Chapter 1: Día de la cosecha.
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Peeta y su padre debían tener el primer lote de bandejas de pan antes de que cualquiera en Panem viera el hermoso amanecer transformarse en el monótono azul del día. Mucho antes de que su madre empezara con la sarta de insultos repartidos por igual entre su esposo e hijo pequeño. Así, a eso de las cinco de la mañana, sin excepción y por desgracia, el agrio olor de la levadura inundaba la panadería.
A menudo, después de hornear, conseguía nuevos sacos de harina que tendría que llevar por sí mismo por órdenes de su madre, almacenados en la zona trasera, esperando a ser usados durante el resto del día. Después de eso, llevaría pedidos a casas que pudieran permitírselo o se quedaría atendiendo clientes en la panadería, según el humor de la matriarca.
Hoy, sin embargo, su padre lo dejó esperando en la puerta antes de siquiera tocar la masa en reposo. Ahí, permaneció hasta que acabó de arreglar un pequeño lote de galletas con una calma aplastante que lo sofocó durante ratos. No es que fuera a decir algo para quejarse; Peeta nunca dijó qué le molesta. Le pidió que los escondiera donde su madre o hermanos no pudieran verlos porque son un regalo para los familiares de los tributos. Hoy es el día de la cosecha.
Lo que queda del día es mucho más ligero; ve a su padre en su segunda buena acción del día al darle pan exclusivo a un chico de la Veta por una simple ardilla. Su padre era especialmente blando con los chicos de ahí, como Gale. Un chico de ojos grises y cabello negro, fácil de confundir con todos en las minerías de no ser porque era atractivo (a juzgar por los chillidos de las féminas y el único otro omega que conoce), quién había estado manteniendo a una familia de cinco antes de siquiera llegar a la mayoría de edad. Con aproximadamente cuarenta papeletas para ser seleccionado debido a una cantidad numerosa de teselas acumuladas con los años, su papá sólo pudo desearle buena suerte.
Aunque fueron buenas sus intenciones, vio un atisbo de tensión en el muchacho. Receloso. Peeta supuso que en su lugar tambien se sentiría así si alguien le recordara que era casi seguro ser seleccionado este año, aunque le conmovió la dulce empatía de varios con aquellos desdichados en la misma situación.
Terminó la muestra de gentileza y las horas siguieron avanzando. A diferencia de los demás habitantes del distrito, él no descansaría hasta la llegada del anochecer.
En días como esos, las calles estaban solas y silenciosas, y solo unos pocos comerciantes se atrevían a asomar la cabeza tan temprano.
Siendo hijo de panaderos, tenía que cumplir con el deber. Envidiaba huir, esconderse del martirio justo como todos los demás. Al fin y al cabo, la noticia de la cosecha colgaba sobre sus cabezas como una espada de Dámocles. Es por ello que se encontró pensando obsesisavamente en lo único bueno del día; la extraña union de las personas. Por ahora, Peeta se sumió en la aparente normalidad de las primeras horas. Aunque consciente de la crueldad del sistema de los Juegos del Hambre, encontró un atisbo de solidaridad en ese momento cada vez que lo recordaba, una conexión que trascendía las barreras impuestas por el Capitolio. La dualidad del día, entre la rutina diaria y la sombra de la cosecha, resonaba en sus pensamientos mientras anticipaba los eventos que se desarrollarían en las siguientes horas.
—¡Apresúrate a empacar, niño tonto!—una mujer rubia con rostro acartonado y furiosa, su progenitora, lo sacó a zarandeos de sus pensamientos.
Había estado empacando las hogazas de pan para la mañana y se quedó sumergido en su mente, de nuevo.
—¿Por qué no puedes ser menos inútil, omega estúpido? — Ella le dio un empujón desdeñoso que prácticamente lo mandó contra la mesa; un dolor bastante familiar se acentuaba en la zona del hueso de la cadera, donde sabía que se estaba formando un feo hematoma.
Probablemente ella no intentó llegar tan lejos como tal, pero tomado por sorpresa, perdió el equilibrio y se dejó llevar por la fuerza. Su papá le dio una mirada mortificada, pero por lo demás, no hizo nada para intervenir; sin embargo, miró la ligereza de unos labios a punto de hablar, sellados por el arrepentimiento y la culpa. Peeta, silenciosamente resentido con ambos, se enderezó e intentó mantener la postura, sin lograrlo; como siempre.
Pudo sentir la mirada silenciosa, pesada y crítica de sus dos hermanos, quienes, debido al día tan especial, se habían quedado en casa. Luchó con la vergüenza de ser tironeado con tanta facilidad por una mujer mucho más delgada que él, en especial frente a ellos, quienes siempre parecían decepcionados de él por hacerla enojar tan seguido. Aunque apenas existía en sus vidas, sorprendentemente -se dio cuenta- una pequeña parte de él siempre deseó impresionarlos. Pese a eso, nunca pudo; era constantemente detenido por sus emociones. Era débil. Ella, su madre, le demostró su claro rechazo al llegar a la misma conclusión, molesta por esa parte de él, especialmente porque no hizo nada para defenderse, aun cuando sabe que si lo intenta sería mucho peor.
Su omega emitió un chillido angustiado que calló de inmediato cuando hizo reparos en el rechazo, pero fue lo suficientemente lento para ser escuchado y que su madre tenga motivos para quejarse todo el día.
—Tsk, maldito niño insolente, ¡deja de apestar el lugar! ¿Crees que alguien va a querer venir con tu apestoso olor en el aire? —Él movió inconscientemente sus manos a su cuello, donde yacía su glándula odorífera.
Como indicó, había soltado feromonas angustiadas y no se dio cuenta de que lo había hecho hasta que se lo dijeron. Sin querer, su omega lo hizo seguir llamando a su padre, alfa, para consuelo. Y la única persona además de él con ojos azules y cabello rubio enrojeció de rabia y colera, indignada.
—¡Largo de aquí! — La mujer se veía repugnada, malinterpretando completamente con qué intención el omega llamaba a un alfa — ¡Ve a engatusar a alguien donde no te vea, gañan sinvergüenza!
"Hoy es día de mandados, entonces" pensó sin sentido.
Avergonzado por las insinuaciones terriblemente equivocadas y humillado al darse cuenta de que, una vez más, su padre no había acudido a él, tomó el resto de paquetes y se dirigió a entregarlos mientras aún escuchaba las quejas sobre cómo no entendía qué mal hizo para merecer tener un hijo omega, incluso con la situación. Probablemente no dejaría el asunto de su olor por toda la semana.
Siguió adelante de todos modos, confundido sobre cuál debería ser su reacción.
Sería más fácil, por supuesto, si tuvieran parches de olor en casa para que su mamá, que de por sí no lo quería, no tuviera excusa para hablar de lo asqueada que estaba de él y su lado Omega. No podía esperar mucho; así es como eran las cosas, y no había nada que pudiera hacer contra los prejuicios de género y sexo.
No es que no esté acostumbrado, esto era pan de cada día. De hecho, después, una vez inició los mandados, la señora de la tercera entrega le dedicó una mirada de desdén tan fea que fue suficiente indicandor de lo mucho que le desagradaba estar cerca de algo tan vulgar como un omega, considerado un sinónimo de impureza para gente prejuiciosa como ella. La mujer del quinto elogió efusivamente la belleza de su cabello y expresó su deseo de que alguien en su familia tuviera el rubio de sus hebras y los hermosos ojos azules que le caracterizaban, insinuando descaradamente cómo su hermano, un hombre que rondaba los treinta y cinco años, aún permanecía soltero. Las viejitas del séptimo no habían dejado de pellizcar sus mejillas y decir lo gordo que se estaba poniendo, cómo eso no era atractivo y si eso no le daba vergüenza; le sugirieron apresurarse a atrapar un alfa antes de que su encanto se esfumara. Y eso fueron sólo las mujeres.
La última entrega resultó incómoda, ya que se esperaba que la persona a la que entregaba el paquete sostuviera por sí misma el encargo en lugar de ser ubicada en el canasto; sin embargo, el adulto tardó más de lo que se considera normal en retirar la mano sobre la suya, como si tratara de tocarlo con malicia. «Esa ropa está muy bonita, ¿es para la cosecha de hoy?» comentó, intentando, aunque fallando, en adoptar un tono conciliador con él. Le rozó el dorso de su mano de una forma que le provocó malestar en el estómago.
Este era el jefe del cuerpo de paz, un hombre que se aprovechaba por las noches de aquellas jovencitas que no tenían para comer y estaban desesperadas. Peeta no quiso ni imaginar qué esperaría de él si fuera lo suficientemente tonto para caer en su juego corrupto. Al mirarse nerviosa y rápidamente, notó que llevaba nada más que una camisa desteñida de manga larga y pantalones desgastados, además del característico delantal de un panadero. Para alguien tan repugnante como él, debió ser suficiente; un sueño húmedo omega. No fue difícil prever los deseos lujuriosos del hombre. Respondió evasivo, diciendo lo que creyó que le gustaría escuchar para evitar enfados, y el señor se despidió con una sonrisa depredadora que lo dejó sintiendo que necesitaba un baño. Se fue en cuanto pudo, rumbo a su casa a prepararse para el evento, no sin escuchar al hombre decirle que esperaba ver su atuendo para el día.
Para entonces, aún asqueado por las situaciones, el muchacho ya había aprendido a superarlo y a seguir.
En una ocasión, cuando se acercaba a la edad de los doce años y estaba próximo tanto a empezar a ser elegido como tributo como a descubrir su biología secundaria, sus entrañas se revolvieron tanto del terror de probar mala suerte con ambas que no quiso comer ni dormir por varios días. Sumado a eso, la ira de su madre le dejó el cuerpo adolorido, así que enfermó a un ritmo alarmante. Su padre, ansioso, buscó hierbas para calmarlo a escondidas de su madre y a expensas tuvo que acompañarlo a cada puesto mientras más se abrumaba.
En ese entonces estaba aburrido, esperando en el piso, cuando escuchó a un padre y su hija hablar. Le fue difícil no reconocerla. Estuvo prácticamente obsesionado con la niña desde que su padre le admitió que una vez estuvo enamorado de su madre.
Ambos hablaban sobre alfas y omegas, un tema que no cualquiera tenía el valor de abordar en público. La niña le hacía preguntas temerosas; aparentemente, ella era un caso de presentación temprana y estaba asustada porque había resultado ser una chica alfa. El hombre, también alfa, respondió pacientemente cada pregunta de la niña, sin ocultar la crudeza del mundo real. «Ser alfa no es tan malo, Katniss», dijo en un tono que demostraba el cariño que le tenía, demostrando el inigualable amor con la que esa pequeña estaba creciendo. Le recordó mucho a su padre, y a su vez, le hizo anhelar el amor de su madre. La chica era afortunada.
Ella no estuvo de acuerdo con lo que decía el adulto y se lo hizo saber con una petulancia que a él jamás le habrían perdonado en casa. El hombre no se inmutó y siguió tratando de consolarla: «¿Sabes? Las alfas hembras son como los sinsajos, Katniss. Los omegas macho y las hembras alfas no fueron algo que el Capitolio hubiera planeado cuando crearon los subgéneros, son una creación que se les salió de las manos, como el apareamiento de los charlajos y sinsontes. Así se crearon los sinsajos, como así se crearon los omegas y las alfas».
Sin saberlo, eso fue lo único que la calmó. Incluso cuando creció y aprendió que esa declaración era peligrosa en un lugar donde los agentes de la paz podían escuchar, siempre estuvo cautivado por la forma en que aquel alfa se atrevió a formar semejante comparación, como si hablara de ellos como de una rebelión, una carta a su favor que el Capitolio jamás tendría. La carta triunfante, la última pieza del juego.
Por supuesto, las cosas no podían ser tan fáciles. Existía mucho resentimiento hacia su género; en la ciudad, tener un omega con vida significaba comida. Para mantener a un omega vivo, se necesitaban vitaminas, mucho más que sólo minerales y proteínas. Así que un omega vivo significaba que tenías dinero para mantenerlo; significaba un estatus; significaba riqueza. Tener una hembra omega viva era el logro entre los logros, especialmente porque tenían aún menos defensas que un macho. Un niño de la Veta lo miraría con juicio porque su sola existencia significaría que comía mucho más que ellos, por eso se juntaba sólo con ciudadanos sabiendo que para aquellos era menos juzgado, aunque sea sólo un poco.
Él mismo no se hacía muchas ilusiones; la población citadina no prefería a los omegas más de lo que anhelaba residir en el distrito 12. En la ciudad, concebían a los omegas como algo precioso únicamente destinado a presumir, un premio más ornamental que práctico. Todos deseaban tener un omega, pero ninguno aspiraba a ser el progenitor de uno. Esto implicaba presenciar cómo tus hijos eran ignorados en todo lo que no estuviera relacionado con cocina y belleza, tratados con menos dignidad que una mula, una vaca o una cabra. Una vez sanos, los omegas eran altamente fértiles, convertidos en un producto que todos querrían tocar y probar para adquirir. No eran hijos que generaran beneficios; los mantenías, gastabas en ellos y luego alguien se los llevaba. Una inversión nunca recuperada.
En la ciudad, la jerarquía se establecía según tu género secundario. La gente se enfocaba en olerte independientemente de si eras hombre o mujer para decidir cuál sería el trato más socialmente aceptable para ti. Los alfa ocupaban posiciones importantes, siendo fuertes y competentes; a menudo eran los cabecillas, y podías ver a idiotas siendo perdonados una vez se descubría que eran alfa. Los beta, tanto hombres como mujeres y casi toda la población de Panem, desempeñaban roles de obreros, trabajadores y mediadores. El tiempo los ayudó a evolucionar para captar olores, pero no de la forma especial de sus contrapartes. Beta era lo ordinario, nada especial. En cuanto a los omega, estaban hasta abajo. Cada uno les encontraba alguna utilidad, como tareas de limpieza, la cocina o calentar la cama, cuando fuera necesario liberar estres. Muchos no sabían más que ser bonitos y mimados, especialmente las niñas, que eran mucho más adoradas. Todo a diferencia de lo que sucedía en la Veta
Para los menos afortunados, la diferenciación se centraba principalmente en el género primario. Aun seguían el esquema de jerarquización que los ciudadanos, pero se vería atrofiado dependiendo de si eras hombre o mujer. Los alfas macho lideraban la torre social, seguidos por las mujeres alfas, admiradas pero no queridas ni respetadas. Algunos atrevidos aún dudarían de la capacidad de una alfa, incluso si se encontraban cautivados por su fuerza y belleza.
Tras ellos venían los betas, cuyos hombres aún alcanzaban buenos puestos como comerciantes, y sus mujeres aún serían adoradas por gente de su misma escala social; algunas hijas de gente importante, pero obligadas socialmente a inclinarse a labores domésticas. Y despues, detras de todos ellos, venían finalmente los omegas.
Cuando Peeta acompañó a su padre por esas hierbas, muchos no entendieron por qué su padre le daba mimos en el pelo y besitos en la mejilla a su hijo varón; su padre admitió una vez que para entonces ya sospechaba su segundo género. No es que la opinión de las personas confundidas de la calle importara; no existía absolutamente ningún omega en ese lugar que sobreviviera la preadolescencia; los machos habrían soportado más, pero ante la negligencia emocional y el hambre, tampoco duraron mucho. Peeta se preguntó si alguna vez los y las omegas que vivieron en esa zona tuvieron que lidiar con señores que se demoraban en quitar sus manos y hablaban de su ropa. Probablemente no, porque todos estaban muriendo de hambre.
El hombre omega se idealizaba como lo peor de lo peor, la personificación misma de la debilidad. En la Veta nunca comprendían por qué a los omegas se les trataba con más delicadeza; para ellos, eran hombres y debían ser tratados como tal. Un hombre que necesitaría de las caricias de otro hombre para no decaer en un estado mental depresivo era una burla de la naturaleza misma. Un ser que no podía tener los bellos encantos de una mujer y que jamás tendría su fuerza como macho. La gente aún se esforzaba con las mujeres omegas, pese a ser más débiles y enfermizas, pero eso sólo era porque apenas experimentaban cambios físicos externos; simplemente se consideraban bonitas, y la gente se esforzaba por conservar la belleza, aun cuando no la cuidaban. Tampoco es que ellas fueran tratadas con dignidad humana. A menudo, eran usadas para aumentar egos débiles y tratadas como molestias en la privacidad del hogar; casi todas sometidas al abuso. Lo cierto es que fue una bendición que casi no nacieran omegas en ese lugar.
Agradecía a su histeria de los once y doce años por ayudarlo a descubrir toda esa información y aprender a descifrar aquellas cosas que la gente no dice a la cara pero sí a tus espaldas. Era extraño pensar en eso justo hoy mientras contaba el pago que generaron sus tareas y lo guardaba en su lugar.
Una vez acabados sus deberes, decidió prepararse para el día.
Con meticulosidad, seleccionó con esmero sus mejores ropas y cuidó cada detalle mientas peinaba su cabello rubio con gel. En el hogar, en medio del ambiente malhumorado y silencioso de la única mujer presente, el silencio imperó y ningún miembro de la familia se atrevió a hablar. Juntos, emprenden el camino hacia la plaza central, donde, en lugar de dividirse por subgéneros, la población se organiza según géneros primarios, con los más mayores ubicados al frente, siendo los más propensos a ser elegidos, mientras que los menores quedan detrás.
La anticipación llenó el aire a medida que la gente llegaba temprano a la plaza, especialmente los niños y niñas de 12 años, quienes debían someterse a exámenes para determinar su segundo género. El ambiente se torna denso, impregnado de la conciencia colectiva de que este día, dos familias enfrentarán la pérdida de un hijo.
—¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de su parte!— No presta mucha atención a las palabras del alcalde ni a Effie Trinket, la dama extravagante del Capitolio sin consciencia ni consideración, ni a Haymitch, el único vencedor con vida. A este punto, se sabe todo de memoria, desde que se obsesionó con la posibilidad de ser elegido a los once años.
Peeta se arrepiente de no prestar atención de inmediato cuando escucha cantar a Effie el nombre de la tributo femenina, y es alguien que jamás esperó. Es...
—¡Primrose Everdeen! —Dijo y se hizo el silencio como cada vez que un niño muy pequeño era elegido.
Lo primero que Peeta piensa es "Esto no puede ser verdad". Y sus ojos se dirigen de inmediato a la hermana mayor de esa niña.
La plaza completa se une en luto por la pobre chica, quien parece no poder salir de su estupor. La gente no duda en expresar su simpatía, ignorando la orden tácita de aplaudir que siempre han acatado por obligación para mostrar su respeto a la admirable alfa. Se sabe que la seleccionada es hermana de la chica alfa mayor de los Everdeen, quien representa, sin lugar a dudas, un amanecer en un nuevo día lleno de colores, fuerza y esperanza para un lugar tan desgraciado como el distrito 12. Era un secreto a voces que esa joven había sido la cabecilla de la casa desde sus tempranos once años, cuando su padre murió brutalmente en un accidente minero. No es que la situación fuera única, especialmente en una zona como la Veta donde ella vivía, pero en un mundo donde los adultos agacharían la cabeza mientras el gobierno se llevaba a sus hijos a morir brutalmente en un baño de sangre, mientras mataban de hambre a los que quedaban; donde los hermanos guardarían silencio cuando sus familiares fueran elegidos, donde los niños pedirían las teselas solo cuando ya no exista opción y jamás tomarían por otros, donde el rencor y la resignación que se adueñaba de la mayoría no la había alcanzado, ella era diferente. Ella lo había sacrificado todo por su hermana y madre sin importar las repercusiones.
Ella siguió adelante.
—¡Prim! —El grito estrangulado que salió de la garganta de la muchacha fue doloroso de ver, tan acostumbrado a ese semblante pacifico y sin emociones, pero fue un indicador de que finalmente volvía a reaccionar—. ¡Prim!
Peeta, a diferencia de todos los demás, sabía qué iba a pasar antes de que sucediera, conociendo desde hace tiempos lo que la niña estaría dispuesta a hacer por su hermanita. Llegó a la conclusión de cual sería el horrible destino de la alfa una vez que ella avanzó y puso a la niña detrás suyo antes de que siquiera ella llegara a los escalones. ¿Ella se atrevería? ¿Tomaría ese riesgo? La respuesta fue obvia.
—¡Soy voluntaria! — gritó ella, con voz ahogada pero con una fuerte determinación—¡Soy voluntaria! ¡Me ofrezco como tributo!
En el escenario se produce una pequeña conmoción. El Distrito 12 no enviaba voluntarios desde ya décadas, y el protocolo estaba oxidado. La regla era que, cuando se sacaba el nombre de un tributo de la bola, otro chico en edad elegible, si se trata de un chico, u otra chica, si se trata de una chica, podía ofrecerse a ocupar su lugar. En algunos distritos donde ganar la cosecha se considera un gran honor y la gente estaba deseando arriesgar la vida, presentarse voluntario era complicado. Sin embargo, en el Distrito 12, donde la palabra "tributo" y la palabra "cadáver" son prácticamente sinónimas, los voluntarios había desaparecido casi por completo.
Así que, Katniss Everdeen hizo exactamente eso por lo que sería tan respetada en todo el distrito: siguió adelante. Sin importar qué tuviera que hacer, a quién tuviera que enfrentar, ella siguió, no por sí misma; por su hermana. Y no pudo lucir más etérea y heroica mientras lo hacía, caminado hacia la muerte para evitarle a su ser mas amado el dolor de la vida real. Su cara casi de piedra y valiente, como si hubiera salido de un cuento, enfrentándose a la adversidad.
Nadie hizo caso de Effie Trinket diciéndoles todo lo que ya sabían de ella, pidiendo un aplauso como si fuera una celebración. No, ellos, que no se atrevieron al sacrificio como ella, solo pudieron hacer algo. Uno a uno, se llevaron tres dedos centrales a los labios y los alzaron al aire. Era un gesto antiguo (y rara vez usado) del distrito que a veces se veía en los funerales; es un gesto de dar gracias, de admiración, de despedida a un ser querido. No para estar de luto por ella, sino para apoyarla.
Peeta dejó aturdido en segundo plano el show espectacular que protagonizó Haymitch terriblemente borracho, inundado por el mal augurio que presentaba que Katniss Everdeen fuera hoy un tributo, anonadado por la fuerte admiración que sentía por aquella fémina que muy probablemente ni siquiera sabía su nombre. Effie Trinket intentó avergonzada volver a poner el espectáculo en marcha, pero apenas pudo poner atención.
—¡Qué día tan emocionante! — la escuchó vagamente exclamar mientras manoseaba su peluca para ponerla en su sitio, ya que se había torcido notablemente hacia la derecha por culpa de su único vencedor — ¡Pero todavía queda más emoción! ¡Ha llegado el momento de elegir a nuestro tributo masculino!
Sus preocupaciones no estaban en eso en ese momento, claro que no, pues era obvio que su nombre no podía aparecer en la urna. Las probabilidades eran mínimas si sólo estaba cuatro veces para ser elegido. Desde los doce hasta sus ahora dieciséis, su padre jamás permitió que tomara una tesela extra ni una sola vez, pese a que en muchas ocasiones el pan quemado y podrido de sobras que comían no llegaba a ser suficiente para su familia, pero había sido la única victoria que tenía contra su madre desde nunca; siempre valoró esa excepción que hizo su padre para enfrentarla.
Estaba más preocupado en detallar los gestos de Katniss, tratando de descifrar si existía arrepentimiento en sus acciones. No hubo nada, obviamente, no es que esté sorprendido por ello. Estaba camino a detallar de nuevo esa fuerte valentía de la alfa cuando la chillona voz con acento capitalino se perdió en algún lugar y luego resonó con dos palabras que cambiarían su vida.
—¡Peeta Mellark!
Chapter 2: Despedida
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En todo el Distrito 12, sin importar tu origen, al cumplir una edad oscilante entre doce y dieciocho años, debías cumplir tu deber como sacrificio siendo elegido como tributo en los Juegos del Hambre. Cada año acumulabas papeletas, lo que significaba que a los trece, tu nombre aparecía dos veces y así sucesivamente por año. Cuando llegabas a los dieciocho, tu nombre debía estar en la urna al menos siete veces. A quienes la suerte abandonaba, se veían en la obligación de pedir una tesela que les ayudaría a alimentar a sus familias, con la trampa de duplicar o triplicar el número de veces que salían sus nombres, aumentando el peligro de ser seleccionados, como en el caso de Gale y Katniss.
Cualquiera podía ser elegido, aun con las posibilidades a favor. Hubo un año en que la hija del alcalde fue elegida; no hubo soborno capaz de cambiar el resultado y ella murió.
Sin embargo, como hijo de comerciantes, no habría esperado tener posibilidades de ser cosechado; no podía ser elegido, solo aparecía cinco veces. Además, había una peculiaridad en el Distrito 12 que se cumplía desde la creación de los subgéneros: jamás había sido enviado un Omega a la arena.
Muy ingenuo de su parte confiar tan ciegamente en eso, aun así, objetivamente no era conocidos por salirse del molde, y se confió. Tan apegado a la fe de que esa ley no escrita siguiera en vigencia, de la creencia de que estaría a salvo, bajó la guardia, sin esperar ni por un segundo que esa seguridad le sería arrebatada de la forma más despiadada.
—¡Peeta Mellark!— Se burló en una cacofonía de ecos la voz cantarina de la dama del Capitolio.
Hubo un patético y absurdo momento en que no sabía de quién hablaban, hasta que los ojos familiares y conocidos se posaron sobre él, esperando, y pensó tontamente: "Yo, ese soy yo", sin llegar a creerlo.
Tal vez, por alguna confusión breve, su nombre fue malinterpretado, o estuvo tan distraído y en las nubes que se terminó equivocando, es decir, fue demasiado rápido como para escuchar bien. Él no era el nuevo tributo masculino; un omega. Excepto que sí, lo era. El apellido heredado de su padre se volvió inconfundible, un apellido relacionado con la panadería porque venía de una familia de panaderos. Ahora, no hubo espacio para las dudas, había sido elegido.
Ante las miradas, se sintió cual cerdo directo al matadero, lo que lo hizo darse cuenta de que estaba muy asustado. Prácticamente estaba petrificado, sentía un miedo asentado en el fondo de su vientre de forma tan incómoda y similar al ardor del hambre que no se pudo mover, o bien, similar como cuando cometía un error en sus deberes, como tirar accidentalmente la masa del pan por un descuido, lo que formaría un ambiente tenso y trémulo, capaz de parar las actividades de cada miembro de la familia. Su madre entraría en una etapa histérica, en la cual desquitaría el enojo con palabras hirientes o empujones no "intencionados" hacia cualquiera que se cruzara en su camino culpándolo a él. De alguna forma, el silencio de lástima compartido entre sus hermanos y padre después de cada vez que pasaba, le recordaba mucho al que estaba recibiendo ahora.
No sabía por qué, pero la necesidad de buscar a sus hermanos se hizo evidente, esperando de algún modo ver la espalda de alguno, o al menos la del que aún tiene la edad para la cosecha yendo al escenario, imitando el acto de amor fraternal de las dos niñas.
Por un momento, fue aquel niño que daba brincos ante el más mínimo problema, esperando que uno de sus hermanos lo tomara en brazos para acurrucar su cabeza cerca del cuello; un acto que su progenitora siempre le había negado experimentar. Sus hermanos, bien crecidos en el centro, se habían resignado a tener un omega pero no a mimarlo, en cambio, en lugar de consuelo, un empujón lo haría caer al suelo sin falta ante el mínimo lloriqueo.
Peeta sabía que no se estaba ayudando a sí mismo pero, inherente a las emociones que podrían servirle de autoayuda, necesitaba con urgencia la campana que lo salvara e imaginó por primera vez ser partícipe de un hecho histórico en el doce, en el que sorprendentemente los Mellark y Everdeen fueran protagonistas. Serían conocidos como familias tan opuestas entre sí, pero unidas con un único fin: proteger y preservar a su familia. Casi podía ver la mano alzada de sus hermanos gritando y repitiendo las mismas palabras como sinsajos "me ofrezco como tributo".
Por supuesto, fue un hecho que nunca llegó, esa ave ya emprendió su vuelo. Un incómodo silencio lo recibió mientras se esperaba que él camine al escenario, no ellos. Ese escenario había sido lavado y fregado esta mañana, tomó cantidades excesivas a nivel industrial de agua; desperdicio que muy pocas veces se permitían en un distrito tan miserable como ese. Una verdadera lástima. Es aún más una lástima que fuera a morir, ¿qué diablos estaba pensando? No sabía ni por qué se centraba tanto en un detalle tan estúpido, no sabía por qué estaba pensando tantas ridiculeces. Alucinar que sus hermanos lo querrían así. Era un tonto, ellos nunca se mostraron exactamente interesados en su sola existencia, ¿por qué se ofrecerían? Es más, podía ver el amargo alivio que su hermano sentía, avergonzado de que estuviera ahí pero sin poder ocultarlo.
Nadie se llevó tres dedos a los labios y saludó con ellos como sucedió antes. La gente solo se quedó a esperar a que caminara hacia la muerte y aceptara su final. No debió esperar menos; era un omega, y su única piedad era la muerte. Debía morir. Caminó hacia sus sauces a pasos lastimeros.
El malestar acumulado que le dejó el jefe de los agentes de la paz volvió, y se preguntó por breves momentos si aceptar las insinuaciones del hombre mayor habría cambiado los resultados en algún otro futuro. Obviamente eso no era posible; la corrupción no funcionaba aquí, o aquella hija del Alcalde no habría sido elegida. ¿Qué estaba mal con él? ¿Qué pensaría su padre de él por pensar así? Oh, su padre, que cuando lo miró caminar y subir lentamente al escenario, le dio una mirada de horror helado, presenciando la vista de su niño más pequeño ser ofrecido a un cruel destino, sin señales de salvación. Su pobre padre alfa, que tendría que ver la muerte en televisión nacional de alguien a quien había criado desde que era un bebé. Simplemente para ver todo echarse a perder cuando fuera asesinado por algún profesional o, peor aún, por la hija de la mujer que alguna vez amó.
Peeta se preguntó, si los padres pudieran ofrecerse como tributos en lugar de sus niños, ¿su papá se atrevería a hacerlo por él? Probablemente no, así como casi nunca se atrevió a contradecir a su madre, demasiado callado.
La peluca de Effie se veía más pronunciada y fea que de lejos, dejando un minúsculo rostro empapado de harina de pan para recibirlos. Mientras el mismo silencio que se le da siempre a los tributos del 12 los aplasta, un silencio de luto, un silencio muy diferente a la rebeldía anterior; supo que era real, que no había dudas; sería el primer Omega en ir a los juegos y morir solo al llegar y pisar el campo de guerra. La voz de Effie sonaba como si su boca y mente no fueran conscientes de cuáles eran las repercusiones de la toma de papeletas en la urna. En el momento en que les pidió que se tomaran de las manos, sonaba tan feliz que le hizo preguntarse cómo funcionaba su mente. ¿Las noches siquiera se atreven a causarle estragos mentales? ¿Habría un sentido de culpa en esa cabeza? ¿Habría algo que al día siguiente la hiciera dejar su plato lleno y su barriga vacía? No lo creía.
De todos modos, ¿qué le estaba pasando a su mente? Se sentía como si la realidad se le escapara de las manos y cada vez pensara en cosas más absurdas. Por momentos, sentía que se deslizaba fuera del mundo real, una pérdida cognitiva que lo dejaba tan débil y vulnerable que si alguien tratara de atacarlo, no podría defenderse.
Había escuchado que las mujeres omegas en algunas ocasiones se perdían de la realidad al tener que pasar por algún evento traumático, capaz de alterar la psique de la persona. Razón de sobra por la que la gente creería que los omegas eran débiles e inútiles. Pero jamás lo había vivido. Solo conocía a una mujer que pasó por eso y duró años en el proceso de asimilación, sanación y superación de los eventos de la realidad. Los rumores afirmaban que nunca volvió a ser la misma desde aquel momento. No confiaba únicamente en chismes, muchas mujeres habían criticado su comportamiento al abandonar a sus hijas. En cambio, él mismo la observó en una ocasión. Percibió la presencia de la señora Everdeen mientras él dejaba paquetes de pan cerca de un árbol, como si estuviera esperando a alguien volver de algún lado, a través del canto de los sinsajos. Sin embargo, nadie llegó; él la observó más de diez ocasiones distintas rondando de la misma forma en ese lugar.
Pobre señora, que con todo lo sucedido, enfrentaría hoy un nuevo evento igual o peor de traumático que el anterior. Se preguntaba cómo enfrentaría su mente al tener que ver partir a una de sus hijas y ser el entretenimiento del Capitolio.
Tenía que dejar de divagar, o podía perderse en un subespacio real; igual a la señora Everdeen. No podía caer tan bajo, ¿cómo iba a lidiar con su omega? Y eso que su nombre solo había sido seleccionado; lo peor estaba próximo a suceder. Genuinamente quiso controlarse, pero cuando parpadeó estaba en un mundo feliz donde su papá horneaba algunas galletas con sabores particulares que apenas habían sido inventados algunos días atrás, su hermano mayor, el más grande y al que en un día normal apenas y veía, le ayudaría con gusto a decorar los postres con glaseado que tanta dificultad le costó hacer. Su madre lo trataría con cariño y su otro hermano sería tan comprensivo y amiguero como siempre deseó. El rostro de su padre sonriente, despreocupado y cariñoso, diferente al hombre callado y serio de la vida real, se desfiguró luego de sentir un olor atractivo a bosque, y así supo que su tiempo era contado en aquella vana meliflua ilusión, quería quedarse, lo cual era extraño; ser consciente del hecho de que estaba vagando a través de una ilusión, creada por su mente para protegerlo. Lo salvó un ángel.
Quizá la cercanía a la muerte lo volvió poético, soñador; quizá solo esa opción tenía su cabeza, un vil recurso desarrollado por la mente de alguien que estaba tan asustado como para ver la verdad. En ese sueño, esa realidad, justo antes de que todo se le fuera de las manos y ya no pudiera volver, escuchó un ruido. Conocía ese crujir de ramas a cada paso dado y ese fuerte olor a roble, la canción en armonía que al seguirla crearía melodías profundas. Katniss, era su olor el que lo atraía a la vida real. La única capaz de hacerse notar con su presencia alfa en alucinaciones ajenas, de salvar a quien se rindió.
Mientras su mente divagaba felizmente dormida, la realidad lo sostenía desde hacía rato del brazo, con rudeza, como si alguien con tan pocas probabilidades de sobrevivir tuviera las posibilidades de escapar de la sentencia. Gracioso sería llegar a ser así de amenazador, como los agentes de paz que los acompañaron pensaron que serían al custodiarlos. Nadie espera nada del panadero, al fin y al cabo. ¿Para qué tanto problema? Era quien creció sin saber del hambre un solo día de su vida, de quien no ha luchado y enfrentado la realidad de la vida desde el día que fue concebido, según los demás.
Katniss debió dejarlo junto a su locura; era feliz al menos ahí, pues la realidad era dolorosa. Cuando la vio, ella parecía tan enfrascada en sí misma que se preguntó si ella lo había consolado con su olor de forma inconsciente. No sería extraño, para alguien que ama cuidar de los demás.
Mientras daba vueltas dentro de la alcaldía, se podía observar una puerta elaborada exclusivamente de madera proveniente de árboles robustos, pesada, que las personas normales (afectadas por la clara desnutrición) incluso con todas sus fuerzas, no serían capaces de abrir. Entraron allí o eso cree, porque su mente aún estaba aturdida y lo recibió la vista de una cara alfombra de colores oscuros que estaba desplegada en el suelo. Era algo fea en la cercanía y se veía el esfuerzo obrero requerido para su existencia; quién sabe cuántos castigos se repartieron cuando alguien cometió un error en la fabricación; casi sentía que reflejaba la soledad y desesperación de sus autores, puesta ahí como una señal evidente de luto sin ser demasiado explícitos. Sin embargo, ni todas las cosas bonitas del mundo lograban captar su atención tanto como la ventana del fondo.
A través de ella, se vislumbra un cielo despejado, sin indicios de oscuridad, con un sol brillante sin la preocupación de ser opacado. Un cielo libre.
En el fondo, el chillido de una puerta resonó y por ella apareció un hombre joven vestido con un equipo blanco, el uniforme característico de los agentes de la paz. Era como si el simple uso de ese color puro e inocente pretendiera convertir al Capitolio en algo que no era.
—Tres minutos— anunció el hombre, con un tono neutral.
La adrenalina que dejó el maltrato de hace unos momentos, generado por su propia mente y las feromonas involuntarias esparcidas por Katniss, danzando aún cerca de él, impidieron que se avergonzara por creer que la puerta se había abierto sola, para dejar pasar a su familia. Era hora de la "despedida".
Hay quienes creen que tal suceso se realiza para dar motivos de supervivencia a los tributos, para saber que se te espera con los brazos abiertos y, sobre todo, para no juzgar lo que estarás obligado a hacer durante los juegos. Por otro lado, en su caso y en el de todos los tributos del 12 que le preceden, no era así; tenía la teoría de que esta es la oportunidad dada para sentir el calor de tus padres y todos aquellos que importan en tu tierna edad. Para que los que se quedan atesoren un último momento como consuelo. Era un recordatorio de la generosidad impuesta por el presidente. "Sí, claro", no era más que una amenaza oculta.
— ¡Mi pobre niño! — Papá llega primero, con lágrimas en los ojos. Peeta siente que se desmorona al ver a su padre quebrarse ante él. El mayor no actúa impasible, ni se calla, ni finge que no le duele; por única ocasión, observa a su padre comportarse tan genuino y sin filtros como jamás lo vio frente a nadie. Le provoca dolor en el pecho, como si mil agujas invisibles perforaran su corazón hasta que generaran una reacción en el cuerpo. Papá llora libremente mientras lo envuelve protectoramente entre sus brazos, abrazándolos a ambos. — Volverás, yo lo sé—. Dice, pero es mentira, una cruel. De volver, no sería él mismo, no sería intacto, no estaría a salvo y no es algo que él pueda cambiar mientras suspira cerca de su oído tratando de sonar convincente, para que así, su miedo se disipe.
Debió sentirse egoísta al escucharlo a él tratando de consolarse a sí mismo, en cambio, Peeta toma el ejemplo del adulto y se quiebra en un desastre de jadeos e histeria.
—¡Papá!—Llora, atreviéndose a mostrar el desastre interno que lo carcome desde que es un niño — ¡Papá! ¡Papi, tengo miedo! — Dijo acobardado. El joven asustado se aferra a los ropajes de su padre alfa, llamándolo como jamás se atrevería cerca de su madre. Después de todo, solo tiene dieciséis años, y está asustado.
No ha sido un llorón siempre, a mamá nunca le gustó, mas siente que puede hacerlo sin preocuparse por esta vez, al fin y al cabo ya no estará después para lidiar con las consecuencias. El mayor lo calla, y permanecen así mientras ambos se desmoronan, aferrados el uno al otro al único ser dispuesto a sentir amor por ellos que tienen en la vida. Peeta se siente terriblemente pequeño aún en su altura, cobijado por la seguridad y consuelo del alfa, y solloza sin poder evitarlo porque la única vez que tuvo la libertad de sentirlo también sería la última.
Él huele a casa, al pan del trabajo y sobre todo a humo, que ahora es espeso y le seca la garganta. Cuando huele la vainilla, se pregunta qué pasaría con las galletas que hornearon en la mañana. ¿Papá se las comería solo, para consolarse de la pérdida de su hijo?
—Escúchame bien — le dijo mientras juntaba con sus grandes manos tomando su rostro angustiado, las frentes de ambos en un gesto tan íntimo que lo dejó aturdido. Él no le permite dejarse llevar por la histeria y lo obliga a mantener el contacto visual, a seguir sus órdenes, serio—, escúchame. No importa, ¿me oíste bien? No importa qué hagas, qué pase o cómo acabe esto, siempre voy a amarte sin importar qué —. Él le besa la mejilla como sólo había hecho cuando era pequeño. Una costumbre olvidada forzosamente luego de que a su madre le molestara ver a su hijo ser mimado; ella era ciudadana, pero ciertamente su pensamiento congeniaba con el de la Veta —Te amo, cariño. Te amo.
—Yo también te amo — chilla asustado. Su padre tenía que conocer las emociones que guardaba para sí, tenía que, esas que nunca dijo y calló por miedo a enterarse de ser una carga, una persona que simplemente coexiste en el mismo entorno, con la que lidia.
No era un llorón ni un quejumbroso todo el tiempo, sin embargo, sentía que tenía el derecho de quejarse y llorar todo lo que quisiera, de hacer notar que su vida era difícil. Tanto su cuerpo como su mente sentían el peso que yacía en sus hombros, como si el Capitolio mismo hubiera colocado una espada contra su cuello y decidiera mofarse de ello. Se sentía vulnerable, exponiendo su cuello al peligro, como si estuviera permitiendo que un arma de metal se clavara en su piel. Y al dirigirse directo a un baño de sangre del que no regresará, la valentía se apoderó por primera vez y quiso expresarlo.
Quería que su padre se quedara con bonitas palabras, en lugar de los gritos de lamento que tendrá que presenciar mientras las personas a su alrededor tratan de consolar a un alfa que perdió a su cachorro. Aún sabiendo que su padre sufrirá, tomó la decisión de no luchar, de solo sobrevivir lo suficiente, prolongar su vida lo más que pueda para llegar a un arma y conservar al menos esa parte de él, su moral, su dignidad. Cuando el momento llegue, seguirá a la muerte sin objeción. Tiene que ser fuerte, por él.
Padre e hijo se separaron y trataron de recomponerse. Al adulto solo le faltó remover sus lágrimas para volver a ponerse la máscara de tranquilidad y silencio que cualquiera ajeno a ambos reconocería. Su único indicador de angustia fue su olor, pues su cara no mostró señales de haber llorado o de sufrimiento. Diferente a Peeta, quien sabía que en ese momento tenía la mirada destrozada, sus ojos, cejas y nariz rojas y con señales de llanto. Y su olor, que ahora era una agria y espesa angustia que se reflejaba en la levadura. No se dieron un último abrazo, un último adiós. Ambos se miraron a los ojos hasta que entró alguien a sacar al adulto para traer a su siguiente visitante.
—Estoy orgulloso de ti — dijo finalmente, y se fue.
Alguien entró. Cuando se fijó en su madre, el cabello le pareció brillar como nunca antes, tan radiante que consideró quedar ciego por semejante belleza; tal vez su mente quiso idealizarla, verla mejor de lo que había sido, para soportarla mejor. Sus labios se apretaron y formaron arrugas a los costados. Sabía que de alguna forma extraña, ella estaba tratando de sellar las maldiciones sobre tantas feromonas omegas; era una muestra sorprendente de empatía y consideración por él. Por una vez en toda su vida, creyó ilusamente que había una pizca amorosa de ella hacia él.
Hubo algo parecido a la esperanza que se instaló en su corazón al ver a su madre tener una batalla interna; ella no sabía cómo actuar, movía los brazos con duda y finalmente, a tientas, se acercó a él. El vaivén incómodo de sus brazos se detuvo, frente a su cara, y ella dudó por mucho tiempo antes de rozarle la mejilla con sus dedos y tratar de deshacer los rastros de llanto de ahí.
—¡Deja de actuar como si el mundo fuera a acabarse, crío dramático! — le dijo primero, aturdida, con ese característico tono malhumorado. Se escuchaba, de algún modo, casi extasiado —Después de todo, el Distrito 12 al fin tendrá un ganador —. Peeta la observó, estupefacto y rígido, con la cara aún manchada de agua salada por su angustia, sin poder creer sus insinuaciones — Es realmente... —. Ella tartamudeó —. Después de todo lo que vivió... Esa chica sí que es una superviviente —. Dijo admirada, de algún modo encontrando en la alfa una fiel excepción a sus prejuicios.
Hubiera preferido las palabras de odio que regularmente recibía. No podía creer la crueldad que había en ella como para decir eso. Su propio rostro mostraba el asombro y casi se echaba a llorar en esos momentos; sentía las lágrimas caer por las mejillas, ya no podía contenerse.
Deseaba tener la capacidad de hablar sin que su voz se quebrara como rama, sin importarle si los demás creían que era tosco, y así ganar un respeto que se compensara con la admiración y fingir que no le había importado. Quería que su rostro no reflejara el dolor causado por las palabras que le decían, al igual que Katniss. Su madre siempre había sido directa pero nunca al punto de ser tan inconscientemente cruel. ¿Siquiera procesó las palabras que le dijo a su hijo por última vez? ¿En serio se quedaría tranquila, sabiendo que podía arreglar las cosas con él y compensar todos los años de sufrimiento que le hizo pasar? No, no podía esperar mucho, su madre siempre sería cruel con él, incluso si no se daba cuenta.
La puerta se abrió con rapidez, interrumpiendo la más cálida despedida de todos los tiempos en los Juegos del Hambre. El agente de la paz sostenía la perilla, tenso, con la habilidad de mover la puerta él solo. Madre e hijo sabían que las feromonas de un Omega triste invadían la habitación y mientras no hallara consuelo de su manada, Alfa estaba en la obligación primitiva de acudir al llamado de quien lo necesitara. Podrían ser máquinas del Capitolio, pero aún conservaban sus instintos, al igual que el agente en jefe.
Tenía sentido, Peeta sabía a ciencia cierta que a diferencia de otros distritos la autoridad era bastante permisiva con ellos aquí, más humanos.
—Se acabó el tiempo— Les dijo tajante, pero él sabía que eso no era cierto. Peeta había escuchado de este hombre en especial, ¿Cuál sería su nombre? Se le hacía conocido, ¿sería Darien? ¿Darius? ¿El agente que era amigo de la gente del Quemador?
Antes de salir, su madre se acercó a él una última vez. No había entendido por qué su madre y padre habían entrado por separado, pero ella estaba arreglando el botón desabrochado por el cual siempre había sido regañado. Se sentía asfixiado así que siempre lo soltaba, dejando un aspecto desinteresado que su madre criticaba durante horas, hablando sobre la importancia de la presentación. Debió de haberse estropeado cuando se aferró al cuerpo de su padre. Aunque al menos hoy su madre no le gritó por eso y mucho menos lo golpeó. Tal vez una parte de ella comprendía la situación de la visita y estaba tratando de consolarlo, aunque no sabía demostrarlo y ella era una beta, no tenía un olor como para saberlo.
Ella miró unos segundos la tensión de los hombros del hombre antes de seguir hablando.
— Es tu arma, ¿no, omega? — Lo último fue escupido demasiado rápido, tanto que le costó asociarla con una palabra; el tono era tan venenoso y extrañamente vulnerable (¿ella estaba tratando de ayudarlo?) que pensó que era una mala palabra. Esa era su madre, la que sin importar que repudiara la naturaleza dada a su hijo aún se pasearía incómodamente a su alrededor la mitad del tiempo, y luego le agrediría cuando no supiera lidiar con la situación. Ella se fue, guiada por el desdén protector del agente. No esperó a que llegara alguien más.
Sus hermanos entraron justo después que su madre. Habría pensado que ni siquiera se aparecerían. Ellos lo miraron a distancias sin saber cómo proceder. Supuso que años de ser ignoradas sus necesidades le atraería una fea incomodidad a su relación, razón por la que se sintió tan perturbado una vez el mayor se acercó y lo abrazó. Fue extraño, había anhelado por años esta seguridad pero sólo se sintió correcta viniendo de su papá quien se había asegurado de amarlo en privado. Con muchas dudas, el de en medio se le acercó al costado y rodeó nerviosamente su cuerpo junto a su hermano. Raro, pero se sintió bien, hubiera querido que con ese abrazo lo repararan por completo.
Tal vez fue demasiado blando perdonarlos, mas no quería irse con rencores pasados, con la sensación de no haber hecho algo para mejorar esa relación de hermandad que otras personas tenían. Porque esa sería la última vez que se verían, y sería lamentable no ser capaz de darse un abrazo aunque sea por compromiso. No importa si ellos hicieron esto para aliviar la sensación de culpa; él lo tomó por completo, sediento de contacto físico.
El agente y otro más se acercan después y no es necesario apartarlos por la fuerza. Ellos cooperan, se separan y se van. Así sin más, sin sentimentalismos, nada. Se le escapan otras lágrimas, aunque a este punto no sabe por qué, y los agentes lo guían rumbo al tren, finalmente.
Chapter 3: En el tren
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Con la mente agotada, suplicaba en su interior que su mente cesara de dar vueltas, que expresara con palabras lo que sentía y liberara toda la frustración que había mantenido en silencio. A pesar de sentir desánimo y enfrentar la amenaza de volverse uno más del montón, logró recuperarse a tiempo. La vuelta a la realidad lo agotó, pero al menos lo sacó del peligro que significaba un subespacio. Aun habiéndose perdido varios eventos externos que le habrían ayudado a entender lo que estaba pasando, supo que se dirigían a la estación del tren, situada al lado del edificio de la justicia, por lo poco que logró rescatar del panorama.
El lugar estaba abarrotado de periodistas, con trajes extrañamente ordenados, sin el mínimo roce de guijarros manchando la pulcritud. A pesar de tanta formalidad, se movían como animales hambrientos con la baba escurriendo de su boca en espera de información. Peeta estaba bastante abrumado, por lo que intentó no parecer tan afectado una vez que fue consciente de los espectadores. No obstante, no logró su cometido a juzgar por las miradas depredadoras de los hombres y mujeres que trataban de entrevistarlo. Una sonrisa se extendió de manera involuntaria, como si no soportara todo el acto, pero esta expresión estaba tan congelada que resultaba triste. La desesperación transformó la mueca en angustia como solo reflejaron un rostro manchado en lamentos, similar a un bebé llorón. Quiso tratar de hacerse el fuerte de nuevo, pero drenado de toda esperanza decidió que no le importaba y les permitió una imagen de primera mano con él sollozando.
Se encontraron esperando algunos minutos en las puertas del tren, con los voraces avances tecnológicos queriendo morderles la cara, como si estuvieran siendo apuntados con una cámara en el rostro, hasta que pudieron entrar, dejando atrás la horda. Una vez dentro, el tren partió a gran velocidad desde cero, causando una ligera desestabilización en los pies del adolescente, la cual corrigió en cuestión de segundos tan rápido como comenzó; el tren tenía la capacidad de moverse a cuatrocientos kilómetros por hora. Tan efímero sería el viaje que el tiempo previsto sería de únicamente un día; deseó que durara más para no tener que enfrentar su destino jamás.
El paisaje era tan hermoso que le gustaría pintarlo si ésta fuera otra situación, sí, podría contar con una de esas cámaras para capturar el momento, amaría esa vida. Las montañas contaban historias, pero vacío como empezaba a sentirse, de alguna forma no sentía la emoción surgir de su pecho para pensar en una, sus pensamientos huecos.
La gente del Capitolio no era tan malintencionada como la gente de los distritos pensaba, aunque fuera de una forma superficial. Hoy, cuando conoció a Effie, solo pudo ver a una mujer alegre que, en ocasiones, no lograba percibir los privilegios con los que le tocó vivir. No la hacía malvada; ingenua, sí, pero no malévola. Mientras los dirigía a las habitaciones para arreglarse, ella hablaba de cosas tan triviales que iban desde un adorno bonito hasta las maravillas que les esperaban. Con ese comentario, le fue imposible no pensar que el único precio que debían pagar para obtenerlo, era su vida.
La habitación en la que fue dejado era un completo espectáculo visual, tan espaciosa que creyó que su casa sería un juguete al lado de ella. Con tantos lujos, le daba miedo tocar algo y que se cayera al suelo, no sabía muy bien cuales eran los castigos por eso aquí, debía tener cuidado.
No quedaba corto decir que el edificio de Justicia quedaría opacado por el aspecto lujoso de su habitación. Lo primero que hizo fue descubrir los secretos guardados detrás de tantas puertas, encontrando así el baño. Al verlo, le fue inevitable pensar en lo extraño que se siente ser el único usándolo. En casa, tendrían que turnarse si quisieran usarlo. En el resto de la habitación, había un vestidor y un dormitorio que lo hicieron sentir distanciado de cada cosa ahí; era un desapego diferente al que sentía en casa con tantos lujos y espacio. Quiso bañarse y quitar todas sus penas, pero por desgracia, como siempre, el agua le quedó tibia porque no sabía cómo medir la temperatura; nunca tuvo el privilegio de bañarse con agua caliente a menos que la hirviera, y eso era un desperdicio de tiempo, pero el agua fue lo suficientemente caliente para hacer que sus músculos se relajaran de la tensión acumulada; lo tomó como una victoria. Al salir, se conformó con la única ropa que había en su vestidor: una camisa gris de botones que abrochó con cuidado hasta el último de ellos para cuidar su imagen, en caso de que Effie fuera igual que su madre; además, se colocó unos pantalones del mismo color.
A Peeta no le parecía apropiado quedarse en un lugar como ese; le quitaba su humanidad y empatía, lo hacía sentir culpable de alguna manera retorcida, además de darle la sensación de estar encerrado. Se apresuró a aventurarse por los pasillos, dejándose llevar por la orientación, y se encontró con Haymitch, con olor a alcohol.
Al Omega no le gustaba la peste, y más cuando toda su vida estuvo rodeado de olores suaves de la panadería, le revolvía el estómago. El olor era tan puro que le fue imposible clasificar el subgénero del hombre correctamente.
Haymitch se tambaleó de un lado a otro, buscando un punto que lo estabilizara. Se detuvo abruptamente al percatarse de que alguien lo estaba observando y dio un brinco bastante vergonzoso. Por un instante, temió que su simple presencia pudiera interpretarse como maleducada, como si estuviera presionando interruptores que pudieran causarle daño. Sin embargo, el hombre, empapado en olor a sudor y alcohol, con signos claros de un descuido personal de años, se dirigió a él con palabras ininteligibles arrastradas por el enredo de la lengua debido a tanto beber. Dijo nada más:
—Tomaré una siesta.
Para perderse de la misma manera en la que lo había encontrado, todo tembloroso, dejando el rastro de peste tras su partida, sin tomarle importancia alguna a su existencia. Pensó que lo mejor sería ignorarlo y continuó vagando por todo el tren, admirando lo que solo pocos podían ver en una vida. En su travesía se encuentra con una persona, por lo que intenta hablar con ella; sin embargo, no recibe respuesta a las preguntas hechas. Se sintió mal al recordar que en el Capitolio existían personas llamadas Avox, gente que ha cometido actos de traición y como castigo se les corta la lengua, siendo obligadas a servir a los demás por el resto de sus vidas. Ella era una, no les podías hablar a menos que fuera una orden y ellos no podían comunicarse contigo a menos que fuera para servirte.
Le quitó las ganas de seguir con su investigación observatoria. Recordó las palabras de Effie, mencionando la hora de la cena. Si alguien más lo viera apresurado en llegar, podría pensar que tenía miedo, no podía llegar tarde, ¿qué le harían aquí por desobedecer? Las preocupaciones de un golpe en la cabeza se disiparon cuando la mujer lo recibió bastante contenta. En menos de quince minutos, Peeta fue llamado con palabras que lo hicieron enrojecer, desde "cariño", "bonito" y "precioso". La que más le causó cierto grado de rechazo fue "querido"; nadie le había dicho que era querido ni con la clara aceptación de los ciudadanos por un omega, a los varones se les daba menos mimos, era raro; le generaba un conflicto emocional.
Effie le pidió que se sirviera en su plato lo que deseara, señalándole una mesa repleta de diversos platillos como sopas, ensaladas, carnes y patatas, todos a su completa disposición. Trató de ser educado, recordando el consejo impartido en sí crianza desde pequeño de "dejar que los mayores prueben primero los alimentos". Sin embargo, su gesto fue notado y Effie le indicó que podía comenzar a comer, ya que ella iría a buscar a Katniss. Lo dejó solo cenando al menos diez minutos.
—¿Dónde está Haymitch? — preguntó con evidente confusión al no verlo por el sitio, alegre. Venía acompañada de Katniss, posada detrás suyo. Tomó asiento a su costado, poniéndolo nervioso. No mostraba signos de querer hablar con él.
— La última vez que lo vi, me dijo que iría a echarse una siesta.
— Bueno, ha sido un día agotador — comentó ella aliviada. "Él es agotador" quiso decir en realidad. Peeta siempre fue bueno deduciendo las palabras no dichas en voz alta por los demás.
Effie Trinket pasó la mayor parte de la cena insistiéndoles que debían dejar un poco de espacio, ya que aún quedaban cosas por degustar. Sin embargo, le resultó difícil contenerse y no evitó agregar algunos alimentos en el plato frente a él, dado que nunca había tenido la oportunidad de probar algo similar. La mujer no parecía molesta por su ineptitud al seguir instrucciones; en cambio, hizo el comentario de comer aún más para así ganar algunos kilos al verlos tan delgados.
— Por lo menos tienen buenos modales — dijo Effie, mientras él terminaba el plato — La pareja del año pasado se lo comía todo con las manos, como un par de salvajes
Es algo imprudente y desconsiderado referirse de tal manera a personas que hicieron todo lo posible por sobrevivir, aprovechando los últimos placeres que van a experimentar en la vida. Los rebaja a meros animales, como si esos chicos literalmente muertos de hambre tuvieran la culpa de perderse en su instito. Se pregunta si el próximo año se referirá a él de la misma manera. Esto provoca que las tripas se le revuelvan. Supo de crueldad inconsciente desde que era un niño y por ello sabía que reclamarle a alguien que no sabía porqué lo que dijo estaba mal sólo le traía problemas, así que evitó hacer comentarios, pero el bocado de cordero en su boca se volvió amargo, repulsivo, generándole ganas de vomitar. Katniss parecía tan indignada como él y, como siempre, ella no podía quedarse con los brazos cruzados. Observó divertido cómo la Alfa encontraba la rebeldía sin sufrir consecuencias disfrutando de los alimentos con las manos y manchando la mayor parte de la mesa con sus movimientos exagerados. Como si eso no fuera suficiente, limpió sus manos utilizando un bonito mantel de la mesa con un descaro que solo le provocaba ganas de reír. No podía sentir más que admiración al presenciar la audacia de la atractiva Alfa, incluso con sus 'modales poco convencionales'.
Consciente de su error, Effie se mordió la lengua al captar el mensaje por una vez. No obstante, mostró su escándalo y molestia en el rostro. Por otro lado, Peeta se habría burlado de no ser porque sentía que iba regresar lo que había ingerido. El pan nunca escaseó en su mesa, pero apenas se las habían ideado con estofado de ardillas, por lo que le resultaba imposible imaginar desperdiciar los nutrientes que contenía el ingerir otro alimento.
Se dirigieron a otro compartimento después del espectáculo de la cena para revisar el resumen de todas las cosechas a lo largo de Panem. Se recolectaron una por una para luego transmitirlas en vivo en el Capitolio, donde eran los únicos que no podían presenciarlas en persona, ya que no enviaban a nadie a las cosechas; inmunes a los actos inhumanos dirigidos a los distritos, celebrando cada vez que un vencedor se alzaba como triunfador, año tras año.
Observaron las ceremonias realizadas en los distritos, los nombres y las expresiones de horror de aquellos que no estaban preparados para el baño de sangre, así como la sonrisa victoriosa de otros que contemplaban la posibilidad de ganar. Intentó inmortalizar a estos jóvenes como lo que eran y no dejarán de ser, sin importar qué hicieran por el hecho de buscar la supervivencia. Trató de grabar en su memoria el rostro infantil y juvenil de todos, viéndolos como víctimas en lugar de futuras amenazas, y mostraron particular interés por los diversos géneros de todos ellos y así ver su desventaja con mayor facilidad.
Los tributos del Distrito 1 incluyeron a una chica de rostro hermoso, con cabello similar al suyo, y su acompañante masculino con cabello castaño, ambos betas. No sorprendió a nadie que en el Distrito 2 se ofrecieran como voluntarios; esta vez, un joven alto, agresivo y fuerte, que en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo probablemente te partiría a la mitad. Para su sorpresa, resultó ser beta, mientras que su compañera era una alfa. En el Distrito 11, vio a un chico alfa gigante acompañado de una pequeña bastante joven de cabellos alborotados y mirada cálida, a la cual no pudo observar por mucho tiempo, consciente del posible destino final que le esperaba. Otra desafortunada que no tenía a nadie que se ofreciera en su lugar, como él. Había otra mujer alfa entre los tributos del 8; una pelirroja imponente que no mostraba miedo, solo un estado de alerta impecable, definitivamente una rival fuerte.
Y esa fue la mayor diversidad que encontró; los demás eran betas. No más. Este año, fue el único omega.
En la transmisión, por último, llegó el Distrito 12: el momento de la selección de Prim y Katniss resultó agobiante, ya que se apreciaba la determinación de aventurarse al peligro por su hermana, con el objetivo de evitarle cualquier daño. Gale le quitó a Prim de encima cuando la niña se le pegó a su hermana, un detalle que se le escapó entre la conmoción. Los comentaristas, unos idiotas, no supieron cómo expresarse ante la muestra de rebeldía de todos los presentes, al negarse a aplaudir y mantener el saludo en silencio.
Haymitch, como siempre, nunca decepcionó al realizar su nuevo show del año para caerse; todos soltaron un gruñido cómico. Después de eso, sacaron a Peeta y se vio a sí mismo abrir la boca incrédulo, buscando a alguien entre la multitud de un lado a otro; luego de dar un bocado de aire, comenzó a caminar, tenso hacia el escenario. Ocupó el lugar que le correspondía para darse la mano con su compañera.
Para aquel que lo sintió todo como si fuera la eternidad personificada, verlo desde una pantalla siendo pasado por unos cuantos segundos le resulta chocante. En la pantalla no se logró apreciar la lástima de la gente, tampoco se vio bien la forma en que se desliza hacia su mente, sólo es la vista de un tributo más del 12. Uno de los comentaristas no le prestó atención hasta que se descubre que se trataba de un omega y señaló lo fácil que iba a ser para él conseguir patrocinadores; el otro se queja de la falta de omegas este año y que él no es lo suficientemente atractivo para llenar sus espectativas. Pusierom otra vez el himno y terminó el programa así sin más. Effie Trinket se quejó disgustada por el estado de su peluca.
— Su mentor tiene mucho que aprender sobre la presentación y el comportamiento en la televisión.
— Estaba borracho — respondió él con algo de gracia en su voz, porque es gracioso no encontrar la excusa en la vergüenza de la mujer, preocupada por una simple peluca — Se emborracha todos los años.
— Todos los días — añadió cómplice la alfa y no puede creer que ella le esté siguiendo el juego, incluso le da una sonrisita que lo tiene aún más satisfecho de su elección de palabras, su omega casi lo hace revolverse de felicidad por la mínima interacción. Pero Effie se da cuenta de que se ríen de ella y empieza a vociferar con molestia.
— Sí, qué raro que les parezca tan divertido a los dos. Ya saben que su mentor es el contacto con el mundo exterior en estos juegos, el que les aconsejará, les conseguirá patrocinadores y organizará la entrega de cualquier regalo — Claro que sabía eso, solo que para él no había diferencia, incluso si el hombre resultaba tener habilidades escondidas y ser un buen mentor, no hay esperanza para un omega en la arena — ¡Haymitch puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte!—. Para Katniss, que es fuerte, es una cazadora y sabe defenderse, dudaba que ella lo necesitara. En cambio él se dio por vencido desde que su nombre salió en la papeleta.
Como si Haymitch hubiera descubierto que hablaban de él, entró tambaleándose al compartimento justo en el momento exacto.
— ¿Me he perdido la cena? — preguntó, arrastrando las palabras, para terminar vomitando sobre la costosa alfombra de terciopelo terracota, cuyas bonitas figuras quedan ocultas bajo el fluido desagradable en el que cae su cuerpo. Se llena de suciedad en todas partes.
— ¡Sigan riéndose! — exclamó Effie Trinket como si fuera un augurio; acto seguido se levantó apresurada para evitar el mal olor, rodeó el charco de vómito con asco subida en sus zapatos puntiagudos y salió de la habitación.
Podía seguir riendo, porque para él no había salvación... oh, para él no; mientras que Katniss, por otro lado, aunque tenía peones en el tablero y resultaba que era una magnífica arquera y cazadora, lo que aumenta las posibilidades de ganar, aun necesitaba la ayuda de aquel hombre. Había alguien que tenía que elegir qué le mandarían a la chica en la arena para sobrevivir y la elección equivocada podría matarla. Era un idiota.
Asimiló mejor la escena de su mentor intentando erguirse del charco de porquería resbaladiza que había liberado su estómago. Ambos adolescentes se observaron y, aunque estaba claro que Haymitch no era la opción óptima, como mencionó Effie Trinket: una vez en el estadio, sólo lo tendrían a él. Llegaron a un acuerdo tácito al mismo tiempo, se las ingeniaron para auxiliarlo a ponerse de pie.
Lo llevaron de vuelta a su compartimento medio a empujones, medio a rastras. Lo metieron en la bañera como pudieron y, ante las dudas de la chica, Peeta se ofreció a encargarse de él. Ella le ofreció llamar a alguien, pero se negó a querer a esa gente cerca suyo así que se fue sin dramas; siendo una chica de la Veta, no le había alarmado dejar a un omega joven y frágil para desnudar a un alfa o beta adulto, simplemente porque en su lógica ambos eran hombres; dudaba que, aparte de su madre, ella hubiera conocido personalmente a otro omega y su trato socialmente correcto.
Cuando el tren se detuvo en un andén para repostar, ya se las había ingeniado para eliminar el rastro de alcohol y la grasa peculiar que se acumuló en el cabello de su mentor. Finalmente, descubrió que enfrentaba a un alfa con problemas de alcohol. Tras años de observarlo sin conocer su género secundario, le resultó extraño percibir el aroma de otro alfa tan cercano que no fuera el de su padre. Movido por la curiosidad, acercó un poco la nariz y lo olió, deseando recordarlo cuando el alcohol cubriera al jengibre en unas horas. Quizás el hombre o el Capitolio no habían revelado su género porque pertenecía al vasallaje de los 25, cuando las dinámicas no eran relevantes aún.
Le bañó con paciencia; sin embargo, Haymitch prácticamente convulsionó cuando el agua fría le cayó sobre la cabeza. Fuera de eso, fue sencillo, ya que no se comportó agresivo ni difícil. Lo que generó problemas fue dirigirlo a la cama, pues el hombre ponía todo su peso encima y, aunque había llevado costales de harina de un lado a otro desde su infancia, el peso se distribuía de manera diferente con el cuerpo humano. Agradeció a cualquier deidad habida y por haber que no tuvo comportamientos impropios con Peeta y lo último que hizo fue dejar la ropa amontonada al lado antes de marcharse.
El tren partió de nuevo. Con el descubrimiento de otra persona alfa a su alrededor, se preguntó sobre su vida, imaginando cómo sería si no hubiera nacido omega. Imaginandose a sí mismo como el prototipo perfecto de hombre, siendo un beta que no tendría que lidiar con las contradicciones de su cuerpo, podría ser tan masculino y racional como sus hermanos, su madre lo querría tanto como a ellos, los golpes que marcaban su cuerpo con tinta invisible le causarían el mismo dolor pero las palabras hirientes ya no estarían allí. Incluso se cuestionó si habría un cambio en la elección de ser alfa.
Al día siguiente se levantó demasiado temprano para su gusto, acostumbrado al horario que le imponían para la preparación del pan. Vagó por los vagones como alma en pena y cuando consideró que era una hora decente, se dirigió de nuevo al comedor, donde Effie lo elogió por su puntualidad y le dio un sonoro beso en la mejilla como premio. Mientras probaba algo llamado chocolate, ella se extendió hablando sobre lo emocionada que estaba de finalmente haber probado suerte al tener a un omega en las filas y a una alfa notoriamente fuerte. Trató de ignorarla lo mejor que pudo, ella no sabía cómo sonaba lo que le decía. El humor de la dama se manchó de inmediato con la aparición y la estancia de Haymitch durante cinco minutos. Cuando Katniss apareció, Effie ya estaba murmurando vulgaridades bárbaras.
—¡Siéntate! ¡Siéntate! — exclamó Haymitch, haciendo señas con la mano a la alfa, olvidando la existencia de Peeta. Le dio la débil sensación de ser excluido y se asentó en su corazón de forma venenosa. Debían ser sus estúpidos instintos tratando de resurgir.
Trató de dirigir su mirada a otro lado cuando captó que Katniss se quedó fija, absorta en el líquido marrón profundo que nunca antes había visto. Peeta lo había visto antes, en la pastelería, pero jamás lo había probado hasta hora. La primera vez que lo había visto pensó que era lodo, pero no se comparaba en lo más mínimo con eso.
— Lo llaman chocolate caliente — se aventuró a decir — Está bueno.
A él le había gustado mucho al estar calientito, dulce y cremoso, tanto que le recordó a su padre y en lo maravillado que estaría al probar algo como eso; con la suerte que tenían dudaba que él lo hubiera hecho ya.Tanta era su satisfacción que inclusive podría apostar que tenía una pequeñita sonrisa en los labios, aún que por poco tiempo. Siguió bebiendo y comiendo, troceando los panecillos para mojarlos en el chocolate caliente. Haymitch no le prestó mucha atención a su bandeja, pero estaba tragándose un vaso de zumo rojo que no dejaba de mezclar con un líquido transparente que sacaba de una botella. A juzgar por el olor, era algún tipo de alcohol. Peeta no lo conocía más que en las pantallas.
—Entonces, ¿se supone que nos vas a aconsejar?— preguntó con seriedad Katniss, una vez acaban de comer.
— ¿Quieres un consejo?— Se burla el hombre —Sigue viva — respondió Haymitch echándose a reír con gracia.
Inmediatamente le hervió la sangre. Odió completamente la forma en que se reía de la vida de Katniss y de su próxima muerte, sin darle el más mínimo reconocimiento.
—Muy gracioso — dijo. De repente, le pegó un bofetón al vaso que Haymitch tenía en la mano, y el cristal se hizo añicos en el suelo, desparramando el líquido rojo sangre hacia el fondo del vagón — Pero no para nosotros.
Haymitch lo pensó un momento, y el fuerte puñetazo que le dio en la mandíbula lo tomó completamente por sorpresa, tan fuerte que acabó tirándolo de la silla. Nadie lo había golpeado con tanta fuerza en su vida, ni siquiera su madre; lo habían golpeado con la fuerza con la que un alfa le pegaría a otro alfa. Le invadieron unas ganas de llorar y mandar todo a la mierda una vez que el dolor empezó a disiparse por sus huesos y nervios, y dado que había ignorado por completo la idea de ponerse los parches que encontró en su habitación, su olor se disparó por todo el compartimento. Por supuesto, por sus instintos, al oler el olor de un omega lastimado, Katniss, al ver a Haymitch directo coger el alcohol de nuevo como si no hubiera hecho nada, clavó el cuchillo en la mesa furiosa y vengativa, atinando entre la mano del hombre y la botella; casi cortándole los dedos.
La tensión aumentó de inmediato en el lugar. El alcohólico decidió recargarse completamente en el respaldo de la silla, con una sonrisa juguetona dirigida a Katniss y Peeta; sospechaba que aún estaba adormecido por los efectos del alcohol o no entendería por qué el hombre estaba tan tranquilo. Pero no, no podía ser eso; luego se dio cuenta de esa actitud desagradable planeando algo. Era conocedor de ese tipo de expresión, lo que le ocasionaba temor, pues lograba percibir cuando alguien estaba ideando un plan en torno a sus necesidades, a punto de usar a alguien más para su cometido. Haymitch, siendo un hombre astuto como podría apostar que era, encontraba oportunidades donde aparentemente son escasas.
Chapter 4: Singularidad del Capitolio
Notes:
Cómo a Mía-Miau-chan me está obligando a dar datos curiosos, tengo que revelar que fue el capítulo que más me a gustado.
— Un dato, es que puedan recordar los sentimientos de Peeta y atesorarlos como el oro, pues en un futuro van a cambiar.
Mi compañera de escritura tiene algunos datos buenos en Wattpad .
— Segundo dato, Haymitch mira a Peeta como un cachorro que debe cuidar, se profundizara mucho su relación.
— Tercero a Peeta no le gusta mucho ser Omega por su madre y su constante rechazo.
— Cuarto, Katniss lo mira como alguien con el que debe tener cuidado, al igual que en el Canon.
—Quinto, y por qué quiero decirlo, Katniss lo ama desde que le aventó el pan. Solo que es algo despistada con sus propios sentimientos.
— Sexto, estoy amenazada de escribir esto.
— Séptimo, no le digan que digo que me amenaza.
P.D: Me encanta leer los comentarios aunque sean pocos, siempre trato de contestar.
Mickael....fuera.
Chapter Text
Podía resistir los golpes. A lo largo de su vida, ha tenido que enfrentarse a una madre violenta y a un padre permisivo en cuanto a la enseñanza. Sin embargo, ha pasado por mucho en menos de cuarenta ocho horas, la conmoción acumulada le había causado un desequilibrio en las feromonas y en las hormonas, generando que cada dos minutos sienta el deseo de llorar por todo, anhelando una existencia mejor.
Conociendo las repercusiones de la rebeldía que ha mostrado, mantiene la misma posición en la que cayó, aguardando el segundo golpe o las órdenes del alfa. ¿Por qué había provocado la ira de un Alfa? Aunque todo indique que el hombre es una persona bastante indiferente a la vida, hay momentos en los que un Omega debe demostrar ser dócil en la vida cotidiana, aquí más que todo, ya que Haymitch tenía la voz de decisión una vez que los juegos comenzaran. Él dirigía fuera de la arena, y hacerlo enojar podría implicar que no sólo decidiera dejarlos a su suerte, sino que decididamente se empezara en hacerlo más difícil para ambos.
—Bueno, ¿Qué tenemos aquí? — Expresó después de intercambiar miradas de un lado a otro, mostrando la primera gota de interés referente a ellos. — ¿De verdad me han tocado un par de luchadores este año? — preguntó a nadie en especial, de forma retórica.
Ante la ausencia de señales de represalias por parte de Haymitch, confundido se dispone a ponerse de pie con la poca dignidad que aún le queda, humillado con la destreza de la chica para controlar la situación casi al instante, que sólo necesitaba ser ella misma, como siempre, mientras él fue arrojado al suelo como un simple muñeco de trapo que ya no desean. Agarra unos cuantos hielos debajo del frutero para reducir las secuelas en la piel y parecer presentable, ya que cuanto más tarde, será evidente el moretón y la hinchazón en su rostro.
—No — Le detuvo el hombre. Aunque Haymitch no haya dado ninguna orden como alfa, tuvo que obedecerle, simplemente porque era un mandato como mentor —, deja que salga el moratón. La audiencia pensará que te has peleado con otro tributo antes incluso de llegar al estadio.
Después de reflexionar por un instante y encontrar cierta lógica, dedujo algunos beneficios al permitir la aparición de una mancha violeta. Así, conseguiría destacarse como alguien capaz de enfrentar desafíos y de sobrellevar las marcas que surjan en la piel, considerándolas como una señal de mérito en lugar de vergüenza. Sin embargo, este beneficio le plantea algunas dudas. ¿Por qué necesitaba presentarse como alguien capaz? ¿De qué serviría impresionar a la audiencia si la ayuda estaba asegurada? ¿Había algún secreto que desconociera? ¿Era demasiado feo para ahuyentar a los patrocinadores? Pero todo superaba la lógica. ¿Había motivos para creer que sobreviviría lo suficiente para necesitar ayuda? No le veía el sentido.
— Va contra las reglas — intentó argumentar para que le permitiera poner algo que alivie el dolor. Además, ser percibido como alguien amenazante, él no deseaba eso, ya que tal acto implica perderse, perder todo lo que le queda como alguien que puede irse a descansar en las noches, y eso es algo que pocos tienen, que planea conservar.
— Sólo si te atrapan. Ese moratón dirá que has luchado y no te has dejado— Mira su rostro —; mucho mejor.
Buscó en Katniss reprobación por las palabras; sin embargo, esta no llegó. En cambio, dirigió una mirada de reconocimiento a Haymitch por pasar de ser alcohólico a convertirse en un estratega experimentado en cuestión de minutos, casi como si estuviera hablando con otra persona. El hombre la reconoció también, con algo de valoración en la mirada— ¿Puedes hacer algo con ese cuchillo, aparte de clavarlo en la mesa?
Como si esas palabras las hubiera estado esperando durante años, Katniss, igualmente imprudente en su actuar, toma el cuchillo con el que atacó, sujetándolo del mango con un rostro imperturbable, sin dejar que las emociones afecten el siguiente acto. Lo lanza con fuerza hacia la pared, donde queda incrustado en una bonita pintura que retrata algunas frutas, alcanzando la manzana con tanta precisión que se vuelve letal.
— Vengan aquí los dos — ordenó Haymitch como si el acto fuera una señal, tácitamente guiándolos al centro de la habitación. Acataron la instrucción motivados por la curiosidad y el deseo de ser partícipes de algo que pueda ayudar a Katniss. El hombre no hizo más que examinarlos de arriba a abajo, intentando encontrar algo útil en ambos.
Posicionó ambas manos sobre los hombros de la niña con una brusquedad sin igual. Apretó en busca de alguna objeción, evaluando el grosor, la fuerza y resistencia. Luego, pasó a rodearla como un depredador rodea a su presa; similar a un gato que acecha sigilosamente a un ratón al intentar atraparlo, más, este roedor se defiende cuando debe y muestra los dientes ponzoñoso, pasando de estar aturdida e indefensa a tensa con las defensas altas.
Hubo aún más tensión cuando Haymitch sujetó el rostro de Katniss para examinar sus dientes, tratando de observar hasta el último resto de comida atorado entre los molares. Despeinó su cabello en busca de algún tesoro entre las hebras y compara su altura con la de ella mediante una señal que cruza sobre sus cabezas. El colmo es cuando se acercó a olerla sin pudor alguno. Le satisfizo el resultado una vez el examen llegó a su fin, y así sin más el muy sinvergüenza se alejó supuestamente otorgándole privacidad al espacio personal de la chica, ignorando las exigencias de la alfa.
Una vez llegó el momento para Peeta, apenas percibió el peso de manos ajenas sobre sus hombros. Esperó algo doloroso en represalias y cerró los ojos como si eso aliviara el malestar. No obstante, algo detuvo al hombre de continuar de su escrutinio. Sus fosas nasales intentaron aspirar lo mejor posible para percibir la fragancia del Omega que sólo reflejaba el miedo, o eso debe ser, sólo así entendería el flujo de angustia que emanaba de su mentor; esta es la primera vez que el rompecabezas se arma para describir lo que le está ocurriendo, siendo la última pieza.
Es entonces que logró una pizca de empatía de él, algo que ha deseado durante mucho tiempo de mucha gente y se le había negado. Sintió el tirón en la nuca causado por la mano de Haymitch, que buscó consolarlo moviendo el pulgar en círculos. La acción funcionó, ya que instintivamente se relajó en exceso, pero sus ojos se abrieron como nunca al comprender la razón de su comportamiento.
"Él no lo sabía", se le ocurre, "Él no sabía que soy el primer Omega que le tocará llevar a la muerte".
Los padres están destinados a conceder la supervivencia de sus crías; es su deber, y cuando una está a punto de morir o se presiente el peligro, se vuelven igual de inestables que Haymitch, buscando calmar miedos. El hombre parecía estar al borde de la locura, tanto que, en cuanto lo soltara, estaba seguro que se refugiará en la bebida, como si no pudiera hacer frente a la situación. Comprende la lástima emanando del alfa, porque incluso si logra sobrevivir lo suficiente, tendrá que enfrentarse a la muerte por manos de un tributo, ya que no es alguien destinado a prevalecer. Solo es un Omega que busca desesperadamente la supervivencia de Katniss, pues ella es la única capaz de desafiar a quien se interponga en su camino y salir victoriosa. Es cansado recordarlo siempre, pero lo necesita para mantenerse centrado.
Sus acciones pueden dar la falsa impresión de que ansía con desespero alcanzar la victoria; incluso Haymitch lo pensó cuando le arrebató el vaso de alcohol de la mano. No obstante, al aproximarse lo suficiente, el hombre debió tener claro que nunca podrá triunfar. La única razón para seguir insistiendo es encontrar la manera para que la Alfa pueda sobrevivir.
El omega cometió un error, anteriormente había afirmado ser demasiado hábil para leer a las personas, pero fue apenas con la llegada de la sobriedad que dedujo la razón de la dependencia del hombre a la bebida. Se debía a percatarse del terrible destino que les aguarda a todos, año tras año, y no puede evitar que se conviertan en el entretenimiento del Capitolio. Por eso, mantenía distancia en la medida de lo posible, evitando que los sentimientos emerjan y resguardando las pocas emociones que aún conserva. Surgió una pregunta en la mente de Peeta: ¿Entendería, entonces, el motivo detrás de la postura de Peeta y su deseo de proteger su dignidad, arriesgándose a salvar la vida de Katniss si eso consiguiera que existiera al menos un ganador en el 12?
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¡Díganme qué sucede!— Masculló ella al sentirse fuera de la situación, como si la dejaran en el olvido voluntariamente. Así fue, aunque por un breve momento.
Haymitch claramente experimentaba el pesar de Peeta, lo que ocultaba y había revelado con sólo un roce de compasión.
Ambos rubios comparten las emociones complejas que la gota del vaso lleno esparció, con un especial entendimiento mutuo. Era algo exclusivo de ellos dos, una experiencia que nadie más podía vivir aunque lo deseara. Este sentimiento estaba reservado para personas que sufrían la maldición del saber, hábiles en la lectura corporal y la lengua de las mentiras sabiendo que si intentaran expresarlo en voz alta, serían silenciados en minutos por el simple acto de revelar la verdad sobre la injusticia cometida contra niños, hombres y mujeres, únicamente para convertirlos en el entretenimiento momentáneo de los ricos, en un juguete nuevo.
Sin embargo las cosas no pueden durar, tan pronto como la simpatía llegó, se esfumó en el viento.
El hombre continuó con la fachada que había mantenido durante años. Peeta se cuestionó si alguna vez había experimentado esa proximidad con algún tributo anterior a él, para posteriormente presenciar su muerte sin piedad alguna. Tras esto, fue examinado de la misma manera que la joven, llegando a sentirse incómodo en ciertos momentos consigo mismo, era inapropiado tocar a un Omega con tanta familiaridad. Se tensó cuando volvió a aspirar su olor pero no dijo nada y continuó con su falso acto egocentrista.
— Bueno, no está todo perdido— dijo ignorando por completo su descubrimiento —. Parecen en forma y, cuando los tomen los estilistas, serán bastante atractivos —. Aseguró después de examinarlos, similar a cómo los hombres evalúan el oro para determinar su calidad. Katniss y él no reprochan las palabras, ya que se sabe que a todos los tributos con mejor aspecto les llegan los patrocinadores. No es un concurso de estética, sin embargo, la apariencia siempre es un factor crucial —. Bien, haré un trato con ustedes: si no interfieren con mi bebida, prometo estar lo suficientemente sobrio para ayudarles, siempre que hagan todo lo que les diga.
A ojos ajenos podría parecer el peor trato, pero desde su perspectiva, era la pizca de azúcar necesaria para convertirse en una pieza ganadora. Representaba un paso gigantesco en comparación con lo que sucedía hace diez minutos, cuando la orientación era escasa. Casi se podía percibir una ola invisible de alegría en Peeta, satisfecho por la disposición del hombre para seguirles el paso y facilitar las cosas a favor de Katniss.
—Bien — Responde con una pequeña sonrisa, tal como un niño que ha conseguido su cometido.
— Pues ayúdanos — Masculló Katniss, ansiosa por información, presente en matices de molestia en su voz así como la desesperación de no saber algo — Cuando lleguemos al estadio, ¿cuál es la mejor estrategia en la Cornucopia para alguien...? — preguntó por algo de conocimiento útil.
— Cada cosa a su tiempo — interrumpió él con una calma que hacía parecer la desesperación de la chica injustificada, y la alfa no contenta con la respuesta parecía a punto de perder la poca paciencia que le queda— Dentro de unos minutos llegaremos a la estación y estarán en manos de los estilistas. No les va a gustar lo que les hagan, pero, sea lo que sea, no se resistan.
—Pero... — Empezó a protestar Katniss, infeliz por no recibir lo que se le había prometido con el giro de la conversación.
— No hay peros que valgan, no se resistan — Refutó él de manera firme sin prestar oído a las palabras de la chica, incluso si declararan un destino fatal. La botella, anteriormente abandonada, retornó a su legítimo dueño tras ser retirada de la mesa, convirtiéndose en el compañero del Alfa al abandonar el vagón.
Al cerrarse la puerta, todo se sumió en oscuridad al adentrarse en un túnel, aunque aún se vislumbraban algunos rayos de luz; la soledad se hizo palpable cuando ni Katniss ni él mostraron disposición para romper el silencio. Mientras el tren continuaba su travesía.
El túnel fue más duradero de lo que anticipó, dejando en su corazón una pesadez que lo hacía temer, al igual que cuando era solo un infante. Desde entonces, odiaba los lugares que le hagan sentirse atrapado sin posibilidad de escapatoria.
En una ocasión, cuando era un niño y buscaba a sus hermanos para jugar, estos lo encerraron en la bodega y le dijeron que el monstruo de la harina se lo comería porque lo confundiría con masa de pan de tan gordo que estaba, lo cubrieron de harina echada a perder y lo dejaron allí mientras se reían de sus gritos pidiendo ser sacado. En esos momentos él se hacía bolita en el piso entre tanto polvo regado en el suelo, esperando ser liberado, pues sus hermanos se olvidaron de que estaba dentro horas después. Aunque los perdonó, el terrible miedo que desarrolló a partir de la experiencia no desapareció jamás. Un juego de niños habían mencionado los adultos.
Cuando el tren finalmente se detuvo, la luz iluminó el compartimento, como el sol del amanecer que emerge por el este, tan brillante que nadie podría opacar. Sin poder evitarlo, se movió para contemplar el corazón de Panem. Sintió cómo la mujer lo seguía, ambos admirando algo que solo habían visto en televisión: el Capitolio, un lugar raramente visitado por personas de los distritos.
Cuando veía imágenes de la ciudad, siempre había admirado su grandeza y sus elegantes edificios, como si cada rincón estuviera cuidadosamente planeado para construir. Era tan moderna que hacía parecer a los distritos como granjas para animales, aunque pensándolo bien, así era. Con lugares tan coloridos que el betún de los pasteles se trasladó de región, siempre había disfrutado de la diversidad de colores, y el Capitolio es el pastel más grande que había visto.
Otra peculiaridad son las personas subidas de peso que se avergüenzan de ellos y la gente delgada que lo presume, algo que nunca había visto. El mismo Peeta era un ejemplo de que en el 12 lo que se ansiaba era tener un buen peso alto si era necesario, porque mostraba las riqueza que poseías; la vida de alguien que no conocía el hambre. Sin darse cuenta, llevó una de sus manos sobre la otra tratando de compararse con los demás, con ropas ostentosas al igual que Effie. Aunque a su gusto, los hacía ver algo ridículos, eran innecesarios tales ropajes.
Había personas esperando, en cuanto los vieron, aclamaron, como si ellos fueran los más importantes del lugar. La contradicción de disfrutar o no lo invadió, como veneno que infesta el cuerpo de ratas. Su madre siempre le enseñó prudencia y moderación, a ocultar todo lo que le causaba goce. Sin embargo, todo eso servía sólo cuando estaba vivo. Hoy esta a un paso de convertirse en un cadáver y las consecuencias de ser él, por una vez en su vida, nunca llegarían; no estaría con vida para cuando volviera a ver a su madre para que se desquite por ello.
Se había rendido hace mucho, pero eso no le impedía mostrar un buen acto, ganarse al público y que tal acción ayudara a la Alfa en la medida de lo posible. Y si tenía que fingir disfrutar y ser auténtico al mismo tiempo, lo haría, pues ya no le quedaba tiempo.
Sonrió como nunca antes, una alegría que, si su madre lo viera, trataría de borrar en segundos; pero ella no está. Estaba lejos y podía hacer lo que quisiera; lo merecía.
Él sabía que causaba ternura. Su padre lo había dicho muchas veces, o al menos a él, pero si un alfa se derretía por su actuar, habría otros que apreciarían lo mismo, pues era un Omega y aunque no fuera bonito, su género en sí le atraía ciertas ventajas así que tenía que fingir que sí. Saludó a las personas señalándolas y casi dando saltitos de alegría cuando éstas le devolvían el saludo. Por primera vez en su vida se sintió visto, halagado.
Cuando iba a la escuela, las personas lo evitaban por ser demasiado presumido según muchos. Su papá lo tomaba en algunas ocasiones de la mano y le daba un sobre de papel con algún pan dentro, pero él lo rechazaba con un gesto en el rostro que fue considerado como impropio; él sabía que ese pequeño pan significaba mucho sacrificio, y no quería que se desperdiciara en él. Los rumores de un omega quejumbroso con la comida corrieron y pronto fue considerado como una paria; nadie quería hablarle a menos que fuera necesario.
Por supuesto, hoy la multitud se conmocionó al ver a un tributo disfrutar de ellos. No podían creerlo, lo veían boquiabiertos, esperando el cambio de actitud, uno que no llegó por parte de Peeta, y eso les encantó aún más; pronto comenzarían a hablar bien, ganando un sinfín de patrocinadores. Jadeó un poquito cuando no podía ver a todas las personas del fondo, lo que despertó aún más el interés de la gente, empezando a adorarlo. Se detuvo cuando la estación le tapó la vista de la multitud.
Al percatarse de que alguien lo observaba con cierto juicio, se enfrentó a la persona quien resultó ser Katniss. Se entristeció por las feromonas que emanaba la alfa, como si estuviera decepcionada. Sabía lo que estaba pensando: "no les sonrías, ellos celebrarán tu muerte". El pensamiento de estar haciendo algo mal lo consumió, y trató de hablar con ella para hacerle ver que solo era un juego, bromeando de forma irónica.
— ¿Quién sabe? Puede que uno de ellos sea rico — Pensó que esas palabras eran adecuadas para explicar su comportamiento, pero a ella no le pareció gracioso, lo hizo sentirse como un idiota. Trató de que no le afectara a sus emociones, ni que estuviera pensándolo mucho cuando se quedó completamente solo en el vagón.
Al bajar, un equipo los esperaba para prepararlos antes de ver a los más famosos estilistas del Capitolio. Dicho grupo se conformaba por tres personas que los ayudarían a estar presentables. Los llevaron a una habitación con matices blancos y una cama de metal que, según él, era súper incómoda, pues había pasado mucho tiempo acostado sobre ella.
La señora que lo estaba depilando guardaba silencio, pero finalmente se aventuró a decir: "—¿Quieres que separe más las piernas para ti? —" con timidez. Peeta aceptó humildemente, tratando de no hacer las cosas incómodas. ¿Eso lo haría parecer desvergonzado? Una voz ridículamente alta, pero que parecía ser el tono normal de la señora, junto con el acento característico del Capitolio, intervinieron.
—¡Oh! ¡Por supuesto, por supuesto! ¿Ves qué te dije, cariño?— le dijo a los otros, pasando de él— Los omegas son totalmente mejores, nada como los anteriores y los anteriores de los anteriores que no nos dejaban hacer bien el trabajo.
—Sólo quiero que todo sea más fácil para ti — Le dijo Peeta humildemente, expuesto como dios lo trajo al mundo. Estaba recostado en una especie de camilla helada, con las piernas abiertas para ser depilado, donde incluso él se cohíbe de observar por mucho tiempo. Pero a la mujer no le molestaba en lo más mínimo, acostumbrada a realizar ese tipo de trabajo.
Trató de hacer plática, consolando a la mujer dispuesta a seguirle la corriente. Aunque la beta parecía ruidosa, no demostraba mal carácter; incluso podría decirse que era parlanchina. Necesitaba hacer amigos ahora que había decidido mejorar en todos los ámbitos para ser de ayuda durante el asedio. Katniss debía estar en los juegos de los profesionales, llevándolos al límite y haciendo que mostraran su verdadero rostro.
Tenía que obtener información de forma sutil, ganándose a las personas como la mejor estrategia. Debía hacerles creer que era y pensaba como uno de ellos, apoyándolos para que suelten la lengua con facilidad. Gracias a su percepción de las personas, había notado que a la gente del Capitolio le encanta hablar de sus problemas como si tuvieran la peor vida del mundo. Así que buscaba estar de su lado cada vez que la oportunidad llegue a sus manos.
