Chapter Text
El sabor del hierro llenaba su boca.
Muichiro Tokito yacía sobre el suelo, su cuerpo destrozado, los pulmones llenos de sangre y los ojos apenas abiertos hacia un cielo nocturno que temblaba. A su alrededor, los ecos de la batalla ardían como brasas encendidas. La luna, enorme y cruel, se alzaba en el firmamento, testigo silencioso de una guerra que nadie recordaría como debía.
Había vencido. Había cumplido su deber. Y sin embargo...
-Aún no es suficiente...- susurró, apenas audible.
La imagen de Kokushibo desplomándose ante él debería haberle traído paz. Pero en su corazón, algo latía con desesperación. Un presentimiento. Una voz callada en su alma que decía:
"Despierta, aún no has terminado."
No eran palabras. Era una emoción cruda, salvaje, como el aullido de una bestia bajo una luna desconocida. Un llamado.
Él no creía en el destino. Pero en ese instante, mientras sus últimos alientos se escapaban como bruma de invierno, supo que su alma no desaparecería del todo. Que algo, más allá de la muerte, lo arrastraría hacia una nueva batalla. Hacia un nuevo mundo.
Y entonces, dejó de sentir dolor. Dejó de sentir miedo.
Solo el eco de esa voz ancestral:
"Vengan... El futuro necesita de ustedes."
Izuku Midoriya, un niño de 4 años que estaba con su madre Inko Midoriya. Ambos encaminándose al doctor especialista, Izuku iba muy emocionado al esperar su peculiaridad, una vez en el doctor.
La sala del consultorio estaba fría, silenciosa. Izuku balanceaba los pies nerviosamente desde la silla, sin dejar de mirar la pantalla brillante que mostraba una imagen borrosa de sus huesos.
El doctor suspiró con resignación, cerrando la carpeta médica.
-No tiene un quirk.
Las palabras flotaron en el aire, pesadas, definitivas.
- ¿Está completamente seguro? - preguntó Inko, con la voz temblorosa y el rostro pálido. Apretaba la mano de su hijo con fuerza. - ¿No podría... manifestarse más tarde? -
El doctor negó con la cabeza y giró el monitor.
-Mire aquí- dijo, señalando. -Esta articulación en el dedo del pie... Los primeros estudios sobre quirks descubrieron que la mayoría de las personas con habilidades nacen sin ella. Es un indicador físico bastante confiable. Su hijo conserva la articulación. Es un patrón genético típico de aquellos sin quirk. -
Izuku no entendía todo lo que decían, pero comprendía lo esencial.
No podría ser un héroe.
-Es un caso completamente normal- añadió el doctor, como si eso aliviara el peso de lo dicho. -Un veinte por ciento de la población nace así. No es culpa de nadie. -
Las palabras no hacían eco. Eran huecas.
Inko tragó saliva y asintió, aunque sus ojos estaban empañados. Izuku solo miraba el suelo.
Había imaginado tantas veces cómo sería el día en que descubriera su poder. Había dibujado trajes, había soñado con salvar gente. Pero ahora, ese sueño parecía muy lejano, como si fuera de otra persona.
Entonces, por un instante, algo se movió dentro de él.
No era un quirk. No era nada que pudiera explicar.
Era una sensación silenciosa, invisible... Como si el mundo le hubiera cerrado una puerta, pero dentro de él quedara una ventana apenas entreabierta, dejando entrar un aire distinto, desconocido. Algo que ni siquiera tenía forma.
Y luego, nada.
La sensación se desvaneció como un suspiro.
Esa noche, en casa, su madre lo abrazó mientras lloraba.
-Lo siento... lo siento tanto, Izuku...
Él no dijo nada. No lloró.
No porque no doliera, sino porque... aún no entendía por qué sentía que eso no era el final.
- ¡Y mi quirk va a ser igual al de All Might! - decía Izuku, con una sonrisa brillante y los ojos muy abiertos, mientras mostraba a sus compañeros su cuaderno lleno de dibujos de héroes.
-Tú no tienes quirk, Deku- le respondió un niño con un brazo elástico que se estiraba como goma. - ¡Tu mamá lo dijo! ¡Mi papá la oyó en el trabajo del hospital! -
- ¡No es cierto! ¡Solo no ha salido todavía! - replicó Izuku, abrazando su cuaderno como si lo protegiera del mundo.
-¡Eres un mentiroso! - añadió Kacchan. -Y no puedes ser héroe si no tienes quirk. Solo los raros nacen sin uno Deku.-
Izuku retrocedió un paso, confundido. Sus mejillas se enrojecieron.
-Pero... ¡el doctor no dijo que yo no pudiera ser héroe! -insistió con voz temblorosa. -Solo dijo que no tenía un quirk... todavía. -
Los niños rieron. Uno le arrebató el cuaderno y lo lanzó al suelo.
