el gruñido que se le escapó por la garganta.

Pelear con Alphas idiotas era algo usual, era una costumbre incluso, casi siempre se tornaba físico, así que era rápido de solucionar, pero una discusión con un Omega, eso era algo a lo que jamás se había enfrentado. Era una situación surreal, y no se sentía preparada para algo así.

¿Cómo una chica tan pequeña podía tener una actitud tan mala?

Era un pequeño demonio sin duda.

Soltó un suspiro pesado. Al parecer iba a correr, a costa de su dolor físico, hasta dejar de sentir esa rabia.

No quería ver a esa Omega de nuevo.

Chapter 35: Succubus -Parte 4-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Regeneración-

 

No imaginó que algo así ocurriría.

Se vio salivando, se vio tensándose.

Sintió el poder demoniaco salir de su cuerpo, poco a poco, sus feromonas envolviendo su cuerpo, así como el cuerpo ajeno. Sintió los dedos delgados de la mujer aferrándose más a su túnica, enterrándose en su carne, y no podía sentirse mejor.

A pesar de las veces que se había visto en esa situación, donde su poder salía a la luz, nunca se había sentido así de bien, así de liberador.

El pensamiento de cuidar y proteger a Myrtle, de evitar a toda costa que alguien pudiese hacerle algo, que alguien quisiese su virginidad, se desvaneció por completo de su cabeza al querer ser ella misma quien le quería hacer tales cosas a la mujer.

No podía evitarlo, olía tan bien que debía seguir adelante.

Su lado humano no tenía poder para decidir.

Para controlarse.

Solo pensaba en que debía tocarla más, que debía sentirla más, quería sentir su interior, quería romperla por dentro, hacerla suya.

Y no creía ser capaz de detenerse.

De la nada, sintió un fuerte golpe en la parte de atrás de su cabeza.

Se vio alejándose del cuerpo ajeno por inercia, mientras negaba, intentando reponerse, su cabeza dando vueltas, el golpe aturdiéndola. No fue algo físico, fue algo mágico, un golpe de magia, un hechizo ajeno, lo sentía a pesar de apenas tener consciencia en un momento tan abrumador.

Se vio jadeando, y antes de poder buscar con la mirada a su atacante, sintió el mismo golpe, el mismo hechizo, cayéndole de nuevo, ahora mucho más fuerte, con mucho más poder, y se vio cayendo al suelo, sus rodillas ardiendo, su cabeza ardiendo, su cuerpo ardiendo.

Lo que más ardía, era su rabia.

Se vio saboreándose los labios, disfrutando de los atisbos de la esencia ajena aun firme en su memoria, y no podía perdonar a quien sea que la atacase cuando estuvo a punto de disfrutar un preciado banquete. Al fin podría disfrutar a alguien, tener a una virgen en su poder, y perderlo era un insulto.

E iba a deshacerse de quien sea que cometiese aquel delito.

Se giró, buscando con la mirada hacia el lugar de donde vino el ataque.

Era Finneas, este la había atacado.

Se vio gruñendo, su demonio interior completamente enfurecido, sin embargo, ella misma, su humanidad, se decía a si misma que tenía sentido, él debió verla a punto de atacar a Myrtle e hizo lo que era su trabajo, protegerla como el compañero que era.

Pero ¿Por qué no había caído inconsciente luego del ataque?

Rara vez estaba consciente cuando el demonio se salía de control, ese era el objetivo de ese culto, mantenerla a raya, siempre había sido así. Pero ahora, se sentía enfurecida, se sentía pasando a otro punto de la locura usual que experimentaba, la locura que normalmente olvidaba ante el hechizo que la dejaba aturdida por días.

Eso era.

El único que tenía acceso a un hechizo tan fuerte y efectivo contra su poder, era Dargan, quien había hecho una promesa de usarlo sabiamente solamente contra ella, ya que podía lastimar a demonios, calmarlos, dejarlos sin poder ni magia, y en un lugar donde se trataba a los demonios como reyes, no podían todos tener algo así que pudiese significar una rebelión. Así que no, Finneas no sabía el hechizo que la calmaría, por eso había usado uno diferente.

Pero no era suficiente.

Ningún hechizo sería suficiente.

Y ahora se sentía incluso más poderosa, aún más enloquecida. Su ira controlando su cuerpo entero, su magia, su poder, y nunca se había sentido así. Siempre perdía el control por la lujuria, pero jamás por la ira, y ahora, se daba cuenta de lo capaz que era bajo un efecto similar. No tenía mayor habilidad, no tenía la mente de un mago capaz para memorizarse los hechizos, para hacerlos funcionar como debía, pero tenía una fuerza y resistencia superior a los demás, que todos ahí.

El demonio dentro de su carne era suficiente para hacer arder ese lugar.

“¿¡Que haces!?”

Escuchó a Myrtle gritar, y nunca la había oído así de desesperada, y su lado humano quería mirarla, quería ver su rostro, analizarlo, pero no podía, sus ojos fijos en quien era su contrincante, su cuerpo encorvándose, la magia saliendo de sus manos, sus cuernos picando en su cráneo deseando embestirlo.

“¡La estoy deteniendo!”

“¡Ese no es tu trabajo!”

“Cuando llegue Dargan será demasiado tarde. ¿Y tú? ¿Qué haces incitándola? ¿Acaso quieres perder tu lugar en el culto?”

Podía oírlos discutir, a Myrtle y a Finneas, ambos siempre tan calmos, sin hablar de más, y ahora parecían ambos acalorados discutiendo.

Pero dejó de escucharlos, siendo sus propios gruñidos los que emergían. Veía sus manos en el suelo, las venas ensanchándose, creciendo, palpitando de ira, de ira y de lujuria. Aún estaba salivando, veía las gotas caer al suelo, una tras otra, mientras sentía su cabeza palpitar, al igual que sus venas.

Nunca había tenido ganas de matar, jamás, ni siquiera cuando era una adolescente y su cuerpo comenzó a madurar, así como sus poderes, donde quienes debían cuidarla abusaron más y más de ella. Pero ahora, lo sentía, tenía esas ganas insoportables de matar a Finneas, ahora junto a las ganas de violar a Myrtle. Su poder se había salido por completo de control, nunca se había sentido así, tan fuerte, tan capaz, y el tener tanto poder se sentía extraño, se sentía aterrador.

Sentía que era indebido ser así de fuerte al tener pensamientos tan corruptos, tan dañinos.

No estaba bien.

Pero no podía hallar la fuerza para detenerse a si misma.

Sus ojos debían de estar brillando, tan excitados como furiosos.

Finalmente, reaccionó.

Se vio atacando a Finneas, sin control alguno, simplemente lanzándole una ráfaga de poder, y este alcanzó a notarlo y así se protegió, aun así, su cuerpo retrocedió ante la fuerza del ataque. Este no dudó ni por un segundo, dándole de nuevo su atención individual, atacándola de nuevo, el hechizo ahora llegándole de frente, haciendo que todo su cuerpo ardiese, una vez más, haciéndola caer al suelo, o al menos eso creyó, sus piernas siendo lo suficientemente capaces de evitar otra caída.

Debía de estar sangrando, lo tenía claro, pero no podía mirarse, sus ojos fijos en su compañero de equipo, como un toro ante el rojo. Era su objetivo, ya más tarde saciaría su sed de la mujer que estaba ahí presente, pero por ahora, necesitaba quitar a ese estorbo de su camino.

Myrtle volvió a gritarle a Finneas para que se detuviese, pero este ya estaba recitando otro hechizo, uno más fuerte, uno más poderoso. Él no se iba a detener, y honestamente, ella tampoco se detendría, por el contrario, se levantó del suelo, gruñendo, corriendo, sintiendo su cuerpo iluminarse con un nuevo ataque.

Ya cerca, ya a punto de impactar, logró percibir parte del hechizo, uno que había oído antes, uno completamente diferente a otros. Un hechizo que podía matar a un humano con facilidad, pero que necesitaba una gran cantidad de magia así que nadie se arriesgaba para evitar quedar inconsciente por días. Pero no Finneas, él era capaz de mucho, así que un hechizo así no le haría tanto daño como a otros, y a ella, ese hechizo la dejaría destrozada.

Su mente le dijo que huyese, que iba a morir si ese hechizo le impactaba, pero el demonio no la escucharía, estaba sedienta de sangre y no iba a detenerse, no ahora ni nunca.

Y los poderes impactaron.

El dolor, era difícil de describir.

Había sufrido daños, había sido atacada con múltiples hechizos, pero el de siempre, no solía lastimarla, al menos no en el momento, ya cuando despertaba sentía el dolor en su cabeza y sus los recuerdos borrosos, pero este no era así, este le hizo doler de maneras indescriptibles, destruyendo su piel, sus huesos, su carne, destruyendo todo a su paso, y solo ahí, luego de destruirla, llegaría a su cabeza y dejaría de sentir.

Era una tortura.

Sus brazos, sus piernas, su torso, y nunca había tenido el menor interés en creer en Satán, en pedirle algo, en hacer un trato con él, pero en un momento de debilidad pidió que ese dolor se acabase.

Despertó de golpe, como si hubiese despertado de una pesadilla.

Y en su cabeza, lo recordaba como una pesadilla.

Se sentó en la cama, sintiendo el dolor en su cuerpo, en su cabeza, tal vez no debía doler tanto, sin embargo, el dolor fantasma seguía ahí, el recuerdo de lo que ocurrió, y seguía ahí.

Se miró las manos, e incluso en la oscuridad de la habitación, logró notar como la piel era nueva, tersa.

Si, aun sentía como el hechizo desintegraba su ropa, su piel, su carne, sus huesos, y le sorprendía siquiera el seguir viva. Tenía regeneración propia de un demonio, no moría con facilidad, pero tampoco creyó que algo así sería posible, nunca lo había puesto a prueba con algo más que cortes accidentales. No quería ni siquiera pensar en cómo quedó su cuerpo, lo que quedó de su cuerpo, luego de aquel ataque.

Finneas realmente iba a matarla, y admiraba la seriedad con la que tomaba su trabajo de cuidador, aunque Myrtle quisiese evitarlo.

Soltó un suspiro pesado.

Esperaba que estuviesen todos bien.

Se tocó el rostro, sintiendo la piel, también diferente a antes, nueva, suave, y agradecía no tener partes de su interior expuestas en la superficie, aunque sabía que había sido así.

Miró alrededor, notando a Dargan sentado en una silla, completamente dormido, parecía exhausto. A su lado, en la mesa de noche, había un balde con agua, la cual estaba teñida de rojo, además de unas vendas, algunas manchadas y otras nuevas. Le había cambiado las vendas, que buen compañero tenía. Esperaba que este no sintiese culpa, o tal vez esa era exactamente la razón para cuidarla, ya que no estuvo ahí en el momento de lo sucedido, así que las cosas se salieron de control.

Realmente todo pasó en el momento y lugar equivocado.

Finneas debió de ser castigado por usar un hechizo así de mortal, o al menos eso imaginaba, y esperaba que no. Era su trabajo, hizo lo que tuvo que hacer para proteger a Myrtle de alguien como ella, así que lo entendía.

Ella misma no pudo protegerla, aunque prometió hacerlo.

Ella había fracasado como compañera.

Se dejó caer de nuevo en la cama, sintiendo la cabeza arder, pero no como siempre, un dolor diferente, incluso más desagradable.

Solo podía cerrar los ojos y esperar que se pasara el dolor.

Aunque su mente, le repasaba una y otra vez lo sucedido, el dolor que sintió, las sensaciones que la abrumaron, y deseó que aquel hechizo le hubiese quitado la memoria de esos momentos.

Cuando abrió los ojos, ya era de día. Se volvió a dormir en algún momento de la noche, y ahora estaba de nuevo despierta, o más bien, alguien la había despertado.

La puerta.

A penas podía enfocar la vista, y con el dolor de cabeza que sentía, ni le impresionaba.

Dargan se levantó de la silla, parecía estar despierto, pero seguía en su vigilia protectora, y lo agradecía inmensamente. Su cuerpo era imponente, alto y grande, pero ahora se notaba cansado y débil. Realmente había estado trabajando duro por su salud, aunque ahora que estaba bien, que se había regenerado por completo, ya no tenía necesidad de seguir ahí.

No logró ver quien había golpeado, el cuerpo del hombre impidiéndoselo, sin embargo, si escuchó una voz, y se sintió tranquila al poder descifrar que era Myrtle, y eso la hacía sentir tranquila, el saber que estaba bien. Porque lo estaba, ¿No?

“Solo serán unos minutos.”

Dargan no parecía ceder, se veía arisco, y no creyó que lo vería con esa actitud hacía Myrtle. Sin embargo, ya luego de unos momentos, este se corrió de la puerta y dejó entrar a la mujer, este saliendo, dejándolas a solas.

Myrtle se sentó en la silla ahora desocupada. Los ojos lilas parecían sorprendidos al verla despierta, y luego le sonrió, se veía normal, como siempre, cordial y tranquila, pero notó cierta culpa en sus ojos.

Al parecer culpa que vería en todos desde ese momento.

Vaya fracaso que era.

“Dargan dijo que habías recobrado la consciencia, así que te vine a visita, ¿Cómo te sientes?”

Tal vez debía mentir, así evitar más culpa proviniendo de la mujer, sin embargo, no era buena para mentir.

“Como si un edificio me hubiese caído encima y siguiese ahí.”

Intentó cambiar su tono, bromear un poco, pero la culpa y la preocupación en los ojos de la mujer no vacilaron. Decidió sentarse en la cama, intentando no lucir tan débil, aunque dudaba que eso ayudase a que su debilidad desapareciese. Ya no se quejaría por el dolor que le provocaba el hechizo de los superiores, ya que este era mil veces peor. Perdió gran parte de su cuerpo, debió de haberse visto como una masacre, todo lleno de sangre, así que entendía que Myrtle luciese así de preocupada.

De hecho, cualquiera que la viese en ese estado debió haberse horrorizado.

“Mi cuerpo está bien, el único problema es el recuerdo del dolor que permanece en mi cabeza y aun lo siento, pero no es real. No te preocupes.”

La mujer asintió, ya un poco más tranquila y se alegró de poder haber logrado calmarla un poco.

Myrtle buscó en su túnica, y sacó su auto de madera. Por un momento olvidó por completo que ese objeto fue el que ocasionó toda la discordia, bueno, en realidad, fueron los soldados de la luz. Esperaba que les hubiesen dado un buen castigo.

Creyó que con todo lo ocurrido, este volvería a romperse, pero se alegraba que la mujer lo hubiese rescatado. Ya lo había salvado dos veces.

“Toma, creí que al despertar lo extrañarías, así que vine a dejártelo.”

Se vio sonriendo, tomándolo, pasando las ruedas por su palma, como solía hacerlo, y la sensación le causó escalofríos, su piel nueva completamente sensible. Su auto no estuvo en sus pensamientos en lo absoluto, pero ahora volvía a sentir ese alivio de tenerlo en sus manos. Quizás debía dejar de llevarlo encima, y dejarlo en su cuarto, ahí estaría a salvo. Le calmaba tenerlo con ella, pero ahora entendía lo vulnerable que era al tenerlo siempre consigo.

“Gracias, Myrtle. Realmente me salvaste la vida al repararlo, lo tengo desde siempre, y es lo único que me ha dado confort en todos estos años. Estaría perdida sin el.”

Myrtle le sonrió, ahora sus ojos iluminados tanto como su rostro.

Se sentía aliviada de que esta no la odiase por lo que ocurrió, ni que hubiese llegado a consumar el delito, ya que sabía que esta no la miraría de la misma forma. Y se había ganado el odio de muchas personas en ese culto, para que además se le sumase la única persona con la que tenía una real confianza y cariño.

“No fue nada, solo estoy feliz de que funcionase. Es la primera vez que logro reparar algo que no haya roto yo misma.”

Y no tenía duda que la mujer había practicado mucho, realmente había trabajado duro. Se merecía un lugar ahí, más que muchos otros.

“Me impresionaste. Lo que hiciste por mí, realmente lo aprecio, y bueno, quizás también debería disculparme por como actué, perdí el control por completo, debí decepcionarte.”

Ni siquiera pudo mirar a la mujer a los ojos, sintiendo vergüenza. No era la primera vez que se sentía así por esa razón en particular. Había tenido que ver a las afectadas en algunas reuniones con los superiores, y ahí debía pedirles perdón. Estuvo haciendo eso desde su adolescencia, aun así, no dejaba de sentirse mal el hacerlo, bueno, no disculparse, eso era lo correcto, pero el saber las cosas que hizo, que pensó, que intentó.

No estaba bien, y siempre se sentía arrepentida de actuar así.

Cuando subió la mirada, Myrtle no la miraba, sus ojos parecían mirar a cualquier lado en la habitación con tal de no mirarla a ella, y se sintió dolida, aunque, ¿Qué derecho tenía de sentirse así? Si la mujer estaba enojada con ella, estaba en su total derecho, después de todo, intentó hacerle cosas horribles, sin siquiera esperar consentimiento.

Nunca esperaba consentimiento.

Era la maldición con la que cargaba.

Volvió a bajar la mirada, moviendo las ruedas por su palma, aunque dudaba que se hubiese detenido en algún momento. Vio con claridad cuando la mano ajena se acercó a su antebrazo. Podía ver los dedos largos y pálidos tocando su piel nueva, y la sensación le dio escalofríos. Miró a Myrtle, intentando entender porque la tocaba cuando parecía tan incómoda hace solo un segundo.

“Yo quería.”

Pestañeó dos veces, sin entender lo que acababa de escuchar.

Ladeó el rostro, observando a la mujer, como esta le sonreía levemente, un poco de rojo en su rostro, y sus ojos, sus ojos lucían determinados, seguros, honestos, e intentó digerir de nuevo lo que acababa de oír, una vez, otra más.

¿Qué?

No entendía nada.

Absolutamente nada.

Chapter 36: Banshee -Parte 1-

Chapter Text

BANSHEE

-Soledad-

 

Solo conocía la muerte.

Desde que apareció ahí, entre las montañas, entre los árboles, la muerte ha sido lo único que vio.

La sentía.

El dolor.

La muerte.

El sufrimiento.

Y solo podía llorar.

Día tras día, eternamente, caminaba por el pasto, sus pies descalzos sintiendo la textura del suelo, el viento de los precipicios era fuerte, y su capa gris era delgada, sin embargo, no sentía frio alguno. Su cuerpo era pequeño, sentía que llevaba demasiados años así, con esa forma, pero no es como que quisiera cambiar.

¿De qué le serviría cambiar?

No es como que pudiese acercarse.

No es como que pudiese entrar a esas casas y calmar el dolor de los humanos que ahí vivían. Así que no necesitaba cambiar su forma. Además, tenía la sensación, de que, si los humanos veían a una niña llorando entre los árboles, evitarían atacarla, diferente a si su forma fuese adulta, más imponente, menos frágil.

Se dejó caer, sintiendo sus rodillas arder.

Pero nada ardía como su corazón.

No sabía si estaba viva, si realmente tenía un corazón, si había algo humano en ella, pero si sabía con certeza que aquel dolor era real, que no era una imaginación. Su cuerpo se retorcía de dolor y veía dentro de su cabeza imágenes difusas de alguna persona en particular, su delirio.

Pasaba, siempre pasaba, pero nunca sabía cuándo.

Lo sabía, lo sentía, pero era imposible prever cuando la muerte llegaría, y quien sabe, quizás era aún más imposible de prever para los humanos dentro de las casas, y solo su llanto les avisaba de que la muerte estaba cerca.

¿Cómo no querer atacar a un ser que solo predecía la muerte?

Eso era, solo era una alarma de la catástrofe.

Veía a la gente morir frente a sus ojos, en su cabeza, el dolor, la angustia embargándola cada vez que ocurría, y no podía hacer nada para evitarlo. Nadie podía hacer nada. Solo la escuchaban y esperaban, así como ella misma, quedándose fuera de las ventanas, llorando, gritando, soltando alaridos escalofriantes, sintiéndose impotente.

Y esa misma impotencia le hacía llorar con más fuerza.

Porque no tenía poder en ese mundo.

Veía a abuelos, a adultos, a niños, todos muriendo en el momento menos pensado, y no podía hacer nada, no tenía poder para curarlos, solamente para avisarles que el final se venía. Les podía tomar por sorpresa, o ser el anuncio de una muerte que ya estaba prevista, pero no importaba la situación en particular, el final siempre era el mismo.

El dolor.

Y quería evitarlo.

Quería hacer algo para ayudar.

Pero no podía.

Al final del día, las luces de la casa se apagaban, la vida se apagaba, y con esta, la de todos los que la rodeaban.

Y ahí, volvía a caminar, así como ahora, parándose, siguiendo su camino infinito.

De nuevo, iniciaba su viaje, dejaba la casa a la que había sentenciado a muerte, y buscaba al siguiente, caminando por un desconocido camino en completa soledad.

Era instintivo.

Sabía dónde ir, sus pies la llevaban, no tenía ni siquiera que pensar en cual su destino sería, simplemente aparecía ahí.

La muerte la atraía.

Pero no lo sabía cuál era su objetivo, hasta que sentía la angustia lacerarla. No conocía su objetivo, hasta que las imágenes aparecían.

Se detuvo, sintiendo el viento fuerte, sobre todo ahí, en lo alto de la montaña. Las casas estaban más separadas las unas con las otras conforme subían, y siempre le sorprendía como los humanos vivían hasta en los lugares más inhóspitos de esa isla. No importaba donde fuera, ahí estaban, a veces solo una casa cada algunos kilómetros, o a veces un pueblo entero aparecía en el horizonte, pero ahí estaban, vivos, hasta que dejaban de estarlo.

A veces aprovechaba de mirar a su alrededor, de detener por algunos segundos su interminable viaje.

Podía detenerse, podía darse la vuelta, negar sus instintos.

Podía hacerlo.

Pero sentía como tiraba de ella, como la necesidad de presenciar una muerte era más fuerte que sus ganas de permanecer ahí, mirando el mundo que la rodeaba. Porque no había nada en ese hermoso mundo para ella, que no fuese la muerte de los humanos con los que vivía rodeada. No pertenecía ahí. No había un lugar para ella en ese mundo, donde era un signo de mal augurio para cada uno de los que ahí residían.

Así que no tenía excusa para detenerse.

Así que siguió caminando.

Sus pies no dolían, se había acostumbrado a caminar de un lado a otro, de llevar años, décadas, siglos recorriendo esa isla, descalza, sin mayor abrigo que su vestido verde y su capa gris, que parecían enormes en su cuerpo infantil.

Volvió a caer, sus rodillas ardiendo de nuevo, como si su caída anterior hubiese sido hace solo segundos, y ni siquiera sabía con claridad cuanto tiempo había pasado desde la última vez. El tiempo era relativo, al menos para ella.

Se aferró a su pecho, sintiendo el dolor sumergirla.

Odiaba esos momentos, cuando sabía a quién estaba velando en vida.

Odiaba cuando eran niños.

Cuerpos débiles, frágiles, seres que no habían alcanzado a conocer el mundo que los rodeaba y rápidamente dejaban ese mundo. Y sabía que esa niña, en particular, había sido tan débil que no había podido salir de la casa ni una sola vez.

Era su fin.

Su corazón dolió, así como sus sienes, y luego de eso, sus ojos ardieron, las lágrimas cayendo sin control.

Daría lo que sea para darle un poco de su vida eterna a aquellos niños.

Merecían esa vida más que ella, lo tenía claro.

Era ridículo lo longeva que era su vida, y lo ínfima que era la de los humanos, sobre todo aquellos niños como esa niña, que se iban demasiado pronto, demasiado.

Era injusto.

Se sujetó al pasto, sus dedos enterrándose en la tierra.

El mundo se detenía a su alrededor, o quizás su llanto se volvía eterno.

Se quedaba ahí, mirando la casa desde la distancia, sin ser capaz de acercarse más, porque su impotencia, su frustración, crecía conforme se acercaba, conforme veía los rostros de los padres contraerse en desesperación. Sabían que la niña iba a morir, así que no necesitaba hacerse notar más de lo que ya se hacía notar. Ellos ya sabían que el fin iba a llegar.

No podía hacer nada.

Solo llorar.

Solo anunciar lo que era ya evidente.

Y cada día que pasaba, el dolor aumentaba, su llanto aumentaba, su frustración, su dolor, así como el de las personas dentro de esa casa.

Los ojos le ardían, el rostro le ardía, llevaba horas, días, ahí, llorando sin parar, y se sentía agotada, aunque no sabía ni siquiera si podía agotarse.

Pero si sabía que era miserable, que se sentía miserable, a pesar de que no tuviese el derecho de sentir aquello. Las personas ahí dentro deberían sentirse miserables, no ella.

Notó a una niña salir por una de las ventanas, y temió que fuese la que estaba muriendo, pero no era así, la que estaba en cama, la que moría, no era ni siquiera capaz de mover sus manos, sus pies, su rostro, nada, la enfermedad consumiéndola desde su más prematura edad, antes desde dentro, lentamente, sin que nadie se diese cuenta, hasta el presente, cuando su cuerpo ya estaba completamente deteriorado.

Se abrazó de sus rodillas, temblando, llorando más, y más, si tan solo lo hubiese sabido antes, sin tan solo sus instintos la hubiesen llevado antes donde esa niña, alguien podría haber hecho algo con su extraña enfermedad, pero no, de nuevo, no tenía poder en ese mundo, solo traía la tragedia consigo.

Sintió los pasos acercarse, y miró, notando a la niña acercándose, acercándose a ella, y si no estuviese tan consumida por el dolor, por la muerte, por la desesperación, se habría alejado solamente para mantenerse a salvo, aunque dudaba que una niña pudiese lastimarla, y si pudiese, tal vez se lo merecía.

Si.

Esa era la hermana, ¿No? La hermana de la niña que estaba muriendo.

Si, merecía la muerte.

La sintió acercarse lo suficiente, sentándose a su lado, y aquello la acongojó aún más, el verla, el ver a quien más sufría aquella perdida.

No podía hacer nada para devolverle a su hermana.

No podía hacer nada para salvarla.

No podía hacer nada para devolver el tiempo y decirles a todos sobre su enfermedad.

No, no podía.

Solo podía llorar.

“Lo siento, lo siento mucho.”

Le dijo a la chica, su voz hablando aquel lenguaje como si fuese una costumbre más, a pesar de no dirigirse a las personas, o que las personas no se dirigieran a ella. Ahora lloraba, lloraba aún más, su voz rota, cansada ante el llanto, a pesar de que llorar fuese lo único que hiciese durante toda su eterna existencia. Siempre se cansaba de llorar, siempre dolía el sufrir de esa forma, y sabía que eso también sería eterno en su vida.

Miró de reojo a la niña de cabellos castaños, cuyos ojos violetas estaban fijos observándola, brillantes, llorosos.

También estaba llorando.

Esa niña lloraba porque sufría, porque alguien estaba muriendo.

Y ahí estaba ella, llorando por desconocidos.

Sus lágrimas eran la más grande hipocresía.

Odiaba sentirse así, impotente, y sabía que ese era un sentimiento con el que debería cargar por todo lo que le quedaba de existencia.

“Lo siento, no puedo hacer nada para ayudarla.”

Habló de nuevo, mirando la casa, mirando la única luz que permanecía encendida, donde velaban a la niña, donde la rodeaban, donde intentaban darle unos segundos más de vida, todos en vano.

Notó como la mano de la niña se acercaba a la propia, y la sujetaba. Era una mano infantil, tal y como la propia, a pesar de que su edad no fuese la de una niña.

El agarre fue firme, como si esta estuviese poniendo en el agarre toda la fuerza que tenía en su pequeño cuerpo.

Las lágrimas seguían cayendo, tanto en el rostro ajeno como en el propio.

La niña le dio una leve sonrisa, temblorosa, una sonrisa que no sentía, porque notaba lo miserable que se sentía, lo triste que se sentía, lo desconsolada que se sentía.

“Yo también lo siento.”

Esta le dijo, su voz rota, tal y como la propia.

Esa niña estaba ahí, en vez de estar en esa casa, con su hermana, con su familia, y recién ahí entendió la razón de que esta prefiriese estar con la Banshee que lloraba a su hermana, en vez de estar con la misma, y era simple, ni siquiera era una opción.

Ningún padre se arriesgaría a acercar a su hija a alguien con una enfermedad extraña, de la que no se sabía si era contagiosa o no.

La alejaban de su hermana, para evitar perderla también.

Así que, esa niña, debía verse sola, y triste, sin tener a nadie. Sus padres encerrados con la niña, con un doctor, intentando hacer lo posible, mientras alejaban a su hija lo más posible para evitar el perder a ambas en vez de solo a una.

Tanto la niña, que estaba muriendo, debía extrañar a su hermana, así como su hermana extrañaba el no poder estar con esta, apaciguando su dolor ante los últimos minutos de vida.

Esa niña necesitaba compañía, necesitaba soltar su dolor, y siguió su llanto, siguiendo a alguien que también sufría. Ahora las dos estaban ahí, mirando hacia la única ventana iluminada, llorando, sufriendo, esperando, a que el fin llegase, y sabría cuando sería.

Se sentía mal, se sentía horrible, siempre era así, pero ahora, era un alivio el tener a alguien más ahí, a pesar de que no fuese nada más que una niña pequeña que no conocía el mundo, no, que solo conocía la muerte y la soledad.

Quizás eran parecidas.

La sujetó también, su mano infantil apretando la ajena.

Tal vez no podía devolverle la vida a una niña, tal vez no podía hacer nada para salvar a alguien en sus últimos momentos, pero tal vez si podía intentar mermar un poco el dolor en los vivos.

Aunque creía que, en ese momento, era esa niña la que mermaba más su dolor que ella al de la niña.

No se sentía tan sola ahora.

No lloraba en soledad.

 

Chapter 37: Greed -Parte 1-

Chapter Text

GREED

-Objetivo-

 

Se solía hacer esa pregunta.

¿Era así porque nació así, o porque el mundo la hizo así?

Tomó la taza, y bebió del contenido, el aroma flores aromáticas embargándola. Levantó el rostro, mirando alrededor. El día estaba nublado, oscuro, como prácticamente cada día en esa ciudad, y a pesar de que no llevase mucho tiempo ahí, no le parecía mal clima. Sería una lástima tener que irse y no poder disfrutar del agua caliente ante un clima semejante.

Personas como ella, no podía permanecer en un solo lugar.

Eso solo levantaría sospechas y no podía permitir eso.

Se cruzó de piernas mientras miraba de reojo a la camioneta gris estacionándose en ese preciso instante, a solo unos metros de la cafetería en la que estaba sentada. Era un lugar bastante elegante, lo suficiente para que cierto tipo de personas se presentaran para tomarse un desayuno perfecto para sacar fotos y pretender tener la vida llena de lujos de la que solían alardear.

Conocía a esas personas demasiado bien.

Observó detenidamente a la camioneta estacionada, mientras la dueña se bajaba. Su cabeza era buena para almacenar números, y sabía exactamente cuánto costaba ese vehículo. Su mirada se fue hacia la mujer que se estaba sentando en una de las mesas, llamando al mozo para que tomase su orden. Su cartera era de piel, piel real, una difícil de conseguir, y los tacones que llevaba era del mismo material.

Esa indumentaria se vería mucho mejor en ella, que en esa mujer.

Siempre debía observar cuidadosamente, tratar esos momentos como lo que eran, un trabajo, y ya era la tercera vez que veía a esa mujer ahí. Ya se sabía sus movimientos, ya se sabía con detalle su rutina diaria.

Y cuando esta comenzó a hablar por teléfono, aprendió una cosa nueva.

Ahora sabía que su marido estaba de viaje.

Ese tipo de personas siempre solía gritar a los vientos lo que pasaba en su vida, sin siquiera preocuparse de que alguien pudiese oírla, y era un gran descuido, un estúpido error. Solo tenía que enfocarse un poco, cerrar los ojos y agudizar su oído, y ahora la oía mencionar que saldría con sus amigas en taxi a la noche.

Se vio sonriendo, mientras ponía uno de sus cigarrillos en la boquilla.

No pasó ni un segundo para que uno de los meceros se acercase para encendérselo, y aceptó el gesto amable del sujeto, inspirando el tabaco.

Cuando volvió a mirar de reojo a la mujer, esta aun estaba hablando por teléfono, diciendo cosas estúpidas e poco útiles, pero algo le llamó la atención, notó algo tras esta, algo que no estaba ahí antes, o se habría percatado.

Alguien también estaba mirando a esa mujer, a su objetivo.

Pero alguien que no era tan sutil como ella misma, podía notar la intención. No podía ver con claridad a la persona al otro lado del recinto, tras unos arbustos, y culpaba de eso a la ropa color verde, que le servía para camuflarse con el entorno. No veía ni su rostro ni distinguía algo de la desconocida persona.

La mujer colgó el teléfono, luego de dejar en evidencia todo lo que haría durante el día, y así, la desconocida persona que estaba tras el arbusto simplemente desapareció.

No logró ver quien era, ni algo que pudiese reconocer.

Y era extraño.

Su objetivo, no parecía ser solo de ella.

En otra ocasión, hubiese desistido, pero no podía desperdiciar la oportunidad, además, era hora para que saliese de ahí, y se fuese a la siguiente ciudad. Ya había visitado bastantes lugares, y ya empezaba a quedarse sin ideas para disfrutar su estancia.

Pero la vida que tenía, los lujos que disfrutaba, debía conseguirlos de alguna forma, y esa mujer era quien le daría aquella facilidad.

Honestamente, odiaba a esas personas.

Aunque, en ese momento, en su presente, no tenía sentido alguno el sentir eso, el sentir odio, por el contrario, mientras más de esas personas hubiese, más rica se haría. Así funcionaba el mundo, ellos se llenaban los bolsillos, malgastando el dinero ajeno, y ella misma hacía lo mismo con ellos, quitándoles todo para poder ser ella quien se llenaba los bolsillos.

Y nunca era suficiente.

Nunca sería suficiente.

Pero, el pasado aun influenciaba sus pensamientos, sus sentimientos.

No le gustaba pensar en esos tiempos, prefería ignorarlos, simplemente olvidarlos, pero sabía que eso era imposible, que estaría en su mente, en sus recuerdos, y era parte fundamental de porque terminó siendo como era.

Quizás el mundo si la hizo así, después de todo.

Nació en un mundo miserable, en un estado miserable, en una familia miserable, y su existencia fue eso por años, miserable. Nada más, nada menos. Incontables horas en la intemperie, esperando, rezando, para obtener algo para comer, para vivir un día más.

Sus manos rotas.

Su cuerpo desnutrido.

Su piel fría.

Se vio arreglándose el abrigo de piel sobre sus hombros, la sensación de frio, esa sensación gélida que sintió cada día en su infancia volvía a ella, aunque estuviese abrigada. Lograba pasar las barreras de la memoria, logrando llegar a su cuerpo.

Volvió a darle un sorbo a su té, disfrutando ahora del calor, más que del aroma, esperando que la calentase por dentro, y así el frio imaginario desaparecería.

Volvió a mirar de reojo a la mujer, mesas más allá, mientras dejaba caer la ceniza en uno de los ceniceros, este llegando a su mesa luego de que el mesero le encendiese su cigarro, corriendo a buscar el objeto para ella. No solía dejar más propina de la que el establecimiento ya le pedía por el servicio, pero se sentía generosa, y el muchacho parecía atenderla como se merecía.

Su té se acabó, y así también su cigarrillo. Dejó caer el filtro en el cenicero y guardó la boquilla en su bolso. No soportaba sentir el aroma a tabaco en los dedos, no le recordaba buenos tiempos.

Levantó la mano, y el mesero que la atendió corrió donde ella, sonriéndole, ofreciéndole la cuenta, y abrió su cartera, buscando el dinero, cuidando de dejarle a este su bien merecida propina. Si, se sentía generosa, y tal vez era así porque sabía lo que iba a hacer, y así se sentiría bien de pecar.

Pero, de nuevo, esa era la vida que merecía.

E iba a hacer lo que sea para conseguirla.

Para sentirse satisfecha.

Si es que podía sentirse satisfecha.

Se quedó en su habitación de hotel por gran parte del día, sabiendo que debía volver a la carretera, volver a viajar, y por una parte quería quedarse ahí, pero no era suficiente.

Si, nunca era suficiente.

Se dio un baño, le dieron un masaje, y disfrutó cada momento, por supuesto que no iba a desperdiciar el día sin un merecido descanso, y así reponerse para su travesía, para su trabajo.

No podía moverse si no tenía las energías repuestas.

Lamentablemente, cayó la noche, y se vio de nuevo en su auto, un grupo de hombres ayudándola a guardas sus pertenencias en el maletero. El hotel era hermoso, brillante, las habitaciones eran elegantes, cómodas, y era uno de los mejores hoteles que encontró en la zona, y no era para menos. Aun podía sentir las manos masajeando su espalda.

Ya había reservado una habitación en un hotel en la ciudad vecina, y esperaba que su estadía fuese tan agradable como esta.

Comenzó a manejar, sabiendo exactamente a donde iba. Cuál era su última parada. La oscuridad ya había envuelto a toda la ciudad, y se vio saliendo del centro, las luces de los autos acompañándola, hasta que poco a poco el tráfico fue menor, hasta que pasó de la carretera a la zona residencial que buscaba.

Y llegó, finalmente.

Ya había pasado por ahí, por supuesto que lo haría, siempre necesitaba saber que ocurría alrededor, como funcionaban las cosas, la seguridad que había.

No por nada llevaba tantos años viviendo así, en lo alto.

Notó a la distancia la casa de su objetivo, y se estacionó lejos del lugar, sin querer atraer miradas que pudiesen tomarla como sospechosa, y mientras más alejada estuviese del lugar del crimen, mejor. Era tarde, la mujer ya debía de haber llegado al restaurante. Miró desde ahí, a ver si había alguna luz prendida que pudiese demostrar lo contrario, y cuando estuvo segura, se bajó del auto.

No había nadie dando vueltas por ahí, era un lugar silencioso, la gran mayoría eran adultos mayores, jubilados, y esa pareja que vivía en la casa que antes era de los padres del marido. Ambos vivían solos, sin hijos, el hombre muy ocupado al parecer, o quizás detestaba tanto a la mujer con la que se había casado para siquiera intentar hacer un hijo.

Y honestamente, lo que vio de esa mujer, le daba la razón a su teoría.

Vaya mujer más desagradable.

¿Cuántas personas no vio así cuando vivía en la calle?

Detestaba a esa gente, la veía y la sangre le hervía, aunque de nuevo, no tenía lógica alguna aquello en el presente. Aun así, recordaba bien las caras de estos cuando los veía, como la miraban desde arriba, con desdén, con asco, cuando esas mismas personas, de no estar casadas, de no tener ciertos padres, habrían estado en su misma condición.

Luchando por seguir viviendo.

Robando para vivir.

Caminó por la parte de atrás, habiéndose cambiado los tacones finos por unos de tacón más grueso. Avanzó con cuidado, como la última vez que estuvo ahí, asegurándose que toda aquella acción saliese perfecta, sin contratiempo alguno, y ahora estaba preparada.

Llegó a la puerta trasera, y abrió el bolso, buscando su indumentaria, no sin antes usar guantes para evitar dejar mayores pruebas del delito. Aunque sus huellas no estuviesen registradas en ningún lugar.

Al final, solo era una niña pobre, muerta de hambre, que no había sobrevivido.

O eso creían.

Iba a sacar sus herramientas, y solo por curiosidad sujetó el pomo de la puerta, y le sorprendió que estuviese abierta.

Se vio sonriendo.

Esos estúpidos ni siquiera se imaginaban que algo así podría pasar, o serían más cuidadosos.

Abrió la puerta, y entró, lentamente, con cuidado, siempre alerta, siempre pensando que el dueño podía estar adentro aún, un cambio de planes repentino, y debía estar lista para salir de ahí, ya que con su cuerpo no podría dar mayor pelea.

Entró a la sala de estar, buscando alrededor, viendo los detalles, viendo las pinturas, y se notaban antiguas, pero dudaba siquiera que fueran reales. Además, las pinturas no eran su estilo. Miró los detalles en los estantes, buscando algo que le fuese útil, pero ahí solo había piezas antiguas, y si bien algunas debían ser valiosas, no iba a perder tiempo en algo que podía tener un cierto valor como podía ser nada más que una baratija inútil.

Ya habría aprendido a no llenarse los bolsillos con cosas que terminaban valiendo poco.

Debía escoger lo mejor.

Antes, podía darse ese lujo, porque hasta lo más pequeño significaba una ganancia en su situación, pero ahora, si no era oro, si no eran piedras, si no era dinero, no lo necesitaba.

Quiso soltar una risa.

Era muy cuerdo de su parte decirse eso, cuando quería tomar toda esa casa, sacarla de sus cimientos, y venderla con todo lo de su interior. A quien engañaba, era capaz de agarrar el inodoro para sacarle dinero, y así dejar a esa familia en la más profunda miseria.

Para que sintieran lo que ella sintió.

Pero si la atrapaban, no podría salirse con la suya teniendo las manos llenas de objetos. Así que solo podía agarrar lo que pudiese llevarse consigo. Y de nuevo, o era oro, o eran piedras, o era dinero, pero el resto podía permanecer ahí.

Lamentablemente.

Subió las escaleras, y llegó a los dormitorios, dos habitaciones de huéspedes, y la que era la habitación principal.

A penas entró, notó de inmediato un joyero sobre la mesa, y por inercia avanzó, sujetándolo, abriéndolo, y vio el brillo dorado. Si, de eso estaba hablando. Se sacó el guante solamente para tocarlo, para cerciorarse de que fuese real, de que no fuese una imitación, porque no tenía tiempo para eso.

Y ahí, escuchó un gemido.

Se alertó, y debía admitir que siempre que veía algo brillante, se veía completamente distraída de su alrededor, y creía que era una gran falencia.

Miró alrededor, y por primera vez observó lo que era la habitación principal.

Observó los muebles, observó la gran cama, observó los veladores, las lamparas, y noto una de las ventanas a los costados de la cama.

La ventana abierta.

Las cortinas moviéndose con el viento.

Y la sangre.

Notó el cuerpo de la mujer, esa mujer a la que estuvo observando, de la que siguió sus pasos, de la cual se memorizó su rutina, y ahí estaba, muerta. Su cuerpo flácido, cubierto de sangre, a penas reconocible.

Y sobre esta, había una mujer.

No supo quién era, que hacía ahí, pero era evidente que había sido la causante del caos que ahí se veía. De la sangre, de la muerte.

La mujer levantó el rostro, sus ojos eran rasgados, asiáticos, su cuerpo era fuerte, militar. Sus ropas eran de camuflaje, pero ahora yacían manchadas de sangre. Y de inmediato recordó a la extraña persona que observaba a su objetivo, quien escuchó la conversación que tuvo con sus amigas, quien sabía, al igual que ella, cuál sería su rutina del día.

Y ahí estaba, aprovechando la ausencia del marido para atacar a una mujer indefensa, para destruirla, para matarla.

¿Por qué?

La mujer la miró, se miraron, y esta abrió la boca, sangre ajena cayendo por la frente hasta el mentón.

“Me desagradaba su actitud.”

Oh.

Se vio sonriendo, mirando la escena, de la cual se debería sentir asqueada, pero honestamente, en las calles, había visto cosas aún más horrendas que un asesinato.

“También me desagradaba su actitud.”

Mencionó, mientras metía el collar de oro a su bolso.

Tenían algo en común con esa extraña.

Pero, como sea, ese no era su problema, ahí adentro se debía asegurar de terminar su propio trabajo, así que avanzó, encontrando otro joyero que estaba sobre el mueble, y lo abrió, notando los anillos con piedras ahí, ordenados, prácticamente rogando ser robados, y eso hizo, los metió en su bolso.

“¿No vas a llamar a la policía?”

La mujer le preguntó, mientras se levantaba del suelo, su ropa manchada de sangre, habiendo hecho un absoluto caos, claramente enojada con la mujer, y mucho enojo debió sentir para atacar así, a mano limpia, con evidente rudeza.

Nunca había matado a nadie, pero admiraba la valentía para hacer eso.

Negó, mientras buscaba con la mirada cual sería la siguiente cosa que sacaría de ahí. Ahora, ya no tenía que preocuparse, la mujer no llegaría a casa, así que podía tomarse su tiempo.

“El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.”

La mujer la miró, confusa, sin entender lo que decía, o sin entender de dónde venía la referencia, pero le causó gracia. A veces sonaba tan irónico mencionar a la biblia cuando estaba ahí, haciendo algo repudiado, y ahora aún más al tener un cuerpo muerto a su lado, y a lo que era una asesina, y no repudiar la escena.

O sentirse aterrada de tener a alguien así cerca.

Pero, no le temía a morir.

Al parecer habría un pequeño cambio de planes, pero estaba preparada para los cambios, sabía cómo reaccionar correctamente ante lo imprevisto, el mundo cruel se lo había enseñado desde el comienzo.

Al final, esa familia si lo perdería todo.

Y sonrió al pensarlo.

Chapter 38: Succubus -Parte 5-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Confusión-

 

Quizás escuchó mal.

O se intentó convencer de eso, pero…

Myrtle estaba siendo seria, lo notaba en su rostro.

Pero ¿Ella quería? ¿Ella quería que le hiciese esas cosas?

Bueno, había asumido algo semejante por la reacción de su cuerpo, pero ¿Por qué? Lo había visto, sabía cómo era aquello, y no era agradable, su comportamiento inhumano era reprochable en cualquier sentido, nadie en su sano juicio se sometería a un trato tan peligroso como denigrante, no podía creer que su compañera, a quien consideraba la voz de la razón, había dicho semejante barbaridad.

Estaba confusa, completamente confusa. No tenía sentido.

“Yo quería desde hace mucho.”

Esta volvió a hablar ante su silencio, obligándola a aceptar que no estaba imaginando cosas, que no había escuchado mal, no, para nada, era así tal y como esta decía.

¿Qué?

No, no podía creérselo, no tenía sentido. Intentaba lograr ver la broma en la mujer, pero no lo notaba, y aquello se volvía incluso más confuso.

Se alejó, negando, quitando su brazo del alcance de la mujer. Estaba segura de que no se había recuperado del todo, porque el mero hecho de escuchar algo similar podía hacer que el demonio saliese, y si no salía aun es porque aún estaba débil.

Aun recordaba el aroma ajeno en su nariz, los sonidos de los jadeos ajenos en sus orejas sensibles, el agarre de las manos pequeñas en su ropa, en su carne, tenía todo completamente fresco en su memoria, no como aquel otro hechizo que la hacía perder varios momentos antes de ser atacada.

Ahora no, recordaba con claridad, sobre todo lo que sintió en ese instante.

Nunca había pensado así de Myrtle, jamás, pero ahora no podía quitarse de la cabeza la mera idea de destrozarla con sus propias manos. De romperla. De hacerla gritar.

Negó de nuevo, su cabeza palpitando.

No podía pensar eso, no estaba bien.

Su cuerpo estaba calmo, pero, aun así, aun en su debilidad, su mente se llenaba de pensamientos retorcidos, nublando su cordura, pensamientos grotescos influenciados por su otra parte, por su lado más inhumano, más salvaje.

Demoniaco.

“No sabes lo que estás diciendo, Myrtle.”

Le dijo, intentando lucir seria, intentando dejar las cosas claras, detener esa situación, ese pensamiento, pero Myrtle solo la miró, su rostro serio, pero con esa pizca de molestia en sus ojos, y se vio tragando pesado. Realmente no se sentía bien cuando la mujer la miraba así, era como recibir un puñal en el pecho. Quería que esta no pensase en eso, para no lastimarla, porque si esta insistía, y vaya que era terca, iba a terminar lastimándola, si o si, sin embargo, el quitarle importancia al asunto, la hería también.

A Myrtle no le gustaba que le dijesen que hacer, porque toda su vida era así, forzándola a ser alguien, a formar parte de algo, sin siquiera tener en cuenta su opinión.

Y no quería ser como esas personas.

“Sabes que no soy de las personas que habla sin pensar.”

La voz de Myrtle sonó intensa, seria, determinada.

Si, esta tenía razón, le creía, pero aún no podía entender que esta le dijese semejante cosa.

¿Ser violada por un demonio?

No, no. Algo estaba mal, pero no sabía que decirle, como hacerla entrar en razón. Aun no entendía muchas cosas, quizás solo debía empezar por el comienzo.

Respiró profundo, teniendo cierta calma al saber que el demonio se quedaría tranquilo ante su cansancio y el traer los recuerdos al presente no ocasionarían más daño.

O eso esperaba.

“No lo entiendo, y me dijiste que no lo entendería, pero pensé que te habías enojado por lo de la virgen de esa vez, que te había molestado o algo así.”

Había una mueca pensativa en la mujer, esta inerte, dándole vueltas al asunto, hasta que su rostro se relajó, una sonrisa formándose, así como sus mejillas enrojecieron. Ahí recién esta la miró a los ojos, estos brillando, y sabía que esta era bonita, pero le sorprendió el verla.

Sentía que sus palabras, lo que causaron en ella, de inmediato provocaron que la empezara a ver con otros ojos.

“Estaba celosa.”

Ah.

¿Celosa?

Eso explicaba muchas cosas y al mismo tiempo la dejaba con aun más preguntas.

Seguía sin entender.

No, probablemente nunca lo entendería.

“Pero ¿Por qué querrías eso?”

Los ojos antes brillosos de Myrtle, se volvieron opacos, ahora seria, su rostro tenso, ahogando rápidamente el buen humor que tenía hace un segundo y se vio tragando pesado, de nuevo. No quería hacerla enojar, ni ahora ni nunca, mucho menos hacerla sufrir. Temía abrir la boca, dudaba que fuese a solucionar las cosas y en cambio lo arruinaría incluso más.

Siempre lo arruinaba.

“Realmente no te das cuenta.”

La voz de la mujer salió seria, monótona, tanto así que le causó escalofríos, sin embargo, notó algo más en su voz, algo que no pudo definir, y quedó más confusa cuando la mano ajena volvió a posarse en su antebrazo, el gesto dándole más escalofríos que antes, probablemente su cuerpo entero tembló.

Esta le iba a decir algo, pero la puerta se abrió de golpe, Dargan entrando, su rostro normalmente relajado ahora serio, intenso, molesto.

“Suficiente, Garnet necesita descansar.”

La voz de su compañero sonó rígida, y se atrevería a asumir que también sonaba enojada, y esperaba que este no se tomase personal todo lo que había ocurrido, por su parte, no lo hacía. Fue una desgracia, si, por supuesto, pero no se enojaría con Finneas por haber intentado asesinarla, de todas formas, era lo que tenía que hacer en semejante situación.

No lo culpaba de su estado.

El comportarse así, era digno de un castigo.

Y el lastimar a Myrtle, cuando dijo que la protegería, la hacía desear su propia muerte.

Myrtle parecía molesta antes de levantarse, pero ya de pie le dio una sonrisa, más cordial que orgánica, y si, estaba molesta. Esperaba que no por siempre.

“Espero que te sientas mejor pronto, y recuerda alimentarte bien.”

Esta la dijo, su voz seca, mientras caminaba a la puerta, sus ojos topándose con los de Dargan, ambos observándose por un segundo antes de que esta saliese de la habitación.

No entendía la tensión que existía, o sea, algo, pero no del todo, realmente no podía entender nada en su estado, luego de la conversación sentía su cabeza incluso más dolorida, y no estaba capacitada para entender problemas difíciles luego de despertar de una muerte segura.

Tendría que dormir mucho más para volver a estar en un estado óptimo.

Dargan volvió a sentarse en el asiento, sus brazos cruzados frente a su pecho. Él era un hombre grande, tenía que serlo para lidiar con ella, sin embargo, como siempre tenía una buena actitud, lo solía ver menos intimidante de lo que era, ahora, lo veía tal y como era, y le echaba la culpa a esa aura de enojo que lo rodeaba. No lo había visto enojado prácticamente nunca, solo cuando lo regañaban por no mantenerla a ella a raya, pero era nada más que algo espontáneo.

“No puedo creer que te haya coqueteado a propósito.”

Este habló, mientras que volvía a moverse, buscando una toalla, remojándola en un balde, ahora con agua limpia. Al parecer era para ella, así que le hizo un gesto para que se acostase de nuevo, y eso hizo. La toalla terminó en su frente, y agradeció lo helado.

Pero ni su dolor ni su cansancio evitaron que esa frase diese vueltas en su cabeza.

“No lo hizo a propósito, su cuerpo solo reaccionó, nada más.”

Pudo olerlo, pudo sentirlo, pero no consideraba que las reacciones de su cuerpo pudiesen ser consideradas un coqueteo. Si Myrtle hablaba en serio, tal vez esperaba un acercamiento similar, aunque no entendiese aun la razón tras eso, sea como sea, eso debió activarlo, y aun no podía descartar el hecho de haber soltado feromonas cuando sacó parte de su magia al exterior. Todo eso junto debió provocar excitación en esta, y eso hizo que ella perdiese el control.

“No le quites la culpa.”

Dargan resopló, enojado, y esperaba que no hubiese habido algún tipo de discusión mientras estuvo inconsciente. No quería saber que sus compañeros se comenzaron a odiar en ese corto tiempo. ¿Corto tiempo? Ni siquiera sabía con seguridad cuanto se demoró en regenerar su cuerpo.

Ahora estaba segura de que algo había pasado.

Pero debía proteger la inocencia de Myrtle, aunque esta le hubiese dicho hace unos momentos que aquel era su objetivo, pero una cosa no quitaba a la otra. No hubo coqueteo alguno, nada así paso.

“Ella no hizo nada inapropiado, solo reparó mi auto, y yo la abracé en agradecimiento, nada más. Fue un accidente. Ella se sorprendió, su cuerpo reaccionó a mis feromonas, y yo reaccioné al suyo, Finneas me atacó al proteger a Myrtle y tu no estabas ahí en ese momento. Nadie tuvo la culpa de nada.”

“¿Estás insinuando que Finneas y yo tuvimos la culpa?”

¿Qué acababa de decir?

No entendía porque el hombre se ponía así a la defensiva, ni siquiera la estaba escuchando. Se levantó de nuevo de la cama, la toalla cayéndose de su frente, ahora en su regazo. Lo miró, intentó mantenerse seria, y el hombre la observó, poniéndole atención finalmente.

Muy bien.

“Dije, que nadie tuvo la culpa. Myrtle no puede controlar sus reacciones involuntarias, yo no puedo controlar estos poderes, Finneas hizo lo que debía hacer al ver a Myrtle en peligro, y tú estabas haciendo otra labor y no podías teletransportarte a tiempo, todo pasó en el lugar y en el momento equivocado.”

Soltó un bufido al terminar, y notó en Dargan una expresión más suave, más normal, más de él mismo. Este apoyó los codos en el borde de su cama, y apoyó el rostro en sus manos. Se veía realmente cansado, necesitaba dormir también.

“Lo siento, han sido días difíciles. Finneas estuvo inconsciente por muchos días y tuve que cuidar de Myrtle por mí mismo mientras tú estabas aquí, irreconocible. Supongo que quería culpar a alguien para que esa culpa no cayese en mí.”

No lo culpaba, para nada.

Eran un equipo, y no quería verlos atacándose el cuello a penas podían. Vivían en una fraternidad, eran un grupo, eran como hermanos, y debían cuidarle los unos a los otros, su pequeño aquelarre. No podían tener roces similares entre ellos, no iba a beneficiar a nadie.

“Si quieres culpar a alguien, culpa a esos creyentes que hicieron aquel escándalo, ellos son los verdaderos culpables.”

Dargan la miró, su rostro ahora de mejor humor, una sonrisa en su rostro.

“Los superiores hicieron lo posible para mandarles un mensaje que no pudiesen olvidar, no creo que nos molesten de nuevo en un largo tiempo. Y ya sabes, los que capturamos ya están sirviendo a nuestro señor.”

No solía tenerle estima al señor del infierno, solo lo hacía porque estaba amarrada ahí, no tenía mayor creencia ni dedicación, así que le costaba hablar como los demás, sin embargo, si sentía regocijo al ver a los de la luz pasándose de bando. Esos si eran enemigos, o al menos los consideraba así luego de todo lo que ocurrió, luego del daño que hicieron, así que se lo merecían.

La iglesia oscura se mantenía ahí, sin involucrarse en los problemas del mundo exterior, era el mundo exterior que quería irrumpir donde ellos.

Se volvió a acostar, mientras Dargan volvía a poner la toalla sobre su frente.

Le hubiese gustado ver a esos sujetos, verlos sufrir, verlos arrepentirse, sentirse sucios al cambiar a su Dios así de rápido.

Pero ahora, solo podía pensar en descansar, en cerrar los ojos y así, cuando despertase, todo volvería a ser como siempre, todo volvería a la normalidad y podría quedarse tranquila.

Aunque sabía, pero no quería admitir, que las cosas ya no serían como antes.

Algo había cambiado, y no podía volver a ser lo que era.

 

Chapter 39: Gladiator -Parte 7-

Chapter Text

GLADIATOR

-Enfrentamiento-

Una pelea contra Octavia.

Si, realmente iba a hacerlo.

Era una demostración, nada más que eso, aun así, sentía el cuerpo tenso.

No creyó que tomaría un arma en ese lugar, ese día, ni siquiera creyó que su oponente sería aquel.

Estar con Octavia en ese lugar lleno de desconocidos era un alivio, sí, pero tener que chocar espadas contra esta era algo que quiso jamás hacer, ya que estaban en niveles diferentes, era aterrador morir ahí, por su mano, pero le causaba incluso más pánico el tener suerte, de nuevo, y ganar.

¿Qué pasaba con ella si mataba al emperador por mera casualidad en una demostración?

No, no podía pasar algo similar, pero el miedo seguía ahí, la ansiedad.

Los ojos claros de la mujer se pegaron a los propios, esa sonrisa capaz plasmada en su rostro, inamovible. Había algo en su existencia que la hacía lucir incluso más imponente que las otras veces que la vio, y tal vez debía ser la cercanía y además verla usando armadura, su ropa de guerra, su atuendo para conquistar, una espada firme en su mano derecha.

Ya no era el Emperador en la lejanía, con sus ropas claras, divinas, como el ser omnipotente que era sobre la arena. Ni era el Emperador libre de ropas, solo un humano más de carne y hueso, mortal, dentro del agua caliente.

Ahora era diferente.

Era una faceta completamente nueva, y se sentía ínfima ahí, a su lado.

Y la pelea inició.

No tenía oportunidad alguna.

Pero su cuerpo reaccionó, como siempre, su instinto de supervivencia siempre alerta, forzando que su cuerpo hiciese lo que debía hacer para evadir un ataque, para evadir la muerte.

Octavia solo tenía una espada en sus manos, una igual a la propia, así que no había ventaja alguna más que la armadura más compleja que esta usaba sobre su cuerpo. Estaban en situaciones similares, aun así, estaba en desventaja. Cada movimiento era cuidadoso, y podía notarlo, podía sentirlo. No era como nadie que hubiese enfrentado en la arena, ni siquiera quienes lucían realmente capaces a la hora de pelear.

Golpes limpios, resistentes, capaces, bien pensados.

Se vio retrocediendo, bloqueando como podía, ya ni siquiera veía a la multitud alrededor, los cuales estaban disfrutando del choque de armas, simplemente observando un hito histórico como aquel.

Logró ser ella quien golpeaba, tal vez un par de veces, nada más, sin embargo, la mujer la bloqueo con facilidad, volviendo a tomar el control de la pelea. Sus músculos se tensaron al intentar detener una de las estocadas que venía en su dirección, pero logró sobrevivir a otro golpe. Le sorprendía la falta de sorpresa de su oponente, no había vacilación alguna en su expresión, siempre capaz, con esa sonrisa plasmada en el rostro, esa seguridad, esa confianza.

Si, esta no mostraba ninguna emoción que no quisiese que su contrincante viese, solo esa mueca perpetua de poder, competente, presumida incluso, sin vacilar, sin temer, sin dudar.

Probablemente su propio rostro no mostrase emoción alguna, ya que solía ser así normalmente, pero incluso siendo así, sentía que sus falencias como peleadora debían de estar siendo mostradas de una forma y de otra, la preocupación de estar batallando, de saber que iba a perder, tal vez el alivio de que era una demostración, nada más, pero eso le hacía ver lo bajo que estaba en la pirámide. Lo miserable que era en una pelea real, con un peleador de verdad, con la punta más alta de la milicia, con el poder infinito del imperio.

No era invencible, y pelear contra Octavia se lo demostraba, le faltaban años de entrenamiento para poder hacerle frente.

Algún día, alguien entraría en la arena, y no tendría oportunidad alguna, simplemente moriría, sin poder dar pelea.

Y no quería eso.

Necesitaba ser mejor.

Llevaban chocando espadas durante un largo rato, y al parecer ya era hora de acabar, ya que los últimos golpes que le eran dados eran más duros. Octavia se estaba conteniendo, pero ya no más. Podía sentir su cuerpo dolorido con el esfuerzo que estaba haciendo manteniendo esos duros golpes lejos de su piel, de su carne.

Era difícil, y sentía el agotamiento llegando, y Octavia lo estaba usando a su favor.

Era rápida, y lo vio.

La espada se abanicó, dirigiéndose a su rostro, ya no más hacia su cuerpo, un golpe certero, pero demasiado abierto.

Tal vez solo debía dejarse perder, y ya, era una demostración, Octavia no iba a matarla, pero sus instintos siempre la obligaban a buscar la forma de tener una ventaja, de poder contraatacar sin importar lo que pasara, se había acostumbrado a esa reacción de su cuerpo. No iba a protegerse de la hoja, si no que iba a planear el ataque que vendría después, contra el cuerpo, no contra el arma. No le importaba salir lastimada si es que eso podía asegurar su victoria, y era algo que la hacía peligrar luego de cada batalla.

Pero no le importaba.

Era una ventaja.

Su ventaja.

Sujetó la espada con firmeza, con ambas manos, eligiendo el punto más vulnerable del cuerpo ajeno, y usó toda su habilidad para que la hoja llegase a aquel lugar antes de que su rostro fuese demacrado.

Era ahora o nunca.

Movió el rostro por inercia, sobrevivencia en su máxima expresión, aunque supiese con claridad que Octavia no la mataría. Al final, los cuerpos de ambas se quedaron inertes, el movimiento hecho con precisión, ambos movimientos llegando a su punto limite.

Pudo escuchar el asombro en los presentes.

Dejó ir el aire que tenía acumulado en los pulmones, y se tomó un segundo en notar la posición de ambas, en la posición que quedaron luego del ataque.

La hoja ajena estaba en su mejilla, la sentía arder en su rostro, probablemente logró cortar un poco de piel, pero esta no podía avanzar más, cortar más, su propia espada no lo permitía, ya que la dejó firme en el antebrazo de Octavia, la hoja enterrada en las protecciones de cuero, las cuales no resistirían si es que se movía un solo milímetro más.

Si alguna de las dos espadas se movía, la otra iba a terminar el trabajo.

Acción y reacción.

Sintió liquido bajar por la mejilla, y se dio cuenta que, si bien su movimiento no la dejó como una perdedora, siguió siendo la primera en salir herida.

Recordó lo que la mujer le dijo antes de empezar, ahora más claro en su mente.

El que sangre primero pierde.

Y fue ella quien sangró.

Gracioso e irónico, porque siempre era ella quien sangraba primero en el coliseo.

Obviamente era una victoria el simple hecho de estar viva, pero no podía evitar pensar en lo débil que era, y en lo que necesitaba hacer para ser capaz de sobrevivir ante cualquier otro enemigo que el mundo le arrojase encima. No conseguiría inmortalidad, pero planeaba llegar a lo más parecido, su sobrevivencia se lo pedía.

No podía aspirar a más, a la libertad, pero conseguiría vivir lo más dignamente posible, sin morir en esa arena.

Notó como Octavia sonrió, y sintió la mano de esta en su mano derecha, la cual sujetaba el mango de la espada, como si la estuviese animando a dejar la tensión y el acabar con el duelo, así que eso hizo, la hoja ajena alejándose de su rostro y la propia del antebrazo del Emperador.

Un sirviente les dio una tela a ambas, y la usó para limpiar la sangre que caía por su mejilla, mientras que Octavia la usó para limpiar la hoja de la espada, antes de devolverle ambos objetos a uno de los sirvientes.

“La regla en un duelo suele ser que quien acierte el primer golpe, quien logre herir en primera instancia a su oponente, gana el encuentro. Al menos la lógica en las batallas reales siempre ha sido así.”

Empezaron a caminar de vuelta hacia el podio donde habían empezado la velada, y le sorprendió escuchar a la mujer a su lado hablar. Octavia no habló fuerte, lo que era extraño, ya que su voz siempre sonaba como un rugido, así que entendió que esta le hablaba solo a ella, y le puso su atención individual.

Se tomó un momento para darle vueltas a lo que la mujer acababa de decir. Había pensado acerca de eso hace solo un momento, era como si esta la hubiese leído de una u otra forma, y lo creía imposible.

“Eso significaría que jamás gané ni una sola batalla.”

Los ojos claros la observaron, su cuerpo volviendo a la posición de antes, sus brazos tras la espalda, su pecho inflado, imponente, y se vio, de nuevo, imitando la posición de esta. Al parecer todo volvió a la normalidad en la velada, y podía oír barullo general, así que se concentró plenamente en la mujer para no distraerse y perderse lo que sea que le diría.

“Eso es otra de las cosas interesantes acerca de ti, como a pesar de tener todo en contra, terminas ganando el combate. Rara vez sucede algo similar.”

La mujer cerró los ojos un momento, pero no dejó de tener esa mueca en su rostro, siempre manteniendo su poder en cualquier tipo de situación.

“No sé si es solo suerte o tienes a los Dioses de tu lado, pero naciste para vencer, todos se han dado cuenta que eres un coloso que brilla en la arena, y no suele ocurrir con personas que no fueron entrenadas apropiadamente como peleadores.”

Cuando los ojos la volvieron a mirar, no supo realmente como contestar a eso, que decir. Era difícil entender cómo es que seguía viva, como es que lograba salir de la arena en una pieza, y aun estado herida, seguía avanzando. No sabía cuál podía ser la razón de todo eso, pero estaba agradecida. Personas como ella, no vivían lo suficiente ahí dentro, y esperaba seguir viviendo y ganando.

Se lo había prometido a sí misma.

No se iba a rendir.

La velada, poco a poco, fue dando fin. Pero no terminó del todo, ya que venía el evento principal, la subasta.

El guardia encargado de ella volvió, se le acercó, y le indicó que debía salir, mientras el resto de personas, los invitados, iban caminando hacia una habitación conjunta, donde asumió que ahí se llevaría a cabo todo aquel vergonzoso suceso.

Por supuesto que sintió nervios, que sintió cierta molestia, pero agradeció infinitamente que la sacaran de ahí antes de empezar con aquella venta. Se sentía curiosa, sí, pero no se sentía capaz de estar ahí, parada frente a todas esas personas, como un trozo de carne, mientras estos levantaban la mano, ofreciendo dinero, uno tras otro, ofreciendo más. Ya se sentía de cierta forma sucia al ser vendida así, pero al menos no era como lo hacían con esclavos, así que debía sentirse agradecida de tener una oportunidad así.

Si la gente la quería lo suficiente para pagar por ella, significaba que estaba en buenos pasos, que estaba haciendo lo correcto, que estaba consiguiendo el apoyo que necesitaba.

Pero al menos, se ahorró estar ahí, y ver frente a frente a las personas que querían acostarse con ella.

Si, era vergonzoso sin duda.

El guardia la llevó por los pasillos, alejándose del salón de eventos.

Un grupo de mujeres los interceptó en su camino, y se sintió, de nuevo, llevada por las manos ajenas a través de los pasillos. Algunos lugares se le hacían familiares, creía haber pasado por ahí antes, pero a esas alturas, con las paredes prácticamente iguales, se le hacía imposible decirlo con seguridad. Pero si, en cosa de minutos volvió a aquel gran baño.

¿La iban a bañar de nuevo?

Oh, por supuesto.

En la mañana la habían limpiado para sacarle toda la mugre que tenía de vivir en las celdas, siendo bañada sin cuidado por baldes de agua fría, estas mezclándose con la sangre de la batalla, así que al final, nunca quedaba realmente limpia. Y ahora, debía acostarse con una persona desconocida, así que debía cuidar aún más su apariencia, su limpieza.

Lo apreciaba infinitamente.

Las mujeres comenzaron a sacarle la armadura y la pechera de cuero, y dio un salto cuando el hombre de antes volvía a aparecer. Se veía cansado, pero aun seguía moviéndose de un lugar a otro. Este tomó su ropa descartada y salió de ahí. Creyó que le tomaría medidas o algo así, pero al parecer con su ropa era suficiente para usar de molde.

Se vio de nuevo en el agua tibia, por segunda vez en el día, y nunca podría aburrirse de eso, o nunca dejaría de agradecerlo.

Las mujeres se sacaron sus batas y volvieron a meterse al agua con ella. No eran las mismas de antes, pero ya tampoco podía estar segura. Llevaba viendo demasiados rostros y ya no podía distinguirlos. De inmediato las sintió trabajar en su cuerpo, en su cabello, limpiando hasta el más remoto lugar, y las dejó. No le importaba su propia intimidad, su privacidad, ya que no solía tener ni nunca había tenido realmente, ni creía sentir mayor vergüenza a estas alturas, solo el saber que gente la quería comprar, eso si la avergonzaba, pero le avergonzaba lo desvergonzada que era la elite de Roma.

Aprovechó los minutos eternos de paz, y cerró los ojos, mientras las mujeres se movían a su alrededor, moviéndola de un lado a otro, pero no le causó mayor incomodidad.

Vivía peleando por sobrevivir, siendo herida en cada batalla, así el que un grupo de sirvientas la moviese para lavarle la espalda de mejor manera no era nada en comparación. No debía confiar tanto, pero a estas alturas, sabía que podía defenderse, y en ese instante no necesitaba defenderse de estas.

Cuando salió del agua, tuvo la sensación de que había bajado de peso ante tan limpia que se sentía. Sentía la piel brillante y limpia, pero al parecer no era suficiente. Dos de las mujeres se llenaron las manos de una sustancia viscosa que se sacaron de quien sabe dónde, y comenzaron a echarle aquella loción por el cuerpo.

Ahora si se veía brillante.

Y olía aun mejor.

Estas se movieron por todos lados, incluso en su cabello, el cual habían trenzado de la forma en la que lo llevaba usualmente.

Y no pasó mucho tiempo para que el hombre volviese con otro set de ropa, ahora nada de armaduras ni metal, solo cuero, y podía notar que era por un tema practico, para que no le costase sacárselo cuanto llegase el momento.

Ahí, se vio siendo vestida con cuidado, su cuerpo de nuevo siendo abrazado por el cuero, y siempre agradecía la sensación conocida. Su piel estaba suave, y el aroma de su cuerpo era agradable. Se notaba que era para impresionar a quien sea que vería, y también lo disfrutaba ella misma ¿Cuánto tiempo pasaría para sentirse así de limpia? No le importaba venderse, en serio, valía la pena si es que iba a ser atendida de esa forma, si iba a ser cuidada de esa forma, y lo reafirmó minutos después cuando se vio de nuevo en la cocina, esta vez las personas cocinándole a ella.

Exclusivamente a ella.

Se sorprendió, sin duda.

Estaba en una mesa, con varios platos frente a su rostro, verduras, frutas, platillos que no podía reconocer. En la mañana, probó un poco de todo, pero esto lucía más como una cena, no simples aperitivos y dulces para la fiesta.

Necesitaba energía, lo entendió, debía abastecerse de buena manera para poder rendir como debía. Era una noche entera con una persona, y debía poder defenderse correctamente. No era una batalla, no era una pelea, pero debía tomárselo tan en serio como cuando entraba en la arena.

Por suerte, su vida no peligraría, no si se comportaba.

Y siempre se comportaba.

Si bien el tiempo ahí, luego del evento, se le hizo eterno, no fue lo suficientemente eterno, al final, se vio en un carruaje, siendo llevada a un destino desconocido.

El guardia, su guardia personal, estaba frente a ella, mientras había otro manejando a los caballos, lo veía cansado, y estaba segura de que, apenas se bajase, estos se iban a ir a dormir, y probablemente aprovechó de tomarse un descanso durante el día, ya que no estuvo pegado a su nuca, ya que no era necesario, se podía comportar.

Se vio mirando hacia afuera, notando la ciudad a oscuras, y tenía cierto encanto.

Creyó que estaría más nerviosa, pero había aceptado su destino, así como aceptó entrar en la arena, ya no había mayor problema al respecto.

Escuchó al guardia carraspear, y volvió la mirada hacia él.

Al parecer iban llegando.

“Hay un par de reglas cuando llegues al lugar. Primero que todo, la persona que ganó la subasta debe permanecer un secreto, así que no puedes divulgarlo.”

Pero estaba segura de que ellos, toda la elite, lo sabía, o quizás si solían divulgar al respecto entre ellos, se los imaginaba. Como sea, ¿A quién le iba a decir? No es como que tuviese muchas personas para hablar, o que se diese el tiempo para hablar.

Asintió, esperando lo demás.

“Segundo, la seguridad del comprador es tan importante como la tuya, eres un Gladiador valioso y la arena no puede perderte, así que si ocurre cualquier cosa que pueda poner en riesgo tu vida, debes dar aviso de algún tipo, gritar o algo, va a haber un guardia resguardando la casa, si es que no puedes detener a la persona por ti misma, y también en el caso contrario, creeme que el subastador va a estar listo para que acudan a su rescate si es que decides atacarlo.”

Atacar a un comprador, mala idea.

No es como que fuese a hacerlo.

De hecho, si Octavia mencionó que había Gladiadores que tuvieron que estar en el evento con escolta, con guardias tras su espalda, ¿Cómo aseguraban la seguridad del comprador? ¿Entraban los guardias en la habitación?

Incómodo.

“Tercero, y no creo que sea necesario mencionarlo, pero está claro que debes hacer exactamente lo que el comprador quiera, sin importar lo excéntrico que sea. Ya te dije, a no ser que amenace tu vida, debes saber que sigues siendo posesión del estado y debes hacer lo que se te diga.”

Se lo imaginaba.

Sobrevivía a la muerte a manos de fuertes peleadores, ¿Qué tan difícil sería cumplir las fantasías y requerimientos de una persona? Sabía que en la elite también estaban los militares, pero tenía esperanzas de que fuese gente razonable.

Ni siquiera tenía cabeza para imaginárselo.

Finalmente, asintió, y con eso, la carroza se detuvo.

Se vio frente a otro gran edificio, y notaba que no había nada más que naturaleza alrededor. No era una casa en la ciudad, era algo más alejado, y no se había dado cuenta de lo mucho que habían recorrido. El guardia le abrió la puerta, y ambos salieron de ahí. Se vio siguiéndolo, este avanzando por un camino de tierra que llevaba a los pies de la enorme casa, hacia las puertas dobles.

Este tocó la puerta dos veces, y esperaron pacientemente a que alguien abriese la puerta.

Y cuando se abrió, apareció un hombre.

Pero no parecía ser el comprador, más parecía ser solo un sirviente más, por su postura sumisa y en calma.

Este le dijo que sería quien la llevaría a la habitación principal, y se vio siguiéndolo, no sin antes ser detenida por su guardia, y giró el rostro para mirarlo. Su rostro se veía ligeramente rojo, y debía de haber algo de vergüenza en su rostro normalmente estoico. 

“Deberías, uh, desnudarte un poco cuando estés en la habitación, y bueno, eso, el otro guardia va a estar cubriéndome mientras descanso un poco, así que, si pasa cualquier cosa, das un aviso y el vendrá en tu ayuda. Buena suerte.”

Al parecer el guardia parecía más avergonzado que ella misma, pero agradeció la preocupación.

Ahora la pregunta era, ¿Necesitaba suerte para algo así?

Tal vez sí, aunque sea un poco.

 

Chapter 40: Vampire -Parte 3-

Chapter Text

VAMPIRE

-Cambio-

 

Cazar, era como una fiesta en sí misma.

Veía a los lobos preparándose, todos de colores similares a Selene, cabellos azulados, más claros como el padre o más oscuros como la madre, pero era fácil distinguir que eran los cachorros de ambos líderes.

Al principio, nadie se le acercaba.

Todos parecían preocupados de que el vampiro volviese a atacar, que volviese a tener la armadura blanca e impenetrable y los asesinase a uno por uno, y los cachorros sobre todo eran los más preocupados, ya que vieron aquel momento como una escena terrorífica.

Pero Selene no le tuvo miedo, nunca, a pesar de ser la principal afectada de su vampirismo, y eso mismo ayudó a que el resto de la manada la viese como una más del grupo.

Si, era una más de la manada, a pesar de no tener nada que ver con la otra especie, era aceptada a pesar de ser diferente, y siempre la hacía sentir cálida por dentro el solo pensar en eso, en ser parte de algo, cuando por años nunca logró pertenecer en ningún lugar.

Ni a su propia familia.

Avanzaron por el bosque con pasos de cazador, cuidadosos, y se alegraba de ser una persona cuidadosa para no estropear el sigilo de los lobos, bueno, de la mayoría de los lobos.

Selene aun carecía de sigilo, aun recordaba las primeras veces que cazaron juntos, donde esta no paraba de hablarle, o de estar tan ensimismada contando una historia que olvidaba que estaba en medio de una cacería, o también cuando se quedaba mirando la luna, hipnotizada, y tropezaba. Había mejorado con los años, pero aún le faltaba mucho por delante.

De hecho, la miró, notando como los ojos claros de esta la observaban, e incluso en su cuerpo animal, notaba la sonrisa soñadora en su rostro.

No podía quejarse, porque le agradaba esa atención.

Avanzaron bastante hasta llegar a las presas perfectas, unos ciervos. El lugar estaba lejos de su territorio, y siempre debían variar de lugares para cada caza, para no arrasar con los animales, debían dejarlos proliferar, así que a veces era cazar aves, roedores, y lo que menos le agradaba, cazar peces.

Eso de estar en el agua y terminar mojado no le agradaba demasiado, mucho menos el aroma, y al menos Selene la apoyaba, no siendo el pescado su alimento favorito, sin embargo, cuando era día de caza en el rio, esta ahí estaba, en cuatro patas corriendo por el agua, como si dejase de ser un lobo y se tornase en un lobo marino.

Le gustaba mojarse, pero no con ropa, ni tampoco podía mostrar su faceta vampírica sin sentirse incomoda con esa armadura tan ajena, de hecho, ni siquiera sabía cómo hacerla salir por sí misma, solo ocurría de improviso en momentos donde sus instintos se salían de control, como cuando tenía mucha hambre o su territorio estaba siendo atacado.

Así que le gustaba cazar ahí, en el bosque.

El hermano mayor del grupo fue quien tuvo la iniciativa, quien empezó el ataque, el resto rodeando a los ciervos desde diferentes puntos. Fue una cacería rápida, uno de los ciervos sin tener mayor oportunidad de correr al estar rodeado. Los lobos sujetaron a su presa con firmeza, y ahí debió acercarse, mientras el animal aún estaba vivo, mientras su sangre aun bombeaba, y los lobos lo sabían, por eso le daban unos momentos para saciar su sed antes de terminar con la presa.

Y eso hizo.

Sus colmillos crecieron más de lo usual con la mera idea de tener sangre en la boca, y su cuerpo se preparaba para hacer su trabajo, así como su propia sangre estática parecía temblar en sus venas en la euforia de alimentarse.

Enterró los dientes en la carne, y bebió.

Solo necesitaba unos tragos para sentirse satisfecha, pero probablemente, si fuese más placentero el beber de un animal, no creía ser capaz de controlarse, y terminaría secándolo, lo cual no era lo mejor, ya que dejaría a sus compañeros de caza con una carne incomible.

Sus mordidas no eran mortales, o al menos evitaba que lo fuesen.

Quitar vidas jamás fue su intención, y agradecía que sus dientes entrasen y adormecieran a su víctima, calmando al cuerpo en el que entraban, tal y como un mosquito.

Así que se separó, y les permitió a los lobos el terminar con el animal, estos enterrando los dientes en el cuello del ciervo, asesinándolo, acabando con su miseria.

La vuelta al territorio siempre era animada.

Los lobos volvían a tener sus apariencias humanas y hablaban entre ellos, disfrutando del paseo mientras cargaban a la presa entre todos, ayudándose con el peso, y si, era una fiesta, porque siempre estaban todos felices luego de una caza exitosa, sobre todo si se trataba de un animal así de grande, que podía llenar los estómagos de la manada entera por días.

Notó al hermano mayor acercándose, y ya no era raro el hablar con ellos, a pesar de que no tuviese mucho que decir, se habían acostumbrado a ella.

“Sabes que puedes venir a nuestras cacerías semanales, Viviane, no tienes por qué pasar hambre alguna.”

Asintió, y se quedó viendo al hombre a su lado, y por primera vez lo vio por lo que era, un hombre. Pensó sobre eso en la mañana de ese mismo día, como Selene había crecido en esos años, era su reloj, y la manada también lo era. Cuando los vio por primera vez, todos eran cachorros, inclusive el chico a su lado, pero ahora lo veía llevando una barba descuidada, siendo quien tomaría el mando de la manada cuando sus padres fuesen más mayores.

Ya eran adultos, todos.

Sentía algo de envidia cuando los veía, porque ellos crecían, y ella se mantenía con la misma edad que cuando fue secuestrada por esa gente.

Giró el rostro para mirar a Selene, quien ahora llevaba parte del peso del ciervo. Según sabía, Selene ya debería tener más de treinta años, pero no se veía de treinta, porque los lobos envejecían más lento.

Si Selene fuese una humana, en un pestañeo ya la vería como una anciana.

Se sentía melancólica ahí.

Sintió la mano ajena del hombre mayor de la manada, este sonriéndole, sacándola de sus pensamientos.

“No te sientas culpable, si necesitas beber, solo debes decirlo, nosotros siempre tenemos ánimo y hambre para cazar.”

Imaginaba que el chico había malinterpretado su silencio, sus miradas, pero le agradeció, aceptando la oferta. Ellos sabían que tenía necesidades, y no le gustaba el siquiera tenerlas en cuenta, porque le recordaba lo que era, la mortalidad que traía consigo.

Pero sabía que, si necesitaba beber, si necesitaba alimentarse, tendría a esa manada ahí para apoyarla, era parte de ellos, ¿No?

Cuando llegó al asentamiento de los lobos, todos se pusieron a trabajar en el animal, debían hacerlo pronto para aprovecharlo al máximo, todo lo del animal, incluso la piel, pero no sin antes el agradecer a los Dioses por la comida, como siempre lo hacían.

Ellos mismos eran animales, mitad animales, y sabían lo que significaba el cazar para sobrevivir, y eran muy respetuosos de las vidas a su alrededor.

La dejaba tranquila aquello, porque ella misma era así.

Cuando notó a Selene entre los lobos, notó una expresión extraña en ella.

Una expresión que no había visto nunca.

Sus ojos, se veían fijos, como cuando cazaba, pero ni en esos momentos notaba tanta severidad en sus rasgos. Parecía enojada, incluso notaba como su cabello parecía más engrifado de lo usual.

Le causó sospecha, así que se acercó.

Pero esta rápidamente volvió a tener su expresión usual, más relajada, despreocupada. Los ojos claros la miraron, brillando con la luz de la luna, pero a pesar de verla volver en sí, le siguió causando cierta preocupación el verla diferente, aunque se hubiese tratado de solo un segundo.

Y la conocía hace mucho como para que ver cosas nuevas fuese algo usual y no lo era, conocía a esa mujer desde que era un cachorro, y miradas así, esta no daba, nunca, en ningún tipo de situación.

O tal vez era el crecer.

Si, tal vez era eso.

Ya era una adulta, al menos la manada decía eso, y quizás eso significaba que crecería en más de un sentido, ya que, si lo mencionaban, debía ser por algo, algo así como la pubertad en humanos.

Egoístamente, esperaba que no.

Quería ver ese rostro luminoso y cariñoso siempre, no quería que Selene cambiase.

“¿Te irás?”

Selene le preguntó, su voz suave.

Si, se iría, no quería interrumpir a los lobos en sus tareas, y el beber no la dejaba del todo bien, siempre sentía un mareo, una incomodidad extraña cuando bebía, cuando llenaba su estómago con sangre fresca luego de evitar consumirla.

Probablemente dormiría un día entero, como siempre.

Y Selene lo sabía, y cada vez se le tiraba encima, y la abrazaba, sin querer dejarla ir, aunque antes de la cacería decidiese pasar la mañana juntas, dormir juntas, y así no se sentía tan triste cuando se ausentaba por un día entero.

Esa también era una rutina.

Notó como Selene se le iba a acercar, pero se detuvo.

Y no entendió la razón.

Notó los ojos claros mirándola, pero no mirándola a los ojos, si no qué, mirándola pero sin enfocar a ningún lado en particular, su expresión tensa volviendo, así como lo engrifado de su cabello.

Algo le pasaba a Selene.

Esta pestañó, y volvió a sonreírle, esa expresión soñadora volviendo a su rostro, para luego despedirse de ella, volviendo al grupo a hacer sus labores.

Sin abrazo.

Sin nada.

Se quedó estupefacta.

Si, se había vuelto una persona de rutina, no, de hecho, siempre fue una persona de rutina. Antes sabía a qué hora la visitaban, a qué hora la alimentaban, se acostumbró a usar esas cosas para intentar saber qué hora era, o cuantos días habían pasado. Por supuesto, ahora ya no vivía en encierro, por el contrario, era libre a pesar de vivir en su territorio, sin salir de ahí, había escogido esa vida y la había tomado.

Pero los hábitos habían quedado, el saber que era de día cuando Selene tocaba su puerta, o saber que había pasado una semana porque los lobos se iban de caza y se lo ofrecían, aunque no siempre aceptase.

Y los hábitos que tenía con la menor de la manada, eran parte de su vida, lo que la hacían sentir viva, querida, ser una más, y que esta la tratase así, de esa forma tan impersonal luego de pasar a su lado pegada a ella, compartiendo el mismo espacio la gran parte del tiempo, se sentía como un duro golpe.

Si, tal vez Selene había crecido, y ya no era esa niña que se le tiraba encima, y debía superarlo, debía acostumbrarse a la nueva Selene, al lobo adulto que era ahora.

A pesar de que, para ella, Selene siempre sería un cachorro.

Su cachorro.

Subió a la mansión, y caminó a su cuarto, sintiéndose enferma, y no solo por el líquido siendo digerido por sus órganos, sino también por la idea de perder a Selene. Las cosas cambiaban, lo sabía, pero no le gustaba, no le gustaba el cambio, no le gustaba el tener una rutina, el acostumbrarse a una actitud ajena, para de un día a otro perderla.

Se puso su vestido de dormir, se soltó el cabello, y se dejó caer en la cama.

Tendría que acostumbrarse a esa nueva realidad.

Pero por ahora, necesitaba descansar.

Las horas pasaron.

Pero no sabían cuántas.

Cuando abrió los ojos, estaba oscuro.

¿Había pasado un día entero?

Parecía que sí, se sentía repuesta. Su cuerpo no se sentiría así si siguiese siendo la misma noche.

Pero, algo se sentía diferente.

Un aullido se escuchó desde la distancia.

Si, eso era lo diferente. Normalmente despertaba por sí misma, pero ahora fue despertada, y el ser bienvenida al mundo con un aullido no era algo común, para nada, a menos que fuese la manada llamando a Selene, pero sabía bien que la mujer no estaba con ella.

Cerró los ojos, concentrándose, concentrando sus oídos en la tarea.

El aullido volvió a resonar, y lo escuchó más fuerte, más nítido, sus sentidos agudizándose.

Era el patriarca de la familia, podía reconocer el tono de sus aullidos.

Y este, en particular, parecía llamarla a ella.

Se vio de pie, sin siquiera ponerse uno de sus vestidos ni arreglar su cabello, nada, simplemente salió de la mansión, bajando la montaña, reaccionando acorde a la urgencia de los aullidos.

Lo sabía, algo no andaba bien.

Quizás su apuro no habría sido tan urgente de no ser por el extraño comportamiento de Selene el día anterior, y que el patriarca de la manada la llamase, parecía ser suficiente prueba de que debía apresurarse, así que siguió la dirección del ruido, y en un momento, gracias a su agilidad, llegó al lado del lobo, este cambiando a su forma humana apenas hicieron contacto visual.

“¿Qué paso?”

Preguntó, sin poder contener su urgencia, y el hombre la observó, sus ojos oscuros luciendo preocupados, cansados, inseguros.

No había visto una mueca así en este, ni siquiera cuando intentó devorarse a su hija menor.

“Este es un tema de lobos, probablemente sea difícil que lo entiendas, pero está en tu derecho el que lo sepas.”

¿El que?

Antes de que el patriarca pudiese decir algo, escuchó un gruñido.

Y no supo porque, pero supo que era Selene.

No estaba lejos, y se vio acercándose, por inercia, buscando el origen de los gruñidos, ahora dos.

Y se quedó de piedra a penas sus ojos vieron lo que ocurría.

Notó dos lobos revolcándose, peleando, ambos moviéndose por el suelo, intentando morder al otro, atacar al otro. Vio un caos de cabellos azulados, de colas, de dientes, de sangre. Hasta que uno dio una mordida, incrustando los colmillos en el pelaje.

Ambos lobos se alejaron, mantuvieron su distancia, para finalmente transformarse, volviendo a sus formas humanas.

Selene.

La vio ahí, gruñendo, sus dientes filosos bañados en sangre, así como su mentón, habiendo sido esta quien dio la última mordida. Sus ojos claros estaban fijos en el otro lobo, el hijo mayor de la manada. Podía ver el salvajismo en su cuerpo, en su postura, completamente fuera de si.

Esa no era la Selene que conoció.

El cachorro que no le haría daño ni a una mosca, que sonreía incluso cuando estaba siendo atacada.

Ahora era un lobo, un adulto, un animal rábido.

Si, había cambiado.

No supo que hacer, ni que decir, mientras escuchaba los pasos del patriarca acercándose.

“Selene está peleando por ti, Viviane.”

¿Qué?

Eso no podía ser verdad.

¿Cómo habían cambiado tanto las cosas de un día para otro?

 

Chapter 41: Experiment -Parte 2-

Chapter Text

EXPERIMENT

-Autodestrucción-

 

Era extraño.

Por muchos años se sintió sola, abandonada por su familia y por el mundo, viviendo en las calles, ocultándose, intentando sobrevivir a la soledad, del hambre y a la precariedad de su estado físico.

¿Pero ahora?

Sentía que no podía estar sola, aunque así lo quisiera.

Y jamás hubiese creído que era tan complicado.

Ya no podía huir, cerraba los ojos, y estaba ahí, en esa oscuridad, en ese mundo dentro de su cabeza, tan lleno de vida ahora, si, lleno de vida, lleno de voces, pero también lleno de caos, y eso era lo que más le molestaba, no, lo que más le aterraba. Creyó que eso se sentiría bien, pero no, cada día que pasaba se veía incapaz de controlarse a si misma, o de evitar que las mujeres le quitasen el control de su cuerpo.

Y no era capaz de pelear de vuelta.

¿Cómo lo haría?

Era una niña solitaria, que no conocía más que las sucias y toxicas calles, o esa habitación donde estuvo cada día desde que eligió vivir.

¿Cómo iba a ser capaz de hablar con dos personas adultas? ¿Cómo iba a ser capaz de hacerles frente? ¿De controlarlas? No tenía las capacidades para hacer algo semejante, por supuesto que no. De hecho, dudaba que cualquier adulto pudiese, ya que se trataba de dos mujeres enormes, fuertes, inteligentes, y, sobre todo, determinadas y tercas, así que cualquiera tendría problemas conteniéndolas.

Y ahí, había fallado como todos los días anteriores.

Había perdido por completo el control.

¿Qué estaba viendo?

No, no quería ni siquiera ver.

Las dos mujeres estaban sobre su panel de control, ambas empujándose mutuamente, peleándose, intentando tocar los controles y dominar el cuerpo físico, su cuerpo físico.

Deberían de llegar a un acuerdo, los objetivos de ambas no excluían el de la otra, pero rara vez podía conseguir mediar entre ambas, no podía ni siquiera levantar la voz sin sentirse intimidada, así que era incapaz de decirles lo que quería.

Y ahora, no pudo tampoco.

Ambas querían información, la necesitaban, habían perdido mucho de sus memorias luego de sus muertes, de la que ni siquiera recordaban como ocurrió, así que solo tenían vestigios de su vida, de sus recuerdos, así que entendía que quisieran averiguar la verdad, y probablemente sus memorias estuviesen dentro de la red de información, a la que podían acceder desde ese mismo lugar.

Si, ambas tenían el mismo propósito, sin embargo, ambas tenían diferentes formas de llegar a ese cometido. Galatea estaba dispuesta a matar a todos a su alrededor con tal de obtener las piezas perdidas de su vida, pero Ismeria era diferente, prefería contribuir ahí y ganarse la confianza y poder conseguir de buena manera acceso a su vida humana. Pero dudaba que las dos opciones fuesen a otorgarles lo que querían. Matar no las llevaría a ningún lugar, y esperar que los investigadores se apiadasen de dos almas muertas era realmente poco probable.

En ese instante, peleaban por la dominancia de su cuerpo de carne y hueso, o más bien era la teniente quien evitaba que la doctora cometiese un crimen.

Notaba la desesperación de ellas, listas para hacer lo que sea.

Así que solo podía mirar.

Soltó un grito, un grito sonó doble, su cuerpo gritando de dolor, así como ella misma al sentirlo.

Las mujeres detuvieron su pelea al notar lo que habían causado.

La pantalla les mostraba sus manos ensangrentadas, sangre brotando de su abdomen, y el arma que causó el daño botada en el suelo, un trozo de metal.

Se miró a sí misma, notando como la misma mancha de sangre aparecía en su cuerpo incorpóreo, justo donde sentía el dolor.

“¿Cómo pasaron de matar al guardia a apuñalarme?”

Les preguntó, escuchando su propia voz rota, dolorida, aun sin poder creerse como habían escalado las cosas de un día para otro. No era la primera vez que tenían un altercado desde que estaban ligadas, pero si era la primera vez que terminaba su cuerpo de esa forma, herido, desangrado. No tenía dudas que ahora tendría más seguridad que antes, evitando cualquier problema.

¿Nunca pensaron que poner a dos personas tan diferentes dentro de un cuerpo joven podría significar algo malo?

Ni siquiera sabía que era lo que esa gente pretendía llevar a cabo con ese experimento.

Galatea fue la primera en mirarla, levantándose de hombros, su sonrisa sádica siempre presente.

“Si esta perra del gobierno no se hubiese metido en mis planes, tu estarías bien.”

“La habrían matado si usamos su cuerpo de manera incorrecta, será clasificada como un experimento fuera de control, que deberá ser aniquilado, y lo sabes.”

Siempre peleando.

Iba a tomar el control, al menos para intentar detener la hemorragia, pero la pantalla se fue a negro.

Genial, se desmayó.

Y no sabía porque su cerebro seguía funcionando, ¿Acaso nunca le darían un descanso?

Soltó un suspiro, era realmente agotador vivir así.

Su vida antes era tan simple, nada más que sobrevivir, y luego hacer lo que los doctores le dijesen, y ahora tenía que controlar sus propios impulsos junto con los impulsos de dos mujeres demasiado grandes y fuertes para mantenerlas tranquilas.

“Ahora tendré que pensar en otro plan ya que te desmayaste.”

La doctora comenzó a caminar hasta su mesa, la cual siempre estaba llena de objetos filosos, botellas y libros. Parecía casi orgullosa del caos que había provocado.

Esta era sin duda la más difícil de controlar.

“¿Quién habrá tenido la culpa de eso?”

La teniente la siguió, aun dispuesta a seguir con la discusión, sus botas resonando en el suelo oscuro, infinito, sin ningún tipo de miedo ante lo intimidante que era la albina.

“No hagas tanto escandalo al respecto, el plan falló después de todo.”

“Menos mal, porque tu intención iba a terminar matando a nuestro huésped y con eso, nosotras.”

Soltó un suspiro, viendo a las mujeres discutir, de nuevo. Y bueno, literalmente, igual lograron herirla de muerte.

Miró su cuerpo, notando la sangre cayendo al suelo. Nada real, pero era su propia mente que creía lo peor y lo materializaba de inmediato, al menos al desmayarse el dolor parecía disminuir.

Esperaba que al quedar su cuerpo inconsciente ellas también desaparecerían y todo su cuerpo se apagaría, pero no, seguía ahí, solo que sin poder ver nada, tal y como cuando su cuerpo dormía. ¿Estaba cansada por estar despierta 24 horas? Lo estaba sin duda.

Al menos así, el tiempo pasaba más rápido, o esa sensación tenía.

Lo otro positivo, era que la situación ya no era como cuando despertó, donde no sabía que sucedía dentro de su cabeza, solo escuchaba voces y por un momento creyó que había perdido la cabeza.

Volvió a mirar a las mujeres, iba a necesitar marcar territorio ahí.

Ahora.

No podía dejar que esto ocurriese, había peleado por sobrevivir por mucho tiempo, y si bien tampoco tenía esperanzas de vivir demasiado, no quería seguir adelante con un constante sufrimiento.

“Se que quieren buscar información, pero sea lo que sea que hagan, tendríamos que huir, y ahí afuera, nos encontrarían rápidamente.”

Habló, y las mujeres la miraron hacía abajo. Era difícil mantener la situación bajo control al ser mucho más pequeña que ambas, y más débil, en más de un sentido.

“Oh, no seas ingenua, no tienes ningún tipo de rastreador, les da miedo meter algo en tu cuerpo que pueda tirar abajo su experimento. Además, no tenías identificación antes de venir aquí, prácticamente no existes para el sistema, ningún sensor les dará alarma alguna.”

Galatea parecía segura con su contribución, pero solo pudo mirarla, apuntando su propio cuello.

Sus tatuajes.

Tenía esas marcas por una razón.

Esa era la forma de tacharla como lo que era, un sujeto de prueba, un ratón de laboratorio.

“La capa de piel donde va la tinta es una zona segura para ellos, probablemente ni siquiera sea tinta normal, puede ser rastreable. Considerando que esta gente tiene ojos en todos lados y recursos ilimitados, realmente sería difícil huir.”

La teniente añadió, cruzándose de brazos, estos luciendo incluso más grandes de esa forma.

“Este lugar es el más seguro en el que he estado, afuera de este lugar no hay espacio para mí, no lo había antes, menos ahora. No está en mis planes salir de aquí. Me alimentan, me dan mi espacio, tengo un lugar donde dormir, jamás encontraría un lugar similar.”

Intentó sonar lo más seria que pudo, pero Galatea simplemente la miró con una ceja levantada.

Sintió la mano fuerte de la teniente en su hombro, y realmente temía cuando podía sentir algo ahí dentro. Eran más corpóreas de lo que creía, y eso le aterraba. Era una sobreviviente, siempre lo sería, así que era instintivo huir del dolor, de cualquier situación desagradable.

Ahora no podía huir, ni siquiera en su propia cabeza.

“Aun así, estoy segura de que ellos tienen un destino para ti, toda misión tiene un objetivo.”

Ismeria habló, y sintió como la albina se acercaba, poniendo su mano enorme en su otro hombro, y realmente sentía el peso en ella, y era agobiante. La teniente estaba siendo agradable, siendo empática, pero la acción de la doctora solamente parecía una mofa hacia las acciones de la morena, una burla.

“El lado positivo es que no van a dejar que mueras, van a hacer lo que sea para mantener el experimento a flote, creeme, lo sé. Aun así, no nos podemos quedar de brazos cruzados, por mucho que quieran ser las niñas buenas y seguir las ordenes, debemos saber para que nos quieren, cual es nuestra utilidad.”

Eso tenía sentido.

No quería hacer nada más, huir ni nada, pero también tenía curiosidad. Debían necesitarla para algo grande. Dudaba que teniendo a una militar y a una doctora dentro de ella la dejasen libre o le diesen una vida normal y tranquila. Ahora tenía capacidades que nunca tuvo, las mujeres pudiendo controlar su cuerpo y su mente, y ellos le sacarían provecho. ¿Pero que era aquello? Siempre estuvo preparada para todo de antemano, las decisiones que tomó siempre fueron premeditadas, incluso cuando niña, y le aterraba que el día llegase y no estuviese lista para hacer lo que los investigadores querían de ella.

¿Y si aquello no le agradaba?

¿Había algo peor que vivir en las calles, sola y hambrienta, la toxicidad del aire poco a poco llenando sus pulmones? Llevaba años en cautiverio, probablemente hubiese cosas horribles que no estaba dispuesta a hacer. ¿Y si era algo así? Si estaba obligada a hacer algo de lo que no estaba dispuesta a hacer, ¿Se quedaría ahí aun así? ¿Esperando su destino sin decir palabra alguna?

No lo sabía.

Miró a Galatea, la cual observaba a la teniente, y al mirar a los ojos verdes, notó como estos lucían pensativos.

Las tres tenían un mismo objetivo, lo sabía.

Buscar información.

De un segundo a otro, la visión de ese mundo se distorsionó.

Creó que era cosa de ella, que era su problema, pero no, las dos mujeres miraron alrededor, al igual que ella, notando como ese mundo ficticio, irreal, imaginario, poco a poco empezaba a colapsar. Se miró las manos, estas temblando, la imagen borrosa, como si se tratase de una imagen holográfica que comenzaba a dar problemas, que comenzaba a fallar.

Una imagen fallando.

Miró a las mujeres, las cuales se veían de la misma forma, y sabía que el pánico en sus ojos hacía que estas sintieran aún más pánico.

“Están apagándote, debes estar muriendo.”

La doctora habló, su voz sonando más grave de lo usual.

¿Qué?

Notó cierta ira en los ojos de la teniente a pesar de su rostro impávido, pero de todas formas fue donde la doctora, con la intención de iniciar una nueva pelea, pero la atravesó, como nunca, dejando de ser corpóreas. Se miraron, y la miraron a ella.

Miró hacía abajo, todo su cuerpo, debajo de su torso, había desaparecido. Miró hacia atrás, buscando el panel de control, pero no lo vio ahí. Había desaparecido también, así como la mesa de la doctora.

Ya no había nada ahí.

Cuando volvió a mirar a las mujeres, la teniente estaba de pie, recta, su posición firme, militar, mientras miraba algún punto en el mar de negro, su rostro igual de impávido, pero notaba demasiada tensión en su cuerpo.

La doctora soltó una risa estruendosa, y la vio sujetándose la cabeza, en un claro ataque de pánico, o lo que fuese aquello.

¿Realmente era su fin? ¿Tan rápido?

¿El fin de todas?

Comenzó a sentirse nauseabunda, y a pesar de haber probado desde el comienzo lo que era la muerte acechándola, el sentirse así, desapareciendo en la nada, viendo a dos mujeres desaparecer con ella, le causó aún más miedo de lo usual.

No quería que eso ocurriese.

Deseaba vivir.

Pero ya era tarde, ya no había nada, ni la teniente, ni la doctora, completamente desaparecidas de esa realidad, solo había oscuridad, nada más.

Al final, solo vio oscuridad.

Chapter 42: Antihero -Parte 4-

Chapter Text

ANTIHERO

-Objetivo-

 

Los rumores decían que ahí estaba ocurriendo un ataque.

O que ahí ocurriría, eso fue la que la hizo moverse.

Porque ahora, escuchando unos disparos, sabía que sí, estaba ocurriendo en ese exacto momento.

Que los mayores delincuentes fuesen llamados a un lugar, con la intención de que un trato les fuese ofrecido, le parecía sin duda algo sospechoso, y si, era un rumor, pero era lo suficiente para llamarle la atención. Además, si sus investigaciones recientes eran correctas, existía la posibilidad de que la mujer serpiente estuviese ahí.

¿Cómo iba a perderse una ocasión donde la gente que odiaba se juntaba en un mismo lugar? Oh no, esa mujer no se lo perdería.

Logró obtener la dirección exacta, y se trataba de un lugar subterráneo de difícil acceso, pero era escurridiza. Y si, solamente había ido de curiosa, quizás así averiguaría un poco de la villana con la que se había topado ya anteriormente, así lo había hecho veces anteriores, de hecho, ¿Cuántas veces llevaba ya yendo a ciertos lugares para ver a la mujer en acción?

Se sentía una acosadora, y no se esperó eso de sí misma.

Esa mujer debía ser muy afortunada para tener su atención.

Y ahora que estaba ahí, espiando desde una de las ventilaciones del techo, pudo mirar el panorama. No era solo una reunión de mafiosos, si no que habían sido convocados, y guau, sorpresa, había sido Snake Goddess quien los había llamado, probablemente haciéndose pasar por uno de ellos.

No sabía cómo eran tan estúpidos para caer en la trampa.

Esta debió ofrecerles una buena suma, para hacerlos caer.

Se removió, mirando hacia abajo, observando a las personas ahí agrupadas. Debía de ser al menos unas treinta personas, se notaba que era gente difícil, estaba claro, lo veía en sus caras. Algunos habían disparado, llevando armas consigo, como siempre, pero las balas no le hicieron nada a la mujer, esta como si nada, y aún no entendía cuáles eran sus habilidades, ya que, si bien sabía que esta tenía aquellas colas protegiéndola y asesinando, sin ensuciarse las manos, había notado como no era solo eso, como cuando se esfumó en la nada.

Y ahora, las balas no parecían hacerle ningún daño. O quizás eran las colas las que la protegían en el segundo exacto, pero su visión no era realmente buena desde esa perspectiva para darlo por hecho.

Pero sabía que esa misteriosa mujer tenía muchos trucos bajo la manga.

“Estoy buscando a un hombre en particular.”

La mujer habló, su voz profunda haciendo eco en aquella gran caja de metal en la que estaban, y obligó a que todos los que parecían eufóricos, aterrados y enfadados en partes iguales, se quedasen en silencio. Esta dio dos pasos adelante, obligando que algunos de los sujetos se alejasen, desconfiados. Pudo escuchar el retumbar de tacones en el suelo, ese sonido característico, sobre todo al pisar sobre metal y baldosas, exactamente de lo que estaba hecho el piso de aquel lugar.

Al parecer esta no flotaba como creyó, era corpórea, aunque no pudiese ver nada más debajo de su pecho, completamente tapada.

Obviamente se sentía un poco tentada al ver los hombros de la mujer, y no poder ver nada más, haciéndola sentir curiosa, y no tenía duda que no se sentiría decepcionada al ver lo que esa tela ocultaba. Todas las veces que se habían topado, en ese último tiempo, desde lo de la cárcel, se veía más y más tentada de tener un momento con la mujer.

Aunque ni sus palabras ni sus acercamientos eran suficientes.

Era claro que sea lo que sea que la mujer estaba buscando con esa persecución, con esos asesinatos, la mantenía suficientemente ocupada para darse cuenta de ella, para aceptar que no tenía nada que perder. O sea, era guapa, era carismática, tenía buena presencia, cualquiera caería.

Pero no la mujer.

Se sentía frustrada.

Negó con el rostro, se estaba desviando.

No era el momento para pensar en obscenidades.

Ya luego llegaría el momento para degustar, cuando esta al fin cayese en sus redes, y quizás hoy podía ser el día, al fin, luego de semanas de fallar.

“Busco al hombre llamado Viraj. Entréguenmelo, y los dejaré vivir un día más.”

¿Qué?

Eso fue suficiente para hacerla salir de su cabeza.

¿Solo buscaba a un hombre?

¿Por qué no matarlos a todos y ya?

Quizás necesitaba información, lo necesitaba vivo.

Se dio cuenta en ese instante, que la tapa de la ventilación en la que estaba no podía soportar su peso, y pudo sentir el sonido del metal crujiendo. No tuvo demasiado tiempo para reaccionar, pero tuvo el suficiente para caer con estilo. La tapa cedió y cayó donde estaban todos, dando una voltereta y cayendo de pie, sus pies doliendo, pero no iba a quejarse, necesitaba mantener el personaje.

Ahí, se quedó entre los dos bandos, entre la mujer sanguinaria y los mafiosos.

Algo incomodo, tenía que decir.

Había una razón por la que no era espía, y era porque de sigilo no tenía mucho.

Se quedó ahí, con las manos en la cadera, como si hubiese sido su intención aparecerse en ese instante, ya que no era así, solo quería espiar un poco más, nada más, y quizás aprovechar un momento a solas con esa mujer, sí, eso era lo que más quería, esta ignorándola todas las otras veces que se encontraron.

Si, su ego estaba algo herido por lo mismo, así que no podía simplemente dejarse perder, y además, siendo esa mujer tan guapa, no podía detenerse hasta tenerla en su cama.

La mera idea le causó escalofríos.

De los buenos y de los malos, ya que al final, esa mujer era intimidante, pero la idea de hacerla perder esa mirada seria era suficiente para no temerle a la muerte.

 “¿Cómo es que nadie me había invitado a esta reunión? Soy el alma de la fiesta, debí recibir una invitación.”

Notó como algunos de los mafiosos parecían tranquilos con su aparición, otros parecían incluso más horrorizados, y al mirar a la mujer, esta solo la miraba con fastidio, esperaba que la recibiera con más calidez, un besito o algo así, al final, ya eran prácticamente amigas de toda la vida.

Ahora que lo pensaba, era conocida por salvar a quien le diese un buen pago, y al parecer, había cierta información de que ella y Snake Goddess trabajaban juntas, información errada, pero ojalá fuese así, verla todos los días era en si una bendición. Así que entendía ambas reacciones de los sujetos ahí parados, temiendo haberse metido en un embrollo en el que no tenían salvación.

Si, le agradaba la idea de que creyesen que estaban juntas.

Se levantó de puntillas, mirando a todos los presentes, mientras dio dos aplausos, llamando la atención de los delincuentes.

“La dama aquí presente solicitó ver a alguien, apúrense, no tenemos todo el día. No querrán hacerla enojar.”

Realmente no tenían mucho tiempo.

Si ella había escuchado aquellos disparos, alguien más pudo hacerlo, y era cosa de tiempo para que las autoridades vinieran, y los dispersaran.

Los minutos eran valiosos.

Valiosos para Snake Goddess, y la iba a ayudar, si es que así podía conseguir algo a cambio.

Los sujetos se miraron entre ellos, como si buscasen una cara conocida, al menos la mayoría lo hacía. Debían conocerse, ser de la misma red. Había otros que no parecían saber qué hacer con ellos mismos, sin tener mucho que ver en el asunto, se podría hasta tratar de simples matones, sin poder, sin mayores conexiones.

Escuchó revuelo provenir del grupo, como parecían ponerse histéricos, intentando buscar al sujeto del que la villana hablaba. Probablemente ni siquiera sabían cómo lucía ni nada así, esas conexiones normalmente eran anónimas, se sabía de las personas, de sus nombres, de que hacían, pero no necesariamente debían de verse en persona.

Le dio una mirada a la mujer, la cual estaba de brazos cruzados, expectante, esperando. Realmente necesitaba información, o si no ya habría matado a todos esos sujetos. Era claro que su objetivo esta vez era diferente, no era solo matar, buscar a alguien y eliminarlo, o saciar su sed de sangre con un montón de infelices.

Ahora tenía solo una cosa en mente, y era suficiente para calmar su ira.

“¿Te dedicas a espiar acaso? No es la primera vez que te metes en mis asuntos.”

Le sorprendió que la mujer le hablase, y le sonrió, disfrutando de la atención.

“¿Espiarte a ti? Por supuesto. Siempre es un placer el verte.”

Snake Goddess frunció un poco los labios, y volvió a mirar al grupo de sujetos que seguían peleándose entre ellos.

“No puedo decir lo mismo.”

Y esa fue la respuesta que le dio.

Ouch.

Esa mujer sí que era difícil, no le había tocado alguien así, jamás.

No importa, le gustaban los desafíos.

Uno de los sujetos se movió, empujando a otro, creando un revuelo dentro de la masa de personas.

“¡Tú eres Viraj! ¡Se un hombre y confiesa!”

El tal Viraj parecía sorprendido, y claramente frustrado al ser reconocido. Otro sujeto le gritaba que recordaba su voz, y que era imposible que se estuviese equivocando. Así, como una manada, comenzaron a sacar del grupo al sujeto. Este peleaba, intentaba devolverse, estar en la zona segura, incluso diciendo que no era él, pero con su habilidad tenía claro que esa era nada más que una mentira.

Si era Viraj.

Creyó que Snake Goddess dudaría de él, pero parecía segura de que si era el hombre al que buscaba, como si lo reconociese.

“Tengo asuntos pendientes contigo.”

El sujeto, que, si bien era alto, no se veía realmente corpulento. Tenía un rostro normal, nada llamativo, tez morena, cabello castaño, una barba mal cuidada, y quizás lo único llamativo de él era su protuberante mentón. Se veía gracioso de perfil.

Notó en él cierto pánico.

Pánico normal al estar en la mira de la serpiente.

No se había dado cuenta, pero estaba relativamente cerca de él en ese instante, ya que el grupo lo empujó hacia ella de una u otra manera, ya que estaba en medio.

Hubo un duelo de miradas eterno entre ambos, hasta que el sujeto comenzó a reír, enloquecido, pero podía reconocerlo como el pánico antes de ser asesinado, el miedo, el terror, el verte en una situación de la que sabes que no sobrevivirás y pierdes el completo control sobre tus emociones.

Si estuviese ella en su posición, también habría perdido un poco los estribos.

La mirada de la mujer, incluso oculta bajo la máscara, era suficiente para darle escalofríos a cualquiera. A ella en particular, en ese instante, esa mirada le daba otro tipo de escalofríos, pero no era su culpa, no estaba en la diana, no era un objetivo, al menos no en ese instante.

Ahora ya sabía que, si Snake Goddess tuviese un problema con ella, ya estaría unos metros bajo tierra.

Era afortunada en ese aspecto.

“Llevo años haciendo esto, y nunca me arrepentí tanto de no haberte dejado en Nepal, ¡De haber dado la orden para que te mataran a ti y a tu esposo! ¡Haz dado demasiados problemas!”

¿Qué?

Se quedó estupefacta.

¿Esposo?

No tenía idea que ocurría, no había espiado lo suficiente a la mujer para saber al respecto, solo sabía que odiaba a los criminales, a los traficantes, y ahora cabía la posibilidad que fuese por el tráfico de personas del que esta estuviese incluso más resentida.

Si era de Nepal, entonces debieron traerla desde allá para venderla, no sabía con seguridad para que la usarían, pero tenía entendido que, en esos temas, siempre priorizaban a las mujeres y a los niños, a los hombres adultos eran muy difíciles de controlar, así que simplemente los mataban.

No eran tan valiosos.

Si su teoría era correcta, debieron de haber matado a su esposo para poder llevársela. Probablemente él intentó protegerla, como lo haría un buen esposo, y sentenció su vida.

Oh.

Ahora entendía un poco más el sufrimiento de la mujer, por qué había tanta rabia en esta, tanto rencor, tanto odio. Era evidente.

No la juzgó antes, menos ahora.

Snake Goddess solo miró al sujeto, pero notó como su rostro se puso incluso más tenso que antes. Debía de estar reviviendo el momento. Esta iba a decir algo, vio como abrió la boca, pero Viraj se movió. Sintió la mano de este en su capa, tirando de ella, acercándola a él. Pudo oler el tabaco y las especias en su ropa.

“¡No podrás hacerme nada! Ego hace lo que uno le pida por el precio correcto, ¿No? Mata a ese monstruo y te daré todo con lo que soñaste.”

Notó como este seguía mirando a la mujer frente a ellos, desafiante.

Se quedó pensando por un momento, ¿Cuál era el precio correcto?

Ese sujeto debía de tener bastante dinero, si, o tal vez solo era una faceta, una máscara para lucir poderoso, pero no podía notar nada de valor en él, ni siquiera su ropa.

“¿Todo con lo que soñé? ¿Puedes darme eso?”

Le preguntó, sintiendo algo agradable en su estómago.

Si, podía hacer de todo, por el precio correcto.

Obviamente quería ganarse los halagos de la gente, tener fama y fortuna, por supuesto.

Si, podía matar, por el precio correcto.

Podía matar a esa mujer por el precio correcto.

“¡Si! ¡Puedo darte todo lo que quieras! ¡Ahora acábala!”

Miró a la mujer frente a ella, su rostro serio, esperando, podía notar como las colas comenzaban a moverse, lentamente, listas para la acción. Estaba esperando que se le tirase encima, que la batalla comenzara.

Luego miró al hombre, el cual seguía gritándole barbaridades a la mujer.

Una tras otra.

Era su decisión.

Y así, dio el primer golpe.

Solo le bastó un movimiento, y el hombre salió volando luego de haberle pegado en el rostro. No hizo mucho esfuerzo, se contuvo bastante, y si, quizás habría atacado a la mujer, por supuesto. Si bien la encontraba atractiva, si se trataba de tener una recompensa que favoreciera aún más esa vida de lujos que tenía con esa mascara, no iba a dudar en pelear.

Había hecho cosas peores por menos.

Pero, él mentía.

No podía darle lo que quisiera.

Se acercó, lentamente, donde el tipo, el cual se sujetaba el rostro, sus ojos vidriosos ante el dolor agudo en su cara. Lo tomó de la ropa, y lo levantó sin problema alguno, sonriéndole.

“No me importa a quien lastimaste en el pasado, o tus pecados, pero odio a los mentirosos y las promesas vacías. Soy una mujer fácil, pero no tan fácil.”

Tiró al sujeto al suelo, tirándolo hacia los pies de Snake Goddess.

Este se removió, exigiendo una explicación, pero su cara se puso pálida al verse tan cerca de la mujer homicida.

Las colas se movieron deprisa, sujetando al hombre de los pies, y levantándolo, dejándolo ahí, frente a la mujer, mientras colgaba de cabeza, gritando, en pánico. Sabía lo que vendría.

Sintió la mirada de la mujer en ella, y le guiñó el ojo apenas hicieron contacto visual.

Esta necesitaba respuestas, por su parte iba a despedir a todos los sujetos que estaban ahí, estorbando. Se acercó a una de las puertas de metal, la cual estaba sellada y de un golpe la abrió.

“Vacíen sus bolsillos y salgan de acá, que vivir no es gratis.”

Estos la miraron, con confusión, pero el escuchar los gritos eufóricos de Viraj los hicieron moverse más rápido. Estos salieron deprisa por la puerta, no sin antes dejar lo que tuvieran a mano. Se vio ahí, de pie, mientras el suelo se llenaba de dinero, joyas y armas. Iba a usarlos sabiamente.

El lugar se tornó silencioso a penas todos se fueron de ahí.

Tomó la puerta de metal, la cual rompió, y la arregló, dejándola sellada nuevamente. Nada que un tubo de hierro no pudiese hacer. Lo había visto en cientos de películas, por supuesto que iba a funcionar, tenía la fuerza suficiente para doblar lo que sea.

La mujer aun necesitaba tiempo, y no tenía duda que la policía podría venir de todas formas, a pesar de que al ver a los sujetos huir, tendrían las manos ocupadas intentando apresarlos, conociendo sus pecados.

Miró a la mujer, como esta seguía en la misma posición, las colas sujetando al sujeto. El hombre parecía estar hablando, no notaba demasiada tensión entre ambos, lo que era extraño para el pánico que este tenía hace un rato.

Parecía calmado.

Y luego, lo vio llevar una mano a su bolsillo, sacando algo, y no tuvo que darle muchas vueltas, sabía lo que eso era, lo había visto antes. La técnica del cobarde, del desesperado, del sujeto que lo perdió todo y ya no tenía nada más que perder, solo su dignidad.

No iba a soltar la verdad, no iba a hacer lo que otros querían.

Prefería morir primero, y a su manera.

No dejaría que la mujer lo destripase tal y como merecía ser asesinado.

Y aquello, a esa distancia, mataría también a la mujer.

Se movió por impulso, usando su velocidad, sin entender sus propias acciones, solo sujeto al hombre, haciendo que las colas lo soltasen, y se movió, rápido, sosteniéndolo, hasta que lo soltó, a una distancia segura, pero este, al sentir la velocidad, el miedo lo embargó aun más, y apretó el botón.

Activó la bomba suicida, la que muchos matones llevaban consigo, para proteger a sus jefes, a sus dueños, para proteger sus propias muertes.

No le importó el estar tan cerca del sujeto, pero si se sintió aliviada de que estuviese lejos de la mujer, ¿Por qué? ¿En qué momento pasó de querer acostarse con la mujer a querer salvarla? Esas eran cosas realmente diferentes.

Quién sabe, quizás en su profunda frustración creía que así la mujer le daría una oportunidad, al salvarla tendría una mejor impresión de ella. Parecía a una buena técnica para conseguir una cita, le había funcionado antes, solo que no en una situación así de peligrosa, ya que evitaba que su cuerpo estuviese lastimado.

Si, también aquel era un sentimiento egoísta.

Pero así era, así dijo que sería, y quería vivir firme en su decisión.

Pasó rápido, sintió el calor, sintió el ardor.

Y luego todo se tornó oscuro.

 

Chapter 43: Vampire -Parte 4-

Chapter Text

VAMPIRE

-Diferente-

El cabello engrifado.

Los colmillos ensangrentados.

En ceño fruncido.

Las orejas en posición ofensiva.

Ver esa imagen, era algo que no imagino. Ni siquiera había tal bestialidad cuando iban de cacería, y, de hecho, la única mueca similar, fue la que vio en ambos líderes de la mañana cuando se apareció ahí, con sed de sangre, con ansias de matar, y aun así, ni siquiera era una mueca tan irritada como la que veía en ese segundo.

Abrió la boca, sin saber que decir.

Sus oídos se sentían taponeados por los gruñidos que oía de los dos lobos, que mantenían la distancia, pero se acercaban, tentativamente, luego de unos segundos gruñéndose se alejaban, parecían esperar el momento idóneo para lanzarse al cuello del otro.

“¿Por qué dices eso? ¿Por qué dices que está peleando por mí?”

No tenía sentido.

Nada de eso tenía sentido.

Como un alma tan pura, tan limpia, podía llegar a ese punto, a lastimar a su propio hermano.

El hombre lobo se paró a su lado, viendo la escena, sin la mayor intención de acercarse, de hacer algo, de llamarles la atención o algo así, para nada, al parecer, solo la había llamado para contarle, para que viese lo que ocurría a sus espaldas, para que viese a unos lobos luchando, hiriéndose.

Era brutal.

“Los lobos tenemos objetivos propios de la genética. A penas llegamos a cierta edad, nuestros intereses suelen ser el buscar una pareja.”

No entendía.

¿Eso que tenía que ver con ella?

“No pedimos la mano de alguien como lo hacen los humanos, o le decimos algo romántico al compañero que queremos a nuestro lado, no, solo nos acercamos, solo untamos al otro de nuestro aroma, marcando territorio, y es algo que solemos hacer a veces sin siquiera tener la intención de marcar a alguien.”

Miró al hombre, este mirándola, aun preocupado, a pesar de estar ahí, hablando, sin hacer nada.

“No entiendo porque me dices eso, por el contrario, deberías detenerlos, evitar que tus hijos se maten.”

Era lo más lógico.

Sin embargo, el patriarca soltó un suspiro, su rostro angustiado.

“No puedo. Si intervengo, me harán trizas, y no solo eso, puede que asuman que por intervenir también quiero lo que ellos marcaron.”

¿Lo que ellos marcaron?

Le dijo que Selene peleaba por ella.

Y ahora que lo pensaba, ese lobo, era el hijo mayor, el cual se había acercado a ella la noche anterior, que había pasado su metro cuadrado, y justo luego de eso notó el cambio en Selene.

Él intentó marcarla.

Él dejó su aroma en ella.

El patriarca volvió a mirar a los cachorros, a los ahora adultos gruñéndose.

Ambos sangraban ahora, se acercaron y lograron hacerse daño, pero no retrocedían, aun veía la fiereza en ambos, no, incluso notaba más fiereza en Selene, más rabia.

“Mi pequeña hija se volvió un lobo adulto…y ahora ella está peleando por ti, porque eres su territorio, su propiedad, fue así desde que te conoció. Ella ya no es el cachorro que conociste, ha cambiado, sus intenciones han cambiado, y está dispuesta a lastimar a su propia sangre con tal de dejarles en claro de que le perteneces a ella, y a nadie más.”

Selene era cariñosa.

Era mimada.

Era eso, un cachorro.

Y ahora notaba que todo ese cariño que se tenían de hace años empezaba a cambiar de rumbo, de enfoque.

Selene ya era una adulta, y la veía a ella con otros ojos.

Le sorprendía.

Aun así, no podía aceptarlo.

Esa violencia, esa rabia, era innecesaria. Ni siquiera necesitaba que Selene pelease por ella, porque ella misma era capaz de elegir el bando que quería, el lugar en el que le gustaría estar.

Y siempre sería al lado de Selene.

Además, Selene estaba actuando por sus impulsos, por sus instintos más básicos, sin embargo, cuando recuperase la cordura, no podía superar lo que hizo, o lo que estuvo a punto de hacer. Debía detenerla. No quería que Selene tuviese que vivir con el peso de matar a su hermano mayor, o ella tener que superar que Selene muriese, o que la manada perdiese a dos de ellos.

No lo aceptaría.

Pero si ni siquiera el patriarca podía meterse ahí…

Lo miró, este aun mirando la escena, agobiado, sabiendo que no podía involucrarse, además, con su edad y su estado físico, dudaba que pudiese pelear contra ambos hijos que estaban en su mejor momento físico.

“¿No hay ninguna forma de detenerlos?”

Este negó, cerrando los ojos, cada gruñido que los dos daban, parecía dolerle.

“No hay forma de que calmes a Selene y acabes con la batalla. Pero, por una parte, quiero que encuentres la forma y acabes con esto, eres la única que puede hacer algo, no quiero ver pelear a mis hijos, mucho menos quiero perderlos.”

Esa manada, no podía romperse así, tan trágicamente.

¿Pero que podía hacer ella?

Miró a Selene, esta acababa de recibir un zarpazo de su hermano, pero ni siquiera se había percatado, probablemente veía todo rojo por la ira, y la adrenalina no le permitía darse cuenta de sus heridas, poco a poco siendo más, llenando su cuerpo, y esperaba que ahora sus heridas sanaran mejor que cuando era la cachorra más débil de la manada, su regeneración siendo inútil.

Y notó algo importante en esta.

La vena en su cuello, esta grande, palpitando, así como la de sus sienes, así como las del resto de su cuerpo.

Sintió una sensación conocida en su cuerpo, sus colmillos creciendo con solo ver esa imagen, al sentir ese aroma.

Eso era.

Tal y como sucedía con sus víctimas, sus dientes tenían la propiedad de calmar de quien bebía, adormecerlo, y quizás eso sería suficiente para detenerla, y solo así, calmándola, podría sacarla de ahí para que la situación se enfriase, para que pudiesen tratar las heridas de ambos y acabar con la riña estúpida.

A pesar de lo lógico de su plan, se vio ansiosa de morder.

Era Selene, la cachorra que intentó matar años atrás, a la que hirió y manchó sus manos blancas de sangre hibrida. Aun recordaba el aroma de esa sangre, y si no se hubiese tratado de una niña, de esta no haberle hablado como le habló, haberle sonreído como le sonrió, estaba segura de que habría bebido de su sangre, que la habría secado en ese mismo instante.

Y ahora, el recuerdo permanente del aroma de esa sangre volvió a sus sentidos.

No se dio cuenta en que momento llegó donde Selene, su cuerpo reaccionando por inercia, como el depredador que era, y la sujetó, usando su fuerza inhumana para contener a un animal rabioso como lo era Selene en ese instante.

Su aroma a sangre era agobiante, pero de la mejor forma posible.

Este estaba por todo su cuerpo, mezclado con la sangre ajena, y se vio en un estado eufórico, disfrutando de las esencias que la enloquecían. De eso vivía, de la sangre, de la muerte, y en ese instante era un aroma tan agradable que dudaba que tuviese la fuerza para no enloquecer, para no secar a la cachorra que tenía en sus manos.

Pero no podía.

No lo soportaría.

Debía luchar contra sus instintos homicidas, incluso luchar contra el placer que le causaba la mera idea de beber de un humano mitad lobo, una sangre hibrida entrando en su boca, en su estómago.

Solo un poco.

Solo necesitaba un poco.

Podía sentir los latidos apresurados de Selene, podía ver las venas latir, llamándola, pidiéndole a gritos el beber de esta, y sabía que no era ella misma en ese segundo, ni tampoco lo era Selene, pero debía ser fuerte, debía devolverles a ambas la normalidad de sus vidas.

La rutina, la felicidad.

Y para eso, debía morder, pero solo un poco.

Y lo hizo.

Mordió.

Y se sintió tan bien.

Atravesar la piel humana era un lujo que no había disfrutado desde los ancianos de los que se alimentó, pero esta vez, era piel tersa, sangre joven, y tan pero tan caliente, hirviendo, y se sintió aún mejor que cualquier otra sangre que había bebido.

Y quiso beber más.

Deseó beber más.

Y más.

Quería beber de esa cálida sangre por siempre.

Pero se detuvo.

No supo cómo.

No supo por qué.

Pero agradeció el tener aun la cordura para no matar a la persona que más necesitaba en su vida. Se alejó, y cuando se dio cuenta, Selene tenía los ojos cerrados, y temió el haber acabado con esta, el haber bebido demasiado, el haberla matado, pero por suerte escuchaba sus latidos, débiles, pero vivos.

La sujetó, la mantuvo firme, y cuando se dio cuenta de que su cuerpo antes rábido estaba por completo inerte, flácido, la sujetó en brazos.

Se sentía fuerte, se había alimentado hace tan poco, y ahora tenía la sangre hibrida pasando por su cuerpo, llenándola de energía, como ninguna otra sangre que hubiese probado.

Miró al patriarca, este sujetando al hermano mayor, quien las miraba con asombro, pero con su cordura ya recuperada. Debía ser también una sorpresa para él lo que ocurrió, así como sería una sorpresa para Selene cuando despertase, cuando notase sus heridas, para cuando se diese cuenta de lo que había sucedido, lo que sus instintos animales provocaron.

“Gracias, cuidala por mí.”

Le dijo el padre, este agachándose para ayudar a su hijo mayor a mantenerse de pie.

Lo miró, y asintió en respuesta.

Siempre cuidaría a Selene.

Siempre.

Así fue durante años, y no se detendría ahora, sin importar que Selene la viese diferente.

Ella también podía verla diferente.

Al final, diferente no era algo malo.

Y ahora lo sabía con seguridad.

Comenzó a caminar, subiendo, dirigiéndose a la mansión.

El lugar estaba en silencio, o tal vez luego de tener los gruñidos salvajes en sus oídos durante tanto tiempo, ahora sin estos, sus sentidos se sentían vacíos.

Tuvo la posibilidad de avanzar rápido, pero no quería terminar haciéndole más daño a Selene del que esta ya se había hecho, y considerando lo dormida que estaba, la idea de que se cayese parecía muy posible.

Cuando entró a la mansión, se sintió de inmediato más tranquila.

En su hogar.

Sabiendo que ahí nadie entraría.

Ni siquiera la manada que tanto insistió en que vivieran con ella.

Era su lugar seguro, su refugio, donde nadie podría acercarse, donde nadie podría lastimarla, donde no tendría que huir ni sobrevivir en las afueras.

Ese lugar era el que escogió como propio.

Su territorio.

Así como Selene la escogió a ella como el suyo, como su territorio.

Para Selene, ¿Ella era su lugar seguro, su refugio?

Y si era así, le sorprendía, ya que aún no superaba el haber intentado asesinarla años atrás, aun veía esas cicatrices y recordaba esa noche, recordaba la sangre, recordaba sus propias manos homicidas, recordaba las sensaciones que la embargaron por primera vez en la vida.

Y ahora, volvía a sentir algo nuevo.

Al final, Selene siempre le permitía sentir.

Subió las escaleras, y llegó a su cuarto, dejó a Selene sobre la cama, y se apresuró a buscar algo para tratar sus heridas, al menos para vendarlas, y encontró unas sábanas antiguas y limpias ahí guardadas que servían para su trabajo. Las rompió y comenzó a atenderla.

Cubrió la herida en uno de sus brazos, otra en una de sus piernas, y otra en su abdomen. Y al final, sacó un pedazo de tela para amarrar en su cuello, y si bien la herida que le dejaron sus colmillos curaba por sí misma, gracias a las propiedades de su mordida, aun se trataba de una herida abierta y no quería que volviese a sangrar.

Cuando dio por terminada la tarea, la acostó en la cama, entre las sabanas.

Y pensar que hace un día, esta estuvo ahí, durmiendo con ella, y ahora la veía de nuevo ahí, pero malherida, inconsciente.

Si, muchas cosas habían pasado en tan poco tiempo.

Se movió a la chimenea de la habitación, y si bien no solía ser necesario, Selene siendo lo suficientemente abrigada para calentar la habitación, esta vez no era así, perdiendo tanta sangre, tampoco le sorprendía que su piel estuviese tan fría.

Prendió un par de troncos, y se volvió a la cama, metiéndose en esta.

Selene dormía, plácidamente, probablemente ajena a todo lo que sucedió, y se vio abrazándola, sosteniéndola, esperando que cuando despertase no sufriese por sus heridas ni sufriese por lo que estuvo a punto de hacerle a su familia.

No quería que Selene sufriese.

Era su familia.

Su vida entera.

Era quien la aceptó a pesar de ser diferente, y la mantuvo a su lado, y ni siquiera su peor lado, su lado más inhumano, logró alejarla.

Bendición así, no se hallaba todos los días.

Y pretendía aferrarse a eso.

A Selene.

 

Chapter 44: Gladiator -Parte 8-

Chapter Text

GLADIATOR

-Satisfacción-

 

Se distrajo de la anticipación al ver su alrededor.

Había trofeos, había esculturas, había piezas de arte, era un lugar ostentoso, que le mostraba lo poderosa que era la persona que ahí vivía, que no era solo un comprador excéntrico, si no que tenía el poder adquisitivo para poder comprar todo lo que quisiera, obtener todo lo que se le antojase.

Incluso obtener a una persona.

Los pisos eran brillantes, las paredes estaban bien cuidadas, cada una de las decoraciones parecían nuevas, recién pulidas.

No logró ver mucho de la casa, desde la sala de estar hasta la habitación, pero estaba claro que en los otros lugares que no conocía, había aún más cosas, estas brillantes, desconocidas, lujosas.

Tragó pesado al pasar por las puertas de la habitación.

Las paredes parecían decoradas a punta de cincel, los patrones hechos con cuidado, los pisos también, unas alfombras de piel le daban un toque más hogareño. Unas grandes ventanas dejaban entrar la luz azulada del cielo nocturno, tiñendo todo el lugar de esos colores. Al fondo de la habitación estaba la cama, esta levantada en una especie de tarima, grandes pilares cincelados enmarcándola.

Se quedó boquiabierta, sin darse cuenta cuando el sirviente cerró las puertas tras ella.

En esa habitación podría dormir su pueblo entero.

¿Realmente iba a pasar la noche en un lugar así?

Si, estaba vendiendo su cuerpo de cierta forma, lo tenía claro, pero ni en todas sus vidas podría pagar una estadía así, así que debía aceptar que era afortunada de cierta forma.

Para su primera vez siendo subastada, no le parecía un mal lugar para estar.

Dio un salto, dándose cuenta de que seguía ahí, inerte.

No había nadie en la habitación, así que se quedó en medio de esta, esperando. Había unas puertas al lado opuesto de donde entró, y asumió que la persona a la que debía atender estaba ahí dentro, alistándose, o quien sabe.

Volvió a mirar alrededor antes de mirarse a sí misma.

No le molestaba sacarse la ropa, estar desnuda frente a los demás, no era un problema donde solía vivir, ni era un problema al vivir como una presa, mucho menos ahora de que había entrado en una bañera con un montón de mujeres que se encargaron de limpiar cada rincón de su cuerpo.

No tenía por qué sentir vergüenza.

Sin embargo, no tuvo el valor de sacarse toda la ropa, y su principal razón fue porque sentía que iba a verse inapropiado el dejar el cuero mundano en un lugar tan elegante, así que sacó su capa y bajó el cuero de su torso, manteniendo la prenda descartada en sus manos, estas ahora tras la espalda.

No quería lucir descuidada al dejar su ropa tirada, ni dejarla en un lugar inapropiado, como los asientos finos que ahí había.

Y eso que no era la ropa de mala calidad que usaba en el coliseo.

Y así, con el torso expuesto, esperó.

Se le hizo eterno, ya que el lugar era muy grande, y ni siquiera quería pensar, o sentía que sus pensamientos harían eco.

Finalmente, las puertas se abrieron, estas abriéndose con ímpetu, de par en par.

Y no miró a la persona, en cambio, bajó el rostro, mostrando respeto por su comprador. Solo notó los pasos en el suelo, estos acercándose, hasta que dejó de oírlos cuando la persona se paró en la gran alfombra de piel.

Abrió la boca para decir algo, pero no sabía si debía decir algo o no, así que se quedó en silencio, como siempre.

“Quedarte en silencio es una actitud muy propia de ti.”

Reconoció la voz.

Pero creyó que solo era su imaginación.

Aun así, levantó el rostro, llevada por la curiosidad.

Y ahí estaba ella.

Octavia, el emperador.

La observó, notando las telas blancas en su cuerpo, estas tapando las partes privadas, pero dejando bastante piel a la vista. Podía notar su torso fuerte, así como sus brazos, y gracias a la luz de afuera podía notar con claridad algunas de sus cicatrices de guerra. Su cabello estaba suelto, los rizos cayendo por sus hombros.

Y su rostro seguía teniendo la misma expresión aquella que conocía.

No tenía que sorprenderle tampoco el verla así, con poca ropa, sabiendo que ya la había visto desnuda antes.

Oh, y no parecía tener herida alguna, su piel recuperada de cualquier batalla, eso era bueno. Por suerte, también era así para sí misma, sin heridas de batalla, no hubiese sido agradable el tener que tener relaciones con alguien que estaba malherido, sangrante.

Su cuerpo estaba fuerte ahora, bañado en cicatrices que demostraban cada una de las veces que había sobrevivido. Y sentía orgullo de eso, y sabía que Octavia también sentía orgullo de las marcas que tenía en el cuerpo, porque simbolizaban cada una de las guerras que había ganado, todas las tierras que había conquistado.

Octavia levantó una ceja, y recordó que esta le había dicho algo, pero no sabía que decirle tampoco.

Realmente se decía a si misma que era obediente, que se comportaba, pero más de alguien podía entender su silencio como un insulto, por suerte no parecía ser así en este caso.

Pero ahora, quería hablar.

O más bien, quería preguntar.

Ahora acababa de darse cuenta de que esa era la casa de Octavia, que esa era su habitación, y todo eso significaba que esta la había comprado, pero no sabía cómo preguntárselo, aunque a estas alturas, era obvia la respuesta.

“¿Usted ganó mi subasta?”

A pesar de lo estúpida y obvia de su pregunta, Octavia sonrió, su expresión capaz aun en su rostro.

“Siendo tu primera vez, soy la mejor candidata, así que siéntete agradecida de estar acá, Gladiador.”

La miró, sin saber que decirle.

Pero era verdad.

Era su primera vez, y la única persona con la que había hablado, que tenía el poder para pagar en una subasta, era el emperador.

Y pensándolo así, era un alivio.

Pero al mismo tiempo, no lo era.

¿Cómo se suponía que iba a ser capaz de complacer a la persona más poderosa del imperio? ¿Cómo iba a complacer a alguien que tenía el poder y las riquezas para obtener todo lo que se le antojaba?

Eso le dejaba la vara demasiado alta.

Pero ahí estaba, no podía hacer nada más que dar todo de sí misma, a pesar de ser una completa inexperta en cualquiera de esos asuntos.

“Espero ser capaz de satisfacerla.”

Le dijo, bajando un poco el rostro, volviendo a mostrar respeto.

Escuchó una risa, y se vio levantando la mirada. Octavia comenzó a caminar hasta la cama, pero deteniéndose en los escalones, y ahí recién esta la miró, sus ojos eran claros y brillaban incluso en esa oscuridad. Siempre pensó en la mujer como un felino, como un depredador, y era así, y esa mirada se lo recordó.

Era una mujer poderosa, con la que tuvo el placer, y el absoluto miedo, de tener una batalla, hace solo unas horas. Ahora se sentía igual de presionada, porque antes, con la espada en mano, se dio cuenta de lo débil que era contra un enemigo como esta, y ahora, en temas íntimos, era igual de débil, inexperta, y notaba por el rostro de Octavia que no era así.

Con ese poder, podría tener a quien quisiera en su cama, las personas haciendo filas para conseguir un poco de esta, un poco del gobernador del imperio.

Se vio de nuevo frente a esta, notando las evidentes diferencias entre ambas, personas que vivían en mundos muy diferentes, en clases sociales diferentes, incluso sus heridas, las cicatrices de ambas, fueron conseguidas de maneras diferentes.

No tenía nada en común con esa mujer.

Se dio cuenta que no le gustaba sentirse en desventaja, a pesar de que viviese en una constante desventaja. Aquel sabor amargo nunca dejaba de aparecer, pero nunca la detuvo. Siempre peleó, con su último aliento, para ganar, para seguir adelante, y temprano ese día fue así, donde usó hasta la más remota ventaja.

Y ahora no iba a ser diferente.

Se paró firme, mirando a la mujer a los ojos, estos brillando como los de un felino mirando a su presa, y ella era la presa.

“Me gustaría decir que te escogí para ayudarte, para darte una oportunidad de aprender como un Gladiador debe actuar al ser subastado, pero te escogí por mi egoísmo, y no puedo negar lo evidente.”

La voz fuerte de la mujer la tomó por sorpresa.

¿Su egoísmo?

¿Octavia quería tenerla a ella ahí?

Eso le sorprendía, a pesar de que no lo entendía en lo absoluto. Aunque, conociendo muchas personas con las que batalló a muerte, nunca mejor dicho, eran personas diferentes a ella, peligrosas, difíciles, y no se imaginaba a alguien escogiendo a esas personas para acostarse.

Sería complicado siquiera tomar la decisión, pero ella era fácil de tratar.

Por decirlo de una forma, era una presa fácil.

No imaginó que el emperador iría por la presa fácil, siendo quien era, pero tal vez no lo entendería. El mundo funcionaba de maneras muy extrañas, y viviendo en una celda, era imposible lograr entenderlo.

Octavia negó, soltando una risa, similar a un bufido, y parecía haber estado esperando que dijese algo, pero no supo que decirle, de nuevo, y en el rostro ajeno notaba como parecía resignada al no escucharla hablar.

¿Eso era bueno o malo?

Esta se movió, subiendo los escalones que llevaban a su gran cama, y se sentó en la orilla, mirándola fijamente, mientras se cruzaba de piernas. Y ahí, desde esa posición, esta habló.

“Desnudate y ven aquí.”

Su voz intensa, demandante, tal y como la voz del Emperador debía de ser.

Se vio bajando la mirada a sus prendas faltantes, y se dio cuenta que era inevitable, que iba a tener que dejar su ropa tirada.

Le causaba gracia que eso fuese lo único que le preocupase de la situación.

Así que eso hizo, dejó caer su capa, así como el cuero de su pecho, y luego la tela blanca bajo de su ropa, y así con el resto de prendas, todas amontonándose a sus pies. Miró a la mujer a los ojos, esperando que esta desaprobase el caos de ropa en su alfombra, pero no parecía ser así, ya que solo le hizo un gesto con la mano para que se acercara, así que eso hizo, despreocupándose.

El pelaje animal se sentía bien en sus pies, y no hacía tanto frio como creyó que sería al estar sin ropa, de hecho, mientras más se acercaba a la cama, más cálido lo sentía. Probablemente había una chimenea tras esta, la cual no podía ver por los tapetes decorativos que le impedían ver más allá.

Cuando estuvo frente a esta, bajo los escalones, se miraron, y sintió la mirada clara vagando por su cuerpo. Se sentía igual que en el Coliseo, siendo observada por esa mujer, mientras por su parte estaba en una posición vulnerable, o desnuda o a punto de morir, y realmente prefería estar en esta posición que en la otra.

“¿Qué tanto sabes sobre estas cosas?”

Esta le preguntó, los ojos sin mirarla a los ojos, aun fijos en su cuerpo.

Por su parte, miró al techo, para toparse con más decoraciones, con candelabros brillantes y una pintura abarcando la mitad del cuarto. Cuando bajo la mirada, se sintió de nuevo en desventaja. Admitirlo era más difícil que el simple hecho de saberlo.

“Nada.”

Y ahí los ojos claros miraron a los propios, sorpresa en sus facciones, expresión que no solía ver. Esta llevó una mano al mentón, pensativa, casi incrédula.

“¿Nada de nada?”

Negó.

Notó en esta una expresión similar a cuando la vio en las aguas termales, cuando le dio las hojas, y no sabía si era una expresión de preocupación o algo así, pero tenía sentido.

Había notado como esta la ayudó aquella vez, sabiendo la gravedad de sus heridas, no por nada la llevó allí, para ayudarla a mejorar, a salvaguardar su salud, y lo consiguió, y ahora ganó la subasta, y si bien dijo que fue por egoísmo, también existía el querer ayudarla de cierta forma, el tener una primera vez con alguien que conocía, y así para cuando la ocasión se repitiese, estaría más capacitada para complacer a otro de los nobles.

Y ahora notaba esa expresión, sabiendo que ese terreno era uno desconocido.

“Es un alivio el haber ganado la subasta.”

Esta mencionó mientras soltaba un suspiro, recuperando su postura.

Si, hacer algo con un desconocido, sin saber qué hacer, podía ser una absoluta derrota en ese ámbito, pero si había logrado ganar una batalla, sin saber nada, podría ganar esa batalla sin saber nada, ¿No? Al menos, así creyó que sería, pero al parecer no era para nada similar.

Realmente necesitaba entrenamiento profesional, en ambos ámbitos.

Octavia se levantó de la cama, y la notó muy alta, esta estando sobre los escalones, y ella bajo estos, y se vio inerte mientras esta se sacaba las piezas de ropa, que mantenían ocultas sus partes privadas, las que, de nuevo, ya había visto.

Y no sabía aun si debía mirar, o si era una falta de respeto el hacerlo.

Pero de nuevo, tenía la sensación de que la mujer quería que la mirase, su rostro contorneado en orgullo, capaz, poderosa, y creía que sus miradas desvergonzadas aumentaban ese ego.

Si era así o no, nunca lo sabría.

“Voy a tener que enseñarte, así que debes prestar atención.”

Asintió de inmediato.

Había aprendido una lección valiosa de batalla, al pelear contra el Emperador, y ahora también aprendería, lo que era bueno. Eso le permitiría seguir subiendo, le permitiría seguir viviendo, así que iba a ser todo oídos.

Octavia se volvió a sentar en el borde de la cama, con sus piernas cruzadas, su cuerpo desnudo viéndose imponente, como el de un guerrero, a pesar de no tener armadura alguna. Sin vulnerabilidades.

“Hay una regla implícita que debes saber, y es qué, al subastar a alguien, si son personas de diferentes sexos, cosa que realmente no suele ser común, el coito no debe ocurrir.”

Ladeó el rostro.

¿No?

¿No era acaso esa la razón para tener relaciones con alguien?

Octavia le sonrió, capaz, disfrutando de su confusión.

“Ya sabes, sería desafortunado si una mujer en el coliseo cayese embarazada, ¿No?”

Oh.

No había pensado en eso.

Cierto, eso le haría imposible la vida ahí dentro, necesitaría más cuidados, más salubridad, más alimento, y al pasar los meses le sería imposible siquiera pelear. Y luego, ¿Qué? Un bebé no podría sobrevivir en una jaula, en ese lugar, moriría rápidamente, debería ser dado a alguien que pudiese cuidarlo, o simplemente deberían deshacerse de este.

Era un infortunio tras otro.

Asintió, entendiendo a lo que se refería esta.

Pero…

Cuando miró a Octavia, para preguntarle lo que se le acababa de venir a la cabeza, esta parecía divertida, como si le hubiese leído la mente, y nunca le había pasado algo así, ya que no tenía el rostro más expresivo.

“Pero como somos mujeres, podemos hacer lo que queramos.”

Y así, Octavia abrió sus piernas.

Oh.

Estaba preparada para algo así, ya la había visto desnuda, un cuerpo femenino no era algo para sorprenderse, ya que tenían el mismo cuerpo, no exactamente igual, claro estaba, aun así, le pareció sorprendente el estar así de cerca de esta, el saber a lo que venía.

Aun no sabía bien que hacer, si fuese hombre sabría qué hacer, pero si fuese hombre no podría hacerlo.

Se sentía más confundida que antes.

Octavia apoyó las manos en la cama, acomodándose, y a pesar de su postura vulnerable, seguía ahí, imponente, y aquello no dejaba de sorprenderle. Si por su parte fuese una persona vergonzosa, ya se habría desmayado, al ser obligada a desnudarse y al ver a otra persona desnuda con esa desinhibición.

Y por suerte no era así o se sentiría incómodo.

“Ven aquí y ponte de rodillas.”

Y eso hizo.

Subió los escalones, y llegó a los pies de la cama, arrodillándose frente a la mujer. Ahí podía sentir su aroma, un aroma frutal, como uvas probablemente, así como también el aroma a canela, aroma que no solía sentir a menudo, no en la cárcel. También, así de cerca, podía notar con aún más definición sus músculos, así como las cicatrices en su piel.

“Tienes que aprender a usar tu boca, Domitia, aceptarán que no la uses para hablar, pero no aceptaran que no la uses para complacer.”

Dejó de mirar el cuerpo ajeno y subió para mirar a la mujer al rostro.

¿Su boca?

De la nada, sintió la mano de Octavia en su mentón, levantando su rostro, luego sintió los dedos firmes en su mandíbula. No logró prever el movimiento, lo que le sorprendió de sí misma ya que era ágil, sin embargo, de nuevo Octavia le demostraba su nivel superior. De un guerrero hecho y derecho.

No dejó de mirar a la mujer, mientras esta sonreía, como si se burlase de ella, pero no pudo molestarle aquello, sabía que era una burla al ser tan inexperta, así que se lo merecía.

“Te advierto que no seré buena contigo, ya que dudo que cualquiera que gane tu subasta lo sea, así que hazme un favor y resiste.”

¿Qué?

La mano la soltó de la mandíbula, y la sintió ahora en su nuca, y así, con fuerza, esta la tiró hacia su cuerpo. Ni siquiera pudo resistirse, su rostro cayendo sobre aquel lugar normalmente escondido de las miradas ajenas.

El aroma que provenía de ahí era agradable, diferente a cualquier otro aroma, y si bien se quedó inerte ahí, digiriendo lentamente lo que ocurría, sabía que debía moverse, usar su boca como esta le dijo. No todos le darían ordenes claras, así que debía aprender a seguir sus instintos.

Así que eso hizo.

El lugar estaba húmedo, cálido, y cuando pasó la lengua, este tembló.

Sus movimientos fueron inexpertos, era evidente, no sabía qué hacer con seguridad, pero la mano en su nuca parecía darle ordenes silenciosas que aprendió a captar, así que agradeció su instinto. Se dejó llevar, pasando la lengua por la zona, y si la mano en su cabello la empujaba con rapidez, entonces debía moverse con rapidez.

“Muy bien, lo estás haciendo bien.”

¿Era así?

Dudaba que Octavia se lo dijese de dientes para afuera, era el Emperador después de todo, y dijo que le enseñaría, y mentirle no sería una buena enseñanza.

Quería aprender bien.

Le sorprendió como el lugar se mojaba tanto, y sabía que en parte era su propia saliva, sin embargo, el sabor ajeno resurgía a cada rato. Ni siquiera se había tocado a sí misma, pero si conocía su cuerpo, y le sorprendían las reacciones.

Subió la mirada, llevada por la curiosidad.

Quería saber que expresión tenía Octavia en su rostro.

¿Podía mirarla siquiera? ¿Era eso correcto?

Pero Octavia tenía el total control de su cabeza, si no quisiera, se lo habría demostrado con un solo movimiento.

Los ojos claros estaban fijos en ella, en su labor, podía notar una sonrisa satisfecha en rostro, pero, aun así, se veía imponente aun, capaz a pesar de estar en una situación vulnerable.

Lo qué si notó, lo qué si le sorprendió, era ver algo de rojo en su rostro.

Oh.

Eso era nuevo.

Ni siquiera el calor del agua termal le produjo aquello.

Cuando volvió a mirar hacia abajo, a seguir en su trabajo, se sintió entrar en calor también, y no sabía si debía culpar al lugar donde estaba, el cual hervía, o al calor de la habitación. O quizás eran sus propios impulsos animales que aparecían, los cuales creyó que no tenía.

“Detente, ahora usa tus dedos.”

Se alejó, siguiendo la orden, sintiendo la saliva propia y los líquidos ajenos cayendo por su mentón, pero no tuvo tiempo para hacer nada para limpiarse, apresurándose para seguir con la tarea. Llevó una mano a la zona húmeda, sin saber qué hacer, y la mano de su nuca se movió para ayudarla, posándose en su mano, guiándola.

Hizo algo indebido en ese momento, imperdonable, que fue el ignorar la lección, distrayéndose, notando como se veía la mano ajena en la suya. Ambas eran manos entrenadas, fuertes, pero a pesar de que esta le dijo que no iba a ser buena, su movimiento fue suave, parsimonioso. No recordaba el haber tenido una mano ajena en la suya, en un tacto tan agradable, nadie que no fuesen sus padres, y eso hace ya muchos años, así que se vio perpleja observando, disfrutando.

Al parecer, de ahora en adelante, sería tocada así más seguido, por diferentes personas, las cuales no conocía, y probablemente no conocería más que sus cuerpos. Y debería sentirse asqueada por la situación, pero no le molestaba del todo. Se sentía a salvo ahí, y se sentiría a salvo con otras personas, porque no sería el Coliseo, no sería la muerte tocando su puerta.

No había peleas en la cama.

No había armas.

No había heridas sangrantes.

Eso era un lugar semejante al paraíso para alguien como ella.

Se obligó a prestar atención, sabiendo que Octavia llevaba moviendo su mano por el lugar, y se movía por inercia, pero no estaba entendiendo que debía hacer. Debía anotarlo en su cabeza por si volvía a suceder, y necesitaba estar lista.

“No todo el mundo es sensible a lo mismo, así que no tengas miedo de preguntar, así puedes adaptarte.”

Asintió, sin dejar de mirar, sin dejar de memorizarse los movimientos, que debían ser similares a los que hizo con la lengua, solo que con los dedos.

Se vio dando un salto cuando Octavia posicionó su mano, y uno de sus dedos entró dentro de esta. Le causó sorpresa, a pesar de lo evidente que era el proceso, sin embargo, el sentir su dedo ahí dentro, atrapado en ese lugar tan cálido, le pareció hipnotizante.

La mano de Octavia volvió a la cama, afirmando su cuerpo, dejándole la tarea de seguir a ella, y se tomó un momento para explorar, y tal vez no era lo mejor para hacer, el usar al Emperador de  Roma para saciar su curiosidad, pero no pudo evitarlo. Realmente era una tarea hipnotizante.

“Ahí.”

¿Ahí?

Oh, ahí.

Siguió las indicaciones, y siguió moviéndose, en el lugar antes dicho.

“Mete otro dedo y sigue así.”

Y así lo hizo.

Creyó que uno de sus dedos sería suficiente, que otro no cabría, pero no fue así, este deslizándose rápidamente, y se vio repitiendo el movimiento, y por primera vez, en todo ese rato, escuchó a Octavia jadear.

Eso le sorprendió.

Iba a mirarla, de nuevo, pero la mano ajena llegó a su cabello, empujando de nuevo su rostro, así que dejó su capricho y continuó, su boca de nuevo estrellándose en aquel lugar, más húmedo que antes, y usó su lengua para moverse tal y como había aprendido momentos atrás. Los dedos de Octavia se enterraron en su cabello, y se sentía arder ahí donde estaba, su rostro ardía, su boca ardía, así como sus dedos enterrados en la mujer.

Se sentía pecadora ahí, penetrando a un ser omnipotente como lo era el emperador, y lo peor, era el estar disfrutándolo, porque así parecía ser. Pero Octavia también parecía disfrutarlo, lo sabía por sus jadeos, estos apareciendo cada vez más, y eso era bueno, al fin y al cabo, era su deber mostrar adoración a los Dioses.

Las piernas ajenas estaban a los costados de sus hombros, y si bien no se estaban tocando, si las sintió por un instante, y cuando se tomó un momento para observar, notó como los músculos de sus muslos temblaron, haciendo que toda su pierna diese un salto. No tenía la vista despejada del todo, pero volvió a intentar subirla, intentó mirarla.

Pero los ojos no la miraban como lo hizo durante toda la velada, por el contrario, esta tenía el rostro apuntando hacia el techo, así que no veía su expresión, pero si notaba el sudor bajar por su cuello. Y se quedó así, mirándola, mientras seguía, y no pasó mucho tiempo para que los dedos, fijos en su cabello, la sujetasen con fuerza, mientras sus piernas volvían a temblar.

Finalmente, la escuchó jadear de nuevo, un jadeo largo, más parecido a un gruñido, y notó como después de eso su cuerpo se relajó.

La mano en su cabello, la forzó a alejarse, a dejar la labor, y la miró, sin entender.

Cuando los ojos claros bajaron, su expresión satisfecha seguía ahí, inmutable. No se veía cansada, pero si notaba el sudor en su cuerpo, así como el rojo en sus mejillas, leve, pero lo suficientemente claro para notarlo.

“Lo hiciste bien para ser tu primera vez.”

¿Y eso fue todo?

Ladeó el rostro, sus ojos volviendo a posarse en el lugar donde había estado trabajando, e incluso en la oscuridad lo notaba palpitar.

¿Había sido suficiente?

No sabía porque, pero se sentía algo decepcionada al respecto.

La mano de Octavia volvió a su mentón, y sintió uno de los dedos pasando por la zona, al parecer limpiándola, y se sintió de nuevo ansiosa al darle a esta un trabajo así, en vez de limpiarse por sí misma. Pero esta no parecía molesta, para nada, se veía relajada, lo que creía que era bueno.

Su cabeza permanecería sobre su cuello un día más.

“Ya te dije, no seré buena contigo, así que prepárate, que no te dejaré descansar.”

Oh.

Si, estaba lista para eso.

Chapter 45: Childhood Friend -Parte 2-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Egoismo-

 

A pesar de que su mundo se hubiese dado vuelta con la llegada de Eija de vuelta en el país, fue capaz de calmarse, poco a poco, conforme pasaban los días.

Conforme la veía.

Al menos una vez a la semana, la rubia pasaba la tarde en su casa, pero no solía verla tanto como le gustaría, ya que normalmente estaba en clases a esa hora, y cuando llegaba, esta estaba en la habitación de su hermana, así que no decía mayor cosa, solo iba a su cuarto y se cambiaba de ropa, siguiendo con su vida, como si nada ocurriese.

Como si la mujer que amaba no estuviese al otro lado de la pared.

No quería estorbar.

Ni tampoco quería acercarse y crear cierta tensión.

No era su intención.

Aun así, era inevitable oírlas reír o hablar fuertemente a través de la pared que separaba ambos cuartos, y ahora no era diferente.

Intentó concentrarse en hacer sus deberes, pero ahí las escuchaba, y si era su hermana, podría concentrarse sin problemas, pero como escuchaba la voz de Eija, se distraía fácilmente, se veía interesada en lo que decía, o en su risa, y era inevitable el interesarse.

Si, su corazón era un desastre desde que apareció.

Desde que sus sentimientos volvieron a florecer dentro de su pecho.

Soltó un suspiro.

Vilma no le había dicho nada acerca de Eija, parecía guardárselo, pero se le notaba en el rostro, como se iluminaba cuando le decía que esta iría a pasar la tarde, o que se quedaría a beber con ella. Tal vez estaba malinterpretando lo que su hermana le mostraba, sus actos, sus expresiones, pero tampoco podía estar tan equivocada.

Solo lo estaba asumiendo, solo estaba asumiendo los sentimientos de su hermana, y quizás, era mejor el imaginárselo, el que esta no se lo contase directamente, porque…

Si Vilma se lo decía, le decía lo que estaba sintiendo por su amiga de la infancia, o lo que siempre sintió por su amiga de la infancia, no sabría cómo reaccionar, no sabía si sería capaz de apoyarla, o de darle algún consejo, porque se sentiría hipócrita al ayudarla cuando solo sentía celos de esta.

En la escuela, solía ver a grandes amigas que se separaban porque se habían enamorado de la misma persona, y en ese momento encontró ridículo que algo así las separara, pero ahora, que se veía en una situación similar, tenía algo de sentido. No creía ser capaz de separarse de su hermana, la quería mucho, a pesar de aquellas diferencias que la hacían emerger ciertos sentimientos de inferioridad, pero esta siempre la cuidó, así que no sería capaz de odiarla, sin embargo, la tensión era inevitable.

Por eso mismo, si su hermana decidía decirle a Eija de sus sentimientos, por su parte, debería guardar silencio, debería enterrar sus sentimientos bien profundo y velar por la felicidad ajena. Porque si Vilma se enteraba, no creía que hubiese mucha paz, esta teniendo ese carácter y esa impulsividad que tan bien conocía, no creía que pudiese guardar la calma al ver amenazada su felicidad.

Y ya habrían tenido discusiones, muchas más de las que ya tenían, de no ser porque ella misma evitaba el mayor conflicto. Al final, ambas eran demasiado diferentes y por eso mismo chocaban.

Tal vez si no fuese tímida, si tuviese la valentía para hablar, el caos sería continuo.

Realmente jamás creyó que se vería en esa tesitura, en una situación similar, mucho menos por una mujer.

Se distrajo de nuevo, al escuchar un vaso caer, y por ende se levantó como un resorte.

Sabía que su hermana estaba bebiendo, y llevaba bebiendo desde que llegó de la escuela, así que llevaba horas así, y conociéndola, podía crear un caos, ya que no era buena para soportar el alcohol. Así que temió que algo ocurriese, sobre todo por el inesperado silencio al otro lado de la pared, silencio que no había aparecido en todas esas horas.

Caminó despacio, sin querer aparecerse de la nada, sin querer hacer un caos por algo que no había pasado, así que se acercó a la puerta entreabierta lo más sigilosamente posible. Necesitaba saber si su hermana un tenía razón o si se había desmayado o algo así, lo usual.

Se vio tapándose los labios, al ver una escena frente a ella.

Escena la cual no quería ver.

Que ansiaba jamás tener que ver.

Su hermana la estaba besando, a Eija.

Podía ver el cuerpo de su hermana abalanzándose contra el de Eija, su mano sujetándola del cabello, impidiéndole que se alejase. También notaba su rostro rojo, claramente provocada por el alcohol.

Sintió un dolor en el pecho, además de la sorpresa de ver a su hermana atacando impulsivamente a la rubia.

Lo único que la calmó, era la expresión incomoda de Eija.

Se notaba que el beso no era bien recibido, pero no podía alejarse, la mano de Vilma firme en su nuca, y sabía que su agarre era fuerte, sobre todo contra alguien como Eija que era más baja y delgada en comparación con su hermana.

Los ojos verdes se movieron, e hizo contacto visual con esta, y la notó ahora incluso más incómoda, su rostro tiñéndose de rojo ante la vergüenza.

Iba a decir algo, cualquier cosa, pero Eija movió una de sus manos, haciendo el gesto de que guardase silencio, y eso hizo.

La mayor respiró profundo, el cuerpo de Vilma presionando cada vez más contra esta, y era cosa de tiempo para que terminase cayéndole encima, hasta que parecía decidida, y sujetando los hombros de su hermana, la empujó, usando toda su fuerza, liberándose del agarre.

“¡Vilma! ¿¡Que rayos te pasa!?”

Pero su hermana no dijo nada, su cuerpo se balanceó con el ataque, y cayó lentamente al suelo, sus ojos aun cerrados.

“…Está inconsciente.”

Dijo por inercia, sabiendo exactamente lo que había ocurrido, ya que había pasado muchas veces más. A penas su hermana tuvo la edad para beber, ahí estaba, aprovechando cada tiempo libre que tenía, emborrachándose, y terminando así con un par de vasos, siendo prácticamente un trapo.

Esperaba no terminar siendo ese tipo de adulta irresponsable.

Eija se quedó en su posición, mirando con sorpresa el cuerpo inerte de su hermana.

“¿Estás de broma? ¿Si no aguanta bien el alcohol porque se puso a beber tanto?”

Los ojos verdes llegaron a los suyos, preguntándole con la mirada, y todos los sentimientos que aparecieron apenas vio la escena se volvieron pura vergüenza, ya que había visto algo que no debía ver, y se veía a solas con la mujer, cosa que no solía suceder.

Tragó pesado, sabiendo que debía hablar.

Realmente era difícil.

Abrió la boca, pero no pudo decir nada, su garganta obstruida por la vergüenza, así que solo pudo negar, levantándose de hombros, y por suerte Eija entendió a lo que se refería, lo cual era suficiente.

Esta soltó un suspiro pesado mientras se levantaba, para luego agarrar las manos de Vilma, sujetándolas, para luego tirar, pero fue en vano.

“No sé qué les han dado de comer a ustedes en estos diez años, pero quiero un poco.”

Eija intentó de nuevo, tirando, intentando mover el cuerpo de su hermana del suelo, en la posición incómoda y torcida en la que estaba, pero de nuevo, fue en vano.

Le causó gracia ver la expresión que Eija tenía en el rostro, así que se terminó acercando para ayudarla. No se consideraba fuerte, pero si había aprendido a mover a su hermana cuando se ponía así, y por suerte era más alta, de no ser así, no podría hacer mucho para ayudar.

Entre las dos, movieron a su hermana, dejándola en la cama, y esta por supuesto que ni siquiera reaccionó con ninguno de los movimientos.

Cuando terminaron su hazaña, Eija soltó un suspiro pesado mientras movía el cuello de un lado a otro.

“Espero que tu hermana irresponsable no salga a la calle a beber así, o sería realmente peligroso.”

Si, ese era un gran miedo.

Que estuviese tirada así, en algún bar.

Había gente muy mala en el mundo.

Al menos solía juntarse en casas ajenas a beber con sus compañeros de la universidad, así que se evitaba que hiciese un caos en la calle, lo cual era lo mejor. Temía que hasta se metiese en una pelea o algo similar, se volvía muy impulsiva con el alcohol en el cuerpo.

Eija tomó su vaso, el cual aún estaba lleno en comparación al vacío que había caído al suelo, y esta comenzó a salir de la habitación.

“Pero bueno, ¿Por qué no me acompañas a beberme esto? Hace tiempo que no hablamos nosotras dos.”

Dio un salto cuando los verdes la miraron, brillantes, agradables, y no parecía que esta hubiese bebido, se veía como siempre, o quizás el ejemplo que tenía de ebriedad era demasiado extremo en comparación a alguien normal.

No supo que decir, no pudo decir nada, así que simplemente asintió.

Dudaba que fuese lo correcto, luego de lo que acababa de pasar.

Esa era la señal que necesitaba, ahora sabía a ciencia cierta que a su hermana le gustaba Eija, y era abrumador el tenerlo ya seguro en su cabeza, y no solo una teoría que se le ocurrió. Su impulsividad la hizo tomar la decisión de besarla, y el tenerla en frente, debió de nublar su juicio, aun más.

Verlas besándose, se sintió mal, se sintió agrio, y a pesar de que no fuese un beso como tal, le afectó. El solo pensar en verlas besándose, normalmente, como una pareja, era aún peor.

Y le dolería cada vez que ocurriese.

Eija se dejó caer en el sillón de la sala de estar, como siempre como si la casa le perteneciera, tal y como era hace años, cuando eran niñas. Esta le dio un golpe al sillón, a su lado, invitándola a sentarse, y agradeció el pequeño empujón porque se había quedado de nuevo estática.

Era difícil controlarse, controlar sus sentimientos, el mantenerse tranquila. Ya le costaba hablar con normalidad, y ahora era aún más desastroso que antes al tener esos sentimientos abrumándola.

“Se que es extraño el volver a hablar luego de tanto tiempo, pero no te presiones, tomate tu tiempo, ¿De acuerdo?”

Probablemente no pudo ocultar su sorpresa al ver esos ojos brillantes o esa sonrisa tan cálida, pero se sentía abrumada, sus latidos aumentando, sobre todo cuando sintió la mano ajena en su brazo, en un tacto suave y cuidadoso.

Esa era una de las cosas que adoraba de Eija, siempre le daba su tiempo, tal y como cuando eran niñas. No se enojaba con ella por no hablar, por no poder hablar, y siempre la alentaba a hablar cuando pudiese y se sintiese lista. Eija no tenía problema con hablar por ella, con rellenar los silencios, y, de hecho, nunca hubo silencio incomodo con esta. Jamás.

Extrañaba eso.

“Entonces, sé que estás terminando la escuela, ¿Vas a entrar a la universidad como tu hermana? ¿O aun no lo tienes claro?”

Eija miró al frente, dándole un sorbo a su vaso, así que tuvo tiempo para desligarse de esa mirada que le robaba el aliento. Respiró profundo, mientras pensaba en que responder. Si, aun así, aunque Eija le dijese que se tomase su tiempo, se obligaba a hablar, no por la presión usual, sino porque no quería dejarla hablando sola, como antes, quería demostrarle que era capaz de tener una conversación normal.

Que había crecido.

Tragó pesado, tratando de que nada estorbase en su garganta.

“A-aun no lo sé.”

Eija la miró, no sorprendida, pero si curiosa. Quizás imaginó que sería más seria con eso, con los estudios, y lo era, por supuesto que lo era, y se esforzaba cada día para mantener buenas notas, pero entrar a la universidad era un tema completamente distinto.

Si sus padres la presionaran para eso, tal vez ya se habría visto en la obligación de elegir algo, más no era así, así que se tomaba su tiempo. Quería asegurarse de estudiar algo que realmente le gustase, que valiese la pena el esfuerzo.

La pintura era su sueño, pero su hermana le decía que eso solo la haría encerrarse en sí misma, más de lo usual, así que nunca creyó que estudiar algo similar fuese parte de su futuro.

Miró a Eija, sabiendo que esta estaba trabajando medio tiempo en una tienda de accesorios, así como sabía que no estaba estudiando. Cosas que no había escuchado directamente de esta, pero si al escuchar su voz resonar sobre el silencio de la casa.

Era extraño preguntarle, pero quería hacerlo.

“… ¿Y tú?”

A penas preguntó, supo que tenía que añadir algo más para que se entendiese bien su pregunta, pero le costó rellenar. La rubia solo la miró, para luego soltar una risa.

Al parecer la había entendido.

Eija se dejó caer en el sofá, soltando un bufido.

Notó por primera vez una expresión en esta que no había visto.

Se veía exhausta, fuera de su aura enérgica usual.

“Llevo viajando por tantos lugares, por tantos años, que solo quiero tomarme un descanso, ¿Sabes? Adaptarme a cada escuela, en la que no pasaba ni cuatro meses, era demasiado agotador, ni siquiera podía alcanzar a aprender las cosas con claridad, o el idioma, y luego ya tenía que ir a otra escuela completamente diferente. Así que si me preguntas ahora si quiero ir a la universidad, te diré que no.”

No la había oído decir eso, ni algo similar, en sus conversaciones con Vilma.

No sabía porque, pero que esta le dijese eso, con tanta tranquilidad y normalidad, le causó cierto alivio.

“Suena…agotador…”

No podría.

Ella misma llevaba años en la misma escuela, desde siempre prácticamente, y aun no podía decir que conocía a sus compañeros, que hablaba con ellos, para nada. Se le hacía difícil convivir con rostros que había visto desde siempre, sería imposible el hacerlo al cambiar tan seguido de escuela.

Eija le volvió a dar un sorbo a su vaso, el líquido ya acabándose, y no quiso que se acabara porque o si no se iría, y no quería eso.

Era egoísta de su parte, pero a la vez inevitable.

“Demasiado. Se hacía aún más difícil ya que no podía hacer amigos, o sea, si, podía hacer amigos, no he tenido problema con eso, pero ya sabes, no se sentía bien el hacer amigos cuando los iba a perder muy pronto, así que evitaba hablar mucho con cualquiera para no hacerme falsas esperanzas.”

Pero Eija era muy amistosa.

Bueno, no sabía si tenía muchos amigos, pero si era bastante sociable, así que debía ser extraño el estar tanto tiempo sin tener alguien con quien hablar, con quien desahogarse, sobre todo cuando estuvo viajando de un lado a otro, de ciudad en ciudad, de país en país, sola con sus padres. Debía ser agotador.

Tal vez se le notó la preocupación en el rostro, porque Eija le sonrió, tranquilizadoramente.

“No fue la gran cosa, aunque estaba acostumbrada a estar todos los días con niños de mi edad para luego estar sola, sin embargo, intentaba hablar con Vilma cuando tenía tiempo, así que ahí me servía para calmarme un poco, y sentir que aun pertenecía a algún lugar.”

Eija apenas mencionó el nombre de su hermana, sus ojos verdes se fueron hacia la habitación de esta, una sonrisa incomoda en su rostro.

“Hablando de Vilma, ¿Crees que se acuerde de lo que pasó?”

Se vio mirando hacia allá, siguiendo la mirada ajena.

Honestamente, lo dudaba. Cuando su hermana caía así, prácticamente olvidaba todo, solo recordaba que comenzó a beber y de ahí todo se vuelve humo.

Cuando miró a Eija, esta la estaba observando, su rostro más tranquilo de lo que había sonado su voz hace un momento. La cercanía, el que sus ojos se unieran, le hizo sentir avergonzada, tanto así que tuvo que correr la mirada, o iba a dejar de respirar.

“N-no lo creo.”

Soltó, y su voz no salió tan prolija como deseó. 

Eija soltó un suspiro pesado, tomándose el resto de líquido que le quedaba en el vaso mientras apoyaba los codos en sus rodillas.

“Si no se acuerda, genial, porque si llega a mencionarlo, no sé qué será de mí. Quiero mucho a Vilma, sí, pero casi pierdo mi inocencia en ese cuarto, si no llegas tú, habría muerto, o aplastada o sin oxígeno.”

Eija lo dijo todo con un tono lleno de humor, lo cual le causó, de nuevo, alivio.

No parecía asqueada, ni molesta, solamente incomoda por lo abrupto de la situación. Además, sea quien sea, si se te acerca borracho, debe ser un grito de alerta para cualquiera.

¿Era malo, el sentirse aliviada de que Eija no hubiese aceptado aquel beso?

Se sentía una mala hermana al siquiera preguntárselo.

Debería decírselo, debería decirle a su hermana que besó a Eija cuando estaba borracha, pero no quería hacerlo, y se obligó a convencerse a sí misma que era solo para evitar incomodar a la rubia.

Sus otros pensamientos eran egoístas, y no quería delatar su mal comportamiento.

“No le diré nada…”

Habló, sintiendo su propia voz salir en un susurro, pero Eija la escuchó.

Dio un salto cuando la mano ajena llegó a su espalda, en un toque suave, pero enérgico.

“Muy bien, será nuestro secreto entonces.”

Si, eso quería.

Se sentía vil, se sentía una mala persona, y todo eso por los sentimientos que no se podía quitar de encima, sin importar cuanto intentó ignorarlos, y ahora, que su hermana había hecho un acercamiento hacia Eija, se lo iba a negar, le iba a negar cualquier tipo de oportunidad.

Se sentía amargo.

Pero al mismo tiempo, se sentía bien.

Su corazón era muy egoísta.

Chapter 46: Archaeologist -Parte 1-

Chapter Text

ARCHAEOLOGIST

-Descubrimiento-

 

Había una cosa en la que siempre soñó de niña.

Y era estar ahí.

En ese lugar.

Aun sentía la piel ardiendo, luego de horas de excavación. Su piel quemada por el sol, los músculos doloridos por el esfuerzo, y su propio cuerpo agotado por la pronta deshidratación, pero a pesar de eso, estaba feliz.

Cuantas veces no se imaginó un momento así, el estar ahí abajo, en lo más profundo de una antigua cripta, desvelando los secretos de aquel mundo, tres mil años atrás. Deseando tener en sus manos una pieza que pudiese mostrarle al mundo, poderle enseñar a los más jóvenes las maravillas de esa antigua época, sus creencias, sus características, sus modos de vida.

A ella le encantó, apenas conoció ese mundo.

Recordaba su habitación en ese entonces, llena de pinturas, de dibujos, de cualquier cosa relacionada al pasado, a la historia, como trofeos de aquel entonces, imágenes de tesoros egipcios, herramientas antiguas o huesos de dinosaurios. Todo. Y quiso ser una de esas personas que estaban ahí, en terreno, descubriendo todo a su paso.

Pero llegar ese lugar, se sentía como un sueño hecho realidad.

Bajó con sus herramientas, sin querer siquiera tomarse un descanso, no lo necesitaba, quería ver lo que ahí había, y poco a poco, empezó a avanzar en ese laberinto que el resto del equipo había despejado. A penas podía respirar ante la cantidad de polvo, pero no importaba, siguió adelante, sin importarle el calor, o la sed, o cualquier sentir adverso ante ese clima desértico.

Hasta que llegó a su objetivo.

Sabía que había algo ahí, y al fin podía corroborarlo con sus propios ojos.

Se adentró en la gran habitación que habían despejado, el aire aún más denso ahí que en los pasillos de esa eterna cueva. Veía varios agujeros en las paredes, rectangulares, parecían tumbas, y sabiendo que ahí había una especie de cripta, estudió mucho los símbolos para asegurarse que su lectura no era errónea, ahora lo corroboraba. Le gustaba ver ese lugar impoluto, sin ser saqueado aun, recién encontrado, siendo ellos los primeros en encontrar ese pasaje.

Se acercó, mirando los huecos, y había rocas tapándolos, rocas planas, como puertas taponeando dichas tumbas en las paredes.

Sabía que el resto se estaba tomando un descanso, tal vez era quien menos trabajo tenía ahí, trabajo físico, los hombres del equipo siempre ofreciéndose para hacer el trabajo pesado, pero tal vez era una ventaja de cierta forma. Sonaba egoísta, pero quería ser la primera ahí, así que por lo mismo aprovechó que el resto estaba descansando luego de la travesía de abrir ese lugar.

Quería ser la primera en encontrar los cuerpos tras esas rocas.

Así que tomó un par de fotografías, y se puso manos a la obra.

Respiro profundo, y se puso a uno de los lados de aquella roca, y empujó. Era pesada, y si bien sus brazos no eran tan lánguidos como cuando empezó ese trabajo, no era suficiente en comparación con sus colegas. Sin embargo, la puerta de roca cedió, cayendo al suelo, y temió por un momento el haberla destrozado, queriendo también llevarse una de esas completamente intacta, pero no, no se había roto, y agradecía a quien sea que hizo aquel trabajo manual.

Cuando levantó la mirada, vio el agujero expuesto en el muro, y dentro de este, había un sarcófago.

Se vio tragando pesado, sin poder creérselo.

Tal vez estaba siendo negativa en ese aspecto, pero no creía que pudiese haber un sarcófago ahí, era demasiada suerte. Y, de hecho, ahora era probable que en resto de agujeros también hubiese otros sarcófagos.

Eso sonaba a lo mejor que le podría pasar en su vida.

No se arrepentía de haber hecho esa expedición, y se alegraba de que sus superiores creyesen en ella, en sus traducciones, en sus lecturas, en sus investigaciones. Estuvo estudiando ese lugar por años, aprendiendo más y más, y sabía que era un lugar aún inexplorado. Así que se alegraba de haber seguido adelante.

No, aun no podía cantar victoria.

Si el sarcófago estaba vacío, solo se llevaría parte de la victoria.

Se estiró, antes de llevar las manos hacia la tapa del sarcófago, la superficie dura, fría, de piedra. Pero no pudo hacer mucho para sacarla, para levantarla. Soltó un suspiro pesado. Si, sabía que necesitaría la ayuda de su grupo para poder mover las cosas, pero sus ansias eran más fuertes que eso.

Al menos iba a dejar expuestos los sarcófagos, sabiendo que eso si lo podía hacer y adelantar algo de trabajo. Así que le sacó una foto al sarcófago, antes de seguir al segundo agujero, a la piedra que hacía de puerta, e hizo fuerza hasta que esta cayese al suelo al igual que la anterior. Sintió el polvo en su nariz ante la caída, a pesar de tener un pañuelo evitando que gran parte de este llegase a sus pulmones.

Pero a esta altura, sus pulmones ya debían ser más polvo que órgano.

El segundo sarcófago apareció en el agujero, unos símbolos diferentes al anterior, tallados sobre la roca, pero eran apenas visibles por el polvo, y, de hecho, notaba la tapa del sarcófago rota en la parte superior. Eso no era bueno, pero no se podía evitar.

Ya se tomaría el tiempo de limpiar las inscripciones para tomarle fotos más detalladas, pero prefería seguir, quería saber cuántos sarcófagos había ahí dentro antes de tomarse su tiempo con cada uno.

Iban a tener una tarde ocupada.

Fue al siguiente agujero, y empujó la roca, y como las otras, cayó al suelo, otra nube de polvo formándose con la caída, y cuando giró el rostro para mirar dentro del agujero, le sorprendió no ver nada.

No había sarcófago.

Esa era una lástima.

Ya era uno menos, y no podía evitar sentirse decepcionada.

Pero algo llamó su atención.

Los agujeros eran eso, agujeros en las paredes, en los muros de tierra, que permitían que un sarcófago encajase perfectamente en ellos, pero notó algo interesante en ese agujero, algo que no veía en los otros, y eran inscripciones talladas por todo el agujero, por todo el arco, al parecer pintadas con pintura de algún tipo.

Se acomodó los lentes y se acercó, metiéndose en el agujero, sacando una linterna para observar de mejor manera, ese lugar, aun con las luces, seguía oscuro, y no, no se había equivocado, sí que era una inscripción.

Retrocedió, buscando la cámara, aprovechando de sacar fotos, sabiendo que cualquier accidente podría hacer que se perdiesen los detalles, así que era mejor fotografiar todo antes de seguir indagando.

Y ahí, notó otro detalle.

En el fondo del agujero, también había una inscripción, o más bien, un símbolo, y parecía muy bien ejecutado para ser tierra, claramente siendo cincelado. Aprovechó que tenía la cámara en mano, y le sacó una foto.

Dejó la cámara de lado, y se agachó, mirando el símbolo aquel, ya lo había visto, cuando entraron, era lo que estaba ocultando aquella cripta.

¿Por qué volvía a estar ahí ese símbolo?

Por inercia, puso la mano encima, y sintió frio.

El frio de la roca.

Un momento.

Retrocedió solamente para poner las manos en la tierra, en el lugar, donde sabía con exactitud que era tierra y no roca, y esta estaba tibia, y con el calor que hacía, lo entendía. Era similar a la roca de los sarcófagos, y eso le hizo cuestionarse, pero ¿Por qué el agujero tenía un fondo de roca? Eso era curioso.

Podía esperar ahí, esperar al resto, pero de nuevo, no podía contener sus ansias.

Puso las dos manos en la roca, y empujó.

No debió pasar nada, sabiendo que solo era un agujero de dos metros hecho para meter sarcófagos, era como quien hacía un agujero en el suelo para meter un ataúd. No había razón alguna para ponerle piedra al fondo, y entendió que su lógica estaba en lo correcto cuando la supuesta pared en sus manos tembló.

Eso no era posible.

Había algo detrás.

Podría agarrar el pico y comenzar a picar la piedra, pero eso iba a arruinar las inscripciones, y esa no era la idea.

Se paró firme, y volvió a poner las manos en la piedra.

Si tembló antes, quizás podría soltarla un poco.

Ahora extrañaba a su fuerte compañero que la ayudaba a mover piedras cuando estaban estudiando.

Se concentró, y empujó, de nuevo, intentando usar todo su cuerpo para empujar.

Y esta no solo tembló, si no que se balaceó.

Y cayó.

Se vio inerte, asustada incluso, cuando la piedra cayó con tal facilidad por su propio peso. No se rompió, por suerte, y al parecer era la misma que las que ya había logrado botar, piedras planas y largas que lograban taponear los agujeros.

Y esta taponeaba el agujero desde el otro lado.

El polvo ahí fue aún mayor, el aire denso, y volvió a arreglarse los lentes, enfocando la vista.

Ahora estaba en un lugar diferente, en otra cripta.

Una cripta para un solo cuerpo.

Vio el sarcófago en medio de esa habitación, de esa habitación fría, gélida. Parecía ser de roca, o de cobre, no lo notaba con certeza, pero se vio avanzando sin durar, siendo atraída por los detalles de la tapa, dorados.

Ese no era un cuerpo normal.

Se trataba de un cadáver importante que debía ser custodiado, encerrado, protegido, o tal vez ser contenido, y la idea le hizo sudar frio.

Sacó la escobilla de su bolso y comenzó a limpiar las inscripciones llenas de polvo y tierra, y poco a poco el dorado comenzó a brillar más al estar más limpio.

Se descolgó la cámara, y comenzó a sacar fotos de las inscripciones, de los detalles en dorado, de cada uno de los rincones. Eso era lo que le decía quien estaba ahí dentro, como murió, porque fue enterrado ahí, y era una información que no se podía perder.

Y ella no podía perder la oportunidad de abrirla.

Ahí había alguien, alguien que había vivido, alguien que había muerto, adentro había años y años de historia, y lo había encontrado, así que iba a tomarse el lujo de levantar la tapa.

Si es que podía.

Buscó una de las orillas, y sujetó. No era de roca en su totalidad, lo notaba, sabía que habían hecho un trabajo digno de reyes con el oro, con el cobre, con la piedra. Y sabía que eso iba a pesar, pero no perdía nada con intentarlo.

Pero no cedió.

Por supuesto.

No le sorprendía.

Soltó un suspiro mientras se fijó en los detalles de los bordes, en la lectura, y había unas marcas. Unos detalles, no inscripciones, no símbolos, si no que parecían ser los vestigios de quienes armaron aquello. Era apenas visible, pero agradecía el ser buena para captar los detalles, y en realidad, en ese trabajo, eso era todo.

Indicaban un movimiento, el movimiento en el que el sarcófago fue cerrado.

Había leído sobre eso.

La tapa iba encajada en la base, usando ciertas depresiones, así no podía ser abierta nada más levantando la tapa, si no que había que moverla en cierta dirección. ¿Cuál? No lo sabía con certeza, pero estando sola ahí, esperando, iba a tener que intentarlo de cualquier forma, tenía que buscarle el truco.

Probó empujando de derecha a izquierda, y no, tampoco de izquierda a derecha. Luego se fue a los pies del sarcófago, y empujó, y escuchó un sonido.

Un chillido, los materiales rozándose.

Si, esa era la posición.

Respiró profundamente, sacándose el pañuelo del rostro, que lo único que hacía en ese momento era evitar que pudiese respirar el poco aire que ahí había, y volvió a intentarlo, empujando y levantando al mismo tiempo, y el material chirreó de nuevo, las piezas de la tapa desencajándose de las depresiones de la base, y así, la tapa se desbloqueó, y ahí solo tuvo que moverla un poco para que esta cayese.

Con cuidado, o al menos el mayor cuidado que pudo.

Se sintió realizada y aliviada de haberlo logrado por sí misma, y ahora podría disfrutar de su recompensa.

Había visto muchas momias en su vida, así que sabía más o menos que esperar, no le daría miedo ni algo así, estaba preparada para eso.

Pero no.

No estaba preparada para eso.

Realmente se preparó para muchas cosas, se preparó para el aroma a viejo, a polvo, a putrefacción incluso, se preparó para ver piezas de cabello y hueso desperdigadas por el ataúd, o piel gris añeja contorneando los cráneos, ¿Pero esto?

Esos eran ojos.

Ojos vivos que la miraban.

Se vio sudando, sabiendo que siempre solía ser temerosa de esas cosas, de las cosas que no tenían explicación, porque era una mujer de ciencia, siempre lo fue, donde hallaba los vestigios del mundo y con eso podía revivirlo. Pero había tantas cosas que no tenían sentido, que no había explicación alguna, por algo dejó de creer en Dios cuando era solo una niña, sin poder explicarlo.

Y lo que veía ahí no tenía explicación alguna.

Ese lugar, ese lugar llevaba ahí, intacto, hace miles de años, sellado, ¿Cómo es que había una mujer viva ahí dentro del sarcófago?

“N-no…e-eso no…”

No podía ser verdad.

Debía estar muriéndose, por supuesto, el polvo en sus pulmones, o la falta de hidratación estaban destruyéndola, esa era la única lógica. El cansancio, el calor, la estaba haciendo imaginar cosas que no existían, cosas que ni siquiera su mente se imaginaba, porque no pensaba en nada que no fuese real, que no fuese comprobable.

La mujer la observó, y aun en su locura momentánea, juró poder oír una voz.

“Al fin alguien abre este sarcófago.”

No, eso era demasiado fantasioso, no podía ser verdad, y, de hecho, ese idioma, lo reconocía, lo había estudiado antes de venir ahí, pero tampoco lo conocía tanto como para que su cabeza lo inventase, ¿O sí?

“¿Q-que? E-e-esta cripta tiene más de t-tres mil años…”

Miró a la mujer, miró cada detalle, el oro en sus ropas, el corte de su cabello, su corona. Esos detalles eran los que usaba la realeza hace tres mil años, el mismo tiempo que llevaba ese sarcófago ahí, ese lugar sin ser explorado, donde una nación vivió, donde una nación surgió, donde una nación murió.

Su mente sí que era ingeniosa.

Pero… ¿Y si era real?

No quería imaginar que fuese real.

Pero se veía tan real, y le aterraba.

“¿L-l-levas ahí todo este tiempo? ¿E-estás viva siquiera?”

Se iba a sentir una estúpida si despertaba en el hospital luego de haber tenido un ataque por deshidratación, o si tuvo una contusión o algo similar, y se daba cuenta que había estado hablando con sus imaginaciones.

La mujer, cuyas manos permanecían cruzadas frente a su cuerpo, se sentó en el sarcófago, su cuerpo resonando como si hubiese pasado una eternidad en esa posición, y sonó igual de tétrico cuando esta separó las manos, llevándolas al frente de su cuerpo, estas crujiendo.

Se quedó ahí, horrorizada, viendo como la mujer se levantaba del sarcófago, su cuerpo por completo resonando, sus huesos, sus articulaciones, todo.

No creía que su imaginación fuese así de vivida.

Realmente debía de estar muerta, o algo así, así como la mujer que ahora estaba frente a ella, si, muerta, no viva como la veía.

No podía ser verdad, se negaba a aceptarlo.

Eso iba más allá que cualquier imaginación.

Se estaba volviendo loca.

 

Chapter 47: Reaper -Parte 1-

Chapter Text

REAPER

-Trabajo-

 

Caminó por las calles, lentamente, dirigiéndose a su destino.

Estaba silencioso.

Probablemente lo único que resonaba era el retumbar de sus botas en las calles húmedas y lodosas. Incluso los perros de la zona se mantenían en callados, sin que sus ladridos perturbaran la penumbra, sin entrometerse en el silencio que anunciaba a La Muerte.

Miró hacía adelante, mirando las calles apenas iluminadas, no había estado ahí antes, pero sabía que era un mal barrio, y nació en un mal barrio, así que podía darlo por hecho. Su antiguo barrio, donde nació, era mucho más ruidoso en comparación. Pero, a pesar de la evidencia, no creía que persona que buscaba viviese en un lugar así, por el contrario, creyó que lo hallaría en un mejor lugar.

Él se tomó lo de mimetizarse en el crimen demasiado literal.

Se detuvo frente a un pequeño muro que separaba la casa con el resto de la calle. Una casa normal, sin nada llamativo, jamás pensaría que ahí vivía un sujeto con tanto poder.

Metió las manos en los bolsillos, buscando la pequeña bolsa que había recibido como un pago anticipado por aquel trabajo, y no temía matar, para nada, se había acostumbrado a matar por dinero, a ser llamada como la misma muerte, así que no necesitaba aquel polvo para ejecutar a sus víctimas, pero si había aprendido que su cuerpo reaccionaba mejor a la adrenalina de la batalla, o tal vez solo era la percepción de su cabeza.

Acercó la bolsa a su nariz, y respiró profundo, inspirando el polvo blanco.

Se quedó un momento inerte, minutos probablemente, esperando, hasta que al fin comenzó a sentir cada una de esas pequeñas moléculas entrando en sus fosas nasales, en su sangre, en su cuerpo.

Cuando miró de nuevo aquella casa, ya se sentía más alerta, se sentía más receptiva a cada uno de los sonidos, de los olores de su alrededor, y le gustaba sentirse así, más viva, más activa. Incluso sintió más calor, y se vio sacándose la chaqueta y atándola en la cadera.

Era una sensación tan agradable.

Realmente era algo que no podía dejar de sentir, y sus mismos clientes lo sabían.

Obviamente necesitaba dinero, y lo aceptaba, pero un poco de euforia siempre era bienvenida, sobre todo cuando se iba a manchar las manos de sangre, así la situación era incluso más agradable.

Saltó el muro sin problema, su altura siempre beneficiándola en esas situaciones y avanzó hasta la parte trasera de la casa, buscando la puerta trasera, estas usualmente más fáciles de abrir. No es que necesitase sigilo alguno, no le importaba, el caos propio de una cacería siempre la hacía sentir orgullosa del final, eufórica. Sus objetivos eliminados.

Se vio sonriendo cuando la puerta trasera se abrió sin problema, a penas y tuvo que hacer fuerza. Una lástima que la gente ahí dentro fuese tan descuidada, nunca dejes las puertas abiertas, no aprendieron nada. Dejaron entrar su propia perdición.

Comenzó a avanzar por la casa, mirando alrededor, sin preocuparse de nada, sus manos en los bolsillos. El lugar se veía moderno y elegante por dentro, no parecía para nada como una casa en aquel barrio luciría por dentro. Podía escuchar ronquidos desde el primer piso, y se tomó el tiempo de abrir el refrigerador y sacar una cerveza de adentro, la abrió, y dudó al momento de   tomársela.

La cerveza probablemente la adormecería, y eso la dejaría incapacitada.

Era un trabajo, podía estar drogada, pero necesitaba tener el mínimo de responsabilidad al respecto y terminar lo que empezó. Le cortarían la cabeza si la gente dentro de esa casa sobrevivía, no podía permitir eso. No había fallado desde que era una niña, no podía fallar ahora.

Dejó la botella en la mesa, y se hizo un recordatorio mental de bajar a la cocina cuando terminase, y ahí podría saquear todo lo que pudiese. Su propio refrigerador debía de estar vacío, así que apreciaría tener un poco de líquido para reponerlo.

Caminó hasta la sala de estar, y lo primero que le llamó la atención fueron los enormes y lujosos sillones, y no dudó en dejarse caer y apoyar las botas en la mesa de centro, la cual era de vidrio, y de buena calidad, ya que otro se habría roto de inmediato. Miró alrededor, ahí sentada, haciéndose otro recordatorio de aprovechar de volver a ese lugar y beberse la cerveza que dejó abierta.

Arriba de la chimenea había unas katanas, parecían de decoración, pero las tomó, con la intención de comprobarlo. Sabía que las personas ahí dentro eran asiáticas, pero no se interesó realmente de que parte de Asia venían, no es que fuese a entablar una conversación con los muertos.

Tomó una de las armas, y usó uno de los sillones como objetivo, la tela cortándose al mínimo roce, la espuma empezando a salir por el agujero que hizo. Sonrió, le gustaba matar a las personas con lo que estos tuviesen a mano, normalmente cuchillos o las armas que ocultaban en sus mesitas de noche, ¿Pero una espada? Eso era nuevo.

Subió las escaleras, a donde sus objetivos dormían plácidamente, el dorso de la espada apoyada en su hombro.

Escuchaba sus propios pasos con nitidez, y tenía claro que las personas ahí dentro escuchaban mucho menos que ella en su estado, además que la alfombra debía amortiguar el retumbar de sus botas. Lamentablemente también oía con claridad los ronquidos ajenos, lo cual era desagradable, pero, por otra parte, le sirvió de guia, y siguió el sonido hasta la habitación principal como un sabueso entrenado.

Giró el pomo de la puerta, esta abriéndose sin emitir el más mínimo sonido, las bisagras aceitadas recientemente, para su suerte.

La habitación estaba en total oscuridad, las grandes y gruesas cortinas ocultando hasta la más mínima fuente de luz, y no es que hubiese mucha luz en las calles, pero ellos a sus costumbres extrañas. Sus ojos le permitían ver más, mejor, o tal vez eran las drogas, a estas alturas no podía darlo por hecho, así que distinguir a las dos personas durmiendo en la cama matrimonial no fue problema alguno.

Movió la hoja de la espada, girando el arma en su mano, una, dos vueltas, mientras se acercaba a la fuente del ruido, un hombre asiático de unos cincuenta años, el cual dormía sin preocupación alguna, demasiado despreocupado para tener a La Muerte al lado, o para estar ahogándose.

Levantó la hoja, y la dejó en el aire, esperando.

¿Esperando qué?

Esperando que su cabeza recordase que era lo que su cliente le dijo. ¿Quería la cabeza intacta? ¿Le pidió algo en particular? ¿Quería que aquel asesinato fuese rápido o una tortura?

Cerró los ojos un momento, intentando recordar.

Le costaba recordar muchas cosas, sin embargo, matar, eso siempre lo recordaba con precisión. Nunca le tomaba por sorpresa, jamás. Siempre sabía qué hacer, como hacerlo, y nunca se veía sorprendida con sus actos, con la sangre, con la muerte.

Al final, estaba en ella, nació para eso, para matar.

Y era irónico, ya que su nombre significaba vida, y en ese mundo, lo único que hacía, era quitárselas a otros. Pero bueno, no importaba, ya lo llamaría y pretendería no haber hecho el trabajo aún, y ahí se inventaría una excusa si es que su petición no salió como debía.

Abrió los ojos, y bajó la hoja de la espada hacia la garganta del sujeto, que ya se ahogaba con su propia respiración, con su propia saliva, y ahora además se ahogaba con la sangre. Sus ojos rasgados se abrieron de golpe, en pánico, y aunque hubiese querido soltar un grito, no habría podido, la hoja rompiendo su garganta y taponeando la menor entrada de aire.

Pero él no se detuvo, no se murió rápidamente, si no que movió sus manos, sus pies, se revolvió en la cama, lo suficiente para despertar a su esposa, la cual dormía a su lado, sus oídos acostumbrados a los sonidos desagradables de su marido, así que no debió sorprenderle que se ahogase con sangre, pero si le sorprendió los golpes que este le dio.

La mujer rápidamente prendió la luz de la mesa de noche, y los ojos de ambas se encontraron. La mujer parecía del sur de Asia, su rostro más moreno, sus ojos más grandes, más joven que su marido y agradeció que esta no gritase, que el sonido realmente le hubiese explotado en los tímpanos. Pero si pareció moverse, se levantó de la cama, con la intención de salir de la habitación.

Y eso no lo olvidaba, que debía aniquilar a cualquiera que viviese en esa casa.

Sacó la espada de donde la tenía enterrada, y la sostuvo, y usando la fuerza de su brazo, la arrojó como si se tratase de un arpón. La hoja filosa del arma penetró en la espalda de la mujer, penetró sus costillas, sus órganos, su pecho, su ropa, y se enterró en la pared, dejando a su víctima empalada en ese lugar, su cuerpo teniendo espasmos, pero rápidamente murió.

Miró de nuevo al hombre, este teniendo la boca llena de sangre, esta cayendo, manchando las blancas sabanas de rojo, dejando de pelear por vivir.

Metió las manos en los bolsillos, y sacó sus cigarrillos, metiéndose uno en la boca. No lo había prendido antes para que no pudiesen oler cuando entrase, aunque su cuerpo debía tener ese olor impregnado luego de tantos años en el vicio. Lo prendió, y se tomó un segundo de paz al disfrutar el sabor tan conocido en su boca, el aroma envolviéndola.

Le gustaba la mezcla de tabaco y sangre.

Escuchó un llanto, y se vio mirando hacia la puerta abierta.

Había alguien más en la casa.

Lo notó de inmediato, era un niño que ni siquiera había empezado su adolescencia, este estaba en la entrada de la habitación, en el suelo, mirando la escena con sus ojos llorosos, la escena donde veía a sus padres muertos.

Soltó un suspiro, caminando hasta la matriarca, sujetando el mango de la espada que la atravesaba, sacándola de su sitio, y con esto liberó a la mujer, haciendo que esta cayese al suelo, flácida.

Se quedó mirando al niño, el cual la miraba, en shock, su boca temblando, sin poder gritar, ni llorar, ni decir palabra alguna.

Una lástima, de haber sabido que había un niño en la casa, lo habría matado a él primero.

No iba a decir que era por una razón moral, como si lo hiciera para evitarle un trauma al niño, porque poco le importaba, ella había sufrido cosas peores en su niñez, y ahí estaba, una mujer totalmente normal y cuerda. Además, no tenía sentido preocuparse por el futuro mental de un niño al que mataría pronto. Pero, le gustaba ver el pánico en los padres al perder a su querido hijo, podía conseguir grandes cosas con actos así, simples.

Los hijos estaban preparados para ver partir a los padres, pero los padres nunca estaban preparados para ver partir a sus hijos.

Ella estuvo preparada para perder a su madre.

Y sonrió cuando la mató.

Volvió a apoyar el dorso de la hoja en su espalda, sin quitarle los ojos al niño, en el cual podía ver el absoluto terror.

“No es tu día de suerte, niño.”

Levantó la hoja de la espada, lista para dar una estocada.

Pero se detuvo.

Una luz brillo frente a ella, interponiéndose en su camino, y su lógica, la poca que solía tener, le dijo que eran las autoridades, que la habían encontrado, pero recordó rápidamente que estaba en un lugar sin ley.

Apretó los ojos, irritándose con tal luminosidad.

Tal vez era la mala calidad de la droga, o quizás la misma adicción empezaba a hacerla ver cosas, porque cuando miró de nuevo, había una pequeña mujer frente a ella, difusa, como un reflejo en el agua, apenas visible.

Pestañeó una, dos veces, intentando despejar su vista corrupta.

Si, era una mujer.

Pero brillaba, y hasta donde sabía, la gente no brillaba, mucho menos ahí, donde estaba, donde vivía, donde vivía la peor escoria del mundo.

“No lo mates, por favor.”

La mujer extraña le habló. Era pequeña, demasiado, más pequeña incluso que el mismo niño al que iba a matar, pero su voz sonó ronca, etérea, difusa.

Se vio negando, intentando devolverle cierta normalidad a su cabeza.

Eso si era extraño, tener un episodio así no era normal, aunque ¿Qué era normal hoy en día?

La voz se repitió, volviendo a resonar dentro de su cabeza, como una súplica. Podía ver a una mujer ahí, pero no la veía con claridad, y esa voz sonaba desde dentro de sus tímpanos, no lo oía desde fuera. Era difícil de describir.

¿A eso le llamaban conciencia?

Al parecer iba a tener que dejar de consumir y mezclar tantas cosas, no le estaba haciendo bien.

La voz seguía, una y otra vez, resonando en su cabeza, y se vio sosteniendo sus sienes, sin soltar el arma en su otra mano. Podía sentir la zona palpitar, y no había tenido esa sensación desde que empezó a meter sustancias extrañas en su cuerpo, ahora ya estaba acostumbrada a eso.

“Si, realmente necesito dejar las drogas por un tiempo.”

La voz no se detuvo, resonando, una y otra vez, diciéndole que se detuviese, que parase, que por favor no matase al chico, y no solo eso, si no que le decía que era real, que no era parte de su imaginación, que no eran las drogas.

Eso era ridículo.

Negó, aspirando de nuevo una gran bocanada de su cigarrillo, para luego levantar la hoja. La imagen frente a ella seguía ahí, observándola con sus grandes y brillantes ojos, pero, aun así, podía ver a través de ella, podía ver al niño aun ahí, paralizado.

Así que terminó su trabajo, atacando. Le cortó la cabeza al niño, y de paso, atravesó a la imagen difusa, esta desapareciendo por completo, y así, la voz se detuvo.

Llevaba demasiados años matando para recién ahora escuchar la voz de su conciencia.

Miró la hoja ensangrentada, sangre del padre, de la madre, y de su primogénito.

Aún tenía que revisar el resto de la casa, asegurarse que no hubiese nadie más, pero podía tomárselo con calma. Iba a llamar a su cliente, hablar con él un rato mientras se tomaba esa cerveza y así olvidaría el extraño suceso aquel.

Si, eso iba a hacer.

Olvidar.

Chapter 48: Cat Sidhe -Parte 5-

Chapter Text

CAT SIDHE

-Liberación-

 

Era el momento.

Se movieron entre la oscuridad, sabiendo que, de día, sería menos probable que viesen cualquier tipo de fuego.

Tenían que tener todo calculado.

Habían comido, habían guardado provisiones para el viaje, si es que todo resultaba exitoso, y tenía esperanzas de que así fuese. Rhona se había encargado de traer consigo las provisiones, y sabía que, si entraban a las casas, encontrarían otras cosas que le serían útiles, como frutas, como carne, cualquier alimento, así como lo que necesitarían para vestirse y viajar al continente.

Ya estaban listas para hacerlo.

Rhona la miró, los ojos de ambas topándose, luego de hallar el lugar perfecto que haría que todos se alejasen del pueblo, pero alejado de la bahía interior, así se verían obligados a buscar agua a la playa, o al menos esa era la idea, como sea, por ahora, la prioridad, era meterse a las casas, ya lo del bote vendría después, cuando estuviesen listas.

La mujer ya se lo había ofrecido, un poco de su cabello, y aun tenía el mechón firme en su mano.

Y ese era el fuego que necesitaba.

Lo puso en el suelo, entre los árboles, y comenzó a recitar, sus dedos temblando ante el poder único de la raza, y poco a poco, las llamas aparecían, naciendo del cabello y consumiendo el mismo para crecer.

Se alejó de inmediato, notando como el fuego atrapó las ramas caídas, las hojas secas, y de ahí, agarró los troncos.

Comenzaron a moverse de inmediato, intentando mantenerse lejos, escondidas, para no toparse de frente con los humanos, y cuando llegaron cerca del pueblo, ya podía oír a alguien gritar, uno de los tantos que vagaban por la noche, y alertaba el resto de lo que parecía ser un incendio.

Ambas esperaron, ahí ocultas, hasta que poco a poco, segundo tras segundo, todas las personas iban saliendo de sus casas, desesperados, y sabía exactamente cuales familias aún no tenían niños, así que esas atacarían, ya que sabía que, si había niños, estos se mantendrían ahí, alejados del peligro, como siempre.

Notaron como todos empezaron a correr en dirección al incendio, y lo veía de ahí, la nube de humo paseándose por encima de los árboles, así como el brillo del fuego a la distancia, lo suficiente lejos para que les tomase un rato el volver, pero lo suficientemente cerca para que viesen sus casas comprometidas si es que no paraban las llamas.

Picos, palas, hachas, baldes, todos agarraron lo que tenían a mano y avanzaron, dejando en silencio al pueblo.

Y ahí, ellas se movieron.

Se miraron por un momento, asintiendo, y cada una corrió a una casa distinta.

Entró por la puerta ahora abierta, el lugar en penumbra, pero aún era un gato, aun podía ver como si lo fuese, aunque estuviese en su forma humana.

Tomó un vestido de tela y se lo puso, así como un abrigo de cuero, y podía sentir el pelaje aun en este, perfecto para el invierno. Unas botas estaban tras la puerta, y las tomó, poniéndoselas. Por supuesto que prefería su ropa usual a esta, pero ya en el continente, podría escoger lo que quisiera.

Encontró un bolso de cuero, y metió ahí un par de carnes secas que estaban sobre un mesón, así como un par de frutas.

Se sintió por un momento embargada por la codicia, pero se contuvo, tomó lo necesario, y salió de la casa. No había demasiadas cosas de valor en ese pueblo tan anticuado, tan pegado a sus raíces, así que no necesitaba mayor cosa de ahí.

Pronto tendría el oro.

Pronto tendría el dinero.

Pronto tendría el poder.

Así que ansiaba salir de esa isla.

Se alejó del pueblo, sintiéndose extraña ahora que había tela en su cuerpo, no la tela que usaba en antaño, así que la sentía picar en su cuerpo desnudo, pero ya se acostumbraría. Al menos era mejor eso al dolor que sentía ante la arena, ante el agua salada, o a la sensación de tener su cuerpo completamente visible para cualquiera, así como su marca.

Ahora sería diferente.

No más humillaciones.

Se puso tensa cuando notó gente acercarse, alguien venía a buscar herramientas, probablemente para hacer una zanja y así evitar que el fuego se propagase, pero se sintió alerta, porque Rhona aun seguía ahí, en una de las casas.

Se vio apretando las manos, sintiéndose lista para asomarse, para crear cualquier distracción con tal de salvarle la vida a su compañera.

El hombre que apareció entró en una de las casas corriendo, y apenas salió, corriendo hacia el incendio, notó como Rhona salió de la casa en la que estaba metida, mirando cuidadosamente, antes de correr hasta ella.

Era extraño verla con ropa, ese fue su primer pensamiento.

A sí misma, se había visto usando ropa, por supuesto, pero ver a Rhona, a la cual aún no se acostumbraba a ver siquiera con piernas, el ahora no solo verla con piernas, si no que, también con ropa, era sin duda algo extraño.

Una lástima que ahora sus pieles estarían separadas por otra piel.

¿En que estaba pensando?

Rhona se le acercó, con un bolso de cuero tras su espalda, y parecía cansada, mirándose los pies, ahora con botas.

“Veía gente correr usando estas cosas, pero no creí que sería tan incómodo.”

No pudo evitar sonreír ante la mueca de la mujer.

“Pronto te acostumbrarás.”

Tomó la mano de Rhona con la suya, y se sintió extraño hacer tal acercamiento, pero lo hizo de todas formas.

“Vamos a la bahía, aprovechemos que todos están distraídos.”

Los esmeraldas no la miraban a los ojos, por el contrario, estaban fijos en sus manos, y sintió como el agarre ajeno se intensificó, antes de ver a la mujer sonreír, asintiendo.

Se vio corriendo, o más bien, intentando seguirle el paso a la sirena, la cual no estaba acostumbrada ni a las piernas ni a las botas, pero vaya que corría rápido para ser así. Tuvo que hacer un esfuerzo para correr a su lado, las manos de ambas aun sujetas, impidiendo que se alejase demasiado.

Agradecía el estar comiendo cada día, o no sería capaz de correr, de huir, de nada.

Ni siquiera de usar la más básica magia.

La bahía estaba oscura, en penumbra, y apenas recordaba ese lugar desde la última vez que estuvo ahí, y se vio mirando los pies, agradeciendo infinitamente que esas botas de cuero impidiesen que la salada arena tocase sus pies y la quemase. Si, había sido una buena ida el ir vestidas ahí.

Giró el rostro, mirando hacia el interior de la isla, hacia el bosque, notando la nube de humo apareciendo por lo alto, así como la luz que provenía del lugar, pero no veía las llamas, y no sabía si eso era bueno o malo.

Mientras ella se quedó ahí pasmada, Rhona estaba siguiendo con la misión, y cuando se giró para buscarla con la mirada, la vio empujando una de las embarcaciones humanas, un bote pesquero. Varios de ellos estaban sobre la arena, resguardado de las olas, y si bien esa zona no tenía tantas rocas como la playa en la que solía vivir últimamente, seguía siendo peligroso el dejar los botes en el mar.

No alcanzó a acercarse, Rhona terminando de empujar el bote, de moverlo sobre la arena para llevarlo al agua, y ahí, esta la miró, ofreciéndole una mano.

Se acercó, dándosela, pero le sorprendió que las manos ajenas no llegasen a su mano, si no que se posaran en su cintura, y así, fácilmente, Rhona la levantó, dejándola dentro del bote.

Cuando la cuestionó, esta solo le dio una sonrisa, mientras seguía empujando el bote, hasta que flotase.

“¿Qué? No puedo permitir que te mojes.”

Y apreciaba el gesto, pero no era necesario llegar al punto de agarrarla como a un niño.

Satán, aun sentía su corazón latir en su cuello.

Notó en el bote los remos y los puso en su lugar, preparándose para remar. De un salto, la sirena entró en el bote, sentándose frente a ella, su ropa inferior mojada, pero no parecía molestarle, de todas formas, vivía en el agua, o solía hacerlo. La embarcación se movió bruscamente, pero no lo suficiente para temer por su vida, pero sabía que debía de temer por su vida.

Si caía al agua, se iba a evaporar por completo.

Se vio mirando hacia atrás, hacia el mar, infinito, y comenzó a sentir la ansiedad, el miedo, el terror.

Era una mala idea.

¿En qué momento se le ocurrió semejante barbaridad de plan?

No, no podía dejar esa isla, no podía, se iba a quemar por completo, era un riesgo demasiado grande.

Se sintió entrar en pánico, así como se sintió cuando llegó a la isla, cuando se dio cuenta que iba a morir.

La idea de morir…no la soportaba.

Las manos de Rhona se apoyaron en los remos, sujetando sus manos en el proceso, y poco a poco, esta empezó a moverlos, el bote moviéndose, alejándose de la costa, de la bahía, de la isla. El calor ajeno en sus manos fue suficiente para calmar aquel miedo que la superó por un momento, y buscó a la mujer, buscó sus ojos, buscó su mirada, buscó su expresión, y se topó con esos ojos brillantes, con esa sonrisa igual de brillante, y esa expresión que le decía que todo estaría bien.

Esa expresión que la salvó antes, y ahora volvía a salvarla.

“Estamos juntas en esto, todo estará bien.”

Se vio soltando un suspiro pesado, sintiendo el sudor frio bajando por su mentón.

Estuvo tan lista para morir, pero al final, ese jamás fue su deseo, jamás quiso morir, siempre le aterró la muerte, morir, el dejar ese mundo, y estuvo martirizándose por tanto tiempo que olvidó que vivir era su prioridad, y ahí, abandonó todo eso, abandonó quien era, quien solía ser, y no creía poder perdonarse a sí misma por disminuirse de esa forma.

Volvió a enfocarse en esa sonrisa.

La sonrisa que la aceptaba.

Que aceptaba esa versión disminuida de sí misma, vulnerable, temerosa, y al mismo tiempo aceptaba su peor lado, su lado codicioso, el lado de ella que haría lo que sea, todo lo que pudiese, para tener poder, para vivir.

Podía ver, detrás de la mujer, como se iban alejando de la isla, como poco a poco la bahía no era nada más que un minúsculo trazo de esa isla.

Y su ansiedad comenzó a calmarse.

Empezó a sentir la liberación.

La paz.

Al fin había dejado su prisión.

Al fin había huido de su castigo.

Al fin era libre de volver a ser quien solía ser, y dejar de vivir en esa pesadilla.

Pesadilla que dejó de serlo apenas conoció a aquella sirena.

Sus manos no estaban contribuyendo en el movimiento del bote, y ahí estaban, ahora inertes a los lados de su cuerpo, mientras no hacía nada más que mirar alrededor, pensativa, ese martirio pasando por su mente, una y otra vez, su cabeza llena de pensamientos suicidas, cada día, así como el sufrimiento que sentía su cuerpo inhumano, sufriendo por hambre, sufriendo de frio, sufriendo de dolor.

Ya se había acabado.

Ni siquiera sabía si podía llorar, pero sentía que, si llegaba ese momento, ese era un buen momento para hacerlo. El alivio era suficiente para hacerla sentir vulnerable, sobre todo ahí, a solas con aquella mujer que la había salvado. No, que cada día la salvaba.

“Blair.”

Levantó el rostro, el cual yacía gacho, para mirar a la mujer, y notó una mirada preocupada en sus ojos.

“¿Sí?”

Su voz salió más compuesta de lo que se sentía en ese momento.

“Por favor, no pongas esa expresión, que no puedo soltar los remos y creeme que quiero soltarlos y abrazarte.”

¿Expresión?

Rhona podía notarlo.

Podía leerla, podía notar su miedo, podía notar su alivio, podía notar su vergüenza, podía notar su enojo. Probablemente era la primera persona con la que tenía una relación así, tan íntima, tan unida, y por eso esta la conocía así de bien.

Lamentaba que ese bote fuese pequeño, que no pudiese moverse con la libertad que deseaba, que no pudiese simplemente manejarse solo.

No, si podía.

Se miró las manos, sintiéndolas temblar, sintiendo el cosquilleo.

No entendía porque, pero se sentía más fuerte.

Se vio mirando hacia la mujer, notando la isla cada vez más lejos, y sentía como las mismas ataduras que la mantenían ahí, se rompían, las ataduras que la mantenían sin poderes, que la mantenían débil, que la mantenían incapaz de hacer la menor acción.

Tomó la punta de los remos, puso las manos sobre las ajenas, y cerró los ojos, el cosquilleo de sus manos aumentando, más y más, y sabía que tal vez estaba usando algo del poder innato de Rhona, pero nada que no hubiese hecho antes, algo inofensivo.

Cuando abrió los ojos, sus manos estaban brillando, y bajo estás, también brillaban las de Rhona, y finalmente, el brillo se fue a los remos, estos moviéndose por sí solos, y ahora lo único que tendrían que hacer era modificar el curso, evitando que se estampasen en otra isla maldita.

Soltó un suspiro aliviado al darse cuenta de que había funcionado correctamente, y por la expresión de asombro de la mujer, sabía que esta no había sido lastimada en el proceso, lo cual podía ocurrir, pero era mejor si no ocurría.

No a Rhona.

La escuchó soltar una risa, luego de haberse quedado mirando los remos por segundos eternos, sin creérselo. Y luego sintió la mirada esmeralda en ella, y solo pudo observarla, unir las miradas, conectarse a la otra.

“¡Eso fue increíble! ¿Hiciste todo esto para que te pudiese abrazar?”

Oh.

Había sido atrapada.

Sabía que, si se acercaba mucho, podía desestabilizar el bote, y no era lo ideal, aún era peligroso, así que debía ser cuidadosa.

Sin embargo, aun sentía aquellos sentimientos embargándola, consumiéndola.

Las imágenes, el dolor, volviendo, los recuerdos haciéndola sentir una vez más aquella larga desgracia.

Y Rhona lo notó.

Siempre lo notaba.

Rhona se sentó en la base del bote, dejando su asiento, y levantó sus brazos, ofreciéndoselos, y solo pudo acercarse, ¿Por qué lo negaría? Se acercó, inevitablemente, a esa sirena desconocida la segunda vez que la vio, ¿Por qué evitaría ser sujetada por esos brazos?

Se acostó entre las piernas de Rhona, su pequeño cuerpo encajando bien en aquel lugar, mientras los brazos la envolvían. Sabía que esta aún tenía la ropa húmeda, pero al menos su propia ropa la protegía de cualquier daño. Y en realidad, quemarse un poco para poder estar ahí, en esa posición, ciertamente valía la pena.

Se sujetó a esta, aferró sus manos en la ropa ajena, de nuevo extrañando la sensación de sus pieles unidas, pero no podía pedir demasiado.

Por ahora, solo quería ser abrazada, que la mujer la sujetase, como si su cuerpo fuese a romperse si no lo hacía.

Y Rhona hizo exactamente eso, manteniéndola firme contra su pecho.

No, no creía poder llorar, pero ya ni el alivio parecía ser suficiente excusa para hacerlo. Estaba feliz, demasiado. Con Rhona se sentía tranquila, se sentía viva, y era una sensación que sintió desde el comienzo, y aún permanecía.

Se alegraba de haberse liberado de ese lugar, pero, sobre todo, se alegraba de haber encontrado a alguien tan valioso con quien pudiese escapar, con quien pudiese avanzar, con quien pudiese pensar en un futuro más allá de sus avaricias personales.

Quería a esa mujer por siempre en su vida.

E iba a ser lo necesario para asegurar ese futuro.

Incluso desafiar a la misma muerte.

 

Chapter 49: Antihero -Parte 5-

Chapter Text

ANTIHERO

-Identidad-

 

Soltó un grito apenas recuperó el conocimiento.

Se había sentido dolorida en su vida, bastantes veces, sobre todo cuando su cambio comenzó, cuando se transformó en lo que era en la actualidad. Así que estaba acostumbrada al dolor, a la sensación de sus huesos rompiéndose, sus músculos desgarrándose, su piel desvaneciéndose.

Y ahora no era diferente.

Dio un salto, sentándose.

No supo dónde estaba, sus ojos incapaces de ver demasiado, la oscuridad embargando el lugar, su cabeza palpitando, impidiéndole forzar la vista.

Se sentía horrible, al menos el caer inconsciente estaba deteniendo el hambre absurda que le daba luego de regenerarse, así que por ahora ese no era un problema.

Cerró los ojos, sujetando sus sienes, mientras se enfocó en su cuerpo, en lo que sentía, y ahí notó que estaba acostada en lugar duro, y el ambiente se sentía frio, húmedo, y recordó el lugar donde solía trabajar cuando no era nadie más que Wladislawa, la humana, la mujer normal de bajo perfil, abajo, en la humedad de las tuberías de la compañía.

Abrió los ojos de nuevo, mirando alrededor, sus ojos acostumbrándose un poco más a la oscuridad.

No, no era su trabajo, no era ese lugar, lo sabía, así que intentó pensar un poco, claramente era un lugar real, estaba viva, de eso estaba segura, y considerando el frio que hacía y lo oscuro que notaba todo, debía de ser un lugar bajo tierra, ¿Las alcantarillas? Podía ser una opción.

Se miró a sí misma, siendo capaz de verse, y sintió terror.

Su traje no estaba.

“Mierda, no, no, no.”

Se tocó el cuerpo, curado, su ropa casual aun en su lugar, algo sucia con vestigios de sangre y desgastada por la explosión, pero su medallón, lo que la convertía en Ego, estaba en su pecho, roto, destruido.

Lo sujetó, y apretó el botón.

Nada.

Y sin poder creérselo, volvió a apretarlo, sin resultado alguno.

“¡No! ¡No puede ser!”

Soltó un gruñido.

Qué situación más horrible.

Había perdido su traje.

Había perdido su identidad.

Había perdido la gran vida que tenía fuera de su aburrida existencia.

Se sentía como que había perdido una parte de sí misma, la más grande y valiosa parte de sí misma. La única parte que la hacía sentir viva, que la hacía abandonar el pasado, la vida miserable que obtuvo desde el mismísimo comienzo.

Ese aparato era sin duda su posesión más valiosa a pesar de como la obtuvo y lo que eso significaba.

El solo pensar en volver allá, en volver donde Dodek, el amigo que la traicionó, en volver a ese maldito edificio, donde la mancillaron, se sentía nauseabunda. Pero no podía quedarse sin un traje, sin la vida que adoptó, donde era mejor, donde era visible, donde podía escoger, donde era vista. Debía de ir allá y prometerle al hombre que iba a hacer las cosas bien, que iba a ser una heroína, que iba a ser su heroína, y así podría tener otro traje, podría tener su identidad de vuelta.

¿Era así de fácil?

Lo dudaba.

Lo había hecho enojar demasiadas veces, lo traicionó, rompió sus esperanzas y sueños. No iba a ser fácil el enfrentarse a él, el fingir que haría lo que él quería, que sería la perfecta heroína que él soñó crear. No creía que sus promesas vacías fuesen suficiente para convencerlo de ayudarla, de perdonar todos esos años en los que lo ignoró, donde hizo lo que quiso, tirando a la basura todas las ordenes que él le dio.

Pero era tan ingenuo, quizás lo lograría.

Usar la ciencia para mutar a un humano, no significaba que los convertiría en héroes, y esa idea ingenua fue lo que causó todo aquel problema.

Por su parte, no fue así, por supuesto que no, no se volvió un héroe, ni se volvería uno, y él debió de saberlo desde antes, ya que se conocían de niños, él vio lo mal que el mundo la trató en esa época, que los trató a ambos, ¿Cómo iba a arriesgar su vida por personas que solo le dieron la espalda? No sería así de estúpida, tenía dignidad.

Pero para él ella fue un héroe, y si, era verdad. Lo cuidó durante años, lo protegió, incluso recibió golpes solo para que mantenerlo a él a salvo. Lo quería demasiado. Pero eso no la convertía en el héroe de todo el mundo. Podía serlo, si, tenía la capacidad para ser un héroe, tenía la fuerza, el carisma, la habilidad para lograrlo, pero nadie la merecía, ni siquiera Dodek, ya no.

Se dejó caer, cerrando los ojos, no tenía sentido hacer un caos por algo que aún no pasaba.

Tendría que ir allá, y usar todas sus manipulaciones para que él la perdonase.

Podía conseguir una oportunidad más, tenía confianza en eso, ya si volvía a ocurrir algo así de nuevo, no podría salirse con la suya.

No dos veces, nunca dos veces.

“No creí que perder tu traje te afectaría tanto.”

Abrió los ojos de golpe, y se sentó de nuevo, su espalda tensa.

Estuvo tan preocupada de perder su valiosa identidad que dejó de lado lo importante, que era donde se encontraba en ese instante, porqué se encontraba ahí, y se obligó a recapitular lo ocurrido, lo que recordaba. Una bomba le había explotado, y la explosión debió destruyó su medallón, estúpida baratija, y con eso su traje desapareció. Y todo eso lo hizo por una razón.

Y ahora entendía que estaba en terreno enemigo, no estaba sola.

Estaba oscuro, pero ahora veía una luz. Una luz fluorescente se encendió en lo alto, en el techo de frio hormigón, permitiendo que ese lugar lúgubre se iluminase lo suficiente para notar sus alrededores con mayor detalle.

Estaba en una habitación, o al menos estaba hecha como tal, minimalista. Estaba en una cama de metal, había una silla, también de metal, y unos muebles como ficheros, también había un escritorio lleno de papeles y una computadora. A primera vista, parecía una base militar, un bunker, una base de informaciones.

Y lo importante ahí, y lo que más le sorprendía, era a quien tenía en frente.

Snake Goddess.

Se quedó inerte, observándola, y más que verla a esta como un todo, se quedó viendo sus ojos ahora visibles, descubiertos. Los ojos eran amarillos, los ojos de un reptil, fríos, intensos, homicidas, pero no notó ira en el rostro expuesto, no como lo había visto antes, exudando de los poros. Esta parecía normal, o al menos relativamente normal, conservando cierta calma.

No dijo nada, y sintió que le habían robado el habla, y no le gustaba perder el habla, era casi como perder uno de sus sentidos más valiosos. Era su habla el que explotaba, con el que obtenía todo lo que siempre deseó, y así de rápido lo perdía.

Pero perder el habla por quedarse absorta mirando a una mujer, parecía a algo que le podría pasar.

“Te traje a mi base luego de la explosión, antes de que llegasen las autoridades. Te vi el rostro, así que creí que era correcto dejarte ver el mío, además me salvaste la vida, con esto estamos a mano.”

Si, estaban a mano, por supuesto.

Se vio sonriendo, recuperando un poco de su compostura.

No se sentía como siempre, podía decir lo que fuese tras la máscara, pero así, humana, no podía. Le era complicado, se había acostumbrado a tener un bajo perfil, era así desde siempre, era una cara más, invisible entre la multitud. No era nadie sin la máscara, sin el traje, por lo mismo le parecía extraño que alguien la mirase, que alguien le hablase.

Estaba acostumbrada a ser nadie, y estaba destinada a eso y nada más.

Pero esa mujer ahora la miraba, sabiendo a ciencia cierta que era la misma persona que la que tenía la máscara puesta, y sentía que tenía la oportunidad de ser ella misma, aunque sin su máscara no fuese ella misma, solo fuese aquella niña abandonada y repudiada. Y no solo eso, sino que también ella podía ver a la mujer tras la máscara, a la mujer que estaba bajo la faceta de una asesina, de una vengadora. No le molestaba la situación, para nada.

Así que sonrió.

“Si vas a darme estos beneficios, estaré dispuesta a salvarte más veces.”

Recordó hace unos años que solía ir salvando mujeres solo para poder salir con ellas, estaba más joven y no tenía miedo de nada. No es que ahora tuviese miedo, pero luego de haberse metido en peleas que la dejaron en mal estado, se lo pensó muy bien si es que valía la pena sacrificarse de esa forma. Se podría decir que los años la volvieron más sabia, pero a veces una cara bonita podía más que su sentido común.

Y ahora era el caso.

¿Sujetar a alguien que tenía una bomba encima? Las cosas que hacía por atracción, atracción letal.

“De nuevo estás hablando estupideces, incluso sin tu mascara.”

La mujer la miró, su ceño fruncido, casi como si se esperase algo así, pero si se viese decepcionada de escucharla. Pero no parecía impresionada, para nada. Sintió que esta quiso decirle algo más agresivo, pero se calmó. Al parecer no había rencores entre ambas, o ya estaría muerta, que esas colas que ahí estaban no eran de adorno y lo sabía bien.

Esta se giró, mirando los papeles que tenía en frente.

No se había fijado, pero había un gran muro lleno de papeles y fotografías pegadas. Parecía que esta buscaba a alguien, o que le seguía la pista. Se vio levantándose, la curiosidad obligándola a moverse, a acercarse.

Uno de los papeles tenía el nombre de Viraj en el, y esta lo puso en el muro, pegándolo con cinta adhesiva, y le puso una equis justo encima, con un marcador rojo.

Muerto.

Se vio notando más y más papeles con diferentes nombres, y varios tenían la equis encima, pero otros no, aun no. Esos eran sus enemigos, los que buscaba, quienes se merecían la muerte.

Se vio recordando lo que ese hombre dijo, ahí, gritando histérico.

No sabía si debía decir algo, pero quizás sería bueno comentarlo. No eran enemigas después de todo, tampoco eran amigas, pero eso no significaba que no podían serlo. Ser amigas, no enemigas. O ser algo más, no le molestaba tampoco.

“Sabía que estabas buscando a estos sujetos por una razón de peso, pero no me imagine que te habían hecho algo tan horrible. Siento lo de tu esposo.”

La mujer se quedó en silencio, sus ojos amarillos vagando por el muro con todas las imágenes, revisando una por una. Podía notar la tensión en su cuerpo, en su rostro. Reviviendo de nuevo el dolor, recordándolo. No sabía lo que eso se sentía, nunca había tenido a nadie, por ende, nunca sufrió una perdida.

Pero podía intentar ser empática al menos.

Las manos de esta se movieron, avanzando hasta el teclado del computador que ahí estaba y comenzó a teclear. Se notaba que había preparado el último ataque, que había atraído a esas personas, y probablemente estuviese dispuesta a hacer otro, sin rendirse, sin detenerse hasta destruirlos a todos, a sacar a todas las ratas de sus madrigueras.

“Los Dioses me dieron este poder por una razón, y debí haberlo usado para proteger a mi esposo y a mi hija, pero no lo hice, y ese error me va a torturar por la eternidad. Voy a matar a todos los que causaron esa masacre en mi pueblo, y no me detendré hasta vengar a mi familia.”

Hija, también hubo una hija.

No lo entendía, ¿Por qué matarían a una niña, pudiendo venderla al igual que a la madre?

No lo sabía, podían tener otras razones, tal vez no les era tan valiosa, o solo eran estúpidos.

Como sea, si bien no la entendía, no entendía el pesar de esta, no era complicado ponerse en sus zapatos, pero si había cosas que si podía entender bien. Hace muchos años que no sentía impotencia, ya no, ya no dejaba que fuese un problema o se acostumbró al sentimiento, y también estaba la culpa, la decepción de uno mismo. Podía entender esos aspectos perfectamente.

Por eso entendía sus reacciones, como atacaba, como agredía, como daba el primer paso frente a esa gente, para no cometer el mismo error de nuevo.

El dudar, y volver a perderlo todo.

“Esa gente se merecen todo tu odio. Hay personas que matan por menos, que matan sin razón, tú eres diferente. Estás vengándolos y además estás salvando a personas que pueden pasar por lo mismo si esas escorias siguen vivas. Estás haciendo un bien al final.”

¿Cuántos pueblos más eran atacados? ¿Bebés sacados de sus cunas? ¿Mujeres arrebatadas de los brazos de sus esposos? ¿Hombres asesinados a sangre fría por no ser útiles? Había escuchado de que cosas así sucedían en otros lugares, lugares más vulnerables, y ahora se topaba con un caso de frente.

“¿No vas a detenerme?”

Le sorprendió la pregunta.

La mujer la observaba, sus cejas fruncidas, volviendo a tener ese semblante furioso, pero más que ira, notaba duda, confusión.

Por su parte se levantó de hombros, sabiendo como iba a responder a eso.

“Ya te lo dije, a quien mates no es de mi incumbencia, ni tampoco voy a salvar vidas que no valen la pena ser salvadas como esa gente, no soy tu típico héroe. Y, además, ahora ni siquiera tengo traje, aunque quisiera detenerte no podría.”

La mujer la miró por más segundos de lo necesario, como si buscase la mentira.

Solía mentir, si, y cuando decía la verdad solía sonar a mentira, o más bien, sonaba poco seria, así que entendía que esta dudase. Pero sus acciones hablaban por ella.

A veces olvidaba que no todos tenían su habilidad para reconocer mentiras y verdades.

Los ojos amarillos se fueron de nuevo hacía la pantalla, brillando ante el exceso de luminosidad.

“Se que mis Dioses me juzgarían, así como sé que mi esposo me juzgaría, incluso mi hija. Si ellos están en mi contra, todos deberían de estarlo.”

¿Era eso tristeza? Eso parecía. Le dolió verla así, no era notorio, pero lograba percatarse de los ligeros cambios que tenía su expresión ahora por completo descubierta. Se notaba herida. Estaba haciendo eso por su familia, para vengarla, y el solo pensar que su familia no aprobaría algo similar, debía sentirse horrible para esta.

Quien habría imaginado que se vería en esa situación, hablando con esa mujer, viendo como esta se abría ante ella. Debía agradecer su carisma innato, y también agradecía que tuviese la capacidad para seguir hablando, porque haberse quedado para siempre muda como hace un rato, no, que vergüenza.

Le gustaba ver a la mujer detrás de la máscara, y por cordialidad iba a hacer lo mismo, aunque su máscara fuese su verdadera identidad, la persona que no podía ser sin su traje, porque sería olvidada.

“No tengo familia, pero creo que, si la tuviera, ellos no se sentirían felices de saber que estoy ensuciándome las manos por ellos. No creo que te juzguen por matar, creo que son capaces de entender porque lo haces, pero si pueden juzgar el hecho de que estés corrompiéndote, perdiendo tu humanidad, no creo que quieran que te marchites de esa forma.”

Snake Goddess la miró, sus ojos lucían sorprendidos, y luego bajaron de nuevo, pensativos.

Pasaron unos segundos para que esta soltase un suspiro pesado, sus hombros cayendo ligeramente, dejando un poco de tensión.

“No creí que fueras tan buena para hablar.”

Se vio soltando una risa, ¿Eso era otro cumplido?

“Por supuesto, suelo ser buena en muchas cosas, sobre todo en hablar. No puedo quedarme en silencio cuando veo una cara bonita tornándose triste.”

Se vio guiñando un ojo sin poder contenerse.

Era extraño el tener esa personalidad sin su traje, se sentía erróneo, pero no podía evitarlo, era más sencillo con la mujer, ya que esta sabía la verdad. Se sentía bien.

Esta soltó un resoplido luego de unos eternos momentos en silencio, juzgándola con la mirada, decepcionada, de nuevo, y su expresión más que dolerle, de indignarle, le causó gracia.

“Ya empezaste.”

Se vio riendo, se sentía cómoda ahí, a pesar de estar al lado de una asesina serial, pero poco importaba, no, no le importaba en lo más mínimo.

Sabía que debería irse de ahí, volver a su vida, volver a su trabajo, volver a aquel edificio, pero por una parte quería quedarse un poco más, hablar un poco más. Debía aprovechar, ¿No?

Se apoyó en el escritorio, sin dejar de sonreír.

“Ahora que no somos enemigas y nos hemos salvado mutuamente, ¿Por qué no me dices tu verdadero nombre?”

Snake Goddess la miró, levantando una ceja. Esta de inmediato se cruzó de brazos. La mujer no tenía que decir absolutamente nada, su postura ya le decía suficiente. Era evidente que estaba rechazando su jugada. No esperaba que esta le dijese, pero no perdía nada con intentarlo.

Ya con verla cambiar de expresión se sentía pagada.

“Soy Wladislawa, ese es mi nombre real, no muchos lo recuerdan, pero por cortesía deberías darme el tuyo también. Es lo correcto para mantener una conversación cordial.”

La mujer la miró, con clara frustración en su rostro, hasta que finalmente notó una leve sonrisa en su rostro, al igual que la última vez, completamente imperceptible, pero se le hacía fácil percatarse.

Espera, ¿Eso significaba…?

“Devna.”

Y así, habló, diciéndole su nombre.

Oh.,

Sentía que había obtenido un premio o algo así.

Era un nombre que exudaba divinidad. No creía en Dios, ni en Dioses, a pesar de que el orfanato en el que estaba solía darles una crianza religiosa. No era creyente de ningún tipo, pero esa mujer le hacía creer que si había algo más ahí. No era como ninguno de los mutantes que conoció durante su vida, esos héroes que se daban vueltas, o esos villanos, no, era diferente. Devna le parecía divina, parecía ser más que humana en más de un sentido. No solo tenía poderes divinos, dados por los Dioses como esta le dijo, si no que parecía ser uno de ellos.

Tal vez era solo su idea, pero le gustaba esa teoría.

Soltó una risa, disfrutando esa situación, por más extraña que fuese.

“Un placer conocerte. Entonces, cuéntame, ¿Quién más está en tu lista negra? Quiero saber a quién hay que patearle el trasero.”

 

Chapter 50: Vampire -Parte 5-

Chapter Text

VAMPIRE

-Felicidad-

 

Despertó de golpe, cuando su compañera despertó de golpe.

Cuando abrió los ojos, vio a Selene, sentada en la cama, respirando angustiosamente, su garganta resonando rasposa con cada movimiento de su torso, gruñendo, y también notó desde esa posición, lo notoria que se veía su columna, como si pudiese salirse de su piel, desgarrar la carne y salir a la superficie.

Podía notar, incluso a través de las gruesas cortinas, que el sol se estaba asomando.

Se levantó también, sentándose en la cama, poniendo una mano en la espalda ajena, esperando calmarla, pero no fue así, por el contrario, Selene dio un salto, mirándola, y noto sus ojos como cuando estuvo en la cúspide de su enojo. Rábidos, intensos, animalescos, y sabía que sonaba extraño el llamarla así, el pensar que lucía salvaje, sabiendo con claridad lo que era, un lobo.

Pero una mirada así…

Jamás había visto algo semejante en esos años que estuvieron juntas, desde la niñez a la adultez.

Al menos esa expresión no duró, se fue suavizando, y los atisbos de la ira que experimentó en sus últimos momentos de lucidez empezaron a disminuir, poco a poco.

Pero luego llegó el sufrimiento.

Los ojos de Selene siempre eran despreocupados, cariñosos, amables, y siempre lo había dicho, esa chica no lastimaría ni a una mosca, pero ahora notó la culpa en estos, la culpa de haber hecho exactamente eso, lastimar a alguien, y no a algún animal al que debían matar para sobrevivir, si no que a su propio hermano.

Selene se miró las manos, los dedos ahora hinchados por los cambios que su cuerpo tuvo en ese instante, en esa pelea, así como las heridas de sus antebrazos.

La había limpiado, así que no tenía sangre ni ajena ni propia en su cuerpo, sin embargo, sabía que el olfato de Selene podría oler los vestigios de esa sangre en sus dedos, y no solo eso, si no que podía sentir el sabor de su hermano en la boca.

Se levantó de la cama, solo para buscar un vaso de agua, y dárselo, pero esa no lo tomó, aun metida en sus pensamientos, en los recuerdos que debían de estar amargándola en ese instante. Cuando Selene la miró, cuando los ojos de ambas chocaron, los notó húmedos, los notó tristes, y no soportó ver esa mueca en su cachorro.

Dejó el vaso de lado, y se acercó, y ni siquiera hizo gesto alguno, nada, pero las manos de Selene se aferraron a su ropa, como si su vida dependiese de ello. El rostro ajeno se hundió en su cuello, y por su parte aferró las manos en el cabello azulado, sabiendo que pasar los dedos por las orejas siempre le causaba cierta calma, y ahora era el momento para darle calma.

No la había visto llorar, nunca, en todos esos años, ni siquiera cuando era una niña, nunca, Selene no lloraba, ni aunque estuviese sufriendo, ni aunque estuviese herida, ni aunque fuese marginada de su manada por ser el cachorro más débil. No, nunca soltó una lagrima ni lloró por su situación.

Pero ahora, lloraba porque hizo sufrir a alguien, y eso era algo insoportable.

La entendía.

Ella misma era similar en ese aspecto, nunca lloró, jamás, no lloró en su encierro permanente en la casa de sus padres, encarcelada día y noche, sola, por ser diferente, ni tampoco lloró cuando la echaron, cuando no quisieron alimentarla, cuando no quisieron seguir teniendo a una extraña mutación humana, y luego tampoco lloró cuando fue secuestrada por los vampiros, o cuando la transformaron y se vio pasando por un sufrimiento doloroso.

Ni tampoco lloró cuando vagó por años entre países en guerra.

Pero, se sintió cerca de llorar cuando lastimó a la mujer que tenía en brazos, cuando no era más que una niña, cuando sus instintos vampíricos salieron a flote y enterró sus garras blancas en la piel tersa de un débil cachorro. No lloró, porque su cuerpo ya parecía incapaz de lograr algo así, pero si fuese humana, tal vez habría llorado desconsoladamente por herir a alguien.

Ambas podían recibir daño, ambas podían sufrir, pero el causar daño, no, no permitirían algo así.

Eran diferentes en muchos aspectos, diferentes entre los de su misma especie, así como eran diferentes entre ellas, pero si tenían algo en común, era eso.

Y la innegable conexión que tenían, la unión que tenían.

Las lágrimas ajenas fueron fugaces, el llanto duró unos pocos segundos, pero el cuerpo de Selene siguió aferrándose al propio, pero no la alejó, ¿Cómo podría hacer eso? Ni siquiera la alejó cuando era una niña, cuando se le subía al regazo sin el menor miedo, sin el menor titubeo, y a pesar de no haber tenido el menor contacto humano en su vida, le pareció tan normal el aceptar a Selene en su metro cuadrado, por supuesto que la culpa de haberla lastimado también influyó en sus decisiones, pero ya no se trataba de eso.

Hace años que no se trataba de eso.

“¿Mi padre te contó la razón de la pelea?”

La voz de Selene se escuchó diferente a lo que acostumbraba, sobre todo al tener su rostro enterrado en su hombro. Tensa, ronca.

Se quedó pensando en eso, en que era lo mejor, si fingir demencia o decirle la verdad, ya que no quería que la situación se pusiese incomoda entre ambas, pero iba a ir por la verdad.

Siempre iba por la verdad.

“Si.”

Selene se alejó, el cuerpo ajeno separándose del propio, y de inmediato se sintió vacía, fría, como cuando despertaba de un largo día durmiendo con aquel lobo a su lado, y esta se iba, y no dejaba nada más que vacío, los vestigios de ese calor tan agradable desapareciendo más rápido de lo que quería, de lo que ansiaba. Su cuerpo inhumano no retenía calor alguno, ni siquiera el ajeno, y era lo peor de su condición. Nunca sintió calor, nunca, y ahora que lo sentía, era incapaz de almacenarlo dentro de sí misma, lo que era una lástima.

Selene soltó un suspiro mientras se acomodaba en la otra punta de la cama, manteniendo la distancia, mientras ocultaba el rostro en su antebrazo.

Ahora que la veía así, volvía a tener la realización de que el cachorro con el que convivió por tantos años había crecido, se había convertido en un adulto.

Cuando la mujer levantó el rostro, sus orejas estaban muy pegadas a su cabello, parecía estar debatiéndose si hablar o no. Por su parte, mantuvo más silencio del usual, solamente para no distraerla, para no quitarle el valor.

“Perdón por no contártelo, pero tampoco lo entendía al principio.”

Los instintos, los impulsos.

El lobo marcando lo que le pertenecía.

Notó como el rostro de Selene se suavizó, y le agradó verla así, sin tensión, siendo la misma de siempre, a pesar de ya no serlo, a pesar de haber crecido. Los ojos claros miraron hacía una de las paredes, luciendo soñadores, melancólicos, una mirada a la que acostumbraba más.

“Siempre me regañaban porque me pasaba mirando a la luna, era mi obsesión, incluso más de lo que era para el resto de lobos, que tenían la vista puesta en el camino, mientras yo no despegaba la mirada del cielo.”

Lo notó esa noche, cuando la atacó, porque era el cachorro más débil, el que iba al final del grupo, retrasándose, e incluso esa vez estuvo así, mirando al cielo, sin prestar atención a su alrededor, porque de ser así, habría tenido unos segundos para reaccionar, para evitar el ataque, pero no fue así.

Los ojos de Selene llegaron a los suyos, brillantes, y la miró con la misma intensidad de vuelta.

“Cuando apareciste frente a mí, esa noche, lucías como la luna, brillante, blanca, y desde ese momento no pude despegar mis ojos de ti, simplemente me sentía feliz mirándote, tal y como me sentía cuando miraba al cielo.”

Oh.

Si lo decía así, era cierto.

Lo sabía.

Cuando iban de cacerías con la manada, ya los ojos de Selene no subían al cielo, si no que subían hasta ella, mirándola, y cuantas veces no presenció cuando los líderes de la manada la regañaron por eso, por distraerse y no poner atención a los alrededores, pero ahora, ella era la culpable de esa distracción. Había tomado el lugar de la luna, y Selene solo tenía ojos para ella.

Debía sentirse mal, quizás, por ser la razón de que Selene no se comportase como debía, que fuese la razón de que no cumpliese con sus deberes y sus responsabilidades, pero, por el contrario, se sentía feliz, se sentía cálida sabiendo eso. Al fin alguien la quería, al fin tenía un lugar preferencial en la vida de alguien más, y a pesar de que no fuese aquel un objetivo que tuviese en la vida, ahora lo era.

No podría vivir sin esa atención, sin ese cariño, sin la calidez que Selene le daba desde el comienzo. Se sentiría vacía, sola, tan sola.

Los ojos claros se volvieron a ir a sus manos, a sus manos antes ensangrentadas, y esta las apretó, empuñándolas, su rostro ahora más tenso, más fiero, más salvaje. Ya no más un cachorro, ahora un lobo.

“Te tuve una adoración desde el principio, pero ahora que crecí, mis sentimientos también, y ya no puedo controlarlos. De un momento a otro, pensamientos que nunca tuve llegaron a mi mente, instintos que creí que no llegarían, y se sentía mal el sentirme así, pero era inevitable. Apenas él se acercó a ti, apenas intentó llenarte de su aroma, enloquecí. No pude aceptarlo.”

Selene cerró los ojos, una de sus manos empuñadas llegando a su frente, haciendo presión.

Se veía tan desesperada en esa posición, con su cuerpo tenso, con su cola moviéndose en evidente molestia, con sus labios apretados, estaba viendo nuevas caras de aquel cachorro, estaba viendo nuevas facetas, pero no le molestaba, no le molestaba conocerla más, por el contrario, creyó que así sería desde el comienzo.

Cuando Selene no se alejó de su lado, asumió que así sería, que seguirían así, una al lado de la otra, por siempre, y aceptó esa vida, aceptó ese futuro, porque era su rutina, y estaba feliz así, más feliz de lo que nunca había sido.

Y tal vez era egoísta de su parte, porque no quería estar sola de nuevo.

No quería perder esa atención, esa devoción, ese cariño.

No quería perderlo.

Volvió a acercarse, al menos lo suficiente para pasar la mano por la espalda ajena, la espalda tensa, y al menos esta se fue relajando con su tacto, como siempre, la expresión suavizándose, la cola deteniendo sus movimientos, su cuerpo dejando de lado todos los sentimientos que parecían estar agobiándola.

Los ojos celestes la observaron, suplicantes de cierta forma, brillantes, y se vio inerte observándola, esperando.

“¿No me odias?”

Esa pregunta no se la esperó, ni siquiera ocultó su confusión.

“¿Por qué crees que podría odiarte?”

Las orejas peludas se levantaron en respuesta, mientras la expresión de la mujer cambiaba a una más exaltada. Era genuina preocupación en su expresión, mientras levantaba una mano, con la intención de enumerar las razones.

“Por haber provocado discordia entre todos, por haberme peleado de esa forma, por haberte ocultado lo que me estaba pasando, por tratarte como un objeto para poseer, por haberte forzado a intervenir, todo eso, Viviane. Es suficiente para que me odies.”

Si, pensándolo de esa forma, debía tener algún tipo de resentimiento, molestia o algo semejante.

Selene la conocía, sabía las cosas que le molestaban, y esas cosas podían ir en la lista, sin embargo, no se sentía enojada, ni indignada, nada, no sentía nada negativo, por el contrario.

Los sentimientos de adoración que la mujer le tenía crecieron, mutaron con los años, cambiaron con la adultez, y se podría decir que fueron la raíz de que toda la situación se saliese de control, pero que Selene la quisiera a un punto insostenible, que la quisiera para sí misma, que fuese capaz de pelearse con su propia familia para que nadie le quitase el lugar que tenía en su vida…

No podía quejarse de eso, por el contrario, se sentía feliz de eso, de que esta fuese así, que creciera, así como sus sentimientos, y no fuese al revés, que creciera y decidiese partir de ahí, buscar un nuevo lugar, una nueva manada, una nueva pareja de vida, y se alejase para siempre de su vida.

No soportaría aquello.

Dijo que haría lo que fuese para mantener esa vida, para mantener aquello que le costó tanto obtener, esa vida tan tranquila, tan agradable que jamás tuvo antes, y no quiso que nadie interfiriese en eso, y si tenía que usar sus habilidades, su vampirismo, para evitar que alguien destruyese aquello, lo haría sin dudarlo.

Era capaz de todo por mantener esa vida, por mantener a Selene a su lado, y ahora, sabía que Selene era capaz de exactamente lo mismo.

No sentía odio, por el contrario, se sentía feliz.

Tomó la mano de Selene, esta hinchada, moreteada, afiebrada, pero no notó dolor en el rostro ajeno, a pesar de que sabía que ese cachorro fue capaz de soportar el dolor de sus garras, el miedo de ser atacada por una creatura inhumana, y no temió, no gritó, no sufrió, y ahora era igual.

Iba a seguir adelante, porque ambas eran diferentes, y se habían encontrado, y no podían dejar ir a la otra, ¿Qué otra prueba necesitaba?

“También haría atrocidades para mantener la vida que tengo aquí, contigo, así que jamás te odiaría por hacer lo mismo.”

En ese momento, deseó que su voz saliese menos monótona, que su rostro no fuese tan inmutable, porque quería sonar honesta, quería demostrarle a Selene que sus sentimientos eran similares, qué, a pesar de sus diferencias, eran la mitad de la otra, y deseaba que su inhumana humanidad pudiese ser tan expresiva como sus sentimientos querían ser.

Selene la observó, y bastaron unos segundos para que la sonrisa apareciera, para que su postura cambiase, para que dejase de preocuparse y volviese a ser la Selene de siempre, sin esa culpa, sin ese sufrimiento. Sus orejas levantándose, su cola moviéndose, animada.

Las manos ajenas tomaron la suya, con firmeza, y sabía que el gesto debía de dolerle ante su cuerpo aun malherido, pero no parecía importarle, el dolor nunca era suficiente para romper su espíritu.

Cuando los ojos la miraron, esta vez habían cambiado a esa mirada de cazador, esos ojos fijos, que no pestañeaban, que se mantenían fijos en su presa, sin posibilidad alguna de distracción. No creía haber visto tal intensidad en su mirada en las cacerías, pero si sabía que era una expresión que si ponía con ella, y bastante más seguido de lo que imaginaba posible.

Pero ahora, era diferente.

Pero ya sabía que diferente no significaba malo, a pesar de que se lo metieron en la cabeza durante toda su vida humana.

Selene se acercó, y al fin sintió ese calor abrumador que su cuerpo inhumano deseaba, ese calor que la hacía despojarse del frio que siempre sentía a su alrededor, en su interior, el frio que simbolizaba tanto a la muerte, como a la inmortalidad.

Estaba acostumbrada a los movimientos bruscos de Selene, y cuando esta se le puso en frente, cuando la abrazo con intensidad, cuando la cabeza rozó la propia, acariciándola, no le pareció sorprendente, era parte de su rutina, aunque tenía claro que no era lo mismo.

Y lo sabía con claridad por el gruñido que escuchó.

“Es difícil mantener mis instintos a raya, así como me cuesta entender mis impulsos, así que espero que puedas aceptarme así, siendo diferente... Espero que no me odies por destruir la rutina…”

Selene la conocía, la conocía demasiado bien para siempre actuar despreocupada, como si no supiese lo que pasaba a su alrededor, pero si se trataba de ella, sabía que el lobo le tenía la mirada puesta, leyendo y aprendiendo cada faceta de su ser, como su fijación con las rutinas, su molestia con los cambios repentinos, todo eso Selene lo conocía a la perfección.

Y no se podía sentir más querida.

Abrazó a Selene de vuelta, notando como la cola comenzó a moverse con el simple gesto. Ahora el calor que sentía, la calidez, había aumentado aún más, y su cuerpo frio comenzó a tornarse cálido desde dentro.

O tal vez era su corazón estancado que hervía en felicidad.

“Diferente no significa malo.”

Escuchó a Selene reír, mientras su agarre se intensificaba.

“Tienes razón.”

Cerró los ojos, y se acomodó en el cuerpo ajeno, disfrutando de la sensación agradable en la que se sumergía.

No, no podría abandonarla, no podría dejarla ir, ahí era su hogar, a su lado.

Estaba segura de eso, así como también estaba segura de que, diferente, significa mejor.

Y era feliz así.

Chapter 51: Lust -Parte 4-

Chapter Text

 

LUST

-Violencia-

 

Le costó tener la valentía para ir a su destino.

Sabía que tenía que ir, que Vladimir la observaba, atento, esperando a que fuese, a que le dijese lo que quería oír.

Quería a la pelirroja a su lado, con él, y al parecer, la única que podía calar en la bestia, era ella, ¿Por qué? No tenía idea, ni creía que hubiese respuesta lógica, ya que la bestia no parecía en lo más mínimo lógica.

Era un animal, guiándose por el instinto, por lo que su estómago le decía, guiándose por impulsos, pero dudaba que usase demasiado ese cerebro que sin duda debía tener dentro de su cráneo.

No pasaron muchos días para sentirse agobiada con el peso de dicha llave en su bolso, y se convenció de que estaba bien el ignorar aquel sentir, el seguir con su vida, pero el tener a Vladimir ahí, su jefe, quien tenía el poder en el bajo mundo, dándole aquella orden, la hacía sentir obligada de ir, y al mismo tiempo, tenía la sensación de que algo malo le pasaba a la mujer allá encerrada, asumiendo que estaba cautiva, sin que nadie la fuese a ver, sin que nadie supiese que pasaba con ella tras los muros.

Se sintió estúpida al esperar tanto tiempo.

Esperaba no llegar ahí, y encontrarse un cadáver.

No podría soportar ver algo así.

La dirección la guio a un complejo de departamentos en un sector no muy bueno, pero al menos contaba con la tranquilidad que ese era territorio ruso, y si había rusos, estos conocían a Vladimir, estaban de su lado. Él no encerraría a una presa en un lugar donde no pudiese moverse libremente y donde no pudiese tapar su rastro.

Se vio frente a una puerta, el número coincidiendo con el número anotado en la llave. Vaciló, sin entrar, su cabeza pensando en cómo sería aquel lugar por dentro, imaginándoselo como una caverna, nada más que una guarida de un animal rábido, pero cuando abrió la puerta, notó que era un lugar normal, como cualquier otro humilde complejo de departamentos, no podía decir que estaba realmente limpio, pero tampoco era como imaginó que se vería.

Era un departamento normal, lo que podía ver era un papel tapiz coral, muebles básicos por aquí y por allá, junto con todos los electrodomésticos necesarios para una casa funcional, pero sí, eso parecía, una casa no un hogar. No había nada personal ahí, solo era como un departamento que bien podía ser usado para arrendar.

Cerró la puerta tras de ella, y caminó por el corto pasillo de la entrada.

No era muy grande, pero estaba muy silencioso, demasiado.

Sentía su corazón latir fuerte en su garganta, y no era de emoción, si no que era de consternación.

¿Fue una buena idea ir allí? ¿Fue una buena idea meterse en la boca del lobo? ¿En la guarida de la bestia?

Y en ese momento deseó que la mujer estuviese muerta.

Entonces, sus peores miedos se hicieron realidad.

Casi le da un ataque cuando fue empujada contra una de las paredes, su cuerpo chocando con el muro. Las manos ajenas estaban en la pared tras ella, presionándola, manteniéndola en su lugar, sin escape alguno. Cerró los ojos de la impresión, de la sorpresa, y cuando los abrió se topó con los ojos rojos.

Ojos que pasaron de verse salvajes e iracundos, listos para matar, a pasar a sorpresa.

Su movimiento fue rápido, atacándola, pero aún más fue el movimiento que hizo para alejarse, liberándola, manteniendo la distancia entre ambas, y apreció el tener su metro cuadrado libre, estaba aliviada de lo que sea que tenía ella que la hacía diferente, la mantenía fuera de peligro de alguna forma.

Creyó que esta la mataría ahí mismo.

“Creí que era Vladimir, ¿Qué haces tú aquí?”

No le respondió, no porque no quisiera, sino porque aún estaba impactada y estaba intentando recuperar el aire que había perdido con el ataque. Nunca se había visto en una situación así, ni siquiera cuando las otras bailarinas de la academia solían atraparla en los camerinos. Ellas solo eran niñas, esta era una mujer que había herido a muchas personas, y no cualquier tipo de heridas, era sin duda una persona peligrosa, y mucho más fuerte de lo que su cuerpo delgado demostraba.

Aprovechó esos segundos para mirarla, notando lo difícil que era distinguir a la mujer que había bajo ese pelo despeinado, de ese rostro mallugado, de esa ropa maltratada. Parecía como si hubiese sido encerrada en un calabozo en vez de tener una casa entera a su disposición, estaba segura de que Vladimir debió dejarle ropa limpia, pero por supuesto que ese animal no iba a hacer nada que satisficiera al hombre.

No entendía cómo podía haber tanta rabia y tanta fuerza en una mujer así.

Era inimaginable.

“Honestamente, no tengo idea.”

Finalmente, respondió, y la mujer aumentó su ceño fruncido, ahora en confusión.

“Algo planea ese ruso asqueroso, ¿Secuestrarme de esa forma y luego traerme aquí? No entiendo a ese sujeto.”

¿Secuestrarla?

Miró alrededor, notando el lugar en el que estaba, esa casa que parecía normal, simple, con todo lo necesario para que una persona pudiese vivir sin problema.

Esa no era una cárcel.

Ahora entendía un poco más las intenciones de Vladimir.

“No es difícil de entender, Vladimir te quiere a su lado, intenta ganarse tu confianza, y te dio un lugar donde puedes vivir cómodamente en una zona donde estarás protegida. Él no es tu enemigo.”

La mujer la miró, frunciendo el ceño, mientras miraba a los lados, revisando el lugar de nuevo, como si no hubiese estado viviendo ahí los últimos días y recién ahora se daba cuenta de donde estaba.

Si, realmente esa mujer no usaba la cabeza para nada.

Soltó un suspiro pesado, y ahí tenía que estar ella, haciéndole entender cosas obvias a una bestia estúpida. Vaya desgracia ser la única a la que Crimson escucharía.

Y no sabía porque, pero tal debería preguntarlo.

Los ojos rojos se movieron deprisa hasta la puerta, fijos en esta, su cuerpo tenso, y se vio mirando también hacia allá.

Y escuchó pasos.

Como una estampida acercándose.

Y luego escuchó un disparo, dos, tres.

Más y más.

Se puso tensa, de inmediato, y dio un salto cuando Crimson volvió a empujarla, metiéndola dentro de la cocina, y se vio cayendo por lo brusco del movimiento, y cuando iba a quejarse, escuchó como la puerta de entrada reventó.

Oyó el golpe.

Oyó como la puerta cedió, trozos del marco saliendo disparados.

Y la estampida entró.

Estaba dentro de la cocina, el mesón ocultando su posición para cualquiera que entrase, y notó como Crimson estaba parada afuera, mirando fieramente hacia la entrada, esperando, sus ojos fieros, violentos, su espalda curva, sus puños apretados.

La escuchó gruñir.

Hubo un disparo, y se quedó impresionada cuando la mujer esquivó la bala sin problema, y de inmediato saltó, moviéndose, acercándose a quien sea que entró por la puerta, y desde ahí, solo podía ver los pies de los que entraban.

Y los vio caer.

Crimson se lanzó contra quien le disparó, acercándose, y no notó sus movimientos desde su posición, pero si vio la sangre caer, y se sintió nauseabunda.

El primero cayó, sus ojos abiertos, su expresión dolorida mientras se sujetaba el abdomen, temblando, sangre cayéndole de la boca.

Y eso no acabó ahí, había más sujetos.

Escuchó a Crimson soltar un gruñido, y notó como un chorro de sangre llegó al techo, manchándolo, las gotas de rojo pintando el coral de las paredes, pintando el blanco del techo. El segundo cayó frente a ella, prácticamente voló desde la entrada, esa bestia rábida levantando a ese sujeto del suelo como si no fuese nada, como si no tuviese el doble de su tamaño. Este cayó de espaldas, sus manos sujetándose la ropa, la camisa que tenía puesta, claramente dolorido, pero luego de unos segundos, este cerró los ojos, inconsciente.

Pero la batalla continuaba.

Uno tras otro, fueron cayendo.

La bestia los atacó, usó sus manos, usó su fuerza inhumana para deshacerse de todos, para molerlos a golpes, para hacerlos sangrar, para hacerlos gritar de dolor, y luego los levantó del suelo y los lanzó como si no fuesen nada más que bolsas de basura.

Cuando llegó el ultimo, notó como Crimson lo levantó, y vio, justo frente a ella, como esta lo sujetó y lo pegó a la pared, dándole la espalda, pero veía con definición el rostro dolorido del sujeto, mientras la mujer usaba su rodilla para golpearlo repetidas veces en el abdomen, una y otra vez, hasta que este dejó de gritar, hasta que el dolor fue demasiado para seguir ahí, despierto, y simplemente se desmayó.

Crimson parecía exaltada, iracunda, pero cuando el hombre se cayó, cuando ya no respondió, esta lo comenzó a bajar, poco a poco, sin exterminarlo del todo, sin asesinarlo, pero destruyéndolo por fuera.

Ya no había nadie más de pie.

Nadie más entraba.

No había más caos, ya había acabado.

Y ahora podía mirar alrededor, notar los vestigios de esos minutos eternos y a la vez tan ínfimos, donde esa bestia roja atacó sin demora, sin dudarlo, acabando con todos más rápido de lo que debía ser humanamente posible.

Pero ya sabía que esa mujer de humana no tenía mucho.

Pudo ver la sangre.

Pudo ver el caos.

Pudo ver a la bestia.

Crimson se reincorporó, poco a poco, parándose erguida, sus puños sangrando, reventados. Podía oír los jadeos, los gemidos, los quejidos de dolor de los sujetos que aún permanecían conscientes, ahora en el suelo. Todos ellos estaban vivos, lo sabía, la bestia no mataba, la bestia destruía los huesos, los cuerpos, les causaba un daño que les impediría seguir con su vida normal de ahora en adelante, pero de matar, no parecía ser su intención.

Sabía qué para algunos, morir era mejor que eso.

Realmente le asustaba lo que esa mujer era capaz.

Esta se removió, su cabello cayendo como cascada, evitando que pudiese ver su rostro, pero le hizo el favor, se giró, los ojos rojos, animalescos, salvajes, la observaron, como un depredador mirando a su presa, una bestia mirando a su siguiente víctima, y empezó a sentir el corazón acelerado, en pánico apareciendo.

El miedo de morir.

No le gustaba sentir dolor.

Nunca le gustó.

Tal vez por los años de abuso que sufrió cuando era una niña, y la mera idea de saber que alguien la lastimaría físicamente, la hacía alertarse, la hacía recordar cuando las demás bailarinas la rodeaban, cuando la golpeaban, cuando la herían, y quizás así lograrían que no pudiese bailar más, no podría dejar a las demás en vergüenza con sus habilidades superiores, con su talento innato.

Y volvía a ese momento.

Volvía a ver la ira de los ojos ajenos en su pasado, o su pasado en el presente.

Y se vio retrocediendo, aun en el suelo, hasta que su espalda acabó en una de las paredes.

No podía alejarse más.

Pero la bestia si podía avanzar.

Esta se giró, mirándola del todo, de frente, su ceño fruncido, sus labios apretados, sus ojos brillando deseosos de más sangre, así como sus ropas, ahora manchadas de rojo, combinando con sus ojos, con su cabello.

Y ahí, esta se acercó.

Un paso, dos pasos.

Hasta que se detuvo, hasta que terminó frente a ella, mirándola hacia abajo, su espalda encorvada, lista para atacar.

Y esos segundos, mirándose la una a la otra, se le hicieron eternos.

“Me temes, a pesar de que eres igual que yo.”

Cuando Crimson habló, le sorprendió, pero cuando digirió las palabras dichas, le sorprendió incluso más.

¿A qué se refería?

No lo entendía.

Veía a esa mujer frente a ella, y no encontraba el más mínimo parecido. No tenían nada en común. Eran dos personas completamente diferentes, en todos los sentidos.

“No sé de qué hablas, me disgusta la violencia, no soy como tú.”

Crimson la miró, sin decir nada, sin responderle.

Solo hubo silencio, lo único que se oía eran las respiraciones dificultosas de los sujetos tirados en el angosto pasillo, y aun le sorprendía que la mujer fuese capaz de atacar a tantos con esa facilidad estando en un espacio tan reducido.

Esta se agachó, su puso de cuclillas, apoyando los codos en las rodillas, y notó el salvajismo en aquel movimiento tan simple, tan común, sobre todo porque los ojos no la dejaban de mirar, rojos como la sangre, como la sangre en sus manos, en su ropa.

Esos ojos la estaban leyendo.

Estaban intentando meterse en su mente.

Meterse en la mente de su presa.

Y temió.

Eso la hizo temer aún más que el salvajismo, que la agresión, que la muerte.

“Te molesta esta violencia, pero ¿Y la que tu causaste?”

¿Qué?

¿Cómo?

El rostro ajeno se acercó, pudo verla desde más cerca, pudo ver los detalles de su rostro, la cicatriz en su nariz, lo tosco de su expresión, lo brillante de sus ojos, y su corazón latió, de nuevo, pero no por la misma razón que antes.

Estaba siendo leída.

Estaba siendo descubierta.

¿Cómo podía descubrir, con una sola mirada, los secretos que ocultaba incluso de sí misma?

Eran los instintos.

Eran los instintos animales que la ayudaban a discernir entre una presa y un depredador, entre una víctima y un victimario. Era la misma mirada que leía a Vladimir, que olía el mal que hacía, los pecados que cargaba encima, y así mismo, podía ver los propios pecados que cargaba encima.

Pero era imposible.

Sus pecados estaban enterrados, tan profundo, que ni ella misma podría encontrarlos.

O quizás, se equivocó.

Y olvidarlos no era suficiente para borrarlos, para redimirse, para tener sus manos limpias.

Odiaba equivocarse.

 

Chapter 52: Alpha -Parte 2-

Chapter Text

ALPHA

-Empatía-

Al pasar los días, su pensamiento fue cambiando.

Si, tuvo que darle muchas vueltas, por supuesto.

Debía admitir su error.

Ahora si podía notar como fue algo impulsivo de su parte el enojarse con la Omega, de todas formas, la encontró en un mal momento, ahí, con esa gente, así que estaba en una situación vulnerable, frágil incluso, lo entendía.

Ahora que tenía la cabeza fría lo entendía.

Y tratarla con la misma moneda no era lo mejor, no era la mejor forma para llegar a un acuerdo.

Realmente no sabía cómo comportarse.

Pero en su defensa, la chica tampoco.

Como sea, tomó una decisión, y era buscar a la chica y disculparse, si, eso era lo mejor.

No quería hacer enemigos de esa forma, no era su intención, y, de hecho, había hablado con su familia, intentando entender la raíz del problema, pero no pudo contarles mucho, porque tampoco querían que estos pensaran mal de ella por gritarle a un Omega, y si, le gritó, perdió los estribos rápidamente.

Era un caos por dentro.

Era diferente con Alphas, porque solían ser otros quienes metían la pata, pero quizás esta vez, fue ella quien cometió un error al asumir que la chica necesitaba ayuda, asumió que esta era incapaz de lidiar con los problemas por si misma, a pesar de que fuese obvio que esta necesitaba ayuda por el comportamiento que estaban teniendo con esta, y ella estaba ahí para ayudar, en el lugar y momento correcto.

Era muy confuso todo.

Como sea, se dispuso a buscarla, no de una manera acosadora, si no el estar atenta a ver si la veía y así tener una oportunidad de hablar como personas civilizadas.

Y pasó días sin encontrarla, sus clases probablemente estando en el otro lado del campus, o incluso en otra sede, ya que no tenía idea que era lo que la chica estudiaba, ni siquiera sabía su nombre ni nada que pudiese ayudarla a encontrarla.

Así que solo se limitó a sus alrededores.

Caminó por el campus, sabiendo donde la vio la primera vez, esperando encontrarla, y eso hizo, varias veces, aprovechando los saltos entre una clase y otra para darse un par de vueltas y probar suerte.

Y, finalmente, la encontró, luego de días.

La vio caminar en la distancia, usando un vestido lavanda que se veía muy bien en esta, mientras sostenía su bolso con firmeza, su cabello meneándose con sus movimientos.

Era una chica bonita, claro que lo era, y empezó a sentir nervios de acercarse.

Pero no, no había estado buscándola para al final retractarse.

Respiró profundo y avanzó.

Había hecho muchas cosas en su vida, hablar con un Omega no era algo ajeno, pero la misma ansiedad de pensar que esta la odiase la hacía sentir nerviosa, insegura.

No quería ser odiada.

No por lo que era.

“Oye, quería hablar contigo.”

La chica se detuvo, su rostro girándose, mirándola, los ojos celestes viéndose tan fieros como la primera vez que la vio. No era la típica imagen de un Omega, pero ahora entendía que se había obligado a ser así, a mantener su posición, solo así evitaría que otros abusaran.

Porque su aroma era de un Omega.

Agradable, dulce, suave.

Cualquier Alpha se aprovecharía solamente para sentir ese aroma un poco más.

Dio un salto, cuando la chica frunció el ceño.

Oh no.

“¿Acaso eres estúpida? Te dije que no me volvieses a molestar, ¿Necesitas que te lo escriba para que lo entiendas?”

¿Eh?

¿Qué?

Así de rápido todas sus ganas de disculparse se fueron por el desagüe.

Intentó mantener su cordura, evitar enojarse, pero sus impulsos, sus instintos, querían salir desbocados. Si, ya no podía evitarlo, mantener la cabeza fría era completamente imposible si esa chica le hablaba así de la nada, atacándola sin razón.

“¿Es en serio? Solo iba a disculparme contigo por lo de la otra vez, ¡No tienes que ser tan mala!”

Ya estaba gritando.

Realmente no tenía autocontrol.

La chica se cruzó de brazos, una sonrisa engreída en su rostro, y para ser tan pequeña, se esforzaba para mantener su posición y no ser intimidada.

Esa personalidad que tenía encima era realmente desagradable.

“¿Viniste a disculparte? No puedo creerlo.”

Esta hizo un gesto, como buscando algo en el suelo, se agachó, y recogió algo, ofreciéndoselo.

En su pequeña mano no había nada.

Sentía las venas hinchándose, y esta aun no decía lo que iba a decir, pero sabía que iba a enojarse cuando la escuchase.

“Toma, parece que se te cayó tu ego.”

Se vio apretando los puños.

Estaba muy enojada.

Demasiado enojada.

Escuchó a la chica reír falsamente, esta notando su ira, lo cual debía ser evidente en su rostro, en sus dientes, en sus ojos.

Buscarla fue la peor decisión que pudo haber tomado, y le tomó días tomar la iniciativa para hacerlo, el quitarse el enojo para buscarla, y si, dejar caer su ego para disculparse, ¿Pero porque se iba a disculpar? Si alguien debía disculparse, era esa chica por ser tan desagradable sin razón alguna cuando ella solo intentó ser una buena persona y evitar que esta pasara un mal rato por la culpa de unos idiotas.

La chica acalló sus risas, poniéndose seria, frialdad e ira en sus ojos, y sabía que esta la estaba analizando, mirándola de arriba abajo, su enojo transformándose en asco, en molestia, en desagrado, y eso fue suficiente para hacerle olvidar el enojo.

Esa mirada…

Se sentía horrible.

“Ustedes solo pueden solucionar las cosas a los golpes, ¿No? ¿No dijiste que no eras básica? Me pareces igual de básica que todos los de tu clase.”

Y así, esta se alejó, dándose una media vuelta, manteniendo su postura erguida, orgullosa, pero notó real enfado en su voz, no solo esa perpetua burla.

Si, real molestia, odio, ahora no tenía odio que esta la odiaba.

Por quien era, por lo que era…

Se vio mirándose las manos, los nudillos ahora blancos con la presión.

Si, esta tenía razón.

Al final, era igual que todos los demás. Perdía el control fácilmente, se dejaba llevar por sus impulsos, no era mejor que el grupo que parecía molestarla esa vez, si, a los ojos de esta, eran lo mismo, la misma calaña desagradable.

¿Así se sintieron los Omegas a los que ayudó?

Un depredador más salvándolos, esperando algo a cambio.

Y cuando no lo obtenía, ahí estaba.

Enojada.

Era un desastre como persona. Intentaba ser mejor, ¿Pero a que costo? Al final del día, seguía teniendo esa piel, ese cuerpo, esa existencia, esos impulsos, y sea lo que sea que hiciese, no tendría mayor sentido. Podría ser buena, podría detener a los idiotas, pero al final, era una idiota al igual que los demás Alphas.

La realidad la golpeaba más fuerte que nunca.

Respiró profundo, calmando el agarre en sus manos, y pensó que sería mejor solucionarlo, pero la chica ya no estaba ahí, y dudaba que esta quisiese hablar con ella, no con la mirada que le dio.

Quería solucionarlo, si, por supuesto que quería, pero al parecer no era lo mejor, no era en lo absoluto necesario, solo le haría pasar un mal rato a la chica, así que lo mejor que podía hacer era simplemente olvidar el tema.

Al final, terminaría incomodándola más, y ya parecía tener suficientes problemas para ser ella uno más, el ser un idiota más que la molestaba.

Y dijo que no sería un problema para un Omega e iba a cumplir la promesa consigo misma.

Así que no volvería a cometer ese error.

No volvió a ver a la chica.

Ni la volvió a buscar.

Nada.

Siguió con su vida, como siempre, en sus clases, en sus entrenamientos. Todo había sucedido por meterse en una pelea, por meter la nariz donde no la llamaban, y ahora entendía que más de alguien debió sentirse así, inferior, como la chica se sintió con su aparición. Hizo que se sintiese aún más vulnerable de lo que ya se sentía, la hizo sentir inútil, como si no pudiese salir de un problema si es que alguien no la rescataba.

Y lo entendía.

En su lugar, también se habría puesto a la defensiva.

Los Omegas y los Alphas eran tan diferentes, no le sorprendía porque todas las relaciones que veía se tornaban tan tóxicas, ninguno conocía la realidad del otro, eran polos opuestos, y dudaba que en algún momento pudiesen tener un equilibrio, el dejar al lado sus existencias para entender la ajena.

Era irónico, como sus cuerpos eran hechos para el otro, pero sus realidades eran tan opuestas, tan poco compatibles, así como sus vidas, sus mentes, tanto así, que muchos Omegas preferían tener relaciones con otros Omegas, aunque el mundo los mirase mal, la sociedad los mirase mal.

Se vio soltando un suspiro.

Por su parte, tampoco era compatible con otros Alphas, estos tampoco la entenderían, ya que siempre estuvo en un lado completamente diferente que la media, evitando el abuso más que ejerciéndolo, naciendo en una cuna diferente, teniendo una crianza diferente a la de la mayoría.

Tal vez estaba destinada a la soledad.

Dio un salto, cuando escuchó pasos.

No de una caminata, eso no le llamaría la atención, si no de alguien corriendo.

Se había quedado tan metida en sus pensamientos, que se vio en un pasillo solitario, sin poner mayor atención a su alrededor, hasta ese momento, cuando alguien chocó con su cuerpo, alguien que corría hacia su dirección.

Bajó la mirada, buscando al cuerpo que estaba enterrado en su torso.

¿Coincidencia o destino?

La chica Omega levantó el rostro, su rostro enojado, enfurecido incluso.

“Sal de mi camino.”

Esta le dijo, gruñendo, pero su voz no sonó como las otras veces, como cuando la atacaba verbalmente. Se tomó un segundo para mirarla, o más bien, para entender porque su aroma era así, diferente, ya no era dulce, ya no era agradable, si no que se notaba agrio.

El aroma del miedo.

Notó como sus manos temblaban, como su rostro se veía en pánico más que en enojo, en la máscara que parecía utilizar para verse más imponente, para no dejarse pisotear por nadie. Pero ahí, en ese instante, se veía vulnerable, realmente vulnerable. Y no solo eso, si no que la veía cansada, como si hubiese estado corriendo, desesperada.

Se vio sujetándola de los brazos, sintiendo los temblores ajenos ahora en sus manos.

“¿Qué haces? Suéltame.”

Algo no andaba bien.

Levantó el rostro, hacia el otro lado del pasillo. El sol se estaba ocultando, la sombra abarcando gran parte del campus, sobre todo ese lugar, este más húmedo, más oscuro, más lúgubre.

El atardecer había caído y solo quedaba la penumbra.

Respiró profundo, sintiendo el rastro del aroma de la chica, el camino por el que había llegado. Tal vez había muchas cosas malas en ella, en lo que era, pero tenía buenos instintos, tenía buenos sentidos, y agradecía cada día el tenerlos.

“¿Alguien te está persiguiendo?”

La chica se quedó en silencio, su expresión enojada cambiando, el miedo evidente en su rostro, sin poder ocultarlo, negarlo.

Si, era obvio.

Antes de poder preguntarle quien la seguía, escuchó pasos provenir desde el pasillo.

Una caminata lenta, parsimoniosa, pero por lo mismo, aterradora.

Y luego, escuchó una voz resonando.

“¿Dónde estás, gatita?”

Y la Omega en sus brazos se puso tensa con la mera voz de su perseguidora.

Ahí estaba.

Era un Alpha quien se acercaba, a paso lento, controlado, capaz.

Notó su cabello oscuro, su rostro maduro, era mayor que ambas, probablemente de los cursos superiores, pero no la había visto nunca por los alrededores.

Y su aroma, su aroma llenó el lugar.

Habría recordado ese aroma de haberlo sentido antes.

Era asqueroso.

El aroma de una marca.

Marcar a alguien, podía ser la bendición de una pareja enamorada, o el mayor sufrimiento de no ser el caso. Las marcas podían destruir una vida, sobre todo si eran hechas con malas intenciones, como para mantener en control a un Omega, o para quitarle la identidad a un Alpha.

Era una unión irrompible, un lazo que duraba por la eternidad, que el mero hecho de romperlo destruía ambas vidas, pero notaba, en esa persona que se acercaba, por solo su aroma y la mueca en su expresión, que no le importaba sufrir personalmente si podía infundir un daño en alguien más.

Y podía sentir ese aroma en esta, el de varias personas, Alphas y Omegas por igual.

¿A cuántos había marcado?

Honestamente, no quería saberlo.

Y si ella lo podía oler, entonces la Omega también, por algo había huido.

Debió intentar hacerle algo semejante, morderla, marcarla contra su voluntad.

Oh no, eso no lo permitiría.

Se acercó a la chica, lo suficiente para poder susurrarle y que la otra Alpha no la oyese.

“¿Estás huyendo de esta persona? ¿Intentó hacerte algo?”

Sus preguntas fueron concisas, y no creyó que la chica le diría algo, de todas formas, había una clara tensión entre ambas, enojo, desagrado, pero para su sorpresa, esta asintió, su cuerpo poniéndose tenso.

No le quitó la mirada de encima a aquella persona, esta ahí de pie, mirándolas, sin pestañear. Parecía el villano de una película, y no le extrañaría que esa fuese su intención, el parecer la maldad personificada. Olía como un villano, como un depredador.

“¿Quién eres tú? Te recomendaría que alejaras tus inferiores manos de lo que me pertenece.”

Hasta ese punto, había olvidado por completo que tenía a la chica sujeta, pero no le importó, por el contrario, no le haría caso a una persona como esa, así que su agarre permaneció.

Se vio soltando su propio aroma, por inercia, desafiando a quien se acercaba.

Ese Alpha era diferente a todos los que se enfrentó, y no solo eso, si no que se veía muy mayor, capaz, así que si, era inferior, claramente lo era en comparación, pero ya se había sentido inferior cuando era niña, y había aprendido a superar aquello, y lo haría de nuevo.

Tal vez no era el momento, pero lo iba a decir.

Pasó los pulgares sobre la tela de los brazos ajenos, llamando la atención de la chica que aun seguía ahí, enterrada en su cuerpo.

“Quiero protegerte, y voy a protegerte, pero no pienses que lo hago porque creo que seas débil, porque te tengo lastima o algo así, no es así. Eres tan fuerte y capaz de hacer lo que sea que te propongas, no dejes que nadie te diga lo contrario.”

No miró a la chica, pero le habló, susurrándole de nuevo, evitando que la desconocida persona pudiese oírlas, no porque le apenase o le avergonzara lo que decía, para nada, jamás se avergonzaría de decir la verdad, pero no quería que esta supiese que ellas no eran nada más que desconocidas.

Eso le jugaría en contra.

Los brazos ajenos, en sus manos, dejaron de temblar, dejaron la tensión, y se relajaron en su agarre.

Aprovechó ese momento para moverse, para alejar a la chica, o al menos sacarla de en medio, poniéndola tras su espalda, pero mantuvo sus ojos en los ajenos, en los de ese depredador que estaba esperando el minuto preciso para saltarle encima, el rostro enojándose más y más a cada segundo que mantenía un momento intimo con la Omega.

Quien llamó su propiedad.

No iba a ser la primera vez, pero tal vez si sería la primera vez en mucho tiempo desde que se metió en una pelea donde no sabía si ganaría o no.

Se sacó la mochila de la espalda, y la dejó caer, así como dejó de contener los sonidos que su garganta estaba emitiendo, no iba a contenerse, no ahora.

Solo los dejó salir.

Y se vio gruñendo, su cuerpo engrifándose por instinto.

Pudo sentir las manos pequeñas de la chica en su brazo, y se tomó un segundo para distraerse, para darle su atención individual.

“Ten cuidado.”

Las palabras de la chica sonaron suaves, preocupadas, y no creyó que esta le diría algo así, que le hablaría de esa forma, y lo agradecía. Esperaba que, sin importar como terminase esa situación, la Omega no le hablase más de mala forma, y ella misma no se enojase tan abruptamente.

Que solo pudiesen hablar, sin problema.

Le hacía falta tener alguien con quien hablar.

Asintió, abriendo su boca, dejando ver sus colmillos, los que se agrandaban ante su ira, ante sus instintos, ante la idea de pelear, de dominar a alguien. Y dominar a alguien que claramente era superior a ella, era algo complicado, pero la idea de lograrlo, le daba una sensación de euforia por la columna.

Iba a ganar.

Debía ganar.

Chapter 53: Succubus -Parte 6-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Favor-

 

Su recuperación se le hizo eterna.

Estuvo dos semanas tirada en cama, regenerándose, volviendo a la normalidad.

Nunca había recibido un ataque similar, así que entendía que su cuerpo se hubiese tomado su tiempo en volver a lo que era.

Estaba acostumbrada al hechizo usual, al que la dejaba destruida, con sus memorias rotas, borrosas, pero jamás le causó tanto mal como lo que Finneas le hizo. Cuando comenzó a desarrollarse, cuando empezó la adolescencia, se vio en malas situaciones, atacando a diferentes personas en diferentes circunstancias, sobre todo rituales, se dieron cuenta que no la podían tener tan cerca de personas siendo torturadas, que podía arruinar todo, y por algo no tenía permitido acercarse, y para esas situaciones estaba aquel hechizo que defendía a todos del monstruo que era, el demonio en el que se convertía.

En aquellos tiempos no era tan grande ni alta como en la actualidad, así que podían controlarla usando métodos menos agresivos, pero cuando maduró por completo, ya no podían, su poder era muy grande, así como su fuerza, así que los lideres tuvieron que aprenderse aquel hechizo para usarlo, así como enseñárselo a quien estuviese a cargo de ella.

Pero ahora, ese hechizo no fue usado.

Y le ocurrió algo peor.

Se vio en ese salón, como tantas otras veces, viendo a los superiores, estos encapuchados, apenas podía ver sus rostros, mucho menos sus ojos, pero sabía que la miraban, que la juzgaban, mientras hablaban entre ellos, hablando sobre lo que había ocurrido con la intención de darle un castigo por sus actos, por sus intenciones, cualquier pizca del demonio saliendo era considerado una falta grave. Al final, llegaron al consenso de no darle un castigo intenso, ya que el dolor que dejó aquel ataque fue suficiente castigo.

A una de las hermanas, a ella le importaba bien poco el que ya hubiese sufrido, lo veía en su rostro, esta solo quería verla arder, siempre fue así, la odiaba desde el momento en el que apareció ahí dentro. Esta debía pensar que su madre no se había aparecido en esos casi treinta años, y que no aparecería de nuevo, por supuesto, mucho menos para proteger a la niña que abandonó.

Por eso esta nunca tenía miedo de castigarla de las peores formas, de lastimarla, de pisotearla como el engendro que era, porque sus actos no serían reprochados por un ser superior como un demonio. Ella misma tampoco creía que su madre aparecería para protegerla, no lo había hecho en esos años, en los peores castigos que tuvo, mucho menos ahora que ya era una adulta y podía soportar aquellos castigos horrorosos.

Al menos la decisión democrática le iba a evitar el tener un castigo por ahora, y lo agradecía inmensamente, ya que aún recordaba el dolor que sintió, y dudaba poder olvidarlo, sobre todo al haberle explotado la cabeza, bueno, esa fue una cosa que le pasó, las demás nadie había querido mencionarlas.

Una parte de ella quería saber con claridad como se había visto su cuerpo moribundo luego de aquel ataque, y, por otro lado, agradecía no haberse visto a sí misma, sin duda no era una imagen que quisiese en su cabeza.

Bajó el rostro y les mostró su agradecimiento, también les prometió que sería buena y que se mantendría alejada de los problemas, y eso venía diciendo de desde su primer ‘accidente’, y sabía que esta no sería la última vez, era demasiado incontrolable e impredecible, teniendo un poder tan grande y un cuerpo humano tan débil para mantener aquello a raya.

La vieja aquella, la miraba con sus ojos entrecerrados, hirviendo en ira al verla irse sin castigo, y no sabía porque esta la odiaba tanto, y a veces creía que era porque entró ahí, a esa iglesia, gratuitamente, sin hacer valer su pertenencia, sin ganarse su lugar, sin pagar sus respetos a Satán, y eso debía enfurecerla.

Finalmente, volvió a sus clases, a su rutina, a sus tareas grupales, a sus rezos, a sus invocaciones, y a todo lo usual, y creyó, ingenuamente, que todo sería como antes, pero incluso los extraños la miraban diferente.

Normalmente hacía el ridículo siempre de que pasaba aquello, esos ataques, accidentes, pero ahora incluso las caras desconocidas se veían consternadas con ella. Ya no era solo el ver a la bestia que ataca al débil usando feromonas y magia sexual, ahora era ver a la bestia que era capaz de enojarse, de destruir todo, imparable, y no solo eso, si no que estaba segura de que más de alguien la vio ahí, moribunda, sangrante, destruida, y la imagen debía ser difícil de borrar.

Su equipo tampoco había vuelto a la normalidad, lo imaginó, pero no quería que fuese así. Había tensión. Myrtle estaba más seria de lo usual, Finneas más callado de lo usual y Dargan ya no era relajado y calmo como siempre, ahora parecía tenso.

Por su parte, no consideraba que hubiese cambiado, no lo creía.

No, estaba incómoda, mucho.

Pero se tenía que acostumbrar, a esa vida, a esa tensión, ese era su verdadero castigo por sus actos.

Pasaron los días, y no había hecho mucho para cambiar la situación, no porque no quisiera, sino porque le era física y mentalmente imposible hacerlo. Aun no se sentía completamente bien, y probablemente los otros también debían de notarlo, ahora, recién, comenzaba a sentirse mejor, aunque tenía esas ganas de terminar sus deberes y correr a dormir, estaba cansada, agotada, aun sin recuperarse del todo.

Además, no era buena aprendiendo ni estudiando, ni tenía buenas habilidades mágicas fuera de su locura demoniaca, así que se sentía más perdida de lo usual. Las palabras sonaban más difíciles, los deberes más complicados. Sabía que al ser lo que era, y al tener sus deficiencias en ese mundo, no iba a escalar como otros, como Finneas por ejemplo, que era uno de los candidatos a ser parte de los superiores en el culto, pero ahora lo agradecía porque no tenía la fuerza para desempeñarse como debería al tener esa responsabilidad.

Quizás debía aceptar que aún no estaba bien, menos luego de dos ataques tan cerca del otro.

Al final, simplemente miraba alrededor, intentando calmar su cabeza palpitante.

Notó algo llamativo, y era que Myrtle solía poner mucha atención en cada una de las clases, era muy dedicada y le gustaba aprender cosas nuevas, cosas que la ayudasen a ser útil en ese lugar, sin embargo, en ese instante, la vio distraída hablando con Finneas. No parecían simplemente el estar hablando de nada, parecía ser algo serio, algo preciso, y le pareció curioso.

Cuando salieron de ahí, unos quince minutos después, se veía dispuesta a irse, a volver al cuarto y cerrar los ojos por algunas horas, pero se detuvo al sentir algo en su muñeca, y bajó la mirada para ver de qué se trataba. Una mano ajena estaba en su muñeca, sin agarrarla, como si la estuviese rozando, y recordaba el haber sentido algo similar hace solo unos días.

Por supuesto que era Myrtle, reconocía el tacto, pero la miró de todas formas, queriendo saber que ocurría. Los ojos lilas se veían determinados pero su rostro era imposible de leer, lo que le causó ahora más preocupación que simple curiosidad.

Honestamente, no sabía si quería hablar con ella o no, luego de todo lo que ocurrió, luego de aquella conversación que la dejó confundida a más no poder. Pero en algún momento la situación se presentaría, y debía ser valiente y enfrentarlo, aunque no quisiera.

No se sentía capacitada para lidiar con eso.

“¿Podemos hablar un momento?”

La voz de la mujer sonó tan indescifrable como su expresión.

Le era difícil decirle que no a Myrtle, realmente difícil, así que por inercia asintió. Notó como Finneas estaba apoyado en la pared, inerte, no parecía preocuparle que Myrtle estuviese con ella, sin embargo, cuando Dargan se asomó, notó cierta molestia en su rostro, probablemente le iba a decir algo, intentar evitar que estuviesen a solas, pero algo le dijo Finneas y este se calmó un poco.

Si, aun había desconfianza entre todos.

Ya quería sentirse mejor y poder solucionarlo.

Myrtle comenzó a caminar, y la siguió, sin saber exactamente a donde se dirigían. Avanzaron por el pasillo hasta una de las escaleras, y subieron. A esa hora, el lugar parecía desolado, sobre todo en ese piso. Se quedaron en el descanso de la escalera, sin escucharse ningún otro sonido que no fuesen el de sus pasos.

Myrtle apoyó la espalda contra una pared, acomodándose, su rostro seguía ilegible, pero sus ojos ahora estaban inseguros, en conflicto, y no supo que hacer ni que decir, así que asumió lo primero que se le vino a la mente.

“¿Estás bien? ¿Alguien te ha estado molestando? Se que Dargan se ha comportado como un idiota contigo, pero ya se le pasará.”

Myrtle la miró, con cierta sorpresa en su rostro, para luego negar, una sonrisa formándose en sus labios, y no se había dado cuenta que estaba sosteniendo la respiración hasta que soltó un suspiro, calmándose al verla así, calmada, tranquila.

“No es eso. Quiero que me ayudes con algo, por eso te traje aquí.”

Asintió de inmediato, sin dudar. Se lo debía después de todo.

Al final, era su culpa que todo eso hubiese ocurrido.

Debió ser más fuerte.

“Haré lo que sea por ti.”

La miró, y notó como esta cambió de expresión, como sus ojos se tornaron maduros, al igual que su rostro, y la mirada que esta le dio, consiguió hacer que sus mejillas se encendieran, y no era algo que le pasase seguido, para nada, incluso siendo lo que era.

Quiso tragar, pero no pudo, su garganta obstruida.

No pudo ocultar su sorpresa, y su nerviosismo, cuando la mujer llevó sus dedos delgados hacia su túnica, desabrochando los botones, lentamente.

“No quiero seguir siendo una virgen.”

Se quedó de piedra, observándola, sin saber que decir mientras sentía el sudor bajar por sus sienes.

No, no.

Sintió sus ojos arder por un segundo y se obligó a cerrarlos, poniendo las manos frente a su rostro, evitando poder ver a la mujer hacer aquel acto que era un gatillante para sus poderes. No, no podía hacer eso, mucho menos ahí. Todo se iba a salir de control con eso, no era una persona confiable.

“¡Espera! ¡Esa es una idea terrible y lo sabes!”

Lo era, era terrible, no quería, no quería hacer algo que pudiese lastimar a Myrtle, jamás había hecho esas cosas de adrede, nunca, y sabía que perdía el control y hacía cosas de manera errónea, que lastimaba, que hería. Y hacerle algo similar, perderse así con alguien que quería, era algo de lo que se iba a arrepentir durante toda su vida. Quizás esta lo decía ahora, daba su consentimiento, sin embargo, cuando pasara la situación, ya no se sentiría tan segura.

Era un demonio, había hecho cosas horribles.

Siempre hacía cosas horribles.

Cuando volvió a mirar a la mujer, cuando notó su silencio, los ojos claros se veían decaídos, decepcionados, dolidos, y no había visto nunca una expresión como esa en Myrtle, tanto así que sintió un dolor en el pecho, un dolor físico, así como sus instintos se acallaron, desapareciendo ante semejante imagen.

Había otra razón para acostarse con ella, lo sabía, no era solo un capricho, pero no creyó que tendría una reacción así ante su negativa.

“Estoy triste.”

Esta dijo, su voz como un susurro, y sus ojos brillaban, parecía que podía llorar, que podía romperse en ese mismo lugar, y se vio sufriendo con solo verla.

Se acercó, sin importarle lo que ocurría, lo que esta quería de ella, no podía mantenerse alejada cuando la veía así, cuando podía ver el dolor tan palpable en su rostro. La sujetó entre sus brazos, y no podía evitar pensar en lo mucho que disfrutaba de esa sensación y del aroma a lavanda tan característico de la mujer. Sintió como las manos ajenas se aferraban a su ropa, de nuevo, tal y como esa vez.

No podía hacer nada más que escucharla, aun así, se vio llevando una mano al cabello oscuro, acariciándolo lentamente, intentando darle algo de confort.

Esta soltó un suspiro mientras el cuerpo se acomodaba en el propio. Parecía lista para hablar, así que intentó darle toda su atención, escucharla con detención.

Algo malo ocurría, de eso estaba segura.

“Cuando estaba en Egipto, tuve que hacer cosas que no quería por ser lo que era, me usaron muchas veces, de diferentes formas, y cuando llegué aquí, tuve la esperanza de que fuese diferente, de que aprendería magia, de que sería valiosa por algo más. Pero ahora, cuando hablé con los líderes, no les importó que aprendiese lo que me enseñaban, no era suficiente. La única razón por la que importo es por ser lo que soy, no por quien soy. Por eso quiero acabar con esto.”

A Myrtle también la juzgaban por lo que era, no por quien era, y sabía exactamente lo que eso significaba, lo que eso dolía, por lo mismo se llevaron bien desde el comienzo, ambas entendiendo un poco de la otra.

Negó de inmediato, tomando cierta distancia, la suficiente para sujetar las mejillas ajenas, y se veía tan pequeña ahí, entre sus dedos, que se vio incluso más dolida.

El sufrimiento no perdonaba a nadie.

Y sabía que lo que iba a decir, iba a causar aún más dolor.

“Si dejas de ser una virgen, te van a exiliar, y si hacen eso, aquellos que te buscaban volverán a darte caza. Aquí al menos estás protegida.”

No notaba solo tristeza en el rostro ajeno, si no que se veía cansada, rendida, agotada de esa vida, y la entendía. ¿Cuántos años llevaba así? ¿Siendo usada? ¿Siendo abusada y maltratada? Era demasiado tiempo, debía de estar harta de ser solo un instrumento, el tener valor solamente por su cuerpo.

“No quiero seguir viviendo así.”

Y la entendía, por supuesto que la entendía.

Asintió, ya sin poder decir nada más.

¿Qué le iba a decir? ¿Qué recapacitara? No, no lo haría, porque ella misma estaba harta de esa vida, ¿Con que cara le diría a Myrtle que siguiese adelante con su perpetuo sufrimiento? Por supuesto que eran historias diferentes, no tenían la misma posición, ella misma no podía salir de ahí por como lucía, así que esta destinada a vivir en aquella prisión, pero al menos Myrtle tenía una oportunidad de salir, de sentirse ella misma de una vez por todas, de ser su propia persona, aunque fuese por un corto tiempo.

Así que, como su amiga, como su compañera, debía apoyarla.

“Si hay alguien aquí dentro que puede entenderte, soy yo. Pero te pediré algo primero, piénsalo un poco más.”

Myrtle negó de inmediato, terca, obstinada, así como determinada. Lo sabía, sabía lo que esta pensaba de su favor, pero necesitaba pedírselo, era egoísta de su parte, si, pero Myrtle era la única persona que tenía ahí a quien quería de esa forma.

“Lo he pensado durante años, y sé que tú puedes ayudarme. La decisión ya la tomé.”

La abrazó, acallándola, sabiendo que esta le diría algo más, que seguiría dándole argumentos que no necesitaba, porque si, la entendía y la apoyaba, sin importar nada.

Además, la conocía.

Myrtle no tomaba decisiones apresuradas, nunca, siempre meditaba todo bien, con cuidado, evitando cometer errores. Y sabía con seguridad que ahora no era diferente.

Pero este favor, se lo pedía por egoísmo, nada más que egoísmo.

“No es por ti, es por mí. Siempre me sentí ajena aquí, desde que tengo memoria. Pero cuando llegaste, sentí que éramos muy similares, y ya no estaba tan sola. Y si tú quieres liberarte de esto, y no tengas duda que te apoyaré en todo, luego no podré verte más, y quiero estar preparada para eso, el digerir que el día de mañana ya no estarás aquí.”

Saber que no iba a verla más la hacía sentir triste. Era dependiente, lo sabía. No quería perder a nadie, ni sentirse sola, sufrió por un maldito objeto, por supuesto que iba a sufrir por alguien real, por una persona que la hizo sentir normal, que no la hizo sentir como el engendro que los lideres le enseñaron que era.

Si Myrtle se iba, su equipo sufriría las consecuencias, su vida entera cambiaría, y no estaba lista para ese cambio, no ahora.

“No quiero que te vayas, pero haré lo que sea para ayudarte, aunque eso me haga triste, porque eres importante para mí y quiero que seas feliz.”

Escuchó una leve risa, y se alejó de esta, solamente para ver a la mujer a la cara. Esta le sonreía, su expresión suave. Rara vez la veía así de suave, lo que la tomó por sorpresa, pero se vio obligada a memorizarse esa expresión, debía hacerlo, conservarla en su memoria.

“Realmente no te das cuenta de cuan especial eres.”

Ladeó el rostro, confusa con las palabras de la mujer.

Si, no lo entendía.

Últimamente no entendía muchas cosas.

Myrtle se movió para abrazarla y sintió los brazos delgados rodeándola por el cuello, obligándola a agacharse un poco, y lamentó que ese agarre fue más breve de lo que deseaba. Antes de separarse del todo, notó como esta se levantó en la punta de los pies para dejarle un beso en la mejilla, antes de comenzar a caminar hasta la escalera, bajando, volviendo al pasillo por el que habían llegado.

Por su parte se quedó ahí, mirando la nada, sintiendo calor en su mejilla, la sensación de los labios ajenos permanente en su piel.

Los pensamientos impropios la llenaron por un momento, y terminó apoyando la frente en la pared, sintiéndola congelada al lado de su cabeza hirviendo, y buscó a tientas su auto guardado en su bolso, y pasó las ruedas por su palma, intentando calmarse, centrarse.

Se sentía dividida, pensando en lo que significaba tener a Myrtle para ella, que aceptase ese lado tan horrible de ella y le diese el permiso para hacerla suya. Iba a poder sentirla, y sabía que eso era algo que le agradaría, pero al mismo tiempo saber que eso podría alejarla para siempre era realmente duro.

Su auto era el mismo de siempre, pero podía sentir las chispas de la energía de Myrtle en la madera, los rastros de su magia. Era especial en su vida, eran especiales para la otra, lo sabía, estaba claro desde el comienzo, si la perdía, su vida se volvería miserable, no tenía duda de eso, y no quería, no quería perderla.

No.

No iba a permitirlo.

Inspiró con fuerza, obligándose a dejar la tristeza de lado.

Debía de haber una forma, era un demonio, o parte demonio, aquello debía darle algún tipo de privilegio, ¿No? Se suponía que así era, por lo mismo debía de hacerlo, de buscar la manera de ayudar Myrtle y permitir que esta saliese ilesa de esa situación.

Que pudiese ser libre y que pudiese ser su propia persona, ahí, estando segura.

Si, eso iba a hacer.

Debía buscar la forma de garantizarle la estadía a Myrtle.

No, iba a encontrar una forma.

Chapter 54: Princess -Parte 2-

Chapter Text

PRINCESS

-Audiencia-

 

Miró por una de las ventanas.

Se vio profundamente impaciente al mirar hacia el horizonte.

Tenía que ver a Joanne a la distancia para recién dar por iniciado su plan, pero vaya que se demoraba esa mujer. Era agobiante, agobiante de todas las formas posibles.

Habían practicado el plan varias veces, y era el plan perfecto, por supuesto que lo era, lo planeó ella después de todo. Pero teniendo en cuenta que aquel falso caballero era un pésimo actor, sería difícil el lograr convencer a su padre, y eso que solía ser buena convenciendo a su padre, solo que en ese tema en particular era bastante reacio.

En darle un caballero personal.

Bueno, ella misma también era reacia, al final, tendría que soportar el tener a alguien vigilándola todo el maldito tiempo, y no quería eso.

Tal vez era por ser una princesa, por haber sido la niña mimada de su familia, del reino, pero odiaba que las cosas no salieran exactamente como quería y esa era una de las principales razones de sus pequeñas peleas con su padre, pequeñas porque por supuesto no podía perder el control con él o perdería los privilegios, así que debía simplemente soltar unas lagrimitas y salir de ahí, aunque quisiese hacer algo mucho más violento.