—¡Por supuesto!— lloriqueó conmovida por la empatía y disposición de ayuda de Peeta — ¡Estoy tan feliz de tener suerte esta vez— Lo toma de la nuca y el rostro como Haymitch lo hizo, pero esta se dispone a darle muchos besos ruidosos en ambas mejillas, alternando los lados. Al final, le dio uno en la frente mucho más duradero que los otros, encantada en demasía con él a más no poder.
Peeta, acatando su propia petición, separó los muslos, dejando así libre acceso a la beta. Ella sonrió como si el cielo hubiera descendido sólo a su disposición. Trató de no tensarse cada vez que las manos ajenas se instalaban sobre su piel, depilando una zona no visible a los ojos. Al menos, no le tocaron las piernas como los estereotipos mandan, o iba a vomitar la comida al imaginarse escenarios referentes al motivo. Se puso los parches ese día, así que no había manera de que la mujer supiera que se sentía tan asqueado.
En el fondo había un hombre Beta revolviendo algunas cosas o preparando algo; no puede decir con precisión la acción, pero lo conoce. Estuvo hablando con él antes cuando su cuerpo era tallado por él. Lo había tratado bien, le revolvía el cabello con ternura, con tanto cuidado y temor de tumbarle un solo mechón. Más de una vez le dio un susto por un gritito proveniente del hombre, para abrazarlo alegando que era muy tierno para resistirse. Su lejanía no le impedía participar de forma activa en la conversación. Peeta movió el rostro para observar a la última mujer, cuyo nombre desconocía completamente, al igual que los demás, porque no estaba para interesarse completamente en ellos.
—¿Ha sido difícil con los otros tributos?— preguntó con el rostro bañado en curiosidad y fingida inocencia, sintiendo pena ajena por sí mismo y la trampa obvia en su actuar, pero sabiendo de primera mano lo mucho que le facilitaría información hacerlo.
Ella lo arrulló con todo el amor que le puede dispensar a una persona que acaba de conocer, como desearía de alguien diferente. Le pellizcó un poco la nariz con un cariño sobrehumano y bastante empalagosa, como si hablara con un pequeño infante.
—¡Eran salvajes! — exclamó la otra mujer luego de que su compañera no lo hiciera, jalando la última tira de papel blanco usado para depilar, provocando que le duela un poco al sentir un ardor por la fricción en su zona más íntima — Uno de ellos una vez me empujó al piso porque no quería que quitara las tiras de las axilas. — Niega con la cabeza como si expresara con ello la enorme inconformidad por los tributos anteriores.
—¿Y recuerdas a ese chimpancé de los Juegos 72? Dios mío, cuatro horas y no estaba listo ¡y se atrevió a quejarse!— Para alguien que había nacido en el Capitolio, la vanidad de la presentación siempre era esencial a diario, pero para los habitantes de los distritos, era algo sin relevancia; existían cosas más importantes, como la estupidez de la depilación. Estaba indignado, a pesar de ello, Peeta continuó con la actuación.
—¡No es verdad!— Le contestó con un escándalo falso. Le causó malestar porque hablaban de sólo un niño que muerto. Peeta les daba la razón, incluso si su corazón clamaba abandonar la habitación yendo a buscar a Haymitch o Katniss, personas que tal vez puedan comprender su dolor. No pudo evitar aún así, al ver el resultado de las expresiones, luchar contra una sonrisa satisfecha y es que lucen tan complacidos, sabía que ya los tenía en sus manos, justo donde los había querido siempre.
—¡Es verdad!— confirmó ella con gravedad en sus ojos.
—¡Dios sí, qué niño tan insolente! — Se queja el hombre, recordando el mal rato que su antecesor les hizo pasar, y sólo hizo que los odiara a todos y a ese feo rubor cerca de los ojos del hombre, de un color tan obsceno — Incluso tú que aunque eres un omega estás todo descuidado, no te quejas tanto. Estoy feliz de no tratar con un llorón, aunque sea un omega.
Peeta trata de no ofenderse; más bien, el comentario trata de verlo como una oportunidad en lugar de ver lo malo. Pues él sabía que para ganarse el cariño de las personas siempre hay que darles la razón, incluso si no compartes su ideal, especialmente con la gente del Capitolio, que ama sentirse con superioridad sobre los demás.
—Oh, estoy tan agradecido — Contestó pareciendo tan miserable que les causó culpa al equipo, incluso pudo ver arrepentimiento — Estaba pensando en que incluso mis manos de panadero deberían ser arregladas, ¡porque soy un panadero! Me tienen haciendo labores pesadas ¿Sabes? —. Le divierte lo bastante escandalizados que parecían, le encantaba. Excepto que sintió que jugaba demasiado con su suerte, que ya era poca por lo visto. Llegar a burlarse de ellos y que estos se dieran cuenta por el tono demasiado falso que usaba lo pondría en riesgo, por lo que decidió crear un cambio en la táctica por una más autocrítica y divertida, que usaba generalmente con la única amiga que tenía — Dios, espero que algún alfa le gusten fortachones o se me pasará el tren.
También descubrió que le gustaba que ellos se fascinaran por su mera existencia.
—Te aseguro que con esos ojos y carita cualquiera caerá— Le responden riendo para continuar con su ir y venir, con un omega grabando toda la información que le sea de utilidad en su cabeza y ellos simplemente complacidos con algo de plática, sin darse cuenta o anticipar los planes de Peeta.
En la conversación, descubrió que Portia sería su estilista y ellos estaban siguiendo sus órdenes, por lo cual sus piernas aún estaban bastante intactas. Ella había hecho un escándalo para evitar que lo tocaran o lo dejaran completamente si pelo, sin embargo, sólo pudo conservar algunas partes, ya que la solicitud fue denegada, para alivio de su equipo. Otra lección que adquirió durante el intercambio fue la mínima diferencia entre hombres y mujeres aquí, como ocurre en los distritos. Aquí solo hay distinción en tu subgénero, siendo el alfa el proveedor y el omega la reliquia bien conservada. O al menos fue lo que él sintió. Los betas trataron de insinuar lo hermoso que lucirá en vestidos esponjosos, de modo que al verlo pareciera un panecito, con el maquillaje complementando la obra.
Le desagradaba mucho la idea, el trato que le darían sería similar al de una mujer omega, y él no quería algo así, es el mismo trato que recibía en su distrito pero mucho mas extremo. Había experimentado lo inhumano que podía llegar a ser las personas del Capitolio, pensando que lo están halagando con todas esas voces disfrazadas. No podía ver la diferencia de la crueldad de los juegos con esto; simplemente lo arreglaban para que se viera con una bonita presentación y así nadie recordaría que es un niño. Incluso tuvo que escuchar y seguirles el juego cuando uno de ellos mencionó que sería lindo que un tributo se enamorara del otro para así darle sentido a los juegos y que fueran más simbólicos. Pero los otros dos aterrizaron en la realidad llamándolo ridículo, sin embargo, no negaron que la idea era increíble y les gustaría verlo.
Se enteró de algunos rumores en el aire y estrategias que usaron algunos tributos de las que no había escuchado, como acercarse a los más débiles para así acabar con los profesionales y, una vez que el cometido se ha logrado, dejar que los débiles mueran por causas naturales, y quienes sean resistentes, los termina degollando en cuanto la oportunidad se forme. Le ayudaron mucho a saber todo lo que al Capitolio le gustaría ver en los Juegos del Hambre. Los tres estuvieron hablando durante mucho tiempo de su parte favorita de esos juegos, sin darse cuenta del asco y temor de Peeta en igualdad de condiciones, porque eran similares al resto de los ciudadanos del Capitolio.
Una vez que se fueron y lo dejaron solo, encerrado en sus pensamientos, pudo descansar y eliminar la sonrisa complaciente. Le entraron ganas de llorar, de nuevo, por la manera en que se expresaron de las víctimas, como si fueran simples piezas en el ajedrez. Se sentía tan solo y a la deriva, justo como en sus días escolares. Portia, su estilista, llegó unos minutos después, disipando la soledad que lo abrumaba. Vestía un abrigo con algo de lana que le confería un aire serio y se atrevería a decir remilgado.
No obstante, el miedo que llegó al percatarse del porte de la mujer y creer que nunca le agradaría se fue en cuanto Portia habló.
—Muy bien, he esperado por conocer al espectacular omega del que mi equipo tanto me ha hablado—Menciona ella, con palabras cuidadosamente formuladas y un aire elegante que se desliza por donde sea. Extrañamente, había matices maternales en cada palabra dicha, aún conservando el acento, sin llegar a ser incómodamente agudo, como lo había escuchado en muchas personas — Supongo que sabes quién soy.
Peeta, sin deseos de negar o parecer confundido, asintió, probando un poco a la mujer para ver cómo resultaba de la timidez en ella. Aunque la actuación no era del tofo falsa, realmente se sentía intimidado por ella —. Eres quien convertirá esto— Se colocó la mano sobre el pecho para referirse a sí mismo —en un tipo muy guapo.
Ella soltó una risa encantadora por la falsa timidez y gallardía que había mostrado en pocas palabras. Aún así, él, que no encontró la lógica a menos que lo hubieran descubierto, guardó silencio. En lugar de causar impacto petulante, esa mujer lo dejó sin habla, extrañamente confortado.
—Veo muy bien de dónde viene tanta emoción por ti— Comunicó simplemente, sin deseos de agregar algo más a la declaración. Se siente genuinamente abrumado por eso —. Entonces, supongo que esto es difícil para ti, la presión debe ser abrumadora. Quiero que sepas que mi intención es hacer esto más manejable. Quizá haya cosas que no te gusten, pero confío en que entenderás que de no ser yo quien te guíe, será alguien más — Le comparte viéndolo directo a los ojos, tratando de ser lo más clara posible, para que él pueda entender. Asintió, dándole la seriedad requerida —. Mi objetivo es tu comodidad, dicho esto, ¿tienes problemas con las llamas?
—Soy un panadero, eso es pan comido para mí— Era mentira; no le gusta el fuego en lo absoluto, no desde que una brasa quemó parte de uno de sus pantalones, quemándole el tobillo. Pero solo quiso transmitir seguridad y confianza para evitar volver a ser llamado Omega llorón. Ella, al parecer, lució complacida, soltando una pequeña carcajada divertida por su actitud.
—Estoy segura, Peeta Mellark, que eso no implica tener llamas en tus ropas—. Le contestó audaz; ahora sí, tenía un miedo genuino a las llamas. Querían quemarlo vivo, al parecer, antes de comenzar los juegos.
—Bueno, lo es si te acercas sin cuidado al fuego cuando quieres asar el caramelo— respondió simplemente quitándole peso a las palabras de la mujer, determinada a causarle miedo.
Ella rio de buena gana, viendo a través de su falsa bravuconería sin vergüenza ni pudor alguno, similar a su equipo. Le dijo entre risas que sí, sabe entender el juego, pero no es nada comparado con la gente de allí, sea lo que signifique eso.
Después de un rato, ella dejó ir toda emoción referente a la diversión para tomar el lugar que le corresponde como estilista. Quedó un instante de silencio para elegir con cuidado las palabras, preocupándose por el impacto de ellas.
—Supongo también — Comienza con cuidado como si hablara con un niño pequeño— que ellos mencionaron los vestidos y las faldas, ¿cómo te sientes con eso?
Peeta, que aparentaba ser un libro abierto, pero manejaba las expresiones que mostraban su cara constantemente, niega con rapidez, arrugando la nariz con disgusto, incluso si pensó que con eso podría ofenderla. Ella simplemente asintió sin esperar una respuesta más, dejando ver la calidad de persona que era, sin obligarlo a realizar algo que no quiere, a diferencia de las personas en el Capitolio que sólo imponían su voluntad.
—Sí, no imaginé que estaría feliz por esa parte. Por suerte, tengo una propuesta que dejará satisfechos a todos. ¿Qué dices? ¿Confías en mi?
Chapter Text
La expresión de Portia resultó ser un recipiente vacío, sin el más mínimo indicio de información. La hora de la verdad llegó horas más tarde cuando le entregaron una malla negra que no conllevaba ningún peso sobre su cuerpo y se pegaba como una segunda piel; era brillante, tanto que en un día soleado reflejaría los rayos del sol como un espejo, más importante aún, cubría cada porción de su cuerpo. El material era desconocido para él, aunque cualquier tipo de tela le era indiferente. Había detalles en la vestimenta que simulaban piedras oscuras, incómodas al mover los brazos debido al bulto, aunque confiaba en que el diseño sorprendería a las masas. Para acentuar la desagradable indumentaria, había una cremallera en la parte superior que llegaba hasta el cuello, dificultando la respiración.
En su aspecto, realmente apreció la inclusión de hombreras que destacaban los músculos que había desarrollado con los años en la panadería. Era todo lo opuesto a lo que un Omega del Capitolio elegiría, ya que estos se esfuerzan por mantener un porte refinado, algo que él considera grotesco. Una acción, por supuesto, que posiblemente traería consecuencias; no conseguiría muchos patrocinadores al estar fuera del estándar establecido en el Capitolio. Sin embargo, Portia y Cinna sabían lo que hacían; confiaba en ellos cuando se trataba de moda. Parecía que ambos estilistas estaban dispuestos a desafiar la normalidad, pues no eran los típicos estilistas que verías en el Capitolio.
—… Confío mucho en el trabajo de Cinna y mío, estarás bien— tranquilizó segura. Pero, había cierto grado de duda al inicio, lo que le provocó desconfianza en sus palabras.
“Estarás bien”, dijo. Espeluznante.
Se suponía que usarían una capa que sería encendida para hacerlos destacar. El trapo ondeando no le causaba dudas en sí; era el fuego, un elemento impredecible que con el mínimo contacto podía propagarse; tenía entendido que el cabello era fácil de prenderse.
—Sólo las pondremos en la capa— se quejó ella—, yo quería ponértelo en el pelo—. Le aterrorizaban las ideas de Portia. ¿Habría alguna manera de cambiar de estilista? ¿Se lo permitirían acaso?
—Si hicieras eso, parecería un cerillo, Portia. Imagina qué dirían— Respondió para quitarle la idea; quizás la mujer cambiaba de opinión y lo hacía.
—Que eres un cerillo muy bonito— Le contradijo.
No le veía necesidad; con una chispa, serían la sensación sin involucrar la cabellera del Omega.
La mujer ocultaba un tono que cruzaba una delgada línea entre la verdad y la broma, el cual no siempre podía descifrar. La beta es difícil de leer, y la verdad le agrada.
Cuando ella comenzó a molestarlo y dejó notar deliberadamente que era broma, pudo seguirla, sabiendo ahora que su sentido del humor era resistente al descaro y la burla.
Ella lo provocó con algunos comentarios un poco subidos de tono; sin embargo, él sabía que todo era para mantenerlo en calma y olvidar por completo las ideas negativas. Él le sigue el juego para estar en sintonía y pasar un buen rato juntos, ya que son de los últimos momentos en los que podrá reír de verdad, sin ocultar nada. Inevitablemente, Portia introdujo el tema de las parejas, pero él se negó a dar nombres o cualquier indicio de a quién se refería, dispuesto a conservar algunos aspectos de su vida en el pasado y en completo silencio, donde el Capitolio no pudiera intervenir.
—¡Oh, sé quién te gusta! — Exclamó ella, como si de repente algo hubiera encajado en todas las conjeturas que hubiera ideado, entre risas y apenas logrando que la voz sea entendible. Agradecido estaba de las excentricidades del lugar o habrían llamado demasiado la atención —Pícaro, no te imaginaba de esos— Volvió a decir con una sonrisa demasiado grande, pinchándole las costillas entre risas, como una adolescente divertida —. Apuesto a que te gusta… ¡Effie!
Effie, en definitiva, debajo de todo ese polvoriento maquillaje, era una mujer hermosa sin nada que envidiar a otras. Tenía esa extraña amabilidad que a veces llegaba a ser imprudente, y aún así, parecía alguien fuera del alcance de todos, como si estuviera protegida del acercamiento de otros. Seguro que quien la mirara se enamoraría de ella; sin embargo, el problema de ser Beta la dejaba excluida para muchos. Una pareja de Beta y Omega nunca podrían tener hijos, especialmente una mujer beta y un omega hombre; esas uniones estaban mal vistas ya que no cumplían con el proceso de la vida.
Es común observar parejas conformadas por hombres Alfas y mujeres Betas, al igual que sus padres, quienes cumplen con su función inicial. Pero, una mujer Beta nunca podría estar con un Omega, independientemente del género inicial. No cumplían con el ideal y no darían frutos, por más que lo desearan.
Peeta no puede hacer más que reír por lo absurdo que suena tal suposición. Se le olvidó el verdadero motivo de su estancia en el Capitolio, por lo que se carcajea fuerte, como quien no está a punto de morir.
—¡No! No seas tonta, eso no se puede— Atesorará todos estos momentos divertidos para cuando la muerte llegue, pueda ir con ella en paz, habiendo disfrutado todo lo que podía de la vida.
—¿Por qué?— Preguntó ella verdaderamente dudosa, ladeando un poco la cabeza, como un perrito confundido.
—Porque ella es una Beta, por supuesto— Mencionó sin gracia, serio, para darle a entender su punto.
—Oh, y el hecho de que ella es mucho más grande que tú no se te ocurrió— Ella reía divertida. Él permaneció algo extrañado; la mayoría de las personas habrían llegado a la misma conclusión que él. Fue interesante ver que a Portia le importa más la edad de una persona que la casta con la que nació; se sintió curioso acerca de cómo su cabeza llegó a esa conclusión primero — Yo creo que eso no debería ser impedimento para estar con alguien —Comentó casualmente, como si ese pensamiento fuera común y él fuera el prejuicioso; como si menospreciara a las personas por su casta. Pero no era así, siempre fue amable, pero entendía a las personas desde experiencia propia. No podía afirmar si su pensamiento era correcto siendo inculcado por su madre. —Además, no tienes que limitarte por ser omega, no existes solo para la reproducción, cariño.
Es inusual que alguien sostenga un punto de vista así; a lo largo de su vida, se le enseñó que solo existe para concebir hijos para los Alfas y que su perspectiva respecto a la reproducción carece de importancia; todas las decisiones acerca de su cuerpo se limitan al Alfa que lo posea. Nunca se le planteó la opción de estar con alguien más, aunque fuera rara.
Dudaba por completo que todos tuvieran el mismo pensamiento que Portia; los ciudadanos del Capitolio en un sinfín de oportunidades demostraron justificar las acciones de los alfas y los sacrificios de los omegas en los juegos como simple instinto; estas personas jamás podrían opinar como su estilista.
—¿Ese es un pensamiento común aquí?— Le preguntó con genuina curiosidad. Dado que algunas personas creían que tener cierto grado de entusiasmo por un tema rayaba en lo grosero, exigiendo respuestas, entonó la voz para hacerla parecer inocente. Aunque le dio el presentimiento de que la mujer vería a través del acto.
—Admito que no mucho, no. Aquí no importa mucho si eres hombre o mujer, ¿Sabes? Incluso hay personas que son ambos o ninguno y nadie parpadea por eso— En ocasiones, creía que las personas del Capitolio no lograrían impresionarlo más, pero luego llegaban con algo drástico y nuevo, como ahora y se volvería a mentir sobre que no volvería a impresionarse— Pero a veces hay división de pensamientos cuando se trata de las dinámicas —. Un fragmento de pensamientos que se inclinan más a un lado que del otro; esas son las palabras que deseó escuchar todo este tiempo.
Pero él no formuló nada que contradiga o afirme, pues sabe que las palabras equivocadas tienen consecuencias con el receptor erróneo.
—Como en los distritos.
—Sí, supongo que por la escala social deben tener más similitudes con nuestras, ah, lo llamaré tendencias. No es que no puedas estar aquí con una persona de tu misma dinámica, simplemente a la gente no le gusta la idea de que no te reproduzcas. Con un compañero así, las posibilidades son nulas; solo te aceptarían si consigues un sustituto. —Honestamente, para Peeta, no importa lo superiores que creyeran ser los ciudadanos del Capitolio, siempre serán seres primitivos que se dejan guiar por los instintos básicos, aunque crean ser diferentes.
—¿Quiénes son ellos para elegir? ¿Cómo saben cuál género es más importante? — Se atrevió a decir, dejando atrás la amabilidad y la moderación abriéndole paso al enojo en su voz.
—Bueno, ¿podemos llamar género a las dinámicas cuando solo se extiende a lo biológico? Creo que sería más correcto llamarlos sexos biológicos, y a los otros, pues géneros, ¿no te parece? — Podía ver la lógica en su razonamiento, pero no le veía el sentido de divagar sobre definiciones.
Aun así, la conversación lo llevó a reflexionar y cuestionarse aspectos que jamás había puesto en duda o había dado por sentados. Peeta primero se preguntó sobre la insistencia en obligar a alguien a criar niños que no serán completamente amados por sus padres; siempre quedaba una pizca de resentimiento, al ser forzada. Sin embargo, había un pensamiento demasiado arraigado en su cabeza como para modificar su perspectiva; ¿por qué alguien elegiría estar con otra persona cuando el futuro es tan incierto como para sembrar y echar raíces?
No importa lo que las personas que crean tener una mente revolucionaria crean, será imposible borrar todo lo que los años han formado. Lo mejor que puede hacer es nadar con la corriente y permitirse una vida medianamente feliz; por eso, sus próximas palabras fueron una vil mentira, destinada a evitarle conflictos.
—Sí, claro.
Pero Portia era astuta para darse cuenta. No se ofendió en lo absoluto; simplemente, lo miró con algo de lástima, dándole a entender que tenía un pensamiento bastante anticuado para un Omega que ha demostrado desafiar los estigmas impuestos; lo juzgó. Y ella estaba dispuesta a explicarle cómo eran las cosas.
—Míralo de este modo, Peeta. Si pensaras en la persona que te gusta pero con su sexo biológico distinto, seguiría siendo chica o seguiría siendo chico, pero su dinámica distinta, ¿dejaría de gustarte?
La imagen de Katniss se proyectó inmediatamente en su mente, con la altura tan desigual a la suya que, para mirarla a los ojos, debía elevar el rostro. Con un dominio tan desproporcionado para un Alfa común, bien podría vencer a cualquier rival, además de revelar una rebeldía ferviente oculta tras una expresión indiferente. Y trató de verla con el cuerpo de un simple Beta, cuya vida supera los límites del aburrimiento tanto que se perdería entre la multitud. Trató de visualizarla en esa dorada protección que emanaba, proyectándola en un cuerpo omega con esa mirada de cazador, pero simplemente en una estructura más pequeña; buscando siempre protección como buena omega.
Las tripas se le revolvieron al punto de sentir la contracción de los músculos abdominales contrayéndose. Esa no sería Katniss; cualquier cambio así sería otra persona. Portia dijo que el género primario no cambiaría, pero el factor biológico en sí ya representaba un gran cambio físico. Por ello, su mente no lograba encontrar algo positivo sobre lo que dijo.
Más se miró a sí mismo, siendo consciente de que su existencia era una vista exótica para un Omega que ha desarrollado músculos, cuando los Omegas son delicados como un buen plato de porcelana. Entonces, lo tomó como un ejemplo y volvió a visualizar a Katniss con una casta distinta pero el mismo olor a libertad que representa el bosque, el mismo cuerpo, la misma altura, el mismo todo, y entonces supo que amaría a la chica incluso si estuviera prohibido.
Cuando regresó a la realidad, la llegada de Cinna y Katniss fue más que bienvenida, pues si seguía con los pensamientos revueltos, cometería una tontería de la que posiblemente se arrepentiría en el futuro. La Alfa lleva el mismo vestuario que él, solo que adaptado a las propias necesidades de la portadora; le alivió ver que no cambiaba mucho de su yo habitual. Ella lucía inquebrantable, más de lo normal, tanto que era imposible quitarle la vista de encima; era toda una Alfa.
Se regañó a sí mismo por seguir pensando en estupideces, todo gracias a Portia.
Pocos instantes después, los llamaron para ser conducidos al nivel inferior del Centro de Renovación, que es básicamente un establo más grande que cualquier distrito, y eso lo podía afirmar. Dentro del recinto se encontraban animales altos de tonos carbono, mejor cuidados que todos los niños del doce, con pequeñas trenzas finas colgando a un lado del cuello de los caballos, ofreciendo una vista celestial. Todos los equipos tenían uno.
La ceremonia que señalaría el comienzo oficial de los Juegos del Hambre comenzó con un desfile diseñado para atraer la atención de posibles patrocinadores. Cada tributo fue colocado en carretas de metal, todas de un tono uniforme de negro. Se preguntó si lograrían destacar lo suficiente al vestir con un color poco llamativo. Las carretas eran tiradas por cuatro corceles bien entrenados, cuya necesidad de un jinete que los guíe era nula. Portia y Cinna los acompañaron hasta el propio, donde los instruyeron en la postura que debían adoptar.
La capa no se encendería hasta este momento exacto para que así el fuego perdurara durante todo el recorrido. No obstante, la llama tardó un poco en tocar la tela, ya que tanto Portia como Cinna se alejaron un poco para discutir algo en privado. Esta acción no le causó ninguna gracia, pues sentía que ocultaban algo.
—¿Qué piensas? — Escuchó una voz proveniente de un lado, y para su sorpresa, Katniss había iniciado la conversación — Del fuego, quiero decir—Aclara.
—Te arrancaré la capa si tú me arrancas la mía — Respondió sin pensar demasiado; la idea de llevar fuego que en cualquier momento lo dejaría tostado como pan no le era grata. Podía percibir la tensión en su mandíbula de tanto apretar los dientes, tenso.
—Trato hecho — Le respondió aliviada, como si él hubiera calmado el miedo que la consumía por dentro y nadie más lo hubiera notado. De acuerdo con eso, no era el único que aborrecía el atuendo.— Sé que le prometí a Haymitch que haría todo lo que nos dijeran, pero creo que no tuvo en cuenta este detalle.
—Por cierto, ¿dónde está? ¿No se supone que tiene que protegernos de este tipo de cosas? — preguntó al recordar que su mentor debía acompañarlos.
—Con todo ese alcohol dentro, no creo que sea buena idea tenerlo cerca cuando ardamos — argumentó ella divertida, conformándolo para que olvidara tal ausencia.
Ambos rieron histéricos e incómodos con los nervios a flor de piel. Si los patrocinadores los vieran, no se arriesgarían a derrochar el dinero por ello, pero no podían evitarlo, era un día especial.
La melodía de apertura comenzó a escucharse junto al sonido metálico de puertas que revelaban la calle por donde el desfile tendría lugar, llena de personas esperando la salida. Tenía entendido que el acto tiene una duración aproximada de veinte minutos y concluía en el círculo de la ciudad, donde serían recibidos y trasladados al centro de entrenamiento que iba a ser su alojamiento hasta el verdadero inicio.
Cada tributo desfilaba en el orden de su respectivo distrito; por lo tanto, el primero será el distrito uno, transportado por caballos similares a los suyos pero blancos. La confianza y la sonrisa en sus rostros reflejan lo acostumbrados que están al Capitolio, considerándose ganadores debido al extenso historial de victorias que han tenido. El rugido del público aclamándolos afirmó que siempre seguirán siendo los favoritos. Podía afirmar que los comentaristas encargados de transmitir los eventos para los distritos lo estaban expresando; incluso, percibo algunas burlas hacia la vestimenta que no les agrada.
El distrito dos, alineándose con la marcha inicial cual patos siguiendo a la madre, avanzaron detrás, disciplinados. La procesión continuaba uno tras otro, manteniendo este orden hasta que su turno se integrarse a la formación se acercó. En ese preciso momento, su atención se enfocó en la transformación del cielo claro, donde las nubes desaparecieron gradualmente, dando paso al tono gris característico de los días nublados. Se apreció, además, toques sutiles de oscuridad que marcan la transición hacia el anochecer. El penúltimo tributo salió delante de ellos y pudo ver el diminuto cuerpo de una niña pequeña del 11 lo que puso una fuerte presión sobre su corazón.
Era cruel tener que compartir la arena con niños que apenas habían vivido poco tiempo, que el futuro los espera ansiosos. Les arrebataban la vida de un momento a otro, dejando corazones vacíos.
— Allá vamos —Dijo el hombre moreno con un suspiro que delataba sus nervios. Antes de poder anticiparlo, sintió el calor que emana del fuego cerca de su cabeza. Casi entra en pánico, pero percibió la protección del traje aislando la propagación más allá del trapo que ondeaba. Tanto la alfa como él se encogieron en el primer momento de tener la llama cerca. Cuando volvió a ver a Cinna, el estilista de Katniss, se notaba aliviado —. Funciona— Mencionó el hombre con un gran consuelo, supuso, por no verlos convertirse en pasas arrugadas — Recuerda… —. Le dijo a Katniss, tomándola del mentón para alzarlo, elevándolo casi con apreciación —La cabeza alta. Sonríe. ¡Te van a adorar!
Portia, que hasta ahora notó que estaba a su lado, dio un salto para bajarse con agilidad, cerca de ellos, mirando al hombre que parecía que tenía una última idea. Él gritó algo que no se pudo escuchar con claridad debido a la diferencia de distancia y el ruido fuera del establo. Él, no queriendo que la idea muriera, gesticuló lentamente para que lograran comprenderlo.
—¿Qué dice? — Le preguntó la chica al no lograr deducir las palabras de su estilista, aunque él tampoco las entiende con claridad así que prosigue tratar de adivinar.
—Creo que ha dicho que nos tomemos de la mano — La respuesta emitida por él no resonó como una contestación clara, sino más bien se enmarañó en una pregunta confusa. Aprovechando la buena disposición de la chica, conscientes de que no habría represalias válidas por eso, tomó su mano derecha, mientras ella hace lo propio con la izquierda. Juntos, se giran hacia Cinna, anticipando la confirmación de la pregunta tácita.
En un gesto de aprobación, el hombre asiente satisfecho, elevando el pulgar como señal de afirmación.
Resonó un rugido proveniente de la multitud aclamándolos una vez avanzaban, una súplica de vida para contemplar a estos dos jóvenes tan deslumbrantes. Era como si el mismísimo dios de la muerte hubiera hecho acto de presencia para estas figuras, destacando el coraje arraigado en el Distrito 12. Su llegada prometía inscribirse en los anales de la historia; forjando una narrativa que trascendería más allá de lo previsto por cualquiera de ellos. Serían vistos y nunca olvidados, a pesar de que inicialmente fueran considerados como simples productos desechables. La voz de todos los espectadores pronto se volvió una sola y sus palabras solo eran referentes al Distrito Doce, no más allá.
Desde este momento, las personas los verían con otros ojos, considerándose como potenciales patrocinadores de dos individuos excepcionales. La muchedumbre retumbaba con una mezcla de anhelo y admiración llamándolos por sus nombres. Hasta los favoritos fueron olvidados por un momento de tanta conmoción que causó la idea de Portia y Cinna.
Nadie apartaba la mirada, conscientes de que perderían una gran belleza si lo hicieran. Atraen la atención de los demás vehículos, generando un efecto magnético en la audiencia. Este fenómeno provoca que Peeta libere feromonas complacidas, reconociendo la cálida acogida y anticipando que este respaldo será de gran ayuda para Katniss en los eventos venideros.
Observando la pantalla, Peeta nota con satisfacción que lucen absolutamente atractivos. Tiene la certeza de que las personas no pueden evitar adorarlos en este momento: la Alfa a su lado que no vaciló en sacrificarse por el amor que profesaba a su hermana, desplegando una ferocidad que la destaca en la competencia y resalta su determinación por regresar a casa y el único Omega participante este año. Ya capturan las miradas en sí, esta singularidad les confiere una notoriedad adicional, generando un interés constante en su dirección.
Katniss, deseando integrarse en los Juegos y ganar algo de favor entre los demás, regaló una sonrisa encantadora con la cual las omegas no dudaron en responder. Saludaba con tanto entusiasmo que parecía una persona completamente distinta a su naturaleza habitual. Incluso se atrevió a lanzar algunos besos a quienes clamaban su nombre, dejando la vergüenza atrás en su afán por convertirse en una verdadera sobreviviente.
Era emocionante atraer la atención de otros tributos, aunque esto los volvería vulnerables, siendo los primeros en convertirse en presa. Sin embargo, en este momento, es necesario dejar atrás las preocupaciones sobre lo que aún no ha sucedido y concentrarse en disfrutar aún más de la fase alegre de Katniss, una que pronto se desvanecerá.
De entre la multitud, alguien arroja rosas rojas, de las cuales la Alfa toma una con extrema delicadeza, temiendo romperla. Luego, se dispone a olerla con cuidado antes de lanzar un beso en dirección a la zona de donde cree que proviene. Cientos de manos intentan capturar y aprisionar el beso como si fuera algo tangible.
A pesar de las exclamaciones por parte de Katniss, ella se aferra por completo a él, como si él sostuviera la realidad de las cosas. Están tan cerca que ambos pueden olerse mutuamente. Ella lo mira sorprendida cuando dirige un poco la mirada a su dirección, dándose cuenta de que aún están tomados de las manos.
—No, no me sueltes — Entró en pánico al tratar de buscar la manera de permanecer como estaban ahora, pues siente que la cercanía de Katniss lo mantenía en completo estado de calma, sin temor a los sucesos próximos, y trató de poner la mirada más calmada y convincente para lograr que la Alfa lo complazca —. Por favor, puede que me caiga de esta cosa.
—Está bien.— Escucha a su acompañante decir de manera resignada, pero al ser alguien ansioso por el contacto de la Alfa, lo toma sin miramientos.
Siguieron con las manos pegadas como imanes, mientras los doce carros avanzaban majestuosamente en el circuito que conformaba el corazón de la ciudad, un círculo que destacaba entre los edificios circundantes. La atención se centró en los participantes de los Juegos del Hambre, quienes emergían como protagonistas en este escenario impactante. Los edificios imponentes en su diseño, presentaban gradas reservadas para los más prestigiosos miembros del Capitolio: son aquellos con un gran poder adquisitivo, cuyas expresiones no eran de aclamación, sino de evaluación tranquila, observando desde sus asientos privilegiados.
Los caballos, con una elegancia sin igual, se dirigieron con gracia hacia la majestuosa mansión del presidente Snow. La expectación crece en el ambiente, y el silencio se instaló cuando los animales quedaron inmóviles, marcando el final del espectacular trayecto. La música culminó con algunas notas dramáticas, dejando un breve momento de suspenso. Es entonces cuando el presidente Snow, un hombre algo bajo y delgado con cabellos que emulan la nieve, emergió en el balcón principal de la mansión para dar la bienvenida oficial. Su presencia infundía solemnidad al evento, y su gesto de saludo marcó el inicio de una ceremonia que marcaría el destino de los tributos.
Lo tradicional en esta ocasión es dirigir la atención a los rostros de cada distrito que participa este año, mientras el presidente pronuncia su discurso. Sin embargo, de manera deliberada, los rostros de Katniss y él permanecieron en pantalla durante un periodo más prolongado. Esta elección no pasó desapercibida, generando un murmullo de anticipación y expectativa entre la audiencia.
El presidente, con su característico aire de autoridad, prosiguió con su discurso, pero la cámara persistió en mostrar a Katniss y a su acompañante. A medida que la oscuridad se apodera del escenario, sus trajes cobran vida propia, dejando a todos aún más asombrados de lo que ya estaban. La magia de la iluminación revela detalles impactantes, intensificando la intriga y elevando la expectación en la audiencia.
Y una vez que el discurso concluyó, las puertas se cerraron sin previo aviso, causando un ligero susto por el sonido que emitieron. El equipo de preparación los rodeó de inmediato, lanzando piropos que hacen que sus mejillas se tornen de un color carmesí. Dedicó un momento para observar a los demás tributos, pero estos ya lo tenían en la mira y es entonces cuando se percatan de que estarán en problemas una vez ingresen a la arena.
Cinna y Portia los ayudan a descender de la carreta para evitar posibles daños antes de que comience el terror. Les quitaron las capas y los tocados en llamas, permitiendo que la mujer los apague con una especie de gas helado, al menos eso es lo que parece.
Aún debajo del carro, Peeta y Katniss se sostenían de las manos, poniendo fin a la magia en cuestión de segundos una vez se percataron de la acción.
—Gracias por sostenerme. No me sentía muy bien ahí arriba — Señaló algo nervioso, cuando nota la mirada de Portia, tratando de no reír por él, no entiende cuál es la gracia.
—No lo parecía. Te juro que ni me he dado cuenta — Respondió la Alfa restándole importancia, sin darse cuenta de la verdad, aunque sospechosa.
—Seguro que no le han prestado atención a nadie más que a ti. Deberías llevar llamas más a menudo, te sientan bien— admitió tratando de ser valiente y sonriéndole, sintiéndose terriblemente tímido. Podía escuchar a Portia burlándose más una carcajada diminuta que se le salió. Malvada.
Katniss lo analizó después de eso e hizo algo que lo deja mudo e inmovilizado: le dio un pequeño beso en la mejilla, sorprendiéndolo. Aunque se puede apostar que la vista para los presentes fue mucho más tierna, ya que la Alfa tuvo que inclinarse para alcanzarlo. Peeta se sentía en el mismo cielo.
Cuando les presentaron el centro de entrenamiento, Peeta no se permitió quedarse mudo nuevamente o sería visto aún más tonto de lo que ya era: un hombre paralizado por un beso.
Effie se encargó de proporcionarles toda la información que necesitaban, desde cómo presionar un botón para subir hasta el último piso, hasta detalles como recibir una planta entera exclusivamente para ellos. En el instante que la mujer mencionó lo fácil que era todo, él no puede evitar asentir con la cabeza dándole la razón sin entender nada.
Al parecer, las tareas asignadas a Effie no terminaban en cuanto bajaran del tren y abandonaran la estación. Tanto ella como Haymitch iban a ser sus supervisores hasta el momento de adentrarse en el campo de batalla, donde los conocimientos impartidos por este par serían de vital importancia. Aunque duda que la mujer tenga algo bueno que decir, de cierto modo era una ventaja tenerla, al menos se podía contar con ella como guía en todo el centro de entrenamiento, llegando a tiempo gracias al sentido de la puntualidad de Effie. Por su parte, Haymitch no se había aparecido ante ellos desde que cerraron el trato en el tren, lo más probable es que anduviera vomitando dentro de alguna maceta.
Estaba empezando a ponerse ansioso porque los adultos a cargo de ellos no son muy competentes en los asuntos de los juegos; uno siempre anda borracho y el otro en las nubes. Cinna y Portia no están tan mal y civilizaban las interacciones entre todos. Lamentablemente, sus estilistas no se encargaban de cerrar tratos, solo de asegurarse de que estén elegantemente vestidos.
Effie podría ser de ayuda aún así, ella se jactaba de conocer a las personas más importantes dentro del Capitolio. Si hablaba bien de Katniss como presumía, podría conseguir patrocinadores en un parpadeo. Siempre murmura en los oídos de aquellos que podrían ser patrocinadores valiosos, siendo sutil en todo lo que menciona y dejando enigma sobre ellos dos para despertar la curiosidad de quien la escucha, atrayendo moscas a la red de arañas sin que estas se percaten del suceso. No obstante, mencionó que no todos estaban seguros de ayudarlos por ser tributos del doce, y ella se cita a sí misma expresándoles: “Bueno, si se ejerce suficiente presión sobre el carbón, ¡se convierte en una perla!”.
Evitó reírse por tal ridiculez, por respeto a la mujer que está dispuesta a apoyarlos dentro, pero en serio, en ocasiones, la portadora de trajes llamativos se esforzaba mucho en ser comediante.
Cuando es guiado a lo que sería su habitación, cree estar soñando, pues no imaginó algo mejor que la del tren. Todo parecía estar en perfecto orden, sin el viento entrando por alguna ventana o el ruido del tren en movimiento, era perfecto, casi como el sueño más bonito que alguien pueda tener, inclusive diría que mejor.
Su cama estaba repleta con tantas almohadas que no sabría cómo usarla, creía que ocuparía solo una en todo el tiempo que permaneciera aquí. Caminó con lentitud llegando a una repisa con algunas relojes de distintas formas, que al pasarle el dedo a la fina madera no logró percibir rastro de polvo. Había algunos artilugios tecnológicos con los que para usarlos le tendría que pedir la ayuda a Effie.
Se dio cuenta de que realmente está muy lejos de casa cuando en la ducha pudo controlar la presión y la temperatura con la que el agua salía, la cantidad de jabón necesaria para estar limpio y el tipo de champú que se adapta mejor al cuero cabelludo. Además, notó unas esponjas de apariencia extraña cerca de la regadera. Solo en la ducha hay un cuadro con más de cien opciones para controlar la temperatura del agua. Al salir, había una alfombra que se activaba para secar el cuerpo entero con aire ligeramente cálido. Algo aún más impresionante es que tenía a su disposición un armario completo con toda la vestimenta que se le pudiera ocurrir, así como todas las posibles combinaciones. Se imaginaba que todo el vestuario fue elegido por su estilista, y si fue así, no tenía nada de qué preocuparse.
Según lo que escuchó de Effie, disfrutaban de la vista más sobresaliente en toda la ciudad, ubicada en el penthouse donde se presumía que el lujo supera a los demás pisos. Descubrió esta opulencia al presionar un botón en el control remoto, el cual desplegó las cortinas, revelando la panorámica completa de todos los edificios y áreas verdes del Capitolio. La magnificencia de esta visión lo dejó sin palabras; difícilmente encontrará algo que lo impresione más que esto.
Cuando descubrió cómo extraer prendas del armario, se dispuso a maravillarse aún más por toda la tecnología que desconocía y estaba ansioso por explorar. Sumergido en el pequeño juego de buscar el tesoro, las horas transcurrieron tan rápido que ni todos los relojes lograron indicarle el tiempo que pasó divirtiéndose. El aroma a felicidad del Omega impregnaba toda la habitación, elevando el espíritu de quien pudiera percibir la fragancia.
Llamaron a su puerta y una voz energética le indicó que la hora de la cena había llegado y tenía que salir para convivir todos juntos. Al no haber comido mucho durante todo el día, sentía un hueco en el estómago que no había percibido al haber olvidado comer. Cuando entró al comedor, solo estaban Cinna y Portia los cuales hablaban de algunas cosas que no fue lo suficientemente curioso para averiguar; estos lo saludan mientras permanecen en el balcón que deja ver parte del Capitolio.
Cuando le mencionan que Haymitch se unirá a ellos durante la cena y al parecer había cumplido la promesa de estar sobrio, se alegra como un cachorro esperando a su padre. Es la máxima autoridad que tiene por el momento, lo que causa que le sea inevitable ver al hombre como figura familiar. Culpa al Omega en él por ser tan blando con el hombre que lo golpeó. Aunque hay cierto temor dentro de él, Effie y Haymitch en la misma mesa eran un desastre asegurado.
Katniss llegó después de él, ocupando el espacio adyacente de manera cercana, tal vez un tanto más próxima de lo que sería justo, ya que percibe que la ducha anterior no logró eliminar por completo el sudor del día en Peeta o al menos es lo que percibe. No obstante, la finalidad de esta cena se centra en la creación de estrategias óptimas para enfrentar cualquier desafío futuro; tanto Portia como Cinna han exhibido la valentía que poseen, contribuyendo al ambiente de determinación en la reunión.
Un hombre silencioso, ataviado con una túnica de color blanco, ofreció a todos una copa de vino, la cual aceptaron. Como él no quería quedarse atrás, tomó un poco del líquido. Al desconocer el sabor, no pudo evitar retener el fluido en la boca, esperando encontrar el buen gusto, pero le pareció tan ordinario, sin nada interesante que ofrecer, salvo pasarlo después de algunos bocados para evitar que la comida se atore en la garganta. Haymitch apareció justo cuando están sirviendo la cena y muestra indicios de haber cumplido la promesa que les hizo y el ambiente se llena de conversaciones animadas y felices.
—¿Qué la hace arder? ¿Es alcohol? —preguntó Katniss viendo maravillada una tarta de aspecto increíble que se iluminó en llamas. Parpadeaba en los bordes durante un rato, eso hasta que por fin se apagó y ella tenía curiosidad sobre cómo funcionaba—. Es lo último que… ¡Oh! ¡Yo te conozco!
Para bien o para mal, Katniss Everdeen siempre había tenido la habilidad de llamar la atención de todo el que la rodeara. Ahora mismo, nadie pudo evitar mirarla con tensión y consternación en sus ojos; juzgando si hablaba de verdad.
Pero fue solo una cena y ella ya se había metido en la boca del lobo.
Notes:
Datos curiosos al final para no arruinar la lectura.
1. Trama.
Se desarrolla principalmente al canon, sin embargo van a querer meter a peeta a una caja para que no le hagan daño, es tan tierno.2. Desición de la dinámica.
Esto principalmente va a Effie quien Mia-Miau-Chan pensó en hacerla Omega, sin embargo en la corrección yo lo cambié por el propósito de crearle más controversia a Peeta. Le comenté a Mía si lo quería cambiar y encontró prudente dejarlo a como está en la segunda corrección.3. Haymitch.
Miraron que peeta lo está comenzando a ver cómo una figura de autoridad, tipo un familiar. Lo mismo va a suceder con Haymitch hacia Peeta.4. Sobre mi compañera.
A mia le encantó la manera en que Peeta juega en la habitación encontrando cosas nuevas pero sin llegar a tocar el control que cambia la vista en la ventana, pues le da miedo destruir algo que parece costoso.5. Sobre peeta.
Peeta todo el tiempo piensa en Katniss por qué se ha vuelto su objetivo de salvación.6. Sobre por qué hago esto de las notas.
Sigo bajó amenaza.
Chapter Text
El lugar se volvió frío, dando la sensación de que cada movimiento brusco amenazaría con cercenarle la garganta, engullendo sus colmillos afilados y su temperamento feroz, dejándole indefenso ante la inevitable fugacidad de la vida. Katniss había exhibido su destreza al sumergirse en los sauces del peligro mediante la modulación de palabras inoportunas, sin la más mínima consciencia. Palabras que, desafortunadamente, podrían resultar letales para quienes la rodeaban, enredando a otros en problemas tan solo con sugerir una posible relación con traidores.
Todos la miraron boquiabiertos, incrédulos ante tal afirmación desprovista de razonamiento y viendo cómo ella ni siquiera hacía amagos de justificarse, aseverando que la implicación no era más que hechos falsos, logrando acaparar la atención de todos. Incluso, desde su perspectiva, las expresiones resultaban imposibles de reconocer, yendo y viniendo entre tantas emociones. Hasta Effie, que en numerosas ocasiones había aparentado ser alguien a quien le sobran las palabras, mostró su sorpresa por su indiscreción. Sin omitir que, a pesar de su notoria ausencia mental la mayor parte del tiempo, Haymitch demostró estar atento a la situación, preparado para respaldarla con información.
—No seas ridícula, Katniss. ¿Cómo vas a conocer a un avox? —preguntó Effie, la primera en salir del estado estupefacto en el que fue sumida por la singularidad de las reacciones de la Alfa, tratando de entender cómo la chica podía conocer a personas que se supone habían traicionado a Panem— Es absurdo —dijo finalmente, probablemente convencida de que el delirio de la joven provenía de los juegos, que habían causado en la tributo mujer del Distrito 12 una confusión tremenda.
—¿Qué es un avox? —respondió Katniss con otra pregunta, mostrando una inocencia que despertaba un poco de ternura y exasperación a partes iguales en el Omega.
Era extraño poder estar cerca de Katniss antes de abandonar el Distrito 12 en el pasado. Siempre inmersa en sus propios problemas como para reconocer la presencia de Peeta a lo lejos, anhelando cercanía pero nunca intentándolo. Por eso, solía prestar atención especial a todo lo que sucedía alrededor de la Alfa, para no perderse ningún gesto que pudiera hacer. Ahora no pudo evitar darse cuenta de que la chica necesitaba una salida ya.
—Alguien que ha cometido un delito; les cortan la lengua para que no puedan hablar —Haymitch, que anteriormente había estado recostado en la silla de manera desinteresada, soltó las palabras mientras se acomodaba con cuidado en su sitio, como si algo estuviera a punto de suceder, mas la amenaza jamás llegó. En cambio, la sobriedad del hombre lo puso con los pies en la tierra y lo ayudó magistralmente a hablar con elocuencia y una escondida perspicacia—. Seguramente será una traidora. No es probable que la conozcas.
—Y, aunque la conocieras, se supone que no hay que hablar con ellos a no ser que desees darles una orden — había algo en la voz de Effie que no logró comprender, como si ella misma estuviera asustada—. Por supuesto que no la conoces—. Dice tangente demostrando la farsa de la situación.
Notó que la chica había quedado en estado de estupefacción, incapaz de mentir por completo, una cualidad que él valoraba sobre todas las demás. La convierte en la única en la que puede encontrar apoyo, ya que le resultará imposible traicionar la confianza que él le ofrezca. Un arma de doble filo, si no tiene cuidado.
—No, supongo que no, es que… — Se notaba que era difícil formular palabras para ella, solo vacilando y balbuceando acongojada.
El olor a bosque, tan parecido a los días lluviosos, cuando los árboles se aferran al suelo tratando de mantenerse rectos ante el tambaleo constante de los fuertes vientos como si un final fatal se acercara, era precisamente la fragancia de Katniss llegando rápidamente a sus fosas nasales, advirtiendo el nerviosismo de la chica. Ella no solía usar parches en general porque su olor era bastante tenue, quizá. Sea como sea, ella los usaba aún menos que él. La Alfa debió percibir el peligro de su declaración, alterando por completo su cuerpo y dejando al descubierto sus temores.
Siendo Peeta el único Omega en la habitación, le resultó inevitable absorber el aroma angustioso que emana la pobre muchacha. Le generó la necesidad de proteger a quien estaba inmerso en un estado de agitación y el sentimiento lo llevó a liberar de manera instintiva su fragancia, como respuesta innata ante la amenaza invisible, tratando de calmar a la joven abrumada. Con un deseo urgente de alcanzar a la Alfa para brindarle protección, como si él no fuera un Omega incapaz de ofrecer tal seguridad, trató de ayudar.
Katniss no fue rápida para defenderse. Por lo general, el lenguaje de ella no encerraba segundas intenciones, solo son motivadas por fines completamente desinteresados y carentes de malicia, algo que pocos logran percibir. Muchos asumían erróneamente que se trata de simples actos de protesta e incluso pueden creer que son expresiones de rebelión, cuando en realidad es todo lo contrario. No busca nada de eso, simplemente es ella y su personalidad incomprendida, buscando sobrevivir con lo que puede para proteger a quienes quiere.
Peeta, al mantener sus ojos atentos a ella, tenía medida la cantidad de peligro que podía significar para él a nivel psicológico, intuyendo si sería una manipuladora contra él.
Ella era tan amenazante para él en ese ámbito como un conejo en primavera: tranquilo en su entorno; lo más peligroso que haría si se acercaba sería huir de él.
Ella jamás podría ocultar de las facciones de su rostro sus verdaderas emociones. Podía mostrar un semblante carente, aparentemente, de cualquier señal de amabilidad y sumisión, pero cualquiera que pasara un día entero a su lado podía deducir sin falla alguna qué estaba pasando tras ese imperturbable rostro. Con simplicidad se lograría dar el veredicto de sus acciones; era como estar ante un libro abierto que dejaba al descubierto sus páginas con sencillez.
Aunque le encantaba distraerse pensando en ella, tampoco era tan descuidado; lograba percibir el peligro emergiendo a su alrededor, evitando que disfrutara de todo lo relacionado con la Alfa. Aprovechó el momento en que todos estaban sumergidos en el completo caos para pensar. La mente de Peeta trabajó intensamente, ideando la mejor manera de encubrir la verdad con una mentira lo suficientemente creíble capaz de evitarles consecuencias, ocultando con eficiencia bajo tierra su relación con el problema.
Tener a alguien como Peeta que toda su vida había sobrevivido al escrutinio público, creando una ficción de sus sentimientos, endulzando sus palabras para ganarse a las personas a su alrededor y logrando ganar su confianza de forma atenta, simpática y graciosa, debía ser una casualidad conveniente. Por lo que decide intervenir con lo primero que cruza su mente.
—Delly Cartwright — dijo repentinamente chasqueando los dedos, tratando de que la acción le diera más realismo a la escena. Fingió recordar de manera espontánea el nombre de un conocido, tratando la situación como algo mucho menos importante de lo que era en realidad —. Eso es, a mí también me resultaba familiar y no sabía por qué.
Nadie tenía que saber que el parentesco entre ambas personas era una simple invención. Existía una diferencia abismal, incluso en el color de ojos que no se asemejaba.
Si ignoras el hecho de que Delly no es pelirroja y tiene cachetes regordetes (los cuales en un día común le resultaba inevitable aplastar) y aún más importante, si no se destacaba que la conocía de toda la vida y, por lo tanto, sabía de primera instancia que no podían parecerse en lo absoluto, además de su género primario (por lo que claramente no tenía una gemela), entonces la mentira era creíble.
—Claro, eso era. Debe de ser por el pelo —Por primera vez, agradeció a cualquier dios que pudiera haber escuchado sus plegarias para lograr que ella comprendiera la indirecta.
Las palabras, más su aroma, parecieron haber tenido cierto impacto en la chica, ya que sus feromonas volvieron a evocar cual primavera de bosque, con todo y la vegetación verde a punto de florecer en nombre de la estación, las hojas en pleno apogeo y la reacción de las plantas al calor del sol.
Al parecer, ella se las arregló para no dejar rastro de la alteración que pudiera indicarle a los adultos de la tensión entre ambos. El confundido, después de analizar la frase, fue él, al notar la última mención, donde en lugar de asegurar su pretensión, se hacía más evidente la diferencia. Le dio gracia pensar en que ella podría estar riéndose de la situación.
—Y también algo en los ojos — añadió Peeta secretamente burlón, con la suficiente ligereza para que ella le entendiera pero no tan obvia para que oídos indiscretos lo captaran. Quería saber si verdaderamente la chica en llamas se estaba burlando de tal comparación.
—Oh, bueno, si es sólo eso — interviene con simpleza Cinna, interrumpiendo el intercambio de palabras de los tributos, ignorando la satisfacción que desprendía el cuerpo de Peeta por ayudar a su alfa. La mesa volvió a relajarse —. Y sí, la tarta tiene alcohol, aunque ya se ha quemado todo. La pedí especialmente en honor de vuestro fogoso debut.
La tarta es partida con renovado vigor después, sumiéndose en un interminable silencio que no perturbaba los oídos de Peeta. El sonido de los cubiertos chocando contra la porcelana, de bonitos platos tan bien lustrados que puede ver su reflejo en un espacio no cubierto por la tarta, es lo único que afecta su tranquilidad. El cambio de atmósfera es relajante, tanto que lo lleva a sumergirse en una ensoñación más profunda donde la imagen de sentarse de nuevo con estas personas en un futuro aparece de manera diferente; en este universo se les ve felices, sin la preocupación de tocar temas que puedan causar conflictos. Aquí están bien. Se ríen, sus mejillas se ven rojas al estar tan llenas de vida y todos comparten libremente experiencias. Un lugar donde convivirían por deseo y no por deber.
Fue lindo, hasta que sintió el peso de una mano sobre su hombro, y su vista se desvió del panorama imaginario, encontrando más que rostros con una falsa pretensión de júbilo y regresar a la realidad; sólo entonces comprende la mentira creada por sí mismo. No le había pasado desde que fue cosechado, hace penas menos de dos días, cuando la angustia lo había orillado a resguardarse en un lugar seguro. Era la primera vez que se deslizaba porque estaba feliz.
Se dio cuenta de que la persona que lo trajo de vuelta esta vez no es nadie más que Haymitch, de pie a su lado, indicándole el camino para ir a observar la repetición de la ceremonia inaugural de los juegos transmitida por televisión. Nota aún con la mentalidad nublada que son uno de los pocos tributos en causar gran impacto en el público, por encima de los profesionales.
A lo largo del trayecto, el Alfa mayor muestra una extraña incomodidad en la que no parece saber qué hacer consigo mismo. Peeta no lo cuestionó cuando, en un gesto de raro sentido de protección, posó con sorprendente delicadeza su mano sobre la espalda del Omega, justo en el lugar donde se crea la suave curvatura de la región lumbar. Esta simple acción se convirtió en una acción hecha con motivos de guía, transmitiendo sin saberlo (¿o quizá sí…?) seguridad. El alfa no era más que tosco en los bordes, destructor con lo que hacía y decía. Cada palabra que salía de su boca era una cínica diatriba cruel; él era un bucéfalo de la era moderna. Salvo que, para Peeta que notaba las dobles tomas del hombre sobre cada habitación, los escaneos en busca de daños en él, pero sobre todo en Katniss, las miradas rápidas y nerviosas que daba conforme el tiempo se hacía más corto, para Peeta que había visto pequeñas pero significativas acciones y no solo palabras, solo le pareció que su vínculo, una conexión entre ambos, estaba estrechándose entre ellos, de la misma forma en que estaba seguro que era cuestión de tiempo para que sucediera con Katniss y Haymitch.
La mano del Alfa era un lazo tangible que reflejaba el vínculo que compartieron desde esa vez cuando el alfa mayor reconoció a un cachorro omega y, a cambio, le ofreció apoyo físico y emocional a lo largo del recorrido.
Una vez llegaron, pudo percibir con claridad cómo desfilan los tributos con mayor soltura. Liberado ahora del constante golpeteo de los latidos del corazón contra las paredes de su pecho, temeroso de caer de la carreta y provocar vergüenza ajena, preocupado por alejar a los patrocinadores, se sorprendió al verse tomado de la mano con alguien más. El grito de sorpresa de su equipo no pasó desapercibido; casi podía morir apenado.
—¿De quién fue la idea de tomarse de la mano? — preguntó Haymitch con evidente interés, inspeccionando sin miramientos en dirección de Peeta, seguramente creyéndose que la idea provino de él.
—De Cinna — Portia respondió más rápido que el tren que los trajo al Capitolio, maternalmente protectora con él.
—El toque justo de rebeldía. Muy bonito — el desinterés en los matices del tono que sale de su boca hizo un claro contraste con antes, pero no trató de pensar a qué se debía.
Peeta, después de que la euforia de la noche disminuyera, concluyó que el equipo estaba actuando con la intención de presentarlos como aliados en lugar de contrincantes. Estaban llevando a cabo un acto desafiante que iba en contra de los ideales del Capitolio, la idea de una unión entre tributos mucho antes de los juegos, concebidos para infundir miedo en aquellos a quienes deseaban controlar.
Buscan establecer un vínculo sutil que complazca a la audiencia capitolina, pero que entregue un mensaje: se están rebelando.
A pesar de considerar la estrategia como arriesgada, Peeta reflexiona que tienen poco que perder, la suerte los abandonó desde el día de la cosecha. Esta declaración que cuestiona abiertamente al gobierno, desafiando a quienes son capaces de arruinar su vida y la rebeldía que se manifestaba en su máxima expresión, estaban indudablemente envueltas en velos que cubrían sus rostros lo suficiente como para no justificar un castigo inmediato. Peeta, en su reflexión, no habría anticipado encontrarse con individuos que desafían las expectativas sutilmente, creando brechas entre las reglas establecidas en este contexto inusual.
—Mañana por la mañana es la primera sesión de entrenamiento. Reúnanse conmigo para el desayuno y les contaré cómo quiero que se comporten — les instruye una voz cuando el desfile termina para quedar el símbolo que hace honor al Capitolio. Haymitch —Ahora vayan a dormir un poco mientras los mayores hablamos.
Deberían tener derecho a quedarse a escuchar la conversación, especialmente si su nombre sería mencionado tantas veces que llevar un conteo adecuado se volverá una tarea difícil. Se habían ganado el derecho ya que estaban a solo días de enfrentar su propia muerte, debía ser piedad. Pero le es inevitable seguir la instrucción dada por Haymitch, sin querer mostrar un desafío contra el Alfa que lo haga enojar como la última vez.
Obediente, siguió a Katniss con la mirada en el suelo, intrigado por el patrón del material de forma distraída, usándolo de excusa para no pensar en el vínculo que estaba formando con su mentor. Se divirtió evitando las líneas verticales marcadas a intervalos en los pasillos largos. A medida que avanzaban, inevitablemente deberían separarse para ir a sus lugares, pero Peeta de repente recordó la cena y cambió su enfoque hacia la Alfa, decidido a descubrir la verdad con el asunto de la Avox. Al llegar a la puerta de su habitación, intuyó que era el momento justo para preguntar, así, se recargó en el marco, buscando captar su atención.
—Conque Delly Cartwright. Qué casualidad encontrarnos aquí con su gemela. — Dice al aire como si pensara para sí mismo, pero sólo quería parecer casual ante la joven, creando una conversación.
No sabía si los intentos de iniciar una conversación lo situarían en el lado equivocado de la balanza que Katniss había establecido para considerar a alguien fiable. A diferencia de ella, siempre había admirado a la Alfa, maravillándose con todas sus proezas a lo largo de los años. Antes de esto, jamás habían tenido una conversación, por lo que no la conocía muy bien, y dudaba que el breve tiempo interactuando hubiera sido suficiente para incitarla a compartir secretos. Decidió dejarlo al azar y esperó serenamente la confirmación o negativa. En su rostro yacía consternación y duda, considerando la prudencia de hablar de traidores justo en el corazón del gobierno de todo Panem.
—¿Has estado ya en el tejado? — La cena debió estar presente en su cabeza, lo más probable es que quisiera evitar una situación similar donde se percibió el pánico en los rostros presentes por algo tonto que dijo, especialmente porque no tenía idea de lo que eran tierras peligrosas — Cinna me lo enseñó. Desde allí se ve casi toda la ciudad, aunque el viento hace bastante ruido —. Sólo deseaba que la chica lograra descifrar sus palabras; el bullicio del lugar es ideal para amortiguar cualquier grito o expresión mal intencionada contra el Capitolio sin la amenaza de ser escuchados por oídos indiscretos.
Ella asintió a la propuesta y se encaminaron al sitio. La ubicación era impactante, con la brisa constante acariciando su rostro y regalándole la sensación de vitalidad que tal vez se hubiera desvanecido en su trayecto. En la distancia, se divisaba una estancia con asientos acogedores, propiciando un ambiente relajante y acogedor, lo suficiente como para sumergirse en un sinfín de ensoñaciones, como a él le gustaba hacer, quedando inmovilizados por la riqueza de sensaciones agradables envolviéndote.
La pequeña sala en la azotea estaba protegida por un techo que limita la exposición prolongada a los rayos del sol, siendo un claro indicativo de la importancia del cuidado personal en el Capitolio. Este espacio fue el primer lugar que los recibió al subir con Cinna. Desde allí, el Capitolio se muestra como una ciudad moderna que no puede ocultar los actos inhumanos y crueles que respaldan el poder que imponen a todos los distritos. En la parte baja, podían contemplar estrellas que brillaban y danzaban, ajenas al mal que impera en su entorno. Luciérnagas que habían encontrado un hogar en medio del campo de sangre.
—¿En qué momento tú y Cinna vinieron aquí? — Ella cuestionó reflexiva. En su lugar, él habría lamentado la pérdida de momentos significativos durante su estancia en el lugar.
—Antes de la cena. Effie llamó a Portia porque tenían unas cosas que hablar o algo así, estaban tardando mucho así que me propuso dar un paseo de cinco minutos, bueno, así dijo él. No se me ocurrió decirle que no —. La Alfa emitió un sonido que da la impresión de que el mensaje había llegado al receptor, aunque el Omega percibió que lo hizo más por cortesía que por genuino interés, ya que la atención de la chica está completamente absorbida por la belleza del lugar que tiene frente a sus ojos —. Le pregunté a Cinna por qué nos dejaban subir, si no les preocupaba que algunos tributos decidieran saltar por el borde —. Cuando le planteó la pregunta al hombre, nunca imaginó que recibiría una mirada dolorosa que oscilaba entre la comprensión y la preocupación, incluso cuando Peeta lo expresó sin tener intenciones de hacerlo.
—¿Y qué te respondió? — Por primera vez, ella pareció sentir algo como genuina preocupación, expectante por la respuesta que el estilista dio.
—Que no se puede — El estilista de Katniss no era similar a Portia. Se dirigía a él de manera clara y taciturna. Su calma era como si le estuviera hablando a un niño pequeño que necesitaba apoyo moral para llevar a cabo ciertas actividades. Vergonzoso fue que de cierta manera eso lo tranquilizara —. Es algún tipo de campo eléctrico que te empuja hacia el tejado—. Para que pudiera comprender mejor, le advirtió que, en caso de caer del tejado, el impacto sería doloroso y más preocupante aún, enviarían al tributo a la arena sin haber tratado sus heridas.
—Siempre preocupados por nuestra seguridad — Irónicamente mencionó ella, mirando más allá del espacio visible, tratando de observar aquellos lugares poco visitados. Peeta trató de ver lo mismo que ella.
Llegó a imaginar estar lejos de todo el desastre que estaba a punto de llegar, aunque sólo a medias, él ya lo sabía controlar, aunque solo porque siempre fantaseaba con una vida que sabía que no podría tener.
—¿Crees que nos observan? — Preguntó ella, después de un tiempo de analizar cada posible palabra que saldría de su boca.
—Quizá. Ven a ver el jardín — La apuró, guiándola implícitamente al lugar donde no serían escuchados.
Se encontraron muy pronto ante un jardín que exhibía lechos de flores, un espectáculo que hasta este momento no había tenido el honor de contemplar con detenimiento. Las fragancias que emanan de los delicados pétalos despertaban sus sentidos, proporcionándole el deleite de un olor exquisito que parecía superar incluso al aroma embriagador del pan recién horneado. Los Carrillones, con su sonido armonioso, tintinean, eclipsando la conversación de quienes intentan ocultar sus palabras. Peeta la observa expectante y ansioso por la revelación de información; sin embargo, ella se dispuso a explorar detenidamente las flores del lugar antes, tomándose tranquilamente su tiempo para ordenar sus pensamientos.
—Un día estábamos cazando en el bosque, escondidos, esperando que apareciese una presa — Le dijo con un tono extraño, melancolico y triste.
—¿Tu padre y tú?
—No, con mi amigo Gale. De repente, todos los pájaros dejaron de cantar a la vez, todos salvo uno, que parecía estar cantando una advertencia. Entonces la vimos. Estoy segura de que era la misma chica. Un chico iba con ella, y los dos llevaban la ropa hecha jirones. Tenían ojeras por la falta de sueño y corrían como si sus vidas dependieran de Ello. — Él sólo podía observar cómo los ojos de la chica perdieron el brillo y se dejaba llevar, sumergiéndose en el recuerdo de aquel día, su postura atrofiada y encorvada. Cuando vuelve a percibir el aire, nota la ligera carga de culpa y miedo emanando de la Alfa; se le hace un hueco en el corazón, ya que él es el culpable de hacerla recordar —. El aerodeslizador surgió de la nada—. Continúa cuando se ve recompuesta por un momento — Es decir, el cielo estaba vacío y, un instante después, ya no lo estaba. No hacía ningún ruido, pero ellos lo vieron. Soltaron una red sobre la chica y la subieron a toda prisa, tan deprisa como el ascensor. Al chico lo atravesaron con una especie de lanza atada a un cable y lo subieron también. Estoy segura de que estaba muerto. Oímos a la chica gritar una vez, creo que el nombre del chico. Después desapareció el aerodeslizador, se esfumó en el aire, y los pájaros volvieron a cantar, como si no hubiese pasado nada —. Peeta hubiera dado la vida para evitar que la chica cargue con más pena como esa.
—¿Te vieron?— Le preguntó directamente, mientras su corazón se hacía girones ante la posibilidad de saber que ella fue descubierta observando, la pena sería cruel.
—No lo sé, estábamos bajo un saliente rocoso—. Si no hubiera sido vista la culpa disminuiría, lo sabe, pues se daría cuenta de que la simulación de una vida próspera había muerto.
Estaba familiarizado con la culpa de poder ayudar y no atreverse a hacerlo. No importa todo lo que haga; siempre estará con el constante miedo de convertirse en el joven de aquel entonces y la responsabilidad de no haber hecho algo para ayudar no sería una condena. Katniss se encogió a manera de protección cerrándose ante él. Las manos de la joven pelinegra se vieron envueltas en pánico pues la vibración de ellas impide que pueda sujetarse de algo sólido. Era cuestión de tiempo para escuchar sus dientes castañear sumergía en miedo y frío.
—Estás temblando — Peeta se despoja de su chaqueta, colocándola con gentileza sobre los hombros de ella. Con cautela, ella retrocede, manteniéndose siempre alerta, sin embargo, él había heredado la (cobarde) paciencia característica de su padre. Sutilmente comunicó con cada movimiento sus intenciones, anticipándose a que ella recuperara el control de la situación, y permaneció atento a cualquier indicio de incomodidad, listo para retroceder si es necesario. Con el tiempo, pareció que ella finalmente lo estaba aceptando como a un amigo, al menos—¿Eran de aquí? —. Preguntó él mientras le abotonaba cariñosamente la chaqueta, ella asintió, incapaz de formular palabras — ¿Adónde crees que iban? —. Insistió, con la esperanza de alargar ese momento.
—Eso no lo sé — Si bien es cierto que Katniss Everdeen podría no ser perfecta y tener sus propios defectos, la mentira no figura entre ellos. Su integridad se mantenía sólida, ya que la mentira implica distorsionar las palabras para hacerlas parecer verdaderas, algo que ella no practicaba. En este sentido, no se puede acusar a Katniss de mentir por detalles; sólo entonces podrías tildarla de embustera. Pero, mentir no sólo radica en la manipulación de las palabras, sino también en la omisión de hechos. No es del tipo de persona que orquestaría una gran actuación si al final del día no iba a revelar la verdad, así que este era algo más apegado a ella, y lo estaba haciendo en este momento —. Ni tampoco por qué se irían de aquí.
El Alfa mayor mencionó que los avox se convirtieron en traidores antes. Ella le dijo que la única manera de otorgarles el título a estas personas es desafiando las leyes que se les han impuesto. Pero, ¿por qué alguien que vive rodeado de tanto lujo se atrevería a traicionar al Capitolio, que es su gente y los ideales con los que creció? No hay razón aparente para iniciar una revuelta.
—Yo me iría — Suelta de repente sus pensamientos sin ocultar nada, expresándose con honestidad. No puede vivir en una simulación que se desvanece al menor roce de peligro, y, sobre todo, le resulta insoportable mientras haya personas falleciendo en los distritos para mantener su felicidad. A pesar del riesgo de sus palabras, mira falsamente nervioso a su alrededor con temor a ser escuchado. A diferencia de Katniss, él tiene la habilidad de esconder la verdad. Optó por representar el papel del Omega asustado —Me iría a casa ahora mismo, si me dejaran, aunque hay que reconocer que la comida es estupenda.
Ella, como es su costumbre, tiende a sobre analizar minuciosamente cada uno de los gestos de Peeta, esforzándose por desentrañar las complejidades de sus intenciones. Mientras tanto, Peeta se encontraba en un dilema. Le resultaba desafiante encontrar la manera adecuada de demostrar que su único propósito era velar por la seguridad de ella. En medio del ir y venir en la interpretación, ambos se debaten entre la búsqueda de la comprensión y la expresión sincera de sus sentimientos.
—Hace frío, será mejor que nos vayamos — Dice él para guiarlos dentro de la cúpula, hablando en tono casual como si nunca hubieran tenido otra conversación. El Omega, aún con las tensiones e incomodidades, desprende una fragancia feliz y agradable que cualquiera estaría maravillado de percibir; la calidez envuelve el cuerpo ajeno y lo induce a un estado de serenidad —. Tu amigo, Gale, ¿es el que se llevó a tu hermana en la cosecha?.
—Sí. ¿Lo conoces?— Hay interés en el tono usado por Katniss.
—La verdad es que no, aunque oigo mucho a las chicas hablar de él. Creía que era tu primo o algo así, porque se parecen —. Como siempre, tratando de aparentar cosas que no son, Peeta es hábil cuando quiere ocultar sus verdaderas emociones, ya que ni la fragancia que desprende ha cambiado en lo absoluto. Su padre había hecho algunos tratos con el chico “desconocido” por lo que terminó familiarizándose con la huella aromática del otro alfa, la cual le indicaba que no había parentesco alguno con Katniss.
—No, no somos parientes.
—¿Fue a decirte adiós? — Preguntó después de asentir, tratando de ocultar el entusiasmo que le provocaba obtener más información sobre Katniss, aunque esos datos no le resultasen tan agradables. Sin embargo, esto implicaba conocer con mayor precisión a la Alfa, así que no se quejaba.
—Sí — Responde mirando a los ojos a Peeta con tanto detenimiento que puede asegurar que puede ver su alma y todo lo que oculta dentro—, y también tu padre. Me llevó galletas.
La última revelación le sorprendió. Después del colapso emocional compartido y la manera en que ambos se aferraron mutuamente, pudo imaginar que el hombre, sumido en el dolor por la pérdida de un ser querido, se dirigiría directo a su hogar, recorriendo los rincones mientras enfrenta la angustia propia de perder a un hijo. Este proceso seguía el patrón común entre los familiares de los tributos, quienes, año tras año, deambulan por sus pensamientos, aislados en sus hogares con las puertas y ventanas cerradas. Se lo esperaba así, mientras su esposa, con su encanto y fortaleza comparables a las de una alimaña, intentaba mantener la cordura para ambos. Ja, claro. Ella seguiría llevando el título que siempre había portado de matriarca rígida y estricta, con dos hijos que acatan dócilmente cualquier voluntad que ella impartiera sin chistar mientras él, su padre, se las arreglaría silenciosamente para ocultar su dolor. Puede imaginar las razones que dirigieron a su papá para visitar a Katniss.
—¿En serio? Bueno, tu hermana y tú le caen bien. Creo que le habría gustado tener una hija, en vez de una casa llena de chicos— Muy en el fondo, él comprende la razón del persistente rechazo de su padre, a pesar de profetizarle amor. La verdad es que no era el hijo que su padre hubiera deseado tener, ya que no pertenece al vínculo de su más grande amor que lo rechazó en su juventud —. Conocía a tu madre cuando eran pequeños.
Por la gesticulación del rostro de la chica, pudo notar el desconocimiento de la información que Peeta le había brindado.
—Ah, sí, ella creció en la ciudad —. Había dicho ella sin llegar a comprometerse más. Él siempre había percibido cuando alguien simplemente lo estaba tolerando por compromiso. Y la sensación siempre es agresiva, carcomiendo sus pensamientos preguntándose si es suficiente —. Nos vemos por la mañana—. Continúa diciendo en modo de despedida, repentinamente distante, para eludir la conversación, seguro que evitando contar secretos de familia.
—Hasta mañana.
Él captó la indirecta y, sin miramientos, decidió acatarla al pie de la letra, despidiéndose para encaminarse hacia su habitación.
Esa noche, las pesadillas invadieron sus sueños, generalmente tranquilos. Era el mismo sueño desde hace cuatro años, uno que lo aturdió y perturbó desde siempre. En ellos siempre se manifestaban praderas repletas de flores y árboles a la distancia, acompañados por la risa de unos niños cuyos rostros nunca se revelaban pero cuya presencia se sentía cercana a él. Eran sueños hermosos que solían concluir con él suplicando volver para sentir esa paz, pero que lo dejarían sintiéndose patéticamente avergonzado.
En cambio, esa noche sus sueños fueron sangrientos y sádicos. Presenció cómo, uno a uno, los tributos eran asesinados en la arena, atravesados por lanzas, degollados por cuchillos, agonizando por pedradas; algunos se sentarían a descansar para nunca mas despertar, con las mejillas hundidas y los labios partidos. Vio a niñas con la lengua cortada que intentaban pedir ayuda, y su mayor temor se reveló con una Katniss Everdeen al filo de la muerte, quieta e imperturbable en un charco gigante de sangre. Se retorció y sudó al punto de creer que mojaría la cama. Las pesadillas se apoderaron de su ser, tanto que sabía que las ojeras aparecerían marcadas por la mañana.
Notes:
Datos:
Hoy serán pocos datos, prometo.
Fic en general:
Tras ser de conocimiento público, les dare mi versión de como fue que llegue a escribir con mi compañera. Resulto por un vídeo en la app social Tik tok, donde hacían un vídeo con Peeta Omega. Da la casualidad que no encontré fics a mi gusto y puse un comentario donde me ofrecía a compartir el fic o ayudar con la obra a una persona que se contactara conmigo, Mia-Miau-Chan se ofreció como tributo. Con toda la confianza nos pasamos el número para estar en contacto más rápido.Trama:
Siento que este capítulo fue algo intenso y tardado en hacer, sin embargo, vale la pena. Ya que nos muestra un poco de la cercanía que ambos protagonista están teniendo mutuamente, además de la relación de Haymitch y Peeta siendo más protectora por parte del mayor, es lo que le hace falta a nuestro Omega la verdad, un soporte.Complicaciones:
Por mi parte siento que en cierto punto perdía la visión, ya que no me leí la novela y eso causa que algunas escenas no las conozca, siendo escenas importantes. Sin embargo, en ocasiones me gusta darle el toque de película y creo que se nota.Haymitch:
Para este punto nuestro Alfa mayor le ha tomado un cariño especial en Peeta y no es por qué la trama vaya rápido, al hombre le agrada ya que la mayoría de tributos lloran y se amargan ante la idea de morir, el Omega nunca ha sido a si. Todo lo contrario a mostrado una furia por mantener a otra persona viva.
Peeta:
Mi pobrecita Omega bonito, espero que todo salga bien contigo y el lápiz se nos vaya de la manos, lucharé por conservar tu sonrisa y que los sueños que has tenido sean verdad.
Effie:
Un sol en el Capitolio que por años ha estado al servicio de hombres sin corazón, nos muestras en este capítulo que tú, también tienes temor de tu gente.Katniss:
Date cuenta que el Omega a tu lado siempre piensa en ti y quiere resguardar tu vida, aún si, eso significa morir.
Chapter Text
Es conocido que Peeta Mellark no requiere mucho para experimentar una satisfacción genuina y sentirse cómodo consigo mismo; más bien, pertenece al grupo de personas que se conforman con poco. Esto es lo que le ayuda a mantenerse en paz. No obstante, honestamente, los pantalones ajustados lo exasperaban demasiado, apretando lugares y dificultándole desplazarse de un lado a otro; lo ponían quejumbroso al tener algo pesado adherido a su cuerpo. Aunque se alegra de contar con algo que lo cubra y de que a la gente loca de aquí no se le haya ocurrido la moda donde la desnudez es el centro de atención, siendo consciente del fetiche arraigado en el Capitolio por observar a los tributos, hambrientos.
La vestimenta que solía llevar era mayormente heredada de sus hermanos, remendada varias veces, con algunas excepciones. No constituía ropa holgada que ondea con cada paso; más bien, era apropiada para moverse libremente sin experimentar restricciones, por lo que el cambio no era bienvenido. Sería peor, eso sí, tener que ponerse esos pantalones tan ajustados a las piernas que generan la ilusión de cortar la circulación y estaban hechos de una tela semitransparente; tal vez por eso algunos hombres en el Capitolio no eran tan astutos. Sea lo que sea, no podía sentirse complacido.
Por la mañana, como le habían indicado, tuvo que salir de su habitación para llegar puntual al desayuno. En esta ocasión, decidió esperar unos minutos para no ser el primero en llegar.
Mientras se dirigía al lugar, los pasillos se desplazaban rápidamente ante el rabillo de su ojo y ahí, en su camino, se encontró con Haymitch, quien se movía típicamente tosco con ese aire desinteresado manchado por el nerviosismo, evidenciado por los gestos acelerados pero indecisos de todo su cuerpo. Daba la impresión de haber perdido la capacidad de desplazarse por su cuenta y no parecía estar ahí por decisión propia. Lo curioso fue que lo encontró en un lugar que no era el que lleva a la habitación del Alfa; era convenientemente en dirección a los departamentos de los tributos.
—Buenos días —dijo Peeta de manera educada, como fue enseñado desde que tiene uso de razón. El hombre, tan impredecible, ni siquiera hizo amagos de devolver el saludo verbalmente, sin saber qué hacer, aparentemente. Asintió a su saludo, incómodo. Después solo pudo ver el torbellino de viento que dejó atrás su mentor cuando se retiró sin él, adelantándose apurado para dejarlo —. Pensé que era Effie quien nos llamaba para cada comida —. Mencionó después de correr en busca del mayor, demasiado entretenido con su actuar.
—Me estoy tomando en serio mi trabajo. — Él suspiró con cansancio. El tono que usó es de alguien sin reservas que busca claridad cuando habla, aún si las palabras pueden sonar poco moderadas —Nuestra amiga con la delicadeza de un cañón ha estado ocupada, así que no hay de otra — Explicó—. Casi siento que me voy a desmayar si alguien no me da una gota de alcohol. De todos modos, tendrás que aguantarme a mí hoy, cielito.
El color se elevó velozmente en sus mejillas, haciéndole imposible controlar sus feromonas y esparciendo un atisbo de alegría Omega.
Desde esa vez en el tren hace apenas días, la energía del hombre se había sentido como tierras familiares que inexplicablemente lo hicieron sentir cómodo, a pesar de no contar con un trato especial. Era verdad que las palabras de Haymitch eran una bomba explotando tan cerca de ti con el propósito de causarte daño: era tosco, cínico y distante. Pero Peeta podía encontrar normalidad en su interacción, habiendo manejado el carácter de su madre. No lo había relacionado exactamente como algo malo, es decir, simplemente como la mundanidad que tanto acostumbraba. Desde que llegó, la gente lo había tratado de la forma más extrema por su estado omega; Haymitch gritaba casa, similar a Katniss con la diferencia de que al alfa mayor no se le olvidaba su subgénero- su... sexo (Portia dijo que eran sus sexos designados, no géneros), y quizá fue por eso que una vez sintió el cambio, le invadió un profundo desconcierto.
Hubo una época de pequeño con él anhelando abrazos prolongados, besitos en los cachetes y estrechones, recibiendo no más que sonrisas breves de su padre Alfa que desaparecían al escuchar los pasos de su madre. Solía soñar con los días en que obtendría muestras públicas de afecto. Jamás llegaron. Atesoró esos pequeños actos entonces, hasta que entendió cuánto del amor que le tenía su progenitor fue por el defecto de que era su hijo, y cuánta de esa añoranza era por el defecto de que él era su padre, nada más.
El deseo de Haymitch de mostrarle lo que siempre había anhelado en otra persona le descolocó de sobremanera.
Cuando Peeta estuvo a punto de cuestionar al hombre por el cambio, desafortunadamente llegaron a su destino. Ambos se dirigieron en completo silencio hacia el comedor, donde la mayoría los recibió con un saludo matutino, expresando buenos deseos de prosperidad y seguridad durante el día. En el ambiente se percibía tensión previa que lo hizo toser ligeramente a la vez que Portia lo miró expectante. Se dio cuenta: su olor. Logró amortiguar el sonido para sí mismo y calmó sus feromonas. Comprobó que nadie le estuviera prestando atención hasta que vio a Katniss que lo observaba con una mirada irritada, revelando así el origen de la tensión en el aire. Sin embargo, él no comprendía qué había hecho para ganarse el enojo.
Probaron los platos del menú ofrecido por el Capitolio o elegidos con esmero por el refinado gusto de Effie. Sea de quien sea el mérito, era innegable que la textura y los sabores de los alimentos alcanzaban un nivel excepcional. Atiborró sus mejillas de comida ignorando a la Alfa, destilando poca conservación. Al menos lucía tierno (él sabía que sí, Effie y Portia no eran discretas), y si en casa eso lo volvía revoltoso y vulgar, ya no estaba ahí; estaba disfrutando de sus últimos días de vida.
Una vez comido, ambos se centraron únicamente en su mentor, ansiosos, esperando no perderse ninguna palabra que pudiera decir. Ajeno, Haymitch disfrutaba de todo tipo de alimentos sin moderación alguna. Se dignó a hablar solo después de haber disfrutado de cuatro platos de estofado y de haber tomado un trago de una petaca que sacó de su bolsillo.
—Bueno, vayamos al asunto: el entrenamiento. En primer lugar, si quieren, pueden entrenarse por separado. Decidan ahora. — Ordena de manera clara, directa y sin amagos de amabilidad, consciente de la trascendental decisión que estaban a punto de tomar.
—¿Por qué íbamos a querer hacerlo por separado? —preguntó Katniss.
—Supón que tienes una habilidad secreta que no quieres que conozcan los demás— Ante tal mención, Katniss lo miró expectante, dándole la última palabra a él. Seguirá a Katniss con el propósito de ayudarla, su convicción se vería atrofiada si decía que no.
—No tengo ninguna —confesó él sin albergar duda en sus palabras. Giró en dirección de la Alfa, mostrándose servicial y dócil. —Y ya sé cuál es la tuya, ¿no? Me he comido más de una de tus ardillas.
Su compañera de distrito permaneció un momento a la espera de algún cambio de opinión; incluso Peeta mismo podría afirmar que aguardó para confirmar que ella no albergaba duda alguna antes de tomar una decisión.
—Puedes entrenarnos juntos —le expresó a Haymitch, con una expresión ilegible. Peeta asintió, confirmando la elección.
El Alfa parecía algo dudoso por la extrañeza de su relación, pero no hizo nada en contra de la voluntad de ambos, aceptando por fin.
—De acuerdo, pues denme alguna idea de lo que saben hacer.
—Yo no sé hacer nada —habló primero él. Perder el tiempo buscándole estrategias que no iban a servir era un desperdicio de recursos —. A no ser que cuentes el saber hacer pan —. El mayor hizo una mueca que bien podía ser un indicio de diversión. Le habría gustado percibir una carcajada resonante que emanara de su mentor.
¿Se lo imaginó él? La escena de un Omega en medio de la arena, lanzando hábilmente pan para asegurar su supervivencia.
—Lo siento, pero no cuenta— Peeta se conformó con haber hecho sonreír escasamente al Alfa—. Katniss, ya sé que eres buena con el cuchillo.
—La verdad es que no, pero sé cazar. Con arco y flechas —expuso ella de manera humilde.
Haymitch presentó un genuino interés por la confesión.
—¿Y se te da bien?
La reputación de la chica se había extendido por todo el distrito debido a su habilidad casi sobrehumana con el arco, acertando en cualquier objetivo que se le presentara. Gracias a esta destreza, estaba seguro de que aquel que la conociera presumiría que portando un arco en sus manos, la victoria sería inevitable en cuestión de días para la cabecilla de los Everdeen.
Peeta, por otro lado, se encogió en sí mismo, como si la tácita minimización a la habilidad de la chica representara un golpe considerable para su propia autoestima.
Ella aún se detuvo a reflexionar sobre la respuesta que le iba a dar, como si hubiera dudas de sus habilidades— No se me da mal—. Le respondió como si eso no pudiera ser una ventaja para ella si lo usaba con la dirección del Alfa.
Miró con incredulidad la valentía de esta adolescente que tenía enfrente para menospreciarse a sí misma. Pendiente examinó a su mentor, pensando en si debía intervenir para asegurarse de que este tenga con qué trabajar que lo satisfaga. La tensión en el aire se palpa, y el Omega se esfuerza por encontrar las palabras adecuadas que puedan disipar cualquier sombra de incertidumbre y reafirmar la destreza que posee la chica con el arco.
—Es excelente —Persiste Peeta en representación de ella, al atestiguar el crimen más siniestro de un tributo antes de los juegos. Le resultó ineludible intervenir en nombre de la Alfa, esforzándose por elevar las posibilidades de la chica. Tal vez exagerando en la magnitud del asunto pero no se retractó —. Mi padre le compra las ardillas y siempre comenta que la flecha nunca agujerea el cuerpo, siempre le da en un ojo. Igual con los conejos que le vende a la carnicera, y hasta es capaz de cazar ciervos.
—¿Qué haces? —Preguntó ella, molesta por la actitud que estaba tomando.
—¿Y qué haces tú? Si quieres que Haymitch te ayude, tiene que saber de lo que eres capaz. No te subestimes —Era molesto e incluso repulsivo presenciar cómo la Alfa ocultaba información a su mentor; la frustración y el disgusto aumentaban al contemplar la falta de transparencia, Peeta sintió que era injusto.
La confianza entre la Alfa y su mentor era esencial en un escenario donde la supervivencia dependía de la colaboración y la comprensión mutua. Era crucial para mantenerla respirando.
Haymitch se mantenía al margen con una sonrisa juguetona en el rostro, deleitándose con bocadillos, impasible, mientras la conversación se desenvolvía. En un momento astuto, encontró la manera de presentar un cuenco repleto, del cual sacaba con destreza objetos redondos de diversos colores. Aunque, por el aspecto, se podía suponer que estos tenían un sabor desagradable y parecían ser de una textura considerablemente dura.
Effie, quien hasta ese momento había guardado sorprendentemente silencio, dirigió al Alfa una mirada de reproche, como si sus acciones fueran consideradas imprudentes e irrespetuosas en medio de la charla. Mientras, Haymitch continuaba disfrutando de sus snacks ajeno a la atmósfera que se cargaba con una combinación peculiar de indulgencia y desaprobación. Y aún así ninguno de los adultos se atrevió a interrumpir la conversación creada por ambos tributos.
—¿Y tú qué? —Exclamó ella, arrojando los cubiertos con desdén al plato de comida, esparciendo y manchando la mesa con restos de alimentos. Podía jurar que llegó a salpicar incluso el jarrón que sostenía flores en el centro, diseñado para proporcionar un mejor aspecto y ambientar el lugar. La expresión de incredulidad en su rostro dejaba claro que su interrogante no solo se limitaba a las palabras. —Te he visto en el mercado, puedes levantar sacos de harina de cuarenta y cinco kilos. Díselo. Sí que sabes hacer algo. —Ella le habló con voz demandante y fuerte, ya a la defensiva.
Las emociones entrelazadas en la atmósfera del comedor generaron una sensación de malestar en su interior. Un persistente zumbido en sus oídos dificultaba descifrar cada una de las palabras expresadas por la Alfa. A pesar de ello, hay un eco constante que resuena en su mente: “te he visto”. Esto sugiere que fue percibido mucho antes, un detalle que podría haber elevado el ánimo de su Omega interior, de no ser por el matiz del tono empleado por la Alfa.
Nunca antes, en la experiencia del Omega, un Alfa había elevado tanto la voz al punto de llegar a parecer que estaba invocando la máxima autoridad que se concede a alguien de su subgénero, conocido coloquialmente como “la voz”. La resonancia de sus palabras reverberaba en la habitación, envuelta en una intensidad que iba más allá de la mera comunicación, y el Omega se encontraba sumido en la sorpresa y la consternación ante la inusual demostración de autoridad, pues dejaba entrever lo frágil que podía ser un Omega. Nunca será superior a un Alfa, eso lo demostró.
Peeta se retrajo en su asiento manteniendo la cabeza inclinada, casi desnudando su cuello, ignorante a la expresión de compasión que adornaba los rostros de los presentes. A medida que los minutos transcurren, y al recobrar casi por completo la compostura, finalmente se dispuso a hablar, levantando la mirada con una mezcla de determinación y vulnerabilidad en sus ojos.
Apostó por el sarcasmo, era más certero cuando quería ser tosco.
—Sí, y seguro que el estadio estará lleno de sacos de harina para que se los lance a la gente. No es como que a uno se le dé bien manejar armas, ya lo sabes.
—Se le da bien la lucha libre — Ella lo ignoró, restándole importancia al punto de que casi le provocó un colapso Omega —Quedó el segundo en la competición del colegio del año pasado, por detrás de su hermano —. Le dijo a Haymitch.
Este, no estando preparado ni física ni emocionalmente para el uso de la voz, se ve al borde de una situación crítica. Hay casos documentados de individuos que han enfrentado la muerte al ser expuestos a entornos no diseñados para personas con tan bajo dominio emocional.
A pesar de ser un Alfa, su padre era conocido por ser una presencia tranquila, una figura que nunca elevaba los tonos de su voz, incluso cuando se enfrentaba a situaciones que podrían provocar ira en otros. Este contraste marcado con la actitud de la Alfa en cuestión resalta aún más la inusual naturaleza de la situación y sus posibles consecuencias en el vulnerable Omega.
—¿Y de qué sirve eso? ¿Cuántas veces has visto matar a alguien así? — Interrogó Peeta, manifestando su descontento hacia ella. Incluso la evidente demostración de cuánto se había preocupado por él no logró apaciguar su creciente enojo.
Había notado la clara ignorancia que la Alfa parecía tener acerca de los problemas que afectan a los omegas, pero hasta ese instante estaba comprendiendo plenamente la magnitud de esos desafíos. A pesar de sentir un profundo cariño por ella, experimentó una irritación creciente ante su imprudente actitud. La contradicción entre el afecto y la frustración añadía una capa a lo que era el desastre de sus emociones.