- ¡No vas a salvar a nadie con dibujitos, Deku! -
Izuku corrió a recoger su cuaderno, con los ojos empañados y la voz trabada. Aún no sabía que llorar en público podía empeorar las cosas.
No entendía por qué dolía tanto. Ni por qué su pecho estaba tan apretado. Solo sabía que... algo no estaba bien.
¿Por qué él era diferente? ¿Por qué no era suficiente?
Esa noche, abrazado a su cuaderno como si fuera un escudo, susurró en voz baja:
-Tal vez... solo tengo que esperar un poco más. -
Edad: 14 años
El sol golpeaba fuerte sobre la pista de atletismo. Izuku corría con todas sus fuerzas, jadeando, empapado en sudor. Sus piernas ardían, sus pulmones quemaban, y aún así seguía adelante.
No por orgullo. No por rabia.
Solo porque no podía dejar de intentarlo.
A un lado, los demás usaban quirks para impulsarse más rápido, saltar más alto o multiplicarse para tomar atajos. Nadie se esforzaba como él. Nadie tenía que hacerlo.
- ¡Deku, ya bájate! ¡Estás arrastrándote como un gusano! —gritó Kacchan, entre risas.
Izuku no contestó. Se dobló de dolor, con las manos sobre las rodillas, y vomitó a un lado de la pista. Algunos se alejaron con disgusto.
La profesora no dijo nada.
Sentado en el césped al final de la clase, con los músculos temblando, Izuku apretó los puños contra el suelo. Miró sus propias manos, ásperas y torpes.
No servían para disparar fuego.
No se volvían invisibles.
No creaban hielo ni electricidad.
Solo... eran manos.
"¿Qué se supone que haga con esto...?"
La pregunta le pesaba cada vez más.
A lo lejos, un grupo hablaba de sus metas en la U.A.
Izuku bajó la mirada.
Él seguía soñando. Pero el mundo no le daba permiso.
Era de noche e Izuku recién salía de la escuela porque lo habían castigado por algo que él no había hecho, Kacchan estaba golpeando a un niño en el receso y el solo quería ayudar, no esperaba meterse en problemas, pero terminó teniendo el castigo (que debió recibir Kacchan y no Izuku) y ahora está saliendo a las 7:15 pm de la escuela, por suerte él vive a solo unas cuadras de la escuela, se estaba haciendo más tarde así que decidió tomar un atajo por debajo de un puente hasta que se empiezan a escuchar sonidos extraños saliendo de la alcantarilla debajo de los pies de Izuku, pero era demasiado tarde para correr cuando el villano de lodo lo alcanzó.
-Tú me servirás para esconderme de todos esos héroes- mientras comienza a envolverse en el cuerpo de Izuku.
Izuku arañó y pataleó, pero no podía librarse, intentó gritar, pero el lodo empezó a ingresar por la boca y por las fosas nasales. ¿Él iba a morir? ¿Asfixiado sin haber hecho nada en su vida?
De repente algo cambió, sintió jalones, pero no se veía nada ni a nadie, no recordaba a ningún héroe que tenga peculiaridad de invisibilidad así que tenía que ser alguien más hasta que logró salir del lodo.
- ¡¿Qué está pasando?! ¿Dónde estás? – decía alarmado el villano intentando encontrar al responsable de arrebatarle a su víctima.
Frente de Izuku aparece de pie sobre la acera, un hombre delgado de cabello blanco verdoso, ojos morados afilados y una expresión impasible, vestía ropas claras y parecía haber salido de una época distinta.
El villano de lodo retrocedió como si hubiera reconocido algo peor que la muerte.
- ¿Qué... ¿Quién eres? -gruñó la criatura, reagrupándose.
El extraño no respondió de inmediato. Solo lo miró con una calma fría, casi desinteresada.
-No es de tu incumbencia- dijo finalmente con voz baja, antes de levantar su mano derecha, dos dedos al frente.
Un destello tenue surgió en sus ojos.
En un parpadeo, el villano gritó, como si algo invisible lo hubiese atravesado. La masa de lodo se desarmó y se dispersó contra una pared. No quedó nada más que un charco inerte.
Izuku seguía en el suelo, con la garganta ardiente, observando con los ojos desorbitados.
-¡T-tú...! ¿Qué hiciste? ¿Eso fue un... ¿Un capricho?-
El hombre se giró lentamente hacia él. Su mirada era directa, pero no hostil.
-Llámalo así si quieres- dijo con un tono que no invitaba a preguntas.
Se agachó un poco, analizando a Izuku.