Debía mantener su acto, su máscara de la pequeña princesa, dulce, inocente e indefensa, porque si no, su padre ya habría indagado en las cosas que hacía en su tiempo libre. Desafiarlo solo lo haría levantar una ceja, y no sería bueno, no confiaría en ella como lo hacía. Podía decirle que estuvo todo el día en el jardín leyendo, y él le creería, sin importar que estuvo en el pueblo cabalgando libremente, incluso si alguien soltaba la lengua sobre su verdadero paradero, su padre jamás le creería la palabra de alguien más sobre la de ella, y debía mantener las cosas así.

Vio la señal a lo lejos, al fin, y comenzó a bajar las escaleras a un paso lento, repasando por última vez como las cosas debían ocurrir, y se dirigió hasta la sala principal, la sala del trono.

Sabía que ahí encontraría al rey, y sabía que ahí iría Joanne una vez que pidiese la audiencia.

No se equivocó, ahí estaba él, sentado en su lugar mientras revisaba unos papeles. Tenía su propia oficina, pero le gustaba estar ahí, costumbre o algo así, a pesar de que fuese uno de los lugares más helados del castillo.

“Buenas tardes, papi.”

Se le acercó y se sentó a su lado, en el mismo asiento del trono, sonriéndole con inocencia.

Él había engordado bastante los últimos años, pero aun podía encajar en el espacio vacío que dejaba su cuerpo en el enorme asiento. Este de inmediato dejó los papeles de lado, y la observó, sonriéndole también, ahora feliz, más relajado, sin la mirada tensa que ponía ante cualquier tema relacionado al reino.

Era la hija menor, la debilidad del rey, lo sabía.

“Creí que estabas en los jardines, querida.”

“Aparecieron unas nubes oscuras, así que entré. Por cierto, ¿Tienes una audiencia hoy?”

Su padre la miró, sorprendido, y asintió.

“¿Cómo lo supiste?”

“Es que vi a un caballero subiendo por la colina, y noté que era rubio, y no tenemos caballeros rubios en el castillo.”

Era un rasgo poco usual en ese reino, más común en los reinos aledaños, así que era evidente con solo mirar a Joanne que no era de ahí, que era un forastero.

Su padre se acomodó en el trono solamente para brindarle su atención individual y siempre apreciaba cuando la gente hacía eso. Si se acercaba a alguien era para eso, para tener la atención y así poder cumplir con sus objetivos, para capturar a las personas en sus redes y convertirlos en sus marionetas personales.

“Mi pequeña es realmente observadora.”

Le sonrió, riendo.

Obviamente, necesitaba observar para saber cómo actuar. Todo era un acto. La vida era un acto, y debía salir todo perfecto para tener el final esperado.

“Aprendí del mejor.”

Se acercó más a él, esperando mimos, y por supuesto que los obtuvo. Ablandar un poco a su padre siempre servía antes de pedirle algo, por más mínimo que fuese. Le daba atención a él, y él se la daba de vuelta. Era una transacción, por así decirlo.

“¿Puedo quedarme a ver la audiencia?”

Su padre parecía sorprendido, pero feliz, sus ojos brillando. Sus hijos menores solían tener nulo interés en todos los asuntos burocráticos, así que la mínima muestra de interés siempre lo hacía saltar de emoción. Por supuesto que su padre era un hombre tan bueno y tan considerado con sus hijos que no los obligaría a participar de algo que no les interesase, aunque de todas formas tenían que aparecerse e interactuar cuando hacían fiestas con reinos vecinos.

Odiaba esas cosas, todos eran pésimos mentirosos, inútiles falsificadores, poca cosa para creerse tanto.

“Por supuesto, querida, eres la princesa, puedes quedarte el tiempo que quieras.”

Perfecto.

Pasaron solo unos minutos para que los guardias reales dejaran pasar al caballero. A esa altura ella misma ya había salido del trono de su padre y se había quedado de pie a su lado, solamente porque ahí este no vería si es que le daba alguna señal al caballero, y tenía claro que tendría que actuar en cualquier momento para que las cosas no se fuesen de las manos.

Porque no confiaba que la mujer hiciese bien el trabajo.

Y pocos hacían bien el trabajo, no esperaba mucho de nadie en ese aspecto.

El caballero apenas entró, se puso de rodillas frente al rey, su casco acomodado sobre el suelo. No era la mejor postura, pero no esperaba más. Se notaba nerviosa, incluso aunque intentase con todas sus fuerzas no mostrar mayor expresión. Pobre mujer, realmente debieron darle clases de actuación en su reino, porque lo necesitaba.

Era un desastre fingiendo ser un caballero, mucho más lo sería siendo una reina.

“S-su majestad, gracias por aceptar una reunión conmigo.”

Tartamudeó, fracaso número uno.

Miró de reojo a su padre, notando como este movía su bigote de un lado a otro, mirando al caballero ahí arrodillado, juzgándolo, así como hacía con cualquier forastero, y se dio cuenta que ella misma hacía exactamente lo mismo.

De tal palo tal astilla.

“Dime cuál es tu nombre y que es lo que requieres de este reino.”

La voz de su padre sonó seria, y hace tiempo que no lo veía así. Si, realmente evitaba tener que estar presente para cualquier audiencia o reunión de cualquier tipo, era muy aburrido. Además, solían ser todos muy falsos y muy malos actores, como aquel ministro que había querido aprovecharse de su posición. No le costó pillarlo en sus mentiras, y tuvo que decirle a su padre para que investigara. No le gustaba tener que hacer el trabajo de rey por él, por eso mismo se retiraba.

Su hermana al menos tenía mejores dotes al juzgar a las personas, sería muy buena reina en el futuro, y quizás, si estuviese esta en el trono, le costaría más llevar a cabo su plan que era en su mayoría simple manipulación, y no caería como su padre caía, era mucho más fría y calculadora de lo que su padre nunca sería.

Joanne se levantó, firme, pero podía notar como su espada se movía levemente, temblando.

Oh, pobrecita.

“Mi nombre es John Glass, mi hogar cayó hace un tiempo, gracias a la guerra, y me arrodillo ante usted para pedirle asilo en su reino.”

Al menos no titubeó en eso.

Glass, ¿Quién rayos se llamaba Glass? No era un apellido común por la zona, pero al menos dijo un apellido diferente que no fuese el propio, o sería descubierta al instante.

Miró de nuevo a su padre, el cual no dejaba de mirar al caballero frente a él, mientras arreglaba la corona en su cabeza.

Tan tierno su padre, intentando hacerse el duro, el mostrar su posición como el macho alfa, pero el pobre no sabía que esta siendo engañado.

“¿De qué reino provienes?”

Oh no.

Notó pánico en los ojos claros.

“Yo…”

Olvidó el nombre.

Fracaso número dos.

Iba a perder la paciencia por completo, de eso era seguro. Odiaba tener que salvarle el pellejo a la gente, ¿Tal difícil era que se cuidasen a sí mismos? Que molestia.

Esta la miró, evidente miedo en su rostro.

No me mires, tonta, se supone que no me conoces.

De acuerdo, te ayudaré, solo por ahora.

“¿Eres de Cathal?”

Tuvo que hablar, se notaba que Joanne había olvidado el nombre por completo. Era al lado opuesto de donde esta provenía, así que no debía ni tener idea de que ese lugar existía, sobre todo luego de lo que ocurrió hace un tiempo. Apenas logró levantarse el reino, y fue vilmente destruido por los Vikingos.

No iba a ser tan dura con ella.

Su ignorancia era predecible.

“Si, su majestad. Siento mi vacilación, aun me es difícil el siquiera mencionar el nombre.”

Y se notaba realmente afligida, al menos su nerviosismo natural era suficiente para hacer creer que era un sufrimiento por su patria perdida, pero obviamente iba a tener que darle clases de actuación si es que todo salía bien.

Su padre la miró, curioso, tanto porque había sido participe como también había ‘adivinado’ fácilmente. Lo miró, sonriéndole, fingiendo inocencia, como siempre.

“Hace un tiempo vinieron refugiados de Cathal, imaginé que sería del mismo lugar.”

El rey la observó, con sus ojos oscuros brillantes, mientras se acicalaba la barba con una de sus manos. Se veía interesado.

Si, padre, no soy solo una cara bonita, suelo escuchar cosas, leer cosas.

Si, claro.

Tuvo una larga discusión con alguien de Cathal, que parecía estar haciendo de las suyas, quien ya había tenido problemas con la gente del pueblo, quienes le avisaron del sujeto en cuestión. Alguien tenía que dejarlo en su lugar. No podía pedir refugio en un reino y no seguir las reglas que le fueron impuestas. Por algo todos eran tan desconfiados con los forasteros.

Debía agradecer que no murió con el resto de su país.

“Esa es mi hija.”

Su padre parecía feliz, animado incluso, lo cual era bueno, así que no le molestaba.

Había un ligero problema en todo eso, en toda esa farsa, y era que su padre pudiese quererla más veces a su lado en las audiencias, y no, no iba a aceptarlo. Ya soltaría unas lágrimas después.

Nada de hacerte el trabajo más fácil, padre.

El rey se levantó del trono, sus manos firmes tras su espalda, haciéndose lucir más grande, más imponente, pero lo seguía viendo como el hombre dulce y bonachón, nunca podría verlo como un rey.

El pobre era tan manipulable.

“Dejé entrar a algunos refugiados de tu reino, así que no debería ser diferente contigo. Como eres un caballero, debería ponerte en las fronteras.”

No, padre, eso no nos sirve.

Los guardias reales estaban lejos, y esperaba que no pudiesen notar el gesto que le hizo a Joanne. Su padre probablemente tampoco lo notó.

Joanne se movió, notando su señal, y se volvió a arrodillar.

Ahora debía decir su historia triste, bla bla.

“D-Disculpe, su majestad, sé que es un atrevimiento de mi parte, pero solía trabajar para la corona desde que era un niño, y esperaba que pudiese aceptarme dentro del castillo.”

Si, un atrevimiento gigante. Oh, vamos, Joanne, sé que eres una reina, pero muestra un poco más de humildad, eso sonó casi como una orden.

Notó como de inmediato su padre se puso tenso, eso no le gustaba nada.

Forasteros en su castillo, con su familia, era inaceptable.

“Seas un caballero o no, no podría aceptar que un desconocido estuviese dentro del castillo, mucho menos cerca de mi familia. No sé quién eres, ni confío en ti para darte aquel privilegio.”

Si, era arriesgado, demasiado, y ella misma estaría en contra de hacer eso.

Pero no le convenía.

Vamos, solo un poco más.

“Por supuesto, majestad, no esperaba que confiase en mí, pero estaré dispuesto a jurarle lealtad a usted y a la corona de este reino, y recibiré con honor cualquier castigo que decida si es que le falto a mi juramento.”

Sintió que su propia mascara se rompió un poco.

Quería gritarle.

Veía a Joanne ahí, tan determinada, hablándole a su padre, probablemente repitiendo una frase que escuchó de los caballeros de su reino, pero estaba completamente fuera del dialogo que habían conversado.

Ahora tendría que ‘recibir con honor’ cualquier castigo, y por supuesto que iba a recibir un castigo si es que alguien se enteraba de su situación, de quien era en realidad. Había sonado bonito y todo, pero prácticamente había firmado su sentencia a muerte. Y eso no estaba en el plan.

Iba a estar enojada por el resto del día, ¿Cómo iba a ser tan difícil seguir un simple dialogo? Estaba furiosa.

Pero ahora debía sonreír, si, felicidad.

“¡Eso es perfecto! ¿No crees, papi?”

Su padre la miró, sorprendido, al parecer estaba muy metido en su papel de rey y había olvidado por un momento que su linda hija estaba ahí. Parecía consternado.

“¿Qué es perfecto?”

“¡Un nuevo caballero! Decías que querías darme uno, y miralo, es bastante guapo, se ve confiable, y no luce para nada amenazante como los que pusiste a mi cargo.”

Este la miró, su mandíbula desencajándose. Rápidamente negó, intentando recobrar su posición, su postura de rey, autoritaria, forzándose a negarle algo.

Y si era para protegerla, le negaría todo, como la libertad.

Pero ya estaba harta de eso, así que había aprendido a hacer algo al respecto.

“Querida, la gente con belleza en sus rostros no necesariamente es confiable.”

No era la respuesta que quería, así que simplemente hizo una mueca, un puchero, y lo miró, con los ojos tristes y vidriosos. Su padre de inmediato bajó los hombros.

Siempre funcionaba.

“¿Entonces no soy confiable?”

No puedes decirle a tu hija que no es guapa, ¿No? Obviamente no había comparación entre ella y la reina escondida ahí presente, una lástima. Su padre no le había heredado tan buenos genes como lo hizo con su hija mayor, injusto.

Su padre soltó un suspiro pesado.

“Querida, tu eres hermosa y confiable, eres mi hija después de todo.”

Solo pudo sonreír, casi escapándosele una risa real, y probablemente habría arruinado su acto.

No se consideraba ni lo uno ni lo otro.

“Vamos, papi, puedes tenerlo de prueba, y ya sabes como soy, si veo algo extraño serás el primero en enterarte. Sabes que soy buena juzgando a la gente.”

Su padre la miró, frunciendo el ceño, luego mirando a Joanne, la cual tenía una mueca de confusión en su expresión, probablemente no se esperaba algo similar. Lo siento, reina, tú tienes tus secretos y yo tengo los míos. En este reino, consigo lo que quiero sin importar como.

Y tenía una personalidad horrible para cometer sus actos.

El rey no dejó de mirar al caballero ahí arrodillado, pensando, evaluando la situación. Luego la miraba a ella, y solo podía mover las pestañas en inocencia, pidiendo permiso en total silencio, y luego los ojos de su padre volvían al caballero.

Finalmente, este soltó otro suspiro, más pesado que el anterior.

“Se que quieres visitar el pueblo, y te dije que te dejaría solo si tenías un caballero contigo, pero te voy a decir en este instante que no voy a confiar tu seguridad ahí afuera a este sujeto el cual aún no conozco. Dejaré que se quede, que te acompañe, pero por ahora solo dentro de los muros, donde puedo tener a mis hombres alerta, vigilándolo. Y es mi última palabra.”

No esperaba más, para ser honesta.

Su padre sería un estúpido si es que llegaba a dejarla sola con un sujeto extraño, un forastero, bien podía ser un asesino o un rebelde, y eso rompería toda la paz que había ahí.

Saltó y se tiró sobre él, abrazándolo y agradeciendo su decisión.

A pesar del desastre actoral, las cosas habían salido bastante bien. Pudo haber sido mejor, siempre podía ser mejor, pero debía considerar las opciones y la situación en la que estaban. Era suficiente, al menos por ahora.

Joanne se acercó, dándole una reverencia a su padre, agradeciéndole por la oportunidad, y esas cosas, y él no parecía convencido aun, pero no porque encontrase algo raro en el supuesto John, sino porque dudaba el dejar a su hija a cargo de un hombre. Aunque quizás era la misma apariencia femenina de Joanne que lo hizo aceptar.

No era tan peligroso, al menos para sus estándares masculinos.

Hombre grande, fuerte y masculino, igual a peligro.

Hombre de estatura mediana, delgado y de apariencia andrógina, igual a todo está bien.

No sabía si a su padre le daba más miedo que se enamorase de un hombre o que aquel hombre le hiciera algo, pero este siempre parecía temer por alguna razón. Por algo siempre puso a su cargo a los caballeros más confiables que tenía, y eran todos muy en el rango de ‘peligro’ y ella misma se encargaba de decirle a su papi que no quería que estos estuviesen tan cerca que la ponían incómoda.

Y listo, ya no más caballero.

Ahora solo tendría que enseñarle a Joanne como actuar y cómo manejar la espada, que, en sus condiciones actuales, muy lejos no llegaría. Solo la quería para poder tener cierta libertad, salir del castillo sin tener que fingir demencia, sin tener que escoger los peores caminos para no ser descubierta. Simplemente saldría por la entrada principal sin problema alguno.

Incluso podría alejarse más. Salir del reino.

Le parecía una fantástica idea.

Se quedó mirando a Joanne, y probablemente su propia mirada se veía amenazante, el rostro consternado de la mujer le dio a entender eso.

Siempre conseguía lo que quería, y no iba a dejar que esa mujer arruinase sus planes, así que la iba a convertir en quien necesitaba ser para que todos salieran ganando. Aunque tuviese que romperla para lograrlo, sacarle sus secretos de lo más profundo, y poder moldearla a su antojo, porque ahora, en su estado, le sería imposible lograrlo.

Pero, lo conseguiría.

Siempre lo hacía.

 

Chapter 55: Scientist -Parte 1-

Chapter Text

SCIENTIST

-Persecución-

 

Sintió el sudor frio pasar por su sien, deslizándose por su mejilla y cayendo al suelo desde su mentón.

Los escalofríos recorrieron su espalda, pasando por cada vertebra.

Buscó los ojos oscuros, sintiendo terror, esperando que no fuese nada más que una sensación fantasma, una alucinación por el cansancio, solo eso.

Un engaño.

Goldie la miró de vuelta, se miraron durante un segundo que se hizo eterno. La piel de su hocico estaba arrugada, cada musculo tenso ante el agarre de su mordida, los dientes firmes en su chaqueta de cuero, sujetándola.

Un tirón.

Dos.

Tres.

Lo sabía.

Sabía exactamente lo que eso significaba, ella misma había entrenado a ese perro desde que era un cachorro, enseñándole a llamar su atención, cualquier situación extraña, cualquier peligro inminente, incluso una visita fuera de su puerta debía ser reportado de esa forma, ya que le era imposible escuchar.

No poder oír era algo normal en su vida, nació así, con ese desperfecto auditivo, así que se fue adaptando al mundo sin problema.

Obviamente no estaba preparada para ‘ese’ mundo.

Le costaba adaptarse a ese mundo.

Nunca podría adaptarse del todo.

Tragó pesado, sabiendo que debía levantar la mirada, que debía mirar alrededor, asegurarse que todo estuviese correcto, y alejarse si era el caso. Pero no podía, se sentía clavada en su lugar, el miedo engulléndola.

El dolor en su brazo comenzó a volver, la herida latiendo, aun nueva, aun sangrante, aun fresca, esa noche volvió a aparecer en su mente, atormentándola. Aún podía sentir los dientes del animal a su lado incrustándose en su brazo, en su piel, tocando su hueso, despertándola de su placido dormir, para ver una multitud frente a ella.

Una multitud, para ella, completamente silenciosa.

Una multitud hambrienta.

Su perro debió entrar en pánico, al sentirlos acercarse, al verla sin mover ni un musculo, sin despertar, y tuvo que morder, tuvo que hacer lo que sea para que pudiesen salir de ahí, huir, escapar, salvar sus vidas.

¿Es ese miedo el que le impedía moverse en el presente?

Probablemente.

Goldie volvió a tirar de su chaqueta, y entendió, de nuevo, que este quería que se movieran, que tenían que alejarse, que tenían que empezar a caminar o sería demasiado tarde, pero de nuevo, estaba petrificada, y por más que aguantase la respiración, ellos la veían, ellos sabían dónde estaba, podían oler su carne fresca, ver su viva existencia.

Los muertos podían oírla, y aquello era incluso irónico, siendo ellos en su estado más consumido y putrefacto, capaces de hacer algo que ella jamás pudo.

Movió la mirada, sus ojos buscando el arma en su muslo, pero de inmediato se regañó a sí misma. Esa nunca era una buena jugada, de nuevo, los muertos tenían mejor oído que ella, y podría atraer a más de ellos. Ya había pasado antes, y esa era la razón por la que no tenía descanso alguno.

Llevaban persiguiéndola hace ya varias horas.

Maldijo, sin siquiera creer que algún sonido saldría, no es como que pudiese escucharse, no es como que Goldie pudiese decirle, no es como que los muertos pudiesen decirle. Y también sería otra ironía de la vida el terminar muriendo por culpa de la voz que no podía oír.

Intentó buscar con la mirada lo que sea que la obligase a moverse, y sus ojos se detuvieron en la identificación que colgaba de su cuello, y se fijó en las palabras ahí escritas, intentando recordar quien era ella cuando no era una sorda corriendo entre los muertos, intentando recordar cual era la razón de estar ahí, arriesgando su vida en vez de haberse encerrado en su casa, con su perro, mientras se terminaban las provisiones, poco a poco.

Su investigación.

Negó con el rostro, intentando quitarse del rostro el más mínimo rastro del miedo lacerante que sentía en esas situaciones.

Si estaba ahí, era porque creía ser capaz de tener una cura, de conseguir ayudar, había investigado ya, le habían mandado una muestra tiempo atrás, cuando aquella epidemia no era nada más que un pequeño brote de un virus prometedor para la comunidad científica. Había hecho avances, incluso en el laboratorio que había construido con su madre. Aun así, necesitaba llegar a un lugar importante, la habían llamado, le habían pedido que se acercara, que les llevase sus avances, que iban a hacer algo juntos.

Que iban a solucionarlo todo.

Luego todo estalló.

El mundo colapsó.

Pero no ella. No iba a colapsar. No iba a morir ahí. No era solo una mujer solitaria y sorda, no, era mucho más que eso, era importante, sus ideas y sus informes eran útiles, la información que almacenaba en su cabeza iba a salvar vidas, su investigación iba a transformar el mundo.

Los podía salvar.

Los iba a salvar.

Finalmente miró hacia atrás, sintiéndose ya determinada a continuar con su aventura, y notó como los muertos venían caminando hacia ella, cuatro de ellos, lentamente, pero nunca era lo suficientemente lento para relajarse. Recordaba uno de ellos, el sujeto con la camiseta rayada manchada de tierra y sangre seca, el mismo que estuvo esa noche, que la intentó devorar mientras dormía. Los otros eran nuevos, lo sabía, porque no podía olvidar ningunos de los rostros que vio, ni los rostros ni las ropas que usaban, hasta el más mínimo detalle.

Estaban muertos, pero vivirían para siempre en su memoria, cada uno de ellos.

A veces aparecían vivos en su cabeza, siendo capaz de quitar de en medio la descomposición para imaginarlos como habrían sido vivos, y odiaba tener esos pensamientos, porque se daba cuenta de que, si los mataba, estos morirían dos veces.

No podría salvarlos, incluso con una cura, era demasiado tarde para ellos.

Y se sentía estúpidamente culpable de eso.

Tiró de vuelta su chaqueta, Goldie soltándola, y ahí comenzó a correr, él siguiéndola de cerca. Siguió por la misma calle, alejándose de los muertos. Se giró durante un momento, para asegurarse que los estaba perdiendo al fin, y se sintió orgullosa de aun tener la estamina suficiente para correr así de rápido.

Al volver a mirar hacia su destino, vio uno de los muertos frente a ella, a solo unos metros, y se vio obligada a detenerse de golpe.

El muerto se giró, oyéndola, los ojos grises, sin vida, la observaron, la boca de aquel ser antes humano estaba bien abierta, tétricamente, los músculos tan descompuestos que la mandíbula solo caía, sin lograr mantener las partes en su lugar correspondiente. Los brazos también le colgaban, débiles, y su piel poco a poco se desprendía, derritiéndose, como si hubiese sido quemado.

El aroma nunca dejaba de darle nauseas, más que por el mismo olor a putrefacción y a los gases propios de la descomposición, era por lo que estos significaban.

La muerte inminente de la humanidad.

No, no podía pensar así.

Debía seguir adelante.

Miró a Goldie, y le señaló al muerto frente a ella, y este, obediente, corrió, tirando su cuerpo contra las piernas del antes humano, haciéndolo caer. Ahí recién pudo seguir su camino, sus piernas volviendo a moverse, rápidas, no como la de los muertos.

A los lados del camino cementado no había nada más que bosque, y si bien podría considerarse un buen lugar para huir, también era un buen lugar para perderse o para tener un accidente, así que prefería evitarlo. Al frente, a unos metros, pudo notar un edificio, y al acercarse notó que era una estación de gasolina. Se veía desierta, como toda esa zona, y pensó que esconderse en algún lugar iba a ser la mejor opción hasta que los muertos oyesen a algo más a la distancia y se olvidasen de ella.

Recordaba ese lugar, ese pueblo. Viajó ahí hace un tiempo, y cuando tuvo que rellenar el tanque, se encontró a un hombre viejo al otro lado del mesón. ¿Había muerto antes del virus? No, lamentablemente no. Pudo verlo a través del cristal, este aún en su puesto tras el mesón, parecía haber sido mordido en el cuello, una pieza faltante en su garganta. Probablemente murió desangrado. Lo vio moverse, él la vio, por supuesto que la vio, e intentó moverse, intentó alcanzarla, pero su cuerpo avanzó y chocó contra el mesón, luego lo intentó de nuevo, con el mismo resultado, una y otra vez.

Sabiendo que debía ir hacia ella por mero instinto, para devorarla, pero no era lo suficientemente inteligente ni motrizmente capaz de salir de su puesto de trabajo.

Tuvo el impulso de acercarse, de matarlo, de liberarlo de ese cuerpo descompuesto al cual estaba amarrado, darle al fin un descanso, pero no había tiempo, aún tenía que encontrar un lugar para esconderse.

El único lugar parecía ser el baño.

Se acercó a la puerta de metal, sujetó la manilla y tiró. El seguro se quitó, ahora estaba abierta, sin embargo, estaba muy dura y pesada la puerta, así que no logró moverla. Intentó de nuevo, esta temblando, abriéndose solo un centímetro. Apretó los dientes, y volvió a tirar. Estaba haciendo un alboroto, pero quería pensar en que pronto otro sonido los alertaría y se alejarían.

Pronto así sería.

Pronto.

Respiró profundo, sabiendo que no debía colapsar, que no debía entrar en pánico, debía hacer movimientos inteligentes.

Se aferró bien a la manilla, la sujetó con ambas manos, se apegó lo que más pudo a la puerta, y luego se tiró hacía atrás, usando todo su cuerpo para tirar y lo logró, la puerta finalmente se abrió, y apenas lo hizo, sintió como Goldie volvía a enterrar los dientes en su chaqueta y el ardor en su herida volvió, un dolor agudo atravesando su piel, atravesando sus músculos y llegando hasta su húmero, el simple agarre trayendo al presente el dolor intenso del que aún no se recuperaba.

Se movió, puso un pie en el baño mientras miraba hacia atrás, sintiendo el pánico atacándola al ver al grupo de muertos tan cerca de ella, dentro del lugar, sus manos huesudas acercándose. Solo pasó un segundo mientras los veía acercarse, mientras veía a Goldie, sus ojos negros llenos de preocupación, mientras veía a otro muerto, uno nuevo, justo en la puerta que había abierto, e intentó agarrarla, chocando con la puerta, empujándola, y con esta, también empujándola a ella.

Por su parte, se aferró a la puerta por mero instinto, obligándose a moverse, a intentar mantener la puerta abierta lo más posible para que su compañero entrase con ella.

Pero algo tocó su bota.

Sintió de nuevo el sudor frio pasando por su frente, así como por bajo de su ropa, el miedo helándola, congelando el sudor de su carrera, de su adrenalina.

Se giró, a sabiendas de que había dejado de luchar contra los muertos tras la puerta, permitiendo que estos la cerraran del todo, que la dejaran por completo encerrada dentro de aquel baño, el cual aún no había mirado, el cual aún no se había asegurado si era un lugar seguro o no.

Así que tuvo que verificar su sentir.

Y le aterró saber la verdad.

No estaba sola.

Estaba encerrada ahí, y no estaba sola.

Chapter 56: Gladiator -Parte 9-

Chapter Text

GLADIATOR

-Petición-

 

Dijo que estaba lista, pero era impresionante la estamina que necesitaba.

En el coliseo, se obligaba a terminar todo rápido, ya que sabía que su estamina se acabaría y le sería imposible terminar bien la pelea, pero en ese tema, era más complicado, no podía terminarlo rápido, si no que tenía que tomarse su tiempo, sobre todo con alguien tan exigente como lo era Octavia.

Ahora sentía su propio sudor caer, y de nuevo se sentía ansiosa al saber que estaba ensuciando a una figura tan importante e omnipotente con algo tan indigno como era su sudor, el de una simple campesina y ahora presa del estado.

Se vio jadeando, teniendo una mano en la cama, y la otra en la entrepierna de Octavia. El cuerpo de esta estaba bajo suyo, sus antebrazos en la cama, apoyada, su rostro satisfecho, pero sabía que de estar satisfecha pues no lo estaba, porque ya llevaban horas así, y esa expresión la tenía desde el principio.

Volvió a jadear, sintiendo en antebrazo dolorido, su brazo en sí, y su muñeca, su muñeca ardía, pero no podía parar, no podía detenerse, no hasta que Octavia se lo dijese o hasta que la hiciera acabar. Hizo presión con sus caderas, habiendo aprendido que era una buena forma de embestir sin usar su muñeca, que ya bien adolorida la tenía. Así ayudaba a su mano a cumplir su trabajo, o más bien, a sus dedos dentro de la mujer.

No se había sentido así de descompuesta nunca, se sentía hervir ahí, esa habitación a cada segundo se volvía un horno, con el calor de la chimenea, así como el calor del cuerpo de ambas.

Pero no notaba eso en Octavia, no la notaba descompuesta a pesar de estar recibiendo durante tanto rato, y si bien notaba su piel brillar con el sudor de su cuerpo, esta no parecía debilitarse.

Esa era la resistencia del Emperador.

Apretó los dientes, y se sintió caer, su brazo que la mantenía en lo alto, fallándole. No era su mano dominante, probablemente era la más débil de ambas, y ya la había tenido que usar, así que le sorprendía el no haber caído antes. Le dolía tanto.

Terminó con la frente apoyada entre los pechos de Octavia.

También le dolía su propia dignidad.

“¿Cansada?”

Por suerte Octavia era fuerte, o tal vez su torpeza la habría lastimado, ya que un cabezazo en las costillas dolía, y lo sabía por experiencia.

Respiró profundo, sintiendo el aroma ajeno mezclándose con el propio, qué, si bien creyó que no sería un aroma agradable, lo era. Tal vez estaba acostumbrada a la inmundicia de la cárcel, o al aroma de sangre y sudor dentro del Coliseo que se volvía nauseabundo con el calor del sol. Pero ahí, era un olor embriagador, un aroma que no le molestaría sentir más seguido.

Esperaba que con quien sea que le tocase acostarse, cuando hubiese otra subasta, el aroma fuese así.

Tal vez estaba pidiendo demasiado, ¿No?

Asintió, recordando la pregunta de Octavia, pero no fue capaz de levantar su rostro de donde estaba. Su brazo izquierdo aun no reaccionaba como debía, muerto a su lado, y se sentía agotada, ni siquiera las batallas a muerte la dejaban así. Culpaba también al calor, y al calor de su propio cuerpo y cabeza que le impedía reaccionar correctamente.

Pero siguió moviéndose, siguió moviendo las caderas, siguió embistiendo, ya que esa era la orden y debía acatarla.

“Detente.”

Ahí recién miró a la mujer al rostro, sintiéndose entrar en pánico.

Lo había arruinado, ¿No?

Debía cumplir con las exigencias y no lo había logrado.

Pero la risa que escuchó de la mujer la ayudó a calmarse.

Al parecer no le cortarían la cabeza, aún.

“Siéntate.”

Octavia le ordenó, pero ni siquiera pudo moverse. Sentía su mano atrapada entre su cuerpo y el ajeno, sin posibilidad de escapar, así como su torso, pegado al abdomen de la mujer. Ni siquiera era capaz de levantarse, y realmente debía verse miserable así, con los ojos nublados, con el cuerpo inerte, débil.

Sintió las manos ajenas en sus hombros, y con facilidad esta levantó su cuerpo, dándole el empuje que necesitaba para ser una persona de nuevo, y no un trapo, y agradeció de nuevo que esta fuese fuerte o no sería capaz de mover su cuerpo flácido de encima.

Se vio de rodillas, ahora erguida, y al fin pudo sacar su mano de donde la tenía atrapada, la cual estaba roja, y con el cansancio, creía que todo su cuerpo debía de estar rojo. Se dejó caer, sin ningún tipo de delicadeza, sentándose en la cama, su cuerpo quedando en esa posición por sí misma, con las piernas cruzadas y los brazos inertes a su lado, muertos.

Se sentía destruida.

Si empezaban a entrenarla como a un Gladiador, ¿Así se sentiría?

No sabía si quería ese sufrimiento cada día.

Logró recuperar el aire perdido, pero no pudo descansar su cuerpo, el ajeno acercándose.

Las manos volvieron a posarse en sus hombros, y era extraño el sentir piel húmeda contra la propia, igual de húmeda, pero no era desagradable, empezaba a acostumbrarse a la sensación luego de tantas horas.

En un rápido movimiento, Octavia se sentó frente a ella, sobre sus piernas, y se vio sin saber que hacer al tener tanta piel húmeda en la suya. También le sorprendió el tener peso ajeno sobre el suyo, pero podía soportar eso, al menos por ahora.

Ni siquiera tenía energías para levantar el rostro y mirar a la mujer a los ojos, pero esta no le dijo nada, usando una de las manos para agarrar una de las suyas, aun flácida a sus costados, y en otro movimiento rápido, sus dedos volvieron a donde habían estado previamente, enterrados dentro de la mujer.

Realmente no le iba a dar un descanso, que inocente fue.

Esto era más complicado que pelear ahí afuera.

Su mano dolió a penas la movió, pero su rostro carente de expresión no debió de demostrarlo, y menos mal estaba acostumbrada al dolor, o ya estaría llorando como un niño, y su dignidad estaría aún más por los suelos.

A pesar de estarse quejando por dentro, agradeció que esta la dejase sentarse, pero, aun así, no fue suficiente. Su espalda perdió la rigidez, y su rostro volvió a caer al frente, volviendo a quedar sobre los pechos ajenos, y Octavia a esa altura debía empezar a creer que lo hacía de adrede.

Y quizás debía simular eso.

Se obligó a llevar la boca hacia uno de los pechos de la mujer, y si bien no era una orden, esta no se lo había pedido, debía hacerlo para conservar algo de dignidad, aunque fuese. No quería verse débil, menos ahora que esta le había dado una posición menos difícil de mantener, así que debía cumplir. Su otra mano seguía flácida, la izquierda, pero la movió, rodeando la cintura ajena, ya que también era denigrante el mantenerla donde estaba.

Se supone que debía complacer al Emperador, no dejar que esta hiciese todo el trabajo por si misma.

Sintió una mano firme en su hombro, y la otra en su cabello, moviéndose, capturando algunos mechones de su cabello.

“¿Tomando la iniciativa sin permiso? ¿Debería llamar al guardia para que te castigue por desobediencia?”

Habría entrado en pánico de no ser por la voz de Octavia, que sonaba de buen humor, no como hace un rato, o hace una hora, o quien sabe, donde la retó por hacer un mal movimiento y ahí realmente entró en pánico, disculpándose, temiendo lo peor. Además, la mano en su cabello se movía, los dedos haciendo movimientos en su cuero cabelludo, y si esta estuviese realmente indignada, su agarre no sería así, sería más brusco, más duro, también lo había comprobado.

Así que se mantuvo ahí, no sin antes separarse de la piel ajena, por un momento, para pedir disculpas, y luego volver a seguir con lo suyo.

Octavia soltó un bufido divertido ante su disculpa, y dio el reto por terminado.

Siguió moviendo la boca alrededor de la carne ajena, sus dientes por inercia capturando piel, y realmente sentía la cabeza nublada ante el cansancio y el calor, no estaba pensando con claridad, y sabía que aquello, en el coliseo, sería su fin.

Pero ahí, en la cama, podía darse ese lujo.

Siguió moviendo sus dedos, sintiendo los músculos de su brazo arder con cada movimiento, y dudaba ser capaz de sujetar su espada, pero siguió de todas formas, llevando su cuerpo al límite, era su deber, era su trabajo, era su batalla personal.

Pasaron minutos eternos para que Octavia jadease, y ahí sabía que esta ya estaba perdiéndose a sí misma, el placer evitando que pudiese mantenerse, dominante, silente. Y se alejó, mirándola, y no sabía porque, pero cada vez que esta jadeaba, se veía en la obligación de mirarla, por la culpa de la curiosidad o por el calor de su propio cuerpo, no lo sabía, pero lo hacía sin siquiera pensárselo, sus ojos moviéndose sin permiso.

Esta aún permanecía imponente, su rostro en esa perpetua satisfacción sexual, sus ojos aún filosos, vividos, y le sorprendía como no lograba verla descompuesta, era imposible, ya se había rendido de ver algo así en la segunda ronda, y ya creía que esta jamás mostraría una expresión vulnerable. Ella misma dudaba tener una expresión así, pero ante el cansancio horrendo que sentía, imaginaba que esa expresión ya estaba en su cara.

Las manos ajenas dejaron su cabello y su hombro, moviéndose, aferrándose ahora a sus rodillas, las que estaban a los costados de la cadera de Octavia, y se quedaron ahí, haciendo presión. No supo que significaba, su cabeza dando vueltas, hasta que las piernas ajenas se aferraron a su torso, rodeándola, los muslos apretando su cintura, y perdió el aire por un momento.

Esa mujer tenía demasiada fuerza, demasiada resistencia, para llevar tantas horas así.

No podía seguirle el ritmo.

Se iba a morir.

“Te haré la tarea fácil, solamente porque te has portado bien.”

Y así, Octavia comenzó a mover su cadera, siendo ella quien mantenía el control en las embestidas que le estaba dando. Se vio mirándola, sin quitarle los ojos de encima, aguantando el peso de su propio torso con todas sus fuerzas, mientras que sentía su mano arder, pero ya no tanto como cuando estaba haciendo el movimiento por sí misma, así que podía concentrarse en su alrededor, en la mujer, y en lo húmedo de sus dedos al entrar y salir de esta.

Su otra mano quedó firme en la cadera del Emperador, y podía sentir, a través de su palma, cada uno de sus movimientos.

Y así, los jadeos aumentaron, pero la sonrisa satisfecha de Octavia no desapareció.

Se vio jadeando también, sintiendo el calor aumentar con la fricción de ambos cuerpos, así como el dolor que sentía al tener las piernas fuertes de Octavia apretándola como si se tratase de una serpiente, quitándole el aire, y sabía que, si esta lo hacía un poco más arriba, le rompería una costilla.

Probablemente le quedarían marcas.

Las uñas se enterraron en sus rodillas, mientras escuchaba, y veía, como Octavia soltaba un último jadeo, este como un largo gruñido. Sus ojos claros lucían nublados, distraídos, mirando la unión de sus dos cuerpos sin siquiera pestañear.

Sintió el líquido caer por sus dedos, por la palma de su mano, lo sintió en sus propias piernas, pero no le importaba, estaba tan sudada que ya más liquido le daba igual, mientras no fuese sangre, todo estaba bien. Pero eso mismo consiguió que sus dedos salieran de donde estaban, y honestamente, ya no sentía su mano, así que tampoco la hubiese podido mantener en su lugar.

Octavia la miró, abriendo la boca para decirle algo, pero no pudo aguantar más la posición, mucho menos cuando las piernas dejaron de rodearla, lo único que la mantenía firme, así que su cuerpo terminó cayendo hacia atrás, siendo una total irrespetuosa.

Lo lamentaba un montón, pero ni siquiera era capaz de decírselo.

Quedó acostada en la cama, con los ojos cerrados, sintiendo las sabanas pegadas a su espalda por todo el sudor, mientras intentaba recuperar el aliento, y le era imposible, el calor era sofocante, pero al menos Octavia no le dijo nada, no le dio otra orden, así que pudo descansar valiosos segundos.

Cuando recuperó algo de razón, abrió los ojos.

Octavia estaba aún sentada sobre su pelvis, las manos de esta ahora en su abdomen, y los ojos claros la miraban entre sorprendidos y preocupados. Bendecida era de que aquella mujer sintiese preocupación por ella, pero así eran los Dioses, así era el Emperador, le daban batallas difíciles de ganar.

Y esta era una de las más difíciles.

“¿Estás bien?”

La pregunta le pareció agradable, y lo habría disfrutado de no estar tan destrozada por dentro y por fuera.

Segundos después obtuvo la fuerza suficiente para negar.

“…Me duele…todo.”

Su voz salió rasposa, gruesa, colaborando con su evidente cansancio.

Octavia soltó una leve risa, mientras giró su torso, volteando hacia la ventana. Aún era de noche, eso era evidente, y no sabía cómo aun lo era si sentía que llevaba veinte horas ahí.

En batalla solo entraba por minutos, veinte minutos a lo máximo, y se sentía como una hora, ¿Y ahí? Era una total eternidad.

“Te dejaré descansar, pero solo un rato.”

Y así, Octavia salió de encima, y en realidad no le molestaba tenerla encima, se había acostumbrado rápidamente a la sensación de un cuerpo húmedo sobre el suyo, y no quería dejar ir esa sensación, pero su cuerpo lo agradeció, sus piernas al fin siendo capaces de estirarse, y escuchó sus rodillas tronar, el dolor tirando de sus músculos al estar tanto rato en aquella posición.

Octavia se movió, acostándose en la cama, correctamente, su torso apoyado en los cojines, no como su cuerpo flácido atravesado en diagonal como una estrella de mar, y menos mal esa cama era enorme, o tendría que moverse para no molestar a la mujer, y dudaba ser capaz de moverse en ese preciso instante.

Giró el rostro, buscando a la mujer con la mirada, notando como esta estiraba el brazo y sujetaba una copa de vino, dándole un sorbo. Su rostro aún tenía ciertos vestigios de rojez ante el clímax, pero lucia compuesta, incluso al tener el cuerpo brilloso de sudor.

Seguía impresionándole.

Esa era la fuerza y la resistencia que tenía un General como esta, un líder militar. En comparación, solo era una niña jugando a la muerte peleando con ramas de un árbol.

Pero se alegraba.

Sentía que había aprendido mucho, y no creía que alguien más se tomase el tiempo de enseñarle, además, dudaba que alguien tuviese más resistencia que el Emperador, así que sus siguientes subastas debían de ser más tranquilas, dejó la vara demasiado alta, lo cual era bueno para su futuro.

Si pudo seguirle el ritmo a Octavia, podía seguirle el ritmo a cualquiera.

Aunque decir que le siguió el ritmo al estar así de destrozada, no era muy honesto, no había logrado hacer su trabajo correctamente.

Los ojos claros la miraron, dándose cuenta de su mirada, y una de sus cejas se levantó, cuestionándola.

Así que debió hablar, decir algo, lo que sea.

Mirarla sin una razón no debía ser aceptable, ¿No?

“Gracias por haber ganado la subasta.”

La mujer la miró, y volvió a llevar la copa a sus labios.

“Te dije, fui egoísta, no lo hice para ayudarte.”

No creía que eso fuese verdad del todo.

Sabía que la había ayudado, que la salvó, que la apoyó, y ahora no era diferente, por muy egoísta que fuese, también había una razón buena tras de eso, y ella se había visto beneficiada de eso.

Intentó levantar su torso, pero no pudo, quería hablarle bien a la mujer, pero no se podía mover, todos sus músculos ardían como nunca antes. No iba a compararlo con el tener heridas abiertas, porque eran cosas totalmente diferentes, pero tampoco se alejaban tanto del dolor que sentía.

Soltó un suspiro, resignado.

Volvió a mirar a la mujer, y esta la siguió mirando, como esperando que siguiera hablando. No solía hablar mucho, pero esta debió notar que tenía interés en hablar, y así era, pero aun sentía la mente nublada por el calor y era difícil hilar palabras, sobre todo ella misma sin ser habladora, pero tenía que hacerlo.

Si Octavia la ayudó antes, creía que podría ayudarla de nuevo, o al menos podría preguntarle.

“Por la subasta yo recibía una cantidad de monedas, ¿No?”

Le preguntó, y Octavia volvió a levantar una ceja, pero ahora era interés su emoción predominante. Esta asintió, curiosa.

“Si, ¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres comprar algo en particular?”

Negó, y ahí al fin pudo levantar el torso, sus brazos manteniéndola en su lugar, estos temblando, pero al menos lograron el cometido.

“Quiero pedirle un favor.”

Octavia se removió, dejando de lado la copa de vino, luego hizo un gesto, cruzándose de brazos y piernas, interés evidente en sus facciones.

“¿Qué es lo que quieres?”

Se afirmó de la cama, y bajó el rostro, intentando que su petición se viese mejor, aunque estando sin ropa, dudaba tener tanta formalidad como esperaba.

“Quiero que le de ese dinero a mis padres, y les diga que morí.”

Cuando levantó el rostro, notó sorpresa en los ojos del Emperador, esta sin poder creer lo que acaba a de escuchar.

Si, era extraño decirlo en voz alta y también era extraño pedirlo. Pero si alguien tenía el poder para cumplirle aquel favor, iba a ser aquella mujer que tenía el poder sobre todo el Imperio.

“Se que vivías en un pueblo humilde, así que entiendo lo del dinero, pero ¿Por qué quieres que le diga que estás muerta?”

Respiró profundo, sintiendo un peso en su pecho, el peso que aparecía siempre que pensaba en su familia. Quienes la criaron, quienes le dieron todo lo que poseían, lo que no era mucho, pero lucharon día y noche para mantenerla con vida, para darle una oportunidad de crear su propio camino y ver el mundo que tanto deseó conocer.

Y ahí estaba, en un coliseo, siendo un animal de entretención para los ricos.

“Hoy me di cuenta de que no soy tan fuerte como empecé a creer durante mis últimas peleas, y si bien lo supe desde el comienzo que no era suficiente, ahora me cayó la realidad encima como un balde de agua fría. Se, mejor que nunca, que moriré, cualquier día de estos, y sé que ellos están esperando a que vuelva, y probablemente jamás lo haga. Así que, por favor, se lo pido, dígales que morí, que morí con honor, antes de que sepan que morí como una delincuente, como un animal.”

Sintió su garganta seca apenas terminó de hablar, su voz terminando rasposa y gruesa, ni siquiera recordaba haber dicho tantas palabras juntas en toda su vida, y sabía que la causa de eso era la desesperación.

No quería morir en el coliseo, pero quería aún menos el que estos supieran de la forma que murió, donde murió, era denigrante, sobre todo siendo una delincuente para el imperio, y no un honorable Gladiador que entró ahí luego de entrenar años, para luchar, para ser fuerte, capaz. Sus padres la criaron para lograr grandes cosas, no para caer en lo más profundo, y no quería que estos la viesen como lo peor, como el mundo la hacía ver ahí dentro de esa jaula.

“Uhm.”

Octavia hizo un sonido con su garganta mientras miraba alrededor, pensativa, y cuando sus ojos volvieron a unirse, esta asintió.

“De acuerdo, mañana mandaré a alguien a tu pueblo, con la orden de que les entreguen el dinero y que digan una historia honorable sobre ti. ¿Eso está bien?”

Asintió de inmediato.

“Muchas gracias.”

Octavia asintió, su sonrisa capaz creciendo con su agradecimiento. Esta volvió a sujetar su copa, tomándose lo que quedaba, pero no de buena manera, parte del líquido cayendo por su mentón, bajando por su cuello, llegando a su clavícula, bajando por sus pechos.

Lo había hecho de adrede, y lo notó por la sonrisa de esta, y se vio tragando pesado, sabiendo que ese vino derramado iba a terminar en su boca.

“Espero que hayas descansado suficiente.”

No, no había descansado suficiente, pero debía decir que si, y así lo hizo, asintiendo, moviendo su cuello y sus hombros, haciéndolos resonar.

Debía continuar.

Octavia había hecho mucho por ella, y debía pagárselo de alguna forma, así que seguiría ahí, intentando dar más de lo que era capaz.

Se lo debía.

 

Chapter 57: Antihero -Parte 6-

Chapter Text

ANTIHERO

-Descubrimiento-

 

Arregló su capucha, mientras miraba la entrada de aquel edificio.

Dudó en entrar, deteniéndose, empezando a sentir cierta melancolía, como cuando era una niña y solía correr a ese lugar, de la mano de su amigo de la infancia, ambos felices. Ese lugar fue su segundo hogar durante años, no, ni siquiera su segundo hogar, era su único hogar.

No tenía a nadie más, solo a ellos.

Esa familia la liberó de las garras del sistema, y le dio una oportunidad de salir de aquel orfanato.

Y ahora, luego de aquella traición, había decidido no volver a verlos a la cara, ya que al final, solo la usaron para experimentar con ella, aprovechándose de la lealtad que les tenía, de la ignorancia, de su impotencia. Ganándose la confianza de una niña solitaria para luego tenerla comiendo de sus manos, y así fue.

Tenía dignidad, y se prometió no volver a entrar ahí, no pedirles nada, no volver a caer en sus redes, no ser el títere que ellos querían que fuese.

Y se mantuvo firme en eso.

Se llevó la mano al pecho, agarrando su medallón destruido.

Ahora ya no.

Ahora debía volver, debía bajar la cabeza, debía fingir y así obtener lo único que la hacía sentir viva, lo único que la mantenía alejada de la niña invisible que solía ser. Incluso planificó que sería lo mejor para decir, y esperaba que su máscara no se rompiese ante el dolor, ante los recuerdos, ante la ira. No, no podía permitir eso.

Esa identidad era su libertad, e iba a disfrutarla.

Las puertas de vidrio se abrieron, y entró.

Nadie la miró, no sintió la mirada de nadie, y era evidente, así, no era nadie, mucho menos con la capucha ocultando su cabello. Era fácil de olvidar, era difícil de reconocer, e incluso al haber estado ahí encerrada, en ese edificio, por meses, nadie la recordaba. Porque la única persona que la vio, que realmente la vio, la traicionó.

Pero no importaba.

Su identidad estaba a salvo por lo mismo, así que disfrutaba de su doble vida.

Avanzó, sabiendo exactamente dónde estaba Dodek, este recorriendo el mismo piso del edificio la mayor parte del tiempo, así desde que eran jóvenes, y no tenía duda que seguía siendo así. Al llegar a ese piso, donde estaba la oficina de su antiguo amigo, le preguntó a una recepcionista, y esta se encargó de llamarlo.

Podía hacerlo ella misma, pero si solo lo escuchaba, su máscara podía romperse.

Solo escuchar mentiras, era desagradable, al menos el ver rostros le servía para distraerse de la dura realidad.

El apareció luego de unos minutos, sus ojos brillando a penas la vio.

Si estaba ahí, era porque lo necesitaba, y él adoraba sentirse necesitado, quería ser un héroe, siempre lo quiso, y en esas situaciones se demostraba lo mucho que su complejo de héroe lo definía como persona.

Pero un héroe debía ser bueno, y él no lo era.

Solo era un mentiroso, un manipulador, y odiaba haber tenido aquel poder tan tarde, si tan solo hubiese nacido con una habilidad para notar las mentiras, todo hubiese sido más simple. Hubiese huido de ahí antes de ser un experimento para su deleite, hubiese huido antes de ser apuñalada por la espalda.

Pero no, ahí estaba, con su pasado asqueroso encima.

El mundo entero la defraudó, y eso no fue suficiente, defraudándola también las únicas personas en las que más confió, las que más quiso.

“¡Wlad! ¡Has vuelto!”

Este se le acercó, sujetándola de los hombros, como si fuesen amigos de toda la vida, como si su relación jamás se hubiese roto. Él aún tenía planes para ella, era evidente, por eso la quería ahí, a su lado, por eso le daba una cálida bienvenida.

Asintió, siendo quien solía ser al lado de aquel sujeto, y odiaba ser esa persona. Prefería ser Ego, sentirse libre, poder decir lo que sea, sin que le faltaran palabras, en esa piel le sobraban las palabras, era una nueva persona, sin sus fallos, sin sus errores, sin su inmundo pasado persiguiéndola.

Pero ahora, recordaba quien era, quien siempre sería, porque podía usar un traje, una máscara, el crear su propia persona, pero siempre sería Wladislawa, la niña a la que nadie quiso, la que abandonaron, la que ignoraron, la que lastimaron, la que traicionaron, y ningún engaño que se hiciese a si misma iba a eliminar eso.

“Vengo a disculparme.”

Le dijo, mientras sacaba su medallón, este roto, y notó sorpresa en su amigo de la infancia, en su compañero, y no sabía con seguridad si le sorprendía el que le viniese a pedir disculpas o que le trajese el medallón así de roto.

Dodek miró el medallón, y luego la miró a ella, y rápidamente sintió la mano de este en su espalda, guiándola directamente a su oficina.

“No tienes de que disculparte por nada de lo que ocurrió, solo me alegra que estés aquí, ya ansiaba el día que volvieses.”

Ya ni siquiera sabía si lo que este le decía era verdad o no.

Se sentía demasiado agotada mentalmente para poner demasiada atención, en enfocar sus poderes en las palabras. Solo quería que aquella tortura, que aquellos recuerdos del pasado se acabasen de una vez por todas.

No quería ser esa persona.

No quería estar cerca de ese hombre que le restregaba quien era, de quien no podía huir.

Se sentó en la oficina ajena, el olor recordándole el pasado, y le sorprendía como el hombre lucía tal y como la última vez que lo vio, como si no hubiese envejecido ni un segundo, como si el tiempo se hubiese detenido en el momento que dejó el edificio, que huyó de él.

Dodek se sentó, en sus manos el medallón.

“¿Cómo se te rompió?”

Los ojos del hombre se fijaron en ella, y ni siquiera salió de su capucha para mirarlo de vuelta. Se sentía a salvo, ahí, oculta, ocultando quien era, viendo el menor detalle posible de su alrededor, con el rostro gacho.

Pero debía pensar.

¿Qué es lo que este querría escuchar?

“Tuve una pelea con Snake Goddess, las cosas no salieron bien, intenté detenerla, pero no pude, es demasiado fuerte.”

Cuando levantó la mirada, mirando al hombre, este tenía los ojos brillantes, el rostro luminoso, tal y como cuando eran niños, cuando lo salvaba de quienes lo golpeaban, y este le sonreía, admirándola sin tapujo alguno, orgulloso.

¿Era eso una mentira también?

Para él, ella era una heroína, pero siempre sus intenciones eran egoístas, siempre quería salvarlo a él, a nadie más, y si este hubiese visto lo que les hizo a algunos de ellos, no la habría mirado con esos ojos, jamás, y siempre salió impune, porque era invisible, ese era su verdadero poder.

Arriesgó su propio pellejo por ese hombre, por ese niño, porque le brindó una mano, y haría lo que sea por él.

Fue su debilidad durante toda su vida.

Pero no más.

Ella no era una buena persona, no era una heroína, solo salvaba a quien quería, usaba sus puños para defenderlo a él, y era capaz de cosas horrendas para la poca edad que tenía en ese entonces, cuando comenzó a actuar por impulso, cuando se dio cuenta que el mundo era una mierda, y no tenía sentido alguno intentar salvarlo.

Solo a él.

Solo lo salvaría a él.

Y él la usó, y eso le dolía demasiado.

Si supiese, en ese entonces, lo que le deparaba el destino, no hubiese movido ni un solo musculo para salvarlo, lo habría dejado perecer en el suelo, sangrando, mientras el resto de niños lo golpeaba hasta matarlo, y ella, se habría regocijado.

Pero ahí estaba, mostrándose tal cual él quería, dándole en el gusto, para así obtener algo a cambio.

Cuando tuviese su medallón, iba a destruir ese lugar.

Quería hacerlo.

Solo estar ahí, le recordaba los horribles meses que pasó ahí, encerrada, ahogándose con su propia sangre, su piel ardiendo, sus huesos rompiéndose, siendo un experimento.

Lo quería, sí.

Pero ya no más, nunca más.

Iba a golpearlo donde más le dolía, pero podía esperar, solo un poco más.

“Esta bastante destruido, pero se puede arreglar, dame un par de días.”

Podría tener otro traje, podría tener otro medallón, otra identidad, pero le gustaba la que tenía.

Miró al hombre, y se sonrió bajo la capucha, fingiendo.

“Gracias, he estado buscando pelea con esa terrible mujer por mucho tiempo, pero siempre me termina ganando, ser una heroína es más difícil de lo que creí.”

Él le sonrió, mostrándole los dientes, y de nuevo lo notó demasiado joven.

Dodek tenía claro que eso no era verdad, que estuvo años haciendo de las suyas, sin hacer lo que él quería, pero siempre seguía con eso, con esa obsesión, porque eso era, el heroísmo era una obsesión para él, así que perseguía la más mínima posibilidad.

Siempre lo creyó un chico ingenuo, siempre, desde el comienzo.

Y seguía creyendo que era así.

Dodek tenía lo que quería, si podía sujetar el futuro preciado con el que soñaba, iba a seguir adelante, sin siquiera dudarlo, y creía que era por lo mismo que la metió en un quirófano, para tener una muestra real y palpable de que sus ideas podían convertirse en una realidad.

Se levantó del asiento, y caminó hasta la salida.

“No quiero seguir quitándote tiempo. Espero recibir tu llamaba pronto, ya me muero por darle su merecido a esa mujer.”

Este se apresuró, corrió para llegar a su lado, sonriéndole, feliz, como un niño, como el niño que solía ser.

“Te llamaré lo más pronto que pueda, ya quiero arreglar el medallón. Le haré algunas mejoras a tu traje, para que sea más resistente contra los villanos.”

Eso sonaba bien.

Aunque, ¿Quién era el verdadero villano?

Asintió, y comenzó a caminar, sin darse cuenta, siguió un camino equivocado, ese lugar siempre le parecía un laberinto, y siempre se perdió, desde que era niña, y ahora le volvía a pasar. El diseño siempre le hacía olvidar donde estaba el ascensor.

Dio un salto cuando sintió la mano de Dodek en su muñeca.

El agarre firme, fuerte, y aquello le dio escalofríos.

Y no de los buenos.

Dodek era débil, era un hombre de ciencia, de libros, no tenía fuerza alguna, no por nada lo molestaban cuando era un niño, por tener un buen apellido y por ser nada más que un debilucho, y ella se encargó de mantener a cualquiera lejos de él. Pero un agarre así… jamás había sentido un agarre así de él.

Si, notó extraño el verlo tan joven, pero creyó que era cosa de ella, de considerarlo su amor de infancia y esas cosas, que le hacían verlo diferente, pero esto levantó otra alarma.

Cuando lo miró, este le sonrió, su sonrisa diferente a la de hace un rato, forzada.

“Por ahí no, ¿Sigues confundiéndote?”

Asintió, soltando una risa, enderezando su camino.

Pero sus ojos se fueron al lugar a donde iba yendo, dudando. Había algo sospechoso ahí, en las puertas del piso, cerca de la oficina de Dodek, el lugar donde este siempre trabajaba. ¿Por qué detenerla así? ¿Por qué tenía tanta fuerza? ¿Por qué parecía sospechosamente joven?

Algo le estaba ocultando, aunque con sus caminos separados, de la forma en la que separaron, dudaba que mereciese la verdad.

Pero no pudo quedarse de brazos cruzados.

Fue en dirección al ascensor, mientras Dodek volvía a su oficina, y ahí, decidió dar vueltas, como solía hacerlo cuando niña, simplemente explorando. Antes nadie le prestaba atención así que podía moverse libremente, aburriéndose, pero sin motivación alguna para hurgar en los secretos que ese lugar ocultaba. Ahora no, ahora quería hurgar en los secretos, y tenía su velocidad de su lado, así que ni siquiera las cámaras lo notarían.

Se sintió sonreír, su mueca usual volviendo a su rostro decaído.

Así que se movió.

Entró en aquella puerta, el lugar secreto de Dodek, su gran caverna, su gran secreto, y lo recorrió, viendo oficinas, aburrido, viendo laboratorios, aburrido.

Rodó los ojos.

Probablemente solo era el cansancio y el estrés de perder su identidad, quedándose sin la máscara, la que la ayudaba a soltar tensiones, a liberarse, a relajarse, y todo lo que pasaba no era más que imaginaciones propias.

No podían haber cambiado tanto las cosas desde que se fue, ¿No?

Dio un salto, deteniéndose en seco, luego de correr a altas velocidades.

Vio algo de reojo, y creyó que había visto mal.

Había una habitación ahí, una sala tal y como las oficinas y los laboratorios, los vidrios dejando ver hacia adentro, pero era diferente, adentro no había nada que lo hiciese ver como un laboratorio, como una oficina, no, más bien, parecía una minimalista habitación.

Y adentro había una persona.

Había una cama, un armario y una pequeña mesita, nada más. Y ahí, en el suelo, estaba la persona, aunque decirle persona, sonaba extraño.

Era una niña, solo una niña.

¿Qué hacía ahí?

Se vio mirando alrededor, buscando algún tipo de aviso, algún tipo de cartel, pero no había nada. Ni siquiera había un solo alma ahí dentro, siendo el lugar privado de su antiguo amigo, sin dejar que nadie más entrase.

Pero ¿Por qué tenía a una niña ahí encerrada?

Y había recorrido todo el lugar, y no había más niños, esa era la única.

Si, era una persona cruel, era una persona mala, era una persona egoísta, era una persona desinteresada, podía ver al mundo morir y rogar a su alrededor y ni siquiera iba a pestañear, y tampoco iba a fingir que le importaba demasiado si niños morían o algo así.

Pero, por una parte, le recordó a sí misma.

Temió que se tratase de alguien que sufriría lo que ella sufrió.

Si, ella misma dio su consentimiento, lo cual fue una estupidez, de la cual se arrepintió, ¿Pero esa niña? Dudaba que pudiese siquiera entender lo que ocurría.

Se acercó al cristal que las separaba, y esta se removió, mirándola, observándola en sorpresa, como si fuese un fantasma.

De inmediato le recordó a alguien.

Lo sintió en su estómago.

Pero, no podía ser así, ¿No?

Se puso a pensar en lo que ocurrió hace unos días, ahí, en ese lugar bajo tierra, lo que pensó cuando Devna le dijo que habían matado a su esposo y a su bebé, porque los niños solían venderse bien en el bajo mundo, entonces, ¿Por qué matarían a un bebé pudiendo venderlo? Era una ganancia muy grande para desperdiciarla.

No tenía sentido.

Si hubiese sido ella, si ella hubiese asaltado aquel lugar, por supuesto que habría vendido a las mujeres y a los niños con los que se ganaba más dinero, era la mejor jugada, sería estúpido darles muerte y perder todo ese beneficio económico.

Y ahora, viendo a esa niña, viendo su piel oscura y su cabello lacio tan similar al de la vengativa mujer, su teoría empezaba a tener sentido.

Se quedó en cuclillas, mirando a la niña, esta de unos seis años, cuyos ojos eran oscuros, diferentes a Devna, pero seguía pareciéndole similar. Tenía unas pequeñas manchas más claras en su piel, y temió que esa niña ya estuviese sufriendo algún efecto adverso.

Ellos sabían de Devna, el hombre que la vendió sabía de lo peculiar que era, los poderes que tenía. Y tal vez, no era el único que lo sabía, quizás más personas lo sabían. Era una posibilidad. Y si estos sujetos sabían que la mujer que sacaron de Nepal tenía una hija, podían asumir que esta también tenía habilidades, que también tenía algún tipo de gen que hubiese heredado.

Solo eran teorías, no lo sabía con seguridad, y asegurarlo no era correcto.

Pero sentía que era así, sentía que era tal y como lo creía.

Su estómago se lo decía.

Y confiaba en su instinto.

Se levantó, mirando a la niña, sus ojos oscuros brillando, confusos, probablemente no tenía idea porque una extraña aparecía frente a ella, alguien que no era Dodek. ¿Acaso veía a alguien más a parte de él?

Apretó los puños, sintiéndose hervir.

Si tenía a una niña ahí, era para experimentar, como lo hizo con ella. Y si veía un cambio en él, era porque o ya había obtenido algo a cambio, o había utilizado a alguien más, y si era así, ¿Estaba esperando a que esta niña creciera un poco más? ¿Qué sus poderes evolucionaran? ¿Qué se desarrollara más? ¿O ya había empezado tal y como creía posible?

La niña se levantó del asiento, y se acercó al vidrio, mirándola directamente a los ojos, y sabía que podía lucir intimidante para una niña, bajo la capucha, mostrando parte de su cuerpo fuerte, sin embargo, esta no parecía asustada, parecía curiosa.

Pero la veía, lo cual siempre era agradable, aunque al mismo tiempo, le daba más la sensación de que no había visto persona más allá de Dodek.

No supo que decirle, ni siquiera sabía si esta la escucharía, la entendería.

Puso la mano en el vidrio, la niña mirándola, curiosa, sin entender su gesto.

No pasó ni un segundo para que la puerta al final del pasillo se abriera, y notó como los ojos de la niña de inmediato pasaron de la curiosidad al terror, corriendo a sentarse en la silla, como si estuviese adiestrada para hacerlo.

Estuvo a punto de quedarse ahí, de permanecer ahí, y enfrentar a Dodek ella misma, sin embargo, aún tenía que recibir algo de él, y no podría lograr nada siendo quien era.

Cuando escuchó pasos caminando por el pasillo, usó su velocidad para salir de ahí, para alejarse, para hacer que nada había pasado, para fingir que jamás estuvo ahí.

Y se sentía agrio.

Si hubiese sido cualquier otra persona, otro niño, tal vez no se sentiría así, pero su estómago le decía que esa niña era la hija de Devna. Debía ser el destino, por supuesto. Que la mujer, la última vez que se vieron, hace unos días, lo mencionara, y ahora encontrar a una niña tan similar a esta, era o una coincidencia abrumante o era tal y como creía, el destino dándole una señal.

Pero, si era así…

Cabía la posibilidad de que aquel secuestro en las tierras de Devna no fuesen solo traficantes de personas, si no que trabajaban directamente para la empresa aquella, empresa que creyó que era su hogar desde que era una niña.

De ser así, el destino tenía un humor de mierda.

Ahora, había una pregunta que le daba vueltas por la cabeza.

¿Debía decirle, o no?

Podía decirle sobre la niña, y si no era su hija, iba a terminar rompiéndole en pedazos las esperanzas que le dio, y así su hija moriría para ella una segunda vez, pero si no le decía, si hacía que no vio nada, y resultaba que si era la hija, iba a tener en su mente que fue en parte culpable de la muerte de aquella niña, que tendría en sus manos la sangre de la hija de la serpiente.

Por primera vez en su vida, se sentía enferma al saber que tendría cierta culpa de la muerte de alguien, y era extraño, porque muchas veces si fue culpable de eso, de no mover un dejo, de quedarse inerte mirando como la vida de alguien desaparecía.

¿Por qué ahora?

Aun no lo entendía.

Al parecer, la serpiente la había conquistado.

 

Chapter 58: Theater -Parte 1-

Chapter Text

THEATER

Writer

-Protagonista-

 

El director estaba estresado.

Todo el equipo estaba estresado.

Y ella, ya podía considerarse frustrada.

El día del estreno de la obra, su obra, se acercaba, y ahora, que la protagonista, el personaje principal y más complejo de la obra había tenido que dejar el set, la situación se escapaba de sus manos.

Por su parte, no podía hacer mucho. Ella escribió la historia, el libreto, lo arregló, lo mejoró con los días, incluso lo adaptó un poco para que la actriz tuviese mejor desempeño, pero más allá de eso, no podía hacer mucho para solucionar el dilema. Eliminar a la protagonista era algo que no podía hacer. No había forma en que la historia funcionase sin esta.

El director volvió a pasar a su lado, sujetándose los pocos cabellos que le quedaban en la cabeza, estresado, rojo de ira, sabía que había llamado a varias personas para conseguir a quien pudiese tomar el puesto de la protagonista, pero luego de la tercera, ya creían que era imposible.

Él parecía listo para tirar la toalla.

Y la obra se iría al traste.

Se sentía impotente, porque era la primera vez que era una obra propia la que iba a ser estrenada en el teatro, y no una adaptación que hizo. Le puso mucho amor al libreto, y ver como ahora todo empezaba a desmoronarse la hacía sentir tan furiosa como el director se sentía. Algo así podía significar el final de su carrera como guionista.

Se quedó en su asiento, mirando el libreto en sus manos, ojeando las escenas, las mejores, las que le parecían maravillosas, pero nadie podía hacerlas, nadie podía entrar en la carne de la protagonista y mostrarle la pasión que tenía en su mente, en su imaginación, al parecer, nadie tenía el talento para mostrarle al mundo lo que ella había creado.

Vio a parte del equipo acercarse, el líder de vestuario, el líder de escenografía, y la compositora.

Siempre se sentía algo intimidada con la presencia de la última, esta siempre tan silente, capaz, sin mostrar el menor titubeo, muy diferente a ella misma, y aquello la hacía sentirse inferior de cierta forma. Se daba cuenta de lo mucho que estaba perdiendo la compostura en ese instante, y deseaba tener la cabeza fría.

Nadie solía hablarle, pero sabía que los presentes podían notar lo frustrada que estaba en ese momento, y no quería verse como una niña haciendo un escándalo.

Se sentía minimizada, y si bien había escrito el libreto, no creía que fuese suficiente en comparación a lo que los demás hacían ahí.

Negó, ya estaba muy afectada con la situación para que aquellos pensamientos le nublasen aún más el juicio.

Aunque fuese el final de todo, estaba agradecida de trabajar con esas personas, sobre todo con una celebridad como Lorelei, quien tomó su libreto, tomó sus ideas, y las transformó en música, y se sentía afortunada de que una mujer así de talentosa ayudase a hacer brillar su historia, la historia de una principiante.

Y ahora, el trabajo que tanto les costó, empezaba caerse a pedazos.

“¿Era esa la última?”

Lorelei habló, su voz resonando por la sala, monótona, seria, al punto, y el director soltó un agobiado suspiro, dejándose caer en la silla, negando, su cuerpo agarrotado ante tanta tensión.

“No, una amiga de la universidad mandó a su hija, debe estar por llegar, pero solo la acepté por cortesía, esa niña no se ha subido a un escenario nunca, no puedo perder mi tiempo con novatas al tener la fecha tan cerca.”

O sea, estaba todo perdido.

Se sacó los lentes y se masajeó las sienes.

La migraña empezaba a crecer, su frustración y su enojo creciendo.

Quería que la obra fuese un éxito, y vio como todo iba perfecto, pero nadie anticipó que la actriz enfermaría de esa forma. Y egoístamente lamentaba más el problema que la mujer les dejó más que preocuparse de su salud. Su obra, era su prioridad, y no perdonaría a quien sea que lo arruinase.

Escuchó ruido, escuchó pisadas, escuchó a alguien correr hasta el salón, así que se vio saliendo de sus pensamientos.

Las puertas se abrieron de golpe.

Se vio poniéndose de nuevo los lentes, mirando a quien había llegado, así como el resto del equipo. Los ojos de todos fijos en la mujer rubia que acababa de pasar por las puertas.

Si, lo notó de inmediato.

Esa mujer brillaba.

“Siento el retraso, me dijeron que necesitaban a alguien para el papel principal y vine apenas pude.”

Era ilusa al pensar que tendría oportunidad.

A esta altura, necesitaban un milagro.

Y este no lo era.

Podía ver los ojos del director, como parecían cansados, agotados, resignados, no parecía tener la más mínima intención de aceptar a una novata en la obra, eso no lo dejaría bien parado, y tenía una reputación que mantener, y honestamente, era lo mismo con ella.

Si la obra era un fracaso, su historia también fracasaría, y eso mancharía su nombre, y no tendría otra oportunidad de presentar una obra original, y tendría que limitarse por siempre a hacer adaptaciones de libros, hacer musicales que ya habían hecho cientos de veces, y ella lo hacía una vez más.

No quería eso.

No quería eso para su futuro.

“Le hice un favor a tu madre, así que no me hagas perder el tiempo.”

El director habló, serio, la ira escapándose por sus poros a pesar de querer controlarse. Ambos eran parecidos en ese ámbito, intentando ocultarlo, sin poder.

Esta asintió, parándose recta, su coleta rubia meneándose con el gesto.

Se vio de piedra cuando esta se acercó a ella, sus pasos firmes, como si la conociera de toda la vida, como si hubiese estado en ese salón, con esas personas, desde siempre. Los plateados de la mujer la observaron, la sonrisa en su rostro brillante, mientras se acercaba lo suficiente para llevar las manos al libreto sobre su mesa.

Se vio frunciendo el ceño, sabiendo que nadie le hablaba a ella, no solía comunicarse con nadie, solo con el director, y vaya sensación más desagradable el verse obligada a interactuar, pero claramente el director estaba muy molesto para salvarla de esa interacción.

“¿Tu eres la escritora? ¿Es esta la obra?”

Esta ni siquiera lo sabía, solo lo asumía.

No le habían mandado parte del libreto, no le habían hecho memorizarse un dialogo, nada, había venido ahí sin tener idea de absolutamente nada, ni de la obra, ni de que trataba, nada.

El director notó lo mismo que ella, no, probablemente todos ahí lo notaron.

Él no estaba feliz, pero no podía decir nada ante tan poco aviso.

Se obligó a calmar los nervios y la molestia de hablar con una desconocida, pensando exclusivamente en la obra, en la que era su última esperanza, así que debía ser capaz de mirarla y hablarle, contestarle. Era por su obra, y a estas alturas, haría todo para salvarla del abismo.

Y no le gustaba tener esperanzas falsas, el perder energía en alguien que podría causar más prejuicio que ganancia, y con solo ver a esa mujer, le generaba desconfianza, ese tipo de persona, era la perdición de gente como ella.

Pero ya no tenía mucho que perder.

Si, tenía que priorizar su obra antes que todo.

“Emma es tu personaje.”

Carraspeó, su voz seca al haber apenas hablado durante todo el día, pero pudo decir todo correctamente. Los plateados la observaron fijamente por un momento, haciéndola sentir incómoda, y se mordió la lengua para evitar decir algo inapropiado o hacer una expresión de desagrado. Esta rápidamente se movió entre las paginas, parecía buscar algo en particular, y supo que buscaba.

El clímax de la historia.

“Todo se ve muy bien, eres muy buena escribiendo.”

No supo que decir acerca del inesperado cumplido, le causó extrañeza, probablemente se sonrojó en el proceso, no lo sabía con seguridad. En ese mundo recibir algo semejante era prácticamente imposible, todo cumplido venía con criticismo, porque nada era perfecto y debía de serlo. Mucho menos se iba a recibir un cumplido con aquella sonrisa.

Le parecía falsa, le molestaba.

La mujer se veía despreocupada con la expresión que tenía en el rostro, pero de un momento a otro, cuando esta encontró la escena, sus ojos cambiaron, su expresión cambió, su rostro poniéndose serio, profesional, y se vio sorprendida al ver el cambio.

Esta se levantó erguida, luego de haber leído rápidamente el libreto, dejándolo donde estaba, en sus manos, sin llevárselo, lo cual era una idiotez, necesitaba tenerlo en mano, era imposible que pudiese aprenderse los diálogos en tan pocos segundos de lectura.

La rubia cerró los ojos, parándose frente al director, y notó como uno de sus dedos índices la apuntó, y se vio de nuevo en la diana. Tragó pesado, estaba empezando a odiar a esa mujer.

“¿Puedes describirme un poco a la protagonista? Algo de su personalidad, lo que sea.”

La notó completamente concentrada, y sabía que tenía que hablar, pero de nuevo se vio cohibida.

Sujetó el libreto en sus manos, y respiró profundo.

Todo por la obra.

“Enamoradiza, ingenua, inestable, impulsiva.”

La mujer asintió, mientras respiraba profundo, y cuando abrió los ojos, parecía determinada, su expresión dejó atónito incluso al director, quién tomó el libreto que tenía siempre en su asiento, y se lo pasó a Lorelei, quien miró el libreto sin saber qué hacer con este, como si jamás hubiese tenido un libreto en sus manos.

No estaba ningún otro actor ahí presente, así que el director eligió al azar.

El director lo habría hecho en otra ocasión, pero le gustaba sentarse a mirar desde afuera, sin ser participe, un espectador más, y no podía juzgarlo, también lo prefería, así se podía calificar de mejor forma el talento de alguien sobre el escenario.

Lorelei no dijo nada para refutar, parsimoniosamente buscando la escena del clímax de la historia, haciendo caso a la orden silenciosa.

Y esperaron.

La rubia les dio la espalda a todos, mirando hasta el rincón vacío del salón, y solo pasaron unos momentos para notar como esta había cambiado por completo su postura segura y erguida. Ahora era diferente, ahora notaba sus hombros más gachos, así como su rostro, notándose débil.

Cuando esta se dio vuelta, apuntando a Lorelei con su mano, notó lágrimas en sus ojos.

Y no creyó que le sería tan fácil entrar en el papel.

Incluso quien fue apuntada, la mujer madura que conocía hace tiempo, parecía sorprendida, mostrando más emoción de lo que había visto en esta en todo ese tiempo trabajando juntas.

“¡Me mentiste! ¡Me engañaste!”

Su voz sonó fuerte, desgarradora tal y como se lo imaginó, tal y como pensó esa escena, y se vio estupefacta observando hasta el más mínimo detalle en la expresión corporal de esa actriz novata.

Lorelei buscó su dialogo en el libreto, aun en un evidente estupor.

No esperaban tanto en tan pocos segundos.

Nadie ahí lo esperaba.

“Jamás te mentiría. Lo estás malinterpretando.”

La voz de Lorelei era demasiado monótona para la escena de aquel personaje, el hombre entrando en pánico, el cual sabía cómo era aquella mujer, la protagonista, quién más amaba en el mundo y que ahora la veía en un total colapso. Pero la podía perdonar, de todas formas, su tarea era avivar el coro, la música y crear la banda sonora perfecta para cada escena, cantando cada una de las melodías, actuar no era algo que se le diese bien, lo notaba en su rostro estoico.

La actriz novata dio un paso hacia la cantante, aun en personaje, su ceño fruncido, sus labios temblorosos, su cuerpo inestable.

Tal y como lo imaginó.

“Todo este tiempo, todo este maldito tiempo, no has sido nada más que deshonesto conmigo. ¿No me amabas? ¿¡No decías quererme!? ¿¡Como pudiste hacerme esto!?”

Su voz resonó en el salón, chirriando rota, y deseó estar afuera, ver la escena en el escenario, como debía ser, y escuchar como esa voz sonaba a través del lugar, llegando a cada asiento, a cada persona.

No sentía esa emoción desde hace mucho.

La actriz anterior no había mostrado tal dedicación en los ensayos, y creyó que sería mejor en el escenario, así como vio otras veces, pero ahora que veía a esa mujer ahí, creía que no había forma de que fuese superada.

“Te lo digo, dejame explicarte.”

Lorelei habló, y siempre se veía imponente, alta, robusta, pero ahora era mujer más baja parecía robarse la escena por completo.

Y eso era lo que esperaban del protagonista.

Y esta rio.

Rio estrepitosamente.

Una risa tan maniaca, tan inestable, que hizo que los pelos se le pusieran de punta.

Era exactamente lo que quería ver, lo que quería oír.

Era mujer estaba dándole vida a su personaje, a su creación, estaba viendo en carne viva lo que se imaginó tantas veces en su cabeza.

“¿Explicarme? ¿¡Qué demonios me vas a explicar!? Todo este tiempo te creí, confié en ti, me juraste que no me defraudarías, ¿¡Y me hiciste esto!? No necesito una explicación, ni siquiera necesito un perdón, no hay nada que puedas hacer para calmar la ira que siento, la desesperación que me consume. Tuve que enterarme de la peor forma posible, ni siquiera pudiste decirme las cosas a la cara.”

No lo dijo perfecto, pero no esperó que lo dijese perfecto, habiendo leído durante meros segundos.

Aun así, improvisó.

Rellenó de la mejor forma posible, y ni siquiera lo notó, de hecho, si no hubiese reescrito tantas veces esa escena, intentando quedarse lo más conforme que podía, tal vez ni se habría enterado de que añadió partes que no estaban en el libreto.

El director también lo notó.

Ambos conocían los diálogos al derecho y al revés.

Y él tal vez le había quitado puntos por improvisar, pero siendo la primera vez que le daba un vistazo al libreto, le parecía impresionante.

Esta dejó su personaje, dejó el caos de personaje que era Emma, y volvió a ser su persona usual, acercándose, la sonrisa siempre en su rostro a pesar de tener los ojos vidriosos, volviendo a acercarse a ella, buscando la escena una vez más, y releyendo lo siguiente, memorizándoselo.

“No podía decírtelo, sabía que ibas a reaccionar de manera desmedida, no era mi intención que te enterases.”

Lorelei alcanzó a decir su dialogo mientras la mujer volvía a ponerse en personaje.

De nuevo, se escuchó la risa, esta vez menos maniaca, ahora más lúgubre. Cuando los plateados miraron a Lorelei, notaba ira en esta, una ira contenida, pero a duras penas.

“¿Reaccionar de manera desmedida?”

La risa, una vez más.

Lúgubre, luego subiendo, más y más, tornándose más inestable, sarcástica incluso, sobre todo cuando volvió a enfocarse en el personaje ficticio frente a esta, iracunda, siendo nada más que temblores, caos.

“¡La mataste! ¡Fuiste el culpable de su muerte! ¿¡Cómo se supone que querías que reaccionara!? ¿¡Feliz!? ¿¡Contenta!? ¡Sabías que ella era todo para mí! ¡Te conté todo sobre ella! ¡Lloré en tu hombro cuando se fue! ¡Y ahora sé que fuiste tú el culpable de que muriese en primera instancia! ¡Eres el culpable de nuestro sufrimiento!”

Dolor.

Desesperación.

El sufrimiento de perder a la única persona que tienes, una unión irrompible que se vio irremediablemente rota de un día para otro, el buscar apoyo en quien intentó salvar a tu gemela, a tu otra mitad, el encontrar en quien depender para calmar el dolor, para al final enterarte de que todo se trató de un error, de una negligencia.

Matthew debía acercarse, intentar abrazar a Emma, pero Lorelei no hizo mayor movimiento, e imaginó algo así de esta, pero la rubia reaccionó tal y como si hubiese ocurrido, como si se hubiese acercado alguien a tocarla, haciendo el gesto de huir, para al final terminar de rodillas en el suelo, huyendo del hombre en el que confió cuando su corazón se rompió.

“Todo este tiempo, te vi como su salvador, como un ángel que intentó salvar a mi hermana, y que luego venías a salvarme a mí, pero no eras el ángel salvador que creí, si no que eras el mismísimo ángel de la muerte.”

Su voz se calmó, triste, solo triste.

Pero, aun así, logró proyectarla en todo el salón.

Desvió su mirada de la rubia, para mirar al director, el cual tenía su mano en su mentón, y se veía serio, sus ojos mirando intensamente a la mujer, un observador de detalles.

La risa de la mujer logró atraerla de nuevo a esta.

Las manos se movieron junto con su risa estrepitosa, subiendo de volumen, dándole escalofríos, buscando algo entre sus ropas.

Sabía que buscaba.

Lo tenía claro.

Ella misma lo había escrito.

La navaja.

Y la risa no se detuvo, siguió, mientras Emma volvía a levantarse, dándole la espalda a Matthew, escondiendo en su pecho lo que tenía, el arma en sus manos, el mango de la cuchilla firme entre sus dedos.

“¿Me amas?”

Su voz cambió radicalmente.

De ser nada más que una risa loca, una risa histérica, a ser una voz dulce, una voz suave, una voz enamorada.

El cambio perfecto.

Y Matthew siempre caía ante esa voz, ante los encantos de la mujer débil y triste que tuvo entre sus brazos, a la que sujetó en sus peores momentos, las lágrimas que limpió, los llantos que acalló.

“Por supuesto, te amo y siempre te amaré.”

Esas palabras sonaban tan ajenas en la voz sin sentimiento alguno de Lorelei, pero incluso en esta se notaba la tensión.

Sabían lo que venía.

El caos.

Y estaban todos ansiosos de verlo.

Quería ver a esa desconocida actriz en los zapatos de su protagonista, dándole vida, y no le importaba que fuese una novata o que creyese que fuese una falsa más, porque reconocía su talento innato, así como lo mucho que brillaba, y de todos los actores que había visto en aquel teatro, jamás notó algo así.

Quería ver a esa mujer en el escenario.

Chapter 59: Princess -Parte 3-

Chapter Text

PRINCESS

-Mentiroso-

 

Se vio caminando por los pasillos, escuchando pasos vacilantes tras de ella.

Iban pasando por la zona exclusiva de la servidumbre, donde se suponía que ella no debía ir, pero le gustaba escaparse a la cocina, así se ganaba el favor y el aprecio de las personas que ahí trabajaban, también le gustaba escuchar tras las puertas y así tener un completo control de lo que ocurría. Ahí, todos estaban bajo su poder, así que nadie podía decirle nada por hacer algo así de indebido, ni siquiera eran capaces de decirle a su padre y acusarla.

Nadie podría hacer nada en contra de la pequeña princesa.

Antes de lograr escaparse al pueblo, no tenía mucho que hacer, así que iba ahí, y convirtió a todos, poco a poco, en sus marionetas.

Su hermana mayor siempre estaba ocupada, al igual que su padre, su madre teniéndole el ojo puesto para asegurar que fuese una buena gobernadora, y su hermano estaba en su sala de música casi todo el tiempo, así que debía encontrar la forma de divertirse. Siempre se iba a las caballerizas o se metía en los entrenamientos de los guardias, lo que sea que la ayudase a aprender algo nuevo, como defenderse en el mundo, o pasaba horas en los jardines leyendo, y cuando ya no sabía que más hacer, bajaba a la cocina, donde encontraba a la servidumbre, estos normalmente siempre juntos, y bueno, si le ofrecían algo para comer antes de la cena, lo aceptaba.

Incluso estos la perseguían para asegurarse que estuviese alimentada y feliz, mimándola tal y como era correcto, debido.

Ahora disfrutaba de la cosecha de su arduo trabajo.

Pero siempre tenía limitantes fuera del castillo, y cuando huía, tenía las horas contadas, no podía desperdiciar mucho tiempo, o se darían cuenta que había desaparecido, y su padre era capaz de todo con tal de asegurarse que su pequeña hija estuviese a salvo, quemaría su propio reino por ella, y era aterrador de cierta forma.

Ese era el gran problema de ser la menor, de ser la mimada, era un arma de doble filo.

Se vio mirando hacia atrás, de reojo, mirando a la mujer que la seguía, a la cual no podía ver como un hombre, sin importar cuanto lo intentase. Iba a ser difícil lograr que esta se ganase el respeto de su padre, sobre todo con su mala actuación, pero si lo lograba, iba a ser libre de recorrer el reino sin problema alguno, sin miedo de ser atrapada o de que su padre quemase el reino entero buscándola.

Y luego del reino, le seguirían las afueras.

Iba a pasar los muros del castillo, y los del reino, y saldría de ahí.

Vería el mundo que su padre le prohibía ver.

Soltó un suspiro pesado.

Quizás estaba siendo demasiado optimista, ya que, si bien confiaba en su plan, en los diálogos perfectos, en la mejor forma de que su padre consiguiese confiar en ese tal John Glass, no podía asumir que la mujer seguiría sus comandos a la perfección, de hecho, ya falló. Iba a necesitar toda la suerte del mundo para conseguir su objetivo, ya que su confianza en sí misma era mermada por la poca confianza que le tenía a esa reina.

Al parecer se había metido en un gran lio.

Pero no importaba, iba a solucionarlo.

“Dijiste que odiabas a los mentirosos, pero tú también lo eres.”

Se detuvo de golpe.

Miró al frente, al pasillo vacío, sus oídos escuchando nada más que los pasos de ambas, así que se calmó, sabiendo que nadie la vería, que nadie la escucharía a parte de la mujer que acababa de hablar, que acababa de insultarla, y por más que le gustase tomar la espada en el cinto ajeno y volverla a amenazar, no podía hacerlo.

Si la veían tal y como era, sería un problema.

Y tenía una reputación que mantener.

Sobre todo, ahí, con sus súbditos de espectadores.

“¿Me estás llamando mentirosa?”

La respuesta era evidente, pero solo era una prueba, para ver si la mujer tenía el valor, la audacia, de hacerle frente, de insultarla no una, si no dos veces, y ahora, a la cara, de frente, de hecho, se giró, mirando a los ojos azules de la mujer, manteniendo el control, como siempre, mientras esta parecía encogerse ante su mirada, perdiendo el ímpetu que tuvo con ella de espaldas y lejos de su alcance.

Joanne era una presa, actuaba como una presa, siempre alerta, siempre a la defensiva, y solo moviéndose cuando estaba a salvo.

O sea, una cobarde.

Esperó.

Y esperó.

Pero Joanne no aguantó su mirada, los azules bajando al suelo, su rostro tenso, nervioso.

Lo sabía.

Si, esa mujer era incapaz de hacerle frente, vaya cobarde.

Soltó un bufido y volvió a caminar, dirigiéndose al lugar que se convertiría en la habitación de su futuro guardia, y por suerte los pasillos estaban vacíos, ya era el cambio de guardia, así que todos estaban moviéndose alrededor de los muros, sin estorbarles, por lo mismo eligió ese momento para ir ahí.

Pero la cobarde mujer tenía razón.

Y eso la enfurecía.

Era una mentirosa de cierta forma, o sea, no consideraba que lo fuese, pero por supuesto que lo era para Joanne, quien la vio ahí afuera, donde se topó frente a frente con su otro lado, con su otra mitad, con su verdadera cara, y, ¿La versión agresiva y amenazante era la verdadera cara? ¿O la dulce niña de papá era la verdadera? No lo sabía, ambas debían de serlo, ya que eran su segunda naturaleza, solo debía saber exactamente con quien ponerse que mascara.

Debía haber más, quien sabe, nunca lo había pensado.

Nunca nadie se lo había mencionado, por ende, jamás se lo cuestionó, porque nunca había dejado ver esa parte de sí misma con nadie que no fuese un enemigo, enemigos a los cuales encerrarían y no volvería a ver en la vida, que podían decirles a todos como era la verdadera cara de la princesa, ¿Pero su palabra contra la de ella? Jamás ganarían.

Para el pueblo, era la pequeña princesa, mimada y adorable, que los visitaba y los ayudaba cuando los necesitase, sabiendo que era los ojos de la monarquía, era quien los salvaría cuando en el castillo sus problemas se veían lejanos. Para la servidumbre, era la pequeña princesa a la que debían atender, cuidar, mimar, y ponerle su total atención, debían de tenerla feliz, ese era su trabajo. Para los guardias era más intrépida, no era solo la princesa, sino que además era una guerrera con estos, demostrándoles lo capaz que era físicamente, pero por supuesto que eso no era algo que se debiese divulgar, así que solo quedaba entre ellos.

Y, por último, para su familia, era similar, era la hija menor, la niña mimada, y no pasaba mucho tiempo con ellos, así que tampoco sabían mucho de ella, así como ella de ellos. Sus tiempos no solían coincidir, así que se veían normalmente para la cena o en situaciones importantes, cada uno en lo suyo, y honestamente, era mejor, así no se entrometían en su vida.

En sus planes.

En sus huidas.

Y ahora, se había dejado expuesta. Todos esos años de trabajo duro para tirarlo todo a la basura, ¿Por qué? Pues porque era codiciosa, y quería más de lo que ya tenía, anhelaba la libertad y la independencia, y vio una oportunidad de satisfacer sus deseos egoistas y la tomó, aunque fuese una total estupidez.

Y ahí estaba, apretando los puños, sintiéndose arder en ira, teniendo que lidiar con el peso de sus errores.

Si hubiese sido la hija mayor, ¿Habría crecido así? ¿Se había convertido en esa persona? ¿Anhelaría lo mismo?

No lo sabía, ni quería pensar siquiera en estar en esa tesitura, pero temía volverse una tirana, porque tenía la personalidad para serlo, para destruir al reino, a su pueblo, y lo adoraba, pero no podría evitarlo, el poder siempre la hacía reaccionar de la peor forma.

Encontró las herramientas para manipularlos a todos y tener el mayor poder posible sobre sus manos.

Negó, los pasos dubitativos de la mujer haciéndola salir de su cabeza.

Acababa de poner en movimiento su plan, y ya estaba teniendo un colapso nervioso.

“¿Cómo sabes que estás frente a un mentiroso?”

Preguntó, sabiendo que la mujer la escucharía, su voz lo suficientemente baja para que no la escuchase nadie más. Ya estaban llegando, y sabía que el jefe de guardias iba a estar ahí presente, y no se iba a arriesgar a ser oída, menos por él.

Joanne se puso tensa tras ella, y prácticamente podía imaginarse esa mirada nerviosa que ponía, no necesitaba siquiera mirarla. Conocía a la gente de su calaña a la perfección.

Finalmente, luego de largos segundos, esta carraspeó.

“¿Por qué está mintiendo?”

Se detuvo, mirando por arriba de su hombro, buscando a la mujer con la mirada, esta volviéndose a poner tensa, deteniéndose de inmediato antes de poder chocar con ella.

Iba a tener que ponerle mucho trabajo a esa mujer si pretendía ganar esa batalla, ya que le habían dado un soldado a medias, a medio hornear.

Una desgracia.

Esperaba que la poca paciencia que tenía fuese suficiente para resistir las ganas de exhibir a esa mujer y que el reino se encargase de destrozarla, aunque la idea si bien satisfacía su enojo, no a su lógica, porque vaya asco de escena.

Soltó otro suspiro pesado.

No, no creía que su paciencia resistiese.

“Si vas a hablar, creas o no en tu respuesta, dilo con confianza, tú, sobre todos, deberías de saberlo.”

Era una reina después de todo.

Debió ser criada para serlo, y esa era una de las lecciones más básicas, el mostrar confianza. Probablemente, si lograse ver la otra parte de esta, la que lucía fría, la que lucía rota, la que lucía a punto de desvanecerse en el aire por la miseria, podría notar algo de eso, pero dudaba que fuese una faceta fácil de mantener.

Probablemente esta se rompería aún más en pedazos.

No sabía si quería ver a esa mujer así, como una cobarde, toda temblorosa, o si quería verla completamente afectada por la razón que la forzó a huir y poder desglosar cada fracción de su miseria.

Ambas tenían dos caras.

Pero en ese mundo, tener dos caras era la única forma de sobrevivir.

Aunque dudaba que esa mujer lo hiciese de adrede como ella, que tuviese la capacidad, la habilidad y el control para hacerlo, por el contrario, parecía siempre estar al borde del absoluto colapso, sin control, sin fuerzas siquiera para mantenerse firme.

Si, una persona a medias.

Esta la miró, sin decir nada, y asintió, bajando una vez más la mirada, pero en este caso era bueno, así demostraba respeto, o al menos algo parecido.

“Si el mentiroso es bueno, si miente bien, nadie va a saber nunca que miente, por ende, nunca va a ser considerado un mentiroso. Y si, odio a los mentirosos, lo que significa que odio a la gente que miente, que deja ver sus mentiras, o que simplemente es un pésimo mentiroso, detesto la inoperancia en el arte de la mentira, y esa es la gran diferencia entre ellos y yo, entre tú y yo.”

Ella pretendía bien, usaba la cara que quería con quien quería, y mantenía su papel.

Sobre todo, ahí, entre los muros, donde debía ser la pequeña princesa, donde debía tener el respeto y el cariño de todos, ya afuera dejaría toda esa ira afuera contra esas pestilencias que embargaban el pueblo, los parásitos que aparecían, y su familia estaba tan arriba que cuando se daban cuenta del problema, ya era muy tarde.

Ella usaba su peor lado para despojarlos de sus existencias, para destruirlos, para satisfacerse con la miseria ajena.

Con su pueblo nadie se metía.

Cuando tuviese su libertad, iba a hacer su labor protectora de mejor manera, haciendo lo que su familia no podía hacer, y pretendía que su hermana fuese mejor gobernadora y la dejase hacer de las suyas libremente, o tendría que manipularla, y de nuevo, su hermana era inteligente, mucho más que ella, y fue adiestrada de la mejor manera.

Conseguir lo que quería, contra su hermana, le iba a costar más de lo que estaba dispuesta a pagar.

Volvió a caminar, encontrándose con la habitación designada y con el jefe de guardias parado frente a la puerta, recto, firme, y le daba gracia que ese sujeto fue su caballero personal durante… ¿Cuánto? ¿Dos días? No, no era un mal hombre, pero era tan desconfiado y tan sobreprotector como su padre, y con uno era suficiente. Estuvo a punto de quitarse la máscara con él de pura ira en aquel entonces, dos días fue lo máximo que pudo soportar teniendo al hombre tras su espalda durante todo el día.

Un martirio.

Al menos Joanne llegó a su lado pronto, sin quedarse inerte, o hubiese sido incómodo.

Tuvo que poner su mejor voz, su tono más suave para él, mientras le presentaba a su nuevo caballero, caballero a prueba, por supuesto, pero caballero al fin. El jefe se puso serio de inmediato, mirando a Joanne de arriba abajo, juzgando, y estaba bien, era lo normal, así que no le preocupó, lo había visto hacer eso con todos.

“¿Está segura de querer aceptar a un forastero como su caballero personal?”

El hombre la miró, sus rasgos tan toscos para tener una expresión tan preocupada, pero solo pudo aceptar.

“Me siento más cómoda con su apariencia.”

Intentó no sonar muy mala, porque sabía a lo que se refería, así como el hombre lo sabía, ya que esas eran sus molestias, el tener a hombres muy grandes y toscos a su lado, como el mismo jefe de guardias. Pero no era así ahora, ya que había un caballero tras ella, quien tenía un rostro suave, femenino, como el de un adolescente.

Y no había nadie así en el castillo.

A lo más, los más jóvenes, que eran realmente adolescentes, y aún estaban en entrenamiento, aun no podían tener responsabilidades hasta que cumpliesen con la edad y con las enseñanzas. Y honestamente, a muchos los vio correr como niños, y no le confiaría su espalda a un niño, obviamente ya no sería uno, pero ella los seguía viendo así.

Cuando pusieron a su cargo a un caballero que era joven, no pudo soportarlo, lo veía y recordaba al niño con las babas, y no lo resistía, le causaba mucha gracia. Era otra tortura, y una diferente. Además, eran muy tontos, muy ingenuos, y necesitaba algo más de motivación para convertir a alguien en su lacayo personal, los otros le aburrían.

Joanne se presentó, forzando su voz para que sonase más ronca de lo que era, y con más fuerza, ya que era demasiado silenciosa su voz, como un susurro, y eso no servía, no en un soldado, pero bueno, ya la iría entrenando.

Lo bueno es que no tendría que entrenar con el resto de guardias del castillo, eso solo era para los que se estaban entrenando para el puesto o para los que custodiaban las entradas, y los demás eran bienvenidos, pero no era una tarea obligatoria. Todos lo hacían de todas formas, sin querer perder fuerzas, habilidades, estando siempre listos para cualquier cosa, aunque su reino fuese pacifico, a veces.

Pero bueno, era un problema menos, ya que, de no ser así, Joanne estaría obligada a mezclarse con el resto y entrenar con estos, y eso dejaría en evidencia su falta de entrenamiento, y nadie permitiría que un caballero no tuviese la habilidad suficiente para cuidar a uno de los miembros de la familia real.

Al menos nadie la cuestionó, lo que era un punto a favor.

Su padre pudo haber hecho pelear al pobre John Glass contra uno de sus hombres, solamente para ver si tenía la fuerza necesaria, y grave error, sabía que, de haberse tratado de su hermana, esta lo hubiese hecho, para asegurarse que el nuevo soldado tenía lo necesario.

Su padre era muy bueno, tanto que era tonto.

El jefe de guardias le dio la entrada a Joanne, para mostrarle su nueva habitación, y se despidió de ambos, habiendo hecho lo que fue a hacer, y era llevar a la mujer a sus nuevos aposentos reales, y si a esta le llegaba a molestar su pequeña habitación, la iba a hacer agradecer que no la dejaron en las habitaciones más grandes, donde dormían en grupos, porque como era una forastera, nunca dejaban a los nuevos con los demás, siempre precavidos.

Ahora, de nuevo, era un punto a su favor, que, al menor descuido, sabrían la verdad, y durmiendo todos en comunidad, revelar su identidad era una tarea fácil de conseguir.

Caminó, haciendo sonar sus botas contra el suelo, y luego se detuvo, retrocediendo, lentamente, evitando hacer el menor sonido, y se quedó al lado de la puerta, escuchando.

No podía no hacerlo.

“La princesa va a estar a tu cuidado, así que tienes que dedicarle cada momento del día. Cuando el sol salga, debes estar fuera de la puerta de sus aposentos, y debes seguirla a donde sea que vaya, ella es tu total responsabilidad y debes mantenerla a salvo de cualquier peligro.”

Se vio rodando los ojos.

Por favor, no iba a poder salir de los muros hasta que su padre confiase en Joanne, ¿Cuál peligro? A lo más se iba a cortar con papel.

Oh, bueno, si correría riesgos, ya que debía entrenar a Joanne, porque, así como estaba, si en algún momento la obligaban a pelear para demostrar su valor, no iba a ser capaz de dar pelea. Pero ¿Cómo lo iba a conseguir? No lo sabía, ya que esta parecía tenerle terror a la espada.

Soltó un suspiro.

Ya encontraría la forma.

El jefe le comenzó a explicar cosas, mientras dejaba que Joanne se acomodase en su nuevo dormitorio, hasta que él le dijo que le mostraría los alrededores del castillo y donde tenía permitido ir, así como donde la pequeña princesa tenía permitido ir y donde no.

De nuevo coartándole la libertad.

Soltó un bufido, antes de moverse, sabiendo que el hombre ya iba a salir por la puerta y no quería que la viese así, husmeando.

Como sea, ya en la mañana buscaría la forma de arreglar el problema.

Iba a ser difícil, le iba a colmar la paciencia…

Pero iba a valer la pena.

 

Chapter 60: Waitress -Parte 2-

Chapter Text

WAITRESS

-Cita-

 

Se quedó viendo el reloj de la cafetería por más tiempo del que consideraba normal.

No se consideraba ansiosa, pero ahora se sentía así, al límite.

No había salido con nadie en mucho tiempo, y comenzaba a creer que no estaba realmente capacitada para hacerlo, para salir y hablar, con la intención de tener una cita. No conocía a Teresa, solo un par de cosas que podía asumir por su asistencia al lugar donde trabajaba, pero nada más.

¿De que hablaban las chicas de su edad?

Era difícil saberlo.

Pero no se iba a hacer daño a si misma gratuitamente al pensar en cosas que aún no ocurrían.

Encontraría la forma.

Cuando terminó su turno, fue al camerino a cambiarse el uniforme. Se miró en el espejo, dudando por un momento de la trasparencia de su camiseta y de lo corta de su falda. No le molestaban las miradas ajenas, pero creía que iba a hacer que Teresa se pusiese algo nerviosa.

No, eso era incluso mejor.

Se arregló el cabello una última vez antes de agarrar su bolso y salir del recinto.

Le dio la vuelta a la cafetería, y notó a Teresa en la entrada, su espalda apoyada en uno de los postes de la calle. Estaba vestida casual, y no la había visto así, solo con su uniforme. Estaba usando jeans y zapatillas, y una camisa abierta que dejaba ver la camiseta con un paisaje impreso que llevaba abajo. Podía notar como movía uno de sus pies en nerviosismo.

Su mirada estaba enfocada en el cielo, mientras parecía intentar calmarse, el viento de verano moviendo sus largos rizos.

Si, estaba nerviosa.

Se fue acercando, lentamente, en silencio, y tal vez en demasiado porque Teresa no la sintió. Esta sacó su teléfono para mirar la hora, y al verla de reojo, saltó. Notó como el aparato salió volando, pero esta lo atrapó a centímetros de caer, no sin antes haber atrapado aire en dos intentos por atraparlo, pero Teresa tenía buenos reflejos.

Los ojos avellana la observaron desde su posición agachada, y notó como la boca de esta se abría al observarla desde abajo.

Si, quizás se había excedido al escoger su ropa, pero quería sorprenderla. Quizás si se había excedido demasiado. Además, ahora era un poco más alta con las botas de tacón. Debía verse alto intimidante para la pobre chica.

“Hola.”

Saludó, sonriéndole, mientras esta reaccionaba, parándose recta como un resorte, acomodando sus lentes, pero sus ojos seguían moviéndose por su cuerpo, hasta que negó, obligándose a recuperar la compostura. Su rostro estaba absolutamente rojo, y se contuvo para no reír. Honestamente, apreciaba las miradas indecorosas.

“H-hola.”

Teresa carraspeó al notar el temblor en su voz, y parecía querer intentar hablar de nuevo.

“Hola, te ves muy pero muy guapa. Casi se me sale el corazón de la impresión.”

Las mejillas ajenas estaban incluso más rojas que antes ante tal declaración, y sintió como sus propias mejillas se encendían. Había recibido cumplidos en su vida, incluso antes, en su anterior vida, en su pueblo, antes de su cambio, pero era primera vez que lo sentía tan orgánico, y primera vez que le gustaba lo suficiente una persona para que su opinión fuese relevante.

“Gracias. Pero no quiero que se te salga el corazón.”

Teresa tragó pesado ante sus palabras, de nuevo absorta. Realmente le parecía adorable, no se arrepentía de haberle dicho que si, aunque solo llevasen segundos de aquella cita. Esta puso una mano en su pecho, dándole una sonrisa, su rostro aun rojo.

“Descuida, tengo un corazón fuerte.”

“Menos mal, porque tenemos una larga cita por delante.”

Se acercó a la chica, llevando una mano a su brazo, sujetándola. Esta se miró el brazo, como si necesitase verificar lo que había sentido. Al final Teresa asintió, robóticamente, mientras movía un poco su brazo para que ella pudiese sujetarla bien, y eso hizo. Se sintió llevaba por esta, mientras comenzaban a moverse del lugar frente a la cafetería, caminando a paso lento.

Teresa masajeaba su nuca con su mano desocupada, mientras se obligaba a si misma a hablar, a iniciar una conversación. Lo primero que le ofreció fue ir a algún sitio a almorzar, y le pareció tan lindo que esta mantuviese el control de la cita. Teresa la había invitado, así que debía decirse a sí misma que era su deber.

Por su parte, se vio cómoda ahí, caminando, sujetándose del brazo ajeno. No creyó que tomaría una iniciativa así, tal vez creyendo que iba a estar más cohibida al ser una experiencia nueva, pero de nuevo se sorprendía a sí misma.

La conversación era tranquila, y como cualquier relación que quería forjarse, empezaba con preguntas y respuestas. En primera instancia, que cosa les gustaba comer, o que cosas no podían comer, y así fueron decidiendo al lugar al que irían a almorzar, y mientras hacían planes, ocuparon esos momentos mientras caminaban para conocerse un poco más.

Sabía que a Teresa le gustaba sacar fotos, pero esta se lo contó de todas formas, ya que por su parte no debía saber eso a menos que fuese una acosadora con una de las clientas del local. Por otra parte, otra de las cosas que aprendió, es que tenían solo tres años de diferencia, lo que era un alivio, tampoco quería que hubiese una separación demasiado grande entre ambas.

O se le iba a notar si envejecía, y si, eso era lo que más le preocupaba, por muy egoísta que sonara.

¿Ya estaba pensando en una vejez juntas? Vaya delirio que tenía encima, el amor debía tenerla loca.

Cuando encontraron un lugar para almorzar, ya se sentía un poco más cómoda alrededor de la chica. Esta se avergonzaba con facilidad y no podía mirarla a los ojos sin enrojecer, pero se notaba que estaba haciendo un esfuerzo para que sus nervios no se salieran de control. Probablemente la gran parte de esos nervios eran por su propia culpa, por quedarse inerte mirándola y sonriendo como una acosadora, se sentía casi como aquel gato sonriente de ese cuento para niños.

Tal vez se le notaba demasiado que le gustaba aquella chica, pero era así, le gustaba, y no podía dejar de mirarla ni sonreír cada vez que se le trababan las palabras cuando sus miradas chocaban. Estaba intimidándola, lo sabía, pero le estaba encontrando el gusto a hacerlo, simplemente sus reacciones eran muy adorables.

Estuvieron disfrutando de la comida, hablando de todo y nada, preguntándose mutuamente cosas simples, como cuando estaban de cumpleaños, o si habían vivido ahí desde siempre.

El haber huido de su pueblo represivo no sonaba realmente interesante, e intentó no hacerlo sonar así, solo dijo que se había cambiado porque le gustaba la gran ciudad, y no era una mentira. Teresa, en respuesta le contó que venía de Latinoamérica, que sus padres estaban teniendo problemas en su país y que ahí encontraron buenas ofertas de trabajo. Ahora entendía que algunas palabras que se le salían de vez en cuando eran en español.

Debería estudiarlo un poco.

Le causó risa escuchar como Teresa, cuando era más joven e inocente, al momento de llegar al país y vivía con miedo de que le saliera una serpiente por el inodoro como solían decir las historias. Honestamente, también era un miedo propio, de cualquiera probablemente, pero en la ciudad era menos probable que en el pueblo donde solía vivir, más cerca del campo, con más fauna, y debían de parecerle unos animales alienígenas a alguien extranjero como Teresa.

Le costó dejar de mirar a Teresa, y solo pudo cuando esta le señaló una bandada de pájaros volando por el cielo despejado. No sabía mucho de animales, pero tampoco podría saber la especie ante lo lejos que estaban. Pero el cielo estaba despejado, brillante, era un buen día para salir, y se alegraba que el clima las acompañase.

Cuando volvió a mirar a Teresa, esta la miraba, pero parecía petrificada, o asustada, o ambas. Notó en las manos de la chica una cámara fotográfica, el lente estaba afuera, y el dedo índice de esta estaba fijo en el obturador. Le había visto un pequeño bolso al costado de su cintura, pero no creyó que tendría una cámara ahí dentro.

La miró, sin entender. ¿Le había tomado una foto?

Antes de decir nada esta comenzó a reír, nerviosa.

“Lo siento, no me aguanté, pareces una modelo, tuve que sacarte una foto.”

 Oh.

Se vio riendo. No estaba enojada, de hecho, le parecía adorable su nerviosismo y la clara culpa en su rostro, y por supuesto que aceptaba el cumplido. Se vio llevándose unos cabellos tras la oreja, y le sonrió a la chica. Podía sentir las mejillas sonrojadas ante la mezcla de sentimientos que empezaba a llenarla. Si, se sentía cómoda, como no creyó que podría sentirse nunca al tener una cita con alguien, con una chica, siendo ella ahora una.

“No me molesta.”

Teresa asintió, su rostro volviéndose a teñir de rojo, mientras levantaba la cámara, observándola por el visor, para volver a apretar el botón sobre la cámara.

No le avergonzaba la cámara ni la atención, para nada, pero si empezaba a sentir que aquello le agradaba más de lo que creía. ¿Siempre fue así? No lo tenía claro, pero había aprendido algo sobre sí misma en ese momento.

Teresa parecía feliz de tomarle fotos, y a ella misma estaba feliz de tener aquel foco, de que la chica que le gustaba la mirase lo suficiente, y estuviese lo suficientemente interesada para hacer algo así.

Le impresionó la determinación de la chica al tomar la iniciativa de pagar la cuenta, no era necesario, podían dividir la cuenta e incluso podía pagarlo ella misma, trabajaba después de todo, tenía un sueldo y una cierta estabilidad, pero Teresa no lo aceptó.

“Yo te invité, así que tomaré la responsabilidad.”

Teresa infló el pecho, y de nuevo le pareció la persona más adorable que había conocido.

“Eres realmente linda, ¿Lo sabias?”

De acuerdo, quizás no era lo mejor el decirle algo así de frente, que la pobre Teresa casi se muere ahí mismo. ¿No era su corazón fuerte? La vio levantarse hacía la caja registradora con todo el rostro completamente rojo, cuello y orejas incluidas, e intentó alejarse rápidamente, su caminata para nada recta. Se había pasado un poco, pero fue inevitable.

Se vio riendo, a costas de la chica, de nuevo, pero no creía poder aburrirse.

Salieron de ahí, satisfechas y tranquilas, y volvió a aferrarse al brazo ajeno.

Teresa era bastante caballerosa para su poca estatura. No la imaginó así, pero era una buena sorpresa.

Si, de nuevo era un rasgo adorable en esta.

Caminaron por bastante rato, sin destino alguno, mirando los edificios y las tiendas, hasta que llegaron a un parque. Le gustaba ver un lugar tan verde rodeado de inmensos edificios. Le recordaba la gran ciudad en la que vivía, lo pequeña que era ella en comparación a un lugar así. No le gustaba la atención en su pueblo, porque todos la conocían, y sus problemas salían a la luz más rápido. Pero ahí no, solo era una más entre millones de personas, pero al mismo tiempo estaba en un lugar tan en calma, tan verde, tan limpio, que pensaba en el único lado bueno que tenía su pueblo, y era la naturaleza en sí misma.

Así que cuando Teresa le preguntó, que prefería, si el campo o la ciudad, no se pudo decidir, le gustaban ambas cosas, tenían sus cosas buenas y sus cosas malas.

Teresa le sonrió, mientras se sentaban en una de las bancas, sus manos de nuevo volviendo hacía la cámara en su cinto, sacándola y revisando que todo estuviese en orden, y recién ahí los ojos color avellana la miraron. La cámara se elevó, y el obturador volvió a sonar.

Había una mueca diferente en Teresa, una que no había visto, y parecía orgullo, o algo similar.

“Suelen decir que las fotos salen mejor cuando la modelo está en un lugar que le gusta, en el que se siente cómoda.”

Teresa se levantó, quedando frente a ella, y se arrodilló, volviendo a poner el visor frente a sus ojos. Por su parte se sintió algo nerviosa, su mente concentrándose en lo que la chica le iba a decir, porque tenía la sensación de que seguiría hablando.

Cuando esta tomó otra foto, la miró de nuevo, su sonrisa ahora más grande.

“Y luces bien con ambos fondos, resaltas aún más.”

Ese era un cumplido que no imaginó que recibiría.

Cuando Teresa se volvió a sentar a su lado, esta le mostró las fotos que había tomado, y si, tenía toda la razón, se veía bien con los edificios por detrás, pero también lucía bien al tener nada más que arboles tras ella, abarcando el espacio vacío del plano. Teresa sacaba fotos, pero era realmente buena en eso, y se dio cuenta. Había algunas zonas que se veían borrosas, pero eran de adrede, podía saberlo porque les daba un toque profesional.

Estaba impresionada.

Luego de un rato, notó como el nerviosismo en la chica volvía, sus orejas rojas y la vergüenza en su expresión.

“Siento si me paso un poco con lo que digo, nunca había salido con una chica que no fuese del instituto, y me sorprendió que aceptaras. Estoy muy nerviosa.”

Se vio soltando una risa.

“Creo que lo estás haciendo bien.”

Y era verdad.

Era su primera cita con ese nombre, y nunca se había sentido así de cómoda, así de tranquila, sin tener pensamientos que la agobiasen, sin que recordase quien había sido y como aquello la martirizaba.

Pero al final estos llegarían.

Realmente le gustaba Teresa, y si podía iba a conseguir otra cita más, para que se conocieran, para que pasaran más tiempo juntas. Y si era así, y si iba a engancharse así, en algún momento tendría que contarle su secreto. Porque de cierta forma lo era, un secreto, aunque no fuese su intención el ocultarlo, simplemente se le hacía demasiado doloroso el enfrentar el rechazo.

Mucho menos si venía de alguien que le gustaba.

No, tenía que decirlo pronto, o si no le dolería más.

“Entonces, ¿Desde hace cuánto que sabes que te gustan las chicas?”

Le preguntó, y sintió que eso no era exactamente lo que quería decir, pero debía de hacer de la conversación algo más privada, algo más profunda, más íntima.

Teresa se apoyó en el respaldo, mientras miraba hacia arriba, sus ojos avellana observando las hojas que se movían en la copa de los árboles. Parecía más madura en ese momento, sin tanto nerviosismo, más seria, y tal vez era lo necesario para esa conversación.

“No lo sé, supongo que era lo único para mí.”

Los ojos de la chica bajaron, observándola, una mano en su nuca, se veía avergonzada, pero un tipo diferente a la vergüenza que vio durante toda la cita, y no supo por qué, pero aquella declaración hizo que su estómago se apretase en anticipación.

“Desde pequeña que le tengo fobia a los hombres, así que nunca llegué a sentir atracción ante el miedo que me daban, así que comencé a enfocarme en las chicas cuando empecé el instituto.”

¿Qué?

Agradeció que Teresa no pudiese aguantar la mirada porque podía jurar que el pánico se le notaba en el rostro, su piel tornándose más pálida.

¿Cómo?

Eso era…desafortunado.

Se había obligado a si misma a decirle la verdad, empezar de inmediato diciéndole que se había cambiado de sexo, que era lo mejor, así esto podía avanzar o terminar rápidamente, sin heridos, pero ahora no podía decir nada. Su preocupación principal al decir la verdad era que alguien sintiese rechazo de ella, como antes, que le dijesen que era extraña, que daba asco, que era antinatural, una y mil cosas así, ¿Pero real miedo? No creyó algo así posible.

Realmente le gustaba Teresa, más de lo que creyó, porque dolía, dolía demasiado. Estaba incluso creyendo que podrían hacer una bonita pareja, que se llevaban bien, que había evidente atracción. Pero ahora todo se tornaba desalentador.

Intentó tragarse el sufrimiento y hacer que nada ocurría, y esperaba haberlo logrado, pero la sensación desagradable continuaba dentro de su ser.

Y lo peor, es que no creía ser capaz de alejarse de Teresa así de fácil.

Tenía mala suerte, una suerte malísima. 

 

 

Chapter 61: Succubus -Parte 7-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Investigación-

 

Pasó los siguientes días en la biblioteca del culto.

¿Buscando qué?

No lo sabía.

Nunca había pasado mucho tiempo ahí, el estudio no era lo suyo, le costaba bastante, muchas veces se vio leyendo una y otra vez sin entender lo que leía. Era una creatura de instinto, eso se lo decían los superiores, pero no como un hecho, si no como una forma de burlarse de ella, como quien se reía de un animal.

Si, una cosa más con la que podían burlarse.

Pero ahora, finalmente, estaba ahí, determinada a encontrar algo, lo que sea, y no se iba a rendir fácilmente.

Se decantó en primera instancia en aprender más sobre la jerarquía de ese lugar, conocer a fondo cómo funcionaban las cosas, y admitía que era bastante ignorante en ese aspecto, ya que vivía ahí, pero no por elección, así que le importaba bien poco, de todas formas, todos ahí dentro eran superiores a ella, o así la trataban.

Necesitaba encontrar algún vacío, por más diminuto que fuese, y así lograr convencer a los líderes de mantener a Myrtle en el culto a pesar de no ser una virgen.

Lamentablemente no encontró nada que pudiese ayudarla en la situación.

Eran muy serios en esas cosas, con las vírgenes. Eran solo útiles para mantener al oscuro satisfecho, para usarlas para los rituales, pero si perdían aquello que las hacía especiales, lo que las hacía puras, dejaban de ser útiles. De hecho, leyó sobre muchas de ellas que terminaron cayendo ante la tentación, y traicionaron al oscuro, regalándoles su pureza a alguien que no era el mismísimo Satán, y como castigo, fueron entregadas a las puertas del infierno, obligadas a ser nada más que peones para el demonio máximo, simples sirvientes, con un castigo eterno.

Y no quería eso para Myrtle.

Fue aprisionada por muchos, siendo usada, donde vieron su rostro, donde vieron las conexiones que su sangre tenía, y no perdieron la oportunidad para mantenerla cautiva, perpetuando el abuso, y ahí, no era diferente. No era importante como persona, solo por su supuesta pureza.

Quería decir que eso no era importante, que no había diferencia alguna entre la virgen y cualquier otra persona de ese culto, pero no podía decirlo, porque sus propios instintos saltaban, porque su olfato, porque su sentir, su naturaleza, le era atrayente, su deseo de corromper esa pureza era fuerte, insaciable, y empezaba a creer que el mismo gobernador del infierno sentía ese mismo impulso.

La sangre demoniaca deseando destruir la pureza, en cualquier sentido de la palabra, era algo innato, y lamentaba ser así en ese instante.

Soltó un suspiro, sabiendo que su primera búsqueda fue totalmente en vano. La jerarquía de ese mundo, de ese culto, del mismo infierno, no estaba del lado de Myrtle, y tampoco debió estarlo en las otras prisiones en las que se vio.

Al final, se fue a otra sección de la biblioteca.

A la sección de los demonios.

Si el culto no podía hacer nada por Myrtle, entonces debía encontrar algo que ella misma pudiese hacer.

Era la única esperanza.

No era la primera vez que estaba ahí, por supuesto que no. Apenas fue capaz de mirar su propio reflejo, apenas se dio cuenta que no era igual a las personas que ahí vivían, se obligó a si misma a buscar sus raíces, a entenderse a sí misma, a saber, de una vez por todas, quien era y porque ahí era lo más bajo de la cadena.

Pero no era así ahora.

No buscaba información por ella misma, era por alguien más. Y era difícil, sentía el impulso de acercarse a Myrtle y pedirle ayuda, para que la ayudase a entender mejor lo que leía, como solía hacerlo, pero no podía. Se rehusaba a pedirle ayuda, quería hacer eso por sí misma, encontrar la forma por sí misma, más que por su propio ego, sino porque temía decirle a Myrtle que buscaría una forma, que la salvaría, porque si no hallaba nada, solo quedaría la decepción.

Y podía ser en sí misma una decepción, una decepción como humano, una decepción como demonio, pero se rehusaba a ser una decepción para Myrtle.

Eso realmente dolía.

Si no encontraba nada, ayudaría a Myrtle, la liberaría y haría lo que sea para que esta pudiese volver al mundo normal, al mundo humano, sin ataduras, sin que nadie la buscase, porque ya no sería útil, y ahí, simplemente desearía día a día para que la mujer estuviese a salvo, para que pudiese huir, salvarse, seguir viviendo un día más, en libertad.

Pero no quería, no quería vivir así, sin saber si Myrtle estaba viva o muerta, y en ese caso, era su egoísmo hablando. No quería perder a nadie más, tenía muy poco en la vida para seguir perdiendo, menos a alguien que tanto la había ayudado, con la que se había sentido realmente cómoda, quien la entendió, quien la aceptó.

No quería volver a sufrir la soledad.

Quería tenerla a su lado, por el mayor tiempo posible.

Incluso con algo tan simple como los estudios, ¿Qué haría sin ella?

Terminó con un libro de su especie ahí, la mitad de su genética, y comenzó a leer. Ese sería el comienzo, aunque tenía claro que ya había leído ese mismo libro años atrás.

Muchos años atrás.

Ahí aprendió como fue que nació en ese mundo.

Los Succubus coleccionaban esperma de sus víctimas humanas y luego se transformaban en Incubus para usar ese esperma en mujeres. El esperma seguía siendo el de su padre humano, que luego sería llevado a una mujer humana, y esta le daría a luz. Se podría decir que tenía dos madres y un padre, e irónicamente no conocía a ninguno de estos. Probablemente su nacimiento debió ser una conmocionaste para su madre humana, y su madre Súcubo debió rescatarla para llevarla a la iglesia del oscuro antes de ser asesinada por los humanos al ver a un bebé con cuernos.

Le causó extrañeza al leer eso en aquel tiempo, porque, tenía los genes de un hombre y había nacido de una mujer, pero su cuerpo era claramente inhumano. Un demonio era el puente entre ambos humanos, pero era evidente que fue más que un puente, que ese intercambio le otorgó algo de esa genética, y de nuevo sentía tan irónico el tener genes de tres personas diferentes y ser lo que era, una huérfana.

Y esa era solo una teoría de lo ocurrido, como usualmente llegaban los Cambiones al mundo, pero no significaba que fuese la realidad, ya que ahora que volvía a releer las paginas, se sabía que los demonios eran fértiles, así que el demonio que participó pudo haberse embarazado, ya que lo que si tenía claro es que tenía un padre.

Todo era tan confuso.

Y eso, le hacía surgir otra pregunta, y era, si los demonios eran fértiles, ¿Por qué ella no? Aun no sabía si era capaz de transformar su genética del todo, pasar de un Súcubo a un Incubo, más allá de la magia sexual que era innata en ella, pero al menos cuando lo hacía, y lo había hecho muchas veces en su adolescencia, nadie había salido mancillado por su culpa.

Pero no tenía forma de averiguarlo, la información sobre su tipo era totalmente ajena en libros, así que solo quedaba su propia experiencia.

Y siempre tenía más preguntas que respuestas.

El pensar en esas cosas, le parecía como si se le restregase en la cara lo incapaz que era, ¿Cómo alguien como ella iba a salvar a Myrtle? Era imposible.

Cuando creyó que sería otro día más de búsqueda en vano, se encontró con un libro, un libro que resaltaba en esa sección.

Arcángeles.

Los enemigos de los demonios, la facción contraria a la propia, los opuestos, pero al final, los demonios eran arcángeles, cuya posición les fue arrebatada por sus malos actos, por sus almas puras siendo corrompidas.

¿De ahí venía el deseo, el instinto innato de un demonio de destruir la pureza? Destruir la pureza que destruyeron de ellos mismos cuando vivían en lo más alto, en el paraíso.

No lo sabía, pero sonaba lógico.

No estaba segura si ahí encontraría lo que necesitaba, pero buscó de todas formas, aprendiendo sobre la rivalidad del cielo contra el infierno, lectura que creía ya haber aprendido miles de veces en las clases que tuvo cuando era una niña, pero jamás le había interesado, ya que no pertenecía a ningún lugar.

No pertenecía en el infierno, ni con la humanidad, ni con los ángeles.

Finalmente se detuvo, cuando encontró algo que llamó su atención.

Marcas.

Símbolos.

Dibujos que solían ser usados para describir a cada uno de ellos, describir quienes eran, cuáles eran sus posiciones en las tropas del todopoderoso, y, sobre todo, como invocarlos.

Y pudo haberlo ignorado, ya que no tenía nada que ver con ella…pero…

Era instintivo.

Pasó los dedos por sobre las marcas, que para ella no tenían sentido alguno, pero ahora que las veía, se le hacían tan familiares. Al final, tenía algo de demonio, los cuales seguían siendo ligados a un símbolo, a una forma de ser invocados por líderes, o por los que eran inferiores a ellos.

Quizás, por su genética, ya había un símbolo para ella, o al menos para su tipo.

Pero saber eso no era suficiente.

Siguió avanzando por las paginas, sintiendo un golpe de ansiedad pasando por su cuerpo.

Tenía que existir forma de marcar algo, a alguien, así como solían poner la marca para invocar a un ángel o a un demonio. Debía existir algo que le sirviese, algo con lo que pudiese atacar.

Avanzó más y más.

Las paginas acabándose.

El libro llegando a su final, y por un momento creyó que llegaría a otro camino sin salida, pero, lo notó.

Una habilidad innata de quien tenía esa sangre en sus cuerpos.

Como ella.

No sabía si eso le serviría, no sabía si podría usarlo con Myrtle, no sabía si sería seguro, pero conociéndose, quizás ni siquiera lograría conseguirlo, no teniendo suficiente sangre inhumana para conseguir algo similar…

Aun así, leyó cada palabra.

Se enfocó en cada una de las frases que estaban escritas en el libro aquel, las palabras que lograrían aquel cometido, y las releyó, una y otra vez, memorizándoselas.

Necesitaba decirlo perfectamente.

Necesitaba lograrlo.

Tal vez no sería capaz, tal vez no sería lo suficientemente buena en la magia, en ser un demonio, y terminaría siendo una decepción, pero no podía rendirse sin intentarlo. Era la única forma, era lo único que pudo encontrar en todos esos días, lo único que podría ayudarla, que podría darle un beneficio.

Y si, a pesar de que no quisiese ese lado de sí misma, que se viese a sí misma como un monstruo, si aquello le permitiría salvar a Myrtle, iba a usarlo sin dudar. Siempre se sentía extraña, peligrosa, cuando se trataba de su lado demoniaco saliendo a la luz, pero ahora, era ese lado el que necesitaba para proteger a Myrtle, y si era así, iba a sacarlo todo.

Absolutamente todo.

No era buena para mentir.

Se le daba horrible, pero tenía que hacerlo.

Podía sentir la mirada de Dargan en ella, mirándola, mientras que por su parte se había metido dentro de las sabanas, se había ocultado de este, esperando que no pudiese ver su rostro, que no pudiese ver su engaño.

Si, se sentía mal, pero no de la forma que estaba mostrando.

La idea de perder a Myrtle la hacía sentir más enferma de lo que creyó, y se despertó sintiendo nauseas, y al menos eso era suficiente para hacer de su acto más realista. Por supuesto que no quería perderla, pero el día había llegado. Myrtle no iba a esperar ni un solo día, no le dio ninguna oportunidad más, ningún día más, y entendía su impaciencia.

Solo quería quitarse esa carga de encima, acabar con esa tortura, y esta ni siquiera esperaba vivir afuera de los muros, ni siquiera tenía esperanza de tener libertad alguna.

Su objetivo solo era rebelarse ante su posición, e irse, libre.

Irse…

El dolor volvía.

A Myrtle no le importaba morir, y ante la vida que tuvo, la simple idea de volver a eso, de volver a estar en esa tesitura, era suficiente para querer dejar ese mundo, y la entendía, pero nunca, nunca aceptaría perderla.

Se rehusaba a quedarse de brazos cruzados.

Si su idea funcionaba, al menos podría intentar salvarla.

Era lo único que pedía.

Lamentablemente no creía en nadie, no creía ni en Dios ni en Satán, no creía en nadie al que pudiese rezar y así encomendarse, el pedir que su idea funcionase, que fuese capaz de salvar a la mujer incluso con sus falencias. Pero no, solo podía confiar en sí misma, y era difícil hacerlo, le habían enseñado desde niña que no era nadie, que no era nada, que nunca lograría nada, que no era valiosa para nadie.

Y ahora, con la edad, sabía que había algo de verdad en eso.

Se sentía tan agobiada.

Dargan salió de la habitación, dejándola a solas, permitiéndole tomarse el día libre, librarse de las clases.

Y a penas este salió, se levantó de la cama, vistiéndose deprisa, teniendo claro que, aunque sus sentimientos le pidiesen a gritos que no siguiese lo que Myrtle decía, que no le hiciera caso, que no la ayudase, le era imposible. No podía negarle la libertad, no podía ser egoísta en eso.

Iba a sufrir, iba a llorar, si la única persona que la entendió, si la única persona a la que de verdad quiso desaparecía para siempre, su mundo entero se iba a derrumbar.

Siempre lloró por lo que no tuvo, siempre anhelo aquello que perdió sin haberlo tenido en un principio, y ahora, que al fin tenía a alguien a su lado en quien confiaba, a quien quería, el dolor de la perdida era incluso mayor que el mismo abandono en el que nació.

Estaba segura de que no se iba a recuperar nunca de eso.

Solo podía pensar en lo bueno, encontrar alivio en lo bueno que fue el último tiempo, teniendo a Myrtle a su lado, como la vida insufrible en ese culto cambió radicalmente, y apreció cada día desde que esta llegó.

Y ahora, tendría un momento con ella, compartirían un último momento juntas, y debía preocuparse de eso ahora, de que su lado demoniaco no causase aún más discordia, ya era suficiente por lo que Myrtle estaba pasando para lastimarla con su lado inhumano.

Esa era una despedida, y no podía arruinarlo.

Se paró frente a la puerta, y giró el pomo.

Era el momento del adiós.

 

Chapter 62: Gladiator -Parte 10-

Chapter Text

GLADIATOR

-Afortunada-

 

Cuando miró por la ventana, el cielo estaba aclarando.

Esa, sin duda alguna, había sido la noche más larga de su vida, ni siquiera en su celda, malherida, entre la vida y la muerte, las horas pasaron tan lento.

Por suerte ya no estaba sudada, pero mojada sí.

Estaba en la habitación al lado de la principal, lo que asumió era el baño, y si, lo era, pero había una gran bañera, el agua estaba un caliente, las calderas haciendo su trabajo. Sus músculos ardieron cuando se metió, y, de hecho, aun los sentía arder. Se sentía destruida, ni siquiera podía hablar, lo único que salía de su boca eran jadeos.

Escuchó a Octavia soltar una risa, esta ya había salido de la bañera, y ahora estaba sentada en uno de los asientos, envuelta en una bata mientras que usaba una toalla para secar su cabello.

Haría lo mismo, debía hacer lo mismo, pero no podía pararse.

“En cualquier momento va a venir el guardia a buscarte, ¿Planeas quedarte ahí siempre?”

Miró a la mujer, esta luciendo completamente bien, sin cansancio, y ahora que estaba limpia, sin rastro alguno de lo que hicieron por horas, se veía aún más imponente. No supo que decirle, soltando un suspiro pesado. No quería moverse, y si el guardia no tuviese que buscarla, se quedaría ahí hasta que el agua desintegrase su piel.

“Ven acá, tienes que secar tu cabello.”

Secar su cabello era la última de sus preocupaciones, necesitaba extremidades nuevas.

Pero Octavia tenía razón, y debía de acatar, así que se obligó a moverse. Se sujetó al borde de la bañera, e intentó usar toda su fuerza para salir de ahí, el agua atrapándola, tirando de ella, como si no quisiese dejarla ir, y creía que era así.

Sus brazos temblaron, sus piernas temblaron, sobre todo cuando logró sacar un pie del agua.

Se quedó un momento, ahí, recuperando fuerzas, para hacer el gesto y sacar el otro pie, y se sintió una ganadora cuando lo logró, aunque no era nada para sentirse orgullosa.

Miró a Octavia, esta sonriéndole, pero notaba como solo intentaba aguantar las ganas de burlarse de su estado deplorable.

Caminó un paso, luego el siguiente, y agradeció que la mujer no estuviese lejos, o le habría costado llegar. Su intención era sentarse a su lado, pero no alcanzó a llegar, su rodilla se dobló antes de tiempo y cayó al suelo de la manera más denigrante.

Nunca había estado tan descompuesta en toda su vida, se veía de lo más miserable, y justo en frente del Emperador.

Se vio soltando un gruñido lleno de impotencia.

Si, se sentía impotente, mientras Octavia lucía imponente.

Realmente eran personas completamente diferentes.

“Los guardias van a creer que te hice daño.”

Levantó la mirada, habiendo quedado de rodillas frente a la mujer, y si bien esta lo decía en broma, creía que podía haber algo de verdad en eso. Ya tenía las rodillas heridas, así como sus brazos agarrotados, sin contar el dolor en su abdomen. Era un dolor general en su mayoría, y no sabía porque la gente tenía tanto sexo si el cuerpo les quedaba así de dolorido.

O quizás era solo ella, que con su inexperiencia quedó así, ya que Octavia estaba fresca como una lechuga.

Sintió la tela de la toalla en su cabeza, esta suave y agradable.

No fue capaz de moverse, sus piernas sin responderle, así como sus brazos quedaron flácidos a sus lados. Al final, y a costa de su propia dignidad, y vida, terminó apoyando el rostro en las piernas ajenas, sin poder hacer mayor acción, solo caer.

Y se vio relajándose cuando la toalla pasó por su cabello, las manos de Octavia haciendo el trabajo por ella, y por supuesto que se sentía mal por obligar a que el Emperador le secase el cabello, que clase de campesina prisionera se creía que era para abusar así, pero no lograba separarse, ni hacer la tarea tan simple por sí misma. Estaba a cosa de segundos de simplemente desmayarse y esperar a que los guardias la volviesen a llevar a su celda.

Además, era agradable, no quería moverse.

El aroma del lugar era abrumador, pero en un buen sentido, y el que alguien la atendiese con tanto cuidado era agradable.

No se merecía un trato así, por supuesto que no, pero parte de su propio ego le decía que se lo merecía luego de todo el trabajo que hizo para satisfacer a la mujer.

¿Pero lo había hecho?

Claro que no, falló miserablemente.

“Siento no haber podido satisfacerla adecuadamente.”

Pudo hablar, decir lo que tenía adentro, su voz sonando rasposa, su garganta rota, y se alegraba de no hablar con frecuencia, o todos tendrían que oírla hablar así de mal.

Escuchó a Octavia reír de nuevo, pero ya no la podía mirar, ni siquiera era capaz de eso, su rostro enterrado en la piel ajena mientras la toalla pasaba por su cabeza.

Honestamente, no quería moverse de ahí.

Merecía la muerte y más.

“Lo hiciste bien, solo que me preocupa que tu condición física sea tan mala para ser un Gladiador.”

Eso dolió un poco en su ego, estaba claro.

Pero era verdad, nunca tuvo entrenamientos acordes a lo que haría, nunca supo cómo pelear, como manejar su cuerpo, nada, todo fue por inercia, por instinto, la supervivencia predominando. Pero nada más. Era aún una novata a pesar de haber matado a tantas personas. Sus manos estaban cubiertas de sangre, y, aun así, aun no sabía cómo lo había hecho.

Si, se lo habían dicho.

Tienes suerte, eres afortunada.

Lo sabía. Tenía claro que las peleas que tuvo, no podría repetirlas, solo fue cosa de suerte, nada más, la suerte la mantenía con vida.

“Cuando empieces tus entrenamientos como Gladiador, se asegurarán de aumentar tu estamina.”

Asintió, quedándose en silencio.

Así que sus entrenamientos realmente llegarían.

No sabía cómo sería eso, como se sentiría, quienes le enseñarían, pero era un regalo por su buen comportamiento. A los criminales no le permitían esas cosas, a los esclavos tampoco, a menos que sus dueños lo impusieran. Pero por mérito propio, no se solía hacer.

Y había tenido suerte, la gente la quería, la gente esperaba cosas de ella, por lo mismo la subastaron por una noche, para tenerla, para pasar tiempo con ella, y por lo mismo la querían ver más fuerte, hacer más fuerte, volverla un Gladiador real.

No sabía cómo aquello se sentiría, pero esperaba ser realmente más fuerte, eso le garantizaría una mejor vida, le garantizaría vivir.

Pero hablando de estamina, dudaba que sus batallas se alargasen tanto como esa velada.

Le sorprendió que Octavia la ayudase a levantarse, ya cuando su cabello estuviese seco, así como su cuerpo. Intentó mantenerse firme, rígida, pero el solo hecho de mantener su espalda recta era un martirio en sí mismo. Caminó a paso lento, cuidando cada movimiento para no volver a caer, y creyó que era un milagro el llegar a la habitación, donde su ropa seguía ahí, tirada, justo donde la dejó, y se comenzó a vestir, de nuevo, con cuidado para no caerse.

Octavia se sentó en uno de los asientos, una copa de vino en su mano. Sentía la mirada de esta en ella, pero no podía molestarle, sentía que había abusado demasiado de la generosidad de la mujer, generosidad o egoísmo, quien sabe, así que, si su cuerpo era suficiente, se lo iba a dar hasta el último segundo.

No pasó mucho para que la puerta sonara, el mayordomo de Octavia golpeando, dándole el aviso de que el guardia venía por ella.

Se quedó mirando la puerta, el simple hecho de pensar en pasar por la puerta y caminar por la gran casa le parecía una tarea demasiado agotadora, una de la que no sería capaz de efectuar correctamente, y se vio soltando un suspiro pesado antes de dar el primer paso. Por suerte recordó sus modales y giró para mirar a la mujer, los ojos de esta aun fijos en ella, brillantes, felinos, enérgicos, y no le parecía el rostro de una persona que había pasado en vela toda la noche teniendo sexo, para nada.

“Gracias por ganar mi subasta.”

Ya se lo había dicho, pero creía que era lo mejor que podía decir en esa última interacción. No sabía si debía despedirse, o decir algo en particular, así que optó por eso. Le dio una leve reverencia, y cuando sus ojos se volvieron a encontrar, esta le sonreía con esa mueca capaz, mueca que vio demasiadas veces durante la noche.

“Si sigues ganándote al público, llegarás muy lejos.”

Oh.

Cierto.

El público era quien le daban la posibilidad de seguir, de obtener poder en ese lugar, de obtener una mejor vida, así que iba a seguir así.

Aun no sabía que estaba haciendo para lograrlo, pero seguiría improvisando.

Asintió, poniéndose firme, escuchando su espalda tronar en el acto.

Eso dolió.

Se dio media vuelta, saliendo por una de las grandes puertas, todo eso a paso lento. A penas quedó fuera de la mirada del Emperador, su espalda volvió a volver a su posición, para nada erguida, una postura que no era buena, lo sabía, pero dolía demasiado mantenerla recta.

Dio un salto cuando vio a su guardia ahí, fuera de las puertas, este mirándola con sorpresa, incrédulo, probablemente notando su evidente dolor.

No le dijo nada, y comenzó a avanzar el silencio de vuelta al carruaje, el hombre siguiéndola, intentando seguirle el paso, o simplemente caminando más lento para no dejarla atrás.

Cuando ya estuvieron fuera de la gran mansión, notó las escaleras que llevaban al carruaje.

¿Qué tan malo será si me tiro?

No iba a ser capaz de mover sus rodillas para ir de escalón en escalón, probablemente si se dejaba caer el dolor no haría mayor diferencia con el dolor que ya sentía.

Notó como el guardia que manejaba los caballos se bajó de un salto, alertado.

Al parecer realmente iba a dejarse caer.

Sintió el agarre de ambos hombres en sus brazos, y se sintió flotar mientras la ayudaban a bajar los escalones.

Si, debía de verse destruida.

“¿Qué pasó allá dentro?”

Su guardia le preguntó, pero de inmediato negó.

“No importa, no quiero saber.”

No pensaba decirle tampoco.

Estos la ayudaron a subir al carruaje, y agradecía su ayuda. Sentía que había sido una buena noche, o un buen día, desde el anterior, a pesar de todo lo que significaba, se había sentido muy llena en diferentes sentidos, así que se sentía afortunada.

Si, era afortunada.

Se pasó todo el día durmiendo, apenas llegó, su cuerpo muerto. Normalmente, de día, siempre había caos en las celdas, todos despertando, todos moviéndose de un lado a otro, así que no había mayor silencio a esas horas, sin embargo, no escuchó absolutamente nada, ni siquiera cuando los guardias le trajeron su comida, nada, simplemente durmió por horas y horas, intentando recuperarse, recuperar el sueño y su cuerpo.

Pero ya estaba ahí de nuevo, y era extraña la sensación de verse ahí dentro.

Luego de pasar una noche en esa casa, en esa mansión, el estar en su celda era sin duda lo más aburrido y monótono. No podía comparar ambos lugares, era estúpido hacerlo, pero no lo podía evitar. Sentía que estuvo todo ese tiempo en un sueño agradable, pero sabía que no era un sueño por el aroma que sentía en su propio cuerpo.

Aún sentía en su piel el aroma ajeno, el aroma a uvas, a canela, así como su propio aroma fragante luego de todos los baños que tuvo en tan poco tiempo, y lo agradecía, le ayudaba a mermar el aroma nefasto de las celdas, y si bien estaba acostumbrada a ese tipo de aromas, incluso desde su niñez, era inevitable el ignorarlos para enfocarse en los nuevos, en los realmente agradables.

Se quedó ahí, inerte, incapaz de mover musculo alguno, así que rápidamente se aburrió, y lo único que hizo, fue comer, la única distracción que tenía, y era impresionante lo mucho que se había acostumbrado a ejercitarse para matar el tiempo. Y ahora, no podía, así que se tuvo que conformar con quedarse quieta mirando el techo de la celda.

Y para su sorpresa, volvió a quedarse completamente dormida, a pesar de ya haber dormido mucho.

Cuando volvió a abrir los ojos, no tenía idea que hora era, que día era, cuanto había pasado, pero aun sentía su cuerpo adormecido, no tan dolorido, pero claramente aun sentía los efectos de su subasta. Fue mucho ejercicio aquel, mucha intensidad en esas largas horas, y esperaba que los músculos que hubiese ganado durante la noche le sirvieran para combatir.

No supo porque había despertado, pero recién ahí se percató de que su guardia se había acercado, y pudo escuchar sus pasos, su cuerpo reaccionando, desperezándola.

Ahora ya estaba lo suficientemente repuesta y alerta para oír su alrededor, no como cuando llegó.

Para su sorpresa, el guardia se detuvo frente a su celda.

Lo miró, sin entender, esperando no tener que salir a pelear o moriría, ni siquiera haría el intento para sobrevivir, no sería capaz, sería una victoria inmediata para su contrincante.

Este le hizo un gesto para acercarse, y se vio frunciendo los labios, mirando su cuerpo inerte en la cama, pero lo intentó de todas formas, significaba que era un secreto, y ya había aprendido que debía hacer caso. Se movió, sus piernas temblando, y logró avanzar, por suerte, no sin sentir un dolor tirante en sus músculos, y se vio apretando sus propias rodillas para mantenerlas en su lugar. Ahora podía ver los moretones en sus rodillas, y tenía claro que también tendría las marcas de las piernas de Octavia en su torso.

Al menos ya no dolía tanto.

Si, esa fue una real batalla.

Se acercó, y este miró a ambos lados antes de decir cualquier cosa.

“Me dieron este mensaje para ti. ‘El mensaje ya fue recibido’.”

¿El mensaje ya fue recibido?

Su guardia le dio una mirada, aprovechando que se había movido, claramente notando su debilidad, y parecía en igual parte preocupado y curioso. Pero no le dijo nada, guardándoselo, para luego moverse, alejándose, como si nada hubiese pasado, mientras ella quedó, ahí, inerte, pensando.

¿Qué mensaje? ¿Había mandado un mensaje?

Dio un salto cuando se dio cuenta.

Octavia había logrado comunicarse con sus padres, esa era la única cosa que se le ocurría.

Realmente la mujer había cumplido con su promesa, y no solo eso, sino que lo hizo rápido, demasiado, sin tomarse su tiempo o tener esperas burocráticas.

Estaba agradecida.

Se dejó caer en su cama, pensando.

¿Habían sufrido?

¿Estaban tristes?

¿Aliviados?

Por una parte, quería saberlo, pero por otra, prefería que no, prefería crear su propio argumento, su propia realidad, y así acabar con cualquier molestia. No le servía de nada el amargarse pensando en la familia que abandonó, ya que no podía hacer nada para cambiar las cosas. Ella estaba muerta para ellos, y les había dado algo de dinero para que pudiesen seguir adelante, y era suficiente, podía lidiar con eso.

Al final, si estos se enteraban que ella estaba ahí, siendo una delincuente para el Imperio, siendo arrojada a la batalla, estando cada día entre la vida y la muerte, estos vivirían en una eterna preocupación, de incertidumbre, y no solo eso, si no que temía que estos la viniesen a buscar, arriesgando su propia vida.

Así que el estar muerta solucionaba aquel problema.

Además, estando ahí, la muerte siempre la acechaba, a cada momento, ya sea afuera en la arena, o ahí mismo, ahí dentro, batallando cada día con la vida precaria que tenía, aunque, en su pueblo, esa era una batalla que vivía cada día, así que no había mayor diferencia.

Al menos ahí, tenía comidas cada día, al principio no eran las mejores, pero eran algo, y en la vida de campo, en la pobreza aquella, muchas veces se vio sin poder comer.

No era tan malo, el estar ahí.

Si no fuese por el Coliseo en sí, si no fuese por las constantes batallas, si no fuese por poner su pellejo en riesgo, vivir ahí sería hasta agradable, seguro.

Se miró las manos, sabiendo lo llenas de sangre que estaban, y le sorprendía el sentirse cada día más acostumbrada a eso, sin que la muerte la afectase tanto como creyó. Pero aprendió, desde niña, que la supervivencia significaba la victoria del más fuerte, y se vio en situaciones así desde esa época, luchando para sobrevivir, y ahora no era diferente.

Si, estaba acostumbrada.

Sobrevivir, era su primer instinto.

Y seguiría sobreviviendo.

 

Chapter 63: Princess -Parte 4-

Chapter Text

PRINCESS

-Protección-

Se levantó de la cama, y se estiró.

Pudo sentir el sol entrando por su habitación, pintándola de varios colores. Lo primero que hizo fue sentarse frente al espejo y arreglar su cabello, que había quedado hecho un desastre luego del baño que se dio en la noche, baño relajante que claramente necesitaba luego del estrés de tener a esa mujer bajo su techo.

Sabía que no era la única ganando algo de ese trato, aunque sabía bien que la que más perdía era esta, ya que, si la descubrían, podía ocurrir lo peor, no, no lo peor, pero algo horrible. Su reino era diferente a muchos, en varios sentidos, pero no creía que nadie se tomase a la ligera un engaño así, el ocultar no solo su sexo, si no usurpar una armadura que era considerada una posición honorable.

Ella, en cambio, no perdía mucho si la situación se descubría, solo fingiría que no sabía nada, y volvería al principio, a buscar a alguien manipulable para poder moverse libremente por el reino sin tener que inventarse amenazas ni mentiras para huir por unas horas.

Ya estaba harta de eso, cansada.

Así que, por ahora, debía procurar que nada saliese mal.

Se vistió, se puso las botas, y abrió la puerta de su habitación, haciendo saltar a la mujer que ya estaba parada en el pasillo, esperándola, cuidando su puerta. Aún parecía un gato asustado, iban a tener que solucionar eso pronto.

La observó por un minuto, y notó su armadura ahora pulida, estaba segura de que el jefe de guardias no pudo permitir que el nuevo John tuviese una armadura sin brillo mientras andaba tras la princesa, y la idea le causó gracia.

“Aun me parece demasiado que te hagan usar esa armadura si no hay peligro alguno dentro del castillo.”

Era ridículo sin duda.

Joanne la observó, y luego se miró a sí misma, claramente admiraba que pudiese caminar con tanta armadura, pero era claro que debía de estar agotada de usarla, si bien era alta, no parecía realmente fuerte para cargar con ese peso durante días. No se le ocurrió escapar con un disfraz más práctico, como un viajero, o un vendedor ambulante.

Pero ya estaba hecho, ahora por su error estaba condenada a usar esos kilos de más encima.

Comenzó a caminar, Joanne siguiéndola.

“¿Nadie te ha descubierto aún?”

No veía a la mujer, pero estaba segura de que su voz le sorprendió. No estaba hablando particularmente bajo, ya que se conocía el castillo de memoria, así como los horarios y los hábitos de cada uno de los que vivían ahí, así que sabía cuándo levantar la voz y cuando callar. Y si bien sabía que su padre debió de poner a un guardia para que vigilara a Joanne, él no cometería el error de hacer que este se acercase lo suficiente para ser visto.

Su hija se iba a enojar si se daba cuenta.

“Estoy viva, así que supongo que no.”

Se detuvo, mirando a la rubia, notando su expresión tan carente de emoción que le dio escalofríos, donde no parecía ni siquiera importarle si moría o no, cuando antes parecía desesperada por sobrevivir, y conocía a las personas, sabía leerlas, al final, conociendo a los demás, se podía conocer la mejor forma de manipularlos, y no podía entender a esa mujer.

Era tan aterradora como desesperante.

Quizás había encontrado a un buen contrincante para su mente que disfrutaba jugar con las personas y se aburría de las que eran demasiado fáciles de leer.

Veía un lado de esta que era un libro abierto, completamente simple y aburrido de leer, y luego aparecía un libro diferente, en otro idioma, el cual sin importar cuanto leyese las líneas, cuanto creyese que había entendido algo, al final resultaba que no, que no entendió nada de lo leído.

Las dos tenían dos caras.

Soltó un suspiro y siguió caminando, avanzando por los pasillos, con la intención de ir a la biblioteca de la mansión.

Ahí recién volvió a hablar.

“Estamos juntas en este engaño, así que no voy a dejar que te descubran, por lo mismo empieza a asumir que desde hoy te voy a empezar a entrenar con la espada.”

“¿Qué?”

Notó de inmediato miedo en la voz ajena, tal y como imaginó que sería.

“Lo que escuchaste, sé que te da miedo la espada o lo que sea que te ocurra, pero en cualquier momento te van a hacer demostrar que eres capaz de protegerme, y en tu estado, no lo vas a lograr.”

Se detuvo frente a las puertas dobles de la biblioteca, y fue Joanne quien se acercó para abrírselas, su expresión en evidente estrés, miedo, y esta sabía que era así, que era cosa de tiempo para que la situación ameritase que sacase la espada inerte de su cinto y la usara.

Se vio mirando adentro antes de entrar, asegurándose que no hubiese nadie, como solía ser a esa hora, y se dirigió a su estante usual, sacando un par de libros, la mujer siguiéndola de cerca.

“Y si bien dije que no hay mayor peligro dentro del castillo, así ha sido durante toda mi vida, ahora es diferente, ahora estás tú, y no tengo idea que hará tu reino para tenerte de vuelta, si es que se enteran de que estás aquí secuestrada o algo similar.”

Agarró la pila de libros y comenzó a caminar hacia la salida, Joanne quedándose perpleja un momento antes de seguirla, prácticamente corriendo, para luego cerrar las puertas de la biblioteca antes de volver a caminar tras ella.

“No creo que me encuentren, o me estén buscando, no deberían.”

¿No deberían?

Realmente había algo grande que la mujer estaba ocultando, y lamentablemente le era difícil asumir que podía ser, pero de algo estaba segura, Joanne había hecho algo para verse obligada a escapar, o haberse rehusado a hacer algo, al final, iba a ser la reina, quizás simplemente no quería serlo, o no quería casarse con un extraño como le pasa a su hermana, quien sabe, y conociendo cómo funcionaban otros reinos ajenos al suyo, era probable que los reyes la odiasen por negarse a seguir las reglas.

Unos reinos eran muy restrictivos.

Por suerte el suyo no, o quizás ya habría huido.

Si, su padre era sobreprotector, pero eso era lo peor de él, no era exigente en otros ámbitos.

“Tú los conocerás mejor, pero en el caso de que quieran sacarte de aquí, pueden venir con soldados, lo que nos daría tiempo para protegernos como reino, o podrían meter a alguien infiltrado para matarnos a todos y liberarte de nuestras garras, y si tu pudiste entrar al reino mintiendo de esta manera tan horrenda, cualquiera podría hacer lo mismo.”

Miró de reojo a Joanne, quien apretó los labios, su expresión tornándose entre molesta y asqueada, claramente la idea disgustándole, honestamente, también le disgustaba. Quería a su reino, a su pueblo, a su familia, y no iba a aceptar que viniese alguien a eliminarlos frente a su cara, no se iba a quedar de brazos cruzados, por supuesto que no.

“Si bien no soy una novata con las armas, es imposible que pueda darle pelea a un asesino o a un soldado, y no podría protegerme ni a mí ni a ti, así que tienes que ser capaz de protegerte a ti misma.”

A pesar de lo que dijo, cuando se topó con los ojos ajenos, esta parecía curiosa, y le sorprendió el cambio.

“¿Sabes usar armas?”

De inmediato infló el pecho.

No, no era una novata, pero tampoco era una experta, aun así, siempre le agradaba cuando adulaban sus capacidades. Tal vez no era tan inteligente como su hermana mayor, o tal talentosa como su hermano mayor, pero no se quedaba atrás en lo físico, no era realmente fuerte, de hecho, esa era su debilidad en ese aspecto, pero era hábil, y esa habilidad nadie se la podía quitar.

“Mi familia se ha dedicado a la cacería durante generaciones, es prácticamente obligatorio que sepamos usar el arco, pero si bien a mi padre le encantaría tenerme encerrada en mi cuarto como a un pájaro para que no me pudiese lastimar, eso me hizo más rebelde en ese sentido, así que aprendí a usar tanto espadas como lanzas.”

Antes de ser un reino como tal, su familia manejó esas tierras, protegió y alimentó a cientos de familias, cazando y liderando, hasta que fueron creciendo, hasta que llegaron a la actualidad. Ya la cacería no estaba en sus vidas de manera constante, solo quedaba su apellido y su historia, pero por lo mismo ella pudo hacer algo que en otros reinos no era permitido, y era el que una mujer tuviese derecho a usar un arma, a cazar, a proveer, porque en su familia se llevaba haciendo por décadas, fue su madre, de hecho, quien le enseñó, su padre demasiado sobreprotector para ser él quien la metía en ese mundo.

Era afortunada de nacer en esa familia, en ese reino.

Ahí, todos eran felices, todos podían ser quienes querían ser, y como familia real le demostraban al pueblo aquello, al tener una futura reina soltera, al tener a un príncipe que se dedicaba solamente a la música, y al tener una princesa que bajaba al pueblo a asegurarse que todo estaba en orden, para protegerlos con sus propias manos.

Otros reinos los miraban mal, pero estaban obligados a aceptarlos, al final, tal vez no era el reino más financieramente estable, pero tenían buenas tropas, buenos guerreros, buenos cazadores, buenas personas.

Se dio vuelta, mirando a Joanne, quien aún parecía sorprendida, y sonrió, disfrutando esa atención.

Acercó los libros hacia esta, quien de inmediato los sujetó, sosteniéndolos con urgencia.

“Así que estoy en posición de enseñarte.”

Joanne de inmediato frunció el ceño, en pánico.

“Pero no puedo ni siquiera ver la espada.”

Y lo sabía, le aterraba, veía un poco del filo y colapsaba, y era claro que esta no le diría la razón, del porqué, o si era así nada más, nació así, y considerando que en otros reinos las mujeres no tenían acceso a usar armamento de ningún tipo, tal vez era extraño el simplemente tener un arma ahí, con ella.

Pero no le importaba la razón, al menos no por ahora, lo único que le importaba era buscar una solución.

“Ese es tu problema, solo tú puedes ayudarte con eso, lo que yo haré, es enseñarte con espadas de madera con las que yo aprendí, tendrás las habilidades, queda en ti que puedas levantar esa espada.”

Joanne no parecía convencida, parecía a punto de argumentarle de vuelta, pero negó, no había tiempo para eso, ya estaban llegando al primer piso, ahí no podían hablar con libertad. Se acercó, dándole un golpe en los libros, esta afirmando su agarre en estos, parándose más erguida.

“Por ahora, sigue actuando.”

Esta se tensó, pero asintió, recuperando su expresión más seria, o intentándolo.

No pasó mucho tiempo para escuchar los pasos de su padre.

“¡Mi pequeña princesita!”

Alguien parecía animado para tener esas ojeras.

“Hola papi.”

Su padre se acercó, lo suficiente para sujetarla de las mejillas y darle un beso en la frente, de esos sonoros. No le gustaba la barba de su padre, ni su bigote, pero bueno, debía lidiar con eso.

“¿Como durmió mi precioso angelito?”

“Como una roca luego de lo movido del día, pero tú no te ves nada bien, ¿Descansaste?”

Sabía la respuesta antes que este soltase un suspiro pesado, pero le sonrió, como siempre, intentando no ponerle peso alguno encima, porque era sobreprotector, y quería que ella estuviese libre de cualquier problema, lo conocía demasiado bien.

“Unos papeleos me tuvieron ocupado, pero tu hermana nos ha ayudado bastante, así que creo que esta noche podré dormir mejor.”

Él podría pedirle ayuda a ella, que sabía lo básico de manejar un reino, al final, a los tres hermanos le dieron las mismas enseñanzas, pero no, no haría que su bebé hiciese algo, y aunque a él le gustase verlos interesados en gobernar, en los deberes de un líder, cuando necesitaba ayuda, nunca le decía.

No podía forzar a su pequeño bebé a hacer las labores del reino, bla bla.

Los ojos de su padre se fueron hacia su caballero, su guardaespaldas personal, él claramente juzgándolo, y no veía a la rubia, pero la notó moverse, probablemente haciendo una reverencia.

“¿Todo bien con el chico nuevo?”

Su padre la miró, y le sonrió, mostrándose lo más animada y feliz que podía.

“Si, hasta me está ayudando a cargar con mis libros, iremos al jardín a leer un poco, hace un buen día.”

El rey se giró, mirando por una de las ventanas, haciendo evidente que este ni siquiera se había tomado el tiempo para mirar hacia afuera, un hombre muy ocupado. Cuando él la miró, le sonreía, más calmado, y sabía que parte del estrés que tenía encima era por la decisión aquella, de tener a un total extraño a su lado, y sabía que su padre quería evitar esa situación con todas sus fuerzas, pero debía aceptar la decisión de su hija.

“Me encantaría acompañarte, pero aún tengo deberes que hacer, ten mucho cuidado, ¿De acuerdo?”

Asintió, sonriéndole de vuelta.

“No te preocupes, estaré bien.”

Siempre estaba bien.

Su padre volvió a mirar a Joanne, frunciendo el ceño.

“Aún no confió en ti cerca de mi niña, así que te tendré en la mira.”

Oh, que amenazante, padre.

Notó de reojo como Joanne se paró más recta, tanto que hasta a ella le dolió la espalda de verla. Esta asintió, haciendo una reverencia.

“No le voy a defraudar, su majestad.”

Grandes palabras.

Era irónico, porque ya le había defraudado desde el comienzo, desde que entró en un reino a base de mentiras y engaños.

Le dio un abrazo a su padre antes de separarse, él avanzando hasta el salón principal, y ellas hacia las puertas que daban al jardín. Ambas se mantuvieron en silencio, había movimiento en esa zona, los guardias haciendo sus rotaciones, cambiando unos por otros, saludándola cuando la veían pasar, así como la servidumbre haciendo sus labores, saludándola también, así que mostró muchas sonrisas.

Finalmente llegó al lugar más tranquilo del jardín, sentándose en una de las bancas de madera, tomando uno de los libros de la pila en las manos de la mujer que la acompañaba, dejando el resto a su lado.

Y ahí, simplemente empezó a leer, relajándose.

“¿Puedo hacerte una pregunta?”

Bueno, relajándose a medias.

Le sorprendía que Joanne no podía fingir bien, para nada, estaba inerte como una estatua, pero aun así se le notaba la inquietud saliendo por los poros, como la miraba de reojo, queriendo decirle algo, y si esta no le preguntaba pronto, iba a ser ella quien la obligaría a decir lo que quería decir. Ya empezaba a enfadarse al sentir ese silencio tan molesto.

Le hizo un gesto con la mano, sin dejar de mirar el libro.

“M-mejor no, olvidalo, no quiero insultarte.”

Insultarla, de nuevo, como el día anterior.

A todos esto, la mujer estaba siendo muy informal con ella, que poco respeto, aunque ahí, esta debía tener un rango superior, siendo la heredera al trono, pero como estaban en su reino, debía acatar sus reglas. Realmente necesitaba un adiestramiento de grandes dimensiones, pero dudaba que una mujer con un estatus tan alto siquiera tuviese la capacidad de tratar a los demás con respeto.

Aunque no le molestaba tanto, o sea, sí, pero era agradable variar un poco de vez en cuando.

Pero que no fuese así para siempre o no se iba a hacer responsable de sus acciones.

Soltó un suspiro pesado, ahora estando curiosa.

“Solo dímelo, no será la primera vez que me insultas.”

Escuchó a Joanne tragar pesado, y no la veía, pero sabía que esta estaba mirando a ambos lados, asegurándose que no estuviese nadie cerca, aunque rara vez la molestaban cuando estaba ahí, todos queriéndola dejar en paz, dándole su espacio.

No iba a decir nada, porque le gustaba el leer en paz ahí afuera, pero se aburría muy pronto, y un poco de atención siempre le hacía levantar el ánimo.

“La actitud que tienes con el rey, ¿Es también una mentira?”

Oh.

Esa era una buena pregunta.

Dejó el libro en su regazo, y tiró la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo de la banca, y miró hacia arriba, hacia los arboles del jardín, hacia el cielo despejado.

Eso la hizo pensar más de lo que creyó.

Suponía que sí, había algo de mentira, porque estaba exagerando, porque estaba pensando al hacer cualquier movimiento, al decir cualquier cosa, siempre teniendo en cuenta los resultados de cada interacción, al fin y al cabo, era una personalidad que había construido.

Que había creado para obtener lo que quería.

Para poder sentirse libre.

“Fui la menor, así que siempre fui la mimada, pero cuando vas creciendo y maduras, te dejan de ver como la pequeña niña. Obviamente no quiero perder la atención que me dan, y aunque me molesta que me sobreprotejan por lo mismo, porque me ven como la menor, por supuesto que disfruto que me mimen, así que no pierdo del todo. Así que si, es una mentira, pero no significa que no quiera a mi familia, que no quiera a mi padre, porque creeme que pelearía con dientes y uñas por ellos.”

Por lo mismo mantenía esa faceta con ellos.

Por una parte, los protegía de sí misma.

Porque así estos seguirían queriéndola, porque si veían el lado más problemático de sí misma, el lado que tenía una pésima actitud, un pésimo humor, que reaccionaba violentamente, probablemente no le darían tanto cariño y atención, probablemente la tomarían como una adulta de una vez por todas, pero, aun así, dudaba que le diesen la libertad que pedía, los conocía. Podía ser como su otro lado, ser su otra cara siempre con ellos, pero dudaba que eso le garantizara el poder salir de los muros, del reino, tal vez solo le darían más castigos, o más responsabilidades para mejorar su actitud.

Y eso no lo aceptaría.

Prefería seguir siendo la princesa mimada que era, fingiendo.

Era agotador, pero vaya que sacaba buenas cosas de eso.

Miró de reojo a Joanne, quien asintió, pensativa, pero no le dijo nada, no parecía molesta con su respuesta o su decisión, pero tenía claro que esta no la entendía.

No se entendían.

Ambas eran muy diferentes, y si bien aún había misterio entorno a esa mujer, no tenía que indagar para saber que eran polos opuestos. Se movían por diferentes ideales, se movían por diferentes razones, con diferentes objetivos.

Ella evitaba alejarse del pueblo.

Joanne decidía alejarse del suyo.

Ella avanzaba hacia adelante para conseguir sus objetivos.

Joanne parecía retroceder, alejarse lo más posible.

No se entendían, y dudaba que pudiesen algún día.

Pero era interesante, era un juego que nunca había jugado, que nunca había experimentado, y la idea no le desagradaba del todo. Por supuesto, había un riesgo, pero iba a evitar perder.

Siempre evitaba perder.

 

Chapter 64: Antihero -Parte 7-

Chapter Text

ANTIHERO

-Decisión-

 

Caminó por las calles.

No solía pasar por esa zona, pero se había memorizado la ruta.

Tenía que memorizársela.

Miró alrededor cuando llegó a uno de los callejones, metiéndose profundo en este, el sol no lograba entrar ante la altura de los edificios, y se sentía la humedad en estos, la oscuridad tiñéndolos.

No había nadie ahí, ni nadie le había prestado el menor interés, aun así, anduvo con cuidado, sin querer que nadie la siguiese.

Era Wladislawa, solo una persona más entre miles.

Invisible.

Abrió una de las puertas en ese callejón desolado, esta de metal, y entró en el lugar. Era una casa normal por dentro, sin nada llamativo, con decoración simple y práctica, al fin y al cabo, era solo una fachada, nada más.

Ahí nadie vivía.

Caminó por el lugar, buscando por las tablas del piso, sin saber exactamente lo que buscaba, el escondite siendo invisible, mimetizándose, pero lo encontró luego de unos momentos. Metió las uñas en la madera, en el casi imperceptible borde de aquella trampilla, y la levantó cuando la tuvo en un agarre firme.

Miró hacia abajo, hacia la oscuridad, notando las escaleras que llevaban hacia las alcantarillas, o esa había sido su función en algún momento, ahora no era nada más que una guarida, un escondite, la madriguera de una asesina, de una terrorista, de una villana.

Comenzó a bajar, no sin antes cerrar la trampilla, dejando el lugar tal y como cuando entró.

Sabía que se podía llegar al lugar de diferentes formas, pero esta era la que la mujer le presentó cuando salió de ahí aquel día, y por supuesto no le diría nada más, sin querer soltar información valiosa.

Al fin y al cabo, aun podrían considerarse enemigas, al menos sabía que la mujer la consideraba así, y ella misma no a esta. ¿Por qué sería su enemiga? No le había causado ningún problema, por el contrario, la salvó. Bueno, teóricamente, ella salvó a la mujer primero, pero esos eran detalles.

¿Iba a permitir que una mujer así de guapa muriese por un cobarde?

No, nunca.

Tenía valores.

Cuando llegó abajo, comenzó a caminar por los pasillos oscuros, estos húmedos también, luciendo como un laberinto, y de nuevo su memoria estaba siendo valiosa para encontrar el punto central del escondite.

Se sentía raro el entrar en un terreno enemigo, no, enemigo no, pero en un lugar así sin su máscara, era como si no tuviese poderes, como si fuese la mujer humana que era años atrás. Obviamente aún los tenía, si se rompió su traje, nada más, pero se había acostumbrado a no usarlos siendo civil.

Sin su identidad, todo se volvía confuso, era como si no se encontrase a sí misma, como si estuviese perdida, casi como si no existiese.

Y había olvidado la impotencia que sentía en esos años.

A pesar de que fuese convertida sin su consentimiento, que le hicieran aquella barbaridad a su cuerpo, no podía dejar de agradecer el haber podido ser alguien más, el dejar su denigrante existencia atrás y ser alguien mejor, alguien visible, alguien que no era ella, alguien que ella jamás habría sido sin esos poderes, sin esa máscara.

Sintió su sien palpitar, y la molestia que sentía empezaba a ser física, y solo habían pasado unos días desde que perdió su medallón.

Necesitaba su traje pronto, ya estaba entrando en una crisis existencial, y no quería saber que sería de ella cuando pasara más de una semana.

Se rehusaba a volver a ser Wladislawa.

Se detuvo de golpe, quedando inerte en esos pasillos oscuros.

¿Crisis existencial?

¿Qué mierda estaba haciendo ahí? ¡Esa era la verdadera crisis de la que se debía preocupar!

¿Realmente lo iba a hacer?

¿Realmente le iba a decir?

Ahora empezaba a dudar.

Estuvo pensándolo desde que salió de ese edificio, dándole vueltas a la situación, pensando en que hacer, y aunque quisiera hacer lo correcto, ambas opciones podían ser tan correctas como incorrectas, así que volvía al punto de inicio.

Tenía dos caminos posibles.

Creer en su estómago, en sus instintos, y hablar de su descubrimiento.

O creer en su cabeza, en ser racional y asumir que todo era una coincidencia tras otra.

A quien engañaba, no era la mejor siguiendo lo que le decía su cabeza.

Y si, la gran mayoría de las veces el mundo le demostraba que no hacerle caso a su cabeza era un grave error, el simple hecho de tener esos poderes era una prueba, sin embargo, así era, crédula, pero bueno, ya tomó una decisión, ya confió en sus instintos, y ya si la situación se salía de control, siempre podría decir que era una broma y retractarse, ¿No?

Devna la iba a matar probablemente.

Volvió a caminar, intentando mantenerse en control, y era difícil sintiéndose así de vulnerable.

Si se tratase de cualquier otra persona, no le importaría…

Pero ahí estaba.

Negó, obligándose a caminar más rápido y así dejar de dudar, y fue avanzando a través de los pocos metros que le quedaban para llegar a la sala de control, el lugar donde la mujer operaba, donde se mantenía oculta, donde planeaba sus ataques, donde planeaba las muertes.

Uno tras otro, siendo marcado, siendo eliminado.

Contuvo la respiración, hasta que logró llegar, y se topó con esos ojos amarillos, intensos, que la miraban de vuelta, enojados, como siempre.

Y no la culpaba por estar enojada, al fin y al cabo, se había aparecido ahí sin aviso alguno.

No es como que tuviese su número para llamarla, duh.

En uno de los monitores se veían las cámaras de seguridad que vigilaban el callejón, que vigilaban el perímetro, la casa, la trampilla y otros lugares que no reconocía, así que la mujer debió saber que se acercaba.

Y se alegraba de recibir una mueca enojada y no la muerte.

Había ganado, de cierta forma.

¿Significaba que la había dejado entrar? Si, había ganado sin duda.

Se apoyó en el marco de la pared, y le sonrió a la mujer, y se sintió tan ajeno el mostrarse así, con su rostro a plena vista.

“Hey, ¿Qué tal? Tiempo sin vernos.”

Bueno, era ahora o nunca.

Ese podía ser el peor error de su vida.

Intentó mantener la mueca, mantener su postura relajada, a pesar de que su corazón comenzó a latir con fuerza.

Si, podía morir en ese mismo instante.

La mujer soltó un suspiro pesado, ignorándola, desviando la mirada. Esta estaba sentada en una silla frente a los monitores, frente a la computadora, y sus manos comenzaron a teclear rápidamente, escribiendo algo, quien sabe, algo malvado, alguna táctica de mujer terrorista que hace cosas para atraer a sus futuras víctimas.

“Si crees que te daré la bienvenida, estás equivocada.”

No creía que esta fuese a hacer algo semejante tampoco, sería mucha maravilla.

Estaba pasando por una crisis existencial, eso ya sería la gota que colmó el vaso y creería que se había vuelto delirante.

“Oh, vamos, un ‘bienvenida a casa, querida’, sería más que suficiente.”

Quizás, a lo más, obtendría un ‘bienvenida a casa’, pero con la voz más monótona de la historia.

La idea le causó gracia, y eso la ayudó a calmarse un poco.

Y vaya que necesitaba calmarse.

Devna negó con el rostro, y podía notarla cansada, probablemente tratar con ella solamente aumentaba su exasperación, su agotamiento, pero era parte de su encanto, ¿No?

Iba a hartarla hasta que cayese en sus brazos, ¿Era esa una buena manera de conseguir una cita?

“Que te haya traído aquí una vez, no significa que eres bienvenida aquí.”

Auch.

Eso tenía sentido, aun así, dolía.

Esa mujer era tan dura como siempre, inmune a sus encantos.

Si que era difícil.

Se tomó un segundo para mirar alrededor, notando como todo estaba igual que la última vez que estuvo ahí, lo único diferente era la cantidad de papeles que había sobre una de las mesas, aumentando considerablemente.

El siguiente ataque, la siguiente venganza.

Volvió a mirar a la mujer, notando sus ojos claros brillando con la luz de los monitores, así como su pelo. Podía ver sus brazos sin aquel manto que solía llevar encima, las telas ocultando su ropa, su ser, su existencia inhumana, y ahora no era el caso, así que aprovechó de mirarla mientras esta la ignoraba, notando los lunares en su piel, o su ropa detallada, o también las colas de serpiente que parecían inofensivas ante sus suaves serpenteos.

Realmente le impresionaba lo bien cuidada que estaba su piel, su cuerpo en general, a pesar de llevar la vida que llevaba, buscando venganza, matando, su ser prácticamente inmortal.

¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Cuántos años debía tener esa niña? ¿Cinco años? ¿Seis?

Rayos…

Si se lo decía, si se lo contaba, y sobrevivía al hacerlo, ¿Algo cambiaría? ¿Esta dejaría la venganza? ¿Dejaría de matar o tener a su hija de vuelta no sería suficiente para mermar su rabia?

No lo sabía, ni creía que fuese capaz de entender a esa mujer del todo.

Devna se removió en el asiento, al parecer acabando de escribir, los amarillos observándola, su ceño fruncido más notorio que antes.

“¿Aun estás aquí? ¿Qué es lo que quieres?”

El ceño fruncido de la mujer se fue disipando con su silencio.

Realmente el silencio no le venía para nada, pero simplemente no podía hablar, no cuando solo tenía una sola cosa obstruyéndole la garganta, y el no tener su máscara hacía de las cosas aún más complicadas. Siendo Ego, hablar sería más fácil, o eso creía.

Pero debía decirlo, aunque no estuviese preparada. Esa mujer podría matarla en cosa de segundos, y su velocidad no la salvaría de la venganza persiguiéndola.

Pero, prefería decirlo, a que aquello estuviese en su cabeza, por siempre.

Si, no le importaría si fuese cualquier otra persona, pero ahora, con Devna, curiosamente le importaba.

Le importaba más de lo que creyó posible.

“Creo que encontré a tu hija.”

Se quedó mirando a la mujer, así que notó el momento exacto donde esta se quedó inerte, estática, incluso las colas detuvieron sus movimientos. Su ceño fruncido, el cual se había disipado ante la sorpresa, ante la confusión, volvió rápidamente.

Se vio tragando pesado.

“¿Qué dijiste?”

La voz de la mujer sonó intensa, dura, rasposa, intimidante, y se vio sudando frio.

No estaba segura si debía decir eso o no, darle esperanzas, pero lo sentía, lo sentía dentro de ella, dentro de su estómago. Si resultaba qué si era, y no lo decía, se sentiría realmente una mala persona, a pesar de serlo.

¿De dónde salió esa moralidad?

La detestaba.

Carraspeó, obligándose a hablar, a continuar.

“Fui a la empresa de la familia que me hizo esto, que experimentó conmigo, que me volvió un Meta-humano, y vi a una niña ahí, encerrada, de unos seis años. Se parecía a ti.”

Los ojos amarillos, los de una serpiente, la observaron, y se vio tensa bajo esa mirada, bajo el escrutinio de una mujer que se había manchado de sangre por su familia, y ahora ella era su objetivo por decir tales blasfemias.

Sentía que llevaba viendo esa mirada tantas veces, esa mirada penetrante atravesándola, esos ojos homicidas, capaces de todo. Pero jamás sintió tanto miedo de esa mirada como en ese instante. Estaba jugando con fuego, con algo importante, con algo que la destruyó por muchos años.

Pasó su vida pensando que su hija estaba muerta, al igual que su esposo, y empezó esa venganza.

Y ahora le decía eso.

Entendía esa mirada, la merecía.

“¡Como te atreves a decirme eso!”

La mujer se movió, levantándose de la silla, acercándose peligrosamente a ella, pero por su parte no se movió, le permitió acercarse.

Se lo merecía.

Sintió las manos de Devna en su sudadera, los dedos aferrándose a la tela, capaces de rasgarla sin problema. Esta no usaba las manos para pelear, sus colas eran las que hacían el trabajo, era su lado inhumano la que cometía los pecados, las que se manchaban de sangre, no sus manos. Y no sabía si debía alegrarse de que las colas no estuviesen dejándola sin aire, o no.

Porque se sentía incluso más dolida de que esta usase sus manos para sujetarla.

Podía notar la desesperación en sus actos.

Siempre notaba la ira en Devna, desde la primera vez que la vio, la sed de venganza, la rabia, exudando de cada uno de sus poros, pero ahora veía una expresión completamente diferente, desesperación, dolor, tristeza, puro sufrimiento.

Ahora la veía realmente afectada.

Abrió la boca para hablar y sintió un nudo en su garganta, de nuevo.

Nunca le había faltado el habla, pero ahora no creía tener palabras para decir.

Pero debía seguir hablando.

“…No sé si es ella o no, no puedo asegurarlo, pero sé exactamente dónde la tienen, y voy a sacarla de ahí antes de que le hagan algo permanente.”

Estaba haciendo promesas.

Y odiaba las promesas falsas, así que estaba obligada a seguir adelante.

Devna cerró los ojos, sus dientes apretados, su mandíbula firme.

Las manos en su ropa temblaron, podía notar como los sentimientos abrasadores trataban de emerger de golpe y su cuerpo era incapaz de controlarlo.

Había golpeado a muchos, asesinado a muchos, y no solo eso, si no que había permitido que miles muriesen, no había movido un solo musculo para salvarlos, pero jamás, ni una sola vez, desde que era niña, había sentido culpa. Pero ahora, ahora si la sentía, y era un sentimiento desagradable que no quería volver a sentir en su vida.

Sintió un golpe en su pecho, luego otro.

Las manos de la mujer, empuñadas, habían decidido atacarla. Pero no dijo nada, solo se dejó golpear. Podía notar la debilidad en cada uno de los movimientos, los temblores, la desesperación en la mujer.

Nunca la había visto tan humana.

Lo que le dijo, realmente le había causado daño.

Leer las mentes no era una habilidad que tuviese, pero prácticamente podía saber lo que esta estaba pensando.

Sufría de diferentes formas. Sufría de solo pensar que fuese una falsa alarma, que aquella niña no fuese su hija. Sufría al pensar que, si esta era su hija, sufrió incontables maltratos. Sufría porque no fue capaz de proteger a su hija, así como no fue capaz de proteger a su marido. Podía sentir cada una de sus emociones desbocadas, pero sobre todo sentía la frustración, y era evidente en cada uno de los golpes.

Y sabía que la única razón por la que estaba recibiendo golpes, y no estaba muriendo, era porque sabía dónde estaba la niña, y Devna no quería perder la única pista del paradero de su hija, de su difunta hija.

Era una luz de esperanza.

Esperanza que Devna perdió años atrás.

“Siempre mientes…”

La escuchó hablar, su voz débil y contenida para lo exaltada que estaba. Ni siquiera podía ver su rostro, esta lo suficientemente encorvada para no ver más allá de la cortina de cabello lacio.

Los golpes seguían, sin fuerza alguna, sin ímpetu.

Se quedó en silencio, esperando.

“Estoy esperando que me digas que es una broma, que pongas aquella mueca estúpida en tu bonito rostro, y me digas que lo que me dijiste es una mentira.”

Irónicamente, dijo que, si salía todo mal, iba a bromear, mentir.

Pero ya no se atrevía.

Los golpes se detuvieron, ahora esta solo se aferraba a su ropa, sin amenaza, nada, solamente sujetándose a ella, con fervor, como si fuese lo único que le impidiese desmoronarse. Sentía su propio pecho latir, y no sabía si era su corazón sufriendo al ver así a la mujer, por el dolor en la zona ante los golpes, o tal vez porque la mujer le acababa de decir que su rostro era bonito.

Pudo haber bromeado, pero de nuevo, las palabras no salían.

No, realmente no era capaz.

Ni siquiera se le podía ocurrir algo para decirle, para aligerar el ambiente, nada.

Siempre solían decir que todos los héroes tenían una debilidad, lo escuchó de su amigo, de Dodek, desde siempre, este obsesionado con el tema. Luego cuando creció, cuando vio a personas fuertes, increíbles, en acción, siguió escuchando lo mismo. Como los villanos, y los héroes, buscaban la debilidad del otro para lastimarse, para ganar, para usar todo a su favor con tal de salir victoriosos.

Y creyó que no tenía debilidades.

Porque no las tenía.

Creyó que su amigo Dodek, quien fue su antiguo amor, su compañero, sería algo así, pero no, no lo era, porque podía seguir adelante sin él, y así lo hizo por mucho tiempo, mintiéndole descaradamente, huyendo de este, fingiendo, rebelándose.

Así que si, creyó que era capaz de todo, sin nada que amenazara sus convicciones, sus valores, su inmoralidad.

Pero ahora lo entendía.

Esa mujer, Devna, era su verdadera debilidad.

A penas la vio por primera vez, no pudo alejarse. La espió varias veces, intentando ver las razones de sus actos, llevada por la curiosidad, acosándola como un depredador a su presa, intentando estar a su lado incluso cuando esta la rechazaba una y otra vez.

Pero realmente la serpiente la había encantado, y no ella a la serpiente, como pretendía.

Si, se sentía mortal.

Más mortal que nunca.

“Tu actitud solo me está demostrando que no estás intentando mentirme, ni manipularme, pero me rehúso a pensar que hablas en serio.”

Su silencio, su seriedad, su determinación.

Si, hablaba en serio.

Más en serio que nunca.

Y eso significaba darle esperanzas a esa mujer de volver a tener a quien perdió años atrás. Debía ser difícil de asimilarlo.

Al final, le iba a doler, fuese o no su hija.

Los ojos amarillos se abrieron, y la miraron, directamente hacía sus ojos, y los notó vulnerables, no homicidas, serios, intensos como solía verlos. Le pareció que en ese preciso instante incluso más hermosa de lo que ya era.

Realmente perdió el aire.

Su verdadera debilidad.

“No me des falsas esperanzas, no se te ocurra.”

La amenaza era más bien una súplica, porque su voz no sonó como cuando la amenazaba.

Y vaya que la había amenazado.

No, no quería.

La única razón que tuvo para no decirle era para no hacerlo, para no darle falsas esperanzas, para no quitarle a su hija una segunda vez.

Respiró profundamente, tomando las manos ajenas en las suyas, sujetándola. No había hecho un contacto directo así con esta, tocándola, a lo más había tocado las colas escamosas cuando tenía la oportunidad, recibiendo un ataque, pero nada más, y recién ahora veía su piel al descubierto.

Sus manos no se sentían como las de una asesina, tal y como imaginó, esas manos no eran las que mataban, no era su humanidad la que asesinaba, si no su inhumanidad. Se sentían pequeñas en las suyas, suaves, cuidadas, pero capaces. N, en lo absoluto eran las manos de una villana, de una asesina, heridas, lastimadas, de tanto matar. Eran las manos de una madre, una madre que lo único que quería en la vida era volver a tener a su familia a su lado.

Y quería darle esa oportunidad.

Realmente quería que esta tuviese su familia de vuelta.

Y así era ella como persona, era egoísta, hacía exactamente lo que quería, lo que le convenía, y ahora, quería darle esa felicidad a esa mujer.

Al final, seguiría siendo egoísta, ¿No

“Sé que es ella, siento que es ella, y confío en mis instintos. Y si no lo es, y te doy falsas esperanzas, puedes matarme, no me importa, me lo merecería.”

Los amarillos brillaron frente a ella, vulnerables, pero esperanzados, tranquilos incluso. Se hubiese tirado flores a sí misma, acerca de su capacidad indiscutible para obtener tantas reacciones de la mujer, obviamente se sentiría orgullosa de eso, pero aun sentía ese nudo en la garganta.

Era una pena.

Ya luego, cuando pudiese devolverle a Devna la hija que perdió, iba a disfrutar el poder sacarle en cara aquel momento de vulnerabilidad. Hacer que esta se abriese de esa forma con una supuesta enemiga.

Quizás sí que había logrado atravesar esos muros.

Si, realmente lo iba a disfrutar, disfrutar su victoria.

Devna se zafó de su agarre, y maldijo en silencio, porque vaya que lo estaba disfrutando. Esta se movió por la habitación, pensativa, y cuando volvió a mirarla, notaba cierta determinación en su expresión.

Ya no estaba débil, no, ya estaba lista para lo que seguía.

Devna también había tomado una decisión.

“Tú no haces nada gratis, si resulta que de verdad es mi hija, ¿Qué quieres a cambio? ¿Dinero? Si es ella te daré lo que quieras.”

No había mentira en su voz, nada.

Completa seguridad.

No pensaba hacerlo por Devna.

O sea, si, lo hacía por esta, por supuesto, pero eran sus propios intereses egoístas que hacía por otra persona. Y no era la primera vez, más de alguna vez había hecho algún acto heroico para ganarse el corazón de alguien, ganarse un favor o simplemente acostarse con alguien.

Pero ahora realmente quería hacerlo.

Como si fuese su deber, o algo así.

Iba a decirle que no era necesario, pero era así. Flattering Ego siempre quería algo a cambio, porque Ego no hacía nada sin recibir algo por su propio interés, dinero, atención, suplicas, alabanzas, satisfacción.

Era una ególatra egoísta, así era con la máscara.

Pero en ese momento, solo quería una cosa de la mujer.

“Una cita.”

“¿Qué?”

Devna la miró, confusa, incrédula, y solo pudo sonreír ante su expresión.

En ese momento era lo que más se le apetecía.

Bueno, más cosas, pero no creía que Devna aceptase lo otro, ni en mil años.

“Eso, quiero una cita. Si te traigo a la niña, y es tu hija, y final feliz, quiero que tengas una cita conmigo.”

La mujer la siguió mirando así, de la misma forma, hasta que finalmente soltó un suspiro pesado, pero su rostro se calmó al instante, y podría decir que ahí había una sonrisa.

O quizás ya estaba perdiendo la cordura y veía cosas que quería ver, y con esos días afectándola mentalmente, no le sorprendería.

“Es un trato.”

Oh.

Si, eso sí sonaba a un buen trato, de nuevo sentía que había ganado.

Asintió, disfrutando de inmediato su recompensa futura.

Ahora solo tenía que esperar.

A penas tuviese su traje, iba a destruir ese lugar.

Sería una egoísta venganza personal.

 

Chapter 65: Teacher -Parte 2-

Chapter Text

TEACHER

-Despedida-

 

No sabía cómo definir la situación en la que se encontraba.

Nao había cambiado.

Aun no entendía porque se sentía tan molesta, ¿No era eso exactamente lo que quería? Que esa chica dejase de hablar de ella, con ella, de caer en detención siempre que podía o decirle cosas en los pasillos. Ahora que estaba pasando exactamente eso, se sentía completamente perdida.

Realmente no se entendía, mucho menos entendía a la chica.

¿Por qué hacía eso? ¿Por qué cambiaba? ¿Se rindió?

Se forzó, los siguientes meses, a olvidar ese estúpido egoísmo que sentía dentro.

Nao al fin estaba tomando su futuro en serio, estudiando, enfocándose en las clases y en las universidades a las que quería postular. Era exactamente lo que quería de Nao, como profesora…

Pero como mujer…ya no estaba tan segura.

Tal vez se había acostumbrado a su presencia, a su insistencia, a sentirse amada y deseada por alguien por primera vez en su vida, aunque solo fuese una niña.

Era una estúpida.

¿Por qué siquiera estaba tomándose en serio algo que decía una adolescente? Un amor así era pasajero, además de complicado. No entendía porque siquiera tenía esa esperanza de que pudiese ocurrir algo más. Se sentía ridícula. Era la adulta ahí, y estaba siendo incluso más inmadura que la misma Nao.

Al final, la graduación llegó más pronto de lo que creyó.

No quería tener que decir adiós, ni a la posibilidad de que Nao realmente la olvidase, o que sus caminos no se volviesen a unir-

No, no debía importarle.

En unas semanas Nao debería de postular y entrar en alguna universidad de su preferencia, y si llegaba a estudiar afuera de la prefectura, debía de estar ocupada acostumbrándose a esa nueva vida, y por supuesto que ella no formaba parte esa nueva realidad de Nao, y con qué cara, si se dedicó a rechazarla desde el día uno, y esa vez, la última vez, no fue capaz de darle una esperanza, o quizás ofrecerle el verse fuera de la escuela como personas individuales cuando esta fuese mayor y no como profesora y estudiante, al menos darle aunque sea una oportunidad de conocerse de verdad.

De ser solo dos personas conociéndose.

Aun no sabía sobre su sexualidad, ni que tan bien o mal visto era el tomar esas decisiones, jamás le interesó, al final, supo desde joven que debía casarse con un hombre, por el bien de su familia, de su futuro, y ya luego de su divorcio, ni siquiera pensó en la posibilidad de volver a intentar tener una relación. Pero, en la situación en la que estuvieron, eso sería imperdonable, sobre todo si es que la escuela se enteraba.

Y no quería perder el trabajo que tanto esfuerzo le invirtió.

Pero ahora…Nao ya no era una estudiante.

Verla ahí, con sus compañeras, todas bien vestidas con sus diplomas en mano, era algo nostálgico de ver. ¿A cuántos cursos había visto partir desde que empezó a trabajar ahí? Probablemente ninguno le dolió como aquel.

Solo por Nao.

Era difícil admitir cuanto la extrañaría.

La ceremonia se le hizo demasiado rápida, más de lo que esperaba, y hubiese preferido que fuese en cámara lenta, más no era así, para su mala suerte. Las vio salir por una de las puertas, ya habiendo terminado toda la diplomacia de su graduación. Por su parte se quedó ahí, no siguió a todo el mundo, no se quedó cerca de nadie, mantuvo la distancia.

Se sentía enferma y no podía dejar de recriminarse por sentirse así.

La mayoría de alumnas corrían a despedirse de las graduadas, de sus amigas, de sus compañeras, para darles el último adiós, para sacarse fotos, para recordar ese momento, con la intención de no perder contacto en el futuro.

Se vio notando, desde la lejanía, como Nao estaba siendo rodeada por varias de sus compañeras y amigas, esta siempre fue popular, y ahora se notaba aún más. Podía ver sus ojos amatista brillar desde lejos, así como su sonrisa, mientras se despedía, mientras intentaba calmar el llanto de más de alguna chica, tristes por su partida.

¿Envidia? ¿Celos?

Probablemente sentía algo así, por eso mismo se alejó aún más, donde sea que no pudiese ver a esa chica. Quizás era muy agresivo de su parte, se sentía mal como profesora, ya que, si podría acercarse y decirle adiós, pero prefería alejarse, ignorarla, y se sentía incluso peor al no haber tenido mayor conversación con Nao desde aquel día, desde su última confesión.

Desde aquella cercanía.

Desde aquel beso.

Bueno, un roce en la comisura de sus labios.

La deseaba, tal vez demasiado, y se sentía estúpida por el haber caído tan abruptamente, cuando se prometió que no volvería a cometer errores en ese tema, en el romance, en la vida. No quería volver a sufrir, dijo que no iba a sufrir otra vez, y lo primero que hizo fue enamorarse de una estudiante, de una chica diez años menor.

Era realmente una estúpida.

Se quedó escondida en su lugar secreto, el lugar donde huía de todos cuando se sentía molesta o frustrada. Como cuando oía rumores sobre su persona en los pasillos, o cuando recibía quejas de alguna de sus alumnas. Era su lugar privado, escondido en los costados de uno de los edificios de la escuela, un largo y angosto sector cubierto de pasto, entre el edificio y el muro que bordeaba el recinto, así que nadie podía verla, ni desde dentro ni desde afuera.

Apoyó la espalda en el blanco muro del edificio, y respiró profundo, sintiendo el aroma a pasto húmedo, el olor a flores, el olor a la primavera.

“Así que aquí te escondías, Sensei.”

Se vio en pánico, escuchando una voz de la nada, y se removió de su lugar. Su tacón se terminó enterrando en el pasto, haciéndola perder el equilibrio, y cerró los ojos, preparándose para el impacto.

Sintió unas manos sujetándola, firmes en su cintura y en su espalda.

Deseó no haber abierto sus ojos, porque cuando lo hizo, su corazón latió tan rápido que creyó que se iba a desmayar ahí mismo, o que le daría un ataque o algo similar, y se sentía tan mal, pero tan bien al mismo tiempo.

Los ojos brillantes de Nao la miraban con preocupación, pero cuando ya la tuvo firme, cuando ya no hubo caída alguna, su rostro se calmó, una sonrisa apareciendo en sus labios. Podía ver los arboles altos y floreados meneándose justo sobre ellas, justo sobre Nao, siendo el fondo perfecto para aquella imagen que veía frente a ella.

Negó, recobrando la razón, la compostura, y se soltó del agarre, estabilizándose de nuevo en el piso. No quería mirar a Nao, no quería, por algo estuvo evitando observarla, pero ahora, teniéndola tan cerca, sintiendo su aroma y su piel aun recordando la sensación de las manos ajenas sujetándola, no podía mantenerse cuerda.

Era demasiado.

Apretó los labios, sentía que en cualquier momento se rompería si se descuidaba demasiado, y no iba a llorar frente a una de sus alumnas.

O ex alumna.

“¿Qué haces aquí?”

Su voz sonó horriblemente dura, y era irónico, porque se sentía profundamente vulnerable en ese preciso instante.

Si Nao hizo algún gesto, como no la miraba, no lo notó, y menos mal, porque verla poner una mueca triste era lo que necesitaba para sentirse incluso más afectada con aquella situación.

“Quería despedirme, no te vi en la entrada, y cuando te busque venías hacia acá, así que te seguí.”

Por supuesto que la siguió.

Siempre lo hacía.

Pero como últimamente había cambiado, como últimamente estaba ocupada en los estudios, ocupada con su último curso, ya no la seguía como antes, ya no se veían como antes, y no creyó que ese día en particular sería diferente.

Se mordió el labio, y soltó un suspiro.

En algún momento tendría que mirarla, se convencía en que debía hacerlo, era una despedida, no la volvería a ver, quería recordar ese rostro, pero al mismo tiempo creía que era una pésima idea, que era mejor ignorarla, olvidar aquello, olvidar ese estúpido enamoramiento.

“Entonces, adiós, te deseo lo mejor en la universidad.”

Si, era una despedida seca, pero no podía más.

Eso era lo único que le iba a dar a Nao, y esperaba que esta lo aceptara y se fuera de ahí, saliera del recinto y siguiera su nuevo camino.

Pero Nao no era así.

Nao siempre hacía lo opuesto.

Sintió la mano de esta en su mejilla, suave, cálida, cuidadosa, y volvió a recordar aquel día rodeadas del atardecer. Su corazón latió fuertemente, y temió que se le escapase alguna lagrima. No quería decir adiós, no quería decir adiós para siempre.

La mano ajena la guio, moviéndola, y se vio frente a la chica, frente a frente. Notaba preocupación en el rostro ajeno, notaba decepción, y se sintió fatal al haber dicho cada palabra con esa falta de tacto. No se sentía bien el ser así con Nao, sobre todo cuando esta siempre la trataba con tanto cuidado, con tanta devoción, con tanto amor, siempre brillando, rebosando de alegría, dándole nada más que todo lo bueno.

Ahora eran ambas manos las que sujetaron sus mejillas, y sabía que su rostro estaba pintándose de rojo, era evidente, aun así, se sentía más triste que simplemente avergonzada y nerviosa.

Intentó desviar la mirada de los ojos brillantes, quizás así se calmaría más y lograría calmar los sentimientos desbordantes. Observó la corbata bien acomodada, su chaqueta abotonada y la camisa bien puesta dentro de la falda. Nunca la había visto arreglada, sentía que era algo nuevo, algo que no volvería a ver. Miró de reojo el bolso de esta, donde tenía su diploma, este asomándose.

Y eso le recordó de nuevo el adiós.

Ahí nadie la vería, nadie conocía su escondite, solo estaban ellas dos ahí.

¿Podía romperse? ¿Podía decirle? ¿Podía ser honesta una vez en su vida?

No quería, realmente no quería.

Se sentía mal, siempre se sintió mal, esos sentimientos que seguía negando, que seguía empujando en lo más profundo de su ser, sin embargo, sabía mejor que nadie, que si se guardaba todo, en algún momento explotaría. E iba a explotar. Le había pasado, y no quería tener que sentirse así, jamás.

Sus manos se fueron hacia la ropa de Nao, hacia su chaqueta bien puesta, bien planchada, y de ahí se agarró. Ya se había aferrado antes, pero ahora lo hacía de adrede, ahora quería aferrarse, quería hacerlo, quería sujetarla y que no se fuese a ningún lado.

Pero solo era su egoísmo hablando.

¿Por qué tuvo que enamorarse de esa forma?

No lo entendía. No lo entendería nunca.

Nao le sonrió, vio su sonrisa de reojo, mientras que las manos ajenas se movían, desde sus mejillas hasta su cuello, luego hacia sus hombros, y terminaron fijas en su cintura, sujetándola, y apreció cada segundo de aquel gesto, de aquella calidez. Nao era alta, era fuerte, podía sentirlo en su agarre, en su presencia, y si bien estuvo casada con un hombre, evidentemente más grande y fuerte de lo que Nao podría llegar a ser, nunca se sintió así de protegida con él. Nunca se sintió realmente a salvo.

Y ahí se sentía a salvo.

Nao la abrazó, apegando sus cuerpos, y se dejó.

Se acercó también, apoyando la frente en el hombro ajeno, y se embriago en el aroma conocido.

No quiso llorar, no quería hacerlo, no ahora, tal vez no nunca, así que intentó con todas sus fuerzas el retener las lágrimas que se querían escapar.

Nunca había sentido tanto, nunca había sentido tan fuerte, y luego de su divorcio, creyó que nunca sentiría algo semejante.

Se equivocó.

“Te voy a extrañar, Nao.”

Su voz probablemente se quebró, pero no le importaba, en ese exacto segundo, nada le importaba.

Escuchó a Nao soltar una risa, sintió la vibración de su pecho ante la cercanía, y se sintió tan natural. Tan normal. Correcto.

“Yo también te voy a extrañar, Sensei, demasiado.”

Nao apoyó la cabeza sobre la suya, y se sintió incluso más envuelta y protegida que hace solo unos segundos. Podría hacer eso de nuevo, estar ahí. Se sentía bien.

Siempre negaba, siempre le decía que no, siempre la rechazaba, y ahora no quería hacerlo. Era muy tarde, lo sabía, demasiado tarde para reaccionar a los sentimientos ajenos, su oportunidad ya había pasado, ya no había futuro para lo que sentía dentro.

Eso no se repetiría, no iba a sentir eso de nuevo, y debía metérselo en la cabeza.

Aquella relación nunca sería nada, nunca serían algo.

Se movió, hizo el intento de alejarse, más no lo logró.

Le impresionó lo firme que Nao la tenía, sus brazos sujetándola, su cuerpo atrayéndola como si fuese un imán.

Decidió mover su rostro, buscar a Nao, buscar los ojos ajenos con los suyos, tan coloridos y brillosos y los propios tan oscuros y fríos. Esta también hizo el gesto para poder mirarla, pero sus brazos no se movieron, siguieron abrazándola, sin soltar el agarre.

Nao se veía feliz, podía verla como un cachorro emocionado, moviendo su cola de lado a otro, sus ojos brillando, expectantes, a punto de lanzarse encima, esperando la señal indicada.

Quería volver a ver ese rostro, pero nunca lo haría.

“¿Por qué luces tan triste? Te dije que no me iba a rendir contigo. Ahora podemos empezar de nuevo, ¿No?”

Oh.

No es que lo hubiese olvidado…

No, lo hizo, lo olvidó.

Creyó que esta realmente la había superado, que había dicho eso para seguir con el juego del enamoramiento, pero cuando esta se enfocó en su vida escolar, pensó que ya había terminado.

Lo de ahora, era un adiós, un verdadero adiós.

No confiaba en que una chica como Nao mantuviese su palabra, siguiese hasta el final, e incluso sabiendo lo testaruda que era en ese tema, logró sobrepasarse a sí misma.

La subestimo.

Se sintió roja, más que antes, sintió su rostro arder y el resto de su cuerpo, probablemente no había ningún solo espacio de piel que no hubiese adquirido ese color.

Su cuerpo por inercia intentó huir, escapar de ahí, y si bien Nao la soltó, sus manos la siguieron de cerca, para evitar otro accidente, otra caída, y le parecía demasiado lindo el gesto.

Llevó la mano a su rostro, y se sentía hirviendo.

Nao hablaba en serio.

Esta la miró, curiosa, también preocupada, pero cuando notó su rojez, le sonrió, de nuevo su rostro volviendo a ser el siempre alegre, el animado, el de un cachorro feliz al conseguir lo que quería.

Y esa era la señal.

Su vergüenza era la señal.

Iba a decir algo, iba a negar, iba a hacer lo que sea para llevar la contraria, para, de nuevo, negarse las pocas cosas que deseaba en su vida.

Y deseaba a Nao, más de lo que podía admitir.

La chica se acercó, y se vio alejándose, pero no mucho, no pudo más, alejarse demasiado dolía, dolía demasiado, su cuerpo impulsivo deseando más cercanía, adorando cada instante en el que Nao se acercaba, y le daba un poco de su calor.

Esta metió la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta, sacando un papel de ahí, para luego meter dicho papel en su propia chaqueta.

La miró, sin entender, y esperaba que el rojo en su rostro hubiese bajado un poco.

“Son mis datos. Cuando te sientas lista, llamame.”

¿Cuándo estuviese lista?

A pesar de tantos rechazos, esta siempre seguía, nunca se rendía, y le impresionaba lo insistente que podía ser una persona en el tema amoroso. Creyó que cosas así solo existían en las películas, en los dramas. Al menos, a ella, nadie jamás la buscó de esa forma, nunca nadie le ofreció tanto amor, tanto cariño, y tanto tiempo. Nao la esperaba, siempre la esperaba.

Se vio bajando la mirada, sintiendo como una lagrima quería escapar de su rostro.

Se sentía feliz, a pesar de las contradicciones que existían dentro de ella.

Nao la hacía sentir feliz.

Cuando la miró, esta parecía algo afligida, sus ojos amatista parecían mirar hacia la salida de aquel escondite, podía notarla dudar.

Nao la quería, pero debía tener el peso de los rechazos anteriores en su mente. El que hubiese salido de la escuela, no le garantizaba una relación, incluso al verla como estaba, roja y nerviosa en su presencia, no significaba que pudiesen tener algo real, mucho menos al haberle dicho que la extrañaría.

Iba a extrañarla, porque no la vería de nuevo, ¿No?

Nao no quería forzarla más, ni arrinconarla más de lo necesario.

No quería ahuyentarla.

Ahí se dio cuenta de cuanto había crecido aquella chica, en comparación cuando llegó en su primer año, sin parar, sin importar nada, siempre avanzando. El tiempo la hizo madurar.

“Bueno, me iré, supongo, uh, espero volver a verte, Sensei.”

Si, había vacilado.

La confianza se había agotado.

Cuando Nao se iba a mover para irse, se acercó, la sujetó de la chaqueta, la cual ya estaba más desprolija, podía notar las arrugas que causó hace solo un rato, y ahora volvía a arruinarla. Pero no le importaba. Nao apreciaría una evidencia más real, más corpórea, de lo que había sucedido ahí.

Los ojos brillantes la miraron, curiosos, y se vio sin saber qué hacer, sin saber que decir.

No se sentía bien el decirle que la llamaría, no quería darle tantas esperanzas. No se sentía segura si quería tener una relación, si quería tener una relación con Nao, así que no quería darle esperanzas falsas, hacerla sufrir, hacerla detenerse en el tiempo solo por ella.

Pero también quería darle una señal real.

Quería demostrarle que sí, que si sentía lo mismo, que era algo real.

Nao siempre hacía el trabajo por ella, era el momento que también hiciese su parte.

Se sintió nerviosa, se sintió como una adolescente, sin saber qué hacer, como hacerlo, y se vio temblando.

Sujetó a Nao de los hombros, esperando que el gesto fuese suficiente para hacer que esta bajase un poco, y esta hizo exactamente eso, bajar. No fue capaz de mirarla a los ojos, temiendo avergonzarse incluso más al ver la mirada de esta, así que se concentró en sus labios, se concentró en ese beso que ansió ese día, teniendo aún la sensación fantasma de aquel momento grabado en su piel.

Levantó los talones, y se estiró lo suficiente para poder llegar a ella, para poder besarla.

No sabía cómo definir lo que estaba sintiendo, el nerviosismo, la sensación en su estómago, la vergüenza, el calor en su rostro, el calor en su cuerpo. Pero intentó ignorar su propio sentir, para enfocarse en el sabor de Nao, en la suavidad de sus labios, en lo firme del agarre en su cintura, en lo refrescante del aroma ajeno, en la calidez.

Debería considerarse experimentada, con su edad y al haberse casado, sin embargo, se sentía inexperta en ese momento. Se sentía sin aire, pero sin querer separarse. Su corazón latía con fuerza, y estaba segura de que hasta Nao podría escuchar sus latidos, y no creía haber tenido el corazón tan acelerado, jamás en su vida, mucho menos por un beso, un simple beso.

Pero quería repetirlo.

Quería sentir eso de nuevo.

Se separó, no porque quisiera, sino porque sus pies ya no soportaban su propio peso.

Pudo escuchar a Nao jadear en su boca, al separarse, y notó el deseo y las ganas de seguir en el rostro de Nao, en ese rostro expresivo. Notaba la sonrisa también, ahora tan cerca. Podía definir cada parte de su rostro, de su expresión, de su ser, y quiso grabarse esa imagen en su cabeza.

Aunque dudaba que pudiese olvidar aquel beso.

“Nos volveremos a ver, no te rindas, Nao.”

Se sintió avergonzada de la forma en la que salió su voz, tan cálida, como un suspiro, y Nao brilló por completo en respuesta, las manos de esta, aun en su cintura, rodeándola.

Nao asintió, sonriendo, felicidad saliendo de cada uno de sus poros, y se sintió correcto.

Eso era lo que debía hacer, lo que ansiaba hacer…

Hacer feliz a Nao.

 

Chapter 66: Childhood Friend -Parte 3-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Valor-

 

Pasaron días de aquella situación.

Vilma no recordaba lo sucedido, tal y como creyó.

Y ella cumplió con su promesa, y no dijo nada.

Por supuesto que no quería decirlo, y sabía que era un acto egoísta para con su hermana, pero viviría con eso. En ese momento, tenía otras cosas más importantes que tener en cuenta, y sabía que no podía hacer de esa situación una más grande, más molesta, y con las cosas tan tensas con su hermana, el pelear por un interés amoroso solo haría todo más incómodo.

No era un buen momento.

Estaba en su último mes de clases, y ahora era donde más la presionaban con su futuro, y si bien dijo que sus padres no solían hacerlo, era Vilma quien los incitaba a hacerlo.

Y no podía soportarlo.

¿Tan difícil era aceptar aquello que la hacía feliz?

Al parecer sí.

Llegó a casa ese día, agotada, habiendo tenido que quedarse hasta tarde en la biblioteca, terminando sus trabajos pendientes, hasta que el sol se ocultó del todo.

Escuchó bullicio apenas pasó por la puerta.

La última vez que Eija vino, no pudo decir mucho, hablar con ella, y la mayor razón de hacer eso, era por Vilma. Le costaba enfrentarla, le costaba decirle las cosas a la cara, y cada vez se quedaba con un nudo en la garganta, así que evitaba entrometerse. No quería más discusiones, porque al final, terminaba enojada, y sin poder decir lo que sentía, empezaba a frustrarla.

Pero ahora, Eija se asomó por la cocina al escucharla llegar, llamándola a acercarse.

No pudo negarse.

¿Cómo podría?

Así que se acercó, se quedó ahí mientras ellas hablaban, mientras bebían, mientras reían, y fue una observadora más, como tantas otras veces, y al menos prefería ver a Vilma así, ebria, así la molestaba menos con sus estudios, y el tener a Eija ahí, también adormecía la sensación incómoda entre ambas, la tensión.

Y agradecía que esta no recordaba lo del beso, o sería aún peor.

Ese era su secreto.

Se vio mirando a Eija, mirando su rostro, mirando su expresión tranquila, relajada, y se sentía aliviada de compartir algo así con esta, algo que su hermana desconocía, algo solo de ellas.

Al parecer no era tan buena chica como todos solían decirle.

Dio un salto cuando los ojos verdes de Eija se desviaron, dejaron de mirar a Vilma, y la miraron a ella, y notó como esta sonrió, como le dio una sonrisa que la hizo hervir, que la hizo saltar, su corazón de inmediato golpeando con fiereza su pecho.

Una sonrisa cómplice.

Dios, realmente era débil.

Pudo escuchar a Vilma regañar a Eija por hacerla poner nerviosa, sacando sus dotes de hermana mayor, de protectora. Y esta, en su defensa, solo mencionó que verla con uniforme la hacía sentir melancolía, y dudaba que aquello fuese cierto, pero Vilma parecía convencida.

Los últimos días, se volvían cada día más difíciles, pero tener ahí a Eija, la hacía sentir mejor.

Se alegraba de que esta hubiese vuelto al país, y creía que había vuelto en el mejor momento. Ojalá hubiese sido antes, pero sabía que su madre no lo permitió, pero ahora, ya no habían más ataduras manteniéndola en otros lugares, ahora podía vivir su vida ahí, recuperando lo que perdió por años.

Si Eija era feliz, ella también, y si Eija era feliz ahí, en ese país, en esa ciudad, ella estaría complacida con ese hecho.

Así no se sentía tan sola, tan miserable.

Desde la última vez, Eija parecía ya haber aprendido a notar cuando su hermana ya estaba a punto de caer por el alcohol, y si, se le notaba.

Empezaba a arrastrar las palabras, y ese era su fin.

Así que cuando ocurrió, Eija se levantó del asiento, no sin antes beberse lo que le quedaba en el vaso, y golpeó el hombro de Vilma.

“¡Hora de dormir!”

Y le sorprendía que su hermana le hiciera caso.

Debía ser el amor, aunque le doliese siquiera pensarlo.

Se quedó viendo de cerca mientras Eija empujaba a Vilma, esta caminando dando tropezones, porque sabía que, si su hermana caía, la rubia no podría levantarla, así que quería estar ahí, presente, para ayudar.

Realmente necesitaba que Eija estuviese en su casa más seguido para quitar la tensión que había en el ambiente. Si dependiese de ella, la invitaría todos los días.

Vilma finalmente llegó a la cama, y de inmediato cerró los ojos, y Eija soltó un alivio al ver que no se le había ido la situación de las manos, de nuevo.

Eija se giró, dándole una mirada, sus ojos brillantes, como siempre.

“Supongo que es hora de irme. Ver a Vilma beber me dan ganas de ser abstemia.”

Se vio soltando una risa.

A ella también.

Asintió y le ofreció el dejarla en la puerta, el permitirle irse, aunque no estaba a favor de eso, no quería que se fuese, no quería que a la mañana siguiente todo volviese ser como cuando era su casa sin la rubia.

Si, la opinión de su hermana siempre era primordial, y la quería lo suficiente para que le importase. Pero había ciertos asuntos, ciertos temas en su vida, donde ambas tenían visiones muy diferentes, y ahora, que su futuro estaba a la vuelta de la esquina, no sabía si lo que realmente quería era la opinión de su hermana, y no sabía si lo decía por mera lógica, o por los sentimientos complicados que empezaban a embargarla.

El hecho de ya no confiar tanto en su hermana, porque amaba a la misma persona que ella.

Y eso era insoportable.

No quería pelear con Vilma por algo así, pero ahora debía debatirse que es lo que quería en la vida. Y aunque sus sentimientos no fuesen correspondidos, ni los sentimientos de Vilma, al final, debía ser egoísta, pensar en sí misma, porque al final, estaría sola. Solo ella debía cargar con su existencia.

Abrió la puerta, dejando pasar a Eija, esta sonriéndole mientras se arreglaba la sudadera rosa sobre sus hombros, la cual llevaba todo el día mal puesta.

Pudo sentir el aire frio apenas pasó por el marco de la puerta, su nariz de inmediato enfriándose, y vio a Eija temblar mientras soltaba una risa, una risa con poco humor.

“Me había olvidado lo frio que era este país.”

Y sí que lo era.

El viajar entre tantos otros países, más cálidos, debía hacer aún más notorio lo frio que era ahí.

Se vio dudando, pero se obligó a hablar.

Debía hacerlo.

“¿Quieres una chaqueta?”

Se vio de inmediato entrar en calor cuando la mirada de Eija llegó a la suya, y si, hacía frio, pero en ese momento su rostro ardía, siempre que estaba con Eija ardía.

Esta le sonrió, mientras metía las manos en sus bolsillos, su postura despreocupada.

“Oh no, no te preocupes por mí, soy una chica fuerte, ¡Este clima no me va a detener!”

Eso decía, pero su nariz estaba roja.

Le causó gracia su actitud, y soltó una risa.

Realmente extrañaba a Eija, los años lejos los recordaba tan amargos.

Cuando era niña, realmente era importante lo que Eija decía, sus opiniones, cualquier cosa, siempre la buscaba para aprender de esta, para conocerla, para sentirse más tranquila consigo misma, y al final, ahora, se había dado cuenta que dependió mucho, lo suficiente para que su vida pudiese seguir con normalidad, y con lo tranquila que se sentía desde que Eija volvió al país, le hacía darse cuenta que sí, que tener a Eija a su lado, la hacía se sentía mejor, se sentía más viva, más feliz, y sentía que esa personalidad que tenía no era un impedimento para ser quien quería ser.

Ya que, siempre lo sintió un impedimento.

Siempre se lo dijeron, así que se lo creyó.

Pero Eija siempre lograba quitarle ese pensamiento, que cada día se tornaba autodestructivo.

No le importaba si es que Eija no la aceptaba, si no aceptaba sus sentimientos, pero sabía que esta no se alejaría por eso, era una buena amiga, siempre lo fue, y algo así, como sentimientos, no haría que abandonase a sus amigas.

No lo hizo con Vilma, no lo haría con ella.

“¿Puedo decirte algo?”

Eija parecía sorprendida, pero de inmediato asintió. No solía ser tan directa, pero quería quitarse eso de encima.

Liberarse de alguna forma.

Pero no pudo.

Abrió la boca, pero las palabras no salieron.

No podía decírselo, no podía ser honesta con sus sentimientos.

Quizás si era un impedimento.

Sintió la mano de Eija en su hombro, el agarre firme, pero suave, y se vio mirándola, sintiendo todo su cuerpo hirviendo con el tacto. Esta le sonreía, tranquila, dándole su tiempo, siempre comprensiva, uno de los rasgos que la hicieron enamorarse desde un comienzo.

“Descuida, puedes decirme lo que sea.”

Pero no podía.

No podía decírselo.

Quizás era mejor si mantenía sus sentimientos en secreto, ocultos.

Si, eso era lo mejor.

Se vio carraspeando, buscando algo, y recordó lo que esta le preguntó la otra vez, acerca de su futuro, y era algo que quería saber, era algo que quería preguntarle, una opinión quería conocer, la opinión de la mujer que más admiraba.

“M-me preguntaste que quería hacer en mi futuro, y hay algo que quiero hacer, pero Vilma no lo aprueba.”

Notó de inmediato interés en Eija, sus ojos curiosos, pero de inmediato la vio fruncir los labios, mientras se cruzaba de brazos.

Extrañó el tacto en su hombro.

“¿Vilma no lo aprueba? No puede ser, ¿Qué es lo que quieres?”

Se vio bajando la mirada, sintiéndose avergonzada.

“Quiero ser pintora.”

Si, era vergonzoso.

Siempre lo mencionaban como un trabajo poco importante, o más bien, ni siquiera lo consideraban un trabajo, más bien como un hobby, nada más que eso. Y su hermana le decía que hacer algo semejante solo iba a fomentar su vergüenza, su timidez, que no la iba a hacer madurar, como si el tener esa personalidad tuviese algo que ver con su madurez, y cuando esta se lo dijo la última vez, se sintió hervir en enojo.

Vilma podía ser inmadura, podía beber en exceso y sin cuidado, pero como era una persona más extrovertida que ella, se consideraba a sí misma la epitome de la madurez, y si tan solo tuviese el valor para decírselo, lo habría hecho.

No necesitaba un psicólogo.

No necesitaba un trabajo exitoso.

No necesitaba pretender ser alguien diferente.

No necesitaba nada de eso.

Solo necesitaba sentir que podía hacer algo que la hacía feliz sin sentir que estaba pisando las expectativas que su familia tenía en ella.

Salió de su cabeza, cuando las manos de Eija se posaron en sus hombros, haciéndola dar un salto de la sorpresa, haciéndola salir de sus pensamientos.

Se vio de frente con una expresión animada, con una sonrisa brillante, con interés genuino, y mucha, pero mucha curiosidad.

“¿Pintar? ¿Sabes pintar?”

Se vio asintiendo, robóticamente, sabiendo que había demasiada cercanía entre ambas y estaba empezando a sentirse agobiada y nerviosa.

No esperaba esa reacción.

“¡Eso es genial! No sabía que tenías ese talento, ¡Tienes que mostrarme algo que hayas hecho!”

Abrió la boca, y le costó hablar.

Eija estaba muy, muy cerca.

Tragó pesado, sintiéndose hervir.

“T-tengo mis cuadros en la escuela, cuando los traiga, te los mostraré.”

Eija asintió, emocionada.

Pero de inmediato su expresión cambió, frunciendo los labios, el agarre en sus hombros calmando la efusividad, alejándose lentamente. No quería que se alejase, pero su capacidad para hablar, completamente disminuida con la cercanía, lo agradecía.

“Pero, no entiendo, ¿Por qué Vilma no está de acuerdo?”

Era difícil decirlo en voz alta.

La hacía sentir confundida, insegura.

Era su hermana mayor, una parte de su ser la obligaba a asumir que todo lo que esta le decía era cierto, que no hablaba nada más que con la verdad absoluta, y por muchos años creyó eso, pero ya no era una niña, ya no podía creer ciegamente en lo que esta decía, en lo que su familia decía.

Había crecido, ahora tenía su propia opinión.

Podía decidir por si misma.

“Dice que debo estudiar algo más ‘valido’, algo real, algo que me haga salir de mi cascarón, donde pueda ganar buen dinero.”

Eija había vuelto a cruzarse de brazos, su rostro pensativo, mientras mantenía los labios aun fruncidos, apretados en una fina línea.

¿Eija pensaría lo mismo?

Esta soltó un suspiro luego de unos minutos.

Cuando miró los ojos verdes, estos la veían con un dejo de determinación.

“No puedo negar que en cierta parte Vilma tiene razón, pero, estoy en desacuerdo. Quizás no ganes tanto como, no lo sé, siendo vicepresidenta de una compañía multimillonaria, y no es que diga que no puedas conseguir un trabajo así, porque eres inteligente, siempre lo has sido, pero, el dinero, la posición social, o cualquiera de esas cosas que la gente considera importante, no te da real felicidad.”

Una de las manos de Eija llegó a su brazo, sujetándola, suavemente, y se vio completamente concentrada en la mujer, en sus palabras, lo suficiente para no avergonzarse como solía hacerlo.

Nunca nadie le había dicho algo similar.

Y así era Eija de importante en su vida, porque era diferente a todo lo que conocía, era especial, y la hacía sentir especial por solo tenerla a su lado.

“Mi madre solía decirme esas cosas cuando era más niña, ya sabes, ella siendo una mujer con dinero, que se la pasa viajando entre países haciendo negocios, y teniendo esa vida, se dio cuenta de lo miserable que yo fui durante los años que vivimos juntas. Ella y mi padre esperaban que me interesase en esas cosas, en los negocios, en la riqueza, en ser como ellos, y probablemente todos los padres quieren que seas como ellos, tal vez Vilma también quiere que seas como ella.”

Eija soltó una risa, mientras peinaba un par de cabellos en el proceso.

“Pero eres tú, Veera, eres tu propia persona. La vida es muy corta para arruinarla haciendo algo que te hace miserable, así que no dejes que nadie arruine tu vida, tú puedes escoger tu propio camino, tu propia felicidad, y nadie debe coartarlo.”

Eija…

Ni siquiera sabía si su corazón latía con fuerza, o se había detenido del todo.

Su felicidad.

Su futuro.

Su propio camino.

Eso quería. Quería ser feliz.

“Así que ya sabes, si quieres que alguien te ayude a convencer a Vilma, cuenta conmigo.”

Eija le dio una última sonrisa antes de empezar a caminar, cruzando la calle.

Y a pesar de la oscuridad de la noche, la vio brillando.

Eija siempre brillaba, siempre la vio brillando, otorgándole a ella aquel brillo, dándole felicidad, haciéndola sentir cómoda, haciéndola reír, haciéndola sentir que no era un fracaso como persona.

Y ahora hacía lo mismo, de nuevo.

A pesar de los años, amaba a esa mujer tanto como la amó cuando no era nada más que una niña.

Y su pecho dolió.

Quería ser feliz, quería seguir su propio camino, sin que nadie le arruinase aquello. Y para eso, tendría que ser honesta consigo misma, y honesta con el resto. No podía seguir acallando sus sentimientos, sus pensamientos, no tenía que cerrar la boca para no crear caos, porque tenía una opinión, tenía voz para decir lo que quería en su vida.

No iba a dejar que la opacasen de nuevo.

Se vio dando un paso hacia adelante, dejándose llevar por sus impulsos, acercándose a esa mujer que se alejaba en cámara lenta.

A esa mujer que la hizo confiar en sí misma, cuando nadie confió en ella.

Incluso cuando solo eran niñas.

“¡Eija!”

El nombre ajeno sonó extraño en su voz, y sentía que jamás había tenido el valor siquiera de decir su nombre, de decirle nada, ni mucho menos tenía el valor de hablar así, de gritar.

Había callado por mucho tiempo.

Ya no podía callar más.

Y la mujer se detuvo.

Su cuerpo quedó ahí, dándole la espalda, en la acera, a solo unos centímetros de cruzar la calle y alejarse, desaparecer en la penumbra. Pero ahí seguía, esperándola.

Su voz tembló, perdió el valor.

Pero quería decirlo.

Necesitaba decirlo.

“Yo…”

Cerró los ojos, obligándose a liberar el nudo en su garganta, el nudo que siempre le impedía hablar, que le impedía comunicarse normalmente, que le impedía el musitar lo que quería decir, lo que anhelaba decir.

Pero ya no era esa niña.

Quería demostrarle a Eija que ya no era esa niña.

“Yo…yo te a…”

Y Eija se giró.

Notó en la mujer una expresión que jamás había visto, seriedad, la notó pensativa, y nunca había visto algo similar. Siempre enérgica, siempre feliz, pero a veces creía que eso no era nada más que una máscara, o un lado de esta.

La luna brillaba en el cielo, y pensó que Eija era algo así.

Brillaba, como la luna, pero siempre había un lugar oscuro en esta, un lugar que nadie podía ver, que nadie podía descubrir. Y tal vez debía sentirse sorprendida, incrédula, o incluso asustada de ver esa expresión en su mirada, pero fue lo contrario, se sintió feliz de poder ver algo que nadie podía ver.

Los ojos verdes la observaron, brillantes, como siempre, dejando de lado ese atisbo oscuro, ese atisbo pensativo, y esta asintió, una sonrisa en sus labios, su mirada en calma.

Entendiéndola, como siempre.

“Lo sé.”

La escuchó decir, y esta volvió a mirar al frente, dando el siguiente paso, pisando la calzada, finalmente alejándose.

No sabía que decir, que pensar.

Pero su corazón latía.

Latía fuertemente.

Y no con el agobio que creyó.

Nunca esperó que sus sentimientos fuesen correspondidos, ni siquiera en sus más profundos sueños, en sus más vulnerables pensamientos. Quería a Eija, la amaba, pero se conformaba con tenerla ahí, como su amiga, como siempre lo fue. Porque perderla, no podría.

Llevó una mano a su pecho, notando lo fuerte que golpeaba su corazón en su pecho.

Lo había dicho.

Había sido capaz de decirlo, tuvo el valor de ser honesta, y el mensaje había llegado.

Y Eija lo sabía.

Y con eso, podía vivir tranquila.

 

Chapter 67: Experiment -Parte 3-

Chapter Text

 

EXPERIMENT

-Salvadora-

 

Su cuerpo ardía, su cuerpo dolía.

Jamás había sentido una sensación similar, como si no tuviese ni brazos ni piernas, no las podía sentir. El dolor era fuerte, sí, pero no podía describir de donde provenía el dolor, no podía saber que le dolía en particular, era confuso.

Ni siquiera era capaz de abrir los ojos.

Pero estaba respirando.

Sintió como el pánico comenzaba a aturdirla de la nada, el recuerdo en su memoria aun vivido, el ultimo recuerdo. La imagen aún nítida, el haber sido apuñalada por sus propias manos, por las mujeres dentro de su cabeza, y luego el ver ese mundo desaparecer frente a sus ojos, su vida desapareciendo frente a sus ojos.

Obviamente entró en pánico.

¿Dónde estaba?

¿Seguía en su cuerpo?

¿Ahora era un alma más vagando entre pilas de archivos?

¿O estaba en otro cuerpo?

No, jamás. No tenía sentido alguno salvarla, gastar recursos en su cuerpo.

No, tampoco era así.

Si Galatea mostró interés en ella, era porque tenía algo especial, y era lo suficientemente joven para servir a la causa, para ser manipulable, maleable. Tal vez si la salvarían, al menos su cuerpo, ya que su alma no era nada más que una información irrelevante para ellos, teniendo tantas en los servidores. ¿Qué era el alma de una niña como ella en esa inmensidad de mundo?

Nada.

Pero a pesar de que su cabeza se esforzase en darle sentido a todo eso, su cuerpo estaba colapsando, podía sentirlo, o más bien, podía oír la maquinaria que monitoreaba su corazón. Latiendo rápidamente, tal vez demasiado, y empezó a despreciar aquel sonido. Era suficiente. No quería más.

Dio un salto, y al fin pudo abrir los ojos.

Se topó con un color ocre.

Era una chica, frente a ella.

Si no hubiese estado todo a su alrededor completamente claro, habría pensado que esa mujer no era nada más que otra persona encerrada en su cabeza, pero no. Podía sentir las manos de esta en su cuerpo, en sus brazos, sujetándola con firmeza, y se alegró de saber que aun los tenía en su lugar.

Se comenzó a calmar conforme miraba a la mujer, la cual parecía decirle algo, pero no escuchaba nada. Sus ojos parecían brillantes, pero calmos, al igual que su rostro, pero se notaba la preocupación desbordando de sus poros, no por nada la sujetaba así, la sostenía. Su cabello era largo, y el color le recordó al propio, solo que más celeste, más claro, y con la luz tan brillante del lugar, le dio la sensación de que estaba frente a un ángel o algo así.

Era absurdo hacer una comparación así en la época en la que vivían, pero le gustaba.

Un ángel, una salvadora.

La mujer se alejó, y de inmediato extrañó la sensación ajena en sus brazos, que le recordaba que estaban ahí, viva, presente, y tal y como creyó, dejó de sentir sus brazos al segundo después, lo que era una lástima, una agobiante sensación de pérdida.

Uno de los doctores entró, irrumpiendo en la sala en la que estaba, y no le gustó de inmediato. Se notaba que se había hecho demasiadas modificaciones en su cuerpo, y sus ojos ni siquiera tenían el menor atisbo humano, y obviamente eso la hacía sentir desconfiada.

Por supuesto que prefería a la chica bonita que era como un ángel salvador, no a ese tipo, como compañía.

Lo que más le molestaba, era como el hacerse menos humanos era solo una excusa para demostrar el poder adquisitivo que tenían. Y le molestaba porque ella misma no tenía nada de eso, las personas como ella, no podían darse esos lujos.

El doctor la monitoreo, sus manos aun humanas, sus herramientas de trabajo, pero no tenía duda que al mínimo fallo las cambiaría.

De haber tenido ella ese poder, ese dinero, habría salido del agujero en el que estuvo y habría modificado sus propios pulmones, los cuales estaban en grave riesgo. Pero era una niña, ya para cuando pudiese tener el dinero, no habría tenido un cuerpo vivo en el cual invertir.

Por suerte la sacaron de ahí a tiempo.

Cuando el doctor se fue, luego de revisar los instrumentos arcaicos en la que la tenían conectada, y ahí al fin pudo relajarse y notar lo que sucedía alrededor, entender que había pasado, donde estaba, y ya era obvio que estaba en una sala especial, donde estaban cuidándola, ayudándola a recuperarse, tanto así que usaban muchas máquinas para cuidar de ella, y al parecer tuvo razón, si era lo suficientemente importante para cuidar hasta su más básico funcionamiento. Podrían dejarla en una incubadora para que las maquinas se hiciesen cargo de su salud, pero no era suficiente para ellos, no era lo suficiente efectivo.

Siempre podía haber errores, incluso los más pequeños.

Querían asegurar su sobrevivencia, lo que significaba que era importante, y no sabía cómo sentirse respecto a eso.

Era extraño.

Dejó eso de lado, volviendo a mirar alrededor, recordando que no estaba sola, y gracias a eso, notó como en una de las maquinas había un tubo que llegaba a uno de sus brazos, conectándolos.

Un tubo rojo.

Sangre.

La máquina tenía dos tubos, y solo tuvo que seguir aquel objeto largo que avanzaba hacia su izquierda, buscando de donde provenía esa sangre, y se volvió a topar con la desconocida mujer angelical. Esta estaba acostada en una camilla, a solo un metro de la propia, y en su brazo derecho estaba la otra punta del tubo.

Le estaba dando sangre.

Ni siquiera sabía que esa clase de prácticas se seguían haciendo, habiendo otras formas, pero quizás los métodos modernos no fueron suficientes, o quizás esta forma era la más segura, quien sabe.

Los ojos color ocre la miraban, inertes, sin mayor expresión en su rostro, expectante.

Quiso decirle algo, preguntarle, agradecerle, lo que sea, pero su boca parecía obstruida, y como no sentía los brazos, tampoco pudo despejársela. Soltó un suspiro, y dejó de pelear por movimiento. Sin embargo, siguió mirando a la mujer, la cual ahora tenía su rostro más tranquilo, y parecía darle una leve sonrisa. Se sintió hervir con el gesto de la desconocida, y esperaba que no se le hubiese notado en su rostro extremadamente expresivo.

Notó algo moverse en esta, y se vio siguiendo el movimiento. Era la mano de esta la que se movía, o más bien, el antebrazo. Tal vez aún estaba un poco confundida y desconcentrada al haber despertado recién de su desmayo y su presunta muerte, pero debió de haberse fijado que al brazo dador de sangre le faltaba una parte.

Esperó que su mirada fija en el muñón no fuese notoria, pero lo fue.

“Sucedió en un accidente hace cuatro años.”

La voz de la mujer sonó intensa, seria, y muy bien vocalizada. Ahora le iba a dar vergüenza siquiera hablar y que se notase como su completo opuesto.

La miró y esta parecía tranquila, sus ojos mirando su muñón mientras que en la otra mano sostenía lo que parecía ser la prótesis, una robótica.

Sintió en igual parte lastima de que esta tuviese un accidente así, se veía buena persona, y lo era si es que estaba donándole sangre, pero al mismo tiempo le agradó que no tuviese una mano robótica por el mero gusto de tener una mano robótica. Decidiendo cortarse su miembro para desecharlo y reemplazarlo con algo mejor.

Le agradaba la gente humana, que vivía en un mundo tan avanzado y seguía tomando la decisión de conservar la humanidad. Al fin y al cabo, todos esos avances se hicieron para gente así, que tenía accidentes o falencias en sus cuerpos que necesitaban repuestos para tener una mejor calidad de vida, no para que las personas se metiesen al quirófano para sacarse órgano tras órgano y tirarlos a la basura para reemplazarlo por órganos artificiales.

Ya se sentía pésimo luego de una puñalada auto infringida, no quería tener que volver a pasar por eso, mucho menos tomar la decisión de operarse. No gracias.

Volvió a intentar hablar, tal vez por cuarta vez, pero de nuevo no pudo, y se sentía realmente agotador el querer hablar y no poder, ¿Desde cuándo que hablaba tanto? Bueno, no es que tuviese a alguien con quien hablar en su extrema soledad, y solo lo hacía con las mujeres que permanecían unida a ella, dentro de su cabeza, y no sabía si lo que decía ahí adentro se podía considerar hablar.

La mujer la miró, parecía cuestionar sus muecas expresivas, pero tampoco podía decirle que ocurría. Al final, esta se levantó, acercándose de nuevo. Sintió la mano de esta rozar su rostro, y el tacto le causó escalofríos. Escalofríos buenos.

Rápidamente se vio liberada.

Tenía una máscara de oxígeno, por eso no podía hablar.

Y ahí, libre de hablar, no se contuvo.

“Me estás donando sangre y además me salvaste de morir asfixiada con mis propias palabras, realmente eres mi salvadora.”

La mujer le sonrió levemente, y se sintió aliviada que esta no tomase mal sus palabras. Esta se fue alejando, mientras dejaba la máscara en la mesita a su lado y volvía a su respectiva camilla. Debía de estar agotada, de todas formas, parecía llevar un buen rato ahí, perdiendo sangre.

“¿Cuánto rato llevas aquí? Digo, conectada a mí, ¿Estás bien?”

Esta miró alrededor, pensativa.

“Creo que unas dos horas.”

Dos horas, sonaba a demasiado tiempo. No tenía idea de esas cosas, no había visto un procedimiento así en mucho tiempo, desde que llegó a ese lugar probablemente, pero no parecía que el caudal de la sangre fuese muy deprisa, o eso quería creer.

“Pero no soy yo por la que deberías preocuparte.”

Los ojos ocres la observaron, de nuevo aparecía esa leve mueca de preocupación en su rostro calmo. Bueno, esta debería de tener razón, si le estaba donando sangre, fue porque la necesitaba, y considerando la forma en la que perdió la conciencia, tenía sentido.

Pero no era lo mismo.

“Es normal que me preocupe, de todas formas, estás ayudándome a costa de tu propia salud. Ya luego me preocuparé por mí misma.”

La mujer soltó una leve risa en respuesta, y se grabó aquel sonido en su memoria.

Si, luego se preocuparía por sí misma.

Oh.

Pero… ¿Y ellas? También debía pensar en eso, preocuparse por el estado de estas.

¿Habían desaparecido?

Se vio llevando una mano a su cabeza, por mero impulso, y le sorprendió que su brazo, el cual era inexistente para sus sentidos, se moviese. No sintió nada, ni esperaba sentir nada tampoco, pero lo que si oyó fue el sonido metálico que se escuchó cuando su mano golpeó su cabeza.

Era un casco, uno de aquellos que la ayudaba a estimular su cabeza, y bueno, a apagarla también.

¿Eso significaba que ellas estaban bien? Quería creer eso.

Soltó un suspiro profundo, debería de aprovechar el silencio en su cabeza, atesorarlo, porque luego aquello se acabaría. Además, rara vez estaba en compañía de otras personas, vivas, reales, corpóreo, que no fuesen investigadores.

“Por cierto, gracias por ayudarme, debí perder demasiada sangre para que pidiesen una transfusión. Uhm, ¿Cuál es tu nombre?”

En algún momento iba a tener que preguntarlo, y no había mejor momento que el ahora.

La mujer se removió, buscándola con la mirada, sus movimientos bien cuidados, bien pensados, sin brusquedad alguna, parsimoniosa. Esperaba que fuese un rasgo de su personalidad y no el adormecimiento ante la pérdida de sangre. De hecho, ¿No estaba muy pálida?

“Lyra.”

Oh.

Lyra.

Sonaba bien. Le gustaba. Quiso decirle su nombre, pero probablemente esta ya lo debía de saber, pero no perdía nada con decirlo, solo el aire. Dudaba que alguien la llevase a donar sangre y ni le dijesen a quien le donaría.

“Yo soy Talitha. Ah, y creo que deberías llamar al doctor, creo que es suficiente sangre por ahora, te estás poniendo muy pálida.”

La mujer llevó su mano al rostro, el dorso de esta palpando su mejilla y sus cejas se fruncieron levemente en respuesta. Al parecer incluso ella fue capaz de notarlo, incluso su mano debía de sentirse adormecida.

“Tienes razón.”

Esta apretó un botón, y no tardó demasiado en aparecer aquel mismo doctor, y esperaba no verlo más.

Este la revisó y dio la donación por terminada. Por su parte, se sentía bien, no con energías suficientes para levantarse, no es como que sintiese sus piernas, pero estaba viva, pero jamás iba a permitir que alguien se sacrificase por ella, no se merecía algo así, no era nada más que un experimento, sin existencia alguna.

Se quedó viendo como la aguja que antes llevaba sangre ajena, ahora llevaba suero, lo cual agradecía. Eso era bueno.

Lyra se quedó acostada, mientras le hacía efecto un medicamento que le habían dado, al parecer para ayudarla a recobrarse de una transfusión tan extensa. Estaba ciertamente agradecida de que no se fuese de inmediato. Vio como esta se movió para volver a poner la mano robótica en su lugar, solo unos ajustes y esta se comenzó a mover, cada uno de los dedos, uno por uno. Le causaba sorpresa que esta se desencajase, normalmente iban fijas, todos las querían fijas.

“¿La dejaste removible por alguna razón?”

Esta la miró, y se arrepintió de haber preguntado, tomándose muchas confianzas. Sentía que estaba agobiando un poco a su salvadora, pero esta no parecía molesta, de hecho, movió más su mano en respuesta, y de nuevo se sintió aliviada. No hablaba con muchas personas, menos de su edad, así que era difícil saber que debía decir y que no.

“La hice yo, así que me es más fácil hacerle reparaciones cuando no está en contacto con mi piel. No es divertido electrocutarte.”

Se vio soltando una risa ante la voz de la mujer, con evidente sentido del humor. Le sorprendió, no había hablado con ingenieros. Sabía de qué en ese lugar, en ese centro de investigación, había diferentes tipos de personas, médicos, cirujanos, neurólogos, ingenieros, pero usualmente se topaba por personas de bajo rango, simples cuidadores. Sus examinaciones semanales las hacía una máquina que estaba siempre en su habitación, solo se metía en la caja y esta tomaba toda la información que necesitaba.

Así no tenía que lidiar con personas, que muy agradables no eran ahí.

“Suena arriesgado, pero divertido. ¿Les haces reparaciones a tipos como el doctor de recién, o solo haces las piezas? Me imagino que tienes trabajo de sobra.”

Los ojos de Lyra se fueron hacia la puerta donde había salido el doctor, y esta parecía meditar la pregunta. Se tomaba su tiempo para todo, y no parecía gastar aire en palabras. Eran diferentes en ese sentido.

“Normalmente hago las piezas que me piden, o reparo algunas, pero no tengo contacto con las personas, no soy muy buena para eso.”

Se vio sonriendo ante la respuesta. Parecía así. Quizás ella misma tampoco era buena para las personas, pero de una forma diferente.

“Mirando el lado positivo, si tienes que reparar a un modificado, y te habla de mala manera, solo lo electrocutas y ya. Suena a una buena medida para tratar con idiotas.”

Notó cierta sorpresa en la mujer, y temió haber dicho algo que no debía decir, pero al final esta soltó una leve risa, y eso la hizo calmarse.

“Tal vez realmente lo haga. Algunos son realmente desagradables.”

Desagradables con gente como ellas, sobre todo, no modificados, porque se creen superiores, porque son más que humanos, porque tienen más recursos. No solía lidiar con esas personas, pero si vio bastantes cuando niña, como estos peleaban con otros como ella, mayores, adultos, apenas vivos por la mala situación del aire.

Terrenales, así era como la sociedad solía llamar a los que vivían en las calles, sin identidades, sin futuro, personas humanas que en poco tiempo se volverían polvo, sus cuerpos incapaces de soportar una vida sin cuidados, sin hogar, sin salud.

Se alegraba de que la mujer a su lado tuviese acceso a un trabajo, a salud, a una vida. No todos tenían esa oportunidad. Podría sentir envidia, pero no era esa clase de persona. Tenía una vida ahora, tenía un techo y comida cada día, aire respirable, un cuerpo cada día más sano que cuando llegó, no tenía nada de lo que sentir envidia.

Y de los modificados, jamás sentiría envidia, por el contrario, solo sentía rencor hacia ellos por consumir poco a poco la sociedad, destruyéndola por dentro, destruyendo la humanidad que antes teníamos.

Por suerte, aún quedaba humanidad.

“Por cierto, ¿Trabajas para una compañía o trabajas para una sola persona? ¿Y haces todo tipo de piezas o solo físicas? Oh, perdoname si te abrumo hablando y haciéndote preguntas, no suelo tener compañía.”

Lyra la miró, y se vio detenida en el tiempo mirándola a los ojos. Cuando esta la miraba así, se notaba muy madura, y ya había asumido que tenían más o menos la misma edad, aunque era evidente que ahí, entre ambas, esta sería mayor, tenía esa aura.

Esta negó, una leve sonrisa en su rosto, su expresión más suave que hace un momento.

“No me molesta, pero, uhm…”

Notó como esta se quedó en silencio, parecía avergonzada de seguir hablando, y ladeo el rostro, sin entender, preguntándole que ocurría. Lyra finalmente apuntó hacia su cabeza, y recordó el artefacto que ahí tenía. Claro, debieron decirle no solo su nombre, si no que era alguien que almacenaba almas en su interior, y con eso, el decir que no tenía compañía era una clara mentira.

Se vio soltando una risa, era de esperarse.

Las marcas en su cuerpo la señalaban como un experimento, como un recipiente, y a veces olvidaba que ya no era nadie, sino que era algo, por lo que la gente se referiría a ella.

Al menos prefería eso, a ser una terrenal.

A ser solo un cuerpo en descomposición.

“Quiero decir, no suelo tener compañía real, palpable. Aunque siendo honesta, estas mujeres dentro de mi cabeza suelen hablar más entre ellas que conmigo, así que no estaría mintiendo del todo.”

Lyra se rio con sus palabras, pero notó un dejo de preocupación en su rostro, un dejo de lastima, y era de esperarse. Esta sabía que era un experimento, que no era nada más que un cuerpo para meter almas más importantes que la propia. Pero no se sentía mal, siempre que miraba al pasado se lo repetía.

Al menos viviría con un nombre, con un propósito, sea cual fuese, sin ser un alguien sin nombre, sin datos, sin existencia al ojo de la sociedad.

Si, viviría.

Y eso era lo único que debía importarle.

Chapter 68: Gladiator -Parte 11-

Chapter Text

GLADIATOR

-Debilidad-

 

La arena retumbó.

Los gritos, los tambores.

Ahí estaba de nuevo, preparándose para otra batalla, para otra guerra, y se sentía lista como nunca, capaz.

Vio a su contrincante aparecer en el coliseo, ella aun tras las rejas. Era una mujer fuerte, lo notaba, joven, enérgica, su cuerpo musculado. En sus manos tenía un mango, el cual se unía con una cadena a una bola de metal, puas saliendo de esta. No sabía cómo se llamaba esa arma, era como un mazo, pero separado, así que no lo tenía claro. En su otro brazo tenía un escudo, y no había visto a alguien usar un escudo, al menos no contra ella.

El guardia, quien le hacía escoger su arma, le ofreció el escudo, y no sabía que decirle, ni siquiera sabía si debía negarse o no, ya que nunca había usado nada más que su espada.

Pero lo escuchaba.

Le gente gritaba desde afuera, eufóricos, exaltados, animados, y se vio agarrando el escudo, sabiendo que eso era lo que la gente anhelaría, afirmándolo con su brazo izquierdo.

Y no pareció ser un error.

Cuando las rejas se abrieron, y entró en la arena, el publicó gritó energizado.

Rara vez le tocaba salir a la arena después de su enemigo, y se sentía extraño, pero le gustó la experiencia, así podía escuchar con detenimiento como el público gritaba cuando entró su enemigo, y así, cuando entraba ella, podía apreciar a quien le gritaban más, quien se ganaba el amor de las personas.

Porque cuando entraba primero, los sonidos la abrumaban y no lograba captar a quien alababan con más ímpetu.

Y ahora, sabía que la animaban a ella más que a la otra mujer, y empezaba a sentir su pecho inflado cuando ocurría. Se sentía llena de energía, con más fuerzas.

El público lo era todo, y debía seguir siendo querida.

Debía ser el Gladiador que ellos querían que fuese.

Se vio moviendo su espada, acomodándola en su mano, acostumbrándose a la sensación. Más temprano que tarde, empezarían a entrenarla de verdad, y sabía que cuando el día llegase, la sensación de la espada en su mano se le haría común, se le haría una extremidad más, no como ahora cuando solo lograba sujetarla por un par de minutos.

Miró hacia arriba, el cielo brillando, las personas moviéndose de un lado a otro, esperando con ansias el comienzo de la pelea.

Y ahí, vio a Octavia, el emperador.

Sentada en su trono de oro, con sus ropas blancas, viéndose como un Dios que había bajado de los cielos, omnipotente. No podía creer que hace solo unos días estaban en su cama, horas eternas, y agradecía sentir su cuerpo normal, o no sería capaz de batallar. Esa mujer era realmente un guerrero, un general, un Dios, porque la destruyó.

Solo bastaron unas horas para aniquilarla por completo.

Esta se levantó, levantando las manos, su humanidad brillando con la luz del sol, el oro brillando, el blanco brillando, y dio la pelea por iniciada.

No supo porque, pero se le quedó mirando más tiempo del necesario, y fue el sonido de la cadena la que la devolvió a la arena. Sus sentidos estaban alertas, su supervivencia siendo siempre una prioridad, y ahora no era diferente.

La mujer movió el mango, haciendo que la bola de metal se moviese, girase, y así comenzó a correr hasta ella.

Sus pies de inmediato reaccionaron, alejándose, o al menos manteniendo una distancia suficiente, ya que la bola de metal se acercaba a su cuerpo, primero en un ataque diagonal, a lo que ladeó su cuerpo, evitando el más mínimo roce, su agilidad siendo su mejor habilidad.

Comenzó a retroceder, ahora, por inercia, cambiando de rumbo cada tantos pasos, así evitaría terminar contra la pared, ya no cometía errores así.

La bola volvió a pasar su metro cuadrado, ahora en un corte horizontal, y tirando su torso hacia atrás, consiguió mantener distancia de las puas.

Podía hacer eso todo el día.

La mujer era fuerte, lo suficiente para mover una pieza de metal de ese tamaño, con esa brutalidad, con esa energía, pero sus pasos, su velocidad, no era suficiente, así que ahí tenía una leve ventaja.

Sin embargo, el público empezó a avivarse con la espera, a impacientarse. Sus pies golpeando el piso, siguiendo el ritmo de los tambores, enloqueciendo.

Con la necesidad de ver sangre, y lo sabía.

Estos no apreciaban la persecución del gato con el ratón, al menos no así de repetitiva.

Sujetó con firmeza su espada, recordando que estaba ahí, que podía atacar y que no tenía que estar todo el día a la defensiva, y notaba que la mujer no se cansaba, así que esperar que lo hiciera era algo iluso de su parte.

Solo era ella misma quien no tenía estamina.

La bola de metal volvió a moverse en diagonal, desde lo alto, bajando, y cuando esta ya bajó, usó su espada para hacer un corte de abanico, y tal vez con otra persona hubiese logrado cortar, al sorprender a su enemigo con un ataque luego de estar luchando de manera defensiva, pero esta no, tenía buenos reflejos.

Su espada chocó con la cadena, la mujer sujetando el mango con una mano y la punta de la cadena con la otra. Tenía ambos brazos fuertes, así que hacer eso no era un problema.

La mujer sonrió, y se vio obligada a retroceder y evitar un contrataque, alejando su espada, y no pasó ni un segundo para que la bola de metal se moviese, la cadena moviéndose con esta, con la intención de atrapar su espada en el proceso.

Ya a una buena distancia, notó una sonrisa presumida en la mujer, divertida, enérgica, mientras esta comenzaba a girar su arma, e hizo lo mismo.

Si la cadena lograba sujetar su espada, no tenía duda que en un rápido movimiento la hubiese perdido. Y había aprendido, desde su primera batalla, que perder su arma era un error, el peor error.

La situación volvió a repetirse, la mujer lanzando golpes con su arma, de un lado a otro, avanzando, mientras ella mantenía la distancia, esquivando la bola de metal, impidiendo que lograse tocar su cuerpo. Solo podía pensar en otra estrategia de ataque, nada más, pero tampoco podía distraerse demasiado.

Si esa maza lograba tocarla, lograba golpearla, no iba a ser una herida, no iba a ser solo un corte, sabía que con la fuerza que la mujer había demostrado tener, le rompería algún hueso.

Si, no tenía duda de eso.

Y si le rompía una costilla, sus interiores podrían verse afectados, así que eso no lo podía aceptar.

Era un arma que lograba una buena longitud, más o menos la misma que su espada, así que debía mantener la distancia. Ya había peleado contra armas de largo alcance, pero nunca había sido tan peligroso el acercarse, y ya notó con la rapidez que la mujer lograba cambiar el curso del ataque.

Maldición.

No podía pensar en nada.

De nuevo, el público comenzó a volverse impaciente, harto de aquel juego, y no podía evitar sentirse abrumada, porque ahora sabía que debía complacerlos, que debía darles lo que estos querían, debía hacerlo, o estaría acabada.

Recién ahora acababa de darse cuenta de que tenía el escudo.

Era una tonta.

Estaba tan acostumbrada a depender solamente de su espada, que olvidó por completo que el cuero estaba firme en su antebrazo.

Ahora si podía acercarse.

Y así lo hizo, usando el escudo para protegerse de un posible ataque, así como usó su espada para atacar, pero ningún ataque llegó.

La mujer sonrió, usando su propio escudo para detener su espada.

Y ni siquiera alcanzó a sentir la bola de metal en su escudo, porque la mujer, usando mofa de su fuerza, la golpeó con el escudo que acababa de usar para protegerse, el material llegándole de frente, en la cara.

Se vio cayendo hacia atrás con la fuerza del impacto, de espaldas, y al menos fue capaz de reaccionar y levantarse rápido, escapando a una zona más segura, antes que la mujer alcanzara a contraatacar.

Soltó un jadeo, mientras sintió la sangre caer.

El borde metálico del escudo de madera chocó justo con su nariz, sentía toda su cara adormecida por el dolor. Realmente era fuerte, demasiado, aquel golpe haciéndola caer, y dudaba ser capaz de hacer algo remotamente similar, mucho menos con su mano no dominante.

Mantuvo su vista fija en la mujer, a pesar de sentir sus ojos humedecerse ante el dolor, debía mantenerse erguida, debía seguir ahí, atenta, no tenía tiempo para sufrir. Apretó su nariz con dos dedos, luego los bajó, solo para que la sangre acumulada bajase rápido y dejase de estorbarle.

Por supuesto que le dolió, probablemente había logrado rompérsela, pero una nariz rota no era nada en comparación con unas costillas rotas, y eso no era nada en comparación con la muerte.

Movió la espada en su mano, mientras la mujer se volvía a acercar.

Al parecer ese contrincante era realmente complicado de vencer.

No podía acercarse, no podía defenderse, cualquier acercamiento sería su fin, y un solo golpe de esta la dejaba en el suelo. Probablemente desde su primer contrincante que no había visto a alguien así de fuerte.

Respiró profundo, por la boca, su nariz ardiendo antes de intentarlo, y se agachó un poco, doblando sus rodillas.

Solo tenía su agilidad, nada más.

Se puso el escudo frente a su cuerpo, cubriendo su torso, y estiró su brazo derecho, su espada quedando erguida.

Y corrió.

La mujer de inmediato tomó una postura defensiva, cubriéndose también con su escudo, pero sin dejar de mover la maza, de un lado a otro, preparándose para lo que sea.

Cuando llegó cerca de esta, movió su pie, haciéndolo girar en su propio eje, su cuerpo entero cambiando de rumbo rápidamente, sin alcanzar a acercarse a la zona de peligro. Se movió a la derecha de la mujer, obligándola a girar también, buscando golpearla con la maza, pero la longitud no le daba del todo.

Pero no se detuvo, no dejó correr, sin darle tiempo para golpearla, y cuando la mujer creyó entender lo que estaba haciendo, e hizo el movimiento contrario, para emboscarla, cambió también de curso, más rápido que esta, y se deslizó por el suelo, solamente para usar su espada y lograr cortar tras sus rodillas.

Lo logró, sí, pero la mujer no cayó como pretendió.

De un momento a otro, el escudo de la mujer volvió a reaccionar, y vio la madera de reojo, acercándose, y creyó que alcanzaba a evitarla, pero de nuevo, la mujer era muy fuerte, tanto así que el solo roce la hizo salir despedida.

Su supuesta ventaja, su supuesta victoria, la hizo perder el ritmo, y admitía su error.

Rodó por el suelo, sintiendo su hombro derecho arder, dolorido, así como su torso. Se quedó tirada, sintiendo todo su lado derecho entumecido.

Cuando se dio cuenta, ya podía escuchar el resonar de las cadenas, demasiado cerca, y se vio en pánico. Su cuerpo inmóvil por una fracción de segundo. Sus ojos, entre la nube de polvo, entre el lagrimeo de su nariz rota, notó el ataque ya siendo efectuado, peligrosamente cerca. Mortalmente cerca.

Era un golpe inminente.

El solo pensar en esa bola de metal, en esas puas incrustándose en su cuerpo, era suficiente para hacerla sudar frio.

¿Qué hacer?

Primero que todo, debía proteger su pecho, cualquier golpe ahí la dejaría sin aire. Supo que era su fin, que, aunque girase, le sería imposible salir ilesa de un golpe así, no solo le rompería más de un hueso, si no que se incrustaría en su carne, y cuando el arma saliese de ella sería tan doloroso como cuando entró.

Sintió el cuero en su brazo, y recordó el escudo. De nuevo había olvidado que lo tenía.

Ahora tenía una oportunidad. Una oportunidad de vivir.

Giró sobre su cuerpo, y movió su brazo, junto con el escudo, para crear una barrera sobre su cuerpo, sobre su espalda en particular.

Y el golpe llegó.

A pesar de su nula capacidad para ver en ese instante, logró saber dónde iba el ataque, y logró defenderse, sin embargo, sintió el golpe metálico retumbar por toda su espalda, así como escuchó la madera y el hierro ceder ante la fuerza del arma, las puas enterrándose en escudo. Y no solo eso, si no que la posición de su antebrazo, tras su espalda, hizo que su hombro tronase ante el golpe, desencajándose de su lugar.

Todo estaba yendo de mal en peor.

Se vio moviéndose, deprisa, instintivamente, huyendo, temiendo que le llegase otro golpe, y si bien logró dos pasos, al tercero cayó. Aun sentía el golpe retumbando en su espalda, en sus huesos, y sus piernas se entumecieron en el acto, además de que sintió como si algo la tirase, la tirase al suelo.

A penas lograba ver, pero ahora solo notaba la tierra a sus pies.

Respiró profundo, intentando con todas sus fuerzas volver a pararse. Ya no podía volver a tocar el suelo o sería su fin. Se levantó, y ahora sintió el peso de su escudo, el cual pesaba el triple que antes, y culpó a su hombro torcido, o al menos por un momento.

No solo cayó al suelo por sus piernas temblorosas, sino porque el arma ajena seguía incrustada en su escudo y su rival debió de aun tener sujeto el mango, lo que causó su caída y el tirón que sintió, y con la fuerza que esta tenía, no le sorprendía.

Cuando volvió a estar frente a esta, la vio sin su arma, claramente, solo su escudo firme en su antebrazo.

Podría decirse que era bueno, que le había quitado su arma, pero no fue así.

Su propia arma estaba en alguna parte, pero claramente no en su mano. Con el golpe que recibió por el escudo, perdió el agarre. Y se habría culpado por cometer el error que dijo que no cometía, pero aun sentía los vestigios del golpe en su cuerpo, el primero, el segundo, y sobre todo el tercer golpe.

La mujer vio el arma descartada, su espada, favorablemente cerca de su cuerpo, y la agarró, moviéndola de un lado a otro, acostumbrándose a lo liviano del peso en comparación con su arma anterior. Esta cortando el aire con facilidad.

Podía notar que era una buena Gladiadora, era evidentemente más joven que ella misma, pero debió de tener un arduo entrenamiento porque levantar esa arma era complicado.

Ella misma ahora estaba sufriendo las consecuencias de su nulo entrenamiento.

Estaba acostumbrada a su espada, pero cuando tuvo que usar dos, le costó encontrar el equilibrio, y ahora, al tener un escudo, le costó reaccionar adecuadamente. Tenía un serio problema con los cambios abruptos. En cualquier momento iba a estar obligada a usar un arma diferente por toda una pelea y no iba a ser capaz de lograrlo.

Por suerte, sus entrenamientos ya venían, solo si sobrevivía, por supuesto.

Ahora, ¿Qué iba a hacer?

Se vio retrocediendo, alejándose de su contrincante, sintiendo ambos brazos adormecidos, ambos por los golpes, y uno de estos tenía que sostener ese escudo con esa arma horriblemente pesada, así que sentía que su brazo izquierdo finalmente cedería, saliéndose de su sitio.

Sujetó el mango, e intentó separar la maza del escudo, pero no podía.

Tiró una, dos, tres veces, pero le fue imposible.

Estaba demasiado incrustada en el material del escudo, y era demasiado peso para soportarlo, y no estaba en la mejor condición para usar fuerza.

¿Qué iba a hacer sin tener un arma?

Obviamente esto a su rival no le importó.

Esta sonrió, disfrutando de su miedo, y se acercó, y si bien sus movimientos eran toscos ante lo grande de su cuerpo, seguía teniendo un arma de largo alcance.

Solo pudo mover el escudo, intentando que ninguna estocada llegase a su torso, pero eso no evitó que hiriese más de alguna parte de su cuerpo. Esta parecía mover rápido la espada, demasiado, y entendía que debía estar acostumbrada a algo más pesado, y con su liviana arma, debía usar todo ese ímpetu y fuerza para hacer movimientos veloces.

Demasiado veloces.

Se tomó un momento para mirar su escudo, de nuevo, intentando pensar en una forma para contraatacar, pero le estaba costando. La espada abanicando le hacía imposible el atacar de vuelta. De usar al menos aquel trozo de metal en su favor.

Se estaba cansando, estaba agotada, adolorida, y aun sentía el remezón del golpe en su espalda, y agradecía que fuese solo eso, o no podría siquiera caminar.

Necesitaba acorralar a la mujer, era la única forma de que su ataque realmente funcionara.

Pero no había ninguna pared cercana, ni tampoco podía hacerla retroceder, no siendo ella misma quien tenía la obligación de retroceder.

Eso era.

Notó que la pared, los muros del coliseo, estaban cerca, pero desde su lado. Necesitaba girar, dar vuelta la situación para que su rival estuviese ahí, y así poder efectuar su ataque.

¿Pero cómo hacerlo?

No tenía idea, pero necesitaba distraer un poco los golpes de abanico de la espada, y para eso, debía forzarla a usar el escudo. Era una mujer grande y lenta, podría hacerlo.

Detuvo el retroceso, y dio un paso adelante, y sujetó con ambas manos su escudo fusionado, y ahí lo acercó, atacando, y el escudo enemigo hizo el movimiento deseado. No iba a golpearla, no era su intención, pero esta debió haberse protegido más por impulso que por otra cosa.

Solo supervivencia.

Usó ese momento para moverse, para pasar al lado de la mujer y darle la vuelta, haciéndolas cambiar de posición, tal y como lo hizo antes. Era veloz, pudo hacerlo, giró, topándose ahora con la espalda de la mujer, esta girando, lentamente. Como si ni siquiera le importase apurarse.

Y lo encontró extraño.

Pero no importó, solo debía pensar en su contrataque, y así levantó su escudo.

Pero se detuvo.

No entendió porque, pero no podía acercarse, no podía moverse, no podía hacer mayor movimiento.

Algo la detenía.

Vio la sonrisa de la mujer frente a ella, cuando al fin se giró, la notó segura, como si la victoria ya fuese suya, y no pudo entender la razón.

Hasta que sintió un ardor en su abdomen, ahora que la adrenalina bajaba.

Hizo el giro correctamente, giró, pero la mujer ya debió adivinar que la iba a atacar por la espalda de nuevo, así que se adelantó. No se apresuró, solo sujetó la espada, y atacó hacia atrás, sin siquiera mirar, y ahora, su espada, la propia, estaba dentro de su abdomen, pasando a través del cuero, rompiendo su piel.

Se quedó inerte, por segundos eternos, sin poder creérselo.

Era un ataque letal, era evidente.

¿Era ese el final?

¿Esa iba a ser su última pelea?

¿Iba a morir ahí?

Lo encontraba absurdo, había crecido demasiado ahí para perder por su propia espada, no podía simplemente morir de una forma semejante. Se había entrenado demasiado, había peleado tantas batallas con aun menos conocimiento, con aun menos recursos, y ahora, en esa pelea, ¿Todo se derrumbaba? Ahora que el mundo más la adoraba, ahora que podía acceder a una mejor situación, ahora que iba a poder entrenarse y así mejorar, ¿Se acababa?

Ahora que les había dicho a sus padres que estaba muerta, ¿Realmente iba a morir?

Si, quizás sí.

Escuchó a la mujer en frente de ella reír.

“Se te subieron los humos a la cabeza, Gladiador sin título.”

Eso era, una gladiadora que jamás fue una gladiadora.

No fue entrenada, capacitada, ni enseñada en las peleas, en cómo ser un guerrero, en cómo ser un Gladiador. Ahora, luego de la subasta, se dio cuenta que muchos gladiadores la envidiaban, o más bien solo la odiaban, porque ellos habían entrenado por años para poder presentarse ahí, para poder mostrarle a todos su fuerza, sus capacidades, para poder ser grandes en el coliseo, ser colosos, y ella se saltó todos los pasos.

Simplemente lo fue, porque el público quería que lo fuese.

¿Realmente se le habían subido los humos a la cabeza?

Quizás dio la pelea por hecha, quizás se sintió capaz de ganar cualquier batalla, se sintió segura de sí misma, y eso fue su perdición, tenía sentido.

Se sentía débil, nauseabunda, su cuerpo tan quieto que comenzó a sentirlo adormecido, la adrenalina desapareciendo por completo, el dolor de aquellos tres ataques haciendo arder cada parte de su cuerpo, así como el dolor agudo en su estómago.

Si, iba a morir.

Al fin, iba a morir.

Chapter 69: Archaeologist -Parte 2-

Chapter Text

ARCHAEOLOGIST

-Incertidumbre-

 

No entendía que estaba ocurriendo.

Creía haber perdido el conocimiento, pero aun sentía su alrededor.

La mujer la miró, mientras le ofrecía la mano, o más bien, era su gesto para que la ayudase a salir de ese lugar, y notó en su expresión seria y controlada, su postura firme, y el oro en su cuerpo, como realmente lucía como alguien de la realeza.

No supo que hacer, ya que seguía intentando convencerse de que era una imaginación suya, un sueño, una locura en su estado de supuesto coma. Pero se movió de todas formas, por un mero impulso, dándole la mano a la mujer para ayudarla a salir del sarcófago.

Y lo sintió.

Sintió la mano ajena en la suya, una mano suave, una mano de la realeza, pero fría, fría como la muerte, como esa cripta, muerta, pero viva, demasiado.

Podía dudar de su cabeza, podía dudar de su oído, ¿Pero de su tacto? ¿Podía negar lo que sentía?

Sintió el peso ajeno sujetándose de su mano, liviano, más de lo que pensó, el cuerpo plantándose frente a ella, envuelta en vendas, envuelta en oro, en ropas de aquella época que se mantenían tal y como en ese entonces. Jamás se había imaginado que una momia podría cobrar vida, y le resultó estúpido incluso cuando solía ver películas de niña, películas de terror y fantasía que su padre adoraba.

Y ahora sucedía, de cierta forma.

“Imagino que el mundo ya no es lo que era luego de tantos años de mi encierro, y probablemente ni siquiera sepas quien soy, pero agradezco que me liberaras, estoy en deuda contigo.”

Abrió la boca, pero no supo que decir.

La entendía, entendía prácticamente todo lo que esta le dijo, su voz sonando tranquila, monótona, lo suficiente para captar lo que le decía, en su lengua, esa lengua perdida, aun así, había ciertas palabras que no entendía del todo, y ahí su cabeza volvió a cuestionar su sanidad, o su locura, ya que, ¿Por qué inventaría palabras que no conocía?

Real o no, estaba segura que se estaba volviendo loca.

“¿E-E-eres real?”

Se vio preguntando, como una estúpida, preguntándole a sus imaginaciones, a sus alucinaciones si es que eran reales.

La mujer la miró, sus ojos bicolores observándola, para luego bajar la mirada, observando su propio cuerpo, y el gesto hizo que su cuello sonase, cuando esta subió la mirada, su expresión seguía igual, calma, inexpresiva incluso.

“Si me estás preguntando si estoy viva como tú o no, pues no, no lo estoy, pero eso no quita que estoy en este plano, en esta época, tal y como tú.”

Si, estaba loca.

Dio un paso hacia atrás, retrocediendo, sus ojos observando nuevamente a la momia frente a sus ojos, a la mujer que había pasado tres mil años encerrada en un sarcófago, encerrada viva, y sea lo que sea que le habían hecho en el proceso de momificación, había sobrevivido, aun viva, aun intacta.

Pero tenía que haber una respuesta lógica ante todo eso.

Desechó de inmediato el que fuese una persona de la actualidad encerrándose a sí misma en una cripta, porque no había forma de entrar, y aunque hubiese podido meterse ahí como polizonte, la probabilidad de que tuviese el conocimiento para hablar aquel lenguaje antiguo era muy reducida. Ella lo conocía porque era estudiosa y conocía varios idiomas antiguos, pero no todos eran como ella, ni siquiera sus colegas.

Los ojos bicolores de la mujer la observaron, atentamente, sin decir palabra alguna, solo mirándola, en silencio, y se sintió entrar cada vez más en pánico, su mente funcionando a toda velocidad intentando darle un sentido a lo que veía, a lo que oía, a lo que sentía.

Tenía que descartar lo obvio.

De acuerdo, si tuviese un problema de deshidratación tendría mareos, y no tenía mareos, pero si tenía confusión, y en esa situación como no iba a sentirse confundida de todo lo que veía. Llevó una mano a su cuello, analizando sus latidos, y si, estaban apresurados, pero de nuevo, no podía no estar acelerada en esa situación.

¿Podía considerarse estar en shock?

No, no lo creía.

Pasó la mano por su frente, y estaba sudando, tenía toda la zona húmeda, y si estuviese deshidratada su cuerpo evitaría dejar salir hasta la más mínima gota de líquido de su cuerpo, reteniendo lo más posible, así que lo iba a tachar, no estaba en una locura constante por deshidratación, podía considerarse cansada, sí, pero lo había estado aún más en otras ocasiones, ahora no era nada en comparación.

¿Entonces era real?

Si, esta le dijo que era real, pero no quería dar por hecho que la ilusión que veía no era capaz de mentir.

Ya era ridículo.

Se vio apuntando el sarcófago, sintiéndose aún más nerviosa, sudando aún más, buscando una teoría válida para respaldar su delirio, porque aceptarlo, no, no haría eso.

“¿C-cómo sobreviviste tantos años ahí dentro?”

La momia se quedó inerte mirándola, y luego se giró, observando el lugar donde estuvo cautiva todo ese tiempo, y finalmente la volvió a mirar a los ojos.

“Mi pueblo me condenó al encierro eterno al darse cuenta de que era una bruja.”

¿Una bruja?

La mujer se tomó un momento para mirarse las manos, y estas se veían tal y como se sentían, suaves, jóvenes, vivas.

“Se dieron cuenta de que no envejecía, y tomaron la decisión de momificarme y encerrarme en esta cripta. Pero viví, alguien como yo vive para siempre.”

Eso era algo aún más difícil de explicar.

La brujería era solo un mito, no existía nada similar a la magia y a los hechizos, solo eran personas que se dedicaban a hacer medicamentos, a hacer ungüentos a base de plantas, nada más. Eran los científicos de la época, donde los creyentes no soportaron que practicas así les quitase seguidores, así que terminaron persiguiendo a cualquier persona que hiciese el menor avance científico, acabando con cualquiera que fuese en contra de sus credos religiosos.

Y tenía claro que, si eso no hubiese ocurrido, el mundo estaría mucho más avanzado. Miles de enfermedades habrían sido erradicadas si la religión no les consumiera la mente a las personas con sus creencias sin fundamentos.

“No me crees.”

La voz de la mujer la sacó de sus pensamientos, y se vio dando un salto hacia atrás al verla más cerca que antes.

Ahora sí que tenía el corazón acelerado.

Y estaba sudando más.

Así como iba, realmente iba a deshidratarse.

Negó, intentando mantenerse firme.

Eso no podía estar ocurriendo, nada de eso podía ser real.

Nada.

“Yo no, uh, n-no creo en nada que no tenga forma de ser comprobado.”

Los ojos bicolores de la mujer la observaron fijamente, y le resultaba paralizante. Se sentía siendo víctima de la disonancia cognitiva, porque tenía claro en que creía, y en que no creía, y esto le daba vuelta todo lo que aprendió durante los años, y no podía creerlo, no podía creer que una gobernadora de hace tres mil años resultó ser una bruja y fue momificada y ahora estaba frente a ella, viva.

No podía, se rehusaba a creerlo.

Y no solo eso, no solo por su forma de ver el mundo, no solo por la forma en la que trataba cualquier situación, sino porque le aterraba que aquello fuese real, qué, a pesar de las teorías modernas, también existiese un ápice de la fantasía misma, y sentía cero gusto por esas cosas, eran cuentos de terror para su mente lógica.

Y ahora se sentía aterrorizada.

Si eso era real, le causaba pánico que tantas cosas podían serlo también.

La mujer asintió, lentamente, y bajó la mirada, moviendo una mano, llevándola hacia sí misma, hacía su muñeca, y no entendió el movimiento, no entendió que es lo que esta quería hacer, hasta que escuchó un crack.

Y la mujer se sacó todo el antebrazo.

Pudo ver el hueso dentro del trozo de carne y piel, sin sangrar en lo absoluto, seca, seca como una momia.

Y se aterró.

Se horrorizó.

Le impactó tanto que gritó y cayó hacia atrás, terminando en el suelo.

La mujer no mostró la menor emoción, dolor, nada, y tan rápido y fácil como se sacó el trozo de su propio cuerpo, volvió a ponerlo en su sitio, y escuchó el sonido del hueso encajando con el codo, y le sorprendía oír con lo fuerte que sus latidos resonaban en sus oídos.

Su brazo estaba como siempre, sin rastro de la separación, nada.

Como si jamás hubiese sido separada de su cuerpo.

La miró, sintiendo el miedo pasando por su ser, los escalofríos, temblando, sudando, llorando, y no sabía que decir, que pensar.

Esa mujer no era humana, esa era la única respuesta lógica que podía dar.

Porque ya estaba segura de que no estaba inconsciente, que no estaba muerta, que no estaba desmayada ni deshidratada.

Esa momia era real.

Totalmente real.

Y no quería creerlo, pero hasta su escepticismo tenía un límite, y siempre había aprendido el ver para creer, y la veía. La veía, la sentía, la escuchaba, la olía incluso. No tenía las capacidades ni los argumentos necesarios para quitarle validez a lo que estaba presenciando.

Escuchó un chirrido que la hizo dar un salto en el suelo, el chirrido de la radio, alguien se estaba intentando comunicar con ella. Se movió, rebuscándolo alrededor de su propio cuerpo, este habiéndose caído de su bolsillo ante su propia caía.

Lo tomó en las manos, arreglando la señal, escuchando al resto del equipo fuera de la cripta.

“El descanso se acaba en cinco minutos.”

Era el hombre que estaba a la cabeza de la investigación, su supervisor.

Ya era hora.

Sintió alivio, y al mismo tiempo sintió pánico.

Volvió a mirar a la mujer, quien miraba su radio con cierta curiosidad notoria en sus ojos, mostrando más expresión que en todo ese rato, probablemente no entendía como salían voces de una caja, sin tener ni idea de qué clase de aparato era ese.

Oh.

Oh no.

“No, no, no…”

Si, aunque siguiese creyendo que esa mujer ya fallecida frente a ella no fuese nada más que una ilusión, ahora tenía claro que existía la posibilidad de que si lo fuese, y si eso era así, significaba que el resto del equipo podría verla.

Y esas no eran buenas noticias.

Analizar tierra, analizar vasijas, analizar sarcófagos, analizar momias, era algo que hacían en su profesión, aunque ella fuese más de encontrar las cosas en terreno más que analizarlas encerrada en un laboratorio, eso no era lo suyo, pero, todos esos objetos eran carentes de vida, inanimadas o muertas…

Y ahí había una momia viva.

La ciencia era avanzada, la ciencia era por lo que toda la humanidad podía vivir, podía tener mejor calidad de vida, la ciencia fue nuestra salvación, pero también era cruel, no había forma de negar eso. Un gran avance para la humanidad requería sacrificios, y se podía estar más o menos de acuerdo con eso. Y teniendo a una mujer evidentemente viva frente a ella, que podría ser la candidata perfecta para ser analizada en un laboratorio, nadie dudaría ni un poco en estudiarla.

Y eso significaba estar en cautiverio por el resto de su existencia.

Era un hito histórico, y podían hacer lo que sea para mantenerlo oculto de las masas y evitar el pánico, o simplemente darse la autoridad para ejecutar barbaridades.

Y ahora no creía ser capaz de validarlo.

Si la encontraban, iban a hacerle lo que sea con tal de entender cómo es que estaba viva, como es que tenía juventud eterna, como es que existía siglos después de haber sido momificada. Harían lo que sea para tener respuestas, y si bien eso a ella no debería importarle, ahora le importaba, porque ella la había descubierto, y el riesgo de aquello caería sobre sus hombros.

Y no se podía quedar de brazos cruzados.

Se levantó del suelo y se acercó a la mujer, quien seguía en silencio.

“Y-yo t-te tengo que sacar de aquí, si-si ellos te ven, te van a condenar a un laboratorio por el resto de tu vida, tu-tu vida eterna o lo que sea.”

Los ojos bicolores la observaron, azul y negro, colores tan oscuros, y en ese momento los vio incluso más oscuros.

“No sé qué es un laboratorio, pero quizás merezco esa condena. Estos años no han sido suficientes para pagar por la maldición que llevo en la sangre.”

¿La brujería?

Eso no tenía sentido.

Asumiendo que se creía todo eso, que era una bruja, le parecía que ya había tenido suficiente castigo.

“M-mira, a-aun me cuesta aceptar que no eres humana, p-pero tres mil años me parece suficiente tiempo. Y-yo te saqué de ahí dentro, lo mínimo que puedo hacer es asegurar que estés a salvo.”

Piensa, piensa.

No podía irse de ahí, no podía irse sin terminar la faena.

Solo podía esconderla, pero alguien la encontraría, al final, era una persona, no era una vasija que podía ocultar en su ropa.

Oh, su ropa.

Se sacó el bolso que tenía encima, y se sacó la camisa, rápidamente se la puso a la mujer, moviendo su cuerpo, y nunca había jugado con muñecas de niña, pero estaba segura de que se sentía así de similar. Aunque dudaba que las articulaciones de una muñeca sonasen tanto.

Le abrochó la camisa, esta quedándole algo grande, pero era mejor que nada. Tenía en el campamento más ropa, y eso la haría pasar desapercibida, de todas formas, era una expedición grande, no se notaría entre tantas personas alguien con una cara diferente, pero por ahora eso bastaría para salir de ahí.

Se sacó su sombrero también, poniéndoselo encima de la cabeza, ocultando con precisión la corona dorada en su cabeza.

La mujer la observó, curiosidad en sus ojos mientras la ayudaba a vestirse, pero no parecía molesta, o eso creía.

“T-tienes que pasar desapercibida, usar mi ropa es lo único que se me ocurre para lograrlo.”

La mujer asintió, mirando su propio cuerpo, notando varias partes de su cuerpo descubierto, como el resto de su atuendo o las vendas en sus brazos y piernas, pero al menos el dorado ya no se notaba. Aunque fuese alguien normal, el verla con oro llamaría la atención de todo, como si hubiese saqueado las tumbas.

Y de alguna forma, había sido ella misma quien había saqueado una tumba.

Le señaló a la mujer que la siguiera, que se mantuviese cerca, y comenzó a salir de la cripta, escuchando como se venía acercando gente, entrando en la cueva. Se detuvo cuando alguien entró, y tapó con su cuerpo a la mujer, y no era realmente grande en comparación, pero lo suficiente para ocultarla, o eso esperaba.

“¿Hiciste todo esto, Latifa?”

Uno de sus compañeros entró, sin mirarla, solo mirando los sarcófagos que había dejado al descubierto.

Soltó una risa nerviosa, sintiéndose sudar mucho, cada vez más.

“S-si, me aburrí un poco. Adentro había un sarcófago vacío, pero creo que servirá mucho para investigar las inscripciones.”

Cuando terminó de hablar, ya seis de sus compañeros estaban dentro de la cripta, y de inmediato se miraron interesados, estos metiéndose al lugar de donde sacó a la mujer, y aprovechó para avanzar a la salida, la mujer siguiéndola.

Se sintió aliviada cuando vio la luz de la salida, pero se detuvo de golpe cuando alguien taponeó la luz con su cuerpo. La mujer que la seguía prácticamente se estampó contra su cuerpo al detenerse tan repentinamente, y esperaba que no se hubiese hecho daño, que parecía romperse con facilidad.

Era su supervisor.

“Estás sudando demasiado, vi que no te tomaste un descanso.”

Estaba sudando muchísimo, y no por lo que este creía.

Soltó una risa nerviosa, era sofocante el pretender, probablemente todos notarían su nerviosismo.

“S-solo despejé dos sarcófagos y tomé fotografías, no quería detenerme hasta encontrar algo.”

El hombre asintió, sonriéndole, orgulloso.

“Ahora puedes descansar, nosotros haremos lo demás.”

Este entró, y lo apunto con el cuerpo para evitar que viese a la mujer tras ella, y cuando este desapareció en el pasillo de la cueva, decidió avanzar finalmente, sintiendo el cálido sol pegándose le frente, y sin su sombrero sintió sus ojos arder, sus gafas colaborando en su sufrimiento, como hormigas siendo quemadas por una lupa.

Avanzó, pero notó como la mujer se detuvo, y agradeció que no hubiese casi nadie en la zona, por ahora.

“¿Q-qué pasa? No te detengas de golpe.”

Los ojos bicolores miraron al sol, y se vieron muy brillantes luego de verlos tan oscuros allá adentro, iluminados solo con las luces artificiales.

“Son tres mil años sin ver el sol.”

Oh, cierto.

Se vio mirando el sol ella misma, tapando su rostro con su antebrazo.

Ahí el sol parecía dar más fuerte de lo usual, y era un desierto, no esperaba más, aun así, aceptaba que se veía despejado, como si el sol fuese lo único en el cielo, nada más, aunque sabía a ciencia cierta que no era así.

Se giró, mirando a la mujer, y esta desvió la mirada del sol para mirarla a ella.

“Desde ahora podrás seguirlo viendo, eres libre de ese lugar.”

La mujer asintió, y volvieron a caminar a paso rápido hasta el campamento.

¿Por qué estaba haciendo eso?

¿Protegiendo a alguien que claramente no era humana?

No entendía sus acciones, ella misma debería ser la primera interesada en analizar a la mujer y entender su existencia, pero no lo hacía. ¿Por qué? ¿Humanitarismo? ¿Empatía? ¿Interés en lo improbable? No tenía idea, y no quería cuestionárselo, solo sabía que era lo correcto, y ya.

Quizás no sería capaz de protegerla, no tendría los recursos ni la manera de mantener oculta a una persona que vivía en otra era y que claramente no estaba viva en la actualidad, pero al menos lo iba a intentar.

Adoraba todo lo antiguo, y quizás, esta era una oportunidad para conocer ese mundo desde los ojos de otra persona, de alguien que vivió en esa época, y quería, deseaba, que no fuese una creación de su delirio y fuese eso, real, pero al mismo tiempo quería que todo volviese a la normalidad y despertase de su delirio.

El campamento estaba vacío, al menos donde estaban las tiendas, ya que tenía claro que donde estaban las provisiones siempre había alguien, y era agradable el no tenerlos cerca.

Entró a la suya, haciéndole espacio para que la mujer entrase, agachando levemente su cuerpo, este resonando. Cuando cerró el cierre, se dejó caer en el suelo de la carpa, soltando un suspiro pesado, eso sin duda había requerido mucha de su energía. La mujer la siguió en su movimiento, imitándola, mientras sus ojos se enfocaban en el color caqui de su carpa, y tenía claro que esta jamás había visto algo similar, ni el colchón en el suelo o sus objetos personales que en su mayoría eran tecnológicos.

“¿Aquí estamos a salvo?”

La mujer le preguntó, sin mirarla, sus ojos fijos en su computadora que estaba sobre el colchón.

Por su parte, soltó otro suspiro pesado, sintiéndose arder por la adrenalina y por el cansancio, fue demasiado, ahora realmente quería unas vacaciones, luego de no tomarlas nunca.

“Si, volveremos a la civilización en unos días, por ahora tendrás que permanecer aquí, a menos que, no sé, quieras darte un paseo por el desierto o algo así, digo, eres libre de hacerlo si prefieres alejarte de la humanidad.”

Los ojos bicolores la observaron, atentos, mientras se sacaba el sombrero de la cabeza, dejándolo sobre su regazo. Esta no dijo nada antes de arreglar la corona en su cabello, dejándola posicionada perfectamente. Sus manos al final terminaron en el sombrero, los dedos pasando por los bordes, analizándolo.

Era algo simple, pero no conocía nada de eso.

“Si me quedo contigo, ¿Puedes mostrarme el mundo?”

¿Qué?

La mujer habló con diplomacia, su rostro impávido, los ojos observándola sin pestañear siquiera.

¿Podía hacer eso?

¿Podía prometer eso?

Ni siquiera sabía si iba a ser capaz de sacar a esa mujer de ese desierto, mucho menos sabía si podría entrar a la ciudad a una persona viva sin identidad alguna.

Era una locura.

La mujer debió notar la duda en su rostro, la vacilación, ya que negó con el rostro, su cuello resonando.

“Me sacaste de ahí, esta libertad es más de lo que merezco. No me debes lealtad, no me debes nada para sacrificarte por mí. Cuando regreses de tus deberes, espero estar ya lejos de aquí.”

Pero no quería.

No se sentía bien abandonarla, realmente estaba loca.

Se vio negando también.

“N-no tengo el poder ni las capacidades para protegerte, aunque no significa que no quiera, me siento en la obligación de hacerlo, o sea, yo te liberé, tengo que hacerme responsable, pero…no sé si pueda garantizar tu seguridad.”

La mujer la observó, y levantó su mano, dirigiéndola a ella, tal y como lo hizo cuando la ayudó a salir del sarcófago.

Por inercia la tomó, sujetándola suavemente. No era como solían estrecharse la mano usualmente, lo sabía, pero era un gesto de respeto, de respeto hacia alguien de alto rango, como lo era esa mujer. Claramente acostumbrada a interactuar así con quienes eran inferiores.

“Estoy muerta. Aunque me des un segundo más de libertad, estaré agradecida.”

Asintió, su propia mano sosteniendo la de la mujer, esta aun sintiéndose fría, muerta, y si, lo era. Jamás había tocado una mano tan fría, tan libre de calor, de sangre, de vida.

Esa era la prueba.

La prueba de que era real. De que existía.

“Voy a intentarlo.”

La mujer asintió, una sonrisa pequeña en su rostro, una sonrisa orgullosa.

No sabía en que se había metido, pero no podría detenerse ahora.

Aunque tuviese miedo.

Aunque se sintiese insegura.

Aunque sintiese que sus valores se derrumbaban poco a poco.

Iba a seguir adelante.

 

Chapter 70: Succubus -Parte 8-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Pureza-

 

Los pasillos de los dormitorios estaban silentes, ya todos moviéndose hacia el edificio central, donde tendrían las tutorías.

Más de alguien pasó por su lado, apresurados, sin prestarle la menor atención.

Ella iba en sentido contrario, y debía verse sospechoso, pero ahí, o todos la miraban con asco luego de hacer alguna estupidez, o nadie le prestaba la menor atención, nunca un punto medio.

Quizás en ese momento, era ella quien no le prestaba la menor atención a quienes pasaban por su lado, y ahora se daba cuenta que era realmente consciente de cualquiera que pasaba a su lado, alerta a sus miradas, a cualquier cosa que saliese de sus bocas, una burla, una queja, cualquier cosa. Pero ahora no era el caso, su mente tan enfocada en su destino, en lo que sería el final de todo, para siquiera pensar en nada más, enfocarse en nada más.

Solo Myrtle estaba en su cabeza.

Sentía que iba a dar un gran paso, iba a hacer algo que nunca había planeado, algo que simplemente ocurría, sin ningún sentimiento de por medio, solo lujuria, solo sus instintos demoniacos tomando el control.

Pero ahora lo sentiría, realmente lo sentiría, y estaba dividida.

Por una parte, la mera idea la hacía sentir nervios, la hacía sentir emoción, pero, por otro lado, ese podría ser el final de todo, terminar en tragedia, esa podría ser la última vez que se veían.

Era una situación agridulce.

De un momento a otro, se vio frente a la habitación que compartía Myrtle con Finneas.

Se vio llevando la mano a la puerta, dudando por un momento, incapaz de golpearla.

Se regañó a sí misma, obligándose a moverse, obligándose a sí misma a hacer lo que debía hacer, que era ayudar a Myrtle, tal y como prometió que lo haría, porque al final, lo hacía por Myrtle, solo por ella, y recién ahí su mano estática se movió, golpeando dos veces la madera.

No pasó ni un segundo para que la mujer abriese la puerta.

Esta estaba en su túnica usual, mientras sonreía con una calma impresionante. Esta parecía tranquila, aliviada incluso, a pesar de lo que ese encuentro podría significar para su destino. Y esa era otra prueba más de que esta estaba dispuesta a sacrificar su vida por dejar de ser una prisionera de los cultos, de ser usada como un objeto, sin ser más que su condición, más que su sangre.

Entró a la habitación, insegura aún, notando que claramente la mujer estaba sola en la habitación, y conociendo a Finneas, este jamás se perdería las clases, nunca, ni siquiera para cuidar a la virgen que en ese momento debió simular también una enfermedad inexistente.

Ese era un gran error.

Y estos apenas se encontrasen, sospecharían, y debía sellar todo antes de que eso sucediese, pero primero, había algo que tenía que hacer, que debía hacer.

Quería asegurarse una vez más, aunque supiese la verdad.

“Esta es la última oportunidad que tienes para arrepentirte.”

Habló, mirando a la mujer a los ojos, los cuales la miraron de vuelta, ligeramente sorprendidos, pero rápidamente estos cambiaron, tornándose determinados, seguros.

Esta se lo dijo, que llevaba años pensando en hacer eso, en acabar con la condición que la mantenía ahí, meditando lo que sucedería si perdía la pureza, y ahí, se había topado con un ser que estaba hecho para corromper todo lo puro, para consumir hasta la última gota de pureza.

Nació para corromper, para ensuciar.

Estaba en su sangre, en su ser.

Y no podía negarse sus raíces, porque lo sentía, quería hacerlo, necesitaba hacerlo, era un impulso más fuerte que si misma.

Soltó un suspiro pesado, siendo la mirada de la mujer suficiente para responder su pregunta, aun así, seguía sintiéndose desconfiada, más de sí misma que de la decisión de la mujer, sobre todo por lo que acababa de pensar.

Sobre destruir la pureza.

¿En que se iba a convertir una vez que perdiese los estribos?

¿Cuándo sus instintos tomasen control de su lógica?

¿Qué indecencia iba a cometer una vez que el demonio saliese por completo?

“Sabes que soy peligrosa, ¿Cierto?”

Su pregunta tomó a Myrtle desprevenida, su rostro tornándose confuso.

Esta la vio, lo supo, la vio esa vez, y esa solo fue una vez de las tantas otras, una vez entre tantas donde perdió la cabeza, y les hizo cosas horribles a las personas, sin querer, sin tener el más mínimo control sobre sí misma. Aterrando a vírgenes, al punto que, si estaban en su clase, se cambiaban, o la evitaban en los pasillos.

Al final, adentro tenía a un demonio…

No quería lastimar a Myrtle, era lo que menos quería, por el contrario, siempre hacía lo que sea para protegerla, pero ahora, era imposible asegurarse de que sería buena, de que se comportaría, de que la cuidaría. De un momento a otro, Myrtle iba a dejar de ser su amiga, su compañera, solo se iba a convertir en un objeto para satisfacer su propio deseo egoísta, solo la iba a utilizar para sentir la satisfacción de quitarle a alguien la pureza, de quitarle al mismo Satán lo que le pertenecía.

Y la mera idea, la hacía hervir.

No era una buena persona como pretendía ser, siendo lo que era, jamás sería realmente buena.

“No podré controlarme, no seré yo misma, quiero que lo tengas claro, que estés preparada.”

Y esperaba que Myrtle se aterrorizara, esperaba que esta se arrepintiese, que decidiese que dar ese paso con ella sería peor que lo que la vida le tenía preparado, pero no fue así, la mujer la miró, sus ojos brillando, y asintió, asegurándole que había escuchado con claridad, que había entendido lo que le decía.

Y sintió un dolor en el pecho.

Ya no había vuelta atrás.

Soltó un suspiro, y puso una mano en la puerta de madera, concentrándose.

Había aprendido ese hechizo hace un tiempo, pero tomaba su tiempo, así que pocos lo utilizaban en batallas, para desafiarse a alguien, todos prefiriendo la ofensiva, pero ahora tenía tiempo para recitar. Había fallado varias veces al hacerlo, pero últimamente estuvo practicando, lo suficiente para saber que funcionaría.

Sintió el calor salir de sus poros, la magia almacenada dentro suyo saliendo, lo suficiente para cooperar en el hechizo, esta dirigiéndose hacia la puerta, rodeándola, rodeando la madera para luego rodear las paredes, poco a poco sellando la habitación por completo.

Cuando terminó, miró su obra, agradeciendo que lo había logrado.

No podían seguir adelante sin una barrera, porque apenas perdiese el control, irían a buscarla, listos para calmarla, y pasar por una puerta no sería un desafío, y necesitaba tiempo, necesitaba el tiempo para poder terminar el trabajo, para poder cumplir con su promesa, y así mismo intentar llevar a cabo su propio plan.

Necesitaban tiempo a solas, y esa barrera se los iba a permitir.

Se sintió mareada, las náuseas volviendo.

Por un momento pudo haber pensado que era por lanzar un hechizo como aquel, pero tenía claro que no era por eso, sino porque ahora realmente ya no había vuelta atrás, y la idea la hacía sentir enferma. Estaban encerradas en esa habitación, y ninguna saldría de ahí hasta que Myrtle fuese liberada.

Y luego de eso, no había nada más.

Una de las manos de la mujer llegó a su brazo, y notó una mueca de preocupación en esta.

“¿Estás bien?”

Su rostro era expresivo, así que debió notar su malestar.

No podía decir que estaba bien, porque sería una vil mentira.

Se giró, mirando a la mujer, intentando mantener su corazón en calma, ya que sentía que en cualquier momento comenzaría a llorar antes de hacer nada.

Realmente no quería perderla.

No quería lastimarla.

No quería que las cosas acabasen peor de lo que ya estaban.

“Se que esta es una despedida, y no quiero arruinarlo lastimándote, así que te pido perdón si es que termino haciéndolo.”

No entendía como, pero Myrtle sonrió, su sonrisa suave, sus margaritas notándose en sus mejillas, mientras sus ojos brillaban, calmados, resueltos. Estaba demasiado tranquila, siendo quien sufriría las consecuencias fatídicas de ese encuentro, por el contrario, ella, quien probablemente terminaría pagando un castigo más en su vida, uno más de tantos, se sentía ansiosa y nerviosa, preocupándose más de lo que debería.

Al menos esa sonrisa le logró dar algo de calma.

Esa mujer siempre logró calmar su ansiedad, siempre logró darle confianza, y no creía saber que hacer sin tenerla dándole sonrisas en las clases, ayudándola, el verla animándola, el simplemente tenerla al lado y sentirse tranquila y cómoda en un lugar, como nunca antes se había sentido.

Con Myrtle, sentía que al fin pertenecía.

Las manos de Myrtle se movieron, y las sintió en las mejillas, estas posicionándose ahí, su corazón latiendo precipitadamente, olvidando por completo la ansiedad que le daba lo malo de esa situación, su cabeza solamente pensando en lo bueno de esa situación, disfrutando esa sensación tan ajena en su vida, ya que la gente huía de ella, por lo que era, por los actos que se dedicó a hacer desde que su lado demoniaco salió a flote en su prematura adolescencia. Si recibía el más mínimo tacto, era por quienes se veían atraídos por sus feromonas, por su magia saliendo, nada más.

El demonio atraía, ella alejaba.

Pero con Myrtle era diferente.

Esta desde el comienzo que se acercó más que los demás, y comenzaba a creer que no encontraría a nadie con quien pudiese sentirse así de viva. Y ahora, un tacto tan suave, tan agradable, la hacía añorar algo que aún no perdía.

Esa podría ser la última vez que la vería, que se sentiría así, que disfrutaría de la cercanía, y quería recordar ese momento con nitidez.

No quería olvidarla.

Dio un salto, la mirada de la mujer conectando con la suya, su rostro brillando tanto que debió salir por completo de su propia cabeza.

“Realmente me gustas.”

La frase la dejó estupefacta.

Se vio inerte, digiriendo la frase, como si hubiese oído mal, y creía haber oído mal, pero por la expresión de Myrtle, era difícil convencerse de eso.

Ahora todo le hacía sentido.

Cuando le dijo que tenía celos esa vez, no lo entendió, pero ahora, cada reacción que tuvo durante ese día empezaba a tener sentido, o sea, no lo entendía, por supuesto que no lo entendía, o sea, sí, pero no. ¿Cómo iba a gustarle alguien como ella? No, eso era lo que no tenía sentido alguno.

De acuerdo, eran amigas, se querían, si, obvio, pero… ¿Gustar? Eso era mucho más que solo quererse como amigas, como compañeras, ¿No?

Estuvo tiesa todo ese rato, hasta que sintió las manos de Myrtle moviéndose, y antes de entenderlo, los brazos ajenos se aferraron a su nuca, tirando de ella. Se vio a punto de chocar con la mujer, pero el impulso fue suficiente para que los labios de ambas se unieran.

Le sorprendió, mucho, pero cuando sintió los labios ajenos moviéndose, reaccionó por mero instinto, sabiendo que hacer, algo propio en su genética, aunque jamás hubiese llegado a ese punto. Se sentía bien, era agradable, y podía sentir el calor del cuerpo de Myrtle, así como lo intenso de su aroma a lavanda, o el sabor dulce de su boca.

A pesar de haber despojado a tantas personas de sus ropas, de su decencia, de su sanidad, jamás había disfrutado de algo así, ya que se saltaba cualquier paso, simplemente iba al acto, sin pensar en nada más. Y esta vez había pensado que sería similar, que simplemente haría lo suyo, pero no creyó que habría sentimientos entre ambas.

Sus propios sentimientos incluidos, que no logró siquiera reconocer hasta ese momento.

Y ya no podía detenerse.

Se movió, tanto su lado demoniaco como el humano queriendo más tacto, más cercanía, así que terminó llevando las manos hacia la cintura de la mujer, sintiéndola tan delgada en su agarre, y siempre la protegió y la cuidó por lo mismo, por verla más delicada, pero en ese momento, la idea de despojar a alguien así de su pureza le pareció incluso mejor.

Se sintió hervir con cada beso, cada vez que pasaba la lengua por la boca ajena, cada vez que sus dientes rozaban los labios carnosos, cada vez que sentía el sabor de la saliva ajena en su propia boca.

Pero no era la única que estaba hirviendo.

Sabía que estaba perdiendo poco a poco los sentidos, sobre todo cuando el aroma ajeno comenzó a ser más y más notorio, y sabía que de no ser porque estaba disfrutando de esos besos, de esa situación, su lado demoniaco ya habría salido.

Pero dudaba poder contenerlo mucho más.

Se vio separándose por inercia, intentando calmar la magia que poco a poco iba saliendo de sus poros como un aviso, como el aviso de que el demonio quería salir, quería resurgir, y honestamente, se sentía tan impaciente que quería exactamente lo mismo, aun así, se tomó un tiempo para mirar a la mujer, para recordar ese momento, para memorizarse cada parte de su rostro.

No estaba lista para perder la razón.

Para olvidar todo eso.

Ahora, en ese instante, sobre todo, la perdida era incluso más agobiante.

Los ojos claros yacían entrecerrados, sus mejillas estaban bañadas de rojo, un poco de saliva caía desde sus labios, el sonido de sus jadeos resonando y no era solo eso, si no que era la expresión descompuesta la que le sorprendió aún más. Nunca la había visto así, ni siquiera imaginaba que esta pudiese poner una expresión remotamente similar.

Siempre estaba compuesta, en calma, incluso a veces fría, pero así, no se lo imaginó.

Y quería hacerla perder los sentidos.

Quería hacerla perder la cabeza.

Quería enloquecerla.

La iba a hacer suya una y otra vez, y se la iba a arrebatar al mismo Satán. No le importaba el castigo, no tenía miedo de nada ni de nadie, en ese momento, quería tenerla para sí misma, y no se iba a detener, no se iba a controlar, no quería controlarse.

Sabía que sus ojos habían cambiado, sabía que el calor de su propio cuerpo había aumentado, el poder demoniaco que tenía dentro saliendo a flote sin menor demora, sin menor atisbo de autocontrol, y ya sabía que era tarde, que no había vuelta atrás.

No se iba a detener hasta marcarla.

Volvió a acercarse, a besarla, metiendo la lengua dentro de esta, sin control alguno, queriendo saborear hasta lo más profundo, pero no se detuvo ahí, avanzó, la mantuvo firme en sus manos mientras la empujaba poco a poco, avanzando a través de la habitación, hasta llegar a una de las paredes, acorralando ahí a la mujer.

Quería tomarse su tiempo, quería saborearla lentamente, disfrutar cada poro de su cuerpo, pero, por otro lado, quería tomarla, pronto, hacerla suya sin mayor demora, así que entendió la razón de sus manos moviéndose a través del cuerpo a su disposición. Apretó la carne mientras iba bajando por la túnica, sintiendo la impaciencia de sentir la piel en sus manos, de sujetarla, de marcarla con sus dedos.

Hasta que al fin llegó.

La piel pálida de Myrtle se sentía fría a través de sus manos ardiendo como el mismo infierno, pero la sensación le causó cierto alivio.

Se sentía molesta por la ropa, sintiendo que molestaba ahí, y de haber sabido, simplemente le habría dicho a la mujer que la esperase desnuda, pero ya eso había quedado en el pasado, no se iba a detener por un poco de tela.

Así que la quitó del camino.

Ahí ardía.

Se separó de los labios de la mujer solamente para escucharla gemir, para escucharla mientras sus dedos se movían entre el calor y la humedad.

Se sentía tan bien, tan húmedo, tan cálido, y el aroma se volvía mucho más nítido, sus sentidos digiriéndolos como si se estuviesen alimentando, y se suponía que era así, su misma magia rebozando con cada segundo. No solía usar sus dedos, pero ahora los usaba, solamente para sentir como las pieles resbalaban, y si no estuviese tan impaciente, hubiese bajado para saborearlo por sí misma.

Las manos de Myrtle se alejaron de ella, y de inmediato extrañó la cercanía. Estas se fueron a la túnica que tenía puesta, desabrochándola tal y como aquel día cuando le pidió ese favor. Sus dedos largos y delgados estaban temblando con cada movimiento, y a pesar de seguir siendo tocada, su rostro parecía incluso compuesto, como si se hubiese obligado a mantener la compostura.

Se vio sonriendo al observar la escena.

La iba a hacer perder hasta la más mínima compostura, de hecho, podía hacerlo en ese instante, pero le parecía muy bonita y quería disfrutar cada segundo.

Esta lo logró, pasando el vestido por sobre su cabeza, y la vio ahora completamente desnuda, su cuerpo delgado cubierto de sudor, de rojez, pero a pesar de lo delgada que era, podía notar lo ancho de sus caderas, y le pareció una escena de la que se sentía indigna de ver, ya que era tanta pureza, tanta belleza, y ella era la bestia de la historia, que mancillaba, que ensuciaba, que corrompía.

Quería marcar cada parte de su cuerpo.

Quería memorizarse cada rincón.

Pero su lado demoniaco no quería lo mismo, por el contrario, estaba tirando de ella, tentándola, obligándola a destruirla en ese instante.

Y lo peor es que la idea se le antojaba.

Y la anticipación era imposible de controlar.

Los brazos delgados volvieron a su cuello, la boca ajena desesperada por encontrar su boca, y le dio en el gusto, apegándose, besándola de nuevo, disfrutando del calor de ambas aumentando, sobre todo dentro de sus bocas.

Ahí abajo, debía estar aún más caliente.

“Hazme tuya, Garnet.”

La escuchó hablar, su voz resonando entre sus bocas, suave, desesperada, cálida, tan cálida.

Oh.

No necesitaba decírselo, era lo que más deseaba en ese instante.

De hecho, no aguantaba más.

Bajó las manos, lo suficiente para agarrar a Myrtle por los muslos, sujetándola frente a su propia pelvis, y se vio sonriendo cuando las piernas se enrollaron en su cadera, tal y como quería que esta lo hiciera. Al tenerla ahí, como tuvo a tantas otras personas, su habilidad innata se hizo presente, la magia saliendo desbocada, sin necesidad siquiera de recitar el más mínimo hechizo.

El demonio lo quería, así que lo hacía posible.

Usó una mano para bajar lo suficiente su pantalón para no estorbarle al miembro que poco a poco se iba formando, hirviendo, erecto, goteando en anticipación.

Pudo sentir como la punta rozó la humedad ajena de la mujer que sostenía en sus brazos, y la escuchó soltar un gemido, su cuerpo dando un salto, aferrándose más y más. Los dedos delgados se enterraron en su espalda, impacientes, y no creyó que se sentiría tan bien hacer aquello que tantas veces había hecho.

Era diferente.

No era como siempre.

Porque era con Myrtle.

La punta de su miembro se apoyó en la zona indicada, y sintió el líquido bajar por el largo, y deseaba sentir más que solo lubricación.

Maldición.

Escuchó un golpeteo en la puerta.

Las habían encontrado.