“Nada como insinuarle a un omega que trate de sobrevivir a los juegos, Katniss” reflexionó con un rencor bastante venenoso.
La ironía y la amargura se mezclaban en sus pensamientos mientras consideraba la impactante insinuación de su compañera. Sentimientos de desdén se apoderaban de su mente, como si la observación hubiera abierto una brecha de hostilidad entre ellos. Cada palabra parecía resonar con un matiz de desafío y desprecio que nadie en la habitación podía saber.
—Siempre está el combate cuerpo a cuerpo— Ella se mantuvo firme—. Sólo necesitas hacerte con un cuchillo y, al menos, tendrás una oportunidad. Si me atrapan, ¡estoy muerta! — Entonces eso era lo que constituía el dilema de la chica: creer que ambos se dirigen a la arena con igualdad de posibilidades de sobrevivir.
Y sin embargo, estaba tan equivocada. Su contextura natural está diseñada para el sometimiento y la vulnerabilidad; no puede resistir el frío extremo, la inanición y mucho menos superar una fiebre. Ha observado que muchos alfas salen de situaciones similares con vida en los juegos, pero él no sería capaz, no posee la misma fortaleza. La realidad de sus limitaciones físicas y las desventajas innatas en su biología se imponían como un sombrío presagio frente al desafío inminente de los juegos. Ella debería saberlo, ella misma debió haber visto a más de una chica o chico muriendo así.
Pues parecía que no. Era evidente que la percepción de la chica criada en la Veeta estaría completamente equivocada en lo que respecta a los subgéneros. ¿Qué podría saber ella sobre las repercusiones de una voz Alfa en los Omegas? Dado que su padre murió antes de poder enseñarle acerca de las implicaciones de ser un Alfa y sus claras ventajas. La voluntad no mantuvo con vida a Katniss en los tiempos de hambre; fue su naturaleza la que la hizo destacar sobre otros.
El aparente enojo expresado por la Alfa sólo fue un eco de voz, nada comparado con lo que realmente es. Y aún así, logró afectarlo; lástima que en la arena no haya más Omegas, o en solo dos días acabaría con ellos.
Ella claramente carecía de comprensión sobre el poder de las feromonas y la disparidad de fuerza física y resistencia entre ambos. Él podía tener fuerza, pero cuando su cuerpo ceda, será su desenlace, ya que no mantendrá la voluntad de pelear durante largos periodos de tiempo. En cambio, Katniss cuenta con la resistencia forjada a lo largo de los años, lo cual le será de gran ayuda. Su cuerpo se moverá por sí solo, impulsado por la pura adrenalina para seguir adelante, llegando hasta el final, de eso está seguro. La discrepancia en sus enfoques y habilidades revela un contraste marcado en su preparación para los desafíos de la arena. Por ello él se rindió desde el inicio sin haber contemplado luchar.
¿Ella pensaba que él iba a sobrevivir? ¡Qué reverenda estupidez!
—¡Pero no lo harán! Estarás viviendo en lo alto de un árbol, alimentándote de ardillas crudas y disparando flechas a la gente— Con evidente frustración adueñada de su voz, afirmó irritado. Tenía que haber algo con la suficiente fuerza para hacerla entender la pérdida de tiempo que es centrar la atención en su dirección. Un recuerdo apareció en su mente y se le ocurrió decir lo que más le hacía sangrar el corazón — ¿Sabes qué me dijo mi madre cuando vino a despedirse, como si quisiera darme ánimos? Me dijo que quizá el Distrito 12 tendrá por fin un ganador este año. Entonces me di cuenta de que no se refería a mí. ¡Se refería a ti!
En caso de sobrevivir al inicio, los profesionales lo perseguirían como cazadores en busca de una presa vulnerable. Sería exhibido en televisión nacional como el único Omega en asistir, enfrentándose a una muerte atroz o algo peor. La deshonra recaería sobre su familia, sumiéndolos en la miseria. A pesar de todo, él lo permitiría si su sacrificio aseguraba la supervivencia de Katniss. Sin embargo, se encuentra indeciso sobre respaldarla completamente, ya que teme las críticas que puedan evitar que ella revele su potencial oculto. Ella era tan… ¡tan imposible!
—Vamos, se refería a ti — Peeta no iba a permitir que ella lo desestimara así como así.
—Dijo: «Esa chica sí que es una superviviente». Esa chica. — Cita la frase que salió de su madre que le causó tantas heridas y lágrimas.
Casi podía vislumbrar cómo la mente de Katniss maquinaba, tejiendo imágenes de la crueldad que residía en las palabras pronunciadas por la esposa del panadero hacia su hijo menor. En breves segundos, Katniss se quedó sin protestar las afirmaciones de Peeta, permitiendo que la idea se asentara en su pensamiento. En un fugaz instante, contempló la posibilidad de haberla persuadido, de haberla llevado a la razón y lograr que aceptara su error.
Por supuesto, tal ilusión se desvaneció rápidamente, consciente de la imposibilidad de cambiar la actitud de la Alfa. Siempre firme.
—Pero solo porque alguien me ayudó.
Inmediatamente, sus ojos se fijaron en el panecillo que ella sostenía en la mano. Una oleada de recuerdos de un día lluvioso, mucho antes de su presentación en los juegos, lo invadió como un torrente de nostalgia. Sin embargo, consciente de que pensar demasiado en eso podría desencadenar la culpabilidad que lo atormentaba, decidió desviar su atención hacia otros pensamientos. Encogiéndose de hombros, trató de restarle importancia a esos recuerdos impregnados de autocrítica y odio.
—La gente te ayudará en el estadio. Estarán deseando patrocinarte— Una Alfa que demostró lealtad a su familia al sacrificarse con la esperanza de salvar a su hermana era el tipo de amor que los ciudadanos del Capitolio deseaban respaldar. Por supuesto, estaban dispuestos a hacerlo; conocía a estas personas a través de cada cosecha.
—Igual que a ti— Sí, sin embargo, su apoyo no estaba dirigido a que ganara la competencia, sino más bien a garantizar su supervivencia el tiempo suficiente para ofrecerles un espectáculo memorable.
Era evidente que para esas personas, la dimensión del entretenimiento eclipsaba cualquier otra consideración. Al sumergirse en la dinámica de los juegos, buscaban algo más que la victoria; ansiaban un drama cautivador, una narrativa que capturara la atención y la emoción del Capitolio.
—No lo entiende — Dice Peeta rodando los ojos falsamente molesto, pero completamente desesperado esperando a que la fueran a hacer entrar en razón —. No entiende el efecto que ejerce en los demás.
Al mencionar esto, pudo observar cómo Katniss casi se levantaba de la mesa, indecisa entre dirigirle un golpe o abandonar la situación. Afortunadamente, antes de que la tensión alcanzara su punto álgido, otra voz intervino, proporcionando un respiro inesperado en la atmósfera cargada de emociones. La intervención de esa tercera persona actuó como un contrapeso, desviando la trayectoria del conflicto inminente y ofreciendo la posibilidad de explorar otras vías de comunicación.
—Bueno, de acuerdo. Bien, bien, bien. Katniss, no podemos garantizar que encuentres arcos y flechas en el estadio, pero, durante tu sesión privada con los Vigilantes, enséñales lo que sabes hacer. Hasta entonces, mantente lejos de los arcos. ¿Se te dan bien las trampas?— Su mentor, al fin, muestra disposición para intervenir; apostaría a que la razón fue que se agotó el cuenco repleto de esas desagradables piedras coloridas y no encontraba el ánimo para buscar más.
—Sé unas cuantas básicas.
—Eso puede ser importante para la comida —Analiza Haymitch—Y, Peeta, ella tiene razón: no subestimes el valor de la fuerza en el campo de batalla. A menudo la fuerza física le da la ventaja definitiva a un jugador— Sintió un peso caer desde su corazón hasta la parte más profunda de su estómago, como si la traición lo hubiera desgarrado. Había concebido a Haymitch como un hombre consciente y astuto, pero ahora reconocía que lo subestimó al observar la falsa esperanza que intentaba sembrar en ambos tributos. La decepción se arraigó en su percepción de aquel mentor que, en lugar de guiarlos con sabiduría, parecía jugar un juego mucho más complicado de lo que inicialmente había imaginado.
—En el Centro de Entrenamiento tendrán pesas, pero no les muestres a los demás tributos lo que eres capaz de levantar— siguió. ¿Realmente él lo dejaría morir mientras fingían que él tenía posibilidades de vivir? Sentía que inevitablemente él, como omega, sería quien se quebraría y terminaría reconociendo en voz alta lo que estaba sucediendo y, para que eso suceda, no falta mucho —El plan será igual para los dos: vayan a los entrenamientos en grupo; pasen algún tiempo aprendiendo algo que no sepan; tiren lanzas, utilicen mazas o aprendan a hacer buenos nudos. Sin embargo, guárdense lo que mejor se les dé para las sesiones privadas. ¿Está claro? —. Tuvo que asentir para no ser mal educado—. Una última cosa. En público, quiero que estén juntos en todo momento. — Eso ya no le pareció lo más conveniente por qué la Alfa en algunas ocasiones lo quería lejos, quería protestar y por lo visto Katniss igual. Haymitch golpeó la mesa con la palma de la mano —¡En todo momento! ¡Fin de la discusión! ¡Acordaron hacer lo que yo dijera! Estarán juntos y serán amables el uno con el otro. Ahora, salgan de aquí. Reúnanse con Effie en el ascensor a las diez para el entrenamiento.
Antes de irse, una mano lo retiene por la muñeca izquierda, y ve a su mentor devolverle la mirada.
Cuando era un niño inocente, al salir de la escuela se quedaba en una esquina esperando que alguien viniera por él, siempre con esperanza. Sus ojos se llenaban de lágrimas al enfrentar la realidad de su situación luego de que quedara solo cuando ya todos se habían ido. A menudo, su mirada se dirigía hacia un hombre delgado con ropa desgastada que, a pesar de tener cosas más importantes que hacer, como trabajar, todos los días acudía sin falta por su pequeño hijo. Ver ese tipo de amor hace que sea imposible no desear algo similar. Lo mantuvo eternamente anhelante de esa preocupación, ese amor. Algo que nunca pudo experimentar por cuenta propia. En casa, el lenguaje que dominaba con su familia era de contacto físico pero no en el buen sentido; era del que dejaba feos círculos irregulares de tono morado en la región donde el amor había florecido; la matriarca demostraba así su afecto.
Como anheló esa preocupación, ahora sólo la aborreció.
Escuchó un fuerte portazo proveniente de la morada de su querida compañera y vecina que logró adelantársele. Pensó que cualquier avance que hubiera logrado con ella antes acababa de desvanecerse. Su mensaje había sido claro, aunque en ese momento no le importaba. Tan enojado como se sentía y abrumado por tantas emociones, reflexionó con amargura en que ella podía odiarlo tanto como quisiera. De todos modos, tendrá que lidiar con él en los días que les quedan.
—¿Hay algo más que quieras decirme, Haymitch?— La carencia de cortesía y familiarizado con la habitual suavidad que caracteriza las expresiones del Omega dejó claramente solo a Haymitch, reflexionando detenidamente sobre la prudencia que debería tener sobre sus palabras.
No le inquietaba discutir, pero la revelación de que incluso antes de la muerte no se consideraría como un recurso de salvación por parte de su mentor le afectó profundamente. Resultaba evidente entender por qué. Después de todo, independientemente de la persona, todos optarían por la alternativa que al menos les permitiera la victoria, no interceder por un Omega asustadizo que desde el principio demostró renuencia a participar en los juegos mortales. Aún así, la percepción de ser descartado como un elemento de salvación provocó en él un sentimiento amargo.
Por alguna razón, su corazón se negó a aceptar algo que él mismo planificó desde el principio. Ese siempre había sido su objetivo, se había repetido una y otra vez qué debía hacer, se esforzaría para lograr su cometido. Aun así, el sentimiento resultó horrendo y aplastante, deshumanizándolo por sentir celos. No le gustó, lo detestaba. Haymitch debía elegir, y Katniss era la elección correcta.
El alfa se mantuvo en silencio. Este gesto proporcionó a Peeta la respuesta que buscaba; esperaba palabras de consuelo que le aseguraran recibir apoyo, disipando cualquier preocupación que pudiera tener. Pero debía ser realista, eso no iba a pasar. Tal vez estaba demasiado agitado como para pensar con claridad.
"Eres un cobarde", pensó airadamente hacia él, "un cobarde como papá".
El hombre le tendió telas diminutas que se entrelazan entre sí, aparentando ser una sola pieza. Puede identificar su origen gracias al bordado en los extremos y al escudo del Capitolio. Estos tejidos se utilizan para limpiar cualquier residuo de comida que pueda quedar en los bordes de los labios; sin embargo, sorprendentemente, no presentan manchas que indiquen su uso. La intención detrás de esta oferta resulta un enigma; ¿Quería su mentor que los lavara? Aunque la duda persiste, decide aceptarlos para retirarse y buscar refugio en su habitación, ya que no puede soportar más la carga emocional que implica permanecer en ese espacio.
Abrió la puerta de su habitación con la mayor de las discreciones, con nervios a flor de piel. Se despojó rápidamente de su atuendo, vistiéndose con un par de pijamas antes de recostarse en la esponjosa cama. Incómodo, comenzó a moverse inquieto, desplazando cobijas y almohadas en un intento de hallar la ansiada comodidad. Dirigió su curiosidad hacia las telas blancas proporcionadas por Haymitch, inhalando profundamente para discernir si estaban genuinamente impregnadas de suciedad. Al hacerlo, percibió un vigoroso aroma a jengibre, y debajo de este, una amalgama de notas cítricas de naranjas, suaves fragancias de lavanda y esencias florales. Al depositarlas en la cama, las fragancias se desplegaron a su alrededor, brindándole un reconfortante abrazo sensorial por alguna razón inexplicable.
A pesar de su esfuerzo por encontrar comodidad, la sensación de bienestar seguía siendo esquiva, obligándolo a reajustar las sábanas y almohadas una vez más en ese ambiente saturado de tensiones emocionales. Las sábanas se entrelazaban una sobre otra, creando un juego visual de texturas, mientras que las almohadas formaban una aparente sinfonía caótica en la cama.
En un intento inicial de imponer un orden, había jurado tocar solo una almohada, buscando establecer una homogeneidad en la disposición del espacio. Se frustró inmediatamente cuando no lo logró. Cada ajuste, cada reorganización, se convertía en un pequeño acto en la lucha constante por encontrar consuelo en medio de la intrincada red de emociones que llenaban la habitación.
Agotado por la incapacidad de llenar un vacío dentro de sí, se levantó de la cama con el anhelo de caminar y despejar su mente. De manera inconsciente, buscó proporcionar calma al Omega quejumbroso en su interior. Al abrir la puerta, se encontró con un penthouse vacío, hasta que un amargo aroma a roble, una variante del característico olor a bosque que tanto había llegado a conocer, lo envolvió, calmándolo al fin.
Cuando estuvo a punto de abandonar por completo su habitación en busca de lo que le hacía falta, giró la mirada hacia atrás, observando el desorden que había ocasionado: cojines dispersos por el suelo y sábanas colgando de la cama. Cuando la nube se disipó y liberó su mente, reconoció la realidad, percatándose de que había creado un caos, configurando algo semejante a un nido en su habitación. Había sido tan absorbido por las emociones que, de manera inconsciente, buscaba confort, y no hay nada más reconfortante para los Omegas que un nido.
Reconociendo en la habitación el olor de un Alfa y la sutil y casi inexistente fragancia de algunos betas, regresó al desastre de mantas y aspiró en la comodidad; sin embargo, faltaba lo más importante: Katniss, a ella la buscaba con desesperación.
La lucha abandonó su cuerpo así, reemplazada por la resignación. Al final del día, nadie tenía la culpa. Era solo un niño idiota enojado con el mundo. Pensó en la mirada conocedora del alfa, las lamentaciones de los betas.
Para esa tarde y durante todo el tiempo en que estuvo ahí en días futuros, no volvió a salir sin un parche en su cuello.
Notes:
¡ Bienvenidos...sean bienvenidos! al apartado de Datos.
1. Peeta:
El presioso de nuestro Omega por fin se muestra descontento con la chica Alfa. Sin embargo, no podemos decir que tal emocion dure mucho tiempo. Es sabido que Peeta no desea ganar en cada oportunidad que se le da repite y da a entender eso, incluso puedo afirmar que llegara un punto de quiebre para nuestro sol.2. Katniss:
Se que deben tenerle un poquito de rencor por la manera con la que se dirige a Peeta, pero, ella no comprende para nada las actitudes del Omega y le frustra saber que en cualquier momento pueden volverse rivales. Todos sabemos del amor oculto de Katniss por nuestro precioso sol.3. Haymitch:
Podrá compadecerse del Omega y buscar su estabilidad, pero por desgracia el Alfa mayor sacrificaría a la bolita de azúcar en cualquier momento, solo para salvar a quien si tiene posibilidades.4. Indecisión:
En esta ocasión nos costó decidír la cantidad de palabras que tendría el capítulo, dado a qué el primer borrador enviado a mis manos se dividío en dos, para darme libertad en la escritura. Termine haciendo más de lo que debia llegue a cinco mil. Por lo que, seguir avanzando con la segunda parte nos llevaría a un total de ocho mil o más palabras y está cantidad de palabras causa fatiga visual en algunas personas.5. Próximo capitulo:
Será la continuación de este, por obvias razones y por lógica.6. Por qué hacemos sufrir a Peeta:
Creo que en la mayoría esto es mi culpa, por lo general me encargo de darle más vida a las emociones de nuestro Omega y se me va de las manos, luego le pasó la pluma a Mía y ella decide hacerlo aún más doloroso.7. Tradición:
¡Katniss!...Date cuenta que ese Omega está loco por ti.
Chapter Text
Por la mañana, lo único que recordaba de la noche era el persistente y agobiante dolor que recorrió cada célula de su cuerpo, la fea y hormigueante incomodidad asentada en sus huesos recorriendo cada nervio como una tormenta; las descargas eléctricas en sus músculos y la lluvia en sus ojos. Algunas sábanas quedaron demasiado arrugadas de donde se había sujetado, y su pecho aún tenía secuelas del dolor que allí se agrupó.
Abordaron ese día el elevador con el silencio mordiéndoles la cabeza, un recordatorio de la contienda. Nadie dijo o hizo algo para cambiar las circunstancias problemáticas en las que se han visto envueltos. Sus ojos rehuían indispuestos e inquietos; y los de ella se enfrentaban directos y rencorosos. Peeta no quería dejársela fácil. Ahí, en un espacio tan cerrado, sintiéndose claustrofóbico, sus emociones mezcladas en un torbellino caótico intentando liberarse de esa pesada carga, libraron la adrenalina de forma fea e irregular, angustiando a su parte Omega, creando inestabilidad emocional.
Necesitado de buscar cualquier cosa que pudiera proporcionar algún alivio a ese sufrimiento que parecía insuperable, antes de salir al entrenamiento había visto a los dos alfas que menos quería ver. Ambos lo habían lastimado, Peeta quería de forma retorcida que ellos también lo supieran y sintieran. Las secuelas de ayer se quedaron arraigadas en rincones tan profundos, alcanzando una altura inconcebible del tamaño de los árboles más antiguos en el Distrito 12 para traspasar sus límites. Peeta se propuso cargarlos con remordimiento y derribarlos en cuestión de segundos, como fue la flora en su hogar.
Pero cuando intentó hacerlos sufrir para que tuvieran al menos una noción de todas las emociones negativas que ha tenido que cargar a causa de ellos, no pudo lograr su resolución ni por unos minutos.
Pese a todo, tristemente persistía la agonía innegablemente en su corazón. Él contó con la dichosa presencia del bosque reconfortante de la Alfa a su lado, intentando mitigar el sufrimiento con una mayor sofisticación en sus gestos, pero aún se veía sumergido en la constante realidad de ser el Omega sufrido, aún molesto y estresado por su incapacidad de hallar eso especial que llevara consigo al nido. La fragancia de la chica, aunque palpable durante el día, perdía su consuelo al caer la noche, sumergiéndolo en la oscura soledad del rechazo.
Aunque no se jactara de gran astucia, siempre se desenvolvía hábilmente en las sutilezas de las personas y sus mínimos detalles, y era consciente de que Katniss anhelaba mantenerlo tan distante como fuera posible. Rindiéndose, no pudo resentirse con ella por eso. Ella, su más grande anhelo, se escondía precavida en una esquina del elevador. Lo hizo sentir culpable.
Una vez llegaron al lugar donde iban a entrenar (un piso ubicado en los subsuelos), notaron en primera instancia las armas de combate: barras de metal con una hoja afilada en el borde, listas para abrir el abdomen del enemigo. Al joven le llamó la atención el brillo que emanaba de estas; vagamente recordó que en alguna ocasión su padre mencionó que los Omegas tienden a sentir debilidad por objetos resplandecientes como el diamante cuando encontró las cucharas más nuevas en su cama una vez, y justamente le dieron ganas de llevar una de esas cosas a su nido incompleto. Había una variedad de implementos cuyo propósito era cometer un asesinato, lo que le generaba nervios, o quizá su inquietud se atribuía a su llegada tardía, pese a la puntualidad.
Los tributos se dispersaron en un círculo mal formado, le recordó a cuando estiraba la masa de pequeño: heterogénea, con grumos, pegajosa y tan inestable que podía romperse o separarse, así como aquí, por el mínimo roce de mal humor.
Cada miembro en la sala que participaría en los juegos llevaba un trozo de tela cortado, prendas pristinas y hechas de manera tan uniforme que llegaba a creerse que estaban cosidos desde la piel, letras perfectamente centradas y colocadas según el número de distrito al que pertenecen los jóvenes. Al ver a los demás, no le sorprende que se muestren tan individualistas; Katniss y él son los únicos en ir combinados, cortesía de Portia y Cinna, dando a entender una relación amistosa. Una mujer se colocó en el centro del círculo mal formado y vociferó ser la entrenadora principal, en otras palabras, la jefa en el área.
—No peleen con otros tributos; tendrán mucho tiempo para hacerlo en la arena —dijo posteriormente y dio a conocer el horario de los entrenamientos.
Por lo que comprendió, el sector estaba dividido en varios puntos donde un experto aguardaría para compartir conocimientos que nunca han puesto en práctica; de eso está convencido Peeta. La única restricción para moverse con libertad es que los mentores eligen qué será útil en el campo de batalla para sus pupilos. Algunos optaron por aprender tácticas de supervivencia y otros, habilidades de lucha. Una regla que se implementó era mantener la paz, lo que implicaba no agredir a otros. La serenidad es un estado de calma que puede ser perturbado muy fácilmente, especialmente cuando captas la atención de tantos Betas como Alfas que centran sus miradas en ti. Cuando la alarma suene, sin duda irán tras él. Agradeció a su inteligencia por usar parches que disimulan su olor a miedo.
La tributo femenina del Distrito uno lo observa atentamente, segura de que está evaluando el tiempo que pasará vivo en la arena. Sus gestos expresan compasión y lástima por él; sin embargo, son engañosos, se nota por la suave curvatura hacia arriba que se dibuja en sus labios, triunfales. Por otro lado, el tributo masculino del mismo distrito, por el cual apostaría que se llama Marvel, le brinda una sonrisa entretenida, burlándose de él abiertamente. En otras circunstancias, afirmaría que es hermosa. Pero lo está viendo como un niño mira un pastel, y aunque algunos lo consideran tierno, él puede afirmar que es enfermizo. Hay una chica Alfa deslumbrante y a la vez aterradora, con la cual no sabes si admirar o huir; es fácil de subestimar, pequeña para el caso, con la mirada más sádica que jamás haya presenciado, rebosante de determinación. Su compañero, tan alto como la copa de los árboles e igual de inalcanzable, imponente con los brazos cruzados y marcando sus músculos, aparenta ser un Alfa a primera vista, cuando en realidad es simplemente un Beta, desbordando una pose egocentrista y confiada, consciente de la ventaja que tiene sobre todos.
Vio a varios colegas acercarse mucho entre sí para intercambiar algunas palabras, que le resultó imposible deducir; pudo inferir que se referían a él teniendo en cuenta las miradas sucias que le daban en específico. La curiosidad embargaba a todo espectador que los observara, y no precisamente para dedicarles admiración. Todo lo contrario, se percibía un fuerte desprecio y asco, del que no deseaba imaginar su motivo.
En la elevada plataforma del podio, se vislumbraron a los vigilantes, hombres de aspecto cuidado, pero sus gestos revelaban una grotesca contradicción. La pulcritud de su vestimenta contrastaba fuertemente con la expresión de sus rostros, induciendo a desviar la mirada, como si se intentara eludir unos ojos que observaban con una lujuria perturbadora.
Esta mirada incómoda, que penetra más allá de lo físico, agita las entrañas tanto de Katniss como de él, una sensación tan intensa que les invadió la necesidad de apartarse, como si estuvieran al borde de un malestar tan profundo que pudiera desencadenar náuseas. Los observaban con tanta similitud como el jefe de los agentes de la paz en su distrito, que creía nunca poder escapar de hombres como ellos, con deseos de explorar algo distinto, algo que no provenga de lo conocido. Lo hicieron sentir tan sucio.
Cuando finalmente le soltaron la correa para entrenar y explorar por su cuenta, se encontró frente a la posibilidad de aprender sin la guía preestablecida de prioridades. Dada la necesidad de permanecer en estrecha proximidad, Katniss sugirió la idea de aprender el arte de hacer nudos. No vio inicialmente la utilidad en ello, pero cargado con sentimientos de culpa decidió seguir su sugerencia y permitirse la experiencia.
Guiado por Katniss, llegaron a una zona donde un hombre demostraba ser menos eficiente en atraer estudiantes, e inusitadamente, esto generó un sentimiento liberador en él. La oportunidad de aprender algo nuevo, incluso si en un principio le parecía insignificante, se reveló como un pequeño respiro de la rigidez del entrenamiento.
Había unas cuerdas notoriamente delgadas y de considerable longitud; el entrenador afirmó que su resistencia superaba las expectativas. Peeta, decidido a aprender de manera seria, se esforzó diligentemente, aunque las cuerdas parecían tener una conspiración propia al enredarse a cada segundo, dejándolo eventualmente envuelto en su propia torpeza. Aunque Katniss no lo admitiera abiertamente, no pudo evitar soltar una risa discreta ante la ineptitud de Peeta con las cuerdas. Eventualmente halló su camino al éxito y supo hacerlo de forma correcta.
Lo que sí podía celebrar por su buen desempeño era el camuflaje. El entrenador en esta área demostró ser más dinámico, revelando que había muchas lecciones por enseñarles. Les indicó tejer algunas tiras de hojas para cubrirse, y la sonrisa de satisfacción del hombre fue suficiente para señalarles otra tarea. Mezcló lodo, arcilla y jugos de bayas sobre su propia piel para ocultarse, despertando en Peeta un interés renovado, ya que esconderse se presentaba como la mejor opción para él si pensaba en tener oportunidad.
No encontró coherencia en el empleo de pinceles (considerando que lo único disponible en el campo serían sus manos), a pesar de ello, su Omega estaba satisfecho, por lo que había dejado de lado sus pensamientos para enfocarse completamente en las órdenes que le están dando. El hombre que los instruía se entretenía revisando lo elaborado por Katniss, quien no prestaba atención a lo que realizaba, resultando algo incomprensible para ella. Con ojo crítico, enfocó su propia vista en el trabajo que realizaba, sintiendo la necesidad de agregar algunos elementos. La iluminación jugaría un papel crucial para dar realismo a una obra, al igual que los trazos mal ejecutados, haciendo que todo quede desequilibrado. Optó por emplear una técnica de difuminación entre tonos naranjas, blancos y marrones y, finalmente, añadió profundidad con algunos verdes y negro. Peeta estaba bastante satisfecho al finalizar, incluso si su obra pudo ser mejor.
La capa de colores quedó tan sutil que se sorprendió a sí mismo; sentía que no era algo hecho por él. La variación de colores proporcionó el toque justo de realismo; incluso para él, parecía que era una fina capa de hojas que reflejaban el sol a través de sí, casi lo engañó de no ser porque es quien conoce que debajo está su brazo. El hombre que le enseñó se entusiasmó con el trabajo de Peeta.
—Hey, ¿Dónde aprendiste eso? — Le preguntó la Alfa, asombrada por la destreza presentada por el Omega. Tan impactada que le fue difícil no quedarse admirando por algunos segundos. Le hechizó el buen humor expresado por Katniss.
—Yo hago los pasteles — confesó como si la profesión que había llevado durante toda su vida no fuera demasiado obvia.
—¿Los pasteles? — trató de no decepcionarse porque ella no le prestaba mucha atención, focalizada en no perder de vista a los profesionales, era de esperar y por ello no le sorprendió la siguiente pregunta: —¿Qué pasteles?
—En casa. Los glaseados, para la panadería — siguió diciendo, deseoso por más atención.
De aquella expresión inocente, maravillada, no quedó nada. De repente, su rostro reveló molestia ante la situación. Fue entonces cuando ella, con su característico humor cínico y cruel, comenzó a bromear. Sorprendentemente, en este punto, él prefería incluso ese tipo de humor al incómodo silencio que se había instalado desde que ella lanzó aquel portazo.
—Es encantador, aunque no sé si podrás glasear a alguien hasta la muerte — Katniss se burla de sus habilidades de manera cruel; sin embargo, a pesar de la crueldad en su tono, no podía enojarse por esas palabras, ya que decían la verdad.
—No te lo creas tanto. Nunca se sabe qué te puedes encontrar en el campo de batalla. ¿Y si es una tarta gigante…? — Decide sumarse al juego, ya que parecía que la chica tenía el ánimo suficiente como para adentrarse en un juego de bromas.
Trató de formar una sonrisa sincera e ingeniosa, igualando el mismo tono de humor. No desea provocar otra pelea que lo deje llorando y suplicando en la noche; en cambio, buscaba aligerar el ambiente, velando por su propia integridad mental.
—¿Y si seguimos?
Después de los entrenamientos, el Omega dejó ver la condición muscular que los años le ayudaron a desarrollar, destacando especialmente en el combate cuerpo a cuerpo. Por primera vez, se sintió satisfecho de no reservar sus fuerzas por temor a represalias. Su actuación no pasó desapercibida y captó la atención de los otros distritos; ya deberían tener una voz tenue suscitando en el fondo de su cabeza que se cuestionara si habían tomado la decisión correcta. Katniss, con la fuerza de un tifón, arrasó en las pruebas de plantas comestibles. Se esforzaron en entender las cartas que describen la utilidad de las hojas, enfrentándose a la confusión provocada por la similitud de muchas de ellas. En particular, encuentra una baya hermosa que le infunde confianza para consumirla. Es pequeña y tiene un color similar a las rosas rojas cuando se marchitan, quedando un tono oscuro.
Ambos aún así se limitaron a solo entrenar basados en las indicaciones que les impartió Haymitch.
En el comedor del gimnasio, los veinticuatro tributos compartían el almuerzo, dispuesto en carros estratégicamente ubicados alrededor de la sala. Mientras se servían a su antojo, los tributos profesionales se congregaban en una mesa, generando un estruendo que pretendía demostrar su superioridad, como si no temieran a nadie y menospreciaran a los demás.
Entre ellos, Peeta y Katniss se esforzaban por mantener una fachada amistosa, aunque la tensión persistía. A pesar de sus intentos de integrarse, los profesionales los miraban con cierto desdén, dejando claro que no consideraban a los demás tributos más que como seres insignificantes en comparación con ellos. Aunque intentaron disimularlo, el Omega, con sus conversaciones centradas en el pan, lograba aburrirlos a ambos, Katniss en especial ya estaba muy hastiada y sus risas jamás sonaban sinceras. Entre carcajadas fingidas, la distancia que se había formado desde el primer día volvía a hacerse evidente. Atraparon a más de uno mirándolos de reojo, y la sensación de estar bajo constante escrutinio añadía una capa adicional de tensión al ambiente del comedor.
—¿Te he contado ya que una vez me persiguió un oso?— De repente, Katniss soltó un suspiro, evidenciando su cansancio por la prolongada charla acerca de la elaboración impecable del pan. Fue un alivio que la conversación tomara un giro, ya que su intercambio de palabras se estaba quedando sin frescura. Quizás habría tenido la opción de mencionar cómo se prepara el glaseado, aunque esto habría implicado poner a prueba demasiado la paciencia de la joven.
—No, pero suena fascinante— Se preguntó, no por primera vez, si se llevaba su pañuelo para usarlo en su nido. ¿Ella se enojaría?
—Bueno, solo recuerdo que fue en primavera— Narró Katniss, tratando de encontrar las palabras correctas. —Ese día no había muchas presas y quería conseguir algo para Prim. Entonces, no sé cómo, porque estaba como a unos seis metros, pero vi una colmena en un árbol. Nunca había visto una completa y se notaba que estaba en buen estado.
—¿No es muy común encontrar colmenas en tu área?— Le pregunta al no tener conocimiento alguno de la rareza en encontrar un enjambre de abejas. Jamás se había aventurado a dejar el distrito.
—Para nada, menos en esas épocas. Pero déjame continuar—. Le dio un poco de gracia como fue silencio al desviarse por la chica, un tono similar al de la petulante niña de diez años que hablaba con su padre Alfa sobre géneros que escuchó una vez—. Entonces, iba a treparse cuando veo a este oso gordo feo viendo en la misma dirección que yo y sentí que no se merecía el derecho a comérselo porque, ¡yo me lo había encontrado primero! —. Peeta estalló en risas, incapaz de entender la lógica del razonamiento, aunque sonaba mucho a algo que Katniss podría hacer en un día aparentemente común; no dudó ni un segundo de la veracidad de las palabras.
—¡Pero es un oso! ¿Cómo te peleas con un oso?— Interfiere, incapaz de creer en la valentía y la peligrosa situación que su Alfa atravesó, simplemente por el orgullo de no dejar algo atrás.
—¡Pues gritándole que se largue!—. Ella ríe al recordar la escena, aunque no estaba profundamente inmersa en la historia; sin embargo, optó por simular un mayor grado de involucramiento—. Entonces, por supuesto, como idiota le hice saber al mentado oso que yo estaba ahí. Todavía recuerdo su reacción, él no me atacó, solo se apresuró más en conseguir la colmena. Entonces para no perder el duelo también corrí.
—¿Lograste quedarte con la colmena?— Fácil era imaginarlo. Tan inmerso en la historia, decidió que era importante saber la respuesta a esta interrogante, solo para saber si el esfuerzo había valido el peligro.
—No— Se escuchó un chasquido de lengua que denotaba el amargo sabor de boca dejado por el altercado con el oso; claramente fue una experiencia desconcertante salir derrotada ante un simple animal, puede apostar que tal acto aún resuena en su conciencia de vez en cuando—Él zarpó sus garras contra mí cuando estuve a su alcance. No importó lo que hice, él aún así no dejó que yo tomara algo, pero ni un poco. En algún punto se hartó de mí y empezó a corretearme por un kilómetro de distancia. Tuve que esperar al menos una hora y media sobre la copa más alta de un árbol para que me dejara en paz. No sé cómo es que sigo viva.
Peeta soltó una risa nuevamente, permitiéndose imaginar la escena con su mente creativa. Con un alma artística, recreó la historia en su imaginación, pero luchó con esfuerzo sobrehumano para no perderse dentro de sus propios pensamientos, especialmente en un entorno como aquel. Para él, la conversación había sido fácil después de eso y no pudo evitar repetir con encanto la imagen de Katniss con un oso. Aunque se distrajo, no fue tanto como de costumbre, y nadie se percató. Mientras lanzaban flechas, logró reaccionar con mayor claridad dejando la neblina distractora atrás. Observando a su alrededor, consciente de su posición, notó un par de ojos grandes y redondos que los miraban con tanta inocencia, reflejando todos tus pecados y aliviando las heridas que pudiera llevar dentro que toda su guardia inmediatamente bajó. Sin duda, ella era una niña que no merece participar: la joven tributo del distrito once, a quien la suerte abandonó a una edad temprana.
—Creo que tenemos una sombra — Katniss intentó ignorar la voz persistente de Peeta, esforzándose por concentrarse en la tarea de tomar la lanza a su derecha y disparar en dirección al objetivo. Sin embargo, su habilidad se vio afectada y falló miserablemente cuando la mirada penetrante de la pequeña nunca los abandonó, convirtiéndose en el escrutinio que contribuyó al fracaso —. Creo que se llama Rue—. La mandíbula de la Alfa se aprieta al no saber cómo reaccionar, generando una dolorosa tensión y angustia en su expresión facial.
—¿Qué podemos hacer?—. Plantea ella.
Notó que la niña se ponía nerviosa por ser descubierta, sus manos empezaron a temblar y sus movimientos vacilaron. ¿Sería ese un acto? Sea como sea, plantear críticas sería una auténtica tortura para ella, para Katniss ya que personalmente no se sentía capaz de confrontar a esa pequeña niña y mucho menos de expresarle algo negativo. Peeta mismo se sentía indispuesto. La idea de enfrentarse con desaprobación le generaba una incomodidad profunda, llenándoles a ambos de incertidumbre sobre cómo abordar la situación sin causar daño.
—Nada, solo hablar.
A pesar de la aparente amistad entre Peeta y la Alfa, él era consciente de que su relación nunca prosperaría. Quedó demostrado cuando pisaron suelo perteneciente a su distrito, en lo alto de la torre de Entrenamiento, y las palabras se volvieron tan ácidas que el veneno de serpiente sería poco efecto en comparación con los diálogos que Katniss insistía en darle. Haymitch y Effie se llevaron muchas connotaciones por parte de la chica, la estaban enfureciendo aún más, resultando en un portazo frente a sus narices. En un intento de aliviar la tensión después de los mismos hechos repetidos la segunda noche, el Omega trata de bromear un poco con ella.
—Alguien debería darle una copa a Haymitch — Solo quería mantener la paz por los últimos días y así evitar altercados innecesarios.
Peeta experimentó sorpresa al lograr hacerla reír, dado que generalmente ninguno de sus chistes conseguía arrancarle una sonrisa. No obstante, su breve momento de orgullo se vio interrumpido rápidamente, ya que ella simuló estar malhumorada, negando con gestos que su ocurrencia tuviera gracia. Aunque brevemente ilusionado, Peeta comprendió que conquistar la risa de Katniss no sería tarea sencilla.
—No hay que fingir, si no hay nadie delante— decretó.
Aunque hizo un esfuerzo por no dejarse llevar por la decepción, la sensación de indignidad invadió a Peeta, como si sus palabras no fueran suficientes para estar a la altura de las expectativas. Se esforzó por ocultar la herida en su orgullo, preguntándose internamente qué más podía hacer para ganarse la cercanía de Katniss. Ella simplemente se negaba a reconocer los esfuerzos del Omega.
—De acuerdo, Katniss — trató en serio de expresarlo con seguridad, deseando sonar convincente, pero sintió un nudo en la garganta que volvía su voz más ronca y frágil, con ruidos abortados y oxidados como tijeras incapaces de cortar la atadura que impide su colapso.
A pesar de los bochornos que experimentaba, incluso después de la tensión y desdén previos entre ellos, Peeta se las ingenió para adquirir una camiseta que pertenecía a la Alfa. Este pequeño logro se convirtió en un tesoro que incorporó con reverencia a su nido personal, otorgándole un lugar especial en su habitación. A partir de ese momento, cada vez que alguna distracción o atención no deseada lo molestaba durante los entrenamientos, encontraba consuelo en la familiaridad reconfortante de esa prenda. Conformándose cada día con las migajas.
Aunque anhelara desobedecer los deseos de la Alfa, no podía hacerlo, ya que ir en contra de la naturaleza Omega implicaba revelarse ante aquellos que consideraba superiores a él. Resulta curioso que Katniss sea la única que ocupa dicho lugar en su percepción. Por lo tanto, sus conversaciones solo tenían cabida cuando había más personas cerca, respetando su distanciamiento, a excepción de una ocasión durante el entretenimiento del tercer día por la mañana, mientras llevaban a cabo ejercicios de resistencia.
Peeta, a pesar de poseer fuerza, carecía de delicadeza y precisión, a diferencia de sus habilidades demostradas con el pincel. Fue durante la escalada de la red de nudos que esta debilidad se hizo evidente. En un cálculo erróneo, experimentó un resbalón, marcando un momento en el que su destreza física no estuvo a la altura de sus habilidades artísticas previas.
Cuando Katniss se aproximó furiosa, solo pudo cerrar los ojos con anticipación, esperando el golpe que su torpeza podría desencadenar. Se lo merecía. Si quedaba como alguien débil ante los profesionales, consecuentemente la Alfa también lo haría, generando molestia en ella al ser vista como un sinónimo de debilidad. Este temor a ser percibido como débil se intensificaba con las constantes demostraciones de fortaleza por parte de los primeros distritos, aumentando la ansiedad de Peeta. Sin embargo, el odio no iba dirigido a él, sino a quienes se burlaban de su caída.
—Arroja esa cosa de metal— Le ordena viendo con fiereza a los ofensores. Por poco no entendía a qué se refería, hasta que siguió la dirección de sus ojos; es entonces cuando comprende el objetivo de la chica: unas esferas metálicas utilizadas como pesas en demostraciones de fuerza que están a unos cuantos metros de distancia.
Los repentinos cambios de humor de ella eran un enigma para él, pero, a pesar de la confusión, seguía anhelando esos momentos. Si eso significaba que ella le entregaba sus sentimientos, incluso los más oscuros y negativos, estaba dispuesto a aceptarlos. Para él, era como si esos destellos de sinceridad fueran el vínculo más profundo entre ambos, superando la barrera del silencio que se había interpuesto desde el incidente del portazo.
Aun así...
—¿Qué?— Aún aturdido, no comprendía su repentina indignación defensiva a favor de él. Pensaba que en estos días ella lo odiaba—… No, Haymitch dijo—
—Lo que él diga no me interesa, ellos te están viendo cómo un bocadillo. Hazlo. — Señaló con un ligero movimiento de mentón, animándole a seguir su mandato.
Ella se marchó sin pronunciar más palabras ni realizar ninguna otra acción. Peeta la obedeció, sintiéndose bastante asustado y confundido. Se preguntaba qué entendería ella por “verse como un bocadillo” en su contexto, tratando de descifrar el significado detrás de sus enigmáticas palabras y acciones. Desde su perspectiva no era tan malo ser visto como un alimento, había recibido ese trato de una forma más silenciosa, claro, toda la vida. Aunque si hablaban de forma literalmente quizá debía recordarle a Katniss que el canibalismo no era bien visto en ningún lugar, especialmente en el Capitolio. De todos modos, los cuerpos muertos tenían muchas toxinas, ¿quién querría eso?
Peeta se acercó al área donde reposaban objetos de diversos pesos, eligiendo aquel que exhibía un mayor índice de carga. Hizo balancear la carga contra su punto de mira para lograr mayor precisión al soltarla, asegurándose de alzarla con éxito hacia su objetivo. Los profesionales, provenientes de los distritos más acomodados y con una mayor conexión con la vida capitolina, experimentan sorpresa al encontrarse con la presencia de un omega fuerte, siendo motivo de asombro. En ese instante, mientras Peeta demuestra su destreza con el peso seleccionado, se cuestiona si este acto dejará alguna impresión duradera en la mente de los profesionales, esperando que así sea ya que podría resultar de gran ayuda o todo lo contrario; estaba tratando de ser positivo.
La chica del Distrito Uno, una beta llamada Glimmer, claramente se vio afectada por el descubrimiento de alguien fuerte, más aún siendo un Omega. Probablemente pensaba que, llegado el momento de enfrentamientos cuerpo a cuerpo, no podría ganar contra él si se decidiera a pelear. La masa muscular de Cato no tomó muy en serio su demostración; más bien, le regaló una sonrisa desafiante, al igual que Marvel.
Se preguntó qué tipo de mensaje les estaba transmitiendo. ¿Estaba indicando que no sería fácil atraparlo, que no habría nadie más que él para poner fin a su existencia? ¿O les estaba comunicando que haría todo lo posible por sobrevivir? No tenía claro cómo esta declaración podría interferir en su futuro, pero la preocupación se apoderaba de él mientras reflexionaba sobre las posibles implicaciones de sus acciones. No era bueno que los profesionales te percibieran como alguien capaz o serías el primero en morir; necesitaba bajarse algunos puntos.
El acoso, sin embargo, era molesto y un buen incitador para hacer estupideces. Peeta entonces experimentó un profundo sentimiento de gratitud hacia la Alfa cuando el desconcierto se adueñó de la mirada de los abusadores. En ese instante, Katniss exhibía una expresión de satisfacción y orgullo, gestos que le reconfortaron de manera inesperada. Sin embargo, ninguno de los dos podía anticipar lo significativo que ese episodio se volvería en sus vidas.
Esa misma tarde, cuando llegó el momento del almuerzo y empezaron a convocarlos para las sesiones privadas con los Vigilantes, Peeta se halló a un paso de tomar una decisión que, si bien parecía carecer de relevancia, podría tener el poder de moldear su destino de una manera impredecible.
Notes:
¡Bienvenidos!
Cómo dicta la costumbre al final de cada capítulo daré unos pequeños datos, referentes a lo leído.
Peeta:
El niño precioso, nuestro pequeño Omega, el primer rato de sol del día. Es imposible que el nene no sienta algo de rencor al enterarse de las elecciones que está haciendo Haymitch sobre Katniss en igual de el. Peeta entiende que la Alfa es la opción más indicada, sin embargo, aún le duele.Es propio que se mencione que tantas emociones experimentadas en un periodo corto de tiempo, provocan una ligera afectación en los Omegas. Gracias a esto tenemos el nido.
Omegaverse:
Hay una escena que en ningún otro fic o novela han colocada o al menos yo no lo he leído. Es respecto a los Omegas y su afán de recolectar objetos bonitos para introducirlo en el nido, en especial las cosas brillantes como los diamantes. Y para quien se pregunte de quién saque la idea es dado a qué, me inspire en un animalito de la maleta de Newt Scamander de Animales Fantásticos.Narración:
Sin comentarios, creo que la escritura habla por si sola, sin llegar a la arrogancia. Tratamos de mejorar cada capítulo y se refleja con los avances.Katniss:
De este personaje no hay mucho que contar, solo hay que pedirle un poco de control y moderación en las palabras que use con nuestro rayito.Haymitch:
Espero no odiarte en un futuro.Effie:
Me gustaría un poco de cercanía con el Omega, ella es una beta y no puede aportar mucho en la cuestión de las dinámicas, pero es un personaje al cual se le puede sacar provecho.
Chapter Text
Cada vez que un bocado cruzaba por su garganta, experimentaba la imperiosa urgencia de regurgitarlo; las espinas se enredaban en las paredes, aferrándose con tenacidad a la inevitabilidad de ser consumidas nuevamente. Su comida era ligera, pero nervioso por el llamado de los Vigilantes, no hubo apetito alguno que le ayudara a ingerirla. Era verdad que su mentor y Effie idearon previamente una estrategia para ambos, para ayudarles a obtener una buena puntuación, mas su mente se consumió considerando la eventualidad de obtener una calificación desfavorable que desencadenara su infortunio. Debía estar seguro, era omega, para bien o para mal debían quererlo... ¿verdad?
Ninguno de los demás tributos en su entorno revelaba una preocupación comparable a la suya, de hecho, parecían bastante confiados en su mayoría. Había examinado con minuciosidad cada juego en su pre adolescencia y parte de su adolescencia; sabía que cada año aquellos que se situaban con una puntuación inferior eran perseguidos como presas en cuanto resonaba el cañón, de la misma forma que aquellos que tenían una muy alta eran objetivo de caza una vez terminaba el baño de sangre. Los profesionales siempre oscilaban entre un siete y un nueve, y luego estaban los demás. Claro, tener una puntuación baja haría que te subestimaran; si sobrevivieras al baño de sangre, te olvidarían, ¿pero a alguien de puntuación arriba del diez? Significaría huir cada segundo. Entonces, debían conseguir ni una puntuación muy baja para ser asesinados apenas empezando, ni muy alta para que los profesionales los cazaran.
Fueron guiados hacia una estancia de tonalidades claras, notablemente más reducida en tamaño en comparación con la ostentación y extravagancia que el Capitolio suele desplegar en otras circunstancias. El contraste entre la modesta amplitud y la acostumbrada exuberancia se destacaba, creando una atmósfera peculiar. Peeta contó las sillas, veinticuatro, porque está acostumbrado a fijarse en los detalles y le ayuda a concentrarse.
La presencia de Katniss a su lado infundía una tensión evidente, como si en algún momento la amenaza del exterior irrumpiera por las puertas, proclamando el veredicto de una muerte que nunca llegó a acontecer. La disposición del lugar se estructuraba de manera simplista, obedeciendo a la organización común según el distrito de pertenencia; le asaltaba la sospecha de que este patrón persistiría de forma constante.
Por alguna razón, la ansiedad lo invadió cuando cada tributo cruzaba el umbral; ninguno retornaba, disminuyendo gradualmente el número en la habitación. "Quizás solo salieron por un poco de aire", se dijo a sí mismo, intentando apaciguar el latido constante de su corazón contra el pecho.
En algún punto sólo quedaron la Alfa y él.
—Recuerda lo que dijo Haymitch sobre tirar las pesas — De repente, Katniss comentó, un leve eco que evidenció el compañerismo que olvidó tener desde un principio. Era reconfortante la preocupación de la chica al menos.
—Gracias, lo haré. Y tú… dispara bien — Se dispuso a decir Peeta, quedándose sin la capacidad de formular otro tipo de palabras. Fue raro verla expectante por sus palabras, como si importara lo que dijera. Una carga de alegría provocada por la preocupación de la chica y el evidente nerviosismo de las pruebas lo invadió.
Katniss fue convocada entonces. Anhelaba verla surgir por el mismo lugar donde desapareció una vez terminara. Por desgracia, esta expectativa no se materializó. Aunque comprendía las circunstancias, su Omega interior chillaba con el dolor de sentirse abandonado y solo. Quien escuchara sus desvaríos acerca de su compañera podría pensar que la locura finalmente había quebrantado a Peeta Mellark. No había indicios de correspondencia con sus sentimientos, no obstante, explicarle a su Omega que los deseos de su corazón nunca se concretarán en la vida real es un desafío, y tal vez sea mejor que se sumerja en las ensoñaciones felices que le proporcionan sus anhelos.
"Pero no quiero dejarla", lloró su Omega.
Las lágrimas comenzaron a emerger mientras una sensación de dolor se gestaba en su pecho, como si algo clavara un objeto puntiagudo en su interior. Experimentaba desesperación al intentar respirar; el dolor bloqueaba el acceso al aire y pronto la sala se impregnó con un aroma donde se percibía la putrefacción. Nunca antes había enfrentado una experiencia tan intensa, lo cual desencadenó un creciente sentido de pánico. Se está volviendo un tonto sentimental y un demente, de eso puede estar seguro. A pesar de ello, Peeta está bastante consciente y con los pies en la tierra, sin ninguna amenaza de su subconsciente. Si no fuera por la fragancia en el aire, casi se podría afirmar que el Omega estaba sumido en una profunda tranquilidad.
Quería poner fin a todo lo más rápido posible y dirigirse al único lugar seguro que conoce, su nido. Por suerte, las puertas se abrieron y por ellas entró un hombre con un incómodo traje blanco: el mismo sujeto que se había llevado a cada tributo para la sesión. Con los ojos cristalizados y las lágrimas a punto de derramarse, tuvo que enfrentarlo. El agente olfateó el aire, buscando el origen del mal olor. Intentó disimular abochornado mientras ventajosamente el hombre se sumó al juego, ignorando para su comodidad mutua comentar al respecto.
Las entrañas le retorcieron al ingresar al gimnasio, donde notó que todos estaban irremediablemente embriagados. Algunos se carcajeaban, otros lloraban del mismo alcohol, y una espantosa canción resonaba en el ambiente. Allí se encontraban las armas, especialmente las de peso considerable que había exhibido en una demostración a los demás distritos esa misma mañana. Sus ojos se posaron en ellas, recordando el poder que representaban y la necesidad imperante de emplearlas con estrategia para sobrevivir en medio de ese caótico entorno. Aún no sabía si realmente iba a hacer eso, pero lo quería intentar al menos.
Seleccionó la primera, de dimensiones reducidas y con un peso ligero que cualquiera podría lanzar para alcanzar la meta. A cinco metros de distancia, encontró una marioneta de metal que, al recibir el impacto, cayó con dramatismo. A su lado, se hallaban otras cinco. Frente a ellas, comenzó a arrojar esferas de metal de manera indiscriminada, sin prestar atención a su entorno ni permitir que los nervios emergieran, evitando completamente enfocarse en su deber. El último blanco se erigió imponente, como si intentara burlarse al ser relegado al final; dejó de mofarse cuando cayó debido al impacto del último peso. Con alegría, se giró para ver la sorpresa de los hombres ante su demostración de fuerza, sin embargo, con vergüenza, se dio cuenta de que unos cuantos (los únicos que le prestaron atención, al parecer) nada más habían visto los movimientos de su cuerpo con lujuria y no asombro o siquiera un poco de reconocimiento por sus hazañas.
La rabia lo envolvió en ese momento, y las mejillas ardieron con la intensidad de la ira que lo consumía. Quería expresarles su descontento, lamentarse por la flagrante injusticia que presenciaba y reprocharles la monstruosidad que percibía en sus acciones. Se vio incapacitado para articular sus pensamientos en palabras, lastimosamente, aun a su pesar, mantenía la esperanza de que algún día futuro emergería una figura simbólica con la valentía de un oso y la ferocidad de un huracán, destinada a sacudir el mundo que conocían y tirar abajo su estúpido circo. Mientras tanto, aguardó con paciencia hasta que uno de los agentes le indicó que abandonara el lugar.
Al parecer, no habría más sesiones de entrenamiento; por eso, su escolta personal lo conducía sujetándole innecesariamente el brazo por los senderos que le resultaban familiares. Se encaminaron directamente al piso que les había sido asignado sintiendo pocos ánimos de dirigirse a su habitación. En el vestíbulo, no podía pasar por alto a una de las pocas mujeres que le habían mostrado interés: Portia. Al encontrarse con ella, notó que la vivacidad que solía mostrar estaba ausente. Sin pronunciar palabra, misteriosamente su estilista indicó que tomara asiento a su lado; él obedeció. Se sumieron en un silencio absoluto, compartiendo una comodidad mutua durante un prolongado período de tiempo difícil de cuantificar.
Pensó en Katniss y el puntaje que ella había alcanzado, siendo muy probable que fuera superior al suyo. Su estómago dio un vuelco, secretamente envidioso.
Portia se aclaró la garganta con delicadeza, y de esta manera, reintrodujo al desorientado omega a la realidad que lo envolvía. Inició su exploración olfateando con curiosidad, como si la información estuviera oculta en el aire y ella pudiera descifrarla. Luego, simuló una casualidad aparente que ocultaba la aguda astucia con la que pretendía desentrañar secretos.
—Esas flores son espectaculares—. Su voz recuperó notas altivas que parecían chillar en lugar de hablar. A diferencia de Cinna, su estilista sí que era una Capitolina en todo su esplendor. Ella observó el parche en el cuello de Peeta, el cual había pedido eficacia por su desequilibrio hormonal. Le arqueó su cuidada ceja derecha con curiosidad, cuestionando tácitamente —, huelen bastante bien.
—Son molestas.
Era consciente de que, aún calmado, los rastros de angustia seguían impregnados en su piel y ropa. Debió ser un olor bastante repudiable. Portia parecía bastante audaz ese día, esos ojos calculadores se lo dijeron; le causaron mala espina.
Ella fue bastante educada con él, lo suficiente como para ponerle los pelos de punta. No supo por qué, pero sabía que estaban a punto de tocar un tema que no le iba a gustar en lo más mínimo.
—En el Capitolio, los parches son bastante comunes porque no les gusta andar apestando a salvajes — comenta ella cuidadosamente—... a diferencia de los distritos —. Así que ese era el tema que la mujer ansiaba tomar. El omega frunció el ceño. — Creo que escuché de Effie o de Haymitch que no oler a nada en los distritos significa enfermedad, me preguntaba si eso era verdad.
¿En serio ella quería darle una charla superficial sobre sentirse orgulloso de su lado omega usando a los distritos como ejemplo?
Ja, qué genio.
En esa vida, se presentaban dos situaciones en las cuales los individuos dejaban de esparcir su distintivo olor por el aire: el momento en que abandonan este mundo y cuando están a punto de hacerlo. Esta peculiar ausencia de fragancia, un eco efímero del aroma vital que alguna vez llenó el espacio, provoca inquietud entre los habitantes de los distritos. Los omegas de la Veeta nunca tenían olor y los omegas de la ciudad tenían uno tenue; ellos, por supuesto, estaban mucho más sanos. Para ellos, esta carencia no solo significa la partida física, sino que también señala la proximidad de ocupar ese vacío en el más allá, una transición que agita las raíces de sus creencias y tradiciones arraigadas.
En cada ocasión en que se le encomendó la tarea de entregar el pan a los compradores, percibía un cierto nivel de lástima en sus ojos. Peeta no estaba tan mal como pudo haber sido, pero tenía un aroma muy apagado, especialmente en sus días malos. Ese escrutinio de la gente le daba la sensación de ser considerado un muerto en vida, como si estuviera luchando contra una enfermedad para prolongar su existencia. Sin embargo, estaban en completo error, ya que siempre gozó de buena salud.
A la señora Mellark siempre le molestó tener que percibir el desolado aroma de Peeta, aún así se negó a comprarle o usar parches porque nunca podías ganar con ella. El omega siempre había querido unos, así mamá se quejaría menos y los hombres adultos ya no lo verían como a un trozo de carne. Si Peeta había logrado esconder su olor, era porque mientras mamá estuviera lejos, podía alterarlo a voluntad.
—¿Y por qué te importaría? —¿La beta quería darle lecciones de moral? Bien, Peeta le enseñaría lo que es la doble moral—. No entiendo por qué quieres hablar de eso ahora.
—Haymitch y Katniss casi nunca los usan, pero tú los usas bastante— se sintió descubierto, juzgado. Esa mirada escondía juicio.
¿Qué, solo porque otros no utilicen los parches, él también está obligado a abstenerse? Peeta los usa con bastante regularidad ahora, o ha decidido hacerlo de ahora en adelante; sus decisiones basadas en sus propios deseos, no en los de los demás. Si la beta quería mentirse a sí misma pensando que está revolucionando al mundo, un Mellark tendrá que enseñarle la dura realidad.
—Es diferente—. Por lo general, los Alfas son sumamente orgullosos en lo que respecta al tema del olor; jamás permitirían que alguien los insultara por despedir aquello que los hace imponentes y los coloca por encima de los demás. Si Portia hubiera dirigido las mismas palabras a Katniss, está seguro de que en estos momentos estaría confinada en sus habitaciones debido a un incidente de agresión.
Esta era la razón por la cual resultaba casi imposible observar a un Alfa utilizando parches para ocultar su olor, además del augurio de muerte que conlleva al no transpirar fragancia.
—¿Porque eres omega?— completó ella.
Él no es alguien que pierda el control de sus emociones, siempre pensaba antes de actuar y jamás hacía cosas precipitadas. También resultó que pese a eso estaba perdiendo el control.
—¡Escúchame! Tú no sabes de qué estás hablando, eres una beta— Una con una fuerte superioridad moral—. Katniss y Haymitch pueden ir apestando todo lo que quieran, nadie les dirá nada, si yo lo hago seré responsable de la reacción de los demás.
Una de las notables desventajas de ser Omega se manifestaba cada vez que los rumores corrían por el distrito, revelando la impactante noticia de abuso a jóvenes por dejar sus hogares. Su madre siempre sostenía que era responsabilidad de las víctimas salir sin evaluar completamente las posibles repercusiones. Él siempre sería responsable por los actos cometidos, simplemente por pertenecer al subgénero débil. Entonces, los parches no estaban ahí porque quisiera llamar la atención, sino para protegerlo.
—¿Por qué serías tú el responsable de los actos de los demás?—. El Omega la respetaba, pero ella estaba bastante cerca de comportarse como Effie ahora mismo que lo hizo sentir tan exasperado.
—¡Porque soy un omega, Portia!
—No veo cómo dos se relacionan, Peeta, es una barbarie— La beta cantó con su marcado y entonado acento, indignada—. Escucha, ¿En serio crees que todos, hasta Effie, te vemos solo como un omega? ¿Por qué crees que elegí ese atuendo para ti?—. La mujer ajusta su posición en el sillón para quedar prácticamente frente al Omega, y de este modo, posa la mano en su hombro con el fin de transmitirle cercanía.
—Porque tengo que gustarles a todos, porque soy el único Omega este año—. Amargo le contestó.
Tener que mirarla directo a los ojos, dado que están tan próximos, era bastante intimidante. Esa escueta intimidad resultó mucho menos tranquilizadora de lo que ella debió pensar.
—No, Peeta. Tradicionalmente los omegas usan más volantes y vestidos, pero yo no te hice usar eso. ¿Puedes deducir por qué?— La mujer se levantó con gracia, llevando ambas manos a la tela de su atuendo con un gesto delicado y cuidadoso, como si estuviera acostumbrada a preservar la elegancia en cada movimiento. Su atención se centraba en evitar la formación de pliegues en la impecable tela que viste, evidenciando una preocupación por los detalles y una determinación de mantener su presencia impecable. Señaló a Peeta para obtener una respuesta.
Peeta lo pensó. Recordó su discurso sobre cómo los omegas podían estar con quien quisieran, sobre Cinna y ella creándoles esos atuendos nunca antes vistos y el rumbo de esta conversación.
—Piensas que los Omegas no se reducen a ser solo omegas, así que estás protestando mostrándome mucho más masculino que los demás.
Ella retrocedió en su asiento, impresionada.
—No. Yo no quiero mostrarle un hombre al Capitolio, ni un omega, quiero presentar a Peeta Mellark— firme ella espetó inspiradoramente—. ¿Significa entonces que la forma en que actúas, la forma en que vistes y hablas, se minimiza a si eres hombre u omega?—. Peeta era inteligente, aunque en ocasiones dudaba de sí mismo, experimentaba dificultades para comprender lo que realmente deseaba ella. No entendía. Su identidad estaba fuertemente ligada a su parte Omega y su género; sin ellos, siente que carecía de esa gracia, esa tranquilidad que lo caracterizaba. Dejaría de ser él. Su estilista debe de estar loca.
—Soy ambos— Manifiesta con firmeza, sin duda en sus palabras.
—No pareces recordarlo— sus hombros se tensaron.
Ella era tan libre para hablar como si supiera. Peeta era quien había crecido con los comentarios susurrados de la gente diciendo lo lamentable que era para él ser omega, lo espléndido que era para él sobrevivir; lo bonito, sano, amable, sereno y apacible que era gracias a su género. También escuchó cuando se quejaban de él, especialmente algunos de la Veeta. Qué iba a saber la beta de esto, una capitalina.
El veneno escurrió de sus labios.
—No soy completamente un macho porque necesito de otro para ser feliz; no puedo proveer, ni cazar, ni ser la cabecilla. Apenas soy un hombre. Y soy un omega macho, ni tan bonito como las chicas, no tan voluptuoso, no tan femenino. Apenas cumplo con mi función existiendo esperando un día ser tomado por algún alfa y formar una familia— ¿Qué si Peeta era más que omega o más que un hombre? Buena broma.
Ella mostró indignación y alteración de inmediato ante sus palabras. Quiso protestar, o hizo amagos de hacerlo antes de que la entrada de Katniss como un rayo, cruzó el vestíbulo, interrumpiendo la conversación. Ella se retiró a su habitación sin pronunciar una sola palabra y aunque siempre le preocupaban las cosas relacionadas con la alfa, decidió ignorarlo. Después de unos momentos de tensión, un fuerte portazo resonó, brindándoles un breve lapso para respirar y calmar las aguas antes de continuar la conversación.
—No, Peeta, no es así— Aclaró la dama mayor, bastante decepcionada. No pudo soportar mucho tiempo su lástima, así que se fue.
Se envolvió en las sábanas, acurrucándose en su nido, la seda se enreda de manera delicada alrededor de su piel, proporcionándole el reconfortante abrazo que necesita para relajarse. A pesar de la tentadora cercanía del sueño, Peeta sintió que su nivel de somnolencia no era suficiente para entregarse completamente a la actividad.
En este tranquilo momento, decidió hacerse a la tarea de perfeccionar su nido. Ajustó las almohadas con meticulosidad, buscando la disposición perfecta para obtener el máximo confort. Cada movimiento deliberado y cuidadoso, como si estuviera esculpiendo su propio espacio de serenidad. Mientras exhalaba profundamente, intentó dejarse llevar y encontró satisfacción en la creación de un entorno acogedor que lo invitó a la calma y la introspección. Al final, regresó la almohada de donde la tomó, pues no le gustó su nueva posición. Hizo lo mismo con todo lo demás dentro del nido; algunas cosas quedaron en distintas partes.
De repente, Peeta escuchó un sonido después de mover ligeramente la sábana, pero algo impidió que la tela se liberara y, accidentalmente, dio fuerza de más tirando un jarrón. Su pulso se agitó inmediatamente ante el infortunio. No ayudó la voz de Effie al otro lado de la puerta avisando que tenía que salir.
Se levantó de la cama con la intención de esconder cualquier indicio que pudiera inculparlo por la rotura del objeto. Con cuidado para evitar cortaduras con los fragmentos del jarrón, dispuso las piezas en una pequeña montaña. Después, se dirigió hacia el baño para tomar una toalla y la colocó con destreza sobre la acumulación de trozos, logrando ocultar por completo cualquier rastro del incidente. Pensó que había pasado más tiempo, la adrenalina alterando su percepción del tiempo. Se sorprendió al notar que Effie aún recorría los pasillos.
Al alcanzarla, le compartió la noticia de que podrían observar las puntuaciones asignadas a todos los tributos a través de la televisión. La certeza de que su estilista estaría presente provocó una leve mortificación en el Omega, preocupado por la posibilidad de encontrarse en una situación incómoda debido a su intervención de nuevo; su reacción inicial quizás fue desproporcionada, a lo mejor Portia únicamente buscaba ayudarlo con sus problemas. Trataría de hablar de forma directa con ella en un futuro.
La habitación se define por la presencia imponente de un amplio sillón en forma de semicírculo, cuyas tonalidades vibrantes destacan con fuerza, aunque podrían resultar deslumbrantes si uno se detiene a observarlo por demasiado tiempo. Impulsado por una especie de inercia, Peeta elige acomodarse junto a Portia, quien al notar su presencia le dedica una sonrisa afectuosa. De manera espontánea, toma su mano, creando así un vínculo táctil que transmite una sensación de conexión más allá de las palabras. En este gesto, no hay la menor intención de abandonar la cálida y reconfortante unión de ambas pieles, como si buscaran la seguridad y el consuelo mutuo en ese contacto cercano.
Cuando sus ojos se dirigen instintivamente hacia su compañera, ella luce casi devastada. Trata de preguntarle tácitamente qué le pasa, pero ella niega desganada. Es hasta que Haymitch demoró bastante y Effie decidió empezar con él que lo entendió: Katniss les arrojó una flecha a los vigilantes y se fue sin permiso. Al omega nunca le había gustado tanto como ahora. Effie suelta algunas frases de reprobación dirigidas a la alfa por su mal comportamiento; la chica la ignora como nunca antes, desviando el rostro hacia la pared en busca de alguna mancha de suciedad. A pesar de la falta de diálogo por parte de la joven, la Beta no le concede importancia y continúa hablando sola. La extravagante mujer empezó a alterarse cada vez más por segundo.
—Estaba molesta — dijo la joven cansada de tanta palabrería a la cual no le prestó atención.
—¡¿Molesta?!— Cantó Effie con un refinado acento— ¿Te das cuenta de que tus acciones nos afectan mucho a todos nosotros? ¡No solo a ti!—. Hacía sonar uno de sus tacones contra el suelo en señal de molestia, mientras apunta a todos como si eso la ayudara a expresar su frustración.
—Quieren una función. Está bien —. Intenta argumentar el estilista de la chica.
Peeta no puede ocultar su sonrisa emocionada.
—¿Qué hay de sus malos modales, Cinna?—. Aún alterada, ella exigió. Parecía que no es el mejor momento para informarle a la mujer que ha roto un bonito jarrón —¿Qué opinas de eso?—. Para agravar aún más la situación, Haymitch entró con una desgana y desinterés de hombre ebrio — ¡Vaya, al fin llegas! ¡Espero que notes que hay una situación grave aquí!
De manera cómica y en un gesto que resulta tanto alocado como perturbadoramente feliz, Haymitch levanta el pulgar en señal de aprobación hacia la chica. Su expresión facial contrasta notoriamente con su temperamento habitual, generando un ambiente peculiar y desconcertante. La joven, por su parte, se regodea en un orgullo evidente, y su satisfacción se manifestaba no solo en su actitud, sino también en la liberación de su aroma, que revela una mezcla de confianza y logro.
—Excelente tiro, mi cielito—. Effie suspira indignada, mientras él se ríe sin tomárselo a pecho —¿Qué fue lo que hicieron cuando le diste a la manzana?.
—Quedaron muy sorprendidos.
La incertidumbre inicial da paso a una sensación de intriga y reflexión en el omega, mientras intenta descifrar los matices de lo ocurrido y las posibles implicaciones que esto podría tener en el desarrollo de los acontecimientos futuros. Pero no encuentra algo que puedan hacer en contra de la joven, ya está en el borde de la muerte, ambos lo están.
—¡Oh!—. Sigue el alfa mayor encantado — Sí. ¿Y qué les dijiste? “Gracias por su consideración”—. Como si fuera un ensayo corista, entonan al mismo tiempo. —¡Genial! Genial —. Termina por decir para dejarse caer en el sillón.
—Yo no creo que les parezca gracioso si los jueces deciden desquitarse.
—¿Con quién?— interrumpió Haymitch. —¿Con ella? ¿Con él? Creo que ya lo hicieron, ¿no crees? Toma algo, afloja el corsé— y luego, con una fuerte intensidad se dirigió a Katniss—. Habría dado lo que fuera para haber estado allí.
La Alfa sonríe finalmente aliviada de tener a una persona de su lado y además que sea tan despreocupada.
—¿Crees que me detendrán? —. Pregunta la alfa.
—Lo dudo. A estas alturas sería un problema sustituirte. No, no creo. No tendría mucho sentido. Tienen que revelar lo sucedido en el Centro de Entrenamiento para que tuviera algún efecto en la población, la gente sabría lo que hiciste; pero no pueden, porque es secreto, así que sería un esfuerzo inútil. Lo más probable es que te hagan la vida imposible en el estadio.
—Bueno, es como dice Haymitch, eso ya nos lo han prometido de todos modos —. No importa la acción que haya llevado a cabo la alfa, ya que en este punto son repudiados por la mitad de los tributos. Aunque la decisión de la chica podría acarrear numerosas dificultades dentro de la arena.
—Cierto —. Corroboró Haymitch.
—Me darán una mala puntuación — Katniss comentó un poco relajada quitando la sonrisa nerviosa que adornó su rostro minutos atrás.
Respecto a la calificación, ¿es probable que le den una muy baja por el desafío impuesto?
—La puntuación solo importa si es muy buena. Nadie presta mucha atención a las malas o mediocres. Por lo que ellos saben, podrías estar escondiendo tus habilidades para tener mala nota adrede. Hay quien usa esa estrategia—. Explicó su estilista, mientras sujeta con mayor firmeza la mano del omega.
—Espero que interpreten así el cuatro que me van a dar — Quiere bromear un poco Peeta — Como mucho. De verdad, ¿Hay algo menos impresionante que ver cómo alguien levanta una bola pesada y la lanza a doscientos metros? Estuve a punto de dejarme caer una en el pie.
El himno del Capitolio comenzó a sonar con una ligera melodía de instrumentos. La foto del primer tributo aparece, y el presentador añade un toque de emoción, generando intriga entre los televidentes. A Peeta, en lo personal, no le interesa mucho la puntuación que hayan recibido los demás tributos; su atención se centra únicamente en la suya propia. Sin embargo, está obligado a observar las calificaciones de los demás, y así se da cuenta de que todos los profesionales han obtenido un rango que oscila entre ocho y diez. Contrariamente, el resto de los tributos ha recibido puntuaciones relativamente bajas, siendo una de las más mediocres un cinco y un tres.
Cuando llegó el momento esperado para el omega, una pausa significativa se apoderó del tiempo, al igual que la voz del presentador, que por alguna razón extraña parece tardar más de lo habitual en mencionar la calificación que había obtenido. La tensión se intensificó hasta que finalmente se escucha la cifra “ocho”. La sorpresa se refleja en el rostro de Peeta, ya que había anticipado una calificación más modesta, quizás un cuatro. Todos a su alrededor lo felicitan y no podía creerlo.
Nadie más de los Vigilantes parecían haber notado su reacción, a excepción de aquellos hombres lujuriosos que, con miradas indiscretas, parecían haberlo analizado más allá de su desempeño en la evaluación. La situación, aunque sorprendente, deja a Peeta con una mezcla de alivio y desconcierto, pues creía que se volvería uno más del montón.
Su alegría se vio opacada cuando el número once se proyectó en la pantalla, y a su costado aparece el rostro de Katniss, quien ostenta uno de los rangos más altos entre los participantes. Este logro seguro atraerá patrocinadores dispuestos a brindar su apoyo de manera generosa.
¡Un once!
Effie Trinket no puede contener su emoción y deja escapar un chillido agudo que resuena en el ambiente. La efusividad se contagia entre los presentes, quienes expresan su alegría mediante palmadas en la espalda, exclamaciones efusivas y felicitaciones ruidosas. La atmósfera se llena de un bullicio festivo mientras todos celebran el éxito que acaban de presenciar.
—Tiene que haber un error. ¿Cómo… cómo ha podido pasar? — preguntó ella a Haymitch, como si el hombre tuviera la última palabra del veredicto.
—Supongo que les gustó tu genio. Tienen que montar un espectáculo, y necesitan algunos jugadores con carácter.
—Katniss, la chica en llamas —. Termina por decir Cinna, para pasar a darle un abrazo. —Oh, ya verás el vestido para tu entrevista.
—¿Más llamas?—. Interroga la alfa confundida y con bastante interés.
—Más o menos — Responde el estilista, con un tono bastante travieso.
Ambos intercambian felicitaciones, aunque la atmósfera se torna incómoda y opresiva. Sin soportar más la tensión, él escapa hacia su habitación en busca de consuelo, a su refugio. A pesar de que se repite que esto es lo que deseaba y que debería sentirse feliz, la incomodidad persiste. La ropa y los olores presentes no son suficientes, lo que lo frustra enormemente. Decidido a encontrar lo necesario para apaciguar a su omega, se levanta muy tarde y se dirige al vestíbulo. Un destello atrae su atención, y descubre un elegante cuchillo de mantequilla, similar al que Katniss había utilizado en los primeros días. La pieza ostenta algunos acabados florales en el dorso, casi como si fuera un cubierto de plata y oro; brillaba tanto, reducía; era perfecto. Sintiendo que sería una excelente adición a su nido, lo toma con la esperanza de volver a sentir la misma comodidad que antes le proporcionaba su nido.
A punto de tomar el trozo de metal, se detiene a escasos dos centímetros, cuando una mano notablemente más grande que la suya sujeta su brazo, impidiendo cualquier movimiento. La desesperación se apodera de su omega, y un agudo chillido escapa de sus labios, expresando la angustia ante la repentina intervención que ha truncado sus planes.
—Cuidado — Haymitch le devolvió la mirada—. No queremos alertar a los de arriba. Podría ser peligroso andar uno de estos sin razón.
—No lo quiero por otras razones, simplemente pensé que era bonito —. Se aventuró a mencionar el omega, mientras susurra un poco para evitar alertar a los demás.
—¿Por eso vas a llevarlo a tu habitación, preciosura?—. El hombre no está ni un poco ebrio, pero su voz sonaba áspera como si acabara de ingerir alcohol.
—Sí, al nido que tú me ayudaste a construir —. Al parecer, el alfa no anticipaba que el omega lo reconociera en voz alta o siquiera lo mencionara. Por ello, el hombre se queda ligeramente sorprendido, con los ojos algo abiertos por el impacto de la revelación. —¿Sabes? Creo que es lindo que quieras consolarme por mi inminente muerte porque soy omega, pese a que todos los demás pensaron lo mismo y no hiciste nada.
La cara del hombre se contorsionó en una fea mueca de rencor y recelo, bastante enojado.
—Cuida tu boca, niño—. El alfa, visiblemente airado, le respondió. Algo en su expresión revelaba dolor; el que albergaba en su interior. Un sufrimiento sin consuelo que se hizo evidente en sus gestos y tono de voz.
Inevitablemente, como siempre en esta vida, Peeta no pudo evitar empatizar con él. Comprendió profundamente el sufrimiento de este hombre que a lo largo de su existencia se había dedicado a guiar a niños hacia una arena de la cual no regresarían, dándoles una esperanza de sobrevivir para que eso no pasara; peor aún, quien vivió fue él. No podría soportar tal pena, y por ello, admira la fortaleza de Haymitch, quien había logrado mantener cierta cordura en medio de tan desgarradora realidad. Fue desgarrador ver que, para preservar su propia salud emocional, el adulto había forjado una coraza que evitaba que los sentimientos se involucraran y lo hirieran por un descuido.
¿Cuántas pesadillas ahogó en el alcohol con los años? ¿Tendría este hombre razones para seguir adelante? Quería averiguarlo antes de irse.
El omega, liberado ahora de sus parches, esparció su aroma para calmarlo y enseguida logró calmar el estado del alfa, naturalmente.
—Si tan solo me dejaras—. "Completar el vínculo". Las últimas palabras no fueron pronunciadas, pero el alfa es lo suficientemente perspicaz como para entender el significado completo de la frase.
Peeta murmuró leves maldiciones mientras observaba esas facciones sorprendentemente similares a las suyas. La insinuación parecería lógica; Haymitch atravesaría el duelo de la manera adecuada, mientras sus hormonas se estabilizaran y sus instintos permanecerían calmados durante su vida.
Generalmente, los vínculos trascendían lo imaginable y podían desarrollarse entre individuos de cualquier índole, generando un profundo sentido de seguridad que induce a las personas a sentirse relajadas. Cuando este lazo se quiebra por la muerte de alguno, experimentaban un tirón en el pecho, dejando un vacío que con el transcurso del tiempo se va colmando. En un inicio, perder a un amigo, un compañero, un vínculo te deprimía y, si tenías mala suerte, te mataba de tristeza literalmente. Fue la intervención del Capitolio que suavizó las cosas para las dinámicas, hasta cierto punto.
Haymitch lo necesitaba. Al menos algo así calmaría la soledad emocional que se había formado al presenciar la muerte de tantos. Compartirían la pena y, cuando Peeta muera, se llevaría consigo el dolor del hombre. La idea de establecer ese vínculo se presenta como una posible solución para mitigar la pesada carga emocional que ambos llevan. Pero él no quería.
—Cierra la boca, muchacho, crees que lo entiendes, pero no. Sólo cállate— le dijo enojado.
La frustración era poco para definir su sentir; deseaba ayudar, pero cuando alguien no quiere, no importa lo que hagas, no podrás. Aparentemente, cuanto más percibía el alfa que intentan ayudarlo, más se cierra en sí mismo y menos permite recibir asistencia. Daba la impresión de que, para protegerlo de todo, sería necesario que él mismo no se dé cuenta de que están tratando de ayudarlo. Le recuerda a algo o alguien. La paradoja reside en la necesidad de brindar apoyo sin que él sea consciente de ello para alcanzar dicho objetivo, a Peeta le surge una idea.
—A partir de ahora ya no quiero que nos entrenen juntos a Katniss y a mí.
Había cierto grado de lógica en la petición: ambos serían contrincantes, por lo que trabajar juntos eventualmente sería contraproducente en el mejor de los casos, a menos que decidieran formar una alianza, algo a lo que, al parecer, nadie se había arriesgado a pensar. De todos modos, tendrían que enfrentarse a la situación de matarse entre sí para sobrevivir, lo que los convertiría aún más en parias al regresar al distrito doce. Cualquier otro habría aprovechado cualquier oportunidad para tomar ventaja que se le presentara. Podía usar la tapadera para encubrir su verdadero plan con eso.
Haymitch lo miró con ojos conocedores, analíticos, sabiendo que por lo que parecía jamás lograría ocultarse algo. Hay traición, hay asco, hay rencor, pero, por sobretodo, hay reconocimiento. El alfa parecía contrariado. Fue la ira lo que lo protegió de las peligrosas decisiones de Peeta.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, corazón, porque odiaría creer que eres otro más del montón.—. El alfa sujetó el rostro de Peeta con firmeza, abarcando parte de ambas mejillas. Podía sentir la presión antes de que lo soltara con evidente enojo, como si más que frustración, la derrota se manifestara en el gesto brusco.
Sin dar oportunidad para una respuesta, el hombre se marchó velozmente.
El joven tributo varón, no albergó resentimientos por esa rápida partida. En su interior, un sentimiento de comprensión se entrelaza con la resignación, aceptando la naturaleza apresurada de la salida del alfa. A pesar de la brevedad del encuentro, la ausencia de molestia revela una conexión peculiar, como si ambos compartieran un entendimiento mutuo que va más allá de las palabras expresadas o los gestos visibles. Y Peeta, tan solidario, se consoló con eso, preguntándose cómo enfrentaría esta decisión mañana, cuando se lo dijeran a la Alfa.
Notes:
Datos del capítulo.
Trama:
En esta ocasión debo decir, que no se me complicó redactar en lo absoluto el capítulo. Más que nada se debe a lo saturada de trabajo que tenía. Por ello, el borrador del borrador quedó listo rápido.Cantidad de palabras:
Es posible que hayan notado el progreso en la adición de mayor número de palabras por capitulo.Respuesta a preguntas que nadie hacé:
Por si andaban con el pendiente, quiero contarles la manera en la cual nos dividimos el trabajo Mía y yo. En general ella se encarga de pasar los capítulos del Canon al fic, narrado desde la perspectiva de peeta, obvio. Es un borrador pequeño y yo me encargo de meterle emociones, ampliación de textos y cosas por el estilo. La mayoría de veces el borrador llega a dos mil palabras, yo las convierto en cuatro mil o en esta ocasión pasadas de cinco mil.Se lo mandó a Mia y ella corrige mi mala ortografía, así como las incoherencias que llegué a notar, una vez que mi compañera hace lo suyo me lo vuelve a enviar. Así pasa por una nueva corrección de mi parte, hasta que por fin nos satisface a las dos. Y está listo para la publicación.
Posdata: Mía se quiere cambiar el nombre de usuario, espero verlo pronto.
Peeta:
Mi dulce Omega, siempre demostrando su valentía y fuerza. Es capaz de poner la paciencia de un Alfa al límite sin el mínimo temor a represalias.Haymitch:
¿Cuando aprenderas a tratar al pobre Omega, como se merece?... ¡Eh!. El viejo Alfa hace lo que puede para ayudar a nuestro pequeño peeta. Pero es muy brusco con sus acciones, ojalá mejore con el tiempo.Effie:
Si creen que la Beta no se dio cuenta del jarrón roto, están en un completo error. Claro que escucho cuando algo se rompió, por eso se queda un tiempo en la puerta para escuchar el desastre, que peeta tenía dentro de la habitación. Gracias a esto la encuentra aún en el corredor.Portia:
Nuestra estilista favorita...bueno mi favorita. Ella solo quiere enseñarle al Omega una nueva manera de ver el mundo, sin acomplejarse por hechos tan banales.Costumbre de los Datos:
Katniss date cuenta que el Omega haría de todo por ti, aprovecha hoy. En un futuro puede que extrañes a este peeta.Mickeal... ósea yo:
¿Sabían que las lagartijas pueden saltar? Lo descubrí hoy cuando estaba tranquilamente y una se metió a mi casa, al momento de querer sacarla casi me asesina. Si llegan a creer que la lastimé, tienen una mala percepción de la realidad, solo se fue corriendo después de saltar encima de mí.Telegram:
Estamos planeando tener más acercamiento con quienes nos leen. Abriremos un grupo en telegram y estaremos pasando el link del canal, para que vayan a visitarnos por haya. Claro sí gustan. El link del canal es éste:https://t.me/+JOMjik3zV5dmMzAx
Mickeal...fuera.
Chapter 10
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Lo cierto es que la cobardía se arraiga en los Omegas como la maleza indeseada que persiste en entornos adversos para florecer. Este comportamiento se convierte en un rasgo distintivo de su naturaleza, urdiendo escenarios perjudiciales y refugiándose detrás de una apariencia atractiva o expresiones hermosas que induzcan a los demás a confiar en ellos. Entonces, sí, es debido a esta tendencia que, cuando Effie tocó a su puerta para notificarle acerca del desayuno, él optó por ocultarse entre las sábanas, aferrándose a la esperanza de que la mujer abandonara rápidamente su esfera personal.
No quería estar ahí cuando Katniss se enterara. Llevaba horas despierto pero no tuvo el mínimo valor para juntarse a desayunar con los demás y, en cambio, se mantuvo escondido bajo las sábanas hundido miserablemente en su nido, aguardando con la esperanza de que Haymitch demostrara una valentía superior y le revelara a la alfa la decisión que había tomado. Aunque pensándolo bien, no debería preocuparle; la chica no causaría ningún problema, ya que siempre se esforzó por mantener a Peeta alejado en la medida de lo posible.
Una corriente de aire se filtró sigilosamente bajo las sábanas, desencadenando escalofríos que lo llevaron a contorsionarse por la incomodidad. Experimentando la urgencia de evadir el viento helado, decidió envolverse con las mantas para tomar el cuchillo similar al que Katniss utilizó en los primeros días de la travesía, el que se llevó a su nido a espaldas de Haymitch. Era tan brillante. Estaba jugando con la luz del reflejo cuando le mostró un pequeño espacio que al verlo lo ayudó a encontrar un hueco debajo de la cama. Sin pensarlo, Peeta se escabulló ahí, interesado en el calor que estaba sintiendo.
Permaneció allí, fingiendo estar interesado en las telas que casualmente caían alrededor y no en los chillidos de su Omega tratando de convencerlo de formar una alianza con Katniss. Sabía que no funcionaría, sería horrible para ella afrontar la compleja tarea de discernir entre el deber y la amistad. Es consciente de la significativa relevancia de ambos elementos en la vida de Katniss. Al resonar el cañón, cualquier indicio de camaradería debería desvanecerse; en algún momento tendrían que traicionarse. La amistad le traerá desolación a Katniss si él fallece, y el deber simplemente haría que se mantuviera vivo como una pesada carga. Por esta razón, él consideró que estaba tomando la decisión más acertada; al enfrentar su eventual muerte, no habrá quien lamente su pérdida.
Alguien tocó la puerta después de Effie, sin anunciarse, antes de entrar de todos modos, sin preguntar. Por su ausencia total en el desayuno, se privó de información crucial que podría haber utilizado para su preparación psicológica ante lo que se avecinaba. Se deslizó con destreza debajo de la cama emulando el movimiento de una oruga, con la intención de asomar la cabeza y descubrir quién había sido el responsable de interrumpir sus reflexiones. Descubriendo al responsable.
Un hombre de cabellos bañados en oro, a quien solo puedes contemplar una vez en la vida; posee una presencia imponente que incluso el sol parece temer en no iluminar, su mentor, Haymitch. El Omega miró cómo el hombre buscó en el baño a una persona, saliendo con un semblante derrotado al no encontrar su cometido. Se acercó a la cama con intenciones de levantar las sábanas y buscar, pero en su lugar acabó por destruir… su nido. El que tanto le había costado construir.
Segundos fueron los necesarios antes de tener a Peeta erizado y furioso a morir.
—Si no te quitas de ahí, te cortaré, Haymitch, no estoy bromeando— En ese preciso instante, el hombre cobró conciencia de lo que estaba haciendo y de la marcada territorialidad que los Omegas exhibían en relación con su nido, mostrando una rápida predisposición a defenderlo.
Retrocedió automáticamente mientras el menor salía de su escondite para notar mejor el daño, bastante emocional ante la intromisión. Esta percepción de instintos debió indicarle al alfa que no expresara sorpresa alguna cuando percibió el leve roce del cuchillo de mantequilla en su tobillo. Peeta, lejos de tener intenciones de causar daño, parecía más inclinado a la melancolía, como si estuviera al borde de las lágrimas al contemplar la posible destrucción de su obra.
—¿Qué diablos haces ahí abajo? Te hemos estado esperando— Tomó un lugar en el suelo muy cerca de Peeta, dejando la orilla de la cama como un respaldo para descansar la espalda. Peeta, aún sin recomponerse, se negó a contestar. No podía poner en palabras sus razones —. Effie y yo nos dividimos el trabajo de la preparación para las entrevistas, ambos tenemos cuatro horas contigo y Katniss. Quise venir primero aquí —. Dijo hoscamente. El joven se encontraba desorientado, sin saber cómo manejar la información recién proporcionada por el hombre, sobre todo aquella que indicaba que comenzaría el entrenamiento con él. —Creo que hemos estado postergando lo inevitable, Peeta, y que tienes muchas cosas que expresar. Entonces, ¿por qué no somos sinceros y hablamos con claridad?
—Bien — contestó después de unos leves minutos de silencio, con la mandíbula tan tensa que fue doloroso hablar —¿De qué quieres conversar?
—¿De qué quiero hablar? No lo sé, quizá podemos hablar del hecho de que pareces empeñado en morir por tu compañera de distrito, por ejemplo— Al escuchar esas palabras, se sumergió de nuevo debajo de la cama, ocultándose y perdiendo así la expresión de indignación que, con certeza, se dibujaría en el rostro de Haymitch ante el arrebato infantil del Omega. Sin embargo, no podía dejar las cosas así y la curiosidad, mas la necesidad de enfrentar la situación, lo impulsaron a salir del refugio, emergiendo con cautela para colocarse junto a Haymitch.
—O podemos hablar del vínculo entre nosotros que quiere formarse, por ejemplo— Además de experimentar la necesidad imperante de ayudar al hombre a superar la depresión que ha arrastrado durante años, también albergaba en su interior un motivo oculto que lo impulsaba a anhelar la conclusión de dicho lazo, para su propio alivio.
Las páginas en su pequeño libro de la vida estarían a un paso de cumplirse por completo. Sería crucial destacar la formación de un vínculo emocional con otra persona, experimentar cómo esa conexión te arrastra por un abismo de calma en los momentos más terroríficos de tu existencia. Deseaba alcanzar la percepción de ese sentimiento; sería su último capricho antes de sentir cómo la vida se escapa de su cuerpo, llevándose consigo todo el pesar que Haymitch acumula.
—No voy a hablar de eso, olvídalo— El hombre mayor solo movió la cabeza en negación antes de soltar un suspiro agotado por el tema.
Peeta no comprendía la renuncia del Alfa al rechazar algo tan beneficioso; lo creía más inteligente, alguien capaz de aprovechar oportunidades como ninguna otra persona. Ahora se da cuenta de que se equivocó.
—¡Es que no lo entiendo! Todo sería más fácil— En la voz del Omega se puede escuchar la desesperación por hacer entrar en razón a Haymitch.
—No hay forma de que lo haga. Dije que no— No hay tonos de molestia en el hombre, como si estuviera consciente de la verdad pero se resistiera a liberarse del dolor, como si se hubiera acostumbrado tanto a esa carga emocional que resultara imposible soltarla.
—¿Por qué? Es más fácil para ti, y para mí. Luego podrás olvidarte de esto sin culpa, ¿qué tiene eso de malo?— La necesidad del contacto físico con el Alfa se manifestó. Dejándose llevar por la emoción, Peeta colocó su mano derecha sobre uno de los hombros del hombre, que permanecían alzados y tensos por sobre sus orejas.
Era raro ver a un Alfa en posición tan informal, de brazos cruzados y rodillas junto al pecho. Le surgió a Peeta la pregunta de si el hombre aún se permitía posiciones como esa con su edad. Una voz interna le recordó que el hombre tenía la libertad de hacer lo que quisiera como ganador de los Juegos. Debía tener una gran agilidad.
—Estamos aquí porque tenemos que ponernos de acuerdo para crear una estrategia que haga a la gente amarte, tiene que ser lo suficiente para que ellos…— Haymitch no estaba dispuesto a continuar con un tema que no garantizara la supervivencia del chico.