-Estás bien. Eso es suficiente. -
- ¿Q-quién eres? ¿Cómo... sabías que estaba en peligro? -
-Tengo mis formas de percibir lo que otros no ven. -
Izuku se quedó sin palabras. Algo en su presencia era... antiguo. Inmóvil. Como si el mundo moderno no terminara de tocarlo.
- ¿Eres un héroe? -preguntó, aun jadeando.
El hombre entrecerró los ojos. Luego se irguió y comenzó a alejarse.
-Los héroes... usan trajes brillantes y hacen discursos. Yo no hago ninguna de las dos cosas. -
- ¡E-espera! ¡Al menos dime tu nombre! -
El extraño se detuvo. Sin girarse, murmuró:
-Yushiro. -
Y desapareció en la noche.
Izuku se quedó ahí, temblando. No solo por el susto, sino por la extraña energía que ese encuentro había dejado. Como si algo dormido en su interior hubiese abierto los ojos por primera vez. Yushiro estaba escondido en las sombras vigilando que Izuku llegue bien a casa hasta que se percató de que Izuku no paraba de toser la baba del villano de lodo, así que Yushiro salió de las sombras y se dirigió a Izuku.
La sala de urgencias del hospital general de Musutafu estaba llena de luces brillantes y un aire artificial. La recepcionista apenas levantó la vista cuando Yushiro cruzó las puertas, cargando a Izuku.
-Fue atacado por un villano- dijo Yushiro con calma tensa. -Necesita atención médica. -
La mujer asintió y comenzó a teclear.
-Nombre del paciente. -
-Midoriya Izuku- respondió el joven con voz débil.
Yushiro lo miró de reojo. El chico estaba pálido, tembloroso, y apenas podía sostenerse de pie.
- ¿Edad? -preguntó la recepcionista.
-Catorce. -
- ¿Tipo de quirk? -
Antes de que Izuku pudiera responder, una voz proveniente del fondo del pasillo interrumpió:
- ¿Midoriya Izuku? -
Un médico de mediana edad, con bata blanca y gafas, se acercó lentamente, reconociendo al chico de inmediato.
- ¿Eres tú? El niño del caso clínico sin quirk... ¿Verdad? -
La recepcionista lo miró, curiosa. El doctor se volvió hacia ella.
-Lo vi hace unos años con su madre. Confirmado: sin quirk. Totalmente inactivo. -
El ambiente cambió. La recepcionista dejó de teclear. El murmullo entre el personal se volvió incómodo, casi invisible, como un susurro que flotaba entre las luces frías.
-Ah… Ya veo- dijo finalmente la mujer, con un tono más distante.
-Entonces… según protocolo, los recursos de urgencias para víctimas de ataques quirks están priorizados para ciudadanos con habilidades registradas. -
- ¿Qué estás diciendo? -Yushiro entrecerró los ojos.
-Hay centros comunitarios en el distrito siete- continuó ella, como si recitara un guion. -Atienden personas sin quirk. Pero están algo saturados. Podría llamar un taxi… si desea. -
Izuku bajó la cabeza. Ya ni siquiera se sorprendía.
Yushiro dio un paso hacia el mostrador, y por un instante, su presencia hizo que el aire se sintiera más denso.
-Lo han rechazado por no tener un poder que no pidió. Interesante mundo moderno. -
-Señor... le pido que no cause problemas- intervino otro enfermero con voz tensa.
Yushiro guardó silencio unos segundos.
Luego, giró sobre sus talones y se llevó a Izuku con él, sin decir una palabra más.
Afuera, la noche era densa y pesada.
Izuku caminaba en silencio junto a su salvador, sin saber a dónde iban. Cuando Yushiro sacó un teléfono pequeño y antiguo, Izuku solo lo miró con extrañeza.
-Aquí Yushiro. Tengo al chico. El hospital se negó... por la razón habitual. Necesito extracción inmediata. -
Una pausa.
-Sí. A la Finca Mariposa. -
Izuku apenas alzó la voz.
- ¿Qué es eso? -
Yushiro lo miró de reojo, su tono inexpresivo.
-Un lugar donde no se mide tu valor por un poder. -
Poco después, un vehículo silencioso, negro y sin identificación, se detuvo frente a ellos. De él bajaron dos figuras vestidas con ropajes tradicionales oscuros, cubiertos con máscaras: los Kakushis.
No dijeron palabra. Solo extendieron una camilla y con suavidad colocaron a Izuku sobre ella. Él intentó hablar, pero sus párpados pesaban demasiado. Todo lo ocurrido lo agotaba, lo sumergía.
Yushiro se inclinó sobre él antes de que se durmiera.
-Descansa, chico. El mundo ha olvidado lo que es real. Pero tú lo recordarás. -
El motor del vehículo rugió en silencio, perdiéndose en la noche.
La oscuridad no siempre es maligna. A veces, es el único refugio para quienes la luz ha rechazado.
Yushiro Kakushi