Pero no le dio mayor importancia, ya sabían que eso ocurría, estaban preparadas para las consecuencias, así que, en ese instante, lo más importante, era hacer a Myrtle suya de una vez por todas, el conseguir su objetivo.

Y de haber entendido esos sentimientos, de haber captado las señales, la habría desflorado mucho antes.

La sujetó de la cadera, y empujó.

Ya era demasiado tarde, ya había pecado.

Ya había mancillado.

Ya había destruido.

Ya había ensuciado.

Le había arrebatado todo.

Myrtle soltó un gemido agudo, más fuerte que los anteriores, y notó en los ojos lilas, nublados por el calor, cierta sorpresa, pero no duró demasiado, su rostro relajándose, moviendo su propia cadera hacia abajo, permitiendo que entrase del todo.

Y disfrutó cada segundo.

Podía sentir el interior de Myrtle apretándola por dentro, húmedo, cálido, y jamás lo había disfrutado tanto como en ese momento. Podía sentir un leve atisbo de sangre en el ambiente, pero el resto solo era el propio de la lubricación ajena, y de nuevo sus sentidos parecían hipnotizados con el aroma.

Engulléndolo.

Los golpeteos en la puerta aumentaron, pero ni siquiera giró el rostro para mirar, no le importaba, mucho menos cuando los ojos de Myrtle la observaron, capturando toda su atención. Podía ver una expresión en esta, una expresión desesperada, deseosa, jadeante, y fue lo único que vio hasta que los labios ajenos volvieron a los suyos, iniciando una ronda más de besos.

Myrtle no parecía ser consciente de lo que ocurría, de cómo venían por ella, para salvarla, para protegerla a toda costa del demonio con el que estaba unida en ese instante, de hecho, no parecía siquiera importarle. Sabía que, si esta tuviese su lado lógico predominando, habría acabado con la situación, ya que el entrar era suficiente para quitarle su pureza, contaminarla, ese era su objetivo, pero ahora, completamente fuera de sí misma, solo podía pensar en seguir.

Sabía que eran sus feromonas las que solían causar eso en las personas, lo sabía, pero le parecía que Myrtle era la mujer más hermosa a la que había corrompido de esa forma.

Y deseó también el llegar hasta el final.

Si Myrtle no la iba a detener, entonces nadie la detendría.

La sujetó con firmeza del trasero antes de empezar a moverse, antes de mover la cadera, antes de comenzar a embestirla, y le causó tanto alivio el ver a la mujer siguiendo sus movimientos, el cuerpo ajeno reaccionando tal y como quería que reaccionase.

Y eso era lo mejor.

Ya ni siquiera podía besar a la mujer como antes, la boca ajena gimiendo más y más, impidiendo devolverle los besos como antes, pero no le molestaba ese hecho. Por el contrario, quería verla así, quería escucharla gemir aún más, aún más fuerte, que toda la iglesia escuchase como destruía la pureza, que en el mismo infierno se hicieran eco sus pecados contra el emperador de la oscuridad.

Se movió, caminando por la habitación, la mujer sobre ella sin dejar de moverse, sin dejar de usar su cuerpo para causar más fricción, aferrándose aún más. Logró llegar a una de las camas, sin verla, guiándose solamente por sus sentidos, por el aroma a lavanda que emergía de una de ellas. No dudó en dejar a Myrtle en la cama, obligando a que sus cuerpos se separasen, pero quería acomodarla, quería tomarse su tiempo para que la situación fuese agradable.

Quería ahogarse en esas sensaciones.

La dejó con la cabeza en las almohadas, acomodándola, mientras que por su parte se comenzó a acomodar entre las piernas ajenas, pero su mirada se había ido hasta la puerta, pudiendo sentir a las personas afuera, intentando entrar, intentando interrumpirla, y si cualquiera de esos bastardos lograba entrar, los iba a romper, uno por uno, hasta que no quedase nada de ellos, hasta que desaparecieran de ese plano, sin embargo, notó como su barrera brillaba con fuerza, diferente a cuando la había invocado. Se notaba que la magia demoniaca que salía por sus poros estaba ayudando a la acción, dándole más fuerza, haciéndola impenetrable.

Sintió las manos ajenas sujetándola de los antebrazos, y ahí se obligó a mirar a la mujer.

En otra circunstancia jamás habría dejado de mirar a su presa, pero sabiendo que tantas personas querían entrar ahí, destruir esa habitación, el enojo parecía querer dominar a la lujuria, pero al parecer, no por mucho. El demonio sin querer que nadie molestase en un momento tan glorioso como ese, dispuesto a destruir todo a su paso, a aniquilar, a torturar, a matar.

Al ver el cuerpo de Myrtle en la cama, sus piernas abiertas, su lugar privado completamente expuesto, olvidó por completo la ira que sentía. Ya se preocuparía de romper a los de afuera, por ahora, debía romper a esa belleza que tenía en su poder.

No se iba a detener.

Ya no más.

Chapter 71: Princess -Parte 5-

Chapter Text

PRINCESS

-Adoración-

 

Tenía una rutina bastante concreta.

Solía evitar el desayuno, y de inmediato salía a leer afuera, eso si el día estaba agradable, o también ocupaba esos días para ir al pueblo, pero ahí, debía de memorizarse bien los horarios de su familia para no tener problemas, a veces, cuando estaba nublado o con lloviznas solía ir a los establos y hacer algo de equitación, porque a los caballos, a la mayoría de estos, le agradaba aquel clima, y a ella también, aunque eso hiciese fastidiar a la servidumbre al tener que limpiar el barro, pero ella les daba una sonrisa y esperaba que su encanto natural calmase su molestia.

Ya cuando llovía con fuerza, se quedaba en casa, ni siquiera a su padre le gustaba trabajar cuando llovía, así que procrastinaba más, así que pasaban más tiempo juntos como familia. Eran pocas veces en el año, pero estaba segura de que todos disfrutaban de esos momentos.

Pero bueno, el tema ahí es que la servidumbre siempre reconocía los patrones de su rutina, siempre atentos a ella cuando salía a los jardines, así que no le sorprendió cuando escuchó las ruedas resonar por el pasto, reconociendo el sonido del carrito de la comida, como ella le llamaba, pero estaba segura de que tenía un nombre que desconocía.

No miró en esa dirección hasta que las mujeres le hablaron, y se hizo la sorprendida, así estas parecían incluso más satisfechas con su intromisión. Dos de las mujeres de la cocina se acercaron, la mayor llevaba muchos años ahí, desde niña, y debía tener unos diez años más que ella, ahora, si no se equivocaba, era la jefa de la cocina, y la otra, era joven aun, una de las hijas de la servidumbre que ayudaba en la cocina, quien debía tener unos años menos que ella. Ambas eran muy agradables, y le encantaba que fueran esas dos en particular quienes la vinieran a ver la mayor parte del tiempo, porque eran sin duda quienes más la mimaban en toda la cocina, y eso para ella, era sin duda lo que más prefería.

Podía ser la persona más encantadora, pero había personas que eran más estoicas, más frías, como su hermana mayor que jamás la mimaba como el resto de su familia, incluso su hermano solía darle en el gusto a pesar de estar siempre tan metido en lo suyo.

Se vio mirando de reojo a Joanne, quien se puso tensa con la aparición de ambas mujeres, quienes de inmediato dejaron el carrito frente a ella, haciéndole un té caliente y ofreciéndole de comer. Sabía ya que había perdido la oportunidad de usar sus encantos contra Joanne, pero le gustaba que esta se diese cuenta del poder que tenía.

Le gustaba disfrutar de sus privilegios.

“Mi pequeña princesa, me preocupaba que se saltase el desayuno y no pudiésemos encontrarla.”

La mayor habló, ofreciéndole la taza, la cual tomó después de dejar su libro al lado de la pila, sonriéndole de vuelta. Esa mujer la vio desde aún más pequeña, así como la servidumbre más mayor que vivía entre los muros, que la trataban como a una niña pequeña aun, y adoraba esa sensación.

Se sentía eterna ahí.

Prefería que siguiese así.

“El día está lindo para disfrutar de los jardines, no me pude resistir.”

Y en realidad, no podía resistirse.

Estar adentro era sofocante, no sabía cómo el resto de su familia adoraba vivir recluidos.

La mujer soltó una risa, y le iba a decir algo, pero sus ojos claros se fueron hacia atrás de ella, cierta preocupación en sus ojos, obviamente mirando a Joanne, mirando al nuevo, al forastero. Esta se acercó a ella, solamente para hablarle en un susurro, y esperaba que la rubia tras ella escuchase, y así pudiese notar, una vez más, lo complicada que era su situación.

Lo dependiente que debía ser de ella para mantenerse a salvo.

“Realmente aceptó a un forastero, ¿No ha tenido problemas? Estábamos preocupadas.”

Se vio negando, quitándole importancia.

¿Problemas? Oh no, los problemas los iba a tener Joanne, no ella.

“No se preocupe, el chico nuevo es bastante tranquilo y callado, así que no da problemas. Y aunque así fuese, es seguro aquí dentro.”

En la fortaleza que su padre mantenía segura, siempre.

Le preocupaba más lo que el reino de Joanne podría hacer en contra de ellos, más que lo que la mujer pudiese llegar a hacer. Esta no tendría oportunidad, ni siquiera contra ella.

“Usted es muy valiente, princesa.”

La chica, la asistente, habló, luego de haber permanecido en silencio, los ojos oscuros de esta observándola, cierta pizca de admiración en su expresión. Debía admitir que también le gustaba generar eso en las personas, admiración, pero rara vez tenía la oportunidad de hacer algo para conseguir aquella reacción, normalmente haciéndose más diminuta, y así obtener atención. Si esa chica pudiese ver lo que podía hacer con alguna arma, ahí de seguro la conquistaría del todo.

Se contuvo para no soltar una risa vulgar.

De hecho, probablemente supiese algo al respecto, al final, la servidumbre y los guardias solían comunicarse más de lo que hacían saber, y estos sabían de lo que ella era capaz.

El tiempo libre la hizo capaz de mucho.

Graciosamente, estas no le dieron ninguna otra mirada a Joanne, ni aunque fuese un supuesto hombre joven y apuesto, solo se enfocaron en ella, y le sorprendía, porque Joanne realmente tenía un rostro bonito, inusual en esas tierras, no las culparía por mirar de más, ella misma se veía tentada a mirarla.

Así que tomó ese momento como una victoria, al ganar ella la atención, una mujer promedio, en vez de una belleza como Joanne.

La chica le dio una sonrisa mientras se movía al carrito, abriendo la tapa de una de las bandejas, y adentro había uno de sus pasteles preferidos, y esa si que era una sorpresa de la que genuinamente se sorprendió.

“Al no verla en el desayuno, decidí cocinarle algo yo misma, espero sea de su agrado.”

Oh, que adorable.

Quería saltarse el desayuno siempre.

“Me va a encantar, estoy segura.”

Le sonrió, la chica acercándose con un trozo, sentándose a su lado, y ahí solo abrió la boca mientras la menor de las mujeres la alimentaba, y ella se regocijó con la atención. Si, por supuesto que se aprovechaba de su posición, de su estatus, pero ¿Cómo no hacerlo? Además, si las mujeres iban a tratarla así de bien, tenía la mejor excusa para hacerlo.

Esos momentos eran los que le hacían querer quedarse en el castillo por siempre, siendo atendida por mujeres que la mimaban y la trataban como realeza, porque era de la realeza. No entendía como el resto de su familia eran tan tontos para ser reacios a esa atención, si, vaya tontos.

No disfrutaban los verdaderos placeres de esa vida.

Ni siquiera tenía que limpiarse los labios luego de comer porque la mayor de ambas la limpiaba, y estaba segura de que, si lo pidiese, estas le mascarían la comida antes. No iba a mentir, ni engañarse a sí misma, ya que realmente le gustaba estar rodeada de mujeres, y cuando se frustraba al no poder salir del castillo, solía aprovechar esas oportunidades para tener un respiro y disfrutar de su posición.

Curiosamente, ahora hasta su guardia era una mujer, y lamentaba que en el castillo las mujeres no soliesen tener ese tipo de trabajos, no era realmente mal visto, pero rara vez había alguna mujer interesada, sabía bien que, a su padre, el rey, no le molestaría, y si llegaba a molestarle, ella sería la primera en saltar y decirle que lo aceptase, pidiéndole con locura que una mujer estuviese siendo su sombra, pero al final, consiguió lo que quería.

Aunque a regañadientes.

Esa Joanne debía de estar molesta de ser nada más que un súbdito para su persona, un súbdito de una persona como ella. De estar en lo alto, para luego tener que rebajarse de esa forma.

Por lo mismo parecía tan indignada.

Se contuvo, de nuevo, para no soltar una risa que podía salir con un tono malévolo, eso rompería su careta.

Le encantaba su posición ventajosa.

Las mujeres se quedaron acompañándola durante buenos minutos, ofreciéndole más pastel, más té, más compañía, y si no tuviese que mantener su postura como la pequeña princesa del castillo, la chica mimada y adorable, probablemente pediría otro tipo de atención.

No, no, autocontrol.

Perdería los estribos rápidamente en una situación así, y no podía permitir que su máscara cayese frente a esas personas, a menos que confiase demasiado, y estaba segura que esa chica que siempre la miraba con esos ojos brillantes, no podría soportar su otra personalidad, huiría despavorida, probablemente la mayor si…

Autocontrol, Eleanor.

Les agradeció cuando terminó de comer, haciéndoles notar lo apreciada que era su intervención, así lo seguirían haciendo, y eso era lo importante. Estas le sonrieron de vuelta, dándole una reverencia antes de volver de donde vinieron, moviendo el carrito, las ruedas resonando. Antes de dar la vuelta por uno de los pilares, la menor se tomó un momento para despedirse de nuevo con la mano, y por supuesto que le dio en el gusto, despidiéndose de igual manera.

Que poco protocolar, pero se lo perdonaba, porque era tierna.

“Esas mujeres están haciendo esto porque quieren.”

Y el mágico momento se rompió.

No entendió lo que Joanne le dijo, esta apenas murmurando con su voz suave, porque era una aseveración, de eso estaba segura, pero parecía sorprendida, incrédula incluso.

Giró el rostro levemente para ver a la mujer, quien estaba tras ella como todo ese rato, vigilándola silenciosamente, silencio que era demasiado ruidoso para ella que tenía tan poca paciencia. Los ojos claros miraban hacia donde la servidumbre se había ido, el sonido de su carrito resonando contra la piedra, ya desapareciendo en la lejanía.

Recién ahí, los azules de la mujer la miraron, esta luciendo sorprendida al ser oída, obligándose a bajar la mirada, a mantener su postura sumisa, y ojalá tuviese una reacción diferente, porque su atrevimiento y su timidez la desesperaban por igual.

Soltó un suspiro y volvió a mirar al frente, tomando uno de los libros de la pila, uno diferente que el anterior, ojeándolo.

“¿Quieres elaborar?”

Joanne, tras su pregunta, soltó algo parecido a un sollozo, esta tragando pesado, viéndose sin escapatoria, pero sin verla, pudo escuchar como su postura cambió, más firme, y creía que algo de su otra personalidad logró salir a la luz por un segundo, pero no le dio importancia suficiente para mirarla de nuevo.

Era una belleza, sí, pero vaya que mirarla la hacía perder los estribos.

Y no de una buena manera.

“Deben hacer lo que la familia real les ordena, y no les diste la orden de traerte el desayuno, pero hicieron lo que quisieron al venir aquí, solo por ti, lo cual es inapropiado.”

Si, estaba segura de que la fría y rota Joanne había aparecido, la reina cobarde, las grietas de su pasado haciéndose notar, las heridas reabriéndose, y se contuvo para no mirarla, para no regocijarse en su dolor del pasado, porque le molestaba, creía que era capaz de volver a amenazarla con tal de sacarle la verdad, de saber de una vez por todas la razón de su cobardía.

Odiaba esas dos caras, no las soportaba, ambas sacaban los peores impulsos de sí misma.

Pero podía ser vista, al final, estaba siendo vigilada, bueno, no ella, pero si John, así que debía obligarse a mantenerse cuerda, a no perder el control.

Su máscara debía permanecer.

Negó, soltando un suspiro, concentrándose en la conversación más que en la mujer.

“Es su trabajo, ¿No? Atender a la realeza, y eso están haciendo, su trabajo.”

Y era lo más obvio del mundo.

Pero Joanne negó, lo supo por el sonido del roce de su cota de malla contra su armadura.

“Lo hacen queriendo, quieren atenderte, porque las has manipulado lo suficiente para que lleguen al punto de adorarte, de desear satisfacerte con sus existencias.”

Vaya.

Joanne habló, su voz sonando gélida y llena de veneno. De nuevo tenía la audacia de insultarla cuando estaba de espaldas, cuando estaban separadas, cuando no podía ser vista, cuando estaba lejos de sus garras. Decirle manipuladora y mentirosa en tan poco tiempo, esa mujer estaba haciendo todo para que la odiase, para que la destruyese, y estaba tan cerca de dejarse llevar y cumplir con los deseos ajenos.

Si, Joanne podía ser bonita, pero eso no era suficiente para mermar su ira.

Como quería terminar de quebrarla, así como quebró a otros forasteros.

“Solamente tienes el valor de insultarme cuando no te estoy mirando, cuando estás lejos de mi alcance, pero cuando estamos de frente, temes siquiera levantar la voz. Esa es una actitud irritante, tanto así que podría costarte la vida.”

Notó vacilación en Joanne.

Su postura cambiando de nuevo, y no tenía que mirarla para notarlo, incluso su respiración se volvió entrecortada, así como el evidente temblor en su cuerpo, su armadura dejándola expuesta. La escuchó tragar pesado, como si estuviese dándose el valor, de todas formas, seguían en la misma posición, lo cual era favorable para que esta pudiese hablar sin miedo, pudiese enfrentarla, porque a pesar de su postura sumisa, a pesar de que fuese introvertida, a pesar de que fuese una presa, fue criada para ser una reina, fue convertida en una, y ahí, sus posturas chocaban, porque ambas querían poder, ella quería el poder, y Joanne debía tener el poder, porque era una segunda naturaleza.

Era la naturaleza de la reina rota, la reina que huía de quien sabe qué, que seguía teniendo hábitos difíciles de deshacerse, comportándose así, terca, controladora, negándose a ser tratada de manera inferior, mientras que su otra parte estaba tan asustada de aquel trauma, de aquel pasado, que no era capaz ni siquiera de enfrentarlo.

Eran dos caras incompetentes, mientras ella, era competente de ambas formas.

Ambas eran realeza, pero venían de mundos muy diferentes.

“N-no podrías matarme. Hay alguien viéndonos.”

Si, eso era verdad.

Se vio sonriendo, sin poder contener su mueca, tanto así que se llevó el libro frente a su cara, para ocultar, de cualquiera que estuviese alrededor, su rostro. Esa expresión no debía ser vista, solo por sus enemigos, solo por los parásitos que querían destruir su mundo perfecto, su tablero de ajedrez.

Nadie tocaba a sus peones.

Y no dejaría que nada ni nadie se interpusiera en su camino.

Mucho menos aquel enemigo que tenía tras ella, y solo lo aceptaba, porque sabía lo fácil que era destruirla si se volvía un problema.

“Te diré como, John, voy a moverme, seré más rápida que tú, no te darás cuenta y ya estaré frente a ti, sujetando tu arma, usándola contra ti, esta está tan afilada que no será problema atravesar la cota de malla de tu abdomen, y la retorceré dentro de ti para asegurarme que no salgas viva, y luego te agarraré y te haré caer justo sobre mí, haciéndote ver como que tiraste contra mí, y gritaré y lloraré a todo pulmón, y todos verán aquel acto infame.”

Joanne se quedó en silencio.

Un silencio sepulcral, y podía sentir el miedo proviniendo de esta, podía oler su miedo.

No era una tarea difícil, Joanne se congelaría al ver la espada, y no reaccionaría, tal y como antes, y en ese instante ella tenía mejores habilidades que esta, así que no sería un problema.

Siempre ganaba.

“P-pero…él nos está viendo, él sabrá la verdad.”

El pánico en la voz de la mujer era evidente.

Le gustaba ver el pánico, escuchar el pánico, sobre todo en la gente de la que quería deshacerse, pero no debía dejarse llevar, no debía perder los estribos, porque Joanne le era útil, y mientras siguiese siendo útil, iba a obligarla a permanecer viva, a seguir sus órdenes, a ser una persona más comiendo de su mano como todos en ese castillo, en ese reino.

Y así conseguiría todo lo que deseaba.

“Si, nos verá, pero ¿Acaso crees que su palabra es superior a la mía? Nadie le va a creer a él, nadie debe creerle a él sobre mí, porque aquí dentro, nadie pensaría que yo sería capaz de hacer nada semejante, o al menos nadie debe saber oficialmente de lo que soy capaz. Seré buena con algunas armas, porque tengo el talento innato de mi familia, de la realeza, soy un genio después de todo, ¿Pero asesinar a alguien? No, por supuesto que nadie creería posible tal atrocidad.”

Aunque ensuciarse las manos de esa forma le parecía demasiado, prefería los actos más leves, reversibles, no tenía sentido provocarle miedo intenso a una persona, y que muriese, no, mucho mejor era que viviese recordando ese momento, y así los errores no volverían a cometerse.

Se giró un poco, ahora si observando a la mujer, esta dando un salto, poniéndose tensa, recta, nerviosa, cuando sus ojos conectaron. La veía sudar, inquieta, temiendo la muerte, como cualquier mortal.

Ahí, teniendo la atención total de esa mujer, le sonrió, probablemente dándole la sonrisa más macabra que podía mostrar.

“Y siempre puedo decirle a todo el mundo tu sucio secreto, y ellos se encargarán de hacerte sufrir. Sé que tus actos fútiles de dominancia no son nada más que instintivos, así que no voy a condenarte por ellos, pero empieza a aceptar que, si estás viva, es por mí, y debes mantener tu lugar sin dejar caer tu máscara de obediencia que te puede costar caro.”

Le puede costar la misma muerte.

Y honestamente, no quería ocasionarle aquel final, no era necesario, además, estaba demasiado curiosa sobre su pasado para perder la oportunidad de desmembrar aquel misterio. O descubría todo, o ganaba su libertad, pero no iba a terminar con las manos vacías, estaba sacrificando demasiado para irse con las manos vacías.

Joanne la miró, asustada, hasta que bajó el rostro, asintiendo, tragando pesado una tercera vez, su postura tensa pero aterrada, como si quisiese hacerse más pequeña y así desaparecer, pero la armadura no se lo permitía, ni tampoco su altura.

Estuvieron en silencio durante un largo rato, ella volviendo a lo suyo, a su libro, y Joanne quedándose en silencio, haciendo su deber, que era resguardarla, sin decir nada más para insultarla o dejar sus intenciones expuestas, que ya se sentía lo suficientemente enojada para tirar todo a la borda y explotar de una vez por todas.

No necesitaba que esta siguiese molestándola.

Hasta que, minutos más tarde, probablemente una hora, ya que se vio enfrascada en la lectura, la escuchó soltar un suspiro.

“No sé si estoy en mayor peligro aquí, o en el pueblo.”

Vaya dilema.

Ambos lugares podían ser su perdición.

Pero había una diferencia.

“Allá te descubrirían rápidamente, el pueblo es un lugar agitado, y no les quitan la mirada de encima a forasteros, y aquí, también estas sometida al mismo riesgo, sin embargo, estoy yo, puedo ser tu total perdición y tu mayor tortura, pero, si juegas bien tus cartas, puedo ser tu salvación, y no encontrarás eso allá abajo.”

Todo acto tiene su castigo, así como su recompensa.

Se vio soltando una risa, genuina, divertida, dejando caer la nuca contra la banca, cerrando los ojos, sintiendo la brisa y el aroma de los jardines inundando sus pulmones, las flores aromáticas, las frutas dulces, todos esos olores revoloteando.

Abrió los ojos, teniendo el rostro de Joanne a su alcance en esa posición, los azules ya no lucían asustados, más bien lucían curiosos, sorprendidos quizás, y era de esperarse, reír así, con esta, debía ser algo extraño.

“Haz como los demás, obedéceme y hazme feliz, solo así lograrás sobrevivir.”

Esa era la regla.

Y Joanne debía aprenderlo pronto, esta debía adorarla, hasta el punto en que le fuese lo más leal posible, solo así podrían lograr sus cometidos, pero dudaba que esta estuviese muy a favor de eso, reticente, y era molesto. Pero no la culpaba, vio lo peor de ella, ya que no mintió desde el comienzo, lo cual fue un error.

Pero a los forasteros no le daba aquel beneficio.

Como sea, el tiempo era demasiado frágil en su situación, y no creía tener todo el tiempo del mundo para engatusar a Joanne, sobre todo teniendo su otra cara ya expuesta. Siempre podía existir un contratiempo, y le aterraba la idea, pero no podía ni iba a permitir que su plan se arruinase.

Teniendo ahí la oportunidad, no iba a dejarla ir fácilmente.

Nunca.

 

Chapter 72: Antihero -Parte 8-

Chapter Text

ANTIHERO

-Rescate-

 

Apretó los puños.

Sabía que sus nudillos se habían vuelto blancos, así como sentía la piel tirante en la zona, las venas en sus manos asomándose, en sus antebrazos, probablemente incluso en su cuello.

Pero él no la estaba mirando, para nada, estaba pendiente del medallón, nuevo, reluciente, hablándole sin detenerse acerca de las funciones nuevas que tenía, como su traje había sido mejorado y así mismo el mismo objeto, así que, si volvía a estar en una explosión como la anterior, no sería tan caótico como fue.

Debería estar feliz de tener su identidad de vuelta, pero se sentía iracunda.

Ese sujeto, quien fue su amigo, tenía a una niña encerrada, en cautiverio, a una niña con la que planeaba usar para sus objetivos egoístas, experimentar con esta así como experimentó con ella, con su mejor amiga.

De nuevo, no iba a hablar de moral, porque no tenía moral alguna a esta altura de la vida, con todas las cosas horrendas que había hecho desde que era niña hasta la actualidad, no tenía derecho alguno para quejarse.

Sin embargo, él decía proclamarse un héroe, un hombre lleno de moral y buenos principios, así fue desde que era un niño, pero ahora, algo andaba mal. Ya no veía al mismo niño de entonces, si, seguía siendo similar, aun notaba su cabello castaño, sus ojos suaves, los lentes que lo hacían ver indefenso, así como su postura sumisa.

Era alguien que debía ser protegido, y eso hizo, lo protegió desde el comienzo, apenas este la miró, apenas validó su existencia, prometió cuidarlo de todo mal. Se ensució las manos cada día para ayudarlo, incluso marchitó su propia existencia por él.

Pero ahora…

Había algo en él, algo que no reconocía, y debió darse cuenta de eso cuando estuvo en esa camilla, años atrás, siendo monitoreada mientras su cuerpo pasaba por horribles facetas, cuando su piel se le caía a pedazos, cuando su cabello se le caía a mechones, o cuando sus órganos explotaban sin razón aparente.

Y él vio todo eso, todo su sufrimiento, con ojos esperanzados, con una sonrisa de oreja a oreja.

Por eso huyó de ahí, y volver, tener que volver con la cola entre las patas, era como un insulto a sí misma, pero lo hacía por una razón.

Y ahora, estaba ahí por una razón, más que volver a tener su identidad de vuelta.

Lo hacía por Devna.

A quien, ahora en la actualidad, prometió proteger.

Cuando Dodek le entregó al fin el medallón, luego de la promesa de comportarse de ahora en adelante, de cumplir como el héroe que debía ser bajo el cuidado de esa compañía, se sintió en calma, sonrió, recuperando su máscara, su carisma, ocultando su ira, y apenas tuvo el objeto en su pecho, apretó el botón, y sintió el cuero sintético abrazando cuerpo, abrazando su piel como tantas otras veces, encajando a la perfección con su silueta.

Los colores eran más vividos que antes, y si bien se había acostumbrado a los colores tierra que tanto solían adorar de niños, se sintió feliz de que cambiasen.

Porque ahora, ya se alejaba de ese hombre, de ese lugar, para siempre.

Y con ese traje, con esas mejoras nuevas, podía hacer lo que quisiera.

Golpeó su puño contra su mano, sonriéndole al hombre, haciendo todo ese teatro, una última vez.

Fingir una vez más, para huir, para vengarse.

“Ahora si podré patearle el trasero a esa serpiente.”

Vio los ojos de Dodek brillar.

¿Quién de los dos era más ingenuo?

¿Quién de los dos creía más ciegamente en el otro?

¿Quién de los dos era el que perdonaba más los errores del otro?

Esa era una respuesta que no conocía, y dudaba responder alguna vez.

“Cuento contigo, Wlad. Siempre has sido fuerte, ¡Se que puedes contra ella!”

No, lo dudaba.

No podía contra Devna.

Porque Devna era su debilidad.

Asintió, sonriéndole una vez más, mientras salió de la oficina a toda velocidad, su cuerpo moviéndose con menos dificultad que con su traje anterior, había menos fricción, menos molestias, y dudaba siquiera que alguien pudiese ver mucho de ella mientras se movía a esa velocidad. A cámara lenta para sí misma, pero a la velocidad de la luz para los otros. Y si bien nadie podía verla, si había cámaras que probablemente si, y sabrían que era ella cuando huyese de ahí, por lo mismo, debía apresurarse.

Dio unas vueltas por el piso, y se metió rápidamente en ese lugar, detrás de las puertas dobles.

Esa era su oportunidad.

Su única oportunidad.

Cuando se vio de nuevo frente a esa habitación, notó que había una cámara ahí, dentro de la jaula, apuntando hacia la pequeña cama, lo cual le daba aún más asco, y eso hizo que su rabia volviese a emerger. Ni siquiera había cámaras en el pasillo de ese lugar, pero si monitoreando a la niña.

Ese hombre, ya no era el niño de antaño.

Ese hombre ya no era su amigo.

Ese hombre había pasado la raya.

Si su teoría era cierta, él era la causa de que Devna fuese atacaba seis años atrás, que su marido fuese asesinado a sangre fría y que su hija fuese arrebatada para terminar ahí, como un experimento de los ricos, de los poderosos. Y eso pasó con Devna, pero ¿Cuántos más fueron afectados por eso? ¿Por esas búsquedas? ¿Solo Nepal, o más países fueron atacados?

No quería saber.

Lo único que importaba ahora, era esa niña.

Los ojos oscuros la miraron con sorpresa, y su rostro de nuevo le recordó al de su madre, a la mujer que era su debilidad, a la mujer más hermosa que sus ojos habían visto, y esa niña iba a ser igual de hermosa cuando creciera.

Porque iba a permitir que creciera.

Porque ahí…

Le harían cosas peores de lo que le hicieron a ella.

Esta se acercó al vidrio, mirándola con curiosidad y al mismo tiempo con confusión. Al parecer la recordaba desde la última vez, era la única persona a parte de Dodek que se aparecía ahí, a menos que se tratase de los cuidadores, y dudaba que estos siquiera mostraran el rostro, alienando aún más a la niña.

Se puso de cuclillas, y se tomó un momento para mirar la cámara en una de las esquinas, cámara que por suerte no la apuntaba a ella, o Dodek ya sabría su plan, incluso ya sabría que estuvo ahí antes.

Volvió a poner la mano en el vidrio, como la última vez, cuando tuvo que huir de ahí antes de ser descubierta, y esta vez, la niña se acercó y puso la mano al otro lado del cristal, sobre la suya, la cual era muy pequeña en comparación a su mano grande y tosca.

Notó una vez más su rostro moreno, como las manchas más claras avanzaban por su rostro, y parecían haber crecido en esos días, y probablemente seguirían así, consumiendo su rostro, toda su piel.

Esa niña no estaba a salvo ahí.

Quizás no debería importarle, no, estaba segura de que no debería importante, y se convenció a si misma que era solo porqué podía ser la hija de Devna, pero empezaba a creer que veía un poco de sí misma en esa niña.

Sola, abandonada, huérfana, un experimento para ser usado.

“¿Puedes oírme?”

Le habló, y la niña dio un salto, si, la había escuchado, y esta asintió.

Podía escucharla, y podía entenderla.

Al menos le habían enseñado a hablar, y no la habían mantenido ahí como un animal, aunque aún no sabía cuál era la razón para tenerla ahí, o usar su cuerpo, su ADN, o usarla a esta misma para sus planes. Para ser un peón más.

Podía ver su cuerpo, ahora con menos ropa que la última vez, y estando así se cerca, pudo analizarla, notando más manchas claras llenándola. Y se dio cuenta de algo más, de una marca en su brazo. Pequeña, cuadrada, y supo de inmediato que era un chip, y eso podría significar que tenía un rastreador, eso complicaba un poco más las cosas, pero a esta altura, luego de todos esos años de encierro, el tener que sacar eso de su cuerpo no parecía ser lo más grave por lo que tendría que pasar.

“¿Te gusta estar ahí dentro?”

Su pregunta no era la que quería hacer, por el contrario, ni siquiera tenía que perder tiempo en eso, solo sacarla de ahí, y nada más, pero fue un impulso.

Dudaba que esa niña hubiese elegido algo en su vida, en su corta vida.

Y quería darle la oportunidad de escoger, al menos una vez, de tener un pensamiento propio.

La niña la miró, confundida, pero luego la notó pensativa, y ver una mueca así de madura en una niña, solamente le hacía entender que ahí dentro la habían obligado a dejar de ser una niña, y convertirse en algo más.

La niña negó, sin decir nada más.

Se quedó pensando un momento, antes de preguntar de nuevo.

“El hombre de lentes, ¿Te da miedo?”

La niña sabía quién era.

Debía saberlo.

Notó como su cuerpo se puso tenso aquel día cuando la puerta se abrió, y ahora, con la pregunta, se volvió a poner tensa, sus ojos en evidente pánico.

Esta apretó los ojos, su pequeño cuerpo temblando.

Finalmente, asintió.

No necesitaba hacer más preguntas.

Eso era suficiente.

“Hay una mujer que quiere conocerte, una buena mujer. Así que te sacaré de aquí y te llevaré con ella, te prometo que te va a cuidar.”

La niña la miró, sus ojos brillando, dejando de lado su mueca desolada, cambiando a una completamente esperanzada. Era una oportunidad, una nueva oportunidad, y para un niño, el tener la mínima pizca de amor luego de no tener nada, era sin duda un regalo que no se podía negar.

Ella misma hubiese deseado tener eso cuando tenía esa edad.

El tener a alguien, luego de no tener nada.

Esta asintió, sus ojos humedeciéndose.

Se paró de nuevo, y se quedó frente al cristal aquel, lo tocó, lo sintió, era reforzado, no sabía bien que tanto, pero si alguien podía romper algo irrompible, era ella.

“Voy a romper esto, así que necesito que te mantengas a salvo.”

La niña se limpió los ojos antes de moverse por la habitación, abriendo una puerta que acababa de notar, la que parecía llevar al baño. Esta se escondió tras de la puerta, y se tomó un momento para respirar profundo.

Apretó los puños, sintiéndolos arder, sus venas hinchándose, sus músculos tensándose. Tomó posición, se preparó, apuntó su puño en el cristal, y lo fue alejando, poco a poco, tensando más y más cada parte de su cuerpo, de su brazo.

Era fuerte, pero ahora necesitaba una fuerza absoluta, y se sentía bien como su traje se adaptaba sin problema a sus músculos.

Su antiguo amigo podía ser un asqueroso bastardo, pero vaya que era bueno en su trabajo.

Contuvo la respiración por unos segundos.

Y expiró.

Y con eso, soltó la tensión, llevando su puño al cristal.

Pudo sentir como este se resistió, como si fuese antibalas, pero no se resistió lo suficiente. Lo sintió quebrarse en sus nudillos, y su puño atravesó sin problemas.

Lamentablemente, no se rompió por completo.

Y lo peor, es que las alarmas empezaron a sonar.

Mierda.

Tuvo que pensar rápido, mientras la niña volvía a salir de su escondite, en pánico.

Puso los dedos en los bordes del agujero que hizo, y jaló, usando toda la fuerza que era capaz de tener, y escuchó el cristal sonar mientras se rompía, poco a poco.

Si la persona ahí dentro no fuese una niña, se habría sentido inútil al haber hecho un agujero tan pequeño, pero era una niña, pequeña, así que cabría. Metió los brazos y la niña se acercó, con urgencia, ambas escuchando las alarmas resonar por el pasillo. Esta se afirmó de sus antebrazos, y la sujetó de su torso, y sin problema la hizo pasar por el agujero que creó.

Ese lugar había sido hecho para contener a un meta humano, y empezó a sentirse enferma pensando que esa cárcel pudo haber sido para ella.

Un cristal reforzado para mantenerla cautiva.

Tomó a la niña en brazos, y corrió de inmediato, ni siquiera se tomó un segundo, nada. Mantuvo a la niña firme en su torso mientras corría, mientras pasaba al lado de los guardias que entraban a la zona, alertados por la alarma, así como vio a Dodek, su rostro contenido, pero notaba el enojo en este.

No esperó más, no se detuvo, solo corrió lo más rápido que podía.

Se sentía sudar, más por la adrenalina que por el cansancio, pero sabía que necesitaría recuperar fuerzas, pero primero que todo, debía llevarla donde Devna.

Pasó por los pasillos, pasó por las escaleras, salió del edificio, este aun resonando con las alarmas que sonaban lentas y tortuosas en sus oídos, y ya afuera del lugar, pudo escuchar más silencio, y ahí, pudo avanzar sin demora hasta el escondite de Devna.

La niña en sus brazos se mantuvo aferrada, sus ojos cerrados, probablemente el ser sometida a una velocidad así la iba a hacer sentir enferma, pero era otro sacrificio que debía soportar por la libertad.

Fuese o no la hija de Devna, se sentía en la obligación de cuidarla.

Y eso haría.

Entró por otra entrada al escondite, una entrada que Devna le dijo, que era mejor, más rápida, e hizo caso. Cuando llegó al centro del lugar, a la guarida helada, se sintió tranquila, como si aquel fuese el lugar más seguro y más acogedor el mundo.

Se fue deteniéndose, poco a poco, hasta finalmente parar, y se sintió mareada, jadeando, tal vez por la adrenalina, por el cansancio de usar sus poderes, o por el caos que tenía en su cabeza, en su estómago, y sabía que la niña debía sentirse igual o peor que ella.

Pero sus preocupaciones se mermaron cuando se topó de frente con Devna, sus ojos amarillos parecían sorprendidos y su cuerpo estaba tenso.

Se vio mirándola, sin saber que decirle, y fue la niña quien se removió primero, sacando el rostro que tenía escondido en su pecho, y miró alrededor.

Notó algo de tensión cuando los ojos de la niña y los de Devna chocaron, se conectaron. No supo que decir, así que solo se quedó en silencio, el nudo en la garganta estaba de vuelta, y odiaba esa sensación. Pero no quería arruinarlo, no quería arruinar un reencuentro.

Y sucedió.

Le sorprendió ver los ojos amarillos llenándose de lágrimas.

El ver las mejillas morenas humedeciéndose.

El ver su cuerpo temblando.

No era una imagen que creyó ver, que era posible siquiera de ver, conociendo a la mujer que asesinaba a sangre fría, que planeaba sin parar para conseguir venganza, pero ahora que la veía, sentía el nudo en su garganta creciendo, aún más.

Devna no dijo nada, solo se acercó, sus manos por inercia moviéndose, estas llegando al rostro de la niña, a las mejillas ajenas, sujetándolas. Podía ver una sonrisa en el rostro de la mujer, una sonrisa real, una sonrisa genuina, mientras las lágrimas seguían cayendo, sin parar.

A pesar de que no la miraba a ella, sintió su pecho apretarse, y le pareció, una vez más, la mujer más hermosa que había visto.

“Hija mía.”

La niña probablemente no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero la mujer lo sabía, lo sentía, reconocía a la niña que sostuvo en brazos hace seis años, y ahora lo sabía con solo mirarla, su instinto de madre en su punto más alto.

La niña se giró, soltándose del agarre, mirándola ahora a ella, sus ojos confundidos.

“¿Ella es la mujer de la que hablaste?”

La pregunta de la niña la descolocó, ya que no la había oído hablar, y no sonaba como una niña de seis años, pero bueno, que sabía ella de niños.

Notó eso sí, dolor en las facciones de Devna, porque reconocía a la niña como su hija, pero para la niña no era nada más que una desconocida, una mujer sin nombre, de la que no tenía recuerdo alguno. No era su madre, solo era una extraña, y eso parecía dolerle más que nada, pero al menos, ahí estaba, de vuelta en su vida.

Viva.

La niña, a diferencia de lo que creyó, parecía confiar en ella, tal vez por sacarla de ahí, así que sabía que era su responsabilidad el ayudar en esa situación.

Se puso de cuclillas y bajó a la niña, dejándola con los pies en el suelo, esta mirándola, curiosa, pero con una seriedad que, de nuevo, no encontraba que fuese normal. Pero ¿Qué más esperaba de una niña que pasó su vida encerrada, siendo acechada por un hombre manipulativo, siendo tratada como cualquier cosa menos como una niña, como un humano?

Se iba a asegurar de que tuviese una vida.

Que pudiese vivir lejos de ese mundo.

Le sonrió a la niña, y apuntó a Devna, ya niña girándose, mirando de nuevo a la mujer que solía ser imponente, que solía verse como lo que era, una asesina, sin embargo, en ese momento, su rostro se veía vulnerable, débil, sus mejillas bañadas en lágrimas. Ni siquiera las colas que siempre permanecían en movimiento lo estaban en ese segundo, detenidas en el tiempo, a ras de suelo.

“Mirala, ¿No te parece familiar? Mirala, y mirate a ti, ¿No encuentras que son parecidas?”

La niña la miró de nuevo a ella, los ojos de ambas eran oscuros y humanos, diferentes a los claros e inhumanos de Devna, pero ese era una diferencia que esta no sabría en ese momento. Esta asintió, y luego tomó los cabellos que tenía a su alcance, miró los mechones, miró el color de su piel, y luego subió la mirada, buscando a Devna, quien ahora se había agachado también, su cuerpo débil, tembloroso, como si temiese acercarse, como si temiese asustar a la niña con su apariencia.

Como si fuese a temer al monstruo en el que se convirtió por la venganza.

La niña asintió, y cuando volteó a mirarla una última vez, parecía determinada.

“¿Es realmente mi madre?”

Su pregunta le causó alivio, así como vio alivio también en Devna.

Así que le asintió.

“Lo es, aunque sea difícil de creer. Ella te ha buscado y extrañado por años, y sé que se ve un poco intimidante, pero es una buena persona y haría lo que sea para protegerte de esa gente malvada que te tenía encerrada.”

Cuando la niña volvió a mirar a Devna, esta parecía haber suavizado aún más su rostro. Se veía humana, realmente humana, como jamás la había visto.

Ahora veía una mueca diferente en esta.

Y sentía el corazón latirle rápidamente.

Esa mujer era realmente una Diosa, y no podía evitar gustarle un poco más ahora que la veía así.

“Si eres mi madre, ¿Sabes mi verdadero nombre?”

La niña levantó el brazo, y notó una marca en su mano, unos números, y supo que ambas se quedaron viendo aquel código en sorpresa, y en molestia.

Si había un código, significaba que había más.

La mera idea la hizo sentir hirviendo, de nuevo. No quería culpar a Dodek de todo, o al menos, quería creer que él no era la mente maestra de todo eso, quizás echarle la culpa al padre de este era la respuesta que más tranquila la dejaba, pero a esta altura, dudaba que así fuese.

Ya tenía las manos manchadas.

Fingió ser un héroe, la obligó a ella a seguir ese camino, para este terminar siendo lo peor.

“Prisha.”

Las manos de Devna llegaron de nuevo al rostro de la niña, sujetándola, sonriéndole, viéndose tan bella, tan humana, que se alegró de haber rescatado a esa niña, de haberla traído con su madre. Fue un acto egoísta al final del día, pero por ver a esa mujer sonreír de esa forma, valía la pena.

Haría lo que fuera por esa mujer.

Las dejó a ambas, y giró el rostro, mirando las cámaras de seguridad del lugar, sabía que era cosa de tiempo para que buscasen a la niña, para que la rastrearan hasta ese punto.

Pero lo habían esperado, de todas formas, planearon que hacer después.

Donde huir.

Y por suerte, Devna tenía otros lugares donde había hecho sus escondites, sus guaridas, donde podía mantenerse fuera del radar, donde no la encontrarían.

Y donde estaban ya no era un lugar seguro.

“No quiero arruinar el momento, pero la niña tiene un rastreador en su brazo, tienes que sacárselo antes de que puedas ir a la zona C.”

Devna levantó el rostro, mirándola, y de inmediato tomó a la niña, dejándola sobre la mesa, y buscó el lugar donde estaba aquel chip, la zona cuadrada levantada sobre su piel.

Podía notar ira en los ojos amarillos, ira por ver a su hija marcada, y porque hubiesen osado meter algo ajeno en su pequeño cuerpo. Y estaba de acuerdo, ver algo así, era detestable, y siendo ella alguien tan inmoral, hasta algo así le parecía demasiado.

Era solo una niña.

Habiendo tanta gente estúpida con la que podían trabajar, a la que podían usar, gente que no valía ni siquiera para gastar oxígeno, y van y escogen a una inocente niña.

Escuchó sonido a la distancia, tal sus sentidos desarrollados, o tal vez sus instintos, pero algo la alertó.

Lo sabía.

Lo sentía.

Y había aprendido a seguir sus instintos.

“Ya vienen, voy a intentar detener a quien sea que venga por ti. Avisame si logran pasar tu seguridad para venir a ayudar.”

Se apresuró a tomar uno de los audífonos que ahí estaban, ya preparados para la situación, y, de hecho, debió ponerse uno antes de ir donde Dodek, pero se podría decir que lo olvidó, si, muy poco profesional de su parte, pero así eran los planes con ella.

Se giró, hacia la salida, y sintió un agarre en su muñeca.

La mano de Devna la estaba sujetando, y deseó con todas sus fuerzas el no tener su traje puesto y poder sentir la piel ajena en la suya.

No es que estuviese tan necesitada de tacto, pero vaya, esa mujer realmente era su debilidad.

“Protegernos no estaba en el plan. ¿Qué vas a querer a cambio?”

Cierto.

Lo había olvidado, de nuevo.

Ego solo trabajaba por algo a cambio, aunque en esta circunstancia, no le molestaba arriesgar su vida para que Devna estuviese bien, para que pudiese tener su vida feliz con su hija. Haría lo que sea por esa Diosa.

Tal vez se haría religiosa.

Miró a la niña, quien parecía curiosa, sin entender que era lo que estaba ocurriendo, y menos mal recordó que esta seguía ahí, con ellas, o tal vez habría dado una respuesta un poco más indecorosa.

Vaya moral que tenía ahora.

“Creo que lo que quiero es una segunda cita, y con eso estaríamos a mano, así que ya me debes dos.”

Devna la miró, cierta molestia en su rostro.

Esta mujer aun creía que estaba molestándola con eso, pero lo decía en serio.

Nunca había querido una cita tanto como ahora.

Pero esta asintió, sellando su parte del trato.

Iba a volver a lo suyo, pero la mano seguía fija en su muñeca, y no entendió del todo lo que pasaba, pero no se iba a quejar. Podría estar lo que le quedaba de vida con la mujer sujetándola. Del cuello o de la mano, ya no importaba.

La mujer se acercó, tan suave como amenazante, y se vio detenida en el momento, estática, y sin palabras.

Odiaba estar sin palabras.

Pero que esa mujer le quitase las palabras, ya no sonaba tan mal.

Realmente estaba encantada.

“Te daré una tercera cita si prometes llegar a la zona C a salvo, te necesito viva.”

Oh.

Eso era mejor de lo que creyó.

Esperaba no estar roja, o eso le quitaría su orgullo.

Se vio soltando una risa, recuperando la compostura, y llevó la mano que tenía libre hasta la mejilla de la mujer, podía sentir lo cálido de la piel ajena, así como la humedad de las lágrimas aun presente, a pesar de que el llanto se hubiese acabado. Ella también podía aprovecharse de la cercanía y del caos, ¿No?

“No puedo prometer eso, pero por ti lo intentaré.”

Le guiñó el ojo antes de alejarse, antes de usar su velocidad y salir del escondite en lo profundo de la tierra.

No le gustaba alejarse de Devna, pero debía hacer lo que sea por esas citas.

Y sobrevivir, sobre todo.

Nadie iba a entrometerse.

No lo permitiría.

 

Chapter 73: Gladiator -Parte 12-

Chapter Text

 

GLADIATOR

-Locura-

 

Jamás se había sentido así, tan adormecida, tan agotada.

Su cuerpo se sentía ajeno.

No sabía donde empezaba su cuerpo, ni donde terminaba, ni siquiera sabía cómo sus pies aun la mantenían parada en su lugar.

Pero a pesar de eso…

No dejaba caer su escudo, su mano aun firme en el cuero.

No lo soltó, ni siquiera ante aquel sentir.

Si, ya se lo habían dicho, era quien sangraba primero, siempre era quien sangraba primero, pero tenía la suerte de dar vuelta la pelea, de lograr salir de ahí, viva, o de ser la última que respirase sobre la arena, e iba a hacer eso, iba a seguir adelante. No iba a permitirse morir así, sin dar pelea, porque estaba sangrando, sí, pero ya había sangrado antes, y no fue su final, aun pudo seguir peleando, y ahora iba a seguir peleando.

Quizás, a pesar de todo, si disfrutaba pelear.

Movió sus manos, sujetando el escudo con ambas manos, y la mujer ni siquiera dudó de aquel movimiento, para esta, la pelea ya estaba ganada.

Pero no la conocía.

La suerte estaba de su lado.

El que ríe último, ríe mejor.

No supo cómo, pero su cuerpo se movió, sus intenciones siendo más fuertes que su propia humanidad flaqueante, débil, sangrante, moribunda.

Se movió, uno, dos pasos, y la mujer ahí recién parecía consternada.

Sintió la espada dentro de su cuerpo moverse, incrustándose más y más, traspasando hacía el otro lado de su cuerpo, escuchó como el musculo, como la piel, como el cuero se rasgaban, pero no le importó, el ímpetu de ganar seguía ahí, el de salir vencedora, sin importar su propia vida.

Empujó un poco, afirmando el escudo en el pecho ajeno, y con este, la esfera de metal.

Notó como la mujer se quejó, apretando los dientes apenas sintió las puas enterrándose en su pecho.

Entonces, empujó más.

Cuando se dio cuenta ya estaba corriendo los pocos metros que quedaban hasta la pared más cercana, sintiendo como la espada se movía dentro de ella, pero al mismo tiempo se quedaba inerte, sin que su contrincante pudiese hacer nada, ni sacarla ni moverla, estaba muy adentro, y no podía maniobrarla como quería, mucho menos mientras sentía como la esfera de metal se enterraba en su piel y presionaba contra sus costillas.

Escuchó los huesos ajenos tronar cuando llegaron a la pared, y ahí usó toda la fuerza que tenía.

Empujó, una y otra vez, usando la fuerza de sus brazos. Alejaba el escudo, y luego lo volvía a enterrar en el cuerpo ajeno, enterrando la esfera de puas dentro de la carne, luego otra vez, y otra vez, y otra.

Esta gritaba con desesperación, hasta desgarrar su garganta.

Comenzó a sentir sangre correr, y no sabía si era la propia o la ajena, o ambas.

Esta intentaba quitarse el escudo de encima, usando sus dos fuertes brazos, pero le era imposible. Ya estaba débil, y por su parte, aún tenía energías, aún tenía fuerzas, aún era capaz de seguir azotando a la mujer contra la pared, de seguir peleando, de seguir viviendo.

En algún momento, la mujer se quedó en silencio, pero no se dio cuenta de eso. No oía nada a esa altura, entre los gritos del público, el de la mujer, los tambores a la distancia y sus propios latidos, todo eso parecía haberse fusionado en su cabeza, tal y como su escudo se fusionó con el arma ajena, causando un daño agresivo impensado.

No se detuvo, no dejó los azotes, las embestidas, hasta que sus brazos dejaron de funcionar correctamente, sus hombros ya doloridos cediendo, sin poder hacer más la acción.

Sus manos soltaron el arma, pero esta no cayó, enterrada en el cuerpo ajeno frente a ella. Cuerpo ajeno y destrozado. Podía ver los ojos sin vida de su enemigo, así como podía ver nada más que sangre en el torso de esta.  Se vio retrocediendo, sin poder creer que lo había hecho, que había ganado, y sin creer también el salvajismo que nació de ella.

Debía ser la muerte aproximándose, que la hacía perder la cabeza.

Era el pánico, la desesperación, de ganar, de salir victoriosa, porque eso hacía siempre que entraba ahí, matar.

El cuerpo enemigo cayó al suelo, sin nada que lo sostuviese, y se amontonó sobre un charco de sangre.

Se alejó del cuerpo, notando como su propia herida también manchaba la arena.

La espada estaba completamente incrustada en su estómago, y podía ver el mango, y quizás un centímetro de la hoja aun fuera de ella. No quería mirar, pero si giraba un poco el rostro, sería capaz de ver el largo de su espada saliendo erguida de su espalda baja.

No escuchaba nada.

Y no por sordera, porque escuchaba el goteo de su sangre en la arena.

Todo el coliseo se había quedado en silencio.

En completo silencio.

Nadie decía nada, nadie gritaba, nadie ovacionaba, nadie parecía interesado en su pelea, en sus intenciones de sobrevivir.

Y sintió rabia. Rabia que jamás había sentido.

¿No querían eso?

¿La muerte?

¿No querían ver gente morir?

¿No querían ver sangre?

La había hecho sangrar, la había matado, deberían estar extasiados. Había hecho todo lo que esa gente quería de ella, era el Gladiador que esperaban que fuese, ¿Y así le pagaban? ¿Quedándose en silencio? ¿Mirándola sin mayor expresión?

¡Deberían estar gritando!

Se vio apretando los dientes, sintiendo el sabor de su propia sangre en la boca, sangre devolviéndose de su interior, o la sangre de su nariz rota, no lo sabía.

Estaba muriendo, daba igual.

Esos infelices…

No podían dejarla ahí, muriendo, sin ovacionar. No se iba a ir de ese mundo sin que valiese la pena. Estaba muriendo por la felicidad de esos estúpidos, y debían de estar felices, no iba a dejar que no lo estuviesen.

¿O acaso querían más sangre?

¿Tenía que darles más sangre?

¿No era suficiente?

Se vio mirando la espada, el mango ahí, inerte, como si le hiciese una burla. De hecho, todo se veía borroso, pero el mango, el mango de su maldita espada ahí estaba.

Se vio soltando una risa, una risa gruesa, iracunda.

¿Cómo no lo vio antes?

Cierto, era su espada.

Ella debía usar su espada, ella debía matar usando su espada, su querida espada, su única espada, la que usó desde el comienzo. Eso sucedía, por eso estaban todo en silencio. No había matado con su espada, si, si, tenía que ser eso. Tenía que matar con su espada, tenía que tomar su espada, y acabar con eso. Solo ella usando su espada podía acabar con todo eso. Si.

Solo así podía ganar de verdad.

Solo así podía vencer.

No era un Gladiador si no mataba con su arma.

Pero ya no le quedaba nadie a quien matar.

No, ella quedaba, claro, ella aún estaba de pie, aún tenía a alguien en la arena de quien deshacerse.

Griten.

Ovacionen.

Alaben a su Gladiador.

Al vencedor.

Tomó la espada, con ambas manos, y no sintió absolutamente nada, su cuerpo estaba adormecido, sí, pero mientras sus manos reaccionaran todo estaría bien, solo un par de movimientos y se acabaría todo. Podría escuchar los gritos e irse en paz, sabiendo que había logrado su cometido, que había ganado, como debía de hacer siempre.

Ganar, siempre ganar.

Iba a llenar de orgullo a todos los que mató por el camino, a todos los rostros a los que les quitó la vida, y así se iría con honor.

Se iba a ir de ahí, pero siendo una Gladiadora.

Si, con su honor en alto, sosteniendo su espada.

Debía darles lo que ellos pedían.

Ese iba a ser su ultimo regalo.

Se vio sonriendo, como nunca lo había hecho, sintiéndose extraña, sabía que en cualquier momento iba a dejar de respirar, así que tenía que hacerlo pronto, debía hacerlo mientras aún conservaba sus sentidos, su oído, quería escucharlos, quería oírlos retumbar una vez más, ensordecerla con gritos y aplausos.

Ese era su ultimo pedido como Gladiadora.

“Detente.”

Escuchó una voz resonando, un grito de guerra que sobrepasó cualquier otro sonido existente en el coliseo. La dueña de esa voz podía acallar incluso las más grandes ovaciones, los gritos más desesperados, podía frenar la misma guerra. Esa voz era suficientemente fuerte, imponente, para llegar a cada oído, incluyendo los propios, entrando en su cabeza, anulando cualquier otro pensamiento.

Y ahí recién comenzó a ver con claridad.

Se detuvo, pestañeó, y se dio cuenta de lo que estaba haciendo, sus manos firmes en el mango de la espada, a solo un momento de moverla, de cortarse a sí misma a la mitad.

¿Qué?

Se vio soltando la espada, sus manos temblando en el proceso.

¿Qué iba a hacer?

¿Qué rayos iba a hacer?

¿Cómo era capaz siquiera de pensarlo?

Negó con el rostro, intentando aclarar su vista, intentando calmar su respiración.

Por un segundo había perdido la razón.

¿Se iba a matar? ¿Iba a sacar la espada solamente para suicidarse? ¿Iba a hacer semejante estupidez solo para darle en el gusto a aquellas personas? ¿A aquellas personas que repudiaba? ¿A aquellas personas que no entendía?

Se vio llevando una mano a las sienes, se sentía ardiendo, se sentía enferma, mareada.

Quería vomitar, y no solo sangre.

Eso estaba mal.

Muy mal.

“Domitia es nuestra ganadora.”

Octavia volvió a hablar, consiguiendo que todo el público comenzara a gritar, a festejar, pudo escuchar cada cosa que gritaban, de manera individual y grupal, su cerebro tan adormecido por la pérdida de sangre que la hacía darse cuenta de cosas que siempre quiso ignorar, pero no pudo entender nada de lo que decían, solo voces distorsionadas en su cabeza.

Debieron notarlo. Debieron notar su locura.

No era ella quien había ganado. Era alguien más.

Se había perdido a sí misma.

Pudo notar como los guardias se acercaban y la sujetaban con fuerza.

“Eso fue estúpido.”

Le dijo uno de ellos, mientras la movían hasta dentro de la reja, hacía las celdas, o más bien, hacía la sala donde se hacían las intervenciones. Recordaba haber ido ahí una vez, pero ahora había más gente, más personas, esperando por ella. Había unos sujetos con baldes de agua en sus manos, y se dio cuenta que sí, tenía una herida que debía ser limpiada.

Pero no podía reaccionar.

Ni siquiera estaba moviendo los pies, solo se veía arrastrada por esas personas.

Estaba muriendo, por supuesto que estaba muriendo, pero intentaban salvarla. ¿Por qué?

Todo volvió a verse borroso, y se sintió mareada, así que cerró los ojos.

No podía más.

Estaba cansada.

Quería dormir.

Lo único que podía sentir era su pecho, o más bien, los latidos en su corazón golpeándole el pecho. Dolía bastante, y no entendía como eso podía hacerle daño y no la espada aun enterrada en su carne.

Pero si, la estaban salvando.

Querían salvarla.

¿Por qué? ¿Era valiosa? ¿Realmente lo era?

Recordó la voz resonando en el coliseo, como un eco, esa voz familiar, esa voz conocida.

Octavia detuvo la pelea, o más bien, la detuvo a ella.

Y lo agradecía.

Octavia tenía el poder de un Dios, podía acabar con la vida de alguien, de los peleadores, si ellos no merecían seguir ahí, seguir peleando, podía salvar a las personas como podía matarlas, podía construir ciudades como podía destruirlas. Para el imperio, el emperador era un Dios, pero la gran mayoría eran deificados en muerte.

Octavia era diferente.

Octavia era un Dios en vida.

Su Dios.

Y la había salvado.

Y no de la muerte, si no de la locura que logró contaminar su cabeza en aquellos momentos.

Si se dejaba ir, si dejaba que esos pensamientos extraños y difusos la controlaran, ¿Qué iba a ser de ella? ¿De su alma? ¿De su existencia?

Nunca había pensado en eso, nunca se había interesado, pero ahora que vio ese lado de ella misma, que se sintió así, de esa forma tan corrupta, le preocupaba el perderse a sí misma. Quizás recién ahora se había dado cuenta de cuanto le afectaba esa vida, ese lugar, las muertes, las matanzas, las personas, el público. Ahora se daba cuenta de que si, había cambiado, incluso cuando creía que no, que seguía siendo la misma persona que cuando llegó a Roma, no era así.

A pesar de todo eso, no se sentía sola.

Sentía que aquello por lo que en su pueblo la marginaban, ahí era diferente, parecían apreciar tanto su personalidad como sus ojos, y era agradable de cierta forma.

Saber cuánta gente asistió a ese evento para poder tener unas horas con ella, la hacía recordar cuando los pocos niños de su edad huían de ella, sin querer estar ni en el mismo lugar, ni respirar el mismo aire, porque pensaban que estaba maldita.

Quizás lo estaba, pero al público parecía gustarle eso.

Era extraño, si, curioso también, pero podría decir que era algo a favor en su deprimente situación.

Sintió un dolor agudo, luego de no haber sentido algo en todo ese rato, y si bien sus instintos le gritaban que mirase, no pudo, sentía los parpados cansados, agotados, y honestamente, solamente quería dormir, pero temía que eso acabara con su vida, que eso la llevase a la muerte, y toda su intención de sobrevivir se iría por la borda, como hace solo unos minutos ahí en la arena.

Iba a sobrevivir, viviría.

Así que iba a seguir consciente.

Sintió húmedo el cuerpo, como le tiraban agua fría, pero se sintió refrescante en su cuerpo ardiendo. Alguien le habló, pero no logró identificar quien era, le preguntaba si estaba consiente, si seguía ahí, o más bien, le obligaba a permanecer ahí, viva. Asintió, o más bien, intentó hacerlo, si lo consiguió o no, era un completo misterio.

Lo siguiente que sintió, fue el líquido entrando en su boca, era un líquido fuerte, intenso, y ardió en su garganta. Entendió que era alcohol. Al parecer intentaban adormecerla, y probablemente el alcohol también iría en su herida, pero apenas y lograba sentir algo. No importaba, podían hacerle lo que quisieran, suturarla, vendarla, cortarla, y no sentiría nada más que sensaciones difusas.

Le asustaba el no sentir sus manos ni sus pies, más que el hecho de no sentir mucho en general, porque eran parte de su profesión, sin sus piernas, sin sus brazos, no podría pelear, y perdería el poco sentido que le había dado a su vida. Tal vez no llevaba mucho tiempo ahí, peleando, algunos meses, pero ya se había acostumbrado a esa vida, y si salía de ahí, quien sabe y ocurría un milagro, no sabía si su vida se sentiría normal sin pelear, sin tener una espada en la mano, sin sentir el cuero abrazándola o el frio del hierro en su piel.

Sin la muerte rodeándola.

Vivir o morir le causaba adrenalina, cada día que entraba a la arena era una aventura incierta, y le agradaba esa idea. No por nada había decidido salir de su pueblo en primera instancia, porque quería ver el mundo, vivir aventuras, ver lugares nuevos. Quien diría que el vivir entre barrotes le iba a proveer la suficiente adrenalina para terminar con la mentalidad de un Gladiador, peleando por el placer de luchar, peleando por el placer de sobrevivir, peleando por el honor, por la gloria, por la fama.

Ahora se daba cuenta que a pesar de que odiase esas cosas, ya había integrado aquello a su vida, se había adaptado hasta el punto de dejar de sentir disgusto por esas cosas de ese lugar, de ese mundo, que creyó que odiaría hasta el fin de sus días.

Había cambiado.

Su corazón se calmó, incluso más que antes, y creyó que tal vez era su fin, que tal vez ya era su hora, que en cualquier segundo su corazón se detendría, porque estaba cada vez palpitando más lento, su cuerpo acalorándose, hirviendo.

Y si, tal vez era el momento para simplemente despedirse, decir adiós.

Le agradecía a sus padres, por darle la vida, por quererla aunque haya salido diferente y cuidarla de todos los males del mundo, incluso cuando eso les hizo la vida más difícil.

Le agradecía a las personas que conoció en su celda, valientes personas que merecían un futuro mejor que el que les tocó, y que pelearon con su último respiro.

Le agradecía a los gladiadores y esclavos a los que mató, ya que su muerte le permitió vivir ella un día más, y les dedicaba esa corta vida a ellos.

Le agradecía al público, que creyó en ella, que la apoyó, aunque les diese pocas razones para recibir aquel apoyo, aun así, la cuidaron, la alimentaron, le dieron la oportunidad de hacer cosas que jamás habría experimentado.

Le agradecía a los guardias que jamás la trataron mal, por el contrario, que la trataban con respeto incluso, y una asesina como ella no se merecía aquel respeto.

Y agradecía al Emperador, y si bien su trabajo era acabar con los débiles que pisaban la arena, a ella la ayudó, incluso en su debilidad. Le dio la oportunidad de ser amada por el público, de seguir avanzando, de seguir peleando. Octavia pagó mucho dinero para tener una noche con ella, para poder enseñarle, para que no estuviese perdida su primera vez, y agradecía aquel gesto. Y ahora la había salvado de sí misma, de lo que sea que estuvo corrompiendo su mente en ese segundo.

Octavia era una persona egoísta, se lo dijo, pero con ella no había sido nada más que generosa.

Si tenía libertad de poder pensar, de ser ella misma en los últimos momentos, era gracias a Octavia.

Era una mujer extraña, a la cual no podía leer, no podía entender, pero probablemente era así para ambas, que eran demasiado diferentes. Aun así, la admiraba.

La iba a extrañar.

Iba a extrañar a todos.

Iba a extrañar a la gente y a la arena.

Esperaba que los Dioses pudiesen aceptar a una asesina como ella en su reino.

Chapter 74: Wren -Parte 1-

Chapter Text

WREN

-Agencia-

 

Ahí estaba.

Aún no se lo podía creer.

Entró en el edificio, sin notar mayor letrero o anuncio de los servicios que ahí se prestaban. Era una agencia importante, de las dos más grandes del país, y no sabía si decir mundo, aun así, mantenían un perfil bajo, manteniendo las operaciones en secreto, mimetizándose.

Sin mostrar nada que los dejase expuestos.

Logró contactar con la agencia tiempo atrás, y luego de largas entrevistas y de firmar contratos de confidencialidad, pudo conocer bastante de lo que ahí hacían, de ese mundo que permanecía oculto. Eran multifacéticos, hacían actos para ayudar a la comunidad, evitaban actos terroristas, ayudaban en guerras desventajadas, rescataban a personas, incluso algo tan simple como ofrecer protección, y mientras más aprendió, más le gustó la idea de poder ser parte de algo semejante.

Aunque se sentía raro decir eso, se sentía poco honesto, teniendo en cuenta de que era una de sus pocas opciones, por eso había aplicado, porque no tuvo de otra…

Al parecer, ninguna de las fuerzas armadas parecía interesada en ella, sin importar la motivación que tuviese, y le molestaba lo injusto que era. Tenía buenas características para desempeñarse en esos lugares, se lo decían a menudo, aunque fuese cuando la rechazaban, y le daban a entender que no era por su personalidad que había fallado.

¿Entonces por qué?

Creyó que era por su estatura, o por algo similar, pero ya empezaba a dudar de que así fuese.

Así que, a pesar de haber pasado las pruebas físicas, a pesar de ser buena en el combate cuerpo a cuerpo, al parecer había algo más que la incapacitaba para poder ser parte de las tropas.

Pero bueno, ellos se lo pierden.

Ahí la habían aceptado, había pasado las pruebas como antes, sin rendirse, sin decaer antes de tiempo, y si bien le sorprendió, por supuesto, luego de tantos rechazos, imaginó que sería el caso, otro fracaso más a su lista, pero no.

Ahí, era bienvenida.

No la juzgaron.

No la discriminaron.

Quizás si pertenecía a algún lugar.

Entró en el edificio, dio unas vueltas, recordando las direcciones que le dieron con anticipación, y llegó a una puerta en el primer piso, donde había un panel con números, y debía de poner un código para entrar, lo pensó por un momento, recordando el patrón, y apretó los números, la puerta abriéndose, y se arregló el traje, el cual le habían mandado esa misma mañana, completamente a la medida, antes de seguir caminando.

Avanzó por un pasillo, hasta que llegó a una segunda puerta, y apretó otro código diferente, luego tuvo que bajar unas escaleras.

El lugar se volvió más oscuro, concreto oscuro en las paredes, y se sintió como dentro de un bunker, y quizás así era, o esa era la idea. Sus pasos resonaron mientras avanzada, ya ahora escuchaba voces, personas dando vueltas, el lugar vivo, pero se mantuvo firme, siguiendo las instrucciones, sin querer distraerse, porque era buena para distraerse.

Y no quería llegar tarde, iba a conocer a quien sería su jefa, así que debía ser puntual, no quería darle una razón para despedirla tan pronto.

Finalmente, llegó al salón principal, un hall amplio, espacioso, al que se podía llegar por varias puertas según notaba, y había un pequeño círculo al medio del gran lugar, levantado, como un pequeño escenario, donde alguien podría dar un discurso a cientos de personas ahí reunidas, pero ahora no había nadie, desierto.

Bueno, no completamente desierto.

Ahí iba a ser su reunión, así que ahora sabía que estaba en el lugar correcto.

No había hablado con su jefa en persona, ni la había visto, pero cuando le dieron las instrucciones, le dijeron que la reconocería sin problema, ya que pidió algún tipo de información para saber a quién debía buscar. Y si bien le dieron una información vaga, por decir poco, era tal cual.

La mujer era alta, su postura recta, firme, y conforme se fue acercando, notó como sus ojos lucían fieros, y su rostro era sin duda intimidante, sobre todo por las cicatrices que tenía en la zona. Su cabello era corto y oscuro, liso. Sin duda era reconocible.

Tomó cierta distancia, sin saber que tanto acercarse, manteniendo una buena postura, y no pasó mucho para que la mujer la mirase, su expresión seria, carente de mayor expresión, mientras le hacía una seña con la mano para que se acercase más, así que eso hizo.

Se posicionó frente a la mujer, ahora siendo capaz de ver con más detalle las heridas en su rostro, las cicatrices ya curadas, parecían antiguas, pero no lo suficiente. Otra cosa que notó era como el pantalón de vestir y la bufanda que la mujer llevaba sobre los hombros, eran del mismo exacto color que el traje que le fue enviado. Claramente el color azulado era una decisión de la misma agencia.

Escuchó el resonar de una puerta, una de las tantas que ahí se veían, el sonido como un eco en aquel gran salón. De manera inconsciente se giró, mirando de donde provenía el sonido, siempre alerta, para eso se entrenó por años, y notó como era otra mujer quien había entrado, acercándose a ellas, e incluso desde ahí, pudo notar la expresión relajada en su rostro, animada incluso, acostumbrada a la tensión que emitía la mujer quien era su jefa.

Y si, esta también tenía el mismo color en su traje.

Sentía los ojos amarillos de su jefa en ella, así que se obligó mantener la compostura y su posición, quedándose firme frente a la mujer, volviendo a enfrentar su mirada, esperando pacientemente a que esta le diese órdenes o hubiese alguna presentación.

Era un poco tensa la situación, no iba a mentir.

Pero no debía ser tan impulsiva, ¿No? Así que estaba obligada a mantener la calma.

Se mordió la lengua.

No quería arruinarlo, menos en su primer día.

Si no podía estar ahí, no podría estar en ningún lugar.

Los ojos amarillos siguieron observándola sin menor tapujo e intentó mantener la mirada, y era complicado ante esa expresión carente de emoción alguna, era intimidante sin duda, y no pasó mucho para que su jefa desviase la mirada, moviéndola hacia la mujer recién llegada que se posicionó a su lado, y se vio mirándola también, analizándola en detalle. Esta se veía tranquila, su postura firme, respetuosa. Su cabello era claro y ondulado, pero el rasgo más notorio que notó, eran su rostro pálido lleno de pecas.

Eso la hacía lucir más joven.

¿Era más joven que ella? Pero claramente era su superior, se notaba que no era nueva, porque estaría tan nerviosa como ella misma al presentarse frente a esa mujer.

“Mi nombre clave es Raven.”

Dio un salto, volviendo a mirar a la mujer imponente, quien la miraba de nuevo, fijamente a los ojos, sin siquiera pestañear, y se vio asintiendo, calmándose, agradeciendo que la mujer al fin habló, y a pesar de lo monótona de su voz, no sonó en lo absoluto molesta, y eso era un alivio.

“Bienvenida a la agencia, desde ahora en adelante, tu nombre será ‘Wren’ y debes usarlo constantemente, tu verdadera identidad debe permanecer oculta tanto para los clientes como para el resto de agentes.”

Se vio asintiendo, sonriendo, sintiéndose ya parte de aquel lugar, de esa agencia.

Al fin iba a poder demostrar de lo que estaba hecha.

¿Eh?

Un momento…

“Disculpe, pero ¿Con Wren se refiere a ese pequeño pajarillo?”

Raven la observó, sin ninguna expresión, mientras asintió levemente, sin sorprenderse ni molestarse por su intromisión. Y no sabía si eso era bueno o malo.

Eso de tener una jefa era realmente desconocido, no había tenido una nunca.

“Exacto, un pequeño pájaro cantor.”

Así que era tal y lo que temió.

Era pequeña, si, sobre todo frente a esa mujer intimidante, pero no era tan pequeña para ser asociada con un pájaro enano.

Bueno, al parecer la seguirían juzgando por su apariencia.

Los amarillos dejaron de mirarla, el rostro de la mujer yéndose hacia quien permanecía a su lado, quien no parecía en lo más mínimo intimidada con los ojos de Raven.

“Butterfly, Wren será tu compañera, así que es tu responsabilidad el enseñarle todo lo que necesita saber para llevar a cabo cada una de sus misiones.”

La susodicha, su nueva compañera, asintió de inmediato.

“Claro, jefa.”

Su voz era suave, agradable.

Uhm…

¿Mariposa?

No pudo evitar sonreír.

Ser un pájaro no era tan malo, lo prefería a ser una mariposa.

Los ojos de la chica la observaron, y notó indignación y vergüenza en su rostro.

Ups.

La atrapó.

“Tus pensamientos son realmente ruidosos.”

Esta la regañó, y no pudo evitar sorprenderse, pero la chica le parecía agradable. Aprovechó que los ojos de su compañera la observaron para moverse, para estrechar la mano, intentando ser cortés ahora de que claramente había sido atrapada en su insubordinación.

Sabía que ahí se trabajaba con compañeros, y no pudo evitar sentirse profundamente emocionada de eso.

Y si la chica ya le había leído la mente, entonces iban en buen camino.

Butterfly la observó, pestañeando, viéndose sorprendida con su gesto, pero esta solo soltó un suspiro antes de sonreírle de vuelta, calmándose, recuperando la compostura, estrechando su mano. La mano ajena era suave, no como la propia, que había entrenado mucho físicamente, así que tenía los dedos callosos, pero el agarre fue tan firme como el propio.

Sabía que ahí no había gente débil.

Todos tenían sus capacidades especiales, todos los que entraban ahí eran especiales.

“Soy Butterfly, especialista en tecnología.”

Oh, así que ahí estaba.

Butterfly sería el cerebro del equipo, de eso estaba segura.

Se vio girando el rostro hacia Raven, ya que, por su parte, no tenía mucha idea de cómo llamarse a sí misma, para presentarse a otros. La mujer la observó de vuelta, ladeando ligeramente el rostro, confundida quizás con su pregunta silenciosa, pero como no tenía expresión alguna, no sabía si de verdad estaba confundida o no.

Finalmente, esta se movió, sacando una carpeta tras su espalda, sus manos habiendo estado ocultas tras esta durante todo ese rato. Ahí esta ojeó los documentos, verificando los datos, y cuando los amarillos la observaron, esta asintió.

“Luchadora.”

Oh.

Eso sonaba bien.

Al parecer de todas las actividades en las que se puso a prueba, esa fue en la que le fue mejor, y en realidad, así fue. Esperaba no haber lastimado a las personas con las que se tuvo que enfrentar en su semana de prueba. Obviamente en otras aristas no tuvo tan buen desempeño, pero si estaba en ese segundo ahí, era porque era útil, y eso era lo que importaba.

Y ahí, volvió a mirar a su compañera que aún tenía bien sujeta.

“Soy Wren, mi especialidad es la lucha, será un placer trabajar contigo de ahora en adelante.”

Butterfly parecía sorprendida con su desplante, incluso incrédula, pero asintió, sonriéndole, luciendo ya más cómoda con su presencia.

Iban a ser compañeras de ahora en adelante, ¿No? Iban a tener que estar cómodas con la otra para poder desempeñarse correctamente.

Y teniendo ambas habilidades tan diferentes, podrían hacer más cosas.

Bueno, aun no lo sabía, pero estaba ansiosa de ponerse a prueba.

Raven carraspeó, removiéndose, cerrando su carpeta y abriendo otra, y ambas dejaron las presentaciones y se enfocaron en la jefa.

“Ahora que están hechas las presentaciones, aquí tengo el primer trabajo que tengo para ustedes, viene de un cliente que ha sentido su vida amenazada últimamente, así que trabajarán como sus vigilantes.”

Si, algo interesante.

Se quedó en silencio, poniéndole toda la atención a la que sería su primera tarea, y realmente creyó que al principio le darían tareas secundarias, o aburridas, o ambas. Pero ya veía acción.

“¿Vigilancia remota o haremos función de guardaespaldas?”

Butterfly preguntó, atenta, y observó y escuchó cada participación de la mujer, ya que era su modelo a seguir, y así aprendería a dominar su nuevo trabajo. Si, su superior. Si quería permanecer ahí, debía anotar cada detalle.

Esperaba con todas sus fuerzas el adorar ese trabajo.

Quería adorarlo.

“Un poco de ambas. El cliente no quiere tener guardaespaldas pegados a su nuca, pero tampoco se siente seguro teniendo vigilancia remota, ya que teme ser atacado en lugares públicos y quedar indefenso ante un ataque.”

¿En lugares públicos?

¿Era más fácil atacar a alguien en soledad o entre la multitud?

No tenía idea, pero le aterraba aún más en la multitud, porque significaba que, si el cliente terminaba muriendo, iba a ser aún más difícil dar con el autor del crimen, incluso con toda la vigilancia, eso y lo que pasaría en un lugar así, el caos que ocurriría apenas se escuchase un disparo.

Pero tampoco debían permitir que muriese, ese era su deber principal, asegurar que sobreviviese a toda costa.

“¿Quién es el cliente?”

Se vio preguntando, ya sin aguantar la curiosidad, y la jefa le tendió el documento en su mano, y lo tomó, notando una foto del cliente, ya que era importante saber cómo lucía el hombre a quien debían proteger, pero no había mayor dato del nombre del cliente ni nada similar, aunque si mencionaba que no era alguien particularmente famoso, ni que tuviese alguna fortuna en su espalda para que fuese más probable el tener enemigos.

Pero insistía en que llevaban acosándolo por semanas, y que pidió los servicios de la agencia cuando la policía no hizo nada cuando el cliente denuncio el haber sido perseguido hasta su casa por alguien desconocido, y luego el escuchar disparos afuera de la ventana, pero no había mayor pista de quien podía ser.

Bueno, si no tenían pruebas, no había mucho que pudiesen hacer para reprender al atacante.

Y pensar que también la rechazaron en la policía.

Giró el rostro para mirar a su compañera, quien tenía una tableta en su mano, y parecía moverse rápidamente a través de imágenes y documentos, mucho más detallado que el papel común y corriente que tenía en las manos.

Y si, le sorprendía, la tecnología nunca fue su amiga.

Solía tener problemas para hacer videollamadas, los problemas técnicos abundaron cuando tuvo sus entrevistas para entrar a esa misma agencia.

“El cliente trabaja remotamente, y su complejo de departamento es relativamente seguro, aun así, irán a instalar cámaras en algunos puntos, y luego él les pedirá sus servicios cuando salga del departamento, ahí tienen que estar atentas, observando desde lejos, pero lo suficientemente cerca para intervenir si es que la situación se va de control, ¿Les quedó claro?”

Butterfly fue la primera en asentir, su postura firme, segura, claramente lista para otra misión más en su vida, ya acostumbrada a ese trabajo.

Por su parte, tenía preguntas.

Pero eligió una de las tantas, las otras se las haría a su compañera ya cuando empezaran a moverse.

“Una pregunta, si asumimos que los disparos que el cliente escuchó fuera de departamento fueron hechos por su acosador para amedrentarlo, significa que él usa un arma, ¿Nos darán armas a nosotras también?”

Para su sorpresa, notó una sonrisa en Raven, la primera pizca de expresión en todo ese rato. No era una sonrisa divertida, ni como una risa, no, más bien parecía como una burla.

“Ninguna de ustedes tiene el conocimiento suficiente para andar con armas, así que serían más un peligro que otra cosa.”

Oh.

Notó de reojo como Butterfly asintió, ligeramente avergonzada con la respuesta de la jefa, que claramente era una verdad.

Y si, por su parte también, nunca tuvo ese tipo de entrenamiento porque no alcanzó a ser recibida en ninguna de esas instituciones, así que jamás aprendió correctamente. Sabía lo básico, pero muy básico, porqué jamás tuvo permiso para usar ningún arma y poner sus conocimientos en práctica.

Raven se le acercó, y sintió el peso de su mano en su hombro, esta dándole una palmada rápida, su rostro de nuevo carente de emoción, pero notaba como su agarre, quitando lo tosco y brusco, fue agradable. Era una mujer intimidante, pero claramente no era una mala persona, ni parecía una jefa distante o muy autoritaria.

Al parecer era bastante suave para lucir como lucía.

“Has entrenado mucho, vi de lo que eres capaz, sé que un arma enemiga no va a ser impedimento para que cumplas con tu deber.”

Cierto.

Raven tenía razón, por lo mismo entrenó su cuerpo, para defenderse de lo que sea, para lograr lo que sea. Incluso si se trataba de eso, de desarmar a alguien, nunca lo hizo con un arma real, pero si unas que lo simulaban, y creía estar capacitada para hacerlo si se encontraba en esa situación.

Y ahí, era una habilidad que era bienvenida.

Ahí era bienvenida.

Así que no los iba a defraudar, ni a la agencia, ni a los clientes.

Ya quería empezar con la misión.

Chapter 75: Lust -Parte 5-

Chapter Text

 

LUST

-Pecado-

Se quedó tensa.

Esperando, sin saber que decir, sin saber cómo quitarse esa sensación nauseabunda.

Pudo escuchar como la mujer respiraba, olfateaba su alrededor, la mirada rojiza sin dejar de mirarla, ni por un momento.

“Asumí que todos los que trabajaban para ese ruso maloliente eran solo sus peones, sus víctimas, pero ahora que te veo de nuevo, me doy cuenta de que eres de su misma calaña. Hueles igual que él.”

Se sintió hervir.

Y ya no sabía que era lo que más sentía en ese instante, la vergüenza de ser leída, la rabia de no haber podido ocultar mejor su pasado, o la impotencia de no saber cómo lidiar con esa situación. Odiaba perder el control de la situación, y esa mujer parecía hacer que todo lo que tenía planeado, vislumbrado, fuese destruido.

Pero necesitaba controlarse.

Si, mantener todo bajo control, y para eso, debía controlar sus propias emociones.

No podía perder la compostura por la culpa de una descerebrada.

“Tu radar instintivo, o lo que sea que uses para asumir las cosas, debe estar descompuesto. No tengo nada que ver con lo que Vladimir hace, no me meto en sus asuntos, y vivo una vida normal, solo bailo, todo legítimo.”

Crimson la miró, frunciendo los labios, sabiendo que estaba perdiendo con su argumento sin fundamento, pero tampoco esperaba mucho de una tonta como esa. No tenía pruebas contra ella, ninguna, solo lo que supuestamente olía en ella, lo que supuestamente olía en Vladimir, solo era un sentir, no había ni argumento, ni prueba, ni siquiera una pista.

Se sintió descubierta, y temió por eso, pero ella misma era una tonta si es que creía que la palabra de esa bestia iba a valer algo en el mundo. Y aunque tuviese pruebas, ¿Qué iba a hacer? ¿Ir a la policía donde ya la buscaban? Ni esa tonta podría ser tan tonta.

Crimson llevó una mano a sus sienes, manchando parte de su rostro con la sangre que empezaba a secarse en sus nudillos. Parecía pensativa, parecía estar usando toda la capacidad cerebral que tenía, buscando algo para decirle, algo para ganar esa batalla, pero no podría.

Usar ese cerebro inútil no le serviría de mucho.

Finalmente, esta soltó un suspiro, negando, rindiéndose.

Muy bien.

No tenía sentido darle vuelta a una corazonada, era estúpido.

Los ojos la miraron, rojos, sanguinarios, y la vio hacer un gesto que la alertó. Gesto que vio, que ya había presenciado, las suficientes veces para saber que eso era una señal de alerta, una señal de peligro.

Un ataque.

Un ataque inminente que iba hacia ella.

La mano manchada se acercó, peligrosamente, esta luciendo como una garra, sangrante, y sabía que el simple hecho de que esa mano la tocase significaba su fin.

Avanzó lentamente…

O fue un movimiento lento, parsimonioso, pero letal, o ella misma lo vio así, en cámara lenta.

Y el pánico volvió.

Y con eso, su pasado.

Con eso, lo que intentaba ocultar.

Sus propios instintos saliendo a flote, sabiendo que ahí, nadie podría protegerla, no podría hacerse la víctima, ser salvada, así que tenía que reaccionar, que debía tomar acción, que protegerse a si misma…

Y el sabor a la venganza llegó a su boca.

La dulce venganza.

Lo que hizo con aquellos que la lastimaron físicamente, lo que causó luego de la tortura a la que la sometieron, todo eso volvió a su mente.

Debía permanecer en control, pero al parecer, esa mujer, lograba romper cada intención que tenía de ocultar su pasado, sus instintos logrando ver más allá que cualquiera.

Más allá que la misma ley.

El tacto no llegó.

No sintió la piel ajena en la suya, pero si sintió la propia en la ajena.

Acción y reacción.

Cuando se dio cuenta, estaba sobre la mujer, ambas de sus manos firmes en el cuello de la mujer, sujetándola, sin la intención de lastimarla, de quitarle el paso del aire, pero si con la intención de demostrarle que era superior, que tenía el control, que, si quería, podía matarla.

Y claro que podía.

Se vio jadeando, las imágenes del pasado llegando a su cabeza, las imágenes de sus pecados, de su razón para huir de su país, para que no la encontrasen, para que no la ajusticiaran, para que no le quitasen la libertad. Todas las imágenes que olvidó a consciencia para empezar de nuevo, para permanecer libre, porque sabía que, si las imágenes seguían ahí, volvería a pecar.

Porque la necesidad volvería a ella.

Porque le gustó tanto, porque adoró cada ápice de ese momento, que iba a desear volver a cometer dichos actos, y ahí, no podría volver a huir.

Podía ver los rostros sufrir, podía verlos llorar, podría verlos gritar en desesperación mientras los rompía, mientras los rompía por dentro, mientras les quitaba cualquier pizca de control, de razón. Tuvo el cuerpo de esas mujeres en su poder, las niñas que en su día la golpearon, le hicieron la vida imposible, para que no pudiese bailar, para que no pudiese siquiera asomarse a un escenario. Y ahí, las manejó a su antojo, las hizo rogar por su liberación, las humilló, las denigró, y el solo recordarlo le daba ganas de volver a sentir ese poder, ese control sobre las vidas ajenas.

Y esperaba que esas personas no pudiesen siquiera ser tocadas sin recordar lo que les hizo, el merecido que les dio, la forma en la que las marcó para siempre.

Y ahora, con ese cuello en sus dedos, volvió a sentir lo mismo.

Se sentó en el torso ajeno, y apretó, sintió sus dedos enterrarse en la piel, en la carne hirviendo. Y miró el rostro, miró con detención cada detalle en la expresión de la mujer, pero sus ojos estaban calmos, su ceño fruncido, como siempre, y notaba como el color empezaba a llenar sus mejillas.

Dio un salto, cuando las manos de la mujer, las cuales jamás la tocaron en ningún momento, estaban a los lados de su cabeza, en rendición.

Dejó de apretar de inmediato, pero mantuvo las manos ahí, notando como marcas rojizas tiñeron cada lugar donde sus dedos estuvieron, y había olvidado lo mucho que eso le agradaba.

“¿Ves? No somos tan diferentes.”

¿Qué?

No.

¿Todo fue un truco?

Crimson solo lo hizo, ese acercamiento, para verla actuar, para hacerle perder el control. Usó lo mismo que la hacía actuar, el verse acorralada, sin poder hacer nada más. A penas alguien la va a agredir, esta reacciona, y debió pensar en eso, en que le afectaba, para usarlo en su contra.

Lo que la hacía tener esos impulsos.

Porque eran animales que reaccionaban ante el peligro.

Que mordían, ante el peligro.

Le dolía admitirlo, admitir que al parecer realmente tenían algo en común.

El pecado.

“¿Y qué vas a hacer? No es como que tengas prueba alguna para condenarme.”

Crimson la siguió mirando, la misma expresión en su rostro, los ojos aun mirándola, pero no notaba esa agresividad, por el contrario.

Porque era una bestia controlable.

Ella podía controlarla.

Y ahora volvía a sentir el corazón latiéndole en el pecho, fuertemente. Los sentimientos encerrados dentro de ella, volviendo, maldiciendo el gusto que aquello le provocaba, porque era un peligro para su existencia en ese país, un peligro para su libertad.

Esta negó, su rostro calmo, demasiado, inusual ante la bestia que ya había visto atacar.

“Condenarte a ti, me condenaría a mí. Y, ahora que veo tus verdaderos colores, pareces mucho más bonita que cuando simulabas ser la buena de la historia.”

Se vio jadeando, en alivio y en molestia por igual, y una mezcla de sentimientos que le resultó tan ajena, tan indebida.

Sabía que debía evitar a esa mujer a toda costa, y ahí estaba, arrepintiéndose por no haber hecho lo que su lógica le gritaba.

Se convenció por mucho tiempo que todo lo que hizo, que todo el mal que ocasionó fue solo porque esas personas se lo merecían, por supuesto, siempre jugó a ser la víctima, porque por muchos años realmente creyó que lo era, y al menos sabía que lo fue, cuando era niña, ahí realmente fue la víctima, pero lo que hizo después, eso no era algo que una víctima haría.

No era la buena de la historia, y siempre solía mirar a los demás, creyendo que estos eran los malos, cualquiera que pudiese entrometerse en su vida era el verdadero enemigo.

Y odiaba no tener la razón.

Y odiaba aún más que llegase una estúpida desconocida a restregarle la verdad en la cara.

“Si tanto dices saber sobre mí, ¿Por qué me proteges? De ser así, no merecería un trato especial, y deberías tratarme con la desconfianza con la que tratas a Vladimir.”

Si tenía la misma aversión que ella misma, el mismo deseo de libertad, debió quitarla del camino en la primera oportunidad, debió liberarse de las ataduras y salir del club, si tenía esas energías, ese ímpetu, ese poder, pudo haberlo hecho, y ahora, podía hacer lo mismo, liberarse del agarre en su cuello, pelear de vuelta, como el animal que era.

Pero no lo hacía.

Por primera vez notó sorpresa en los ojos ajenos, en el rostro siempre enojado, siempre con su ceño fruncido, y ahora no era así.

Podía ver la expresión sorprendida, nada más que sorprendida.

Ni siquiera cuando la atacó vio esa expresión.

Luego esta frunció el ceño, sus ojos dejando de mirarla, mirando la nada, pensativos, pero por más que se esforzaba en pensar en algo, en darle una respuesta, parecía no hallarla.

Era tan estúpida que ni siquiera se entendía a sí misma.

Esta finalmente negó, de nuevo rindiéndose en su búsqueda.

No había respuesta.

No sabía la razón de sus actos.

De nuevo, solo era instinto.

Desconfiaba de lo que desconfiaba sin tener fundamento alguno, sin saber nada de la persona, solo una absurda corazonada, y atacaba de la misma forma, por impulso, como un animal, sin mayor miramiento.

Y para la bestia, ella era diferente.

¿Por qué?

Probablemente no lo sabría nunca.

Sus dedos seguían rodeando el cuello ajeno, y aprovechó el momento para palpar la zona, notando lo grandes y notorias que eran las venas en la zona, o más bien, en todo el cuerpo de la mujer. El menor enojo, el menor atisbo de ira, estas se hinchaban, y ahora no era diferente. Pero era innato, porque no parecía ver mayor violencia en los ojos rojos.

El control…

El deseado control lo tenía ahí, a su alcance.

Se sintió hervir, y ahora por la euforia de la realización.

“Eres estúpida como un animal rábido, pero ahora entiendo porque Vladimir está interesado en ti.”

Con la mera mención del hombre, la mujer recuperó su ira, su rabia, sus dientes apretándose. Incluso sintió los latidos en el cuello que sostenía, la yugular latiendo con fuerza, la suficiente para sentirlo con su suave agarre.

“No me hables de ese imbécil, además trae a esta gente para herirme, no le basta con mantenerme aquí encerrada.”

¿Qué?

“No fue Vladimir.”

¿Cómo podría serlo?

La mujer la miró, mirándola, confusa. Tampoco esperaba que esta pensase demasiado acerca de lo sucedido.

“¿Cómo no? Es el único que sabe dónde estoy.”

“Vladimir me dijo que viniera, ¿Por qué mandaría a unos matones a intentar deshacerse de ti sabiendo que yo estaría aquí? Él no sería tan descuidado para poner a su bailarina estrella en peligro. Además, hubo disparos, probablemente lograron sacar del camino a los rusos que debían de estar a cargo para resguardar la casa.”

Crimson la miró, frunciendo el ceño, de nuevo su pequeño cerebro moviéndose lo más rápido posible, y luego los ojos rojos se fueron a los cuerpos tras ellas, su rostro moviéndose, escaneando el lugar.

“¿Entonces quiénes son estas personas?”

Se vio mirándolos también, podía ver a uno que estaba respirando con dificultad, apenas capaz de hacer el mero movimiento, y los otros parecían haberse desmayado del dolor, y los otros que llevaban desmayados desde el comienzo, pero estaban vivos.

La bestia destruía, pero jamás mataba.

Les daba el placer de vivir, pero el infierno de recordar siempre lo que era el ser atacado por ese demonio rojo.

“Tienes muchos enemigos, alguien debió saber que fuiste atrapada por el club, y pueden haberme seguido desde allá. Pudo haber sido cualquiera.”

Crimson no la miró, sus ojos aun mirando a las personas tras ellas, y no parecía saber qué hacer. Obviamente atacó sin mayor miramiento, y una persona con sentido común, habría buscado el enterarse de quien venía tras ella, porque la buscaban, y esas cosas, pero la mujer no haría algo así, simplemente atacaría hasta que todos dejasen de moverse.

Soltó un suspiro, y se levantó del suelo, soltando a la mujer en el acto.

Caminó un par de pasos hasta llegar al único sujeto que permanecía consciente.

Esto era lo que solía hacer, lo que había hecho ya, lo que la había hecho ser buscada, así que, en ese instante, le pareció lo único que podía hacer, lo correcto.

Pero nada tenía de correcto.

Lo primero que hizo cuando estuvo sobre el sujeto, fue poner el tacón en el esternón de este, y ya que le costaba respirar de por sí, su expresión de dolor fue aún mayor.

“¿Qué haces?”

A pesar de que esa pregunta podría ser del hombre al que atacaba, resultó ser la mujer quien hacía la pregunta, confundida, su pequeño cerebro aun sin entender lo que ocurría, lo que se debía de hacer.

“¿No lo ves acaso? Voy a sacarle información. Vladimir probablemente quiera saber quién está detrás de este ataque, querrá saber quién más te quiere, viva o muerta, al parecer. Puedes no confiar en él, pero te quiere a su lado, te quiere viva.”

No dejó de mirar a los ojos del sujeto, ojos claros que parecían aún más con lo pequeña que se veía su pupila.

“¿Quién te envió? ¿Cuál es tu objetivo?”

Preguntó, y enterró un poco más el talón en el pecho del hombre, este soltando un grito dolorido mientras negaba, terco, incapaz de hablar, pero aun con las fuerzas para pelear de vuelta y no colaborar.

No iba a decirle nada al parecer.

Giró el rostro, buscando el de la mujer, y los ojos rojos no se demoraron en conectar con los propios. Levantó una mano, y le hizo el gesto a la mujer para que se acercara, y tal y como imaginó, Crimson hizo exactamente eso, levantándose del suelo, acercándose, quedando a su lado.

Si, era euforia lo que sentía.

El tener el control de un arma así, de una bestia, era algo que no creyó que sentiría, se sentía poderosa, más de lo que jamás se había sentido, y eso que aún no la controlaba como solía hacerlo. Aunque admitía que sus peores actos fueron con quienes pelearon de vuelta, quienes lucharon, quienes no mermaron su ímpetu, y tuvo que hacer que quedasen destruidos para continuar.

Ese no sería el caso, ¿No?

¿No tendría que ensuciarse las manos en esta ocasión?

¿Esa salvaje haría caso a cada una de sus órdenes sin chistar?

La mera idea la hacía arder.

Volvió a mirar al hombre, este moviendo sus ojos hacia ella, y luego hacia Crimson, una y otra vez, notando en la posición riesgosa en la que se encontraba.

Ambas peligrosas.

Ambas pecadoras.

Ambas animales que necesitaban saciar sus más primitivos instintos.

“No creo que estés en posición para negarte, al menos no si quieres vivir, si quieres volver a tu casa esta noche.”

Crimson no dijo nada, no volvió a cuestionarla, y agradeció aquello.

Al parecer, la peor parte de ella misma, le sería útil, de nuevo.

Quizás si podría vivir en ese continente siendo quien era.

Quien realmente era y no quien se convenció de ser.

La pecadora, no la victima.

Chapter 76: Princess -Parte 6-

Chapter Text

PRINCESS

-Pecadoras-

 

La noche había azotado al castillo.

Todo estaba en penumbra, su familia ya debía estar en sus habitaciones, listos para acabar el día, así como la servidumbre, dejando ya sus actividades, yendo a descansar.

Podía ver la luz de la luna entrar por la ventana del cuarto, por los cristales coloridos, iluminando la habitación, no necesitaba otra fuente de luz. No era necesario.

Puso bien los pies sobre el piso, acomodando su posición, sus botas resonando, y giró la espada en su mano, acomodándola también, modificando su agarre, perfeccionándolo. Movió los hombros, estos resonando, y miró al frente, notando a Joanne en la otra esquina de la habitación, su armadura lejos de su cuerpo, dejando ver la ropa varonil que usaba abajo, la cual era mucho más grande que la que necesitaba, notándose, incluso en la oscuridad, lo delgada que era.

Intentaba ocultar su figura femenina, escondiéndose en ropas grandes, en armaduras pesadas, y si, funcionaba de cierta forma, muchos se creían esas mentiras, de todas formas, nadie creería que una mujer cometería aquella idea loca de hacerse pasar por un hombre. Ella misma no se consideraba demasiado femenina, al menos una cara de ella no lo era para nada, y por lo mismo nunca le gustaron los vestidos llenos de color y detalles bordados y cosas así, solía ser más minimalista en ese aspecto, además nunca usaba tacones, eran su enemigo, no le permitían moverse como quería, por lo mismo siempre usaba botas, siempre lista para pelear si era necesario.

Y ahí, nadie lo veía extraño, ni siquiera cuando usaba ropa para cabalgar, siendo de sus atuendos más masculinos.

Pero la respuesta era simple, ese reino comenzó con sus generaciones pasadas, con cazadores, con hombres y mujeres que peleaban con todo lo que tenían para dominar las tierras, así que nunca resultó ser extraño, por eso ella podía hacer lo que quisiese, así el pueblo en sí mismo, quitando algunas cosas que le molestaban, que no aceptaba, que encontraba demasiado estrictas y tradicionales, pero ningún reino era perfecto.

Al menos no venía de un reino donde la realeza estuvo arriba desde el comienzo, como algunos de sus reinos vecinos, o en el continente, que eran familias ricas y conservadoras, que nunca habían hecho nada para conseguir lo que tenían.

Y sabía bien que Joanne venía de un reino diferente al propio, de esos lugares aburridos y tradicionales.

Por la forma en la que sujetaba la espada de madera, sabía que había sido enseñada al respecto, pero no como una forma de pelear, por el contrario, parecía ser más como un deporte, solo una afición, o peor, solo por estética. Había conocido a alguien de un reino vecino que vino de visita para una de las fiestas que se hacían, fiestas protocolares, para mantener las alianzas y esas cosas. Esta persona hacía esgrima de esa misma forma, solo era un juego, y le pareció patético.

Muchos personajes de la realeza simulaban tener los rasgos que su familia tenía de manera intrínseca, simulaban pelar, simulaban cazar, pero no tenían ni idea de lo que era el hacerlo al estar entre la vida y la muerte, el hacerlo en serio, el ser capaz de protegerse a sí mismos y sobrevivir, ganar.

No, no sabían nada.

Le hubiese dado su merecido en ese mismo lugar, pero no podía bajar la guardia, ojos siempre observándola, así que fingió, de nuevo, para ganarse a esa persona, como siempre lo hacía, cuando en el fondo solo quería destruirlos a todos.

Joanne era similar, y por lo mismo su rabia creció.

Y sin controlarse, sin siquiera fingir el más mínimo control, corrió hasta su oponente, su mano firme en el arma, que si bien no era una hoja filosa, letal, si podía causar daño, y en ese momento, no le molestaba el causar daño, estaba lo suficientemente iracunda para hacerlo sin remordimiento alguno.

Notó una mueca de terror en Joanne, su cuerpo removiéndose, temblando, y le sorprendió cuando esta soltó el arma, y luego se puso de cuchillas, sus brazos rodeando su cuerpo, protegiéndose.

Avanzó hasta que estuvo a solo unos centímetros de la mujer, la espada en lo alto, lista para golpearla.

Esta se había hecho un ovillo.

Por supuesto que se detuvo, sintiendo la respiración rápida y furiosa dentro de su pecho, así como el calor en su cuerpo, el calor de la ira. Si, estaba iracunda, rabiosa, y veía a esa mujer y se enojaba, tenía buenas razones para golpearla, incluso esta estando indefensa, pero, al fin y al cabo, sabía cuándo detenerse, y este era uno de esos momentos. Un oponente así de débil ni siquiera valía la pena.

“Por favor, no.”

Escuchó a Joanne decir, suave como un susurro, pero en pánico, exaltado.

No se consideraba una buena persona, para nada, tenía muchas cosas malas, pero no atacaría a alguien indefenso, podía amenazar, sí, pero no iba a herir a nadie si no le atacaba de vuelta o tenía intenciones de hacerlo.

Se vio bajando el arma, notando lo pequeña que se veía Joanne ahí, abrazándose a sí misma, agachada, temblando, muy diferente a como se veía de día, con su armadura, erguida, su altura notándose.

El filo, una espada en sí, era un problema, lo notaba en sus ojos, el miedo al ver la cuchilla, el ver el brillo letal del arma, del metal, pero al parecer, el atacarla de esa forma, también era suficiente para hacerla saltar, para volverse indefensa, temblorosa, asustada, aterrada.

¿Qué le pasaba? ¿Cuál era el problema?

Se vio negando, soltando un suspiro pesado, sintiéndose hervir, pero aun manteniéndose en control, al final, aunque quisiera, dudaba ser capaz de lastimarla estando así, por más enojo que sintiese.

“No sé cómo sobreviviste todo este tiempo.”

Era un misterio.

¿Cómo había logrado llegar hasta ahí? ¿Cómo había sobrevivido en el largo camino desde su reino al propio, con bandidos, con ladrones, con asesinos dando vueltas por zonas sin ley? Tenía mucha suerte al parecer, o quizás la justa para vivir, pero no para ser el desastre de persona que era en la actualidad.

No sabía si su miedo venía de antes, siendo una razón de porqué escapó, o el camino fue tan duro, su huida fue tan complicada, que quedó completamente aterrada del mundo a su alrededor, y, de hecho, parecía desconfiar de todo el mundo.

Ambas desconfiaban, sí, pero Joanne se encerraba en sí misma, con miedo de la más mínima confrontación, y ella planeaba para tener siempre el movimiento ganador.

No, no tenía nada en común con esa mujer.

Joanne se sentó en el suelo, sus manos sobre su regazo, sin tener la más mínima intención de agarrar el arma, mucho menos parecía tener la intención de levantarse y continuar, o hablarle, decirle algo. Simplemente se quedó ahí, mirando la espada de madera, sin mover ni un musculo, ni decir palabra.

Era difícil interactuar con esa mujer, y llevaba tan poco conociéndola, que dudaba ser capaz de soportarla por mucho tiempo. No podía manipularla como lo hizo con muchos otros, y eso era desventajoso, y amenazarla no parecía servir mucho, la mujer sin reaccionar por el miedo en vez de moverse, de obedecer.

No solía ser muy de comandar, no era necesario, porque su carisma era suficiente para conseguir todo lo que quería sin obligar a nadie, las personas queriéndola tanto que le hacían caso, que hacían lo que sea para hacerla feliz, para darle en el gusto.

Joanne no era así, porque no había logrado atraparla en sus redes desde el comienzo, y era lamentable.

Pero ya ahora, no podía hacer mucho más, el daño ya estaba hecho, ya la había involucrado en sus planes y la necesitaba, así que no podía deshacerse de esta tan pronto. No, no se dejaría perder de esa forma.

Se puso de cuchillas, mirando a la mujer a los ojos, pero los azules no la miraban de vuelta, su expresión aun afligida, aun en shock, incluso parecía a punto de hiperventilarse.

No iba a culparla, probablemente su expresión tanto corporal como la de su rostro, fue algo intensa, así que era normal que se asustase, sumado a los problemas que ya tenía con anterioridad.

Pero no podía tratar a esa mujer como si fuese una niña pequeña, no iba a mimar a nadie, y esta debía aprender de una vez por todas que quedarse así, de brazos cruzados, ocultándose, huyendo de todo, iba a causarle la muerte en cualquier momento.

“Sé que tienes tus problemas, pero tienes que al menos intentarlo, no podrás sobrevivir así, ni aquí, ni ahí afuera.”

Ahí recién los ojos azules la miraron, y a pesar de que notó miedo en esta hace un momento, ahora notó cierto atisbo de ira, los azules notándose fríos, intensos, y creyó que había dicho algo que había tocado un punto sensible.

“No intentes fingir que te importa si vivo o muero, porque no es así.”

Eso era verdad.

Joanne ya sabía quién era bajo la máscara, ya sabía cómo usaba sus recursos para tener a todos comiendo de su mano, ya sabía exactamente como reaccionaba ante el enojo, y no podía decir que se conocían hace mucho, pero Joanne la conocía más que muchos, conociendo lo peor de ella, cuando los otros solo conocían las mentiras, la falsa persona que creó para conseguir sus objetivos.

Y si, esta era miedosa, inoperante, irrespetuosa, terca, claramente débil, ni era realmente inteligente, pero a pesar de eso, tenía claro que no se podía fiar de ella, de su tipo de persona, y por lo mismo no caería ante sus manipulaciones.

Pero en ese momento, no era esa su intención.

“Si, no me importa, tú lo sabes, yo lo sé, sigues siendo una forastera en mi hogar, sigues siendo un peligro para mi reino, para mi gente, para mi familia, tu mera existencia es un bache, pero, a pesar de eso, tengo intenciones de usarte para conseguir lo que quiero, y sé que no quieres ayudarme, se te nota, pero la otra opción es morir, y sabes que las personas serán lo más cruel posible si se enteran de tus pésimas mentiras, así que tienes que escoger.”

Levantó el arma del piso, y la dejó en las manos de Joanne, esta obligada a sujetar la espada, sin mucha opción, sus manos delgadas aferrándose al mango de madera.

Esta la siguió mirando, pero su fervor, su intensidad, desapareció ante la mención de la muerte.

Ese parecía ser uno de sus miedos.

O uno de muchos.

Pasaron unos segundos en silencio hasta que la mujer volvió a mirarla, ahora su emoción predominante era la desesperación.

“¿C-cómo puedes ser así de malvada? ¿De cruel? La gente como tú tiene un lugar en el infierno.”

Oh.

Si, probablemente sí.

Eso solían decirles, que sus tierras no habían sido bendecidas, pero no le importaba, eran felices así, sin tener a alguien sobre sus hombros. La religión no era un tema en su reino, al menos no la misma que en otros lugares vecinos, o como el lugar donde Joanne venía, donde aquellas creencias se multiplicaban rápidamente, y era hasta aterrador, porque vio lo que aquello causaba.

Y era gracioso, porque el Dios de Joanne, del cual había leído tantas veces, era quien más guerras había causado en las últimas décadas. Agradecía estar en un reino más alejado, más ajeno a los demás, lejos del continente, con sus políticas y sus diplomacias, pero manteniéndose al margen de todo aquello, porque su padre se mantenía firme con sus convicciones desde que subió al poder, y habían logrado mucho viviendo así, de esa forma, y por lo mismo mantenían las distancias de los forasteros, para no corromper la sociedad que tenían.

Lamentablemente la corrompían, por lo mismo salía de los muros del castillo, para evitar aquello.

Eran parásitos que lastimaban, que herían, y muchas de las cosas más terribles que su gente había hecho, era por la influencia de estos, y era tan terrible que hasta su familia en lo alto lo tenía claro.

Necesitaban tratos, alianzas, para prosperar, pero no necesitaban nada más íntimo, por lo mismo su padre, y su hermana, decidieron no meter a alguien ajeno a reinar, ya que podía ser el peor error que podían cometer. Debían conocer a quien quisiese formar parte de la realeza, y asegurarse que fuese alguien que no iba a contaminar el lugar cerca de la perfección que tenían, y para eso, se necesitaba de tiempo, mucho tiempo.

Y ella, que era una mitómana, sabía que desconfiar era la mejor opción.

Y si, quizás, para Joanne, si tenía un lugar en el infierno que esta conocía.

Pero para ella, eso no existía.

Sabía que no era una buena persona, y no necesitaba un Dios que se lo dijese, pero no lastimaba a nadie que no mereciese ser lastimado, había un límite.

Y el Dios de Joanne reprendía incluso a los inocentes, y eso le resultaba horrible.

Por lo mismo la veía ahí, así, tan temerosa, porque había sido criada en ese mundo, sabiendo que todas sus acciones iban a llevarla hacia un camino de perdición, donde iba a ser torturada por la eternidad, incluso después de la misma muerte. Así que debía cuidar todos sus actos, debía seguir las reglas de su Dios, de su reino, para asegurar su pase al cielo, pero ¿Era acaso eso posible? Por lo que había leído, pocos lograrían aquello.

Porque la humanidad era cruel desde el mismo nacimiento, tenían diferente piel, pero al final, eran animales, cazadores, instintivos, impulsivos, y el mero hecho de vivir, de nacer en esos cuerpos pecadores, era suficiente para mandarlos al sufrimiento eterno.

Y ahora que miraba a la mujer, notaba que esta temía caer en ese suplicio, o peor, parecía ya saber que ahí caería, el infierno asegurado, por más que intentase mantenerse firme.

Al final, todos caían.

Asintió, finalmente, levantándose, sujetando firme su arma, la madera resonando ante la presión que estaba ejerciendo.

“Ni la corona, ni mi familia, ni mi reino, ni un Dios omnipotente me dirá que hacer. Esta vida es mía, y yo elijo como vivirla, y lo haré viviendo al límite, disfrutando cada instante, cada interacción, cada respiro, porque no hay nada que quiera más que la libertad, y no pienso tener ataduras que me lo arrebaten.”

Avanzó hasta la ventana, notando lo oscuro de la noche bañando todo su reino, solo la luz de la luna dándoles luminosidad. La mayoría de las casas también estaban a oscuras, todos dormidos, descansando para estar listos para un nuevo día, para una nueva aventura.

Porque la vida era eso, una aventura.

Y nadie le iba a arrebatar esa diversión, por lo mismo estaba en esa tesitura, para satisfacer sus necesidades, y poder tener el atisbo de libertad, hasta al fin conseguirla del todo.

Sintió que Joanne se levantó del suelo, aprovechando que le estaba dando la espalda, como siempre moviéndose cuando no la miraba, cuando estaba a salvo, y no la escuchó acercarse, para nada, pero lo intuyó, porque así era Joanne, temía de frente, pero atacaba de espaldas, y solo le bastó un día entero a su lado para averiguarlo.

Esta no le podría hacer mayor daño, pero esperaba darle una lección antes de que lo hiciese.

No le tenía miedo, no tenía miedo, no era como esta en lo absoluto.

Así que habló.

“Si matas a una pecadora, ¿Estarás libre de pecado? Porque no creo que así funcione.”

Ahora si la escuchó.

O más bien, escuchó la espada de madera cayendo al suelo, esta resonando.

Cerca, muy cerca.

Se dio vuelta, dándose cuenta de que Joanne se había acercado, estuvo muy cerca, con la clara intención de golpearla, y le sorprendía su sigilo, y debió ser eso lo que la mantuvo viva, el escabullirse como una rata, sobreviviendo.

Notó miedo en los azules, realización, luego dolor.

Joanne bajó la mirada, notándose claramente afligida, molesta, enojada, pero sobre todo arrepentida.

No la entendía, Joanne era un enigma.

Y como quería destripar cada parte de su mente y averiguar lo que escondía.

Pero ahora, no tenía tiempo, solo quería dormir, y dejar de pensar en la mujer que tanto la desesperaba. Su paciencia era poca, y agradecía que la mujer no alcanzara a golpearla, porque en ese segundo, no sabía que sería capaz de hacer cuando reaccionase, cuando se defendiese.

Era capaz de todo.

Era un animal, era un cazador, y sabía cómo causar el peor daño.

“Cada noche practicaremos lo básico, así que preparate. Este es un intercambio, es un trato entre ambas para seguir adelante, así que deberías al menos intentarlo, o no me serás más útil, y ahí solo te quedará volver a huir como la rata que eres.”

Cuando Joanne la miró, esta parecía enfurecida, agobiada, sus ojos brillantes como si quisieran llorar, pero al mismo tiempo se veían fríos, y se vio completamente confundida con su actitud, hasta que esta asintió, de mala gana, devolviéndose, buscando su armadura, poniéndosela rápidamente, y salió de ahí, sin decir palabra alguna.

Se quedó mirando la puerta.

Si, ese era un enigma que quería desglosar lo más pronto posible.

O terminaría destruyéndola, rompiéndola.

Y ya no sabía que era lo mejor.

 

Chapter 77: Antihero -Parte 9-

Chapter Text

ANTIHERO

-Enemigo-

 

Se movió.

Avanzó, rápido.

Recorrió las calles, revisó el perímetro antes de subir al edificio más alto de la manzana. Ni siquiera necesitaba las escaleras, con su velocidad podía correr por afuera de este, y no tenía mayor problema. Aun así, sabía que su cansancio llegaría, pero estaba preparada.

Subió hasta la azotea, y el viento le movió el cabello.

Estaba frio ahí arriba, más frio de lo que estaba ahí, en aquel bunker.

Quizás era el extraño sentir dentro de su estómago que le daba la sensación esa, de frio, de agobio.

Se sentía enferma.

Buscó en sus bolsillos, encontrando la barra de proteína que tenía oculta. Imaginó que sacar a la niña iba a ser más difícil, que vendrían más rápido, o que le sería imposible poder sacarla de la jaula y tendría que pelear, así que se aseguró con algo que la ayudaría a no perder fuerzas, o para no sentirse muriendo como cada vez que gastaba más energías de la que tenía.

Y ahora, si bien no estaba mal por usar sus poderes, si se sentía extraña.

Enfocó la vista en su alrededor, miró a lo alto, miró hacia las calles, mientras mordía su aperitivo.

No escuchaba caos como creyó, pensó que vendrían las autoridades, que la policía aparecería y con ellos, sus héroes inocentes e ingenuos.

Cuando terminó de comer, dejó caer el papel, este moviéndose con el viento fuerte que existía ahí arriba.

Oh.

Un momento.

Por supuesto que no llegaría la policía, la policía no sabía lo que hacían en esa compañía, de hecho, ¿Cómo siquiera les pedirían ayuda? ¿Pueden buscar a la niña que mantuvimos secuestrada contra su voluntad? Claro que no, de hecho, por lo mismo Dodek la dejó ir, la compañía la dejó ir, porque no tenían forma legal de atraparla, y siendo lo que era, teniendo la fuerza que tenía, les sería imposible darle caza.

Pero si se trataba de la niña, lo harían.

Sabía que lo harían.

Era la hija de una Diosa, sus genes debían ser importantes, porque no se trataba de hacer a un humano meta humano, si no conseguir sus poderes innatos, y quien sabe que harían con esa información. Tal vez harían más como ella, o quizás harían algo incluso más poderoso.

No lo sabía.

Ni quería saberlo.

Le gustaba la ignorancia, vivir en ignorancia, pudo vivir tranquila por años sin pensar en lo que su amigo hacía a solas, y ahora estaba intranquila. No era lo ideal, pero ya lo había averiguado, ya no podía retroceder.

Notó algo en la distancia, acercándose.

Frunció el ceño, entrecerró los ojos, intentando ver con mayor claridad.

Pero…

¿Qué era eso?

Veía a alguien saltar por los edificios, uno tras otro, impulsándose. Al principio solo parecía una pulga en la distancia, pero ahora, ya más cerca, podía notar con claridad que era una persona. Y conforme se acercó, la sensación en su estómago fue tornándose más y más desagradable.

No podía ser verdad.

El ultimo salto, dejó al desconocido en el edificio de en frente, solo unos metros más bajo que en que estaba. Y fue imposible no notar las coincidencias a penas lo tuvo ahí, tan cerca.

El traje de esta persona era similar al propio, pero con colores más oscuros, más opacos, azul y rojo. Su rostro estaba cubierto con una máscara, diferente a la propia, pero era suficiente para mantener su verdadera cara oculta.

Oculta de todos, pero no de ella.

Porque sabía quién era.

¿Cómo no saberlo?

Conocía a ese hombre, y a pesar de verlo ahora, así, como un héroe, o un villano, o como el científico loco que era a esta altura de la vida, podía aun reconocer el niño que alguna vez fue. El amigo que una vez fue. Se conocían desde hace mucho como para ser ignorantes.

Ambos sabían la verdad.

“Jamás creí que Flattering Ego estaría involucrada en esto, ¿Secuestrar a una niña? Eso es demasiado incluso para ti.”

La voz ajena sonó diferente a lo que acostumbraba, o usaba un vocalizador o solo dejaba salir su verdadera voz, menos cohibida, menos alegre, más el verdadero hombre que era con la máscara, tal y como ella, donde la máscara solo mostraba la realidad.

Ambos eran falsos.

Ambos eran reales solo cuando su rostro estaba oculto.

Se vio soltando una risa, una carcajada, dándose cuenta en la situación la que se había metido, eso sin duda jamás se lo esperó.

Miró al hombre, ahí parado en la cima de aquel edificio, su cuerpo erguido, su postura firme, como jamás lo había visto. Ambos eran reales en ese momento, así que lo único que podía hacer era seguir así, real.

Ese hombre era quien experimentó con ella.

No el niño que recordaba.

“Para con el acto, Dodek, sé que eres tú.”

El hombre mantuvo su postura, su postura heroica, su postura llena de decencia y honor, pero lo notó encorvarse más, enojarse, molesto con la situación, con que la verdad saliese a la luz, no era tan tonta como para caer en su falsedad, porque, ¿Fingir ser un héroe? Ridículo.

Ninguno de los dos ahí presentes era un héroe.

Ninguno lo sería, por más que se vistiesen como si lo fuesen.

Dodek tenía todo el derecho del mundo para enojarse con sus pares, así como ella misma estuvo en todo el derecho de odiar al mundo que jamás le ofreció una mano en sus peores momentos. Ambos sufrieron, y el mundo solo los miró con lastima. Podía entender que quisiese hacer algo al respecto, pero ¿Hacer eso específicamente? ¿Experimentar con niños? Eso había pasado un límite, un límite que ni ella misma cruzaría.

Ella también fue una niña, y sufrió, mucho, cada día, sabía lo vulnerable que se era en esos momentos, por lo mismo empatizaba, aunque no fuese la persona más empática.

Tal vez, de no ser porque se trataba de la hija de Devna, no se habría entrometido, tal vez no habría aparecido ahí, no habría intervenido, porque así era ella, no intervenía, el mundo ardía, y ella miraba con un morbo espeluznante, y pudo haber sido igual, pudo haberse enterado de los niños que sufrían ahí, pudo haber visto a una niña encerrada, pero no habría movido ni un solo musculo.

Si, una cosa era que no lo aprobase, y otra es que fuese a mover un dedo para solucionarlo.

Y no era así.

Sin embargo, se trataba de Devna.

Y por esa Diosa haría lo que fuera, por lo mismo ahora estaba ahí, haciendo lo que algunos héroes llamarían hacer lo correcto.

Dodek quiso ser un héroe, apoyar a los héroes, así nadie abusaría de su poder, así no habría más niños lastimados como él fue en un momento, donde lo atacaban, donde lo golpeaban, donde tenía que ir ella a golpearlos a todos de vuelta para salvarlo, pero, ahora se había convertido en lo que juró destruir.

Ahora él lastimaba a niños inocentes.

Y esa hipocresía le parecía asquerosa.

“Tu acto fue impresionante, te creí por un momento, pero no imaginé jamás que te atreverías a involucrarte en mis asuntos, Wladislawa.”

Dodek habló luego de unos momentos, su voz intensa, como nunca la había oído, real.

Había cambiado.

No, habían cambiado.

Le sonrió mientras se paraba recta, firme, sin perder el control de la situación. Sin perder su verdadera cara, sin fingir ser la niña que era para ese hombre, o para el niño que fue.

“¿Qué te puedo decir? Soy una caja llena de sorpresas.”

El hombre asintió, lentamente, y notó como sacó una especie de báculo de su espalda, y lo hizo girar frente a su cuerpo, con una habilidad que no creyó que este tendría, siendo normalmente un hombre de ciencia, delgado, débil, pero ahora que lo miraba en esa ropa tan ajustada como la propia, se daba cuenta de que se veía más fuerte, era más fuerte.

Si, realmente era otra persona.

“Te lo diré solo una vez, dime donde está la niña, y perdonaré todos los comportamientos indeseables que has tenido últimamente.”

No veía sus ojos, ocultos tras la máscara, pero podía sentir la intensidad de su mirada.

Intentando reducirla, minimizarla.

No le importaba que el hombre tuviese un traje, o que se hubiese dado poderes, o que tuviese un arma, no, no le importaba. Se había metido en peleas con gente mucho peor por menos, así que no iba a retroceder. Si quería algo, debía pelear por ello, lo aprendió desde que era una niña, y si quería conseguirlo, no podía tener miedo, no podía vacilar.

Y vamos, realmente quería esas citas.

Así que no le importaba sangrar.

“Creo que tendrás que añadir este mal comportamiento a la lista, porque no te diré nada.”

De un momento a otro, la expresión del hombre cambió, se tornó oscura, se tornó iracunda, e incluso notó el medallón en su pecho brillar con el desborde de emociones. Él siempre era calmado, ni siquiera se enojaba cuando lo golpeaban, cuando le agredían, nada, incluso muchas veces sonreía, aunque sangrase, y ahora, ahora parecía soltar toda esa ira contenida por años.

Toda la rabia.

Todo el odio.

Ahí, en ese mismo segundo.

“¡DAME A LA NIÑA!”

No.

No había forma.

Su amigo, había desaparecido, y no quedaba nada de él.

Ni siquiera su cuerpo.

Una lástima.

Pero lo dijo, haría todo por Devna, incluso matar a su mejor amigo.

No formaba lazos reales, no formaba uniones, porque sabía que, si le daban el precio correcto, se tiraría al cuello de quien sea, sin miramientos, sin moral, sin nada.

Era egoísta, y seguía lo que le diese mayor ganancia.

Y ahora, ganaría unas buenas citas con una mujer espectacular, no iba a ser estúpida.

Por supuesto que lo mataría.

Aun así, la decepción seguía existiendo.

La decepción de ver al hombre que admiraste desaparecer bajo una faceta asquerosa, una faceta ajena y perturbada.

Y eso dolía.

Al final, aun recordaba a ese hombre como el niño que le dio un propósito, que la vio cuando nadie lo hizo, que la hizo pertenecer, que le dio un significado más a su nombre, y, además, quien permitió que su verdadera cara saliese a la luz.

Sin él, nunca habría sido quien era ahora.

“Si quieres a la niña, tendrás que matarme primero.”

Y morir no estaba en sus planes, no ahora.

Lo escuchó gritar.

Escuchó el grito de guerra retumbar, el sonido siendo llevado por el viento hacia su posición, y lo vio saltar hasta su posición.

Y se preparó.

Dodek saltó, empuñando su báculo, con la intención de golpearla, y mientras lo veía en el aire, notó el metal brillar, y tal vez pudo haber aceptado el golpe, o atrapar el báculo con sus manos, sin embargo, algo le dijo que debía salir de ahí, así que eso hizo, saltó hacia atrás.

La onda expansiva hizo que su salto se tornase en un vuelo repentino.

El báculo golpeó el suelo, y todo estalló, los trozos de concreto saliendo hacia todas direcciones, así como la luz brillante del arma.

Cayó sobre el mismo edificio, pero le sorprendió ver el agujero que dejó aquella arma en la azotea. Menos mal se había movido, ya que, si la onda expansiva fue tan fuerte para mover su cuerpo pesado y dejar tal cráter en el concreto, eso le hubiese dolido más de lo imaginado.

Dodek se levantó erguido, moviendo báculo, este volviendo a su color normal, mientras era girado.

Sabía que el hombre era un experto en tecnología, pero no imaginó que usaría un arma así con ella, o con cualquiera.

Realmente debía dejar de ver a ese hombre con sus ojos del pasado.

Él se movió, saliendo del agujero que creó, y corrió hacia ella, y tuvo que hacer lo posible para esquivar sus movimientos.

Era rápido, si, no podía negárselo. Y no solo eso, si no que cada uno de sus movimientos, cada uno de los ataques que le hacía, como movía el báculo en su dirección, con la intención clara de herirla, hacía notar la furia en él.

El ataque iba a su derecha, y se movía, evadiéndolo, luego a su izquierda, y volvía a evitar el golpe, hasta que este abanicó su báculo frente a ella, y tuvo que saltar hacia atrás, alejarse.

Sudó frio cuando el talón de su bota quedo fuera del edificio.

La había arrinconado.

Notó la sonrisa en Dodek a penas sus miradas se cruzaron, miradas que ninguno distinguía del otro, pero reconocían tanto las expresiones ajenas que era fácil saber lo que el otro pensaba.

Por su parte, preocupación.

Y él, satisfacción.

Pero no le iba a dar en el gusto. Él no le iba a dar el golpe que tanto deseaba. No, ahí, ella debía sobrevivir, sin importar nada. Así que solo se dejó caer, la estocada que el hombre lanzó solo golpeó aire. Se vio sonriendo también, mientras lo veía apretar los dientes.

No era tan fácil eliminarla.

Era una cucaracha, sobrevivía.

Giró su cuerpo, y desafió el suelo bajo sus pies, pero usó su velocidad, el mundo deteniéndose a su alrededor, y afirmó sus botas en la pared de aquel edificio, en sus muros, en sus vidrios, y comenzó a correr sobre este, siendo solo un haz de movimiento para los humanos normales.

Y subió a la azotea una vez más.

Debía mantener a Dodek lo más lejos del suelo, donde estaba su verdadera presa, su experimento, la niña que había huido de sus garras.

Saltó frente al hombre, habiendo pasado tan pocos segundos para él, que aún no se recuperaba del hecho de verla saltar del edificio, quizás recordando esa vez, donde huyó de él, donde decidió no ser más un experimento, y saltó, sin miedo alguno, sin siquiera importarle lo que le podía pasar al llegar al suelo.

Pero ya no era esa mujer, ahora era diferente.

Ya no era la pobre cucaracha infeliz de Wladislawa, ahora tenía una máscara, ahora tenía una vida interesante frente a ella, y le gustaba vivir así. Ser ella misma, sin ocultarse, sin acallarse.

Apretó su puño, y golpeó.

Nunca había golpeado a Dodek, jamás, por el contrario, golpeó a quien sea que lo hiriese a él, los torturó, los lastimó, para que no volviesen a cometer tal error. Pero a él, oh no, jamás.

Pero ahora era diferente.

Dodek ya no era su debilidad.

Ahora tenía otra kriptonita.

Lo escuchó soltar un gruñido, y sintió los dientes ajenos plasmados en sus nudillos, y disfrutó de esa pequeña victoria. Se lo merecía por lo que le hizo, y ahora al fin podía desligarse de esa relación toxica que mantuvo durante tantos años. Pero entre ambos, ella podía ser más toxica, así que se iba a asegurar de dar el último golpe.

El cuerpo de Dodek cayó metros más lejos, siendo impulsado por la fuerza inhumana de su puño, pero no fue suficiente para detenerlo, el báculo aún seguía firme en sus manos, y así también las ganas de pelear firme en su semblante. Se paró erguido, de nuevo, limpiándose el rostro de cualquier atisbo de sangre, y la observó.

Inerte.

Él no temía matarla, y ella a él tampoco.

Este tomó el báculo, y la apuntó con uno de sus extremos, sin dejar de mirarla, y podía sentir la intensidad en los ojos que no veía.

“No quería hacer esto, pero tú me obligaste.”

¿Qué?

¿Hacer qué?

Notó una luz salir de la punta del báculo, y un rayo salió de ahí.

Rápido.

Se alertó, y usó su velocidad para esquivarlo, tuvo que verse obligada a hacerlo, sin embargo, no fue lo suficientemente rápida, este saliendo en un pestañeo. Sintió el rayo de calor en su brazo, hirviendo, como un láser infrarrojo que le hizo doler hasta el hueso.

Su brazo ardía por dentro, pero su traje mejorado no tenía ningún rasguño.

Antes de poder siquiera digerir ese ataque, notó como un segundo laser iba a ser disparado, y tuvo que moverse, saltó, y no le importaba donde, pero necesitaba alejarse, y esta vez lo logró.

No notó daño en el edificio del frente, donde el láser debió llegar, y no lo tenía claro, pero asumía que debía reaccionar solo con algo orgánico.

Se tuvo que mover, tuvo que correr, no tenía de otra, porque el hombre gritó, de nuevo, un grito de guerra, mientras movía el báculo rápidamente con la intención de volverle a disparar aquel rayo. No podía abusar de esa habilidad, o terminaría agotada demasiado rápido, y tenía claro que esa batalla duraría más de lo que esperaba.

O tal vez, debía arriesgarlo todo.

Y eso hizo.

Corrió hasta él, hasta su espalda, adelantando cualquier movimiento ajeno, y le dio una patada. Le sorprendió que su bota sintiese duro, demasiado duro, casi como aquel traje elástico y maleable fuese nada más que hierro. Le recordó a la dureza de esa prisión en la que encontró a la niña, a Prisha.

Un golpe que debió mandarlo lejos, solo lo movió unos centímetros, y no creía lo que veía.

Ese hombre, realmente se había preparado para esa pelea, se había hecho un traje infalible, poderoso, lo suficiente para suplir sus habilidades humanas, si es que aún lo podía considerar humano, no le sorprendería que ya hubiese empezado a experimentar consigo mismo.

Su error, en ese momento, fue quedarse perpleja, porque a penas lo golpeó, reveló su posición, y cuando notó que el hombre usó el báculo, cuando lo movió y lo apuntó al suelo, ya era demasiado tarde para reaccionar.

Se movió, sí, pero de nuevo, no fue lo suficientemente rápida.

Y normalmente solía ser lo suficientemente rápida.

Dodek usó el báculo para golpear el suelo a sus pies, el concreto, y una explosión destruyó el piso, causando una onda expansiva incluso más poderosa que la anterior. Eso le iba a afectar también a él, pero considerando lo duro de su traje, dudaba que estuviese como ella, herida.

Sintió dolor en su cuerpo, mientras era mandada por los aires, y ahora no tuvo la suerte de caer sobre el edificio, por el contrario, se vio cayendo hacia abajo, y podría haber cambiado su rumbo, pero aun sentía el dolor de la explosión en su cuerpo, su pecho se había apretado, sus pulmones siendo lastimados por sus propias costillas, apenas y podía respirar.

Sin embargo, a pesar de su dolosa situación, se había dado cuenta de algo.

Dodek arregló su traje, sin embargo, ahora se daba cuenta que era incluso más frágil que antes. Resistente, si, no parecía romperse, rasgarse, pero el dolor, este lo sentía muy bien, y saber que él lo hizo a propósito, la hizo hervir, tal vez ya empezó a dudar de su lealtad cuando lo visitó. Sin problema pudo haber puesto la tecnología que él tenía en el propio, y mejorar el suyo, hacerla inmune, o al menos convertirlo en una especie de escudo protector.

Y no lo hizo.

Era una estúpida.

Apretó los dientes, forzando a su propio cuerpo para regenerar su pecho, para sanarse mientras caía, lo suficiente para poder respirar, para poder hacer alguna acción, para no caer al suelo y sufrir las consecuencias.

Pero cuando miró arriba, notó a Dodek al borde del edificio.

Fue una milésima de segundo, donde vio un brillo.

Y ahí, no pudo hacer nada.

El láser le llegó al cuerpo, con una puntería agonizantemente perfecta, y lo sintió justo en su frente.

Ni siquiera pudo gritar.

Lo sintió como una aguja lacerando su cráneo, su cerebro, pasando a través de toda su cabeza. No sabía si era algo físico, o solo causaba la sensación, no entendía esa tecnología, ni tampoco quería entenderla. Era demasiado, incluso para sus estándares. La única forma de saber si aquello era algo mortal o no, era disparándole aquel laser a un humano normal, y ver si la cabeza de ese desafortunado ser explotaba, o solo lo dejaba inconsciente por el dolor imaginario.

Con ese dolor, no pudo moverse, reaccionar, aunque sus pulmones ya volviesen a la normalidad.

Así que solo cayó, dando vueltas, sus ojos mirando apenas lo que ocurría, como el suelo se acercaba, hasta que finalmente cayó sobre el asfalto.

Pudo sentir sus huesos quebrarse con el golpe, con la caída, sus órganos aplastándose dentro de su propio torso. No recordaba un dolor similar, y eso que su cabeza había dejado de funcionar con aquel láser. Sus brazos, sus piernas, su rostro, todo su cuerpo enterrado en trozos de asfalto, todo roto en pedazos, su traje manteniendo todo dentro.

Se sentía horrible.

Escuchó los autos chirrear, los gritos de las personas, de hecho, oía aún más caos. Alguien debió oír la primera explosión y los medios ya estaban atentos a cualquier cosa, para filmar o para grabar, para hacer lo que sea para tener una exclusiva.

Y le agradaba eso, si, le gustaba aparecer en televisión, el ser entrevistada, incluso cuando aparecía como la mala de la película, sin embargo, ahora, estampada en el asfalto, enterrada en un agujero que su propio cuerpo hizo al caer, con su cuerpo roto y prácticamente consiente solo por su regeneración, la hacía sentir devastada.

No era eso lo que quería que otros viesen.

Pero al parecer, no había forma alguna de pararse y volver a tener la atención que le gustaba tener, o decir lo que le gustaba decir. No, ahora solo era un muñeco de trapo, inmovilizado por el dolor.

Y no se acababa.

Su instinto atacó, los cabellos de su nuca levantándose en alerta, pero, aunque recibía la señal, su cuerpo no podía reaccionar como debía. No era posible. Necesitaba recuperarse, pero luego del ataque en su cabeza, ya no creía poder hacer nada con la misma rapidez.

Estaba perdida.

Sabía que el hombre se había lanzado, que Dodek se había tirado del edificio, había caído, ganando velocidad con cada piso que bajaba, y usó su arma para golpearla con todo el ímpetu que obtuvo en la caída, y sintió el báculo en su espalda, rompiendo su columna, rompiendo sus órganos, haciendo estallar todo su interior, así como rompió el suelo, y la explosión de asfalto dejó sus oídos sin escuchar nada más que un chillido agudo.

Y cayó.

El piso cedió, y debió caer dentro de un estacionamiento, o eso creía, porque ya no veía nada, solo oscuridad.

A pesar de no temer, de hacer lo que sea por tener su querida recompensa, no era tan estúpida para pelar batallas que sabía que no podía ganar, últimamente, si estaba en una situación así, coqueteaba con sus atacantes y salía de ahí antes de ser superada, encontraba la forma, era una cucaracha, sobrevivía. Incluso cuando hacía algo para defender a alguien, si es que sabía que no podría seguir, simplemente rompía su trato. Nada la ligaba a nadie, así que podía darse esos lujos.

Así que esto la había sobrepasado.

Nunca había recibido tanto daño.

Y su amigo era el culpable.

Estuvo ahí minutos eternos, en la nada, en la profunda oscuridad, sintiendo nada más que dolor, escuchando nada más que ese pito en los oídos, torturándola. Y cuando apenas logró oír, escuchaba las voces difusas en lo alto, arriba en la superficie, mientras el caos se oía de fondo, los autos, los civiles, los reporteros, las cámaras.

Debían de estar celebrando al nuevo héroe, y ahora sabía que lo aceptarían rápidamente, de todas formas, para la gente, ella era una persona detestable, que incluso la habían tachado de ser cómplice de Snake Goddess, y ahora eso podría ser una verdad, así que sabía que el estar ahí, bajo tierra, sangrando, muriendo, a nadie le importaba.

Nadie la ayudaría.

Nadie la rescataría.

Una persona con su personalidad no merecía eso, con su egoísmo, con su falta de moral, con su narcisismo, con toda su lista interminable de defectos, blablá, pero no iba a hacerse la víctima, porque antes, cuando era una niña, no era así, era normal, o eso se suponía, y ahí, en ese tiempo, nadie la ayudó, nadie la rescató, así que solo era ella el problema, no tenía la suerte para ser querida, para ser amada, y al menos con la máscara pudo tener un atisbo de eso, de la atención de las masas, por muy poco genuino que fuese.

Adoraba esa sensación.

La que por tantos años anheló, para sentir que al menos existía a ojos ajenos, para asegurarse de que estaba viva.

Pero ahora, él se robaba las cámaras.

Se removió, sintiendo su cuerpo, poco a poco recuperando control sobre su ser, pero estaba agotada, sentía nauseas por el dolor, por el cansancio, y por haber agotado todas sus energías recuperándose de sus heridas, las cuales no se habían curado, porque se sentía fatal.

Abrió los ojos, sintiéndolos arder, viendo casi todo con un matiz rojizo, y probablemente era porque sus ojos sangraban, así como su rostro, como su boca, como su cuerpo.

Y que un cuerpo, un rostro, como el de ella estuviese en ese estado, era una lástima, y desde que empezó a ser una cara publica, se aseguró de estar siempre impecable.

Esperaba que nadie la viese en ese estado.

Eso si era una humillación.

Se vio sola, ahí, con trozos de asfalto a su lado, enterrándola viva, pero no iba a morir, no aún. Movió su mano derecha, y no la vio, esta completamente dada vuelta hacia la dirección opuesta, no hacia donde una mano debía ir, y agradecía que al menos seguía en su muñeca, probablemente porque su guante lo permitió.

Claro, traje antibalas, cuerpo débil.

Iba a necesitar otro asesor de moda, algún otro nerd que le arreglase el traje, que ahora, teniendo a ese hombre como enemigo, sabía que si sobrevivía tendría que volver a pasar por algo así, y esperaba que al menos su segunda piel la ayudase a resistir un poco más los golpes.

Se arrastró, sin saber cómo, sin sentir sus extremidades del todo, pero debía moverse rápido, antes de que decidiesen bajar a mirar dentro de esa nube de polvo, dentro de esa montaña de asfalto. Esperaba que pensaran que estaba muerta, al menos por ahora sería eso lo mejor, y así, si volvía a aparecer, la sorpresa sería mayor.

Llegó hasta debajo de un auto, uno alejado del agujero, y se quedó ahí por unos momentos, intentando recobrar un poco más de su cuerpo, de sus extremidades, y se enfocó en sus piernas. Sabía que las tenía rotas, ya que no sentía sus pies, así que debía apresurar esa regeneración, ya se preocuparía de sus manos rotas después, por ahora no eran prioridad.

Su rostro probablemente si era prioridad, pero si no salía de ahí pronto, ya no tendría cuerpo ni rostro ni nada.

Solo podía esperar, un poco más.

Debía llegar con Devna.

Debía apresurarse.

Era lo único que le quedaba, lo único que en ese momento anhelaba.

 

Chapter 78: Gladiator -Parte 13-

Chapter Text

GLADIATOR

-Supervivencia-

Oía los gritos.

Oía el desastre.

Se sentía fuera de su cuerpo, este entumecido.

¿No estaba muerta?

Probablemente su alma había dejado su cuerpo, esa debía ser la razón.

Y esa era la paz.

No sentir, era la verdadera paz.

Había recibido el descanso, descanso el cual no merecía, una persona como ella, que se dejó corromper por la sociedad, que se convirtió en la asesina a sangre fría que estos querían que fuese, que se convirtió en un Gladiador cuando su único deber ahí dentro era morir, morir como cada forastero que llegaba a la capital con malas intenciones, ese era su destino.

Pero no murió, no murió ninguna de las veces en las que debió morir, porque se rehusaba a morir, y era estúpido, debió dejarse, debió dejar que la primera persona con la que se encontró en el coliseo simplemente acabase con su miseria rápidamente, ahí se iría con la mente sana, con el cuerpo limpio de aquel mundo, pero ahora era demasiado tarde, ya había probado esa vida, y se había acostumbrado a la sensación de su espada atravesando la carne.

Era afortunada, se lo decían cada vez, que siempre sobrevivía, pero ¿Era eso algo bueno? No lo tenía claro del todo. Ahora, ¿Podría irse a un lugar mejor? ¿Su alma podía irse limpia, libre de la mugre de esa sociedad?

El dolor apareció.

El dolor llegó de un momento a otro, perforando su carne, perforando su cuerpo entero. Terminó soltando un grito, y no sabía si era a causa del ardor que estaba sintiendo o por la realización de saber que, si sentía, era porque estaba viva, porque había tenido suerte de nuevo.

Y ya no sabía lo que era tener suerte.

Abrió los ojos, y no supo dónde estaba, la visión la tenía borrosa, y apenas lograba distinguir un par de colores, pero no era el gris de su celda.

Buscó alrededor, y no pudo distinguir nada, lo único que logró notar, era su propio cuerpo, podía ver su torso envuelto con vendajes, estos manchados ya con sangre seca, y sentía que la apretaban como una gran serpiente, presionando su piel, sus músculos, sus huesos, sus órganos.

Llevó las manos a las vendas, sintiendo la necesidad de quitarlas, de liberarse, aunque sabía que no era una decisión sabia, al menos no lo haría en su celda, donde entre tanta mugre, entre tanta suciedad, su herida empeoraría, pero, por otro lado, sabía que no estaba en su celda, porque no olía como su celda.

“Domitia.”

Escuchó una voz, y eso la hizo distraerse de los vendajes.

Aun no veía con distinción, pero notó la ropa de uno de los guardias, sus colores, así que sabía que se debía tratar de uno de ellos. Antes de poder distinguir el rostro del guardia, este se alejó, saliendo de esa habitación, y se quedó confusa, lo suficiente para olvidar, de nuevo, su primera acción que era liberarse.

Pero no pasó mucho tiempo hasta que volvió a oír caos, volvió a escuchar voces en la lejanía, acercándose, tal y como lo que escuchó un rato antes de despertar, o tal vez horas antes de despertar, o tal vez días, ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba ahí, herida, debatiéndose entre la vida y la muerte.

Si, se decía a si misma que merecía morir, que era su hora, pero, aun así, nunca quiso morir, no quería morir, ni ahora ni nunca.

Un montón de personas entraron como una estampida, su vista aun no mejoraba, así que no notaba ninguno de los rostros, pero sabía que eran guardias y los médicos, cuyas ropas reconocía bien. Estos se le acercaron, comenzaron a hablarle, y a pesar de que intentó entender lo que le decían, no podía entender absolutamente nada.

Agradecía que aquello la distrajese de su dolor, el cual ya había pasado a un segundo plano.

Pero sentía.

Aun sentía, y lo corroboró cuando una mano agarró la suya, una mano grande, una mano tosca, incluso más que la propia, y cuando giró el rostro, notó que era un guardia, el cual estaba a su lado, sujetando su mano, hablándole, pero entre tantas voces no podía reconocerla, así que solo pudo fruncir el ceño, intentando enfocar su vista.

Era su guardia.

Siempre le llamaba su guardia, pero ahora le llegaba la realización de que no sabía su nombre, nunca se lo había preguntado, ni tampoco solía hablarle demasiado, pero siempre estuvo ahí desde el comienzo. Le tenía aprecio al sujeto, ayudándola y acompañándola en tantas situaciones.

Miró sus manos unidas, e intentó con todas sus fuerzas mover sus dedos, y lo consiguió, consiguió mover su mano, apretar la ajena, y distinguió el suspiro de alivio del hombre.

Sintió manos acomodándola en su lecho, y el dolor en su torso parecía aliviarse un poco con el gesto, o tal vez estaban tratándola, aliviando sus pesares. Estos siguieron hablándole, pero no podía decir nada, porque no les entendía con claridad, ni siquiera podía forzarse a entender, ya que, poco a poco, empezaba a adormecerse.

Pero sabía que estaba viva.

Sabía que ese adormecimiento no la llevaría a la muerte.

Así que cerró los ojos, siendo arrullada por las voces a su alrededor, y así volvió a dormirse.

Le sorprendía.

Realmente ese mundo, esa sociedad, la quería viva.

Obviamente era quien les traía diversión, era un objeto, un juguete para ellos, pero, aun así, la ayudaban a sobrevivir, a tener una mejor vida, a tener riquezas que jamás hubiese obtenido en la vida que tenía antes de llegar a la capital.

Estaba segura de que en su pueblo nadie haría nada para ayudarla, nunca fue así, nadie la quería con vida, nadie la quería cerca de ellos, solo sus padres, los únicos que la querían, y en realidad, no les quedaba de otra, ellos la concibieron y lo mínimo que podían hacer era quererla, ya que mucho más no podían darle.

Pero ahí, un montón de desconocidos pagaban por verla, pagaban para darle beneficios, ahora habían hecho presión para darle lecciones de pelea, para convertirla en un verdadero Gladiador, para poder tener una mejor condición física y mental.

No era nadie en su pueblo, y ahora, era alguien.

Ya no iba a discutir la moralidad del lugar en el que estaba, o la moralidad sobre sus propias acciones de supervivencia, pero si había probado la realidad, era gracias a ese mundo.

Se detuvo, sintiendo su cuerpo arder.

Se quedó mirando alrededor, se quedó mirando el pasillo ahora oscurecido, el cual recorría cada día desde que despertó, desde que tuvo la capacidad física para poder moverse, para poder levantarse sin que su torso explotase en dolor, en ardor.

A su lado, estaba su guardia, las manos de este la sujetaban, la mantenían de pie mientras ella caminaba, mientras se movía, porque tantos días ahí acostada dejaron sus músculos débiles, eso y la herida tan grave que casi le causó la muerte.

Así que debía moverse, y lo que su cuerpo lograba a estas alturas era solamente caminar y hacer ejercicios simples, pero luego de un tiempo, su cuerpo se agotaba, su torso tirando de su piel, dejándola sin respiración. Ya no podía soportar las horas de ejercicios que solía ejecutar para mantenerse en forma, para mantener su fuerza, pero sabía que una vez que su herida sanase del todo, lo lograría.

“¿Estás bien?”

El hombre le preguntó, su rostro con cierta preocupación, y asintió, dándose la motivación para dar el siguiente paso.

Avanzó, tomando el ritmo, recuperándose, el hombre soltándola para que pudiese seguir por sí misma, y ya podía hacerlo sin problema, aun así, este se mantenía cerca por si perdía el equilibrio.

Escuchó ruido provenir desde el otro lado del pasillo, y notó como desde la oscuridad aparecía otro guardia, lo había visto un par de veces. Este avanzó deprisa hasta su guardia, y comenzó a decirle algo en el oído, y este asintió, mirándola en el proceso. Por su parte los miró a ambos, sorprendiéndole el secretismo.

Tan rápido como apareció, el guardia se retiró, desapareciendo en la penumbra del lugar, las antorchas apenas capaces de alejar la oscuridad. Cuando volvió a mirar a su guardia, este se estaba acercando con una expresión incierta en su rostro, parecía indeciso.

“¿Cómo te sientes?”

La pregunta le llamó la atención, y no sabía cómo responder a eso, y por inercia, miró su propio cuerpo, su torso aun envuelto con vendajes, ni siquiera le habían puesto cuero en el torso para tener mejor acceso a la herida, y para no fomentar que esta empeorase. Pasaba el último tiempo usando ropas de tela ancha y suave, evitando cualquier roce inesperado y molesto que pudiese lastimarla.

Si, realmente la quería viva, la querían bien.

Cuando volvió a mirar al hombre a los ojos, este seguía con la misma expresión.

“Estoy bien, pero podría estar mejor.”

Notó una sonrisa en este apenas habló, y había total honestidad en eso. Comparada a cuando despertó, estaba bien, pero claramente no estaba como solía. Aun le faltaba para poder recuperarse por completo y volver ahí afuera.

Su guardia asintió.

“Vamos a dar un paseo entonces.”

¿Un paseo?

El hombre la guio por el pasillo, y sabía que esa zona, ese pasillo, ese lugar en el que se había acostumbrado a estar las últimas semanas, no tenía conexión con las celdas, era un lugar diferente, aun así, no podía llegar demasiado lejos para descubrir que había más allá, lo único que si sabía, es que seguía dentro del coliseo, en uno de los tantos rincones que tenía aquel imponente lugar.

Avanzó en silencio, sin nada más que decir, mientras seguían por los pasillos, el hombre mirándola cada tanto rato, asegurándose de que estuviese bien, que pudiese mantenerse de pie, y apreciaba su preocupación. Viviría, sin importar lo que pasara, de eso estaba segura.

Luego de un par de vueltas, se topó por las puertas que llevaban a la salida, y sintió el aire llegándole de golpe. Ahí, el aire era mejor que en la prisión, pero, aun así, seguía siendo un aire viciado, no como afuera, como el aire limpio de la libertad.

Se sintió como cuando salió por primera vez, donde pensó en huir, en salir corriendo, pero sabiendo su situación, su estado, no llegaría lejos, y ahora, era exactamente igual, no tendría fuerzas para correr, para huir, para defenderse, nada.

Y no quería huir.

Ya no quería huir.

Una carreta la esperó, y el conductor tuvo que bajarse para ayudarla a subirse, entre ambos hombres la agarraron, evitando que pudiese lastimar aún más su cuerpo ya magullado.

Ya dentro, ya en el confort de los asientos cómodos, se relajó.

Sentir los cascos de los caballos contra el suelo le traía buenos recuerdos, ya que siempre que salía de su confinamiento recordaba lo agradable que era el mundo, lo mucho que deseó por años el poder verlo, y eso hizo mientras miraba hacia afuera, descansando su cuerpo, mientras que el vehículo la llevaba a un destino desconocido, y ella no tenía que hacer mayor esfuerzo que esperar.

Le gustaba eso.

El quedarse quieta y simplemente ser atendida, sin tener que esforzarse, y decir algo así la haría lucir como una persona vaga, pero siempre tuvo que esforzarse demasiado, en el pueblo debió hacerlo para poder comer, para poder mantener a la familia, para poder seguir viviendo, y ahí, hacía lo mismo, esforzándose cada día para tener fuerzas para el día siguiente, para poder entrar a la arena y sobrevivir.

Los movimientos la hicieron relajarse lo suficiente para cerrar los ojos, su mente vagando, recordando momentos donde sintió eso, como cuando los médicos trataban sus heridas, como cuando las mujeres la bañaron con cuidado, cuando desconocidos la vestían apropiadamente para cada ocasión. Y también recordó cuando estuvo agotada, cansada, recostada en las piernas del Emperador, mientras las manos de la mujer pasaban por su cabello, secándolo, mechón por mechón, con más cuidado del que creyó que un líder militar tendría con alguien como ella.

Si, esas situaciones no eran apropiadas para alguien como ella, para una mera campesina, ahora una presa del estado, pero lo disfrutó, disfrutó hasta el más mínimo cuidado, hasta la más mínima atención, y debía hacerlo, debía disfrutar la vida que se ganaba en cada pelea.

Había cosas malas, pero le gustaba pensar en las cosas buenas, en apreciarlas, porque pronto dejaría de vivir y perdería todo eso, todo lo que no habría conseguido si se quedaba en su pueblo, donde en algún invierno simplemente moriría de hambre, o quizás los mismos pueblerinos la matarían para poder alimentarse de su delgado cuerpo.

Quizás esa no era una vida feliz.

No, estaba segura de que la vida que tenía no era feliz, sin embargo, se preocupaban de alimentarla cada día, de darle grandes raciones para saciar su cuerpo, sus músculos, se preocupaban de tratar sus heridas, para garantizar su sobrevivencia, se preocupaban incluso de limpiar la celda donde vivía, dándole comodidades para poder descansar apropiadamente.

Y eso era algo que antes no tenía, ni creía que pudiese llegar a tener.

Abrió los ojos cuando la carreta se detuvo, cuando el sonido de las ruedas y de los caballos se acallaron, sacándola de las garras de Somnus, así como escapó de las garras de Mors días atrás, observando la realidad una vez más, sobreviviendo una vez más.

Cuando miró a su lado, su guardia ya estaba afuera, ofreciéndole la mano para ayudarla a bajarse, y así mismo lo hizo el conductor, quien también estaba ahí para ayudarla, y lo aceptó.

Su vida ahí importaba.

El aroma del lugar le trajo recuerdos, topándose de frente con lo frondoso de los árboles, de los arbustos, y se vio siendo llevada por su guardia, y le costó recordar donde había sentido un aroma semejante, hasta que vio las aguas termales frente a sus ojos, el vapor saliendo del agua, anunciando el calor, anunciando sus propiedades, y se sintió en paz a penas supo dónde estaba, lo que podría disfrutar.

Su guardia se alejó, diciéndole que vendría por ella en unas horas, así que aprovechase de descansar lo que necesitase, y sabía, por su estado, que necesitaba aquellas aguas para curar sus heridas, su dolor interior, sus músculos lacerados.

Se quedó sola luego de unos momentos, y miró el agua, sabiendo que tendría todo el tiempo del mundo para disfrutarlo, así que eso haría, se tomaría su tiempo.

Se sacó las sandalias y caminó hasta el borde, sentándose, dejando sus pies en el agua, sintiendo su piel hervir ante el calor, pero no pasó mucho para acostumbrarse a la sensación. Estaba más caliente que la primera vez que estuvo ahí, y se notaba por la cantidad de vapor que había en el ambiente.

Se quedó un momento mirando el agua, mirando su reflejo, notando lo pálida que estaba su piel luego de aquella pérdida de sangre tan desmesurada que casi la llevó al otro lado, pero ya tenía más color, probablemente si se hubiese visto cuando despertó, no habría sido nada más que la imagen de un fantasma. Ahora se veía viva, sí, pero se notaba débil, y no quería demorarse en volver a ser quien era, quería volver a la arena, quería agradecer a las personas por creer en ella, por darle una oportunidad de sobrevivir, de vivir, de darle las energías que necesitaba para seguir adelante, para no rendirse.

Y estuvo a muy poco de rendirse, pero no lo hizo, no se rindió, y no debía volver a pasar por eso, no iba a aceptar el cometer aquel error.

La próxima vez, dudaba que alguien pudiese salvarla de aquel trance, así que lo evitaría a todo costo.

Escuchó ruido a su alrededor, y se vio parándose por inercia.

Ya sabía que no era su guardia, él le dijo que volvería en unas horas, y no habían pasado ni cinco minutos.

Miró a su alrededor, una mano moviéndose hacia su abdomen, el movimiento apresurado haciendo que su herida ardiese desde adentro, pero eran sus instintos a flote, y había aprendido a hacerles caso, a seguirlos, y solo eso garantizaría su sobrevivencia.

Y ahí, a solas, estaba a la merced de cualquier depredador.

Entre los árboles, notó unos ojos claros, brillantes, asomándose. Los ojos de un felino. Luego notó una túnica blanca asomarse, luego notó el oro, y luego notó el cabello oscuro. El Emperador salió desde lo frondoso de la naturaleza, con su postura firme, militar, y a pesar de haberla visto tantas veces, jamás había visto una expresión como la que tenía plasmada en el rostro.

Normalmente se topaba con la sonrisa felina, la sonrisa capaz, la sonrisa que demostraba el poder que aquella mujer poseía, en más de un sentido, sin embargo, esa sonrisa brillaba por su ausencia, no había sonrisa alguna, solo notaba un dejo de furia en sus ojos, en su expresión, sus rasgos ya duros notándose aún más ante su ceño fruncido.

Abrió la boca, pero no supo que decir.

Cuando pensó en lo que el Emperador había hecho por ella desde el comienzo, quiso agradecerle, quiso tener un gran libreto preparado para hablarle, para comunicarse correctamente, sin embargo, luego la muerte llegó, y asumió que agradecerle sería imposible, que siquiera verla sería algo imposible, así que la idea simplemente dejó su cabeza al volver a la vida, y ahora se veía sin palabras, como siempre cargando con su incapacidad para hablar, para decir lo que quería decir.

Pero antes de poder pensar en eso, en darle vueltas al asunto y empezar ahí mismo a formular una frase para poder decirle, esta se acercó, avanzó rápidamente, y se vio acallada aún más cuando la mujer se metió al agua, sin siquiera sacarse la túnica, está ahora mojada hasta sus rodillas, y aun así, esta no se detuvo, acercándose.

No iba a negar que tuvo miedo, porque lo tuvo.

Que una mujer así de fuerte, así de capaz, corriese hacia ella con esa mueca de enojo, era evidente que sería su perdición. Podría darle pelea a alguien, podría luchar por su supervivencia, pero ante el Emperador, cualquier intento sería en vano, y lo comprobó con una espada en su mano y también con sus cuerpos desnudos en una cama.

Jamás le ganaría a esa mujer, no pudo cuando su cuerpo estaba en su mejor estado, mucho menos en el presente, con su torso aun destruido por dentro.

Así que solo cerró los ojos.

Esperando su final.

Si esa Diosa la mataba, entonces ese sería su mejor final.

 

Chapter 79: Teacher -Parte 3-

Chapter Text

TEACHER

-Alivio-

 

Sentía que había pasado una eternidad…

A pesar de esa sensación, tenía claro que el año escolar empezó solo un mes después del término del anterior, en unos días todos habían vuelto a clases, alumnas nuevas y antiguas por igual, llenando la escuela de bullicio, dejando de lado el silencio sepulcral que se vivió durante el receso.

Si, ahora había ruido, había ánimo, la escuela había recobrado vida.

Pero Nao no estaba ahí, no más.

No quería ni siquiera admitir que la extrañaba, pero lo hacía, debía al menos ser honesta consigo misma, aunque no pudiese serlo en voz alta.

La extrañaba cuando esta pasaba por los pasillos, iluminando todo con su sonrisa, o cuando la encontraba en detención con esa mueca tonta que solía poner, disculpándose, pero sin la menor intención de disculparse por su mal comportamiento, así también extrañaba cuando la veía en clases, diciéndole cosas a ella, dejando a todas sus compañeras perplejas con su actitud honesta y desinhibida.

También recordaba cuando solía encontrarla en su club de deporte, de baloncesto, atrayendo la atención del resto de jugadoras, así como también de aquellas admiradoras que solían visitar el club solo para mirarla, para verla. Por supuesto que por su parte no iba a admirarla, ni nada así, solo a hacer el papeleo usual, dos veces al mes, pero Nao no dudaba ni un momento cuando la veía entrar en el gimnasio, de inmediato acercándose, o diciendo que encestaría por ella o algo similar.

Se sentía avergonzada en esas situaciones, molesta incluso, pero siempre le causaba cierto alivio que Nao, teniendo tantas chicas a su alrededor, admiradoras, esta se acercaba a ella, siempre.

Eso la hacía hervir.

La atracción era mutua.

Pero ya no había nada de eso.

Ya no la veía ni en los pasillos, ni en clase, ni en detención, ni en el club, nada.

No estaba en ningún lado, y al final del día, cuando se daba cuenta, cuando la realización le golpeaba, empezaba a sentirse deprimida.

Sabía que la amaba, que sus sentimientos iban más allá que una atracción física o solo la preocupación que tuvo como maestra durante esos tres años, pero, aun así, seguía sorprendiéndole como la ausencia de la chica era suficiente para tenerla así, destruida por dentro, incluso cuando Nao se tomó en serio sus estudios para entrar a la universidad, se sintió sola como nunca antes, y ahora, era incluso peor.

Porque Nao estaba ocupada, pero aun ahí, presente.

Ahora era diferente, estaba lejos de su alcance, en un paradero que no conocía, y ni siquiera había revisado donde había entrado a estudiar, o como le habían ido en los exámenes de ingreso, simplemente lo ignoró todo, para así evitar martirizarse, para no sufrir.

Pero tenía curiosidad.

Se vio buscando en el bolsillo de su traje, donde siempre llevaba aquel maltratado papel, ¿Cuánto tiempo llevaba con este ahí? ¿Acompañándola cada día? Probablemente habían pasado dos meses de la graduación. Lo tenía ahí, siempre, tentándola, pero siempre se convencía de esperar, de no llamarla, de superar todo eso, pero recordaba aquel beso, recordaba aquel abrazo, recordaba las sensaciones removerse en su estómago, y no podía negárselo.

Estaba ahora sola en la sala de detenciones, todos habiéndose ido a sus casas por la jornada.

Notaba las luces anaranjadas del atardecer pintar el lugar, y le recordó esa vez, ese avance imprevisto, pero que le sirvió para entender sus sentimientos, para corroborarlos, y para aceptarlos.

Amaba a Nao, y Nao la amaba a ella, ¿No?

Solo ella sería tan estúpida para aceptar un camino que no quería e ignorar su propia felicidad. Lo hizo hace diez años cuando aceptó una pareja que no quería, cuando abandonó su carrera de ensueño, cuando dejó todo de lado para tener la familia feliz que sus padres le impusieron.

Y vivió así, miserable, por años.

Y ahora, de nuevo, teniendo claridad en su camino, ahí estaba, arruinándolo, tirando todo por la borda, siendo miserable.

Marcó el número, y se quedó mirando el botón para llamar.

Esperando una señal.

Ganando fuerzas, valentía.

No quería ser quien fue años atrás, quería ser feliz, quería hacer lo que sentía correcto sin sentir que el mundo le imponía una vida miserable. Simplemente quería sentir, ser amada, el hacer lo que más quería en la vida sin que nadie la controlase. Que controlase su felicidad.

Y llamó.

Se quedó inerte, esperando, escuchando el tono de llamada, lento, tortuoso.

Pensó en cortar.

Pensó en simplemente acabar con eso de raíz.

“¿Hola?”

Hasta que finalmente contestó, y la voz fue suficiente para derretirla.

Si se sentía como una eternidad desde que no escuchaba esa voz.

Se vio de piedra, digiriendo el saludo como si fuese un código que debía ser descifrado, mientras sentía sus mejillas arder, su cuerpo de inmediato reaccionando a pesar de que hubiese una distancia indefinida entre ambas, la sentía a su lado, sentía su calor, su pasión, le hacía sentir viva una vez más, como no lo había estado en todo ese tiempo.

Iba a hablar, pero no pudo, su voz rompiéndose.

La extrañaba, la extrañaba tanto.

“¿Sensei?”

Dio un salto, sin poder creerlo.

¿Cómo lo supo? ¿Cómo logró adivinar?

Se obligó a respirar profundo, para intentar calmarse, para calmar sus nervios, su sorpresa y los latidos estrepitosos de su corazón.

“Y-ya no soy tu sensei.”

Le dijo, sabiendo lo temblorosa que sonó su voz, pero no pudo mantener la compostura tanto como quería. Al final, era la mayor, y ahí estaba, nerviosa como una niña.

Eso era lo que le hacía el amor a su cuerpo.

Y no creyó que tendría una oportunidad para experimentarlo.

Escuchó a Nao soltar un suspiro al otro lado de la línea, y luego la escuchó reír, suavemente, y le causó cierta melancolía oírla así, tan despreocupada.

Era la misma.

La misma Nao de la que se enamoró.

“Siempre serás mi sensei.”

Se vio sonriendo al escucharla.

Típico de Nao.

Si, no había duda, era la misma.

“En serio, no creí que me llamarías, ya estaba perdiendo las esperanzas, pero me alegra tanto oír tu voz, siento que han pasado años desde la última vez.”

Oh.

Siempre adoró esa honestidad.

Y como muchas veces se sentía igual pero no podía siquiera imitar tal honestidad.

Pero quería ser honesta, debía ser honesta, porque Nao había hecho todo eso por ella, y debía retribuírselo.

Se vio acomodándose en la silla, dejándose caer en el pupitre, relajando se cuerpo, mirando el paisaje anaranjado mientras mantenía el auricular en su oído, deleitándose con la mera respiración ajena, como si estuviese ahí, de nuevo, ambas en ese salón, solas con el sol ocultándose.

Que cursi se había vuelto.

“También me alegra oír tu voz.”

Ser honesta, era difícil, y siempre admiró la honestidad ajena, pero quería ser así, y al menos, a la distancia, sin tener a la mujer de frente, tener los nervios afectándola, ahí podía ser más fuerte, tener más valentía para decir lo que quería decir, sin sabotearse a sí misma.

Pero al final, incluso con sus palabras contradictorias, Nao siempre sabía lo que en realidad quería decir, y probablemente debía culpar a su cuerpo de eso, a sus sonrojos, a su nerviosismo tan notorio, y le daba rabia que pasara eso, que fuese tan poco capaz de mantener su humanidad a raya, de que sus palabras y su cuerpo no coincidieran.

Pero era imposible.

Era un desastre si se trataba de Nao.

“¿Así que me extrañaste? ¡Estoy tan feliz!  …por favor dime que no me llamaste para despedirte de mí para siempre o algo así, mi corazón no lo soportaría.”

Su propio corazón tampoco.

No sería capaz.

Ya se vio rompiéndose al despedirse esa vez, al saber que no la volvería a ver, que sus caminos se separarían para siempre.

Y no quería que pasara de nuevo.

Por algo la había llamado.

Abrió la boca, pero su voz tembló y ni siquiera pudo decir palabra alguna.

¿Realmente aún se sentía preocupada por eso? ¿Por una relación con Nao? ¿Con alguien menor que ella, con una mujer? Había más cosas que le preocupaban también, pensando que Nao podría estar lejos, en otra prefectura, en otra ciudad lejos de la propia, inalcanzable, o que su capacidad para mantener una relación, luego de tener un divorcio, fuese desastrosa.

No se sentía segura para avanzar, o al menos así se sentía cuando lo pensaba, cuando usaba la lógica para tratar algo que solo quería tratar con el corazón.

Y quería seguir adelante.

Quería estar con Nao, sin importar nada, o al menos, intentarlo.

Si, se arrepentía de muchas cosas en su vida, desde niña que era así, tomaba caminos que le traían dolor y miseria, y no quería pasar por eso de nuevo, así que al menos lo intentaría, y así no se arrepentiría de tirar a la basura una relación que ni siquiera tuvo la oportunidad de comenzar.

Respiró profundo, y le sorprendió el silencio al otro lado de la línea, solo oía la respiración ajena, nada más, esta dándole tiempo, espacio, para ser honesta de una vez por todas.

Si, se lo debía.

“Quiero verte de nuevo.”

Habló, soltando en un suspiro, como si las palabras la agobiasen, pero se sintió tranquila cuando pudo decirlas, cuando se dio cuenta que realmente fue capaz. Prácticamente pudo oír la sonrisa de Nao, pudo notar su emoción incluso sin verla, y se sintió cálida por dentro.

Nao también quería lo mismo, y ni siquiera tenía que decírselo.

“Mañana.”

Esta le dijo de la nada, riendo, y solo pudo preguntarle a que se refería con eso, era demasiado abstracto, y la escuchó reír aún más.

Si, ya se la imaginaba emocionada, y ahora podía oír su emoción.

Y realmente se sentía bien el saber eso, el saber que su existencia le causaba felicidad a alguien, ni siquiera sus padres parecían lo más remotamente parecidos cuando los llamaba para las fiestas. Quizás creyó que no era suficiente, no, lo pensó, durante años, que nunca fue suficiente para hacer felices y orgullosos a sus padres, así como pensó durante años, que no fue lo suficientemente buena para satisfacer a su marido.

Pero ahora, se sentía suficiente.

Cuando veía los ojos amatista de Nao brillar cuando la veía, se sentía regocijada.

Para alguien, ella era indispensable.

Y jamás imaginó que sentiría tanta satisfacción al sentirse así, querida, amada, y tal vez por lo mismo se vio atraída por Nao, por su amor honesto, por su admiración, por las palabras de amor que solía predicarse sin el mayor miramiento, sin la mayor vergüenza.

“Mañana, veámonos mañana. Sé a la hora que sales usualmente, así que encontrémonos en un café, ¿Qué te parece? Tengo muchas cosas que decirte, y preguntas que quiero hacerte.”

“¿Un café?”

Probablemente Nao escuchó la decepción en ella, no sabía porque, pero se sentía decepcionada, tal vez por saber que no tendría privacidad en un lugar así, la intimidad de hablar con alguien a quien quería a su lado.

“Oh, sensei, de acuerdo, te entiendo, si quieres ir a un lugar más privado podemos ir a un motel.”

Oh no.

Se vio sentándose recta en el asiento, lastimando su espalda en el proceso, mientras su rostro ardía como el mismo sol del atardecer.

Por un momento olvidó que Nao era una adulta ahora.

Le dijo algo, que sabía que no se entendió, pero la risa de Nao no le ayudó a calmar su vergüenza.

“Lo siento, no me contuve, fue inevitable, pero si, también quiero estar en un lugar privado para hablar mejor, pero es un buen comienzo, ¿No?”

Si, lo era.

Se vio asintiendo, su rostro aun ardiendo, y no solo eso, si no que la sangre subió tan rápido a su cabeza que sus sienes dolieron.

No estaba en edad para sentir esos golpes de emoción.

“U-un café está bien…”

Un momento.

Recién ahí, su mente entendió algo.

Un café, un lugar en común.

¿Podían verse?

¿Era una opción?

“¿Aun vives en esta prefectura?”

No pudo ocultar su emoción, de eso estaba segura.

Pensó que esta se había ido lejos, como gran parte de las alumnas, que se iban a ciudades más grandes, buscando las universidades con mayor prestigio.

Y pensó que Nao no sería diferente.

Pero de no ser así, la hacía sentir aliviada.

“Si, me aceptaron en una universidad cerca de casa. No quería irme lejos, ya sabes, eso de vivir sola en otra ciudad no habría sido lo mío, y, por otro lado, no quería alejarme tanto de ti.”

Sintió su corazón golpeando su pecho.

No se había alejado.

No se había ido.

No estaba fuera de su alcance, por el contrario.

Se vio sonriendo, sin poder contener el alivio que sentía.

Ahí, sus sentimientos, como mujer, estaban en un lado completamente opuesto que sus sentimientos como maestra. Y sin poder evitarlo, tuvo que regañar a Nao, como llevaba haciéndolo los últimos años.

“Deberías haber pensado más en tu futuro, Nao, en buscar una buena universidad, una más prestigiosa.”

Escuchó a Nao reír, casi como cuando le hablaba de eso en detención, y tantas veces lo hizo, pero esta ahí estaba, despreocupada, simplemente diciéndole que su único interés en el futuro era casarse con ella, y siempre lo creyó una estupidez, un deseo infantil, pero al mismo tiempo sabía que era honesta con cada una de sus palabras, de sus promesas.

“Nah, si estar en una universidad prestigiosa me aleja de lo que amo, entonces no me importa estar en la peor universidad del país.”

De lo que ama.

Se sintió enrojecer, sabiendo, por el tono que esta lo dijo, que se refería a ella.

Si se tratase de la mujer que era años atrás, estaría en desacuerdo, pero ahora, quería creer que esa era la mejor decisión.

Y ese país, siempre le demostraba que el prestigio, que hacer lo que la sociedad esperaba de ellos, como trabajadores de excelencia, como personas exitosas, no les daba a todos finales felices, y a ella ciertamente no le dio uno.

Pero ahora se esforzaba para cambiar eso.

Y agradecía la decisión que Nao tomó.

“Por primera vez estoy agradecida de esa forma de pensar tan despreocupada que tienes.”

Así la tenía ahí.

La podría ver.

Podrían hablar.

Existir al lado de la otra, sin que la distancia limitase sus interacciones.

Ya era difícil al estar trabajando, y Nao estudiando, para que además la distancia les jugase en contra.

“¿Eso es un cumplido? ¡Porque lo tomaré como tal! Entonces espero verte mañana, te mandaré un mensaje con el nombre del lugar y nos veremos ahí.”

Por supuesto que no negaría.

Por supuesto que no iba a retroceder.

No sería tan estúpida, mucho menos al saber cómo el universo le mostraba ese camino, como aparecía frente a ella la oportunidad de ser feliz, de disfrutar su vida.

Y solo tenía una vida.

Y los Dioses se la dieron para disfrutarla, y eso haría.

“Nos vemos, Nao.”

La escuchó reír, emocionada, antes de colgar.

Y se sintió bien.

La iba a ver.

Realmente la iba a ver.

No podía estar más impaciente.

 

Chapter 80: Wren -Parte 2-

Chapter Text

WREN

-Misión-

 

Tomaron distancia, intentando ser lo más discretas posibles.

Era más fácil decirlo que hacerlo.

En otros lugares, donde su cliente había ido, no era complicado, pero ahí, había demasiadas personas, e incluso seguirlo de cerca era difícil.

Veía a su compañera, a Butterfly teclear en su tableta, viendo las cámaras de seguridad del lugar, siguiendo al cliente, de la forma más eficaz que podía, caminando cerca, lo suficiente para que ella pudiese correr e intervenir si es que llegaba el momento.

Pero no, nada extraño había ocurrido.

Nadie perseguía al cliente.

Nadie le había hablado.

Nadie lucía sospechoso.

Tal y como los otros días, no parecía haber problema alguno, nada que resaltar, en la agencia empezaban a creer que lo que causó que el cliente los llamase, no era nada más que una casualidad, coincidencia.

Sin embargo, algo no andaba bien, lo sentía.

Era algo de instinto, probablemente.

Si, era su primera misión, pero no era su primer día, ya no lo sentía como que era mero nerviosismo como antes, como la primera salida que tuvieron, algo casual, por lo mismo miró hacia todos lados, atenta, mirando las calles, los edificios, tratando de convencerse de que todo estaba bien, pero no era así.

No quería decir nada, ni preocupar a Butterfly con su propia paranoia, que bien podía no ser nada.

Pero, aun le daba vueltas, a pesar de que no hubiese ocurrido nada, sabía que alguien quería atacar a su cliente, o al menos, le creía a su cliente que decía que ese era el caso, ya que no habían notado menor prueba de eso, tal y como los policías, ignorando sus lamentos.

Quería creerle.

“El cliente dice que se va a tomar un descanso para almorzar.”

Asintió de inmediato. Su compañera solía sonar animada siempre que hablaba, y le parecía que ambas tenían un buen humor, tal vez por eso su jefa las puso de compañeras. Y no solo porque ambas eran bajas, en comparación a otros agentes.

No, bueno, un poco si creía que era el caso.

Pero, aunque así fuese, no iba a fallar la misión.

Caminaron por la zona, por el patio de comida, mirando alrededor, sin llamar la atención, y en realidad, nadie las notaba de tan abarrotado de gente que estaba. Su compañera miró las cámaras, hackeando cada una de estas, observando cada punto.

Y ella, mientras tanto, miró lo que tenía a su alcance, que eran las personas, que eran las mesas, y su mirada terminó en una de las ventanas. Ahí había una buena vista, los ventanales eran amplios, permitiendo que las personas ahí reunidas tuviesen la mayor luz y escenografía que fuese posible, a pesar de que hubiese otros edificios alrededor, no lograban mermar el paisaje.

Un momento.

Entonces lo vio.

Obviamente estaba paranoica, buscando en cada rincón, buscando culpables, y por supuesto que iba a mirar en el edificio de en frente, que tenía toda la vista hacia el centro comercial, hacia aquel lugar lleno de personas donde estaban vulnerables, comiendo y conversando sin ninguna preocupación.

Nadie ahí siquiera iba a creer que alguien los atacaría de la distancia.

Ni siquiera la agencia lo sospechó.

Estuvieron pensando en ideas, en cómo era más probable que el cliente fuese atacado, pero si era un acosador, supuestamente alguien normal, con acceso a un arma simple, estaría cerca, donde pudiese disparar a corto alcance, pero nunca pensaron en un arma de largo alcance. No lo vieron como una posibilidad.

Y ahora, que notó un brillo extraño en el edificio de enfrente, en lo alto de este, creyó que podía ser ahora una posibilidad.

Podría ser simple paranoia, creyendo que un francotirador acabaría con su cliente, porque no tenía sentido, pero si es que llegaba a ser así, se iba a arrepentir por el resto de su vida si es que no iba a inspeccionar.

“Hay alguien en ese edificio.”

“¿Qué? ¿Quién?”

La pregunta de su compañera no tenía respuesta de su parte, pero le señaló el edificio con la barbilla.

“Hay alguien ahí arriba.”

Los ojos de la mujer se fijaron dónde estaban los propios, ambas mirando el edificio, y juró que vio rojo ahí arriba, si, había alguien, y sabía que ese era un buen lugar para atacar, para disparar, para matar a alguien desde la distancia y pasar por completo desapercibido, así huir antes de ser descubierto.

Se giró para mirar a su compañera, sabía que esta tenía más tiempo en ese trabajo, era su superior, de edad y de rango, pero debía hacerlo. Sabía que esta tenía una habilidad con la tecnología, que tenía buenas habilidades de supervivencia, pero sabía que lo físico no era realmente su fuerte.

Si alguien iba a ir a investigar, debía ser ella, que podía ganar contra alguien armado.

Así que, aunque su compañera fuese su superior, no pudo callarse, no pudo quedarse quieta, no pudo controlar el impulso.

“Mantén al cliente lejos de las ventanas, iré a ver quién está ahí arriba.”

Habló, y ni siquiera esperó respuesta, ni permiso, nada, simplemente comenzó a correr, avanzando entre las personas, avanzando hasta la escalera más próxima, y pudo jurar que su compañera le dijo algo, la regañó o algo, pero no la escuchó. Esta siempre priorizando que las dos saliesen vivas de la misión, y claramente estaba arriesgándose, dando un vuelco en las probabilidades.

Esperaba que no se metiese en líos tan pronto, que aún no cumplía una semana en la agencia…

No se demoró mucho en salir el centro comercial, saliendo por la escalera de emergencias, y agradecía estar en buena condición física, o ya estaría perdiendo el aliento. Cruzó las calles, y buscó la mejor entrada al edificio vecino, asegurándose una vez más de que fuese el correcto, sin querer cometer el error de confundirse y entrar al equivocado.

Entró por la puerta trasera del edificio, y buscó la escalera de emergencia de este, y por suerte no veía demasiadas personas, siendo un edificio de oficinas en su mayoría, así que no tenía que pasar entre personas que le tapasen el camino. Comenzó a subir, rápidamente, corriendo sin parar, sabiendo que debía llegar a la azotea pronto.

Al menos se aseguraba de que mientras Butterfly mantuviese al cliente vigilado y fuera del rango de ataque, todo debería estar bien.

Necesitaba tiempo.

Necesitaba al menos cerciorarse de que no era como lo pensó.

El edificio no era de los más altos, como otros, pero, aun así, luego de avanzar piso tras piso, comenzó a sentir los músculos de sus piernas doler, pero no podía detenerse y tomarse un descanso.

Si no era nadie, si era nada más que un trabajador más que salió a fumarse un cigarrillo, se iba a sentir como una tonta, y ahí si se culparía a sí misma, y bueno, solo podría culparse a sí misma, por ponerse así de paranoica como para creer que le dispararían con un rifle a un sujeto que era de lo más normal.

Si fuese una celebridad o alguien del gobierno, lo entendería.

Pero no era el caso.

Pero no perdía nada con averiguarlo, con quitarse la duda, aunque su cuerpo estuviese destruido luego de eso.

Notó la puerta que llevaba a la azotea, y si bien estaba corriendo ya rápido, la adrenalina la obligó a aumentar la velocidad, y de nuevo agradecía el estar en buena forma.

Empujó la puerta, y pudo sentir lo fuerte del viento ahí arriba, sorprendiéndola, pero no lo suficiente para cerrar los ojos, para perder de vista a quien era su objetivo, a quien podría atacar a quien era su cliente.

A pesar de estar agotada, de que le faltase el aire, su cuerpo se quedó por completo anonadado, ni siquiera creía estar respirando.

Se topó, ahí arriba, con la mujer más hermosa que había visto.

Era alta, con un pelo rojo que ondeaba con el viento, y sus ojos tenían un color muy similar, brillantes, parecía una modelo. Si, sin duda se quedó completamente anonadada cuando la vio. Esta usaba un traje negro, que se ajustaba bien a su cuerpo, delineando sus curvas.

Si, era hermosa.

¡PERO!

Había un gran pero, que era que, justo al borde del edificio, tenía afirmado un rifle de francotirador, este listo en la posición perfecta para disparar hacia el edificio vecino, donde su cliente estaba.

Claro, vio rojo, por supuesto iba a ser la tiradora.

¿La tiradora que iba a matar a su cliente? Por ahora, era su principal sospechosa, y bueno, si iba a disparar a quien sea también era malo y peligroso, no se lo iba a permitir sin más, así que se obligó a salir de su estupor, y corrió hacia esta.

La mujer, notando sus intenciones, ni siquiera recuperó su rifle, simplemente corrió en la dirección contraria, hacia otra puerta al otro lado de la azotea, que creía que llevaba a las otras escaleras, en el otro punto del edificio. Sus piernas dolían, así como su pecho, pero no se detuvo, debía hacer las preguntas necesarias, y aunque esa mujer no fuese a disparar a su cliente en particular, lo que era sin duda sospechoso, estaba usando un arma peligrosa, y no podía permitir que alguien estuviese sobre la azotea con un rifle, teniendo la vida de cientos a su merced.

Detenerla era lo correcto.

La mujer abrió la puerta, pasando a través de esta, rápidamente, ágil, y el mismo viento le cerró la puerta en la cara, así que tuvo que abrirla de nuevo. La mujer no parecía realmente veloz, pero su altura, lo largo de sus piernas, claramente le daba una ventaja.

Bajó las escaleras, sin dudar, saltando escalones de ser necesario y así ganar un poco de distancia.

La mujer se detuvo en los primeros pisos, saliendo por la puerta de emergencia.

Casi le pierde la vista, de no ser por el sonido fuerte de la pesada puerta al cerrarse, así que no dudó en entrar al piso. Al principio le pareció una mala decisión, porque eran oficinas, bien podía haber alguien ahí, pero no, estaba desierto, de hecho, parecía que el piso estaba remodelándose. Notó a la mujer correr por el largo pasillo, y no se demoró en seguirle el paso.

Notó como esta miró hacia atrás, asegurándose si la seguía o no, y si, ahí estaba.

Siguiéndola con todo lo que tenía.

La mujer dobló en una de las esquinas, entrando a un nuevo pasillo, y agradeció que todas las puertas de las oficinas estuviesen cerradas, porque si esta entraba en una de estas, probablemente no la encontraría, o se vería en una emboscada, no tenía idea.

Pero no, la mujer de negro avanzó por otro pasillo, y se dio cuenta que el edificio era un largo pasillo rectangular. Podría darle la vuelta, e intentar atraparla por el otro lado, pero era demasiado largo para lograrlo, bien podría haber otra salida o alguna oficina abierta y le perdería el rastro, solo le quedaba seguir así, siguiéndola de cerca.

Apretó los dientes y se obligó a correr más rápido, y si, le dolía todo, pero no importaba, si no aceleraba, jamás la alcanzaría.

Y eso hizo.

O tal vez la mujer perdió resistencia, lo cual también era una probabilidad.

El pasillo se acabó, y la mujer volvió a girar, volviendo al pasillo más largo, y ahí la vio cada vez más cerca de su alcance, y eso la motivó a avanzar. Si estiraba una de las manos, ya podría sentirla cerca.

Escuchó a la mujer jadear, ya de lo cerca que estaban, así que tomó una decisión arriesgada, saltando, tirándose hacia esta, sujetándola de la cintura, obligándola a caer al suelo.

Giraron a través del piso de cerámicas, y probablemente su traje ya no estaba tan pulcro, ni el de la mujer, pero no podía preocuparse de eso. La mujer intentó zafarse de su agarre, ambas luchando, pero no iba a perder en ese ámbito. Estaba cansada, pero aún tenía sus habilidades, sus brazos, sobre todo, así que hizo lo posible para trepar sobre la mujer y mantenerla lo más quieta posible.

Usó sus piernas para mantener las ajenas en su lugar, sin que esta pudiese pelear, y sujetó las manos ajenas con las propias, manteniendo a la mujer firme contra el suelo.

La mujer era más alta que ella, pero creía tener más fuerza en ese ámbito.

Claramente lo que la mujer eran las armas, y para ella, su cuerpo era su arma.

Finalmente, teniendo a la mujer firme, sin posibilidades de que se le escapase, se tomó un momento para recuperar el aliento, sintiéndose hervir ante el esfuerzo, tanto el de su cuerpo como el de sus pulmones. Estaba muy agotada, pero se sentía bien, porque había cumplido con lo que se propuso, y eso siempre la energizaba de alguna forma.

Aprovechó esos momentos para mirar a la mujer, teniéndola cerca, y no dudó en observar su rostro, su cabello, su expresión que, si bien mostraba cansancio, también mostraba fuerza, no era una cobarde, para nada, se mantenía firme.

Si, era realmente hermosa.

Pero estaba trabajando, así que debía hacer exactamente eso.

“¿Qué hacías allá arriba?”

Preguntó, sintiendo la voz ronca y adolorida por el agotamiento.

La mujer, a pesar de su posición vulnerable, la miró sin dudar, sin miedo, sonriéndole, confiada.

“Que me tengas a tu merced no significa que voy a decirte lo que quieres saber.”

Su voz sonó suave pero intensa, así como se veía su rostro.

No, no era una persona cualquiera.

Se vio mirándola, mirando su ropa, mirando su postura, su confianza.

Esta tenía razón, pero eso no significaba que se iba a rendir fácilmente.

“¿Para quién trabajas y que quieren con mi cliente?”

La mujer la miró con cierta sorpresa, su rostro cambiando, expresivo, y ups, quizás no debía decir eso, pero ya era demasiado tarde, ya lo había soltado. La mujer negó, sonriendo, recuperando su compostura. Había cierto tinte de burla en su expresión, así como cierto enojo.

Esta negó, firme en su postura.

“No te diré nada, menos si trabajas para alguien como esa escoria.”

“¿Qué?”

¿Escoria? ¿Su cliente?

Pero si era un sujeto normal, no tenía nada malo, lo habían revisado por completo, todo su prontuario, y nada.

“No te hagas la tonta, sabes bien a lo que me refiero.”

A pesar de la confianza en el rostro de la mujer, así como en su voz, por su parte estaba realmente confundida. Había mirado los archivos, había buscado en cada una de las aristas de su cliente, buscando cual podía ser la razón de ser buscado de esa forma, y no, era una persona realmente decente. Lo peor que había hecho fue pasarse una luz roja, no encontró nada más. Un ciudadano modelo prácticamente.

Y era una agencia de renombre, tenían información privilegiada, que solo ellos tenían, y ni siquiera en esas montañas de datos se encontró nada remotamente malo por lo que su cliente debiese ser cazado de semejante forma.

Si, lo del acosador si era probable, había mucha gente enferma en el mundo, y estaba la posibilidad de que justo su cliente pillase al acosador de malas y ahí todo se hizo una bola de nieve más grande.

Pero para ser tratado de escoria, no, nada de eso.

Se distrajo cuando la mujer la miró, sus ojos brillantes, su sonrisa reluciente, y se vio de nuevo anonadada.

“No te diré nada, así que podemos estar en esta posición el tiempo que quieras, aunque prefiero que me inviten a salir antes de tomarse estas confianzas conmigo.”

Bueno, sí que estaban pegadas.

Se sintió entrar en calor, sin poder evitar el caer ante el buen humor de la mujer.

Si que era atractiva.

Se vio sonriendo también, teniendo claro cuál era su deber, que es lo que debía hacer, y ninguna cara bonita le iba a impedir el completar su trabajo.

“Descuida, vamos a estar así de pegadas hasta que me digas algo útil. Ya luego te invitaré a algún lado si es que resultas ser inocente.”

Para su absoluta sorpresa, y deleite, la mujer soltó una risa, para nada intimidada por su agarre ni su supuesta amenaza.

“Inocente no soy, lamentablemente, así que tendremos que posponer esa cita.”

Si, eso era una lástima sin duda.

Escuchó el aparato en su oído resonar, aparato que olvidó por completo que tenía en el oído para poder comunicarse con su compañera. La tecnología de verdad no era lo suyo.

Este chirreó antes de poder escuchar la voz de Butterfly.

“¿Dónde rayos estás, Wren? Por favor dime que estás viva. Acá hay un sujeto que ha estado dando vueltas tras el cliente, creo que es el acosador.”

Oh.

Eso le hizo fruncir el ceño.

Entonces, el acosador seguía suelto, seguía dando vueltas, y su cliente estaba en peligro, y ahí estaba ella, sosteniendo a una posible asesina, y no sabía qué hacer en ese momento.

¿Volver donde su cliente y salvarlo de un ataque?

¿O mantener rehén a una mujer que era claramente peligrosa?

No, no tenía idea de que hacer.

 

Chapter 81: Antihero -Parte 10-

Chapter Text

ANTIHERO

-Protección-

 

Dio un paso.

Luego otro.

Se aseguró de que podía caminar, pero no era eso suficiente.

Se sacó el traje de encima, y volvió a lucir como un civil más, solo que con más sangre encima de lo que era usual, así no atraería miradas innecesarias. Aunque, al estar cojeando así, era casi evidente que algo le pasaba, pero como esperó, nadie le prestó ayuda.

Estaba acostumbrada a eso.

Y ahora lo agradeció, porque o si no, sabrían que era Ego, y llamarían a las autoridades, y prefería mantenerse ajena al ojo de Dodek. No quería que él se volviese a acercar, no ahora que sabía lo vulnerable que era contra él.

Si nadie sabía quién era, mejor.

Metió las manos en los bolsillos de su sudadera, su mano derecha aun torcida hacia el lado incorrecto, y la otra mano no la podía mover y caía flácida, pero ahí dentro no se notaban sus circunstancias, así como ocultó su rostro con la capucha, el cual aún no sabía su estado, pero, aunque lograse regenerar su piel, aun no sabía que manchas dejó en este.

Siguió caminando a paso rápido, pasando entre los callejones, perdiendo a quien sea que la estuviese siguiendo, aunque sabía que nadie la perseguía.

Estaba herida, dolorida, con los huesos aun rotos dentro de su piel ahora relativamente sana, y, sobre todo, ya no tenía energía alguna para regenerarse, para terminar de sanarse. De hecho, estaba hambrienta, deseando devorar lo que sea que se le pusiese en frente y así poder tener algo de energías para volver a ser ella misma.

Para recuperarse.

Para vivir.

Esperaba que los efectos adversos de lo que sea que Dodek se hizo a sí mismo para tener esa fuerza, fuesen aún menos placenteras que las propias.

Soltó un suspiro de alivio cuando iba llegando a la zona C, a otra de las guaridas de Devna.

Habían planeado ir a ese lugar luego de todo eso, asumiendo que la policía y los héroes vendrían a por ellas, y necesitaban tener varios lugares para poder escapar de ser el caso.

Y ahora, se sintió insegura.

¿Les había dado el tiempo suficiente para huir?

No lo sabía, y esperaba con todo su ser el encontrarlas a las dos ahí dentro, porque si no, podía saber con seguridad que Dodek las había encontrado antes, y las había asesinado.

Y había visto a muchos morir.

Había visto a personas de rodillas frente a ella, pidiéndole ayuda, rogando que les salvase la vida, y los dejó morir, los vio morir a todos y cada uno de ellos, y no sintió nada, solo se regocijó en que la trataron así, como una salvadora, en sus últimos momentos, y eso no podía inflar más su ego.

Sin embargo, pensar en Devna morir, se sentía doloroso.

Ni siquiera verla, solo pensarlo, y creyó que no tendría aquellos pensamientos a esta altura de la vida, pero se equivocó.

Entró en el callejón, se aseguró que nadie la viese, y se adentró más y más, hasta toparse con una puerta. Sabía cuál era, se había memorizado cada detalle de alrededor para saber exactamente lo que buscaba. Y no se iba a equivocar en una puerta.

Sabía que debía golpear la puerta, pero ahí notó que tenía problema con eso, sin tener las manos, y creyó lo inútil que era la situación. Así que se limitó a golpearla con la punta de la bota, tres veces, esta viéndose de madera, pero sonando de metal.

Esperó.

Y esperó.

Sabía que Devna debía abrirla desde adentro, pero ¿Y si no la abría? Eso significaba que no estaba dentro, que no había llegado, que había muerto allá atrás, o peor, que Dodek se la había llevado con él para experimentar tanto con ella como con su hija, y si eso sucedía, tendría que volver, tendría que infiltrarse en la compañía, pero con Dodek ahí, no podría ganar, era su territorio, su lugar, no sería capaz de llegar lejos.

Puso la frente en la puerta, esta sintiéndose helada en su cabeza hirviendo, en la cual aún sentía el láser atravesándola, sensación que no creía poder olvidar.

La perdería.

Podía enfrentar a cualquiera, pero tampoco era estúpida para no saber cuándo estaba en desventaja, y ahora lo estaba, y le gustaba esa vida, le gustaba vivir, no quería morir, y sacrificarse de esa forma por alguien…

Maldición.

Si se sacrificaría por Devna.

Lo tenía claro.

Quizás si era un poco estúpida.

La puerta se abrió, cada uno de los mecanismos resonando, y se vio cayendo hacia adelante, siendo su frente la que mantenía su cuerpo en posición. Perdió el equilibrio, e iba a caer, pero sintió en su piel las escamas rozándola, las colas de serpiente rodeando su cuerpo, manteniéndola firme, sujetándola sin lastimarla, y aunque lo hiciesen, aunque la agarrasen con fuerza, con todo el dolor que sentía, dudaba que fuese realmente importante.

Cuando miró hacia adelante, Devna estaba frente a ella, su rostro realmente preocupado, una mueca que no había visto en esta, al menos no una mueca que ponía con ella. Hacía ella, para ella.

Eso la hizo algo feliz.

Escuchó la puerta cerrarse tras ella, los mecanismos funcionando, sellándola otra vez.

No le había puesto atención a alrededor, al lugar al que entró, porque se quedó disfrutando de la mujer hermosa a la que tenía en frente, disfrutando de la expresión que hacía solo por ella, disfrutando también el verla viva, el saber que no estaba encerrada en un lugar del que no podría rescatarla.

Era libre aún, su sacrificio no había sido en vano.

“Eres tan hermosa que por un momento olvidé mis huesos rotos.”

Habló, su voz sonando rasposa, y esperaba que su sonrisa no perdiese el encanto a pesar de su deplorable estado.

Devna de inmediato negó, sacada de quicio, pero no le dijo nada.

Por el contrario, sintió las colas aferrándose más a su piel, eso siendo la única respuesta que obtuvo, y podía acostumbrarse a eso.

Esta le dio la espalda, y ahí al fin notó su alrededor.

Era una habitación, una sala de estar, pequeña, apretada, pero no se veía abandonada como la anterior.

“Callate y guarda energías, las necesitas.”

Se vio caminando, siendo guiada por la mujer, las colas de esta sujetándola, ayudándola a dar cada uno de los pasos siguientes.

Pasó por un pasillo, y notó una cocina a su derecha y un baño a su izquierda, y al final del pasillo había una habitación minimalista, la perfecta fachada, y Devna abrió las puertas del armario, y escuchó un sonido salir desde dentro.

Había una puerta ahí, camuflada con la madera del mismo armario, y cuando se abrió, sonó pesada, dura, resistente, y la mujer entró, así que entró con ella.

Apreciaba que las colas la siguiesen sujetando, porque empezaron a bajar unas escaleras de metal estrechas, y sufrió cada segundo, y se alegraba de haber reconstruido sus piernas, o gran parte de estas. Cuando llegaron abajo, volvió a toparse con una puerta de metal, esta sin siquiera ocultar el material, y esta fue abierta cuando Devna apretó unos números en un panel.

Ahí abajo, era prácticamente la casa que estaba de fachada, pero más grande, más real, y parecía que Devna pasaba más tiempo ahí que en aquel bunker anterior, o al menos parecía más hogareño, no como una base estratégica.

Quizás tenía lugares diferentes para vivir y para hacer sus negocios y planes maléficos de villana.

Escuchó unos pasos acercarse, rápidos, y supo que era Prisha.

“¿Está bien?”

Escuchó su voz llena de preocupación, pero no la vio, el cuerpo de Devna evitándolo, siendo un muro entre ambas.

“No, no lo está, necesita estar a solas y descansar.”

Eso fue un, no la mires, no te acerques, y la niña le hizo caso, volviendo por donde vino.

Volvieron a avanzar hasta una habitación, de acuerdo, hogareño sí, pero minimalista también, ese lugar no tenía mucho amor, pero era mejor que su propio cuarto o la habitación fría del bunker. La mujer la obligó a caer sobre la cama que ahí había, y se dejó, no podía hacer mucho.

“¿Tan mal me veo para que le digas a la niña que no me vea?”

Devna la miró, algo sorprendida.

“No le dije eso, pero ha visto horrores, no es necesario que te vea con todos los huesos mal puestos.”

Oh.

Cierto.

Recién ahora notaba que una de las rodillas la tenía mal puesta, y solo lo notó al mirar sus dos rodillas una al lado de la otra.

Se había regenerado, pero no bien.

“¿Situaciones desesperadas merecen medidas desesperadas?”

Intentó excusarse, quitarle importancia o lo que sea, pero Devna no cayó, la siguió mirando en sorpresa y preocupación, mirando su cuerpo, y ahora sus manos, la rota y la que se doblaba para el lado contrario.

Si, se veía como la mierda, menos mal que no permitió que Prisha la viese así, no era necesario.

“Te traeré algo para que comas y te regeneres.”

Iba a decirle algo, pero no fue capaz.

No tenía energías para moverse, y las colas ya la habían soltado así que nada la mantenía erguida.

Cerró los ojos un momento.

Si, no había sido en vano, esa pelea, el dolor que sentía ahora. Les dio tiempo suficiente para que llegasen a la base segura, y ahora se podía quedar tranquila, ahora podía calmarse y volver a la normalidad.

Ahí se sentía segura.

Cuando abrió los ojos, fue porque sintió algo ajeno en su boca, y le costó notar lo que era, incluso el rostro de la mujer frente a ella parecía borroso, nublado. Al parecer estaba peor de lo que imaginó. Devna le estaba dando una especie de batido, y tenía una pajilla en la boca.

Sentía que había estado bebiendo todo ese rato por mera costumbre, por impulso, por supervivencia, ya que el vaso estaba prácticamente vacío, así que a consciencia se terminó lo que quedaba. Era un batido de proteína, lo sabía, porque su cuerpo lo sentía, era la energía que necesitaba para sanar sus heridas, para devolver los huesos a su lugar, aunque dudaba que pudiese hacerlo rápido. De hecho, la mera idea de mover su rodilla al lado que debía estar era suficiente para agobiarla.

Anotó mentalmente que debía tener cuidado como curaba sus huesos, que un error le iba a hacer la vida más complicada.

Pero quitando todo eso de lado, se vio sonriendo.

Los ojos amarillos de Devna la observaban, fijos, aun consternados, pero ya más tranquilos que cuando pasó a través de la puerta, lo cual era agradable.

Esta, cuidándola así, dejaba ver sus dotes maternales.

Le gustaba un poco más.

“No me mimes tanto, que soy capaz de meterme en una guerra con tal de que vuelvas a cuidarme.”

La mujer frunció el ceño, pero de nuevo no le dijo nada.

Se estaba controlando.

Al parecer estar así de mal, servía para que la mujer no la regañase, y no sabía si eso era bueno o malo, pero le podía agarrar el gusto. Esta finalmente soltó un suspiro, y su propia sonrisa desapareció al notar el cambio en la expresión ajena. Devna se acomodó en la orilla de la cama, dejando el vaso vacío en la mesa de noche, y los ojos amarillos dejaron de observarla, yéndose al piso.

Y no soportó ver esa mueca.

Esa mujer era su debilidad.

Lo sabía, y ahora, lo mínimo se lo recordaba.

Por impulso, llevó su mano hacia la mano de la mujer, pero fue un desastre, su mano simplemente colgando, flácida, al menos no estaba hacia el otro lado, pero seguía estando flácida, rota, insensible. Notó sorpresa en la mujer a penas se dio cuenta de lo que fue a hacer, y sintió que esta la regañó con la pura mirada.

“Por favor, deja de hacer que me preocupe.”

Y esa suplica era la más bonita suplica que había oído, y su sonrisa volvió a emerger cuando las manos de Devna tomaron la suya, volviéndola a dejar en su lugar, acomodándola, obligándola a permanecer quieta mientras su cuerpo se iba reponiendo.

Y el tacto, también le agradaba.

Si, no podía no sonreír.

“Eres muy hermosa cuando te preocupas por mí.”

Devna la miró, y notó sorpresa en su rostro, y luego, notó vergüenza.

Y podía tomar ese momento como una victoria.

La mujer fue la primera en dar un salto cuando se escucharon unos golpeteos en la puerta de la habitación, y a ella le habría sorprendido, pero no es como que su cuerpo pudiese moverse, no sin ayuda y mucha fuerza de voluntad, así que se mantuvo inerte.

Notó de inmediato como Devna se puso a la defensiva, mirando hacia la puerta.

Era obvio quien estaba golpeando.

Esta parecía lista para pararse y volverle a reiterar a su hija que no podía entrar, que no podía verla en ese estado, pero no podía juzgarla, esa niña debía de ser tan terca como su madre.

“Devna.”

Creyó que la forma en la que mencionó el nombre de la mujer fue extraño, ajeno, y lo reiteró cuando los ojos amarillos la miraron con sorpresa, con incredulidad. Esa mujer era su debilidad y ahora se le notaba incluso en su voz, eso le dolía en el ego, porque no podía ocultar sus emociones, había fracasado.

Pero bueno, a veces había que hacer un pequeño sacrificio.

“Deja entrar a la chica. Si quiere verme y quedarse traumada por el resto de su vida, es cosa de ella. Al menos déjala escoger algo en su vida.”

Devna la miró, sin poder creer lo que le decía, así como notaba la clara indignación. Sabía que las familias tenían problemas cuando ambos padres querían criar a sus hijos de maneras diferentes, pero como ella no tenía padres, no es como que supiese lo que era eso, y bueno, tampoco tenía nada que ver con la crianza de una niña que conocía hace media hora.

Pero le gustaba llevarle la contraria a Devna, era divertido.

Esta soltó un suspiro pesado.

“Un momento.”

Esta dijo, resignada, al parecer aceptando su consejo. La miró, y vio como esta se acercó y sintió su corazón apretado entre sus costillas rotas palpitar fuertemente, causándole dolor, y probablemente fuese más sus costillas las que le causaban dolor que sus latidos, pero sonaba mejor decir que era a causa del amor o algo así.

Podía verla acercarse, poco a poco, a su rostro.

Y se vio completamente cautivada por esos ojos, los ojos de una serpiente.

“¿Aun no tenemos una cita y ya planeas besarme?”

Alcanzó a decir, antes de que una toalla húmeda pasara por su rostro, su rostro que al parecer seguía roto, porque le dolió, mucho. Se vio soltando un alarido mientras la mujer pasaba la toalla por toda su cara, por su cuello incluso, limpiando lo que debían ser los residuos de la sangre seca que quedó luego de la batalla.

Cuando pudo ver, se sintió ahora ella indignada, sentía su corazón roto, y no porque una costilla estaba alojada en alguno de sus ventrículos. Realmente creyó que esta la iba a besar, y realmente quería que esta la besara.

No le importaba el haber estado a punto de morir.

¡Pero eso sí que le importaba!

Devna la miró, ahora parada erguida, mientras le daba una sonrisa engreída.

Esa hermosa y letal víbora sabía exactamente lo que estaba haciendo, como jugaba con su corazón. Y ella caía, realmente era su debilidad.

“Ya puedes entrar.”

Devna habló, y no pasó ni un segundo para que la pequeña Prisha abriese la puerta, esta siendo empujada con tanto ímpetu que chocó con la pared, resonando. Notó como la pequeña chica, el vivo retrato de su madre corrió donde ella y se subió a la cama, quedando de rodillas a su lado, mirándola.

Los ojos eran oscuros, no como los de su madre, claros, brillantes, pero, aun así, los notaba vividos, juveniles, los ojos inocentes de un niño, a pesar de que tenía claro que esa niña había tenido que madurar demasiado pronto en la situación en la que estaba, al ser criada como un experimento, y no como una persona.

Y ella sabía por experiencia lo que significaba el tener que madurar demasiado pronto.

Al final terminaba siendo una niña inmadura en un cuerpo de mujer.

Esperaba que fuese suficientemente pronto para darle a esa niña algo de la infancia que perdió.

“Hey.”

Le dijo a la chica, la cual estaba en silencio, los ojos oscuros y brillantes observándola minuciosamente, observando su cuerpo, probablemente notando el estado de sus huesos, pero no había horror en sus ojos, o miedo, solo preocupación. Ahí esta al fin la miró a los ojos, y asintió, sin decirle nada.

“¿Estabas preocupada por mí al igual que tu madre?”

Se vio diciendo, soltando una risa, mientras escuchaba a su izquierda un bufido de Devna.

La niña asintió de inmediato, sin ocultar sus emociones, su rostro más expresivo que el de su madre, más humano.

La hija de una diosa con un humano, un semi Dios.

Esa niña era importante para el mundo, para Dodek, debían cuidarla…

Notó en sus brazos descubiertos, un pequeño vendaje, donde debía de haber estado el chip que le habían puesto para rastrearla.

Aun no dejaba de pensar que quizás le habrían puesto uno a ella, si se quedaba un poco más, estaría marcada, sería parte de la compañía, sería por siempre su conejillo de indias, y no solo eso, si no que una herramienta más, un arma más.

Usaría sus puños contra quien Dodek decidiese.

Si, dejaría de ser ella misma, y sería algo más.

Se alegraba de que no fuese así, de haber huido antes, así también como se sentía aliviada de haber podido rescatar a esa niña. No merecía eso.

“¿Te duele mucho?”

Le preguntó a Prisha, esta mirando el vendaje en su brazo, negando. Esta llevó una de sus manos hacia el lugar, tomando el vendaje blanco, y tirando de este. Le iba a decir algo, y, de hecho, escuchó a Devna a punto de regañarla para que no se tocase la herida, pero las dos se quedaron en silencio cuando no vieron nada.

Cuando no había marca.

No había herida.

La niña las miró a ambas, notando la sorpresa en sus rostros, y esta solo se levantó de hombros, volviendo a mirar el lugar donde había tenido la herida, donde había estado el chip. Era como si no hubiese tenido nada, nunca.

“Me curo rápido de las heridas.”

Esta mencionó como si fuese lo más normal del mundo.

Si, ella misma podía curarse rápido de las heridas, pero ¿A qué costo? Era horrible, era doloroso, a veces las sanaba, pero seguía sintiéndolo, o las lograba curar por dentro y no por fuera, o al revés. Y no era tan inmediato, requería un montón de energía para volver a su estado usual.

Giró para mirar a Devna, y notó como los ojos amarillos también la miraron a ella, ambas conectando. La mujer se sentó a su izquierda en la cama, estirando las manos sobre su cuerpo, con la intención de agarrar el brazo de la niña, de inspeccionarlo.

“¿Cariño, cuanto tardaste en recuperarte desde que te saqué el chip?”

¿Cariño?

¿¡CARIÑO!?

Rayos, también quería que Devna le dijese cariño.

No, no es el momento, concentrate.

La pregunta era exactamente la que ella quería decir, la que ella quería preguntar.

Los ojos oscuros se fueron a los de su madre, y aprovechó que ambas estaban a cada lado de su cuerpo, para compararlas una vez más. El cabello tan similar, el color de piel tan similar, realmente eran madre e hija, y sonreía de solo mencionarlo. Lo único diferente eran las manchas de otro color en su piel, resultado de lo que sea que le hicieron en ese lugar.

Pero estaba viva, no la habían arruinado por completo.

Devna al fin tenía a quien tanto añoró.

Lamentablemente no le podría devolver al esposo, aunque, conociéndose, conociendo su egoísmo, quizás tampoco se lo devolvería, aunque tuviese el poder para hacerlo, a menos que la misma mujer se lo pidiese. Quería a esa mujer para ella, y no quería que nadie se entrometiese, ni siquiera quien solía ser el marido.

A quien engañaba, probablemente ambos se llevarían bien, tenían buenos gustos en las mujeres.

“¿Unos segundos?”

Prisha finalmente contestó.

Unos segundos.

Le encantaría recuperarse en unos segundos, sin tener que hacer un rito con proteínas y vitaminas para hacer que todo funcionase. El experimento, la mutación, ninguna de esas cosas era perfecta, no nació como un meta humano, fue convertida en uno, y había muchas falencias de ser así.

Pero esa niña no era así.

Esa niña nació como un meta humano.

No, nació como un semi Dios, y Dodek lo sabía, por eso quería a esa niña. Probablemente llevaba buscando el momento para capturarla desde que Devna vivía en Nepal, y tal vez las habría tenido a ambas para experimentar, pero la rabia de la mujer, su poder, su poder inhumano, era demasiado para poder ser contenida, sin poder siquiera lograr encerrarla.

Él necesitaba esos genes.

Necesitaba tener esos cuerpos divinos a su lado, el poder sacar todo lo que pudiese de ellos y poder experimentar, y estuvo esperando, todos esos años, para que Prisha fuese mayor, para que fuese lo suficientemente mayor para soportar cada una de las pruebas que debía tener bajo la manga, y quizás esperaba que los poderes ocultos de la niña crecieran, maduraran.

¿Él sabía siquiera que esa niña podía regenerarse así?

El chip debió ponérselo desde muy niña, y en esa época, dudaba que su cuerpo funcionase de esa forma, pero probablemente sí, no lo sabía, era un mundo completamente desconocido.

Alguien como Devna era difícil de hallar, sobre todo si tenía la capacidad de pasar desapercibida, de hacerse pasar por alguien normal.

No.

Ahora que lo pensaba…

“¿Dónde la diste a luz?”

Fue lo primero que salió de su boca, mientras miraba a Devna, esta mirándola de vuelta con sorpresa, pero luego de pensarlo por un momento, notó como algo encajaba. De inmediato notó ira en esta, levantándose de la cama, sus manos apretadas, reaccionando impulsivamente ante las emociones desbordándola, ante los recuerdos.

“Fue en una clínica extranjera que se había puesto hace solo un tiempo en la ciudad. Solo ahora puedo relación el logo con el de esa compañía asquerosa.”

Ahí estaba.

Sabía que el padre de Dodek se dedicaba a los negocios, a muchas cosas en general, nunca le puso atención, era más feliz siendo ignorante, pero solía decir que iba poniendo clínicas en algunos países para ayudar a las personas, pero al final, solo eran más instituciones que se dedicaban a la investigación.

Cuando esa niña debió llegar al mundo, debieron notar que algo no estaba bien, que algo no era normal, y debieron sonar las alarmas.

Debió suceder con la familia de Devna, como con otras.

Veían un bebé que se curaba como por arte de magia, y debían notarlo con solo cortar el cordón umbilical, así de simple era. Ni siquiera sabía si Devna tenía una regeneración similar, pero en esa situación, también debieron notarlo. Y de inmediato, pusieron los nombres en su lista.

Y ahí, sucedió lo que sucedió.

Recién ahí notó a la niña, los ojos oscuros pasando de ella a su madre, sin entender, hasta que volvió a mirarse el brazo sano, una mueca triste en su rostro, humana.

Era libre de sentir.

Ya no estaba ahí, siendo monitoreada.

“¿Por esto ese hombre malo me quiere?”

La pregunta de la niña la acongojó, así como notó que sucedió igual con Devna, esta dándose vuelta, dejando su ira, volviendo al presente, enfocándose en el agobio de su hija.

El hombre malo.

Su amigo.

Le gustaría volver al pasado, le gustaría volver a ser esa niña que protegía a su amigo con todo lo que tenía, cuando sangraba y hacía sangrar, cuando golpeaba y era golpeada, cuando inflaba el pecho luego de una victoria, o como cuando se le inflaba el ego cuando Dodek le decía lo valiente que fue a pesar de estar en desventaja. Volver al pasado y poder mirar a su alrededor, poder notar las cosas que estaban mal, el haber sido alguien diferente, el no haber caído en sus mentiras, el haber sido manipulada para llegar al punto de no retorno en el que estaba.

Pero…

Si hacía eso, no tendría sus poderes…

Si hacía eso, jamás habría conocido a Devna, porque tendría la vida normal, la vida aburrida de Wladislawa, de la niña huérfana que era invisible, inexistente.

Y ahora que la tenía ahí, no quería un mundo sin Devna.

E iba a hacer lo que sea para protegerla, para proteger a Devna, para proteger su felicidad.

Llevó una mano al hombro de la niña, el hombro pequeño, el cuerpo diminuto en comparación con su mano, y agradeció que su mano estuviese ahora firme en su muñeca. Miró a la niña, la observó, conectó con los ojos oscuros, como los propios, pero vivos, inocentes, ingenuos, los ojos que aún tenían una larga vida por delante a pesar del trauma que debió vivir desde que nació.

Esa niña pensó, desde siempre, que no tenía nadie, que era una huérfana viviendo en una prisión transparente en la que era observada como si se tratase de un animal de circo, y a pesar de que no fuese lo mismo, ella sabía lo que eso se sentía.

Y sintiendo eso, habló.

“Ese tipo no se volverá a acercar a ti, voy a hacer lo que sea para protegerlas ¿De acuerdo? Eres especial como tu madre, y no voy a permitir que él arruine eso de ustedes, que les quite lo que las hace únicas.”

Nunca había sonado tan determinada.

Nunca había sonado tan decidida.

Jamás se había propuesto algo, una meta, un objetivo, jamás había prometido nada de una forma similar, y sabía por qué, porque no las cumplía, porque al mínimo atisbo de problemas retrocedía en sus palabras, simplemente olvidando lo que dijo, dejando a todos de lado, dejando que todos muriesen sin siquiera dar vuelta atrás. Porque nadie era importante para ella, nadie valía lo suficiente para arriesgarse, porque nadie se arriesgó por ella, así que no haría nada por nadie.

Pero ahora, ahora realmente quería cumplir con su promesa.

Ahora realmente quería proteger a Devna, y darle la vida que siempre añoró al lado de la hija que perdió. Quería protegerla, quería cuidarla, así como cuidaría a aquello que esta amaba, no dudaría, no ahora.

Ese objetivo era algo que realmente deseaba en su vida.

Ahora sabía que era débil, ahora sabía que era vulnerable, que no tenía mayor poder en comparación con quien ahora era su enemigo, pero no le importaba, iba a seguir adelante.

Aunque muriese al final, no importaba.

Iba a protegerlas.

Incluso con su último aliento.

 

Chapter 82: Experiment -Parte 4-

Chapter Text

EXPERIMENT

-Promesa-

 

Se vio sonriendo, mientras que las maquinas seguían haciendo su trabajo por cuidarla, mientras que su corazón latía en calma.

La querían con vida, y eso para ella era suficiente.

Ni siquiera se sentía como que había muerto, y tal vez la prueba era su adormecimiento, nada más, pero su cabeza se sentía en paz.

Lyra le comenzó a hablar, como una muestra de confianza, de cordialidad, y lo agradeció.

Esa mujer no tenía ninguna obligación para tratar con ella, un mero experimento, pero ahí estaba, hablándole de su vida, de cómo trabajaba para una gran compañía desde hace un año, donde tenía un jefe bastante normal en comparación con los usuales sujetos en el mundo de los negocios, así que no sentía tanta presión. Hacía su trabajo en paz, y ganaba lo suficiente.

Le habló que trabajaba sobre todo en piezas que usaran cualidades hidráulicas, que se estaba especializando en mejorar extremidades para diferentes labores, y si bien ella no entendía mucho de eso, esta le explicó lo más posible, y apreció el esfuerzo. Al parecer sus preguntas no fueron mal recibidas, y eso era bueno, no quería ser una molestia. Lyra le contó también que solía tener su propio taller en la compañía donde podía tener libertades creativas, hacer lo que quisiese ahí, incluso en sus horas libres.

Intentó ponerle a la chica su total concentración, pero debía admitir que había momentos donde esta sonreía para sí misma y no podía evitar quedarse pasmada mirándola. Parecía alguien reservada, con una mueca tranquila, sin mayor expresión, pero cuando hablaba de las cosas que lograba hacer, las cosas que le interesaban, parecía emocionada, sus ojos brillando, así como su sonrisa aparecía, y tal vez era la falta de seres humanos a su alrededor, así que su fascinación fue mayor de lo que pudo haber sido en circunstancias normales.

De nuevo, una parte de su cabeza le decía que lo lógico era sentir envidia de ver a alguien con intereses, con un trabajo y una vida que la hacía brillar así, pero no podía. A pesar de haber nacido en la calle, jamás culpó ni envidió a nadie por su propia situación, mucho menos iba a sentir algo negativo hacia esa mujer que solo había sido buena y agradable con ella.

Era su día de suerte.

De un momento a otro, Lyra se levantó, luego de mirar la hora.

Quizás la distrajo demasiado.

¿Cuánto rato llevaban hablando ahí? Bastante, pero seguía sin ser suficiente, quería escucharla más, saber más, rodearse de la humanidad que tanto vanagloriaba.

“Tengo que irme, lo siento.”

Ante las palabras ajenas, frunció el ceño en confusión.

¿Lo siento?

¿Por qué se disculpaba?

Se vio negando, rápidamente.

“No te disculpes, más bien, te agradezco de haberte quedado un tiempo más charlando conmigo, realmente lo aprecio. Fuiste realmente una salvadora para mi hoy, estaré siempre agradecida.”

Poder hablar así…

Poder sentirse humana…

El sentir que no era nada más que un experimento, era algo que no era capaz de disfrutar por sí misma en su situación.

Los ojos color ocre la observaron, y no pudo descifrar la mirada que esta le daba, era como si esta fuese a negar su agradecimiento, a simplemente bajarle el perfil a sus actos bondadosos, o a mostrar humildad.

O tal vez sentía algo negativo al recibir palabras así de un experimento.

Pero tampoco la culparía si sentía algo malo, era humana, podía sentir, y sentir, sea lo que sea, malo o bueno, era una bendición.

Finalmente, Lyra asintió.

La notaba pensativa desde que habló, incluso la forma en la que se despidió sonó como que su cabeza estaba en otro lugar. Lyra comenzó a caminar hasta la salida, hasta la puerta que sellaba la habitación, esta abriéndose con la cercanía de la mujer, pero esta se detuvo, no pasó a través, y la miró, sin entender.

Parecía reticente de irse, incapaz de dar un paso adelante, pero ¿Por qué?

Solo era una desconocida para esta, no debía alargar más esa despedida, aunque ella misma así lo quisiera.

Se le quedó viendo, expectante.

Esta dijo algo, muy bajo, no alcanzó a escucharla, y se vio moviéndose en la camilla, inclinándose hacia su izquierda, como si eso fuese suficiente para escucharla de mejor manera, o más bien, devolver el tiempo y oír todo de nuevo.

“¿Qué dijiste?”

No escuchó nada más luego de su pregunta, solo un golpe.

Su propia caída.

Se vio en el suelo, su mejilla pegada en el piso metálico, así como su casco inhibidor, el cual resonó fuertemente con el choque de metales, y por suerte estaba bien fijo en su cráneo, así que le sirvió para amortiguar un poco el golpe, a pesar de que el sonido metálico quedó en sus oídos por largos segundos.

Inclinarse de esa forma, sin sentir sus extremidades, era de las cosas más estúpidas que había hecho en su vida.

Sus oídos seguían repitiendo el sonido estrepitoso, pero aun sobre aquel sonido pudo oír las pisadas acercándose, y por suerte no las pisadas del doctor, dudaba que este la hubiese oído, o eso esperaba. Quería pensar que su herida estaba lo suficientemente sana y bien parchada para que no se abriese con su caída y su torpeza, ya que eso sería lo peor que le podría ocurrir, pero como no sentía mucho su cuerpo, no le daría mayor importancia.

De un momento a otro sintió las manos de Lyra en su espalda, la real y la metálica, al parecer estaba su cuerpo adormecido, pero no lo suficiente, y en ese instante se convenció de que si había algo bueno al haberse caído y que su herida se abriese valía la pena. Quiso ser más útil al momento de moverse, pero no sentía su cuerpo, no por nada se había caído, pero las manos ajenas la sostuvieron bien, la agarraron, la movieron, y la ayudaron a volver a la camilla, y agradeció su acto, una vez más fue su salvadora.

El mundo le dio vueltas, y ya acostada pudo enfocarse.

Lyra estaba tapándola con las sabanas, cuidadosamente, así como arreglaba el artefacto sobre su cabeza, dejándolo posicionado perfectamente en su lugar. Ahora si veía preocupación en su rostro, acentuándose. La había asustado con su caída, y no era para menos.

Pero, de nuevo, Lyra no tenía que hacer tanto por ella.

“¿Cuántas veces me has salvado ya? Perdí la cuenta.”

Le dijo, soltando una risa, su cabeza ya volviendo a la normalidad.

Esta se sentó en la orilla de su camilla, apegada a ella, sus manos ahora fijas en su regazo. Los ojos de Lyra la observaron, aun teniendo ese dejo de preocupación. Culpa. Tal vez más sentimientos que no podía reconocer.

Debió darse cuenta de que se cayó por intentar escucharla.

Esa mujer era muy buena.

Le sonrió, y se vio tomado las manos ajenas en las suyas, y si bien fue nada más que un deseo propio, no creyó que sus manos, las cuales no sentía, se moverían a su antojo. De todas formas, sintió alivio de tener su sentido del tacto a penas sus palmas tocaron tanto piel como metal. Era un desastre a medias. Su adormecimiento era una bendición, no sentía su dolor tan fuerte pero podía sentir lo que quería sentir, como era el tacto ajeno.

Eso era algo que no sentía.

Algo que siempre anheló sentir.

Nunca había tocado a nadie de esta forma, sintiendo la piel ajena en la suya, algo que era muy común muchos años atrás, pero conforme avanzaba la sociedad, el tacto así, empezaba a ser desechado. Era una necesidad muy humana, pero los humanos cada vez se disociaban más de lo que significaba ser humano, y era una lástima.

Por su parte, aun quería ser humana, incluso cuando ya no podía llamarse humana, no, era un experimento, nada más, aun así, tenía esa sed, esa necesidad, y aunque se transformase en una persona diferente ante lo que le harían ahí, quería conservar eso.

Tal vez era pedir demasiado…

Notó sorpresa en la mujer, los ojos ocres mirando las manos de ambas unidas, y se apresuró para hablar y no lucir tan tonta ahí, tocándola sin permiso y sin hablar, prácticamente estaba en un trance, y como no estarlo.

“No te preocupes por mí, suelo tener una horrible suerte, los días más interesantes suelen ser los más dolorosos.”

Soltó una risa, intentando distraer a la mujer de sus actos, y de lo que ocurrió. Además, estaba bien, no había pasado nada grave como lo de la puñalada, así que daba ese día como una victoria. Y bueno, la puñalada le dio esa oportunidad de poder hablar con Lyra, así que también era una victoria más.

Luego de tantos años de encierro ahí, era exactamente lo que necesitaba.

Lyra asintió, pensativa, su mente aun dando vueltas sin parar, y no sabía que decir para sacarla de ahí, ni tampoco la conocía para saber que táctica usar. Estaba completamente perdida. Tampoco tenía mucha experiencia en el acto de la conversación para inventarse algo.

“Volveré.”

Esta le dijo, luego de un largo momento de silencio, y solo pudo ladear el rostro, confundida, sin entender. Cuando los ocres de la mujer la observaron, notó un dejo de determinación, su rostro ahora suave, sin esa tensión ni esa preocupación que tuvo antes, una mueca tranquila, en calma, y le pareció hermosa.

No es que antes no le pareciese bonita ni nada, solo que ahora más.

“Si tienes tanta mala suerte, quizás deba volver para donar un poco más de sangre, si es que vuelves a tener problemas.”

Negó, por supuesto que negó, ni siquiera dudo.

“No me dieron a elegir esta vez, estando, pues, inconsciente, pero si me preguntas, te diré que no. No valgo lo suficiente para que alguien arriesgue su salud por mí, y donar tanta sangre no es bueno para ti. Fuiste mi salvadora, y lo agradezco, me salvaste la vida, pero si eso te va a causar daño, prefiero que dejes de hacerlo.”

Intentó sonar firme.

No aceptaría eso, nunca.

No lo aceptó antes, cuando vivía en la basura, cuando cada día perdía más y más funciones básicas de su cuerpo, cuando tosía sin parar, su cuerpo contaminándose desde su nacimiento. No le quitaba el alimento a otros, los medicamentos, nada. No recibió ayuda, ni siquiera cuando estaba muriéndose. Nunca. Jamás le quitaría a alguien para tener ella, se rehusaba, y lo tuvo claro, incluso cuando era una niña.

Al final, la única forma de sobrevivir fue el tomar la decisión de venderse a ese centro de investigación.

Nada era gratis.

Ni siquiera la vida.

Y ahí se la salvaron, le dieron años de vida plena, saludable, cosa que ella, en el lugar donde nació, sin identidad, sin recursos, jamás hubiese tenido, y ahora, como experimento, les pagaba de vuelta.

Los ojos de la mujer cayeron, y se sintió de inmediato culpable al ver esa mueca triste. Tampoco era su idea. No imaginó que esta querría hacer algo así, ¿Por qué querría? No eran nada más que desconocidas, ella misma no era nada más que un experimento, un ser desechable, un sujeto de prueba más del montón. Le parecía incorrecto que una mujer joven y saludable se viese en esa tesitura.

Pero quizás realmente la quería ayudar.

Se le quedó mirando, detenidamente, las luces tan claras y brillantes de esa habitación la hacían lucir etérea.

Realmente era un ángel.

¿Y quién era ella para entrometerse en los deseos de un ser así de bueno?

Pues nadie, no era nadie, ni nombre real tenía.

Sus manos volvieron a hacer presión en las manos ajenas, de nuevo sin ser consciente de su acto hasta ya verlo ejecutado. Al parecer era más impulsiva de lo que creyó que era. Los ojos ajenos la volvieron a mirar, notando el gesto como uno para llamar su atención, y en parte lo era.

“Si quieres ayudarme, no te puedo detener. Pero, si no te sientes bien, si tu cuerpo está débil, ni siquiera te acerques a este lugar. No me gustaría ser la causante de que algo malo te pase.”

Intentó mantener su postura, intentó sonar madura, intentó cuidar sus palabras tanto como la mujer frente a ella lo hacía, y, sobre todo, intentó que esta la tomase con seriedad, cosa que no creyó que conseguiría.

Vivir con dos mujeres mayores y capaces dentro de su cabeza, siempre la dejaba sin espacio para mostrar la más mínima dominancia, o siquiera demostrar algo de respeto. Era su cabeza, su cuerpo, y poco poder tenía. Debía trabajar en eso, lo sabía, y cada vez lo lograba un poco más.

Era un experimento, y por lo tanto, debía hacer bien su deber.

“Lo prometo.”

Notó una sonrisa madura y suave en la mujer cuando le contestó, mientras se volvía a levantar, y ahora si parecía lista para irse. Si, era un ángel, no tenía duda de eso, su bondad no parecía tener límites.

Pero no podía aprovecharse de eso.

No podía aprovecharse de la única persona realmente buena que conocía.

¿O sí?

Antes que esta se diese vuelta, la sujetó de la mano, y la que estaba más cerca, era la robótica. El metal ahora estaba más cálido que hace un rato, y se tomó un momento para sentir como las piezas no se sentían tan toscas como las había visto en modificados. Lyra era realmente buena en su trabajo. Había pulido bien la pieza.

La mujer la observó, notando como la detuvo.

Le sonrió, y no quería decir adiós tan pronto, así que iba a aprovecharse un poco de la mujer, porque si era tan buena como sonaba, como parecía, si era realmente su salvadora, esta volvería.

Era impulsiva, y un poco codiciosa al parecer.

Pero quería más de eso, sentirse así, un poco más.

Ya luego jamás podría sentirse humana, ni en lo más mínimo, así que iba a aprovechar cualquier oportunidad que tuviese, aunque fuese un segundo.

“Si decides venir a donar, ¿Será demasiado si te pido que vengas a conversar conmigo? Solo un momento, no te quiero quitar mucho de tu tiempo.”

Notó sorpresa en Lyra, pero esta no lucía ni molesta ni incómoda, de hecho, su rostro se volvía a tornar suave, cambiando la mueca inexpresiva que tenía hace un segundo cuando había volteado. Y si, tenía suerte a pesar de tener mala suerte, ver a esa mujer la hacía tener mucha suerte, tal vez era un amuleto de suerte en si misma.

Lyra asintió, lentamente.

“También lo prometo.”

Y así, la soltó, permitiendo que se alejase, que avanzase hasta la salida, y esta vez si saliese, y soltó un suspiro cuando volvió a quedarse sola ahí, la soledad a la que estaba acostumbrada. Se volvió a tirar en la camilla.

Para ser su primera conversación con una persona humana, viva y de su edad, no había salido tan mal, a pesar de la caída. Si esta volvía, iba a asegurarse de tener mejor movilidad y no hacer movimientos que podían terminar avergonzándola, y ahora podía sentirse enrojecer al haberla tomado de las manos como si se conocieran de toda la vida.

Ella y sus confianzas.

Si Lyra era su amuleto de buena suerte, tal vez ya estaría curada para entonces.

Se vio mirando su abdomen, buscando con la mirada donde debía estar su herida, donde debía estar la sangre que salió cuando se cayó y empeoró su situación, pero no era así, no parecía haber mayor daño. Habían tratado correctamente la herida, y si seguían dándole esos cuidados especiales, que eran arcaicos sí, pero tal vez necesarios para aplicar en alguien como ella, en cosa de unos días ya no tendría ni una cicatriz en la zona, lo que era una lástima.

Muchas personas trabajaron en los últimos años para mejorar a las personas, para recuperarse de las heridas más fácilmente, teniendo una regeneración que sus generaciones pasadas debieron soñar, y ella fue bendecida con esas mejoras. En ese mismo recinto le dieron las vacunas que debieron ponerle cuando nació, que no obtuvo, y estuvo a tiempo, pero si encontraba algo triste el que no quedase vestigio alguno de lo que ocurrió, de las heridas.

Era la prueba de que fue real, de que el dolor existió, pero que también hubo un aprendizaje.

Pero todos solo pensaban en la estética.

¿Aunque que importaba tener cicatrices si la mayoría simplemente prescindía de sus cuerpos humanos?

Otro experimento más que no valió la pena el esfuerzo.

Y ella, ¿Valdría la pena?

Cerró los ojos, buscando con su mano el interruptor en el aparato sobre su cabeza, y luego de una búsqueda tanteando, lo encontró, y lo apretó, sin siquiera dudarlo. Ya había experimentado la soledad por muchos años, y ahora, luego de hablar con Lyra, quedó con más ganas de seguir hablando, de seguir siendo parte de algo, de seguir sintiéndose humana, viva.

Se vio ahí de nuevo, en la oscuridad.

Se sintió nauseabunda con el cambio tan brusco, pasando de esa habitación tan iluminada, tan brillante, a esa oscuridad tan física pero tan etérea. Poco a poco se fue acostumbrando, notando como el lugar empezaba a cambiar, a mutar, como objetos empezaban a materializarse, así como su mesa de control, y se vio pasando las manos por esta.

Por un momento creyó que no volvería ahí.

Creyó que lo perdería todo, de un momento a otro, y esa era una sensación extraña, ya que nunca tuvo nada, así que perderlo era tan ajeno en su vida.

Pero hasta ahora, las mujeres no aparecían.

Así que esperó.

Y esperó.

Mirando hacia todos lados, esperando que estas aparecieran, que se materializaran ahí dentro, pero no, no aparecían.

Así que esperó.

Y siguió esperando.

Cerró los ojos, teniendo las esperanzas de que cuando los abriese, estás volverían a estar ahí, pero al mismo tiempo convenciéndose de que las había perdido, que habían decidido que era demasiado peligroso tener a dos mujeres tan diferentes dentro de su cabeza, y habían abandonado el experimento, y con esto, la devolverían a la calle.

Tendría que volver ahí afuera.

A perecer cada día que pasase, volviendo a la soledad, al silencio, y al dolor.

O quizás, otras almas, unas diferentes, serían integradas a su cuerpo, y tendría que lidiar con aquel cambio de nuevo, y ya no sabía que era lo mejor. Podía ser incluso más difícil de lo que ya era.

“No parecías extrañarnos cuando estabas con esa chica.”

Dio un salto, escuchando la voz de Galatea.

Miró alrededor, pero no la vio, y por un momento perdió las esperanzas, pensando que era solo un invento de su cabeza, nada más, una ilusión, un eco de su locura.

Pudo respirar tranquila cuando sintió una mano, una mano fuerte en su hombro, física, y cuando miró, era Ismeria quien estaba a su lado, su rostro serio, pero esa mueca que solía poner con ella, obligándose a ser más suave al tratarse de alguien menor. Se alegraba de verla.

Cuando miró al frente, la mesa de Galatea ya estaba en su posición, y esta estaba sentada en uno de los taburetes, mientras parecía estar leyendo un gran libro, sus ojos rojos observando las paginas sin prestarle atención, pero veía esa sonrisa burlesca en ella.

Podían notar el pánico que sintió todo ese rato.

Soltó un suspiro de alivio, una sonrisa formándose en su rostro, y de inmediato se obligó a fruncir los labios, a pararse recta, mientras le daba un golpe al suelo infinito que resonó como si se tratase de metal. Ismeria la soltó, notando su seriedad, así como los ojos rojos la observaron, ligeramente sorprendidos.

Ambas parecían sorprendidas.

“Esa chica guapa va a venir a verme, así que deben prometerme que lo que ocurrió, no volverá a ocurrir. Tenemos que seguir vivas.”

Galatea nunca parecía estar preocupada, usualmente la veía en un estado de locura, insana, pero ahora sí, así como la vio cuando ese mundo se desmoronó. Ambas habían probado lo que era sentirse perdido, ambas habían vuelto a probar la muerte, y por lo que vio, estas no disfrutaron lo que pasó, así que iban a evitar que ocurriese.

La albina asintió, quitándole importancia al asunto, pero pudo notar como su respuesta era honesta. La morena, en cambio, asintió, sus brazos tras su espalda, su postura recta, un militar siguiendo una orden.

Ahora que tuvo la atención de ambas, podía decir aquello que no pudo antes.

Que no se atrevía.

Aun le quedaba un largo camino por delante, pero si quería seguir siendo útil, tenía que mantenerse firme. Ahora estaban unidas, las tres, y si no se unían, jamás podrían lograr nada, solo terminarían destruyendo su cuerpo, de nuevo.

Y las tres tenían un objetivo en común.

“Las tres queremos lo mismo, obtener información, y solo la obtendremos si aprendemos a colaborar como un equipo. Si siguen llevándose la contraria, las cosas no podrían salir tan bien como ahora, así que tenemos que formar un plan, encontrar la forma de llegar a los archivos centrales y descubrir lo que les pasó a ustedes, sus recuerdos, y con eso, también averiguar cuál es el futuro que quieren para nosotras.”

Se quedó en silencio, esperando a que las mujeres tuviesen alguna reacción, la cual fue el mirarse mutuamente. Luego de unos tensos segundos, donde se vio sudar cuando dudaba ser capaz de sudar en esa realidad, estas la miraron. Notó orgullo en los ojos de la teniente, y aceptó su mirada como un cumplido, y la doctora, en cambio, soltó una risa, que no supo cómo tomar.

Los ojos rojos la miraron, fijamente.

“No creí que tuvieses madera de líder, pero estás aprendiendo, niña.”

Eso si lo podía tomar como un cumplido.

Si estaban de acuerdo con eso, podían seguir adelante.

Tenía el intelecto, la habilidad física, y un cuerpo moldeable a su disposición, ahora solo tenían que descubrir cómo hacer todo funcionar en armonía.

Tenían tiempo.

 

Chapter 83: Nun -Parte 1-

Chapter Text

NUN

-Pecadora-

 

Estar ahí encerrada fue su decisión.

Cuando necesitó ayuda, años atrás, Dios le tendió una mano, en más de un sentido. Cuando lo perdió todo, incluso las esperanzas, ahí, en ese lugar obtuvo las fuerzas para seguir adelante.

Prometió que serviría a Dios, si es que todo salía bien, y así fue.

Así que debía cumplir con su promesa.

Estaba feliz de hacerlo, ahí se sentía en paz, tranquila, sentía que estaba haciendo algo bien ahí dentro, ayudando a las personas del pueblo a su manera, brindándoles la oportunidad de volver a tener fe, de creer, de tener la motivación para vivir, así como la ayudaron a ella cuando era solo una niña.

Normalmente, ahí dentro, todos los días eran claros, todos los días estaban iluminados, pero en ese momento en particular, se sentía oscuro.

La anciana con la que compartía habitación en la iglesia estaba ya en sus últimos momentos, perdiendo su luz. Estuvieron brindándole compañía, y ahora las demás mujeres del claustro se iban para dar por terminado el día.

Pero ella se quedaba, era su habitación después de todo, y era bueno, porque no quería que la anciana estuviese sus últimos momentos en soledad.

Nadie merecía eso.

Ella saboreó la soledad, la agonía, la desesperación, y no quería que nadie sintiese eso.

Le rezó una última vez, la mujer finalmente descansando luego de un día ajetreado, de dolor e incomodidad, permitiéndose el irse lentamente en ese, su hogar, donde estuvo viviendo durante toda su vida. Ahí recién decidió acostarse, aun teniendo en la mira a su compañera, atenta a cualquier necesidad que esta pudiese tener en esos agotadores momentos.

Quería hacer más, pero no podía, todo quedaba en manos de Dios.

A pesar del dolor de la perdida, sentía orgullo de poder compartir esos momentos, esa habitación, con la monja que la ayudó cuando era niña. Era una mujer tranquila, reservada, y creía que se había vuelto parecida a esta durante los últimos años, luego de pasar tantos años juntas. Pero siempre había un adiós, y por supuesto dolía, siempre dolía, pero ahora, ahí, tenía las esperanzas de verla nuevamente, en otro lugar, en un lugar mejor.

Por su parte, seguiría cumpliendo sus debes de siempre, pero tendría a la mujer en sus memorias, así como tenía a Dios en su mente, cada vez que hacía algo, procurando ser fiel a su palabra, y ser fiel a la promesa que hizo muchos años atrás.

Esperaba haber hecho un buen trabajo para poder seguirla, para poder estar ahí arriba, disfrutando del descanso eterno, en la tierra prometida.

Inconscientemente volvió a rezar. Era un hábito el hacerlo, sobre todo cuando se sentía intranquila, y siempre que la muerte llegaba, esa intranquilidad volvía. Incluso sabiendo que había vida después de eso, que su alma no desaparecía, aun así, la muerte siempre lograba hacerla sentir perdida.

Llegaba sin avisar, y temía que le pasara eso, que la muerte le llegase demasiado pronto y que no pudiese sentirse orgullosa de lo que hizo como persona, de no haber logrado ser como aquella mujer dormida en la cama a su lado, de saber que en ese punto culmine todos sus intentos por ser una persona valiosa para Dios fuesen en vano, que no fue suficiente.

Que su hogar no sería el cielo.

Se sentó en la cama, sus pensamientos volviéndose insostenibles, sus dedos moviéndose sobre las cuencas de su rosario.

No debía dudar, no ahora, no debía dejar que sus pensamientos pesimistas lograsen quebrantar su espíritu. Al menos no ahora, al menos no cuando una persona preciada para ella estaba cerca de llegar al final del camino. No podía teñir esa situación de egoísmo. Era el momento de su hermana, de su compañera, de su guia, y esta merecía ese lugar, no debía arrebatárselo.

Dio un salto cuando la susodicha abrió la boca de una manera extraña, como si estuviese gritando, y luego la escuchó soltar un gemido, botando aire de sus pulmones de una manera extraña. Había visto personas morir, pero jamás estuvo tan cerca, en el preciso instante para poder ver una imagen así. Se levantó de la cama para ponerse la bata, su cuerpo se movió listo para buscar a las hermanas, pero tenía entendido que tampoco debía hacer mayor escándalo.

Si era su momento, debían dejarla partir.

Si ya estaba lista, debían permitírselo.

Respiró profundo, para acercarse al cuerpo ahora inerte de la mujer, con la intención de revisar sus latidos y saber si ya era hora, si ya había acabado, pero no se pudo acercar más.

Afuera de los muros estaba nevando, como casi todo el año en esa zona, aun así, en ese preciso instante, sintió frio, un frio que le heló la espalda, era un frio que provenía de la mujer. Y luego, de un segundo a otro, sintió calor.

Se vio retrocediendo, su cuerpo instintivamente huyendo de tal abrasador calor.

Intentó buscarle una razón, pero no la encontró.

No entendía que estaba ocurriendo.

Una luz roja comenzó a crecer desde debajo de la cama ajena, brillando hasta el punto de hacerle doler en los ojos, un brillo enceguecedor, y luego, el calor creció incluso más. La luz roja creció hasta el punto de pasar atravesó de la cama, luego a través de la mujer ahí inerte, como si se tratase de un foco de faro que salía desde el suelo, iluminando todo lo que tocaba, pasando a través de cualquier objeto, hasta dejar un circulo de luz plasmado en el techo del lugar.

Entonces, vio algo moverse.

La luz creció, brilló, y desde el mismo techo algo empezó a salir.

No podía creer lo que veía, y se sentía hereje al darle un nombre a aquello.

Era un demonio.

Un ser, similar a un humano, comenzó a reptar desde la luz del techo, apareciéndose, su piel rojiza como el mismo infierno, al igual que el calor que se volvía insostenible en la antes fría habitación. Tenía cuernos negros sobre su rostro, y unas alas intimidantes tras su espalda, y si eso no validaba su teoría de quien ese ser era, serían las piernas que terminaban en pezuñas.

Los demonios eran ángeles caídos, lo sabía, pero se habían convertido en seres despreciables, pecadores, que se rebelaron, y fueron corrompidos por Satán.

Eran eso, demonios.

La simple palabra la hacía sentir enferma, pero aún no podía entender que hacía un demonio ahí, dentro de la casa de Dios, ¿Cómo podía entrar en un lugar bendecido? ¿Cuál era la razón de estar ahí? La muerte se había llevado a su hermana, ¿Y ahora ese demonio venia por su alma? Pero era imposible, ¿Por qué? No podía ser verdad. Esa mujer era lo más similar a una santa, ¿Por qué un demonio vendría por ella?

El demonio, de cuerpo en su mayoría femenino, se paró sobre la cama de la hermana, mirándola hacía abajo. El cuerpo parecía humano, pero notaba incluso en sus ojos que no había humanidad alguna ahí dentro, y el solo mirar a un ser así la hizo sentir vértigo. Se sentía pecadora por el simple hecho de estar en la misma habitación con un ser como ese, del que debía mantenerse alejada.

Aun así, no podía evitar mirar.

Necesitaba saber porque un ser así vendría por su superiora, por su hermana, por su compañera, por su salvadora.

Buscó a su alrededor, buscando algo con lo que pudiese defenderse. Era un demonio, y sabía exactamente lo que mantendría a raya a un ser así, sin embargo, el atacar a alguien que parecía tan inhumano como humano, la hacía dudar. Su imagen humanoide la hacía replantearse el hecho de hacer daño alguno, de todas formas, no podía hacer algo similar, no estaba bien.

Lastimar a algo similar a la humanidad, era un pecado en si mismo.

Pero era un demonio, y no debía caer en las redes de un ser así.

“Vamos, no puedes aferrarte a ese cuerpo por siempre.”

La voz del demonio la dejó perpleja. Ni siquiera creía que la voz podría sonar humana, pero se equivocó. Recordó la voz de uno de los padres de la iglesia, el cual tenía la voz ronca, rasposa como un eco.

No, no podía comparar la voz de un hombre respetable como el padre con un ser como aquel.

El demonio ladeó el rostro, sus ojos fijos en el rostro de la mujer ahí, muerta, parecía hablarle a su alma, o eso asumía. Se la iba a llevar al infierno, y aun no entendía como ni porqué.

Si esa mujer, que consideró una santa, iba a ir al infierno… ¿Qué le quedaba a ella?

No podía aceptar aquello.

Escuchó una risa, sabía que venía del demonio, pero no se escuchó como que provenía de este, parecía venir de las paredes, del suelo, de todos lados, y luego, cuando la risa acabó, el demonio hizo un movimiento, y la vio reducirse en tamaño frente a ella. Cerró los ojos, ya que notó como este, ahora de un tamaño ínfimo, se dirigía hacia la boca de la mujer.

Los sonidos que escuchó le causaron arcadas, pero se mantuvo firme en su posición.

Cuando su compañera se comenzó a mover en la cama, como si estuviese experimentando convulsiones, se vio obligada a mirar de nuevo. Y eso vio, como el cuerpo se removía, de arriba abajo, su boca soltando espuma. Pero no estaba viva, ¿No? No lo estaba, lo sabía, pero por un segundo creyó que seguía ahí.

Pero solo era el demonio dentro de esta.

Los ojos antes cerrados se abrieron, y se vio soltando un jadeo de sorpresa. Los ojos ya no eran humanos, eran los del demonio, unos ojos color violeta que brillaban, y la esclera antes blanca, ahora se tornaba oscura. Pero todo lo demás parecía ser lo mismo, parecía seguir siendo la misma mujer con la que convivió durante tantos años.

Esta se levantó, sentándose en la cama, y sintió la mirada inhumana en ella.

Al parecer el demonio no la había visto en todo ese rato, o quizás asumió que no la veía.

Quizás era así, quizás no tenía por qué ver a ese ser ahí, ¿El problema era ella? No quería siquiera pensarlo.

Por reflejo tomó una de las botellas de agua bendita de la mesa, con la cual habían rezado hace solo unas horas, y le lanzó el líquido a la mujer, o al demonio que albergaba dentro.

Escuchó un sonido similar a un silbido, como el sonido de una tetera al momento de hervir, exactamente lo mismo, y luego fue el cuerpo de su hermana temblando, convulsionando de nuevo, perdiendo la vida una vez más, y de ahí, salió el demonio, una vez más siendo visible.

Un grito gutural la obligó a taparse los oídos.

El demonio se removió, la cola en su espalda baja moviéndose como un látigo, fuera de control. Pasaron unos segundos para que el demonio la mirara, para que los ojos violetas inhumanos se enfocasen en ella. Se sintió arder por dentro, como si fuese quemada, pero no retrocedió. No iba a dejar que un ser pecador lograse amedrentarla.

Notó rabia y enojo en el rostro del demonio, pero su expresión cambió rápidamente, no lograba identificar si era una sonrisa divertida o una sonrisa burlesca, o tal vez ambas, pero los dientes como colmillos brillaron. Se sintió de inmediato más molesta que antes con la presencia corrupta en el lugar.

“Vete demonio, este no es un lugar para ti.”

Habló, fuerte, manteniendo su posición, pero el demonio no parecía sorprendido siquiera con su actitud, y pensándolo así, solo era una humana, y aquel era un ser eterno, poderoso, no tenía oportunidad contra algo así, pero juró que serviría a Dios, juró que serviría a la iglesia, y no iba a dejar que un demonio entrase en el templo sin respeto alguno.

La sonrisa del demonio creció, su cuerpo se mantenía en el aire, las alas moviéndose lentamente para mantenerla flotando. Al parecer nadie se dejaría intimidar, podían seguir con ese duelo de miradas por la eternidad, no tenía problema.

La risa volvió a oírse, ahora saliendo directamente de la boca del demonio.

“Tienes razón, este no es un lugar para mí, acabo de darme cuenta.”

El demonio giró sobre su propio cuerpo, flotando, pero luego se acercó, más de lo que prefería. Sus reflejos eran buenos, así que no dudó en poner la cruz de su cuello entre ambos cuerpos, así evitó que el ser se acercase más.

Los ojos inhumanos se fijaron en la cruz, y mantuvo su posición, incapaz de acercarse más, pero su mueca no cambió.

“…Pero al parecer tampoco era un lugar para tu querida amiga, no por nada pude entrar aquí con esa facilidad. Abrió la puerta para que el mal entrase.”

¿Qué?

Miró de reojo a la mujer ahí, muerta, su cuerpo quieto y lánguido.

No podía ser verdad.

No podía creer en un demonio, no tenía sentido siquiera aceptar ni una sola palabra que provenía del pecado, sin embargo, tampoco podía negar lo innegable. El templo evitaba que la maldad entrase, por supuesto que también evitaba que los demonios pudiesen siquiera acercarse, entonces, ¿Cómo entró ese demonio ahí? Significaba que el lugar se había corrompido por dentro, era la única explicación.

Su hermana, su guía, había contaminado el lugar.

Se quedó callada, sin poder decir nada para contrarrestar las palabras del demonio. Quería decir algo, quería alejar a ese ser de ahí, pero la sensación de decepción se sentía demasiado amarga en su boca, en su cuerpo. No podía aceptar aquello. Era su salvadora, por esa mujer fue que terminó ahí dentro, pagando en vida por todo lo que esa iglesia le dio en su infancia.

Y ahora resultaba que no era la mujer correcta que creyó, que admiró.

Los ojos violetas siguieron el objetivo de sus propios ojos, mientras la veía saborearse la boca, la lengua similar a la de las serpientes se dejó ver, pero no se dejó intimidar, no ahora ni nunca.

No por alguien así.

Y ahora sabía que su hermana, también era así.

Al final, había prometido seguir los pasos de una pecadora.

Y no podría perdonárselo.

 

Chapter 84: Princess -Parte 7-

Chapter Text

PRINCESS

-Manipulación-

 

Como John aún estaba a prueba, le tenían el ojo encima a ella también.

Y eso significaba, no ir al pueblo.

Era su forma de soltar estrés, de omitir por un momento su personalidad encantadora y simplemente atacar a los idiotas que molestaban a su pueblo, ahí podía ser libre, y podía aterrorizar a los enemigos que yacían en sus tierras sembrando el caos, y así, sentir la fuerza de todo el poder que tenía encima.

Pero ahí, encerrada en casa, era desagradable.

Ni siquiera quería salir a leer, a leer historias ficticias que le recordaban una vez más, la vida de encarcelamiento perpetuo en el que vivía, y no solo eso, si no que estar afuera, el sentir el aroma de los jardines y el soplido del viento, le recordaba que estaba tan cerca y a la vez tal lejos de la libertad.

Así que hoy, para variar, se declaró enferma.

¿Estaba enferma? No, en lo absoluto, tenía una buena salud, comía bien y se ejercitaba lo suficiente, así que rara vez se enfermaba, pero era la excusa perfecta para quedarse encerrada en su cuarto, ¿Le gustaba estar encerrada en su cuarto? No, en lo absoluto, pero sabía que la servidumbre que más la mimaba iba a estar ahí para servirle durante todo el día, así que podía soportarlo.

Joanne estuvo fuera de su puerta temprano en la mañana, como siempre, tal y como era su deber, y le molestaba verla, porque su habilidad con la espada aún estaba mermada por su titubeo, y sabía que esta tuvo entrenamiento previo, pero no era suficiente para dejarla en un buen rango, y era cosa de tiempo para que sus habilidades fuesen puestas a prueba.

Le causaba ansiedad de solo pensarlo.

Si tan solo esta le dijese lo que sea que ocurrió que la hizo huir como una cobarde y dejar su lugar como reina desatendido, tal vez solucionaría esos problemas, pero esta era terca, demasiado.

Como sea, le dijo a Joanne que le dijese a su padre que no se sentía bien y se quedaría en cama durante el día, y que también se lo mencionara en la cocina, y eso, que podía hacer lo que quisiera porque si estaba en su habitación, no tenía por qué seguir con su trabajo por el día. No era útil un guardia en esa situación. Y honestamente, no quería ver a Joanne, estaba perdiendo la paciencia demasiado rápido, y la veía y recordaba el gran error que cometió al traerla ahí, y ver como esta le llevaba la contraria cada vez que podía, la hacía enfurecer.

Y odiaba perder, como lo odiaba, y ya hizo aquel sacrificio, deshacerse de Joanne solo le recordaría como falló.

Y no podía permitir eso.

Se quedó acostada, y cerró los ojos, intentando calmarse, que apenas había empezado el día y ya estaba completamente iracunda, y era un nuevo récord. Se obligó a respirar, se obligó a calmarse, y sentía el rostro ardiendo de pura rabia, y creía que era bueno, así si alguien la visitaba, tendría fiebre suficiente para mantener su estado supuestamente enfermo.

No tardó en que llegase la servidumbre, golpeando su puerta, y les permitió la entrada, por supuesto, esa era su idea después de todo.

Estaban las dos mujeres que solían llevarle el desayuno, más dos mujeres más, una que solía dedicarse a la limpieza, de las más mayores que vivían en el castillo, probablemente para asegurarse que todo estuviese pulcro y no enfermase por el estado de su habitación, y la otra era una de las mujeres que solía atender a los enfermos, esta no era tan mayor, pero recordaba como esta era joven cuando ella era una niña y solía atenderle las heridas cuando salía a los jardines a jugar, muchas veces se raspó una pierna, y esta corría donde ella para curarla.

Que buenos tiempos.

No dudó en calmar a las mujeres diciéndoles que su condición no era grave, calmar a la chica ayudante en particular, quien era menor que ella, que claramente tenía una mueca de preocupación en su rostro, y quizás Joanne si tenía razón, las había manipulado lo suficiente para que estas la adorasen, para que la cuidasen, para que genuinamente quisiesen estar a su lado.

Y no quería admitirlo, pero sí que hizo un buen trabajo con estas.

Ahora podía disfrutar.

La enfermera fue la primera en acercarse a ella, a poner sus manos suaves y frías en su rostro, asegurándose de que estuviese bien. Como princesa que era, como realeza, la servidumbre siempre mantenía distancias, era el protocolo, pero ella se había acostumbrado al tacto, a los mimos, a las caricias, y había acostumbrado al resto a ser así con ella, y era otra de las cosas que hizo estupendamente, porque o si no, viviría en un constante suplicio al estar tan negada de tacto humano, viviendo ahí, encerrada.

No sabía cómo sus hermanos soportaban esa vida, en encierro, y además tan negados de cualquier interacción. Ni siquiera en las fiestas a las que estaban obligados a atender se molestaban en socializar más allá de meras conversaciones burdas de cortesía, y cuando acababa, volvían a estar solos, a dedicarse a lo suyo.

No podía con esa vida.

Quería salir, ver el mundo, sentirse independiente, autónoma, así mismo necesitaba la interacción con otras personas, el tener la atención de los demás encima, y así sentirse viva, querida.

Sintió el tacto ajeno por su cuerpo, sintiéndose hervir ahora por otra razón, ya no más por la rabia, y tuvo razón, estaba ayudando a quitar todo ese estrés que sentía. Probablemente todo eso, tan inocente, no sería suficiente.

Empezaba a volverse loca en el encierro.

La enfermera le arregló la ropa una vez que se aseguró que estaba bien, que no era nada grave, y probablemente tuviese más fiebre en ese momento que en el comienzo, pero no, solo era ella misma y sus pensamientos lo que la hacían hervir, de diferentes formas, pero nada de qué preocuparse, aunque supiese que debía mantener a esas mujeres preocupadas, solo así conseguiría lo que quería.

La jefa de la cocina se le acercó, con la intención de ponerle la bandeja del desayuno encima, y fingió debilidad, esta sentándose a su lado, sujetándola, acomodándola en las almohadas, acercándose lo suficiente para poder sentir el calor ajeno al lado, y ahí, como la mujer viciosa que era, dejó caer su cuerpo hacia el ajeno.

La jefa de la cocina no dijo nada, acomodándola aún más contra su cuerpo, sonriéndole, mimándola como lo hacía desde hace años. Y la chica, la ayudante, se sentó al otro lado de su cama, con la intención de alimentarla, tal y como había hecho últimamente, y por supuesto que se dejó, disfrutando.

La mujer encargada de la limpieza se dio vueltas, abriendo las cortinas, ordenando lo que pudiese, dándole miradas de vez en cuando, asegurándose que todo estuviese correcto, y siendo la mayor de las presentes, solía ser estricta con el resto de la servidumbre, obligándolas a comportarse correctamente, o si estaba ella en la ecuación, a tratarla lo mejor posible, y eso hacían.

La enfermera se quedó en un costado, esperando, probablemente esta la llevaría al baño para asegurarse de dejarla limpia, y ya quería que llegase el momento. Probablemente el agua caliente, y esa atención tan íntima iba a hacer que su cabeza hirviese, pero era un pequeño precio que estaba dispuesta a pagar.

A penas tuviese la libertad de salir de ahí cuando quisiera, tendría menos oportunidades de disfrutar esa atención, tal vez la conseguiría en el pueblo, o en otros lugares, ya que siempre conseguía lo que quería, pero debía aprovechar. Obviamente no había mucho avance en todo ese tema, pero quería creer que sus días en el castillo estaban contados, así esos momentos serían mucho más agradables de lo que eran antes.

Terminó el desayuno, y tuvo que ir al cuarto de baño, el agua ya caliente en la tina, y la enfermera, tal y como creyó, estuvo ahí para ella, obviamente no era necesario, pero no le molestaba. Esta la desnudó, y la ayudó a meterse en la tina, el agua caliente haciendo que su cabeza hirviese, y al menos agradecía que no fuese de ira.

Aun ahora se preguntaba, que tenía que hacer para que Joanne la tratase al igual que esas mujeres la trataban. Era difícil cuando ya había expuesto su otra cara, y ahora, cada vez que fingía como con las otras personas, Joanne parecía asqueada. No soportaba esas cosas, lo sabía, se notaba que donde había sido criada era en un lugar mucho más estricto, más firme, más protocolar, y en esos momentos agradecía haber nacido donde nació, no era perfecto, pero no era lo peor que existía.

Claramente el lugar de donde Joanne provenía era así, peor.

¿Fue esa vida estricta que la hizo huir? No, lo que podía ver de su otro lado, le recordaba a su hermana, que priorizaba sus deberes, el protocolo, las responsabilidades, antes que la libertad o la diversión.

¿Fue el tener que subir al trono? No lo sabía, pero lo dudaba. Era claro que tenía la personalidad para hacerse cargo de eso, al menos una personalidad de esta. Tenía claro que esa versión más estricta, más terca, más fría, era sin duda la imagen que una reina debería mostrar, la que comandaría sin problema un reino entero, sin embargo, el miedo, de lo que sea que huía, la hacía cambiar.

¿Pero qué era eso? ¿Por qué el miedo a las cuchillas? ¿A un ataque? Podían ser tantas cosas.

No podía aguantarlo, necesitaba saberlo, era algo instintivo, y tal vez se acostumbró a sacarle información a los bandidos que pasaban por su reino, a usar su peor lado, su lado más agresivo, violento, manipulador, para torturarlos y sacarles todo lo que ocultaban. Era una tarea fácil, y no dudaba en hacerlo, y ahora, tuvo que contenerse.

Eso era lo que más le molestaba, contenerse.

Joanne era una persona que se veía fácil de romper, pero como tenía dos caras, había una de estas que era imposible de atravesar, de corromper, de destruir, y eso le aterraba de cierta forma, el no tener el poder suficiente para conseguir lo que quería, que era tener a esa mujer en la palma de su mano, porque ni con sus amenazas conseguía tener un perfecto dominio de su existencia.

No era suficiente.

Se vio apretando los dientes, y se obligó a volver a la realidad, porque ponerse a gruñir y a poner una mueca agresiva no le iba a ayudar en su posición, debía mantenerse centrada, debía mantener el control. Iba a culpar al agua caliente por hacer que su cabeza se calentase aún más. Se obligó a concentrarse en algo más, y por suerte la enfermera, quien no tenía por qué hacerlo, pero lo hizo igual, se le acercó, lavándole el cabello, y el cuerpo, así que su ira se disipó, concentrándose en el tacto ajeno.

Ahora sí que el agua se sentía bien.

Cuando la enfermera terminó de lavarla, sin decirle mayor palabra, le instó a salir para que el agua no se enfriase y le hiciese peor. Y si, lo sabía.

La chica ayudante, golpeó la puerta, entrando con unas toallas, y fue esta quien la ayudó a envolverla, y le causó gracia como esta estaba roja de hacer ese trabajo, trabajo que tampoco tenía que hacer, pero claramente lo hizo por gusto.

No, no le molestaba para nada el acaparar toda la atención.

De hecho, era mucho mejor el que así fuese.

Cuando volvió al cuarto, la ayudaron a vestirse, y volvió a la cama, la cual la habían vuelto a hacer, y se acomodó. Ya ahí, tanto la enfermera, como la mujer de la limpieza, se retiraron, pero logró convencer a las otras dos mujeres de quedarse, la mayor dudando un poco, pero accediendo rápidamente, y la ayudante ni siquiera lo dudó, como si hubiese decidido que quería quedarse.

No quería estar sola en ese momento, no porque se sintiese mal, sino porque necesitaba una distracción, o haría alguna estupidez ante tantas emociones que sentía.

Así que se acomodó, las mujeres atendiéndola.

Cuando escuchó el golpeteo en la puerta, y dio la entrada a quien sea que estuviese tras de esta, se topó con el rostro que no quería ver, la causa de todos sus problemas y de su ira. Joanne la miró, al principio parecía simplemente estar ahí para ver cómo estaba, porque Joanne no sabía que su supuesta enfermedad era una mentira más de muchas, pero su expresión cambió cuando la vio siendo atendida por las mujeres.

Obviamente estas dos no le prestaron la menor atención a Joanne, siguiendo en lo suyo, enfocadas en ella, tal y como debía de ser, y no pudo evitar darle una mirada a Joanne, notando como esta parecía incómoda con la situación, asqueada incluso, y le parecía gracioso, porque solo estaba dejando que las mujeres le arreglasen el cabello o le masajeasen el cuerpo, o le diesen bocadillos en la boca, nada demasiado exagerado o íntimo, y aun así parecía echarse las manos a la cabeza.

En ese momento le gustaría que fuese Joanne quien hiciese eso, quien se rebajase a ese nivel, el tenerla lo suficientemente manipulada para que le hiciese caso en todo, incluso en lo que no le ordenaba, pero no, era solo un sueño iluso, una fantasía más, dudaba que Joanne accediese fácilmente, no sin antes romperla del todo.

Sabía que el reino de Joanne era conservador, había leído bastante desde que esta apareció, obviamente tenía que conocer a su enemigo, solo así lograría sus cometidos, así que no le sorprendía que esta estuviese tan incómoda con la cercanía que ella tenía con otras mujeres, no era aceptable. Joanne incluso estaría incómoda con cualquier tipo de cercanía, mirando todo aquello como inapropiado.

Vaya vida aburrida que debía de tener Joanne, sin poder disfrutar de lo que la rodeaba, de las facilidades que se tenía como realeza, porque le podía pedir cualquier obscenidad a esas mujeres y estas no dudarían ni un momento en hacerle caso, en seguir sus órdenes, incluso aunque no fuesen ordenes, igual lo harían.

Así de manipuladas las tenía.

A esas mujeres, así como al resto de personas que vivían en ese castillo.

Todos estaban bajo sus pies.

Y en ese momento solo deseaba que Joanne lo estuviese, pero vaya desafío que tenía encima.

Daba igual, pronto lo conseguiría, aunque tuviese que usar la fuerza para lograrlo.

Porque no perdía.

No lo permitiría.

 

Chapter 85: Archaeologist -Parte 3-

Chapter Text

ARCHAEOLOGIST

-Delirio-

 

Soltó un largo suspiro.

Le dolía el cuerpo, y quizás llegó a deshidratarse un poco durante el día, pero ahora, con la caída de la noche, el desierto le daba un clima más templado, incluso a veces frío, y agradecía que no hubiese habido más tormentas de arena, que se toparon con una cuando llegaron, y no quería que pasara de nuevo. Fue aterrador.

Y estando en un lugar donde las provisiones eran limitadas, no tenía el lujo de darse buenos baños, así que le costó sacarse la arena de encima.

Con el estómago ya lleno, caminó hasta su tienda de campaña, terminando con su trabajo del día.

Habían movido muchas cosas, así que empezaba a sentir la espalda adolorida, y eso que ella no hacía mayor trabajo físico. Si, le gustaba su trabajo, y el haber encontrado tantas piezas importantes de la historia, tantos objetos que podrían ser estudiados, la llenaba de emoción, pero si bien su cabeza se sentía optimista y motivada, su cuerpo sentía lo contrario.

Estaba destruida.

Sabía que su cabeza, y su cuerpo, estarían ambos felices de llegar a casa, de poder darse una larga ducha y poder dormir cómodamente en su cama, y así tener energías para estudiar lo que recolectaron. Estar ahí afuera, era maravilloso, era una experiencia que siempre deseó experimentar, sin embargo, luego de ya varios días de calor insoportable, de trabajo duro, de deshidratación, cansancio, y polvo, su cuerpo pedía a gritos terminar de una vez por todas.

Pero ya quedaba poco.

Pronto llegaría a casa.

Abrió su tienda de campaña, y se metió, cerrándola.

Y luego notó a la persona ahí acostada sobre su cama inflable, sus brazos formando una cruz sobre su pecho, sus ojos cerrados, su cuerpo tieso.

Por suerte no gritó, pero estuvo a punto.

Por un momento había olvidado ese pequeño problema en el que se había metido, su cabeza tan ocupada en el trabajo, que debió asumir en algún momento, que todo lo vivido no era nada más que su imaginación. Era demasiado lógica, tanto así que, ante lo que no tenía explicación alguna, su cerebro tomaba la decisión de ignorarlo, de empujar aquella información en el lugar más oscuro, olvidándolo.

Eso podía ser un arma de doble filo…

Pero de verdad no tenía forma de explicarlo.

Se sentó de rodillas en el suelo de su carpa, mirando a la mujer sobre su colchón, tenía tantas ganas de acostarse y dormir, pero ahora que veía que no estaba sola, su necesidad dejó de ser tan importante.

Si, cabía ahí al lado de esta, pero no se quería acercar demasiado, como si el tacto fuese suficiente para darle razón a lo inexplicable, y a pesar del tiempo que había trascurrido, aun se enfrascaba en desechar la idea de que eso era probable, de que había una reina del antiguo imperio egipcio en su tienda de campaña, o diciéndolo de manera general, en este siglo.

Tres mil años son muchos siglos atrás.

Como una mujer que no creía en religiones ni en nada sin explicación, siempre le parecía absurdo que mundialmente se reconocieran las fechas por el día en el que apareció Cristo, pero, aun así, debía seguir usando aquella expresión universal, así que, teniendo eso en cuenta, esa mujer que estaba durmiendo en su colchón, llevaba ahí desde mucho antes de Cristo, lo que la hacía sentir cierta sensación de vértigo.

Era aterrador.

Dio un salto, estando a punto de gritar, de nuevo, cuando los ojos de la mujer se abrieron, negro y azul, observándola fijamente. No sabía si esta estaba durmiendo o pretendiendo hacerlo, ni siquiera sabía si podía dormir, pero no era capaz de preguntar y tener respuestas que no tenían sentido.

“Te ves cansada.”

La voz de la mujer resonó, grave y suave, el acento de esta, y aquel idioma, sonando claro para sus oídos, para su cabeza, y su tono era leve, como un susurro, sabiendo que debía guardar silencio, que no debía ser descubierta, al menos no por ahora, no antes de que no tuviese un plan para poderla hacer pasar desapercibida con el resto de sus colegas, y por suerte había mucha gente ahí, así que era más probable el que pudiese mimetizarse.

Pero prefería que así fuese solamente cuando estuviesen listos para partir, así tendría que responder menos preguntas, y dudaba poder inventarse una buena excusa por los nervios.

¿En que se había metido?

Asintió, soltando un suspiro. Estaba cansada, si, de muchas formas. Se sacó los lentes, dejándolos sobre el espacio vacío sobre la cama, y pasó los dedos por sus sienes, esperando que el masaje pudiese controlar la sensación cálida en la zona. No sabía ya si sus síntomas eran por cansancio, por estrés, o se había insolado ahí afuera, y a esta altura, creía que podían ser las tres opciones.

La mujer se movió, sentándose en la cama, su espalda resonando, cada hueso, cada vertebra, y aquel sonido nunca iba a dejar de provocarle escalofríos. Esta acercó su mano hacia sus lentes, tomándolos con cuidado, y le causó cierta gracia como empezó a mirarlos, girándolos, para luego ponérselos sobre el rostro, apuñalándose la mejilla con una de las varillas, pero cuando lo intentó de nuevo pudo ponerlo en su lugar.

Esa mujer carecía de expresión, su rostro parecía impávido, pero a pesar de eso, siempre parecía hablar con honestidad, y era eso extraño en personas, aunque no era la mejor hablando de personas, ni del presente, simplemente vivía enterrada en el pasado, sin prestarle mayor atención a nada.

Pero ahora el pasado estaba frente a ella, así que se veía prestándole más atención de lo que creyó que le prestaría a una persona humana viva, o viva a medias.

Como sea, lo que le llamó la atención, fue como la mujer frunció el ceño, expresión que no había visto en esta, pero solo lo hizo porque claramente no veía nada con sus lentes, y si, necesitaba mucho aumento, había aprendido varios idiomas muertos encerrándose en libros y estudios hasta tardes horas de la noche, forzando su vista, así que si, se lo merecía.

La mujer se los sacó finalmente, ya haciendo el reconocimiento de un artefacto nuevo, y lo dejó en el exacto lugar donde ella lo dejó hace unos momentos.

Se sentía raro seguir dirigiéndose a esta como la mujer, en vez de la momia, o en vez de la faraona, o por el nombre que estaba inscrito en su tumba, Nefertari, tal vez porque aún le costaba asumir que era así, que era una momia, que era una faraona, que era una persona que vivió hace miles de años atrás, de la que incluso se tenía cierta información de antiguos documentos.

Y ahí estaba la prueba, pero su cabeza terca se rehusaba a aceptarlo.

¿Algún día lo aceptaría?

“¿Tanto te incomoda mi existencia?”

Dio un salto, su acompañante volviendo a acostarse sobre la cama, sus brazos volviendo a posicionarse sobre su pecho, de nuevo en esa posición tensa, recta, y tenía la sensación de que su cuerpo se había acostumbrado a estar dentro de ese sarcófago, y le iba a tomar tiempo el volver a adquirir una posición normal, más cómoda.

No sabía lo que era, pero el solo pensar en estar en un espacio reducido, enterrada viva, le parecía una tortura horrible, una tortura que incluso esa mujer creyó que merecía.

Le tomó un momento analizar la pregunta, pero no sabía que contestar, no creía que hubiese una buena respuesta, contestar con un si se sentía vil, y decir que no era nada más que una mentira, así que frunció los labios, intentando formar una respuesta más equilibrada.

Los ojos de la mujer la siguieron mirando, fijos, sin pestañear, intensos, y no sabía si la carencia de expresión la hacía sentir más presionada o más tranquila.

Soltó un suspiro, sus manos deshaciéndose de su cinturón con sus herramientas, dejando todo ahí, de lado, quitándose el peso de encima. Agradecía el que esta la entendiese, que su lengua materna fuese suficiente, no sabía porque, debía ser algún poder de bruja o quien sabe, y era bueno, porque a pesar de poder entender la gran mayoría de lo que la mujer decía, no creía ser capaz de formas frases coherentes por sí misma, estudió el idioma, mucho, pero nunca lo había practicado con alguien, teniendo una conversación.

Era difícil encontrar a alguien que estuviese tan obsesionado con esas cosas como ella.

“M-me incomoda, sí, porque no puedo explicarlo, entonces mi cabeza se rehúsa a aceptarlo, por lo mismo estoy muy consciente de lo que eres, y debo ser honesta, me aterran estas cosas a pesar de no creer en ellas, como fantasmas y demonios y cosas así.”

La mujer asintió, dejando de mirarla, mirando hacia arriba, hacia el techo de la carpa.

“O sea que el problema es lo que soy, no quien soy.”

Oh.

Bueno, sí.

Se vio asintiendo.

“No lo tomes personal ni tomes mi incomodidad como un insulto, no tengo nada en contra de quien eres, ni tampoco te conozco lo suficiente para sacar conclusiones precipitadas.”

No solo era una momia, si no que era una bruja, y además una reina de aquel imperio, era alguien con poder, que la podría destruir, ¿Cómo? No quería descubrirlo, así que no quería ganarse su odio, y era verdad, tampoco es que la odiase o algo, o que le pusiese incómoda, o sea sí, pero por obvias razones.

Esta asintió, sin decirle nada más, sin mirarla, sin nada.

No supo que hacer.

Sintió sus piernas arder bajo su cuerpo, y recordó el cansancio que sentía, deseaba acostarse.

“¿Puedo acostarme?”

Los ojos de la mujer la miraron, asintiendo, sin dudarlo.

“Es tu cama, yo soy aquí quien debería pedir permiso.”

Pero no lo pedía, eso lo tenía claro.

Alguien de su nivel no se rebajaría a eso, y le causó algo de gracia el pensarlo.

Asintió de vuelta, sintiéndose avergonzada consigo misma, mientras comenzó a sacarse la chaqueta de encima, y poniéndose algo más cómodo, y se acostó en su cama, sintiéndose de inmediato aliviada al tener la espalda recta, y por lo mismo soltó un suspiro aliviado. No le gustaban los sonidos que la mujer hacía con su espalda cada vez que se movía, pero deseo que su espalda sonase así y tuviese un poco más de alivio.

Cerró los ojos, sintiendo la presencia silente e inerte a su lado, la cual parecía ni siquiera respirar, nada, como si no existiese, solo que sabía que era así por el peso que su colchón estaba recibiendo, manteniendo el aire en equilibrio bajo ambos cuerpos. Nunca había compartido cama con nadie, pero le agradaba que no fuese una experiencia molesta, solía escuchar de parejas que sufrían al dormir porque una se movía demasiado y la botaba de la cama, o había ronquidos de por medio, y se volvía un problema recurrente digno de peleas, por suerte no era su caso.

Aunque que esta estuviese tan quieta le generaba cierta inquietud.

Probablemente a la mujer le debía generar molestia el sentir a alguien a su lado que respirase, estando acostumbrada a estar esos últimos miles de años acompañada del silencio y la oscuridad.

No lo había vivido, pero se sentía agobiada de solo pensarlo.

“¿Yo te incomodo a ti?”

Su pregunta salió por impulso, la curiosidad sacando lo peor de ella, pero la mujer no parecía molesta, y aunque así fuese, no se la imaginaba molesta ni nada.

“Han pasado demasiados años desde la última vez que escuché a alguien respirar a mi lado, tal vez no estaré viva, pero es ver el mundo moverse alrededor, me hace sentir que lo estoy.”

Giró el rostro, mirándola, esta aun mirando hacia el techo, sin mover ni un musculo.

Eso se escuchaba desolador.

Era una persona solitaria, tenía un pasatiempo aburrido, nunca fue buena para hacer amigos por lo mismo, siempre estaba en su propio mundo, leyendo, estudiando, aprendiendo cosas que muchos se rehusaban a aprender, pero aun así, veía el mundo moverse, veía a la gente hablar entre ellos, divertirse, viviendo, ajenos a ella, pero mostrándole que estaba viva, y era algo tan usual, algo tan común, que toda persona había experimentado, el tener la realización de la vida al verla existir, que nunca había pensado en que sería el no ver nada de eso.

El estar consciente, pero que todo a su alrededor no fuese nada más que oscuridad.

El estar vivo, pero ver todo tu alrededor muerto, detenido en el tiempo, ¿Cómo sabes, en esa circunstancia, que estás vivo? ¿Qué estás muerto? Si no hay forma de comprobarlo.

Si, era angustiante.

Tal vez era su sed de conocimiento, de aprendizaje, así que se sintió curiosa de la mujer a su lado, queriendo saber más, aunque su cabeza al mismo tiempo le dijese que no tenía sentido aprender nada porque nada tenía sentido, y si, pues así era, pero ya estaba ahí, ya la tenía al lado, ya no podría alejarse de esta, así que lo mejor era aprender.

Saber más de lo que era y de quien era.

“¿Puedo preguntarte cómo es que te volviste…eh, inmortal?”

Inmortal era una palabra muy extraña, que no creyó que diría refiriéndose a un humano, o al menos a una mujer que parecía muy humana ante sus ojos, aunque esta estuviese evidentemente muerta, su cuerpo carente de cualquier función fisiológica normal, partes de su cuerpo separándose sin problema, sin mostrar dolor alguno.

Los ojos bicolores la observaron, su rostro siempre impasible, sin mostrar mayor emoción, sentimiento, nada, lo que quedaba de su humanidad completamente detenida, sin lo que la hacía humana, irónicamente. Pasaron unos segundos y se dio cuenta que los ojos no la miraban a ella, si no que parecían pensativos, mirando más allá de ella, metiéndose en su propia cabeza, buscando en el pasado.

Hace tres mil años, antes de que fuese metida en ese sarcófago, aprisionada, y aun necesitaba tiempo para estudiar las inscripciones, pero si sabía que era una prisión, que había marcas que prepararon en el ritual de momificación, como sellaron a quien tenía en frente, a quien había liberado, y se sentía sudar, porque si bien la mujer no había hecho ningún movimiento abrupto, ni había intentado nada malo contra ella, si podía notar la urgencia de la gente de aquella época para que esta se mantuviese ahí, encerrada, para siempre.

No eran solo indicaciones para llegar al sarcófago.

Era una advertencia.

Y sabía que estaba temblado de solo pensarlo.

Finalmente, la mujer se movió, pestañeando lentamente, volviendo a mirar hacia el techo, en su posición usual, tensa, como si aún estuviese ahí encerrada, sellada, aprisionada.

“No lo sé. Te dije que soy una bruja, porque es así, eso soy, pero jamás hice nada con los poderes que tenía, no sabía cómo, y tuve que mantener un bajo perfil respecto a ese tema para que no me viesen como una amenaza, sin embargo, un día, algo ocurrió, y dejé de crecer, dejé de tener necesidades biológicas, ya no necesitaba comer ni beber, nada.”

Antes de que la mujer dijese algo más, añadiese más a la historia, ya imaginó lo que vendría. Era una gobernadora, era una reina de Egipto, era una figura pública, era imposible que aquello pasara desapercibido.

No tenían que ser personas de lógica como ella, incluso podían ser personas más creyentes, al final, ahí, veneraban a diferentes Dioses, pero conocía la historia, conocía como funcionaban, y tenía claro que harían las personas, la gente común y corriente, si veían como su líder dejaba de envejecer, era evidente, ellos envejecían, pero la Faraona seguía igual, y no iban a aceptar a alguien que osaba compararse con un Dios.

“Los rumores empezaron, a pesar de que me esmeré en fingir que necesitaba comer, que necesitaba dormir, no fue suficiente. Estuve viviendo con este cuerpo por unos treinta años, y ahí, ya todos decían que mataba a los niños de Egipto para bañarme en su sangre y así permanecer joven.”

La mera idea le causó escalofríos.

Eso era aterrador.

Los ojos la miraron, azul y negro, observándola a ella, solamente a ella, notando sus escalofríos, su miedo, el sudor que bajaba por sus sienes, y al verse en el foco, sus reacciones aumentaron.

“¿Te aterraría que eso fuese verdad?”

La pregunta la tomó por sorpresa, y se vio soltando un jadeo tembloroso, sin haberse dado cuenta que estuvo conteniendo la respiración durante varios segundos.

Pues, eso era evidente.

Las advertencias, los sellos, la momificación, la inmortalidad, la brujería, todo eso le aterraba, y si sabía que esa mujer, a quien ahora tenía acostada al lado, asesinaba a inocentes para bañarse en la sangre ajena, era sin duda algo más a su lista. Por supuesto que bañarse en sangre no le daría ningún beneficio, no era nada más que sangre, de hecho, probablemente cualquier enfermedad que dichos niños tuviesen entraría en su torrente sanguíneo y terminaría peor, pero ahí la lógica no funcionaba. Pero con lógica o sin esta, la idea era siniestra.

La realidad planteada la hacía aterrar.

Así que asintió.

“C-creeme que, en este momento, todo lo que está ocurriendo me aterra. Me aterra lo que no tiene explicación, y durante años mi padre me intentó meter historias de fantasía en la cabeza, para que no fuese tan recta, tan inflexible, para que me divirtiera un poco, pero al final del día, eran solo historias que podía desmontar fácilmente… ¿P-pero esto? Q-quiero desmontarlo, tengo la urgencia de hacerlo, pero estás en frente mío, no importa lo que los números y los experimentos me digan, no puedo negar lo que puedo ver, lo que puedo oír, lo que puedo sentir, a menos que mi teoría de que estoy inconsciente y todo esto es un sueño sea verdad.”

Los ojos bicolores no dejaron de mirarla durante esos momentos, y sintió que su propia voz sonó demasiado rápida por el nerviosismo, pero la mujer no dijo nada al respecto, simplemente volviendo a su posición inicial. No notó ningún cambio en su rostro, en su expresión impasible, inalterable, pero si notó algo de brillo en el ojo negro que veía de perfil, y no había mucha luz ahí dentro, solo la que provenía de afuera de la tienda, de las luces artificiales que mantenían ese campamento lleno de vida, protegido de la oscuridad del desierto.

Quizás pudo haber sido capaz de notar algún otro rasgo que le diese la confirmación de que veía emoción en la mujer, pero ni siquiera tenía los lentes puestos lo que la hacía tener menos visión de lo normal.

“También siento que todo esto es un sueño, porque puedo entenderte, aunque no entienda tus palabras, porque puedo verte, y el saber de qué existe un atisbo de libertad luego de tantos años, me hace creer que perdí la cabeza en ese sarcófago, y que todo esto me lo estoy imaginando, siendo nada más que un delirio tras otro.”

Oh.

No lo había pensado.

Esa situación era tan extraña, tan ilógica, tan irreal, tanto para la mujer como lo era para ella, y quizás, eso, la ayudó a ser más consciente de lo que ocurría, más empática, más abierta, pero por otro lado, le hizo pensar que la opción de que eso no fuese nada más que una mentira, tuviese más fuerza.

A lo mejor despertaría al día siguiente y todo volvería a la normalidad.

Quizás le ocurriría a ambas.

Y se sentía dividida, porque quería que así fuese, como quería que no. Quería volver a su vida común y corriente, volver a su normalidad, donde nada la aterraba ni le sorprendía y así estar tranquila, pero tampoco quería dejar ir a esa mujer, no sabía por qué, pero era una conexión que no podía ni definir ni entender.

Tal vez debió escuchar a su padre, escuchar sus historias, sus cuentos, quizás ahí sabría si las brujas podían hipnotizarlas de esa forma.

Soltó una risa.

Cuando volviese a la ciudad, le iba a dar una llamada a su padre.

Movió su mano, acercándola hacia la mujer, quien seguía en la misma posición, sin pestañear, sin respirar, sin hacer el menor sonido, el menor movimiento, y la puso sobre una de las manos ajenas, que seguían en forma de cruz sobre su pecho. La mujer no tuvo mayor reacción ante su tacto, sin emoción, nunca con emoción, pero uno de los ojos la miró, sin entender.

Por su parte, cerró los ojos, acomodándose, sintiendo el cuerpo entumecido por el cansancio, así como su cabeza, cansada del trabajo, del calor, del estrés, de pensar tanto, estaba agotada, y empezó a ceder ante el sueño.

“Quizás mañana nuestras vidas vuelvan a la normalidad, y todo esto no será nada más que un recuerdo, que un sueño, un delirio, pero a pesar del miedo que siento, fue interesante conocerte, Nefertari.”

Empezó a sentir su consciencia difuminarse, poco a poco.

Cayendo en un sueño profundo, y con suerte, reparador.

Y ahí escuchó a la mujer hablar, sonando difusa, lejana, pero, aun así, entendible.

“Digo lo mismo.”

Y se durmió.

 

Chapter 86: Childhood Friend -Parte 4-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Caos-

 

Ahora, lo entendía.

Ahora entendía la mirada de Eija.

En ese momento, los sentimientos que tenía dentro estaban muy revueltos, pero más que cualquier sentimiento, era el alivio que era tan grande, tan abrumador, que no tuvo tiempo para darle vueltas a la situación.

Eija sabia de sus sentimientos, y sabía de los de Vilma, y la mirada que notó, lo pensativa que se puso su expresión, era por eso, por saber en la situación en la que estaba metida, sabiendo que las hermanas estaban enamoradas de ella, y que al confirmar eso, significaba que la situación era complicada, tensa.

Sabía lo que estaba en juego, y tal y como calló con lo de Vilma, también callaría sobre los sentimientos de ella.

Era lo mejor.

Aunque Eija sintiese algo por alguna, conociéndola, no tomaría ningún bando, porque así era, siempre fue así, nunca dejaba a ninguna de las dos, siempre buscaba la forma de pasar tiempo con ambas, y era así desde que eran niñas. Sabía que esa mujer de la que se había enamorado no iba a arruinar la relación de hermanas que tenían, o la relación de amistad que tenían, por un romance.

Eija era demasiado buena.

Pero por algo se había enamorado.

Y la escuchaba al otro lado de la pared.

Todo estaba normal.

Todo estaba como siempre.

Y le alegraba que esta volviese a pesar de todo, y cuando se vieron cuando llegó, esta le sonrió como siempre, como si no hubiese pasado nada, siguió haciendo que todo estaba bien, que no había ni declaración ni beso, y le sorprendía que lograse hacer eso. Ahora esta estaba en medio de un triángulo amoroso, en el que se vio de un día para otro, apenas volvió a vivir a su país de origen. Debía sentirse abrumador, y le sorprendía que pudiese mantener la situación en control.

Que pudiese hacer que nada ocurría.

No creía ser capaz de hacer algo semejante.

Realmente la admiraba.

Por lo mismo, sentía lastima de Eija, de tener que pasar por algo así, pero mientras ni ella ni Vilma intentasen arruinar esa amistad que llevaban por años, todo seguiría bien, todo seguiría su curso.

Se quedó en su habitación, estudiando, a pesar de que sus exámenes ya hubiesen finalizado, pero no quería perder el ritmo, que en algún momento entraría a estudiar, y si haría lo que le gustaba, lo que le apasionaba, con mayor razón necesitaba mantener a su cabeza ocupada.

Se sentía cansada, si, luego de las últimas semanas, pero lo que más le costaba, eran las situaciones sociales a las que debía enfrentarse cada día. Una de las que más le complicaban, eran las salidas para revisar universidades, y hacer eso, estando en grupo con todos sus compañeros de clase, era algo que la hacía sentía ansiosa.

Pero al menos ya se sentía segura de que quería hacer, estaba lista para seguir adelante y escoger el camino que le daría verdadera felicidad, así que ese día, iba a tener la mente clara. Seguía ansiosa con las situaciones aquellas, pero estaba tranquila al mismo tiempo, segura. Y aunque su familia intentó quitarle la idea de la cabeza, se obligó a mantenerse firme, a no callar, a hablar, a opinar, y dar su último veredicto.

Al final, ella tendría que cargar consigo misma, no los demás, así que debía escoger, decidir por sí misma, sin dejarse manipular.

Giró el rostro, mirando la pared, mirando donde estaba la habitación de su hermana, pensando en la discusión que tuvieron.

Esta había cerrado la puerta, se había encerrado con Eija para evitar cualquier tipo de conexión con ella, lo sabía, porque aún estaba enojada, y la entendía, no le había hecho caso, y eso la hacía sentir pasada a llevar, pero no iba a seguir el camino de su hermana, ni el de sus padres, iba a hacer lo que quisiera, crear su propio camino, por si misma, de una vez por todas.

Tal vez se demoró muchos años en hablar.

En tener el valor de decir lo que tenía en la mente.

Pero mejor tarde que nunca.

Siguió leyendo, siguió revisando sus apuntes, hasta que cumplió con las horas de estudio que se puso como meta. Se sentía cansada, y hambrienta, así que se levantó y salió de su habitación, con la intención de ir a la cocina y buscar algo de comer, así que eso hizo.

Cuando terminó, fue al baño, y de ahí siguió el camino hasta su cuarto.

Pero de detuvo.

Escuchó un golpe.

Un golpe provenir de la habitación de Vilma.

Entró en pánico, así que se paró frente a la puerta, sin saber qué hacer, sin saber si decir algo, sin saber si debía intervenir o no, golpear la puerta o preguntar siquiera. Vilma estuvo con un mal humor desde la discusión que tuvieron, y temía que el decir algo pudiese tornar la situación a una peor.

Pero, no decir nada, no hacer nada, sabiendo que Eija estaba ahí dentro, se sentía erróneo.

¿Y si en un ataque de ira le hacía algo a Eija?

A esta altura, podría pasar.

Y temía que la situación pasara a lo físico.

Escuchó a Eija reír, pero no era una risa normal, no sabía porque, pero no le sonaba real del todo, genuina. No quería escuchar, no se sentía correcto, pero ninguna de las dos mujeres dentro de la habitación hablaba despacio.

“¿De qué estás hablando? ¿Tan ebria estás para decir algo así?”

La voz de Eija sonó despreocupada, como si le estuviese quitando importancia al asunto, y creyó que esta calmaría a su hermana, pero lo siguiente que escuchó fue un golpe sordo en la puerta, y se vio dando un salto por la sorpresa.

Sus padres no estaban en casa, no habían llegado aún, porque si lo estuviesen, ya habrían corrido a mirar que pasaba. Y honestamente, no sabía si eso era bueno o no.

“Deja de hacerte la tonta, Eija. Estoy hablando en serio y lo sabes bien.”

La voz de Vilma sonó furiosa, tensa, seria, y no solía escucharla así, al menos no le hablaba así a ella, incluso últimamente, así que sea lo que sea que pasaba ahí dentro, era lo suficiente para hacer fastidiar a su hermana.

Y eso no era bueno.

Nunca era bueno.

“Quiero que salgas conmigo.”

La voz de Vilma sonó seria.

Sonó intensa.

Y, sobre todo, sonó determinada.

Y no supo que pensar en ese instante, su pecho doliendo.

Había dicho que ninguna de las dos intervendría, que ninguna de las dos haría algo para romper esa amistad, pero estuvo equivocada, quien si sería capaz era Vilma. Se vio cerrando los ojos, la angustia carcomiéndola, sabiendo que estaba ahí, escuchando algo que no debía escuchar, pero no podía moverse, sentía sus piernas débiles. El miedo de ver a su hermana con Eija, se estaba volviendo una realidad, y no creía que aquello pudiese dejar de doler.

Pero…

No escuchó respuesta de Eija, no escuchó su voz, no escuchó ni siquiera su respiración, y asumiendo que estaba pegada a la puerta, por el otro lado, debía ser capaz de escucharla, pero no era así. Estaba en silencio, completamente en silencio.

No la veía, pero asumía que estaba mostrando otra cara.

La otra cara de la luna.

“¡Contestame!”

Vilma habló, gritando, perdiendo la paciencia, disgustándole el silencio, como a veces solía disgustarle el propio, no, siempre solía disgustarle su silencio.

Ahí, escuchó un suspiro.

Un suspiro pesado.

Cansado, resignado, que sabía de quien venía, pero le sorprendió el saberlo.

Entonces, Eija habló.

“No puedo salir contigo, Vilma.”

¿No podía?

La respuesta la alivió tanto como la confundió, y creía que también había confundido a su hermana, dejando a esta sin palabras.

Pero Eija no había acabado.

Pudo oir la puerta resonar con el movimiento de su cuerpo, de su torso, del aire entrando en su cuerpo, de su espalda resonando con la fuerza de sus palabras.

“Porque estoy enamorada de tu hermana.”

¿Qué?

Se llevó una mano a la boca, las palabras queriendo salir, pero sin poder.

¿Estaba escuchando mal?

¿Cómo?

Tenía tantas preguntas, y esperaba que todo eso no fuese un fragmento de su imaginación.

Sin embargo, solo pudo saltar.

Alejarse.

Por inercia, por instinto, por supervivencia, porque la puerta se abrió de golpe, y tuvo que moverse, tuvo que salir del pasillo, o al menos moverse de al frente de la puerta. Esta se abrió, y lo primero que vio salir, fue Eija, o más bien, su espalda. Le aterró esa situación, sobre todo, porque la mano de Vilma estaba firme en la ropa de Eija, su mano empuñada sujetando la tela. La estaba empujado, la estaba sacando de la habitación, y notó en cámara lenta como Eija chocó contra la pared del pasillo mientras la mano de Vilma la empujaba, la sujetaba, la mantenía firme contra la pared, amenazante.

Vilma solía ser relajada, pero era muy impulsiva.

Escuchó cosas así de esta cuando iba en la escuela, que solía ponerse violenta, pero jamás imaginó que sería así, jamás la vio así.

Ahora notaba una rabia en sus ojos.

Y creía que parte de esa rabia era su culpa.

Temió cuando los ojos de esta, similares a los suyos, la observaron, los ojos de ambas chocaron, y si bien notó sorpresa en esta, también notó como su ira pareció aumentar. Esta frunció el ceño, frunció los labios, observándola con clara rabia, y no pudo hacer nada, decir nada, y a lo mejor no decir nada era la decisión más sabia.

Su hermana la odiaba en ese instante por no seguir sus consejos, y ahora también por quitarle de cierta forma la persona a la que amaba.

Y temió perder a su hermana, para siempre.

Pero, cuando sus ojos volvieron a notar la mano de esta empuñando la ropa de Eija, cuando notó los nudillos enterrándose en el pecho ajeno, marcando la piel de rojo, y notó en la rubia una expresión dolorida, aquella sensación simplemente se difumino.

Era egoísta, y en ese instante, se creía capaz de elegir el amor antes que la familia.

Eija la había salvado, innumerables veces.

Así que no permitiría que nada ni nadie la lastimase.

Jamás.

“Vilma, suéltala.”

Habló, manteniéndose firme, dando un paso adelante, posicionando su brazo ambas, evitando mayor acercamiento. Dudaba lucir amenazante, dudaba siquiera poder enfrentar a su hermana, pero eso no la hizo acobardarse, a pesar de ser una cobarde. Ya no era la chica buena y perfecta que su hermana pretendía que fuese, que le hiciese caso en todo y que moviese la cola cuando esta quería.

No más.

Vilma resopló al mirarla, perdiendo su ímpetu durante los segundos eternos que se miraron, soltando el agarre, pero sus ojos se fueron a Eija, quien parecía sorprendida con la situación, sin esperarse que fuese sujeta así, por alguien que claramente tenía más fuerza. Eija era despreocupada, era tranquila, era risueña, y no se la imaginaba siendo violenta de ninguna forma, por el contrario, cuando Vilma la besó esa vez, la notó preocupada, como si no supiese que hacer, temerosa de siquiera empujar a Vilma, queriendo evitar el conflicto físico.

Y esa situación, que su amiga de la infancia la atacase así, debía sentirse aún más doloroso que el hecho físico.

“No creas que te dejaré quedarte aquí luego de que me dijeras eso.”

La voz de Vilma sonó amenazante, y Eija se puso tensa, mirándola con cierto pánico.

“¿Qué? Pero dijiste que me dejarías quedarme mientras mi padre estuviese de viaje.”

Su padre…

Eija, en la actualidad, vivía con su padre, decidiendo abandonar la eterna travesía que significaba el vivir con su madre, quien viajaba por el mundo haciendo negocios, y si bien no tenía claro a que se debía el pánico, ya que esta no se lo había dicho, si conocía su situación lo suficiente para asumir que no quería quedarse sola en su casa, y era entendible, era una casa grande, ya desolada sin su madre, para que también experimentase la carencia del padre.

Pero Vilma no se ablandó con la mirada de Eija, la mirada casi suplicante, para nada, seguía rígida, furiosa, pero controlándose, manteniéndose erguida, con el pecho hinchado.

Los ojos de su hermana llegaron a los suyos, y volvió a sentir la rabia a través de su expresión, y luego de eso se dio media vuelta, ignorándolas a ambas.

“Quedate en la calle si quieres, pero a mi habitación no entras.”

Y así, Vilma caminó, entrando en su habitación, con la intención de cerrar la puerta, y Eija se movió, la siguió, sujetando la puerta con ambas manos, evitando que esta la cerrase del todo, apenas teniendo fuerzas para hacer el gesto.

“Pero Vilma, hablemos, esto no tiene nada que ver con nuestra amistad, no puedes tratarme así.”

Y Vilma la escuchó, los ojos de esta asomándose por el hueco que quedó entre el marco y la puerta, sus ojos intensos, y nunca los había visto así, tal vez la rabia, y el alcohol, no hacían una buena mezcla en esta.

“Solo quiero romperte la cara, así que haz lo que quieras, pero no me hables.”

Y cerró la puerta de un golpe, Eija incapaz de evitarlo.

Eija se quedó ahí, mirando la puerta, sus labios fruncidos, para luego apoyar la frente en la puerta, parecía resignada, pero al mismo tiempo frustrada.

Podía notar una mezcla de emociones en esta que jamás había visto.

Esa situación era demasiado para todas.

Finalmente, Eija se paró firme frente a la puerta.

“¡Siempre serás mi amiga, Vilma! ¡No olvides eso!”

Hubo un silencio.

Un silencio eterno.

Hasta que escuchó música provenir de la habitación.

Honestamente, esperaba que esta alcanzara a escuchar eso.

Eija era tan buena, tan agradable, era la amiga que cualquiera desearía tener, y le dolía verla así, en una situación tan complicada.

Esta la miró, por primera vez en ese rato, sus ojos verdes, brillantes, pero doloridos.

“Esperaré a que se le pase.”

Eija habló, su voz cansada, agotada, y caminó a la puerta de entrada, saliendo por esta, dejándola a un centímetro de cerrarse, y creyó que estaba sentada sobre los escalones, donde solía ponerse, incluso cuando eran más niñas. No tenía que verla para saber cuan triste y agobiada estaba, ya que intentó evitar eso, y ahora ocurría.

Vilma era importante, para ambas, y esa situación sin duda dejaba un sabor amargo.

Eso era exactamente lo que no tenía que ocurrir, lo que ella decidió que evitaría, pero al final, no había forma de detener también a su hermana, que era más impulsiva, que no meditaba bien las cosas, que no entendía lo que significaría el que se declarase, el que quisiese más de lo que ya tenían.

Las consecuencias.

Iba a ir donde Eija, y recordó que esta solo estaba usando una camisa, y ahora estaba ahí, en la intemperie, en el frio, del cual siempre se quejaba, y buscó una chaqueta antes de tomar las llaves y salir.

A penas abrió la puerta, notó a Eija sentada en los escalones, tal y como imaginó, abrazada de sus rodillas, así como vio el vapor salir de su boca. No dudo en llevar la chaqueta a los hombros de Eija, chaqueta que probablemente le quedaba grande, demasiado, pero siempre la veía usar ropa más ancha, así que esperaba que no fuese un problema.

Los ojos verdes al miraron, sorprendidos con el gesto, pero de inmediato esta le dio una sonrisa mientras acomodaba la prenda en sus hombros, aceptándola.

“Gracias.”

Asintió mientras cerraba la puerta tras ellas.

La noche estaba fría, y se alegra de haber traído una chaqueta consigo.

No quiso decir nada, así que solo se sentó al lado de Eija, sin querer recordarle ese momento, ni decirle nada que fuese a ser para peor. De todas formas, Eija no sabía que la había escuchado, y mencionarlo ahora, no se sentía del todo correcto.

Estaba feliz, pero al mismo tiempo, se sentía rota por dentro. Era una mezcla de emociones que la dejaban ciertamente confusa.

No estaba preparada para esa situación.

Eso, era exactamente lo que no debía ocurrir.

 

Chapter 87: Gladiator -Parte 14-

Chapter Text

GLADIATOR

-Diosa-

¿Se iría limpia?

Si, una Diosa se la llevaría, y así sería bienvenida en lo más alto, no sería como cualquier mortal, si no que sería beneficiada con aquel regalo.

Podía simplemente aceptar que se iría de ese mundo, en paz.

Su cuerpo saltó cuando sintió las manos ajenas en su rostro, unas manos grandes, toscas y frías en sus mejillas, sujetándola, pero el tacto no era brusco, no se sentía como creyó que sería. La mujer podía aplastarle el cráneo con el mínimo esfuerzo, pero no, no lo estaba haciendo, por el contrario, era con suavidad, con cuidado.

Ahí recién abrió los ojos.

Se topó con la imagen de la mujer frente a ella, notando en primera instancia su ceño fruncido, pero ya no en ira, ahora era en preocupación. Octavia se veía preocupada, los ojos claros parecían observarla con detención, como si intentase leerla de alguna forma, y tal vez era así.

Esta usó sus manos para mover su rostro, primero a la derecha, luego a la izquierda, los ojos ajenos observándola con aun más detención. Luego las manos dejaron su rostro y se fueron a su cuerpo, y sin la menor duda, las manos sujetaron su ropa, quitándosela de encima en un rápido movimiento. No dijo nada, solo levantó los brazos, ayudando en la acción, la tela terminando apoyada en una de las rocas.

Los ojos de la mujer volvieron a hacer la acción de observarla, ahora observando las vendas que cubrían su torso, cubriendo la herida, esta cerrada a duras penas, dejando manchas rosadas en la tela, pero ya no se trataba de sangre roja y sangre oscura manchando la zona como al comienzo.

Estaba mejorando, poco a poco.

Cuando los ojos claros volvieron a mirarla a los ojos, la notó soltar un suspiro de alivio, su expresión dura y tosca relajándose.

Y se vio a si misma aliviada al verla así.

No debía hacer preocupar a un Dios.

“No vuelvas a asustarme así.”

Oh.

¿Qué?

La frase sonaba amenazante, pero la sonrisa en la mujer había vuelto, y eso la dejó ciertamente confundida, así solo pudo asentir en respuesta.

Había perdido la cabeza, y esa mujer lo notó.

Por eso la detuvo.

“También me asusté a mí misma.”

Su voz finalmente salió, y se vio soltando un suspiro pesado. Era sin duda agobiante siquiera recordar ese momento, donde pasó de ser ella misma a ser alguien más.

A ser algo que no quería ser.

Cuando levantó la mirada, la expresión de la mujer había vuelto a cambiar, notándose nada más que pensativa, de hecho, los ojos ni siquiera la miraban, parecía estar tan metida en sus pensamientos que era imposible saber si estaba ahí en ese preciso instante.