—Ya me aman, soy un estúpido omega, si se necesita que resalte entonces oblígame a ir desnudo. No sería la primera vez que se hace— En el rostro del Alfa se refleja una clara repulsión al concebir la idea de que uno de sus tributos pueda ser objeto de tales descripciones por parte del Omega. Cuando los ojos de Haymitch se posan en él, se percibe no solo la repulsión sino también una visible molestia ante el vocabulario empleado por el Omega. La tensión en la habitación aumenta, revelando las discrepancias y fricciones que surgen al abordar temas sensibles relacionados con la participación en los Juegos.
Recuerda el revuelo que causó la presencia de un Omega en juegos anteriores al lucir un magnífico vestido transparente que dejaba al descubierto todos los atributos con los que nació. Tal vez, por razones como esa, en los distritos no son muy bien vistos, considerados como un símbolo de lujuria que hace caer incluso al hombre más noble en sus garras. Es exagerado este concepto, pero los juegos se tratan de eso: ganar sin importar vender la prudencia.
En la memoria de quienes presenciaron aquellos juegos, persistió el eco del impacto generado por la presencia audaz de un Omega desafiando las convenciones que se le impartieron en su lugar de origen. La elección de vestimenta se convirtió en un punto de controversia al exhibir sin inhibiciones los atributos con los que la naturaleza lo dotó. Este acto provocó un revuelo que resonó más allá de la arena, dejando cicatrices en la percepción de los distritos hacia los Omega. Pero sin duda aquel joven chico logró captar la atención de patrocinadores con una gran fortuna, pues los regalos llegaron a la arena uno tras otro. Años después, la estrategia se replicó con Betas y Alfas.
—Por favor, Haymitch, Katniss puede ser lo suficientemente ingenua o inocente, pero sé cuál es mi destino aquí.
—Bien, entonces esa será tu estrategia, por lo visto— empezó jocoso y petulante—. ¿Quieres que te presente como un manjar a la sociedad? — bueno, no existía distinción entre ser presentado o no como un objeto atractivo destinado únicamente a sonreír frente a las cámaras, proporcionando un deleite visual. El desenlace siempre lo conduciría a la muerte, sin importar qué piezas se intercambiaran de posición en este despiadado juego.
—No creo que importe cómo me presentes. ¿Seré un dulce bizcocho o un picante bollo de canela? No me importa, no tengo problemas con la desnudez de todos modos— Por supuesto que tenía importancia, pero durante este periodo de tiempo, había dejado a un lado sus propios intereses para transformarse en una pieza esencial destinada a asistir a Katniss en su búsqueda de la victoria.
Aunque sea él quien opte por atuendos más atrevidos, tenía la certeza de que todas las miradas se dirigirán hacia Katniss en lugar de hacia su persona. A pesar de adoptar un papel más discreto, confiaba en que su labor en las sombras contribuirá al reconocimiento y triunfo de la Alfa.
—Supongo que eso significa que no te esforzarás por ganar— La cólera y el horror recorrieron sus venas con fervor, Peeta lo observó con algo de enojo —. Mira, lo único que sé es que eres fuerte, mucho, lo suficiente como para dominar a un Alfa. Cuando me di cuenta de que eras un omega lloriqueando asustado pensé que sí, tu mejor apuesta era morir. Katniss tuvo un punto al decir que eras fuerte, sin embargo, no puedo dejar de pensar en que podrías intentarlo.
—Sí, porque hacer pesas con hojaldre me tiene tan musculoso. Te recuerdo que soy un omega—. Haymitch había perdido la cabeza al concebir la idea de que un Omega posea la capacidad de ganar; solo uno lo había logrado y no salió nada bien para ella. De ahí en más, nadie jamás había ganado, menos aún si proviene de su distrito, conocido por ser uno de los más empobrecidos. Ni siquiera los Alfas habían ganado allí.
—Sí— Dijo Haymitch mientras se quedó observando la pantalla gigante que reflejaba algunos paisajes del distrito. Hace unos días, le pidió a Effie de favor cambiar la imagen y colocar un día lluvioso. La escena resultaba melancólica, sumergiendo el ambiente en una atmósfera nostálgica que resonaba con la tristeza de aquellos recuerdos vinculados a días lluviosos en su empobrecido hogar. La imagen proyectada no solo mostraba el cambio climático, sino también evocaba emociones y memorias enterradas en la historia del distrito.
—No lo entiendes—. Espetó furibundo.
Haymitch no era naturalmente alguien reconfortante, en especial por su falta de tacto. Por lo tanto, se quedó allí, simplemente observando en silencio mientras Peeta experimentaba un sufrimiento que era tanto bestial como inconsciente. La expresión impasible de Haymitch revelaba la dificultad que experimentaba al tratar de ofrecer consuelo de una manera que no era inherente a su naturaleza. Su presencia silenciosa, sin embargo, hablaba de un apoyo presente de una manera peculiar y única.
Comunicarse de manera apropiada acerca de las emociones con Haymitch se asemeja a intentar desplazar un árbol de su posición, solicitándole amablemente que se desplace. El hombre siempre alberga inseguridades sobre cómo dirigirse a un Omega, y esto claramente se manifestaba en ocasiones cuando optaba por arremeter al captar la sutil elevación de tono en su voz en lugar del silencio. Peeta prefería creer que esto se atribuía al sentido de culpa arraigado en el Alfa, resultado del impacto que le propinó en el tren. En ese instante, presenció la vulnerabilidad inherente a un Omega. La complejidad de la dinámica entre ellos se refleja en la dificultad de Haymitch para expresar emociones de manera convencional, llevando a Peeta a especular sobre las razones subyacentes detrás de esa reticencia.
Hoy, de alguna manera, su comportamiento se presentó forzado, como si intentase esconder la personalidad desagradable que ostentaba. Él era mordaz hasta el extremo de que sus expresiones verbales pueden resultar mortíferas, y su cinismo era tan marcado que se burlaba en presencia de otros, desafiando la inteligencia de aquellos que estaban cerca. Sin importar las consecuencias de sus acciones perjudiciales, siempre seguía adelante. Tenerlo aquí con su precaución al actuar resultó abrumador. Verlo mostrando interés por los sentimientos de alguien resultó espeluznante, incluso si ya había dejado entrever destellos de empatía en el pasado.
—Con respecto a Katniss… —. Se aventuró a expresar Haymitch, sin dirigirle la mirada a Peeta, mientras continúa observando la repetición en la pantalla que actúa como barrera entre el exterior y el interior. La atmósfera se cargó con la tensión no resuelta, dejando entrever la complejidad entre ambos.
—No quiero hablar de eso— Responde tajante, evitando darle oportunidad al hombre de agregar algo más.
Desde el día anterior, había estado reflexionando sobre una manera beneficiosa para ambos, pero se presentaba como un desafío considerable. La chica nunca se prestaría a confabulaciones de ese tipo.
Peeta se debatía en la incertidumbre acerca de si podía confiarle sus planes a Haymitch, siendo consciente de la complejidad de la relación y las posibles implicaciones de compartir información estratégica con su mentor.
—Tu cercanía con ella podría atraer cierta atención— Insinuó muy obviamente—. Podría hablar con ella y…
—No — Interrumpir todo lo que saliera de la boca del Alfa se estaba convirtiendo en una costumbre, una mala, pero en ocasiones no podía evitarlo; el hombre resultaba algo pedante con algunos temas.
—¿Por qué? Funcionará para ambos, les dará una ventaja— Dijo él simplemente—. Hablemos con ella, tiene que saber, por supuesto, y podríamos… sí, tú entiendes—. A pesar de no ser un mentor experimentado (por lo visto), Haymitch demostraba una astucia que sorprendía. No era necesario que el Alfa completara la oración para que sus intenciones quedaran claras.
El objetivo subyacente era fomentar una alianza entre ambos tributos fuera de la arena, con la finalidad de garantizar la supervivencia de Peeta y sobre todo, Katniss, por supuesto, en la competencia.
Debió haber demasiada angustia en su rostro porque el alfa inmediatamente detuvo sus tonterías.
Ante sus ojos, Haymitch evidenciaba una nueva faceta en sus preferencias, abandonando la lógica para permitir que la compasión guiara sus decisiones al contemplar la perspectiva de presenciar su trágico destino. La transformación en la actitud de Haymitch dejaba entrever una vulnerabilidad inesperada, cediendo a la empatía en lugar de ceñirse rigurosamente a la razón. La cual dicta un solo ganador que no sería Peeta.
—No, y por cierto, la fuerza no funciona si me dominan, estaré pendiente de un hilo — cambió de tema de manera evidente, buscando que él captara la indirecta. Haymitch, con su habilidad para leer entre líneas, optó por no ceder a la sugerencia implícita, manteniendo así una tensión velada en la conversación.
—Ah, Omega astuto, siempre intentando cambiar de tema— El hombre mayor movía la cabeza en un gesto de negación, aunque sus rasgos reflejaban una resignación palpable frente a la recurrente actitud que Peeta asumía al abordar ciertos temas. Era evidente que, a lo largo del tiempo, Haymitch había forjado una suerte de comprensión y aceptación hacia la particular manera de Peeta de lidiar con ciertos aspectos de la realidad. Las líneas marcadas en el rostro del mentor evidenciaban no solo la negación momentánea, sino también la experiencia acumulada que lo llevaba a tolerar con resignación las elecciones discursivas del joven tributo.—… Pero lo sé, por cierto; instintos.
—Bien, glasearé a todo aquel que lo intente y lo endulzaré con habilidades que solo nosotros los panaderos conocemos, porque hacer los pasteles en casa fue un entrenamiento secreto para convertirme en un asesino mortal. En serio, Haymitch, será brutal — El hombre no pudo evitarlo y soltó una risa burlona, desafiándolo de manera divertida a que, si quería, lo intentara.
Un breve silencio los envolvió, aunque su presencia fue efímera. Cuando el alfa retomó la palabra, su rostro ya se había endurecido de nuevo, indicando una transición en el tono de la conversación.
—¿Qué es lo que realmente quieres hacer, Peeta? — Se sintió sorprendido por la repentina decisión de que le hablara por su nombre. De alguna manera, en lugar de resultar ofensivo, esa elección le pareció más cercana y familiar.
El alfa lo miró, esperando una respuesta.
Peeta pudo decirle la verdad; admitir que su intención era sacrificarse por Katniss Everdeen después de ayudarla a conseguir patrocinadores. Podría haberle revelado que lo que realmente deseaba era causar daño al Capitolio, frustrando cuidadosamente su plan para controlarlos y demostrando que no lo habían cambiado, que… que a pesar de los intentos por ello, seguía siendo el chico que salió de la panadería. Si así lo hubiera querido, también pudo haberle confesado que en realidad anhelaba regresar a casa, aun si eso significaba ser tildado de cobarde.
Pero nada de eso pudo articular.
Se llevó una mano al cuello, deslizando los dedos sobre la costra que se había formado debido al parche que cubría la piel. Notó cómo la textura áspera de la costra comenzaba a generar una leve molestia, desencadenando una sensación de picazón. Cada roce de los dedos sobre la superficie provocaba una respuesta incómoda, y el Omega se encontraba en una encrucijada entre la necesidad de aliviar la irritación y la precaución para no dañar aún más la piel bajo el parche. Tal vez cometió un error al reducir la carga de olor, pero había aprendido en los últimos días que si excede la capacidad, menos eficaz resulta el método.
El Alfa, al notar la incomodidad del Omega, se levantó con la intención de buscar una posición más cómoda. Se trasladó hacia la cama y, sin mostrar preocupación por invadir el espacio personal del chico, tomó asiento. Quedó detrás del joven que aun yacía en el duro piso, permitiendo que este se situara en medio de sus piernas, creando una especie de refugio como si fuera un cachorro acurrucado. La proximidad repentina, lejos de generar incomodidad, transmitió una sensación de seguridad y calidez.
La postura adoptada por el Alfa, aunque inusual, sugería una forma peculiar de consuelo entre ambos.
Quizás Peeta podría abordar el tema del vínculo sin provocar molestias en el mayor, quien podría negarse a la petición. Sin embargo, sus reflexiones se vieron interrumpidas por un repentino tirón y el sonido de algo siendo arrancado, lo cual captó su atención auditiva. Después, un dolor y ardor sordo le recorrió el cuello. El viejo Alfa alcohólico le había arrancado el parche sin cuidado.
—No necesitas estas cosas en el penthouse —. Inició un masaje en la zona de manera un tanto brusca, como si intentara aliviar la molestia con una presión más intensa. Peeta, por su parte, se encontraba en un estado de constante inquietud, incapaz de permanecer mucho tiempo sin que el temor a sufrir por una lesión en el cuello antes de comenzar los Juegos lo invadiera como veneno insidioso —. No podrás tener de esos en la arena — admitió avergonzado —. Puedo conseguirte unos más efectivos mientras estés aquí, y también si, ya sabes, necesitas compresas, algo caliente, medicamento o…
Las mejillas se calientan al Omega casi de inmediato. Hablar de cosas como estas con un hombre, y más aún con un alfa, y que este fuera su mentor, es incómodo; pero cuando se trata de Haymitch, ofreciéndose a ayudarle con su comodidad, lo pone inmediatamente mil veces más incómodo y avergonzado. Esto es especialmente cierto cuando esos ojos no expresan más que una genuina sinceridad.
—¡Estoy bien! Estoy bien, no, no necesitaré esas cosas mientras esté aquí, no es esa época del año todavía — Se pone de pie con rapidez, alarmado por la falta de tacto del hombre al abordar temas tan privados en la vida de alguien.
La mera idea de sostener una mirada directa con Haymitch le resulta abrumadora, ya que la vergüenza se apodera de él, creando una barrera invisible que le impide enfrentar esos ojos con confianza. La rapidez de su reacción revela la incomodidad profunda que siente frente a la franqueza del mentor, mientras lucha con la delicadeza necesaria para abordar asuntos tan personales y sensibles.
—¿Seguro? ¿No necesitan ustedes que lo perfumen? Porque he escuchado… — volvió a empezar y Peeta no sabía cómo un Alfa adulto no sabía de estas cosas.
Lo que su mentor había escuchado suele ocurrir durante la época en que el calor de un Omega se manifiesta. Es un periodo de relativa tranquilidad en el que no hay mucha diferencia con la sensación de atravesar una enfermedad mortal; los huesos duelen tanto que prácticamente imploran por un calmante, mientras que la garganta parece desgarrarse debido a los sonidos trágicos. Es un periodo justo antes de que comience el celo. Durante esta etapa, un Alfa tiene la oportunidad de calmar dicho dolor perfumando una prenda y entregándola al Omega en cuestión. Esta tarea suele ser realizada por aquellos que buscan cortejar, según las enseñanzas de la escuela. Que Haymitch dijera algo así, tan desprovisto de la pena habitual, solo hizo que Peeta sintiera la necesidad de regresar debajo de su escondite.
—Si necesitamos… Pero-… —. Peeta realmente intentó explicarle de manera adecuada, pero se vio impedido por alguna dificultad. Los ojos grises del hombre lo miraron confundido y fue todo, empezó a murmurar y tartamudear sin saber qué decir. Sus esfuerzos por transmitir la información de la manera más clara y completa se vieron arruinados, dejándolo con la sensación de no haber logrado comunicar eficazmente lo que quería expresar —¡Santos cielo! ¡Hablemos de la entrevista, por favor! —. Terminó por decir frustrado.
Su rostro ardió aún más cuando la risa burlesca del hombre resonó. Una nueva ligereza se instaló en la atmósfera, haciendo que la conversación fluyera con mayor facilidad a partir de ese momento. Haymitch no le solicitó explicaciones por sus acciones, y Peeta optó por no volver a mencionar el vínculo. Ambos colaboraron de manera eficiente bajo esta dinámica después de eso. El alfa señaló que encontraba encantadores los chistes relacionados con la panadería, sugiriéndole que los utilizara durante la entrevista; su estrategia se centraría en generar empatía y cercanía al público.
Lo que en verdad le sorprendió fue la cantidad de veces que el hombre se refirió a él por su nombre. Se encontró sin extrañar los apodos cariñosos utilizados de manera burlesca para dirigirse a él.
Mientras planeaban que Peeta hiciera un chiste sobre las duchas y se mostrara más atrevido, Haymitch mencionó la posibilidad de que le pregunten por “alguien importante”. Le ofreció la opción de elegir la típica respuesta de un omega inocente o aventurarse por el camino opuesto y adoptar una actitud más audaz. También el alfa volvió a insinuar un poco a Katniss, pero se negó a abordarlo, así que al final solo lo escuchó quejarse de lo difícil que iba a ser todo con ella. Había cierta añoranza en su tono. Ambos no podían estar juntos sin pelearse, más apostaba a que Haymitch había notado lo mismo que él; Katniss era su copia en miniatura. Durante la comida, estaban de bastante buen humor hasta que una malhumorada alfa, su compañera, entró echando pestes con sus feromonas enojadas. Tuvo que refugiarse bastante en el olor de Haymitch, ya que el aroma de Katniss le lastimó la nariz. Supuso que el entrenamiento con Effie no sería tan fácil.
Cuando Effie lo convocó a su propio salón de entrenamiento, imaginó un lugar repleto de colores chillones y terroríficos. En ningún momento contempló una estancia con colores suaves imitando el betún rosa, de hecho, hasta resultaba un poco agradable. En el centro, destacaban solo dos sillas talladas con madera, mostrando una figurilla en forma de búho. La sorpresa de Peeta al encontrarse en un entorno más refinado y distinto a lo que esperaba se reflejó en su expresión, mientras trataba de asimilar la peculiaridad del lugar diseñado para su preparación. Las lecciones empezaron de inmediato y eventualmente comprendió el disgusto reflejado en Katniss al momento en que las tareas asignadas por la mujer se volvieron imposibles de realizar, ya que a todo le hallaba un error fatal.
—¡No, no, no! Espalda recta y pies cruzados—. A palabras de la beta, Peeta no era capaz de ser muy masculino sin que su feminidad lo arruinara, y no podía ser demasiado femenino sin que su tosco cuerpo arruinara el porte. Estaban tratando de encontrar un punto medio en el que fuera delicado y frágil, pero a la vez feroz; una especie de equilibrio entre la gracia y la fuerza. Peeta reflexionaba sobre la complejidad de intentar encajar en un estándar que parecía exigir lo imposible. No sabía si Effie había notado lo contradictorio que era eso, pero estaba decidido a navegar por este desafío y mostrar su autenticidad en el proceso.
Fue elogiado por la beta al demostrar su habilidad para mantener una conversación banal y auténtica que atrapara la atención de cualquier espectador. Logró algunas proezas que arrancaron una sonrisa en la mujer. En el transcurso de la charla, recibió felicitaciones por su destreza en sostener un diálogo agradable y su persistente sonrisa que enmarcaba su rostro con gracia y encanto. Las reprimendas llegaron cuando fue incapaz de mantener una postura correcta y bella para los ojos.
Effie no paraba de repetir que se colocara en la silla como un Omega, pero el pobre ni siquiera sabía el significado de ello. Dada la aversión de su madre hacia su género, no pudo abrazar libremente las costumbres omegas; le resultaba completamente ajeno cómo se suponía que debía sentarse un Omega. La falta de experiencia en esos rituales sociales lo dejaba desconcertado, ya que nunca había tenido la oportunidad de aprender y practicar estas convenciones propias de su género.
En el momento en que todo estaba tranquilo y no había más regaños dirigidos a su persona, la mujer llegó luciendo un vestido muy similar al papel que utilizan para envolver los bollos en la panadería. Por un breve instante, se preguntó la razón de sostener entre sus brazos algo así. ¿Planeaba ponérselo en esos instantes? La sorpresa fue mayor cuando la alocada beta lo intentó obligar a colocárselo.
El vestido resultó ser tan femenino que incluso afirmaba que era para una chica. Tal vez Katniss lo rechazó y optó por ponerse un traje, dejando esa prenda extravagante para él. La situación lo dejó perplejo, cuestionándose cómo se había visto envuelto en algo tan inusual y desconcertante. Había dicho que prefería pasar esto antes que le tocara a su compañera, simplemente era distinto decirlo que vivirlo.
Odió todo lo referente al vestido; cada reflexión analizando la posibilidad de usar esa fea prenda revelaba el desprecio que le tenía. La evidente aversión de Peeta hacia la vestimenta en cuestión no pasó desapercibida, generando una reacción de molestia en Effie, quien se sintió ofendida ante lo que interpretó como un desprecio hacia la tradición y el esfuerzo de sus predecesores.
—¡Tienes que usarlo cariño! Sé obediente y póntelo, tenemos que dar una buena impresión.
Se negó a ponerse el vestido, lo que provocó el creciente enojo de Effie. Ella culpó a la estilista por enseñarle a usar trajes en lugar de vestidos, y el Omega respondió de manera pasivo-agresiva, defendiendo la elección de Portia. Aunque las tensiones podrían haber aumentado con esta el último día, Peeta prefirió hacer un betún mal antes que permitir que ofendieran a la mujer por sus creencias. El Omega mostró la suficiente audacia para no provocarla más después de ese incidente, sobre todo cuando ella le señaló que Katniss ya le había dado muchos problemas en la mañana y que él, como Omega, debía ser más tranquilo y fácil de tratar que ella. La sugerencia de la alegre mujer resonaron en Peeta, llevándolo a adoptar un enfoque más cauto para evitar conflictos adicionales durante el entrenamiento.
Cuando llegó el final del día, Effie llevaba una sonrisa falsa y forzada en sus labios, aunque no tanto como la que solía lucir su compañera de distrito. Peeta encontró cierta ironía en eso, aunque procuró no mostrarlo demasiado. Era crucial mantener su imagen de niño humilde y obediente, ya que esa reputación podría salvarlo a él y a su alfa en el futuro. No podía permitirse descuidos. Sin embargo, una vez finalizaron las actividades, no pudo evitar alejarse discretamente de la dama, buscando un breve respiro lejos de la presión del entrenamiento y de las expectativas que recaían sobre él.
Justo antes de que lo enviaran con su estilista, Peeta descubrió finalmente que aquello que tenía que hacer en la entrevista no le iba a gustar ni mucho menos a Katniss. Sin embargo, no tenía opción, lo haría. Por su Alfa y por él.
Notes:
¡Bienvenidos...sean todos!
Sección de Notas y Datos de la historia. Creó que al final he sucumbido a la locura de ésto.
Historia en general:
Muchas personas se han de preguntar por qué las actualizaciones en ocasiones tardan un poco. Se los diré, se debe a que no solo se pasa los capítulos del Canon a la Fic, todo lo contrario. Tratamos de ponerle nuestra propia personalidad al momento de escribir.Diferente de escritura:
Mia tiene una manera de escribir fabulosa, pero en ocasiones suele ser seca con los diálogos, es concisa en lo que expresa en cada párrafo. Por otra parte yo suelo ser muy soñadora veo escenarios en cada palabra, creo metáforas donde no deben de ir. Creo que por esto nos complementamos.Por qué decidí unirme en la creación del fic:
Fue un impulso del momento de eso estoy algo segura, pero también buscaba quitar el bloqueo de escritor que tenía desde hace tiempo.Peeta:
Nuestro bello Omega ha demostrado tener un alma indomable cuando se trata de proteger a todo lo que le importa, para muestra el nido. Que tú luz siempre brille y la energía que transmites pueda durar un tiempo más.Haymitch:
No odien al viejo Alfa por lo que pueda o no hacer a partir de los siguientes capítulos, él simplemente quiere proteger tanto a Katniss y a Peeta, solo quiere que regresen sanos y salvos. Pero no todo en esta vida se cumple, mi querido Haymitch.Al viejo Alfa le encanta poner incómodo a nuestro peeta, pero no lo culpó yo también lo haría.
Katniss:
Por el amor a los dioses deja de ser tan tú y quiere un poco al Omega.Effie:
Ten un poco de paciencia cuando des lecciones a Peeta, considera que ha crecido en un ambiente hostil, donde no podía expresarse mucho.
Ha sido todo por el momento, espero que disfruten está sección. Aunque es rara la vez que hablan de ella en los comentarios, aún así, les agradezco.
Mickeal...fuera.
Chapter 11: Está conmigo
Notes:
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Chapter Text
Las mañanas en el Distrito Doce se desplegaban con una tranquilidad semejante al vapor que ascendía delicadamente de los panecillos recién horneados. Allí, uno se sumergía en el deleite de una taza de café humeante, mientras se acurrucaba en la suave calidez de la silla, tan cómoda que el mundo exterior se desvanecía en el olvido. Era fácil perderse en la placidez y dejar de lado los detalles que podían perturbar el silencio, como distraerse hasta el punto de olvidar las tareas cotidianas; lo cual antes desencadenaba las reprimendas de su madre hacia cualquiera en su proximidad. Y así, el silencio adquiría una belleza tan sublime y magnífica que anhelabas su retorno en cuanto se desvanecía.
A pesar de siempre añorar la calma dentro del hogar donde creció, comenzó a notar un extraño deseo de escuchar los gritos y el caos que solían llenar el ambiente. A su habitación la invadió una sensación de vacío y frialdad, como si las paredes mismas estuvieran impregnadas de la ausencia de aquellos momentos animados. Su cuerpo parecía reaccionar ante la falta de estímulos, experimentando sensaciones incómodas que recorrían su piel y se alojaban en lo más profundo de su ser.
Esperaba la voz alegre de Effie llamando a su puerta, lista para llevarlo a una charla motivacional donde le explicaría la importancia de mostrar una sonrisa encantadora que cautivara al público. Le instruiría sobre cómo actuar y qué expresar para causar un gran impacto, creando así una percepción equivocada de su personalidad. Pero jamás llegó.
Con tanto tiempo libre a su disposición, se dejó envolver por la tranquilidad que impregnaba su habitación, permitiendo que las fragancias que aún perduraban en su nido lo rodearan. El inconfundible aroma de Haymitch flotaba en el aire, persistente como si hubiera marcado el territorio de un Omega, protegiendo su espacio de cualquier intruso que pudiera atreverse a irrumpir en él. Mientras se sumergía en esta atmósfera serena, una imagen emergió en su mente con una claridad asombrosa: la vegetación de un verde opaco, casi marchito, se extendía frente a él, mientras en la distancia, apenas visible, la silueta de un niño pequeño perseguía una mariposa con fascinación infantil. Ah, cuando aún era feliz. La escena parecía congelarse en el tiempo, como un fragmento de su infancia capturado en la memoria. Sin embargo, el encanto se rompió de repente cuando el niño desapareció de su vista, y un grito desgarrador brotó de lo más profundo de su ser, dejándolo con una sensación de desconcierto y melancolía ante la fugacidad de esos momentos causados por una alucinación. Una prueba de su poca capacidad para ver el mundo real.
Hace años, a su padre le encantaba pasar horas frente al horno, esperando que los panecillos estuvieran listos. En una ocasión, él sufrió una herida que cubrió desde el dedo pulgar hasta los inicios del antebrazo. Más tarde observó en un rincón cómo su madre intentaba curar la herida, con su característica falta de paciencia. Ella con voz rasposa y cara acartonada le preguntó: "¿Por qué insistes en estar tanto tiempo junto al horno?" Retórica era su frase, como siempre que hablaba, la voz muerta y cansada de su padre dijo: “Una mente ocupada no tiene tiempo para lamentos.” Al principio, no lograba entender con claridad las palabras de su padre Alfa, pero con el tiempo las comprendió. Ahora que su mente estaba más despejada, su mente atormentaba la poca cordura que le quedaba.
No fue hasta que la madera en la puerta comenzó a generar un sonido bastante chirriante que se dio cuenta de que el suplicio causado por sí mismo pronto terminaría. Era el momento correcto para comenzar a ponerse presentable para las cámaras. El ambiente se volvió menos denso, impregnado por un silencio que resonaba de manera inquietante en su mente, como un leve recuerdo. El constante zumbido que solía acompañarlo y la aguda voz que se repetía una y otra vez, de pronto desaparecieron en lo más profundo del subconsciente.
De repente, se sentía menos confundido, pero al mismo tiempo más consciente de la grave situación. Ya no podía ignorar la realidad que se desarrollaba frente a él. La inquietud empezó a sofocarlo. Cada movimiento, cada gesto para tranquilizarse, parecía ser en vano. Nada lograba calmar el torbellino de emociones que se agolpaban en su interior. Quizás era el peso del tiempo que le quedaba ante la inevitable muerte. Cada instante se sentía como una cuenta regresiva implacable, recordándole la fugacidad de su vida y la inevitabilidad de un final trágico.
Después de una mañana agotadora en la que no hizo absolutamente nada, varios mechones de su cabello se enredaron en nudos intrincados debido a las numerosas vueltas que dio en su cama. Hubiera deseado experimentar un amanecer agitado igual que Katniss, según las palabras que escuchó de sus estilistas mientras trataban de peinar el nido de pájaros que llevaba en el cabello; sus leves risos se habían desaparecido bajo gruesas capas de gel.
Con meticulosidad, uno de sus estilistas se aproximó a su rostro, llevando consigo un conjunto de cremas y polvos, que le recordaban a la suavidad y textura de la harina fina utilizada para los bizcochos. Con movimientos precisos, aplicó estas sustancias sobre su piel, buscando realzar su belleza natural y disimular cualquier imperfección que pudiera perturbar su imagen. Mientras tanto, su atención se desvió hacia una barra de metal que descansaba sobre la mesa de trabajo, su tonalidad evocaba el color intenso y tentador de las cerezas maduras, era algo muy bonito de ver, con una base metálica y llamativa que buscaba parecer sutil, muy diferente a la extravagancia empleada en el Capitolio. Sus labios fueron un tono rosa melocotón una vez lo usaron en él.
Portia había perdido su encanto bromista, o tal vez ese rasgo nunca formó parte de su carácter. Al llegar, ella le ofreció un traje simple y minimalista, asistiéndolo para vestirlo con cuidado, y luego aguardó a su lado mientras el tiempo avanzaba hacia el momento esperado. A pesar de que ella parecía haber abrazado la tranquilidad, su silencio comenzó a pesar sobre él, atrapándolo en un sentimiento sofocante de culpa. Incapaz de soportar más la tensión del ambiente, finalmente cedió a la necesidad de hablar.
—Puedes regañarme por lo que dije, entiendo que no tenías malas intenciones — mencionó con voz apenas audible. Le sostuvo la mirada a la mujer, tratando de transmitirle su profundo pesar.
—No tienes que disculparte conmigo, Peeta, tienes derecho a no pensar igual que yo — No parecía estar enojada, todo lo contrario, le sonrió de una manera tan única e inefable que le hizo saber que no estaba en problemas. Dolió su corazón ver el desánimo que precedió.
Era algo obvio que cada ser humano tendría sus propias ideologías dependiendo del entorno en el que fue criado. Portia fue bastante agradable al expresar su punto, no tenía derecho a enojarse con la mujer por tratar de hacerle ver el mundo como ella; pensaba que lo estaba ayudando, lo cual era aún más importante.
—Pero lo entiendo ahora—. No podría estar completamente de acuerdo con la mujer, pero trató de entenderla. Ella le dirigió una mirada bastante sorprendida y hasta casi escéptica por su cambio de actitud—. Sí, de verdad, lo entiendo. He pensado mucho en lo que dijiste y creo que tienes razón —. Pero que lo haya pensado constantemente no significa que esté de acuerdo en todos los puntos, por lo que no le quedó de otra más que mentir. Lo único que deseaba era alegrar un poco los ánimos a su estilista —. Creo que me he centrado demasiado en un solo lado de mí. Gracias por hacerme verlo.
Mentir siempre es una tarea sencilla; lo verdaderamente complicado en la vida radica en mantener esa mentira hasta el punto de hacerla pasar por una verdad irrefutable. Aunque los tonos de voz a menudo delatan la falsedad, para él todo fue sorprendentemente fácil en esta ocasión. Quizás se deba a que, en el fondo, anhela que la mujer continúe a su lado, tal como lo ha hecho hasta el día de hoy. Su deseo ferviente de preservar esa conexión especial podría haber contribuido a arruinar su relación si Peeta llegara a los extremos, por lo que debía tener cuidado. Al parecer, la mujer no dudó de su palabra y la aceptó con todo el corazón.
—Es bueno escucharlo entonces. ¿Estás nervioso?—. Tal vez su madre siempre tuvo algo de razón en sus palabras, cada vez que mencionaba que los Omegas solo trataban de llamar la atención. Solo quería tener a una persona que lo extrañara en el futuro. Peeta se encogió de hombros —. Sí, supongo que no es muy alentador. ¿Hay alguna razón por la que Haymitch no deja de decir que planeas algo y no quieres decírselo? —sus gestos son reveladores: con los brazos cruzados bajo el pecho, inclina su cuerpo hacia adelante, como si quisiera agregar un toque de misticismo a la situación. Parece intentar enmarcar la diferencia de altura de una manera más enigmática para intimidarlo.
—¿Te dijo eso? —. Trató de parecer inocente, abriendo un poco los ojos y observando con atención a la mujer, dando un aspecto suave.
—Entre otras cosas. Por lo que sé, ustedes dos, embusteros, se han ido por el lado inteligente y fácil. Supuse desde un inicio que irían por esa opción, desde que Imogi no dejaba de mencionar lo encantador que eras.
—Sí bueno, parece que sé reírme de mí mismo. Él quería que mantuviéramos el enfoque amistoso que tú y Cinna nos han dado a Katniss y a mí, y lo lleváramos más allá. Todo sería más fácil si Portia fuera una Capitolina de pies a cabeza, y no a medias. Sería más sencillo escapar de sus deducciones.
—Bueno, sería conveniente. Tendrás excusa para hablar de ella sin que te vean raro—. Expresó Portia con cierto tono de diversión, riéndose de sus desgracias, pero para Peeta era malo, le provocaba una serie de contracciones en el pecho, por el miedo de haber sido tan obvio dando a entender sus sentimientos por la Alfa, debió permanecer oculto —. Sí, me di cuenta. De entre nosotros, quizás Effie es la única que no lo ha notado, y la misma Katniss Everdeen, obviamente. Parece que tendrás que gritárselo.
—Sólo quiero ayudar, no quiero más que eso— vociferó con la garganta cerrada. Los pensamientos revoloteaban caóticamente en su mente, como un enjambre de avispas furiosas, cada una cargada con su propia dosis de ansiedad y desesperación.
Peeta lucha consigo mismo, anhelando hundirse en el silencio para escapar de la realidad abrumadora que lo rodea. Sin embargo, sabe que no puede permitirse el lujo de ceder ante la desesperación. Tiene que aprender a lidiar con momentos como este, donde la presión social y las expectativas lo obligan a enfrentar sus propios demonios internos, pues sabe que dentro de poco todo Panem conocerá sus sentimientos.
—Estoy segura, mi buen hombrecito—. Escuchando ese apodo surgir del feo acento de su interlocutor, Peeta se vio sumido en una profunda reflexión sobre su propia vida. Se preguntó qué habría sido de él si, en lugar de la persona que le tocó como madre, hubiera tenido la suerte de contar con alguien como Portia en ese rol.
La mera idea de tener una figura materna más cariñosa y comprensiva desencadenó en él un torrente de emociones y pensamientos. También se imaginó a Effie en el papel de madre, sorprendiéndose al descubrir que incluso con sus costumbres tradicionalistas, le brindaría un trato más humano y comprensivo que el que recibió en realidad. Se vio recibiendo elogios por sus logros, apoyo en sus desafíos y una presencia amorosa que le transmitiría seguridad y confianza en sí mismo. Tal vez teniendo a ellas dos dentro de su círculo familiar podría sacar fuerzas y aprender a luchar para regresar a la calidad de sus brazos protectores.
—¿Portia?—. Un fuerte sentimiento de expresar sus pensamientos lo invadió, volviéndolo un pequeño niño que llora por nimiedades.
—¿Sí, cariño?— Sin pensarlo, le preguntó.
—Gracias por ser mi amiga— Lo volteó a ver, analizando su postura. Con una rápida reacción, colocó ambas palmas de sus manos sobre los hombros de Peeta, transmitiendo un gesto de preocupación en su mirada al percibir el giro inesperado que está tomando la conversación. —Sé que no es necesario, y que quizá no me veas como tal, pero quería que supieras...
Ella envolvió inmediatamente a Peeta en sus delgados y cálidos brazos, abrazándolo de manera protectora. En ese gesto de afecto, Peeta encontró un refugio momentáneo contra el tumulto emocional que lo rodeaba. Sintió la seguridad y la calidez que emanaban de su abrazo, y por un instante, se permitió dejarse llevar por la tranquilidad que le ofrecía su presencia.
En medio de ese abrazo reconfortante, Peeta reflexionó sobre la valentía de la mujer que tenía frente a él. A pesar de las duras realidades del Capitolio y la presión de los Juegos del Hambre, ella se negaba a conformarse con las normas con las que creció y mostraba abiertamente su rechazo hacia el sistema. Su determinación y su disposición a actuar de acuerdo con sus propios principios.
—Claro que te veo como tal, Peeta, realmente te veo como un amigo— No quiso malograr el ambiente con algo tan triste y taciturno. El aire en la sala, pesado por los lamentos de la mujer (a pesar de no poder controlar las cosas que pasan a su alrededor) es intenso, también resulta impotente y resignado —. Lo siento.
—Está bien — Peeta no albergaba resentimiento hacia nadie, a diferencia de muchos otros tributos que sentían enojo hacia los habitantes del Capitolio. Él simplemente observaba cómo las normas arcaicas de generaciones pasadas continuaban coexistiendo con los tiempos actuales y decidía callar sus pensamientos, que nunca harían la diferencia, el hombre siempre tendrá la necesidad de gobernar sobre otros.
Algunos podrían creer que sus ideas eran algo inadecuadas. No sabían lo que era estar en sus zapatos; solo buscaba la supervivencia de la mayoría de las personas.
Entre los brazos de ella, Peeta se esforzaba por encontrar consuelo en medio del torbellino emocional que lo envolvía. Intentaba convencerse a sí mismo de que estaba bien, de que los acontecimientos que los rodeaban no eran culpa de ella. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por mantener la calma y la compostura, una parte pequeña seguía sintiendo un resentimiento latente hacia ella. Cada vez que su mente divagaba, Peeta se veía atrapado en un ciclo interminable de pensamientos y emociones contradictorias. Por un lado, reconocía la inocencia de ella en la situación, pero por otro, no podía evitar sentirse herido y decepcionado por algunas de sus acciones. Ella lo tuvo todo y no estaba conforme con nada, Peeta no tuvo nada. La lucha interna entre la razón y la emoción lo consumía, dejándolo atrapado en una espiral de conflicto, así permanecieron hasta que la hora llegó y tuvo que abandonar la habitación que fue su prisión por unas horas.
Se reunieron con Katniss y los demás en su elevador. Mientras todos lucían bastante arreglados y elegantes, ella… ella resplandecía. La forma en que su cabello enmarcaba cuidadosamente su rostro, combinado con ese vestido rojo que la hacía resaltar como una apasionada guerrera de la realeza, digna de cuentos de hadas, era simplemente deslumbrante. Era como si fuera la personificación misma de la belleza y la elegancia, la mujer más bella con vida en Panem, capturando la atención de todos a su alrededor.
Contrario a Peeta, quien se sentía incómodo bajo los elogios de Effie, ella aceptó los halagos con gracia y elegancia, como si estuviera acostumbrada a ser el centro de atención. La Alfa ignoró por completo a Haymitch. El hombre se encogió discretamente en sí mismo ante su indiferencia, como si reconociera la razón del rechazo.
Las puertas del ascensor se abrieron lentamente, revelando la vista de los demás tributos esperando su turno para subir al escenario. En ese momento, Peeta sintió una mezcla de orgullo y temor al darse cuenta de que él sería uno de los protagonistas de ese espectáculo tan esperado.
—Recuerden — Les dijo el Alfa más viejo del grupo antes de llegar al lugar donde todos los demás tributos se encontraban en espera de las entrevistas. Haymitch observó insistente a Katniss —. Siguen siendo una pareja feliz, así que actúan como si lo fueran.
Katniss, ante esto, comenzó a lucir un poco más amargada, contrayendo ligeramente sus facciones y mostrando cierta incomodidad, lo que provocó que se notara un poco el maquillaje que Cinna le había aplicado. A pesar de que había previsto este desenlace, experimentar la realidad tal como la había imaginado lo decepcionó bastante. Decidió entonces no prestar mucha atención a su entorno, temiendo otra desilusión similar. Además, esta parte del proceso era familiar para él, ya que había visto transmisiones similares en todo Panem muchas veces antes; nada parecía diferenciarse.
Caesar Flickerman, el anfitrión encargado de las entrevistas durante más de cuarenta años, y quien parecía no envejecer gracias a las cirugías estéticas, hizo su entrada en el escenario. A pesar de que su aspecto era menos extravagante que en años anteriores. Este año, el mayor representante del Capitolio a los distritos lleva el cabello de color celeste, combinando por igual labios y párpados. Era raro, y eso que no le produjo tanto miedo a diferencia del año pasado que iba de escarlata y daba la sensación de estar sangrando. El presentador contó algunos chistes para animar a la audiencia y después se puso manos a la obra.
El escenario lucía aterrador, como si cada sonrisa del público intentara consumir tu alma hasta dejarte como un cascarón vacío. Sin embargo, la chica del Distrito 1, la primera en entrar, pareció estar tranquila. Su cabello rubio ondeó con gracia cada paso en ascenso a su momento de gloria. Sus ojos verdes observaron con determinación, como la mala hierba que persistía cerca de su hogar a pesar de los esfuerzos diarios de su madre por evitar su crecimiento al hacerlo pisar la zona todos los días.
Ella era perfecta; casi podía hacerse pasar por una ciudadana del Capitolio, y todos no tendrían más remedio que admitirlo. Sin embargo, había una deficiencia en la pobre chica: el vestido transparente que dejaba ver la mayoría de su cuerpo. El mentor de esta no tuvo problema en elegir ese enfoque dado a su belleza, uno que le habría tocado si su mentor fuera más idiota.
La entrevista duraba con exactitud tres minutos que es cuando suena un zumbido bastante llamativo que a pesar del escándalo del público no pasa desapercibido, para darle oportunidad al siguiente tributo. Caesar como siempre utilizó el mismo falso encanto que Peeta había aprendido a imitar, y ayudó a los tributos a exponerse de forma bastante exitosa.
Cuando menos lo esperaba, Peeta se vio sorprendido por la rapidez con la que los números pasaban ante sus ojos. Katniss se tensó a su lado cuando la voz de Caesar resonó alentando al próximo tributo a subir al escenario, siendo el turno del distrito once: la pequeña Rue, el tributo más joven participando ese año. Era un ángel, una nube que había descendido a la tierra, mostrando gracia y coraje para enfrentar la adversidad. Su vestido, confeccionado de gasa y alas, llegaba revoloteando hasta el hombre de cabellos celestes que la esperaba con tanta devoción que parecía estar encantado con la joven. No dudó ni un momento en tratarla con dulzura y en alabar la puntuación que había obtenido durante los entrenamientos. Según las palabras del hombre, era una calificación alta para alguien tan pequeño.
—Cuesta atraparme — contestó Rue con un tono de voz angelical, tanto que parecía pecado escucharla. Por alguna razón, Peeta desvió la mirada para no verla por el televisor de la sala de espera —. Y, si no me atrapan, no podrán matarme, así que no me descarten tan deprisa.
—Ni en un millón de años —. Caesar le responde pareciendo sincero pero al mismo tiempo entretenido con la niña.
El siguiente en pasar es el chico del mismo distrito que Rue, Thresh. Posee una piel morena muy característica del lugar de origen de ambos jóvenes, pero eso no implica que compartan más similitudes. Thresh es una persona alta que parece imitar la elevación de la punta de los árboles; el tributo varón mide casi dos metros, sobrepasando a Peeta. Sería prudente huir de él lo más rápido posible como tributo; en un combate es evidente que el Omega sería sometido. Durante los entrenamientos, Thresh prefirió estar solo; en más de una ocasión, el Omega intentó acercarse y conversar, pero al estar junto a Katniss, la interacción se volvió complicada para él. A diferencia de quienes se situaron al lado del conductor, Thresh optó por responder todas las preguntas con un simple “sí” o ”no”.
Doce y su tributo femenino.
La primera voluntaria y la que se convertirá en sinónimo de supervivencia, su alfa, estaba por subir al escenario. El propio corazón de Peeta se aceleró con el llamado, habiendo escuchado lo difícil que había sido para Haymitch encontrarle una estrategia. El ave que no solo sueña con libertad, sino que la tiene en la medida de lo posible, asciende al escenario con pasos firmes. A diferencia de la pequeña Rue, que despedía ternura, Katniss impone peligro y al mismo tiempo ingenuidad por su limitada ideología. El tiempo se detiene por ella; para él, verla tan hermosa se vuelve celestial, casi podría decirse que está en el paraíso. La alfa acepta el saludo de Caesar, apretando la mano del hombre con algo de fuerza según puede intuir; típico de alguien proveniente del Capitolio. Se limpia el sudor con discreción en su propio traje.
—Bueno, Katniss, el Capitolio debe de ser un gran cambio, comparado con el Distrito Doce. ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí? —. La alfa se queda aturdida, con la mirada perdida entre los espectadores, tratando de encontrar un momento de calma. Cuando lo ha logrado, es demasiado tarde para pasar desapercibido su pequeño acto de nervios.
—¿Qué? — logró articular algunas palabras después de unos segundos, lo que provocó la risa de varios espectadores debido a su evidente falta de control escénico. Parecía como si todo lo que saliera de la joven se convirtiera en comedia.
Con amabilidad, el presentador volvió a repetir la pregunta, mientras Peeta juró vislumbrar desde la distancia cómo funciona la mente de la tributo, y como trata de resolver el debate interior para encontrar la respuesta adecuada. Katniss dirigió una mirada significativa a Cinna, buscando su apoyo y valentía, antes de volverse hacia los espectadores con determinación.
—El estofado de cordero — Caesar se rio con gran escándalo. Le molestó la carcajada falsa. Nadie parecía notar su falta de sinceridad, pues seguido de él el público lo imita.
—¿El de ciruelas con pasas? — Bromeó —. Oh, yo lo como sin parar —. Se vuelve hacia la audiencia, su expresión llena de horror, mientras llevaba una mano a su estómago en un gesto de angustia evidente. Su mirada reflejó el impacto de la respuesta, como si un escalofrío recorriera su cuerpo al enfrentarse a la realidad que ésta plantea —. No se me notará, ¿verdad? —. Para animarlo la audiencia grita. Peeta solo puede pensar en lo superficiales que son todos los ciudadanos en el Capitolio. —Bueno, Katniss —. Se aventura a mencionar con un tono de confidencialidad —. Cuando apareciste en la ceremonia inaugural se me paró el corazón, literalmente. ¿Qué te pareció aquel traje?
—¿Quieres decir después de comprobar que no moría abrasada? — pareció que la entrevista de Katniss estaba tomando un giro inesperado al centrarse en hacerse preguntas entre ellos, un enfoque poco convencional y poco común entre los tributos, pero parece mucho más agradable y dispuesta de lo que la había visto con cualquiera. Este cambio de dinámica parecía estar funcionando sorprendentemente bien. El ambiente se llenó de risas un poco más fuertes, la entrevista resultando ser un éxito inusual.
—Sí, a partir de eso — logró señalar Caesar después de terminar con el ataque de risa.
—Pensé que Cinna era un genio, que era el traje más maravilloso que había visto y que no me podía creer que lo llevase puesto. Tampoco puedo creerme que lleve éste — levantó un poco la falda con discreción para dar a entender con mayor énfasis lo que quería expresar y la dejaran realizar lo que habían planeado Cinna y ella —. De hecho las traigo hoy, ¿Quieres verlas?
Caesar la animó, la Alfa realizó un elegante giro sobre su propio eje, como si estuviera bailando, para dar paso a la magia del vestido. En ese momento, el suave movimiento de sus faldas evocó el susurro de ramas consumidas por el fuego, creando un efecto hipnótico y misterioso. A medida que el vestido continuó desplegándose, en la parte final se reveló un sorprendente tono naranja que se fusionaba gradualmente con el rojo inicial del atuendo, como un símbolo de la transformación y la intensidad del fuego que arde dentro de ella. Katniss estaba en llamas.
—¡Oh, hazlo otra vez! — pidió el excéntrico hombre de cabellos azules. En algún punto, Katniss elevó los brazos para evitar lastimarse mientras daba vueltas, dejando que la falda flote solo para poder contemplar cómo el vestido la envolvía en brasas. El público vitoreaba emocionado y cuando finalmente se detuvo, se agarró al brazo del presentador, visiblemente mareada por la intensidad del momento. —¡No te pares!
—Tengo que hacerlo. ¡Me he mareado!
—No te preocupes, te tengo—. Caesar la rodea con un brazo para evitar que la chica llegue a caer al suelo. — No podemos dejar que sigas los pasos de tu mentor—. El público comenzó a realizar sonidos de repudio dirigidos a Haymitch en cuanto la cámara lo enfocó. El presentador agitó una mano con dramatismo para callar al público, para continuar con la entrevista de Katniss —. No pasa nada —. Dice el hombre con el micrófono para tranquilizar a la multitud —. Conmigo estás a salvo. Bueno, hablemos de la puntuación: once. Danos una pista de lo que pasó allí dentro.
Ambos toman asiento, con el mundo tomando un suspiro extasiado.
—Ummm… — La joven pensativa miró en dirección a los vigilantes que se hallaban en el balcón, como si tratara de encontrar su aprobación —. Solo diré una cosa: creo que nunca habían visto nada igual.
En este momento, las cámaras enfocan a los vigilantes, cuyas sonrisas abarcan la mayor parte de sus rostros, mientras asienten en acuerdo con las palabras pronunciadas por la joven Alfa. Un escalofrío sube por su espalda cuando nota que al menos la mitad no lucen tan emocionados como deberían con ella.
—Nos estás matando — agregó Caesar bromeando para hacer que Katniss diga más de lo necesario como un niño berrinchudo al cual no se le cumplen sus deseos —. Detalles, detalles.
—Se supone que no puedo contar nada, ¿verdad? — preguntó mirando en dirección al balcón para confirmar.
—¡Así es! — se oyó un leve grito entre ellos, pero no se alcanzaba a saber quién fue el hombre que habló.
—Gracias — Ella respondió, su rostro reflejando gratitud por no tener que revelar lo que hizo en contra del vigilante jefe. Reconoce que algunos podrían considerarlo un acto de rebeldía, lo que podría causarle daño a su alfa. Peeta finalmente logró sentirse un poco aliviado al evitar esa situación, permitiéndose respirar con tranquilidad —. Lo siento, mis labios están sellados.
—Entonces volvamos al momento en que dijeron el nombre de tu hermana en la cosecha — siguió el presentador con un tono de voz suave y pausado —. Tú te presentaste voluntaria. ¿Nos puedes hablar de ella?
Ella volvió a dirigir su mirada hacia Cinna como si estuviera entablando una conversación silenciosa con él. Justo en ese momento Peeta se percató de la profundidad del vínculo que existía entre ambos, una conexión que iba más allá de simples palabras o gestos superficiales. La intensidad de la comunicación no verbal entre ellos revelaba años de complicidad, confianza y apoyo mutuo, dejando claro para Peeta la solidez de su relación. Sin embargo, esta revelación provocó un sentimiento de malestar en el Omega, él había intentado construir lazos con la Alfa y siempre fue rechazado, razón por la que desde un inicio se había generado una gran barrera entre ellos.
—Se llama Prim, solo tiene doce años y la amo más que a nada en el mundo— Una leve sonrisa se dibujó en sus labios al musitar la última palabra de manera casi imperceptible. Katniss observó las uñas de sus manos con atención, notando cada detalle mientras reposaban sobre su regazo. Esta pequeña acción intrigó a Peeta, quien se aventuró a especular sobre los pensamientos que podrían estar pasando por la mente de Katniss en ese momento. ¿Estaba recordando algo? ¿Eran recuerdos buenos? ¿Con su hermana? Se preguntaba Peeta.
El silencio reinaba en el ambiente, no se percibía ni siquiera el más mínimo suspiro, como si el aire mismo estuviera suspendido en un estado de calma absoluta. Este silencio envolvía todo con una solemnidad casi palpable, creando una atmósfera cargada de expectación.
—¿Qué te dijo después de la cosecha? — Caesar, con una expresión de anticipación en su rostro, formuló la pregunta, aguardando una respuesta que pudiera conmover al público.
—Me pidió que intentara ganar como pudiera — formuló Katniss en un tono sesgado que hizo que su corazón se derritiera ante la mención.
La audiencia permanecía inmóvil, completamente absorbida por cada palabra que se pronunciaba en el escenario.
—¿Y qué respondiste? — Era lógico que Caesar no abandonara el tema, ya que en todos los años de los Juegos del Hambre, el Distrito Doce nunca había tenido un voluntario; al menos, eso era lo que Peeta sabía basándose en su conocimiento limitado de la historia de los juegos. El presentador estaba decidido a explorar este hecho sin precedentes en la historia de su programa, aprovechando la oportunidad para indagar más sobre las motivaciones detrás de la decisión de Katniss, al arriesgarse por una hermana, algo que pocas veces se llega a ver.
Contrariamente a lo que podría esperarse, Katniss se enderezó en su asiento con una postura imponente y una determinación evidente en su mirada. Decidió elevar el tono de voz, como si este acto le otorgara una mayor autoridad en la conversación. Su gesto desafió las expectativas, mostrando una faceta de su personalidad que rara vez se revela en público, lo que añadió una capa adicional de intriga y poder a su presencia en el escenario.
—Le juré que lo haría.
—Seguro que sí — Caesar no parecía muy seguro de la afirmación que salió de su boca, ya que muchos tributos habían pasado por entrevistas anteriores y aseguraron lo mismo que Katniss; sin embargo, fallaron en el proceso. Peeta, por otro lado, no podía estar más seguro de que la victoria se pronunciará a favor de la Alfa. Cuando el hombre apretó la mano de la joven en señal de consuelo, el zumbido se volvió a escuchar dando fin —. Lo siento, nos hemos quedado sin tiempo. Te deseo la mejor de las suertes, Katniss Everdeen, tributo del Distrito 12.
Mientras los aplausos despedían a Katniss, Peeta se giró en dirección a los Vigilantes y notó que no solo no parecían lo suficientemente emocionados, más bien, lucían decepcionados, y podía imaginar que estaban juzgando a la mujer Alfa. Esperaban ver más ferocidad en ella en lugar de ternura, y subestimaban su valía porque, claro está, era una Alfa mujer y no creían que fuera lo suficientemente buena. Al ver a Haymitch, Peeta percibió sinceramente su preocupación. Aunque no dijera nada, sabía cuánto anhelaba el cariño de Katniss. Ambos eran tan parecidos que el adulto debía verse a sí mismo en ella, y Peeta ya había superado eso lo suficiente como para aceptarlo. Observó a Haymitch correr hacia donde ella se dirigía después de la entrevista, lo que significaba que Peeta estaría solo en el escenario.
Aceptar una verdad intangible a veces puede resultar cruel, especialmente para el corazón que desea ciertas acciones, como el nivel de preocupación que parece tener su mentor por la chica. Peeta nunca solicitaba cariño verbalmente ni siquiera a sus padres, pero en su subconsciente, ansía con desespero esa muestra de afecto. Sus interacciones con Haymitch revelaban una dinámica complicada; aunque Peeta no lo admitiera abiertamente, buscaba constantemente la aprobación y el apoyo de su mentor, deseando fervientemente su reconocimiento y afecto.
No le dio tiempo para seguir lamentando lo que nunca será, ya que, de un momento a otro, se encontró sentado al lado del presentador, tratando de sonreír como si se hubiera encontrado con un viejo amigo que no había visto en años. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por aparentar amabilidad, detestaba a Caesar y su forma exagerada de expresarse. La antipatía de Peeta hacia él se manifestaba en cada gesto forzado y cada sonrisa fingida que mostraba ante las cámaras. Nadie notó su amargura, era un experto en ocultar sus verdaderos sentimientos tras una máscara de cortesía y diplomacia.
—¿Cómo encuentras el Capitolio? ¡Y no me digas que con un mapa! — Caesar se volvió bastante juguetón con él después de haber estado hablando de pan y compartiendo chistes sobre glaseado y amasado. Peeta notó con claridad el enfoque del presentador, había hecho más chistes con él que con cualquier otro tributo. La atmósfera se relajó un poco ante la ligereza del momento, gracias a su interacción cómica, el Omega aprovechó la oportunidad para mostrarse más relajado y cercano ante las cámaras, para así dar un buen espectáculo.
—Es diferente, muy diferente que en casa — Eso les gustaba, que él les inflara sus egos dándole a sus palabras un toque de interés para mantener un ambiente divertido en contraste con la seriedad que mostraban otros tributos. Su tono era jovial y su lenguaje lleno de humor, lo que contribuía a aligerar la atmósfera tensa del lugar.
—¿Diferente? ¿En qué sentido? Danos un ejemplo.
—Sí, bueno, las duchas son raras—. Se logra percibir cómo el público reprime sus carcajadas ante algo aparentemente insignificante que ha captado la atención del joven Omega.
—¿Las duchas? Tenemos duchas raras — Se burló con un tono bastante molesto, una cualidad típica de los habitantes del Capitolio.
—Dime, ¿todavía huelo a rosas? —. El espectáculo se le daba bien, fingir ante un cierto número de personas sin que ellas se den cuenta es algo que aprendió a hacer durante toda su vida. El presentador lució algo aturdido por el atrevimiento del joven Omega. Aunque dudó en acercarse y olerlo, finalmente le concedió permiso para que lo tuviera cerca del cuello y percibiera la fragancia que perdura a pesar de las horas transcurridas fuera del baño.—¿Lo hueles? —. Pregunta Peeta inocente.
—Huele a rosas, ¿y yo huelo a rosas?—. Y ahí están, un Omega que aún es prácticamente un cachorro, olisqueándose con un Alfa adulto. La situación resulta tan inusual que el público estalla en risas, contagiados por la escena que se desarrolla ante sus ojos. La audiencia disfruta del momento de complicidad entre el joven Omega y el Alfa adulto, encontrando humor en la sorprendente y divertida dinámica entre ellos, era repugnante.
—Definitivamente hueles mejor que yo— Termina por decir el Omega cuando se aleja del presentador manteniendo una distancia prudente.
—Bueno, vivo aquí desde hace bastantes años. Suena lógico —. Dice el hombre bastante contento de sus orígenes.
Después de ese intercambio inicial, ambos se relajaron notablemente, y el público mostró un gran interés hacia él. Peeta pudo sentir cómo todos los ojos ansiosos lo devoraban, deseosos de absorber todo el encanto y dulzura que emana. La atmósfera en la sala se volvió aún más íntima y acogedora, con cada gesto y palabra de Peeta capturando la atención y el afecto del público.
—Muy gracioso— El hombre murmuró antes de inclinarse ligeramente hacia la dirección de Peeta y colocar una de sus manos sobre la rodilla del Omega, en un intento por generar aún más confianza entre ellos. Comprendió la táctica, es la misma que el presentador había utilizado con todos los tributos. Aunque pueda parecer un gesto simple, tiene significados ocultos que Peeta reconoce con sutileza, comprendiendo la dinámica de poder y la estrategia detrás de la acción. —¿Hay algún Alfa especial en casa?
—No, no hay nadie— dijo con el corazón sangrante.
—¿Un chico guapo como tú? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama? — Por unos momentos, dudó, ya que su corazón se sentía herido por el rechazo que habían mostrado hacia su Alfa. Sabía que los vigilantes nunca estarán contentos con ella y que esta puede ser la única forma de salvación tanto dentro como fuera de la arena. Si se conocían las tendencias de la Alfa por su amigo, que además es del mismo género que ella, podría desencadenar un caos, y él no estará para solucionar el problema.
Solo hay una manera de cautivar el interés de las personas y obligar a los Vigilantes a mantener con vida a Katniss el tiempo suficiente para que se vuelva autosuficiente y se adapte a la arena. Lo había escuchado de su equipo de preparación el día en que llegó; la fantasía por parte del público de vivenciar un trágico y fugaz amorío entre adolescentes luchando por sobrevivir es algo en lo que él podría cumplir.
Peeta morirá por ella, y a la multitud no le quedará más opción que seguir apoyando una devastadora historia de amor que nunca pudo florecer pero siempre estuvo presente. Es evidente que la apoyarían, ya que cargaría con la promesa que le hizo a su hermana y con el sacrificio del Omega que una vez lo amó al punto de dar su vida por ella. Es bastante frío pensar así de su propia situación, pero es parte de ser un estratega que sabe cómo jugar. Un estratega no logra su objetivo si no esconde sus emociones.
—Bueno, hay una chica — Respondió cuidadosamente sacando un fuerte suspiro de resignación como si nada de lo próximo que está por decir lo tuviera planeado —. Llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante seguro de que ella no sabía nada de mí hasta la cosecha.
Susurros de empatía se extienden por la sala, cada espectador identificándose con la dolorosa experiencia de un corazón que ama sin ser amado.
—¿Tiene a otro?
—No lo sé, aunque les gusta a muchos chicos — Era sabido en el Distrito Doce que tanto Katniss como Gale eran algo cercanos, entonces muchos no la tenían en la mira, pero sí algunos. Se susurraba a sus espaldas sobre un posible romance entre dos Alfas, aunque la mayoría lo descartaba. Sin embargo, él nunca lo hizo, pues podía ver que Gale observaba a la Alfa con otras intenciones.
—Entonces te diré lo que tienes que hacer: gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? — Caesar descubrió la cura para la muerte, ojalá así se arreglara todo.
—Creo que no funcionaría. Ganar… no ayudará, en mi caso—. Se le entrecortó la voz al ser consciente de lo que hace, ya que nunca más volverá a ver a la Alfa.
—¿Por qué no? —. Preguntó el beta, perplejo ante lo que el Omega decía.
—Porque… —. Si el público prestara más atención, podría escuchar cómo su corazón se fragmenta en mil pedazos hasta quedar reducido a solo gotas de sangre que escurren, dejándolo seco. Nació en él un odio por la situación y el deber de realizar el trabajo sucio, convirtiéndose en el blanco de las habladurías del Capitolio, ya que sabe que nadie más se atreve a hacerlo. Apenas se da cuenta de que, con lo que dirá, se está declarando a quien le gusta, a quien durante años nunca se había atrevido a hablarle. Comienza a balbucear, ruborizándose. —Porque… ella está aquí conmigo.
Notes:
Me es gratificante decirles que hemos vuelto, renovadas con un nuevo capítulo.
Complicaciones:
Para si información, me fue demasiado difícil contenerme en narrar de más algunas escenas pues era emocionante y se que a mí compañera le pasó lo mismo, por lo tanto este se convirtió en el capítulo más largo creado hasta al momento.Por qué tardamos:
Complicaciones técnicas, nada más.Algún otro comentario:
Ninguno por parte de esta humilde co-autora.Peeta:
Mi bello rayito de sol siempre ha sabido cómo dar un espectáculo, y creo que lo hicimos muy bien narrando este aspecto. Pero hay algo que siempre me va inquietar con el Omega y es su afán de sobreponer la seguridad de Katniss sobre la de él. En ocasiones tienes que ser más egoísta contigo mismo peeta.Portia:
No es la madre que hubiera planeado darle a peeta, pues desde el principio quería que fuera Effie, sin embargo, estaremos de acuerdo que la estilista se está ganando aún más ese lugar.Haymitch:
Dejar solo a peeta en momentos difíciles te pesará en el futuro y sobre todo vas a sentir una gran culpa por ello. Se que no lo haces con mala intención pero ambos sabemos que en el fondo lo haces por qué, eres conciente que peeta no tiene posibilidades y te vas a lo seguro.Katniss:
Contigo siempre será lo mismo y nunca me voy a cansar de repetirlo "Date cuenta que ese Omega te ama con locura".Opinión:
Está difícil la vida :|
Chapter 12: Doble jugada
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
SEGUNDA PARTE:
DOBLE JUGADA.
Cada articulación en su cuerpo suplicaba ligereza.
Frente a una gran multitud y cámaras que seguían cada movimiento en busca de algo interesante para transmitir a todo Panem, la saliva se acumulaba en su boca, esperando no dejarle saber a la gente lo que pensaba. Sentía una presión creciente en el pecho, su corazón bombeando sangre más rápido de lo normal, y las gotas de sudor resbalaban entre sus delgados dedos, dejando un rastro pegajoso. El sonido constante de su propio latido perturbaba sus oídos, y el estómago se le revolvía cohibido.
El público seguía sorprendido por el atrevimiento del Omega al exponer algo que muchos preferían ocultar. La divulgación resonaba en la audiencia, provocando un murmullo inquietante que se extendía como una ola por el recinto, mientras las miradas se encontraban con incredulidad y asombro.
Peeta se mostró reticente ante las posibles consecuencias que podrían surgir al implicar a alguien más sin haber consultado previamente con esa persona para asegurarse de su consentimiento. Haymitch se lo dijo: debían avisarle primero a Katniss. De por sí, ya tenía un profundo respeto por la autonomía y el derecho a la privacidad de los demás, así como por su firme convicción de la importancia de la comunicación honesta, especialmente con ella.
Podía imaginar cómo las cámaras enfocaban el rostro de Katniss, con un tono escarlata de enfado contenido, y sabía que pronto buscaría una manera de hacer que su serenidad volviera. No quería ni imaginar cómo lo haría.
A pesar de ello, Peeta conocía un hecho irrevocable: no importaba lo que ella considerase correcto anunciar ante las personas del Capitolio, él sabía en lo más profundo de su ser que la chica no destacaría sin su intervención. No pensaba así para menospreciarla, simplemente no estaba en ella, no por falta de encanto, no por falta de fuerza, sino por falta de crueldad. Lo llevó a sopesar con cuidado las implicaciones de sus acciones y palabras. Era evidente para él que su apoyo y colaboración eran indispensables para que ella pudiera sobresalir y enfrentar los desafíos que se avecinaban.
—Vaya, eso sí que es mala suerte—, anunció Caesar con algo de conmoción, haciendo pausas en la oración. Peeta reconoció que el hombre era igual de hábil que él para ocultar sus emociones, pero también entendía que incluso los mejores, en ocasiones, dejaban brechas que podían revelar la verdad ante un ojo crítico. Caesar no lo sentía en absoluto.
La multitud rápidamente asintió con el presentador, pues todos habían experimentado en algún momento el dolor de un amor no correspondido. Era realmente trágico que un joven se encontrara atrapado en semejante torbellino de emociones, habrían de pensar, especialmente dada su situación actual.
—No es bueno, no — Coincidió con un suspiro lastimero, que resonó en los oídos de la multitud y provocó incluso el gruñido de algunos Alfas entre el público.
La idea de un joven Omega sumido en un estado de sufrimiento despierta una profunda incomodidad y preocupación en las personas; los espectadores ciertamente se veían inclinados a protegerlo. ¿Debería expulsar deliberadamente su angustia en su olor y empujarlo hacia ellos? Bueno, su madre lo dijo una vez: era lo único que tenía; ser omega.
—En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorarse de esa jovencita. ¿Ella no lo sabía?
—Hasta ahora, no — Respondió el Omega, sacudiendo la cabeza con bastante rapidez.
—¿No les gustaría sacarla de nuevo al escenario para obtener una respuesta? — El rostro de Peeta reflejó claramente su preocupación al considerar cómo podrían descubrir los sentimientos de Katniss. La intención del hombre era evidente: animar a la multitud a generar más alboroto —. Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Katniss Everdeen ha terminado. Bueno, te deseo la mejor de las suertes, Peeta Mellark, y creo que hablo por todo Panem cuando digo que te llevamos en el corazón —. Para su fortuna, el presentador se adhería a sus asquerosas reglas, lo cual resultó ser una gran ventaja para él. Caesar era un profesional, sabiendo manejar multitudes y eventos caóticos apegados siempre a las reglas, por eso es el favorito para dirigir este tipo de espectáculos; tiene la habilidad de entretener sin llegar a ser aburrido y seguir lo que se le indica al mismo tiempo.
El estruendo ensordecedor de la multitud resonó apoyando sus palabras; no había errado en su enfoque. Había entregado exactamente lo que la gente anhelaba, en el momento y la forma precisos en que se requería. Un murmullo de agradecimiento escapó a regañadientes de sus labios. Mientras regresaba a su asiento, percibió la intensa ira que emanaba de Katniss a su lado. Era la primera vez que la veía usando parches, así que no sabe qué tan malo es.
Si no estuviera rodeado por tantas personas, el impulso de arrodillarse ante la Alfa ganaría suplicando su perdón. Su parte Omega le imploró internamente por una reconciliación, convirtiendo la situación en algo amargo y doloroso para él. Se sentía atrapado, incapaz de hablar; los lloriqueos se le escaparían si abriera la boca. La tensión en el aire era palpable mientras luchaba por controlar sus emociones manteniendo la compostura frente a la poderosa presencia de la Alfa a su lado.
La melodía del himno dejó de reproducirse con rapidez; tanto Haymitch como Katniss lograron desaparecer de la vista de todos, eludiendo la fila que les correspondía para regresar. Mientras tanto, Peeta se vio obligado a esperar con paciencia el turno que le correspondía para subir a los ascensores. Cuando al fin llegó su momento, se dirigió a pasos lentos. El último en subir, el último en bajar. Temía encontrarse con la muerte mucho antes de lo planeado, no fuera que a alguien se le ocurriera atacar; aunque si conocían las reglas, sabían que no les convenían.
Cuando finalmente el ascensor alcanzó su destino y las puertas se abrieron, Peeta se preparó para salir, pero apenas dio dos pasos afuera sintió un empujón brusco en la mitad de su espalda. El impacto lo tomó por sorpresa y lo desequilibró por completo, haciéndolo tropezar hacia adelante. En su caída, chocó con violencia contra una urna que contenía flores artificiales, las cuales se rompieron con dramatismo y se esparcieron por el suelo. Al intentar protegerse, algunas de las piezas se le clavaron en sus manos, causándole heridas leves pero sangrantes.
Desde el suelo, Peeta se enfrentó a su agresor. Su corazón latía con fuerza mientras sus ojos se encontraron con los de Katniss, cuyas facciones reflejaron un claro enojo. En ese instante, Peeta sintió un nudo en la garganta, al borde de las lágrimas. Durante unos breves momentos pensó que Katniss descubriría sus verdaderas intenciones, pero solo fue producto de su mente tratando de aliviar la culpa tras bajar del escenario. Ahora podía ver el error.
El aire a su alrededor se volvió difícil de inhalar causando una ambiente pesado y palpable mientras esperaba una reacción de ella, preguntándose qué consecuencias tendría este desafortunado encuentro para su futuro en los Juegos del Hambre.
—¿A qué viene esto? — Inquirió con claro horror al ver la sangre escurrir por toda su mano. Resultó cómico que una pequeña herida hubiera provocado un gran charco en el suelo, teñido de un color escarlata. Debió haber lastimado alguna vena para causar semejante flujo de sangre, pensó con preocupación.
A Katniss pareció no importarle en absoluto su estado actual, como si estuviera completamente desconectada de su entorno. Tiró con desdén de las telas de su bello traje, el mismo que Portia había confeccionado con meticulosidad y dedicación para que resaltara su belleza ante el público. En este momento, el Omega, presa del pánico, chilló tratando de liberarse. La Alfa no dio tregua aún así. Con una firmeza brutal, lo sujetó con más fuerza del cuello, adoptando una postura que evocó la severidad con la que algunos dominantes disciplinan a sus omegas en los rituales de la jerarquía.
En cuestión de segundos, fue aprisionado contra la pared, con el antebrazo de Katniss en su garganta, impidiéndole cualquier movimiento. La opresión lo dejó sin aliento, mientras sus intentos desesperados por liberarse resultaron infructuosos. La mirada implacable de la chica era una determinación feroz, como si estuviera decidida a demostrar su autoridad sin contemplaciones.
—¡No tenías derecho! ¡No tenías derecho a decir esas cosas sobre mí!— El acre le picó en los ojos y la garganta, las feromonas debieron ser tantas como para que el parche de Katniss ya no funcionara— ¿No me hablas y ahora estás enamorado de mí?—. Le escupió cerca del rostro, tan furiosa que gesticuló con salvajismo. El timbre de voz que se atrevió a usar sería un recordatorio de por vida para él. La repetición de cada palabra se alternó en su mente, registrada con sus propios sollozos que se atascaron en alguna parte de su garganta, impidiendo salir gracias al brazo de Katniss. Podía oler su propia fragancia esparcida por el aire, tan ácida que ni siquiera los betas podrían ignorar —. Dijiste que querías entrenar solo, ¡¿así es como quieres jugar?!
El aire regresó a sus pulmones en cuestión de segundos, sacando los chillidos que había contenido hasta ese momento. Sus sentidos de auto preservación se dispararon como nunca, buscando fusionarse con la pared para evitar otro posible ataque. Es en ese instante crítico cuando Haymitch sujeta a Katniss, quien luchaba con todas sus fuerzas contra el Alfa mayor en un intento desesperado por alcanzarlo de nuevo.
Peeta, por su parte, no pudo contener las lágrimas por un segundo más. Lloró demasiado bajo a causa del caos de emociones y feromonas que llenaron el aire, intoxicándolo.
—¡Basta!— Ordenó Haymitch. Katniss, fuera de sus cabales, se negó obstinadamente a escuchar cualquier norma impuesta y continuó su lucha contra la retención.
En medio de la confusión reinante, el tintineo del ascensor anunció la llegada del resto del equipo: Effie, Cinna y Portia, quienes hicieron su aparición con una mezcla de preocupación y determinación en sus rostros.
—¿Qué está pasando? — Preguntó Effie alarmada, lo cual volvió su tono más chillón e irritante en dirección del pobre chico, quien buscó con desespero estar lejos del problema. Sin embargo, sus intentos eran en vano, sus piernas se negaron a moverse, como si estuvieran atrapadas en el suelo, incapaces de llevarlo a la seguridad de su habitación — ¿Te has caído?
—Después de que ella me empujara — Contestó apenas en un susurro, tratando de transmitir recelo.
—Ha sido idea tuya, ¿verdad? — le dijo Katniss a Haymitch— ¿Lo de convertirme en una idiota delante de todo el país? Sus voces se distorsionaron un poco debido a la bruma de feromonas esparcidas por el aire. Odiaba ser Omega por razones como esta, donde debía mantenerse sereno y tener el control de sus propias emociones sin la intervención del miedo a ser el blanco de algún Alfa.
—Fue idea mía — Admitió Peeta con sus manos temblorosas mientras intentaba retirar los trozos de cerámica y algunas espinas falsas que se le clavaron en la piel. Aunque el dolor era agudo, trató de mantener la compostura. Su respiración se volvió irregular en contra de su voluntad y su rostro reflejó una mezcla de angustia al encontrar una pieza que se negaba a salir de su cuerpo —. Haymitch sólo me ayudó a desarrollarla —. Era una parte de la verdad, pues nunca le dio la oportunidad al Alfa mayor de involucrarse en sus planes, aún si su mentor insistía.
—Sí, Haymitch es una gran ayuda… ¡para ti! — Replicó la joven con amargura.
—Eres una idiota, sin duda — Le dijo Haymitch, asqueado —. ¿Crees que te ha perjudicado? Este chico acaba de darte algo que nunca podrías lograr tú sola.
—¡Me ha hecho parecer débil! — La chica apenas habló del enojo; su mandíbula parecía trabarse mientras conversaba entre dientes.
—¡Te ha hecho parecer deseable!— le corrigió de inmediato, sin darle lugar a discusiones—. Y, reconozcámoslo, necesitas toda la ayuda posible en ese tema. Eras tan romántica como un trozo de roca hasta que él dijo que te quería. Ahora todos te quieren y sólo hablan de ti. ¡Los trágicos amantes del Distrito 12!
—¡Pero no somos amantes! — De tanto de lo que se podía enfadar, ¿ese era el problema?
—¿A quién le importa? — Reiteró Haymitch con firmeza, sujetándola por los hombros y presionándola contra la pared, recreando casi a la perfección la misma escena que ella protagonizó con el omega. Su mirada buscó transmitir la urgencia de su mensaje con molestia, comunicando la importancia de la situación con cada palabra y gesto — ¡Es un Show de televisión! No es más que un espectáculo, todo depende de cómo te perciban. Después de tu entrevista lo único que podría haber dicho de ti era que resultabas bastante agradable, aunque debo admitir que eso ya de por sí es un milagro. Ahora puedo decir que eres una rompecorazones. Oooh, los chicos de tu distrito caían abrumados a tus pies. ¿Con cuál de las dos imágenes crees que conseguirás más patrocinadores?
Peeta observó cómo la joven reconsideró todo después de eso, viéndolo desde otra perspectiva.
—Tiene razón, Katniss — Participó Cinna conciliador, como siempre viendo lo positivo en cada situación que cruza por su camino.
—Tendría que haberlo sabido — Comprendió ella, aún dudosa —. Así no habría parecido tan estúpida.
—No, tu reacción ha sido perfecta. De haberlo sabido, no habría parecido tan real —. Portia se había posicionado al lado de Peeta, moviéndose con determinación para colocarlo detrás de ella, en una clara muestra de protección ante cualquier posible amenaza. Su postura firme y su mirada alerta indicaban que estaba lista para intervenir si alguien más se atrevía a atacarlo. Katniss notó el acto mirando con algo de enojo a la mujer.
—Lo que le preocupa es su novio —. Mencionó Peeta dejando de lado el temor y dándole la bienvenida al enojo.
—No tengo novio.
—Lo que tú digas, pero seguro que es lo bastante listo para reconocer un farol. Además, tú no has dicho que me quieras, así que ¿Qué más da? — Ahí estaba él, salvándola y ella no podía al menos ignorar su existencia o aceptar más que un poco de cordialidad.
El Omega no comprendía el motivo del enojo de la chica. Quizás utilizó su imagen para exaltar algo que nunca se daría, pero eso le beneficiaba, no debería haber inconveniente.
Al menos ella parecía estar empezando a aceptar la situación en comparación con antes. Sus gestos y expresiones indicaron una leve apertura hacia la realidad que antes rechazaba con firmeza.
—Después de que dijese que me quería, ¿A ustedes les pareció que podría estar enamorada de él? — Les preguntó a los adultos.
—A mí sí — Respondió Portia —. Por la forma en que evitabas mirar a las cámaras y el rubor en las mejillas.
Los otros presentes asintieron en acuerdo con la observación. Compartieron la misma opinión o al menos estuvieron dispuestos a respaldarla en ese momento.
—Eres una mina, preciosa, vas a tener a los patrocinadores haciendo cola —. Declaró Haymitch, con una sonrisa en el rostro y algo de diversión destilando por cada palabra que soltó.
La Alfa agachó la cabeza.
—Siento haberte empujado —. Katniss, sintiendo una oleada de vergüenza ante su propia reacción, dirigió sus palabras hacia él. Sus mejillas se tiñeron de un leve rubor mientras buscaba las palabras adecuadas para expresar su arrepentimiento.
—Da igual — Peeta no podía encontrarse con la mirada de la chica, temeroso de revivir los traumáticos eventos que sufrió en sus manos, su Omega estuvo de acuerdo con él. Encogió los hombros ligeramente, como si quisiera seguir adelante sin dejar entrever el conflicto interno que lo consumió —. Aunque, técnicamente, es ilegal —. Bromeó sin ánimos.
—¿Tienes bien las manos? — Después de haberle causado daño, claro.
Morirá recordando todo esto; esta no es la forma en que quería dejar este mundo. Con pesar, lo acepta, por qué no puede cambiar los hechos.
—Se pondrá bien — Dijo, desquitado de la pena como si nada hubiera pasado, al menos eso es lo que quiso transmitir a los demás para evitar que Portia se preocupara más de lo debido.
Los envuelve un silencio que interrumpe el diálogo, incapaces de continuar formulando palabras. Haymitch, con una mirada cargada de disculpas, volteó hacia Peeta, expresando su arrepentimiento por la situación. Aunque las disculpas no fueron verbalizadas, Peeta las interpretó claramente en la expresión de su mentor.
A Peeta lo invadió un impulso abrumador de acercarse al lado del Alfa mayor y colgarse de su brazo, como un pequeño cachorro que busca cobijo y seguridad en su figura protectora. Así que fue y lo hizo. Con determinación, se aproximó a ejecutar su deseo, buscando en la cercanía de su líder una sensación de comodidad y protección que tanto anhelaba en ese momento. El alfa en cuestión dirigió una mirada significativa a Portia, como si buscara su aprobación o guía sobre cómo actuar en esa situación. Portia simplemente le devolvió la mirada, dándole permiso esperado.
—Bien — dijo con un tono calmado —. ¿Por qué no se van de aquí? —. El Alfa se deshizo de él, y eso es evidente en sus gestos y expresiones. Sin embargo, el Omega, lejos de sentirse mal por ello, aceptó la orden.
Siguió las indicaciones, sin poder evitar voltear cada tanto a la Alfa y los demás mientras Portia avanzaba con su extravagante vestido hacia adelante, sin detenerse. Aunque odiaba las modas turbias del Capitolio, honestamente no podía imaginar a Portia sin su peculiar toque exótico, y admiró apenado el elaborado peinado rizado de color amarillo que debió ser difícil de lograr. Ella lo condujo gentilmente hacia su recámara y le indicó que aguardara allí. No pasaron ni dos minutos cuando regresó acompañada de una especie de médico o curandero, cuya presencia pareció fuera de lugar. Este curandero procedió a limpiar, sanar y vendar sus palmas, mientras Peeta observaba con curiosidad y agradecimiento por su cuidado.
Con el ungüento aplicado en las heridas, el dolor desapareció de forma gradual, dejando una sensación de alivio que se extendió por todo el brazo. A medida que se desvanecía, comenzó a surgir una sensación de adormecimiento en el brazo afectado, impidiendo que Peeta cerrara la mano de manera adecuada y dificultando ciertos movimientos normales. Portia solo observó con lástima cargada en sus ojos, casi tan arrepentida como si ella hubiera sido la causante de su dolor.
No podía soportar la mirada penetrante que su estilista le dirigía, como si pudiera leer cada pensamiento y temor que cruzaba por su mente. El silencio incómodo se prolongó, la mujer parecía estar a punto de abrir la boca para pronunciar alguna palabra de juicio o consejo. En ese tenso momento, unos golpes resonaron suavemente desde la puerta de entrada de su habitación, interrumpiendo la atmósfera.
Effie, con su habitual entusiasmo, irrumpió en la habitación para anunciar que iban a ver la repetición de las entrevistas y que todos estaban convocados a asistir. Después de regresar a la cena, encontraron que estaban casi al final de la misma. Una vez que terminó su propia comida, se dirigieron a la zona donde verían las entrevistas. El alma de Peeta no estaba mucho en ello, honestamente, envuelto en un mar de emociones complicadas. Prestó atención cuando notó que de repente había tanto silencio y descubrió que las grabaciones habían terminado.
Es entonces cuando se dieron cuenta, tal parece, de que mañana comenzarían los juegos, y nadie sabía qué hacer con eso aparentemente.
Por supuesto, por mucho que lo desearan, ni Haymitch ni Effie podían acompañarlos. Estarían ocupados buscando patrocinadores para asegurar su supervivencia. Además, el deber de los estilistas es acompañarlos hasta segundos antes del juego, no más.
La mujer alocada se volvió sentimental de repente, tomando las manos de Katniss y Peeta, llorando sinceramente por ellos. Agradeció el privilegio de patrocinarles. Sin embargo, como es costumbre en Effie, y parece estar obligada por ley a decir siempre algo horrible, añadió:
—¡No me sorprendería nada que el año que viene me promocionasen por fin a un distrito decente!
Después de besarles en la mejilla con un gesto cargado de emoción, Effie se apartó apresuradamente, su corazón latiendo con fuerza contra el pecho de Peeta una vez volvió a abrazarlo, abrumada ya sea por la sentimental despedida o por la posibilidad de una mejora en su fortuna. Dejó atrás a los jóvenes tributos con un gesto de gratitud en el rostro y una sensación de melancolía en el aire.
Haymitch cruzó los brazos y los examinó.
—¿Un último consejo? — Preguntó Peeta.
—Cuando suene el gong, salgan corriendo lejos. Ninguno de los dos es lo bastante bueno para meterse en el baño de sangre de la Cornucopia. Salgan corriendo, pongan toda la distancia posible de por medio y encuentren una fuente de agua. ¿Entendido? —. Lo último es una pregunta a la cual espera que ambos respondan sin cuestionarlo.
—¿Y después? — Respondió Katniss rígida como una tabla y ansiosa a más no poder.
—Sigan vivos.
Aún en el final de los tiempos, la actitud de ambos Alfas nunca terminará, y eso le causa una sensación reconfortante, pues sabe que, a pesar de que ambos posean el mismo tipo de carácter, se tendrán uno al otro cuando él ya no esté.
Peeta buscó a Portia después de darse cuenta de que esa sería la última vez que la vería. Con pasos firmes pero llenos de pesar, se acercó a ella mientras el resto del grupo se dispersaba para dirigirse a sus respectivas habitaciones. Portia lo miró con una mezcla de tristeza y compasión en los ojos similar a cuando estuvieron en su habitación. Él sabía que habría un torbellino de emociones y lágrimas esperándolo también esta noche. Cada mirada, cada gesto, parece pesar más de lo normal mientras la realidad de lo que está por enfrentar se asienta en su corazón.
La habitación de estar se queda tan fría que parece ser temporada invernal. Quería irse a su nido, pero su estilista lo detuvo determinada a hablar con él.
—Sé sincero, ¿Cómo estás? — Le preguntó mientras tomaba su mano herida y la comenzaba a frotar sobre el vendaje, tratando de aliviar el dolor que pudiera estar sintiendo.
—Creo que logré mi objetivo —. Ella le devolvió una sonrisa forzada en una fina línea en sus labios. Era tan triste verla así.
—No deberías pasar por esto, ninguno de ustedes—. Peeta sabía perfectamente que esa oración era una forma de protesta, y sin tener certeza sobre la cantidad de vigilancia que los rodeaba, podía resultar peligroso.
La incertidumbre sobre quién podría estar observándolos y las posibles consecuencias de su desafío al sistema los mantenían en un estado de alerta constante.
—Así es el amor, Portia— tratando de encubrir las palabras de la mujer para evitar una posible represalia hacia su estilista, solo en caso de que oídos indiscretos se atrevan a escuchar conversaciones ajenas, dijo. Así hizo parecer que las quejas estaban dirigidas al tema de los trágicos amantes, a pesar de que él sabía que no era así —. Arriba hay una azotea que me enseñó Cinna el primer día, llevé a Katniss ahí, ¿quieres verla?
Hasta este momento, Portia no se había dado cuenta de la imprudencia que había cometido, sorprendentemente, por lo que se alarmó cuando lo notó y no cuestionó la invitación de Peeta.
El Omega detalló cada parte del rostro de Portia, sin importarle si la mujer se sentía incómoda con el escrutinio. Observó sus pestañas largas naturales, resaltadas con colores brillantes, sus labios algo rellenos y bien formados que podrían ser resultado de alguna intervención médica debido a las tendencias del Capitolio. Sus ojos, de tamaño reducido, capaces de ver a través de ti, como si pudieran descifrar el más mínimo detalle de lo que ocultas en tu alma ahora perdidos y confundidos. Además, poseía manos suaves que acariciaron su piel con tanto cuidado como si estuviera sujetando a algún animal pequeño, evitando lastimarlo si fuese brusca. Su voz es suave y maternal, una que uno esperaría escuchar en su último aliento.
La hermosa beta era alguien incapaz de caer en las manipulaciones de otros, por ello le guardó tanto respeto, era la única persona con la que había sentido la necesidad de pedir perdón cada vez que pensaba en mentirle de manera vil. Sin embargo, el día de hoy no había rastro de la astucia que siempre había demostrado; más bien, está perdida en su propia mente.
—Portia — La llamó sobresaltándola.
La mujer no hizo lo mismo que todos los adultos de su vida: esconder el rostro en el momento en que una emoción se le escapaba. Ella fue sincera y mostró cuánto le dolía su partida.
—Son niños — empezó con la voz hecha un lío —. Niños criados para morir por los pecados de otros y ya- ya no lo soporto- nosotros, quiero decir, Cinna tampoco—. Las oraciones se volvieron difíciles de decir—. Se supone que el distrito doce siempre manda niños que nunca tratan de vivir, eso nos dijeron, son una causa perdida. Serían el mensaje perfecto, ¿sabes?, los haríamos tan dichosos como fuera posible, haríamos que el público jamás los olvidara y luego ellos mismos terminarían acabándolos. Queríamos romper sus perfectos juegos, una fisura, para empezar lo que algún día los acabaría. Pero…—. La Beta tomó un respiro tembloroso, absorbiendo aire con cierta dificultad para poder continuar —. Verlos aquí, verte a ti aquí, ver una alfa dispuesta a ganar y un omega dispuesto a sacrificarse es… es otra cosa—. Para este punto las frases le salían algo indescifrables, a la mujer no le quedó de otra más que dirigir la mirada al suelo algo confundida.
Podía ver el cráter emerger desde el subsuelo mientras unas manos invisibles lo empujaban para que tropezara y se sumergiera en una condena. Le dijo en palabras sencillas que si moría por ella sería aún más doloroso que verlo partir por debilidad. ¿Estaba él siendo débil al dejar sus aspiraciones futuras por el vago sentimiento del amor, una emoción cambiante?
Entre más tiempo pasaba al lado de Portia más rápido se daba cuenta del vínculo que había ella formado con una especie de revolución secreta. Sus ojos reflejaron la carga pesada que conllevaba su origen y lo vergonzoso que son sus privilegios.
La beta podría ser una apasionada de la extravagancia y el glamour que conllevan los vestidos, mas detestó todas las costumbres capitolinas que conducían a las personas a crear diferencias tan marcadas unas de otras incluso si comparten el mismo espacio. Sin embargo, era innegablemente una dama del Capitolio de pies a cabeza. No como Cinna que jamás le dio la sensación de pertenecer a ese lugar. Ella realmente era como ellos. La venda que todos portaban simplemente se le había caído de los ojos, pero era uno de ellos. La cosa es que una sola mujer no podía hacer nada contra el sistema impuesto por quienes detentan el poder.
Peeta la comprendía; era difícil percatarse de los privilegios con los que gozas en contraste con los demás. Una noche antes de morir, Peeta tuvo que consolarla a ella.
En algún punto, la mujer se encontraba tan desolada que las lágrimas comenzaron a secarse en los costados de sus mejillas, dejando un rastro evidente de su profundo dolor. Portia, con voz temblorosa, trató de justificar su repentina retirada, pero en el fondo de su corazón, Peeta sabía que ella aborrecía la idea de aparecer ante él con un aspecto deplorable. A pesar de su comprensión silenciosa, Peeta no dijo nada y simplemente asintió en señal de despedida mientras observaba cómo Portia se alejaba.
Permaneció en el mismo lugar durante mucho más tiempo del necesario, sumergido en sus pensamientos. Contemplando las pequeñas luces que resplandecían en lo más alto del cielo nocturno, observando a la gente que celebraba en su honor y viendo las estrellas.
En tiempos pasados, se deleitaba escuchando las narraciones de un anciano acerca de la misteriosa muerte de una estrella. Descubrió que, en contraposición a lo que generalmente se cree en el mundo terrenal, las estrellas habían existido desde tiempos inmemoriales en los cielos, nutriéndose de las miradas que se les dirigen. Cuando a las personas se les olvida tomarse el tiempo para ver los astros, su luz se debilita hasta el punto de extinguirse por completo, causando que la estrella caiga y se estrelle contra el suelo.
Tan absorto estaba que apenas recordó a las pequeñas manchas que danzaban y giraban en un espectáculo de luz a sus pies, como una celebración anticipada para honrar a los tributos que pronto se enfrentarán en el campo de batalla, donde solo uno emergerá como el gran vencedor. Las personas se congregaron para apoyar a sus favoritos con júbilo, pero entre la multitud también se percibió una tensión palpable. Sabían que, al final del día, algunas lágrimas serían derramadas por el tiempo perdido al respaldar a un tributo poco calificado. Sin embargo, ante la incertidumbre del resultado, cambiarán sus lealtades en un instante, listos para aclamar a un nuevo héroe en el momento en que lo necesiten.
Peeta no pudo estar más asqueado en su vida que en esos momentos.
—Deberías estar durmiendo— Dijeron a su lado con calma.
Él se sobresalta ligeramente ante el repentino sonido, pero decide no voltearse de inmediato. En lugar de eso, toma un momento para sacudir su cabeza, tratando de enfocar su mente después de haber estado perdido en sus pensamientos durante literalmente horas.