Se vio bajando la mirada, notando las telas lujosas aun en el agua, el oro hundiéndose con el peso, y se vio sujetando las telas por inercia, levantándolas lo suficiente para que no siguiesen mojándose, y debió verse algo atrevido de su parte, pero ya lo había hecho.

Lo siguiente que escuchó fue la risa de Octavia, esta volviendo al presente.

Se sentía agradecida de escuchar la risa del Emperador, esa era otra de las cosas que agradecía de su vida, de la vida que tenía, de seguir viva.

“Si querías sacarme la ropa solo tenías que decirlo.”

No era eso, pero se sintió arder con las palabras de la mujer.

Realmente era impertinente cuando se trataba del Emperador, y tenía suerte, mucha suerte, porque si alguien más se atrevía a tanto, probablemente perdería la cabeza. Era muy tonta, era innegable que recibía apoyo divino o no estaría ahí en ese instante. Debió perecer cuando se topó con el Emperador la primera vez en ese exacto lugar y no supo quién era, y ese era insulto suficiente.

Era una Diosa piadosa.

Octavia se removió, sacándose la túnica, dejando su cuerpo desnudo expuesto, y estaba acostumbrada a su propia desnudez, a ser desnudada por diferentes personas, bañada, vestida, sobre todo últimamente al pasar en cama, inmovilizada, pero estar acostumbrada a la desnudez de alguien más se sentía hasta indebido, sobre todo para alguien como ella, sobre todo si se trataba de alguien como lo era esa mujer.

Pero era así, empezaba a acostumbrarse a ver el cuerpo de Octavia, y al haber tenido su cuerpo durante una noche entera, podía decir que se sabía hasta el más escondido rincón de su cuerpo, así como sabía con exactitud donde estaban sus cicatrices.

Ni siquiera conocía su propio cuerpo tan bien como el ajeno.

Si, merecía que le cortaran la cabeza.

Las manos de Octavia llegaron a su cuerpo, una vez que se deshizo de su túnica, haciéndola salir de sus pensamientos.

“Siéntate, me dijeron que no puedes pasar mucho tiempo de pie.”

Y así, el Emperador la ayudó a sentarse, a quedar con el torso bajo el agua cálida, y se sintió avergonzada, de nuevo.

Sentía vergüenza de sí misma, de su debilidad.

“El Emperador siempre me ve en mi estado más deplorable.”

No pudo acallarse, y eso no solía ocurrir, pero se lo debía, a esa mujer le debía la vida, siempre le debía la vida, y lo mínimo que podía hacer era forzar que su boca hablase, que su cuerpo decidiese comunicarse como una persona normal.

Notó de reojo como la mujer se sentó también en el agua, sus brazos apoyados en el borde, relajándose.

La escuchó soltar una risa, mientras tomaba un poco de agua entre sus manos y luego se acercó, dejándola caer en ella, el chorro cayendo por su hombro, por su clavícula, y si, esa mujer tachaba cualquiera de sus actos como egoísmo, pero no era nada más que generosa con ella, cuidándola, protegiéndola de sí misma incluso, ayudándola, y en ese momento hacía aquel gesto para remojar con agua caliente las partes de su cuerpo que quedaron a la intemperie.

No había nada que pudiese hacer por el Emperador de vuelta.

No podía agradecer toda esa generosidad.

“Mi trabajo es ver un mundo deplorable a mis pies, Domitia, pero, así mismo, mi objetivo es fortalecer al débil, es hacer de un imperio deplorable el más fuerte de todos, y eso hago contigo, sé que serás un gran Gladiador, sé que serás un gran guerrero, pero este imperio no se construyó en un día, es un trabajo de años, de trabajo duro, de muchos emperadores antes que yo que hicieron lo posible para levantarlo.

Así como iba a levantarla a ella.

Así como llevaba ayudándola desde el comienzo.

La mujer le sonrió, su sonrisa capaz de vuelta en su rostro, mientras se le acercaba, mientras tomaba un poco de agua en la mano y la llevaba hasta su cuerpo.

Si, era así.

Roma no se construyó en un día, ese gran imperio no fue siempre como lo era en el presente, sin embargo, ella no era nada más que un fracaso, uno tras otro, cada vez que se hacía fuerte, que se recuperaba de algo, de un ataque, de una pelea, luego volvía a caer.

Sobrevivía, sí, pero ¿A qué costo?

“El imperio vale la pena, pero no creo que sea mi caso. He estado muy cerca de perder mi vida, muchas veces, y ahora me perdí a mi misma. No vale la pena que sigan apostando por mí, que usted siga apostando por mí.”

Esperó una respuesta.

Lo que sea.

Pero no consiguió nada.

Octavia no solía quedarse en silencio, así que la buscó, buscó sus ojos, pero esta miraba al frente, su mirada perdida en su cabeza, en sus pensamientos. Y extrañó la atención que esa Diosa le daba, la atención que ella misma instó a acabar. Pero no se lo merecía. No merecía algo similar, ni la atención de la servidumbre, de los guardias, de los espectadores, mucho menos merecía la atención del Emperador. Ganar no era suficiente, y no se sentía merecedora de aquel puesto que la sociedad le daba en el coliseo.

Querer más, esperar más, era tan codicioso de su parte.

Para ser alguien que nunca tuvo mayor riqueza, quería a su lado a lo más valioso de Roma.

Aun no se daba cuenta de su lugar.

Era débil, demasiado débil, y ahora, sabía que era débil de mente, y ahí es donde más fuerte tenía que ser.

“Cuando era niña, vi a alguien que pasó por lo mismo que tú.”

Dio un salto cuando la voz de Octavia se hizo presente de la nada, y la miró, los ojos de esta aun fijos en frente, parecía aún más metida en su cabeza que la última vez que la observó. Solo pudo callarse y escuchar, intentar entender lo que la mujer quería decirle.

El Emperador se acomodó en la orilla, sus brazos estirándose, su rostro apuntando al cielo, así como los ojos, ahora fijos en las estrellas, en el infinito. Su rostro tenso, a pesar de lo tranquilo de su cuerpo.

“Tuve que conocer la vida de un Emperador desde niña, ya que era mi destino el seguir con el legado de mantener vivo al imperio. Aprendí de cada faceta de este trabajo, así como tuve que asistir al Coliseo, del cual me encargaría cuando creciera. En aquella época, hubo un hombre que cayó en la arena por su mal comportamiento, no tenía entrenamiento, ni nada similar, pero ganó incontables batallas. Era un hombre que se ganó el amor del público y la suerte divina lo mantuvo de pie luego de cada batalla.”

La mujer giró el rostro, mirándola.

Y no dijo nada, pero entendió lo que esa mirada quería decirle.

Como tú.

Ella era como ese hombre, quien ganaba por suerte, quien fue adorada por el público.

Octavia volvió a mirar al cielo, su expresión volviendo a ponerse tensa, pensativa.

“Estuve presente cuanto todo eso cambió, cuando su suerte se acabó. No creí que este mundo pudiese sorprenderme, hasta que ese día llegó, hasta que vi como aquel hombre perdió la cordura, como pasó de ser un hombre que sobrevivía, a pasar a ser un hombre que perdió completamente la cabeza.”

Como ella.

Notó una expresión de preocupación en la mujer, y se imaginó como hubiese sido esta en aquella época, en su adolescencia tal vez, cuando vio más de lo que debía ver. Joven, inocente, ingenua quizás, imprudente como cualquiera en esa edad, pero al mismo tiempo controlada, sabiendo el peso que tenía sobre los hombros desde niña.

Y debió ver a alguien como ella.

A alguien que perdió la cabeza en la arena, que dejó de pelear por supervivencia como los presos y los esclavos, incluso por gusto como los asesinos que ahí peleaban, o por honor como los Gladiadores, no, volviéndose un caos, deseando escuchar los gritos de la gente, el sentir el caos y los tambores resonar a su alrededor y el tener la necesidad de que más sangre pintase la arena, aunque fuese la propia.

El hacer un espectáculo a costa propia.

Morir, si era necesario para conseguir los aplausos que tanto deseaba.

Esos pensamientos seguían en su cabeza, marcados con fuego en su memoria.

“La muerte lo llevó a un punto culmine, no fue suficiente matar, no fue suficiente sobrevivir, y entró en colapso, deseando más. Enterró su hacha en uno de los muros y comenzó a golpearse a sí mismo hasta que su cuerpo ya dejó de moverse. Me aterro aquella escena, y agradecí que durante mis años gobernando no hubiese ocurrido algo similar, hasta ahora.”

Lo vio de nuevo.

La escena debió volver a su cabeza.

El ver a un hombre suicidándose de tal forma en la arena, tomando la forma de ella, quien tomó el mango de la espada enterrada en su abdomen, solamente para usarla para terminar de morir, para darle más sangre a las personas.

Para abrir su torso en dos, y escuchar una última vez los gritos eufóricos.

Le asustó, cuando volvió a sí misma, se sintió aterrada de lo que estuvo a punto de hacer. Siempre consideró que era una persona cuerda, que reflexionaba las cosas antes de hacerlas, que no perdía el control de semejante forma, pero lo terminó siendo, y de la peor forma posible.

Casi tira a la basura todos sus esfuerzos, todo ese tiempo luchando para vivir un día más, y simplemente se rindió, ahí, frente a todos.

No había pensado en cómo se vería desde fuera, como verían aquellas personas a un Gladiador que toma su propia arma y la usa contra sí mismo, para morir, para derramar sangre y hacer de su suicidio un espectáculo.

Se quedó mirando a la mujer, quien seguía mirando hacia el cielo.

No pensó en qué pensaría Octavia, quien la ayudó a vivir, a curar sus heridas, a sobrellevar las situaciones que aparecieron frente a ella. Octavia la ayudó a vivir y tomó todos esos esfuerzos, los esfuerzos que un Dios dio por ella, y los pisoteó.

Si, eso también era un insulto en sí mismo.

Era un fracaso.

No merecía el favor de un Dios.

Miró a la mujer, y recién ahí se dio cuenta de algo, de una herida que esta tenía en la espalda, una que no había visto la última vez. Mientras ella estuvo ahí, sufriendo las consecuencias de sus errores, Octavia estaba afuera, peleando, ganando, conquistando, siendo quien mantenía vivo al imperio.

Quien destruía batallones enemigos, peleando para mantener la grandeza en lo alto.

En comparación ella era tan miserable.

¿Como esta podía siquiera perder tiempo ahí, con ella?

No lo valía.

Bajó el rostro, sintiéndose mal consigo misma, sintiendo una presión indeseable en su pecho, y era un dolor ajeno al físico. Pero no sabía qué hacer, que decir, no se había sentido así en mucho tiempo, y recordaba que le ocurrió cuando era niña, cuando sus padres se metieron en una disputa contra unos adultos que vivían en el mismo pueblo, y todo por ella, porque los hijos de esas personas la habían golpeado, y ellos salieron a defenderla.

Pero al final, estos terminaron mal, aquellas personas negándole a su familia los beneficios de la comunidad a ellos, dejándolos marginados, imposibilitados de mantener cualquier tipo de trueque para pasar el invierno.

Y todo por ella.

No solía ser muy expresiva, y esa era una de las tantas razones por la que el resto de niños solían tratarla mal. Pero recordaba haber llorado aquella vez, el haberse sentido tan mal por haber nacido, por el haberle traído desgracia tras desgracia a su familia, por ser nada más que la oveja negra que traería la decepción.

Tenía suerte, porque vivía a pesar de todo, pero eso solo traería desgracias. Le trajo desgracias a sus padres, le trajo desgracias a los sujetos que la apoyaron para salir del pueblo, le trajo desgracias a todos los que entraron con ella a la arena, y también le trajo desgracias al Emperador.

Si, tenía suerte, pero solo significaba que le traía mala suerte a los demás.

Y ahora era un peso sobre los hombros de un ser divino como el Emperador.

Enterró las palmas en sus ojos, sintiéndolos arder, y simplemente lloró.

No se sentía con el derecho de llorar, nunca quiso llorar por lo mismo, porque al final, su existencia traía desgracias, porque su vida era solo un mal augurio tras otro, y no merecía el llorar, el ser la victima de la historia, porque no lo era.

Y ahora se sentía estúpida por llorar, por llorar al lado de una persona que fue generosa a grandes niveles con ella, y en vez de intentar hacer algo para agradecerle, solo empeoraba las cosas cada vez que podía, y, además, ahora se ponía a llorar como una tonta.

No podía hacer nada bien.

No podía devolverle el favor, no podía pelear bien, no podía estar a la altura, no podía mantener su mente limpia, ni siquiera fue capaz de satisfacerla en la cama. No podía hacer nada, absolutamente nada bien.

“¿Qué pasa? ¿Tu herida se abrió? ¿Estás bien?”

La voz de Octavia sonó tan suave en comparación con la voz que usó durante todo ese rato, y volvió a sentir el dolor en el pecho, la angustia, el saber cómo esa mujer genuinamente se preocupaba por ella, y se sentía cada vez más miserable.

¿Por qué ella?

¿Por qué no alguien más?

No merecía eso.

“Lo siento. Me ha salvado tanto, me ha ayudado tanto, y, aun así, no soy capaz de agradecerle apropiadamente. Siempre lo arruino, nunca estaré a la altura, nunca podre ser suficiente para merecer todos los esfuerzos que ha hecho por mí.”

No importaba cuantas batallas ganase, al final, terminaría enloqueciendo de una u otra forma, al final perdería por ser débil, por no ser capaz de seguir adelante. Y se sintió fuerte, en ese momento se sintió en la cúspide de su fuerza, y al ver a Octavia, supo con seguridad que era débil, que no importaba cuanto entrenase su cuerpo, jamás sería lo suficientemente fuerte. Jamás lograría ganar, jamás saldría victoriosa sin ningún rasguño.

Al final, todas las veces que ganó, fue en decadencia.

Sintió una mano en su nuca, los dedos ajenos enterrándose en su cabello, y se vio levantando el rostro, siendo obligada por el agarre firme.

Vio el rostro de Octavia frente al suyo, esta manteniéndola en posición, sin soltarla. Se vio mirándola directamente a los ojos, a los ojos claros, felinos, ahora serios, intensos, y no supo que decir, simplemente se quedó en silencio, esperando a que la mujer dijese lo que tenía intención de decirle.

“Agradeceme haciéndote fuerte, dejando de dudar de ti misma. Tienes razón, he puesto mucho trabajo en ti, así que lo mínimo que puedes hacer es trabajar acorde.”

¿Trabajar?

¿En el coliseo?

¿En las peleas?

Notó como la mujer soltó una risa, su rostro dejando esa intensidad que tenía encima, así como la mano que la mantenía sujeta dejó la labor, pero no pasó mucho tiempo para sentir los dedos de esta en su mentón, levantando su rostro, mientras que sentía el otro brazo de la mujer pasando por su espalda.

Estaba segura de que ya no lloraba en lo absoluto, la curiosidad, la confusión, dejando el dolor en su pecho en un segundo plano, y para que decir el dolor de su herida, y quería pensar que era gracias a aquella misteriosa agua que parecía siempre adormecer sus heridas, curándola poco a poco.

“Tus ojos son interesantes, y has demostrado que eso no es lo único interesante que tienes.”

No entendía lo que esa mujer le quería decir, mucho menos entendía su expresión.

Se sentía perdida.

Sintió como Octavia se acercó, su rostro acercándose al propio, y sintió su aroma característico, aroma que aprendió a reconocer luego de horas a solas. Notó también cada detalle de su rostro, detalles que también aprendió a reconocer.

Si, sabía que sus ojos eran diferentes a lo usual, interesantes, pero no sabía con seguridad que tan diferentes eran, no sabía cuál era el color que tenían, ni le había interesado, pero creía que, si podría reconocer los ojos de Octavia, podía recordar con claridad cuál era la tonalidad de estos, saber que eran de esa Diosa con el mero atisbo de aquel color.

Si, la conocía más de lo que se conocía a si misma.

“Eres obediente, te has comportado correctamente desde el comienzo, nadie esperaría eso de un forastero, menos de un preso. Eres la única persona que ha entrado en la arena siendo un don nadie y acabando la pelea siendo una celebridad. Nunca atacas primero, te mantienes sumisa en una pelea, pero encuentras la forma de dominar la situación. Muestras algo, y luego muestras lo opuesto, sorprendiendo a todo el mundo. Eres interesante sin duda.”

Conocía a Octavia…

Y al parecer Octavia la conocía a ella más de lo que ella misma se conocía.

Hacer esa comparación sonaba devastadora, y más de alguien también pensaría de eso como un insulto, pero no le importaba.

Era realmente hereje de su parte el decir eso de un Dios, pero quizás era por lo mismo, un Dios conocía a los que estaban bajo este, un ser omnipotente, conocedor de todo y de todos.

Y se sentía feliz de que esta la notase.

Tener la atención de un Dios.

Cuando creyó que estaba abandonada por los Dioses.

“Te lo dije, una y otra vez, que mis acciones carecían de generosidad, que no eran nada más que egoísmo, y te diré por qué. Quiero tenerte a mi lado en las filas, quiero tenerte en mi ejército, y para eso debías crecer, para eso la gente debía pedir que te entrenasen profesionalmente, y recién ahí tendría la oportunidad de arrebatarte del coliseo y tenerte para mí.”

¿Qué?

Por eso no la dejó morir.

Por eso insistió en que no perdiese el amor de las personas.

Por eso le enseñó cual debía ser su comportamiento para seguir escalando.

Para poder llegar a la milicia.

¿Era eso siquiera posible?

Era una forastera, era una campesina, era una presa, y estar en el ejército era algo sumamente prestigioso, no cualquiera podría estar ahí, no cualquier podría pelear codo a codo con el Emperador, era un beneficio que solo los más grandes guerreros podían conseguir.

Pero…

El Emperador tenía sus propias cartas bajo la manga, no por nada consiguió llevarla ahí, no por nada consiguió ganar su subasta, al final, si el Emperador quería algo, quería conseguir algo, eso haría, conseguirlo, y podía lograr eso fuera del imperio, por supuesto que lo podría lograr teniendo el poder máximo.

Por eso necesitaba volver al Coliseo, a tener sus entrenamientos, para aprender a atacar, para aprender la técnica que la llevaría a lo alto, y ahí recién podría ser considerada para entrar a las tropas, para ser parte del honorable grupo de guerreros que peleaban para conquistar, para los que batallaban contra los enemigos.

Ahí pelearía por una razón.

Ahí usaría su espada para conquistar, no para satisfacer a unos cuantos.

Eso quería hacer.

Usar su existencia para darle poder al Emperador.

Tomó la mano que tenía en su mentón y la sujetó con las propias, y miró a la mujer, la miró a los ojos, sin siquiera dudar, nada, intentando mostrarse lo más determinada que su inexpresivo rostro pudiese.

“Si usted tiene el poder para sacarme del Coliseo, prometo que haré lo que sea para pelear a su lado, entrenaré día y noche para estar a su altura, para poder pagarle por todo lo que ha hecho por mí.”

Notó cierta sorpresa en Octavia, cuya expresión rápidamente cambió a una sonrisa capaz, a una sonrisa satisfecha, y quería ver esa sonrisa más en esta de ahora en adelante.

No quería volver a ser un fracaso, quería hacerla sentir orgullo por haber confiado en ella.

“Te estaré esperando, Domitia.”

Y podía notar la honestidad en las palabras del Emperador.

Iba a trabajar duro de ahora en adelante, tenía que trabajar duro, no podía decepcionar a la Diosa que le había dado una nueva oportunidad.

Debía hacer valer aquella confianza, aquel apoyo.

Vivía por los Dioses, y moría por ellos.

 

Chapter 88: Theater -Parte 2-

Chapter Text

THEATER

Singer

-Actuación-

 

Participar en una obra.

Componer para una obra.

Ambas eran cosas que no creyó que haría, pero al final era un trabajo y debía hacer lo necesario para crear las piezas perfectas.

Le agradaba, era mejor que componer para una orquesta, o el ser ella quien cantaba y actuaba en una ópera. Le gustaba ver a los personajes cantar sus piezas musicales, o simplemente actuar teniendo la música ambiental a su alrededor, dándole más vida a los momentos, y su equipo se encargaba de estar ahí, la orquesta propia del teatro, presentes en los estrenos, y eso era lo que le daba puntos favorables a ese lugar.

No eran solo actores que cantaban con una base musical sonando por los altoparlantes, si no que la misma orquesta estaba ahí, y era mejor, ya que, en cualquier imprevisto, el show podía continuar, y había aprendido que eso era fundamental en el teatro.

Un parlante en mal estado, o una pista mal grabada, podía ser el fin.

Así también sabía que la falta del protagonista también simbolizaba el final, y lo notaba en el director, completamente ansioso, molesto, bañado en pánico. No habían tenido un problema así desde que se empezaron los preparativos para el estreno, pero esto se escapaba de las manos, y era una lástima, ya que el show no alcanzaría ni siquiera a iniciar y ya se estaba dando por finalizado.

Le dio una mirada a la escritora, quien permitió que toda la obra pudiese existir, creándola por completo, dándole vida, y la notaba también molesta, resignada, su rostro más expresivo que el propio, haciendo de su enojo evidente. Siempre parecía tranquila, tímida, pero ahora notaba como el mundo le caía encima, y la notó trabajar duro en la historia.

Y era joven, muy joven para que su historia original se hundiese antes de zarpar.

Le sorprendía la imaginación que tenía para crear tantas historias, y debía de sentirse horrible al saber que probablemente una oportunidad así no volvería.

Ambas se habían esforzado para seguir adelante, y por su parte, sabía que, si la obra no se llevaba a cabo, usaría las composiciones para otra cosa, no perdería nada, porque se aseguraba de eso, de jamás perder, de jamás estar en desventaja, pero no era el caso de los demás en el set.

Incluso el mismo teatro podría perder la reputación por algo así.

Si el actor no llenaba los zapatos del personaje, no habría nada que detuviese la ira de quienes habían pagado para ver un espectáculo, y no vieron nada más que un desastre tras otro.

Cuando vio a la actriz suplente aparecer, creyó que sería eso, un desastre.

Era evidente.

Esa falta de respeto, esa impuntualidad, no sabía nada de actores, pero si sabía de trabajadores, y no era bueno tener a alguien así, por su parte, jamás aceptaba a alguien así en su equipo, pero ahí, no tenía palabra, ya que trabajaba para el director, y él debía decidir si quería a la novata o no.

Cuando este le pasó el libreto a ella, se sintió extraño.

Actuar no era lo suyo, lo aprendió en la ópera.

No tenía mayor expresión, se lo decían bastante desde siempre, así que una labor así no era para ella, sin embargo, si seguirle los diálogos a la chica ayudaría a probar sus habilidades, lo haría.

Pero le sorprendió.

Cuando vio los ojos plateados brillantes, llenos de lágrimas, observándola con dolor, con odio, con desesperación, se sintió en los pies del personaje masculino de la historia. Ni siquiera supo que decir, y se demoró en buscar el dialogo que le correspondía.

Había visto personas actuar, sobre todo en los ensayos grupales, pero nunca le había llamado la atención, en lo absoluto, sin embargo, esa chica era diferente.

Se sentía real.

Siempre se mantenía al margen de esas situaciones, de cualquier caos, de cualquier enfrentamiento, simplemente hacía lo que debía hacer para terminar su trabajo, nada más, y seguía adelante en su vida sin siquiera osar tener cualquier relación íntima con nadie, porque le habían enseñado que aquello solo la distraería de sus objetivos, y no quería distraerse de sus objetivos.

Pero realmente estaba ahí, siendo atacada verbalmente por una mujer que no conocía, y ahora la veía gritar, la veía llorar, desesperada, y sentía el pecho apretado, como nunca antes.

La música la emocionaba, si, se sentía libre y tranquila cantando, sin mayor preocupación, pero ahora era diferente, era imposible de describir. Sentía que realmente había hecho algo para hacer sufrir a esa mujer, para hacerla reaccionar así, y no creyó que una actuación podía hacerla sentir tan inmersa en una realidad que no era la propia.

Tal vez esa era la magia del teatro que siempre había ignorado.

Cuando oyó la risa, la dejó estupefacta, y si, había estado en el ensayo grupal hace unos días, sabía cómo iba esa escena, pero jamás le puso atención, jamás la actriz se robó tanto la escena para distraerla de sus propias obligaciones.

La rubia se movió, volvió donde Jinni para leer el libreto rápidamente, y le sorprendía que lo hubiese hecho una sola vez, y ahí estaba, completamente metida en el personaje, para luego salirse rápidamente y buscar la información que necesitaba antes de volver a ser la protagonista así de rápido.

Y la risa volvió, así como el dolor, como la desesperación, y se sentía agobiada ahí, siendo un personaje del que claramente no era capaz de imitar en lo más mínimo, y siendo atacado por sus actos infames, usurpando su realidad, y se sentía extraño. Todos esos gritos, todo ese dolor, iba hacia ella, porque los plateados la observaban, lloraban a pesar de los gritos, de las risas, de la histeria, y no recordaba haber visto a alguien llorar de esa forma frente a ella, tan cerca.

No, si lo recordaba.

Siempre fue rígida con sus decisiones, con sus objetivos, y solía hacer llorar a más de algún iluso que intentó amistarse con ella, y dijo las cosas tal y como eran, sin tener intención de perder el tiempo, y ahora recordaba bien todas las veces que hizo llorar a niños como ella, pero que a la vez eran tan diferentes a ella.

Aunque esta vez, no había dicho nada para provocar aquel sufrimiento.

Sabía que debía moverse, que el libreto lo requería, pero no pudo moverse, por su clara falta de habilidad en el tema, o porque aún estaba demasiado acongojada en esos momentos para siquiera pensar en dar un paso adelante.

Se vio a sí misma como la tirana de la historia, sobre todo, cuando la mujer se calmó, cuando su voz se volvió más suave, pero igual de intensa.

“¿Me amas?”

Y de nuevo su pecho se le apretó.

Era un acto, lo sabía, pero que alguien le hablase así, que alguien le preguntase algo semejante, se sentía tan surrealista, pero al mismo tiempo, tan real, que era suficiente para dejarla sin palabras, pero tuvo que hablar, tuvo que responder, tuvo que decir palabras ajenas en su vida, como amar, palabras que ni siquiera imaginó que las diría en esa vida, aunque fuese eso, un acto.

Se vio ansiosa, cuando la actriz volvió a mirarla, acercándose, y sabía lo que ocurría, como proseguía la historia, pero de nuevo, no pudo moverse. Las manos ajenas llegaron a las suyas, sujetando sus manos, haciéndola sujetar un supuesto cuchillo, ambos personajes peleándose por el arma blanca, y el tacto de nuevo se sintió ajeno, nadie había hecho algo similar con ella, nunca.

Realmente era una situación surreal en su vida.

“Prometiste que me protegerías, ¿No? ¿Qué me protegerías de todo mal?”

El rostro de la mujer se veía aun dolido, las lágrimas aun en su rostro, sus ojos húmedos, pero su expresión era suave.

No había visto tantas expresiones en toda su vida, dirigidas a ella, mucho menos en sí misma.

Ni siquiera pudo liberar su mano y buscar en el libreto lo que debía decir.

Pero no importó, la mujer lo asumió, continuando a pesar de su poca colaboración.

La mujer se acercó, de nuevo, y se vio de piedra, pudiendo sentir el aroma ajeno ante la cercanía.

“Una promesa que no podrás cumplir, ¿Cómo cumplirías una promesa así? Si ni siquiera fuiste capaz de protegerla a ella, a mi otra mitad, a mi otra cara.”

Sintió el agarre firme en su mano, la mano que tenía el falso cuchillo, el cuchillo imaginario, y sabía que debía evitar el movimiento, pero la mano ajena simuló a la perfección el duelo, como el hombre evitaba acercar el cuchillo a la mujer, y la mujer intentaba acercar el cuchillo a su propio cuerpo.

Forzar el homicidio.

“¿Puedes vivir con su muerte? Si, viviste tranquilo sabiendo que la mataste, pasando tiempo conmigo como si nada hubiese pasado, pero, si realmente me amas como dices hacerlo, imagino que no podrías soportar si es que pasa lo mismo conmigo.”

Era un desastre.

Como actriz, moriría de hambre, ya que ni siquiera era motrizmente capaz de buscar su dialogo. Se sentía agitada por dentro, mientras la mano ajena sujetaba la propia con firmeza.

Entonces el cuchillo empezó a entrar en el cuerpo de la mujer.

El dolor se vio en el rostro frente a ella.

Y se vio de nuevo culpable, sin ser en lo más mínimo culpable, porque eso no era nada más que un acto, un acto tan bueno que se sentía tan inmersa en la situación que sentía el agobio de permitir que alguien sufriese de esa manera.

O que fuese la causante de aquel dolor.

Era rígida, si, incluso solían decir que no tenía emociones, a pesar de que las tuviese, pero no las demostrase, sin embargo, si tenía empatía, por lo mismo no disfrutaba de ver el sufrimiento ajeno, el ser ella quien provocaba sufrimiento, por lo mismo escogía mantenerse libre de conexiones, porque ella, como amiga, no valía nada, y no quería lastimar a nadie.

Y ahí, estaba lastimando, en más de una forma.

Aunque no era real, nada de eso era real.

La risa la dejó agobiada, cuando comenzó de golpe, una risa diferente a las anteriores, dolorida, como si el oxígeno apenas pudiese pasar por su garganta.

La mujer se alejó, meneándose, su cuerpo débil, sangrante, y a pesar de que no hubiese nada ahí, se lo imaginaba sin problema, porque esa actriz le hacía la tarea fácil. Era como lo que ella hacía, creando situaciones a partir de la música, pero esta creaba situaciones a partir de sus propios movimientos y gestos. La risa pasó a ser una tos, y debía decir algo, hacer algo, pero no podía, no se sentía capaz de estar en una misma escena con alguien con semejante capacidad.

¿Realmente era una novata?

La mujer se dejó caer, sus brazos cayendo a sus lados por la gravedad, mientras la risa no era nada más que una tos dolorida, que un susurro débil.

“La mataste a ella, me mataste a mí, ¡Mira lo que has hecho! ¡Mira lo que has causado!”

Su voz sonó fuerte, retumbando en la sala, así como sus gritos doloridos y desesperados, como una burla sufrida, su garganta resonando rasposa.

Pero las lágrimas seguían corriendo.

Sabía que era el final de la escena, que era el final del acto, pero no podía dejar de sentirse ahí mismo, en ese lugar, en ese lugar ficticio que por unos momentos eternos no eran nada más que la realidad, su realidad.

“¡Ahora llora! ¡Ahora sufre! ¡Ahora que has perdido a lo que más amabas, arrepiéntete de tus pecados!”

Y así, terminaba.

Con la risa moribunda, con el cuerpo de la mujer cayendo al suelo, y con los gritos desesperados del hombre.

Notó como el staff se quedó en silencio, como el director se quedó en silencio, incluso Jinni se quedó perpleja en su asiento, observando con detención a la rubia, y esta no solía mirar a nadie a los ojos, pero por ahora, parecía completamente concentrada en la actriz.

Si, su talento era impresionante.

Fue tal vez la primera en moverse, sacando un pañuelo de su bolsillo, mientras la rubia se sentaba en el suelo, dejando de lado la máscara teatral y siendo su propia persona. No entendió porque se acercó, porque le ofreció un pañuelo, pero debía ser la culpa que la agobió por largos segundos, o tal vez por el sonido que esta hizo con su nariz, irritada con el llanto, y debió moverse por inercia.

Nunca se había sentido así, tan atrapada por el momento, por la ficción, y habiendo trabajado en el teatro durante el último año, jamás sintió algo semejante. Ni siquiera en las orquestas en las que participó, las óperas que cantó, nada la hizo sentir así de viva.

Estaba viva en su propio mundo, con su música, pero jamás siendo parte del mundo de los demás.

La mujer la miró, sus ojos llorosos aun, pero le recibió el pañuelo, limpiándose el rostro lleno de lágrimas.

“No eres una actriz, ¿Cierto? Te vi algo incómoda, lo siento, suelo llorar con mucha facilidad, parece que te asusté.”

Esta le sonrió, pero aun veía sus ojos brillosos por el llanto, y no creía que la imagen de esta, llorándole de esa forma, fuese a desaparecer de su cabeza.

Ser un actor requería mucha fuerza, ahora lo sabía, tal vez los había subestimado.

“Soy la compositora, de actriz no tengo nada, debió ser una lástima el ejecutar tu actuación con alguien así de inexperto.”

La mujer soltó una risa, mientras negaba, su cabello rubio moviéndose con el gesto.

“Para nada, fue divertido, gracias por acompañarme, hacer una escena en solitario no es tan interesante.”

Se vio parándose erguida, ofreciéndole la mano a la mujer más baja, la cual la recibió sin problema. Apenas se quedaron de pie, los plateados miraron al director, volviendo a enfocarse en él, ya que, al fin y al cabo, para eso estaba ahí, para eso había sido todo ese acto.

Se vio mirando también al director, esperando.

Se veía tenso en su asiento, su mandíbula firme, así como la mano sobre esta. Este le dio una mirada también a Jinni, notando su rostro concentrado, determinado incluso, era evidente que ya había tomado una decisión, de todas formas, era su personaje, lo conocía mejor que nadie ahí.

Finalmente, el director se levantó del asiento, acercándose a la rubia, quien se puso firme en su lugar.

“Ni siquiera te pregunté por tu nombre.”

La mujer dio un salto en su lugar, y los plateados observaron a cada persona en ese salón, mientras se reía, claramente habiendo olvidado el presentarse como correspondía antes de empezar a actuar, y recordó sus propias palabras cuando la vio llegar.

Al parecer, había cambiado de idea en el trascurso de su actuación.

Por esa actuación, se podían pasar por alto sus malos modales.

“Me llamo Helena, señor.”

Y el director le sonrió de vuelta, tomando la mano de esta y agitándola con emoción. No vio en él nada más que tensión y enojo en las últimas horas, y al fin lo notó feliz.

La había encontrado.

Notó como Jinni sonrió satisfecha a penas el director mostró sus intenciones, ambos encargados de esa obra de acuerdo con el desempeño de la novata.

“Bienvenida al equipo, Helena.”

No tenía idea de actuación, pero incluso ella entendía que se merecía el puesto.

Ahora la obra podía continuar.

 

Chapter 89: Childhood Friend -Parte 5-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Confesión-

 

No fue capaz de decir nada.

¿Qué iba a decir? ¿Lo siento? ¿Disculpa por la reacción de mi hermana?

No sabía que era lo mejor, si callar o decir algo.

Al final, no fue capaz de pensar en nada adecuado, simplemente se quedó ahí, a su lado, acompañándola, sabiendo que, en ese momento, era lo único que podía hacer. Luego de unos minutos en silencio, ambas mirando hacia las calles, hacia la ciudad, escuchó a Eija soltar un suspiro pesado. Cuando giró el rostro para mirarla, esta tenía la mano en sus sienes, y parecía cansada, molesta incluso.

Ella no fue capaz de decir nada, pero Eija, como siempre, hablaría por ella.

“Vilma intentó besarme de nuevo, y por un momento intenté convencerme de que la primera vez fue un accidente, ahora era claro que no fue así. No quería que pasara esto, pero nunca creí que Vilma reaccionaría así al rechazarla.”

Bajó el rostro, mirando sus zapatos.

Tampoco imaginó algo así.

“Yo tampoco…”

Habló, su voz sonando rasposa, por el frio y por la angustia.

La reacción de Vilma era imposible de prever, y asumía que había sido peor por la situación tensa entre ambas, ella y Vilma peleándose, y quizás, solo quizás, si Eija le hubiese dicho que estaba enamorada de otra persona, de cualquier otra persona en el mundo, Vilma no habría lucido tan enojada.

“Es mi culpa.”

Eija la miró con sorpresa, lo notó por el rabillo del ojo, y por un momento recordó que ella sabía algo que Eija no, que había logrado escuchar la verdad tras la puerta, y se sintió avergonzada, pero se obligó a seguir con su argumento para que no pudiese ser malinterpretado.

Aun no quería decirle lo que escuchó.

No creía ni ser capaz de decirlo.

“T-tuve una discusión con ella, así que andaba de mal humor. Si no hubiésemos discutido, quizás ustedes no habrían peleado.”

Eija pareció calmarse un poco, y al parecer, Eija tampoco quería decirle a ella sobre sus sentimientos.

Ninguna quería arruinarlo más aún.

Arruinar la situación más de lo que estaba.

“¿Discutieron? ¿Por qué?”

Cuando miró a los verdes, estos lucían curiosos, y al menos ya habían dejado un poco ese agobio que parecía sentir. Al menos el cambio de tema sería suficiente, por ahora. Se notaba que le afectaba lo sucedido, que el perder a su amiga de toda la vida, o la posibilidad de perderla, era demasiado. Eija no había hecho más amistades, nunca estuvo demasiado tiempo en ningún lugar ante los viajes, así que jamás tuvo la oportunidad de crear una buena amistad con nadie, así que solo le quedaban ellas.

“Me decidí por pintura, y Vilma no lo aceptó.”

Notó cierta molestia en Eija por sus labios fruncidos y la vio mirando hacia la puerta, como si estuviese a punto de pararse y volver donde Vilma, pero de inmediato soltó un suspiro, ya no tenía sentido hacerlo. Además, a Eija no le gustaba el enfrentamiento, las peleas, las discusiones, pero al mismo tiempo quería protegerla.

Y honestamente, apreciaba la intención.

Eso la hacía feliz.

“Vilma realmente se está comportando como una idiota, contigo y conmigo, ¿Qué rayos le pasa? Está mayorcita para hacer este drama.”

Solo pudo encogerse de hombros.

No tenía idea, ni sabía si era por alguna razón en particular o solo era así, se había vuelto así, y quizás era algo que venía ocurriendo, existiendo, desde hace tiempo, solo que ahora había situaciones que lo hacían notar.

Solo esperaba que esta recapacitara, que su enojo disminuyese, y que evitase que hubiese discordia entre las tres, era lo único que esperaba.

No quería perder ni a su amiga ni a su hermana.

Eija volvió a soltar un suspiro, su nariz ahora roja por el frio, mientras que mantenía ambas manos en la chaqueta que le prestó, y no creía haberla visto en un color azulado en todo ese tiempo, con un color que en su mayoría ella usaba. Se sintió un poco tonta al disfrutar el verla usando su ropa.

Negó, enfocándose en Eija, en como los verdes miraban al frente, pensativos, así como dolidos.

“Entonces, si dices que lleva así un tiempo, no creo que se le quite el enojo por ahora.”

De todas formas, Eija dijo que esperaría a que se le pasara.

Pero por lo que veía, esa espera sería en vano.

Los ojos verdes al miraron, un dejo de esperanza en su rostro, como si quisiese equivocarse, y lamentaba el no poder darle algo de ánimo, el que no pudiese devolverle esas esperanzas. Era su hermana, la conocía, y por el estado en el que estaba, dudaba siquiera que para mañana se le pasara la ira.

Así que fue honesta, y negó.

Eija de inmediato soltó un suspiro, dejando caer su rostro hacia adelante.

“Así que tendré que volver a casa…”

La escuchó decir, en voz baja, diciéndoselo a sí misma.

Tenía la duda, la curiosidad, así que abrió la boca para preguntárselo. Ya tenía una teoría, pero no le gustaba asumir nada, prefería escucharlo de Eija. Había aprendido que debía decir lo que tenía en la mente, aunque fuese más fácil proponérselo que hacerlo, pero estaba dando pequeños pasos, poco a poco.

“Dijiste que tu padre está de viaje, ¿No?”

Esta sintió, volviendo a levantar la cabeza, y notó una mueca fastidiada en esta, agobiada, una gran nube de vapor saliendo de su boca al hacer el gesto.

Si no fuese por la tensión en el ambiente, se habría reído por lo expresiva de su mueca.

“No quiero estar sola en casa, es agobiante. Pasé tantos días sola en las casas en las que viví, que era una de las razones por la que decidí volver con mi padre, y no quiero volver a sentirme así. Por eso quería quedarme con ustedes hoy.”

Eija siempre sonreía, desde que la conoció le sorprendió lo amigable que era, como quería que todos estuviesen bien, como animaba a todos, incluso a ella, para poder ser mejores personas, incluso siendo una niña. A pesar de que tuviese una vida solitaria en casa, se esmeraba en disfrutar cada momento, cada momento feliz, y al mismo tiempo, hacía a todos felices a su alrededor.

Eso era algo que no había cambiado, Eija aún era así, tan agradable, con quien siempre se podía hablar, quien siempre tendría algo bueno que decir, siempre brillando, pero aún seguía teniendo ese otro lado, que aún tenía que sobrellevar desde que era niña, la soledad en la que vivía, el tener a unos padres que eran tan ajenos con ella, olvidando que un hijo necesitaba más que solo lo material.

Por eso siempre las buscó a ellas, pasó tiempo en su casa, porque ahí podía estar en compañía, y tener a unos padres como los propios, que, a pesar de siempre velar por su futuro, eran siempre cariñosos, y eso era algo que Eija no conocía en su hogar.

Esa casa, para Eija, fue siempre un refugio, que la alejaba de la mansión solitaria en la que vivía.

El mundo no era color de rosa.

Y Eija, aunque usase tanto ese color, no podía cubrir del todo la oscuridad que llevaba dentro, la soledad y la tristeza que siempre suprimía.

No se merecía eso.

No quería que esta pasara por eso, que se viese sola, que se viese recordando todos los años que vivió en soledad.

Ella misma sabía lo que era la soledad, así que podía entenderlo.

Pero no estaba segura si decir lo que iba a decir.

Las cosas estaban tensas, ahora Vilma las odiaba, y los sentimientos que cada una tenía parecían querer destrozar la amistad que tenían.

Y no sabía si era lo mejor.

Pero de nuevo, tenía que escoger.

Debía escoger.

“Puedes quedarte en mi cuarto.”

A penas lo dijo, comenzó a sentir el rostro hirviendo, tomando color. Se sentía atrevido decir algo así, sabiendo de los sentimientos que poseía, y sabiendo que esos sentimientos eran correspondidos, así que sentía que estaba haciendo algo erróneo, algo indebido.

Eija la miró con sorpresa, con incredulidad.

Eija solía acercarse a ella, pero siempre guardando cierto respeto, sin querer avergonzarla, sin querer incomodarla, por eso mismo sabía que Eija, aunque estuviese desesperada en ese momento de vulnerabilidad, jamás le pediría algo así. Y por eso notaba que le sorprendió el que ella se lo ofreciera.

Honestamente, a ella también le sorprendía su propia iniciativa.

Eija le sonrió, pero negó.

Y no sabía porque, pero aquello le dolió.

Fue… decepcionante.

“No quiero incomodarte, Veera, así que no te preocupes. Soy una chica grande, debo ser capaz de lidiar con esto.”

Pero no tenía que lidiar con eso sola.

Ella podía estar para Eija, así como Eija estuvo para ella desde que eran solo niñas. Cuando apenas podía hablar, apenas podía decir dos palabras juntas, apenas podía hacer algo más que no fuesen gestos, vivía cada día ocultándose tras su hermana, y fue gracias a Eija que logró salir, que logró hablar, que logró reír.

Si no fuese por esa mujer, aun sería esa niña.

Aun sería la niña pequeña que todos miraban con lastima, la pobre niña que no hablaba, que no se comunicaba, que era demasiado tímida para siquiera mirar a alguien a los ojos.

Ahora podía hacerlo.

Porque Eija la animó a hacerlo, porque quiso hablar con esta, porque quiso reír de sus muecas, porque quiso jugar a su lado.

Eija se levantó del suelo, y vio como esta puso las manos en su chaqueta, con la clara intención de sacársela, de irse.

Y no pudo aceptarlo.

Por cosa de un impulso, agarró el borde de la camisa de Eija, esta dando un salto con el agarre inesperado, de inmediato bajando el rostro, bajando la mirada, los verdes mirándola, incrédula.

No recordaba hacer hecho un movimiento así, nunca.

Pero en ese momento, no tenía nada que perder.

Eija siempre fue honesta con ella, y quería ser igual de honesta.

Aunque le costase.

Aunque le faltase el valor.

Aunque le hiciesen falta las palabras.

Se miraron, y le costó mover los labios, le costó decirlo, pero aún tenía el impulso fresco, la intención de hablar, de evitar que Eija se fuese, se alejase.

Ahora que sabía la verdad, no la quería lejos.

“E-escuché la conversación que tuvieron.”

Notó sorpresa en los verdes de Eija.

Sorpresa, y cierto pánico, incluso notó como esta tragó pesado.

Escuchó la conversación.

Escuchó la declaración.

“¿Escuchaste todo?”

No estaba segura si quería contestar esa pregunta.

Pero ya estaba cansada de cuestionarse si las cosas serían para bien o para mal. No quería ser agotándose con la misma pregunta una y otra vez, pregunta que era inútil, que jamás podía ser respondida.

Asintió, sintiendo sus mejillas hervir, recordando aquello una vez más.

Las palabras de Eija aun nítidas en su memoria.

Eija estaba enamorada de ella, y no entendía como ni porque eso era así, ni siquiera se lo creía, porque siempre creyó que, si Eija se podía enamorar de alguna de las dos, sería de Vilma, porque esta siempre tenía lo mejor, siempre le pasaba lo mejor, y ella no, ella era lo que sobraba.

Era lo que sobraba en esa familia.

“Oh.”

Eso fue lo único que Eija dijo, mientras, poco a poco, volvía a sentarse en los escalones, su mirada fija en el cielo, su rostro sin ninguna emoción que pudiese describir.

“Lo siento.”

Fue lo primero que dijo.

Lo único que se le ocurrió decir, la culpa subiendo.

“No debí escuchar, pero estaban hablando muy alto, y creí que Vilma te iba a golpear.”

Se vio bajando el rostro, sin ser capaz de mirar a la mujer, pero no la soltó, su mano firme en la tela de la camisa ajena, y se sentía mal de sujetarla de ahí, cuando Vilma había hecho lo mismo, pero de una forma diferente, en un lugar diferente, y con una clara intención diferente.

No creía que podría perdonar a Vilma si golpeaba a Eija.

Jamás perdonaría algo así.

Aunque estaba segura de que su agarre debió dejarle una marca, y eso le enojaba.

Escuchó a Eija reír, soltando una risa nerviosa, pero no fue capaz de mirarla.

“Debí haberlo imaginado, supongo que la situación se salió de control, era inevitable que escuchases.”

Notó movimiento en Eija, y la miró de reojo, esta había llevado una mano a su nuca, mientras seguía con esa sonrisa nerviosa. Y algo le llamó la atención, y fue ver algo de rojo en sus mejillas, y se sintió aliviada de que no fuese la única avergonzada.

“¿Sabes porque no te lo dije aquel día?”

Eija le preguntó, y se vio saltando.

Si, si lo sabía.

Levantó la mirada, topándose con los verdes. Le causó vergüenza, demasiada, y fue incapaz de mantener la mirada, así que solo desvió sus ojos, observando más allá, observando una de las casas, observando la oscuridad de la noche.

Lo que sea que le quitase los nervios, la vergüenza.

Siempre estuvo enamorada de Eija, ahora lo sabía mejor que nunca, era un amor que creyó que nunca superaría, ¿Cómo se podría enamorar de alguien que no fuese Eija? No lo creía posible, a pesar de que en algún momento asumió que debía dejar esos sentimientos e intentar enamorarse una vez más, de alguien más, y al menos así no tendría ese dilema.

El que ella tenía, el que Eija tenía.

“No querías arruinar nuestra amistad. La amistad que las tres tenemos.”

Vio a la rubia asentir de reojo.

Ambas habían pensado lo mismo.

Y la única ajena a todo eso, era Vilma, así que tampoco la podía culpar demasiado. Era bastante terca en ese sentido, iba a ir por todo, como si cada día fuese el último, la conocía bien. Incluso si lo supiese, si supiese de los sentimientos que ella tenía hacia Eija, tal vez no habría dudado en intentar ganar a Eija primero.

Y quizás debió hacer lo mismo.

El hacer de esa amistad una competencia.

Aunque dudaba que eso terminase bien, para ninguna de las tres.

“¡Ahg!”

Escuchó a Eija gritar, soltar un bufido, y dio un salto, tomándole por sorpresa lo repentino de su gesto, y cuando la miró, esta tenía una mano sobre su cabello, una mueca exasperada en su rostro, y a pesar de eso, se vio sonriendo.

Adoraba esas muecas relajadas de Eija, tan exageradas, nunca fallaban en hacerla sonreír.

“Pero ya está arruinado, Vilma lo sabe, tú lo sabes, yo lo sé, ya no tiene sentido el seguir fingiendo que no pasa nada.”

Asintió en respuesta, sintiéndose en calma, sabiendo que sí, Eija tenía razón.

Ya habían intentado evitarlo, pero ya había ocurrido.

Lo peor ya había pasado.

Dio un salto cuando Eija se giró, giró su cuerpo levemente, mirándola, los ojos verdes de esta fijos en los suyos, y volvió a sentir los nervios apoderándose de su cuerpo, haciéndola sentir tensa, haciéndola hervir, y tal vez no debía sentirse así, pero la mirada que la mujer le daba, era intensa, determinada, y no podía controlar los latidos de su corazón.

Esta le dio una sonrisa, su expresión calmándose, brillando, y se sintió incluso más roja que antes.

“Me has gustado desde siempre, Veera.”

Oh.

¡Oh!

Abrió la boca, unos monosílabos escapándose, sin sentido alguno, y luego la cerró, sabiendo que ya no podía estar más roja.

Eso no se lo imaginó.

No sabía que decir.

No tenía idea que hacer en esa situación.

Así que como siempre, su peor lado salió.

“¿Por qué?”

Le sorprendió decir eso, y si bien sabía lo inferior que se sentía en esas situaciones, no creyó que lo diría, que se expondría de esa forma. Quería llorar, y ya no sabía si era de felicidad o no.

Ya ni siquiera podía mirarla a la cara.

Se sentía avergonzada, pero no como siempre.

Avergonzada de sí misma.

Dio un salto cuando las manos de Eija llegaron a sus mejillas, y las sentía frías, lo cual era un alivio, porque su rostro ardía, ya por toda la mezcla de sentimientos que tenía dentro, revoloteando sin parar, y ni siquiera le podía poner nombre a cada una. Eija levantó su rostro, sujetándola, y se vio frente a los ojos verdes, esos ojos verdes brillantes, y ahora no podía quitarle la mirada de encima, no podía, esta no lo permitía, así que solo acalló sus reclamos, canceló sus intentos, y simplemente se quedó ahí, esperando.

Esta le sonrió, una risa escapándosele.

“Pues porque eres linda.”

Sintió los pulgares pasando por sus pómulos, suavemente, y esperaba que no estuviese limpiando sus lágrimas, porque no quería llorar.

Eija cerró los ojos, y la sintió acercarse, y se vio hirviendo por la cercanía, más y más, y esperaba que sus mejillas no hirviesen tanto que Eija tuviese que quitarle las manos de encima.

La frente ajena terminó sobre la suya, y pudo sentir su aroma, el aroma de su perfume, agradable, floral, y sirvió para calmarla un poco, solo un poco.

“Siempre me ha gustado cuanto te ponías roja cuando hablabas conmigo, o cuando hacías un esfuerzo para poder decirme algo, o cuando a pesar de que estuvieses asustada de mi tomabas valor y te acercabas de todas formas, me parecías tierna. Y ahora, cuando te volví a ver, me sorprendió lo hermosa que te habías vuelto.”

Se quedó mirando el rostro ajeno, a solo unos milímetros del propio.

Los ojos cerrados, su rostro calmo.

Esas palabras, podía sentir la emoción genuina en cada una de ellas, y se sintió aliviada. Le gustaba a Eija, y ahora sabía que era cierto, que no era una invención de su imaginación, o solo un malentendido.

No podía malentender eso.

Y ahora, se veía con la obligación de hacer más justa esa situación, de responder de igual manera.

Sentía que se lo debía.

Que le debía a Eija la honestidad, y se lo repetiría una y otra vez, solamente para forzarse a hablar, para dejar el silencio. Se prometió que intentaría ser más valiente, que tendría más confianza para poder decir lo que quería, sin callarse, sin temer la respuesta a sus palabras.

Quería vivir genuinamente.

“S-siempre te admiré. Gracias a ti, pude crecer, pude adquirir el valor para ser mi propia persona, e incluso ahora, m-me sigues empujando a ser mejor, a intentar ser quien quiero ser.”

Eija se separó lo suficiente para mirarla, sus ojos verdes ahora curiosos, toda su expresión luciendo así, curiosa. La escuchó reír luego de un rato, y no pudo aguantar la mirada, sintiéndose de nuevo enrojecer, así que solo cerró los ojos, hirviendo.

“Me hace feliz el haberte ayudado a ser quien eres ahora, Veera, estoy orgullosa de ti.”

Y ella también se sentía feliz de eso, ella también sentía orgullo de sí misma.

Ya no era la niña que era antes.

“Oye.”

Abrió los ojos cuando Eija habló, llamando su atención, y las manos ajenas seguían en sus mejillas, ahora tan cálidas como su propio rostro. Tener tanto tacto se sentía extraño, pero no quería que esta la soltase.

“¿Estás segura de querer dejarme dormir contigo?”

Oh no, sí que podía enrojecer más.

Eija le sonrió, una sonrisa divertida, una sonrisa maliciosa, una sonrisa pícara.

Y sabía que iba a ser lo más vergonzoso que haría en su vida, así que debía pensárselo bien, sin embargo, no, no lo pensó.

Solo asintió, queriendo seguir cerca de esta.

Ese era su egoísmo hablando.

 

Chapter 90: Lust -Parte 6-

Chapter Text

LUST

-Entendimiento-

 

Nunca pensó que estaría en esa posición.

Podía escuchar a personas hablar fuera de la puerta, el ruso siendo el idioma predominante, mientras se movían, cargando con los cuerpos inconscientes de la facción enemiga, así como con los cuerpos de los rusos caídos en esa disputa. Pasaron unos momentos para oír como alguien ponía de vuelta la puerta de entrada en su lugar, dándole a ese departamento la seguridad que antes tenía, y con suerte, una mejor.

Era evidente que querían dar con la bestia roja, con el demonio, con el monstruo, darle muerte, torturarla, y hacerla pagar por todos los crímenes contra la patria, por todas las heridas que causó, por todo el daño que causó, y entregarla a el mandamás, ni siquiera a las autoridades, porque ya sabían que en las cárceles no podían tenerla controlada.

Fueron ahí para destruirla, para darle caza.

Y todos cayeron, porque nadie fue lo suficientemente capaz de destruir a aquel ser salido del mismo inframundo.

Que ironía.

Se vio mirando el agua de la tina, antes blanca, cristalina, ahora luciendo más turbia, con dejos rojos y marrones, sangre, en su mayoría, de esos mismos sujetos que decidieron jugarse la vida en esa guerra de dos bandos. Y, adentro de la tina, estaba aquella mujer que los había destruido. Un ser imposible de dominar, salvaje, impredecible, un monstruo, y ella, en ese momento, le estaba lavando el cabello a un ser semejante, porque curiosamente era a la única persona que ese demonio hacía caso.

Si, sin duda era una ironía.

Vladimir se lo había pedido, ya que claramente Crimson no había hecho caso alguno, sin acomodarse en ese lugar, sin hacerlo suyo, sin vivir como un ser humano vivía, no, era un perro callejero, vivía como un perro callejero, y así como sucede con esos animales, cuando los llevas a un lugar seguro, les toma tiempo el asumir que están a salvo, que pertenecen a un lugar, siempre alertas, a la defensiva.

Lo entendía, pero le sorprendía.

Se levantó, tomando la regadera de la ducha, y apuntó a la cabeza pelirroja, ahora llena de burbujas, y abrió la llave.

Jamás había hecho algo así, y no creía que algún día lo haría, y si bien lo hacía para satisfacer a su jefe y así ganarse un bono, le resultaba impresionante que pudiese manejar la situación.

Curiosamente, se sentía cómoda al lado de ese monstruo, así como el monstruo se sentía cómodo con ella, porque eran capaces de ver los pecados en la otra. Eran muy diferentes, pero al mismo tiempo no eran tan distintas, y esa era otra ironía más de la vida.

Crimson no le prestó mayor atención al agua que le cayó encima, ni siquiera cuestionó si estaba muy fría o no, y, de hecho, probablemente el agua en el que estaba sentada también debía ya de estar fría, pero de nuevo, no parecía ser un problema. Los ojos rojos parecían concentrados en sus propias manos, en sus uñas llenas de sangre, sangre ajena, y parecía intentar limpiarse, más por mera curiosidad que por higiene.

Esa mera situación de obligar a esa mujer a que se bañase debió haber conseguido que le salieran canas.

Soltó un suspiro pesado, ya terminando su labor, amarrando el cabello largo y rojo, ahora totalmente limpio, para evitar que volviese a caer en el agua contaminada, y se fue a sentar sobre la tapa del inodoro.

No se sentía feliz de estar ahí, de haber presenciado toda esa situación, de haberse sacado la máscara que tan bien construyó desde que decidió huir, y mucho menos le agradaba el hecho de que Vladimir le diese la noche libre por todo ese estrés que vivió, ya que adoraba bailar, y día que no bailaba, era como si parte de ella estuviese destruida.

Agrietándose.

Cayéndose a pedazos.

Y fue esa impotencia la que la hizo cometer los actos que cometió. Cuando todas esas víboras le impidieron bailar, le contaron cosas horribles a su familia, solamente para que dejasen de llevarla a esos lugares, para castigarla, para que se alejase de aquella parte de su vida que era la única que le causaba real felicidad.

Obviamente iba a destruirlas, se lo merecían.

Se merecían todas las atrocidades que les hizo.

Fue una venganza que tomó tiempo, pero que disfrutó y se regocijó, y ahora, aun luego de algunas horas desde que tuvo aquella revelación, aun sentía la emoción de la satisfacción burbujeándole dentro. Realmente se lo había ocultado bien.

Pero la bestia logró sacar sus pecados a flote.

Crimson sintió su mirada, esta aun frotándose las manos. Los ojos rojos la miraron, curiosos, y le sorprendía ver esa imagen, ya que veía ahí, en esa tina, a una mujer delgada, demasiado delgada, notándose débil, como si hubiese pasado desnutrición más de alguna vez, con su rostro ligeramente calmado, con su cuerpo limpio, y si no viese la sangre aun en sus uñas, la sangre aun en el agua, la cicatriz aun en su rostro, creería que estaba mirando a una mujer muy diferente que la que vio hace horas, la que vio destruir a un montón de hombres mucho más grandes y fornidos de lo que esa mujer jamás podría ser.

Los ojos rojos dejaron de mirarla, y volvieron a irse a sus manos, aun teniendo la fijación en sus uñas.

“No se sale.”

Por supuesto que no, ¿Cómo se iba a salir la sangre del todo si claramente no estaba limpiándose correctamente?

Soltó otro suspiro, levantándose, tomando una escobilla que estaba junto al jabón, ya que Vladimir equipó esa casa con todo, absolutamente todo, tratando a Crimson como una reina, cuando era un animal más. Incluso había una crema hidratante en ese baño, y dudaba que esa mujer hubiese usado alguna crema en toda su vida.

“¿Acaso naciste en una pocilga?”

Si, estaba un poco irritada, no iba a mentir.

Hacer de niñera no era lo suyo.

Se sentó en el borde de la tiña, y agarró una de las manos, y comenzó a frotar con la escobilla, removiendo poco a poco la sangre ahí atrapada, y no tenía duda de que había sangre ahí mucho más antigua que la de ahora.

No miró a Crimson durante ese rato, enfocándose en dejar a ese animal limpio, era su tarea e iba a cumplirla, así que le sorprendió cuando esta habló.

“Ahora que lo preguntas, si nací en una pocilga.”

Oh.

Finalmente la miró, pero Crimson no la miraba a los ojos, si no que estaba enfocada en su trabajo, notando con curiosidad como lograba quitarle la mugre de encima. No veía enojo en sus ojos, molestia, tristeza, solo el ceño fruncido siempre presente en su rostro. No parecía que su pasado fuese importante, al menos no más importante que lo que ella estaba haciendo con la escobilla.

No sabía que estaba esperando, esa mujer era estúpida.

Por una parte, quería saber más, pero por otra ya estaba de tan mal humor que no le importaba.

Esa situación estaba muy lejos de su control.

“No me extraña entonces que seas así de sucia.”

Parecía que llevaba un largo tiempo sin darse un baño, como si realmente hubiese estado días, semanas, en un calabozo, cuando estuvo en una casa que tenía de absolutamente todo para que una persona viviese.

Finalmente logró dejar una de las manos completamente limpia, sin rastros de mugre, y Crimson parecía de nuevo curiosa, mirando su mano, como si jamás se la hubiese visto así.

Si, si, muy interesante.

“Dame tu otra mano.”

Y rápidamente esta le hizo caso, dándole su otra mano aun sucia.

Si, estaba realmente irritada, pero la sensación que tenía encima, del poder que tenía, la hacía sentir emocionada de cierta forma. Tenía control sobre ese animal rábido, podía decirle que hacer y esta lo haría, así como notaba que esos ojos rojos inyectados en sangre la miraban con algo similar a la adoración a pesar de tener siempre esa mueca de enfado, perpetua en su cara.

Se sentía así también en el escenario, y eso le daba ganas de continuar.

Era otra razón más para permanecer ahí.

Sintió como los ojos la miraban al rostro, penetrantes, así que se desvió un poco de su trabajo para darle una mirada.

“¿Qué pasa?”

Crimson ladeó el rostro levemente, y notó como esta la miró, observándola minuciosamente, y no dejaba de sorprenderle cuando Crimson mostraba genuino interés en ella. Ya había ocurrido aquella vez, cuando bailó con esta ahí, en el escenario. No, no le avergonzaba la atención, vivía por la atención, pero de esa mujer, realmente era algo que la dejaba anonadada.

“Tu hueles muy bien, y siempre luces muy limpia, de seguro tu no naciste en una pocilga.”

No, de hecho no.

No nació en una pocilga, nació en un lugar bastante normal, pero su razón para ser así de preocupada por la limpieza tenía que ver con su pasado.

Se vio deteniéndose, su trabajo quedando a medias.

Sentía que había abierto la caja de pandora, todos los recuerdos llenando su cabeza, cuando mantuvo aquella caja completamente sellada, para no pensar en su sufrimiento, para no pensar en sus errores, en sus enemigos, en su familia, y así poder tomar esa nueva identidad, en ese nuevo continente, y vivir una vida normal desligada de su pasado.

Ahora todo se había desbordado, y ya no tenía nada con que distraerse.

“La razón por la que siempre estoy limpia, es porque cuando era niña hacía ballet, y mis compañeras, de mi edad, comenzaron a llenar mi casillero con basura.”

Abrió la boca, y aun no entendía por qué habló, esa vida, ese pasado, debía permanecer oculto, ajeno incluso de sí misma, pero ya no podía contenerlo, aunque fuese claramente estúpido decírselo a alguien como esa mujer.

Crimson jamás la entendería.

Al menos, ahora, hablando, pudo volver al trabajo, y agradecía siempre tener un buen autocontrol, siempre tener sus emociones en parsimonia, porque si fuese como esa mujer, iracunda, violenta, salvaje, agresiva, ya le estaría rompiendo la piel con la fuerza con la que movería la escobilla, pero no, no era así.

Le gustaba mantener el control de la situación, y con eso, significaba que también debía mantenerse a sí misma en control, siempre con la sangre fría, sus pecados los cometió de la misma forma, demostrándoles a todas esas mujeres, antes niñas, que ella estaba en control, que tenía la capacidad de moldear sus vidas. Y el sentimiento de satisfacción le aterraba, porque ansiaba hacerlo de nuevo, y no debía, no podía arruinar su vida una vez más.

“Fui la más talentosa, ellas envidiaban eso de mí, porque todo su trabajo duro y constancia era en vano al lado mío, que conseguía todo fácilmente, innato. Hicieron todo para sacarme de la academia, porque iba a tener protagónicos que estás jamás podrían alcanzar, era un bache en sus jóvenes carreras, así que ensuciaban mi ropa, mis cosas, mis zapatos, hasta dejarlos inutilizables, y cuando eso no era suficiente para detenerme, en grupo me golpeaban hasta dejarme sangrando.”

Odiaba la mugre, odiaba la sangre, porque vio ambas cosas bañando su cuerpo, porque le recordaban la crueldad a la que se vio sometida cuando era una niña, incluso el aroma la devolvía a ese tiempo, por eso evitaba cualquier tipo de suciedad, de violencia, porque si era así, volvería a ese vestidor, volvería a encontrarse a sí misma en el suelo, sin poder moverse por el dolor.

“Por eso me molesta tanto la sangre como la suciedad.”

Y curiosamente esa mujer estaba manchada de ambas.

No se dio cuenta, pero estaba sosteniendo la mano ajena en la suya, su trabajo ya completado, pero no la soltó, no soltó la mano húmeda, tan tosca, pero tan delgada, débil, manos que habían peleado cientos de batallas, que habían ganado cientos de batallas luciendo como lo opuesto.

Manos que probablemente le hicieron a muchos lo que ella sufrió cuando niña.

La mano se alejó de ella, y ahí recién salió de su estupor, y para su sorpresa, escuchó el agua resonar, y cuando buscó a la mujer con la mirada, la notó acercándose, removiéndose del agua sin vergüenza alguna, el rostro quedando a escasos centímetros del suyo, los ojos rojos observándola, una vez más, minuciosamente.

No había expresión en su rostro, a parte de su ceño fruncido, solo era un animal observándola, y si bien esa atención le solía agradar, ahora le generó cierta inquietud.

No, no era miedo, pero era algo diferente, algo que no había sentido, algo que no reconocía.

“Te hicieron todo eso, pero no tienes herida alguna.”

Cicatriz, querrá decir.

Por inercia llevó una mano a su rostro, notando lo liso de su propia piel, sin mayor imperfección, lo único que sentía era el relieve de sus lunares, pero no mucho más. Por una parte, debía agradecer a su genética que le otorgó un cuerpo habilidoso, fuerte, resistente, así como su piel, la cual no quedó con marcas de aquella época, también tiene que haber influido que a pesar de que fuese un grupo atacándola, seguían siendo niñas, niñas relativamente débiles, más que ella, así que no le causaron ninguna herida de gravedad, como la cicatriz que veía en el rostro ajeno.

Se vio mirando el rostro ajeno, también siendo tan minuciosa como la mujer, y observó su rostro, así como parte de su cuerpo que quedó expuesto al haberse movido, pero no notó mayor cicatriz, mayor herida. A pesar de haberla visto sangrando, y saber a ciencia cierta que la había golpeado a tantos, así como había recibido tantos golpes, no parecía haber mayor muestra de esa guerra. Si, podía notar pequeñas cicatrices, pero apenas se notaban, y para ser Crimson una mujer así de sucia y mal cuidada, también tenía un cuerpo resistente.

Cualquiera en su situación quedaría con heridas infectadas, estas permanentes en su piel para siempre. A pesar de notar claramente como Crimson no tenía nada de suerte en la vida, más por lo tonta que era que por obra del destino, al menos se podía decir que había sido bendecida de cierta forma.

No se puede tener una vida tan miserable, ¿No?

“Supongo que tuve suerte de que no quedaran cicatrices.”

Crimson asintió, mirándola como un animal, concentrada, hasta que se detuvo, volviendo a acomodarse en la tina, ahora su mano ya limpia yéndose hacia su rostro, imitando su movimiento, los dedos llegando a la gran cicatriz en su rostro, y ahí se quedó, sin moverse, sin decir nada.

La situación se volvió incómoda, así que se levantó, buscando una de las toallas que estaban ahí para su uso, y de nuevo le sorprendía lo mucho que Vladimir invirtió en esa mujer, incluso se sentía algo celosa de eso.

Ahora había competencia, había alguien ahí que tenía tantos beneficios como ella.

“Levantate, ya es hora de que salgas.”

Crimson se levantó, si, por inercia, tal y como había reaccionado ante todos sus comandos, haciendo las cosas, obedeciendo, pero no parecía prestarle atención. Su cuerpo estaba completamente al descubierto, y la hacía sentir enojada como esta podía ser tan sin vergüenza, como si ni siquiera le importase, o como si estuviese acostumbrada.

Quién sabe.

Probablemente le molestaba más el avergonzarse ella más que la mujer. Normalmente ella era la que se desnudaba, no al revés.

Tomó una vez más la regadera y comenzó a mojar el cuerpo ajeno, para que no quedase ningún rastro del agua contaminada en la que estuvo, y ahí le puso la toalla encima, y ahí se dio cuenta que esta aún seguía metida en sus pensamientos, su mano aun en su rostro, presionando sobre su cicatriz.

Se vio tragando pesado, ya que se imaginó que la había terminado de romper. Era una tonta, ya imaginaba que su cerebro finalmente había estallado ante la presión, y esperaba que Vladimir no se enojase con ella por echar a perder a su nueva adquisición. Así que chasqueó los dedos, esperando que el sonido fuese lo suficiente para llamar la atención de la mujer, y así fue, esta dando un salto, los ojos rojos rápidamente yéndose hacia la puerta, como si de ahí viniese el sonido y estuviese a punto de saltarle encima a quien sea que entrase.

Realmente olvidó por unos momentos que era una bestia agresiva a quien tenía ahí, completamente desnuda.

“Fui yo, ahora muévete, Vladimir me va a rebajar el sueldo si es que te enfermas, aunque dicen que los idiotas no se enferman.”

Se giró, yéndose hacia la puerta, abriéndola, y aprovechó de moverse por la casa, hacia la habitación donde imaginaba que su jefe había dejado ropa limpia. Podía escuchar de fondo el sonido de la lavadora funcionando, pero nada más, el lugar desierto, seguro para ambas, y pudo relajarse un poco. No le agradaba la idea de estar encerrada en el baño para siempre mientras los rusos hacían sus cosas.

Ni siquiera iba a ir a mirar la entrada, porque si, debieron sacar los cuerpos, pero dudaba que hubiesen limpiado la sangre, y ya había visto suficiente de eso.

La habitación era tan minimalista como el resto de la casa, pero bien equipada, y no le costó encontrar varios conjuntos de ropa, todas simples, como las que había visto en la mujer, simples camisetas con manga larga y jeans. Tomó un par de cosas y las dejó en la cama. De haber sabido, hubiese ayudado al hombre a elegir ropa, por último, para darle algo decente a la mujer, y no lo mismo que ya usaba, tan monótono y simple.

“Mis padres me hicieron esto.”

La voz la tomó por sorpresa, y se vio girando, notando como la mujer entraba en la habitación, su mano aun en su rostro, ahora señalando la herida, como si no fuese ya obvio a que se refería. Esta se movió, llegando a la cama, tomando la ropa, y poniéndosela sin decir nada más.

¿Por qué le decía eso?

Ah, claro, porque ella le contó algo, así que esta reaccionaba por imitación.

Ahora estaba curiosa.

“¿Qué clase de padres harían algo así?”

Crimson levantó el rostro, mirando hacia el techo, sus ojos pensativos, mientras fruncía el ceño con intensidad, al parecer intentando recordar. Cuando esta bajó la mirada, siguió en lo suyo.

“Los drogadictos, creo así les dicen.”

Oh.

Si, eso tenía sentido.

Tenía sentido que esa mujer fuese así de impredecible, así como idiota, teniendo en cuenta la vida que sus padres debieron de tener cuando la tuvieron, cuando la concibieron. Ni siquiera se imaginaba que clase de vida sería esa, pero sabía lo que eso causó, y ese ejemplo de persona, era claramente alguien que no había tenido una vida normal.

Porque la bestia roja no era nada más que anormal.

Ahora se preguntaba si Vladimir sabía eso, si conocía la vida de la bestia antes de que fuese una bestia, ya que su interés era demasiado.

Y no lo entendía, nunca lo entendería.

Chapter 91: Nun -Parte 2-

Chapter Text

NUN

-Corrupción-

 

“¿Cuáles son sus pecados?”

Eso fue lo primero que dijo, sin quitarle la mirada al cuerpo de su hermana, sintiendo el estómago revuelto, porque era una traición, esa mujer le había mentido, la había traicionado, pero, aun así, necesitaba respuestas.

Dudar de esta, a pesar de la evidencia, se sentía vil de su parte.

Era un demonio que le revelaba eso, y no podía confiar.

En esa habitación, en la que se sintió protegida durante tantos años, acompañada, ahora se sentía en peligro, sola.

“Nosotros no juzgamos los pecados de la misma forma que tu Dios, así que no diré nada.”

¿Qué?

¿Entonces cómo se iba a enterar de la verdad?

Su hermana estaba ya muerta, no podía preguntarle.

¿Ahora resultaba que los demonios que venían a buscar a los pecadores para llevarlos al infierno no juzgaban los pecados? No tenía sentido.

“Pero ustedes castigan a la humanidad… ¿Cómo puedes no juzgar los pecados?”

El demonio soltó una risa, mirándola fijamente, para luego moverse, flotar en el aire, acercándose a la mujer, a la anciana ahí, muerta, inerte, flácida, y puso la mano, con garras negras, sobre el cuerpo de esta. Parecía estar haciendo algo, algo mágico, algo demoniaco, pero no sucedió nada.

“No los juzgo, solo la llevaré para castigarla, esa información no me compete para hacer mi trabajo, pero dependiendo de lo que suceda en el infierno, su alma puede ser purificada, o, por el contrario, tener tanta maldad dentro, tanto pecado, que se volverá uno de nosotros.”

¿Un demonio?

Su hermana, ¿Podría convertirse en un demonio?

No podía creerlo.

Cerró los ojos un momento, sintiendo el dolor en su estómago creciendo, así como en su pecho, sintiéndose herida físicamente. Era una niña cuando lo perdió todo, cuando la enfermedad la tomaría también a ella, y fue esa mujer la que la acompañó, joven y radiante, vivida, brillante. La mantuvo a su lado, la cuidó, y le enseñó a rezar, le mostró ese camino, y por primera vez en su vida supo lo que eran las esperanzas.

Esa religión la ayudó a ser más fuerte, a no dejarse consumir.

Pudo sobrevivir, esa mujer la ayudó a seguir adelante.

Por eso se unió a la iglesia, a ese templo, y le prometió fidelidad a ese Dios, y así agradecerle con su existencia la salvación que le dio, que esa mujer le mostró.

¿Y ahora resultaba que sus actos eran pecadores?

No, no podía ser, era una santa, para ella fue una santa, ¿Cómo era posible que no lo fuese? La ayudó a ella, y estaba segura de que ayudó a más personas, fue testigo de sus buenos actos, fue un guía en los momentos más oscuros para otros niños como ella que estaban sufriendo por la peste que arrasó con el pueblo, con su familia en particular.

¿Qué fue lo que hizo para condenar su alma de esa forma?

Ahora seguiría con la duda, porque ese demonio no le diría.

Pero lo sabía, ese demonio lo sabía, pero se guardaba el secreto.

Tal vez, tampoco tenía derecho alguno para escuchar dicha información…

“Sabe que la vamos a castigar, por eso no quiere salirse. Ni siquiera el segador podría sacarla, así que tengo que usar la fuerza.”

El demonio habló, soltando algo similar a un gruñido, mientras ponía ambas manos en el cuerpo inerte, haciendo un gesto, pero sin resultado.

Por eso se le metió dentro.

Por eso la poseyó.

Porque su alma no salía, no quería salir, porque la mujer sabía que había pecado, sabía que ese era su destino, ahí, sobre todo, en el templo, tenían claro que eran lo que las harían subir al cielo, y que las condenaría al infierno. Y sus actos debieron ser deplorables para que fuese lo último, y solo pensarlo, solo imaginarlo, le causaba nauseas.

“Oh.”

Escuchó al demonio hacer un sonido, para luego escucharla reír, su risa sonando como un eco en esas paredes, viniendo de todos lados, saliendo desde los muros. Pudo notar la sonrisa en ese ser, los dientes filosos, su lengua viperina asomándose, los ojos color violeta brillando con malicia, observándola a ella, solo a ella.

Apretó la botella de agua bendita que sostenía en su mano, sin dejarse intimidar, no iba a dejarse intimidar por un ser así. Mantuvo su posición, firme. Aunque fuese cierto, aunque su hermana fuese nada más que una pecadora, ella no, ella había cuidado su comportamiento desde que era pequeña, desde que sobrevivió, desde que su cuerpo tuvo la fuerza necesaria para levantarse, y su mente era más fuerte que cualquier otra parte de su ser, de su existencia.

El señor le había dado esa vida, le había dado una oportunidad de continuar, y lo iba a hacer, siguiendo sus pasos, siguiendo el camino de la luz.

Aunque el demonio la miró, riendo, mofándose, claramente teniendo una idea macabra, no tuvo miedo, porque estaba protegida, Dios la protegería tal y como la protegió antes, era su sierva, era su hija, nada la lastimaría, menos un demonio, menos algo tan corrupto como ese ser.

“Al parecer se querían mucho, ¿No?, tal vez dándole donde le duele será la manera perfecta para obligarla a salir de ahí.”

Oh no.

Sabía que era algo malo.

Esa mujer podía ser una pecadora, podía haber fallado a las órdenes de su Dios, haberles fallado a sus juramentos, pero con ella no fue nada más que una santa.

La quería, ambas se querían, era verdad…

El demonio aquel tenía razón, si algo podía ser usado en su contra, era ella.

El ser, de la nada, se movió, rápidamente, y se lanzó sobre ella, empequeñeciéndose, y aun sabiendo que algo malo ocurriría, no fue capaz de hacer nada para evitarlo, su cuerpo quedándose por completo estático, temblando, pero inerte, hecho de piedra. Sintió algo moviéndose en su boca, abierta de par en par, adentrándose, raspando su garganta. Pero era extraño, porque no era algo físico, o al menos se sentía más que eso, era una sensación ardiente en su boca, quemándola, como el mismo infierno.

Era el pecado mismo adentrándose en ella, consumiéndola, corrompiéndola.

Ardía, como ardía.

Quería moverse, tomar la botella, y tragarse los restos de agua bendita que aún quedaban adentro, pero no pudo, aun inerte, su cuerpo convulsionando, sin control alguno. El calor que sentía dentro era abrumador, dolía de una manera imposible de describir, como si se hubiese tragado lava pura, y pasaba por su garganta, llegando a su estómago, esparciendo el ardor por todos lados, incluso en sus venas.

Su cuerpo cayó al suelo, terminó de rodillas, sus manos apoyándose en las tablas de madera, intentando mantenerse estable, pero no podía hacer mucho más, no era capaz, soportar eso ya era lo suficientemente complicado para hacer mayor movimiento.

Pero podía quemarla por dentro.

Hacerle sentir ese ardor.

Aun así, su espíritu no decaería, ya pasó por eso cuando era niña, no iba a romperse fácilmente.

Ya probó el ardor de la muerte, el fuego del sufrimiento.

Cuando miró hacia sus manos, notando el pulso de sus venas notándose en su piel, se dio cuenta que no veía, o más bien, no veía por uno de sus ojos. Soltando un jadeo, fue capaz de mover sus manos, de moverse el cabello del rostro, creyendo que podía ser eso, pero no, solo veía por uno de sus ojos, el otro no.

Recordó de inmediato a su hermana, sus ojos tornándose violetas, y creyó que era su caso, que el demonio logró meterse por completo en ella, tanto así, para robar un lado de su cuerpo, y, de hecho, tampoco podía mover ni sentir la mitad de este.

Podía poseerla.

Pero no por completo.

Era fuerte, no era una pecadora, su cuerpo era un templo, y aunque el demonio aquel intentase arrebatárselo, no podría, nunca por completo, porque era un ser de luz, porque estaba limpia, y seguiría así. No iban a mancharla, a ensuciarla, no lo iba a permitir, porque había prometido que sería buena, que seguiría el camino correcto, que incluso corregiría el mal camino de otros, porque había vivido, y su vida tenía un objetivo.

Caer ahora, luego de tantos años, era algo que no iba a suceder nunca.

Recordó las palabras de Dios en su cabeza, y las recitó, de la forma en la que fue capaz, para darse las fuerzas que necesitaba, ya que necesitaba a Dios para seguir adelante, para afrontar aquel desafío.

No temas, porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal.

Y así, lo sintió retroceder.

Abrió la boca, fue como si hubiese escupido aquel trozo de hierro fundido que ardía dentro. Su cuerpo dejó de sentirse adolorido, volvió a tener la movilidad por completo, y vio como el demonio, pasó de estar pequeño, para luego agrandarse y caer al suelo, retumbando ante el peso. Se quedó inerte, recuperando el aire, mientras veía al ser aquel ahí tirado, su cuerpo rojizo esparcido en el suelo, así como sus alas, así como su cola, mientras soltaba un quejido, partes de su piel tiñéndose, tornándose más blanquecinas, como si de cicatrices se tratase.

Heridas que la luz le provocó.

Había ganado.

Se sintió orgullosa de sí misma, se sintió fuerte, capaz.

Nadie iba a corromperla, nadie.

El ser se movió, se retorció, soltando otro quejido. Los ojos violetas la observaron desde el suelo, una mueca inentendible en su expresión, y antes de hallarle sentido, escuchó pasos acercándose, pasos apresurados, así que miró hacia la puerta, y de un momento a otro algunas de las hermanas entraron, al parecer escuchando el bullicio, acercándose.

Iba a decir algo, explicar la situación, esperando horror, pero no pudo.

El demonio no estaba ahí.

Sus hermanas no podían ver nada de lo que ahí pasaba, solo la veían a ella arrodillada en el suelo, y a la anciana en la cama, muerta. Estas de inmediato se acercaron a la anciana, la mayoría, otra de ellas se le acercó, para ayudarla a levantarle, dándole el pesame, asumiendo que su estado se debía a la pérdida, y si, la pérdida le dolía, pero ese no era el problema.

Pero no dijo nada para explicarse, no mencionó al demonio, ya que, en ese momento, el decirlo, solo la haría lucir como una loca, como una hereje, así que se guardó sus palabras, sin querer arruinar ese momento.

Estas tomaron las sabanas, y cubrieron a la anciana, todo su cuerpo, incluso su rostro, con la intención de velarla, para luego darle un funeral apropiado durante la mañana. Ella se sentó en su propia cama, notando su cuerpo cansado ante el esfuerzo y el cansancio de llevar tanto sin dormir, mientras miraba a las mujeres atendiendo a la anciana, al otro lado de la habitación, rezando, dándole un último adiós.

Si tan solo supieran que…

“Si tan solo supieran que les mintió durante todo este tiempo, de ser así, dudo que sean tan consideradas con el descanso eterno de su alma.”

Escuchó la voz.

La voz del demonio, cerca, pero no pudo verla. Probablemente se había vuelto pequeña de nuevo, minimizando su cuerpo, ocultándose, y creía que podía sentir un peso en uno de sus hombros, tal vez la creatura estaba ahí, y vaya audacia que tenía.

Por lo mismo, no pudo decir nada, para no lucir que estaba hablando sola. Tampoco quería dirigirle la palabra a ese demonio que intentó poseerla, o más bien, poseerla en vano, porque al parecer, su hermana aun no soltaba su alma, aun no se desligaba de su cuerpo físico, terca.

Lo peor de todo, es que pensó algo similar que lo que el demonio dijo. No quería odiar a la mujer que tanto bien le hizo, que tanto la ayudó, pero era así, no podía evitar sentirse traicionada, tomar a esa mujer como una santa en vida cuando tenía secretos y había cometido actos que desconocía, pero debían ser graves si es que un demonio venía personalmente a desgarrar el alma de su sitio para llevarla al castigo eterno que sufriría en el infierno.

Y ahora ella se sentía en parte cómplice de sus actos.

Porque sabía la verdad, sabía lo que ocurría, sabía que su hermana, que esa mujer ahora difunta, había permitido que la oscuridad entrase en el templo, y la prueba estaba ahí, en su hombro, como solían ser las historias, los dibujos, poniendo a un ángel y a un demonio sobre ambos hombros de algún humano, haciéndolo decidir entre el bien y el mal.

Y le parecía ridículo que así fuese, pero ahora, era así, real.

Solo que, en su caso, solo tenía a un demonio hablándole, despacio, y aunque así fuese, no creía que el resto de mujeres ahí reunidas pudiesen escucharlo.

Y se preguntaba por qué ella si podía oír a ese ser, verlo, percibirlo.

“Esta vieja aun no sale de ahí, ¿Qué está esperando?”

El demonio habló, y se vio soltando un sonido de molestia, buscando sobre su hombro.

Podía ser su hermana una pecadora, podía haber hecho mal, pero no tenía por qué hablarle de esa forma tan peyorativa.

“¿Svetlana?”

Tuvo que mirar al frente, las mujeres ahí reunidas, algunas mirándola, al parecer escuchando el sonido que soltó, muy poco consecuente con la situación que estaban viviendo. Negó, quitándole importancia, y estas dejaron de prestarle atención. Simplemente se levantó de la cama, caminó hasta su armario, buscando su hábito, sabiendo que iba a desvelarse una noche más, ya no tenía sentido siquiera intentar dormir.

No la dejarían.

Ese demonio tampoco la dejaría.

Se vistió, ocultando su cuerpo en sus ropas oscuras, así como su largo cabello, y salió por la puerta, diciéndoles que le avisaría a quien pudiese de lo sucedido, a quien encontrase a esas horas de la noche. Al final, esa mujer, era querida y respetada por muchos, debía alertar de lo sucedido, de su muerte.

“Respetas mucho a la anciana, debió ser importante para ti.”

Dio un salto de la sorpresa al escuchar la voz sonar de nuevo, y ahora sí pudo ver al demonio a su lado, en su hombro, acomodado ahí, en un tamaño pequeño, pero manteniendo cada una de sus facciones que tuvo en su tamaño real.

Podía sentir el ardor que emitía, quemando como el infierno.

Soltó un suspiro, sintiéndose molesta al tener que estar en esa situación, el tener a un ser repudiable ahí, que había entrado a ese templo sagrado, y no parecía haber manera de expulsarlo. Probablemente tendría que decirle a alguno de los sacerdotes al respecto, que sabían cómo eliminar el mal, pero se veía en una posición difícil.

Si era la única que veía el demonio, podían tomarla a ella como la pecadora que le permitió la entrada.

Llegó al altar, el lugar en completo silencio, las velas apagadas, las bancas vacías, ninguna alma a esa hora de la noche.

“¿No vas a contarme qué clase de relación tenían ustedes?”

Pudo oír la mofa en el demonio, insistiéndole por información, intentando sacarle palabras, pero en ese momento, lo que menos quería era iniciar una conversación, no lo haría con las monjas, con las hermanas, en un momento de pérdida y traición, mucho menos con un ser del inframundo que la había puesto en una posición difícil.

Se acercó a uno de los recipientes, agua bendita en estos, tomó un poco y lo arrojó sobre su hombro, mientras soltó una plegaria.

Escuchó un siseo, similar al que escuchó antes, pero suave, pequeño, así como el demonio, mientras este volaba lejos de su hombro, siendo quemado por la luz.

Se lo tenía merecido.

Dio una mirada por el lugar, por el altar, y sabía que debía buscar al otro lado del templo, tal vez ahí hallaría a alguien, pero terminó arrodillándose frente al altar, dispuesta a rezar una vez más durante la noche, pero ahora, más que pedir por el alma de su compañera, pidió por la protección de la iglesia, y sabiendo que había un demonio adentro, necesitaban toda la ayuda que pudiesen encontrar.

A pesar de no saber qué haría el demonio ahí, aparte de intentar sacar el alma de su hermana y llevarla al infierno, temía que pudiese hacer más barbaridades ahí dentro, y podía hacerle frente, pero no tenía las habilidades, el poder, para poder expulsarlo de ese templo.

Por otro lado, si lo decía, si hablaba con la verdad, sería ella a quien tomarían como la portadora del mal, y no podría seguir adelante si ese lugar la sacaba de esa forma, si le quitaban su hogar, si la culpaban de pecados ajenos.

Solo Dios sabía la verdad.

Así que rezó, esperando que pudiese oírla, que supiese la posición en la que estaba, y no la juzgase ante su falta de acción en un momento similar. Ese ser antes era un ángel, ahora había caído, por lo mismo sabía lo fuerte que podía ser, y ella no estaba en la posición de hacerle frente, solo era una sierva más, no podía hacer más.

Solo podía pedir que bendijeran el templo una vez más, y esperar a que eso fuese suficiente.

“No te pongas paranoica, no tengo tanto poder aquí como afuera, así que es limitado lo que pudo hacer, lo peor que podría hacer es darle un susto a alguien.”

La voz volvió a resonar, y levantó la mirada, buscando, y notó a la creatura sobre uno de los cirios, acomodado en la punta de la gran vela, acostada cómodamente en el hueco que quedó luego de que fue encendida por última vez.

¿Era eso verdad u otra manipulación?

No tenía como saberlo.

El ser, teniendo el tamaño de una rata, se acomodó en la vela, dejando caer parte de su torso, quedando colgando, sus alas meneándose. A pesar de la posición, a pesar de lo que podría significar una caída desde esa altura, parecía en un estado de relajación, sus manos tras su nuca.

“Intentar poseerlas a ambas me dejó cansada, tal vez duerma un poco antes de intentar sacarla de nuevo.”

Frunció el ceño, pero la creatura no la notó, cerrando sus pequeños ojos, quedando ahí, colgando del cirio del altar, sin preocupación alguna. Mejor si se mantenía lejos de ella, y si alguien podía ver al demonio, mejor, así lo eliminarían antes de que fuese demasiado tarde.

Tal vez era cierto, tal vez no tenía fuerzas suficientes para hacer mayor mal ahí, pero, de todas formas, debía ser expulsada de ahí, lo más pronto posible.

Por su parte, se levantó, retomando su misión, caminando hasta el otro lado de la iglesia, y antes de entrar por una de las puertas, volvió la mirada hacia el demonio, ahora minúsculo ante la distancia, apenas visible su piel roja sobre la vela.

Que se quedase así, débil, eso era lo que más pedía.

Por ahora, debía seguir con sus labores, y si el demonio obtenía fuerzas de nuevo para intentar usarla a su favor, debía mantenerse firme, y no dejarse corromper.

Nunca lo permitiría.

 

Chapter 92: Gladiator -Parte 15-

Chapter Text

GLADIATOR

-Oportunidad-

 

Ahí estaba, una vez más.

Le resultaba ajena la sensación, habiendo pasado tanto tiempo.

No tenía contados los días, no sabía en particular cuanto tiempo había transcurrido desde su última pelea, luego de haber estado frente las puertas de la muerte, a punto del suicidio, ni recordaba cuando fue el día donde se encontró con Octavia, donde esta le contó la verdad, le contó cuales eran sus egoístas intenciones, y ella misma decidió el seguir aquel nuevo camino.

La promesa de la libertad.

La promesa del honor.

Pero por supuesto que no se dejó llevar por ese sueño, porque era algo que le tomaría tiempo, algo que Octavia no podía llegar y hacer, aunque tuviese todo el poder del imperio en sus manos. Al final, debía respetar al gobierno, a los militares, a todo alto rango, y sus deseos eran el mantener a alguien como ella en ese agujero, donde pudiese seguir dándoles un disfrute, un placer, una diversión temporal.

No era útil afuera, no merecía un puesto en la milicia, y tendría que ganar mucho de ahora en adelante para conseguirlo.

Y eso haría.

Se miró las manos, se miró el cuerpo, este preparado para la batalla, el cuero rodeando su piel de esa forma tan usual, tan agradable. Sus manos estaban fuertes, así como sus músculos. No era la misma que entró por primera vez al Coliseo, de hecho, ni siquiera era la misma Domitia que entró a aquella batalla llena de discordia.

No, era completamente diferente.

Se sentía diferente.

Y podía decir, por primera vez en todo ese tiempo, que estaba realmente preparada para la batalla. No solo mentalmente, si no que físicamente.

La herida en su abdomen estaba pálida, como el resto de cicatrices en su cuerpo, dejando vestigios de sus peleas, las marcas que dejaron sus contrincantes en su piel, y ahí los llevaría, siempre encima, cargando con sus vidas, y quería ser capaz de lidiar con eso, de mantenerse firme, porque quería vivir con orgullo, vivir con el honor encima.

Y quizás ese pensamiento venía de su entrenamiento.

De ser un Gladiador, no más una novata sin mayor experiencia.

No, ahora estaba capacitada para pelear, para pelear bien, y se los iba a demostrar a todos, a todos los que le gritaron ahí afuera, que la apoyaron, que le dieron beneficios, iba a hacer que sintiesen orgullo de haberle dado a ella aquella oportunidad.

Y así mismo ella quería sentir orgullo de sí misma.

Caminó por el pasillo, los rostros conocidos observándola, algunos aun impresionados de que volviese a la arena, y honestamente, también le impresionaba.

Si, se sentía como una eternidad.

Se paró frente a las armas, y tomó su espada, tal y como la primera vez, el arma que no había abandonado, que no quiso abandonar. En el brazo izquierdo acomodó un escudo, el cuero quedando fijo en su piel, así como agarró con firmeza el mango de la espada.

Se iba a jugar la vida ahí, ya no era un entrenamiento más, no, así que debía tratar esa ocasión como lo que era, una pelea de vida o muerte, y en sus entrenamientos le costó aceptar que no habría muerte inminente, y ahora, le iba a costar aceptar que no era un juego. Pero estaba lista, sentía incluso una especie de impaciencia de volver, y si, ya debía admitir que ese lugar no le había hecho bien a su cabeza, que las situaciones que antes le causaron repulsión ahora parecían su vida normal, su día a día.

Y no le extrañaba, viviendo así cada día, debía aceptar que esa era la vida que le correspondía, y huir de eso, la mataría, y no estaba dispuesta a eso, a dejar ese mundo.

No aún.

No iba a dejar ese mundo sin pelear, sin luchar, jamás.

No iba a cometer el mismo error.

Se detuvo frente a las grandes rejas que la separaban de la pelea, y escuchó la voz de Octavia resonar por toda la arena, hablándoles a su imperio, hablándoles de ella, y no pasó mucho para que el público estallase, aunque habían llegado ahí sabiendo la noticia, así que no debía haber mayor sorpresa.

Pero estaban eufóricos.

La reja se abrió, y dio un paso adelante, luego otro, determinada, mientras los gritos se escuchaban por todo el lugar, llenando sus oídos, traspasándole la euforia. Se detuvo en medio de la arena, sintiendo el sol pegándole en el cuerpo, cálido, abrasador incluso, y miró hacia arriba, sobre los muros, mirando a su público, a las personas animadas sobre las tarimas, observándola, viéndola desde la distancia como lo que era, como un Gladiador famoso que abandonó las peleas por un largo tiempo.

No le gustaba el aroma a sangre seca de la arena, ni el calor que ahí hacía, ni los sonidos abrumadores que se oían ahí, sin embargo, de nuevo, le parecían agradables de alguna forma, se había acostumbrado. Sentía que había vuelto a su hogar, de alguna forma, y no le gustaba eso de sí misma, esa hipocresía que tenía encima, pero era inevitable.

En ese lugar se sentía alguien, se sentía capaz, se sentía invaluable. No más la niña extraña que era, que venía de un sitio pobre y rural, la que los otros niños y adultos rechazaban, la que muchas veces no tenía para comer y los otros le escupían encima cuando les pedía ayuda.

Para esas personas, era alguien, era importante, era un icono, era la razón para que muchos pagasen para entrar ahí, para apostar por ella, para pagar por ella, y hasta el mismo Emperador la considero tan importante, tan invaluable, para querer sacarla de ahí y hacerla su mano derecha en la batalla.

En el Coliseo, pertenecía.

Y esperaba, algún día, el estar entre las tropas, y pertenecer también.

Escuchó la reja opuesta abrirse, dar paso a quien sería su enemigo, pero debió admitir que se quedó observando alrededor, o en particular, donde estaba Octavia, su Diosa, y ahí, envuelta en oro, en puro blanco, le parecía divina, etérea, capaz, omnipotente. Ahí también quería pertenecer. Pertenecer al lado del Emperador, del General, de Octavia. Estar a su lado, y el hacerla sentir orgullo, de que jamás se arrepintiese por confiar en ella.

Le iba a dar orgullo, honor y lealtad.

Giró el rostro, buscando a su enemigo, un hombre corpulento saliendo del otro lado del Coliseo, portando una enorme hacha en cada mano. Era alto, era fuerte, saludable y era experimentado. No era más un prisionero más, o un esclavo jugándose la vida, o un pequeño pero querido Gladiador. No, era alguien imponente, un reto.

Por supuesto que no se lo harían fácil.

Y no creía que se lo hubiesen puesto fácil alguna vez.

Movió la espada en su mano, acomodándola, así como afirmó el escudo en su antebrazo.

No le molestaba la dificultad, estaba lista para pelear, para combatir, para ganar, y les iba a mostrar a todas esas personas lo que la nueva Domitia podía hacer, les iba a dar una verdadera demostración de capacidades, no más movimientos en base a mera supervivencia, no, iba a pelear como un Gladiador.

El hombre le sonrió con una mueca que no entendió del todo, pero este giró también las hachas en sus manos, mejorando su agarre, y esperó a que este atacase.

Si, jamás iba a atacar primero, podía haberse transformado en alguien más, en otra versión de sí misma, pero no planeaba caer así, no ahí. Y este se movió, atacó primero, los tambores resonando por todo el lugar, así como los gritos eufóricos de las personas.

Retrocedió, tomó distancia del hombre que se acercaba a ella, intentando golpearla con un hacha, luego con la otra. No levantó su escudo para protegerse, ni su espada para atacar, porque si había aprendido algo, era a no malgastar recursos. Tenía agilidad, y no todos podían decir lo mismo, así que debía usarlo a su favor y a no malgastar energía, que lamentablemente, su cuerpo no era realmente resistente.

Mantuvo los pies en movimiento, alejándose, moviendo el torso si es que la hoja de las hachas llegaba cerca de su rostro.

Sabía que no debía dedicarse a la defensiva, o el público se aburría, pero tenía sus razones.

Y para eso, debía aprenderse los movimientos de aquel hombre, saber cuánto se demoraba entre un ataque y otro.

Tenía un segundo a su favor.

Cuando el hombre la atacó con la izquierda y la levantó, preparando la derecha para atacar, se movió hacia el lado, desapareciendo del lugar del ataque, el hombre golpeando nada más que aire con su hacha, y ahí, finalmente movió su espada por primera vez, cortándolo justo en el antebrazo derecho, su brazo dominante.

Tomó distancia, analizando la situación.

Cuando habían dos armas en juego, dos manos atacantes, debía priorizar el deshabilitar la más dominante, la que podía causarle más problemas, y empezar así la batalla, le iba a hacer el resto del combate mucho más fácil.

Escuchó gritos de asombro en el público, estos ya debiendo notar que había madurado, que había adquirido experiencia, que ya no era una mujer rápida y fuerte moviendo una espada de un lado a otro, si no que ahora pensaba correctamente, y ella, que siempre se mantenía dentro de su cabeza la mayor parte del tiempo, le era conveniente.

El hombre la buscó con la mirada, el agarre en las dos armas aun firme, pero notaba como su protección de cuero no alcanzó a detener del todo el daño en el lado interior de su codo. No fue un golpe tan certero para cortar el brazo entero, y notando lo grande y fornido del sujeto, no lo habría podido hacer, su espada no era tan afilada para lograr algo semejante.

Pero había impedido el progreso, de lo que sentía orgullo.

Se puso en posición, volviendo a mover su espada en su palma, el hombre haciendo lo mismo, preparándose para atacarla, y así fue, este corrió hacia su dirección, el hacha de su mano izquierda preparándose para dar un golpe.

El corte iba en diagonal, y se movió, saltando hacia su derecha, esquivando el golpe, rodando por el suelo, y movió su arma, de nuevo, cortando la parte de atrás de su pierna, pero antes de disfrutar la victoria, el hombre, mostrando una rapidez que le sorprendió, la atacó con su brazo herido, la hoja del hacha acercándose peligrosamente rápido, sin darle mayor tiempo para estabilizar su posición, así que levantó el escudo.

Sintió el peso del hacha en la madera y el hierro, haciendo que todo su brazo se removiese, su hombro incluido, y se alegraba de haberle herido el brazo, o aquel golpe hubiese sido lo suficientemente fuerte para atravesar el material y llegar a su brazo.

Pero venía un segundo movimiento, lo sabía al tener el hacha derecha enterrada en el escudo, y, de hecho, lo sentía tirar de su brazo, intentando zafar la hoja.

¿Como iba a protegerse de la segunda hacha si su escudo estaba ocupado?

Pues, ya lo había aprendido antes, aprendía de sus errores.

Así que lo soltó, el escudo.

El hombre perdió estabilidad, y ella tuvo tiempo de tirarse hacia atrás, de rodar hacia atrás y alejarse, y ahí recién se levantó, lista de nuevo.

Este la observó, clara molestia en su rostro al verse como un tonto en esa posición, y se veía también molesto al tener su arma enterrada en una pieza de madera.

Esos escudos no servían de mucho, ya lo había aprendido, con enemigos que usaban grandes armas, solo eran un estorbo, pero le servía para distracción.

Corrió.

El hombre golpeó su hacha contra el suelo, deshaciéndose del escudo, partiéndolo a la mitad, y este dio un salto cuando la vio acercándose rápidamente.

Ya sabía qué hacer, lo había hecho cientos de veces.

El hombre rugió, sus hachas listas para el ataque, y por su parte, se tiró al suelo antes de que las hojas pudiesen tocarla, y resbaló por la tierra, una de las hojas a segundos de cortarle la cabeza, pero era rápida, y se movió con rapidez, sobre todo ahora sin el peso de su escudo, y volvió a cortar en la pierna del sujeto, la cual ya había herido.

Este soltó un gruñido, para su sorpresa, porque no parecía sentir mayor dolor ante los dos primeros cortes, pero el haber dado un tercero en el mismo lugar de antes debió ser lo suficiente para lastimarlo, para afectarle.

Se movió rápido, levantándose, notando como el hombre se tambaleó, su pierna empezándole a causar problemas, y aprovechó para volver a correr hacia él, para aprovechar hasta su más mínimo titubeo, y este iba a golpearla, el hacha de nuevo acercándose peligrosamente, o ella acercándose peligrosamente al hacha, pero al final, se detuvo antes de acercarse lo suficiente, cuando el hombre ya había dado el golpe, haciendo que este golpease aire por solo unos milímetros de error, y ahí, giró, cambió de ruta, moviéndose rápido, y cuanto tuvo la oportunidad, volvió a enterrar la espada en el antebrazo del sujeto, en el brazo derecho, justo donde le había dado antes, este soltando ahora un grito, su mano soltando por completo el arma.

Pero a pesar del dolor, este no perdió tiempo, usando su mano izquierda para darle, para golpearla, ni siquiera con el filo de uno de los dos lados del hacha, si no que, con la parte inferior, y aunque no fuese la hoja en sí, si podía causarle un gran daño, así que tuvo que moverse rápido y tirarse para atrás.

Puso las manos en el suelo y se dio una voltereta, y por supuesto que al hacerlo soltó su arma, pero fue su intención.

Antes de pensar en levantarse, se tiró hacia su arma, mientras el hombre se volvía a poner en posición, y lanzó la espada, haciéndola girar, había practicado ese movimiento con varias armas, usando la fuerza y la rotación para llegar justo a su objetivo con la hoja.

Y así fue.

La hoja de su espada llegó a la pierna no herida del Gladiador, hiriéndola, y este miró su espada, cayendo lejos, y notó la sonrisa en su rostro, pensando en lo estúpida que era para tirar su espada, para quedarse con las manos vacías.

Pero no fue así.

No dejó de moverse, y en un rápido movimiento consiguió tomar el hacha ajena, lo suficientemente rápido para que cuando el hombre la atacó con su hacha, pudo recibirla, las hojas chocando, resonando, y no era tan fuerte como el hombre, sus dos brazos apenas haciéndole frente al brazo izquierdo de este, pero ya tenía más experiencia usando más armas, así que se sentía capaz de seguir.

Tomó distancia, ambos perdiendo la intensidad del golpe, mirándose, meditando el siguiente movimiento.

Respiró profundo.

Y comenzó a correr, una vez más.

Su estamina ya no era como antes, pero tampoco era la mejor, así que debía procurar moverse rápido con buenas intenciones, y por suerte su enemigo era más lento que ella, así que tenía la ventaja.

Solo tenía que ser más rápida.

Y era complicado, teniendo esa hacha encima.

Así que corrió, desviándose más para el lado vulnerable del hombre, donde estaba su brazo derecho, apenas capaz de moverse, se volvió a tirar al suelo, ya sin tener la misma velocidad, pero no importaba, solo estaba dándose impulso.

Para tirar el hacha.

Esta se enterró en la pierna del sujeto, en el muslo, sus protecciones rompiéndose, y no alcanzó a huir lejos, la mano del hombre la sujetó, la mano sin el arma, el brazo herido, y el agarre firme en su garganta, el sujeto gruñendo, enfadado al haber sido herido y el no haber hecho daño alguno.

Eso era algo que todos sabía, que, si entraban en la arena con ella, podrían hacerla sangrar.

Siempre sangraba primero.

Pero ya no era esa persona.

Se lo había prometido a Octavia.

El hombre la levantó, haciendo que los ojos de ambos chocasen, sujetándola de la garganta, y la tiró al suelo, aferrándose a ella, aplastando su tráquea, su espalda ahora fija en el suelo, sin escapatoria. Notó a furia en él mientras levantaba el hacha de su mano izquierda, dispuesto a enterrársela en la cabeza, y ella no tenía arma alguna para atacar.

Pero a pesar del dolor que sentía, del peso del hombre aplastándole el cuello, tuvo que buscar la manera de arreglar su posición.

Era escurridiza, sobrevivía, eso hacía.

Lo primero que hizo, fue enterrar los dedos en la herida abierta del hombre, la del antebrazo, obligándolo a soltar un poco lo fuerte de su agarre, y luego usó sus brazos para atacar al ajeno, haciéndole una llave al brazo, movimiento que había aprendido, no así, no en esa circunstancia, pero era suficiente, su fuerza era suficiente al tener de enemigo un brazo ya herido.

El agarre en su cuello la abandonó por un milisegundo, lo suficiente para poder retorcerse y soltarse, para que el hacha no le cortase la cabeza, y fue justo a tiempo.

Pero ahí, entre el suelo y el cuerpo del hombre, no podía hacer mucho más, no podía levantarse, no podía atacarlo con su arma metros más lejos de su posición, incluso el hacha que se había incrustado en la pierna del hombre se había soltado, estado ahora lejos de su alcance.

¿Qué hacer?

Se aferró al brazo que aún tenía bien sujeto, enterrando los dedos en la carne herida, sangrante, y movió el torso, o más bien, una de sus piernas, pasándola por encima del hombro del hombre, para luego dejarla sobre el cuello de este. El Gladiador sabía que era una llave, y se vio obligado a soltar el hacha para poder defenderse, pero por su parte ya estaba moviendo su otra pierna, usando toda su flexibilidad para enrollarse en el cuerpo ajeno, el cuerpo que era grande, así que le hacía la tarea más fácil.

Apretó sus piernas, habiendo logrado enrollarlas en el cuello ajeno, y el hombre se vio sin saber qué hacer, hasta que usó lo que tenía, su grandeza, su fuerza, para liberarse de la llave. Y eso fue, el levantarse y tirarla de nuevo contra el suelo.

Su espalda resonó al chocar de nuevo contra la tierra, haciendo que toda la zona ardiese, quemase, doliese, y sabía que le quedaría una marca de esa batalla, pero se enfocó en lo que tenía que hacer, ya sufriría por el dolor después, cuando ganase.

Así que no se detuvo.

Corrigió la posición de sus piernas, apretando con más fuerza el cuello ajeno, aferrándose más al brazo, y así, hizo un movimiento con su torso, girándolo, moviendo sus piernas para un lado y su torso para el otro, y ahí, escuchó un clac.

El hombre soltó un grito débil ante la pérdida de aire, pero era evidente el dolor, ya que claramente le había desencajado el hombro, este ahora flácido. Su otro brazo intentó quitarla de encima, pero estaba firme, pero no ahora, el brazo derecho siendo tan inútil que ni siquiera podía usarlo de palanca. Así que la mano izquierda se agarró a ella, sujetándola, y finalmente la sacó de encima, arrojándola, su cuerpo cayendo metros más lejos.

El hombre era fuerte, muy fuerte, el daño no siendo suficiente para detenerlo, pero ahora, con su brazo derecho completamente fuera de su sitio, y con sus piernas heridas, no parecía poder hacer mucho más. Este la observó, la mano izquierda de este fijo en su hombro derecho, intentando arreglarlo, pero no era posible.

Era demasiado tarde.

Se vio carraspeando, sintiendo la garganta adolorida por el agarre, le costaba tragar, y sabía que había quedado una marca en su cuello.

Pero estaba viva.

Solo le quedaba un poco de estamina, pero la iba a usar.

Él, ahora, más que antes, era lento.

Y ella, ella aún era rápida.

Sus manos no tenían arma, así que debía acabar con eso rápido, así que corrió, obligando a que el hombre buscase su hacha con su mano izquierda, agarrándola del suelo, este moviéndola, con la intención de golpearla a penas se acercase, un último recurso, pero era muy lento, podía esquivarlo sin problemas.

Corrió alrededor del hombre, esquivó la hoja del hacha, se tiró al suelo, rodó, el hombre apenas siendo capaz de seguirla con su cuerpo. Hasta que finalmente consiguió agarrar su espada, y ya teniéndola en su mano, se sintió de nuevo con la motivación de pelear.

Era su arma, y siempre la preferiría.

Esquivó de nuevo, giró, se movió, hasta terminar detrás del hombre, y ahí, lo empujó con todo su cuerpo, este sintiéndose como una roca, duro como el mismo suelo con el que ya había chocado tres veces. Pero logró que este perdiese el equilibrio ante sus piernas heridas, y usó el impulso para enterrar la espada en su espalda, atravesando el cuero y los grandes músculos del sujeto.

Lo sintió caer, y ante su propio ímpetu y la fuerza que tuvo que invertir en su ataque, cayó sobre él, presionando la hoja, enterrándola más y más hasta que la sintió llegar al suelo, atravesando piel, carne y hueso.

Recuperó el aire, lentamente, sin creer la batalla por ganada, pero el hombre soltó un último quejido, su única mano buena habiendo soltando el hacha a penas el ataque le llegó. Se quedó cerca de este, aun encima, esperando a que el hombre muriese, y veía su rostro, placido, cansado, sus ojos apenas abiertos, luchando por vivir un momento más.

Viviría con honor.

Y se aseguraría que a todos los que despojase de ese mundo, también muriesen con honor.

“Puedes descansar, Gladiador.”

Habló, su voz saliendo más dura y rasposa de lo usual ante el daño que recibió en la garganta.

El hombre no dijo nada, su mueca inmóvil, pero sus ojos finalmente se cerraron, aceptando la muerte, el descanso eterno, y así, lo escuchó soltar su último aliento, sus latidos deteniéndose, su vida acabándose.

Ahí recién fue consciente de los gritos de las personas, de los tambores de la victoria, de la euforia que se vivía en el Coliseo cada vez que un guerrero ganaba, que un guerrero perdía, que una pelea acababa. Debían de llevar un rato así, pero no fue capaz de oírlos, estando atenta a los sonidos del hombre, liberándolo de la vida terrenal.

Sacó su espalda, despacio, sin querer perturbar a la misma muerte, y se levantó.

Se apegó tanto al hombre que su cuerpo estaba lleno de sangre, así como sus manos, pero no estaba herida, se sentía fuerte, capaz, no como antes, donde parecía un animal, sin técnica, solo supervivencia e instinto, pero cambiar estaba bien, porque a donde deseaba llegar, requería una experiencia diferente, unas habilidades diferentes.

Y estaba dispuesta a cambiar.

Miró arriba, escuchando el vitoreo eufórico, y observó a las personas, todos observándola de vuelta, gritando, algunas flores cayendo en la arena como si de una celebración se tratase. Un ramo de flores llegó cerca de ella, y se agachó para tomarlo, el aroma agradable, sustituyendo el aroma a sangre, a sudor, a muerte. Aprovechó ese segundo para oler, intensamente, desapareciendo por un momento de aquel lugar, sintiendo el aroma a la libertad.

A pesar de que cuando sintió aromas similares, que tenía bien grabados en su memoria, en su olfato, era una prisionera. Siempre había sido una prisionera, incluso en libertad.

Pero estaba viva, estaba libre de las manos de Mors.

Pero había otros que no tuvieron la misma suerte.

Miró al hombre a sus pies, inmóvil, descansando de una vez por todas, falleciendo con el honor que le daba el pelear ahí, y dejó el ramo sobre su cuerpo sanguinolento, un charco de rojo a su alrededor, tiñendo la tierra, y tuvo las esperanzas, el anhelo, de que aquel aroma pudiese llegarle a su alma, que recordase algo más que el olor a su propia sangre.

Los gritos se detuvieron, e imaginó que era por su culpa, que lo que había hecho no era valorado por las personas, pero cuando levantó la mirada, notó a Octavia de pie, una mano levantada, haciendo que todos los espectadores se quedasen en el más absoluto silencio.

No, no fue su culpa, fue la Diosa quien acalló a las masas.

Se levantó del suelo, moviéndose, quedando frente a la mujer, pero lejos, tan lejos, esta arriba, como lo que era, un Dios omnipotente, y ella abajo, en la tierra, mortal.

“Quiero pedirles un favor a todos ustedes, a todo mi imperio.”

¿Qué?

La voz de Octavia sonó como siempre, como un rugido, intensa, fuerte, capaz de resonar por cada rincón del Coliseo, de llegar a los oídos de todos. Pero ya no era demandante, ya no sonaba así como solía oírla ahí, en aquel matadero, por el contrario, la escuchó más como cuando estaban a solas, más humana, menos un ser etéreo, inmortal.

El público se quedó en silencio, esperando, así como ella misma, sin entender lo que ocurría.

¿Por qué un Dios se iba a rebajar ante simples humanos?

¿A pedirles favores?

No, sus súbditos debían acatar, siempre acatar.

“Domitia ha sido una peleadora asombrosa, cuya suerte nos ha dejado a todos atónitos, y hoy, quiero hacer público un deseo mío, y es que quiero que esta Gladiadora que tienen en frente, se una a la milicia, quiero tenerla a mi lado para pelear por el imperio. Sé que nuestras tropas estarán agradecidas de tener la suerte de un coloso de su lado.”

¿Qué?

¿Realmente lo estaba diciendo? ¿Ahí? ¿Ahora?

Nunca creyó que Octavia lo diría, así, públicamente, mucho menos tan pronto. Solo llevaba una vez peleando en la arena desde ese día que estuvo cerca de perder la vida. No merecía un puesto así, en lo absoluto, no se lo había ganado.

Octavia se movió de su trono, se acercó al muro que las separaba, y se paró ahí, firme, y el sol no solía llegarle de frente en su posición, pero ahora sí, y el oro de sus ropas, así como el blanco, la hicieron lucir celestial, más aún cuando esta estiró su mano, hacia su dirección.

Olvidó por completo la arena.

Olvidó por completo el dolor de su cuerpo.

Olvidó por completo al hombre muerto a sus pies.

Olvidó a los espectadores.

Su cabeza solo tenía espacio para mirar a Octavia, ahí, en lo alto, como incluso desde ahí podía ver los ojos claros observándola fijamente, mirándola a ella, y en ese momento se sintió egoísta, estaba acaparando a un Dios para sí misma, sintiéndose incluso codiciosa de desear que ocurriese una vez más.

Bendecida se sentía.

Pero no se arrepentía.

Era una pecadora más, y querer la atención de un Dios solo para ella, no era el peor de sus pecados.

“Únete a mí, Domitia. Pelea a mi lado por el bien del imperio, usa tu espada para detener a nuestros enemigos, usa tus habilidades para ayudar a que esta tierra bendita siga creciendo. Te he escogido a ti como mi mano derecha, tu buena fortuna es lo que necesita Roma para resurgir una vez más.”

Se quedó inerte, la voz de Octavia resonando con fuerza, un grito en ese lugar, pero sus sentidos estaban tan pendientes, tan fijos en la mujer, que era como si estuviesen al lado, como si esta le estuviese hablando en nada más que un susurro, ambas, juntas, sin nadie más alrededor.

¿Cómo podía decirle que no?

No, por supuesto que no creía merecerse algo así, pero si un Dios como lo era Octavia, se lo pedía de esa forma, ¿Quién era ella para negarse? No confiaba en sus propias habilidades, pero quería hacerlo. Quería luchar día a día para poder merecer el estar al lado de Octavia, codo a codo, peleando con honor, peleando por el imperio.

Dejaría la muerte, dejaría ese mundo que no era más que una diversión, y haría algo importante, sería alguien, pertenecería. No habría más muertes banales, no, si llegaba a matar, sería por el honor de algo grande, más que ella misma, para hacer crecer el Imperio.

Se arrodilló, sin dejar de mirar a la mujer a los ojos, ya que esta tampoco dejaba de hacerlo. Enterró la hoja de su espada en el suelo, y finalmente bajó el rostro, intentando mostrarle todo el respeto que sentía en ese instante.

No solo se sentía bendecida.

Había sido bendecida.

“Seguiré el camino que usted decida para mí, y pelearé a su lado, día a día, con honor, ofreciéndole al Imperio mi sudor, mis lágrimas y mi sangre.”

Habló, gritando, su garganta ardiendo, pero no le importaba. Probablemente era la primera vez que aquel publico escuchaba su voz, y quizás no era la mejor voz para ofrecer, pero no era eso lo que ofrecía, no eran sus palabras, era su espada.

Ofrecía su poder.

Su suerte.

Su existencia, antes mundana, ahora valiosa.

Apenas terminó de hablar, pasaron solo unos segundos para que el público enloqueciera, y no creyó que sería así, quizás estos queriendo tenerla como lo que era, un mero objeto de diversión, ganándose la vida matando a otros, pero lo que había dicho Octavia, era algo mucho mejor, era algo que esta, como gobernadora, nunca había hecho, y el Imperio confiaba en su Emperador, en su palabra, en sus decisiones, no se le ponía en duda.

Y, además, ¿Cómo hacerlo?

Era por el bien de Roma.

Esperaba no decepcionarlos, ni al Imperio, ni a Octavia.

Miró hacia arriba, sus oídos totalmente ocupados con los gritos, con la euforia, con cada una de las personas ahí gritándole, diciéndole cosas que no podía entender, pero se oían animados, felices, era una celebración, y era un alivio el ver a esas personas celebrar por algo que no fuese la muerte.

Se topó una vez más con la mirada de Octavia, esta aun en aquel lugar, sus brazos tras su espalda, su cuerpo aun brillando ante el brillo del sol, y de nuevo se sintió afortunada.

Si, tenía suerte, mucha más de lo que imaginaba.

Al fin sería alguien, Octavia le había dado un propósito, le había dado una meta, una oportunidad, un sueño, le había dado la libertad y así mismo un deber, una responsabilidad, y se sentía completa.

Estaba completa.

Notó como la mujer sonrió, incluso desde la distancia, y se vio sonriendo también, sintiendo su pecho cálido, su corazón latiendo como nunca, se sentía llena por dentro. Ya no se sentía como un don nadie, tampoco como un criminal, tenía un deber, tenía una vida por delante, un camino, y todo gracias a esa mujer.

Le iba a deber la vida a esa Diosa, y cada segundo que viviese, lo vivía por esta.

Esa iba a ser su nueva vida.

Y no podía esperar a vivirla.

 

Chapter 93: Succubus -Parte 9-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Posesión-

 

La observó minuciosamente.

De arriba abajo.

La imagen de esa mujer quitándole el aliento, destruyendo todo lo ajeno que la rodeaba, ella y el demonio que llevaba dentro, teniendo ambos el mismo interés. No dudó en aprovechar cada segundo de memorizarse cada parte del cuerpo ajeno, así como su rostro, su expresión desesperada, inquieta, impaciente.

Las manos llevaban a las propias al cuerpo a su disposición, y terminó sujetándola de la cadera, enterrando los dedos en la carne voluptuosa de la zona, jadeando del gusto, disfrutando cada momento de ese encuentro, que, si bien debía estar marcado por el sufrimiento, no tenía espacio para sufrir.

Solo podía pensar en Myrtle.

En nadie ni en nada más.

Sintió que estuvo horas ahí, dedicándole cada segundo a la mujer, adorándola, observándola sin siquiera pestañear, donde los golpeteos y las personas atacando a su barrera no fueron capaces de sacarla de ese hipnótico momento.

Si, podría haberse quedado todo el día ahí, pero Myrtle no, no podía soportarlo.

El demonio era impaciente, pero ahora sabía que esa mujer lo era aún más.

“No te detengas ahora.”

La voz sonó tan suplicante como demandante, y sintió su rostro enrojecer aun más de lo que ya estaba, sobre todo cuando sintió los dedos largos moviéndose hacia su miembro erecto, este apoyado sobre la pelvis de la mujer, goteando su esperma infértil, lubricación de la mujer, así como leves atisbos de sangre, de su virginidad.

Y ese aroma era intoxicante.

Ese aparato no era parte de su cuerpo, no lo tenía ahí siempre, solo aparecía en esos momentos, parte de su herencia como Súcubo, como Incubo, pero, aunque fuese creado solo por magia, podía sentirlo, era parte de ella, al fin y al cabo, así que la sensación de los dedos en la zona lograron hacerla salir de su estupor, de esa calma que había adquirido.

Fue contaminada con la impaciencia ajena, y ahora, la propia era insostenible.

Myrtle agarró la punta, y la movió de nuevo hasta su entrada, y ya ahí, solo bastó un movimiento.

Soltó un jadeo antes de hacer presión, de mover su cadera, entrando una vez más, enterrándose de nuevo en el calor del Myrtle, en las paredes que la apretaban, que la sujetaban, sin querer dejarla ir, y honestamente, no creía querer salir de ahí, nunca.

Los gemidos resonaron de nuevo en la habitación, pero no era suficiente, quería más. Enterró los dedos en la piel de la mujer, sintiendo el hueso de su cadera en la palma de sus manos, y esperaba no hacerle daño con su gesto, pero ya no podía detenerse. Se acomodó de nuevo, las piernas volviendo a aferrarse en su cadera, y aprovechó la posición para embestir con más fuerza, llegando más profundo.

Y tal y como imaginó, los gemidos pasaron a ser gritos descontrolados.

Y se habría detenido de haberlos escuchado doloridos, pero no, porque no lo eran, mucho menos cuando las manos de Myrtle se aferraron a su cuello, a su espalda, sujetándola, manteniéndola cerca, incitándola a seguir así, y por supuesto que seguiría.

No se iba a detener hasta que esas personas rompiesen la barrera y la dejasen inconsciente una vez más.

Solo eso calmaba al demonio.

Y si no, seguiría ahí, destruyendo a esa mujer, desde dentro.

Movió su cadera, más y más, golpeando la pelvis ajena, y sabía que jamás lo había hecho con tal ímpetu, tanto así que escuchaba el respaldo de la cama chocar contra la pared, el sonido uniéndose a los golpeteos en su barrera, como una banda de tambores alentándola a seguir, a seguir el ritmo, a moverse más y más rápido.

No era solo el demonio caliente por obtener ese placer que la alimentaba, que la hacía sentir más fuerte, si no que era ella misma también involucrada en el proceso. Ya no estaba intentando evitar el suceso, como era normalmente, si no que quería, necesitaba de eso, y por lo mismo, luchaba a la par con la creatura dentro de sus costillas.

Se sentía dividida, porque quería hacer venir a Myrtle lo más pronto posible, pero por otro lado no quería detenerse, quería alargar ese momento lo más posible, sin embargo, no podría.

Las piernas que la rodeaban comenzaron a tensarse, las manos en su espalda comenzaron a temblar, la expresión de Myrtle poco a poco perdió hasta la menor pizca de decencia, así que tenía claro que estaba cerca de llegar, y le parecía incluso más hermosa en ese instante que antes, y deseaba ver esa expresión, esa locura, esa desinhibición por el resto de su vida.

Se vio sonriendo, disfrutándolo, sintiéndose fuerte como nunca antes, llena por dentro, pero negó rápidamente, obligándose a recuperar los sentidos.

No podría, no podría verla de nuevo, no si no hacía lo que tenía planeado.

Pero era difícil.

En ese momento, el recuperar la cordura, era cercano a lo imposible.

Apretó los dientes, intentando dejar de enfocarse tanto en el rostro ajeno y en el roce de su miembro que parecía querer acompañar a Myrtle en su final.

No podía dejarse llevar, debía recordarlo.

Debía recordar el hechizo.

Soltó un jadeo agobiado, se sentía demasiado bien, era complicado conjurar algo en una situación similar, pero tenía que hacerlo, si quería que esa situación volviese a ocurrir, necesitaba hacerlo.

Cerró los ojos, lo suficiente para poder recordar el hechizo, plasmándolo en sus parpados, y ahí comenzó, palabra tras palabra. Su cuerpo ardió más de lo que ya ardía, el mismo infierno en su piel, mientras soltaba la magia necesaria para llevar a cabo el hechizo, el cual era complicado, el cual ni siquiera sabía si funcionaría del todo, pero tenía que hacerlo.

Tenía que intentarlo, o se arrepentiría cada día.

Su cuerpo no se detuvo, no dejó de moverse, sus instintos haciendo el trabajo por ella, moviéndose, y deseó poder detenerse, porque los gemidos de Myrtle eran tan agradables, tan adictivos, así como el roce entre sus cuerpos, que se sentía estúpida ahí, recitando un hechizo en vez de disfrutar, en vez de gozar.

Pero lo terminó.

Terminó justo a tiempo.

Las uñas de Myrtle se enterraron en su espalda mientras esta soltó un fuerte gemido, un grito extasiado, mientras su cuerpo entero se removía, temblando, las piernas tensándose lo suficiente para aplastar su cadera. Los ojos lilas se cerraron, lagrimas cayendo por sus ojos, sudor cayendo por sus mejillas, el rojo tiñendo la mayor parte de su rostro.

Y se veía hermosa, tan hermosa así.

Realmente gustaba de Myrtle, y tenía que ver esa imagen para reiterarlo, para grabárselo en la cabeza.

Por lo mismo, ahora, más que nunca, no la podía dejar ir.

El interior de Myrtle la apretó, el líquido escapándose con fuerza, y fue lo que necesitó para llegar. Soltó un jadeo, soltando el esperma infértil que salía de su miembro, sintiendo el interior de Myrtle llenándose poco a poco, hasta que tuvo que salir, este saliendo aún, y sin menor decoro manchó la piel de la mujer.

Notó como el abdomen de la mujer brilló, y tenía la mente tan nublada que no entendió la razón.

Pero había funcionado.

Esa era la prueba.

Su hechizo había funcionado.

Myrtle estaba tirada en la cama, temblando, sus piernas dejando de hacer la acción de enrollarse ante la falta de energía, así como los brazos que la rodeaban. Esta simplemente cerró los ojos, recuperando la energía, recuperando el aliento, y ella misma terminó perdiendo la fuerza, apoyando su frente en el hombro ajeno.

Podía sentir el aroma de la mujer y el propio, mezclados en el aire, y quería seguir disfrutando de esas sensaciones.

Pero se sentía tan agotador.

Se sentía tan cansada.

Sus ojos se cerraban solos.

Notó de reojo como la barrera cambió de color, dejó de brillar tanto como antes, ante la ausencia de su lado demoniaco tomando el control de la situación, desapareciendo poco a poco. Cerró los ojos, sintiendo como el mundo le daba vueltas, pero sentir la piel ajena en la suya fue suficiente para calmarse.

No entendía porque estaba tan cansada, así que solo podía asumir que el hechizo aquel tomó más energía de la que imaginó, no por nada era algo hecho por ángeles y demonios. Ella estaba muy abajo en la cadena para lograr algo así con facilidad, sobre todo siendo su primera vez.

Pero lo había logrado.

Dudaba poder ser útil en ese momento, el poder ayudar a Myrtle a huir, sobre todo estando ambas en ese estado deplorable…

Pero al menos tenía una oportunidad.

Iba a salvarla.

Y de un momento a otro, todo se oscureció.

Se sentía extraña.

Sentía la mente clara, como rara vez.

Pero ahí estaba, dormida, desmayada luego de sus actos, sin embargo, si estaba sí de lucida, era porque no usaron el hechizo, ya que no debía ser necesario, de todas formas, el resistir la barrera y el hechizo aquel fue suficiente para desmayarla.

Y eso la hacía sentir en calma.

No le habían quitado sus memorias, sus recuerdos, dejando su mente borrosa durante días, y por lo mismo, lo que sucedió, estaba nítido en su cabeza, y que delicia el mero hecho de imaginárselo.

Pero no, no debía calmarse, relajarse, aún tenía que permanecer alerta.

Aún tenía que abrir los ojos, aún tenía que salvarla, la marca no solucionaba las cosas.

Debía despertar.

Dio un salto, abriendo los ojos, notando todo borroso a su alrededor, su magia humana aun sin reponerse, dejando su humanidad débil.

Le costó enfocar la mirada, saber dónde estaba, le tomó varios segundos descubrir que estaba en su cuarto, en su cama, lo único diferente, eran las cuerdas rodeándola, dejándola fija en su lugar. Sabía que sus actos merecían castigo, ¿Pero esto? Se notaba que lo habían hecho deprisa, sin saber qué hacer, lo primero que se les ocurrió para que no molestase a nadie, y teniendo su humanidad de vuelta, esas cuerdas eran suficientes para retener su cuerpo cansado.

Recién ahí se dio cuenta de que Dargan, su compañero, estaba ahí, a su lado, mirándolo con una mueca de enojo en su rostro. Y el hombre siempre era calmo, tranquilo, suave incluso, siempre sonriendo, y sentía que cada vez que se veían, últimamente, él estaba enfadado con ella.

Los había engañado.

Vaya sabor más amargo que le daba la situación.

“¿Cómo se te ocurrió hacer una estupidez así? ¡Y además con quien debías proteger!”

Claro, a los ojos ajenos debía verse mal, muy mal.

Ellos no sabían de su plan, de la idea para liberar a Myrtle.

Iba a hacer un movimiento, pero las cuerdas se lo impidieron.

No podría ir a buscar a Myrtle así, estaba muy débil aún, y tenía claro que debieron ponerles un hechizo extra a sus ataduras, sería estúpido si no lo hacían. Pero debía moverse, debía salir de ahí, debía hacer lo correcto.

Miró a Dargan, los ojos de ambas conectando.

“¿Dónde está?”

El hombre la miró, cierta indignación en su rostro, y el evidente enojo. Este se cruzó de brazos, su cuerpo grande notándose imponente.

“Sufriendo un castigo por lo que le hiciste, por supuesto, ¿En qué pensabas? ¿Qué se saldrían con la suya después de eso?”

No, por supuesto que no.

El castigo iba a llegar, era evidente, ambas lo sabían, la libertad era el objetivo, pero no salvarse del castigo, pero ahora, que tenía un as bajo su manga, no podía simplemente quedarse ahí y esperar pacientemente a que le arrebataran a Myrtle para siempre de su vida. Ese culto la había tratado mal todo ese tiempo, no iba a permitir que alargasen aún más su sufrimiento.

“Ella quería liberarse del destino que tenía encima, y la ayudé, teníamos claro las consecuencias que eso traería.”

“Parece que no lo tenían tan claro, que la exilien sería lo mejor que le podría pasar. Los líderes no están contentos, encontrarán el peor castigo y no podrás hacer nada para protegerla, ninguno de nosotros podrá.”

Lo notaba agobiado, tal vez nunca lo había visto así.

Él siempre terminó siendo culpado de sus actos, era quien debía mantenerla a raya, y jamás lo lograba, así que era de esperarse que se viese en esa tesitura, sabiendo que no quedaría bien parado, que su reputación en el culto no podría crecer si se quedaba a su lado.

No quería darle esa carga, pero ya se la había dado.

Iba a decirle algo, pero un dolor extraño apareció en su cuerpo.

Un dolor que jamás había experimentado.

Era un ardor en su piel, en sus huesos, que parecía cubrir hasta la última célula de su cuerpo, era un golpe de ardor, se detenía, luego venía el siguiente, como una dolorosa alarma, repetitiva y dolorosa. Y de la nada, antes de entender lo que ocurría, de sus poros comenzó a salir magia, su magia oscura, su magia demoniaca interminable dentro de sus venas, supliendo de inmediato la carencia que tenía su parte humana.

Nunca había sentido algo similar.

Notó incomodidad en Dargan, como siempre que su magia salía así, siendo él quien era avisado de la situación.

“¿Estás bien? ¿Qué te pasa?”

No sabía que contestarle.

No entendía nada.

La alarma seguía, sin detenerse, su magia tirando de su humanidad, de cada centímetro de su carne humana.

Como si le indicase el camino a seguir.

Ahí lo entendió.

El camino que la llevaría hasta Myrtle.

El símbolo, la invocación, se lo había puesto a Myrtle, la había marcado como su pertenencia, por ende, si alguien osaba tocar su propiedad, lo sentiría, su magia la alertaría, la guiaría como un sabueso a su presa.

Le estaban haciendo algo.

Y no podía quedarse ahí.

Se movió, levantó su torso, soltando un gruñido, y las cuerdas reforzadas cedieron sin problema, rompiéndose en pedazos, todas y cada una de las que la rodeaban.

Se vio libre, sintiendo su respiración enloquecida en ira, y rara vez sentía la ira, rara vez era superior a la lujuria, pero ya lo había sentido las suficientes veces para reconocerse a sí misma en ese estado.

Notó de reojo la sorpresa en Dargan, pero no dijo nada.

Por su parte, se levantó de la cama, sintiendo cada uno de los músculos de su cuerpo tensándose en rabia, los gruñidos escapándosele, siendo la bestia descontrolada a la que siempre se referían, pero no como siempre, diferente.

Estaba iracunda, porque nadie tocaba lo que le pertenecía.

Iba a romper a quien sea que tocase lo que era suyo.

Iba a destruirlos a todos.

Corrió, no se detuvo, siguió a su instinto, a la magia que tiraba de su cuerpo semi humano, obligándola, guiándola.

No vio a nadie en el camino, o no se dio cuenta de nadie ante lo exaltado de su estado.

Avanzó desde las habitaciones hasta el templo que estaba bajo tierra, bajo el edificio principal. Sabía que había más de alguien resguardando las puertas del fondo, haciendo guardia en lo largo del pasillo en el que estaba, ya que nadie podía entrar ahí, nadie que no fuese convocado previamente, pero no le importó.

Su propia magia se encargó de quitarle a cualquiera del camino.

A quien se acercaba, su magia golpeaba sin mayor miramiento.

Corrió, las puertas siendo su único objetivo, y al llegar ahí, fue de nuevo su magia quien golpeó, quien derribó las puertas, forzándolas a abrirse de par en par.

Y ahí recién la alarma acabó, pero el pulso de magia demoniaca seguía ahí, y no se detendría hasta tener a Myrtle a salvo en sus brazos.

Había estado en el templo varias veces, había recibido muchos castigos ahí dentro, mirando desde lo bajo a los líderes que se paraban erguidos meditando un castigo, quienes la observaban con rencor bajo sus capuchas, sin el valor para mirarla a los ojos, para sentir asco de frente por un ser incompleto como lo era ella, y ahora no era diferente, solo que el objetivo de su disgusto era Myrtle, esta al medio del gran circulo.

Rara vez los líderes se acercaban, pero había una hermana, uno de los superiores, que solía perder el control en esas situaciones, sobre todo, si en las situaciones el engendro mitad demonio tenía que ver. Una mujer vieja, demasiado, la conoció así de vieja cuando llegó ahí siendo nada más que un bebé.

Las brujas tenían una vida larga gracias al oscuro, y sabía que ella había conseguido lo más similar a la vida eterna, pero con ese rostro demacrado.

Odiaba a esa mujer.

Siempre la trató como la más grande basura, siempre le dio los peores castigos, incluso cuando era una niña y no sabía cómo comportarse en ese lugar, donde nadie estaba capacitado para criar a un menor.

Y ahora, viéndola sosteniendo a Myrtle de la mano, habiéndole desgarrado la ropa, la marca que le dio plasmada en su espalda, y saber a ciencia cierta de cuanta barbaridad le dijo en la cara para humillarla, su odio creció aún más.

No podía permitir eso.

Soltó un rugido rábido, la magia volviendo a escapar de sus poros con fuerza, una onda expansiva de magia, la cual obligó a la superiora a soltar a Myrtle, a liberarla de su fuerte agarre. Fue la amenaza suficiente para hacer que todos los presentes se pusiesen firmes.

No era un mago más.

Era la herencia de un demonio.

Y por eso debían respetarla.

Myrtle corrió a su lado apenas fue liberada, buscándola, huyendo, y sintió las manos delgadas aferrándose a ella, con la misma intensidad que hace un rato, ambas compartiendo un momento intimo que quería repetir una vez más, cientos de veces más.

A pesar del alivio de tener a la mujer en sus brazos, su cordura no mermó, aún estaban en una posición comprometedora, aun había una batalla ahí, y no podía bajar la guardia.

Su ira aún estaba en lo más alto, y ese ímpetu lo iba a usar a su favor.

Y no eran solo sus ojos quienes miraban a los líderes, si no que los ojos color lila también, mirando con odio, con rencor, y sabía que lo que había pasado ahí, no era en lo más remoto agradable. Ella lo sabía mejor que nadie.

Debían acabar con eso ahora.

Ustedes me entrenaron, pero al final, son solo brujas, y yo, soy superior a ustedes.”

Y lo era.

Su sangre era superior.

Así anunciaba su propia voz, diferente a lo usual, gruesa e intensa como el mismo infierno.

Al final, todas esas personas ahí, que hacían un trato de lealtad a cambio de la magia, a los seres del infierno, al mismo Satán, robándole su energía infinita, pero no eran nada más que eso, usurpadores, no tenían su propio poder, no como ella, que tenía magia en sus venas, en su sangre, así como Myrtle, que había heredado la magia de brujas antiguas, brujas con magia real, magia proveniente de sus propios cuerpos.

No como esos ladrones, imitadores.

No se fijó en todos los lideres, solo en la vieja mujer, en la que tanto pesar le dio durante esos años, y era el momento de liberarse de todo ese rencor.

Que les quede claro, ella no es más una virgen del oscuro, me pertenece a mí, está marcada por la sangre de un demonio, y no voy a permitir que le toquen un solo pelo.”

No lo haría.

Pelearía con todo lo que tenía para protegerla.

Para darle una segunda oportunidad.

Notó los ojos lilas mirándola, intensos, suaves, aliviados incluso.

Al fin alguien la cuidaba, al fin alguien la protegía por ser quien era, y no por lo que era.

E iba a seguir haciéndolo.

Porque la amaba.

Chapter 94: Childhood Friend -Parte 6-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Nerviosismo-

 

Metió la llave, y abrió la puerta.

Aun podía escuchar el atisbo de la música de Vilma saliendo de su habitación, al menos no tan fuerte como cuando se encerró. Probablemente esta estuviese adentro con audífonos a parte de la música de ambiente, cancelando el mayor ruido posible, y tal vez intentando calmarse con eso.

Esperaba que así fuese.

Soltó un suspiro, mientras notaba que Eija había entrado, pudo sentir las manos de esta en sus brazos, como si se escondiese, o la usara de escudo, asomando su rostro, mirando la puerta cerrada, podía ver sentimientos contrarios en esta, como si quisiera que Vilma saliese, y como si quisiera que esta siguiese ahí, encerrada.

Al parecer seguiría encerrada.

Cerró la puerta de entrada con llave, y apagó la luz de la sala de estar, mientras Eija pasaba al baño, y se quedó pensando, dando vueltas a lo que sucedería.

Aún estaba algo nerviosa con ese hecho, pero se había obligado a mantener la compostura.

Esta iba a dormir ahí, nada más.

Creo.

Se vio sola en la oscuridad de la sala de estar, hirviendo, sintiéndose sudar. Estaba muy nerviosa. Sabía que había una posibilidad de que Eija intentase algo, y se sentía algo dividida, porque no se sentía lista, y al mismo tiempo sentía unas extrañas ganas de que Eija realmente intentase algo.

No, Dios, era una desvergonzada.

Eso no podía ocurrir.

No.

Eija salió del baño, y rápidamente entró a su cuarto, y no la siguió de inmediato, tomándose otros segundo más en la oscuridad, preparándose mentalmente.

Respiró profundo, y entró, cerrando la puerta tras ella.

El solo estar ahí adentro con la mujer, la hacía hervir.

Se sentía tan incorrecto.

Y si, cuando niñas hacían pijamadas, normalmente siendo Vilma quien invitaba a Eija, pero al final estaban las tres.

Pero ahora era diferente.

Ya no eran niñas.

Dio un salto cuando notó a Eija mirando alrededor, en su lugar privado, y lo primero que los verdes miraron, fueron sus cuadros apilados en una de las esquinas de su cuarto. Si, le dijo que le mostraría lo que había hecho, pero sentía que ya había pasado por demasiadas emociones para ahora sentir la vergüenza de mostrarle su arte.

Esta se agachó, frente a los cuadros, revisándolos, sin el menor escrúpulo, y luego notó que esta sujetó uno, y se levantó, levantando el cuadro en el proceso, aprovechando la luz de la mesita de noche para ver con mejor detalle.

Ese lo había pintado hace poco.

La luna.

Eija parecía interesada, mirando el cuadro, y no creía ser capaz de decirle que lo pintó pensando en esta, la luna ahí, brillante, pero con su lado oscuro, plagado de misterio.

“Son buenísimos, este me gustó mucho.”

Eija dejó ese en su escritorio, y se agachó para mirar los demás. En su mayoría eran paisajes naturales, o pinturas que hizo al mirar alguna fotografía de algún lugar en particular, para practicar dibujos de personas, de edificios.

Se vio nerviosa, sin saber que decir, mientras Eija revisaba sus cosas.

Incluso se sentía avergonzada de que su profesor de arte revisara las piezas.

Y que lo hiciera Eija…

Esta al fin se detuvo luego de mirar todas las piezas.

“Cuando me dijiste que querías ser pintora, imaginé que serías buena, pero esto me sorprendió. Eres sin duda mejor de lo que creí.”

La sonrisa que Eija le dio, la hizo sentir más tranquila consigo misma.

Le gustaba pintar.

Se sentía cómoda entre los paisas, entre los lienzos, con la pintura. Se podía tomar su tiempo, sin sentirse abrumada, sin tener que hablar, ni decir nada, solo ella y sus pensamientos.

Podía expresarse, sin tener que decir nada.

Sin sentirse agobiada al no poder decir lo que quería decir.

“Puedes quedártela si quieres.”

Eija dio un salto, los verdes yéndose a la pintura que dejó separada del resto. Era un lienzo de medio metro, no era demasiado grande, y como a Eija le había gustado, podía dárselo, de todas formas, lo hizo pensando en esta, así que tenía sentido.

La rubia tomó el cuatro, mirándolo, luego mirándola a ella, dubitativa.

“¿Estás segura?”

Asintió, sin dudarlo.

Lo hizo pensando en Eija, tenía sentido que fuese esta quien lo tuviese.

La escuchó soltar una risa luego de unos momentos, y la vio tomar un lápiz de su escritorio, pasándoselo.

“Entonces tienes que firmarlo, así que cuando te hagas famosa, tendré una de tus primeras pinturas.”

¿Hacerse famosa?

Eso jamás se le pasó por la mente.

Se vio sin saber que decir, pero Eija insistió, así que tuvo que tomar el lápiz. Se sentía avergonzada de hacer eso, pero lo hizo igual, poniendo su firma y junto a esta, la fecha. Cuando terminó, Eija giró el lienzo, mirándolo, mirando la firma, una risa escapándosele.

“Es como un recuerdo de mi confesión.”

Ah.

Se vio tragando, sintiéndose hervir.

Su habitación empezaba a ser demasiado calurosa para ese invierno.

Se dio vuelta, tensa, y caminó como robot a su armario, abriendo uno de los cajones.

“T-te prestaré un p-pijama.”

Dijo, sabiendo que tartamudeó más de lo usual.

La confesión, un regalo, y ahora dormir juntas.

Si, era demasiado para su corazón.

Cuando se dio vuelta, con un pijama en sus manos, Eija estaba frente a ella, sonriendo, divertida, con esa mueca despreocupada en su rostro. Adoraba verla así, sobre todo luego de todo lo que ocurrió, sin embargo, verla así, tan cerca, la hacía perder el aliento.

Era demasiado.

Esta tomó las prendas, las miró, las dejó sobre el escritorio, y vio en cámara lenta como esta comenzó a desabrochar su camisa.

Se tapó los ojos.

No, no podía.

Se dio vuelta, deprisa, sacando su propio pijama, y salió de ahí, prácticamente corrió al baño, y apenas entró, se topó con su reflejo, su reflejo completamente rojo. Solía avergonzarse mucho, si, era verdad, pero jamás se avergonzaba tanto como con Eija.

Ya imaginaba su sonrisa divertida por hacerla huir así.

Le iba a dar un ataque.

Se vio apresurándose, de manera inconsciente, pero al mismo tiempo se obligó a tomarse su tiempo, no quería entrar en la habitación y ver a Eija en medio de su progreso de desvestirse.

Oh no, ahí si moriría.

Pero tuvo que salir del baño, no iba a estar la eternidad ahí adentro.

Golpeó su propia puerta antes de abrirla, y Eija ya estaba vestida con una camisa y pantalones de dormir, azul oscuro, demasiado largos para su cuerpo, eso era claro. No había notado lo largas que eran sus extremidades en comparación con las de la rubia, hasta ese momento. Esta dejó su ropa doblada sobre su silla y sus cientos de accesorios en la mesita de noche, y ahora esta estaba sentada sobre su cama, esperando, su sonrisa apareciendo apenas entró.

“Bienvenida.”

Esta dijo, en un idioma que no conocía, pero por su gesto de saludo, imaginó a que se refería.

Dejó sus propias ropas del día en el armario, y se acercó a Eija, quien la observaba, los ojos verdes sin dejar de mirarla. Realmente parecía divertida ahí.

No sabía que decirle.

A ese punto, estaba demasiado perdida.

Esta soltó una risa mientras se levantaba, apuntando a la cama.

“¿Prefieres dormir a la orilla o a la pared?”

La pregunta la hizo sentir confundida. No sabía que decir, así que solo se levantó de hombros. No solía levantarse de madrugada, así que daba igual a qué lado fuese. Y en ese momento, el lado de la cama que iba a usar era la menor de sus preocupaciones.

Eija soltó una risa mientras abría las sabanas, metiéndose, quedándose arrinconada en la pared. Esta la miró, golpeando el lado vacío a su lado, y sabía que estaba demorándose en reaccionar, pero ¿Quién podía culparla? Estaba compartiendo una cama con la chica que le gustaba de toda la vida.

Notó una sonrisa divertida en Eija, mientras la miraba, y eso no ayudó a que su nerviosismo disminuyese, muy por el contrario.

“Si te dejo en la pared, quizás te acorrale, así que estás más segura a la orilla.”

No, realmente no estaba ayudando a calmar su vergüenza.

Se dio vuelta, de nuevo, como un robot, y apagó la luz. Ya a oscuras, respiró profundo, sabiendo que así, al menos esta no vería lo rojo de su rostro. Y Dios, sí que estaba roja.

Cuando volvió a la cama, sentía que había pasado una eternidad ahí, parada en la oscuridad.

Pero finalmente se acostó.

Si no veía a Eija, no podía avergonzarse.

“Realmente eres muy linda, Veera.”

No, si podía.

Se quedó inmóvil en su lado de la cama, tiesa como una tabla, y sin siquiera respirar, y cerró los ojos.

Estaba muriendo.

Escuchó a Eija soltar una pequeña risa.

“De acuerdo, no te voy a molestar más, pero quiero mi beso de buenas noches.”

Abrió los ojos de la sorpresa.

Y le sorprendió aún más el que la oscuridad no fuese suficiente para ocultar a Eija. La vio apoyada en uno de sus antebrazos, mirándola desde arriba, sonriendo, y sus ojos brillaban, como brillaban. Y estaba oscuro, muy oscuro.

Estaba ardiendo.

Abrió la boca, sin saber que decir.

Un beso.

Un beso con Eija.

Sentía que su cerebro había dejado de funcionar.

La vio besando a su hermana, o más bien, su hermana besándola, pero jamás se le pasó por la cabeza que, si se gustaban, algo así pasaría. Habría más intimidad, eso era un hecho, y por supuesto que algo así no le molestaría, el compartir un beso real.

¿Pero sería capaz de sobrevivir a algo así? Creía que su corazón explotaría.

Notó como Eija soltó una risa, su mueca tranquila, pero había algo más en esta, algo que no supo describir en ese momento.

“No te voy a obligar, Veera, tranquila.”

Esta le dijo un ‘buenas noches’, y volvió a acostarse.

¿Decepción? No lo sabía.

No estaba segura.

Pero ella misma si sentía eso, decepción.

Giró el rostro, mirando a Eija, su cuerpo acostado de espalda, sus ojos cerrados, y rostro tranquilo.

Se vio tragando pesado.

Si, era otra de esas situaciones donde se cuestionaba si era lo correcto o no.

Pero Eija lo había insinuado, no ella.

Si quería.

Se movió, se acomodó, mirando a la mujer, aprovechando la leve iluminación que había ahí dentro, y se quedó mirando cada uno de los detalles de su rostro, los detalles de su cabello rubio ahora suelto del todo, desparramado por la almohada, podía sentir su aroma a flores y el calor de su respiración tranquila.

Amaba a esa mujer.

La amaba mucho.

Cerró los ojos, sintiéndose hervir.

El valor sin llegar a ella con la velocidad que requería en esas situaciones, pero esperaba que Eija pudiese soportar aquel rasgo tan molesto de ella, que pudiese esperarla.

Porque podía.

Claro que podía, era capaz de todo si se lo proponía.

Quería convencerse a sí misma que era así, que tenía la confianza, que tenía el valor, solo necesitaba tiempo para demostrarlo.

Así que se acercó.

Se acercó a los labios ajenos.

Y la besó.

Nunca había besado a nadie, nunca había hecho lo más remotamente similar, y no se sentía con la experiencia suficiente para sentirse cómoda en ese ámbito.

Pero de nuevo, esperaba que a Eija no le molestase.

Se vio temblando cuando la mano de la mujer llegó a su mejilla, sintió los dedos pasar por su rostro, fríos ante su piel cálida, avanzando, llegando a su nuca, y esperaba no estar hirviendo tanto como se sentía hervir ante la diferencia de temperaturas entre ambas.

Eija siempre estuvo despierta, ¿No?

Por supuesto.

Pudo sentir los labios ajenos sonreír en su boca, estos moviéndose bajo los suyos, y Eija se movió, y no pudo hacer otra cosa que seguirla, sabiendo que estaba temblando con cada movimiento, que estaba tiritando de una manera que no encontraba normal, pero no podía alejarse.

El agarre de Eija era suave, sin la más mínima fuerza, sabía que podía huir, pero…

No quería huir.

Una de sus manos agarró a Eija, la manga de su pijama, y no sabía qué hacer con su cuerpo, con su nerviosismo, sintió el beso detenerse, y temió haberlo arruinado.

Pero cuando notó la expresión de Eija, podía notarla sonriendo, así como notaba sus mejillas rojas, y si las ajenas estaban así, no quería imaginar cómo estaban las propias.

“Relajate, soy una debilucha, pero no me voy a romper.”

Le sorprendió la honestidad con la que esta habló, y le sorprendió más cuando la mano en su nuca se movió, avanzó por su cuerpo, haciendo leves movimientos solo para que se acomodase, la mano terminando en la suya.

No quería aplastar a Eija, ni nada similar, pero iba a aceptar lo que esta le dijo, e intentó acomodarse, apoyando parte de su cuerpo en esta, y así pudo volver a besarla, y ya estaba más cómoda, sin embargo, los temblores no acabaron, sobre todo cuando la mano izquierda de Eija llegó a su cintura, abrazándola, y se vio obligándose a no hacer algún sonido indebido.

Porque creía que en ese momento podría pasar algo así.

Sobre todo, con los movimientos que Eija estaba haciendo con su lengua.

Estaba hirviendo, como nunca antes.

Sentía que la situación estaba calentándose más de lo que debía, y no sabía qué hacer, no se sentía capaz de dejarse llevar lo suficiente para no ser una molestia para la mujer.

No quería decepcionarla.

Quizás fue su inseguridad la que detuvo aquel beso.

Ya que ya no sentía los labios ajenos en los suyos.

Era un desastre.

Pero Eija no la miraba como si lo fuese, y eso era lo único que podía darle paz en ese instante. Esta solo sonreía, mostrando sus dientes, animada.

“Se que sonará vil de mi parte el dejarte a ti que tomes la iniciativa, pero quiero hacer esto a tu ritmo, ¿De acuerdo?”

Oh.

El beso, ella lo inició.

Eija no quería forzarla, porque sabía que era vergonzosa, que se podía incomodar, que podía aceptar, tal y como pensó unos momentos atrás, lo que Eija quisiese hacer y no sería capaz de detenerla, por su timidez, por su vergüenza, por su nerviosismo.

Se volvió a acomodar en su lado, sintiéndose nerviosa, pero por otra razón.

Realmente le gustaba mucho Eija, de hecho, sentía que a cada segundo se enamoraba más.

Esta se le acercó, dejándole un beso en la mejilla, sensación que quedó en el lugar por más tiempo del que creyó.

La escuchó reír, y la observó, sus ojos conectando.

“Pero no me hago responsable de los abrazos que te dé mientras duermo, que hace mucho frio y eres muy cálida, te necesito cerca para sobrevivir la noche.”

Esta dijo antes de acomodarse en su lado, dispuesta a dormir, dramática como siempre.

Eso no le molestaría, por el contrario…

Finalmente, cerró los ojos, calmándose poco a poco.

Todo ese caos, era innecesario, podía haber sido evitado, pero si ahora podía besar a Eija, si podían ser algo más, entonces estaba feliz de que todo hubiese colapsado, por muy egoísta que sonase de su parte.

La amaba demasiado para importarle.

Sonrió, y se quedó dormida, sin darse cuenta cuándo ni cómo.

Al lado de Eija estaba en paz.

 

Chapter 95: Succubus -Parte 10-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Herencia-

 

No iba a detenerse ahí.

Debía cuidarla, y tenía el poder para hacerlo.

La vieja la miró, la superiora, dejando de ocultar sus ojos bajo la capucha, mostrando su ira, mostrando su rostro arrugado contorsionado en rabia.

“Siempre eres tú quien termina causando un caos, pequeño adefesio.”

Se vio apretando los dientes.

Recordaba ese nombre, se lo había dicho desde que era una niña, y a pesar de la ira, su lado demoniaco la hizo sonreír.

Tal vez siempre sería un adefesio…

Pero ya no era pequeña.

La magia salió de su cuerpo, los cristales brillantes moviéndose alrededor de su cuerpo, como una barrera, como una demostración de poder.

Ahí tenía el poder.

Una pena que este adefesio haya crecido y se haya convertido en lo que ustedes no pueden controlar.”

Su voz sonó de nuevo con la misma fuerza, ya sin la menor pizca de humanidad, porque en ese momento ya no tenía nada de humana, solo era un demonio.

Y por lo mismo, nadie podría controlarla.

Ahora tenía una razón para pelear de vuelta.

Ya no se quedaría de rodillas aceptando su castigo, no, estaba haciendo lo correcto, y no iba a dejarse intimidar por esas personas.

Para su sorpresa, la vieja comenzó a reír. La notó moviéndose, su cuerpo cubierto de negro, la capucha ocultando sus ojos por un momento. No esperó ese desplante.

Al parecer no era suficiente.

Cuando la bruja dejó de reír, los pequeños ojos se asomaron por debajo de la capucha, mientras levantaba una mano.

“Sabes bien que debes seguir nuestras reglas, o el castigo llegará, más fuerte que nunca.”

Los labios ajenos se movieron, y antes de darse cuenta, ya era demasiado tarde.

Sintió como la magia latente en su cuerpo simplemente se desvaneció. Una ráfaga de viento pasó por su lado, llevándose toda la magia que la rodeaba. Supo de inmediato que sus facciones habían cambiado, así como la fuerza que sentía en esos momentos.

De un momento a otro, se vio sin una pizca de poder.

La había vuelto su versión más humana.

Había contenido al demonio.

¿Podía hacer eso?

Se quedó un momento inerte, pensando. Podía ver los ojos de Myrtle mirándola, notando el cambio evidente, clara preocupación en sus facciones.

Sintió ira, mucha ira.

Esa vieja podía usar un hechizo para controlar su lado demoniaco, podía quitarle el poder, como en ese instante, donde ni siquiera era capaz de invocar algo de magia, nada, el demonio metiéndose bien adentro de su media humanidad. Lo peor de eso, de ese ataque, era saber que la bruja había escogido un hechizo aún más dañino para usar en su contra, había usado durante todos esos años un hechizo que mantenía el demonio a raya, pero que le dejaba secuelas, que le dejaba dolor, que le dejaba pérdidas de memoria.

En vez de enseñarle ese hechizo a Dargan, le enseñó uno que la lastimaba.

Y sabía que lo había hecho de adrede, solo para hacerle daño.

No pudo contener la ira, apretando los dientes.

Esa gente jamás le tuvo el más mínimo respeto, solo querían que sufriese, que muriese, y aun no entendía la razón, era ira, eran celos, era envidia, podía ser por cualquier razón, pero siempre fue así, desde el comienzo, y eso mismo la hizo sentir menos capaz de adaptarse a ese culto.

La vieja se acercó, avanzó rauda, sin dejar de lado su intención principal, terminar el trabajo que empezó, y con una mano le lanzó un hechizo, forzándola a retroceder, se sentía como una gran pared invisible empujándola, alejándola de Myrtle, mientras la vieja la sujetaba de nuevo, la mano huesuda aferrándose como una garra a la muñeca delgada de la mujer.

Su mujer.

La alerta volvió a resonar en su cuerpo, y podía ver desde ahí como la marca en la espalda de Myrtle brillaba, como un latido, como una alarma, como sonaba en su propio interior. Pero no se sintió fuerte como cuando estaba en cama, la magia saliendo, no, solo la sentía adentro, encerrada en su interior, deseando salir, pero incapaz de hacerlo.

Soltó un gruñido de impotencia, mientras la bruja sonreía, satisfecha.

No podía pelear de vuelta.

No podía hacer nada.

Puso las manos en la barrera, también la frente, sintiéndose arder en ira, pero no había magia, no había demonio, nada, solo el aviso incesante en su interior, alertando de que su propiedad estaba siendo mancillada pero no podía hacer nada para evitarlo.

Notó los ojos lilas observándola, y la miró de vuelta, y sabía que en ambas existía la misma preocupación nítida en sus expresiones.

No podría protegerla.

Sus manos, de la nada, pasaron de largo, luego de haber hecho fuerza para eliminar la barrera invisible frente a ella.

De un segundo a otro, dejó de existir.

Las velas alrededor del templo se apagaron y se prendieron, con el mismo ritmo que la alarma en su cuerpo. Los líderes se miraron entre ellos sin saber que ocurría, y por su parte, lo que ocurría o no era lo que menos le importaba. Sea lo que sea que estuviese pasando, lo agradecía, ya que estaba libre. Corrió donde Myrtle, usando su fuerza inhumana para empujar a la bruja, para alejar sus manos de lo que le pertenecía, haciendo que esta retrocediera hacia atrás, varios pasos.

No tendría poder, no tenía magia, pero, aun así, era un adefesio, un fuerte adefesio.

Se aferró a Myrtle, gruñendo, sin tener la más mínima intención de que la volviesen a alejar, pero la vieja ya no parecía tener ese objetivo, simplemente miraba al resto de líderes, una pregunta evidente en sus rostros, hasta que la vio correr, hasta que la vio volver a su lugar con el resto de líderes, todos ordenados en ese semicírculo.

Las velas se apagaron del todo, para luego encenderse, las llamas ya no siendo amarillas, naranjas, ahora siendo nada más que rojo, rosa.

Una marca apareció al medio del templo, dentro del círculo, un patrón que recordaba haber visto cientos de veces, pero jamás así, jamás había sentido tanta magia saliendo de un patrón similar, nunca.

Era algo fuerte.

Algo más fuerte que cualquiera en ese culto.

Que cualquier magia.

Ni siquiera la propia.

Myrtle se agarró a ella, sabiendo por instinto lo que eso significaba.

Se escuchó un temblor en el templo, y notó pánico en los lideres.

¿Humanos inferiores forzando a un demonio a seguir sus estúpidas reglas?”

Se escuchó una voz, una voz infernal, más que la propia en su momento de mayor locura.

Luego la vio.

Formándose sobre el símbolo circular, empezó a aparecer una mujer.

Un demonio.

Esta no las miraba, les daba la espalda a ellas, pero sus ojos se enfocaban en los lideres, siendo ellos a quien recriminaba aquel ser.

Desde su posición solo podía ver sus grandes alas, sus cuernos, su cola y su cabello.

El demonio soltó una risa estruendosa, las llamas de las velas creciendo con el mero gesto.

Son un culto poderoso, un aquelarre cuya fuerza proviene solo de ese ‘engendro’ como la llamaron, su sangre demoniaca les ha dado a todos ustedes la fuerza para sobresalir.”

¿Qué?

¿Era así?

El demonio flotaba en el aire, sus alas apenas meneándose para hacer el gesto, y veía la magia salir de cada uno de sus poros, poderosa, capaz. Y esta se giró, y por fin pudieron verle el rostro al demonio.

Los ojos, los cuales la observaban fijamente, le resultaron familiares.

Deberían agradecer que ella no terminó violando y matando a cada brujo de este culto, porque sería capaz de hacer eso y más.”

El demonio sonrió, mirándola a ella, luciendo orgullosa.

Esos ojos…

Claro que había visto esos ojos muchas veces.

Eran sus propios ojos.

No podía ser una coincidencia.

“¿¡Mamá!?”

No podía ser verdad.

Tragó pesado, sintiendo la garganta seca, un montón de emociones incrustándose en su pecho.

El demonio ahí, flotando, solo agrandó su sonrisa, contestando a su pregunta sin menor palabra.

¿Era así?

No podía equivocarse, veía rasgos similares a los propios en ese demonio, los ojos eran iguales a los propios, los ojos de un súcubo. Y aceptar que era así, que había parte de esa magia, de ese ADN en su cuerpo la hizo sentir dos cosas, felicidad y profunda tristeza, ya que al fin le ponía un rostro a alguien que contribuyo en su nacimiento, y al mismo tiempo se daba que esa súcubo la procreó, pero la abandonó, ahí, en aquel lugar, en aquella cárcel.

Su mente dejó de dar vueltas cuando los lideres empezaron a pedir perdón, menos esa vieja, que era la única que parecía paralizada de la sorpresa.

Claro, era la primera vez en esos años que alguien se aparecía cuando la atormentaba, si, esta siempre tuvo todo el tiempo, toda la libertad, de herirla, de atacarla, de reducirla, de castigarla, y nadie le dijo nada, nadie la detuvo, nadie la castigó, pero ahora era diferente.

La súcubo puso los pies en el suelo, dejando de levitar en el aire, y se le acercó, esta notándose más baja que ella a pesar de las altas botas de tacón que usaba, pero a pesar de su tamaño, su poder era intenso, más de lo que nunca había experimentado, ese era el poder de un demonio, de un demonio real, completo.

“Ha pasado un tiempo, niña, has crecido.”

¿Un tiempo?

“¡Han pasado años!”

No recordaba los primeros años de su vida, pero, aunque los descontara, aún tenía más de veinte años sin tener ningún recuerdo de sus progenitores, absolutamente nada, solo fue abandonada, como un bebé, viviendo en ese mundo que no estaba hecho para alguien como ella.

Ante su claro enojo, la súcubo comenzó a reír, como si le hubiese contado una broma, y nada de eso le parecía gracioso.

Sintió los dedos de Myrtle en su antebrazo, firmes, notaba cierto miedo en esta, incluso sin mirarla, y al final, ella era una posesión del infierno. Pero no, ahora no, ahora era suya, de nadie más. Posó una mano sobre las de la mujer, intentando calmar su preocupación.

No iba a dejar que nadie le hiciera nada.

Y ahora, creía tener un aliado, ¿No?

Soltó un suspiro, sabiendo que el tener a la mujer al lado era suficiente para calmar los sentimientos enloquecidos que tenía dentro, siempre era así, no por nada era su compañera.

“¿Por qué ahora? ¿Por qué apareces ahora?”

La súcubo la observó, luego observó a Myrtle, y luego giró el rostro, mirando a los líderes, quienes estaban en silencio, en posiciones sumisas, como debían actuar al tener a un ser todo poderoso como un demonio, a quienes ellos servían como iglesia oscura.

Cuando los ojos la observaron, esos ojos que había visto en ella varias veces, en cada reflejo, esta parecía divertida, enérgica, dejando ver sus colmillos, y por inercia se vio frunciendo los labios, sabiendo que incluso ese rasgo lo había heredado, solo que incompleto.

Así era ella, incompleta.

“Claramente por lo que hiciste, tu magia está conectada directamente a mí, y cada vez que la usas, puedo sentirlo, pero esto, marcar a un humano, no, a una bruja original, es sin duda algo de lo que no pude perderme.”

Había heredado la magia del súcubo, había heredado sus características físicas, y ahora se preguntaba que habría heredado de los humanos que participaron en su procreación, aunque dudaba que el demonio fuese a responderle algo así, ni tampoco quería saberlo, ya que, aunque así fuese, no podría aparecerse frente a sus puertas y contarle las noticias, siendo lo que era, luciendo así.

Probablemente mataría a un humano normal del puro susto.

La súcubo soltó una risa, una risa estruendosa, infernal, girándose, mirando a los líderes, estos saltando con la atención inesperada, uno de sus dedos apuntando hacia la vieja, esta temblando, su rostro arrugado contorsionándose en pánico, y le causó gusto el verla así, luego de haber sufrido por su culpa durante todo ese tiempo.

“¡Y aproveche de quedarme a mirar el espectáculo! ¿No te dije que la cuidases, vieja bruja? Mereces un castigo por no poder hacer nada bien.”

Su madre no parecía enojada, por el contrario, parecía divertida, como si todo eso fuese tal y como dijo, un espectáculo, y se sintió amargo pensar que esta la debió ver más de alguna vez cuando usó su magia, pudo ver lo que le ocurrió, como la trataron, como le tiraron hechizos que la dejaban en cama por días, pero nunca hizo nada para ayudarla.

La sensación agradable de saber parte de sus raíces no era suficiente para mermar el dolor que la carcomía, que la carcomió durante todos esos años.

Sintió una de las manos delgadas de Myrtle saliéndose de su agarre, y la sintió acariciando su mejilla, y de inmediato giró el rostro, buscando los ojos de la mujer, los ojos lilas, brillantes, que hacían milagros calmándola, así como esta notaba de inmediato cuando sufría, siempre fue así, desde un comienzo.

Le gustaría que le fuese así de fácil el entenderla a esta.

¿Qué hacer ahora?

Su madre se había inmiscuido, ¿Qué podían hacer ellas ahora?

Myrtle iba a esperar el ser exiliada, pero salir de esos muros no era seguro, ni tampoco para sí misma que lucía así, así que no podían huir tampoco, así que solo podía esperar, el ver si su creadora lograba mermar el odio de los lideres hacia ella, el odio de Satán hacia ella, solo así podrían seguir juntas.

Pero no pudo moverse, simplemente sujetó la mano de Myrtle que estaba en su mejilla, disfrutando del tacto, de la cercanía, sintiendo que pasó una eternidad desde que estuvieron juntas, pensando en la pronta despedida, y ahora esa sensación permanecía, la incertidumbre de no saber si iba a poder seguir al lado de Myrtle o si sus caminos se separarían para siempre.

Iba a decirle algo, no sabía qué, pero no pudo.

La súcubo evitando que pudiese decir nada.

“Pero es ella la que tiene que castigarte por todos estos años de abuso, y hacer valer la sangre demoniaca que tiene dentro.”

Se vio saltando, así como Myrtle, ambas girando el rostro, buscando a la mujer, cuya sonrisa parecía aun rebozar en emoción, en diversión, mientras la apuntaba a ella con el dedo, y era evidente que, para esta, todo eso era un juego, al final, era un demonio, y vidas mortales como las de ellas, no eran más que eso para un ser eterno.

Un juguete.

Se vio tragando pesado.

Y de inmediato negó.

No se consideraba una persona vengativa, y ahora, en ese segundo, el pesar, la incertidumbre, el dolor era más fuerte que cualquier sentimiento de rabia que sintió minutos antes, su sangre hirviendo, pero apenas negó, la mujer asintió, y supo que aquello era más una orden que una petición, que un consejo.

Esta la observó, sus ojos notándose brillantes, aún más, malévolos, un plan en su cabeza, un nuevo juego, un nuevo movimiento para las piezas de ajedrez en su mando, y la vio acercándose, y más que acercarse a ella, la notó acercándose a Myrtle, y de inmediato se interpuso, usando su cuerpo grande como defensa, como muro entre ambas.

Si bien era su madre, seguía siendo un demonio, el cual no conocía, en el cual no confiaba, así que no la dejaría acercarse a su propiedad.

Pero no notó sorpresa en la súcubo, por el contrario, era como si esta se lo esperase.

“La bruja original tiene más poder que muchos en este culto, su magia es más valiosa que su virginidad, y si bien Satán debe estar furioso de que le quitases lo suyo, puedo darle inmunidad, para que no tenga castigo, y así, pueden seguir aquí, ambas, libres.”

¿Qué?

Se vio girando el rostro, buscando el de la mujer tras ella, cuya expresión era de sorpresa, tal y como en su propio rostro.

Eso no se lo esperó.

Se vio frunciendo el ceño.

¿Cuál era el truco?

“¿Qué quieres a cambio?”

Un demonio siempre velaba por sus propios intereses, llevaba estudiando sus raíces demasiados años como para no saber algo tan básico, y al mencionarlo, la sonrisa de esta creció aún más.

“Ya te lo dije, usa tu poder para humillar a esa bruja que te hizo tanto sufrir, humillala como ella te humillo, dejame verte explotar el poder que te di.”

Pero…

Vengarse así…

Apretó los puños.

No era lo correcto, pero si con eso podía darle la libertad que Myrtle necesitaba, lo haría, al fin y al cabo, si alguien ahí se merecía su odio, era esa vieja.

Cuando dio un paso adelante, determinada, se dio cuenta de un problema.

“Me quitó toda la magia.”

Pero para un súcubo, para un demonio, eso no era nada.

Esta chasqueó los dedos, y de inmediato sintió la piel extraña, la magia saliendo de sus poros intensamente, desbloqueándola, permitiéndole que saliese al fin desde dentro, y se sintió fuerte, controlada, como nunca.

No había hecho nada aun, pero creía que algo había hecho su madre para que su cuerpo se sintiese así, como nunca antes.

“Yo cuidaré a tu chica, así que ve allí, y destrúyela por dentro.”

Quizás era algo de lo que se sentiría culpable después.

Pero moriría por dentro si los lideres alejaban a Myrtle de ella.

Así que haría lo que sea.

Dio un paso adelante, su postura firme, la magia saliendo de sus poros, y se paró frente a la vieja, a varios metros de distancia, pero se podían ver los rostros sin problema, y notaba miedo en esta, ya no parecía segura de la situación, ya no tenía control.

Y quería destrozarla por todo lo que le hizo.

Por todo lo que le hizo a Myrtle.

No la perdonaría.

Sintió sus ojos teñirse, su cuerpo encorvarse, la magia saliendo, el demonio saliendo, la ira rasgando su piel y saliendo a la superficie.

Pero antes de avanzar, notó a la súcubo de reojo, esta levitando, moviéndose, danzando por el aire, y sintió las manos de esta en sus hombros y la respiración en su oreja.

“No uses tu rabia, quiero que uses lo que te hace un súcubo.”

La voz de la mujer fue nada más que un susurro para que solo ella la escuchase, y no entendió lo que esta le dijo. Normalmente, cuando hacía de las suyas, era por el olor ajeno, el calor en los cuerpos, el deseo de ver más, de llevarlos a todos al éxtasis, pero no sentía nada así de esa vieja, ni sentía la más mínima atracción para ayudar en el acto, de hecho, el solo pensarlo le daba asco.

Como si el demonio le leyese la mente, lo que era posible, esta hizo un sonido con su boca.

“Solo te has perdido en ti misma, nunca has tenido control de tus poderes, y me declaro culpable de tu inoperancia, pero ahora, te daré una lección rápida.”

Y ahí, sintió a su progenitora moverse a su alrededor, llegando a su otra oreja, y realmente esta estaba divertida haciendo todo eso. Su madre la estaba usando para divertirse, pero, por una parte, lo prefería. Le dolería mucho más que esta se presentase y fuese la imagen perfecta de buena madre, y luego la perdiese de nuevo, por otros treinta años.

Prefería verla así, como lo que era, un demonio egoísta, insensible, vil.

Y eso tenía que ser ella misma para hacerla sentir conforme, para darles lo que necesitaban, que era darle inmunidad a Myrtle en el infierno, para que nadie viniese del otro lado para castigarla.

Podría defenderla, a duras penas, de brujos, de magos, de guerreros, pero de un demonio, ahí su poder sería mermado por completo.

Sintió la mano de su madre ahora en su mandíbula, y no sabía si la estaba apretando o no, su cabeza más enfocada en la vieja frente a ella, el calor de su cuerpo ante la ira aun ferviente.

“Mirala a los ojos, concentrate en esta, intenta meterte en su cabeza, destruirla por dentro, piensa en lo que debe hacer, lo que te gustaría que esta hiciera para humillarse a sí misma, para hacerla sentir inferior y vulnerable como te hizo sentir a ti.”

Se escuchó a si misma gruñendo, su cuerpo perdiendo el control, pero su cabeza intentaba con todas sus fuerzas el entender lo que el demonio le decía, que en ese segundo sonaba a puras metáforas.

“Tus feromonas harán el resto, tu cuerpo hará el resto, tienes mi sangre, debes ser capaz de hacerlo.”

Confiar en sí misma no era algo que solía hacer, algo que sintiese, pero en ese momento, con la energía saliendo con fuerza, sintiendo el flujo constante, controlado, creyó que si podría hacerlo.

No, debía hacerlo.

Si entretenía al demonio, lo conseguiría.

Así que eso hizo, fijó su mirada en la de la vieja, y avanzó, uno, dos pasos, y liberó su cabeza, el demonio estando ahí, tomando su humanidad, y con eso, los pensamientos retorcidos aparecían libremente, y los enfocó hacia la bruja que tanto la lastimó.

Que tocó lo que le pertenecía.

Que la humilló a ella.

Y humilló a su mujer.

E iba a hacerla sentir humillada, iba a hacerla sentir avergonzada de estar viva, de respirar.

Sus feromonas comenzaron a salir sin problema, como siempre, saliendo por inercia, contaminando los cuerpos humanos, incapaces de resistirse a un poder inhumano.

Entonces vio a la mujer caer al suelo.

Su rostro rojo, su cuerpo tembloroso, sus ojos cambiando de sorpresa a un sentimiento mucho más oscuro, mucho más instintivo, pero, aun así, esta no pudo desviar la mirada de ella, y ella misma no podía hacerlo, aunque mirar a esa vieja era lo que menos quería en ese segundo.

Notó sorpresa en el resto de líderes, estos alejándose, tomando distancia, mientras la más veterana de ellos se retorcía en el suelo, haciendo sonidos perversos, salivando como lo era una, una perra sucia.

Se vio sonriendo, disfrutando de la escena, sintiendo tanto asco como satisfacción, y se acercó más, queriendo ver si la poca distancia la enloquecía más, y así fue, el rostro de esta contorsionándose, las manos huesudas removiéndose, una de estas acercándose a ella, rogando por atención, y se vio soltando una risa ante la imagen patética frente a ella, y con todo el desdén que era capaz de musitar, le puso el pie encima y la empujó, alejándola.

Escuchó una risa infernal resonar, su madre disfrutando del espectáculo, pero no le prestó mayor atención, su mente nublada con pensamientos turbios, con pensamientos retorcidos y ofensivos que no eran propios, si no que era el demonio dentro que la contaminaba.

No era una buena persona, no ahí, no en ese momento.

Y una parte de ella, la más humana, esperaba que Myrtle no la viese diferente por lo que estaba haciendo, por cómo estaba actuando, porque esa persona, ese demonio, no era ella, ni quería ser así.

Pero lo era.

La vieja se arrastró, su cuerpo húmedo, tembloroso, deseoso, sus feromonas afectándola más que nunca, dándole ansias, dándole sentimientos que esta no debió de haber experimentado en cientos de años, y ahora los sentía por ella, por el engendro, y volvió a reír cuando esta se le volvió a acercar, suplicándole que acabase con esa tortura, salivando, llorando, débil, vulnerable, ya no más mostrándose como la bruja todo poderosa que se hacía llamar cuando era una niña.

Donde la dejaba en el suelo, castigándola, golpeándola por su comportamiento, pero no podía decir nada, hacer nada, porque la acostumbró a ser nada más que un ser inferior.

Ahora esta era inferior.

“Eso, sigue suplicándole al engendro por misericordia.”

Se vio soltando otra risa, una risa lúgubre, infernal, tal y como la de su madre, la voz de un demonio, del ser en el que se trasformaba cuando era incapaz de controlar sus emociones.

Y ahora lo había invocado de adrede.

Y se sentía agradable, normal.

Una mano volvió a intentar tocarla y esta vez su pie lo dejó sobre esta, aprisionando la mano entre su zapato y el suelo, haciéndola soltar un quejido, que más de dolor, era por las emociones retorcidas que le estaba metiendo en la cabeza, haciendo explotar su cuerpo.

Era denigrante.

Se vio levantando la mirada, desconectándose de los pequeños y turbios ojos de la vieja sucia, y miró al resto de líderes, todos saltando al ver sus ojos, al saber lo que era capaz de hacer ahora, a la distancia.

“Si se meten conmigo o mi propiedad, les voy a hacer esto mismo, los haré suplicar, los haré humillarse, los haré arrastrarse por el suelo frente a toda la iglesia, los destruiré por dentro, uno por uno, hasta que queden sin dignidad alguna.”

Su voz salió rabiosa, tenebrosa, irreconocible incluso para sí misma, y ahí, retrocedió.

Se alejó de los lideres, se alejó del cuerpo encorvado de la vieja, y volvió a tomar su lugar al lado de Myrtle, sus ojos volviendo a la normalidad, habiendo calmado al demonio, este saliendo, haciendo de las suyas, y luego ocultándose al estar satisfecho.

Estaba satisfecha.

Así que ya no necesitaba enloquecer más.

Sintió la cabeza más fría, menos nublada, y temió mirar a Myrtle y ver una mueca que la lastimaría, así que se esmeró para ignorarla, al menos hasta que esa situación se acabase, cuando fuesen libres.

Y los lideres parecían saber su lugar, dudaba que fuesen a molestarla de nuevo, ahora el demonio debía cumplir con su parte.

Escuchó a su madre aplaudir, su cuerpo moviéndose por el aire, girando, riéndose, eufórica.

“Eso fue mucho mejor de lo que creí, así que cumpliré con el trato, tu posesión estará a salvo.”

La súcubo se le acercó, sus ojos rosas mirando a Myrtle, y su cuerpo volvió a reaccionar, poniéndose entre ambas, evitando que se acercase más, le iba a dejar en claro que no dejaría ni que un demonio se le acercase, nadie, moriría evitándolo. Y esta, de nuevo, no parecía sorprendida con su movimiento, por el contrario, sonrió aún más que antes.

“La bruja original es realmente valiente para aceptar a un ser como tú, a alguien con esta sangre, así que espero grandes cosas de ustedes dos.”

Por inercia miró a Myrtle, a pesar de que dijo que no la iba a mirar, que no era capaz, pero le sorprendió la seriedad en el rostro de esta, de la determinación.

Y de nuevo, deseaba tener una habilidad para entender mejor a su mujer.

Sea como sea, su madre se alejó, volviendo al centro del templo, el símbolo formándose a sus pies, y esta le hizo una seña a los líderes, estos saltando de nuevo, y luego giró hacia ellas, despidiéndose con una de sus manos, y sin más, esta desapareció, las velas tintineando, el lugar volviendo a su color normal, y ahí, solo quedó silencio, uno incomodo, lo único que se oía eran los jadeos de la vieja, nada más.

No supo que decir, que hacer en ese momento, así que solo reaccionó a tomar la mano de Myrtle, y darse la vuelta, golpeando las puertas dobles, saliendo de ahí.

Ya estaba hecho.

Eran libres, lo demás ya poco importaba.

Y se calmó cuando la mano de Myrtle apretó la suya, y la incertidumbre mermó.

Si, ya nada más importaba, ahora podían vivir en paz.

Juntas y libres.

Chapter 96: Antihero -Parte 11-

Chapter Text

ANTIHERO

-Terquedad-

 

“Estoy en desacuerdo con esto.”

Escuchó a Devna hablar, su voz tensa, rígida, y sintió que estaba siendo regañada, aunque aquellas palabras no iban hacia ella en lo absoluto, pero quizás si iba un poco dirigido a ella, como si le dijese con eso que su respuesta tenía que ser que no, pero ¿Cómo le iba a decir que no a esa niña? No, no sería capaz.

Podía ser una mujer inmoral, pero Devna era su debilidad, y por lo mismo, su hija, también lo era.

“Solo quiero aprender a defenderme, y ella sabe pelear, soy una chica grande.”

Apretó los labios, aguantando la risa al escuchar a una niña tan pequeña diciendo eso.

¿Grande?

Oh no, diminuta.

Pero apreciaba el valor que la niña tenía, así como sus ojos, determinados, seguros, sin la menor vacilación, sin siquiera miedo al ver los ojos de su madre, que vaya tenía una mirada intimidante, pero no, nada, estaba lista para iniciar ese camino, para hacer lo correcto, para aprender a ser fuerte, para ser fuerte.

Devna negó, de nuevo, sujetándose las sienes, sabiendo que Prisha iba a seguir insistiendo, era terca, tal y como su madre, y verlas así, frente a frente, discutiendo, le hizo sonreír.

Ya habían pasado tres días ahí, y le parecía sorprendente como ambas habían retomado su relación madre e hija, por supuesto que tenía celos al respecto, o sea, ahora tenía que compartir a Devna, pero le gustaba el verla así, modo maternal, la hacía lucir incluso más guapa.

Cerró los ojos un momento, imaginándose que cuando esta decía ‘cariño’ se refería a ella, y la mera idea la hacía soltar una risa estúpida.

“Tu podrías ponerte de mi lado en esto, en vez de quedarte ahí riendo como una tonta.”

Ah.

Si, ella también estaba involucrada en el regaño.

Abrió los ojos, cruzándose de brazos, sin saber que debía decir, o más bien, sabía que iba a decir, y a Devna no le iba a gustar eso, así que tenía que pensar en otra cosa.

Como sea, la iba a regañar igual, y como se veía bonita, iba a disfrutarlo.

“Hay un psicópata suelto que va tras nuestras cabezas, siempre es bueno tener precauciones.”

Devna la miró, su rostro sorprendido, incrédula, y de inmediato frunció el ceño.

Ups.

Si, se enojó, que hermosa mujer.

“¡Es una niña!”

Bueno, eso era obvio, aun así, miró a la niña que estaba ahí parada, su cabello liso largo haciéndola lucir incluso más pequeña de lo que era. Y si, esa niña, aunque empezara ahora a entrenarse, a aprender a pelear, le faltarían años para tener el cuerpo para realmente poder enfrentarse a alguien, y la experiencia, pero, si iba a hacerlo, mejor empezar ahora.

Además, no era solo una niña.

Se levantó de donde estaba, acercándose a Devna, y notó lo cansada que se veía, tenía claro que esta no había dormido bien los últimos días, monitoreando las noticias, monitoreando las cámaras, haciendo todo lo posible para mantener el perímetro seguro, así como la había cuidado a ella que pasó un día entero ahí, tirada sin recuperarse del todo, así también como debía retomar su papel de madre y cuidar correctamente a su hija.

Y ahora empezaba a ser claro que se estaba agotando de más.

Acercó su mano a la mano de esta, que seguía en su frente, y la quitó de ahí, sujetándola en la suya, y la apretó. El ceño fruncido no disminuyó, pero si se vio menos reacia a seguir discutiendo que hace un minuto.

Lo cual era bueno, ¿No?

“No es una niña normal, Devna, tiene tu sangre, no puedes pretender tratarla como si fuese cualquier otra niña, porque no lo es.”

Antes de que la mujer pudiese responderle, claramente aun con fuerzas para llevarle la contraria, vio como la niña se acercó, sujetando a la matriarca del vestido, tirando de ella, sus ojos oscuros lucían brillantes, los ojos inocentes de un niño, pero tampoco tenían tanta inocencia, al haber vivido esos últimos años en un encierro constante, donde le arrebataron la libertad y la familia.

Donde pasó de ser un humano, a nada más que un experimento.

Y ella mejor que nadie, sabía lo que eso era.

Se alegraba de haberla sacado de ese lugar antes de que fuese demasiado tarde, antes de que alcanzara una edad segura para que empezaran con sus experimentos, antes de que la usaran para conseguir lo que querían, hacer héroes, o más bien, crear peones, a costa de su vida.

Y así, tener sus propios soldados invencibles.

Una compañía cuyas siglas formaban la palabra héroe, era solo una fachada para encubrir sus malas intenciones con algo bueno, como era tener personas que protegieran la ciudad.

Vaya mentira.

Lastimar a los ciudadanos, someterlos a tales tratos, no podía justificarse, menos haciéndoselo a un niño.

Se quiso reír de sí misma, sabiendo que se sentía más moral que nunca últimamente, y vaya sentir más extraño. Pero todo por Devna, ya lo dijo, su debilidad.

“Quiero hacerme fuerte, para que nadie más tenga que pasar por lo que yo pasé.”

Y oír eso, de una niña, la hacía sentir más moral que nunca.

Esas personas la habían ablandado.

Devna miró a su hija, sin saber que más decir, y se veía una tarea imposible, esa niña se veía segura de sí misma, se veía determinada, demasiado para ser lo que era, una niña, pero era buena, demasiado buena, y se preguntaba, si en algunos años más, su moralidad, su bondad, se vería mermada por lo que le ocurrió, por las injusticias que vivió, tal y como le pasó a Devna, que el dolor fue insoportable, y tuvo que traicionar sus propias creencias para hacer justicia.

Ella misma no se consideraba buena, ni recordaba haberlo sido, y quizás el mundo golpeándola desde niña fue lo suficiente para hacerla sentir tan poca empatía por los demás. Nadie había hecho nada por ella, así que no haría nada por nadie, fue lo que se dijo, lo que se prometió, cuando tuvo una edad similar a Prisha, así que iba a pensar en sí misma, iba a hacerse feliz a sí misma, y conseguir lo que más deseaba, el ser reconocida, no ser más la niña a la que nadie miraba, a la que nadie ayudaba, quien era invisible, y quizás, si consideraba el mundo en el que estaba, ese pudo haber sido su poder desde el comienzo.

Estaba ahí, pero nadie la veía, por lo mismo se aferró tanto a Dodek, porque fue el único que la vio, que la miró, fue la primera persona que le prestó atención, aunque todo ese tiempo fue también un acto egoísta, para salvar su propio pellejo teniendo a Wladislawa ahí, ayudándolo, y así fue.

Uno no nacía bueno o malo, era el mundo que los convertía.

“De acuerdo, Wladislawa puede enseñarte, pero nada de excederte, ni tu tampoco.”

Pudo sentir la mirada amenazante de la mujer, y solo pudo sonreírle.

Si, no era una buena persona, pero no iba a usar su super fuerza contra una niña.

Prisha cambió de inmediato su expresión determinada, segura, madura, cuando se alegró, claramente feliz de conseguir que su madre le hiciera caso, que le diese permiso, y ahí la vio de nuevo como lo que era, una niña, saltando al conseguir lo que quería.

Si, era realmente diferente a como era ella misma a esa edad.

Era un semi dios, era un ser divino, tal y como su madre, y por lo mismo, había luz dentro de esta, mucha.

Sintió las manos de Prisha en una de sus manos, y esta comenzó a tirar de ella, mientras intentaba moverla, saltando como un pequeño conejo, y solo pudo seguirla.

Si, esta iba a querer empezar con el entrenamiento de inmediato, a lo que Devna iba a estar en desacuerdo también, por la hora que era, pero esa niña tenía energía, era joven, así que no se podía hacer mucho más, y quizás así, se iba a cansar e iba a dormirse temprano.

Aunque dentro de un bunker, la hora era relativa.

Esta la sacó de la habitación, y la llevó a la sala de vigilancia, que era una habitación espaciosa, donde una pared entera tenía los monitores, las radios, la computadora, todo iluminando el lugar, pero el resto del lugar estaba vacío, lo único que ahí había era una silla, en la que se sentaba Devna todas las noches, atenta a lo que sucedía.

Se sentó en el suelo cuando llegó ahí, para tener una estatura similar a la de Prisha, y esta se quedó ahí, de pie, esperando sus conocimientos, y en realidad, si, era buena peleando, tuvo que aprender cuando era una niña a defenderse, por lo mismo el que esta quisiese hacerlo no le parecía descabellado.

Pero obviamente Devna no iba a querer que su hija pudiese salir herida, de ninguna forma, y entrenarse, y ser fuerte, solo le daría la excusa para salir de ahí y pelear el mal con sus propias manos, y tampoco quería que la niña se sometiera a algo así, pero ya en el futuro vendrían los arrepentimientos, por ahora solo quedaba centrarse en el presente.

Empezó por lo básico, como mover los brazos para dar golpes, que era lo que esta quería aprender, le mostró como tenía que poner su puño para no lastimarse, y como era la forma correcta de estirar el brazo, y corrigió su postura, todo eso mientras Devna estaba sentada en la silla, mirándolas, en silencio, claramente conteniéndose para no decir nada.

La hizo golpear al aire, esta aprendiendo rápido, lo cual era bueno, su posición era firme, un poco tosca, pero con la experiencia se iría acostumbrando.

Luego de estar varios minutos así, decidió que esta debía golpear algo físico, y no se le ocurrió otra cosa que usar su propio cuerpo, así que se puso de rodillas, para dejar su abdomen a la altura de los puños de Prisha, y le dijo que le golpease, usando la misma técnica que le enseñó.

Y Devna estuvo en desacuerdo, lo vio, pero vamos, era una niña.

¿Qué tanto daño podría causarle?

Entonces lo sintió.

Se quedó sin aire.

Terminó sentada sobre sus rodillas, sin poder mantener la posición erguida, el dolor en su abdomen retorciéndole los órganos, de hecho, levantó su camiseta solo para ver la marca roja que quedó en su piel, tiñendo su piel pálida. Eso le impresionó, y a la matriarca también, porque la sintió a su lado, la mano ajena en su espalda, y el tacto era suficiente para hacerla olvidar el dolor en sus interiores.

Realmente con gusto saldría herida si así recibía mimos de esa mujer.

Notó miedo en Prisha, culpabilidad en sus ojos oscuros, obviamente no tenía la intención de lastimarla, y honestamente, no creía que esta fuese capaz de lastimarla.

Pero subestimó a un semidiós.

“Creo que saldré a buscar el saco de acero con el que entrenaba, porque si golpeas así ahora, no quiero pensar en el daño que me harás en el futuro.”

Apenas habló, la niña se le acercó, sus ojos tristes.

“Lo siento.”

Si, esa chica era una buena chica.

Realmente era solo luz.

A pesar de haber nacido en un lugar que pretendía quitarle la luz.

“No lo sientas, luego irás acostumbrándote a tu fuerza, a utilizarla, a controlarla, así que no te preocupes, este es solo el comienzo.”

Prisha se inmediato asintió, ya más tranquila, los ojos oscuros mirándose las pequeñas manos en las que almacenaba mucho poder, mucha fuerza, y si esta quería ser fuerte, ser capaz de proteger el mundo en el que estaban, con esas habilidades innatas, iba a ser capaz de lograr lo que sea.

Llevó una mano a la cabeza de la niña, moviéndole el cabello, despeinándoselo, y esta soltó una risa, ya más animada.

“Ahora sigamos, veamos qué tan capaz eres.”

Devna frunció el ceño con sus palabras, pero ante la emoción de su hija, fue incapaz de decirle nada, de reprocharle, así que simplemente esta soltó un suspiro pesado, volviendo al asiento donde estaba, observándolas.

Dodek podía destruirla a ella, pero iba a hacer lo que estuviese en su poder para que no pudiese lastimar a esas dos, iba a hacer de esa niña un ser invencible, y ahí, él jamás podría salirse con la suya de nuevo.

“Es suficiente.”

Se quedó con las manos tiesas, las cuales estuvieron recibiendo los golpes de Prisha, golpes que esta ya parecía controlar, porque a pesar de dejarle las manos rojas, no tenía ningún hueso roto, así que si, la niña era sin duda talentosa, lo tenía en los genes, y solo había analizado sus golpes, revisando su fuerza, su resistencia, y ahora, luego de más de una hora, esta parecía cansada, pero no quiso detenerse, no quiso parar, y probablemente si Devna no hubiese hablado, esta hubiese seguido.

“Pero…”

Pero esta insistía en seguir.

Esa chica, realmente iba a estresar a su pobre madre que apenas la tenía de vuelta y la niña estaba volviéndose loca con el entrenamiento.

“Pero nada, ven aquí, te bañaré que estás toda sudada.”

Y así, Devna intervino, tomando a la niña en brazos.

Y de nuevo, se vio sintiéndose celosa.

Ella también quería esa atención.

Y no pudo quedarse callada.

“¿No puedes darme un baño a mí también?”

Devna ya iba pasando la puerta, y se detuvo, girándose, mirándola, esta teniendo el ceño fruncido, clara desesperación en su rostro, pero, aun así, había algo de rojo en sus mejillas. Pudo ver como Prisha las miraba a ambas, soltando una risa, no sabía si estaba haciéndola sentir celosa de adrede con su risa, o solo le causaba gracia las interacciones entre ambas.

Niña afortunada.

“Ya estás grande para hacerlo sola, además no sudaste ni una gota.”

Y así, esta siguió su camino.

Bueno, no, si estuvo sentada dándole instrucciones a la niña durante todo ese rato, pero le dolía el trasero y la palma de las manos, ¿No era suficiente para obtener unos mimos?

El mundo era cruel cuando no estaba malherida, muy malherida.

Soltó un suspiro pesado, levantándose del suelo, avanzando hacia los monitores, las cámaras cambiando a la visión nocturna a esa hora, donde la oscuridad cubría la ciudad, y ver eso, y la hora, era la única forma de saber si era de día o de noche, ya que, ahí, en el bunker, era imposible saberlo, y se sentía extraña, como cuando se distraía en el trabajo, ahí, dentro de las calderas del edificio en el que trabajaba, donde todo estaba oscuro, húmedo, y cuando salía de ahí el sol le llegaba a los ojos, cegándola, y perdía la noción del tiempo.

Ahí era similar.

Soltó un bostezo y caminó hacia su habitación, o más bien, la que era de Devna, ya que en la otra dormía Prisha, y era extraño, ya que nunca hubo discusión sobre eso, Devna no le dijo nada, probablemente porque cuando llegó estuvo mal herida y necesitaba un buen lugar donde descansar, pero ahora, podría subir a buscar uno de los sillones que había arriba y usarlo para dormir en la sala de vigilancia, tenía fuerza para hacer eso, sin embargo, la mujer prefería simplemente no dormir, porque no dormía con Prisha.

Ese par de tercas.

Como sea, dudaba que la mujer pudiese seguir así, sin dormir.

Dejó la puerta de la habitación abierta, y vio como Devna caminó por el pasillo, avanzando hacia la habitación de su hija, sujetándola en brazos, esta durmiéndose, su cabeza balanceándose. Había notado que el agua caliente siempre la adormecía así, de hecho, deberían de probar si eso ocurría siempre, porque esa niña era enérgica, y quizás usarlo para que se detuviese sería mejor.

Esta debía lograr ser veloz, como ella, o poder teletransportarse, como vio a Devna hacer una vez, pero sea como sea, tenía la energía para hacerlo, y sabía que los niños eran enérgicos, pero esa niña se levantaba demasiado temprano, saltando, lista para hacer cosas, y ahí abajo, donde no había nada que hacer, la hacía correr de un lado a otro, aburrida.

Dudaba que pudiesen permanecer mucho tiempo ahí escondidas, no porque las encontrasen, sino porque esa niña iba a explotar si no se movía y gastaba esa energía.

Debió ser horrible el tener esa energía y estar encerrada en ese cubo.

Siempre que pensaba en eso, se imaginaba a si misma ahí, y sabía que el que le hicieran eso, que experimentaran con ella, fue algo de Dodek, porque si la idea fuese del padre, este la hubiese forzado cuando era una niña, cuando Dodek la llevaba a todos lados, y la niña huérfana que nadie quería, que nadie miraba, que nadie conocía, era la perfecta víctima.

Por algo, ahora, y luego de todo lo ocurrido, sabía que Dodek había sido el causante en su situación, y por el ímpetu que este tenía ahí arriba, para tener a Prisha de vuelta, sabía que también tenía que ver en la de esta.

Él era su enemigo ahora, aunque tenía claro que, sin él, la compañía seguiría haciendo lo mismo, utilizando a las personas, usándolas. La compañía en si era el problema, y no podía permitir que siguiesen haciendo lo que hacían, que pudiesen llegar a Prisha.

Tenía que hacer lo que sea, para lograr que Devna y Prisha tuvieran su vida de vuelta, sin ocultarse, sobreviviendo.

Salió de su cabeza cuando Devna salió de la habitación de Prisha, lentamente, cuidadosamente, y cuando esta cerró la puerta, notó como las colas empezaron a aparecer por debajo de la ropa. Esta solía ocultarlas, a pesar de que no fuese necesario, porque la niña ya la había visto así, pero lo evitaba de todas formas.

Quizás, de manera inconsciente, las escondía ya que así debió hacerlo cuando la tuvo, cuando era un bebé, viviendo una vida normal, humana, pero las dejó salir, las expuso, cuando avanzó en su venganza, para generar miedo, para tener más poder.

La gente cambiaba, el mundo cambiaba a las personas, pero lamentaba que lo hiciese con esta.

La vio de espaldas, mientras esta soltó un suspiro, y comenzó a caminar, dirigiéndose hacia la sala de vigilancia, para seguir ahí, por horas, hasta el día siguiente, y si, esa mujer no era una persona humana, lo sabía, la había visto en acción, y sabía que era la divinidad personificada, sin embargo, claramente el descanso era algo que necesitaba, lo notaba en su rostro, en los movimientos de su cuerpo.

Se levantó de inmediato, avanzando hasta la sala, notando justo cuando la mujer tomó la silla, lista para acomodarse, pero al sentirla acercarse, se giró, cuestionándola.

“No me mires así, no has dormido en días.”

Los ojos amarillos la observaron, y supo que aquello iba a ser un duelo eterno, conociendo a la mujer, conociendo su terquedad en ese asunto, así que sabía a lo que se iba a enfrentar.

“Tengo que estar atenta, tú lo dijiste, un psicópata va tras nuestras cabezas.”

Si, ese era un buen punto.

Pero…

Se vio apuntando a las cámaras, a la computadora, a todo lo que funcionaba en esa habitación.

“Este lugar es un bunker, y salta una alarma cuando alguien se acerca al perímetro de la casa, estamos seguras, puedes descansar un poco.”

Y esta simplemente negó, su ceño aun fruncido.

“Tengo que proteger a mi hija, no la puedo perder de nuevo, debo estar al pendiente.”

Esa mujer.

Ese lugar estaba hecho para que fuese difícil de entrar, de encontrar, y no había venido nadie en esos días, nadie se había acercado a la puerta, y aunque lo hicieran, les tomaría un largo tiempo el abrirla, y de nuevo, saltaba una alarma, ella misma era rápida, así como Devna, podrían solucionarlo, huir de ahí, ir a otro escondite de los cientos donde Devna se movía.

“Y la protegerás, entiéndelo, todos han tenido dificultades encontrándote, sé que apenas suene la alarma vas a tomar a Prisha y a desaparecer de aquí, pero no podrás hacer mucho si sigues pegada mirando las pantallas y no descansas apropiadamente.”

Hasta un Dios tiene límites.

Ella misma era descuidada, pero nunca descuidaba su cuerpo, menos su descanso reparador, por un tema más de ego que otra cosa, y sabía cómo sus poderes se volvían débiles sin el descanso necesario.

La mujer bajó el rostro, sus labios apretándose, sabiendo que tenía razón.

No se podía negar lo innegable.

Puso las manos sobre los hombros de la mujer, esta tan molesta con la situación que no le prestó la menor atención a su gesto, lo cual era bueno, así no notó tampoco la estupidez que iba a decir antes de decirla.

“Ese rostro bonito tuyo necesita tener el sueño reparador que merece.”

Y ahí la mujer levantó el rostro, mirándola, incrédula, y solo pudo soltar una risa ante su expresión, esta finalmente negó, soltando un suspiro pesado, y sabía que esta iba a reprocharle, pero se veía demasiado cansada para hacerlo.

“Por supuesto que lo único que te preocupa es que mi rostro se vea cansado.”

Bueno, no era lo único.

Pero era algo importante, sobre todo para persona superficial como ella.

“Que quieres que te diga, no puedo permitir que un rostro como el tuyo se vea perjudicado por tu falta de cuidado personal.”

La mujer rodó los ojos, pero parecía de mejor humor, lo que era bueno.

Esos últimos días parecía muy tensa cuando Prisha no estaba alrededor, y se notaba que esta parecía estar poniendo la mejor de sus caras por su hija, y eso parecía hacerle gastar más energía aún.

Convertirse en padre era un trabajo difícil, eso sí que lo sabía.

Por algo la abandonaron.

Se dio la vuelta, rodeando a la mujer, y aun con sus manos sobre los hombros de esta, la empezó a guiar hasta la habitación principal.

“Te devolveré tu habitación para que puedas descansar, yo dormiré en el sofá de arriba.”

Notó como el cuerpo de la mujer se puso tenso de inmediato, esta girando el rostro, mirándola, y notó la mueca de preocupación palpable en su expresión, la mueca de preocupación que esta tenía cuando llegó a ese bunker, rota, sangrante, completamente destruida.

Y esta negó.

Ahí se dio cuenta, tuvo la realización, de que Devna no estaba solo sobreprotegiendo a su hija, firme en su puesto, para que nada la lastimase, si no que estaba haciendo lo mismo con ella, porque la miraba, y aun la veía como cuando llegó, quizás la imagen aun no desaparecía de su cabeza.

Devna quería salvarlas a ambas.

Y por primera vez, en esos días, no se sintió celosa de que la niña tuviese toda la atención, solo que no había visto una mueca así de honesta en Devna en todo ese tiempo.

Y la mera idea la hizo sonreír.

“Devna, estoy bien, ya no estoy herida, no me pasará nada.”

Pero esta negó, sin poder negar su preocupación.

Y no iba a ser hipócrita, adoraba que esta estuviese preocupada por ella, era una egoísta después de todo, quería toda la atención, sobre todo una semejante. Si, realmente le encantaba, se podría lastimar a si misma solo para que esta la atendiese.

Ah, extrañaba ese día con esta ayudándola a moverse, a alimentarse, y deseó el permanecer con sus huesos rotos un poco más.

“De acuerdo, como quieras, pero tú necesitas el descanso más que yo, así que puedo quedarme mirando las cámaras tontas esas toda la noche si quieres, para que estés más tranquila.”

Obviamente no quería hacer eso, pero intentó ser un caballero y ofrecerlo de todas formas, aun así, sabía que esta le diría que no, que no la dejaría ahí, sola, sobre todo si aún la veía como una mujer herida, así que cuando esta negó de nuevo, se lo había esperado. Devna dejó de estar quieta y entró a la habitación, dirigiéndose al armario donde tenía sus cambios de ropa.

“Tienes razón, la alarma es suficiente, así que simplemente quedate aquí y compartamos la cama.”

Cuando Devna dijo eso, no la veía, por las puertas del armario, de hecho, lo único que veía era sus colas asomarse, y odio ese segundo, porque hacer un ofrecimiento así la hizo saltar de emoción y sorpresa, pero no pudo ver cuál era la expresión de Devna, y se maldijo por eso.

No se lo esperó.

Pero no iba a desperdiciar una oportunidad así, jamás se lo perdonaría a sí misma.

No se demoró en cerrar la puerta tras ella, poniéndole el seguro, una sonrisa en su rostro, sonrisa que probablemente no iba a desaparecer pronto.

Empezaba a hacer calor ahí, o probablemente era su propio rostro.

“Pensé que me invitarías una copa primero antes de pasar a ultima base.”

Si, probablemente no debería decir eso, pero no se contuvo.

Era demasiado bueno para ser cierto.

Cuando Devna se removió, soltando un bufido, cerrando las puertas del armario que censuraban todo su cuerpo, la vio con una bata sobre el cuerpo, y sintió su rostro incluso más rojo cuando se dio cuenta que esta se había cambiado de ropa en ese momento, ahí, al lado de ella, y no pudo ver nada.

¡Qué agonía!

¡Era el peor día y el mejor día al mismo tiempo!

“Eso fue innecesario, realmente tienes una habilidad para hacer de las cosas incómodas con tu boca depravada, solo vamos a dormir.”

La mujer la miró, frunciendo el ceño, y si, solo iban a dormir, no esperaba más, pero, aun así, ganas tenía de más. Bueno, siempre tuvo ganas de más, no por nada empezó a espiarla en primera instancia hasta llegar a donde estaban ahora. Pero no podía culparse a sí misma, esa mujer le pareció muy atractiva, y si, no tenía problemas para obtener a alguien con quien acostarse, no era difícil con su belleza privilegiada y su posición de supuesto héroe, pero como a Devna no la engatusó desde el comienzo, la dificultad la hizo incluso más atractiva.

Su debilidad, sin duda.

Pero ahora, no se trataba de eso, no era solo mera perversión, frustración, atracción.

O sea, ya había arriesgado su vida un par de veces por esa mujer y por su hija.

No, creía que era imposible para sí misma el enamorarse, al menos al ser quien era, al tener el comportamiento que tenía, atraía a personas que eran tan superficiales como ella misma, y tampoco se permitía más, el tener una relación importante con nadie, el abrirse con nadie, tal vez por la misma inseguridad de que alguien pudiese traicionarla.

Experimentó eso con sus padres, luego con Dodek, obviamente iba a comportarse así también en el romance.

Y ahora tiraba todo por la borda, dejando atrás lo que la hacía quien era.

Pero ¿Cómo no hacerlo?

Creía haber sido honesta con la mujer, sobre sus deseos, sobre sus intenciones, pero quizás tendría que ser aún más honesta, al final, no creía que esa mujer fuese a traicionarla, no habiendo vivido lo que vivió, no habiéndola protegido, no habiéndola cuidado, pero si creía que teniendo a H.E.R.O. tras ellas, podría perderla, podría morir, simplemente todo podría caerse a pedazos.

Y era de las que disfrutaba cada día como si fuese el ultimo.

Y eso quería hacer ahora.

Tirar todo por la borda.

 

Chapter 97: Experiment -Parte 5-

Chapter Text

EXPERIMENT

-Humanidad-

 

Se sintió nerviosa cuando le avisaron de que tenía una visita.

Acomodó el casco a su cabeza, sintiendo el peso conocido.

Si, no necesitaba el casco, sabía que las mujeres dentro de su cabeza se movían de mejor forma que antes, sin guerra, sin caos. Si, tenían un objetivo en común, y lo único que podían hacer era intentar averiguar lo que sea que las ayudase a conseguirlo.

Pero al menos, debía pretender que lo apagaba, le habían dicho que era lo mejor, que así pensarían que no había mayor progreso con las almas dentro de su cuerpo, así que aun requería apagarlas para poder tener paz. Y eso les daría algo de tiempo.

Aun no entendía bien los planes que ambas mujeres en su cabeza tenían, pero mientras ambas estuviesen de acuerdo, para ella sería mejor.

Así no tendría que desfallecer de nuevo.

Por el mismo objetivo que tenían, agradecía doblemente el aviso de su visita, así podía darse una vuelta por los pasillos, y saber dónde estaban las cosas. No tenía tanta libertad en ese lugar, o al menos creía que si la veían recorriendo pasillos sin razón alguna, haría que los investigadores levantasen unas cejas. Y desde el accidente que le tenía el ojo encima, evitando que pudiese pasar algo así de nuevo, y esperaba que su buen comportamiento los hiciese relajarse con los días.

Al menos las mujeres en su cabeza eran inteligentes, podían ver alrededor y saber qué hacer, donde moverse, incluso parecían atentas a las cámaras, sabiendo cuales eran los lugares que necesitaban evitar.

Recordar todo eso, por si misma, sería complicado, pero tenía dos mentes capaces en la propia.

¿Era cómo hacer trampa?

Bueno, al parecer para eso era todo ese experimento, para hacer humanos más capaces, aunque ya qué sentido tenía, probablemente en unas décadas ya de humanos no tendrían nada como humanidad, solo serían robots super capaces al tener varias mentes en una.

O sea, una inteligencia artificial más.

No le importaba, mientras tuviese la libertad de escoger, y aun se sentía dividida, porque estuvo dispuesta a vender su libertad para sobrevivir, para que tratasen sus malestares, su malnutrición, sus pulmones llenos de toxicidad, sus enfermedades, así mismo como iniciar los tratamientos para tener una fácil recuperación, tratamientos que debía hacerse en sus primeros años de vida para ser considerada un Neo humano, pero que no pudo hacerse al vivir en lo más bajo de la sociedad.

No tenía un chip, no tenía registro, así que era una marginada, una terrenal, por lo mismo, esas facilidades que tenía la humanidad, las personas normales dentro del sistema, ella no las tuvo.

Al menos no fue tarde para que pudiesen hacerle mejoras, por lo mismo se recuperó pronto, y eso era bueno, o hubiese preocupado a su salvadora.

Su salvadora… realmente la vería, ¿No?

Estaba emocionada.

Llegó a la habitación de visitas, habitación que ni siquiera sabía que existía, ya que no tenía visitas, ni creía que más niños tuviesen visitas, al final, solo eran terrenales que agarraron de la calle para experimentar, la mayoría no tenía familias, y los que las tenían, eran demasiado pobres y débiles para intentar denunciar a esa compañía.

No había nadie en la sala, solo ella.

Se sentía realmente solitario, y por suerte ya no se sentía sola, tenía la mente ocupada, llena, y por lo mismo siempre estaba en compañía, tenía con quien hablar cuando pasaba horas en su habitación encerrada sin entretención alguna.

Ya no estaba sola.

Y al parecer, tampoco en el mundo real.

Se sentó en una de las sillas, esperando, mirando alrededor, curiosa, observando cada detalle. El lugar era grande, iluminado, con un par de mesas, nada realmente llamativo, pero era interesante el ver algo diferente de su habitación o la sala de emergencias. Antes solía ir a una sala de entretención, cuando era más niña, y luego ya dejaban de llevarla ahí cuando creció.

Extrañaba ese lugar.

La puerta se abrió, de un momento a otro, y el sonido la hizo levantar la mirada, enfocándose en la entrada, y la vio, a su salvadora.

Lyra miró alrededor, pero la encontró rápidamente en esa sala vacía, y se acercó, su rostro tranquilo, parsimonioso. La saludó desde la distancia, sonriéndole, sintiéndose de inmediato animada al verla, feliz al saber que había cumplido su promesa y realmente la había venido a visitar, aunque no tuviese obligación alguna de hacerlo.

Era un ángel, sin duda.

Cuando esta ya estuvo lo suficientemente cerca, la notó pálida, sí, pero no como la última vez. En uno de sus brazos tenía la evidencia del piquete, así que realmente había ido ahí a donar sangre, eso justificaba su palidez, aunque seguía sin aprobarlo. No quería que esta sufriese, que perdiese algo tan valioso como su sangre en una don nadie como ella, su ADN, su material genético, incluso se sentía insegura al pensar en lo que los investigadores podrían hacer con eso.

Esperaba que esta hubiese firmado algún contrato antes de donar.

Se podían hacer muchas barbaridades con solo unas gotas, sobre todo si se trataba de personas que experimentaban con humanos.

“¿Realmente viniste a donar sangre? ¿De nuevo?”

Fue lo primero que le salió de la boca, antes de siquiera saludar verbalmente como una persona decente, vaya caos.

No era realmente decente, era un experimento de todas formas.

Pudo escuchar reír a Galatea en su cabeza, su tono burlesco, y había decidido no apagar su cabeza para que las mujeres ahí dentro pudiesen recabar la mayor información que pudiesen, pero ahora, quería tener una conversación privada con su salvadora, y no quería distracciones, así que disimuladamente levantó la mano y apretó el botón, dejando su cabeza en silencio.

Ya luego volvería a tener sonido en su cabeza, por ahora, quería concentrarse al máximo en Lyra, su salvadora merecía su atención individual.

Esta pareció sorprendida con su pregunta, mirando la marca en su brazo, y la vio asintiendo.

“Me dijeron que era lo mejor el tener alguna reserva, ¿Ya no necesitas?”

La voz de la mujer sonó tan correcta y fuerte como la última vez, pero con un tinte de duda.

Bueno, pensándolo así, no, no necesitaba más sangre. Por suerte no tenía su bata de paciente como la última vez, así que no se veía enferma, dolorida, ni lo estaba. Se dio un golpe en el estómago, mostrándole lo bien que estaba. Podía saltar incluso.

“Estoy en perfecto estado, y con suerte, no volveré a salir herida de nuevo.”

Si las mujeres cooperaban, si las tres estaban unidas por un mismo propósito, no debería de volver a estar en ese estado.

A veces sentía el tirón de su piel, uniéndose, su regeneración trabajando sin detenerse para no dejar ni el más mínimo vestigio de la herida, pero nada más, estaba en perfecto estado a pesar de rozar la muerte, de nuevo. Y no quería volver a eso.

Quería vivir.

Siempre elegía vivir.

Ahora más cuando ya no estaba sola. Nunca más.

Y por lo mismo, quería saber cuál sería su futuro ahí dentro, cuál sería su función, su labor, su obligación, porque si bien quería vivir, si bien arriesgó su libertad a cambio de su vida, se iba a rehusar a ser usada para el mal, que usasen su cuerpo, su mente mejorada, para que la utilizaran para alguna barbaridad.

Tenía la mente de una doctora inescrupulosa y de una militar altamente entrenada, ellas mismas se lo dijeron, para lo que sea que la quisieran usar, sería para algo importante, tenía muchos conocimientos y capacidades nuevas a su disposición, y todo era con un propósito en mente, propósito que debía averiguar, lo más pronto posible.

Pero había probado un poco de normalidad.

Había probado un poco del mundo exterior, así como había probado la compañía.

Y sabía que podría perderlo, que podía ser utilizada como un peón de esa compañía, y quería, al menos por un momento, sentirse humana.

Y se sentía así al estar frente a esa mujer.

La veía tan perfecta, tan buena, como los ángeles que hablaban las historias, y eso la hacía sentir aún más mortal, más humana, y era un pensamiento algo gracioso, ridículo quizás, pero era divertido, agradable, emocionante, y rara vez podía sentir esas emociones, así que solo podía sonreír, feliz de tener una oportunidad de ser más que un paria, más que un experimento, más que una rata de laboratorio.

Lyra se sentó frente a ella, dándole una sonrisa, que la hizo sentir bendecida.

“Se que no querías que lo hiciera, y agradezco que te preocupes por mí, pero está bien, me sentía bien hoy.”

“Creeme que estaría muy triste si me hubieses donado de tu sangre y no estuvieses bien de salud.”

No merecía una salvadora.

No merecía que alguien se arriesgase por ella, no, no quería algo así.

Mucho menos una persona que había sido tan buena con ella.

Los ojos de Lyra la observaron, pasando de calmos a preocupados, y se arrepintió de inmediato de lo que dijo, no quería hacerla sentir mal, ni hacer que sintiese lastima ni se responsabilizara de sus emociones, así que rápidamente negó con las manos, sintiéndose más nerviosa, extrañando la sensación adormecedora en su cuerpo cuando conoció a la mujer.

Ahora estaba completamente sana, pero al parecer no pensaba mucho antes de hablar.

“Nunca nadie ha hecho nada por mí, así que es extraño experimentar algo así, y tu no has hecho nada más que salvarme la vida a tu costa, y estaría realmente triste si te pasara algo por ayudarme.”

Lamentablemente, la expresión preocupada de Lyra no cambió, y al parecer sus palabras empeoraron aún más la situación, ya estaba a punto de apretar el botón y dejar que Galatea hablase por ella y evitase que existiese esa incomodidad. No, no, pésima idea, Galatea sin duda trataría a Lyra como un experimento para diseccionar, no, no le quería dar aquel trauma a su salvadora.

Se movió, acercando sus manos a las ajenas que estaban sobre la mesa, y las sujetó, a la mano de carne que estaba cálida, así como la robótica que estaba fría, y las mantuvo firmes entre las suyas. Ya lo había hecho antes, pero ahora se daba cuenta de algo, y no sabía porque sucedía, quizás era por estar tan carente de calor humano, pero aquel tacto la hizo sentir de inmediato más calmada, más tranquila.

Se sentía correcto de cierta forma, melancólico incluso.

No recordaba el que alguien la sujetase así, ya que fue abandonada desde el comienzo, recordaba estar sola desde que tenía memoria, solo ella en las calles, junto con otros que vivían ahí, pobres, débiles, tristes, solos.

Quizás nunca era tarde para sentirse viva.

“Pero estás bien, ¿No? ¡Eso es lo que importa! Además, estoy feliz de que estés aquí, de que hayas venido a hablar conmigo, y de que intentases ayudarme, en serio, eres mi salvadora, sin ti no estaría aquí ahora, así que estaré siempre agradecida.”

Los ojos color ocre miraron hacia sus manos, su expresión pensativa, y cuando levantó la mirada, hubo un brillo más naranjo en sus ojos, más luminoso, y de nuevo le pareció un ángel, brillando, luminoso, su rostro parsimonioso, y tan pero tan vivo, tan diferente a los rostros moribundos que vio en su infancia, o los rostros falsos a los que le pidió limosnas, o los rostros carentes de alma que trabajaban en ese lugar.

Era una persona especial, lo sabía, no tenía duda de eso.

La mujer no dijo nada, solo asintió, y no pudo contener la sonrisa que se formaba en su rostro cada vez que la veía.

La llevaba conociendo solo unas horas, considerando la primera vez, pero no creía poder olvidar a esa mujer, a su salvadora, no, no quería olvidarla, era todo lo que le gustaba de la humanidad, si, era la personificación de la humanidad, y probablemente la única persona humana que veía en la llamada humanidad que vivía en esa ciudad.

“No te quiero quitar mucho de tu tiempo, pero cuéntame un poco de ti, ¿Cómo has estado estos días? ¿Cómo ha estado el trabajo?”

Quería saber todo de ella, honestamente.

Lyra la miró con cierta sorpresa, y se sentía completamente tonta porque aún no le quitaba las manos de encima, pero era imposible, ahora que se había dado cuenta del confort que sentía, ya no quería soltarla, pero no debía hacerlo, no quería incomodarla, al final, eran extrañas, así que se obligó a alejar las manos, dejándolas en sus rodillas, sujetándose de su ropa para no volver a hacer algo así de impulsivo.

No quería que Lyra la odiase, y si seguía así, la odiaría con razón.

Notó como esta movió sus manos apenas las liberó, entrelazando los dedos, los de carne con los robóticos, y deseó hacer lo mismo, con los de esta, por supuesto. Cuando la mujer la miró de vuelta, su rostro ya parecía más calmo, más estable, lo cual era bueno, no quería verla preocupándose por ella, por una cosa como ella.

“Mi rutina suele ser bastante aburrida, del trabajo a mi departamento, pero es constante, así que se ha mantenido como siempre, sin mayores problemas, así como mi salud, si estaba algo débil luego de la donación, pero solo fue por unas horas, luego ya estuvo todo en orden.”

Le parecía gracioso, y le gustaba al mismo tiempo, que ambas tuviesen una rutina, y al verse algo cambiase.

Y se veía sonriendo como una tonta al pensarlo.

“Me alegra que estés mejor, te veías muy pálida aquel día, me preocupé.”

Lyra negó, su rostro calmado, pero notó un cierto atisbo de preocupación en su expresión, pero cuando los ojos la miraron, ahora veía una leve sonrisa, y se relajó.

“Fue un día ajetreado, pero nada de lo que tengas que preocuparte, quise ayudar, y para el estado en el que estabas, dudo que hubiese sido suficiente.”

Bueno, sí que estaba en una mala situación.

Aun recordaba con claridad la sensación de aquel metal enterrándose en su abdomen, pasando por su piel, hasta sus órganos, manchando las baldosas y su ropa. Quizás necesitaba más para curarse, y de hecho, de haberle ocurrido ahí afuera, no hubiese tenido salvación alguna, al final, ahí, estaba relativamente segura, había aceptado que era un experimento valioso así que la intentarían salvaguardar a toda costa, y no solo eso, si no que con su rápida recuperación que obtuvo con los tratamientos necesarios, no le costaba tanto regenerarse.

Si, ahí afuera hubiese muerto por algo similar.

No, ya estaba muriendo incluso sin eso, ya estaría muerta, de eso estaba segura.

Negó de inmediato, sin dejar que la mujer pudiese agobiarse, tomando un peso que no le correspondía, pero así era su salvadora, un ángel.

“Hiciste suficiente, fue lo que me permitió despertar, así que, como te dije esa vez, y a pesar de no estar de acuerdo, estoy infinitamente agradecida contigo por salvarme.”

Los ojos ocres brillaron, de nuevo, y sentía que se le escapaba el aire al ver una imagen similar.

Lyra asintió, sonriéndole, suave, compasiva, buena, luminosa.

“Aunque no estés de acuerdo, los investigadores saben cómo contactarme, y no voy a dudar en venir de nuevo si es que necesitas ayuda.”

Oh.

Eso se sentía bien, demasiado.

Nadie vino en su ayuda, nunca, en toda su infancia, su dura infancia, solo recibía sobras, nada más, pero nadie la ayudaba realmente, nadie le brindaba una mano, le ofrecía un mejor futuro, solo ese lugar, solo esos investigadores, y si bien estaba agradecida con ellos por salvarla, sabía que estos tenían otra intención, tenían un futuro para ella, y si bien no temía ser usada, si temía el terminar lastimando a inocentes, ¿Para qué más querrían a alguien con aquellas almas en particular? Ambas podían ser usadas como armas, lo tenía claro, y por lo mismo, ella podía ser usada como arma, y eso era aterrador.

Como sea, quitando eso de lado, que alguien lo hiciera, que alguien la ayudase, por la mera bondad de su alma, sin razón alguna, sin motivo alguno, era una sensación que le causaba infinita felicidad.

En ese momento probaba un poco de felicidad, y era maravilloso.

Si, se sentía humana, y eso era sin duda especial.

“Espero no hacer una estupidez solamente para tener la excusa de verte de nuevo, porque sin duda quiero verte de nuevo.”

Se sintió torpe al hablar, sin contener su emoción, riendo y sonriendo como una tonta, pero Lyra no la miró mal, solo parecía sorprendida con su declaración, y notó algo de vergüenza en esta, sus mejillas tiñéndose. No le molestaba sonar desesperada si es que podía ver esos detalles en el rostro ajeno.

Tampoco le molestaba volver a sentir dolor solo para volver a tener un momento así.

Era una niña sin futuro, y ahora, en particular, era completamente incierto, por lo mismo, iba a aprovechar cualquier pizca de tiempo para poder sentirse viva, antes de convertirse, no solo en un experimento, sino también un arma, un peón, un soldado más.

“Volveré a visitarte, así que no tienes que hacer nada impulsivo.”

Se vio riendo, notando la sonrisa que la mujer le daba, mientras negaba con el rostro, preocupación en sus ojos, pero aceptando que era una broma, a pesar de que estuviese hablando en serio.

Hablaba totalmente en serio.

“Estaré impaciente por verte de nuevo.”

Y si, lo estaría, de eso no tenía duda.

 

Chapter 98: Princess -Parte 8-

Chapter Text

PRINCESS

-Secreto-

 

Su paciencia había llegado a un límite.

Estaba harta, completamente harta.

Lo intentó, en serio lo intentó, pero ya no podía más, era imposible de soportar. Todos esos días, notando a Joanne siendo un completo fracaso en los entrenamientos, y no solo eso, si no que cada día las interacciones se volvían más complicadas.

Esta se retraía demasiado, de todos, incluso con la servidumbre, creando un ambiente hostil que de por sí ya existía al ser esta una forastera. Por supuesto que se puso entre medio, para que las personas del castillo no le tuviesen manía, diciéndoles que John solo era algo tímido, que le era difícil hablar con las personas luego de lo que pasó en sus tierras, luego de la guerra, y lo entendieron durante un tiempo.

Pero no pensó demasiado en eso, ya que, daba igual que la servidumbre no confiara en Joanne, lo importante era que su padre si, y así le daría el sí para contratarlo de manera permanente, y con eso podría al fin salir al pueblo en paz, en calma, sin preocuparse de nada, porque estaría segura a los ojos de su progenitor, pero esa misma mañana, cuando se sentó con su padre, para charlar un poco y sacarle información sobre lo que ocurría, este le dijo que la servidumbre no parecía contenta con tener a John en el castillo, que estaban preocupados de que el chico retraído, callado, antisocial y forastero fuese un peligro para la pequeña princesa.

Si, sabía que la servidumbre la adoraba, pero no creyó que se iban a meter tanto en sus asuntos.

Estaba completamente fastidiada.

Y lo peor de todo, es que no podía negárselos.

Ya no podía simplemente aceptar a Joanne como un ser de luz.

No, porque ni siquiera ella misma conocía la verdad, y eso la hacía enfurecer, porque no podía poner las manos en el fuego por esta, era imposible, porque si no iba a tener que tragarse sus palabras, ya que esta tenía secretos que mantenía firmes, huyendo de estos, tanto así que su personalidad se volvía aun peor, más complicada, más difícil de dominar.

Su pequeño experimento, su plan maestro, terminó siendo nada más que una molestia persistente.

Y ahora, ya no podía más con esto.

Joanne le iba a decir lo que ocurría, le iba a decir toda la verdad, o iba a echarla de una vez por todas porque ya no soportaba estar en esa tesitura.

Era ya de noche, y se sintió hirviendo cuando miró alrededor de su cuarto, este a oscuras, y vio a Joanne ahí, como todos los días, como todas las noches, presente de mala gana, siendo forzada por ella a usar un arma que tanto rechazo le causaba. No le importaba cuan incómoda esta pudiese estar, para nada, ese era su castillo, su reino, y ahí ella tenía prioridad, así que iba a dejar de sentir pena por esa mujer.

Se quedó en una punta de la habitación, sintiéndose hervir en ira, poco a poco aumentando con cada segundo que pasaba. Ni siquiera creía haber sido capaz de disimular lo suficiente su enojo durante el día.

Joanne se quedó en el lado opuesto, frente a una de las ventanas, la luz entrando, haciendo de la habitación lo suficientemente clara para que ambas pudiesen verse los rostros sin problema, y deseó tener noches más oscuras y no verle más el rostro.

Muchas veces se intentó convencer de que ver ese rostro, el rostro de Joanne, era suficiente para perdonar su mala actitud, sus errores, sus fallos, su incompetencia, porque era una mujer guapa, pero había un límite para lo que podía ignorar, para lo que podía perdonar, para lo que podía aceptar, y una cara bonita no era suficiente.

Al menos no ahora, no en este punto, donde todo se estaba cayendo a pedazos y todos sus intentos fueron inútiles.

Antes de darse cuenta, estaba gruñendo, su cuerpo sin contener más su molestia, dejando visible lo peor de sí misma, y notó en los ojos azules clara sorpresa al verla, preocupada, asustada, sabiendo que esa era su peor versión, y ella sería el objetivo de toda su ira.

“Se acabó mi paciencia, Joanne.”

Sabía que nadie pasaba cerca de su habitación a esa hora, ni nadie cometería el delito de hurgar tras su puerta, así que ni siquiera dudó en decir el nombre real de la mujer. Ya no tenía ni siquiera ánimos de seguir fingiendo.

Estaba realmente harta de toda la situación.

Ya no aguantaba más.

La mujer la miró, estupefacta, mirando alrededor, intentando pensar en que se había equivocado, que había hecho, y era evidente, solo que eran tantas cosas, que le había dicho durante toda la semana, que era imposible de enumerar sus errores.

Tuvo problemas el primer día, le dijo claramente que era lo que tenía que hacer para sobrevivir, y, aun así, apenas puso de su parte.

Y se lo advirtió, no una, ni dos, ni tres veces.

Muchas.

Y ya no podía quedarse en meras advertencias.

Ahora solo tendría que amenazar.

“Tus días acá están contados, y la única forma en la que puedo ayudarte, es que seas honesta conmigo y me cuentes de una vez por todas ese problema que tienes encima, porque de no ser así, ya no tendré excusas para salvarte el pellejo.”

Y luego de hablar, Joanne de inmediato se puso a la defensiva, cerrándose.

Cerrándose como se había cerrado con todos ahí adentro, haciendo que todos dudasen aún más, que la viesen mal, que le tuviesen desconfianza.

Esa actitud no estaba ayudando, ya no había ayudado.

Y no, ya lo dijo, no iba a dejar que la lástima que le tenía a la mujer la detuviese de hacer lo que tenía que hacer para asegurar la paz dentro de su castillo. Al final iba a terminar perdiendo, porque iban a echar a Joanne de ahí, era cosa de tiempo, y si eso pasaba, ella se iba a quedar sin nada, y volvería al principio, al inicio de todo.

Y no se iba a ir con las manos vacías.

Su ego no lo soportaría.

Joanne no dijo nada, disociándose completamente de la conversación, rechazando la discusión, el enfrentamiento, y ya estaba harta de eso, ya basta, ya había pasado demasiadas veces.

Se quedaba callada, la enfrentaba, la insultaba, la miraba con asco, con repulsión, la trataba de pecadora, evitaba al resto de la servidumbre y tenía un comportamiento claramente errático, preocupante, el comportamiento que un fiel sirviente de la corona no debía de tener.

Y esta le juró lealtad a la corona, y no ha mostrado, ni por un momento, aquello que tanto juró.

Era una farsa tras otra.

Una mentirosa deprimente.

Y ya era suficiente.

“Te di muchas oportunidades, y te protegí durante este tiempo, pero no puedo confiar en ti, nadie aquí puede, así que vas a decirme toda la verdad en este instante, toda la mierda que ocultas, o voy a tener que decirle a mi padre que te deporte de manera anticipada a tu reino.”

Ahí recién Joanne saltó, alerta, nerviosa, asustada, aterrorizada.

Los ojos azules la miraron como un ciervo frente a un cazador, mirada que había visto muchas veces en su vida, y era la misma exacta expresión.

Tuvo tantas teorías, le dio tantas vueltas al tema y sacó sus propias conclusiones, pero nada tenía sentido, podían ser tantas cosas, y conociendo a Joanne y a sus creencias tan autodestructivas, la razón podía ser estúpida e irrelevante.

Pero no podía entender si se callaba.

Solo ella tenía el poder para mantener a Joanne viva, para que ambas saliesen victoriosas de todo esto, pero si Joanne no confiaba en ella, ella no podía confiar en Joanne.

Esta negó, sus hombros gachos, su cuerpo tenso, desesperada y desolada en partes iguales.

“No puedo volver a mi reino…”

Su voz sonó así, tal y como su cuerpo se veía.

Era un grito de auxilio, era una súplica, una orden, una afirmación, un hecho, y se quedó aún más confundida con aquel desplante de emociones en una corta frase.

Y eso, le quitó un poco el enojo, de nuevo sintiendo lastima de la mujer, pero eso dio paso a la confusión, ella misma sintiéndose desesperada, sin entender absolutamente nada, y solía entenderlo, siempre, porque veía más allá, leía a las personas, aprendía de ellas, y así tenía la mejor forma para adentrarse en sus vidas, para manipularlas, para convertirse en el centro de sus existencias.

Pero era algo que no pudo hacer con Joanne, no la pudo entender, no la pudo manipular, ni siquiera sus amenazas sirvieron a largo plazo.

Era una tarea imposible, y aquello la hacía enojar mucho más.

Porque era un fallo, era su fallo, y cada vez que la veía recordaba lo mucho que falló.

“¡Pero eres la reina, Joanne! ¡Te has estado escondiendo como una rata todo este tiempo! Has estado huyendo de reino en reino hasta que llegaste acá, ¡Y aun no entiendo por qué! ¿Qué es lo que te pasa? ¿Cuál es tu problema? ¿¡De que mierda huyes, a que mierda le temes!?”

Se vio gritando, sin controlarse, y ahora si esperaba que nadie anduviese cerca, porque esos gritos se escucharían sin problema en el pasillo.

Pero ya no se aguantaba.

Ya no podía acallar esas preguntas, esa molestia que sentía desde el primer día.

Para su sorpresa, Joanne ya no estaba asustada ante su reacción explosiva.

No, ya no parecía asustada.

Ni temerosa.

Ni preocupada.

Había cambiado.

Su rostro se volvió tenso, frio, carente de cualquiera de las emociones que vio hace pocos momentos, había una sonrisa sin ninguna pizca de humor en su rostro, y aquello le causó escalofríos. Era esa versión de la mujer la que más preocupada la tenía, porque era impredecible, era la careta de una reina, la reina que aquel reino construyó, que formó, que creó, y no sabía de qué sería capaz.

Joanne no la miró, sus ojos azules, fríos, no la miraban, si no que miraban algún lugar en la habitación, sin observar, no, simplemente encerrada en sus propios pensamientos, completamente silente, quieta, tal y como una estatua.

Y luego, se movió.

Esta llevó las manos hacia su chaqueta, quitándosela, dejándola caer al suelo, y luego comenzó a desabotonar la camisa que llevaba debajo. Se vio tragando pesado, sin esperar siquiera un desplante similar, y el calor en sus mejillas, de enojo, comenzó a tornarse diferente.

Pero cuando la mujer terminó de abrirse la camisa, dejando su torso expuesto, no pudo pensar en el calor que sintió por un momento, no, solo estaba la consternación abrumándola.

Joanne tenía parte de su torso cubierto con vendajes, presionando sus pechos, evitando que alguien pudiese notar aquel rasgo en su cuerpo evidentemente femenino, pero no era eso lo que le sorprendió, no, si no que era la gran cicatriz que estaba en su torso, desde su clavícula hasta el inicio de sus pantalones, un corte diagonal que pasaba a través de su cuerpo.

Se notaba superficial, pero se veía lo suficientemente grave para haberle causado a la mujer un muy mal momento. Solo había visto heridas así en los soldados del reino, cuando se metían en alguna disputa, ya que al final, era un reino pacifico, pero, aun así, los accidentes así ocurrían, siempre ocurrían, pero ese era su trabajo, proteger al reino, a las personas, incluso con su vida.

Pero, ese no era el caso de Joanne, esta no era un soldado, nunca lo fue.

Fue parte de la realeza, y por lo mismo, el tener una herida así, sonaba completamente imposible.

Sin embargo, ahora entendía su miedo a cualquier arma, a cualquier objeto cortante, porque era evidente que esa herida fue provocada por un arma, con una espada probablemente, por el corte, por la forma de la herida, por el largo de esta. Alguien la había atacado con una espada, causándole aquella marca permanente.

Joanne soltó una risa, una risa lúgubre, carente de humor, y volvió a tragar pesado, sintiendo el aire denso en esa habitación. Su vio mirando a Joanne al rostro, este aun así, frio, sin emoción alguna, al igual que la sonrisa que tenía puesta.

“Tengo el derecho al trono, solamente porque mi hermana gemela decidió quitármelo de las manos…atacándome.”

¿Qué?

¿Hermana gemela?

El mero pensamiento, la mera idea de eso, le hizo revolver el estómago, porque ella tenía una hermana, y si bien no ansiaba el trono, nunca lo deseó, encontraba imposible el atacarla, el atacar a la persona con quien se crio. Si, no era una buena persona, Joanne la llamaba pecadora, cruel, malvada, manipuladora, mentirosa, pero no había asesinado a nadie, ni tampoco se le pasaría por la cabeza el hacerle eso a su hermana.

Si, podía ser muy cruel, podía haber torturado a muchos bandidos que entraron a su reino, porque le gustaba que estos admitieran quien ahí tenía el poder, quien mandaba, por supuesto que le agradaba aquello, ¿Pero matarlos? No lo haría, era un límite que no pasaría.

Y si no lo hacía con bandidos, porque estos debían pagar por sus crímenes y la muerte era la salida fácil, mucho menos lo haría con su propia familia, quienes a pesar de no ver tan seguido como muchas veces deseó, quería. Y si bien más de alguien diría que solo los quería porque podía utilizarlos, y tal vez si era verdad, tampoco los odiaba para hacerles algún mal, menos algo irreparable como la muerte.

Era un límite que ella no pasaría, que una persona horrible como ella no haría, sin embargo, la hermana gemela de Joanne si hizo, entonces, ¿Qué clase de persona era esta?

Oh.

Un momento…

Antes de poder sacar la conjetura por sí misma, Joanne continuó.

“En esa pelea, la maté.”

Finalmente, el secreto salió a la luz.

Y si, en eso pensó, era lo evidente.

Por algo esta huía.

Por algo actuaba de esa forma, sufría de esa forma.

Le temía a la espada, a sujetar la espada, a enfrentarse a la espada, porque experimentó el miedo de morir, así como el miedo de matar…

Ahora todo tenía sentido.

Chapter 99: Nun -Parte 3-

Chapter Text

NUN

-Cansancio-

 

Los canticos resonaron por el templo.

La iglesia estaba en silencio, todos en un estado de profundo respeto, tanto quienes trabajaban ahí, vivían ahí, como los visitantes que venían de afuera a presentar sus respetos y condolencias para la hermana que ayudó y colaboró durante tantos años a ese pueblo.

Todos estaban unidos ahí en armonía, para despedir a su compañera.

Lo único que se oía, era el coro de la iglesia, varias voces sonando melodiosas, uniéndose a la perfección, creando armonía, haciendo que más de alguien se emocionase ante la música.

Por su parte, observó el ataúd al centro del altar, cubierto de flores.

Ahí estaba su hermana.

Y diría ahora, que era solo el cuerpo, que era lo único que quedaba de la mujer en ese mundo, pero ahora sabía, que su alma ahí permanecía. Se había aferrado a lo físico, a lo terrenal, evitando que su alma pudiese emerger, pudiese ir al lugar donde pertenecía, donde ella pensó, tiempo atrás, que el destino de su compañera sería el cielo, tal y como sería ese el propio.

Pero no.

No es buen árbol el que da buenos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto, y solo Dios sabía cuales frutos su hermana dio durante su vida, algo que ella fue incapaz de ver.

Y era evidente, al haber un demonio ahí, quien tuvo la intención de castigar al pecador.

Sin embargo, el demonio no pudo acercarse al ataúd, al parecer, no debía ser visto. Se había infiltrado en un templo de luz, su poder mermando ahí dentro, incapaz de demostrar los límites de su existencia demoniaca. Su misión era llevar esa alma hacía el infierno, y darle el castigo necesario, pero no podía acercarse a un cuerpo que había sido bendecido una y otra vez, no tenía las fuerzas para desafiar lo que las monjas, lo que el Padre, lo que todos ahí hicieron para proteger el cuerpo.

Y ahora, dentro del ataúd, le era incluso más complicado el pasar aquella prisión bendita.

Aunque no veía al demonio realmente interesado en hacer su trabajo, en ser responsable y terminar eso pronto, por el contrario, parecía dejarlo para más tarde, pero más tarde, ya sería demasiado tarde.

Podía sentir a la creatura en su hombro, oculto bajo su hábito, sin dejar que otros viesen su cuerpo diminuto.

A pesar de que usaba agua bendita cada vez que tenía la oportunidad para alejar a la creatura de ella, terminaba acercándose en los momentos donde no podía hacer movimientos semejantes, o más de alguien se daría cuenta de que algo andaba mal. Y con ella ahí, entre sus compañeras, sin tener nada en sus manos, solo sus rosarios, no podía hacer un movimiento que fuese interpretado como una falta de respeto.

Así que por ahora debía aguantar que el débil demonio permaneciese usándola como un escondite, y la situación no dejaba de enfurecerla.

Pero solo podía callar.

¿Estaba pecando al acallarse?

Esperaba que Dios la perdonase.

Pero sin duda, si el demonio hacía una barbaridad ahí, que no había hecho, aparte de ser irrespetuosa, iba a tomar las riendas del asunto, aunque tuviese que ella misma hacer un rito de expulsión, aun siendo una tarea difícil para su rango.

Esa era su iglesia, ese era su templo, era su razón para vivir, y no dejaría que nadie lo arruinase.

El ritual llegó a su fin, luego de eternos minutos de rezos, de canticos, de plegarias, de despedidas. Ella misma se sentía dolida con lo sucedido, pero estaba también dividida, sabiendo que había un lado oculto de su compañera que aun desconocía, así que no podía simplemente llorar su pérdida y ya, como otros lo hacían.

No lo veían extraño al menos, no era realmente emocional, nunca lo fue, así que nadie veía mal su falta de emoción al respecto, su falta de llanto, de dolor. Le demostró su cariño a esa mujer, su respeto, con su dedicación a la iglesia, a sus palabras, a sus consejos, pero nada como muestras de afecto, no era fácil para ella al haber tenido la infancia que tuvo.

La vida que tuvo.

El solo pensar en tener una relación cercana con alguien, le hacía recordar el dolor de la pérdida que experimentó demasiado joven.

Fue una niña solitaria, apática, que esperaba su muerte, esperaba seguir a su familia, y acabar con esa miseria lo más pronto posible, pero una vez que fue elegida para ser parte del rebaño del señor, una vez que obtuvo las esperanzas que necesitaba para volver a vivir, su personalidad se volvió estricta, se volvió intensa, se volvió seria, viviendo por y para su Dios, sin dejar que nadie tuviese prioridad en su vida.

Además, la plaga afectándole tanto, se vio molesta ante cualquier acercamiento humano, incluso ahí en la iglesia, mantenía su espacio libre, o las demás hermanas lo respetaban.

Y como le fastidiaba que ese demonio no tuviese esa misma consideración.

No sabía si podía trasmitir gérmenes, pero de seguro trasmitía corrupción.

Un grupo de personas tomó el ataúd, y comenzaron a caminar hacia afuera de la iglesia, todos siguiéndolos, caminando lento, con parsimonia, con la intención de ir hacia afuera, hacia el cementerio que estaba a unos metros del templo. Ella también debió seguir el ataúd, junto con sus hermanas, y eso hizo, caminando lento, continuando con sus rezos.

Todo estaba cubierto de nieve, el piso, las rocas, las casas, los caminos, las tumbas, todo exceptuando el agujero que habían hecho durante el día, durante el velorio, aun ahí, con la tierra fresca amontonándose.

No había casi luz del sol, aun así, el demonio oculto en sus ropas pareció esconderse más, ocultándose de cualquier rayo de luz. A pesar de todo, ante el frio que ahí afuera hacía, el calor en su nuca fue ciertamente bienvenido por su cuerpo helado, pero no iba a agradecerlo.

Comenzaron a bajar el ataúd, poco a poco, hasta que tocó el suelo. El Padre comenzó a dar unas ultimas plegarias, mientras poco a poco comenzaban a llenar el agujero de tierra húmeda, rellenándolo.

“No voy a meterme ahí dentro-”

“Shh.”

El demonio habló, con su tono bajo, pero igual de tosco, como un eco, y por inercia la acalló, no era el momento para que hablase. Había muchas personas, más de alguien podría oírla, o quizás no, no lo sabía, pero no iba a arriesgarse.

El rito continuó hasta que el agujero quedó por completo tapado, relleno de tierra, las personas moviéndose, dejando las flores sobre el parche oscuro en ese campo lleno de blanco. Una por una, dejando ni una pizca de tierra expuesta, solo flores. El Padre bendijo una vez más el lugar, y sabía que le sería imposible a cualquier demonio el entrar ahí, el terminar esa labor de sacar esa alma de ahí, completamente sellada, bendecida para que ninguna garra corrupta pudiese tocarla.

Y no sabía si eso era bueno o malo.

No sabía que era lo correcto o incorrecto en ese caso.

Así que, sin más, se dio la vuelta, volviendo a guarecerse dentro del templo, donde pertenecía, ya que afuera, ese no era su lugar. Solo esas situaciones la hacían salir de la iglesia, y sabía que estar afuera le traía malas sensaciones por lo mismo, ya que afuera estaba la muerte, a pesar de que su hermana muriese ahí dentro.

Pero afuera existía la enfermedad, la corrupción, la suciedad.

Y quería mantenerse al margen lo más que pudiese.

Pasó por las bancas ahora vacías, todo el mundo afuera, despidiéndose para luego marcharse. Se quedó unos momentos ahí, inmóvil, mirando hacia el altar. Se sentía cansada, no había logrado apenas dormir, y ahora ese peso empezaba a consumirla.

Aun así, se arrodilló una última vez en el día, y rezó, siguiendo el mismo patrón que la última vez, pidiendo por fuerzas, por apoyo, para impedir que el demonio que seguía sobre su hombro, lograse contaminarla a ella y a la iglesia.

Y cuando se sintió conforme, se levantó.

Caminó hasta su cuarto, el lugar en silencio sepulcral, así que no debía de haber nadie más ahí dentro, así que se sintió algo solitario, sobre todo cuando abrió la puerta, viendo la cama vacía a su lado, que permanecería vacía. Estaba acostumbrada a la vida solitaria, de claustro, aun así, siempre estuvo con esa mujer al lado, a pesar de que no tuviesen una relación realmente cercana, más allá de lo que sucedió cuando era niña.

Era extraño.

Cerró la puerta, apoyándose en esta, y soltó un suspiro pesado.

La ventana daba paso a la luz, y ante lo nublado que estaba, ante el atardecer, estaba oscuro, oscureciendo la habitación entera, y sabía que debía de prender una vela, pero no tenía las energías para hacerlo.

Solo quería dormir.

Avanzó hacia el armario, descubriéndose la cabeza, y escuchó a algo moverse, o salir despedido ante su movimiento.

El demonio chocó contra una de las paredes, aun diminuto, soltando un quejido, y como una mosca muerta, comenzó a caer en picada hasta el suelo. A pesar de que fuese un demonio, y por lo mismo no mereciese su respeto, no dejó de sentirse en parte vil al hacer un movimiento así de brusco. Pero era brusca, siempre lo fue, y solo con su Dios, cuando finalmente se topasen frente a frente, mediría su actitud.

Jamás por un demonio.

Soltó un suspiro, teniendo en cuenta su situación, sabiendo que ya no estaba sola, si no que había un peligro ahí, así que, siendo modesta, tiró al suelo, justo sobre el cuerpo pequeño del demonio, una de sus prendas de ropa, solamente para ocultarse de los ojos corruptos ajenos.

Y solo así continuó, cambiándose de ropa, poniéndose su vestido de dormir, sintiéndose ya segura de las miradas ajenas.

Caminó con urgencia hacia su cama, acostándose, sintiendo sus parpados pesados, así como el dolor de cabeza que parecía abrumarla ante la situación en la que estaba, aunque también pudiese ser ante la falta de sueño. De todas formas, sabía que debía descansar pronto, pero, primero, tomó la botella de agua bendita, ahora llena, y comenzó a echarla sobre su cuerpo, ritual que debía efectuar más de lo usual, poniéndose encima un escudo protector.

Ahí recién, soltando una última plegaria, se acomodó en la cama, cerrando los ojos.

“Para ser una humana, una buena sierva, eres muy mala conmigo.”

Escuchó al demonio hablar, su voz aun diminuta, como su cuerpo, fingiendo dolor y tristeza, pero no le dio mirada alguna, continuó relajándose, o al menos intentándolo. Era ya la primera vez que podía tomarse una noche de sueño desde que su compañera murió, desde que el demonio apareció, y temía que la situación se alargase.

El demonio no parecía en lo más mínimo interesado en irse, en desaparecer, en volver a donde pertenecía.

Y eso solo podía ser un problema para ella.

Y considerando que sacar a su hermana de ahí dentro, que condenar al alma dentro de aquel ataúd sagrado, sería una tarea difícil, tenía claro que el demonio tardaría aún más en cumplir su deber.

Sintió como la creatura se movió, sobrevolando su cuerpo, creciendo tal vez, pero continuó ignorándola, hasta que escuchó un silbido, el demonio acercándose más de lo que debía a ella, su cuerpo corrupto ardiendo ante la protección que se puso antes de acostarse. Los pecadores eran similares, así que no tuvo duda de que volvería a intentar acercarse, y con esa protección, con su cruz, con su rosario, le sería cada vez más complicado acercarse, mucho menos intentar poseerla de nuevo.

Ahora estaba preparada.

Estaba en control.

“¡Yo también quiero dormir una siesta contigo!”

El berrinche fue claro.

Ese demonio lo único que hacía era hacerse el gracioso y dormir siestas…

No sabía si estar agradecida o no de que apareciera ahí dentro un ser así, y no otro que tuviese el don de la responsabilidad y estuviese haciendo el mayor caos posible que pudiese. Incluso podía mover una vela, e iniciar el caos, pero no era así.

“Shh, cállate y dejame dormir.”

Era tal vez la quinta vez en el día que hacía callar a ese demonio.

Y lo haría más si era necesario.

El demonio volvió a quejarse, haciendo un drama al respecto, pero no pudo atención a lo que las palabras decían, ni le importaba, solo se concentró en dormir, en descansar, que, si estaba débil, no podría enfrentarse correctamente a las fuerzas del mal que estaban presentes. Tal vez el demonio no peleaba de vuelta, pero no iba a confiarse, iba a estar preparada.

El demonio se acalló, y cuando abrió un ojo para mirar donde estaba, vio el cuerpo rojizo del demonio flotando en el aire, hecho un ovillo, al parecer con la intención de tomarse otra siesta más en el día, para descansar, aunque dudaba que hubiese mayor cansancio ante sus repetitivas siestas.

Como sea, ahora le tocaba a ella dormir.

Lo necesitaba.

No podía seguir adelante cargando con ese peso que ahora tenía sobre los hombros, el hacerse cargo de aquel demonio para que no crease discordia en su iglesia, así como superar poco a poco, el cambio en su vida, digerir el hecho de que la mujer que estuvo a su lado durante todos esos años, ya no vivía, ya no existía, solo era un alma corrupta más esperando un castigo bien merecido.

Su tarea era importante, y esperaba que fuese Dios quien la puso ahí, en ese instante, para darle esa nueva misión, el asegurar que aquel castigo fuese impuesto, que la hermana bajo tierra recibiese lo que merecía ante sus actos, que, si bien desconocía, sabía que habían sido malos, así como el ser la protectora de su iglesia.

Y eso haría.

Cumpliría con su deber, y haría a su Dios orgulloso.

 

 

Chapter 100: Alpha -Parte 3-

Chapter Text

ALPHA

-Desventaja-

 

No se iba a dejar perder.

No se iba a dejar amedrentar.

Ni por un Alpha, ni por nadie, por muy retorcida que fuese esa persona.

Y no lo hizo.

Pero, aun así, notó como la situación se le escapó de las manos.

Se movió rápidamente, era ágil, si, pudo someter a su rival en más de una ocasión, pero no se le hizo fácil, no fue como tantas otras peleas que tuvo. Notaba por el cuerpo ajeno que sujetaba, que era alguien realmente fuerte, más allá de ser un Alpha, se trataba de alguien que había peleado incontables veces, que sabía cómo escaparse de las sujeciones, que sabía cómo devolver los golpes.

Ella había entrenado para varios deportes, toda su adolescencia fue así, aprendiendo más, entrenando su cuerpo, siendo cada día más fuerte, y ahora seguía así, manteniéndose fuerte, donde a pesar de no ser como aquel Alpha, podría hacerles frente, pero, aun así, se vio en desventaja.

Eso era lo lamentable de ese mundo, que al final, sin importar lo mucho que uno intentase ser mejor, ser más capaz, siempre llegaba alguien que había tenido la suerte de nacer con una genética privilegiada.

Por lo mismo siempre se esmeró para cuidar a los Omegas, a quien necesitase su ayuda, para ayudar a quien, sin importar lo que hiciese, no podría defenderse de un ataque como ese, qué, si bien le estaba costando seguir el ritmo, no podía dejar de agradecer que estuviese en el lugar y en el momento adecuado.

Si esa persona se le tiraba encima a la Omega, la destruiría.

Se vio escupiendo, sintiendo la sangre acumulándosele en la boca, luego de que esta pudiese librarse de su agarre, una vez más. Había recibido un golpe, este ardiendo en su mejilla, y no quería ni siquiera pensar que se le había caído un diente, pero con el dolor que sentía, probablemente si fuese el caso.

Se tomó un momento para mirar a su rival, notando lo erguido de su cuerpo, lo fuerte de sus brazos, lo capaz en su mueca. Sabía que meterse en esa pelea la dejaba en desventaja, y a pesar de su ego de Alpha o lo que sea, sabía que no podría ganarle, al menos no como solía ganar peleas, donde en dos movimientos su contrincante decidía no seguir, porque era una pérdida de tiempo y ya no eran cachorros hormonales para seguir insistiendo, su juicio completamente nublado.

Pero este no era el caso.

Era obvio que la salida más lógica era acabar ahí con la pelea, el aceptar la victoria del Alpha, pero no podía, si se rendía, la pequeña mujer a la que estaba protegiendo volvería a verse vulnerable, los ojos salvajes de esa persona se volverían a la Omega, y eso acabaría mucho peor.

No podía permitir que alguien así de nefasto le arruinase la vida a alguien más.

Así que debía seguir, debía continuar hasta someter de una vez por todas a esa persona, pero sabiendo como su cuerpo estaba en ese instante, ya adolorido, ya cansado, sangrante incluso, era imposible que durase demasiado.

Era una pelea que iba a perder.

Pero mientras respirase no se detendría.

Quería hacer algo bien, se había jurado a si misma que intentaría ser diferente a gente como ese Alpha frente a ella, que ayudaría a los demás y no los haría sentir incómodos, y lo hizo, terminó haciendo exactamente eso, porque no podía huir de quien era, de lo que era, y sin importar cuan buenas fuesen sus intenciones, nunca lograría hacer lo correcto.

Creía que ahora lo estaba haciendo bien, que había hablado las cosas, que le había dejado en claro a esa chica que lo que estaba haciendo no era por su ego, que se había equivocado, y que quería hacer las cosas bien, y debía demostrárselo.

No podía detenerse ahora.

Volvió a moverse, sus zapatillas resonando ante lo rápido de su movimiento, la suela raspando contra la cerámica. Sujetó a la mujer por la cintura y usó su fuerza para levantarla, no necesitaba tanta fuerza, levantarla tanto, lo suficiente para que los pies ajenos dejasen el suelo, al menos por un momento.

Y lo logró, a pesar de sentir como las manos ajenas aprovechaban de golpearla en la espalda, haciendo arder cada parte de la zona.

La levantó y usó un movimiento para hacerla caer de espaldas al suelo, el sonido resonando.

Necesitaba contenerla lo más posible, pero se estaba agotando demasiado.

Se movió de nuevo, con la intención de dejar las piernas ajenas completamente inertes usando las propias, luego ya se preocupó de los brazos ajenos, usando los propios para calmar los golpes que veían hacia su cuerpo.

Lo consiguió, y por un momento disfrutó de su logro, de dejar al Alpha completamente inerte, pero la sonrisa ajena fue suficiente para quitarle cualquier sensación positiva.

Sintió su nariz arder cuando la mujer hizo un movimiento con su rostro, alcanzándola, golpeándola. Podía sentir el ardor, podía sentir los ojos arder, su carne arder, su hueso arder, y ardió aún más su piel cuando la sangre comenzó a caer por sus fosas nasales.

Pero no la soltó, eso no iba a detenerla.

La sonrisa ajena se amplió, sádica, disfrutando de su esfuerzo, el que claramente parecía ser en vano, porque su oponente era fuerte, demasiado fuerte, o más bien, nada de lo que le hacía parecía afectarle, y no podía decir que ella misma no era fuerte, como para decir, está bien, esta es fuerte porque yo soy muy débil, no, por el contrario, era consciente de sus capacidades.

El Alpha aquel era superior, superior a ella, superior a cualquiera, y lo notaba en sus facciones, en su fuerza, en sus movimientos. Era mayor que ella, lo sabía, olía como alguien maduro, como alguien que llevaba ahí en esa universidad por muchos años, demasiados, pero ahí seguía, sembrando el caos sin que nadie tuviese la fuerza para detener sus fechorías.

Y ella no era diferente.

No podría detener sus fechorías, no podía ni siquiera contenerla del todo, era demasiado, y sus músculos ardían con la cantidad de esfuerzo que estaba poniéndole a aquella situación.

Pero dejar las cosas como estaban no era lo correcto.

No, no podía.

El cuerpo bajo ella se removió, fuerte, intenso, como un toro desbocado e iracundo, y su peso no fue suficiente para mantenerla inerte, aun así, no fue suficiente aquel movimiento, pero no era para moverla, solo era para tantear, lo vio en el rostro ajeno, la sonrisa sádica aun presente, disfrutando de esa situación.

Era un juego.

Se había enfrentado a muchas personas, pero esta, era un tema diferente.

La mujer se removió, una vez más, y la cabeza ajena volvió a golpearla, en el exacto lugar que hace unos momentos, y su nariz ya sangraba, así que la cantidad de sangre que salió después fue incluso mayor. Soltó un gruñido dolorido, intentando mantener su cuerpo firme, sus brazos firmes, sus piernas firmes, lo suficiente para que la mujer bajo ella siguiese ahí, abajo.

Pero no pudo.

Esta hizo el movimiento una vez más, con más fuerza, y giró, dando vuelta la situación, dando vuelta sus posiciones.

Perdió el control de la situación y se vio intentando golpear donde pudiese y al mismo tiempo defenderse, pero ya no podía, estaba débil, su cabeza estaba nublada, y el dolor en su rostro y en el resto de su cuerpo se volvía insoportable.

En cosa de segundos, se vio en el suelo, con el rostro pegado en la cerámica, sintiendo la presión del cuerpo ajeno sobre el suyo, estampándola, aplastándola, y no fue físicamente capaz de mover ni un solo musculo.

Notó el piso, notó la sangre propia decorándola, mientras sentía la mano de la mujer enterrada en su cabeza, en su cabello, usando toda la fuerza posible para mantenerla ahí, en el suelo, y sentía que un poco más de fuerza y su cráneo explotaría.

Esa persona no era normal.

No quería acabar así, por supuesto que no quería, sobre todo sabiendo que la mujer estaba aun con todo su ímpetu, con toda su fuerza, aun capaz de seguir haciendo daño, y no le importaba que se lo hiciese a ella, pero ¿A alguien más? No quería que pasara eso, y se sentiría culpable de permitirlo.

Dio un salto cuando la mano en su cabeza se removió, moviendo su cabello, despejando la nuca, e incluso sintió una de sus uñas pasar por la zona, y se vio entrar en pánico, sus feromonas cambiando, ya no más intimidación, ya no más agresión, ya no más enojo, ahora siendo nada más que miedo, terror.

No fue solo el miedo de ser mordida que la embargó, y si, por supuesto que había algo intimidante en el hecho de perder lo que uno era a causa de una mordida, el ser degradado por algo similar, pero, fue el saber cuántas personas estuvieron en esa situación. Ella misma era fuerte, y pudo retrasar la situación, pero sabía que muchos no tenían esa fuerza, ese entrenamiento, y el pensar en lo imponente que debieron sentirse otros al estar en esa posición, se sentía sin duda amargo.

“No eres el primer Alpha que he mordido.”

No pudo ni siquiera girar el rostro, este inerte, pero sí pudo mirar de reojo, buscando al Alpha que la había dejado en ese estado, y cuando la vio, se sintió enferma.

Una mordida, una marca, era algo especial, era una unión entre dos personas que decidían conectar a un nivel incluso genético, compartiendo sus vidas para siempre, pero esa persona solo lo hacía para hacer sufrir a los demás, como una especie de tortura, y le causó asco. Era capaz de aceptar ligarse a una persona, sin tener en consideración lo que eso significaba para sí misma, y para los demás, solo como una tortura, para romper ese vínculo que significaba una carga emocional tal fuerte.

Esa mujer era capaz de sentir dolor, con tal de infringirlo.

Y qué asco le provocó.

Esta soltó una risa, acercándose aún más, y su aroma se volvió aún más repulsivo, el aroma de quien ha hecho y roto tantas relaciones, a tantas personas, que había denigrado sin el menor tapujo. Su aroma teñido de cientos de aromas ajenos, de los corazones que rompió durante el camino.

Olía fatal.

“Todos estuvieron tan, pero tan avergonzados, que no fueron capaces de decírselo a nadie. Tú pareces tener un gran ego, imagino que serás igual que los demás.”

Ese fue su problema.

Su ego, su maldito ego de Alpha.

Tal vez se merecía eso, merecía ser degradada de su posición, convertirse en un Delta y ser marginada de la sociedad, porque eso hizo con cientos. Merecía ese desenlace.

Simplemente cerró los ojos, sintiéndose mareada y nauseabunda, el aroma asqueroso del Alpha mezclado con el aroma de su propia sangre era demasiado, y quería vomitar. Prefería que eso acabase rápido, que la mordiese rápido, y así podría acabar esa tortura.

Sintió la respiración ajena en su nuca, y se preparó para sentir los dientes ajenos en su nuca.

“Eso es suficiente para iniciar un juicio en tu contra.”

La voz ajena la hizo abrir los ojos.

Por un momento olvido que la Omega seguía ahí, y esa era su voz, no podía ser la de nadie más.

El agarre sobre ella se volvió menos intenso, la Alpha tan sorprendida con la voz como ella misma, forzándose a mirar, distrayéndose.

La vista la tenía algo nublada, pero, aun así, logró ver a la pequeña mujer. Esta estaba parada firme, con su expresión digna, capaz, mientras en sus manos tenía su teléfono, claramente grabando lo que ocurría.

Creyó que esta saldría corriendo, pero no.

La vio teniendo miedo, temblando de terror, pero esa mujer no era débil, para nada, no era una cobarde que corría, y se vio sonriendo. Esa chica sí que era diferente al resto. Quizás si la subestimó, y se arrepentía de haberlo hecho.

“¿Qué?”

La voz del Alpha resonó, iracunda, perdiendo esa soberbia que tenía encima, centrándose en la Omega. Podía sentir el cambio en su cuerpo, así como en sus feromonas.

Eso la había tomado desapercibida.

La pequeña Omega no se vio intimidada por la agresora, por el contrario, se mantuvo firme.

“Sé cómo funcionan las leyes, no por nada las estudio, así que sé a ciencia cierta de que esta es la prueba necesaria para que te encierren por tus delitos. Que seamos una sociedad con instintos, con impulsos, no significa que puedes hacer lo que quieras, dañar a quien quieras.”

La voz de la chica resonó, sin miedo, con confianza, y se vio de nuevo sonriendo.

Se sentía aliviada.

Al final, todo eso, no había sido en vano.

La Alpha soltó una risa, haciendo tronar su cuello.

“¿Ah sí? ¿En serio crees que permitiré que logres llevar a cabo tu ingenua justicia?  Te voy a destruir tal y como hice con otros.”

Tuvo un subidón de pánico.

Aunque la chica hubiese alcanzado a llamar a la policía o algo así, aun no escuchaba nada similar a una de sus sirenas, así que esa enferma aún tenía tiempo para hacer de las suyas, y no podía permitirlo, y esta se veía lista para hacerlo, levantándose, dispuesta a ir contra la Omega, la pobre titubeó por un segundo, lo vio en sus ojos claros, sin esperarse que esa persona detestable decidiese atacarla a pesar de las pruebas en su contra.

Así que tuvo que hacer algo, algo mientras la Alpha estaba distraída, mientras no la observaba.

Se levantó, a duras penas, y se lanzó hacia la agresora, afirmándola de la cintura, botándola al suelo en el proceso, y se aferró a esta con fuerza, sin soltarla, y no le importaba lo que tuviese que hacer para salvaguardar a la chica, pero iba a hacer lo necesario.

“¡Corre!”

Gritó, desesperada, mientras el cuerpo bajo ella se movía, incontrolable, así que apenas lograría detenerla lo suficiente.

No pudo hacer contacto visual con la Omega, pero rápidamente escuchó los pasos moviéndose, alejándose, pero no lo suficiente.

No, no iba a poder contenerla por mucho tiempo.

Maldita sea.

Solo esperaba que la chica pudiese huir, lejos.

Y con suerte, atraparían a esa persona, y su existencia no mermaría en vano.

Chapter 101: Boss -Parte 1-

Chapter Text

BOSS

-Castigo-

 

Lo detestaba.

Lo aborrecía.

Siempre intentó separarse de esa vida, alejarse lo más posible, el que nadie jamás pudiese reconocerla como la hija de su padre, pero sin importar cuanto lo intentaba, las cadenas siempre la mantenían fijas a su predecesor.

Al final era su hija.

Al final, tenía el peso de su labor en sus hombros.

Su herencia.

Así que jamás podría alejarse lo suficiente.

Nunca sería suficiente.

Su padre era un mal hombre, lo sabía, haciendo el trabajo que hacía, teniendo el poder que tenía, era capaz de tener a todos comiendo de su mano, tanto a sus aliados como a sus enemigos, y si, admiró esa parte de él, y honestamente, al nacer bajo ese nombre, bajo esa casa, bajo ese régimen, jamás le aterró lo que ocurría, los rumores o los mismos sucesos que vio en sus años más vulnerables.

No, nunca temió, jamás.

No le aterraba ni la muerte, ni la sangre, ni las torturas a las que su padre sometía a quienes osaron pasarle por encima. Para nada, vio eso desde tan niña, que se desensibilizó por completo, y le dijeron no una, si no cientos de veces, que un día ella estaría en esa posición, que ella sería la cabeza de esa organización, y tendría que hacer ella ese trabajo sucio.

Pero su padre no se manchaba las manos, le gustaba ordenar y pagarles a otros para que cometiesen las atrocidades en su nombre.

Y ahí empezaba su razón para odiar a su padre, de detestarlo…

De destronarlo.

La carnicera.

Esa mujer fue obligada a trabajar para su padre, a estar bajo amenaza, amenazándole con quitarle su negocio, su herencia, y se vio en la obligación de cortar a los enemigos de su padre y a ocultar los cuerpos en su matadero. Una persona que se manchaba las manos de sangre, que se dedicaba a matar a seres inocentes, degollarlos, y venderlos, estaba ciertamente tan desensibilizada como ella, pero jamás se trató de un humano, pero ahora, debía hacerlo, debía torturarlos al comando de su padre, usar sus habilidades con las cuchillas para destripar a seres que rogaban, que suplicaba, que gritaban, que lloraban.

Eso era demasiado, incluso para la carnicera.

¿Cómo no iba a enloquecer al verse de un día a otro cometiendo tales actos?

¿Cómo no iba a enloquecer al tener un arma apuntándole en la frente?

¿Cómo no iba a enloquecer al saber que, si se negaba, la mafia le destruiría la vida?

Pero esa mujer era fuerte, se mantenía serena, incluso en los peores momentos, al final, estaba acostumbrada a cortar, era su segunda naturaleza, cambiar de animales que chillaban a humanos que gritaban, no debía de hacer mayor diferencia, por lo mismo logró seguir con el trabajo durante un largo tiempo, cumpliendo con lo que su padre le obligaba a hacer. Aceptó matar humanos tan rápido como aceptó matar animales.

Se acostumbró a la muerte, a la sangre, y a las torturas, y consiguió seguir trabajando para su padre, mientras mantenía su negocio vivo.

Se mentalizó de que era un trabajo más, y cumplió con cada orden.

Excepto con una.

Una regla que su padre consideraba sagrada.

Ella.

Nadie debía ponerle una mirada encima, nadie podía hablarle, nadie podía tener segundas intenciones con su hija, porque era la heredera, y como heredera, tenía que mantenerse lejos de cualquier corrupción exterior. Así como su padre negó a su madre, quedándose con su hija, pero desechándola, para no ser un estorbo en su vida al mando de la familia.

Nadie debía estorbar en la vida del jefe, absolutamente nadie, y a su hija nadie la tocaba.

¿Era la culpa de esa mujer? ¿Se merecía aquel castigo?

No, no lo era, la culpa era suya, completamente suya.

Ella fue la que estuvo curiosa, ella fue la que se vio interesada por la carnicera, la que la quería tener para siempre a su lado, y tal y como su padre, heredó su personalidad de mierda, queriendo conseguir todo lo que se le metía en la cabeza, y podía tenerlo, por supuesto, porque era la heredera, así que tenía el poder en sus manos.

Pero no fue así.

Ese día aun le aterraba.

Si, no le temía a la muerte, a la sangre, a la tortura.

Pero si temió cuando fue dirigido hacia la mujer de la que se obsesionó.

Sabía lo que estaba ocurriendo, porque no la encontró cuando la buscó, porque solían verse a escondidas, la mujer siendo atenta con ella, y a pesar de como lucía, era sin duda un ángel que le cayó del cielo, pintando su vida oscura, llena de sangre y muerte. Era un verdugo, que mataba, pero a ella le daba tanta vida.

La quería, la quería tanto.

Y al no verla aparecer, tuvo que ir a la carnicería, esperando encontrarla.

Pero sabía, dentro de su estómago, que las cosas no estaban bien.

Entró en el matadero, sintiéndose cada vez más ansiosa con la situación, creyendo que podría existir la posibilidad de que aquel secreto hubiese salido a la luz, de que el amor que se tenían había sido visto por su padre.

Y le horrorizó saber que era así.

No, la muerte, la sangre, la tortura eran cosas que vio desde siempre, pero nunca así, no siendo ejecutadas en la persona más importante para ella.

Su padre, se había ensuciado las manos esta vez, porque habían faltado a su más grande regla, y debía dar un castigo apropiado. No iba a permitir que nadie llevase a cabo aquella tarea, nadie que no fuese él mismo. Porque se trataba de su hija, de la futura jefa.

Y aborreció aún más a su padre en ese preciso instante.

La carnicera se mantenía inerte, aceptando su destino, sus fuertes brazos amarrados frente a su cuerpo, mientras que estaba firme en un taburete demasiado pequeño para su gran cuerpo, este bañado de sangre, y no de la sangre de la que solía verla manchada, sangre ajena, si no que era propia.

Sus propios cuchillos, sus utensilios de trabajo, siendo usados en su contra, las hojas bien afiladas, listas para despellejar el cuello, para cortar la carne, para romper incluso los huesos, empezaban a desgarrar su piel. Eran cortes leves, al menos la mayoría, solo causándole dolor, causándole desangramiento, pero podía notar como su padre, poco a poco, ponía más fuerza en los ataques.

En sus brazos, en su pecho, en su estómago, en sus piernas, en su rostro, en todos lados, sin parar, su semblanza desapareciendo, el enojo haciéndolo actuar de manera desmedida, impulsiva, manchándose las manos, exigiendo respuestas, amenazando una y otra vez. Su padre la rodeaba como un depredador a su presa, preguntando, exigiendo, cortando cada rincón que tenía a la vista, tiñendo la ropa antes blanca de rojo.

Pero la carnicera no diría nada.

No era una persona de muchas palabras, tampoco era una persona conflictiva, así que no iba a pelear de vuelta, aunque tuviese la fuerza para detener a su padre, para romper la soga que mantenía sus manos firmes. Además, era inteligente, lo suficiente para saber que, si hacía algo, los secuaces, ahí presentes, terminarían el trabajo.

La carnicera no podía defenderse.

No podía hacer nada.

Simplemente aceptarlo, aceptar los cortes, aceptar las heridas, aceptar sangrar, así como aceptaría morir, porque cometió aquel crimen, enamorarse de la hija del jefe, este sin saber que su hija fue la que se enamoró primero, la que buscó a la carnicera para poder alimentarse de esa obsesión.

Solo se vieron una vez, y ahí, todo comenzó.

Su codicia fue la que causó todo ese dilema, toda esa tortura.

Por lo mismo, ella no se iba a quedar de brazos cruzados.

No.

No mientras lastimaban a quien quería, no le importaba que fuese su propio padre, no pensó en las consecuencias, no pensó en nada, lo único que le preocupaba en ese momento, era mantener a esa mujer viva, porque si ella no se movía, esta moriría.

Y no iba a permitirlo.

Como la hija de su padre, como la siguiente en la línea de mando, como quien sería la cabeza de aquel turbio negocio, tenía una reputación que mantener, así como su vida podía estar en riesgo, por lo mismo, siempre tenía un arma para protegerse. Aprendió a disparar, se entrenó como correspondía de alguien como ella, para ser capaz de sobrevivir ante una guerra.

Era su excusa para prescindir de los guardias, y así podría ver a la carnicera sin que nadie lo supiese.

Pero fue descuidada.

Y esa situación terminó saliendo a la luz.

Pero eso ya no importaba.

Solo el ahora.

Sacó el arma desde dentro de su vestido y apuntó a su padre, sacándole el seguro al arma, el sonido haciendo que todos los presentes mirasen en su dirección, su existencia aun un misterio para ellos. Los ojos de su padre la observaron, similares a los propios, de hecho, ambos eran muy parecidos, sin embargo, deseó que así no fuese, porque no quería tener ningún rasgo en común con el sujeto que intentó matar a la carnicera.

A su carnicera.

Eso no se lo perdonaría a nadie.

Mataría a quien sea que le tocase un solo cabello, a quien sea que la mirase de mala manera, quien sea que siquiera pensase en herirla.

Era suya.

“¿Qué haces aquí?”

Su padre preguntó, parándose recto, recuperando su compostura, haciendo que lo que estaba ocurriendo jamás pasó, pero su ropa manchada de rojo, así como los dos cuchillos en ambas manos, le recordaban lo que vio, las pruebas del delito, y del enojo propio que sentía, hirviendo en su pecho.

Y si eso no era suficiente, solo tenía que mirar al lado, hacia la mujer, cuyo cuerpo estaba bañado en rojo, la sangre goteando por cada rincón, manchando el suelo a los pies de la silla. Los ojos ajenos la miraron, esos ojos que conocía bien, que eran toscos, así como toda la mujer, pero que cuando la miraban, se veían tan encantadores, llenos de amor, llenos de sentimiento. Esa mujer no era como se veía, era completamente diferente, y adoraba eso.

Porque ella era igual.

Ambas lucían tan diferentes a las personas que eran dentro de esas pieles, dentro de esas ropas, dentro de ese rubro.

Tal vez eso fue lo que atrajo la una de la otra.

Pero no había sucedido algo así, donde la carnicera la viese en acción.

Y ese era el momento.

Ni siquiera lo pensó, creyó que lo primero que haría era tener una discusión con su padre, simplemente diciéndose las cosas a la cara e intentar arreglar la situación, pero no, ninguno de los dos era así, eran impulsivos ambos, elegían la peor opción siempre, y así fue cuando este se enfureció, cuando vio que ambas se miraron mutuamente, dejando en evidencia que lo que le molestaba era cierto, que tenían una relación que él consideraba prohibida, y se acercó para acuchillar a la carnicera una vez más.

Esta vez, con un golpe letal.

En su cuello.

Acabaría con quien corrompió a su hija.

No iba a dudar, no ahora, ya que esa decisión no era difícil, en lo absoluto.

Así que disparó.

El cuchillo iba directo hacia el cuello ajeno, pero el disparo que recibió en la cabeza desvió el ataque, pero no lo suficiente para desviarse por completo del cuello ajeno, la hoja enterrándose en la piel, desgarrando con fuerza, tal y como otros cortes en su cuerpo, pero esta vez en un lugar sensible, un lugar que podía causarle la muerte.

Y agradecía el tener esa puntería.

El no haber dudado.

A penas su padre cayó al suelo, completamente muerto, miró a los secuaces, quienes en ese preciso momento eran sus empleados, ahora lo eran, porque con su padre fuera del camino, ella era quien lideraría la mafia, era ella quien tendría todo el poder, por lo mismo no dudó en ordenarles que le salvasen la vida a la carnicera.

Y si bien quiso huir de esa vida, la tomaría.

Si con eso podía salvar a la carnicera, lo haría.

Y reaccionó a tiempo.

Un par de minutos más tarde, y no estaría en esa situación.

Ahí.

Se acomodó en el sillón, mirando la cama frente a ella, observando minuciosamente a la mujer ahí acostada, su cuerpo completamente envuelto en vendas. Por suerte ya no sangraban, por suerte habían sido tratadas con esmero y cuidado, y su vida no corría peligro. Y se sentía aliviada cada vez que pasaba a esa habitación, asegurándose que la mujer respirase, para recordarse a sí misma que lo hizo, que la salvó.

Estar a la cabeza, era algo que aprendió a hacer desde niña, así que no era complicado, no tanto como imaginó que sería, de lo que se convenció que sería para alejarse de ese mundo, porque no era su mundo, era el de su padre, ella quería tener su propio mundo, pero ahora, eso ya no le importaba, porque esa mujer ahí dormida era su mundo.

Acercó la mano a una de las manos parcialmente vendadas, una mano grande, fuerte, tan diferente a las propias, pero la sostuvo con firmeza, esperando que esta pudiese sentir su agarre ante la cantidad de sedantes que tenía encima, anulando el dolor que aun debía de sentir. Las heridas más graves seguirían doliendo, incluso luego de que sanaran, por algo su padre atacó de esa forma, con esa intención.

Se deshizo de su padre, pero siempre que viese a esa mujer, recordaría como su padre la marcó por cada rincón de su cuerpo, mancillando la perfección que era antes, pero no por eso la amaba menos, solo esperaba que cuando despertase, que cuando estuviese recuperada, no la odiase, ya que fue su culpa que todo eso ocurriese.

Esa mujer lucía maravillosa cubierta de sangre, pero rezaba a un Dios inexistente, que jamás fuese con su propia sangre. No soportaría ver eso de nuevo.

Sintió la mano moverse, sacándola de sus pensamientos.

El movimiento fue débil, tembloroso, y se vio buscando el rostro ajeno, esperando notar algo en el único ojo visible que se veía bajo las vendas, y se vio emocionando cuando el parpado se abrió, mostrando su orbe brillante, vivo a pesar del evidente cansancio, a pesar del evidente dolor, a pesar del evidente problema en el que estaba metida.

Adoró cada segundo, y se lo grabó en su memoria, temiendo el no volver a ver esa mirada.

La mujer se removió, girando el rostro, su ojo buscando alrededor, encontrándola a ella, aun agarrada de su mano, aferrándose como si de eso dependiese su vida, y si, tal vez así era, porque la necesitaba.

Drita era una mujer de pocas palabras, si, por lo mismo se acostumbró a adivinar lo que esta pensaba, solamente notándolo a través de sus ojos. Y así lo hizo ahora, esta sin ser capaz de decir palabra, aunque así quisiese, envuelta en vendas, cuidando sus cortes.

Le sonrió, y esperó ver algo, notar algo, temiendo, ahora temía mucho, porque nunca creyó que tendría algo valioso que quisiese proteger, y perder aquello, era algo que sin duda la dejaba inquieta. Fue enseñada a ser nada más que una máquina, ser la heredera de aquel mundo purulento, por lo mismo, estaba desensibilizada ante la muerte, ante la sangre, ante la tortura.

Pero su humanidad, sus sentimientos, no habían desaparecido.

La mujer la observó por unos momentos, su ojo sin mostrar nada, solo cansancio, solo debilidad, y cuando creyó que debía dejar de hacerse ilusiones, que esa mujer tenía todo el derecho de odiarla, de hacerle a su cuerpo lo mismo que su padre le hizo a esta, esta la miró con su ojo brillante, siempre tosco, pero lleno de sentimiento.

No hacían falta palabras.

La mano que sostenía volvió a moverse, los dedos apretando los suyos, con apenas fuerzas, a pesar de que esta fuese más fuerte que cualquier otra persona que hubiese conocido en su vida, pero apreció el más mínimo intento, porque eso significaba que la aceptaba, y eso la hacía sentir inmensamente feliz.

“Todo estará bien.”

Porque la iba a proteger.

La iba a proteger de todo mal.

Porque era lo más preciado que tenía, y asesinaría a quien decidiese poner la vida de esa mujer en riesgo.

A todo el mundo de ser necesario.

 

Chapter 102: Reaper -Parte 2-

Chapter Text

REAPER

-Victima-

 

Se removió, el cuerpo sintiéndose pesado.

No quiso abrir los ojos, porque ya sabía, por experiencia, que le arderían a penas lo hiciera.

Y no estaba dispuesta a pasar por ese martirio.

Se sentó en la cama, la ropa del día anterior aun en su cuerpo, los bordes de esta incrustados en su piel, y no recordaba siquiera haber llegado a su casa la noche anterior, los recuerdos estaban borrosos, como siempre, pero al menos siempre llegaba, a su puerta, a su cama, como un sabueso entrenado.

Pasó las manos por su rostro, intentando quitarse el sueño de encima, y el aroma a sangre le llegó de inmediato.

Y ahí recién abrió los ojos.

La habitación estaba brillante, no había cerrado las cortinas, y esa era la menor de sus preocupaciones si ni siquiera se había sacado la ropa con la que asesinó, teniendo en esta la prueba de su delito.

No es que alguien fuese a buscarla, a esta altura.

Mataba en lugares sin ley, estaba a salvo.

Bostezó, el simple acto haciendo que su cabeza doliese. Bebió demasiado, más de lo normal, pero no lo pudo evitar, ese refrigerador estaba lleno y era una pena el dejar todo eso ahí, permitir que se desperdiciase, de hecho, había traído un par de cosas consigo, o eso creía que había hecho, ya que ni siquiera lo recordaba, pero esperaba que así fuese.

Al final, solo había una solución para el dolor de cabeza luego de beber tanto.

Se levantó de la cama, y salió de la habitación, su mente fija en una sola cosa, y de nuevo, como un sabueso, avanzó. Abrió el refrigerador y buscó dentro, encontrando las cosas que trajo, y se felicitó a si misma por cumplir con su misión personal. No dudó ni un momento en tomar una de las botellas y quitarle la tapa con el borde del mesón.

El primer trago helado que pasó por su garganta se sintió refrescante, demasiado, y disfrutó de cada uno de los siguientes tragos, hasta que la botella quedó vacía y la dejó caer en el lavaplatos, resonando con otras botellas que llevaban ahí quien sabe por cuanto tiempo.

Volvió a la habitación, y al fin se dio cuenta del desastre que había dejado en su cama. Se había dormido encima de todo, y su ropa con aun vestigios de sangre dejó marcas sobre el cobertor. No era demasiado, solo manchas difusas, y se vio mirándose a sí misma, su ropa no estaba realmente manchada, lo que era bueno, si bien sabía que estaba protegida, tampoco podía ser tan descuidada y pasearse por las calles cubierta de sangre.

Ya no era una niña, ya estaba grande para andar por las calles cubierta de sangre y con el arma homicida en sus manos.

Ya había crecido y debía mantener su profesionalismo, o al menos pretender que era una profesional en lo que hacía.

Se estiró, su espalda resonando, y se comenzó a sacar la ropa.

Necesitaba una ducha.

Y ahí, bajo el agua, notó como esta comenzó a aposarse a sus pies, rosada. No creía haberse ensuciado, ni haber sido herida, pero al parecer su mente nublada no le permitía darse cuenta de esos detalles.

No es como que hubiese sido herida, nunca.

Era quien traía la muerte, pero a La Muerte nadie la mataba.

Cuando salió de la ducha, se vio oliéndose, extrañando el aroma a tabaco y sangre en su piel, aroma que era reconfortante, agradable, y por lo mismo sentía inmensas ganas de no bañarse, de quedarse con la sangre de sus víctimas encima, de sentirlas siempre con ella, sin embargo, debía ocultarse, debía ocultar su aroma, sus ansias homicidas y sus actos.

Era un trabajo, y debía tratarlo como tal.

Pocas personas podían decir que trabajaban en algo que amaban, y ella era de esas pocas personas. No parecía de la clase de personas que corría al llamado cuando le ofrecían un trabajo, pero era así. Necesitaba matar, lo llevaba haciendo por mucho tiempo, y cuando no recibía trabajos, sentía la necesidad fisiológica de tener la vida de alguien en las manos, y no podía controlarse, saliendo a las calles para matar a quien sea que se entrometiese en su camino.

Era la segadora, quien cosechaba las almas, quien le arrebataba la vida a las personas, era su trabajo, si se detenía por mucho tiempo, si permanecía por días sin matar a alguien, entonces, ¿Cuál era el punto de ser llamada así?

Siempre sería La Muerte.

Se detuvo, sintiéndose extraña.

Diferente.

Sus ojos ardieron por un momento, y luego vio una figura acercándose, apareciendo frente a sus ojos.

Una mujer.

La tomó desprevenida, y nadie la tomaba desprevenida.

¿Estuvo ahí todo el rato?

Vaya, debió darse cuenta si había una mujer durmiendo a su lado, aunque no le impresionaba, sí que era distraída luego de beber tanto, ni tampoco la recordaba, pero de nuevo, no le impresionaba, no recordaba mucho.

¿La conoció de camino a casa?

¿Vio una presa y decidió llevársela a su guarida?

Había hecho muchas cosas extrañas bajo la influencia, pero hace mucho que no traía a una mujer, rara vez se concentraba en esas cosas, se interesaba en esas cosas, porque su cuerpo siempre pedía más, y la muerte era una de las cosas que pedía con locura.

Y sus víctimas, no, las mujeres con la que se acostaba terminaban siendo víctimas.

Sus cuerpos tan suaves.

Sus miradas tan brillantes.

Sus cuellos tan frágiles.

Todos eran una presa, una víctima, al final del día, era La Muerte, después de todo. Por lo mismo no podía amar, porque era un arma, si despejó de vida a su madre, podría hacerlo con cualquiera.

“¿Qué haces en mi casa? ¿Dormí contigo?”

La mujer, pequeña, muy pequeña, con su cabello claro, la observó, estupefacta, y de un momento a otro el rostro terso se tiñó de rojo, los ojos claros y brillantes huyendo de su mirada, evitando mirarla, ¿Avergonzada? Avergonzarse era lo que menos hacían las personas cuando la veían, las personas inteligentes que sabían quién era, lo que hacía.

Y huían antes de que ella pusiese sus dedos en sus cuellos.

“¡Claro que no!”

La mujer gritó, o niña, ya que eso parecía más, o lo que sea que fuese, y sintió la voz retumbando en su cabeza.

Y aquel dolor, le ayudó a recordar.

Recordó cuando sintió el mismo dolor.

Había visto a esa chica antes, el día anterior, ahora lo recordaba, difuso, por supuesto, pero lo que vio era difuso en sí mismo. Una imagen nublada, borrosa, pero solo la mujer, todo lo demás estaba claro, así como el niño, el cual mató.

Como un fantasma.

No estaba en edad para creer en fantasmas, y que la persiguieran ahora, luego de tanto tiempo, era ridículo.

La droga que le dieron era malísima, ahora lo tenía claro. Le dejó la cabeza más estropeada de lo que ya era. No volvería a aceptar una mierda de tan mala clase como esa, nunca más. Necesitaba la euforia antes de matar, pero podría dársela por sí misma, conseguirla por sí misma, tenía el dinero para conseguirlo, así que no aceptaría pagos similares nunca más.

La sangre ajena le daba una estabilidad única, y podía desperdiciarla en lo que quisiera.

Y la euforia, debía ser una buena euforia.

No ese caos que causó en su cabeza.

“Te lo dije ayer, soy real, y por favor, ponte algo de ropa.”

¿Ayer?

Si, era la misma chica.

Un momento, ¿Preguntó algo siquiera?

Se le quedó mirando, mientras esta no hacía nada más que ignorarla.

Se veía más nítida que el día anterior, físicamente, y lo quiso comprobar. O estaba loca, o estaba viendo cosas, o esa chica que aparecía de la nada era real, y tenía que comprobar cuál era la respuesta correcta. Así que acercó la mano hacia la chica, hasta uno de sus brazos expuestos, y la tocó.

Sintió piel, piel joven, como la piel de un niño, suave.

Y vio como esta se movió, retrocedió, como si el tacto la hubiese quemado, y eso se notó en su expresión, dolor, sorpresa.

Era real.

“De acuerdo, esto va más allá de estar drogada, ¿Quién rayos eres?”

La chica se recompuso, mirando su brazo, este sin marca alguna del tacto que claramente le dolió. ¿Por qué le dolió? Ni idea, solo fue un roce, si fuese su intención el matarla, ya lo habría hecho, y pensándolo así, que una chica apareciera en su casa sin previo aviso, era digno para ser asesinada, debería hacerlo.

“No puedes matarme, no pertenezco a este plano.”

La voz de la chica no resonaba como la noche anterior, como un eco dentro de su cabeza, ahora era como si se tratase de alguien cualquiera a quien tenía en frente, real, no como un espejismo. Era un tono suave, tranquilo, pero lo notó agudo y nervioso cuando le gritó hace unos momentos, pero seguía sonando real.

De nuevo, ahora estaba segura de que no preguntó nada en voz alta, ¿Le estaba leyendo la mente? Ahora si se sentía como una loca.

Se vio llevando una mano a las sienes, las sentía arder.

Caminó hasta la cocina y repitió lo que hizo antes, buscar una cerveza en la nevera, abrirla en la mesa y tomarse el contenido.

La chica le estaba diciendo algo, pero no le estaba poniendo atención, la cabeza le dolía y no tenía la capacidad para beber y escuchar lo que esta le decía al mismo tiempo.

¿Cómo fue que le dijo?

¿Qué no la podía matar?

Se giró, mirando a la chica, la cual la perseguía, aun hablándole, pero de nuevo, no la escuchaba, o más bien, no podía asimilar lo que le decía. Sujetó la parte superior de la botella, y le dio un golpe contra el mesón, rompiendo la parte inferior en pedazos.

Ahí la chica dejó de hablar.

La miró, levantando la botella, era ahora rota, el filo letal brillando.

Eso nunca había ocurrido.

Nunca no había podido matar a alguien.

Llevó una mano a su bolsillo, por inercia buscando sus cigarrillos, y no los encontró, recién ahí acordándose que había salido de la ducha y solo tenía una toalla en la cintura, por supuesto que sus cigarrillos no estarían ahí.

Y era una lástima.

Le gustaba el aroma a tabaco y a sangre.

Esa chica era bonita, se veía pequeña e inocente, había matado a muchas como esta, lo que era una lástima, ya que podría usarla a su antojo, aprovechando que estaba en su casa, pero luego de que esta le dijese que no podía matarla, las ansias habían vuelto.

No solo la sed de sangre.

Las ganas incontenibles de matar.

Si no que también su propio ego homicida ardiendo en su pecho.

Notó terror en los ojos de la chica, la cual retrocedía, y al verla retroceder, como una presa asustada, recién se fijó en su cuerpo, en la túnica larga y blanca que llevaba encima, pura, y ansió verla llena de sangre. También notó unas alas blancas tras su espalda, estas apareciendo en su rango de visión, las plumas tan claras como su ropa posicionándose frente a su cuerpo, como un escudo.

No entendía que ocurría.

Pero de nuevo.

Nadie la contenía, nadie la controlaba.

Nació para matar, y eso seguiría haciendo.

Se acercó, paso a paso, sujetando la botella firme en su mano, apuntando el filo hacia la pequeña mujer, la cual había chocado contra la pared de la sala de estar, su rostro contorsionado en pánico.

Si no podía matarla, si lo que esa desconocía decía era cierto, ¿Por qué temía?

Al parecer todo era una vil mentira.

La chica apretó los ojos, y cuando los abrió, notó desesperación en esta.

“Vine aquí a supervisarte, a asegurarme que endereces tu camino antes de que sea demasiado tarde.”

¿Su camino?

Se vio riendo.

Nadie le decía que no podía matar, nadie le decía que hacer, que no hacer, nadie le daba cátedras sobre moral. La primera persona que lo intentó fue su madre, y la mató, fue a la primera persona que despojó, y luego de eso, no pudo detenerse.

Y esta vez no sería diferente.

Si disfrutó matar a su madre, si disfrutó cada segundo donde se embarró en la sangre, su propia sangre, y caminó por las calles sosteniendo su cabeza, ¿Por qué no disfrutaría matar a una pequeña quien decía no poder morir?

Esta pareció leerle la mente, su miedo aumentando.

Su presa había entrado en la boca del lobo.

Y ahora la iba a despojar de su vida.

Una vez más.

 

Chapter 103: White Cat -Parte 1-

Chapter Text

WHITE CAT

-Instintos-

 

Las escuelas estaban divididas.

No, el mundo en si lo estaba.

A pesar de los intentos de que los carnívoros viviesen como herbívoros, con la terapia, con las carnes vegetales, impidiendo que sus instintos más básicos saliesen a la luz, aun así, no era suficiente. Por más que quisieran ocultarlo, que quisieran negarlo, que hiciesen de todo eso un acto ilegal, seguía siendo imposible el contener lo que uno era, lo que uno nació siendo.

Ella, en particular, no solía tener problemas con esa segregación, los herbívoros acercándose a ella a pesar de todo, ya que, como solían llamarla, solo era un gato pequeño. Obviamente comparada con otros, si, era lo que llamaban un animal domesticado, por lo mismo, le decían que sus instintos no eran como los de sus pares, así que se acercaban sin mayor miedo.

Podía ser un gato, pero al final del día, también sentía ansias de carne, al final del día, también sentía hambre de cazar.

Pero las reglas eran las reglas, y debía mantenerse firme, ser un cazador disfrazado de presa, y su rostro, su cuerpo, le daban ventajas en ese aspecto, sin embargo, no se salvaba de la envidia de sus pares, o del repudio de su especie.

Conejos blancos, tigres blancos, gatos blancos, todos odiados por igual. Ante otros animales, eran bien vistos, populares, atractivos incluso, causando envidia en otras especies por ser competencia, pero en su propia camada, en su propia especie, eso cambiaba, porque era la débil de la camada, la que no tenía mayor propósito que morir, pero no iba a quejarse al respecto, solo era parte de la biología, al final, solo eran un error más, y por lo mismo, muchas veces temía el quedarse ciega, el que su debilidad genética terminase destruyéndola.

Era eso, o ser traficada en el Mercado Negro…

Pero ese sería un problema para el futuro, y en ese momento, mirar hacia adelante no se sentía agradable. O sería su genética la que la haría perder el rumbo, la misma segregación o sus instintos más primitivos causando un caos, así que tener sueños, tener metas, tener un futuro frente a ella, le causaría solo impotencia.

Así que vivía el día a día, siendo quien debía ser para mantener el estatus quo, intentando cada día, el que hubiese un equilibrio, donde podría vivir en paz, o el tener la vida más pacifica posible.

Era eso, o ir a un lugar donde los de su tipo podían vivir en paz, donde todos los que tenían la misma deformidad genética, los blancos, eran resguardados de cualquier mal del exterior, pero eso significaba vivir encerrada para siempre, prisionera, y sabía que sus ideologías extremistas terminarían destruyéndole la vida de una u otra forma.

No pertenecía ni siquiera con los de su tipo.

Caminó por los pasillos, sintiendo los pasos a su lado, de quienes la acompañaban, carnívoros y herbívoros por igual, machos y hembras por igual. Todos conviviendo, a pesar de sus diferencias, pero ella veía el miedo, veía los instintos asomándose, era una bomba de tiempo que explotaría en cualquier momento.

No se puede engañar a la biología.

Escuchó un gruñido, que le hizo levantar el rostro. Un sonido así era extraño de oír. Ese salvajismo, esos instintos, eso era algo que no debía verse, que no estaba correcto, que podía ser puesto en tela de juicio, ella lo sabía perfectamente.

Está pasando de nuevo.

Escuchó a uno de sus acompañantes hablar, un herbívoro.

No sabía a qué se refería, pero sus orejas se movieron, siguiendo el sonido, y al doblar la esquina, vio la escena, vio quien era el que hacía esos sonidos, quien estaba volviéndose un animal en su estado más primigenio.

El sonido volvió a resonar, y no sabía que estaba sintiendo en ese instante, no sabía si era emoción, si era euforia, si era felicidad, si era ansiedad, o si simplemente era miedo, pero inconscientemente tomó su teléfono, y comenzó a grabar, como si quisiese tener una prueba de lo que estaba escuchando, de lo que estaba viendo.

Eso era lo que le pasaría a ella algún día, eso era lo que los carnívoros estaban destinados a volverse.

Meros animales salvajes.

Era una hembra quien estaba gruñendo, quien estaba soltando rugidos roncos, toscos, demostrando dominancia, podía ver sus colmillos desde esa distancia, sin miedo a mostrarlos, como era usual en su tipo. No podían hacer eso, mostrar los dientes, pero esta lo estaba haciendo sin miedo alguno. No sabía si se trataba de un perro, o de un lobo, pero su aroma, sus expresiones, por lo grande de su cuerpo, podía ser cualquiera.

Estaba peleando con un macho, con un cánido como esta, incluso más pequeño, pero parecía más sorprendido con el desplante de la hembra más que intentando pelear de vuelta.

Era una actitud temida por herbívoros y mal vista por carnívoros.

Esta lo sujetó de la ropa, y lo empujó contra la pared, volviendo a rugir, amenazante.

No se había dado cuenta hasta ese momento, cuando el macho simplemente cerró los ojos, sin querer pelear, rehusándose a pelear, a volverse un básico animal como la hembra lo hizo, pero al lado de ambos que peleaban, había un herbívoro, una hembra, una oveja, y se percató también que su ropa estaba rota.

Al parecer aquel macho, con la cola entre las patas, se merecía la amenaza.

Este se removió, liberándose del agarre, indignado, alejándose de la hembra, alejándose del circo que se montó en el pasillo, todos siendo guiados hacia la pelea, siguiendo los gruñidos.

“¡Estás loca, Rylee!”

El tipo pasó entre su grupo, corriendo, y giró el rostro, viéndolo huir, asustado, enojado, avergonzado. Se lo merecía. Las personas en su grupo comenzaron a moverse, queriendo salir de ahí también para no meterse en problemas, y creía que algún profesor debió haber escuchado los gruñidos.

Por su parte, se vio obligada a seguirlos, a pesar de no querer irse, a pesar de que quisiese ver más de esa escena, más de los instintos emergiendo, pero cuando volvió a mirar a la hembra enfurecida, esta ya parecía calmada, acercándose a la herbívora que fue atacada antes, la esencia del macho aun en su ropa. La carnívora, cuyo nombre al parecer era Rylee, la miraba, preocupada, preguntándole algo, pero no podía saber que le decía desde la distancia.

Sin embargo, lo que, si notó, fue como los ojos claros de la salvaje hembra la miraron, estos calmos, pero de inmediato frunció el ceño, y se dio cuenta que miraba el teléfono que sostenía entre sus manos, este aun grabando.

Se había metido en problemas.

Se vio girando, volviendo a su grupo, avanzando con estos como manada, deteniendo la grabación. La carnívora sabía lo que estuvo haciendo, que grabó un momento crucial, un momento que nadie debía ver, y que al parecer esta sacó en un momento de furia, protegiendo a la herbívora.

¿Un carnívoro protegiendo a un herbívoro?

Eso no tenía sentido alguno.

“Esa perra hibrida desviada está quitándonos las hembras.”

Escuchó a alguien hablar, no era de su grupo, ni le importó mirar de quien se trataba, porque sabía de quien estaba hablando, y eso fue suficiente para tener la información necesaria.

Ahora lo entendía.

Había escuchado rumores, tiempo atrás, pero jamás supo de quien hablaban. Solían hablar de una carnívora que protegía a las herbívoras, pero el rumor no se quedaba así, sino que también decían que se acostaba con ellas.

En esa sociedad, la biología imperaba, a pesar de obligar a los carnívoros a negar la propia. Por ende, una relación entre carnívoros y herbívoros no estaba bien vista, de hecho, tiempo atrás, incluso el estar con alguien de una especie diferente era un símbolo de desviación, y ahora, sumando el hecho de que la biología dictaba que solo un macho y una hembra debían procrear, lo que la hembra Rylee hacía era incluso peor visto.

Y ella sabía bastante sobre eso…

Cuando escuchó eso, tuvo emociones divididas, porque le parecía ridículo que alguien hiciese tantas cosas que estaban mal vistas, y viéndola pelear, eran aún más cosas mal vistas, porque era un peligro, podrían incluso encarcelarla si la situación se salía de control, llevándola a un reformatorio. Sin embargo, también le parecía impresionante que tuviese el valor de hacerlo, de hacer tanto lo opuesto a su biología como seguir sus instintos, ella misma dudaba poder hacer algo así.

No, ella jamás podría aceptar ser vista de esa forma, como una desviada.

Ella misma tenía contradicciones así, teniendo sus instintos carnívoros tan a flor de piel, donde si les daba espacio, todo eso explotaría, y al mismo tiempo sus instintos más frágiles, de hembra, tan erradicados.

¿A cuántos rechazó?

Carnívoros y herbívoros por igual, muchos de ellos. Una razón más para que su especie la marginara, y era porque solían decirle que ella les arrebataba a sus machos, así como ese tipo dijo que la hembra Rylee les quitaba sus hembras.

Pero a ella, en particular, no le interesaba.

¿Por qué le interesaría alguien que no tenía el valor de mostrar su verdadera cara? ¿De seguir sus instintos?

Se vio viendo su teléfono, ahora a solas en su pupitre, en medio del receso, el barullo alrededor, las imágenes grabadas apareciendo, silenciadas, pero el sonido estaba nítido en sus recuerdos, los gruñidos, las emociones desbocadas, los gritos.

Eso era lo que quería ver.

La rebelión en sí misma.

Probablemente su reacción debería ser diferente, el reprobar esa actitud, el mirarlo mal, al final, esa era la forma en la que debía comportarse para sobrevivir en ese mundo, pero a pesar de seguir las reglas, de mantener su postura, de hacer lo que debía hacer para evitar más problemas de los que ya tenía, seguía teniendo un pensamiento propio, seguía siendo ella misma, honesta consigo misma.

Y le molestaba ese mundo en el que vivía, donde todos aceptaron sus destinos, donde los carnívoros aceptaron su destino, donde se rebajaban para que no les temiesen, pero debían ser temidos, eran cazadores, eran depredadores, y ese régimen no iba a destruir lo más básico de sus existencias.

Pero esa hembra era diferente.

Y al fin podía ponerle cara a los rumores, y en un segundo, supo que no eran solo eso, si no que eran la mismísima realidad, y no estaba decepcionada de ver aquel desplante. Aún le causaba extrañeza que ayudase a las herbívoras, pero podía entenderse si se acostaba con ellas.

Tal vez era la primera vez en su vida que estaba interesada en alguien.

¿Pero cómo no estarlo?

Era exactamente lo que buscaba.

Ella misma era una desviada, ¿A quién engañaba?

A todos al parecer.

“Feray, alguien quiere hablar contigo.”

Levantó la mirada, observando a una de sus compañeras de clase, esta señalándole la puerta, una expresión preocupada en su rostro. Eso no era ajeno en su vida, solían machos de otros cursos preguntar por ella de vez en cuando, por lo mismo no entendió la preocupación en el rostro de esta, por lo que asumió que no era la razón de siempre.

Se levantó de su asiento, y caminó hasta la puerta.

Cuando llegó ahí, se vio sorprendida, a pesar de tener claro que no era alguien más intentando declarársele. Estaba sorprendida porque Rylee la había encontrado, como estaba esperándola fuera de la sala, su cuerpo más alto y grande que el propio, intimidante. Esta estaba con el rostro serio, frunciendo los labios, intentando lucir amenazante, pero sin tener la garra que tenía en el video, en su pelea, ¿Por qué razón? ¿Por ser ella una hembra? ¿O porque había demasiada gente ahí, siendo testigo de cualquier ataque que quisiese ejecutar? Sea como sea, esta parecía contenerse, sin querer gruñirle, a pesar de que tenía que estar enojada al tener en su poder una información que podía ser riesgosa para su reputación, para su libertad incluso.

Si le mostraba ese video a los profesores, al director, le iban a dar un castigo, de mayor o menor intensidad, pero un castigo al fin.

Sabía que esa no era la primera vez que se metía en peleas con un macho, lo había oído, por lo mismo dudaba que ellos la delataran, queriendo mantener su ego en alto, sin confesar que habían sido derrotados por una hembra. Por lo mismo, solo eran rumores, solo era algo que pasaba de boca en boca entre los estudiantes, y nadie con el poder para hacer algo, tendría suficientes pruebas para dar un castigo.

Prueba que ella tenía, ahora, en sus manos.

“Lo grabaste, ¿Cierto?”

Rylee habló, metiendo las manos en los bolsillos de su falda. A pesar de querer verse amenazante, como el lobo que era, se notaba que tenía una personalidad despreocupada, como el perro que era. Por algo le decían la hibrida, porque era eso, un hibrido. Ahora, teniéndola así de cerca, podía sentirlo por su aroma, por su esencia, ambas revolviéndose dentro de una misma.

Esta rompía las reglas, una tras otra, y entendía, sabiendo lo de su genética, que la vida no era fácil para un hibrido, por lo mismo, no debió tener mayor opción que hacer su propio camino.

Ahora, le parecía incluso más valiente que antes.

Asintió, respondiendo a la pregunta, pero su cabeza seguía dando vueltas.

Realmente estaba interesada.

Rylee la miró con cierta sorpresa, incrédula de que fuese así de honesta. Los ojos claros miraron a ambos lados, asegurándose que no hubiese nadie por ahí, nadie que pudiese oírla, pero no era el caso, en el receso había más estudiantes dando vueltas de lo usual, así que esta tomó la opción de acercarse, apegándose a ella, apoyando su antebrazo por encima de su cabeza, amenazante.

“Quiero que borres ese video, así que dime tu precio.”

La prueba de su delito, de su comportamiento errático, de lo que podía quitarle la libertad.

Lo sabía, entendía su punto, entendía la amenaza incluso, a pesar de que no había enojo en su rostro, que no había agresividad, que no era el animal que fue exaltado por la ira, por el caos del momento. Un perro intentando ser el lobo, o un lobo intentado ser un perro.

Pero sin importar lo que hiciera, nunca sería suficiente de uno o de otro.

Su cabeza seguía dando vueltas, pero su cuerpo no, atento al calor del cuerpo ajeno abalanzándose contra el suyo, al aroma cítrico que provenía de esta, al sonido ronco que se escapaba de su garganta. Había estado en esa posición antes, muchas veces, los machos cortejándola de diferentes formas, incluso en esta misma posición, pero nunca sintió sus instintos más básicos temblar con el hecho.

Pero esta vez fue diferente.

Esta vez sintió algo similar a aquella sensación de hambre que resurgía cada tanto tiempo de mirar a sus compañeros, de mirar a los herbívoros, y tener el deseo de darles un mordisco para saciar esa sed. Ahora era lo mismo, pero a otro nivel.

En ese instante, se sintió más animal que nunca.

Y si bien se repetía una y otra vez, cada vez que era consciente de sus pensamientos, de sus sentimientos, de sus necesidades, que debía seguir las reglas, que debía comportarse, que todo debía seguir su orden, quiso tirar todo eso por la borda.

Y sentir un poco de libertad, de liberar sus más primitivos instintos.

Se vio sonriendo, sin poder contener su mueca carente de emoción, sorprendiendo a su interlocutora.

“Escuché que te acuestas con herbívoras.”

Habló, su voz también cambiando, dejando la monotonía, dejándose llevar, su cabeza entendiendo sus intenciones, pero ya no podía detenerse.

Estaba cometiendo un error, un grave error.

Rylee la miró con sorpresa, sus orejas quedando bien erguidas, atentas a sus palabras y al mismo tiempo atentas alrededor, para que nadie más las escuchase. Esta apretó los labios, y asintió, indecisa si aceptar la culpa o no, ya que, si bien se rebelaba contra el sistema, tampoco podía exponerse, al menos no tanto.

Obviamente ella no era un herbívoro, así que saber la respuesta era irrelevante.

Pero lo que, si era relevante, era que se acostase con hembras.

Eso era suficiente para ella.

“Acuéstate conmigo, y eliminaré el video.”

Primera vez que sentía esa necesidad, y no iba a ser tan estúpida para desperdiciar la oportunidad.

La vida era una sola, su futuro era vulnerable, así que no tenía mucho que perder.

Verdaderos animales, en esa sociedad, eran difíciles de encontrar.

Y ahí había uno.

Chapter 104: Antihero -Parte 12-

Chapter Text

ANTIHERO

-Compromiso-

 

Eso la iba a dejar mal parada.

Si recibía otro rechazo iba a perder su dignidad.

Pero bueno, ya había estado destruida frente a la mujer, completamente carente de belleza física, sangrante y asquerosa, perder su dignidad un poco más no le parecía alocado.

Soltó una risa, antes de pararse frente a Devna, a mirarla a los ojos, sin vacilar.

“No sé si pueda solo dormir teniendo a la mujer que amo a mi lado.”

Lo dijo.

La palabra se sintió extraña en su boca, falsa, a pesar de que fuese de las cosas más honestas que había dicho en su vida.

Devna la miró, una mezcla de sorpresa e incredulidad en su expresión, y si, esta no podía creerse lo que acababa de escuchar, porque era extraño, si, sonaba raro viniendo de ella, y, además, el tono en el que lo dijo no podía ser tomado como una broma o un simple coqueteo.

Si, no era su palabrería usual, le sorprendía hasta a ella.

“Pensé que querías acostarte conmigo solamente porque eres una indecente.”

Oh.

Soltó una carcajada, porque vaya que era cierto.

Si, así fue en el comienzo, nunca ocultó sus verdaderas intenciones, eso lo tenía claro.

Solo quería sacarle esa ropa que molestaba y hacerle cambiar su expresión en la cama, si, esos eran sus instintos más animales, pero si, quería acostarse con ella por ser una indecente y no podía resistirse a la belleza superficial, pero también quería acostarse con Devna porque empezaba a tener sentimientos por esta, no es que supiese descifrarlos, pero sus acciones hablaban por ella cuando no podía discernir lo que sentía con claridad.

Y tenía pruebas suficientes.

“Soy una indecente, sí, pero no puedo negar que el haber arriesgado mi pellejo tantas veces por ti, debe ser por algo, y creeme, jamás arriesgue tanto por alguien por mera indecencia.”

Notó como los ojos de Devna, amarillos, siempre intensos, brillaron en ese instante, notorio incluso en la leve luz de la lampara del velador, así como su expresión cambió, dejó la tensión usual y se volvió más suave, sin embargo, no logró disfrutarlo antes de que esta cambiase, los amarillos mirando hacia el suelo, su cuerpo tensándose, su mandíbula, sus hombros, incluso las colas tras su espalda imitaron su postura.

No era la tensión usual, la tensión llena de ira, si no que notaba preocupación.

Y no lo entendió.

“Si lo que dices es en serio, te sugiero que abandones esos sentimientos.”

Esa no era la forma en la que creyó ser rechazada.

Iba a decir algo, pero notó como el rostro de la mujer se frunció en preocupación, en dolor, y le costó verla así, su pecho doliendo, Devna siendo su debilidad, siempre sería su debilidad.

“Estar a mi lado no es seguro, y mi marido fue la prueba, y ahora, con la situación así, con esa gente persiguiéndonos, solo pondrás tu vida en riesgo.”

Ahora si lo entendía.

Devna realmente la estaba sobreprotegiendo, y a pesar de verla así, verla sufriendo, recordando lo ocurrido, recordando las muertes que la rodearon, no pudo evitar sentirse feliz de que esa fuese la razón del rechazo, no otra, y fue claro en su propio rostro cuando la sonrisa se formó.

Y esa razón, no era suficiente para detenerse.

Para rendirse.

Se vio soltando una risa antes de decir lo que iba a decir, y notó de inmediato como la mujer frunció el ceño al oírla reírse en ese momento inapropiado.

Pero así era ella, inapropiada.

“A la primera persona que quise, me hizo pasar por una tortura, me usó como experimento, luego me disparó un láser derrite cerebros y me rompió los huesos contra el pavimento, comparado con eso, quererte a ti me parece mucho menos tóxico y riesgoso.”

La mujer iba a decir algo, a llevarle la contraria, pero se calló a sí misma, no podía discutirle eso.

Notó algo de rojo en el rostro ajeno, y se sintió orgullosa de ganar esa batalla.

“Espero no estés bromeando sobre esto.”

Ese probablemente era su mayor miedo luego de, bueno, la muerte.

Y su sonrisa solo pudo crecer.

“Sabes que no estoy bromeando.”

Hablaba en serio.

Y últimamente, con Devna, hablaba más en serio que nunca.

Si, había cambiado, Devna la había cambiado.

La mujer se quedó en silencio, y no pudo soportarlo, ya que si no había rechazo, significaba que podía seguir adelante, ¿No? probablemente se iba a arrepentir si metía la pata en ese segundo, pero a pesar de haber cambiado, tampoco podía cambiar tanto, y nunca pedía ni permiso ni perdón.

Dio un paso adelante, Devna poniéndose de inmediato a la defensiva, retrocediendo, probablemente viendo la imagen viva de la misma indecencia frente a sus ojos, y si, no podía evitarlo.

Se vio llevando sus manos al cuerpo de la mujer, o más bien, a la bata que cubría los hombros ajenos, el torso ajeno, y no podía resistir la tentación, de hecho, esa tentación siempre estuvo ahí, y ahora al fin iba a aprovecharse de la situación.

“E-espera.”

La voz de Devna sonó apresurada, diferente a ese tono grave y suave que solía tener, notándose más exaltado, y no pudo evitarlo, pero eso simplemente la hizo dudar menos, la hizo querer escuchar más, y si, de todas las veces que se acostó con personas, a las cuales no le costó mucho atrapar en sus redes, nunca deseó tanto un cambio como ahora.

¿Esta era su recompensa por la perseverancia?

¿Al fin tendría lo que tanto deseaba?

Devna volvió a retroceder, tanto así que terminó sentada en la cama ante la falta de espacio, y ahí mismo también retrocedió un poco, su rostro tenso, serio, sus ojos como siempre intensos, pero su rostro estaba rojo, y se vio deleitándose, ya que sus manos lograron sacar la bata de en medio, lo suficiente para dejar expuesto la parte superior de su torso, y estaba asegura que su expresión depravada aumentó, y sumado a que esta estaba sentada en la cama, la imagen le pareció irresistible.

Era débil ante Devna, pero también débil ante la belleza.

Se vio acercándose, sin dudar, poniendo las manos en la cama, como un cazador acechando a su presa, una presa que fácilmente podía matarla, pero esperaba que no fuese el caso en ese momento.

Realmente estaba loca por esa mujer. De hecho, estaba segura de que por esa mujer sería capaz de abandonar incluso sus propios valores.

Si, arriesgaría su vida, sus valores no eran importantes en comparación.

“Por ti haría todo. Incluso podría hacerme religiosa solamente para casarme contigo, y así, poder estar en tu cama por el resto de mi vida.”

Se acercó más, pudiendo sentir el aroma aromático en la mujer, como a incienso, un aroma que no reconocía, pero que le gustaba, así como sentía el calor que emanaba de la mujer, el cual se volvió más intenso luego de sus palabras, que hicieron que las mejillas ajenas se encendieran más, e hizo todo lo posible para recordar esa escena para siempre.

Aun Devna podría alejarse, empujarla, usar sus colas que seguían ahí alertas, y para la mujer, esa sería una tarea fácil, pero estaban inmóviles, sin sacarla de en medio. Era fuerte, sí, pero no podía superar la fuerza de un Dios, y ya lo había comprobado.

No podría contra Devna.

“No deberías bromear con algo así.”

Solo le sonrió a la mujer, y si bien su voz sonó más compuesta, más como usualmente era, podía sentir el titubeo de sus palabras, y por su rostro, esta sabía que no estaba mintiendo.

Devna sabía cuándo mentía.

Y le fue honesta más veces de lo que había sido honesta con cualquier otra persona en el mundo, y así también esta la vio ser deshonesta, sobre todo en televisión, así que debía saber con claridad cuando mentía y cuando no. Y ahora no mentía.

No mentiría sobre eso, no le mentiría a Devna.

“No suelo pedir consentimiento, Devna, así que, si quieres alejarme, es el mejor momento para que lo hagas, porque no voy a detenerme hasta estar satisfecha.”

La vio negar, los ojos amarillos dejando de observarla por un momento, claramente molestos, estos observando algún lugar en la habitación, donde sea que no fuesen sus ojos, y si, se sintió dolida, pero se lo iba a perdonar, era una mujer benevolente, en ese instante por lo menos.

“Realmente eres buena para arruinar el momento.”

Bueno sí, pero ese era su encanto, ¿No?

Pero, aun así, arruinándolo, seguía teniendo la libertad de acercarse.

Y para ella, eso era más que suficiente.

Lo demás no importaba.

El romance no era lo suyo, para nada, apestaba en esas cosas, por eso ninguna de las relaciones que tuvo avanzaba pasado el acostarse, porque le gustaba el acto, pero el mantener una relación era algo complicado, y nunca se le dieron bien las personas, las relaciones, al final como Wladislawa siempre fue olvidada, nunca fue importante, permanente en la vida de alguien, y como Ego solo era un juguete más, solo un fetiche de la humanidad, nada más.

Pero había ofrecido casarse, y eso era lo que la gente solía llamar la más grande declaración de amor, fuese así o no, para ella era algo realmente importante, algo que jamás haría.

Pero bueno.

Ahí se iban sus valores a la basura.

Así que iba a hacer que valiese la pena.

Llevó una mano al rostro de Devna, su mejilla cálida, demasiado, e hizo que los ojos amarillos volviesen a observarla.

“Me debes tres citas, creo que puedes perdonar mi falta de tacto.”

Notó cierta sorpresa en Devna, pero esta se calmó de inmediato, su rostro tornándose suave, y apreció verla así, se sentía afortunada de que la mujer no solo le ofreciese las miradas asesinas y molestas que le daba en un principio, cuando se topaban de ‘casualidad’ e intentaba coquetear con esta en vano.

Si, la perseverancia.

Y su encanto innato.

“Cuando estemos a salvo, saldré contigo las veces que quieras.”

Notó una sonrisa leve en la mujer, su rostro rojo, y a pesar de que los ojos volviesen a evitar su mirada, le pareció el mejor ofrecimiento, el mejor regalo, la mejor motivación que podía tener para solucionar todo ese problema.

Las veces que quieras.

Se vio soltando una risa, sin poder evitarlo, llamando la atención de la mujer, quien frunció el ceño como siempre que se reía cuando no era el momento de reírse, tenía un extraño sentido del humor a veces.

“No te vayas a arrepentir después, porque soy insaciable.”

Y Devna la volvía aún más insaciable.

Esta le iba a decir algo, probablemente la iba a regañar o algo así, su ceño aun fruncido, pero se terminó de acercar, eliminando los centímetros que las separaban, y la besó. Pudo sentir los labios carnosos contra los suyos, pudo sentir su aroma, su sabor, y no se sintió decepcionada, por el contrario, se vio incluso más atraída de lo que ya estaba.

La escuchó hacer un sonido de protesta, y creyó que al fin esta la iba a alejar, dándose cuenta de que iba en serio, realmente en serio, pero no. Los labios se movieron, siguieron sus movimientos, y le sorprendió, no se lo esperó, y, de hecho, se sintió incluso más sorprendida cuando una de las manos se movió hacia su cuello, sintió la piel suave de las manos ajenas en su nuca, y luego el brazo entero rodeó la zona.

Y ahí, ya le iba a ser imposible detenerse.

No sabía si Devna estaba colaborando en la situación porque honestamente la quería, porque se sentía en deuda por rescatar a Prisha, o porque al final era humana y también podía tener algo de indecencia, aunque creía que, de ser la última opción, la mujer jamás lo admitiría. Pero, sea lo que fuese, lo aceptaba, porque era egoísta, y si podía tener a Devna, aunque esta no tuviese los mismos sentimientos hacia ella, aunque lo que sentían no fuese realmente reciproco, iba a seguir adelante para satisfacer sus propios deseos.

Le iba a doler un poco, claro, de todas formas, no era una relación de una noche como usualmente, pero, podría vivir con eso.

Si Devna la quería ahí, a su lado, la quería viva, era suficiente para ella.

Sujetó a la mujer de la cintura, pudiendo sentir sus curvas ocultas tras la ropa, pero sabía que eso no duraría mucho, así que le agradó la sensación. La levantó un poco, con la intención de moverla más arriba, para quedar más cómodas, y se sintió agradable cuando ahora eran los dos brazos los que se sujetaban de su cuello, sin decir palabra, sin quejarse, simplemente accediendo.

Y para ser Devna una mujer tan terca, se sentía aún más agradecida de ver una postura diferente en esta, una expresión diferente, una actitud diferente.

No dejó de besarla, dudaba siquiera poder ser capaz de hacerlo, por lo mismo se vio acercándose aún más, acercando su cuerpo en particular, haciendo que el cuerpo ajeno terminase acostado en la cama, y fue lo suficientemente cuidadosa de llevar una mano a la espalda baja de la mujer, asegurándose de que las colas no quedasen en una posición incómoda, aunque no tenía idea si la mujer sentía mucho con esas extremidades, o sea, de sentir sentía, pero…

No importaba, le estaba dando muchas vueltas a la situación.

Realmente debía estar enamorada para importarle tanto, ¿No? No había ninguna otra razón lo suficientemente fuerte para ser así.

Se acomodó sobre el cuerpo bajo ella, mientras uno de los brazos la liberaba de su agarre, lo cual era triste, si, por supuesto que lo era, pero notó como la mano de Devna se fue a ciegas hasta la mesita de noche solamente para apagar la luz, y no quería separarse de esos labios, pero la risa se le volvió a escapar.

“Así que no quieres verme, estoy muy triste.”

Devna negó, claramente enojada, y sus rostros estaban tan cercas que notaba cada cambio en su expresión a pesar de no verla tan bien ahora sin luz.

“Deja de hablar o me iré a dormir con Prisha.”

De acuerdo, se iba a callar, pero solamente porque no quería perder esa oportunidad.

El brazo volvió a rodearla, y volvieron a besarse, lo que aceptaba, olvidando la amenaza, su mente profundamente concentrada en el cuerpo bajo ella, sus manos de inmediato moviéndose, quitando la tela de en medio, y si, sabía que Devna apagó la luz para estar más cómoda consigo misma, pero daba igual no verla, al menos por ahora, ya que sus manos serían sus ojos, y como no la veía, tenía la excusa aquella para tocar más.

Y eso hizo.

Devna jadeó en su boca, y a pesar de querer oírla más, se peleó consigo misma, ya que también quería besarla durante todo ese rato. Era una difícil decisión, claro que lo era, pero tenía que elegir.

Y decidió continuar besándola.

Las caderas de Devna eran anchas, grandes, y las delineó, delineó todo lo que tuvo a su alcance, pero se sentía hervir, demasiado, y estaba impaciente, así que no se tomó tanto tiempo como debía ser la mejor opción, pero bueno, ya Devna la regañaría.

Movió la mano, sintiendo el calor de la zona, y el cuerpo bajo ella se estremeció, temblando, y si, nunca había disfrutado algo así. Otro jadeo rompió el beso por un segundo, un gemido suave, sorprendido incluso, y lo disfrutó, pero volvió a besarla, sin querer romper la conexión por más tiempo.

Empezó lento, disfrutando de cada movimiento que hacía aquella mujer, cada temblor, cada salto, pero luego la impaciencia comenzó a sacar lo peor de ella, y empezó a moverse más y más rápido, y de nuevo le sorprendió cuando Devna siguió su ritmo, moviendo sus caderas también, y estaba enamorada, lo sabía, pero ahora aún más.

Si, sacrificaría sus valores, su soltería, todo, por tener a Devna en su cama cada día.

Las manos de Devna se movieron, dejaron de rodear su cuello, para abrazarla por el torso, las uñas enterrándose en su espalda, y no era una fanática del dolor, para nada, si podía lo evitaría, pero era el dolor más agradable que había sentido.

Un gemido ronco volvió a romper el beso, y se lo perdonó, a Devna le perdonaría todo, y al menos aprovechó esos segundos para mirar su rostro descompuesto, tan diferente al usual, y apreció infinitamente esa imagen. Esta se apegó más a su cuerpo, como si no estuviesen lo suficientemente pegadas, los brazos sujetándola de la espalda como anclas, aferrándose a ella, y apreció cada centímetro de sus cuerpos tocándose.

Y luego, los jadeos, los gemidos, escapándose entre los labios de ambas, y repentinamente sintió una de las colas sujetándola, una, luego otra, enrollándose en sus piernas, en su torso, y no se lo imaginó, pero no le disgustó en lo más mínimo.

Devna ahogó un grito en su boca, mientras se removía, arañando de nuevo su espalda, aferrándose a ella, y se vio temblando ante la sensación.

Cuando empezó a usar la máscara para satisfacer sus necesidades fisiológicas, empezó a darle puntuaciones a las veces que lo hacía con alguien, pero esta era insuperable, 10/10.

Devna soltó un suspiro, recuperando el aliento, y se vio mirándola, admirándola, notando su rostro agotado, y no pudo evitar sonreír, esta de inmediato notando su depravación, y si, era evidente en su rostro, no iba a siquiera negarlo.

Los amarillos la observaron, cierta suplica en estos.

“D-dijiste que seguirías hasta estar satisfecha, pero por favor dame un momento.”

Oh.

Soltó una risa.

Quizás si era un poco enérgica en ese sentido, sobre todo notando lo cansada que Devna parecía, ¿Le había ganado a un Dios? Por supuesto que sí.

“Cinco minutos.”

Habló, ganándose un bufido de la mujer, y bajó solo para volver a besarla.

No iba a detenerse pronto, de eso estaba segura.

Pudo sentir algo en su pierna.

Algo que se movía, suave, pero el agarre era fuerte, firme, y no le desagradó, por el contrario, pero le causó curiosidad, su mente aun sin despertar del todo.

Abrió los ojos, topándose con el lugar igual de oscuro que siempre, pero como la luz estaba apagada, era aún más oscuro, pero estaba acostumbrada a la oscuridad, así que no le costó acostumbrarse, que sus ojos pudiesen discernir lo que tenía en frente, donde estaba, y antes de siquiera poder observar a la otra persona a su lado, las imágenes de hace unas horas aparecieron en su cabeza, causándole escalofríos.

Realmente lo habían hecho.

Guau.

Y luego de recordarlo y disfrutar la sensación de sus recuerdos, se dio cuenta de que lo que sentía en la pierna era una de las colas de Devna, esta enrollándose en su carne, y lo sabía con claridad porque lo sintió durante el acto, y le agradaba, si, mucho. Era sin duda algo ajeno, pero se estaba acostumbrando ya.

Y pensar que la primera vez que la vio una de esas colas estuvo en su cuello, a punto de matarla.

Como cambiaban las cosas.

Distinguió a Devna a su lado, esta sentada en la cama, dándole la espalda, así que solo veía eso de ella, su espalda y su cabello lacio cubriéndola, así como las colas moviéndose por la cama, algunas cayendo de esta, serpenteando lentamente.

Pero ¿Qué hacía despierta?

De inmediato se sentó, sabiendo que algo no estaba bien, y quedó a la misma altura que la mujer, esta dando un salto al sentirla moverse. Los ojos amarillos parecían brillar en la oscuridad, pero a pesar de eso, los notó opacos, débiles, tristes incluso. Esta tenía las rodillas frente a su torso, una mano firme en su frente.

“¿Te desperté? Lo siento.”

La voz de la mujer sonó débil, y no le gustó para nada, su pecho doliendo.

Como siempre, esa mujer siendo su debilidad.

Y esa reacción podía significar muchas cosas, pero dijo la que pensó primero.

“¿Ya te estás arrepintiendo de lo que hicimos?”

Y notó sorpresa en los amarillos.

Y culpa.

La mujer no la siguió mirando, volviendo a mirar la nada, sus dedos moviéndose por su frente, uno de sus dedos orbitando por la marca que ahí yacía, su cuerpo estaba tenso, incluso la extremidad en su pierna se tensó, sin provocarle dolor, pero la tensión era reconocible.

No quiso decir nada, y no sabía que decir.

Odiaba estar falta de palabras, pero verla así…

Dolía.

“He usado el bindi desde que me casé, incluso cuando Sanani murió nunca dejé de usarlo, en honor a él, para no olvidarlo, pero han pasado seis años…”

Iba a decirle algo, debía decirle algo, el mostrar empatía…

Pero no lo sabía, nunca había sufrido una pérdida, nunca tuvo a nadie a quien perder, a quien ver morir, para ella, la muerte, era algo tan recurrente, algo que veía a su alrededor desde siempre, pero jamás le tocó en su propia carne, ni jamás se encariñó con alguien o le importó alguien lo suficiente para sufrir por su muerte, pero aun sin saber lo que se sentía, quiso decirle que estaba bien, que sufrir por una pérdida era normal, que sin importar el tiempo que hubiese trascurrido, el dolor iba a seguir ahí, y si, era una mentira proviniendo de ella, pero al mismo tiempo era verdad.

Pero no dijo nada, porque los ojos amarillos finalmente la miraron, brillosos, húmedos, y su pecho volvió a sufrir, a apretar sus órganos, por supuesto que no iba a ser capaz de decir nada si la mujer la miraba así, si la mujer se rompía así.

“Y tenerlo ahora, tener a otra persona marcada en mi piel, no es justo para ti.”

¿Para ella?

Oh.

Esa mujer era demasiado buena persona.

Los ojos volvieron a mirar a la nada, su dedo pasando por la zona, despacio, pero por su mirada, parecía lista para simplemente eliminar la marca de su rostro, remover la tinta que parecía permanente en su piel a pesar de no serlo.

Solo un movimiento y la borraría.

Y debería aceptarlo, claramente, porque era egoísta, quería a Devna solo para ella, no quería que en su piel quedase el recuerdo de lo que tuvo con otra persona, quedase la marca de otro amor.

Pero no podía.

Quería a Devna, demasiado, pero la quería así, con su pasado, con el peso que tenía sobre los hombros, no quería cambiarla.

No, no quería.

Así que se movió, tomó la mano que yacía en la frente ajena, y la tomó, firme, alejándola.

La mujer la miró con curiosidad, con sorpresa.

Y simplemente negó.

“Estoy realmente dividida ahora, porque egoístamente te quiero solo para mí, pero al mismo tiempo no quiero que te deshagas de tu pasado por mí. Él era importante para ti, él era importante para tu hija, y esa marca es una de las pocas conexiones que te quedan, así que no, no quiero que la quites.”

La mujer iba a hablar, pero la detuvo, apretando su mano, moviéndola, entrelazando los dedos de ambas, y eso no lo había hecho, pero le pareció agradable el tener las manos suaves de Devna en las suyas tan toscas, le encantaba.

Se vio soltando una risa, sabiendo lo que iba a decir, y esperaba que Devna no se enojase con ella de nuevo.

“Pero cuando te cases conmigo ya no voy a compartirte.”

Se vio resoplando, eliminando la risa, pero sintiéndose sonreír de todas formas.

Le sorprendía el odiar la idea antes y ahora sentirse impaciente de hacerlo realidad.

Sintió la mano ajena sujetando la propia, ambas entrelazadas, firmes, y así sintió a la mujer acercarse, esta apoyando la cabeza en su hombro, y era una de las tantas cosas de esa noche que le encantaban.

Le encantaba todo.

Si tan solo no hubiese caos afuera de ese bunker, podría disfrutarlo aún más.

“Ya has dicho lo de casarnos varias veces ya.”

Si, demasiado.

Su yo del pasado no lo creería.

“Supongo que ya no puedo ocultar las ansias que tengo de tenerte para mí.”

Notó a la mujer ponerse tensa, y no entendió la reacción, pero al menos esta no se alejó, ni soltó su mano, de hecho, incluso sintió una de las colas rodear su cintura, y eso era bueno, creo.

“No sé si te has dado cuenta, pero tengo una hija.”

Oh.

La frase le causó gracia, así no pudo evitar soltar una risa.

Y sintió una cola pegándole en la espalda, como un látigo.

De acuerdo, se lo merecía.

“Lo siento, es que, bueno, es obvio que me di cuenta si yo misma la encontré.”

La mujer se alejó, dejó de sentir el calor de esta en su hombro, pero la mano siguió en la suya, así que estaba medianamente triste.

“Pero eres realmente estúpida a veces, tenía que apuntar a lo obvio.”

Pero no era tan estúpida a veces.

Al final, casarse, sería también el heredar una carga que no era propia, aceptar como suya a una niña que no era su hija, y eso sí que era extraño.

Y la idea, le causó cierta melancolía, tanto así, que volvió a quedarse en silencio.

El silencio que en ella era extraño, por lo mismo notó como los ojos amarillos la miraron de reojo.

“No tienes que aceptar esa carga.”

Devna habló, su voz débil, pero suave, conciliadora, la voz que solía usar con Prisha, una voz maternal, cuidadosa, y adoraba oírla así, no iba a mentir. A veces sentía celos de Prisha, pero ahora podía disfrutarlo.

Finalmente, la melancolía se tornó en angustia, sentimiento que no solía sentir.

Solo cuando niña.

Cuando estaba en el orfanato, aislada, siendo la sombra que era, la niña invisible, la que nadie veía, la que todos ignoraban, incluso los que estaban encargados de cuidar de ella. Podía hacer lo que sea en ese entonces, y nadie volteaba a verla, y muchas veces creyó que ni siquiera estaba viva, que estaba muerta, por eso nadie la veía.

Se vio soltando una risa, una risa irónica, quedándose atrapada en los recuerdos.

Vaya infancia de mierda que tuvo.

A veces se quedaba por horas en un rincón, sin comer, sin hablar, ya que estar ahí presente no servía, entonces simplemente era mejor el quedarse ahí, inerte, y esperar a que aquello acabase, y sabía bien, que al final, si moría, a nadie le importaría, porque nadie conocía a Wladislawa, nadie la quería, ni siquiera sus propios padres que decidieron abandonarla.

Quizás nunca había sufrido la muerte de alguien querido…

Pero si sintió el dolor de estar sola, de no ser nadie para nadie.

Sintió la mano de Devna en su rostro, la mano suave, la mano cuidadosa sujetándola, acariciando su piel, y se enamoró un poco más, sobre todo cuando aquel dolor mermó, y los recuerdos se esfumaron, porque los hizo desaparecer, porque decidió ser alguien más, decidió ser vista, y para eso, tenía que matar a todo lo que la hizo sufrir en un principio.

Dejó de ser la persona que fue en ese entonces, y ahora, en esa cama, con esa mujer, dejó de ser la persona que creó, ahora era una persona diferente.

Y creía que era la mejor versión de si misma.

Los ojos amarillos la observaron, preocupados, y notó aquel sentimiento en cada rasgo de su rostro, de su expresión, y si, ya se había enamorado más, pero esa expresión también la enamoraba, porque era solo para ella, y se sentía afortunada.

Feliz.

Genuinamente feliz.

“Te quiero a ti, Devna, quiero estar contigo, y no creas que voy a abandonar a esa niña, porque yo fui abandonada y no quiero que ella pase por algo así. Quizás este no era el futuro que tenía planeado para mí, ya sabes, casarme o ser madre, no, jamás, pero solo tenerte a mi lado me hace feliz, y eso es suficiente, además, a quien voy a engañar, ya le tengo cariño a la pequeña heroína.”

Era verdad, solo habían pasado unos días, pero no creía que podría actuar con esa niña como actuó con otros niños, mucho menos moral.

La mano que estaba enlazada con la suya se soltó del agarre, y lo extrañó, pero se calmó cuando ahora eran ambas manos fijas en sus mejillas, y disfrutó el tacto.

Disfrutaba, como disfrutaba.

Devna se acercó, y la besó, suavemente, con cuidado, y notó una expresión aliviada en la mujer cuando esta se alejó y pudo distinguir su rostro. Su corazón golpeó fuertemente en su pecho, en alivio, en felicidad, en miles de emociones que aún no entendía del todo, porque era ajeno sentir cosas así en su vida. Ser la persona que fue la rompió en pedazos, y se enfocó en romper al resto para aliviar ese peso, pero al final, ahí, esa mujer, la reconstruyó demasiado rápido, la hacía sentir viva.

Realmente valiosa.

“Pero no te prometo que haré un buen trabajo en eso de ser madre y esposa.”

Se vio diciendo, riendo, un poco de humor para romper la tensión.

A pesar de que la mujer negase, a pesar de que el agarre en sus mejillas se volviese más intenso, regañándola en silencio, pudo ver una sonrisa en su rostro, y con eso se sintió satisfecha.

“No espero mucho de ti de todas formas.”

Eso le dolió.

Pero era justo.

Podía ser buena en muchas cosas, pero estaba segura de que en eso iba a fallar en más de una ocasión, y si Devna la aceptaba así, era lo mejor que le podía ocurrir.

Ya perfeccionaría la labor futura.

Quería hacerlo.

Llevó las manos hacia las de Devna, manteniendo las manos suaves sobre sus mejillas, queriendo sentirlas un poco más.

Ahí pertenecía, con esa mujer.

Irónicamente, nunca tuvo una familia, y ahora el universo le ofrecía una.

E iba a tomarla, de eso estaba segura.

Saldrían de ese bunker, acabarían con esas personas, con los traidores, e iba a ser feliz con ellas, y las haría felices de vuelta, les daría lo que a ella le dieron, y al fin podrían vivir en calma, dejando el pasado atrás, avanzando hasta el futuro.

E iba a hacer todo lo necesario para lograr un final feliz, con Devna, con Prisha.

Todo.

 

Chapter 105: Wren -Parte 3-

Chapter Text

WREN

-Plan-

 

Por supuesto, debía cumplir con su trabajo, con su misión, proteger al cliente.

Pero tampoco era justo el dejar a una persona peligrosa suelta.

Debía hacer lo correcto, pero también tenía que serle leal a la agencia que la aceptó.

Le dio vueltas al asunto, sintiendo que esos segundos fueron minutos en su cabeza, y finalmente terminó mirando a la mujer que mantenía firmemente sujeta, quien lucía sorprendida, y era claro que, ante la cercanía, esta debió haber escuchado la voz de Butterfly a través del aparato, y tal vez, por lo mismo, la vio fruncir el ceño también, claramente preocupada.

No entendió su expresión, así que volvió a darle vueltas a la situación.

Su cliente era perseguido por un acosador, una persona que claramente tenía cierta manía, maldad, lo suficiente para hacer maromas para amedrentarlo, así como hacía desde hace tiempo ya, cumpliendo con su objetivo, tenerlo completamente aterrado con la situación.

Si bien su cliente no quería lucir así, asustado, y vivía su vida con cierta normalidad, sin querer que nadie lo detuviese, si los había contratado era porque realmente veía su vida en peligro.

Pero ¿Por qué había un francotirador ahí?

Sentía la cabeza arder, y realmente no era muy buena para esas cosas.

Pero debía esforzarse, no creía que existiese una coincidencia así.

No, no podía ser así.

Soltó a la mujer a quien tenía sujeta de las manos, esta sorprendiéndose con su movimiento, con su liberación, pero se quedó encima de esta, sin liberarle ni de las piernas ni del torso.

Ahí había una información que necesitaba, la pieza faltante.

Esa mujer claramente estaba ahí para matar a alguien, ¿Pero a quién?

Podía ser que…

“¿Cuál es la probabilidad que estés dándole caza al mismo hombre que lleva acosando a mi cliente?”

Los ojos rojos lucían sorprendidos, pero de inmediato se pusieron serios, entendiéndola rápidamente, mucho más rápida que ella, de eso estaba segura.

“No puedo revelar información, pero es un criminal a quien busco.”

Y su cliente no era un criminal, de eso también estaba segura.

“¿Sabes cómo luce tu objetivo?”

Pensó que la mujer simplemente iba a negar, obligándose a mantener el secreto, sin embargo, esta sonrió, capaz, llena de confianza. Por supuesto que sabía, era evidente, ¿Cómo le iba a disparar a alguien desde la distancia si no conocía como lucía su objetivo?

Llevó una de las manos hacia su rostro, hacia el aparato en su oreja, y apretó el botón que le permitía comunicarse con su compañera.

“Butterfly, ¿Puedes darme una descripción rápida del acosador?”

Escuchó silencio por unos momentos, hasta que el aparato chirreó de nuevo.

“¿Wren? ¿Dónde estás? Tienes que venir pronto, eres la única que puede mantenerlo a raya si es que decide acercarse.”

Si, si, lo sabía.

Notaba urgencia en Butterfly, claramente su trabajo no era algo así, así de riesgoso, porque no tenía las capacidades para enfrentarse cara a cara con un objetivo, por lo mismo hacía todo desde la distancia, usando la tecnología a su favor.

Pero le volvió a preguntar, intentando que esta entendiese la urgencia.

Y si, era urgente.

Así que Butterfly, entendiendo su propia urgencia, comenzó a describirle algunas características del sujeto, como su color de cabello, de piel, y su estatura, y de nuevo, la mujer en el suelo, pudo oír sin problema, de inmediato poniéndose tensa, era expresiva, se le notaba en el rostro.

Y era claro que ese sujeto era a quien buscaba.

Podría equivocarse, pero se tenía confianza en eso.

Eran sus instintos, y si estaba ahí, luego de tanto dilema en su vida, era por algo.

Apretó el botón de nuevo, mientras se levantó del suelo, liberando a la mujer, así como al mismo tiempo la tomó de la mano, ayudándola a levantar, esta aceptando su agarre a pesar de la locura de hace solo unos momentos. De haber sido enemigos.

Ya sabía qué hacer.

Y ahora, teniendo a un francotirador que les haría la tarea más fácil, era cosa de moverse.

“¿Puedes hacer que el cliente vaya al último piso?”

Ese era donde estaba el cine, rara vez estaba abarrotado, y claramente no lo estaría como la zona donde ahora todos estaban almorzando.

Obviamente no era necesario, era cosa de llevar a su cliente cerca de los ventanales y asegurar que el acosador lo siguiese, y así la mujer a su lado tuviese un buen disparo, pero, no quería que fuese un alboroto, no quería que todos viesen esa escena, y sabía bien que mientras menos personas fuesen espectadores de algo semejante, mucho mejor.

No iba a crear un pánico innecesario si podía evitarlo.

Y a ella misma, cuando era niña, vio algo semejante, y esa imagen jamás se borró de su cabeza, por lo mismo insistió tanto en hacer lo correcto, en pelear desde el lado bueno, para evitar escenas así, para salvar a tantos.

Para evitar que inocentes perecieran a base de unos malnacidos.

Y eso iba a hacer.

“Necesito que el acosador tome la iniciativa, y mientras menos personas haya, mejor, ahí podre derribarlo.”

Miró a la mujer pelirroja a su lado, quien la miraba en silencio, sin querer siquiera exponerse, pero a esta altura, era cosa de tiempo para que Butterfly se diese cuenta de aquello, pero mejor si no se enteraba. Iba a enojarse si no le decía, y honestamente, no creía que ni su compañera ni su agencia estuviese de acuerdo con sus acciones.

Pero bueno, era lo correcto, al menos por ahora.

Dejó el intercomunicador, sin dejar de mirar a los ojos de la mujer, teniendo que mirarla hacia arriba, y si, era más alta que ella, pero a esta altura, ¿Quién no? Bueno, Butterfly, ha.

“Lo voy a atraer hacia los ventanales, y ahí le puedes dar el tiro de gracia.”

Y creía que esta sería capaz.

Se movió, con la intención de correr, de iniciar de nuevo el camino.

Tenía que llegar pronto.

Pero no pudo moverse, la mano de la mujer sosteniéndola con firmeza, y por supuesto que se detuvo, mirándola. A pesar de tener la urgencia, no podía evitar quedarse un momento más observando a esa mujer.

No era una mala persona, ya lo tenía claro.

Y era guapa, a quien engañaba.

“¿No querías derribarlo tú?”

Oh, eso dijo.

Rápidamente negó.

“Mi trabajo es cuidar de mi cliente, esa es mi misión, pero no es mi trabajo el acabar con tu objetivo. Tú me ayudas, y yo te ayudo.”

Y eso era todo lo que la mujer necesitaba saber.

Esta la soltó, le permitió alejarse, y eso hizo.

Sus piernas temblaron al dar los primeros pasos, sus músculos acalambrados ante las exigencias, pero rápidamente se acostumbró a la sensación.

Eso no la iba a detener.

Cuando subió por esas escaleras, se le hizo eterno, pero al menos bajar no fue tan complicado. Volvió a saltar un par de escalones, los que más pudo, en una casi tropieza, su cuerpo cansado, pero podía con eso. Tal vez no logró entrar en las fuerzas militares, pero se entrenó tal y como ellos para estar al mismo nivel, para que la considerasen un soldado incluso cuando era nada más que un civil.

Y el entrenamiento debía dar frutos.

Salió del edificio, y se movió rápidamente entre las personas para llegar al siguiente. Era más complicado ahí, más atestado, pero se movió entre las personas, pidiendo perdón cuando golpeaba a más de alguien, y al menos era baja, así que pudo pasar entre las multitudes. No entendía como podían quedarse como estatuas mirando las vitrinas.

Entró en la escalera de emergencia, y subió, ahí escuchó a Butterfly hablarle en el oído, diciéndoles que ya había llegado, que el cliente ya estaba en el piso superior, y se obligó a apurarse. Ahora sí que no tenía tiempo.

Subió y subió, y ahora sí que podía decir que le dolían las piernas.

Se iba a tomar un largo descanso luego de eso.

No se detuvo hasta estar segura de que llegó al piso al que necesitaba llegar.

Abrió la puerta y avanzó, mirando alrededor, y tal y como creyó, estaba relativamente vacío.

Tragó pesado, sintiendo el estómago revuelto ante lo mucho que corrió.

Pero no tenía tiempo alguno para sumergirse en sus incomodidades.

Ahí lo vio.

Veía a su cliente avanzando calmadamente hacia los ventanales, donde había sillones y sillas, todo cómodo, y alejado del bullicio de las personas como en los pisos inferiores, de las tiendas, de los restaurantes. Era un oasis, sobre todo cuando las funciones ya habían empezado y todos estaban adentro, disfrutando de las películas.

Ahí también vio al acosador.

Este parecía caminar, lentamente, sus ojos pegados en su cliente, hasta que notó que el lugar estaba pacifico, donde podría terminar con todo eso ahí mismo, y era evidente ante la sonrisa que se asomó en su rostro. Sus pasos dejaron de ser parsimoniosos, empezaron a ser más rápidos, con más urgencia, como el animal que ve a su presa desapercibida, débil, vulnerable, y deja de mirarlo de lejos y decide atacar.

Así como decidió sacarse el arma desde dentro del pantalón.

Y por lo mismo, ella corrió.

Luego de todo lo que corrió, le impresionaba que aun pudiese, que aun tuviese la velocidad, pero era así, podía hacerlo, podía seguir, la adrenalina manteniéndola en movimiento, y no iba a detenerse hasta que acabasen con esto. No le importaba que este tuviese un arma, o que fuese alguien claramente peligroso para que un francotirador lo matase en el acto.

No, nada de eso tenía importancia.

Corrió y se tiró hacia el sujeto, este levantando el arma, su cliente completamente desapercibido de la situación, a pesar de que tuviese claro que esa era una emboscada de cierta forma. El hombre se retorció en su agarre, poniéndose tenso, y sintió sudor frio cayéndole por la espalda cuando sintió el frio del cañón del arma en el rostro.

Y si, por suerte tenía entrenamiento.

Con una de las manos empujó el cañón hacia arriba, mientras que con la otra mano golpeaba el codo del sujeto, aferrando su brazo al ajeno, doblándoselo, obligándole a soltar el arma, y por suerte este no alcanzó a apretar el gatillo, o habrían hecho una escena aún mayor, aunque tuviese un silenciador puesto.

No era necesario.

Sin decirle nada, Butterfly apareció, llevándose al cliente, los vio a ambos avanzar, alejándose, lo cual era lo mejor, aun había un arma involucrada, y era mucho mejor si a quien debían proteger estaba lejos de cualquier peligro.

El hombre soltó un grito ronco, y la intentó golpear con la mano libre que tenía, dándole en la espalda, pero no era suficiente para detenerla. Se movió, golpeándole en la quijada con el codo, dejándolo por un momento confuso y dolorido, y no dudó en usar esos momentos para dejarle los brazos bien agarrados, inmovilizados.

Este se siguió moviendo, retorciéndose, y se vio empujándolo, obligándolo a quedarse lo más cerca de las ventanas, a pesar de que este intentase lo contrario, el volver y tomar el arma y matarla. Los zapatos de ambos chirrearon ante los empujones que se daban, ambos intentando mover al otro en sentidos contrarios.

Era difícil, su cuerpo ya dolía por completo, y el hombre era mucho más grande que ella, pero por ahora sentía que tenía la situación controlada, o lo más controlada posible.

Al menos ya estaban en rango.

Pero este se movía demasiado…

No, eso no estaba bien, la mujer no podía darle un tiro certero si se movía así, y ella misma estando tan cerca, tal vez iba a hacerla la tarea difícil.

La misma bala podía matarlos a ambos.

Así que hizo lo único que se le ocurrió.

Rodeó al hombre, trepo sobre este, y se puso tras el como si se tratase de una mochila, afirmándose de sus brazos, tirando de este, de sus brazos, usando todo su peso a su favor para obligarlo a tirar el torso para atrás, y este, por inercia y para evitar caer hacia atrás, hizo el esfuerzo contrario, hacia adelante.

Y la fuerza de ambos, de ella tirando, y de él tirando, lo dejó quieto por un momento.

Un momento que ella no creía suficiente, no, por supuesto que no.

Pero la mujer encima del edificio tomó ese milisegundo como suficiente.

El hombre que sostenía simplemente cayó sobre su propio cuerpo, y ella, quien estaba agarrada de este, cayó también. Sintió el piso frio en su espalda, así como sintió el cuerpo pesado del hombre sobre su torso.

Se quedó un momento en un estado de shock, sin esperarse esa rapidez de la mujer, así como sorprendiéndose de que funcionase y ella no hubiese sido víctima de la bala.

El disparo no se escuchó, no resonó como creyó que sonaría, pero lo qué si escuchó, fue el sonido del cristal siendo penetrado, así como el sonido de la carne siendo penetrada, y luego el tintineo de la bala al caer al suelo.

Miró al frente, sin querer ver al sujeto que tenía muerto en sus brazos, y observó el cristal, este intacto, o al menos así era hasta que notó el piquete en este, trisándolo, pero no lo suficiente para quebrarlo del todo, al parecer era resistente, lo suficiente para no ser destrozado por una bala de ese calibre.

Y más allá del cristal, más allá del edificio, notó a la mujer sobre el edificio.

Obviamente no podía distinguir nada más que la mancha de cabello rojo a la distancia, pero eso fue suficiente.

Eso si era trabajo en equipo.

Se vio soltando una risa, que terminó saliéndole más incómoda y nerviosa.

¿Qué iba a hacer?

Apretó el botón del intercomunicador con uno de sus dedos, notando su mano temblar.

“Eh, Butterfly, tengo al acosador muerto en los brazos, ¿Qué hago?”

“¿¡Que!?”

La respuesta, o la pregunta, de su compañera vino más rápido que nunca.

Mientras esta pensaba en que hacer, se vio moviéndose, ya que, si bien nadie parecía alertado con la situación, ni había nadie mirándola, no creía que eso durase mucho, así que se obligó a levantarse, a sujetar al hombre, no sin antes amarrarle la chaqueta en la cabeza para que no dejase manchas de sangre, y también para no verle la cara, no necesitaba ver eso con detalle.

Avanzó con el hombre a cuestas, arrastrándolo lo más rápido que podía considerando lo pesado de su cuerpo, y llegó hasta la puerta de personal, empujando la puerta con el cuerpo, entrando, y se metió en el primer lugar que encontró, cerrando la puerta.

No era su idea el quedarse encerrada en una pequeña habitación con un cadáver, pero tampoco quería que la viesen con un cadáver.

O sea, tenía entendido que la agencia se encargaba de la limpieza, pero era mejor si no quedaban mayores rastros.

Podían ocultar la información de los medios, pero no de la cabeza de las personas que lo viesen. Realmente había acertado con no permitir que hicieran la ejecución donde todos estaba comiendo.

Qué asco.

Soltó un suspiro, ahora sintiendo toda la adrenalina desapareciendo de su cuerpo, dando paso al cansancio. Su cuerpo inmóvil, temblando, acalambrado, cayendo al suelo, estaba exhausta.

“En cinco minutos los limpiadores van a buscar el cuerpo.”

La voz de su compañera resonó, y soltó un suspiro de alivio.

Iba a responderle algo a su compañera, pero el aparato volvió a chirrear.

“Me hice cargo de la evidencia, pero acabo de ver por las cámaras que alguien le disparó desde el edificio de en frente, ¿Te encontraste con el francotirador?”

Pues sí, era evidente.

Al fin y al cabo, había ido ahí para atrapar a un tirador, pero el tirador logró su objetivo, disparó, y eso significaba que ella no lo había detenido.

“Teníamos un enemigo en común.”

El silencio al otro lado de la línea se sintió eterno, y temió que la mujer se hubiese enfadado, que era una posibilidad, así que no le sorprendería. Finalmente, segundos, minutos después, el chirrido volvió.

“Estoy a favor de colaborar en estos casos, pero eso fue muy arriesgado, el tirador pudo haberte disparado también, no debes confiar tan rápido en los demás.”

Y si, realmente pudo hacerlo.

Solo un poco más abajo y la bala pasa por el torso del sujeto y por su cabeza.

Pero no fue así.

Era un buen tirador, aquella mujer.

“Pero todo salió bien, y eso es lo que importa.”

El cliente estaba a salvo, y había un criminal menos en el mundo, y eso solo podía significar que había sido un buen día.

“Me vas a causar un infarto, Wren.”

Y eso también podía ser una posibilidad.

Esperaba que no.

Ahora solo le quedaba descansar hasta su siguiente gran misión.

Chapter 106: Childhood Friend -Parte 7-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Calidez-

Se durmió deprisa, y como no, luego de toda la situación que ocurrió.

Todos los sentimientos, todas las emociones, la dejaron agotada.

Y si, durmió plácidamente, pero cuando comenzó a amanecer recobró la consciencia, aún muy temprano, incluso para sí misma, pero no podía dormir.

No ahora.

Cuando Eija le dijo que no se hacía responsable por los abrazos que le iba a dar mientras dormía, al parecer era así, tal y como dijo. Y ahora la veía, a su lado, el brazo de esta pasándole por el abdomen, así como una de sus piernas sobre las propias. La cabeza ajena estaba sobre su hombro, y si, con todo ese movimiento esta logró sacarle la frazada de encima, y podría quejarse por el frio o algo así, pero su propio calor corporal ante la vergüenza de tener a Eija prácticamente encima de su cuerpo era suficiente para evitar que cualquier frio la molestara, de hecho, empezaba a sentir calor.

Mucho calor.

Su hermana era inquieta para dormir, sí, pero Eija lo era aún más. Recordaba cuando era niña, y una vez cuando las fue a ver, uno de los pies de la rubia estaba sobre el rostro de su hermana, y agradecía que Vilma tuviese el sueño muy pesado, prácticamente la pateaba y esta seguía durmiendo.

Por inercia miró hacia la pared, hacia el cuarto de su hermana.

¿Qué pasaría cuando tuviesen que enfrentarse de nuevo?

¿Se enojaría por haber dejado que Eija durmiese con ella?

Porque, por una parte, sonaba como si se la hubiese quitado, aunque no era realmente así. Eija era su propia persona, no era un objeto de pertenencia de nadie, tenía opinión ahí, y al parecer, había elegido.

Se sentía feliz, si, demasiado.

Jamás creyó que pasaría algo similar.

Que a ella en particular le pasaría algo similar.

Era como un sueño hecho realidad, donde la persona que le gustó por tantos años llegaba a su vida de nuevo, y le decía que sentía lo mismo, que el sentimiento era mutuo, ¿Cómo no iba a estar feliz? Eija fue la única en su vida que realmente la apoyó, que la ayudó, que no la trató como los demás, como si hubiese algo mal con ella, o algo así. Eija siempre la vio como una persona, y la trató con respeto, la trató como siempre deseó que alguien la tratase.

Era exactamente lo que necesitaba en su vida.

Escuchó a la mujer a su lado moverse, la escuchó soltar un gruñido, un bufido, algo similar, y entró en pánico. Quiso cerrar los ojos, fingir seguir dormida, pero aun seguía roja, así que se le iba a notar que era un acto, un muy mal acto, así que solo tuvo que quedarse quieta y esperar que no la hubiese despertado.

Eija se acomodó, restregándose los ojos, bostezando, y cuando los ojos verdes la miraron, brillaban como siempre. Esta le dio una sonrisa, y debía admitir que se veía graciosa con su cabello todo revuelto. Le recordó al pasado, cuando se veía así, igual, años atrás, y la única diferencia era que su cabello natural era más oscuro que el actual.

Había pasado una eternidad, pero al mismo tiempo era como si no hubiese pasado el tiempo.

Escuchó a la chica soltar una risa, mientras se volvía a acomodar, de nuevo tirándose encima, abrazándola, retomando su lugar, el lugar que tomó durante toda la noche, y no podía quejarse. Eija no pesaba demasiado, y su presencia a su lado era realmente agradable.

Podía dormir así todos los días.

“Me encantaría despertar a tu lado cada día.”

Oh.

¡Oh!

El color volvió a aumentar en su rostro, no tenía duda de eso.

Era como si le hubiese leído la mente.

Quería decirle algo, cualquier cosa, pero no podía, estaba demasiado avergonzada para hablar. Se quedó tiesa como una tabla, sintiendo como el cuerpo de Eija se movía a su lado, como un brazo la rodeaba por la cintura, así como las piernas se enrollaban a las suyas. Tal vez, despertar así cada día, no sería bueno para su corazón.

Dio un salto cuando escuchó la puerta ser golpeada, y agradecía que sus padres fuesen considerados con su privacidad y no abriesen la puerta. Podía escuchar a su padre al otro lado, preguntándole si estaba despierta, y se obligó a carraspear, sabiendo que su rojez era demasiada, y su voz saldría extraña, no suave como lo era.

Estaba muy nerviosa.

Si su padre abría la puerta, no podría esconder su vergüenza.

“E-estoy despierta.”

Habló, agradeciendo que su voz saliese normal, a pesar de tartamudear, pero no era de sorprenderle, aún tenía las extremidades ajenas rodeando su cuerpo, no podía estar calmada.

“¡Yo también estoy despierta!”

Eija habló también, dejándose en evidencia.

Miró a Eija, aterrada, mientras esta le sonreía, sin preocupación alguna. Obviamente verían que Eija salía de su habitación, y no, no había nada demasiado extraño en eso, considerando que solía venir seguido y sus padres lo sabían, era así desde que eran niñas.

¿Pero con ella a solas?

Sospechoso.

Escuchó a su padre soltar una risa ante el ánimo de Eija, tan diferente el propio por la mañana, incluso comparado con el ánimo de su hermana.

“Vengan a desayunar, ya está todo listo.”

“¡Ya vamos!”

Eija habló de vuelta, animada, mientras se movió de su lugar, soltándola, y no supo que sentir, porque lo agradecía, ahora al fin podía ser una persona y no una tabla tiesa y enrojecida, pero por otro lado sintió cierta decepción de que el tiempo que estaban juntas se acabase así de pronto.

Quería disfrutarlo más.

Esta pasó por encima suyo, enérgicamente, pero torpemente, mientras reía, animada. Probablemente se reía de ella y de su expresión, pero no le importaba mientras la viese así. Cuando ya estuvo de pie, las manos ajenas se fueron a las suyas, las cuales estaban cálidas, como rara vez, al parecer al estar tan pegadas le había dado algo de su calor, y eso era bueno.

Las manos tiraron de ella, instándola a levantarse, y a pesar de la vergüenza que le causaba, se obligó a levantarse pronto, para no alargar más esa tortura que era tener los ojos verdes pegados a ella, sonriéndole así.

Era demasiado pronto en la mañana para sentir tantas emociones.

Eija tuvo que arremangarse, una vez más, las mangas del pijama, estas cubriendo sus manos y sus pies, y le causó ternura, no iba a mentir. Verla con su ropa era algo que empezaba a gustarle demasiado, más de lo que consideraba normal.

Le gustaba mucho.

Sentía que estaba haciendo algo prohibido cuando se sentó a la mesa, aun en pijama, mientras Eija se sentaba a su lado, en el mismo estado, sus padres frente a ellas, mirándolas curiosas, y fue muy consciente de la situación, así que intentó distraerse, y sus ojos se fueron para la habitación de su hermana, ya que asumía que estaría ahí sentada, pero notó la puerta abierta, y ningún rastro de esta.

Y no verla ahí, le hizo fruncir el ceño.

“Te iba a preguntar si sabías donde está tu hermana, pero al parecer tampoco sabes.”

Se vio dando un salto cuando su padre le habló, su voz suave, pero preocupada, era extraño que Vilma saliese, o sea, no, esta salía mucho de noche, se iba a bares, a fiestas, a casa de sus amigos, pero eso no ocurría de mañana, por el contrario, solía dormir hasta tarde, pero ahora era claro que había salido temprano.

Y solo había una razón para que hiciese eso.

Para no toparse ni con Eija ni con ella.

Y luego del caos que ocurrió, era de esperarse.

Miró a Eija, notando como esta lucía preocupada, sin poder ocultarlo bajo la imagen despreocupada de siempre, porque eso era algo que le afectaba, el perder las pocas amistades que tenía, sobre todo si intentó durante todo ese tiempo que los sentimientos de ninguna de las tres interfiriesen en esa amistad.

Aun así, entendía el arrebato de Vilma, pero la culpaba, porque su pijama, en el cuerpo ajeno, dejaba ver parte de su pecho, y había una marca roja ahí, que dejó el puño de Vilma cuando la empujó contra la pared.

Y no iba a aceptar un acto así, menos hacia la persona que amaba.

“¿Qué le pasó?”

Su madre fue quien rompió el silencio, y vio a Eija incómoda, los verdes la miraron por un momento, preguntándole con su mera expresión. Si podía o no, contar lo sucedido, y honestamente, no creía ser ella capaz de explicarlo, así que asintió, la situación siendo complicada.

Eija se acomodó en el asiento, tomando su taza caliente entre las manos, mientras respiraba profundo, y comenzó a contar la historia, sin demasiado detalle, pero explicándole a sus padres que habían tenido un desacuerdo, porque ambas estaban enamoradas de la misma persona. Y hasta ese momento, no había tenido en cuenta, que el decir lo que había ocurrido, dejaría sus propios sentimientos a la palestra, y se sintió arder.

La molestia, el caos, lo sucedido sin ser lo suficientemente fuerte para contrarrestar su vergüenza.

“¿A Vilma también le gustabas?”

La pregunta de su padre le llamó la atención, y se sintió arder aún más. Este dio un salto, mirándola a ella, como si hubiese dicho un secreto que debía mantener oculto, incluso notó como su madre le dio un golpe con el codo.

¿Ellos sabían?

Antes de poder preguntarles nada, escuchó a Eija soltar una risa, y le parecía aún más bonita así, usando su pijama, que le quedaba demasiado grande, y su vergüenza creció más y más.

“Lo siento, Veera, pero no eres buena ocultándolo.”

Eija confesó, aun riéndose.

Así que siempre fue así de evidente.

Su padre, relajándose con la intromisión de la rubia, se acomodó en la mesa, sonriéndole, divertido, y hace tiempo que no los veía tan relajados, o tal vez era ella la que no estaba tan relajada en una comida familiar, ante todas las discusiones que tuvieron últimamente por su futuro académico.

Pero con Eija podía relajarse.

“Solo hablabas con Eija cuando eras pequeña, así que era de esperarse.”

Su padre soltó una carcajada, a lo que Eija también rio, ambos compartiendo el buen humor. Esta se movió, y pudo sentir la mano ajena en la suya, por debajo de la mesa, lo que la hizo saltar, y se obligó a mirar a esos verdes que brillaban, y se vio enamorada una vez más.

“No has cambiado mucho.”

Tal vez no.

No, probablemente no había cambiado mucho, seguía necesitando a Eija a su lado, tal y como cuando eran niñas.

Y ahora la tenía.

Ahora era suya.

Aunque hubiese tenido que destruir su relación con su hermana para tener aquella felicidad.

“Imaginamos un desenlace así algún día, así que realmente me alegro por ustedes, así que Eija, sabes cómo es Veera, así que cuidala mucho. Se que lo has hecho desde que eras pequeña, pero ahora es diferente.”

Su madre habló, suave, mirando a Eija, y esta asintió, sin siquiera durarlo, sonriendo, relajada, cómoda, y ella misma se vio completamente confundida, porque no creyó que iba a salir del closet sin salir del closet, porque al parecer sus padres sabían desde siempre que estaba enamorada de Eija, y no sabía cómo sentirse al respecto.

¿Por eso Vilma jugó todas sus cartas? ¿Por qué sabía que estaban ambas compitiendo?

No quería pensar en eso.

Así como Vilma pasó por su mente, también pasó con Eija, quien miró de nuevo hacia la habitación vacía.

“Aunque esté con Veera, no significa que no quiera a Vilma, que no sea mi mejor amiga, por lo mismo creo que lo mejor es que me vaya pronto, que tome algo de distancias. No quiero que ella esté evitando pisar esta casa porque yo estoy aquí, no es justo.”

No, no lo era.

No sabía que pensar ante eso.

Quería pasar más tiempo con Eija, pero tampoco quería que su hermana no volviese más a casa, no tenía por qué ser así.

“Nos contó que tu padre estaba de viaje, por eso te ibas a quedar el fin de semana aquí.”

Su padre habló, mirando a Eija, viéndose preocupado, ellos sabían, mejor que nadie, como era la vida de Eija, porque eran quienes la cuidaron, y la invitaron ahí, cuando era pequeña. Se hablaban con sus padres, para hacerse cargo, aunque no fuese una responsabilidad que tuviesen que cargar. Aceptando que Eija se quedase ahí cuando ambos padres se iban de viaje y no podían llevarla con ellos.

Quería mucho a sus padres por eso.

“Veera, ¿Por qué no pasas la noche con Eija en su casa? Así que haces compañía.”

Su madre habló, dándole aquella ida, y ella saltó en respuesta.

“P-pero…”

Jamás había ido a la casa de Eija, si, la había visto a lo lejos, pero jamás había entrado, porque Eija nunca las invitaba, e incluso ahora, cuando su madre lo mencionó, esta hizo una mueca, arrugando la nariz.

Ese lugar no era un hogar para Eija, así que siempre se mantenía lo más alejada posible.

Miró a Eija, y esta la miró de vuelta, pero a pesar de su reacción inicial, esta parecía pensárselo, ya que así, saldrían de ahí, Vilma podría volver, y ellas podrían pasar más tiempo juntas. Y finalmente, esta asintió, aceptándolo.

“Si no te molesta pasar la noche en la mansión embrujada, yo feliz de que me acompañes.”

Mansión embrujada, así le decía.

Porque pasaba sola, entonces, no había nada más que fantasmas.

Y era triste cuando lo pensaba así.

“Iré.”

Asintió, firme, decidida, porque al fin podría ayudar a Eija en algo, acompañarla, ser un apoyo como Eija siempre fue para ella, desde el comienzo. Esta la miró a los ojos, y notó su determinación, para luego sonreír, levantando las manos, haciendo toda una escena, pero le gustó cada segundo.

“¡Pijamada doble!”

Eija se detuvo, en medio de su celebración, y luego parecía algo dudosa.

“Pensándolo bien, Veera me va a dejar si es que ve como dejé mi habitación.”

Oh.

Solía tener un poco de TOC, y enrojeció al notar como Eija lo había notado, a pesar de no haberlo mencionado.

Su madre fue quien negó, soltando una risa.

“No es tan grave, al parecer es al revés cuando pinta.”

Se sintió enrojecer, una vez más, cuando los verdes la miraron, curiosos, y si, era así, de metía tanto en su cabeza, que no era consciente del desastre que iba dejando, sus padres la habían visto así en casa, y eso que no practicó con pinturas ahí, pero en el estudio del instituto dejó muchos desastres al concentrarse demasiado.

Con la nueva información, Eija soltó un suspiro aliviado.

“Ahora me quedo en calma, mi relación de un día no va a romperse.”

No, el desorden no iba a ser suficiente, y Eija, a pesar de serlo, solía dejar el desorden en un solo lado, incluso cuando eran pequeñas, así que lo apreciaba.

Se vio sonriendo, notando de reojo como sus padres parecían tranquilos, y aun le parecía sorprendente, porque ni siquiera tuvo que decirles nada, estos ya sabían todo, y lo aceptaban, al fin y al cabo, confiaban en Eija, prácticamente la habían criado cuando era niña, así que le tenían un cariño enorme.

Y eso la hacía feliz, de nuevo.

Un poco más de tiempo al lado de Eija, era exactamente lo que quería.

Luego de ducharse, de ponerse ropa, y de salir de casa, fueron a su destino.

Y llegaron antes de lo que esperó.

Ver esa gran mansión haciéndose visible desde lejos, creciendo más y más, la puso ansiosa, y ya ahí, en frente, finalmente entró a esa casa, a la que jamás había entrado.

Recordaba que era Eija quien pasaba en su casa, siempre, sus padres siempre viajando, o estando ocupados, así que se quedaba con ellas para no pasar las noches sola, pero a pesar de no haber entrado nunca, muchas veces la vio desde la distancia, sorprendiéndole lo grande que era, y ahora que pasaba a través de las puertas dobles, volvía a reiterarlo.

Esa casa era enorme, mucho más para alguien que estaba solo ahí, como era el caso de Eija, cuando no era nada más que una niña.

“Pues, bienvenida al castillo.”

Eija habló, haciendo un gesto dramático, mientras daba una reverencia, señalando la casa con sus brazos, pero a pesar de su acción, su rostro no parecía ni en lo más mínimo interesado. Alguien más, teniendo la oportunidad de tener esa casa, esas riquezas, no dudaría en restregarlo siempre que pudiese, pero Eija no era así, ya que sabía bien que eso mismo era lo que la había hecho tener una infancia solitaria, infancia y adolescencia.

Lo que veía ahí, ya era suficiente para impresionarle. La sala de estar frente a sus ojos quería rivalizar con el tamaño de su propia casa, y tras esta, un gran arco daba entrada al comedor, que se veía igual de amplio, donde sin duda cabían más de veinte personas ahí sentadas, a la derecha veía unas escaleras enormes que llevaban a la segunda planta, y vio que Eija se dirigía a estas, con la intención de subir.

El salón, el comedor, podía abarcar a muchas personas.

Y sabía que muchas veces solo era Eija ahí sentada, y la idea le hizo doler el pecho.

“Señorita Nurmi, bienvenida.”

Escuchó una voz que la hizo saltar. Eija ya la estaba guiando por las escaleras, y se detuvo en el segundo escalón y miró hacia abajo, donde salía una mujer desde una de las puertas, vestida pulcramente en un uniforme. Notó como la mujer la miró a ella, pero solo de reojo, manteniendo su aura respetuosa.

Se refería a Eija, estaba claro, aun así, le pareció extraño, que se refiriese con el apellido a alguien joven como Eija.

Esa vida, para ella, era muy ajena.

“Rita, hola, Veera pasará la noche conmigo.”

La mujer la miró finalmente, dándole una reverencia.

“De acuerdo, avíseme cuando quiera almorzar o necesite cualquier cosa.”

“Ok.”

Eija le hizo un gesto con la mano, despidiéndose, y continuó subiendo.

Era una relación muy impersonal.

“Rita es la ama de llaves que se encargó de la casa mientras yo y mi madre viajábamos, y vaya mujer más tensa, la servidumbre de ahora es tan reservada como mi padre, por algo él los contrató.”

Eija aún no se acostumbraba a la vida ahí, de vuelta a su casa, y era claro que muchas cosas habían cambiado, el personal, la ciudad en sí, luego de tantos años era de esperarse. Por eso iba tanto donde ellas, esperando huir de esa vida, de ese lugar, que era ajeno, aunque tenía claro que siempre fue algo ajeno en su vida.

Sin duda una vida solitaria.

Subieron las escaleras, y llegaron a un pasillo ancho y largo, con puertas a los costados, parecía un piso de hotel. Realmente era un mundo diferente ahí dentro.

Eija entró en una de las puertas, abriéndola, y entrando, y notaba cierta urgencia en sus movimientos, como si quisiese estar ahí dentro, y así no tuviese que salir. Su habitación debía ser su único refugio en esa casa tan grande.

“Y aquí está mi cueva, ponte cómoda.”

No le llamaría cueva.

Esa habitación era grande, demasiado, la cama era grande y amplia, el televisor en una de las paredes también lo era, así como el escritorio, teniendo encima una computadora de varios colores, así como varias pantallas, también notaba un gran armario empotrado en una de las esquinas, enorme. Los colores, y los diseños de las paredes, en colores vividos, era todo muy como Eija, así que era de esperarse que se sintiese más cómoda ahí que en el resto de la casa, que era elegante, sí, pero carente de personalidad.

Y Eija tenía mucha personalidad.

Y, al contrario de lo que Eija le hizo notar, su habitación estaba en perfecto estado, pero creía que había sido gracias a alguno de los empleados de la casa, asegurándose de que todo estuviese pulcro.

“Realmente agradezco que vinieses.”

Notó como esta se estiró, dándole la espalda, mientras su cuerpo apuntaba al enorme ventanal que dejaba ver parte de la ciudad, a pesar de lo animado de su voz, de lo feliz que sonaba, podía notar como era solo un grito de auxilio. No quería estar sola ahí, seguir sola ahí, en esa mansión, donde estaba sola desde siempre, permanecía sola.

Llevaba unos meses ahí, de vuelta en su hogar.

Pero se debía de dar cuenta que ese no era un hogar, no más.

Estaba avergonzada de hacer eso, de ir donde Eija, de pasar con ella otra noche más, cuando lo que más deseó era eso apenas despertó, el volver a amanecer a su lado, sin embargo, su vergüenza no tenía cabida ante lo doloroso que se sentía esa situación. Siempre fue quien la ayudó a seguir adelante, por Eija hizo muchas cosas, por Eija cambió, y siempre estaría agradecida de sus sonrisas, de su apoyo, de su paciencia, pero no creía que hubiese ella hecho mucho por quien lo fue todo cuando era pequeña.

Y las cosas no habían cambiado mucho.

Eija le permitía ver más allá, le permitía ser feliz consigo misma, el aceptarse a sí misma, el cambiar, pero solo por sí misma, no por los demás. El ser la persona que quería ser.

Pero no podía hacer nada.

Apretó los labios, sintiéndose frustrada y dolorida, y se acercó. Solo pasaron unos segundos, pero en su mente pasó una eternidad, así que la mujer aún estaba estirándose, el aroma a flores saliendo de su cuerpo así también como permanecía en esa habitación, sumado al propio, este saliendo de su cabello y de los productos que le prestó cuando se dieron una ducha, la mezcla de ambos aromas embriagándola.

No podía hacer mucho, no, no creía que pudiese hacer nada para ayudar a Eija, porque no podía cambiar su situación ni volver al pasado.

Pero quería decirle, recordarle, que estaría ahí, así como esta estuvo para ella.

La abrazó, dejándose llevar por esos sentimientos que la abrumaban, la rodeó por la cintura y enterró el rostro en su hombro, y la sujetó, sintiendo como sus ojos ardían, queriendo llorar, porque quería salvar a Eija como Eija la salvó, y no creía ser capaz de lograr algo similar, era imposible, pero quería intentarlo.

“¿Veera?”

Eija preguntó, su voz sonando sorprendida, y ahí recién se dio cuenta de lo que estaba haciendo, como la había abrazado sin decir nada, como había tenido la audacia de moverse sin permiso, y ahora era consciente de lo delgada que era Eija, de lo baja que era en comparación con ella, así como el aroma de esta, y si, ya habían estado pegadas durante la noche, se habían besado incluso, pero ahora era diferente.

Ahora era ella quien hacía el movimiento.

Eija bajó las manos del todo, y las sintió acomodándose en las propias, estás frías, pero obviamente estarían frías si las propias estaba ardiendo, hasta debían de estar rojas, pero ella misma no era capaz de levantar la mirada de su escondite o moriría de vergüenza.

¿En que estaba pensando?

Escuchó a Eija soltar una risa, o más bien, lo sintió, al estar tan pegadas, y eso también aumentó su vergüenza.

“Dije que esperaría que tu tomases la iniciativa, pero no creí que te moverías apenas estuviésemos solas, ¿Me vas a comer?”

Se vio soltando un quejido, o algo similar, sintiendo el rostro arder, y no podía esconderse más, su rostro estaba por completo oculto en el hombro de Eija, y tampoco podía desaparecer. Su cuerpo se había tensado tanto que ni siquiera era capaz de alejarse, además que las manos de Eija la mantenían en su lugar así que era aún peor.

Como quería salir corriendo.

Nunca había estado tan avergonzada en su vida.

Eija, notando el aumento de su vergüenza, volvió a reír, soltando una carcajada, y estaba feliz de escucharla reír, pero no sabía si debía estar feliz de que se riese de ella y su estado.

Era una desvergonzada, a pesar de sentir tanta vergüenza.

“Si sueltas un poco tu agarre me puedo dar vuelta y abrazarte de vuelta.”

¿Y qué le viese la cara?

No, obviamente no.

Inconscientemente, o por mera supervivencia, sujetó con más firmeza el cuerpo ajeno, evitando que pudiese moverse, darse la vuelta, o verla, o lo que sea. Eija no tenía mucha fuerza, así que en ese momento agradecía la ventaja que tenía.

“P-por favor no.”

Su propia voz, su suplica, sonó diferente a su voz usual, además de ser apenas audible, pero escuchó a Eija soltar una leve risa, así que debió oírla ante lo cerca que estaban.

“De acuerdo, abrazame cuanto quieras, yo feliz, eres muy cálida.”

Eija habló, su voz sonando melodiosa como usualmente, animada, sin importarle lo extraño de sus actos, disfrutándolos, mientras la sintió acomodarse más en su agarre, y agradecía que su propio cuerpo, sobre todo ante la vergüenza, tuviese tanta temperatura, así contrarrestaba las manos frías, el cuerpo frio, de Eija.

Fue un impulso, todo eso, pero se alegraba que sirviese de algo.

Que Eija estuviese feliz en su agarre.

Ojalá tuviese ese impulso más seguido, aunque creía que con Eija, era más impulsiva de lo normal, porque se obligaba a reaccionar, se obligaba a interactuar, se obligaba a que Eija la mirase, que le pusiese atención.

Sosteniéndola así, en sus brazos, se daba cuenta que Eija era su mundo entero.

Y quería ser lo mismo para Eija.

 

Chapter 107: Teacher -Parte 4-

Chapter Text

TEACHER

-Relación-

 

No podía creer que estaba haciendo eso.

Debía de verse como una estúpida.

Negó, notando como su reflejo hacía exactamente lo mismo.

Se había movido por inercia, caminando hasta el tocador, parándose frente al espejo, y comenzó a arreglarse, sin siquiera darse cuenta, al menos por los primeros momentos. Se había arreglado el cabello y la ropa, y cuando pensó que debió decirle a Nao que se viesen un fin de semana, así no tendría que ir con su traje, ya fue consciente de su actuar.

Se sacó los lentes y respiró profundo.

No sabía porque estaba tan preocupada de su apariencia, nunca fue algo que le preocupase, jamás, y ahora entendía que era porque nadie le atrajo lo suficiente para que fuese el caso, para que esa urgencia apareciera, y empezaba a sentir la inseguridad invadiéndola.

Soltó un suspiro pesado, volviendo a ponerse los lentes.

No tenía sentido alguno el hacer un drama al respecto, no iba a hacer algún cambio drástico para cambiar su apariencia, ni tenía el tiempo para hacerlo, así que debía intentar calmarse.

Al fin y al cabo, Nao ya la había visto así, cientos de veces, durante tres años.

Tampoco iba a sorprenderle.

Pero quería sorprenderla, realmente quería sentirse diferente, sentir que cambió.

¿Pero eso sería para mejor o para peor?

¿Cambiar no haría que Nao perdiese el interés?

Ya no sabía que era lo mejor.

Salió de la escuela, y comenzó a caminar por las calles, esos pensamientos que la embargaron siguieron dando vuelta por su cabeza, una y otra vez, sumándose con la ansiedad que le daba el volver a ver a Nao, el no saber que decirle, el no saber cómo expresarse, el no ser capaz de ser honesta con sus sentimientos o el simplemente arruinarlo todo de nuevo.

¿Cómo iba a ser todo tan bueno? ¿Tan perfecto?

Dudaba tener esa suerte.

No se sentía lista para dar ese paso, porque no se creía capaz de hacer que las cosas funcionasen, ya había vivido una decepción romántica, no había sido suficiente para mantener un matrimonio, ¿Cómo iba a ser capaz de mantener una mera relación? Además, nunca había estado con una mujer, con alguien menor que ella, no tenía idea como eso funcionaba.

No tenía la experiencia, los conocimientos, para contribuir a una relación.

No iba a poder hacer feliz a Nao.

Iba a fallar, de nuevo.

La cafetería estaba ahí, frente a sus ojos, a solo unos pasos, pero se detuvo.

No, no podía hacerlo.

Aun no se recuperaba de su divorcio, no se recuperaba de las marcas que esa relación dejó en su vida, si aún no sanaba, no podría darle a Nao la mejor versión de sí misma.

No había ninguna mejor versión de sí misma, ni creía que algún día existiese.

Solo la iba a destruir.

Solo la iba a hacer sufrir.

Solo le iba a dar falsas esperanzas.

No quería ser la causa de que Nao no volviese a tener otra relación en su vida.

No quería ser la causa de que Nao no volviese a creer en el amor.

No quería que-

“Sensei.”

Dio un salto, sintiendo unas manos posándose en sus hombros, y en ese momento se dio cuenta que había retrocedido, y esas manos la detenían, evitaban su retroceso, la mantenían firme en su posición.

Se vio jadeando, notando lo agitada que tenía la respiración, sus emociones desbordadas haciéndole perder la razón.

No dijo nada, no respondió, solo digirió la voz que se dirigió a ella, así como los pulgares que pasaban por sus hombros, en movimientos circulares, y se relajó, disfrutando de la cercanía y del calor del cuerpo ajeno que la mantenía en posición. Segundo a segundo, se fue calmando, la ansiedad desapareciendo.

Esas manos la mantenían firme.

Giró el rostro luego de unos momentos, que se sintieron eternos, más que segundos, minutos, y esperaba que solo fuese una sensación suya.

Se topó con los ojos amatistas que reconocía bien, estos grandes, brillantes, tal y como los recordaba. El rostro era el mismo de siempre, con una expresión tan suave, tan radiante, a pesar del atisbo de preocupación que notaba en sus cejas fruncidas. Dudó que fuese así, que se viese igual que antes, como si hubiesen pasado años y no solo unas semanas desde que se graduó, y, al buscar las diferencias, notó como su cabello estaba más corto que antes, y eso la hacía lucir mayor, eso y su altura, de hecho, ¿Había crecido más?

Se le quedó mirando, ahora si estaba segura de que fueron momentos eternos, porque Nao dejó la preocupación y simplemente la miró de vuelta, sonriéndole, animada. Las manos que estaban en sus hombros se alejaron por un momento, mientras ella giraba su cuerpo por completo para quedar frente a frente con la chica, pero luego volvieron, pasando por sus hombros, luego bajando por sus brazos, hasta terminar en sus manos, sujetándola.

Se sintió hervir.

Nao siempre era honesta, demasiado, con sus palabras, con sus acciones, con el tacto, con todo. Le demostraba desde el primer momento el amor que le tenía, de tantas formas, llamando su atención, diciéndole cosas lindas, acercándose, intentando abrazarla, sujetarla, o simplemente le mandaba besos a la distancia, y era solo una niña para ella cuando aquello empezó.

Y ahora parecía una persona diferente.

No, no diferente, nunca diferente, solo un poco más mayor, más adulta, más calma.

“¿Planeabas huir de mí?”

Nao finalmente habló, haciéndola salir de sus pensamientos, o del claro ensimismamiento que la atrapó, ahí, mirándola.

Se vio tragando pesado, sabiendo que sí, que eso iba a hacer, pero se obligó a negar.

No quería sonar así, a pesar de que fuese cierto.

Respiró profundo, recuperando la compostura, ya se sentía mucho más calmada, y se sentía enrojecer sabiendo que era solamente gracias a la chica.

“No quería entrar sola.”

Las manos de Nao apretaron las suyas mientras esta soltaba una risa, claramente estando de buen humor, y sabía que esta podía ver más allá de sus palabras, y le avergonzaba que esta la expusiera.

Pero no lo hizo.

“Entonces llegué justo a tiempo.”

Si, de hecho, sí.

Si hubiese llegado después, había logrado huir, el dejarse llevar por sus inseguridades, por su cobardía.

Nao soltó una de sus manos, pero la otra la mantuvo firme, y tiró de ella, obligándola a avanzar, a volver a retomar su camino, abriendo la puerta del local, permitiéndole entrar.

El aroma a café y a dulce inundó sus sentidos, y se obligó a recuperar la compostura, sabiendo que habría más personas ahí, y no quería armar un alboroto. Si, prefería tener una conversación en un lugar más privado, porque sabía que hablar de sus sentimientos era algo que la haría perder su calma, y terminaría volviéndose un desastre.

Pero al mismo tiempo, sabía que, si estaba en un lugar privado, la situación podía escalar demasiado rápido, y no sabía si su corazón estaba preparado para eso.

Miró a Nao, quien comenzó a hablar con la mesera, diciéndole que querían pedir, con esa sonrisa y ese carisma que la hacía brillar, y si, sabía que esta era así, pero también sabía que Nao era bastante desvergonzada, incluso para su corta edad.

Tal vez demasiado desvergonzada.

No, si estuviesen a solas, probablemente no podría soportarlo y explotaría.

Se sentaron, por decisión propia, en una de las mesas más alejadas, ya que si, conocía a Nao, conocía su impaciencia, y sabía que esta le iba a preguntar algo y su voz no era la más suave del mundo, y no quería que todo el mundo escuchase algo inapropiado.

Ya se sentía avergonzada desde antes, no quería avergonzarse más.

A penas Nao se sentó frente a ella, esta apoyó los codos en la mesa, sonriéndole, brillando, y le sorprendía el buen humor que esta tenía, y siempre que la veía sonreír así, sentía como que algo de eso le llegaba a ella, como si todo su brillo lograse llegar a ella, el envolverla.

Iluminándola.

Se vio recordando cuando iba caminando por los pasillos, unos dos años atrás, y los rumores sobre ella volvieron a hacerse eco, como siempre a principio de año, era algo de lo que ya debía de estar acostumbrada, pero no, le seguían afectando, y no se iba a mentir a si misma diciéndose que pronto dejaría de ser así.

Debía de aceptar sus errores, pero era difícil.

Sobre todo, cuando escuchaba las voces de un grupo de alumnas resonando fuertemente por los pasillos. Siempre estaba atenta, debía estarlo, y así ser capaz de intervenir si era necesario, sin embargo, escuchó cosas que no quería escuchar.

Y se detuvo.

Dejó de caminar, las palabras llegándole como golpes, y podía decir que eran rumores, nada más que eso, pero eran reales, su fracaso era real, su fracaso como esposa.

No sabía ni siquiera si iba a decirle algo a esas estudiantes, si iba a regañarlas, o si simplemente se iba a quedar ahí, sufriendo en silencio, obligándose a mantener sus emociones en el interior, retorciéndose y lastimándola por dentro.

Pero Nao apareció.

Esta corrió, gritándole, saludándola con el brazo en alto mientras se le acercaba, y todo estaba tan oscuro dentro de ella, en su cabeza, todo envuelto en niebla, pero Nao aparecía ahí, sonriéndole, brillando, iluminando todo, y el dolor desapareció, el agobio, y quizás, ese momento en particular, contribuyó en que sus sentimientos crecieran.

Sin darse cuenta, se vio sonriendo, y fue consciente de eso cuando Nao sonrió aún más.

Debían hablar, y ahí estaban, simplemente mirándose.

Se sentía como un sueño, un sueño del que no quería despertar, porque temía que fuese eso, una ilusión, donde alguien la miraba con ojos llenos de amor, pero no era real, nunca fue real, porque alguien como ella no podría ser capaz de despertar emociones así en nadie.

Solo odio, solo asco, solo rencor, solo decepción.

La mesera les trajo las tazas, tomándose su tiempo, hasta que finalmente se fue.

Cuando decidió que era el momento de hablar con Nao, de tomar la iniciática y hacer de adulta responsable en esa situación, la notó moverse, levantándose de su asiento frente a ella y cambiándose al que estaba a su lado, obligándola a ella a moverse un poco para darle espacio.

La miró, reprochándole, mientras esta soltaba una risa despreocupada, acomodándose a su lado, moviendo la taza con ella, tomando ese lugar como suyo.

A pesar de estar ambas dándole la espalda al resto de personas que ahí estaban, se sintió nerviosa, preocupada incluso, demasiado consciente de su alrededor, así que entró en pánico, aún más cuando Nao movió su cabeza, acercándose a la de ella, restregándose en ella como un cachorro, y le causó tanta alegría como un profundo terror. Al final, si bien las muestras de afecto no eran comunes per se, seguían siendo dos mujeres, así que había un límite para lo cariñosas que podían ser en público.

“Nao, comportate, alguien puede vernos.”

Se vio susurrando, a pesar de la clara urgencia de sus palabras.

Pero a Nao no le afectaron, esta aun haciendo el mismo movimiento, la sonrisa completamente permanente en su cara.

Se veía feliz, demasiado, y no quería quitarle esa felicidad.

Que difícil que era.

“No te preocupes, me confundieron con un chico, así que voy a aprovechar la situación y comportarme como quiero, ya que no me dirán nada.”

¿Qué?

Miró a Nao, sintiéndose indignada, y eso causó que Nao finalmente se detuviese, notando su mirada, observándola de vuelta, curiosa.

“¿Qué? ¿Quién te confundió?”

Oh no, eso no iba a permitirlo.

Nao simplemente se levantó de hombros, apuntando con su pulgar hasta el mesón de la entrada.

“Pues la mesera y el cajero, ¿Por qué? ¿Tan extraño es?”

O sea, Nao era alta, si, más de lo usual para una chica, y a su lado, debía verse aún más alta, además, con su ropa ancha y su cabello corto, debía prestarse para la confusión.

Pero no entendía como alguien podía confundirla.

Se vio soltando un suspiro pesado, sabiendo que, aunque estuviese indignada, quizás si era mejor aprovecharse de la confusión en vez de hacer un drama al respecto, que iba a darle unos lo sientos y la mirarían aún más raro al ser ambas mujeres teniendo una especie de cita. Que claramente el aura entre ellas no era de mera amistad.

Si, en ese caso, era menos molesta la confusión.

“Eres demasiado linda para ser un chico.”

Se vio soltando por inercia, y al darse cuenta de lo que dijo, se sintió enrojecer, y cuando iba a renegar de sus palabras, notó como Nao la miraba, sonriéndole, brillando, animada, disfrutándolo, y no fue capaz de decir nada, así que simplemente enterró el rostro en la taza, hundiéndose en el café, que no estaba tan caliente como su propio rostro.

“Me encanta cuando eres honesta, Sensei.”

Nao habló, volviendo a acercarse, sin molestarle las muestras de afecto públicas, claro que no, era Nao, la persona más despreocupada e impulsiva que había conocido.

Y la más honesta.

Jamás podría ser tan honesta como Nao, pero quería serlo.

Serlo solo por Nao.

“Pero me encantaría aún más que nos viésemos en un lugar más privado, que sé que no querrás darme besos si estamos en público, y me muero por besarte.”

Por suerte había dejado de beber.

Esa chica le iba a causar un ataque cardiaco.

Dejó la taza en el plato, escuchándolo resonar ante los temblores involuntarios de sus manos.

Si, Nao era una desvergonzada, claro que no se había equivocado, la conocía muy bien, y, aun así, no podía adelantarse a sus palabras, no pudo durante esos tres años, mucho menos ahora que claramente le estaba dando una oportunidad a su relación con solo estar ahí, con solo aceptar la cercanía, el tacto.

Honestamente, también quería lo mismo.

Quería volver a sentir los labios de Nao en los suyos, sin llanto por medio, sin desesperanza, sin un adiós atorado en su garganta.

Pero no iba a ser honesta, no era físicamente capaz de decirlo.

“A-aún tenemos muchas cosas que hablar antes.”

Estaba tartamudeando, ni a las adolescentes les pasaba eso hoy en día.

Se sentía tan avergonzada.

Nao soltó una risa, el hombro ajeno chocando con el suyo, levemente, y a pesar de la clara burla, de que esta se diese cuenta de la vergüenza que sentía, el tacto se sintió agradable.

Correcto.

“Lo sé, lo sé, pero podíamos hablarlo en un mote-”

Se movió, rápidamente, y le tapó la boca a Nao con su mano, y le sorprendieron sus propios reflejos, pero si, lo vio venir.

No, esa palabra no, no ahí.

Temía que cuando esta lo hubiese dicho, hubiese sido en un lugar público, de hecho, se la imaginaba en el metro a hora punta hablando así, todos mirándola enojados por hablar dentro del tren y luego mirándola completamente absortos al escuchar a una chica joven hablando así.

Al ver su mano sujetando el rostro de Nao, notó lo roja que estaba, y aún más cuando tuvo la revelación de que no la había sujetado así, nunca, fue tanto así, que sintió su mano arder al sentir la piel ajena, cálida, suave, y se vio hipnotizada, olvidando por completo su pánico, su estrés, su vergüenza.

Pudo sentir la sonrisa de Nao a través de su palma, mientras esta sujetaba su muñeca, y a pesar de que creyó que esta simplemente la alejaría, que sacaría su mano de su rostro, esta hizo el gesto para movérsela, y terminó dejando la mano sobre la mejilla de esta. Los ojos amatistas se cerraron, su rostro tornándose tranquilo, sonriente, sí, pero tan calmo, y se vio adquiriendo la misma emoción, su corazón estaba acelerado por la cercanía, por el tacto, pero se sentía bien, se sentía agradable.

Aún tenía inseguridades respecto a eso, respecto a que tuviesen tanta diferencia de edad, el ser ambas mujeres, así como el no sentirse suficiente para alguien como Nao, así como el no ser suficiente para cumplir con los deberes de una pareja, si, tenía mil y una dudas al respecto, pero con lo que sentían, no, de eso no tenía ninguna duda.

Para Nao, ella era suficiente.

Y para ella, el amor que le tenía a Nao era lo que la quería hacer sentir suficiente, si, la amaba, más de lo que podía decir con palabras, y le hubiese gustado experimentar el amor antes, el estar preparada para una relación de verdad y no un acuerdo económico entre familias, pero por otro lado, le gustaba el experimentar con Nao, o si no, se sentiría algo injusto siendo ella mayor y además teniendo mucha más experiencia.

Irónico era que Nao era la que tenía más experiencia en relaciones que ella, ya que sabía que esta había salido con chicas, y no habían sido farsas como su matrimonio.

Sea como sea, el experimentar el amor con alguien como Nao, que era tan honesta, que era tan expresiva, que era tan buena con ella, le parecía una oportunidad que no podía desperdiciar, menos ahora que el mundo parecía ayudarla a que funcionase.

E iba a intentarlo, iba a hacer lo necesario para continuar con esa relación.

Quería disfrutar del amor, al menos una vez en su vida.

Chapter 108: Lust -Parte 7-

Chapter Text

LUST

-Encierro-

 

 

Tal vez fue algo ilusa al esperar más que silencio.

A pesar de que Crimson le dijo algo así de importante, revelando información sensible, esta no dijo nada más, ni siquiera parecía interesada en comunicarse, en hablar, ni siquiera estaba afectada, ajena a todo eso, y no sabía si siquiera entendía o no lo que decía.

Pero ¿Qué esperaba siquiera de un animal así?

La mujer simplemente se removió, ahora vestida, soltándose el cabello, este aun húmedo, y se movió como un perro mojado, por suerte no le llegó agua o estaría más molesta aun de lo que ya estaba. Esta llevó la toalla a su cabello y comenzó a secarlo con demasiada rudeza, pero ya no quiso acercarse y regañarla. Al menos estaba limpia, lo que hiciera ahora ya no era su problema.

Pasaron unos segundos para que Crimson dejase de secarse el pelo, dejando la toalla botada en el suelo, y luego comenzó caminar, saliendo de la habitación, y se vio avanzando, quedándose en el marco, temiendo que esta huyese, ya que dudaba de la seguridad que tenía la puerta mal arreglada.

Crimson caminó por el lugar, descalza, su torso encorvado, como si revisara el lugar, asegurándose que todo estuviese bien, tal y como un animal, y luego la vio entrar en la cocina, y de nuevo, tuvo que acercarse, y para su absoluto desagrado, aun había sangre en la zona. A la mujer eso no le importó, pasando por encima de la sangre oxidada, sin importarle, caminando hasta el refrigerador, y no se quiso acercar, para no pisar la sangre, pero la vio agachada, al parecer engullendo algo desde dentro del electrodoméstico, y no quería saber que era, porque no se oía bien.

Pasaron minutos tortuosos ahí, ambas, en silencio, el único sonido era el de la lavadora y de los sonidos de la mujer mascando y tragando quien sabe que, como un perro hambriento, sin siquiera tomarse respiros, nada.

Hasta que terminó.

Esta salió de su escondite dentro del refrigerador y ya podía ver como se había ensuciado el rostro en el proceso, y se vio conteniéndose para no volver a agarrarla y llevarla una vez más a la ducha para limpiarla, ya que esta incluso se limpió a duras penas con su camiseta nueva.

Era un caso perdido.

Enseñarle modales a un perro de la calle era una tarea imposible.

Crimson caminó por su lado, sus pies dejando huellas de sangre por la sala de estar, empeorando aún más el piso, y finalmente se sentó en el suelo, ignorando tanto el sofá como el sillón a su lado.

Esta simplemente se quedó ahí, sus ojos mirando hacia la ventana, sin acercarse a esta para mirar hacia afuera, simplemente mirando desde la distancia.

Esa mujer era extraña, era un animal, pero no imaginó que lo sería tanto. Estaba en la misma exacta posición que aquella vez que estuvo encerrada en la bodega del club, simplemente inerte, aceptando el encierro, como si viviese en un calabozo, como si estuviese acostumbrada a estar así, y al tener libertad, sigue ahí.

Esta no se dejaba agarrar por la policía, no dejaba que la encerrasen en la cárcel, y creyó que en eso eran parecidas, sin querer renunciar a su libertad, pero no, esta aceptaba en encierro de cierta forma, así como aceptaba la mugre.

Atacaría, correría, huiría, pero al estar encerrada, ya aceptaría su destino, como si ahí perteneciese.

Y no lo entendía.

Crimson no la entendía, y ella jamás entendería a Crimson.

Y ahí, perdió un poco el control.

“Sé que eres capaz de huir, de librarte de ataduras, de ser una bestia a la que nadie puede detener, ¿Entonces por qué demonios no te has escapado aun? La puerta se abrió y no huiste, y ahora ni siquiera has revisado si es que puedes salir o no. Tomaste las acciones de Vladimir como un secuestro, entonces, ¿Por qué no te has ido?”

Dudaba que sus palabras, que la obviedad de las buenas acciones de Vladimir para que Crimson se uniese a él, entrasen en ese diminuto cerebro bajo todo ese cabello rojo. Esta ya creía que él la tenía cautiva, incluso no tenía idea de cuáles eran sus razones para encerrarla ahí, porque era una tonta y las palabras no eran suficientes porque simplemente no confiaba en el ruso, pero por lo mismo no tenía sentido que se quedase ahí.

Crimson reaccionó con la mera mención del hombre, sus labios apretándose, frunciendo ferozmente el ceño, enfadándose, la ira volviendo rápidamente, pero su mandíbula dejó de tensarse luego de unos momentos, su cerebro captando todas sus preguntas, todas sus palabras, dándole vueltas.

Pero su calma, su rostro pensativo, no duró mucho.

Su rostro volvió a contorsionarse en enojo, y temió estar ahí y ver más sangre.

Y ver su propia sangre.

Los ojos rojos, salvajes, violentos, sedientos de sangre, fueron hasta la entrada, hasta la puerta que había sido puesta en su lugar, y ahí se quedaron, y el enojo cambió a la preocupación, a la confusión, y de nuevo creyó que había echado a perder a la mujer, su actitud tornándose errática.

Esta soltó un gruñido antes de enterrar sus puños en su frente, luego golpeó.

Oh no, eso no estaba bien.

Eso estaba muy mal.

Avanzó los metros que las separaban y se puso de rodillas frente a esta, y si, reaccionó rápidamente, pero ahora, estando tan cerca, se arrepentía, porque podría salir herida, pero no le dio demasiadas vueltas. Había visto lo que esa mujer era capaz de hacer, y no quería ser espectadora de lo que se podría hacer a sí misma en un acto impulsivo de violencia. La tomó de las muñecas, tratando de evitar que esta se golpease, y fue difícil, y agradecía tener un cuerpo fuerte, o no hubiese sido capaz de hacer nada, ya que esa bestia sí que era imparable. Dos golpes, tres, cuatro, pero logró parar los demás, o al menos a reducir el impacto.

Pero Crimson no se detuvo.

Pretendía seguir, completamente fuera de sí misma.

Entregándose a la locura.

“Detente.”

Probablemente su voz sonó más como un grito ante lo estresante de la situación, pero eso sirvió para que esta reaccionase, mirándola, dejando de pelear contra sí misma, sin embargo, no imaginó que la vería así, esta tenía el ceño fruncido, así como el rostro en sí, tenso, rábido, pero sus ojos estaban húmedos, lagrimas escapándose por sus ojos.

Le sorprendió la imagen, tanto así, que su agarre en las muñecas ajenas terminó cediendo.

Y antes de poder hacer cualquier cosa, Crimson se levantó, y corrió, escapando de ahí, huyendo.

Pero no hacia la puerta de entrada.

No hacia la libertad.

Si no hacia la habitación, la puerta cerrándose tras esta.

Como un animal, un animal callejero, abandonado, aterrado, enfurecido.

Solo huía cuando se veía acorralada, era lo único que la motivaba a alejarse, no el encierro en sí. ¿Sus padres también la acorralaron? ¿Acaso lo único que le enseñaron fue la violencia? ¿El saciar sus instintos más primitivos, más salvajes? ¿La mantuvieron encerrada entre la misma basura?

Obviamente Crimson no estaba bien de su cabeza, y si nació de un par de sujetos que vivían de una manera tan deplorable, siendo unas pésimas personas, pésimos padres, además criando a una niña en una pocilga como esta mencionó, no le sorprendía que estuviese así de mal. Lo único que conocía era la violencia, la agresividad, la miseria, la mugre.

Era un animal, criado en la misma mierda.

Por eso era como era, viviendo sin sentido, sin saber cómo sobrevivir, como alimentarse correctamente, era prácticamente una analfabeta en todos los ámbitos. Al menos conocía las calles como el animal que era, sabiendo donde moverse, y peleaba cuando se veía acorralada, cuando sentía la maldad en alguien y atacaba, por mero instinto, pero eso mismo la metía en más problemas.

Podría quedarse en un solo lugar, y empezar de nuevo, pero no, esta no tenía la capacidad de hacer eso.

Era un animal salvaje, una bestia, y al mismo tiempo era una niña que no había crecido como debía, no había aprendido del mundo, simplemente había sido arrojada ahí.

Le aterraba esa mujer, le causaba enojo incluso, molestia, pero ahora, sintió algo nuevo por la mujer, y era lastima.

Y se preguntaba, si alguien como ella, con el pasado que tenía, así como con los pecados con los que cargaba, tenía el derecho de sentirse así, de sentir lastima por alguien.

Pero, pensándolo bien, si sintió lastima antes…

Y lo agradable de sentir lastima por alguien, era el poder convertir eso en algo más, en humillar a esas personas, en regocijarse, y la idea le causaba gusto. El poder demostrar como ella era superior a esas personas, el destronarlos una y otra vez, el verlos perder cualquier grandeza que tuviesen y dejarlos por el suelo.

Mientras a más dejase en el suelo, más fuerte se sentía ella misma.

Y el hambre de aquella sensación, la hizo perder una vez más el control.

Guiada por eso, siguió a la mujer, hasta llegar a la puerta.

Si, quizás era un poco cruel de su parte, pero era cruel, y ahora, no podía evitarlo.

Escuchó algo romperse ahí dentro, pero lo ignoró, las sensaciones, el deseo, abrumándola tanto que no era capaz de sentir miedo alguno. Tal y como ese día, cuando tuvo a todas esas mujeres a su merced, no recordó el daño que le hicieron ni el daño que podrían hacerle, para nada, se enfocó en lo que quería conseguir, y en lo que terminó consiguiendo.

Sujetó el pomo de la puerta, pero estaba cerrada.

Así que tuvo que hablar.

“Crimson, abre la puerta, ahora.”

El ruido se acalló, y curiosamente, la puerta se abrió.

Y una vez más, le sorprendía la obediencia que el animal le demostraba.

Esta estaba acelerada, su respiración entrecortada, su mueca aun en perpetua ira, y si bien sus ojos lucían ya secos, aun notaba los vestigios de las emociones humanas escapándosele, el humano que no debía saber que era, que no debía entender siquiera. La niña se convirtió en un animal, y no alcanzó a ser un adulto.

Notó de reojo como la habitación era un desastre, las sabanas desordenadas, la mesita de noche en la otra punta de la habitación, así como la ventana, esta rota, las cortinas meneándose con el viento que entraba. No había muchas cosas ahí, pero Crimson se las arregló para destruir todo a su paso, sus emociones desbocadas sacando lo peor de esta.

Y por suerte no se desquitó con ella.

¿Por eso corrió ahí? ¿Para no lastimarla?

La idea la hizo sonreír.

Si que tenía poder ahí, y eso le encantaba.

“Si sigues haciendo un desastre, te voy a amarrar a la cama, así que siéntate y calmate.”

Crimson no se movió, pero sus ojos si, mirando alrededor, su cuerpo aun tenso, aun exaltado, como si se estuviese dando cuenta recién de lo que había hecho. Su ceño estaba fruncido en enojo, luego cambiando a confusión, y de nuevo parecía querer atacar a su cabeza, a su cabeza estúpida y diminuta que no comprendía sus emociones tan básicas. 

“Golpeando tu cabeza no va a ayudar, por el contrario, lo vas a empeorar.”

Y sin duda se iba a volver más estúpida si lo seguía haciendo.

Los ojos rojos la miraron, su puño quedando a medio camino, sin terminar su acto de vandalismo contra su propia humanidad defectuosa. Pero esta se calmó, aun dudando, aun sin entender, pero bajó la mano, deteniéndose por completo, rindiéndose en sus actos.

Crimson asintió luego de unos momentos en silencio, dejándose caer al suelo, sentándose ahí, donde estaba parada, y al menos no estaban cerca de la ventana, porque estaba segura de que esa mujer no iba a pensar dos veces antes de sentarse sobre los vidrios rotos.

Vladimir iba a gastar mucho arreglando ese caos.

A pesar de que esta se viese más calmada que cuando abrió la puerta, sus manos seguían haciendo gestos nerviosos, impulsivos, y esa mujer era demasiado impredecible, y no creía que hubiese nadie en el mundo que pudiese prevenir su comportamiento errático.

Ella era la única, al parecer.

Pero solo tenía que tratar a Crimson como lo que era, una niña inquieta, un perro exaltado, y si su problema era su cabeza, había que hacer que no pensara más, y ella era buena en eso.

Se movió hasta la cama deshecha, y se sentó ahí, y de inmediato Crimson se giró, buscándola con la mirada, y apenas y podía contener la sonrisa. Levantó su pie, su bota, y los ojos ajenos la observaron, curiosos, olvidando por completo su crisis.

Y si, podía estar haciendo un bien, pero era por su propio egoísmo, como siempre.

Huyó para ser libre, y lo iba a ser, cada momento de su vida.

“Sácamela.”

Crimson ladeó el rostro como un perro, y finalmente asintió, arrastrándose hasta ella, quedando de nuevo sentada, pero frente a ella, olvidando por completo todo, enfocándose solo en ella, y notó las manos moviéndose, estas se veían hinchadas, pero no había sangre, así que se quedó tranquila en ese aspecto.

Que esta la ensuciase con sangre le causaba repulsión.

No iba a aceptar que la manchasen de sangre de nuevo.

Los dedos no tenían habilidad alguna, eran torpes, inútiles incluso, solamente servían para dar golpes, nada más, pero intentaron hacer el trabajo, pasando por el cuero de su bota hasta el cierre, bajándolo lentamente, torpemente, así como lo bruta que fue para sacarle la bota ahora suelta, pero no esperaba un movimiento grácil de esta.

Se iba a aprovechar un poco, por supuesto.

“Me has hecho estresar demasiado, hazme un masaje.”

Crimson la miró frunciendo el ceño, levantando una ceja, sin entender, pero lo hizo de todos modos, las manos ajenas cálidas sujetando su pie, y si, esta no tenía ninguna capacidad ni habilidad en hacer algo como un masaje, ni esperaba que esta pudiese hacerlo, pero lo intentó, y le dio un punto por eso.

No pasó mucho para escuchar el sonido de una llave entrando en el picaporte.

Crimson de inmediato se puso tensa, su garganta resonando en un gruñido grueso, su cuerpo poniéndose a la defensiva, su rostro apuntando hacia donde debía de estar la puerta de entrada, aunque no podía verla desde su posición. Obviamente que se iba a poner tensa, sin importar quien entrase, pero ella misma sabía que era Vladimir, dijo que vendría pronto a revisar los daños, así que no se preocupó.

Honestamente, ya no quería más peleas.

Y Crimson parecía lista para pelear.

“Ni se te ocurra moverte y sigue haciendo lo que te pedí.”

Su propia voz salió gruesa, enfadada, de inmediato dándole vueltas a las probabilidades que la bestia roja haría, así que tenía que detenerla, antes de que la locura apareciese de nuevo. Los ojos rojos rápidamente la miraron a ella, luego se fueron hacia la puerta, y de nuevo hacia ella, y finalmente soltó un suspiro, volviendo a lo suyo, calmándose, concentrándose en su mal trabajo.

Tal y como le ordenó, esta no se movió, ni siquiera cuando Vladimir entró por la puerta de la habitación, mirándolas a ambas, y Crimson no lo veía, estando de espaldas, pero su cuerpo estaba en calma, sin reaccionar, siguiendo sus instrucciones.

Ella si podía ver a Vladimir, así que pudo ver su mueca de sorpresa, de incredulidad, luego una mueca genuinamente orgullosa, feliz. Ni siquiera el caos que había ahí dentro, la destrucción, la suciedad, la sangre, pudieron mermar lo contento que se veía, como un niño que obtiene lo que tanto deseó.

Y si, él deseaba a la bestia roja, la quería a su lado, y ahora, había encontrado a alguien que tenía el total control de aquel animal.

Vladimir sabía que su supuesta habilidad no haría que Crimson decidiese trabajar para él, no, esta aun no confiaba en el ruso ni creía que lo hiciese, a pesar de que las pruebas y la lógica le demostrasen que estaba a salvo con él, pero era cosa de tiempo para que esta cediera.

Y con ella ahí, mediando la situación, se volvía más y más probable.

No sabía si quería que Crimson se uniese al club o no, siendo así de impredecible, de inestable, si la miraba como una bestia, por supuesto que se rehusaba, pero si la miraba como un humano defectuoso y lastimado por el mundo, creía que debía de unirse, de estar del lado de Vladimir, y así al fin estaría a salvo, tendría la oportunidad de probar la verdadera libertad.

Y le iba a demostrar lo agradable que se sentía ser libre.

 

Chapter 109: Waitress -Parte 3-

Chapter Text

WAITRESS

-Secreto-

 

Aún recordaba ese momento, fresco en su memoria.

Esa sensación tan agradable, tan cómoda, tan natural.

Teresa la fue a dejar a su casa aquel día, y se vio despidiéndose de esta en la puerta del edificio, cosa que no imaginó que sucedería. Habían intercambiado números, y por supuesto que la chica le preguntó si querían salir de nuevo, y por supuesto que dijo que sí.

Se sintió una tonta de inmediato, al segundo de responderle.

Hacer eso era estúpido.

Le gustaba mucho, pero no podía seguir así, no podía seguir tentando a su corazón si luego iba a tener que dejarla, o más bien, que Teresa tendría que dejarla porque ya no soportaba estar con ella, por lo que era, por lo que fue, por lo que seguía teniendo.

Antes de cambiar, antes de tomar la decisión de hacer lo que la hacía sentir cómoda y feliz, pensó en lo que pasaría después. Era una cobarde, siempre lo fue, así que siempre le aterró hasta el más mínimo cambio en su vida, de por sí, hacer el cambio iba a traer problemas, más allá de lo que le pasaría a su cuerpo, si no lo qué pensarían las personas de ella.

Al final tuvo la fuerza para empezar con el proceso, ya teniendo en cuenta lo que pasaría, ya habiéndose preparado para el odio que atraería de algunas personas, el asco en otras, y repasó en su cabeza cada una de las cosas que le podrían decir, así estaría preparada para defenderse, o para no dejar que aquellas palabras la afectasen.

Si, creyó que solo tendría que preocuparse por el odio y por el asco, pero de nuevo el mundo la sorprendía.

Miedo.

Sabía que alguien que la juzgase por lo que tenía entre las piernas no era una persona que necesitase en su vida, ni tampoco podría juzgar a nadie porque ella misma tenía pensamientos similares por aquella parte de su cuerpo que no podía cambiar, pero miedo, realmente jamás creyó que algo así ocurriría. La palabra fobia seguía sonando en su cabeza, una y otra vez, como un eco.

Podía decirse que era incluso peor que solo miedo, era terror, era pánico.

Estuvieron conversando por mensajes, mandándose saludos de buenos días y terminaban hablando casi todo el día por los días siguientes, y tal vez debería de haber evitado las conversaciones, el evitar esa conexión, pero no podía evitarlo, era demasiado bueno, demasiado agradable, no podía controlarse, esa chica era perfecta para ella.

Pero gracias a eso, ahora sabía un poco más del problema de Teresa, ocultando la situación con nada más que curiosidad, ya que necesitaba saber que tan grave era el asunto. Normalmente se les tenía fobia a animales, a insectos, a la oscuridad, al mar, a los lugares cerrados, o a hospitales como ella, pero jamás escuchó que alguien tuviese fobia a las personas, a los hombres en específico.

Teresa le habló un poco, a pesar de no ser necesario que se explayase si no lo sentía correcto, si no quería revivir algo malo del pasado, pero a esta no pareció importarle el contar lo sucedido.

Al parecer cuando niña tuvo situaciones desagradables con un tío que tenía allá en su país, un hombre que consumía sustancias y era agresivo. Nunca le hizo nada concreto, ni la lastimó, pero el verlo tan seguido le causó aquel problema. Al final, solo podía estar cerca de su padre, pero era la excepción, ya los demás le causaban ataques de pánico cuando se acercaban, al menos era así de grave cuando era más niña. Ahora seguía afectándole, pero ya podía controlar un poco más el miedo.

Era doloroso saber que una persona que cada día le importaba más, había pasado por algo así, lo suficientemente seguido e intenso para causarle tal miedo.

Pero era incluso más doloroso el saber que podía causar ese pánico en Teresa.

La simple idea de contarle la verdad, de estar todo bien en un segundo, y al siguiente que todo se volviese un caos, la hacía sentir enferma. El verla asustada, el verla temblando, el verla desconfiada, la hacía arrepentirse de inmediato de revelarle la verdad, y por lo mismo se acobardaba cada vez que intentaba decírselo.

Día tras día, lo intentaba.

Lo escribía, y lo borraba, así una y otra vez.

¿Cuánto tiempo había pasado?

¿Semanas?

Jamás en su vida había pasado tanto tiempo hablando con alguien, saludándose cada día, despidiéndose cada día, hablando de cómo les había ido, o que habían hecho, como se sentían, era sin duda una de las cosas que parecía ser de lo más normal pero jamás lo había experimentado.

Era una necesidad a esa altura, el saber de Teresa.

Si no sabía de ella en horas, empezaba a sentirse abrumada, preocupada, pero cuando esta volvía para contarle que tuvo un examen o algo similar, le volvía el alma al cuerpo, y ahí se dio cuenta que cada día que pasaba, que cada palabra que intercambiaban, su corazón se veía más y más atrapado en la mujer.

Y por lo mismo, le era más difícil contarle la verdad.

Cuando lo escribió por última vez, se dio cuenta que tal vez no era lo mejor el escribirlo.

Desconfió de su propia manera de expresarse con palabras, y algo así de importante, debía ser dicho en persona, o eso creía que era lo correcto.

Y lo que la motivó a eso, fue el pensar que, si se lo decía a la chica, no la volvería a ver, pero si se lo decía en persona, al menos tendría la oportunidad de despedirse de ella, de aprovechar ese día como si fuese el ultimo, porque lo sería.

“Tengo algo importante que decirte, ¿Podemos vernos pronto?”

Eso fue lo único que pudo escribir.

Por supuesto que Teresa se vio nerviosa con aquella frase, y en realidad, ¿Quién no? Lo notó en la forma que escribió, sus sentimientos siendo expresados fácilmente incluso de una manera escrita.

“¿Está todo bien? Pero si, a las cuatro estaría libre cualquier día de la semana, me dices cuando tengas el día libre.”

Le causó, de nuevo, ternura el notar esa reacción, esa preocupación, esa intención de solucionar el problema de la mejor manera.

Se vio mordiendo el labio, sabiendo lo mucho que había caído por esa chica en tan poco tiempo.

¿Poco tiempo?

¿Hace cuánto que la veía en la cafetería? ¿Enamorándose de ella en secreto? ¿Meses?

Era un caos, su corazón era un caos.

Por supuesto que había caído rápido si estaba cayendo desde incluso antes.

No hubo mayor mención de lo sucedido, hasta que quedaron de juntarse al día siguiente, e incluso se arrepintió de que lograsen encontrar una fecha que les acomodase tan rápido, o sea, si, quería decírselo, debía decírselo, pero ahora que el momento se venía tan pronto, empezó a sentir ansiedad, los peores escenarios en su mente, dando vuelta, uno tras otro, y se vio imposibilitada para poder hacer más, para ordenarse, para sentir el más mínimo optimismo.

Quería llorar.

Lamentablemente, el día pasó demasiado rápido.

Cada vez que miraba el reloj, había pasado una hora que para ella habían sido solo minutos.

Se sentía enferma, ¿Cuántas veces había corrido al baño sintiendo que su estómago se revolvía?

Muchas, bastantes.

Nunca creyó que enamorarse le iba a costar tanto, que iba a sentir tanto sufrimiento.

Pero debía solucionarlo pronto. Si ya se sentía así de mal al llevar conociéndose casi un mes, no quería siquiera imaginar cómo sería el hablar de eso luego de más tiempo, o peor, cuando estuviesen cerca de intimar y esta se topase con la sorpresa entre las sabanas.

No, no podía hacerle eso, no era lo correcto.

Cuando aprendió sobre su tema, sobre otras personas como ella, supo de situaciones así, y siempre encontró que era algo que debía decirse, que, si iban a llegar tan lejos, incluso en algo de una noche, debía avisarse. Tenía que ser algo consensuado, que ambas partes estaban de acuerdo.

No tenía la más mínima obligación de decirle al mundo sobre su cuerpo, sobre sus preferencias, sobre su sexualidad, no les importaba, pero tenía una obligación moral de decírselo a la persona con la que tenía intención de intimar. Era algo importante, era algo que no se podía asumir así nada más, y que sería completamente vergonzoso e incómodo que la situación se presentara sin dar el más mínimo aviso.

Pensó en su juventud, en su adolescencia, si se hubiese acostado con una chica, y esta le ocultase algo así de importante, se sentiría sin duda indignada, sobre todo si se trataba de una relación que se estaba formando a base de confianza.

Y si, muchas personas hablaban de que amor es amor, y que el cuerpo no importaba, pero ¿De que servía tener una relación de puro amor, si no podían llegar a más? ¿Si no sentía atracción en lo absoluto por la otra persona? Para ella, eso era importante, el poder enamorarse de todas las partes de una persona, todas, las físicas, las mentales, todo.

Y si no, sentiría que faltaba algo.

Si Teresa gustaba de ella, pero no le gustaba ella por completo, se sentiría incorrecto.

Pero quería que fuese correcto.

Deseaba que fuese correcto.

Cerró los ojos, y respiró profundo, para luego volver a abrir los ojos.

Se miró al reflejo, y le hubiese gustado el ver la expresión que tuvo cuando iba a tener la cita con Teresa por primera vez, pero no, se le notaba la inseguridad en el rostro, y era aún más desagradable el saber a ciencia cierta que se le notaba el miedo.

Pero no quería huir, aunque el miedo al rechazo fuese así de intenso.

El miedo de que alguien que le gustase le tuviese miedo.

Respiró profundo, una vez más, y se obligó a cambiar su expresión, a verle el lado positivo. Podría ver a Teresa, podría tenerla a su lado, y disfrutar de su compañía, por el momento que tuviese a su disposición, y eso iba a hacer. Podría llamar a eso su primer enamoramiento serio desde que se volvió su nueva yo, y podía terminar mal, pero iba a conservar los buenos momentos.

Teresa podría temerle, pero al menos no la odiaría por ocultarle la verdad, al menos no habría un resentimiento. Era una buena chica, lo había notado, así que sabía que esta no iba a ser dura con ella, ¿Cómo serlo? Ni siquiera se la imaginaba enojada ni nada así, ni había visto el más mínimo signo de agresividad en todo ese tiempo que llevaba viéndola tras bambalinas.

Esperaba que esta no cambiase.

Esperaba, que, a pesar de todo, esta volviese a ir a la cafetería, así como la había visto días anteriores entrar ahí con sus amigas, y se detuvo más tiempo del necesario a tomar su orden, esta dándole sonrisas cómplices. Quería volver a verla, no quería que esta desapareciese de su vida para siempre.

Tal vez era pedir demasiado, pero tenía esperanzas.

Debía confiar en eso, ya que solo eso le daría cierta paz mental.

Volvió a cerrar los ojos, para luego abrirlos, ahora mirando al suelo, mirando sus botas.

Se sentía abrumada, realmente abrumada.

No debía de haber caído tan profundo en el abismo por un enamoramiento, y creyó que no sería capaz de hacerlo, o, por el contrario, que jamás se interesaría demasiado para llegar a esa tesitura, pero se equivocó.

Estaba lista para el amor.

Teresa le robó el aliento la primera vez que la vio, y cuando tomaron la decisión de salir con la otra, le robó el corazón, y así, cada día que hablaban, aquel sentimiento crecía. Si las cosas salían mal, podría llamar a esa su primera relación fallida, aunque no hubiesen hablado nada acerca de tener una relación de manera formal.

Solo estaban saliendo, conociéndose, nada más.

Por lo mismo, era ahora o nunca.

Solo aceptaría una relación con Teresa, si es que esta la aceptaba, o más bien, si es que su miedo no crecía por su causa, si su fobia se activaba por su existencia, por lo que era, o por lo que fue.

Contuvo la respiración, y sin tomarse un momento para vacilar, tomó su bolso y salió por la puerta trasera del local, a paso rápido, obligándose a avanzar, a dejar de ser una cobarde y desafiar aquella situación, la cual podía salir muy mal, o muy bien, pero no lo sabría hasta que tuviese el valor para decírselo, para decirle la verdad.

Su secreto.

Teresa estaba en el mismo lugar de la otra vez, pero usando su uniforme, la chaqueta abierta despreocupadamente, sus manos firmes en los arciales de su mochila. Los ojos tras el cristal miraban el suelo, pero se levantaron justo cuando estuvo en su rango visual.

Y estos brillaron, los ojos color avellana, apenas hicieron contacto con los suyos, la sonrisa apareciendo en el rostro ajeno, las mejillas enrojeciendo automáticamente.

Y se vio de nuevo sin aliento.

¿Cómo no enamorarse de esas reacciones?

Esperaba conseguir un milagro, si es que Dios aún no la abandonaba.

Esperaba poder tener esa relación.

Si, eso era lo que más quería.

Chapter 110: White Cat -Parte 2-

Chapter Text

WHITE CAT

-Pertenencia-

 

¿Qué estaba haciendo ahí?

No tenía que decirse a sí misma que estaba cometiendo un error, porque se lo dijo, una y otra vez, se lo advirtió. Se lo repitió incansablemente, cuando despertó aquel día, cuando estuvo en clases, y sobre todo cuando comenzó a caminar por los pasillos de la escuela. Y si sabía que era un error, ¿Por qué había ido de todas formas?

La respuesta era simple.

Porque estaba harta.

Despertó, rodeada de felinos, de un montón de hembras con las que vivía en los dormitorios, en la habitación que compartían, y mantenía un buen comportamiento, no se metía en problemas, solo seguía la masa, se comportaba como se esperaba de ella, así que al menos no la molestaban, no como cuando llegó.

Si, era blanca, por lo mismo recibiría abusos, y estaba lista para eso, el ser discriminada por lo débil que era su salud, por los problemas que venían genéticos, la malformación que tuvo cuando era un feto. Solían molestarla desde que era un cachorro, los de su edad siendo crueles, y no, no habían cambiado tanto al llegar a la adolescencia, seguían siendo crueles, por supuesto que lo eran, pero ahora hablaban de ella a sus espaldas, cuando pretendía estar dormida, incluso ahora, acostada en su camarote, las escuchaba cuchichear entre ellas.

Solo pretendían.

Algunos estudiantes ya habían sido castigados por hacer de esa molestia algo físico, y la escuela se había vuelto menos permisiva en esas situaciones, y ya nadie quería sufrir ese castigo. Había visto como a otros como ella les habían roto los uniformes, les habían tirado el colchón por la ventana, o llegaban a las agresiones físicas.

Al menos, quienes más la odiaban, que solían gravitar a su alrededor, tenían limites, pero eso no significaba que el que hablasen a sus espaldas no le molestase.

De hecho, preferiría que se acercasen a ella de frente, y la golpeasen hasta hartarse.

Si tanto la odiaban, prefería que fuesen honestos, que se dejasen el alma en demostrarlo.

Que le mostrasen los dientes, sus verdaderas caras.

En vez de fingir, como si fuesen mejor que meros animales.

Y no lo eran.

Odiaba a los falsos que se reprimían, que se contenían.

Y lo peor, es que ella también hacía eso, porque debía mantener el orden, debía ser una participante perfecta de esa sociedad en la que existía, porque si no lo era, sería un paria, y ella misma no tenía la valentía para ser honesta, para mostrar los dientes, para decir lo que sentía de frente, para poder hacerle daño y devorar a quien quería.

Y saber que había alguien así, tan cerca, la emocionaba.

Soltó un gemido, su cuerpo temblando.

Se sentía extraña en esa situación, tan ajena, algo que no había experimentado, que había evitado, porque no era como los demás, porque no sentía atracción hacia quien debía sentir atracción, herbívoros o carnívoros, ninguno le daba satisfacción, ninguno hacía que sus instintos saliesen a flote.

Nadie la hacía sentir como lo que era…

Un animal.

Pero ahora…

Sintió su cuerpo aún más pequeño bajo ese cuerpo ajeno, se sintió débil, se sintió vulnerable, se sintió como la presa que era frente a ese animal que la miraba, con los ojos intensos, con la sonrisa amplia, con una expresión intimidante. No era una pelea, pero se sentía como una, y eso hizo su corazón latir, ya que, una parte de ella anhelaba algo así.

Le encantaba de hecho.

¿Así se sentía?

¿O ese hibrido en particular que la hacía sentir así?

“Nunca lo he hecho con un carnívoro.”

Esta habló, su voz sonando como un gruñido ronco, su garganta resonando, y el sonido aumentó cuando se le acercó más, prácticamente eclipsando su propio cuerpo, posicionándose sobre ella, la lengua ajena, húmeda y larga, pasando por su cuello.

Siendo más el lobo, y menos el perro.

Claro, estaba acostumbraba a tener sexo con herbívoros.

Pero…

“¿E-eres así de agresiva con ellas?”

A pesar de lo que pensó, su voz salió temblorosa, al parecer estando más avergonzada de lo que creyó que estaría, y el estar desnuda ahí, sobre ese sofá, solo lo aumentaba. Nunca había hecho algo así, jamás, ni creyó que lo haría, y a pesar del ímpetu que tuvo de llegar ahí, de terminar ahí, el peso de su inexperiencia le caía encima.

Aun así, pretendió, para no lucir como la inexperta que era.

Probablemente lo estaba haciendo fatal.

Escuchó una risa gruesa escapándose de la hembra, quien estaba en su cuello aun, así que no podía ver su rostro, pero se lo imaginaba por lo intenso de su gesto.

“Tomalo como una terapia de shock, para superar el miedo que les tienen a los carnívoros, así que me tomo mis libertades, pero no las suficientes…”

Sintió los dientes, los colmillos, grandes, gruesos, pasando por la piel de su cuello, haciéndola sentir escalofríos.

No podía morder.

Porque estas se volverían locas si lo hacía, incluso esta misma se volvería loca si lo hacía, sintiendo el sabor de lo que era una víctima, una presa, su próxima comida. No estaba permitido, y era extraño si lo pensaba así. Tenía a la cena ahí, a su lado, desnuda, mostrando su cuello, listo para ser mordido, para que de una mordida les quitase la vida.

Al parecer, incluso la hibrida de Rylee se contenía, y como de fuerte debía de ser para no devorar a nadie teniendo aquella oportunidad, eso sin duda la hacía sentir un dejo de decepción, creyó que se dejaría llevar del todo, pero mirándolo fríamente, no era posible algo así, o causaría una seguidilla de homicidios ahí dentro, todas con las que se acostó, terminarían muertas, devoradas.

De ser así, esta no estaría ahí, estaría en la cárcel probablemente.

O la habrían eliminado.

“¿Por qué luces decepcionada?”

El cuerpo grande sobre ella se movió, quedando acomodado en su entrepierna, mirándola desde lo alto, los ojos observándola minuciosamente, ladeando su rostro, luciendo más normal, menos salvaje que hace unos segundos.

Siendo más el perro, y menos el lobo.

Ambas eran completas desconocidas, solo se habían hablado una vez, no sabían nada de la otra, solo los rumores que debían de pulular por ahí, así como lo que dejaban en evidencia sobre lo que eran. Pero nada más, así que le sorprendía que esta preguntase eso, como si la conociese, como si pudiese ver a través de la careta que mantuvo durante toda su vida, para mantener al animal que era, lo más profundo posible, porque en esa sociedad, eso no era aceptado, no era correcto, uno debía mantener la calma, impasible, carecer de los más mínimos instintos.

Oh.

Por supuesto, había bajado su guardia, porque estaba frente a alguien que mostraba quien era, o gran parte de quien era, y no se esmeraba en ocultarlo como lo hacía ella, así que, en respuesta, reaccionaba igual, porque eso eran, animales, si uno mostraba los dientes, el otro lo hacía, equiparando la energía.

No era como los falsos a los que estaba acostumbrada.

Que le sonreían, cuando solo la insultaban.

Y ella debía de estar impávida, para no provocar un peor desenlace, porque solo así, ante su desinterés, ante su apatía, estos no reaccionaban agresivamente, y funcionaba, le había funcionado durante los últimos años.

Pero ahora no tenía por qué ser así.

Porque solo alguien que dejaba sus instintos al aire, podía entenderla.

No conocía de nada a esa hembra, a ese perro-lobo, pero se sentía cómoda ahí, como nunca se había sentido, porque sabía, que, si por un momento sus verdaderas emociones, sus más salvajes instintos, salían a la luz, esta no la juzgaría. No sería tratada como un paria, ni sería denunciada por ser un posible peligro, no, por el contrario, Rylee era de su misma calaña.

“No creí que pudieses controlarte teniendo la cena servida…”

Habló, su propia voz sonando diferente a lo usual, menos monótona, más rasposa, y una vez más verificó que su teoría era correcta, que era así, era verdad, se relajaba ahí, incluso en su estado denigrante, estaba cómoda, como ni siquiera podía estar con su propia camada, con su propia especie.

Notó cierta sorpresa en esta ante su voz, o ante sus palabras, y esta volvió a soltar una risa, luciendo despreocupada. Esta aún estaba vestida, pero permitiéndole ver más piel de lo que vería con su uniforme, y no parecía avergonzada como ella lo estaba, claramente acostumbrada a esas situaciones, donde alguien golpeaba la puerta de ese estudio abandonado, el cual hizo propio, y debía ponerse en acción.

Así como lo hizo con ella, cerrando la puerta, guiándola al sofá aquel, sacándole la ropa sin siquiera decir hola, sabiendo a lo que iban, y a pesar de que esta debía de estar enojada, ya que, si estaba ahí, era porque estaba chantajeándola con aquel video que podía arruinarle la vida entera, pues no lo estaba, nada enojada.

Al parecer, también estaba cómoda con ella.

¿Era así también con las demás?

El pensamiento la hizo enojar.

Sintió las manos de Rylee sobre su abdomen, estas grandes, sujetándola por completo sin mayor problema, rodeando su cintura. Se quedó un momento mirando esas manos, que por ser quien era, tenía manos grandes, más grandes que las de un perro, pero más pequeñas que las de un lobo, aun así, eran más grandes que las propias, y eso la hizo entrar en calor, habiendo olvidado, por un momento, su estado.

“Honestamente, cada día se vuelve más difícil el mantener el control…”

Cuando volvió a mirar a la hembra a los ojos, estos lucían oscuros, lucían intensos una vez más, el lobo siendo predominante una vez más, así como lo fue cuando la desvistió en primera instancia, siendo contaminada por los instintos primarios, queriendo ver más, sentir más. Sintió como las manos, que la sujetaban, la comenzaron a apretar con más fuerza, y se vio jadeando al sentir los dedos enterrándose en su carne.

Era fuerte.

Rylee era fuerte, como el animal que era.

Esos comportamientos tan impulsivos, era la razón por la que existía el día de la biología, donde debían pasar al menos una hora, cada dos días, en un ambiente idóneo para la especie de cada uno, para poder calmar los instintos, para calmar lo que los hacía ellos mismos, para mantener encerrado quienes realmente eran.

Por supuesto que ella asistía, como todos debían.

“¿H-hace cuánto que no asistes al día de la biología?”

Sintió que le costó hacer salir la pregunta, ante la presión en su abdomen, lo que la hacía jadear, lo que le quitaba el aliento, sentía que, si esta apretaba un poco más, le quedarían marcas y de nuevo, una parte de ella quiso que así fuese.

Creyó que la hembra reaccionaría, saliendo de su ensoñación, los ojos mirándola a ella como debían de mirar a todas las hembras que metía a ese estudio, como la cena, pero no fue así, continuó observándola, las manos moviéndose, subiendo, apretando aun su piel, su carne, sus costillas y luego sus pechos, haciéndola jadear una vez más. El agarre era firme intenso, las manos luciendo aún más grandes ante lo pequeño de sus pechos, y quiso que los apretase aún más.

“Algunos días…”

Desvió la mirada para buscar los ojos ajenos, esperando el dejar de desear que ese cuerpo la aplastase. Esta lucía un poco más calmada, pero no por la calma en sí, si no por la culpa, o la tristeza, o ambas, sus orejas agachándose, haciéndola lucir arrepentida, pero a pesar de su expresión, siguió sujetando sus pechos, sin soltarla.

“No pertenezco a ningún lugar, no me aceptan en ninguno, así que, si entro con los lobos, o con los perros, termino más exaltada que antes de entrar…”

Rylee soltó un quejido, una especie de llanto, mientras que se acercaba a ella, encorvándose, presionando la frente sobre las manos, estas aun fijas en su carne. Parecía derrotada. Tal y como pensó esa vez, que sin importar lo que hiciera, nunca sería suficiente de uno o de otro, y era así. No llenaba los zapatos de ninguna de las especies que tenía dentro.

Era ambos.

Y a la vez no era ninguno.

Y creía que podía entenderlo, obviamente no era lo mismo, pero ella misma sentía que no pertenecía, no, estaba segura de que no pertenecía, por lo que era y nació siendo, y por quien era bajo la máscara que debía ponerse para ser aceptada por la sociedad.

No pertenecían.

Se movió, cuando su cuerpo estuvo inerte durante todo ese rato, dejándose maniobrar por esa hembra, y lo primero que hizo, fue agarrar el rostro ajeno con sus manos, sus manos pequeñas, tan diferentes a las ajenas, e incluso en el rostro aquel, se veían pequeñas, pero no dejó que eso mermase su ímpetu, así que la sujetó, con firmeza de las mejillas, hasta esta luciendo sorprendida con su agarre.

Era pequeña.

Era la cria débil y fallida de la camada.

Pero podía mostrar las garras, podía mostrar los dientes, y lo haría.

“Verdaderos animales, como nosotras, no pertenecemos a ningún lugar.”

Y era así.

No pertenecían, no pertenecerían, solo podían confiar en aquel que era como ellas, y en ese momento, tenía a Rylee ahí, quien era la única a la que podía oler de verdad, a la que podía sentir de verdad, con quien podía sacarse la máscara y dejar de pretender.

Enterró las uñas en las mejillas, queriendo incrustarlas aún más, y la acercó, la obligó a acercarse, esta tomada por sorpresa, pero incapaz de hacerle frente a su impulso, porque eso era, un animal, diferente a los demás, que no pertenecía en su camada, que no pertenecía con su especie, que no pertenecía en ese mundo, en la sociedad aquella.

Pero sentía que pertenecía al lado de esa hibrida a la que acababa de conocer.

Así que la besó, enterró su boca en la ajena, sabiendo que era inexperta en eso, solo eran instintos, nada más. Sintió los colmillos de ambas chocar en el proceso, y el dolor que causó en sus encías le trajo más gusto que disgusto, así que lo hizo de nuevo, apegando más el rostro de Rylee al suyo, sin importarle las consecuencias.

Vaya errores que estaba cometiendo.

La boca ajena la besó con la misma energía, imitándola, contrarrestando su brusquedad con la propia, los colmillos grandes enterrándose en su lengua, y quiso disfrutar de ese intercambio por el mayor tiempo posible. Los dientes chocando, las lenguas chocando, ambas luchando por tener más, por la dominancia de la especie, como los carnívoros que eran, peleándose por la misma presa.

Aunque entre ambas, no había presa que interfiriese.

Sonrió en la boca ajena, y no creía haber sonreído así en su vida.

Así se sentía el ser ella misma.

El ser el animal que contenía.

No podría aburrirse de la sensación.

 

Chapter 111: Princess -Parte 9-

Chapter Text

PRINCESS

-Confianza-

La verdad había sido revelada.

Y ahí, frente a ella, tenía a una mujer quien había cometido un crimen.

Joanne parecía estar sonriendo, pero su rostro no mostraba felicidad, ni deleite, ni gusto, nada, solo era una mueca más, una máscara más, carente de emoción. Pero era evidente de que, tras esa expresión, había un eterno sufrimiento. Era obvio que aquello la había dejado mal, por algo actuaba como actuaba cuando se veía en peligro, cuando veía el filo de un arma en su dirección, porque la escena aún estaba fresca en su memoria, tanto el ataque como la muerte.

Solo conocía una pequeña parte de esa mujer, pero no la imaginaba matando a nadie a sangre fría, mucho menos si tenía tan inculcado en su cabeza que aquello era un pecado y por eso ardería por siempre en las llamas del infierno, y esta claramente parecía reticente a ir a aquel lugar.

“Nunca quise convertirme en reina, mucho menos convertirme en una asesina.”

Los fantasmas de ese día la atormentaban.

Tenía el miedo de un ataque, siempre permanente en su cabeza, el ser atacada de nuevo y verse herida, verse sangrando, sufriendo, así como vivía con el pavor de tener sangre en sus manos, sangre ajena, su propia sangre, la culpa embargándola, obligándola a huir, a escapar de su reino, porque ahí, no solo tendría que lidiar con que viesen su delito, si no que tendría que pagar por este, tanto en el mismo infierno como en el calabozo. Y ahí, estaría condenada a pasar toda su vida.

Podía entenderlo.

Ahora comprendía porque Joanne actuaba como actuaba, porque tenía ese peso encima.

Notó como esta se movió, llevando una mano a su rostro, a su boca, su rostro más vivo, más humano, más emocionado. Su expresión estaba llena de dolor, y, sobre todo, incredulidad al haber dicho la verdad, lo cual parecía haberse estado guardando por mucho tiempo, por el color de su herida, probablemente meses.

Se vio soltando un suspiro, el calor de la ira, que sintió en un comienzo, habiéndose desvanecido.

Ya no estaba enojada, lo que era un gran avance.

Ahora sabía la verdad, y esa era una victoria en sí misma.

“Bueno, al menos ahora sé que no eres una fugitiva de tu reino por hacer actos infames.”

Al menos podía estar aliviada de que Joanne no era un peligro, y, de hecho, si había cometido tales delitos, dudaba que la fuesen a buscar por cielo, mar y tierra, estos la buscarían más si es que era la querida reina que era buscara para subirse al trono, pero probablemente estos tomarían la decisión, ante el luto, y simplemente la dejarían ir, al final, era su otra hija.

Si fuese alguien más, tal vez el rencor los llevaría a buscar por todos lados, pero al final, debían quererla, quererlas a ambas por igual, para perdonar.

O eso quería creer.

Le convenía que así fuese.

Dio un salto cuando Joanne apareció ya más cerca, habiéndose movido, sigilosa como siempre, y por primera vez, esta parecía acercarse de frente, sin miedo a la confrontación, sin miedo, teniendo la valentía para mirarla a los ojos. Sintió el agarre de la mujer en sus hombros, en un agarre firme y desesperado, así como su rostro, mostrándose completamente fuera de sí, en miedo, en culpa, en tristeza, desesperación pura.

“¿Qué no lo soy? ¡Claro que lo soy! ¡Hice algo horrible!”

Esta le habló, gritando, su voz sonando entrecortada y rota, y así, frente a ella, a solo unos centímetros de distancia la una con la otra, vio los ojos azules llenándose de lágrimas, una tras otra, cayendo por sus mejillas.

Al ser Joanne mucho más alta que ella, logró sentir unas lágrimas caer en su propio rostro, en su vestido.

No creyó que la vería así, y a pesar de que ese desplante le molestase, no podía evitar sentir lastima por la mujer. No le gustaba que la gente llorase, que buscase la empatía de esa forma, pero sabía que Joanne no lo hacía con esa intención, simplemente parecía haber tocado fondo.

Había caído en lo más profundo.

Y ahí, era la única que podía ayudar, y vaya peso que tenía sobre los hombros.

Simplemente negó, Joanne dejando de lloriquear, callándose a sí misma para escucharla.

“Si, hiciste algo horrible, no te diré que no, pero no fue tu intención, no te despertaste un día y decidiste matar a tu hermana, diferente a ella que si lo hizo. Fuiste atacada, fue defensa propia, hiciste lo que cualquier persona que quiere vivir haría.”

Y Joanne quería vivir.

Le aterraba morir.

A pesar de que, con ella, pareciera desear morir, y quizás, esa también podía ser una posibilidad, ya que tenía ese peso encima, la culpa, el dolor, y al final, la muerte era la salida fácil.

Era decidir caer en el infierno, antes de pagar en vida.

Pero tal y como pensaba, Joanne no actuaba así de adrede, eran sus impulsos, su instinto de sobrevivencia, y no podía culparla por eso, ya que ella misma procuraba seguir sus instintos, sus impulsos, y eso la había hecho llegar a donde estaba.

Buenos sus impulsos no tanto, pero sí.

La mujer la miró con incredulidad en su rostro, frunciendo el ceño, sin entenderla, como si hubiese dicho una barbaridad, y quizás para Joanne, quien se tenía tanto odio para consigo misma, era en si una barbaridad.

¿Qué quería?

“¿Qué pasa? ¿Pretendías que te golpease y te diese latigazos? Si quieres eso, tendrías que volver a tu reino, porque lo que hiciste allá no tiene nada que ver conmigo, con mi reino, no es mi problema, así que mientras no lo hagas acá, no me importa. Además, te lo dije, no me parece la gran cosa, cualquiera que tuviese ganas de vivir habría hecho lo mismo, yo habría hecho lo mismo.”

Movió una mano, limpiándose dos lagrimas ajenas que cayeron por su mejilla, dejando un camino de humedad por la zona, y la sensación fría empezó a molestarla.

Volvió a sentir las manos de Joanne en sus hombros, apretándola de nuevo, llamando su atención de alguna forma, y se obligó a levantar la mirada y volver a enfrentar los ojos azules, estos aun húmedos, en cualquier segundo seguirían botando lágrimas, las lágrimas que debía de estar conteniendo hace mucho tiempo.

“Pero ¿Cómo puedes confiar en alguien como yo? Te acabo de decir que tengo las manos manchadas, no puedes quedarte de brazos cruzados mientras tienes a una homicida en tu castillo.”

¿Qué?

Bueno, no, no debería quedarse con los brazos cruzados, y de hecho, no dudaría en mover los hilos si fuese necesario, si es que notase que Joanne era una verdadera amenaza, y no, podía tener ese carácter insoportable, ambas personalidades peleándose siendo cada una más molesta que la otra, pero no, no era como las personas que vio en su vida, que eran realmente peligrosas, que con tal de tener un par de monedas no les molestaría destruirles la vida para siempre a un montón de familias.

Y Joanne, teniendo ahí, en ese lugar, tantas oportunidades para hacer de las suyas, no había tomado jamás la iniciativa.

Y si fuese así, teniendo tantas personas vigilándola, ya estaría muerta.

Se vio soltando otro suspiro, sintiendo la vena en su sien ensanchándose, bombeando con fuerza, y como estaba intentando controlarse, la sentía emerger más rápido de lo usual.

“¿Vas a tomar la responsabilidad?”

Joanne la miró, sin entender, acallándose del todo.

Era simple.

“Si quieres pagar por los pecados de los que tanto hablas, entonces vete a tu reino, ve a enfrentar a tu familia y paga por todo lo que hiciste, pero si no lo has hecho aún, y sigues huyendo, es porque no tienes la valentía de enfrentarte a la muerte, porque sabes bien que una vez que estés allá, te van a matar, o peor, no sé cómo tu reino trata con personas como tú, pero si estás aquí ahora, es porque te harán algo horrible.”

Joanne abrió la boca en respuesta, dispuesta a argumentar, pero rápidamente la cerró, apretando los labios, dudando, siempre dudando, su cuerpo tenso, tembloroso, incluso las manos que aun la mantenían sujeta, y si, debería soltarse, pero siempre aceptaba el tacto ajeno, así se sentía viva, necesitada, importante, con poder.

Y le sorprendía eso de sí misma.

Joanne no supo que decirle, fue incapaz de decirle nada, porque lo sabía, en su reino, contaminado por la religión aquella, así como en muchos otros reinos más cercanos al continente, estaban plagados de ideologías, y muchos de sus actos, de sus castigos, eran barbáricos y se hacían llamar mejores que los Vikingos, cuando hacían las mismas atrocidades, solo que por una razón diferente.

Sabía que su propio reino, y las tierras vecinas, no estaban libres de aquellos comportamientos, muchas veces siendo crueles, haciendo actos que no estaban bien, que ni ella, siendo como era, aceptaba, pero nunca habían llegado a esos niveles. Había un límite, y esperaba que sus tierras mantuviesen esa vida pacífica y respetuosa que habían cultivado desde generaciones, siendo aliados, compañeros, amigos, velando por la seguridad de los unos con los otros, tal y como en antaño.

Y no se dejasen manipular por lo que pasaba afuera.

“Yo confió en ti, sé que no cometerás ninguna atrocidad dentro de los muros de este reino, ni de este castillo, a pesar de que hayas sido tu quien no confió en mí, y si, ya me has dicho una y otra vez lo mala persona que soy, pero te recuerdo una vez más, y ya me he cansado de decírtelo, pero si me ayudas, yo puedo ayudarte, aquí estarás siempre a salvo, y para eso, debes integrarte, y lo estás haciendo difícil.”

Sin importar cuantas semanas llevase ahí, nadie confiaba en John, en el forastero, el antisocial, el frio, el introvertido. Obviamente eso no cambiaría de la noche a la mañana, pero la mujer claramente estaba entre la espada y la pared, probablemente sabiendo que jamás estaría a salvo, y una vez que se supiese la verdad, estaría completamente destruida.

¿Para que pelear, si el final llegaría más pronto que tarde?

Además, tampoco podía contar con que una futura reina, claramente de la realeza, tuviese muchas habilidades comunicándose con personas de un estrato social completamente diferente. Ella, por obvias razones, era diferente en ese sentido, podía comunicarse de la forma que quería para conseguir lo que quería, pero para Joanne debía ser muy difícil el actuar normal y el salir de la norma que tenía antes.

Probablemente nadie la entendería, nadie entendería del todo sus actos, sus reacciones, su personalidad, pero Joanne no contaba con que ella, a quien esta más insultó, era quien más entendería su posición.

Todos sus actos tenían una razón de ser, y ella podía entender cada pizca de estos, porque a eso se dedicaba, a entender a las personas, a desglosar sus existencias y así favorecerse a sí misma, manipulando.

Y le enojaba, de sobre manera, el jamás poder tener a Joanne en la palma de su mano.

Joanne asintió, triste, cabizbaja, dos lagrimas cayendo de sus ojos, estas habiéndose acumulado en sus parpados, y le sorprendía, siempre le sorprendía de hecho, lo bonita que era Joanne y como nadie se había dado cuenta de su secreto, ¿Cómo ella iba a ser la única? ¿Era por sus preferencias?

No lo sabía.

“Es difícil…”

Si, lo sabía, para Joanne era difícil.

Pero ahora…

“Ahora se la verdad, Joanne, sé tus secretos, así que puedes confiar en mí, porque no lo divulgaré, no lo hice antes, no lo haré ahora, porque me eres útil, y mientras lo seas, me voy a encargar de que estés sana y salva.”

Obviamente no iba a poder asegurar que esta estuviese siempre a salvo, eso era algo imposible de prometer, sin embargo, no iba a decírselo. Prefería que esta confiase a ciegas en ella, que la viese como su salvadora, como debió haber hecho desde un comienzo, y vaya que se hizo la difícil.

No era un enemigo, no era su enemigo.

Y debía recordárselo.

Joanne dudó unos momentos, mirándola a los ojos, intentando ver más allá de sus ojos, de su expresión dura, pero finalmente asintió, otras lagrimas cayendo por sus mejillas, cayendo una vez más en su vestido, y luego, esta se acercó, aún más, abrazándola por el cuello, sujetándola, rodeándola, su agarre tenso, desesperado, mientras volvía a sollozar.

Se vio inerte, sin saber qué hacer.

Era ella la que normalmente se ponía a llorar, muchas veces lágrimas de cocodrilo, para que alguien la abrazara y le diese mimos o regalos o atención, pero nunca había estado en el lado opuesto, obviamente no era para nada favorable para ella, no era lo que le acomodaba, lo que prefería.

De no ser porque Joanne lloraba como una niña pequeña, le habría llamado más la atención el que el torso descubierto estuviese pegado a su cuerpo. Pero era desesperante lo poco masculina que era Joanne, y aun no entendía como se le ocurrió la estúpida idea de vestirse de caballero e huir, era la peor idea de todas.

Soltó un suspiro, sintiendo el cuerpo de Joanne aferrándose al suyo, sin soltarla, aferrándose con toda la fuerza que tenía, y ahora si creía que no se podría liberar de su agarre, así que simplemente llevó una mano hacia la espalda ajena y le dio unos golpecitos, lo más suave que pudo, dejando de lado la incomodidad de la situación, y simplemente enfocándose en el tacto humano que siempre anhelaba, que nunca dejaba de agradarle.

Al final, ahora, para Joanne, era una salvadora.

Era su confidente.

Su secuaz.

Y no solo eso, sino que, además, tenía el poder para salvarla, para mantenerla a salvo del mundo entero.

Y eso haría, eso debía hacer, porque aun quería ser libre, aun quería tener a todos bajo su mando, aun quería ver el mundo entero, y no podía hacerlo sola, necesitaba a alguien a su lado para conseguirlo, y ahí tenía a Joanne, que era quien la ayudaría a obtener todo eso, y por lo mismo, debía mantenerla viva.

Así que iba a seguir adelante, iba a seguir con el plan, e iba a hacer que todos en el castillo confiasen en Joanne, que la aceptasen, aunque tuviese que mentir para conseguirlo, hasta que su padre al fin le diese el permiso que necesitaba.

Y así ganaría.

Porque siempre ganaba.

 

Chapter 112: Experiment -Parte 6-

Chapter Text

EXPERIMENT

-Confianza-

 

Las cosas estaban cambiando.

Y mucho más rápido de lo que esperó.

Antes, hace algún tiempo, eso no le habría molestado, lo hubiese aceptado, porque no tenía futuro alguno, porque les debía la vida a esos investigadores, así que no tenía miedo de pagar de la misma forma, dándoles la vida que ellos crearon, que ellos criaron.

Si, lo supo desde que era una niña, desde que entró ahí, desde que empezaron a cuidarla, dándole las inyecciones para mantener su condición de Neo Humano, las cuales no tuvo porque estuvo en la calle en sus años más vulnerables, sin sus dosis correspondientes. La regeneración la ayudó a sobrepasar el daño que su cuerpo tenía, que sus pulmones tenían, y se convirtió en la niña saludable que debió ser de no haber sido abandonada en las calles.

No quería morir, por supuesto que no, pero tampoco esperaba vivir más, ya que era un experimento, ella misma accedió a serlo, así que estaba pagando por la buena vida que tuvo durante esos años.

Pero…

Ya no estaba tan segura de seguir adelante, de seguir ahí.

Sabía que las mujeres dentro de su cabeza, dentro de su cuerpo, insistían con eso, con lo peligroso que era el permanecer ahí, con las cosas que podían hacerles, sin embargo, al principio, no le importó demasiado, o sea, si, no quería ser usada para cosas malas, pero nada más que eso.

Ahora, sin embargo, estaba preocupada de perder lo que era importante para ella.

Y esa era Lyra.

Quien la había visitado ya varias veces, ofreciéndole su compañía, haciendo espacio en su ocupada agenda para ella, para hablarle de todo y nada, para mantenerla distraída de ese lugar, incluso sacrificándose a sí misma por ella. Lyra era una mujer tranquila, con su rostro calmo, sin mayor expresión, parsimoniosa, pero cuando le hablaba a ella, era un ángel, brillaba, podía ver sus ojos hermosos, tan llenos de sentimiento, así como la escuchaba reír, como la veía sonreír, y todo eso a ella, solo a ella.

Era algo que jamás había sentido, algo que nunca creyó que tendría la oportunidad de sentir, y el solo imaginarse su vida sin poder ver más a Lyra, cosa que parecía ser su destino, así como veía la situación, eso empezaba a sumergirla en un lugar en el que no le gustaba estar.

En el agujero en el que vivió por años.

Al fin sentía que tenía algo, que tenía algo propio, sentía felicidad, y no quería abandonar ese sentir.

Además, tenía a las mujeres en su cabeza, siempre tan difíciles ambas, pero no podía aceptar el que terminasen las tres siendo nada más que prisioneras de esas personas. Ella había firmado, ella firmó su destino, pero esas dos no, y por lo mismo, no tenían ningún derecho sobre sus almas.

Así que ahí estaban.

Listas para acabar con todo eso.

Se vio ahí dentro, en la oscuridad de su mente, de su control, y se alejó del panel donde su cuerpo era controlado. Era algo que podía hacer sin estar ahí, pero también podía entrar y manipular los controles de sí misma, por sí misma. Así como ahora, donde los dejaba de lado, donde permitía que otras manos tomasen las riendas de sí misma.

Era un acto de buena fe, era un acto de confianza.

Y confiaba, ahora confiaba, por supuesto que confiaba.

Estaban juntas en esto.

“¿Recuerdas el camino hasta el laboratorio? Ahí podré conseguir lo que necesito.”

Galatea habló, sus ojos rojizos observando a Ismeria, quien estaba parada firme frente a los controles, sus manos grandes y fuertes listas para moverse en estos, como otras veces.

No era algo ajeno, ya habían practicado.

Le aterraba mucho más que las mujeres se pusieran a pelear ahí en sus controles, ya que eso ocasionó el primer problema que tuvieron, pero ya no era así. Tenían un objetivo, y eso las ayudaba a mantenerse con la mente fría, cooperando, y esperaba que siguieran así por lo que le restaba de vida.

Ismeria asintió, sus manos ahora ya firmes en los comandos, e incluso ahí dentro, en ese mundo dentro de su cabeza, pudo sentir el cosquilleo en sus ojos, sabiendo que estos estaban cambiando de color, pasando de amarillos a verdes, los ojos de la teniente.

Su propio cuerpo se movió con agilidad, la teniente manipulando su cuerpo como si fuese el que perdió, con la misma habilidad que tuvo en el pasado.

Su cuerpo, su existencia física, no estaba enjaulada, pero tampoco tenía tanta libertad ahí dentro, así que, si deambulaba, la regañarían, pero no regañarían a Ismeria, porque esta se movía con sigilo, con rapidez, impidiendo ser vista por los investigadores que daban vueltas por el lugar.

Ya sabían dónde estaba todo ahí dentro, esas visitas de Lyra fueron una bendición más en su vida, permitiéndole deambular más, conocer más.

El laboratorio estaba asegurado, se necesitaba que uno de los investigadores lo abriese, su pupila siendo necesario para entrar, pero eso no las detuvo, no detuvo a Ismeria, quien logró sujetar a uno de estos, el más humano con el que se toparon, tomándolo desprevenido, dejándolo rápidamente desmayado, y lo usó para abrir la puerta.

La gran mujer al otro lado de los controles soltó un grito de victoria, emocionada con el desplante de habilidades, y se vio animándose también, dándose cuenta de lo hábiles que eran esas mujeres. Ella, por si misma, no hubiese podido. Y entendía cual era la pasión de los investigadores para tenerlas bajo su mando, para convertirlas en títeres.

Galatea fue la siguiente en tomar el control, y volvió a sentir el cosquilleo en sus ojos, estos pasando de verdes a rojos, los ojos de la Doctora. Ahora vio como su cuerpo se movió con más brusquedad, con pasos firmes, fuertes, mientras se movía por el laboratorio, una mueca emocionada y algo peligrosa en el rostro de la mujer.

Esta, usando su cuerpo, comenzó a agarrar diferentes tipos de líquidos, a mezclarlos, poniendo a calentar algunos, mientras otros los dejó centrifugando. Por su parte, no entendía nada de eso, pero era algo milimétrico, ya que debía ser perfecto, no por nada la mujer estuvo estudiando de sus montones de libros, memorizándose los pasos como si fuese una receta.

Finalmente, esta lo logró.

Galatea ya había dejado en claro que ese trabajo tan cuidadoso no era su preferido, y si bien aún no recordaba bien cuál era su trabajo en el pasado, creía que tenía que ver con ser más en un doctorado en medicina más que ser una científica.

Sea como sea, lo que hizo, fue perfecto.

Ahora quedaba el último trabajo.

Y ahí debía contribuir ella.

Respiró profundo antes de volver a la mesa de control, ambas mujeres mirándola, expectantes.

Ella también era parte de eso, así que debía participar.

Se vio en ese lugar, al que jamás había entrado y se vio en contacto con su alrededor, incluso con el recipiente sellado que tenía en la mano. Miró hacia ambos lados antes de buscar la zona de la ventilación. Se guardó el recipiente dentro de la ropa, buscó una máscara de gas, y escaló por uno de los muebles, su cuerpo no era muy grande, así que podía escabullirse, así como logró abrir la puerta de la ventilación, y entrar ahí.

Era estrecho, se lo imaginaron, por lo mismo ambas mujeres decidieron que ella fuese.

Ni a Galatea ni a Ismeria le gustaban los lugares estrechos, sellados, sin escapatoria, y ninguna sabía por qué, por lo mismo solían rehuir aún más de la idea de ser prisioneras.

Obviamente esa misión no era solamente para averiguar los planes que tendrías para su cuerpo, su existencia compartida, y así tomar la decisión si huir de ahí o no, sino también para recuperar las memorias de ambas mujeres, que cada día les hacían más falta. Y sabían que esa información debía de estar en la red, todo estaba en la red.

Y quería darles eso.

Comenzó a moverse sin parar, arrastrándose, gateando, y eso a ella no le afectaba, sus primeros años de vida fue nada más que una rata en la sociedad, podía arreglárselas, sobrevivía. Sabía que debía llegar hasta la fuente central de la ventilación y ambas mujeres le avisaron donde estaba. Y aún sin esa información, pudo oír el sonido de la maquinaria, el aire, el oxígeno, entrando desde afuera, este toxico, pero ahí las maquinas hacían el trabajo de limpiarlo, de dejarlo respirable, ya que bien sabía que la gran mayoría de las personas que ahí trabajaban, respiraban.

Algunos otros no, pero para ellos, Galatea ya tenía un plan.

Sea como sea, tenían que deshacerse de la gran mayoría, y así podrían tener la libertad de ir a la computadora central.

Sacó el recipiente de su bolsillo, y se aseguró la máscara antes de lanzarlo hacia dentro de la maquinaria.

Notó como el cristal se quebró, y el líquido se evaporó de inmediato al contacto con el oxígeno, siseando como un gas a presión, incoloro e inodoro. Incluso sus ojos ardieron, y no por el cambio de mando de su cuerpo, si no por la intensidad del gas, y por suerte su máscara iba a evitar cualquier daño.

Porque caería si es que eso entraba en su cuerpo.

Retrocedió, y volvió a llegar al laboratorio, y una vez más, su cuerpo fue controlado por alguien más, siendo Ismeria quien volvía a tomar el mando. Esperaron un poco, por supuesto, esperando que el gas hiciese su trabajo, pero luego de eso, la teniente empezó a moverse, de nuevo con sigilo, evitando las cámaras, moviéndose con experticia, bajando las escaleras de emergencia, mientras veían como había investigadores tirados en el suelo, completamente inconscientes, dormidos, nada grave, o eso creía, hasta llegar finalmente a lo que era la computadora central.

Ahí, Galatea volvió a sonreír, estirando sus brazos y manos, haciendo sonar sus dedos, antes de volver a posicionarse frente a los controles, usando su cuerpo para manejar las funciones en ese lugar, apretando botones, escribiendo datos, moviéndose a través de las imágenes. Las tres estaban ahí, mirando lo que sus ojos veían, pasándose de archivo en archivo, buscando. Todo parecía estar encriptado, y ahí era Ismeria quien contribuía, ayudando en la acción.

Ambas eran demasiado hábiles, ella realmente no había ayudado mucho en toda esa misión, ni habría llegado lejos tampoco, incluso lograron desactivar las cámaras y borrar cualquier registro de su intromisión, y si, sola, jamás hubiese podido hacer algo así.

Estaba feliz de tenerlas.

Luego de unos minutos eternos, al fin lo encontraron.

Al fin tuvieron acceso a los datos de ambas almas, U053 y M078.

Por primera vez se sintió ajena en su propio cuerpo, pero de una manera diferente.

La pantalla, sus ojos, su vista, todo se llenó de imágenes, de escenas, escenas de una vida que no era la propia. Comenzó a experimentar vidas ajenas que no le pertenecían, viendo y escuchando palabras, frases, sonidos que se sentían abrumadores para sus sentidos.

Una escena tras otra, bombardeándola.

Miró a su izquierda, Ismeria estaba ahí, sus manos ya no tocaban los mandos, ya no había nada más que hacer, esta ya había conseguido escabullirse y pasar a través de los obstáculos, pero ahora, las imágenes apareciendo, la mantenían completamente ensimismada.

La teniente solía tener un rostro serio, potente, estoico, pero ahora parecía suave. Sus ojos eran claros, pero ahora se veían incluso más claros con las imágenes resplandeciendo frente a ellas.

No quería mirar a la pantalla, no quería inmiscuirse en las vidas ajenas, en sus vidas privadas, en quienes eran cuando vivían, pero lo terminó haciendo. Las escenas aparecían sin demora, mostrando parte de la vida de Ismeria, donde parecía trabajar de policía luego de años de vivir en peligro, ella y su gente, guerras por doquier y leyes quebrantadas por sujetos sin escrúpulos.

En su entrenamiento conoció a la teniente Werner, una mujer fuerte, poderosa, con cicatrices y tatuajes por todo su cuerpo. Una militar. Notaba real admiración de Ismeria hacia esa mujer, hasta que algo horrible pasó en la guerra que la hizo entrar a la cárcel, cediéndole su puesto en la milicia a ella. Sabía que la teniente, la policía de ese entonces, estaba llorando, porque veía las imágenes nubladas, borrosas, y ni siquiera creía que esa mujer podría llorar, ni se la imaginaba mostrando tanto sentir.

Había sentimiento en su voz, cariño, preocupación, y una intención de hacer valer aquella oportunidad de estar al frente en la milicia, y así hacer sentir a su superior orgullosa.

Ismeria siguió adelante, se puso en los zapatos de su antecesora y se volvió de acero, y ahí participó en cientos de batallas.

Hasta la última.

Sintió ese lugar remecer, ese lugar ficticio, o tal vez eran sus piernas temblorosas ante los sonidos de las explosiones, de las bombas. Su batallón entró en un edificio, en unas habitaciones, para rescatar a unos prisioneros, pero no llegaron lejos, era una trampa. Veía a través de los ojos de la teniente, como los cuerpos volaban de un lado a otro, como la sangre pintaba la tierra, como los trozos humanos caían lejos de sus dueños, así como las mismas extremidades de la teniente.

El edificio desmoronándose poco a poco, lapidándolos.

Una bomba tras otra, arrasando con todos.

La mujer haciendo todo lo que podía para salvarlos, para ayudar a sus camaradas, incluso en su estado, no dejó de luchar, de evitar la masacre, de hacer tal y como en un comienzo, ayudar a su gente. Lamentablemente, luego de ver a todos a su alrededor pereciendo, fue el turno de la teniente, de que su vida dejase su cuerpo.

Su mano estirándose para ayudar a uno de sus compañeros, antes de que todo se fuese a negro, a rojo.

Volteó a mirar a la teniente, ahí parada, sus puños apretados, su mandíbula apretada, como parecía querer controlar todo lo que estaba sintiendo al tener las memorias de vuelta, al volver a tener su vida entera frente a sus ojos.

Finalmente, esta cerró los ojos, sin fuerzas para seguir mirando como el bucle de escenas volvía a su inicio.

Miró hacia su derecha, Galatea estaba ahí, sus manos ya no tocaban los mandos, ya no había nada más que hacer, esta ya había conseguido dormir a los investigadores y entrar al sistema, pero ahora, las imágenes apareciendo, la mantenían completamente ensimismada.

Nunca había visto un rostro tan normal, tan humano en la doctora.

Sus ojos perdieron esa locura, se veían dóciles, brillosos, mientras las imágenes se reflejaban en sus irises rojizos.

Vio muchas cosas, vio como la mujer era repudiada por sus pares, que sus ideas eran demasiado inmorales para que los demás la apoyasen, incluso si significaba que podía salvar a cientos, a miles, con sus investigaciones, así que ahí estaba la razón de verla encerrada en un lugar, sola con su mesa, con sus herramientas y sus libros. No pasaron muchas escenas para ver a una mujer en una camilla, partes de su cuerpo reconstruidas, parecía haber sido armada con trozos humanos, con partes humanas, y podía oír la felicidad desbordante de la Galatea de aquella época, como gritaba eufórica al haber conseguido darle vida a la creación que era esa mujer.

Una mezcla de cuerpos muertos.

De partes abandonadas por sus dueños, humanos que prescindían de sus partes para hacerse menos humanos y más androides.

A pesar de lo perturbador de la escena, podía oír el afecto en la voz de Galatea cada vez que se refería a esa mujer, a esa creación.

Su creación.

Vio escenas, muchas, donde mantenía a esa mujer a su lado, día y noche, se notaba que no era solo eso, una creación, un mutante, un monstruo, para la doctora era todo, era su vida entera. Era la compañía que necesitaba a su lado, era la prueba de que su mente no estaba mal, era la prueba de que tenía el talento, era la prueba de que podía amar. Y los ojos color turquesas brillantes de Frankie le mostraban que también era así, que vivía, que sentía.

Cuando vio fuego, cuando vio llamas quemando todo, cuando escuchó los gritos desesperados de Galatea entendió todo. Habían perseguido a la doctora por haber cometido aquel crimen, por haber experimentado con cuerpos humanos desechados para crear una monstruosidad, y decidieron quemar todo el lugar por completo.

Ahí murió Frankie, su creación, y luego murió la misma Galatea, corriendo hacía las llamas con la intención de proteger aquello más preciado en su vida, sin poder lograrlo. Gritando desesperada, y así siguió, gritando, incluso estado encerrada en ese manicomio, sin poder escapar, aun sufriendo la pérdida, enloqueciendo ahí, donde la mantenían cautiva, hasta que todo se tornó negro, rojo.

Galatea cayó al suelo, al lado suyo, sus manos firmes en aquel suelo inexistente, en esa oscuridad infinita. No la escuchaba llorar, pero podía sentir como apretaba los dientes con fuerza, rabia y tristeza abrumándola.

Volvió a mirar las escenas, que se repetían, sin saber qué hacer, sin saber qué decir.

Al principio las cosas entre ellas tres eran difíciles, pero ahora trabajaban en equipo por un mismo objetivo, por la liberación, así que se había acostumbrado a ellas, se había acostumbrado a su presencia en su cabeza, a la compañía.

Las quería. Por supuesto que las quería de una u otra forma.

Pero no sabía cómo actuar en esa situación, y no quería arruinarlo. No quería que el avance que habían logrado fuese desechado de un segundo a otro. No quería que la teniente la ignorase o que la doctora intentase lastimarla.

No quería eso.

Se vio llorando, el panel volviéndose borroso, sus manos lejos de los mandos. No tenía fuerzas para mover su cuerpo, para salir de ahí, o para detener las imágenes, no podía. Incluso ahora, el buscar el futuro que le deparaba a su cuerpo, su destino como un experimento, le parecía irrelevante ante las emociones que sentía, era una mezcla de sentimientos, que no eran los propios, empezaba a hervir en la empatía que significaba el haber visto todo eso, se sentía como si ella misma hubiese pasado por eso, por esas tragedias.

Como ambas mujeres sintieron amor, y por amor sufrieron, por amor murieron.

“Lo siento.”

Fue lo único que pudo decir, su propia voz sonando temblorosa.

No, incluso su cuerpo temblaba.

Se sentía impotente ahí, sin poder hacer nada para ayudar, y por otra parte se arrepentía de haberles mostrado eso a sus compañeras, de haberles devuelto el dolor.

No sabía que era lo mejor.

Saber o no saber.

Vivir feliz en la ignorancia o sufrir el dolor del pasado.

Podía sentir las miradas de ambas mujeres en ella, pero no podía mirarlas de vuelta, no era capaz.

Le gustaría haberles quitado un poco de ese dolor, de ese peso en sus vidas, pero no podría. Estas ni siquiera estaban vivas, no podía hacer nada por ellas, ni por su pasado.

Sintió un ruido a su lado, y temió que Galatea se hubiese levantado con la intención de soltar toda esa frustración, toda esa ira, rompiendo todo lo que fuese materializado en ese plano de la realidad. Dio un salto cuando sintió la mano enguantada de la gran mujer en su brazo. Normalmente evitaba acercarse a esta, siendo tan explosiva, impredecible, un movimiento en falso y sería su fin, pero sintió el agarre tan suave, tan humano, que no temió.

Confió.

Ahora confiaba, como confiaba.

Era un agarre tan delicado como cuando sujetaba a Frankie, sus manos enormes en comparación con el cuerpo delgado y pequeño de su creación, demostrando cuidado, suavidad, cariño.

Sintió como esta la acercaba a su cuerpo, y se vio chocando contra esta. Podía sentir su aroma pútrido en la gran mujer, el aroma a sangre, el aroma a muerte, pero no le importó, no se sentía ajeno o extraño, se sentía incluso normal, como si hubiese convivido con ese olor por años y ahora le diese una especie de sensación hogareña.

Galatea hizo el mismo movimiento con la teniente, pero esta estaba como roca, inerte, aun intentando mantener sus sentimientos contenidos, su tristeza, su frustración, su dolor, su impotencia. Pero había aprendido que ni siquiera ese cuerpo tan fuerte y entrenado podía contra lo masivo del cuerpo de la doctora, de su fuerza natural, de sus manos enormes e inhumanamente fuertes.

La teniente terminó contra el pecho de la doctora, su cabeza apoyada sobre el hombro ajeno, el brazo grande de Galatea manteniéndola firme en ese abrazo, sin posibilidad de escapar. Ahora con esta así de cerca pudo sentir el aroma a tierra en su nariz, el aroma a vegetación húmeda mezclándose con la sangre, y no creyó que un olor así se sentiría tan agradable.

No entendía porque Galatea estaba haciendo eso, porque cambiaba, pero los mismos recuerdos que acababa de ver le dieron la razón. Al final, si, la muerte y desolación la habían enloquecido, si, hacía y decía cosas inmorales, pero sabía cuidar, sabía querer, sabía cuándo debía ceder, sabía cuándo debía ser la mayor y tomar el control de la situación.

Esta siempre quería tomar el control de la situación, siempre quería dar las ordenes, siempre quería mandar y ahora era el mejor momento para hacerlo.

Notó en el rostro de la albina una tranquilidad a penas las tuvo a ambas sujetas, así como vio en la teniente como su rostro se liberaba, podía notar sus dientes apretados mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus ojos verdes. Una de sus manos se había aferrado al traje de la doctora, y la otra yacía a su lado, apretada aun en un puño. Se vio sujetadora de la mano libre, queriendo ayudarla, ayudar a contenerla, y pudo sentir lo duro de su piel, de lo fuerte de sus músculos, y la sujetó con fuerza, aunque su propia mano no fuese nada más que debilidad en comparación.

Esta dejó de apretar su puño al instante y la sujetó de vuelta. Su agarre también suave para lo fuerte que era.

Y ahí se quedaron, por momentos eternos.

Apoyándose.

Porque estaban juntas en eso, siempre juntas.

En la vida, y en la muerte.

Chapter 113: Nun -Parte 4-

Chapter Text

NUN

-Fortaleza-

“Vamos, dejame sentir tu cabello.”

Soltó un suspiro pesado.

¿Cuántos días habían pasado?

Ni siquiera lo sabía, pero ya estaba harta.

El demonio, cuyo cuerpo era más grande que el de ella, más fuerte, más alto, se asomó sobre ella, girando en el aire, moviéndose, flotando, llena de energía. Podía sentir al ser aquel revolotear a su alrededor, en tamaño pequeño en su mayoría, dando vuelta por todos lados, siguiéndola, hablándole al oído, molestándola, y no se consideraba alguien paciente, en lo absoluto, pero tal vez estaba siéndolo más que nunca.

Hasta ahora, el demonio no podía corromperla, no podía hacerle nada, solo abrumarla incansablemente con sus palabras, con sus bromas, con sus intentos fallidos de persuadirla, pero su determinación no iba a flaquear, sin importar cuanto tiempo pasara.

“¿No tienes otro lugar al cual ir?”

Preguntó, mientras aseguró bien su cabello tras su hábito, el cual, durante la noche, ocultaba tras una gorra de dormir, ya que tenía mucho cabello y no le gustaba traerlo suelto, menos ahora que esos ojos violetas la observaban mientras dormía.

Y si ese demonio volvía a intentar sacarle lo que llevaba encima, iba a enterrarle su cruz en el pecho, y no sabía si eso sería útil o no, pero estaba dispuesta a todo a esta altura, lo intentaría sin dudar.

Al menos se desquitaría.

“Hoy tengo una reunión, así que hasta que no sea hora, estaré todo el tiempo a tu lado.”

Y que maldición era esa.

Soltó un bufido, abriendo la puerta, decidiendo salir, tenía tareas que hacer, y no podía descuidar sus responsabilidades solo porque tenía un ser demoniaco dando vueltas a su alrededor. Escuchó al demonio moverse, rápidamente girando, haciéndose pequeño, y no pasó mucho para sentir las pequeñas garras aferrándose a su hombro.

Al parecer sería otro día más en su vida.

Ojalá la reunión demoniaca, o lo que sea que fuese, terminase con el demonio lejos de ahí por un largo tiempo.

Aunque, considerando el lugar en el que estaban, en un templo bendito, el que estuviese ahí, ya debía aprovecharse, solo lo asumía, pero creía que era importante para los demonios el corromper un lugar sagrado como era ese, desde adentro.

Fue a la cocina a preparar las comidas del día, teniendo a un par de hermanas ahí ayudándola en la tarea. Aun había un ambiente extraño dentro de la iglesia desde la muerte de su hermana, hace tiempo que no fallecía nadie ahí, así que aún quedaban los atisbos de la pérdida.

“¿Cómo te has sentido, Svetlana?”

Una de las hermanas, mayor que ella, le daba la espalda, pero le habló de todas formas, atenta a su trabajo, así como ella misma. Al sentir ese ambiente tenso, supo de inmediato a que se refería, ya que ahí, ella era la más unida con la hermana que perdieron, vivían juntas, entró ahí por esta, así que era entendible de que la preocupación fuese mayor en su persona.

Pero no era así, lamentablemente.

La pérdida era una sensación desagradable que jamás se superaba, sin embargo, aún se sentía dividida al respecto, aun sentía que estuvo admirando a una mentirosa, a una persona falsa, que tenía una doble vida, y por lo mismo seguía sintiéndose traicionada. Creyó que era solo el rencor lo que la hacía pensar eso, pero no, estaba dolida, ya que era alguien importante en su vida, y saber que ocultaba sus pecados, que los barría bajo la alfombra, no dejaba de hacerla sentir un sabor amargo en la boca.

Le había dicho, desde joven, que debía mantenerse firme, fuerte ante el pecado, para no dejarse caer, para no sucumbir ante las fuerzas el mal, y permanecer siempre al lado del señor, pero al final sus palabras eran vacías, ya que era esta quien cayó, quien se dejó corromper, y ahora era ella la que pagaba las consecuencias, teniendo ahí al demonio que dejó entrar a ese lugar sagrado, así que vivía cada día con el recordatorio de eso, cada vez que el ser se le sujetaba, se le acercaba.

Dejó entrar el mal, y ahora ella debía cargar con ese peso.

Pero no podía decir nada de eso, no era lo correcto, no sería bien visto, ya que, para ojos ajenos, su hermana era una santa, y tal vez era mejor si seguían creyéndolo.

Dios, perdóname.

“Me estoy acostumbrando a que me haga falta.”

Habló, diciendo la verdad, pero evitando lo importante de la situación.

No podía hablar de eso con nadie, solo se pondría una cuerda en el cuello.

La hermana se giró, mirándola, sonriéndole, asintiendo.

“Eres realmente fuerte, que Dios siga protegiendo tu espíritu.”

“Amén.”

Respondió, agradeciendo sus palabras.

Tenía un carácter fuerte, tenía una mente fuerte, todo lo que le pasó la hicieron así, forjó su espíritu, y Dios le llenó los espacios que tuvo vacíos. Y esperaba seguir siéndolo, seguir siendo fuerte, o no podría seguir, y esa vida, Dios, era lo único que tenía, lo único que le permitía seguir, lo único que impedía que volviese a hundirse en el abismo, como le ocurrió hace, tal vez, unos treinta años atrás.

Aceptaba su fuerza, pero también tenía claro que tenía grandes debilidades, y era Dios lo que impedía que esas debilidades tomasen el control de su existencia, que sobrepasaran sus fortalezas. Si perdía lo que la motivó a seguir, lo que la hizo tener esperanzas, entonces estaría destinada al fracaso.

Estamos oprimidos, más no angustiados, en apuros, pero no desesperados, perseguidos, pero no desamparados, derribados, pero no destruidos.

Confiaba en que la luz de Dios la renovaría cada día, y no la haría flaquear.

“Serías incluso más fuerte si te pasas a mi bando.”

Escuchó al demonio murmurar en su oído, y a pesar de que quiso decir algo en respuesta, en tirar abajo sus palabras, se mantuvo en silencio, que, si bien nadie parecía oír al demonio, si la escucharían a ella enojándose con alguien inexistente, y no sabía que era mejor, que creyesen que hablaba sola, o que discutiese con alguien que no estaba ahí.

Pero no caería ante las provocaciones, jamás, ahí solo sería más débil.

Porque caería en la tentación, y esa era una muestra de debilidad.

La fortaleza que el Satán le daría era diferente a la fortaleza que Dios le daba, y se había sentido en paz durante los últimos años, imbatible, y dudaba que pudiese sentirse así estando en la cara opuesta de la moneda. Además, siendo honesta, era demasiado estricta, probablemente no pertenecería al infierno y sus vagos recursos.

Si todos los demonios eran como el que estaba en su hombro, se volvería loca.

Terminaron de cocinar y desayunar justo a tiempo, antes de que las campanadas sonasen, anunciando que empezaría la misa, así que ella, y las otras hermanas, comenzaron a caminar hacia la sala principal del templo, para observar el altar, y permanecer ahí, presentes, mientras el sacerdote empezaba la misa, con ellas ahí, apoyándolo en alma y en cuerpo.

Y se sentía extraño el llevar un polizonte en un momento tan sagrado como era la misa.

Las ultimas campanadas sonaron, mientras los creyentes del pueblo se acercaban, poco a poco llenando los asientos, las bancas, haciendo sentir repleto aquel lugar que era grande, imponente, estando vacío la mayor parte del tiempo, sobre todo durante la noche.

Tal vez era ella que los últimos días que tuvo fueron de insomnio, y caminó por ahí, tomándose un momento de rezar frente al altar, acompañada de la oscuridad, pero eso no permitió que la luz de dentro, la luz que Dios le daba, lograse hacerla sucumbir ante la noche. Así que veía más, últimamente, ese lugar vacío, y le daba gusto que no fuese así, al menos en ese momento.

Y esperaba que todos ahí dentro encontrasen la calma que ella halló en Dios.

Que todos estuviesen llenos por dentro.

“Al menos este profeta no se ha inventado nada.”

La voz volvió a resonar, la voz del mal, y se vio frunciendo el ceño, aunque esperaba que no se notase demasiado, pero eso sin duda le había molestado. Llamar profeta a un sacerdote, era sin duda un insulto, ya que estaba ahí, dándoles la palabra de Dios, no la propia. Había humildad en ese templo, una de las muchas cualidades que adoró.

Tal vez en otras partes del mundo no fuese así, pero en ese pueblo, en esa iglesia, así era.

Estaban conectados con Dios, no con palabras egoístas que meros humanos mortales crearon a su antojo, poniéndose la medalla de profeta, de enviado, de elegido. Todos eran iguales bajo los ojos de Dios, por lo mismo se sentía extraña al atacar verbalmente a ese ser, ya que, en algún momento, fue un ángel, fue un discípulo de Dios, un coro más de su reino, del paraíso, por lo mismo conocía la palabra de Dios de una mejor manera que meros humanos.

Aunque le dijese eso, el demonio ya estaba acomodándose para darse otra siesta, bostezando, sin importarle las palabras que ahí eran oídas, que le daban fe a las personas, que les daban una razón para vivir, para dejar de temer. Ahí se daba cuenta que no eran iguales, no era una más del rebaño, porque se había cambiado de camino, había pecado, y eso no podía perdonarse, no fácilmente.

Se vio apretando los dientes, sintiéndose molesta, una vez más.

Y no por el demonio aquel, si no por la mujer que aun rondaba en sus pensamientos, que seguiría ahí, dando vueltas, por quien sabe cuánto tiempo más. No podía olvidar a la gente que quiso, incluso a su corta edad, recordaba bien a sus padres antes de que fallecieran, y los recordaba con añoranza, con nostalgia, incluso luego de haber pasado tantos años.

La pérdida continuaba, sin importar cuanto pasase.

Pero había tranquilidad, porque creía que, incluso si hubiesen pecado, habían pagado en vida por sus pecados, y ahora debían estar en un lugar mejor.

Aun así, no podía decir lo mismo de su hermana, que había pecado, y había mantenido dichos pecados ocultos de todos, tanto así, que se encerró en su cuerpo físico para no ser castigada, para llevarse sus pecados más allá de la muerte. Y al menos, si fuese una pecadora, y estuviese pagando en el infierno, donde un demonio, como el que yacía en su hombro, torturaría su alma hasta que fuese purificada de una vez por todas, ahí aceptaría el pecado, pero no, huyó del castigo, y eso le parecía aún más infame que ser un mero pecador.

“Aún no me dirás que hizo mi hermana.”

Preguntó, mientras miraba hacia afuera, todos los presentes volviendo a sus hogares, devuelta a su vida normal, adentrándose a la calidez de sus hogares para huir del frio que azotaba el pueblo. No tenía intenciones, ni ganas, de volver al pueblo, de volver ahí afuera, al peligro detrás de los muros, y antes lo hacía más, cuando su hermana estaba viva, joven, presente, que se movía para ayudar a otros.

Y no paraba de pensar en eso, si los ayudaba de verdad, o si tenía intenciones ocultas tras sus actos.

¿Estaba pagando por sus pecados con sus buenas acciones?

¿O eran solo una tapadera para ocultar sus pecados?

Ya había hablado, porque estaba curiosa, necesitaba cerrar ese ciclo de una vez por todas, enterarse de la verdad, y al fin dejar ir a su hermana, dejar que su alma quedase encerrada en ese ataúd por la eternidad, sin posibilidad de moverse, de salir de ese mundo, y no sabía si eso era un castigo más o no.

Aun así, le aterraba saberlo, el descubrir la verdad…

“No creo que estés lista para saberlo, es mejor si continúas refugiándote en tu ignorancia.”

Esas palabras…

No creyó que un demonio diría algo así, que tendría la más mínima consideración con ella, con la humanidad. Al parecer sus emociones, si bien siempre estaban resguardadas, no lo suficiente, así que ese ser pudo notarlo, notar su vacilación, y el cariño que le tuvo a aquella mujer.

Tal vez si era lo mejor, el vivir en ignorancia.

Giró el rostro, buscando al demonio acomodado en su hombro, sentado, sus pezuñas moviéndose de un lado a otro, un ser sin duda inquieto. Los ojos violetas, si bien eran pequeños en esa forma, observaron al cielo, y vio real emoción, casi humana, en su expresión.

Así que miró también hacia arriba.

Y se dio cuenta que era lo que ocurría.

La nieve comenzó a caer, una vez más en esa semana, pero suave, diferente a una tormenta. Podía ver los pequeños cristales moviéndose por el viento, flotando como si se tratasen de plumas, meneándose grácilmente por el cielo, y le gustaba ver esa escena. A pesar de llevar ahí viviendo toda su vida, nunca se aburría de esa vista. Se sentía afortunada, teniendo un techo sobre su cabeza, mientras la nieve caía.

El estar viva y plena.

Esos últimos años habían sido buenos, el invierno cada vez más gélido, pero lo habían soportado, todos unidos, ayudándose los unos a los otros, y en días de tormenta, todo el pueblo se juntaba en la iglesia, acompañados y a salvo de las inclemencias del clima.

Ahí estarían siempre protegidos, bajo el techo divino.

Puros, bajo la mirada de Dios.

Pero no todos…

“Su alma jamás podrá ser purificada…”

Habló, más para sí misma que para el demonio a su lado.

Jamás habría castigo por sus actos.

Jamás lograría librarse de esa carga.

Permanecería siempre como una pecadora, sin quitarse el estigma de sus malos actos, de lo que sea que hizo durante su vida mortal, siempre presente en su alma sucia y corrupta.

“Tal vez no en esta era, pero quizás en la siguiente, a menos que descubra alguna manera de entrar dentro de su encierro a prueba de demonios, pero lo dudo, se necesita mucho trabajo duro, y que pereza.”

Al parecer la pereza era sin duda un pecado que ese demonio cargaba, cuando se trataba de otras cosas, tenía mucha energía, como cuando quería molestarla, pero cuando se trataba de cumplir con su trabajo, de hacer lo que vino a hacer a ese mundo, no se esmeraba lo suficiente.

No sabía realmente cómo funcionaba el infierno, y no creía que fuesen estrictos como lo era el cielo, así que dudaba que fuesen a darle el regaño que merecía, aun así, esperaba que así fuese.

Soltó un suspiro, su aliento haciéndose visible ante lo baja que estaba la temperatura.

Por ahora, solo tenía que seguir con sus propias obligaciones, y no dejar que la pereza del demonio lograse corromperla.

Se dio media vuelta, y entró en la iglesia, al calor de esta.

 

Chapter 114: Archaeologist -Parte 4-

Chapter Text

ARCHAEOLOGIST

-Curiosidad-

 

Al parecer, no fue un delirio, ni una alucinación.

O sea, si, aún podría serlo.

Se intentaba convencer de eso, y estaba segura de que, si no estuviese en medio del desierto, hubiese ido donde algún médico para que pudiese guiarla o medicarla, o lo que sea que fuese necesario hacer para acabar con sus imaginaciones extrañas. Por supuesto que no era el caso, había un médico en el equipo, pero era especialista en primeros auxilios, no tenía especialidad alguna en los problemas mentales que creía tener.

Alucinaciones visuales, auditivas, hasta las sentía, y eso sin duda la hacía ir en un espiral de preocupación.

Así que no tenía de otra, que callar y esperar a que su locura pasara.

Y curiosamente, no pasó.

Despertó al día siguiente con la mujer al lado, con sus ojos cerrados, con su postura tensa, rígida, sin mover ni un musculo, y a pesar de no escuchar latido, de no notar su respiración, si sabía que estaba viva cuando los ojos la miraron. Y luego, cuando terminó de hacer su trabajo durante el día, ahí estaba la mujer, en la misma exacta posición, sin haber tenido necesidad alguna, no comía, no evacuaba, no bebía, no respiraba, simplemente se mantenía así, viva, a pesar de todo. Lo único que podía escuchar de la mujer era su voz en el idioma que bien había estudiado y el sonido de sus huesos tronar ante el más mínimo movimiento.

Y pasó lo mismo al día siguiente, despertó con la mujer al lado, luego la vio cuando llegó a la tarde, y hablaron durante algunas horas, o más bien le enseñó algunas cosas del mundo moderno, y se fue a dormir, para empezar de nuevo esa rutina.

Obviamente intentaba verlo con lógica, el asumir su supuesta locura, si estaba sufriendo alucinaciones, si había obtenido una enfermedad mental ante la deshidratación, el estrés y el cansancio, lo que no creía posible del todo, pero tenía síntomas que se mantenían durante el tiempo. Y si, deseó que fuese eso, que un día despertase y la mujer no estuviese, que todo no hubiese sido nada más que una imaginación de su mente agotada, pero no, no fue así, la mujer siguió ahí, su alucinación estando frente a ella, palpable, y eso significaba que iba a tener que hacer algo al respecto.

No para deshacerse de esta, si no para salvarla.

Si, iba a salvarla.

Tenía que hacerlo.

Ya que las pruebas le hacían ver que no era locura propia, así que debía de hacerse responsable.

Terminó sus labores durante el día. Habían estado moviendo las cosas que hallaron a los camiones, asegurándolos. Ya habían sacado todo lo que necesitaban de la cripta, y de los túneles que hallaron, sacaron fotografías de todo, pero ya la excursión estaba llegando a su fin. A pesar de que era lamentable no encontrar una momia en el lugar, tampoco se habían ido con las manos vacías, lo que siempre era un punto a favor del conocimiento.

Lo que significaba, era que ya estaban listos para partir.

Le gustaba estar ahí en el desierto, la idea de descubrir más cosas la llenaba de emoción, pero su cuerpo ya pedía a gritos el tomarse un descanso, uno muy largo, y al menos en la ciudad, en su casa, tendría las comodidades suficientes para sentirse una persona de nuevo. Se sentía más ella una momia que la mujer con la que compartía tienda de campaña, su piel estaba toda reseca por el calor y toda quemada por el sol. Nunca tuvo la piel suave, nunca le importó cuidársela, pero ahora parecía un reptil, necesitaba urgente una crema hidratante.

No había usado una, probablemente tendría que pedirle consejos a su madre, y esta estaría feliz de ayudarla.

Era un viaje largo, y la idea no le agradaba para nada, y no solo eso, si no que tendría que hacer lo que pudiese para evitar que alguien descubriese a Nefertari. Si, parecía una persona, en eso estaban de acuerdo, pero era una mujer llamativa, tenía un rostro bonito y cuidado para alguien que estuvo encerrada por tres mil años en un sarcófago, tenía hasta mejor piel que ella, y no solo eso, si no que sus ojos también eran llamativos, no iba a pasar desapercibida, lo tenía claro.

Y el tema importante, es que Nefertari no podía comunicarse, si, entendía, pero no podía hablar su idioma, así que empezó por lo básico, sintiendo el pánico volverse presente, ya que siempre creyó que ese momento no llegaría, que no tendría que ocultar a Nefertari del resto de humanos porque esta simplemente desaparecería, y no habría problema.

Pero ahora, aunque intentase aun creer que no era real, temía que su falta de precaución terminase causando un desastre.

Viva o no, real o no, no quería que la mujer fuese capturada, que fuese usada, que fuese encerrada de nuevo y se convirtiese en nada más que un experimento de la humanidad, porque si ocurría, no iba a poder lidiar con la culpa. Tal vez estaba preocupándose demasiado por alguien a quien no conocía, una persona que, considerando su edad, debería de estar muerta hace muchos años, pero era una persona, y sí, siempre prefería el pasado al presente, las reliquias antes que a la humanidad que la rodeaba, pero ahora se trataba de una persona humana, viva, que contaba solo con ella, y además era la viva imagen, la personificación de una de las civilizaciones que más admiró.

Para ella, sobre todo, no era una persona normal.

No le gustaba decirlo en voz alta, y aprendió cuando adolescente que no estaba bien visto, pero no creía que todas las vidas valiesen lo mismo, había unas que eran más valiosas que otras, que ayudaban a la progresión de la humanidad como especie, así como la del mismo planeta, y otras que eran todo lo contrario, que hundían más a la raza humana, y condenaban el planeta.

Y, sabiendo lo valiosa que era una persona que vivió durante aquellos años, la culpa de perderla sería incluso mayor.

Si esa mujer era inmortal, las barbaridades que le harían eran impensables, inimaginables, y no iba a ser parte de eso. Entendía la curiosidad de las personas, los beneficios que traían los estudios, pero creía que Nefertari valía más viva, comunicando sus conocimientos, que siendo usada como un cuerpo para diseccionar.

Aunque gracias a ese sacrificio descubriesen la inmortalidad, creía que ese conocimiento sería mal usado, y gente que no debía vivir para siempre, lo haría.

Lamentablemente, por más que quiso retrasarlo, la hora de partir llegó.

Se vio soltando un bufido, sentándose en el suelo de su carpa ahora vacía, todas sus pertenencias ya guardadas en su maleta, solo era cosa de desarmar la tienda y estaría lista para partir. Era de los últimos en empacar, pero le aterraba hacerlo, porque si lo hacía, ya no tendría ningún lugar donde ocultar a Nefertari.

La miró de reojo, esta sentada en el piso de la tienda, sus manos moviéndose sobre una libreta que le dio para que anotase un par de cosas, la cual se la pidió a otra persona porque ella misma solía depender mucho de las tecnologías, de hecho, tenía muchas aplicaciones de notas en su tableta y su teléfono, prescindía completamente del lápiz.

La mujer lo intentó, claro, pero enseñarle el abecedario completo de un dialecto ya evolucionado le iba a tomar tiempo, así que solo podía darle la libreta y lápiz y esta parecía más cómoda, usando sus propias palabras, sus propias letras, y así poder arreglárselas.

Y cualquiera que mirase las hojas parecería que esta está estudiando más que escribiendo notas útiles para desenvolverse.

Pero, aunque esta pudiese decir palabras básicas, no podía dejarla sola, solo bastaba que alguien se pusiese a hablarle como cotorra para que la situación se descontrolase, así que no podía permitir que se escapase demasiado de su vista.

“Prometeme que permanecerás cerca de mi todo el tiempo.”

La mujer levantó la mirada, los ojos bicolores mirándola fijamente, y esta asintió, sin decir nada, su cuello resonando con el gesto por más simple que fuese.

Nefertari sabía en la posición en la que estaba, lo peligroso que sería si alguien se daba cuenta de su inhumanidad, las personas eran crueles, y ella sabía de primera mano lo que eran capaces con tal de tener respuestas, lo salvajes que se volvían ante lo diferente. Sin importar cuanto avanzáramos como sociedad, siempre caíamos en los mismos comportamientos primitivos.

Soltó un suspiro, intentando darse ánimo, y se levantó, ya era hora de acabar con eso, iban a desarmar la tienda e ir a sentarse al bus y a esperar que llegasen a la ciudad lo más pronto posible, lo cual ya le parecía complejo y difícil, pero incluso le dijo a la mujer que fuese al baño cuando estuviesen ahí adentro, solo para que notasen que iba, porque en todas esas horas de viaje, dos días prácticamente, alguien se daría cuenta que no era normal.

Todo era tan complicado, debía pensar en todo.

Ella misma sobre pensaba todo, y ahora era bueno, porque había meditado varias situaciones que podrían comprometerla, por supuesto que siempre existían nuevas variables, situaciones impredecibles, y le daba ansiedad solo asumirlo, pero debía ser fuerte, mantenerse alerta.

Dudaba poder dormir.

Tomó uno de los bolsos, para salir de la tienda, y notó como Nefertari la siguió de cerca, no parecía tener intención alguna de ayudarla en su trabajo, pero al parecer la vio demasiado nerviosa e intentó hacerle la tarea más fácil.

No funcionó.

A penas Nefertari tomó la manija de su bolso, e hizo el movimiento para levantarla, sus brazos se salieron de su lugar.

Estar horrorizada, era poco.

Se vio cayendo al suelo de la impresión, temblando como una hoja, y por suerte había alcanzado a taparse la boca así el grito que se le escapó no se escuchó por todo el campamento. Ya había visto como esta se había sacado el antebrazo, si, de acuerdo, la imagen jamás se iba a borrar de su cabeza, nunca, estaba completamente traumatizada, pero ahora fueron sus hombros los que cedieron, y la imagen nunca iba a cesar de sorprenderle.

Por supuesto que lo que más le sorprendía, aparte de ver los brazos lejos del torso, era ver la expresión de la mujer, o la carencia de expresión, como los ojos miraban sus brazos, estos cayendo tiesos al suelo, y esta no se sorprendía, ni nada, como si fuese algo que ocurría siempre, y quien sabe, no la estaba monitoreando cada segundo del día y quizás si era así, pero era sin duda impactante.

La mujer la miró, disculpándose, para luego agacharse para recuperar sus brazos.

¿¡COMO IBA A RECUPERAR SUS BRAZOS SI NO TENÍA COMO AGARRARLOS!?      

Estaba llorando, si, lo sabía.

Y se tuvo que levantar, temblando, las lágrimas empañando sus lentes, y fue ella quien tuvo que agarrar los brazos caídos, y agradecía infinitamente que esta no sangrase, seca por dentro, pero viva. Al menos perdía las partes de su cuerpo, pero las recuperaba y se acababa, si sangrase, todo sería mil veces peor.

No sabía si tenía miedo o asco o ambos.

Estaba tocando un brazo humano.

Cercenado.

Normalmente las momias que veía ya estaban resecas, si, le daba nervio, pero estaban muertas, no se iban a mover, pero quizás de ahora en adelante lo iba a dudar.

Intentó no mirar, pero debía mirar, así que se alegraba que su llanto nublase su vista lo suficiente para notar lo que hacía, pero para no verlo con definición.

Sujetó a Nefertari del hombro, y apuntó la punta del brazo en la unión, y ya no sabía si la sensación que estaba en su estómago era un aviso de que quería vomitar, que se iba a desmayar, o que se le estaba saliendo el alma del cuerpo, suponiendo que el alma existía.

También podía ser un paro cardiaco.

La cosa era simple, se sentía enferma y ya.

Quería tener aventuras en el desierto, pero claramente no estaba preparada para una aventura similar.

Escuchó un clac, el hueso encajando en su lugar, las partes del cuerpo volviendo a estar en su lugar, y sudó frio.

No quería volver a hacer eso.

Y agradecía que conocía bien cómo funcionaba el esqueleto que o si no le habría puesto mal el brazo y ahí tendría que volver a moverlo y no, no creía ser capaz de tanto.

Nefertari le agradeció por su trabajo, mientras sujetaba el brazo faltante, poniéndoselo en su lugar.

Antes de que esta pudiese volver a, intentar, agarrar el bolso, se lo arrebató, diciéndole que no tenía que hacer nada y ella se encargaría de todo, y Nefertari parecía agradecida con ella, por eso no parecía querer tratarla como una sirviente más con las que debió tratar en sus años como faraona, pero no le importaba, en ese segundo ser una sirviente más le evitaba el volver a ver una extremidad fuera del cuerpo, era el mal menor.

Salió de la tienda con sus cosas, y alentó a la mujer a salir, esta usando su ropa, la que la hacía pasar desapercibida entre toda la gente que iba dando vueltas, todos con los mismos colores tierra de sus uniformes, así que al menos no llamaba la atención respecto a eso. Al menos todos parecían ocupados, todos moviéndose de un lugar a otro terminando de cargar los camiones, así que mejor aún.

Se encargó de guardar la tienda, mientras veía como Nefertari miraba alrededor, su sombrero tapándole parte del rostro así que sus ojos no se notaban tan diferentes de lo que eran, en su mano estaba la libreta, y parecía anotar un par de cosas, y se alegraba que esta estuviese parada al lado de sus cosas, sin mover nada más que su cabeza, o más de alguien escucharía el resonar de su cuerpo.

Se apresuró, decidiendo que iba a ir en la parte trasera del bus, donde habría menos miradas, así que debía apurarse. Guardó todo, amarró la tienda en su bolso, y le hizo una seña a la mujer para que la siguiera, y esta al menos no era terca en ese sentido o su vida sería aún más complicada.

Dejó sus pertenencias en el bus y subió con sus cosas personales.

Iba a subir, pero se dio cuenta que la mujer ya no la seguía, esta mirando hacia el vehículo, mirándole las ruedas, mirando la estructura en sí, sin expresión, nunca con expresión, pero era evidente su curiosidad.

Sudó frio, a pesar del calor que ahí hacía.

Se devolvió, mirándola, intentando que su cuerpo tapase el ajeno de la vista de quienes ya estaban sobre el bus, listos para partir.

Nefertari iba a preguntarle algo, los ojos bicolores observándola a través del sombrero, pero la detuvo, hablando primero.

“Es una carreta moderna, te hablaré de eso luego, pero debemos subirnos ahora que hay menos gente.”

La mujer la observó, y finalmente asintió, siguiéndola.

Que difícil era todo eso.

Al menos la mujer era así, inexpresiva, para nada efusiva, estaría enloqueciendo si se tratase de una persona hiperventilada y con voz fuerte que le preguntase sobre todo lo que veía alrededor. Nefertari se guardaba las preguntas para sí misma, y si había tiempo preguntaba, anotaba cosas en la libreta para preguntarle después o cosas que iba a buscar por sí misma, pero no hacía un ademán que podía comprometerla.

Estaba muy feliz de que así fuese.

De no ser así, ya las habrían atrapado.

Se subió al bus, mirando de reojo hacia atrás para asegurarse que la mujer la siguiera, y era así. Nadie les dio mayor mirada, la mayoría ya acomodándose y empezando a dormir, aprovechando lo cómodo de los asientos en comparación con las tiendas y los colchones de aire. Se alegraba también de ella misma no ser realmente sociable, a veces empezaba a hablar de cosas que a nadie le interesaba, incluso en ese rubro. Rara vez encontraba a alguien tan efusivo en sus intereses como ella misma. Pero de no ser así, más de alguien le hubiese dicho que se sentaran juntos o el charlar un rato, y ahora mismo no quería, o no podía.

Quizás tampoco le hablaban porque estaba sudando frio y debía de verse nerviosa y claramente cansada.

Y enferma, enferma también.

Llegó a los asientos al final del bus, e instó a que la mujer se sentase a la ventana, a ella normalmente no le apasionaba el mirar hacia afuera, incluso se mareaba si lo hacía, prefería leer alguno que otro documento o libro, pero sabía que Nefertari sí que agradecería el mirar afuera y ver un poco más de lo que estaba a su alrededor.

Esta, apenas se sentó, tomó el lápiz y la libreta y comenzó a escribir, enlistando una vez más las cosas que aprendía, así como las cosas de las que sentía curiosidad, y ella iba a responderle aquellas preguntas llegado el momento.

Ya ahí sentada, soltó un suspiro, acomodándose.

Ahora se sentía aún más real.

Más de alguien había mirado a Nefertari, sí, pero nadie dijo nada, nadie se acercó, nadie vio nada que no debía ver. Era una mujer hermosa, lo era, iba a atraer miradas sobre todo con lo joven que se veía, pero era eso, nada más. Y aquello, le volvía a obligar a aceptar que sí, era real, no solo ella la veía.

Era real.

Totalmente real.

Cerró los ojos durante un momento, el corazón aun lo tenía acelerado con todo lo que había ocurrido, y sentía que había hecho todo tan rápido que ahora se sentía extraño el simplemente sentarse y esperar a que el bus partiese.

Agradecía que fueran todos adultos ahí, adultos responsables, no como si fuesen estudiantes en un viaje de curso, donde los profesores pasaban lista, uno por uno, para asegurarse que nadie se había quedado atrás, y notarían que había una persona extra en el grupo, y aquí no pasaría eso, todos sabiendo la hora en la que partirían y eran responsables por sí mismos.

El bus terminaría el viaje en el centro de investigación, llegando a puerto junto con los camiones, pero pasaría primero por algunas zonas, para acercarlos a sus hogares, y lo ansiaba porque se quería dar una larga ducha. En otra situación probablemente hubiese llegado al su trabajo para seguir trabajando, pero sin duda la experiencia la destruyó lo suficiente para pasar de sus hábitos usuales.

A todo esto, tendría que llevarse a Nefertari con ella, a su casa.

Su familia solía reiterarle lo malo que era el vivir sola, el no tener pareja con quien compartir espacio, que al final se iba a retraer demasiado de la sociedad viviendo así, y bueno, cuando era más joven les intentó seguir el juego, el encontrar pareja y esas cosas, pero la dejaban pronto por su personalidad, así como a veces se quedaba trabajando o leyendo y perdía por completo la noción del tiempo, recordó a un novio que tuvo en sus tiempos de escuela con quien estaba hablando por llamaba y se concentró tanto en la lectura que olvidó que estaba en llamada.

Él la dejó al día siguiente.

Luego ya se acostumbró a estar sola, y era mejor, así nadie la distraía de lo que le apasionaba, exigiéndole atención, tiempo, y cosas que ella misma no estaba dispuesta a tranzar de su vida.

Abrió los ojos y observó a la mujer a su lado, quien se había sacado el sombrero, dejándolo apoyando en su regazo, mientras los ojos bicolores se movían a través de la ventana, observando a las personas que iban dando vueltas, poco a poco guardando sus pertenencias en el maletero y entrando al bus. Esta parecía enfocada, sin siquiera pestañear, aunque dudaba que necesitase pestañear, y si se ponía en sus zapatos, era evidente la curiosidad que debía de tener en ese nuevo mundo, incluso en algo tan básico como la ropa, tan diferente a la de su época, incluso notaba como los dedos solían pasar por el material de la camisa o el del sombrero.

Si, su mundo era un mundo nuevo para Nefertari.

Así como el mundo de Nefertari para ella era un mundo nuevo.

No nuevo del todo, porque conocía cada ápice que los documentos y las reliquias le enseñaban. Esta vez no eran recuerdos, o teorías, era la información directamente de la boca de la misma reina. Eso si era lo realmente nuevo.

Quiso que eso no fuese más que una alucinación, pero ahora realmente quería que fuese verdad, real, y así aprender más, el descubrir cosas del pasado que solo una persona que vivió en aquella época podría contarle.

Si, estaba impaciente.

Iba a ser un largo viaje, y quería llegar pronto, no solo para volver a sentirse como una persona de nuevo, sino también para aprender más de esa mujer, así como enseñarle a esta. Sabía que era una retroalimentación en toda regla, y era una oportunidad que no podía desperdiciar.

Si, ya quería llegar a casa.

 

 

Chapter 115: White Cat -Parte 3-

Chapter Text

WHITE CAT

-Adicción-

La boca ajena devoró la suya.

Y respondió de la misma manera, con la misma euforia.

Se removió, su cuerpo temblando, las manos de aquella hembra tocándola, pasando por lugares que ni ella misma había tocado ni prestado el más mínimo interés en ese ámbito, así que le tomó por sorpresa, sonidos escapándosele, pero siendo ahogados por los besos que estaban compartiendo, duros, bruscos, no como solía verlos en películas, o cuando solía ver a parejas en los pasillos.

Era diferente.

Era algo apasionado, algo intenso, donde todo lo que había visto antes parecía nada más que un juego de niños.

Sintió los dedos de Rylee entrar con fuerza dentro de ella, y ahogó un grito, un gruñido en respuesta, este oyéndose, incluso ante la intensidad de sus besos. Los sentía grandes, y lo era, al final, era un perro, era un lobo, era más grande de lo que ella podía siquiera aspirar a ser, pero sentirla así, dentro, era una experiencia que le parecía fascinante. Imaginó que se sentiría así, pero no creyó que se sentiría bien, y ahora se recriminaba por no haberlo hecho antes.

Aunque nunca hubiese podido.

No, jamás hubiese podido estar en esa situación.

Solo el chantaje se lo permitió.

Enterró las uñas en la nuca de la hembra sobre ella, sin querer alejarse, sin querer que estuviesen separadas, quería sentir más, pero en su inexperiencia no sabía cómo comunicar tales deseos, así que se limitó a continuar, a seguir besándola, a evitar que pudiesen ser separadas ni por un momento, el calor del cuerpo ajeno, el sudor ajeno, el aroma ajeno, se mezclaba con el propio, y era algo que, una vez más, se arrepentía de no haber hecho antes.

Quería sentir eso más.

Y gruñó, moviendo su cadera, moviéndose en respuesta, en perfecta sincronía.

Aunque sabía que no podía.

No, no podía, no debía.

Podía alimentarse en ese instante de ese placer, de sus instintos más primitivos siendo saciados, pero no podía hacerlo de nuevo, recaer de nuevo, porque esa era una adicción, y sabía lo que aquello causaba en esa sociedad, y un paria como ella, no podía caer aún más bajo.

Debía seguir pretendiendo.

Esto era algo de una sola vez.

Pero por lo mismo se aferró aún más, incluso su cola se envolvió en el cuerpo ajeno, sin querer soltarla, así como sus brazos, así como sus piernas, su cuerpo temblando, disfrutando cada embestida, cada beso, cada toque, y no quería alejarse, no hasta estar satisfecha, porque iba a disfrutar eso al máximo, ya que no volvería a ocurrir.

Podía sentir el calor abrumándola, su cuerpo entero hirviendo, el placer haciendo que su mente estuviese tan eufórica como nublada, tan enérgica como relajada, Rylee lo estaba haciendo bien, con fuerza, con intensidad, pero cada tacto era suficiente para volverla loca, para hacerla temblar, para desear que eso no acabase nunca porque quería continuar.

Aun así, sabía que no podía continuar por siempre.

Los labios ajenos la abandonaron, permitiéndole que sus gemidos saliesen del todo, y sintió el rostro grande y cálido en su cuello, los colmillos pasando por su cuello, deseando morderla, deseando enterrarlos en su carne, y deseó, en respuesta, el que esta lo hiciese, el sentirla rompiendo su carne, así como la destruía ahí abajo, rompiéndola, porque eso era lo que los animales hacían, seguían sus instintos, y eso estaba haciendo.

Pero esta se controlaba, porque estuvo en esa posición, con varias hembras antes que ella, y tuvo que tragarse sus deseos, porque no estaba permitido, porque podía romper las reglas, pero no podía hacerlo del todo, cometer un acto tan destructivo como aquel con aquellos seres que lo que más temían es que un carnívoro probase de su sangre, de su carne.

Ella, era diferente, no era un herbívoro como las otras.

Así que dicha intensidad, dicha demostración de poder, de salvajismo, era igual al que ella misma quería demostrar.

Eran animales después de todo, no eran como el resto, pretendiendo ser algo más.

Así que, sintiendo el cuerpo entumeciéndose ante el placer, ante lo abrupto de aquel sentir tan ajeno, desbordándose, enterró las uñas en la espalda de la hembra, con fuerza, sin pretender, sin hacer de ese un juego de niños, de meros cachorros, porque no era así.

Ella era más que eso.

Soltó un grito, temblando, la hembra soltando un gruñido en respuesta ante el dolor que sentía al sentir su piel siendo desgarrada. Ahí, Rylee debía entenderlo, guiándose por su energía, ambas reaccionando de la misma forma, porque era algo innato, algo que solo seres como ellas entenderían, nadie más.

Y tenía confianza en esa conexión.

Rylee soltó otro gruñido, sujetándola como quería, moviéndola como quería, acomodándose tras ella, aun penetrándola, tocándola, sin detenerse, y a pesar de no ver su rostro, si sintió los dientes pasar por su espalda, así como escuchó los gruñidos frustrados saliendo de su boca.

Le sorprendía, porque pudo morderle el cuello.

Podía agarrar su tráquea con esa gran boca que tenía, la mandíbula aquella que podía destruirla, y cumplir con eso, sus más primitivos deseos, pero no lo hacía, porque se controlaba, si, le sorprendía, incluso a ella ni siquiera le fastidiaría que esta la destruyese solo para ser el animal que era, prefería eso a que se engañase a sí misma y controlase sus impulsos.

Pero lo agradeció esta vez.

Los colmillos se enterraron en su nuca, los sintió duros rompiendo su piel, entrando en su carne, y soltó un jadeo ante el sentimiento, agradeciéndolo, sonriendo ante la demostración, disfrutándolo a pesar de su propio sufrimiento.

Eso era real.

No dolía como lo que le solían hacer ahí afuera, sus pares, tratándola como paria, y en vez de enfadarse con ella y darle su merecido, deshacerse de ella si fuese necesario, solo hablaban tras su espalda.

Y vaya infelices.

Podía sentir ambas manos de Rylee moviéndose por su cuerpo, por su zona privada, estimulándola y embistiéndola, además de tener ahora los colmillos lacerando su piel, y eso fue suficiente para sentirse bien, demasiado bien, su cuerpo llegando al éxtasis, temblando, removiéndose, sintiendo algo que jamás había sentido, y como iba a recordarlo por el resto de su vida.

Se quedó inerte, jadeando, intentando recuperar el aliento, sintiéndose agotada, temblorosa, siendo abrumada por el placer tan intenso, así como el peso de sus emociones. Se quedó acostada ahí, en el sofá aquel, mirando hacia el resto de la sala aquella, el cuerpo de la hembra tras el suyo, donde no había piel suficiente tocándose con la otra, pero por ahora eso era suficiente.

No podía pedir más.

Esa sería una adicción más en la que no podía recaer.

Pero sí que había caído.

Realmente lo había hecho, había cometido tales actos usando el chantaje, para poder acostarse con una hembra. Se había dejado llevar, había mostrado su verdadera cara, había echado a la basura todos sus esfuerzos por ser quien debía ser en esa sociedad, y había escogido aquel camino.

Se avergonzaba de sí misma.

“Oh.”

Escuchó a Rylee tras ella, y fue aún más consciente de lo que había ocurrido.

Esta debió darse cuenta.

Incluso ella misma sentía el aroma a sangre en el ambiente.

Y no la sangre que provenía de su nuca.

Notó como esta se acomodó tras su espalda, sonriendo, luciendo más como un perro que como un lobo. Se veía tranquila, relajada, no como hace unos momentos, no era un animal salvaje en ese segundo, ni ella lo era, el peso de la situación haciéndola sentir avergonzada, porque podía pretender, pero su cuerpo no.

“Cuando me dijiste que querías hacerlo a cambio de borrar el video, jamás imaginé que sería tu primera vez, parecías bastante segura para que no fuese.”

Obviamente habló como si estuviese segura.

Estaba pretendiendo, eso hacía para sobrevivir.

Además, era un objetivo propio, un deseo animal, no iba a ser honesta en eso y decirle sobre lo inexperta que era y avergonzarse a sí misma, luciendo como un animal en celo, aunque tal vez si lo estaba.

“No digas nada, ya estoy lo suficientemente avergonzada…”

“No diré más.”

Esta soltó una risa, dejando de lado el tema, y lo apreció.

Al final si terminó avergonzada, a pesar de pretender que no.

Pudo ver la mano de la hembra, sus dedos húmedos, manchados de lubricación y sangre, y se sintió temblar al notarlo. Se quiso mover, solo para eliminar aquellos rastros, pero su cuerpo se sentía agotado, así que se mantuvo ahí, hecha un ovillo. Su propia cola terminó enrollándose en el brazo ajeno, así que, aunque esta quisiese moverse y limpiarse, no podría, pero esta no parecía molesta, por el contrario, la sintió acomodándose tras su espalda,

Sintió la lengua de la hembra pasando por su nuca, haciendo arder la herida abierta, limpiando los rastros de sangre.

No, de seguro la sangre no le molestaba, mucho menos los líquidos propios del cuerpo.

“Debiste habérmelo dicho, al menos habría sido más suave.”

¿Y que fuese condescendiente con ella, con su situación?

No.

No dolía, estaba bien, así que no importaba, prefería que esta sintiese satisfacción con su cuerpo de la forma que quisiese, sin controlarse. Si se sentía así de bien ahora, era por eso, porque Rylee la tocó de la forma que quiso, como quiso, y el solo pensarlo la hacía temblar de nuevo, los recuerdos sintiéndose a un nivel físico.

Probablemente, si esa hembra hubiese estado atenta, hubiese sabido desde un comienzo, solo por su olor, lo inexperta que era, pero no iba a juzgarla por eso, ya que había sido beneficioso para ella.

“Tampoco quería que fueses suave conmigo como debes serlo con las otras.”

Porque las cuidaba.

Porque las tocaba.

Porque evitaba dejar salir su peor lado.

Ella no era como aquellas otras hembras, era diferente, por lo mismo debía ser tratada diferente.

Aunque dudaba que otro carnívoro la hubiese tratado como Rylee la trató, que era tal y como quería, dejándola insatisfecha. Pero era evidente, la única forma de que alguien mostrase su verdadera cara en la cama era el asegurarse que era capaz de mostrarla frente al resto. Si rompes las reglas cuando te ven, ¿Qué más eres capaz de hacer cuando no hay nadie cerca?

La mera idea la hacía sentir emocionada.

Ojalá ella misma tuviese la valentía de hacer algo así.

Pero no lo era.

Si, eran similares.

Pero no al mismo tiempo.

Soltó un suspiro, y se acomodó, sentándose en el sofá, sintiendo su cuerpo aun algo adormecido, pero no era excusa suficiente, no podía quedarse ahí más tiempo, no podía dejar que su máscara perfecta terminase corrompiéndose ante aquella situación, la que podía terminar convirtiéndose en una adicción.

Adicta sería si se permitía a si misma el hundirse más en sus deseos.

Eso era suficiente.

Llevó su mano hacia una silla que ahí había, donde estaba parte de su ropa, con la intención de vestirse e irse de ahí, y antes de hacer mucho más, Rylee la detuvo, esta levantándose del sofá, corriendo hacia una esquina, al parecer buscando algo dentro de un gabinete. Cuando esta volvió, luego de haberse limpiado las manos, notó como traía un botiquín.

Ahora lo entendía.

Rylee se acomodó tras su espalda de nuevo, ahora abriendo el botiquín, limpiando ahora de manera correcta su herida, y no con su lengua, y se sintió algo decepcionada.

“Una pregunta, ¿Por qué lo hiciste conmigo en vez de hacerlo con alguien más? Digo, era tu primera vez, y escogiste hacerlo con una desconocida.”

Si, lo era, una total desconocida.

No una pareja como debió de haber sido, como era normal, o al menos un amigo en ese caso.

Pero ella no era normal, nunca fue normal, era un paria, y además una desviada.

La hembra comenzó a parchar su herida, la marca de los dientes que ansiaba ver, pero que por ahora sería un misterio. Ojalá hubiese dejado más marcas por su cuerpo, así como ella quería haber dejado más marcas en el cuerpo ajeno, y de hecho, ante el cabello de esta, no pudo ver las marcas que le dejó, y era, de nuevo, decepcionante.

“Creeme que, si lo hubiese querido, tampoco hubiese podido.”

Porque así era la situación, decepcionante.

La más débil de la manada, la que nació genéticamente mal formada, no era de sorprenderse que tuviese aquella vida miserable en la que debía pretender ser la mejor portada de la sociedad para poder seguir adelante.

Porque si caía, no había lugar en el mundo para ella.

“Mi especie me repudia por lo que soy, por como luzco, y aunque a los machos de otras especies le parezca atractiva, yo no siento atracción alguna por ellos. Las hembras, por las que, si siento atracción, me odian, ya que me robo la atención de los machos, entonces soy una competencia. No hay lugar para alguien como yo.”

No pertenecía en ese mundo.

Y al parecer, tampoco Rylee.

Se levantó, con su herida ya tapada, y comenzó a vestirse, notando como la hembra seguía en el sofá, con las piernas cruzadas, mirándola, luciendo triste, sus orejas caídas, su cola inerte. No era su intención dar lastima, así como esta no quiso darle lastima minutos atrás, pero así era la situación, lastimosa. Ambas lo sabían, ambas eran parias, podían entenderlo porque no pertenecían, así que sabían cómo se sentía.

Con la única hembra con la que podía acostarse, era con esta, porque era una rompe reglas, era un paria, era un animal a la luz del día, y, además, tenía la forma de chantajearla, perder esa oportunidad la haría sentir como una estúpida por el resto de su vida. Esa era su única oportunidad y debió tomarla, o se habría quedado virgen por el resto de su miserable y falsa vida.

Porque podía pretender, pero no lo suficiente para terminar en la cama con un macho con el que no sentía atracción alguna, no, eso sí que la haría sentirse miserable, y si iba a vivir así, prefería no vivir.

Aun así, debía seguir cumpliendo con aquellos estándares mínimos que la harían permanecer en esa sociedad, manteniendo el estatus quo, ya que estar ahí, no era nada más que una fantasía, ya que sentía, dentro de ella, que pertenecía al lado de esa hembra, pero tampoco podía tirar su vida al agujero con tal de satisfacer sus instintos.

Se sentía bien, si, pero no podía, no era lo suficientemente valiente para poner sus necesidades frente a sus responsabilidades.

Ya con su uniforme, se movió, buscando su teléfono, pasándoselo a la hibrida, quien lo tomó, levantando las orejas, tomándole el gesto por sorpresa, al parecer aun seguía metida en su cabeza, pensando.

“Me diste lo que quería, así que puedes deshacerte del video.”

Ese era el trato.

Rylee asintió, dudando, pero de todas formas movió sus dedos por su teléfono, buscando el último video en su galería, y lo eliminó por completo de su teléfono. A pesar de que fue hasta su salón para amenazarla, no parecía realmente tranquila al haberlo eliminado, tal vez porque ahora entendía que ella no planeaba mostrar aquello a nadie, nunca fue esa su intención.

No, no lo haría, por el contrario, lo vería para su propio placer.

Porque ella misma era un animal, y no expondría a alguien como ella, que lo único que hacía era sentir, era vivir, tal y como dictaba su genética.

Ese valor, esa rebelión, era algo que admiraba.

Al tener su teléfono de vuelta, se sintió, como ya varias veces, decepcionada sabiendo que no tendría aquella prueba, pero al menos quedaban los recuerdos en su cabeza de lo que ahí había ocurrido, y también vio un desplante similar, así que no estaba todo perdido, aun podía salir de ahí sintiéndose satisfecha.

Se arregló el cabello y la ropa, antes de decidir despedirse, la hembra en la misma posición que antes, sin mover un musculo.

“Supongo que este es un adiós, ya no hay razón alguna para que nos volvamos a ver.”

No más chantaje.

No más video.

Ninguna conexión entre ambas que las obligase a volver a encontrarse.

Rylee ladeó el rostro, su mirada confundida, mientras fruncía el ceño.

“¿No quieres volver a verme?”

Le tomó por sorpresa la pregunta, pero al mismo tiempo no debía sorprenderle, ya que ambas notaron como había algo entre ambas, tal vez mera coincidencia, siendo parecidas, y parias como ellas debían de mantenerse unidas. Si no pertenecían con el resto, entonces pertenecían con la otra.

Si, era simple.

Pero no al mismo tiempo, y ante eso, negó.

“No debo volver a verte. Admiro lo que haces, lo valiente que eres para crear tu propio camino, pero no soy como tú en ese aspecto. No pudo rebelarme contra el sistema, ni dejar de pretender ser lo que la sociedad quiere que sea. Esto fue algo de una sola vez, solo un capricho, y debe parar aquí mismo, ya que no puedo recaer y dañar mi reputación.”

Ante su genética, ante su condición, ya estaba abajo en la pirámide, pero si además se enteraban de lo intensos que eran sus instintos, su sed de sangre, de salvajismo, o peor aún, de su sexualidad desviada, caería demasiado bajo.

Y no podía permitirse algo así.

Aun no salía del instituto, aún tenía una larga vida por delante, para arruinarla tan pronto.

Le sorprendió cuando Rylee se levantó del sofá, su garganta soltando un gruñido ronco, el lobo mostrándose una vez más. El cuerpo se levantó erguido frente a ella, tan alta y grande en comparación a ella, y tuvo que mirar hacia arriba para toparse con los ojos enfurecidos de la hembra, su cuerpo sintiéndose extasiado con la mera imagen.

Por impulso quiso sacar su teléfono y volver a grabar, aunque esta vez la idea del chantaje no resultaría.

“¿Entonces qué vas a hacer? ¿Seguir pasándote a llevar a ti misma con tal de satisfacer al resto? ¿Dejar de lado tus necesidades porque otros lo dicen? Lo entendería si se tratase de ir al Mercado Negro, de cometer un acto ilegal como devorar herbívoros, pero estamos hablando de algo tan básico y necesario como esto.”

Pero era para procrear.

Y ellas no procrearían nunca.

El tener sexo no era en si una necesidad, el sentir placer de eso no era una necesidad, no era algo tan biológico como lo era al preservar la especie, pero ella sabía lo adictivo que era, solo bastó una vez para sentirlo, para corroborarlo. Ahí, en ese momento tan íntimo, podían ser animales, meros animales, y rara vez se podía sentir eso sin tener que sacrificar a alguien más en el proceso.

“Es jugar con fuego, y tú lo sabes. Cada vez que te acuestas con un herbívoro, tus instintos salen a flote, cada día que pasa estás más cerca de cometer aquel acto ilegal, cada día que pasa tienes ganas de más, porque nunca es suficiente, y lo sé yo incluso ante la inexperiencia. Si continuo así, luego no podré parar hasta tener más, hasta sentir satisfacción, ¿Y cuál es el límite?”

Ellas lo sabían.

Rylee se quedó callada, apretando los dientes, sabiendo que no podía decir nada más.

El limite era matar a alguien, comerse a alguien, y ellas podían ser carnívoras, pero ya se lastimaron, solo bastó una vez, y eso fue suficiente para hacerlas volver al pasado, para convertirse en los animales que eran, y luego eso no sería suficiente, querrían más, hasta que alguien acabase muerto.

Y Rylee que jugaba con fuego, lo sabía mejor que nadie, porque debía controlarse cada día, y era cosa de tiempo para que no pudiese resistirse ante la tentación. A ella le podía sacar sangre, probar su sangre, pero si hacía eso con las otras, eso acabaría en un homicidio.

Ese era el límite.

Y estar cerca del fruto prohibido, era suficiente para hacerla querer pecar.

“No puedo permitirme jugar con fuego como tú lo haces, si lo que soy, si lo que oculto, sale a la luz, entonces no podré seguir adelante, si llego a cometer un error semejante, si llego al límite, no habrá espacio para mí en este mundo. No tengo la valentía para ser un paria por el resto de mi vida.”

Rylee la observó, su postura cambiando, de nuevo volviendo a ser el perro en vez del lobo, bajando las orejas, mostrándose triste, frustrada, sabiendo que sus palabras eran la mera verdad. Admiraba a esa hembra, pero no podía ser como esta, no quería pasar el resto de su vida siendo marginada, siendo más marginada de lo que ya estaba.

Era suficiente.

Se dio la vuelta, tomó su bolso, y caminó hacia la puerta.

Ya ahí, se giró, notando como Rylee la observaba, dudando, como si quisiese decirle algo, tal vez buscar otro argumento para decirle, para liberarla de esas ataduras, pero no podría, sabía bien sus límites, sabía bien lo que era correcto, y no iba a dejarse convencer.

Esa desconocida no la conocía, pero incluso en su desconocimiento, podía saber impenetrable de su coraza.

“Adiós, Rylee el perro-lobo.”

Y salió por la puerta, para no volver.

Chapter 116: Teacher -Parte 5-

Chapter Text

TEACHER

-Felicidad-

 

Mientras arreglaba sus cosas personales, preparándose para salir del instituto, sentía como que no había cambiado nada en todo ese tiempo, que todo seguía igual.

Pero no.

Todo había cambiado.

A pesar de aun tener el estigma de la edad, del sexo, de su divorcio, se había obligado a si misma a continuar, a seguir adelante, ya había perdido mucho en su vida, ya no temía perder más, y si podía, en cambio, ganar mucho, no dudaría en tomar esa opción.

Tomó su bolso y comenzó a caminar por los pasillos, aun había alumnas dando vueltas, corriendo a sus clubes o terminando deberes. Por su parte, había terminado temprano, así que podía retirarse por la semana. Se sentía cansada luego de todos esos días de trabajo, sin embargo, se sentía animada, y eso la motivaba a avanzar por las calles a paso rápido. Estaba impaciente, no podía negarlo, aunque aún estuviese a tiempo.

No podía evitar el emocionarse.

Luego de haber hablado durante días, reafirmando lo ocurrido, la relación en la que poco a poco se iban adentrando, formalizando, no podía esperar para volver a ver a Nao. Les había tomado un tiempo el decidir qué hacer, cuando verse, y a pesar de que esta le insistiese de que necesitaban estar en algún lugar a solas, obviamente no dejó que cumpliese su intención de llevarla a un motel.

No, no iba a aceptar, nunca había ido a un lugar así, y no creía que fuese necesario.

Así que, en cambio, la invitó a su casa.

Nao dijo que quería besarla, y honestamente, quería lo mismo.

Y la mera idea la hizo enrojecer, pero era lo mejor, Nao vivía con su familia, con sus hermanas y sus padres, así que no podrían tener privacidad alguna ahí, ni podría hacer algo similar sabiendo que estaba su familia cerca, en cambio, ella, vivía sola. Se independizó pronto, sus padres ayudándola, así que obtuvo un buen lugar, y si bien tuvo que vender todo cuando se casó, guardó todo el dinero, así que pudo volver a invertir en un buen lugar donde vivir.

Lejos de su familia.

Lejos de todos.

Al principio huía, por supuesto que huía, pero ahora ya poco importaba, ya no era ella la que huía, si no que eran sus padres los que la evitaban a toda costa, al fin y al cabo, era la desgracia de su familia.

Sabía que tenía que contarle eso a Nao, el ser honesta, a pesar de que lo que se sabía de sí misma eran rumores, muchos eran falsos, y otros si eran ciertos, pero si iba a tener una relación con Nao, prefería que desde el primer minuto fuesen honestas con la otra. Y las inseguridades que tenía, el dolor con el que cargaba debía ser expuesto, antes de que le terminase persiguiendo, y no iba a dejar que el pasado viniese a destruir lo bueno que se avecinaba.

Llegó a la universidad más rápido de lo que creyó, estaba relativamente cerca del instituto, un lugar de bajo perfil, no el alto prestigio que esperó para Nao, a pesar de eso, según revisó, tampoco era un mal lugar. Estaba bajo en el ranking, pero habían salido buenos profesionales de ahí, así que no podía quejarse demasiado, para una ciudad pequeña como esa, estaba bien.

Lo demás era irse a la capital, pero ya sabía que a Nao eso no le importaba.

El lugar estaba tranquilo, estudiantes moviéndose por la entrada, saliendo, otros entrando, y se vio mirando la hora, sabiendo que le quedaban unos minutos aun para que Nao terminase sus clases del día, así que esperó ahí, afuera de los muros, mirando hacia adentro, esperando.

Al menos no había ojos curiosos, podía pasar desapercibida por algún profesor de la universidad, o un alumno de ultimo año, así que no la miraron de manera extraña al estar esperando ahí. Que los padres buscasen a sus hijos a la universidad era improbable, apenas y pasaba con los niños, aprendiendo desde pequeños como manejarse en la ciudad, así que, en esas situaciones, los que esperaban afuera eran amigos o parejas de los estudiantes.

Y era claro cuál era ella, y se sintió hervir.

“¡Nao!”

Escuchó a alguien gritar ese nombre en particular, y se vio prestando atención, aunque tenía claro que había más personas ahí que podían tener ese nombre, era relativamente común. Pero al final, si terminó tratándose de su Nao. La vio salir con un grupo de amigos, su postura despreocupada, esta vestida cómodamente como era usual, con su ropa más ancha, y ahora, que tenía el pelo más corto, podía decir que, si se veía un poco más masculina, sin embargo, si la volvían a confundir se iba a enojar.

Era otra estudiante quien salió corriendo del edificio, corriendo hacia Nao junto con otras dos chicas, haciendo que esta se detuviese, mirándolas. Estaba relativamente lejos, pero podía ver la escena sin problema, además, esa chica en particular, quien gritó el nombre, hablaba fuerte, así que también podía oír lo que decía.

La estaban invitando a salir, pudo oír.

Al parecer, tal y como en el instituto, Nao era sin duda popular, siempre atrayendo las miradas, y tenía claro que ahora también sería el caso, además, se había vuelto más alta, su rostro se había vuelto más maduro, ya no era la niña que corría por los pasillos, en cambio, podía llamarla mujer sin problema. Por lo mismo, consideraba que era más atractiva que antes.

¿En que estaba pensando? Por Dios…

A pesar de que Nao negó, cordialmente rechazando la invitación, ahora eran las tres chicas quienes no aceptaban un no por respuesta, por el contrario, siguieron insistiendo. Y Nao era una buena persona, como era popular, lo notó muchas veces como no quería quedar mal frente a las chicas que la admiraban. Ahora era diferente, porque estas eran mayores que Nao, así que la dejaba en una posición incluso más complicada.

Rechazar una invitación de alguien mayor podía ser tomado como un insulto, y era una de las cosas que le molestaba de esa sociedad, porque ella misma se vio siendo regañada cuando negó los deseos de su familia al intentar casarla, aunque al final terminó aceptando por la presión social, y fue su peor error.

Así que, en ese momento, se vio apunto de simplemente irse, de decirle a Nao que no importaba, que podían verse otro día, así no tendría que quedar mal frente a sus Senpais, pero, al mirarla, pudo notar como Nao estaba dudando, a pesar de ser la despreocupada de siempre, podía notar como su sonrisa era más forzada, como se reía para evitar decir nada. Nao era honesta, por lo mismo la había visto incomodarse cuando la verdad la iba a dejar mal.

Estaba en un aprieto.

Sin embargo, esta vez, tenía una excusa.

Así que no dudó en avanzar, en entrar al terreno de la universidad, adentrándose sin dudarlo, a pesar de sentirse nerviosa y avergonzada de lo que haría, porque tenía que ayudar a Nao, así que eso la mantuvo firme.

Así que, cuando estuvo cerca, habló.

“Nao.”

Su voz sonó un poco fuerte, tal vez incluso un poco malhumorada, y si, estaba enojada, al final, le molestaba que Nao fuese tan popular para tener a un séquito de personas a su lado insistiéndole en salir, en quitarle a ella sus preciados momentos juntas, así que eso ya era personal. Antes no podía hacer nada, simplemente mirar desde lejos mientras Nao era rodeada por otras estudiantes que claramente querían más que mera amistad, pero ahora podía hacer algo al respecto.

Nao le había ofrecido esa relación, y dijo que la tomaría.

Rápidamente, apenas escucharla, Nao se giró, buscándola con la mirada, y le sorprendió lo rápido que su rostro cambió. Estaba en un aprieto, sin poder negarse, pero ahora sonreía, de nuevo despreocupada, relajada, y le gustaba verla así, verla así a su lado. A pesar de su enojo, no pudo evitar sonreír al ver a Nao así, brillando frente a ella, cosa que siempre le causaba gusto, y ahora, era diferente, porque no eran una profesora y su apasionada estudiante, no, ahora eran una pareja.

Estaban en una relación.

Y jamás creyó que iba a estar feliz por algo así, algo que en su vida siempre fue nimio, y luego de tornó en algo desagradable que solo le trajo malos momentos.

Ya no era así.

“¡Lo siento, Senpai! ¡Ya tengo planes!”

Nao se giró un momento, levantando la mano, despidiéndose del resto de alumnos, y avanzó donde ella, tomando su mano, lo que le causó escalofríos, y la puso en su brazo, obligándola a que se aferrase a esta, y lo hizo, a pesar de sentir el corazón en la garganta. Nao parecía feliz en ese instante, mientras la guiaba hacia afuera, hacia las calles, sin prestarle mayor importancia a las chicas que las miraban a ambas, o a ella en particular, de una mala manera.

Había sentido las dagas en la nuca antes, varias veces, así que podía reconocerlo.

Tal vez le iban a preguntar luego quien era ella, que por qué la había venido a buscar, o algo semejante. Porque las demostraciones físicas eran algo muy íntimo en esa sociedad, y su mano en el brazo ajeno era sin duda algo que se podría llamar íntimo.

Era evidente que esas chicas eran más jóvenes, más bonitas, más agradables para pasar el rato, así que se sentía algo insegura en ese instante, al menos pudo relajarse al saber que Nao estaba con ella ahora, y no con esas chicas.

“¿Me esperaste mucho rato?”

Nao le preguntó luego de caminar un poco por las calles, y a pesar de que había llegado temprano por su prisa, por su impaciencia, negó. Apenas y pudo mirarla a la cara, notando lo sonriente que estaba, y si, Nao estaba ahí, con ella, así que eso era suficiente.

No creía ser mejor que esas chicas, y probablemente realísticamente no lo era, pero en ese segundo, Nao era de ella, de nadie más.

Se sintió hervir en ese instante.

Nao la había vuelto alguien posesiva.

“No realmente…”

Los ojos amatistas brillaban, y como adoraba esos ojos.

Realmente estaba enamorada.

“Espero no haberte dejado en una situación complicada con tus superiores.”

Habló, sintiéndose nerviosa y trató de mantener la compostura al sacar conversación, ya que siempre que se daba cuenta de lo que sentía, era imposible el quitarse la evidencia del rostro, y no quería que Nao lo notase, aunque probablemente era obvio a esta altura. Si no hablaba, no podría distraerse de la mirada que esa chica le daba.

“Nah, está bien, se han puesto cada día más insistentes.”

Las calles tranquilas, prácticamente nadie estaba pasando por ahí. Se detuvieron en uno de los semáforos, el tren a punto de pasar, las barras de seguridad bajando, y se giró, aprovechando ese momento para mirar a Nao, quien había soltado una risa incómoda, mientras se sujetaba de la nuca. No se veía como siempre, al parecer, lo que ocurría era reiterativo y empezaba a agotarle. Y de nuevo, Nao era consciente de su honestidad, y además era una persona considerada, así que evitaba decir cosas que pudiesen herir a alguien.

Nao tenía una habilidad innata para atraer a las mujeres, y ella no era excepción, y le sorprendía, porque años atrás, para ella, esas demostraciones entre el mismo sexo no eran nada más que amistad, pero ahora aprendió que no era así, con Nao era más que eso, conoció un nuevo mundo, y notó que, en ese tema, esta era adorada, era la pareja que varias chicas querían.

Y ni siquiera era algo de la escuela secundaria, algo pasajero, al parecer continuaba en la universidad, los tiempos habían cambiado.

Y como le enojaba que así fuese.

Tenía muchas rivales.

Porque había más mujeres, mejores mujeres, más jóvenes, más bonitas, que Nao tenía a su total disposición, y era irritante el pensarlo.

De manera inconsciente, se movió, tomando a Nao de la barbilla, y una vez más, notó como su expresión cambió del todo ante el tacto, y tal vez se estaba propasando, pero al verla así, tan tranquila, sonriendo, sus ojos brillando, no pudo evitar continuar. Sus actos, si bien eran de cierta forma malintencionados, eran bien recibidos, y Nao siempre aceptaba todo de ella, incluso sus regaños, a pesar de haber cambiado físicamente con los años, seguía siendo la misma.

La iba a seguir regañando, de eso estaba segura.

Pero a esta altura era parte de su relación.

“Te has vuelto popular también en la universidad, pero no te olvides de que yo soy tu novia, Nao.”

Confiaba en Nao, por supuesto, pero debía reiterarlo.

Seguía siendo joven, aun podía cometer errores, así que debía tenerla bien educada.

Para su sorpresa, ya que tal vez otra persona se habría enojado con su posesividad, Nao sonrió, su sonrisa amplia, sus ojos amatista brillando aún más que antes, incluso notó como su rostro tomó color, y se vio fascinada mirándola. Nao había estado con otras chicas, se lo dijo, le desveló esa información para que tuviese en cuenta que a pesar de buscar a alguien más, siempre terminaba pensando en ella, y no podía dejar de sentirse feliz por eso, no, feliz no, eufórica.

Para Nao ella era especial, y eso era lo que veía en sus ojos.

A pesar de eso, esta quiso decirlo, reiterarlo.

“Eres la única en mi corazón, Sensei.”

Por supuesto.

Esa era su Nao, la Nao de siempre, y no pudo contener la sonrisa al pensarlo. No, no había cambiado nada en esos años, aun seguía diciendo cosas así, que siempre la hacían enrojecer, porque lo decía en serio, siempre honesta, tanto así que muchas veces se veía en posiciones complicadas por lo mismo.

Pero lo adoraba.

Soltó a Nao de la mandíbula, solamente para pasar la mano por su mejilla, y se sentía una tonta haciendo un movimiento así, pero debía aprovechar que sus emociones estaban desbocadas, o tal vez estaría muy avergonzada para hacer avance alguno. Al menos no había más personas por ahí, o no las veía, no parecía ni importarle.

Ya lo dijo, debía poner de su parte en esa relación, en contribuir como Nao lo hacía.

Y Nao se veía feliz, y si su acción provocaba eso, lo haría más.

“Ya te dije que no soy más tu Sensei.”

A pesar del que ya habían tenido esa discusión, Nao parecía sorprendida, y la vio pensándoselo un momento, antes de volver a sonreírle.

“Entonces, eres la única para mí, Fuyuko-chan.”

Se quedó de piedra, el apodo sonando tan íntimo, tan cariñoso, sorprendiéndole. El tren justo pasó frente a ellas, y agradecía el viento que este provocó que logró calmar un poco el rojo de su rostro, aun así, no fue suficiente, tuvo que soltar a Nao, solamente para ocultar su propio rostro. Estaba ardiendo.

Se vio jadeando mientras se levantaban las barras de seguridad, y de inmediato comenzó a caminar, Nao siguiéndola, prácticamente corriendo detrás de ella, y a pesar de estar relativamente lejos, podía escucharla reír, despreocupada una vez más, siendo plenamente consciente de lo que sus palabras provocaban en ella.

Era evidente antes, mucho más ahora que sus sentimientos también estaban en la palestra.

Nao corrió para alcanzarla, para tomar una de sus manos, y seguir caminando, ignorando lo ocurrido y simplemente aferrándose a ella.

Aun no se acostumbraba al tacto, ni creía que se acostumbraría, pero no podía evitar necesitarlo, lo anhelaba, y agradecía que Nao no se contuviese como ella lo hacía, donde tenía que esmerarse, o estar muy perdida en sí misma, para iniciar contacto alguno. Por el contrario, Nao simplemente la agarraba, la abrazaba, la sujetaba, sin siquiera meditarlo, solo lo hacía como si fuese un instinto más, una segunda naturaleza.

Y le encantaba que así fuese.

Pero la avergonzaba, no podía negarlo.

Aun así, era feliz así.

 

Chapter 117: Lust -Parte 8-

Chapter Text

LUST

-Obediencia-

 

Esa era otra arista más de su trabajo.

Ir a ese departamento.

Sabía que Vladimir le iba a insistir, que iba a pedirle que fuese unos días de la semana a esa casa, a ver si Crimson seguía bien, si estaba viva aún, si no había hecho otro gran desastre ahí dentro que terminaría con su vida. Obviamente nadie más podía hacer ese trabajo, la bestia roja atacando a quien sea que entrase en ese chiquero.

Atacaba a todos menos a ella.

Esta ya parecía hasta reconocer los movimientos que hacía cuando giraba la llave, o tal vez oía con claridad el sonido de sus botas de tacón, pero ya no la atacaba como la primera vez, haciéndolo por impulso, no, esta no hacía movimiento alguno, sabiendo que era ella, así que ni siquiera osaba acercarse a la puerta y tomarla desprevenida.

La primera vez que tuvo que ir, el lugar habiendo sido arreglado previamente, ya estaba de nuevo revuelto. Nada roto del todo, pero si desordenado, sucio, ropa tirada por todos lados, así como migajas de comida en el suelo y en las superficies. Crimson estaba sentada en el suelo, mirándola, curiosa de su visita imprevista, y si bien esta no tomaba sus acciones poco cuidadosas como algo malo, conociendo solo eso en su vida, a penas la miró, se miró sus propias manos.

A ella no le gustaba la suciedad, y Crimson lo sabía, pero en vez de ser más un ser humano y comenzar a bañarse y a limpiar, simplemente la miraba expectante, como esperando un regaño, sabiendo que ya no había cambiado, ni tampoco esperaba que esta cambiase tampoco.

Nunca le gustaron los niños, tal vez siendo influenciada por su propio pasado, así que eso de ser madre jamás se le pasó por la cabeza, incluso teniendo tantos hombres mirándola deseosos desde bajo del escenario. Simplemente nunca fue una opción para ella.

Y ahora, en esa posición, era lo más cerca de un niño de lo que estaría en su vida.

Le había traído comida y algunos artículos de limpieza a la mujer, una bolsa que Vladimir le entregó, pero no podía darle nada de eso al estar así de sucia, así que sin hacer escándalo, simplemente apuntó el baño y Crimson notó su orden, y fue para allá, sabiendo lo que le esperaba.

Era una niñera, y también una peluquera de perros.

Vladimir le pagaba bien, si, no tenía problema con eso, y a esta altura, empezaba a acostumbrarse a la mujer, a la bestia, ya no le temía como en un principio, sabiendo exactamente que botones presionar, y obviamente estaba usando esas visitas a su favor.

La segunda y la tercera visita pasaron de manera similar, fue a dejarle comida, y esta de nuevo estaba echa un desastre. Permanecía ahí dentro, en su calabozo, aceptando que no tuviese libertad alguna, porque Vladimir no la iba a liberar a menos que aceptase trabajar para él, así que estaba dispuesto a seguir pagando por mantener a esa mujer viva.

Afrontó la situación de manera diferente, antes de mandar a Crimson a la ducha, la obligó a limpiar. La hizo recoger la basura y los empaques de las comidas que se había comido, así como los envases vacíos que estaba en el refrigerador. La hizo ir a la zona de la lavandería, y lavar su ropa sucia, le enseñó que botones debía apretar, y esta, siendo obediente, le hizo caso, esperaba al menos que esa información se quedase en su diminuta cabeza al menos por algunos días. Luego ya la hizo meterse a la ducha, le mostró los envases, y le dijo para que servía cada cosa, y Crimson asintió, usando toda su capacidad mental para recordar lo que le decía.

¿Lo iba a recordar del todo? ¿Iba a hacer todo eso por si misma? Tal vez estaba sobrestimándola.

Pero al menos no tendría que limpiar ella, que ya veía que Vladimir también se lo pedía, siendo imposible el traer a alguien de la limpieza ahí, o probablemente Crimson le haría daño.

Le gustaba tener todo limpio, sí, pero su departamento era pequeño, y tampoco tenía tanta energía para limpiar de punta a punta su casa y además una ajena, así que al menos, dándole instrucciones a Crimson, no tenía que perder ella el tiempo y agotarse en vano.

Y ahora, volvía ahí.

Como siempre llevaba una bolsa con comida preparada y congelada, frutas, galletas y cosas similares, antes trajo comida para cocinar, pero le dijo a su jefe que era un gran error, ella misma apenas cocinaba, mucho menos iba a cocinar aquel animal, incluso esta se comió unas pastas secas como si fuese un aperitivo. Era imposible hacer que esta tuviese la higiene adecuada diaria o limpiase su alrededor regularmente, mucho menos iba a cocinar.

Cuando entró al departamento, Crimson la miraba desde el suelo, en el lugar que tomó como propio, sin sentarse en los sillones, e incluso creía que esta ni siquiera usaba la cama, pero era otra de las cosas que era imposible hacer que esta hiciese. Era un animal, y vivía como uno.

Se preguntaba si cuando era una niña, no le permitían sentarse en los sillones.

O no le tenían un cuarto privado.

O no le daban comida en platos con cubiertos.

O no la dejaban ver la luz del sol.

Cuando pensaba en eso, se sentía algo culpable de seguir adiestrando a esa mujer que claramente había sido adiestrada al vivir en un entorno poco saludable.

Y sentir culpa era tan extraño en ella…

Estaba cambiando, de eso no tenía duda.

Y al parecer, también esa mujer.

No vio tan desastroso como las últimas veces, no había paquetes vacíos o migajas en el suelo, al menos no en la sala de estar, tampoco veía que los muebles hubiesen sido sacados de su lugar, ni nada roto. Inspeccionó la cocina, el refrigerador estaba cerrado, pero no veía el caos usual en la zona, aunque si había papeles que se habían caído del basurero, o que Crimson no metió del todo, pero al menos la basura estaba concentrada en un solo lugar y no parecía rodear a la mujer.

Eso era algo bueno, sobre todo para ella que el solo mirar ese desastre hacia que se le retorciera el estómago.

Crimson notó su mirada, y se levantó del suelo. Esta no estaba tan limpia como la dejó, pero tampoco tan sucia, obviamente notaba que se había dado un baño, incluso se había cambiado de ropa, pero no era un trabajo prolijo. De nuevo, era más de lo que esperaba. Esta se le acercó, tomando su mano, tirando de ella, y por suerte alcanzó a dejar la bolsa en la cocina antes de que esta la comenzara a arrastrar.

Le iba a decir algo, pero la expresión seria, junto con el ceño fruncido, era una expresión que no había visto en todos esos días, de hecho, el mismo acto la tomó por sorpresa. Pero no era una expresión para temer, no notaba agresividad.

Esta la jaló hasta la habitación, hasta que estuvieron adentro, y ahí apuntó a la cama.

La cama estaba hecha.

De nuevo, no era un trabajo prolijo, pero lo había intentado.

Era un animal obediente después de todo.

“Este es un gran avance, vas por buen camino.”

Crimson la miró, aun con su ceño fruncido, y volvió a mirar la cama, concentrada, probablemente esperando el haberlo hecho mejor, o el viendo en que falló, resoplando en el proceso. Ya iba a tener una oportunidad de hacerlo mejor.

Se vio sonriendo, claramente le estaba agarrando el gusto a todas esas interacciones.

Era agradable el tener a alguien quien la oía y le hacía caso en todo.

Aprovechó de mirar a la mujer, notando su cabello descuidado, si bien había sido lavado hace poco tiempo, pudo notar las fallas en su trabajo.

“En lo demás también vas por bien camino, pero aun te falta.”

Se vio llevando una mano hacia los cabellos rojizos, sujetando un mechón entre sus dedos, y si, creía que esta había fallado en uno de los pasos para lavarse el cabello. No, no era algo difícil, pero para esa mujer con un cerebro diminuto, era de esperarse que fallase. Aun así, estaba mejor que cuando la vio por primera vez, donde era claro que la lluvia era su única ducha, y las heridas eran su pan de cada día.

Crimson la volvió a mirar, y esta tomó un gran mechón de cabello en su mano, observándolo, luciendo molesta con sus errores.

Se enojaba por todo, no le sorprendía que su mayor ira fuese consigo misma.

Ahora que lo pensaba, eso tenía sentido, ya que Crimson era alguien que vagaba por las calles, como un perro callejero, y cualquiera diría que estaba más sucia ahí dentro que allá fuera, pero sabiendo que vivían en una zona lluviosa, eso permitía que el agua se llevase la mugre y la sangre de su cuerpo y su ropa. Y si ensuciaba algo, se iba a otro lugar y ya, no tenía que lidiar con su propia suciedad concentrada en un solo lugar.

Para alguien que vivía así, el tener que cuidar de sí misma, debía ser complicado.

Era interesante, a pesar de lo desagradable que era.

“Creí que lo había hecho bien, esto es más difícil de lo que parece.”

Crimson habló en voz baja, sonando como un gruñido.

Y de nuevo se vio sonriendo.

Alguien parecía estar haciendo un gran esfuerzo para tener su aprobación. Realmente era tal y como Vladimir decía, como la bestia roja era diferente con ella, la veía con ojos diferentes, y aun no sabía la razón de eso, si es que había razón. Su aroma, según esta, era similar al de su jefe, olían a la misma escoria, pero lo atacaba a él, pero no a ella, lo otro que pensó, era la violencia, que ambas usaban la violencia contra los demás, en eso eran parecidas, pero no creía que fuese razón suficiente para tenerle esa estima a alguien.

¿Acaso se parecía a alguien de su pasado? ¿Le recordaba a algo bueno? Creía que pudiese ser algo así, considerando que tenía que ver a Crimson como lo que era, un animal, y recordar a quien te hace el bien, así como quien te hace el mal, es un instinto muy básico. Por ahora, esa era la teoría que más sentido le hacía.

Aunque dudaba, sabiendo lo que sabía de sus padres, que se pareciese a alguno de ellos.

“Puedes hacerlo mejor.”

Habló, dándole un ápice de apoyo a Crimson, tomando en cuenta sus esfuerzos, y esta asintió, apretando los labios, mientras soltaba su mechón de cabello. Esta se dio la vuelta, caminando hacia afuera de la habitación y fue hacia el baño, sin siquiera cerrar la puerta, así que la siguió. Esta abrió la llave del agua, llenando la tina, mientras tomaba los productos en sus manos, mirándolos, pero sin leerlos, porque claramente no entendería lo que ahí decía.

Tal vez, si esta supiese leer, no le sería tan complicado todo lo más básico, pero solo un profesional podría enseñarle correctamente, no se iba a meter en un tema que desconocía.

Crimson se sacó la ropa, decidida a entrar a la tina y hacer mejor el trabajo, y notó, desde su posición en el marco de la puerta, como el cuerpo antes delgado y desnutrido de Crimson parecía recuperar un poco de carne. Esta se alimentaba mal, pero ahora, tenía siempre comida a su disposición, comida de todo tipo, así que ya no pasaba hambre, y tampoco se metía en peleas, así que se veía más saludable que antes, sin heridas.

Si tuviese mejores hábitos se vería aún mejor, pero eso era pedir demasiado.

Tendría que vigilarla a todas horas para lograr aquello, y era demasiado esfuerzo para ella, no le pagaban suficiente.

Se quedó ahí, apoyada en el marco de la puerta, inmóvil, como una acosadora, mirando desde la distancia como Crimson se metía al agua, como mojaba su pelo largo, como se aplicaba los productos, como hacía una rutina ahí dentro, incluso la vio tomando el jabón, así que si, era un gran paso.

Y sin darse cuenta, sin ser realmente consciente, se sintió hervir.

Obviamente el tener ese poder, esa influencia en alguien como Crimson, en una creatura salvaje, impredecible, fuerte, indestructible, era algo que la hacía hervir, pero no creyó que incluso verla así también activaría algo dentro de ella. Podía comportarse como un cavernícola, pero al final, seguía siendo una mujer que sin duda la atraía a pesar de la situación retorcida en la que estaban.

Después de todo, estaba ahí, humillando a la bestia, y le recordaba lo mucho que eso le solía gustar, el tener a las personas en la palma de su mano, haciendo todo lo que ella quería, lo que ella deseaba.

Y someter a alguien así.

Apretó las manos, haciéndolas puños, recordando cuando la tuvo sujeta del cuello, como sus dedos se enterraron en la piel, en la carne, los latidos golpeando a través de sus palmas.

“Creo que me dijiste que era así, ¿No? ¿Lo estoy haciendo bien?”

“Si…”

Contestó más rápido de lo usual, su propia voz sonando rasposa, y si bien Crimson no parecía interesada en esa situación más allá de su propio deseo de hacer lo que ella le enseñó, o avergonzada de mostrarse así de vulnerable frente a ella, cuando los ojos rojos la miraron, noto cierta sorpresa en estos.

Podía ser una tonta, pero como un animal, era perceptiva, y pudo notar el calor en ella, y su voz, saliendo así, no ayudó a ocultar la verdad.

Era buena ocultando esas cosas de sí misma, debía hacerlo, se lo repetía cada día, porque si su verdadera personalidad salía a flote, podía volver a cometer un pecado, y no quería arriesgar el perder su libertad, el tener que huir de nuevo, el tener que buscar un nuevo lugar en el cual vivir.

Era demasiado tedioso, era demasiado arriesgado.

Pero Crimson conocía ese lado de ella, lo vio en primera persona, tanto así que aún tenía grabada en su memoria, en su propia piel, y la imagen volvió, el sentir volvió, el cuello de esa mujer en sus manos, firme, palpitante, y por lo mismo era difícil pretender, al final, ambas eran pecadoras. Crimson veía quien era ella, podía ver lo que ocultaba, sabía la clase de persona horrible y cruel que era, y ahí estaba, como un perro obedeciendo cada uno de sus comandos.

¿Cómo eso no iba a encenderla?

Cuando le llevaban la contraria, cuando peleaban, sus impulsos se volvían terribles, donde usaba todo a su mano para hacer que esas personas quedasen en el suelo, sin fuerzas, sin ser capaces de pelear, pero ahora, cuando le hacían caso sin dudarlo, sin vacilar, se sentía diferente.

Se sentía bien.

El rostro ajeno se tornó rojo, la mujer desviando la mirada, mirándose a sí misma, teniendo consciencia de la situación, de su estado, y le recordó cuando esta reaccionó ante su baile, y la idea hizo que su propio cuerpo se calentase aún más.

Y no creía que se sentiría así ante alguien como Crimson, que simbolizaba todo lo que a ella le disgustaba, pero ahí estaba, sintiendo, y tenía un gran impulso en el cuerpo, unas ganas de moverse, de hacer lo que hacía mejor.

Y ya había hecho locuras al sentir algo similar, no iba a ser la primera vez.

Tal vez se iba a aprovechar.

Pero no tenía miedo de hacerlo.

No tenía miedo alguno.

“Sal de ahí, y ven a la sala.”

Se movió, se dio la media vuelta, sintiendo el rostro hervir, mientras escuchó a Crimson removiéndose dentro del agua, saliendo, obediente, apresurada, conociendo su pésimo humor, y sin duda ambas tenían un pésimo humor.

Caminó hasta la sala, y tomó una de las sillas, dejándola en posición.

¿Eso iba a calmarla?

Esperaba que sí, o la locura escalaría.

¿La bestia estaría calmada o enloquecería? ¿Acataría o mordería?

Esperaba que esta se comportase, o tendría que ponerse firme, y la locura de nuevo escalaría, y si bien creía poder enloquecer ahí, con esa creatura, seguía siendo la prisionera de Vladimir, no podía destruir lo que le pertenecía a aquel hombre, si cometía aquel error, perdería todo lo que había ganado hasta ahora.

Ella era quien debía comportarse.

Escuchó los pasos descalzos de Crimson en el suelo, y se giró, mirándola, esta con la toalla en la cabeza, secándose el cabello, una mueca de confusión en su rostro, mientras se acercaba, sus manos terminando de acomodar su camiseta, y si, esta estaba de nuevo vestida, la tela adquiriendo un tono oscuro al ponerse sobre piel mojada, y prefería que esta se hubiese quedado sin nada, pero debió ser más directa con sus instrucciones.

Pero podría arreglarlo.

Apuntó a la silla, Crimson entendiendo de inmediato, sentándose ahí, no sin antes dejar caer la toalla al piso, sin perder tiempo, haciendo caso a su orden sin dudar.

Recordó cuando la conoció, estando así, en la misma postura, pero amarrada a la silla, y deseó el tener cuerdas para hacer lo mismo, para mantener a esa bestia, a ese animal, completamente vulnerable, pero ya sabía que su mera existencia era suficiente para mantener a la creatura bajo control, al menos por ahora se abstendría de aquel placer. Esa vez esta estaba herida, cansada, agotada, furiosa, así como resignada, y la mujer que veía ahora se veía saludable, repuesta, enérgica, y a pesar de que su rostro aun tuviese esa furia, su expresión siempre enojada, siempre frunciendo el ceño, la veía en calma, lo más calmada que un ser así podía estar.

La adiestró para ser así con ella, haciéndola mantener su lugar.

Si, sus visitas si habían ayudado a la causa.

Iba a conseguir que Vladimir obtuviese lo que quería, iba a ganarse un bono por lograrlo, y luego tendría a esa mujer en su trabajo, a su merced, y así ella misma obtendría lo que quería. Podría bailar en paz, teniendo un animal que cuidaría el lugar, que mantendría todo en orden, que la protegería, porque Crimson haría todo lo que ella le pidiese.

Vladimir podría ser su jefe, pero en esa situación, ella era primordial, ella mandaba, y la idea no dejaba de hacerla sentir emocionada.

Quería más de ese sentir.

Y ahí, comenzó a bailar.

 

Chapter 118: Nun -Parte 5-

Chapter Text

NUN

-Deber-

 

“Probablemente la reunión tome días, así que te voy a extrañar.”

El demonio habló, su voz sonando un poco más humana y chillona de lo normal, combinando con su rostro lleno de tristeza, fingida, probablemente. Parecía estar haciendo un berrinche, mientras se daba vueltas por la habitación, un portal abriéndose en medio de su habitación.

No parecía querer entrar, alejarse.

¿Qué esperaba siquiera de ella?

Sea lo que quisiese, no se lo daría.

Por su parte, ya estaba acostada, esperado a que el demonio se fuese para poder tener, finalmente, una noche tranquila, que sin duda la presencia demoniaca era lo que más le provocaba insomnio. Si creía que así, llorando como un niño pequeño, iba a hacerla caer en la tentación, claramente no le había puesto la más mínima atención durante el tiempo que llevaba ahí, su fuerza de voluntad era inquebrantable.

Solo Dios la podría hacer doblegar.

El demonio se lanzó en picada al suelo, arrodillándose al lado de su cama, aun haciendo un berrinche. Su cuerpo ahora estaba en su altura normal, en su figura más humana, fuerte, y sentía que se había acostumbrado a verla en pequeño, siendo una creatura que no medía más de diez centímetros.

A pesar de que no estuviese feliz de tener una existencia semejante molestándola, sentía que habría aprendido mucho, tanto del cielo como del infierno, con su mera presencia ahí. Se daba cuenta también, de lo mortal que era, de lo afortunadas que eran las creaturas que fueron tocadas por el poder de Dios.

Era un demonio, sí, pero era la primera vez que estaba así de cerca de Dios, más de lo que podía estar al aprender de otros humanos, o de su palabra escrita. Podía saber algo que no todos sabían, y se sentía sin duda afortunada.

Era un bache en su camino, que debía superar, pero que también usaba de aprendizaje.

Si bien esperaba que el demonio no volviese y fuese para siempre expulsado de esa iglesia, no iba a dudar en aprovechar de aprender más, y así, tal vez, estaría más cerca de Dios.

“Sé buena conmigo, dime que me vas a extrañar, hazme feliz, o no podré irme.”

Como siempre su paciencia, y su fuerza de voluntad, eran puestas a prueba.

¿Era eso una manipulación, o chantaje?

Sin poder ocultar su enojo, meditó bien la situación, ya que no podía decir esas palabras, porque serían una mentira, y ya se sentía bastante mal al tener que ocultar la información que sabía de sus pares, sobre su hermana, sobre el demonio, y no quería añadir mentira a la lista de cosas por las que tendría que disculparse, eso estaba prohibido.

Aunque no sabía si mentirle a un demonio era un pecado en sí mismo, pero prefería no arriesgarse.

Pero, si no lo hacía, ese demonio continuaría ahí, molestándola, y ya quería que se fuese.

Debía sacrificarse para traerle paz a la iglesia.

Soltó un suspiro, y miró al demonio, a sus ojos violetas, observando su rostro que claramente era inhumano, como lo era su piel rojiza, como eran sus cuernos, como eran sus colmillos. Lo único humano, era su expresión. Una vez fue un ángel, y según sabía, Dios modelaba a todos sus hijos de maneras similares, solo que cuando pisaban el infierno, cambiaban, ahí era Satán quien los corrompía y marcaba lo ajeno como propio.

Al final, todos venían del mismo lugar, humanos, ángeles, demonios.

Pero…

Y teniendo la pregunta ahí, en la punta de la lengua, habló.

“¿Naciste como humano, o como un ángel?”

No era un misterio que los humanos puros, al morir, podían ir al cielo, el tomar un puesto como ángeles para servir a Dios, conocía esa historia, y ahora se preguntaba si eso era verdad, ya que, si no moría, no podía saberlo con exactitud.

El demonio, al escucharla, puso el rostro sobre sus brazos cruzados, apoyada en la cama, sonriéndole, de inmediato su expresión cambiando, dejando el berrinche de lado y sus claros intentos de chantajearla para que le dijese palabras bonitas. Ahora parecía feliz, y no era su intención, solo era su curiosidad, su interés de saber más sobre el más allá lo que la motivaba a hablar.

Pero podía aprovecharse de esa situación, ¿No?

¿Era un pecado usar técnicas sucias contra un demonio?

“¿Por qué me preguntas eso? ¿Estás así de interesada en mí?”

Le sorprendía como ese demonio irradiaba felicidad en ese momento, soltando una que otra risa, disfrutando de la atención que le dio, de nuevo, sin intención de dársela.

Obviamente no iba a mentir.

Sin embargo,

“¿Eso te hace feliz?”

El demonio rápidamente asintió ante su pregunta, levantándose del suelo, luciendo energizada, tan diferente al resto del día, donde se ocultaba tras su hábito a tomar una siesta mientras hacía sus deberes.

Señaló el portal, el demonio aun sin percatarse de que había obtenido lo que quería, lo que pedía.

“Te hice feliz, así que puedes irte.”

El demonio la miró, luego al portal, y rápidamente su rostro cambió a uno de fastidio, de profunda pereza, sus hombros anchos bajando, desganados. Toda la energía que vio por un momento desapareció ante su molestia. Claramente el infierno no era un lugar estricto si es que podía quedarse ahí, ignorando el llamado.

“Eres realmente astuta, para ser una sierva.”

Aceptó el cumplido, mientras el demonio soltó un último sollozo, parándose frente al portal, reticente. Honestamente, y por muy mal que sonase, esperaba que no volviese, o que al menos le diese algunos días de tranquilidad y paz, que los necesitaba. Toda esa iglesia necesitaba un tiempo sin esa presencia demoniaca dando vueltas.

Finalmente, tuvo el ánimo de meterse dentro del portal, metiendo parte de su cuerpo, pero dejando su rostro afuera, así como una de sus manos.

“¡Extrañame!”

Difícil tarea.

Y ahí finalmente entró, el portal haciendo un sonido extraño antes de desaparecer. Al menos no era como esa invocación por la cual apareció la primera vez, eso aun le causaba escalofríos, así que aceptaba el portal oscuro que apareció.

Se quedó un momento ahí sentada, tomándose un segundo para respirar profundo, disfrutando el silencio, que por si no fuese suficiente, el demonio además roncaba, así que aún tenía menos descanso.

Era extraño estar sola en ese instante, luego de que su hermana falleciese no tuvo oportunidad de sentir como era aquello, de digerir la situación, así que no sabía cómo tomar el sentirse aún más sola en ese segundo. Siempre tuvo una vida solitaria, siempre se mantuvo al margen de cualquiera, pero ahí, en ese cuarto, siempre había alguien más.

Y ahora nadie.

Pero no iba a decir que extrañaba al demonio ni nada semejante.

“¡Orthon el demonio ya está de vuelta! ¡Te extrañé tanto, fueron las semanas más largas de mi vida!”

¿QUE?

Estar sorprendida, era poco.

Estaba completamente estupefacta.

El demonio apareció desde dentro del portal, con unos collares de flores alrededor del cuello, y una copa de algún tipo de trago en la mano. Estaba sonriendo ampliamente, realmente feliz de verla luego de… ¿Semanas?

Pero si solo habían pasado… ¿Cuánto? ¿Cinco minutos?

El demonio soltó una risa, luciendo enérgica, mientras se tomaba el resto de bebestible que tenía, para luego tirar la copa vacía hacia adentro del portal, así como lo hizo con los collares de flores, antes de que el portal se cerrase del todo. Y cuando los ojos violetas la miraron, notó como su ánimo cambió, mirándola con confusión. Ella misma estaba confundida, estaba boquiabierta.

¿Dónde estaba su noche de sueño reparador?

“Vaya, ni siquiera cuando nos vimos la primera vez me miraste con tanto horror, ¿Qué pasa? ¿Subí de peso o algo? Intenté no comer tanta carne.”

El demonio se dio una vuelta, mirándose a sí misma, pero no, estaba igual, aunque creía que había una perforación nueva en una de sus orejas, y se acordaba, porque habían pasado minutos desde que estuvo ahí, al lado suyo, antes de irse, por semanas.

Aun no podía digerirlo.

“No es eso, pero te acabas de ir, recién.”

“Oh.”

El demonio la miró, con cierta sorpresa, para luego mirar a su alrededor, para luego soltar una carcajada, ahora ya estaba segura de que nadie escuchaba a ese demonio, o más de alguien habría venido corriendo a ver qué ocurría, porque ella jamás se reiría así, ni creía haberse reído así.

“Tienes razón, el tiempo trascurre de forma diferente aquí, mucho más lento, lo había olvidado.”

Ahora lo entendía.

Pero deseaba haber sabido eso antes, así no se habría sorprendido tanto, aun se sentía agitada con esa sorpresa, no se lo imaginó.

El demonio, aprovechándose de ella en su estado de sorpresa, se tiró sobre su cama, alejándose lo suficiente de ella para no quemarse, pero no lo suficiente para no molestarla, pesaba mucho, atrapando las sabanas. Al menos aun no se volvía resistente al agua bendita, o lo tendría aún más difícil, y ahora veía la botella vacía en su mesa de noche, haciéndole burla.

Asumió que el demonio se iría, así que se relajó, bajó la guardia.

Ante el cansancio había olvidado el mantenerse sobria, porque su adversario era el diablo, que como león rugiente busca a quien devorar, y ella ahí, era una posible víctima. Por suerte Dios era su escudo, y por lo mismo, siempre estaría salvo de la corrupción.

Aunque el demonio no parecía querer poseerla o intentar nada más que molestarla al estar cerca de su metro cuadrado, a diferencia de la primera vez que apareció ahí, de hecho, hasta parecía cansada, rápidamente acomodándose en la cama, como si en cualquier momento pudiese dormirse.

Para ella pasaron minutos, pero para ese demonio pasaron semanas en el infierno, festejando al parecer, pero también debía de tener la reunión correspondiente, y si estaba ahí ahora, era porque debía continuar con su misión, ya fuese sacar el alma de su hermana de su encierro bendito, o corromper la iglesia.

Y por ahora, no parecía que eso fuese su prioridad, aun no veía la mueca que vio aquella vez, donde estaba lista para terminar con eso rápido, y tal vez era por la misma debilidad que ese lugar sagrado le ponía encima, evitando que pudiese tener la energía usual.

¿Estaba sintiendo lastima por un demonio?

Que bajo había caído.

“¿Estás despierta?”

El demonio le pregunto desde la parte baja de su cama, removiéndose, acomodándose, y le hacía esa pregunta tonta, sabiendo que tenía los ojos bien abiertos, ahora, sobre todo, tenía insomnio, no creía que pudiese dormir luego de aquella sorpresa. Soltó un suspiro como respuesta, sin siquiera querer asentir ante la obviedad.

“Estuve pensando durante estos días, en porqué no culpaste a Dios de lo que te pasó cuando eras niña, al final, la peste la creó Dios.”

La pregunta la tomó por sorpresa, sin siquiera pensar que el tópico de su pasado saldría a la luz, menos por un ser del infierno. Ni siquiera con su hermana hablaban de eso, el pasado bien enterrado donde debía estar.

Ahora se preguntaba, ¿Cómo lo sabía? ¿Qué tanto sabía?

“Al parecer sabes muchas cosas.”

El demonio la miró, sonriendo con orgullo, mientras se daba un golpe en el pecho, con poca energía, se veía holgazana en esa posición.

“Sé de la historia, así como aprendí un poco de ti cuando intenté poseerte, muy poco en realidad, ya que me echaste de inmediato.”

Así que su mente quedaba en evidencia en esos momentos, y tenía sentido, cuando entraban dentro de ella, tenían poder sobre su cuerpo, sobre su mente, podían controlarla, leerla, y era aterrador que así fuese. No le gustaba hablar de su pasado, de su vida, de lo miserable que fue su existencia durante las primeras dos décadas de su vida, y por lo mismo, le indignaba que alguien lo hubiese visto.

Esa vez, mientras fue consumida, mientras fue poseída, la sensación le recordó su pasado, le recordó el dolor de la perdida, recordó como su espíritu que quebró ante la muerte, y creía que fue eso lo que el demonio pudo ver, expuso ante el miedo y el dolor, su pasado.

Pero solo fue eso, nada más.

Por lo mismo, el demonio ahora le preguntaba, porque si hubiese visto más, no lo haría, no tendría necesidad alguna de averiguar algo que ya conocía.

Se preguntaba que tanto podían ver dentro de ella, se preguntaba si podrían ver más de ella de lo que ella misma se permitía ver, recordar, obligándose a mantener su pasado oculto hasta de su propia existencia, un secreto incluso para sí misma.

Levantó el rosto, mirando el techo, sintiéndolo más alto de lo que acostumbraba, solitario. Tal vez ahora, con la edad, comenzaba a sufrir al respecto de algunas decisiones, como el cerrarse tanto, no es que no la llenase el ser solo de Dios, pero su vida humana era mortal, corta en comparación, y tal vez debió vivir un poco más.

Y le gustaría hablar con Dios y preguntarle eso, si cometió errores.

Y por supuesto que los cometió.

Eran humanos, ¿No? No eran perfectos, venían con defectos, por eso el infierno existía, si fuesen perfectos, no tendrían razón para ser castigados, no existiría un lugar en el que pagarían por sus errores.

“Dios manda desafíos, manda pruebas, que la humanidad debe superar. Si Dios pone un oso salvaje en tu camino, y te acercas a él, no es culpa de Dios que lo creó, si no del humano por no salvaguardar su propia existencia mortal.”

Y los errores se cometieron también en esa época, uno tras otro.

Unos muriendo, luego los otros.

En su caso, sus padres, y luego vendría ella.

“En esa época, teníamos la información suficiente, incluso aquí, lejos de la civilización, sabíamos bien que hacer para poder sobrellevar aquel problema, y fue la humanidad en sí misma la que falló, que fue estúpida, y ante la falta de médicos, cayeron uno tras otro. Ya había pasado algo así antes, la enfermedad llegó, y muchos murieron, y la historia se repitió, todos cometiendo los mismos errores, y esos errores no son culpa de Dios. Si fuésemos perfectos, la humanidad ya no sería humanidad.”

Aun sabiendo eso, aun se sentía mal al respecto, aun le agobiaba.

Por si misma, sobre todo.

Bajó la mirada, sin mirar al demonio, sin querer tener en cuenta que estaba hablando con un ser semejante, y prefería creer que hablaba consigo misma, recordándose a sí misma el pasado que se veía tan lejano. Se estaba haciendo mayor, y luego olvidaría todo eso, y no sabía si quería olvidar, al final, la peste marcó su vida, la destruyó, pero la armó de nuevo, lo perdió todo, pero luego ganó mucho.

Y a pesar de estar conforme con el resultado, aún tenía las ganas ilusas de volver al pasado.

“Si yo hubiese sido mayor en esa época, si la peste hubiese aparecido y yo hubiese tenido el conocimiento suficiente, la madurez necesaria, no habría contraído la peste, ni tampoco hubiese permitido que mis padres muriesen por esta.”

Pero pensar en eso no tenía sentido, solo le generaba dolor, molestia, decepción.

Por lo mismo continuó con Dios, porque se sintió en paz, ahora sabía que podría encontrarse con los padres que tanto quiso cuando era niña, el que sus almas pudiesen reencontrarse luego de los años, y pudiese verlos una última vez, así al fin decir lo que antes no pudo, al fin podría decirles que los quería, que estuvo agradecida de que la trajesen a ese mundo.

Podría decirles tantas cosas, y eso la mantenía erguida, la mantenía llena.

Le sorprendió cuando sus ojos se toparon con los violetas del demonio aquel, quien sonreía, y a pesar de los colmillos, le parecía una imagen más humana de lo usual. Se veía feliz, de nuevo, tal y como la vio antes de irse, hace, bueno, unos minutos. Estaba claramente indignada al ver al demonio así, luego de abrirse de esa forma ante un tópico tan complicado como era aquel. Ya no era tan agrio como en ese entonces, pero no significaba que no doliese, la pérdida siempre podía.

Por supuesto que el demonio iba a tomarse un tema así a la ligera.

“Te estoy hablando de la muerte, ¿Por qué luces feliz?”

El demonio soltó una risa, removiéndose en la cama, girando.

“Estoy feliz ya que nunca me habías hablado tanto, ¿Acabas de abrirte para mí? Ahora ya no quiero alejarme de ti nunca más.”

Rodó los ojos, negando, ante el ánimo del demonio.

No era lo que esperó, aun así, aun no se acostumbraba a esas interacciones, ni creía que debiese acostumbrarse. No quería pensar tampoco que ese demonio no era tan malo como creyó que serían, pero se mantenía alerta, ya que sabía que parte de sus palabras eran manipulaciones para hacerla caer en la tentación, que en algún momento la arrinconaría, ya que, si estaba ahí, era con un propósito.

Corromper a la iglesia, corromper a la humanidad.

¿Le estaba dando en el gusto lo suficiente para que la llevase con ella al infierno?

No, lo dudaba, se había mantenido firme ante sus valores, no había dicho ni hecho nada que estuviese prohibido, ni lo haría.

Como sea, tal vez ahora, podría aprovechar de preguntar lo que quería preguntar, no es que pudiese zafarse de esa creatura con facilidad, ni pudiese dormirse.

“Entonces, ahora que ya hablé, ¿Me dirás si naciste humano o ángel? ¿Recuerdas tu vida antes de ser un demonio siquiera?”

El demonio se regocijó en su pregunta, asumiendo que estaba interesada en esta, o algo así. Notó como se acomodó una última vez en la cama, removiéndose, encontrando una buena posición de lado, acomodándose sobre su brazo, sus alas ya no más estorbándole, y ahora entendía porque dormía volando, si estar así era incómodo.

“Era muy niña cuando morí, y sorprendente si recuerdo, cuando te vuelves un ángel, empiezas a tener una buena memoria.”

Entonces si fue humana…

Solo las almas puras, libres de corrupción, pueden entrar al cielo, la información no estuvo errada. A pesar de que ahora fuese un demonio, le causó cierta lastima, de nuevo esa sensación apareciendo, y ahora más fuerte, viendo por primera vez a esa creatura como algo humano, que merecía respeto, que merecía vivir.

Pero no vivió.

No preguntó nada más, pero el demonio parecía querer continuar, a pesar de que sus ojos se cerraron, su expresión tranquila, a pesar del tópico, pero era creatura tenía un humor extraño.

“Morí de malnutrición. Nací en un pueblo donde faltaban los recursos más básicos, faltaba comida, sobre todo. No era un pueblo pobre, pero quienes lo manejaban eran ambiciosos, así que se quedaban con todo para ellos, para tener más y más, mientras los débiles, como yo, íbamos muriendo.”

Eso debió pasar hace mucho tiempo, considerando que fue un ángel y un demonio, así que, en su línea temporal, debió de haber sucedido en esos momentos donde no había leyes firmes, que ni los ricos podían romper. Lugares donde los que tenían más poder se aprovechaban del menos afortunado, sin leyes gubernamentales, u organizaciones que los apoyasen como sucedía en el presente, donde esas situaciones eran juzgadas por otros países más desarrollados.

Ante esas situaciones, quienes eran más afectados, eran los niños, siendo los más débiles, los que necesitaban más comida para poder crecer, para desarrollar los huesos, los músculos.

Al menos ahora se veía fuerte, no como debió de haber lucido cuando murió.

“Dios me recibió con los brazos abiertos, y me dio este cuerpo fuerte, dijo que me lo merecía. Supongo que cuando llegué ahí, pude haber culpado a Dios de lo que me pasó, pero tal y como tu dijiste, morí a causa de errores humanos, de personas corruptas que querían más y más, incluso dejando a los demás morir para conseguirlo. No puedo decir nada malo de su codicia, no vaya a ser que los culpables sean ahora mis colegas.”

El demonio soltó una risa.

Probablemente lo fuesen, otros demonios ahí, pecadores.

Era extraño que tuviesen ambas un pensamiento similar, al final, ambas fueron siervas de Dios, aunque una ya no lo fuese. Eso era sin duda un enigma, le sorprendía.

Esperaba no alejarse jamás de su camino, no desviarse.

“Tengo claro que la codicia no es tu pecado, en cambio, es la pereza, y deberían despedirte.”

Ya que no había hecho nada, y volvió de su reunión, tan tranquila.

El demonio se levantó de la cama en un salto, flotando, mirándola en sorpresa, para luego comenzar a reír, a carcajadas.

“¿Queee? ¿Satán despidiéndome? Eso no pasaría, ¿Cómo me va a despedir? El infierno no es como tu cielo, estricto, lleno de órdenes y gente aburrida. El infierno es genial, y en las reuniones hacemos fiestas, son todos divertidos, ¡Así que no van a despedirme!”

Las carcajadas continuaron, pero con menos fervor.

El demonio comenzó a moverse por la habitación, haciéndose más y más pequeño conforme se movía, debilitándose, así como su risa, pasando de una risa nada más, incrédula, a una risa nerviosa.

Al parecer, asumiendo por su postura, sí que había una posibilidad de que fuese despedida, no tenía idea como eso funcionaba, que protocolos se llevaban a cabo, ni podía saberlo, era sin duda un misterio.

Finalmente, el demonio, hecho pequeño, se dejó caer, incapaz ya de volar, y terminó sobre la cama, cayendo de frente, quedándose ahí, a los pies de esta, completamente inmóvil, no parecía dormida, pero si angustiada.

Iba a tener que ponerse a trabajar si no quería ser despedida.

Si iba a expulsar la maldad del mundo humano, debía hacerlo lo más pronto posible.

Ese era también su objetivo, el expulsar la maldad.

Curiosamente, tenían el mismo deber.

Aprovechando el silencio, se acomodó, y apagó la vela, antes de cerrar los ojos. Al menos el demonio estaba preocupado con sus dramas personales para dormirse una siesta y meter ruido, así que iba a aprovechar e intentar conciliar el sueño.

Aunque dudaba poder dormir demasiado.

Al parecer, tenían una misión por delante.

Chapter 119: Wren -Parte 4-

Chapter Text

WREN

-Determinación-

 

Era el día.

Al fin tendría una misión importante.

Las ultimas que tuvo, eran de protección, de vigilancia, lo que solían ser las misiones en las que las habilidades de Butterfly eran de ayuda, así que ella estaba ahí de apoyo, para colaborar con su compañera, pero nada más que eso, y empezaba a aburrirse, ahora quería algo de acción, necesitaba algo de acción.

Hacer algo más significativo.

No iba a mentir, apreciaba el tener misiones tranquilas, sobre todo teniendo en cuenta que en su primera misión terminó sosteniendo un cadáver en sus brazos, aunque eso no fue precisamente su culpa. Pero ya tenía ganas de hacer algo más significativo, más importante, donde pudiese sentir que en verdad hizo un bien.

Y al parecer ya era hora.

Entró al edificio usual, ya acostumbrándose al laberinto que era, y rápidamente llegó a la oficina central. A pesar de que las misiones fuesen normalmente en las afueras, sin que fuese necesario operar desde ahí dentro, si tenían las facilidades para hacerlo, teniendo diferentes salas, de reuniones, de informática, para entrenar, de todo, incluso salas dedicadas solo a los archivos tanto físicos como virtuales de personajes importantes, o clientes recurrentes.

La corporación no era antigua, pero si tenía varios años funcionando, lo suficiente para tener tantos archivos a su disposición, así como agentes.

“¿Emocionada por una nueva misión?”

Se detuvo de golpe al escuchar a alguien hablarle, y luego sintió el peso de un brazo rodeándole el cuello. Rápidamente buscó con la mirada, para toparse con unos ojos verdes y una sonrisa amplia. A pesar de la confianza que Swan mostraba, solo había hablado con esta una sola vez, pero no le molestaba el acercamiento, más bien le causaba cierta gracia, era un tipo de camaradería que la hacía sentir parte de la compañía.

Y para ser alguien que jamás encajó en ningún lugar, era agradable.

O al menos Swan la hacía sentir así, bueno, se notaba que era así con todos, muy diferente a los demás rostros que había visto en ese tiempo, que eran más serios, más centrados, como los típicos agentes y espías de las películas, así que no podría hablar con nadie más con esa comodidad, y Swan, en cambio, se le acercó de inmediato, con un evidente carisma encima.

Era esa clase de persona con la que hablas por unos minutos y ya le conoces la mitad de la vida ante lo mucho que te habla, y no pudo evitar ponerle atención, ya que le habló durante un buen rato sobre su tiempo en la milicia, a la que, si entró, pero tuvo que dejar por su enfermedad autoinmune, y ya luego entró en la agencia como un recurso invaluable por su experticia en armamento, y jamás lo habría adivinado, se veía demasiado elegante para tener ese expediente.

Se la imaginaba más bebiendo vino sobre un yate, o algo así, de ricos.

Finalmente asintió, respondiéndole a la mujer, que aun la miraba inquisidoramente, su sonrisa sin flaquear.

“Butterfly me contó que no será como las demás, así que estoy impaciente.”

“Yo me preocuparía si fuese tú.”

Swan le iba a decir algo, pero otra voz le cortó, una voz más chillona e intensa, y ambas se giraron, buscando a la causante.

Era la compañera de Swan, con la que jamás había hablado hasta ahora.

Salmon era una chica que no parecía tener la edad que tenía al verse muy joven, y daba esa sensación también al estar usando una falda plegada, que lucía como si usase uniforme escolar. Cuando la vio la primera vez, caminando por los pasillos, pensó que era una adolescente, una niña en realidad, y le sorprendió tanto, creyendo que había una niña ahí metida, que tuvo que mirar dos veces para creérselo.

Aunque la misma Swan le dijo que ya era adulta, solo que, era compacta, y no se atrevería a decir esas mismas palabras frente a la susodicha.

Al parecer, Salmon llevaba tiempo ahí, incluso cuando era adolescente, era algo así como una niña genio, que se saltó cursos y pudo trabajar desde joven, o esos eran los rumores que había escuchado en la agencia, y le dio vergüenza preguntar más, aunque creía que Swan le hubiese contestado sin problema.

Esta estaba frente a ellas, cruzada de brazos, sonriendo engreída, sin siquiera dudar de esa advertencia que lanzó, y solo pudo ladear el rostro, sin entender a qué se refería, a que venían esas palabras con tal mal augurio. Y era curioso ver a alguien tan segura de sí misma, pero al mismo tiempo viéndose tan pequeña.

Esta se acercó, su caminar con tanta confianza como su mismísima expresión, y si, creyó que Butterfly era la más pequeña, pero se equivocó. Esta se paró frente a ella, apuntándola con su dedo índice, y le avergonzaba admitirlo, pero le hizo sudar frio.

“Probablemente tu no lo sepas, al ser una novata, pero el mismo gobierno ha levantado las alertas, y le ha pedido ayuda a agencias como esta para acabar con una organización que ha estado moviéndose por ya años.”

Cuando Salmon terminó de hablar, Swan soltó su agarre, y avanzó, ahora haciendo el mismo gesto con la chica, abrazándola de los hombros, y si, probablemente solo lo hacía para reírse de ellas por la altura, pero no resultaba molesto, y si, quizás solo era demasiado agradable para enojarse con esta.

Usaba su encanto para el mal, de cierta forma.

“¿Te refieres a la secta?”

Swan preguntó, y su compañera asintió, que, si bien parecía algo incómoda con el acercamiento de la mujer, distrayéndose con la cercanía, parecía lista para continuar, para seguir hablándole y dejar su vergüenza de lado. Le causó algo de gracia el verlas interactuar, siendo la más joven y pequeña quien se veía más seria que la que era mayor y mucho más alta.

Eran un equipo interesante, le agradaban.

“Hace exactamente tres años y seis meses, empezaron a circular los rumores sobre esta organización, donde incluso cabe la posibilidad de que sean varias organizaciones, las cuales tienen el mismo modus operandi, donde reclutan feligreses, y se los llevaban a un sitio rural, bien alejado de la ciudad, para evitar el mayor contacto con la civilización. No parecía la gran cosa, solo un grupo religioso más, creyentes, iniciando una vida lejos de todos, profesando sus creencias, bla, bla, lo usual.”

Oh, ahora que lo pensaba, si había escuchado algo así una vez.

Le sonaba…

No, lo que le sonaba, era el final de esa historia, la tragedia.

Salmon la observó fijamente, con sus ojos fieros a pesar de lo joven que se veía, y asintió, como si pudiese leerle la mente. Y temía que pudiese realmente leerle la mente, como la niña genio que era.

“El gobierno logró seguirles la pista, el encontrar donde se habían asentado a las afueras de la ciudad, pero cuando llegaron al lugar, era demasiado tarde. La organización había desaparecido, y todos los feligreses, quienes eran anteriormente meros ciudadanos normales, habían muerto. Al parecer, se rumorea que podría estar ocurriendo de nuevo, la historia repitiéndose una vez más, por lo mismo, a nivel gubernamental, tomaron medidas drásticas para evitar una nueva tragedia.”

Debían impedir que ocurriese de nuevo.

Antes no pudieron reaccionar a tiempo, pero ahora, podían hacerlo.

Si, eso sí que era urgente.

Eso era algo importante, así como también peligroso.

No recordaba bien, pero sabía que aquel atentado había sido un completo caos, todos esos inocentes habiendo sido llevados al matadero, sin ser siquiera conscientes de eso, ¿Realmente estaba ocurriendo de nuevo? Sea quien sea que estuviese a la cabeza de tales actos, debía ser detenido pronto.

Porque hacerlo una vez, ya era locura, ¿Pero una segunda vez? Sin embargo, si Salmon mencionó que se podía existir otra organización al tener ambas el mismo funcionamiento, significaba que debió ocurrir más de una vez, para tener sospechas de que existiesen dos organizaciones criminales. No solo en esa ciudad, si no en otras partes del país, tal vez alrededor de todo el mundo, esa tragedia se repetía.

A donde hubiese creyentes, ellos podrían aprovecharse, e iniciar la matanza.

No, eso no se podía permitir.

Se vio girando el rostro, buscando con la mirada el camino que tenía que seguir para llegar a la reunión que tenía prevista en algunos minutos, sintiendo el corazón latiendo apresuradamente en su pecho. Apretó las manos, y avanzó, sintiendo la determinación pasando por sus venas, sabiendo que debía ir lo más pronto posible, y quizás podría hacer un cambio, podría ayudar.

Podría salvar a alguien, a muchos.

E iba a hacer lo posible, para evitar que los inocentes muriesen de esa manera.

Se detuvo de golpe, dándose cuenta de que había prácticamente salido huyendo de una conversación, así que se giró, sintiendo como una risa nerviosa se le escapaba, vaya que era impulsiva.

Las dos mujeres no la miraron con indignación por huir así, por el contrario, Swan estaba riendo, cierta mueca de incredulidad en su rostro, mientras que Salmon le sonreía, presumida, como si supiese que ese iba a ser su reacción ante sus palabras. Vaya dúo. Pero si, realmente le agradaban, por lo mismo retrocedió unos pasos, acercándose de nuevo a ellas, y les agradeció por la charla y se disculpó por irse.

“No te preocupes, pajarita, ve a hacer lo tuyo, ya a la próxima entrena conmigo.”

Swan habló, haciéndole un gesto con la mano, despidiéndose, y asintió, tomando aquello como una promesa. Si iba a ser parte de una misión así de importante, iba a tener que entrenarse, y quien mejor para ayudarla que alguien que estuvo en la misma milicia. La idea la hizo sentir aún más motivada.

Ahí recién retomó su camino, avanzando, prácticamente corriendo por los pasillos, hasta que llegó a la sala designada, y cuando entró, Butterfly ya estaba adentro, tecleando en su computadora personal, siempre atenta, sin tomarse ningún descanso. Esta levantó el rostro al escuchar la puerta, y se sonrieron mutuamente.

Se estaba acostumbrando a compartir su tiempo con Butterfly, a pesar de que no supiese tanto de la vida ajena, ya que debían permanecer anónimas dentro de la compañía, aunque conociendo las habilidades de su compañera, esta tendría más probabilidades de encontrar sus datos personales que ella, realmente la inteligencia y los recursos eran sin duda temibles.

Aun así, cuando entró ahí, se movieron los hilos para ocultar su vida privada, y firmó un montón de documentos para lo mismo, así, incluso aunque alguien ajeno tomase control de la información de la agencia, no encontrarían nada de los agentes, y eso era bueno. Aunque no es como que su vida fuera de la agencia fuese realmente interesante, así que tampoco encontrarían nada de importancia.

Su vida, solamente su vida.

Se sentó al lado de su compañera, esta sin dejar de sonreírle, y agradecía que esta fuese así, agradable, a pesar de ella misma haber sido irresponsable y haberla puesto en posiciones difíciles. Otra persona ya la habría dejado en su lugar, no solo con un regaño, con una advertencia, no, con algo peor.

Pero Butterfly era una buena persona, tanto así que se había callado respecto a lo que sucedió aquel día, sin decirle a sus superiores lo ocurrido, como ella desapareció sin mayor aviso y al parecer entabló una conversación con una persona desconocida, con el tirador, que era evidente que debía ser de otra agencia. Lo que se podía traducir como una rivalidad entre agencias, y no quería provocar discordia.

Por lo mismo ambas fingieron demencia respecto al tema, y al final, aunque quisiera dar más información, no tenía mucho, solo que el acosador era más que un acosador, un criminal buscado por otra agencia, y como la situación no dificultaba su misión, por el contrario, prefirió callar.

Todo había resultado bien, para ambos bandos, así que creía que todo debía permanecer así.

Si hubiese tenido que evitar que el acosador muriese, ahí ya sería más difícil cumplir con la misión.

“¿Impaciente?”

Butterfly preguntó, soltando una risa, y probablemente se le notaba en el rostro.

No se demoró en asentir.

Si, lo estaba.

Si esa misión era tal y como Salmon decía, esta vez haría justicia, haría algo importante, algo que salvaría vidas, y estaba ansiosa de entrar en el campo y hacer lo correcto.

“Sea la misión que sea, ya quiero-”

La puerta se abrió, cortándole el habla, y tanto ella como su compañera se levantaron de los asientos, parándose rectas, saludando a su jefa, quien entraba en la sala. Raven se veía tal y como las otras veces, carente de emoción alguna, como si a todo momento estuviese completamente perdida en sus pensamientos.

Los ojos amarillos las observaron a ambas, y les hizo un gesto con el rostro, asintiendo, y Butterfly se sentó ante el gesto, así que hizo exactamente lo mismo. Era una mujer de pocas palabras, de eso si estaba segura. Bueno, eso era lo que imaginó cuando supo de esa agencia, creyendo que todos los que trabajaban ahí eran personas de bajo perfil, calladas, misteriosas, como cualquier agente en alguna película de espías, y si, le gustaban bastante, así como las películas de guerra.

Ya había conocido personas ahí que no tenían esas características, pero otras que sí, así que la balanza estaba equilibrada. A pesar de las diferentes personalidades, todos se tomaban en serio sus trabajos, y eso era importante para tener los mejores resultados.

Raven levantó una pequeña carpeta que tenía encima, y de dentro sacó dos papeles, pasándole uno a cada una. Tomó la hoja, y era una impresión de una noticia, la misma noticia de la que Salmon le habló hace solo unos minutos.

La organización criminal, los creyentes, la mudanza a las afueras de la ciudad, y luego el genocidio.

“A pesar de no tener pistas sobre los perpetradores, se han generado diferentes juntas alrededor de la ciudad, atrayendo creyentes, teniendo reuniones privadas, una tras otra, instándolos a empezar de cero, así que nos han pedido que nos involucremos. Puede ser una coincidencia, pero no vamos a tomar ese riesgo.”

El riesgo de perder a todas esas personas.

Raven comenzó con la explicación, para luego pararse frente a ambas, su postura imponente, luciendo amenazante, aunque sus palabras no lo fuesen. Se vio mirándola, sin poder evitar tragar pesado, sus instintos alertándola.

“Son reuniones cerradas, con seguridad, así que no cualquiera puede entrar, así que necesitaremos que se infiltren en sus reuniones, así como en la mudanza, así tendremos información certera del lugar de asentamiento, en el caso de que la historia se repita.”

Oh.

Esa era la única forma de saber exactamente lo que ocurría.

Pero eso significaba…

“Si son realmente los que organizaron esa matanza, estaríamos vulnerables ahí dentro.”

Butterfly fue quien habló, y no, esta no era cobarde, por el contrario, pero siempre parecía analizar bien la situación, priorizando la supervivencia, así que siempre tenía en cuenta las posibilidades, y eso era bueno, ya que ella misma tardaba un poco en hacer ese trabajo, era valiente, pero a costa de ser impulsivamente estúpida.

Así que se ayudaban, complementándose.

“Estoy consciente de los riesgos, de hecho, solo Wren será quien se infiltre, ya que demostró ser capaz de actuar ante un ataque inminente, y tú, Butterfly, estarás monitoreando remotamente toda la información que Wren logre obtener de cada una de las reuniones.”

Notó como Butterfly la observó, luciendo preocupada, y si, era una situación para preocuparse. Era tener a tu compañero alejado, en un lugar peligroso, donde sin importar lo que sucediera, no podrían intervenir correctamente, lo cual podría significar en la muerte. Y creía que, en esas semanas, ellas habían interactuado lo suficiente para conocer los puntos fuertes y débiles de la otra, y así lograr compenetrarse.

Miró a Butterfly, y le asintió, sin permitir que esta dudase.

Ella podría arreglárselas ahí dentro, tenía confianza en sus propias capacidades, y si algo salía mal, Butterfly lo sabría, y podría actuar rápido, pidiendo refuerzos. Tenía la espalda bien protegida, y eso era lo que importaba. La mujer la miró, aun frunciendo el ceño en preocupación, pero rápidamente cambió su postura, su expresión determinada, lista para seguir adelante.

Era de vida o muerte, y no eran solo ellas las que estarían en peligro, si no que un montón de personas.

El problema podría ser otro.

Levantó la mano, y Raven le dio la palabra.

“Si tienen seguridad, si son reuniones cerradas, ellos deben esperar que alguien quiera espiar lo que sucede ahí dentro, si es que son los culpables. Encontrarán rápidamente que uno tiene algún modo de comunicarse con el exterior.”

Raven la miró, sin hacer gesto alguno por algunos segundos, y finalmente asintió, moviendo su mano, llevándola a su bolsillo, y de ahí sacó un aparato que había visto muy pocas veces, pero que reconocía. Durante su adolescente visitó a muchos veteranos, y perder la audición es una de las condiciones más comunes al salir del campo de batalla.

“Hay varios trucos, en este caso, te pondremos este implante falso, y te daremos una historia de vida para que puedas contar ahí, y ser aceptada, ya que sabemos que las personas que terminaron ahí eran vulnerables, con enfermedades, con problemas económicos y sociales, que perdieron toda la fe, y la organización se aprovechó de eso.”

Eso tendría sentido.

Las personas vulnerables eran fácilmente manipulables.

Y eso hacía aun peor como terminó todo eso, con esas personas, evidentemente armadas, matando a todas esas personas, sin ningún remordimiento, tanto así que decidieron hacer exactamente lo mismo.

¿Con que fin?

Realmente no lo entendía.

Porque solo se supo lo que pasó porque encontraron el lugar, con la intención de verificar a las personas desaparecidas, para que todo fuese licito, meras sospechas, pero nadie creyó que se encontrarían con nada más que cadáveres, con días de descomposición.

No tenía idea si habían ganado dinero de eso, y lo dudaba, personas vulnerables no debían tener demasiado para ofrecer. Y tener un terreno fértil, el crear una comunidad, debió costarles una buena suma, para luego quemar todo y dejar absolutamente nada. Casi parecía que habían invertido todo ese dinero y esfuerzos, solo para tener la oportunidad de masacrar a las personas, con ese único motivo, la crueldad.

“Logramos averiguar, gracias a la información de uno de los asistentes, el día en el que se hará la siguiente reunión, en tan solo tres días, así que necesito que estudies de inmediato tu papel, mientras preparamos todo el tema del espionaje, para luego ponerte este aparato y que puedas entrar ahí sin problema.”

Raven le dio otro papel, y se lo tendió, y eran datos personales, junto con una credencial falsa con un nombre falso. Su personaje había ido a la guerra, y había sido dado de baja por la sordera que causó una bomba, tal y como creyó. Era irónico como le era dado un papel así, donde había ido a la guerra, cuando ella intentó entrar a las fuerzas armadas sin lograrlo, o quizás más que una broma cruel, Raven sabía que conocía aquellos temas, y por ende sabría cómo conversar al respecto.

No había ido a la guerra, claramente, pero si conocía los aspectos de las diferentes ramas de la milicia, así como las guerras que se estaban luchando afuera del país, en las que debían de pelear los soldados. Incluso había sido voluntaria por un buen tiempo en un asilo para veteranos de guerra, con los cuales habló por horas.

Si, era un buen papel para ella.

Raven había pensado en todo, y cuando la miró, para comentarle al respecto, esta parecía ya irse yendo, sin decirles nada más, aclarando todo. La mujer caminó hasta la puerta, y se detuvo ahí, dándose vuelta, observándola a ella en particular.

De nuevo se veía completamente petrificada ante esa mirada salvaje, intimidante.

Era aterradora, no la quería como enemigo.

“De esta misión depende la vida de muchos, así que cuento contigo.”

Era ambicioso el salvarlos a todos, era sin duda una misión arriesgada, pero ahora sabía que así era su jefa, tomaba riesgos y buscaba el obtener el mayor beneficio, y no encontraba que fuese algo malo, por el contrario, si era para algo bueno, entonces estaba completamente dispuesta a seguir su comando.

Se levantó del asiento, y asintió con el rostro.

“Daré todo de mí, jefa.”

La mujer, siempre en su constante rostro sin expresión, le mostró algo similar a una sonrisa, una pizca de orgullo en sus ojos salvajes. Esta retomó su camino, saliendo de la sala, y se sintió hervir en emoción.

Lo iba a hacer, finalmente iba a lograr algo importante, algo significante.

Iba a salvarlos, a todos.

 

Chapter 120: Teacher -Parte 6-

Chapter Text

TEACHER

-Cambio-

 

Abrió la puerta.

Y la ansiedad la tomó desprevenida.

No había invitado a nadie a su casa, y en realidad, no era algo que se hiciese en esa sociedad, tal y como Nao dijo, un motel solía ser la opción en esos casos, y para reunirse con amigos la opción solía ser el ir a un bar o algo similar. Pero no, su idea era tener privacidad, y creía que no podría siquiera concentrarse en decir lo que quería decir, estando en un lugar como lo era un motel que estaba hecho para… pues para hacer lo que se iba a hacer.

Por suerte era bastante cuidadosa con la limpieza, así que su casa siempre estaba en buenas condiciones, no quería asustar a Nao invitándola a un desastre de hogar, incluso sentía el aroma del bento que se hizo en la mañana, así que el lugar incluso olía bien, y fue claro que esta lo notó, olisqueando su alrededor.

“Es tal y como imaginé que sería tu casa.”

Nao parecía orgullosa con su intromisión, mientras se sacaba las zapatillas y entraba, mirando alrededor, curiosa, mientras dejaba su mochila al lado del sofá. A pesar de verla así, tan relajada, no podía evitar sentirse nerviosa de tenerla ahí, era sin duda algo que no imaginó. Estaba hiper consciente de la situación, y era de esperarse, ni siquiera podía creer que había sido ella quien dio la idea.

Pero era eso o el motel, y ya dijo que no, nunca.

“¿Quieres beber algo?”

Preguntó, sin saber que más decir, nadie había ido a su casa, no había tenido invitados, su familia no la visitaba, así que era una situación ajena. Nao negó, acomodándose en el sofá, mientras golpeaba a su lado, alentándola a que se sentase.

Se tomó un segundo para soltar un suspiro.

No podía huir ahora.

Colgó su bolso y su abrigo en el perchero, que a pesar de que fuese primavera, la zona era fría, y cuando pensaba en eso, recordaba la razón de su nombre, que, a pesar de haber nacido a finales de verano, su nombre tenía que ver con el invierno, ya que ese día, cuando nació, nevó en la zona. Tal vez era un mal augurio, o eso comenzó a creer cuando con su familia se alejaron, o cuando ella los decepcionó.

Sentía que aún tenía ese peso encima, consumiéndola, todos sus errores, todos sus problemas, y lo que menos quería en la vida, era que esa fuese la razón para arruinarle la fantasía a Nao, que tantas emociones nuevas, que tanta felicidad le había dado.

Dio un salto cuando sintió las manos de Nao en las suyas, sujetándola, se debió quedar unos momentos ahí, parada, sin moverse, agobiada. Cuando la miró, los ojos amatista brillaban preocupados, pero suaves, sin meterle prisas, como si lo supiese. No, obviamente lo sabía, quería hablar, le dijo que quería hablar, y era claro que eran los fantasmas que la carcomían.

Nao la atrajo hacia ella, y se vio envuelta en esos brazos, y como el cuerpo ajeno era más alto que el de ella, sobre todo en ese momento, ella dejando de lado sus tacones, se vio guarecida en su pecho, la sensación causándole de inmediato calma, tal y como esa vez, disfrutando el estar en esa posición, mientras Nao apoyaba la mejilla sobre su cabello.