Finalmente, se dio cuenta de que Katniss lo estaba observando inquisitiva, esperando una respuesta a sus palabras. Con un suspiro silencioso, se obligó a sí mismo a centrarse en la situación presente para responder con un comentario ingenioso, como es su costumbre.
—No quería perderme la fiesta. Al fin y al cabo, es por nosotros— El aire a esas horas de la noche se intensificó provocando que su piel se tornara fría.
—¿Están disfrazados? — Contrario a lo que Peeta esperaba, la Alfa se niega a discutir en ese día. Se colocó al borde del cemento que separaba la nada de la vida y observó a la gente con atención.
Se encogió de hombros, mostrando una actitud poco comprometida.
—¿Quién sabe? Teniendo en cuenta la locura de ropa que llevan aquí… — Miró sus ojeras y pudo imaginar el problema —. ¿Tú tampoco podías dormir?
—No podía dejar de pensar — La chica aún no lo miró a los ojos, pero para él era suficiente cualquier cosa que venga de su amada, aún si para muchos era incorrecto que él se conformara sólo con las migas de pan.
—¿Piensas en tu familia? — Ella hizo una mueca incómoda.
—No — La joven reconoció con el rostro inclinado, observando cómo alguien al fondo ondeaba algún tipo de tela, creando un efecto envolvente sobre las personas que la rodeaban. Sus ojos seguían el movimiento de la tela con curiosidad —. No dejo de preguntarme qué pasará mañana, aunque no sirve de nada, claro—. Peeta podía sentir la extraña mirada que le dirigía su Alfa, como si pudiera penetrar en su interior y descifrar cada pensamiento que pasaba por su mente. Los ojos de la Alfa lo observaban con interés mientras se percataba de cómo sus propias manos, de manera inconsciente, buscaban deshacerse de las vendas que envolvían sus heridas. Sintió un ligero rubor en sus mejillas al darse cuenta de que Katniss notó su inquietud —. Siento mucho lo de las manos, de verdad.
—No importa, Katniss. De todos modos, no tenía ninguna oportunidad en los juegos.
—No debes pensar así —. Podrá repetir esas palabras cuantas veces quiera, pero tanto ella como él eran conscientes de la realidad que enfrentaban: la ausencia de oportunidad. No importa cuánto se esfuercen, las circunstancias permanecen inamovibles, y la esperanza se desvanece ante la implacable verdad, una que todos conocen.
—¿Por qué no? Es la verdad. Mi única esperanza es no avergonzar a nadie y… —. Darte un poco de tiempo para que puedas sobrevivir. Pero es obvio que lo último no se atrevió a decir en voz alta.
—¿Y qué? — Insistió ella.
—No sé cómo expresarlo bien. Es que… quiero morir siendo yo mismo. ¿Tiene sentido? — Preguntó para confirmar que su cordura aún permanecía. Ella negó con la cabeza —. No quiero que me cambien ahí fuera, que me conviertan en una especie de monstruo, porque yo no soy así. —. La Alfa lo observó con cierto desconcierto, tratando de procesar la frase del chico. Terminó por fruncir las cejas, marcando con claridad su enojo; la defensa y la ira al mando.
—¿Quieres decir que no matarás a nadie?
—No. Cuando llegue el momento estoy seguro de que mataré como todos los demás. No puedo rendirme sin luchar —. Mintió con tanta naturalidad que incluso él mismo llegó a creer en lo que dijo por un segundo. Sabía que no era verdad y es imposible que cause daño a otro tributo bajo ninguna circunstancia. Prefiere morir antes que hacerlo —. Pero desearía poder encontrar una forma de… de demostrarle al Capitolio que no le pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos.
—Es que no eres más que eso, ninguno lo somos. Así funcionan los juegos —. Katniss no podía ver más allá de lo que sus instintos de supervivencia le permitieran, siempre se conformará con aquello que esté delante suyo.
—Vale, pero, dentro de ese esquema, tú sigues siendo tú y yo sigo siendo yo —. Él argumentó con fervor para tratar de hacerla entender todo lo que implica convertirse en un asesino, buscando proporcionarle las herramientas mentales y emocionales necesarias para enfrentar los desafíos que se avecinaban. Quería que comprendiera la complejidad moral y psicológica de sus acciones dentro de la arena y fuera de ella, no solo para que no se sintiera perdida o desorientada cuando saliera de ese entorno brutal (reconocía que, una vez fuera, él no podría ayudarla de la misma manera que dentro de la arena), sino que a pesar de lo que el Capitolio quería hacerles creer seguirían siendo ellos mismos y no debían cargar con un peso que no les correspondía — ¿No lo ves?
—Un poco. Aunque…, sin ánimo de ofender, ¿a quién le importa, Peeta? —. Pobre de Katniss, siempre con una mente centrada en la lucha que se olvida de todas las complicaciones que puede conllevar solo fortalecer un aspecto de ti mismo.
—A mí. Quiero decir, ¿Qué otra cosa me podría preocupar en estos momentos? —. Le dijo con un tono de voz que reflejaba claramente su frustración. La miró fijamente a los ojos, con sus penetrantes ojos azules que parecían buscar una respuesta inmediata y sincera. Su expresión facial denotaba una mezcla de preocupación y decepción, al darse cuenta de las grandes limitaciones de Katniss.
—Preocúpate por lo que dijo Haymitch —. Siempre tendría presente la voz de Haymitch en sus últimos momentos, pero no dejaría que carcomiera sus pensamientos sabiendo que podía acatar las órdenes dadas —. Por seguir vivo —. Se burló sin saber.
"Pobre Katniss y la ilusión que se ha creado al creer que él podría durar con vida por mucho tiempo", pensó para sí mismo: "¿Qué dirá cuando se entere de todo lo que ha hecho con tal de salvarla, sin detenerse a pensar un solo día en él?"
—Vale —. Respondió el Omega en voz alta, dándole una sonrisa cargada de tristeza con algo de burla por sus pensamientos ingenuos. — Gracias por el consejo, preciosa — dijo imitando a su mentor para hacerla enojar una última vez.
—Mira, si quieres pasarte las últimas horas de tu vida planeando una muerte noble en el estadio, es cosa tuya. Yo prefiero pasar las mías en el Distrito 12.
—No me sorprendería que lo hicieras. Dale recuerdos a mi madre cuando vuelvas, ¿vale? —. Le respondió seguro de la victoria que tendría la chica.
Aunque ella se marchó enfadada, él siente como si fuera quien ha perdido.
El día tan esperado por muchos finalmente había llegado. A través del ventanal de su habitación, los rayos del sol se filtraron de manera engañosamente acogedora, inundando el ambiente con una cálida luz de los buenos días. En el fondo de su pecho, había una sensación de inquietud que no podía ignorar, trajo consigo un presentimiento ominoso, una premonición de que algo iba a cambiar drásticamente en su vida. Le dio por oler un poco su entorno para grabar los aromas impregnados que le recordaban a todas las personas que habían compartido su espacio, sus risas, sus conversaciones y sus afectos. Quiso poder llevar al menos un recuerdo tangible consigo, algo que le brindara consuelo en los momentos de soledad, pero no pudo decidir qué.
Como fue habitual, Peeta escuchó el sonido de la puerta siendo tocada por Portia. Al abrir, la encontró del otro lado con un rostro sombrío, sin ánimos de entablar una conversación, pues ambos eran conscientes del trágico destino que le esperaba al pobre Omega. La beta se encargó de asegurarse de que el joven tributo varón pudiera abordar el transporte que lo llevaría al campo de batalla. Se trató de una máquina hecha completamente de metal, conocida como aerodeslizador, la cual emitía ruidos extraños y resonantes que provocaron dolor en el oído de Peeta.
Durante un periodo de media hora, el viaje dentro del aerodeslizador transcurrió en un silencio tenso, interrumpido solo por el zumbido constante del motor y el ocasional crujido de la estructura metálica. Las ventanas se oscurecieron gradualmente a medida que se acercaban a su destino, sumergiendo la cabina en una penumbra inquietante que reflejaba el estado de ánimo sombrío de sus ocupantes.
Una vez llegaron, bajaron por una escalera que descendía hacia un tubo subterráneo que llevaba a las catacumbas. La atmósfera aún más claustrofóbica a medida que avanzaban por el estrecho pasillo, iluminado solo por tenues luces que parpadeaban intermitentemente, los acompañó mientras seguían instrucciones detalladas, llegando a su destino: una espaciosa cámara en la que debían realizar los preparativos finales antes del evento. El ambiente era frío y desolador, con paredes de metal desnudo y un eco sordo que resonaba en el aire. En el Capitolio, esta sala era conocida como la “sala de lanzamiento”, un espacio que marcaba el inicio de una lucha por la supervivencia.
Dentro de los preparativos finales se incluyó ducharse de nuevo y cepillarse tanto el cabello como los dientes para lucir presentables ante las cámaras que enfocarían su rostro en todo momento. Para su desgracia, no dispuso de ningún parche o supresor que lo protegiera; tal como predijo Haymitch, no le permitieron llevarlos. Cuando salió, Portia lo esperaba en silencio. Sin embargo, después de un momento, su habitual yo reapareció, bromeando, molestando y haciendo zumbidos misteriosos, lo que hizo que Peeta se preguntara si la noche anterior había sido una alucinación.
Portia lo ayudó a cambiarse como si fuera un bebé. Sostuvo sus pantalones para que él pudiera meter las piernas en cada lugar; enrolló la camisa para pasarla por su cuello y arregló su cabello para que se viera más presentable. En ese momento, Peeta no podía evitar sentirse como si estuviera siendo cuidado por una madre.
—Nunca es muy tarde para tratar de hacer lo imposible —. Le susurró cerca del oído mientras se aproximaba para darle un último abrazo antes de que lo llamaran para lanzarlo a los juegos.
Con un helado temor resignado se acercó a la mejilla del joven y le dio un suave beso que pareció prolongarse más de lo debido. En ese momento, Peeta se aferró al cuello de la mujer, siendo una proeza despegarse de él. Un miedo abrumador lo invadió, paralizando su corazón y dificultándole pensar con claridad. Se refugió en el tenue olor a veta de la mujer.
—Eres encantador, Peeta, y muy inteligente. No eres como nadie que haya conocido, eres puro, de una forma que podría cambiar al mundo y aunque sé que quieres protegerla, no olvides que también se te permite ser egoísta, ¿de acuerdo? Haz esto por ti— La mujer, con sus palabras tranquilizadoras y llenas de ánimo, logró que Peeta se desprendiera del abrazo para poder observar sus ojos.
En ese instante, su mirada transmitía una mezcla de determinación y apoyo, como si estuviera dispuesta a enfrentar cualquier desafío a su lado. Suavemente, lo instaba a encontrar el valor necesario para afrontar lo que estaba por venir. Sin embargo, a pesar de sus palabras reconfortantes, Peeta siguió sintiendo un nudo en el estómago y una sensación abrumadora de pánico en el fondo.
No, no. No podía hacerlo. Incluso cuando se burlaba de Katniss por no comprender la gravedad de su situación, aunque intentó mantener una apariencia de valentía y control, por dentro se encontraba luchando con sus propios miedos y dudas. La presión de los juegos y el constante peligro que enfrentó lo estaban llevando al borde de la desesperación. No quería morir, tenía miedo.
Entonces, un cilindro de cristal lo rodeó, obligándolo a soltar a su estilista. Él no quería hacerlo, o más bien su mente no comprendía que debía hacerlo, por lo que golpeó instintivamente con fuerza la estructura, buscando crear una grieta que le permitiera permanecer al lado de la persona con la que deseaba estar. En algún momento de lucidez, logró vislumbrar el rostro de Portia, que reflejó angustia mientras intentaba calmarlo en vano; no podía escuchar ninguna palabra, sólo alcanzó a leer un poco sus labios que repetían 'lo siento'.
Su visión se vio nublada por la penumbra a la que fue sometido durante un tiempo, unos quince segundos que parecieron eternos, donde su mente divagó ante la posibilidad de creer que se trataba de un castigo por el escándalo que había ocasionado. Su corazón latía con fuerza y una sensación de temor lo invadió, mientras las imágenes y los recuerdos se mezclaban en su mente, se imaginó que así debía sentirse ver su vida pasar por sus ojos.
La luz pronto comenzó a emerger, provocando que sus ojos se deslumbraran por el sol. En ese momento, la voz del legendario presentador Claudius Templesmith resonó por todas partes:
—Damas y caballeros, ¡que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!
Notes:
¡Sean todos bienvenidos!
Está sección de datos estará un poco corta la verdad, pues no hay mucho que contar sin que ya lo hayan leído.
Escritura:
Estamos poniendo un mayor cuidado a todo lo que escribimos pues nos dimos cuánta de algunos errores demasiado obvios que ninguna notó y creo que aquí tampoco, ya que nadie lo mencionó.Trama:
Ustedes saben que estamos siguiendo el Canon de los libros en su mayoría, sin embargó, existen escenas que simplemente se crean por capricho de alguna escritura. En especial hay una escena que yo la agregué por qué así lo deseaba; dónde Peeta se cuelga del brazo de Haymitch.
Mi debilidad:
Últimamente me estoy dando cuenta que hay palabras que se repetían mucho, por ello estoy tratando de poner un especial cuidado para no volver a cometer ese error, si es que no son necesarias para la trama o son imposibles de eludir.Peeta:
Mi bello y precioso Omega cuando dejaras de poner tu propio bienestar por abajo de otros, tienes que aprender a qué tú seguridad siempre será lo más importante. Deja de poner a Katniss sobre tí o en un futuro podrás lamentar la decisión que estás tomando.Katniss:
Cómo quisiera estar dentro de la historia y darte unos golpes para que dejes en paz a mi cachorro.Haymitch:
Se que tratas de apoyar a los dos pero deja de mostrar tus preferencias y comienza a defender con mayor vigor a Peeta.Portia:
Siempre serás un ser de luz que nadie merece en este mundo, el capitolio jamás te va a merecer y tampoco podrás cambiar lo que ya está trazado.Nota:
Crucen las calles con cuidado.¡Mickeal...fuera!
Chapter 13: Cuenta regresiva
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los cambios numéricos en la cuenta regresiva eran veloces, como si buscaran que todo comenzara lo más pronto posible. Había empezado con un minuto, pero en menos de lo que creyó, el número quince se vislumbraba con claridad en tonos rojizos, indicando los pocos segundos que le quedaban de calma. ¿Dónde estaba ella? Los veinticuatro tributos de doce distritos se esparcieron en una zona verdosa en su propio círculo metálico, del cual si abandonaba antes de tiempo, le volaría violentamente las dos piernas.
El cero en la cuenta se estaba acercando y él solo podía pensar en su eterno calvario, Katniss. A lo largo de su vida, el omega se ha encontrado en situaciones que lo hacen cuestionar el verdadero significado del cero. En todas esas circunstancias, ha concluido que solo se trata de un dígito tan transitorio que no debería existir, pero se aferra a ser relevante, justo como en estos momentos.
La experiencia en la arena hoy le reveló la verdadera peligrosidad de subestimar el cero. Una vez que ese número con apariencia engañosa alcanzó su límite, desencadenaría un caos desenfrenado. Lo puso nervioso, pensar en la lucha por la supervivencia que se desataba en el corazón de cada tributo, reunido en círculo alrededor de la cornucopia, donde la mera existencia se convertía en una batalla constante, pensaba en eso y en cómo con un paso en falso que diera antes de que el temporizador finalizara, su cuerpo volaría metros sobre el nivel del suelo. Olía a bosque, todo era bosque, pero no era el olor que estaba buscando, ¿dónde estaba ese característico olor a roble fresco empañado con el olor de la lluvia?
Su mente se esforzaba por concebir diversos planes estratégicos que le permitieran sobrevivir al caos o al menos morir de forma indolora y rápida, porque la violencia envolvía su entorno y sintió la presión de un cuchillo metafórico en la garganta que lo amenazaba con la muerte si cometía el más mínimo error.
Optó por una táctica de espera, dejando que los eventos se desarrollaran de manera natural. Confiaba en que, llegado el momento crítico, su ingenio hallaría una salida de las situaciones difíciles.
No sabía si había logrado permanecer quieto por fuerza de voluntad o por miedo.
Tenía que pensar que no estaba solo en esa arena, alguien más había entrado junto a él, una persona a la que trataba de proteger con todas sus fuerzas, una determinación que para muchos en su entrevista resultaba lamentable de observar. Escudriñaba el rostro de cada tributo, buscando entre ellos a Katniss, a Alfa, una de las pocas personas por las que daría todo y más, si tan solo estuviera a su alcance. Su corazón palpitó con una mezcla de sentimientos que le eran difíciles de distinguir.
La vista se le empañó tanto que lo único que podía observar con claridad en medio de todo era la cornucopia, a una longitud inalcanzable para burlarse de él. Su forma cónica dorada brillaba bajo los rayos del sol, creando un espectáculo magnífico que contrastaba con el entorno; la luz se reflejaba en sus curvas, haciendo que cada detalle resplandeciera con una intensidad casi mágica, tentando a los juguetes de la muerte a dirigirse hacia ella, ingenuos que creían poder alcanzar todo tipo de artefactos que marcaran la diferencia entre la vida y la muerte. El valor de cada artefacto cerca del lugar decrecía conforme aumentaba la distancia entre la cornucopia y ellos, tendrían que acercarse lo suficiente para conseguir mercancía jugosa, tendrían que pelear.
Cada ciudadano de Panem era consciente de las atrocidades cometidas por los participantes al querer adquirir algún objeto de la Cornucopia; Peeta también lo sabía, por eso había decidido huir lo más lejos posible de las desdichas o correr directo hacia ellas y huir de esta tortuosa pesadilla. ¿Pero de verdad lo había hecho? ¿Había decidido eso? ¿Iba a irse y dejarla, dejarlos a todos?
Una figura alta cinco puestos a su izquierda fue difícil de ignorar ahora: Alfa.
La chica no mostraba signos de la misma angustia por su compañero Omega que él; en cambio, se encontraba con los ojos fijos en una sola dirección, la Cornucopia, donde se hallaba un arco que aseguraría un mayor triunfo para Katniss. Se le fue el corazón a la garganta cuando captó la mezcla de terquedad y determinación. Peeta no podía imaginar cuánto éxito tendría la joven si decidía arriesgar la vida tan pronto por una simple cuerda.
Eso, obviamente, era un cebo, pero también una oportunidad, más no por eso una buena, y no para Katniss. ¿Por qué sino tan lejos y justo en su línea de visión? ¿Qué cosas horribles estaba planeando el Capitolio para la cazadora?
No.
No podía permitir que ella se dirigiera hacia su perdición. Trató de moverse un poco dentro del círculo que lo rodeaba, pero sus piernas se adherían al metal como los imanes que se atraían entre sí, siendo imposible despegarse. A Peeta no le quedaba más opción que esparcir sus feromonas para captar un poco de la atención de Katniss. Solo dos segundos le llevó a Katniss detectar su olor. ¿Cómo lo sabía? El cronómetro encima de la cornucopia marcaba cinco cuando lo dispersó y tres cuando ella lo notó. Bien, tenía su atención. Una vez logrado el cometido del Omega, se dispuso a negar con la cabeza para disipar la idea que se le había ocurrido a Katniss. Era estúpido, debía obedecer a Haymitch. El Boing del inicio hizo aparición.
Peeta se vio obligado a mirar a la persona a su lado por reflejo, apartando su mirada de Katniss. Los pelos del cuerpo se le erizaron, su corazón latió rápido, su cuerpo congelado por completo. Una sonrisa desquiciada respondió ante su atónita mirada y provocó náuseas. Se preguntaba si algún día se atrevería a tener una similar, si cambiaría; él lo sabía. Nadie decente podía ganar los juegos, eso se había comprobado hace mucho tiempo.
Solo reaccionó cuando se dio cuenta de que era el único que permanecía en la placa metálica y los gritos y la lucha se llevaban a cabo en cuestión de segundos.
Cada pensamiento que cruzaba su mente se desvaneció invadido únicamente por una sola incógnita: ¿Qué debía hacer? La adrenalina lo envolvió, permitiéndole discernir las señales de su cerebro para salvarse del desastre provocado por un simple ruido. Corrió como nunca antes, esquivando cuchillos, lanzas y personas, literalmente. Tan concentrado que olvidó el peligroso diseño de la arena; las rocas parecían buscar derribar a quien las pisara, a propósito, especialmente las que estaban convenientemente en punta formando una barrera perfecta entre los tributos y la cornucopia antes de llegar a ella, eso es lo que lo botó. Una vez en el suelo y recuperando la orientación, se percató de un objeto brillante iluminado por un rayo de luz filtrado entre los ojos de los árboles cercanos: un cuchillo, tan próximo que si hubiera caído un poco más a la izquierda, habría enfrentado una muerte estúpida.
Se levantó y evitó a toda costa el arma que casi lo lastimaba. Sacudió sus manos para quitar la hierba que se había adherido a ellas, asegurándose de que nadie más lo estuviera observando. Volteó a su alrededor para tratar de detectar nuevamente la presencia de Katniss, quien se encontraba a varios metros de distancia en una disputa con el tributo del Distrito Nueve por una mochila de color naranja intenso. Si sus ojos no le engañaban, la chica ya había logrado obtener un plástico y una hogaza de pan. La pelea no parecía tener mucho tiempo para prolongarse, ya que un par de cuchillos se clavaron en la espalda del joven tributo del Nueve, convirtiéndolo en uno de los primeros en morir. Clove sumó así otro asesinato a los muchos que tendría durante toda la contienda.
Clove no se detendría con solo derramar la sangre de una persona, buscaría más. Una de esas vidas estaba marcada en su lista: con el nombre de su compañera. Había algo en la necesidad de atacar a Katniss por parte de la otra Alfa que se podría afirmar una causa biológica arraigada en aquellas personas del mismo subgénero, el instinto de autoridad. Estaba lejos de la posición de su Alfa, sin embargo, necesitaba ir al lugar para prestar ayuda. Sus pies se detuvieron abruptamente: un cuchillo cortó el aire directo a la cara de Katniss. Las lágrimas salieron de los globos oculares del joven Omega, por un segundo, pensó que no había valido la pena nada de lo que había hecho, aún así, la suerte le sonrió, la navaja se clavó en el suelo muy retirado del objetivo inicial y luego en la mochila.
La alfa corrió asustada en dirección al espeso bosque. Ni siquiera lo pensó, en cuanto a ella se fue, a Peeta no le quedó más opción que hacer lo mismo que su compañera, por lo que decidió seguir su viaje hacia la oscuridad de los árboles.
Corrió como nunca antes lo había hecho porque de eso dependía su vida. Se adentró lo más profundo que pudo para poner una gran distancia entre él y los profesionales, pero también para acortar la distancia entre él y la tributo del 12. Sabía que una vez que lo encontraran, lo harían desear estar muerto y que una vez que la encontraran a ella, también. Cuando sus pulmones decidieron que era momento de fallar, tomó una decisión difícil: detenerse para recuperar un poco de aliento. Además, necesitaba encontrar una nueva dirección hacia dónde dirigirse, una luz en medio de la oscuridad que lo rodeaba.
Tardó demasiado, la perdió. No sabía dónde estaba, ni dónde podía estar ella ni qué podía hacer. Estaba perdido. Por su mente, la única solución que encontró al calvario de estos juegos fue un suicidio. No es que no lo haya pensado antes, ese había sido su plan en todo este tiempo, en teoría. Nunca pensó cómo lo haría, sin embargo, ¿lo provocaría él o se dejaría asesinar? Es decir, sería fácil para él una vez se encaramó a uno de esos enormes árboles y se dejó caer desde la rama más alta, dejándolo agonizante por un par de minutos hasta que el brillo de sus ojos se desvaneció por completo. Estaba preparado para intentar ejecutar su plan con la mayor probabilidad de éxito, cuando la imagen de aquel sueño que había tenido unos días atrás se deslizó por algún rincón de su mente, tan fugaz como la harina cuando la soplas y desaparece de tus manos, dejando la sensación de un peso. Solo por esto, desistió.
¿Entonces qué hacía? Cualquier tributo podía encontrarlo, estaba tan cerca de ellos, ¿Qué debía hacer? Ya no había tiempo, estaba en cero. La misma pregunta se intercala en sus pensamientos sin darle un respiro.
Reflexionó. La única manera de salir victorioso e impune sin tener que cometer atrocidades sería acabando con todo él mismo. Katniss tendría que permanecer con vida, condenada a una existencia opaca, vigilada por un grupo de personas que ansiarían su caída. Y ella no estaba obedeciendo lo poco que se le había ordenado y no era muy consciente de lo rebelde que le podría resultar al Capitolio. La chica necesitaba su ayuda con desespero, carecía de un gran sentido de auto preservación y tendía a ser imprudente, no solo con respecto a los otros tributos, sino también en relación con los propios juegos. ¿Qué sucedería si el espectáculo de la cosecha volviera a tener lugar dentro de la arena? No quería ni imaginar la respuesta, había cosas que el Capitolio desaprobaba con gran esmero.
¿Entonces qué? ¿Cuál era el curso correcto a tomar aquí?
Estaba a punto de correr afligido para buscar a Katniss y asegurarse de protegerla a toda costa, o clavarse el cuchillo si eso fallaba, pero antes de poder siquiera emprender el viaje, sintió el impacto brutal de al menos sesenta kilos que lo derribaron con fuerza al suelo. La presencia de otro tributo finalmente lo alcanzó. En ese instante, su corazón se aceleró, su respiración se agitó y un escalofrío recorrió su cuerpo al comprender la presencia masculina que lo dominaba, reteniendo sus brazos sobre su cabeza con una fuerza implacable que lo dejó indefenso y vulnerable. Era un momento de total impotencia, mientras luchaba por liberarse de su captor, cada intento en vano, la sensación de estar atrapado se volvía abrumadora.
Era un Beta, pero su fuerza era sorprendente, demasiado para un Omega como él. En medio de la confusión y el miedo, su mente luchaba por recordar quién era este tributo, pero su nombre se desvanecía entre los recuerdos borrosos, dejando solo una sensación de desconcierto y temor. Todo lo que podía discernir era su origen en el Distrito Seis, su piel bronceada y su cabello oscuro como el carbón.
A pesar de su aspecto imponente, no podía evitar sentir compasión por él, atrapado en esta cruel y sangrienta competencia. Su cuerpo musculoso podría ser una amenaza, pero en ese momento, en su mirada, veía más allá de la fuerza bruta, veía el dolor, la angustia y la desesperación de otro ser humano atrapado en este infierno. Aún así no era ingenuo, vio la malicia también, el terror delirante y esa intensidad venenosa llena de lujuria.
Las intenciones del chico se revelaron con una rapidez alarmante cuando se aproximó con pasos lentos hacia su glándula de olor, ansioso por percibir la fragancia que emanaba el único Omega en la arena. El regocijo inundó su ser al detectar el miedo palpable que emanaba Peeta, y su risa se convirtió en un nudo en la garganta al permitir que pensamientos oscuros invadieran su mente, deformando su propia moralidad. Esto es lo que haría cualquiera, por supuesto, y si él lo había encontrado primero qué se pensaría de él si no lo hacía, pensó Peeta con asco. Un sudor gélido bañó el cuerpo del Omega, paralizando cada uno de sus sentidos cuando unas manos intrusas recorrieron su vientre y trataron de alzar su camisa. Aquí estaba, pensando erróneamente que podría luchar contra las adversidades y huir del cruel destino que les esperaba a todos y cada uno de los omegas que pisaron la arena, siendo golpeado por la cruel realidad. Lágrimas desesperadas se desprendieron de sus ojos, tratando en vano de disipar el asco que le invadía al sentir su cuerpo profanado por otro. Lamentó en silencio haber desviado su curso original, era por esto que había tomado la decisión de acabarlo todo él mismo, con dignidad, de la misma forma que lo habían hecho quienes lo precedieron una vez notaron su cruel destino. Aquí donde su destino era estrellarse en el suelo, ahora solo anhelaba un final digno, uno que le otorgara algo de honor.
Las manos del chico fueron descaradas, hábiles en desabrochar su pantalón y recorrer la zona con dedos fríos y peligrosos. El único consuelo que obtuvo fue saber que si llegaba a morir no existiría posibilidad de que dejaran su cuerpo en la arena o sería objeto de deseo carnal para Alfas y Betas desesperados.
Saliva se deslizó por su cuello y de repente se le ocurrió que Beta o no, este chico podía estar intentando morderlo y qué vista sería esa para su padre, ver a su hijo por última vez deshonrado con una mordida en el cuello en contra de su voluntad.
Con una fuerza bruta, empujó a la persona encima de él, haciéndola caer hacia atrás y chocar con un tronco seco. El tributo del seis se quejó del dolor, pero fue apenas un pequeño castigo por intentar abusar de él. Y el tiempo se detuvo, solo para que volviera a marchar con rapidez.
Era momento de despertar, y Peeta debía alejarse de la autocompasión y hacer lo que debía hacer: ayudar a Katniss.
Para desgracia del chico, el Omega estaba tan inmerso en la idea de ayudar a su Alfa que podía enfrentar todas las amenazas. Ambos jóvenes se observaron, aguardando el ataque del otro, como si el mundo se detuviera solo para presenciar su enfrentamiento. El sonido de las aves a su alrededor se desvaneció, dejando solo el eco de sus respiraciones, tomadas como señal para iniciar la pelea.
A pesar de la fortaleza física de Peeta como Omega, le faltaba el instinto de lucha de muchos. Cada golpe que intentaba propinar terminaba siendo recibido por su propio cuerpo aunque no era de ignorar su increíble fuerza, para nada comparable con la de muchos betas y omegas. Se enorgulleció de su resistencia.
Cuando el agotamiento se apoderó de ambos contendientes, Peeta identificó ese momento como propicio para huir en cualquier dirección que le permitiera escapar del conflicto. Aun así, al intentar aprovechar la oportunidad al ver a su oponente jadeando, su desilusión fue inmensa al sentir el tirón en su cabello impidiendo el escape, provocando un dolor atroz en la unión de su cuerpo con la cabeza. Juró haber escuchado algo desencajarse por la fuerza que el chico del seis aplicó contra él. Cayó de rodillas mientras su atacante seguía tras. Necesitaba actuar, pero de pronto una figura entre los matorrales se elevó y arrojó una hoz en su dirección, apuntando a que muriera por el impacto. Peeta no sabía cómo logró liberarse del agarre del beta y hacer que la pieza plateada impactara contra el abdomen de su presunto agresor.
La sangre brotó de la herida del tributo, una cascada carmesí que se deslizó en una macabra danza hacia el suelo, pintando el paisaje con la brutalidad del destino cuando cayó al suelo medio muerto, e inmediatamente con un salvajismo casi animal, otro tributo tomó el arma y empezó a impactarla contra su cabeza hasta que no quedó más que pulpa donde una vez estuvo un cráneo.
Peeta vio impactado la escena, sin registrar hasta ya muy tarde las manos que lo sostenían fuertemente. No lo expresaron en voz alta, mas sus miradas hablaban con crudeza, anunciando su destino inevitable. Ni siquiera pudo pensar con claridad, o procesar la muerte (por su culpa, había sido su culpa) del chico del 6 cuando el mismo salvajismo lo arrolló y empezó a molerlo a puñetazos. Cada golpe llegaba como un martillo sobre su vientre, pero tal vez lo habría sentido si su alma no estuviera tan destrozada por la muerte reciente de alguien. No quería estar en esa situación, no quería matar, pero las circunstancias lo habían llevado a ese oscuro desenlace. No era un asesino, ¿verdad? Ese tipo era horrible, y quería hacerle cosas aún más horribles y no había empujado el arma, era inocente, excepto que quizá no lo era, porque enfermizamente se sentía satisfecho por la muerte de este niño, de este adolescente, orillado a cometer atrocidades por el mundo que lo crió. ¿Hasta qué punto ambos eran inocentes y ambos eran culpables?
Su vista se encontró con una sonrisa sutil que reflejaba diversión por lo que le estaba pasando, como si lo creyeran ingenuo por creer que podía pelear contra alguien. Le daba la razón a Clove en eso, fue entrenado para ser Omega o un intento de eso con la intervención constante de su madre, por ello le resultaba imposible distinguir a su alrededor, siendo considerado por todos el género débil que se dejaba llevar por las emociones.
Glimmer y Marvel estaban a ambos lados, listos para contenerlo si intentaba escapar de los golpes, pero él carecía de la voluntad para huir de su destino. Un olor agrio, reminiscente de frutos amargos utilizados en la panadería para neutralizar el sabor empalagoso de algunos pasteles, inundaba el aire, una fragancia que el viento se negaba a dispersar.
En medio de la bruma de emociones, Peeta reconoció la alianza sólida que habían forjado los profesionales con solo percibir su olor. En su mayoría eran Betas, pero entre sus filas se hallaban Alfas capaces de doblegar su espíritu aún más. No solo se encontraba desaliñado, sino que también carecía de armas a su disposición; al menos un cuchillo no haría nada contra las flechas de Glimmer, ni con el hoz de Cato, ni las navajas voladoras de Clove. Jamás habría posibilidad alguna de salir en una posición tan desfavorable. A medida que la realidad se imponía, Peeta se sentía atrapado en un laberinto de desesperación y temor, rodeado por enemigos imparables. La certeza de su inminente destino lo llenaba de una sensación abrumadora de impotencia, sin esperanza de escapar de la vorágine de violencia que se cernía sobre él.
Apenas se había convencido de que podía liberarse de su destino con el otro tributo, y ahora le habían quitado eso también.
—Pero mira qué interesante, ¿tu noviecita te abandonó aquí?— Clove hablaba con voz engañosa, deleitándose con las expresiones que Peeta hacía al solo mencionar a Katniss.
En este punto, se dio cuenta de que la líder de la alianza era esta pequeña Alfa. Debería haberlo supuesto; su raza era biológicamente superior al resto y siempre buscaría el resguardo de los Alfas.
—¿Te abandonó porque te encontró con este imbécil, omega promiscuo?— Cato se burló de la desdicha de un Omega abandonado en la peligrosidad del bosque. Marvel tomó a Peeta del mentón y apretó con fuerza para evitar que hablara de más y molestara con su palabrería antes de que se le permitiera hacerlo. Los dedos del chico quedaron marcados en su piel por la fuerza y se preguntó si había otra razón para callarlo.
La mirada de Clove no era exactamente interesada en él, más bien parecía un medio para un fin que tenía que soportar, pero se mostraba más que complacida ante la perspectiva de dañarlo. A su lado, el Beta más corpulento se movía ansioso, preparado para demostrar su valía y compensar su género, claramente un individuo criado para ser un Alfa que acabó siendo Beta, frustrado por no cumplir con las expectativas. Los integrantes del Distrito uno se observaron mutuamente, la rubia bastante horrorizada y el chico tenso, expectante. Nadie habló, todos aguardaban la decisión de la Alfa, pequeña pero letal.
—¿Crees que a esa vil Alfa le agrade cuando le llevemos a su lindo enamorado...— Comenzó. Ella hablaba con una voz suave, tan delicada que cualquiera caería ante sus encantos, pero Peeta sabía que detrás de esa pausa se escondían palabras letales en su contra —... y ya no pueda usarlo?—. La sangre abandonó sus mejillas en un instante, dejando su rostro pálido como si de repente hubiera enfermado gravemente, mientras un escalofrío descendía por su espalda, erizando cada vello y enviando un temblor a través de su cuerpo.
Los tributos evaluaban las expresiones en los rostros de sus compañeros de alianza para conocer la opinión ante las palabras de la líder Alfa en su grupo. Peeta ni siquiera se sorprendió cuando nadie pareció detestar tal idea; en cambio, hubo rostros estacados con simples pensamientos. Incluso el joven beta del Distrito Dos mostró síntomas externos de excitación. Mientras tanto, la asesina profesional se mantenía alejada con los brazos cruzados sobre su pecho dando señales de calma sádica, como si la orden fuera poca cosa pero malintencionada. Por supuesto que era una cosa Alfa. Si ella pensaba que su relación con Katniss no era falsa, debió ser una especie de ofensa, mancillar al Omega de otra Alfa, para demostrar que no era capaz de protegerlo.
Cato, quien fue el primero en reaccionar, se acercó a Peeta con intenciones poco sanas. Marvel y Glimmer, aunque nerviosos por las acciones próximas, estaban listos para intervenir en caso de ameritarlo.
Peeta experimentó una vergüenza abrumadora que parecía extenderse por cada centímetro de su piel, envolviéndolo en una sensación de ardor que lo consumía por completo. Era como si su parte Omega, la más íntima y vulnerable de su ser, se sintiera traicionada por su propio cuerpo, como si hubiera permitido que ocurriera un ultraje imperdonable. La sensación era tan devastadora que amenazaba con desgarrar su alma en fragmentos.
A medida que los pantalones descendían, revelando fragmentos de su piel vulnerable, Peeta sentía que las ganas de luchar por su libertad se esfumaban tan rápido como una tarde de calma en la panadería. Consciente de su frágil físico frente a la implacable fuerza de los profesionales que lo rodeaban, se hallaba en un abismo de desesperanza. Estas acciones solo servían para recordarle el poco control que mantenía sobre su destino en los juegos. Sin embargo, en medio de la oscuridad, una chispa de determinación se encendía en su interior. Sabía que debía ser más astuto que los organizadores, desafiando cada dogma impuesto sin advertencia previa. Estaba seguro de que aquellos que habían tejido su final con hilos de crueldad eventualmente pagarían. Lo había decidido antes, no se podía rendir, tenía que hacer algo.
— Quítale todo, debemos ver bien los "atributos"—. La líder habló en cuanto vio cómo las piernas del Omega quedaban al descubierto, su voz resonando en el silencio tenso que llenaba el espacio. Sus ojos escudriñaban cada movimiento con una intensidad penetrante, como si estuviera evaluando no solo la acción en sí misma, sino también las motivaciones y el carácter de quienes la llevaban a cabo, midiendo el valor de sus acompañantes.
"¿Qué haces Clove? ¿Mides qué tan buenos o rápidos son para servirte? ¿O tratas de adivinar qué tan lejos están dispuestos a llegar motivados por el miedo?"
Fue en ese momento que el chico del Distrito Dos se adelantó, ofreciéndose para realizar esa tarea, con una deliberada lentitud; sus manos se deslizaron por la tela de los boxers del Omega, revelando gradualmente la piel que se escondía debajo.
— ¿Qué? —. Cato deslizó sus manos sobre el Omega, acariciando con calma cada parte por donde pasaba, como si disfrutara de la suavidad que emanaba de todo el cuerpo de Peeta. Era algo repulsivo sentirlo contra la piel, por lo que intentó alejarse; sin embargo, tal lucha fue en vano, ya que en menos de lo que esperaba, Marvel detuvo su intento. — ¿Aquí no hay pelo? —. Pregunta, poco tiempo después el Omega percibe cómo las extremidades del Beta descienden más abajo, rozando sus genitales. Intentando evitar el contacto con las partes de su cuerpo que aún conservan vello.
Sintió la intensa necesidad de cerrar las piernas, avergonzado, pero a la vez, el alivio y un sentimiento de gratitud lo invadió por su estilista que insistió en evitar la depilación ahí. Sin embargo, hoy aborrece esas zonas que quedaron sin vello, ya que se convierten en víctimas de toques no deseados.
Glimmer soltó una risa, una mezcla de histeria y satisfacción, antes de comenzar a pellizcar los costados de Peeta de manera juguetona e irritante. Cada toque, aunque trivial, parecía llevar consigo un mensaje siniestro, como si estuviera marcando territorio en la vulnerabilidad del Omega. Marvel observaba la escena con una sonrisa retorcida, vacilante pero alentadora, sus ojos alternando entre los líderes de la alianza y su cautivo. Sin embargo, era su mirada fija en la ingle de Peeta lo que revelaba su verdadero objetivo.
Sus acciones no eran simples actos de crueldad momentánea; eran estrategias calculadas para quebrantar la voluntad del Omega y fortalecer su dominio sobre él. Todos se divertían a su costa, lo que aumentaba su odio por ser el único utilizado para ello. Tenía que idear un plan tan perfecto que nadie pudiera dudar, para así lograr contraataques eficaces y salir adelante en esta contienda; de este modo, también podría adentrarse en los juegos profesionales.
Las palabras pronunciadas por su padre momentos antes de abandonar las tierras que lo vieron crecer siempre serán una constante en sus pensamientos más lúcidos. Dijo que lo amaría sin importar qué; sin embargo, nunca creyó que una situación específica pondría a prueba esa promesa. La imagen de Portia llorando a causa de todos los horrores a los que está forzada a presenciar solo por pertenecer al Capitolio siempre le destrozará el corazón; ella debía sentirse atormentada, sabiendo que no podía hacer nada. También pensó en Haymitch, ese hombre terco que se negó a establecer un vínculo afectuoso con él; ahora, al reflexionar, fue una de las mejores decisiones, o de lo contrario, la unión generaría un dolor físico en su mentor debido a la humillación que recibe. Sin duda, su mente también trajo a Effie, una mujer frustrada por no lograr llevar a un miembro del distrito a la victoria. Se la imaginó expectante frente al televisor mientras niega con el rostro bañado en lágrimas al ver a otro tributo que conoce a punto de morir.
Finalmente, su mente se dirigió a Katniss, oculta en algún lugar del bosque para evitar a los profesionales, ella que había invertido los roles con los animales que cazaba en el Distrito Doce. En ese momento, decidió tomar medidas para equilibrar la vida en la que se encontraba Katniss; no podía rendirse cuando apenas estaban empezando.
Para resolver la situación, era crucial concebir una estrategia astuta que impidiera a los profesionales causarle daño. Se enfrentaba a un desafío que exigía astucia y rapidez mental. No tenía tiempo. Tenía la presencia de cuatro adolescentes dispuestos a contraatacar en cuanto decidiera escapar o iniciar los golpes, por lo que una batalla cuerpo a cuerpo sería desventajosa en extremo. Lo mejor serían engaños tan creativos que incluso Clove, quien ejercía como líder, llegara a creerlos.
—¡Nunca encontrarán a Katniss si me hacen algo!— Probó. Escuchó las burlas de todos mientras hablaban entre ellos, como si no estuviera ahí, dando a entender lo poco que le creían. Más importante, Clove no se movió en lo absoluto, pero eso no significa que estuviera de acuerdo con ellos. Bien, tenía que seguir así —. No saben cómo piensa ni cuál es su estrategia, jamás la encontrarán.
—¿Así que el amor se esfumó y ahora quieres matarla, panaderito?—. Marvel le dice casi con admiración, Cato toca con un dedo la piel de su ingle, cerca del muslo.
Peeta pensaba que los tributos provenientes de distritos más privilegiados tenían una mayor exposición a la diversidad y, por ende, una mayor probabilidad de haber conocido a un omega masculino. Sin embargo, considerando el contexto en el que estos jóvenes se habían criado, dedicando sus vidas al entrenamiento y la preparación para los Juegos del Hambre, parecía poco probable que hubieran tenido la oportunidad de interactuar con alguien de esa naturaleza. Esta falta de experiencia contrastaba notablemente con el repentino interés de Cato en tocar a Peeta, lo que sugería una curiosidad o una motivación oculta detrás de sus acciones.
—Joder, mira eso, es como si mezclaran a una omega con un chico— Dijo Cato no prestando tanta atención a lo hablado por los demás, tan concentrado en no perderse los detalles del cuerpo de su rehén.
"Muy listo, idiota, porque eso es lo que en esencia la genética hizo" piensa Peeta con unas fuertes ganas de rodar los ojos. El tiempo se le acababa, el cero estaba más cerca.
—Cuando se entere de lo que me hicieron, ella los atacará —. El Omega siguió hablando no queriendo pensar en todo lo que debía pasarle por la mente a Cato.
—Oh, vaya, estás tan convencido— Se burló la rubia con una entonación chillona y cantarina —. Pon atención, panadero, ella solo busca sobrevivir. No te importa —. Eso él no lo podía negar, sin embargo, nada le impedía convencerlos de lo contrario.
—Katniss no necesita estar enamorada de mí para odiarlos, se sacrificó por su hermanita pequeña, incluso si me odia ¿crees que de verdad va a dejar que le hagan esto al tributo de su mismo distrito?—. Peeta intentó levantarse del suelo, pero fue interrumpido por las manos de Marvel, que lo obligaron a regresar a la misma posición.
—Eso es una estupidez—. Mencionó Cato, aún acariciando muy cerca de sus partes íntimas.
—No— La voz del mando los interrumpe, y todos escuchan su palabra, como ley—, quiero escuchar. Dime, omega, lo que tienes que decirnos.
—Ella es una cazadora— Se le escapa decir e inmediatamente se encuentra corrigiéndolo—, porque es una alfa, obviamente. Sabe escalar, es fuerte e inteligente. Como yo lo veo, al menos dos de ustedes morirán antes de siquiera atraparla y seguirán perdiendo el tiempo mientras ella vive sana y salva en algún lugar. Cuando la encuentren, estará furiosa. Si quisieran ganarle debería ser desde el inicio, cuando tienen fuerzas —. La voz de Peeta era delgada, como si mencionara todo con temor para hacerles creer que las palabras dichas solo son productos de una valentía que pronto se esfumará.
Como era conveniente, empujó intencionalmente un olor angustiado y arrepentido hacia ellos. Sus caras satisfechas le dieron lo que quería. Eso, que pensaran que estaba cediendo.
—Se te olvida un pequeñísimo detalle, enamorado, tenemos comida.
—¿Cuánto te durará?—. Argumentó el Omega. Una vez que los grupos se asienten y los sobrevivientes recuperen fuerzas, los suministros de los profesionales serían el siguiente objetivo.
Ser profesional no siempre te aseguraba la victoria.
—Lo suficiente—. No, no lo hará y ella lo sabía muy bien.
—Sea como sea, ahora sólo yo sé dónde puede estar. Si me haces algo, nunca te lo diré.
—Así que, ¿qué? ¿Vas a guiarnos a ella a cambio de...?
—Tiempo —. La chica solo sonrió un poco, casi como si le pareciera risible que él creyera que podía cambiar las cosas.
—Ja, bien. Guíanos entonces, omega—. Dio la señal para que lo colocaran de pie y dejaran de tocarlo sin el consentimiento del Omega. Cosa que los demás obedecieron de mala gana.
Peeta, con un nudo en la garganta, se apartó unos pasos del grupo. Cada contacto, cada roce con la piel, le recordaba la presencia amenazante que sentía a su alrededor. Y, oh, la mujer Alfa, con su aura oscura, parecía empeñada en desestabilizarlo. Para Peeta, un alma sensible y vulnerable, era como caminar sobre un campo de minas emocionales. Así que, con delicadeza, se alejó un poco más, buscando un refugio donde su corazón latiera un poco más tranquilo y su Omega pudiera encontrar algo de paz en medio de la turbulencia.
Los pantalones del pequeño Omega se habían llenado de lodo al caer en un charco húmedo, posiblemente provocado por el rocío de la niebla matutina. Si bien no podía discernir si se debía a la naturaleza o si los organizadores habían decidido añadir otro obstáculo a su ya trágica existencia, al subirlos y abotonarlos como correspondía, sintió cómo pequeños trozos secos de barro se desprendían, cayendo al suelo.
—Si tuviera que apostar, Katniss está buscando agua ahora mismo, en otro lugar—. Decide no hacerlos esperar por mucho tiempo evitando jugar con la misericordia mostrada.
—Espera, espera espera. Dijiste que sabías dónde estaba—. Clove lo calla de inmediato para así estar en la misma página y evaluar su utilidad.
—Dije que sabía dónde podría estar. No sabíamos cómo sería la arena, así que no tenía sentido hablar sobre un lugar específico—. No mentía, de hecho, decía la verdad omitiendo algunos detalles que se le pasaron por alto de modo intencional.
—Esto es absurdo— Cato debió sentirse demasiado ignorado y frustrado ahora que ya no lo dejaron divertirse—. ¿Dónde?
—Ahí. La vi correr por allá, los árboles son más espesos, ella puede escalar, obviamente va a ese lugar —. Apunta hacia un punto perdido entre los árboles; de hecho, ni siquiera pudo distinguir hacia dónde se dirigió. Simplemente señaló, con la esperanza de que Katniss esté muy lejos de donde él les hizo creer.
—Entonces vamos — El beta salvaje se acercó a él para sujetarlo del cuello y hacerlo avanzar con brusquedad, a punto de moverse cuando otra voz se interrumpió.
—No, tenemos que asegurarnos de que la comida esté protegida y así llevar las cosas que sean necesarias para acampar—. Por algo Clove era una líder, su ingenio los llevaría lejos antes de que decidan mutilarse entre ellos mismos y la gran alianza termine, él estaría en primera fila cuando eso ocurra.
Antes de continuar con sus planes, el estruendo del cañón irrumpió, dejando a todos los tributos expectantes ante el veredicto del primer día en la arena. Once fueron los asesinados en el baño de sangre inicial; casi la mitad de los tributos habían desaparecido. Tras el evento, son conducidos hacia el primer escenario: la Cornucopia, donde el caos reinó, corrompiendo un espacio natural con la sangre derramada de los inocentes. Se observó cómo los tributos caídos eran arrancados del suelo en el lugar que yacían.
En medio de todo, un joven del Distrito Tres mantuvo una distancia prudente, su nerviosismo palpable al golpear repetidamente su muslo con la mano y escudriñar el entorno con ojos inquietos. Cuando sus miradas se cruzan brevemente, el omega sintió una profunda empatía hacia aquel muchacho, preguntándose qué circunstancias lo habían llevado a enfrentar semejante pesadilla.
Como era de esperarse, esa alianza se formó debido a que el chico era del Distrito Tres, lo que implicaba que tenía conocimientos sobre bombas y, por ende, ofrecía protección. Ante un coro de burlas desdeñosas, el pobre chico, con sus manos aún temblando, comenzó su laborioso trabajo mientras los demás tributos revisaban meticulosamente todo lo que la Cornucopia les ofrecía. Esto dejó a Peeta relativamente tranquilo y libre, por así decirlo, mientras cada uno de los demás se concentraba en adquirir algo nuevo para garantizar su supervivencia.
Con los nuevos acontecimientos tenía la certeza de un escape.
No fue rápido, de ser así ya hace tiempo se habría escapado, pero fue resistente. Si tan solo lograra escapar de los alcances de los tributos por unos minutos, eventualmente se cansarían y él seguiría moviéndose. Sin embargo, no sabía hacia dónde dirigirse, a pesar de su falsa pretensión de ser un chico valiente. Aunque cualquier destino era mejor que quedarse estático, sabiendo que aún así podía morir a manos de otro tributo. Pero, al menos, si corría, estaría buscando a Katniss. Así que, sin más opción, decidió ponerse en marcha y correr.
—¿Y luego qué? ¿Irás con tu novia, enamorado?—. Peeta se sobresaltó al escuchar una voz tan cercana a sus oídos, y es entonces cuando se dio cuenta de que un Beta estaba justo detrás de él. La sensación de sorpresa lo hace dar un brinco, mientras su corazón late con fuerza ante la inesperada presencia del otro tributo —. Eso es estúpido, no entiendo cómo los del Doce pueden ser tan salvajes.
Peeta lanzó una mirada desagradable a Marvel, consciente de que incluso en su aparente libertad estaba siendo vigilado de cerca. Reconociendo la necesidad de precaución, decidió ser en especial cuidadoso de ahora en adelante.
Al recoger sus pertenencias, descubrieron una variedad de armas y una abundante provisión de alimentos. Decidieron esperar al menos dos horas antes de que el tributo del Distrito Tres colocara trampas alrededor para proteger la comida. Cato, sin dudarlo, decidió dejarlo a cargo de la vigilancia de sus pertenencias, aunque no sin antes lanzarle una amenaza intimidante que persiguiera al joven del tres hasta en sueños.
Los miembros de la alianza le proporcionaron una mochila pequeña que apenas tenía espacio para suministros, demostrando su astucia al limitar sus opciones de supervivencia si intentaba escapar. Además, le dieron un cuchillo sin suficiente filo, diseñado para evitar causar daño letal en caso de que intentara huir, aunque lo único realmente útil fueron unos lentes de visión nocturna. La manada de profesionales lo envió directamente al frente, pero el ego de Cato se vio afectado al ser guiado por un simple Omega, lo que llevó a igualar su paso para sujetarlo del cuello y avanzar en sintonía. Las marcas dejadas por el apretón en la zona permanecerían grabadas en su piel durante mucho tiempo, recordándole su posición jerárquica en el grupo. Le permitieron decidir la dirección de toda la expedición; sin embargo, eso no estaba muy claro, ya que conforme avanzaban, Glimmer insistía en seguir en el juego, palabras que incitaron a los demás miembros a darle la razón.
Se mancharon las manos y corrompieron las de Peeta, incluso sin haberlos tocado, al asociarse con aquellos que sí habían quitado vidas, convirtieron así al joven Omega en un asesino a sangre fría.
Glimmer señaló humo en la distancia, y como una manada de depredadores, todos se lanzaron en dirección al pobre desafortunado que había encendido la hoguera. Peeta fue el último en llegar, y lo que presenció fue una escena devastadora: una chica Alfa, acorralada por toda la manada de profesionales. Las lágrimas brotaron de los ojos del Omega al darse cuenta del trágico destino que esperaba a Katniss si la encontraban. Con las manos sobre la boca, sofocó los chillidos de tristeza que amenazaban con escaparse. Estaba al borde del colapso emocional, pero sabía que no podía mostrar tanta debilidad frente a personas como la alianza.
Cato, quien observó la duda en sus ojos así como la vulnerabilidad dentro de su alma, decidió darle estímulos para advertirle las consecuencias de engañarlo. Peeta entendió muy bien al Beta cuando arrojó el cuerpo ensangrentado de la Alfa a sus pies, la pobre muy débil, para ser lanzada a unos metros como si fuera trapo. Los demás vitorearon el triunfo del joven sobre alguien por encima de su nivel en los subgéneros.
—¡Catorce menos!—. El tono de voz de Clove reflejaba la gran alegría que experimentaba al darse cuenta de los pocos participantes que quedaban en pie.
—Será mejor que nos vayamos para que puedan llevarse el cadáver antes de que empiece a apestar—. sugirió Cato con determinación. Sus palabras resonaron en el aire, y así, siguiendo su liderazgo, todos se pusieron en movimiento. Avanzaron con paso firme y cauteloso por el espeso bosque, atentos a cualquier movimiento o sonido que pudiera indicar la presencia de peligro en su entorno. La determinación en sus rostros era evidente, cada uno concentrado en la tarea que les aguardaba.
Peeta notó algo inusual en la situación que rodeaba la muerte de la joven, ya que desde el momento en que comenzaron a caminar para dar espacio y permitir que se llevaran el cuerpo, algo en el ambiente parecía estar cargado de tensión y misterio. Pues el cañonazo que notifica la muerte de algún participante no había sonado.
—¿No deberíamos haber oído ya el cañonazo?—. Preguntó Glimmer al darse cuenta de lo mismo que Peeta.
—Diría que sí, no hay nada que les impida bajar de inmediato—. Finalizó su respuesta Marvel, lo que provocó que detuviera su paso para ser imitado por los demás participantes en la caminata.
—A menos que no esté muerta—. Clove replicó con tono de reproche hacia Cato, destacando su falta de habilidad para acabar con la vida de alguien.
—Está muerta, la he atravesado yo mismo—. Se defendió el acusado.
—Entonces, ¿qué pasa con el cañonazo?—. Siguió insistiendo la líder de la alianza.
—Alguien debería volver y asegurarse de que está hecho—. Sugirió algún miembro del grupo una idea, pero Peeta no logró identificar con precisión quién fue, ya que estaba absorto en un solo pensamiento: ¿habría Cato dejado moribunda a esa pobre Alfa a propósito para que agonizara lenta y tortuosamente?
—Sí. No quiero tener que perseguirla dos veces— Clove dijo en burla.
—¡He dicho que está muerta!
Una discusión comenzó a surgir entre los miembros del grupo, mientras Peeta, en medio de la efervescencia del debate, llegó a una resolución definitiva.
—¡Estamos perdiendo el tiempo! ¡Iré a rematarla y seguiremos moviéndonos!
Él iba a darle un fin.
Notes:
Para quienes creyeron que nos habíamos ido, quiero decirles que seguimos con motivación para continuar por mucho tiempo.
Cómo siempre haré notas del capítulo destacando algunos puntos que deseo dejar en orden.
Historia:
Queremos hacerla lo más apegada al Canon, pero también destacando nuestra propia naturaleza, así como aquellos que deseamos transmitirles a nuestras lectoras, según nuestro punto de vista lo estamos logrando.Complicaciones:
La verdad existen escenas que se complicaron un poco pues no podia transmitír las emociones de peeta, al final se logró un poco.Cuestión del abandono:
En ocasiones nos pasará de retrasaron con las entregas por algo de tiempo, pero hasta que no demos un comunicado oficial por nuestra parte el fic seguirá, como se los comenté en un principio tenemos pensado seguir hasta que se termine por completo el canon.Personajes:
Siento que con la agregación de más personas dentro de la trama se complica un poco la dinámica de nuestra escritura, pero no es nada que no se resuelva con empeñó y dedicación.Peeta:
Mi pobre Omega que solo quiere encontrar métodos que le sean de ayuda para sobrevivir a la tortura de la juegos, pero también tiene que pensar en el mismo y no solo en Katniss, si sigue por este caminó solo le traerá desdicha.Katniss:
No hay que culpar del todo a la Alfa por su aparente desinterés por peeta, pues hay que recordar que ambos son víctimas en estos terribles juegos. Katniss te agradecería un montón si muestras un poco de interés en nuestro precioso Omega.Notas personales:
Queremos hacerlo lo más entendible para que ustedes puedan comprender todo lo sucedido alrededor de los personajes. Si son algo observadores podrán notar una nueva afición en los diálogos que en un futuro se repiten, esperemos que hagan sus teorías.Por último quiero agradecer su paciencia.
Mickeal:
Nosotros somos como unas cucarachas no morimos, simplemente reposamos un rato y volvemos con más fuerza.
Chapter 14: Piel de oveja
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Peeta se sorprendió cuando escuchó sus propias palabras, farfullando como quién no tiene la valentía de hablar en público.
Era un completo idiota que había dejado al descubierto sus pensamientos para ser el blanco de los profesionales. Sin embargo, era justo lo que necesitaba, un alarde falso interpretado por desesperación. Se dijo que era lo necesario, ser percibido como un niño asustado fingiendo valentía, para así hacerles ver con exactitud todo lo que esperan de un Omega, no se saldría de las normas impuestas a el. A pesar de sus intenciones y palabras, le supieron amargas en la boca, arrepentido por lo que su subconsciente se atrevió a pronunciar sin medir las implicaciones que le traerían. La Alfa moribunda a unos cuantos metros aún se encontraba con vida; él tendría que darle el golpe de gracia, colocando su nombre como un asesino.
Iba a matar. Todo por un tributo del Distrito Dos que fue incapaz de mostrar misericordia por alguien más débil y en clara desventaja frente a un rival bien alimentado. Si le hubieran preguntado a Peeta, habría dicho que la lucha fue demasiado brutal y bárbara incluso para Cato, dejándola desangrándose y en un estado que le causaría una infección en las heridas, provocando una muerte aún más dolorosa y lenta. Era la peor de las torturas.
La crueldad y falta de humanidad que presenció en la arena eran un recordatorio constante de la brutalidad del Capitolio, hacer luchar a jóvenes que nunca se habían mostrado en rivalidad, para obligarlos a rebajarse a simples animales que dejan ver un lado vil y salvaje. Le hicieron darse cuenta al Omega la capacidad humana para asesinar, para avanzar y quedar con vida, olvidando propia moral y enfrentándose a decisiones difíciles en su desesperada lucha por sobrevivir.
—Venga, chico amoroso — le dijeron. La culpa y la vergüenza lo abrazaron con cizaña, arrancando de sus manos la seguridad de quién era—, compruébalo tú mismo.
Peeta experimentó una sensación abrumadora, una densa neblina, la cual parecía difuminar la mayoría de sus pensamientos y enturbiar su visión, dejándolo casi en la penumbra de una noche oscura, donde la luz apenas alcanzaba a iluminar su camino, le recordó lo malo que seria esto, para que su lado omega tratara de protegerlo así.
Un gran peso se instaló en alguna parte de su estómago debido a los acontecimientos futuros.
El pecho del Omega palpitaba con inquietud, sus respiraciones agitadas reflejaban la turbulencia de su mente, que se veía inundada por la creación de escenarios atroces. Prefería enfrentarse a esas preocupaciones a través de los susurros apenas audibles de los agentes de la paz durante sus rondas habituales en el mercado. Estos murmullos, surgidos en el momento oportuno mientras realizaba sus entregas habituales, le proporcionaban una especie de consuelo, pues se había salvado por otro año de la arena.
El dolor agudo que surgía de la cortada en su brazo fue como un despertar brusco que lo sacó de su ensimismamiento, devolviéndolo a la cruda realidad. En ese instante, se percató de que no podía seguir anclado en el pasado, que era crucial dejar atrás las sombras que lo atormentaban para enfocarse en el presente. Con firmeza, decidió encarar el momento actual, consciente de que cada elección, por más insignificante que pareciera, podría acarrear consecuencias graves, no solo para él, sino también para Katniss. Con este pensamiento en mente, empezó a reunir un poco de coraje para confrontar los desafíos que se le presentaban.
Peeta avanzaba con pasos cautelosos a través del espeso bosque, sus movimientos eran suaves pero meticulosos, sin embargo para sus oídos eran estruendosos resonando como un lamento. Cada huella que dejaba conforme avanzaba se convertía en una nota muerta perdida entre los sonidos de la naturaleza. Durante todo el recorrido, su corazón lloró culpable y sangró lamentos, adolorido por los cortes que le arrebataron su inocencia mientras su cerebro reprochaba su debilidad, azotando con lógica a su mente y recordándole que no estaban solos.
Al menos algo que los televidentes no pasarían por alto con emoción era su incontable repetición a voz alzada de "Por Katniss", una y otra vez, como si fuera lo único que sabía decir. Estarían encantados.
Fue solo en ese instante de valentía, mientras repetía el único nombre por el que su corazón latía, que divisó la figura de una joven Alfa. Ella se retorcía en agonía, su cuerpo convulsionándose por la falta de sangre y energía para resistir una herida tan mortal que había creado un pequeño lago de tonos rojizos bajo su frágil figura. Aun así, cuando sus ojos se encontraron, ella aun tenia la fuerza para erizarse y obsequiarle miedo. Fue brutal, doloroso, porque es mas fácil ver la resignación que la esperanza.
En su pecho, un nudo de angustia se apretó con fuerza, impulsándolo a correr hacia ella, cada paso marcado por la determinación y aflicción de terminar con el dolor agonizante que debía estar pasando la chica.
La misma arma que ocasionó su agonía era la que sostenía su frágil existencia entre los confines del mundo de los vivos. Incrustada en una zona superficial de su cuello, la hoja del cuchillo no alcanzaba la yugular, pero la sangre fluía incesante, tanto que en el momento en que Peeta decidiera retirarla, un torrente de sangre se desbordaría en exceso, amenazando con extinguir la débil llama de vida que aún ardía en ella. Sus manos estaban hinchadas, su pierna izquierda claramente fracturada. La habían lastimado para que no pudiera defenderse y la habían dejado allí a morir.
Al acercarse lentamente al rostro de la joven, sólo logró distinguir unos ojos profundos, oscuros como el carbón, que reflejaron desolación; lo peor fue ver ese temor casi infantil debajo de esa esperanza. La tragedia sucedió ahí, bajo un árbol con el susurro del viento entre las ramas que alejó consigo el pesar de aquellos que habían caído bajo el mismo yugo.
Se acomodó en el suelo, buscando una postura que les permitiera estar cómodos y colocó la cabeza de la chica entre sus muslos. Con gestos suaves, acarició el rostro de la joven, cuyas facciones apenas podían ocultar el dolor que la consumió. ¿Estaba siendo visualmente demasiado piadoso? Debía luchar por no dejarse llevar, por evitar el torrente de emociones que lo embargaron, sintiendo una profunda impotencia al ver el sufrimiento de otro ser humano tan de cerca.
No es la Alfa imponente de la que en casa le advirtieron, no es aterradora ni grande ni orgullosa. Es una niña flacucha y asustada, aterrada por los movimientos de él, un Omega, chillando por desesperada piedad. Se veía más como un cachorro, un niño, aterrada por los horrores del mundo. Jadeaba en pánico, y Peeta supo que no podía ofrecerle una salvación que garantizara su supervivencia. Nadie podría sobrevivir si él, el joven Omega, decidía mostrar compasión de esa manera. En cambio, le brindó algo mucho más valioso en la corta vida de la Alfa: un momento de tranquilidad.
Liberó su aroma tranquilizador, una mezcla agria y dulce que envolvía el aire a su alrededor, y concentró toda la ternura y el amor que pudo reunir en él para entregárselo a ella. No a esta Alfa imponente, sino a esta niña vulnerable que lo miraba con ojos llenos de miedo y confusión. En ese momento, Peeta comprendió la fragilidad de su posición y la necesidad de protegerla, no como un Omega frente a una Alfa, sino como un ser humano ante otro.
—Acabaré con todo.
Peeta dirigió sus manos con lentitud, como cuando tomaba un caramelo furtivamente de la despensa de su madre, temblorosas por el miedo a lo desconocido. Con gran valentía, respiró profundamente, reuniendo el coraje necesario para continuar con lo decretado. Retira el cuchillo con sumo cuidado, consciente de que cada movimiento es crucial para evitarle aún más dolor al joven. A medida que el filo se aparta de la herida, la sangre brotó, pero este acto de liberación también representaba una oportunidad de salvación, una redención para su miseria. Aplicó presión sobre la herida, luchando contra el tiempo y la inevitabilidad de la muerte que acechaba en cada instante.
Ella comenzó a jadear de manera agonizante y a soltar lastimeros gemidos, tal vez por el dolor, tal vez por el miedo. Sus manos se aferraban a la camisa del Omega, como si quisieran sujetarse de la vida misma, mientras él hacía un esfuerzo sobrehumano para rodearla con toda su seguridad y calor a través de su olor, incluso cuando él mismo se sentía inseguro. Anhelaba envolverla físicamente en sus brazos, consolarla y asegurarle que todo estaría bien, pero el miedo a las posibles consecuencias lo paralizaba como un egoísta cobarde. La idea de desafiar a quienes lo trajeron aquí era peligrosa.
Entonces, con la pena cubriendo sus acciones, se atrevió a hacer una sola cosa: le descubrió el cuello a la Alfa.
Fue apenas una leve inclinación, y de no ser por su característico olor, no habría nada que delatara su acción de empatizar con una tributo que no era de su distrito. Afuera, en el mundo exterior, donde las cámaras observaban cada movimiento, nadie podría saber realmente lo que estaba haciendo, excepto quizás por su distintivo aroma. Con una flexión tan sutil, sería el secreto compartido entre ambos. La Alfa inspiró profundamente y cerró los ojos, como si el gesto de apoyo le otorgara la fuerza necesaria para enfrentarse a lo que estaba por venir, mostrándose serena ahora que se sentía cómoda.
Peeta se quedó por unos momentos acariciando el cuello de la Alfa, preparándose mentalmente para lo que estaba por venir. Sabía que debía hacer un esfuerzo supremo para no derrumbarse y ocultarse bajo la protección de un árbol, esperando el regreso de Katniss o su propia muerte. El Omega fue testigo de cómo el brillo abandonó los ojos de la Alfa, despojándola de cualquier parecido con los cuentos de hadas que solía escuchar de niño. La muerte era mucho más cruda y rápida de lo que cualquier historia se atrevía a relatar. Aunque no era ajeno al fallecimiento de las personas, siendo del Distrito Doce, como hijo de comerciantes nunca había experimentado la intimidad de presenciarla de esa manera. Fue un momento de incontables jadeos y escalofríos repentinos, que parecían nunca tener un final pero en cuestión de segundos mientras Peeta pedía al cielo terminar con el sufrimiento de la chica está dejo de emitir sonidos llegando así a su muerte inevitable, se quedó con la mirada puesta en el Omega, desprovista de toda calma que hubiera deseado. Su rostro no reflejaba ira, ni miedo, solo una profunda sensación de pérdida.
Peeta, con las manos frías y la sensación de haber sido herido por los crueles designios del destino, se puso de pie, tratando de fingir que no había perdido una parte importante de sí mismo.
Desde una edad muy joven, Peeta fue conocido por su tranquilidad innata, tan sereno que muchos podrían compararlo con el agua de un estanque, reflejando la quietud y la paz que lo caracterizaban. Su presencia en cualquier situación era como un bálsamo, capaz de calmar incluso las aguas más turbulentas. Siempre prefería pasar sus tardes junto al cálido horno, esperando que el pan adquiriera la perfecta cocción para ser disfrutado por las papilas gustativas de un buen crítico. Sus manos no se llenaban de barro jugando en la tierra con los demás niños revoloteando fuera de sus casas; en cambio, estaban ocupadas con harina para amasar una masa suave.
El pequeño Omega nunca mostró indicios de ser una persona revoltosa; en cambio, su habilidad para mantenerse como alguien sosegado adquirió un papel fundamental en la perspectiva que los demás tenían sobre él. En ocasiones, su capacidad se veía afectada por la influencia de terceros a su alrededor, como la de su madre, que siempre lo llevaba al límite, golpeando su rostro o sus manos con el molinillo con el que se amasaba, buscando algún indicio que le revelara su segundo género cuando aún no se presentaba.
En el contexto de su experiencia en la arena, Peeta se encontraba en un momento de profunda reflexión. Las acciones de su madre, que una vez aceptó sin cuestionar, ahora lo hacían dudar. Cada desafío y situación extrema en la arena lo obligaban a enfrentarse a sus propias creencias y valores. Se preguntaba si las decisiones de su madre estaban realmente motivadas por el amor o si había otras razones más complejas detrás de ellas. Recordaba vivamente una ocasión en la que los brazos de su progenitora se envolvieron alrededor de su pequeño cuerpo y lo aferraron, sin querer liberarlo. Entre sollozos, ella le repetía que debía convertirse en un gran Alfa. Después de eso llegó su presentación y todo cambió, su infortunio estaba sellado.
La relación con su madre se volvió tensa cuando comenzó a notar las actividades tan serenas y sumisas que adoptaba conforme se acercaba el tiempo de su madurez. Esta transformación gradual en su comportamiento generaba en ella sentimientos de frustración y resentimiento hacia un joven Omega, cuestionando si estas perspectivas eran realmente lo que deseaba para su vida. Peeta se encontró en un dilema interno, debatiendo entre cumplir con las expectativas impuestas por su madre y seguir sus propias aspiraciones y sueños. Cada día que pasaba, la brecha entre ellos parecía ampliarse, alimentando aún más su conflicto interior. A medida que el tiempo avanzaba, Peeta se enfrentaba a la difícil tarea de reconciliar sus propios deseos con las esperanzas de su madre, buscando un equilibrio que le permitiera encontrar un camino en la vida mientras mantenía una relación amigable dentro de su hogar, sobra decir que sus intereses jamás se concretaron, impulsando el odio de su madre. Dado esto, Peeta aprendió a guardar silencio aún si su lengua tenía el impulso de moverse y cuestionar lo dicho por otros.
Ahora, Peeta se ha transformado en alguien que comete actos de violencia. A pesar de las intenciones detrás de sus acciones, alguien de su linaje será etiquetado como un asesino a los ojos de todos, sin importar el motivo que lo haya impulsado a actuar de esa manera. Al recorrer el mismo camino por el que llegó para reunirse con los profesionales, el Omega ya no se siente igual. Es como si hubiera traicionado todos sus ideales, todo lo que alguna vez quiso conservar; ya no le queda nada de lo que una vez fue.
—...Seguro que el chico amoroso lo sabe —. Escucha que mencionan tan bajo que apenas se puede distinguir entre tantos ruidos provenientes de las profundidades del bosque. Los tributos profesionales guardaron silencio al distinguir los pasos de Peeta cada vez más cerca, y él notó cómo relajaban sus músculos al identificar su rostro. Clove quién estaba un poco más cerca que los demás solo tiene una sonrisa en el rostro mientras observa como de sus manos desciende sangre.
—¿Estaba muerta? —. Pregunta el chico del Distrito Dos con genuino interés, como si él no la hubiera dejado agonizante de manera lenta.
—No, pero ahora sí —. Responde Peeta con una falsa pretensión, adoptando un tono de voz calculado en calma mientras empujaba hacia ellos la molestia y la angustia, forzándolos a acostumbrarse a la idea de que era inofensivo. Sin embargo, bajo su aparente inocencia, se ocultaba una estrategia sutil para sembrar dudas en la mente de los demás tributos. Justo en ese momento, resonó el cañonazo, interrumpiendo el tenso intercambio de palabras. —¿Nos vamos?—. Las sonrisas burlonas aparecieron, como si se hubieran percatado de lo fácil de "manipular" que era.
Había una historia que describe a la perfección su sutil engaño, era una lástima que los profesionales la conocieran. Un cuento que narra las aventuras de un lobo y ovejas que al escucharla siempre lo dejaba incrédulo sobre cómo una oveja era engañada por un astuto lobo que se acercó para proponerle un acuerdo. La oveja no encontró motivos ocultos tras la proposición y el trato se cerró, sin que la oveja se preguntara porqué el lobo no pidió algo de regreso. El lobo vistió las pieles peludas y suaves de la oveja, y se escondió entre la neblina esponjada para convencer a las demás de que era una de las suyas. Cuando la tapadera fue creída, la engulló una por una entre alaridos lastimeros, traicionando a todas las que se atrevieron a confiar en su aspecto vulnerable. Los lamentos de las víctimas no habían sido por su muerte; era todo lo contrario, pensaban en aquella buena amiga a la que usaron para semejante barbarie, lloraron por el agraviado al saber lo que le hicieron a su rebaño con su propia piel. Esa oveja habría de estar ardiendo de rabia, deseosa de justicia.
Peeta pensó que sería como esa oveja si se le permitiera vengarse, intercambiando roles con rencor, vistiendo las pieles del lobo y tratando de convencer a la manada de que era un monstruo igual de despiadado que ellos, engullendo y desgarrando a la presa. Pero no se sintió como si estuviera traicionándolos, como había sido en el cuento. La manada sabía que algo estaba mal y se estaban riendo a sus costillas, esperando el momento, una lucha con la cuenta regresiva hasta que lo descubrieran en voz alta y pelearan por devorar a la oveja una vez llegara a cero.
Mientras los lobos permitieran la presencia de una oveja entre ellos, Peeta procedería con cautela, soportando burlas y heridas mientras liberaba el aroma del roble para engatusar a los desprevenidos. Sin embargo, al final del día, el pastor se enfrentaría a las consecuencias de sus acciones, lamentando las heridas infligidas a su rebaño y esforzándose por identificar y castigar a los culpables. Si la madera seca con las feromonas ocultas en el bosque tenía algún significado, tal vez indicaba que el pastor ya había descubierto lo que estaba ocurriendo.
Él se adelantó al resto, con paso veloz, liderándolos a través de la densa maleza del bosque, con su corazón como brújula, orientándose hacia el lado opuesto donde se encontraba Katniss, confiando en su habilidad para mantenerse a salvo. Con determinación, avanzaba entre los árboles, cada paso impulsado por la urgencia de alejarlos lo más posible del rastro de su Alfa, asegurándose de que ninguno detuviera su paso.
La noche se transformó en día mientras el omega reflexionaba sobre las vidas que había cobrado. Se enfrentaba a la realidad de ser un asesino, habiendo encarnado todo lo que el Capitolio esperaba de él. De repente, la tarea de manipular a estos profesionales para proteger a Katniss durante tanto tiempo parecía más desafiante de lo anticipado. Anhelaba que todo fuera más rápido, como un baño de sangre, pero sabía que el juego había evolucionado y podría prolongarse. Aunque sus pensamientos eran egoístas, ansiaba el momento de sacrificar su vida por la de Katniss, deseando que llegara pronto.
—Acamparemos aquí —. Sus pasos se detuvieron en seco cuando las palabras de Clove resonaron autoritarias, sin dejar espacio para desafíos por parte de sus oyentes. Peeta deseaba fervientemente poner más distancia entre él y Katniss, sintiendo la urgencia de protegerla de cualquier posible desafío.
Cato emitió sonidos de molestia que resonaron en el aire, claramente audibles para todos los presentes. Despreocupado por la opinión de los demás, arrojó con furia uno de sus cuchillos hacia Peeta, el cual se incrustó con fuerza junto a su brazo derecho en la corteza de un árbol cercano. La tensión en el ambiente se hizo palpable mientras Peeta luchaba por contener la respiración, consciente del peligro inminente y la proximidad de salir herido. Un silencio pesado llenó el espacio, cargado de hostilidad y amenaza. Clove, por su parte, observó el arrebato de su compañero de alianza, desafiándolo a seguir con la escena con una mirada retadora.
El beta no se sentía contento por detenerse con la adrenalina aún pulsando en sus venas, pero las palabras de la Alfa siempre serían la ley. Nadie se atrevería a sobrepasar los límites que los subgéneros establecían. Además, todos admitieron en voz baja estar tan devastados por la caminata que preferían detenerse solo por unos momentos. Pasaron gran parte de la noche y la madrugada buscando el escondite de Katniss, o al menos eso les hizo creer Peeta. Sin darse cuenta, habían montado un pequeño campamento a la intemperie, sin miedo a ser encontrados por otros, pues sabían que en cuestión de números ganaban; al final, eran la alianza más grande.
Habían organizado el campamento con todo lujo de detalles, aprovechando cada recurso otorgado por el Capitolio para mejorar su comodidad y bienestar. La ventaja de poder cocinar su propia comida era un privilegio que sabían que muchos otros tributos no tendrían ese día, y esa realidad les causaba una profunda sensación de desagrado. Sentían repulsión por la disparidad de condiciones entre ellos y los demás participantes en los Juegos. Sin embargo, esa aversión era eclipsada por una sensación aún más abrumadora: la conciencia de que todos los presentes, incluido él mismo, eran asesinos. Habían segado vidas en un acto desesperado por sobrevivir en un mundo donde la crueldad era la norma. Peeta se veía a sí mismo como parte de esta tragedia, consumido por el peso de la culpabilidad y el remordimiento.
Cada bocado de comida que ingería le parecía áspero, como si quisiera desgarrar sus entrañas, pues la sombra de la muerte lo rodeaba. Todo lo que tuvieron que hacer para llegar hasta donde están pesaba sobre él. ¿Cómo podían seguir adelante en medio de esta atrocidad? La pregunta resonaba en la mente de Peeta mientras luchaba por reconciliar sus acciones con su propia humanidad. El peso de la responsabilidad se hacía más abrumador conforme pasaban los minutos y las horas, amenazando con ahogarlo en un mar de angustia y desesperación. El cuenco de alimentos se sentía tan pesado como cargar costales de harina sobre sus hombros, y sus manos se apretaban con impotencia. Podía sentir cómo su piel se abría con el borde del recipiente.
De pronto, en un instante cargado de silencio en donde solo se podía escuchar los sorbos producidos por un caldo extraño que comida Claove. Peeta percibió la presencia de alguien que se deslizaba sin titubeos hasta situarse a su lado, como no le importara pasar desapercibido para los demás. La sensación de su cercanía, aunque inesperada, no le resultó del todo sorprendente; después de todo, en aquel contexto de los Juegos del Hambre, la paranoia y la desconfianza eran compañeras constantes. El corazón de Peeta latía con fuerza, alerta ante la posibilidad de un encuentro que podría cambiar el curso de su destino en el cruel campo de batalla.
—Y pensar que no eras tan puro, pequeñín—. Marvel apoyó la palma de su mano sobre su muslo e inclinó un poco la cabeza para poder reconocer con mayor facilidad las emociones de Peeta. Se alegró al ver cómo fruncía la nariz con desdén al intruso que había invadido su espacio. —A tu Alfa le va el salvajismo—. No lo percibió como un toque invasivo, sino más bien como algo extraño, íntimo e incorrecto. Aunque distaba mucho del descaro del imbécil del Distrito Dos, por eso lo toleró. —¿Y? ¿Ahora te pondrás difícil?—. Pregunta una vez que vio como la mirada del Omega nunca se alejo del peso adicional sobre él.
Peeta frunció el ceño mientras mantenía un silencio protestante. "Mantente en tu papel, mantente en tu papel", se repitió a sí mismo como un mantra. Sabía que los demás pensaban que intentaba engañarlos, haciéndoles creer que no le importaba su Alfa y que no les tenía miedo. Estaban convencidos de que él planeaba escapar en el momento menos esperado para refugiarse bajo la protección de Katniss. Debía admitir que pensaban muy bien de él, si creían que podía derrotarlos a todos. Entonces, ¿por qué no utilizar al omega estúpido como cebo para la presa?
Por supuesto, Peeta solo les había hecho creer en ese escenario para conseguir lo que realmente quería. Aunque en realidad, era un poco más patético que eso. En el fondo, solo estaba tratando de darles la sensación de control y esperaba que dejaran a Katniss por el mayor tiempo posible, hasta que la encontraran y él pudiera sacrificar su vida por ella. Esta estrategia no era solo por salvar a Katniss, sino también por proteger a los demás miembros de su alianza. Peeta comprendía que, en el juego de los Juegos del Hambre, cada movimiento era crucial y, a veces, sacrificar su propia imagen era la mejor manera de proteger a los que amaba.
—Los salvajes son ustedes, asesinan por placer—. Responde apartando la mano sobre él con un gesto sutil, Peeta no sintió molestia por la pregunta que le hizo; sin embargo, lo que realmente le incomodó fue el tono despectivo con el que se refería a su Alfa.
—Igual que tu—. Lejos de ofenderse, Marvel se desplazó con determinación hacia donde estaba Peeta, mostrándose cómodo en su presencia. Los demás miembros del grupo se movían con cautela sobre la tela del campamento, aferrándose a la decisión conjunta de permanecer en el lugar. Peeta no interpretó el movimiento como una amenaza directa, pero sí como una advertencia implícita, como si Marvel estuviera tratando de comunicarle algo que no podía expresar en voz alta. Esta situación lo dejó sumido en un mar de dudas y sospechas, preguntándose qué secretos o intenciones ocultas podrían estar acechando bajo la apariencia tranquila de la alianza.
—Jamás disfrutaría hacer esto—. Con duda en su mirada, Peeta observó al adolescente, intentando descifrar qué se estaba ocultando tras sus entonaciones. Se quedó durante un tiempo, como si los labios del chico pudieran ofrecer respuestas a sus sospechas y lo próximo a salir en sus palabras se convirtiera en la resolución.
—Pero estas dispuesto, igual que todos nosotros —. El beta, con gesto severo, dirigió su dedo acusador hacia ambos, mientras escudriñaba a los demás miembros del grupo, intentando transmitirle su punto de vista. En medio de la tensión que envolvía el ambiente, el Omega captó la esencia del mensaje que se le transmitía. Para él, el momento esperado había llegado, aunque notaba algunas diferencias sutiles entre su perspectiva y la de los demás. Mientras que la mayoría estaría dispuesta a actuar en defensa propia, movidos por el instinto de supervivencia, él consideraba que su motivación residía en un sentido de misericordia, una disposición a actuar en beneficio de otros, incluso a costa de su propia seguridad.
Ambos observan a los demás, quienes están absortos en sus propias actividades. Glimmer parece a punto de lanzarse sobre Cato de manera imprudente, mientras él se muestra desdeñoso al respecto, arrogante en su actitud. Por otro lado, Clove se concentra en limpiar sus cuchillos, rodando los ojos con fastidio ante las tonterías infantiles de sus compañeros. La tensión en el aire es palpable, cada gesto y mirada revela la complejidad de las relaciones entre los miembros del grupo y subraya la importancia de mantenerse alerta en un entorno donde la confianza es un bien escaso.
—No quieres, pero lo harás si eso te asegura otra noche, no finjas que no lo harías—. En ocasiones, los demás los observan con curiosidad, especialmente cuando notan la mano de Marvel descansando en su pierna. Es una imagen que no pasa desapercibida, y es evidente que algunos miembros del grupo se sienten intrigados por ello. Peeta, por su parte, parece no tener prisa por apartarla de su muslo, lo que añade un matiz adicional de incertidumbre al ambiente ya cargado de expectación y sospecha.
—Él la dejó agonizando y sufriendo—. Peeta se quejó como un niño pequeño, frunciendo las cejas y añadiendo aún más sufrimiento a su rostro. Se encogió sobre sí mismo, tratando de evadir las imágenes que asaltaban su mente cada vez que recordaba algo del suceso. En esos momentos, la mano sobre él resultaba irritante, deseaba apartarla, pero sabía que obtendría el mismo resultado que antes: una sensación de impotencia y desesperación.
—Sí—. Lo admitió. Al Omega le sorprendió la rapidez con la que ocurrió todo. Sintió un dolor indescriptible en su muslo cuando algo lo apretó, y por instinto, un gemido de sufrimiento salió de su boca. Tal parece, que el sonido fue grato para su agresor, pues solo mostró una bonita sonrisa como si quisiera esa reacción en él. —pude escoger a mejores aliados—. Prosigue.
—Y no quisiste—. Continuó con la conversación, pero se encargó de esparcir un aura de rechazo que envolvió una amplia extensión del bosque, asegurándose de que aquellos a varios kilómetros de distancia se percataran de ello. Se sintió profundamente ofendido por la osadía de Marvel y quería que su desdén fuera conocido en todo el entorno.
Las miradas cómplices entre los presentes dibujaron un sombrío panorama. Era evidente que se hallaba en medio de un atraco planeado, y él era el blanco principal. Aunque por el momento permanecía ileso, era consciente de la fragilidad de su seguridad; mientras su Alfa siguiera con vida, representaba una amenaza. Sin embargo, la intención de los atacantes era clara: socavar su voluntad, sembrar el temor en su corazón hasta convencerlo de que su destino como el único Omega en los Juegos del Hambre era inevitable. Ansiaban doblegarlo, desgastarle la menta para que así su espíritu se quebrara.
—Prefiero matar a alguien a quien aborrezco que a encontrarme a alguien que me agrade y matarlo—. La prueba de que estos chicos, de hecho, no eran verdaderos monstruos estaba en ello, y esto solo los hacía parecer más humanos, lo cual le resultaba aún más difícil de aceptar. No quería concederles la facilidad de ser más despreciables para así poder odiarlos sin tanta culpa.
—Tendrías oportunidad solo—. Peeta sostuvo su argumento basándose en lo que había observado.
Destacó la habilidad de Marvel en la mayoría de las tareas asignadas, ejecutándolas con tal facilidad que resalta la incompetencia de los demás. Si Marvel estuviera actuando solo, podría concebir planes para eliminar a todos en cuestión de segundos, gracias a su agudo ojo analítico para los detalles y su habilidad para juzgar el comportamiento de los demás. Su capacidad para discernir patrones y anticipar movimientos le otorga un aura de eficacia peligrosa que no debe subestimarse. En conclusión, Marvel era alguien con quien no debías enfrentarte.
—Tendría más con ellos. Son criados para esto y a nosotros también nos enseñan qué hacer, aumenta las posibilidades —. Esas expresiones solo sirven para destacar aún más la asombrosa destreza de Marvel, dejando a Peeta impresionado por sus habilidades. A partir de este momento, Peeta se da cuenta de que debe ser cauteloso en sus interacciones con Marvel, consciente de que cualquier descuido podría resultar en la revelación del secreto guardado, a menos que, por supuesto, ya haya sido descubierto.
—De morir.
—Y de vivir— Susurró con un dejo de mal humor.
Él retiró sus manos del omega como si el contacto le quemara, como si las brasas hubieran dejado marcas en sus palmas. En ese instante, quedó atrás el chico que mostraba curiosidad por su cuerpo, dejándolo ahora en un estado de inquietud, sorprendido por la situación en la que se encontraba, y haciéndole cuestionarse si esta sensación de temor y vulnerabilidad siempre había estado presente en él.
Antes de erguirse por completo, Marvel se inclinó hacia él con solemnidad. Sus labios apenas rozaron su oído, creando una sensación intrigante. Con una vocalización suave pero firme, empezó a susurrar palabras que resonarían en su mente por el resto de sus días, marcando un punto de inflexión, ya que solo reforzaron lo que en el fondo sabía pero se resistía a aceptar.
No mueras por alguien como ella, Katniss no lo haría por ti", resonó la voz con una carga de verdad que atravesó el alma del Omega como una daga afilada. En ese momento, en medio del eco de esas palabras, se encontró inmerso en un abismo de reflexión. Se vio obligado a enfrentar la realidad de su situación, a cuestionar el significado de sus propias acciones y el motivo detrás de cada sacrificio que había hecho por Katniss. ¿Había estado buscando su aprobación? ¿O tal vez esperaba que sus esfuerzos le ganaran un lugar en su corazón? Peeta se dio cuenta de que nunca había realizado sus acciones con la esperanza de ser correspondido por la Alfa, pero ahora se enfrentaba a la dolorosa verdad de que sus expectativas podrían no haber sido realistas.
Peeta se encontró incapaz de apartar la mirada de la espalda de Marvel, que avanzaba en línea recta hacia Clove. La intriga lo envolvía como un manto pesado que perforaba sus pensamientos y lo dejaba sumido en un mar de incertidumbre. Se preguntaba qué motivaba a Marvel a comportarse de tal manera, qué juegos mentales estaba jugando y cuáles eran sus verdaderas intenciones. La imagen de Marvel avanzando con determinación parecía empequeñecerlo, dejándolo con una sensación de desconcierto y una creciente ansiedad. Quizás eso era lo que esperaba el beta: confundirlo hasta el punto de hacerle olvidar cómo guiar a los profesionales por el camino contrario, dejándolo vulnerable y desorientado ante sus maquinaciones
Pero muy en el fondo, había descubierto que en algo tenía razón: ya no era puro, y estaba dispuesto a lo que sea por su Alfa.
Notes:
Siento la demora por este capítulo, últimamente tanto mi compañera como yo, nos mantenemos ocupadas con nuestras actividades de nuevas adultas.
Cómo es costumbre no dejaré de lado aquellos comentarios, respecto al capítulo.
Trama:
Es algo complicado seguir una estructura más cuando en el canon original no se habla mucho de las acciones que realizó peeta durante su participación con los profesionales, me refiero a todas las actividades pequeñas.Complicaciones del capítulo:
Si hubieron algunas, no voy a mentir, al menos para mí, yo me encargo de terminar el esquelo que me manda mi compañera. Para empezar al principio me bloqueó al momento de querer hacerlo lo mejor posible para ustedes, de ahí en fuera todo fue algo fácil.Por qué se tarda:
En este apartado tengo que aclarar que somos dos cabezas haciendo ésto, es algo obvio que habrán algunas complicaciones, para que un capítulo quedé a nuestro gustó, fácil tiene que pasar por cinco correcciones, y aún así hay cosas que se nos pasa. Las primera correcciones son las que más tardan en hacerse y de mandarse a la otra. Tragamos que el tiempo se reduzca lo más posible pero aún asi no podemos hacerlo.Tengo que decirles que por culpa de ser autoras de fics se nos pego la tragedia, nos pasa de todo en nuestras vidas.
Peeta:
Mi dulce y tierno niño, se que luchas todos los días y a todas horas para mantenerte de pie, pero tus aliados son personas que no comparten tus ideales, ten cuidado cuando andes cerca de ellosz procura no bajar la guardia.Marvel:
Demuestra que no eres un asesino a sangre fria y solo eres una víctima más del Capitolio.Katniss:
Manten tu existencia a salvó por el bien de peeta.Haymitch:
Ayuda un poco a peeta, hombre alfa tenías que ser. No te veo ayudándolo.Mickeal:
Ésto ha sido todo de mi parte ....mickeal fuera.
Chapter 15: Días "normales"
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Peeta siempre había sido capaz de eludir la realidad. Cada vez que una situación desfavorable ocurría a su alrededor, su mente trabajaba para sacarlo de ese escenario, como un sistema de autodefensa. A veces, se refugiaba en un lugar creado por su mente para protegerse. Sin embargo, también era común que durante estos episodios su atención se fijara en cosas a su alrededor, como las grietas en el tronco de un árbol, la imperfección en la barba de alguien o el sonido del agua corriendo. De cualquier manera, terminaba sin saber qué había pasado durante ese tiempo.
Era fácil pensar que quería impregnar en su memoria todas las aventuras que podría haber tenido en el distrito doce, si no fuera por lo encarcelado que se sentía en su propio hogar a causa de su madre. Las únicas actividades permitidas para él eran ir a repartir pan. Pero estaba bien, porque al menos por un momento podía sentir el viento fresco chocar contra sus mejillas, podía escuchar a la naturaleza y, perderse en una densa neblina fantasiosa de que todo era mejor ya a pesar de estar en un escenario sangriento, jamás en su vida se había sentido tan en paz consigo mismo.