Se sentía segura ahí.

Se sentía feliz ahí.

Llena.

“¿Sabes la razón por la cual te rechacé tantas veces?”

Notó como Nao dio un salto ante su pregunta, tomándola desprevenida, y no sabía si fue por la pregunta en sí o por lo extraña que sonó su voz, tan carente de emoción, porque el dolor de los recuerdos siempre la abrumaba, la dejaba detenida en el tiempo, sumida en su propia cabeza.

Y ante eso, los brazos que la sostenían la rodearon con más intensidad.

“¿Por qué era tu estudiante?”

A pesar de sus emociones, no pudo evitar sorprenderse, ya que no sabía que decir, porque si, pero no. Así que se movió para mirar a Nao al rostro, sus cuerpos tan pegados que le causó vergüenza el tener el rostro ajeno tan cerca del propio, así que miró hacia otro lado para no tener que enfrentarse a aquel rostro que le aceleraba tanto el corazón.

“No realmente, o sea si… pero no fue por eso.”

“¿Por nuestra diferencia de edad?”

Se mordió el labio.

Si, también.

Pero no.

Miró a Nao, esta ya riendo por la mueca que tenía en el rostro, se estaba avergonzando, sabía que tendría que decirlo, pero esta parecía divertida intentando adivinar, y burlándose de su expresión, que bien graciosa debía de ser para que esta se viese así.

Negó de nuevo.

“¿Por qué soy una chica?”

Negó una vez más, volviendo a guarecerse en el cuerpo ajeno, ocultando su rostro. Estaba hirviendo. Nao tenía razón, todas esas eran razones para rechazarla, eran unas cuantas, y ahora le avergonzaba aún más el darse cuenta de eso, de todos los baches que tenía ahí para negarse eso.

Pero estaba el más grande.

Y solo ahí escondida, pudo hablar.

“Sabes que estuve casada, ¿No?”

“Oh.”

Nao respondió de inmediato, un tono de entendimiento en su voz, captando a donde iba con todo eso.

“Pues, si, lo sé, o sea, cuando entré al instituto solían decir cosas feas de ti, pero uno no sabe lo que es verdad y lo que son meros rumores.”

Si, decían cosas feas de ella, lo tenía claro.

Había creado discordia, y en una ciudad como esa, pequeña, las noticias volaban.

Asintió en el pecho ajeno, sus manos llegando al cárdigan que Nao llevaba puesto, y se aferró a la tela. Creía que estar ahí, tan apegadas, iba a hacer que su nerviosismo incapacitase su habla, pero estaba cómoda, estaba tranquila, a pesar de jamás haber hablado sobre eso, ni siquiera haberlo pretendido en algún momento. No se creía capaz.

Y ahí estaba.

“Mi familia es bastante tradicional, así que tenían planeado desde que iba en el instituto que me casarían con un pretendiente que tenía un buen apellido y renombre. Yo no quería casarme de esa forma, y había entrado en la universidad, así que tenía otros planes, pero mi familia insistió por mucho tiempo, hasta que terminé aceptando.”

Tuvo que aceptar, no tuvo opción.

Su familia le comenzó a decir que era su deber, que debía pagar por la vida que le dieron, ser agradecida y tomar esa oportunidad, y hacerlos orgullosos. Pero ¿Enorgullecerlos cómo? ¿Casándose? ¿Siendo una ama de casa? ¿Teniendo hijos para un hombre al que no quería? Ahora, que estaba mayor, entendía que era una ridiculez, pero en ese entonces, se dejó manipular, y aceptó que ese era su mejor futuro, que no todas tendrían una oportunidad así, de poder vivir despreocupadas, siendo mantenidas por un marido.

Si, a más de alguien le gustaría esa vida, pero ella quería ser profesora desde siempre, quería poder enseñar, el poder ayudar a jóvenes a decidir por lo que querían en sus vidas, el aprender cada día más y que su sabiduría fuese útil para los demás. La vida de casada, de madre, no era lo que deseó.

“Tuve que dejar mi vida de lado, mis aspiraciones, para volverme la mujer que mi familia, como la familia de mi ex marido, querían que fuese. Dedicarme totalmente a ese hombre al que jamás quise, darle hijos, el ser la esposa perfecta.”

Pero no lo fue.

Notó a Nao ponerse tensa, tal vez sus palabras afectándole de cierta forma, o el agobio mismo en su voz. Porque lo peor de eso, no fue el que la casaran contra su voluntad, si no el hecho de no haber sido capaz de cumplir con esa simple función, el haber sido inútil como mujer, como madre.

Cerró los ojos, inspirando el aroma de Nao, a lavanda, esperando que eso pudiese calmar la molestia que sentía, la presión que tenía constantemente sobre los hombros, y la razón principal por la que no quería iniciar relación alguna, porque el peso de sus fallos se lo impedían.

“No fui una buena esposa, ni siquiera pude darle hijos, nada, así que él, y su familia, comenzaron a reclamarle a la mía, molestos con mi ineptitud en una tarea que cualquier mujer debería poder llevar a cabo, y al final esas críticas comenzaron a resonar, su historia haciéndose conocida. Recuerdo bien como todos se tiraron a mi cuello, enojándose conmigo, hasta que llegó el punto donde él pidió el divorcio, sin aguantar más la situación, y luego de eso, mi familia me desheredó, y me trató como un paria, ignorándome hasta el día de hoy.”

Se vio saliendo de su escondite de un salto, pero no fue su acto, fue el de Nao, quien la tomó de los hombros, alejándola, pero solo para mirarla, y pudo notar una mezcla de incredulidad y enojo en su expresión.

“¿Te dejaron de hablar por eso?”

Esperaba que su rostro no estuviese maltrecho, que no hubiese botado lagrima alguna, aunque solo sentía enojo y decepción consigo misma, no le sorprendía ni le dolía lo ocurrido, ya no más.

Así que asintió, sin poder mirar a Nao a los ojos.

“Humillé a mi familia con mis falencias, no es de sorprenderse que me dejasen de hablar, me lo merecía.”

Las manos de Nao la soltaron, y se vio por un momento perdida en el abismo, dolida ante la carencia de tacto, pero también se lo merecía, ¿Qué clase de relación le daría a Nao luego de haber fallado de semejante forma? No, probablemente le rompería el corazón, o la abrumaría su inutilidad, y la dejaría.

“Sensei.”

La voz de Nao sonó fuerte, como un regaño, y por inercia la miró, ya que, si bien asumió que esa relación no llegaría lejos, y estaba aceptando que Nao la dejaría tarde o temprano, le causó dolor oírla así, ya que de verdad tenía sentimientos por esta, así que sufría ante sus palabras, la hacían feliz pero también podían provocarle dolor.

Y Nao se veía enojada.

No creía haberla visto enojada, nunca, y la imagen la tomó por sorpresa.

La había decepcionado, nada nuevo.

Volvió a dar un salto cuando las manos de Nao llegaron a sus mejillas, sujetándola con firmeza, dejándola inerte ahí, incapaz de mover su rostro, estando obligada a enfrentar a los ojos amatistas. Ahí recién Nao abrió la boca, dispuesta a hablar, y por su expresión, temía escuchar y que aquello le causase dolor de nuevo.

“Te obligaron a hacer algo que no querías hacer, tenías que dejar tu vida entera por un sujeto que no querías, te arrebataron tu futuro y tu individualidad, ¿Y aun así te culpas a ti misma?”

Pero…

Antes de poder decir nada, Nao continuó, ahora su expresión más suave, sin el enojo que vio en esos momentos.

“Sabes, luego de que escuché esos rumores tuyos, me enojé mucho de que hablasen así de ti, y cuando te conocí, supe que había algo de verdad en esos rumores, pero, aun así, no merecías que te tratasen así, ni en el instituto ni tu familia. Y se me ocurrió el decirles a todos que me gustabas, y así muchas dejaron de decir cosas sobre ti, confiando en mi criterio o algo así.”

Nao habló, luciendo confiada, luciendo orgullosa incluso.

Pero a pesar de eso, de sus palabras, no pudo evitar enfocarse en lo malo.

Siempre era así.

“¿O sea que te gusté solo por lastima?”

Apenas y pudo hablar ante lo apretado de sus mejillas entre las manos de Nao, y cuando terminó de decirlo, de preguntarlo, sintiéndose enferma de solo pensarlo, las manos aplastaron aún más sus mejillas, regañándola de nuevo.

Sentía que su interacción usual había cambiado, ahora Nao regañándola en vez de ella a Nao.

Esta le sonrió, a pesar de todo, esas sonrisas que le salvaban el día, que alejaban la oscuridad de su cabeza, como tantas veces, y esta vez no era diferente.

“Claro que no, no haría algo así, pero es obvio que el oír eso me hizo fijarme más en ti, y apenas puse mis ojos en ti, ya no pude parar, te lo dije, intenté de todo, pero jamás te pude sacar de mi cabeza, así que puede que tengas eso en la mente, lo de tu matrimonio, haciéndote pensar que no serías una buena pareja, pero tienes que darte cuenta de que son situaciones completamente distintas.”

Nao finalmente la soltó de las mejillas, y las sintió extrañas al estar sin la presión. Las manos se fueron a las suyas, sujetándolas, y le sorprendía lo fácil que caía ante el tacto, era imposible resistirse a los encantos de esa chica, y muchas veces, en sus momentos más frágiles, deseó poder sentir ese tacto, cuando se decía que estaba prohibido, porque en ese momento, lo estaba.

Así que ocultó lo que más pudo sus deseos.

Pero era difícil resistirse ante la tentación.

Y ahora podía sentir el tacto de Nao, las veces que quisiese, sin tener a nadie sobre su hombro molestándola. Ya no era la niña que era antes, que se rendía, que aceptaba lo que le dijesen, que decidía negarse sus deseos para satisfacer a otros.

Había cambiado.

“Ambas tenemos sentimientos por la otra, nadie nos está obligando a estar juntas ni nasa así, y bueno, tampoco soy un hombre, así que tampoco hay mucho que comparar. No es un deber, no es una obligación, es algo que quieres hacer porque te hace feliz, así como a mí me hace feliz el estar contigo, y mientras seamos felices, nada más debería importar.”

Nao terminó de hablar, soltando una risa, despreocupada de nuevo, mirando todo de una manera tan simple, que era sorprendente como ella misma no podía, por el contrario, se hundía más y más, un pensamiento llevándola a otro, cada uno peor que el anterior.

Pero tenía razón, ya no era quien se casó demasiado pronto, firmando lo que era un negocio más que una relación en sí, con sentimientos. Obligándose a ser alguien que no quería ser, obligándose a tomar una posición que nunca fue de su agrado, que jamás quiso, que jamás soñó.

Pensándolo así, tenía sentido por qué no funcionó.

Y si hubiese podido darle hijos a ese hombre, ahora estaría atrapada en esa relación, obligada a cuidar a los hijos de un sujeto que jamás quiso, amarrada a una familia que nunca la aceptó. De ser así, agradecía haber hecho un mal labor como mujer.

Terminó asintiendo, sabiendo que Nao tenía razón.

Ya no era lo mismo.

Eran momentos, situaciones, completamente diferentes.

Tal vez siempre tendría esa sensación de incapacidad dándole vueltas en la cabeza, pero quería hacer feliz a Nao como Nao la hacía feliz a ella, y sin importar su pasado o sus falencias, ya no era una obligación, ahora era algo que deseaba, y había aprendido que, si deseaba algo, que, si quería algo con todas sus fuerzas, podía conseguirlo.

Porque si no lo deseaba, entonces aquello estaba destinado a perecer, como su matrimonio, y se alegraba, porque o si no, su vida sería miserable. Nunca podría conseguir sus méritos académicos que quiso, ni podría sentir lo que era el amor.

Se vio sonriendo de solo pensarlo.

Nao la miró, notando su sonrisa, sonriendo también.

“Gracias, necesitaba escuchar eso.”

“No me puedo imaginar por lo que tuviste que pasar en ese tiempo, ni lo difícil que fue para ti, pero estoy segura de que nada de eso fue tu culpa, ni debes creer que lo fue. Tenías una vida para ti, y esa no era, y si bien no terminó bien, tal vez fue para mejor.”

Tal vez, no.

Estaba segura de que fue para mejor, ahora lo sabía.

Soltó un suspiro, sintiendo su pecho más liviano. No había hablado de eso con nadie, por lo mismo la única persona que rebatía sus pensamientos autodestructivos, era ella misma, y no solía levantarse el ánimo, por el contrario.

Pero Nao era quien la salvaba, siempre.

“No sabes las veces que me has salvado de mí misma, Nao.”

Esta ladeó el rostro, sin entender a qué se refería, pero prefería no decirlo, o se avergonzaría, y por ahora, creía que ya se había avergonzado lo suficiente. Así que negó, quitándole importancia. No quería seguir hablando de cosas malas, de lo que su cabeza le hacía a solas, al menos no por ahora.

Quería decirle a Nao lo importante que era para ella, lo bien que se sentía su mera existencia en esos momentos, pero ya tendría la oportunidad de hacerlo.

Porque iba a asegurarse de ayudar a que esa relación creciera.

Quería que creciese, quería seguir sintiéndose así.

“Esto era lo que querías contarme, ¿No?”

Le tomó por sorpresa la pregunta, pero asintió, y dio un salto cuando sintió las manos ajenas en su cintura, agarrándose como garras a su carne, y el color rápidamente subió a su rostro. Nao le sonrió, pero había más en esa sonrisa, lo que causó que hirviese aún más, notando de inmediato sus intenciones.

“¿Entonces ya puedo besarte y formalizar nuestra relación?”

Oh.

Nao ni siquiera esperó respuesta y se le acercó, y su mano, inconscientemente, se movió hacia Nao, tapando su boca antes de que pudiese acercarse demasiado. Sentía que debía decir algo más, o tal vez no estaba preparada para besarla. Estaba ardiendo, probablemente se desmayaría.

“¿E-estás segura de esto?”

Preguntó, notando los temblores en su cuerpo, en su voz. Nao, quien no podía hablar, por su mano tapándole la boca, asintió rápidamente, para luego escapar de su prisión, y sonreírle, su mirada confiada, determinada.

“He esperado mucho por esto, obvio que sí, quiero llenar al final.”

¿Al final?

Nao entendió la confusión en su rostro antes de que ella pudiese preguntar a qué se refería, y tal vez no debía, ya que notó la expresión ajena, y tenía claro que lo que sea que saliese de Nao iba a hacerla enrojecer aún más. Esa chica, desde el comienzo, que la hacía volverse un manojo de nervios y rojez, estar en una relación no era diferente.

“Lo quiero todo, Sensei, todo de ti.”

Sabía que había un tono pícaro en su voz, y logró decir algo, tartamudear algo inentendible, avergonzándose, pero no alcanzó a hacer más, Nao acercándose finalmente, ella sin alcanzar a evitar que los labios llegasen a los suyos, así que terminó aceptándolo, derritiéndose de inmediato ante el tacto, sus manos sin poder hacer nada más para evitarlo, simplemente se abrazó de los hombros de Nao, mientras esta la abrazaba con intensidad, rodeando su cintura.

Esa vez, notó deseo en los ojos de Nao, en los jadeos que sintió contra su boca, y fue solo un beso, nada más, pero luego de sus palabras, realmente creía que Nao quería todo, y no parecía querer esperar más. Ambas eran impacientes en estos casos, y creía que no era lo correcto, pero poco se podía hacer.

Eran adultas, así que no debía haber problema.

Y con lo intenso, lo apasionado de los besos ajenos, empezaba a sentirse arder por completo, sin haber experimentado algo semejante jamás en su vida, sus latidos golpeando con fuerza su pecho. El aroma de Nao se volvía intenso, así como el sabor en su boca. Realmente se sentía ella la inexperta a pesar de todo, al final, todo lo que hizo, fue un acto más, sin pasión alguna, donde cerró la boca e hizo lo que debía hacer.

Pero ahora lo sentía.

Ahora quería.

Y por lo mismo respondió al beso con la misma intensidad, sin poder controlar sus propias emociones.

Nao realmente la enloquecía.

 

Chapter 121: Waitress -Parte 4-

Chapter Text

WAITRESS

-Revelación-

Tenía una cosa realmente clara en su cabeza.

Le gustaba Teresa.

Le gustaba como esta le sonreía, sin siquiera dudarlo, sin dejar que la supuesta conversación importante mermase su buen humor.

Le gustaba como esta la miraba de pies a cabeza, sin poder resistir las ganas de decirle lo linda que la encontraba o lo mucho que le gustaba su ropa.

Le gustaba como esta se ponía roja, su rostro, sus orejas, su nuca, cuando le devolvía un cumplido, o le devolvía las miradas.

Le gustaba su cabello largo y rizado, como se movía con el viento, tan naturalmente.

Le gustaba como esta caminaba despreocupadamente, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, mientras acercaba uno de sus brazos, ofreciéndoselo para que enganchase su propio brazo en el de ella.

Tal vez olvidaba algo, pero tenía claro que la lista seguiría.

Se vio caminando por diferentes lugares, siendo guiada por la chica que parecía llevarla a un parque que era bastante tranquilo.

Un lugar donde podían hablar en calma, en privado.

Y aprecio el gesto de que esta buscase un lugar perfecto para poder conversar.

Pensó por un momento en llevarla a su casa, pero creyó que sería muy invasivo, y que podía incomodar aún más a la chica al momento de contarle la verdad. Era más seguro el hacerlo en un lugar abierto, donde la fobia de Teresa no pudiese emerger con tanta fuerza.

Solas, en una habitación, podía no ser la mejor decisión.

Teresa le ofreció comer algo para calmar un poco la situación, pero tuvo que negarse. No creía que pudiese tragar nada, mucho menos si eso también la iba a obligar a tragarse sus palabras.

Cuando llegaron al lugar, se dio cuenta que se sentía sudar por los nervios, por la inseguridad.

Era hermoso, era amplio, era tranquilo, y no había demasiadas personas. Era prácticamente un oasis en la ciudad, y tal vez ese iba a ser su nuevo lugar favorito, a menos que le recordase una mala situación. Esa posible mala situación.

Teresa intentó distraerla, hablarle, pero incluso esta debió darse cuenta de que su mente estaba en otro lugar, estaba diciéndose mentalmente lo que tenía que decir, intentando darse el valor para hablar, para decirle lo que ocurría, para acabar con la tensión de una vez por todas, y no quería que hubiese tensión entre ellas porque no hubo en ningún minuto, y no quería empezar ahora.

Se sentía segura sosteniendo a la chica del brazo, pero se alejó, sintiéndolo como una distracción, y no debía distraerse, debía ser fuerte.

No creía haber estado tan ansiosa, tan asustada, desde que le contó a tus padres a cerca de su disconformidad. Y si ellos la aceptaron, esperaba que Teresa también, aunque era diferente, por supuesto que era diferente, no tenía nada que ver con aceptación, si no que era algo incluso más intenso.

Al final, era una fobia.

Si a Teresa, que le gustaban chicas, no estuviese cómoda con tener intimidad con alguien como ella, con un cuerpo diferente, lo entendería. Sería triste, claro, pero cada uno tenía preferencias, gustos, y si no sentía atracción hacia ella, no era algo que pudiese ofenderla de ninguna forma.

Eso sería más fácil de aceptar.

El que Teresa le tuviese miedo por quien fue, por lo que aún tenía en su cuerpo, era mucho más terrible que el simple hecho de carecer atracción hacia ella.

Y le gustaba demasiado para recibir un rechazo similar.

Por lo mismo, era lo más razonable, el confesarlo pronto.

Podía sentir los ojos avellana en ella, observándola minuciosamente, pero sin decir nada, dándole su espacio, dándole tiempo para hablar, esperándola, y añadió eso a la lista de cosas que le gustaba de Teresa. Respiró profundo, sintiendo el aire limpio de la zona, el aroma a vegetación, y lo mantuvo el mayor tiempo que pudo en sus pulmones.

Cuando inspiró, habló.

“Hay algo que he querido decirte, y es importante, así que quería decírtelo en persona.”

Su voz salió estable, lo que agradecía, pero los nervios no dejaban de golpearla y dudaba que pudiese mantener esa fuerza.

Teresa la observaba, atenta, lo sabía.

Ya ni siquiera era capaz de caminar.

Se forzó a respirar de nuevo, y ni siquiera fue capaz de hacerlo con normalidad, el aire saliendo tembloroso de su boca. Cerró los ojos, obligándose a mantener la compostura, pero le costaba. Era difícil decirlo, y no creyó que lo sería tanto.

No creyó que sentiría tanto.

Tal vez debió decirlo apenas Teresa quiso salir con ella, para que tuviesen todo claro de buenas a primeras, eso era lo correcto, si buscaba una cita, buscaba una relación, y una relación se trataba de intimidad y confianza, pero obviamente se vio mermada por la situación y fue incapaz de mencionarlo, pasando a un segundo plano.

Y vaya error.

“Tenía miedo de decírtelo, ya que me hablaste de tu fobia…”

No era capaz de mirarla.

Probablemente estaba temblando, pero ni siquiera quería asimilarlo para no empeorar su situación.

Solo era una frase.

Debía decirlo.

“S-soy un hombre.”

Pudo notar la sorpresa en Teresa, pero de nuevo, no quería mirarla, no quería ver una mueca de horror en ella, no quería asustarla ni nada similar, ni creía poder superar algo similar.

“¿Eres un travesti?”

La pregunta salió de los labios de Teresa antes de poder continuar, y se vio mirándola. No notó miedo en sus facciones, más bien sorpresa, y si no hubiese estado tan ansiosa y preocupada, tal vez le habría causado ternura su expresión.

Negó de inmediato, no queriendo que se malinterpretara.

Pensó muy bien que decirle, pero al final lo que salió era confuso.

Se apresuró, debía aclarar la situación.

“Nací como un hombre, y he estado en transición para ser mujer durante los últimos años, pero no he sido capaz de llevar a cabo la última operación, y tal vez no sea capaz nunca. Necesitaba decírtelo antes de que fuese demasiado tarde.”

Antes de que se enamorase aún más.

Esperó que Teresa dijese algo, pero le sorprendió el escucharla soltar un suspiro pesado.

Cuando volvió a mirarla, esta lucía aliviada de cierta forma, una mano fija en su pecho, y le sorprendió que esa fuese su respuesta. Se imaginó muchas reacciones, todas horribles.

“Me dijiste que tomabas píldoras, y creí que estabas enferma, pero ahora asumo que eran hormonales, ¿No?”

Notó la sonrisa en esta, y también se pudo relajar, y asintió. No fue capaz de decirle de que eran, solo se lo mencionó una de las tantas veces que hablaban, sin contenerse. Debió preocuparla.

Los ojos avellana la miraron, brillando, y la sintió acercarse.

Por un momento dio un salto, temerosa, disgustada de sí misma, pero se relajó de inmediato cuando sintió las manos cálidas de Teresa en su rostro, simplemente cerró los ojos, el tacto calmando sus latidos ansiosos y apresurados. Era evidente que notó su preocupación, su miedo, y estaba usando su tacto para calmarla, y funcionaba.

Se vio acercándose a esta, sin poder controlar la atracción innegable que tenía hacia la chica, sin resistirse.

Teresa le dejó un beso en la mejilla, y tenía claro que había enrojecido con el gesto.

Al parecer la atracción iba hacia ambos lados.

“Debiste preocuparte cuando te conté lo de mi fobia, lo siento. Suelo tener una reacción inmediata ante la cercanía, instintiva supongo, por lo mismo, no creo que debas preocuparte. Me gustas como la mujer que eres, y una muy linda, no creo que te pueda tener miedo de ningún tipo.”

Su corazón comenzó a latir rápidamente, ahora no por ansiedad, por miedo, por nervios, si no por lo agradables que sonaban esas palabras, como sus preocupaciones se disiparon rápidamente. Y sabía que le gustaba a Teresa, desde hace mucho, antes de que esta tuviese el valor de pedirle una cita, pero le agradaba el escucharlo de su boca.

El corroborarlo.

Tal vez era un poco apresurado el hacer algún otro movimiento, ya que las relaciones, al menos antes, solían seguir un cierto ritmo, pero no le importó hacer caso omiso. La sujetó cuando no eran más que desconocidas que se gustaban en silencio, mirándose desde la distancia, así que ahora no iba a ser diferente. Simplemente la abrazó por la cintura, disfrutando de la cercanía, de cómo esta intentaba consolarla acariciando su rostro.

Realmente le gustaba.

Abrió los ojos, observando a los ojos color avellana que la observaban de vuelta, brillantes, cálidos, así como su sonrisa. Notaba como las mejillas ajenas estaban rojas, y ahora que se miraban aún más.

“¿Realmente no te molesta?”

Le preguntó, su voz más normal, más en calma, pero quería asegurarse de todas formas, estar completamente segura. Quería tener el permiso para poder dar rienda suelta a sus sentimientos, sin tener miedo al rechazo, ya que sabía que Teresa sentía lo mismo, y solo necesitaba saber que su cuerpo no era un problema para que pudiese florecer una linda relación entre ambas.

Teresa la miró con cierta confusión, pero rápidamente entendió a qué se refería.

Esta negó con su rostro, unos cabellos moviéndose con el gesto.

“Me gustaste desde el primer momento que te vi en la cafetería. Solía ir solo para poder verte, y nunca me había sentido tan atraída a nadie de esta forma. No sé si funcionaríamos como pareja, pero creeme, lo que hay tras tu ropa no será un motivo para que no funcione.”

Oh.

Teresa le pareció sorprendentemente madura en ese instante. Se notaba que había tenido relaciones pasadas, que sabía cómo funcionaban las cosas, y era un alivio no sentirse sola en eso.

Le gustaba demasiado.

Se vio mirándola, sin poder quitarle los ojos de encima.

Había funcionado, ¿No?

Había salido bien.

Tal vez si tenía a un Dios de su lado.

Notó como, progresivamente, Teresa empezó a ponerse nerviosa, alejando sus manos en un acto reflejo, una de estas yéndose directamente hacia su nuca oculta tras su cabello.

También le gustaba el que su mirada tuviese ese efecto.

Esta dio un salto cuando apoyó los antebrazos sobre los hombros ajenos, buscando más cercanía.

Le impresionaba como podía estar tan nerviosa en un momento y luego ser tan descarada, pero empezaba a gustarle eso de sí misma. Se sentía cómoda a pesar de todo, y con Teresa parecía ser algo natural. Su cuerpo no se resistía, simplemente quería acercarse, o mirarla sin parar.

“¿Puedo besarte?”

Le preguntó, a pesar de ya estar acercándose, tal vez demasiado, al rostro ajeno. Ahora pudo sentir el aroma dulce que provenía de su perfume, un aroma frutal, y le pareció agradable. Había oído que, si gustabas de alguien, te gustaba su aroma de manera inmediata, y tal vez era así.

Teresa la miró, sorprendida, y roja, y finalmente asintió.

Sintió las manos ajenas en su cadera, y la sensación le dio escalofríos.

Le gustaba esa cercanía.

Sabía que no estaban solas en ese parque, por supuesto que no estaban solas, pero se sentía así, como si fuesen las únicas dos personas en toda esa gran ciudad.

Finalmente, la besó, y si bien había besado antes, ahora era diferente. Sintió sus piernas débiles, y se alegró de que Teresa la tuviese sujeta en un agarre firme.

Le gustó cada segundo de ese beso, y aún más cuando la chica le correspondió sin siquiera dudarlo. No quiso que terminara, pero por una parte quería ver la reacción de Teresa, y tal vez eso fue lo que la hizo tener la fuerza de voluntad para terminarlo, pero no quería.

Ahora podrían conocerse más, besarse más, y no seguiría insegura por mantener su secreto bajo llave.

Ahora era libre de sentir.

No estaba ocultando nada.

Notó una sonrisa graciosa en la expresión de Teresa a penas se alejó. Los ojos no la miraban a los ojos, más bien seguían pegados a sus labios, lo cual lo tomó como un cumplido.

Esa chica era adorable.

“No creo que puedas dejar de gustarme.”

Esta le dijo unos segundos después, su expresión igual de distraída, y adoró esa reacción.

Se vio soltando una risa, sintiendo sus propias mejillas arder ante la seguridad en la voz ajena.

“Digo lo mismo.”

Dijo, y volvió a besarla, haciendo que esta hiciese un sonido de sorpresa, pero rápidamente correspondió.

Si, le gustaba, y mucho.

Ya no podía esperar hasta tener otra cita.

Chapter 122: Royal Guard -Parte 1-

Chapter Text

ROYAL GUARD

-Sacrificio-

 

Se consideraba afortunada de ser parte de la guardia real.

De servir a su país, a la realeza, a los gobernadores del lugar en el que había nacido, y serles de utilidad, protegerlos con su vida, para eso había sido entrenada, ese era su deber. Empezó siendo nada más que una niña que entrenaba día y noche para ganarse su lugar, para ganarse su nombre, e incluso ahora, continuaba, con la intención de llegar aún más alto.

De ser aún más fuerte.

De ser aún más capaz.

Sobre todo, a la hija de la realeza, a la condesa, a quien le juró lealtad, quien le dio la mano, quien le otorgó aquel lugar, y por lo mismo, se convirtió en su acompañante, en su escudo y en su espada.

Y sentía orgullo de serlo.

Por ella mataba, por ella moría.

Aun así, no creyó que todo se volvería un caos tan pronto, mucho menos estando en un país ajeno, de viaje, guardando las espaldas de la condesa, y si bien creyó que esta podría estar en peligro, así como los de inteligencia creyeron en un comienzo, aun así, decidieron hacer aquel viaje, y fue una mala idea el hacerlo.

Obviamente la condesa estaba ahí como la cara publica de la realeza, la cara querida de su país, se ofreció a hacerlo, a ir ahí, a viajar, a tener conversaciones con otras figuras de la nobleza, y al tener conexiones en aquel país le daba una ventaja en su objetivo de mermar las aguas, de solucionar lo que la diplomacia no había logrado en los últimos meses.

Pero las conexiones ni las buenas intenciones fueron suficientes.

Ahora estaban atados de manos y pies, temiendo que la condesa diese un paso afuera de los aposentos donde había sido acomodada, ya que su vida corría riesgo, era una posibilidad, el odio que le tenían a su país, era demasiado grande, y no perderían la oportunidad de asesinar a un noble de casta solo para dejar en claro aquella guerra.

Y si bien no creyó, ni esperó, estar jamás en esa tesitura, el tener a su ama y señora en peligro, ahora se convirtió en el as bajo la manga, se convirtió en su sacrificio.

Sacrificio que sería, sin dudarlo.

No le agobiaba el ser usada como un escudo, como una espada. Mucho menos le agobiaría el ser usada como un substituto de la mujer que le dio la vida que tenía.

Para la buena suerte de su país, de su patria, de la sobrevivencia de la condesa, tenía un rostro similar a su ama. Eran parientes, evidente ante su parecido, pero ella solo era la hija bastarda, y sabía que una de las razones por las que había subido tanto en su rango, era por ese punto a favor. Gracias a ese parentesco, pudo dejar de ser una huérfana, y tener un lugar en los altos estratos de su país, el ser alguien importante, incluso entre la realeza.

Y de nuevo, eso no le molestó, en lo absoluto, de hecho, agradeció el tener ese rostro, el tener esa contextura, el ser, al menos un poco, similar a su señora, se sentía agradecida de eso, sin embargo, creía que esta debía sentir lo contrario al tener el rostro de nada más que un guardia real, que una niña abandonada, huérfana.

Sea como sea, estaba lista para arriesgarlo todo.

De hecho, los demás a cargo no tuvieron ni siquiera que pedírselo, ahí tenía un rango alto, tenía poder, más que otros, así que, incluso aunque tuviese aquella idea suicida, ellos no tenían demasiado poder para detenerla.

Excepto su señora.

Pero la conocía, una mujer como la condesa era capaz de mucho, era una mujer ambiciosa, poderosa, misteriosa, que se ganó el respeto de su país entero, más amada que los mismos príncipes, tomando un lugar valioso en los puestos de poder, convirtiéndose en un miembro de la nobleza necesario para la subsistencia de su patria.

Y por lo mismo, debía proteger a quien era tan valioso para su patria.

Su trabajo, en su mismo, era una muerte anunciada.

Pero moriría con honor.

Moriría por la persona que le dio esa vida.

Por lo mismo, no tenía miedo alguno, no vacilaría, ese era su objetivo, su propósito, era una espada que atacaría ante la orden, así como un escudo que sería atravesado sin la menor duda.

No importaba nada más.

Las personas ahí reunidas, otros guardias, los de inteligencia, asesores de la condesa, le asintieron al contarles sobre su proposición, luciendo sorprendidos, algo incrédulos, de su decisión. Tal vez no eran tan fieles como ella lo era, que arriesgaría su vida. Se dio la media vuelta, con la intención de salir de ahí, de ir donde la condesa, arreglando su traje una vez más, queriendo lucir, una última vez, con su uniforme, con su armadura, pulcra y brillante.

Arregló cada detalle, lo dorado de su traje, brillante, y se sentía cómoda así, en esa ropa, en esa segunda piel, con los colores de la mujer a la que le juró lealtad. Su cuerpo cómodo ahí dentro, teniendo la ligereza de la formalidad, pero a la vez la protección de una armadura, todo perfectamente equilibrado. Se puso la espada en el cinto, afirmándola correctamente, observándose una vez más frente al espejo, asegurándose que no fuese nada más que perfección, todo en su lugar, y ya ahí arregló los guantes en sus manos, blancos y pulcros, así como su ropa.

Ropa que era cosa de tiempo para que fuese manchada de rojo.

Pero así era la vida, así era la guerra, y algunos viles personajes estaban dispuestos a atacar a una figura de autoridad, a alguien de casta, el atacar a un noble indefenso en un país ajeno. Su condesa jamás estaría en peligro en el país, en su país, jamás. Los guardias, lo edificios, los eventos, todos tenían la máxima seguridad posible, era imposible el que cualquiera pudiese hacer un movimiento en falso y que no fuese notado, donde cualquier ataque era prevenido.

La guardia real protegía a cada ápice de la realeza, a las figuras más importantes del país, para mantener la patria a salvo.

Ahí, en ese lugar, era diferente, no tenían forma de salvaguardarse, de poder enfrentarse a un peligro inminente, no tenían ni los recursos ni las tropas. Una decena de guardias no era suficiente, lo tenía claro, y los demás que estaban ahí, acompañando a la condesa, no tenían la capacidad para enfrentarse a un peligro.

Además, estando en ese edificio, en el cual no podían monitorear todo lo que ocurría, por mucho que les permitiesen quedarse en un ala de este.

Eran débiles ahí.

Eran un objetivo fácil.

Caminó a paso raudo por los pasillos, yendo hacia los aposentos de su condesa, sabiendo que sus asesores ya debieron comentarle el plan a seguir, solo le quedaba a ella el presentarse, el dar inicio con todo el plan, y no quería que pasase demasiado tiempo, ya que, mientras más se tardaban en volver a casa, más peligroso se volvía el estar ahí.

Se paró frente a las puertas dobles, dos guardias, compañeros suyos, protegiéndola, y debían seguir así, era una situación riesgosa, no se podían cometer errores. Dio dos golpes secos en la superficie, y uno de los asesores de la condesa le dio permiso para entrar, los guardias abriéndole la puerta.

Dio dos pasos adelante, y antes de siquiera tener la audacia de mirar a la condesa, se arrodilló frente a esta, mostrándole el mayor respeto que podía, casi como si se tratase de la mismísima reina, y para ella, lo era. No eran extrañas, su aparición no era inusual, mucho menos no desde que se hizo cargo en aquel viaje, pero, aun así, el ambiente era diferente de lo usual.

Ya no era mera protección.

Ahora era un sacrificio.

La condesa le hizo un gesto, y levantó el rostro, ahora si mostrándole respeto a su señora al mirarla a los ojos, tal y como esta prefería. Puso la mano en su pecho, sintiéndolo latir con fuerza bajo sus ropas, latiendo vivo, y observó a la mujer frente a ella, sentada, luciendo como cualquiera de la nobleza debía lucir, orgullosa, capaz, su mirada sin tener la menor vacilación, y creyó que a pesar de que era irrespetuoso compararse, en eso eran ciertamente parecidas.

Su rostro era más parecido en la actualidad, que antes en el pasado.

Ambas luchando por obtener todo lo que querían, sin retroceder, sin dudar, ni por un momento, ni siquiera al tener la muerte acechando.

Respiró profundo, y habló.

“Condesa, yo seré su substituta, honorablemente tomaré su lugar, para que usted pueda volver a nuestra patria, sin mayor inconveniente.”

Tenía el rostro similar, así que sin duda tomaría su lugar, y en otra circunstancia no tendría el valor de hacerse pasar por una figura como lo era la condesa, pero no dudaría ni un momento si con eso podía asegurar su seguridad. Ahí no estaban jugando, era la vida o la muerte, algo que en un día normal era prácticamente un insulto, en este momento era banal.

Se haría pasar por la condesa en las siguientes reuniones diplomáticas, usaría sus ropas y una extensión de cabello para lograrlo, así como sus asesores estarían ahí, haciendo del engaño algo más real, solamente para que, quien sea que iba detrás de la condesa, creyese que seguía ahí, en el país, mientras que la real, la verdadera condesa, iba de camino de vuelta al lugar al que pertenecía.

En su país, la condesa se había vuelto una figura importante en la política, cada día más importante y más relevante, por lo mismo estaba ahí, debatiéndose el futuro de la guerra con otros como esta.

Era alguien que se había vuelto tan relevante durante el último tiempo, que por lo mismo querían asesinarla, y no podía permitirlo.

Butterfly Knife.”

La voz de la condesa le tomó por sorpresa, o más bien, lo que le dijo, ya que no le hizo sentido alguno sus palabras. Le sonaba, sí, pero no estaba segura de a donde había oído aquel nombre.

“¿Disculpe?”

La condesa se mantuvo firme en su posición, su expresión tan fiera como era usual, así como su voz, siempre intensa, fuerte, la voz que emitía poder, que era capaz de tener al país en la palma de su mano, incluso a otros personajes de la realeza, danzando a su gusto. Y esa ambición, no haría nada más que crecer, cada vez más.

Esa mujer obtendría todo lo que quería, y más.

Sus palabras nunca debían ser vistas en menos.

Su ama y señora jamás gastaba saliva en nada, certera, al grano. Y si bien cuando la conoció, era más joven, más inocente, solo un noble más, sin poder alguno, cada año que pasó, se superó a sí misma, así que sentía orgullo de morir por la causa, por esa mujer.

“Ese es el nombre de la única persona capaz de protegerme de los sicarios. La única persona capaz de encontrarlos y darles caza antes de que lleguen a mí.”

Butterfly Knife.

El nombre volvió a resonar en su cabeza, recordaba haber oído de alguien así, a una persona, quien llevaba el nombre de un arma, de una herramienta, de un cuchillo, y por lo mismo, se comportaba de la misma forma. No recordaba bien si se trataba de un mercenario, de un espía, o de un sicario, pero si había escuchado que esa persona era capaz de cumplir cualquier misión, que valía más que una docena de guerreros.

Le pareció nada más que fantasía cuando oyó eso de otros compañeros, solo una leyenda más, sin embargo, si la condesa mencionaba el nombre, significaba que existía.

“Traeme a Butterfly Knife, ahora.”

La voz de la mujer volvió a sacarla de su cabeza, y de inmediato le dio una reverencia, asintiendo.

“Como usted desee, mi señora.”

Si esa persona era real o no, no importaba, si su condesa pedía llamar por aquella persona entonces la encontraría, no era la primera vez que le pedía algo así, el decirle que buscase a alguien difícil de encontrar, y creía que podría correr la voz pronto, para eso tenían a los de información ahí, así que contactaría con ellos, pronto.

Se levantó, dándole otra reverencia a su señora, antes de darse media vuelta y salir de ahí, dispuesta a cumplir con su tarea. Tenía claro que la condesa no iba a querer moverse del país hasta que Butterfly Knife llegase. Tuvo un día ajetreado por lo mismo, haciendo ella misma una búsqueda, teniendo una que otra reunión con los aliados en ese país, con comunicaciones, así como mandó a parte de su equipo para hacer correr la voz, se involucró lo más posible, hasta que no pudo hacer nada más que esperar a que le llegase información de vuelta.

Al llegar la noche, quiso hablar un poco más al respecto del plan con la condesa, el discutir los pasos a seguir, el mostrarle lo que consiguió para poder ocultarla, pero considerando todo lo sucedido, todo lo que tuvo que pasar esa misma mañana, cuando se enteraron de aquel problema en medio de una reunión, creía que su señora se había ido a dormir temprano, tomándose un descanso bien merecido.

Sin embargo, aunque no fuese a hablar con esta, decidió, incluso cuando ya era tarde, el pasar por los aposentos de su majestad, el asegurarse que todo estuviese correcto tal y como debería, al fin y al cabo, ella era la responsable de su seguridad, incluso aunque tuviese a guardias haciendo turnos unos tras otros para que esta estuviese siempre protegida.

Caminó por los pasillos, estos oscuros, coloreados solo por el color de la luna, leve, pero permitiéndole ver alrededor. Se había acostumbrado a esos pasillos, a pesar de la incomodidad que le generaba estar en territorio enemigos.

Pudo ver las puertas dobles de los aposentos de su señora a la distancia.

Y con eso, notó algo más.

Vio sangre.

El rojo.

El color que temía ver.

No.

¡No!

Comenzó a correr, sin siquiera dudarlo, teniendo el corazón en la garganta, acercándose a las puertas dobles en las que se había parado hace tan solo unas horas, y ahora estaban pintadas de rojo, levemente abiertas.

Le parecía banal el esperar, el tener el respeto usual al estar en aquella posición, el esperar a la condesa que le diese la entrada, pero si, era banal, sobre todo en esa situación, sobre todo ante los quejidos de dolor que escuchó desde dentro.

Así que las empujó del todo, entrando, y lo primero que notó, fueron los cuerpos de dos de sus compañeros, de los guardias, ahí, en el suelo, tirados, sangrando, ambos completamente estáticos, silenciosos…

Muertos.

Y el quejido volvió a oírse, así que miró hacia adelante.

Entonces lo vio.

Un sujeto enmascarado, sujetando a la condesa en sus brazos, apuñalándola en el pecho, la mujer que vio fuerte, que vio capaz, a la que tanto quería proteger, soltando sus últimos suspiros llenos de debilidad, siendo nada más que un cuerpo cuya alma desaparecía.

El sujeto la miró, se miraron, pudo ver los ojos brillando detrás de la tela, y este dejó caer a la condesa, como si de una muñeca de trapo se tratase.

Que vil.

Que horrible.

Que deshonroso.

Ni siquiera se percató de que estaba sosteniendo la espada en su mano, ni siquiera lo meditó, su cuerpo moviéndose por sí mismo, haciendo lo que estaba hecha para hacer, y sin dudarlo ni un momento, se lanzó ante el sujeto, sintiéndose hervir en enojo, en impotencia...

Y, sobre todo, en culpa.

Esa muerte debió ser la suya.

Ella debía sacrificarse por la nobleza.

Nadie más debía morir que no fuese ella.

Y siempre se culparía por eso.

 

Chapter 123: White Cat -Parte 4-

Chapter Text

WHITE CAT

-Atracción-

 

“¿Cuántas veces más me vas a rechazar?”

Miles, probablemente.

Se tragó el suspiro que quiso soltar.

Era su día libre, así que aprovechó de ir a la biblioteca y estudiar un poco, sabiendo que el fin de semana todos los estudiantes aprovechaban de salir de la escuela, o por el contrario, se quedaban en los dormitorios, así que era difícil que hubiese alguien ahí, lo que para ella, el estudiar, solo era una excusa para pasar un momento a solas, sin tener que obligarse a pasar tiempo con los demás como debía hacerlo en clases.

No tenía que pretender si estaba sola.

Y desde aquel día, que se sentía frustrada, así que evitaba lo más posible al resto de sus compañeros.

Pero cuando decidió volver a los dormitorios, terminó topándose con un grupo, que conocía bien, porque no era la primera vez que se los topaba. Sabía que la miraron cuando pasó por el lado, siendo obvios con sus miradas, incluso con las cosas que empezaron a decir a sus espaldas, menos desagradables que lo que las hembras solían decir, pero aun así le desagradaba que no se lo dijesen en la cara.

Pero al menos uno de ellos, que ya se le había acercado otras veces, decidió ser él quien se lo decía a la cara, o al menos parecía tener la intención de hacerlo.

Este corrió, y se puso frente a ella, sonriéndose, y si, con él era todo sonrisas, pero tal y como su especie, cumplía con el estereotipo de ser un oportunista. Sabía que las hienas machos solían ser más pequeños y débiles en comparación con las hembras, así que, viviendo todos juntos, los machos para darse más estatus no salían con su misma especie, por el contrario, solían buscar hembras de otras razas más débiles, para poder sentirse más de lo que eran.

Y ella, que era la más débil en una especie que de por si era considerada débil entre los felinos, como eran los gatos, era la pareja perfecta para una hiena.

Oportunista sin duda.

Lamentablemente, esa hiena en particular no era realmente inteligente, porque no dejaba de volver a ella, sin importar las veces que le dijese que no estaba interesada.

Y ya se sentía frustrada para tener que lidiar con eso.

“Te lo dije antes, no estoy interesada en tener una relación.”

Tuvo que mantener su semblante tranquilo, intentando lo más posible de que sus emociones no pudiesen ser notadas, o se le notaría el enojo, la frustración, las ganas de mostrar los colmillos, y no, ella no podía darse ese lujo. Además, si mostraba los colmillos, y alguien reaccionaba acorde, reaccionando tal y como ella quería, dudaba poder hacerle frente, no por nada era la más débil de la camada.

Así que mantener la calma era lo único que podía hacer.

El macho soltó una risa, inflando el pecho, luciendo orgulloso, sobre todo cuando su grupo de amigos seguía ahí, observándolo desde la distancia, luego de apoyarlo para que volviese a pedirle salir. Y dudaba que fuese bueno para su ego el que lo viesen siendo rechazado una vez más. Solían creer que no hablaba en serio, que era tímida y por eso los rechazaba, que le daba vergüenza iniciar una relación, pero no había nada de timidez en sus actos, en sus palabras.

Pero ninguno lo entendía.

Y era de esperarse, si al final, pretendía tanto, que esperaban eso de ella, y no era así, pero tampoco podía mostrarles la realidad.

Eso sería jugar con fuego, y no podía quemarse.

“Por favor, Feray, muchas quieren salir conmigo, pero yo no quiero a nadie más que no seas tú.”

Si, escogía a la más débil.

Le enojaba que así fuese, porque él en particular, era una de las tantas razones de porqué las hembras solían odiarla, porque no las querían, no las escogían, pero a ella sí, eran competencia. Ella era un bache para que estas pudiesen conseguir a los machos que les gustaban, había escuchado de varias que la hablaban mal de ella, porque sus parejas solían decir que gustaron de ella en algún momento.

Y vaya ironía era aquella, al no estar ella interesada en ningún macho, pero ahí estaba, atrayéndolos como moscas.

La hiena sonrió, queriendo seguir adelante a pesar de que su silencio fuese suficiente para darle a entender lo que ocurría. Este dio un paso adelante, y ella dio uno hacia atrás, y fue cosa de tiempo para que quedase contra la pared, el macho frente a ella, apoyando la mano contra la pared, dejándola atrapada ahí.

Y a diferencia de aquella vez…

No sintió nada.

No sintió esa atracción.

No sintió sus instintos enloqueciéndola.

No sintió el calor ajeno abrumándola.

Y quiso volver a ese día, cuando sintió el aroma de Rylee en su nariz, ese aroma cítrico, así como sintió su calor y escuchó el sonido de su garganta resonar en un gruñido ronco, porque en ese momento, se sintió un verdadero animal, se sintió realmente libre en su piel, siendo ella misma, no quien debía ser.

Y era decepcionante que no ocurriese de nuevo.

Solo fue algo de una vez, no volvería a ocurrir, lo sabía.

No podía mostrar al animal, no podía dejarlo salir, así que era mejor si nadie la obligaba a hacerlo.

Sintió el rostro ajeno acercándose al propio, y ni siquiera sintió molestia, asco, no sintió absolutamente nada, más que decepción, frustración, pero por no sentir más, por no volver a sentir aquello que sintió una sola vez, y su cuerpo pedía más, y debía restringirse, una y otra vez, porque no saciaría la sed, no debía.

“Estas desperdiciando tu juventud así, deberías salir con más chicos y pasar un buen rato, y sé que hay muchos que quieren salir contigo, pero sé que yo si podré hacerte pasar un buen rato, no como el resto.”

¿La haría pasar un buen rato como el que Rylee le hizo pasar?

Lo dudaba.

Nadie podría hacerla sentir como Rylee lo hizo, y si nadie lo haría, entonces no quería a nadie. Podía seguir pretendiendo, pero ya lo había dicho, tampoco sería tan estúpida para perder su tiempo con alguien con quien no sentía atracción alguna, mucho menos decidiría pasar el resto de su vida al lado de una pareja que no la satisfacía.

Para eso, mejor ni vivir.

Podía vivir una vida miserable, pretendiendo ser alguien mejor de lo que era, ¿Pero además vivir frustrada cada minuto de su vida, criando cachorros con alguien que no le hacía sentir nada?

Por supuesto que no.

“No estoy interesada.”

Todo risas y sonrisas.

Hasta que su paciencia parecía decaer.

Pudo notar como los ojos ajenos se fueron a su grupo de amigos, y notó la frustración en este, y su sonrisa ya no se vio tan genuina como lo era hace unos segundos. Era una humillación más, así que no se iba a ir con las manos vacías. No sería el primero que volvía luego de un rechazo, ni sería el primero en inventarse que tuvo algo con ella solamente para no terminar avergonzado por sus amigos.

Si Rylee hubiese sabido algo más de ella, habría escuchado esos rumores, y ahí realmente le habría sorprendido que fuese virgen.

Porque lo que decían de ella, la hacía ver lo opuesto a eso.

Todos eran unos cobardes que no le decían las cosas a la cara, que mentían, que no eran honestos consigo mismos, que no eran honestos con sus propias existencias, y le enojaba tanto que ella terminase siendo igual, porque así era la sociedad.

Todos eran unos mentirosos.

Incluso el macho aquel, que comenzó a intentar convencerla, una vez más, pero ya no le puso atención, porque le molestaba también que este estuviese enojado, pero siguiese pretendiendo, sin mostrar los dientes como debía de hacerlo.

Como lo odiaba.

Nadie era como Rylee.

“No la escuchaste, te dijo que no.”

Escuchó un gruñido, y su corazón golpeó bruscamente en su pecho.

Se giró, buscó la voz, buscó el sonido, y notó a aquella hembra que tantas veces había pasado por su cabeza durante esos días, parada ahí, a solo unos metros, cruzada de brazos, luciendo grande, fuerte, frunciendo el ceño y abriendo la boca lo suficiente para que sus colmillos fuesen visibles.

No creyó ser capaz de mantener su rostro carente de emoción alguna.

No, de seguro no pudo.

Porque sentía, como sentía.

Escuchó al macho soltar un bufido, una risa que parecía nada más que una burla, y sabía que este la iba a insultar.

Y eso hizo.

“¿Qué hace la desviada aquí?”

La insultó sí.

Pero no a la cara.

Y eso la hizo enfurecer aún más.

El macho se movió, para mirar a Rylee de frente, pero no alejó la mano que la mantenía ahí, contra la pared. Por su parte se puso la mano en el rostro, porque sabía que estaba poniendo una mueca, porque Rylee estando cerca, mostrándose tal y como era, y ella respondía acorde, haciéndola hacer lo mismo, esa conexión que tenían, y no creía ser capaz de pretender en ese momento.

Así que mantuvo su rostro gacho.

“Deja de meterte donde no te llaman, Feray es una chica normal, no como tú, no intentes nada.”

¿Ella, normal?

Vaya mentira.

Y Rylee lo sabía, por lo mismo escuchó como sus gruñidos se hicieron más fuertes, sus manos ahora moviéndose a sus costados, apretando los puños, sin controlar sus emociones, su rabia, su enojo, porque si, la estaba insultando en ese preciso instante. Esa hembra sabía que era así, que ella no era normal, era una desviada más, ambas eran tal para cual.

Esta dio un paso hacia adelante, sin temer, el lobo saliendo, gruñendo, listo para pelear, incluso notó como su cabello se engrifó, como sus orejas se movieron, mostrando agresividad en su expresión. La hiena apretó los dientes, pero no en enojo, en rabia, no parecía querer pelear, por el contrario, parecía que le sorprendió algo así.

No, mostrar los dientes no era algo que se hiciese, era algo mal visto, era mal visto también el sentir esa esencia, ese aroma que provenía de Rylee, soltándolo con la intención de provocar, de intimidar, solo los animales hacían eso, y esa sociedad solía simular que no, que no eran así, que eran mejores que animales.

Aun así, el macho no dudó en ponerse firme, era una pelea después de todo, pero no iba a pelear como un animal, de hecho, lo vio apretar los puños y ponerse firme, preparándose, y sabía que era un deportista, que era atlético, por lo mismo tantas hembras gustaban de él, así que tenía claro que a pesar de que fuese más pequeño que Rylee, podía dar pelea.

Y así fue.

Cuando la hembra decidió acercarse, caminar los pocos metros que quedaban entre ambas, él atacó, dando un golpe certero, bien pensado, técnico, y pudo oír el sonido de la nariz de Rylee rompiéndose.

Así como pudo sentir el aroma a sangre.

Aroma que reconocía, pero la última vez estuvo mezclado con el aroma de su propia sangre, así que no pudo sentirlo con definición, no pudo olerlo por separado, disfrutarlo, pero ahora sí. Y le gustó ese aroma, tanto como le gustaba el resto de aromas que provenían de la hembra.

Dio un salto, no por miedo, si no por sorpresa, cuando el gruñido que oyó fue incluso más fuerte que los que escuchó antes, fue un sonido grave, como un eco, un sonido que incluso entre animales sonaba irreal, monstruoso. Rylee se quedó con el rostro agachado luego de recibir aquel golpe, su rostro oculto entre su cabello, lo único que se podía ver, era como caía la sangre por su nariz.

No tenía que verle el rostro.

Lo supo de inmediato.

En ese segundo, Rylee era más que solo un animal.

Las alarmas sonaron en su cabeza, sabiendo que eso no estaba correcto, que había un límite, ella misma se puso un límite, así como supo que Rylee hizo lo mismo, por lo mismo no mordía a los herbívoros, por lo mismo no las devoraba cuando tenía la oportunidad, pero en ese preciso instante supo que si Rylee llegaba a moverse, llegaba a atacar de vuelta, dejaría atrás esa regla, mordería, con la intención de matar.

Y si, admiraba que fuese así, que tuviese la valentía de mostrarse tal cual era.

Pero eso no era quien ella realmente era.

Era algo más, y sabía que se arrepentiría si lo llevaba a cabo.

Apreciaba que Rylee hiciese todo eso para protegerla, pero la situación se estaba saliendo de control. Pero no era un herbívoro, podía protegerse a sí misma, no necesitaba que Rylee la protegiese como si necesitase ser protegida.

Así que debía demostrarle que era capaz de hacerlo.

Y en ese momento, debía incluso proteger a la hembra de sí misma, porque eran similares, y no podía olvidar eso.

No iba a dejar que Rylee fuese aún más paria de lo que era, no lo iba a permitir.

Así que dio un paso adelante, se posicionó frente a Rylee, dándole la espalda, enfrentando a la hiena, quien parecía asustado por los sonidos, pero cuando la vio a ella, parecía más que nada sorprendido. Los ojos ajenos observaron los propios, la observaron con intensidad, luciendo incluso incrédulo, y ahora era obvio que estaba haciendo una mueca, que había dejado atrás su mueca de nada, insípida, no, ahora mostraba colores.

No quería saber que colores, pero no le importaba.

Ahí era la vida o la muerte.

“No siento atracción alguna por ti, ni por nadie que me haya pedido salir, ninguno podría satisfacerme, así que no voy a perder mi tiempo, así que, deja de humillarte a ti mismo y acepta que te rechacé, que lo haría mil veces más.”

Habló, su propia voz sonando diferente a lo usual, y esperaba que nadie más ahí la hubiese escuchado, solo él, no quería crear más rumores, aunque tratándose de ella, eso era algo usual, así que poco le importaba. Solo no quería que los rumores fuesen más verdades que mentiras, porque solo le darían ganas de mostrar los dientes.

De hecho, ¿Los estaba mostrando?

Esperaba que no.

Antes de escuchar respuesta alguna, se dio media vuelta, mirando hacia Rylee, quien la miraba con sorpresa, siendo de nuevo el perro, luciendo en calma, diferente al animal salvaje que se convirtió durante un momento, siendo demasiado incluso para animales como lo eran ellas, así que le alegraba que no llegase a más, el haber interferido a tiempo.

Su nariz estaba roja, así como la sangre caía por su mentón, gota tras gota, sin parar.

Ese aroma la volvía loca.

“Vamos a la enfermería.”

Ordenó, pasando por el lado de Rylee, y a pesar de que no quería tener ningún tipo de contacto con esta, que no era bueno para su reputación, y por lo mismo cuidó sus movimientos, sin dejar que sus manos se agarrasen a la piel ajena tanto como deseaba. Sin embargo, su cuerpo no le hizo mayor caso, o más bien, su lado más animal, ya que tal y como aquel día, su cola se sujetó al cuerpo ajeno, a su brazo, manteniéndola firme, tomando lo que le pertenecía sin decoro alguno.

No podía ocultarse.

No con esa hembra, simplemente se veía obligada a ser ella misma.

Caminó a paso rápido, y por suerte los pasillos estaban vacíos los fines de semana, así que nadie la vio, y ahí atrás, tampoco había público, solo el grupo de amigos, nadie más, y lo agradecía. Se había salvado esta vez, debía ser más cuidadosa.

Ambas debían ser más cuidadosas.

Entraron a la sala, esta vacía, normalmente cuando ocurría algo similar, durante esos días, debían de llamar a alguien de afuera para que viniese, ya que los profesores no vivían ahí como lo hacían los alumnos, y era el caso de la enfermera. Pero no quiso llamar a nadie, simplemente usaría lo que había ahí a mano.

Obligó a que Rylee se sentase, mientras la veía sujetarse la nariz, la sangre terminando de caer, un gran cumulo de esta manchando abajo. Había logrado contener parte de esta para no manchar los pasillos, pero ya ahora era imposible de contener. Se apresuró en buscar algo para detener el sangrado, así como una compresa fría para la zona. Si tenía quebrada la nariz o no, no podía saberlo, pero por ahora debía evitar que esta manchase toda la escuela.

Honestamente, no le molestaría, el aroma le agradaba.

Rylee se quedó quieta mientras sostenía la compresa sobre su rostro, ella por su parte comenzó a detener el sangrado con lo que encontró a mano, gasas, sobre todo, hasta que pareció funcionar, sin sangrar tan estrepitosamente como antes, ahí recién soltó un suspiro, limpiando la zona, así como las manos ajenas.

Se alegraba de haber prevenido una catástrofe.

Ahí recién miró a la hembra, quien la sonreía, tranquila a pesar de sentir un dolor intenso en su nariz, no, no creía que el dolor fuese una molestia del todo, estaba acostumbrada a pelear, lo había notado. Ambas podían soportar eso, porque eran animales, resistentes. Aun así, negó, esta se había metido en sus asuntos y por eso se había agrandado ese lio innecesario.

la sujetó de la barbilla, y a pesar de la intensidad de su agarre, esta no dejó de lucir feliz.

“¿Te das cuenta de lo que acabas de causar?”

Habló, firme, y a pesar de la sorpresa que notó en esta por unos momentos, le pareció quitar importancia, luciendo despreocupada, levantándose de hombros. Obviamente nada había salido mal del todo, esas peleas era algo usual en la vida de Rylee.

Aun así, no dejaba de indignarle que la hubiese protegido.

Tenía algo de ego después de todo.

“No soy como tus herbívoras que necesitan que alguien las salve, puedo cuidar de mí misma sin problema, no tienes porqué meterte en mis asuntos.”

Intentó sonar firme, pero la expresión de Rylee no cambió, por el contrario, parecía incluso más feliz, emocionada, su cola moviéndose de un lado a otro.

“¡Claro que lo sé! Pusiste a esa hiena en su lugar, sonaste genial.”

Pero lo evitaba, evitaba el hacer algo semejante, temiendo que su verdadero rostro saliese a la luz, y creía que eso sucedió. Por suerte no hubo una multitud ahí que pudiese corroborar la historia, o eso la metería en un aprieto.

Era una estudiante modelo, debía serlo para ser más que la gata débil que era.

“Cuando me viste debiste dejarme en paz, no deberíamos cruzarnos, no es bueno para mi reputación.”

Miró directamente a los ojos claros, frunciendo el ceño, severa, y se sintió de inmediato mal al decir esas palabras, porque a pesar de que eso era lo que debía decir, la decisión que debía tomar era difícil, porque quería lo contrario. Notó como Rylee bajó sus orejas, su felicidad desvaneciéndose, notándose preocupada, triste, ante sus palabras, porque eran dolorosas de oír, lo tenía claro. Si alguien con quien tenía una conexión similar le dijese algo así, que no podía acercarse, le dolería.

Era un instinto más, el acercarse a la otra.

Antes de decir más, los ojos la observaron, mirándola fijamente, decididos, y entonces sintió las manos en su cadera, sujetándola, aferrándose a su carne como garras, firmes, y se sintió arder con el mero tacto, su cuerpo reaccionando acorde, su cola enrollándose sin permiso en uno de los brazos. Era algo imposible de controlar, lo tenía claro, por eso intentaba mantenerse lejos, porque sabía que estar cerca de esa hembra era suficiente para enloquecerla.

Fue algo de una sola vez.

Pero decidió que así sería, porque o si no, se volvería adicta.

Lo que no sabía, es que ya estaba adicta.

Esa atracción, la tenía enloquecida.

Chapter 124: Sloth -Parte 1-

Chapter Text

SLOTH

-Diosa-

 

¿Por qué era tan hermosa?

Se acomodó en el asiento, y miró las fotografías, acumulándose, poco a poco, en su pared. Y no podía entenderlo, no sabía porque era así, como era tan irresistible ante sus ojos, y daría lo que sea para seguir observándola.

Y ahora, que la pasión que sentía era suficiente para darle las energías de buscarla, de verla con sus propios ojos, en vida, era incapaz, la libertad condicional evitándolo.

Pero no por eso sus recursos serían limitados.

Tenía las cámaras de la ciudad a su disposición.

Y era una lástima no poder obtener el acceso a su pent-house, la seguridad era muy grande, y sus intentos habían fallado, pero necesitaba ver más, saber más, el poder ver a esa mujer en lo más profundo de su intimidad, el verla solo para ella, el disfrutar de su imagen, del rostro que ponía cuando nadie la veía, completamente a solas, cuando dormía, cuando se bañaba, cuando se desahogaba en la cama.

Quería saberlo todo.

Lo que tenía ahora no era suficiente.

Necesitaba acercarse un poco más.

Mirarla desde la distancia no era suficiente.

Se miró el pie, notando el aparato en su tobillo, el cual aún no podía quitarse, pero no importaba, porque no salía de casa, ¿Para qué? Si podía tener todo lo que deseaba desde ahí mismo, al alcance de su mano, sin el más mínimo esfuerzo.

¿De qué estaba hablando?

No, claro que no, ahora no.

Ahora si necesitaba hacer ese mínimo esfuerzo, y estaba dispuesta a hacer ese mínimo esfuerzo, porque su corazón así lo dictaba, palpitando, exigiendo más, diferente a la apatía usual de su vida, estando enamorada, era capaz de hacer todo lo que antes era incapaz.

Porque necesitaba más.

Ya no podía dormir en paz, la imagen de la mujer, siempre presente en su mente, arrebatándole el sueño, porque la única forma en la que dormiría en paz era teniéndola a su lado, solo para ella, absolutamente toda para ella, y para nadie más.

Pero si salía, volvería a prisión.

No, no podía volver ahí.

Cuando decidió ver a su antigua amada, salir por ella, entrar a lo más profundo de su santuario, fue cuando todo se cayó a pedazos, y ahí no pudo volver a verla, no pudo ver su sonrisa, no pudo ver sus fotografías, no pudo observar la cámara que ella misma implantó en su cuarto, no podía escuchar su voz cuando la llamaba, no podía observarla por la ventana, no podía hacer nada de eso cuando estaba entre las rejas, impidiéndole su libertad.

No tenía otra que disfrutar de las memorias, que era lo único que le permitía dormir, el imaginarla a su lado, el tenerla ahí, dentro de su celda, solo para ella.

Encerrada.

Solo con ella.

Pero es que esa mujer no entendió, no pudo comprender el amor que le tenía, lo apasionada que era en esa relación que tenían, lo apasionada que la volvía el amor ante su vida tan carente de energía, de ganas, de vida, y se lo demostró, la llamó cada día para decirle lo enamorada que estaba, lo mucho que quería verla, que quería sentir la piel ajena en sus manos, el sentir su calor, vivo, terso.

¡No lo entendió!

No pudo aceptar el amor que le tuvo, y eso, sin duda dolió más que el tiempo que estuvo en prisión.

La primera tampoco lo entendió, le mandó flores, la visitó, ahí sí hizo un esfuerzo, más que el mínimo, fue su primer amor después de todo, pero por más que hizo todo lo que era correcto de hacer, declaró su amor de todas las formas posibles, esa tampoco lo entendió, ¿Y cómo podía aterrarle ese amor tan puro que tenía para dar? Solo era una niña enamorada, nada más, no hizo nada mal, solo le mostró lo mucho que la amaba, lo mucho que estaba dispuesta a dar y a hacer, tanto así para visitarla, para viajar a verla, para estar con ella el mayor tiempo posible.

Nunca dio nada por nadie, nunca hizo nada por nadie, nunca hizo nada ni por sí misma, y ahora el amor la convertía en su mejor versión, ¿Pero ni así fue aceptada?

Pero la perra no lo entendió.

¿Y que hizo?

Apuntarla con el dedo, ¡Y la encerró!

Y la última, ¡Hizo exactamente lo mismo!

Le enfurecía, el pensar en lo mucho que amó, y como solo recibió una condena tras otra, no les bastaba hacerlas sufrir con la distancia, para además tratarlas como si fuese una acosadora. Eso sin duda fue lo que más le dolió, como la discriminaron de esa manera, solo por amarlas, ¿Qué tenía de malo su amor? Su amor no tenía absolutamente nada de malo.

Pero ya estaba tan cansada de amar, de dar tanto cuando no tenía energías de dar nada, porque nunca funcionaba, siempre la miraban con odio, cuando ella no hizo más que adorarlas, de tratarlas como las Diosas que eran.

Estaba harta de ser tirada a la basura, encerrada como una marginal.

Sin embargo, gracias a eso, la conoció a ella…

Esta vez era diferente, claro que lo era, una mujer con ese aspecto, con esa clase, con ese poder, oh no, su amada no le haría algo semejante, no la miraría de esa forma, no, claro que no. Aún estaba ahí después de todo, aun no la encerraba, las cartas que le había mandado habían sido recibidas, no fueron llevadas a la policía como las otras veces.

Claro que no, ahora sus sentimientos eran correspondidos.

Por supuesto que era así.

¡Ahí tenía la prueba!

En su pared, en las fotos que iba acumulando, varias de estas eran preciosas, no, todas eran preciosas, pero las mejores, era cuando esa mujer miraba directamente a donde estaba la cámara, donde ella podía verla, porque la miraba a ella, sabía que estaba ahí, observándola desde su encierro, admirándola, disfrutando de cada ápice de su existencia, como la Diosa que era.

¿Y las demás?

A la mierda con las demás, ya las había olvidado, así como estas la olvidaron a ella, las perras podían morir y no le importaría. No le correspondieron sus sentimientos honestos, no aceptaron el amor que quería darles, con que los recibieran ya estaría feliz, así como ahora.

Porque esa Diosa recibía sus sentimientos.

No, además, se los correspondía también.

Esos ojos la miraban directamente, ahí, una tras otra, veía su imagen, tan perfecta, en cada imagen, en cada fotografía, en cada video, y esos ojos miraban a la cámara, a ella, solo a ella, porque la entendía, porque tomaba en cuenta sus sentimientos, sus intensos sentimientos. Se lo había dicho, como la observaba, como cada vez que la podía ver en la calle, la admiraba, como la Diosa que era, que debía ser admirada, y cualquier cosa menor a eso, debería ser condenada.

¡Ese debería ser el verdadero pecado!

No venerar a la Diosa que era esa mujer.

Hermosa, capaz, talentosa, inteligente, exitosa, la mujer perfecta.

No podía ni siquiera creer que pudiese tener algún defecto, oh no, claro que no, su amada jamás podría caer así de bajo, como los mortales, no, era la mismísima perfección.

Lamentaba de nuevo, no poder venerarla de cerca, besar el suelo que pisaba.

Intentó cerrar los ojos, dormir luego de pasar horas en vela, pero no podía, simplemente esa imagen efímera continuaba en su cabeza. Aun recordaba cuando la vio por primera vez, cuando fue llevada a juicio una vez más, amarrada de manos y pies, para someterse al escrutinio de un juez, que sin importar cuanto les explicase, tampoco entendía lo que era el amor verdadero, la intensidad de su amor, no podían comprenderlo.

Y ahí se topó con esa mujer en la audiencia, entre el mar de personas, pero la notó, porque era la estrella más brillante en el mismísimo universo, y su bendición más grande, fue que esos ojos se fijasen en ella, en un solo segundo, y desde ahí, su encarcelamiento fue aún más terrible que los anteriores.

Porque necesitaba saber quién era esa Diosa.

Necesitaba saberlo de una vez.

Conocerla.

El permitir que los ojos de ambas volviesen a unirse, era una conexión predestinada, y ella aun no cumplía los meses de condena que debía pagar, y cada día fue una miseria tras otra, la mujer ahí, plasmada en su cabeza, día y noche, noche y día, y lo único que quería, o más bien, lo que más quería saber, era el nombre de quien sería su amada.

¿Cómo iba a declararle su profundo amor, si no sabía más?

Necesitaba saber su nombre.

Su dirección.

Su edad.

Su patente.

Su número de identidad.

Su fecha de nacimiento.

Todo lo que era relevante en su existencia, ella debía saberlo, conocerlo, tener en su cabeza cada dato por más mínimo que fuese, memorizárselo, ocupar todo el espacio en su cerebro para tener todo lo importante sobre su Diosa, todo.

Y era una agonía no poder saber.

Y era lamentable, porque significaba que, durante todo ese tiempo, no pudo escribirle, no pudo hacerle saber que su mirada le llegó, que la flechó instantáneamente, que la sedujo por el camino de la profunda desesperación. No pudo declararse, el demostrarle a su Diosa que existía solo por esta, claro que no, no pudo, y no podía hacer nada más que llorar por las noches, pensando en esa mujer, que vio en la distancia aquel día, cuya mirada no pudo jamás borrar.

Pero ¡Eso había cambiado!

Ya había salido, ya era libre.

Ya estaba de vuelta en el sótano de sus padres, que siempre la aceptaban de vuelta, obvio que lo harían, eran sus padres, se lo debían por traerla a ese cruel mundo donde su amor no era bien recibido, pero ellos no lo entenderían tampoco, porque tampoco recibieron bien su amor, tampoco se lo correspondieron, y ahora, debían al menos hacerse responsables.

Ahora, ahí, podía volver a la vida, podía volver a sentirse viva, observando desde la distancia a su amada, enviándole cartas, correos, mensajes, y lamentaba que sus recursos fuesen limitados. Pero usaba lo que tenía a mano, lo que sea, para que la mujer pudiese tener claro que sus sentimientos eran honestos, que su admiración era honesta, que su devoción era honesta.

Todo lo que sentía era real.

Pero estaba tan cansada.

Necesitaba dormir.

Pero no podía ni siquiera moverse, su cuerpo débil, el amor de su amada haciéndole falta, porque necesitaba estar más cerca para poder estar llena, era su fuente de energía, era su motivación para vivir, pero cada día que pasaba, ahí estaba, encerrada, y su amada estaba afuera, lejos de su alcance, y quería visitarla, quería estar a su lado, que sus ojos volviesen a encontrarse a solo unos metros de distancia, solo eso pedía, por ahora, eso sería suficiente.

Ya luego le demostraría su amor de otra forma.

Cuando ya pudiese estar cerca, cuando sus corazones, que se buscaban mutuamente, finalmente estuviesen lo suficientemente cerca para que latiesen al unísono, ahí reviviría por completo, porque su Diosa no sería como las otras perras que la encerraron, que la acusaron, que malentendieron su amor. No, ella si entendería su amor, no se espantaría con sus visitas, con sus llamadas, con las fotografías que le sacaba, con la cámara al lado de su cama, o los micrófonos escondidos en su almohada, no, claro que no.

Porque su Diosa era especial.

Era diferente a todas las demás, única.

Y sus miradas ya se habían unido antes, y aun ahora, aun podía ver esos ojos observándola, no hacia ella, pero si miraban a las cámaras, que esta sabía que ella miraba, todo el día, buscándola, incluso en la televisión, en cualquier lugar donde esa mujer pudiese aparecer, y para su infinita suerte, así era, ahí, presente, en todos los medios, como la reina que era.

Cada vez que su Diosa sonreía a la cámara, le sonreía a ella.

Y eso la hacía sentir eufórica.

Pero necesitaba más.

Si quería descansar de verdad, la necesitaba a su lado, permanentemente. Por lo mismo no podía esperar a que al fin su condena se acabase, a que al fin la liberasen por completo, contaba los días, los minutos, los segundos que le quedaban para volver a pisar la ciudad, para poder acercarse a su amada, para poder presentarse, en carne y hueso, como su fiel servidora.

El declararle el infinito amor que sentía.

El amor que no hacía nada más que desbordarse cada día.

Pero quedaba poco.

Cada vez menos.

Pronto me tendrás a tu lado, espérame.

El día llegará pronto.

Violet…

Chapter 125: Greed -Parte 2-

Chapter Text

GREED

-Destino-

 

Se tomó un momento, mirando el lugar cubierto de sangre, las paredes, la alfombra, las cortinas, el aroma a muerte en cada parte de ese cuarto, así como observó las joyas en sus manos, las cadenas de oro enredándose en sus dedos, eso ya no era un robo, no, era algo más.

Así que tuvo que pensar en algo.

Por supuesto que lo iba a hacer, ya que dudaba que la mujer de verde fuese a hacerlo.

¿Cuál era su modus operandi?

¿Matar sin cuidado alguno?

¿Un impulso más?

¿Una cacería descontrolada?

Sabía que las huellas de la mujer estarían en todos lados, teniendo incluso una marca precisa de una mano marcada en la pared, y si no era un don nadie en el mundo como ella misma, estaría en serios problemas.

Tomó el celular de la mujer, la cual yacía completamente inmóvil bajo el cuerpo de la homicida, y el aparato ya tenía mensajes de las amigas con las que se encontraría, y tuvo que inventar una excusa, como que el marido había vuelto a casa de su viaje, sin avisar, y estaba realmente enfurecido con esta, por tener la osadía de irse de copas cuando él no estaba.

Había visto ese comportamiento bastante seguido, sin embargo, no esperó que las amigas lo creyesen con tal facilidad, nuevos mensajes llegando;

¿De nuevo?

¿Otra vez anda ebrio?

¿Se va con la otra y no te deja a ti ser feliz?

Se vio soltando una risa, eso sin duda no se lo imaginó. Había tenido que aprender cosas de sus víctimas, pero nunca le había llegado el chisme de esa forma. Hace muchos años que no robaba un teléfono, era mucho caos venderlo, muchas preguntas, prefería vender el oro, ya que luego era derretido, y no quedaba ni una sola pista de su paradero anterior.

Dejó el teléfono de lado, ya habiendo hecho su deber, y miró hacia la mujer de verde, quien estaba de pie, limpiándose el rostro con el dorso de su mano mientras sus ojos observaban a la muerta, su sonrisa satisfecha, notándose la euforia en su expresión, consiguiendo exactamente lo que quería, lo que ansiaba.

Regocijándose en sus actos.

Esa mujer había matado antes, lo sabía.

No había temor alguno, no parecía tener miedo de ser arrestada, o el miedo de haber matado a alguien y sentir la culpa fulminante.

Tampoco parecía tener miedo de morir.

Así como ella misma.

Volvió a mirar alrededor, y comenzó a caminar hacia el tocador de la dueña de casa.

“¿Piensas salir de esta casa con sangre en tu ropa?”

Notó a la mujer a través del espejo del tocador, esta tomándose un momento para mirarse a sí misma, teniendo claro que su estilo de vida dependía de sus actos, de sus pecados, el oro, las joyas, las pieles, debían llegar a ella de alguna forma, y ahora, podía tomar todo lo que podía de ahí, con calma, porque nadie llegaría, porque no sería atrapada.

Agradecía que esta hubiese matado a la mujer, realmente lo hacía, por supuesto que jamás se ensuciaría las manos de esa forma, pero ver a alguien tan desagradable en esa situación era sin duda satisfactorio, pero dudaba que la asesina hubiese pensado más allá, que tuviese un plan para zafarse de esa situación.

Esta se levantó de hombros, quitándole importancia, y comenzó a caminar hasta el baño de la habitación, y cuando esta salió, tenía una toalla en las manos, y se comenzó a limpiar la sangre del cuerpo la que salió prácticamente del todo, pero la sangre aun húmeda en la tela era imposible que saliese, ya incrustada en cada una de las hebras.

No, claramente la mujer no tenía un plan.

Ni siquiera creía que buscase a una víctima en particular, parecía enfrascarse en alguien, el obsesionarse, el dejarse llevar por fuertes emociones, al punto de no poder resistirse, de ir donde su víctima y hacerla desaparecer con sus propias manos.

Pero ella, ahora, había pensado en algo.

La única forma de eliminar cualquier prueba de su existencia ahí, era hacerlo arder todo, pero no era su estilo en lo absoluto. Pero por ahora, solo tenía que saquear todo lo que estuviese a su alcance, si iba a hacer un caos semejante, mejor simplemente tomar lo que más pudiese.

Cuando giró su rostro, vio a la mujer, esta sacándose la camiseta ensangrentada, tirándola al suelo, y notó lo alta que era, lo fuerte de su cuerpo, este militar, incluso veía las placas de identificación colgando de su cuello, ¿Pero era así? Podía ser que realmente fuese parte de las fuerzas armadas, pero dudaba que hubiese entrado ahí, por buenas razones. Esta abrió un bolso que estaba en el suelo de la habitación, y sacó de adentro una chaqueta que tenía el mismo patrón de camuflaje que la camiseta. Ahora ya no tenía mayor rastro de sangre en su ropa, solo se había manchado el torso y los brazos, nada más.

No, tal vez, a pesar de todo, esta sí que estaba preparada para matar.

Si no era su primera vez, ya debía saber cómo salirse con la suya.

Se le quedó mirando, hasta que los ojos verdes la observaron, intensos, los ojos fieros de un asesino brutal, con la fuerza suficiente para destrozar a cualquier presa, y ella, que no era ni alta ni fuerte, era una víctima perfecta. Y hubiese temido, pero alguien como ella, no le temía a la muerte, así que jamás temblaría ante el peligro.

Vivía su vida al límite.

Se miraron un momento, hasta que esta se le acercó, y notó de mejor manera, lo alta y fuerte que era.

“¿Le vas a decir a alguien sobre lo que hice?”

La voz de la mujer sonó menos ronca que hace un momento, y ahora si podía distinguir el acento en sus palabras, no parecía ser de por ahí, y por sus rasgos asiáticos, lo comprobaba. Tenía entendido que los militares eran adoctrinados fuertemente, y veía algo de eso en la mujer, como su postura firme y su cuerpo, pero dudaba que fuese aquel el comportamiento que se esperaba.

Creía que podía ser posible que fue ingresada a las fuerzas de manera disciplinaria, un castigo, había escuchado que solían hacer eso con ciudadanos problema.

Servir a su patria, por fallarle a esta misma.

Y notaba en esos ojos, que era, de hecho, un problema, estaba acostumbrada a serlo, por lo mismo, le hacía esa pregunta, esperando el castigo, el castigo que debieron de haberle dado antes. Dijo que no llamaría a la policía, pero, aun así, aunque ella no estuviese libre de pecado, aquel pecado, era incluso más grande que el suyo, así que, de cierta forma, debería confesar.

Aun así, soltó un suspiro, negando.

“Me arriesgaría a mí misma si le digo a la policía que te vi matando a la mujer a la que iba a robarle, y si no es a ellos, no tiene sentido decirle a nadie más. Mi palabra no es la más confiable.”

Si, la policía era la única que podían hacer algo ante un crimen semejante, y si no les decía a ellos, no había forma de que nadie más supiese al respecto.

Ese asesinato, moriría con ella.

La mujer la miró, sin decir mucho más, pero parecía pensativa, sus ojos yéndose rápidamente a la dueña de casa, muerta, descomponiéndose lentamente, y notaba una expresión extraña en su rostro, no sabía si era ira, molestia, o frustración, y quien sabe, tal vez un poco de todo.

La curiosidad mató al gato, pero no le tenía miedo a morir.

De todas formas, habría aprovechado cada día de su vida, viviendo en grande.

“¿Por qué la mataste?”

La mujer no la miró, los verdes aun fijos en el cuerpo, su rostro cambiando de esa mezcla de emociones a mera satisfacción. Esta se acercó al cuerpo, sujetando con una mano el cabello de la mujer, y se notaba que había invertido mucho dinero en el. Debía mantener la buena apariencia, lo único que la mantenía casada, ya que no tenía nada más, y ahora, todo su rostro estaba irreconocible, y de su cabello, solo quedaban mechones.

“Era muy linda.”

Los verdes la observaron ahora a ella, la sonrisa notándose en su rostro. Era, pasado, y si, no podía encontrar ni una pizca de la mujer que era antes, de la mujer hermosa que se cuidaba hasta el más mínimo detalle.

Un florero, sin mayor valor que su hermosura.

Y por eso la destrozó.

Podía ver la envidia en su acto pecaminoso, como no soportaba algo mejor de lo que esta tenía, y honestamente, era igual en ese aspecto, solo que, en su caso, se trataba del dinero.

Esa gente no merecía ni la riqueza, ni la belleza, caminando por el mundo, sin ser conscientes de lo que tenían, sin apreciar lo que tenían, y eso mismo, ocasionaba que personas como ellas llegasen a destruirles la vida.

La mujer se levantó del suelo, caminando hacia ella, y notó una marca de nacimiento en su rostro, de la cual no se había percatado ante la sangre en su rostro, y quizás esa era una razón más de la envidia galopante que sentía. La envidia suficiente para matar.

Se miraron unos momentos, y se vio sonriendo de nuevo.

Era extraño el tener un sentimiento similar, unas ansias de compañía, habiendo hecho eso durante tantos años, absolutamente sola, pero le gustaba tenerlo todo, y veía a esa mujer, que al igual que ella no le importaba vivir en pecado, no le importaba ensuciarse las manos, no le importaba morir, y no podía evitar pensar en lo útil que le sería a su lado.

Ahora podía sacar todo de ahí, con calma, ya que su objetivo estaba muerto.

Y era algo que ella misma anhelaba, así como deseó que todos los ricos que la vieron cuando niña hubiesen muerto, pero jamás haría algo similar, no era lo suficientemente fuerte ni valiente para cometer un acto similar, pero por supuesto que lo iba a desear. Que todos los rostros que la miraron con asco, con repulsión, desde lo alto, muriesen de la manera más cruel posible.

Por impulso, por instinto, acercó su mano a la mejilla de la mujer, justo sobre la marca de la zona, delineándola.

Si, era codicioso de su parte.

Pero ese era su pecado, al fin y al cabo.

“Tú eres mucho mejor que esa mujer. Mira lo que lograste por ti misma.”

Los ojos verdes la miraron, y parecían querer mirar hacia el cuerpo una vez más, pero su propia mano en la mejilla ajena la detuvo. Esta parecía observarla con detención, mientras poco a poco su sonrisa se agrandaba.

Lo sabía con una sola mirada, conocía a las personas, las observaba constantemente, aprendiendo sus rasgos, aprendiendo sus hábitos, aprendiendo sus personalidades, así que sabía cómo tratar con cualquiera, no por nada había llegado tan lejos por sí misma, y tener el dinero no era suficiente, por supuesto que no, para eso debía hablar, debía manipular, debía fingir ser alguien que no era para conseguir todo lo que deseaba.

Todo lo que se merecía.

Y mirando a esa mujer, sabía que era incluso más fácil de manejar que otras personas que había conocido.

No creía en las coincidencias, pero irónicamente si creía en Dios, si creía en el destino, si creía que había un camino para su persona, y el que encontrase a esa mujer de verde en un mismo lugar y en una situación tan particular, debía ser por alguna razón.

Y no era de las personas que perdían las oportunidades que se le presentaban en frente.

Por supuesto que no.

Estaba obligada a ser oportunista para poder sobrevivir, de no ser así, aun estaría en ese callejón, viendo a su familia morir de hambre, viendo a sus pares sufrir ante las inclemencias del clima, viendo a la gente más privilegiada mirarla desde arriba con asco.

Y no volvería a ese lugar, primero moriría, y de nuevo, no temía morir.

Así que por eso vivía cada día de la mejor forma posible, bebía las mejores infusiones, comía los mejores platillos, dormía en las mejores camas, veía todas las atracciones que cada ciudad tenía para ofrecer. Tomaba todo lo que el mundo tenía para ofrecer, y lo consumía, absolutamente todo.

Había nacido para vivir, para pecar, o si no, ya hubiese muerto cuando estuvo a unos minutos de tocar el cielo con sus dedos.

“¿Qué vas a hacer ahora?”

Le preguntó a la mujer, quien no dejó de mirarla durante todo ese tiempo, y ella misma tampoco rompió la conexión, aunque su cabeza estuviese dando vueltas sin parar.

Esta se levantó de hombros, de nuevo, carecía de plan.

Cazó a su presa, y ahora, solo le quedaba avanzar, sin rumbo, hasta que volviese a encontrar a alguien a quien odiase lo suficiente para romper a golpes.

“Seguir adelante, sé que no debo quedarme en un mismo lugar por mucho tiempo, no cuando pierdo los estribos.”

Cuando el resentimiento le quitaba la cordura.

Buscaba a su presa, la acechaba, pensaba como llegar a ella, pero toda la persecución era nada más que por instinto, veía a alguien, y su molestia la obligaba a cazarla, a perseguirla, para finalmente acorralarla y soltar toda esa molestia para acabar con la persona, con la persona que tenía algo que esa mujer jamás tendría.

Así funcionaba.

Si, era fácil de leer.

Y solo necesitaba las palabras correctas.

“Yo no tengo la capacidad que tienes tú, la capacidad de lograr esto con tus manos.”

Llevó su mano a la mano ajena, esta aun con manchas de sangre, esta seca en su piel, sus poros llenándose de la muerte de otra persona, y realmente le sorprendía no sentir nada al respecto.

Era el destino, era quien habían enviado para mantenerla acompañada.

¿Cómo no iba a serlo?

“Mereces algo mejor que vagar sin rumbo, y has visto lo que hago, como me gano la vida, sé que si estamos juntas podríamos enriquecernos aún más.”

Movió su mano libre, y apuntó al cuerpo, y ahora la mujer se giró, mirando hacia donde le indicaba.

“Juntas podríamos ser más que gente como ella, mejores. Pero para eso, debemos destrozar cualquier evidencia y no dejar rastro alguno en esta ciudad.”

Notó, incluso desde esa posición como la mujer sonrió, admirando su obra por un momento más. Cuando esta se giró, notó cierta determinación en sus ojos verdes, estos notándose más pequeños de lo que ya eran, enfocados, seguros.

Eso era exactamente lo que quería.

La reacción que esperaba.

“¿Cuál es el plan?”

La mujer preguntó, y sonrió en respuesta.

“¿Sabes hacer fuego? Por supuesto que sabes, alguien como tú debe saberlo.”

La mujer la miró, con cierta sorpresa, pensativa, pero de inmediato asintió, su rostro hirviendo, confiado, y esta de inmediato se soltó, poniéndose el bolso en la espalda para luego avanzar por el pasillo, y pudo oírla bajando las escaleras.

Eso era fácil.

Volvió a revisar las cosas, una última vez, tomándose su tiempo, aprovechando cada segundo a su favor para sacar hasta el más pequeño accesorio al que pudiese sacarle un alto valor. Esa casa iba a desaparecer, y realmente apreciaría el poder venderla por completo, aunque eso era sin duda problemático, pero no era necesario, se iría tranquila al saber cómo habían terminado las cosas.

Bajó por las escaleras, lentamente, con cuidado, y llegó a la planta inferior.

Notó a la mujer moverse, estaba haciendo algo, pero no le prestó mayor atención, debía dejarla hacer su parte del trabajo, sin embargo, se detuvo antes de salir por la puerta trasera.

“Oye, ella debe arder antes que la misma casa.”

Debía asegurarse que la evidencia desapareciera, si la casa ardía antes de tiempo, los bomberos lograrían detenerlo y ver que no era un incendio, si no que había sido un homicidio.

La mujer detuvo sus movimientos, mirándola, y notó una sonrisa capaz en su rostro, y se dio cuenta que no era una bestia llena de locura, impulsiva, no, era mucho más que eso.

“Las personas siempre deben arder antes.”

Lo había hecho antes.

No parecía tener plan alguno, más que llevar a cabo su cacería, pero no parecía incapaz de ocultar sus pisadas. Lo había hecho antes, y si seguía así, haciendo lo suyo, matando, era porque no era lo suficientemente descuidada para ser atrapada. Si, por lo mismo, estaba en libertad, y no en prisión donde debería de estar. Tenerla a su lado, sin duda le beneficiaría.

Un militar aprendía mucho, para valerse por sí mismo, para sobrevivir, para pelear.

Se quedó en la puerta trasera, esperando, mientras escuchaba a la mujer subir por las escaleras, la escuchó moverse por el segundo piso, y finalmente la escuchó bajar, una sonrisa satisfecha en su rostro.

“El viento está perfecto.”

El viento que haría que todo ardiese.

Se necesitaba aire, oxigeno, para alimentar las llamas, y esa mujer lo sabía bien.

Salió de la casa, rápidamente, aprovechándose de la oscuridad, y la mujer la siguió sin demora, avanzó entre los patios traseros, entre la vegetación, y sabía que esa zona iba a terminar deseando el haber puesto rejas para cuidar sus terrenos.

Llegó a su auto, estacionado en la otra manzana, la mujer siguiéndola, mimetizándose con la oscuridad probablemente más que ella misma. Apretó el botón y dejó que la mujer entrase en el asiento del copiloto, y rápidamente se metió a su lado.

Todo estaba silencioso, por la hora, por la zona que era.

Los ojos verdes no la miraron, estos fijos en la ventana, observando la casa a la que habían atacado, sonriendo, un poco de humo notándose a la lejanía, mínimo, y era cosa de tiempo, para que ardiese con fuerza, para que fuese tan notorio para despertarlos a todos. Prendió el motor, y avanzó, saliendo de ahí, no queriendo estar cerca cuando los vecinos despertasen, cuando llamasen a los bomberos, a la policía, a las autoridades, quería estar bien lejos para ese momento, así que aceleró.

La mujer estuvo pegada a la ventana, viendo el humo de la casa que hizo arder, con satisfacción en su rostro, hasta que el lugar ya estuvo demasiado lejano para poder verlo.

“Realmente tienes agallas para decirle a una persona como yo que te acompañe en tus fechorías.”

La voz de la mujer le llamó la atención, y no la pudo mirar con la atención que requería, pero si la miró de reojo. Tener un choque de auto era algo que no podía permitirse. Debía ser cuidadosa, tenía que hacerlo, si quería disfrutar aun más de su vida.

Esta la observaba, detenidamente, los verdes observándola fijamente, los ojos de un cazador.

“¿Te refieres a tener de compañera de viaje a una asesina?”

“Exacto, podría matarte, ¿Lo sabías?”

Por supuesto, fue lo primero que pensó cuando la vio.

Esa posibilidad estaba ahí, era lo que cualquier ser pensante pensaría al ver a alguien muerto a su lado, con su atacante aun presente. Incluso los animales lo sabrían, sabiendo que eran posibles presas. Era un instinto básico, que permanecía en ellos desde el comienzo.

La supervivencia.

Pero ya sabía que contestar a eso.

“No le tienes miedo a morir, yo tampoco, en eso somos parecidas.”

Sabía que la mujer la miraba, sentía su mirada, y pasó un largo momento de silencio para que esta soltase un bufido similar a una risa.

Tampoco le iba a dar razones para querer matarla.

Ya sabía que era lo que le molestaba, y no iba a tentar a su suerte.

Y si lo hacía, pues se iría con la consciencia limpia.

“Tienes agallas.”

Se vio sonriendo, si, las tenía.

Tuvo que tenerlas para sobrevivir, y ahora las tenía para seguir viviendo tal y como se merecía.

Y ahora, no tendría que vivir sola, lo cual era extraño.

Realmente no tenía miedo de nada a estas alturas de la vida.

Ni de ser atrapada, ni de morir, ni el confiar en una completa extraña que acababa de matar a alguien frente a sus ojos.

La vida era una sola, después de todo.

“Honey, me llamo Honey.”

Los verdes la miraron de nuevo, y la notó acomodándose en el asiento, disfrutando del viaje. Sería algo largo, e iba a tener que cambiar un poco los requerimientos de su estadía, pero nada insoportable. Era la vida que había escogido, donde con un poco de esfuerzo, podría disfrutar de semanas de tranquilidad y lujos.

Y no le agradaba compartirlos, por supuesto que no, pero ya haría que esa mujer se lo ganase, que nada era gratis.

Nada.

“Kelly.”

Iba a hacer que Kelly consiguiese todo lo que quería en esa vida, e iba a regocijarse.

Que ese era su destino.

 

Chapter 126: Scientist -Parte 2-

Chapter Text

SCIENTIST

-Confianza-

 

Los muertos la habían encerrado.

Se había quedado en ese baño, encerrada, sin su compañero, y ahora, tenía claro, por la sensación en su bota, que no estaba sola.

Debió mirar dentro antes de entrar, debió hacerlo.

Estaba harta de cometer errores estúpidos por el pánico del momento.

Se vio aguantando el aire en sus pulmones, como si eso fuese suficiente para impedir que el ser atrapado con ella dejase de verla, dejase de sentirla, de olerla. Quiso vomitar, y por suerte dejó de respirar, el aroma debía ser insoportable.

Pero tuvo que ver a lo que se enfrentaba.

Miró a la creatura, antes humana, tirada en el suelo del estrecho baño. Había suficiente luz para poder ver, entrando por una pequeña ventana, y no estaba segura si eso era lo mejor. Las manos huesudas del muerto intentaban agarrarla, sin mucha fuerza, pero aun ansiosa de comer, de poder tragarla, devorarla, saciar esa hambre tan intensa que le impedía siquiera entender el estado de su cuerpo descompuesto.

En el piso, estaba el torso del muerto, arrastrándose, su boca abriéndose y cerrándose, mientras que la parte baja de su cuerpo, su pelvis, su coxis, estaba dentro del inodoro, atrapado, las piernas deformadas y rotas asomándose por el agujero. Lo único que unía ambas partes del cuerpo, eran los intestinos.

Tal vez no era un muerto peligroso en aquel estado, pero al verse atrapada ahí, era evidentemente un peligro y debía hacerlo, debía acabar con eso.

No se demoró en sacar el arma de su lugar, apuntando a la cabeza de la creatura, la cual la miraba con sus ojos nublados, y su rostro húmedo ante los líquidos escapando hacía afuera ante la descomposición. Todo ese lugar estaba húmedo, y no sabía si culpar a aquel ser o al inodoro en sí mismo.

Sujetó el gatilló y disparó.

No pudo escuchar el fuerte estruendo, pero si sintió la vibración que causó en ese estrecho lugar, y tenía claro que, si pudiese oír, hubiese quedado sorda.

Pero por suerte, una sola bala, fue suficiente, el muerto dejó de moverse, dejó de mover la mandíbula, de desear carne, de vivir más allá del límite propio de la mortalidad humana, y lo agradeció, aunque tenía claro que era un movimiento peligroso, que cada vez que apretaba el gatillo, se ponía a sí misma una cuerda en el cuello.

Si bien no podía escuchar el disparo, era simple lógica el saber que el sonido resonó incluso más fuerte al estar en un baño, resonando en las baldosas y escapando por la diminuta ventana que ayudaba a la ventilación. Si ella sintió la vibración, los muertos podrían sentir mucho más.

Se quedó un momento ahí, intentando calmar el fuerte bombeo de su corazón.

No podía escuchar nada, ni el disparo, ni a su perro, ni a los muertos vivientes fuera de la puerta, nada, aun así, si podía oír sus propios latidos furiosos en su sien, además de sus pensamientos depresivos que no guardaban silencio, haciéndole aún más difícil la acción de calmarse.

Hiperventilarse en una situación así no era la mejor opción.

Estaba segura ahí dentro. La puerta tenía seguro y tenía que tirarse desde afuera para abrirse, acto que los muertos no podían efectuar con su estropeada motricidad, sin embargo, su compañero aún estaba afuera.

Se sentía intranquila sabiendo eso.

No recordaba la última vez que estuvo sin Goldie a su lado. Desde que lo comenzó a criar, lo mantuvo cerca, entrenándolo, luego siendo su compañero en su solitaria casa. No había soledad con él a su lado. Se sentía acompañada, querida, viva incluso. Él no la juzgaba, no creía menos de ella por sus falencias, por el contrario, la seguía a todos lados a pesar de la situación en la que estuviesen, una situación de vida o muerte, como lo era en ese mundo.

¿Él estaba bien? ¿iba a sobrevivir sin ella? ¿Ella iba a sobrevivir sin él?

Si, su perro podría sobrevivir sin ella, pero ella sin él…

Se había vuelto dependiente.

Cerró los ojos, intentando enfocarse en alguna cosa, en algo que no fuese el aroma o en sus pensamientos grotescos.

No podía dejar de pensar en eso, no podía alejar su mente de ese lugar. Su corazón no desaceleraba, por el contrario, se volvía más y más rápido, al punto de hacer que su pecho comenzara a doler, y así también su respiración se descontrolaba, ocasionando que pudiese saborear el desagradable aroma de ese lugar. Era claro que el pánico estaba tomando control de su cuerpo, pero no podía hacer mucho para calmarse.

Una de sus manos estaba en la puerta metálica, y podía sentir la vibración de los muertos al chocar contra el material, ansiando tenerla, ansiando poder entrar y tener su recompensa, su fresco banquete.

Volvió a abrir los ojos, rindiéndose en la tarea de detener las reacciones naturales que su cuerpo experimentaba ante el peligro inminente.

Se enfocó en la ventana, analizándola, pero era demasiado pequeña, no podría caber por ahí.

Necesitaba asegurarse que Goldie estuviese bien.

Necesitaba asegurarse que saldría de ahí viva.

Necesitaba asegurarse de que podría continuar su camino.

¿Y si lo perdía a él también?

No, no podía ni siquiera imaginarlo, era demasiado doloroso.

Ya había perdido a todos, incluso perdió a gente importante en su vida antes de que el virus atacase, y sería tonto siquiera mantener esperanzas en un mundo así, donde una epidemia se esparcía a tal velocidad que, en cosa de meses, el planeta estaría vacío, con apenas supervivientes.

Al final del día, los seguiría perdiendo, perdería a más personas, perdería a la humanidad, y finalmente se perdería a sí misma.

Se vio temblando cuando el movimiento tras la puerta se detuvo, ya no había golpes, nada, y se vio perdida en el espacio y tiempo. ¿Qué significaba eso? ¿Se habían ido? ¿Era su oportunidad de salir de ahí? Apoyó ambas manos en la puerta, para asegurarse que no era idea suya, que de verdad se habían acabado los ataques progresivos.

Nada.

Ninguna vibración, ningún golpe, nada.

Repentinamente, algo golpeó la puerta, algo duro, algo pesado, y se vio saltando hacía atrás, manteniendo apenas su estabilidad antes de que terminase cayendo sobre el cuerpo descompuesto tras ella.

Intentó dejar de respirar, así nadie la oiría, o al menos creía que eso era suficiente.

Alguien intentaba abrir la puerta.

Notó como la manija se movió, y volvió a sentir el pánico atacándola.

Eso era imposible, ningún muerto podría hacer algo semejante. No eran tan inteligentes.

¿Entonces qué pasaba?

Apretó los labios, y sacó el arma, apuntando hacia la puerta.

Ya podía imaginarse cualquier cosa de ese mundo, y si uno de los muertos iba a intentar abrir la puerta, ya no tenía sentido el intentar detenerlo.

Había disparado una bala, si es que había un grupo tras la puerta, quizás no tendría munición suficiente para dispararle a todos, y si fallaba un solo tiro, sería un completo desperdicio. Tendría que sacar otro cartucho, y eso le haría perder segundos valiosos, así que tenía que estar pendiente de cada una de las balas que salía del cañón.

No podía cometer errores.

Era cosa de vida o muerte.

Y si le habían hecho algo a Goldie, no le quedaba opción otra que solo correr, salir de ahí lo más rápido posible. No sabía si debía volver a su casa, o seguir su camino, porque le sería imposible sobrevivir sin poder escuchar a los muertos acercándose.

La puerta se comenzó a mover, a temblar, estaban usando mucha fuerza, estaban logrando abrir la puerta, y solo podía esperar, solo podía acercar el dedo al gatillo, rezando de que la bala que disparase fuese al lugar preciso para acabar eso pronto, ya que cada disparo ayudaba a que más muertos fueran donde ella, y no podría con eso, no sola.

El brillo del lugar, a pesar de ser lúgubre, logró iluminar dentro del tétrico baño, y se vio sorprendida ante lo rápido que la puerta se abrió.

Esperó ver tantas cosas.

Esperó ver muertos apilándose para entrar, desesperados.

Esperó ver muerte, descomposición.

Esperó ver ojos nublados viéndola directamente, impávidos, vacíos, grises sin vida, pero en cambio, vio rojo.

Unos ojos rojizos la observaban desde afuera del baño, brillantes, vivos, y prácticamente había olvidado como se veían los ojos de un ser humano, antes del virus, incluso viviendo en soledad, comunicándose por video con las personas con las que solía intercambiar información. Ningunos ojos se veían así de vivos, no acostumbraba ver tanta vida en alguien a su alrededor.

Era una chica viva, una chica que respiraba, una persona real. Estaba vestida con ropa de deporte y sostenía un bate de madera en su mano, manchas de sangre seca en todo el largo.

A sus pies están los muertos, incluso aquel que la perseguía hace días. Ahí estaban, al menos seis cuerpos inertes con sus cabezas completamente reventadas.

Realmente muertos, finalmente muertos.

Se quedó anonadada, sin poder creer que esa chica había logrado deshacerse de todos ellos. Incluso el dueño del lugar, el viejo tras el mesón había desaparecido, su cuerpo probablemente en el suelo, sin vida.

Sintió que pudo al fin respirar tranquila, aliviada, cuando notó como su perro, Goldie, estaba al lado de la desconocida, su rostro perpetuamente feliz, característica de su raza, mientras la miraba, su cola moviéndose de un lado a otro.

Él estaba vivo también.

Dio un salto cuando una mano ajena llegó a su hombro, sujetándola. La chica le estaba diciendo algo, pero por supuesto que no la escuchaba. Hablaba y hablaba, pero por su parte aun no lograba recuperarse lo suficiente para concentrarse en leerle los labios. Aún sentía su cuerpo temblando en pánico y en el miedo de quedarse abandonada ahí dentro.

De quedarse sola.

De que ese baño terminase convirtiéndose en su tumba.

No le quedaba otra que respirar profundo, de intentar calmarse, así que guardó su arma, tratando de convencerse a sí misma de que todo estaba bien, que ya no estaba en peligro, que su perro estaba bien, que ella estaba bien, que estaban vivos, que ya no los perseguían, al menos por ahora estaba a salvo.

Gracias a esa desconocida estaban a salvo.

Cuando miró a la chica, de nuevo, notó en su rostro moreno una sonrisa calma, parecía esperarla, darle su tiempo.

Ahora, ya más tranquila, decidió hablarle, de la única forma que era capaz. Sus manos estaban temblorosas aun, pero el mensaje se envió correctamente. De inmediato el pánico se notó en el rostro ajeno, esta dijo algo, y pudo leer sus labios, sabiendo en ese instante que esta había dicho un insulto bastante enérgico, y se sintió avergonzada al notarlo.

No debió leer eso.

“Sabía que tomar una clase de lengua de señas me habría sido útil.”

La chica habló de nuevo, lento, así que pudo entenderla. Luego esta se movió, arreglando la gorra que tenía sobre su cabello oscuro, acomodándola. Al parecer se había quedado algo desarreglada luego de su batalla contra los muertos. No se veía enojada, ni nada, agobiada ni nada similar, ni ninguna otra de las miradas que vio en su vida a penas se enteraban de su pequeño problema, cosa que sucedía más cuando era niña, adolescente, antes de que decidiese hacer las cosas prescindiendo de las personas.

Estudiando a solas, aprendiendo a solas, experimentando a solas.

Esta solo le sonrió, una sonrisa que parecía ser también una disculpa.

“¿No puedes escucharme?”

Negó con su rostro, y notó en los rojos algo de emoción. Al parecer pudo entender que sí, la entendía, pero que tenía que hacerlo al mirarle los labios, y agradeció el haber aprendido a hacer eso, aunque el haberlo logrado era para saber lo que las personas decían de ella a sus espaldas, y no se sentía bien cuando pensaba en eso.

Tuvo que hacer muchas cosas para sobrevivir.

La gente puede llegar a ser muy cruel.

Así como los últimos humanos vivos que vio apenas salió de casa, sus ojos tan carentes de humanidad como los mismos muertos, los cuales se dieron cuenta de que no oía y quisieron robarle. Por suerte tenía una pistola para protección, y si bien nunca fue tu intención el usarla, en ese momento tuvo que apuntarla a la frente de sus agresores para que la dejaran en paz.

Por suerte funcionó, y Goldie también ayudó a mantenerlos a raya.

“Imagino que este es tu perro, ¿No? Me encontró y comenzó a tirar de mi ropa. Lo seguí hasta aquí y escuché el disparo. ¿Estás bien?”

¿Estaba bien?

Ya ni siquiera sabía que era estar bien.

Respiró profundo, de nuevo, y asintió.

Ya libre de su encierro, con sus perseguidores muertos, era sin duda lo más bien que podía estar en ese instante.

Bajó las manos, Goldie acercándose de inmediato, entendiendo el mensaje, acercándose para recibir su recompensa, y sintió el pelaje rubio en su piel, y comenzó a rascar sus orejas, la única forma en la que podía agradecerle.

Estaría perdida sin su compañero.

Sabía que los ojos rojizos de la mujer la observaban, y se vio algo avergonzada de la situación en la que se encontraba. La miró, esta aun sonriendo, mirando a su perro, tranquila, su rostro despreocupado, y no veía maldad en ella, o quería creer que estaba libre de maldad, y por lo que sus ojos mostraban, podía ser así.

Se había acostumbrado a adivinar, de cierta forma, las intenciones de las personas por sus ojos, y esperaba no equivocarse.

Levantó una de sus manos para comunicarse, pero antes de poder decir nada, recordó que la chica no la entendería, pero esta notó cual fue su intención.

“Creo que deberíamos irnos, no sé si más de esas cosas escucharon el disparo, y mejor no estar aquí si llegan. Hay una casa por los alrededores que revisé hace unas horas, y estaba desocupada, vamos allá.”

La chica hizo el gesto para que la siguiera, mientras golpeaba su bate, sacando los restos de carne humana de la madera, para luego caminar hasta la entrada, cuidando sus movimientos, mirando a los lados, asegurándose que no hubiese nadie más.

Pero no se movió, se quedó inerte.

Era su desconfianza. Siempre desconfiaba. Ahora, en ese mundo, desconfiaba tanto de los vivos como de los muertos, y no era inteligente el confiar en ese instante, en ninguno. Si, puede que la chica la hubiese ayudado, pero eso no significaba que tenía buenas intenciones.

Bajó la mirada, observando a su compañero, el cual miraba hacia la chica, su cola moviéndose, esperándola a ella para seguir a la desconocida.

Él confiaba en la chica.

Y confiaba en su compañero.

Cuando volvió a mirar a la chica, esta la miraba desde afuera, el bate ahora apoyado en su hombro, mientras le ofrecía una sonrisa, esperándola.

Soltó un suspiro, antes de dar el primer paso.

Nada le aseguraba que confiar ahora no saldría como todas las otras veces.

Pero aun quería creer en la humanidad. Aun quería salvar a la humanidad. De todas formas, el salir de su fortaleza, fue para eso, para salvar a las personas. ¿Pero cómo iba a tener un objetivo tan honorable si no era capaz de confiar en quienes quería salvar?

Debía continuar.

Y para eso, debía confiar.

 

Chapter 127: Monster -Parte 2-

Chapter Text

MONSTER

-Niña terrorífica-

 

Se relamió la boca.

Los colmillos.

Ansiando un bocado.

Como ansiaba un bocado.

Curiosa era la niña, pero el monstruo había adquirido aquel mismo defecto traicionero, así que entendía su propia impaciencia, y era totalmente carente de sentido el querer probar, teniendo claro que no valía la pena, que probar esa sangre, esa carne, no le generaría satisfacción alguna, era una adulta después de todo.

Un adulto carecía de sabor.

No existía carne más insípida que esa, agria y desagradable.

Carecía de la sazón de la infancia.

Sentir hambre, sentir aquel deseo, sentir el antojo, salivando, era estúpido.

Pero ahí estaba, siendo un ser estúpido.

Llevaba días ahí, después de todo.

La niña, no, la mujer, se levantaba temprano, y se iba a dormir tarde en la noche, quedándose tiempo después de la hora de dormir leyendo, así que, ante el cansancio, dormía tan profundo, que no podía prestar atención suficiente al polizonte que estaba en su habitación.

Y era aburrido, lo era.

Los niños lloraban, temían, tan paranoicos que hasta un pequeño sonido los mantenía alerta. O cuando dejaba la puerta del closet levemente abierta. O cuando respiraba bajo sus camas. O cuando se movía por la habitación como una sombra. O cuando asomaba sus garras para que los ojos temerosos las viesen.

Y como gritaban.

Como sufrían.

Como temían.

Lo adoraba.

Ese miedo sazonaba un poco más esa jugosa carne.

Pero la mujer no haría nada de eso, no le prestaba la menor atención, y era curioso, sí que lo era, porque tenía claro que esta la había sentido. Tal vez se convenció a si misma de que fue eso, solo un error de su mente, su olfato jugándole una mala pasada, creyendo que el monstruo había vuelto, y si, lo había hecho, pero se lo negaba.

Muy aburrido.

No juegos, no persecuciones, no miedos, no dudas, nada, absolutamente nada, su existencia completamente vana en ese hogar.

Y tenía claro, desde el primer momento, que así sería, que un ser como el monstruo que era no pertenecía a un hogar lleno de adultos, que no tenía por qué estar en esa casa, que su decisión era sin duda estúpida.

Pero eran sus instintos.

Era un monstruo, si no seguía sus instintos, entonces, ¿Qué haría?

Empujó la puerta con sus cuernos, escapando del encierro del closet, donde se escondía cuando había demasiada luz en la habitación, en la cama, el brillo impidiéndole descansar, su piel ardiendo, desvaneciéndose, soltando vapor. Agradecía por lo mismo, la oscuridad de la habitación, ante la falta de luna, ante la falta de luz, era un buen momento para salir.

Para escapar del encierro.

Y poder saborear a su víctima.

No, no, monstruo tonto, nada de víctima.

A esa mujer no podría darle ni un bocado, el sabor quietándole cualquier sed, cualquier hambre, exterminando sus deseos, destruyendo su bestialidad, tal y como ocurrió años atrás, donde decidió huir, salir de ahí, teniendo claro que, si enterraba los colmillos en esa piel, si desgarraba esa piel, si saboreaba esa piel, no sentiría nada más que decepción, y aquello, para los parásitos, era peor que el hambre, peor que la muerte.

Luego de probar algo tan desagradable, incapacitaba el hacerlo de nuevo.

Temía probar aquel desastroso manjar prohibido.

Y no quería enterrar los dientes en un pequeño e inocente humano, y tener aquel desagradable sabor en su lengua, la carencia de miedo, de sazón, de disfrute.

Prefería no llegar a eso.

Pero con hambre, creía hacer eso y más.

Pero hambre…

Hambre no había tenido hace mucho tiempo, podía sobrevivir sin bocado, eso carecía de importancia, pero era un monstruo después de todo, tenía instintos, tenía los impulsos propios de una bestia. Si enloquecía, no dudaría en desgarrar a esa mujer en frente, incluso sabiendo el mal sabor de boca que le traería.

No importaría.

Porque ante el hambre, nada importaba.

Pero aún tenía tiempo para que algo así ocurriese.

Era un ser paciente, después de todo.

Monstruo paciente, decía ser, cuando salió de su escondite, por mera impaciencia.

Ni un monstruo entendía a un monstruo.

Se asomó al lado de la cama, moviéndose en cuatro patas, con más sigilo del que era necesario, ya que, por una parte, quería llamar la atención de la mujer, el recordarle que su existencia era real, que era posible. Pero aún no sabía bien que hacer en esa situación, que se sentiría mejor, el ser vista, el ser notada, o el hacerse pasar por un peligro diferente para hacerle sentir, a la niña, a la mujer, miedo.

Era tan confuso.

Tan difícil.

Tantas opciones.

Ya no era solo matar, no, tenía más.

Observó a la mujer, esta durmiendo tranquilamente, y revisó a su lado, olfateando un libro en la mesa de noche, a medio leer, y unos lentes al lado, así como el reloj que anunciaba la hora.

3:33.

Como les aterraba a los niños esa hora.

Por lo mismo, a esa hora salía.

Cerró los ojos, e inspiró, lentamente, escuchando.

Podía notar como los latidos reducían su ritmo a esa hora del sueño, como la temperatura del cuerpo se tornaba más frío, como la presión de la sangre se volvía irregular. A esa hora, los humanos pasaban por un periodo usual el cual compartían en su mayoría, cayendo profundo en el sueño, donde sus mentes, sus consciencias, estaban en la parte más calmada de la noche.

Atrapados en lo más profundo.

Había estado ahí, en esa situación, cientos de veces, escuchando como los niños caían plácidamente en aquel estado de ensueño, sus cuerpos quedando a su merced.

En esa terrible hora, solo un pequeño sonido, los haría despertarse agitados, desorientados, plagados de un miedo que les congelaba la sangre aún más. El mejor momento para que saliese de su escondite, para que hiciese sonidos, para que se hiciese presente, ya que todos temerían aún más en ese instante, la paranoia enloqueciéndolos, sudando sin parar, sus ojos moviéndose de un lado a otro, en pánico.

En esa hora, había probado los mejores manjares.

Se saboreó los labios, salivando, recordándolo, sintiendo el hambre, la sed, alborotando su cuerpo inhumano, deseando volver a sentir una sangre semejante en su paladar.

Era sin duda un estúpido monstruo.

Dándose ganas.

Antojándose.

Cuando en ese instante, tenía claro que esa sangre, que ese cuerpo, que esa piel que fácilmente podía desgarrar, no le traería ningún disfrute.

Pero ahí estaba, respirando.

Jadeando.

Sus gruñidos bestiales resonando.

Y cuando abrió los ojos, observó a la mujer que dormía plácidamente, pero no por mucho.

Se movió, llevando una de sus manos, sus garras, a la base de la cama, a la madera que sostenía todo el su lugar. Enterró las uñas en el material, y bajó.

Lentamente.

La madera no chirreaba como otros materiales, pero lo hacía de igual manera.

El sonido agudo creciendo conforme sus uñas rasgaban la madera.

Así como creció el sonido de los latidos, aumentando su ritmo.

Gruñó, disfrutando ese juego que estaban jugando.

Decidió que era suficiente, se movió, rápidamente, ocultándose en el closet, dejando la puerta ligeramente abierta para poder observar a la mujer desde la más profunda oscuridad. Para verla como saltaba de la cama, como despertaba abruptamente, su respiración agitada, jadeante, su piel sudando, su cabeza sufriendo al sacarla de esa manera de un sueño tan profundo, su cuerpo sufriendo las consecuencias.

Y no había visto esos ojos, así, asustados.

Lo estaban, asustados, temerosos.

Esa niña, esa mujer, no temía, no temía como el resto de humanos, como el resto de niños que mutiló, que devoró, era el humano que aterrorizaba a un monstruo. Ya que, si no se les temían a los monstruos, ¿A que le temía? Y un humano sin miedo, era el mismísimo peligro, para su especie, y para todo el resto de creaturas que vivían en la oscuridad, asesinando a la humanidad apenas estos cierran los ojos.

Así que sabía que ese miedo, era solo parte de su organismo.

Era su mente dormida respondiendo, su cuerpo respondiendo, pero no ella misma.

Una respuesta fisiológica, provocada por despertar durante esa fase del sueño.

Nada más.

Y aunque fuese decepcionante, porque quería ver a esa niña, a esa mujer, gritar de miedo, temblar de miedo, llorar de miedo, no era algo que pudiese lograr tan fácil, así que no tenía más opción que conformarse, que atraparla en su momento más vulnerable y aprovecharse de eso.

Solo una pequeña victoria.

Nada más.

Así que regocijó en la expresión agitada de la mujer, quien llevaba una mano a su pecho, sintiendo su corazón agitado, su rostro calmándose al entender que no era nada más que un sueño, si, todo lo que escuchó, todo lo que sintió, era eso, nada más que un sueño, y así, calmó su respiración, y pronto, sus latidos.

Notó, desde la oscuridad del closet, como los ojos cafés miraron en su dirección.

Y el miedo que la mujer no sintió, lo sintió el monstruo.

La mujer insistía que el monstruo existía, no, se equivocaba, era lo contrario, esta sentía que el monstruo estaba ahí, la olía como un cazador experimentado, la sentía como si conociese al monstruo desde siempre, sintiendo su existencia bestial en las sombras, pero se convencía a si misma de que no era así, de que el monstruo no aparecería sin avisar, o por el contrario, se convencía a si misma de que eso no había ocurrido.

Que era solo una creación de su imaginación.

Se convenció de eso.

Se obligó a si misma a creer que el monstruo que vio, que conoció, no era nada más que un invento de su mente hiperactiva, de la cantidad de libros que leía, solo un sueño más. Porque ya era una adulta, ya no podía creer en monstruos, en las creaturas de la oscuridad, no podía ser la perfección de adulto que aparentaba ser si tenía aquellas ideas en la cabeza.

Pero aparentar, mentirse a sí misma, fingir, no era suficiente.

No, claro que no.

Porque estaba en su sangre.

Esa mujer, carecía de miedo.

El verdadero monstruo en esa casa era esa mujer, quien no temía, quien veía a un monstruo y no rehuía, e incluso ahora, anhelaba verlo de nuevo, con una mente suicida. Sabía exactamente, desde aquel entonces, lo que el monstruo hacía, lo que el monstruo le haría, tenía claro que el ser que era, la devoraría de las peores maneras.

Le desgarraría la piel con las garras.

Enterraría los dientes en su carne.

Saborearía con su lengua cada atisbo de sangre.

Digeriría con sus jugos gástricos hasta el último de sus huesos.

No dejaría ni un solo cabello ahí, como evidencia, nada.

Consumiría por completo a la humanidad, sin dejar rastro alguno.

Y lo sabía.

La humana lo sabía, y eso en sí, era lo más monstruoso de su parte, el no temer cuando sabía mejor que nadie, lo despiadado que era el monstruo. Aun sabiendo todo eso, esperaba que el monstruo fuese real, que sus sueños no hubiesen sido meras imaginaciones de su inconsciente.

Se mostraba como una humana normal, como una humana perfecta, como una adulta ante el ojo de los demás, pero un monstruo podía oler a otro, así que veía, sin problema, la otra cara oculta en esa piel. Podía ver a la verdadera creatura que existía bajo esa careta, podía verlo en esos ojos que la miraban, detectándola sin problema, viéndola donde nadie más podía.

Jadeó.  

Terror le causaba.

Los ojos que la observaban dejaron de hacerlo, cerrándose, la mujer suspirando una vez más, masajeándose las sienes, regañándose a sí misma, obligándose a acallar sus más primitivos instintos. Y era curioso, porque muchas veces, los niños la sentían, y aunque intentasen convencerse, o sus padres intentasen convencerlos de que el monstruo no existía, ese pensamiento continuaba ahí, en sus cabezas.

Imborrable.

Era el miedo.

Era el más primitivo instinto de supervivencia.

Era el impulso de huir de ahí, de refugiarse en un lugar seguro, la respuesta de matar o morir, y siendo niños, debían huir, no tenían de otra, porque jamás podrían enfrentarse al monstruo. Y aunque huyesen, en algún momento los atraparía, no esperaría solo bajo la cama, si no que vagaría por la casa a oscuras, escondiéndose en las sombras, hasta poder devorar a la inocente creatura.

Y ahí, veía a alguien que sentía eso, que tenía el instinto de matar o morir, su cuerpo advirtiéndole, sus instintos a flote.

¿Y qué hacía la mujer?

Volver a dormirse.

Si, se convencía de que el monstruo no estaba ahí, lo tenía claro, el monstruo lo entendía, sin embargo, el saber que esta tenía el instinto de huir, y no lo hacía, solo le causaba terror.

Esa mujer, era temible.

No sabía si había ganado o había perdido, en ese juego, en ese símil de victoria.

Pero estaba, sin duda, decepcionada.

 

Chapter 128: Cleaner -Parte 1-

Chapter Text

CLEANER

-Guerra-

 

No debería de estar tan acostumbrada a la muerte.

Pero lo estaba.

Ahí, lamentablemente, eso sucedía, y debía de quedarse callada, y hacer lo que le correspondía, tragarse su asco, tragarse su miedo, tragarse su pena, simplemente hacer lo que debía de hacer y terminar su labor. Pero era difícil, no podía negarlo, cada día lo era más, a pesar de que, al mismo tiempo, cada día, se acostumbraba más.

Era difícil de explicar, irónico de cierta manera.

¿Por qué le daba pena llevar sobre sus brazos a la misma muerte, cuando lo hacía durante tanto tiempo?

No tenía sentido, nada de eso.

Pero así era ese lugar, ese lugar carecía de sentido.

Era una guerra constante, que no acababa, que creía que no podría acabar, imposible de mermar, y tampoco tenía a quien culpar, porque tenía claro que lo que les hacían a las personas dentro de ese internado, las personas de ahí dentro lo hacían en otros lugares, o eso decían. Si, era una guerra eterna, que no acabaría, porque las muertes no eran suficientes, de ningún bando.

Cada que morían, otros llegaban, victimas frescas, llenas de vida, para acabar siendo nada más que restos de sangre en las paredes.

Y ella era la que cargaba con ese peso.

Se levantó de la cama como cada día, a duras penas, sufriendo en el proceso. Sentía su cuerpo cansado ante la labor de cada día, el cansancio siempre siendo el mismo, desde el comienzo, pero no era por debilidad, no, estaba hecha para ese trabajo, tal vez era algo más mental, que la afectaba de esa forma, ya que siempre que iba a ponerse el uniforme, se preguntaba si terminaría manchada de sangre o no aquel día, si sería un día de mala suerte o de buena suerte.

Y le causaba ansiedad, era su dilema de cada día.

Por ahora, no le quedaba otra que seguir adelante.

Su primera misión era ir a los baños, a las duchas, asegurarse que las personas bajo ella hicieran bien su trabajo, supervisarlos, y le aterraba cada día le hacerlo, porque tenía bien claro que eran a los primeros lugares que atacaban, porque en esos lugares específicos no había nada más que vulnerabilidad, y si querían lastimar a otros, era el sitio perfecto.

Y ahora, veía alrededor, y estaba limpio, como debía de estar, sin ningún rastro de cualquier otra situación pasada, nada, y solo podía contar los minutos para la siguiente vez en la que fuese llamada para atender una crisis. Porque era ahí, la cabeza, así que debía hacerse cargo, antes de poner a alguien más a hacer ese trabajo por ella.

Se había desensibilizado para hacerlo, así que prefería que continuase así.

No quería que quienes trabajaban bajo ella, tuviesen que ver esas escenas.

Nadie debería ver esas escenas.

Las limpiezas prioritarias debían hacerse tres veces al día, a primera hora en la mañana, luego al medio día, y la última a la tarde, y continuar así. El edificio era antiguo así que era difícil limpiar muchas zonas, así eran todas las partes de este, los lavabos, las duchas, los apliques, las habitaciones, las oficinas, todo, solo se cambiaba cuando algo se rompía, a pesar de que había muchos baños cuyas partes estaban destruidas y seguían así, destruidas.

Y no importaba cuantos reclamos hubiese, nadie hacía nada al respecto.

Pero no le sorprendía, si no se evitaba que entrase gente ajena ahí, mucho menos se arreglaría lo roto.

Rotas, sobre todo, las personas que ahí entraban.

Ese lugar, era, de cierta forma, una prisión.

Estaban ahí adentro, aprisionados, pagando, siendo castigados, cada día cumpliendo una condena, y estaba de acuerdo, eso, era lo correcto, el pagar por las cosas malas que habían hecho, sin embargo, era un infierno en vida. Una cosa era pagar un castigo, y una muy diferente era el convertirse en víctimas.

Y las personas que había visto morir, no eran nada más que víctimas.

No habían hecho nada más que vivir pacíficamente durante su tiempo ahí, su tiempo eterno, que dejó de serlo abruptamente, por victimarios mucho peores. En las guerras, eso ocurría, las grandes facciones se peleaban, la gente con sed de sangre mandaba a otros a matar, y al final, los heridos, los muertos, eran quienes no tenían otra opción, que fueron atrapados en el fuego cruzado, que ni siquiera querían formar parte de la masacre.

Ahí, pasaba exactamente lo mismo.

Dio un salto, escuchando la alerta, y jadeó, prácticamente sin aire en el pecho.

No de nuevo.

No tan pronto.

Puso la mano en su comunicador portátil, firme en su cintura, sin querer que recibiese ningún tipo de señal, sin querer que la llamasen, y la hiciesen ir, una vez más, a limpiar sangre. Pero no fue necesario que le dijesen nada, porque vio como personas ajenas, con uniformes diferentes a los de quienes vivían ahí, un color diferente, corrían de un lado a otro, en grupo. Y hace mucho que no los veía, que no estaba tan cerca cuando ocurría algo semejante.

Se debatió entonces, si debía ir a donde estos iban, el ayudar de cierta forma.

El evitar que matasen a los suyos.

Y antes de negárselo, antes de seguir a la lógica, simplemente se movió, corrió hacia las duchas de ese sector, a donde estos iban, sin que nadie pudiese detenerlos, y ella tal vez no sería la excepción. Era tal vez, de cierta forma, una figura de autoridad en comparación con el resto, pero no significaba que a los atacantes eso les importaría en lo más mínimo.

Entraban ahí con sed de sangre, con ganas de hacer el mal, de hacer de ese lugar un infierno.

Quien fuese ella, no importaba en lo más mínimo.

Entró a las duchas por una puerta diferente, por la puerta trasera que unía todos esos lugares, como túneles ocultos del resto, oscuros, lúgubres y húmedos, donde los de la limpieza podían entrar y salir sin que nadie perturbase su trabajo. Y conocía esos lugares como la palma de su mano.

Llevaba, no sabía cuánto, pero mucho tiempo ahí.

Pero cuando llegó a las duchas, al sector en particular bajo ataque, los gritos se escucharon, rebotando como un eco incesante por las paredes, pero mantuvo cierta calma al saber que mientras su intercomunicaron no sonase, aun nadie moría.

Era un grupo, los vio.

Eran al menos cuatro personas, cuyos rostros no distinguía, y solo notaba que eran ajenos ahí por sus uniformes, y no importaba quienes eran, solo lo que hacían ahí. Y no estaban haciendo bien alguno, por el contrario, estaban sujetando a quienes estaban ahí, quienes eran varias personas, vulnerables, aprovechándose, golpeando, hiriendo, robando, abusando, en ese minuto ese era el mismísimo infierno, donde eran castigados.

Y tenía claro, porque conocía a las personas que ahí vivían, que esas personas no habían hecho suficiente para recibir aquel castigo.

Así era siempre.

Los inocentes, pagaban con sangre.

Y estúpida fue, al gritar, al decirles a todos ellos que se detuviesen, y tanto quienes vivían ahí, como los extraños, la miraron, la observaron, viendo quien era, y si, insistía, era una figura de autoridad de cierta forma, pero que los internos de ahí lo viesen así, no significaba que esas personas ajenas al internado pensasen igual, solo la verían como lo que era, la de la limpieza.

Uno de estos soltó una risa, su rostro imposible de precisar, solo su sonrisa macabra.

Los de otros lugares, las personas ajenas a esa institución, para ella, no eran nada más que caras borrosas, porque no residían ahí, así que no los podía distinguir, no podía saber sus condenas, no podía saber sus pecados. Y si bien sabía que era el caso, no había estado en esa situación, donde estuviese alguien vivo, observándola.

Pero si tuvo que tirar el cuerpo de uno de estos por el desagüe, y era extraño no ver correctamente, no saber de quién era, no saber lo que sabía de los internos.

Era algo propio de su labor, el saber quiénes formaban parte del internado, el saber quiénes eran, incluso aunque no tuviesen rostro alguno, incluso aunque no fuesen nada más que carne y sangre tirada en el suelo. Debía saber a quién estaba recogiendo del suelo, debía llevar sus restos a un lugar apropiado, y despedirlos de ese mundo como era apropiado.

En ese momento, se dio cuenta de que ella sería la siguiente, que, entre ese grupo de personas en estado vulnerable, irían a por ella primero, pero a pesar del miedo que pudiese sentir, se mantuvo firme, porque si podía evitar que alguien sufriese, que alguien terminase cubriendo aquel suelo con su sangre, que hubiese una víctima más, lo haría.

Si podía, en vez de llevar sus restos a un lugar apropiado, el salvar sus vidas vivas, lo haría.

Al menos, tenía claro, que ella no sería tan fácil de lastimar como al resto de inocentes.

El extraño soltó a su víctima, y se le acercó, dando tumbos, poco a poco llegando donde ella, estirando su mano para sujetarla, y no pudo huir, no pudo alejarse, completamente petrificada, simplemente aceptó su destino, que era morir, lentamente, dándole tiempo a que el resto huyese. Y tal vez era para mejor, se sentía una eternidad desde que estaba ahí, haciéndose cargo de ese lugar, limpiando la sangre del piso, envolviendo los cuerpos en telas, cargando con estos por los túneles.

Quizás era su hora, su momento de ser liberada de ese limbo en el que vivía.

Luego de morir, encontraría paz, ¿No? ¿Podría empezar de nuevo? ¿Podría vivir de verdad?

Antes de poder sufrir, antes de poder sentir dolor, la mano que iba a su cuello retrocedió, y se quedó unos momentos sin entender lo que ocurría, hasta que vio a alguien del internado, alguien de ahí, peleando contra quien iba a ser, un segundo antes, su abusador. Reconocía el uniforme, y por supuesto que reconocía la cara de la interna, así como sus pecados, a pesar de que fuese, de las personas de ahí, que careciesen de un pecado como tal.

Un pecado, tal vez, diferente.

Las víctimas, de las que hablaba antes, quienes morían muy pronto.

Y si estaba ahí, enfrentando a alguien peligroso, arriesgándose, tenía claro que era posible que muriese, tal y como los demás. Porque las victimas vivían muy poco, morían muy rápido. Pero no quería que fuese el caso.

Había visto a tantas personas muertas, a tantos que llevaban a ese internado, y en cosa de días acababan en el suelo, en su balde, en la tela con la que cargaba los cuerpos, pero rara vez veía a alguien morir frente a sus ojos. Llegaba cuando el caos se desataba, cuando ya no quedaba nadie ahí, ningún responsable, solo lo que sucedió, las pruebas del delito.

La interna no dudó en golpear, una y otra vez, al sujeto del exterior, golpe tras otro, sin parar, sin detenerse, tanto así, que los otros agresores parecían querer ayudar, salvar a su compañero de la ira de la interna, o solo darle su merecido. Sea como sea, dejaron de lado a las victimas vulnerables, al ver a un enemigo digno, al ver cómo había competencia, y demostrarían de lo que estaban hechos.

Y no tenía que conocer los pecados de esa gente, para saber que eran pecadores, no era necesario, solo pecadores actuarían así, con esa sed, con esa maldad.

Así que habló, llamó la atención de la interna, que desbocada continuaba golpeando al externo, este ya sin moverse, y le avisó del resto, pero eso no significaba que no hubiese un enemigo ya lo suficientemente cerca, así que se movió, teniendo una escoba a la mano, atinó a golpear a quien iba tras la interna, dándole en la nuca, frenando un posible ataque. Su interferencia logró darle tiempo para tomar distancias, preparándose para continuar peleando, para seguir defendiendo su territorio.

Por suerte, no estaba sola luchando contra los desconocidos, y no, no por ella en la ecuación, si no por otro grupo de internos que entró, al parecer viendo, al igual que ella, a donde iban los delincuentes. Y si, solían pelear de vuelta, lamentablemente, no solían ganar, pero, aun así, no se rendían. Estaban todos hartos de que cada semana hubiese una masacre por culpa de los del exterior, y no podían permitirlo.

Habían hecho vida ahí adentro, se habían integrado, habían hecho amistades, y de la nada, los perdían para siempre. Creaturas sociales eran, y lamentaban la pérdida, y ahora, por lo mismo, luchaban cada vez con más ganas, con más fuerzas, sin dejarse amedrentar.

Y los vio, a todos, luchando a la par con la interna que empezó aquella batalla, colaborando lo suficiente para que pudiesen eliminar, uno tras otro, a los atacantes.

Y fue una guerra que duró minutos extensos, que sintió ella misma, como horas.

Mientras eso sucedía, alentó a que quienes estaban ahí con anterioridad, quienes fueron atacados, huyesen de ahí, porque si se quedaban, no estarían a salvo, y caso le hicieron, tomando sus cosas, y silenciosamente retrocediendo, los guerreros impidiendo que pudiesen volver a convertirse en víctimas. Por suerte, la mayoría, estaban ilesos.

Y pronto, las duchas se quedaron en silencio.

Lo único que se escuchaba, era el golpeteo incesante de un puño contra la carne, una y otra vez, sin parar.

Y curioso era, tanto como irónico, el que quienes cometían los peores pecados, eran tan difíciles de matar. Pero los que solo tenían el pecado en su sangre, el pecado que cometieron sus antecesores, el cual era débil, morían fácilmente, débiles eran, y morían como tal. Los peores baños de sangre habían sido por ese tipo de personas, que eran asesinados de maneras brutales, porque sus debilidades lo permitían.

Ahora veía a la interna, golpeando, una vez, otra vez, sin parar, jadeando ante el cansancio, pero el cuerpo bajo el suyo continuaba vivo, sin mayores heridas, inconsciente, sí, pero no muerto. Sus cuerpos de carne eran imposibles de atravesar con meros golpes, pero si esa interna hubiese tenido menos entrenamiento, hubiese sido menos capaz, un solo golpe le hubiese roto el brazo.

Pero así funcionaba ese lugar, no había nada más que pudiese hacer al respecto.

Le generaba impotencia, pero ya conocía ese lugar lo suficiente para entender ligeramente lo retorcido de su funcionamiento.

Se acercó, y puso una mano en el hombro de la interna, quien se preparaba para otro golpe, pero ya era suficiente, se haría daño si continuaba.

Y la interna finalmente se detuvo, le hizo caso y paró, jadeando, sudando, su cuerpo esforzándose por respirar, habiéndolo llevado al máximo, probablemente se hubiese roto los huesos de las manos ante aquella bestialidad, para que, al final, no lograse nada más que dejar inconsciente a su víctima, tal y como los otros, sin lograr más.

Porque el pecado con el que cargaban era debil, sus cuerpos eran debiles, al contrario de los más grandes pecadores, que eran fuertes, invencibles, solo otros de su calaña podrían darles una pelea justa.

Las victimas ahí, los débiles, terminaban siendo solo sangre y vísceras al terminar el día, donde un solo golpe les rompía huesos, donde un solo tirón desgarraba sus extremidades, donde una sola patada podía explotarles los órganos. Mientras que los perpetradores, ni una lanza en el corazón, sería suficiente para matarlos.

Los ojos rojos de la interna la miraron, notando impotencia en estos.

Ya no podían hacer más, ya no podrían matarlos, despedazarlos como hacían con los suyos, menos ahora, todos ya cansados, no tenían suficientes fuerzas, así que debían tomar aquel final como una victoria, donde salvaron a los suyos, donde dejaron inmóviles, desmayados, a sus enemigos.

No ganaron la guerra, pero si una batalla.

Por ahora, era suficiente.

Ella se encargaría de tirar esos cuerpos por el desagüe, el sacarlos del internado de la forma que conocía, y siendo del exterior, no merecían ni el más mínimo respeto, estuviesen vivos o muertos.

Al menos, hoy, no tendría que limpiar tanta sangre del piso.

 

Chapter 129: Archaeologist -Parte 5-

Chapter Text

ARCHAEOLOGIST

-Alivio-

 

No recordaba haberse sentido tan aliviada como cuando el bus se detuvo en la parada, ahí en la ciudad, a pasos del metro, y a solo unas calles de su departamento.

Se levantó, así como algunos otros residentes de la zona, todos caminando a la salida, y respiró profundamente. No iba a decir que adoraba el olor de la ciudad, pero en ese momento, el sentir el aire tan fresco, no como lo era en el desierto, la hizo sentir renovada, a pesar del cansancio enorme que sentía.

Nefertari, quien la seguía de cerca, bajó también, su rostro oculto tras el sombrero, sin embargo, sus ojos se fueron hacia arriba, mirando los edificios, sin poder ignorar su alrededor, que era algo nuevo, algo único, para ella, ese lugar, era tan aburrido, tan común, como cualquier otra ciudad, con sus edificios, con sus restaurantes, con el barullo de la gente.

Pero ese era un mundo completamente ajeno a la mujer, por lo mismo miraba cada rincón con ojos curiosos.

Se apresuró en buscar su bolso con sus cosas en el maletero del bus, y se puso la mochila encima, y cruzó su bolso. Estaba pesado, sí, pero ya estaba cerca, podía con eso, y aunque quisiese pedirle ayuda a la mujer a su lado, la lógica se lo impedía, el más mínimo movimiento podía causar que alguna de sus extremidades se saliese de lugar, un peso así, tan abrupto, podía significar un gran problema.

Y era importante que no pasase ahí, en la ciudad, con tantos ojos.

Se acercó para tomar la mano de Nefertari, esta aun distraída mirando alrededor, pero su gesto fue suficiente para que bajase la mirada, poniéndole atención.

“Mi casa está cerca, vamos.”

La mujer asintió, y comenzó a seguirla, enfocándose, sin dejar que el mundo a su alrededor le impactase demasiado como para que tuviesen algún problema. Al menos esta era inteligente, y tenía claro que las personas del pasado se impactaron con su existencia, en el presente eso no sería diferente, en el futuro, tres mil años después, por lo mismo tenía cuidado, y se mantenía silente.

Y realmente lo apreciaba.

Ya lo pensó antes, pero hubiese sido aún más complicado que la momia aquella fuese otro tipo de persona, le hubiese sido complicado el mantenerla oculta mientras duraba su trabajo en Egipto, y que tuviese una personalidad fuerte, haría sin duda imposible el poder estar tantas horas en un bus, sin que nadie tuviese sospechas.

Así que, a pesar del miedo que aun sentía, se sentía en calma, ya que tenía claro que pudo haber sido peor.

Y apreciaba cualquier facilidad.

Avanzó por las calles, haciendo de guía, mencionándole a su acompañante algunos detalles de la zona donde vivía, nada para abrumarla, pero para que supiese más o menos donde estaba en ese momento. Contestó un par de preguntas también, cosas simples, como qué tipo de piedra usaban para los edificios, y fue algo que le causó cierta gracia el contarlo, sabia lo suficiente de arquitectura, pero no quiso hablar de aleaciones ni nada complicado, así que solo mencionó superficialmente como eran los materiales que se usaban en la actualidad.

Y era sorprendente, como algo tan básico en la vida moderna, era tan maravilloso y futurista para alguien que vivió hace tres mil años.

Incluso la comida era algo que no se tenía en ese entonces, las mismas frutas y verduras habían sido modificadas genéticamente, escogiendo las que tenían más carne, las que tenían semillas más pequeñas, seleccionándolas, haciendo mejores versiones.

Sabía lo mucho que habían cambiado desde aquel entonces, así como sabía lo mucho que podrían de haber cambiado si no hubiese habido movimientos por parte de la iglesia y de reinos poderosos, que tiraron abajo varios intentos de evolucionar como especie, rechazando nuevas tecnologías.

Sin duda podrían tener autos voladores funcionales si hubiese sido el caso.

Pero lo que ya tenían ahí, en el presente, era sin duda, un lugar mágico para alguien que sus últimas vivencias fueron en un mundo que no avanzaba demasiado, mucho menos en un lugar como lo era el desierto, donde tenían muchas limitaciones.

A pesar de que no hubiese mucha variedad de expresiones en el rostro ajeno, si podía notar interés, al final, era un mundo nuevo, y se veía curiosa, pensativa, probablemente pensando en más preguntas para hacerle, y era bueno que ella misma fuese muy estudiosa en varios temas, y así pudiese responderle.

Si no fuese capaz, probablemente se pondría a estudiar documentos o investigaciones solo para poder contestar a sus preguntas.

Sin duda lo haría.

Soltó un suspiro cuando llegó a su edificio, y miró hacia arriba, notando lo alto que era, y no le había prestado demasiada atención, ya que siempre estaba en su mundo, nunca se preocupaba por cosas banales como el paisaje o el lugar donde vivía, no le gustaba perder tiempo, prefería usarlo en cosas más importantes.

Pero ahora miró, notando como Nefertari miraba también, su cuello resonado con el acto, observando fijamente. Ver estructuras altas, no debería de ser ajeno, considerando las estructuras famosas en Egipto, sin embargo, el ver este tipo de edificios, con esas formas, con los cientos, miles de ventanas, era sin duda llamativo.

“¿Qué tan alto vives?”

Nefertari le preguntó, y se vio apuntando.

“En uno de los últimos pisos, vamos, probablemente te guste la vista.”

Los ojos bicolores la miraron, mientras asentía, tranquila como siempre, pero notaba que había cierta pizca de emoción en sus ojos.

Era algo tan simple.

Pero para esa mujer era algo impresionante.

Bueno, ella pensaba igual de las civilizaciones antiguas.

Entró al edificio, el portero haciéndole un gesto, no solían verse demasiado, ya que salía a trabajar, a veces se quedaba en la oficina, prácticamente viviendo ahí si es que había alguna investigación interesante, se dormía en su escritorio y ya, así que no solía estar mucho en casa, y si estaba, no salía.

Había varios servicios que le dejaban las compras en la puerta de su departamento, así que no necesitaba hacer más.

Probablemente a Nefertari le gustaría visitar un supermercado.

Se metieron al ascensor, la mujer mirando el lugar, inquieta, frunciendo los labios cuando las puertas metálicas se cerraron. No creía que estuviese disfrutándolo. Le sorprendió cuando sintió las manos sujetando su brazo, mientras el ascensor comenzó a subir, y se veía asustada, aunque su rostro no lo dejaba ver del todo.

Nunca le tuvo miedo a los ascensores, sabía que quienes los construían tenían que cumplir con varios estándares de calidad, así mismo cuando los instalaban, así que estaban hechos para prevenir incluso los peores accidentes, incluso si se caía, no sería algo fatal como solía ser cuando se inventaron, cuando no conocían tan bien la mecánica ni los problemas que podía significar un fallo semejante.

Por algo los primeros que se hicieron incluían a un ascensorista, que hacía que el ascensor funcionase, así si es que había algún problema, estaba capacitado para solucionarlo en la medida de lo posible.

Cuando algo solía darle miedo, cuando era niña, solía buscar información, investigaciones, lo que sea, para poder entenderlo, para quedarse tranquila, y solía funcionar. Obviamente las nuevas tecnologías podían tener errores, eran humanos, cometer errores era algo que tenían prácticamente instaurado en su ADN, pero ya luego de prueba y error, saldrían las mejores versiones, donde un error sería algo que pasaría con la menor de las probabilidades.

Por suerte, tenía buena suerte, así que las probabilidades, por mínimas que fueran, ella no solía caer en ese 0,000001%, en el caso particular del ascensor, de uno en diez millones, aunque, ahora, estaba dudando un poco de eso, pero, considerando que hablaba de una mujer, una bruja, que fue momificada, y fue enterraba en una tumba bajo tierra, era en si una pequeña probabilidad de que sucediese, y que un equipo fuese a explorar aquel lugar escondido, también reducía las probabilidades, y, que en aquel equipo, se encontrase ella, también lo hacía más complicado.

O tenía mucha suerte o muy poca suerte, eso no lo entendía aun del todo.

Porque, ya había descartado que estaba alucinando, ¿No?

Por lo mismo no dijo nada, algo como, hay una posibilidad de una en diez millones de que el ascensor se caiga, porque considerando su buena o mala suerte, prefería no ponerse las probabilidades al cuello. Aun así, soltó un suspiro cuando las puertas se abrieron en su piso.

No habían caído.

Nefertari siguió sujetándose de su brazo, mientras salían del ascensor, esta mirando a la caja metálica, como si de un enemigo se tratase, y le causó algo de gracia. Ni siquiera le preguntó que era, ni que hacía, ni como se movía, nada, como si la inquietud hubiese acallado a la curiosidad. Le iba a explicar bien lo que era, no quería que le tuviese miedo al ascensor, porque no iban a bajar los cientos de escalones que llevaban a la salida.

Solo era en caso de emergencia, y esperaba que las probabilidades estuviesen en su favor de que no ocurriese nada malo, que, en el estado del cuerpo de la mujer, dudaba que fuese capaz de bajar por las escaleras sin perder una pierna.

Ella tampoco resistiría bajar, ahora que lo pensaba. Creía haber adquirido algo más de resistencia y de fuerza física en esas semanas ahí afuera, haciendo trabajo pesado y sudando, pero apreciaba su vida sedentaria, donde podía sentarse a leer por horas. Eso de caminar demasiado no le agradaba, era bastante perezosa físicamente. Siempre fue más de alimentar su cabeza más que su físico, aunque intentaba consumir las comidas necesarias para estar saludable.

Se preocupaba mucho por eso.

O más bien, era su madre la que le enseñó por mucho tiempo que debía cuidar su alimentación, que ella, sobre todo, sabía cómo funcionaba el cuerpo y como empezaba a tener problemas si había carencias. Su madre le solía decir, que, si enfermaba, no podría tener energías para aprender, y curiosamente, eso la ayudó bastante en su adolescencia para estar saludable, para no caer en el alcohol y las drogas recreativas, y no descuidar su aprendizaje.

De cierta manera la chantajeó, pero funcionó, así que lo aceptaba, su cerebro y su cuerpo estaba saludable gracias a eso.

No podría cumplir sus sueños, no podría seguir aprendiendo del mundo, si descuidaba su salud.

Abrió la puerta de su departamento, agradeciendo que no perdió sus llaves en el desierto, aun así, dejó una copia en su oficina, por su acaso la perdía. Pensó en enviarles una copia a sus padres, pero como vivían en otro país, tardarían, así que no iba a quedarse haciendo un campamento fuera de su puerta mientras le llegaba un paquete del correo.

Con tal de no esperar, llamaría a un cerrajero.

Se sintió reconfortada al entrar a su casa, a pesar de no pasar mucho tiempo ahí, como siempre se la pasaba trabajando de más, pero era un lugar que era solo suyo, donde podía hacer lo que quisiera, así que fue un alivio. Lo primero que hizo fue dejar caer el bolso y su mochila, sabiendo que tendría que meter todo eso a la lavadora, tendría que hacer como cinco cargas, y en ese momento, creyó que la mejor solución era llevar todo a una lavandería para que lo hiciesen por ella.

No tenía tiempo que perder en cosas así.

Al menos tenía más ropa.

Creo.

Por suerte no dejó tan desordenado como creyó, aunque tenía claro que su habitación era la que quedó peor, ya que tuvo que sacar todo de su armario. Por lo demás, la sala de estar y la cocina se veían normales. Había dejado platos en el lavavajillas, pero al menos no los dejó sucios sobre el mesón.

Se preocupó de eso, porque supo que iba a llegar destruida y no tendría ganas de limpiar nada.

Aun así, dejando a Nefertari ahí, dejando que mirase alrededor, se fue a su cuarto, esperando no dejar un caos.

Si, un poco de caos dejó, y al menos no tenía tanta ropa, así que…

Tal vez iba a necesitar comprar más ropa…

Tanto para ella como Nefertari, ahora era una necesidad, no un lujo, como solía pensar.

Cuando volvió, notó como la mujer estaba parada atrás de la cortina que tapaba el ventanal, el cual daba paso a la terraza. No sabía si esta estaba más interesada en la cortina en si o en mirar a través de esta. Se acercó, para mover la cortina y abrir la ventana, el lugar necesitaba ventilación después de todo.

Pero nunca el aire tan denso como en la cripta, tenía que ser honesta.

El viento era helado en comparación al viento del desierto al que se vio acostumbrada durante los últimos días, así que lo apreció, era un cambio brusco, pero gratificante.

Nefertari cerró los ojos cuando llegó la ráfaga de viento, pero de inmediato se repuso, moviéndose, saliendo afuera, sus manos firmes en el barandal que impedía que cayese. Se vio algo inquieta, ya que, si se le salía alguna extremidad, dudaba poder recuperarla desde esa altura. Al menos no se acercó tanto hacia afuera, aun cuidadosa con sus movimientos.

Menos mal.

“¿Qué te parece?”

Preguntó, aprovechando de mirar también, reencontrándose con aquel paisaje que no creía haber mirado desde los primeros días que se fue a vivir ahí.

“Realmente todo luce completamente diferente a lo que solía ver, no hay nada de mi mundo aquí.”

Y lo que existía de su mundo, eran puras ruinas, lo cual era una lástima. Solo quedaban los trozos rotos de lo que su generación, las anteriores y las posteriores, crearon. Ni siquiera creía que fuese bueno llevarla a un museo o algo así, tal vez hacerla ver esos recuerdos del pasado solo le traerían nostalgia, en un mal sentido.

Le preguntaría en algún momento si eso le gustaría o no.

Por ahora, solo podía enseñarle el nuevo mundo, el presente en el que ahora tendría que vivir.

“¿Eso te molesta?”

Necesitaba saber eso, así que preguntó.

Ya que, podría ser que mostrarle el mundo actual, no fuese más que un insulto, como si le dijese, oye, tu civilización apestaba, mira esto, es mucho mejor, o algo así, aunque no creía eso, por el contrario, había muchas cosas del antiguo Egipto que a ella le fascinaban, que incluso con tan pocos recursos y tecnologías, fueron capaces de crear monumentos que hasta el día de hoy aun existían. Eso era sin duda un logro.

Y pensar que algunos decían que las pirámides eran cosa de extraterrestres, tirando por los suelos el trabajo que hizo una civilización por décadas. Cuando alguien hablaba sobre eso, les recordaba la existencia de la pirámide inclinada de Sneferu, una de las primeras pirámides que se hicieron durante su reinado, donde empezaron haciéndola en un ángulo de inclinación superior, lo que la hacía muy empinada, y se detuvieron cerca de la mitad, y siguieron con un ángulo más bajo.

Si, por probabilidad, si debía de haber vida afuera del planeta, así como había muchas especies vivas en el mundo. Pero estaba segura de que los extraterrestres que eran perfectos arquitectos del futuro, de los que la gente solía hablar, no cometerían un error propio de humanos como aquel.

Nefertari no la miró, los ojos bicolores pegados en el paisaje, su cabello moviéndose, incluso el sombrero que tenía encima terminó en su espalda, manteniéndose pegado solo por el lazo alrededor de su cuello. Pudo ver su rostro, fijo, pensativo, y de nuevo le pareció una mujer muy hermosa, y se preguntaba si era algo natural de esta, que fuese bonita y ya, o que fuesen sus poderes de bruja o lo que sea que tuviese, que hacían que fuese vista de esa forma.

Ahora ya estaba buscándole la lógica a la magia…

Negaba a los extraterrestres, pero ahora estaba en esa posición.

¿En que se había convertido?

“Tengo pensamientos divididos, ya que, en mis tierras nací, así que no puedo evitar sentir cierta melancolía al saber que aquel lugar que fue mío, que goberné, no terminó siendo nada más que ruinas en un mundo que creció alrededor. Pero, por otro lado, ese lugar fue mi ruina, fueron mis aliados, mis benefactores, mis súbditos, quienes un día decidieron tenderme una trampa, y así acabar conmigo, así que hay un lado de mí que me causa alivio al saber que ese lugar ya no más existe.”

Como era usual cuando la mujer se explayaba hablando, había algunas palabras que no entendía del todo, pero no eran suficientes para no poder entender en grandes rasgos lo que decía.

Iba a tener que estudiar un poco más.

Nefertari se giró, mirándola, sus ojos calmos, a pesar de las palabras que dijo hace unos momentos, carentes de emoción para la cantidad de emociones que había en esa frase.

“¿Es eso extraño, el sentirme así?”

Oh.

Pues no.

Así que negó, sin dudarlo.

“No puedo ni siquiera imaginarme lo que sientes, pero puedo entender de donde viene tanto su nostalgia como tu alivio, y tiene sentido, en el presente, hay aun ciertas partes del mundo que me causan incertidumbre, que detesto porque sé que nos retrasan como sociedad, sin embargo, también hay muchas cosas que admiro y que aprecio, así que, si pasara algo semejante, también pensaría algo así. El mundo no es blanco o negro, tiene matices, tiene cosas buenas y cosas malas, es normal el querer las buenas o el detestar las malas, el sentir nostalgia de lo bueno que ocurrió o el sentir alivio de que lo malo ya no exista.”

Nefertari la observó, fijamente, sin pestañear, bueno, al parecer no necesitaba pestañear, pero cuando la miraba así, era aún más consciente. Se vio tragando pesado, empezando a sentirse enrojecer ante la atención. Estaba acostumbrada que cuando se ponía a hablar así, las personas no le prestaban mayor atención, porque sabía que podía hablar horas y horas de algún tema en específico.

Así que era extraño que alguien le prestase atención.

Eso era nuevo.

“Tienes un don con las palabras, y el saber qué piensas así, me deja un poco más tranquila. Aun así, alguien que fue alguna vez un monarca, como lo fui yo, no debería siquiera cuestionarse esos temas, cuestionar mí reino.”

Nefertari dejó de mirarla, para luego mirar el paisaje, pero solo unos segundos, para luego soltar un suspiro y volver adentro.

Por su parte se quedó unos momentos ahí afuera, digiriendo sus palabras, por una parte sintiéndose bien de que fuese escuchada de esa forma, y por el otro, intentando entender los problemas que la mujer estaba teniendo.

No tenía idea, porque nunca había sido responsable de nada, como un país, como una empresa, o algo así, grande. Pero nunca había escuchado a quien era la cabeza, el hablar mal de lo que estuviese manejando, no podía, ya que, decir que algo andaba mal con su país, con su compañía, era solo una referencia a su mal trabajo como líder.

Si Nefertari aceptaba que había partes de sus tierras que no le agradaban, de sus súbditos, de sus socios, era en parte por su propia culpa, y creía que, en esa época, donde estaba todo más ligado a los gobiernos dictatoriales, tenía aún más peso. Todo lo que ocurría, todo lo que se dictaba, cada ley, cada mandamiento, cada medida, era creada por el líder para que fuese acatado a la perfección.

Si el lugar en cuestión cae, es solo por la culpa de un mal liderazgo.

Bueno, obviamente no era tan así, ya que había otros factores que influían en la caída de un imperio y no solo las elecciones de un monarca, pero había que ser justos, y en esa época, o en gobiernos dictatoriales, el peso recaía en quien gobernaba, el pueblo en si no elegía, solo el gobernante.

Era un tema algo difícil, pero creía que con eso podía entender un poco más el agobio que la mujer sentía.

Aunque ella no pudiese entenderlo del todo, solo sacar información del pasado, del presente, y compararlo.

Entró al departamento, cerrando el ventanal.

Nefertari estaba dándose una vuelta por el lugar, mirando alrededor, de nuevo volviendo a la curiosidad que tenía encima, que, si bien ese no era su hogar, no era el lugar de su pasado, estaba obligada a conocerlo, y al parecer, había genuino interés, y eso era bueno.

Poco a poco.

Por ahora, había algo más importante.

“Tal vez deberíamos darnos una ducha, para relajarnos un poco, y quitarnos el polvo de encima.”

Necesitaba un relajo de inmediato.

Nefertari la miró, observándola desde la cocina, mientras miraba los electrodomésticos si entender nada de lo que ahí había.

“¿Qué es eso?”

Oh.

¿Una ducha?

Al parecer iba a ser un largo día.

 

Chapter 130: Cancer -Parte 1-

Chapter Text

CANCER

-Pasado-

 

“Estoy bien sola.”

Habló, contestándole a su madre, pero creía que, de una u otra forma, intentaba convencerse a sí misma de eso. No creía estar lista para el amor, no luego de todo lo que ocurrió, de lo mucho que sufrió, de lo bajo que cayó.

Miró alrededor del restaurante, respirando profundo, notando las pocas personas adentro, todo hablando, disfrutando de una copa. Era un día tranquilo, no se llenaba demasiado, pero, aun así, se daba una vuelta por ahí cuando salía de la oficina. No era su obligación, su madre se lo pedía solo cuando había muchas personas y no podía estar presente para supervisar que todo funcionase.

Pero le gustaba ayudar.

De cierta forma, también era su negocio, así que era su deber el ayudar.

Pero a estas alturas, no iba ahí solo porque quería a su madre, y quería que prosperase su negocio, sino porque también le servía de distracción. Ver a otras personas ahí, disfrutando de la vida, la hacía olvidar el infierno que sentía dentro. Y el hacer algo bueno por su familia, el colaborar, la hacía sentir menos amarga.

Aun ignorándola, pudo sentir la mirada insistente de su madre, observándola, minuciosamente, pudiendo leerla, y se sentía fatal cuando eso ocurría. Todos sus lados más oscuros, más amargos, a la vista de su madre, y de nuevo, la quería, claro que la quería, dio todo por ella, incluso al ser muy joven cuando la tuvo, cuando su reputación se vio manchada y fue mal vista por todo su entorno.

Obviamente que quería a su madre.

Pero le molestaba mucho cuando se ponía así, ya que, entre las dos, su madre podía guardar secretos, ocultar todo lo que sentía en su interior, oculto de todos, incluso de ella, pero con ella, era diferente, porque no podía ocultar nada de su madre. Investigaba dentro de las personas, no solo para cobrar de eso, sino también para saciar su propia curiosidad.

Y lo hacía con ella, todo el tiempo.

Se enojó, no podía negarlo.

Tampoco podía ocultar la ira del ojo agudo de su madre, no le podía ocultar nada.

“Ya te lo dije, estoy bien como estoy.”

Convenciéndose, de nuevo, de que sus palabras eran reales, que eran, de hecho, una realidad, pero no había sido así hace mucho tiempo. Se sujetó tanto de la dependencia, que, a esta altura, sentía que una parte le faltó desde aquel quiebre. Y nunca, jamás, pudo recuperarse de ese golpe.

“Estuviste fumando.”

Y ahí, la atrapó, de nuevo.

No solo su ojo era agudo, sus instintos, sino también su olfato, aunque creía que había fumado tanto, que no podía quitarse el aroma de encima, aunque lo intentase, atrapado en su piel, en sus células. Cuando más caía, era cuando más ansiaba fumar, siendo lo único que lograba calmar lo rápido de su respiración, lo acelerado de su corazón, lo ruidoso de su cabeza.

Miró a su madre, finalmente enfrentándola, asintiendo, sin poder negar lo evidente, y era irónico, como esta la hacía sentir tan culpable de tener su vicio, cuando esta le dijo que su razón para tener el bar ahí en el restaurante era una excusa para poder beber gratis.

Al final, tenían la misma sangre viciosa en las venas, la misma necesidad de ahogar sus sentimientos en las adicciones. Lo peor de sí misma, lo había heredado de su madre.

Los ojos oscuros de su madre, negros, que no dejaban ver nada, pero que veían todo, la analizaron, y de nuevo, solo bastó eso, para dejarla en evidencia.

“Tampoco has comido.”

De manera inconsciente se llevó una mano al estómago, reafirmando que tenía el estómago expuesto, ya que había dejado su camisa en casa, habiéndose cambiado antes de ir ahí, y tal vez debió seguir con el uniforme, aunque no creía que la tela fuese suficiente para que su madre no lo notase. No había bajado demasiado de peso, ya que continuaba haciendo ejercicio, pero, aunque así fuese, tampoco le importaba demasiado.

Prefería evitar comer, ya que, si lo hacía, luego no pararía, y la adicción aquella ya la había dejado mal, no podía arriesgarse de nuevo.

“Deja de preocuparte tanto, estoy bien.”

Pero no lo estaba, solo se estaba engañando a sí misma, una y otra vez, y su madre, lo sabía.

Esta la miró, asintiendo, volviendo a lo suyo, que eran los vasos apilados, esperando ser secados, quedándose en silencio, sin decirle nada más, y ese silencio sin duda le abrumó tanto como sus preguntas y afirmaciones. Ese silencio, sin duda, era ruidoso. Soltó un suspiro, continuando con lo suyo, que era ayudar con que la despensa estuviese llena, y que los insumos llegasen a tiempo.

Ambas consumidas en ese silencio, que ni la música de fondo, ni las charlas de los comensales, podía mermar.

“Te pasas todo el día sobreprotegiéndome, deberías al menos dejar que me preocupe por ti de vez en cuando.”

Y con eso, su madre rompió el silencio.

La miró, pero no vio nada en su rostro, ni enojo, ni molestia, ni tristeza, como siempre, totalmente impermeable, sus sentimientos imposibles de ser vistos, y anhelaba tener esa habilidad, el poder encerrarse tanto, que ni ella misma supiese lo que sentía.

Pero su madre tenía razón, podía ir ahí, a ayudarla, a cuidar su negocio, a apoyarla, incluso en ese estado. Podría estar cayéndose a pedazos, y estaría ahí para su madre, ayudándola con el negocio, cuando estaba ocupada en su otro trabajo y no podía estar ahí presente, incluso intentaba estar siempre al tanto, en caso de que tuviese algún problema, pero no le permitió que la ayudase de vuelta.

Aun así, aunque se lo permitiese, no había nada que pudiese hacer por ella.

No pudo antes, tampoco ahora.

Su corazón simplemente había quedado destrozado, y el estar en ese trabajo, que tanto cariño le tenía, y tener que ver todos los días a la persona con la que terminó, la persona con la que tuvo una relación y que terminó en pelea, en guerra, en caos, la amargaba, ¿Pero que iba a hacer? Era su jefa, no podía huir, y tampoco podía dejar su trabajo por algo así.

Así que debía ser fuerte, y rezar para que cuando se topasen en los pasillos, o tuviesen reuniones, no viniesen los recuerdos de los gritos, de los rugidos, de la pelea, de los colmillos a un centímetro de enterrarse en su cuello, así como sus puños estuvieron a un centímetro de impactar en el rostro ajeno.

Escaló demasiado, se le fue de las manos, perdió por completo la cordura, la calma.

Apenas y podía recordar la causa de todo, como empezó la situación para acabar así, pero una parte de ella prefería no recordarlo, olvidarlo para siempre. Era mejor así, o tendría aún más dolor contaminándola.

Su madre le dijo que debía seguir adelante, pero, no era tan fácil.

No si no podía quitarse los recuerdos, buenos y malos por igual, marcándola, el pasado permanente en sus memorias.

¿Cómo iba a avanzar así?

Notó como su madre sonrió, su expresión dejando de estar inmóvil y carente de emoción, y creyó que esta diría algo que la avergonzaría, la conocía muy bien, no tenía muchas dudas al respecto.

“Creeme que la chica Taurus me parece mucho mejor partido que la tipa esa.”

Y ahí estaba.

Entró en pánico, acercándose a su madre, sujetándola del brazo, haciéndola callar, ya que, conociéndola, seguiría hablando sobre eso, una y otra vez, y la susodicha solo estaba a unos metros, dentro de la cocina. Claro, a su madre le parecía bien, el buscarle una nueva pareja, creyendo que la mejor opción era que un clavo sacase a otro, pero ella misma creía que eso era imposible.

Así como era injusto.

¿Qué clase de persona sería si buscaba una relación cuando aún seguía atrapada en el pasado? No, eso no era justo en lo absoluto.

¿Y si pasaba lo mismo?

¿Si la tragedia volvía a ocurrir?

No, no creía ser capaz de soportarlo, ¿Si estaba así de mal por una ruptura, que pasó años atrás, como estaría con una nueva? No, ahí sin duda caería en el agujero, y nadie podría sacarla de ahí. Estaría arriesgando demasiado, y no era lo suficientemente valiente para tomar aquel riesgo.

Su madre se soltó del agarre, luciendo indignada con que ella se acercase, y siguió en lo suyo, ignorándola, pero notaba la sonrisa aun en su rostro, y tenía claro que, si bajaba la guardia, esta volvería a decir algo fuera de lugar.

Y así fue.

“Es bonita, cocina bien, es centrada y calmada, todos tus problemas se esfumarían si te acuestas-”

No la dejó terminar.

No, eso sí que no.

Se lanzó a su madre, prácticamente abrazándola, con la única intención de acallarla, de taparle la boca para que no siguiese, que, si seguía, ahora sin duda, la conversación sería aún más explícita, su madre no tenía filtro con esas cosas. Esta comenzó a forcejar, soltando un gruñido, y tenía claro que la golpearía a penas tuviese la oportunidad.

Pero no podía dejarla hablar.

No ahora.

No cuando la mujer de la que hablaban acababa de salir por la puerta de la cocina.

Como siempre, sus ojos se fueron a la mujer, y no podía evitarlo, su cuerpo simplemente reaccionaba de esa manera. Esta avanzó, usando su uniforme bien arreglado, y aunque llevase horas ahí adentro cocinando, no tenía ni una sola mancha. La vio avanzar, buscando una botella de vino blanco, para dejar preparada una salsa para mañana.

Y los ojos verdes, brillantes, la observaron, notando lo extraño de su posición, como ella estaba completamente inmóvil mientras le hacía una llave a su propia madre. Y simplemente se volvía de piedra ante esa mirada, la enloquecía y la destruía por igual.

Y por supuesto que fue por eso, que su madre comenzó a insistirle con lo de empezar de nuevo, el tener una relación, el clavo con el otro, blas.

Era claro, le gustaba.

Su madre debió notar a kilómetros que había caído por la chef de su restaurante.

Y bueno, en parte fue culpa de esta que así fuese.

Porque el ultimo chef huyó de ahí, no hizo bien su trabajo y su madre lo atacó de las peores formas, siendo despedido pero humillado al mismo tiempo, así que todos tuvieron pavor de la situación, y, de hecho, creyó que nadie se ofrecería a trabajar ahí, y lo mismo pensó su madre, dejando el lugar prácticamente botado, así que ella tuvo que hacerse responsable de hacer las entrevistas necesarias.

Y ahí apareció esa mujer.

Su corazón empezando a funcionar de la nada, luego de estar profundamente decaído desde hace años.

Con una mirada, Taurus la hundió en el profundo abismo.

Y no solo eso, si no que le hizo la mejor comida que había probado, así que, bueno, cayó.

Le sonrió a la mujer, intentando fingir normalidad, notando los ojos verdes luciendo curiosos con el desplante, y esta soltó una risa en respuesta, ocultando sus labios con una de sus manos, y le encantaba ese gesto. Esta se dio media vuelta, no sin antes despedirse con una de sus manos, haciéndole una seña antes de desaparecer por la puerta.

Y ahí, ella embobada como una estúpida.

Era sin duda una estúpida.

Y para agravarlo, sintió como la bota de su madre se enterró en su pie, en su pobre pie, y era un pésimo día para usar sandalias, que creía que el tacón le había roto sus pequeños huesitos. Soltó un alarido, soltando a su madre, quien no hizo más que engrifarse ante el acercamiento, indignada, molesta, enojada, todo junto.

Se agachó solo para intentar aliviar el dolor en su pie, su empeine tomando color.

“Maltrato infantil.”

Le dijo, soltando un sollozo, a lo que su madre soltó un bufido.

“Estás muy mayor para que cuente.”

“Maltrato intrafamiliar entonces.”

“Ese si, tal vez sí.”

Aunque fuese a denunciar a su madre, creía que esta tenía tantas conexiones turbias que probablemente escaparía de cualquier crimen. Era sin duda a quien más miedo debía de tenerle. Sea como sea, soltó un suspiro, volviendo a levantarse, teniendo en cuenta que tal vez, de ahora en adelante, debería usar botar de construcción, con seguridad adicional, en caso de un ataque.

Cuando se miraron, pudo notar la mirada inquisidora de su progenitora.

Pero no le dijo nada, no era necesario.

Podía saber lo que quería decirle, como reafirmaba lo ya dicho con anterioridad. Y no había escuchado antes, dudaba escuchar de nuevo, hacer caso.

Le gustaba Taurus, lo tenía claro, ambas lo sabían, rayos, incluso esta debía de saberlo, si era tan estúpida que se le congelaba el cerebro cuando hacían contacto visual, era sin duda evidente.

Pero dar ese paso…

No, no creía ser capaz de hacerlo.

Al menos no en ese momento.

Obviamente quería cambiar, quería sentir un ápice de felicidad, quería cambiar los recuerdos pasados e intercambiarlos por recuerdos del presente, buenos, mejores. Pero su miedo era sin duda más grande que cualquier deseo que tuviese, que cualquier necesidad que tuviese.

Era tan complicado.

Por ahora, seguiría ahogándose.

Nada más que eso.

Chapter 131: Lust -Parte 9-

Chapter Text

LUST

-Poder-

 

Se movió tal y como la primera vez.

Adoraba bailar, incluso aunque no tuviese música ahí, acompañando sus movimientos, no eran necesarios. Tampoco necesitaba un escenario, porque lo único que importaba, era la libertad que sentía, así como el tener ojos mirándola, observándola, alimentándose de ella, así como ella alimentándose de lo que provocaba en los demás.

Y vaya que esos ojos la miraban, tal y como esa vez, observando su cuerpo sin dudarlo.

Su propio rostro estaba hirviendo ante la cercanía, así como su cuerpo, y tuvo que sacarse la chaqueta para no sobrecalentarse aún más.

Pero ya no había cadenas, ya no había música, ya no había público, ya no había gritos enloquecidos o aplausos, solo eran ellas dos, solas.

Crimson jadeó, gruñó, su rostro tornándose cada vez más rojo, así como las venas en su rostro crecían, palpitando, también podía notar, en sus movimientos, como sus manos estaban empuñadas a los lados de su cuerpo, inertes, pero usando tanta presión que también podía notar como sus venas se hinchaban.

Se veía iracunda, se veía a punto de caer ante la violencia, pero su rostro estaba rojo, y esa era prueba suficiente de que no la atacaría, porque ya la había visto atacar, y no solía suceder eso cuando estaba en esa posición.

En ese segundo, se preguntó; ¿Qué sentía esa mujer?

Probablemente ni esta lo sabía.

Solo era rabia, solo era ira, solo era furia, era lo único que Crimson conocía, todo lo que podía demostrar, siempre presente en cada paso de su vida, y ahora incluso cuando estaba haciéndola entrar en calor, usando sus encantos, sus movimientos, su tacto, para hacer que el animal entrase en celo, el rostro seguía mostrando esa rabia.

La bestia tal vez no entendía emociones humanas, pero ella si podía notar lo evidente, sobre todo cuando era su trabajo hacer eso, hacer que las personas enloquecieran, hacer que se rindiesen ante sus instintos más primitivos.

Y la bestia no iba a ser la excepción.

Y se sentía una estúpida por buscar la atención de un ser semejante, ¿Tan bajo había caído?

Pero ya no podía dar vuelta atrás.

Conforme se movió, la reacción inquieta de Crimson aumentaba, pero seguía inmóvil, como si estuviese amarrada, diferente a toda la gente que la veía bailar, como estiraban sus sucias manos hacia ella, intentando tocar a la creatura etérea que se volvía sobre el escenario. Le sorprendía como esta se mantenía en control, porque no le dio la orden de tocarla, por ende, Crimson reaccionaba, como el animal amarrado que era a su merced, siempre que bailaba, siempre que estaban sobre un escenario.

Era un perro amaestrado, y ella era el maestro.

Crimson no mordería su mano.

Y su sonrisa se amplió ante el pensamiento.

Se terminó sentando a horcajadas, acomodándose sobre las piernas ajenas, moviendo sus caderas, aun haciendo fricción. Sabía que pesaba más que la bestia, pero esta ya había soportado su peso antes, al final, era eso, una bestia, fuerte, imparable, incluso cuando lucía como un adulto malnutrido.

Crimson jadeó de nuevo, con el cuerpo tenso, el rostro furioso, los dientes apretados.

Y a esta altura, ya estaba segura de que no era solo enojo en esta, había algo más, e ilusamente creyó que esta lo sabría, por lo mismo, abrió la boca para preguntárselo.

“¿Qué sientes? Dime si sientes algo más que enojo.”

A pesar de su propia frustración ante la carencia de humanidad de su acompañante, la sujetó de las mejillas, sosteniéndola, forzando a que los ojos rojos la mirasen a los propios en vez de seguir observando su cuerpo sin decoro, pero su voz sonó suave, incluso notó como su acento se le escapó como un ronroneo.

Las mejillas eran toscas, la piel careciendo de la hidratación necesaria, pero el calor que emitían era suficiente para que lo demás pasara a segundo plano.

Le frustraba el desconocer los sentimientos de la bestia, pero ella misma desconocía los propios, los que sentía en ese instante, los que empezaban a florecer ahí, teniendo a esa mujer a su merced. No era mera calentura, era algo más, algo a lo que no podía darle nombre.

Como le enfurecía el saber que ambas tenían más cosas en común de lo que se decía a sí misma.

El ceño fruncido en el rostro ajeno se mantuvo, como siempre, sin embargo, notó sorpresa en sus ojos, confusión, esta dejó el calor de lado, mientras parecía ansiosa buscando dentro de su cabeza, pensando, dándole vueltas al asunto, porque ambas debían saber que no había solo ira en esta.

“Yo…no lo sé…”

Crimson parecía agobiada cuando habló, completamente perdida en sus pensamientos, pensamientos que habían sido en vano, que no fueron suficientes para encontrar la solución a sus preguntas, tal y como creyó que sería. Pero su conmoción fue breve, el movimiento de sus caderas obligándola a dejar de darle vueltas al asunto, y los ojos volvieron a mirar su cuerpo, incluso cuando la tenía sujeta con firmeza.

Y como los ojos la observaron, pequeños, intensos, bajando por su cuerpo, mirándola una vez más sin decoro alguno, la hizo estremecer. Crimson no parecía interesada en esas cosas, como en su cuerpo, o como mostrar el propio, pero no era así siempre, no era una bestia carente de libido, y ahora volvía a corroborarlo.

Y no sabía por qué eso la hizo hervir como nunca antes.

Hervir con deseo.

Con deleite.

Había bailado para tantas personas, para multitudes, para socios, para tantos, siendo consciente de lo que su cuerpo provocaba en ellos. Siendo consciente del deseo carnal que provocaba, pero jamás se había sentido de esa forma el provocar aquello. No tenía sentido alguno, solo era algo instintivo, y tal vez el pasar tanto tiempo con esa mujer le había pegado sus hábitos.

El salvajismo, la impulsividad, los instintos animales.

No pudo evitar el pegarse aún más al cuerpo bajo ella, provocando que los ojos rojizos volvieran a observarla, aun bien abiertos, como los de un depredador que acababa de hallar su presa entre la hierba. Se sintió consumida por aquel momento, por los escalofríos que recorrían su cuerpo.

Crimson no lo entendía, porque era estúpida, y solo algo completamente directo la haría entender. Porque lo que pasaba ahí, entre ambas, era obvio, pero no lo suficiente. Esa chica, realmente era lenta. Lo único que conocía era el odio, la rabia, las peleas, el pleito, la sangre, las heridas, el encierro y el odio propio de un animal.

¿Pero esto?

Debía ser tan ajeno como la misma libertad.

Pero le iba a dar la libertad que necesitaba, le iba a mostrar el camino, porque era una tonta, y necesitaba ayuda para ser un ser humano y no más un animal, y si eso la beneficiaba, si eso le daba aquello que anhelaba, entonces iba a hacerlo.

Solo ella podía domar a la bestia.

Su agarré fue más intenso, y terminó de acercarse, llevando los labios a los ajenos, estos toscos, primerizos, torpes, pero una vez más, todo lo que solía disgustarle del mundo, terminaba aceptándolo en esa mujer. Era ilógico, era estúpido, pero no podía negar lo evidente.

La atracción que sentían era mutua.

Ese era sin duda el peor beso que había dado, los labios sin responderle adecuadamente, pero como le respondían, como jadeaban en su boca, era suficiente para de nuevo aceptar aquello que solía molestarle.

Crimson no entendía que ocurría, pero reaccionaba, porque era un animal, y sus instintos la hacían reaccionar.

Se separaron luego de unos momentos, y le sorprendió el ver una expresión estupefacta en Crimson, incrédula, confundida, si, no entendía nada de lo que ocurría, no se entendía a sí misma, pero si ella tomaba la iniciativa, si ella le decía que hacer, esta lo haría, y se iba a aprovechar de eso.

Y ahora, ya no podía detenerse.

Se levantó, tomando a Crimson del cuello de la camiseta, y la hizo levantarse con ella. Esta no hizo gesto alguno, aun parecía estupefacta, sin comprender lo que pasaba, pero le hizo caso, por supuesto que así fue, el cuerpo ajeno funcionando de manera automática. Se comenzó a mover, caminando de espaldas, jalando de esta, tal y como Crimson hizo con ella, guiándola a la habitación.

Recordaba bien el camino, así que no dudó de sus capacidades, ya que no quería perder el contacto visual con la mujer, esperando ver una mueca más, el ver algo más en la bestia.

El calor era agobiante, y no se contuvo, sacándose la camiseta que tenía puesta, que, si bien era delgada, no lo suficiente. Sentía el aire denso, pero solo era ella misma, sintiéndose hervir, agobiada en su propia carne, hace mucho que no se sentía así.

Se quejaba de que Crimson dejaba todo tirado en el piso, y ya estaba haciendo lo mismo.

Como estaba pecando.

Sentía gusto al mover a las masas, al tentar a las personas a sus pies, teniendo control sobre los impulsos de quien la observaba, ojos que no le quitaban la mirada ni por un momento, hipnotizándolos a todos, obligándolos a gritar, a aullar, a rogar por más, a sacarse los billetes de los bolsillos y lanzárselos encima.

Y si, le apasionaba cuando obtenía dinero gracias a sus actos.

Pero seguía sin ser suficiente.

El dinero le hacía más fácil la vida, pero eso no la llenaba.

Ahora tenía una bomba en sus manos, una bomba de tiempo, una bestia, un animal salvaje, ahí, comiendo de su mano, y quería llenarse con aquella arma, pensando, ilusamente, que no le explotaría en las manos.

¿Tenía miedo?

¿Le aterraba?

No, para su sorpresa no.

Pero debería, por supuesto.

No sentía nada de eso, porque el control lo ponía ella, sin necesidad de cuerdas, de cadenas, de mordazas, solo su mera existencia era suficiente.

Era un poder que nunca había sentido.

Y del que claramente se sentía adicta, por lo mismo seguía ahí.

Quería ver, comprobar, saber, hasta donde podía llegar aquel poder.

Estaba dispuesta a arriesgarse.

Entró a la habitación, la ventana repuesta, todo ordenado en comparación al caos que vio antes, y eso era bueno, porque podía cooperar al pecado, pero no sabía si resistiría mucho tiempo en una pocilga.

Aunque considerando lo caliente que estaba en ese momento, lo dudaba incluso.

Crimson entró con ella, jadeando, su rostro rojo, combinando con sus ojos, con su cabello. Su cuerpo y su cabello estaban húmedos, pero tenía claro que no demoraría mucho en secarse por completo ante el calor de su cuerpo, y le sorprendía, porque esta se metió a una tina llena de agua fría.

El fuego dentro de la bestia siempre ardía.

Y ahora aún más.

Se quedó de pie, dentro de la habitación, y se apegó a una de las paredes, sintiendo ahora su torso semi desnudo apoyado en la superficie, esta helada, y en parte fue un intento de su lado más lógico, más controlador, de calmar el calor que sentía, de darle un baño de agua fría que le devolviese los sentidos, pero no fue así.

Solía ser fría, solían decírselo, pero en este momento, su lado más oscuro saliendo a flote, sus pecados al descubierto, la mujer ahí presente conociendo en primera mano que su victimismo no era más que una farsa, no podía considerarse a sí misma fría.

También se volvía un animal, con el estímulo correcto.

Y un animal era el estímulo perfecto.

“Ven.”

Ordenó, su voz de nuevo saliendo gruesa, suave, como un ronroneo ronco, cálido. Ya no creía ser capaz de detenerse, no sin divertirse un poco más, no sin disfrutar ese poder que sentía, esa nueva habilidad que había obtenido. No podía simplemente dar la media vuelta e irse sin calmar esas ansias, o terminaría frustrándose, y no podía permitir que una emoción así se le escapara de las manos.

Su libertad estaba en juego.

Y ahí dentro, con esa mujer, sus pecados estaban a salvo, así como su libertad.

Señaló el suelo, y la mujer hizo caso, acercándose, posicionándose frente a ella, obediente, siempre obediente, solo para ella, y la idea hizo que una sonrisa se formase en sus labios, una sonrisa vulgar, la sonrisa de una pecadora.

Crimson se dejó caer frente a ella, ya aprendiendo ordenes básicas, haciendo caso, podía ser una tonta, pero hasta el perro más salvaje puede aprender trucos.

Y ella le enseñaría muchos, para su propia diversión, para su beneficio.

“¿Lo has hecho antes?”

Preguntó, sintiéndose hervir, y sabía la respuesta, pero preguntó de todas formas, porque tenía el rostro ajeno cerca de su pelvis, y no podía evitar emocionarse ante ese hecho. Su propia mano se movió hacia su falda de cuero, bajando el cierre, preparándose para lo inevitable.

Crimson negó, al parecer entendiendo lo implícito de la situación, pero no la miró, sus ojos fijos en su falda, la cual comenzó a bajar, a mover entre sus muslos, permitiendo que se deslizara hasta caer en el suelo. Era el rostro de un animal, de un cazador observando a su presa, instintiva, porque así era esa mujer, una bestia llena de instintos, pero sin conocimiento alguno.

Obviamente, tal y como con aquel beso, estaba segura de que esa interacción no sería favorable.

Pero, curiosamente, no le importaba.

Luego tendría la excusa de enseñarle a hacer las cosas correctamente, y de nuevo se aprovecharía de cada prueba, de cada intento.

Sintiéndose completamente impaciente, expectante, bajó su ropa interior, los ojos rojos aún más atentos, podía notar como esta la observaba minuciosamente, como apretaba y soltaba los puños, como tenía el cuerpo inquieto, pero lo que más le sorprendía, y lo que más le calentaba, era como esta olía, como un animal, sintiendo el aroma de otro animal.

Sabía que debía decir algo, que debía dar la siguiente orden, pero se quedó callada, disfrutando de esos ojos que la miraban así, salvajes, animalescos, pero manteniéndose quieta, porque así debía estar, sin dejarse consumir por sus impulsos, porque debía siempre acatar.

Jadeó cuando los ojos rojos la miraron, conectando con los suyos, y notó una urgencia en estos que no había visto, al menos no con ella, pero si en situaciones más salvajes, más agresivas, el animal sin poder contener al monstruo, este queriendo salir, queriendo destruir, queriendo devorar.

Y a pesar de que su lado lógico le gritaba que temiese, que era tan tonta como esa mujer para arriesgarse así, sus propios impulsos primitivos la mantenían ahí.

Esa mujer le había pegado su estupidez.

“¿Puedo intentarlo?”

Crimson preguntó finalmente, su voz tosca, rasposa, sonando como un gruñido animalesco, sin forma apenas, pero ella lo entendió sin problema. Si, el animal estaba en un punto culmine, jadeando, enrojecido, sediento, como un animal en celo, tal y como quiso que esta estuviese.

Y que vociferase sus deseos, le impresionaba.

Podía ser una tonta, podía no entender nada, pero al final, sus impulsos comandaban, y como no podía simplemente moverse, no sin una orden directa, iba hacia ella para pedírselo, para suplicarle.

No era inocente.

Ninguna de las dos lo era.

Sonrió, por supuesto que sonrió, porque lo había conseguido, ahí estaba la prueba, a sus pies.

“Usa tu lengua, pero no se te ocurra usar los dientes.”

Porque sabía que esos dientes, que ese salvajismo, que la locura del animal podía causar daños, y ella no estaba dispuesta a sufrir.

Ella causaba el sufrimiento, y se dijo así misma, en algún momento de su vida, que no dejaría que nadie más la hiriese, que sería ella el verdugo, e iba a seguir así, y ahora, recordando también sus propios valores, quiso seguir fiel a eso, fiel a sí misma.

Crimson la miró con sorpresa, su pequeña cabeza haciendo el esfuerzo de entender sus deberes, memorizándolos, plasmándolos en su cabeza para no cometer un error, tal y como hizo durante los últimos días, simplemente haciéndole caso, obedeciendo, aprendiendo. Esta asintió, la lengua pasando sobre los dientes, como recordándose a sí misma donde estaban, las armas que eran al aplicarle la fuerza suficiente.

Se vio tensa, expectante, mirando a la mujer, esta acercándose a ella, posando su rostro en su zona privada, y no, no era algo nuevo en su vida, por supuesto que no, pero nunca se había sentido así de bien, a pesar de que no sentía nada aún. Crimson posó la nariz sobre su piel, inspirando, su cuerpo moviéndose hacia ella, acomodándose, quedando mejor posicionada, y se mantuvo ahí por algunos segundos, simplemente observando, oliendo, preparándose, y ya luego, al fin, pudo sentir la lengua pasar.

Soltó un jadeo.

El tacto no era realmente especial, pero se sentía más sensible que nunca.

Crimson levantó la mirada, la observó, como el animal que era, los ojos salvajes, sin dejar de conectar con los propios ni por un momento, mientras se enterraba en su entrepierna, la lengua moviéndose, sin experiencia, pero con ímpetu, lamiéndola sin parar. Instintos, puros instintos. Y como agradecía el haber tenido la cordura suficiente para negarle que usara los dientes.

Pero no era suficiente.

“Si quieres tocarme, puedes hacerlo.”

Que tonta era.

Estaba tan caliente que ya no podía pensar.

¿Y se llamaba a si misma inteligente?

Crimson la miró con cierta sorpresa, dejando de lado su trabajo, bajando la mirada, mirando sus manos, estas hechas unos puños, lejos de ella, manteniendo la compostura, comportándose, pero ahora le dio la oportunidad de moverse.

¿Era el animal capaz de entender sus deseos?

Al parecer, esa situación, estaba afectándolas a ambas.

Ella no estaba pensando con claridad, y Crimson si, completamente consciente de lo que quería, de sus impulsos, de sus instintos.

Vaya dúo que eran ambas.

Se vio dando un salto, no de susto, aunque sabía que en otra situación si lo habría sido, solo de sorpresa. Las manos de Crimson se aferraron a sus muslos, manos que eran fuertes, tal vez demasiado para lo delgadas que eran, y la sujetaban con intensidad, pero sin lastimarla, aun siendo consciente de ella, de su debilidad, de su miedo, de su deber como mascota de no morder la mano de su dueño.

Y ahí, Crimson volvió a enterrarse en ella, ahora en una posición más firme, las manos ajenas, cálidas, hirviendo, sujetando su carne, y notó el deseo en Crimson, en sus actos, en su rostro, en sus movimientos, y así mismo notó sus propios deseos, su propia locura en aquella situación.

Creía imposible el estar sintiendo algo por esa mujer, ese tan alabado amor.

Por esa bestia.

No, sería una estúpida si llegaba a sentir algo así por esa estúpida, por un animal más.

Aunque, de hecho, sí que sentía algo, sentía muchas cosas, pero dudaba que fuese ese el caso, de ser así, se podría considerar así misma loca.

Pero, quería tener a esa mujer para ella, quería tenerla así siempre, comiendo de su mano, adiestrada, obediente, siendo ella quien tenía el poder sobre ese ser corrupto, salvaje, animalesco, ser el cual podría destruir a miles, y ella, ella podía hacer lo que quisiera.

Era un poder que jamás había imaginado que tendría, que ni siquiera creía posible el sentir algo así.

Se vio soltando un jadeo grueso, su cuerpo temblando involuntariamente, pero las manos ajenas la mantenían firme en su lugar, y si bien Crimson hacía un trabajo deplorable, aun así, era suficiente para hacerla sentir cerca, y sus pensamientos vulgares, posesivos y sucios, solo aumentaban su sentir.

Movió su mano, llevándola hacia el cabello rojo, y atrapó los mechones, descubriendo aún más el rostro de Crimson, el cual era el de un animal, nada más, nada humano, no, solo era una bestia alimentándose, satisfaciendo sus más primitivos deseos, y si, le molestaba tener algo en común con esa mujer, pero ahora, en ese instante, sí que sentía que eran parecidas.

El amor le parecía ridículo, infantil.

Pero amaba bailar, ¿No? No era el amor del que se refería, pero era amor, al fin y al cabo, y en ese instante, se dio cuenta de que también amaba poseer a esa mujer, el tener total control sobre esta, le causaba un montón de sensaciones, de emociones, que no acostumbraba, y que disfrutaba con locura, sobre todo para estar en esa tesitura en ese instante.

Simplemente se sentía bien.

Demasiado bien.

Finalmente, soltando otro jadeo, se vino, disfrutando de los temblores, de su cuerpo extasiado, así como su mente en el mismo estado, completamente fuera de sí, corrupta por el calor del momento.

Sin duda, ahora, ser la dueña del animal, y bailar, eran sus cosas favoritas en el mundo.

Y no creía poder aburrirse de eso.

 

Chapter 132: White Cat -Parte 5-

Chapter Text

WHITE CAT

-Insuficiente-

 

“Eso no es lo que quieres, ¿Cierto?”

La pregunta, le dio vueltas por la cabeza.

No cruzarse más, no volver a verse.

La respuesta era obvia.

Apretó los dientes, llevando ahora ambas manos al rostro ajeno, sujetándola de las mejillas de Rylee, teniendo la necesidad de enterrar las uñas, y eso hizo, sin querer desgarrarla, pero sabiendo que podría hacerlo si se dejaba llevar. Porque quería apegarse, estar a su lado, sentir su calor, la sensación de la piel ajena con la propia.

Pero no podía.

Negó, alejando sus manos, así como hizo el ademán y sacó las ajenas de su cuerpo, quitándola de ahí, manteniéndose firme en sus convicciones, lamentablemente no era tan firme, ya que su cola permaneció ahí, aferrándose lo más posible.

“No puedo hacer esto, te lo dije, no soy capaz de llevarle la contraria a las reglas que tiene la sociedad, no puedo desviarme del camino correcto, incluso siendo una desviada.”

No era lo suficientemente fuerte para pelear contra ese mundo.

Soltó un suspiro, obligándose a alejarse, retrocedió, fue al lavabo y se limpió las manos, notando atisbos de sangre ajena en sus dedos, y se aguantó las ganas de sentir el sabor de Rylee en su boca. Era débil, así era su genética, pero además era débil en aquel sentido, porque no era fuerte para decidir por sí misma, no era fuerte para pelear contra sus propios instintos, sus propios deseos.

Por lo mismo huía, porque no creía ser capaz de pelear contra sí misma.

De hecho, apenas tuvo a Rylee en frente, fue incapaz de pelear contra sí misma, simplemente se dejó llevar, incluso cuando supo desde el comienzo que estar cerca de alguien así no era nada más que un error.

Dio un salto cuando sintió las manos de Rylee de nuevo en su cadera, esta moviéndose silenciosa, como el cazador que era, sujetándola, y de inmediato tembló con el gesto, más aún cuando esta se acercó, apegándose a ella, pudo sentir el aroma cítrico, el calor rodeándola, sintiéndose abrumada con las sensaciones que emergían apenas estaban juntas en un mismo lugar, tornándose aquello incluso más intenso cuando sus pieles se tocaban.

Esta apoyó el mentón en su hombro, agachándose, apegándose a ella, haciendo el esfuerzo de quedar a su altura a pesar de esta ser tan alta en comparación.

Estaba hirviendo, y agradecía que esta no viese su rostro de frente.

“No te busqué, me dijiste que no ibas a aceptar algo como esto, y lo entendí, aun así, estuve pensando mucho en ti últimamente, así que cuando te vi, no pude detenerme.”

La voz de Rylee fue nada más que un gruñido tosco, grueso, pero tan agradable para sus oídos, así como el agarre.

Pero debía ser fuerte.

Debía luchar contra sus instintos, o luego no habría vuelta atrás.

“Tienes a varias hembras a tu lado para acostarte con ellas cuando quieras, me parece ridículo que eso no sea suficiente.”

A pesar de sus palabras, que intentó que sonasen frías, forzando su máscara, supo de inmediato que aquellas palabras no eran nada más que mentiras, porque esta misma le dijo que no podía hacer cosas con las demás, así que, de hecho, no era suficiente. Podía calmar su sed por un rato, aliviar sus impulsos, pero no era suficiente.

Pudo notar como Rylee intentó inspirar, intentó olerla, estando ahí cerca de su cuello, pero al tener su nariz taponeada, no pudo, pero eso no fue suficiente para mermar sus ganas, esta moviéndose, pasando la lengua por su cuello, saboreándola, y ella, o más bien, su cuerpo, haciendo gala de su clara ineptitud siguiendo sus órdenes, se movió, dándole espacio para que pudiese lamer más, para que pudiese llegar más lejos.

La sensación húmeda le causó escalofríos.

Quería sentir más de esa lengua.

No, no.

No podía.

“Puedo follármelas a todas, pero ninguna es como tú, ninguna me desea tanto como tú.”

El gruñido aumentó, pudo sentir los temblores provenir del cuello ajeno, de su pecho, ante lo fuerte del sonido, y ardió tanto por aquello como por sus palabras, que sonaron tan intensas, tan fuertes, tan desinhibidas.

Desearla…

Claro, la deseaba, se le notaba.

Estas podían tener sexo con Rylee, porque lo hacía fantástico, tal vez porque estaba débiles y vulnerables y caían ante las redes del lobo, pero tal vez la mayoría ni siquiera tenían ningún tipo de desviación, solo una necesidad más, sexual o de mera protección. Querían a Rylee como el animal salvaje que les daba placer, podían ponerse a prueba como si una terapia de shock se tratase, pero no se acostaban con esta porque así lo quisieran, porque gustasen de esta.

Qué triste escucharlo así.

Pero era verdad.

Ella deseaba a Rylee, era una atracción obvia, innata, y no creía que jamás sentiría algo semejante. Le atrajeron hembras antes, pero nunca algo así, tan imparable. No conocían nada de la otra, más que como los animales que eran, lo que sentían, lo que olían, lo que saboreaban, lo que veían, pero seguían siendo eso, desconocidas.

No sabían el apellido de la otra, ni nada importante sobre quienes eran.

No eran como el resto.

No se enfocaban en algo banal.

Ambas eran animales con necesidades, y podían cumplir las necesidades de la otra, y eso era algo que muchas parejas consolidadas no podían obtener. El supuesto amor no era suficiente para tener una buena relación, faltaba más, y ella lo supo desde el comienzo, de hecho, no creía que hubiese algo más intenso que esa atracción que sentía.

No era posible que algo así existiese.

Se removió, liberándose del agarre, tomando por sorpresa a la hembra que la tenía sujeta, pero no se alejó, no, no fue capaz, en cambió giró, la tomó de las mejillas, de nuevo, y tiró de esta, los labios de ambas encontrándose con fiereza. Se aferró a Rylee, mientras sentía las manos ajenas sujetándola, subiéndola al mesón, sentándola ahí, sin separar los labios de la otra. Podía sentir el sabor a sangre, los atisbos de esta aun en su piel, en su boca, y se enfocó en eso, en probar el sabor de esta, saboreándola minuciosamente.

Pero no fue suficiente.

Quería más.

Necesitaba más.

Y enterró los colmillos en la lengua de Rylee, lacerando su piel, escuchándola gruñir, pero aun así no la detuvo. Cuando sintió la sangre y el calor provenir de la herida abierta, no dudó en pasar la lengua, monopolizando el sabor, probándolo, memorizándolo, disfrutándolo, sintiéndose jadear ante la sensación que aquello le provocaba.

Se sentía tan bien.

Era adicta, ya no tenía duda de eso.

Sintió las manos moviéndose por sus pechos, sujetándola, apretándola, masajeándola, y por un segundo creyó que estaban sobre su ropa, pero no era así, porque la sensación de piel con piel la hizo temblar, esta habiéndose metido adentro solo para tocarla, sin nada entre ambas. Pasando a través de su cárdigan y de la camiseta que llevaba abajo.

Y no podía quejarse.

También era adicta a eso.

Estaba cometiendo un error, un error gravísimo, y ahora estaban ahí, en la enfermería, dejándose llevar, perdiendo en control, en un lugar que era público, al que cualquiera podía ir, y ahí estaba, chupando la lengua ajena que había lacerado con sus propios colmillos, mientras que las manos de una hembra jugaban con sus pechos.

Realmente se había vuelto loca.

Cuantos errores cometía.

Escuchó pasos acercándose, sabía que debía detenerse, temiendo de que aquellos extraños pudiesen entrar ahí, que ese fuese su objetivo.

Pero no lo hizo.

“Escóndete.”

Le ordenó, mientras enrolló los brazos alrededor del cuello de la hembra, se aferró a esta, así como sus piernas, y esta la soltó solo para sujetarla del trasero con una de sus manos, sacándola de arriba del mesón, caminando a una de las tantas camas que ahí había, una cortina alrededor de esta para ocultar a los pacientes, y nunca había nadie ahí, no los fines de semana, porque si estaban enfermos preferían quedarse en los dormitorios sin que nadie los molestase, a menos que fuese algo grave para llamar a una ambulancia.

Así que no le sorprendió el entrar en una de estas, la que estaba más al fondo de todas, y que estuviese vacía.

No dejaron de besarse, para nada, ni cuando su torso quedó acomodado en la camilla, Rylee continuando, besándola, ahora sin preocuparse de ser vistas, aunque alguien entrase.

A menos que…

No, en ese momento ni siquiera le importó.

Las manos de Rylee continuaron, desabrochando sus jeans con impaciencia, y por su parte se agarró de la camiseta que esta estaba usando, metiéndose debajo de la tela con la intención de sacársela, no sin antes raspar con sus uñas cualquier piel que encontrase en su camino. Tuvieron que separarse un momento para quitar la ropa de en medio, y miró a Rylee, esta relamiéndose los labios mientras quedaba con la mayor parte de su torso fuerte y grande expuesto, sangre aun escapándose de su lengua, pero no le parecía importar.

A ella tampoco.

Esta le quitó la parte de debajo de la ropa, y usó ese momento en el que estuvieron separadas para quitarle la parte de arriba.

Y ahí recién se dio cuenta que la puerta se abrió, ambas deteniéndose, reaccionando al sonido.

“Dijeron que Rylee vino a la enfermería, pero no está acá.”

Una de las voces resonó, no sabía quién era, ni siquiera sabía si era una hembra o un macho, o cuantos habían entrado, no tenía cabeza para entender más que lo básico de la voz, mucho menos podría concentrarse en lo absoluto en los pasos, en los olores, mucho menos por la mirada que Rylee le dio, sonriendo, mostrándole los colmillos crecidos, su rostro rojo, como si tuviese una idea maléfica en su mente.

Y se vio sonriendo al verla así.

Y lo supo de inmediato, cuando esta bajó el cuerpo, bajó el rostro, y la pareció sin duda algo que no debía aceptar, algo de lo que tal vez no estaba preparada para hacer, mucho menos si había alguien ahí, en esa misma sala.

Pero de nuevo, se sorprendió a sí misma, bajando las manos, enterrando los dedos en el cabello de Rylee, empujándola, forzándola a posicionarse en su entrepierna lo más pronto posible, anhelando sentirla.

Apretó los dientes, sin querer gemir, no debía gemir, pero como quiso soltar un grito, su cuerpo temblando al sentir la lengua ahora ahí abajo, en una zona tan sensible, y el solo pensar que esta aun sangraba, que ahora la estaba ensuciando con su sangre, la hizo hervir incluso más.

“Huele mucho a sangre, de seguro estuvo aquí.”

De hecho, aún estaba la sangre de Rylee en el suelo.

Como quería saborearla.

Pero ahora Rylee la saboreaba a ella, así que lo iba a permitir.

“Se metió en problemas de nuevo, tenerla de compañera de cuarto es un dolor de cabeza.”

Así que eso eran, sus compañeras.

¿Le importó? Nada, no le importó en lo más mínimo.

Levantó las piernas, las abrió más, dándole más espacio a la hembra para que la embistiese con su rostro, mientras las manos ajenas se aferraban a su cadera, enterrando los dedos en su carne, e hizo lo mismo, pero en el cabello castaño.

Se sentía tan bien.

No pudo evitarlo.

No pudo acallarse, menos cuando los dientes se enterraron en su piel, tirando de esta, rompiéndose tal vez, no lo sabía, pero no pudo quedarse callada ante esa oleada satisfactoria de dolor y placer.

“¿Hay alguien aquí?”

Obviamente que sí.

Como quería mostrarse.

Como quería que todos viesen el animal que era.

Pero no podía.

No, no debía.

Así que tosió, fingió.

“No es Rylee, vámonos.”

Y eso fue suficiente, así que pudo concentrarse en lo suyo.

Escuchó los pasos moverse, yéndose, la puerta cerrándose, pero no fue realmente consciente de ello, la boca en su entrepierna moviéndose más enérgicamente, mordiéndola, chupándola, lamiéndola, y no pudo hacer nada más que forzar a que esta enterrase aún más el rostro en ella, podía sentir la nariz de esta en la pelvis, probablemente le volvería a sangrar, pero en ese momento eso no le importó en lo más mínimo.

De hecho, si sangraba más, mejor para ella.

No quería volver a sacarse ese aroma de encima.

Se sentía bien, muy bien, así que comenzó a gemir con más fuerza, aun desconociendo si había gente ahí o no, no le importaba, en ese momento no podía hacer nada más que disfrutarlo, que enloquecer con las sensaciones, tanto así que comenzó a mover la cadera, sin poder quedarse quieta, queriendo más, mucho más.

Y Rylee la trató con la misma fiereza que ella misma deseaba, sin tratarla como el animal pequeño que era, siendo condescendiente, por el contrario, hacía lo que quería con ella, y eso le encantaba.

La podía destruir si quería.

Y eso le causaba una euforia inmensurable.

“¡Si, ahí, Rylee!”

Gritó, gruñendo, su garganta temblando como un ronroneo tosco.

Pudo sentirlo.

Estaba tan cerca.

La lengua estaba dentro de ella, larga, húmeda, caliente, y removiéndose dentro, y no pudo hacer nada más que mover su cadera, que disfrutarlo inmensamente, esperando que eso no se acabase, que no llegase nunca, y poder estar ahí por la eternidad, disfrutando de ese placer por siempre.

Pero todo lo bueno debía acabar.

Solo así recuperaría su consciencia, su sentido del deber, su cabeza enloquecida por el calor, por la atracción, por los instintos, por los impulsos, por el deseo.

Curvó la espalda, el placer recorriendo su cuerpo, haciéndola temblar, removerse en la cama aquella, esta resonando con fuerza ante sus movimientos. Mantuvo sujetaba a Rylee en su centro, obligándola a dejar la lengua dentro, el rostro firme ahí, mientras ella disfrutaba de las sensaciones, mientras temblaba y gozaba de aquel éxtasis.

Soltó un grito, su cuerpo sin responder, cayendo a la cama, inmovil, débil, tembloroso, pero a pesar de lo destruida que se sentía, sabía que estaba sonriendo, que se le veía en el rostro lo mucho que disfrutaba de esas sensaciones, de ser así de libre, de poder hacer lo que quería sin forzarse a ser menos, a ser menos de lo que realmente era, porque Rylee no la juzgaba, así que podía ser tan animal como quisiese, mantener sus deseos a la luz del día.

Rylee se movió, levantándose, volviendo a estar a la altura de su rostro, relamiéndose los labios, luciendo como el lobo que era, la mitad del lobo que era, los ojos luciendo completamente consumidos por el placer, por el calor del momento, sin siquiera importarle en lo más mínimo que sus compañeras de habitación vinieron a buscarla.

No como que estas pareciesen realmente interesadas en Rylee.

Eran parias después de todo.

Rylee se acomodó ahí, encima de ella, mirándola hacia abajo como si mirase a una presa, y sabía que la miraba a esta de la misma forma, queriendo devorarse mutuamente, tal y como sus instintos les dictaban.

“¿Vas a decirme adiós después de esto, cierto?”

Rylee habló, su voz sonando tosca, y recién ahora notó como el tapón en su nariz se había caído en algún momento, y la sangre volvía a asomarse, lista para caer, y se vio esperando que así fuese. No notó tristeza en el rostro ajeno, aún muy caliente para demostrar cualquier otro sentimiento.

Pero lo sabían.

Debían continuar siendo desconocidas.

Debían seguir siendo así, para mantener el estatus quo.

No podía caer más bajo de lo que ya estaba cayendo, fue algo de una sola vez, y esta vez, solo fue un accidente, se encontraron por mera casualidad, y terminaron ahí, haciéndolo, por el calor del momento, pero no era algo que pasaría de nuevo.

No, no podía pasar de nuevo.

“Si me ven contigo, mi reputación se va a ir a la mierda, y llevo caminando en terreno pantanoso por mucho tiempo.”

Habló, jadeando, aun sintiendo el agotamiento en el cuerpo, pero aun así pudo terminar su frase sin problema alguno, su voz ronca ante los sonidos que parecían querer desgarrar su garganta.

Rylee la observó, sin mayor expresión, digiriendo apenas sus palabras ante el calor nublándole la mente, pero a pesar de eso, asintió, entendiéndola. Ya lo sabían, ya lo hablaron, ella no estaba dispuesta a perder su normalidad, a perder lo poco que tenía, ante aquel deseo carnal. No era lo suficientemente valiente para lidiar con algo así, con que supiesen que era una desviada, y el solo estar cerca de Rylee podía dar esa idea.

Y si seguían juntas, era cosa de tiempo para que el lado más indebido de ambas saliese a la luz, que viesen los animales que eran.

Finalmente, luego de unos segundos ahí, ambas mirándose en silencio, la hembra sonrió, mostrando sus colmillos, evidenciando sus deseos, y con el gesto, la gota de sangre que parecía a punto de caer de su nariz cayó finalmente, cayendo en su torso descubierto, resbalando por uno de sus pechos, acomodándose en su piel, dejando una marca por la zona.

Y el ver eso la hizo arder tanto.

Eso no era suficiente.

Nada era suficiente.

Nunca sería suficiente, pero debía obligarse a alejarse, a hacerlo pronto, antes de que esa adicción se volviese insuperable.

“No nos volveremos a ver, pero regalame esta noche, es lo único que te pido.”

Oh.

Una noche.

Solo una noche.

La última noche.

Y se vio sonriendo, una segunda gota manchando su pecho de rojo.

Le parecía una idea fascinante.

Un error, otro error.

Pero no le importaba.

Acercó su mano hacia el rostro de Rylee, poniendo los dedos en la nariz ajena, apretando lo suficiente para que más gotas cayesen, y se quedó haciendo presión ahí, para parar el sangrado, a pesar de que lo hizo para manchar aún más su cuerpo de rojo, del aroma de esa hembra, impregnarse de ese aroma a sangre y a cítrico.

Esta pareció adolorida con su gesto, tomándole por sorpresa, pero solo soltó un gruñido, nada más, continuó sonriendo, como si estuviese disfrutando desde ya lo que era pasar una noche entera con ella.

Honestamente, se estaba imaginando lo mismo.

“Solo si me marcas por completo como tuya.”

No pudo resistirse.

Tuvo que decirlo.

Y la sonrisa del perro-lobo se agrandó, casi como si le estuviese dando un regalo, y de cierta forma lo estaba haciendo.

Rylee la tomó, la sujetó, moviéndola a su antojo, dejándola del todo acostada en la cama aquella, con sábanas blancas pulcras, así como las cortinas que las rodeaban, y ellas de seguro iban a mancharlas por completo de rojo. Ahí esta se movió, sacándose la última prenda que quedaba en su torso, mientras comenzó a desabrocharse el pantalón, y fue su turno de relamerse los labios.

“Es un trato entonces.”

Probablemente también marcaría a Rylee como suya.

Por esa noche, eran de la otra.

 

Chapter 133: Clown -Parte 1-

Chapter Text

CLOWN

-Burla-

 

Se quedó inmóvil.

Paralizada, tal vez.

Podía escuchar la música a su alrededor, motivada, alegre, así como sentía las luces del lugar reluciendo en colores claros, así como luces pequeñas de colores moviéndose, tanta luminosidad impidiéndole ver a las personas que estaban ahí, llenando las tarimas.

Siempre le había gustado el circo, solía ir cuando era niña, le gustaban las piruetas que hacían ahí adentro, como parecían super humanos, saltando, bailando, simplemente demostrando sus habilidades únicas. Como la gran mayoría de niños viendo el espectáculo, se le pasó por la mente el ser capaz de hacer algo así, el poder estar ahí, en el escenario, demostrando esas habilidades sobre humanas para entretener a los demás.

Si, se veía entretenido.

Pero no pensó que, en el futuro, realmente, estaría ahí.

Frente a todos.

En el escenario.

Y eso la hizo sentir enormemente nerviosa, ya que, ¿Cómo había llegado ahí? ¿Cómo había logrado estar ahí, en medio, donde los artistas estaban? Nunca había estado en un escenario, nunca se había presentado frente a las personas. Así que no supo que hacer, quedándose en blanco, y creía que el maquillaje en su rostro impedía que notasen el terror que sentía.

No, de seguro lo notaban.

Alguien se le acercó, deprisa, y no alcanzó ni a hacer contacto visual, la persona entregándole un par de pelotas, y al no saber qué hacer, apenas y pudo agarrar dos, las otras cayéndose, e intentó agarrarlas antes de que cayesen al suelo, pero al hacerlo, terminó botando las que si agarró.

Escuchó las risas.

¿Qué hacía ahí?

Si, eso hacía.

Se agachó, recogiendo las pelotas, una por una, y terminó teniendo cinco pelotas en sus manos, o en sus brazos en realidad, porque no podía agarrarlas todas, tenía manos grandes, pero no tan grandes. Miró las pelotas, entre sus brazos, y miró alrededor, notando como había dos malabaristas a sus lados, con el mismo maquillaje en sus rostros, luciendo iguales, el cabello del mismo color claro, y ambos usaban esas mismas pelotas para hacer eso, malabares, así que volvió a mirar las pelotas, sabiendo que era lo que tenía que hacer.

Le dijeron que tendría que hacer lo que le dijesen, esa era su tarea.

El director, quien la contrató, le dio aquella pauta, el seguirle la corriente a los demás, el hacer lo que le decían, el actuar acorde, aunque bien creyó que estaría tras bambalinas.

Se equivocó.

Así que no le quedaba otra que hacer caso, que hacer lo que pedían de ella.

Aunque, nunca había hecho eso, malabares.

Tomó una pelota firme en una de sus manos, miró a uno de sus compañeros, e intentó pensar en que hacer, como hacerlo, ya que lo más cercano, tal vez fue cuando lo intentó con dos naranjas, pero nada más, y hace, bueno, bastantes años.

De acuerdo, tenía que hacerlo, o al menos intentarlo, así que respiró profundo, y tiró una pelota hacia lo alto, y la agarró con la misma mano que la lanzó, si, en teoría agarrarla no era tan difícil.

Pero tenía que hacerlo con cinco a la vez.

Volvió a mirar a sus compañeros, buscando la técnica secreta, para ponerlo a prueba.

Sacó la lengua, enfocándose, una mala costumbre suya cada vez que se concentraba, y sintió el sabor amargo de la pintura, y era, de hecho, asqueroso, tanto así que tuvo que limpiarse la lengua con la mano, y al hacerlo, se le cayeron las pelotas, de nuevo.

Escuchó las risas una vez más, mientras que alguien hacía un sonido con una trompeta, trombón, o algo así, y agradecía que la pintura blanca no dejase ver lo roja que estaba.

Soltó un gruñido, frustrándose, y miró las pelotas en el suelo.

Pero solo vio cuatro.

Miró alrededor, frente a ella y tras ella, y contó, una por una, pero le faltaba una. Incluso miró a los malabaristas, y se enfocó bien, contando las pelotas que cada uno tenía, una por una. Lo hizo con un malabarista, y luego con el otro, y volvió a mirar las pelotas bajo sus pies.

Una.

Dos.

Tres.

Cuatro.

¿Y la quinta?

Volvió a mirar alrededor, sin ver la pelota, pero sus pantalones eran anchos, así que levantó uno de sus zapatos enormes para ver si estaba ahí, en su punto ciego, y no, e hizo lo mismo con el otro pie, y sintió algo en su pantalón, y de ahí, cayó la pelota. Su pantalón era ancho, con el borde duro, para que quedase como una carpa a su alrededor, y ahí de debió de haber metido la pelota.

Nunca se hubiese dado cuenta.

Pero a la gente le causó gracia.

Soltó un suspiro, agachándose para agarrar las pelotas una vez más, las cinco, dejándolas en su antebrazo, protegidas, firmes para que no se le cayesen de nuevo.

Y sonrió cuando las tuvo, dispuesta a volver a intentar hacer los malabares.

Entonces apareció alguien, en frente de ella, y le quitó las pelotas, al parecer era la misma persona que se las dio en primera instancia, pero no pudo notar nada en su rostro, pero por su ropa, asumía que la idea era que pasase desapercibido. Se quedó mirándole, sin entender, haciéndole un gesto, pero este no le prestó mayor atención, alejándose, saliendo del escenario, y así mismo los malabaristas, terminando con su acto, alejándose, la gente aplaudiendo.

Se giró, notando como los malabaristas finalmente salían del escenario, tal y como el otro sujeto, y ella quedó, tal y como cuando entró ahí, completamente sola.

Simplemente la arrojaron ahí, sin mayor aviso, le pintaron la cara, y hola público.

Antes de siquiera entrar en pánico, notó a alguien acercarse, subido en un monociclo, era uno de los malabaristas por lo que notaba.

No pudo ocultar su impresión, nunca había visto a alguien montar un monociclo, tan de cerca, este acercándose a ella, dando vueltas a su alrededor. Este le estaba haciendo un gesto con su mano, e intentó entenderlo mientras lo veía girar, y al intentar mirarlo, giró también.

Dando vueltas.

Y más vueltas.

Hasta que ya todo le dio vueltas a ella.

Dejó de buscar al ciclista.

Se quedó quieta un momento, su cabeza dando vueltas, y creía que la música que resonaba solo aumentaba su mareo, y para empeorarlo, el del trombón le hizo mofa con los sonidos, para hacer aún más notorio su percance. Cuando pudo volver a buscar al ciclista, ya no era uno, eran dos, para su gran sorpresa. Uno giraba hacia su derecha, y el otro hacia su izquierda. Ambos eran hombres altos, pero no podía saber cuál era el que estaba primero, y cual después, porque se veían iguales.

Claro, eran dos, ¿No?

Si, lo eran, eran los del comienzo.

No podía estar tan mareada, ¿No?

Ya estaba dudando de si misma.

De acuerdo, estaba muy mareada.

Y no pudo hacer nada más que mirarlos dar vueltas, porque si se movía de donde estaba, iban a atropellarla.

Ahora quería vomitar.

Se llevó una mano a la boca, solo por si acaso, y no era su idea que su primera vez ahí, fuese a causar un impacto semejante. Tuvo que cerrar los ojos, intentando volver a sus sentidos, e incluso la música dejó de ser tan alocada por unos momentos. Cuando ya no sintió la urgencia, ni mareo, decidió volver a mirar.

Ahora los dos sujetos no estaban ahí.

Miró alrededor, adelante, atrás, no, no estaban, ¿Cómo se fueron tan rápido?

Lo único que había en el escenario, justo a ella, era un monociclo acostado, en el suelo, justo a un metro frente a ella, una de las tantas luces enfocándose exclusivamente ahí, señalándoselo, de la manera más evidente que existía.

Y lo miró, y de inmediato negó.

No iba a subirse ahí.

Incluso el trombón hizo un sonido de negación, imitando sus emociones, más perfectamente de lo que creyó posible.

Escuchó a alguien gritar desde la audiencia, diciéndole que se subiese, y todos empezaron a aplaudir al unísono, insistiéndole. Y no sabía que la ponía más nerviosa, si la atención, o el saber que se caería de ese monociclo. Si, tenía que hacer lo que tenía que hacer, si, era un trabajo, debía de hacerlo por el dinero, le rogó al dueño para darle una oportunidad, y rendirse ahora, no tenía sentido.

Pero…

De acuerdo, no era el trabajo más arriesgado que había tomado, ni sería el accidente más peligroso que había sufrido.

Se acercó, y lo tomó, y era…

¿Pequeño?

Era demasiado pequeño.

Miró a la audiencia, a pesar de no poder ver nada, todo su alrededor oscuro, puras sombras meneándose, así que solo soltó un suspiro pesado, poniendo el monociclo en su lugar, y lo acomodó. Dato curioso, ni siquiera sabía andar en una bicicleta normal, admiraba a la gente que andaba en bicicletas de dos ruedas, mucho más le sorprendería el que fuese de una.

Lo intentó una vez para un trabajo de repartir periódicos.

No salió muy bien.

Ahora, claramente tampoco.

Pudo escuchar los tambores resonar en expectación, resonando sobre la musica, haciéndola sentir aún más nerviosa.

Se sentó en el sillín, sosteniéndolo con las manos, e intentó poner un pie en el pedal.

Pero su pie era muy grande, bueno, no su pie, su zapato.

¿Dónde siquiera tenía que poner el pie sobre el pedal? ¿Su talón? ¿Sus dedos? Porque dudaba que pudiese funcionar si se apoyaba en la parte de su zapato que no era nada más que aire.

De acuerdo, no puede ser tan difícil, se intentó convencer, su ego en juego. Tenía un gran público ahí, no podía decepcionar.

Apoyó el pie en el pedal, y el trasero en el sillín, y decidió poner el otro pie.

Fallido.

Reaccionó a tiempo para no caerse de cara.

El trombón resonó como una burla, una burla que le dolió.

Eso ya se lo estaba tomando personal.

Volvió a intentarlo, a poner un pie en el pedal, su trasero en sillín, y afirmó bien el monociclo con sus manos antes de intentar poner su otro pie. Y se mantuvo ahí, quieta por un segundo.

Hasta que se cayó.

Pero no cayó del todo, milagrosamente.

Unos brazos la sujetaron, y vio, de cabeza, al sujeto del monociclo, el primero o el segundo, eso no sabía bien, como estaban tan bien caracterizados, no tenía idea cual era cual. El hombre la levantó sin problema, y la sujetó mientras la instaba a subirse de nuevo. Pero como tenía ayuda, se vio con más fe en sí misma.

Hizo el mismo proceso, teniendo las manos del ciclista debajo de sus brazos, sosteniéndola, y ahora, no cayó. Se mantuvo ahí, y comenzó a pedalear, sus movimientos temblorosos, la música resonando con cada pequeño pedaleo que daba, el ciclista sujetándola como quien sujeta a un niño.

Y avanzó, sí.

Y estaba feliz de eso, eufórica, viéndose manejar un monociclo cuando ni siquiera andaba en una bicicleta.

Pero el ciclista la soltó.

Y ni siquiera pudo seguir avanzando, de inmediato yéndose hacia el lado.

Cayéndose, ahora definitivamente.

El suelo del lugar, curiosamente, no era realmente duro, como si fuese hecho para que se cayesen, como había visto en la lucha libre. Pero claro que le dolió, no iba a negarlo. No su peor accidente laboral, claro estaba. Soltó un quejido, mientras el ciclista, pasó por su lado, manejando como un completo profesional, sin decir nada, pero burlándose.

Lo hacían ver tan fácil.

Y cuando creía que ya la humillación bastaba, apareció el segundo, el que claramente no había imaginado, y comenzó a hacer lo mismo, a dar vueltas, incluso tomó el monociclo caído, prácticamente haciendo malabares con el monociclo mientras andaba en un monociclo.

Si esperaban que ella hiciese eso, imposible.

Sintió como uno de estos se detuvo frente a ella, el que no tenía el monociclo en la mano, claramente, y apretó su nariz, haciendo que sonase, efectos sonoros, claro, porque que ella supiese, su nariz no sonaba.

¿O sí?

La tocó, y no, no sonaba.

Se lo creyó por un momento.

Se levantó del suelo, mientras los ciclistas daban vueltas, tirándose el monociclo, su monociclo, entre uno y el otro. Pero honestamente, no iba a ir ahí a pedírselos de vuelta, ya se había humillado bastante.

Le dio una patada al aire, vaya momento más vergonzoso.

Pero la gente se reía, y no sabía si sentirse orgullosa de eso o no.

Los ciclistas desaparecieron, la gente aplaudiendo su aparición, disfrutando el espectáculo, e inmediatamente escuchó un sonido mecánico provenir desde lo alto de la tienda, y ahí, vio caer un trapecio. No, dos trapecios. Los miró, notando como habían aparecido de la nada, ¿Eran firmes siquiera? Tiró de uno, pero si, era firme.

No iba a cuestionar la tecnología del circo a estas alturas.

La música se fue acallando, volviendo a poner algo de tensión y de expectación en ella, la luz enfocando uno de los trapecios, haciendo, de nuevo, evidente que era lo que tenía que hacer. Negó de nuevo, le hizo un gesto a la gente, negando, casi suplicando, pero estos insistieron, la música tornándose desafiante, instándola, preparándola.

Tenía que sujetarse al trapecio.

No, iba a morir.

No iba a tener un accidente laboral peor que el anterior, y ni siquiera había firmado nada, estaba de prueba ahí, así que estaba indefensa legalmente.

No creía que el circo permitiese que alguien saliese herido, ¿No?

¿NO?

Se agarró del trapecio, sujetándolo con las manos, no sabía que material era, pero se notaba firme. No supo más que hacer, porque estaba a su altura, no podía hacer mucho más. Imaginaba que se subía, o algo así, e hizo un movimiento, para subirlo, pero solo ocasionó carcajadas, para nada sirvió.

¿Qué iba a hacer entonces?

Se sujetó y se tiró al suelo, dejando caer su peso, sus brazos sujetándola, pero aún estaba tocando el suelo. No sabía que más hacer con el trapecio.

Hasta que sus pies empezaron a dejar el suelo.

Soltó un grito, claro que lo hizo.

El trapecio comenzó a subir, y ella, en vez de soltarlo y permanecer en tierra firme, se agarró de la barra como si le fuese la vida en ello. Sus guantes no eran resbalosos por suerte, de hecho, parecían estar hecho para que no resbalasen, y agradecida estaba.

Bajó la mirada, y tal vez estaba a solo un metro del suelo, pero su miedo fue real. Sus pies simplemente se balancearon, toda la estructura moviéndose con solo su movimiento. Y eso fue aterrador. Como si sus manos no fuesen suficientes, escaló para agarrarse con sus antebrazos, sin confiar demasiado en sus manos enguantadas, por muy antideslizantes que fuesen.

Escuchó risas ante su sufrimiento, pero luego, escuchó sonidos de asombro, así como la música se puso más intensa.

Y notó, como el trapecio, el segundo, que estaba justo frente a ella, comenzó a subir, a subir solo, no a subirse el suyo también. Así que lo miró, mientras subía, y ahí arriba, en lo alto, notó a una mujer, quien levantó los brazos, presentándose. Estaba sobre una tarima de algún tipo, bastante alejada del trapecio, que ahora quedó en lo alto.

Pero estaban muy lejos el uno del otro.

La música se puso más agitada, la gente gritando, emocionada, y la mujer saltó desde la tarima hasta el trapecio, sujetándose a la perfección, sin miedo a la altura, o a lo que sea, ella tendría miles de miedos diferentes, de hecho, le dolió el estómago de solo verlo. También admiraba a quienes hacían ese tipo de deportes, ¿Podía considerarse un deporte?

La mujer, sin miedo, se movió en el trapecio, girando, cambiado de manos, balanceándose, hasta que terminó sentada sobre el trapecio, todos aplaudiendo, y quiso aplaudir también, pero claramente, no podía. Le parecía un acto arriesgado, pero la mujer lo hizo sin problema, sin miedo, y exudando elegancia.

Y ahí, el trapecio ajeno comenzó a bajar, hasta quedar a la altura del propio. La mujer le sonrió, y notó apenas maquillaje en esta, a diferencia de su propio rostro, o como en los malabaristas que salieron con ella, con sus caras blancas y pintadas. Al ser vista con tanta atención, fue muy consciente de su estado, como estaba agarrada del trapecio, para nada elegante en comparación.

“Eres adorable.”

La mujer habló, soltando una risa, dejándola estupefacta, sin palabras, mientras se sujetaba a los cables que mantenían el trapecio en su lugar, y dejó de estar sentada, para dejarse caer, y eso le causó un mini infarto, pero se agarró de la base, quedando firme ahí. Y cuando la miró, esta estaba soltando una risa, y ahí, notó también que el trapecio, su trapecio, estaba un poco más alto que antes, y eso la hizo afirmarse aún más.

No creía tener vértigo, no, no tenía, tampoco miedo a las alturas, pero rayos, ahora un poco.

La mujer se giró, cambiando de manos, ahora dándole la espalda, y ahí, hizo un movimiento extraño, que no pudo definir, donde metió las piernas en el espacio que había entre el trapecio y sus brazos, y luego se afirmó completamente del trapecio con la parte de atrás de las rodillas.

No sabía cómo hizo eso.

Ahora esta la miraba de nuevo, pero de cabeza, teniendo sus manos libres, y ahí, estiró las manos hacia ella, ofreciéndoselas.

No, no, claro que no.

Negó.

Estaban muy alto, se iba a morir.

Tenía claro que el trombón sonaba ante sus reacciones, pero le latía tan fuerte el corazón en los oídos que no era realmente consciente.

Pero la mujer no le hizo caso, ni el público, ni nadie, y se balanceó, una vez, y otra vez, solo sus piernas manteniéndola en su lugar, y soltó un grito, cuando las manos de la mujer se aferraron a sus tobillos.

No, no.

El vaivén de la mujer, tirando de sus piernas, la hizo perder un poco el equilibrio.

Tal vez sus guantes no eran antideslizantes, pero si sus antebrazos ya sudados por la emoción, a estas alturas, su maquillaje de iba a derretir. Intentó aferrarse, su instinto de supervivencia chillando tanto como su boca, y logró agarrarse con una de sus manos, pero no con la otra, y al final, ante el peso de su propio cuerpo, cayó.

Cerró los ojos, sintiendo la caída, como iba cayendo para luego sentirse de cabeza, las manos de la mujer en sus tobillos, sosteniéndola. Cuando se percató que estaba segura, solo ahí pudo dejar de gritar, pero tuvo mucho miedo de abrir los ojos, de ver lo alto que estaba.

Y ahí, escuchó una vez más la risa de la mujer.

“Abre tus ojos, tontita.”

¿Qué?

Y los abrió, con mucho miedo.

Oh.

Estaba cerca del suelo.

Estiró sus manos, o las dejó caer, ya que prácticamente se hizo un ovillo ante el miedo a la muerte, y ahí, pudo tocar el suelo sin problemas, sus palmas quedando perfectamente acomodadas. El trapecio bajaba y subía, lo sabía, pero en el aire, no era realmente consciente de eso.

No pudo ocultar la felicidad que le dio estar viva.

Pero la mujer la soltó, y se vio unos momentos en el aire, ahí, levantando todo su cuerpo con sus manos, perdiendo el equilibrio, o intentando con todas sus fuerzas el recuperar el equilibrio. Al menos si había hecho eso antes, pararse en sus manos, pero nunca lo logró bien, ahora sí, de cierta forma.

Aunque de seguro las risas que escuchaba era porque sus piernas quedaron en posiciones muy extrañas, una para delante, y la otra para atrás, y ahí, si pudo estar en equilibrio. Desde su posición poco ventajosa, notó como la mujer saltó del trapecio, pero solo notó cuando esta dio una vuelta, y cayó de pie, haciendo una pose elegante, el público aplaudiendo.

Y hubiese aplaudido también, de nuevo, pero no podía, de nuevo.

De hecho, ¿Cómo podía dejar de estar en esa posición sin caer? No, no podía, si dejaba de hacer lo que estaba haciendo, se iba a caer, y no se quería caer de nuevo. La mujer se puso de cuclillas frente a ella, dándole ánimos, dejando aún más notorio el hecho de que no podía volver a estar de pie sin caerse antes.

Más risas, claramente.

Risa le daba, la ironía misma, de cómo había comenzado su día. Quedándose sin trabajo, sin tener como pagar la habitación de su departamento compartido, y no pudo conseguir que la dejasen quedarse, así que se quedó de patitas en la calle con sus cuatro pertenencias, y preguntó ahí, si es que podía hacer algo para ganarse el dinero, y había escuchado que necesitaban ayuda.

Y obviamente se ofreció, ya que no la aceptaron en ningún otro lugar.

Curioso era, ya que no sabía hacer nada relevante a un circo, si, quiso hacerlo, pero cuando era niña, un par de veces cuando iba al circo, y ya era una adulta, no tenía esos sueños desde que vivía con su familia, y ya no vivía con su familia hace tiempo, y por lo mismo, prefería hacer lo que sea antes de volver, no podía rendirse, no ahora.

Tomó malas decisiones, y eso le mordía la cola.

Por lo mismo llevaba los últimos años haciendo lo que sea para continuar su camino, al haber decidido antes de siquiera ser adulta, el huir de casa y el vivir independientemente, y ya no podía retractarse, era muy tarde para retractarse.

El jefe ahí, encargado, el director como le decían, le dijo que tendría un día de prueba.

Pero eso no fue nada de lo que esperó.

Si, tras bambalinas, que ilusa fue.

Cayó al suelo, soltando un quejido, y casi logró evitar el impacto, casi, solo un poco, pero bueno, ya estaba en posición horizontal, y ya no tenía la sangre en la cabeza. Ni siquiera logró superar su caída, notó a alguien ahí, en lo alto, altura normal de persona de pie, y ella en el suelo. Y antes de preguntarse quién era esa persona, esta escupió fuego.

Y soltó otro grito más.

Si, sin duda no fue lo que esperó.

El circo era aterrador.

Chapter 134: Wren -Parte 5-

Chapter Text

WREN

-Reunión-

 

Respiró profundamente, mientras iba caminando por las calles.

Se sentía nerviosa, ansiosa, pero al mismo tiempo seguía conservando la determinación que tuvo desde el comienzo.

Si, ahora se sentía más real, por lo mismo se sentía nerviosa, preocupada de lo que pudiese ocurrir ahí dentro, porque ya estaba ahí, ya era hora.

Se arregló el aparato en su oreja, así como en el objeto que estaba en su cuero cabelludo, pegado con un pegamento muy fuerte, aunque se lo tirasen no saldría, ya lo probaron, y eso era bueno si es que llegaban a dudar de ella. Obviamente su capacidad auditiva para usar un implante semejante debía ser cero o cercana a cero, así que no podía andar por ahí como si oyese todo, y por lo mismo debía andar con cuidado con sus movimientos.

Ahora entendía más sobre el implante, ya que debía saber todo lo posible para hacer su personaje, y le sorprendía el trabajo que debían hacer las personas para lograr procesar correctamente los sonidos, y aunque no tuviesen nunca una audición normal, seguían adelante.

A pesar de la adversidad, continuaban, daban paso tras otro, sin detenerse.

Estaba impresionada.

Se vio mirando el lugar a lo lejos, aquel edificio al que debía ir, y pensó en todas las personas que estaban ahí dentro, en todas esas personas desesperadas que intentaban con todas sus fuerzas el continuar con sus vidas, el tener las esperanzas y el apoyo para seguir viviendo a pesar de los problemas que tenían día a día.

Y le enfurecía como esa gente vil se aprovechaba de eso.

Arrebatándoles lo más importante, la vida.

Se calmó cuando llegó al lugar, golpeando las puertas dobles.

Nunca había pasado por ahí, así que no tenía idea si es que era algo conocido por los residentes, pero si tenía la información de que ahí se hacían diferentes tipos de eventos. El que tuviese el dinero, arrendaba el lugar, y eso significaba que quien estuviese detrás de eso, tenía el dinero suficiente para hacer eso. Dinero que usarían para derrochar, según entendía.

Una persona abrió la puerta, solo un poco, y no podía ver para adentro, estando oscuro, pero sabía que había alguien ahí, mirándola en silencio, sin decirle nada, ni tampoco dándole la entrada.

Se giró un poco, apuntando su oído hacia el desconocido, con la única intención de que este viese el aparato, y que la viese sufriendo un poco al no escuchar, aunque supiese que nadie estaba diciendo palabra alguna.

Y ahí, la persona tras la puerta habló.

“Esta es una reunión privada.”

Una voz profunda habló desde adentro, y si bien debía verse sorprendida por el sonido, honestamente le sorprendió, sin esperar que este le hablase, menos con una voz así.

Volvió a mirar a la persona al otro lado de la puerta, o a la oscuridad que veía, y asintió.

“Me dijeron que aquí podrían ayudarme.”

Debía sonar débil, cansada, desesperada, e intentó demostrar esas emociones, y por suerte, la persona al otro lado de la puerta terminó accediendo, abriéndola del todo, dejándola pasar. No tenía mucha confianza en sus habilidades actorales, pero al parecer había practicado lo suficiente. Finalmente vio a quien estaba al otro lado, quien era un hombre grande, fornido, y cuando entró este le señaló el pasillo, dándole a entender que lo siguiese.

Le agradeció, y aprovechó de darle una mirada rápida.

Si bien estaba vestido normalmente, nada llamativo, creía que este tenía un arma escondida.

Instinto, podría decirse.

Avanzó por el pasillo, el lugar relativamente oscuro para la luz que había afuera, pero cuando fue adentrándose, notó la luz.

El salón principal estaba bien iluminado, el techo estaba lleno de tragaluces que hacían que el lugar tuviese luz natural, lo que lo hacía sentir más amigable, más agradable. Lo siguiente que notó, era como se parecía a una iglesia, pero solo en la distribución de las sillas, del podio.

Sea como sea, estaban todos ahí sentados, acomodados, mirando al frente, mirando hacia el podio.

Un hombre estaba ahí al frente, hablando enérgicamente sobre un personaje desconocido, al que llamaba salvador, o eso escuchó apenas entró. Al parecer la reunión había empezado antes de lo que su informante había dicho.

“Él los está esperando.”

El hombre habló, animado, ilusionado, con un optimismo que le causaba escalofríos, ella misma era optimista, pero esperaba no verse así.

Con sus palabras, analizándolas, logró entender que aquel sujeto, quien estaba predicando ahí adelante, no era el cabecilla. En esas situaciones, era el supuesto mesías quien hablaba con los seguidores, pero en este caso, era alguien quien hablaba del mesías, del salvador.

Una mujer la tomó por sorpresa, acercándose a ella, ofreciéndole un folleto, y lo tomó, mientras esta le indicaba que se sentase.

Miró los asientos, pensando en que debía sentarse lo más adelante posible, para así mantener su tapadera, así que observó las personas que ahí estaban, buscando un asiento disponible, y para su suerte, todos estaban bien dispersos entre los asientos, dejando varios libres en varias zonas.

Pero a pesar de eso, había bastantes personas ahí escuchando, más de treinta, de eso estaba segura.

Y no solo eso, sino que también había más personas a los costados de esa sala, vigilantes.

Probablemente armados.

Si, ese lugar era un peligro.

Cuando decidió caminar hacia el asiento del frente, algo llamó su atención.

Rojo.

Una cabellera roja.

No, claro que no, no podía ser verdad.

Claro que no, esas coincidencias no existían, ¿No?

La vio a la mitad, así que tenía que pasar por el lado de esta para llegar a su asiento, y se vio mirándola, solamente para desechar que fuese la misma persona que conoció aquella vez en ese tejado.

Sería muy extraño que estuviese ahí.

Rayos.

Volvió a mirar al frente, apurándose hacia su asiento mientras el hombre de en frente seguía hablando sin problemas, sin permitir que su discurso fuese interrumpido.

Se sentó, sintiendo un nerviosismo diferente.

Esa mujer realmente estaba ahí.

Si sus elucubraciones eran correctas, esta tenía que ser de otra agencia, y por la información que Salmon dijo, y la cual corroboró durante esos días, el gobierno les había pedido ayuda a diferentes agencias para que les ayudasen a acabar con ese problema, para evitar otra tragedia, así que tenía sentido que otra agencia también estuviese involucrada en eso.

¿Pero justo esa misma mujer?

Bueno, no es como que hubiesen acabado en malos términos, a pesar de haberla estado persiguiendo durante un buen rato y luego el haberla tirado al suelo. Pudo haber sido mucho peor. Al final, colaboraron, y ya sabía que esta trataba de escoria a las personas a las que se debían tratar de escoria, así que debían de estar de nuevo en el mismo lado.

¿Iban a colaborar de nuevo?

Por supuesto que esperaba que sí, así las probabilidades de acabar con esa locura eran mayores, ¿No?

Dudaba que la mujer fuese a salvarle la vida en esa situación de riesgo en la que se habían metido, pero ya no se sentía tan sola ahí. Negó, arreglándose el aparado que estaba en su oreja, asegurándose de que estuviese grabando todo lo que ahí ocurría, o más bien, que Butterfly estuviese grabando todo lo que ahí sucedía.

La idea era grabar también, y la corporación había desarrollado una especie de lentes de contacto que servían para eso, pero como sus ojos eran de diferentes colores, podían sospechar.

Por ahora, debía recordar bien cada cosa que veía y así informarle apropiadamente a su compañera.

Bajó el rostro, y miró el folleto en sus manos.

Parecía una especie de oración, un párrafo eterno, hablaba de la salvación, de seguir el camino del profeta, de entregarse a Dios y así poder alcanzar el descanso eterno. El solo pensar en esas cosas le causaba escalofríos. A pesar de que ella era el tipo de persona que estaba dispuesta a arriesgar la vida para entrar en el campo de batalla, tampoco le agradaba la idea de que dos posiciones peleasen por un objetivo distinto.

La guerra no llevaba a nada, ambos lados perdían, siempre perdían.

Ella lo sabía bien.

Por eso, debía aprender sobre ese mundo, y esperó que, si es que lograba subir en los rangos, convertirse en un soldado con un título, tal vez podría evitar tantas desgracias.

Ilusa fue.

Cuando niña empezó todo, así que se entendía que fuese ilusa. Se interesó en esos temas, y no solo eso, si no que ahí obtuvo su interés de pelear, en hacer algo para cambiar ese mundo tan cruel. Vio a tantos inocentes perder sus vidas por manos enemigas, por gente así, como la que tenía en frente. Esa era la gente que más detestaba. Entendía que algunos países peleasen por territorio o por disputas políticas, ¿Pero iniciar masacres por motivos religiosos? ¿Por nada más que un capricho? ¿Una excusa para matar personas?

Le parecía absurdo.

Ahora estaba en presencia de ese tipo de personas, ahí, dentro de una organización terrorista, que iba a masacrar a un montón de personas, a todos los que estaban en esa sala, usando su religión, sus creencias, su Dios, para excusar sus actos.

¿Siquiera eran creyentes de verdad?

Se contuvo de hacer gesto alguno, e intentó mantener la calma.

Tenía una misión ahí, y era enterarse de lo que más pudiese, aprender de esas personas, saber exactamente lo que planeaban, y no lograría nada si es que metía la pata antes de tiempo, así que se obligó a mantener silencio, en escuchar la palabrería que ese sujeto mencionaba, mencionando al que parecía ser el líder, ser el mensajero, el nuevo mesías, y si bien no había nadie que hubiese sobrevivido para contar como sucedió la masacre anterior, imaginaba que debieron haberles lavado la cabeza de la misma manera.

Tenía que evitar que la historia se repitiese.

Pasaron unos quince minutos para que el hombre cesase de hablar, y al parecer iba a hablar más, pero los instó a todos para tomarse un descanso, el sujeto señalándoles una larga mesa con bebidas y aperitivos.

Se vio tragando pesado, dudando si debía levantarse e ir con el resto, temiendo probar cualquier cosa, aunque dudaba que los matasen ahí mismo, no se arriesgarían a empezar con esa locura tan pronto, menos ahí, en un lugar tan público. Les costaría mucho más ocultar sus huellas, a diferencia de en aquel campo lejos de la ciudad, donde quemaron casas, ropa, todo lo que tuviesen a mano, antes de salir de ahí.

Sin dejar prueba alguna.

Solo los huesos.

Eso la motivó a levantarse, no quería ser la única ahí sentada, ni llamar demasiado la atención, no iba a arriesgarse de esa forma, y si se iba a arriesgar, iba a ser cuando tuviese al supuesto mesías de frente, y así ganarse su confianza.

Ahí si valdría la pena el arriesgarse.

Caminó hasta la mesa, las personas agrupándose ahí, hablando entre ellas, y notó diferentes reacciones, algunas cabizbajas, otras optimistas. La gente que estaba ahí no tenía muchas opciones, debían de tener varios motivos para tomar la decisión de ir a aquella reunión y tener esperanzas de que aquel culto les salvase la vida.

Y sería todo lo contrario.

Más de alguien debía tomar eso como su último recurso, estando cerca de tomar la decisión de dejar ese mundo, pero incluso en temas así, aunque esa gente quisiera morir, era cruel el quitarles la vida de esa forma. Sabía que muchas personas tomaban la decisión de morir, de simplemente dejar esa vida, pero al menos era una decisión que tomaban ellos por sí mismos, no iba a dejar que un lobo lo hiciese por ellos.

Dio un salto cuando notó una mano acercándose a su metro cuadrado, y si, estaba un poco paranoica al estar ahí dentro, pero no podían culparla, estaba en terreno enemigo, y tenía que estar lista para reaccionar si es que sucedía cualquier incidente. Sus instintos, sus reflejos, la mantendrían con vida, y con suerte, salvaría a más de alguien.

Miró a la persona que se acercó, y le sorprendió ver a la mujer pelirroja, esta observándola, una mueca tranquila en su expresión. Esta estaba vestida de negro, tal y como la otra vez, pero esta vez eran ropas casuales. Bueno, ella tampoco podía estar ahí con su traje, no pasarían desapercibidas, al parecer sus agencias tomaron decisiones similares, sobre todo con el hecho de espiar desde adentro.

La mujer le ofrecía un vaso, así que lo recibió, mientras la mujer, aprovechando que quedó con una mano libre, comenzó a hacer unas señas.

Oh.

Claro, como su personaje era sordo, debía de saber lenguaje de señas, y la mujer lo entendió rápidamente. Se sentiría como una estúpida si es que no supiese comunicarse de esa forma, pero por suerte si sabía, por el mismo hecho de hacer visitas a veteranos, ahí aprendió, y si bien estaba un poco oxidada, podía entender sin problema.

Lo tuvieron en cuenta, así que practicó un poco.

“Espero que no hayas venido aquí para atacarme.”

Eso fue lo que la mujer le dijo, sonriéndole en el proceso, de buen humor a pesar de la situación, y no pudo evitar soltar una risa, conteniéndose a duras penas.

La llamaría acosadora probablemente.

“Si empiezas a correr, no me dejarás más opción que perseguirte.”

Contestó de vuelta, sintiéndose de inmediato más cómoda. La mujer tenía un buen sentido del humor, lo que servía bastante, si le guardase rencor, podría exponerla, no, ya lo habría hecho. Y si bien su tapadera era creíble, podrían indagar más, y no era la idea. Si estaban en contra en esa situación, todo se iría a la mierda.

La mujer le sonrió de vuelta, los ojos rojizos mirando alrededor antes de volver a comunicarse.

“Imagino que nuestras agencias van detrás de los mismos sujetos.”

Solo pudo asentir.

Era así, tenían un objetivo en común, lo que las hacía aliadas.

Dio otro salto cuando sintió al predicador en el rabillo de su ojo, y por un momento olvidó que este estaba cerca, aun con ellos en la sala. La mujer fue la primera en girarse, en mirar al sujeto, sonriéndole, como si se conociesen, y así parecía. Al parecer la otra agencia se les adelantó, la mujer llevaba tiempo ahí, al menos días.

“¿Conoces a la chica nueva, Adele?”

El predicador le habló a la mujer, Adele, y estaba segura de que ese no era su nombre real, por supuesto que no. Esta asintió, sin dudarlo, su rostro calmo, sin presiones, sin siquiera sentirse agobiada de estar hablando con un hombre que podía ser un terrorista, un asesino en masa.

O era muy tranquila por su personalidad, o era muy buena actriz.

“Fuimos juntas a la escuela, antes de que entrase en el reformatorio.”

Oh, así que esa era la tapadera de ‘Adele’, y ahora que lo pensaba, esta se veía muy como chica problema con los piercings y con su pelo rojo, así que venía bien con su papel, y se preguntaba si, así como en su propio personaje, había algo de verdad.

El predicador la miró, observando su aparato, y le sonrió, afable, demasiado, causándole escalofríos.

Él sí que era un buen actor.

“¿Puedes entenderme cuando hablo? No se comunicarme por señas, lo siento.”

Menos mal, así no se enteraría de lo que pudiese decir usando las manos.

Le sonrió, intentando imitar su postura, e hizo un gesto con la mano, dando a entender que lo entendía un poco. Este asintió de inmediato, y mirando a la mujer a su lado, una mirada cómplice.

“¿Puedo pedirte que le hables de las reuniones, Adele? Aquí queremos ayudarlos a todos, que nadie se quede afuera.”

Adele asintió, sin dudarlo.

Le causó gracia lo que este dijo, porque claramente no la iban a dejar entrar a menos que la notasen lo suficientemente vulnerable. No cometerían la estupidez de dejar entrar a alguien escéptico, a alguien que haría trizas su palabrería, que tuviese la fuerza mental en ese momento para ponerse a debatir.

El hombre le agradeció a la mujer antes de retirarse a hablar con alguien más del grupo, y ahí esta la miró, sonriéndole, tranquila, con todo bajo control, y no tenía duda de que era así. Le sonrió de vuelta, y comenzó a hacer otras señas.

“Cuento contigo, Adele.”

La mujer claramente notó la burla implícita en su gesto, y asintió, moviendo sus manos.

“Llamame Fox.”

Ese si era un nombre de agente, y de nuevo, sus agencias pensaban igual.

Y bueno, no podía no retribuirle la información.

“Wren, pero para esta gente, soy Kaoru.”

La mujer la miró curiosa, incrédula incluso, pensando lo mismo que ella, de nuevo sus agencias tomaban decisiones similares, lo cual era llamativo, una graciosa coincidencia.

¿Era una coincidencia siquiera?

Como sea, ahora comenzaba el verdadero peligro.

 

Chapter 135: Teacher -Parte 7-

Chapter Text

TEACHER

-Aceptación-

 

Estaba ardiendo.

Sentía el rostro rojo, hirviendo, sobre todo cuando el cuerpo de Nao, impaciente, eufórico, se apegó más al de ella, empujándola poco a poco, ella misma retrocediendo en el proceso, pero no podía alejarse, separarse, no teniendo las manos sujetándola por la cintura, por la cadera, manteniéndola firme.

No fue hasta que chocó contra la mesa del comedor, que tuvo un momento para respirar, la boca de Nao robándole el aliento.

“E-espera…”

Habló, pero Nao no le prestó mayor atención a sus palabras, los amatistas fijos en ella, mirando sus ojos, su rostro, su boca, y solo la vio recobrar la cordura por un momento, cuando la soltó, solo para sacarle los lentes, dejándolos sobre la mesa. Pero esa tranquilidad duró solo un momento, Nao sonriendo, acercándose de nuevo, robándose sus labios una vez más.

Se sentía completamente perdida, jamás siquiera había experimentado un beso así, para ahora recibirlo con tal intensidad, Nao sin querer parar, impaciente como siempre, pero ahora tenía la libertad de hacerlo, porque ella ya no la rechazaba, no la negaba, aun así, era demasiado para ella, más de lo que podía soportar.

Puso las manos firmes en los hombros de Nao, intentando con todas sus fuerzas el hacer que parase, que le diese un respiro, y funcionó, esta obedeciendo su gesto, pero en respuesta la miró con la mueca más triste que había visto en ese rostro. Nao le recordaba a un perro en ese momento, tirándosele encima, y luego poniéndose triste, y ella ahí, era un pequeño roedor que ni siquiera era capaz de respirar correctamente, los nervios haciéndola temblar, indefensa.

“¿No quieres hacerlo conmigo?”

La pregunta de Nao sonó triste, desolada, y le dolió de inmediato, su situación empeorando, porque no era capaz de decirle que no era eso, que, si quería, o sea, luego de esos besos, quería continuar, pero, era demasiado para ella, era difícil de digerir lo que ocurría si Nao se le tiraba encima, impidiéndole respirar siquiera.

Estaba abrumada, además de sus problemas anteriores, ya sabía que esa relación no era como la que tuvo antes, y eso en sí mismo era un problema, porque jamás lo había hecho con una mujer, no sabía qué hacer, no sabía cómo eso funcionaba.

Abrió la boca para contestarle, y tembló aún más en el proceso.

“N-no sé qué hacer en este caso…con una mujer…”

Nao ladeó el rostro, sin entenderla por un momento, hasta que negó, quitándole importancia al asunto.

“No te preocupes, no tienes que hacer nada, solo tienes que dejarte querer.”

Pero…

“¿R-realmente quieres hacerlo, conmigo?”

Obviamente tenía dudas, siempre, inseguridades que la detenían en ese momento, y aunque dudó de sí misma por un momento, Nao de inmediato asintió, sin siquiera pensárselo, mientras sonreía, cambiado de expresión rápidamente.

“Por supuesto, apenas y puedo contenerme.”

Bueno, de contenerse, nada de eso.

Nao no parecía contenerse en lo absoluto, pero le creía que lo intentase, aunque fuesen intentos fútiles. No le sorprendía tampoco, siempre era así, ni siquiera se mordía la lengua cuando le decía cosas, cuando se le acercaba, no se contenía, y era una de las cosas que le atrajo, como era honesta con sus palabras, con sus acciones. Muchas veces tuvo que regañarla, pero sonrojándose en el proceso, porque la hacía temblar, y no quería exponer lo débil que era ante alguien tan menor.

Tal vez se lo debía, luego de todas las veces que la rechazó, que la trató mal, intentando alejarla.

Así que giró el rostro, mirando la puerta de su habitación.

“V-vamos a la habitación entonces.”

Habló, de nuevo temblando, sorprendida siquiera de que fuese capaz de decir nada. Nao de inmediato giró el rostro, asintiendo, sonriendo. La vio cómo se sacó el cárdigan de encima, dejándolo sobre el sillón, para luego acercarse a ella de nuevo, tomando su mano, tirando de ella, en dirección a su habitación, abriendo la puerta, dispuesta a seguir, a dar los siguientes pasos, y se vio teniendo la realización de que realmente iba a suceder, y no creía estar preparada.

Pero no quería, o sea, no de inmediato.

Sin embargo, no pudo zafarse del agarre.

“Espera… dejame tomar una ducha primero…”

Era muy cuidadosa con la limpieza y su higiene, pero había estado trabajando durante el día, y no se sentía dispuesta a mostrarse así para Nao. Esta la soltó, mirándola, levantando una ceja, para luego avanzar hasta el closet y sacar el futón desde dentro, como si supiese exactamente donde guardaba todo. Lo dejó en el suelo, para luego volver donde ella, sonriendo, su expresión y su motivación sin flaquear.

“No me importa, no quiero esperar más.”

¿Qué?

Las manos de Nao se fueron a la chaqueta de su traje, sacándosela rápidamente, y se vio dando un salto ante su arrebato, ¿Realmente no le importaba? Era una chica despreocupada. Iba a negarse, exigir el tener un tiempo a solas, pero Nao no se lo permitió, besándola de nuevo, tomándola de la cintura, sujetándola, hasta que dejó su boca, pero no pudo refutar, los labios ajenos yéndose a su cuello, besando la zona.

“Hueles muy bien.”

Lo dudaba, realmente lo dudaba.

Pero no pudo decir nada, escalofríos pasando por su cuerpo cada vez que sentía los labios húmedos pasando por su piel sensible. Las manos tampoco se quedaron quietas, tocando su espalda por sobre su ropa, bajando peligrosamente, y se escuchó jadear cuando bajaron demasiado, haciéndola temblar, su cuerpo entero removiéndose.

Nao la movió, la sujetó, y fue cosa de tiempo para terminar acostada sobre el futón, las manos moviéndose, tocándola por todos sitios mientras desabrochaba su camisa, y bajaba el cierre de su falda, y no pudo hacer nada más que permitirlo, cada uno de los besos, que bajaban por su cuello, hasta su pecho, impidiéndole negarse, impidiendo que pudiese siquiera protestar, porque se sentía bien, nunca se había sentido mejor.

Los sonidos comenzaron a escucharse, sus propios sonidos, que eran tan ajenos para ella, jamás se había escuchado a si misma así, pero era inevitable, tenía a Nao acomodada entre sus pechos, sujetándola, deshaciéndose de su ropa, mientras besaba partes de su cuerpo que jamás le puso mayor atención.

Los besos continuaron, bajaban cada vez más, los sintió en sus brazos, en su pecho, en su estómago, en sus piernas, y ante tal despliegue de deseo, reiteró, de nuevo, lo mucho que Nao gustaba de ella, y aun no entendía el por qué, pero dudaba que algún día lo supiese.

Dio un salto al sentir el aliento de Nao cerca de una zona peligrosa, y se obligó a mirarla, y esta estaba ahí, acomodada entre sus piernas, abriéndoselas con ambas manos firmes en sus muslos, y estaba roja, estaba hirviendo, sus latidos apresurados, y creyó que su estado empeoró un poco más al ver esa escena. Nao parecía devorarla con la mirada, y tenía claro que no se iba a detener, dijese lo que dijese.

Pero, aun así, se vio en la obligación de hablar.

Y Nao, tal vez notando su expresión, o sus intenciones de hablar, la miró de vuelta, sonriendo, pero sus ojos seguían notándose deseosos, cayendo completamente ante la lujuria, y no creyó que vería jamás esa expresión en Nao, y su corazón dio un vuelto.

“No sabes cuánto he esperado por esto.”

Tres años.

Lo sabía.

Y Nao, sonriéndole una vez más, bajó el rostro, y no pudo contener el grito que se le escapó, la sensación abrumándola, era algo extraño que no había experimentado nunca, y ni siquiera creía aceptar que Nao lo hiciese, pero, aun así, se sentía bien, podía sentir el calor del rostro ajeno en su centro, así como su lengua, hirviendo.

Se removió, su cuerpo hirviendo tanto que creía que realmente iba a desmayarse.

No supo que hacer con sus manos, estas inquietas, y terminó agarrándose del futón bajo ella, sin poder contenerse, incluso su cuerpo estaba inquieto, pero Nao parecía mantenerla firme, sin soltarla.

No pasó mucho para que Nao se detuviese, y se vio en parte sorprendida, su cuerpo pidiendo más, y era curiosa también esa sensación. Bajó la mirada, la cual estuvo hacia el techo todo ese rato, sintiendo la vista borrosa, y si, apenas y podía distinguir a la chica.

“¿Quieres abrazarme?”

La pregunta la tomó desprevenida, y no lo entendió, pero su mente nublada con los sucesos estaba completamente repentizada, y a pesar de eso, asintió, su cuerpo hablando por ella, demostrándolo por ella, y le sorprendía. Nao le sonrió, y agradeció el que su vista se hubiese recuperado en esos segundos para verla. Esta se removió, sacándose la camiseta de encima antes de acercarse, y a pesar de que aun hubiese algo de tela entre ambas, pudo sentir el calor de la piel ajena en la suya, causándole escalofríos, su cuerpo temblando con ese mero hecho.

Sin poder controlarse, su cuerpo funcionando sin comando alguno, se aferró a Nao, abrazándola, mientras esta se acomodaba en su cuello, y sentir su aroma, el calor de su aliento, tan cerca, era sin duda tranquilizante. Su vergüenza creció, siendo consciente por un momento de lo húmedo que Nao tenía el rostro, y eso fue suficiente para tenerla tensa.

Qué vergüenza sentía.

Como si Nao lo hubiese notado, como si le leyese la mente, soltó una risa.

“Me gustó tu sabor.”

Oh por Dios.

“¡N-Nao!”

Reaccionó a poner la mano en el rostro ajeno, limpiándoselo, esta luciendo, una vez más, completamente despreocupada, riéndose, disfrutando de molestarla y avergonzarla por igual. A pesar de su regaño, Nao parecía orgullosa, volviendo a enterrarse en su cuello, dejando más besos en la zona, como si le pidiese disculpas.

Disculpas que iba a aceptar.

“Voy a entrar.”

Notó el aviso de Nao, y supo a lo que se refería, pero, honestamente, esa parte del acto era lo que menos nerviosa lo ponía, ya que si, estuvo casada, tuvo que hacer esos actos, así que no le sorprendería, sabía lo que se sentía, aun así, asintió, haciéndole notar a Nao que estaba preparada.

Y, a pesar de haberlo sentido antes, solo tenía recuerdos agrios, solo recordaba el dolor y la insatisfacción, al final, era un deber, nunca fue su intención el acostarse con ese hombre, el tener una relación más allá, era casi un trabajo. Por lo mismo le tomó por sorpresa, soltando un gemido ronco, sintiendo algo que no había sentido antes, porque no era lo mismo, su relación jamás sería como la que tuvo antes, pero no imaginó que se sentiría bien, que un acto así podría ser de su agrado.

Podía sentir a Nao moviéndose, explorando, tocándola sin detenerse, y si no fuese porque el cuerpo de Nao estaba sobre el suyo, aplastándola de cierta forma, manteniendo sus movimientos temblorosos a raya, su inquietud habría sido un problema.

“Estás tan caliente…”

La voz de Nao la tomó por sorpresa.

Dios, esa chica no se callaba.

Ya no soportaba la vergüenza, menos en ese segundo, donde la tenía tan cerca, donde se sentía tan caliente tal y como esta mencionó, su cuerpo temblando cada vez más, y sabía que algo así podía ocurrir, que podía sentir tanto, pero jamás creyó que estaría en esa posición, así que ardía aún más ante la expectativa.

Nao realmente la iba a hacer llegar…

Y no podía soportar que esta lo dijese siquiera, que pudiese evidenciarla, así que la soltó del abrazo en la que la sostenía, y la tomó de las mejillas, sin poder soportar más, y la besó, la boca ajena reaccionando de inmediato, besándola de vuelta, y ahora, llena de energía, se movió más en respuesta, su cuerpo sufriendo las consecuencias, removiéndose, sin poder soportar tanto, sin haber experimentado lo que era el placer antes, esto la tomaba desprevenida.

Hasta que lo sintió.

El calor fue demasiado, y apenas y pudo seguir besando a Nao de vuelta ante lo tenso que se tornó su cuerpo, sus piernas, pero Nao continuó, sin detenerse. Soltó un grito, apenas conteniéndolo, sintiendo una ola de sensaciones que no podía siquiera describir.

Ni siquiera creía que hacer algo así podía sentirse tan bien.

Se quedó unos momentos ahí, mirando el techo, su vista completamente desenfocada, mientras su cuerpo temblaba, lo sentía incluso adormecido, e intentó recuperar el aire que había perdido en el encuentro, y mientras se reponía, Nao continuó, besando su cuello, besando sus pechos, dándole, una vez más, besos por todo el cuerpo, incluso podía sentir las manos moviéndose ahí abajo, continuando.

Y no podía, no podía más.

Se obligó a moverse, apenas capaz de respirar, alejándose de Nao, del animal mal portado e impaciente que era. Ocultó sus vergüenzas lo más posible, evitando que Nao pudiese seguir tocándola. Sintió su cabello en su espalda, este ahora suelto con sus movimientos, y creía que lucía horrible así, toda despeinada y sudada, además que Nao le había sacado la ropa, pero la tela aún seguía en su cuerpo, sujeta a ella.

Era un caos.

“Nao…dejame descansar un poco…”

Nao, en respuesta, la miró, ahí de rodillas frente a ella, luciendo sorprendida, para luego mirarla con una evidente mueca de pregunta en su rostro.

Descansar, Nao, algo que probablemente no conozcas.

Soltó un suspiro pesado, apenas capaz de hablar, estaba destruida.

“No tengo tu estamina…”

Nao era atlética, siempre lo fue, siempre estaba en clubes deportivos, corría de un lado para otro, a veces incluso la pedían prestada de otros clubes cuando les faltaba algún competidor, y ahí iba Nao, corriendo, sonriendo siempre, sin cansarse en lo más mínimo. No le sorprendía que tuviese muchos fans, y ahora, en la universidad no era diferente.

Tenía mucha competencia al parecer.

Nao terminó sonriendo, luciendo feliz, demasiado, y le sorprendía, siempre le sorprendía, que una chica como Nao, tan joven, tan enérgica, tan popular, fuese feliz viéndola a ella, no dejaba de impresionarle que algo así fuese posible.

“Solo una vez más, tu belleza me vuelve loca, Sensei.”

Quitando el hecho de que dudaba que se viese bella, y mucho menos en esa situación, en ese momento, era evidente que Nao tenía mucha energía, y que no iba a parar luego de una segunda, probablemente ni de una tercera, y lo podía ver en su rostro.

Si, era un perro con mucha energía.

Sintió las manos ajenas en sus piernas, rogándole por más, pero sabía cómo iba a ser su futuro si es que la dejaba.

“¡Me vas a matar!”

No, una segunda vez sería mucho para ella en ese preciso momento.

Se iba a desmayar, de eso estaba segura.

Nao soltó una risa, mientras se le acercó de nuevo, tirándose encima de ella, aprisionándola una vez más contra el futón, abrazándola, enterrándose en su pecho sin ninguna consideración por ella, pero a pesar de eso, la vio feliz ahí.

“Ya, ya, no te enojes, te dejaré descansar.”

Era difícil descansar con el cuerpo ajeno sobre el suyo, eso era un hecho.

Pero se obligó a soltar un suspiro, a acomodarse, liberando sus brazos, abrazando a Nao en respuesta, rodeándola, no con el ímpetu que Nao tenía para abrazarla a ella, porque era incapaz de tener fuerza alguna en sus extremidades, aun así, disfrutó de la cercanía.

Simplemente cerró los ojos, disfrutando de la sensación que era tan ajena, pero a la que creía que se podría volver adicta. Ahí, pegadas, con los cuerpos careciendo de ropa, con el calor ahí rodeándola, y el sentirse así solo era la guinda de la torta. Esa era solo la primera vez, pero estaba segura de que vendrían más, y honestamente, estaba impaciente por descubrir cómo se sentiría en el futuro.

Aceptar a Nao, se sentía correcto.

Sobre todo, en ese momento.

“Creo que no te dije que estoy estudiando para ser profesora.”

Por un momento sintió que se estaba durmiendo, porque la voz de Nao la hizo dar un salto, de inmediato abrió los ojos, buscándola con la mirada, pero no podía ver su rostro, solo veía su cabello castaño sobre su pecho, nada más. Digirió las palabras, esa confesión, pero aun así, estuvo incrédula.

“¿Qué? ¿En serio?”

Eso no se lo esperó.

Estuvieron hablando de eso aquella vez en el café, pero ahora que lo pensaba, Nao jamás le dijo lo que estudiaba, por el contrario, cuando preguntó sobre esto, esta simplemente evitó responder. Cuando iba a sacarle eso en cara, Nao se removió, apoyándose en sus antebrazos, mirándola, luciendo tranquila mientras le sonreía, sus ojos brillando, sin importarle la indignación en su propio rostro.

“Pensé que te enojarías si te lo decía, porque lo escogí por ti. No me importaba en realidad estudiar algo, pensaba en trabajar medio tiempo o algo así, pero como parecía ser importante para ti que estudiase, así que eso hice.”

Ahora su indignación fue mayor.

Apreciaba que Nao siguiese sus consejos para tener una buena vida laborar, pero el hacerle caso solo porque era ella, porque ella lo decía, lo encontraba demasiado. Obviamente, como profesora, y estando a cargo de los alumnos, debía reiterarles lo que sería mejor para sus futuros, pero con Nao era diferente, ahora se sentía culpable de alentarla a hacer algo que no quería hacer.

A Nao no le importaban esas cosas, ni el prestigio, Nao disfrutaba el momento, no se preocupaba por lo que viniese en el futuro, solo en el presente. Y las únicas veces que la escuchó hablar del futuro, era con lo de su edad, diciéndole que cuando se hiciese mayor podrían ser pareja, y en el primer año, incluso le decía de casarse, se le ocurría lo que fuese que permitiese que ambas estuviesen juntas por mucho tiempo.

Solo eso le importaba.

Nao notó su expresión, y se le acercó, lo suficiente para robarle un beso, que fue casi un roce, pero que fue suficiente para calmar la ansiedad que pasó por su cuerpo.

“Me agrada la idea de ser una profesora como tú, el ser para alguien más lo que tú fuiste para mí, académicamente, claramente. Igual seré profesora de educación física, así que no tendré problema alguno, nada de clases dificiles.”

Oh.

Eso la dejaba más tranquila, sabía que a Nao le gustaba eso, el entrenar, el correr, el jugar, y muchas veces ayudó a sus kohais en ese ámbito, ayudándolas a estirarse, o a seguir las reglas de algún deporte. Ahora que lo pensaba, si veía a Nao así.

Se vio llevando una mano al cabello de Nao, que estaba algo desordenado luego de moverse tanto, así que peinó un par de mechones, y esta parecía tranquila con el tacto, aceptándolo.

“Estoy orgullosa de ti, Nao.”

Y lo estaba.

Nao, en respuesta le dio la sonrisa más grande que había visto.

“Luego seré tu colega, y nos veremos en la sala de profesores, y también en casa, y estaremos el mayor tiempo juntas posible.”

Claro, por supuesto que esa era su intención.

Y a pesar de negar y regañarla por sus evidentes intenciones, el solo imaginarse la situación, le causó gusto. No sabía cómo terminaría esa relación, si terminaría en sí, o si continuaría, pero el solo pensar que continuaría la hacía infinitamente feliz.

Se sentía bien el estar con Nao, si, era lo correcto, no tenía ninguna duda.

Tal vez, algún día, podrían llegar a casarse.

Un matrimonio de verdad, no un trato familiar, una obligación, sí, eso se sentiría bien, de ser así, lo aceptaba.

Pero antes que eso, debían fortalecer su relación, y por supuesto, debían poner de su parte para eso, Nao, sobre todo, debía esmerarse para obtener su recompensa.

“Tienes que esforzarte para poder trabajar a mi lado.”

Así como ella misma trabajaría en sí misma, en su persona, para poder estar más tiempo con Nao, para poder merecerse a esa chica.

Esta soltó una risa, brillando, como siempre.

“Eso haré, Fuyuko.”

Se sintió hervir apenas su nombre salió de la boca ajena, no, aun no estaba preparada para eso, y como su rostro enrojeció, más de lo que ya estaba ante su situación y su carencia de ropa, Nao soltó una carcajada, disfrutando de eso, notando lo mucho que le afectaba eso.

No podía ser la Sensei siempre, eso lo tenía claro.

“Tú me llamaste por mi nombre desde el comienzo, tengo que hacer lo mismo.”

Nao dijo, aun riendo, orgullosa.

Cerró los ojos un momento, sin poder mirar a Nao a la cara, recordando aquella vez, que recordaba bien, la primera vez que tuvo que dirigirse a Nao, porque esta estaba gritando, bueno, hablando fuerte y riendo en los pasillos, así que debía regañarla, había que mantener un orden, además esa misma mañana la había visto corriendo y eso era algo que tampoco se podía hacer.

“Te llamé por tu apellido, Otake-san, una y otra vez, y no me pusiste atención alguna, como si no te llamases así, así que tuve que usar tu nombre o jamás entenderías que te llamaba a ti.”

Cuando abrió los ojos, notó sorpresa en Nao, esta haciendo memoria, pero parecía sorprendida.

“¿Por eso fue?”

“Por supuesto, no voy a llamarte por tu nombre así nada más, sin razón alguna.”

No era la mejor forma de referirse a alguien, bien podía ser menor, pero aún tenía que tenerle respeto a sus alumnas y llamarlas como correspondía. En respuesta, Nao soltó un suspiro, lucía algo decepcionada, triste incluso.

“Pero yo estaba tan feliz cuando me llamaste por mi nombre, pensé que lo hiciste así de adrede.”

No tenía duda que era iluso de su parte el creer eso.

Aun así, continuó llamándola así, sin formalidades, sin honoríficos, nada, y más que para que esta la escuchase, porque o si no, esta ni siquiera miraba, sino porque veía a Nao feliz cada vez que la llamaba, y no podía evitarlo, le gustaba verla así, feliz.

Y tal vez, ahora, debía ser un poco honesta.

“Me gusta lo feliz que te pones cuando te llamo por tu nombre, así que por eso seguí haciéndolo.”

Se arrepintió de inmediato al hablar, los ojos amatistas brillando, esta soltando un chillido feliz mientras se le volvía a tirar encima, y sintió los besos en su mejilla, en todo su rostro, y fue incapaz de huir de esa demostración de amor. Para una sociedad tan cerrada y carente de demostraciones de afecto, en la que ella encajaba bien, Nao era el completo opuesto, y era abrumador, pero le encantaba.

Se vio soltando una risa, sintiendo cosquillas en su rostro ante tantos besos.

Pero lo aceptaba, aceptaba todo eso, ya no se lo negaría más.

Quería estar más tiempo con Nao, el poder ver su sonrisa, el poder escuchar sus declaraciones espontaneas de amor, el poder sentir su tacto, el poder escuchar su risa, el sentirse completa al estar envuelta en esos brazos.

Sin duda Nao era lo mejor que le había pasado.

Y esperaba ser, siempre, lo mejor también para Nao.

Chapter 136: Childhood Friend -Parte 8-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Honestidad-

 

El día pasó en calma.

Eija no la molestó por lo del abrazo, ni hizo ningún tipo de comentario al respecto de la relación que estaba teniendo, ni tampoco la besó ni nada así. Si, una parte de ella estaba decepcionada, pero por otra estaba tranquila, Eija compartiendo a su lado, jugando con ella, distrayéndola, manteniéndola ocupada, y comenzó a olvidar, rápidamente, el caos de todo lo sucedido.

Al final, su madre le mandó un mensaje, diciéndole que Vilma había vuelto, cuando ellos le dijeron que ellas se habían ido, al parecer habían hablado, y la cosa parecía más tranquila, a pesar de que aún le generase ansiedad el hecho de encontrarse con Vilma luego de lo ocurrido.

Y por lo mismo, Eija, la distrajo.

Almorzaron en el balcón de su habitación, mirando el paisaje, aprovechando del buen día que hacía. A pesar de ella, no hablar mucho en general, Eija como siempre le dio sus tiempos, o, por el contrario, llenó todos los espacios silenciosos con historias o lo que sea que se le ocurriese, y debía admitir que estaría el día entero escuchando a Eija contarle sus historias, le fascinaba.

Así que aquella sensación, aquella molestia, se disipó.

Jugaron, vieron películas, incluso le dio una vuelta por la mansión embrujada, que era enorme, así que tenía muchos lugares escondidos, y a pesar de lo que ese lugar generaba en la rubia, la notó tranquila a su lado, manteniendo su expresión, sin dejarse caer por el negativismo que sentía al estar ahí.

Ambas estaban en calma con la otra.

Y se alegró, de nuevo, de haber ido, de haber aceptado estar ahí, así como agradecía que su madre hubiese tenido la idea.

Sentía que era algo especial, ya que Eija jamás había invitado a nadie a ese lugar, a esa casa, a su habitación, y empezó a sentirse especial, y al parecer, era especial, y aun le sorprendía que fuese así. No creía algo así posible, y aun le costaba aceptar que era la realidad.

Desde ahora en adelante, esa sería su realidad.

Se quedaron ambas acostadas en esa cama enorme, mirando el techo de la habitación. Había terminado la película que estaban viendo, así que se quedaron ahí, comentándola, y no fue ni siquiera consciente de que el sol se había puesto, y poco a poco el lugar empezaba a oscurecerse, pero con las luces artificiales coloridas, no había una oscuridad total.

“Esta casa tiene habitaciones vacías, debería hacer de una de estas un estudio para ti.”

Cuando Eija habló, cambiando completamente de tema, de pasar de la película que veían a algo así, le tomó por sorpresa, así que giró el rostro, buscando el ajeno. Esta no la miraba a ella, por el contrario, miraba el techo fijamente, y sonreía, tranquila, los ojos verdes brillando a pesar de que no hubiese demasiada luz.

“¿Qué?”

Preguntó, y esta soltó una risa.

Realmente le había desencajado, ¿A qué se refería?

Los verdes se movieron para mirarla, y se quedó, una vez más como siempre que mirada a Eija, completamente hipnotizada por sus ojos, los cuales adoraba, así como su sonrisa. Eija era de las personas más solitarias que conocía, pero sus sonrisas siempre eran especiales, siempre la llenaban por dentro, y le sorprendía como alguien que recibió tan poco amor de su familia podía dar tanto.

“Eso, eres mi novia ahora, y en algún momento tendremos que vivir juntas, ¿No?”

Oh.

Ese era un salto muy grande.

Estaba roja, muy roja, e iba a decir algo, pero solo balbuceó silabas sin sentido alguno, y ante esto Eija soltó una carcajada, riendo, hasta que se detuvo, los ojos volviendo al techo, y notó como la expresión cambió rotundamente, el otro lado de la luna, como solía decir. El rostro antes alegre tornándose tenso, dejando su carisma innato, luciendo enigmática, misteriosa, y, sobre todo, solitaria.

“Me estoy adelantando, lo sé. Supongo que la idea de saber que te gusto me obliga a aferrarme a ti, porque si vacilo ahora, siento que te perderé o algo así. Si, suena tonto.”

Eija soltó una risa, sin humor alguno, nerviosa incluso, haciendo una mueca complicada. Y por su parte se quedó en silencio, sin saber que decir. Lo entendía, obviamente podía comprender la ansiedad que Eija sentía. La conocía lo suficiente para saberlo. No quería volver a sentirse sola, y ahora, con ella, ya no se sentía así, así que no podía dejar pasar esa oportunidad.

Y eso la hacía tan feliz, tan emocionada, tan llena, pero al mismo tiempo dolía.

Y pensando en eso, sintió como una lagrima se le escapó.

Eija, rápidamente notándolo, se movió, su mueca de pánico firme en su expresión. Antes de poder esconderse, de ocultarse tras sus manos, sintió las de Eija en sus mejillas, frías, contrarrestando con lo cálido de su rostro y sus lágrimas, los pulgares limpiándola de cualquier humedad.

“¿Estás bien? Soné muy deprimente, ¿No?”

Si, así era.

Cerró los ojos por un momento, su vista nublándose, y se concentró en las manos de Eija, en la sensación que le provocaba, incluso cuando sintió la frente ajena en la suya, así como su aroma, la sensación del cuerpo ajeno ahí, tan cerca.

Intentó respirar, calmarse, agradeciendo la cercanía, que Eija era la única que podía calmarla de verdad, con la única persona que podía sentirse completa.

Y todos esos años, sintió que le faltaba una pieza, se sentía perdida sin Eija, y ahora que la tenía, tampoco podía dejarla ir, no quería. Ella, sobre todo, entendía lo que era la soledad, así que no quería volver a eso, por el contrario, quería seguir ahí, disfrutar de esos momentos, y hacer que cada día fuesen más.

Abrió los ojos, topándose con los verdes, los cuales la miraban, preocupados, pero al notar su expresión, se calmaron, la sonrisa ahora volviendo a estar presente.

“T-tampoco te quiero perder de nuevo…”

Habló, su voz apenas firme, pero logró decirlo, y se sintió orgullosa de sí misma por eso.

Eija parecía sorprendida, pero de inmediato le sonrió, así como le brillaron los ojos. Esta se alejó un poco, pero solamente para dejar un beso en su frente, y disfrutó de la sensación, a la que aún no se acostumbraba, pero vaya feliz que la hacía.

Ambas se habían sentido igual, y eso la dejaba aliviada.

“No me vas a perder de nuevo, ¿De acuerdo?”

Ante las palabras de la mujer, solo pudo asentir, aliviada de que así fuese.

No iba a dejar ir aquello que sentía.

Eija sonrió, sus ojos vagando, y se veía emocionada, mientras se sentaba erguida en la cama, mirando un punto distante, y le gustó verla así, y no con esa expresión que vio antes. No quería que Eija volviese a tener esa expresión de nuevo en el rostro, por el contrario, quería verla sonreír, siempre, quería ser ella quien lograse calmar la tormenta y trajese de vuelta el sol.

Quería hacer que el lado de la luna que viese siempre fuese el brillante.

“Entonces, cuando vivas conmigo, voy a tener un lugar para que puedas hacer tus pinturas, ¿Qué necesitas para eso? Un caballete, ¿No? Pinturas, lienzos…”

Eija comenzó a enlistar usando sus dedos, y ya la veía a punto de comprar todo eso, y se lo imaginaba. Era muy pronto, estaba completamente de acuerdo, ella misma apenas y había mirado lugares donde podría aprender a hacer lo que hacía, de manera profesional, mucho menos se había inscrito, así que le quedaba un largo camino por delante para llegar al punto de hacer cuadros para vender o para exponer.

Aun así, se vio sonriendo al verla así, pensando en el futuro, futuro que ella misma ni siquiera creyó que podría escoger hace solo unos meses, porque lo que la hacía feliz, lo que le gustaba, no era suficiente en ese mundo.

“Estás poniendo muchas esperanzas en mí.”

Habló, y en respuesta, Eija la miró con una mueca de profunda indignación mientras se llevaba una mano al pecho.

“Por favor, eres muy buena, y podrías ser mucho mejor. Tal vez me dedique a hacer tu manager y conseguirte buenas exposiciones, sí, eso haré.”

Se vio soltando una risa ante la motivación de Eija, y se sintió cálida, en su pecho más que en sus mejillas.

No era suficiente para el mundo, pero iba a ser buena, iba a ser mejor, iba a aprender lo que más pudiese, para que lo fuese, para ser suficiente para el mundo, y así, también sería suficiente para Eija.

O tal vez ya lo era.

Miró por la ventana, notando lo oscuro que se había vuelto, y Eija notó eso también.

“¿Deberíamos acostarnos?”

No era realmente tarde, pero no le molestaba la idea de estar más cómoda, así que asintió, y Eija dio un salto, mirándola con sorpresa, los ojos verdes brillando con cierto ápice de maldad, divertida, y ahí se movió, bajándose de la cama velozmente. La vio correr hacia el armario, y no entendió su acción, hasta que lo hizo.

Eija era una gran persona, pero si podía bromear con ella, lo haría.

“¡Traje un pijama!”

Se vio gritando, sintiéndose avergonzada, pero Eija no le puso atención alguna, por el contrario, comenzó a negar, volviendo a acercarse a ella, a la cama.

“No, no, no trajiste nada, así que te voy a prestar algo, así que, ¿Qué prefieres?”

Y se avergonzó más.

Eija le estaba mostrando dos opciones, una era un pijama como el que le prestó a Eija la noche anterior, camisa y pantalón, pero de color rosado claro, y el otro era pequeño, era una camiseta y un short de colores rojos oscuros, y mostraba más piel de lo que acostumbraba. Así que, roja como un tomate, tomó el primero, la rubia riéndose, sabiendo que la avergonzaría de cualquier forma.

“Vamos, yo tuve que usar algo tuyo, solo quería tener mi venganza.”

No quiso mirar a Eija a los ojos, y ver esa expresión que hacía cuando hacía una jugarreta. Obviamente quería que escogiese lo más pequeño, pero, de todas formas, le daba otra opción más neutral, para no hacerla sentir incómoda, aunque el color fuese muy ajeno.

Pero le gustaba, pudo ver a Eija en un color que a ella le gustaba, y ahora era lo mismo, pero al revés.

Ambas ganaban.

Salió del baño, que estaba dentro de la misma habitación cuando terminó de cambiarse, y Eija ya estaba tirada sobre la cama, usando el pijama que ella no escogió, dejando ver sus brazos, parte de su estómago, y sus piernas, también. Se sentía avergonzada por su propia ropa y por la ajena, aunque de ambas, era Eija quien mostraba más piel, a pesar de usar mucha ropa que era varias tallas más grandes.

La habitación tenía aire acondicionado, así que Eija estaba cómoda ahí, sin pasar frio, como era usual.

Los ojos verdes se posaron en ella apenas salió, luciendo emocionada, incluso impaciente por verla.

“Mis colores se ven bien en ti.”

Y ante esa sonrisa, se derritió.

No creía que colores así le viniesen en lo más mínimo, pero aceptó el cumplido. Pensó lo mismo esa mañana, así que no podía decir nada más, ambas pensaban similar.

Se quedó inmóvil en su lugar, aun sintiendo tantas emociones, sin poder siquiera respirar, estaba muy enamorada, y sabía que ya habían dormido juntas la noche pasada, pero no sabía por qué lo sentía diferente, algo en el ambiente, o en la expresión ajena, no lo sabía. Pero estaba nerviosa, mucho. Fue tanto así, su carencia de reacción, que Eija se tuvo que parar para ir donde ella, y tomarla de las manos, acercándola a la cama, instándola a sentarse, sonriéndole, comprensiva en su expresión, suave, así como los dedos acariciando el dorso de sus manos.

“Ven aquí, no te voy a comer ni nada así. Ya te dije que quería que tu tomases la iniciativa, así que puedes quedarte tranquila, no quiero que estés muy nerviosa o te abrumes.”

Y lo entendía.

Pero…

“¿Y si nunca tomo la iniciativa?”

Preguntó, sin poder mirar a Eija a los ojos, por la vergüenza, así como por la impotencia que sentía. Era difícil para ella el hacer algo, el besar a Eija como quería besarla, incluso abrazarla fue un paso que dio llevada por la tristeza, si tal vez solo hubiese querido abrazarla y ya, no habría sido capaz.

No se sentía capaz.

Eija iba a decirle algo, pero continuó.

“¿Estás dispuesta a esperar tanto?”

Nadie esperaría por ella, lo sabía.

Y antes de que su cabeza pudiese hundirla más, como era usual, la voz ajena resonó.

“Siempre te he esperado, ¿No? Además, quiero que estés lista, quiero que hagas lo que quieras, que tomes tus propias decisiones, no quiero forzarte a nada ni que aceptes algo de mí solo porque soy yo.”

Oh.

Era verdad, siempre la esperó, siempre.

A pesar de que solo hubiesen dos años de diferencia entre ambas, le sorprendía lo mucho que Eija había madurado ahí afuera.

Esta le dio una sonrisa, tan tranquilizadora como su expresión, como su voz.

“Eres capaz de mucho, pero te cuesta creerlo, pero siempre he creído en ti, en que si te propones algo lo logras, así que sé que no pasaré mucho tiempo esperando.”

Realmente era afortunada.

Eija la soltó, solamente para soltar una risa nerviosa mientras llevaba una mano a su nuca, sus mejillas tomando algo de color, lo que le sorprendía.

“Sé que a veces soy un poco descuidada, así que no quiero ponerte en un aprieto, eres una buena chica después de todo.”

Y por primera vez, desde que conoció a Eija, se sintió enojada.

Se sintió fastidiada con sus palabras.

Era la primera vez que le molestaba lo que esta decía, y no pudo reconocer la mueca en su propio rostro. Siempre le decían eso, que era una buena chica, y como le molestaba, nunca había dejado de molestarle, y escucharla de Eija…

Los verdes la miraron de reojo, y una vez más, en esa hora, notó pánico en su expresión.

“¿Estás enojada? Nunca te había visto así de enojada, ¿Qué te molestó? ¿Qué dije?”

Nunca se había enojado así.

Nunca con Eija, jamás.

Apretó los labios, sin saber si debía decirlo, si debía vocalizar su molestia o simplemente barrer el problema bajo la alfombra, como una buena chica debía de hacer.

Pero estaba dando un paso, y como dijo su padre, a la única persona con la que realmente hablaba, era con Eija, solo con esa mujer, frente a ella, podía desahogarse, opinar, ser su propia persona. Eija le permitió tomar sus propias decisiones desde que era una niña, y ahora, se lo volvía a repetir, así que eso haría, tomaría su propia decisión.

Además, poco conocían de quienes eran ahora, si, no habían cambiado mucho, pero también había aspectos en los que sí cambiaron, y quería ser honesta, era justo, tenían que conocerse, solo así podrían avanzar como relación, como pareja, y ansiaba que así fuese, se iba a aferrar de esa mujer, y para eso, debía hablar.

“Siempre me han llamado una buena chica, porque no levanto la voz, ni refuto a nada, pero no es porque no quiera hacerlo, sino que es mi timidez, mi vergüenza, mi nerviosismo lo que me acalla.”

No miró a Eija para no distraerse, para no avergonzarse, aunque estaba tan enojada, que probablemente la vergüenza no lograría acallarla esta vez.

“Que mis padres lo piensen, que mi hermana lo piense, que las demás personas, familiares, compañeros, profesores, lo piensen, no me importa, estoy acostumbrada a ese trato de parte de ellos, pero no quiero que seas tú quien lo piense, que diga eso de mí, que malinterprete mis acciones o mi carencia de estas.”

Se rehusaba a que así fuese.

Que Eija pensase de ella lo que el resto creía, que no era nada más que su timidez, que la reacción de su cuerpo ante los estímulos, pero esa no era su verdadera persona, tenía ideas, tenía opiniones, tenía pensamientos que no eran los que una buena chica tenía, y si pudiese ser capaz de expresarse correctamente, las personas que decían eso de ella, ya no lo volverían a decir.

Se vio dudando antes de seguir hablando, pero continuó, Eija manteniéndose en silencio, permitiéndole hablar, permitiéndole desahogarse, como siempre, y a pensar de su enojo, la amaba por eso.

“He tenido pensamientos que no son buenos, sobre todo cuando supe que a Vilma le gustabas. Mi molestia comenzó a crecer, más y más, así que no soy una buena chica, ni soy inocente como también suelen decir. No soy todo lo que dicen de mí.”

A pesar de su voz seria, de su molestia, de la tensión de su cuerpo, escuchó a Eija soltar una risa, y eso la sacó por completo de su trance. Levantó el rostro, mirándola, y esta se estaba cubriendo la boca con su mano, como si intentase contener la risa, para no distraerla o lo que fuese. La miró, sin entender, y esta dejó salir por completo la risa.

Se sentiría indignada, pero esa risa era música para sus oídos.

“Lo siento, no me pude contener. Creeme que cuando éramos niñas tampoco eras una buena chica, ¿Sabes? Soy muy perceptiva, así que me daba cuenta cuando te enojabas porque pasaba más tiempo con Vilma que contigo.”

Oh.

Ahora el rojo había vuelto, así como su vergüenza, y Eija volvió a reír al notar su expresión avergonzada.

No se acordaba de eso, o si, no lo sabía.

Eija se acomodó, acercándose más a ella, sujetando sus manos con firmeza, y por su rostro, por la expresión que tenía encima, sabía que se iba a avergonzar aún más.

“Para mi eres una buena chica, porque siempre has sido buena conmigo, no lo decía por ninguna otra razón. Me refería a que si yo decidía hacerte algo inapropiado no me ibas a quitar de encima porque eres buena conmigo, y probablemente te dejarías hacer lo que sea, aunque estés incómoda.”

Ah.

Oh.

Se refería a eso.

Oh por Dios.

Lo peor es que tenía razón, lo pensó la noche anterior, asumiendo que Eija haría algo, y aceptó que eso sucedería y no le pareció mal. Eija la conocía demasiado bien, a pesar de todo.

Aunque sus manos estuviesen bajo las ajenas, se liberó, solo para esconder el rostro rojo en sus palmas, sintiéndose hervir como nunca antes. Al parecer había malinterpretado todo, y se había dejado en evidencia de esa manera, cuando Eija se refería a algo semejante. La escuchó reír mientras por su parte soltó un chillido en su mano, sin poder controlar sus emociones en ese instante.

“Debí haber sido específica, lo siento, Veera. Pero miremos el lado positivo, no eres una buena chica ni eres inocente, así que todo está bien.”

Entendió de inmediato el tono pícaro en su voz.

Oh no, ahora todo sonaba aún más inapropiado.

Ojalá pudiese desaparecer en ese momento, pero sabía que no podía. Sentía que su rostro le estaba quemando las manos. Era demasiado. Al menos Eija no había tomado a mal sus palabras, prácticamente la trató mal, asumiendo algo que no era.

Aunque se estaba riendo ahora, así que al parecer estaban a mano.

Las manos de Eija llegaron a las suyas, sujetándolas, pero no había firmeza alguna, no parecía querer sacarla a la fuerza de su escondite, por el contrario, de nuevo le daba la opción, y eso hizo, respiró profundo y dejó de ocultarse en sus manos, y frente a ella estaba Eija, sonriéndole, suave, dulce, y su corazón comenzó a latir deprisa, creía que podía ver rojo en el rostro ajeno, de nuevo, y aquello le gustó, tal y como antes.

No estaba sola en esto.

“¿Quieres que nos besemos para romper la tensión?”

Eija estaba bromeando, pero sabía bien que sus bromas solían venir con tintes de verdad, así que tomó eso como una sugerencia real, así que, aun sintiendo su pecho apretado por los latidos fuertes que golpeaban la zona, asintió.

Notó cierta sorpresa en los verdes, pero esta rápidamente se calmó, cerrando los ojos, dándole no solo la opción, sino también la privacidad para tomarse el tiempo que necesitase, y aceptó la invitación.

Temblando, llevó una mano a la mejilla fría, pero más cálida de lo que acostumbraba, y se acercó, teniendo ya el aroma de Eija memorizado, acostumbrándose a este, sumado al propio, y quería seguir sintiendo su aroma en el cuerpo ajeno.

Le fascinaba.

Su mundo se detuvo cuando al fin la besó, y se dejó llevar, disfrutándolo, sabiendo que Eija aceptaba eso, que quería dar los pasos que fuesen necesarios, por lo mismo le daba a ella el deber de avanzar, para ir a su ritmo, y lo apreciaba.

Pero no era tan inocente para esperar, por el contrario, estaba impaciente.

No era una buena chica en lo absoluto.

 

Chapter 137: Nun -Parte 6-

Chapter Text

NUN

-Correcto-

 

La nieve no había parado.

No había logrado amontonarse tanto, cayendo despacio, sin tanta fuerza, pero era lo suficiente para hacer que las personas estuviesen, en su mayoría, dentro de sus casas, aún más considerando la hora que era, el sol ya habiéndose puesto hace horas.

Y ella estaba ahí afuera.

Estaba acostumbrada al frio de la zona, vivía ahí desde siempre, y dentro de la iglesia, el frio también era recurrente, aun así, en ese instante, tuvo que abrigarse más de lo usual, ya que si, estaba acostumbrada al frio, pero no a estar en la intemperie, la nieve cayéndole encima.

Su hábito estaba bien puesto, así como el chal que llevaba encima, grueso, abrigándola del mal tiempo.

Se acomodó frente a la tumba, y ya llevaban varios días de su pérdida, semanas, así que era imposible saber dónde fue enterrada su hermana, ya la nieve había tapado la evidencia, la tierra suelta o la placa de roca que daba la información necesaria. No, ahí afuera, en el cementerio, solo había blanco, no se podían distinguir las placas, nada. Ni siquiera lucía como un cementerio, y le sorprendió hace mucho que no salía de la iglesia, para ver algo semejante.

Todo estaba blanco.

Excepto donde pisaban las pezuñas.

El demonio se levantó, erguido, creciendo, tomando su tamaño real, mientras se acercaba a la tumba, cada uno de sus pasos marcando la nieve, pero no como meras pisadas, si no que su cuerpo ardía tanto, era tan cálido como el infierno, que hacía que esta se derritiese al menor tacto.

No había nadie por ahí, por la zona, y la oscuridad cubría lo que ocurría, pero incluso si las personas no pudiesen ver a ese demonio, creía que sí podrían ver las marcas que sus pezuñas hacían.

Agradecía que fuesen a hacer el deber que tenían pendiente a esa hora, lejos de miradas curiosas.

Deber que tenían, ahora lo había tomado como propio, cuando no tenía nada que ver con ella.

No, lo tenía, porque era su hermana quien estaba ahí, quien aún no pagaba por sus actos.

Dios creó el infierno, para castigar a quienes rechazaron el camino de la luz, quienes rechazaron la salvación, ahí arrojó a los ángeles caídos, al primero de todos, a Satán, cuando su relación con Dios se volvió insostenible, y al final, ese lugar era necesario en ese mundo, sobre todo lidiando con seres que pecaban, necesitaban ir a un lugar donde fuesen castigados, y si ese lugar aún existía, era porque Dios lo permitía.

Y esa alma debía estar ahí, ardiendo en el fuego eterno, pagando por sus actos.

Ese era el plan de Dios, el juzgar las almas y decidir sus destinos, y ella debía seguir su palabra.

Por lo mismo, no pudo quedarse quieta, sabiendo que tal vez estaban en polos opuestos, que sus valores, que sus creencias, que sus vidas eran completamente diferentes, veían el mundo con un filtro opuesto, pero en ese instante, ella y ese demonio tenían un mismo objetivo, que era hacer que esa alma obtuviese el castigo ante los pecados que cometió en vida.

Era su responsabilidad como la sierva que era.

El demonio se puso de cuchillas, las pezuñas que, si bien se veían frágiles, soportaban el peso sin problema, y luego notó como esta llevó las manos, sus garras, hacia el montículo de nieve, donde abajo debía de estar la tierra, luego el ataúd, y dentro de este, el cuerpo.

Pudo sentir el calor aumentar, proviniendo del ser, la nieve derritiéndose a su alrededor.

Al parecer estaba usando magia de algún tipo.

Pero su rostro había perdido la confianza que tuvo cuando salieron de la iglesia, ambas convencidas de que era el mejor momento para sacar el cuerpo, para liberar el alma. Ahora se veía molesta, se veía dolorida, estaba haciendo un esfuerzo grande, pero nada ocurría.

“Creí que, al estar fuera de la iglesia, mis poderes crecerían…”

¿Pero…?

Oh.

Ni siquiera tuvo que esperar a que el demonio continuara, ya que el cuerpo demoniaco comenzó a sisear, y eso solo era una prueba más de lo que pensó.

Era un cementerio.

Tierra santa.

El demonio soltó un chillido ronco, mientras sus manos siseaban, su piel antes rojiza, tornándose más clara, la luz contaminando la oscuridad, en vez de que fuese al revés. A pesar del evidente dolor que experimentaba, negó, esforzándose, sin querer rendirse. Claramente se estaba esmerando, luego de que el último tiempo había cuestionado si sería despedida o no, así que tenía urgencia, ella misma se lo dijo, que, si no se movía pronto, era su fin.

Y no sabía por qué, pero el demonio parecía aterrado de ser despedido del infierno, y no entendía cuál era la razón, no creyó que sería la gran cosa, ya que, no conocía esos aspectos de ese mundo, era completamente ajeno. Todo lo que se corrompía en el cielo y en el mundo humano, caía al infierno, pero ¿Qué había después?

Eso no lo sabía, ni había escuchado nada similar.

Sabía que no debía tener empatía ni sentir lastima de un ser corrupto, pecador, pero, aun así, se sintió acongojada al escuchar los quejidos, los sonidos graves y adoloridos, que no paraban, mientras las manos rojizas parecían quemarse, pero de una forma completamente opuesta a la forma en la que el mismo demonio quemaba su alrededor.

Estaba sufriendo.

Y era empática, a pesar de siempre ser reservada con sus emociones, así que se acercó, intentando evitar que el demonio continuase, el brillo en sus manos, extendiéndose hacia sus codos, subiendo, quemando más y más, la luz ardiendo, manchando.

No podía atravesar la tierra santa, mucho menos podría evitar la barrera bendecida que el ataúd tenía, por lo tanto, mucho menos tendría fuerzas para sacar el alma del cuerpo, que se aferraba sin vacilar.

No, era imposible.

“Detente, es suficiente.”

Habló, pero el demonio negó de nuevo.

“No tengo mucho tiempo…”

Así que no lo tenía.

A pesar de lo que creyó, en el infierno si existían reglas, si existían deberes que debían cumplirse, responsabilidades, claramente no tan estrictos como en el cielo, esta misma le dijo, pero, aun así, debían acatar.

Y esa era su responsabilidad, que aún no había cumplido.

Para su sorpresa, el demonio soltó un quejido, sus manos finalmente atravesando la tierra santa, atravesando el sólido como si se tratase de un fantasma, pasando a través, y se vio sorprendida por el logro, al parecer la subestimó.

Sin embargo, no fue eso suficiente.

La luz apareció con más fuerza, y el demonio salió despedido, su cuerpo siseando, chillando, cayendo metros más lejos, y el cuerpo era grande, fuerte, era claro que esa fuerza fue intensa para mover así de fácil a un ser semejante.

No, ese demonio no era lo suficientemente fuerte para llegar a la pecadora, para vaciar el cascarón corrupto, y si no podía, entonces, ¿Quién sí?

Rápidamente se movió, buscando en dirección donde el demonio fue lanzado, y notó las marcas en la nieve ante la brusquedad de la caída, pero no veía el cuerpo por ningún lado. Estaba oscuro, sí, pero no lo suficiente, así que ver al demonio no sería problema.

Pero no lo hallaba.

¿Había desaparecido ante la luz?

A pesar de tener esa teoría, que era válida hasta cierto punto, siendo esta lo suficientemente intensa para expulsar a la creatura del mundo de los vivos, siguió buscando. Se movió entre la nieve, buscando cerca de las marcas que quedaron, apresurándose, antes de que la nieve que caía fuese lo suficiente para tapar todo.

Entonces vio un agujero pequeño en la nieve.

Se agachó, para mirar dentro, y vio al demonio, este ahora en su forma pequeña, incluso más pequeña de lo que acostumbraba, totalmente inconsciente. Acercó las manos para quitar la nieve de encima, descubrió a la creatura, su cuerpo era diminuto, pero, aun así, notó las marcas de heridas en sus manos, en sus brazos, en su inhumanidad. Pudo haber debatido su acción a tomar, considerando quien era ella, sus valores, y quien era esa creatura, pero no lo pensó, por el contrario, simplemente se movió por reflejo, de manera inconsciente, tomando a la creatura en sus manos, esta tan pequeña que la ocultó entre sus palmas.

Y acostumbraba al calor que el demonio le daba cuando se le subía encima, o ahora que prácticamente compartían habitación, el demonio sin querer alejarse, podía reconocerlo sin problema, pero ahora no notó ese calor, de hecho, sentía que la creatura estaba fría.

Preocupantemente fría.

No dudó en caminar hacia la iglesia, a paso rápido, mientras ocultaba al demonio entre sus manos, evitando que nadie pudiese verlo, y no, no solían verlo, pero ahora no parecía tener poder, tener magia, y podría ser que era eso lo que evitaba que otros la viesen.

Si estaba débil, tal vez sería vista, y no iba a arriesgarse.

La iglesia estaba cálida en comparación con el frio de afuera, incluso su habitación, y luego de unos momentos de caminata rápida, ella misma se sintió entrar en calor.

Menos sus manos, sus manos seguían frías.

Lo primero que hizo, al llegar a su lugar privado, fue dejar al demonio sobre su cama, y fue a prender una vela, esperando que el calor pudiese servir de algo, así que cuando tuvo el fuego ahí, a su alcance, volvió a tomar a la creatura, y la acercó al fuego, al calor, sus propias manos calentándose en el acto, pero el cuerpo ajeno aun no, aun frio, aun inmóvil.

Era tonto lo que estaba haciendo, era por completo lo contrario a lo que debía hacer, ya que, un demonio, era algo peligroso, algo que no merecía perdón, que debía ser expulsado de ese mundo, y ella ahora intentaba salvarlo. Esperaba que Dios no se enojase con ella por hacer aquel acto absurdo, pero al final, si bien era un demonio, lo veía como un ser vivo más, y como tal, merecía respeto.

Y eso era lo que decía Dios.

Ser amable y compasivo, el generoso será siempre bendecido.

Debía cuidar y respetar a todos los seres vivos, por lo mismo uno de sus deberes, una de las grandes prohibiciones, era no matar. Incluso cuando el invierno se ponía difícil, debían asesinar animales para poder alimentar al pueblo, pero incluso en esos momentos, pedían perdón y agradecían el alimento, tal y como debía ser, venerando las vidas, incluso después de la muerte.

Y si ella simplemente ignoraba a la creatura ahí, en la nieve, congelándose, desapareciendo, sería casi como si la hubiese matado, aunque ni siquiera estaba segura si podía morir o no, pero en ese instante, parecía que sí.

Se sentó en la cama, sin dejar que sus manos se alejasen demasiado del fuego, intentando que el demonio poco a poco volviese a tener el calor usual, y no sabía si eso estaba siendo útil o no, pero al menos diría que lo intentó, que intentó salvar una vida.

Como prometió que haría si tenía la oportunidad, como su hermana la salvó a ella, ya fuese literal o metafóricamente.

Iba a hacer algo.

Dios le dio esa vida, le dio la oportunidad de seguir, así como sus padres la trajeron a ese mundo, y los honraba siempre que podía. Había sobrevivido a la peste, había sido inculcada en esas enseñanzas, y por lo mismo, debía pagar acorde. Viviría por sus padres, viviría por Dios, y haría lo correcto, seguiría el camino correcto tal y como debía de hacer, esa era su responsabilidad, su deber, su motivo para seguir existiendo.

Ante su ansiedad, ante su preocupación, comenzó a rezar, como era su costumbre, siempre que se sentía así, rezaba, era su confort, la única forma en la que podía devolverse la calma, así que eso hizo, esperando también que su rezo no fuese contraproducente, y terminase de acabar con el demonio entre sus dedos.

Tal vez estaba cometiendo un error, pero quería decirle a Dios, que creía estar haciendo lo correcto, que salvar a alguien, como ella fue salvada, era lo que debía de suceder, y esperaba que Dios la perdonase a pesar de todo.

Cuando terminó, se quedó mirando al demonio entre sus manos, aun quieto, frio, pero ya no tanto, tomando algo de calor de la vela, de la habitación, de su propio cuerpo, y agradeció que así fuese. Su calma volvió por completo cuando la creatura se movió, su cuerpo aun visiblemente herido removiéndose, los ojos violetas, como la punta de un alfiler, siendo visibles, observándola de vuelta.

Y para su sorpresa, parecía haber vuelto con buenos ánimos, ante su pequeña sonrisa.

“Tú eres el verdadero ángel…”

El demonio habló, sin la fuerza usual, sin el eco, sin esos sonidos inhumanos, si no que sonó débil, apenas un chillido. Pero lo notó agradecido, esforzándose para hablar, aun cuando apenas era capaz.

Sonrió ante el cumplido, aunque esa comparación le parecía demasiado, no creía que mereciese ser llamada así, solo era humana, solo era mortal, no podría llamarse así al tener sus errores, sus miedos, su terrible personalidad. No era perfecta, ni creía poder serlo, por lo mismo jamás podría ser llamada como algo semejante, algo divino, algo único.

Pero deseaba, al menos, el que fuese notada por Dios, ante sus esfuerzos, el poder pararse frente a esa divinidad cuando su final llegase, y poder agradecerle por hacerla una mejor persona, por darle la oportunidad de vivir cuando creyó que lo único que le quedaba era la soledad, la angustia y la muerte.

Ahora vivía en calma, estaba en calma.

“¿Estás sonriendo? Al parecer estabas preocupada por mí, ¿No?”

El demonio soltó una risa, débil, mientras se removía en sus manos, sin fuerzas para volar, para siquiera sentarse sobre sus manos, mucho menos iba a recuperar su forma usual. Le sorprendía siquiera que tuviese energías para bromear, para poder reírse, para molestarla como llevaba haciéndolo durante todos esos días.

Notó como las heridas en sus brazos seguían ahí, recordando el dolor que sintió, y creía que aún lo sentía, aun sentía la luz quemándole, lo notaba en su respiración entrecortada, en los temblores de su pequeño cuerpo.

¿Cuándo le tiraba agua bendita, cuando ponía la cruz cerca de su inhumanidad, también sentía ese dolor?

La idea le volvió a causar lastima, y no quería hacerle daño, a nadie.

Tal vez estaba reaccionando de manera desmedida ante cosas pequeñas, ya que el demonio no había intentado nada grave desde la primera vez, solo agobiarla y abrumarla, pero nada que pudiese acabar en su corrupción, como fue al comienzo, cuando lo intentó por primera vez.

Sentía algo de culpa ahora.

“¿Te duele?”

Preguntó, el demonio mirándola de vuelta, sus ojos grandes para lo pequeño que era su cuerpo, su rostro. Luego bajó la mirada, observándose a sí misma, a sus brazos heridos, las marcas que dejó la luz tiñendo su piel, sin pasar desapercibida.

El demonio, pensativo, asintió.

“No creí que dolería tanto.”

Y pudo notar el dolor.

Ella misma conocía el dolor de cerca.

“¿Tienes frio?”

Preguntó de nuevo, el demonio mirándola finalmente, sonriendo, de nuevo enérgica a pesar de no tener energía alguna, claramente se estaba esmerando, podía notarlo.

“¿Por qué preguntas? ¿Me vas a dejar dormir contigo para que me des calor?”

Rodó los ojos.

No le sorprendía, ni un ataque semejante podía impedir que el demonio dijese cosas similares.

Antes de decir nada, negó.

“No puedes, si duermes cerca, te vas a quemar de nuevo.”

Con sus cruces, el demonio no podía acercarse demasiado, ya lo había notado, por lo mismo estaba segura cuando estaba dormida, porque eso la protegía, de día, consciente, era diferente, ahí tenía que esmerarse más, pero era tranquilizador saber que estaría segura en sus momentos vulnerables.

Dios la cuidaba en su manto, la protegía en sus momentos de mayor vulnerabilidad.

“Oh.”

El demonio soltó un sonido antes de poner una cara triste, resignada, decepcionada, su cuerpo haciéndose un ovillo, viéndose aún más pequeña de lo que era. Era otra manipulación en la que no debía caer, así como no había caído antes, sin embargo, tal vez ahora se sentía un poco mas débil, un poco más suave tal vez, por la culpa, por la lastima.

Así que habló.

“Si te comportas, te dejaré dormir en mi mano.”

No sabía si eso sería lo suficientemente seguro, pero el demonio sonrió, levantándose de su mano, celebrando, a pesar de que chilló ante el dolor, olvidando por un momento que su cuerpo aún estaba malherido, y como veía, tal vez tardaría en pasar, en recuperarse.

Como prometió, el demonio se quedó callado, comportándose, mientras ella se preparaba para ir a la cama, y cuando estuvo lista, ahí recién fue donde el demonio, este ahí al lado de la vela, esperando pacientemente, a pesar de lo inquieto de su cuerpo.

Se acomodó en la cama, y apagó la vela.

Sabiendo qué, si el demonio se le acercaba, probablemente se quemaría, fue ella quien la sujetó una vez más, permitiéndole el acercamiento. Cerró los ojos, teniendo los brazos a sus costados, como usualmente dormía, pero esta vez tenía una mano abierta, el cuerpo inhumano acomodándose en su palma.

Aún estaba fría, aun temblaba, pero escuchó los ronquidos, esta vez leves, silenciosos, el ser durmiéndose de inmediato ante el cansancio, ante el dolor.

No creía que estuviese haciendo un bien para su posición, para la iglesia.

Pero si estaba segura de que había hecho lo correcto, y eso era suficiente.

Soltó un suspiro profundo, y decidió dormir.

 

Chapter 138: White Cat -Parte 6-

Chapter Text

WHITE CAT

-Decepción-

 

Despertó, sintiendo su cuerpo cansado.

No, más su mente que su cuerpo.

Se quedó mirando hacia arriba, hacia la litera que estaba sobre la propia, acostada en el agujero oscuro que era su cama, la cortina dándole cierta privacidad.

Y era sin duda decepcionante despertar así.

Llevaba días despertando así, sintiendo que algo que faltaba, porque por supuesto que algo le faltaba.

Cerró los ojos, incluso sabiendo que tenía que despertar pronto para ir a clases, no le tomó mayor importancia, prefirió quedarse ahí, en silencio, y disfrutar de sus pensamientos, de sus recuerdos, ahogándose en estos, en una fantasía que no era ni sería jamás la realidad, se había obligado a negárselo.

Podía ver lo claro del día, lo claro de las cortinas a su alrededor, la luz siendo tanta que ardió en sus ojos que de por si eran delicados ante tanto brillo, así que los apretó, cerrándolos, intentando acabar con tanta luminosidad. Entonces vio oscuridad tras sus parpados, el cuerpo a su lado acercándose, posicionándose sobre ella, tapando la luz, tapando todo lo que le ocasionaba malestar, y solo ahí pudo abrir los ojos.

Disfrutó de esa imagen frente a ella, de esa hembra con la que había pasado toda la noche entera en vela, y a pesar de apenas haber dormido, se sentía enérgica, se sentía viva como nunca antes. Esta le sonreía, divertida, su nariz morada, así como una de sus mejillas, así como su cuello, y no pudo contenerse, llevando las manos a ese rostro, sujetándola, sus dedos posicionándose en la zona, notándose de inmediato que fue ella quien hizo aquellas marcas, la evidencia siendo obvia, el tamaño coincidiendo.

Y ahí vio la marca morada en su propio antebrazo, y sabía que la mano de Rylee también coincidía con la marca aquella.

Tenía claro que había marcas semejantes en todo su cuerpo, y pensar en eso le causó un placer inmenso.

Probablemente tendría que usar su uniforme de invierno solamente para ocultar las marcas, pero poco le importaba, en ese segundo, para ella, cada una de las heridas que tenía en su cuerpo eran muestras de afecto, eran un regalo que aceptaba, que disfrutaba. Parecían salidas de una batalla, de una eterna pelea, y quizás era eso de cierta forma.

Y pelearía en una cama con Rylee las veces que fuesen necesarias para satisfacerse.

Pero no podía hacerlo más, se había acabado.

Por lo mismo no dudó en moverse, en atraer el rostro ajeno al suyo, y besar esos labios una vez más, los suyos doliendo con el gesto, y no dudaba que los tenía hinchados luego de haberse besado y mordido durante tantas horas. Pero eso no era suficiente para no seguir, no era excusa suficiente, así que siguió así, besándola, hasta que perdió el aire. Era un adiós, ambas lo sabían, lo supieron la noche anterior, y lo aceptaron, así que se besaban como si no se fuesen a volver a ver.

Y, de hecho, no se volverían a ver.

No se habían vuelto a ver.

Por lo mismo era tan decepcionante despertar luego de lo ocurrido, porque era miserable, quería más, necesitaba más, y sabía que no podía hacer nada más que aceptar que así era su vida. Era agobiante, era triste, y la frustraba incansablemente, tanto así para desquitarse en la ducha del dormitorio apenas tenía la oportunidad, el único lugar donde podía tocarse con la brusquedad y con el ímpetu que necesitaba, porque en su cama, ahí, rodeada, no podría, su aroma sería evidente, y no podía dejarse en evidencia.

Al final, siempre que salía de la ducha, acababa más frustrada que cuando entró.

Podía calmar durante unos momentos sus necesidades, pero no podía suplir lo que ansiaba sentir, el tacto que extrañaba, el sabor que extrañaba, las sensaciones que pasaban por su cuerpo que solo Rylee provocaba. Aun le sorprendía que eran eso, extrañas, no sabían nada de la otra, y aun así no podía sacársela de la cabeza, y creía que a esta le pasaba lo mismo.

La conexión que tenían era insuperable.

Luego de esa noche, era imposible que encontrasen a alguien que reaccionase tal y como lo hacían entre ellas.

Y eso era, de nuevo, decepcionante.

Deseaba no haber usado aquella trampa para poder tener sexo con Rylee, si tan solo hubiese borrado aquel video y ya, ahora no tendría que estar pasando por esos sentimientos tan intensos en su interior, simplemente seguiría su vida con normalidad, su vida normal, pretendiendo como debía de hacer para que todo siguiese correcto, en su lugar, pero en cambio, lo hizo, y ahora no podía sacarse a esa hembra de la cabeza.

Incluso se miraba el cuerpo, recordando las heridas que quedaron, y sus cuerpos sanaban bien, y era una desgracia, porque las cicatrices apenas quedaban, prácticamente invisibles, y quería que los dientes ajenos quedasen para siempre grabados en su piel.

Decepción tras otra.

Todo parecía normal, ese día parecía normal, como cualquiera, con sus problemas, con sus molestias, con esas cosas que odiaba de su existencia. Incluso ir al Día de la Biología, que debía hacerlo si o si, para aparentar ser normal, aunque recibiese miradas de su misma especie, la dejaba molesta, porque no eran solo miradas, eran palabras que oía, que nadie le decía de frente.

Nadie se levantaba, se ponía frente a ella, y le decía las cosas a la cara.

Como Rylee lo hacía.

No podía más.

No hoy.

No lo soportaba.

No llevaba adentro ni diez minutos, cuando se levantó, y decidió salir de ahí, escuchando risas y burlas de sus pares, pero no les prestó atención, aunque tenía claro que tal vez, su rostro, había mostrado algo de su sentir, a pesar de intentar evitarlo.

Estaba harta.

No podía seguir así.

Así que comenzó a correr por los pasillos, todo el lugar desierto, todos en sus habitaciones correspondientes, con su respectiva especie, disfrutando de esas horas de paz, donde se calmaban, donde mantenían sus instintos a raya, y ella ya no podía soportarlo, no funcionaba, no quería entrar ahí dentro, porque no pertenecía ahí. Sin importar cuanto fingiese, cuanto pretendiese, ya no podía más.

Su cuerpo era débil, por lo mismo comenzó a jadear, apenas capaz de respirar correctamente mientras corría, como si fuese perseguida, con ese pánico dentro, y sabía que estaba cometiendo un error, que salir de esa sala era suficiente para crear rumores sobre ella, pero no podía soportar más el negarse a sí misma, era imposible de suprimir.

Lo había hecho antes, lo llevaba haciendo tantos años, desde que comenzó su pubertad, desde que empezó a sentir como el golpe le llegaba encima, como lo que era empezaba a florecer dentro de ella, y lo consiguió, pudo mantenerse en paz, en calma, pretendiendo que no era el animal que era, pero ahora, semanas atrás, pudo probar lo que se sentía la libertad, lo que era el poder sacar lo que tenía dentro, sin miedo, sin prohibiciones, sin reglas, sin tener los ojos de los demás sobre ella todo el maldito tiempo.

Lo estaba intentando, pero jamás podría ser quien ellos querían que ella fuese, jamás podría cumplir con su rol en la sociedad, jamás podría traer crias al mundo o ser el animal carente de cualquier rasgo animalesco. Eso era lo mínimo que le pedían, y no iba a poder, no podía más.

Soltó un jadeo cuando llegó a su destino, sus pies llevándola a ese lugar, al lugar que esa hembra le dijo que podían reunirse, al salón de un club que ya no tenía miembros, por lo mismo pasaba vacío. Ese era un lugar seguro, donde podría estar en paz, estar en calma.

O tal vez, si tenía suerte, todo lo contrario.

Abrió la puerta, sintiendo el corazón latiéndole en el pecho, en la garganta, por el cansancio, así como por la impaciencia.

Vio a Rylee ahí, sentada en aquel sofá, tranquila, mirando su teléfono, con su uniforme puesto.

No estaba ni en la sala de los lobos, ni en la de los perros, porque no pertenecía, porque prefería no entrar si es que iba a sentirse peor que antes que entraba.

Justo como ella.

No pertenecían.

Los ojos claros la miraron, con sorpresa, prácticamente saltando en su lugar ante lo abrupto de la puerta abriéndose, probablemente ni la escuchó correr, y como había música ahí sonando, se lo esperaba. Notó confusión en el rostro de Rylee, porque esta sabía que no debían verse, que estaba prohibido, le hizo caso, fue considerada con ella, respetó sus reglas, no la buscó, no se buscaron, porque era lo correcto, solo eso impediría la catástrofe.

Y ella fue la más certera en eso, ya que Rylee no perdía nada, de hecho, hasta tendría mejor reputación si es que comenzaba a tener sexo con una carnívora en vez de herbívoras como era costumbre, sin embargo, ella, lo perdía todo, porque sabrían la verdad que tanto se estaba esmerando en ocultar, porque ya le era difícil vivir ante todo el odio y el abuso al que era sometida, solo por ser lo que era, mucho peor sería si se enteraban quien realmente era, no estaba lista para eso.

Las consecuencias serían devastadoras.

Sin embargo, cerró la puerta tras ella, e hizo lo completamente opuesto.

Se quitó el cinturón de la cintura, y levantó su uniforme, sin dudarlo, comenzó a sacárselo por la cabeza, sin vergüenza alguna, sus instintos arrebatándole cualquier cordura, cualquier decoro, no podría resistirse, no podía más, su vida era demasiado decepcionante, continuar así era un castigo tras otro, y no estaba dispuesta a continuar sintiéndose así.

Avanzó, dejando atrás su uniforme, mientras Rylee la miraba con sorpresa, incrédula, su boca moviéndose, queriendo decirle algo, pero apenas llegó cerca, apenas puso las manos en ese rostro cálido, apenas conectó su piel a la ajena de la que tan sedienta estaba, notó como su expresión cambió, como comenzó a sonreírle, mostrando los colmillos, disfrutándolo, convirtiéndose en el lobo apenas estaban la una al lado de la otra.

Se sentó en el regazo de Rylee, las manos sujetándola de la cadera, apegándose mutuamente, y no dudaron en besarse apenas tuvieron la oportunidad. Estaba acelerada al haber corrido, pero en ese instante creía que lo estaba aún más, su corazón a punto de estallar en su pecho, y ya no sabía si era por la emoción, o por el miedo, o tal vez por ambas.

Lo arriesgaba todo, lo sabía, cada vez que estaba al lado de esa hembra, tenía claro que todo podría caerse a pedazos, y una vez estuvo bien, no quería morir sin haberse acostado con nadie, la segunda fue una casualidad, algo que ocurrió que ninguna buscó, después de eso, no debían continuar, pero esta vez lo hizo de adrede, la buscó de adrede, cayó, y podía decirse lo que sea como excusa, pero ya no tenía ninguna.

Solo quería volver a estar ahí.

Volver a tener la piel ajena con la suya, a la que tan adicta estaba.

Rylee la besó, la sujetó, las manos moviéndose por su cuerpo, quitándole el sujetador, deshaciéndose de la única prenda que quedaba en su torso, para luego masajear sus pechos, moldeándolos, tirando de estos con brusquedad, dejándolos hinchados, pero le gustaba así, le encantaba así.

Sintió los colmillos golpeando sus labios, queriendo más, y lo permitió, estos enterrándose en su labio inferior, sacando sangre, y no le importó, de hecho, el sabor metálico le gustaba, y continuó con aquel desplante, siendo ella quien ahora hacía lo mismo, quien mordía el labio ajeno, rompiéndolo, disfrutando del sabor.

Ahí el beso se volvió más intenso, si es que eso era posible.

Rodeó el cuello de Rylee, y no fue suficiente la cercanía, así que metió las manos dentro del cuello de su uniforme, metiéndose dentro, y enterró las uñas en su espalda, disfrutando tanto la sensación como los gruñidos de esta contra su boca.

Eso solo causó aún más euforia, más impaciencia.

Aún tenía su ropa interior, no pensó en sacársela, aunque era lo primero que se quería sacar, pero para Rylee ese no fue un problema, simplemente la movió, la sacó del camino con sus dedos, y entró, estrepitosamente, y estaba tan húmeda, ya que vivía en una constante frustración, que estaba lista para recibirla.

Se aferró al cuerpo grande a su disposición, y era incorrecto, no debía, pero dejó de besarla solo para quedarse en su cuello, y tal vez esta se había contenido, pero ella no, ya no podía contenerse más, estaba harta de contenerse, así que mordió, profundo, sintiendo los latidos en su boca, tan cerca, y se llenó la boca de la sangre que por ahí corría, caliente, y tan deliciosa.

Era un éxtasis en sí mismo, y empezó a sentirse impaciente, empezó a querer llegar pronto, y comenzó a mover la cadera, a saltar si era necesario sobre la mano de Rylee, mientras esta gruñía, agarrándola del cabello, la mano sujetándose de su trenza, podría incluso tirar de su cola y eso no le molestaría en lo absoluto.

Comenzó a chupar, a lamer, a marcar, el cuello que tenía ahí, frente a ella, disfrutar de la sangre que emergía de la herida que había causado.

Eso estaba tan mal.

Estaba horrible.

Y como le gustaba.

Rylee tiró de su cabello, forzándola a alejarse, a mantener las distancias, y soltó un gruñido en respuesta, queriendo estar más a donde estaba, para seguir disfrutando. Pero era esta quien quería más, y llegó a su cuello, sujetándola con los dientes, la mordida siendo mucho más grande que la suya, y al sentir los colmillos enterrándose en su zona más vulnerable, se sintió cerca de venir, un ronroneo escapándosele cuando lo único que debía sentir era miedo y dolor.

No era ella misma.

No era quien fingía ser.

Y era un alivio que así fuese.

Al fin, luego de semanas, dejó de sentir decepción.

Se aferró de la nuca de Rylee mientras esta siguió tirando de su cabello, alejándola un poco más, pero esta vez, fue para enterrar los dientes en uno de sus pechos, no sin antes morder su pezón, chuparlo, dejando toda la zona completamente hinchada.

Ya no podía más.

Las embestidas se volvieron más intensas, mientras la boca pasaba de un pecho a otro, destruyéndola, y así mismo aliviando su insatisfacción.

Enterró las uñas en la nuca de Rylee, profundo, rompiendo la piel, de nuevo, y disfrutó de la sensación, se embriagó en la sensación, sobre todo el placer que la abrumaba en ese instante, haciéndola temblar, haciéndola removerse, haciéndola gritar.

Cayó rendida sobre el cuerpo ajeno, sus extremidades cansadas, temblorosas, y se quedó ahí, en el cuello de Rylee una vez más, acostada sobre esta, sudando, goteando lubricación y sangre, y dudaba poder sentirse mejor que en ese instante, su sonrisa no podría borrarse de su rostro, aunque así lo quisiese.

Estaba en el paraíso.

Los brazos fuertes de Rylee la sujetaron, firmes, manteniéndola ahí, apegada, y le agradeció pasando la lengua por la herida que causó, así como por su mejilla, esta sonriendo ante el gesto, volviéndose el perro, y le gustaba esa dualidad, que le hizo la vida tan complicada, y esperaba que a Rylee le gustase el color de sus ojos, de su cabello, que le hizo la vida tan complicada.

Lo que los demás rechazaban.

Ellas aceptaban de la otra.

Solo pertenecían ahí, en los brazos de la otra.

 

Chapter 139: Waitress -Parte 5-

Chapter Text

WAITRESS

-Comodidad-

 

Era extraño el estar ahí con alguien.

El invitar a alguien a su casa, a un lugar tan privado como era ese, el tener la confianza para avanzar, para decidir tener una cita ahí, donde podían tener más intimidad, sin nadie viéndolas, que, si bien la ciudad era un lugar más abierto de mente, tan diferente al pueblo de dónde venía, seguían siendo vistas, observadas.

No, no le molestaban las miradas, no a ella, le gustaba que la viesen, así sentía que todo el trabajo que había invertido en su apariencia daba sus frutos, pero el hablar de cosas más privadas se volvía un trabajo más difícil, y notaba que Teresa se ponía nerviosa también, más consciente.

Y quería hablar más, hablar de las cosas que hablaban por teléfono, en persona, donde podía mirar a los ojos avellanas y perderse en estos.

Últimamente, Teresa estaba ocupada en el instituto, terminando el año, teniendo exámenes, así que no podían verse demasiado, solo hablaban por mensaje, por lo mismo iba a aprovechar ese fin de semana, y pasar el mayor tiempo posible, teniendo en cuenta que la otra semana no podrían.

Aunque, luego, con las vacaciones, podrían, y eso la animaba.

A pesar de su motivación, la ansiedad la consumió desde el primer segundo, desde que vio a Teresa en el marco de la puerta de su casa, en ropa casual, su cabello rizado al viento y su rostro con esa sonrisa que la hacía sentir inesperadamente cómoda, así como un bolso en su hombro. Ya que sabía que el estar ambas, solas, en su casa, era algo peligroso de cierta forma, sobre todo si habían hablado de temas más íntimos.

No tenía claro si debía dar ese paso, si estaba lista, pero luego de tantas citas, luego de conocerse durante un tiempo, luego de revelarle la verdad y que esta no la juzgara si no que la apoyara, creyó que era el momento de avanzar, o al menos intentarlo.

No había conocido a nadie en ese tiempo con quien se sintiese así de bien, correcto, donde pudiese hablar por horas, el que la comunicación y la confianza fuese algo tan simple de conseguir, así que sería una tonta si dejaba pasar esa oportunidad, de darle un poco más de firmeza a esa relación que tenían.

Y cuando invitó a Teresa, se sintió lista, aunque ahora dudase.

Porque Teresa le decía, sin miedo, sin tapujo, con vergüenza si, lo mucho que gustaba de ella, le daba cumplidos, la trataba bien, le daba su atención individual, la hacía sentir cómoda cuando creyó que nunca podría sentirse así. Conforme pasaban los días, las semanas, se le hacía más difícil controlar sus ansias, su impaciencia, su cuerpo teniendo más ímpetu que su mente, que siempre caía ante sus problemas, ante el desagrado que sentía hacia sí misma cuando se miraba carente de ropa.

Estaba mejorando, sí, pero nunca lo suficiente, y era agotador cuando pensaba en eso.

Pero desde que empezó a tener citas con Teresa, aquella sensación empezaba a mermar, y creía que era gracias a la felicidad que sentía, a lo cómoda que estaba a su lado, sus preocupaciones se desvanecían, y encontrar a alguien quien le hiciese sentir eso y más, era una tarea difícil de lograr.

Así que estaba dividida.

Aunque la misma Teresa le dijo que no la iba a apresurar, aunque era incapaz de ocultar sus deseos, y sabía bien, por las miradas que le daba, ambas dándoselas mutuamente, que querían más, que deseaban el cuerpo de la otra, y no creyó que estaría en esa posición, sobre todo sabiendo que Teresa conocía su secreto, su problema.

Ese problema, en sí, era lo que más ansiedad le generaba.

Estaba pensando de más, lo sabía, era consciente de eso. Teresa le dijo que no le molestaba, que podían hacer que funcionase, como siempre disminuyendo su preocupación, pero el problema era que a ella si le molestaba. La última vez que tuvo una relación así, intima, fue cuando tenía otro nombre, cuando tenía otro cuerpo, entonces era complicado.

No había tenido una relación así hace mucho.

No había tenido una relación así, como Mackenzie.

Teresa le sonrió, sacándola de sus pensamientos, mientras le enseñaba el departamento, que, gracias a sus padres, que la apoyaron en su decisión de mudarse, pudo conseguir. Era un buen lugar, no demasiado grande, pero que satisfacía sus necesidades, y que podía mantener sin problema trabajando como mesera. Ahora vivía una vida tranquila en la ciudad, siendo una persona diferente, y podía seguir ahí, sin problema.

Y esperaba que siguiese así.

“Tienes una buena vista.”

Teresa salió al balcón de la sala de estar, mientras sacaba desde dentro de su bolso de la cintura su cámara. Se había dado cuenta que esta no iba a ningún lado sin su cámara, excepto cuando iba a clases, porque se la confiscaban.

Le parecía algo gracioso, pero lindo.

Se estaba acostumbrando ya a sus hábitos.

Esta se acomodó, apuntando hacia el paisaje, y sacó la fotografía.

“¿Te parece bonito el paisaje?”

Preguntó, y personalmente le gustaba, porque miraba hacia afuera, y sabía que estaba segura, que en ese lugar podía vivir, en paz, sin problemas, sin los fantasmas del pasado persiguiéndola.

Teresa la miró, curiosa, y notó como esta sonrió, algo avergonzada.

“Me pareces más bonita tú.”

Oh.

¿Cómo no iba a estar flechada por esa chica?

No, imposible.

“¿Quieres sacarme una foto con este paisaje entonces?”

Teresa dio un salto ante su ofrecimiento, asintiendo, moviéndose rápidamente, enérgica y emocionada por igual, buscando la posición perfecta, y vio como esta se tropezó con el marco del ventanal, pero al menos tenía buenos reflejos y evitó caerse.

No pudo evitar soltar una risa ante su ánimo, y notó como esta se sonrojó en respuesta, sin decir más nada, enfocándose en su nuevo deber, moviéndose como un robot, y por su parte, aun sin poder calmar su risa del todo, se acomodó en el barandal, y Teresa no dudó ni un segundo en tomarle fotos, una tras otra, su dedo apenas vacilando al apretar el botón.

Cuando esta se sintió satisfecha, miró su trabajo, una sonrisa en su rostro.

Y ella misma sonrió al verla.

Que alguien sonriese gracias a ella, era algo que le impresionaba, que alguien la viese como una mujer, que le pareciese atractiva, era un sueño hecho realidad. Tal vez era un poco egocéntrica, pero se derretía ante la atención que Teresa le daba, aunque muchas veces esta se distraía de la conversación por mirarla.

Y no le molestaba, en lo absoluto, le parecía adorable.

Le encantaba.

“Eres demasiado guapa, si tuviese dinero, te haría mi modelo.”

Teresa habló, aunque notó que habló más para sí misma, aun ahí, observando las fotos que tomó, y cuando se dio cuenta lo que había dicho, enrojeciendo, poniéndose tensa. Esta parecía querer decirle algo, mirándola a los ojos con una mezcla de vergüenza y terror, como si hubiese dicho algo malo, y no encontraba que nada de eso fuese malo.

Sin poder controlar sus impulsos, sus deseos, y se acercó a Teresa, lo suficiente para rodear su cuello con sus brazos, aprovechando de enredar sus dedos en el cabello largo y rizado. Ahora Teresa estaba aún más avergonzada, pero, aun así, los ojos color avellana la miraron por completo, mirándola hacia arriba, hasta mirarla al rostro, sin poder quitarle la mirada de encima.

Y adoraba eso.

Ser observada así, por la chica que le gustaba, era sin duda fascinante.

Una experiencia que creyó que no tendría fácilmente, y esa relación era simple, fácil, correcta.

“Puedo ser tu modelo gratis, ¿Lo sabías?”

De hecho, más que un trabajo, era un regalo.

¿Estar un tiempo indefinido siendo observaba por esa chica, mientras le decía lo bonita que era?

Si, lo haría gratis.

Teresa soltó una risa nerviosa, al parecer intentando calmar su estado, sin lograrlo. Pudo sentir, entre sus cuerpos, como esta guardó la cámara en su bolso, antes de tener la audacia de ponerle las manos en la cadera, y se sentiría decepcionada si no lo hiciese. Las manos eran siempre gentiles, pero tenían fuerza, y la sujetaban con firmeza, y adoraba esa sensación, y quería sentirlo mucho más.

“No me digas eso, que podría pasarme horas sacándote fotos.”

“¿Y?”

Su respuesta fue rápida, y Teresa la miró con asombro, para luego soltar una risa, su rostro aun rojo. Las manos en su cadera temblaron un poco, pero rápidamente volvieron a sujetarla con la misma firmeza de antes. Los ojos color avellana se volvieron más suaves, y se le quedó viendo, hipnotizada.

“Sé que hacer promesas así cuando aún no salgo del instituto es algo raro, pero quiero llevarte a algún lugar, a donde sea, de viaje a algún lugar bonito, al menos así recompensarte por la cantidad de fotos que te sacaré.”

Oh.

¿Ese era un compromiso?

Lo tomó como tal, le parecía bien, una cita en otra ciudad, en otro país.

Pero…

“¿No le tienes miedo a los aviones?”

Teresa dio un salto ante su pregunta, y esta frunció los labios, atrapada. Si, habían hablado de eso, de los miedos, como el de que tenía ella hacia los hospitales, o los hombres en el caso de Teresa.

Una de las manos en su cadera la soltó, y notó que esta se movió solamente para levantar su dedo índice, queriendo reafirmar un punto.

“Miedo no, respeto.”

Muy parecido.

No pudo evitar soltar una risa, y Teresa hizo un puchero, volviendo a poner su otra mano donde pertenecía, en su cuerpo.

“No me culpes, el viaje de Puerto Rico hasta acá tardó como tres días, tuvimos que hacer varias paradas, así que quedé traumatizada, pero descuida, cuando te invite, ya no tendré miedo, digo, respeto.”

Ella sabía mejor que nadie, que el miedo no se iba, siempre quedaban rastros de algo a lo que uno le tiene miedo, algo que a uno le asusta, ambas, ella y Teresa, sabían eso, aun así, le parecía tan admirable de parte de esta que tuviese la valentía siquiera para decir que cambiaría, que ya no tendría miedo.

Teresa quería ser más valiente, y cada vez notaba como hacía algo para enfrentar sus miedos.

Ella era más cobarde en ese ámbito.

Así que esperaba que algo de la valentía de Teresa se le pegase con el tiempo, porque también quería estar libre de miedo, y algún día poder hacer lo que sea, sin tener los fantasmas persiguiéndola.

Se acercó del todo, abrazando a Teresa, esta dando un salto ante su reacción, pero de inmediato se movió, rodeándola, y sintió los brazos grandes y fuertes rodeándola, las manos firmes en su espalda, y la sensación le gustó tanto que se sintió cálida, y así mismo sintió escalofríos pasar por su columna.

Era muy sensible cuando se trataba de Teresa.

“Ya quiero que llegue ese día.”

La mera idea, de visitar nuevos lugares, con esa chica a su lado, la hacía sentir emocionada, impaciente. Tal vez estaba adelantándose a los hechos, aun no tenían una relación lo suficientemente larga para pensar en planes futuros, pero en ese momento no le importaba. Solía pensar mucho las cosas, pero quería escuchar a su corazón de vez en cuando.

Y su corazón estaba vuelto loco.

Estaba enamorada.

Aunque sabía bien, que, si daban el siguiente paso, todo podía acabar, así que cuando se tomaron un momento ahí afuera, y decidió invitar a Teresa a ver el resto de la casa, a ver su habitación, su corazón comenzó a martillar en su pecho, una mezcla perfecta de impaciencia y miedo, porque a pesar de tener un momento de alivio, la situación aparecía en su mente, y volvía a romper su calma en pedazos, y estaba dividida, mucho.

Aun sentía la sensación de las manos de Teresa en su cadera, y su cuerpo deseaba más, pero estaba la inseguridad ahí, presente, consumiéndola, haciéndole pensar lo peor, haciéndole creer que una vez que Teresa la viese, se iría, se vería aterrada de su cuerpo, y huiría.

Y no sabía si podría soportar ese tipo de rechazo.

Ser rechazada por lo único de ella que no podía cambiar.

A pesar de ser muy cuidada con su apariencia, era más descuidada con su alrededor, desordenaba su ropa en su mayoría, al probarse tanto antes de salir, así que había procurado el dejar bien limpia y ordenada su casa al saber que venía Teresa, no porque creyese que esta la juzgaría por eso, sino porque quizás quería obtener algo de control sobre la situación, como si tener su casa en buen estado fuese un sinónimo de eso.

Y ahora le parecía ridículo.

Pero hacer eso fue lo único que logró calmar un poco su ansiedad.

Normalmente se consideraba una persona relajada, en control de sus emociones, pero aquel tema, uno que le golpeaba tan profundo, siempre la hacía perder cualquier pizca de calma, incluso cuando hace unos minutos se sentía tan confiada y cómoda consigo misma.

Realmente le faltaba valentía.

“Tiene tu personalidad.”

Teresa habló mientras se sentó en su cama, los ojos mirando alrededor. Su habitación tenía colores pasteles, decoraciones en las paredes, luces, y lo que Teresa más miró, fue el tocador, donde tenía un espejo pequeño y uno de su tamaño. No solía usar mucho maquillaje, pero si se preocupaba mucho de como lucía su cabello o su ropa, así que solía usarlo bastante.

Y Teresa lo sabía bien, asombrándole eso.

Notó como esta volvió a sacar la cámara para mostrarle algo, le hizo un gesto, y se sentó a su lado, sin dudar. Era agradable tenerla cerca, le gustaba esa sensación de calma que sentía a su lado, de seguridad incluso, por algo había decidido que quería ir más allá con ella, sin embargo, sus nervios la estaban controlando lo suficiente para que su cerebro no pudiese captar la mayor parte de las cosas que salían de la boca de la chica.

Estaba completamente fuera de sí.

Entendía el que se pusiese así, pero como le gustaría poder detenerse mágicamente, y tener su calma usual.

Esta le sonrió mientras le mostraba una foto que tomó mientras venía de camino a visitarla, que era de un pájaro que esta había visto de camino a su casa, uno de plumas blancas y una cresta amarilla. Esta parecía entusiasmada porque no se había topado con un animal así, luciendo adorable ahí, hablándole con tanto animo.

Le causó gracia su reacción, y eso la ayudó a relajarse lo suficiente para volver al presente y dejar de martirizarse por algo que aún no ocurría.

Se quedaron hablando, simplemente ahí, sentadas, Teresa como siempre contándole aventuras que tuvo antes de llegar al país, y era agradable escucharla, sentía que podían hablar de lo que sea, y jamás se sentía aburrida, nada.

“Espero no estar aburriéndote.”

Teresa dijo, mientras se sacaba el bolso de encima, con la cámara, dejándolo sobre su mesita de noche, poniéndose cómoda, y le sorprendió que esta lo dijese, justo cuando pensó en eso, en lo imposible que era, así que rápidamente negó.

“Nunca.”

Su seguridad pareció tomar a la chica por sorpresa, esta sonriéndole, y estando así de cerca, el movimiento de la mano ajena, poniéndose en su mejilla, le tomó por sorpresa, pero se derritió ante el tacto. Sabía lo que venía, Teresa acercándose, y lo permitió, inundándose en esa sensación de impaciencia.

Se habían besado antes, sí, pero hace rato que no se veían, así que estaba emocionada de poder besarla de nuevo como si fuese la primera vez, así que se enfocó en eso.

Y cuando los labios llegaron a los suyos, sintió que soltó un jadeo ante el alivio.

Se sentía tan bien como la última vez.

Y quería seguir sintiéndose así de bien.

 

Chapter 140: Hero -Parte 1-

Chapter Text

HERO

-Encierro-

Aun recordaba su niñez.

Las memorias nítidas en su cabeza, a pesar del tiempo que había trascurrido desde ese entonces, y, ¿Cómo no iba a recordarlo? Quizás, si su situación se hubiese mantenido así, como estaba antes, no se sentiría tan memorable.

Memorable de una mala manera.

Probó desde que tuvo noción de su alrededor, el sabor de la soledad, del cautiverio, de la deshumanización. Pero cuando estuvo presa en esas cuatro paredes, no le parecía realmente malo, ya que nació ahí, vivió ahí desde siempre, no conocía nada mejor, no conocía nada más. Solo conocía los cristales reforzados, los muros imponentes, la luz fluorescente, su pequeña cama, el armario, su mesa de estudios, y el baño donde podía hacer sus necesidades básicas.

Y también conocía al hombre que la visitaba un par de veces en la semana, el hombre delgado, de anteojos, de expresión tensa.

No podría olvidar a ese hombre, a quien fue en ese momento su peor pesadilla.

Pero a parte de él, no veía a nadie más humano.

Solo se comunicaba con una pantalla, la cual le enseñaba a hablar, quien la hacía estudiar, y como el hombre aquel no le hablaba, era casi como que la única voz que existía en el mundo era la máquina, ella misma se sentía una maquina más, hablando ese idioma, sin saber siquiera que era el de la misma humanidad.

En sus primeros años de vida, los cuales no recordaba, debió aprender a comer, a ir al baño, a hacer las cosas básicas, pero no sabía si fueron humanos quienes la ayudaron en esas etapas, o si hubo alguien humano que la alimentase cuando ni siquiera era capaz de pararse por sí misma.

Lo único humano que veía, o lo más similar al hombre que la visitaba, era una persona que se adentraba en su jaula para limpiarla, pero era alguien que estaba cubierto en ropas, en materiales plásticos, y ahora que lo veía con ojos maduros, prácticamente adultos, se daba cuenta que era como si su persona fuese algo peligroso, radiactivo, y de haber seguido ahí, quizás se lo habría creído.

No, no era radioactiva, pero no era humana tampoco, no del todo, así que no era tan diferente.

Lo que ese hombre le iba a hacer…

Lo que le haría…

Sentía ira de solo pensarlo, de saber que estuvo en esa posición, siendo tan solo una niña, estando atrapada en el edificio que terminaría siendo su tumba, y también le enfurecía que alguien más ocupase su lugar, que alguien más estuviese dentro de esa jaula de concreto, e incluso a corta edad se vio luchando contra eso, queriendo ser fuerte, para poder evitar que alguien más sufriese aquel trágico destino.

Pero por su parte, fue liberada.

Y tampoco olvidaría ese momento.

Fue la primera vez que vio a alguien en ese lugar, a alguien humano, a alguien que no fuese el tenebroso hombre aquel que la observaba, sin decirle nada, en silencio, no, era alguien diferente.

Nunca podría olvidarla, jamás, porque aquello le rompió su rutina, la rutina que tuvo desde el comienzo, y apareció esa mujer ahí, al otro lado del cristal, observándola bajo la capucha. No la observó como el hombre, este firme, erguido, por el contrario, la mujer se puso de cuclillas, agachándose, quedando a su misma altura, y el rostro de esta le pareció tan ajeno, tan humano, un rostro que jamás había visto, tan lleno de expresión.

Cuando esta se levantó de nuevo, temió que se fuese, temió que fuese aquella la última oportunidad de ver a alguien que no fuese aquel sujeto, alguien humano, alguien expresivo, que le mostró diferentes emociones, que le mostró confusión, que le mostró enojo, que le mostró duda, que le mostró una mueca pensativa, emociones que no conocía, que jamás había visto, que jamás había experimentado siquiera. Así que se levantó y fue hacia el cristal, esperando ver un poco más a aquel humano que se le acercaba.

Pero la puerta se abrió.

El aviso de que el hombre que la observaba se acercaba, y se vio temerosa, temerosa por verlo de nuevo, como cada vez que venía, calándole los huesos, así como temió que la mujer se fuese, se alejase, para siempre. Pero ya no pudo permanecer cerca, no, tuvo que volver a su asiento, donde pertenecía, donde el hombre la miraba mientras hacia sus deberes.

Pero lo que más le sorprendió en ese momento, fue el ver a la mujer observándola, a pesar de que viese urgencia en esta, sabiendo que debía irse de ahí, pero se tomaba el tiempo, la observaba, su expresión diferente a la que el hombre le mostraba. Y, sobre todo, esta puso una mano en el cristal, una mano grande, fuerte, adulta, y se vio mirándose su propia mano, eran diferentes, muy diferentes, pero se dio cuenta que eran iguales, se dio cuenta en ese instante que ella también era humana y no una máquina.

Y ante la revelación, la mujer simplemente desapareció.

No alcanzó a despedirse, tuvo que volver a su rutina, pero se sintió feliz de cierta forma, porque se sintió humana, ya no se sintió una máquina, o un espectáculo, lo que era para aquel sujeto, así que su pecho se sintió calmo, a pesar de que dudó las noches siguientes si lo que vio fue real o no. Ver a una mujer, a un humano, a alguien diferente luego de todo ese tiempo, era irreal e improbable, incluso su mente tan ingenua lo pensó, al final, había sido criada por maquinas.

Pero, corroboró la verdad, cuando vio a la mujer volver.

No la vio como antes, la vio diferente, usando otra ropa, usando una máscara sobre los ojos, ocultándoselos, pero no podía olvidarla, no podía confundirla, era la misma persona, lo sabía. No veía sus ojos, pero si veía su cabello, si reconocía el cuerpo que vio ese día, la postura, y sobre todo reconoció las emociones que la embargaban, intensas, expresivas, humanas, y a penas la vio, corrió hacia el cristal.

Eso validaba lo que vio, validaba su propia humanidad.

Pero al mismo tiempo temió, se sentía confusa, ¿Qué hacía ahí? La iban a atrapar en cualquier momento, en cualquier segundo la puerta que oía abrirse iba a resonar y el hombre iba a volver, y por más reconfortante que fuese el ver a la mujer, tampoco quería que aquel hombre la lastimase.

No era alguien bueno, lo sabía, lo sentía, y a pesar de ser lo único humano que conocía, jamás pudo confiar en él.

A pesar de la urgencia, del peligro, la mujer se puso de cuclillas de nuevo, su postura tensa, pero tomándose el tiempo con ella, y lo agradeció infinitamente. Esta volvió a poner la mano sobre el cristal, y vio de nuevo la mano en esta, ahora cubierta por tela, por cuero, pero a pesar de eso podía distinguir los dedos, la forma, la cual era igual a la propia, y no se contuvo, puso la mano sobre la ajena, notando como las formas eran iguales, pero la suya era pequeña, débil, y la otra era tosca, grande, fuerte, y deseó por un momento el crecer, el poder verse así, fuerte.

Y esta habló.

Se asustó.

Le sorprendió.

No había oído a nadie hablar, a nadie que no fuese la maquina o a si misma imitándola. Pero la entendía. Hablaban la misma lengua, hablaban el mismo idioma, podía comunicarse con la extraña, y le pareció un alivio el poder oír, el poder escuchar la voz ajena.

Entonces esta le preguntó si le gustaba esa jaula donde vivía, le preguntó por el hombre que la observaba, si le agradaba, si le aterraba, y nunca se había hecho esas preguntas en ese momento, porque de nuevo, no conocía nada más, pero al ver a esa mujer al otro lado de su jaula, fue inevitable el contestarle, porque no, no le gustaba estar ahí, el no ver nada más que eso, y el ser observaba por ese sujeto que la miraba desde el otro lado sin decir nada, sin hacer movimiento alguno. La hacía sentir agobiada.

Y la mujer le ofreció algo.

Le ofreció libertad.

Le ofreció conocer a alguien quien la cuidaría.

A alguien que quería conocerla.

Y así, de la nada, la mujer le ofreció un propósito, una nueva vida, y lo aceptó, por supuesto que lo aceptó, porque quería ver más humanidad, quería ver más allá de esas paredes, más allá de las maquinas, más allá del hombre aterrador, y sus ojos ardieron de solo pensar en algo más, en tener algo diferente, y quizás era tonto e ingenuo de su parte, el confiar en esa desconocida, pero no tenía ni siete años en ese entonces, no podía discernir entre lo bueno y lo malo, pero si sabía que la vida que tenía la hacía sentir infeliz, y el atisbo de tener algo más fue suficiente para seguir adelante.

El cristal se trizó, las alarmas sonaron, las puertas se abrieron, y el cristal explotó, y corrió hacia los brazos ajenos, se aferró al cuerpo ajeno, confiando, confiando con todo su ser en esa extraña, quien la sujetó mientras la sacaba de ahí, mientras se veía consumida por una sensación nauseabunda que la tomó por sorpresa, pero rápidamente lo dejó de lado, la idea de salir de ahí causándole mayor regocijo del que imaginó, o tal vez era el agarre en su cuerpo, el agarre cálido, tosco, tenso, pero humano, algo que jamás experimentó, y con ese sentir ya se sintió recompensaba en su decisión.

En cosa de segundos se vio en un lugar oscuro, un lugar tétrico, húmedo, que en los ojos de la actualidad sabía que algo así debió aterrarle, pero no fue así, porque era diferente, y cualquier cosa diferente a lo que acostumbraba era mejor, era interesante.

Entonces la vio…

Le tomó por sorpresa la persona que vio, porque no parecía humana como el hombre, o como la mujer que la sostenía en brazos, no, dudaba que aquella persona frente a sus ojos fuese humana, o quizás por instinto supo de inmediato que no lo era, que esa mujer no era humana. Sin embargo, lo volvió a repensar cuando los ojos se llenaron de lágrimas, cuando vio una mueca humana y expresiva en el rostro de esta.

No supo por qué, pero se vio de inmediato atraída a esa mujer, a pesar de que, de nuevo, en su mente adulta solo podía asociarlo con algo que le causaría cierto terror, sienta impotencia, pero no fue así, pero tampoco sabía realmente lo que sintió en ese momento.

Y sus sentimientos confusos se volvieron aún más cuando las manos de la mujer llegaron a sus mejillas, y no acostumbraba el tacto humano, habiendo conocido nada más que el agarre que la mujer que la sostenía le había demostrado, pero este fue diferente, fue suave, fue cálido, se sintió llena por dentro a pesar de sentirse vacía siempre, desde el comienzo, era una máquina, lo creyó, pero ahora se sintió humana.

Le preguntó a su salvadora si esa mujer era de la que le había hablado, de quien la cuidaría, porque lo sintió, sintió el cariño, a pesar de no saber qué era eso, de que se trataba, solo lo sentía, nada más, no había mayor explicación.

La voz de su salvadora volvió a resonar, ahora más clara al no tener el cristal separándolas, y esta la hizo mirar a la mujer frente a ella, a la inhumana mujer, cuyo rostro era tan humano, tan expresivo, tan lleno de sentimientos, y fue obligada a mirarse a sí misma, y a pesar de no saber cómo lucía, miró sus manos humanas, miró el color de su piel, así también como miró su cabello largo, el color de este.

Eran iguales, se parecían.

Tenían algo en común.

Y lo había estudiado, sabía lo que significaba que dos personas fuesen parecidas.

Así también como conocía la palabra madre, lo que significaba.

La mujer inhumana se agachó también, y ahora, adulta, sufría al recordar esa escena, al recordar con claridad el dolor en la mirada de su madre, el miedo en su postura, el saber que la había herido al no recordarla, al no reconocerla, y también a esta creer que la iba a rechazar.

¿Rechazar a su propia madre?

¿A quién se le parecía cuando creyó que no era ni siquiera humana?

Bueno, no lo era, ni tampoco su madre, pero pertenecía ahí.

En ese momento adquirió un nombre, ahora era alguien, no solo números en su brazo, un código en su piel, ahora pertenecía a un lugar, a una familia, pertenecía en los brazos de alguien cuando creyó que solo podía pertenecer en aquella caja, siendo observaba.

Ahora era alguien, y sintió alivio, sintió calma, porque era una persona, era humana a pesar de no serlo del todo, pero jamás creyó sentirse así, tan humana, tan viva.

Nunca olvidaría esos momentos, nunca olvidaría el amor que sintió, el cariño que sintió, la preocupación que esas mujeres demostraron, incluso después, cuando todo se volvió caos, donde escuchó estallidos, donde vio sangre, donde notó dolor, pero estaban juntas a pesar de todo, y ahí adentro estaba a salvo.

Por ahora.

 

Chapter 141: Childhood Friend -Parte 9-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Afortunada-

 

Estaba roja.

Estaba hirviendo.

Ni siquiera creía que podía ser capaz de tener el cuerpo tan caliente, y si bien solía avergonzarse a menudo, a enrojecer en diferentes situaciones, con diferentes personas, no era algo ajeno en su vida, pero ahora sobrepasaba cualquier otra experiencia del pasado.

Solo Eija podía ponerla así.

La escuchó soltar una risa, y se vio completamente ensimismada observándola, como le sonreía ahí, en la cama, bajo su propio cuerpo, y a pesar de la poca luz, podía verla con definición, podía ver sus ojos verdes brillando, y estaba enamorada, lo sabía, pero en ese momento, solo podía reafirmar sus sentimientos.

Se vio tragando pesado, sabiendo que estaba sudando, que lucía completamente roja, y se sentía avergonzada de mostrarse así.

Pero Eija no se estaba burlando de ella, su risa no significaba eso.

Las manos ajenas llegaron a su rostro hirviendo, estas frías en comparación, estas moviéndose por su piel, y no quería que esta tocase su rostro, porque sabía lo sudada que estaba, pero a Eija eso no le importó, casi como si lo hiciese de adrede, sin importarle la reacción natural de su cuerpo ante la situación.

¿Cómo no sudar en esa situación?

Esta le sonrió, suave, mientras que con sus dedos acomodaba su cabello tras sus orejas, en un tacto suave.

“Calma, Veera, no me voy a ir a ningún lado.”

Pero creía que sí.

Su cuerpo creía que sí.

Era como un reflejo, porque siempre se obligaba a moverse, a reaccionar, porque sabía que el mundo no la esperaría, así que vivía en el constante pánico que perder la oportunidad, de quedarse con las ganas, y al final sentir nada más que decepción y frustración.

Pero Eija siempre la esperaba, siempre lo hizo, incluso cuando eran niñas.

Y la sonrisa que le daba ahora, era con la intención de que se relajase, de que respirase, que no entrase en pánico. Ella había escogido ese camino, ella se había apresurado, por la urgencia inminente que siempre tenía encima, así como su propia impaciencia.

Eija decía que la esperaría la vida entera.

Pero no creía que eso fuese posible, no creía ni siquiera que eso fuese sano, quería hacerla feliz, no hacerla sentir frustrada. Si realmente iban a ser una pareja de ahora en adelante, si realmente iban a planear un futuro juntas, debía ofrecer la mejor versión de sí misma, y con eso, el moverse de una vez y dejar de hacer que Eija la esperase una eternidad.

Así que, a pesar de que Eija le decía esas palabras, no pudo hacer nada más que negar.

Porque no iba a calmarse.

No podía.

Se rehusaba a tomárselo con calma, porque si hacía eso, luego perdería la oportunidad, y en otras situaciones, ya aceptaba la frustración, pero con Eija, eso era demasiado. La perdió una vez, dejó de verla por años, no pudo decirle durante años lo que sentía, y no iba a volver a pasar por aquel arrepentimiento.

No iba a ser la misma persona.

Se agachó, bajó el rostro, su frente quedando apoyada en el pecho de Eija, donde pudo sentir sus latidos, donde pudo sentir su aroma, donde pudo sentir la sensación de la piel ajena en la suya, y estando en ese lugar en específico, se sintió arder aún más.

“N-no quiero hacerte esperar más…”

Esperaba que esta entendiese que se refería a todo, no solo a esa situación, porque si, esto era algo nuevo, algo diferente, algo a lo que no acostumbraba, pero algo que en algún momento ocurriría, y no quería sentirse como antes, dejando a ambas con las palabras en la boca, con la decepción de no haber cumplido con un propósito.

Si fallaba en esto, temía fallar en todo lo demás.

No quería fallar más.

No quería fallarle a Eija, ya a los demás no le importaba, pero a Eija, quien le dio calma a su existencia, jamás querría hacerle algo así.

Las manos en su rostro la sujetaron con firmeza, lo suficiente para hacerla salir del escondite que tomó como suyo, y esperaba que no se le notase lo mucho que le afectó el haber caído ahí. Terminó mirando fijamente a los verdes, un tono más divertido en su expresión, cambiando, su sonrisa menos suave pero más picara.

“Tenemos toda la noche, y las que siguen, descuida.”

Pero quería hacerlo ahora.

Y no fue hasta que notó sorpresa en el rostro ajeno que fue consciente de lo fruncido que tenía el ceño. Al parecer era ella quien estaba más frustrada. Eija volvió a reír, y notó como quiso moverse, tal vez para acercarse y besarla, o quien sabe, pero no pudo, porque ella estaba encima, sentada sobre su pelvis, así como la tenía sujeta de la cintura con sus manos, impidiéndole movimiento alguno, y se sintió arder aún más al darse cuenta de eso.

Lo había hecho por un impulso, no lo pensó.

Obviamente Eija no tenía la fuerza para zafarse de su agarre, así que no podía hacer nada más que sujetarla con las manos, incapaz de moverse más.

Ahora sentía que la estaba torturando.

Ya lo estaba arruinando…

“¿Te molesto?”

Se vio preguntando, sintiendo que solo la negatividad lograba hacer que el calor de su rostro bajase, sintiendo el corazón apretado en su pecho. Estaba siendo egoísta, demasiado, tanto así que estaba priorizando sus propios deseos, quitándose la frustración a costa de Eija.

No fue hasta que Eija negó que fue capaz de mirarla al rostro de nuevo.

Esta le sonrió, y notó el calor en su rostro, que rara vez podía ver así, y era algo nuevo, que adoraba ver.

“Probablemente no debería decirte como me siento, así que me lo voy a guardar, pero no me molestas en lo absoluto, así que quedate tranquila, puedes hacer lo que quieras mientras te sientas cómoda haciéndolo.”

Eija no quería que estuviese incómoda, que se abrumase.

Que esa situación fuese más de lo que podía soportar, por lo mismo Eija se mantenía tranquila, sin tocarla, sin hacer movimientos bruscos, sin tomar la iniciativa, para que su vergüenza no la dejase en un aprieto, y agradecía eso, era útil para ambas, así no cometían algún error.

Pero por lo mismo creía que Eija estaba siendo muy permisiva con ella.

¿Y no decirle que sentía?

Eso solo consiguió que su curiosidad despertase.

¿Estaba incómoda?

¿Estaba agobiada?

Eija le había dado a ella la oportunidad de tomar la iniciativa, para no hacerla sentir a ella ninguna de esas sensaciones, pero al final, ahora, parecía que estaba sacrificándose a sí misma, tomando su lugar. Y agradecía sus buenas intenciones, pero no podía aceptar eso. Debían estar ambas bien, no una sacrificar su comodidad por la otra, no era correcto.

Debían estar en igualdad de condiciones.

Y no pudo ocultar la preocupación en su propio rostro.

“No tienes que sacrificar tu comodidad por mí, sé que no quieres ponerme a mí en una mala situación, que no quieres que esté abrumada, pero no tienes que pasar t por eso con tal de que yo esté bien. No es justo.”

Eija la miró con sorpresa, digiriendo sus palabras.

Sufría con la mera idea de pensarlo, de pensar en todas las emociones desagradables que Eija estaba experimentando en ese instante, teniéndola a ella ahí, encima, agobiándola, tanto físicamente como emocionalmente.

“Oh.”

Eija soltó un sonido, casi sin aire, como si ni siquiera estuviese respirando, y creyó, por un momento, que con su peso hasta el aire le había arrebatado. Se calmó solamente cuando esta soltó una risa, y nunca había visto a Eija tan roja como en ese momento, y eso le tomó por sorpresa.

“Tienes que dejar de sobre pensar las cosas, Veera.”

¿Qué?

Cuando iba a preguntar, Eija la observó, su rostro igual de rojo, pero su expresión fue diferente a la que mostró cuando soltó la risa nerviosa de hace unos momentos. Era una expresión que no podía reconocer, que no había visto, y se sintió inexplicablemente feliz de ver una expresión nueva en Eija.

“No me malinterpretes, no siento nada malo, solo no quería decirlo, porque si te digo que el tener tu cuerpo encima, o el tener tus manos en mi abdomen, me estoy calentando demasiado, te vas a poner más nerviosa.”

Eija habló, su voz como un susurro, y cuando terminó, esta se llevó una mano a la frente, dándose un golpe.

Lo dijo igual.

Oh.

Era por eso.

Se vio cerrando los ojos, soltando un chillido, enterrándose, una vez más, en el pecho de Eija, sintiendo su calor, sintiendo la suavidad de la zona en su rostro, y estaba hirviendo, como hervía, y ahora sabía que era así para ambas. No estaba haciendo mucho, pero ahora sabía que, si se detenía, que, si paraba, la frustración sería igual de intensa para ambas.

Estaba caliente, tan caliente.

Ambas lo estaban.

No podía parar ahora…

Se rehusaba a parar ahora.

Sus manos ardían, lo sabía, su cuerpo ardía, siempre, sobre todo ahora, sabía que estaba sudando, más de lo que debería, pero ya no le importaba. No iba a ser tan consciente de sí misma, ni tampoco pensar más de lo necesario, al final, ya había malinterpretado la situación, varias veces.

Eija le diría si estaba incómoda, ¿No? Le diría que parase, ¿No?

Ella no lo haría, estaba segura de eso, si Eija le ponía una mano encima, podía aceptar lo que sea, incluso lo que jamás aceptaría en otra circunstancia y esta lo sabía, por eso lo estaba evitando, por lo menos por ahora, mientras empezaban esa relación, para no generar discordia antes de acostumbrarse la una a la otra.

Y tal vez era lo necesario el esperar, el no apurarse, pero ya no era solo el pánico obligándola, sino también su propia necesidad.

Sentía que llevaba años esperando por algo así, con Eija, solo con Eija.

Y si se detenía, se enojaría consigo misma.

“Me dirás si te molesta algo… ¿Cierto?”

Preguntó, dubitativa, a pesar de saber la respuesta, pero quería estar segura, completamente segura.

No la miró, no fue capaz, pero si sintió la mano en su cabello, pasando por su nuca, peinándolo, y sintió escalofríos con el tacto.

“Por supuesto. Se que soy una debilucha, pero ten por seguro que, si no soporto algo, te lo haré saber, y si no me haces caso, no dudaré en invocar fuerzas que no tengo para quitarte de encima. Ya sabes, el poder de la adrenalina.”

La escuchó reír, su voz sonando despreocupada, y al fin pudo relajarse.

Ahora si podía quedarse tranquila.

Eija no aceptaba esas cosas, lo vio antes, cuando Vilma la besó, y lo aceptó porque no quiso empujarla ni crear pelea entre ambas, pero al final, fue capaz de quitársela de encima de alguna forma. Iba a procurar no besarla con tanta intensidad para no forzarla a hacer fuerzas.

Se levantó, mirando a Eija una vez más, mirándola ahí, bajo ella, y se sintió algo molesta al recordar aquel momento, una mezcla de celos y molestia abrumándola. Tenía las manos firmes en el abdomen ajeno, justo donde se acababa su camiseta, y por primera vez tuvo la valentía de subir las manos, se avanzar más por el cuerpo bajo ella, delgado, débil como esta decía, pero firme.

La piel era siempre bronceada, diferente a la suya, pero le gustaba ver las pieles tan diferentes.

Sentirlas tan diferentes.

Era ella la que podía hacer eso, no su hermana, Eija era suya, de nadie más.

Realmente no era una buena chica en lo absoluto.

Jadeó, sintiendo como el sudor corría por su rostro, mientras movía sus manos, ensimismada, haciendo aquello que no se imaginó haciendo, porque no le gustaba nadie como le gustó Eija, ese amor de la infancia que jamás dejó de ser tan intenso como el primer día.

Aunque ahora no eran niñas, así que aquel sentimiento había mutado, se había transformado.

Si Eija hubiese seguido en su vida, durante aquellos años, durante su pubertad, no tenía dudas de que hubiese estado fantaseando con algo similar, pero como la había perdido, como no sabía cómo lucía, como eran en esa época, no podía imaginar nada, no podía siquiera tener esperanzas de nada similar.

Escuchó a Eija soltar un suspiro, y temió mirarla al rostro, y ponerse nerviosa, que esos ojos verdes la hicieran sentir muy conscientes de lo que estaba haciendo, y tal vez cometería un error, haría algo mal, había tantas posibilidades que la dejaban inquieta. Y la evitó, hasta que temió el estar aplastándola, el estar poniendo tanta fuerza en su agarre, así que tuvo que mirarla, solo para asegurarse que no le estaba quitando el oxígeno.

Los ojos verdes, pequeños, oscurecidos, no la miraban, no al rostro, pero si a sus manos, estas aun ocultas bajo la ropa, la cual había levantado lo suficiente, metiéndose dentro, explorando a su antojo. Veía en esta esa misma expresión que no podía reconocer, que no podía entender, pero esta le dijo que estaba caliente, usando esa misma expresión, así que ahora si lo sabía.

Y tragó pesado, jadeando.

Ahora no podía quitarle la mirada de encima.

Movió sus manos, sintiendo que estaba haciendo algo tan indebido, algo que no había hecho ni con su propio cuerpo, pero eso no quitaba que en algún momento tuvo curiosidad, así que sabía, de cierta forma, lo que debía hacer. Desde que se dio cuenta que tenía sentimientos por una mujer, debió aprender, ya que, tal vez, algún día, dejaría atrás a su amor de la infancia y llegaría alguien más a su vida, a suplir ese lugar.

Quien diría que seguiría amando a la misma persona, sin importar cuanto tiempo hubiese pasado.

Se enfocó en Eija, en su rostro, cuando esta apretaba la mandíbula, cuando su expresión se ponía tensa, inexpresiva de cierta forma, comparándola con la expresión usual que veía en esta, pero sus mejillas estaban tan rojas que entendía cuál era la razón de sus cambios abruptos. Los suspiros, los jadeos, también se los memorizó.

Se vio dando un salto cuando los verdes la miraron finalmente a los ojos, haciéndola salir de su trance, poniéndola de inmediato nerviosa, una mezcla de culpa y vergüenza llenándola, porque aun sentía que estaba haciendo algo mal, por sus usuales inseguridades, y por el hecho de ser vista en un momento así, de que Eija viese la expresión que tenía en el rostro, que de seguro era extraña ante el calor.

Ni siquiera quería saber que expresión tenía.

Eija le sonrió, picara, recuperando su semblante usual, mientras le brindaba su atención individual, y ante esa mirada, no pudo hacer mayor movimiento, quedándose petrificada, pero, aun así, sus manos quedaron ahí, inertes, sujetando a Eija, inconscientemente sin querer dejar lo que era suyo.

“¿Te estás divirtiendo?”

La voz de Eija sonó como un jadeo, como un suspiro, a pesar del buen humor en el tono, y se sintió temblar ante la falta de aire que ahí había.

No podía decir que sí, porque le avergonzaba aceptarlo.

Y claramente no diría que no, porque sería una mentira.

Desvió la mirada de los ojos verdes, y observó la zona donde estaban sus manos, estas como garras sujetando a Eija, siendo evidente incluso bajo la tela de su camiseta. Tragó pesado, jadeando, intentando emitir sonido alguno, pero no fue capaz, así que solo asintió, con dificultad, intentando comunicarse de la mejor forma que podía en esa situación.

“Si…”

Terminó confesando, su voz temblorosa.

“¿Quieres hacer más?”

¿Qué?

La pregunta le tomó por sorpresa, y olvidó como respirar.

No era una tonta, entendía a qué se refería, y se mordió el labio, tomándose en serio la pregunta, Eija le preguntaba, probablemente para hacerle la tarea más fácil, para ayudarla, y lo podía notar, así que debía ser honesta, así que, tragando una vez más, de las mil veces que lo haría, asintió.

Notó como Eija asintió, y luego vio las manos ajenas aparecer en su rango visual, acercándose a sus propias manos, tomando la tela, levantándola, esta haciendo un movimiento para liberarse de la prenda, y ahora pudo ver sus manos, con definición, sobre el pecho bronceado, y ahí tragó, más. Era diferente verlo así, sin ocultarse, y se sentía tan aliviada como avergonzada.

“¿Quieres que me saque la ropa? ¿Quieres tú sacarte la ropa?”

Oh.

Muchas preguntas.

Jadeó, sin saber que responder primero.

Estaba sudando tanto, ahora aún más. Culpaba tanto a su propio cuerpo como al aire acondicionado de la habitación. Tenía calor, no iba a mentir, pero no quería sacarse la ropa, sentía que así, solo se pondría nerviosa y estaría demasiado consciente de sí misma, y no podría hacer lo que quería, sería una distracción.

Tal vez pasó mucho rato ahí, dándole vuelta a las posibilidades, lo que responder a cualquiera de esas preguntas ocasionaría, que le tomó por sorpresa cuando Eija le hizo una seña, y cuando fue a mirarla, esta estaba sonriendo, riendo, luciendo tranquila.

“Se me ocurrió una idea, creo que será menos vergonzoso para ti si nos metemos dentro de la cama y nos sacamos todo, así no nos vemos, ¿Te parece?”

Oh.

Si, esa era una buena idea.

Pero…

Se vio mirando hacia abajo, a la posición en la que estaba, sin querer salirse de ahí, aunque al final, sabía que tendría que hacerlo, que tendría que moverse, de hecho, si quería continuar, tendría que salir de ahí, pero le causó cierta decepción el hacerlo.

Y como si Eija le leyese la mente, soltó una risa.

“Luego puedes ponerte como quieras, seré buena y me dejaré querer.”

Se quedó mirándola, y realmente se sentía afortunada.

Eija realmente hacia un esfuerzo por ella, para hacerle la vida más fácil, porque esta notaba que ella realmente quería hacerlo, que quería seguir, y hacía todo lo que podía para ayudarla.

Si, era afortunada.

Asintió, y se iba a mover, para poder darle a Eija la libertad de moverse, y se dio cuenta de que, si movía sus manos, vería todo.

Así que cerró los ojos, prácticamente huyendo de arriba de Eija, esta riendo al verla así, como si estuviese asustada, y de asustada nada, pero sabía que, si miraba, luego no podría reaccionar, quedaría petrificada. Se quedó al lado de la cama, cerrando aun los ojos, sintiéndose hervir, mientras sentía como Eija se movía, abriendo las sabanas, y le avisó luego de unos momentos, y le causó algo de gracia, porque cuando la fue a mirar, esta estaba completamente escondida bajo estas, lo único que veía era un par de cabellos rubios y su pulgar levantado.

No pudo evitarlo, y soltó una risa.

Agradecía que no hubiese mayor tensión, Eija realmente era buena con ella.

Eran buenas con la otra.

“¿Te estás riendo de mí? Agradece que no puedo verte.”

La escuchó decir, y solo pudo reír una vez más.

Le gustaba mucho Eija.

 

Chapter 142: Theater -Parte 3-

Chapter Text

THEATER

Writer

-Brillante-

 

Ella debía de estar presente.

Si, en los ensayos, y en cualquier discusión relacionada con la obra, como era la música, los vestuarios, los accesorios, incluso los detalles en el escenario.

Pero no era del todo necesario.

Ella escribió la obra, si, escribió todo el guion, sí, pero se lo pasó al director y creyó que este lo tomaría como propio y haría y desharía a su antojo, pero a pesar de ser siempre tosco y estricto, era un buen hombre, tanto así que respetaba su historia, respetaba el mundo que creó, uno de los tantos que había escrito, y él la había decidido tenerla ahí, siempre, para que fuese un trabajo en equipo.

Su familia le dijo, en una de las conversaciones que tuvo al respecto, que, de ser así, de tener que estar tanto tiempo presente, de tener que estar tan inmiscuida, mejor ella misma debería de haber dirigido la obra y quedarse con todo el crédito.

Claro, era fácil decirlo, ¿Pero hacerlo?

No tenía la confianza necesaria para andar dando órdenes, para organizar a todas las personas, para regañarlos si hacían algo mal o adiestrarlos para modificar sus labores.

No, no podría.

Solía estar muy metida en su cabeza desde niña, socializar nunca se le dio bien, la realidad nunca se le dio bien, por lo mismo comenzó a disociar desde joven, inventándose situaciones, inventándose mundos, y así desligarse más y más de la realidad, su misma familia fomentando esos malos hábitos, o ahora se habían convertido en malos hábitos, porque no había desarrollado tanto aquellas facetas.

Le costaba hablar en voz alta, le costaba expresarse como debía, las cosas que para todos eran simples, del día a día, para ella eran complicadas, y desde que empezó a trabajar ahí, a ayudar con los guiones, con las obras, tuvo que hablar más, tuvo que levantar la voz, pero normalmente era solo con el director, a quien le mencionaba las cosas, no tenía que hablar con nadie más, no tenía que perder tiempo con nadie, solo con quien era su jefe. Y de la misma manera, todos los demás evitaban hablarle, siquiera le prestaban atención, incluso olvidando que estaba en esa sala.

Exceptuando ahora.

¿Por qué le hablaba tanto?

¿Por qué esa mujer le hablaba tanto?

Se sentía enrojecer por la vergüenza y por la ansiedad de contestar a lo que sea que esta le preguntase, además que sabía que estaba frunciendo el ceño por el esfuerzo.

“¿Crees que debería cambiar la voz al ser la hermana gemela?”

Esta le habló cuando se vieron aquella vez, y lo aceptó, porque era una situación de emergencia, así que lo dejó pasar, pero esta volvía a aparecerse. Los ensayos estaban por empezar, todos se estaban alistando, ella estaba en su silla, al lado de la del director, quien estaba de pie dándose una vuelta asegurándose que todo estuviese en orden, y Helena, la nueva protagonista, llegó temprano, y en vez de acercarse al director y preguntarle a él, se acercó a ella.

Esta se sentó al lado de su silla, en el suelo, con el libreto sobre las piernas cruzadas, y esta estaba muy formalmente vestida para estar ahí.

Quizás si esta le preguntase nada más mientras leía el libreto, sería más fácil, pero Helena la miraba luego de preguntarle, sonriéndole, sus plateados brillando, esperando por su respuesta, y si, eso le ponía mucha presión.

Debía girar el rostro, ignorar su mirada, y hacer que tenía algo más importarte que mirar, y por suerte siempre tenía el libreto en la mano, así que podía usarlo para distraerse de la mirada ajena.

Esa mujer brillaba mucho, era agobiante.

“E-el cambio de actitud debería ser suficiente para que noten que es otra persona.”

Su voz titubeó en un comienzo, pero logró mantener el control.

Que complicado era.

Cuando tenía que hablar con el director, este nunca la miraba fijamente, lo cual apreciaba, pero esta mujer no lo hacía.

“Oh.”

Helena soltó, su voz pensativa, y creyó que ahí acabaría, que llevaba varios minutos haciéndole comentarios, y debía contestar con monosílabos, pero si le preguntaba algo sobre su obra, sabía que debía ser más precisa con sus respuestas. Era la protagonista, así que, si tenía dudas sobre su personaje, debía ser concisa, para así perfeccionar su actuación.

Ojalá no preguntara más.

A pesar de obligarse a desviar la mirada de la mujer, tuvo que mirarla.

Estaba atónita.

Helena había comenzado a decir el dialogo de la hermana de Emma, revisando la parte del inicio de la obra que esta no había leído en primera instancia, ya que se enfocó en el clímax de la historia solo para tener el papel, pero ahora sabía de qué se trataba la historia. La vida de dos hermanas gemelas, Emma y Grace, la primera siendo tal y como le dijo la otra vez, enamoradiza, ingenua, inestable, impulsiva, completamente diferente a Grace, quien era aterrizada, más fría, cuidadosa e incluso calculadora. Ambas eran inseparables, hasta que una enfermedad azota la vida de Grace, quien lo mantiene en secreto, el único conocedor de eso es Matthew, su doctor, el cual estaba profundamente enamorado de esta. 

En la operación que le ayudaría a Grace a sobrellevar la enfermedad, él cometió una negligencia médica, provocándole la muerte, y con la culpa de haber matado a su amada, buscó a la hermana gemela, para volver a ver el rostro de la mujer que amaba, ocultándole la verdad de la muerte de Grace, diciéndole que hizo lo que pudo, que la ayudó durante años, y Emma creyó cada una de sus palabras.

Hasta que Emma se enteró de la verdad, y ahí el clímax de la historia.

Pero no se había girado a mirar a Helena solo porque comenzó a decir los diálogos de Grace, no, no fue esa la razón, si no fue la forma en la que comenzó a hablar.

Había cambiado su tono de voz.

Y sonaba horrible.

Era como si una abuela estuviese hablando, y esa mujer era buena actriz, no solo con su cuerpo, sino también con su voz, y se vio apretando los labios, evitando soltar una risa, que ver a esa mujer, que debía ser unos pocos años mayor que ella, sonando como una mujer mayor con muchos problemas de dicción, era una imagen que no podía pasar por alto.

Cuando Helena la miró, terminando su frase, se dio cuenta que esta también estaba arrugando el rostro solamente para parecer como una mujer mayor. No sabía si le molestaba más el que esta jugase con sus personajes de esa forma o que ella misma no pudiese evitar reírse de las muecas de la mujer.

No se lo esperó.

Se vio soltando una risa, ya sin poder evitarlo.

Se tapó los labios y por suerte no sonó tan fuerte, no quería avergonzarse a sí misma. Ya estaba frunciendo el ceño, pero lo frunció más cuando miró a Helena, quien reía, divertida, claramente conforme con sus acciones, y a pesar de que la regañó con la mirada por tener una actitud tan infantil, esta siguió sonriéndole.

No podía creer que esa mujer había conseguido el papel.

“Deberías tomártelo el serio.”

Habló, sabiendo que debía de decirlo en voz alta, que claramente la mujer estaba ignorando su molestia, o no le tomaba importancia. Ya no la miraba, pero notó de reojo como Helena asintió, mientras volvía a soltar una risa, levantándose del suelo, sacudiéndose la ropa.

“Lo hago, tus personajes son interesantes así que tengo que hacerles justicia.”

Si, realmente no estaba acostumbrada a los elogios en ese rubro.

Se sintió arder.

Dio un salto cuando sintió una mano en su hombro, el tacto sintiéndose tan extraño, no solía tener muchas conversaciones con el resto del equipo, mucho menos algo así, cercano, físico, porque todos sabían que ella no hablaba mucho, que no estaba interesada en acercarse a nadie, así que nadie hacía el intento tampoco de tener una relación extralaboral.

Se vio moviendo el rostro, sorprendida, buscando a la mujer, que claramente había sido esta, la que claramente se le había pegado.

Helena se había agachado levemente, para que sus rostros estuviesen más o menos a la misma distancia, y por lo mismo le sorprendió el toparse de frente con la sonrisa de esta.

“Te veías un poco sola cuando llegué, así que valió la pena el hacerte reír.”

No se veía un poco sola.

Estaba sola, por elección.

Pero se vio enrojeciendo, por la vergüenza y por la mirada que la mujer le daba.

Si, realmente quería ver a esa mujer en el escenario, pero actuando, lejos de ella, sin que estuviese en su metro cuadrado.

Era demasiado brillante, le seguía sorprendiendo.

Esta se movió, comenzó a caminar hacia el centro de la sala, donde los actores estaban reuniéndose, balanceándose con su caminar, despreocupada, pero claramente todos notaron cuando esta llegó, girándose para mirarla, porque si, brillaba, llamaba la atención, era una estrella en personalidad y en aquel trabajo.

Era completamente diferente a ella, que pasaba desapercibida, que, si el director no la mencionase tanto como lo hacía, siendo esa obra su creación, muchos no tendrían ni idea quien era ella, de que existía siquiera, porque estaba ahí, mirando desde la distancia, viendo el mundo que creó cobrando vida, pero tal y como era en su mente, ella no hacía mayor intervención, solo ocurría, su imaginación haciendo el trabajo.

No le molestaba el ser así, era incluso mejor, así nadie le hablaría y dejaría en evidencia lo difícil que era el tener una comunicación normal, casual. Mientras más pasara desapercibida, más tranquila estaría, sin tener que gastar energía extra con esas personas, el sentirse inferior por ser incapaz de comportarse como el resto, o hacer evidente que solo se podía expresar correctamente con la escritura.

Por lo mismo prefería estar tras bambalinas, viendo cómo se desarrollaba todo a su alrededor, solo una espectadora de la vida misma.

¿Pero ser parte de eso?

No, no sería capaz de algo así.

Pero veía personas que, si eran capaces de hacerlo, y no sabía si admiraba a esas personas o las odiaba.

Veía a Helena ahí, siendo rápidamente el centro de la atención, diciendo sus primeros diálogos y cautivando a todos los presentes, incluida ella misma. Su cuerpo moviéndose, el rostro, la expresión siendo perfecta para cada una de las palabras que decía, cambiando por completo su desplante y convirtiéndose en una persona completamente diferente, como lo era Grace.

Si, era una habilidad que debía admirar, porque ella misma jamás sería capaz de hacer algo semejante, las ataduras que tenía desde niña no iban a romperse fácilmente, y ahora recién empezaba a acostumbrarse a ese mundo, a ser parte del mundo en sí mismo, a tener la mínima atención de sus pares, no podría simplemente cambiar, simplemente quitarse una máscara y ponerse otra como esa mujer lo hacía, rápidamente, transformándose frente a sus ojos.

De inmediato se le vino Jekyll y Hyde a la cabeza.

El curioso caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, la novela de Stevenson, la cual conoció cuando era más pequeña, absorbida por las historias, y hace unos años, cuando empezó en el mundo de la actuación teatral, tuvo la suerte de ver una obra sobre el libro, donde vio a un actor transformarse rápidamente del buen doctor a el vil hombre que es Hyde, usando diferente ropa y una máscara sobre su rostro, haciendo evidente que eran personas diferentes cuando el personaje se tomaba aquel suero.

Pero deseó ver algo más drástico, deseó que el actor se separase, que se transformase, sin necesidad de accesorio alguno, en una persona diferente, donde sin importar que tuviese el mismo rostro, el mismo cuerpo, fuese imposible creer que ambas personas fuesen el mismo personaje.

Y creyó que esa mujer podría hacer algo así, porque se desdoblaba con una facilidad que le parecía desconcertante, no era como un actor de método, que cambia la persona que es fuera del set para moldearlo al personaje que será sobre el escenario, lo cual podía causar muchos problemas en la vida privada del actor, no, esta simplemente cambiaba, lloraba y gritaba o se volvía fría e inalcanzable sin mayor problema, y de un segundo a otro volvía a ser quien era.

Si, tenía talento, no podía negarlo.

Encontrar a un actor así, era complicado, y eran afortunados, sobre todo ella, quien ahora podía ver una perfecta representación del personaje que creó, el cual estuvo semanas perfeccionando.

Helena terminó sus diálogos, terminó la escena, y el director aprovechó para darle algunos consejos, más al otro actor que a Helena, quien, de nuevo, había hecho la escena a la perfección, le era innato, claramente había nacido para estar ahí.

Para transformarse en alguien más.

Para transformarse en quien quisiera.

No necesitaba un suero como el que el Doctor Jekyll inventó para dar rienda suelta a sus más primitivos deseos, para ser alguien más y liberarse de esa necesidad que tenía dentro, porque tenía una reputación, porque era una persona decente.

Y eso mismo era lo que la hacía sentir preocupada.

Helena la observó, sus miradas chocando, ella como siempre observando todo su alrededor de manera minuciosa, de todas formas, nadie la miraba de vuelta y sentía agobio cuando la mirada ajena chocaba la propia, sin importar quien fuese. Pero era evidente que esa mujer la veía, que estaba atenta a ella, aunque estuviese en desacuerdo, y por lo mismo la saludó, sonriéndole, brillando, iluminando todo a su paso sin necesidad de foco alguno.

Le resultaba desconcertante sin duda la facilidad que la mujer tenía para actuar, para ponerse una máscara, y por lo mismo se preguntaba si había algo más en esta que fuese un acto, porque siendo así de buena, toda su existencia podía ser nada más que una mentira tras otra, un acto tras otro.

¿Era Hyde luciendo como el buen Jekyll?

¿O era Jekyll dejando salir al vil Hyde?

La simple pregunta le causaba escalofríos.

Negó, evitando la mirada ajena, ignorando a la mujer en particular, centrándose, obligándose a pensar en la navaja de Ockham, lo cual siempre traía a su mente cuando la ansiedad comenzaba a abrumarla, cuando alguien la veía de cierta forma o le hablaba de cierta forma, y se imaginaba mil razones posibles, cada una más alocada que la anterior, así que volvía a aquel método que plantea que la explicación más simple suele ser la más probable.

Y la explicación más simple es que la mujer simplemente era buena actriz, talentosa, y además carismática y agradable, no tenía que creer que esta solo era malvada y le hablaba para burlarse de ella como solía creer cuando era más niña, cada vez cuando alguien le hablaba, y de inmediato se ponía a la defensiva, porque siempre había sido repudiada por la forma que era.

¿Por qué alguien le hablaría a alguien como ella? ¿Por qué alguien sería agradable con una persona como ella, alguien que desvía la mirada y habla de manera cortante y monosílaba? ¿Por qué alguien que brillaba así querría acercarse a alguien que no tenía brillo alguno? No, solo la opacaría, era una pérdida de tiempo.

Solo iba a ignorarla, nada más.

Así no existiría posibilidad alguna de recibir daño de nuevo.

 

Chapter 143: Experiment -Parte 7-

Chapter Text

 

EXPERIMENT

-Plan-

 

Sintió que pasó una eternidad ahí, dentro de su cabeza.

A pesar de que ese lugar no fuese real, a pesar de que esas mujeres no fuesen nada más que datos y memorias corruptas, solo identidades perdidas en el infinito, en ese momento se sentían reales, físicas, y nunca tuvo nada similar, incluso se dio cuenta que necesitaba tanto el tacto humano, que nunca obtuvo, que por lo mismo siempre que Lyra estaba cerca, pasaba el metro cuadrado, aprovechándose de su salvadora para saciar sus propias necesidades.

Y ahora no era diferente.

Se sentiría aún mejor si no fuese un abrazo tan desesperado, tan triste, tan agobiado.

Sin embargo, no podían estar ahí por siempre, por más que le gustase, ya luego tendría una oportunidad similar, o eso esperaba.

Porque aún no sabían que les deparaba el destino.

Fue Ismeria quien les recordó su misión, quien, a pesar de todo, mantuvo la mente fría, fija en el objetivo. En uno de sus objetivos, ya que era cosa de tiempo para que el efecto de lo que sea que la doctora usó para adormecer a los residentes del edificio dejase de funcionar, y no podían ser atrapadas ahí.

Debían averiguar la verdad, antes de que fuese demasiado tarde.

Galatea asintió ante las palabras de la mujer, ante su recordatorio, ante su pánico, y de inmediato volvieron en sí mismas, dejando atrás el pasado, y enfocándose en el futuro, y de inmediato volvieron a avanzar a los controles, trabajando rápidamente entre los datos, buscando información, lo que sea que estuviese a su alcance.

Lo que sea que les diese una pista de lo que les ocurriría.

Porque sea lo que fuese, las tres estarían afectadas por eso.

Y no podía permitir que jugasen con sus vidas, eso no estaba bien, no era lo correcto, y ahora sabía que ambas mujeres ya habían sufrido suficiente para volver a sufrir.

Se quedó inmóvil, sin poder hacer nada más, viendo de nuevo como las dos mujeres estaban frente a los controles, moviéndose, buscando, haciendo un buen trabajo en equipo a pesar de actuar como rivales la mayor parte del tiempo. Habían cambiado un poco en esos días, y creía que el mismo pasado les había ayudado a continuar.

Y eso la hacía sentir feliz.

Se sintió nerviosa, impaciente, sabiendo como iba pasando el tiempo, las mujeres haciendo todo lo posible para encontrar algo útil, y sea lo que sea, estaba un más resguardado que el pasado de las almas. Al parecer realmente era importante, ella, a pesar de lo que creyó en un comienzo. Le habían dado utilidad, le habían dado un futuro a una niña sin futuro, pero le preocupaba que ese futuro no fuese algo bueno.

Y ambas mujeres pensaban lo mismo.

No iba a ser bueno.

Y validó esa teoría cuando las mujeres se enfocaron en un archivo, ambas deteniéndose, dejando de manipular los controles, simplemente leyendo, una y otra vez, y era claro que ya habían encontrado lo que buscaban, o al menos lo más cercano.

Se acercó, leyó, pero no entendió.

Nada tenía sentido.

Eran palabras muy rebuscadas, datos muy precisos y nombres que jamás había escuchado y no tenía idea de que significaban. Sabía que se trataba de ella, porque hablaba de ella, con su primer nombre, Talitha, lo único que sabían de ella, lo único que ella misma sabía de sí misma, así como el nombre de las almas, U053 y M078, los datos de las mujeres a su lado.

Pero no sabía nada más.

Miró a Ismeria, luego a Galatea, pero ninguna de las dos la miraba, los ojos fijos en el documento.

“No entiendo, ¿Qué significa esto? ¿Qué quieren hacer con nosotras?”

Galatea fue la primera en removerse, llevando una mano hacia su cabeza, como si le doliese, como si estuviese fastidiada, cansada.

“Lo siento, niña, no creo que pueda explicarte.”

¿Qué?

“¿Cómo qué no?”

Se giró para desafiar a Galatea, intentó llamar su atención de alguna forma, pero fue Ismeria quien se acercó a ella, quien decidió hablar, o al menos traducir lo que Galatea quiso decirle, o no decirle.

“Están usando un término que ni siquiera nosotras conocemos, es algo que nunca hemos escuchado, algo nunca antes visto.”

¿Cómo?

Volvió a mirar el documento, estando aún más confundida que antes.

Pero algo tenía que decir, algo tenía que significar.

Se giró, ahora mirando a la teniente, quien estaba recta, firme en su posición, y sus ojos se notaban pensativos, claramente le estaba dando vueltas a la información. Al parecer realmente no lo entendían, era algo que no reconocían de su existencia anterior, demasiado nuevo para tener memoria alguna.

Podría simplemente ignorarlo, volver a su habitación y dar el tema por zanjado, ya que no había forma de saber que querían con ella.

Sin embargo, no podía hacer eso.

Tenían que saber la verdad, o al menos tener una idea.

Si se quedaban, podría ser su final.

“¿Y no tienen alguna idea de que podría ser? Al menos para tener una idea. Si volvemos ahora, pondrán más seguridad, y será más difícil huir si es que la cosa se pone complicada, me dijeron eso antes, ¿No?”

Luego no podrían hacer nada, incluso con el peor destino entre manos, incluso con dos cabezas inteligentes y capaces a su favor. El hacer algo así, como lo que estaban haciendo, ya estaba prohibido, era algo que no podía perdonarse, era jugarse la vida.

La teniente, quien recibió su mirada desesperada, volvió a mirar el documento, una mano en su barbilla, pensando rápidamente, releyendo, intentando sacar la mayor información posible entre líneas, y luego de unos segundos, esta asintió.

“No hay forma de corroborarlo, pero teniendo en cuenta las habilidades que ambas tenemos, de las que podemos proveerte, sospecho que quieren que seas algo así como un espía.”

“¿Un espía? ¿Cómo un agente secreto?”

No sabía cómo sentirse respecto a eso.

Podía ser algo bueno, normal, o algo malo.

Y cuando Galatea soltó una risa gruesa, creyó que era la segunda.

Se volteó a mirarla, y esta se cruzó de brazos, releyendo también el documento.

“No lo imagines como algo genial, creo que puede ser muy malo, para ti al menos.”

La teniente miró a la doctora, frunciendo el ceño, regañándola en silencio, antes de mirarla a ella. Al parecer ambas sabían lo que todo eso significaba, pero la albina no era muy suave explicándose, e Ismeria, a pesar de su rudeza militar, intentaba al menos ser un poco más consciente, de tener un poco más de tacto con ella.

“Por muchos años me entrenaron para ser capaz de infiltrarme en tropas enemigas, una de las habilidades que más requerían de mí, y teniendo en cuenta lo que Galatea es capaz de hacer, probablemente usaran ambas a su favor, y no, no creo que sea algo bueno en lo absoluto.”

Giró una vez más, mirando a Galatea, sabiendo que la mujer era habilidosa en muchas cosas, lo vio hace unos minutos en aquel laboratorio, así como vio como pudo crear vida, pero no sabía cuál podía ser aquello que sería usado en particular. Cuando vio su rostro, notó cierta preocupación ante las palabras de Ismeria, y si bien sabía que Galatea no parecía ser una persona guiada por la moral, al menos no lo era antes, cuando vivía, y no tenía duda que aquello malo de lo que hablaban a esta poco le afectaría, se lo dijo, a ella misma le afectaría más, sin embargo, ahora la notaba más reticente, más humana, más moral de alguna forma.

Tal vez, lo que sea que le deparara a su cuerpo en el futuro, a Galatea poco le importaría, sin embargo, tampoco podía decir que no le importaba en lo absoluto.

“¿Qué habilidad tuya podrán usar?”

Preguntó, tragando pesado, una parte de ella no quería saberlo, porque tenía claro que la doctora le diría, sin pelos en la lengua, y la cruda realidad le dolería más. Los ojos rojizos la observaron, dubitativos, humanos, pero finalmente esta soltó una risa descabellada, volviendo a su yo usual, o al menos lo más similar.

Sus recuerdos le impedían enloquecer, la verdad, el amor presente en su memoria, la volvían su mejor versión.

“Te lo diré, niña. La gente para la que trabajaba me manipuló, me dijeron que tomarían en cuenta mis ideas si es que lograba darles lo que buscaban, así que estuve obligada a hacer investigaciones, condenada a un laboratorio, y cuando sucedió, cuando descubrí la forma, ellos volvieron una vez más a desechar mis inventos, a desechar mis ideas, así que salí de ahí, si ellos no me daban lo que yo quería, no les daría lo que ellos querían.”

Se vio frunciendo el ceño.

Galatea fue marginada por sus ideas, pero, aun así, sabían que tenía talento, sabían que era una mente brillante, por lo mismo la utilizaron.

Pero…

“¿Qué querían ellos?”

No quería saber.

Pero debía saberlo.

La mujer le sonrió, con esa sonrisa enloquecida, pero el gesto no llegó a sus ojos, estos aun hirviendo, aun furiosos por lo que el mundo le hizo, ahora todo más claro en su mente ante las memorias.

“Armas biológicas.”

Oh.

Se quedó perpleja.

Eso era demasiado.

Se vio tragando pesado, sabiendo exactamente lo peligrosa que era en ese momento, que, si bien aún era una niña para el mundo, tenía dentro de ella a un militar, a una mujer que durante años sirvió al gobierno, que siguió todas las ordenes, que se dedicó por completo a esa vida, que era en si el soldado ideal, con sus habilidades innatas, con sus capacidades físicas y mentales desarrolladas, tanto así que podían usarla a su antojo sin problema.

Por otro lado, tenía dentro de ella a una doctora, a una mujer que tenía una cantidad inmensurable de conocimiento, con una mente cruel pero brillante, que podía hacer y deshacer a consciencia, con cualquier ser vivo, aniquilarlo y darle vida al mismo tiempo, y ahora no era solo eso, sino que también era capaz de crear armas, de aniquilar a cientos, con un solo ataque.

Por si mismas, no serían tan útiles para sus viles planes, pero juntas, esas dos mujeres eran el arma perfecta.

Ella, ahora, era el arma perfecta.

Eso estaba mal, muy mal.

Se vio sudando, sintiéndose enferma, su cuerpo reaccionando, y su propia consciencia sintiéndolo, por lo mismo retrocedió un par de pasos, alejándose de los controles, de las imágenes, su estómago revolviéndose. Estaba en una posición muy complicada.

Pero, no podía ser tan fácil para ellos, ¿No?

¿Era posible siquiera que las utilizaran de esa forma?

“Pero, si ninguna de nosotras quiere hacer lo que sea que ellos quieren que hagamos, se supone que no pueden obligarnos, ¿No?”

Eran tres.

Ella misma probablemente cedería, al final, estaba amarrada a ese lugar, ellos le dieron un futuro, y debía pagar por eso. Obviamente no quería hacerle daño a nadie, destruir aún más la humanidad que poco a poco dejaba de existir. Pero era un experimento, no era su propia persona, no podía hacer nada para evitarlo.

Pero esas mujeres si, ¿No?

Eran capaces, más que nadie, debían poder, ¿No?

Miró hacia el frente, las mujeres ahora ahí, ambas mirándola, pero no duraron mucho, los ojos rojizos y los verdes conectando, mirándose entre ellas, hablando sin decir nada, dudando, incapaces de responderle.

Le costó darse cuenta de lo que las mujeres pensaban.

Pero era obvio.

Esa gente iba a hacer lo que sea para obligarlas.

Podían usar un casco para apagarlas, para hacerlas desaparecer de su cabeza, esa era manipulación suficiente. Ellas no querían morir, nunca quisieron morir, y ahí, tenían la oportunidad de vivir, de sentirse una vez más vivas, pero eso era tan relativo, ya que era tan fácil el arrebatarles la consciencia.

Y a ella…

Ya lo dijo, no tendrían que hacer mucho para lograr que hiciese caso.

Ismeria fue la primera en soltar un suspiro pesado, mirándola a ella, preparándose para hablar, y notó una mirada determinada en sus ojos verdes. Se veía suave, no tan tosca como normalmente, también más humana, más dulce, más viva, los recuerdos también influían en su presente, siendo más que la máquina que tuvo que ser para cumplir con su deber, recordando su lado más humano, como solía sentir, como solía querer, como solía llorar, antes de perder su individualidad.

“Aunque nos fuercen, estoy en contra, yo ya cumplí con mi deber como teniente, como parte de las fuerzas armadas, seguí las ordenes hasta que eso acabó con mi vida, ahora ya no tiene sentido el seguir siendo un soldado ahora que estoy muerta.”

Ya no va a seguir órdenes.

Ya no va a continuar sirviendo a sus superiores.

Ese mundo le dio mucho dolor, así como mucha felicidad, pero era un ciclo que ya se había cerrado, y con sus memorias de vuelta, ya daba por terminado ese camino.

A pesar de la molestia en su ser, la incertidumbre, se vio sonriendo.

Estaba feliz por Ismeria.

Estaban en contra en eso, no querían seguir órdenes para causar más daño, para crear más guerra, era suficiente. Ambas se giraron, lo suficiente para mirar a la doctora, para saber cuál era su opinión, porque podían ser seres individuales viviendo en un mismo cuerpo, pero eran un equipo al final del día, y ya había experimentado que ocurría cuando las tres tenían ideas diferentes, cuando sus opiniones estaban en contra.

Y era un caos.

Así que sea lo que sea que hicieran de ahora en adelante, dependía de que las tres estuviesen en sincronía.

Y dudaba, ambas dudaron, porque sabían que, si alguien iba a estar dispuesta a crear guerra, iba a ser la doctora, ya que cuando tuvo en sus manos la forma de salvar vidas, fue rechazada, y ahora, solo podía vengarse eliminándolos a todos.

Galatea parecía sorprendida con la mirada de ambas, y podía ver una expresión suplicante en el rostro de la teniente, y probablemente la misma expresión estaba en su propio rostro. La albina soltó un suspiro, llevando las manos a la cadera, luciendo cansada, o resignada, o ambas.

“Si me lo hubiesen preguntando hace un tiempo, hubiese accedido, crear más guerras, destruir el mundo, no me habría importado. No quisieron que los ayudase, así que no merecen mi respeto.”

Galatea se quedó en silencio un momento, sus ojos rojizos mirando al suelo, mirando a la nada, al infinito que existía ahí, en ese lugar. Estaba pensando, se notaba.

Estaba vacilando.

Creía que era gracias a Frankie, a su recuerdo fresco en su memoria, como la mujer enloqueció ante la presión de ese mundo que la rechazó, y creó a quien sería su todo, y fue así, ya que, si bien la creación no era nada más que desperdicios humanos que fueron tirados al basurero, Frankie terminó convirtiéndose en un ser de luz, bueno, probablemente era lo mejor de la humanidad que fue unido con suturas.

Y esa humanidad fue traspasada a la mujer, quien solía carecer de humanidad.

La gran mujer volvió a levantar la mirada, mirándolas a ambas, a Ismeria primero, y luego a ella, su expresión más determinada, más segura, más firme.

“Si, me gustaría hacer todo explotar, hacer que todos esos idiotas sintiesen lo mismo que yo sentí, y no dudaría en hacerlos sufrir. Sin embargo, no voy a dejar que vuelvan a manipularme, a obligarme, a ser un peón más, y hacer todo lo que ellos quieran. No tengo un cuerpo, estoy muerta, lo poco que me queda es mi libre albedrio.”

Esas mujeres ya no tenían mucho que perder, ya lo habían perdido todo.

Pero Galatea tenía razón.

Era poco lo que tenían, y debían conservarlo.

Ella misma, lo único que le quedaba, era su propia humanidad, y no iba a mancharla de esa forma, no iba a dejar que la destruyesen luego de que intentó con todas sus fuerzas el mantenerse intacta, el sobrevivir, el seguir siendo humana incluso cuando la sociedad la condenó a ser nada más que basura.

Entonces, el tema estaba zanjado.

Ninguna de las tres quería hacer lo que los investigadores, lo que el gobierno, lo que el mundo quería que hicieran. Ninguna lo iba a permitir. Tenían poco que perder, por lo mismo iban a luchar por mantener aquello intacto.

“Entonces, ¿Qué hacemos? No podemos quedarnos si nos van a utilizar.”

Preguntó, queriendo formar un plan antes de que el tiempo pasase, antes de que perdiesen la ventaja que tenían, y fue Galatea la primera que negó, mirándola, dando un paso al frente, acallándola.

“Si huyes, jamás podrás volver a ser quien eras antes, estarás obligada a vivir por el resto de tus días con nosotras dentro de su cabeza, son pocos los que conocen esta tecnología y pueden crearla o revertirla, y la mayoría está aquí.”

Eso la hizo dudar.

Estuvo segura por un momento, pero ahora vacilaba.

Se miró las manos, dándole vueltas a aquella situación, a las probabilidades, a lo que significaba el salir de ahí para no volver, donde su estado quedaría permanente. Pero, honestamente, no se podía imaginar una vida sin esas mujeres, ya sea fuera de su cabeza o dentro.

Había estado sola por tanto tiempo, que creía imposible el soportar el volver a eso, el volver a ser nada, absolutamente nada, sin nadie. Al principio fue difícil, esas mujeres no paraban de intimidarla, pero ahora, era diferente, se habían acostumbrado en poco tiempo a la existencia de las otras en un mismo espacio, al final, estaban ahí, todas las horas del día.

No, no soportaría estar sola de nuevo.

Tal vez le gustaría que esas mujeres volviesen a sentirse vivas, que volviesen a tener su individualidad de vuelta, pero por ahora, eso no era posible, sin embargo, nada decía que no pudiese serlo.

Creía que tenía un futuro ahora, e iba a tomarlo en cuenta.

Miró a ambas mujeres antes de hablar, dejando las manos en sus costados, apretando los puños, sintiéndose decidida.

“Estamos juntas en esto, ya luego encontraremos una forma de solucionar nuestra situación de la mejor forma, pero si nos quedamos aquí, como dijo Galatea, nos van a quitar lo poco que tenemos, y con eso estaremos perdidas.”

Su propia voz sonó fuerte, y notó como Galatea le sonrió, sin burla, sin malicia, así como notó como Ismeria se le acercó, poniendo una mano sobre su hombro, sujetándola con firmeza, orgullo en su rostro, leve, casi imperceptible, pero ella lo notaba.

Las tres habían crecido en ese tiempo.

Habían cambiado, y para bien.

“Entonces, nuestro plan es salir de aquí, no creo que sea difícil si volvemos a hacer lo mismo que hicimos para llegar aquí, y ya que no pueden poner ningún objeto metálico en Talitha que haga interferencia con la tecnología, no hay ningún chip que pueda rastrearnos, pero ¿A dónde vamos?”

La teniente, habló, su rostro serio, siempre pensando en las posibilidades, siempre tratando de pensar un paso más allá y evitar cualquier complicación. Galatea fue la primera en reaccionar ante la pregunta, soltando una carcajada que retumbó en ese lugar infinito.

“Claro que iremos donde la única persona en la que podemos confiar, no tenemos otras posibilidades en este momento.”

¿Qué? ¿Quién?

“¿A quién te refieres?”

Preguntó, y al parecer era la única que no lo había entendido, ya que la teniente asentía, tomando en cuenta las palabras de la doctora, quien volvió a reír al verla dudando, preguntando, sin entender.

“Tu salvadora, por supuesto que ella, ¿Quién más? Es la única persona que está afuera que te tiene la suficiente estima y cariño para venir a visitarte.”

Oh.

No, un momento-

“Galatea tiene razón, Lyra es la única persona que puede aceptarnos en este momento, al menos darnos algo de tiempo para pensar en el siguiente paso, así como buscar la forma de resguardarnos de este lugar.”

Ismeria habló, segura en su convicción.

Ambas lo estaban.

Pero ella no.

“¡No puedo hacer eso!”

Se vio gritando, sintiendo el pánico subir por su garganta, y ambas la miraron, estupefactas, sin entender su reacción, por su parte trató de calmarse, y negó, negó rotundamente.

“Ella ha sido muy buena conmigo, desde el comienzo, no voy a ser una carga para ella.”

A pesar de su seguridad en eso, las mujeres no le tomaron demasiada importancia, y se sintió algo pasada a llevar, como en un comienzo, y solo se calmó cuando notó como estás lucían tranquilas.

Fue Ismeria, una vez más, quien intentó suavizar la situación.

“Solo será por un tiempo, podemos preguntarle si está de acuerdo, y si no, nos vamos y buscamos otra manera, no perdemos nada con intentarlo.”

“Pero…”

No, sabía que Lyra estaría de acuerdo.

El problema era exactamente ese.

Era su salvadora, su ángel, la epitome de la humanidad y la bondad, obviamente iba a aceptarla, de todas formas, todo ese tiempo la visitó, una y otra vez, aunque no tuviese que hacerlo, aunque fuese innecesario, aunque ella fuese nada más que un experimento, sin existencia más allá de su propósito.

Por lo mismo, sabía que aceptaría, incluso aunque fuese una carga, incluso aunque fuese una molestia.

Y no quería poner ese peso en su salvadora.

Pero ambas tenían razón, por ahora, era la única salvación que tenían, por lo mismo, buscaría la ayuda de su salvadora, y rogaría para poder solucionar pronto su situación, y no se una carga para la única persona que la estimaba lo suficiente para visitar a un fenómeno como era ella.

Sintió la mano de Ismeria una vez más en su hombro, intentando darle algún apoyo, mientras Galatea se volvía a poner frente a los controles, estirándose.

“Ahora a buscar donde la chiquilla vive.”

Antes de que Galatea pudiese hacer nada, Ismeria se movió, acercándose a la doctora, deteniéndola.

“Aquí saben que Lyra la ha venido a ver, si llega a huir, el primer lugar en el que buscaran es en su casa, tal vez ir ahí directamente no sea lo mejor.”

“¿Entonces qué hacemos? Somos buenas manejándonos en la red, pero no creo que lo suficiente para encontrar a una chica entre miles.”

Las mujeres comenzaron a discutir entre ellas.

Y por su parte, se mantuvo en calma, porque ahora, ella sabía qué hacer.

“Sé donde trabaja.”

Habló, segura.

Lyra le contó, sabía dónde era, ya desde ahí solo quedaba esperar, entrar en el edificio o simplemente esperar afuera hasta que su salvadora apareciera. Las mujeres se voltearon, mirándola, y fue Galatea quien sonrió, soltando una risa.

“¿Qué hacemos aún aquí entonces?”

Ismeria asintió, y la miró, buscando sus ojos, esperándola a ella para dar el primer paso.

Por su parte asintió, sabiendo que era la única forma, y que debían actuar rápido antes de que perdiesen la oportunidad. Aún era su cuerpo, aun esas mujeres esperaban su opinión, su respaldo, ahora era así, no como al comienzo.

Si, eran un equipo.

“Vámonos de aquí.”

Y saldrían de ahí como equipo.

 

Chapter 144: Cancer -Parte 2-

Chapter Text

CANCER

-Gratitud-

 

Escuchó la puerta de recursos humanos abriéndose.

De inmediato sintió un escalofrío pasar por su columna.

Una mezcla entre instinto de supervivencia y la reacción de pelear o huir, algo que llevaba sintiendo al menos durante los últimos tres años, y por suerte no pasaba tan seguido, o se volvería loca.

Se obligó a mantener la calma, debía hacerlo, no estaba sola en la oficina, así que debía comportarse, aun así, tuvo el impulso de tomar la cajetilla de su pantalón, sabiendo que no había forma de calmarse sin esa ayuda, sin la inhalación asistida, pero dejó ambas manos en el teclado de la computadora, siguiendo con sus deberes.

Tampoco podía fumar ahí adentro.

Por un momento tuvo la ilusión de que podía ser otro de sus colegas quien había entrado, pero antes de poder relajarse y asumir aquella como la respuesta correcta, escuchó un golpe, una mano ajena golpeando contra su escritorio, y a pesar de intentar contenerse, apretó la mandíbula, su cuerpo tensándose de inmediato.

Debía entregar el papeleo aquel durante el día, pero al parecer, su jefa, no parecía querer esperarla.

“¿Cómo estás, cangrejita?”

Conversación para romper el hielo.

La más difícil de hacer.

Levantó el rostro, enfrentando a su jefa, quien siempre había sido más alta y grande que ella, así era, lucía como lo que era, fuerte, llena de confianza, capaz de todo. Fue criada de la forma en la que le dieron todo lo que quería en las manos, así como le enseñaron a obtener todo lo que se le antojase, con todo el mundo a sus pies.

Y si no lo obtenía…

“Buenos días, Leo.”

Y la sonrisa en la mujer creció al ser observada, lamentablemente, le seguía dando todo lo que esta quería, a pesar de no querer darle más en el gusto, ya fue demasiado devota en el pasado, no volvería a cometer aquel mismo error. No fue valorada, así que no iba a dar más de sí misma, nunca más.

“¿No te sorprende verme?”

Negó, sin querer ni siquiera vocalizar la respuesta, esperaba no verla, honestamente, no verla nunca, así al menos podría tener un día tranquilo.

“¿Vienes a revisar a la nueva candidata para arquitecta del sitio 35?”

Buscó el archivo, ignorando a la mujer, que claramente buscaba atención, y probablemente quería algo más, si la venía a ver, era para pedirle algún favor, y esperaba no aceptar, no, no iba a aceptar, no iba a seguir bailando en su mano. Comenzó a imprimir los datos de la candidata, y apenas salió de la impresora, se lo pasó a la mujer. Esta no parecía ni en lo más mínimo interesada, pero tomó la hoja de todas formas, sus ojos brillando al ver la fotografía de quien sería la arquitecta.

“Sé ve un poco como mi tipo.”

Contuvo las ganas de poner los ojos en blanco, sabiendo que un comentario así vendría de una u otra manera. Era parte de su personalidad, lo sabía, pero también sabía que lo hacía de adrede, el decir esos comentarios en frente de ella. No era inusual, se los decía incluso cuando estaban juntas, años atrás, solo que no esperó el ser traicionada.

“Parece una mujer capaz y profesional, me gusta más que los otros candidatos. Voy a pensar bien a quien escoger para que se encargue de ese terreno, hay muchas propuestas así que necesito la opinión profesional para escoger, no podemos desperdiciar ese lugar.”

Asintió, teniendo claro que los edificios que se construían en esa zona, cercana al mar, eran muy valiosos, la plusvalía aumentaba, y había varios proyectos que la municipalidad daba como opciones, para mejorar la vida de los ciudadanos, aunque probablemente terminase siendo otro edificio de tiendas. Creyó que la conversación acababa ahí, pero no, la mujer continuaba presente, apoyándose en su escritorio, sin irse, y tenía claro que tenía la mirada insistente encima, y respiró profundo, intentando contener sus emociones queriendo desbocarse.

“¿Necesitas algo más?”

La sonrisa en Leo creció al mirarla, obteniendo, una vez más, exactamente lo que quería, e hirvió por dentro. Esta asintió, acomodándose en su escritorio, prácticamente sentándose, como una forma más de mostrar superioridad con ella, una forma más de hundirla.

“Tengo una reunión importante el viernes, consígueme una sala de reuniones, y asegurate de reservarla por algunas horas, no quiero que nadie nos moleste.”

¿Qué iba a hacer ahí adentro?

No quería saber.

Soltó un suspiro, volviendo a lo suyo, sin querer dar su brazo a torcer. No era la primera vez que esta la hacía hacer ese tipo de trabajos, que no tenían nada que ver con su puesto. Diferente era cuando se trataba de una reunión entre trabajadores, pero para hacer eso, debían ir por el conducto regular. Tenía claro que, si se lo decía a ella, era porque era una reunión ajena a la compañía, algo de Leo, y que no le concernía a nadie más.

Por ende, no le concernía a ella.

“Ese no es mi trabajo.”

Habló, firme.

“Sabes que no tengo una secretaria por el momento, así que no tengo a quien más molestar.”

Y tenía claro que pidiéndolo hacía eso, molestar.

Se levantó de hombros, comenzando a teclear, aunque tenía claro que lo que estaba escribiendo no tenía mayor sentido, su enojo empezaba a nublarle la cabeza, y no podía concentrarse en su trabajo, y eso era agobiante, porque le gustaba su trabajo, y por lo mismo, le gustaba hacerlo bien, pero con esa presencia al lado, era imposible.

¿No se podía aburrir y ya?

“Insisto, no es mi trabajo.”

“Vamos, antes solías ayudarme cuando no tenía secretaria.”

Si, lo hacía.

Pero tenía otras razones para hacerlo.

“Me pagabas por hacer ese trabajo, ya no es el caso.”

“Entonces haz este trabajo para mí, y te pagaré.”

Por supuesto, así de fácil se arreglaba, ¿No?

“No es el dinero lo que me importa.”

No, no lo era.

Antes lo hacía solo porque quería pasar más tiempo con Leo, entonces tomaba lo que podía, sacrificando su tiempo libre, su salud física, sus descansos, solo por esa mujer, el dinero era extra, pero nunca fue esa su motivación, nunca lo había sido. Y ahora, sobre todo, no cometería el error de tomar esa responsabilidad, cuando lo que menos quería hacer en la vida era tener a Leo cerca, se le revolvía el estómago.

Y Leo se acostumbró a que ella hacía todo, que la ayudaba en todo, y hasta el día de hoy, no encontraba a alguien que sacrificase tanto, que se humillase tanto. Pero ya no era así, ya no se permitiría ser así.

La mano de Leo llegó hasta su computadora, a la pantalla, apretando el botón de apagado, obligándola a darle a esta toda su atención, y tenía claro que se le notaba lo mucho que apretaba los dientes, lo mucho que apretaba los puños. Estaba jugando con ella, y con su última fibra de paciencia.

Soltó un bufido, obligándose a mirarla, lo que menos quería hacer.

Y se sintió enferma cuando le vio el rostro, cuando vio esa expresión que había visto muchas veces, y que odiaba más que nada.

“Haz lo que te digo, y te recompensaré.”

El que estuviesen juntas, solo fue eso, una recompensa, porque Leo creía ser superior a todos los demás, y lamentablemente, en muchos sentidos, lo era. Entonces, estar a su lado, era eso, una recompensa, el verla, era una recompensa, el acostarse con esta, era una recompensa, era como si les hiciese un favor al pararse frente a los demás, al compartir el mismo aire.

Y para ella, eso era una tortura.

“No me interesa, es hora de que te consigas una secretaria.”

La que probablemente se iría porque no soportaría las exigencias, el ser el circo de Leo, había pasado ya muchas veces, habló con varias de ellas al revisar su papeleo para contratarlas, así como para tratar con las renuncias.

Escuchar la risa de Leo, hizo que su cuerpo se tensase aún más, y por suerte había escondido los puños en su regazo, bajo el escritorio, o se le notaría lo hinchadas que tenía las manos, las venas palpitando, sus músculos tensos, listos para dar un golpe.

Y no, no era lo correcto, pero así reaccionaba su cuerpo.

Pelear o huir.

Y no huiría.

Estuvo toda su infancia huyendo, escondiéndose tras su madre, sin salir de su zona de confort, sin dejar la comodidad, así como de sus problemas, una y otra vez, huyendo, refugiándose en sus adicciones, incapaz de ver más allá, de pensar en el futuro, y ahora, que había logrado tener un buen trabajo, no iba a dejarlo fácilmente, se iba a aferrar a lo que le daba felicidad.

Y por los mismo, debía destruir lo que la hacía infeliz.

Lamentablemente ambas cosas chocaban entre sí, dependían la una de la otra.

“Si que eres rencorosa, deberías madurar de una vez por todas, hacer lo que te digo, y dejar de pelear contra la pared.”

La mujer se alejó de su escritorio, cerrando su punto, y le enojó aún más el saber que tenía razón. Era su jefa, debía hacer lo que le decía, de hecho, tampoco era la gran cosa, pero se rehusaba a hacerlo para no darle en el gusto, y se le notaba. Pero claro, esa mujer no tenía problema para pasar página, para dejar de lado todo lo que tuvieron, y ahora se daba cuenta de la poca valía que tenía.

Todo el mundo giraba alrededor de Leo, todos eran carentes de importancia, reemplazables.

Y ella, fue reemplazaba rápidamente.

“Apenas consigas la sala, avisame.”

Amaba ese trabajo, pero como odiaba a su jefa.

“De acuerdo…”

“Y deja de fruncir el ceño, no queremos que tu pequeña carita se llene de arrugas, es malo para la imagen de la compañía.”

Si, claro.

Ni siquiera miró hacia la salida, pero soltó un suspiro de alivio al escuchar la puerta abriéndose y cerrándose. Soltó un quejido, enterrando el rostro en las manos, estas calientes ante lo mucho que apretó los puños, sus nudillos blancos. A veces quería aplastarse la cabeza y simplemente acabar consigo misma.

Pero no podía.

Su madre había sacrificado mucho en su vida para criarla, para darle la vida que tenía, y era injusto el deprimirse de esa manera, aunque tenía claro que, si ella no golpeaba a Leo, sería su madre quien lo haría, y quien estuvo a punto de hacerlo.

No, eso acabaría en homicidio, así que mejor evitarlo.

Podía con eso.

Solo debía enfocarse en lo bueno, no en esos breves momentos que tanto agobio le provocaban.

Ya pasaría, solo era cosa de tiempo.

Se estacionó en su lugar usual, soltando un suspiro pesado.

Se había contenido apenas de fumar, porque su madre la llamó, diciéndole que la necesitaba en el restaurante, y si notaba que había estado fumando, iba a molestarla, así que lo evitó.

Y se sentía miserable ya, no creía que pudiese soportar que su madre lo notase y que decidiese iniciar su venganza. La quería mucho, sí, pero tampoco quería que se metiese en problemas, en más problemas de los que ya se metía normalmente.

Se metió un chicle de menta en la boca antes de salir del auto, entrando por la puerta de atrás, y vio todo en calma, los días de semana eran así, tranquilos, cerraban cerca de las nueve, exceptuando los viernes que la gente aprovechaba de beber hasta más tarde, y así mismo aprovechaban de tener abierto hasta más tarde.

Notó a su madre en la barra, arreglándose la ropa, mientras observaba alrededor, y la veía inquieta, alerta, más de lo usual. De hecho, cuando los ojos negros de su madre chocaron con los suyos, llegó a dar un salto. Se volvía un depredador de la nada.

“Al fin llegas, tengo los minutos contados.”

Aunque había llegado antes de lo que era previsto, ni siquiera pasó primero a su casa para darse una ducha y cambiarse de ropa, así que, para ella, era un sacrificio. No le molestaba vestirse formal, solo si se trataba de estar en la oficina, para estar ahí, no era el caso.

Y su madre tampoco era formal en ese aspecto.

Al menos se soltó los primeros botones de la camisa, se sentía abrumada en general, el estar aprisionada en su ropa solo lo empeoraba.

“¿Qué tienes que hacer que estás tan apurada?”

No le molestaba hacerse cargo del negocio, por mucho tiempo tenía esa rutina de salir de la oficina, agradeciendo que su horario era flexible, y se iba directo al restaurante para ayudar a su madre, de hecho, feliz estaba de poder ayudarla un poco en sus cosas. Pero el verla tan impaciente, asumía que tenía que ver con su otro trabajo, ya que lo manejaba con toda la pasión del mundo.

Simplemente adoraba ese trabajo.

Su madre sonrió, luciendo tan animada como malévola, mientras sacaba su libreta de su gabardina, en la cual anotaba todo lo que averiguaba, y la movió en su mano, demostrándole, que sí, que iba a trabajar, y por eso la prisa.

“Me pagaron para descubrir la infidelidad de alguien, así que tengo que darme prisa para perseguirlo.”

Si, sin duda le apasionaba.

“Suerte en eso, y ten cuidado, no te metas en problemas.”

“¿Con quién crees que estás hablando?”

Esta le dijo, sonriendo, haciéndole entender o que siempre se salía con la suya, o que siempre se metía en problemas, y honestamente, un poco de ambas. Su madre era capaz de mucho, pero era un poco intensa, entonces las situaciones se le escapaban de las manos. Pero si, incluso en sus errores, salía adelante.

Envidiaba un poco eso de su madre, y por lo mismo, a veces, quería ser un poco más como esta.

Solo un poco.

Esta guardó la libreta y se puso la cartera en el hombro, y comenzó a caminar hacia la salida, pero antes de eso, se dio vuelta, mirándola, con esa expresión que no le llegaba a los ojos, tan misteriosa como siempre, su madre. Pero mientras estuviese feliz, se lo perdonaba. Sea como sea, pudo entenderla, como le agradecía, pero sin decírselo.

Misteriosa también con sus emociones, no tenía duda de eso.

Pero luego de tantos años, entendía la gratitud en su mirada.

Aunque no tuviese que agradecerle, era su deber, con gusto lo hacía.

Y así, esta salió por las puertas, saliendo del restaurante. Por su parte, miró alrededor, notando como todo parecía estar en orden, dos meseros dándose vueltas, sin mucho que hacer, y decidió ayudar con los vasos, así que dobló las mangas hasta los codos, y comenzó. Estuvo un buen rato así, ayudando a servir los tragos, así como cumpliendo su función de caja.

“Jefa.”

Hasta que no pudo seguir haciendo nada.

Notó como Taurus salió por la puerta de la cocina, luciendo tan profesional como siempre, su uniforme bien cuidado, así como su apariencia, y recordó a un chef que tuvieron por un tiempo, que lucía siempre desdeñado, tal vez por eso su madre lo echó. Por suerte Taurus hacía un buen trabajo, manejaba bien el menú, y las preparaciones rápidas, los ayudantes de cocina también parecían contentos con su presencia, lo que ayudaba.

Por no decir el sabor, claro, que ella solía tener la debilidad por la comida, y si bien para no volver a caer en el comer de más, solía evitar comer en general, pero no podía no disfrutar un plato de esa mujer, adictivo, daba gusto tener a alguien que hiciese un buen trabajo de vez en cuando, y que de verdad le apasionase la comida.

Taurus la miró con cierta sorpresa, al darse cuenta de que ella, era, de hecho, lo contrario a su madre, pero le alegró de sobre manera que esta le sonriese, saludándola, cambiando su expresión compuesta por una un poco más relajada.

Día de mierda había tenido, pero ahora se sentía un poco más bendecida.

“¿Tu madre te dejó a cargo?”

Taurus se le acercó, y estaba segura de que estaba sonriendo como una tonta. Lo bueno de no haber fumado durante el día, es que al menos no apestaba, que la ducha le ayudaba un poco, pero no era el caso esta vez. Esa mujer, por el contrario, siempre olía bien, aunque creía que era más por las especias que por otra razón.

Asintió, llevando las manos a la espalda, sin saber qué hacer con estas, estaba nerviosa, no podía negarlo, y estar a solas solo hacía más difícil el comportarse. Obviamente había más personas por ahí, no a solas de verdad, pero casi a solas.

“Fue a hacer sus cosas de detective, a buscar a un infiel o algo así.”

Taurus la miró con cierta sorpresa, y luego fue ella la sorprendida cuando esta se le acercó, como si le fuese a decir un secreto o algo así, y esperaba no tener el rostro tan rojo como lo sentía.

“Me habló de un fraude…”

Oh.

Soltó un suspiro pesado, sin poder controlarse.

“Al parecer solo tenemos dos mentiras y ninguna verdad.”

Así era su madre, cuando no quería decir algo, cuando ocultaba algo, solía mentir, y luego, tenía tantas mentiras, que olvidaba cual decía y cual no, y al final, uno tenía muchas mentiras y ninguna verdad. Pasaba así desde que era niña, rara vez podía obtener una verdad honesta de su madre.

Estaba acostumbrada.

“Es una mujer difícil al parecer.”

Taurus dijo, soltando una pequeña risa, y música para sus oídos. Asintió, dándole la razón, y así era, pero bueno, si, lo dijo, estaba acostumbrada.

“A todo esto, ¿Qué querías de mi madre?”

Para algo salió de la cocina.

Los ojos verdes conectaron con los suyos, pero la vio un poco insegura de hablar, como si no quisiese decir algo incorrecto, pero al final, respirando profundo, decidió hablarle.

“Venía a hablarle de los pagos, aun no llegan.”

¿Qué?

“Pero si le mandé los documentos a fin de mes con los gastos…”

Sí, su madre era difícil.

Soltó un suspiro pesado, de nuevo.

“Te voy a pagar de inmediato.”

Se giró, posicionándose frente a la computadora para hacer todo aquel proceso.

Y Taurus, para su sorpresa, le sonrió, y para aumentar aún más su sorpresa, sintió la mano de esta en su antebrazo, y los escalofríos que sintió en la mañana que eran nada más que de sensaciones espeluznantes, se repitieron, pero provocándole todo lo contrario. Era débil ante el tacto, pero no creía que tanto.

“Lo apreciaría.”

Estaba muy dañada para enamorarse, pero sí que estaba enamorada, perdidamente enamorada, de hecho.

¡Se fuerte!

Chapter 145: Hero -Parte 2-

Chapter Text

HERO

-Protección-

Recordaba los días pacíficos.

Los días de encierro que vinieron luego del caos, luego de la persecución, luego de la sangre.

Pero no se sintió tan angustiante en ese momento, porque no estaba encerrada en soledad como solía, ahora no, ahora tenía a una madre y a una salvadora. Pero lo que si era angustiante era la razón de estar ahí, y era porque las buscaban, porque les estaban dando caza, porque querían las cabezas de las tres ahí presentes, dentro de ese bunker bajo tierra.

No podían salir a la superficie, no sin tener cuidado, siendo su salvadora la única que salía, y en muy pocas ocasiones, con su madre prácticamente que rogándole para que no saliese a la superficie. Ninguna de ellas quería ver a la mujer llegar malherida de nuevo, sangrante, dolorida, pero esta estaba confiada, confiaba en sí misma, y esa confianza les dio cierta tranquilidad.

Lamentablemente, no podían estar ahí por siempre.

O sea, sí, pero ninguna de las dos adultas presentes quería permanecer ahí, no, querían mostrarle a ella el mundo, la superficie, querían dejar de huir y poder vivir en paz, el formar una familia sin estar encerradas como prófugas, como delincuentes.

Merecían una vida mejor, las tres, y lo entendía, pero le aterraba.

Porque garantizar la vida feliz, garantizar ese mundo utópico, significaba que iban a tener que eliminar al hombre que la observaba tras el cristal, y no sabía cómo sentirse al respecto. No quería ver a nadie sufrir, pero sabía que ese hombre era malo, sabía lo que estuvo haciendo, y si alguien se merecía un mal final, era él. Y le aterraba aún más el ver a las dos mujeres sufrir, el verlas doloridas, heridas, no podía soportarlo en ese entonces, y en la actualidad, tampoco era capaz.

Eran demasiado importantes.

Pero debían hacerlo.

Así que estuvo ahí, en cautiverio, observando las cámaras, sintiéndose ansiosa, frustrada, inquieta, porque su madre, porque su salvadora, estaban afuera, poniéndose las máscaras encima, todo para pelear contra el enemigo en común que tenían, y ella estaba ahí, sin poder hacer nada, sintiéndose impotente.

Y no era consciente de la angustia que le generaba la remota posibilidad de que desaparecieran, que las perdiese luego de disfrutarlas por tan poco tiempo.

Que muriesen ahí afuera, y ella volviese a acabar sola en una caja.

No importaba cuanto tratase de despejarse, simplemente podía cerrar los ojos e irse a dormir, y cuando despertase las mujeres estarían ahí, eso le dijeron, le recomendaron el hacer eso, el hacer oídos sordos y dejar que el tiempo pasase lo más rápido posible hasta que volviesen por ella, y ahí ambas serían sus salvadoras, podrían empezar de nuevo, afuera del bunker.

Pero era incapaz.

Volvía ahí, a ponerse frente a las pantallas, a ver las cámaras, a ver las noticias, mostrándole cosas diferentes, pero verlas pelear, a ambas, aun le causaba escalofríos.

Pero también le causó orgullo.

Porque sabía la historia, porque sabía quiénes eran, sabía cómo eran en la privacidad, y verlas pelear, codo a codo contra ese hombre, era una imagen que siempre le sorprendía.

Y fue algo difícil de hacer, difícil de lograr, vio cómo su salvadora quedó luego de pelear contra aquel hombre por si sola, y ahora, al menos estaban juntas en eso, usando las habilidades de ambas para derrotar ahí a quien era el verdadero villano de la historia. No salieron ilesas, claro que no, el poder que obtuvo aquel sujeto al ponerse la máscara era enorme, pero no era invencible.

No para las mujeres que eran para ella su familia.

Para ella, ambas mujeres fueron sus heroínas, aunque sabía que no lo eran para los demás, sus nombres estaban manchados con sus actos, y si, no podía aceptarlo, muchas cosas que hicieron eran inaceptables, inmorales, ilegales, pero eran sus madres. Tal vez Snake Goddess y Flattering Ego hicieron un caos, mataron, hirieron, o no hicieron nada para salvar a las personas, pero Devna y Wladislawa la salvaron, arriesgaron la vida para sacarla del encierro, para darle libertad, para detener al hombre que la buscaba para experimentar con su sangre, con su origen, con sus poderes genéticos.

Eran personas diferentes, y siempre las recordaría por el bien que hicieron, no lo que se vieron obligadas a hacer debido al mundo que las corrompió. Porque todos tenían la capacidad de ser héroes, todos nacían con esa iniciativa, pero el mundo, la sociedad y las vivencias era lo que les oscurecía el camino.

Y quizás ella misma pudo haber terminado convertida en un villano, considerando su pasado, considerando como H.E.R.O. secuestró a cientos, como a ella y a su madre, o como mató a otros tantos, como a su padre, o como experimentó con otros, como hicieron con Wladislawa.

Estuvo encerrada, secuestrada por años, pero fue salvada, no alcanzó a corromperse del todo, y se juró a sí misma en ese momento que iba a impedir que alguien más llegase y lastimase a inocentes, que les arrebatase sus hogares, que asesinase a sus familias, iba a hacer lo posible para ser la luz que ella obtuvo a los seis años, cuando aquellas mujeres aparecieron en su vida y le mostraron el mundo, le mostraron el amor, le mostraron lo que significaba el ser rescatado de un horrible futuro.

Quería darle esa tranquilidad a alguien más, el ofrecerles lo que ella sintió en aquel entonces.

Y eso iba a hacer.

Desde ahora en adelante.

Se miró al espejo, acomodándose la máscara sobre el rostro, el antifaz que ocultaba sus ojos, así como el material que se acomodaba en su mandíbula. Su cabello estaba corto, y se vio pasando la mano por encima, arreglándolo, y quizás no era necesario el prestarle tanta atención a como lucía con ese traje, con esa ropa, no era lo relevante, pero tal vez algo de la superficialidad de Wlad se le había pegado luego de los años.

Se arregló la capa y la capucha, y dio una vuelta frente al espejo.

Se sentía lista, y, de hecho, estuvo impaciente por que ese día llegase desde que era una niña.

Desde que salió de aquel lugar, desde que esas mujeres la salvaron, que le dieron la libertad de ser su propia persona y no un experimento más, y ya sin esa compañía en lo alto, quien fue su enemigo y el de su familia, ahora no había un lugar tan letal como aquel, pero aun había maldad.

Siempre había maldad.

El caos llegó a la ciudad, sin nadie que prestase aquellos heroicos servicios, los corruptos aprovechándose de que el gobierno no tenía protección suficiente, la policía sin dar abasto, careciendo de recursos, para atacar, para robar, para herir, nada como un villano, como esa maldad que había conocido de niña, pero, aun así, eran personas que debían obtener castigo.

Y para eso estaba ella, para evitar lo que más pudiese, y que las personas viviesen tranquilas.

Ese era su mayor deseo, su mayor meta.

Bajó las escaleras, más rápido de lo que pretendía, sin contener su emoción. Se sentía saltar, lista para salir por las puertas.

El día había llegado.

El día que había estado esperando.

Los ojos de su madre fueron los primeros en llegar donde ella.

Esta estaba en el sofá, acomodada en los brazos de Wlad, ambas contemplando la nada, pero los ojos de ambas la observaron cuando se paró frente a estas. Los ojos de su madre, los amarillos, inhumanos, la miraban a los ojos con preocupación, con incertidumbre, mientras que los oscuros de su otra madre la miraban con orgullo, con emoción, mirándola de arriba abajo, observando su atuendo.

Eran miradas diferentes, eran personas muy diferentes, y siempre adoraba el mirarlas y saber lo mucho que se querían, y quería eso para su vida, el encontrar a alguien quien la acompañase en la vida, en el futuro, así como esas mujeres llevaban juntas desde aquel día, peleando juntas, viviendo juntas, compartiendo memorias y compartiendo el dolor.

El mundo les hizo daño a ambas, y ahora, luego de estar juntas durante tanto, se veía como poco a poco empezaban a superarlo.

Aun así, nunca superarían todo.

Su madre se levantó, y tal y como en el pasado, sintió las manos sujetándola, sujetando su rostro con suavidad, con cuidado, tan cálidas, tan cariñosas, con tanto sentimiento, y como siempre que ocurría, se derretía en el tacto, agradeciendo que era capaz de sentir tal amor luego de haber estado condenada a no tener nada de eso, a vivir como un peón de esas personas, sin tener familia, sin tener pasado, sin tener ni siquiera una propia identidad.

Y ahora la tenía.

Y recibió amor, mucho amor, esa mujer a pesar de verse como se veía, tan imponente, tan inhumana, tan fría, a ella no le daba nada más que cuidado, que cariño, y cada día agradecía el tener las manos de su madre en su piel, cuando la sujetaba, cuando la abrazaba.

Su madre era su cuidadora, quien siempre unía todas las piezas rotas dentro de su alma.

“¿Estás segura de esto, Prisha?”

Su madre le preguntó, como llevaba preguntándole desde el comienzo, insegura, vacilante, procurando protegerla un día más, sin querer que su hija estuviese en peligro.

Prisha, querida, amada, regalo de Dios.

Adoraba su nombre, y siempre que lo escuchaba, sabía lo mucho que sus padres la amaron cuando la tuvieron, lo mucho que su padre la apreció, y jamás olvidaría a quien sacrificó su vida para salvaguardar la suya y la de su madre, y ojalá en el más allá, cuando su alma arribase en el Svarga, pudiese reencontrarse con él y agradecerle por lo que hizo, por sacrificarse por su familia.

Él era su guardián, siempre lo sería.

Se vio asintiendo, estaba segura, siempre lo estuvo, y su madre, desde el comienzo, se negó a aceptar que su intención era salir, proteger al más débil, el usar sus habilidades para hacer el bien, y Devna, sobre cualquier otra persona, iba a procurar el mantenerla a salvo, sin daño, sin heridas.

Era una serpiente, fría, pero con ella siempre era cálida, abrasadoramente cálida.

Era afortunada.

Sintió la mano de Wlad en su hombro, sobre la tela de su capa, y se vio mirándola, notando como siempre le pareció una mano grande, tosca, fuerte, y si, lo era, siempre lo había sido y siempre lo sería, pero ahora sus propias manos no lucían tan diferentes. Ya no eran las manos de una niña comparadas con las manos de una guerrera, no, había crecido y había observado a esa mujer, la había tomado como su modelo a seguir, para ser fuerte, para ser quien necesitaba ser para proteger a los demás, para detener el mal.

Quería que sus propias manos fuesen como las de la mujer aquel día, cuando se la ofreció, cuando rompió el cristal, cuando la sujetó y la rescató del infierno en el que vivía.

Quería ser una salvadora, como Wlad lo fue para ella.

“Te ves bien, vas a romper muchos corazones.”

El comentario le hizo soltar una risa, sus mejillas enrojeciendo. No quería romper corazones, pero la idea no le molestaba. Ansiaba poder proteger, poder cuidar, y así mismo el poder sentir un amor tan grande como sus madres sentían por la otra, y la mera idea la hacía sentir feliz, emocionada.

Ya era una adulta, por lo mismo, el mundo de afuera estaba lleno de experiencias esperando por ella.

Notó como Devna reprobó el comentario de su esposa, y volvió a mirarla a ella, a darle su exclusiva atención.

“Sé que estuviste esperando esto durante todos estos años, el salir ahí afuera y convertirte en una heroína, pero aún no estoy de acuerdo con que puedas salir lastimada. Puede que tengas habilidades únicas, pero, aun así, el dolor lo seguirás sintiendo.”

Entendía la preocupación de su madre.

Lo entendía ahora, y lo entendió cuando era una niña y decidió empezar a entrenarse.

Entrenarse para ser más fuerte, para ser la persona que quería convertirse, hasta el día de hoy.

Pero la respuesta siempre sería la misma.

“No voy a permitir que nadie pase por lo que yo pasé, madre, y el saber que alguien está en mi lugar en este momento, duele más que cualquier golpe.”

Ahora era fuerte.

Ya no era esa niña que ansiaba el ser fuerte, el poder protegerse a sí misma, el poder defenderse para no ser una carga, para no ser indefensa. Ahora había crecido y ya se sentía capaz de enfrentarse al mal.

Aun no era lo suficientemente grande ni fuerte para su madre, pero quizás jamás lo sería, así de sobreprotectora era.

Los ojos amarillos de su madre la observaron, serios, tercos, pero a pesar de eso, notaba lo húmedo de estos, pero ya no notaba tanta reticencia, notaba algo de orgullo también. Quería hacerla sentir orgullo, que la mirase y dijese, si, ella es mi hija, y quería demostrarle que podía hacerlo, que era capaz de vivir por sí misma, de ser capaz de protegerse, de proteger a otros, de protegerlas a ellas.

Eran mujeres fuertes, incluso ahora, cuando el mundo de las peleas, del caos, de la matanza y de los enemigos ya no eran cosas de su día a día, estás viviendo su matrimonio en paz, poniéndose firmes solamente para enseñarle, para ayudarla a cementar su camino, así que tenía a dos modelos a seguir que eran indestructibles a sus ojos, y debía sobrepasarlas.

Quería sobrepasarlas, y hacerlas sentir orgullo de lo lejos que había llegado.

Y las quería demasiado.

“Ten cuidado, es lo único que pido.”

Y su madre accedió, como siempre, sin poder retenerla por mucho tiempo. Su terquedad había mermado con los años o se había acostumbrado a que ambas intentaban convencerla de lo contrario, volviéndose buenas para convencerla.

Sea como sea, se sentía feliz de oírla, de aceptarlo.

Abrazó a su madre, levantándola del suelo, dándole vueltas, sintiendo las manos de la mujer sujetándola, abrazándola, evitando caer, aunque esta sabía que ni ella, ni Wlad, la soltarían, nunca.

Wlad soltó una risa mientras las veía, y cuando dejó a su madre en el suelo, fue por su otra madre, abrazándolas ahora a ambas, teniendo la fuerza para levantarlas a ambas, para sujetarlas, para cuidarlas.

Cuando acabó con su desborde de emoción, las manos de Wlad se fueron a su ropa, esta arreglándosela, aprovechando también de arreglarle unos mechones de cabello. Si, su apariencia era muy importante.

“No hagas sufrir a tu madre, si la situación se va de tus manos, debes retroceder y buscar otra forma, que heredaste su ingenio, debes usarlo más.”

Bueno, sí, eso era verdad.

Pero era impulsiva, lo sabía, a veces olvidaba pensar antes de actuar.

Pero no iba a mejorar si no salía al mundo, si no aprendía la lección por sí misma, dejando la teoría de lado. Ahí podría aprender de sus errores, así que si, retroceder era lo mejor que podía hacer al verse en una situación desagradable, o en un problema difícil. Debía hacer valer las enseñanzas que las mujeres le dieron desde siempre.

Asintió, intentando demostrarle lo segura que estaba.

Iban a haber baches en su camino, pero iba a seguir adelante.

No se iba a rendir, nunca.

Así como sus madres no se rindieron con ella.

Chapter 146: Nun -Parte 7-

Chapter Text

NUN

-Posesión-

 

Un día nuevo.

Otro intento más.

El demonio le preguntó por la mañana si se le ocurría alguna manera de poder llegar ahí abajo, luego de los intentos fallidos, no tenían muchas esperanzas de que pudiesen cumplir con aquel deber. A pesar de ver ahora a esa creatura, completamente repuesta, aun recordaba las veces donde la vio herirse al intentar llegar ahí abajo, obligándose a intentar, una y otra vez, el llegar al ataúd, siempre teniendo el mismo resultado.

Obviamente se trataba de un ser inmortal, o lo más parecido a uno, pero, aun así, las heridas tardaban más en curar ahí dentro de la iglesia, el lugar sagrado evitando que pudiese regenerarse de la manera que lo haría en un lugar más mundano.

Curiosamente, y a pesar de las veces que había sucedido, aun sentía ese atisbo de preocupación para con el demonio, ya que verla así, pequeña y dolorida, era una imagen que era difícil de tragar, sobre todo si lo que estaba haciendo, era por una buena razón. Estaba sacrificándose la salud para poder desterrar a esa alma corrupta bajo tierra y nieve.

Valoraba los intentos.

El demonio se acomodó en la cama, su cama, y giró, soltando un aullido de frustración, sin saber que más hacer para poder acabar con eso de una vez por todas. Por su parte, tampoco tenía forma de ayudar, en dar alguna idea, porque no sabía cómo funcionaban los demonios, solo lo que había aprendido en ese tiempo con la presencia corrupta rodeándola.

Pero nada más.

“Mientras seas un demonio, la tierra santa siempre te va a afectar.”

Estaba protegido del mal, así que, siendo esta un demonio, no podría acercarse.

Y ya vio, varias veces, lo que ese lugar causaba, y dudaba que fuese a ser diferente.

Ella misma tampoco podía hacer mayor cosa, no era tan simple como cavar y ya, si no que era algo poderoso que hacía de barrera entre la superficie y lo que estaba debajo.

“Si, pensé en que podría poseerte, pero eso necesita mucha energía, y no creo que me dejes hacerlo, o hacérselo a alguna de tus hermanas.”

Miró al demonio, levantando una ceja, a lo que esta sonrió, y si, era así, no iba a permitírselo, su cuerpo era un templo, y no dejaría que algo corrupto y pecador lograse meterse dentro, de nuevo.

“Como humano lo tendrías más fácil, tal vez.”

Habló, y escuchó como el demonio soltó un chillido, saltándole encima, y el cuerpo rojizo siseó, los objetos benditos que traía consigo creando una barrera que la protegía cuando estaba distraída, vulnerable, como en ese momento, donde le daba la espalda al demonio, así que cuando se le tiró, fue repelida.

Cuando la miró, esta estaba quejándose, moviendo las manos de un lado a otro, quemadas, pero a pesar del dolor, esta estaba sonriendo, enérgica, emocionada incluso.

“¡Eres una genio!”

¿Lo era?

No entendió a qué se refería, hasta que el demonio comenzó a hacer un gesto, al parecer a recitar algo, pero no pudo entenderlo, era un idioma completamente ajeno, probablemente ni siquiera fuese humano. La miró, fijamente, mientras el cuerpo frente a ella comenzó a brillar, cambiando, la piel rojiza tornándose morena, las garras volviéndose solo uñas, las pezuñas tomando forma de pies, los cuernos desapareciendo por completo.

De un momento a otro, ya no había un demonio frente a ella, si no que un humano.

O lo más parecido a un humano, porque incluso viéndola, como lucía, con poca ropa y esa mueca orgullosa, sabía que seguía siendo la pecadora de siempre.

“¿Puedes convertirte en un humano?”

El demonio soltó una carcajada ante su pregunta, pero se detuvo, acallándose, guardando silencio, pero, aun así, no pudo quitarse la emoción de su expresión corporal, con las manos en la cintura. Antes usaba el poder demoniaco para no ser vista, para no ser escuchada, pero ahora, al parecer, ya no era el caso, no solo lucía humana, si no que sus poderes se habían visto mermados también.

“Nunca lo había hecho, pero si, nos sirve para recuperar energías, es como una forma de ahorrar batería o algo así, ¡Así nadie puede darse cuenta de que soy un demonio, ni siquiera la tierra santa!”

La voz ajena seguía siendo fuerte, grave, pero ya no como lo era usualmente, con aquel eco terrorífico, proveniente de las fauces del infierno.

La voz cambió, al igual que la apariencia, pero aun podía notar al demonio a pesar de esos cambios, podía seguir notando el pecado. Tal vez se había acostumbrado a las usuales manipulaciones, que ya no podía caer fácilmente ante los engaños que ponía frente a sus ojos.

Pero, al parecer, eso le sería útil, en esa forma, la bendición sobre el lugar no le afectaría, ya que el poder demoniaco estaba reducido, podría pasar desapercibida.

El demonio, ahora humano, apretó los puños, dispuesta a salir por la puerta, sin querer esperar ni un solo minuto para terminar con esa travesía, pero rápidamente se movió para detenerla.

“¿A dónde crees que vas vestida así?”

O poco vestida.

El demonio usualmente usaba ropa pequeña, cubriendo apenas las partes nobles, una completa sin vergüenza, tal y como un demonio era, pero esta vez, podía ser vista, era humana, ¿No? Entonces sufriría las consecuencias del frio, así como más de alguien la notaría y le llamaría la atención, no solo ver a una mujer prácticamente desnuda, si no que estar así en un día nevado.

Eso traería problemas.

El demonio se miró a sí misma, para luego sonreírle, ahora sin colmillos, solo una sonrisa normal, humana.

“¿No te gusta? ¿Acaso no soy más tu tipo ahora?”

Rodó los ojos, negando, caminando hacia su armario, pretendiendo ocultar las vergüenzas del demonio, sin embargo, en su armario solo había prendas sagradas, ya que no salía de ahí, solo tenía hábitos y ropa para dormir. Soltó un suspiro, caminando hacia el otro armario, que no le pertenecía, y la dueña, estaba bajo tierra.

Se vio rezando, pidiendo perdón por hacer la barbaridad de intrusear en el lugar privado de un fallecido.

Abrió las puertas, y notó mayor variedad de ropa al menos, sabía que su hermana solía salir de la iglesia, sobre todo cuando era más joven, así que tenía ropa diferente, recatada, por supuesto, así que sacó de ahí dentro una falda larga y una camisa, que en ese momento era lo que necesitaba. Le pasó las prendas al demonio, quien soltó un suspiro desanimado, dándole pereza ponerse ropa, y sintiendo molestia de ponerse ESA ropa en particular, pero al final lo hizo, sabiendo que tenía un punto haciendo eso. Ahora era visible, no tenía poderes para ocultarse.

Cuando esta terminó, la miró, buscando aprobación, pero parecía disgustada, obviamente no era para nada su estilo, de hecho, parecía incómoda al tener sus brazos y piernas descubiertas.

“Debes pretender correctamente el ser humana, y solo será por un momento.”

El demonio asintió con una mueca triste, mientras se ponía unos zapatos que le dejó al alcance, esta poniéndoselos antes de salir por la puerta, desganada. La siguió, sabiendo que debían actuar pronto, y si podía evitar atraer más miradas, mejor. Bien podría ser humana, pero era extraño que personas, fuera de la iglesia, estuviesen ahí a esas horas de la noche, explicar eso sería complicado, mucho más siendo ella, que rara vez le prestaba más importancia a alguien que no fuese Dios.

Por suerte nadie estaba despierto a esa hora, todos en sus habitaciones, descansando, así que lograron salir de la iglesia sin problema.

No estaba nevando en ese momento, pero había mucha nieve acumulada de los días anteriores, así que una vez más, todo el cementerio estaba bañado de blanco, las placas invisibles, ocultas. Hacía frio, sí, pero se sentía cálida por dentro, pero de una manera extraña, ya que se sentía ansiosa, sabiendo que tal vez, esta vez, sería el día donde lo lograrían, así que su cuerpo parecía sufrir las consecuencias de la anticipación.

No dijeron nada hasta llegar a la zona, hasta posicionarse frente a esa tumba.

Ambas soltaron un suspiro, sabiendo lo que se vendría, habiendo pasado por eso ya varias veces, así que era una rutina desagradable, ya que no solían lograr nada, al final, el demonio terminaba débil, herido, y debían devolverse, derrotadas.

Pero ahora tenía fe.

“Lo lograremos.”

Habló, firme, decidida, teniendo esperanzas, ya que ahora era donde más oportunidad tenían de lograrlo, el demonio al no tener el cuerpo usual, la magia demoniaca rodeándola, estaba más a salvo que las otras veces, así que llegaría más lejos sin gastar energías.

El demonio la miró, los ojos violetas ahora luciendo humanos, y esta le asintió, obteniendo algo de su ánimo, de su fe, y ahí recién se movió, posicionándose frente a la tumba, agachándose, arrodillándose en la nieve, introduciendo las manos en el manto blanco, esta vez de una manera más física, comenzando a cavar.

El ataúd no estaba tan abajo, pero, aun así, tuvo que esmerarse.

Por su parte no pudo hacer mucho, solo mirar alrededor, esperando que nadie estuviese dando una vuelta por ahí, que cualquiera se desmayaría al ver a una monja siendo secuaz de un posible asalta tumbas.

“Aquí está…”

El demonio habló, con la voz sonando como un jadeo, con el cuerpo humano visiblemente cansado ante el esfuerzo, pero era solo eso, cansancio, no más dolor, lo que era bueno. Se acercó para mirar, y pudo ver el ataúd de madera ahí dentro del agujero, apenas descubierto, pero lo suficiente. Ahora estaba más cerca, ahora no le costaría tanto hacer lo que debía hacer.

Los ojos violetas la miraron de nuevo, como buscando apoyo moral, y eso hizo, asintiendo, y esta volvió a ponerse manos a la obra.

Esta empezó a recitar, poniendo las manos sobre la madera, y pudo notar la magia saliendo, pero no lo suficiente para cambiarla de forma, al demonio que solía ser. Se quedó en esa forma, mientras recitaba, las manos dejando una marca en el ataúd, quemando la madera. Veía dolor en esta, pero no como antes, así que podía asumir que todo iba bien.

Entonces lo escuchó, como algo se removió desde dentro del ataúd, chocando dentro, como si alguien estuviese vivo, intentando salir, y el solo oírlo le causó escalofríos.

Y fue peor, cuando la tapa se abrió, abruptamente.

La tierra salió volando de encima, el ataúd abriéndose con fuerza.

Se tapó la nariz, sintiendo el aroma a putrefacción en el aire, el cuerpo de adentro ya descompuesto, el frio sin ser suficiente para mantenerlo intacto. Desvió la mirada rápidamente, sin querer ver aquella imagen, menos cuando aquel cuerpo se movía, temblaba ahí dentro, como si estuviese vivo, como cuando el demonio se le metió dentro, y tal vez, ahora, había usado la misma técnica de posesión para poder destripar el alma de su lugar.

El demonio continuó recitando, poseyendo al cuerpo, mientras escuchaba sonidos extraños provenir del ataúd, pero evitó volver a mirar, no era necesario.

Solo miró, cuando escuchó los gritos.

Los gritos del demonio.

Entró en pánico, viendo como el demonio estaba ahí, dentro del agujero, sobre el ataúd, retorciéndose, gritando, sufriendo, con la voz tornándose ronca. Estaba sufriendo, lo tenía claro, pero no se estaba quemando, no era como las otras veces, no era por la santidad del lugar, entonces, ¿Por qué era? No lo entendió, aun así, por reflejo, se le fue a acercar, para intentar ser de ayuda, para intentar calmar al demonio que se retorcía en dolor y en sufrimiento.

Pero cuando estuvo cerca de la espalda ajena, los espasmos se detuvieron.

Y escuchó una risa.

Una risa demoniaca, que le heló la sangre.

Pero lo que más miedo le causó, es que no era la risa del demonio, a la que ya estaba acostumbrada, si no que era otra, ajena, y se vio retrocediendo, alejándose del demonio, el miedo superándola.

“Quien iba a decir, que la pequeña Svetlana, terminaría aliándose con un demonio…”

Esa voz…

La reconocía, pero no al mismo tiempo.

Y le aterró siquiera decir lo que pasaba por su cabeza.

El demonio se comenzó a levantar del suelo, parándose erguida, con la postura tensa, incluso algo encorvada, y supo de inmediato que quien sea que le hablaba, no era el demonio, esa voz no era la del demonio, y quien estaba dentro de aquel cuerpo físico, tampoco.

Esta se giró, lentamente, la anticipación haciéndola sudar frio.

Ya no había ojos violetas, esos que ya bien reconocía, no, ahora eran de un color diferente, un color que también reconocía, grisáceos, azulados, y no, no quería decirlo, pero ya era demasiado tarde para pretender que lo que sucedía era nada más que una imaginación suya.

No, lo sabía, era su hermana.

Su hermana, la pecadora, usurpando el cuerpo de un demonio.

Se vio abriendo la boca, teniendo tantas preguntas, pero no pudo decir nada, el miedo congelándola en su posición. Era diferente al miedo que sintió cuando el demonio aquel apareció la primera vez, ya que ahora, quien le mostraba maldad, quien se mostraba como realmente era, era la persona que tanto quiso durante su vida.

Treinta años.

El demonio, no, su hermana, se giró, saliendo del agujero, posicionándose frente a ella, sin acercarse demasiado, pero lo suficiente para intimidarla, con la postura gacha, encorvándose, los brazos tras la espalda.

“¿Querías eliminarme, hermana?”

Esta le preguntó, sonriéndole, disfrutando de la situación, y sabía que estaba usando un cuerpo ajeno, así que le parecía extraño, no podía ver a su hermana ahí, y le aterraba, porque sabía que era esta. No solo usaba un cuerpo ajeno, sino que también una personalidad que no reconocía, que nunca había dejado ver, y eso sin duda la hizo sentir aterrada.

Ya no era su hermana, solo era una pecadora más.

Y ella, había intentado eliminarla, por lo mismo notaba la hostilidad.

Ante su silencio, la mujer sonrió aún más, riéndose, un sonido grave y sepulcral resonando, incluso peor a como solía sonar la voz demoniaca, le provocaba aún más escalofríos.

Su hermana se había convertido en algo que desconocía.

“Hice un pacto, querida hermana, ahora ni siquiera Satán puede desterrarme de este mundo, mucho menos podrías tú y aquel demonio de bajo rango.”

¿Ni siquiera Satán?

Sabía que había pecado, sabía que había cometido delitos, que había fallado a la palabra de obedecer los mandamientos de Dios, ¿Pero algo semejante? ¿A quién le había vendido el alma, si ni quiera Satán, quien castigaba a los pecadores, podía hacer nada para detenerla? Temió del demonio, sí, pero esta vez, estaba frente a algo mucho peor.

El demonio no pudo batallar contra su hermana, así que, era evidente que era algo superior, y el solo pensarlo le causó nauseas.

No quería ver esa verdad, no quería enfrentarse a esa verdad, y como dolía enterarse.

La mujer se removió, mirándose las manos, observando el cuerpo a su disposición, el cual había robado, poseído, mientras sonreía, satisfecha, disfrutando todo ese caos.

“Así que agradezco que tu pequeño demonio liberase mi alma y tan amablemente me ofreciese este cuerpo, ahora podre ser libre y seguir viviendo infinitamente, ya que ni siquiera la muerte podrá hacerme desaparecer.”

No.

Eso no debía suceder así.

Debía sacar el alma desde dentro, zafarla del cuerpo al que se aferraba y darle el castigo que merecía, pero no, usó aquella fuerza, aquel nuevo poder, para poder evitar el castigo, una vez más, tomando el primer cuerpo que tuvo a su alcance, aquella alma teniendo capacidades que ninguna otra tenía.

Ni siquiera algo tan fuerte como lo era un demonio.

A pesar de temer, a pesar de saber, que ahora, estaba en completa desventaja porque no había nada que pudiese hacer con aquel nivel de corrupción, no permitió que el miedo tomase el control de sí misma, así que se plantó firme, apretando las manos, obligándose a ser fuerte.

Estaba sola, sí, pero no espiritualmente.

Dios es el que me ayuda, el Señor es el que sostiene mi alma. Él estará contigo, no te dejará ni te desamparará, no temas ni te acobardes.

Era capaz de todo, si tenía a Dios ahí, de su lado.

“¿Qué fue lo que hiciste?”

Así que habló, preguntó, firme, decidida. Debía saber que ocurría ahí, debía buscar una forma de solucionarlo. Permitir que un ser así, que no podía ser atrapado ni siquiera por Satán, era un peligro para el mundo entero, así que buscaría la forma de solucionarlo, de hacer algo, al menos ganar algo de tiempo.

No se iba a quedar de brazos cruzados.

La mujer soltó una risa grave, pero que sonó más como un gruñido que como una risa humana. Los ojos azulados la observaron con intensidad, sin dejar la mueca de burla, de superioridad.

“Probablemente te tome por sorpresa, pero no soy la mujer que creías que era, aunque creo que ya lo sabías, ya que intentaste sacarme de aquí para darme el castigo que merezco por mis pecados, ¿O me equivoco?”

Obviamente no lo era.

Solo era una mentira tras otra.

Una vil pecadora que había fingido por años, pretendiendo ser una santa, pretendiendo ser una sierva de Dios, cuando era incluso peor que los que comandaban el infierno.

Se vio apretando los dientes, la traición volviendo a hacerle sentir decepción y rabia.

“Dímelo. Dime lo que hiciste.”

“Ya te lo dije, hice un pacto, es lo único que necesitas saber, ya que como dijo tu amiga cornuda, no estás preparada para saber la verdad, y es sorprendente que un ser así de pecador tenga consideración con una mera humana, sus memorias sobre ti son hasta tiernas.”

Estaba dentro de aquel cuerpo.

Estaba usurpándolo, y, además, violándole la privacidad.

Todo le parecía aun peor, cada segundo que pasaba creía que su hermana era un ser que no tenía perdón, que ni una eternidad en el infierno, siendo castigada, sería suficiente. La admiró tanto, y ahora no sentía más que asco, que repulsión.

“Mereces lo peor…”

Se vio hablando, sin poder contener su enojo, su molestia, su rabia, y la mujer, ahí, usurpando un cuerpo ajeno, sonrió aún más, disfrutándolo, alimentándose de sus reacciones.

“Al final te volviste tan pura, mi pequeña hermana, siguiendo siempre el camino correcto, incluso cuando fui yo quien te salvó. Ni yo, ni este inútil demonio, pudimos corromperte ni mancharte, vaya sorpresa.”

“Jamás.”

Nunca.

Era más fuerte que eso.

Dios le había dado las fuerzas para vivir, y eso haría, vivir, vivir siguiendo el camino correcto.

A pesar de su determinación, esta rio, fuerte, la voz resonando como un eco a través del cementerio, el viento siseando con fuerza, y podía notar, con eso, lo fuerte que era, el poder que tenía dentro.

“Eso no te servirá de nada, Svetlana, soy mucho más fuerte, mucho mejor, y a seres como yo, incluso Satán les teme. El demonio no pudo ni siquiera pelear por su cuerpo, pobre, ahora recibirá un castigo por haber perdido contra mí, por no haberse deshecho de mi cuando estaba débil, así que será desterrada, y yo, seguiré aquí, usurpando los cuerpos que necesite para vivir eternamente.”

No.

No podía permitir eso.

No tenía idea lo que la mujer planeaba hacer, pero era claro que dejaría caos a su alrededor, que destruiría vidas, y no podía quedarse de brazos cruzados a esperar que pasara. Si, no era suficiente, solo era humana, no tenía forma de batallar contra un ser semejante, pero no importaba, iba a hacer todo lo que pudiese para evitar ese desenlace.

“Incluso siendo un demonio, nos unimos por un bien común, y tal vez ambas hayamos fallado lográndolo, eliminándote, pero no significa que me rendiré. Si bien eras mi hermana, me salvaste, me diste un propósito, ya luego de esto, de todo lo que has hecho, no tienes perdón, por lo mismo no pudo dejar que te salgas con la tuya.”

“¿Y qué vas a hacer? Eres humana, eres mortal, yo aprendí de mis errores y decidí ser algo más, dejar mi humanidad atrás y ser algo imposible de destruir. Jamás podrás contra mí.”

No, tal vez no.

Agarró la cruz en su pecho, sujetándola firme, pidiendo, rogando, para tener las fuerzas de hacerle frente a ese reto, el que Dios escuchase sus plegarias, y la ayudase.

Pero, no tenía que pelear contra su hermana, contra aquel vil ser, por ahora, lo único que necesitaba hacer, era hacer que soltase ese cuerpo, era lo que estaba a su alcance, y ahora, conocía bien a lo que los demonios eran débiles.

Se sacó la cruz del cuello, rezando, mientras la mujer la miraba expectante, burlándose de su silencio, como parecía rezar por ayuda, pero no, rezaba para pedir perdón, porque no quería lastimar a nadie, no debía lastimar a nadie, y sabía que era la única forma.

Tomó el frasco de su bolsillo, dentro de su hábito, ya que siempre estaba preparada para rociar al demonio cuando empezaba a acercarse más de lo que estaba permitido. La mujer soltando una risa al verla.

“No soy un demonio, eso no me hará nada.”

Y lo sabía.

Pero el cuerpo aquel, si era el de un demonio, incluso oculto bajo la piel humana, seguía siéndolo.

Y eso era lo único que se le ocurría.

Chapter 147: Archaeologist -Parte 6-

Chapter Text

ARCHAEOLOGIST

-Prioridad-

 

“Esa es una tina muy pequeña.”

Bueno, eso no se lo esperó.

No iba a sentirse avergonzada de tener una tina de un tamaño normal, pero cualquiera sería pequeño, considerando las grandes tinas donde solían bañarse en esa época, como los que eran relativamente públicos, para abarcar a una multitud, que eran más grandes que piscinas, incluso los más pequeños que había visto, eran similares a los jacuzzi, así que podían caber varias personas.

Así que si, su tina era pequeña en comparación, para dos personas, nada más.

No podía competir con los lujos de alguien como Nefertari.

Al menos esta no lo decía de manera peyorativa, lo que era un punto a su favor, aunque no podía negar lo evidente, era sin duda una mujer honesta.

Se movió para dejar corriendo el agua, llenando la tina.

“¿Puedo meterme, o tienes algún otro rito?”

¿Otro rito?

¿Estaba teniendo muchos hábitos?

Creía que no, tal vez era la que menos los tenía, aun así, en ese momento, sí.

“Primero tenemos que ducharnos, te lo expliqué, ¿No? Estamos llenas de polvo, no es la idea que ensuciemos el agua tan pronto.”

Y relajarse en una tina sucia, era un no.

Entonces Nefertari giró el rostro, mirando hacia la ducha, la que estaba al fondo del baño, y ya le dijo cómo funcionaba, pero parecía aun dubitativa, tal vez el decir que era como una cascada, la hizo estar reticente. Tal vez era una comparación un poco exagerada, ya que tenía claro que nadie cometería la locura de ponerse bajo una cascada y sentir el peso de litros y litros de agua rabiosa cayéndote encima.

Si, mala elección de palabras.

“Estarás bien, es perfectamente seguro, no tienes de que preocuparte.”

“Las cascadas han matado gente, ¿Sabías?”

Asintió, sintiéndose, de nuevo, algo mal por usar las palabras que usó.

Incluso en el presente la gente moría al estar cerca de cascadas, ahora, la mayoría, eran personas que querían tomarse una foto o hacer un vídeo, y olvidaban que a la orilla de las cascadas era donde más musgo crecía ante la constante humedad, y el musgo hacía que las superficies fuesen resbalosas. Un mal movimiento, y pueden caer.

También había otra gente que se lanzaba hacia abajo, por el mero riesgo, muchos también morían así, sin saber de antemano la profundidad del agua, o la cantidad de roca que había abajo.

Era una lástima, aunque eran casos que pudieron haberse prevenido.

“Lo sé, ignora que dije cascada.”

Bajó el rostro, arrepentida, pero Nefertari no parecía indignada ni nada, y podría estarlo. Esta simplemente hizo un movimiento con el rostro, negando.

“Llévame a tu supuesta cascada, que conste que mi vida está en tus manos.”

Que no era una cascada.

La mujer levantó una mano, ofreciéndosela, y recordó cuando hizo aquel mismo gesto cuando estuvo dentro del sarcófago, instándola a sujetarla y sacarla de ahí. Le parecía un gesto muy elegante, y era un buen recordatorio de que la mujer era alguien de clase alta, si es que una reina podía llamarse clase alta.

Tomó la mano, y la acercó a la puerta de la ducha, abriéndola, y estuvo a punto de instarla a meterse dentro, cuando recordó que la gente no se bañaba con ropa ni vendajes, ni siquiera hace tres mil años, por lo mismo frunció los labios.

“T-tu ropa.”

Nefertari la miró a los ojos, ladeando levemente el rostro, su cuello resonando.

“¿No vas a ayudarme?”

Por supuesto, si, realmente olvidaba que estaba tratando con una reina, que debía de tener súbditos que hiciesen todo por ellos.

Al parecer esa era su vida.

O sería su vida, de ahora en adelante.

Aguantó la respiración, y se movió, sacando, primero que todo, los aros enormes y dorados que esta usaba, y realmente la situación la estaba poniendo nerviosa, había compartido ya días con la mujer en su carpa, a su lado, y si bien jamás mostró más de lo necesario, no creyó que estaría haciendo algo semejante.

Tampoco había tenido muchas parejas, menos que le durasen lo suficiente para llegar a algo semejante. Nunca había pasado limites con chicos, mucho menos con chicas, las relaciones interpersonales se le daban fatal, no pudo conseguir muchas amistades, mucho menos algo más que una amistad.

Lo intentó, si, pero bueno, al parecer no era muy buena en esos tópicos.

Y ahora ya estaba mayor, había pasado sus treinta, y estaba en su totalidad involucrada en lo profesional, sin tiempo para mucho más, menos para conocer personas e intentar establecer conexiones simbólicas o físicas.

Por lo mismo, sus padres ya habían aceptado que no les daría un nieto, probablemente lo aceptaron muchos años atrás, pero ahora ya era un hecho, su cuerpo ya perdiendo la fertilidad y el nivel óptimo para traer a un ser humano al mundo. Y era lo mejor, no creía estar dispuesta a dejar su trabajo para cuidar a un hijo, dudaba poder darle una vida digna y feliz a alguien.

Así que se sintió enrojecer, pensando en todo eso.

No estaba preparada.

Pero de nuevo, ya estaba mayor, no debía impresionarle un cuerpo humano ajeno, los había estudiado bien, conocía la biología, además solía compartir duchas con sus compañeros de trabajo cuando salían de expedición, nada podía tomarla por sorpresa, así que, pensando en eso, comenzó, ahora con más ímpetu, a sacar las prendas ajenas, así como los accesorios.

Lo hizo con mente fría, pensando en que su objetivo era duchar a esa mujer que hace tres mil años que no tocaba el agua, y no iba a mentir, la mujer no olía mal, no sentía ningún olor propio humano, pero si olía a polvo, y a la antigua habitación que tenía su abuela, el olor de una reliquia que lleva guardada, bueno, tres mil años.

“Deberías dejar los vendajes, al parecer evitan que mi cuerpo se desarme con mayor facilidad.”

Oh.

Ahí recién salió de su cabeza, o de su no cabeza, ya que estuvo disociándose un poco por reflejo, sin pensar demasiado. Al parecer ya había sacado los del torso, pero aún quedaban los de los brazos y piernas. Se quedó pensando un poco, tal vez sería bueno ponerle vendajes nuevos en ciertas partes de su cuerpo que podrían salirse con mayor facilidad.

Algunos estaban en mal estado, así que si, tal vez era lo mejor el sacarlos.

“Compraré vendajes nuevos para ti, y tendré esperanzas en que no te d-desarmes ahí dentro.”

El solo pensarlo la hacía sentir enferma.

Y no le rezaba a ningún dios para pedir por ayuda para que no ocurriese o algo así. No se le salían tan seguido, así que, si guardaba la calma, y no hacía movimientos bruscos, debía de estar todo bien, por lo mismo le estaba quitando la ropa con cuidado, para que sus extremidades no se moviesen de mala manera.

Cuando terminó, la bañera ya estaba lista, así que se devolvió para cerrar la llave, y volvió a mirar a Nefertari, quien estaba inerte ahí, al lado de la entrada de la ducha, con la ropa ahí bajo los pies, la propia y la ajena mezcladas, y el cuerpo completamente carente de ropa, accesorios o vendajes. Y no pudo evitar el quedarse observándola, tomándole por sorpresa.

Si, dijo que nada de eso debía sorprenderle, pero vaya, doble sorpresa, le sorprendía.

Tener a una mujer en su casa, en su baño, desnuda, era un paso muy grande que no imaginó que experimentaría con nadie. Era extraño. Estaba empezando a sentirse un poco insegura con sus acciones, ¿Eso estaba bien siquiera? Al parecer para la mujer lo era, eso, el no estar sola en un momento semejante, ante la vida que tuvo.

Vaya.

Se vio tragando pesado, antes de acercarse una vez más a la mujer.

“Y-ya puedes entrar.”

Si, ya era evidente su vergüenza.

“¿No me vas a acompañar?”

Bueno, si, debía hacerlo para protegerla de la cascada, pero los ojos bicolores se fueron a su ropa, y se dio cuenta que si, también debía sacarse la ropa para entrar.

Ahora doble vergüenza.

Si, solo eran cuerpos, nada grave, no tenía nada que esa mujer no tuviese, pero, aun así, la situación le seguía siendo extraña, un hito en su vida, donde nunca tuvo relación semejante con nadie.

Debió haber tenido más citas cuando iba a la universidad.

Asintió, accediendo, dispuesta a sacarse la ropa, así que eso hizo, y era aun más vergonzoso porque Nefertari no parecía tener vergüenza alguna, y la miraba nada más, sin mayor expresión, sin decoro alguno.

“Hueles muy diferente a mi.”

Nefertari habló luego de unos momentos, y se vio dando un salto.

“¿Tan mal huelo?”

Y ante su pregunta, la mujer negó.

“Hueles mucho a sudor.”

Ese era su mal, sudaba demasiado, y ahora que estuvo en el desierto, creía que sus glándulas sudoríparas se habían vuelto locas, por un momento incluso creyó que estaba empezando a tener algún caso de hiperhidrosis, y el miedo que sentía alrededor de esa mujer, la hacía sudar más que el calor.

Si seguía así, debería ir al doctor...

“No me malentiendas, no es un mal olor, es un olor humano, y me causa cierta envidia, ya que hace miles de años que no puedo sentir un aroma similar en mi.”

Oh, cierto.

Nefertari vivió más de treinta años detenida en el tiempo, sin necesidades biológicas, mucho menos sudaría. Si, realmente no sentía ningún aroma humano en esta, porque no había ya nada humano, solo el cascarón que una vez usó.

A pesar de eso, se vio soltando una risa nerviosa, llamando la atención de la mujer.

“Si pudiese darte algo de mi habilidad innata para sudar, te lo daría.”

Y honestamente era así.

No le molestaría, para nada, sudar menos.

Para su sorpresa, la mujer sonrió, levemente.

“Lo aprecio.”

Esta habló, para luego meterse dentro de la ducha, y la siguió, terminando de sacarse las prendas que le quedaban, apresurándose. Ya ahí adentro, se sintió nerviosa una vez más, ya que no era solo la desnudez ajena, sino también la propia, y dentro de un lugar estrecho como era su ducha.

Como sea, volvió a ponerse firme.

Y hacer lo que debía hacer, así que estiró su mano, y advirtió a la mujer, antes de abrir la llave, y dar paso al agua, esta regulada siempre en una temperatura media, así que al menos sabía que la mujer no se quemaría ni se congelaría. Esta se removió, el agua cayendo desde lo alto sorprendiéndola, lo suficiente para que diese un paso hacia atrás, donde estaba su propio cuerpo, ambas chocando.

Ahora estaba aun más roja.

“No es una cascada, pero aun así es intimidante.”

Si, lo era.

Cuando era niña solía temerle a la ducha, si, ridículo, pero de nuevo, lo investigó, aunque no había mucho más que investigar, a parte de lo evidente. No, no era una cascada, así que no se ahogaría, aunque una vez estuvo cerca de, ya que se quedó pensando ahí dentro, el agua cayéndole en la cara, y por un momento dejó de respirar.

Había mejorado un poco desde ese entonces.

“¿Está bien la temperatura?”

Nefertari asintió, el cuerpo inerte en posición, ya que, estando de espalda no pudo verle el rostro, pero si pudo notar el gesto. La regadera era ancha, grande, así que a ambas les llegaba agua, así que pudo sentir de inmediato alivio al sentir el cuerpo experimentar lo que era una ducha decente. Se distrajo en eso, así que comenzó a limpiarse el cabello, para luego acercar sus manos y hacer lo mismo con el cabello ajeno, que era liso y suave, diferente al suyo, que era rizado y se esponjaba.  

Tomó el envase que estaba a mano, y notó como Nefertari lo notó, girándose, mirando el envase, los ojos pequeños al estar evitando que el agua le cayese en los ojos, claramente sin la costumbre de estar bajo el agua constantemente.

“¿Qué es eso?”

Uhm.

¿Cómo decirlo?

Sabía que la gente de aquella época si usaba jabones, esencias, perfumes y maquillaje, así que no era nada extraño, pero el envase que tenía en la mano si era un poco extraño, bueno, tal vez más para la gente de la actualidad más que en la antigüedad, donde usaban los mismos productos para diferentes lugares.

Su madre solía regañarla por no usar más variedad, en vez de usar el todo en uno, que su padre solía usar. Pero no solía preocuparse de esas cosas banales, no iba a perder tiempo comprando un champú, un acondicionador, un jabón, y esas cosas, cada una diferente, mejor solucionar todo con un mismo producto.

Por lo mismo no tenía pareja.

“E-es un tipo de jabón para todo el cuerpo, pero tal vez, si estás aquí, si vivirás aquí, querrás usar más productos con algún aroma que te guste.”

Se estaba avergonzando a si misma.

Si Nefertari fuese del presente, se habría reído de ella, pero no fue el caso, esta asintiendo, poniendo sus manos como un cuenco, y se vio soltando una risa. Obviamente estaba pensando de más, cuando no era necesario, pero así era ella. Sacó la tapa y echó un poco en las manos ajenas, esta alejándose un poco del agua para olerlo, asintiendo en el proceso, al parecer no disgustada, y comenzó a echarlo en su cuerpo, lentamente, que no querían accidentes ni partes de cuerpos saliendo de ahí.

Hizo lo mismo, así como comenzó a lavar su cabello, limpiándolo bien, y luego prosiguió con el ajeno, que de inmediato parecía tener más color, más brillo, los años de encierro y polvo sin hacerle ningún bien.

En cosa de minutos ya estuvieron ambas limpias, y dio la ducha por terminada, cerrando la llave, y le dijo a la mujer que ya podía meterse en la tina, y parecía emocionada de hacerlo, sabiendo que disfrutaría un buen baño de tina, para relajarse.

Puso una toalla en el suelo, y la mujer pasó por encima, llegando a la tina, metiéndose, de nuevo con cuidado y parsimonia. Al parecer el agua seguía caliente, lo cual era bueno, no se habían demorado demasiado. Ya ahí dentro, la mujer levantó el rostro, mirándola, como preguntándole, y sabía que esta quería que entrase también, así que solo soltó un suspiro, sabiendo que debía acatar a lo que la reina decía.

Ya que decir que no, sería solo por su propia vergüenza.

“¿No ocuparé demasiado espacio?”

Preguntó, dudando a pesar de todo, a lo que la mujer negó, el movimiento algo brusco, pero nada grave, el cuello resonando.

Ya no tenía excusa, así que se salió, y comenzó a meterse, notando como el agua empezaba a subir, así que intentó no meterse bruscamente para no mojar todo, aunque daba un poco igual, ya que sabía que todo lo que estaba en el suelo iba a tener que ir a la lavadora, así que un poco de agua no importaría.

Por suerte la mujer no la miró fijamente, los ojos fijos en otra cosa.

“¿Qué es eso?”

No sabía si explicar eso era fácil o difícil…

Sea como sea, comenzó a meterse, esperando que el agua subiese, llegando al agujero que la mujer miraba fijamente, el agua metiéndose dentro.

“Es un agujero que previene el desbordamiento del agua. Por ejemplo, si se nos hubiese quedado la llave abierta, el agua hubiese subido, y si no estuviese este agujero, se hubiese mojado todo el baño, y si fuese más grave, podría incluso generar una inundación.”

“Oh.”

Nefertari hizo un sonido de entendimiento, mientras miraba como el agujero se llevaba el agua que sobrepasaba el límite, y estando ambas ahí, era obvio que así sería. No tenía idea si algo así existía antes, sabía que tenían tinas gigantes, pero dudaba que el que se saliese fuese una preocupación.

Ella también tenía muchas preguntas, pero, aun así, no quería preguntar, y no sabía por qué era la razón, tal vez porque aún había una parte de su cabeza que se rehusaba a creer que Nefertari de verdad era alguien que vivió en el antiguo Egipto, y si esta respondía a una de sus preguntas, su mente dudaría si era una información fiable o no.

Se acomodó, abrazándose a sus rodillas, pensando.

Estaba ahí, era claro que estaba ahí, era real, la escuchaba, la sentía, la veía, era imposible que no lo fuese, y sabía que era imposible que fuese una persona cualquiera la que se metió en un sarcófago para hacer la broma, e incluso si lo fuese, era un sitio donde no había oxígeno, cualquiera moriría ahí en cosa de minutos.

Además, era una cripta cerrada, que ella tuvo que encontrar, ya que no había otra forma de entrar o salir, a parte de la entrada que ella misma creó.

Así que era imposible.

Pero de nuevo, su cabeza le daba largas a la información que le daba, a los datos, a la evidencia, y nunca había tenido tantos problemas en tomar una información como real luego de haber investigado.

Al parecer le tomaría tiempo para aceptarlo del todo.

“¿Pasa algo?”

Nefertari le preguntó, observándola.

Probablemente ya estaba haciendo muecas raras.

Pero, de todas formas, negó.

“Ya quiero tomarme una siesta.”

Por ahora, esa era su prioridad.

 

Chapter 148: Royal Guard -Parte 2-

Chapter Text

ROYAL GUARD

-Sentido-

 

Sentía tantas emociones desbordándose.

Tantas que le era imposible de definir del todo.

Pero en ese instante, lo que más distinguía, era el enojo.

Y fue ese sentimiento intenso con el que llenó cada uno de sus movimientos, cada uno de sus ataques, cada vez que movía su espada, cada vez que movía la hoja, dando golpes, sin miedo de cortar, de herir, de matar.

Sentía ira con aquella vil persona, que aparecía justo antes de llevar a cabo su plan, de poder tomar aquel lugar y perecer tal y como debía de hacer, morir por la realeza, por la condesa, a quien le juró lealtad, y fue incapaz de protegerla, de mantenerla con vida. Si, al final, la mayor ira que sentía, era consigo misma.

Todos sus intentos fueron en vano.

Toda su determinación fue en vano.

Lo único que debía hacer, era mantener a la condesa con vida, y falló, y ahora, nada de lo que hiciese, tenía sentido alguno, ya se había acabado, era demasiado tarde, ya su vida no tenía sentido, sin tener a la condesa, entonces ya no tendría sentido ser un guardia real, ya no tenía sentido guardar la vida de nadie si ya había fallado haciéndolo, había permitido que la muerte entrase, había permitido que le arrebatasen a su señora, así también como le habían quitado su objetivo, sus sueños, sus deseos, su misma vida.

Era quien era, por tener aquel trabajo, por servir a la realeza.

El trabajo que la condesa le dio, el lugar que le ofreció, la vida que le otorgó.

¿Quién era si no era eso?

No era nadie.

No valía la pena siquiera vivir.

Menos sabiendo que se miraría en el espejo, y siempre recordaría el rostro de la condesa, a quien no pudo proteger, a quien vio morir.

Ya no escuchaba sonido alguno, no escuchaba quejido, nada, el ultimo suspiro saliendo de la boca de su señora antes de que aquel vil personaje la tirase al suelo como si de basura se tratase, y eso era aun más lamentable.

No había llegado a tiempo.

Y ahora, lo único que podía hacer, era vengarse.

La venganza era lo único que le quedaba.

Así que soltó un gruñido, dando un golpe seco, y por más que su enemigo, que el asesino de la condesa, se intentó proteger con las dagas que tenía en sus manos, no fue suficiente para poder defenderse de un ataque como el suyo, con toda su ira, con toda su impotencia, con toda su frustración, todo eso metido en aquel último golpe, la sed de venganza siendo más fuerte.

Soltó un jadeo cuando su espada chocó contra el suelo, prácticamente enterrándose en la alfombra tupida, en las pieles que decoraban esa habitación, las pieles que la condesa tanto adoraba, ahora todas manchadas de sangre, sangre de la misma condesa, de los guardias muertos en la entrada, y ahora también del sujeto que cometió aquel delito, que tuvo el trabajo de matarla.

Ahora esa corrupta sangre también pintaba el piso.

Lo escuchó soltar un grito ronco, débil, sin tener suficiente aire en sus pulmones, los pies tambaleantes haciéndolo retroceder, tembloroso, hasta que finalmente cayó al suelo, una mancha de sangre pintando desde el mentón hasta el estómago, la herida de su espada provocándole una muerte dolorosa, haciéndolo sangrar, y apretó los dientes, sintiendo que eso no era suficiente, pero ya no podía hacer más nada.

El sujeto quedándose inerte, en silencio, muerto, como todos los demás en esa habitación, todos muertos.

Incluso ella, muerta por dentro.

Su existencia debía perecer ahí, pero no así, no había sucedido como creyó que pasaría, y era sin duda decepcionante.

Ella debía ser quien muriese esa noche.

Escuchó pasos acercarse, probablemente los asesores, en la habitación conjunta, lograron escuchar los atisbos de la pelea y se acercaban para corroborar si todo estaba bien, y sorpresa se llevarían cuando se diesen cuenta que no, que no era así, que nada bueno había ocurrido, por el contrario, sus peores miedos se habían hecho realidad.

Habían intentado, con todas sus fuerzas el evitar aquel desenlace, y fue todo en vano.

Se dejó caer en las pieles húmedas, soltando un jadeo, un sollozo, agobiada con la situación, sintiendo aun el enojo quemar en su pecho, sabiendo que ni siquiera darle muerte a aquel sujeto lograría solucionar el problema en cuestión, no importaba cuantas muertes trajese, no sería suficiente para traer de vuelta a su condesa.

Nada sería suficiente para devolverla a la vida.

Eso era imposible.

Ya era muy tarde.

Se miró el traje, dorado, pulcro, perfecto, manchado de sangre, tal y como creyó que estaría, pero no así, nunca así, nunca por esa razón. Como deseaba el simplemente dar vuelta atrás, el devolver el tiempo, el haber llegado un poco antes, el haber decidido hacer guardia ella misma, y así haber evitado todo ese problema, o tal vez, el haber decidido mucho antes el tomar el lugar de la condesa, el haber estado ella ahí, en esos aposentos, esperando la muerte, deseándola, para que aquel sicario la matase, para que la eliminase, y luego fuese donde sus superiores para decirles que lo había conseguido, que había matado a la condesa, y al fin la dejarían en paz, al menos hasta que llegase a su país, y todo estuviese en calma.

Pero no.

El sujeto no había dado aviso, no había dado por hecho de que la condesa estaba muerta, sin embargo, tampoco sería difícil de averiguar, teniendo en cuenta que la condesa jamás volvería a mostrarse en público, por el contrario, el siguiente lugar en el que estaría sería bajo el suelo, siendo recordada por sus súbditos, por sus aliados, por la realeza, pero sin que nadie más pudiese tomar su lugar, ese puesto sin tener a más nadie que valiese tanto como esa mujer.

La condesa venía de una buena familia, con renombre, con sangre real, fue lo que la levantó aun más, lo que la hizo codearse con la realeza de esa era, el tener incluso más relevancia que estos en el país, convirtiéndose en quien acudían, a quien le pedían favores, a quien le encargaban el país en el extranjero para que se hiciese cargo de la diplomacia.

Pero no tenía hijos, no estaba casada, la estirpe se acababa con la muerte, e incluso ella misma, sabiendo que tenían una conexión, que tenían cierta familiaridad, el parecido que tenían siendo prueba de eso, no podría jamás hacer algo similar a lo que la condesa hacía. No tenía esas influencias, ese carisma, esa bondad, ese poder, esa sed de crecer hasta jamás parar.

Aunque los asesores, sabiendo de esa conexión familiar que tenían, decidiesen que tomase su lugar, no como una carnada como estaba previsto, para que ella muriese y la condesa viviese, si no para que tomase el lugar de la condesa como condesa, sabía que jamás podría tomar ese lugar, jamás podría tener el valor de sentarse en un lugar que significaba tanto para su país, como para su gente, mucho menos sabiendo que fue por su culpa que esta muriese.

Sería casi como si le hubiese quitado el trono.

No, eso sería una deshonra.

Se sentía enferma de solo pensarlo.

Sintió que pasaron minutos, horas, cuando notó a un médico ahí, tomando el cuerpo, limpiándolo, y no quiso mirarla, no quiso mirar el cuerpo, mirar a la condesa en ese estado, se rehusaba a mirarla, no merecía mirarla. Este dio por terminada la existencia de la condesa a la que le juró que protegería, que decidió sacrificarse por esta, para al final no poder hacer ninguna.

Lo único que logró, fue vengarse.

¿Pero que era vengarse, cuando a quien mató solo era a un siervo de alguien más fuerte?

No había logrado nada.

Uno de los asesores se le acercó, sintió la mano de este en su hombro, como si le diese un pésame, él quien era conocedor de la historia, de la relación, que si bien a la distancia se veía ajena, que tenía con la condesa, conexión que existía en la sangre, pero no en la vida misma, nada más que la realeza y su súbdita, solo era una herramienta, solo era un escudo, una espada, e irónicamente no fue ninguna esta vez.

Vaya frustración sentía.

Se levantó, sintiendo los ojos pesados, así como el cuerpo, tan vez no peleó tanto, pero fue intenso, no recordaba haber usado su arma con tanto ímpetu, con tanta fuerza, jamás había tenido una emoción tan fuerte llenándola para hacerlo. Ella se esmeraba en la técnica, en el control, pero en ese momento no usó ninguno, solo se dejó llevar por la ira, por las ganas de vengarse, de hacerle pagar a ese sujeto por haber cometido aquel delito.

Pero de nuevo, eso no le daba ni satisfacción, ni traería de vuelta a su ama y señora.

Sin importar lo que hiciese, jamás sería suficiente.

Las horas, se movieron lentamente, pero a la vez, demasiado rápido. En su cabeza, todo iba lento, seguía siendo consumida por los mismos pensamientos una y otra vez, ya que estaba a la deriva, sin su condesa, sin tener alguien a quien le ordenase, a quien seguir, su vida no tenía sentido alguno, no era nadie sin aquel puesto.

Y todos, a su alrededor, parecían moverse de la misma forma, sin saber que hacer, sin saber que paso dar, eran perros sin dueño, a quien les soltaron las correas, y no sabían si moverse o no, si ser más que perros en cautiverio, o si debían pertenecer ahí, siempre, a los pies de su antiguo dueño, incluso ante la muerte.

Se sentía como lo ultimo, pero sabía que ese no era un camino sano, no era el camino que debía de seguir, porque estaba acostumbrada a tener dueño, así que una parte de ella, sabía que lo más natural, lo más normal, su siguiente objetivo, sería el tener otro dueño más, buscar a alguien más a quien pasarle su correa, y así volver al inicio.

¿Pero quién aceptaría a un perro guardián que dejó morir a su dueño?

No, no podía ser así de irresponsable. No podía jurarle lealtad a alguien más, sabiendo que, al final, podría defraudarle, y la historia volvería a repetirse. Saber que volvería a su país, que volvería a plantarse en su puesto de guardia de la realeza, a las puertas del hogar real, le causaba malestar, la hacía sentir enferma.

¿Con que cara podría postrarse frente a sus superiores, a sus reyes, luego de tal fallo?

Caminó a su cuarto, como un alma en pena, en la oscuridad de la noche, pronta madrugada, moviéndose de manera automática, sin escuchar nada a su alrededor, sin prestarle atención a nadie más, solo avanzó, dando vueltas una y otra vez en el mismo pensamiento, sintiendo el agobio de la pérdida ajena así como de la perdida propia. Que sensación más infame el ser alguien, y un segundo después el ser nadie, el no saber que ser en el futuro, el no saber absolutamente nada.

Solo el pasado ahí.

Se dirigió a la tina de su cuarto personal, sacándose la ropa, metiéndose en la tina vacía, esta llenándose, lentamente, de agua, helada o caliente, no era realmente consciente, solo veía como esta empezaba a tornarse rojiza, dejando en evidencia la sangre que quedó en su piel, incluso al estar completamente vestida, la sangre ingresando dentro, sin problema alguno.

Y no era sangre propia.

No tenía herida alguna, siempre fue cuidadosa con eso, cuidándose bien las heridas que tuvo, y asegurándose de no tener más, de seguir manteniendo ese cuerpo en perfecto estado, así, si en algún momento debía suplantar a la condesa, lo haría sin problema, sin dejar en evidencia la falsedad de su existencia.

Y debía de estar sangrando.

Debía de haber muerto, de ser ella quien terminaba completamente muerta, tirada entre las pieles, inerte, mientras que la condesa seguiría viva, continuando con la vida influyente.

Pero no era así.

Abrió los ojos, tal vez una hora después, tal vez más, la oscuridad dando paso a cierta luz, amaneciendo lentamente, y hubiese deseado que eso fuese un sueño, una pesadilla, pero la evidencia de la sangre en el agua, así como de su ropa ahí tirada, corroboraba que era real.

Soltó un suspiro, sintiéndose frustrada al despertar de su ensueño y volver a la cruel realidad, el cansancio de su cuerpo la adormeció y su mente continuó destruyéndola hasta que perdió el conocimiento, tanto así para ni siquiera percatarse del agua gélida en la que estaba. Ese frío que sentía, era el frío que experimentaría siempre, el frío del vacío, de la pérdida, del anhelo.

Se levantó, ya sin poder hacer más nada, y, sin pensarlo, se cambió de ropa, y lo hizo de manera, una vez más, automática, su mente volviendo a dar vueltas, más y más veces, sin darle espacio para nada más, así que cuando se topó con su reflejo, se había vuelto a poner su ropa oficial, teniendo consigo atuendos similares, uniformes para cualquier ocasión, y notó la diferencia entre este, limpio, pulcro, brillante, con los colores vividos, y el otro sanguinolento en el suelo, manchado de rojo y marrón.

Se quedó mirando su otro atuendo, rememorando, rememorando más y más sin parar, devolviéndose al pasado, y creía que eso jamás acabaría, que esa tortura seguiría incesantemente hasta que su cabeza simplemente explotase, incapaz de soportar más memorias y pensamientos invalidantes.

Soltó otro suspiro, aun más agobiado, sintiéndose enferma, y dio unos pasos hacia atrás, dejándose caer en uno de los sillones, poniendo las manos en su cabeza, esperando que apretar su cráneo pudiese acallar los recuerdos, pudiese darle cierta libertad, por muy mínima que fuese, ya que en ese instante, no era ella misma, no era nadie, y la incertidumbre la volvía loca.

Sentimiento que jamás había experimentado en su vida.

“¿Llegué muy tarde?”

Una voz apareció en su cabeza, no, la escuchó afuera de su cabeza, y solo eso fue capaz de hacerla salir de sus pensamientos. Levantó el rostro, buscando alrededor, sin sentirse ni amenazada, ni alerta, como pudo haber sido antes, no, ahora no tenía sentido, porque su vida no tenía sentido.

Y a pesar de eso, le sorprendió el ver a alguien en el marco de la ventana de su habitación, la figura oscurecida ante la luz del amanecer. El viento entraba, y no se había percatado de la brisa hasta ese instante, cuando vio la tela moviéndose, la ropa de la persona aquella meneándose con un vaivén, así como se percató de un sonido repetitivo, el metal chocando contra el metal, girando.

Butterfly Knife.

Reconocía ese tipo de cuchilla, nunca había usado una, no era muy común en esa zona, pero como su trabajo solía ser el entrenarse físicamente, el aprender sobre armamento, así como defensa personal, conocía bastante sobre ese mundo. Y a pesar de conocer la cuchilla, le sorprendió el ver los movimientos que hacía aquella persona, girándola, abriéndola, cerrándola, todo en un movimiento grácil y rápido, como si llevase años haciendo el mismo truco con la cuchilla.

Solo ahí, miró a la persona, enfocándose, sabiendo que bien podría equivocarse, bien podía ser solo una coincidencia que esa persona usase aquella cuchilla, pero a esta altura, dudaba que fuese una coincidencia. No creía en coincidencias en ese momento.

Para su sorpresa, se trataba de una mujer quien ejercía dichos movimientos, tal vez de su edad si no se equivocaba, que giraba la cuchilla sin parar, el rostro calmo, inexpresivo, sin mirarla en lo absoluto, de hecho, solo notaba un perfil de aquel rostro, la mujer mirando hacia la nada, pensativa.

Por supuesto, había llamado para que esa mujer llegase, a pedido de la condesa, y si bien no tardó en llegar, probablemente estando más cerca de lo que imaginó, aun así, no fue lo suficientemente pronto.

Se habían demorado.

Habían perdido demasiado tiempo.

La pregunta resonó una vez más en su cabeza, y asintió en respuesta, sintiendo la ira volviendo a subir por el cuerpo, siempre ahí, siempre viva la llama del enojo, de la ira, aun cuando sentir aquello carecía de relevancia.

La mujer se giró, la miró, y le sorprendió ver como en la parte del rostro que antes no veía, ahora notaba una cicatriz sobre el ojo derecho, y el ojo en si, estaba gris, ciego, y aun ante aquella imagen impactante, le sorprendió aun más el notar como la expresión carente de emoción, al mirarla a ella, al mirar su rostro, se tornó triste, desolado.

Ella tenía la cara de la condesa.

Al parecer la condesa no había pedido que trajesen a Butterfly Knife por un mero capricho, se conocían, de eso estaba segura. Su señora pidió por esa mujer porque con esta se sentiría segura, confiaba en esta, en las habilidades que tenía, y como notaba, esa mujer le tenía un cariño especial a la condesa, y para su buena, pero quizás en ese momento, mala suerte, su propio rostro le recordaba a la persona que jamás volvería a ver.

Porque la muerte se la había llevado.

El que esta estuviese ahí, para proteger a la condesa, no tenía sentido.

Así mismo pasaba con ella, el que ella estuviese ahí, para proteger a la condesa, ya no tenía sentido alguno.

Ya nada tenía sentido.

 

Chapter 149: Goth -Parte 2-

Chapter Text

GOTH

-Pecado-

 

Ahí estaba, una vez más.

Frente a esas personas.

Abalanzándose frente a ella, rodeándola como una jauría de animales salvajes, de depredadores, observándola, juzgándola, jueces y verdugos.

Siempre listos para castigarla y cortarle la cabeza.

Podía ver de reojo el crucifijo dado vuelta, dejando su principal propósito, así como los que estaban en las demás paredes de la casa, obviamente lo hizo ella, claro que si, no fue un fantasma ni ningún espíritu vengativo, nada así de divertido, no, solo era su rebeldía, pero, por un momento, su madre, a quien escuchaba llorar pero no veía, le pareció que era obra de un demonio, obra del mismo diablo.

Y ella rió.

Se regocijó en su jugarreta.

Era una niña, solo una niña.

Entonces, por lo mismo, fue atrapada, y así mismo, pasó a ser condenada. El padre de la comunidad, así como los consejeros entraron en su casa, como si se tratase de un equipo de fuerzas especiales, tirando la puerta abajo, metafóricamente. No recordaba si esa fue su primera jugarreta, pero estaba segura que no era la primera vez que se veía en esa situación, con su madre llorando, victimizándose en una esquina, mientras que los altos cargos entraban a ese lugar que no podía llamar hogar.

No tenía que dar vuelta los crucifijos para que pensasen que era un demonio.

Y, de hecho, disfrutaría siendo un demonio, al menos así, hubiese tenido libertad, al menos así, no hubiese sido condenada de esa manera, al menos así, no hubiese sido herida tantas veces, al menos así, se hubiese podido defender.

Pero no, lamentablemente era humana, y no solo eso, era una niña.

Sin embargo, eso no era excusa suficiente para que esas personas no la creyesen un demonio, porque su nacimiento causó discordia, porque en esa comunidad había reglas, y su madre no la había respetado.

¿Cómo era lo que solían decir?

Queman el pecado, no al pecador.

O sea, a ella, ella era la que debía arder, y eso hicieron, castigarla, una y otra vez, viéndola de esa manera, sofocándola, recordándole su lugar, recordándole las reglas, asustándola con los castigos, pero ella no temía, porque su vida ya era miserable, así que si la quemaban viva en el fuego del infierno, bienvenido sería.

Con gusto moriría como una bruja.

Con gusto iría directo al infierno.

Porque no creía que hubiese un lugar peor a ese.

Entonces se iban, desaparecían, el caos que había en ese momento, con las voces agrupadas, con los rezos, con las plegarias, y los llantos de su madre, desaparecía todo por completo, sus oídos pasando de estar sobre estimulados a verse en un silencio sepulcral.

Y a pesar de saber lo que pasaba después, aun así, no podía evitar saltar.

Su cuerpo reaccionando, instintivamente, a la defensiva.

Era una niña

Solo una niña.

Y muchas veces se insultó a si misma por reaccionar así, como una víctima, con miedo, cuando debía aceptar ese destino, con la frente en alto, mantenerse firme, con convicción, rebelándose, pero no se podía evitar, era una niña, reaccionar así ante el maltrato constante, era una realidad, era algo imposible de controlar.

Su madre, dejando de llorar al verse a solas con ella, se le acercaba, levantaba la mano, y la golpeaba.

Castigándola.

Una madre pecadora castigando a su hija, el mismo pecado, y era tan lamentable, su existencia era tan lamentable, que muchas veces lograron convencerla de que se lo merecía, que merecía esos castigos constantes, que merecía que su padre la hubiese abandonado, que merecía que su madre la golpease cada maldito día, que merecía que la comunidad la marginase, que merecía todo lo malo que ocurría.

Porque era el pecado.

Por eso, su vida estaba destinada a ser así, miserable, y debía simplemente callarse y hacer caso, comportarse, y solo así minimizar ese destino, pero bien sabía que no era cierto, que eso no ayudaría en nada, que continuaría así, incluso si se comportaba de manera ejemplar.

Tal vez, realmente, era el pecado.

Y orgullosa estaba, de ser el pecado.

Nació siendo el pecado.

Y moriría siendo el pecado.

Incluso en esa situación, sintiendo el sabor a sangre en la boca, las paredes de sus mejillas rompiéndose al chocar contra sus dientes, ante los golpes constantes, las heridas que nunca terminaban de sanar, porque otro golpe le llegaba, y esta se abría de nuevo. El sabor a sangre, el sabor a muerte, ese era el sabor que la describía, esa era su realidad, era el pecado mismo.

Por lo mismo, quiso ser el pecado.

Quiso que esas personas que la castigaban experimentasen el verdadero pecado, el verdadero miedo, quiso convertirse para estos en lo que era aquello que le temían, el mismo Satán. Que tuviesen una buena razón para decirle esos nombres, para marginarla, quería que tuviesen la excusa perfecta para hacerle lo que antes le hacían de manera gratuita.

Y eso terminó siendo.

Por eso la echaron, por eso echaron a su madre, porque avergonzaban a la comunidad, porque la comunidad no quería tener tal pecado cerca, así que se iban expulsadas, sin poder volver, sin poder ser parte de ese lugar.

Pero por ahora, seguía recibiendo los golpes.

Seguía ahí en el suelo, sintiendo como la sangre le salía por la nariz, por la boca, y era curioso, porque eso mismo la hizo acostumbrarse a esa sensación, a ese sabor, al dolor, pero no porque la trajese a ese momento, no porque quisiese, voluntariamente, volver al pasado y reencontrarse en esa escena, el volver a acabar ahí, en el suelo, bajo la mirada despreciable de su madre, si no porque la hacía sentir fuerte, porque podía experimentar eso, y no se sentía como antes, como cuando era la niña indefensa de aquel entonces.

Ya no lloraba ante el dolor, ya no lloraba ante el sabor a sangre.

No, ahora lo tomaba, y se daba cuenta que había crecido, que ya no le afectaba como antes, de hecho, muchas veces, incluso lo disfrutaba.

No como en aquel entonces.

A pesar de sus intentos, a pesar de su mente reaccionando correctamente ante esos recuerdos, continuaba ahí, amarrada, escuchando a su madre orar con fuerza, prácticamente gritando, chillando como un cerdo, mientras que le enterraba uno de los crucifijos en la frente, la sensación de la madera en su piel, marcándola. Luego estaba la mano ajena en su quijada, sujetándola, obligándola a abrir la boca, a recitar de manera obligada las mismas palabras de su madre, una y otra vez, sin parar, frases para limpiarla, para liberarla de aquel demonio que era, pero que nunca se iría.

Porque no había ningún espíritu malvado dentro de ella.

Ella era el espíritu, el demonio, y quería siempre serlo para su madre.

Y ahí, otro golpe le llegó, y lo sintió duro.

Dio un salto, el golpe sacándola de esa pesadilla, haciendo que se sentase abruptamente en la cama, y por reflejo se llevó las manos al rostro, a la frente, la sensación del crucifijo aun en su piel, así como el sabor a sangre en su boca, permanente. Se quedó jadeando, su cuerpo reaccionando así, el pasado apareciendo, y no era algo común, no solía tener esas pesadillas, no de manera recurrente, su vida era mucho mejor después de todo, así que la felicidad mermaba aquellos fantasmas, pero a pesar de eso, seguía reaccionando de esa manera.

Como una víctima.

Sin importar cuantas veces estuviese en esa situación, rodeada de esas personas, siendo maltratada por su madre, todo ahí, en sus recuerdos, seguía reaccionando así, a pesar de que despierta, aquello no le causaba ningún efecto, porque tomó el dolor de su pasado, ese peso con el que cargaba, y lo transformó. No sentía miedo, no, estaba orgullosa de todo lo que hizo, los cambios, las actitudes, la rebeldía, sus intenciones de ser ella quien causaba miedo, ser ella quien atemorizaba a esas personas, todo eso, resultando.

Porque salió de allá.

Ahora tenía una vida fuera de esa comunidad, lejos de su madre, y de eso siempre sentiría orgullo.

“¿Tuviste una pesadilla?”

Solo dejó de ser consciente de su propia respiración, de sus latidos apresurados, cuando escuchó la voz a su lado, la voz suave y dulce de quien era su compañera de cuarto, de su compañera de vida, de su amiga, de su confidente, de su amante.

Las manos cálidas y suaves se posaron en su rostro, y cerró los ojos, ahogándose en esa calma, en ese tacto, tan contrario a lo que acababa de experimentar en esa pesadilla, salida de sus recuerdos. Sabía que tenía el rostro sudado, pero eso nunca le importaba a Felicity, no, la sujetó cuando estaba herida, cuando sangraba, cuando estaba golpeada, sucia, no importaba, las manos la tomaban con cuidado, con suavidad, siendo siempre contrastante el tacto, tan diferente a lo que recordaba, a lo que fue criada para sentir.

Los dedos se movieron, acomodando su cabello, quitándoselo de la piel sudada, el movimiento calmándola incluso más, y llevaban una vida así, eso sucediendo desde que eran niñas. Cuando Felicity la veía llorando, y se le acercaba, la ayudaba a limpiarse, la llevaba a esa casa que ahora era suya, para ponerle hielo, a veces para ponerle un vendaje, otras para darle helado, lo que sea que pudiese hacer por ella, siendo nada más que una niña, lo hacía por ella.

No habían cambiado nada en todos esos años, a pesar de que tanto hubiese cambiado.

Abrió los ojos, queriendo tener la prueba ahí, el corroborar que era así, que las cosas habían cambiado, y se topó con los ojos claros observándola, brillantes en esa oscuridad de la noche, luciendo preocupados, como siempre, pero al mismo tiempo, sonriéndole, dándole siempre una sonrisa para aliviar el dolor, para confortarla.

Se le quedó mirando, recordando bien ese rostro años atrás, más pequeño, más redondo, más infantil, pero seguía teniendo esa dulzura, era ternura de la que se enamoró, ese brillo que tanto necesitaba en su oscura vida. Y creía que, de cierta forma, el pecado que ella era, había logrado corromper un poco a esa persona, como si la estuviese tiñendo solo para que fuese más perfecta para ella.

Felicity lo permitía, así que estaba bien.

Pero, aun así, no le gustaría teñirla por completo, porque le gustaba el color en esta, le gustaba la alegría que esta profesaba, no quería que estuviese tan carente y amargada como lo estaba ella, y creía que a ambas les pasaba lo mismo. Tomando un poco de la otra, pero gustándole aquello tan propio de la otra.

Era perfecto todo, así.

Ambas tan diferentes, y por lo mismo, encajando mejor.

“La maldita de mi madre siempre encuentra la forma de aparecerse.”

A pesar de que no la veía hace tiempo, y prefería que así fuese. Esta estaba aterrada de siquiera mirarla a la cara, y hacía aún más esfuerzos para aterrorizarla, y soltó una risa al pensar en eso. Solía coleccionar máscaras de películas de terror, así fue desde que escapó de ahí, así que se las ponía e iba la casa aquella que jamás fue su hogar, solo para molestarla y darle un susto. No dejaba más que su madre la asustase a ella, decidió que así sería, y que era mejor que luchar contra sus miedos, asustándolos de vuelta.

“Es la única forma en la que puede molestarte.”

Felicity le dijo, sonriéndole, peinando su cabello, poniendolo tras sus orejas, rozando sus perforaciones, y el saber que estaban ahí, le recordaba también que ya no estaba allá. Y si, esta tenía razón, su madre ya no podía acercarse a ella, no podía molestarla, no dependía de esta hace tiempo, porque esa familia la había aceptado, la había acogido, y luego la ayudaron a desligarse legalmente de su madre.

Así que ahí estaba en paz.

Miró alrededor, mirando la habitación, la habitación que era ajena, pero desde hace años que Felicity decidió compartirla con ella, antes para invitarla a pasar la tarde mientras su madre trabajaba y ella podía esconderse ahí, y sentirse protegida en ese hogar, y luego para vivir, para tomar la mitad de ese lugar como propio.

Le gustaba ver la diferencia de ambos lados, el suyo tan carente de color, tan deprimente y oscuro, con posters de bandas oscuras y películas tétricas, así como máscaras aún más tétricas, y el ajeno tan colorido, también con posters de bandas, pero estás completamente opuestas, animadas, felices, así como figuras y peluches de personajes de juegos y series.

Si, le gustaba esa dualidad.

Así también eran las camas de ambas, opuestas.

No dormían bien juntas, porque ella dormía como un muerto, y Felicity era tan inquieta como cuando era niña, eso no cambiaba nada, pero ahora se lo perdonaría. Necesitaba quitar a su madre de la cabeza, y siempre esa mujer a su lado lo lograba sin mayor esfuerzo.

“Duerme conmigo.”

Dijo, o más bien ordenó, y Felicity la miró con cierta sorpresa, para luego soltar una risa, animada, esperando por ese momento, y ni siquiera tuvo que decir más, esta abrazándola, volviendo a acomodarla en la cama, y se sentía aún un poco extraña, con los escalofríos propios de un despertar así de abrupto, con la piel aun húmeda, pero de inmediato fue envuelta en los brazos cálidos, rodeándola.

Cerró los ojos, disfrutando de la cercanía, del calor y la suavidad del agarre.

Ese era su hogar, y siempre lo sería.

Esa persona la salvó, la hizo sentir cosas buenas cuando le dijeron desde siempre que solo merecía cosas malas, por ser el pecado mismo, pero eso a Felicity no le importaba, incluso si tenía esa personalidad tan arriesgada, aunque la corrompiese, aunque la instase a pecar, esta siempre la aceptaba, con oscuridad y todo.

De hecho, la hacía sentir cómoda en la oscuridad.

Ahí pertenecía, después de todo.

En la oscuridad, pero siempre teniendo la luz al lado.

Si, ese era su hogar.

 

Chapter 150: Clown -Parte 2-

Chapter Text

CLOWN

-Torpeza-

 

Luego de todo lo que ocurrió allá afuera, bajo las luces, ahora se sentía un poco más calmada, más tranquila.

A pesar de estar ahí, sentada frente al director.

Así le decían al hombre aquel, director, el dueño del circo y quien era la autoridad máxima en ese lugar.

Era un hombre bajito, con un bigote frondoso y un sombrero de copa, y aquellos ojos lucían amables, así que no se sintió tan nerviosa de estar frente a este en la pequeña oficina. Podía ver de reojo como ahí estaba su mochila de viaje, donde tenía sus pocas pertenencias, él cuidándoselas mientras la mandaba a participar en el circo.

Donde hizo… lo que sea que hizo allá.

Este parecía feliz, lo que la dejó tranquila, aunque en si fuese extraño que así fuese, ya que, estaba ahí para probarse a si misma, para ver si tenía la madera de trabajar en el circo, lo cual era imposible, considerando el ridículo que hizo bajo las luces, frente a la audiencia.

No hizo reír a las personas, las personas se rieron con ella.

¿Era ese el objetivo?

“A la audiencia le encantó tu acto.”

Oh.

Eso era bueno, aunque no creía ser capaz de decirle eso a un acto, ya que, bueno, no estuvo actuando.

“No estaba actuando en realidad.”

Y ante sus palabras, el hombre soltó una risa gruesa, removiéndose en el asiento al hacerlo.  

“Esa es la idea, querida, el ultimo payaso que tuvimos tenía un papel similar, donde no podía hacer lo que los demás, hasta que al final lo lograba, pero era aburrido, porque todos sabían que en realidad estaba fingiendo, y perdió la gracia. Al final él no soportó el rechazo y decidió irse.”

Oh, así que por eso necesitaban a alguien más ahí.

Y ella, que realmente no podía hacer ninguna de esas cosas, le salía genuino, porque era así, genuino. Y uno podía ser un buen actor, pero tal vez, con algo tan físico, era más difícil engañar a las personas, el cuerpo sabiendo que hacer. Y si eran aficionados del circo, debían notarlo.

Ideas suyas, claro, no tenía mucha idea al respecto.

Si, le gustaba mucho el circo, pero cuando era niña, siendo aquel el panorama familiar que tenían cada mes, conforme se fue alejando de su familia se fue alejando también de aquel mundo, y luego se fue de casa, así que se alejó incluso más. Era solo un fanatismo inculcado en su infancia, que quedó ahí, en su infancia.

El hombre se puso más serio, pero el bigote hacía notar que continuaba sonriéndole, a pesar de que los ojos estuviesen más concentrados, luciendo más profesional. Y de inmediato se puso tensa, era una entrevista de trabajo, y lo olvidó por un momento. Llevaba años de trabajo en trabajo, de entrevista en entrevista, pero era la primera vez que no se sentía como en una, ya que era cómodo, tranquilo, sin esa tensión.

Simplemente el hombre lucía muy afable, no le daba la sensación que tuvo con otros de sus jefes.

Pero ahora, si, un poco al menos.

“Dijiste que no tenías un lugar donde dormir, que no tenías trabajo, y puedo permitirte dormir aquí, así como pagarte por lo que trabajaste, pero no creo que este trabajo sea bueno para ti, al final, estaremos aquí por un tiempo, y luego nos iremos para otra ciudad, tal vez no estés dispuesta a abandonar todo lo que tienes aquí.”

Notó preocupación en el hombre, y le pareció aún más agradable de lo que ya creyó. Tal vez la tiró al escenario sin avisarle, vistiéndola y pintándole el rostro, prácticamente arrojándola a los leones, obligándola a probarse de inmediato frente al público, ella pensando en primera instancia que necesitaban contratar para algo diferente. Tal vez para hacer el trabajo pesado, instalar luces, la carpa, algo así.

Pero a pesar de eso, lucía como un buen sujeto.

De inmediato negó.

Tal vez trabajar en un circo no fue su plan, pero se fue de casa antes de siquiera terminar la escuela, se fue de la ciudad, y decidió empezar de nuevo, pero sin haber terminado sus estudios, sin haber hecho nada más que hacer trabajos esporádicos que perdía en cosa de meses, así como vivir en casas compartidas, en habitaciones compartidas, no consideraba haber obtenido nada en todo ese tiempo.

Solo tenía un par de pertenencias, materiales, no mucho más.

Su ego la obligó a mantenerse firme en su decisión de independizarse, de hacer todo por si misma, de vivir la vida como ella quisiese, pero no le fue favorable, al final, llevaba todos esos años simplemente sobreviviendo, de un lado a otro, por suerte no tuvo que dormir en la calle, pero estuvo a punto muchas veces, como esta vez en particular.

Y ya no tenía más lugares en la ciudad a donde pedir ser contratada, prácticamente había trabajado en todo, y la habían echado de todos los lugares.

“No tengo nada en esta ciudad, no tengo familia aquí, ni trabajo, ni casa, ni amistades, no tengo nada que perder. Aunque, dudo que sea de mucha ayuda aquí, ya le comenté antes que me han despedido de todos mis trabajos anteriores.”

El hombre asintió ante sus palabras, le había hecho un pequeño resumen cuando llegó ahí, usando un poco el factor de la lastima a su favor, para ver si el hombre le tenía pena suficiente para aceptarla por un tiempo, para no tener que dormir en la calle. Y funcionó de cierta forma.

De hecho, creía que cuando le dijo que en su último trabajo, la echaron por que se le cayeron un montón de platos, fue lo que lo hizo decidirse.

“Aquí viven y trabajan varias personas que han estado en situaciones similares, donde a veces lo único que tenían a su favor, no les servía en el mundo real. De lo que más se avergonzaban, terminó siendo su mayor habilidad aquí. Eres una chica torpe, pero eso nos sirvió esta noche, y tal vez sería igual las siguientes.”

Oh.

Fue agradable escuchar eso.

Suponía que estaba acostumbrada a tener que lidiar con sus errores, con que la persiguiesen, y era frustrante, porque se repetían, como una burla constante. Pero no había risas, no había aplausos, solo gritos y regaños. Tal vez no se sentía bien para su ego el que así fuese, pero era sin duda mejor a todos los otros trabajos que tuvo. Al menos su torpeza, su carencia de habilidad, era suficiente.

Tal vez era su primer día, pero no se sentía como en sus otros trabajos, donde desde el comienzo sintió que la despedirían, que la historia se repetiría, y al final, su ansiedad solo hacía que su experiencia fuese peor.

El hombre soltó una risa, sacándose el sombrero, dejándolo sobre el escritorio.

“Estaba pensando que a tu acto podríamos llamarle ‘El payaso perdido’, ¿Qué te parece? El payaso que llega por sorpresa, sin aviso, incluso sin memoria, que es llevado al escenario, pero no sabe quién es, que debe hacer, no sabe lo que era antes de perder sus recuerdos y sus habilidades, y la audiencia debe ayudarlo para que sea parte del elenco, si, me parece una gran idea.”

Lo notó emocionado, hablando sin parar, teniendo más ideas, incluso mientras se imaginaba cosas en la cabeza, con una mano comenzó a hacer bocetos en un papel, ideando todo, creando, un director, claramente. Le impresionó tanto, que se acomodó un poco, solo para poder ver con mayor claridad los dibujos que este hacía, emocionado, riéndose para si mismo, olvidando por completo que ella estaba ahí.

Pero a pesar de eso, creo todo pensando en ella.

No fue hasta que el director tuvo todo el papel rayado que volvió a la realidad, mirándola, sonriéndole, luciendo eufórico.

“¡Ingrid!”

Este gritó de la nada, tomándola por sorpresa, haciéndola saltar de su asiento, y su mera reacción fue suficiente para que el hombre riese, volviendo a escribir o a dibujar algo en el papel, rellenando.

Bastaron unos pocos segundos para que la puerta tras de ella se abriese, y se giró, observando a una mujer entrar, y tuvo claro de inmediato que era la mujer del trapecio, con una bata sobre su cuerpo y con el rostro sin el leve maquillaje que usó durante la presentación. Pensaba en eso, y aun le daban escalofríos, una cosa era ver a un profesional haciendo algo arriesgado desde el público, y otra cosa era estar ahí mismo, sabiendo que podía estar presente en caso de un accidente.

Ella tenía muchos accidentes, y lo tenía siempre presente para ser más cuidadosa.

Pero claramente no lo suficientemente cuidadosa para no dejar un desastre.

“Hola, tu.”

La mujer la observó, sonriéndole, y le parecía una mujer agradable, todos ahí parecían agradables, aunque a la mayoría los vio con las caras pintadas.

“Gracias por no dejarme caer.”

Habló, teniendo aun en la cabeza lo ocurrido, el miedo aun en ella, en sus huesos, probablemente tendría una que otra pesadilla, vivió muchas emociones en solo una actuación, emociones sin duda extremas, no las emociones que solía experimentar antes de llegar ahí. La mujer asintió, llevando las manos detrás de su espalda, estirándose.

“Fue agradable actuar contigo, por eso evite que te hicieses mucho daño.”

Oh.

¿Qué pasaba si no llegaba a caerles bien?

Tenía muchas ideas del infierno que pudo haberle ocurrido de ser así.

Se vio soltando un suspiro de alivio, agradeciéndolo. No creía que tuviese muchas cosas buenas, el mundo profesional se lo había demostrado, pero al menos no solía caer mal, ya que en realidad, no era demasiado conflictiva, a menos que estuviese muy frustrada, esa fue la razón por la que se fue de casa después de todo, por la frustración.

“Ingrid, ella trabajará con nosotros de ahora en adelante, así que llévala al cuarto, y asegúrate que descanse, que mañana tendremos otra larga noche.”

La mujer asintió, y le hizo un gesto con el rostro, instándola a seguirla, así que asintió, levantándose el asiento rápidamente para no querer hacerla esperar, pero cuando avanzó, se dio cuenta que su bolso seguía en esa oficina, así que se devolvió, chocando con la silla en la que estuvo sentada.

Se sintió arder, notando como ambos soltaron una risa, mientras ella se ponía la mochila sobre su espalda, el peso abrupto casi haciéndola caer, y al menos no se notó tanto para que estos volviesen a reírse. Ahí le asintió al hombre, agradeciéndole una vez más, y este le sonrió.

Al parecer, lo había conseguido.

La mujer comenzó a caminar, Ingrid se llamaba, y la siguió por los pasillos del remolque, intentando no chocar. Era un espacio pequeño, al final, debían de abarcar a muchas personas y mucho equipamiento.

“El director no mencionó tu nombre.”

Oh, de hecho, ni siquiera creía habérselo mencionado, o quizás si, pero luego de tantas emociones no estaba tan segura.

“Rosinha.”

Así que le respondió, y la mujer se giró levemente para mirarla por encima del hombro, una sonrisa en el rostro, los ojos claros mostrando cierta curiosidad.

“Lo hiciste bien hoy, no podía decir lo mismo de quien ocupó tu puesto antes.”

El otro payaso, el que tenía que fingir pero no podía fingir, ¿Ese? Dejó el circo porque no soportó el rechazo de la audiencia, pero también parecía recibir rechazo de los demás actores.

“¿El payaso que renunció?”

Ingrid miró al frente, asintiendo.

“Era un profesional, no soportaba tener que hacer un papel absurdo, y lo que más desagradaba al resto, es que solía decirnos a los demás, también profesionales, como hacer nuestro trabajo.”

Oh, así que era conflictivo también, curioso era, esa gente no solía renunciar, solo acababan siendo echados al convertirse un problema en la convivencia.

“Bueno, aunque quisiera no podría hacer algo así.”

No era ni una profesional, ni conocía tan bien el mundo del circo como para decirles a los acróbatas como hacer lo que hacían. Sería muy arrogante de su parte, y nunca lo fue, y por suerte, porque o si no, la habrían echado antes. Igual con qué cara sería arrogante, si tampoco tenía los conocimientos para serlo.

Ni en sus antiguos trabajos ni en este.

No era una persona muy conocedora, por eso le decían tanto a niños que terminasen sus estudios básicos, ella no escuchó y eso le pesaba.

“Igual fue lindo que te preocupases, realmente creíste que nos íbamos a matar ahí.”

La mujer soltó una risa, y parecía animada, y agradeció que así fuese, a pesar de la vergüenza de que su miedo fuese así de evidente.

Si, eso la avergonzaba mucho, pero ese era su papel ahora, ¿No?

El terreno donde estaban ubicados constaba de una serie de camiones y casas rodantes, lo que era el circo, además de la gran tienda que se elevaba, y se veía incluso más grande desde adentro. Había mesas, había sectores techados, carpas, de todo. Ya estaba todo oscuro, las luces del lugar apagándose, ya no luciendo tan animado y vivo como hace solo una hora atrás. Ingrid la guió a una casa rodante, y no se veían como esas que se unían a una camioneta, y eran relativamente pequeñas, no, era como un camión en si mismo, grande y espacioso, que podía ser llevado a donde sea.

Y se notaba que habían muchas personas viviendo ahí, como familia.

Se sintió extraña de aparecer de la nada, ahora entendía aun más el hecho de que si hubiese caído mal, no habrían sido tan amables en la actuación, para impedir que se uniese, que pudiese permanecer por más tiempo.

Tuvo suerte al parecer.

Entró por una de las puertas, y el lugar se veía, una vez más, más amplio por adentro que por afuera. Estaba un poco desordenado considerando la cantidad de personas que debía de vivir adentro de esa casa rodante, pero no le molestó, ella misma vivió meses dentro de una habitación compartiendo con doce personas. Ese si fue un caos.

Pero ahí no había tantas personas tampoco.

Pero si vio a alguien grande, demasiado, que la hizo sentir intimidada.

Casi chocó de frente con una mujer, una mujer muy grande, y muy musculosa, se vio completamente empequeñecida. Esta tenia el cabello largo y despeinado, y los ojos eran filosos, que la hacían ver como una amazona. Ella misma era alta, en donde nació, la altura promedio no era muy grande en comparación con otros países vecinos, y era tanto así, que su altura era el promedio de los hombres en vez que el de las mujeres, pero esa mujer era incluso más alta, y sumándole también lo ancho que era el cuerpo.

La mujer la miró, frunciendo el ceño, y creía que podía llorar en ese instante.

Solo bastaba con que le agarrase la cabeza, y con un movimiento se la aplastaba, y adiós.

Tragó pesado, sin poder quitarle la mirada, temiendo, pero observando de todas maneras.

“Bienvenida, nueva.”

Hasta que pudo soltar un suspiro de alivio, la voz de la mujer sonando dulce para lo intimidante que se veía.

La mujer le puso la mano encima del cabello, como si de una niña pequeña se tratase, pero lo agradeció infinitamente, porque incluso en ese gesto notó lo fuerte que era, y prefería que la acariciase como si hubiese adoptado un perro nuevo antes de que la aplastase como un insecto que se metía de contrabando en la habitación.

“Ella es Kiki.”

Ingrid presentó a su gran compañera, y esta le sonrió en respuesta, luciendo muy diferente a hace solo unos momentos.

“Es un placer, lamento la intromisión.”

Se apresuró en hablar, queriendo ser respetuosa en ese nuevo lugar. No era la primera vez que llegaba a una habitación donde ya había gente ahí viviendo, pero siempre intentó mantenerse tranquila para no tener algún problema, no quería importunar. Al principio le incomodaba bastante, pero ahora ya no, luego de todos esos años viviendo así, en perpetua compañía.

Pero tenía claro que debía ser respetuosa, así como mantener claros los limites, que ya tuvo problemas antes.

Y no era la idea tener problemas ahora.

Kiki, la gran mujer, asintió, liberando su cabeza, yéndose a uno de los camarotes que habían ahí, a ambos lados del camión, uno arriba y uno abajo, y esta se acostó en el de abajo, acomodándose, y a pesar de que fuese un lugar estrecho, si la mujer aquella podía estar cómoda, cualquiera debería poder, incluso ella siendo horriblemente torpe.

Notó que había otra persona en la otra cama de abajo, que estaba ya acostada y durmiendo, así que intentó no meter mucho ruido para no estorbar. Y fue Ingrid quien le hizo un gesto para que no se preocupase demasiado.

“Estamos acostumbrados al ruido, podemos dormir en movimiento en medio de la carretera, una conversación no es problema.”

Oh, eso tenía sentido.

Aun así, intentó no ser desagradable.

La mujer le indicó uno de los camarotes superiores, el cual en la parte inferior tenía unos cajones donde podía guardar sus pertenencias, así como el baño que estaba cerca de la entrada. Notó también una cortina que venía después de los camarotes, y si bien no preguntó, creía que debía haber cuatro camas más pasada esa cortina. Más personas o quien sabe. Los conocería ya después.

Fue alentada a prepararse para acostarse, y eso hizo. Por suerte se sentía fresca, ya que, en el camerino donde se cambió a su ropa, luego de cambiarse, se aseó, no solo para quitarse el sudor de encima, si no también para quitarle el maquillaje, que sin duda le costó bastante. Se sentía como nueva.

Mucho mejor que cuando fue echada de su cuarto esa misma mañana.

Creyó que viviría en la calle, así que se había superado a si misma, y esa cama era cómoda, mejor que en la que estuvo durmiendo antes.

No supo si Ingrid le dijo algo más, pero apenas se apoyó en la cama, simplemente se quedó dormida.

Estuvo buscando donde trabajar durante todo el día, así como un lugar que la aceptase sin tener el dinero suficiente, para todos los lugares necesitaba dar un abono extra, incluso un mes de anticipación, y no podía darse ese lujo. Y ahora, luego de haber incluso actuado y hecho el ridículo frente a una multitud, se dio cuenta de lo cansada que estaba.

Mañana sería otro día.

Y era un alivio tener un techo sobre su cabeza.

Chapter 151: White Cat -Parte 7-

Chapter Text

WHITE CAT

-Expuesta-

 

Obviamente se esperó eso.

Lo sabía, desde el primer momento, apenas cometió aquel error.

Después de haber escapado de su sala, con su especie, el haber huido, se haría notar en los rumores y en las burlas que solía escuchar sobre ella, sin embargo, el haber llegado a clases, con heridas en su cuerpo, con su labio roto, con su cuello parchado, con marcas en sus brazos, en sus piernas, todos notaron que había salido de una pelea.

¿Y ella, peleando?

Eso era imposible, ¿No?

Alguien como ella, un paria en su propia especie, la más débil de la manada, con un montón de enfermedades congénitas pisándole los talones, no estaría en una pelea. Era pequeña, era débil, los machos de otras especies la veían como la pobre victima que debía ser protegida, y odiaba que la tratasen así. Y las hembras, pues, la odiaban, pero no perdían el tiempo con ella como para lastimarla, no tenían las agallas para hacerlo.

Entonces, ahí surgía la pregunta, ¿Qué le había pasado?

Alguien podría preguntarle, sí, pero nadie tenía esa confianza con ella, ella socializaba lo suficiente para mantener aquel equilibrio, fingía tanto como los demás lo hacían, pero nada era real, y todos ahí lo sabían.

Sabía que era cosa de tiempo para que se diesen cuenta, para que notasen quien más tenía heridas en el cuerpo, heridas en lugares similares, que no eran las de una pelea, o sea, si, lo eran, pero no al mismo tiempo, otro tipo de pelea, una más agresiva, pero mucho más íntima. Y el tiempo coincidía, era un rumor más el que la desviada de Rylee no asistía al Día de la Biología, y ella, fue quien huyó a esa hora, y desapareció del mapa.

Cualquiera podría conectar los puntos.

Era un error, por supuesto que lo era.

Pero ya le daba igual.

Podía perder la vista o que su cuerpo tuviese un colapso ante su debilidad, podía ser secuestrada y traficada por trozos en el Mercado Negro, podía terminar con los demás de su tipo que vivían como una secta aislados del resto.

Todos los finales eran amargos.

Por su genética, ya estaba condenada, y lo supo desde el comienzo, por eso se limitó a que su existencia constara de cierto equilibrio, para vivir una vida lo más normal posible, donde no fuese marginada más aun de lo que ya lo estaba desde que entró al campus.

Pero eso ya no era suficiente.

No para la sociedad como creyó, si no para ella misma, y Rylee tenía razón, no podía seguir haciendo lo que el mundo quería de ella, dejando de lado las necesidades que tenía, dejando su felicidad de lado, su libertad.

La vida era una sola, y en su caso, podía ser corta, breve y dolorosa, así que iba a aprovecharla.

Así que, a pesar de querer, aun, ilusamente, mantener ciertas distancias de Rylee, para no hacer de aquello algo aun peor, para no generar más caos de lo que ya se veía venir, fue claro que las voces no se acallaron. Era un hábito suyo el vivir de esa forma, así que no podía llegar y gritar sus temas privados a los cuatro vientos, no era así, no podía ser así.

Se podría decir que era un adiós más.

Pero no por siempre.

No, por el contrario.

No podría aguantar que pasara tanto tiempo una vez más.

Así que, cuando su frustración volvió a llegar al limite, así como su enojo, como su decepción, su adicción comenzando a hacerle la vida insufrible, tuvo que huir, de nuevo. No lo había vuelto a hacer, a salir de esa habitación con el resto de su tipo, no, lo evitó, se controló, y aprovechó que sus heridas seguían ahí plasmadas en su cuerpo para calmarse. Pero ahora, con su piel blanca y tersa, ya no podía más.

Así que escapó, harta de las voces, de las risas, de respirar el mismo aire con esas personas que la odiaban por ser diferente, ahora aún más que los rumores estaban dando vueltas.

Pero seguían siendo eso, rumores.

Avanzó con menos locura que la última vez, sin correr, sin tener esa desesperación, pero eso no significaba que no estuviese impaciente, pero al menos podía guardar la calma, no parecer el animal en celo que fue días atrás, aunque sabía que si estaba alrededor de Rylee, eso era, una gata en celo.

A pesar de decir eso, no se demoró demasiado en llegar, sus pies caminando velozmente, no con la parsimonia usual. Al menos no estaba corriendo, podía darse un punto y sentirse orgullosa de su auto control.

Abrió la puerta, entrando, y entonces la vio.

Pero no notó sorpresa, al menos no la misma.

Notó pánico.

La sala estaba oscurecida, las cortinas gruesas siempre presentes, dándole un toque más íntimo a esa cueva que Rylee usaba para acostarse con diferentes hembras, pero esta vez ni siquiera había música, nada. De hecho, sintió tensión en el ambiente.

Y fue aún más claro, cuando notó como Rylee fruncía el ceño, fruncía los labios.

Ahí recién fue consciente del aroma.

Había alguien más ahí.

No le hubiese sorprendido que hubiese otra hembra ahí, que estuviese Rylee acostándose con alguien, ya que sabía que esa era la rutina usual, y no tenía problema alguno con eso, mientras que no tuviese sexo con esas como tenía con ella, nada le importaba.

Pero no, no había más hembras ahí.

Machos si.

Tres de ellos.

Los miró, y reconoció a cada uno de estos, tres a quien había rechazado, uno de estos siendo la hiena a quien rechazó aquella vez que cayó ante el deseo. Todos se veían agotados, al parecer habían corrido, con la intención de llegar ahí antes que ella, y tenía sentido, estaban esperando que ella lo hiciese, que escapase, y todos estaban tan interesados en su vida personal que estaban dispuestos a confabular entre todos para atraparla con las manos en la masa.

Y ahí estaba, entrando a la habitación donde todos sabían que Rylee se follaba a las herbívoras.

La evidencia estaba ahí.

Rylee parecía enojada, parecía arrepentida, podía notarlo en su expresión corporal, agachando las orejas, mirándola, como si le pidiese perdón, como si el que ella hubiese venido ahí para acostarse con esta fuese la culpa de esta o algo así. Pero no, lo decidió por si misma, teniendo en cuenta, desde siempre, las consecuencias de sus actos.

Aun así, apreciaba que se preocupase, que intentase con todas sus fuerzas el proteger su fachada.

“¿Qué haces aquí, gatita?”

Uno de los machos habló, a pesar del tono de burla, parecía molesto, incómodo, sabiendo lo que eso implicaba, el que ella estuviese ahí.

Era evidente.

Los miró, pero no dijo nada, quedándose ahí, en medio de la sala, parándose recta, mirándolos de frente, sin mostrar mayor expresión.

Ni siquiera sabía que sentir en ese instante.

Rylee fue la primera en moverse, en acomodarse a su lado, gruñendo, tomando la iniciativa. Si ella no hablaba, esta hablaría por ella, y a pesar de que eso le molestaba, entendía de donde venía el gesto, al final, la que más quería tener el historial limpio, era ella, así que iba a hacer eso, proteger su vida privada.

“¿Qué creen que viene a hacer aquí? Le estoy enseñando como pelear, como defenderse de tipos como ustedes que no paran de molestarla.”

Y eso, podría ser una buena excusa.

Estaba bien pensado, de eso no tenía duda.

Al final, las marcas que quedaron en sus cuerpos eran como eso, las marcas de una pelea, fue lo que todos pensaron antes de asociarla con Rylee, pero aun había dudas, ya que nadie podía creer que ella, que Feray la gata blanca, fuese una desviada, no podían creérselo, porque era, para los machos, atractiva, y no podían concebir que no pudiesen tenerla.

Y eso, sería suficiente para hacerlos creer.

Para quedarse tranquila.

De hecho, el más incómodo de los tres, parecía tranquilo con la excusa, con la mentira.

La hembra que les gustaba no era una desviada, así que podría llegar a ser suya.

“Si querías aprender defensa personal, deberías preguntármelo a mi, yo si se pelear, no como esta desviada, estar a su lado solo te va a dar una mala fama.”

La hiena habló, luciendo molesto, pero lleno de ego, al final, peleó con Rylee, y le dio un golpe certero, y si, Rylee no era realmente buena peleando, porque lo suyo, era nada más que instintivo, que rabia, que molestia, que enojo en su más primitiva forma. No había control detrás de esos movimientos, no había técnica, no, solo una fuerza animalesca que le ayudaba a llevar la delantera.

Y sabiendo eso, deberían ser inteligentes y entender que alguien como Rylee no le podría enseñar a pelear, porque Rylee no sabía pelear, no realmente, no como alguien pensante, solo como un animal.

Pero le quitaron importancia a ese detalle, solo para tomar la primera teoría que les convenía para validar los intereses propios que tenían, porque la deseaban, y esa teoría, para satisfacerlos, era lo mejor.

Seguiría siendo, para ellos, la hembra que podrían conseguir.

La que estaba a su nivel.

Con quien aún tenían una oportunidad de poder tenerla para ellos.

Eso era, un trofeo, la pequeña gata que ellos querían tener, por su belleza, por su vulnerabilidad, para mantener a su lado y así poder reproducirse, porque era atractiva para estos, y mientras no fuese una desviada, podían aceptarlo todo.

Y en ese segundo, por primera vez en su vida, agradeció ser una desviada.

Y era tan irónico, que comenzó a reír.

Su máscara cayéndose a pedazos.

Porque esa máscara, para ellos, era la perfección, era lo que la sociedad quería de ella, quien sería la pareja perfecta para los machos, y no quería serlo, se rehusaba a serlo, ya no lo aguantaba, desde ahora en adelante, ese estereotipo que habían puesto sobre ella, seguiría haciéndose más fuerte con los años, luego tendría que tener una pareja, tener hijos, o no sería aceptada, no valdría suficiente.

¿Así que, qué sentido tenía?

Prefería desviarse ahora, que luego, y así aprovechar la vida que tenía.

No tenía nada que perder.

Sintió que estuvo una eternidad ahí, riendo, su garganta comenzando a molestarle, y cuando se detuvo, soltó un suspiro, aun sin poder quitarse la sonrisa del rostro, y de hecho, intentó ocultarla con su mano, aunque ya no tenía sentido ocultarlo, ya se había dejado completamente expuesta.

Los tres la miraban estupefactos, porque jamás había mostrado mayor emoción, no debía, porque las emociones que sentía eran demasiado intensas, era un animal, por completo un animal, y no debía dejar que ni una pizca saliese, o saldría todo, y se expondría.

Y ahí estaba, exponiéndose.

Giró el rostro, mirando a Rylee, quien la miraba sorprendida, los labios frunciéndose en preocupación, porque sabía, mejor que nadie, lo mucho que se había esmerado para ocultar quien era, y ahora, estaba en una posición complicada.

Pero no importaba.

Ya no importaba.

Ya había sucedido, ya estaba ahí, ya no podía ocultarlo más, así que lo mejor que podía hacer en ese instante, era dejar las cosas claras de una vez por todas.

Su cola, como siempre, lo más honesto de si misma, se movió, enrollándose en el brazo de Rylee, y esta, con el tacto, de inmediato se relajó, sonriendo, mostrándole los colmillos como era usual entre ambas, sin fingir, sin pretender, mostrándose tal cual eran, dejando en evidencia los animales que eran bajo esas pieles, bajo esas ropas.

No tuvo que decirle nada, esta de inmediato entendiéndolo, la conexión entre ambas siempre siendo perfecta, sincronizadas por completo a pesar de ser nada más que desconocidas que habían follado un par de veces.

Pero sabían todo de la otra.

Sabían lo más importante de la otra.

Y sonrió aún más, pensando en eso.

Ahí recién giró el rostro, enfrentando a los tres machos frente a ellas, quienes fruncieron el ceño, confundidos, notando el gesto íntimo, así como su sonrisa ampliándose, sin siquiera abstenerse de mostrar los colmillos. No se lo esperaban, los pobres, no podían siquiera aceptarlo.

Le pidieron salir tantas veces.

Lo intentaron todo.

No podían creer que todo ese tiempo quisieron follar con una desviada.

Volvió a reír, sin poder controlarse en lo absoluto.

“¿Realmente pensaron que en algún punto de mi vida me atrajeron los machos?”

Su propia voz sonó diferente.

Sonó como cuando hablaba con Rylee, como cuando disfrutaba con Rylee, no como cuando hablaba con alguien más, lo que la hizo sentir extraña, ya que estaba haciendo algo que no solía hacer, y le causaba cierta confusión, pero al final, le agradó, euforia sintió.

Era ella misma, finalmente era ella misma.

Escuchó a Rylee soltar una risa, la cual fue más un gruñido ronco, y se sintió temblar con el sonido, sintiéndose hervir.

Ninguna se controlaba.

No más.

“Nunca lo entendieron, sin importar cuantas veces los rechazaste.”

Muchas veces los rechazó.

Una y otra vez.

Debieron de haberlo sabido.

Y por lo mismo, soltó otra risa.

“Debieron ser un poco más inteligentes y entender de buenas a primeras que jamás los aceptaría, que jamás sentiría atracción por ustedes, una desviada como yo tiene mejor gusto.”

Su risa era un gruñido, así como la de Rylee, ninguna teniendo el menor decoro manteniendo sus facetas ocultas, sin preocupación alguna, mostrándose tal cual eran, los animales que eran.

Los tres no se movieron, incrédulos, temerosos, asqueados tal vez.

Y quería que se fueran.

Ya se los dijo, ya confesó, ¿Por qué no se iban? No tenían nada más que hacer ahí, fueron a descubrir la verdad, y ahí estaba, ya lo dijo, era una desviada, ya podían irse de una vez.

Soltó un suspiro, su garganta resonando, estaba fastidiándose.

Había ido ahí con un objetivo, y no podía si estos no se movían.

No, de hecho, si podía.

Y sonrió.

Se movió, solo para quedar frente a Rylee. Esta tenía las manos en los bolsillos, y la sujetó, sacando las manos de ahí, llevándolas a su cadera, y a pesar de la sorpresa que sintió en el cuerpo ajeno, en los latidos que sentía a través de las muñecas, rápidamente perdió la noción de lo que ocurría, con la cabeza nublándose, sujetándola tal y como quería, enterrando los dedos en su ropa, en su piel, en su carne, como si la poseyese.

No, la poseía, lo sabía.

Lo sabían.

Se tiró hacia atrás, apoyando su espalda en el cuerpo fuerte de Rylee, mientras esta acomodaba el rostro en su cabello, oliéndola, gruñendo, una esencia intensa y abrumadora saliendo de su cuerpo, amenazante, el olor de un animal al ver que lo suyo esta siendo observado por alguien más, y debe de mostrar dominancia, y eso hacía.

Rylee abrió la boca, un rugido escapándose, lo suficientemente fuerte para rebotar en la habitación, los tres dando un salto, viendo lo que ocurría, oliéndolo, escuchándolo.

Los miró, a cada uno de estos, mientras las manos de Rylee la sujetaban, posesivamente, una mano agarrándola de la cadera, y la otra de los pechos, sujetándola, sin decoro alguno, y sabía que había una mirada agresiva en esos ojos, incluso aunque no la viese.

“¿Van a seguir aquí? ¿Acaso quieren ver mientras nos apareamos?”

Habló, riendo, y sabía que se le notaba en el rostro lo caliente que estaba, tanto así, que, si Rylee empezaba a tocarla, a follarla en ese instante, sin estar solas ahí, poco le importaría. No tenía decoro ni vergüenza alguna, era un animal después de todo, sus instintos iban primero, sus necesidades, y quería que Rylee la tocase, sin importar donde, cuando, ni como.

Fue la hiena quien dio el primer paso, negando, dándole un empujón a los otros dos, quienes aún parecían estar atornillados al suelo, confusos, incrédulos, y solo así se movieron, y no fue hasta que Rylee volvió a rugir, que estos aceleraron el paso, casi botando la puerta para salir.

Mostrar los dientes era algo que no se debía hacer.

Desviarse era algo que no se debía hacer.

Pero ahí estaban, siendo ambas.

Y le encantaba que así fuese.

Giró el rostro, mirando a Rylee, quien tenía aun el ceño fruncido, aun gruñendo, mirando hacia la puerta ahora cerrada, olisqueando, como si buscase a los sujetos, como un cazador, dispuesta a buscarlos con tal de continuar aquella pelea, podía notar como se había enojado demasiado, como esa vez, donde creía que si llegaba a dar un mordisco, todo se acabaría.

Eso era lo que les pasaba cuando no calmaban sus instintos.

Pero le parecía hermosa así, no le molestaba.

Aun así, prefería que Rylee hiciese algo mejor que ir a cazar a su presa.

Sujetó las manos que estaban sobre su cuerpo, sin la intención de sacarla de ahí, si no de tirar de esta, y se movió, acercándose a la mesa que ahí había.

“Me tienes para ti, no pierdas el tiempo en idiotas.”

Habló, sedienta, poniendo los codos en la mesa, acomodándose, y los ojos de Rylee, calientes en ira, pasaron a estar calientes en deseo, sin dudar ni un momento en acomodarse sobre ella, aprisionándola contra la mesa, y lo primero que sintió fue la lengua pasando por su nuca, olfateándola, disfrutando de su esencia, mientras una mano se movía sobre sus pechos, y la otra sobre su trasero, levantado su uniforme.

Comenzó a jadear, queriendo sacarse la ropa, sintiéndose caliente, tan caliente, pero tampoco quería moverse, ni separarse.

Y Rylee parecía sentir lo mismo, apegándose más, a pesar de que la mano levantase su uniforme lo más posible, con molestia.

Ya podrían sacárselo.

Luego.

Fue rápido, fue intenso, dio un salto y prácticamente gritó cuando los dedos de Rylee entraron dentro de ella, presionando profundo, y al no tener tanto espacio, al estar tan pegadas, usó las caderas para embestirla, y cada golpe le hizo darse cuenta de la fuerza que Rylee tenía, y no se aguantaba con ella, no la veía como alguien débil, como una pequeña y vulnerable creatura que debía ser protegida, y le gustaba tanto.

Rylee le gustaba tanto.

Comenzó a gemir, a jadear, cada vez que sentía las embestidas, su cuerpo aprisionado contra la mesa, sin escapatoria, y no, no quería huir, no de Rylee, nunca de Rylee.

Nunca más.

Terminó con todo el torso en la mesa, sus brazos temblando, incapaces de sostener su cuerpo o soportar la intensidad de las embestidas. Sintió una pizca de decepción cuando la mano que sujetaba sus pechos ahora ya no podía tocarla como quería, pero no se quedó quieta, moviéndose, llegando a sus manos, sujetando una, luego la otra, y dejándolas aprisionadas contra la mesa.

Sabía que le iban a quedar marcas, el agarre de Rylee siendo siempre intenso, y el solo pensar en lo moradas que quedarían sus manos, sus muñecas, la hizo hervir.

Escuchó a Rylee jadear sobre sus orejas, el sonido, y el calor, siendo suficiente para hacerla gemir.

“Es una lástima…no poder aparearme contigo…”

Rylee habló entre jadeos, la garganta gruñendo, demostrando enojo.

Y a pesar de notar la frustración en esta, no pudo evitar soltar una risa.

“Esta es…la mejor parte de aparearse…no te quejes…”

Ella misma habló entre jadeos, gimiendo, las embestidas sin acabarse, sin detenerse, y no podía quejarse, si tuviese que hablar, solo así, sería lo mejor, así si socializaría con gusto.

Rylee soltó una risa ante sus palabras, la personalidad del perro saliendo un poco a la luz, y sintió como esta pasó la lengua por sus orejas, causándole escalofríos.

“Que tonta soy, tienes razón…no dejes de aparearte conmigo nunca…”

La lengua pasó por sus orejas, y bajó, pasando por su mejilla, luego más abajo, llegando a su nuca, y ahí los colmillos se hicieron presentes, raspando su piel, quitando la tela de la zona, dándose espacio, y ahí los sintió, enterrándose en su piel en el mismo lugar que la primera vez, y su cuerpo tembló, sus interiores temblaron.

No, no podría.

No podría dejar de hacerlo.

“Nunca…me aburriría de esto…”

Era adicta.

No podría dejar de hacerlo con Rylee, ni permitirse estar lejos de esta, no lo soportaba, su cuerpo se lo pedía a gritos, y quería, al fin, aceptar sus necesidades, y dejar de contenerse por la culpa de los demás.

Quería ser libre.

Y ahí, lo era.

Gritó el nombre de esta, Rylee, Rylee, Rylee, una y otra vez, gimiendo, los dedos moviéndose dentro de ella, mientras la embestía, haciéndola temblar, y la lengua pasando por su nueva herida, causándole escalofríos, solo aumentaba sus sensaciones, su placer.

No le molestaba terminar rápido.

Este ya no era un adiós.

Así que podría hacerlo las veces que quisiera.

Ya lo dijo, nunca pararía.

Dio un salto, gritando, su cuerpo retorciéndose, temblando, el cuerpo sobre el suyo conteniendo sus movimientos lo suficiente, pero, aun así, se removió bruscamente, llegando al orgasmo, las sensaciones haciendo que su cuerpo por completo se calentase, ardiese, humedeciéndose.

Soltó un jadeo, obligándose a respirar, sintiéndose agotada, destruida.

Pero, aun así, giró el rostro, buscando el ajeno, topándose con la sonrisa satisfecha de Rylee, quien la miraba, con los ojos brillando, e hizo el gesto con su rostro, sus labios pidiendo los ajenos, y esta se movió, dándole en el gusto, haciéndole caso, acercándose, besándola.

Un beso suave y lento en comparación con el resto.

Un beso tranquilo.

Y creía que se debía a su decisión, ya que no era una despedida, ya no había urgencia, ahora había un dejo de calma, ahora podían tomarse su tiempo, aunque, conociéndolas, dudaba que dejasen la euforia que tenían usualmente.

Estaban locas por la otra.

Y sonrió en los labios ajenos al pensarlo.

 

Chapter 152: Offsprings -Parte 1-

Chapter Text

OFFSPRINGS

-Trato-

Jadeó, observando las escaleras.

Aun le quedaban varios peldaños, y ni siquiera quería mirar hacia abajo, sabiendo la cantidad que ya había subido. Se aferró del barandal, recuperando el aire, su bolso de viaje en su espalda haciendo aquella subida mucho más difícil. Se aseguró varias veces, antes de subir las escaleras, que iba hacia el lugar correcto, porque si se equivocaba, no sería capaz de bajar.

Pero ahí estaba el Yokai que estaba buscando, la creatura mítica, el cual era venerado como un Dios, por lo mismo debía llegar a lo alto del cerro aquel, donde estaba el templo.

Había leído, y escuchado, que se trataba de un ser sobrenatural, que como un zorro, solía hacer maldades en la zona, atormentar a los pueblerinos, divertirse a la costa de estos, sin embargo, por como veía, no se trataba solo de eso, si no que realmente hacía un bien por las personas, benevolente, cumpliendo con los deseos de las personas, les daba suerte, les daba poder, cumpliendo el rol de Dios, muchas personas acercándose al templo para entregar ofrendas, para pedir por mejores cultivos, para aumentar la riqueza.

Cuando los vio pasar por su lado, subiendo las largas escaleras, se dio cuenta que era algo usual, era una dedicación que no creyó posible. Sabía que las personas en ese país le tenían mucha fe a los seres mitológicos, y esa misma creencia les daba poder, por lo mismo había llegado hasta ahí, en busca de esa ayuda.

Era muy diferente a su país, a los otros lugares donde había estado, donde solo existía un Dios, y todo lo demás, era obra del infierno.

Por consiguiente, ella misma era obra del infierno.

Y de cierta forma lo era.

Ahí, sin embargo, las personas como ella, tenían un lugar, pertenecían, tanto así, para ser venerados, aunque ella estuviese alejada, de manera perpetua, del lado inhumano de si misma.

Pero no por mucho tiempo.

Y como detestaba tener que rebajarse de esa manera, de pedir ayuda a algo que consideraba un monstruo, porque era el único ser que podría ayudarla, de ayudarla a desenterrar aquello que intentó por tantos años enterrar.

Se sentía una estúpida.

Siguió subiendo, los abuelos, los niños, motivándola a continuar, a pesar de que su cansancio fuese insoportable, a pesar de viajar tanto, no estaba en buena forma física, pero no tenía otra opción. Sabía que solo esa creatura la ayudaría, y no solo eso, sino que, esa creatura en particular, nacida de una bruja, como contaban las leyendas, se lo aseguraría.

O al menos esas eran sus esperanzas.

Si creía lo suficiente, escucharían sus plegarias.

Poco a poco, comenzó a ver los altos arboles, así como comenzó a ver la punta del templo y la zona de alrededor. Al llegar al ultimo escalón, prácticamente se dejó caer, sus piernas temblando, incapacitándola. Miró hacia abajo, del lugar de donde venía, los escalones bajando eternamente hasta el inicio de estás, todo borroso ante la distancia. Tuvo que sacarse los lentes y limpiarlos, sus jadeos y cansancio no haciendo nada más que empañarlos.

Pero ya estaba arriba.

Un hombre local le hizo una seña, indicándole unas bancas, luciendo divertido al verla completamente destruida, mientras este estaba energizado a pesar de subir esa interminable subida. Normalmente llamaba la atención en esos lugares, en ese país en particular, por no lucir como los demás lucían, pero ahora, llamaba aun más la atención.

Pero alaban ahí a un ser ajeno a esas tierras, así que por lo mismo, al menos en ese templo, no debía de sufrir tanta discriminación.

Se fue a sentar, prácticamente arrastrándose, sintiendo que sus piernas la dejarían en el suelo de nuevo, y ahí, se tomó un momento para respirar profundo. Los templos estaban todos rodeados de vegetación, en zonas más rurales, quitándolos de la apresurada y tecnológica ciudad, así que el aire se sentía diferente, y ahí, tan alto, aun más.

El sonido de los árboles, así como de las campanillas colgadas del templo, lograban darle a ese lugar un aire de calma, de tranquilidad.

Se quitó el bolso de encima, para recuperarse del todo, mientras miraba alrededor, como las personas subían con ánimos para ir al templo y rezar, haciendo sonar una enorme campana. Otras personas pedían la suerte, o compraban amuletos de la Diosa en cuestión.

Y le sorprendía como esas personas creían fervientemente en eso, en esas creaturas, en esos Dioses, en esos monstruos, pero no necesariamente los habían visto, era una fe ciega, pero no errónea. Su madre era así, creía, desde que era niña, aunque no tuviese prueba alguna, donde jamás hubiese visto a ninguna de las creaturas de las que leía. Pero, finalmente, vio algo inhumano, y se enganchó al monstruo, sin miedo alguno.

Gracias a eso, ella estaba viva.

Su madre era valiente, demasiado, porque era diferente el ver a una creatura mitológica, a ver, en si, a un monstruo como tal, al monstruo que era, que tenía cerca, sin temerle. Incluso ella misma, siendo hija de un monstruo, dudaba ser tan valiente para enfrentarse a un ser similar, por lo mismo, llevaba toda su vida huyendo, escondiéndose, apenas las sombras aparecían, los sonidos resonaban en sus oídos, las pisadas inhumanas persiguiéndola. Su madre le contó historias desde el comienzo de su vida, cuentos, mitos, fabulas, leyendas, y temía, porque las pesadillas invadieron su cabeza, y si ya era horrible el estar despierta, dormir también le fue difícil.

A veces hasta la humanidad le aterraba, ¿Cómo no le aterraría un monstruo? ¿Cómo no le aterraría ver finalmente al monstruo que le dio la vida?

Sintió las manos temblar, y las juntó, intentando calmarse.

No, no podía dudar ahora.

Había llegado demasiado lejos para dudar, para acobardarse, esto lo estaba haciendo por su madre, lo estaba haciendo para poder liberarse de su pasado, lo estaba haciendo para crecer de una vez por todas. Tenía que cerrar aquel ciclo, ambas tenían que hacerlo, dejar de estar atrapadas, sus vidas girando entorno a ese ser que las abandonó, e iba a hacer todo lo que estuviese a su alcance, incluso vender su existencia a un Dios, para lograrlo.

Dio un salto, cuando miró al frente, y notó a alguien sentado ahí, en una banca, la cual no había visto antes. La persona, la figura, fue indistinguible, y arregló los lentes frente a su rostro, creyendo que era por eso. Y de cierta forma, funcionó, sus ojos viendo claramente a la persona ahí sentada, y se sintió hervir en el proceso.

Era una mujer, desnuda.

Y lo único que pudo pensar, fue:

“Hermosa…”

Oh, mal momento para verbalizar sus pensamientos.

Se sintió enrojecer con fuerza, sin esperárselo, a pesar de que, de cierta forma, las historias que había oído, detallaban a ese ser como uno carente de vergüenza, que atraía a las personas de esa manera, seduciéndolas. Pero no creyó que le pasaría, que sería la forma en la que se encontraría con el Yokai del templo. Las imágenes que vio no tenían similitud alguna, lo que tenía en frente era un ser bellísimo, y creía que era imposible que alguien pudiese dibujar tal magnitud de belleza.

Porque era, evidentemente, el Dios zorro de la zona, lo veía en las largas orejas sobre la melena anaranjada, así como la cola grande y esponjosa que se movía de un lado a otro.

Esa mujer no era humana, de eso estaba segura, así mismo esa belleza.

Esta le sonrió, luciendo tranquila ahí sentada, sin sentir vergüenza, la cual ella sentía, pero multiplicada por mil. Creía que estaba preparada, pero no era así. Ya se sentía sudar por haber subido las largas escaleras, pero ahora volvía a sudar, por una razón diferente, su cuerpo reaccionando sin permiso, cualquier miedo que pudo haber experimentado fue completamente anulado.

Debía temer, debía tener miedo, así debía reaccionar ante un monstruo.

Pero su cuerpo reaccionaba de manera opuesta.

¿Era esa sensación, ese calor, esos pensamientos, suyos, o era una manipulación de ese ser?

“¿A qué se debe esta visita, semi humana?”

La mujer habló, con voz sonando suave, pero grave, la voz seductora que imaginó que esta podría tener. Se quiso forzarse a si misma a bajar la mirada, a dejar de observar aquel cuerpo frente a ella, que ya se sentía extraña observándola de esa manera, sus mejillas ardiendo, su nuca ardiendo, pero la pregunta, la hizo observar con aun más atención a la mujer, esta vez a los ojos, las preguntas apareciendo.

“¿C-cómo lo sabes?”

Si, ella no era normal, lo sabía, tenía claro quién la había traído al mundo, pero nada la dejaba expuesta de esa forma, no tenía marcas, no tenía escamas, no tenía garras, su cuerpo era humano, así como su existencia en si, nada la unía con la creatura aquella, y por lo mismo, más de alguna vez creyó que su nacimiento, que la historia tras este, era un delirio más de su madre, del montón de historias que le contaba.

Solo una más.

Demasiado irreal para ser real.

Aunque, más que afectarle la mentira, le afectaba la verdad, el saber que el monstruo la abandonó, desapareció, dejó a su cría atrás. Eso le dolía, siempre le dolería, por lo mismo, debía encontrar al monstruo, enfrentar al monstruo. Pero más por su madre que por ella, que era quien se desvivía persiguiendo al monstruo, sin vivir, esa búsqueda siendo su vida entera.

La mujer soltó una risa suave, mientras hacia un gesto con la mano, una máscara de zorro apareciéndole sobre el rostro, cubriéndolo, y ahí se parecía más a las imágenes que había visto, los dibujos que hicieron quienes se toparon con el zorro, afectados con las jugarretas.

“Los humanos normales no pueden verme, a menos que se los permita.”

Al parecer ella podía ver al zorro con normalidad.

Y era aterrorizante, porque le pasó, le pasaba, sus pesadillas eran solo precursoras de sus miedos, pero ahí estaban, moviéndose de reojo, las sombras rodeándola, las caras corruptas en los rostros de las personas aparentemente humanas. Y desde que su madre comenzó a viajar, con ella a cuestas, vio más y más del mundo exterior, y solo podía ocultarse tras su madre, esconder el rostro, la mirada, de cualquier ser que pudiese estar cerca.

Porque veía.

Y lo peor, es que, por eso, la veían a ella de vuelta.

Por lo mismo, decidió pedir ayuda a un ser superior, porque su madre no podría hacerlo, pero ella si, porque lo veía todo.

Era un don, así como una constante maldición.

“¿Qué es lo que quieres?”

La mujer volvió a hablar, la máscara blanca y roja desapareciendo, esta cruzándose de piernas, la mueca sin cambiar, divertida, curiosa. Casi como el genio dentro de la lampara, ofreciéndole un deseo, pero tenía claro que ahí, que aquel ser cumpliese sus deseos, no le saldría gratis. A pesar de que la idea le hacía ser reticente, no experimentó esa emoción en ese momento, tal vez por la mirada de la mujer, la cual la atraía, y tal vez era otra faceta más de esos poderes, donde era hipnotizada de cierta forma, para vender su alma.

No era solo un Yokai, si no que la llamaban la hija de la brujería, y creía que aquella descripción era real.

Y ella, era la hija del monstruo…

“Dicen que eres capaz ayudar a los demás, cumplir los deseos de los visitantes, sin importar lo complicados que sean. Incluso de extranjeros como yo, no creyentes, a diferencia de otros Dioses.”

Habló, intentando sonar firme, a pesar de que creía que el miedo era evidente en su rostro, sin poder controlarse, sabiendo bien que luego no habría vuelta atrás. Y la mujer zorro, al escucharla, sonrió aún más, luciendo imponente, capaz, como el Dios que era. Y se veía radiante, era radiante, y se preguntaba si la veía así, porque era así, o era otra forma de atraerla.

Y funcionaba.

Tanto así, que el miedo de que su deseo se cumpliese, que tuviese la oportunidad de estar frente a frente con el monstruo, disminuyó, su corazón palpitando rápidamente, pero no por miedo, por el contrario, por una razón mucho más placentera. Y se obligó a tragar, sintiendo la garganta apretada en su cuello, así como su rostro ardiendo.

Ese era el poder de un Dios.

Y ahora, se enfrentaba a esa fuerza.

Si podía hacerla sentir así, para seducirla, ¿Como la haría sentir cuando quisiese darle miedo? Estaba tratando con una fuerza que no podría jamás rivalizar.

“Claro, puedo hacer lo que sea, pero no gratuitamente, y veo que traes los bolsillos vacíos.”

Oh.

¿Que?

No, eso no era cierto.

Reaccionó, golpeando sus bolsillos, y recordaba haber guardado aquel envase con dinero, el haber guardado los ahorros necesarios para al menos convencer al ser de ayudarla, pero al parecer lo perdió, y no sabía cuándo fue, si durante el viaje en el tren, o cuando corrió de la estación al templo, o cuando subió las escaleras. Si no era dinero, no tenía nada realmente bueno para ofrecer.

Escuchó a la mujer riendo, notando su pánico. Y la observó, sintiéndose aun más nerviosa que antes, más avergonzada que antes, por su descuido, el cual la mujer podía notar sin problema alguno. Se topó con el rostro sonriente de la mujer, mientras esta se acomodaba en el asiento, moviendo sus piernas, solo para cruzarlas nuevamente, y la mano de esta, las uñas como garras, se movió por una de las piernas, rozándola, y se vio completamente paralizada observándola, sintiéndose sudar, aun más.

“Entonces, querida ‘humana’, ¿Tienes una ofrenda que darme? ¿O acaso no tienes efectivo alguno?”

Solo se le ocurría una cosa.

O sea, sabía que era una opción, el encomendarse a un Dios de esa forma, el darle su existencia por un tiempo definido, el pagar con su propia piel, pero no creía que fuese a ser agradable. Si, valía la pena para ayudar a su madre, el sacrificarse para darle felicidad a la mujer que la crió, pero obviamente dudaría si la creatura le aterrorizaba.

Ya que eran creaturas que veía por el rabillo del ojo, incluso de manera nítida, no eran nada más que monstruos, que se escondían bajo su cama, para alimentarse de su carne, su instinto de presa, de víctima, golpeando con fuerza, y aunque su madre intentó calmarla, no funcionó, su miedo siempre fue más grande.

Así que creyó, que si hacía algo así por su madre, sufriría, porque esas creaturas eran monstruos, como lo era quien la procreó, como lo era ella misma, bajo esa piel.

Pero, aunque así pensase, le era imposible creer que la mujer que tenía en frente fuese un monstruo, no se veía como uno, no sonaba como uno, ni tampoco sentía miedo alguno, a pesar de que sus instintos debían de activarse no lo hacían, esos escalofríos que sentía siempre que un monstruo se le acercaba, reaccionando, oliéndolo, como el cazador a la presa pero ella era siempre la presa, completamente ausentes.

Entregarse a alguien que lucía así, no debía ser malo, ¿No?

Era un Dios después de todo.

Abrió la boca, y el solo pensar en decirlo, hizo que su rostro ardiese más, se sentía completamente avergonzada, eso era más difícil de decir, sobre todo, notando como esos ojos la observaban, como si supiesen exactamente lo que quería decir, leyéndola, y esperaba que no se notase tan emocionada como se sentía.

Algo le había hecho esa mujer, pero sus emociones, así de desbordadas, de imposibles de entender, debía deberse solo a su acto, a sus poderes influenciándola, haciéndola sentir ganas de estar cerca, sus ojos sin querer desviarse del cuerpo frente a ella. 

La estaba manipulando.

Y no podía hacer absolutamente nada para impedirlo.

“¿P-puedo ofrecerme yo?”

Qué vergüenza sentía.

Y para avergonzarla aun más, la mujer frente a ella parecía atraída con su propuesta, luciendo animada, las orejas empinándose un poco más, la cola moviéndose más, los humanos no solían decirlo, porque era demasiado, más de lo que podían ofrecer, el ofrecerse a si mismos, el ligar sus vidas con aquellas creaturas.

Porque podían perderlo todo.

Pero ella no vivía realmente, su existencia era la unión rota entre sus progenitores.

Y, aun así, tal vez debía confiar en esas creaturas, teniendo en cuenta que su madre nunca murió ante la amenaza constante de un ser parasitario como era aquel monstruo, y por lo mismo, dudaba que ella fuese a morir ahora, y si moría, primero esa Diosa tendría que cumplir sus deseos, y era exactamente lo que necesitaba. De todas formas, no podía avanzar, no podía vivir su vida, teniendo esa existencia ausente siempre atormentándola.

“¿Cómo mi comida? Que osada. Hace mucho que no escuchaba un ofrecimiento como este, por supuesto que si, realmente sabes a lo que vienes aquí.”

Le sorprendió aun más su propia felicidad al recibir esa respuesta.

Estaba danzando en las garras de aquella creatura divina, y no era solo por la belleza, había algo más, instándola. Esperaba que no se debiese a que tenía el cuerpo de la mujer zorro completamente expuesto para sus ojos, no, no debía ser solo por eso, pero estaba quitándole un poco más de la cordura.

Pero si, era el alimento perfecto.

Porque la creencia hacía más fuerte a un Dios, y el tener siempre ahí, a un humano fiel y creyente, mantenía aquella fuente de poder siempre en alto. Ayudarla, servirle, hacía grandes a aquellos seres, los hacía sentir imponentes, fuertes, capaces, solo los hacía levantarse más.

Se estaba arriesgando demasiado.

“He estado estudiando mucho, aprendiendo mucho, para llegar acá.”

Continuó hablando, sintiéndose enrojecer aun más, y era extraño el hacer eso por su madre, hacerlo por si misma, el estar dispuesta a sacrificarse por eso. Pero había una parte de ella que creía poder disfrutarlo.

El ser la comida…

Si es que eso terminaba siendo otra cosa diferente, o no, eso sin duda no le molestaría.

Se llevó una mano a la cabeza, esta ardiendo, y era extraño, esos pensamientos no eran suyos, eran creados, esa mujer metiéndose en su cabeza.

Podía no lucir como un monstruo, pero ciertamente lo era.

La mujer asintió, y se obligó a mirarla a los ojos antes de volver a observar más allá.

“Puedes permanecer aquí, como una Miko para pagar la ofrenda, y te ayudaré con lo que deseas, sin embargo, la curiosidad me come, ¿Qué es lo que deseas? Déjame adivinar, ¿Acaso quieres que desbloquee la otra parte que tienes dentro? Activar el lado inhumano en ti.”

¿Qué?

Si bien su cuerpo ardía, ante la mera mención, su sangre se heló.

Sabía que estaba ahí, que no era humana, pero era extraño pensar en algo más, en que ese lado de si misma saliese del todo a la superficie, y de hecho, el solo pensarlo, la hizo sentir enferma. Su madre aceptaba todo, incluso lo peor de los demás, pero ella no era así, y no solo eso, que aceptar lo peor de si misma se le hacía incluso más difícil de aceptar que el mal ajeno.

No quería provocar miedo.

Así como otros seres le provocaron miedo.

“N-no había pensado en eso, pero, no creo que sea correcto.”

Esas ni siquiera se sentían como sus palabras.

Estaba haciendo y diciendo todo lo que la Diosa quería...

“¿Por qué? ¿Que clase de ser tienes dentro? Sé que lo tienes, porque puedo sentirlo, pero no creo haber conocido a aquel ser, no aquí al menos.”

No eran seres comunes en esa zona, lo tenía claro.

De hecho, si decía el nombre, probablemente esta no lo supiese.

Aun así, decirlo en voz alta, era ajeno, era aceptar ese lado de si misma que se mantenía dormido dentro, el aceptar que era igual al ser que la abandonó, se sentía amargo.

“Un boogeyman.”

“Oh, eso también es una novedad.”

La mujer continuó, luciendo como si supiese de lo que hablaba, y al parecer, así era. Tal vez estaba infravalorando la sabiduría de un Dios. Esta debía de entender su posición de ser así, su razón para dejar que esa parte continuase dormida, porque no quería convertirse en un monstruo. Aunque el saber que esa mujer podía activar esa parte de si misma, también era aterrador.

Estaba realmente poniendo su cuello en las manos de aquel ser imponente, y que claramente tenía el poder para dominar su razón.

“¿Qué deseas entonces?”

Esta le preguntó, luego de unos momentos de silencio, y se apresuró a asentir, a hablar, a pesar de que el confesar sus dudas, sus deseos, sus intenciones, nunca fallaba en hacerla sentir enferma. Y no sabía si prefería el calor que la Diosa le provocaba o ese frio desagradable que la hacía querer vomitar, lo que llevaba sintiendo por años.

“Quiero encontrar al monstruo que me dio a luz, mi madre lleva buscando por años, y quiero ayudarla antes de que sea demasiado tarde. Quiero reencontrarme con la otra parte de mi genética, y preguntarle porque nos abandonó tan pronto. Si, es un monstruo, pero soy su cria, debería de haber permanecido.”

Pero no lo hizo.

Y ver como su madre cayó en el abismo ante la ausencia, fue doloroso de ver, aun era doloroso de ver.

Para su sorpresa, la mujer soltó un bufido, como una risa sarcástica.

“¿Realmente no sabes porque se fue? Pero es muy fácil, obviamente se iba a ir, si eras un bebé, y esos seres se alimentan de los niños, si se quedaba, era cosa de tiempo para que te comiese.”

Oh.

¿Lo hizo para protegerla? ¿El monstruo? Aunque así fuese…

“Aun así, ¿Por qué no volvió? Ya no soy una niña hace años, debería de haber vuelto.”

Abandonó a su familia, sin miramiento, abandonó a su madre, sin siquiera dudarlo, sin visitarla, nada, por todos esos años, simplemente las dejó de lado. Protección o no, no era excusa suficiente. No creía que hubiese excusa suficiente. Si su madre tenía razón sobre el monstruo, entonces, con mayor razón, debía volver.

Su cabeza se acalló cuando sintió una de las garras de la mujer en su mentón, causándole escalofríos, ahogando por completo cada uno de sus pensamientos, cada una de sus emociones, quedándose completamente petrificada, mientras observaba, minuciosamente, a la mujer zorro.

Ese era demasiado poder, demasiado poder, que le presionaba el pecho.

“Podrás preguntarselo tu misma, una vez que me alimentes como corresponde, así que sígueme, pequeña ‘humana’.”

Así, la mujer se levantó, dándole la espalda, y si bien la belleza de aquel ser majestuoso la dejaba completamente hipnotizada, también le causó lo mismo el aroma que emanaba de esta, un aroma que no podía definir, que no había sentido antes. Eran probablemente tácticas de aquella mujer, pero no podía hacer nada para evitarlo.

Era un magnetismo innato, no por nada, muchos humanos caían, dedicando sus vidas a la devoción.

Y ella, ahora, había hecho exactamente lo mismo.

A pesar de que fue una presa demasiado fácil, ya que llegó sabiendo que terminaría vendiéndose a si misma con tal de obtener lo que necesitaba. Era lo que haría, de una u otra manera, con dinero o con su alma, era irrelevante, una vez que pidiese algo de la Diosa, su existencia estaría siempre unida con la de la Diosa.

Sin embargo, y sin poder hacer algo diferente, se levantó, siguiendo a aquel ser hacia el interior del templo, a donde pagaría como correspondía.

Ya no había vuelta atrás.

 

Chapter 153: Housewife -Parte 1-

Chapter Text

HOUSEWIFE

-Experimento-

 

“Dinos tu nombre, y que has hecho durante tu vida  antes de entrar al experimento.”

Escuchó al hombre, que dirigía toda esa grabación, preguntándole cosas, mientras mantenía el orden en la sala, esta oscura, dándole un toque frío e impersonal. Solo tenía que mirar alrededor para poder ver los micrófonos, así como las cámaras, sin embargo, debía mirar a solo una, esta justo en frente de su silla.

No le avergonzaba mantener la mirada, pero si le causaba cierta molestia el hablarle a una cámara, algo que nunca había hecho, que era ajeno en su vida, de hecho, incluso usar teléfonos celulares siempre le causó cierta incomodidad. La tecnología no era lo suyo en lo absoluto, ni tampoco era realmente buena con las personas, ya que sabría que serían muchas quienes verían aquel experimento televisivo.

Aun no sabía que estaba haciendo ahí.

Pero ya había firmado, ya se había comprometido, y no iba a quedar como una cobarde, ni frente a los demás ni consigo misma.

Así que respiró profundo antes de hablar.

“Soy Henrietta. He pasado los últimos años de mi vida siendo ama de casa, más allá de eso, no he hecho nada que destacar profesionalmente.”

Se casó joven, con un hombre que era varios años mayor que ella, quien no quería hijos ni nada así, solo compañía en su vida profesional, y como era un conocido de la familia, terminó aceptando, y sin tener sueños ni motivaciones en su vida, y era joven para siquiera saber que quería ser en un futuro, pero tampoco le interesó después, o más bien, ya no tenía sentido cuando ya estaba mayor para hacer el esfuerzo.

No iba a decir que fue infeliz, como muchas personas eran al momento de casarse, sin soportar las responsabilidades ni la vida en pareja, pero para ella no fue el caso, le llenó esa vida, el hacerse cargo del hogar, el que su marido la mantuviese, el ambos hacerse compañía durante los años.

“¿Por qué decidiste entrar al experimento?”

Decir que decidió, era en si una mentira, pero si estaba ahí ahora, era porque de cierta forma si había tomado una decisión, y la definitiva. También le incomodaba que su vida, en aquel experimento, terminase siendo algo público, que ya no tuviese mayor privacidad.

Pero honestamente, poco le importaba.

No tenía nada que perder.

“Mi marido falleció, y como viví toda mi vida a su lado, haciendo mi deber como esposa, me vi sin saber qué hacer para seguir adelante, sin tener ninguna capacidad en particular que pudiese darme la remuneración suficiente.”

Era reciente, si.

Pero no le dolía.

Tal vez, al saber que su marido pasó los últimos dos años sufriendo por diferentes enfermedades, asumió la muerte más pronto, o tal vez simplemente era así ella, como él le decía, que era muy estricta, muy seria, incluso fría, así que algo así, como la muerte, no le afectaría tanto.

Pero lo extrañaba.

Su personalidad era así, como él solía describirla, pero se sintió abrumada con la soledad que sintió al no tenerlo ahí, y sabía que, si bien podía seguir viviendo con el dinero que él le dejó, no creía ser capaz de quedarse en esa casa sola, sin distracción alguna. Y su hermana intentó ayudarla a eso, buscándole ofertas de trabajo, o lo que sea que sirviese para sacarla de la casa donde las memorias y los recuerdos empezaban a afectarle.

“Mi hermana me habló de este experimento, así que decidí postularme, y así cambiar mi rutina.”

O más bien, su hermana envió una postulación sin avisarle de antemano, porque creyó que apenas dijese algo de experimento televisivo le diría que no, y probablemente así sería. Pero, incluso ahora, sin haber pasado prácticamente nada, había logrado escapar un poco de ese agobio que la carcomía.

Y esperaba que así siguiese.

Si es que no odiaba tanto la situación en la que la pondrían que preferiría volver a casa para seguir cayendo en la inminente depresión.

“¿Por qué crees que te escogimos a ti en vez de a alguien más?”

La pregunta le tomó por sorpresa.

Cierto, ya había sido elegida, y recién ahora le caía el peso de eso, con las cámaras delante. Cuando la llamaron, le dijeron que se presentase para sortear a los finalistas que participarían en el experimento, pero no sabía ni de que se trataba, ni hizo nada realmente para ser escogida. Así que frunció el ceño, sin estar realmente segura de la razón.

Y aunque intentó pensar en algo, no pudo encontrar razón.

“Soy una mujer ya mayor, sin estudios profesionales, ni vida pública alguna, realmente no entiendo por qué me escogerían.”

A pesar de la seriedad de su voz, el director soltó una risa, probablemente la cortarían luego.

No sabía bien aún que es lo que haría como finalista, veía televisión, si, como cualquier persona, ese era su mayor contacto con el mundo exterior, y había muchos programas semejantes donde escogían personas famosas o reconocidas para participar de diferentes experiencias, pero no había visto a nadie como ella en ninguno de esos programas.

No cumplía con el perfil.

Gente como ella participaba en programas de talentos, pero ella no tenía ningún talento.

“¿Cómo crees que podrías contribuir viviendo con convivencia?”

Imaginó que el programa podría ser algo así, tuvo varias teorías cuando decidió aceptar, y una de estas era cuando hacían a un montón de personas convivir los unos con los otros, así que no le sorprendió que fuese algo así.

De hecho, esperó que fuese algo así, pensando que quizás al estar rodeada de más personas, el mantener su mente ocupada, el escuchar bullicio, no le daría oportunidad de sentirse como en casa.

Meditó un poco la pregunta, y tal vez entendió que con la respuesta que daría, podría responder la razón de porque la aceptaron.

“Como ama de casa, sé cómo mantener el orden en el hogar y el cocinar.”

El director levantó el pulgar desde su asiento tras la cámara principal, y creyó que esa fue la respuesta que necesitaba, pero ¿Solo por eso la habían escogido? Curioso.

“Y ahora con la última pregunta, ¿Cuál crees que sería tu problema al vivir en convivencia?”

¿Su problema?

No entendía bien a lo que el hombre se refería, pero probablemente tendría que ver con que ella contribuiría negativamente. Se quedó pensando unos momentos, tal vez tomándose demasiado su tiempo, pero nadie ahí parecía apurarla, y mientras no estuviesen en vivo, no importaba, o eso había oído. Le costó pensar el algo ante la vida tan pacifica que tuvo desde que se casó, ya veinte años, así que era difícil buscar algo que hubiese causado discordia en su matrimonio.

Hasta que lo encontró.

“Soy demasiado estricta.”

Su marido solía hablarle de eso, de que todo debía estar en un perfecto orden, todo debía hacerse al pie de la letra, que, si un mueble estaba en mal estado, o siquiera una mala posición, ella solía hacer un drama al respecto, y tal vez en más de una ocasión fue algo que causó ciertos problemas, e intentó no volverse loca en ese aspecto.

Había mejorado un poco en esos años, pero, aun así, tratándose de una convivencia con personas que no conocía, podían tomarse a mal su actitud, rebelarse, o llegar al punto de hacerle la vida miserable al no soportarla.

Esperaba que no la odiasen.

A pesar de encontrar ridículo el tener que terminar en algo semejante como un programa televisivo, quería aprovechar de la experiencia, usarla para aprender, para aprender más de sí misma, y el dejar atrás la rutina que tuvo durante los últimos años.

La grabación terminó, y fue llevada a una sala, esta más pequeña, donde no había demasiado, solo una mesa y una televisión, y por supuesto, cámaras. Alguien del equipo la llevó ahí, para que conociera a dos personas que habían sido aceptadas en el experimento al igual que ella, para que las tuviese en la mente, considerando que las vería nuevamente.

Pensó que las conocería en persona, pero al parecer eso era algo que se estaban guardando para cuando la experiencia comenzase.

Sabía que debían de estarla grabando mientras estaban en esa sala, pero como no tenía que mirarla directamente, se concentró en lo suyo, que era ver lo que le querían mostrar. Podía ver en la pantalla el lugar en el que estuvo ella, donde fue grabada, pero enfocando la silla aquella, pero desde una posición diferente, así que no era el vídeo de la cámara principal, ni tampoco parecía estar editado ni nada así.

Escuchó los pasos, y notó a alguien acercándose a la silla, tal y como ella hace unos minutos atrás.

¿Estaba eso en vivo?

No lo podía saber tampoco.

Le sorprendió el ver a una chica joven ahí, pelirroja, con la ropa superior apenas tapando su torso y unos jeans demasiado holgados y desgastados, sentándose en la silla, saludando a los presentes mientras se acomodaba, dejando una patineta sobre las piernas, esta miró hacia todas las cámaras, hasta que el director le dijo que se enfocase en la principal, y a pesar de que la notó inquieta, no tuvo vacilación en mirar la cámara, como si estuviese acostumbrada.

Probablemente ella misma se vio tensa ahí, en su posición.

“Dinos tu nombre, y que has hecho durante tu vida  antes de entrar al experimento.”

El director preguntó, teniendo las preguntas listas, probablemente las mismas que le hizo a ella. La chica sonrió ante la pregunta, sin timidez alguna frente a la cámara.

“Soy Tesni, y comencé a hacer vídeos cuando iba en la escuela, ya saben, un poco de todo, tutoriales , coreografías, flip tricks, video blogs, lipsyncs, lo usual para entretener a mis seguidores. Es mucho más divertido que ir a la universidad.”

Entendió la mitad de lo que la chica dijo, y no iba a culpar a su acento, simplemente eran palabras que ella desconocía del todo. Pero al menos con eso ya entendía como se veía tan cómoda frente a las cámaras, si hacía vídeos de manera recurrente, ya debía de ser como una segunda naturaleza.

No podía decir nada de que esta no decidiese ir a la universidad, porque tampoco había ido, no podía juzgarla, además, aún era joven, aun podía cambiar de opinión si así lo quería.

“¿Por qué decidiste entrar al experimento?”

“Bueno, algunos seguidores  me lo comentaron, así que mandé mis datos, parecía algo divertido, así que quería participar, y así matar el tiempo y tener un buen storytime de la experiencia.”

Cada uno tenía sus razones para ir ahí, para tomar la decisión de presentarse, esperaba que su decisión no fuese deprimente para el resto. Y ahora que lo pensaba, con esa chica debían de tener muchos años de diferencia, si llegase a tener problemas en el experimento, probablemente fuese con los más jóvenes, al ser de generaciones muy distintas.

Eso la dejaba algo ansiosa.

“¿Por qué crees que te escogimos a ti en vez de a alguien más?”

La chica desvió la mirada de la cámara, mirando hacia los lados, pensando en una respuesta, y no se demoró mucho en volver a mirar al frente. Ella si se demoró en eso.

“Por los seguidores, ¿No? Las empresas suelen escoger influencers con varios seguidores para tener más publicidad y llegar a más gente. Supongo que funciona igual con la tele.”

Le sorprendió la respuesta, o más bien, la forma en la que lo dijo, diciéndoles a la cara que la escogían para aprovecharse de su fama.

No tenía idea lo que ser un influencer significaba, pero se hacía una idea con el contexto, y  eso tenía sentido, así como en otros programas escogían celebridades, así asegurarse que los seguidores de dicha celebridad verían el programa, y así tener una audiencia que los vería sí o sí, para apoyarlo.

“¿Cómo crees que podrías contribuir viviendo con convivencia?”

La chica levantó una ceja, confundida, cuestionándose la pregunta, hasta que se levantó de hombros, aun teniendo la misma expresión.

“¿Con la audiencia? ¿Diversión? No sé, ¿Hacer unos kickflip para romper la tensión? No se me ocurre nada.”

¿Un qué?

Era una chica joven, tampoco se esperaba que supiese hacer algo relativo a la comunidad.

“Y ahora con la última pregunta, ¿Cuál crees que sería tu problema al vivir en convivencia?”

“No suelo meterme en problemas, pero más de alguien se enfada cuando hago un tiktok con ellos y lo subo, pero dudo que se enojen teniendo en cuenta que sea lo que hagamos habrá cámaras por todos lados, así que un tiktok no debería ser insoportable. Ah, ¿La música tal vez? Me gusta escuchar la música fuerte.”

De nuevo, ¿Un qué?

Podía ver que la chica tenía audífonos colgando del cuello, y no sabía si se refería a escuchar música fuerte para sí misma o si la ponía fuerte para todos, ahí si encontraría un problema. Sabía que no habría silencio en un lugar lleno de gente, así que eso se lo esperaba, pero si era demasiado, probablemente la haría enojarse.

La chica pelirroja se bajó de la silla, despidiéndose de todos con un gesto de sus manos, montándose en su patineta y saliendo del cuadro de la cámara. La imagen quedó ahí, inerte, sin nadie apareciendo por los siguientes segundos, y no sabía si es que esperaban que dijese algún comentario al respecto sobre lo que había visto, ya que no le dijeron que lo hiciera, así que no lo hizo.

Y aunque tuviese que hacerlo, no tenía mucho que decir, solo que creía que le sería difícil convivir con alguien tan joven, a la que apenas le entendía lo que decía, y si había más jóvenes a parte de la pelirroja, se le haría aún más complicado.

Volvió a mirar al frente cuando escuchó pasos, un tacón resonando, alguien apareciendo ante las cámaras, esta vez era una mujer de cabello muy oscuro, cuerpo ancho y ropas semi formales, luciendo muy diferente a la chica que estuvo sentada recién, casi su opuesto. Esta se acomodó, sin prestarle atención a las cámaras, ni a las personas, más bien estaba concentrada en el cigarrillo que estaba prendiendo.

“Dinos tu nombre, y que has hecho durante tu vida  antes de entrar al experimento.”

Ahí recién la mujer miró a la cámara, los lentes soltando un reflejo ante las luces, esta ahí sonrió, dejando salir el humo por su boca, pero de inmediato dejó de mirar a la cámara principal, acomodándose, relajada en la silla, a pesar de lo incómoda que era. Parecía despreocupada.

“Kyung Soon, solía trabajar en una compañía, horario corporativo, horas extras, sin días libres, mi hermano enfermó por trabajar tanto como yo, así que me dijo que parase antes de que fuese tarde, así que eso hice. Ahora estoy desempleada.”

Por suerte ese no fue el caso de su marido, que sí, trabajó duro hasta su ultimo día, pero jamás llegó a destruirse la salud por el trabajo, los problemas de salud eran completamente ajenos a eso, por lo mismo al menos cayó enfermo con ciertas energías, pero sabía de otros que no tenían la misma suerte, colegas de él en su mayoría.

Al final perdían la vida privada a causa de la vida laboral.

“¿Por qué decidiste entrar al experimento?”

La escuchó soltar una risa ronca, como un bufido sarcástico.

“Por el dinero, por supuesto, la propuesta era que no tendría que trabajar, pero me pagarían, así que por eso estoy aquí ahora. Es una oportunidad que no puedo perder.”

Cierto, había olvidado que era una experiencia con remuneración económica, de por sí, decía en el contrato que ellos se harían cargo de los gastos de vida, así que no le importó que le pagasen, no era su objetivo.

Por ahora, las razones eran el salir de la rutina, el divertirse y el tener dinero fácil.

Se preguntaba que otras ambiciones tendrían el resto de participantes.

“¿Por qué crees que te escogimos a ti en vez de a alguien más?”

“Probablemente porque escribí que haría lo que sea por tener dinero fácil, también me hubiese aceptado a mí misma de ser así.”

Eso era arriesgarse mucho.

Pero quien era ella para hablar sobre arriesgar, quien en ese momento no arriesgaba nada, solo su vida privada, que en realidad no era mucha, considerando que pasó los últimos años sola con su marido, apenas comunicándose con cualquiera afuera de él, así como con su familia, solo lo necesario, completamente engullida en esa vida.

No era de sorprenderle que le afectase tanto la partida.

El que esa vida ahí, no fuese suficiente sin él.

“¿Cómo crees que podrías contribuir viviendo con convivencia?”

“Trabajé varios años en el ámbito corporativo, se manejar presupuestos, números, montos, algo podré hacer.”

El problema es que aún no sabían cuál era el experimento en sí, así que decir si serían útiles o no, era difícil de saberlo en ese momento. Esa mujer era menor que ella, pero se notaba que había tenido una vida afuera, experiencia profesional, y esos conocimientos sin duda serían útiles.

“Y ahora con la última pregunta, ¿Cuál crees que sería tu problema al vivir en convivencia?”

La mujer, que ignoró la cámara durante todo ese rato, miró al frente, aguantando el humo en la boca, hasta que finalmente le salió por la nariz, podía ver algo de sorpresa en la expresión ajena, antes de que terminase sonriendo, en burla o en malicia, quien sabe, era una expresión que no podía definir. Finalmente se movió solo para apagar el cigarro en la suela de la bota.

“Tengo muy malos hábitos.”

Lo podía notar, claramente el vicio era uno de estos, y no le molestaba en si el cigarro, pero si el aroma que dejaba en los muebles, y con eso tendrían roces, no tenía duda.

La mujer se bajó de la silla y con las manos en la nuca, sin siquiera despedirse, se alejó, saliendo del plano de la cámara.

Y ella se quedó ahí, con la televisión mostrándole la imagen de la silla, sin nadie encima, por los siguientes segundos, pero no ocurrió nada más. La puerta se abrió luego de unos momentos, alguien del equipo apareciendo al otro lado, diciéndole que era todo por hoy. Al parecer, por ahora, solo reconocía los rostros de dos de sus futuras colegas, Tesni, la joven pelirroja que era una reconocida de internet, o eso creía, y Kyung Soon, la mujer astuta que haría lo que sea para conseguir el dinero.

Por ahora, recordarlas a ellas dos y las respectivas entrevistas no era algo difícil, ya lo sería cuando conociese a los demás participantes, ahí dudaba poder retener tanta información.

Sea como sea, cada día quedaba menos para empezar.

Estaba tan impaciente como nerviosa.

Iba a aprovechar esa oportunidad, debía hacerlo, por él.

 

Chapter 154: Cancer -Parte 3-

Chapter Text

CANCER

-Ayuda-

 

Era una tarde tranquila.

No había muchos clientes, y todo parecía estar en calma.

Pagó a los empleados, y conforme pasó el rato, poco a poco, el lugar comenzó a vaciarse. Los meseros comenzaron a limpiar las mesas antes de arreglar para irse, así como los de cocina arreglaban todo para que estuviese perfecto para el día siguiente. Y ella, hizo el cierre de caja durante ese rato, contando el dinero, y que todo estuviese correcto, no era una tarea complicada.

Llevaba ayudando ahí desde hace tiempo, incluso desde que era una niña, siendo sentada en el mostrador, mirando como su madre hacía aquel trabajo, ella aprendiendo.

Cuando salió de la escuela, quiso trabajar para que su madre pudiese estudiar, ya que no pudo hacerlo por tenerla a ella, pero esta no se lo permitió, así que se enfocó en finanzas y administración para poder ayudar en el negocio, para hacerla más apta para ayudar y quitarle un peso de encima a su madre.

No era algo que le apasionase o que se le hiciese fácil, pero se lo puso como objetivo, y hasta el día de hoy, aun le sorprendía el haber terminado sus estudios, estando en un estado tan miserable, fueron, de hecho, sus peores años. Y era agobiante pensar que gracias a Leo mejoró un poco, dejó un vicio de lado, así como pudo centrarse en su carrera, en estudiar, en pensar en su futuro, así como le dio la oportunidad de trabajar para esta.

Obviamente estaba agradecida, a pesar de que luego la destruyese.

Ahora tenía tanto impulso de fumar como antes, y creía ir empeorando cada día.

Pero así era la vida, un cumulo de momentos, tanto malos como buenos, así que rara vez podía decir que tenía un día perfecto, y bueno, no es como que algo así existiese, al menos no desde su lado, desde su punto de vista.

Su emocionalidad le había afectado en el peor sentido.

Y al parecer, también a su madre.

Dio un salto, viéndola caminar por la calle, tambaleándose, así como la notó agarrándose de las puertas, intentando abrirlas, estas ya cerradas, impidiendo que alguien más entrase. La escuchó gritar algo desde afuera, pero no le entendió nada, la voz completamente difusa.

Si, creía que el alcoholismo estaba a raya en su madre, pero ahora que la veía así, se daba cuenta que su madre también tenía días malos, donde simplemente recaía. No era una copa, o una lata, solo por diversión, para disfrutar, a veces también bebía para ahogarse, y lo entendía mejor que nadie.

Soltó un quejido, habiendo cerrado las puertas por dentro, o más bien, pidiéndole a uno de los meseros que la ayudase, porque no era para nada alta para cerrar por arriba, para bloquear del todo la puerta. Pero a pesar de eso, se apresuró al menos para quitarle llave, luego buscaría una silla para subirse, porque creía que todos ya se habían ido por la otra salida.

Para su sorpresa, al abrir con llave, la puerta se abrió, su madre casi cayéndose al estar tirando de esta. Solo ahí miró a su lado, Taurus ahí, mirando con cierta preocupación, luego de haber desbloqueado el pestillo superior de la puerta. A pesar de que había visto a la mujer sin el uniforme blanco, le sorprendía cada vez que la veía sin este, dejando expuesto el largo cabello oscuro a la vista, así como los cuernos.

No, no era el momento para quedarse como una tonta observando minuciosamente a la chef del restaurante.

No pudo hacer más que agradecerle con la mirada, mientras se acercaba a su madre para sujetarla, y tal vez era de las pocas veces que su madre se dejaba abrazar.

Abrazar a medias, claro, que no tenía mucho de abrazo.

Su madre rodeó su cuello con uno de los brazos, y notó como sostenía en la otra mano una botella escondida en una bolsa café, un pésimo escondite, pero al parecer lo suficientemente bueno para que no la atrapasen, ¿Por qué siquiera bebía afuera si podía hacerlo ahí o en casa? Eso era inusual.

Tomó a su madre, y la obligó a sentarse en una de las sillas, y la escuchaba balbucear cosas, y nada era en lo más mínimo entendible. Incluso continuó bebiendo al quedar sentada en la silla, con el cuerpo prácticamente desparramándose. Estaba ebria, muy ebria, más de lo que la había visto en mucho tiempo, ¿Qué le había pasado para estar así?

La conocía lo suficiente para saber que esta no se expondría así, por lo mismo, hacía eso, beber ahí en el restaurante o en casa, destruirse a si misma cuando nadie la pudiese ver, donde no pudiese dejar expuesta ninguna vulnerabilidad, donde no pudiese controlarse a sí misma de la manera obsesiva usual.

Volvió a la puerta, notando como Taurus volvía a bloquearla, así que contribuyó cerrándola con llave, y se alegraba de que esta aun estuviese ahí para echarle una mano, y, de hecho, ¿Por qué seguía ahí?

“Pensé que te habías ido con el resto.”

Taurus la observó, y a pesar de la cara conflictiva que veía, ante la situación caótica, la expresión se calmó un poco al mirarla a ella, dándole una leve sonrisa.

“Quería adelantar un poco de trabajo, y ahora venía a despedirme, pero escuché ruido y pensé que tendrías problema con algún cliente.”

Los verdes de Taurus se fueron a su madre, e hizo lo mismo, notando como esta estaba ya tirada en la mesa, la botella del todo vacía, acostada en esa misma mesa. Al parecer se había quedado dormida, a pesar de que aun la escuchaba hacer sonidos extraños.

“Peor que un cliente.”

Y si, era peor.

Volvió a mirar a la mujer, intentando mostrar su mejor cara, y, de hecho, quería siempre mostrarle su mejor cara.

“Gracias por ayudarme, pero ya puedes retirarte, debes estar cansada.”

A pesar de lo que dijo, con la intención que lo dijo, sin querer ocupar más tiempo de la mujer, esta no se movió. Ladeó el rostro, mirándola, sin entender porque no se iba, y continuaba ahí. Taurus, para su sorpresa, y como la sorprendía esa mujer, negó, y eso solo aumentó su propia expresión de confusión.

“¿No?”

“No podrás cerrar con tu madre así, necesitas ayuda.”

No pudo evitar sonreír ante lo atento del gesto, pero ahora fue su turno para negar.

“No te preocupes, solo tengo que apagar todo aquí, y mi madre está dormida, puedo cargarla sin problema hasta el auto.”

Y a pesar de la confianza que intentó mostrar, llegando al punto de golpear uno de sus bíceps con su palma, la mujer continuó mirándola con esa misma expresión, de determinación. Sabía bien que era mujer era terca, pero no creyó que también en algo así.

“¿Y cómo vas a abrir la puerta del auto cargándola? ¿Como vas a entrar a tu casa con ella en los brazos?”

Oh, bueno, al menos Taurus confió en que sería capaz de llevar a su madre en brazos, pensó por un momento que no la creería capaz de eso. Aunque, bueno, no es como que no hubiese dejado sus brazos expuestos durante ese tiempo, y se le notaba un poco, y la idea de, la hizo sentir algo avergonzada.

Iba a refutar, pero no pudo decir nada, no había pensado en eso, no podría hacer malabares con su madre encima, y aunque despertase, tenía claro que le sería difícil hacer lo que sea con esta a cuestas.

Así que, ante eso, solo pudo decir una cosa, o más bien, preguntar.

“¿Estás segura? No quiero que pierdas tu tiempo libre en esto.”

Apenas terminó de hablar cuando Taurus asintió, sin siquiera dudarlo, dándole una ligera sonrisa, de hecho, incluso soltó una risa, leve, y sintió que se enamoró un poco más.

‘Enamorada’, oh no, ya lo asumía.

“Me puedes dejar a mi casa para no sentirte en deuda.”

Oh.

Eso sonaba a un buen plan, le parecía correcto.

“Es un trato entonces.”

Asintió, y la mujer parecía tranquila al ella aceptar, era una buena chica, de eso no tenía duda. Se puso de inmediato a apagar todo ahí, a cerrar con llave, a asegurar la caja fuerte, detener la salida del gas, todo, Taurus ayudándola para terminar más rápido. Y cuando estuvo lista, fue donde su madre, quien estaba ya hasta roncando, así que la tomó, la sujetó por la espalda y por debajo de las rodillas, y la levantó.

Estaba un poco más pesada de lo que recordaba, o tal vez ella estaba un poco más débil.

Tal vez debía comer un poco más…

Salió por la salida trasera, Taurus abriendo su auto por ella, así como cerrando la puerta. Acostó a su madre en la parte de atrás, esta cayendo sobre los asientos, ocupando los tres, y quería ponerle el cinturón, pero ni siquiera cooperó, completamente inconsciente. Tendría que conducir con mucho más cuidado de lo usual.

Taurus se quedó mirándola, sosteniendo tanto el propio bolso así como el de su madre, y le impresionaba que no lo hubiese dejado tirado con lo ebria que estaba. Cerró la puerta trasera, y abrió la puerta del copiloto, ofreciéndole el lugar a la mujer, quien parecía sorprendida con su gesto, como si no esperase realmente que la fuese a dejar o quien sabe, pero le sonrió, aceptándolo, acomodándose, poniéndose el cinturón, la seguridad primero.

No para su madre al parecer.

Comenzó a manejar, sintiendo el cuerpo un poco adolorido, pero ante el día que tuvo, tenía buenas razones para sentirse estresada, y no había fumado tampoco, así que era más consciente de la molestia de lo normal. Se iba a dar una larga ducha antes de irse a dormir, lo necesitaría.

Anduvo con cuidado, pero no pudo evitar mirar de reojo a la mujer que la acompañaba, quien lucía tranquila, siempre compuesta, ni siquiera el caos la hacía doblegarse, y era sin duda impresionante. Incluso en días donde había muchos clientes y la cocina no paraba, esta se mantenía serena, conservando la calma, le parecía una mujer impresionante.

Ella no podría.

Se estresaba cuando estaba a solas, sacándose de quicio a si misma.

No se demoró mucho en llegar a su casa, no estaban realmente lejos, y por eso su madre escogió aquel lugar, para tenerlo relativamente cerca, pudiendo irse caminando si así lo quería, y, de hecho, así lo hacía, para mantenerse activa. Ahora no era el caso, dudaba que esta pudiese caminar mucho más en ese estado. Que llegase al restaurante ya era un milagro.

Se dio la vuelta al auto, y abrió la puerta trasera, notando como su madre parecía aun más derretida en los asientos de lo que estuvo en un comienzo.

“¿Tienes las llaves de la casa?”

Taurus le preguntó, tomándole por sorpresa, sin sentir cuando se bajó del auto ni nada.

Asintió, buscándolas en uno de sus bolsillos, y se la pasó. Y si que confiaba en esa mujer para pasarle las llaves de su casa. Creía que ese era uno de sus problemas, el confiar fácilmente en las personas, y por suerte tenía a su madre, que era quien solía protegerla si algo salía mal, y esta haría lo que tuviese a su alcance para vengarse de cualquiera que la lastimase.

Recordaba bien que una vez la molestaron cuando era niña, muy niña, y su madre, para vengarse, amenazó a los niños, y estos estuvieron tan aterrados de su madre, que no le volvieron a decir nada feo. Aun agradecía eso, estuvo a salvo por lo mismo.

Y ahora, debía proteger a su madre.

La tomó, no supo como, considerando que era puro peso muerto, pero la logró sacar del auto, cerrando la puerta con el pie, mientras notaba como Taurus estaba en la puerta de su casa, abriéndola, y le volvió a agradecer cuando pasó por al lado. Subió las escaleras, sintiendo su cuerpo sufrir un poco, pero al menos era fuerte, físicamente al menos, y logró llegar arriba sin ningún problema.

Le pasa eso unos años antes, donde era mucho más torpe, las dos se mueren.

Entró a la habitación de su madre, y la dejó caer en la cama, soltando un quejido exhausto. Si, era fuerte, pero era tal vez más intensidad de lo que estaba acostumbrada. Una cosa era levantar peso, o tener fuerza, bla, pero otra cosa era cargar un peso por una escalera, sus piernas no eran su fuerte, para nada, eran mondadientes comparados con sus brazos.

Ahora con mayor razón se tomaría una larga ducha, o un baño, para relajar sus músculos.

Acostó a su madre como pudo, quitándole los zapatos, esta roncando a gusto ahí, acostada en la cama, a pesar de que sabía que cuando esta bebía así, no era por gusto, ni por felicidad, ni por diversión, por el contrario. Pero dudaba que esta le dijese lo que le ocurría, se callaba el dolor para no preocuparla, pero el silencio, le preocupaba incluso más.

No era una niña, dejó de serlo hace mucho tiempo, pero para su madre, siempre lo sería, y con sus comportamientos dañinos, parecía aun más joven.

Error suyo.

Aunque los malos hábitos parecían ser genéticos.

Sea como sea, le dio una última mirada, dejándola bien tapada, y comenzó a bajar las escaleras, notando a Taurus ahí adentro, sin haber avanzado de la entrada, aun así, miraba alrededor, notando los marcos y las decoraciones. Menos mal que su madre no tenía esa típica fotografía del bebé bañándose, esa era una vergüenza que no necesitaba.

Cuando los ojos verdes la observaron, parecían divertidos.

“Conociendo a tu madre, pensé que tendría una casa más lúgubre.”

Oh, ella también lo pensaba a veces.

“Descuida, su habitación si que es lúgubre y oscura, ahí no tiene porqué mantener las apariencias.”

Su madre solía tener una vida alocada y rebelde cuando la tuvo, y esa habitación reflejaba un poco eso, esa juventud que perdió muy pronto. Era algo así como una cueva, un lugar seguro, donde podía ser quien quisiera ser, sin tener que ser la madre perfecta que la obligaron a ser, porque todos la juzgaron por eso. 

Y le gustaba el contraste.

Taurus había cerrado la puerta de la casa, así que se acercó para abrirla, permitiendo que esta pasara, y volviesen al auto. No quería seguir retrasando la llegada de Taurus a casa, ya debía de estar destruida luego de un día en la cocina, el calor siendo tan agotador. Esta le sonrió, caminando hacia el auto, tomando lugar en el sitio del copiloto, y ella volvió a ponerse detrás del manubrio.

“Vas a tener que guiarme, sé que tengo tu dirección anotada, pero no la recuerdo tan bien.”

Tenía los datos personales de todos sus empleados, por supuesto que si, ella misma la contrató, como solía hacer en la compañía, pero le era imposible recordar toda esa información, ni creía que fuese muy ético el retenerla. Taurus asintió, indicándole, así que eso hizo, siguiendo el camino, una parte de ella, queriendo recordar cómo llegar a la casa de la mujer desde la propia.

Si, tal vez era muy desvergonzado de su parte.

Para su mala suerte, no fue un camino muy largo, así que tampoco pudo hacer mucha conversación así como tampoco pudo antes, y la destruía por dentro. Terminó estacionada en un barrio cercano, frente a un condominio de casas de dos pisos. Taurus, quien estaba bien sentada en el asiento, con el bolso sobre las piernas, miró hacia las casas antes de mirarla a ella, como si se cerciorase de que habían llegado, mientras se sacaba el cinturón de seguridad.

“Gracias por traerme.”

La mujer habló, sonriéndole, y no pudo hacer nada más que negar, algo nerviosa. 

Se acababa de dar cuenta que ahora si estaban solas, pero solas, en un lugar relativamente oscuro, y el nerviosismo se apoderó de ella. Y no podía dejar de pensar en la vergüenza que había pasado, sin poder bloquear la puerta por ser pequeña, teniendo a su madre ebria y sin pagar los sueldos, mostrándole su casa, se había dejado algo expuesta ese día.

“G-gracias a ti, realmente necesité tu ayuda.”

No tenía idea como hubiese logrado lo que logró sin esa mujer acompañándola. Le facilitó las cosas, bastante. Pero esperaba jamás tener que exponerse así de nuevo.

La mujer soltó una risa, y esas risas como le aceleraban el corazón.

“Si necesitas mi ayuda de nuevo, solo tienes que llamarme, también te sabes mi número.”

Eso era verdad, se lo sabía, aunque no era ético usarlo para su propio beneficio, y, aun así, ¿Para qué iba a llamarla? Si normalmente trabajaban juntas, se veían seguido, si tuviese un problema, sería referente al negocio, ¿No?

Antes de poder confundirse más, la mano de la mujer llegó a su cuerpo, a su brazo, y a pesar de que ya había sentido el agarre en su antebrazo, en su piel, ahora se fue a su bíceps, sujetándola, con más firmeza que antes, y eso la hizo hervir, y tenía claro que el rostro se le estaba poniendo rojo.

Los ojos verdes la observaron, intensamente, y se vio completamente petrificada observándola.

“Solo llamame.”

¿Qué?

Recibió un segundo apretón, antes de que Taurus saliese por la puerta, despidiéndose de ella con la mano, para seguir caminando hasta la entrada del condominio, y ella se quedó absolutamente congelada en su lugar, sintiendo aun el calor del agarre ajeno en su brazo.

Era un poco densa, sí, pero creía poder entender ese gesto, esa mirada.

Si Taurus estaba coqueteando con ella o no, no estaba segura, pero sentía como si le hubiese coqueteado.

Enterró la frente en el manubrio, soltando un quejido.

Ese día había mejorado muchísimo, a pesar de todo…

 

Chapter 155: Hero -Parte 3-

Chapter Text

HERO

-Debilidad-

 

Notó la sangre frente a ella.

La sangre roja saliendo de su boca, de su cuerpo.

Estaba cansada.

Tan cansada.

Lo había hecho bien, había cumplido su objetivo, que era salir afuera y evitar que los inocentes sufrieran, y eso hizo.

No hubo problemas, su madre aceptó su camino, ya que no vio que hubiese peligro alguno, la ciudad sin tener algún villano dando vueltas, no, solo delincuencia y caos, porque su cuidadora y su salvadora habían destruido el mal, habían destruido a los altos mandos de H.E.R.O., así que la compañía se vino abajo, y así fue, no hubo más casos extraños, no hubo más héroes que salvasen la ciudad, porque tampoco había un mal como en aquel entonces.