Fue en esos momentos cuando todo a su alrededor comenzó a cobrar más vida de lo necesario. Podía escuchar cada sonido provocado por la naturaleza a un volumen superior, lo que hacía que su mirada se volviera temerosa ante la posibilidad de que estos sonidos fueran producto de algún tributo cercano. Ante este nuevo temor, sus pasos se volvieron cortos y cuidadosos.
Sus pies quebraban ramas secas que se desmoronaban en la tierra. Por un instante, su corazón se detuvo ante la posibilidad de encontrarse con Katniss. Desconocía su ubicación, y aunque eso le daba una ventaja, también era arriesgado dejarlo al azar. Temía encontrarla accidentalmente.
La idea de enfrentarla lo llenaba de pavor, consciente de que tal descubrimiento podría desencadenar situaciones imprevistas y peligrosas. Era fácil tomar los hilos y mover todo a su antojo cuando ella no estaba, pero su tempestuosa presencia lo haría dudar, además de que sería bastante difícil lidiar con las consecuencias de las palabras y acciones descuidadas de la Alfa.
La inquietud de Peeta no se apaciguó durante un largo período de tiempo. Las constantes exclamaciones de Glimmer sobre el baño de sangre resonaban en su mente, creando una sinfonía de terror que parecía interminable. Hablaba de cómo los tributos lloraban antes de morir, cómo exclamaban por piedad que se les negaba con crueldad. Cada palabra, cada detalle, se grabó en la mente de Peeta, alimentando su imaginación para torturarlo.
El omega se encontraba en un estado de trance, perdido en sus pensamientos y en las horribles imágenes que Glimmer evocaba. Los gritos, el impacto de la carne, podía sentirlos; sólo que en esta ocasión odiaba como su imaginación lo llevaba a tener miedo. La realidad parecía distorsionarse a su alrededor, y solo volvió cuando la chica se acercó a él.
Ella, movida con una familiaridad que no compartían, rodeó su brazo sobre sus hombros como si fueran viejos amigos. Pero esa cercanía solo servía para recordarle la dura realidad de su situación, este era veneno disfrazado de caramelo, era bueno no ser tan ingenuo como ellos creían. Peeta dejó que la joven lo tratara como un pequeño muñeco con el cual se podía divertir hasta agotar energías.
Si en algunas ocasiones los juguetes presentaban fallas, eran desechados al perder su utilidad, excepto que en la arena el juguete se convertía en un jugador de carne y hueso, el día que decidieran su repudio sería su final. Peeta esperó con ansiedad el momento exacto para librarse de la joven Beta. La chica de cabello rubio ocasionó un escándalo digno de una niña caprichosa, quejándose de lo calmado e imperturbable que llegaba a ser el Omega. Los constantes gritos de Glimmer comenzaron a molestar a Clove, quien en varias ocasiones la hizo callar por algunos segundos antes de que comenzara de nuevo con la rabieta.
Para calmar los ánimos, Marvel habló sobre detenerse por un momento, un comentario que fue bien recibido por la Alfa del grupo. Agradecida por la sugerencia pero con sorna, la líder se apartó del bullicio y se sentó en una roca cercana, buscando un respiro de la agitación. Mientras tanto, Peeta optó por quedarse cerca de la fogata, aprovechando su cálido resplandor para protegerse de posibles ataques de la alianza. Con habilidad, utilizaría los troncos ardientes como barrera defensiva, de ser necesario.
Sin embargo, la atención del Omega estaba centrada en Marvel. Había notado su audacia al decidir por un descanso, desafiando las expectativas de sumisión ante una autoridad superior. No era raro, un beta sugiriendo algo, pero sí lo era un Beta ordenando, especialmente ante una alfa tan temperamental como la que tenían ahí. Admiraba su valentía y su determinación, cualidades que lo inspiraban a ser más decidido en sus propias acciones, a ojos de muchos sería un pequeño acto, pero Peeta sabía el miedo que causaba Clove, por lo cual no pudo evitar el sentimiento.
En ese momento, no había miedo en la mirada de Marvel. Su rostro era iluminado por la determinación y confianza. Reconocía que podía manipular a sus aliados con facilidad, y lo hacía sin remordimientos. Era un juego de poder, y Marvel era un jugador experto, más importante aún, no estaba subestimando a Peeta. Y mientras lo veía observar, no podía evitar preguntarse: ¿este chico dejaría de ser un espectador, observando desde el margen mientras otros tomaban el control? No lo creía así, la pregunta es cuándo, ¿cuándo este chico mostraría sus verdaderos colores?
Su actitud ante la competencia era intrigante. A diferencia de los demás tributos que luchaban con ferocidad por la victoria, Marvel parecía desinteresado en el resultado final. Su comportamiento sugería una indiferencia aparente hacia el triunfo, como si estuviera por encima de todo. Sin embargo, su participación activa en la caza y recolección de recursos revelaba una motivación más profunda. Siempre se encontraba en la retaguardia del grupo, observando con cautela cada movimiento, como un lobo solitario que sigue de cerca a la manada. A pesar de su aparente desapego, Marvel no dudaba en contribuir con su parte justa de recursos cuando era necesario. Pero su generosidad no emanaba de un sentido de bondad altruista, sino de una comprensión más astuta de la dinámica del juego. Peeta estaba dispuesto a aprender como un animal carroñero que hace todo lo posible por sobrevivir.
Los análisis de Peeta fueron interrumpidos por otra persona. Una joven de cabellos que reflejaban el mismo sol cuando está en lo alto. Se sentó junto a él, perturbando la poca paz que había tenido. Con desespero, buscó ayuda entre los demás profesionales para idear una acción que alejara a la beta, pero la única persona capaz de tolerarla se encontraba recostada bajo la copa de un árbol, usando sus raíces como almohadas. No había manera de eludirla en ese momento, lo que dejaba a Peeta sin más opción que enfrentar la situación incómoda que se avecinaba.
—…Sólo estoy diciendo que esto es estúpido, ¡las larvas se esconden bajo las piedras como si no supieran que están a punto de ser encontradas! Honestamente deberían salir y dejarnos la parte divertida a nosotros, nos ahorrarían la molestia de buscarlos—. Mencionó ella con enojo en la bonita voz que se le fue concebida, una lástima que solo dijera palabras sin sentido. Si Peeta no le tuviera miedo a Cato y Clove, ya hubiera tomado un puñado de tierra para meterlo en la boca de la rubia.
—Además, —Continuó con su “interesante” conversación, ignorando la falta de atención brindada por el Omega. —¿Para qué quieren seguir? ¿De verdad piensan que tienen oportunidad con nosotros aquí? Eso es patético. —Comentó la chica en voz alta para que todos los demás miembros de la alianza escucharan los delirios que decía, y sobre todo le brindaran la atención que merecía. —Recuerdo a la mocosa del 11. —Su cuerpo se tensó de inmediato al escucharla. Fue en esos momentos cuando Peeta descubrió lo desquiciada que podía ser Glimmer, sonriendo con emociones genuinas que se marcaban al costado de los ojos—. Apuesto que quedó muerta colgada de sus preciosos árboles —Jamás había querido golpear tanto a nadie—. Hablando de eso, ¿qué era ella? ¿Una beta? ¡Oh, cierto, era una Alfa!— El Omega abrió los ojos sorprendido— ¿Pueden creerlo? Qué ridículo.—Peeta ni siquiera podía confirmar la veracidad de la información, pues su cerebro había decidido borrar esos datos. En ese entonces, su mente trataba de protegerse del pánico provocado al descubrir que los juegos solo tendrían a un tributo Omega: él.
Ella rio, como si no se estuviera burlando de la posibilidad de que el cañonazo anunciara la muerte de una niña pequeña de doce años, una infante que había vivido tan poco tiempo.
¿Cómo diablos funcionaba la cabeza de esta chica? Se preguntó mientras ella balbuceaba sobre la asignación de la niña. ¿Era esta su autodefensa mental? ¿Era su forma de lidiar con el terror que sentía al saberse diferente y vulnerable en un entorno hostil?
—Estuve bastante tiempo creyendo que era una omega, esa mocosa deshonra al género con su existencia. —Peeta escuchó estas últimas palabras con asombro, siendo una repetición casi exacta de lo escuchado en casa por parte de su madre debido al subgénero que la naturaleza le asignó.
“Estuve bastante tiempo creyendo que serías un Beta, mocoso inútil, deshonrarás a la familia con solo existir”. El Omega luchó para no dejar ver los espasmos que recorrieron todo su cuerpo; se comenzó a sentir enfermo.
Trató de no verse tan afectado y de comprender un poco la personalidad de Beta, pues la chica era de una zona cercana al Capitolio y debía conocer los gustos de sus habitantes, usando esto como una fachada para agradar a las masas. A medida que más lo pensaba, se dio cuenta de que todos, de una forma u otra, llevaban sus propias máscaras. Cada sonrisa forzada, cada carcajada exagerada, eran intentos desesperados de mantener a raya sus propias preocupaciones.
—Y pensar que solo iba a haber un omega este año, y uno masculino—. Para este punto de la conversación, Peeta perdió el hilo por completo, pues la chica no solo quería centrarse en una cosa; buscaba desahogarse con aquello que no la dejaban expresar —, y que este ya estuviera apartado. Pero no importa, ¿verdad, niño Omega? Es mejor, “más para nosotras” —. La quijada de Peeta casi se desencajó con el comentario tan fuera de lugar; insinuar que solo estaba jugando para conseguir pareja, cuando solo habría un vencedor. Incluso Marvel, que parecía no prestar atención a lo dicho, se movió para quedar de espaldas a ellos, volviendo a su descanso.
—No creo que eso deba ser prioridad —respondió, mientras sus manos sujetaban con firmeza una pequeña rama de los árboles. El suave roce de la corteza áspera contra su piel le recordaba la naturaleza viva a su alrededor. Con destreza, comenzó a esculpir figuras en el suelo cubierto de hojas caídas, dejando que su creatividad fluyera libremente. Sin embargo, este momento de paz y concentración se vio interrumpido bruscamente por los delirios de la joven a su lado.
Ella estalló en risas, tan estridentes y burlonas que resonaron en el aire como un eco mordaz. Sus carcajadas parecían apuntar directamente hacia él, como dardos afilados que perforaban su confianza. Peeta no pudo evitar sentirse como el blanco de un chiste cruel, como si cada risa fuera un recordatorio de su propia insignificancia. Mientras observaba su expresión de diversión, una sensación de incomodidad se apoderó de él, preguntándose si sus acciones o palabras habían desencadenado esta reacción despectiva.
—Vamos, tú lo dices porque ya atrapaste a alguien para ti. —Que asco. Esta chica daba asco—. Qué mal que se van a morir pronto, espero tengan cachorros en el más allá. —Peeta no pudo ocultar cómo su mandíbula se tensó al evitar decirle a la beta lo que merecía. Evaluó que hacerlo le traería repercusiones.
La joven se carcajeó, mostrando una fila de dientes en una expresión que parecía exagerada, como si el chiste que había contado fuera la cumbre de la comedia. Cato, tratando de ser cortés, le dio una pequeña reacción: una mueca forzada que apenas ocultaba su falta de interés. Claro, disfrutaba molestarlo a él por ser Omega, pero dudaba que esta fuera la clase de cosa que haría para molestarlo. Clove, por su parte, deseaba hacerla callar; de no ser por las apariencias de la alianza, la rubia ya habría sido degollada.
Él evitó comprometerse con una respuesta, pero ella ya había extendido sus manos hacia él, envolviéndolo en un abrazo que sugería una relación de amistad profunda, como si fueran confidentes de larga data. Peeta estaba consciente de los sentimientos negativos que algunos tributos de la alianza tenían hacia él, y percibía la hipocresía en los gestos de la chica, quien parecía utilizar la interacción para distraerse.
—¡Era broma, no te enojes! Vamos, estamos en una alianza, somos amigos ¿no? Soy tu amiga, hablemos en confianza.—La Beta lo zarandeaba en un pobre intento de parecer juguetona. Ciertamente, a pesar de sus “intenciones”, sus susurros eran cualquier cosa menos discretos. —Puedes contarme lo que sea. Hablando entre nos— Ella rió tontamente, burlándose de él, como si no se diera cuenta—, ¿tu y la Alfa…? Ya sabes. —Glimmer movió sus cejas de manera sugestiva y sonrió de forma insinuante, haciendo que Peeta se sintiera extremadamente incómodo —¿besa bien?
Peeta se encontró en una encrucijada, debatiéndose entre responder con una mentira o llegar a la conclusión de que la verdad sería aún más desastrosa. Pudo percibir cómo cada miembro de la alianza esperaba con ansias su respuesta, incluso Clove, quien levantó la mirada para observarlo al momento de contestar. Marvel se giró para contemplar la declaración.
—Es decir, no me van las mujeres por mucho que sea Alfa, nunca estaría con una, qué asco, pero al menos para ti está perfecto, ¿no? Digo, no tiene nada de malo, para ti— hipócrita —. ¿Te ha mantenido feliz los días de entrenamiento? —Peeta frunció el ceño, repugnado— ¡vamos! Da detalles, no seas tan nervioso, estamos entre aliados. —Glimmer impactó la palma de su mano con fuerza en el brazo del Omega, causando que Peeta se sobara la zona dolorida. Detrás de ese gesto, Glimmer buscaba provocar una reacción en Peeta, quizás para incitarlo a comentar sobre la relación que mantenía con Katniss, anhelando descubrir algún indicio o detalle sobre su conexión inexistente.
—Katniss y yo no… ella y yo no estamos juntos—se aventuró a decirle, demasiado bajo.
—Ay por favor, una alfa como ella y una cosa bonita como tú —Ella le apretaba las mejillas como a un bebé, sin tomárselo con seriedad ni un segundo. Los demás parecían no creerle, pero es bueno, ¿no? Que se creyeran por completo de una verdad distorsionada para parecer falsa. —¿No piensas que es grande? Fuerte, apuesto a que la dejarías hacerte lo que quisiera. Eres tímido pero seguro y eres más travieso en secreto —se burló.
Cuando Clove y los demás le dirigieron miradas molestas, cada una con razones diferentes pero que él supo apreciar, se dio cuenta de que la beta ni siquiera se había percatado, debido a estar demasiado insertada en la plática que empezaba a ponerse en una peligrosa situación.
Ante su negativa a hablar, ella llenó el espacio, incapaz de soportar el silencio.
—Ow, ¿me dirás que lo de la entrevista es real? ¿Esta pobre cosita ha sido rechazada por esa genial alfa?
—No puede callarse y dejar de decir estupideces. —La alfa del grupo casi se podía oír utilizando su voz de mando, esa tonalidad que se usa para subyugar a los géneros más débiles, envolviendo la atmósfera con una presencia opresiva y dominante que hacía que todos se sintieran pequeños e insignificantes a su lado.
Peeta sintió cómo su cuerpo se paralizaba, el frío apoderándose de cada músculo y fibra, impidiéndole moverse del lugar. Era una reacción típica en los omegas ante la presencia de un alfa enfadado, una vulnerabilidad que nunca antes había experimentado, no con la voz de un alfa directamente intencionado a someterlo al menos.
Desde que Peeta tenía memoria, su vida se había basado en complacer a su madre, siendo un buen niño, alguien que no se salía de los estándares de idoneidad impuestos por la matriarca de la familia Mellark. Siempre había sido alguien encerrado entre cuatro paredes para no realizar acciones indecorosas, o eso le hicieron creer. Su existencia transcurría en la panadería familiar, donde su único contacto con el exterior era cuando salía a entregar el pan recién horneado y cuando iba a la escuela, además de ese año en que lo dejaron entrar al club de lucha. No es que tuviera una libertad tan abierta, teniendo en cuenta que había ojos y oídos por todas partes, esperando esparcir chismes de una acción incorrecta. Si a alguien se le ocurría decir que el Omega de los Mellark había estado demasiado cerca de un Alfa, su mamá enloquecía y sería azotado por ser un sucio Omega “promiscuo”. Así que ahí se mantenía, cortés y alejado de cualquier Alfa, sin saber lo que se sentía interactuar con ellos más allá de los coqueteos descarados y las vulgaridades que algunos pronunciaban a su dirección.
Cuando el olor a Alfa enojada llegó a sus fosas nasales, no pudo evitar sentir cómo una tormenta de angustia se desataba en su estómago, revolviéndose con furia. Era como si cada partícula de la fragancia apestosa rasgara su interior, despertando un dolor profundo y desesperado. Peeta luchó contra el impulso de doblar sus rodillas e hincarse, con lágrimas ardiendo en sus ojos, deseando pedir perdón por algo que ni siquiera había provocado.
Para aumentar la tensión entre el grupo, la Beta retó a Clove girando su rostro en su dirección, como si quisiera comprobar que las palabras escuchadas eran correctas.
—¡Oye! ¿Cuál es tu maldito problema? Solo estoy hablando con él niño este —profiere, susurró con un tono cargado de desafío y oscuridad, consciente de que retar a la Alfa de una pseudo manada ya era una imprudencia por sí sola. Para variar, agravó la situación al añadir en un murmullo apenas audible:— Si dejaras de ser una perra amargada no estarías lloriqueando.
Para la mala fortuna de la Beta, su habilidad para pasar desapercibida dejaba mucho que desear; todos los presentes escucharon con claridad sus palabras.
La Alfa del grupo, sin afán de contenerse, comenzó a liberar aún más su terrible hedor, marcando lo peligrosa que podía ser, mientras se acercaba para atacar a Glimmer. Ambos chicos se posicionaron de inmediato al lado de su compañera Beta, listos para intervenir si la situación se volvía demasiado tensa. El único Omega de la alianza permanecía allí, inmóvil, sin saber qué camino tomar en medio de este enfrentamiento predecible.
¿Era ya el momento en que la alianza se rompería?
—Escucha, niñita, estás hartándome desde hace rato, te recomiendo que dejes de ser una idiota fastidiosa y empieces a cerrar la boca —la Alfa, con una expresión desafiante, cruzó los brazos y esbozó una sonrisa burlona, desafiando a su compañera a continuar con la discusión que desde el principio se vislumbraba perdida. Cada una de sus palabras estaba impregnada de veneno, capaz de herir profundamente a cualquiera que se interpusiera en su camino. Si las palabras no lograban su cometido, sus puños estaban listos para hacerse sentir con contundencia.
Glimmer mostró desdén al rodar los ojos, evidenciando la falta de inteligencia de la rubia frente a él. En ese momento, le costaba recordar la última vez que se encontró con alguien tan poco perspicaz.
—¿Y qué harás? ¿Pedirle a Cato que se deshaga de mí? Pensé que entre los dos la Alfa eras tú —la Beta, imbuida de una ferocidad ancestral, suicida puso la soga sobre su propio cuello.
Para él, desafiar el orgullo de un Alfa es desgarrar la carne misma de la jerarquía, un acto que desencadena una violencia incontrolable. Cualquier atisbo de provocación a su orgullo es equivalente a la furia de insultar el cortejo hacia un Omega. Pobre de quien haya hecho eso, desataría una ira sanguinaria, una sed de venganza que emanaba de lo más oscuro de su ser. En su mundo, las leyes eran escritas en la lengua del derramamiento, el dominio se establecía con colmillos afilados y garras despiadadas.
Después de ese momento decisivo, la escena se convirtió en un torbellino de acción y caos para el Omega. Clove, impulsada con determinación, se lanzó gruñendo hacia la Beta con una fuerza que parecía provenir de lo más profundo de su existencia, como si todo el tiempo se hubiera contenido y hasta ahora pudiera sacarlo. El impacto fue tan poderoso que el cuerpo de la Beta se estrelló contra el suelo con un estrépito ensordecedor, levantando una nube de polvo que se esparció en el aire, difuminando la visión y sumando un aura de tensión al ambiente cargado de olores mezclados. Allí en el piso, la Alfa sometió a la Beta, amenazando con sus colmillos y gruñendo.
Una vez que le dio un respiro a Glimmer, Clove se levantó con una elegancia depredadora, desplazándose con gracia felina alrededor de la joven rubia, como si fuera un cazador acechando a su presa, aguardando el momento en que esta cometiera un acto que determinara su destino en manos del más fuerte. Probablemente para este punto debió recordar lo mucho que necesitaban la alianza, lo quisieran o no, y tuvo la fuerza para contenerse. La pesadez del aire en el ambiente era tangible mientras la rubia, con la respiración agitada, se ponía de pie y retrocedía con aprensión, sintiendo la mirada intensa de Clove sobre ella, como si estuviera atrapada en el penetrante escrutinio de la Alfa.
La expresión de desesperación en el rostro de la rubia era evidente mientras intentaba escapar de las consecuencias de sus acciones. Peeta se compadeció de la chica rubia cuando los recuerdos evocaron la presencia de una joven similar, con ojos afligidos buscando la salvación. Peeta tuvo que recuperar el dominio de su propia mente antes de que la realidad y la fantasía se mezclaran, impulsando su espíritu a una acción estúpida. Él sabía que entre ambas había una gran diferencia.
Hubo momentos en los que el Omega se sumió en un río de melancolía, perdiendo la noción de algunos sucesos ocurridos en ese lapso. Sin darse cuenta, Clove sostuvo un cuchillo en una de sus manos y cortó el aire con un silbido ominoso. En ese instante inevitable, Glimmer se agachó, tratando de ocultar su rostro entre las rodillas en un intento desesperado por sobrevivir. Peeta, quien estaba unos metros detrás, apenas pudo contener el aliento, sintiendo el peso de la amenaza que se cernía sobre él. Sus músculos se tensaron, preparados para el impacto que podría dirigirse hacia él.
Sin embargo, alguien tiró de él con fuerza, apartándolo del camino de la muerte. Se vio arrastrado hacia el pecho de su salvador, quien lo protegió con su propia vida. El alivio lo invadió, aunque la adrenalina aún bombeaba con furia por sus venas, recordándole lo frágil que era su existencia en este juego.
Desde el hombro de Marvel, vio cómo Cato logró contener la ira de la Alfa susurrándole algunas palabras al oído, evitando que Clove atacara de nuevo a la Beta. La breve conversación tuvo un efecto positivo. Rápidamente la líder se retiró, aun hirviendo de ira, y se sentó lo más lejos posible de todos, tratando de calmar su furia. Después de eso, en silencio cada quien se dispuso a descansar. Escuchó los murmullos molestos de la Alfa cuando su compañero de distrito trató de mantenerse cerca de ella como habían hecho desde el inicio.
Aquella noche, Peeta no pudo conciliar el sueño en absoluto, atormentado por el temor de que Clove decidiera poner fin a la alianza desatando una masacre entre los compañeros que descansaban a su lado. Además, sentía las manos inquietas de Cato recorriendo su cuerpo con un tacto que lo hizo sentir vulnerable, como si cada caricia fuera un recordatorio del poco control que tenía sobre sí mismo. El Omega no pudo evitar que las lágrimas brotaran en silencio, sintiendo la invasión a su espacio personal como una herida emocional profunda.
En los días posteriores, se hizo más común ver a los integrantes dispersos, como si quisieran mantener distancia entre ellos, tratando de minimizar las grietas hechas a la alianza. La rutina consistía en escuchar a Marvel y Clove discutir sobre temas que Peeta prefería ignorar para proteger su integridad. Mientras tanto, Glimmer se atrevía a hacer acciones que volvían la situación aún más peligrosa. En algunas ocasiones, los altercados llegaban al punto de que los cuchillos terminaban muy cerca del Omega, de nuevo. La Alfa se enfurecía a tal punto de sujetar a la rubia del cuello y apretaba hasta que Cato intervenía para defender a la joven, dándole así más tiempo de vida. durante la noche, cuando ningún tributo apareció en el cielo, Clove acusó a Peeta de ser un traidor y de estar llevándolos a la ruina. Lo amenazó con matarlo para así poder usar su cuerpo como cebo para la Alfa.
Cuando todo parecía marchar bien, la señal de estar cerca de Katniss apareció: una pared de fuego se alzó sobre ellos, arrasando con algunos árboles que caían con dramatismo al suelo en busca de resguardo en la tierra. Peeta corrió tan rápido que sus pulmones agarraron más aire de lo habitual, lo que le provocó un dolor agudo en la zona. Solo cuando sintió un jalón que lo desequilibró y casi lo hizo tropezar, se dio cuenta de que la acción fue para evitar su caída al lago. Marvel sujetó su brazo mientras lo miraba con algo de enojo, a punto de abrir la boca cuando fue interrumpido por alguien más.
—Podría ser una advertencia para nosotros, estamos muy cerca del límite—. Ofreció el Beta del dos, mientras veían cómo la pared avanzaba entre el bosque.
—No, no es para nosotros, no nos está siguiendo— murmuró—. Somos víctimas incidentales, el objetivo está siendo perseguido—. Contestó Clove, con una delirante emoción como si hubiera encontrado la solución a todos sus problemas.
Con el gélido terror descendiendo por su espalda, Peeta contempló la escena con una mezcla de asombro y fatalidad. Maldijo a quien estuviera jugando a ser dios para entretenerse de esta manera con ellos, tejiendo los hilos con una perfección nunca antes vista, solo para que se encontraran con alguien a quien Peeta evitaba. Pero el Omega se repetía que no podía tener tan mala suerte.
—¿Qué? —dijo Glimmer con bastante interés, confundida por las recomendaciones de Clove—. ¿Encontramos a esa Alfa simplona?
—Dime, enamorado, ¡¿encontramos a tu perra?!— Cato, divertido, se integró bastante emocionado por un logro que no era suyo. Estaba tan desesperado que ni siquiera encontró en sí la suficiente razón para tratarlo con algo parecido al respeto, como el que le había estado dando a regañadientes todo este tiempo.
La urgencia los llevó a correr, yendo donde el fuego los empujaba. Al inicio, la discusión entre qué hacer y las diferencias de opiniones los guio a casi ser abrasados por el fuego. El fuego latió partes de su cuerpo y la huida comenzó a ser durante un rato más por supervivencia que por cacería. Un grito de arrepentimiento proveniente del grupo de la alianza rompió el silencio: “¡Es ella!”. La frase actuó como una chispa que encendió la urgencia colectiva, llevando a todos a una carrera frenética tras una figura apenas distinguible a lo lejos. Peeta, atónito, observó a sus “aliados” lanzándose en persecución de la única persona que el Omega había intentado proteger. La desesperación se apoderó de él mientras intentaba comprender el infortunio que lo perseguía, pues durante todo ese tiempo había creído estar a kilómetros de distancia de Katniss.
Cuando el Omega finalmente reacciono ante la situación, se dio cuenta de que le costaba mantener el ritmo con sus compañeros. Era resistente, pero no rápido. Pareciera que nada podría distraerlos de su objetivo, y es Cato quien emergió como el líder indiscutible, dirigiendo al grupo con una agilidad impresionante. Observando cómo se alejaba, Peeta sintió que todo lo que había intentado hasta ahora había sido en vano. Se preguntó si realmente había logrado hacer alguna diferencia o si simplemente había sido arrastrado por las circunstancias, incapaz de cambiar el curso.
En la cima de un árbol, exactamente como la última vez que la vio, se encontró a Katniss Everdeen, protegida del peligro que acechaba a su alrededor. Desde su posición elevada, parecía observar la escena con cautela, como si estuviera evaluando sus opciones y planeando su próximo movimiento con astucia. La visión de ella allí, inalcanzable para los asesinos que la rodeaban, provocó un torbellino de emociones en Peeta. Por un lado, sintió un alivio momentáneo al verla a salva, pero la preocupación por su seguridad seguía latente, sabiendo que la amenaza aún persistía.
Llegó la hora, finalmente el momento de sacrificarse había llegado.
Notes:
¡Estamos de vuelta, para irnos por otro mes!, estoy bromeando.
Mis notas personales: Este capítulo fue como un regalito para que entendieran un poco más a los personajes de la alianza, por lo que fue algo complicado hacer ya que la mayoría no está en el canon original. Además, quisimos respetar la escencia de cada personaje.
Peeta: Espero que en algún punto de tu vida encuentres un poco de paz en ese mundo tan problemático en el que te tocó nacer.
Katniss: Solo espero que tus sentimientos no sean tan confusos para ti.
Marvel: Me has demostrado tu habilidad para jugar en este combate a muerte. Yo siempre creía que eras débil.
Cato: Te odio con todo el corazón por tocar a peeta y tú personalidad tan nefasta.
Glimmer: ¿Que te puedo decir a ti?, simplemente odio tu boca tan grande.
Clove: ¡Deja de lanzarle cosas a la gente que terminen muy cerca de peeta!
Trama: Les prometo que cada palabra y cada matiz nuevo será únicamente para hacer crecer a los personajes.
¡Esto es todo! Mickeal....fuera.
Chapter 16: Lo que pierdo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Las pulsaciones apuñalaban su pecho y estrujaban su corazón, un sufrimiento que lo asfixiaba con lentitud y lo abrazaba con adrenalina, esperando mantenerlo en pie para torturarlo. La realidad se redujo a nada, con él sin derecho a intervenir en el curso de su vida ni en los eventos que lo rodeaban. Cada latido le recordaba la magnitud de su vulnerabilidad, cada suspiro era una lucha contra el peso de la desesperación. En su oído se encontró un sonido que le impedía mantener la concentración en sus compañeros de alianza.
Apretó los puños al correr y la sangre escurrió de sus palmas, donde sus heridas se habían vuelto a abrir. Le dijo a su cerebro que luchara, resistiendo el impulso de sus piernas de doblarse y caer al suelo a suplicar clemencia por Katniss. Pero en ese momento, sus articulaciones se quedaron paralizadas, como si una fuerza invisible las hubiera retenido. Asustado por su propia incapacidad para mover un solo músculo para salvar a su Alfa, y talentoso por su culpa.
Alzó la vista encontrándose con los grandes ojos de la Alfa a la distancia, observándolos fijamente. Orbes sin piedad le devolvieron la mirada, fríos y llenos de determinación. Peeta sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pues la decepción y la consideración se sintió más como un análisis que como dolor, y de repente se halló sintiéndose como si él fuera la siguiente presa. El miedo y la intriga recorrieron su cuerpo como un cosquilleo por eso.
Recordó cada promesa, cada juramento hecho a Katniss, aunque la Alfa los ignorara o jamás supiera de todos ellos. ¿Qué había dicho? ¿Que la ayudaría hasta que pudiera? ¿Que se quitaría del camino cuando fuera necesario? Qué bien había funcionado eso, habiendo traído el peligro hacia ella. La desesperación lo sofocaba, mientras su mente clamaba por un milagro, una chispa de valentía que lo liberara de su parálisis. Sus manos podían sentir una calidez surcando su piel, con la sangre goteando sobre el suelo como testimonio de su conflicto interno, y el ardor que el sudor y la sangre mezcladas le dieron lo traído de vuelta al mundo real.
Finalmente, con un esfuerzo titánico, logró liberar un grito tan ahogado que se volvió imperceptible para los miembros de la alianza. Fue extraño: en un momento se sintió tan agobiado que el ardor en sus pulmones le advirtió que estaba entrando en pánico, y al otro se sintió como tomar una gran bocanada de aire después de un día difícil en la panadería, a sabiendas de que le Esperaba una buena noche de descanso. Fue discordante, acababan de atrapar a su Alfa y él simplemente... ¿se sintió más tranquilo?
A su lado, Marvel se mantenía en una postura alerta, con las manos sujetando un arma que amenazaba con disparar en cualquier momento hacia Katniss. Sin embargo, en lugar de apuntarle, la giraba con lentitud, como si estuviera esperando una señal de Clove para atacar. Al principio, Peeta pensó que el beta seguía órdenes de la Alfa, pero a medida que sus ojos se encontraban con los de Marvel, se dio cuenta de que la mirada del joven no estaba dirigida hacia Clove, sino en dirección a él.
De repente, el aire se agrió un poco y el peligro se sintió en el ambiente, dejándolo no más que confundido. Al voltear arriba, tontamente su cerebro le dijo: "cierto, Katniss huele a bosque", y todo tuvo más sentido. El área nunca había sido más conveniente para una alfa, y ahora sabía por qué era difícil de detectar. Entonces ella, hace un momento, quizás era la responsable de calmarlo incluso si no era consciente de ello.
De pronto recordó que de quien estaba pensando era Marvel, y volvió a mirarlo. El Beta siempre había sido un enigma para Peeta, y a pesar de estar físicamente cerca, parecía inalcanzable, envuelto en un aura de misterio y desconfianza. No es que no supiera que planificaba sus estrategias en secreto, sin revelar sus verdaderas intenciones a nadie, a menos que le conviniera; esa charla la última vez seguro que no era sólo para pasar el rato. Su habilidad para manipular situaciones y personas le ganaba tanto temor como respeto, y aun así no parecía importarle si Peeta ignoraba o si veía sus acciones.
—¿Cómo va eso? —La voz que rompió el silencio hizo que Peeta se atragantara con su propia saliva, ya que nunca había escuchado a la joven hablar con tanta sorna, reflejando su odio. No era algo que le sorprendiera, ya que Katniss siempre sería Katniss, la chica que desafiaba las expectativas de quienes la rodeaban. El Omega trató de no regocijarse por su valentía y ocultó una pequeña sonrisa en su rostro.
—Bastante bien —se escuchó un suspiro proveniente de Cato, que negó con la cabeza mientras observaba la situación de la joven, como si ella no conociera su lugar. Colocó ambos brazos sobre su pecho, tratando de parecer relajado. Pero Peeta sabía que, en el fondo, él deseaba obligarla a bajar y hacerla tragar toda esa osadía. —¿Y a ti?
Fue entonces cuando el corazón de Peeta casi volvió a sufrir un colapso. Katniss comenzaba a jugar con fuego, y cuando eso acontecía, era muy probable que terminara quemándose. El Omega observaba cada uno de sus movimientos, sintiendo una mezcla que iba desde la admiración al temor. Sabía que la Alfa no era alguien que retrocediera con facilidad; esa valentía, o tal vez imprudencia, la hacía enfrentarse a situaciones peligrosas sin tomar en cuenta su bienestar.
—Un clima demasiado cálido para mi gusto. Aquí arriba se respira mejor. ¿Por qué no subes?
—Creo que lo haré —. Cato no hizo más que reír, como si alguien le hubiera contado un chiste demasiado bueno para ser real.
Los demás empezaron a aullar como lobos, animándolo y gritando cosas sin sentido. Eran buenos actores; si no los hubiera conocido estos días, creería que realmente se llevaban bien. La falsedad de sus ánimos inesperadamente divirtió al omega.
—Toma esto, Cato —. Glimmer habló con un tono suave, revoloteando las pestañas y mirándolo hacia arriba, intentando llamar la atención del beta de nuevo. Suerte que era una beta, como Omega quizás hubiera tenido éxito, claro, si en ese caso sí hubiera sabido morderse la lengua, a diferencia de esta vez.
Ella le entregó a Cato un arco de metal que siempre llevaba detrás de la espalda, reservado para el momento adecuado, y parecía que la oportunidad había llegado.
Brilló en su protagonismo e hipnotizado por su esplendor, avanzó unos pasos para verlo mejor, antes de darse cuenta de que no le convenía avanzar si no quería problemas, así que se dedicó a observarlo con añoranza unos segundos antes de poner su mente en lo que realmente importaba.
En incontables ocasiones, Peeta se había sentido atraído por el objeto, cautivado por su diseño exquisito. Deseaba escapar con desesperación hacia su nido, el refugio que había dejado en las habitaciones asignadas antes de este baño de sangre. Sin embargo, la voz de la razón en su mente le susurraba que podría salir muerto sin haber hecho nada para asegurar la victoria de su Alfa en los juegos. Así que, a pesar de sus intensos deseos, reprimió su instinto.
El Omega nunca pudo descifrar si su obsesión por la pieza metálica provenía de su propio deseo de coleccionar objetos brillantes o si en realidad quería llevársela a Katniss. Peeta le había impedido ir por el arco, ya que Katniss estaba lista para descender de la plataforma en cuanto el cañón resonara en el aire, con el fin de recuperar el ítem de mayor valor para ella, que podría cambiar su situación actual.
—No —. Cato apartó el arco, como si fuera una ofensa a sus principios —Me irá mejor con la espada —. Esto último lo dijo con la vista fija en Peeta, como si tratara de advertirle de las consecuencias que tendría si decidía traicionarlos.
Él hizo alarde del arma característica con la que solía intimidar a los demás tributos durante los entrenamientos. Subió y escaló de rama en rama con una destreza inquebrantable, mostrando su habilidad y seguridad en sí mismo. Sin embargo, en un momento de descuido, se abalanzó hacia atrás y el peso en la rama se vio repartido en el punto más débil. Intentó recuperar el equilibrio moviendo ambos brazos de manera exagerada, pero perdió el control y cayó de manera aparatosa, como un saco de patatas. Su rostro, antes lleno de arrogancia, se tornó rojo de cólera, gritando insultos a los presentes como si tuvieran culpa del error que cometió.
Glimmer, tratando de impresionar a Cato, imitó sus acciones, fallando sin tener más éxito que el beta. Ni escalando ni lanzando flechas logró alcanzar a la Alfa. Katniss, siendo una buena cazadora y exitosa en la mayoría de sus aventuras, debió ver como un chiste sus intentos de tirar. Es más, una de ellas se clavó en el tronco y Katniss hizo resoplidos y gestos burlescos hacia ellos.
—Joder, si seguimos así, esa niña inepta seguirá riéndose de nosotros —soltó la única beta mujer del grupo mientras golpeaba las hojas secas del suelo con frustración. A diferencia de la tensión manifestada en los últimos días, todos estuvieron mansamente de acuerdo con ella.
—No puedo soportar que una alfa tan inútil como ella se siga burlando de mí. Cuando la atrape, la mataré lentamente y haré que sufra hasta el final —el letal veneno de Clove se desbordó en su voz, lista para asesinar.
—¿Qué hacemos entonces? —susurró Marvel en voz muy baja para evitar inteligentemente que la chica sobre ellos escuchara algo —Tiene ventaja sobre nosotros. Ya le mostramos las armas que tenemos, cuántos somos y que claramente no podemos subir árboles. ¿Cuál es el plan?
—Cazarla y matarla.
Glimmer rodó los ojos, hastiada con Cato pese a su urgencia por atraerlo. La actitud de él debió frustrarla, la falta de sagacidad que se volvía cada vez más patente.
—Sí, pero, ¿cómo? Genio.
Mientras ellos aún buscaban un plan, él, en contraste, ya había ideado diez tácticas distintas. La tarea de seleccionar la mejor opción era monumental; implicaba desentrañar cada posibilidad y sus consecuencias, esperando hallar la solución óptima en medio del caos. Conociendo bien las tendencias de su grupo, entendió que una mezcla de falsa bravuconería con un velo de debilidad sería la estrategia más eficiente. En una situación tan volátil, donde la astucia podía marcar la diferencia entre el éxito y el desastre, esto le daría más oportunidad de avanzar.
—Venga, vamos a dejarla ahí arriba. Tampoco puede ir a ninguna parte; nos encargaremos de ella mañana.
Todos voltearon a verlo, como si olvidaran que estaba allí con ellos. Lo miraron de forma despectiva y luego entre ellos, tratando de adivinar qué hacer con él. Marvel fue el primero en hacer amagos de obedecer y, a su vez, despertó a los demás a decidir.
—Bien —dijo Cato—, haz una fogata—, y esta vez todos le hicieron caso.
Comenzaron a montar un campamento, y con la cooperación entusiasta de Marvel, de manera inconsciente, obligaron a todos a ponerse en marcha, excepto a Clove, que observó al Omega con una mirada evaluadora. Se distribuyeron antorchas especiales que nunca se apagaban y lentes de visión nocturna entre quienes se quedaron de guardia (excluyendo, por supuesto, a Peeta). Mientras, el Omega se esforzaba por evadir la atención de Clove. Acabó ayudando a Marvel con cualquier tarea que él realizara; poniendo las mantas para dormir, purificando agua, separando comida. Sin importar qué, siguió sintiendo la sonrisa cruel de la Alfa en su espalda.
La noche llegó a ellos incómoda y silenciosa, quedó atrás todo el bullicio que hicieron cuando encontraron a Katniss. Peeta acomodó mejor sus cosas en el piso, a punto de echarse, deseando descansar un poco su espalda que había soportado todo el estrés acumulado por tantas jugadas y contiendas. En ese momento, cuando un latigazo de peligro lo despertó, se dio cuenta de la satisfacción sádica en la expresión de la chica Alfa.
—¿No vas a dormir con Marvel hoy, omega? —exclamó la Alfa fuerte y alto, con el volumen de alguien que claramente no está preocupado de ser encontrado.
El primer instinto de Peeta al escuchar las escandalosas confesiones fue mirar hacia arriba, donde Katniss estaba recostada en un tronco firme, atada para no caer, con el rostro girado hacia la otra Alfa en el suelo. Sin embargo, al volver su atención a Clove, se dio cuenta de su error. Esos ojos, llenos de cruel satisfacción y desafío, lo atravesaron con una intensidad que lo hizo estremecerse, revelando las intenciones que había intentado ocultar. Peeta realmente deseó decir algunas palabras astutas para evadir a la chica, pero como buen hijo de su padre solo guardó silencio, esperando que todo se solucionara por arte de magia.
—¿Qué? Pero si el niño Omega y Marvel no han estado durmiendo juntos —. Para desgracia de Clove y fortuna de Peeta, una inconsciente Glimmer interrumpió en el mismo volumen de voz, sin percatarse del alivio que le dio a Peeta que al menos una persona viera la verdad, aún si no es por voluntad propia.
—Oh, ¿no te has dado cuenta? —preguntó ella como si estuviera a punto de hacer una gran revelación cuando la mayoría ya "sabía", pero decidieron ocultar, incluso si la información era falsa. Su tono amigable no ocultó el sutil aroma de advertencia dirigido al Omega, suficiente para alertarlo sin que los presentes lo notaran. De este modo, le dijo que no desmintiera nada de lo que dijera—. Estos dos tortolitos se escabullen por las noches para estar juntos, ¿no es así, Marvel?
Los hombros del rubio más bajo se tensaron ante la insinuación. Aterrorizado, dirigió una mirada nerviosa hacia el beta, quien también mostraba malestar evidente. La situación era clara: ella los tenía atrapados.
Peeta entendía el plan de Clove: provocar a la Alfa, quien aparentaba estar enamorada de él. Clove aparentemente no se había dado cuenta de que sus sentimientos no eran correspondidos, aunque era halagador que creyeran que alguien como Katniss podría fijarse en él. Siendo parte del enredo, Peeta no podía rechazar su papel y debía colaborar en la táctica para incomodar al enemigo.
Marvel se encontraba en una posición complicada; no podía intervenir sin revelar su inclinación por no compartir el rechazo hacia Peeta que mostraban los demás. Su desafío era mantener su lealtad sin traicionar sus propios ideales.
—Ah, claro —mintió Marvel.
Cuando Peeta imaginó a estos lobos atacándolo por disfrazarse como uno de ellos, nunca pensó que el golpe a su dignidad sería tan profundo. Había considerado la posibilidad de ser golpeado y vencido, pero no anticipó que la tortura podría adoptar matices tan humillantes. Aunque en sí, el riesgo de una deshonra violenta era una posibilidad temida, sin duda, y mucho más severa. Peeta reconoció que, a pesar de todo, había tenido algo de suerte. La forma en que su honor había sido menoscabado, aunque vergonzosa, resultaba ser menos devastadora en comparación con los peores escenarios que había imaginado.
El silencio se hizo aún más pesado y Peeta notó que se debía a que todos estaban expectantes: ellos querían que se juntara con el beta.
Avergonzado y con la cabeza gacha, no tuvo otra opción que arrastrar su frazada junto al beta. En un intercambio incómodo, permitió que este rodeara sus hombros y lo acomodara contra su pecho. La calidez de su torso contrastaba con las frías manos del chico, y trató de no pensar demasiado en la mezcla de sensaciones. Marvel, sin palabras, se dedicó a acariciar suavemente su espalda, tratando de ofrecerle un poco de calma o burlándose de él. Después de un tiempo acunado en ese abrazo, el Omega comenzó a relajarse a regañadientes, aunque aún se mantuvo helado y quieto, encontrando en el contacto una inesperada fuente de serenidad y cercanía.
Peeta, a estas alturas, apenas podía mantenerse despierto, sintiendo que era protegido por los brazos de Marvel y el repentino olor de Katniss.
El brazo de Marvel, ahora quieto, se deslizó cerca de la espalda baja de Peeta, sujetándolo por la cintura para atraerlo más hacia sí. Peeta imaginó que el beta se hubiera convertido en un gran hombre de haber tenido la oportunidad. Sería fiero cuando su pareja necesitara un poco de ayuda extra. Incluso logró visualizar a un Marvel mayor, con el pelo canoso, llevando cestas de alimentos a un prado cercano a su hogar, haciendo reír a su compañero de vida. Peeta se emocionó tanto que sus feromonas se liberaron, aunque creyó que nadie las había notado hasta que de repente el olor de roble quemado, amargo y pastoso, llegó a su nariz.
Escuchó una voz muy lejana que reconoció como la de Cato, quien no se dio cuenta de las intenciones de su compañero de distrito. Emocionado ante la mentira y animado por participar, no midió lo que anunció.
—Oye, Marvel —Cato interrumpió molestamente—, cuando termines con él, ¿puedes prestármelo? —. Peeta no pudo ver los gestos que realizó el tipo de espaldas a él, por lo que solo escuchó una risa estúpida y altanera—. Podemos turnarnos, si quieres.
—Paso, no me gusta compartir.
Cato soltó una carcajada tan estruendosa que se podía escuchar hasta los distritos lejanos. Sin embargo, la risa se desvaneció tan rápido como había surgido cuando sintió las feromonas de enojo emanando de Clove, encubriendo con éxito a Katniss gracias a cualquier debilidad, porque su olor había empezado a volverse demasiado fuerte. El Omega se movió un poco, tratando de esconder su nariz en el cuello con olor a laurel casi neutral de Marvel.
A Clove no le había gustado para nada el chiste del beta imbécil. Aunque no sabía con exactitud por qué, ya que a ella misma no le había generado tanto repudio como esperaba, quizás la verdadera razón era la respuesta de Marvel, quien, con una seriedad imperturbable, se negó a participar en la burla de Cato, manteniéndose firme y distante. ¿O eran las intenciones de Cato las que la enojaron? No por empatía, no en defensa de él, ¿podría ser envidia entonces? ¿Era el origen de su enojo los celos?
Entonces, una serie de preguntas no dejaban de rondar en sus pensamientos sobre las suposiciones que Katniss tenía sobre él. ¿Creería ella que se había vendido para formar parte de su alianza? ¿O pensaría que estaba siendo forzado? ¿O que los rumores del mercado sobre los omegas eran ciertos? Estos rumores afirman que las lealtades de los omegas son tan volubles que cualquiera puede hablarles bonito y ganarse su confianza. Sea como fuere, no pudo evitar sentirse culpable por un instante. No sabía si era porque sentía que estaba traicionando a Katniss, a pesar de que a ella no parecía importarle lo que le ocurriera, por traicionar el amor que le aseguró tener, o por defraudarse a sí mismo al permitir que las cosas llegaran a este nivel, cuando hace unos días habría preferido morir antes que vivir estos eventos. Su madre lo llamaría fácil; a la gente de la Veeta le parecería vergonzoso, pero al final del día, ¿para quién estaba dirigido el espectáculo?
¿Qué pretendía Clove de todos modos? Liberando su olor, empujándolo hacia él en lugar de al beta, tratando de someterlo con sus feromonas cuando su Alfa estaba cerca.
Si ella pensaba que iba a hacerlo sentir avergonzado y humillado cuando ella lo estaba obligando a hacer esto, entonces dos podían jugar al mismo juego, porque si después de todo ella quería probar que era una gran Alfa, ¿a quién quería probárselo? A los Capitolinos, por supuesto. ¿Y qué era más indigno que un Alfa haciendo infeliz a un omega, sin intenciones de cortejar y prefiriendo a un beta?
Peeta se giró en los brazos de Marvel, rechazándolo, diría el público. El beta lo aprisionó contra sí, para calmarlo quizá, pero Peeta tomó sus manos de forma superficial y se aferró a los brazos como si quisiera quitarlos para que afuera pensaran que quería escapar. Entonces empezó a olisquear y a hacer pucheros que en un día normal jamás haría sin morirse de vergüenza, pero esto era supervivencia y, más allá de eso, venganza, así que, sin pensarlo mucho, soltó el primer hipido. La característica que más odiaba su madre de él desde que era niño era lo fácil que lloraba; se había forzado a no hacerlo con los años, al inicio no frente a ella, y después ya no confió en nadie para que lo viera así, pero nunca había cambiado. Entonces, las lágrimas se deslizaron con facilidad y se encargó de que sus ojos rojos, la nariz irritada y el agua salada fueran visibles para cualquier cámara oculta en el bosque. La dejaría pensar que había ganado y que tenía el control; solo el tributo que ganara, Katniss, si tenía suerte, sabría la respuesta.
El pasar de las horas no fue tan malo. Las manos de Marvel se mantuvieron quietas durante toda la noche, algo notable dado su carácter. Marvel tenía una forma de controlar sus impulsos y evitar problemas, lo cual sabía por experiencia. En contraste, si la situación hubiera sido con Cato, la historia habría sido muy diferente. Cato, con su actitud impulsiva y su tendencia a buscar conflictos, habría actuado de manera completamente distinta. Incluso Clove, que ahora mostraba desdén hacia él, parecía dispuesta a provocar a Katniss de cualquier manera posible, sin importarle Peeta.
Una vez que su mente se cansó de torturarlo y dar vueltas en círculo sin encontrar fin a sus preocupaciones, se dejó llevar poco a poco hacia el mundo de los sueños. El himno de Panem fue lo último que alcanzó a escuchar con claridad antes de sucumbir al descanso, a pesar de la gran dificultad que había tenido para dormirse. Estaba rodeado por el calor reconfortante de las mantas que, en lugar de protegerlo por completo de los insectos, le ofrecían una sensación ambigua, confort y un calor demasiado asfixiante. Aún sentía las manos de Marvel sobre su cuerpo, suaves, tranquilizadoras pero incorrectas, dándole palmadas en la espalda de manera rítmica. Lo dejó hacerlo sin prestarle tanto interés como antes.
Abrió los ojos topándose con una extensión de terreno interminable, cubierta por una vegetación alta que llegaba a la altura de sus manos. Peeta intentaba adentrarse más al centro del campo para huir del borde y admirar más el paisaje. Solo quería quedarse un poco más.
Conforme se alejaba de la orilla, sentía una sensación extraña en el pecho, como si su corazón temblara. Imposible, porque eso solo ocurre en invierno, cuando el frío es tan intenso que las capas de ropa sobre su piel parecen invisibles. Aun así, inconfundiblemente eran los estímulos propios de la estación. Se quedó quieto un momento, esperando recuperarse. Apoyó sus manos en las rodillas, encorvado, mientras respiraba profundamente, buscando la calma.
Cuando el Omega se reincorpora, nota con mayor detalle lo que lo rodea. Había algunos botones de flores que se negaban a abrir sus capullos y revelar los pétalos, lo cual es inusual dado que el sol brilla en lo alto del cielo. Peeta, quien siempre respetó lo que lo rodeaba, tocó los pétalos de la flor más cercana y los tiró con lentitud hasta verlos completamente extendidos. Sin embargo, a punto de acercarse para observarla con más detalle, la flor se convirtió en una especie de arena negra que se desvaneció por completo antes de tocar el suelo.
En un momento de desesperación por tratar de comprender lo sucedido, Peeta giró su rostro para ver si alguien más había sido testigo. Aunque sabía que era el único en el lugar, se sorprendió al descubrir una silueta indistinguible a lo lejos que parecía evaluar cada uno de sus movimientos. Al notar que la persona no mostraba intención de acercarse, el Omega comenzó a dirigirse en esa dirección. A medida que se aproximaba, logró distinguir detalles simples de la otra persona: una altura mayor que la suya y un cabello de un tono oscuro similar al de la corteza de los árboles. Sin embargo, era todo lo que podía observar, ya que la figura se alejó sin mirar en su dirección y se marchó sin dudar.
Peeta gritó todo lo que pudo para detener a la persona, pero ella no estaba dispuesta a escuchar sus súplicas. Lo único que el Omega deseaba era obtener respuestas para identificar el lugar en el que se encontraba. Se rindió al ver que la persona no respondía, y cuando tropezó, algunas hierbas se le pegaron a las manos. Se quedó tumbado entre la maleza, mirando el azul del cielo.
Levantó la mirada para entender, solo para descubrir que la flora, el paisaje y todo lo que lo rodeaba había desaparecido. Un espacio en blanco, sin suelo, sin techo, sin sonido, sin nada, era lo único que había quedado. No llamó a nadie, no pensó que alguien respondería, pero en su siguiente parpadeo, la aparición de alguien casi lo tira hacia atrás. Ella lo miró un segundo antes, en silencio, sin su habitual expresión acartonada. Lucía una manta en la cabeza, esa misma que lavaba cada noche para usarla temprano en la mañana. Sus ojos no estaban abiertos ni salidos de la rabia, así que pudo admirar la belleza del azul en ellos y su entrañable redondez, enmarcados por unas cejas tupidas y oscuras, perfectamente arqueadas. Se mantuvo allí quieta, vestida como normalmente estaría en la panadería. En un instante estaba así, y luego, después de un parpadeo, ella "gritaba" molesta e iracunda, jaloneándolo con odio y rencor sin emitir un solo sonido. Miraba confundido los labios de su madre moverse, pero no entendía nada porque, a pesar de los movimientos erráticos, su voz no se escuchaba, hasta que de hecho, la empezó a escuchar reprendiéndolo cada vez más por sus decisiones en los juegos.
—¡¿Por qué tienes que ir y comportarte justamente como una prostituta?! ¡Eres un descarado, mocoso infernal! ¿Irás a los brazos de cada hombre que te diga cosas bonitas al oído? ¿Cambiarás de Alfa cada que te miren y te digan que eres bonito? ¡¿Eh?! — Su progenitora siempre había sido cruel y sin escrúpulos, y Peeta no esperaba que eso cambiara.
Siempre se sintió diferente ser ofendido por un familiar que por un desconocido; a él siempre le había dolido más. A pesar de conocer su carácter, le fue imposible evitar que algunas lágrimas rodaran por sus mejillas. Se incorporó y se puso de espaldas a ella, mientras su madre permanecía en su sitio. Quería protestar y defenderse, pero en momentos como este volvía a ser el niño que buscaba la aprobación materna.
El Omega lloró con tanta intensidad que sus ojos se irritaron, volviéndose incapaces de ver con claridad. Su garganta seca e inflamada acompañó a un llanto prolongado. Con ambas manos en el rostro, trató urgente de mitigar los alaridos que surgían de su ser, ahogando el sonido de su dolor y desesperación. Se abrazó a sí mismo en un esfuerzo por encontrar algo de consuelo en medio de la tormenta interna que lo asolaba.
Fue entonces cuando otras voces llegaron a sus oídos.
—Dios, Peeta, ¿por qué te comportas tan de repente como Omega? ¿Quieres hacer enojar a mamá?—. Era el timbre de su hermano mayor, Ciaba, aquel que se despertaba demasiado temprano como para verlo en la mañana y regresaba demasiado tarde para cruzar palabras en las noches. El desconocido se cruzó de brazos, decepcionado.
—Pensé que habías entendido que tenías que actuar lo más Beta posible, idiota. Realmente no esperé que los Omegas fueran tan fáciles de llevar—. Miche, a diferencia de Ciaba, consiguió volverlo un poco loco con sus palabras. Miche no solía ser así, o al menos no lo era con él. La vida de Peeta, para su hermano, no era tan inexistente como si el Omega hubiera muerto cuando se presentó con su segundo género. Era para él una molestia, pero estaba ahí siempre, influenciando su vida. Y a menudo asumía que su inutilidad venía de ser Peeta, no de ser Omega.
Cuando eran más jóvenes, Peeta siempre prefirió que Miche, el más cercano a su edad, lo reprendiera, lo maldijera e incluso lo golpeara. Al menos así sabía que existía y que sus acciones provocaban una reacción, incluso si era negativa. Prefería esos sentimientos encontrados a los que experimentaba con Ciaba. La frialdad de su hermano, en contraste, le causaba un sufrimiento profundo y constante. Por las noches, Peeta se abrazaba a las almohadas y le rogaba a Dios que hiciera que Ciaba sintiera un poco de cariño por él, aunque solo fuera para reprenderlo. En la mente de Peeta, recibir maltrato equivalía a preocupación y afecto. La falta de atención le resultaba mucho más dolorosa, ya que sentía que la frialdad implicaba la ausencia total de cualquier vínculo emocional.
—Sí, no me jodas. Ya es suficiente con que sea uno y ahora deja que los demás lo noten—. Si lo conociera mejor, Peeta sabría que Ciaba, el futuro cabecilla de la casa, deseaba haberlo golpeado antes solo para disciplinar a un Omega que consideraba promiscuo.
—Mierda, ¿cómo voy a ver a mis amigos a la cara sabiendo que estoy relacionado con alguien así? ¡Se burlarán de mí por ser el hermano de un Omega fácil!—. El rostro de su hermano, casi idéntico al suyo, se tornó rojo en una infantil rabieta que trató de evitar.
—¡Ahg, no me hagas recordar todas las peticiones de los Alfas en el trabajo que quieren casarse con él, es una molestia! —. Terminó por comentar el mayor.
—Qué asco. Bueno, no sería tan difícil, ¿no Peeta? De todas formas, abandonas los brazos de tu Alfa por un par de elogios pequeños—. Fue en ese momento cuando el cuerpo de Peeta reaccionó de forma instintiva, dándole un golpe en la mejilla en respuesta a tal ofensa. Lo que no esperaba era que su hermano le devolviera el golpe con el doble de fuerza, haciendo que cayera al suelo. Peeta sintió el impacto intenso y el suelo bajo él, mientras intentaba amortiguar la caída con las manos. La dureza de la superficie y el dolor que lo recorría fueron el reflejo de la violencia con la que Ciaba había respondido.
Antes de que la conversación o los golpes pudieran continuar, Peeta comenzó a sentir un ardor en la pierna tan intenso que rápidamente se llevó las manos a la zona afectada y trató de levantar el pantalón para averiguar qué estaba ocurriendo. Sin embargo, no encontró ninguna lesión visible. De repente, sus hermanos empezaron a desdibujarse y el prado en el que se encontraba se desvaneció en un instante. Sintió unas manos que lo movían con insistencia, como si intentaran despertarlo. En ese momento, comprendió que todo lo que había experimentado había sido solo un sueño. En la realidad, Marvel estaba a su lado, tratando de hacerlo volver en sí. Al darse cuenta de que Peeta estaba consciente, lo levantó con sorprendente facilidad, mientras el Omega, aún desorientado, se esforzaba por asimilar lo que acababa de suceder.
Se escucharon los quejidos de alguien, los pájaros en la arboleda circundante salieron volando, alarmados ante la posible amenaza. La mayoría de los tributos aliados se había dispersado. Y más por inercia que por conciencia, huyó despavorido junto con los demás, sintiendo algunos ardientes pinchazos más en la cara. Se escuchaban gritos, alaridos de dolor y, por el rabillo del ojo, alcanzó a ver a Glimmer retorciéndose en el suelo del dolor. Es cuando las depredadoras y molestas rastrevíspulas dejan de acosarlo y puede respirar un poco más adelante, que se le ocurre que Katniss acaba de tirarles un panal para asesinarlos y que, si el horrible silencio significa algo, acaba de terminar con Glimmer. Piensa también en cómo él mismo y los demás no dudaron en dejarla ahí ni por un segundo, y decide que debe enfocarse en algo más ahora mismo.
No podía ver a Katniss o a Marvel por ningún lado, lo que le impidió moverse, dejándolo aterrado. Pero sabía a ciencia cierta que tenía que volver.
Corrió sin rumbo entre las hojas y las ramas. El piso empezaba a mecerse un poco para él. A unos pasos, un cuerpo desfigurado por las picaduras lo recibió. Sus pasos eran temblorosos, temiendo enfrentar la posibilidad de que fuera ella, pero su angustia desapareció al identificar a la figura tendida en el suelo. Observó que era la chica del Distrito Cuatro, a quien nunca había dirigido la palabra y cuyo nombre desconocía; para él, solo era un número y otra víctima de estos juegos infernales. Además, la joven no había hecho mucho para fomentar la interacción, ya que en las pocas ocasiones en que la alianza se reunía, permanecía en silencio, sin dirigir la mirada a nadie, temerosa de las reacciones de los demás. La tributo del Distrito Cuatro nunca fue relevante, así de simple.
Aunque Peeta no conocía a la chica del Distrito Cuatro, no pudo evitar sentir un profundo remordimiento al darse cuenta de que su alivio por saber que Katniss estaba bien contrastaba con la tragedia de la víctima, pero al menos sabía a quién se debía el segundo cañonazo.
Una fuerza descomunal lo embistió, casi derribándolo, pero Marvel alcanzó a jalarlo por la camisa y a enderezarlo para hacerlo seguir el camino. Lo arrastró en dirección al lago, donde Cato había sugerido antes de que todos se dispersaran en un frenético escape. El beta a su lado, con determinación y fuerza, guío a Peeta a través del caos, asegurándose de que no se quedara atrás mientras el grupo intentaba reunirse y encontrar seguridad en un lugar menos expuesto.
Los insectos los habían dejado en paz hacía varios kilómetros, dispersándose entre los árboles. Peeta no podía escapar del firme agarre de Marvel, por lo que continuaron juntos hasta que finalmente divisaron el lago, donde ya estaban Cato y Clove.
Estaba dispuesto a seguir con la fachada y quedarse con ellos, incluso si de ahora en adelante solo lo usarían como carnada. Sin embargo, cuando Clove y Cato discutieron y este último, furioso, regresó en dirección a Katniss, algo cambió. Cuando Marvel levantó el brazo para que los demás supieran que eran ellos y no los atacaran, Peeta aprovechó el momento para soltarse y correr en la dirección opuesta, rogando encontrar a Katniss a salvo o, al menos, confirmar que estaba viva y lejos de ellos. Corrió con toda la velocidad que pudo, su corazón palpitando con la esperanza de hallar a la persona que tanto anhelaba. A unos metros, vislumbró a Katniss y se sintió como el Omega más feliz de todo Panem. No pudo evitar acercarse, aunque pronto se dio cuenta de que la joven estaba tan desorientada que casi no parecía ella misma. A pesar de su confusión, Katniss había logrado quitarle las flechas y el arco al cuerpo de Glimmer, demostrando su inquebrantable determinación incluso en medio del caos.
Estaba tan feliz de verla y, al mismo tiempo, tan enojado. Le alegraba que estuviera viva, pero odiaba que se encontrara en un lugar tan peligroso. Corrió hacia ella como un loco.
—¡Corre! ¡Corre! ¡Katniss, corre! —gritó frenético mientras la sujetaba de los hombros—. ¿Por qué sigues aquí? —preguntó, frustrado, al ver que ella solo lo observaba con una mirada cargada de confusión, como si intentara hacerse la desentendida—. ¡¿Te has vuelto loca?! —Peeta la empujó para que saliera corriendo, seguro de que alguien vendría tras él—. ¡Levántate, levántate! —Trató de ponerla de pie, pues ella misma estaba intentando hacerlo sin éxito—. ¡Corre, corre! —La empujó con más fuerza, tratando de hacerla reaccionar.
Para su más grande alivio, Peeta vio cómo ella se ponía de pie y, aún perdida, corría hacia el camino más cercano. Entonces, el sentimiento de que sus pies no eran sus propios pies empezó a embargarlo, y se dio cuenta de que probablemente había durado demasiado tiempo sin experimentar efectos secundarios tras haber sido picado unas cuantas veces.
La hoja verde con hongos en el suelo comenzó a crecer tres metros de altura de repente, ya la distancia vio a Delly grabándole que no podía tocar algunas plantas porque eran venenosas y algunas olían mal. Ella le señalaba que tenía especial cuidado con la mala hierba detrás de él, y cuando Peeta volteó a verificar, lo que al principio creyó que era una multitud resultaron ser nada más que Cato y Marvel.
— ¿Qué crees que estás haciendo, enamorado?
Notes:
Holaaa como están mis queridos lectores se que ha pasado mucho tiempo desde que publicamos un capítulo, pero regresamos más fuertes que nunca.
Trama: Como siempre tratamos de seguir el canon original y puede que algunos cambios se realizan por capricho propio de cada autora. Uno de ellos fue tratar de acercar más a peeta y Marvel, idea mia, pero también si fueron cuidadosas al leer notamos que katniss esta celosa capricho de mi compañera.
Suspenso: Se que nos vamos mucho por ese lado cada capítulo y créanme que es con toda la intensión para mantenerlas con el corazón en la mano hasta que publiquemos de nuevo.
Katniss: Que joven han celoso como para andar negando lo que su corazón siente, pronto te darás cuenta de tus errores y será demasiado tarde, créeme.
Peeta: Mi niño tu siempre eres hermoso, sigue brillando como siempre.
Cato: Te odio.
Clove: Lo mismo que tú compañero idiota.
Marvel: Mi nene si fuera por mi vivieras una eternidad.
Glimmer: Sorry pero tú destino no lo escribí yo, reclama s tu creadora.
Esto ha sido todo espero que hayan disfrutado el capítulo, no vemos en el próximo.....mickeal fuera.
Chapter 17: Tensiones
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El mundo entero parecía sumirse en un silencio sagrado, roto por el estruendoso latido de su corazón, que palpitaba tan rápido que era doloroso. Un sufrimiento que no solo era físico; Había algo más, algo que venía desde lo más profundo de su alma. Sintió un gemido escaparse de sus labios, uno bajo, tembloroso, cargado de un miedo que no recordaba haber sentido en años. Ese sonido, quebrado y vulnerable, le trajo de golpe un recuerdo que creía enterrado y olvidado.
De pronto era ese niño pequeño con las manos cubiertas de harina y el rostro manchado de cenizas intentando inocente y estúpidamente imitar a su madre, queriendo hacer pan para demostrarle que también era capaz. Pero todo salió mal. Los panes, quemados y duros, inútiles y un desperdicio condenable lo habían paralizado; le había dado los restos a los cerdos.
Lo que vino después quedó grabado en su memoria como una cicatriz como un recordatorio de porque él especialmente nunca estaría más listo que sus superiores.
Recordaba la mirada de su madre cuando lo descubrió. No gritó, no dijo nada; simplemente lo tomó del brazo y lo llevó al viejo armario de madera que estaba en la cocina. Lo empujó dentro sin esfuerzo, y la puerta se cerró con un crujido seco, dejando solo oscuridad y un silencio pesado que parecía llenarlo todo. Escuchó el chasquido de la llave girando, y supo que estaría ahí por mucho tiempo.
En el interior, abrazado por la penumbra, lloró en silencio por horas, emitiendo sonidos de sí mismo que jamás había escuchado. Cada cierta cantidad de tiempo que escuchaba pasos detrás de la puerta, el llamaba ya la vez se decepcionada a sabiendas de que no obtendría respuesta del otro lado. Las lágrimas corrían por su rostro, no por miedo al encierro, sino porque sentía que había fallado, que había decepcionado a alguien a quien amaba profundamente. El tiempo dentro del armario parecía infinito; cada minuto se estiraba como un recuerdo borroso, difuminado por el trauma del momento. Fue allí donde por primera vez ese gemido mezclado de miedo y tristeza, escapó de su pecho y el "llamó", pero nadie contestó.
Aquí estaba, años después, con la garganta vibrando por un grito ahogado que nunca llegaba a salir, contenido por la presión de sus labios cerrados. Un nudo opresivo le invadía el pecho, un sentimiento frustrante que chocaba con su lado Omega, ese que aún no aprendía que aquí no había Alfas dispuestos a protegerlo. Nadie vendría en su auxilio, ni siquiera una protectora, aunque el rastro de su olor aún flotara en el aire como un eco persistente.
Los susurros de su padre resonaban en su mente, cada palabra cargada de un tono tan inquietante como antinatural. Debía saberlo mejor, debía haberlo entendido antes. Pero cuando el veneno comenzó a recorrer su sistema, supo con una certeza helada que ya estaba perdido.
Los ojos de Delly, desbordantes de terror, se movían con rapidez, como si intentara comunicar algo sin palabras. Sus manos, tan similares a los hongos gigantes que brotaban en las sombras a su lado, se agitaban en un intento desesperado de indicarle que corriera, que huyera tan rápido como pudiera. Algo no estaba bien, pero lo raro no era la urgencia, sino la siniestra contradicción de su cuerpo: había tanto de ella distorsionándose, alejándose del puro y dulce recuerdo de su amada amiga que... esta pesadilla que se convirtió para él en algo aborrecible a lo que odiar.
Cato mantenía su mirada fija en él, esperando cualquier señal que indique un intento de fuga, para poder alcanzarlo y hacerle pagar por su atrevimiento. El Omega era consciente de que esa opción resultaba inútil mientras Marvel estaba observando sus movimientos, listo para alertar al otro tributo y dar inicio al juego.
—¿Qué…? ¿Qué diablos haces enamorado? — A pesar de repetir las mismas palabras, cada que termina la oración, Cato se mantenía erguido, con el semblante altivo y el pecho inflado, intentando proyectar una autoridad que su cuerpo traicionaba.
El constante temblor en su pierna revelaba la falta de control que tanto pretendía ocultar, aunque, aún así, parecía tener más dominio que el Omega. En contraste, Peeta sintió cómo cada segundo lo arrastraba más hacia la inconsciencia, en especial al ver a Cato, cuya piel había adquirido un tono anaranjado.
Marvel se tambaleaba, lo cual intento disimular cuando coloco su mano sobre un árbol cercano estabilizando un poco su equilibrio, el cansancio se veía reflejado en su rostro, a pesar de eso, no solo logró mantenerse de pie, sino que también consiguió transmitir un aura. intimidante, aún más que la de Cato. Cada movimiento suyo parecía calculado, como si estuviera dispuesto a desafiar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Peeta, por su parte, se mantenía inmóvil, expectante, con los sentidos agudizados a pesar del dolor punzante que le recorría la cara y el extraño hormigueo que invadía su cuerpo.
Cato, sin detenerse a pensar, blandió su espada con fuerza, cortando el aire a diestra y siniestra. El único desafío era la evasión del torpedo del Omega, que apenas lograba esquivar los ataques. Sus sentidos estaban al límite, sobrecargados con señales contradictorias. “Huye”, susurraba su instinto de supervivencia. “Defiéndete”, rugía su orgullo herido. Pero, por encima de todo, su corazón latía con un clamor silencioso: pensaba en ella.
Si moría ahora, sería un tributo menos al que Katniss tendría que enfrentar. Su mente se debatía entre la desesperación y la esperanza, rogando que se rindiera, que dejara de luchar. El escenario era distinto, pero la esencia de la situación se repetía una y otra vez, a estas alturas, Peeta ya conocía la respuesta, no moriría. Se había mentido, se había convencido de que permitiría su deceso cuando llegara el momento pero entonces la expectación de saber que no sabría qué paso después, si Katniss habría muerto con sus esfuerzos en vano tiempo después, o si ella ganaría, lo habían obligado a mantenerse en pie y lo habían convencido sobre la respuesta: tenía que ser un finalista para garantizar en contra de todo pronóstico la victoria de su Alfa.
Así que estaba allí, en medio de un bosque que parecía moverse sin cesar, rodeado de animales que murmuraban y con manos que, poco a poco, se desvanecían. Marvel y Cato hablaban, o al menos eso parecía, pero el agua en sus oídos amortiguaba el sonido. Discutían algo, molestos… ¿o acaso estaban felices? Lo miraban, de eso estaba seguro… ¿o tal vez no lo estaba? El dolor comenzaba a arrebatarle la claridad, sumiéndola en un abismo de confusión.
Miró el suelo, listo para correr mientras intentaba aprovechar la distracción del tributo, una cuando sabía que era imposible. Sin embargo, su cuerpo parecía negarse a obedecer. Observó con desconcierto cómo las hojas de los árboles desaparecían por completo, dejando atrás un camino que antes era irregular y que ahora se había transformado en una superficie plana, guiándolo en una sola dirección. Este cambio, que una simple vista parecía facilitar su avance, solo aumentaba su desconfianza.
El hedor putrefacto de un animal muerto impregnaba el aire. Los pasos que lograba dar eran lentos, pesados, como si su cuerpo estuviera al borde del colapso. Sabía que si no se apresuraba, el final llegaría antes de lo esperado. Peeta tropezó con un hueso descarnado que yacía en el suelo y cayó de bruces. Su visión, ya borrosa, se deterioró aún más, y los colores que lo rodeaban se intensificaron hasta volverse insoportables. A pesar de todo, su determinación no flaqueó. Apoyó los codos en la tierra y, con un esfuerzo desgarrador, se impulsó hacia adelante, dejando tras de sí un rastro evidente de su lucha. Cato, aprovechándose de la debilidad del Omega se abalanzó sobre él.
Marvel, quien hasta entonces se había mantenido inmóvil, observando desde la distancia ajeno a la urgencia del combate, cómo si intervenir fuera de un acto insignificante, había cambiado, para asombro del omega, de opinión, y había intervenido.
—¡Cato, regresamos! ¡El veneno empeora cada vez más!— La voz ronca y temblorosa resonó en su cabeza como un martillo, golpeando con ecos que se repetían una y otra vez. “Regresamos”, era la única palabra que ocupaba los pensamientos de Peeta, un clamor desesperado que lo arrastraba hacia los días anteriores a su encarcelamiento en los juegos. Días en los que todo parecía sencillo, en los que había probado la felicidad y sentido el calor de una vida que ahora parecía tan lejana. Y todo por qué estaba al lado de su Alfa.
La felicidad, aunque breve, había sido suya, y la idea de verla arrebatada lo paralizaba.
El tributo del Distrito Dos permaneció implacable, indiferente a su desesperación. Sus ojos eran fríos y calculadoras, sin espacio para la piedad. Peeta comprendió, en ese momento, que sus miedos no serían suficientes para detener lo que venía. Si quisiera sobrevivir, tendría que enfrentarlos, aunque el precio fuera tan alto como sus peores pesadillas.
El Omega sintió la fría hoja de la espada rozar su cuello. Cerró los ojos, resignado al golpe final. Pero, en lugar del dolor que esperaba, llegó una voz suave y familiar, como un eco del pasado:
—Peeta, despierta. — Abró los ojos de golpe y se encontró en el Distrito Doce. Estaba sentado en el umbral de una casa que reconocía como la suya, en una vieja silla mecedora de madera. Una almohada descansaba detrás de su cuello, amortiguando las marcas del sueño incómodo. La luz del sol bañaba el escenario con una calidez casi palpable, y frente a él, con el rostro cargado de preocupación, estaba Katniss.
Ella acariciaba su cabello con movimientos lentos y delicados, mientras él cerraba los ojos de nuevo, intentando absorber más de ese toque. Quería congelar el momento, aferrarse a la sensación. Su mano descansaba sobre su vientre, buscando algo que no se veía o se sentía. Lo cual era extraño, pero por alguna razón se sentía correcto.
Pero entonces lo supo. Todo aquello; la casa, la luz, el calor de las manos de Katniss. No podía ser real. Era un sueño, un espejismo tan vívido y perfecto que dolía. El contraste entre la paz ilusoria y la crudeza de la realidad en los Juegos lo toca como un balde de agua fría. Y sin embargo, durante esos instantes robados, eligió dejarse llevar, saborear la dulzura de un mundo que solo existía en su mente, aunque supiera que pronto se desvanecería.
El espejismo lo envolvió en una espiral de agonía, un dolor agudo que lo atravesaba como si algo oscuro y despiadado estuviera devorándolo desde dentro. De su pierna comenzó a brotar un líquido espeso y carmesí, lento pero implacable, que empapaba el pantalón beige hasta convertirlo en un lienzo grotesco.
Katniss lo observaba, inmóvil, con los ojos abiertos de par en par y el rostro pálido, pero sus pies permanecían anclados al suelo, como si una fuerza invisible le impedía moverse. La sangre, formada un charco bajo él, extendiéndose hasta filtrarse entre sus muslos y teñía su ropa de un rojo profundo, casi negro bajo la luz tenue.
El aire se llenó de un hedor metálico, opresivo, que parecía adherirse a todo a su alrededor. Y mientras el charco crecía, una sensación de desamparo y fatalidad envolvía la escena, como si incluso el tiempo hubiera decidido no intervenir.
Una corriente de dolor abrasador se desató en su cuerpo, ascendiendo desde su cadera y propagándose como fuego líquido que consumía cada nervio. Su pierna ardía como si estuviera siendo devorada por una llama inextinguible, un tormento multiplicado hasta el infinito.
Sus ojos se abrieron de golpe, llenos de desesperación, y lo primero que vio fue la hierba, extendiéndose bajo él como un espectador de su condena. A su alrededor, Cato y Marvel lo observaban, sombras implacables que parecían disfrutar del espectáculo de su sufrimiento, o al menos uno de ellos.
La espada de Cato, todavía goteando con sangre fresca, se hundió una vez más en la pierna ya destrozada de Peeta. Esta vez, lo hizo con una crueldad deliberada, enterrándola hasta lo más profundo de la carne desgarrada. La torcedura intencional del arma no fue casual; Fue un movimiento calculado para maximizar el dolor, rompiendo tejidos y destruyendo cualquier posibilidad de recuperación.
Cuando finalmente la retirada, la hoja relució bajo la tenue luz, empapada en rojo, como un macabro testigo de la violencia despiadada del tributo. El calor que emanaba de la herida, era una declaración de muerte, una advertencia en carne viva que dejaba claro que no habría esperanza de escapar. La lesión no solo marcaba el cuerpo, sino que sellaba un destino ineludible con la certeza de que la muerte está a solo unos pasos de él.
El aire le comenzó a faltar en los pulmones bajo una opresión pesada y sofocante, donde su propio cuerpo buscaba devorarlo. Fue en esos momentos sumidos en la desesperación que el horno se encendió dentro de Peeta. No era solo instinto, era una furia silenciosa, una chispa dentro de él, alimentada por el deseo de que, en el futuro uno de sus sueños se haga realidad.
No tuvo tiempo para estrategias, ni espacio para dudas. Su cuerpo se movió antes de que su mente pudiera alcanzarlo. En un segundo, reunida toda la fuerza que le quedaba, sus músculos gritaron con el esfuerzo, y con un movimiento explosivo, se levantó de un salto. Sus manos empujaron al Beta con una fuerza implacable, derribándolo como si el miedo y el dolor no fueran más que sombras pasajeras.
El impacto resonó en el suelo, y el Beta cayó de espaldas, su mirada era confundida mientras intentaba procesar lo ocurrido. Cato, permaneció inmóvil durante un instante, por las picaduras que lo atormentan, atrapado entre la sorpresa y el desconcierto. Peeta, de pie, parecía más grande que la vida misma. No era solo un tributo herido; Era una fuerza que se negaba a ser sometida. En ese instante, el caos no lo devoró; Fue él quien lo desafió.
Cato rugió con furia, un grito cargado de indignación y rabia salvaje, antes de lanzarse contra él una vez más. Pero esta vez, Peeta estaba listo. Aún si estar de pie es un suplicio inimaginable; el dolor le atraviesa los huesos y médula como un fuego abrasador. Su visión se nubló, el mundo giró durante unos segundos, y por un momento temió no poder mantenerse erguido durante mucho tiempo.
Cuando parpadeó, Cato quién se había movido con la velocidad de un depredador, ya estaba frente a él. La expresión en el rostro del joven era de pura determinación, su mirada fija como una daga, dispuesta a acabar con él sin titubeos. Peeta sabía que no podía retroceder; Ese momento lo definiría todo, y los próximos movimientos decidirían su destino.
Con un esfuerzo titánico, Peeta reunió todas sus energías para esquivar el brutal ataque de Cato, apenas logrando que el filo mortal de su espada no lo alcance por una segunda ocasión. Sin dar tiempo para otra arremetida, contraatacó con un golpe directo al torso, que hizo tambalear a su oponente. El aire se llenó de jadeos y gruñidos mientras el combate se volvía cada vez más visceral, más despiadado.
El choque de sus cuerpos resonaba como el eco de un tambor de guerra. Peeta lanzó un puñetazo, pero Cato lo bloqueó y lo golpeó en las costillas, arrancándole un gemido de dolor. Tropezaron, cayeron al suelo y rodaron en una tormenta de fuerza bruta, tierra y sangre. El Omega se esforzaba por mantener la guardia, mientras Cato intentaba inmovilizarlo, su fuerza aún devastadora a pesar del agotamiento.
El veneno seguía drenando sus energías, distorsionando sus sentidos y llevándolos al borde de la locura. Peeta veía figuras que no estaban allí, sombras que se mezclaban con los movimientos de Cato, y oía voces que lo llamaban desde algún lugar lejano. Pero no podía permitirse vacilar. Con un grito desesperado, usamos todo su peso para empujar a Cato hacia un lado y recuperar la ventaja.
Cada golpe, cada agarre, era una batalla por la supervivencia, un enfrentamiento donde no había espacio para ningún error. A pesar de las alucinaciones y el dolor abrasador, Peeta luchaba, impulsado por un instinto primario que no conocía límites. En un descubierto, el Omega logró desarmar a Cato con una fuerza que ni él sabía que poseía. El tributo del Distrito Dos cayó al suelo con un golpe seco, por segunda ocasión en este combate, su cuerpo derrotado por el agotación. Pero para Peeta, eso no fue suficiente.
Con los ojos inyectados de rabia y el aliento entrecortado, el Omega se balanceó sobre Cato, clavando sus rodillas en el torso de su contrincante. Sus puños, ensangrentados y temblorosos, comenzaron a golpear sin tregua. Cada impacto daba en el rostro con una ferocidad inhumana.
El mundo a su alrededor se desvaneció. No había arena, no había espectadores, solo el sonido sordo de los golpes y el latido ensordecedor de su propio corazón. Aunque Cato había perdido el conocimiento, Peeta no se detuvo. Sus manos se movían como si estuvieran poseídas, impulsadas por una rabia descontrolada.
El Omega no procesaba lo que ocurría. Su mente estaba atrapada en un torbellino de emociones: miedo, odio, dolor. Cada golpe era un grito mudo, una descarga de todo lo que había soportado. Si no lo detenían, lo mataría allí mismo, aplastado bajo el peso de su furia. Excepto que sus puños no se sienten tan adoloridos como dar un verdadero golpe contra carne, y Peeta más que nadie debería saberlo.
Solo percibió el calor pegajoso de su sangre mezclándose con la de Cato y el vacío abrumador que lo devoraba desde adentro, de su propia mente caótica. Sin embargo, la furia ciega que lo consumía fue interrumpida por una fuerza inesperada. Marvel, quien hasta entonces había permanecido en las sombras como un espectador silencioso, se convirtió en la salvación y la condena de Peeta. En un movimiento rápido y calculado, lo empujó con fuerza, apartándolo del cuerpo inerte de Cato.
El impacto los hizo rodar por la hierba hasta que ambos recuperaron el control de sus cuerpos para quedar de rodillas, frente a frente. Fue entonces que se dio cuenta, Cato no se veía como alguien golpeado, a comparación de lo que su subconsciente creyó, la supuesto sangre en sus manos era lodo más que otra cosa. Y aún así Cato yacía ahí, tendido y aún inconsciente. El...¿Él realmente había golpeado a Cato?
Peeta se distrajo hasta quedar absorto, incapaz de notar el momento exacto en que Marvel tomó sus manos con rudeza. Sus dedos se cerraron alrededor de sus muñecas llenas de barro y sangre, inmovilizándolo con una mezcla inquietante de autoridad y cuidado. El toque de Marvel era una paradoja: firme y controlador, pero al mismo tiempo envuelto en una aparente dulzura que hacía temblar a Peeta, atrapándolo en una maraña de emociones contradictorias.
Al Omega se le salían pequeños jadeos de cansancio, mientras su atención se mantenía fija en Marvel, como si hubiera una atracción magnífica en su rostro sereno e imperturbable, una calma que le provocaba admiración y miedo al mismo tiempo. Su compañero era tan brillante como aterrador, y aún así fue el único que lo sostuvo cuando se rompió la noche anterior, calmó sus miedos con crueldad disfrazada de afecto.
Peeta sabía que su papel como el chico abnegado y dependiente había quedado al descubierto ante Marvel desde hacía mucho tiempo. El enfrentamiento con Cato no hizo más que confirmar lo que el Beta ya sospechaba. Por ello, Peeta lo había considerado un aliado indispensable, aun consciente de que su dependencia hacia él en los Juegos podía ser peligrosa. Se aferraba a esa alianza como si fuera su única salvación, incluso cuando cada toque de Marvel parecía recordarle que, en el fondo, no era más que un juguete bajo su control.
Y estaba bien. Ambos se usaban mutuamente y podían llamarse aliados sin necesidad de disfrazarlo de otra cosa. Peeta no tenía reparos en inclinarse ante cualquiera que pudiera serle útil si eso significaba garantizar la supervivencia de Katniss. Y el beta lo sabía, esa conciencia le daba el poder de manipularlo a su antojo, manteniendo a Peeta atrapado en una red de dependencia que él mismo había tejido.
—Estúpido omega, pensé que realmente querías salvarla — Murmura entre dientes, con amargura.
Podía verlo en su rostro, en cada línea tensa de su expresión. Su boca se crispó, sus cejas se fruncieron con fuerza, y el ojo ardía en sus ojos como un fuego imposible de contener. La duda, el egoísmo y la humanidad que Peeta siempre supo que se escondían bajo esa máscara de indiferencia finalmente quedaron al descubierto, pero no eran suficientes para opacar la furia que dominaba cada uno de sus gestos.
Peeta lo observaba sin apartar la mirada, sintiendo el peso de ese enojo como una ola que amenazaba con aplastarlo, pero sin ceder ni un paso. No había miedo en él, solo una curiosidad casi retorcida por ver hasta dónde llegaría esa rabia contenida. Podía percibir el temblor en los puños cerrados, la tensión en la mandíbula, como si estuviera a un segundo de estallar, pero Peeta no se inmuta.
Sabía que cualquier otro habría retrocedido, intimidado por aquella presencia arrolladora, pero él no. Marvel podía gritar, podía fulminarlo con la mirada o incluso intentar derribarlo, pero Peeta no le tendría miedo. Había algo casi liberador en enfrentarse a su enojó, una certeza de que, por primera vez, ambos se mostraban tal como eran, sin máscaras ni fingimientos. Eran ellos mismos, sin manipulaciones, y tampoco se estaban preocupando en aparecer para el Capitolio.
Las manos de Marvel se colocaron en sus mejillas sujetándolo con determinación.
—Hasta el final tu... la sigue —. Las yemas de sus dedos presionaron sus mejillas con saña, con la intención de lastimarlo. Sin embargo, Peeta no hizo el menor esfuerzo por apartarlo. No intenté zafarse, ni siquiera cuando el dolor comenzó a arder bajo su piel. Debería haberlo hecho, debería haberse alejado cuando aún tenía tiempo, porque...—. La elegiste, estúpido y hormonal idiota—. Las manos callosas de Marvel trazaron un camino brusco por sus labios, el roce áspero apenas fue un preludio para el dolor que vino después. El impacto fue cruel, un choque torpe y violento de bocas que no buscaba afecto, solo dominación. El golpe reverberó hasta sus encías, un recordatorio punzante de lo lejos que estaba aquello de cualquier gesto de ternura.
Sus labios se movieron, pero no fue un beso. Fue una herida abierta, un acto que dolía más que cualquier golpe físico. Se sintió como si lo estuvieran marcando, como si esa crueldad quedaría tatuada en su piel para siempre. Y entonces, algo en él se rompió. Como si una fría ráfaga de realidad lo atravesara, lo empujó con toda la fuerza que tenía. No fue un acto calculado, sino una respuesta desesperada, el último intento de alejarse de un abismo que lo estaba tragando entero.
Marvel no lo dejó con facilidad, aferrándose a él con una fuerza casi desesperada. Sus manos temblaban, pero no lo soltaba, como si dejarlo ir significara perder algo más que el control. Y entonces lo escuchó, esa frase repetida una y otra vez, clavándose en su mente como un eco perturbador:
"Tengo derecho, tengo derecho, tengo derecho..."
Lo decía como un mantra frenético, cada palabra cargada de furia que lo dejó helado. No había rastro de duda en su voz, sólo una necesidad enfermiza de justificar lo injustificable, de reclamar algo que nunca le había pertenecido.
Peeta creía que su momento estaba muy cerca, pues había escuchado que, en los últimos días de tu vida, los recuerdos del pasado vuelven para perturbar con una dolorosa nostalgia. La caja de Pandora parecía abrirse siempre con vivencias trágicas, en circunstancias inesperadas y desgarradoras para él.
En el centro de estos recuerdos, como protagonista, estaban unas manos grandes y curiosas que tocaban su piel desnuda, mientras unos ojos lujuriosos lo observaban con avidez. Eran escenas de cuando comenzó la alianza: siendo sujeto por ese mismo joven que lo besó y su compañera de distrito, ahora fallecida. Preparándose para ultrajarlo en grupo.
Emociones oscuras se arremolinaron en su estómago, formando un nudo que lo llenó de asco y desprecio. Con una mueca distorsionada por la repulsión, se preparó para luchar con la misma fiereza con la que había atacado a Cato, sin siquiera estar seguro de si lo había matado.
En el pasado, se había preocupado por preservar su moral, por no perderse a sí mismo en la crueldad del entorno. Pero ahora se sentía vacío, desgastado y listo para repetir un acto brutal y degradante. ¿Estaba tan mal si estas personas eran tan horribles?
Quizás... quizás ellos merecían esto.
Peeta quería creer en Marvel, porque alguien con los principios que había mostrado podría ser mucho más que la fachada construida para el espectáculo del Capitolio. Deseaba confiar en su aliado más cercano. Sin embargo, al beta los ojos se le comenzaron a volver rojos y llenarse de lágrimas, las cuales no tardaron en rodar por sus mejillas. Se encontró frente a un adolescente quebrado, llorando con desesperación mientras se desplomaba sobre él. Marvel ya no era el guerrero seguro de sí mismo, sino un joven frágil, inocente y asustado. Un niño, como aquella Alfa, vulnerable ante la crueldad de la situación, deseando no tener que enfrentarse a este calvario y rogando, en silencio, ser salvado de su destino.
—Yo tengo derecho — Murmuró con debilidad.
La determinación de Peeta se desmoronó como un pan seco. La neblina en los ojos de su compañero, la desesperación quebrando su voz, y esa expresión… Esa expresión que gritaba injusticia lo golpeado con más fuerza que cualquier arma.
No era justo. Nada de esto lo era. Peeta lo entendió en un instante dolorosamente claro: su compañero de alianza tenía derecho a vivir, a reír, a disfrutar de su juventud sin el peso de la muerte acechando en cada esquina. Debería estar preocupándose por sueños, no por sobrevivir. Pero allí estaban, atrapados en un juego perverso donde la vida no era más que un espectáculo para los demás. La comprensión ardió en su pecho y las ganas de llorar lo invadieron a él también.
Aunque Marvel le había mostrado la crueldad del mundo, también le había enseñado lo que significaba tener un verdadero aliado en los Juegos, alguien en quien confiar, al menos la mayor parte del tiempo. Con él, Peeta no tenía que preocuparse por cuidar su espalda; solo debía ser precavido con sus palabras, asegurándose de no provocar su perdición frente a un estratega tan astuto. Marvel no era alguien que se volvería contra él a menos que fuera absolutamente necesario, y eso le daba a Peeta una sensación de seguridad que rara vez experimentaba. Le agradaba porque, en muchos sentidos, eran muy similares: ambos entendían el juego, pero aún mantenían fragmentos de humanidad que los distinguían del resto.
El Beta era el recordatorio viviente de que el Capitolio les había fallado. Esa realidad lo llenaba de odio, uno que ardía al saber que un chico tan noble había sido corrompido de esa manera por los Juegos. Pero más allá de la rabia, la idea de perderlo lo golpeaba con una fuerza que superaba cualquier dolor físico. Era un peso aplastante, una herida emocional que no podía ignorar.
Marvel no dijo nada. Después de su gallardía y el torrente de lágrimas, su silencio lo decía todo. La mirada que le dirigía a Peeta era más elocuente que cualquier palabra, un reflejo de una verdad compartida que ambos conocían pero no se atrevían a pronunciar.
Por su parte, Peeta evitaba cruzar miradas con él, como si al hacerlo pudiera escapar de la cruda realidad que los envolvía. En su intento por desviar la atención, se concentró en mirar más allá de lo que sus ojos realmente alcanzaban a observar, perdido en un horizonte inexistente. Fue tan profundo ese estado de negación que no se dio cuenta del momento exacto en que Marvel comenzó a hablar.
—Quisiera saber cómo reaccionará cuando lo sepa—. Esas últimas palabras trajeron a Peeta de vuelta a la realidad. Se dio cuenta de inmediato de que Marvel no esperaba que pudiera tener una conversación con él en ese momento. Así continuó, sin hacer pausa: —Tienes que correr río abajo. Me aseguraré de que no se acercará a ti.
El Omega intentó hablar. Abría la boca, pero las palabras no salían; su garganta estaba cerrada. Deseaba gritarle que lo odiaba por haberlo besado a la fuerza, pedirle que lo acompañara, despedirse o incluso agradecerle por la oportunidad que le había dado, pero todo se redujo a deseos no pronunciados. Lo único que logró fue levantarse de golpe, impulsado por una energía frenética. Su cuerpo exhausto se quejaba con cada paso, pero aún así corrió río abajo, como si su vida dependiera de ello.
Siguió adelante, guiado por el instinto de supervivencia, hasta que el terreno se volvió lo suficientemente irregular y traicionero como para dificultar cualquier intento de rastreo. Solo entonces, al sentirse momentáneamente a salvo, permitió que su cuerpo tembloroso se desplomara, intentando recuperar el aliento mientras el eco de su miedo aún retumbaba en su mente.
Allí, en medio de un extraño entrelazado de alivio y terror, su cuerpo no pudo más. Vomitó una y otra vez, las entrañas retorciéndose con una violencia inexplicable, hasta que, con los últimos restos de conciencia, se arrastró hacia un tronco caído. Con manos temblorosas, cubrió su cuerpo con lodo, como si eso pudiera esconderlo del destino que lo acechaba.
Una parte de su mente, desbordada por la confusión, pensó que debía ocultarse, que eso era lo único que le quedaba por hacer. Solo entonces se permitió rendirse y caer en la inconsciencia por el dolor.
Notes:
Mickeal y Mehduzha, les agradece la espera por tanto tiempo. En recompensa el siguiente capítulo no tardará mucho en salir.
Chapter 18: Un beso
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
TERCERA PARTE:
EL VERDADERO VENCEDOR
Una extraña sensación recorría su rostro, como si algo suave y delicado lo rozara con timidez, temeroso de hacerle daño. El aroma lo delataba: eran hojas, probablemente agitadas por el viento que susurraba a su alrededor. Era casi relajante, hasta que intentó moverse. Fue entonces cuando notó una humedad pegajosa en sus manos, que lo mantenían atrapado con una fuerza insospechada, frustrando sus intentos de liberarse.
Cada lucha lo debilitaba más, y el tiempo parecía estirarse con crueldad. De repente, un calor húmedo empezó a deslizarse desde sus oídos. ¿Sangre? El efecto que dejaba contra su cuerpo era tan perturbador que renovó su esfuerzo con más desesperación, pero sus movimientos seguían siendo inútiles, como si algo invisible y opresivo se deleitara en mantenerlo prisionero.
Todo parecía hundirse en el abismo cuando sonidos inquietantes comenzaron a surgir desde las sombras, como si el aire mismo conspirara para quebrar su cordura. Se aferró a la palabra de Marvel esperando que ningún tributo lo tomara por sorpresa en su momento mas vulnerable; su mente oscila con peligrosidad entre la conciencia y la inconsciencia, atrapada en un limbo de percepciones confusas y aterradoras. Peeta no sabía el momento exacto cuando entraba en ellas y mucho menos si eran reales, por lo que dejó fluir a su conciencia.
El estallido de los gritos desgarradores de mujeres rompió la tranquilidad, entonces, un chillido agudo y lastimero, como el de un cerdo siendo sacrificado, destempló sus tímpanos con una precisión cruel, marcando los segundos como un reloj macabro.
Pero.
—¡Omega insolente!
Ni los lamentos o gritos, podían igualar el rugido que dominaba el fondo, un sonido que no solo consumía el caos, sino que lo amplificaba.
Era un estruendo salvaje, primitivo, cargado de un rencor que no dejaba espacio para el aliento ni para la esperanza de un cambio. Resonaba en su interior, atravesando cada fibra de su ser, dejándole solo un vacío que dolía más que cualquier herida.
El sonido de su madre.
—¡Niño malagradecido! ¡Niño promiscuo! —. La voz se escuchaba en su mente como un eco, insistente y familiar, gritando con una intensidad que parecía atravesar el tiempo y el espacio. Peeta, sin embargo, no tenía fuerzas para luchar, mucho menos para enfrentarse a aquella figura que lo había traído al mundo. Su rostro se giró instintivamente hacia el lado opuesto cerrando los ojos, con la esperanza de que esa simple acción pudiera protegerlo del peso de su presencia.
Pero algo lo sacudió obligándolo a encarar a la persona, más por el instinto que por voluntad propia, al sentir unas manos firmes rodeándole el cuello. La presión era inconfundible, pero lo que en realidad desconcertó al Omega fue no ver a su madre por ningún lado y la imagen que tenía frente a él era un rostro desconocido y ajeno; lo observaba con una intensidad escalofriante.
El pánico se extendió como fuego en su interior, incendiando cada fibra de su cuerpo mientras su mente luchaba por descifrar la identidad de aquella figura. ¿Quién era? ¿Por qué estaba allí? Su mera presencia parecía arrancada de las profundidades de una pesadilla, un espectro surgido de las sombras más oscuras de su subconsciente.
Entonces, cuando el caos en su mente parecía a punto de consumirlo, algo aún más desconcertante ocurrió. Junto a la figura, apareció Delly. Quién se inclino con lentitud, como si su movimientos rompieran la frágil tensión que dominaba el ambiente, acercándose hasta que su rostro quedó al alcance de su mirada.
Sus ojos, grandes y llenos de una mezcla de compasión y miedo, parecían buscar algo en él, como si intentaran alcanzar su alma más allá del terror que lo paralizaba. ¿Era real? ¿O una cruel ilusión tejida por el mismo horror que lo envolvía?
—¿Peeta? —La voz de su amiga sonó suave, pero cargada de una preocupación latente. Cuando le habló, él notó una sonrisa que era inconfundible, única en su esencia.
Delly siempre había sido un rayo de sol en un horizonte sombrío, una chispa de vida en un mundo cubierto de sombras. Había algo en su dulzura que resultaba casi palpable, una calidez que envolvía a quien la rodeaba, tan reconfortante como el glaseado dulce de un pastel recién horneado.
De pronto, esa dulzura se agrió, llevándose consigo la calma momentánea que le había dado.
—¿Peeta? ¡Dijiste que hoy saldrías conmigo! —insistió. Había un matiz de miedo en sus palabras, un quiebre sutil que no pasó desapercibido. Sus ojos, grandes y brillantes, parecían rogarle algo que no se atrevía a expresar del todo.
Él quiso responder, pero no podía moverse. Mientras ella hablaba, parecía mirar hacia un lugar más allá de él, un pasillo iluminado y solitario, adornado con flores que parecían flotar en el aire, casi etéreas. Era como si ese camino, tan hermoso y ajeno, la llamara a llevarlo consigo para alejarlo del ente que lo asecha.
Desesperada, Delly comenzó a tomarlo del brazo, intentando levantarlo con todas sus fuerzas.
—¡Vamos, Peeta, por favor!— Pero él estaba inmóvil, con la nula capacidad de controlar su propia fuerza. Ella tiró con más ímpetu, como si no pudiera permitirse dejarlo allí ni un segundo más.
El rostro de su compañera de juegos de la infancia, comenzó a desdibujarse, como si su imagen se distorsionara en ondas inquietantes, haciéndola parecer una figura de un sueño mal formado. Fue entonces cuando el vértigo se apoderó de su interior, anidándose en lo más profundo de su vientre. La sensación era abrumadora, como si estuviera cayendo al vacío, sin fin ni salvación, por lo que cerró los ojos con fuerza.
Delly Cartwright y Effie empezaron a gritar a lo lejos sacudiendo sus tímpanos, voces quebradas que se perdían entre alaridos cargados de un dolor inhumano. Más cerca, Portia rugía con una desesperación que parecía surgir desde las entrañas de un alma rota, sus palabras deshaciéndose en ecos de impotencia.
El vértigo de seguir girando empezó a tomar factura, eso, claro, después de descubrir que había estado en el piso todo el tiempo, su cuerpo hundido y casi devorado por la tierra, transformado en un triste vestigio gracias al agua y la erosión.
"...Repito, tributos, atención: la regla que exige un solo vencedor ha sido suspendida. Desde ahora podrá haber dos vencedores si ambos vienen del mismo distrito. Este será el último anuncio"
Cierra los ojos de nuevo sin poder soportarlo, pero esta vez puede ver a las personas a través de sus párpados.
—¡No funcionó, cielito!— la voz estridente de un alfa lo sobresaltó— ¡Los débiles NUNCA sobreviven! —. Haymitch tenia una sonrisa fina, con las comisuras de sus labios alzándose de forma burlona, como si cada gesto en su rostro fuera una provocación silenciosa. Sus manos, cruzadas con aparente desinterés sobre su pecho, añadían un aire de arrogancia que parecía desafiar a todo aquel que se atreviera a contradecirlo. Y aún así no podía odiarlo para contradecirlo.
Peeta albergaba la sospechó que todo lo que veía no era más que un cruel producto de su propia imaginación, alimentado por la fiebre que lo consumía. Sin embargo, por más que intentara convencerse de ello, no pudo evitar que las lágrimas se acumularan en los bordes de sus ojos, traicionando la tormenta emocional que lo atravesaba. Una segunda voz se hizo escuchar:
—Oh— un hundimiento en el pecho le dijo que tenía que hacer que todo parara —... Dios, Peeta. ¿Por qué, hijo, por qué? Tu padre está tan decepcionado... —dijo su progenitor, moviendo la cabeza de un lado a otro, cada gesto cargado de un descontento que parecía atravesarlo.
El Omega sentía el peso de esa mirada como un golpe directo al alma. Quería pedirle perdón, explicarle que todo lo había hecho por amor a Katniss, que cada decisión tomada tenía como propósito despejar el camino hacia la victoria, asegurarse de que ella sobreviviera. Pero las palabras se atoraron en su garganta, incapaces de salir, como si el aire mismo le negara el derecho de justificarse.
Antes de que pudiera intentarlo de nuevo, lo interrumpen, de manera cortante y definitiva:
—Dos vencedores... mismo distrito.
Esas palabras resonaron como un eco imposible, opacando cualquier intento de defensa.
—¡Peeta! — Gritó alguien a lo lejos.
—¡Niño tonto! — Para este punto el Omega solo quería silencio a su alrededor.
—Atención, tributos...
—¡Peeta! —
El Omega quería cubrirse los oídos, escapar de sus miedos, pero sus manos seguían siendo inútiles. En un acto desesperado, intentó gritar con toda la fuerza que sus pulmones podían reunir, un alarido que prometía desgarrarlo desde dentro. Sin embargo, lo que más desconcertó a Peeta fue el silencio que siguió. Ningún sonido salió de su garganta, ni un eco, ni un susurro.
Una vez que el sufrimiento se fue, Peeta despertó en la frescura del lodo con el cuerpo molido junto al sonido de pisadas, en esta ocasión Peeta creía conocer lo real. El camuflaje que había improvisado con lodo, hojas y ramitas era su única protección, y aunque su mente estaba nublada por la fiebre y el dolor.
Debieron pasar días.
Escuchó suaves pasos de alguien acercándose. No sabía quien, hasta que unos suaves susurros desesperados cantaron su nombre y supo que esta era Katniss Everdeen. No podía verla, y podía decir que era hasta descuidada; ciertamente no tuvo reparo en hacer ruido. La caoba recorrió sus fosas nasales calmando un poco, recordándole que este no era un alfa extraño al que temer, era su Alfa.
—¿Has venido a rematarme, preciosa? —. Quería sonar coqueto pero solo dio pena con un tono lastimero, más cerca de la muerte.
La reacción de Katniss provocó una sonrisa en Peeta, aunque solo en su interior. Su oído lo condujo hacia él, pero seguía sin verlo. Peeta la observaba con cautela, sus ojos entreabiertos y casi imperceptibles bajo la capa de barro que cubría su rostro.
—¿Dónde estás? —preguntó ella tiernamente confundida por no poder verlo con facilidad.
Peeta no pudo evitar añadir un toque de humor, incluso en su estado:
—Bueno, no me pises —se quejó, sintiendo el pie de Katniss presionando su pecho.
Katniss dio un salto hacia atrás, el miedo reflejado en su rostro, pero pronto sus ojos lo encontraron en medio de la confusión. Sus miradas se cruzaron: los de ella, desbordados de asombro, y los de él, apenas visibles entre el barro, pero con un destello de satisfacción que no pudo esconder. Al reconocerlo, Katniss ahogó un grito, su respiración entrecortada, mientras Peeta, casi completamente sumergido en el lodo, le ofrecía una débil sonrisa. Era una expresión que, a pesar de su fragilidad, llevaba consigo una sensación de alivio, como si su presencia fuera un consuelo.
—¡No puede ser, Peeta! —exclamó ella con urgencia, agachándose a su altura para socorrerlo, pero se detuvo con confusión—. Cierra los ojos otra vez —le ordenó Katniss, y él obedeció sin protestar, sabiendo que eso lo haría desaparecer por completo. Había perfeccionado su camuflaje hasta tal punto que ni siquiera alguien tan perspicaz como ella podía distinguirlo. —Supongo que todas esas horas decorando pasteles finalmente han dado su fruto —comentó, con una mezcla de incredulidad y admiración en su voz, mientras tenía una sonrisa.
—Sí, el glaseado, la última defensa de los moribundos.
Ella soltó un suspiro de alivio antes de levantarlo y abrazarlo, como si el simple hecho de escuchar sus tonterías habituales fuera un milagro. Se aferró a él con la desesperación de quien teme perder algo invaluable, buscando consuelo en la familiaridad de su presencia. Las manos de la Alfa se posaron suavemente en su espalda, tanto en la parte baja como en la alta, mientras su rostro se recostaba en su hombro, muy cerca de su cuello. Un escalofrío de satisfacción recorrió el cuerpo de Peeta cuando sintió que ella lo estaba oliendo, liberando feromonas de alegría, una reacción instintiva que no pudo evitar. Era una sensación traicionera, por parte de Katniss pensó para sí mismo. Pero antes de que pudiera saborear la tranquilidad del momento, ella pareció darse cuenta de su propio comportamiento. Con rapidez, se apartó de él, negando con firmeza, casi con furia, como si quisiera borrar cualquier indicio de vulnerabilidad que pudiera haber mostrado.
Peeta sintió una corriente de viento frío cuando la Alfa se alejó de su cuerpo. Por su parte no pudo mantenerse de pie por más tiempo. Sus piernas, agotadas, cedieron, y cayó de rodillas al suelo en cuanto fue soltado.
—No te vas a morir —murmuró Katniss entre dientes, con un enojo evidente que parecía más dirigido a sí misma que a él. Su entrecejo se frunció mientras negaba con la cabeza, como si rechazara la idea de perderlo.
—¿Y quién lo dice? —respondió Peeta con un tono desafiante, una chispa de resistencia brillando en su mirada. A pesar de que el impacto en sus rodillas le arrancó una punzada de dolor, se negó a quejarse. Cuando Katniss intentó levantarlo de nuevo, él apartó sus manos con un gesto decidido, como si en ese instante quisiera demostrar que, aunque débil, aún conservaba algo de control sobre su destino.
—Yo. Ahora estamos en el mismo equipo, ya sabes.
Hasta ese momento, comprendió la razón detrás del repentino interés de Katniss por encontrarlo y la sonrisa de alegría que iluminaba su rostro. Después de todo, la voz robótica y distante de sus delirios era real: permitirían que dos salieran de los Juegos. Fue como si un rayo de claridad hubiera atravesado la oscuridad, iluminando todo a su alrededor. Katniss estaba allí, dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa que se interpusiera en su camino, solo por él, sin dudar ni un segundo. La idea lo conmovió, se le formó un nudo en el pecho que ardía con la intensidad de su sacrificio.
Y aun así, en medio de ese torbellino de emociones, algo le arrancó una chispa de humor, una pequeña burla interna ante lo absurdo de la situación. ¿Cómo podía ser que alguien como ella, tan feroz, tan imparable, estuviera dispuesta a arriesgarlo todo por él? La Alfa siempre encontraba maneras de sorprenderlo.
—Muy amable de tu parte venir a buscar lo que queda de mí —dijo con sarcasmo, su voz cargada de amargura.
Peeta no podía tomar a Katniss en serio, o al menos no quería hacerlo, porque el peso de la conciencia que le caería encima sería demasiado abrumador para soportarlo. Había arriesgado su propia vida y así mantenerla a salvo, alejada de los profesionales, solo para que, cuando todo parecía estar bajo control, las reglas cambiaran. Ahora se veía reducido a ser un saco de papas, algo que ella tenía que cargar debido a la incompetencia y el fracaso de sus planes. La ironía de la situación provoca que su olor se vuelva maloliente tan parecido a frutas podridas.
Sí ella percibió el cambio en la atmósfera, no dejó que se reflejara en su rostro. Con movimientos calculados, se arrodilló junto a Peeta, sacando un bote de agua que había logrado conseguir quién sabe cómo. Sus manos, firmes pero cuidadosas, acercaron el recipiente a los labios agrietados de él, asegurándose de no derramar ni una sola gota. Peeta, a pesar del dolor que lo consumía, respondió con un leve asentimiento, su mirada fija en ella como si ese simple gesto pudiera transmitir todo lo que las palabras no podían.
El ardor en su pierna izquierda era insoportable, un recordatorio constante de su derrota, pero se obligaba a permanecer consciente. Katniss no dijo nada, aunque era evidente que estaba planeando algo. Sus ojos se desviaron hacia el arroyo cercano, su mente trabajando con rapidez en una solución, revelando sus pensamientos con facilidad. Sin embargo, antes de que pudiera moverse, sintió la débil presión de la mano de Peeta parando su caminó.
—Primero, acércate un momento, que tengo que decirte una cosa —dijo con un hilo de voz, apenas audible. Sus ojos, mostraron la urgencia, se abrieron de golpe, fijos en ella. La fuerza no le alcanzaba para hacer mucho más, pero levantó ligeramente la mano, temblorosa por el esfuerzo. Con un movimiento lento y deliberado, la desplazó en horizontal, como si trazara una línea en el aire, y luego la giró apenas, haciéndola oscilar de un lado a otro. Era un gesto simple, pero desesperado, casi suplicante, como si temiera que sus palabras no fueran suficientes para llamar su atención.
Katniss, al verlo, no dudó. Se inclinó hacia él, rozando su mejilla con el cabello, su Alfa olía a hiervas pero aún así era refrescante para su nariz. Con una sonrisa Peeta susurro:
—Recuerda que estamos locamente enamorados, así que puedes besarme cuando quieras.
Las manos de Katniss se tensaron de inmediato, y retrocedió con brusquedad, sorprendida de lo sinvergüenza que podía ser. Y no pudo evitar que una leve risa escapara de sus labios. Aquella pequeña victoria dibujó en el rostro de Peeta una chispa de satisfacción, aunque no tardó en desvanecerse. Katniss lo tomó con firmeza de los brazos, intentando guiarlo para moverlo. A pesar de que la joven era más alta que él, aquello no cambiaba el hecho de que ambos estaban completamente exhaustos y al límite de sus fuerzas. Sin darse cuenta, sus intentos por arrastrarlo solo le causaban más dolor.
Cuando finalmente estuvieron a unos metros del agua, el Omega se dejó caer, derrotado, incapaz de seguir suplicándole a la Alfa que se detuviera. Cada palabra de dolor había salido de sus labios a sabiendas que podía atraer a otros tributos, pero la tortura era insoportable, y contenerlo resultaba imposible.
Peeta sabía que su destino estaba en las manos de Katniss, en su fuerza para arrastrarlo y en su paciencia para lidiar con lo que él consideraba una debilidad imperdonable. No obstante, por mucho que su mente se llenara de culpa, había algo de lo que estaba seguro: Katniss jamás lo abandonaría. Se lo había demostrado una y otra vez, y esa certeza, aunque débil, era lo único que mantenía su esperanza viva mientras ella seguía luchando por ambos.
Cada tirón que daba para acercarlo al arroyo era un suplicio para Peeta. Por más que se esforzó de mantenerse en silencio, el dolor le arrancaba gemidos, y las lágrimas, inevitables, se mezclaban con el barro que cubría su rostro. La culpa brillaba en los ojos de Katniss, pero la determinación de salvarlo era más fuerte que su vacilación.
—Escucha, Peeta. Te voy a hacer rodar hasta el arroyo. Aquí es poco profundo. ¿De acuerdo? —dijo Katniss con un tono firme, casi impaciente, como si su decisión ya estuviera tomada y no hubiera espacio para discutir.
La Alfa no esperaba una respuesta. Sin perder el tiempo, se agachó su lado para seguir intentando lo imposible. En cambio, Peeta sentía que si era movido moriría, en pocos segundos, pero Katniss definitivamente no iba a ceder.
—Fantástico —. Termina por decir, dolo para no negarle nada a la persona que lucha a su favor.
En esta ocasión, Katniss no parecía tan preparada como antes. Sus manos temblaban, y su determinación se desmoronaba bajo el peso de sus agonizantes gritos. Cuando comenzó a hablar, sus palabras parecían más un susurro para sí misma que una advertencia para él.
—¡Una, dos y tres!
El intento fue breve, pero el dolor que lo atravesó se sintió eterno, comenzó a experimentar un ardor en cada nervio al mismo tiempo. Un alarido desgarrador escapó de sus labios, más fuerte de lo que esperaba. Ella se detuvo de golpe, por la evidente alarma, mientras contenía la respiración, temiendo que aquel sonido atrajera más peligro del que ya enfrentaban. Cuando Peeta abrió los ojos, la realidad lo atacó con una extraña claridad: estaba al borde del agua, tan cerca que podía disfrutar de la humedad en su piel, pero aún fuera del alcance de su abrazo helado.
—Cambio de planes: no voy a meterte dentro del todo —anunció Katniss, algo frustrada.
—¿Nada de rodar? —bromeó Peeta, intentando restarle importancia a su dolor, aunque un trasfondo de seriedad se asomaba en su voz. Una gota de sudor se deslizó por el costado de su rostro, dejando un rastro limpio a su paso.
—Nada. Vamos a limpiarte. Vigila el bosque por mí, ¿de acuerdo? —respondió Katniss.
El Omega comenzaba a detestar ese tono condescendiente en sus palabras, como si hablara con un niño pequeño al que había que asignarle tareas cuidadosas para que las cumpliera. Pero al final del día, sabía que no estaba siendo justo.
Peeta asintió con lentitud, siguiendo con la mirada cada movimiento de Katniss. La observó llenar las botellas de agua en el arroyo y luego vaciarla sobre él, limpiando poco a poco el lodo y las hojas que se habían adherido a su cuerpo. Aunque no dudaba en cuidarlo, de vez en cuando, él notaba cómo ella se detenía por un instante, como si esperara escuchar alguna queja de su parte.
El frío del agua se colaba por su piel, brindándole un alivio momentáneo al ardor que lo consumía desde hace días. Cuando Katniss logró descubrir su ropa bajo la capa de suciedad, comenzó a retirarla con delicadeza, usando incluso su cuchillo para cortar la camiseta interior que se había pegado a las heridas. Peeta en este punto se dejo guiar por la chica, sin ninguna protesta.
—Está muy magullado, tiene quemaduras, picaduras... — El Omega sólo pudo concentrarse en el rostro de la Alfa. Por lo que no le ponía mucha atención a sus palabras.
Más que en sus acciones, Peeta se fijó en el tono de su voz. Había algo diferente, como si un destello de esperanza se hubiera infiltrado. Era como si Katniss en realidad creyera que podía manejar sus heridas.
Con un ímpetu casi desesperado, la chica se acercó a una roca que a simple vista parecía del tamaño de la mochila que cargaba. Si no fuera porque cada costilla y cada músculo de Peeta dolían, probablemente habría soltado una risa al verla intentar moverla. Pero la piedra no cedió ni un milímetro. Después de un rato de lucha inútil, Katniss se rindió y optó por una más pequeña. Con cuidado, la colocó detrás de él para que pudiera apoyarse.
Peeta sintió sus dedos enredándose en su cabello, limpiándole con paciencia, mientras sus manos eliminaban la suciedad que cubría su piel. Cada roce era un recordatorio de lo débil que se encontraba, y lo poco quedaba del panadero. En esos gestos simples había algo reconfortante, casi como si ella estuviera reconstruyendo pedazo a pedazo.
Cuando Katniss sacó los aguijones de las picaduras, no pudo evitar hacer una mueca de dolor, pero pronto sintió el alivio de las hojas aplicadas sobre las heridas. Peeta se recostó sobre la roca, complacido por la relajación que su cuerpo experimento.
—Gracias —atinó a decir Peeta, aunque no estaba seguro de si Katniss lo había escuchado. Estaba concentrada revisando la mochila, como si buscara algo entre sus inagotables curiosidades. La observó sacar un pequeño recipiente de metal que contenía una sustancia pegajosa.
La vio untarse un poco en los dedos y aplicarla con cuidado sobre la piel del Omega. De repente, Katniss se detuvo. Peeta no necesitó palabras para entender lo que pasaba; la preocupación en su rostro lo decía todo.
—Tienes fiebre —anunció, con el ceño fruncido. Oh, claro, eso explicaba el frío que lo calaba hasta los huesos y el sudor que empapaba su cuerpo.
Katniss rebuscó con rapidez en el botiquín hasta dar con unas píldoras para bajar la temperatura. Se las ofreció, y él las tragó sin protestar. Pero cuando insistió en que debía comer algo, Peeta negó con la cabeza. No tenía apetito y se lo dijo. Sin embargo, la mirada de Katniss dejaba claro que no pensaba rendirse.
Aunque intentó resistirse, Katniss logró convencerlo de comer unos trozos de manzana deshidratada. Su estómago protestó casi de inmediato, pero Peeta se obligó a tragar; no quería decepcionarla, aunque sabía que lo más probable era que acabara vomitando.
—Gracias. Estoy mucho mejor, de verdad —dijo, aunque el tono de su voz traicionaba la mentira—. ¿Puedo dormir un poco? —añadió, con un susurro que apenas alcanzaba a salir de sus labios.
—En un momento. Primero tengo que revisar tu pierna —respondió Katniss.
Peeta sabía a qué herida se refería. No solo era un dolor físico el que provoca su evasión , sino un peso sofocante. Aquélla lesión era un cruel recordatoria que casi lo despojó de su humanidad, un enfrentamiento que amenazó con borrar al chico amable que horneaba pan, el que cruzaba el mercado cargando entregas y repartía sonrisas aún si sufría. A quien lo golpean por quemar hogazas de pan para dárselas los necesitados.
Ese chico, que alguna vez fue incapaz de aplastar siquiera los gusanos que encontraba en el viejo árbol junto a su casa, un rincón que solía representar tranquilidad, no cicatrices.
El corazón se le apretó cuando Katniss, con delicadeza casi solemne, comenzó a quitarle las botas y luego deslizó sus pantalones tras advertirle. Peeta se preparó para el juicio silencioso que esperaba ver en sus ojos, pero cuando Katniss finalmente miró la herida, no fue necesario que dijera nada. La tensión en su rostro lo dejó claro: la situación era peor de lo que ambos podían afrontar.
—Bastante feo, ¿eh? —comentó con una sonrisa débil, intentando restar importancia a la situación. Si hubiera tenido una manta o alguna prenda cerca, la habría usado para cubrirlo y evitar el juicio silencio.
Katniss no respondió de inmediato. Peeta sabía que estaba luchando contra el pánico, pero confiaba en ella.
—¿Con qué fue? —preguntó seria, después de un rato. A Peeta le pareció que ya sabía la respuesta.
—Una espada.
La conversación no siguió, o no estaba destinada a continuar, pero él tampoco quería retrasar lo inevitable.
—Katniss... —la llamó en un susurro, con la voz entrecortada, pero ella no hizo el más mínimo gesto de haberlo escuchado—. Katniss... Creo que...
—No —la interrumpió ella, anticipando los pensamientos del Omega —. No voy a abandonarte, ¡no voy a hacer eso! —negaba una y otra vez, no creyendo lo que diría.
—¿Por qué no?
Ella no contestó, y él no exigió una respuesta. Pasó un largo rato antes de que ella decidiera continuar con la labor de limpiar su cuerpo maltrecho. Como siempre, él se limitó a dejarla hacer, sabiendo que era lo mejor para ambos. Cuando él mencionaba que sus heridas podrían ser peores, Katniss no respondía, enojada aún con él.
El silencio se alargó hasta que al final ella decidió hablarle de nuevo. Cuando mencionó algo sobre cómo las heridas de las minas podrían ser peores, él esbozó una débil sonrisa, sin comentar sobre la obvia mentira que flotaba en el aire ni sobre el falso sentido de resignación que trataba de ocultar.
Los vellos de su piel se erizaban por el marcado contraste entre la temperatura de su cuerpo y la del ambiente. Tampoco ayudaba el hecho de que la única prenda que llevaba puesta eran unos calzoncillos, algo que al principio no le había afectado demasiado y ahora lamenta. Debajo de él, había un trozo de tela que evitaba que el barro y la suciedad se acumularan en su herida. Katniss mantenía la palma de su mano abierta sobre su muslo para evitar que moviera la pierna mientras vertía un poco de agua sobre el corte. Peeta sintió un nuevo escalofrío y notó cómo ella luchaba por esconder su expresión de disgusto al tener que manejarlo con tanto cuidado.
—¿Por qué no lo dejamos un momento al aire y…? —sugirió Katniss, dejando la frase incompleta, flotando en el aire.
Peeta vio la incertidumbre y el miedo reflejados en el rostro de Katniss, y no pudo evitar recordar a aquella Alfa que había tenido que asesinar para mostrarle clemencia. Tan inocente y asustada, ambas similares en muchos aspectos, pero al mismo tiempo muy distintas: una preocupada por sí misma y la otra por alguien más.
—¿Y después lo curas? —le preguntó Peeta, solo porque quería entender con qué se excusaba, necesitaba que Katniss no lo encerrara en mentiras piadosas.
Peeta se preguntó si en realidad los Alfas y Omegas eran tan diferentes (ya que su madre se encargaba de clasificarlos), pero él quería formarse su propio criterio. Sin embargo, dentro de los juegos, llegó a la conclusión de lo insignificante que era eso, ya que todos experimentan las mismas emociones,: el mismo terror helado y la caliente ferocidad asesina que te pierde a ti mismo.
—Eso. Mientras tanto, cómete esto —respondió con rapidez, poniéndole unas peras secas en la mano, Katniss trataba de distraerlo dándole de comer.
Peeta masticó con desgana, apenas saboreando el alimento, mientras observaba a Katniss rebuscar en el botiquín. La vio fruncir el ceño al no encontrar lo que buscaba, su expresión cambiando entre frustración y determinación.
—Vamos a tener que improvisar —murmuró, más para sí misma que para él.
Peeta no podía hacer mucho debido a su condición, por lo que se limitaba a escuchar y observar cada movimiento que realizaba la Alfa. Cada hazaña llevada a cabo por Katniss era interesante de presenciar. En un momento, la miró arrancar hojas de un arbusto cercano, meter un puñado en la boca y comenzar a masticar. Su rostro se contrajo, lo que llevó al Omega a imaginar que las hojas eran amargas.
Cuando terminó, Katniss se acercó a él y, sin previo aviso, sacó la pasta que había formado en su boca para untarla sobre la herida. Al principio, Peeta sintió el calor de la mezcla, pero, con el paso del tiempo, esa sensación desapareció. La única diferencia notable fue la aparición de una sustancia de color extraño que brotaba de su piel: pus.
—Katniss —pronunció mientras observaba cómo el color de la piel en su Alfa se desvanecía, dejando un tono opaco—. ¿Y mi beso? —, añadió, captando la atención de la joven. Sólo quería distraerla un poco.
Su comentario provocó una risa inesperada en ella. Lo miró pensativa antes de decidirse por la honestidad.
—Es que... no se me dan bien estas cosas. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo, y odio el pus. ¡Puaj! —exclamó, limpiando la herida con evidente repulsión.
—¿Cómo puedes cazar si no soportas esto? —La pregunta no solo cargaba curiosidad genuina, sino también una pizca de incredulidad. En el Distrito Doce, Katniss era conocida como una cazadora habilidosa y despiadada, alguien que jamás fallaba. Peeta, por otro lado, había intentado cazar una vez con la esperanza de encontrar algo en común con la Alfa. Sin embargo, cuando una ardilla lo miró directamente, desistió. No tenía el corazón, ni mucho menos el estómago, para soportar la culpa.
Katniss le lanzó una mirada afilada, como si su comentario la hubiese retado de alguna forma. Pero la chica siguió arrancando con más hojas del arbusto.
—Créeme, matar animales es mucho más fácil que lidiar con esto —había un tono tosco en su voz, con una mueca que oscilan entre la frustración y el disgusto—. Y, por lo que sé, quizá también te esté matando.
Desde que Peeta fue encontrado por la Alfa, su nivel de estrés disminuyó de manera considerable. Ahora era fácil sacarle una sonrisa, aunque eso fuera contradictorio, ya que cada vez que reía le dolía todo el cuerpo. A pesar del dolor, no se detenía; esas pequeñas alegrías se habían vuelto esenciales para él. Sabiendo lo que podía costarle, dejó escapar una risa suave, amortiguada por su mano.
—Tal vez deberíamos llamarlo empate —comentó, ocultando tras sus palabras la verdad que no se atrevía a decir: todo el tiempo que pasó con los profesionales fue con un único propósito, pera ella no lo sabría. Por eso, pensó, que lo mejor era mantener la fachada que había construido.
Katniss bufó, irritada. Con evidente repulsión, masticó otra ronda de hojas antes de escupir la mezcla sobre la herida abierta, concentrada en su improvisada tarea.
—No puedo apurarme, así que cierra el pico y cómete las peras —ordenó Katniss, incapaz de pensar en una respuesta mejor, mientras señalaba con un movimiento de cabeza las frutas que había recogido para él.
Peeta obedeció sin protestar, aunque no podía evitar analizar lo extraño de verla tan fuera de su elemento. La cazadora, siempre segura y decidida, ahora parecía una principiante enfrentándose a un desafío desconocido. A pesar de su torpeza inicial, después de tres rondas del remedio, Peeta comenzó a notar un cambio. La inflamación había empezado a disminuir, y Katniss inspeccionaba la herida con un poco más de confianza, como si, por fin, estuviera encontrando su ritmo.
—Al menos no te estás poniendo verde —bromeó Peeta, buscando aligerar la tensión con un toque de humor.
Katniss lo miró de reojo, y aunque no dijo nada, la sombra de una sonrisa se dibujó con brevedad en su rostro antes de volver a contraer el rostro en seriedad.
—¿Y ahora qué, doctora Everdeen?
—Puedo ponerle un poco de pomada para las quemaduras. Creo que ayudaría con la infección. ¿Lo vendo?
Peeta asintió, permitiéndole trabajar en silencio mientras Katniss envolvía con extremo cuidado el corte, aplicándole vendas limpias. Finalmente, ella sacó su segunda mochila sin nada dentro y se la tendió.
—Toma, cúbrete con esto. Voy a lavar tus calzoncillos.
—Oh, no me importa que me veas —respondió él con un tono despreocupado y hasta un poco atrevido, aunque en su mirada brillaba una pizca de anticipación, como si ya estuviera esperando una reacción específica.
En este punto la audiencia ya no le importa, ¿no lo habían visto ya en peores situaciones?
—Eres como el resto de mi familia. A mí sí me importa, ¿De acuerdo? —replicó Katniss con brusquedad, mientras un leve rubor comenzaba a teñirle las mejillas.
Peeta no pudo evitar sentirse jubiloso ante su reacción. Sin embargo, al mismo tiempo, un atisbo de vergüenza lo atravesó. Era un alivio, casi reconfortante, saber que su Alfa no se parecía en nada a los bárbaros que había conocido. Y aun así, su mente no podía evitar recordar con desagrado a quienes, en el pasado, no hubieran dudado en abusar de su cuerpo.
Peeta ya había perdido la cuenta de todas las ocasiones que Katniss se adentro al arroyo, el agua le llegaba a la pantorrilla y le daba la espalda, para proporcionarle privacidad al desnudarse. Katniss le hizo señal para que le arrojará la prenda, aún evitando verlo, Peeta le hizo caso y la lanzo. Ella la tomó, y comenzó a lavarla entre dos piedras gigantes. Aunque estaba agotado, aún encontraba algo de humor en la situación.
—¿Sabes? Para ser una cazadora letal, eres un poco aprensiva —comentó con una sonrisa débil. Luego añadió—; Ojalá te hubiese dejado darle la ducha a Haymitch.
Ante el recordatorio de su mentor en comiendo, Katniss alzó el rostro en su dirección aún sin dejar de trabajar:
—¿Qué te ha enviado hasta ahora?
—Nada de nada —respondió Peeta, frunciendo el ceño, mientras lo pensaba. Entonces una idea le cruzó por la mente y añadió con curiosidad— ¿Por qué? ¿A ti sí?
—La medicina para las quemaduras —admitió ella, casi con timidez y culpa—. Ah, y pan.
Entendía la estrategia de Haymitch, lo comprendía. Distribuir los suministros a quien tenía más posibilidades de sobrevivir que al otro. A pesar de saberlo, el ardor en sus ojos le recordó que tenía que controlarse.
Intentó no mirar a Katniss, refugiándose en el movimiento de los árboles a lo lejos, como si la naturaleza pudiera ofrecerle algún consuelo.
No es que le molestara que prefiriera a Katniss, ¿quien no lo haría? Es solo que... Desde niño, nunca fue la prioridad de nadie, y sabía que eso no iba a cambiar. Aunque las palabras de su madre antes de entrar a los Juegos le clavaron una flecha en el corazón, no lo afectaron tanto como podría haberlo hecho, porque siempre fue consciente de su lugar y de la poca fe que se le tenía. Y a pesar de todo, vergonzosamente, como se sintió bastante comprendido por el alfa adulto, la aprensión lo recorrió cuando él no lo había elegido primero.
Sonrió con debilidad.
—Siempre supe que eras su favorita —dijo moviendo los hombros en una ligera burla hacia la joven, aunque aún con pequeños vestigios de malestar interno.
—Venga, no digas eso. Ni siquiera soporta estar en la misma habitación que yo —respondió Katniss, apartando la mirada. La rudeza con la que frotaba la ropa, sin embargo, delataba su molestia.
—Porque se parecen.
Ella no respondió, pero Peeta observó cómo su comentario la hizo tensarse un instante. Con rabia, soltó la prenda, que cayó fuera de la roca donde lavaba, casi llevada por la corriente. Sólo su destreza evitó que se perdiera. Cuando todo el conjunto del Omega estuvo limpio, Katniss lo dejó secar al sol. Peeta intentó terminar la conversación y pidió descansar. Ella accedió. Sin embargo, al caer la tarde y con el aire más fresco, la sacudió suavemente para despertarlo.
—Peeta, tenemos que irnos ya —dijo en voz baja.
Peeta parpadeó, desconcertado.
—¿Irnos? ¿Adónde?
—Lejos de aquí —respondió Katniss, ayudándolo a levantarse—. Tal vez arroyo abajo, a algún lugar donde podamos escondernos hasta que te sientas más fuerte.
Aunque intentó apoyarse en ella, cada paso se sentía como una carga insoportable. Su pierna herida apenas era capaz de aguantar su peso, el dolor agudo en cada movimiento le hacía casi perder el aliento. La fiebre, implacable, lo hacía tambalear y sus pasos se volvían cada vez más erráticos. El sudor le perlaba la frente y la visión se le nublaba, pero seguía adelante, impulsado por la necesidad de escapar, aunque su cuerpo le exigía detenerse. Apenas había avanzado unos cincuenta metros cuando Katniss, al notar su agotamiento extremo, lo sostuvo con firmeza y lo guío hacia la orilla, donde, lo sentó con suavidad. Peeta dejó escapar un suspiro profundo. Estaba exhausto, y su cuerpo, agotado y febril, se desplomo como peso muerto.
—Lo siento —murmuró Peeta, sintiéndose inútil mientras ella lo ayudaba a inclinarse hacia adelante, dándole palmaditas torpes en la espalda.
Katniss no dijo nada, pero Peeta pudo notar cómo sus ojos recorrían la zona, evaluando con rapidez. Finalmente, con determinación, eligió un pequeño refugio formado por rocas, a unos veinte metros del arroyo. Cuando logró ponerse de pie una vez más, ella lo arrastró hasta allí, sin dudarlo, con la firmeza de alguien que no tiene tiempo para perder.
La cueva no era ideal, pero para Peeta, era lo suficientemente buena. Apenas lograron llegar cuando el agotamiento lo venció por completo. Se dejó caer al suelo, temblando, a pesar de que la temperatura no era tan baja. Katniss le prometió que conseguiría medicina, pero Peeta no compartía su optimismo. Al ver su falta de confianza, la Alfa le dio un beso en la mejilla. Aunque intentó mantener la compostura, no pudo evitar mirarla con una chispa de esperanza.
Katniss se movió para cubrir el suelo con agujas de pino y desenrollando el saco de dormir antes de meterlo dentro. Aunque él Omega intentó protestar, ella le dio un par de píldoras para la fiebre con un poco de agua.
—Katniss... —dijo él, con voz débil—. Gracias por encontrarme.
—Tú lo habrías hecho si fuera al revés.
—Sí. Mira, si no regreso... —comenzó de nuevo, pero ella ya sabía lo que iba a decir y se molestó de inmediato.
—No, Peeta, ni siquiera quiero hablar de eso —insistió, callando su voz al colocar la palma de su mano sobre sus labios, impidiendo que continuara.
—Pero...
Entonces ocurrió algo casi antinatural. Unos labios pequeños y resecos rozaron los suyos, pero no hubo dolor, ni desesperación, ni fuerza en el contacto, solo un cariño tímido y un tembloroso. Como en un cuento de hadas, ella lo arropaba, lo cuidaba, tratándolo con un respeto digno y una pasión contenida.
—No te vas a morir—. Katniss lo veía con una gran intensidad y determinación, tenía ambas manos sobre sus mejillas —. Te lo prohíbo, ¿bien?
—Bien —susurra él.
Ella se va a cazar después de eso. La respuesta más lógica, por supuesto, es que aún está alucinando. De tanto medicamento extraño y brebajes improvisados por la joven lo hicieron perder la cabeza, porque, ¿de qué otra forma podría explicar que Katniss, la Alfa de la que está enamorado, por quien ha luchado hasta ahora, esté allí, cuidando de él y besándolo? No lo entiende, en un escenario realista, no tiene sentido. No tiene lógica. ¿Ha sido la emoción? ¿La adrenalina? No lo sabe. Sus ojos arden, y la fiebre lo ha alcanzado en su máximo esplendor cuando cierra los ojos.
—¡Peeta! —exclamó una versión mucho menos fiera de Katniss, despertando al joven Omega de un sueño al que jamás sintió entrar. Él murmura preguntándole si es medicina cuando observa que la chica lleva un recipiente de metal en las manos, pero ella niega con una sonrisa y, para su sorpresa, lo toma del mentón para acercarlo a sus labios. Es así como sabe que no ha estado imaginando, y lo sucedido ha sido real. Sonríe contento con la vida, incapaz de molestarse por haber necesitado estar moribundo para que su sueño se cumpliera, pero no dispuesto a quejarse. Aceptaba lo que su destino le daba.
—Peeta, mira lo que te ha enviado Haymitch —y ella le extiende una cuchara para darle sopa en la boca. Está en el cielo.
Notes:
Lo prometido es deuda.
Chapter 19: Traición
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El frío se filtraba por su piel con tal intensidad que calaba hasta lo más profundo de sus huesos, como si intentara quebrarlo desde dentro. El sudor resbalaba por su rostro, creando un contraste extraño en su organismo febril.
En ese estado de debilidad, no podía estar seguro de quién velaba por quién. Sintió resignación al darse cuenta de como Katniss estaba a su lado protegiéndolo mientras dormía. A ratos, el sueño lo vencía y se dejaba llevar. La fiebre le nublaba el juicio, y sus oídos estaban tan obstruidos que, si alguien entraba en la cueva, no podría escucharlo.
La mano de Katniss descansaba sobre su cintura, un gesto silencioso de compañía.
Cuando la lucidez alcanzaba su punto más alto, Peeta lograba distinguir entre las sombras el rostro de su compañera frente a él, cargado de preocupación. Temía que, si volvía a dormirse, sería la última vez. Entre sueños, podía sentir caricias sobre sus mejillas y frente, seguida de una sensación fría que lo envolvía a intervalos regulares. No recordaba mucho de la noche anterior, pero sí sabía que había sido lo mejor con lo que podía soñar.
Antes, solo imaginaba una vida al lado de su Alfa, y si algo agradecía de estar al borde de la muerte, era poder disfrutar de los cuidados de la única mujer que había amado desde que tenía uso de razón. El tiempo no cambiaría eso. Esa noche, entre borrones y lagunas mentales, recordaba besos suaves y apasionados que aceleraban su ritmo cardíaco… o tal vez era la muerte queriendo reclamar su vida. Pero él se aferraba a aquel momento mágico que, por fin, experimentaba.
Por la mañana, se sintió tan débil que podría comparar su agotamiento con el de los trabajadores de la Veeta: exhausto y con el cuerpo adolorido. La cabeza le palpitaba, y los ojos le ardieron hasta el punto de querer cerrarlos de nuevo. Sintió una molestia en la garganta, como si hubiera hablado toda la noche, y estaba seguro de que se quejó del dolor en la oscuridad. Eso solo pudo significar que Katniss veló su sueño mientras él descansaba de manera egoísta.
La culpa se extendió por completo, como un veneno fatal. Se giró con la intención de disculparse o hacer algún chiste para no agobiarla con su humilde y lastimera compasión, como ella le había recalcado una vez. Sin embargo, su vista siguió algo nublada, y la cueva apenas recibía luz, salvo por la fogata casi extinta. Extendió la mano para encontrarla al otro lado, pero solo tocó el frío de su ausencia.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, se incorporó con esfuerzo, soltando quejidos por el dolor al moverse. Sin embargo, el lugar está desolado. Entonces ahí lo vio, un arco apoyado contra una piedra. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, poco relacionado con su fiebre, y de su garganta escapó un grito ahogado, lleno de terror.
Los pensamientos trágicos se arremolinaban, torturando su tranquilidad. Había intentado no pensar demasiado en sus antiguos aliados, pero en algunas ocasiones, le resultaba imposible. Recordaba a una sola persona decente entre tantos sedientos de sangre, y, para su mala suerte, incluso esa persona y los que aún quedaban, eran los profesionales; peligrosos y letales.
A diferencia de él, no sufrían una infección horrible, solo los vestigios del veneno de las avispas. Y Katniss estaba afuera, rodeada de esos bárbaros que podrían matarla en cuestión de segundos.
Las fuerzas abandonan por completo su cuerpo y se deja caer al suelo, aplastando uno de sus brazos en el proceso, pero no se inmuta en lo absoluto, adormecido por sus propias feromonas. Peeta había escuchado en alguna ocasión sobre este comportamiento Omega, que ocurre cuando experimentan sentimientos demasiado intensos como para contenerlos. Sin embargo, nunca creyó que podría afectarlo a él, acostumbrado a su propia fragancia.
Peeta no supo cuánto tiempo había transcurrido hasta que la sensación desapareció, pues solo podía pensar en Katniss, perdida en algún rincón de la extensa arena. Contó cada segundo y cada minuto, hasta que su cuenta se detuvo en el instante exacto en que la Alfa entró, despreocupada. Sin embargo, incluso al verla sana, el miedo, el enojo y la frustración no desaparecieron.
—Me desperté y no estabas —. Reclama, mientras intenta sentarse y así verla cara a cara —Estaba preocupado por ti.
—¿Que tú estabas preocupado por mí? —El Omega, aunque se esfuerzo por mantenerse calmado para complacerla, se eriza con molestia cuando ella se ríe, sin tomarlo con seriedad—. ¿Te has echado un vistazo últimamente?
—Creía que Cato y Clove te habían encontrado. Les gusta cazar de noche —continuó él, todavía con la molestia en su voz, al no poder contenerla.
—¿Clove? ¿Quién es?—. La joven se mostró confundida ante la mención del nombre.
—La chica del Distrito dos. Sigue viva, ¿no?.
—Sí. Estamos ellos, nosotros, Thresh y la Comadreja. Es el apodo de la chica del 5. ¿Cómo te sientes?—. Mientras la joven mencionaba los nombres, los contaba con los dedos, para no perderse ninguno.
—Mejor que ayer. Esto es mucho mejor que el lodo: ropa limpia, medicinas, un saco de dormir... y tú—. Respondió con la mirada fija en Katniss. Su Alfa acercó una mano y la posó suavemente en su mejilla. La forma en que lo miraba era tan única, tan llena de algo que no podía nombrar, que su pecho se inundó de felicidad. Con delicadeza, tomó su mano entre las suyas y depositó un beso en su dorso, como una promesa silenciosa, una forma de hacerle entender que estaba bien, que al fin, había vuelto al lugar al que pertenecía.
—Se acabaron los besos hasta que comas —le dice, justo cuando él le hace una seña para que lo ayude a moverse. Haber estado tanto tiempo en la misma posición le ha provocado un molesto dolor en la espalda.
Ella lo ayudó con la mayor delicadeza posible, aunque su agarre seguía siendo demasiado fuerte para su cuerpo lastimado. Aun así, se negó a protestar. Una vez que estuvo recargado contra la pared, Katniss lo obligó a comer. Cada bocado le recordaba las horas que pasó entre el lodo podrido, con la herida abierta y vulnerable. Sabía que por eso ahora tenía una infección demasiado grave, una que no se detendría hasta consumirlo por completo. La fiebre lo abrasaba, los mareos eran insoportables y no estaba imaginando aquel aturdimiento extraño ni los escalofríos intermitentes.
Si era lo que temía, entonces no había nada que Katniss pudiera hacer por él. Por más que le doliera, nadie intentaría salvarlo si ya estaba demasiado enfermo y dañado.
—Bueno, está más hinchado, pero no hay pus —. Peeta no la conocía lo suficiente de manera íntima como para detectar sus mentiras, pero esta vez no podía creerle, no cuando él mismo sentía el dolor y sabía que no le quedaba mucho tiempo.
Le enternecia y, al mismo tiempo, le frustraba que Katniss siguiera intentando protegerlo como si fuera un niño.
—Sé lo que es la septicemia, Katniss, aunque mi madre no sea sanadora.
—Simplemente significa que vas a tener que sobrevivir a los otros, Peeta. Te curarán en el Capitolio, cuando ganemos—. Cada que Katniss abría la boca para contestar algo lo hacía enojar como nunca antes, por lo irreal que sonaban sus palabras.
—Sí, buen plan —. El Omega tomo un puñado de tierra y lo arrogo hasta donde sus fuerzas le dieron, es decir, nunca salió de su mano. Podía evitar en esos instantes de frustración.
—Tienes que comer y mantenerte fuerte. Voy a hacerte una sopa —. Los intento de la Alfa por hacerlo ingerir alimentos eran para mandarlo lleno al más allá.
—No enciendas un fuego, no merece la pena—. Genuinamente eran sus pensamientos, temía no pasar la noche y que las ramas secas se desperdicien en una causa perdida.
—Ya veremos.
Peeta se negó a ser una carga más para Katniss. Con movimientos lentos y torpes, se deslizó hasta quedar acostado dentro del saco de dormir, dejando que el calor lo envolviera y ayudara a sudar la fiebre.
Se permitió un pequeño consuelo cuando la Alfa se recuesta a su lado. Sin dudarlo, lo acomodó casi sobre ella, rodeándolo con un brazo firme en su cintura mientras el otro lo envolvía por la espalda, abrazándolo por completo. Peeta cerró los ojos y, por un instante, todo el dolor y la fiebre quedaron en segundo plano. Lo único que sentía eran los latidos de Katniss, constantes y firmes, la única certeza en medio de tanta incertidumbre.
—¿Quieres algo? —. Peeta hizo una apuesta interna, preguntándose cuánto tiempo tardaría en escuchar la pregunta, esa frase reservada para los desahuciados. "Tu última voluntad", murmuraban los hombres que trabajaban en las minas.
Un juego, lo llamaban. O al menos eso le explicó un Beta cuando él todavía era un muchacho demasiado ingenuo para entender la crudeza del mundo. Se había reído de su falta de prudencia antes de contarle la tradición: cada vez que dos mineros descendían a las profundidades de la montaña, se confesaban un deseo no cumplido. Así, si solo uno de ellos lograba salir con vida, se encargaría de hacerlo realidad en honor al otro.
—No, gracias. Espera, sí: cuéntame un cuento —. Se acurrucó sobre el pecho de la Alfa intentando encontrar calor ante el repentino frío que sentía. Si iba a morir, quería hacerlo escuchando su voz.
—¿Un cuento? ¿Sobre qué?
Peeta sintió cómo ella elevaba una mano y comenzaba a acariciar suavemente su cabello.
—Uno que sea alegre. Cuéntame el día más feliz que puedas recordar.
Katniss dejó escapar un largo suspiro, un sonido que el Omega interpretó como una clara muestra de exasperación. Podría haberle pedido cualquier otra cosa, cualquier pregunta más relevante o profunda, y sin embargo, lo único que logró susurrar fue aquello. Pero no podía evitarlo; quería saber más sobre la Alfa, sobre todo lo que había vivido, sobre los secretos que guardaba tras su imponente presencia.
Sintió cómo ella movía ligeramente el rostro, como si buscara algo en la penumbra. Aunque no podía verla con claridad, se la imaginó frunciendo el ceño, evaluando la situación con ese aire de cautela que siempre la rodeaba. Quizá incluso estaba considerando marcharse en ese mismo instante, desaparecer antes de verse obligada a responder. El silencio se prolongó entre ambos, denso y expectante, como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto más pesado. Al final, tras lo que pareció una eternidad, su voz rompió la quietud:
—¿Te he contado alguna vez cómo conseguí la cabra de Prim?.
No comenzó la historia de inmediato. De hecho, Peeta aún intentó reincorporarse un poco antes de que el mundo empezara a girar a su alrededor, haciéndolo deslizarse de su lugar y arrancándole un quejido de dolor. Katniss, bastante molesta, lo ayudó a acomodarse de nuevo, pero no lo regañó ni le dijo nada. Se limitó a ajustar el agarre y el saco de dormir por tercera vez, y solo entonces, finalmente, comenzó a hablar.
—Fue para su cumpleaños, en mayo —La voz hacia eco cuando entraba a sus oídos —. Traté de conseguir algo de dinero extra para comprarle un regalo, pero no tuve suerte. Pero vendí un medallón de mi madre, uno antiguo que le dieron sus padres, así que todo estuvo bien. Fuimos a comprarle telas para un vestido el día de su cumpleaños, y recuerdo que mientras revisaba telas, miré al otro lado de la calle y vi al Hombre de las Cabras. ¿Sabes quién es? —Esperó un segundo antes de continuar. —Bueno, una de sus cabras, una blanca con manchas negras, estaba tumbada en un carro, y no era difícil adivinar por qué: algo le había mordido la paletilla, y la herida se había infectado. Estaba en muy mal estado. El hombre tenía que levantarla para ordeñarla, pero entonces pensé que conocía a la persona perfecta para curarla. En ese momento decidí que iba a comprarla.
Con aquella última revelación, Peeta comprendió de inmediato de quién hablaba y por qué esa sería una ofrenda valiosa para la hermanita de Katniss. Tener a alguien a quien cuidar no solo fomentaba la compasión, sino que también amplia la capacidad de bondad de una persona, fortaleciendo el lazo con el ser bajo su protección. No era solo un regalo; era una responsabilidad, una conexión forjada en la necesidad y la ternura. Además, en secreto, junto con todo aquel que las conociera, tenía la sospecha de que Prim sería una Omega.
Esa idea lo golpeó con una punzada de nostalgia amarga. La historia despertó en él un recuerdo sepultado hacía tiempo: su deseo infantil de tener una mascota. Desde que tenía memoria, había querido un animal propio, algo pequeño y vulnerable que dependiera de él. Sin embargo, cada vez que mencionaba la posibilidad, sus hermanos se burlaban con crueldad, enumerando con saña todas las razones por las que era una idea absurda. Decían que era una pérdida de recursos, que los animales solo traían suciedad y problemas, que no servían para nada más que para ser comidos o vendidos.
Pero lo peor había sido la única vez que logró alimentar a un cerdo con sus propias manos. Lo recordaba bien: la sensación áspera de la piel del animal, su hocico húmedo buscando la comida con avidez, la ilusión fugaz de que, quizás, podría encariñarse con él. No duró mucho. Al día siguiente, el cerdo había desaparecido. Nadie le dio explicaciones, pero Peeta no necesitaba escucharlas. Supo de inmediato que su hermano mayor lo había vendido sin pensarlo dos veces, como si no fuera más que un objeto, como si su apego no tuviera ninguna importancia.
La lección fue clara: el cariño era un lujo que él no podía permitirse y menos dentro de su círculo familiar. Es por ello que no podía evitar hacer comparativas entre la pequeña familia de Katniss y la de él.
—Me acerqué y compré una taza de leche; después nos pusimos delante de la cabra, traté de fingir que no me interesaba.
—Y fallaste.
—Y falle—Le contestó amarga—, inmediatamente me dijo que la dejara en paz y me dijo que iba para la carnicería porque su leche ya no era bien pagada. Cuando vino Rooba trató de usarme para conseguir más por la cabra fingiendo que quería pelear por ella, pero ni Rooba ni yo lo dejamos. Ella se negó a comprarla, para que yo pudiera hacerlo y aun así tuve que negociar con él media hora con muchos espectadores de fondo pero la conseguí. Compré un listón rosa y volví a casa con ella. Prim estaba tan feliz, deberías haberla visto, lloraba y reía. A mamá no le gustó pero las dos se pusieron a trabajar con ella, aplicándole hierbas y
engatusando al animal para que se tragase sus brebajes.
—Suenan como tú —. Él era para Katniss lo que aquella cabra había sido para ella, y de eso podía estar completamente seguro. No importaba cuánto intentara engañarse a sí mismo o fingir que no era así. La similitud era innegable.
Al principio, Katniss había mostrado desinterés, como si su presencia le resultara irrelevante, como si no valiera la pena invertir tiempo o energía en él. Pero había fallado en su intento de mantenerse indiferente. Poco a poco, casi sin darse cuenta, había comenzado a buscarlo, a preocuparse por él, a reparar los estragos que otros le habían causado.
Lo había encontrado en su peor momento, roto, herido, al borde de la desesperación, y aun así decidió no apartar la mirada. Se quedó, como si sintiera la responsabilidad de asegurarse de que sobreviviera, de que siguiera en pie. Tal vez ni siquiera lo hacía de manera consciente, tal vez era simplemente su instinto, el mismo que la había llevado a comprar aquella cabra tiempo atrás.
Era la misma historia, repetida con diferentes protagonistas. Una criatura frágil, destinada a ser desechada o ignorada, y alguien que, contra toda lógica, decidía ofrecerle protección. Quizá Katniss nunca lo admitiría en voz alta, pero él sabía la verdad: de alguna forma, en algún nivel profundo e inconfesable, se había convertido en algo importante para ella.
—Oh, no, Peeta, ellas saben hacer magia. Esa cosa no podría haberse muerto ni queriendo —. La Alfa cometió un desliz al insinuar que, con sus cuidados, podría acabar con su vida en cuestión de segundos. Tal vez tenía razón, sin embargo, para Peeta no era una tragedia. Todo lo contrario: si su destino era morir, lo haría con el corazón en paz, siempre que fuera ella quien lo atendiera.
—No te preocupes, que no quiero —. Bromea —Termina la historia.
—Bueno, eso es todo. Sólo que recuerdo que aquella noche Prim insistió en dormir con Lady en una manta junto al fuego y que, justo antes de dormirse las dos, la cabra le lamió la mejilla, como si le diese un beso de buenas noches o algo así. Ya estaba loca por ella.
Peeta no era ingenuo, incluso cuando se mostraba comprensivo o aparentaba desinterés. Notó las pausas medidas, la cautela en sus palabras, como si eligiera con precisión cada frase para evitar decir algo indebido.
No necesitaba que se lo confirmara para saber la verdad: Katniss había estado con Gale. Y en cuanto al dinero, era evidente que no lo habían conseguido solo con la venta de una medalla. Lo sabía con certeza, porque si Katniss hubiera tenido algo de valor, lo habría vendido sin dudarlo para alimentar a su hermana, en lugar de recurrir a las raciones de comida.
Aun así, nada de eso importaba en ese momento. Pese a todo, él tuvo la oportunidad de ver este lado de ella, una faceta que quizás nadie más conocía. Y eso, por sí solo, fue suficiente para deslumbrarlo, para llenarlo de una felicidad que no esperaba sentir.
—¿Todavía llevaba puesto el lazo rosa?—. Pregunta con genuino interés.
—Creo que sí. ¿Por qué?—. Para este punto Katniss ya le había dejado de acariciar el cabello, para colocarlo en otra parte lejos de el, ya que no lo sintió sobre la espalda.
—Intento imaginarlo —. Responde pensativo —Ahora entiendo por qué fue un día feliz.
—Bueno, sabía que esa cabra era una mina de oro.
—Sí, claro que me refería a eso, no a la inmensa alegría que le diste a tu hermana, a la que quieres tanto que ocupaste su lugar en la cosecha —. Nadie en su sano juicio que escuchara la historia podría creer la mentira de que la compra se hizo por razones egoístas. Todo en la forma en que se narraba, cada pequeño detalle, demostraba lo contrario. Desde el principio, la joven había dejado en claro que su principal motivación era su hermana, que todo lo que hacía giraba en torno a su bienestar y sus deseos.
Con la elección que hizo en ese momento reflejaba su carácter. No era alguien que buscara beneficios personales a costa de los demás, sino alguien que ponía por delante el bienestar de aquellos a quienes amaba. Y esa verdad, tan evidente para cualquiera que prestara atención.
—La cabra se ha amortizado con creces —. Insistió ella, con aire de superioridad.
—Bueno, no se atrevería a lo contrario, teniendo en cuenta que le salvaste la vida. Pretendo hacer lo mismo.
—¿De verdad? ¿Y cuánto decías que me has costado?
—Muchos problemas. No te preocupes, te lo pagaré con intereses —. Y lo haría aun en la muerte.
—No dices más que tonterías —. La Alfa lo movió para poder verlo a los ojos, aún cuando su intensión fue comprobar si la temperatura estaba cediendo, el Omega no tuvo el corazón de decirle que se sentía peor, ella debió saberlo con tocarlo —Aunque estás un poco más fresco —. Al parecer la joven tenía más esperanzas de su recuperación, que él.
El sonido de las trompetas los toma por sorpresa. Ella se pone en pie de un salto, sin darse cuenta de que, al apartarse bruscamente, provoca que Peeta emita un gruñido gutural de dolor. La agonía recorre su cuerpo en una ola intensa antes de escapar de sus labios. Sin detenerse, Katniss corre hacia la entrada de la cueva, ansiosa por ver qué está ocurriendo.
—Atención tributos, atención. A partir del amanecer habrá un festín mañana en la Cornucopia, esa no será una cosa ordinaria —Desde lejos ve a Katniss hacer un gesto desdeñoso, pero entonces se agrega:—. Una cosa más: puede que algunos estén ya rechazando mi invitación, pero no se trata de un banquete normal. Cada uno necesita una cosa desesperadamente. En la Cornucopia, al alba, encontrarás lo que necesitan en una mochila marcada con el número de su distrito. Piénsenlo bien antes de descartarlo. Para algunos, será su última oportunidad —. La estaban incitando a asistir, manipulándola con precisión calculada. Sabían exactamente qué decir para empujarla a la acción, y lo lograron con una sola frase. Katniss no tenía opción. Si el "regalo" contenía medicinas, sería la única oportunidad de salvar a Peeta, la última esperanza que le quedaba.
Y ellos lo sabían. No era un gesto de misericordia ni una simple coincidencia. Era una trampa. Un juego cruel diseñado para forzarla a tomar riesgos imposibles, para arrastrarla al filo del cuchillo sin darle alternativa. Porque, en el fondo, no querían que saliera victoriosa. No querían que ninguno de los dos sobreviviera.
Katniss se había dejado envolver por la falsa ayuda, y Peeta lo supo en el momento en que vio su expresión. Estaba en cada mínimo gesto, en la tensión de sus hombros, en la forma en que su respiración se volvió más contenida, en la rigidez de su postura. Lo pudo ver con claridad, y una parte de él lo lamentó. Conocía demasiado bien esa mirada.
Era la misma que había aprendido a odiar y a amar con igual intensidad. Ese aire de determinación inquebrantable, la testarudez de quien ya ha tomado una decisión y no piensa dar marcha atrás, sin importar las consecuencias. Y Peeta entendió, sin necesidad de palabras, que nada de lo que dijera podría detenerla.
—No —. Aún cuando ya sabía la decisión se aventura a decir con la voz un tanto quebrada por las posibilidades —No vas a arriesgar la vida por mí.
—¿Y quién ha dicho que piense hacerlo?
—Entonces, ¿no vas? —. Quería creerle.
—Claro que no voy, ¿por quién me tomas? ¿Crees que voy a meterme en una barra libre con Cato, Clove y Thresh? No seas estúpido —. En esta ocasión Katniss estaba pensando con la cabeza en calma y eso le devolvió un poco de tranquilidad al Omega, ya que podría hacerla entender de la locura de abandonar la cueva—Dejaré que luchen entre ellos y veremos quién sale en el cielo mañana por la noche; después pensaremos en un plan.
Podría compadecerse y dejar que ella crea que lo ha engañado para no herir su orgullo, como lo había estado haciendo hasta ahora. Sin embargo, esta vez es diferente. Esto va más allá de una simple indulgencia o de jugar a mantener las apariencias. No puede permitir que ella continúe creyendo que puede salirse con la suya impunemente, mucho menos cuando eso implica ponerse en peligro por él. No otra vez. No así. No ahora que, por primera vez en mucho tiempo, hay algo más en juego, algo que no puede permitirse perder.
—Qué mal mientes, Katniss, no sé cómo has sobrevivido tanto tiempo. —Empieza a imitarla —«Sabía que esa cabra era una mina de oro. Estás un poco más fresco. Claro que no voy.» —Sacude la cabeza —. Será mejor que no te dediques a las cartas, porque perderías hasta la camisa.
Ella se puso roja de ira al quedar al descubierto, perdiendo así su fachada de tranquilidad y sensatez.
—Vale, sí que voy, ¡y no puedes detenerme!.
—Puedo seguirte, al menos un trecho. Quizá no llegue a la Cornucopia, pero, si voy detrás de ti gritando tu nombre, seguro que alguien me encuentra. Así moriré, y punto —. Si en algún punto de la discusión ella decide salir él iría de tras.
—No podrías recorrer ni cien metros con esa pierna —. Se burló.
—Entonces, me arrastraré. Si tú vas, yo voy. No voy a dejarte.
—¡Tu lo harías por mi! ¿No es así? —. El estaría dispuesto a más, sin embargo no lo diría en voz alta.
—¿Por qué haces esto? —pregunta con el ceño fruncido, su voz cargada de confusión y un dejo de frustración.
Katniss no respondió de inmediato. En su lugar, meneó el rostro de un lado a otro en un gesto casi imperceptible. Sus ojos, oscuros y llenos de preguntas sin respuesta, lo observaban con cautela, antes de acercarse en su dirección. Lo próximo que sintió el Omega fueron unos labios suaves hacer contacto con los propios, uniendo los en un beso.
—¿Y qué se supone que debo hacer?— susurra cuando se separa de Peeta— ¿Sentarme a verte morir?
—Ahora no hay forma de que te deje ir.
—Peeta...
—No me moriré, te lo prometo, si tú me prometes que no irás. Quédate.
Ella lo miró escéptica, nada convencida pero sobre todo, muy frustrada.
—Me quedaré—. Se le quiebra la voz— Entonces tendrás que hacer lo que te diga, beberte el agua, despertarme cuando te lo pida y comerte toda la sopa, ¡aunque esté asquerosa!
—De acuerdo. ¿Está ya? —. Peeta lo haría con tal de no verla partir.
—Espera aquí —. Le dice para alejarse he ir al lugar donde están los alimentos.
Cuando la Alfa regreso fue con pasos firmes, sosteniendo entre sus manos una olla de hierro que desprendía un aroma reconfortante. El calor de la sopa se elevaba en pequeñas volutas de vapor, impregnando el aire con su fragancia. Se notaba que había dedicado tiempo y cuidado a prepararla, asegurándose de que tuviera el equilibrio perfecto entre sustancia y sabor.
Peeta la recibió sin dudarlo y comenzó a comer con avidez, dejando que el calor se esparciera por su cuerpo debilitado. Cada cucharada era un bálsamo para su estómago vacío, y no tardó en raspar el fondo de la olla con los dedos, decidido a no desperdiciar ni una sola gota. A medida que la comida llenaba su estómago, su mente se volvió más ligera, más divagante. Comenzó a pensar en lo deliciosa que estaba la sopa, en cómo su sabor parecía envolverlo como un recuerdo lejano de tiempos más tranquilos. Sin embargo, incluso en su estado febril, pudo notar que empezaba a sonar incoherente, perdido en pensamientos sin sentido que apenas lograba hilar, algo no estaba bien.
La Alfa lo observó con atención, con una mezcla de paciencia y evaluación en la mirada. Sabía que la fiebre no tardaría en tomar el control nuevamente, así que sin perder tiempo, le administró otra dosis de la medicina que había preparado para él. Sus movimientos eran precisos, casi mecánicos, como si estuviera acostumbrada a cuidar de alguien en ese estado. No se detuvo a explicarle nada ni a darle más instrucciones. Simplemente cumplió con su tarea y se apartó, como si ya supiera cuál sería el resultado.
Sin más demora, se puso en pie y, con la misma determinación con la que había llegado, se alejó en dirección al arroyo. Peeta, sintiendo el peso del cansancio sobre sus párpados, cerró los ojos por un instante, dejando que la calidez de la comida y el efecto de la medicina le proporcionaran un breve respiro.
Cuando ella entró, su expresión era completamente distinta a la que él esperaba. En lugar de la tensión y el agotamiento habituales, parecía extrañamente animada, con un aire ligero que contrastaba con la gravedad de la situación. Su sonrisa era genuina, su semblante relajado, como si hubiera encontrado algo que le devolviera la esperanza.
Peeta sintió una punzada de alerta en su interior. Algo no encajaba del todo. Había aprendido a leer los cambios en su comportamiento, y aquello no parecía una simple mejora de humor. Sin embargo, antes de dejar que la desconfianza se asentara en su mente, se recordó a sí mismo que esta era Katniss. Ella sabía lo que hacía. Y confiaba en ella.
—Te he traído un regalo. He encontrado otro arbusto de bayas un poco más abajo.
Peeta abre la boca sin vacilar para tragarse el primer bocado y así mejorar con su recuperación, aún si para el era un acto imposible.
—Están muy dulces.
—Sí, son almezas; mi madre las utiliza para hacer mermelada. ¿Es que no las habías probado antes? —Preguntó, metiéndole la siguiente cucharada en la boca.
—No —Contesta, casi perplejo ante la insistencia de seguir dándole de probar mas—, pero me suena el sabor. ¿Almezas?
—Bueno, no es fácil encontrarlas en el mercado, son silvestres —. Le da otra cucharada, sin darle tiempo de replicar.
—Son tan dulces como el jarabe —. Dice él, tomándose lo último que le ofrecen y mirando a la nada repasa la última palabra —Jarabe.
Peeta abrió los ojos de par en par en cuanto la verdad lo golpeó con fuerza, una comprensión tardía que lo dejó paralizado por una fracción de segundo. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, un intento desesperado por resistirse, pero ya era demasiado tarde.
Unas manos firmes lo sujetaron con determinación, presionando su boca y nariz con una fuerza implacable, impidiéndole expulsar lo que había ingerido. El aire se le agotaba en los pulmones mientras un ardor desesperante se extendía por su garganta. Quiso luchar, quiso girar el rostro y escupir la papilla que todavía sentía pegajosa en la lengua, pero su cuerpo, debilitado y traicionado, no le respondió con la rapidez que necesitaba.
La sensación de náusea lo invadió de inmediato. Intentó forzar el vómito, obligar a su cuerpo a rechazar lo que ahora corría por su organismo, pero el daño ya estaba hecho. Un mareo sofocante se apoderó de su mente, nublando sus pensamientos y ralentizando sus movimientos. Sus extremidades se sintieron pesadas, sus párpados comenzaron a caer sin que pudiera evitarlo.
Con las últimas fuerzas que le quedaban, levantó la mirada. Sus ojos, que un instante antes reflejaban sorpresa y miedo, ahora solo mostraban una herida más profunda: la traición. Clavó la vista en su agresora, buscando una explicación, un atisbo de arrepentimiento, una señal de que esto no era lo que parecía. Pero la oscuridad lo envolvió antes de poder obtener una respuesta.
Notes:
Sin palabras
Chapter 20: Herida por mí
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Peeta estaba agotado en todos los sentidos de la palabra. Su cuerpo le pesaba como si llevara una gran carga encima; cada músculo ardía, cada herida palpitaba. Su mente flaqueaba, desorientada entre el cansancio y el sufrimiento, mientras una voz persistente en su interior le susurraba que se rindiera, que dejara de luchar. Su propio cuerpo le imploraba a gritos que cediera, que todo sería más fácil si dejaba de resistirse. Solo tenía que soltar, dejarse caer.
Pero su corazón, testarudo y rebelde, se aferraba con fiereza a los sentimientos que aún lo mantenían en pie. No podía rendirse, no todavía. No mientras ella siguiera luchando, no mientras existiera la posibilidad de verla escapar de ese infierno. Su voluntad se aferraba a la imagen de su rostro, a la promesa silenciosa de protegerla, aunque el sacrificio lo destrozara. Solo cuando la viera libre, cuando supiera que estaba a salvo, podría permitirse ceder. Solo entonces, y solo entonces, dejaría ir la lucha.
Con ese pensamiento vivaz y resonante en los rincones de su mente, sus ojos se abrieron aterrados ante la posibilidad de estar solo en la cueva, esperando volver a verla y rezando para que el cañón no anunciara el deceso de la Alfa. En un solo segundo, miles de posibilidades cruzaron por su mente; sin embargo, nada lo preparó para lo que vio: Katniss yacía a su lado, en medio de un gran charco de sangre, con la respiración entrecortada, al borde de la muerte… pero viva. Y eso, por mínimo que fuera, le devolvió la esperanza.
Peeta no se percató del avance de su recuperación hasta que, con menos esfuerzo, logró arrastrarse y mover a la joven de su sitio. La fiebre había desaparecido, al igual que el dolor en su pierna, pero nada de eso importaba ahora.
Con manos temblorosas, limpió la sangre seca y la que aún manaba del cuerpo de la Alfa, su desesperación creciendo con cada segundo que pasaba. Un sollozo quebró su garganta, sacudió su pecho y se convirtió en un torrente imparable de lágrimas y mocos. No le importaba cómo se veía, ni que las cámaras pudieran estar transmitiendo su desesperación a todo Panem y lo hicieran ver como un Omega débil. Solo podía pensar en ella, en su respiración frágil, en la vida que se le escapaba entre los dedos. Y en el miedo, aterrador y sofocante, de perderla para siempre.
Lucía pálida, como un fantasma, y tardó poco en darse cuenta de la mochila al lado. Había un paquete de jeringas extrañas, un ungüento grande y transparente, vendas, gasas y medicinas, sin embargo, muy, muy escasas. Una jeringa había sido usada, y no dudó de que eso era lo que Alfa le había dado para ayudarlo. Se puso manos a la obra con el corazón fuera del pecho. El lugar era un desastre de feromonas; esperaba que no quedaran rastros de angustia cuando la Alfa se levantara, si es que se levantaba.
Con el escaso conocimiento que tenía sobre cómo curar a una persona, hizo lo mejor que pudo, guiándose solo por la lógica. Aplicó un poco de ungüento y vendó la herida con torpeza, consciente de que las vendas seguramente habían quedado flojas y torcidas.
Miró los demás frascos de medicamentos, sopesando la posibilidad de usarlos, pero el miedo a empeorar la situación lo detuvo. No podía arriesgarse a hacer más daño que bien. Así que, con el corazón latiéndole en los oídos y la impotencia atenazándole el pecho, solo le quedó esperar… y rezar porque fuera suficiente.
Los grandes ojos de Peeta no se perdieron ni un solo cambio en la expresión de la Alfa. Notó cada mueca de dolor, las arrugas que se formaban en su frente y las que aparecían junto a sus ojos por apretarlos con fuerza. Su preocupación solo cedió cuando ella dejó de tensar el rostro, relajando poco a poco los músculos.
En ese momento, Peeta soltó el suspiro de alivio más grande que alguien pudiera haber visto. Por primera vez desde su casi ayuno, el hambre lo golpeó con fuerza. Rebuscó con desesperación algo de comida y, al encontrarla, la devoró sin pensar.
Fue entonces cuando la culpa lo golpeó. Esos eran los Juegos del Hambre, un cruel desafío de supervivencia, y no tenía idea de cuándo volverían a conseguir alimento. Maldiciendo su imprudencia, se obligó a detenerse, aunque su cuerpo le suplicara lo contrario.
Con el sonido de sus tripas suplicando otro bocado, la desolación volvió a apoderarse de su cuerpo, haciéndolo sollozar mientras un aroma agrio impregnaba el aire.
Sin previo aviso, la noche se desvaneció. Cuando la oscuridad comenzó a retirarse y la luz suave del amanecer se filtró en la cueva, comprendió que un nuevo día había llegado. Y, como si la mañana trajera consigo a una vieja amiga: Katniss despertó.
Le acarició la mejilla con suavidad, temeroso de aplicar demasiada presión y empeorar el frágil estado de la Alfa. Ella permaneció inmóvil, como si se aferrara al consuelo de ese roce, hasta que él susurró su nombre. Solo entonces reaccionó, despertando con un sobresalto.
—Peeta.
—Hola. Me alegro de volver a verte los ojos —. Un trueno opacó su voz. El día parecía que estaría maravilloso, como si no fuera consciente de la masacre que se desarrollaba, pero por lo visto el Capitolio quería terminar con todo de una vez por todas.
—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
Katniss intentó incorporarse, pero el Omega fue más rápido, empujándola de los hombros para que descansara; era su momento de cuidarla.
—No estoy seguro. Me desperté anoche y estabas tumbada a mi lado, en medio de un charco de sangre aterrador. Creo que por fin has dejado de sangrar, aunque será mejor que no te sientes, ni nada —. Puntualizó lo último para dejarle claro que no había discusión. Por muy testaruda que fuera, con heridas mal cerradas no tenía oportunidad. Katniss no sería como él, alguien desechable que podían dejar atrás para salvarse.
Peeta le acercó una botella de agua a los labios, a lo que la joven ingirió bastante.
—¿Estás mejor?
Al Omega se le cerró la garganta y las lágrimas llenaron sus ojos, no solo por el alivio de saber que ella estaba a salvo, sino también por la ternura de sentirse cuidado en todo momento, incluso cuando ella tenía el derecho de pensar en sí misma.
—Mucho mejor. Lo que me inyectaste en el brazo hizo efecto. Esta mañana ya no tenía la pierna hinchada —dijo después de calmar sus emociones.
—¿Has comido?
—Siento decir que me tragué los tres trozos de granso antes de darme cuenta de que podríamos necesitarlo para después. No te preocupes, vuelvo a seguir una dieta estricta.
Peeta, arrodillado en ese momento, apoyaba todo su peso sobre sus piernas a pesar del dolor que aún sentía en una de ellas.
—No, no pasa nada. Tienes que comer. Iré a cazar pronto.
En ese punto de su pequeña conversación, el trueno trajo lluvia.
—No demasiado pronto, ¿vale? Deja que te cuide un poco —suplicó con la voz baja, como si dijera un gran secreto.
Cuando ya no quedaron palabras entre ellos, Peeta buscó lo poco que les quedaba de comida. Con manos cuidadosas, partió trocitos de granos y pasas, y se los ofreció despacio, uno por uno, esperando a que ella terminara de masticar antes de acercarle el siguiente. La miraba en silencio, como si con eso pudiera aliviar el dolor. Luego se deslizó hasta sus pies, fríos por la humedad que empapaba la cueva, y los frotó con sus manos heladas, intentando robarle un poco de calor al aire para dárselo a ella. Cuando sus dedos se rindieron al cansancio, los cubrió con su chaqueta y le subió el saco de dormir hasta la barbilla, con una ternura que no necesitaba palabras.
—Todavía tienes las botas y los calcetines mojados, y el tiempo no ayuda —dice, frotándose las manos y soplando para calentarse.
La lluvia entraba en la cueva por varios agujeros en el techo, aunque Peeta había construido una especie de toldo con un plástico que sujetaban las rocas, para cubrirlos lo mejor posible.
—¿Qué habrá provocado la tormenta? Es decir, ¿quién es el objetivo? —sus pensamientos hablaron por sí solos, vociferando lo que debió callar.
—Cato y Thresh —contesta de inmediato su compañera—. La Comadreja estará en su guarida, donde sea, y Clove..., ella me cortó y después...
—Sé que Clove está muerta, la vi en el cielo por la noche. ¿La mataste tú? —Aún recordaba cómo se había arrastrado, con el cuerpo entumecido y la mirada fija, solo para ver morir a una Alfa. No a cualquiera, sino a una que era fuerte, que tenía todo para sobrevivir, para ganar. Pero ella eligió la codicia, se perdió en el ansia de sumar más muertes a su nombre. Y él… no sintió pena. No sintió rabia. Solo una punzada de satisfacción, inesperada y punzante, que lo atravesó como una traición. Por primera vez, se alegró de verla caer. Y fue en ese instante, justo cuando sus labios apenas se curvaban en una sonrisa amarga, que algo dentro de él se revolvió con violencia. Porque eso no era él.
Ese no era el Peeta que había entrado a los Juegos. El otro Peeta jamás se habría alegrado por una muerte, ni siquiera por la de ella.
Y entonces lo supo. Estaba cambiando… y no era por elección. Era la arena, el hambre, el miedo, la oscuridad que se le colaba por las grietas del alma. Y le dolió. Le dolió más que cualquier herida abierta, porque sabía que, si seguía así, no quedaría nada de quien alguna vez fue.
—No, Thresh le aplastó el cráneo con una roca —responde Katniss, antes de que las feromonas del Omega salieran.
—Qué suerte que no te agarrara a ti también —Peeta intentó alejar las imágenes de un futuro donde el contrincante de la Alfa no hubiera decidido dejarla marchar, donde ella hubiera muerto. Y el solo pensamiento se sintió extraño, como si solo pensarlo fuera un pecado que no debía revelarse.
—Lo hizo, pero me dejó marchar —respondió.
Ella guardó silencio durante un largo rato, antes de decirle que era mejor ponerse al día con lo que había pasado desde que se separaron.
—Rue me enseñó qué ponerle a las picaduras, ella era genial —compartió sin que el Omega preguntara, y eso alegró un poco el corazón de Peeta.
—¿Qué pasó? —pregunta con verdadera curiosidad, ladeando un poco el rostro mientras esperaba que la Alfa le respondiera.
—Decidimos que queríamos quitarle la comida a los profesionales y nos separamos. Ella pondría distracciones para ellos y yo me deshacía de su comida. Tenían todo acumulado en una montaña, en la Cornucopia. No entendí por qué hasta que vi a la Comadreja hacer saltos raros y me di cuenta de los explosivos. Hice volar todo con una flecha —ella sonrió, satisfecha, pero con rapidez su expresión se agrió al igual que su olor. Peeta sentía un ardor en la garganta, como si lo estuvieran estrangulando y no le permitieran respirar bien—. La explosión ha dañado mi oído, casi no puedo oír con él —ajena a las dolencias del Omega, continuó—. Yo... Rue no encendió la siguiente fogata y corrí a buscarla. Estaba atrapada en una red y casi, casi logré salvarla, Peeta —para aliviar un poco la atmósfera y la carga de olores, él comenzó a inundar el espacio con las propias, pero estas eran suaves, con el propósito de calmar a la Alfa—. Casi lo logro... —El blanco de sus ojos se tornó rojo—. La saqué de ahí y un tributo apareció, el Beta del Distrito 1. Yo lo maté, pero no logré evitar que él le arrojara la lanza. No lo logré, murió en mis brazos.
Katniss cerró el puño con rabia muda, un gesto que desbordaba impotencia. Él, incapaz de pronunciar palabra, posó su mano sobre la de su Alfa, buscando calmarla, aunque era su propio pecho el que dolía más con cada segundo. Sentía que algo dentro de sí se deshacía, como si el alma se le encogiera hasta desaparecer. Le resultaba inconcebible lo que acababa de escuchar: Marvel, aquel muchacho que lo había cuidado y demostró que podía jugar estos Juegos, había sido arrebatado de este mundo por la compañera del Omega al que protegió.
Las lágrimas se desbordaron sin permiso. Lloró junto a la joven, el cuerpo vencido por el sufrimiento. Se inclinó hacia adelante, colocó una mano en el abdomen como si allí pudiera contener el abismo que se abría dentro de él, e inhaló con dificultad, tratando de sostenerse entre ruinas.
Quizá, en algún rincón del tiempo, cuando sus nombres ya no pesen y los destinos no estén marcados, cuando Panem respire libertad y las cadenas hayan caído, puedan encontrarse. En otra existencia, sin heridas ni pérdidas, tal vez logren ser lo que esta realidad les negó: amigos.
—... Entonces él la atacó, estaba tan molesto. Ella no dejaba de llamar a Cato —. Peeta se perdió gran parte del relato, o tal vez Katniss decidió omitir ciertos fragmentos; no tenía manera de saberlo. Lo que sí percibió con claridad fue la forma en que ella lo observaba, con una mezcla de duda y cautela, como si intentara descifrar cada una de sus respuestas. El Omega secó sus lágrimas y guardó sus sentimientos, solo para no verla acongojada y desconfiada. Prestó más atención en cómo fue el supuesto banquete y en cómo se relacionaba con Rue y Thresh.
—Me dejó ir por Rue. Clove no había dejado de burlarse de nosotras antes de que él llegara y me dejó escapar.
—¿Te dejó ir porque no quería deberte nada? —preguntó Peeta, sin poder creerlo. La vida le enseñó que las personas se aprovechan de cualquier oportunidad que se les presenta en el camino para obtener alguna ventaja, y estar dentro de la arena no hizo más que confirmar ese pensamiento. Se guían por el instinto de supervivencia, y no es que lo considere incorrecto, pero en el proceso pierden por completo los valores que alguna vez defendieron, aquellos que los hacían ser ellos mismos. Son pocas las personas que conservan su moralidad hasta el último momento de sus vidas.
Thresh fue la excepción, y eso decía mucho sobre su temple.
—Sí. No espero que lo entiendas. Tú siempre has tenido lo necesario, pero si vivieras en la Veta, no tendría que explicártelo.
—Y no lo intentes. Está claro que soy demasiado tonto para entender —. Él nunca conoció de cerca el dolor que otros tuvieron que soportar. Nació en el seno de una familia acomodada, ajeno a la crudeza de las carencias y a las decisiones desesperadas que estas imponen. Por eso, le resultaba difícil comprender ciertos comportamientos en los demás, pues chocaban con todo lo que había visto, aprendido y dado por sentado. Su mundo, construido sobre estabilidad y certezas, no lo preparó para entender el rostro más áspero de la supervivencia humana.
—Es como lo del pan. Parece que nunca consigo pagarte lo que te debo —. Ese aspecto era algo que nunca lograba comprender. Si había tomado la decisión por voluntad propia, ¿por qué sentía que debía algo a cambio? Nadie le había pedido un favor, nadie lo había obligado. Y, sin embargo, la deuda pesaba en su interior como si hubiese firmado un pacto invisible, uno que lo ataba más por convicción que por obligación.
—Siempre pienso en eso, en cómo te arrojé ese pan —. A pesar de que Katniss veía una deuda, él solo podía percibir arrepentimiento, por la manera en que lo entregó. —Debí ir hasta ti, debí haber ido bajo la lluvia y...
Ella lo interrumpe antes de que continúe.
—No me conocías. No habíamos hablado nunca. Además, el primer regalo siempre es el más difícil de pagar. Ni siquiera estaría aquí para salvarte si tú no me hubieses ayudado entonces. De todos modos, ¿por qué lo hiciste?
Lo que Katniss ignora es que aquel día, mientras la lluvia golpeaba el barro y el hambre la doblegaba, Peeta fue encerrado en un armario estrecho, oscuro y frío. Un espacio demasiado parecido al de su infancia. No era la primera vez. Su madre, severa y de manos duras, lo castigaba con más furia que palabras. Aquella vez, no por accidente, sino porque lo había descubierto.
Lo golpeó al enterarse de que había quemado los panes a propósito.
Minutos antes, ella misma había revisado la hornada: todos los panes estaban dorados, en su punto. Peeta, en un acto que no comprendía del todo, tomó tres piezas y las arrojó al fuego hasta ennegrecer sus costras. Luego, con la voz temblorosa, dijo a su padre que serían para los cerdos.
Pero su destino era otro.
Salió bajo la lluvia con los restos calientes entre las manos. Uno lo lanzó discretamente cerca de la joven que yacía en el suelo. El segundo lo rompió y lo esparció entre los animales. El tercero… nunca llegó a su destino. Su madre apareció de pronto, como un trueno entre las sombras. Lo tomó por el cabello, gritó con una furia que helaba la sangre y le propinó un manotazo que le arrebató la hogaza antes de que pudiera lanzarla.
Lo encerró por tres días sin agua, sin alimento, sin luz. Por un pedazo de pan quemado. Aquel encierro no solo le dejó el cuerpo entumecido y los labios resecos. Ese día, Peeta comprendió algo que hasta entonces se había negado a aceptar: su madre no era cruel. Y toda su pena se debía a que se había enamorado de una Alfa que no lo veía, pero eso era algo que no se atrevería a decir en voz alta.
—¿Por qué? Ya lo sabes —responde Peeta con las mejillas calientes, y puede suponer que lucen rojas—. Haymitch decía que costaría mucho convencerte.
—¿Haymitch? ¿Qué tiene que ver con esto?
—Nada. Entonces, Cato y Thresh, ¿eh? Supongo que sería mucho pedir que se matasen entre ellos.
—Creo que Thresh nos hubiese caído bien, y que en el Distrito 12 podríamos haber sido amigos —. Lo hubieran sido, de eso no le quedaba la menor duda. Se escuchaba como el tipo de persona que defiende las injusticias, muy similar a Katniss.
—Entonces, esperemos que Cato lo mate, para no tener que hacerlo nosotros —responde Peeta, en tono lúgubre. No pudo detener su mano cuando se acercó a la mejilla de Katniss para secar una lágrima traicionera que se resbaló—. ¿Qué te pasa? ¿Te duele mucho?
—Quiero irme a casa, Peeta —le dijo en tono cansado, y eso le rompió el corazón al joven Omega que solo buscaba el bienestar de su Alfa.
—Te irás, te lo prometo —responde, y sella el juramento con un beso en los labios de la Alfa. Un delgado hilo de saliva se forma al separarse, un detalle casi imperceptible, pero cargado de todo lo que no se han dicho. Es en ese instante que lo comprende: están rotos, de una forma silenciosa pero irreversible. Lo ve en los ojos de Katniss, siempre alerta, siempre calculando. Como si incluso en los momentos más íntimos no pudiera bajar la guardia. Como si el mundo les hubiera enseñado que el amor también puede ser un campo de batalla.
—Quiero irme ahora.
—Vamos a hacer una cosa: duérmete y sueña con casa; antes de que te des cuenta, estarás allí de verdad, ¿vale? —acarició el cabello de la joven, para hacerle saber que siempre estaría a su lado.
—Vale —susurra mientras cierra los ojos—. Despiértame si necesitas que monte guardia.