Ahora solo tuvo que encargarse de gente mala, malvada, pero que no eran un peligro inminente, no era algo así como lo fueron sus madres ante la sociedad, seres inhumanos, poderosos, que mataban sin miedo alguno, sin vacilar, sin dificultad, y conocía bien el pasado de las mujeres que la criaron, así como sabían las razones que tuvieron para hacerlo, así como vio como cambiaron, como se volvieron personas diferentes, y a pesar de que a muchos lastimaron, a ella no hicieron nada más que ayudarla.

Así que estuvo segura.

Su labor fue tranquilo, metió a algunos tipos tras las rejas, robos, asaltos, limpió un poco la ciudad durante un par de días, unas dos semanas, y teniendo la ayuda de sus dos madres, pudo conseguir información crucial para dar con el paradero de esa gente vil.

Pero ya no era así.

Sintió el dolor apuñalando su cuerpo, e incluso se intentó mover, arrastrarse por el pavimento, alejándose, porque eso debía hacer si la situación se le escapaba de las manos, alejarse, pero estaba tan cansada.

Sus heridas se estaban demorando demasiado en curar, empezó a contar los segundos en su cabeza, sabiendo que solo unos segundos eran suficientes para acabar con esa tortura, porque se había entrenado desde siempre, así que conocía sus limitaciones, así como sus habilidades innatas.

Pasó un minuto, y ahí recién estaba curándose.

Pero aun estaba cansada.

Escuchó una risa que hizo que su cuerpo temblase, que su sangre se helase, era una risa intensa, imponente, capaz, así como escuchó los tacones ajenos resonar contra el pavimento.

Sabía que había personas ahí, viendo lo que sucedía, grabando, escuchando, curiosos, así como quienes fueron atacados en primera instancia, aun débiles, por lo mismo se quería apresurar para recuperarse, porque no podía permitir que alguien saliese herido, así que se intentó levantar, a pesar del cansancio, del agotamiento, usó sus manos y piernas para pararse, siendo difícil alejarse del suelo, como si algo la obligase a mantenerse ahí.

Nunca se había sentido así.

Tan debil.

Sintió la suela del tacón ajeno en su espalda, presionando su carne, y fue un tacto leve, duro y brusco, pero leve, y sabía a ciencia cierta que eso no sería suficiente para hacerla caer, sin embargo, lo logró, y volvió a quedarse en el pavimento húmedo, acompañada de los rastros de sangre propia.

“Te veías tan confiada hace unos segundos, mira adonde estás ahora.”

La mujer habló, ronca y dura, resonando en sus oídos, riendo, burlándose de ella, mientras continuaba pisándola por la espalda, obligándola a mantenerse ahí, en el suelo, tirada, sin poder moverse siquiera, y no podía creer que estaba en esa situación, porque era un semi Dios, era poderosa, tenía una fuerza indescriptible, poderes innatos, una resistencia única, pero ahí estaba, tirada sin ser capaz de nada.

Estaba tan cansada.

No podía hacer nada.

Volvió a sentir el tacón enterrándose en su carne, ahora más fuerte, así como sintió a la mujer acercándose aun más, agachándose, lo suficiente para poder sentir la respiración en su nuca. Su capucha se cayó en la pelea, así que su cabello quedó al descubierto, y fue ahí donde sintió los dedos de aquella mujer, agarrándola, sujetándola con fiereza, con fuerza, obligándola a levantarse, al menos lo suficiente para mirarla de reojo.

Notó los ojos verdes, intensos, severos, crueles, y así mismo era la expresión. Los rizos oscuros se movían con el viento, y hacían lucir elegante a pesar de lo violentos de los ataques. Esa mujer era fuerte, más de lo que creyó que sería cuando decidió detenerla, el entrometerse cuando estaba atacando a la población inocente.

¿Pero quién era?

Jamás la había visto, nunca, parecía haber salido de la nada, creando caos apenas pisó la ciudad.

“Se suponía que no había héroes en esta ciudad, pero me encontré con una niña jugando a los disfraces.”

No era una niña.

No más.

Apretó los dientes e intentó moverse, pero no pudo.

¿Por qué estaba tan agotada?

La mujer la miró, expectante, esperando a que contraatacara, pero al parecer se vio decepcionada con su carencia de movimiento, ya que era incapaz de hacer nada. Esta soltó un bufido, antes de soltar su cabello, permitiéndole volver a caer contra el pavimento, golpeándose una vez más. Pudo sentir el ardor en su piel, esta rompiéndose una vez más, su cuerpo queriendo curarla, pero le tomaba tiempo.

Demasiado tiempo.

“Me hiciste perder mi tiempo, niña.”

Entonces lo sintió.

El agua la golpeó con fuerza, prácticamente solida, aplastándola, haciendo que el pavimento bajo su cuerpo se trizase, así como se obligó a cerrar la boca y los ojos, intentando contener la respiración, ya que sabía que el agua iba a entrar en sus pulmones, y lo iba a evitar lo más posible. El agua se sentía fría, gélida, no como hace un momento, no como el golpe que le llegó que la dejó en el suelo, cálida, tal vez demasiado, a segundos de hervir y convertirse en nada más que vapor.

Oh.

Eso era.

El agua.

Tenía una suerte horrible.

Wlad solía decirle que el agua era su debilidad, el agua caliente, porque cuando niña caía rendida cuando le daban baños, y muchas veces lo usaron solamente para hacerla dormir cuando tenía mucha energía. El recuerdo le causó melancolía, le causó felicidad, pero se obligó a salirse de su mundo de ensoñación y entender que estaba siendo azotada con agua, y si bien esta no parecía lastimarla como la anterior, a un nivel más que físico, si lograba hacerle daño.

Y vaya que dolía.

Esa mujer era un meta humano, era claro.

Cuando se la topó, esta estaba generando agua de la nada, como si la quitase del mismo aire, haciéndola física, y usaba esa agua para ahogar a las personas, y no solo podía manejarla, sino que también podía cambiarle la temperatura, y las cosas horribles que podía hacer con ese poder eran incalculables. La vio manejando unas burbujas de agua que llevaba a la cabeza de las víctimas, ahogándolos, quitándoles el aire, obligándolos a tragar agua, a respirar agua, torturándolos.

Logró evitar que matase a alguien, llegó a tiempo, pero luego esos ataques vinieron a ella.

Y dolían, como dolían, nunca creyó que un líquido podría hacerle tanto daño.

Jadeó cuando el ataque acabó, cuando aquella cascada de agua dejó de caerle encima. Sentía el cuerpo adormecido, húmedo, así como el lugar a su alrededor. Se obligó a respirar profundo, a captar la mayor cantidad de oxigeno que pudiese, sabiendo que podía ocurrir de nuevo, y necesitaba estar lista para un segundo ataque.

Al menos el dolor la mantenía despierta, porque estaba tan cansada, que bien podría dormirse ahí.

Y no, no podía aceptar eso.

Solo esperaba que las personas huyesen de ahí, y no fuesen tan arriesgados para permanecer al alcance de esa mujer, y así al menos el ser lastimada serviría para evitar que lastimase a otras personas, a otros ciudadanos normales, comunes, mortales.

Negó, cerrando los ojos, con fuerza, tratando de mantener la compostura, ya había pasado un rato desde el episodio con el agua caliente, y si bien esperaba que el agua helada, congelada, la ayudase a despertar del todo, no fue así. Solo podía confiar en si misma, sin rendirse, y usar lo que sea que tuviese a su mano para revertir la situación.

Respiró profundo, una vez más, y se obligó a moverse, ahora usando toda la fuerza que tenía de su lado, en sus brazos, levantándose de una vez por todas, y agradeció a los Dioses que así fue, que logró quedarse firme en sus dos pies, a pesar de lo tambaleante que se sentía mentalmente, su cuerpo estaba entrenado para soportar eso.

Apretó los puños, y se giró, buscando a la mujer, enfrentando a la mujer.

Esta la miraba, con esos ojos capaces, así como la sonrisa que tenía marcada en el rostro, burlándose de ella sin decir nada, haciéndole ver lo débil que era en comparación, y jamás se había sentido así de incapaz.

No, si lo había sentido.

¡Pero ya no era esa niña!

Esta estaba vestida de gris, en un traje similar al cuero, y la postura era recta, adiestrada, como un soldado. Las manos las tenía ocultas tras la espalda, ocultando esas armas, las que podían manejar el agua y volverla un peligro, sin mayor problema, sin mayor esfuerzo, por lo mismo los ataques la tomaron por sorpresa.

Le recordó a su madre por un momento, como atacaba sin moverse apenas, y sintió rabia de siquiera compararlas.

Si, todos debían de tener una razón para ser quienes eran, para hacer lo que hacían, por qué no creía que existiese alguien que hiciese el mal sin un objetivo en mente, por lo mismo debía saberlo, tenía que entenderlo.

“¿¡Por qué estás haciendo esto!?”

Habló, o más bien gritó, sintiendo las palabras aprisionadas en su garganta, deseando salir de ahí.

La mujer no parecía sorprendida con sus palabras, con su pregunta, y la expresión se mantuvo, aun mirándola con superioridad, y conforme pasaron los segundos, la sonrisa de la mujer se volvió cada vez más sádica.

“¿Por qué?”

La mujer habló, preguntando de vuelta, cuestionándola, una risa resonando en ese lugar, una que le heló la sangre.

Sintió el miedo desde que era niña.

Y ahora lo sentía de nuevo.

La mujer negó, calmando la risa, mientras movía las manos, desde tras de la espalda hacia adelante, moviendo los dedos, lentamente, y podía ver de reojo como el agua que estaba aposada a sus pies, empezaba a levantarse, cada molécula de agua separándose, reagrupándose, y así vio como esta se acumulaba a los lados de la mujer.

Los verdes no la dejaron de mirar, y tampoco desvió la mirada, aun así, se sentía inquieta.

No entendía por qué, pero así era.

Esta volvió a sonreírle, a darle una sonrisa sádica, tenebrosa, y tenía frío, el agua logrando enfriar su cuerpo, pero ahora sentía aún más. Le helaba la sangre, una y otra vez, y no solo con el agua, si no con la mera existencia.

Era como ese hombre.

Similar, pero diferente, pero ambos le causaban la misma sensación de miedo, de impotencia, de vulnerabilidad.

“Lo hago porque fui creada para hacerlo.”

¿Qué?

Sabía que el ataque venía hacia ella, y se obligó a correr, a usar su rapidez innata la cual entrenó día y noche, y aun así no se sintió tan capaz como usualmente, los efectos del agua en ella aun manteniéndola agotada. Una ráfaga de agua pasó por atrás de ella, luego por delante, y se forzó para moverse, para esquivarlo, veía que ardía, que el vapor salía de esta, estaba hirviendo, y otro de esos golpes será suficiente para destruirla del todo.

Y no podía permitirlo.

Fue creada…

La declaración volvió a dar vueltas en su cabeza, capturando su mente a pesar de obligarse a concentrarse en los ataques, en esquivarlos, pero no podía evitarlo.

Porque ella tenía una marca, un código, porque se la pusieron porque tendría un objetivo, y empezaba a creer que esa mujer era similar, pero la palabra crear le causaba molestia, porque recordó a Wlad, como fue creada, a diferencia de su madre y ella misma, quienes nacieron así. No, Wlad fue creada para ser un héroe, H.E.R.O. la hizo especialmente para seguir ordenes, para acatar, para ser vendida al gobierno como un elemento para proteger la seguridad.

Y sabía que eso iban a hacer con ella misma, eso y mucho más.

Pero… ¿Crear a alguien para hacer el mal?

Eso no tenía sentido, H.E.R.O. se encargaba de crear héroes, de crear una fuerza de seguridad inquebrantable, para mantener a la población a salvo, incluso usando métodos inmorales y poco ortodoxos.

¿Pero que sentido tenía crear villanos?

Le dio vueltas, pero no logró pensar en nada más.

Finalmente, el golpe le llegó.

La mujer soltó una risa estrepitosa mientras ella sentía el dolor del agua hirviendo en su piel, así como lo solido de esta, hiriendo su cuerpo, aplastando sus huesos, y cayó metros más lejos, enterrándose en el pavimento, sintiéndose más herida que antes, y más cansada que antes.

Era agobiante.

Cayó de espaldas, así que al menos tuvo la capacidad para levantar el rostro y mirar a la mujer, quien se acercaba a ella, tomando más agua de alrededor, preparando nuevas armas, el agua hirviendo poco a poco.

Sabía lo que vendría, así que intentó moverse.

Pero no podía.

Veía la imagen borrosa, sus ojos cerrándose sin su permiso, el agotamiento haciéndola llegar a un punto limite. Pero no iba a rendirse, no podía rendirse.

“Mis jefes estarán felices de saber que destroné a otro héroe más.”

Sus jefes…

Esa mujer fue creada, no trabajaba sola, era un soldado, tal y como creyó, comandado por otros, haciendo el trabajo sucio, haciendo lo que fue hecha para hacer, matar, aniquilar, destruir la paz que existía en esa ciudad durante los últimos años, sin ningún héroe, sin ningún villano, solo personas, algunas diferentes, algunas más fuertes, luchando por sobrevivir en esa jungla que esa ciudad se había convertido.

Pero nada más que eso.

No era como su madre, Devna, que trabajaba sola, que seguía su propio camino, que tenía la vista puesta en la venganza, y eliminaba a todos los que fueron involucrados en aquel ataque en Nepal, dieciocho años atrás.

Tampoco era como su madre, Wladislawa, quien a pesar de haber sido hecha para trabajar para alguien, solo trabajó para si misma, para obtener su propia satisfacción, haciendo el mal y el bien, conforme ganase mayor beneficio.

Mucho menos era como ella misma, quien peleaba por el bien, quien hacía lo correcto, y evitaba que otros inocentes fuesen lastimados por las fuerzas de la maldad, las fuerzas corruptas, por el contrario, eran exactamente lo opuesto.

Por lo mismo no podía aceptarlo, por lo mismo debía pelear, seguir adelante.

Porque era exactamente por ese tipo de persona que se obligó a crecer antes de tiempo, a entrenarse antes de tiempo, a elegir ese futuro que era rocoso, peligroso, pero no importaba si es que podía salvar a alguien del sufrimiento.

Y por lo mismo, su sentido del deber no debía flaquear.

Sin importar si estuviese en lo alto, o en lo más profundo.

Jamás iba a vacilar en hacer el bien.

 

Chapter 156: Experiment -Parte 8-

Chapter Text

EXPERIMENT

-Huida-

 

Se quedó unos momentos recuperando el aliento por medio de la máscara.

Miró alrededor, sintiéndose tan ajena en ese lugar, en esas calles que en algún momento fueron su hogar. Ahí había nacido, ese era el único lugar que vio durante toda su vulnerable infancia, sobreviviendo de las migajas que otros Terrenales le daban, sintiendo lastima del bebé, de la niña, y así sobrevivió, a duras penas, como el resto.

Se sabía bien esas calles, hasta que entró en el centro de investigación.

Y habían pasado muchos años de eso.

Ya no era la niña que apenas respiraba, que solía convulsionar y vomitar ante la cantidad de gases tóxicos que llevaba consumiendo, que estaba desnutrida al no tener un plato de comida cada día, ahora se miraba a sí misma, y se veía fuerte, estaba saludable, la trataron lo antes posible para salvarla, y sabiendo eso, se sentía extraño el irse de ese lugar, de llevar corriendo un buen rato, simplemente alejándose, como si se tratase del peor lugar en el que había estado.

Y de cierta forma lo era, pero no al mismo tiempo.

Si estaba viva, era gracias a esa gente, pero no lo hacían por querer salvar a los niños que sufrían en las calles, no, lo hacían para obtener algo a cambio, y ella ya estaba lista, ya tenía el control suficiente para llevar ese trabajo a cabo.

La salvaron, dándole un propósito a su existencia carente de futuro.

Pero no estaba dispuesta a aceptar ese futuro.

Porque no iba a convertirse en un arma.

No iba a hacer nada para destruir a la humanidad.

Antes moriría.

Sus ojos ardieron luego de recuperar el aire, siendo Ismeria quien tomaba las riendas de su cuerpo, que la hacía moverse entre los callejones con sigilo, usando esas capacidades innatas para avanzar sin ser percibida por nadie, ni siquiera por las cámaras en lo alto, un espía militar. No tenía un número, era invisible para el sistema, porque allá adentro la querían así, invisible, así podría hacer todo el mal de mejor manera, sin embargo, aun así, podía ser vista, podían reconocer como lucía.

Le hicieron marcas para encontrarla de mejor manera, para identificarla, ya que no podían darle una verdadera identidad, y en ese instante, sus marcas seguían visibles.

Por lo mismo debían de tener cuidado.

Tuvieron que esperar a que pasaran las horas donde había toque de queda, por ser los momentos donde más polución y radiación había en el ambiente, para poder escapar, porque ahí había menos personal en el recinto, y por lo mismo, menos personas irían tras ellas, así menos personas habrían que la notasen, sea como sea, usando las habilidades de las dos mujeres, pudieron salir sin problema, pero aún no estaban a salvo.

Por lo mismo corrían.

Sin parar.

Y tenían un solo objetivo, y se vio soltando un suspiro de alivio cuando llegaron a la zona, luego de aquel largo camino, teniendo que pasar por calles angostas como laberintos para evitar las cámaras. Pero al fin llegaron, y ahora tenía frente a ella aquel edificio, ahí era donde trabajaba Lyra, donde esta le enseñó durante las visitas que tuvieron.

Esta debería de haber entrado a trabajar ya, les tomó un tiempo llegar ahí, así que dudaba que pudiesen encontrársela al iniciar el turno, pero tenía fe, esperanzas, de poder verla cuando saliese, todo eso si es que tenían suerte. Tal vez estaba teniendo muchas esperanzas en esa mujer, pero quería, deseaba, anhelaba, que esta pudiese salvarla una vez más.

Le pedía demasiado a su salvadora.

Se vio nerviosa, esperando ahí, en uno de los callejones, manteniéndose oculta de las cámaras, pero siempre mirando a cada lado, esperando que alguno de los investigadores la hallase. Los minutos pasaban, no tan rápido como deseaba. Debía estar atenta a todo, a cualquiera que pasara por ahí, y así mantenerse distante e invisible de todo lo que tuviese ojos para verla, para reconocerla.

Al menos sabía que ninguna fuerza de seguridad la buscaría, los investigadores, según notaron, no estaban haciendo un trabajo muy legal al tomar y usar a niños para sus experimentos, así que eso la dejaba en parte tranquila, así tendría que huir de menos personas.

Le aterraba, eso si, que no la buscasen como la niña que huyó, si no que la buscasen como el peligro viviente que era, el arma que era. Porque si las autoridades se hacían presentes en la búsqueda, no sería para recuperar a un niño perdido, una persona perdida que peligraba en soledad, si no que la buscarían como quien buscaría a un terrorista.

Solo pensarlo la hacía sudar frío.

Que los investigadores la tomasen de vuelta era una cosa, pero otra muy diferente es que usasen el poder militar para buscarla, para eliminarla.

Estar en esa situación era agobiante.

Salvarse de los investigadores era cosa de esconderse bien, pero salvarse del escrutinio de las fuerzas de seguridad era algo más complicado ya que tenían muchos más recursos y poder armado, y solo dejaría de ser un problema para estos, si es que dejaba de tener a esas mujeres en la cabeza, y bien sabía que solo la gente que las puso ahí podría sacarlas.

Esperaba que nunca fuese el caso.

Ser aniquilada por ser un arma o ser usada como arma, ambas opciones eran atroces.

Tampoco es que esperase vivir mucho apenas se dio cuenta en el mundo en el que vivía, pero el que ese fuese su destino, el perecer a base de disparos y ataques, era difícil de procesar.

Ya no sabía que pensar.

Sacó la cabeza de su escondite, mirando una vez más, y ni siquiera sabía exactamente qué hora era ahí, en ese exacto momento, como para saber más o menos algún indicativo, y los avisos holográficos estaban en otra posición, así que no podía distinguir ninguno desde el estrecho callejón en el que se ocultaba, así que estaba perdida.

Solo podía mirar hacia afuera, mirar hacia la entrada de aquel largo edificio, y luego volver a ocultarse si veía a alguien pasar cerca.

Una y otra vez.

Las mujeres en su cabeza estaban calladas, probablemente tan ansiosas como ella misma, incluso se sentía enferma, su estómago retorciéndose, y agradecía el haber encontrado una máscara de gas antes de salir del centro, o esa sensación, más que mental, sería física, su cuerpo reaccionando de mala manera ante el aire tóxico, y eso que creía que eso había cambiado un poco en sus años de encierro, que ya no era tan grave como cuando nació, pero era difícil saberlo, teniendo prácticamente nada de información sobre el exterior.

Lo único que sabía era lo que Lyra le contaba cuando la visitaba, nada más.

Se sintió sudar, cuando escuchó una alarma oyéndose a la distancia.

Era uno de los vehículos de seguridad.

Haciéndose más y más fuerte.

Acercándose más y más.

Tragó pesado, mientras volvía a esconderse en el callejón, haciéndose lo más pequeña posible.

No podía ser.

No ahora.

Cerró los ojos, incluso conteniendo la respiración.

Para ser alguien que no tenía futuro, si que se rehusaba a morir. No, no quería, ni morir, ni ser usada para el mal, no quería hacerle daño a nadie, ni tampoco quería que le hicieran daño, ¿Era eso tan difícil de conseguir?

Lo era, por supuesto que lo era.

El sonido resonó por la calle, acercándose, demasiado, y sabía que debía correr, pero ahí, donde estaba, era probablemente más seguro que en otro lugar, era tonto empezar a correr como loca, desesperada, y eso le dijeron las mujeres en su cabeza, intentando calmarla, haciéndola mantener su lugar, pero al mismo tiempo ambas sonando desesperadas.

Eran fuertes, ambas, pero aún así, la situación las hacía sentirse vulnerables.

A pesar de todo lo que hicieron, de todos sus actos repudiables, lo hicieron con una buena razón, y no soportarían el ser usadas de una manera similar, una manera peor.

Las tres se rehusaban a ser usadas.

El sonido se intensificó, retumbando en el callejón, el vehículo pasando en frente de ella.

Lo vio en cámara lenta.

Pero el vehículo siguió.

Avanzó.

Sin detenerse ahí.

Y estuvo unos momentos ahí, paralizada mientras el sonido se alejaba, poco a poco desapareciendo, y cuando ya no lo oyó, soltó un suspiro de alivio.

Eso estuvo cerca.

Sentía el corazón latiéndole rápidamente, y por lo mismo respiró con la misma rapidez, intentando calmarse, y esperaba no gastar la batería de su máscara antes de tiempo, ya que aun le quedaba tiempo de espera, o eso creía, sentía que llevaba horas ahí.

Pero eventualmente la vio.

Se enfocó en el edificio, en la entrada, y vio a Lyra salir de ahí, con el cabello largo moviéndose con cada uno de los pasos, con la mirada calma, carente de mayor expresión, mientras se arreglaba la máscara sobre el rostro, asegurándola antes de dar un paso afuera, y era una lastima, porque le impedía ver parte del rostro aquel, de esa imagen perfecta que era, como el ángel que era. Verla ahí afuera, sin estar ella encerrada, era sin duda un momento inaudito, y le parecía maravilloso, por lo mismo se quedó completamente estática.

Y fueron las mujeres quienes la obligaron a reaccionar.

Ahí recién volvió al presente, dándose cuenta de que no venía ahí para mirarla desde la distancia, si no para captar la atención y rogarle por ayuda, así que se obligó a levantarse, a abrir la boca, a pronunciar ese nombre.

Ni ella, ni Ismeria, ni Galatea, sabían nada del presente, de como era la ciudad en la actualidad, ella misma viviendo ahí en el centro durante los últimos años, y al haber vivido en las calles, no tenía como manejarse sin una identidad, sin estar en el sistema, y bueno, ambas mujeres habían muerto mucho tiempo atrás, hace décadas, cuando la recopilación de datos y almas era algo que solo se podía permitir gente importante, gente necesaria para la humanidad, como lo eran ambas.

Ahora cualquiera podía pedir algo semejante, accesible para todos.

Le agobiaba pensar que si ella moría, no habría respaldo alguno de su existencia, porque no estaba registrada, no tenía una identidad, no había nada ajeno en su cuerpo que almacenara sus recuerdos, y aunque lo hiciese ahora, si es que pudiese conseguir el dinero para hacerlo, no habría datos sobre su infancia.

Bueno, no es como que quisiese recordar esa vida miserable que tuvo.

Pero eso fue lo que la convirtió en la persona que era ahora, sin su pasado, no existiría en el presente.

No es como que alguien quisiese tener un respaldo de su consciencia, no es como que alguien la quisiera para tener algo así de importante consigo.

Entonces vio como Lyra se giró, con la mirada buscando hacia la dirección de su voz, incluso desde la distancia, con la ajetreada calle entre ambas, eso no evitó que pudiesen conectar. Notó sorpresa en los ojos ocres, incredulidad, como si lo que viese fuese nada más que una alucinación, y podía imaginárselo, porque ella debía de estar encerrada, era un experimento que no debía ver la luz, no aun, pero rápidamente se dio cuenta de que era real, y notó desde ahí, desde su posición, como esos ojos brillaron, como se vieron vivos, como si sonriese, y lamentaba, de nuevo, que la mascara ocultase la expresión que su ángel tenía al mirarla.

La mujer de inmediato cambió de ruta, avanzando por la calle, cruzando, y se sintió bendecida de cierta forma.

Esa era su salvadora, y no tenía que salvarla para verla así, no, como si la mera existencia ajena fuese una salvación para su persona, y por lo mismo comenzó a sonreír como una tonta, así que en ese momento si podía agradecer el tener la máscara puesta para que ocultase su expresión.

“¿Qué haces aquí?”

La voz de Lyra sonó calma, a pesar de que el pánico era evidente, esta moviéndose, sujetándola de los brazos, alejándola de cualquier contacto que tuviese con la misma calle, para que nadie la viese, alerta, porque era un experimento, y se le notaba en las marcas en su cuerpo que eso era, y cualquiera podía notarlo. Le llamó la atención como la voz ajena sonó más gruesa de lo que acostumbraba al verla dentro del centro, con la máscara ahí, pero le gustó, le causó el mismo confort.

De nuevo se quedó embobada, y fue Ismeria quien la hizo a un lado, urgencia en el acto de tomar su cuerpo, siendo esta quien hizo el mayor trabajo al salir de ahí, al recorrer la ciudad, a ocultarlas de todo, y sintió picor en sus ojos cuando estos cambiaron de color, los suyos siendo reemplazados por los verdes de la teniente.

“Nos van a usar como arma, así que huimos de ahí.”

A pesar de no estar al comando de su cuerpo, podía ver desde ahí la sorpresa en los ojos de Lyra, al notar como cambió, ya que, usualmente, estás no solían interrumpirla mucho mientras tenía sus horarios de visita, en su mayoría era Galatea la que solía decir alguna cosa solo para molestarla, pero era raro que fuese Ismeria quien tomase la iniciativa en tomar el control de su cuerpo.

Solo en una emergencia.

Como lo era ahora.

Incluso su voz cambiaba en esos momentos, y eso era extraño también.

Lyra se quedó en silencio, luciendo pensativa, dándole vuelta a la información, y Galatea fue quien se movió, quien no le permitió que se tomase su tiempo, arrebatándole el mando a Ismeria, y de nuevo sintió los ojos picando, tornándose rojos.

“Vinimos aquí porque tienes que ayudarnos.”

Lyra volvió a saltar en sorpresa al escuchar su voz, la cual estaba distorsionada, cambiando aun más, sonando amenazante, brutal, aun así podía notar la sonrisa en su propio rostro, en su humanidad, la locura intrínseca de la doctora siendo visible.

Pero ahí ya no pudo quedarse al margen.

No.

Así que corrió hacia los mandos, ya que poco a poco la alejaban más, y ya ahí movió a las mujeres, usando su pequeño cuerpo para quitarlas de ahí, y le costó, pero al menos estas respetaron su intención y le dieron su espacio, y ahí recién recuperó el control de su cuerpo. Solo así el rostro ajeno se vio más tranquilo, sabiendo cual era la real, cual era ella misma, sin tener a nadie más dominándola.

Y apenas pudo, negó.

Entendía la urgencia de ambas mujeres, sabía que ella misma estaba en una posición crucial y debía moverse, pronto, pero aun siendo así, no podía poner sobre Lyra un peso que no le pertenecía, se había negado desde la primera vez que la vio, esta ayudándola, desgastándose el propio cuerpo con tal de ayudarla, y había notado esa reacción varias veces.

Porque era un ángel, porque era su salvadora, y sobre todo era una buena persona, por lo mismo no podía obligarla, no podía exigirle nada.

Apenas pudo, tomó las manos ajenas en las suyas, la de carne, tibia y suave, y la de metal, fría y dura, pero le gustaban ambas por igual.

“No, no tienes que ayudarnos, no te corresponde ese trabajo, no es una obligación, y si no quieres hacerlo, lo entenderé. Estuve toda mi niñez en las calles, se que podré arreglármelas de nuevo para sobrevivir.”

Tal vez estaba siendo muy optimista, pero era verdad.

Así fue.

Si sobrevivió siendo un bebé, podría sobrevivir ahora, siendo una adulta.

Era más complicado, estaba en una posición difícil, pero eso no lo hacía imposible, y haría todo para sobrevivir, debía sobrevivir, quería vivir más y más. Había aprendido que había aun humanidad que valía la pena conocer, que había aun un mundo hermoso al que podía admirar.

No todo estaba perdido.

Además, ya no estaba sola.

Nunca estaría sola de nuevo.

A pesar de sus palabras, de la determinación que puso en cada una de ellas, notó como los ojos ocres brillaron, y no tenía que ver el rostro ajeno para saber que estaba sonriéndole, suave, dulce, una imagen que no dejaba de sorprenderle, y que quería ver lo más posible.

Esta asintió, y notó como las manos, que sujetaba, la sujetaron de vuelta, dándole un leve apretón.

“Quiero ayudarte.”

Oh.

Notó como la palabra querer sonó con un tono diferente, la mujer acentuándolo para ella, para que lo entendiese, y eso fue suficiente para calmar las emociones que sentía a punto de desbocarse, porque no le quería hacer daño a la humanidad, mucho menos quería hacer que la única persona que la aceptó lo suficiente para visitar a un ser como ella, tuviese que cargar con aquel peso.

La mujer se paró erguida, mirando hacia afuera del callejón, alerta, y luego volvió a mirarla a ella, apretándole las manos una vez más.

“Mi oficina es relativamente segura, pero como trabajamos con piezas importantes, los guardias suelen estar siempre vigilantes a cualquier rostro nuevo que no tenga un permiso para entrar, y me tomaría un tiempo conseguirte uno.”

Se imaginó algo así.

Al final, la mayoría de los que necesitaban esos servicios, era gente rica, que podía permitírselo.

Lyra se quedó un momento en silencio, pensando, hasta que finalmente habló.

“Mi departamento es lo más seguro por ahora.”

Pero…

Algo le habían dicho al respecto, ¿No?

“Pero ellos saben que me visitabas, ese será el primer lugar en el que me busquen.”

Lyra asintió de inmediato, sin pensárselo, como si lo hubiese sabido desde el comienzo, pero al parecer no era suficiente para que la idea fuese descartada. Esta se soltó del agarre entre sus manos, y las llevó la chaqueta que usaba, sacándosela y se movió para ponérsela a ella, abrochándola, ayudándola a ocultar las marcas en su cuerpo. 

Se quedó unos segundos con la mente completamente ida, disfrutando del cuidado en los movimientos ajenos, así como el aroma ajeno en la ropa, le agradó la sensación.

Ahora ya no estaba tan descubierta como antes.

Y si, debería estar feliz por eso, pero estaba más feliz al estar usando ropa ajena, la ropa de Lyra que tenía un aroma agradable, así como el calor humano aun en la tela.

A pesar de estar huyendo para sobrevivir, ahora no se sentía tal mal el morir si había experimentado esos momentos tan cálidos, tan agradables, los cuales jamás experimentó en su infancia. El que alguien la quisiera, que se preocupase por ella, que la ayudase.

Siempre sola.

Lyra era su salvación, siempre.

Esta la miró, los ojos brillado mientras asentía, sujetándola de la espalda baja, alentándola a moverse por las calles, sin salir del callejón, adentrándose, escogiendo una ruta más segura.

Y siguió el movimiento.

Siguió las indicaciones.

Si, con esa mujer se sentía a salvo.

Chapter 157: Farmer -Parte 2-

Chapter Text

FARMER

-Ayuda-

 

La mujer, de cabello largo y ropas anchas, apuntó el rostro hacia ella.

Estaba siendo observada, a pesar de que los ojos estuviesen ocultos tras los parpados, al parecer notándola solo por la dirección del sonido.

Ante esa situación, hizo lo que era correcto hacer.

Presentarse.

“Soy Ophelia Ekici, un placer.”

Estuvo agradecida de que tuviese una voz suave y grave, así no asustaría a la mujer, si era realmente ciega, debía de escuchar con más fuerza su voz, o eso era lo que siempre se decía.

La mujer siguió en posición, mientras ponía las manos en la cadera. Se notaba que tenía ropa de buena calidad, lo notaba, y fue muy consciente de su propia ropa, debió esmerarse más al escoger un atuendo sabiendo al tipo de casa a la que iría, pero ya estaba acostumbraba a su ropa usual y cómoda para trabajar.

Tampoco tuvo mucho tiempo para cambiarse.

Esta se le acercó, curiosa, con un paso seguro a pesar de la discapacidad visual que tenía, y notó como la empezó a olfatear.

“Tienes un olor llamativo.”

Iba a decir algo, sintiéndose algo ansiosa. Se había bañado cuidadosamente luego de haber estado trabajando con los caballos, así que esperaba no oler mal, pero pudo haber fallado. La mujer levantó el dedo índice, silenciándola.

“No, dejame adivinar.”

Esta frunció el ceño, acercándose un poco más.

Se vio tragando pesado, notando ahora de más cerca los rasgos de la mujer, que debía ser algunos años mayor que ella, así como más alta, así como piel pálida, demasiado pálida, pero a pesar de eso se veía bien cuidada, arreglada, con buena ropa, con el cabello brillante, era una casa adinerada, así que lo entendía.

Parecía ser el tipo de hogar donde se preocupaban de la apariencia personal.

Aunque no pudiese verse.

Ante la cercanía notó como esta olía bien, a sándalo, a madera, y de nuevo temió su propio aroma.

“Tulipanes, ¿No? Mi mamá dijo que vives en una granja, pero no me dijo granja de qué.”

Oh.

Soltó un suspiro de alivio.

Al menos no tenía un mal olor.

“Tenemos una granja de verduras, así como productos animales, pero también cosechamos flores durante buenas épocas.”

Era difícil vender flores, porque debían de estar en perfecto estado, así que las que no vendían las usaban de igual manera para no desperdiciar nada, hacían perfumes y jabones, agradecía que el olor fuese suficiente para tapar el olor a animal que asumía que tenía encima. No es algo que le molestase, el oler así, estaba acostumbrada, todos en su familia trabajaban ahí en la granja, así que no era algo de lo que tuviesen que preocuparse.

Como ella no salía de la granja usualmente, no pensaba en eso.

Ahora si.

Por eso estaba súper consciente de si misma.

La mujer soltó una risa, mientras se paraba firme frente a ella, con la postura confiada, haciéndola lucir más alta. A pesar de la condición que tenía, se veía amigable, carismática.

“Interesante, pero tengo entendido que es un trabajo muy demandante, ¿Qué es lo que te trae por aquí?”

Era un trabajo demandante.

Si, lo era.

Tal vez estaba cometiendo un error al estar ahí, sabiendo que dejaría a su familia trabajando sola ahí en la granja, ya serían dos manos menos, pero si podía ganar un buen dinero de ese nuevo trabajo, ayudaría más de lo que ayudaba con su presencia.

Pensando en eso, asintió, aunque le resultó ridículo hacerlo sabiendo que la mujer no la veía, pero por otro lado, sintió que eso la ayudó a sentirse menos nerviosa de hablar con alguien desconocido, fuera de su zona de confort, sin su familia, completamente sola.

“El invierno es difícil para la granja, así que quería apoyar financieramente, y al mismo tiempo hacer algo significativo, poder ayudar de alguna manera.”

La mujer soltó una risa nerviosa ante sus palabras, mientras se apuntaba a si misma, y notó una mueca diferente a la que vio hace solo unos momentos, demasiado diferente.

“No se si ayudarme a mi sea algo significativo.”

Obviamente ella misma creyó que tendría que cuidar a una niña, a alguien que necesitase supervisión, pero como dijo la señora a la que llamó, que su hija aun no se acostumbraba a la nueva casa, y considerando que era ciega, debía serle más complicado el tener cierta dependencia.

No quería asumir nada, pero para ella, el ayudar a alguien que necesitaba ayuda, ya era lo suficientemente significativo.

Y eso dijo, sin vacilar.

La mujer suavizó la expresión que tenía en respuesta, asintiendo levemente, al parecer más tranquila. Al parecer no se tenia suficiente estima a si misma, o a su condición, por lo débil que se veía, creía que era algo reciente.

Y pensando en eso, decidió hacer las preguntas necesarias.

“¿Para qué es lo que necesitas ayuda?”

La mujer se notó de inmediato más en calma, soltando una risa, luciendo capaz, mientras se levantaba de hombros.

“No necesito ayuda, mi mamá es la que está molestándome para contratar a alguien.”

La mujer comenzó a caminar, con ímpetu, con audacia, avanzando hacia la salida, pasando a su lado, con la intención clara de pasar por la puerta.

Pero…

“Todo porque no quiero usar un bastón-”

Estaba caminando directo hacia la pared.

No pudo hacer nada para evitarlo, la vio chocar, escuchando el estruendo. Vio a la mujer caer, haciéndose un ovillo en el suelo, mientras que gimoteaba como un niño pequeño. De inmediato se movió, sujetándola de la espalda, intentando calmar el llanto, y le sorprendió como a pesar de que era una mujer grande, se notaba delgada a través de la ropa. Se acercó y notó como esta tenía la nariz completamente roja, y esperaba que no estuviese rota, porque ante lo fuerte que sonó, se lo imaginaba.

“¿Estás bien?”

Preguntó, aunque la respuesta era evidente.

Y a pesar de eso, la mujer asintió.

“Si…”

Podía ver lagrimas cayendo por las mejillas, aunque sus parpados estuviesen cerrados.

Pobre.

Escuchó unos tacones resonar, subiendo por la escalera, acercándose, y vio a la madre ahí, de pie, observando la situación, con el rostro serio, intenso, con la clara intención de regañarlas. Iba a ser la primera en hablar, en disculparse, eso no se suponía que debía ocurrir si ella estaba ahí, si iba ahí a ayudar, debía hacer eso, y ya había habido un accidente.

Pero a la mujer habló antes, con postura firme, intimidante.

“Te lo dije, Netanya, eres como una niña pequeña, nunca aprendes. Es hora de que madures de una vez y dejes de estar todo el día encerrada.”

La voz de la mujer sonó fuerte, tensa, y a pesar de que no le hablase a ella, sintió que sí, y se vio achicándose en su lugar, siendo observada bajo es escrutinio de esa mujer. La hija, a la que aun tenía sujeta de la espalda, intentando consolarla, estuvo aun más deprimida cuando escuchó a la madre, llorando por el dolor y por el reto.

No es que en su casa no hubiese peleas, eran muchos hermanos, siempre había barullo. Ella en particular no solía meterse en problemas, pero a pesar de eso, cuando retaban a uno, los retaban a todos, así que procuraban comportarse lo más posible para no traer un castigo para todos, aunque a los más jóvenes les costaba entenderlo.

Así que no era algo ajeno.

Pero no creyó que le pasaría en otro lugar, en otra casa que no era la propia, con personas completamente desconocidas.

Y esa mujer era más aterradora que su madre y su padre juntos, mucho más si la miraba arrodillada en el suelo.

La mujer, Netanya, se removió, sentándose en el suelo, mientras se limpiaba rostro de las lagrimas, masajeándose la nariz en el proceso. Por reflejo, y a pesar de que notaba cierta tensión en el ambiente, le revisó la nariz, esperando no encontrar sangre, y no, por suerte no.

“¿Para qué voy a salir de casa si no puedo ver nada? No tiene sentido.”

Esta habló, soltando un bufido, cruzándose de brazos, claramente haciendo un berrinche.

De nuevo se vio ahí, sin saber que hacer, sabiendo que estaban ambas peleando y ella no tenía nada que hacer ahí, porque no era su problema, pero tampoco tenía la confianza suficiente para levantarse e irse de ahí y darles privacidad.

Además, la señora bloqueaba la puerta.

“¿Y qué vas a hacer? ¿Quedarte en cama para siempre? Ya no quisiste ir a tus terapias, ya no quieres salir de casa, y ahora el doctor me dijo que tienes anemia, que tus huesos y músculos están perdiendo fuerza al llevar tanto tiempo aquí encerrada, sin caminar ni tomar el sol.”

Oh.

Eso era grave.

No quería escuchar, no creía que fuese respetuoso de su parte el oir todo eso, el ser oyente de esos problemas, pero no podía hacer nada más que oír. Al final, si realmente iba a estar ahí, el ayudar a esa mujer, debía saber en que debía ayudarla.

La mujer soltó un bufido, molesta, respondiéndole a la madre con una clara mala actitud. Y no quería ver que ocurría.

“Papá no me estaría haciendo esto.”

Notó en la voz de la mujer como las palabras sonaron tensas, doloridas, y en respuesta, la señora frunció el ceño, en preocupación, en dolor, en tristeza. No sabía que problema había ahí, pero claramente era uno grande, lo suficiente para dejarlas calladas a ambas.

El aire tenso.

Tragó pesado, ahora completamente incapaz de hacer nada, no podía.

“Él te mimó demasiado.”

Finalmente, la señora habló, soltando un suspiro pesado, para luego volver a pararse con firmeza, volviendo a recuperar el ímpetu, imponente, dando un golpe en el suelo con el tacón, haciendo que la hija diese un salto, atenta, sabiendo que el regaño no había acabado, que no se había librado de eso.

“Pero a él tampoco le gustaría que te quedases aquí encerrada por el resto de tus días, si no quieres hacerlo por mí, tendrás que hacerlo por él. Nos mudamos acá para que pudieses recuperarte en paz, es tu deber ahora el tomar el control de tu vida y comenzar a ser una persona de nuevo, aunque no quieras.”

La señora terminó de hablar, su voz fuerte, golpeando cada palabra con intensidad, se notaba que era una mujer de negocios, y tomó las riendas de esa situación de la misma forma que lo haría en su trabajo, no creía que fuese lo mejor, pero al parecer, notando la condición de su hija, debió haber intentado de todo.

Y ahora el último recurso que le quedaba era el ser firme, en darle un ultimátum, y considerando lo débil que se veía esa mujer, lo pálida que estaba, era ahora o nunca.

Los ojos de la señora, fieros, la observaron al no recibir palabra de la hija, y ahora estuvo por completo bajo la mirada de esa mujer, y tragó pesado una vez más, sin ocultar su nerviosismo.

“Ya no puedo tomarme más tiempo libre por ti, así que Ophelia se encargará de acompañarte desde ahora en adelante. A mi me puedes hacer berrinches, pero a ella no, y más te vale que te comportes.”

La mujer, sentada ahí, soltó un bufido, tirando la cabeza hacia adelante, en rendición, exhausta.

Sin decir más, la señora comenzó a caminar, alejándose, pisando fuerte, tal vez con la intención de que la hija la escuchase sin problema. Se quedaron solas ahí, y le costó el encontrar su voz, sintiendo aun la tensión en el aire aun palpable, incluso con la dueña de casa alejandose. Su mano estuvo todo ese rato sobre la sudadera de la mujer, así que comenzó a moverla de arriba abajo, intentando calmarla, o al menos darle un apoyo, lo que sea.

Luego de perder la vista, entendía que esta no quisiese hacer nada, no quisiese salir, no quisiese hacer nada, sin deseos, sin motivaciones, pero tampoco podía dedicarse a perder la vida que le quedaba. Sabía que tenía problemas más allá de lo físico, y si un terapeuta no pudo ayudar, mucho menos ella.

Pero al menos quería ser capaz de ayudar un poco.

Solo un poco, y al menos, ahí, creía poder hacer algo.

“Sé que no quieres salir, pero podemos ir a caminar a la playa de vez en cuando, escuchar las olas, ir poco a poco, hasta que tengas más animo.”

Para su sorpresa, la mujer soltó una risa, girándose, al parecer con la intención de mirarla, pero obviamente no la vería, y eso si que le causaba cierta tristeza.

Pero al menos ya no se veía tan triste, tan apática.

“Me gusta la playa.”

Se vio sonriendo de inmediato.

Ese era un buen comienzo.

Iba a hacer todo lo posible, todo lo que estuviese a su alcance.

Y si ayudaba, aunque sea un poco, se sentiría satisfecha.

 

Chapter 158: Succubus -Parte 11-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Cambio-

 

Tomó su auto, observándolo minuciosamente.

No dudó en hacer el ejercicio que llevaba haciendo por muchos años, el pasar las ruedas por su palma, causándole un cosquilleo conocido, dándole un cierto atisbo de calma, a pesar de que, esta vez, no lo estuviese haciendo solo con ese objetivo, el darse calma, por el contrario, se sentía tranquila a pesar de todo lo que había sucedido.

Pero todo era para mejor.

Dejó el vehículo dentro de su maleta, sobre el resto de sus pertenencias, cerrándola.

Se sentía extraño si, el irse.

Una parte de ella imaginando que volvería a ser marginada en un cuarto pequeño, sin ningún compañero a su lado, nadie que la hiciese sentir un poco más normal, pero no era el caso.

Era para mejor, ya lo dijo.

Notó de reojo a Dargan, quien la observaba, con los brazos tras la espalda y esa postura tranquila, parsimoniosa, y luego de verlo tan enojado aquella vez, le causaba cierto alivio que eso no fuese algo que se mantuviese con el tiempo, aunque no se había disculpado correctamente, ya que todo había pasado tan rápido.

Este carraspeó al notar su mirada.

“Ya no estoy conectado a tus poderes, ni te tendré vigilada como compañero de cuarto, pero aun soy su compañero de equipo, así que voy enojarme si haces alguna estupidez semejante de nuevo.”

Este habló, las palabras sonando amenazantes a pesar de no notarle atisbo amenazante en el rostro, lo cual le hacía pensar que no era tan grave, que no era tan serio, aun así, asintió. Y si, así era, los líderes hicieron varios cambios desde lo de su incidente, y uno de esos cambios, era el dejar de controlarla como antes.

Se miró las manos por un momento, sintiendo como su magia afloraba con mayor facilidad, cosa que no solía pasar, como si estuviese bloqueada, y de cierta forma, así era, estaba bloqueada, ya que emergía cuando perdía el control, y por lo mismo, debía ser vigilada constantemente, porque era un peligro al tener esa magia en las manos.

Ahora, sin embargo, ahí estaba.

Pero no se sentía descontrolada como antes.

Creía que algo había hecho su madre aquel día, que al desbloquear el hechizo que la vieja esa le lanzó para mermar sus poderes, había permitido que su cuerpo pudiese canalizar mejor el poder demoníaco, por lo mismo, no lo sentía inestable, de hecho, podía usar ese poder a su antojo, podía usar ese otro lado de ella con mayor facilidad, pero, eso no significaba que no perdería el control eventualmente, y pasaría, estaba segura de eso.

Tener tal control, de un día para otro, no era algo posible.

Por lo mismo, se sentía temerosa al perder aquella conexión, ya que le daba calma el saber que había alguien ahí que correría a buscarla, a calmarla, si es que la situación de descontrolaba, y así podría evitar que ella hiciese algo reprochable, cosa que ya no ocurriría, simplemente se volvería loca hasta que un líder experimentado se topase con ella.

Dio un salto cuando la mano de Dargan llegó a su hombro, tomándole por sorpresa, y al mirarlo, notó una sonrisa tranquila en él, dándole siempre ese mismo atisbo de tranquilidad.

Esperaba nunca más hacerlo enojar así.

“Sé que recién estás acostumbrándote, pero confía en ti misma, lo estás haciendo bien.”

No estaba para nada segura de eso.

Solo habían pasado unos días, aun no se desenvolvía con normalidad, aun no volvía a la normalidad, aun no era atacada por algún estimulo que pudiese enloquecerla, así que si eso no ocurría, aun no sabía si era capaz de mantener el control. Antes apenas podía, y ahora, con tanta energía en su cuerpo, se volvía doblemente más peligrosa.

“Este poder es impredecible, yo soy impredecible.”

Habló, sintiendo el pesar en su garganta.

Quería volver a tener esa conexión con Dargan, eso le daba siempre cierta calma, pero sin esta, se sentía perdida, siendo no la magia lo inestable en ella, si no que su mera existencia.

La mano en su hombro se movió para darle unas palmadas, así que volvió a enfocarse en el rostro ajeno.

“Lo eres, sí, y probablemente nunca dejes de serlo, pero lo que hiciste esa vez, requería una cantidad de control impresionante, pudiste matarlos a todos si así se te antojaba, y a pesar de la ira que expedías, no lo hiciste. Debes darte el crédito por eso.”

Eso no lo podía negar.

Le pudo hacer tantas cosas a esa gente, y no lo hizo, incluso con su madre hablándole en el hombro, como el demonio que era, tentándola a hacer el mal. Solo hizo lo que debía hacer, solo corrompió a la vieja, que era ahí quien más la dañó durante su vida, y se conformó con esa humillación, nada más. Pudo hacerle tantas cosas, pudo herirla de tantas formas, pero se contuvo. Aun sin ser ella misma, siendo la horrible persona que era cuando esos poderes de apoderaban de ella, mantuvo, aunque sea, una parte de su humanidad.

Así que asintió, sabiendo que era cierto.

Pero eso no garantizaba que las siguientes veces fuesen similares.

Dargan alejó la mano de ella, y notó como se dio media vuelta, volviendo a apoyarse en la pared, y ya ahí, él le sonrió, con una sonrisa diferente a las anteriores, algo malévola.

“Estoy aprendiendo el otro hechizo, el que duerme tu poder pero no a ti, pero no dudes que usaré el antiguo para dormirte si es que te encuentro haciendo algo estúpido, sobre todo, no voy a dejarte que le hagas nada ni a Finneas ni a Myrtle, ¿Oíste?”

A pesar de la amenaza, sonrió, aliviada.

“Gracias, Dargan.”

No quería hacerle daño a nadie.

Era una buena persona, a pesar de no sentirse una persona en si, por lo mismo, no se sentía bien cuando lastimaba a alguien, cuando abusaba de alguien, cuando hacía que los demás perdiesen sus sentidos, perdiesen su capacidad para decidir, para consentir. No quería ser un monstruo, y ahora que conoció a su madre, sabía bien como lucía uno.

Por lo mismo, agradecería siempre que hubiese alguien ahí para que la tuviese bajo control.

Y si, ese antiguo hechizo le afectaba, demasiado, pero si es que con eso evitaba lastimar a alguien, evitaba herir a quienes quería, a quienes menos quería lastimar, valía la pena el sufrir los efectos adversos.

“¿No se te queda nada?”

Dargan le preguntó, y miró alrededor, negando, estando segura de que era su auto, en el velador, lo único que le faltaba por meter dentro de la maleta, y aprovechando de mirar, sintió ese golpe de nostalgia. Había pasado los últimos años ahí, así que era sin duda extraño irse. Así que su mirada terminó en su compañero de cuarto, a quien no vería dormir a su lado, quien no estaría ahí presente todo el tiempo, protegiendo al mundo de ella.

“Te voy a extrañar.”

Así que fue honesta con su sentir, y a pesar de eso, Dargan soltó una risa, y pudo notar la burla en él, nada extraño en realidad, no tenía idea que esperaba.

“Por favor, realmente el ser más un demonio que nunca te está haciendo mentir descaradamente.”

¿Qué?

No pudo ocultar su indignación, si, tal vez era más un demonio, la magia oscura saliendo de sus poros como si fuese la propia, como si siempre se hubiese estado moviendo libremente por su cuerpo humanoide. Pero eso no la hacía volverse una mala persona, o sea, si, pero no. No le parecía bien el mentir ni esas cosas, menos con alguien como él, que fue su compañero por tanto tiempo, y que aun seguía siendo su compañero de equipo.

Dargan soltó una risa más antes de mirarla, con los ojos pequeños ante la mueca.

“No me vas a extrañar, si vas a estar con Myrtle, ¿Siquiera te vas a acordar de mi? No me mientas así. De ser por ti, ni saldrías del cuarto.”

Oh.

A eso se refería.

A pesar de ser mitad demonio, mitad súcubo, no pudo evitar que se le enrojeciese el rostro. Temía que lo que él decía fuese cierto, porque no había tenido un tiempo a solas con Myrtle después de todo lo ocurrido, lo dijo, todo pasó muy rápido, así que no tenía idea cómo reaccionaría su cuerpo, porque, luego de lo que ocurrió…

No, estaba más roja ahora.

Le caía el peso de lo que habían hecho, y ante el caos, ante la desesperación y el pánico, no lo tuvo realmente pendiente.

Pero si, esa era la razón por la que se cambiaba de cuarto, la razón por la que iba a vivir ahora con Myrtle, ya que, al haberle hecho la marca aquella, al haberla tomado como posesión, los lideres temían que el que esta estuviese en contacto permanente con alguien más pudiese hacer que sucumbiese a la locura.

Y si, posible era.

Finneas no era ese tipo de sujeto, no tocaría a Myrtle ni nada así, como para causar que su reacción a la marca la hiciese perderse en su posesividad, pero era mejor evitar cualquier riesgo, o ellos querían evitar cualquier riesgo. Daba un poco igual, ya que eso podría pasar hasta fuera de los dormitorios, e igualmente se volvería loca, incluso viviendo con Myrtle, el demonio queriendo estar todo el tiempo, cada segundo, cerca, para que nadie ajeno se le acercase.

Esperaba que no pasara, por supuesto.

Su reacción no fue buena esa vez, y ahora bien podía ser peor.

Soltó un suspiro.

“Espero no volverme así de posesiva, no quisiera importunar a Myrtle con esto.”

No, Myrtle se estaba esforzando demasiado para pertenecer ahí, entrenándose para hacerse más fuerte, para aprender lo más posible y ser aceptada, y ahora, que no era una virgen, podía realmente hacer que la valorasen por la bruja que era, por el poder que tenía. Ya lo dijo, iba a hacer lo que sea para que esta pudiese quedarse, y eso logró luego de su arrebato, y por lo mismo, iba a seguir atenta, para que no la marginasen como antes.

Se pelearía con Satán si era necesario.

Aunque, bueno, de cierta manera, ya lo había hecho...

“Myrtle probablemente te perdone, es muy blanda cuando se trata de ti.”

Dargan habló, sonando muy seguro, y a pesar de las emociones que la inundaban, sonrió, feliz de escuchar eso. No creía que fuese algo bueno, que Myrtle la perdonase, incluso cuando hizo tantas cosas malas, y, por eso, quería disculparse por haber mostrado un lado así de ella aquel día, quería ser mejor, y ahora, que tenía esa nueva unión con esta, quería ser doblemente mejor.

Myrtle era muy buena con ella, por lo mismo, quería ser muy buena en respuesta.

Escuchó un golpeteo, haciéndola salir de su cabeza, y miró hacia la puerta, Dargan abriéndola al estar cerca, y ahí entró Finneas, quien le dio una mirada fría a ella luego de saludar a quien sería su nuevo compañero de cuarto. Este no le dijo nada, camino hasta ella, solo para dejar la maleta en la que antes era su cama.

Y entendiendo la frialdad, salió de ahí, caminando hasta la puerta, donde aun estaba Dargan, mirando la escena con una mueca, divirtiéndose.

“¿Está muy enojado conmigo?”

Le preguntó, susurrando, una parte de ella sabiendo la respuesta.

Habían pasado muchas cosas, como lo que pasó aquella vez, donde se intentaron matar mutuamente, y luego el hecho de que hizo lo que hizo en el cuarto ajeno, aprovechándose de la ausencia de Finneas, así que buenas razones tenía para estar enojado con ella.

Dargar no lucía para nada preocupado, levantándose de hombros.

“Está más decepcionado que enojado, si planeaban algo así, bien debieron decírnoslo en vez de ir a nuestras espaldas.”

Oh, bueno, si lo ponía así…

“Supongo que nos merecemos el sentimiento.”

Pero dudaba que ambos las ayudasen, al ser tan apegados a las reglas, y en realidad, era mejor si no sabían, de ser así, podrían haberles arruinado la reputación buena que tenían ahí en la secta. Sin embargo, eran sus compañeros, y les debían algo de confianza al menos.

“Voy a trabajar para ser una mejor compañera de ahora de adelante.”

Dijo, confiando, sabiendo que nunca debía prometer algo que sabía que no sería capaz de cumplir, por eso, trabajaría para ser mejor, en todos los sentidos posibles. Eran tiempos de cambios, su cuerpo había cambiado, sus poderes habían cambiado, ya no era la misma de antes, así que tendría que al menos enfocarse en ir a mejor, y no al contrario

Dargan le dio una sonrisa, asintiendo, tomando su palabras, y Finneas, si bien no la miró, notó como hizo un leve movimiento, asintiendo también, casi imperceptible, pero lo tomaba.

“Nos veremos mañana en clases, así que intenta no cometer tantas depravaciones.”

Esperaba exactamente lo mismo.

Asintió, sintiendo las orejas arder, y pasó por la puerta, despidiéndose, iniciando su camino hacia la otra habitación. Respiró profundo, recordando aquel día, cuando hizo ese mismo recorrido, con emociones muy fuertes pasando por su cuerpo, miedo, ansiedad, tristeza, todo abalanzándose, sabiendo bien que podía ese ser el fin para siempre.

No quería perder a Myrtle, y sabía bien que podría ser inevitable, que, al dar ese paso, todo se acababa.

Porque al final, era una virgen, que dejaría de serlo, y ahí, la utilidad que tenía ahí se desvanecía. Ese culto se llenaba de poder al darle devoción a Satán, todos ahí le ofrecían pleitesía, y eran recompensados con aquella magia propia del infierno, pero a veces, eso no era suficiente, por eso tenían ahí a brujas que tenían aquel rasgo, la pureza, para hacer a Satán más feliz, para darle aun más lo que desea, y mientras más vírgenes le ofreciesen, más poder tendría el culto.

Poder que sabía que ella le otorgaba al culto solo por estar ahí.

Era miserable al saber que la habían degradado tanto, a pesar de ser útil para que el culto tuviese esa fuerza, pero al menos, podía quedarse en paz, sabiendo que había obtenido el respeto que merecía. Dudaba que sus pares la viesen como nada más que una pervertida incontrolable, que lo era, pero al menos aceptaba el que los lideres dejasen de degradarla como solía ser.

No la tratarían jamás como trataban a un demonio.

Pero era un gran cambio en comparación con antes, y era esperable con la visita de su madre, y en un tiempo más, probablemente el regaño dejaría de serles relevante, lo irían olvidando, dejarían de tomarle importancia, y ahí, ella debería dar un paso adelante y darse a respetar. Demostrarles ahí quien era, lo que era, y recordarles su lugar.

Ello no eran nada contra ella.

Los líderes valían nada si su poder estaba en la ecuación.

Sintió calor en su pelvis, acallando sus pensamientos, deteniéndola ahí, a solo unos metros de la puerta a la que tendría que entrar. Bajó la mirada, observando su estómago, la marca brillante dejándose ver, y eso era preocupante. Sabía lo que había ahí, le pasó hace poco cuando se duchaba, sus pensamientos retorciéndose de esa misma forma, una parte de ella despertando, con facilidad así, pero no descontrolada, porque apenas sentía ese calor lograba recuperar la cordura.

Esa marca no estaba antes en su cuerpo, ni siquiera cuando perdía el control, cuando perdía su humanidad.

No, tenía claro que algo había cambiado aquel día, así mismo podía notarlo, físicamente.

La puerta, la cual observaba, se abrió, y vio a Myrtle asomándose, y se vio en la obligación, más por vergüenza que por otra razón, a ocultar con su mano libre la marca en su estómago, aunque con el brillo, era imposible ocultarla del todo. No notó sorpresa en el rostro ajeno, al verla ahí, de hecho, parecía no solo esperarla, si no saber que se le acercaba, y eso mismo hizo que la zona en su estomago se calentase más.

Claro, estaban conectadas, podían sentir la energía de la otra al acercarse.

Myrtle le sonrió, dulce, suave, mirándola a ella con semejante rostro, luego de todo el mal que había hecho.

Pero lo hizo por Myrtle.

Para protegerla.

Y tenerla ahí, era la prueba de eso.

Así que, a pesar de esas sensaciones nuevas, así como emociones complicadas, acabó sonriendo, sabiendo que sí, era para mejor.

Valía la pena.

 

Chapter 159: Royal Guard -Parte 3-

Chapter Text

ROYAL GUARD

-Culpable-

 

“¿Van a enterrarla?”

No quería hablar.

No quería responder preguntas.

Y menos de las cuales no tenía respuestas.

Soltó un suspiro, notando como la mujer desconocida aquella, desconocida para ella, pero no para la difunta condesa, se bajaba de aquel lugar, y se movía por su cuarto, moviendo la cuchilla sin parar. Por su propio uniforme, esta debía de saber que ahí tenía un buen rango, era quien protegía a la realeza, era quien tenía un lugar importante para las altas clases de su país.

Y porque la condesa le dio esa vida, juró protegerla en ese viaje.

Lo cual no consiguió.

Por eso, esta le hablaba, le preguntaba, sabiendo que, si alguien sabía sobre eso, era ella, y si, tenía ideas, pero era incapaz de ponerlas en práctica, dejando que los asesores de la condesa se encargasen de todos esos trámites, ella ya no tenía ahí trabajo alguno, porque a la única persona que debía proteger, murió bajo su mirada.

Pero, conocía como funcionaba el protocolo.

“El plan era devolver a la condesa a su país, pero ahora, muerta, el protocolo es hacer lo mismo, el llevar su cuerpo a donde pertenece, para que le sea dado un funeral apropiado.”

Habló, monótonamente, vacía por dentro.

Vivía gracias a la condesa.

Así como moriría por la condesa.

Pero, existir en un mundo donde la condesa no existía, para ella, era una vida que ni siquiera tenía sentido vivir. Bien podría volver, con el ataúd de quien le dio aquel trabajo, quien la instruyó en esa vida, y seguir haciendo su función como guardia real, protegiendo a la realeza, y como la mayoría no salía de ahí, de las mansiones, de los castillos, mucho trabajo no tendría.

Solo vigilaría las puertas, los pasillos.

Y fallaría, también allá.

Era diferente al trabajo que obtuvo ahí, con la condesa, durante ese ultimo tiempo, quien era ahí quien movía los hilos para la familia real, quien era prácticamente parte de la familia real, y tenía tanta influencia, que era llevada a esas reuniones en otros países, en busca de la diplomacia.

Una diplomacia que no existía, considerando que apenas llegaron ahí, las amenazas no pararon de llegar.

La muerte aproximándose.

Sabía que algún día alguien querría matar a las grandes cúspides de un país como el suyo, pero no creyó que sería a la condesa, menos ahí, frente a su propia nariz.

Soltó un gruñido frustrado, levantándose, tomando lo que tenía a la mano, que era una lampara sobre una de las mesas, sujetándola en su mano, y no dudó ni un segundo en estamparla contra la pared. Respiró apresuradamente, sintiendo la ira subir a su cabeza, haciéndola sentir impotencia, enojo, recordándose lo completamente inútil que fue su presencia ahí. Haber estado ahí, o no, no hubiese hecho ninguna maldita diferencia.

Sin importar su desempeño, la condesa hubiese muerto de igual manera.

Viendo la lampara en pedazos, los cristales en el suelo, comenzó a calmar su respiración, dejando ir esas emociones alborotadas, sabiendo que la ira, que la molestia que sentía consigo misma, frustrada por su incompetencia, no harían ninguna diferencia, ni siquiera su tristeza haría diferencia alguna, aunque gritase, aunque llorase, la condesa no volvería.

Con su arrebato, la mujer ahí presente, dejó de hacer el movimiento con la cuchilla, y la habitación quedó en un absoluto silencio, su propia respiración dejando de estar acelerada, calmándose, así como la respiración ajena, casi imperceptible.

Le dio una mirada a la mujer, y desde esa dirección, podía ver en su mayoría solo el lado destruido del rostro, la cicatriz cruzando el ojo derecho, quitándole la visión. Se fijó también en las ropas que esta usaba, más específicamente la capucha que la rodeaba del cuerpo, la tela rota, como si hubiese salido de incontables batallas, sobreviviendo. Aun no sabía con seguridad cual era la profesión de esa mujer, y si bien lucía pequeña, más baja de lo que ella era, y viéndose más vulnerable por la delgadez, se recordaba a si misma de que esta era más valiosa que un escuadrón.

No veía mayor expresión en esta, ni parecía decirle nada por su arrebato, por la situación, callando, incluso deteniendo los movimientos inconscientes sobre la cuchilla.

Silencio, nada más que silencio.

El silencio propio del luto.

La condesa confiaba en esa mujer, y al parecer, esa mujer quería a la condesa, así que ante eso, se vio obligada a hablar, o más bien, a preguntar.

“¿Conocías a la condesa?”

Solo para alimentar su curiosidad.

No era tan cercana a la condesa, no debía, porque tenía una labor, por lo mismo, no podía involucrarse más de lo necesario, por lo mismo, se enfocaba en entrenarse cada día que no trabajase en las puertas, protegiendo a la realeza, así que cuando se veía con la condesa, era nada más que cortesías, a menos que tuviese un viaje, y ahí, la escogía a ella en particular para que la acompañase, para que la defendiese. Y sonreía cuando sucedía, siendo la condesa que le dio esa vida, y era suficiente para permanecer a su lado.

Aun no podía creer que le falló.

Que la condesa creyó en ella con tanto fervor, y le falló, estando ahí, tan cerca.

“La condesa me recogió de la basura, años atrás, cuando me había rendido, cuando decidí no vivir más. Ella se apiadó de mí, y me dio un propósito en la vida. Soy capaz de sobrevivir en este mundo, porque la condesa así lo quiso.”

La mujer habló, la voz suave, en calma, casi monótona, pero pudo notar el cariño en el tono, pudo notar lo que escuchaba en sí misma, esa adoración.

Así era la condesa, era esa mujer fiera que conseguía lo que quería, que escalaba sin parar, obteniendo más y más poder, la sed de poder y la realeza misma en la sangre haciéndole innato el crecer frente a las masas, pero al mismo tiempo, era tan considerada con personas tan carentes de valor, con personas perdidas. Les devolvía la vida a quienes lo necesitaban, les daba un propósito, una razón para seguir viviendo. No importaba que esta estuviese tan alto, eso no le impedía mirar hacia abajo, y ver al resto de la humanidad, por más insignificante que fuese.

Al parecer así pasó con Butterfly Knife.

Como pasó exactamente con ella.

Esa era Zene Folliot de Crenneville-Chotek.

Lamentaba no haberla podido salvar, luego de que salvó a tantos.

Y todo ese peso, debía de caer en ella.

Apretó los puños, sintiendo los ojos arder, queriendo soltar todo ese sentimiento, pero no podía soltar lágrimas, no siendo ella la culpable.

“Era mi responsabilidad protegerla, sabía que sería atacada, y, aun así, en vez de dejar a guardias con menor experiencia que yo, debí quedarme yo fuera de su puerta a cada momento.”

Pero debía prepararse para cambiar de identidad, para hacer aquel juego, y ya estaba preparada para empezar lo más pronto posible, y así, poder darle libertad a la condesa, la libertad de volver a donde provenía, a donde era necesitada, donde su existencia hacía una diferencia.

Y no, falló.

Miró a la mujer, esta dándole una mirada de vuelta, la expresión ajena tan carente como cansada, y creía que su propia expresión era similar, pero llena de culpa, de impotencia, de frustración. Sabía lo que venía ahora, sabía que debía pagar por su inoperancia, y más que responder ante los altos rangos, ante la realeza, creía que debía responder, primero que todo, a quienes vivían gracias a la condesa.

Como esa mujer ahí parada.

“Si ante tu pena, ante la pérdida, deseas culpar a alguien, recuerda que fui yo quien falló, y si quieres castigar a alguien por arrebatarte a quien querías, debería ser a mi.”

Se puso firme, con los brazos tras su espalda, posicionándose, sabiendo que si alguien quería matarla por sus fallos, era tal vez esa mujer, y si no era esta, sería la realeza. Muchos querían a la condesa, y por lo mismo, merecía ser colgada en la plaza de la capital, el que su cabeza se desprendiese de su cuello, y creía que si no obtenía eso, que si no pagaba por lo que causó, no podría vivir consigo misma.

Vivía por la condesa.

Moría por la condesa.

Quienes la querían, debían querer matarla.

Butterfly Knife se paró frente a ella, con el ojo funcional observándola, luciendo en ese instante, diferente. Luciendo como debía lucir esa mujer, esa asesina, esa espía, esa mercenaria, esa persona que sabía bien que tenía las manos cubiertas de sangre, quien era lo suficientemente capaz para asesinar a quienes eran asesinos.

Y experimentó el miedo.

Pero era un miedo que merecía experimentar.

Merecía sufrir el mismo dolor que su condesa experimentó.

La mujer movió el cuchillo, haciéndolo girar en la mano, acomodándolo, la punta filosa ahora apuntándola, apuntando su rostro, y fue fuerte, se mantuvo firme, a pesar de que el filo pasó por su piel, rozándola, delineando su rostro. Y quiso que la hoja entrase, que cortase su piel, que dejase una cicatriz como la que veía en el rostro ajeno, el cual carecía de expresión, porque no merecía tener el rostro de a quien le falló.

No, debía romperlo.

Debía morir teniendo un rostro diferente.

Porque tener ese rostro, era un insulto para su condesa.

“No puedo hacerle daño a este rostro.”

La mujer habló, la cuchilla retrocediendo, una mirada afligida en el rosto de esta, una mueca que pasó de la completa carencia, a verse dolorida, incapaz de lastimar el rostro de la persona que quería, a pesar de que fuese un don nadie quien tenía esa piel, quien no merecía esa piel. Y sintió decepción, decepción al no tener castigo.

Al no pagar con sangre, por la sangre que la condesa perdió en sus últimos momentos.

La condesa merecía vivir, y ella merecía el peor castigo que la humanidad pudiese darle, por ser incapaz de protegerla, de permitir que su país continuase celebrando a esa mujer, quien tanto hizo por su gente, por niños solitarios como ella, por niños que eran nada más que basura como la chica frente a ella. Esta veía lo mejor en los demás, veía lo mejor incluso en quienes no tenían nada, y cada vez se odiaría a sí misma, sabiendo lo que le arrebató a la humanidad.

“Pero si puedo hacerle daño a quienes hicieron esto.”

La mujer habló, con el rostro tenso, provocándole escalofríos, viendo ahí la expresión de quien mataba, de quien asesinaba, de quien vagaba en la oscuridad, tomando lo que le pertenecía. Esos ojos, incluso el ciego, observándola, con una mezcla entre odio y frialdad.

Pero ¿Quién fue?

“Contrataron asesinos, pudo haber sido cualquiera. Quien maté no era nada más que un peón en un juego mucho más amplio.”

Buscar culpables, era una tarea imposible, sobre todo cuando la condesa se ganó tanto odio de otros países, envidiando y molestándole la influencia que tenía, el poder que tenía, molestos con su existencia.

La mujer asintió, entendiendo su punto, pero, aun así, lucía pensativa, sin quitarse la idea de la mente, mientras la mano volvía a moverse, a girar la cuchilla.

“Todos dejan una huella, y si encontramos una huella, encontraremos un rastro.”

Butterfly Knife se movió apenas dijo esa frase, caminando hasta la puerta, la capa meneándose con lo intenso del movimiento.

Esta iba a ir donde el cuerpo, donde el asesino, y buscar una pista.

Y a pesar de todo lo que sentía, de todo lo que la embargaba, la sed de venganza en la mujer la instó a moverse, a seguirla, a correr tras de esta, persiguiéndola, hasta llegar una vez más a la habitación de la condesa, donde esta estaba segura tras esas puertas, pero no por mucho.

Pudo notar el caos aun ahí, en esa oscuridad, la sangre en las puertas, en las paredes, se notaba que el atacante había entrado ahí con una intención maligna, con odio, y sintió el estómago revolverse ante lo intenso que era el aroma a sangre, instándola a vomitar, a pesar de estar relativamente acostumbrada a ese olor.

Pero saber que ahí estuvo su condesa, tirada en el suelo, muerta, lo hizo todo peor.

Al menos, no estaba ya.

Debieron habérsela llevado, para tratar el cuerpo, para preservarlo en un cajón, y adelantar los preparativos de la salida del país, lo cual tenían ya todo arreglado y predispuesto, pero nunca imaginaron que la llevarían de vuelta, pero muerta. Sin embargo, el cuerpo del asesino continuaba ahí, tirado, con las heridas que ella le provocó, nadie moviendo el cuerpo de un terrorista, sin tener intenciones de darle una pizca de humanidad a un ser así de despreciable.

A alguien que le hizo daño a la condesa.

La mujer se movió por el lugar, llegando primer que todo donde el asesino, acercándose, moviendo la cuchilla por la ropa del asesino, desgarrándosela. Y se quedó ahí de pie, las náuseas desapareciendo ante la curiosidad, sin saber que era lo que esta estaba haciendo.

Le desgarró la ropa del pecho, abriéndolo, inspeccionando el torso del hombre, incluso llegando a limpiar la piel ensangrentada, solo para poder verla minuciosamente, pero al parecer no encontró lo que buscaba, así que rompió más la ropa, exponiendo uno de los brazos. Esta lo revisó, moviéndolo en varias direcciones, pero no encontró nada, así que se movió al otro brazo, y ahí, prontamente, notó lo que esta buscaba.

Un tatuaje, una marca.

Veía letras, así como veía algo similar a una serpiente.

Así que se acercó, para ver más de cerca.

Eran símbolos que no conocía, que no podía entender, pero ya más cerca, podía darse cuenta que no era una serpiente lo que acompañaba los símbolos, si no que parecía un látigo, notándose el mango en una de las puntas, que al principio creyó que era la cabeza de la serpiente.

“¿Lo reconoces?”

Preguntó, luego de unos momentos ahí, en silencio, la mujer analizando una y otra vez la imagen. Esta asintió, lentamente, pero aun pensativa, enfocada en el cuerpo.

“He visto una marca similar antes, son de un grupo criminal, pero, no tiene sentido que vayan por la condesa. Tenías un buen punto, la condesa tenía muchos enemigos internacionalmente, y cualquiera con poder contrataría a alguien como yo para hacer ese trabajo, alguien sin identidad que deje pocas huellas, para ser difíciles de rastrear, no a una organización.”

Si, eso tenía sentido. Nadie contrataría a un grupo criminal para hacerse cargo de una persona, porque eso involucraba muchas personas, involucraba muchos ojos, muchos testigos. Cualquiera inteligente, tomaría la opción de dejar el menor rastro posible que lo llevase a si mismo ante un atentado semejante.

Pero, le quedaba una duda.

“¿Por qué dices que no tiene sentido que esos criminales vayan por la condesa? Como tantos otros, debían tener sus razones.”

La mujer de inmediato negó, sin siquiera pensárselo.

“No, porque si esa organización quisiese matar a la condesa significaría que ella es…”

Y esta se detuvo, girando el rostro, mirando al lugar exacto donde estuvo antes tirado el cuerpo de la condesa, muerto. Notó sorpresa en la expresión ajena, miedo, confusión, mientras parecía pensar, darle vueltas al asunto. Y luego de momentos eternos así, ella quedándose en silencio para no romperle el tren de pensamientos, esta soltó un suspiro.

“Si, puede que no sea este su modus operandi, pero si fue alguien de esa banda criminal quien asesinó a la condesa, significa que no están libres de culpa. La razón por la que matasen a la condesa no importa, solo importa que lo hicieron.”

Esta se levantó, mirando hacia una de las ventanas, la cual estaba abierta, y no se había fijado si estaba así antes, bien pudo entrar ese desconocido por ahí, en vez de por las puertas. Entrando desde afuera, no viniendo desde adentro.

La mujer se giró, ahí de pie, mirándola hacia abajo, una expresión determinada, así como fría, en el rostro, la mirada de una asesina.

“No dejaré que su muerte se vaya impune, así que les daré caza, los haré pagar. La pregunta es, ¿Tú que harás?”

¿Ella? 

Bajó la mirada, sin saber cómo responder a eso.

¿Qué iba a hacer?

No podía hacer nada, solo aceptar el castigo que le diesen cuando volviese a su pais, cuando se enfrentase al escrutinio de la población, de su país, de la realeza. Iba a hacer que la muerte de la condesa cayese sobre sus hombros, porque ahí era la culpable, era quien no cumplió con su deber, quien falló miserablemente.

Pero ¿Era eso suficiente?

Levantó la mirada, notando como la mujer no había cambiado la expresión en lo más mínimo, no, creía que lucía aun más fría, aun más intensa, y tragó pesado cuando esta abrió la boca, lista para hablarle.

“¿Vas a dejar que quienes mataron a la condesa estés libres? ¿Vas a condenarte a ti misma mientras los verdaderos culpables siguen ahí afuera?”

Porque eso haría Butterfly Knife, iba a vengarse, iba a ir ahí afuera y hacer pagar a esa organización por aquellos infames actos. Y si bien creía imposible culpar a alguien tanto como se culpaba a sí misma, se levantó, esas preguntas haciéndola cuestionárselo.

Machacarse a si misma, castigarse, no haría una diferencia, no traería de vuelta a la condesa, mucho menos le traería justicia. Así que, sacudiéndose la ropa, su uniforme, que la señalaba como la fiel sirviente de la condesa, se paró firme, orgullosa de llevar esa ropa, ese emblema en ella.

“Te acompañaré, y usaré la espada con la que le juré lealtad a la realeza, para darle a la condesa la justicia que merece.”

Habló, firme, decidida.

Falló protegiéndola.

Pero ahora, no fallaría dándole paz a su alma.

De eso se trataba, de justicia, y no parecía hasta obtenerla.

 

Chapter 160: Cancer -Parte 4-

Chapter Text

CANCER

-Hábitos-

Respiró profundo.

Hace tiempo que no se tomaba un día libre, y lo aprovechaba para relajarse. No era buena para eso, para relajarse, pero entre el mar humor y el secretismo de su madre, como lo profundamente molesta que se había vuelto su jefa, además de los sentimientos que empezaban a crecer dentro de ella, estaba dándose cuenta de que realmente necesitaba un momento así.

El dejar de pensar.

Por más imposible que fuese.

Miró hacia el horizonte, notando el mar, este brillante por el sol, así como el sonido aquel de las olas rompiéndose, chocando. A esa hora, temprano en la mañana, no había muchas personas caminando por la costa, incluso en esa época, y por una parte era mejor, que las olas se movían con fuerza, y si alguien se metía ahí, con cierta inexperiencia, acabaría en problemas.

Esa era una buena razón para ella el no meterse.

Le gustaba el agua, sí, pero no era buena nadadora.

Podría tal vez aguantar en la superficie un rato, pero caía, se hundía, se ahogaba, miserablemente, literalmente y metafóricamente.

No como su amiga, allá, en el mar, moviéndose con la larga tabla sobre las olas. Era la única ahí en el agitado mar, aunque ahora, con el sol apareciendo, no se veía tan tormentoso, pero cuando llegó ahí, hace una hora, sí que lo estaba. Poco a poco la ferocidad del mar mermaba con el pasar del día, y por lo mismo, su amiga volvía a la costa, nadando hasta poder poner ambos pies sobre la tierra y caminar hacia ella.

No se habían visto hace algún tiempo, culpaba al trabajo, pero a pesar de todo, seguían en contacto, en la medida de lo posible.

Esta le sonrió, acercándose, sentándose a su lado, el traje cubriéndole cuerpo, pero, aun así, podía notar que se había bronceado demasiado, de nuevo. La facilidad que esta tenía para cambiar de color, eso le sorprendía. Ella se ponía roja, aún más roja, y luego volvía a su color.

“Te ves mayor, debes estar cansada.”

Pisces le dijo, mientras se desataba el cabello, este completamente mojado, hasta un par de gotas le tiró encima.

Ante eso, no pudo negarlo, tenía hasta ojeras, de hecho, Pisces era un par de años mayor que ella, y esta se veía siempre radiante, luciendo joven, como si no tuviese preocupaciones, libre de todo, siempre limpia, y la envidiaba un poco en ese aspecto. Esos últimos años, ella había envejecido mucho con todo el estrés por el que pasó, y hace unos años, hubiese estado feliz de eso, porque siempre le decían que era muy infantil, que se veía como una niña pequeña.

Y no podía disfrutar el sentirse de su edad.

“Ya sabes, la vida, siempre dando vueltas.”

Vueltas misteriosas.

Pisces soltó una risa al escucharla, mientras negaba.

“Te dije que debías dejar ir ese trabajo, no te ha hecho bien el quedarte.”

Si, se lo dijo.

Amar es dejar ir, le dijo.

Y en realidad, cuando su pelea con Leo llegó a un punto culminé, creyó que lo mejor sería simplemente renunciar, y de hecho, aun creía que era lo mejor el renunciar de una vez. Pero le enojaba, más que la situación en si, ella misma, el saber que le afectaba tanto con quien trabajaba, para quien trabajaba, por lo que pasó, que la hacía sentir indignada.

¿Por qué no podía superarlo y ya?

¿Por qué tenía que huir siempre?

Soltó un suspiro, por reflejo buscando su cajetilla en el bolsillo, pero la dejó en el auto, así que estaba obligada a hablar y respirar aire fresco.

“Es un buen trabajo, el conseguir un puesto así de seguro, un puesto relativamente tranquilo para una compañía así de grande, y con una buena paga, es muy difícil. Se que permanezco ahí por mi propio ego, para demostrarme que puedo luchar mis propias batallas sin tener que huir a esconderme con mi madre, pero, aunque decidiese huir, sería tonto el dejar ir el trabajo perfecto.”

Era estresante, sí, pero conseguía mucho gracias a ese trabajo.

También estaba su horario flexible, que le servía para ayudar en el restaurante si es que sucedía un percance, estaba en su contrato, en otro trabajo, lo tendría más difícil. Leo podría ser su peor pesadilla como jefa, pero, aun así, le mantuvo el contrato, la mantenía en esa buena posición, continuó dándole la misma paga. Aún conservaba los privilegios que obtuvo siendo la novia de la jefa años atrás, cuando recién salió de la universidad, a pesar de que terminaron a solo unos meses que empezaron a trabajar juntas.

De ser así, valía la pena el sacrificio que hacía.

Nadie le aseguraba que encontraría otro trabajo, ni que aquel trabajo sería menos agotador que el que ya tenía.

Prefería diablo conocido que diablo por conocer.

Pisces asintió, mirándola de reojo, para luego continuar mirando el mar, los ojos pensativos a pesar de que el rostro ajeno se viese siempre calmado, relajado, con una sonrisa siempre encima. Ella se había vuelto más amargada con los años, se parecía más y más a su madre, cada día.

“Te entiendo, pero, si ya no puedes más, siempre puedes trabajar como administradora del restaurante a tiempo completo. No creo que a Scorpio le moleste.”

Oh no, no le molestaría.

Aunque ya parecía estresada con su idea de ayudar, porque andaba de mal humor, y se ponía sensible y algo territorial, así que tendría que lidiar con esta con cuidado. Pero si, llegado el minuto, si llegaba a renunciar, no acabaría tirada en la calle, siempre podría hacer un trabajo más presencial en el negocio de su madre, así mantenerse ocupada.

Al menos siempre tenía una salida.

Aunque de nuevo, eso de correr a salvaguardarse con su madre, no era su preferencia. Ya no era una niña, hace ya años que era una adulta, quería sentirse de una vez como una.

Pisces dio un salto, dando una palmada con las manos, y la vio emocionada, demasiado animada de hecho, tomándola por sorpresa.

“Hablando de tu madre, me dijo que estaba preocupada por ti, que tenías un romance o algo así, me duele que tenga que decirme ella, en vez de oír la primicia directamente de la fuente.”

Oh, así que era por eso.

De inmediato negó, sintiéndose enrojecer.

Su madre no hacía nada sin razón, y creía que el mencionar esa mentira a la amiga que compartían, era sin duda con una razón malévola, ¿Por qué hablarle a Pisces de ella en vez de hablarle de si misma? Se cruzó de brazos, soltando un bufido.

“No tengo ningún romance del que contar, pero te apuesto que no te dijo nada sobre lo mal que ella lo está pasando, se puso a beber e hizo un escándalo, y habla de mi para distraer tu atención de ella.”

Pisces la miró con cierta sorpresa, y de inmediato puso una mueca de frustración.

“Me sorprendió que estuviese de tan buen humor, pero que a pesar de eso no contase nada. Pensé que algo bueno había ocurrido, pero solo me habló de ti para que no metiese mi nariz. Esa mujer, no cambia nunca, ni aunque esté en sus peores momentos.”

Su madre si, lo era.

Y hablaban ahí desde la experiencia, la hija y la amiga.

Aunque igual, desde hace varios años, que la relación entre su madre y Pisces se había resquebrajado un poco, y debía admitir que en parte era su propia culpa. Se conocieron en una clase de buceo, años atrás, ella en su último año de escuela, y Pisces era ahí quien daba las clases, y con su madre se llevaron bien de inmediato, lo que terminó uniendo a las tres.

Para ella, Pisces se convirtió en una gran amiga.

Pero para su madre, Pisces fue más que eso.

Obviamente, la mujer a su lado no tenía idea de eso, de los sentimientos de su madre hacia esta, porque jamás le dijo, jamás se lo mencionó, pero ella lo notó. Su madre no era la persona más agradable, era oscura y malhumorada, pero con Pisces, era mejor, hacía un intento, y en más de una ocasión incluso coqueteaba a su manera.

Ella era un poco densa, sí.

Pero Pisces incluso más.

Así que, antes de que su madre pudiese declararse, ella se entrometió. En ese momento, no supo que pensar, sabiendo que Pisces era su amiga, y que era más cercana a la edad suya que la de su madre, y quedó tan confusa con la situación, que algo dijo al respecto, ni siquiera recordaba que en particular. Y por primera vez en su vida vio genuina tristeza en su madre, así como fue consciente de los momentos de felicidad que le había arrebatado.

Y hasta el día de hoy, aun le perseguía eso.

Porque quería que su madre fuese feliz, que pudiese tener una relación, volver a experimentar amor, ya que no lo había hecho desde que la tuvo, cuando esta ni siquiera era una adulta, así que perdió mucho al tenerla. Y deseando eso, le cortó las alas, y le arruinó una relación antes de siquiera poder llegar a puerto.

Y luego de eso, su madre comenzó a tratar a Pisces como trataba a los demás, sin esa cercanía anterior, sin esos coqueteos, sin esa clara intención de ser mejor persona a su alrededor. Y cuando quiso solucionarlo, ya era demasiado tarde, su madre decidió tirar esos sentimientos a la basura, y ahogarse en estos.

Cargaba con tantos arrepentimientos.

“No ha andado bien, y quiero ayudarla, pero el mencionar el tema solo la hace evitarlo más, y se ha puesto muy mal humorada conmigo.”

Quería reparar el daño.

Pero, ya era demasiado tarde.

Pisces asintió, entendiéndola. Conocía a su madre, no tan bien como ella, pero lo suficientemente bien para conocer esos rasgos, esos malos hábitos. La expresión ajena se tornó algo afligida, pero rápidamente esta cambió de humor, mirándola, sonriéndole, y sabía que ahora la conversación se enfocaría en ella, y creía haber heredado aquel rasgo evitativo de su madre.

“Si no puedo ayudarla a ella, bien puedo ayudarte a ti, ¿Lo que dijo Scorpio tiene algo de verdad? ¿Tengo una razón para preocuparme? Si viniste aquí, es porque realmente necesitabas un momento lejos de todo, y dudo que sea solo por el tema de tu madre.”

Pisces era una buena persona, compasiva, empática, tenía claro que siempre que necesitase un apoyo, ahí la tendría, como fue hace tres años. Pudo haber caído más en el abismo, pero tenía a su madre y a Pisces, quienes la aconsejaron, o más bien, la mujer a su lado la aconsejó, porque su madre solo quiso ir y matar a Leo con sus propias manos.

Pero si, la apoyaron, y creía que era una de las razones por las que podía seguir adelante.

Necesitaba ese confort que le daban esas personas, con las que se sentía en casa.

Se veía mal ahora, pero antes, oh no, era una persona completamente diferente, el termino de esa relación rompiéndola por completo. Era su primera relación importante, era su primer trabajo, fueron pocos años los de universidad, así que todo pasó muy rápido.

Fue demasiado para ella.

Juntó las manos frente a ella, dudando, siempre dudando, en hablar, en confesarse, sin querer sentirle tan vulnerable, lo era, si, esa situación la tenía así, llegaba sintiéndose así por los últimos años, pero creía que, ilusamente, tal y como su madre, que si simplemente barría todo bajo la alfombra, todos sus problemas se solucionarían.

Esos hábitos que heredó.

Pero no, no era así, ahí continuaba.

“Te hablé de que tuvimos que contratar nuevo personal de cocina hace tres meses, y me enamoré perdidamente de la chef. Mi madre quiere que lo dé todo, que un clavo saca a otro clavo y esas cosas, pero no creo que sea justo el iniciar una relación, ni el pensar en una relación, cuando aun no estoy bien con lo ocurrido.”

Así que habló.

Y era extraño el admitirlo, el admitir lo mucho que le gustaba Taurus.

Y lo que pasó hace unos días, aun no se le quitaba de la cabeza, la idea de tener una oportunidad la comía por dentro, y emocionada estaba, pero, no se sentía correcto. Taurus era una chica genial, era agradable con ella, cuidadosa incluso, y no quería hacerle pasar por los altibajos propios de su personalidad, menos con los altibajos que venían incluidos con aquella historia que tuvo.

No, no era justo.

A pesar de lo que dijo, Pisces soltó una risa, o más bien, una carcajada, tanto así, que la tomó por sorpresa, le impactó tanto que ni indignación pudo sentir. Esta reía con ganas, y se vio tocándose el rostro y verificando lo que dijo, creyendo que dijo algo tonto o que tenía una mueca graciosa. Cuando esta se calmó, la vio mirando el mar, pero aun luciendo divertida.

“A ustedes dos realmente les tengo que hacer una limpieza de energías, no puede ser que tengan ambas los mismos malos hábitos.”

Si, justo lo que dijo.

Ahí tenía otra forma de corroborar como se iba convirtiendo en su madre.

Soltó un bufido, sujetando a su amiga por el hombro, empujándola, sintiéndose avergonzada ante la risa que soltó, y al sobre pensar lo que dijo, más vergüenza sintió. Debió quedarse callada. No necesitaba una limpieza de chakras ni nada similar, necesitaba cambiar su existencia misma, un cambio de cuerpo, o algo así.

“Ya, dejemos de hablar de mí, cuéntame de tu vida, también has estado ocupada.”

“Ahí vas de nuevo, evitando la conversación.”

Pisces volvió a reír, pero sabía bien que esta no la obligaría a hablar más, a hurgar más, creía que lo que le dijo ya era suficiente, era más de lo que diría en otra situación, así que, al ver la sonrisa de la mujer, notó que si, que estaba satisfecha con ese nivel de comunicación. No era mucho, pero considerando que era ella y su madre sus amigas, tenía sentido que tuviese la vara muy abajo.

“Probablemente lo has escuchado, que hemos tenido algunas especies encallando en las costas, la clínica está lo suficientemente lejos para ser un problema el llevarnos los animales y luego devolverlos al mar, varios terminan falleciendo porque necesitan tratamientos más largos, y es imposible hacerlo en la clínica, no tenemos la indumentaria ni el espacio.”

Oh, había oído sobre eso.

Se estaba volviendo común, sobre todo considerando que vivían cerca del mar, y eso se notaba. Y Pisces, que trabajaba como médico veterinario, así como hacía acciones ecológicas, conocía eso mucho más. En más de alguna oportunidad la había visto subiendo fotos con animales que habían rescatado, pero ahora sabía que muchas especies simplemente morían.

A pesar de eso, la mujer continuó mirando al mar, sin cambiar la mueca, luciendo esperanzada incluso.

“El municipio tiene varios edificios en lista de espera, así que postulamos para que pusiesen un refugio en uno de los terrenos de acá de la costa, pero más no podemos hacer, dependerá de ellos y de la compañía que haga los edificios, dígase tu compañía.”

Ante la mención, se puso a pensar en eso, dando un salto, recordando.

Leo le había pedido que buscase a un arquitecto, y le dio algunos datos, así como alguien que, al cumplir con los requerimientos, iba a dejarla encargada para ese sitio, ¿Era el mismo del que hablaba Pisces? Podía ser que si, como podía equivocarse, sea como sea, no tenía idea que propuestas serían las que la arquitecta tomaría en consideración, ni tampoco sabía cuales aceptaría Leo al final del día.

Al parecer alargaría la conversación que tenía la próxima semana con la nueva arquitecta, tal vez podría mover los hilos un poco, si esta se interesaba en el tema tendría las probabilidades que si Leo decidiese por sí misma una propuesta al azar.

Aun así, no quiso ser demasiado optimista, no quería darle esperanzas falsas a su amiga, a pesar de que esta era totalmente capaz de soportar las malas noticias, a diferencia de ella. Así que pensó bien antes de hablar.

“Hay un proceso de contratación de nuevos arquitectos, estaré atenta si averiguo algo.”

A pesar de no decir mucho, ni dar esperanzas, ni nada factible, Pisces sonrió, tan esperanzada como agradecida con su apoyo, y obviamente la apoyaría, eso era lo que hacían los amigos después de todo.

“Espero que logremos ganar el proyecto, y si no, buscaremos ayuda de los colaboradores y arrendaremos algún lugar cercano para poder tratar a los animales rescatados. Muchos animales, al estar heridos, ya no pueden volver a su hábitat, no podrían sobrevivir, así que son puestos en zoológicos para que sean cuidados y alimentados, pero incluso si aceptan los animales que salvemos, nada nos asegura que sobrevivirán las horas de viaje que son hasta allá.”

El zoológico más cercano estaba a varias horas, si era un animal rescatado, probablemente no estaría recuperado del todo, lo que hacía el traslado más complicado. Ahora sus dilemas se veían tan ínfimos cuando consideraba que por otro lado había vidas en juego.

“Que hagas todo eso, que sigas luchando, a pesar de tantas muertes, me parece admirable. Si necesitas dinero o publicidad, no dudes en decirme, y haré lo que pueda para ayudar.”

Ofreció, y la mujer la miró, sonriendo, brillando, y ya se sentía de mejor ánimo. Pisces siempre era así, soñadora y optimista, a pesar de que hubiese tanta muerte en el trabajo como en la causa por la que luchaba. Dudaba ser ella quien hiciese algo así, estaría peor de lo que ya estaba.

Sintió la mano ajena en su hombro, esta aun algo húmeda con agua de mar, llamando su atención, así que la observó, atenta, esperando.

“Sabes, cuando empecé a trabajar, sufrí mucho con las pérdidas, y fue tu madre quien me hizo ver la muerte de manera diferente. Entendí que si sufría la pérdida en mi mesa, no tendría cabeza suficiente para curar al siguiente, tuve que aceptar la muerte como lo que era, un paso más de la vida, y enfocarme en las vidas que si podía salvar.”

Por la mirada que recibió de Pisces, se dio cuenta que esas palabras, eran más que simplemente contarle una historia, más que desahogarse con ella, no, ya no estaban hablando de animales y muerte. Y al notarlo, al parecer al exponerse, la mujer la soltó, pero solo para levantarse, para pararse, estirándose, ahora el sol ya apareciendo con más fuerza.

Ahí, esta continuó.

“La muerte tiene algo hermoso, y es que, gracias a la muerte, somos conscientes que la vida es finita, y solo porque la vida es finita, es por la que la apreciamos tanto. Le tememos tanto a la muerte, porque disfrutamos esos pequeños momentos de felicidad que nos hacen sentir que vivir vale la pena.”

Pisces terminó de hablar, y se puso frente a ella, observándola hacia abajo, luciendo no solo animada, si no que llena de esperanzas, llena de vida, así era esa mujer, tal y como decía, apreciaba cada segundo que vivía en ese mundo, vivía cada segundo al máximo, y soñaba con más, con hacer más, con vivir más, sin parar, nadando.

No como ella, que se ahogaba.

Y entendía lo que esta le quería decir, lo que esas palabras significaban para ella.

“¿De qué sirve vivir si no vas a poder sentir? ¿Si no vas a disfrutar la vida que tienes? ¿Si no vas a aprovechar cada segundo que tienes para ser feliz?”

Pisces le hizo esas preguntas, mientras le sonreía, sin siquiera ocultar sus intenciones.

Y no sabía que decir ante eso.

Porque su amiga tenía toda la razón, y le dolía admitirlo.

¿Iba a pasar el resto de su vida así? ¿Ahogándose? ¿Martirizándose y frustrándose por una relación que acabó hace tres años? ¿Detenida siempre en su pasado cuando podía estar sintiendo algo bueno una vez más?

Y antes de hacerse incluso más preguntas, Pisces estiró su mano hacia ella, instándola a sujetarla, instándola a levantarse, así que respiró profundo antes de tomar la mano que le era ofrecida, parándose en sus dos pies, sintiéndose más liviana que cuando llegó ahí.

Asintió, genuinamente agradecida.

Siempre necesitaba el apoyo de quien consideraba parte de su familia.

“Gracias, Pisces.”

Y esta, soltando una risa, le puso ambas manos en los hombros, motivándola.

“¡Haz el amor, no la guerra!”

Y creía que llevaba demasiados años en guerra.

Un poco de paz, la haría sentir de nuevo viva.

 

Chapter 161: Archaeologist -Parte 7-

Chapter Text

ARCHAEOLOGIST

-Descanso-

 

Ya estaba oscureciendo, la noche llegando, cuando pudo tirarse a la cama.

No había querido hacerlo antes, no sin dejar la ropa en la lavadora, así que tuvo la obligación de tomarse su tiempo lavando la ropa sucia, y vaya que había ropa sucia. El salir del baño la dejó adormecida, y sabía que apenas dejase la cabeza en la cama, quedaría por completo inconsciente.

Y mientras hacía todo eso, Nefertari empezó a explorar el mundo moderno.

¿Cómo?

Pues, para algo tenía una computadora.

¿Era algo fácil de usar para alguien que no hablaba ni el idioma ni entendía las letras más básicas del mundo?

No, para nada.

Sin embargo, había notado en esos días que llevaban conociéndose, que la curiosidad nata de Nefertari la impulsaba a aprender más cosas, y como ya era inteligente, no parecía demorarse en entender los símbolos, y para buena suerte de la mujer, ella era buena explicando. Así que mientras ella hacía las labores del hogar que prefería terminar ahora para poder acostarse a dormir sin preocupaciones, le fue explicando a Nefertari como usar la computadora.

Habían algunas tablas de traducción que ella usaba, que usó para aprender el idioma antiguo, y se las pasó a la mujer, para que las revisase. Así que esta estuvo así, sentada en su escritorio, con papeles para traducir, así como un cuaderno con anotaciones, mientras usaba la computadora.

Santo Google.

Eran tres mil años de diferencia entre el mundo de Nefertari, y el presente, así que esta podía buscar todo lo que necesitase, lamentablemente la información más verídica, más fundamentada, más detallada estaba en documentos difíciles de leer por lo complicado de las palabras, y para alguien que recién experimentaba el idioma, le costaría el doble.

Ah, otra herramienta útil para la mujer era esa voz del traductor que leía las palabras, ya que, esta podía entender lo que escuchaba, más no lo que leía, así que escucharlo parecía más claro. Y como ella estaba atenta, podía discernir si la información que esta buscaba era correcta o no.

Muchas páginas tenían información que si bien tenía cierto sentido, que contaban sucesos ocurridos, solían ser narradas desde una postura poco neutral, así que, por ende, la información no era del todo correcta. Por eso prefería los documentos científicos, porque la comunidad se encargaba de evitar que los estudios y las teorías fuesen un reflejo de las creencias de las personas, en vez de datos imparciales.

Y la imparcialidad era necesaria en la ciencia.

O ya no sería ciencia.

Pero por ahora, la información era útil, así Nefertari iba aprendiendo, aunque le preocupaba que leyese demasiado y se agotase mentalmente, pero no parecía ser una preocupación que esta tuviese, por el contrario, se venía determinada a continuar. Y mirándolo desde la perspectiva de la cantidad de siglos que estuvo esa mujer encerrada, sin hacer nada más que dormir eternamente, debía estar ansiosa de hacer funcionar la cabeza.

Si no necesitaba respirar, ni envejecía, dudaba que una jaqueca o fallas a la visión fuesen un problema, y envidiaba un poco eso, ya ni recordaba cómo era no usar lentes, y en realidad, le sorprendía que estuviesen aun funcionales para el esfuerzo que hizo allá afuera, bien sabía que la luz, el sol, y el desgaste físico, empeoraban la vista.

Probablemente tuviese que ir a centro oftalmológico y actualizar su receta.

No fue hasta que dejó su ropa en el colgadero para que acabase de quitarse la humedad, que avanzó a su cuarto, estirándose. Se había puesto ropa para dormir apenas salió del baño, y no aguantaba las ganas de realmente dormir. Nefertari la miró, notando sus intenciones, y cuando se tiró a la cama, disfrutando la sensación de una cama real, y no más el colchón de aire, notó como esta se acercó.

Se veía más normal, o más bien, más humana, sin el maquillaje en los ojos, sin la corona sobre el cabello, usando su ropa para vestirse. Le daba un aire diferente, pero, aun así, esa mirada que le daba seguía siendo la misma. Una reina siempre sería una reina, con la ropa que fuese, incluso con su ropa barata.

“¿Vas a dormir?”

Se sacó los lentes, dejándolos en su mesa de noche, meditando la pregunta, y ni siquiera creía que fuese una opción a esta altura.

“Me dormiré, o me desmayaré, lo que venga primero.”

Nefertari asintió ante su respuesta, y luego miró el lado vacío a su lado. Ante todas las emociones, ante todo lo que significaba el vivir juntas ahí, no había tenido en cuenta que dormirían juntas, o sea, tenía un sillón, pero era incómodo, no tanto como un sarcófago, pero bastante incómodo. Y en realidad, le daba igual compartir cama, ya durmieron en ese colchón juntas, no había mayor diferencia.

Solo que su cama era una nube en comparación.

Pero, no era necesario, ¿No?

Nefertari no necesitaba dormir, solo lo hacía por costumbre, acostándose en la misma posición en la que estuvo obligada a estar durante una eternidad. Entonces, ¿Por qué parecía que quería acostarse? ¿Costumbre de nuevo? ¿Confort? Sea como sea, si esta quería acostarse, necesitase dormir o no, no tenía problema alguno.

“Puedes acostarte si quieres.”

Los ojos bicolores la observaron, con un cierto tinte de sorpresa, pero luego esta miró hacia atrás, hacia la sala, donde estaba la computadora en la que estaba estudiando, y cuando volvió a mirarla al rostro, por suerte estando lo suficientemente cerca para no tener problemas notándolo, esta lucía dividida.

Y ante eso, más dudas surgían.

Pero no tenía energías para preguntar.

Así que solo tomó lo que entendió, y buscó una solución.

“Puedes acostarte y seguir estudiando si quieres.”

Le dijo, mientras se movió, lo poco que podía moverse en su estado de profundo cansancio, estirando la mano hacia su velador, donde tenía una Tablet, y la encendió, esta aun con carga desde la última vez que la usó, y si, ya le enseñó a Nefertari como cargar las cosas. Y esta, teniendo esa oportunidad, asintió, devolviéndose para apagar la luz y tomar los apuntes, y luego volver a la habitación, acostándose ahí, a su lado, el cuerpo ajeno resonando al acomodarse.

Esta no apagó la computadora, pero ya en un rato se suspendería, así que no le preocupaba.

No sería la primera vez que su cuenta de luz subía, de hecho, era en lo que más invertía dinero, pasaba poco tiempo en casa, pero siempre tenía algo conectado.

Nefertari se acomodó, apoyando la espalda en las almohadas, dejando la Tablet sobre las piernas, así como los apuntes al lado, luciendo realmente lista para seguir con lo que estaba haciendo, pero ahora en una versión más pequeña. Y antes de poder relajarse del todo y dormirse, los ojos bicolores la observaron.

“¿No te va a molestar el ruido ni la luz?”

Esta le preguntó, y le pareció tierno que se preocupase por ella de esa manera. Si, era una reina, no debía importarle demasiado el estado de meros súbditos, sin embargo, le tenía respeto a ella, por tenerla ahí, por darle facilidades, por rescatarla, y hacía el esfuerzo para ser considerada en un mundo en el cual nadie fue considerado con esta.

Era un gran paso.

Antes de negar, porque creía imposible que el ruido o la luz fuesen suficientes para impedirle dormir como una roca, volvió mover su mano, buscando unos audífonos, conectándolos a la Tablet. Prefería el bluetooth, pero siempre tenía los cableados en el caso que necesitase mayor precisión en el audio que oía, e incluso los audífonos de calidad tenían cierto retraso, casi imperceptible a veces, pero ella era muy perceptiva.

“Puede pasar una estampida por encima de mí, y probablemente siga durmiendo, pero si quieres escuchar a todo volumen sin preocupaciones, aquí tienes.”

Le dijo a la mujer como tenía que ponérselos, y parecía ya entender el funcionamiento, una chica lista.

“Buenas noches.”

Esta le dijo, ya con los audífonos bien puestos y la Tablet bien firme en las manos, y asintió, acomodándose, ya sin fuerzas para decir lo mismo. Apoyó la cabeza en las almohadas, y era lo más cómodo que había experimentado en esas semanas. Ni siquiera era la mejor cama del mercado, ya lo dijo, no invertía en cosas así, aunque tener un sueño reparador fuese una buena inversión, sea como sea, se sentía como una cama de hotel cinco estrellas.

No escuchó a Nefertari a su lado.

Ni la sintió moverse.

Solo cayó, cerrando los ojos para no volver a abrirlos.

Y nada en particular la despertó, horas después. Solo abrió los ojos, topándose con cierta claridad, así como vio a Nefertari sentada de la misma exacta manera, de hecho, si no estuviese de día, hubiese pensado que despertó solo unos minutos luego que cerró los ojos. Esta continuaba en lo suyo, y el cuaderno donde tenía cosas anotadas estaba doblemente lleno, y si bien al principio había sobre todo jeroglíficos anotados en las páginas, ahora también había palabras de su idioma, todo bien escrito.

Esta acostumbrándose a esa nueva lengua.

Esperaba que hablarlo se le hiciese más fácil al estar escuchando las voces.

“Buenos días, ¿No estás cansada?”

Preguntó, y solo ahí Nefertari se movió, girando su rostro, girando el cuello, este sonando con el movimiento, mirándola. Estuvo realmente quieta ahí, trabajando en eso, durante toda la noche. Y tampoco podía sorprenderle demasiado, ya que ella misma solía hacer lo mismo, sobre todo en sus años de universidad, toda la noche en vela.

Pero a ella si se le notaba el cansancio.

A Nefertari nada, ahí fresca como lechuga para estar completamente seca por dentro.

“Buenos días.”

Esta le respondió, con la voz firme, mientras parecía digerir su pregunta, los ojos bicolores mirándose a sí misma, como si necesitase una verificación, y al comprobarlo, esta negó.

“Apenas recuerdo lo que es el cansancio, pero no siendo nada similar.”

A pesar de lo triste que era eso, soltó una pequeña risa, mientras se acomodaba, sentándose, estirándose, siendo ahora su propio cuerpo el cual sonaba, imitando al de la mujer.

“Ya me gustaría a mí no sentir cansancio, sería imparable.”

Y lo sería.

Podría estudiar durante toda la noche, leer durante toda la noche, trabajar por horas seguidas, días seguidos, aprovechando cada hora del día para hacer y aprender cosas nuevas, el tiempo ya no estaría en su contra. La humanidad en sí, pasaba alrededor de la tercera parte de la vida solamente durmiendo. Ella dormía un poco menos que la media, pero, aun así, eran muchos años perdidos. Obviamente que pasar tres mil años encerrada en una caja era una absoluta tortura, pero estaría feliz de vivir por tres mil años teniendo en cuenta la cantidad de información que podría consumir.

Si, sería imparable.

Descubriría cosas nuevas, podría hacer avances, podría llevar a la humanidad a surcar los cielos.

Si, era una persona que se dedicaba más al pasado que al futuro, a pesar de que estuviese siempre al tanto de nuevos avances, pero no era eso lo que la motivaba, pero con tres mil años a su favor, bien podría especializarse en todos los temas científicos, pasado, presente, futuro, todo ahí, en su mente. Tendría que cambiarse de nombre, cambiar de identidad, porque no podría estar siempre haciendo descubrimientos, o se darían cuenta de lo que era.

¿Estaba delirando con una condición que le permitía ser inmortal a pesar de no creer en esas cosas?

Tener a Nefertari ahí no hacía nada más que hacer crecer su disonancia cognitiva.

El no creer en lo paranormal, cuando tenía a una momia inmortal a su lado.

Era sin duda irónico.

Soltó una risa, masajeándose el cuello, sintiéndose realmente descansada, como que toda la tensión con la que llevaba cargando desaparecía al fin, y podía al fin estar en paz. A pesar de los problemas que su mente tenía, como luchaba consigo misma, por lo que la lógica le decía y las pruebas que se presentaron frente a ella, podía sentirse absolutamente tranquila ahí, sabiendo que ya no estaban en medio de la nada, ocultando a Nefertari, ocultando cualquier evidencia que pudiese tacharla como una asalta tumbas, evitando que el resto de colegas pudiese ver algo extraño en su acompañante.

Ahí, en la ciudad, incluso si se daba vuelta con la mujer, nadie le prestaría atención, todos ocupados en sus vidas para prestarles atención, y vaya tranquilidad que eso le daba.

Sintió su estómago resonar, su cuerpo ya despierto del todo para darse el lujo de quejarse. El día anterior comió algunas sobras que quedaban en su casa, latas sobre todo, y creía que ahora tendría que hacer lo mismo, pero aun así, quería comer algo diferente, aprovechar lo que el mundo moderno le daba, así que buscó su teléfono, solo para buscar alguna tienda de comida.

Ya no más comida vieja ni raciones militares.

Hoy comían como la realeza, y si bien Nefertari no necesitaba comer, le iba a dar a probar un poco del presente.

Le dio una mirada, sintiéndose enérgica luego de una noche de sueño reparador.

“¿Qué te parece probar las delicias de la cocina moderna y luego ir de paseo al supermercado?”

Ya le dijo lo que era un supermercado, que era como un mercado, pero super. No, claro que no, le explicó bien, y si bien no le gustaba ir, prefería comprarlo todo desde casa y que le trajesen las compras, así como haría con el desayuno, creía que sería un buen primer paso para Nefertari, para que conociese ese mundo ahora de mejor manera, que lo explorase.

Y así, le compraría productos de higiene que no fuesen los de un señor divorciado.

La mujer, mirándola, asintió, la curiosidad brillando en los ojos.

“Me encantaría.”

Y a ella también.

Iban a tener un largo día, pero podían tomárselo con calma.

 

Chapter 162: Liminal Dream -Parte 1-

Chapter Text

LIMINAL DREAM

-Pesadilla-

 

No había dormido bien en ya días.

La universidad empezaba a agotarla, luego ya de meses de trabajo duro, y estuvo a punto de faltar ese día, pero se obligó a levantarse, a luchar por sus sueños, y el aprender de esa aventura.

Pero a pesar de su animo inicial, se levantó bostezando, y estuvo todo el camino a la universidad, así, bostezando, era innegable su agotamiento. Y el solo pensar en aguantarse el bostezo la hacía bostezar con más intensidad, sus ojos llorando, por suerte no se había puesto mascara o tendría un camino de manchas negras por las mejillas a esta altura.

Se sentó en uno de los asientos, teniendo sus audífonos con manos libres siempre en sus oídos, estos sonando, solo para poder despertarse a si misma, el estar alerta, le ayudaba a concentrarse al poner música ambiental y decorar las lecciones, aunque no parecía funcionar demasiado.

A pesar de su estado, todo continuaba igual, veía a varios de sus compañeros de clase mucho más animados y vivos que ella, y no podía evitar sentirse un poco envidiosa, esperaba tener unas ocho horas de sueño merecidas y poder activarse un poco, soñar era lo único que podía hacer. Sentía que había pasado una eternidad desde que había dormido bien, ni lo recordaba, probablemente cuando estuvo de vuelta en casa para las vacaciones, pero últimamente su cabeza no parecía tener descanso.

Como si, durante toda la noche, estuviese atrapada en pesadillas.

Habían noches donde ni siquiera tenía ganas de dormir, esperando que fuese otra vez más donde no pudiese descansar en paz.

Sacó su cuaderno, esperando la cátedra, viendo al profesor arreglando todo al frente del salón, la pantalla iluminándose con la sección del día, era una clase grande así que rara vez podía escuchar lo que el profesor decía, pero por suerte prácticamente narraba lo que salía en la pantalla, así que no se perdía demasiado.

Le bajó un poco a la música, lo suficiente para que fuese solo un susurro entre los sonidos del resto de estudiantes, y comenzó a escribir en su cuaderno, anotando como titulo lo que verían ese día, y al hacerlo volvió a bostezar, sintiéndose decepcionada de tener tanto sueño durante el día, cuando de noche no podía dormir tanto como su cuerpo le pedía.

Pero no podía quedarse dormida en clases, por muy agradable que fuese.

La clase comenzó, el barullo calmándose, la voz del profesor apenas escuchándose como era usual, y creía que eso fue aun peor, porque fue como un susurro arrullador en sus oídos, incluso teniendo la música ahí, así como el sonido que los demás hacían durante la clase.

Conformé comenzó a escribir lo que adelante salía, las palabras que aparecían en la pantalla, empezó a sentirse más y más adormecida, las tres horas que había dormido durante la noche pesándole encima, su cuerpo aprovechando cada momento de relajo para cerrar los ojos, claro, siempre de día, jamás de noche, e intentó no hacerlo, no cerrar los ojos, obligarse a mover la mano y continuar escribiendo, palabra tras palabra, acabando las frases.

Hasta el punto final, donde su mano apenas le respondía como era debido, el punto acabando siendo algo similar a una raya.

Se le iban cerrando los ojos, completamente fuera de su poder.

Comenzó a cabecear, su cuello sin ser capaz de mantener la cabeza recta.

Pero el deseo de dormir, de descansar, era más fuerte que ella misma.

Así que, entre imagen tras imagen, entre palabra tras palabra, comenzó a cerrar los ojos.

A parpadear más lento.

A demorarse más en abrir los ojos.

Hasta que no supo absolutamente nada más, durmiéndose del todo.

Su cuerpo estaba adormecido, relajado, permitiéndole el descanso, y creía que cuando mejor dormía, era cuando no debía dormir, cuando debía de estar despierta, alerta a su alrededor, mientras que en las silenciosas noches su mente la atormentaba con imágenes desconcertantes que le quitaban el sueño, y asumía que se debía al estrés de la vida estudiantil, a hacer trabajo tras trabajo, el estar siempre pensando en alguna cosa.

Así que, entendía que su cuerpo reaccionase así.

Que simplemente cayese cuando tenía la oportunidad.

Esperaba que eso no tuviese muchas repercusiones en su desempeño, dudaba que sus padres la regañasen ni nada así, por el contrario, mejor si es que volvía a casa, pero hacía eso por si misma, para aprender más.

Aunque estaba demasiado cansada para aprender.

Despertó de un salto, sabiendo bien a donde estaba, sabiendo bien que se había dormido, y apenas tuvo un dejo de consciencia se obligó a abrir los ojos, a enfrentar la realidad, sintiéndose avergonzada de haber dormido tan plácidamente durante la lectura, sabiendo que eso no pasaría desapercibido.

A pesar de su sorpresa inicial, de su pánico al momento de tener la realización de lo que sucedió, se vio completamente inmóvil, sin entender lo que ocurría, confusa.

Ya no había nadie ahí.

El salón estaba completamente callado, sin ningún sonido, ni siquiera el de la música que antes tenía puesta. No había nadie frente a ella, ningún alumno sentado en las sillas, ni tampoco estaba el profesor adelante, por lo mismo la pantalla estaba apagada, así como las luces artificiales. No era la primera vez que veía ese lugar sin nadie, había llegado temprano más de alguna vez, pero fue desalentador el estar en esa posición.

Porque se había dormido en clase, y esta había acabado.

Soltó un suspiro, teniendo claro que aquel malestar le estaba causando problemas, y ahí tenía la prueba de que estaba siendo un gran problema, tendría que ir al doctor, y ahí si que sus padres la regañarían y la harían volver a casa.

Decepcionada de si misma, tomó el teléfono para mirar la hora, y frunció el ceño al notar que la hora estaba errada, porque sabía que esa clase comenzaba a las diez de la mañana, ella a las diez de la mañana estaba ahí sentada, con el resto de alumnos, pero en su teléfono mostraba que eran las diez con quince.

Quince minutos tienen que haber sido los que pasaron antes de que ella se quedase dormida.

Era imposible que fuese esa hora, a menos que hubiese dormido durante un día entero, y le parecía inverosímil que nadie más hubiese tenido que usar esa aula o haya tenido la mínima decencia de despertarla. Si, tal vez ella era un poco retraída, que debido a su vida no lograba encajar del todo ahí, sobre todo últimamente donde tenía demasiado sueño y cansancio para hacer más vida social de la que hacía ya con sus proyectos grupales, pero tampoco creía ser odiada para recibir ese trato.

Ya estaban todos demasiado mayores para eso.

Sea como sea, guardó su cuaderno y lapices en su mochila, antes de ponérsela encima, decidida a salir de ahí. Claramente su hora estaba estropeada, y al parecer no tenía señal para buscar la hora actual, así que bien tendría que preguntarle a alguien, porque estaba algo perdida y aún adormilada.

Así que por ahora, iría a asegurarse de que aun pudiese ir a la clase siguiente, que no fuese ya demasiado tarde para entrar, no quería que el profesor la dejase afuera o el perderse una cátedra más en el día, eso sin duda sería más problemático aún. No quería pensar que durmió durante un día entero y perdió todas sus clases, ni tampoco lo creía posible, porque tendría el trasero más adolorido de lo que lo tenía.

Comenzó a caminar hasta la salida, su cuerpo aun adormecido y torpe por haber dormido tan profundo, así que no quiso apresurarse, sintiendo las piernas débiles, y no quería caerse y sumar un problema más a su lista.

Bostezando, aun sintiendo los vestigios de su cansancio presente, abrió la puerta, saliendo al pasillo.

Y de nuevo se encontró con silencio.

Y eso la hizo sentir preocupada.

Los salones estaban hechos para que el ruido de los pasillos no interfiriese con lo que adentro ocurría, porque siempre había barullo, los estudiantes moviéndose de un lado a otro, de una clase a otra, siempre en movimiento, incluso en las zonas más tranquilas de la universidad, siempre había alguien caminando por ahí.

Y tragó pesado al no ver a nadie.

Miró a la derecha, el pasillo completamente vacío, así como a su izquierda, la misma imagen como un espejo, sin ningún alma caminando, moviéndose, incluso las luces artificiales estaban apagadas, el silencio ahí siendo sepulcral.

¿No había nadie ahí?

No, no podía ser así, su cuerpo se sentía aún cansado, no había dormido lo suficiente como para que el día se acabase y la universidad cerrase, no le dolía el cuerpo como si así fuese, así que rápidamente descartó la idea.

Sin saber que hacer, simplemente comenzó a caminar, recordando donde quedaba su siguiente clase, así que avanzó a pesar de tener claro que no podría llegar a su clase, y aunque llegase, probablemente ya no hubiese nadie, aun así, era la idea que tenía por ahora, no podía simplemente dar por perdido todo el día.

Probablemente hubo un corte de luz en esa zona del lugar, y por lo mismo ya no pudieron continuar con la lectura, y ella se durmió tan profundo que no escuchó el caos a su alrededor de cada uno de los alumnos saliendo de la sala.

Eso tenía más sentido.

No era la primera vez que había un corte así, nada nuevo.

Convenciéndose de eso, caminó con más calma.

Avanzó por el ancho pasillo, mirando de reojo las puertas a cada lado del lugar, sin identificar algún signo de vida dentro. Al fondo veía el final del pasillo, ahí tendría que doblar a la derecha, para luego avanzar hasta llegar a las escaleras que la llevarían al primer piso. Allá abajo estaba el centro de la universidad, así como el recibidor, junto con la entrada, ahí tendría la suficiente luz natural para saber que hora era.

Probablemente la luz se cortase en el lado este, donde estaba, probablemente al lado oeste, donde era su siguiente parada, no debía de tener mayor problema, tenían generadores para cada sector según sabía.

Caminó a paso seguro, pero le causó inquietud cada paso que daba, como sus zapatos iban resonando como un eco en el silencio que ahí había, y a pesar de que intentaba tomar todo eso con cierta lógica, empezó a sentir algo de sudor helado pasar por su espalda, sin poder relajarse del todo.

Eso era muy extraño.

Llegó al cruce, mirando a su izquierda primero, a pesar de que no era a donde tenía que ir, solo para cerciorarse de que estuviese tan oscuro como en el resto del pasillo por donde venía, y si, lo estaba, solo un poco de luminosidad para poder distinguir la mayor parte de su alrededor, pero se notaba que las luces fluorescentes estaban apagadas, así como el lugar estaba desierto, sin escucharse ni un solo paso.

Se debatió en ese momento si volver a poner música o no, si distraerse de esa sensación de inquietud que empezaba a asomarse, pero no lo creyó lo mejor, por si oía algo, prefería estar atenta del todo a sus alrededores.

Notó en la esquina algunos de los interruptores que prendían las luces, y si bien no había razón para apretarlos, lo hizo de todas maneras, apretando el interruptor una vez, y al ver que nada ocurría, lo apretó de nuevo, dejándolo como estaba. Hizo lo mismo con uno que estaba al lado, intentando encender las luces, pero no, nada ocurría, sin energía.

Así que no era de noche y habían apagado todo, debía de ser un apagón nada más.

No le dio mayor importancia y siguió su camino, avanzando al siguiente pasillo, notando los baños a su derecha, y las escaleras asomándose a su izquierda, el camino acabándose.

A pesar de saber a donde tenía que ir, de estar segura, se vio por un momento detenida ahí, no por ninguna razón en particular, si no por una sensación que le heló la columna, era como si alguien la estuviese mirando, y si, claramente estaba paranoica con tanto silencio y desolación en un lugar que solía ser tan animado, pero no pudo quitarse la sensación de encima.

Podía sentirlo.

Como si alguien estuviese mirándola desde la distancia, desde el camino que ya recorrió, pero no había nadie, sin embargo, ya no estaba tan segura. Si fuese alguien tan perdido como ella le diría algo, no solo la observaría, ¿No?

Se dio media vuelta, tragando pesado, lo suficientemente inquieta para temer el mirar hacia atrás así como lo suficientemente convencida de que todo eso era coherente para mirar de todas formas.

Pero no vio a nadie.

Miró en cada rincón del pasillo, esperando ver a alguien entre la oscuridad, o en la lejanía del pasillo, pero nada, ni un alma vagaba por esos pasillos. Soltó un suspiro, sin darse cuenta de lo mucho que estuvo conteniendo la respiración, y volvió a su camino.

Las escaleras subían y bajaban, podía llegar a su destino por el tercer piso, o por el primero, siendo que era una clase también en el segundo, así que demoraría lo mismo por ambos caminos, pero decidió bajar, temiendo que el piso más arriba estuviese aún más oscuro. Mejor bajar, de todas formas, varias salas de profesores y de conserjería estaban ahí, y por lo mismo sería más fácil entender que había ocurrido, alguien tenía que saber algo, si es que aún quedaba alguien.

Bien podía ser de noche.

Bajó las escaleras, afirmándose del pasamanos, sus piernas temblorosas, aun ligeramente adormecidas al despertar, así que no quería dar un paso en falso, y al llegar al primer piso, fue acompañada del mismo sonido.

Nada.

Eso no tenía sentido, si había un lugar lleno de ruido, era ahí, a solo pasos de la entrada principal, del gran salón, que era el punto de reunión para a mayoría de estudiantes. Pero no esta vez, avanzó hacia allá, sin siquiera mirar el pasillo tras ella, asumiendo que estaría igual de oscuro. Para su desgracia, esa parte también esta oscura, así como carente de persona alguna, sin personal, sin alumnos, sin profesores, sin nadie.

Era un lugar abierto, un gran cuadrado con tres conexiones a tres pasillos, así como la salida, las puertas que llevaban afuera, un lugar siempre vivo e iluminado, pero ahora se veía oscuro, brumoso, porque tampoco había mucha luz desde afuera, y había estado hasta tarde ahí, pero jamás para darle esa sensación.

Por las ventanas se veía oscuridad, bruma, como cuando es muy temprano en la mañana, de madrugada, y la bruma arrastrada hace más difícil la visibilidad, además de la misma oscuridad de esa hora.

Y a pesar de que su plan inicial era ir a su otra clase, al estar ahí, cerca de la entrada, no pudo evitar el acercare, el agarrar de los pasamanos, y tirar de la puerta, con la intención de salir de ahí. No había luz, no tenía sentido quedarse, ¿No?

Pero la puerta no se abrió.

Probó con esa, así como la del lado, sin lograrlo.

Estaba cerrada.

Dio dos pasos hacia atrás, observando las puertas, sintiendo el corazón golpeándole en el pecho, la incertidumbre volviéndose intensa. Digiriendo esa situación, en la que estaba completamente sola en la universidad, con la salida cerrada, impidiéndole el salir, y ese lugar estaba a oscuras, sin energía, ni tampoco señal, sin saber ni siquiera la hora.

Eso era demasiado extraño.

Y a esa altura, hubiese pensado que se trataba de un sueño, de que como cayó dormida, lo más razonable era el que estuviese dormida, soñando, atrapada en una pesadilla, considerando que plagaban sus noches, no era del todo alocado, sin embargo, no se sentía como sus pesadillas, no se sentía para nada como un sueño.

No, se sentía demasiado real.

Pero incluso siendo todo eso real, era aun muy increíble, ni siquiera creía que la universidad se permitiese cerrar todo durante las noches sin tener a guardias dando vueltas por los pasillos, pero no, estaba completamente silente todo, sin ninguna pizca de vida en el edificio, no había nadie.

Y ante esa situación, iba a hacer lo que le parecía más sensato.

Gritar, esperando que alguien la oyese.

Pero no alcanzó, un chirreo resonando en sus audífonos, los cuales aun tenía puestos, sonó como interferencia, haciéndola cerrar los ojos ante lo molesto del sonido, así que se sacó uno, solo para aliviar al menos a una de sus orejas, pero el sonido continuaba, así que fue a quitar el segundo.

“No estás en el lugar que crees que estás.”

Una voz.

Escuchó una voz femenina por el audífono que permanecía en su oreja, y al no escuchar interferencia, se puso el otro audífono, buscando su teléfono, imaginando que había hecho alguna llamada de casualidad.

Pero no, este tenía la pantalla paralizada, en la misma hora que cuando despertó.

¿De donde venía esa voz?

Iba a preguntar, pero la voz volvió a sonar, haciéndola callar.

“Shh.”

Era como si la viese desde la distancia, o peor, como si supiese en que momento iba a hablar, y la detenía, y aquello la hizo sentir escalofríos. La desconocida voz anticipando sus acciones, sumado a lo que le acababa de decir, la dejó confusa, pero no se arriesgó a decir nada, obedeciendo. Apretó los labios, temiendo, sudor frío corriéndole por el cuello, esa sensación de ser observada paralizándola.

“No asumas que estás sola, porque no lo estás.”

Al escucharla, se giró, miró hacia atrás, tras de su cuerpo, jadeando, dándole más validez a sensación ya presente, la de los ojos que la miraban, justo en su nuca, a pesar de que no veía nada, que sin importar a donde girase, a donde mirase, continuaba ahí, sola.

Pero no lo estaba.

No estaba realmente sola.

Ahora si estaba en una pesadilla.

 

Chapter 163: Sex Worker -Parte 1-

Chapter Text

SEX WORKER

-Diversión-

 

Era tal vez extraño el sentirse aliviada al llegar al trabajo.

Si, sin duda era extraño.

No era común el que las personas disfrutasen el trabajo, haciéndolo más por el dinero que por mera satisfacción personal, y luego había otras que podían trabajar en algo que amaban y obtener una gratificación económica.

Si, bla bla.

Ella misma no se consideraba en ninguna de esas categorías.

Porque lo que ella hacía, cuando empezó, lo hizo gratis.

Porque adoraba hacerlo.

Obviamente, al ser así de desinhibida, incluso en su adolescencia, sobretodo en su adolescencia, le trajo muchos problemas sociales, muchas personas la odiaron por tener esa personalidad y la atormentaban por lo mismo. Le tomó tiempo el darse cuenta que hablar abiertamente de esos temas, era complicado para otras personas, que lo consideraban un tabú. Muchas veces se vio siendo marginada por lo mismo, en un entorno conservador, porque muchos la trataban de una persona sucia, no en el sentido de la limpieza, pero a veces si, y por lo mismo se esmeró mucho en cuidar su higiene, su apariencia, y su salud física.

Así al menos no tendrían excusa para vejarla por lo que hacía.

Pero luego de tanto tiempo, ya no le molestaba.

Simplemente asumió la realidad, al final, los insultos que todos le decían, era solo otra verdad más de su vida, porque si, esa era su vida, y no se arrepentía.

Porque le gustaba mucho tener sexo, mucho hasta un nivel no sano, o eso le dijo una de sus ex parejas.

Simplemente no podían lidiar con ella, ese no era su problema, ya que en si, no tenía problema, por lo mismo llegó un momento donde dejó de tener parejas románticas, era demasiado molesto el aguantar las quejas constantes, porque les molestaba que ella daba mucho de una cosa, pero no suficiente de lo otro, honestamente, no lo entendía, nadie estaba contento con ella, y ella nunca estaba satisfecha, así que aceptó que las relaciones tradicionales no eran lo suyo.

Así se dedicó solamente a la parte que a ella le interesaba de las relaciones, solo diversión y placer.

Y bueno, una cosa llevó a la otra, y finalmente terminó ahí, trabajando de eso.

Lo había dicho, lo hizo gratis por mucho tiempo, y honestamente, seguiría así, pero en el mundo adulto, debía mantenerse a si misma, así como pagar las cuentas de cada mes, así que agradecía infinitamente que hubiese dinero por medio. Quien era su jefe, la contrató tiempo atrás, hace unos pocos años, ni siquiera recordaba exactamente cuando fue, pero vio que estaba teniendo popularidad en ese mundo, ella misma haciéndose un nombre en el mundo de la prostitución.

Esa palabra le sorprendía cuando era más joven, al tener cierta connotación, pero ya siendo una prostituta ella misma, ya era parte de si misma, ella le daba la connotación que quería, y según decía la definición real de la palabra, era tal cual lo que ella era.

Lo hacía por dinero, y de reiteraba, lo haría gratis.

Porque a esta altura de su vida, el deseo y la necesidad siendo algo constante, no podía simplemente no hacerlo, ya estaba acostumbrada, su cuerpo lo necesitaba, y quien era ella para negarse sus más primitivos instintos.

Salió de la ducha, y avanzó a los vestidores, con la intención de ponerse su traje de la noche. Se quedó de pie en uno de los espejos, que le permitía ver su cuerpo por completo, y le gustaba verse a si misma así, sana, saludable, fuerte, sin marcas, sin heridas, sin ningún tipo de evidencia de algún tipo de enfermedad o algo similar, que, en ese mundo, o más bien, en el más precario lado de ese rubro, era algo común.

Sin embargo, no ahí, por suerte.

Ahí había reglas, había limites, y todos los que ahí entraban, sabían de lo que se trataba, sabían que debían comportarse, que debían cuidarse, y ella misma tenía un buen ojo para notar si alguien no estaba cumpliendo con las normas, se cuidaba con esmero, por lo mismo no permitía que nadie se le acercase si lucía enfermo, o si tenía alguna herida sospechosa, y de hecho, el mismo negocio se encargaba de tratar el tema con cuidado.

Aun recordaba cuando un cliente tuvo que pagarle indemnización a una de sus compañeras.

No quería tener que ser ella quien denunciaba la situación.

Por suerte sus clientes usuales eran leales a ella, y se cuidaban bien de salud, podía notarlo, así que eso, para ella, era algo de lo que podía estar agradecida. Nada mejor que tener una buena dosis de sexo sin riesgos.

Bueno, riesgos siempre había, pero ahí no tanto como otros lugares, de eso estaba segura.

Ya lo vio todo fuera de esas paredes.

Y no había globito que lo impidiese.

Se terminó de vestir, siendo su traje de conejita el que debía usar afuera donde estaban el público y los clientes, era el favorito, así que lo usaba más. Al principio no le gustaba, eso de tener las piernas cubiertas con mallas no le agradaba del todo, la hacía sentir aprisionada, pero ya se estaba acostumbrando. Se acomodó el moño sobre el cuello, las muñequeras fijas en su sitio, y se puso las botas, y ahí se miró una vez más.

Estaba ya presentable para salir ahí afuera, sin saber quién sería su cliente por la noche, o sus clientes, alguien usual o alguien nuevo, y esa incertidumbre la hacía hervir, era emocionante, divertido, y por lo mismo ni se aguantó a que fuese hora de entrar, y se adelantó, saliendo de los vestidores, avanzando por el pasillo, por la cocina, por el bar, y se quedó mirando hacia adelante, notando las luces, el bullicio, los colores, y le gustaba mucho estar ahí.

Para quien no lo sepa, trabajaba en un casino, por lo mismo existía ese ambiente ahí, a ella misma le sorprendió el trabajar en un casino, porque cuando le ofrecieron el puesto, pensó que sería un hotel más, o el ser enviada a las casas de sus clientes, algo así, pero no, y en un comienzo quiso rechazar la oferta, porque realmente creyó que terminaría siendo solo una chica bonita en un casino para llamar la atención, atraer clientes, y nada de sexo, y eso para ella era terrorífico.

Pero era un lugar grande, con servicio de hostelería, restaurante, lo necesario para que si la gente quería jugar por días ahí adentro, pudiese hacerlo teniendo todas las comodidades, incluso el poder acceder a acompañantes.

Algunos venían por los tragos, otros por la comida, otros por el hotel, otros por el casino en si, así como otros venían por los servicios sexuales, aunque todos los que había conocido, era un poco de todo, les gustaba explorar.

Era divertido, ya que ningún día era igual a otro, siempre pasaban cosas diferentes, y de nuevo, una adicción más en su vida era esa incertidumbre, de no saber que pasaría después, que ocurriría, que tanto lo disfrutaría.

Tenía su encanto.

Por lo mismo llevaba años ahí, aprovechando de su juventud, de ser deseada por los demás tanto para que paguen por ella, ya cuando se hiciese más vieja, dudaba poder tener esos beneficios, pero por lo mismo se cuidaba lo más posible, para no caer antes de tiempo. Si tenía esa misma energía cuando mayor, sería un desastre.

“Afrodita.”

Si, ese era su nombre, no su nombre real, pero parecido a su nombre real, chiste interno de su jefe.

Pero es un secreto.

Reconoció la voz de su jefe, y lo buscó con la mirada, este apareciendo desde adentro de la barra del bar, bien vestido, como todos los que ahí trabajaban. Era un hombre delgado, con una apariencia cuidada, un poco femenino incluso. Le decían Jack, y claro, tampoco era el nombre real, ella si se lo sabía, por supuesto, tenían un contrato después de todo.

También era un secreto.

El hombre se paró frente a ella, y los ojos claros la escanearon.

“Te olvidaste de tus orejas de nuevo.”

Oh.

Se llevó las manos a la cabeza, y no, no estaban ahí. Siempre se olvidaba de ponérselas, porque salía tan apurada, sin apuro alguno claro. No tenía excusa, simplemente estaban hechas para que ella no pudiese recordar que eran parte de su atuendo, además, estas terminaban tiradas en cualquier lado después, era menos tedioso no llevarlas, estorbaban.

Se movía un poco, y las perdía de vista.

Solo pudo sonreírle al hombre, esperando que no fuese uno de esos días donde estaba más estricto de lo usual, y este solo negó, pero pasó por alto su error usual.

Ya debía dejar de pedirle las tediosas orejas.

“Como sea, ya tienes un cliente esperando por ti, pagó por toda la noche.”

¿Toda la noche?

No era algo imposible, ni taaaan extraño, pero no era algo usual.

Sus clientes usuales la pedían por unas horas, para tomarse un trago con ella, y luego ir a una de las habitaciones, luego se daba una ducha, e iba con el siguiente en la lista, pero pedirle, de buenas a primeras, sin haberse siquiera mostrado para empezar su turno, por toda la noche, era un hito.

Prefería la variedad, no iba a mentir.

Pero le gustaba saber que alguien estaba emocionado de verla para hacer algo así.

“¿Quién es? ¿Dónde está?”

Jack frunció los labios, mirando alrededor, había una expresión en el rostro ajeno, poco usual.

Sintió una incomodidad en su estómago.

“Curiosamente, no es uno de tus clientes usuales, ni había solicitado este servicio antes.”

¿Nunca había pedido a una acompañante? ¿Nunca había pedido sexo y a la primera pide la noche entera? Eso se estaba poniendo realmente interesante, pero no sabía que pensar al respecto, podía ser muy bueno o muy malo, ¿Acaso era su oportunidad de hacerlo con alguien completamente inexperto? ¿Se había ganado la lotería?

Ya estaba saltando de la emoción.

“Es la mujer de la mesa de póquer número cuatro, y llévale esto.”

Su jefe le pasó un vaso de whisky, sin hielo, y lo sujeto, mientras buscó con la mirada, buscando dicho lugar, y al parecer notó quien era, ya que era la única mujer en la mesa a parte del crupier. No eran muchas las mujeres que pedían por ella, tal vez una vez a la semana si tenía la suerte, así que le emocionó que así fuese, el variar un poco, y se le ocurrían unas buenas posiciones que podía ser divertidas de probar.

Debía aprovechar la oportunidad.

Le gustaba comer de todo, no era quisquillosa.

Aunque probablemente sus peores relaciones sentimentales fueron con mujeres, ouch.

Sin contenerse, caminó directo hacia la mesa cuatro, cuidando eso si que no se le cayesen los contenidos del vaso, aunque los de Whisky siempre estaban casi vacíos, le parecía un desperdicio, pero como ella no bebía, no podía decir mucho al respecto, y no era su dinero. Cuando se fue acercando, pudo notar los rasgos de la mujer, como era la piel más morena que la propia, con los ojos grandes y oscuros, la expresión dura. Esta estaba vistiendo un traje gris oscuro, con una camisa por debajo, parecía una mujer de negocios o algo así.

“Hola.”

Saludó a la mujer apenas se acercó, ofreciéndole el vaso de Whisky. La mujer la miró, con mirada intensa, en una de las manos tenía las cartas del juego actual, y en la otra un cigarrillo a medio fumar, y con esa última mano tomó el vaso, dándole un corto trago.

“Aun no es hora de que comience tu turno.”

La mujer habló con una voz suave, pero algo grave, mientras miraba el reloj de pulsera que llevaba en una de las muñecas. Si, se había adelantado unos minutos, y si, eran valiosos minutos, pero podía regalarlos. Le sonrió a la mujer, pasando una mano por el traje bien planchado, pasando los dedos por el cuello de la camisa, sin poder contenerse.

“Estos minutos van por la cuenta de la casa.”

La mujer la miró, y notó como le dio una pequeña sonrisa, mientras dejaba el vaso sobre la mesa, al lado de las fichas que tenía para apostar. Con esa misma mano, con el cigarrillo terminándose casi por completo, le dio un golpe al reposabrazos del asiento en el que estaba, y como era algo de lo que acostumbraba, un gesto usual, lo entendió de inmediato, sentándose ahí, tomando su lugar al lado de esa mujer que había pagado una buena suma por tenerla ahí, al lado.

“¿Cómo debería llamarte?”

Preguntó, acomodándose, demasiado cómoda, poniendo las piernas sobre el cuerpo ajeno, y tal vez estaba siendo un poco abrumadora, pero las personas que ahí iban, que por ella pedían, sabían a lo que se enfrentaban.

Ella no podía dejar las manos quietas, todos lo sabían.

La mujer no le dio mirada alguna, ni se quejó de su acercamiento, así que no sabía si tomarlo como una batalla ganada o perdida.

“Nishi.”

“Un placer, Nishi.”

Ante la cercanía, pudo rodearse del aroma ajeno a perfume, a madera, así como el aroma a tabaco y a alcohol, que, si bien no era su preferido, iba a ser honesta, pero en la cama le parecía exótico, así que estaba ansiosa por ir a una de las habitaciones.

Pasó un brazo por los hombros de la mujer, delineando las costuras del traje, o algunas hebras del cabello oscuro, y sintió el brazo ajeno rodeándola por la cadera, mientras hacía todos los gestos necesarios con la mano derecha. Ya estaba sintiéndose hervir de solo pensar que era cosa de tiempo para que pudiesen ir a la cama. Por supuesto que no le hacía asco al acostarse con personas que no conocía, que había visto por meros segundos, pero tenía preferencias ante el hecho de conocer una parte de su cliente, y luego ver una parte completamente opuesta entre las sabanas.

La humanidad siempre capturaba su atención, o más bien, lo más animal de la humanidad.

La mujer se veía calmada, enfocada en el juego, en la estrategia, mientras miraba de reojo a los demás competidores.

“¿Qué te parece mi mano?”

Nishi habló, la voz sonando como un ronroneo, despacio para que nadie más la oyese, mientras le mostraba las cartas, que nadie debía de ver, pero ahora ella si. No supo que decirle, no era buena para los juegos del casino, a pesar de trabajar ahí, de hecho, ni siquiera entendía bien que ocurría en los traga monedas, solo sabía que había ganado si caían monedas.

Así que se levantó de hombros.

“No se mucho del tema, no se diferenciar entre las manos buenas y las mejores.”

La mujer, para su sorpresa, soltó una risa ronca.

“No me hagas pensar que eres solo una cara bonita.”

Bueno, no era muy buena en esos aspectos, en los juegos ni de azar ni de estrategia, ni nada así, ella era más reaccionaria, no meditaba mucho las situaciones, y si era así en la vida, sería similar en el juego. Y sabía que el ser solo una cara bonita, era un insulto de cierta forma, y muchas veces le dijeron eso, que era solo un cuerpo bonito, una cara bonita, pero podía hacer muchas más cosas.

Pero ahora lo tomaba como un cumplido.

Así que, sintiendo las mejillas arder, acercó el rostro al ajeno, a la oreja de la mujer.

“Sé hacer muchas cosas, y puedo demostrártelo, pero cuando estemos a solas.”

Ese era su don, y por un tiempo también su maldición.

Pero le gustaba, era buena en eso, así que sentía orgullo.

“Hmmm.”

Nishi hizo un sonido con la garganta, pensativa, mientras dejaba las cartas boca abajo sobre la mesa, y estiró la mano para dejar un par de fichas más al centro de la mesa, lo suficiente para que el crupier la agrupase con el resto de fichas que serían apostadas.

“¿Sabes lo que es una estrategia a largo plazo?”

Bueno, podía asumir más o menos de que se trataba, pero acabó negando, mirando a la mujer, quien lucía tranquila con esa apuesta, mientras escuchaba como los otros decidían que hacer. Esta no la miró de vuelta, solo tomó el vaso, y le dio otro sorbo más al trago, para luego devolverlo a donde estaba. Se le quedó mirando, y no entendió que pasó en esos momentos, hasta que la vio sonreír, al parecer había ganado, las fichas aumentando en esa esquina.

Si era bueno para su cliente, ella feliz.

“Se trata de un plan en el que toma tiempo el conseguir resultados, ya que el cumplir los objetivos solo puede darse luego de un largo tiempo de ponerlo a prueba.”

Ahí recién la mujer la miró, mientras volvían a repartir las cartas, y sabía que había una estrategia en el juego, incluso en el azar, pero a largo plazo no tenía sentido, eran juegos cortos, a menos que se refiriese a conocer a su oponente durante horas y así poder derrotarlo. Como si esta pudiese leerle la mente, le sonrió, una sonrisa pequeña, pero pudo notar cierta malicia en la expresión ajena.

“Y tu eres parte fundamental de ese plan, así que tendrás que acostumbrarte a estar a mi lado, porque no voy a entregarte a nadie hasta que tu valor y tu demanda suba aun más, ya me tarde días o semanas.”

Ella era de las más demandadas del lugar, eso era un hecho.

Pero, ¿Aún más?

Si la mujer la monopolizaba, quienes eran sus clientes usuales, no podrían tenerla, y por lo mismo, tendrían mayor urgencia de tenerla, y tendrían que pedirle a su actual compradora el que se las prestase, o algo así. Había visto algo así en casas, que alguien las subarrendaba, pero nunca lo vio en personas, ¿Era eso legal?

Bueno, creía que sus clientes podrían estar tristes de ser así, pero bueno, ahí el mejor postor ganaba, y al parecer era esa mujer, mientras ella consiguiese lo que quería, no le importaba quien la comprase.

Además, esa mujer tenía un aroma agradable, y era guapa, no podía quejarse.

Nishi se tomó el resto de su whisky, mientras soltó otra risa ronca.

“Por cierto, la única razón por la que pagué por ti es porque si tengo lo que todos los demás quieren, me eres una valiosa distracción para ganar, y además me dará la posibilidad de duplicar mi inversión inicial, pero no estoy en lo absoluto interesada en el sexo.”

¿Qué?

Probablemente se le notó la sorpresa e incredulidad en el rostro, la mujer mirándola de reojo, como si supiese exactamente que eso era lo que ella quería, su razón de estar ahí, a diferencia de otros ahí que se vendían solo por el dinero, no porque les apasionase ni nada, y fue lo más cruel que alguien le había hecho, lo más vil.

Eso ya no era divertido.

¡Lo terrorífico que temió estaba ocurriendo!

Chapter 164: Cancer -Parte 5-

Chapter Text

CANCER

-Adultez-

 

La frase de Taurus, de aquel día, siguió dando vueltas por su cabeza.

Solo llamame.

Todo el fin de semana, tuvo el impulso de hacerlo, de buscar el número aquel que tenía registrado y simplemente llamarla, solo por el impulso del momento, pero por suerte se contuvo, porque esos días, era donde el restaurante estaba más ocupado, así que esta no solía tener esos días libres. Y por un momento tomó eso como una señal, una señal para dejarlo pasar, porque era un impulso, lo que Pisces le dijo dando vueltas en su cabeza, alentándola a dejar de quedarse varada en el pasado.

Y quería dejar de hacerlo.

Estaba harta de estar ahogándose cada día desde que eso ocurrió.

Lamentablemente ni siquiera tuvo la excusa de ir al restaurante y poder hablar con Taurus personalmente, ya que, al parecer, su madre, estaba ahogando las penas en el trabajo, y por ende, no parecía necesitarla, ni siquiera quería tenerla ahí, y creía que tenía que lidiar con sus propios problemas antes de tener la intención de ayudar a su madre, tal vez si demostraba que podía seguir adelante, su madre confiaría en ella para hablarle de lo que le ocurría.

No creía que fuese tan fácil, pero a esta altura, era su única opción.

Como decía Pisces, solo le quedaba ser positiva.

Y vaya que era difícil a esta altura.

Se estacionó frente a su casa, luego de salir del trabajo.

El que su ayuda no fuese bienvenida en el negocio, la hacía enfocarse del todo en sí misma, y de nuevo corroboraba que con su madre eran muy parecidas, buscando lo que sea para poder distraerse de sus problemas, para no enfrentarlos, siendo demasiado fuertes para manejarlos de una manera normal, o ellas demasiado reacias para enfrentarlos.

Pero en algún momento, no tendrían de otra que pelear y ya.

No podían huir para siempre.

Tendrían que pararse firmes y hacerle frente a lo que las ahogaba, e intentar subir a la superficie.

Respiró profundo, y movió la mano sujetando su teléfono, de inmediato buscando aquel número.

Obviamente sabía los horarios de la cocinera, si ella misma lo organizó tiempo atrás, y por lo mismo, sabía que esta no estaba trabajando ese día, sin embargo, eso no quitaba la posibilidad de que estuviese ocupada, ¿Qué pasaba si lo arruinaba? ¿Si hacía algo mal? Lo que recordaba de su antigua relación, era lo demandante que fue, lo mucho que se agotaba tanto física como mentalmente, intentando hacer todo lo que su ex le pedía, pidiendo más y más de ella, sin retribuirle de la misma manera.

Aunque le diese el mundo, esta jamás estaría satisfecha.

Y ahora, si llegaba a tener en mente el salir con Taurus, no sabía cómo enfrentar eso, como si su cerebro simplemente quedó devastado con sus relaciones pasadas, y ahora no sabía como funcionar con normalidad, ¿Qué tenía que hacer? ¿Cómo tenía que hacerlo? ¿Cuánto tenía que dar y cuanto tenía que recibir para no estropearlo?

No, no estaba en lo absoluto lista para tener una relación.

Pero, habían pasado tres años, si no estaba lista ahora, probablemente nunca lo estaría, así que bien tendría que arrojarse al mar, sin saber nadar, pero con suerte, no se ahogaría como siempre.

Respiró profundo, y apretó el botón de llamar, y se quedó con el teléfono en el oído.

Una parte de ella deseando que Taurus estuviese ocupada a esa hora de la tarde y no la escuchase.

“Pensé que nunca me llamarías.”

Pero si contestó.

Pudo escuchar la voz suave y ligeramente grave de Taurus al otro lado de la línea, paralizándola, esta, claramente, esperando que ella la llamase, probablemente esperó desde el día en el que le dijo esa frase, dándole a ella el empujón que necesitaba.

Se quedó sin palabras, un chillido vergonzosamente alto escapándose de su boca ante la sorpresa. No sabía que decir ante eso, pero, honestamente, ella tampoco creía verse capaz de llamarla, y no tenía idea de donde había sacado la valentía para hacerlo. Se obligó a tragar pesado, a intentar comportarse como una persona normal.

“Siento haberte hecho esperar.”

No eran niñas, no tenían que hacer todo ese procedimiento vergonzoso que se solía hacer, y ella había dejado notar desde el día uno que estaba atraída por Taurus, y esta claramente lo notó para decirle eso, ya que, si esperaba que ella diese el primer paso, pasaría la eternidad esperando.

Era malísima siendo adulta.

Escuchó como Taurus soltó una pequeña risa, y sintió su estómago revolviéndose, no de mala manera, solo nerviosa. Eso de verdad estaba ocurriendo, y no podía creérselo.

“Soy una mujer paciente.”

Y le sorprendía que lo fuese, le parecía un rasgo que le encantaría poseer.

Al menos, el buen humor de la mujer, la hizo calmarse un poco. No la hacía sentir ansiosa, como otras personas, a pesar de la relación que tenían, más que nada laboral, sentía cierta calma al lado de la mujer, más tranquilidad, y siempre pensaba que era por la personalidad de esta, parsimoniosa.

Carraspeó al quedarse en silencio, forzándose a hablar, a decir lo que se suponía que debía decir.

“Llamaba para…”

Dios, era malísima para eso.

“Soy muy mala para esto, dame un momento.”

Y a pesar de la vergüenza en la que se estaba sumergiendo, la mujer soltó una risa suave, que la hizo calmarse, no se sentía apresurada, ni nada así, y era lo que necesitaba en ese momento.

“Tomate tu tiempo.”

Respiró profundo, ordenó sus ideas, y decidió volver a hablar.

“¿Estás ocupada? Sé que es un poco apresurado de mi parte, pero, podríamos ir a algún lado, ver una película, salir a cenar, algo así, si no estás ocupada, claro.”

Ya, ya lo había dicho.

Demasiado rápido tal vez, pero lo dijo.

No tenía idea como eso iba a resultar, no conocía tanto a Taurus para saber lo que esta prefería, que era más su estilo. Así que, lo mejor en esa situación, era pedirle la opinión, en vez de asumir y llevarla a algún lugar al que esta no quisiese ir, o quien sabe. Las relaciones eran complicadas, las personas eran complicadas, y no tenía idea que era lo correcto a la hora de cortejar a alguien.

“No me parece una buena idea.”

¡Ah!

Esa fue una puñalada directo en su corazón.

Fue el rechazo más explícito que había recibido, y como dolía.

Antes de poder llorar, escuchó a Taurus sonando pensativa al otro lado de la línea, y genuinamente esperó un segundo ataque.

“Ayer fue un día agotador, así que no quiero salir, ¿Por qué no vienes a mi casa?”

Oh.

Por eso salir a cenar era una mala idea, eso tenía sentido, por un momento quedó completamente aterrada y rechazada, pero ahora, su expresión cambió del todo, digiriendo lo que Taurus le estaba ofreciendo, haciéndola saltar.

“¿A-a tu casa?”

¿Eso no era muy casual?

¿No era un salto muy grande?

¿No había deberes que tenía que cumplir antes de algo así?

Si, su relación anterior realmente perturbó el funcionamiento de su cerebro.

Si Taurus hizo algún sonido, soltó una risa o le dijo algo, cualquier cosa, honestamente, no se dio cuenta, su cabeza aun dando vueltas, impidiéndole siquiera procesar los sonidos. Eso era demasiado para ella, para su inexperiencia.

“Si, aquí podríamos hablar en paz y ver algo en paz.”

Bueno, sí, era lo más cómodo.

¿Pero no era demasiado cómodo?

“A menos que realmente quieras salir a pasear, ahí tendríamos que organizarnos para otro día.”

Oh no.

Negó, deprisa, a pesar de que la mujer no pudiese verla.

“No es eso, solo pensé en eso para, no lo sé, conocernos mejor, es lo que se suele hacer, supongo.”

Realmente estaba dejando ver su inexperiencia, o su concepción de como las relaciones tenían que funcionar.

Estaba fracasando de una manera fenomenal.

“Que me lleves a cenar me parece excelente, siempre aprecio una buena comida, aunque luego de estar estos días encerrada en el restaurante, lo que menos quiero es estar cerca de uno.”

Eso tenía sentido.

Pero, hacer eso, en algún momento, no estaría mal, eso la dejaba tranquila.

Le gustaría hacer algo así.

Sin embargo, no tenían que salir para disfrutar de una buena comida, ¿No? Pensando en eso, se enderezó en el asiento, sintiéndose ya un poco más segura, más tranquila, a pesar de los nervios que continuaban ahí, su corazón golpeando fuertemente contra su pecho. Si Taurus prefería algo más casual, más cómodo entre ambas, lo tomaría.

“Puedo llevar la cena, si eso te parece bien, lo que tú quieras comer.”

Era lo que podía hacer, así que lo haría.

“Hace tiempo que no pruebo comida china.”

Y Taurus no se demoró en contestar, y agradecía la colaboración, o estaría completamente perdida, que bien sabía que la mujer cocinaba de maravilla, que le gustaba la comida en sí, pero no sabía si tenía favoritos. Y no quería arruinarlo antes de siquiera empezar, si, quería hacer las cosas bien, y al parecer, la mujer no paraba de darle empujones.

Estaba agradecida por eso.

“Siento depender tanto de ti.”

Habló, por un momento creyendo que lo decía más para sí misma, pero no, y se sintió arder, notando por el espejo retrovisor como su cara estaba por completo roja, parecía como cuando se quemaba por el sol.

Recordó que, cuando la contrató, meses atrás, le dijo algo así, ya que genuinamente le dejó toda la cocina a cargo, teniéndole toda la fe del mundo, y a pesar del desafío que era en convertirse en una jefa de cocina, no dejó de sorprenderle lo natural que era para el puesto. Mucho mejor que los supuestos cocineros profesionales que ya habían trabajado en eso.

Al parecer era común el que los cocineros tuviesen mal humor y falta de paciencia.

No es que ella fuese mejor, claramente se hubiese echado a si misma.

Y aun estaba en su cabeza la conversación con Taurus, cuando estuvo en parte temerosa de ofrecerle ese trabajo, que ella bien sabía que era complicado, que era difícil, que era desgastante.

Y esta le dijo-

“Puedes confiar en mí.”

Y confiaba, claro que confiaba, no por nada estaba dando ese paso, se estaba tirando al mar, teniendo las agallas para hacerlo. Porque a pesar de todo, se sentía en calma con esa mujer, creía que, si debía dar ese paso, prefería mil veces arriesgarse con Taurus. Y el universo en si no paraba de darle señales, así que era su momento de arriesgarlo todo.

De todas formas, nunca estaría como ya estuvo, años atrás.

Y si ya estaba roja antes, con esas palabras, se sintió enrojecer doblemente.

Esa mujer sabía cómo jugar con su corazón.

“M-me daré una ducha, y estaré por allá.”

Necesitaba refrescarse, ya estaba sudando ante la mera idea de terminar en la casa de la mujer, sin preparación alguna.

“Es una cita entonces, llámame cuando estés afuera para abrir el portón.”

Una cita, realmente había conseguido una cita.

Eso era irreal.

“E-eso haré.”

Ya empezaba a sentirse nerviosa, sabiendo que pronto estaría yendo donde la mujer, para tener una cita, ¡Una cita! No, no podía ser eso verdad. Era un paso que no creyó que daría, que no sería capaz, pero, al parecer, Taurus la quería ahí, le daba el empujón para ser más que meras conocidas, que colegas, o jefa y trabajador, así que debía poner de su parte, porque obviamente quería lo mismo.

Y antes de colgar, volvió a escuchar la voz de la mujer.

“Te estaré esperando.”

Oh.

¡No podía acobardarse ahora!

En la seguridad de su auto, dejó caer la cabeza, golpeándose con el manubrio, pero nada, tenía la cabeza dura. Se le llegó a caer el teléfono de las manos, cayendo al suelo, pero no le importó. No podía creer que estaba haciendo eso, no podía creer que iba a tener una cita luego de años, no podía creérselo, le parecía una locura de su mente.

Soltó un suspiro, obligándose a salir del auto, motivándose, sabiendo que tendría que pedir comida mientras se daba un baño, pero a pesar de eso, no llegó lejos, quedándose en la puerta de su casa, en los escalones, sentándose ahí, soltando otro suspiro más.

Tenía una sensación de ligereza, pero al mismo tiempo, se sentía absolutamente nerviosa, inquieta.

Buscó un cigarrillo en sus bolsillos y lo encendió, inspirando profundamente. Prefería fumar ahora, antes de fumar ya bañada con ropa limpia, que no quería oler mal. Eso era lo bueno de salir afuera, que, entre tantas personas, entre tantos aromas, el propio pasaba desapercibido, y no era el caso en una reunión así, tan íntima.

Y el solo pensar en estar ahí, en la casa de Taurus, a solas, la hacía hervir.

Sabía que esta no vivía sola, que compartía casa, lo que la hacía entender que no estaría en la casa en si, si no en la habitación.

Comenzó a toser, ahogándose de solo pensarlo, sus orejas encendiéndose, su rostro probablemente tan rojo como su propio cabello. Probablemente se iba a morir, le iba a dar un infarto, Taurus era una mujer guapa, que con la mirada la dejaba completamente enamorada, ¿Cómo iba a sobrevivir a solas? ¿Encerradas en un cuarto? ¿Qué pasa si llegaban a más? Oh no, no estaba en lo absoluto preparada para algo así, le sangraría la nariz.

Era una adulta, pero realmente eso no se le estaba dando bien.

Tal vez seguía siendo muy infantil, queriendo declararse como si aun estuviese en la escuela, diciéndole a la chica que le gustaba lo que sentía, y esas cosas, aunque bien sabía que no era necesario, ya que Taurus lo sabía, y si la instaba a más, coqueteándole, era porque esta también estaba interesada en ella.

¿Cómo y por qué?

No tenía idea.

Creía que lo que más hacía era quejarse, perdiendo la paciencia rápidamente, o cerrándose del todo, le había mostrado las peores partes de su personalidad, teniendo en cuenta, que se veían en un lugar que de por si, alentaba a eso, a estar bajo estrés, pero así eran los trabajos. Obviamente no se desquitaba con Taurus, no era la culpable, pero de desquitarse si se desquitaba.

Al menos, ahora, sabía que había crecido y ya no reaccionaba como antes.

De una manera que no era correcta.

Perdiendo los estribos rápidamente.

Pero no significaba que fuese perfecta, oh no, estaba muy lejos de serlo, pero, al menos, quería intentar ser una mejor versión de sí misma, porque la persona que era en esos momentos, no le agradaba, no se sentía cómoda en su piel.

Inhaló, acabándose el cigarrillo.

Era una oportunidad que no podía perder.

Por lo mismo, debía, al menos, intentarlo, y ahora, no podía huir, no podía retroceder ni acobardarse, porque Taurus estaba esperando por ella.

Dio un salto, levantándose, y al fin abrió la puerta de su casa.

Necesitaba una ducha.

¿Qué se iba a poner?

Una cita sí que era un desafío.

 

Chapter 165: Cleaner -Parte 2-

Chapter Text

CLEANER

-Responsabilidad-

 

Limpiar escenas como aquella, era su trabajo.

Llevaba haciéndolo…Mucho tiempo.

No recordaba como comenzó, cuando comenzó, que era de su vida antes. Su mente, lo único que tenía adentro, era el internado, era su trabajo ahí, como la habían puesto a cargo de esa importante labor. Y había sido responsable desde el primer momento, haciendo exactamente lo que tenía que hacer, sin poner peros, sin quejas.

Tampoco tendría a quien quejarse.

¿Quién manejaba ese internado?

¿Quién tenía algún rango ahí?

Sabía que había alguien, pero, ahora que lo tenía en cuenta, nunca se había dirigido a esa persona, simplemente recibía órdenes, y las acataba, y llevaba tanto tiempo ahí, que no tenía esa sensación de no saber qué hacer, de hacer preguntas, de cuestionarse su trabajo.

No creía estar hecha para nada más que ese trabajo.

Como si hubiese hecho, precisamente, para limpiar ese desastre.

Y no creía, jamás, poder hacer caso omiso.

Sea como sea, sabía a donde irían los cuerpos, sabía que debía deshacerse de estos antes que despertasen, sabía exactamente qué hacer, como si fuese una tarea aprendida desde su nacimiento, algo como instinto, programada para hacer lo que la habían puesto a hacer.

Ese mundo, no tenía respuestas para dar, eso sin duda lo sabía.

Sujetó a uno de los atacantes, por ambos tobillos, y comenzó a tirar, entrando por la puerta hacia el interior del edificio, por los pasillos oscuros y tétricos que describían la zona del personal de limpieza. El cuerpo, completo, estaba pesado, no era lo usual en su rutina, no era como los trozos de cuerpo que debía de recolectar, o los órganos, o los huesos, los internos en tan mal estado que no le quedaba otra que hacer varios viajes para poder llevar al lugar designado a esa persona.

Esta vez, era diferente.

Rara vez tenía que llevarse a una persona entera.

No, en ese internado, quienes acababan regados por las paredes, eran quienes ahí vivían, y no podían sobrevivir un ataque, no podían defenderse, no podían hacer nada para evitarlo, pereciendo al instante. Y aquellas personas, como a quien tenía bien sujeto, eso no les bastaba, y querían un baño de sangre aun peor.

Y ella debía dejar la escena del crimen por completo limpia.

Ante la evidente diferencia, su cuerpo dolió con el esfuerzo, sus músculos tirando, sin esa costumbre y a pesar de que un le quedaban horas del día, deseaba irse a dormir pronto y descansar, para reponer fuerzas para un nuevo día, y con un poco de suerte, sería un día pacifico.

Le tomó por sorpresa cuando el peso que arrastraba dejó de pesar tanto, y se giró, temiendo que el cuerpo hubiese decido, que la carne se hubiese separado, no era la primera vez, pero no era así, la interna que había dado inicio a un contraataque, estaba ahí, siguiéndola, sujetando al sujeto por los brazos, ayudándola en su labor.

Y a pesar de que le causó cierto gusto el ser ayudada, se obligó a negar.

El cuerpo de los pecadores no era tan resistente como el propio, que podía dedicar muchas horas del día al trabajo pesado, como era limpiar habitaciones bañadas en sangre, o recorrer kilómetros al día llevando kilos de cuerpos humanos en sus manos. Estaba hecha para ese trabajo, pero no los internos, incluso pelear, era ya más de lo que podía hacer al día.

No, ni eso podían.

“Te terminarás haciendo daño si me ayudas, deberías descansar, o tus manos terminarán de romperse.”

La interna la miró con cierta sorpresa, para luego mirarse manos, y si bien la había visto frunciendo el ceño en la pelea, ahora el gesto se intensificó. Ella misma, podía ver, ante la cercanía, como los dedos se habían separado de la palma, la mano deformándose al haberse roto los huesos, por lo mismo, cargar con peso, solo lo empeoraría.

Esta no pudo hacer más que resoplar, molesta e impotente, dejando caer el cuerpo, aceptando el mal estado en el que estaba.

A pesar de las buenas intenciones, no era estúpida, podía darse cuenta, sentir, que si se exigía más, la piel, que era lo único que mantenía las manos con cierta forma, terminaría cediendo. Ya estaba herida, raspada, era cosa de tiempo para que se rompiese del todo.

“¿Puedo acompañarte al menos?”

La interna le preguntó, mientras movía las manos, intentando acomodarlas lo mejor posible, para luego ocultarlas en los bolsillos del pantalón. No podía ver mayor dolor en el rostro ajeno, y sabía que eso dolía, no por nada los agresores disfrutaban de hacer esos viles actos, porque las victimas chillaban en desesperación, lloraban en dolor, incluso cuando los cuerpos no parecían capaces de almacenar vida alguna, sabía que seguían sintiendo.

Esta estaba poniendo un rostro fuerte, tenso y duro, arropándose en la ira, para mermar el dolor.

Y no, no era necesaria la compañía, pero, aun así, asintió, le dio el permiso de continuar acompañándola, mientras por su parte, volvía a tirar del cuerpo inmóvil.

Esa zona era del servicio de limpieza, pero no significaba que los internos no podían entrar, muchas veces se hacían amigos del personal, y se apoyaban mutuamente. Después de todo, ahí, la vida era rutinaria, aburrida, al menos ella tenía con que mantenerse ocupada, así como sus subordinados, pero para los internos era diferente. Lo dijo, era como una prisión, donde dormían, despertaban, se aseaban, comían, y luego volvían a dormir para iniciar el mismo ciclo.

Si, debía de ser considerada una prisión.

Al menos no vivían en encierro, tenían habitaciones con puertas, donde podían entrar o quedarse dentro tanto como quisieran, no había rejas, ni toques de queda, mientras se quedasen dentro del internado, todo estaba correcto, todo iría bien, aunque los peores, los más peligrosos, los más pecadores, salían al mundo exterior, pasaban los muros del internado, e iban por sangre, tal y como pasaba con los que venían del exterior.

Ese lugar, no podía contenerlos.

Estaba prohibido el lastimar a otros internos, por lo mismo, salían, y no sabía cuál era el castigo, tanto de matar a los suyos como el escaparse, considerando que estar ahí, ya era un castigo, pero no había conocido a nadie que hubiese cometido ninguno de esos crímenes, así que no tenía como saberlo.

Ambas avanzaban por los oscuros pasillos, la leve luz fluorescente alumbrando cada tres metros de distancia, sin ser nunca suficiente luminosidad. Si querían limpiar ahí, tenían en cuenta que nunca podrían hacer un trabajo impoluto, aunque no era su trabajo el encargarse de eso, el edificio principal era su tarea principal.

Le llamaban área sucia por una buena razón.

“No deberías hacer esfuerzo por lo que queda del día.”

Habló con la intención de darle una recomendación a la interna, y giró el rostro, mirando hacia el lado, donde estaba su acompañante, esta con el ceño fruncido, y el cuerpo encorvado, y creía que, sobre todo, era por dolor.

Debía de estar sufriendo, pero intentaba no mostrarlo, a pesar de que se le notaba que estaba siendo afectada.

Los ojos rojos de la mujer la observaron, serios, determinados, con el ceño aun fruncido.

“Estaba preparándome para esto, para devolverles la mano, para hacer algo luego de los ataques que no paraban, pero no creí que sería tan difícil acabar con ellos.”

Esa interna, por lo que podía notar, no llevaba mucho tiempo, había llegado al internado hace relativamente poco, así que aún no era realmente consciente de la diferencia que había entre las estirpes ahí adentro. Podían conocer a alguien corrupto, manchado, sin salvación alguna, pero no pelearían contra este, no podrían entender la diferencia entre sus capacidades, y no sucedía hasta desafiar a alguien del exterior, a quienes si podían golpear sin recibir castigo, que entendían de la peor manera.

Casi pierde las manos en esa pelea.

Notó que era buena peleando, no podía negarlo, claramente había estado entrenando, adiestrándose en grupos para ser más capaces, por lo mismo, como una manada de animales preparándose para una cacería, y lograron dejar inconscientes a los del exterior, los dejaron lo suficientemente heridos para haber evitado una masacre.

Esa era una victoria.

“Considerando el tipo de rivales que son, esta es una victoria de la que deberías sentir orgullo. Hace mucho que no hacen caer a alguien del exterior.”

No recordaba hace cuánto tiempo ocurrió, solo sabía que había pasado tiempo de eso. Eran los recién llegados los que notaban la injusticia y decidían hacer algo al respecto para proteger al internado de un ataque, pero cuando iban perdiendo, a más y más de los suyos, finalmente dejaban de luchar, se hacían un lado, y salían de los cuartos para lo primordial, sabiendo que en los momentos más vulnerables podrían ser atacados.

Y tenían muchas posibilidades de morir.

A diferencia de los que eran fuertes, quienes, como ya dijo, solían escaparse, ya que esperar a recibir un ataque era demasiado aburrido, preferían ir por si mismos a buscar una nueva presa.

La interna asintió, pensativa, y podía notar como movía las manos desde dentro de los bolsillos, intentando aliviar el dolor, o reajustar los huesos en el lugar correcto. La mujer soltó un suspiro, dejando de mirarla, mirando alrededor, así como mirando hacia atrás, al cuerpo que ella iba tirando, hasta volver a mirarla a ella, directamente a los ojos.

“Gracias por haberme cuidado la espalda, ahora entiendo que, si no le hubieses dado a aquel exterior, no estaría aquí ahora. En este momento te debo la vida, por eso quise ayudarte, aunque tienes razón, no puedo hacer mucho ahora.”

Si, ayudó, interfirió.

Ese personaje se le iba a tirar encima, incluso algo tan simple como aplastarla sería devastador, le rompería uno que otro hueso, y ahí ya tendría la desventaja al momento de pelear. Y si bien su golpe con la escoba no fue en lo más remoto fuerte, aunque tal vez un poco más considerando que las leyes de los presos no la afectaban, fue un golpe preciso, y consiguió el tiempo suficiente de distracción para que la interna se pusiese de pie y se mantuviese a salvo del alcance ajeno.

Se sentía bien ayudar, ayudar a los vivos, no solo a los restos mutilados de los demás.

“Tuve la suerte de estar lo suficientemente cerca para reaccionar, normalmente no es el caso, cuando suelo llegar ya no queda nadie vivo, nadie a quien ayudar, nadie a quien salvar.”

Dejó de caminar cuando se encontró con la tapa del desagüe, y se agachó para abrirla, sintiendo el aroma a putrefacción que había ahí, la corriente de agua siempre constante, así que los cuerpos que tiraban por aquel agujero terminaban fuera del terreno del internado, lo que sería el caso de aquella persona.

Se agarró de las ropas ajenas, y tiró, hasta que el torso estuvo dentro de aquel agujero, así que simplemente soltó, y la gravedad hizo lo suyo. Notó el cuerpo caer pesado contra el agua, y si bien no había mucha luz, notó el cuerpo avanzando por el agua, alejándose. Ahora tenía que volver y hacer lo mismo con los cuerpos que quedaban, y por suerte, no era una caminata tan larga, usualmente tenía que hacer más viajes, más largos, pero ahora tenía urgencia, ya que no quería que estos despertasen.

Aunque no se recuperarían, no hasta el día siguiente, lo mismo con las heridas que recibieron quienes lograron ser atacados, así como las manos de la interna que tenía en frente. 

Al pasar el día, los daños desaparecían después de todo.

“Eres más fuerte que nosotros.”

La mujer le dijo, con un tono de sorpresa en la voz, tal vez por la forma en la que movió el cuerpo del exterior, y asintió, tal vez no era más fuerte que los pecadores más fuertes, pero si tenía una fuerza y resistencia superior a los demás ahí adentro, a la mayoría ahí adentro.

Estaba hecha para eso, ya lo dijo.

Cerró la tapa, y la miró, notando como los ojos rojos la observaban, una expresión imposible de leer en su rostro, sin la sorpresa que escuchó. Simplemente se sacudió las manos en el delantal, y se dio la media vuelta, volviendo de donde vino, la interna aun siguiéndola de cerca.

“Siempre sueles ser tu quien limpia la sangre.”

La interna habló luego de unos momentos, mientras caminaban a paso rápido de vuelta por los pasillos, con dirección a las duchas. No la miró, pero analizó la frase, que al principio creyó que era una pregunta, pero no, no lo era, era una afirmación.

“Soy la responsable de este servicio, debo hacerme cargo.”

“Podrías dejar que los demás lo hagan.”

La interna habló, rápidamente, atenta a sus palabras, receptiva en la conversación. Y no podía negar eso, sin duda podría, pero no lo haría, así que negó, notando la puerta a la que debía entrar a la distancia.

“Muchos de mis subordinados forman relaciones amistosas con los internos al encontrarse en varios lugares al momento de las labores, ya es lo suficientemente doloroso el que sepan que quienes conocen han muerto, para hacerles también limpiar los restos.”

Notó de reojo como la interna asintió, con la mirada tan cabizbaja como pensativa, entendiendo su punto. No llevaba mucho tiempo ahí, pero debió toparte con los de limpieza en más de una ocasión, con alguien limpiándole la habitación, o limpiando los baños al estar ahí, lo usual, a más de alguien debía de reconocer lo suficiente, así como los de limpieza debían de reconocerla a esta lo suficiente.

Al verse tan a menudo, la perdida se siente con fuerza.

Abrió la puerta, sintiendo la luz artificial de las duchas haciendo que sus ojos ardiesen levemente, acostumbrándose a la oscuridad del área sucia.  

Veía ahí a las personas en las que pensó, sus subordinados, ayudando a limpiar, ya que, al no haber fallecidos, apoyaban su trabajo, limpiando la sangre y suciedad que quedó luego del enfrentamiento, lo tenían permitido, a diferencia cuando había muertes.

No, eso no se los permitía.

“¿No suele ser tu caso entonces?”

La interna le preguntó, mientras ella se agachaba para sujetar a otro de los caídos, agarrándolo de los tobillos, tal y como hizo con el anterior, afirmándolo firme para arrastrarlo hasta el desagüe, y dejar que ese cuerpo corrupto estuviese lo más lejos posible de ellos. Levantándose, tirando, buscó a la interna con la mirada, quien se quedó dentro del pasillo de la limpieza, esperando por ella, para, al parecer, volver a acompañarla en su travesía.

Le costó entender la pregunta.

Hasta que lo entendió.

Su caso, el tener relaciones cercanas con los internos, para sufrir las muertes.

Y vaya pregunta difícil de contestar, porque entendía como habían sonado sus palabras, como que ella tomaba ese trabajo, porque como los otros sufrían, y ella no, era capaz de hacerlo sin agobiarse por la muerte. Y esa, sin duda, era una mentira, pero no creía que debiese decir tales palabras, era una figura de autoridad, por lo mismo, debía evitar mostrar vulnerabilidad alguna.

Y, aun así, ya estaba acostumbrada.

Volvió a sumergirse en el pasillo oscuro, tirando del cuerpo ajeno, el sonido de este siendo arrastrado resonaba por las paredes.

Solo ahí, se dignó a contestar, notando la presencia a su lado, continua.

“Estoy hecha para este trabajo, estoy acostumbrada a la muerte, soy la única aquí que puede manejar la masacre.”

Habló, firme, manteniendo la frente en alto, como debía de ser.

Y ante su respuesta, la interna se quedó en silencio, sin volver a hacerle pregunta ninguna, conforme, de cierta forma, con su respuesta. Se preguntaba, de hecho, si la respuesta la había dejado conforme a sí misma también.

No, no lo hizo.

Pero era la respuesta que debía dar, como limpiadora.

Chapter 166: Royal Guard -Parte 4-

Chapter Text

ROYAL GUARD

- Vacío -

 

Aun no podía creer lo que había sucedido, incluso luego de días.

Se sentía irreal.

Pero el dolor, el dolor era demasiado real.

Y sobre todo, constante.

Miró hacía afuera, observando el paisaje a su alrededor, a través de la carreta, el sonido de las ruedas contra el suelo, acompasado con los pasos de los caballos, la hacían sentir enferma, mareada, pero no era el largo viaje, ni el cansancio, ni tampoco el duelo, creía que era su propio dilema.

Ese día, tomó sus pertenencias, su ropa, su armadura, su espada, y dejó atrás a quienes conocía, dejó atrás a los guardias bajo su supervisión, y no le dijo a nadie de su despedida. Debía de estar presente cuando se llevasen a la condesa en el ataúd, para iniciar el viaje de vuelta, pero nunca llegó, y ese era otro pesar más que tenía encima, el no haberse despedido, el no haber enterrado a la condesa con sus propias manos.

Pero Butterfly Knife tenía razón.

Llorarle a un cascarón vacío no serviría de nada si es que no hacía algo contra los responsables.

Esa era la mejor forma de despedirse.

Y a pesar de tener en ella la sed de justicia, de ponerse en frente aquel objetivo, el seguir a la mercenaria que era esa mujer en esa travesía, no mermaba el vacío que sentía, porque estaba vacía, ella era el verdadero cascarón vacío. Toda su vida había vivido por y para la condesa, y su fallo le pesaría hasta que ella fuese quien desapareciese de ese mundo.

Sin la mujer a la que le dio su vida, no era nada, no era nadie.

Y por lo mismo, evitaba cualquier reflejo , evitaba cualquier espejo, evitaba cualquier superficie remotamente cristalina, no podía, simplemente no lo soportaba, e vitaba ver el rostro de la condesa en ella, eso solo aumentaba el pesar , el asco que sentía por si misma, por estar viva, y no a quien deseó proteger.

Y ahora entendía por qué se sentía enferma.

Porque tenía ahí su reflejo, en el cristal.

Negó, dejando de mirar hacia afuera, llevándose una mano al rostro, sintiéndolo caliente, húmedo .

E staba enferma.

No, no aguantó, se movió, saliendo por la puerta, sin siquiera importarle que el carruaje aun estuviese en movimiento, los caballos relinchando al escucharla salir despedida  desde adentro , así como escucharon el sonido de ella vaciando su estómago.

Ahora, una vez más, estaba vacía.

Jadeó, luchando por tener aire, sintiendo el cuerpo pesado, dolorido, tembloroso, sintiendo el estómago revuelto, y no creía haber tenido un día de paz desde lo que ocurrió, no, sobre todo, desde ese día, cada día era deplorable , ni tampoco merecía paz alguna, ante su fatal error.

Buttlerfly Knife detuvo el carruaje, bajándose también, siguiéndola, asegurándose de que estuviese bien, y era desesperante, porque veía a aquella mujer hablar  con otras personas, sonando fría y profesional, una asesina, una mercenaria, una viajera solitaria, sin embargo, cuando la miraba al rostro, notaba como aquel  comportamiento cambiaba.

Ya no era la persona compuesta que dejaba ver.

Se ablandaba con ella.

Porque tenía ese rostro, y ahí, tenía el recordatorio de que no necesitaba un reflejo, un espejo, para tener el martirio constante de la imagen que ella era, una barata copia, inútil y vacía, un reemplazo que debió de morir esa noche, y continuaba ahí, viva.

“¿Estás bien? Estamos cerca, si quieres podemos tomarnos un descanso.”

Esa mujer le tenía lastima.

O más bien, le tenía estima.

Solo por ese rostro que tenía, nada más que por eso, porque ese rostro le recordaba a la condesa, y por lo mismo, la vulnerabilidad que solía tener con esta, aparecía. La trataba bien, se preocupaba por ella, a pesar de que luego de unos momentos, cambiaba, recordándose a sí misma que a quien tenía al lado no era la condesa, no, solo se le parecía físicamente.

Y no sabía cómo sentirse.

Porque ante esos cambios, ante ese comportamiento, solo le reafirmaba lo evidente, que jamás podría huir de su fallo, que jamás podría superar la muerte de la condesa, porque hasta que muriese, la traería consigo , pegada en el rostro . Y por años estuvo agradecida de que así fuese , de que tuviesen esa relación , porque podría protegerla, podría ser un  escudo, podría permanecer a l  lado  de esta,  porque eran parientes, porque podía ofrecerle su existencia indigna y sentirse digna  de una vez por todas.

Tenía en el reflejo la imagen de quien le dio una vida, que llenó el vacío que una vez tuvo.  Y por tener esa imagen, esa cara, podría convertirse en la salvación de una mujer con cientos de enemigos.

La hizo sentir llena por dentro, dándole un objetivo, dándole un trabajo, dándole una profesión, dándole una responsabilidad, dándole una identidad.

Y ahora no tenía nada de eso, al perderla.

No era nadie, al perderla.

Nunca volvería a ser alguien, nunca sería ella misma , de hecho, ¿Alguna vez fue ella misma? ¿Alguna vez fue algo más que un eventual reemplazo? No, no creía, y aun así, tomaría aquel rumbo, una y otra vez, elegiría esa vida, sin vacilar.

Se quedó ahí, afirmándose de las rodillas, luego de haber vaciado su estómago, una vez más. Ya quería llegar a la siguiente parada, ahora cerca de su objetivo, para poder darse un baño, para poder limpiarse, para poder darse una sensación de cambio, y así quitarse el sabor ácido de la boca.

Creía que el saber que estaban ahí, tan cerca, la dejaba sintiéndose aun más nauseabunda, y si bien sabía lo que tenía que hacer, contra quienes tenía que desenvainar su espada, para darle justicia al nombre de la condesa, al escudo en su pecho, pero sabía que, al enfrentar aquel peligro, lo que sucedió estaría aun más claro en su cabeza, y temía recordar la última vez que usó su espada.

Teniendo el cuerpo de la condesa ahí, muerto.

No había vuelto a pelear desde ese día.

No había sacado su arma desde ese día.

No había matado desde ese día.

Pero el día estaba cada vez más cerca , inevitable.

Butterfly Knife se quedó ahí, de pie a su lado, respondiendo su silencio de la misma manera, en silencio, pero permaneciendo ahí, acompañándola. No habían hablado demasiado, ella sumida en su angustia, y la mujer probablemente en el mismo estado, pero sin demostra rl o con la misma debilidad que ella. Solo conversaban cuando planeaban, cuando trazaban un camino, cuando le mostraba en el mapa a donde iban, por donde iban, y cuanto faltaba.

Pero por lo demás, conservaban el silencio.

Y creía que esa mujer no estaría tan metida en sus propios pensamientos, si no le viese el rostro.

A veces solo quería sacárselo.

Marcarlo.

Darse el castigo que merecía, ante sus errores.

Pero al mismo tiempo, se consideraba incapaz de herir aquel rostro, tal y como Butterfly Knife no podía herir ese rostro, eran incapaces, mucho menos en esos momentos, en esos días, que aun avanzaban con el peso del luto sobre los hombros. La muerte aún estaba muy fresca, el dolor seguía ahí, intenso, apuñalándolas, y el saber que perdieron a la persona que las hizo ser quienes eran, les hacía imposible el siquiera hacerle daño a quien era remotamente similar.

Se levantó erguida, observando como el sol aún estaba en lo alto, el calor siendo intenso, sobre todo con esa sensación de fiebre y su uniforme ajustado empeorándolo .  

Ya quería acabar con todo eso.

Sin embargo, al mismo tiempo, no quería.

¿Qué haría después?

“¿Qué harás después?”

Sin ser capaz de contestar aquella pregunta por sí misma, le preguntó a la silente mujer a su lado, quien tenía una expresión carente, sin emoción, metida por completo en lo s pensamientos  que daban vuelta, sin parar , ahogándose en esa sensación del luto que traían los recuerdos, amargando el  presente, y al oírla, reaccionó, el  ojo bueno brillando ligeramente, atento, despierto, y si bien la miró de reojo, esta no la miró a ella de vuelta.

Evitando mirarla, a propósito.

Y ella también se evitaba.

Al menos ambas entendían el dolor de la otra.

“¿Después de matar a los culpables?”

La mujer le preguntó de vuelta, asegurándose, y asintió, teniendo claro que esta no lo notaría, no notaría su gesto, al evitarla de esa manera, el  ojo ciego quitándole gran parte de la  vista periférica, así que sabía que debía abrir la boca, tal vez era mejor   si lo decía, el lidiar con el luto de esa manera, siendo capaz de hablar de eso, de todas formas, si alguien podía entender su dolor, era Butterfly Knife.

Quien tuvo una vida, gracias a la condesa, tal y como ella.

“¿Qué viene después? Perderla me dejó en el limbo, sin dirección, vacía, era lo que era, solo para la condesa, y al perderla, me di cuenta de que no era nadie, que no soy nada, mi existencia no tiene razón de ser, y ahora, solo sigo adelante para darle justicia al nombre al que le juré lealtad, y luego de eso, ¿Qué será de mí?”

Sonaba tan deprimente el decirlo en voz alta, como el cuestionárselo en su cabeza.

Y, aun así, de ambas formas, no encontraba una respuesta.

No encontraba una solución.

No encontraba un camino a seguir.

Si estaba ahí ahora, fue porque Butterfly Knife la instó a luchar, a hacer pagar a los culpables, a dejar de llorar en una esquina y levantarse a pelear por la condesa, darle paz y descanso a esa  alma  bella que las salvó , solo por eso seguía ahí, caminando, usando ese uniforme, ese escudo en su pecho, esa armadura, esa espada, de no ser así, habría viajado junto al ataúd de la condesa, hubiese llegado a su ciudad natal, hubiese enterrado el cuerpo, y ahí se hubiese quedado, atornillada a una cripta, incapaz de dejar el lado de la condesa.

Ni siquiera le importaba el continuar con su trabajo, siendo el guardia real que era, protectora de la realeza, custodiando el castillo, custodiando a los altos rangos de su país. No, no tenía sentido. Lo hizo para poder estar más cerca de la condesa, lo hizo para cumplir con las expectativas que esta le dio, le mostró aquel camino y lo tomó como propio, como su deber, como su responsabilidad, como su objetivo de vida.

¿Podría seguir adelante sin la condesa?

No lo creía, no se creía capaz.

La mujer a su lado asintió, sin mirarla, pensativa.

“La condesa me dio un lugar en el mundo, me hizo quien soy, me enseñó a sobrevivir por mi misma y a hacer las paces con mi pasado, puedo existir gracias a ella , por lo mismo, seguiré haciendo eso, viviendo de esta manera, a mi manera, siendo, con orgullo, quien la condesa creó.”

La mujer habló, firme, segura, determinada, pero cuando giró para mirarla, esta se había dado media vuelta, volviendo al carruaje, lista para continuar, dejándola a ella atrás. Y le sorprendía esa seguridad, pero tenía sentido, eran personas diferentes, a pesar de ser salvadas por la condesa, vivieron de formas diferentes.

Ella, exclusivamente, vivía para la condesa.

Si no tuviese ese rostro, las cosas serían diferentes.

Si no tuviese aquel lazo sanguíneo con la condesa, las cosas serían diferentes.

Si no tuviese aquel escudo bordado en su ropa, las cosas serían diferentes.

La condesa era parte de ella, y ella era parte de la condesa.

Lo que volvía esa situación aún más insoportable.

¿Qué haría después?

No tenía idea, pero de algo estaba segura, y es que si la presencia de la condesa en su vida continuaba siendo un perpetuo castigo, el tenerla siempre presente en ella continuaba ahogándola, tendría que hacer algo con ese rostro, tendría que hacer algo con ese escudo, y debería empezar de nuevo.

Soltó una risa agria.

No, no creía ser capaz de empezar de nuevo.

Ni siquiera recordaba quien era antes de la condesa, años atrás.

No tenía idea de quien era ella, fuera de ser la copia de la condesa, de ser su protección y su cuidadora.

Inútil cuidadora.

Inutil protectora.

Tal vez, así era, ella, inútil , nada más, no era nadie.

Pero eso no quitaba que aun tenía esa obligación por delante, pagaría aquel dolor que sentía, ese castigo que recibía al haber fallado al proteger a su condesa, y vengaría a la mujer que le dio la vida, usando su espada una vez más, una última vez más, manchándose de sangre, para darle fin a esa travesía.

A esa vida que tenía.

En silencio, volvió a subirse, a sentarse en su lugar, teniendo la sed de sangre en su existencia, la sed de sangre culpable, de a quienes debían castigar, a quienes debían ajusticiar, a quienes osaron dar aquella orden, a quienes decidieron quitarle la vida a la condesa. Así mismo, tuvo sed de sangre, de su propia sangre, porque seguir adelante, era ilógico, una persona como ella, que vivía por y para alguien más, alguien a quien había ya perdido, no podía seguir viviendo en ese mundo, no podía dejar de lado quien fue, y ser alguien más, era iluso pensarlo.

Por eso, debía pagar con su vida.

Si la condesa no vivía, ella no debía continuar.

Llevar aquel rostro consigo, el seguir viviendo a pesar de todo, era un sacrilegio, y no podía aceptarlo, no podía aceptar el vivir usurpando esa imagen que para ella era sagrada.

Así que iba a usar su espada, para matar a los culpables.

Y luego la usaría contra si misma, para matar a quien falló cumpliendo su deber , otra culpable más.

Mancharía la hoja con sangre ajena, y luego con su sangre, ese sería el final de ella, de la mala copia que era, del inútil guardia real en el que se convirtió, en el caballero insignificante que terminó siendo, un cascarón vacío.

“¿Lista?”

Butterfly Knife le preguntó, el ojo funcional observándola, la expresión ajena viéndose suave, teniéndole lastima a esa imagen, a ese rostro, y ella era igual, ambas, sufrían de la misma manera cuando se refería a la condesa, el recuerdo exprimiendo sus corazones dentro de sus pechos. Y chocando con la mirada ajena, asintió, sabiendo que quedaba poco, que el destino estaba ahí, demasiado cerca, y debía mostrar confianza, debía ser fuerte y determinada con aquel objetivo, tal y como fue durante sus años de entrenamiento.

Iba a demostrarle a la condesa, ahí, a donde estuviese, que su lealtad la llevaría a la muerte, y tal vez, pronto, podría darse el lujo de encontrársela en la otra vida, al otro lado del túnel.

“Lista.”

Iba a acabar con todo.

Con ellos, y consigo.

Chapter 167: Succubus -Parte 12-

Chapter Text

SUCCUBUS

-Peligro-

 

“¿Finneas te echó?”

Myrtle le preguntó mientras la instaba a entrar, y fue extraño el hacerlo.

Dio un paso, luego otro, dubitativa.

Los recuerdos aun estaban en su cabeza, a pesar de que gran parte de esa secuencia de recuerdos estaba borrosa, nublada, ese lado de ella consumiendo tanto su humanidad que todo a su alrededor se tornaba difícil de percibir, pero lo recordaba, y no sabía en ese momento si era algo absolutamente bueno o algo horriblemente peligroso.

Al final cayó inconsciente por el gasto energético que le causó el poner la barrera, el soportar todos los hechizos, así como hacer aquella unión con Myrtle, que la hizo sentir por completo exhausta.

Eso y el sexo.

No, no debía ni pensarlo. 

Peligroso.

Así que, por lo mismo, no había perdido los recuerdos, como solía ser, su mente estaba alerta, con los recuerdos ahí, a pesar de que los viese como con una tela cubriéndolo, solía ser así cuando el demonio dentro de ella despertaba, y si bien en el momento estaba más lucida, ya sus recuerdos se tornaban así.

Sea como sea, recordaba lo suficiente.

Se llevó una mano al cuello de su ropa, sintiendo como estaba empezando a sudar, su cuerpo reaccionando, recordando bien el calor que había experimentado en esa habitación hace solo unos pocos días.

Carraspeó, obligándose a recuperar la compostura, sin querer mostrarse tan afectada como estaba, la marca en su estómago aun ahí, el demonio sin calmarse.

“S-si…”

Ahora carraspeó más fuerte, estaba exponiéndose.

“Si, se veía absolutamente enojado, o decepcionado como dijo Dargan, así que ni me saludó, solo tomó mi cama y me ignoró.”

Y lo podía considerar como ser echada.

“Así es él, no es para nada emocional, pero le afectó lo que hicimos.”

Claro, lo hicieron a las espaldas, a las espaldas de ambos.

Pero era lo que debía de hacer, ya hizo las paces con eso, era para salvar a Myrtle, así como para darle al fin libertad, tenía claro que ninguno de los dos estaría feliz sabiendo el plan que tenían, y que probablemente ni las ayudarían a buscar una solución, así que jugaron todas sus cartas, y al final del día, resultó. Myrtle estaba ahí, tenía permitido el quedarse, e incluso si decidía irse en algún momento, ya no la buscarían por la misma razón que antes.

Tendrían que ir, poco a poco, calmando las aguas con ambos, y eventualmente ya no existiría esa tensión. Eran ambos inteligentes, así que entendían de sobra las razones por la cual hicieron lo que hicieron, solo tendrían que superar el punto de la traición.

Aunque no sabía si llamarlo traición.

Pero podía sentirse así.

Dejó la maleta en el suelo, y se giró para mirar a la chica, a quien no quería mirar demasiado para no tentarse, pero le sorprendió el ver como lucía pensativa, sin mirarla a ella, y creía que pensaban en algo similar. Eran sus compañeros después de todo, agrio se sentía.

Pero las cosas mejorarían.

“Lo haremos mejor a la próxima, como equipo.”

Habló, sintiéndose tranquila, segura, determinada, y era extraño el sentirse así, ajeno, y creía que esa sensación perduraría ahí, con ella, por un largo tiempo. No era solo el cambio en su cuerpo, si no que era la situación, era todo lo que estaba correcto en ese momento, y que agradecía que así fuese. Había calma en el aire, luego de todo el caos que solía existir.

Y ahora se sentía fuerte, acompañada, para poder enfrentarse a nuevos desafíos.

Aunque no lo quisiese, aunque hubiese renegado por muchos años su existencia híbrida, era mitad demonio, era un súcubo, y por ende, debía de dejar de tener miedo como si fuese nada más que una impotente humana. Había pasado demasiados años ocultándose, sintiéndose avergonzada de su existencia, temiendo ser castigada, temerosa de su alrededor, siendo ahí nada más que un insecto.

Ahora sabía lo valiosa que era su existencia para ese culto, así mismo, sabía que los lideres, que la vieja aquella, sobre todo, la hundía solo para tener control sobre ella, porque le tenía miedo, le aterraba. Y si bien no quería darle a nadie razones para temerle, tenía claro que no debía ser ella quien temiese en respuesta.

No debía temer a los demás.

Y esa valentía que sentía ahora, la hacía darse cuenta que ahora temía no a los demás, si no a si misma, ese poder nuevo, esa fuerza nueva, ese control, la hacía tener más miedo de si misma de lo que antes tenía. Antes era peligrosa y descontrolada, pero temía la persona que se convertía cuando era no solo peligrosa, si no que en control.

Porque el daño que hacía, no era por mera locura, por calentura, para poder sentir la ansiada satisfacción de saciar esa sed, ya que la última vez que causó daño, usó su poder, y con la exclusiva razón de hacer el mal, de humillar, de herir, de burlarse del sufrimiento ajeno, y era algo que la hacía sentir enferma.

Se detuvo si, pudo haber hecho mucho más daño, Dargan se lo mencionó, podía matar si así lo quería.

Pero eso no la hacía sentir calmada, porque significaba que había aún más daño que podía hacer.

“¿Qué pasa?”

La voz de Myrtle la hizo dar un salto, al escucharla cerca, y su sorpresa fue mayor cuando la mano ajena llegó a uno de sus brazos, el tacto casual siendo así desde siempre, como un roce, y a pesar de sentirse con aquel peso encima, pasando de la seguridad al miedo, se sintió arder, y estaba segura que el símbolo en su estomago había desaparecido durante aquel rato, pero ahora, había vuelto, encendiéndose ante la cercanía.

Por reflejo se alejó, reaccionando, aferrándose a su estomago, este ardiendo, quemando, una sensación de pánico acelerándola.

Y recién ahí notó el rostro de Myrtle, como lucía tan sorprendida como preocupada ante su reacción.

No era la primera vez que reaccionaba así…

Siempre le dio miedo tener contacto físico con Myrtle, desde el comienzo así fue, porque se sentía demasiado peligrosa al lado, siendo enorme en comparación, y no quería lastimar a Myrtle, no quería lastimar a nadie, pero, sobre todo, no a esta, que tan buena era con ella, a pesar de ser lo que era. Y se sentía tan dividida, porque a quien más quería tocar, era a esa mujer frente a ella, y por lo mismo, aquel miedo crecía.

Cuando disfrutaba del tacto, se espantaba, porque eso despertaba al demonio, y ahora tenía la alerta ahí, en su estómago, brillando, dejándose llevar por la lujuria, y debía de alejarse, debía mantener las distancias, o la pondría en peligro.

Sintió un dolor en el pecho, cuando notó una expresión dolida en aquel rostro, expresión que había visto antes, y había experimentado exactamente el mismo dolor físico. El verla así, triste, la destruía por dentro, la hacía derrumbarse en pedazos.

Y ahora, era del todo su culpa.

Claro, para Myrtle, las cosas habían cambiado entre ambas, ya no eran solo compañeras, solo amigas, no luego de lo que había ocurrido, y el ella renegar del tacto tal y como antes, le hacía entender que a pesar de todo, nada había cambiado, y no era así. Esta se le declaró ese día, le confesó los sentimientos que tenía dentro, como gustaba de ella, cosa que aun no podía entender, así que era evidente que algo así, que una reacción así de su parte, acabaría haciéndola sentir mal.

Y quiso abrazarla.

Pero no era capaz de hacerlo, no en ese instante.

Se moría por abrazarla y darle a entender que no era así, que no estaba alejándola como antes, o tal vez si, pero solo por esos poderes, por ninguna otra razón.

Pero quería, como quería sujetarla, confortarla, y por lo mismo, al menos, debía explicarse.

“Después de lo que ocurrió, luego de lo que sea que hizo mi madre al desbloquear mis poderes, esta parte corrupta de mi, me he sentido extraña. Esta ahí, a flor de piel, no enjaulado como antes, soy más cruel y peligrosa que antes, por eso estoy aterrada, porque temo herirte.”

Ni siquiera podía decir si es que perdía el control, porque era el tener control lo que le aterraba más.

Myrtle la miró, atenta a sus palabras, en silencio, analizando lo que decía, al parecer dándole vueltas por la cabeza, recordándolo. En su caso, todo estaba así, nublado en su cabeza y al mismo tiempo más lúcido de lo que solían ser sus recuerdos en ese estado. Pero no se vio a si misma, solo vio lo que hizo, como lo hizo, y lo que sintió haciéndolo, nada más.

Pero Myrtle sí.

La vio hacer todo aquello, actuar erraticamente, hablar de esa manera.

Y le sorprendía que luego de ver eso, la aceptase ahí.

Ante ese silencio eterno, no tuvo de otra que decir lo que sentía.

“Realmente quiero abrazarte, pero me da miedo.”

Y a pesar del silencio ajeno, notó una sonrisa asomándose, Myrtle luciendo inmediatamente más calmada al oírla, relajándose, y no sabía si eso era bueno o no. Porque conocía a esa mujer, y era absolutamente aterradora la forma en la que se arriesgaba si se trataba de ella. Si, esos sentimientos que esta tenía debían de ser fundamentales, pero vaya que le sorprendía.

El aceptar todo lo malo de ella, solo por gustarle, era aterrador.

Así que, de cierta manera, lo esperó.

Esperó que Myrtle se acercase, y la abrazase, acomodándose en su pecho, rodeándola, aferrándose a su ropa, porque esa mujer era una rebelde con causa, tanto así, que hacía todo lo que nadie haría, todo lo que no debía de hacer. Y ella era estúpida, porque no podía aguantarse, aun sabiendo bien los riesgos, el peligro que era, ahí estaba, rodeándola de vuelta, sujetándose de esa pequeña mujer como si de su vida dependiese.

Y de su vida dependía.

Respiró profundo, inhalando la esencia a lavanda, la cual siempre la hacía sentir en calma, así como la hacía sentir otro tipo de emociones y sensaciones, pero frunció el ceño, conteniéndose, sin dejar que las emociones perversas la dominasen, pero era inevitable.

Su cuerpo tiraba, el demonio tiraba, porque Myrtle le pertenecía, y al dejar su mano sobre la espalda baja a su disposición, pudo sentir el calor de la marca que ella hizo, ardiendo de la misma forma que la que estaba en su estómago. Era una sensación que no podía describir, un calor agobiante, pero no de una mala manera, de hecho, reconocía sin problema ese calor, pero mucho más empalagoso, más intoxicante.

Porque podía tener un cuerpo frente a ella, vulnerable, en un estado indefenso, agitado, y el demonio emergía en ella ansiando destruirlo, despojarlo de cualquier consciencia, arrebatarle la mente y el alma, consumirla, sin embargo, ahora no necesitaba sentir ningún aroma, no necesitaba sentir ese nerviosismo, ese calor, no, no era necesario, con tener a Myrtle cerca, con solo pensar en esta, ahí estaba.

Quería pensar que su estómago ardía solo con la ira, pero no, ilusa era. Era un súcubo, usaba la lujuria a su favor para alimentarse de las almas, del placer ajeno, y la ira solo hacía que aquello aumentase, porque quería humillar a quienes odiaba, y usar la misma lujuria para atormentarlos. Solo era una emoción diferente, pero que la instaba a hacer lo mismo.

Al menos, ahí, en ese instante, no podía sentir ira alguna.

Porque quien le pertenecía estaba ahí, a su lado, aferrándose a ella, y no había nadie más ahí, nadie más estaría ahí, monopolizando a esa mujer, queriendo arrebatársela, así que estaba en calma, no sentía ira u enojo, pero si deseo, mucho deseo.

Gruñó, obligándose a tragar pesado, salivando ante la mera idea.

Negó, queriendo quitarse cualquier idea de la cabeza, porque no quería ser así, no quería ser ese ser perverso y descontrolado que era, pero tampoco quería hacer y deshacer con Myrtle teniendo ahora el control para hacerlo. La hacía sentir tan dividida, tan agobiada, tanto así, que quería llorar.

Lastimar a Myrtle, era aterrador.

“No tienes que contenerte conmigo.”

Oh no.

Soltó un sollozo ante la voz de la mujer, tan suave, tan comprensiva con ella, así también completamente descuidada, sabiendo de lo que ella era capaz, y sin importarle. Soltó un gruñido, alejándose, sin querer, claro que no quería separarse de Myrtle, sin embargo, debía hacerlo, porque esa mujer era una tentación andante, provocándola de esa manera, porque claro, le daba su consentimiento a pesar de todo.

Y para ella, eso era una invitación.

Claro que era una invitación.

Y Myrtle era una experta en invitarla a pecar.

“No puedo, en este estado, soy demasiado peligrosa.”

Se alejó lo suficiente para que su espalda chocase contra la pared, y forzó a ocultar sus ojos tras una de sus manos, jadeando. Ni siquiera necesitaba sentir aquel aroma para ponerla así, esa mujer era un peligro para su peligrosidad.

Aun había tantas cosas que se cuestionaba.

Aun había tantas preguntas sin respuesta.

Quería hablar con esa mujer, quería conversar sobre lo ocurrido, sobre los sentimientos ajenos, pero era imposible así, con su cabeza así.

Dio un salto, al escuchar algo cayendo al suelo, por un segundo sintiendo algo de pánico, sabiendo bien que su comportamiento podía acabar molestando a Myrtle, haciéndola enfadar como antes, y no quería volver a ver esa mueca de enojo en esa mujer, o peor, cuando pasaba por al lado, y era ignorada, y no, no podría lidiar con eso.

Un acto así, hecho por quien le pertenecía, la haría derrumbarse.

Y no quería seguir derrumbándose.

No debía decepcionar a Myrtle, debía ser mejor que eso.

Y al mirar, lo único que vio frente a ella, era la túnica ajena en el suelo, y cuando levantó la mirada, estupefacta, la notó acomodándose en la cama, con solo la ropa interior inferior y las medias puestas, todo lo demás, era piel, y a pesar de que imaginó las muecas que esta le puso tiempo atrás, por los celos, por el enojo, la expresión de ahora era completamente opuesta.

Sonriéndole.

Y ante eso, no pudo hacer nada más que sudar.

Porque ya era difícil mantener la cordura al verla vestida, y ahora, no, ahora no podía más, y soltó un gruñido tan indignado como frustrado.

Esa mujer era el verdadero peligro.

“¿¡Que parte de soy peligrosa no entiendes!?”

Preguntó, sin poder ocultar su molestia.

Porque rayos, así no podía.

Y en vez de darle una respuesta, en vez de que Myrtle intentase decirle algo para mermar su enojo, lo unico que obtuvo, fue la prenda que quedaba ahí, ocultando aquel lugar, ahora en su rostro, siendo un ataque completamente eficiente.

Se quedó ahí, sintiendo el aroma de la prenda acallando su ultima pizca de lógica, y ante eso, si, no podía, era demasiado, así que no le quedaba de otra que aceptar su destino. Tal vez, con suerte, podría calmarse lo suficiente para recuperar algo de cordura, quien sabe, así podría tener una conversación calmada y consciente con quien consideraba suya, y quien no parecía en lo absoluto tener ganas de decirse palabra alguna, solo que sus cuerpos hablasen.

Era un peligro.

Pero Myrtle lo era mucho más.

“¡Luego no digas que no te lo advertí!”

Gritó, notando como algo de vapor salía de su boca.

Y Myrtle, parecía absolutamente feliz al escucharla decir eso.

Si, un peligro.

 

Chapter 168: Childhood Friend -Parte 10-

Chapter Text

CHILDHOOD FRIEND

-Vergüenza-

 

Dudaba poder tener esa tranquilidad con alguien más que no fuese Eija.

Dudaba que alguien pudiese ponerse en su lugar y ser tan considerada como era Eija.

Dudaba ser capaz de expresarse con alguien más como lo hacía con Eija.

Se movió, sin querer desperdiciar la oportunidad, sin querer arruinarlo, porque quien era ahora su novia, le daba el empujón que necesitaba, así que comenzó a desabrocharse el pijama, botón por botón, el cual le quedaba algo pequeño, así que fue agradable el tener la libertad de vuelta, sentía que la estaba oprimiendo de más, y con el calor que sentía, lo empeoraba. Se sintió avergonzada, a pesar de estar relativamente sola, considerando que Eija estaba completamente desaparecida de su vista.

Se sacó luego el pantalón, y aun quedó con prendas, y dudó.

“¿D-debería sacarme todo?”

Notó como Eija, quien estaba inmóvil ahí, escondida, dio un salto.

“¡Ah!, ¡Sí! Eh, digo, si tú quieres claro.”

Tal vez era primera vez que escuchaba a Eija nerviosa.

Y le dio gusto que así fuese.

Si ella quería o no, no lo sabía, pero creía que era justo, así que eso hizo, y se sintió extraña ahí, completamente carente de ropa, en aquel lugar que aún era desconocido, no era como su propio cuarto o el baño donde era un lugar privado, y comenzó a jadear, pero se obligó a moverse, a entrar dentro de las sabanas, que esa era la idea, para no avergonzarla de más.

Sentía que habían dormido juntas tantas veces, sobre todo cuando eran niñas, y ahora, se daba cuenta del tiempo que había trascurrido, así como lo mucho que habían crecido.

Ya no eran niñas.

Ahora eran adultas.

Y sudó más, teniendo esa realización.

Le dijo a Eija que estaba lista, estando ambas a una buena distancia entre ambas al ser la cama tan amplia, y sabía que, si hicieran eso en su cama, sus pieles ya estarían chocando, y quiso que así fuese, deseó que así fuesen, que estuviesen tan pegadas que no se pudiese percibir donde terminaba una y donde empezaba otra.

Y pensando en eso, comenzó a acercarse, estando Eija aun escondida, y cuando esta sacó la cabeza del todo, se toparon prácticamente de frente, y se sintió completamente avergonzada, por ser eso, una desvergonzada.

Eija estaba sorprendentemente roja, mirándola con cierta sorpresa, y se quedaron ahí mirándose unos momentos, en silencio. Fue esta quien hizo un gesto primero, soltando un jadeo, sonriéndole, con esa expresión tensa volviendo, los verdes mirándola prácticamente entrecerrados.

“Tal vez esto te avergüence y todo este plan valga nada, pero la cara que estás poniendo es súper sexy.”

Ah.

“¡E-eija!”

Solo pudo agacharse, esconderse, ocultar su rostro.

La escuchó reír, pidiéndole perdón, y era tal y como creyó, todo el plan para no avergonzarla se fue al traste porque ahí estaba, avergonzada. Sabía que estaba poniendo una mueca extraña, no sabía cuál era, y no sabía si quería saberlo, prefería que fuese un misterio, mientras Eija la viese, y no pensase que era una cara terrorífica, era suficiente.

Dio un salto cuando, en la oscuridad de ahí abajo, sintió la mano de Eija buscando la suya, encontrándola, sujetándola.

“Puedes acercarte, no me molesta.”

Asintió, sabiendo que Eija seguía ahí, apoyándola, y eso hizo, siendo fuerte, tragando su vergüenza, y salió, su rostro afuera de las sabanas, mientras que ocultaba su cuerpo bajo estas, así como Eija, esta ahí, mirándola, sonriendo, tranquila, y evitó mirarla directamente a los ojos, no se sentía capaz.

No ahora, que estaba hirviendo aún más que antes, teniendo en cuenta, que, en ese segundo, ninguna tenía ropa alguna.

Se sentía mal, por una parte, por no haber tenido experiencias previas, por no haber salido con nadie, aunque considerando sus problemas tan básicos de comunicación, al no poder expresarse tal y como quería, sabía que el tener una relación era un reto, y quería tener más experiencia en ese momento, pero al mismo tiempo se sentía bien saber que estaba con Eija, a quien realmente amaba, dando aquel paso.

Se mordió el labio, forzándose a reaccionar.

No podía perder su objetivo.

No iba a hacerlas a ambas esperar más, no ahora que ya no tenía su vista para avergonzarla.

Se apegó, sin dudarlo, sabiendo que debía acabar con eso rápido, separar el espacio que quedaba entre ambas, y ahí podría sentir la piel ajena en la suya, lo que quería sentir desde que se bajó de Eija. Y eso hizo, teniendo el mismo ímpetu que minutos atrás, cuando empezó todo eso, cuando tomó esa decisión impulsiva. Sus manos tocaron piel, así como su rostro quedó aún más cerca que el de Eija, y ahí, no pudo hacer otra cosa que aprovechar de besarla.

Los labios ajenos se curvaron, sonriendo en su boca, respondiendo, besándola con ímpetu, sabiendo que eso si podía hacer, que era un paso que ya habían dado, así que no dudaba, ni ella dudaba.

Se acomodó, sintiéndose hervir, ahora aún más, teniendo la lengua de Eija en su boca, así como la propia dentro de Eija.

Finalmente, siendo impulsiva, con un tinte de desesperación en sus movimientos, pensando aún en que sería o ahora o nunca, su mano comenzó a avanzar, a tientas, y a pesar de que creyó que lo mejor era simplemente quedarse en lo conocido, no pedirse a sí misma más de lo necesario, hizo caso omiso, y bajó, sus brazos largos, permitiéndoselo.

La piel de Eija solía ser helada, siendo esta muy friolenta, tan diferente comparado con su propio cuerpo, que solía hervir la mayor parte del tiempo, y conforme se movió, conforme bajó, el calor comenzó a aumentar, no solo el de Eija, si no el propio.

Y sentía que estaba haciendo algo mal, que se estaba apresurando, que era muy torpe y tosca en esa situación, tenía muchos miedos, muchas inseguridades, pero se obligó a concentrarse solo en la sensación de la piel ajena en la suya, y de los besos que estaban compartiendo.

Eija tenía razón, si fuese ella, aceptaría todo de esta, todo, incluso aunque estuviese incómoda, incluso aunque le doliese, no diría nada, sin embargo, Eija le diría si estaba haciendo algo mal, la ayudaría en el camino, la enseñaría a ser mejor, y por lo mismo, se movió con mayor confianza.

Porque sabía que si hacía algo más, aprendería a hacerlo mejor.

Podía equivocarse, con Eija podía.

Y si bien pensó mal de si misma, de su tacto, de sus besos, de su torpeza, le tomó por sorpresa cuando sintió humedad al llegar al final del camino, sintió húmedo, mucho, y fue tanta su sorpresa, que dejó de besar a Eija, una parte de ella sin creérselo.

Solía ser muy incredula con sus logros.

Y esta era una situación así.

Estaban cerca, así que los ojos de ambas chocaron, inevitablemente. Eija, dándole una sonrisa nerviosa, con el cuerpo temblándole involuntariamente, abrió la boca.

“¿Porque luces tan sorprendida? No estaba mintiendo cuando dije que me estabas calentando demasiado.”

Ni creía que esa fuese una mentira.

Pero...

Bueno, no tenía mucha confianza, eso era obvio.

Tragó pesado, sin decir nada, sin hacer gesto alguno, concentrada en Eija, en esa parte de Eija, su deseo de explorar más fuerte que cualquier capacidad para comunicarse o siquiera avergonzarse, al final, en ese segundo, de ambas, quien más avergonzada estaba, era Eija, y creía, que al final, la iba a avergonzar aún más.

Ya que, debía preguntar, ¿No?

Eso era lo correcto, eso había estudiado despues de todo.

Tenían cuerpos similares, eran mujeres ambas, a pesar de ser tan distintas, así que al menos no estaba tan perdida, aun así, quería hacerlo bien, no quería que ninguna de las dos terminase decepcionada, bien sabía que el tener intimidad era algo importante en la pareja, que, de hecho, el tener relaciones insatisfactorias arruinaba varias relaciones.

No creía que pudiese hacerlo perfecto, en su inexperiencia.

Por lo mismo necesitaba una guía.

“D-dime que te gusta…”

Se sintió sucia preguntándolo, tanto por lo que preguntó, por a lo que se refería, así como el tono que salió en su voz, tan rasposo, tan diferente a su voz usual. Ni siquiera fue capaz de mirarla a los ojos, sin querer aumentar sus nervios, y ahí sí que cometería un error que podría ser peligroso, así que debía enfocarse, y agradecía el siempre tener las uñas cortas.

“Si esta es una venganza por todas las veces que te hice avergonzar, lo acepto.”

Eija habló, con la voz sonando en un tono de broma, pero aun así notó la vacilación, el nerviosismo, y si no estuviese tan caliente, hubiese reído, disfrutando esa pequeña victoria.

Sintió la mano de Eija en la suya, moviéndose hasta ahí abajo, sujetándola, moviéndola, acomodándola, y frunció el ceño, enfocándose, memorizándose el camino, los pasos, estudiándolo. Tal vez debería ya mirar y acabar con eso, pero tal vez sería demasiado, así que se conformó. 

Ya tenía la cabeza tan caliente que probablemente le sangraría la nariz, o se desmayaría, o ambas.

Y no quería tentar al destino, que tanto le había regalado ultimamente.

Comenzó a mover su mano, siguiendo las instrucciones de Eija, y la notó suspirando más, los sonidos escapándose de la boca, y se sintió arder, la distraría, demasiado, y creía que, si seguía así, sintiéndose así, realmente creía que su cabeza se calentaría tanto que le terminaría sangrando la nariz, y esperaba que no fuese el caso o no podría soportar la vergüenza, luego de eso Eija quedaría traumatizada, y ahí le daría miedo hacer algo más con ella.

Eso sin duda le dolería.

Dio un salto, jadeando, cuando Eija la guió, guió sus dedos más abajo, y aguantó la respiración, apretó los dientes incluso, sintiéndolos entrar, la sensación resultándole sorprendente, Eija no era cálida, rara vez podía sentir su piel así, cálida, pero ahí, ahí hervía.

“Mierda…”

Eija jadeó, dando un salto, temblando, y temió lo peor, y quiso salir, retroceder, pero la mano ajena aun la sostenía ahí, incapacitándola para huir.

“Tus dedos son realmente largos…”

Eija jadeó, soltando un gemido.

Lo eran, si, en comparación.

Vaya…

Ahí al fin pudo respirar, notando como no era una queja, por el contrario, y se sintió agradecida con su propio cuerpo.

Se siguió moviendo, teniendo un poco más confianza en sí misma, o lo nublada que tenía la cabeza evitaba que dudase, solo podía concentrarse en las ordenes silenciosas que Eija le daba, mientras los gemidos se le comenzaban a escapar, y cada uno entraba en sus oídos, haciéndola temblar. Era diferente a la voz usual, que de por si era aguda, pero ahora aún más, y le causó escalofríos.

Era una voz que nadie más escuchaba.

Solo ella.

Y probablemente empezó a sonreír como una depravada.

Sin darse cuenta, su cabeza nublándose, tal y como antes, sus impulsos apareciendo, su cordura siendo eliminada por el calor, comenzó a trepar sobre el cuerpo de Eija, acomodándose sobre esta, solo para estar más cerca, solo para poder sentir las pieles de ambas pegadas, ni siquiera le preocupó su propia desnudez o como las sabanas dejaron de cubrir toda la integridad de sus cuerpos por la causa de sus propios movimientos, los cuales iban yendo en aumento.

Solo tenía ojos para Eija, su cabeza quedando completamente fuera de sí misma.

Y adoró esa sensación, el no pensar, lo disfrutó.

De seguro lo repetiría, una y otra vez.

Apegó la cabeza en el cuello de Eija, sintiéndose hervir, sabiendo que estaba haciendo trabajo físico, su mano, o más bien, sus dedos, moviéndose, cada vez más rápido, y a pesar de que tal vez debería conservar energías, no fue capaz, perdiendo completamente el control de si misma. Tuvo recién un poco de lucidez cuando sintió el brazo de Eija rodeándola, sujetándola por la espalda, la cual ahora sabía que estaba expuesta, y a pesar de eso, no le importó.

Ya nada le importaba.

“Veera…”

Su nombre sonó diferente también, y lo adoró.

Lo único que le importaba era Eija, quien comenzaba a temblar, quien se movía con más brusquedad, y a pesar de no tener experiencia, podía entenderlo, su cuerpo podía entenderlo. Esperaba no estar aplastándola con su cuerpo que era más grande, o el estar usando más fuerza de la que debía, pero no podía pensar en eso en ese momento.

Si Eija no la detenía.

Si Eija no le advertía.

Dudaba ser capaz de detenerse por si misma.

La mano ajena dejó de sujetar la suya, y se fue a su antebrazo, sintió las uñas enterrándose ahí, manteniéndola firme.

Quería escuchar más.

Saber más.

Tal vez realmente se estaba vengando, de una u otra forma, avergonzándola de vuelta.

“Avisame.”

Pero no podía evitarlo.

No reconoció su propia voz, pero sabía que era la propia, porque dudaba que Eija pudiese hacer un sonido como ese.

El brazo que la rodeaba se movió, y extrañó la cercanía, sin embargo, la mano apareció en su mejilla, sosteniéndola, guiándola, y a pesar de no haber querido mirar a Eija, se sintió tonta por no hacerlo ahora que la volvía a ver. De nuevo se topaba con una expresión que no conocía, que no podía siquiera describir, los ojos verdes brillantes observándola, y se vio ensimismada tal y como creyó.

Se miraron por minutos eternos, y le sorprendió que sus dedos continuasen moviéndose a pesar de que su cabeza estaba completamente desaparecida de la existencia. Eija le sonrió, a pesar de los jadeos, a pesar de los gemidos, y le encantaba que le sonriese, sobre todo en ese momento, ahora esas sonrisas le gustaban incluso más.

Ahora podía ver esas sonrisas en cualquier momento, en cualquier situación.

Podía ser ella quien las provocaba.

Y podía provocar incluso más.

“Estoy cerca, Veera…no pares, por favor.”

Le sorprendía que esas palabras no fuesen suficientes para hacerla desmayar.

Y creía que sí, de alguna forma, si se había desmayado, pero su cuerpo fue más fuerte, sus dedos continuando, de manera automática, así como miró a Eija, observando cada parte de su rostro, sin pestañear, incapaz de alejar los ojos de esta.

Le gustaba, mucho, estaba enamorada, pero esto era incluso mejor que todo lo que antes vio.

Si, ya estaba segura que estaba sonriendo como una depravada, pero ya no le importaba.

No, ya lo dijo, nada más le importaba.

Así que continuó, hasta que Eija apretó los dientes, soltando un chillido, el cuerpo temblando bajo el suyo, la mano que sostenía su mejilla agarrando un par de mechones de su cabello, así como las uñas se enterraron una vez más en su antebrazo, pero no le causó ninguna molestia, por el contrario, creyó que era algo de esa experiencia que atesoraría.

Por suerte Eija no era realmente fuerte, así que no le causó daño alguno, lo que también evitaba que hubiese dolor de por medio.

No podía decirle eso, o esta lo tomaría como burla.

Eija se quedó completamente quieta, luego de unos momentos, ambas manos soltándola, así como dejó salir un jadeo agotado, tirando la nuca hacia atrás, dejando la tensión que tuvo, y debía agradecerle a Eija por obligarla a mirarla, porque no se arrepentía de nada, de hecho, si no miraba, se arrepentiría.

No hizo movimiento alguno, ni para salir de encima, ni para salir de adentro, no sabía por qué, pero no quería, no ahora, y no se dio cuenta de eso, de su decisión certera al respecto, hasta que Eija, momentos eternos después, la mirase, frunciendo el ceño, luego de haber recuperado el aliento.

“Realmente tienes energías, eres demasiado saludable, me das envidia.”

Ups.

Tal vez si era así.

Eso fue similar a lo que le dijo cuando se conocieron, o más bien, cuando se reencontraron, esta envidiando que ella hubiese crecido tanto cuando era el caso contrario cuando eran niñas. Y le dio gusto esa diferencia, le hacía recordar que habían cambiado, si, en más de un sentido, pero que lo que sentían seguía siendo lo mismo.

Eija soltó un bufido, recuperando el aire, y ahí recién la miró, sonriendo, luciendo de buen humor a pesar del cansancio.

“¿Quieres seguir?”

La pregunta le tomó por sorpresa, pero era obvio de dónde venía aquella pregunta, siendo que aún no soltaba a Eija, y a pesar de la vergüenza que tenía en ese momento, donde lo nublado se le había ido un poco de la cabeza, la mera idea de continuar fue suficiente para hacerla caer de nuevo en la euforia del momento.

El episodio pasando por sus recuerdos, rápidamente, así como las sensaciones que eso provocó.

Estaba hirviendo de solo imaginárselo.

Imaginar que tenía la oportunidad de hacerlo de nuevo.

Así que asintió.

Eija la miró, incrédula, pero finalmente asintió, sonriendo, dándole permiso.

“Vas a ser mi perdición, Veera...”

Probablemente así sería.

Así que ella, llevada por esa impaciencia, por las ganas de más, se movió, acomodándose más sobre el cuerpo de Eija, posicionándose entre las piernas ajenas, y ahora tenía claro que las sabanas estaban completamente lejos, ya no tapaban ni su cuerpo, ni el ajeno, y a pesar de lo que eso debía provocarle, no sucedió nada de eso.

Probablemente era Eija quien estuviese más avergonzada de las dos en ese preciso instante, y la idea de que hubiese un cambio así, le agradó.

Solo sujetó a Eija del abdomen, y comenzó a moverse una vez más.

Su mente tan nublada que no podía sentir vergüenza.

Esa era una bendición.

No creyó que le gustaría tanto, que se sentiría tan bien, pero quería aprender más, sentir más, hasta aburrirse, aunque, a esta altura, dudaba que eso fuese posible.

Así que continuó, aprovechándose de la bondad de Eija.

Afortunada, eso era.

 

Chapter 169: Farmer -Parte 3-

Chapter Text

FARMER

-Apariencia-

 

Se sentía nerviosa.

Era esa su primera vez, o segunda, en estricto rigor.

Se levantó temprano, se alistó, se preparó, y no era tan diferente a su rutina, donde se levantaba temprano para ayudar a su familia con la granja, ella, sobre todo, encargándose de los animales, que era lo que se le daba mejor, y estos parecían quererla. Ahora, sin embargo, uno de sus hermanos decidió tomar su lugar, el suplirla en sus deberes, ahora que los cultivos de invierno ya habían sido sembrados, y no quedaba mucho que hacer.

Esforzarse demasiado en esa época, era un error que no querían cometer, ya que, al final, se esmeraban tanto, y acababan perdiendo la mitad de las cosechas, y era una pérdida que no podían permitirse.

Giró el rostro, mirando el sobre que estaba sobre su velador, el sobre con el dinero que recibió, y si, recibió dinero, lo que le causaba cierta molestia, porque no hizo nada relevante para merecérselo. Solo llegó a esa casa, conoció a quien sería su empleadora, así como a quien debía de cuidar, pero no hizo absolutamente nada más. Hablaron un poco, si, e intentó planificar lo que harían, cuando volvería, y todo aquel tema, y cuando era ya tarde, la señora llamó a su chófer para ir a dejarla a su casa, y ahí recibió un pago de Netanya, aquel sobre con dinero, al parecer, por haberse tomado el tiempo de visitarla, y como estuvo algunas horas ahí, le pagó por estas.

E insistía, no se merecía aquel dinero, y lo que era mucho peor, era bastante.

Era más de lo que le pagarían en ese país por un día laboral, y solo estuvo algunas pocas horas.

Así que, le dijo a su familia que les daría aquel dinero, de todas formas, para eso era, para ayudar, pero la instaron a quedárselo, quien sabe, tal vez lo necesitaría, a pesar de que mandaban un auto por ella, así como la devolvía a casa, pero su padre en particular, no parecía muy convencido, como si fuesen a cobrarle por aquel servicio en cualquier momento, así que le decía que tuviese el dinero a mano en caso de alguna emergencia.

Y si, era una jugada inteligente, aun así, dudaba que así fuese.

Caminó hasta la salida de su casa, despidiéndose de su familia, todos estos dando vueltas, cumpliendo con los deberes, sobre todo en la mañana, que eran siempre ajetreadas, y aun así, parecían atentos a ella. Era la primera vez que alguien ahí hacía algo ajeno a la granja, algo que no se relacionase con trabajar ahí, o vender lo que cosechaban, así que parecían interesados, así como preocupados, y también la ponía nerviosa el salir, el dejar esa zona de confort, ya que ese lugar era su mundo entero.

Pero se sentía bien también el hacer algo por si misma, el buscarse a si misma fuera de su familia.

Notó el auto ya estacionado afuera de la parcela, puntual, y realmente creyó que tendría que caminar para llegar a esa casa, o llevarse un caballo con ella, pero al parecer no sería necesario, la señora diciéndole de buenas a primeras que un vehículo pasaría por ella cada día, para buscarla y dejarla, que no tenía de que preocuparse.

Se notaba que realmente necesitaba esa ayuda, y claramente no se trataba de dinero, creía que, hubo alguien más que hizo esa labor, una similar a la suya, pero más profesional, y considerando la situación, no fue realmente de ayuda, por lo mismo, la señora buscaba a alguien más. Al menos Netanya no parecía odiarla, o no hubiese conseguido el trabajo. Tal vez eso era lo que necesitaba, más que ayuda profesional, necesitaba una amiga, una compañía, alguien que la motivase a hacer cosas, sin verse en la obligación de hacerlo.

No que fuese una autoridad que la obligaba.

Esperaba que eso fuese suficiente...

Se subió al auto, el chófer saludándola respetuosamente, antes de iniciar.

El día estaba bonito, estaba cálido, incluso considerando que ya el invierno se asomaba, así que eso era mejor aun, le había prometido a Netanya que irían a la playa, y si esta podía tomar algo de sol, le vendría bien, a pesar de que tendría que evitar que tomase tanto sol, con la piel así de pálida, le terminaría afectando más que ayudando.

Aunque quien era ella para decir eso, considerando que era muy buena para quemarse, siempre olvidaba ponerse protección y acababa con dos tonos más oscuros de piel durante el verano.

Llegaron a la casa en pocos minutos, el auto entrando en el terreno, la casa grande llamándole tanto la atención como el día anterior, siendo moderna, grande, lujosa incluso. Se notaba que era una buena familia, que no habían escatimado en gastos para poder tener aquel hogar. Y si bien se notaba que la madre trabajaba estrictamente, como la veía ahí, en la puerta, mirando su reloj, pensaba que parte de esas riquezas venían del padre.

El que asumió que había muerto.

Nadie le dijo nada, nadie lo mencionó como tal, pero podía entenderlo de las conversaciones, como fue imprevisto, y creía que ese accidente, así como la pérdida de la vista de la mujer, tenían una correlación. La depresión que la consumió siendo doble, al perder la vista, y al perder al padre.

Entendía que estuviese así, tan carente de ganas de vivir, de seguir adelante, si a ella le llegase a pasar, el perder a alguien de su familia, y además el perder algo tan importante como lo era su vista, no tenía idea como reaccionaría.

Dudaba que bien.

"Te dejaré a cargo de mi hija, Ophelia. Tengan cuidado si van a la playa, y si necesitas algo, la ama de llaves estará en casa, es de fiar y tiene contactos para cualquier emergencia."

La mujer le dijo, luego de saludarla, sin siquiera darle tiempo de darle mayor respuesta, lista para partir a su trabajo, subiéndose al mismo auto en el que ella acababa de llegar, y creía que era ella quien no era de fiar, no es que no lo fuese, pero aun así, era una desconocida, ahí, en esa casa, cuidando de la hija ciega. Al parecer, era vista como alguien confiable, para no ser ser vigilada, aunque probablemente esa casa hasta cámaras tuviese.

Por como la escuchó, por lo que le dijo, tenía claro que le afectaba el irse, por lo mismo tenía números de emergencia, tenía a alguien ahí presente si es que surgía alguna situación, y esperaba que no fuese el caso, que todo estuviese bien y correcto mientras ella estaba presente.

No la quería defraudar.

A ninguna de las dos.

Entró a la casa, esta grande y espaciosa, y se tomó un momento para mirar con más atención, ya que no tenía los nervios impidiéndoselo. Realmente era un lugar bonito, no creía haber visto jamás una casa como esa, parecía de película, la casa de los sueños de cualquiera.

Una lastima que la dueña no pudiese verlo.

Subió las escaleras, sabiendo que Netanya apenas y salía del cuarto, y si lo hacia, se golpeaba al no tener cuidado. Iba a estar atenta esta vez, para no permitir que se hiciese daño, no bajo su guardia.

La puerta estaba levemente abierta, y sin querer entrometerse, porque incluso si la mujer carecía de vista, no significaba que ella podía llegar e entrometerse en la privacidad de esta, así que golpeó, haciéndose notar.

"Puedes entrar."

Escuchó la voz de la mujer al otro lado de la puerta, así que eso hizo, abrirla. La habitación estaba igual que el día anterior, ordenada con meticulosidad, así como la cama, hecha a la perfección, probablemente la ama de llaves de la que la madre habló se encargada de mantener todo en un estado pulcro, porque dudaba que esa mujer pudiese hacer ese trabajo, o que le importase siquiera el hacerlo.

Si bien miró alrededor, sin ver a la mujer en primera instancia, si notó la puerta del baño abierta, y desde ahí, desde la entrada, podía ver a la mujer, esta frente al espejo del baño, arreglándose la ropa, así como la gorra, dejando pasar la larga coleta de cabello por aquel agujero. Se notaba que se estaba preparando para salir, haciendo el movimiento frente al espejo, a pesar de no verse.

Esta se arregló el cabello, antes de soltar un suspiro, dejando ambas manos firmes contra el lavamanos.

Pudo notar la frustración en el movimiento.

Estaba arreglándose, posándose frente al espejo, pero, ¿Con que fin? Vio ese momento, y no supo que decir, no podía decir nada, así que simplemente se quedó en silencio. En primera instancia, pensó que se trataba de una niña, que el mayor problema que podría darle era el hacer un berrinche al no tener a su madre, pero ahora, al ser una mujer mayor que ella, en un estado como ese, con una discapacidad visual y una debilidad física, así como al parecer los vestigios de un trauma marcándole la personalidad, era un deber aun más complicado.

Ya lo pensó antes, que no creía ser la persona indicada para lidiar con eso.

No tenía los estudios, los aprendizajes, para ayudar a alguien en esas condiciones, pero considerando que las terapias no parecían haberle funcionado, ni tampoco hacía caso a los doctores, solo podría brindarle una ayuda diferente. Ser un apoyo más cercano que un profesional en el tema.

Como dijo, no una autoridad, si no un acompañante.

Así que, animándose, un poco más, dio un par de pasos hacia adelante, acercándose a donde la mujer estaba, y esta giró el rostro, escuchando sus pasos más cercanos.

Pero antes de poder decirle nada, esta abrió la boca.

“¿Eres una chica linda, Ophelia?”

La pregunta la tomó por sorpresa, sin esperárselo, dejándola tan estupefacta que no fue capaz de dar un paso más.

“Uh...”

Iba a contestar, sopesando la pregunta, pero no estaba realmente segura. No sabía bien cuales eran los estándares de belleza y si ella los cumplía. Fue hace ya años que dejó de estudiar en la pequeña escuela rural de ahí cerca, donde solo eran un par de alumnos, así como sus hermanos y hermanas, y no recordaba que hubiese salido un tema similar, que alguien la hubiese llamado o linda o fea, no era algo relevante en esa situación, para nadie al parecer, así como ella jamás lo había pensado, ni de si misma, ni de otros.

“¿Supongo que soy normal?”

Contestó, o más bien preguntó, aun con dudas. No estaba realmente segura, y en el campo no era una conversación, lo más que escuchaba, era a su padre decirle piropos a su madre, pero nada más. No tenía formas de comparar. No conocía a demasiadas personas, y gran parte de su vida era su familia, todo lo que la rodeaba, así que no tenía ida.

Ante su vacilante respuesta, Netanya soltó una risa, por suerte luciendo más animada, más relajada, lo que era bueno. Creía que la tensión que tenía aumentaba con la presencia de la madre, no parecían estar en buenos términos, menos con la madre instándola, obligándola, a comportarse, a cuidarse la salud, cuando esta no parecía querer, no parecía importarle si moría ahí o no.

No sabía los detalles, ni quería preguntar algo así, no quería sonar como una persona fría y desconsiderada, pero la posible pérdida del padre, así como la pérdida de la vista, lograron derrumbar a esa mujer. Y de nuevo, lo entendía. Si ella perdiese a su familia, a su padre, a su madre, a uno de sus hermanos, colapsaría, y muchas veces tuvo miedos similares, la granja era un lugar peligroso, donde usaban herramientas filosas, donde lidiaban con animales impredecibles, así como maquinaria que podría estar defectuosa, ella misma que llevaba dedicándose los últimos años a la herrería para cuidar los cascos de sus animales, sabía bien los peligros con los que lidiaba.

Una quemadura en medio del campo, lejos de cualquier servicio hospitalario, podría ser mortal.

Netanya se movió, con la intención de salir del baño, y ella misma retrocedió un poco para no estorbarle. Pero esta se quedó ahí, en el marco, apoyándose, perdiendo un poco el equilibrio antes de quedar firme. Por reflejo movió sus manos, acercándolas, temiendo que cayese al suelo, ahora estaba lista y atenta a cualquier movimiento brusco.

“Sabes, yo no solía creer en el karma, pero ahora empecé a creer, al darme cuenta de lo superficial que solía ser, ya que siempre prefería acercarme a quienes mejor lucían, hacerme amiga de solo la gente atractiva, así como me preocupaba de manera obsesiva sobre como los demás me veían a mi. Irónico es el no poder verme ni a mi misma. Supongo que me lo merecía.”

Ella no creía en esas cosas, porque sabía que a las personas buenas también le pasaban cosas malas, así mismo como había gente mala que jamás pagaba por los malos actos que causaban, así que no tenía sentido que algo así existiese, y tampoco estaba segura de que se tratase de suerte o algo similar.

La vida funcionaba de maneras misteriosas.

“No creo que sea algo grave, el ser superficial, como para recibir un castigo así. A veces cosas malas suceden, y la culpa no es de nadie.”

Habló, y fue recibida con silencio, lo que la hizo ser muy consciente de sus palabras. Creía estar diciendo lo correcto, pero temía que sus palabras fuesen mal recibidas, considerando que estaba desmeritando una creencia, eso no debía sonar bien, así que apretó los labios, obligando a callarse a si misma.

“Mi madre dijo que eras una buena chica, y realmente lo eres.”

Oh.

Fue recibida por las palabras de la mujer, quien asentía, luciendo pensativa.

Y a pesar de todo, se sintió un poco más tranquila, la respuesta haciéndola agobiarse menos, sentir menos ansiedad, al comunicarse con esa mujer a quien acababa de conocer. Obviamente no quería tratarla mal, o el ser desconsiderada al esta tener esa condición, sin embargo, no creía que fuese bueno el hacer lo contrario.

Ella, que había pasado mucho tiempo tratando con sus hermanos y hermanas menores, así como con varios animales en la granja, sabía que así era, que debía de haber un equilibrio, pero siempre manteniendo cierto respeto, eso era lo más importante.

Ante el silencio, le dio un poco más de vueltas a lo que la mujer le dijo, comentándole lo que parecía molestarle, y tenía sentido que así fuese, considerando que estaba lista para salir, luego de no haberlo hecho en un largo tiempo, así que debía ser muy consciente de como lucía en ese momento, a pesar de como bien dijo, no poder verse.

“El no poder verte, ¿Será un problema para salir?”

Porque así parecía ser, y a pesar de notar cierto agobio en la expresión pálida de la mujer, como fruncía levemente el ceño, esta terminó soltando una leve risa, levantándose de hombros.

“Te prometí ayer que saldríamos, así que incluso si me afecta, tengo que dar un paso hacia adelante, o mi madre realmente se enojará, no quiero que siga regañándome como ayer, no se contuvo ni contigo ahí.”

Ante eso, soltó una risa, más de incomodidad que por otra razón. Aun recordaba ese momento, y nunca había quedado tan paralizada como en ese instante, realmente preocupada al verse en el ojo de la tormenta.

“Tu madre es un poco intimidante, no te culpo.”

Y Netanya contestó asintiendo exageradamente, aceptando su empatía.

“Como sea, tengo que hacerlo, y es raro, eso de lucir bien y presentable frente al resto, siempre perfecta, fue un habito que aumentó cuando comencé a trabajar, teniendo que presentarme bien frente a los socios, y ahora el salir y no poder asegurarme de que mi apariencia está correcta, es un agobio constante, otra de mis tantas razones para no salir.”

Si lo miraba así, tenía sentido.

No quería juzgar a esa mujer por las finanzas que habían en ese lugar, aunque esta ya le había dicho, cuando le dio el dinero, que tenía mucho dinero, así como notaba a la madre, una mujer de negocios, con al parecer un buen trabajo, así que antes de perder la vista, debió tener un trabajo importante que hacía que su apariencia fuese un factor importante para desenvolverse.

Pero no tendría que lidiar con eso.

Desvió la mirada un momento, notando como si bien el día estaba despejado, era aun temprano en la mañana, y dudaba que hubiesen personas dando vueltas por la costa.

“Si te hace sentir más tranquila, no hay prácticamente nadie a esta hora, menos aquí que es una zona privada, no tendrás que preocuparte por eso.”

Y a pesar de su confianza en sus palabras, la mujer soltó un sollozo, llevándose las manos al rostro, a los parpados inferiores en particular, donde se le notaban las ojeras que tenía, que a pesar de no necesitar abrir los ojos, no parecía dormir demasiado.

“Pero estarás tú, quiero lucir bien para ti. Hace varios días que no salía de la cama, y como sabía que vendrías, ayer y hoy, me esmeré, pero aun así, estoy en pésimas condiciones, me siento fatal, así que sé que luzco fatal.”

Por la piel pálida, enferma, así como las ojeras, incluso con un buen baño, un buen aseo, buena ropa, no se podía ocultar eso. Pero no era eso algo que a ella le importase, por el contrario, ella misma se esmeraba en lucir decente solo porque sabía que su yo usual era demasiado relajado, y viviendo con su familia en la granja, era de esperarse. Trabajaban prácticamente todo el día, no es como que pudiese tener buena ropa, o el cuidar bien de su piel.

“No deberías preocuparte de algo así, no estoy en posición para juzgar.”

La mujer dejó de sujetarse el rostro, solo para poner una mueca, luciendo confundida con sus palabras, aunque claro, esta no la veía, no debía notar eso de ella.

No supo que hacer en esa situación, así que hizo lo que se le ocurrió, acercando sus manos a las de la mujer que quedaron ahí flotando, y las sujetó, obviamente con cuidado, sin querer tomarla por sorpresa o incomodarla, y guió las manos ajenas a su rostro. Estas era delgadas, frías, anímicas, pero era un contraste con su piel normalmente cálida.

Netanya entendió su intención así que comenzó a mover los dedos con cuidado por su rostro, analizándolo, y le recordó a sus hermanos pequeños, a los que cuando eran pequeños no se querían dormir, y ella terminaba durmiéndose antes, y muchas veces sentía las manos pequeñas en su rostro, estos intentando despertarla, aburriéndose. Aunque este era un tacto adulto, y era extraño, pero no molesto, en lo absoluto.

Ver usando sus manos, era algo que tendría que acostumbrarse a hacer de ahora en adelante.

Mientras esta continuaba así, moviendo los dedos por su rostro, analizando la forma de su cabeza, el largo de su cabello, o la forma de sus rasgos, decidió hablar, sin querer continuar con aquel silencio.

“No suelo preocuparme por mi apariencia, por lo mismo, estaba un poco insegura de venir aquí, siendo esta una casa lujosa, me daba miedo el vestirme de manera inadecuada, o oler mal o algo así. En la granja trabajamos al sol, nos ensuciamos con tierra, tratamos animales, no es algo relevante para nosotros el como lucir. Así que creeme que de ambas, tu luciras siempre mejor que yo.”

Para cuando terminó de hablar, las manos continuaban pasando por su rostro, una mueca de concentración en la expresión ajena, y lo ultimo que sintió, fue uno de los pulgares quedándose un momento sobre el lunar en su mentón, analizándolo. No tenía una buena piel, a pesar de que su madre a veces les recordaba ponerse cremas e hidratarse, pero no era algo primordial, no para la mayoría de su familia.

Sea como sea, ahí las manos se alejaron, esta luciendo satisfecha, poniendo las manos en la cintura, conforme.

“Supongo que tienes un buen punto, aunque puedo decir que me diste una buena impresión cuando llegaste, olías bien, y tu voz es agradable, sin contar que eres una buena persona. Ahora sé bien que eso es lo más importante.”

La mujer asintió para si misma, para luego levantar sus manos, como si se observase las palmas.

“Aún así, me gustaría ser mejor con el tacto y saber como luces. Probablemente le pregunte a mi madre después, que me de una descripción detallada.”

Tragó pesado, esperaba que la madre no dijese nada malo sobre su apariencia, aun le causaba nerviosismo, así como la hacía sentir intimidada. Negó para si misma, sabiendo bien que intentó dar la mejor impresión que pudo, tanto con su personalidad como con su apariencia.

E iba a demostrarle con resultados, que era capaz de hacer eso.

“¿Estás lista para salir?”

Preguntó, y la mujer dio un pequeño salto, luciendo estática por un segundo, y finalmente asintió, más resignada que otra cosa, aceptando aquello que no quería aceptar, pero a esta altura, no tenía opción.

“Lista no, pero bueno, no queda de otra.”

Netanya dijo, soltando un suspiro pesado, para acercarse a ella, ofreciéndole el brazo, así que la sujetó, esta teniendo varias prendas encima, le debieron advertir que saliese bien abrigada, así que no se notaba la delgadez del cuerpo bajo la chaqueta. La mujer aun no usaba un bastón ni nada así, así que se mantendría cerca para guiarla.

Esperaba que fuese un día tranquilo.

Chapter 170: Liminal Dream -Parte 2-

Chapter Text

LIMINAL DREAM

-Oscuridad-

 

Tenía tantas preguntas en ese momento, y tuvo miedo de abrir la boca, porque esa voz desconocida la hacía callar, y temía pensar que cuando se refería a que ella no estaba sola, no se refería en si a la voz que oía, ahí presente en algún rincón de esa oscuridad.

Temió que fuese algo más.

Por reflejo se alejó, caminando hacia atrás hasta chocar con la puerta que llevaba a la salida, esta cerrada, impidiéndole el paso y la libertad. Se quedó ahí, intentando calmar los pensamientos que pasaban por su cabeza, así como el calmar su respiración. Tuvo el impulso de cerrar los ojos, de intentar despertar de esa pesadilla, pero de nuevo, se sentía tan real, que tuvo miedo de negarse uno de sus más valiosos sentidos en ese instante.

Estaba acostumbrada a las pesadillas.

Y esta veía como una, pero no se sentía como una.

Con una mano temblorosa, tomó el cable de su audífono, donde estaba el micrófono, y lo acercó lo más posible a la boca, queriendo hablar, necesitando hablar, necesitando saber más, pero sabiendo que no era bueno el llegar y hablar sin cuidar el volumen de su voz. No iba a ponerse en riesgo, no iba a hacer de esa pesadilla algo incluso peor.

De algo estaba segura, esa no era su universidad.

Algo no estaba bien, algo estaba muy mal.

“¿D-donde estoy?”

Preguntó, susurrando, tartamudeando en el proceso, su voz sin salir del todo ante el pánico que estaba experimentando, sus ojos moviéndose hacia los tres pasillos, el que tenía en frente, y los que tenía hacia los lados, temiendo ver a alguien salir desde estos, paranoica.

“La respuesta es compleja, pero puedo decirte que no es ningún lugar en el que ya hayas estado antes.”

No era su universidad, lo dijo.

Ese no era el lugar a donde estuvo hace, por lo que sentía en su cuerpo, meros minutos.

Y ahora, mirando hacia las ventanas que daban hacia afuera, por como veía el exterior, no creía que fuese solo ese lugar el que fuese ajeno, si no que era todo a su alrededor, la misma en la que había aparecido, que era ajeno. Quiso cerrar de nuevo sus ojos, despertar, hacer como hizo antes, dejarse llevar, cerrar los ojos, y dormir, y así tal vez despertaría.

Pero tal y como antes, no tuvo el valor de hacerlo.

De cerrar los ojos y quedar completamente a ciegas en ese lugar.

Tragando pesado, hizo la siguiente pregunta.

“¿Quien eres tú?”

Por un momento, escuchó nada más que silencio, ni siquiera estática, nada, careciendo de respuesta, lo que hizo dudar aun más de su sanidad, y realmente no sabía que era peor, el escuchar una voz o el continuar escuchando absolutamente nada con el miedo de que, de la nada, un sonido apareciese.

Algo diferente a una voz humana.

Algo que no podría identificar hasta que fuese demasiado tarde.

Esperó una respuesta, la ansiedad aumentando, impaciente, el silencio haciéndola sudar frío, sus ojos mirando con aún más desespero cada esquina del lugar, teniendo esa sensación de que en cualquier segundo algo aparecería, que algo se asomaría, y que no tendría de otra más que correr, y en ese instante, dudaba ser capaz de correr, su cuerpo tembloroso y paralizado, ya estaba cansada antes por la falta de sueño así que no podía sobrestimarlo, no le respondería adecuadamente.

Ahora lo único que le impedía caer al suelo, era el estar afirmándose de las puertas.

“Solo te diré una cosa, que si quieres escapar, tendrás que hacerme caso, así que haz el menor ruido posible.”

¿Que?

Eso fue lo que le respondió, y genuinamente no podía ni creer lo que oía. La voz sonó firme, demandante, y si bien estaba en una situación impensable, se le hizo difícil el poder confiar en quien estaba detrás de esa voz, y al parecer, no debía de confiar en nadie en esos momentos, no, ni en su sombra, sentía que estaba arriesgando demasiado, con solo hablar se arriesgaba, sin embargo, no creía que pudiese salir de ahí por si misma.

La puerta no se abría.

El edificio estaba a oscuras.

Su teléfono no funcionaba.

Si bien ese lugar parecía ser aquel que conocía, no era lo mismo, no estaba en ese lugar, era un espacio desconocido, plantando en un lugar desconocido, sin ser ni su ciudad ni su universidad, casi como si estuviese atrapada en otra dimensión, sin escapatoria.

De nuevo, luciendo como una pesadilla, pero sin sentirse como una.

No, se sentía demasiado real para ser una pesadilla, para su mala suerte, porque ya las pesadillas le hacían la vida complicada, pero al menos despertaba, y podía empezar con su día con normalidad, en esta ocasión, dudaba poder simplemente despertar y ya.

Respiró profundo, asumiendo ya lo malo de su situación, y asintió, sin querer decir mayor palabra, sabiendo que la voz, sea quien sea que fuese esa persona, parecía querer ayudarla, y para eso, ella debía de guardar silencio.

“Escucha con atención, la única forma de salir de aquí es por el laboratorio del tercer piso, tienes que llegar ahí pronto, porque mientras más te demores, más difícil será escapar.”

¿Por el laboratorio? ¿Como saldría por ahí?

Eso no tenía sentido, aunque buscarle sentido no parecía ser la respuesta.

Ella estudiaba antropología, así que muy rara vez iba a esa parte de la universidad, solo cuando revisaban algún tipo de material de excavación que tenían a la mano, huesos o piezas antiguas, pero era eso, había ido ahí solo dos veces en el semestre, y no le gustaba del todo, porque ese lugar era algo tenebroso, no solo porque tenían conservas de diferentes piezas humanas y huesos en esa gran sala, si no porque habían muchas vitrinas con químicos, y ella no se metía en esas cosas, así que le daba cierto respeto.

Tenía claro que era un lugar peligroso en el que debía de tener cuidado.

Y ahora, al parecer, tenía que tener más cuidado aún.

Tragó pesado, acomodándose bien los audífonos en las orejas, y comenzó a caminar, a moverse, sabiendo que había cierta urgencia, así que tenía que empezar a avanzar pronto, no quería quedarse ahí pensando en esa entrada, donde tenía tres posibles lugares desde donde podía ser atacada, ya que se lo advirtieron...

No estaba sola.

Con las piernas temblorosas, caminó hasta la entrada oeste, a donde iba a dirigirse en primera instancia, pero al segundo piso, ahora, iría al tercero, y ya no estaba tan confiada en subir las escaleras con las piernas así, con el cuerpo tenso. Antes de pasar por el arco, de adentrarse en un nuevo pasillo, miró hacia atrás, hacia el lugar por el cual vino, sintiendo los vellos de su nuca erizándose.

Jadeó al ver el lugar más oscuro que cuando pasó por ahí, y no sabía si era cosa de la distancia, que al estar más lejos lo viese más oscuro, o si genuinamente el lugar estaba teñido en mayor penumbra que antes, ya que pudo distinguir las puertas, los afiches, los apliques, pero ahora todo parecía una mancha oscura, cuyos detalles no podía separar ni distinguir.

Como si poco a poco, la oscuridad fuese creciendo, comiéndose el edificio.

Sintió los escalofríos en su espalda, y se obligó a continuar, a mirar a su nuevo pasillo, este más claro, con todo distinguible incluso en la oscuridad, y se apresuró, temiendo que tuviese razón, que poco a poco, cada minuto que estuviese ahí, el lugar sería devorado por la penumbra, y cuando eso sucediese no podría ni siquiera dar un paso sin verse perdida en el abismo.

Con la respiración entrecortada, caminó deprisa, con urgencia, y la única razón por la que no corría, era porque sus piernas no se lo permitían. Tomó la decisión de ignorar las escaleras que estaba ahí, al inicio del pasillo, y en vez de eso, decidió tomar las ultimas escaleras, que estaban recorriendo ese pasillo, doblando a la derecha, y caminando al fondo del todo, así subiría directamente a donde estaba el laboratorio, así no tendría que recorrer el tercer piso.

Le pareció la mejor idea, así que avanzó a paso rápido por el pasillo, enfocándose en mirar hacia adelante, obligándose más bien, a no desviar la mirada hacia los lados, temiendo ver algo que no quería ver.

A penas encontró el cruce, dobló, enfrentando el nuevo pasillo, y se sintió mareada, tanto así, que se detuvo de golpe.

Frunció el ceño, mirando hacia el pasillo, y quiso vomitar.

Le dio la sensación de que el pasillo se expandía, la imagen en sus ojos distorsionándose, su cerebro malinterpretándolo, causándole el mareo. Se obligó a mover la cabeza, a despejarse un poco, respirar profundo, y solo ahí, volvió a mirar, pero la imagen continuaba así, el fondo del pasillo luciendo como que se alejaba más y más, transformándose, mutando frente a ella.

“Es una trampa.”

La voz, que permanecía silenciosa, resonó.

¿Una trampa?

Iba a preguntarle, de nuevo, a que se refería, pero no tenía que hacerlo, no, esa era suficiente información, así que se dio la media vuelta, y regresó al pasillo por el que venía, dejando de lado su primer plan, volviendo a las escaleras cercanas a la entrada. Así que se apresuró, sudando, la sensación de mareo sin desaparecer, y lo que era peor, es que ahora veía no solo el pasillo por el que caminaba, si no que veía el pasillo por el que llegó a la distancia, oscuro, lúgubre, nada más que un cuadrado negro.

No dejó de caminar, hasta que llegó a los pies de las escaleras, y como hipnotizada, miró hacia el oscuro pasillo, completamente ensimismada mirando la nada, la negra oscuridad.

Dio un salto, enterrando una mano en su boca al ver algo moverse, algo en la oscuridad, como una sombra diferenciándose del resto, menos oscura, sin mayor forma, avanzando, algo similar a una garra saliendo de la oscuridad, entrando al salón principal, la misma oscuridad tomando forma, avanzando, saliendo de ese pasillo, emergiendo, para tomar más del edificio como rehén.

“Tienes que correr.”

La mujer le dijo, y lo sabía, claro que lo sabía, pero no fue capaz de moverse.

Solo lo vio, como la misma oscuridad salía del pasillo, deslizándose por el suelo, como un animal, como un ser hambriento, pidiendo más, arrastrándose, tomando más y más y más, sin parar, hasta consumir el lugar por completo, todo ese edificio, y a ella.

“¡Corre, ahora!”

La mujer perdió la paciencia, gritándole, sonando molesta, obligándola a reaccionar, pero eso no fue suficiente para sacarla de ese momento de pánico, el que estaba congelándola, y como sus piernas no se movían incluso al ordenarles que lo hicieran, hizo un puño con su mano, ya que si podía moverla, y la movió, golpeándose justo en el muslo, dándose duro, el dolor siendo lo suficientemente fuerte para quitarla de ese estado, para hacerla reaccionar, para instarle el reflejo de pelear o huir.

Solo ahí pudo correr, con las piernas temblorosas e inestables, así como el muslo adolorido, aferrándose del pasamanos para no caer, incluso tirando con su mano para obligarse a subir más rápido. Apretó los dientes, sin querer jadear, sin querer hacer mayor ruido, en pánico, pero realmente consciente de que se metería en un problema mayor si hacía más ruido del que estaba ya haciendo al correr.

Llegó rápidamente al segundo piso, y ni siquiera quiso mirar el pasillo, nada del lugar, enfocarse del todo en la escalera que la llevaría a su destino, así que eso hizo, enfocándose en seguir adelante, sin distracción.

Pero escuchó un ruido metálico que la hizo perder el ritmo, dando un paso en falso en la escalera, y por suerte se estaba aferrando al pasamanos lo que le impidió caer bruscamente, o se hubiese logrado golpear dudo al no frenar la caída. No era el mejor momento para dañar sus piernas, porque el dolor lo sentía, aun su muslo palpitaba por el golpe que se dio, así que no podía perjudicar su herramienta para huir.

A pesar de la urgencia, se quedó un momento ahí, arrodillada en los primeros escalones de la escalera, recuperando el aliento, así mismo ocultándose bajo el muro de la escalera. Sentía el corazón latiéndole deprisa, mientras se enfocaba en los sonidos, creyendo que aquel ruido fue parte de su mente paranoica.

Luego de unos pocos segundos, lo dejó pasar, sin escucharlo de nuevo, así que se preparó para levantarse y continuar corriendo.

Pero justo sonó.

El ruido metálico, como quien golpea contra un metal, y sonó cerca, demasiado.

No quiso girar el rostro, devolver la mirada al pasillo, enfocarse solo en subir, pero no pudo evitarlo, girándose lo suficiente para mirar hacia atrás, a donde creía haber oído el sonido. Y ahí, solo habían una especie de casilleros, y ni siquiera recordaba que hubiesen de esos ahí. Sea como sea, lo notó, el ruido sonando una vez más, ese golpeteo, solo que ahora no paró.

Y notó como una de las puertas de esos largos casilleros, comenzó a removerse al son de los golpes.

Como si hubiese algo ahí adentro.

Atrapado, pero queriendo emerger.

“No vayas a abrir esa puerta aunque te rueguen.”

La voz le habló, dándole una orden, que le parecía inverosímil, porque jamás abriría ese casillero, le parecía incluso tonto el acercarse demasiado, temiendo que lo que sea que hubiese ahí dentro pudiese salir, y ante la mera idea de que eso fuese factible, que la entidad dentro pudiese emerger al golpear con tanta locura la puerta, comenzó a retroceder, lentamente, subiendo los escalones, sin despegar la vista del casillero.

“Por favor...”

Dio un salto al escuchar una voz.

Y pensó que se trataba de la mujer, pero no, era una voz diferente.

Distorsionada, como si quisiese parecer humana, pero no lo era del todo, como cuando las aves repetían palabras humanas, pero se notaba que no eran dichas por un humano, sin embargo, esta voz sonó como si un animal diferente la dijese, no un ave, pero no quiso ni siquiera imaginárselo, porque dudaba que fuese un animal.

Ahora le hacía sentido lo que la mujer le dijo.

Aunque rueguen.

“Sacame de aquí...por favor...”

Entonces los golpes se volvieron más agresivos, más desesperados, y negando con el rostro, obligándose a volver a recuperar la razón que perdía durante esos momentos ante el miedo, su cuerpo paralizado, se dio la media vuelta, huyendo, subiendo los escalones que le faltaban, llegando al descanso y comenzando a subir nuevamente, ahora con prisa, mientras el sonido de los golpeteos se volvía lejano.

No dudó más, al llegar al pasillo, volvió a correr, sin parar, sabiendo bien a donde tenía que ir en ese piso, no miró alrededor, no quiso ser distraída con nada, porque ese piso de por si no le gustaba, menos ahora. Corrió y corrió, dobló por el pasillo, y continuó adelante, por suerte, este pasillo no parecía tener esa distorsión, parecía normal, por suerte, aun visible, sin volverse más largo con cada paso.

Pero ya lo veía, ya podía ver la sala que estaba buscando, el laboratorio.

Escuchó una interferencia, haciéndola detenerse.

Pensó que eran sus audífonos, pero no, era un sonido diferente, resonando en el pasillo entero.

“Zaira Jordan.”

Se quedó inerte ahí, escuchando su nombre resonar como un eco, rebotando en las paredes del pasillo, con la estática sonando por detrás, haciéndola sudar frío. Los parlantes volvieron a sonar así, con interferencia, como sonaron sus audífonos antes, con un chirrido molesto, para que se volviese a escuchar su nombre, como si la llamasen, como si la buscasen.

¿La buscaban?

¿Significa que no sabían donde estaba?

“No digas nada.”

La mujer le habló, y obviamente no diría nada, ya entendía como funcionaban las cosas así, algo la estaba persiguiendo, algo le estaba dando caza, era un ratón corriendo por un laberinto. Pero para cerciorarse, para no cometer un error del que se arrepentiría, volvió a dejar su mano estampada en su boca.

Acallado cualquier sonido.

“Te encontré.”

Escuchó por el parlante, una voz sonando distorsionada, pero lo suficientemente claro para poder distinguir esas palabras, y de inmediato sintió la electricidad pasando por su espalda, haciendo que todo su cuerpo se removiese en escalofríos.

Lo sentía detrás.

Algo estaba detrás.

Giró su rostro, sin querer mirar hacia atrás, por el lugar donde venía, temiendo ver la oscuridad, pero lo hizo de todas maneras, enfrentándose a esa imagen, curiosa, pero completamente horrorizada.

Y la vio.

A la oscuridad, engullendo.

No, no iba a quedarse ahí.

Escuchó su nombre de nuevo, sonando más agresivo, como una amenaza, regañándola, intentando evitar que diese un paso más adelante, pero no dudó, continuó corriendo, deprisa, estirando la mano para aferrarse a la manija de la puerta del laboratorio, y apenas sostuvo el frío metal en su mano, abrió la puerta, entrando con una desesperación que jamás había experimentado.

Tanto así, que apenas pasó por e marco, empujando la puerta para cerrarla tras ella, cayó al suelo ante el impulso, cerrando los ojos por reflejo, pero más que quedarse ahí, tirada, sin hacer nada, como esperando su inevitable muerte, reaccionó a poner ambos pies en la puerta, bloqueándola, usando toda la fuerza que tenía para evitar que lo que sea que la perseguía pudiese entrar.

Pasaron unos segundos para que tuviese el valor de abrir los ojos, de enfrentarse a la realidad, deseando, ahora si, despertar del todo y salir de esa pesadilla, que era demasiado real para ser eso, una pesadilla.

Y le sorprendió al ver una puerta extraña.

-Solo personal autorizado-

Una puerta que no parecía en lo absoluto a la puerta por la que acababa de pasar, tenía aquel letrero y una pequeña ventana cuadrada que no dejaba ver hacia el otro lado, así que no era eso, una ventana.

Y quedándose ahí, en el suelo, mirando esa puerta, tuvo miedo de mirar alrededor, de realmente enfrentar a lo que la rodeaba, esperando ver algo mucho peor, y por sus oídos, solo podía escuchar una música distante, una música ambiental, calma, como la de un ascensor.

No lo podía creer.

Estaba en un lugar completamente diferente.

“Llegaste al siguiente nivel.”

¿Nivel?

La mujer le habló, diciéndole esa información, que la dejó aun más confundida, así que dejó de empujar esa desconocida puerta, y se giró, mirando alrededor, de inmediato luciendo familiar ante sus ojos.

Era un centro comercial, lo notaba, al parecer había entrado por una de las puertas de emergencia, del personal, y ahora estaba en una zona donde veía los baños a un lado, y un negocio al otro lado, y al fondo, el lugar abierto con las mesas y tiendas de comida, así como otro sector con las tiendas de ropa, todas abiertas, pero sin luz, como si de la nada todos hubiesen desaparecido al cortarse la luz, todo quedando tal y como cuando estaba de día, desierto.

Sentía que había estado en ese lugar antes.

Pero al mismo tiempo, le parecía un lugar completamente distinto.

“Si llegas a reconocer la canción que suena, debes cerrar los ojos y contar hasta 21.”

Oh no.

No de nuevo...

 

Chapter 171: White Cat -Parte 8-

Chapter Text

WHITE CAT

-Desviadas-

 

Soltó un suspiro.

Caminó lentamente, sabiendo que el resto ya debía de estar adentro, y ella, estaba, como siempre, arrepintiéndose de la idea de entrar, de estar ahí, con su especie, rodeado de falsos, de quienes la odiaban por el error genético que era.

Escuchó sus pasos en el gran salón, dirigiéndose a su puerta.

Eso era lo que debía hacer.

Debía conservar su lado pensante, debía entrar y así calmar la locura que tenía dentro, los instintos animales que tan revueltos se movían en su interior, esperando el más mínimo error para escaparse. No quedaba mucho tiempo para que se graduase, y quería, al menos, intentar comportarse, intentar salir de ahí de la mejor forma que podía.

Y académicamente, no tenía mayor problema.

Pero, aun así, debía seguir pretendiendo.

Pretender, luego de tantos intentos fallidos, le resultaba una estupidez.

Ahora entendía lo tonta que fue.

Se quedó frente a la puerta, con la imagen de su especie en la madera, detenida, incapaz de llevar la mano al pomo. Las voces siempre estaban ahí, hablando de ella a sus espaldas, así que no le sorprendió escucharlas, incluso a través de la puerta. Tal vez su visión era peor al resto, pero por lo mismo, sus oídos se habían vuelto mejores, tratando de suplir sus carencias.

“No creen que Feray se volvió extraña últimamente…”

Por supuesto…

“¿Qué? ¿No lo sabías?”

Así era siempre.

“¿Saber qué?”

Así era su vida, desde el comienzo.

“Está saliendo con la hembra esa mitad lobo.”

Y se esperó algo así, lo asumió desde el comienzo.

“¿La Rylee esa que se folla a herbívoros? ¡Qué asco!”

Así que, esto no le sorprendía en lo absoluto.

“Bueno, al menos la perra desviada esa de Feray ya no está seduciendo a nuestros machos.”

Pero no dejaba de molestarle, tal y como en el comienzo.

Debían decírselo a la cara, dejar de ser falsos, si la odiaban, debían demostrárselo, incluso si la golpeaban hasta aburrirse, lo prefería. Pero no lo harían, porque eran unos estúpidos que se creían mejor por mantener los instintos encerrados, comportándose como ineptos bípedos.

Ella era diferente.

Ella era mucho mejor.

Se dio media vuelta, mirando el resto de puertas, enfocándose en una de estas, donde había alguien afuera, dudando de entrar o no, tal y como ella. Así que se movió, comenzó a caminar en esa dirección, sin siquiera darle una ultima mirada a su propia puerta, ya que no iba a entrar ahí, se rehusaba a entrar ahí, no pertenecía ahí, nunca lo hizo, y le desagradaban tanto quienes estaban ahí dentro, que el solo estar rodeada de estos le daba ganas de vomitar.

Caminó a paso raudo, sin detenerse.

A pesar de todo, esos rumores eran reales.

Y aquello la dejaba, sin duda, aliviada, más de lo que creyó.

Ahora era la verdad la que estaba en boca de todos, y si todos sabían que era una perra desviada, ningún macho más se molestaba en acercarse, por asco o lo que fuese, poco le importaba, lo prefería, ya no tenía que lidiar con eso, y de hecho, a pesar de seguir escuchando a otros hablar de ella tras su espalda, al menos solo tenía que lidiar con eso, más no con el odio de las hembras por ser competencia, por ‘quitarle a sus machos’, así que, por una parte, podía darse por satisfecha.

No era ilegal ser una desviada.

No era ilegal el no asistir al Día de la Biología.

No era ilegal lo que estaba haciendo, así que se podía quedar tranquila y disfrutarlo.

Pasó por detrás de Rylee, esta con las manos en los bolsillos como siempre, mirando hacia la puerta, dudando si entrar, si ser, en ese día, un perro o un lobo, debatiéndose cual era la puerta a la que pertenecía el día de hoy, pero solo era una pregunta capciosa, porque jamás sería ni lo uno ni lo otro, así que siquiera dudar era ridículo.

No le dijo nada, solo la tomó del brazo, su cola como siempre aferrándose siempre que tenía la oportunidad, y no tenía idea de lo flexible que esta era, desde que comenzó a hacer ese gesto, sin siquiera comandarlo. Había aprendido mucho de si misma desde que la conoció, así que, a pesar de lamentarse tanto, podía quedarse en paz.

No era tan horrible como imaginó.

“¿Vas a entrar o te vas a quedar ahí parada para siempre?”

Preguntó, cuestionándola, mientras esta comenzaba a caminar, a seguirla, de cierta forma la estaba obligando, pero el agarre en su cola no era fuerte como para obligarla más de lo que esta quisiese ser obligada, si la seguía, es porque quería, y eso le daba gusto.

Eran similares, ambas.

Rylee soltó una risa, y no podía verla, pero sabía como la actitud ajena, antes depresiva y atormentada por las preguntas sobre la identidad confusa, había cambiado solo con el tono de la voz, tenía claro que la cola estaba moviéndose y que las orejas se habían empinado.

La conocía muy bien, para no conocerse en lo absoluto.

Aunque ahora tenían tiempo, y la libertad, para conocerse en otros aspectos, para conocerse como era correcto, más como personas, menos como animales, aunque sería una tonta si elegía eso.

Porque adoraba ser un animal, cuando se trataba de Rylee.

Estaba orgullosa de lo que era, como nunca había estado.

“Na, prefiero estar contigo.”

Honestamente, prefería lo mismo.

Entrar ahí, era solo una pérdida de tiempo.

“Entonces vamos a nuestro escondite.”

Era un poco descarado decirle nuestro, pero a Rylee eso no le importaba, ya que era así, se lo había dicho, que ahora, era para ambas, para nadie más, y eso le sorprendía. No creyó que esta querría dejar de tener sexo con otras hembras, imaginó que sería lo más probable, pero al parecer, prefería no hacerlo más, no era suficiente, ya le dijo que, una de las últimas veces, casi se deja llevar al rememorar el como lo hacía con ella.

Y eso, con un herbívoro, era una sentencia de muerte.

Entre ellas, podían hacer lo que quisieran.

Entre ellas, era mucho mejor.

“¿No estás molesta con los rumores? Se están poniendo peor últimamente.”

La voz de la hembra sonó agobiada, y giró el rostro para verle la expresión, que era la del perro, la del cachorro, preocupación en cada ápice del rostro, y verla así le causó gracia, así que sonrió.

“¿Rumores? ¿Cuáles?”

Fingió inocencia, Rylee dando un salto, incrédula.

“¿Cómo que cuales? Los rumores de que estás saliendo conmigo.”

La pobre aun no lo entendía.

Miró al frente, notando como ya estaban cerca, llegando a la puerta, salón que les pertenecía a ellas, ahí podían ser ellas mismas, sin preocuparse de nada más.

No la estaba mirando, pero, aun así, notaba el agobio ajeno.

Soltó una risa, dándose cuenta de que últimamente estaba riendo más, mostrando los colmillos en el proceso, y eso era algo que antes, jamás, hubiese hecho. No solía ser lo correcto, y ahora lo correcto poco le importaba.

Era alguien diferente.

Y le daba gusto la idea.

Abrió la puerta, Rylee entrando tras de ella, haciendo un puchero al recibir nada, ni respuesta ni mirada, solo una risa burlesca. No parecía indignada con su gesto, ni asustada, como otros lo tomarían, solo dolida, porque no se guardaba palabras con Rylee, no se guardaba la verdad, e incluso, ahora, siendo un poco más que desconocidas, esta sabía eso bien.

Ya ahí adentro, con la puerta cerrada, se dio la media vuelta, enfrentándola, mirándose ambas de frente.

“Esos no son rumores.”

Rylee la miró sin entender, ladeando el rostro, agachando una oreja y levantando la otra, y al verla así, no pudo resistirse, y volvió a reír, ahora cien por ciento segura de que estaba mostrando los colmillos, relajándose, siendo ella misma en la privacidad que tenía al lado de Rylee, y esta, al verla así, se calmó de inmediato, con la postura tornándose menos tensa.

“Para mi, los rumores son nada más que teorías o mentiras que andan diciendo, pero si se trata de nosotras, de la relación que tenemos, no es más que verdad.”

Y estaban en boca de todos.

Hablaban de ellas apenas tenían la oportunidad.

Pero era verdad, y era de los rumores que menos le molestaban.

Rylee asintió, levantando las orejas, pero rápidamente la notó poniéndose triste, agobiada, y le tomó el gesto por sorpresa. No la había visto así hace tiempo ya. Cuando iba a abrir la boca, esta la miró, con el ceño fruncido en preocupación.

“¿Y eso te molesta?”

Estaban asociándola con alguien que tenía una mala reputación, por lo que era y por quien era, no, no solo la estaban asociando con Rylee, si no que genuinamente se había involucrado con esta, y ese mero hecho, era suficiente para que su reputación se fuese a la basura. Había caído en el saco de los desviados, y ahora era tratada diferente por lo mismo.

Pero, al fin y al cabo, eso era, en esa categoría pertenecía.

Se acercó, acortando el espacio que quedaba entre ambas, sus manos yéndose de inmediato al cinturón que sostenía el uniforme de Rylee fijo en su lugar, pero sus ojos no se alejaron de los ajenos, conectando, sin siquiera necesitar pestañear en lo absoluto. Esta la observó de la misma forma, con el rostro aun manteniendo un atisbo de tristeza, pero no por mucho, obteniendo color por la mera cercanía, entre ambas ya no podían controlarse, eran animales cuando estaban al lado de la otra.

Y ningún sentimiento mundano podía interferir en eso.

“Siempre han circulado rumores sobre mí, falsos en su mayoría, machos y hembras inventándose historias sobre mi por igual, así que no, no me molesta, porque al menos ahora lo que escucho de los demás no es nada más que verdad, y es un alivio que así sea.”

Dejó caer el cinturón, y comenzó a levantar el uniforme ajeno con sus manos, Rylee siguiéndola, ayudándola en el proceso, terminando la tarea, dejando la prenda en el suelo, y mientras esta hacía eso, comenzó a hacer lo mismo con su propio uniforme.

Estaba odiando hacerlo con ropa, así que prefería que desde un comienzo no hubiese tela entre ambas.

Rylee se le acercó apenas se quitó el uniforme, las manos como garras llegando a su cadera, el cuerpo grande agachándose para lograr sujetarla sin problema. A pesar de que esta parecía querer seguir con la conversación, con lo tenso del tema, el rostro ya no podía mantener la mueca, el lobo tomando las riendas, con la garganta resonando, tan frustrada como impaciente.

“Pero te están tratando…como una desviada…”

A pesar de la preocupación en la voz de Rylee, podía sentir el calor en el aliento, así como los jadeos que le se escapaban, sin poder controlarse. El rostro ubicándose al lado del propio, acomodándose en su cuello, oliéndola, la lengua pasando por su piel. Por su parte comenzó a retroceder, a acercarse al sofá el cual tenía la esencia de ambas impregnada, le encantaba, ojala pudiese robárselo una vez que se graduasen.

Enrolló los brazos alrededor de Rylee, sujetándose de la espalda ancha, del cabello salvaje, y ladeó el rostro, dándole espacio para que siguiese lamiéndola, ofreciéndole todo lo que tenía, y esta como siempre, hizo exactamente eso, acercándose, lamiéndola, disfrutándola, los dientes rozando su piel, esta vez sin morderla, no del todo, guardando aquello para el punto de más éxtasis, como a ambas les encantaba.

Podían frustrarse un poco, pero al final, se daban exactamente lo que querían.

“Soy una desviada, recuérdalo.”

Y junto a Rylee, era aún más desviada.

Sus piernas chocaron contra el sofá, y ahí recién Rylee tomó distancias, alejándose de su cuello, y extrañó de inmediato la cercanía. Cuando le vio el rostro, esta estaba relamiéndose los labios, con el rostro rojo, y sabía que en ese momento, varias ideas sucias pasaban por esa gran cabeza.

“Tienes razón.”

Rylee habló, con la voz profunda, sonando como si lo hubiese olvidado, y creía que eso era posible, que olvidase algo tan importante, ya que se acostaba con un montón de hembras, y ninguna era una real desviada, así que debía de estar acostumbrada a ser ella la única en todas las relaciones que era una desviada por completo.

Ahora eran dos.

Y juntas eran más desviadas que nunca.

Le fastidió que Rylee, tomase distancias, y no pudo soportar el calor que salía de su propio cuerpo, así que, rápidamente, comenzó a sacarse la ropa interior, primero arriba, y luego abajo, los ojos de Rylee observándola minuciosamente, sin siquiera querer interrumpirla, disfrutando de verla así, dejándose ver por completo.

Ya no le avergonzaba como la primera vez.

Rylee la había visto desnuda, la había visto sudar, la había visto sangrar, no tenía nada que ocultar.

Ya quedando completamente desnuda, se acercó al sofá, quedando sobre este, de pie, apoyándose con sus brazos en el respaldo, dejando completamente expuesta su parte más íntima. Podía ver como Rylee la observó, una vez más, minuciosamente, sin siquiera moverse, disfrutando de las vistas, y cuando movió una mano, llevándola hacia atrás, abriéndose para esta, notó como la sonrisa se hizo más grande, relamiéndose los labios con más ganas, los colmillos grandes expuestos.

“No hagas esperar a tu compañera.”

Habló, su voz escuchándose como un ronroneo ronco, y Rylee reaccionó de inmediato, sin necesitar más palabras, acercándose, acomodándose tras ella, enterrándose en su carne, lamiéndola, chupándola, las manos grandes y fuertes aferrándose de sus muslos, las uñas incrustándose en su piel.

Se estaba arrepintiendo de la posición que eligió al tener sus piernas temblando con cada tacto, como si estuviesen a punto de ceder, y recién estaban empezando, recién lo estaba disfrutando, los temblores, los escalofríos, destruyéndola.

Intentó ser fuerte, acomodando su torso sobre el respaldo del sofá, y se sentía extraño el sentir el cuerpo ajeno tan lejos del suyo, pero a pesar de eso, comenzó a calentarse más y más, la lengua pasando por toda su zona privada, dejándola completamente húmeda, podía incluso escuchar las gotas caer.

Pero quería más.

Sintió decepción cuando la lengua se detuvo, cuando no la sintió, cuando una de las manos dejó de sujetarla, pero antes de poder quejarse, de exigir más, los dedos entraron dentro, presionando con fuerza, embistiéndola sin aviso alguno, y sus rodillas no pudieron mantenerse rectas, haciéndola temblar, haciéndola caer.

Pero a pesar de quedar ahora de rodillas sobre el sofá, Rylee continuó, la siguió, se acomodó tras ella, continuando con las embestidas, empujando los dedos dentro suyo, una y otra vez sin parar, mientras la lengua que antes estuvo ahí abajo, ahora subía por su columna, acomodándose en su nuca, y volvió a darle espacio, moviendo la cabeza, ofreciéndole el cuello a su hembra.

Y esta, de inmediato, no dudó en enterrar los dientes, en romper su piel, en saborear su sangre, y eso la hizo saltar, la hizo temblar, demasiado, su cuerpo incontrolable, su cadera moviéndose bruscamente de un lado a otro, queriendo más y más.

Pero a Rylee eso le molestó.

Y sintió la mano que antes estaba en su muslo, moviéndose hacia su cola, y la sintió agarrándola de la base, tirándola, su extremidad enrollándose en el brazo que la abusaba, y a pesar de todo lo que creyó posible, eso la mantuvo firme en posición, pero no solo eso, si no que la hizo venir de inmediato.

Soltó un grito extasiado, su voz rompiéndose, su cuerpo tornándose tenso, el placer haciéndola temblar de pies a cabeza.

Se dejó caer sobre el respaldo del sofá, sin poder mantener la posición, y Rylee la siguió, manteniéndose cerca, lamiendo su cuello, la herida que ahí había, monopolizando su sangre, disfrutando hasta la ultima pizca de esta. A pesar de que Rylee salió desde dentro suyo, y la abrazó por la cintura, lo que la hizo creer que por ahora se detendrían, se equivocó. La mano húmeda siguió en lo suyo, moviéndose rápidamente sobre su miembro sensible e hinchado, mientras que la otra mano, que seguía en su cola, siguió sujetándola, tirando de esta, siguiendo el ritmo.

Apenas tenía energías para gemir, su cuerpo dándole la sensación de que iba a explotar ante lo reciente de su orgasmo.

Rylee siguió en su nuca, chupando, mordiendo, dejando marcas a donde sea que pudiese, y no pudo hacer nada más que disfrutar de las sensaciones abrumándola de diferentes maneras.

Y cuando volvió a gritar, apenas con fuerzas, su cuerpo llegando al éxtasis casi de inmediato, se vio sorprendida por rápido del suceso.

Realmente había explotado.

Gruñó, intentando recuperar el aire perdido, mientras Rylee dejaba besos en sus nuevas heridas, tratando a cada una como si de un trofeo se tratase, y no sabía quién disfrutaba más de eso, ella o Rylee. Esta se le acercó para besarla ahora en los labios, y apenas con fuerzas, la sujetó del cabello, moviéndola, y se giró lo suficiente para poder enterrar sus colmillos en el cuello ajeno, mordiendo con fuerza, queriendo ella también sentir aquella sensación en sus dientes.

Rylee gruñó, sonriendo, para nada molesta con su acto, y no pudo hacer nada más que ronronear al disfrutar del sabor ajeno en su boca.

Realmente se volvían locas la una a la otra.

Pronto se iban a graduar, dejarían esa escuela para siempre, y no podía dejar de pensar en lo que vendría para su futuro, que en ese momento, ni siquiera le importaba lo que ocurriese con ella, lo único que tenía en mente, lo único que su cuerpo deseaba, era que esos momentos continuasen, sin importar el como ni el donde, solo seguir las dos unidas, y evitar que esa conexión que tenían pudiese debilitarse.

Se giró solamente para besar a Rylee, esta sujetándola, moviéndola, acostándola del todo en el sofá, acomodándose sobre ella, ninguna de las dos teniendo el menos interés en dejar de estar así, apegadas, besándose, disfrutando del sabor propio a través de la otra.

No, no podría dejar de hacer eso, nunca.

O sería infeliz.

Y ahora, por primera vez, aceptaba que sus propias necesidades eran más importantes que lo demás, que su felicidad importaba más, y tal vez no le diría jamás a Rylee lo mucho que gustaba de esta, porque no era necesario, ambas lo sabían, habían dejado todo de lado por la otra, esas emociones, esos sentimientos, no tenían validez cuando podían expresar mucho más sin decir palabra alguna.

Si estaban ahí, en ese segundo, siendo la una de la otra, era porque era imposible que pudiesen separarse.

Y lo único que añoraba para el futuro, era el poder seguir sintiéndose así.

Eso era lo único que importaba.

Ella y Rylee, nada ni nadie más.

 

Chapter 172: Nun -Parte 8-

Chapter Text

NUN

-Castigo-

 

Se veía frente a frente, con un ser pecador, contaminando al pecado, y aunque hubiese pensado, en otro momento, que era lo justo, no pudo permitirlo. Tenía dos males en frente, y sabía escoger, sin problema, cual era el mal menor.

Y era aterrador.

Porque sabía lo que su idea, su intención, causaría, y no quería.

Pero esa era su única opción.

Era la única opción que ambas tenían.

Así que tiró el líquido bendito, sin dudarlo, y la mujer estaba tan cerca que le cayó por todo el cuerpo. Al principio no hubo reacción alguna, esta riéndose, burlándose, disfrutando, como si hubiese ganado algo, y ojalá así fuese, pero ella tenía claro que no era el caso. Pronto lo notó, notó como la piel morena se tornó ligeramente rojiza, y luego comenzó a quemarse. Aprovechó ese momento, para sujetar la cruz, y ponerla en el cuello ajeno, la cruz pegándose a la ropa, a la camisa, como si de un imán se tratase, y empezó a quemar incluso la tela, ardiendo.

Por primera vez notó pánico en el rostro ajeno.

Y era doloroso por una parte, pero le causaba alivio al mismo tiempo.

Porque hería a quien pecaba pero castigaba a los pecadores.

Pero su plan funcionó, hiriendo al pecador que merecía el castigo.

 El alma corrupta del demonio debía de seguir dentro, existiendo en el mismo espacio, hasta que su hermana, en aquel acto egoísta de sobrevivir como una cucaracha, lograse sacarla por completo del lugar al que pertenecía, por lo mismo debía apresurarse, porque sabía que la posesión sacaba el alma principal, la dejaba a un lado, pero no la desaparecía, sin embargo, creía que podría ocurrir, y no iba a tomar ese riesgo.

Pero tendría que arriesgar ese cuerpo para lograrlo.

“Puedes usurpar un cuerpo, pero el dolor lo seguirás sintiendo.”

Y solo podía esperar eso, de que su hermana no pudiese soportar aquel dolor, y terminase huyendo, pero por ahora, se retorcía, intentaba quitarse la cruz de encima que se había pegado a al cuerpo ajeno, y no podía quitarlo. Solo alguien puro podía hacerlo, hacer y deshacer, no el pecado, por lo mismo las cruces quemaban al demonio cuando se le acercaba sin avisar, pero no se veía afectada si ella tomaba la iniciativa, si ella tomaba la decisión de que pudiese acercarse.

Así que no podría quitarse la cruz de encima, hasta que ella la sacase.

Y no lo haría.

Iba a quedarse ahí, viendo como el cuerpo se quemaba, la piel tornándose rojiza, luego siendo quemada, y no veía tanta piel como era usual en aquel demonio, pero si veía lo suficiente, la misma tela ardiendo ante el suceso.

“No puedes matarme con esto.”

Notó enojo en la voz de quien una vez fue su hermana, quien fue su compañera, su salvadora, completamente molesta con sus actos, y en respuesta no hizo nada más que levantarse de hombros, ya que tenía claro que jamás podría hacer algo semejante.

“No puedo matarte, lo sé, lo único que intento es que salgas de ahí.”

Por ahora, era lo único que podía hacer.

Era lo que debía hacer.

Los ojos azulados de la mujer, en ese cuerpo ajeno, la observaron, la ira creciendo, así como el dolor que sentía, la piel tornándose blanca, clara, luego dejando una marca como cicatriz por cada parte que era bendecida con la luz, así como la cruz que debía de estar impregnada en el pecho, y lamentaba hacer eso, hacer pasar a ese cuerpo por tal tortura, pero era la única jugada que tenía a mano.

“Si quieres que salga, saldré.”

Esta dijo, con la voz lúgubre, antes de retorcerse en ese cuerpo, aun más, haciendo sonidos terribles, y dejó de ver los ojos aquellos en ese cuerpo, volviendo los violetas, el rostro contorsionándose de dolor, chillando, y tuvo la intención de salvaguardar a esa creatura, que si bien eran enemigos, en ese momento eran aliados.

Pero no pudo moverse.

Sintió un dolor en su cuerpo.

Un dolor extraño, sintió como su consciencia fue sacada de su lugar, vio todo oscuro, como si no controlase más su cuerpo, y era sin duda una experiencia que nunca había experimentado.

No, no era así, si ocurrió, cuando aquel demonio la intentó poseer, pero fue diferente, fue algo más leve, no se sintió así, no se sintió como si la destruyeran por dentro, desgarrando sus interiores. Sabía lo que era el dolor, y era así, porque la peste le causó un daño enorme, le causó horrores, pudo sentir eso que estaba sintiendo en ese momento, como su cuerpo era lastimado desde adentro hacia afuera, una sensación vomitiva, que a pesar de los años, aun recordaba bien.

Su cuerpo lo recordaba bien.

Y ahora, la única peste, era esa mujer, intentando controlarla, intentando dominarla, y la escuchaba reír dentro de su cabeza, en su interior, disfrutando del poder que tenía entre manos, así como parecía segura de que no podría ser eliminada de su cuerpo porque no tenía cruz puesta, o el agua bendita.

Pero no necesitaba eso.

Porque su cuerpo era un templo, había sido bendecida por la mano de Dios, y le fue fiel desde ese momento. Así que nada podría corromperla, ya fuese desde dentro, o desde afuera, nada ni nadie. Podía no tener símbolos benditos, pero con su espíritu era suficiente.

La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalieron contra ella.

Dios era su escudo protector y su gloria.

Así que fue cosa de tiempo, para recuperar la consciencia, para volver a sentir su cuerpo, sentirlo liviano, como cuando logró recuperarse, cuando la peste no se la llevó, cuando tuvo la oportunidad de vivir un día más, se sintió de la misma forma, y de inmediato lo que hizo fue agradecerle a Dios, por protegerla, una vez más.

Ya más consciente, miró alrededor, pero no había nadie.

Se había ido.

Esa alma no podía meterse dentro de ella, ni tampoco podía volver al cuerpo del demonio.

Oh no.

El demonio estaba tirado en el suelo, convulsionando, las manos fijas en la cruz, intentando sacársela del pecho, mientras chillaba, mientras lloraba, intentando con todas sus fuerzas el acabar con ese dolor, pero no podía, aun estaba corrupta, aun era un demonio, y parecía que el que esa alma ajena estuviese dentro, hizo que el dolor fuese mucho peor.

“Lo siento.”

Fue lo primero que dijo, acercándose al cuerpo ajeno, que era grande, fuerte, pero en ese momento solo se iba debilitando, con la piel llena de yagas, de marcas, cicatrices, temblando, y sabía que era su culpa, solo de ella, así que estaba pidiendo perdón por eso, aunque no creía que el demonio la hubiese escuchando ante los alaridos de dolor.

Alejó las manos de la cruz, que se aferraban a esta en vano, y la tomó, sacándola de ahí, y estaba incrustada, pegada como si de pegamento se tratase, pero apenas entró en contacto con ella, cedió. La sacó del cuello ajeno, y de inmediato notó algo de alivio en el rostro del demonio, este manchado de lagrimas.

Los ojos violeta la miraron, apenas enfocados, jadeando, luchando por aire.

“Debería agradecerte…casi pierdo mi alma…”

El demonio habló entre jadeos, con la voz débil, humana, frágil.

Eso imaginó, que el cuerpo sería incapaz de tener dentro dos almas diferentes, y terminarían expulsándose, y la del demonio no era lo suficientemente fuerte para hacerle frente.

“Vamos adentro, el frío solo empeorará tu situación.”

Y con lo mucho que temblaba, era de esperarse.

Las manos, las cuales tocó, estaban frías, gélidas, la luz quemando lo corrupto de aquel cuerpo, el cual tenía el calor del mismo infierno.

El demonio asintió, temblando, pero giró el rostro, mirando la tumba abierta, el caos que dejaron ahí.

“Pero tengo que ocultar esto…”

Si, debían hacerlo.

Pero en ese momento, no era algo importante. No veía a nadie, incluso con el caos que ahí hubo, con el viento fuerte, dudaba que muchos los hubiesen oído, así que mientras más pronto se iban de ahí, mejor.

“Vamos, dije.”

Y el demonio accedió, levantándose, pero no pudo sostenerse por si misma, y terminó cayendo al suelo, aun tenía rasgos humanos, así que parecía estar más débil de lo usual. La escuchó soltar un gemido agobiado al estar ahí, entre la nieve, y poco a poco el cuerpo cambió, la piel tornándose rojiza del todo, las marcas de quemaduras notándose aun más, y solo pasó un rato para ver la figura haciéndose pequeña, quedando ahí en la nieve nada más que ropa.

Se agachó, buscando entre las prendas, hasta que encontró al demonio entre la tela, de nuevo en la figura usual, pequeña, consciente, pero temblando, sufriendo las consecuencias de haber sido quemada, así como el esfuerzo de intentar poseer a alguien y al mismo tiempo ser poseída.

Había tenido que trabajar muy duro.

Sujetó al demonio en una de sus palmas, y agarró la ropa aquella, que no le pertenecía, si no que le pertenecía a esa pecadora, así que las lanzó a la tumba, ya sin importarle sus propios valores ante la ira que sentía.

Era una pecadora, una traidora, era de lo peor que había pisado la tierra.

Mantuvo al demonio entre sus palmas y avanzó rápido hacia la iglesia, mirando a ambos lados, esperando no ser vista, pero no, no veía a nadie, ni escuchaba, solo oía el silbido del viento, nada más, y en la iglesia aquel silencio era aun mayor.

A pesar de querer, de necesitar, pararse un momento en el altar y rezar para calmar su mente, no lo hizo, sabiendo que no era el momento, no ahora, así que se apresuró, aun así, en su cabeza, lo hizo de todas formas, agradeciendo, y tal vez pidiendo que esa situación no hubiese manchado tanto su nombre, así como el del demonio.

Habían hecho lo que habían podido.

Pero pelear contra un ser así, era demasiado peligroso, era demasiado difícil, no estaban preparadas para una tarea semejante.

Cerró la puerta tras ella, sintiendo el frío de la nieve en su cuerpo, así como el frío del demonio en sus manos, y tal y como antes, lo primero que hizo fue prender una vela. Tomó una manta y se la puso encima, ella misma sintiendo frío, sintiendo un agotamiento extraño, y era de esperarse, había tenido a un ser así en su cuerpo, intentando usurpárselo, obviamente se iba a sentir enferma.

Por lo mismo se arropó con la manta, manteniéndose cerca de la vela, usándolo para abrigarlas a ambas.

Y fueron unos momentos tensos, eternos.

El demonio estaba despierto, si, pero no se movía, no decía nada, el pequeño cuerpo temblando involuntariamente. Estaba muy agotada para decir nada.

O eso imaginó.

Hasta que oyó una risa.

Profunda.

Demoniaca.

Y por un segundo miró al demonio en sus manos, creyendo que fue la culpable, pero no, esta tembló aun más ante el sonido, una mueca de profundo terror en el diminuto rostro, tanto así que saltó de sus manos, que se transformó en la forma usual con mucha dificultad, apenas manteniéndose en pie, con cuerpo aun visiblemente herido, débil, pero se obligó a pretender.

¿Pretender para quien?

Entonces ella misma sintió miedo, terror.

“Estoy decepcionada de ti, Orthon.”

La luz que vio aquella vez, cuando el demonio apareció, no era nada en comparación con lo que veía ahora, como todo el cuarto se teñía de rojo sangre, pintando cada una de las paredes, goteando, mientras un sonido extraño resonaba por el lugar, tenebroso, tétrico, como quien rasguña una pizarra, como el sonido agudo de un violín, como el gruñido de un animal salvaje.

Desde una de las paredes comenzó a emerger una figura grande, imponente, de más de dos metros de alto, probablemente incluso tres, y siendo esa una habitación grande, la hizo sentir claustrofóbica al ver ese cuerpo ahí dentro. Pudo distinguir con claridad la piel rojiza, los grandes cuernos, las alas imponentes.

Sabía lo que era, obviamente lo sabía.

Era un demonio de alto rango, lo tenía claro.

Pero no sabía que tanta influencia tenía en aquel mundo, que tanto poder tenía encima. Hasta que notó como la susodicha temblaba, pánico y terror en la expresión ajena, y no entendía como era posible que un demonio pudiese hacer una mueca similar.

“¡Lo siento! ¡Lo intenté, su majestad!”

¿Majestad?

El demonio chilló, con la voz aún careciendo de aquel eco demoníaco, aun sonando prácticamente humana.

El gran demonio se posicionó en la habitación, flotando como el ser poderoso que era, mientras creaba un asiento ahí, negro y rojo, como un trono, sentándose, cruzándose de piernas, luciendo como un rey, con poder, imbatible. Ocupaba tanto espacio que la intimidaba, y los ojos brillaban ahí dentro, como un cazador en la oscuridad, lo que aumentaba esa sensación.

Y que estuviese dentro de ese lugar sagrado, le causó miedo, terror.

Era diferente a lo que sintió con el demonio, donde se sintió capaz de hacerle frente, en este caso no era así.

Ahí no tenía control alguno.

“Intentarlo no es suficiente si no traes resultados, Orthon. Te acepté cuando Dios no te quiso, y creí que al haber sido antes un humano, tendrías más probabilidades de generar pecado en la humanidad, que me podrías dar más súbditos, pero no hiciste nada de eso.”

Oh.

Oh no.

Ese demonio no era cualquier demonio, era el mismo Satán. Estaba ahí, en su habitación, en la iglesia, el mismo rey del infierno ahí presente, y no sabía cómo sentirse, eso iba más allá de corrupción, de un insulto hacia lo sagrado de ese lugar.

En ese mundo, Satán tenía tanta influencia como Dios, ambos tenían altos rangos.

Realmente, ella ahí, no tenía oportunidad alguna de salvaguardarse a si misma o a su institución.

“No lograste nada.”

Ante la última reprimenda de Satán, cuya voz salió profunda, tosca y rasposa, llena de fuerza, el demonio puso las manos en el suelo, reaccionando, haciendo una reverencia, notándose el pánico en toda la existencia corrupta y herida, decidiendo incluso bajar la cabeza si con eso evitaba el castigo.

Pensó en lo que su hermana mencionó, que sería desterrada.

¿A dónde iba un demonio desterrado? ¿Había un lugar así para el infierno, como este lo era para los que caían del cielo?

“¡Lo siento! Prometo hacerlo mejor, puedo intentarlo de nuevo, buscaré a la bruja y me desharé de ella, ¡Haré lo que sea para que me perdone!”

La bruja…

Eso era su hermana, una bruja, en eso se había convertido, o tal vez incluso en algo peor.

Notó miedo genuino en la voz del demonio, chillando, desesperado por obtener una segunda oportunidad.

Ante eso, Satán rió, sin tener la más mínima misericordia o empatía.

“Orthon, querida, te recuerdo que es la tercera vez que fallas en traerme resultados, sabes cómo son las reglas, no puedo perdonarte por tus errores, ya fracasaste reiteradamente.”

Las reglas del infierno.

Por supuesto, el demonio le dijo que en infierno no eran tan estrictos, sin embargo, obviamente había reglas, y había fallado en la misión, o misiones, al parecer. Si tal vez el demonio la hubiese logrado corromperla a ella, o a otra de las hermanas, no sería castigada, ya que, si bien no logró cumplir con la misión primaria, si logró algo lo suficientemente importante para beneficiar al infierno.

El demonio se removió, acercándose, tirando la cabeza hacia el piso, los cuernos resonando contra la madera, agachándose, haciendo una gran reverencia, haciendo todo lo que estaba al alcance para poder recibir perdón.

Pero dudaba que Satán perdonase, como su Dios perdonaba.

“Por favor, haré lo que sea, pero no me deje ir al Hoyo, ¡No quiero ir!”

¿Al Hoyo?

Ante la súplica, Satán volvió a reír, divirtiéndose, como si disfrutase la manera en la que el demonio suplicaba, no, estaba segura que el ángel caído aquel lo disfrutaba, se regocijaba en la atención, en el llanto, en tener el poder suficiente para hacer que los que estuviesen más abajo se tirasen al suelo pidiendo misericordia.

Sabía que era alguien terrible, pero ahora lo podía verificar.

“Debiste de haber pensado en eso antes de comportarte como una vaga, y no cumplir cuando te lo advertí. No puedo hacer una excepción por ti, no lo mereces. Nunca has valido lo suficiente .

Ese era un duro golpe.

El demonio levantó el rostro, mirando a Satán, pero no parecía querer insistir, resignación notándose en la expresión, resignación y profundo dolor.

¿Qué pasaba en el Hoyo?

“¿Qué es el Hoyo?”

Preguntó, sorprendiéndose a si misma, mientras observaba los ojos violetas, los cuales se notaron incluso más dolidos al escuchar su pregunta, como si ni siquiera fuese capaz de contestar ante lo fuerte de la implicación de aquel lugar.

Dio un salto cuando escuchó la risa de Satán, una vez más resonando por la habitación, como un eco retorcido.

Por un momento olvidó que estaba ante la presencia del rey del infierno, que era vista, que no era solo una figura invisible ahí, Satán la veía de la misma forma que ella veía a Satán.

Cuando giró el rostro, mirando los ojos rosados brillantes de aquel ser, notó que estos la miraban de vuelta, intensos, grandes, penetrantes, mientras le sonreía, los colmillos presentes. Se vio tragando pesado, dándose cuenta que tal vez, durante ese rato, ese ser no le prestó la menor atención, pero ahora se había dejado notar.

Aun así, mantuvo la mirada, la conexión, sin querer demostrar debilidad.

No iba a tener miedo del pecado.

Ella era mejor que el pecado.

“Al parecer la pequeña sierva de Dios no me teme, pero era de esperarse, ya que he visto como te has desenvuelto, y claramente tu fe es más fuerte que tu miedo. Debo admitir que tengo algo de envidia, porque un alma así de fuerte es necesaria en el infierno, pero sé bien que no cambiaras de bando fácilmente.”

No, no cambiaría.

A pesar de quien venían esas palabras, no pudo evitar sentirse orgullosa de si misma, que un demonio tan notable y poderoso como el mismo Satán mostrase interés en la fuerza que tenía, en la fuerza de su espíritu inquebrantable.

No dejaría que nadie la hiciese cambiar de camino, ahí era feliz, ahí estaba completa, y eso era lo único que importaba.

Satán sonrió aun más ante su mueca, ante su determinación, sin vacilar, mientras asentía lentamente.

¿Era un pecado siquiera hablar con Satán?

Quería pensar que no, que desafiando a ese ser, se volvía más fuerte que antes.

“Admiro tu valentía, así que te contaré, el Hoyo es el lugar donde los demonios son castigados al no cumplir con las exigencias del infierno. Al entrar al Hoyo, los demonios pierden sus recuerdos, pierden su identidad, su alma es purificada por completo, volviéndose en un alma nueva, la que será llevada de nuevo al cielo para cumplir con el ciclo.”

Ahí nacían los ángeles.

Luego los ángeles caían y se convertían en demonios.

Y luego los demonios caían y se convertían en ángeles de nuevo.

Si, era un ciclo, ahora ya no tenía duda de eso.

Así que el demonio peleaba por los recuerdos, los que tuvo en el mundo humano, los que tuvo luego como un ángel, así como lo que sucedió mientras era un demonio, y no quería inmiscuirse, pero, ¿Tal valiosas eran esas memorias?

Y como si le leyese la mente, esta habló.

“No quiero perder mis recuerdos, no quiero olvidar todo lo que aprendí como humana, ni todo lo que pasó en el cielo, mucho menos la libertad que tuve en el infierno, visitando el mundo humano.”

El demonio levantó la mirada, lagrimas cayendo de los ojos violetas, y estos la miraron por un momento, fijos en ella, la mueca tornándose aun más dolorida, más lagrimas cayendo, y sintió un dolor en el pecho al ver esa expresión.

Casi como si le dijese que tampoco quería perder las memorias que obtuvo ahí, con ella.

Y no lo entendía.

No era nadie en especial, solo se quejó de aquella presencia infernal, no creía que mereciese estima alguna, de nadie.

El demonio negó, cerrando los ojos, las lágrimas terminando de caer, para luego volver a enfrentar a Satán, desesperada.

“¡Haré lo que sea, pero no me lleve al Hoyo, por favor!

Y una vez más, Satán comenzó a reírse, a soltar una carcajada que le heló la sangre, el cuerpo enorme removiéndose, burlándose indiscretamente del demonio, y le pareció algo muy humillante, pero estaban hablando de Satán, por supuesto que disfrutaría humillando a los demás, sobre todo a quien antes fue su empleado.

Si, Orthon era un demonio, lo tenía claro, un ser pecador y detestable, pero ahí estaba, de rodillas, llorando, suplicando, mostrándose vulnerable, pidiendo misericordia, le parecía infame que Satán no pudiese ni siquiera ponerse de su lado por un momento, o al menos reaccionar de una mejor manera ante el sufrimiento que estaba pasando.

Por lo mismo se vio apretando los dientes.

Ella no era buena con el demonio, no, pero esto le parecía denigrante.

“No me hagas reír, Orthon, ¿Tanto te gustó la pequeña monja que no quieres olvidar tus ínfimos recuerdos? Deberías sentirte avergonzada al demostrar emociones semejantes, de hecho, me dan ganas hasta de matar a la monja solo para verte llorar más.”

¿Qué?

Claro, se trataba de Satán, por supuesto que usaría una debilidad solo para ganar más. Y tenía claro que estaba ahí, en el fuego cruzado, pero no temía, porque Dios la protegía, y si se iba a ir de ese mundo, se iría con la mente limpia, reiterando lo mucho que le disgustaba aquel lado del universo, lo terrible que era el infierno, aquel rey infame.

No le sorprendía.

Realmente era vil.