—Yo estoy bien y descansado, gracias a Haymitch y a ti. Además, ¿quién sabe cuánto durará esto? —le hizo el comentario refiriéndose a la lluvia, pero para entonces, la chica ya no respondió. Y él tampoco buscó una respuesta. Simplemente se quedó a su lado, sentado, con la espalda apoyada contra una roca, acariciando en silencio el cabello enredado de Katniss, como si ese simple gesto pudiera protegerla del mundo que los había quebrado.
Peeta no supo cuántas horas pasaron. El tiempo se volvió una bruma espesa, medida solo por el ritmo irregular de la respiración de ella y el tambor constante de las gotas sobre el techo improvisado. Katniss se revolvía levemente en sueños, atrapada en un descanso inquieto del que no parecía poder salir por sí sola. Él lo entendió. No podía esperar a que despertara por su cuenta, no con la tormenta creciendo allá afuera. Así que la movió con una delicadeza casi dolorosa, como si al tocarla temiera deshacerla.
La lluvia se había vuelto un aguacero brutal. Lo que antes eran goteras ahora eran auténticos ríos que cruzaban el refugio. Peeta colocó la olla donde el caldo había estado para recoger lo peor del agua y acomodó el plástico como pudo, tratando de mantener seco al menos un rincón. Luego, miraron la comida —poca, empapada, condenada a arruinarse— y tomaron la decisión silenciosa. Katniss, con la mirada aún nublada por el sueño, asintió con desgano.
Se la comieron toda. No por hambre, sino por necesidad. Y aunque terminaron con el estómago lleno, la sensación que les quedó fue de vacío. Uno que no tenía que ver con la comida.
—Mañana será día de caza.
—No podré servirte de mucha ayuda. Nunca he cazado.
—Yo cazaré y tú cocinarás. También puedes recolectar verduras —un trato justo desde el punto de vista del Omega.
—Ojalá hubiese una especie de arbusto del pan por aquí —comenta con decepción Peeta; el Capitolio siempre tratando de que su estadía fuera más difícil.
—El pan que me enviaron del Distrito 11 todavía estaba caliente. Toma, mastica esto —añadió, pasándole un par de hojas de menta y metiéndose unas cuantas en la boca.
—¿Adónde fue Thresh? Es decir, ¿qué hay al otro lado del círculo? —le preguntó.
—Un campo; hasta donde alcanza la vista no hay más que hierbas que llegan a la altura de los hombros. No lo sé, quizás algunas tengan grano. Hay zonas de distintos colores, pero no se ven caminos.
—Seguro que algunas tienen grano y seguro que Thresh sabe cuáles. ¿Entraste?
A Peeta le brillaban los ojos, no solo por el sabor de algo distinto, sino por el recuerdo que aquello despertaba. En el Distrito, su padre —en esos días grises teñidos de rutina— encontraba pequeñas formas de iluminarle la infancia. De vez en cuando, al volver del mercado, le traía semillas o bayas silvestres. Eran regalos diminutos, pero para él significaban el mundo. Lo consentía en silencio, con cuidado, siempre asegurándose de que su madre no estuviera cerca. Y aunque duraban apenas unos minutos, esos instantes bastaban para que Peeta se sintiera visto, querido… importante.
Ahora, en la arena, entre el barro, el miedo y la incertidumbre, deseaba que si tenía que morir, fuera en un lugar así: rodeado de naturaleza, de hojas y lluvia, donde pudiera cerrar los ojos y, por un momento, engañar a la muerte pensando que estaba de nuevo en casa. En esos últimos segundos, quería aferrarse a esa imagen cálida de su padre. No por heroicidad ni valentía. Solo por amor. Solo por no irse del todo solo.
—No, nadie tenía muchas ganas de perseguir a Thresh por la hierba.
—Quizá haya un arbusto del pan en ese campo —dijo—. Quizá por eso Thresh parece mejor alimentado ahora que cuando empezaron los juegos.
—O eso, o tiene unos patrocinadores muy generosos —respondió Peeta—. Me pregunto qué tendríamos que hacer para que Haymitch nos enviara un poco de pan.
—Bueno, probablemente gastó muchos recursos para ayudarme a dejarte fuera de combate —comentó ella, en tono travieso.
—Sí, en cuanto a eso —respondió él, entrelazando sus dedos con los de ella—, no se te ocurra volver a hacerlo.
—¿O qué? —lo desafió.
—O…, o… —No se le ocurrió nada bueno, algo en lo que le pudiera ganar—. Espera, dame un minuto.
—¿Hay algún problema? —preguntó, sonriendo, como si hubiera ganado, y al parecer le gustaba hacerlo.
—El problema es que los dos seguimos vivos, lo que, en tu cabeza, refuerza la idea de que hiciste lo correcto.
—Sí que hice lo correcto.
—¡No! ¡No lo hagas, Katniss! —exclamó él—. No mueras por mí. No me harías ningún favor, ¿de acuerdo?
—Quizá también lo hice por mí, Peeta —lo miraba de una manera que le causaba mariposas en el estómago—. Quizá lo hice por mí, ¿se te había ocurrido pensarlo? Quizá no eres el único que…, que se preocupa por… qué pasaría si…
—¿Qué pasaría si qué, Katniss? —preguntó él en voz baja, con el corazón latiendo con esperanza.
—Ésa es la clase de tema que Haymitch me dijo que evitara.
—Entonces tendré que rellenar los huecos yo solo.
Ambos estaban sentados en el suelo, frente a frente, con las piernas cruzadas y las rodillas casi tocándose. La lluvia martilleaba suavemente el exterior del refugio, pero allí dentro, el mundo parecía contener la respiración. Peeta rompió el frágil concepto de espacio personal y se inclinó hacia adelante con lentitud, como si no quisiera espantar el momento. Sus manos, apoyadas ligeramente sobre las rodillas de Katniss, temblaban apenas.
Ella no se apartó. Lo observó con esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza que tanto lo desarmaba. Y entonces, sin más palabras, él la besó.
Ya había perdido la cuenta de cuántas veces habían repetido ese gesto, pero aun así, cada vez se sentía como la primera. Como si el mundo allá afuera no existiera, como si todo esto fuera un sueño del que no quería despertar. Y por eso lo aprovechaba. Porque sabía que en la arena, los momentos así no se repetían. Se robaban. Se protegían. Se vivían como si fueran los últimos.
Al separarse, ella soltó un suspiro tan extraño y bajó la mirada antes de preguntar por el momento en que él se había enamorado de ella. Le pareció algo inusual, pero no dudó en contarle.
—Bueno, a ver… Supongo que el primer día de clase. Teníamos cinco años y tú llevabas un vestido de cuadros rojos y el pelo…, el pelo recogido en dos trenzas, en vez de una. Mi padre te señaló cuando esperábamos para ponernos en fila.
—¿Tu padre? ¿Por qué?
—Me dijo: «¿Ves esa niñita? Quería casarme con su madre, pero ella huyó con un minero».
—¿Qué? ¡Te lo estás inventando!
—No, es completamente cierto. Y yo respondí: «¿Un minero? ¿Por qué quería un minero si te tenía a ti?». Y él dijo: «Porque cuando él canta… hasta los pájaros se detienen a escuchar».
—Eso es verdad, lo hacen. Es decir, lo hacían.
—Así que, ese día, en la clase de música, la maestra preguntó quién se sabía la canción del valle. Tú levantaste la mano como una bala. Ella te puso de pie sobre un taburete y te hizo cantarla para nosotros. Te juro que todos los pájaros de fuera se callaron.
Ese día comprendió, con una claridad dolorosa, a la mamá de Katniss y su decisión de fugarse con un minero. Era como si el mundo se desvaneciera, como si el tiempo dejara de existir y solo quedara la voz del otro, suave y envolvente, como si nada pudiera tocarlos, ni siquiera la gravedad. Se sentía como un ave a punto de alzar el vuelo, suspendido en un giro eterno de felicidad.
Entonces, los ojos de Katniss se llenaron de agua, como si el recuerdo la arrastrara, pero los limpió rápidamente. Lo que su yo de ese día desconocía era que el enamoramiento surgía a partir de una canción.
—Oh, cállate.
—No, de verdad. Y justo cuando terminó la canción, lo supe: estaba perdido, igual que tu madre. Después, durante los once años siguientes, intenté reunir el valor suficiente para hablar contigo.
—Sin mucho éxito.
—Sin mucho éxito —repitió con una sonrisa leve—. Así que, en cierto modo, que saliera mi nombre en la cosecha fue un golpe de buena suerte.
—Tienes una… memoria asombrosa —comentó ella, vacilante.
Peeta lo atribuyó a la falta de una mejor respuesta para algo así.
—Lo recuerdo todo sobre ti —dijo, mientras le colocaba un mechón suelto detrás de la oreja—. Eras la única que no se daba cuenta.
—Ahora sí.
—Bueno, aquí no tengo mucha competencia.
—No tienes mucha competencia en ninguna parte.
Escucharla hablar con ese tono de voz le provocó una sonrisa enorme, de esas que no podía controlar, y sus feromonas llenaron el aire con un aroma dulce, como pan recién horneado.
Peeta no podía creerlo. Ella se le acercó con esa mezcla de decisión y ternura en la mirada, dispuesta a besarlo, cuando un estruendo afuera rompió el instante y los sobresaltó.
Katniss reaccionó de inmediato: sacó el arco, tensó una flecha, lista para lo peor. Pero tras unos segundos, solo quedó el sonido persistente de la lluvia. Nada más.
Peeta se asomó con cautela entre las rocas. De pronto, dio un salto, como si algo dentro de él supiera que lo que venía lo cambiaría todo. Corrió bajo la lluvia y regresó empapado, con un paracaídas plateado atado a una cesta.
La abrió con manos temblorosas, y ahí estaba: un banquete que parecía un sueño en medio del hambre. Panecillos recién horneados, queso de cabra, manzanas brillantes y, como un milagro, una sopera humeante con aquel estofado de cordero con arroz salvaje que una vez compartieron… Ese sabor que no solo alimentaba el cuerpo, sino que también despertaba memorias. Por un momento, entre el barro y la guerra, hubo calor. Hubo hogar.
—Supongo que Haymitch por fin se ha hartado de vernos morir de hambre —comentó Peeta al meterse en la cueva otra vez, con el rostro iluminado como el sol y dando pequeños saltitos de alegría. Era la primera vez que presenciaba con tanta claridad la generosidad de los patrocinadores; en otras ocasiones, era Katniss quien atrapaba toda la atención.
—Supongo —murmuró ella.
Extrañamente, Katniss lucía contenida, casi imperturbable, a pesar de todo lo que ocurría a su alrededor. Pero había algo más profundo detrás de esa quietud.
Cuando se trataba de la Alfa, su instinto de Omega tomaba el control y silenciaba por completo su mente. Como si pensar estuviera de más. Como si su única tarea fuera obedecer, sentir, confiar.
Creía, con una fe ciega, que si algo llegaba a suceder, ella se encargaría. No tenía que estar alerta, no cuando la joven Alfa llevaba la vigilancia tatuada en los huesos y siempre estaba un paso adelante, lista para protegerlos a ambos.
Por eso no cuestionó el tono de su voz, pero su mente, oh, su mente le advirtió susurrante que podría arrepentirse y que tuviera cuidado.
Notes:
Siento que en cada capítulo el que más sufre es Peeta.
Chapter 21: El acecho de la muerte
Summary:
Ame este capítulo, denle amor.
Chapter Text
Peeta no puede —o se rehúsa— a imaginar que los acontecimientos hubieran seguido otro rumbo, porque en cualquier versión alterna, él siempre acaba muerto. Quizá en el río, por la mano de Katniss. O vencido debido a una infección, con uno de los finales más miserables que alguien pueda presenciar: atravesado por la espada de Cato, consumiéndose durante jornadas interminables, hasta que al final suena el cañón y, esa noche, su imagen se proyecta en el cielo. Algunos tributos podrían cuestionarse las circunstancias de su partida, pero nadie tendría una explicación certera. El ocaso del Omega no provocaría luto. Ni siquiera entre quienes lo vieron crecer en el distrito. Su padre podría dejar escapar unas lágrimas, mientras la madre permanecería estática, limitándose a pronunciar un helado “te lo advertí” al esposo. Los hijos de la pareja recibirían la noticia como si hablaran de la caída de un extraño.
Pensar en lo que pudo haber sido resulta doloroso. Le cuesta aceptar que la realidad haya sido tan generosa con él, que de alguna manera terminó teniendo todo lo que alguna vez solo se atrevió a imaginar: amor y compañía. Esa contradicción interna lo descoloca. A veces, le parece imposible que la vida sea tan distinta, y esa duda constante lo lleva a probarse a sí mismo que no está soñando. Por lo cual, en los momentos de mayor confusión, se pellizca el brazo, buscando dolor, una confirmación física de que esto que vive es verdadero.
Solo así logra convencerse de que en este mundo existe una persona que se preocupa de verdad por él. Alguien que correría sin dudarlo cualquier distancia solo para asegurarse de que esté bien. Que no huye de sus cicatrices, que no se aparta ante sus sombras. Katniss, de algún modo, se ha convertido en su refugio. Incondicional, firme, silenciosamente protectora, incluso frente a aquello que no se puede ver ni nombrar. El miedo. El trauma. Los monstruos invisibles.
Y es precisamente por eso que Peeta intenta devolverle cada gesto con una lealtad que raya en la ceguera. Una fidelidad tan absoluta que incluso los defectos de la joven, lo que otros podrían considerar fallas, él los mira con ternura, como si fueran virtudes disfrazadas. Porque para él, Katniss no es perfecta, pero es suya. Su ancla.
Si el Omega muriera en estos juegos, lo haría con una sonrisa, porque su Alfa estaría a salvo allá afuera. Tiene a su hermana, a quienes la aprecian, un lugar al que pertenecer. En cambio, si él sobreviviera, no le esperaría nada al otro lado. Por eso, cuando observa a Katniss y ese deseo ferviente de regresar, solo logra esbozar una expresión serena y rezar en silencio para que lo anhelado por la joven se haga realidad, lo antes posible.
Lo que más admiraba de la joven era su convicción, firme incluso en medio de la incertidumbre, cuando todo a su alrededor parecía conspirar en su contra. Como en esos momentos en que se hallaba medio arrodillada frente a la entrada, descansando aunque el peligro acechara. Solo una de sus manos sostenía los alimentos obtenidos del festín enviado por los patrocinadores; la otra permanecía libre, lista, mientras su atención se mantenía alerta ante cualquier amenaza del mundo exterior que obstaculizara su regreso. Esa vigilancia incansable le permitía a Peeta descansar con tranquilidad.
—Será mejor que nos tomemos el estofado con calma —. Interrumpe el Omega justo cuando la chica daría otro bocado a los alimentos—. ¿Recuerdas la primera noche en el tren? La comida pesada me hizo vomitar, y ni siquiera estaba muriéndome de hambre por aquel entonces.
—Tienes razón. ¡Podría tragármelo entero de un bocado! —comentó Katniss, mientras daba un pequeño mordisco.
Peeta apenas comió, recordando la ocasión en que había quedado casi convaleciente en la cama después de cenar, por haber ingerido demasiada comida. Se sintió tan mal que tuvo que meterse los dedos en la garganta para vomitar; solo entonces logró recuperarse. De no haberlo hecho, no habría podido dormir, y llevarse a ese punto, en esos momentos, no era una opción: lo volvería lento y, sobre todo, un estorbo para Katniss. Por lo que alcanzó a notar, la Alfa comió un poco más que él, pero sin excederse.
—Quiero más —. La joven tenía una expresión de pesar al mirar tantos platillos juntos.
—Yo también. Vamos a hacer una cosa: esperamos una hora y, si no lo echamos, nos servimos más.
—De acuerdo. Va a ser una hora muy larga.
—Quizá no tanto —respondió él—. ¿Qué estabas diciendo justo antes de que llegara la comida? Algo sobre no tener… competencia… que soy lo mejor que te ha pasado…
Peeta echó la cabeza hacia atrás con una sonrisa traviesa, y dejó caer los hombros en un gesto exagerado, como si estuviera posando con falsa modestia. Su tono era burlón, claramente jugando.
—No recuerdo haber dicho eso último —. Aun cuando Peeta intentaba aligerar el ambiente, deseando que los minutos corrieran sin peso, una oleada de escalofríos le recorrió el cuerpo. Sintió cómo se le erizaban los vellos con esa punzada extraña que antecede a lo inevitable. Entonces lo notó: un olor denso, desagradable, casi como descomposición. Lo reconoció al instante. Katniss estaba nerviosa.
La culpa le apretó el pecho. No había querido incomodarla. Solo anhelaba sentirse cerca, en paz, en sintonía con la persona que amaba. Pero parecía que a ella no le agradaba cuando él se dejaba llevar de esa manera. Y eso dolía.
En silencio, se prometió que la próxima vez lo haría mejor. Que encontraría una forma de estar con ella sin forzar nada, sin invadir, aunque eso significara callar un poco lo que sentía.
—Ah, es verdad, eso era lo que estaba pensando yo. Ven aquí, me estoy helando —. Sacudió el rostro y trato de poner una pequeña sonrisa en su rostro.
Se acomodaron juntos en el saco de dormir. Ella, de inmediato, se acurrucó contra su hombro, como si buscara en él un refugio, una protección silenciosa. No le sorprendió tanto; recordaba lo poco que Katniss solía prestar atención a los géneros secundarios. Para ella, probablemente, la vida era más parecida a la de los betas. ¿Y por qué se rigen los betas? Por el sexo primario.
—Entonces, ¿ni siquiera te has fijado en otras chicas desde que teníamos cinco años?
—Me fijaba en casi todas las chicas, y en los Alfas, Katniss, pero tú eras la única que me dejaba huella.
—Seguro que a tus padres les encantaba que te gustara alguien de la Veta.
—No mucho, pero no me importaba nada. De todos modos, si volvemos, ya no serás una chica de la Veta, serás una chica de la Aldea de los Vencedores. —Aquello emocionó al Omega como pocas veces antes. Sin poder evitarlo, dejó escapar un aroma dulce y cálido que Katniss inhaló de inmediato. Sin decir palabra, cambió de posición, permitiendo que ahora fuera su hombro el que sirviera de apoyo para él, mientras continuaba con el gesto casi sin que se notara.
Peeta cerró los ojos por un instante, dejándose envolver por esa cercanía tan inesperada. Pensó en lo cerca que estaría de Katniss en la aldea… y en lo lejos que quedaría su familia. Por fin tendría un lugar propio, un rincón en el mundo donde podría estar solo, donde sus penas tendrían espacio para salir sin temor, sin juicio. Y, con suerte, también un espacio donde sanar.
—Entonces... ¡nuestro único vecino será Haymitch! —. Recordó la chica.
—Ah, será maravilloso —responde Peeta, acurrucando más su cuerpo y pasando uno de sus brazos por la cintura de Katniss, abrazándola con fuerza. —Haymitch, tú y yo. Muy acogedor: picnics, cumpleaños, largas noches de invierno junto al fuego recordando viejas historias de los Juegos del Hambre...
—¡Te lo dije, me odia! —exclamó.
—Sólo a veces. Cuando está sobrio, no lo he oído decir ni una cosa negativa sobre ti —. Pero Peeta conocía la verdad, aunque la joven se empeñara en negarla: de los dos, ella era la favorita de Haymitch. Lo había sabido desde el momento en que entraron a la arena. Los regalos de los patrocinadores no llegaban a él, ni siquiera por cortesía, mientras que todo parecía estar destinado a ella.
—¡Si nunca está sobrio!
—Claro, ¿en qué estaba pensando? Ah, sí, es Cinna quien te quiere, sobre todo porque no intentaste huir cuando te prendió fuego. En cambio, Haymitch... Bueno, si fuera tú, lo evitaría a toda costa. Te odia —dijo, con el sarcasmo claramente marcado en su voz. Pero, al parecer, Katniss era inmune al porqué de sus palabras.
—Creí que habías dicho que yo era su favorita —respondió ella.
—A mí me odia todavía más. No creo que la gente, en general, sea lo suyo—. Omitió la parte en la que Haymitch lo odia por ser el único Omega al que mandaría al matadero, todo para salvar al que tiene posibilidades.
Hay un silenció bastantes cortó donde parece que la joven está pensando en sus próximas palabras.
—¿Cómo crees que lo hizo? —preguntó.
—¿Quién? ¿El qué? —. Peeta es inteligente pero por desgracia no puede leer mentes.
—Haymitch. ¿Cómo crees que ganó los juegos?
Peeta se lo pensó un momento antes de responder. Sus ojos se perdieron en algún punto del techo de la cueva, como si allí pudiera encontrar las palabras exactas.
Haymitch era fuerte, sí, un Alfa sin duda. Pero no era una fuerza descomunal como la de Cato o Thresh, esos tributos que parecían esculpidos para matar. Tampoco era especialmente guapo; al menos, no lo suficiente como para ganarse la simpatía del Capitolio ni hacer que los regalos llovieran sobre él. Y, además, tenía ese carácter seco, hosco, que difícilmente invitaba a la cercanía o al trabajo en equipo. No era el tipo de persona por la que uno esperaría apuestas, ni apoyo popular.
Entonces, ¿cómo ganó?
Peeta lo había pensado muchas veces. Solo pudo haberlo logrado de una forma: siendo más inteligente que todos los demás. Jugando con la mente de sus oponentes, esperando el momento justo para atacar o desaparecer, calculando cada movimiento como si la arena fuera un tablero y siendo el único que entendía los componentes dentro de ella.
—Solo pudo ganar con la cabeza —dijo finalmente Peeta, en voz baja, como si esa conclusión le pesara—. Eso o con algo tan desesperado, tan inesperado, que nadie lo vio venir.
Dejaron de hablar del tema. Peeta cerró los ojos, dejándose llevar por un leve sopor, mientras su mente repasaba, una a una, las piezas que lo habían llevado hasta ese momento. Cuando sentía que los pensamientos lo abrumaban, apretaba con más fuerza los párpados y se aferraba a la chaqueta de Katniss, como si pudiera anclarse a ella para no hundirse del todo.
Sin embargo, a la Alfa no pareció importarle ninguno de esos gestos; no dijo nada. Solo se removió ligeramente al sentir que el tiempo de incertidumbre se agotaba, como si algo invisible marcara el fin de la espera.
Comieron un poco más, aunque para entonces la noche ya se había cerrado sobre ellos. Él se levantó en silencio y se acercó al borde de la cueva. Entre dos rocas, una pequeña ranura le ofrecía vista al cielo. Buscaba el rostro de Cato, proyectado como señal en el firmamento. Grande fue su sorpresa cuando alguien más apareció.
—Esta noche no habrá nada —dice ella, sentada frente a la olla de estofado. Saca una gran cucharada y se la lleva a la boca sin siquiera mirar a Peeta, claramente más concentrada en comer que en preocuparse por quién pudo haber muerto—. Si algo hubiera pasado, habríamos oído el cañonazo.
—Katniss —dice Peeta en voz baja.
—¿Qué? ¿Quieres que compartamos también un panecillo?
—Katniss —repite, pero no quiere hacerle caso.
—Voy a partir uno, y guardaré el queso para mañana —insiste; ve que Peeta la mira—. ¿Qué?
—Thresh ha muerto.
—No puede ser.
—Habrán disparado el cañón durante los truenos y no lo oímos.
—¿Estás seguro? Es decir, está lloviendo a cántaros, no sé cómo ves algo.
Katniss ya se había acercado para entonces, impulsada por una mezcla de duda y esperanza. Pero no hizo falta que nadie le explicara nada: lo vio con sus propios ojos. Y entonces, sin emitir palabra, se dejó caer junto a las rocas, como si el peso de la verdad le arrancara la fuerza de las piernas.
El aire cambió a su alrededor. Un aroma se deslizó en la cueva, denso y vivo: como lluvia recién caída sobre tierra seca, pero con un trasfondo ácido, casi punzante, que hablaba de angustia y pérdida. Era su olor. Su dolor hecho sustancia. Y Peeta, sin moverse, lo sintió como un golpe directo al pecho.
Peeta nunca había visto tantas grietas en una Alfa como ella. Katniss siempre había sido fuerte, como los árboles que desafían las tormentas sin doblarse. Inquebrantable. Silenciosa. Con una mirada capaz de atravesar la arena y una voluntad que parecía hecha de hierro. Pero ahora… ahora se caía. No físicamente, no de una manera escandalosa, sino en algo más profundo y real. Como si por dentro se desmoronara, y cada parte de su fortaleza se viniera abajo pedazo a pedazo.
Verla así, tan rota y sin palabras, le partió el alma. Y Peeta, Omega hasta el fondo, supo que no existía nada que pudiera decir para reparar ese dolor. Lo único que logró hacer fue acercarse con cuidado, como si se acercara a un animal herido, y abrazarla. Rodeó sus hombros temblorosos y dejó que su calor hiciera lo que las palabras no podían: sostenerla.
No era un abrazo para consolar. Era un acto de presencia. De lealtad. De amor callado.
Y aunque ella no respondió de inmediato, no se apartó. No huyó. Se quedó ahí, en ese pequeño refugio hecho de brazos y silencio.
—¿Estás bien? —pregunta Peeta, después de largos minutos.
Se encogió de hombros con un movimiento casi imperceptible, evitando la mirada de Peeta. Luego se abrazó a sí misma, sujetándose los codos intentado contener algo dentro, como si abrazarse fuera la única manera de no romperse del todo. El olor de la angustia volvió a llenar el aire, denso y persistente.
—Es que..., si no hubiésemos ganado nosotros..., quería que lo hiciera Thresh, porque me dejó ir, y por Rue —. Peeta comprendía ese sentimiento. Lo reconoció de inmediato, porque él también lo había vivido. Le ocurrió cuando se enteró de la muerte de Marvel. No fue solo una pérdida más en la arena, ni una baja entre aliados circunstanciales de momento. Marvel, con todos sus defectos, había sido uno de los pocos que se había acercado a él sin desprecio. Lo apoyó a su manera, silenciosa y tosca, pero sincera. A veces con una palabra, otras simplemente con su presencia. En un lugar como ese, eso significaba más de lo que muchos podían imaginar.
Peeta recordaba el momento exacto. La noticia llegó como una piedra lanzada directo al pecho. El mundo no se detuvo, los cañonazos siguieron sonando, y la arena seguía exigiendo movimiento, pero algo dentro de él se quebró en silencio. Su corazón se volvió más pesado, como si cada latido doliera y le costara vivir. Y sin embargo, lo hizo. Porque no había otra opción. Porque llorar o detenerse podía significar morir. Así que guardó el dolor, lo metió en lo más hondo, y lo cubrió con una máscara de calma. Tal y como ahora veía hacer a Katniss.
Y eso fue lo que más lo conmovió. Porque en ella reconocía el mismo mecanismo: el silencio que esconde la pena, los gestos que intentan contener lo incontenible. En ese momento, más que nunca, la entendía. No por lo que decía, sino por todo lo que callaba y su olor delataba.
Pero Peeta no podía culparla por ser tan evidente con sus emociones. Katniss nunca había sido buena ocultando sus feromonas, y ahora las de tristeza se esparcían en el aire como una neblina densa en medio de un paisaje nevado. No era desinterés, era falta de costumbre. Su desconocimiento de las reacciones propias de su subgénero venía de su origen, marcado por la precariedad.
La mayoría de los Alfas nacidos en la Veta, tan desnutridos desde pequeños, apenas desarrollaban el olor característico de su dinámica. Vivían, en muchos sentidos, como si fueran betas. Invisibles para los sentidos que definían jerarquías. Pero una vez en el Capitolio, alimentada y cuidada como nunca antes, había sido inevitable: el cuerpo de Katniss comenzó a recuperar aquello que le había sido negado desde el nacimiento. Sus feromonas regresaron, tan intensas y reales como ella misma.
—Sí, ya lo sé, pero esto significa que estamos un paso más cerca del Distrito 12 —dijo el Omega con una suavidad que intentaba reconfortar.
Se acercó a ella, tomó un poco de la comida que, minutos antes, la joven había querido probar, y se la sirvió con cuidado. Luego bajó hasta quedar a su altura, colocándole el cuenco entre las manos. La miró directo a los ojos, buscando alcanzarla de algún modo más allá de las palabras.
—Come, todavía está caliente —. Ante la sugerencia la joven obedece con gran dificultad que trato de disimular.
—También significa que Cato estará buscándonos —. Recordó Katniss, con la mirada puesta en el cuenco.
—Y que vuelve a tener provisiones —añade Peeta.
—Seguro que está herido.
—¿Por qué lo dices?
—Porque Thresh no se habría rendido sin luchar. Es muy fuerte...; es decir, era muy fuerte. Y estaban en su territorio.
—Bien. Cuanto más herido esté Cato, mejor. Me pregunto cómo le irá a la Comadreja.
—Bah, seguro que le va bien —dijo, malhumorada. Durante todo el tiempo que duró la alianza, Peeta jamás logró verla siquiera por accidente. Ni un solo movimiento entre los arbustos, ni el más mínimo indicio de su silueta deslizándose entre las sombras. Era como si se desvaneciera en el paisaje, como si la propia naturaleza la ocultara a voluntad. Solo quedaban sus rastros: huellas ligeras sobre el barro, ramas ligeramente desplazadas, un silencio distinto en el aire.
Era tan buena ocultándose que el Omega llegó a pensar que atraparla sería casi imposible. Ella no solo sabía esconderse; sabía fundirse con su entorno. Se movía como un susurro. Lo más probable —pensaba con cierta inquietud— era que incluso ahora los estuviera vigilando, agazapada en algún rincón alto o cubierto, y ellos ni siquiera lo sabrían.
Esa idea, lejos de infundir miedo, le provocaba una mezcla de asombro y respeto. Porque aunque era su enemiga en teoría, en el fondo, Peeta no podía evitar admirarla.
—Es probable que nos cueste menos coger a Cato que a ella.
—Quizá se cacen entre ellos y nosotros podamos irnos a casa —dice Peeta—, aunque será mejor que pongamos especial cuidado en las guardias. Me he quedado dormido unas cuantas veces.
—Yo también, pero esta noche no.
La primera guardia le tocaba a Peeta. Se sentó sobre una roca grande, lo suficientemente alta como para que apenas pudiera apoyar los pies en el suelo. A su lado, encontró una rama seca que había rodado hasta el interior de la cueva y, casi sin pensarlo, comenzó a trazar líneas en la tierra.
Dibujó una daga, una réplica delicada y precisa de la que había usado para construir su nido. Mientras la delineaba con cuidado, se preguntó si todavía estaría en el mismo lugar donde la había dejado: escondida debajo del colchón de su cama, protegida, como una promesa silenciosa de regresar. Se arrepintió de no haberla entregado a Haymitch antes de partir. Tal vez él podría haberla guardado a salvo, lejos de manos curiosas.
Después de unos cuentos dibujos más el hambre llegó y le fue imposible ignorar. Tomó el queso de cabra, el panecillo y las manzanas, y empezó a comer en silencio, con movimientos lentos pero decididos. Luego, pensando que Katniss podría molestarse aún más de lo que probablemente ya lo estaría al despertar, comenzó a prepararle una porción a ella también. Justo en ese momento, la joven abrió los ojos.
—No te enfades —le dijo—. Es que tenía que comer otra vez. Toma tu mitad.
—Oh, bien —respondió ella de inmediato, para su sorpresa—. Ummm.
—En la panadería hacíamos tarta de queso de cabra y manzana —comentó.
—Seguro que era cara —. Le dio un mordisco al panecillo y asintió en aprobación por lo delicioso que es.
—Demasiado para que la comiera mi familia, a no ser que se hubiera puesto muy rancia. Casi todo lo que comíamos estaba rancio, claro —añadió Peeta mientras se arropaba con el saco de dormir. Pronto, la oscuridad dio paso a una luz suave y cálida, que no lastimaba los ojos. Peeta se encontró en medio de un prado inmenso, cubierto por una alfombra de hierba brillante que se mecía al compás del viento. Todo parecía en calma, casi irreal. El aire olía a lluvia reciente, a flores aún por nacer.
Entonces, una voz desgarró la quietud. Gritaba su nombre con desesperación, como si se aferrara a él desde algún abismo. Sonaba tan familiar que algo dentro de su pecho se encogió. Sin dudar, corrió hacia el origen del llamado, deslizándose sobre la hierba sin esfuerzo. El eco seguía, cada vez más cercano, más urgente.
Pero al llegar, no había nadie. Solo un pequeño brote emergía del suelo. Una flor cerrada, frágil, esperando su momento. Se arrodilló frente a ella, y al tocarla con cuidado, se marchitó en un instante. El tallo se encogió, los pétalos sin abrir cayeron, y se hundió en la tierra como si nunca hubiera estado allí.
Entonces alzó la mirada. Su madre lo observaba desde una distancia corta pero infinita. Inmóvil. Su rostro era sereno, demasiado. Una quietud tan completa que resultaba inquietante. Sus ojos, opacos, no expresaban nada. Peeta la miró un largo rato, esperando alguna señal. Nada cambió. Y en esa inercia sintió algo parecido al hartazgo. Como si la emoción se desvaneciera con cada segundo que pasaba.
Sin decir palabra, se alejó. Caminó sin rumbo, dejando que sus dedos rozaran las puntas de la hierba alta. El paisaje parecía eterno, como un recuerdo al que no sabía cómo escapar. El cansancio se apoderó de su cuerpo, primero en las piernas, luego en los hombros. Finalmente, se dejó caer, se sentó con las piernas cruzadas y cerró los ojos. El viento le rozó la cara con suavidad, como una caricia leve. Por primera vez en mucho tiempo, dejó que lo tranquilizara, aunque fuera solo un instante.
Todo en su ser estaba en calma. Una quietud profunda lo envolvía, pero esa paz se rompió de golpe cuando una sacudida recorrió su cuerpo. El entorno comenzó a desvanecerse, borrándose poco a poco. Peeta abrió los ojos con lentitud, aún atrapado entre el sueño y la vigilia. Frente a él, Katniss lo observaba en silencio.
Sin pensar demasiado, impulsado por algo que llevaba tiempo guardando, se inclinó hacia ella y la besó. Fue un gesto largo, sentido, y aunque inesperado, ella no se apartó ni lo detuvo.
—Estamos perdiendo tiempo de caza —. Interrumpe la Alfa alejándose un poco y tocando el rostro del Omega.
—Yo no diría que esto sea perder el tiempo —aseguró, mientras se levantaba y se estiraba con gana. La pierna aún le molestaba pero lo disimula bien—. Entonces, ¿cazamos con el estómago vacío para estar más alerta?
—Nosotros no. Nosotros nos atiborramos para tener más energía.
—Cuenta conmigo —respondió él, aunque le sorprendió que ella dividiera el resto del estofado con arroz y le pasara un plato lleno—. ¿Todo esto?
—Lo repondremos hoy —le aseguró. Ambos se lanzaron sobre la comida. Aunque estaba fría, seguía siendo una de las mejores recetas que había probado. La observó mientras ella dejaba el tenedor y apuraba las últimas gotas de salsa con el dedo.
No pudo evitar imaginarse a Effie Trinket escandalizada por sus modales, y bromeó:
—¡Eh, Effie, mira esto! —exclamó, tirando el tenedor por encima del hombro. Luego, limpió el plato con la lengua, soltando pequeños ruidos de satisfacción. Sentado al ras del suelo, tenía las piernas estiradas, que se movían ligeramente de arriba abajo mientras su cuerpo se inclinaba hacia atrás con despreocupación. Una vez que se sintió saciado, alzó la vista, le sopló un beso al aire y gritó—: ¡Te echamos de menos, Effie!
Ella rio, tapándole la boca para que se callara.
—¡Para! Cato podría estar ahí fuera.
—¿Qué más me da? —dijo él con una sonrisa mientras le tomaba la mano y la acercaba—. Te tengo a ti para protegerme.
Ella se liberó del abrazo, pero antes Peeta le dio otro beso.
Luego, Katniss se detuvo un segundo y le sonrió con un brillo esperanzador que Peeta no veía desde hace mucho. Muy diferente a cuando la había visto llorar por lo que estaban viviendo.
—Regresaremos a casa, Peeta —le dijo, sonriendo. Él no respondió, solo la miró. Ella continuó, más seria—. Quizá seamos el último equipo.
—Volveremos a casa —dijo al fin. Se sonrieron y compartieron algo mucho más íntimo que un beso: un largo abrazo cargado de emociones y esperanzas.
Al salir de la cueva, Katniss le pasó un cuchillo, ya que él había perdido sus armas. Peeta lo colocó en el cinturón sin decir nada. Cruzaron el río con cuidado, tratando de borrar sus huellas en la corriente. Peeta no mencionó que ya no sentía la piel alrededor de la herida que Cato le había provocado. Lo había notado el día anterior, cuando intentó pellizcarla sin obtener respuesta alguna.
—Ya nos estará buscando —comentó él—. Cato no era de los que se sentaban a esperar a que apareciera la presa.
—Si está herido...
—Da igual. Si puede moverse, estará en camino.
Cuando llegaron a una zona frondosa de árboles y plantas, ella tomó el mando, claramente en su elemento. Peeta no tardó en hacer ruido con su pierna mala.
—Si queremos comida, será mejor que regresemos a mi antiguo territorio de caza —dijo ella.
—Entonces yo tomaré el arco —bromeó.
La expresión de Katniss no tuvo precio. Él sonrió al ver que no entendía si hablaba en serio.
—Es broma, Katniss. Iré a recolectar —. Peeta sonrió ante el repentino desconcierto de la joven, lo cual le pareció muy tierno. Katniss no entendía mucho de las emociones de las personas y era gracioso cuando se quedaba quieta por algo que el dijo o hizo.
Ella lo detuvo, dudosa.
—No, si Cato viene y te mata...— la melancolía bañó sus palabras, interrumpiendo con el miedo del futuro.
—Puedo manejar a Cato —respondió, y soltó una risa—. Ya he luchado antes contra él, ¿no? —. Casi muere pero al final fue un enfrentamiento.
Aunque le gustaba verla preocupada por él, no tardó en notar que Katniss estaba enfocada en algo más que solo su bienestar inmediato. Su mirada, aunque inquieta, se movía con rapidez, evaluando los alrededores, calculando rutas, buscando cualquier ventaja. La preocupación estaba allí, sí, pero no en forma de ternura o palabras reconfortantes. Era práctica, concreta, como todo en ella cuando se trataba de sobrevivir.
Peeta comprendió que, para Katniss, cuidar de él no era solo un gesto de afecto, sino una estrategia. Buscaba soluciones: si no podía curarlo, al menos asegurarse de que no los retrasara. Eso no le molestaba, al contrario, lo conmovía. En su mundo, protegerse era un acto silencioso. Ella no necesitaba decirle que le importaba; se notaba en cómo revisaba su paso, en cómo tomaba la delantera pero volvía la vista para asegurarse de que él la seguía, en cómo compartía su comida sin dudar, en cómo mantenía el ritmo lento para no dejarlo atrás.
Era su manera de cuidar, dura y áspera, pero honesta. Y aunque hubiera deseado una caricia, una palabra suave, se aferró a ese tipo de amor hecho de acciones, porque era el único que ella conocía.
—¿Y si trepas a un árbol y haces de vigía mientras cazo?
—¿Y si me enseñas qué puede comerse por aquí y tú te vas a conseguir un poco de carne? —dijo, devolviendo a la propuesta—. Pero no te alejes mucho, por si necesitas ayuda.
Ella accedió, a regañadientes. A esas alturas, Peeta ya empezaba a comprender que Katniss prefería mantenerlo a salvo y oculto mientras ella se ocupaba de lo demás. No era desconfianza, era su manera de protegerlo: a distancia, pero con determinación.
Antes de irse, le enseñó a silbar como señal para avisarse mutuamente que seguían vivos. Él lo intentó, aunque el sonido que logró sacar no era muy claro. Aun así, serviría. En la zona no encontró gran cosa al principio, pero un poco más lejos descubrió un arbusto cargado de bayas brillantes y tentadoras. Evaluó por mucho tiempo las opciones que tenía, ya que se salía del rango acordado, pero al mirar a los lados y observar que no había gran peligro, Decidió ir rápido y regresar antes de que ella lo notara demasiado lejos.
Llevó el primer puñado y lo dejó con cuidado sobre sus chaquetas, como si fueran un pequeño tributo a su esfuerzo. Luego se volvió a internar entre los arbustos, en busca de más. Fue entonces cuando lo escuchó: un cañonazo seco y lejano que retumbó en el aire. Un escalofrío helado le recorrió la espalda, paralizandolo por un instante, sus ojos se abrieron y giró el rostro a la dirección en la que Katniss estaba, se levantó aturdido y caminó cojeando con lentitud temeroso de no encontrarla.
—¡Peeta! —gritó Katniss. Al escuchar su voz, al Omega le volvió el alma al cuerpo. El alivio lo golpeó con tanta fuerza que por un momento se quedó sin palabras. No pudo responderle, no le salía la voz, así que lo único que hizo fue echar a correr renuente en dirección a donde había sonado el llamado.
Un ligero peso lo embistió repentinamente y levantó la mirada solo para encontrarse con esa mirada aterrada de quien mas amaba. Terminaron chocando por la desesperación de perderse debido a un descuido.
—¿Estás bien?— ella respiraba errante y a Peeta le preocupaba haber desencadenado algo peor en el trauma de la pobre muchacha.
—Escuché el cañón... — soltó ella sin aliento, abrumada quizas de alivio, hasta que ella vio sus manos teñidas por el jugo de las bayas y, con un manotazo frenético y duro, se las quitó—. ¡Ésa es venenosa, Peeta, morirías en un minuto!
—No lo sabía, yo-
—Casi me matas del susto. Cómo te odio... —lo abrazó con los ojos llorosos sin dejarlo terminar. Sabia que ella no estaba intentado ser cruel, solo pensó que lo habia perdido. Peeta sintió una punzada de culpa; no había querido preocuparla así.
—Perdona...
—Silbé. ¿Por qué no respondiste?
—No lo oí, supongo que el agua hacía demasiado ruido... ¿Katniss?
—Si dos personas acuerdan una señal, tienen que quedarse dentro de su alcance —le dijo resentida y ansiosa, alejándose para tomar una botella de agua y calmarse—. Porque si uno de los dos no responde, es que tiene problemas, ¿bien?
—¡Bien!
—Bien, porque eso fue lo que le pasó a Rue... ¡y la vi morir!— Eso dio un vuelco en su corazón, y como no supo responder creyó que lo mejor era quedarse callado y esperar a que ella se desahogada con él.
Ella abrió la mochila, observó la comida... y se enfadó de nuevo.
—¡Y has comido sin mí!
—¿Qué? No, yo no he sido.
—Oh, entonces supongo que las manzanas se han comido el queso.
—No sé qué se ha comido el queso —dijo Peeta con voz controlada, tratando de mantener la calma—, pero no fui yo. He estado en el arroyo, recogiendo bayas.
Entonces, el aerodeslizador apareció, demasiado cerca para su tranquilidad. Ambos se pusieron en alerta de inmediato. Peeta alzó la vista justo a tiempo para ver cómo la Comadreja, pálida y delgada, era elevada hacia el cielo, suspendida por los cables metálicos, su cuerpo inerte colgando con una extraña fragilidad. Su mente solo proceso que Cato está cerca y se deshacía de lo que se interpone con la victoria.
Tomó a Katniss del brazo y la empujó hacia un árbol con desesperación al ver qué ella no se movía.
—Trepa, llegará en un segundo. Tendremos más posibilidades luchando desde arriba.
Pero era como si todas las defensas, los sentidos de supervivencia y la lógica se hubieran esfumado de ella, porque se había mantenida quieta, con esa mirada intensa y conocedora en sus ojos.
—No, Peeta. La mataste tú, no Cato— Al Omega se le fue el aliento, ¿cómo podía decir eso?
—¿Qué? Ni siquiera la había vuelto a ver desde el primer día. ¿Cómo iba a matarla? —. El seguía empujándola al no creer mucho en lo que decía.
Ella sujetó sus brazos con firmeza, levantándolos hasta que sus manos llegaron a la altura de su barbilla. Al hacerlo, notó cómo el tinte rojizo de las bayas aplastadas se extendía por sus dedos, manchándolos con un color oscuro. Sin decir una palabra, su mirada se fijó en el lugar hacia donde el aerodeslizador había llevado a la Comadreja. Con un gesto sutil, su cabeza se inclinó ligeramente hacia ese punto, señalando sin necesidad de palabras.
Katniss se alejó unos pasos, recogió algunas de las bayas que quedaban y las levantó frente a él, mostrándoselas. En ese instante, Peeta comprendió todo.
El peso de lo que había sucedido lo golpeó de inmediato. Había causado, aunque indirectamente, la muerte de alguien, y esa idea lo atormentó. Un pequeño dolor le atravesó el pecho, como una punzada fría y amarga. Su mente comenzó a repasar la culpa que debía estar sintiendo, los pensamientos oscuros que se retorcían en su interior. No podía evitarlo. Finalmente, en un susurro casi inaudible, Peeta murmuró, como si las palabras fueran lo único que quedaba para aliviar un poco el dolor:
—Ni siquiera noté que me seguía...
—Era muy lista —le dijo ella, con una dulzura inesperada.
—Demasiado... —. Ante eso, Peeta se preguntó si la chica había ingerido las bayas por voluntad propia, al ver que no tendría ninguna oportunidad de ganarle a Cato, a menos que ocurriera un descuido por parte de él. La idea se reafirmó en su mente cuando recordó que durante los entrenamientos, ella había realizado un ejercicio de agilidad mental en el que se identificaban plantas. Era imposible que no tuviera conocimiento de ellas.
O al menos, eso quería creer, para aliviar un poco la culpa que lo consumía.
Chapter 22: Mutos
Notes:
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Chapter Text
Su mirada se volvió alerta al notar cómo Katniss deslizaba unas bayas dentro del bolsillo de sus pantalones. Fuera cual fuera la razón para hacerlo mientras ultrajaba el cuerpo de una muerta, no había justificación posible. Ese gesto lo enfureció; no solía ser común para él sentir verdadero enojo con ella, ¿frustración? Tal vez, pero rara vez el rencor se instalaba en su pecho. La joven tendida en el suelo merecía el mismo respeto que los vivos, y aquella acción le pareció una afrenta silenciosa y aun así calló.
A lo largo del día, habían ocurrido demasiadas cosas. Conversaron sobre las pocas opciones que les quedaban. Si lograban que Cato muriera, sería una salida. Peeta se resistía a esa idea. No quería convertirse en lo que el Capitolio deseaba: un asesino sin compasión. Sin embargo, en el fondo, sabía que Cato había ganado con creces su destino fatal. Aquella contradicción lo desgarraba. Todos merecían un perdón, pensaba, porque al final Cato también era solo otra pieza más de este sangriento tablero, igual que ellos.
Perdido en sus pensamientos, Peeta apenas notó que Katniss encendía una fogata. Cuando lo hizo, intentó sofocar las llamas cubriéndolas con tierra, pero ella lo detuvo. Le explicó que Cato, al ver el cuerpo de la comadreja, asumiría que había sido cazada, por lo que no arriesgaría seguir el rastro del humo. Sus palabras eran firmes, sin dejar espacio a dudas, y juntos reanudaron la marcha.
Peeta avanzaba cojeando, con un dolor que le atravesaba cada músculo, pero la seguía sin quejarse. Cuando Katniss sugirió dormir en lo alto de un árbol, él apenas pudo esbozar una sonrisa amarga: no lograría subir ni un metro antes de desplomarse por el esfuerzo. Ella, viendo su estado, cedió y aceptó regresar a la cueva.
La miró distraída, escuchando sus refunfuños sobre lo mala idea que era regresar. Antes de que pudiera seguir protestando, el Omega empezó a sentirse cada vez mas culpable, pero no podía negar lo aliviado que estaba de no tener que lidiar con mas dolor. Katniss lo miró en un momento, considerando, haciéndole sentir que a lo mejor podría arrepentirse pero en su lugar estampó sus labios contra los de él, robándole el aliento, pero mas importante, dándole la oportunidad de reconocer una disculpa. Sin decir más, emprendieron el regreso sobre sus propias huellas, caminando durante horas. Antes de partir, avivaron las brasas de la fogata, una pequeña trampa para confundir a Cato y hacerle creer que aún seguían allí.
—Bueno, no ha sido tan difícil —comentó él con una sonrisa cansada, sorprendido de que ella no se molestara por sus “peticiones ridículas”. Peeta se sentía más seguro entre paredes; si Cato intentaba atacar, al menos tendría que enfrentarse a un terreno más cerrado.
Al llegar al arroyo, notó que el nivel del agua había bajado drásticamente. Con esfuerzo, se agachó para beber, pero el dolor le atravesó el cuerpo con tanta fuerza que un gemido cargado de pena se escapó de sus labios. Katniss se apresuró a ayudarlo, aunque sabía que sus manos poco podían aliviar aquel tormento.
Cuando por fin alcanzaron la cueva, Katniss intentó convencerlo de comer algo, pero él apenas logró dejarse caer en el saco de dormir. Cerró los ojos, rendido al agotamiento… o quizá a la fiebre que el dolor le había provocado. No había manera de saberlo.
Al abrir los ojos, el mundo se le presentó envuelto en un gris opaco, como si toda belleza hubiera sido drenada de él. La penumbra parecía más densa que nunca, y la sensación de frío se filtraba entre los huesos. Despertó únicamente porque la Alfa lo sacudía con insistencia, sus manos firmes intentando arrancarlo de un sueño que, en realidad, no había sido descanso. No hubo pesadillas, pero tampoco alivio; cada hora transcurrida había hecho que su cuerpo se sintiera más pesado, más quebrado.
Aun así, alcanzó a percatarse de que ya no era la misma noche: había dormido hasta el día siguiente.
—He dormido toda la noche. No es justo, Katniss —protestó con un dejo de reproche—. Debiste despertarme.
—Dormiré ahora. Despiértame si pasa algo interesante —respondió ella, esquivando su queja y contestando con algo que no tenía nada que ver. Él supuso que era el cansancio el que la hacía hablar así, pero no insistió.
La joven se dejó caer en el saco y durmió hasta la tarde. Peeta, mientras tanto, permaneció despierto, inquieto, repasando todos los posibles planes. No había nada nuevo que contarle cuando ella finalmente decidió que hacía descansado mucho. Conversaron un rato, lanzando hipótesis sobre lo que Cato podría estar planeando, hasta que el Omega sugirió comer algo. Katniss, sin perder tiempo, les preparó una comida ligera.
Al salir, el arroyo que la víspera aún corría tímidamente estaba ahora completamente seco. Peeta se agachó, pasó la mano por el lecho de piedras y notó que no había ni un rastro de humedad.
—Ni siquiera está húmedo… —murmuró, con una mezcla de extrañeza y preocupación—. Tienen que haberlo drenado mientras dormíamos.
—El lago —siguió comentando, con la voz cargada de certeza—. Ahí quieren que vayamos.
—Quizá en los estanques todavía haya algo de agua —sugirió Katniss.
—Podemos mirar —asintió él, aunque lo decía más por la costumbre de intentar que ella no se desanimara, casi podía realizar una puesta del estado en el que se encuentra el lugar.
Peeta decidió caminar detrás de la joven. Al principio, Katniss no quiso aceptar esa petición: le parecía una pérdida de tiempo y una exposición innecesaria. Sin embargo, él terminó por convencerla cuando le dijo que, si ella iba al frente, le sería más fácil defenderlo en caso de un ataque. La lógica era cuestionable, pero lo menciono con tal calma y seguridad que Katniss acabó asintiendo con firmeza, como si aquello tuviera todo el sentido del mundo.
Cuando ella no volteaba para verificar su estado, el Omega se permitía arrastrar la pierna herida, dejando un rastro sutil en la tierra: una ligera marca que serpenteaba detrás de sus pasos. Hacía todo lo posible por disimular el dolor, pero, cada tanto, se detenía junto a un árbol para tomar aliento y apoyarse un momento, sus dedos aferrándose a la corteza áspera como si de ella dependiera no derrumbarse.
El aire comenzó a volverse más árido con cada paso, como si la humedad hubiera sido arrancada del bosque de manera invisible. Ese cambio lo inquietó, una sensación que le erizó la piel antes incluso de comprender el porqué. Su corazón empezó a latir con más fuerza, no solo por el esfuerzo, sino por la intuición de que algo no estaba bien. El paisaje parecía más seco, más muerto y el silencio se hizo espeso, opresivo, como si hasta los pájaros se hubieran marchado.
Al fin, cuando llegaron al destino, la visión confirmó sus sospechas: no quedaba ni un charco. El lecho del agua era ahora una extensión de tierra agrietada, con surcos irregulares que se abrían como heridas antiguas. Entre las grietas, insectos pequeños se movían a toda prisa buscando humedad, y las ramas crujían bajo sus botas con un sonido quebradizo que parecía resonar demasiado fuerte en aquel vacío.
Peeta permaneció en silencio, observando el lugar con una mezcla de frustración y resignación, mientras Katniss avanzaba unos pasos más, evaluando la magnitud. A su alrededor, el viento arrastraba hojas muertas que giraban sin rumbo, como si incluso la naturaleza estuviera siendo empujada hacia la desesperación.
—Vámonos ahora que estamos descansados y hemos comido. Acabemos con esto de una vez —vociferó Katniss con valentía, aunque algo en su voz delataba un atisbo de temor. No era para menos: aunque intentara mostrarse fuerte, ambos sabían que estaban a punto de enfrentarse a un joven que había sido entrenado desde pequeño para cazar a sus enemigos. Y ese enemigo, en ese momento, eran ellos.
Peeta la miró en silencio. Dos jóvenes del Distrito Doce contra un adversario entrenado, implacable y brutal. Él, un Omega que en la mayoría de las ocasiones se había mostrado piadoso y gentil, a veces incluso demasiado ingenuo para lo que requerían aquellos juegos despiadados. Ella, una Alfa cuya mayor fortaleza residía en la precisión de su puntería y en la paciencia silenciosa para cazar desde la distancia.
El contraste entre ellos era evidente, pero también complementario. En Katniss había una determinación feroz, una chispa indomable que la hacía parecer un animal salvaje listo para defender. En Peeta, una resiliencia callada, un aguante que parecía flaquear con cada paso, pero que nunca se rendía.
Muy a pesar de los miedos del Omega, decidieron seguir, impulsados por la necesidad de terminar con aquella agonía y recuperar un poco de libertad y esperanza, aunque fuera efímera. La arena esperaba, y ellos estaban decididos a enfrentarla, no como víctimas, sino como sobrevivientes.
Pero antes de avanzar, Peeta se abalanzó hacia los brazos de la joven, invadido por un temor profundo. Podía sentir sus propias manos temblar mientras la rodeaba con fuerza, despidiendo feromonas cargadas de miedo y desesperación. No había nada más aterrador para él que mirar a alguien y sentir que, en cualquier momento, podría desaparecer sin dejar rastro; sin embargo, a pesar de ese pánico, mantenía firme la convicción de que estaba dispuesto a morir por ella.
Katniss no lo apartó ni un instante. Permanecieron allí, envueltos en un silencio cálido y casi reverente, sintiendo el calor del sol que acariciaba sus pieles, el roce delicado de sus cuerpos entrelazados y el susurro constante de las hojas secas que se mecían bajo sus pies. Era un momento suspendido en el tiempo, una pausa que hablaba más que cualquier palabra.
Ninguno pronunció nada. No hacía falta. La quietud y la proximidad eran suficientes para comunicarse. Finalmente, con suavidad, se separaron, dejando atrás ese abrazo que contenía miedos y esperanzas al mismo tiempo.
Entonces comenzaron a caminar, paso a paso, hacia el destino que aguarda por ellos, un recordatorio cruel de la realidad que enfrentaban. Peeta observaba cada detalle a su alrededor con una mezcla de melancolía y resignación, como si anticipara que ese podría ser el último paisaje que sus ojos contemplarían en libertad. Pensaba, en silencio, si acaso ya estuviera muerto, cómo sería aquel mundo del que apenas lograba aferrarse.
Pero seguía adelante, porque rendirse no era una opción. Y lo hacía por ella.
A Peeta ya no le preocupaba que sus pasos espantaran a los pájaros o hicieran correr a los roedores. Después de todo, Cato seguía siendo su verdadera amenaza, y daba igual si el enfrentamiento ocurría allí o en la llanura. Aunque, para ser sincero, no creía que tuvieran elección: si los Vigilantes querían verlos en campo abierto, ahí acabarían.
Se detuvieron un momento bajo el árbol donde Cato había atrapado a Katniss. El nido de rastrevíspulas estaba reducido a un cascarón seco, roto por las lluvias, y el sol lo había dejado tan frágil que se deshizo en polvo con el mínimo contacto de la bota de ella. La brisa se llevó las partículas, y mientras lo observaba, Peeta vio que Katniss levantaba la mirada hacia las ramas donde Rue se había ocultado aquel día para salvarla. Sus ojos se endurecieron, y él no necesitó preguntar en qué estaba pensando.
—Sigamos —dijo la Alfa, queriendo dejar atrás la sombra de ese lugar.
Peeta no dijo nada.
Salieron tarde, así que llegaron a la llanura ya caída la noche. No había señal de Cato ni de nada, salvo la Cornucopia dorada reflejando los últimos rayos de sol. Le inquietaba la posibilidad de que estuviera al acecho, así que bordeó la estructura junto a Katniss, asegurándose de que estuviera vacía. Luego, como si siguieran un guion, se dirigieron al lago para llenar los contenedores de agua.
—No nos conviene luchar en la oscuridad —menciona Katniss, frunciendo el ceño mientras sus dedos apretaban ligeramente el mango de su arco—. Sólo tenemos unas gafas; no veríamos ni a un paso delante de nosotros.
—Quizá por eso está esperando —respondió Peeta, concentrado mientras dejaba caer con cuidado las gotas de yodo en el agua para purificarla—. Le conviene el terreno oscuro, pero nosotros no. ¿Quieres volver a la cueva?
—O subirnos a un árbol… —Katniss dudó por un instante, mirando las ramas altas que se mecían suavemente bajo la brisa—. Pero vamos a esperar media hora más. Luego nos escondemos y decidimos el siguiente movimiento.
Se sentaron al borde del lago, expuestos, sin intentar ocultarse. En ese momento, la necesidad de esconderse había perdido sentido. Desde los árboles cercanos, un grupo de sinsajos revoloteaba, lanzándose melodías entre ellos como si fueran un espectáculo suspendido en el aire.
Peeta sonrió con alegría cuando escucha como Katniss deja escapar una secuencia de cuatro notas claras y precisas, una canción conocida que resonó como un grito de lucha silenciosa. El Omega le tomó la mano y la apretó negándose a soltarla por un largo periodo de tiempo. Los pájaros se callaron, atentos, como si entendieran la gravedad del momento. Uno por uno, comenzaron a repetir la melodía, sus voces se entrelazaron y crecieron en un coro vibrante, hasta que el bosque entero parecía cantar al unísono, envolviendo a los jóvenes en una atmósfera mágica.
—Igual que tu padre —menciona al recordar las palabras dichas por su propio padre, Peeta se meció disfrutando el ambiente, tanto que no parecían estar en un lugar de muerte.
—Es la canción de Rue —respondió ella, tocando la insignia en su camisa—. Creo que la recuerdan.
El sonido siguió creciendo, hermoso y envolvente, tejiendo una armonía perfecta que parecía ir a cada rincón del bosque. Peeta cerró los ojos por un instante para dejarse llevar por esa melodía que parecía calmar hasta el más profundo de los temores… pero entonces, la música se quebró. Los tonos se distorsionaron, tornándose caóticos, y un chillido agudo y penetrante surgió en su lugar. Era una advertencia, una señal que heló la sangre en sus venas.
Se pusieron de pie al unísono; él empuñando el cuchillo con firmeza, ella tensando el arco con destreza. En ese instante, Cato irrumpió entre los árboles, corriendo hacia ellos con una velocidad feroz. No llevaba lanza ni armas, sólo las manos desnudas y una expresión de urgencia y furia desmedida.
Katniss disparó al pecho con una flecha certera, pero esta rebotó contra una especie de armadura invisible o quizá una piel endurecida. El impacto no hizo más que intensificar la determinación de Cato, que seguía avanzando imparable, como un huracán desatado.
—¡Tiene algún tipo de armadura! —le gritó Katniss, su voz cargada de alarma.
No hubo tiempo para pensar. Cato se lanzó contra ellos con una fuerza brutal, sin frenar ni un instante. Peeta sintió la sacudida del choque, el impacto de su cuerpo contra el de Cato, y notó su respiración agitada, entrecortada, y el sudor que perlaba su piel. Pero entonces, algo extraño sucedió: Cato no venía hacia ellos con intención de atacarlos, sino que parecía estar huyendo de algo mucho peor.
Peeta giró la cabeza justo a tiempo para ver la amenaza emergiendo en la llanura. Una criatura apareció de entre los árboles, saltando con movimientos rápidos y felinos. Pero no venía sola: detrás de ella, otras seis figuras igual de aterradoras comenzaron a salir al claro.
No eran lobos comunes. Estas mutaciones caminaban erguidas sobre sus patas traseras, con movimientos casi humanos, y uno de ellos agitó una de sus patas delanteras, como si tuviera muñeca, en un gesto que parecía ordenar o llamar a los demás. La escena era tan surreal que el pánico se le enroscó en la garganta y le subió hasta el pecho, bloqueando momentáneamente su respiración.
Cato, sin perder un segundo, giró y salió corriendo hacia la Cornucopia, con una urgencia frenética que delataba que estaba en verdadera carrera por su vida. Peeta no dudó ni un instante y salió tras él. No porque creyera que la Cornucopia fuera un lugar seguro, sino porque sabía que los árboles estaban demasiado lejos para su pierna lastimada, y quedarse en el camino significaría ser la primera víctima de aquellas criaturas despiadadas.
Cada paso era un martilleo de dolor, pero el miedo y la adrenalina lo mantenían en movimiento. Detrás de ellos, los mutantes rugían y se lanzaban con ferocidad, acortando la distancia con rapidez. La batalla por sobrevivir había cambiado de campo, y ahora el reloj corría en su contra.
Cuando Peeta miró hacia Katniss, ella ya estaba en la base de la estructura, lista para trepar. Él, por su parte, se encontraba a varios metros detrás, cojeando mientras corría con toda la velocidad que su pierna lastimada le permitía. Los mutos estaban pisándole los talones, cada vez más cerca.
Katniss clavó una segunda flecha dando a uno de los mutos, pero la cantidad era abrumadora; no podían detenerlos a todos.
—¡Vete, Katniss, vete! —le gritó con urgencia, señalando hacia arriba, hacia la Cornucopia.
Ella no dudó. Comenzó a trepar con agilidad, sus manos buscando los puntos de apoyo mientras ascendía. Peeta la siguió, a duras penas, sintiendo el ardor del metal bajo sus manos sudorosas. Cada contacto le quemaba la piel, pero no podía detenerse. Katniss, desde arriba, le disparaba instrucciones claras y rápidas, cubriendo su ascenso con flechas que derribaban al primer muto que intentaba seguirlos.
En un momento crucial, sintió una mano firme aferrarse a su brazo; era Katniss, que se inclinó para ayudarlo a subir, dándole un último impulso para salvarlo de caer en las garras de las criaturas.
El latido acelerado en su pecho, el calor del metal, el olor a su piel ligeramente quemada y tierra, lo envolvieron en una mezcla caótica de miedo y esperanza mientras lograba finalmente ponerse a salvo a su lado.
Cato estaba en lo alto, tumbado de lado, con el rostro pálido y temblando, como si las arcadas sacudieran todo su cuerpo. Intentó decir algo, pero Peeta, con el pulso acelerado y la mente nublada por la adrenalina, no pudo comprender ni una palabra. Su atención estaba saturada por el cansancio y el miedo, y ni siquiera se molestó en esforzarse por entender. Sólo sus ojos buscaban a Katniss, que respiraba agitadamente, el rostro tenso y los músculos aún en alerta.
—Ha preguntado si pueden trepar —tradujo ella, sin apartar la vista de la base de la Cornucopia, donde los mutos comenzaban a reagruparse.
Las criaturas se juntaron en un grupo compacto, levantándose sobre sus patas traseras con una inquietante semejanza humana. Sus pelajes iban desde un negro profundo hasta un rubio casi albino, y cada uno transmite una ferocidad inimaginable.
Peeta sintió un escalofrío recorrerle la columna, un frío que no venía del aire ni de la noche, sino de la inquietud que le provocaba la naturaleza misma de aquellos seres. Era como si estuvieran esperando, observando, evaluando, capaces de algo mucho más peligroso que la simple fuerza bruta.
Katniss tensó el arco en sus manos, sus ojos recorriendo la línea de mutos que comenzaban a escalar lentamente la estructura. Peeta, a su lado, tragó saliva y se preparó para lo que sabía sería una lucha brutal y desesperada.
La noche se había vuelto un campo de batalla en sombras y silencios rotos sólo por el roce áspero de garras contra metal y la respiración pesada de los combatientes. En medio de todo eso, la presencia de Cato, frágil y abatido, era un recordatorio cruel de que nadie estaba a salvo, que si el capitolio los quería muertos para terminar el juego lo conseguirían aún si eso significa no tener ganadores.
Uno de los mutos, un gigante de rizos rubios y músculos marcados, tomó impulso y saltó con una fuerza sorprendente. Cayó a pocos metros de ellos, mostrando los dientes en una mueca feroz… y entonces Peeta se percató que tenía los ojos verdes: esos ojos no eran los de un animal salvaje, sino humanos. Llevaba un collar con el número uno. Cabello rubio. Ojos verdes. Tan similares a los de Glimmer. Los vigilantes se estaban divirtiendo en hacerles creer que esos eran los antiguos participantes.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, y un grito salió de su garganta, lleno de sorpresa y miedo al tener que pasar por lo mismo que antes. El muto resbaló momentáneamente sobre el suelo irregular, y Katniss no dudó en aprovechar la oportunidad para disparar una vez más. El muto cayó, sacudiendo la tierra bajo ellos.
—¿Katniss? —preguntó Peeta, tomándole el brazo con preocupación, al verla tan alarmada y modificada de saber a donde fue a parar la flecha.
—¡Es ella! —Responde la Alfa con voz entrecortada, incapaz de apartar la mirada del cuerpo caído.
—¿Quién? —insistió Peeta, buscando respuestas mientras la sacudía suavemente por los hombros.
—Son ellos, todos ellos —contesta Katniss, su voz ahogada y cargada de emoción—. Rue, la Comadreja y… todos los demás tributos.
El silencio que siguió pesaba en el aire, mientras ambos comprendían que no solo luchaban contra mutaciones, sino contra sombras del pasado que volvían a la vida para perseguirlos, el capitolio tenía normas muy crueles de hacerlos sufrir. El pobre corazón de Peeta se volvió pesado y las ganas de llorar no faltaron, no podía contenerse por lo tanto algunas lágrimas salieron rodando por sus mejillas.
—¿Qué les han hecho? —preguntó Peeta, con la voz quebrada y los ojos llenos de horror al reconocer a aquellos seres que una vez fueron humanos. Su alma parecía desgarrarse ante la maldad de hombres que no permiten ni siquiera el descanso en la muerte, transformando cuerpos en abominaciones—. ¿Crees… crees que esos son sus ojos de verdad?
Katniss apenas tuvo tiempo para responder. Un nuevo asalto comenzó al instante: los mutos se habían dividido en dos grupos que avanzaban por los laterales de la Cornucopia, usando sus poderosas patas traseras para impulsarse hacia ellos con una violencia brutal.
Un par de dientes afilados se cerraron a pocos centímetros de la mano de Katniss, rozando su piel. El peligro era inmediato y palpable.
Peeta gritó al ver la amenaza, sintiendo cómo algo tiraba de su cuerpo hacia abajo con una fuerza implacable. La gravedad y el dolor de su pierna herida intentaban acabar con su resistencia, pero Katniss no se rindió. Apretó con firmeza su brazo, sosteniéndolo con la fuerza de alguien que se niega a caer.
—¡Mátalo, Peeta, mátalo! —ordenó decidida.
Peeta apenas tuvo tiempo de dudar. Con un rápido movimiento, clavó su cuchillo en la bestia que los atacaba, hundiéndolo profundamente. El grito gutural del mutante fue una mezcla de furia y dolor. Con un esfuerzo sobrehumano, el omega logró arrastrarse junto a Katniss hacia la parte alta de la estructura, donde el menos terrible de sus problemas los esperaba: Cato.
El joven estaba aún tumbado, débil pero con la mirada fija en ellos, como si su sola presencia fuera una amenaza. A pesar de su estado, había algo en él que parecía contener una última chispa de desafío, y ambos sabían que esa confrontación estaba lejos de terminar. Era momento de conseguir un vencedor.
Notes:
Regresemos recargadas, lo siento por la espera.
Chapter 23: Ganadores
Notes:
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Chapter Text
Tras la confrontación con los mutos, por un momento Peeta creyó que lo difícil ya había pasado. Sus ojos se abrieron y gotas de sudor bajaron por su rostro cuando comprendió que la amenaza más letal estaba con ellos. Cato aún no se levantaba, aunque respiraba con más calma y pronto estaría lo bastante recuperado para lanzarse contra ellos. Derribarlos le sería fácil: era mucho más fuerte en combates cuerpo a cuerpo, y el Omega no podía ayudar demasiado con la pierna tan lastimada, Katniss por otro lado, nunca había sido buena luchadora en cuerpo a cuerpo, una guerrera de largo alcance sin duda, pero era una pluma en peso, aun con su altura. Los mutos harían el trabajo más difícil por él, antes de que pudieran adelantarse a la confrontación.
Katniss tensó el arco y disparó sin titubear. Ella no era como él, que prefería analizar los hechos; la alfa prefería la acción. Pero algo interceptó la flecha antes de que alcanzara su objetivo: Thresh, el único con la capacidad de saltar tan alto. La flecha impactó en él, derribándolo y frustrando sus intentos de tomar ventaja. Sin duda los distrajo.
Estaba a punto de encontrarse con Katniss cuando alguien lo apartó con brutalidad. Todo ocurrió tan deprisa que, por un instante, creyó que un muto había logrado escalar para atraparlo. Pero no: era Cato, que lo sujetó con una fuerza implacable, inmovilizándolo al presionar su cuello con un brazo como un hierro ardiente.
Peeta intentó desgarrar aquella presa con las uñas, buscando desesperadamente un resquicio de libertad, pero sus fuerzas ya lo habían abandonado. Había luchado con tanto empeño para llegar a ese instante, que olvidó que la última recta siempre es más letal que el camino entero. Cada error cometido pesaba ahora como una sentencia.
Lo comprendió demasiado tarde, cuando el aire comenzó a faltarle y cada bocanada se convertía en un tormento. Ni siquiera supo con certeza qué lo estaba matando: ¿el ahogo que consumía su cuerpo o la herida abierta por las bestias que lo habían acechado antes?
De una manera o la otra Peeta se estaba dando por vencido en sobrevivir junto a su amor, si daba un paso hacia atrás dejando a Cato en el borde podían caer los dos juntos y de esa manera podía hacer que Katniss ganará, este juego al final de cuentas desde el principio estaba destinado a que uno ganará que las reglas cambiarán durante el transcurso no alteraba nada. Trato de poner en marcha su plan pero fue impedido cuando sus pies no respondieron. Katniss por su parte se veía abatida dudosa pero terca, con las cejas fruncidas y el rostro contrariado, no estaba en su naturaleza abandonar, Peeta lo sabía, en como había criado a Prim, en como era la cabeza de su casa, en como lo había buscado a pesar de todo. No era raro ver que mantenía la flecha apuntando a la cabeza de Cato, amenazando con tomar su vida en venganza por la otra.
No había mucho que hacer, ya que el beta portaba una malla ajustada color carne que cubría la mayor parte del cuerpo, una armadura de alta calidad dada como premio en el banquete. Peeta debió pensar antes que algo así sería entregado a Cato, porque en todos los juegos se vio que no querían verlos triunfar a ninguno.
—Dispárame y él se cae conmigo —dijo Cato en un aliento tembloroso, muy diferente al monstruo burlón que había conocido. Porque la burla y crueldad estaba ahí como siempre, pero existía este sabor frenético, desquiciado que le contaba algo mas crudo, ¿así se sintió perder lo que amas? Porque aunque Peeta no lo podía ver con claridad presentía que tenía una sonrisa burlona en la cara, como si haber acorralado por completo a Katniss habría significado la gloria.
La batalla era entre Katniss y Cato, claramente, porque el omega jamás le había importado al beta nada mas que para llegar a la Alfa. Era una batalla para ver quién podía mantener su convicción por más tiempo.
Si en algún punto la Alfa decidía terminar por completo con el asunto el beta terminaría muerto, y si el beta lo asesinaba la joven no tendría ningún impedimento para atravesarle el cráneo, así que si mataba a Cato caía Peeta con él, pero si Cato lo mataba Katniss haría que cayera con él. Así podían durar horas. Y en ambos casos su vida no dependía de el.
El aire se volvió denso. Peeta sentía cómo sus labios comenzaban a entumecerse y a ponerse azules. Le quedaba poco tiempo antes de desmayarse, y entendió que, si caía, Cato usaría su cuerpo como un arma contra Katniss. Al mirarlo de reojo, vio en su rostro miro el triunfo sobre ellos, y eso el Omega no lo iba a permitir.
La única parte de su cuerpo que Peeta podía mover con libertad eran los dedos. Los flexionaba desesperado, intentando que Cato aflojara la presión, pero fue inútil. Cada intento solo hacía que el agarre se volviera más cruel, como si Cato disfrutara del ahogo. Entonces dejó de forcejear y optó por algo distinto: golpeó con un dedo el dorso de la mano de su captor, rogando en silencio que Katniss entendiera el mensaje.
El cuerpo del tributo del distrito dos se tensó detrás de él en comprensión, fue cuando lo supo: Katniss había visto la señal. Un instante después la flecha silbo en el aire atravesando la mano de Cato con un chasquido húmedo. El grito que lo siguió fue desgarrador y la presión en su cuello cedió de golpe.
Peeta con las fuerzas que le quedaban se lanzo contra el, más por iniciar que por voluntad propia, por un segundo creyó que caerían ambos al vacío. Sin embargo, sintió el agarré con fuerza de Katniss sobre si. El beta resbaló por la superficie con sangre seca del cuerno, cayendo al llano. Fue un golpe sordo seguido de un quejido ahogado y los mutos no esperaron mucho para abalanzarse por su presa.
Peeta se aferró al brazo de la Alfa, conteniendo la respiración, aguardando el cañonazo que sellaría el final. Pero los minutos se fueron amontonando unos sobre otros, pesados como plomo, y la libertad que anhelaban con desesperación nunca llegó. El silencio del Capitolio era tan denso, tan cruel, que dolía como un puñal hundido en el pecho.
De pronto, aquel silencio se rompió: gruñidos, ladridos y alaridos humanos se mezclaron con los chillidos de las bestias. Peeta comprendió entonces que la armadura de Cato lo mantenía con vida y que la agonía podía prolongarse durante horas. A ratos, el eco metálico de un golpe contra el cuerno dorado retumbaba en la arena, o el grito final de algún muto caía hecho pedazos en el aire, Peeta supo que Cato aún blandía un arma escondida, aferrándose a la vida.
El combate giraba en círculos alrededor de la Cornucopia, como un baile macabro. El Omega entendió que Cato buscaba trepar por la punta para alcanzarlos, aferrándose a su último instinto de supervivencia. Pero ni su fuerza ni su entrenamiento bastaron. No supo cuánto tiempo pasó hasta que, exhausto, el tributo del dos cayó al suelo y los mutos lo arrastraron hacia las fauces del cuerno. Peeta pensó que lo ejecutarían al instante, que el cañonazo tronaría por fin. Sin embargo, el cielo permanecía mudo.
Al caer la noche, el himno retumbó en el cielo como un recordando a quienes le pertenecen, pero la prueba de su victoria seguía ausente. Ni una sola imagen brilló. Bajo sus cuerpos, el metal de la Cornucopia transmitía los débiles gemidos del moribundo. Peeta, con un estremecimiento, se tapó los oídos para ahogar aquel sonido que se filtraba como veneno en su mente. El viento helado que barría la llanura le arrancó un escalofrío: los Juegos no habían terminado. Podían alargarse hasta quebrarlos por completo. La victoria seguía siendo un espejismo.
Sintió la mirada de Katniss clavarse en él. Entendió al instante la preocupación: la sangre corría por su pierna con más fuerza que nunca, como si quisiera abandonarlo antes que los Juegos lo hicieran. Sus mochilas y provisiones habían quedado atrás, junto al lago, en el lugar donde huyeron de la manada, y ahora no tenían vendas ni nada con qué detener la hemorragia.
Katniss, temblando como una hoja, se arrancó la chaqueta sin dudar. Se quitó la camisa en un solo movimiento y volvió a enfundarse la chaqueta de inmediato, apenas unos segundos expuesta al aire glacial. Aun así, sus dientes castañetearon con un sonido seco, como si el frío estuviera dispuesto a quebrarla por dentro.
Peeta se dejó caer de espaldas cuando ella se lo ordenó. Sabía que aquello no se resolvería con un simple vendaje improvisado. La vio rasgar con decisión una manga de su camisa y ceñirle la pierna, justo por debajo de la rodilla. Después, con un nudo a medio hacer, clavó su última flecha y la giró con fuerza, apretando hasta que la hemorragia cedió. El omega es consiente que cualquier cosa que saliera mal podía causar la perdida de su pierna o su muerte. Se le aseguro la herida con el resto de la tela y, la joven exhausta, se tumbó a su lado.
—No te duermas —susurró Katniss, con un filo de urgencia en la voz.
Peeta comprendió que el miedo de ella no era exagerado. Él mismo sentía cómo el cansancio lo arrastraba, pesado como plomo.
—¿Tienes frío? —murmuró.
Peeta bajó la cremallera de su chaqueta y, con un esfuerzo torpe, se acomodó frente a Katniss, quedando sentado a horcajadas sobre su regazo, cara a cara. La rodeó con los brazos, colgándose de ella con todo el peso de su cuerpo, como si temiera que soltarla significara desaparecer. Sentía la pierna herida torcida, en una posición incómoda, casi peligrosa, pero no le importó. Si aquel era su último aliento, que lo sorprendiera así, anclado a su calor.
El calor compartido apenas lograba contener el avance implacable del frío, que se filtraba por sus huesos como un veneno silencioso. La noche, oscura y sin piedad, no haría más que afilar sus garras heladas. Bajo ellos, el metal de la Cornucopia se enfriaba sin tregua, un cruel recordatorio de que, apenas instantes atrás, había estado ardiendo con la furia de la batalla.
—Puede que Cato acabe ganando —susurró Katniss en su oído.
—No digas eso —respondió él, acurrucándose aún más contra ella para protegerla del frío, aunque sus propios temblores eran peores que los de Katniss.
Las horas que siguieron fueron las más largas que Peeta pudiera recordar. El ambiente era un tormento helado, pero lo que realmente lo quebraba eran los sonidos que venían del cuerno: Cato seguía vivo. Gemidos, súplicas, llantos sofocados… cada uno más débil que el anterior. Con el paso del tiempo, a Peeta ya no le importaba qué clase de persona había sido ese tributo; solo murmuraba, casi sin voz, una plegaria para que todo terminara de una vez.
—¿Por qué no lo matan ya? —preguntó Katniss, y el susurro en su cuello le provocó un escalofrío que le recorrió la columna como un latigazo.
—Ya sabes por qué —dijo Peeta, cerrando los ojos, apretándola con más fuerza, como si Katniss fuera el único ancla que lo mantenía a salvo de aquella pesadilla.
Peeta lo sabía y tenía la sospecha de que Katniss igual: el Capitolio no desperdiciaría un espectáculo así. Ningún espectador apartaría la vista de esa agonía interminable.
La tortura se prolongó hasta borrar todo lo demás: recuerdos, esperanzas, cualquier cosa que no fueran el frío, el miedo y el sonido desgarrador de un chico muriendo dentro del cuerno.
El sueño empezó a arrastrarlo como un río helado. Cada vez que su cabeza se inclinaba, Katniss gritaba su nombre, la voz subiendo de volumen, y lo sacudía con brusquedad para impedir que cerrara los ojos. Peeta entendía que no lo hacía solo para salvarlo: lo hacía para no quedarse sola. Y lo comprendió con un nudo en el pecho. Para él, el desmayo sería un descanso, un escape, pero se obligó a resistir, porque su miedo dolía más que su propia herida.
La única señal de que el tiempo avanzaba era el lento desplazamiento de la luna. Peeta la señalaba una y otra vez, como si marcar su posición ayudara a Katniss a mantenerse calmada de que aún seguía en los juegos. A ratos, esa luz fría encendía una chispa de esperanza, pero la noche siempre terminaba por aplastarla con su peso interminable.
Cuando el cielo empezó a desvanecerse en tonos grises, Peeta murmuró con voz ronca que el sol ya estaba saliendo. Vio el alba borrando las estrellas, lenta, implacable. Peeta no pudo verse a si mismo en la claridad pero una mirada de Katniss le vasto para saber que no estaba bien.
Pero el cañonazo aún no había sonado. Peeta se bajó de Katniss y apoyó la oreja contra el metal de la Cornucopia. Escucho: una voz humana, rota y cercana. Cato seguía vivo.
—Creo que está más cerca. Katniss, ¿puedes dispararle?
Si Cato estaba junto a la entrada, tal vez un disparo bastaría para acabar con su agonía. En este punto, sería un acto de misericordia.
—Mi última flecha está en tu torniquete.
—Pues aprovéchala bien —respondió Peeta.
Sintió cómo retiraba la flecha y cómo el dolor punzante regresaba al instante, mientras Katniss volvía a apretar el torniquete con sus dedos entumecidos. La vio frotarse las manos con desesperación, intentando arrancarles algo de calor antes de arrastrarse hacia el borde del cuerno. Cuando se inclinó para asomarse, Peeta la sujetó con fuerza, como si temiera que el frío o el cansancio la hicieran resbalar hacia la muerte.
Katniss levantó el arco con manos firmes, pero Peeta entendió que no era la venganza lo que guiaba su tiro, sino la compasión, un acto de misericordia en medio del horror. La flecha salió disparada. Peeta la sostuvo por un instante, ayudándola a volver a lo alto del cuerno, donde ella permaneció, con el arco vacío entre las manos.
—¿Le has dado? —susurró él. Un cañonazo respondió por ella.
—Entonces hemos ganado, Katniss —añadió Peeta, la voz sin emoción, como si la victoria fuera un precio demasiado caro.
—Bien por nosotros —respondió ella, pero su voz no traía alegría; estaba vacía, fría, marcada por todo lo que habían presenciado.
En ese instante, un agujero se abrió en la llanura y, como si obedecieran órdenes invisibles, los mutos que quedaban saltaron dentro. La tierra se cerró sobre ellos, borrando para siempre todo rastro de su presencia.
Peeta giró la cabeza en todas direcciones, esperando ver el aerodeslizador descender sobre el cuerpo de Cato, las trompetas, los anuncios, cualquier señal que confirmara que habían ganado. Pero no llegó nada. Ni un sonido, ni una luz, nada que marcara el final.
—¡Eh! —gritó Peeta al aire, su voz temblando de incredulidad—. ¿Qué está pasando?
La única respuesta fue el canto de los pájaros que comenzaban a despertar, ajenos a la agonía que se había vivido apenas momentos antes.
—Quizá sea por el cadáver… quizá tengamos que apartarnos —murmuró, intentando calmar su propia ansiedad, aunque todo le resultaba extraño, fuera de lugar.
—Vale… ¿crees que puedes llegar hasta el lago? —preguntó Katniss, confiando en sus palabras, en ese hilo de esperanza que aún quedaba.
—Creo que será mejor que lo intente —respondió él, apretando los dientes, preparándose para cada paso, consciente de que cualquier error podía ser el último.
Descendieron con cuidado por el extremo del cuerno y cayeron al suelo. Peeta apenas podía entender cómo lograba moverse: sus extremidades estaban rígidas, y cada paso hacía que la herida ardiera como fuego vivo. Katniss bajó primero, estiró y agitó brazos y piernas para espantar el entumecimiento, y luego lo ayudó a incorporarse. Con esfuerzo, lograron avanzar hasta el lago. Ella recogió agua helada y se la ofreció; Peeta bebió con ansias, y luego ella hizo lo mismo, sintiendo cómo el frío les recordaba que seguían vivos, pero vulnerables.
Un largo silbido de un sinsajo cortó el aire: el aerodeslizador había llegado y se llevaba el cuerpo de Cato. Peeta sintió un alivio momentáneo, una chispa de esperanza: ahora vendrían a por ellos, ahora sí podría terminar todo.
Pero la espera no cedió.
—¿A qué están esperando? —preguntó Peeta, la voz débil, rasgada por el cansancio y el dolor.
El esfuerzo de llegar hasta el lago y la pérdida del torniquete habían reabierto su herida, recordándole lo frágil que seguía siendo.
—No lo sé —respondió Katniss, apretando los dientes mientras sus ojos escaneaban el horizonte, buscando cualquier señal que confirmara que el tormento había terminado.
La vio levantarse, para alejarse de su lado con la mirada clavada en el suelo como si buscará algo que se le hubiera caído. Cuando lo encontró se agachó y recogió una flecha, aquella que había rebotado contra la armadura de Cato. Iba a usarla como improvisado soporte para el torniquete, cuando de repente la voz de Claudius Templesmith retumbó por todo el estadio:
—Saludos, finalistas de los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre. La última modificación de las normas ha sido revocada. Tras una revisión más detallada del reglamento, se ha decidido que solo puede haber un ganador. Buena suerte… y que la suerte esté siempre de vuestra parte.
El aire pareció detenerse. Cada palabra golpeaba como un martillo sobre su mente exhausta. La esperanza que se había aferrado a él, la sensación de que todo había terminado, se desvanecía de golpe. Ahora volvía a estar en el juego, y la sombra de la traición del Capitolio car con mas peso que nunca.
Un chillido agudo recorrió el lugar por la estática del micrófono, y luego, un silencio que pesaba más que cualquier grito.
Peeta observó a Katniss, que lo miraba con incredulidad. En ese instante, el joven Omega comprendió una verdad brutal: nunca habían tenido intención de dejarlos vivir a ambos. Todo había sido planeado para el final más dramático posible y ellos habían caído directo en la trampa.
El debió morir desde que fue herido por la espada, para evitarles el placer de acabar con ellos de esa manera.
—Si lo piensas bien, no es tan sorprendente —susurró él, apenas audible.
Se incorporó con esfuerzo, sintiendo cada músculo gritar, y comenzó a avanzar hacia ella. El cuchillo que llevaba en el cinturón pesaba como si fuera de plomo, un recordatorio de la realidad que aún los amenazaba. Cuando sus miradas se cruzaron, Katniss reaccionó al instante: sus manos se movieron por reflejo, elevando el arco y apuntándole directo al corazón.
Peeta arqueó las cejas; solo quería deshacerse del arma en el lago, pero la alfa creyó que deseaba atacarla. Katniss comprendió en ese instante y dejó caer el arco , retrocediendo un paso, el rostro encendido por la vergüenza y el alivio a la vez.
—No —la detuvo—, hazlo.
Con resignación, se acercó cojeando y volvió a colocar las armas en sus manos. Le daría lo necesario para acabar con su vida; después de todo, desde el principio era la resolución que Peeta había planeado: él muerto y ella, ganadora.
—No puedo… no lo voy a hacer —susurró Katniss, la voz quebrada por la tensión.
—Hazlo… antes de que nos envíen de nuevo a esos mutos o cualquier otra cosa. No quiero morir como Cato —replicó Peeta, con firmeza contenida, pero el miedo brillando en sus ojos.
Ella le devolvió las armas con un empujón cargado de furia y desesperación.
—Pues dispárame. Vete a casa y vive con ello.
Peeta sintió el filo de esas palabras como un corte directo al corazón. Sabía que para ella, morir en ese momento podía parecer más fácil que soportar lo que quedaba de aquel mundo cruel.
—Sabes que no puedo —dijo él, dejando caer las armas al suelo con un golpe sordo—. Vale… de todos modos… yo seré el primero en morir.
El silencio que siguió parecía aplastar todo a su alrededor, y cada respiración, cada latido, era un recordatorio de lo frágil que era la delgada línea entre la vida y la muerte.
Pero si la Alfa no le haría el favor de acabar con él, entonces él lo haría por ella. Sin dudarlo, se inclinó y arrancó la venda de su pierna, dejando que la sangre brotara libre y caliente sobre la tierra fría.
—¡No, no puedes suicidarte! —gritó Katniss, arrodillándose y presionando con desesperación la herida, sus manos temblando mientras intentaba contener la marea roja.
—Katniss… es lo que quiero —dijo él, la voz extrañamente tranquila, aunque su corazón latía como un tambor enloquecido.
—No vas a dejarme sola —insistió ella, la voz rota y cargada de miedo, haciendo que él comprendiera que su muerte no sería solo una pérdida: sería su condena, un abismo imposible de cruzar o al menos eso quería creer.
Peeta la sostuvo con fuerza por los hombros, sus dedos clavándose en ella como un ancla, y la obligó a incorporarse. Sus miradas se cruzaron, un choque de miedo y amor, y por un instante, el mundo entero pareció desvanecerse alrededor de la sangre, el frío y la desesperación.
—Escucha. Los dos sabemos que necesitan a su vencedor. Y solo puede ser uno de nosotros. Por favor, acéptalo. Hazlo por mí.
Con la voz cargada de desesperación y un nudo ahogándole la garganta, el Omega empezó a hablar, dejando escapar todo aquello que nunca ha dicho en voz alta. Si Katniss alguna vez creyó que su amor era grande, no podría compararse con el de él. Peeta estaba dispuesto a morir por ella sin vacilar; soportaría torturas inimaginables solo por volver a escuchar su voz de ángel, porque cuando ella hablaba, el mundo entero quedaba en silencio.
Pero sus palabras se estrellaron contra oídos sordos. En lugar de ceder, vio un destello peligroso encenderse en los ojos de la Alfa, algo que le heló la sangre.
Katniss llevó la mano al cinturón y desenganchó el pequeño saquito que contenía las bayas venenosas. Al comprender su intención, Peeta le atrapó la muñeca con una fuerza desesperada. No iba a permitirlo.
—No. No te dejaré.
—Confía en mí —susurró ella, y su voz, cargada de una hipnótica determinación, quebró toda resistencia en Peeta, que terminó asintiendo con un leve movimiento de cabeza mientras ella le ofrecía tácitamente el fin unidos.
El Omega conocía lo suficiente a su Alfa para saber que aquella acción escondía un plan. Pero él estaba tan agotado, tanto física como mentalmente, que ya no quería pensar en nada. Le dejaría todo a ella; se limitaría a obedecer, a ser complaciente.
Katniss abrió el saquito, vertió un puñado de bayas en su mano y tomó unas cuantas para sí.
—¿A la de tres? —propuso con voz firme.
—A la de tres —respondió él, inclinándose para rozar sus labios con un beso suave, un instante suspendido en el aire que podía ser el último. Después, se pusieron de pie, espalda contra espalda, unidos por la mano que aún se negaban a soltar.
—Enséñalas —pidió Peeta—. Quiero que todos lo vean.
El Capitolio debía presenciar hasta dónde estaban dispuestos a llegar con tal de no perderse el uno al otro. Porque si existía un instinto tan poderoso que obligaba a matar para sobrevivir, también había un sentimiento aún más fuerte que impedía asesinar a quien se ama. Y, para desgracia de los vigilantes, los únicos que quedaban en pie en aquella arena eran precisamente quienes aún conservaban su humanidad.
Katniss abrió los dedos, dejando que las bayas resplandecieran bajo la luz del sol como un desafío silente. Peeta sintió el último apretón de su mano: no era valentía, no era rendición era una despedida disfrazada de pacto.
—Uno… —Quizá estaban cometiendo un error.
—Dos… —Quizá al Capitolio no le importara que murieran los dos.
—¡Tres!
Ya no había marcha atrás. Las bayas rozaron sus labios mientras el mundo parecía contener la respiración. Peeta la miró una última vez, grabando cada rasgo en su memoria. Entonces, justo cuando iban a morder, el aire se desgarró con el estruendo de las trompetas.
La voz agitada de Claudius Templesmith retumbó sobre la arena:
—¡Paren! ¡Paren! ¡Damas y caballeros, me llena de orgullo presentarles a los vencedores de los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre: Katniss Everdeen y Peeta Mellark! ¡Les presento a… los tributos del Distrito doce.
Notes:
Este es el penúltimo capitulo, espero que lo disfrutarán.