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ALMAS REENCARNADAS, SANGRE DESPIERTA

Chapter 3: Lobo y reencarnación

Summary:

Izuku Midoriya, mientras se recupera en la Finca Mariposa, es guiado por un llamado interior hasta un claro en el bosque, donde conecta con un lobo negro. Este encuentro despierta en él una nueva técnica: la Respiración del Lobo, basada en instinto y fuerza espiritual. Tras desarrollar sus seis formas, comienza a entrenar, pero se frustra por su falta de precisión.

Es entonces cuando aparece Iguro Obanai, antiguo Pilar de la Serpiente reencarnado, quien decide entrenarlo. Con su ayuda, Izuku perfecciona su estilo a lo largo de diez meses, combinando la ferocidad del lobo con la precisión de la serpiente. Al final, deja de ser solo un chico sin quirk y se convierte en el primer espadachín de la Respiración del Lobo

Chapter Text

La noche había caído sin advertencia sobre la finca mariposa. El murmullo de los árboles y el canto lejano de los insectos nocturnos llenaban el aire, mientras una bruma ligera se extendía como un suspiro por los caminos de piedra. Las glicinias parecían dormir bajo la luz de la luna.

Izuku Midoriya no podía dormir.

Algo en su interior palpitaba. Como si su alma estuviera golpeando contra una puerta que no sabía como abrir. Tomó la katana que le había sido entregada y, sin decir palabra, cruzó los jardines y se adentró en el bosque que se encontraba detrás de la finca mariposa.

El bosque era espeso, vivo. Cada hoja parecía observarlo, cada rama se movía como si respirara. Izuku no sentía miedo, pero si un respeto profundo. Algo antiguo vivía allí.

Caminó por el bosque sin rumbo. Solo seguía a un tirón en su pecho, como un hilo invisible que lo arrastraba hacia lo desconocido. Cruzó un arroyo, escaló un pequeño risco cubierto de musgo y llegó a un claro oculto entre los árboles.

Allí lo vio.

Un lobo solitario, de pelaje negro, bebía del arroyo. Alzando la cabeza, sus ojos dorados se encontraron con los de Izuku. El tiempo pareció detenerse. No hubo amenaza, solo una calma salvaje.

Izuku dio un paso adelante, el lobo no se movió.

-No sé por qué estoy aquí... pero siento que tú si lo sabes- murmuró Izuku.

El lobo caminó hacia él con elegancia. Se detuvo a centímetros de su mano. Izuku extendió los dedos con lentitud El lobo froto su cabeza contra ellos.

Algo en el alma de Izuku se abrió.

Una fuerza instintiva se encendió en su interior, como si su respiración se sincronizara con los latidos de la tierra. La katana en su mano vibro y con eso el tsuba de la katana empezó a cambiar, ahora la cabeza del lobo parecía incrustada en la katana justo donde se encontraba el tsuba. Izuku cerró los ojos, inhaló profundamente, y lo supo.

Abrió los ojos y habló:

-Respiración del lobo, primer aullido: Zarpazo lunar (un corte ascendente y curvo que imita el zarpazo de un lobo. Izuku da un salto corto y lanza un tajo diagonal con gran velocidad, ideal para decapitar demonios de forma limpia y rápida...)

El lobo aulló. No de advertencia, sino de llamado. Así empezando a llegar una manada de lobos que acudían al llamado sentándose alrededor de Izuku mientras Izuku continuaba haciendo las posturas de la respiración.

Izuku continuó, guiado por la conexión con el lobo alfa:

Segundo aullido: Eco del Bosque (Movimientos en zigzag para confundir al enemigo, generando "ecos visuales/copias" de Izuku a su alrededor mediante la vibración del aire.)

Tercer aullido: Caza Solitaria (Una serie de ataques rápidos y consecutivos en línea recta, como si Izuku fuera una flecha impulsada por instinto puro.)

Cuarto aullido: Aullido Crepuscular (Un grito silencioso del alma: Izuku libera su presión espiritual en un área amplia durante un instante, paralizando momentáneamente al enemigo con un aura feroz.)

Quinto aullido: Presa Entre Sombras (Izuku se esconde en su respiración, haciendo que su cuerpo emita menos calor y sonido. Un arte de sigilo absoluto seguido de una estocada letal directa al cuello.)

Sexto aullido: Furia del Alfa (Solo se usa como último recurso Izuku acelera su respiración al límite, permitiéndole una ráfaga de ataques devastadores en un estado de trance animal. Su katana vibra como si rugiera.)

Cuando terminó, Izuku cayó de rodillas, jadeando, con la katana aún vibrando entre sus dedos. El lobo alfa se acercó y se sentó a su lado.

-Gracias -susurró Izuku, con lágrimas silenciosas en los ojos. No sabía porque lloraba. Solo sabía que algo dentro de él ya no era el mismo.

El lobo alfa bajó su hocico y tocó su frente. Un pacto sellado sin palabras


El amanecer se filtraba entre las glicinas, tiñendo el cielo de tonos pulidos. Los pájaros trinaban en lo alto, y el aire olía a tierra renovada. Izuku se encontraba en el claro del bosque, el lobo a su lado como una sombra fiel. La katana descansaba en su regazo, y su cuerpo, aunque cansado, ardía con energía contenida.

Habían pasado varias semanas desde que despertó la Respiración del Lobo. Desde entonces, entrenaba cada día con una determinación feroz. Cada postura, cada aliento, cada corte era un paso más hacia el dominio de su propio poder. Pero sabía que aún era torpe. Que su alma ardía, pero su técnica carecía de la fineza necesaria para hacerle justicia a la espada que llevaba.

Esa mañana, mientras ensayaba el Cuarto aullido: Aullido Crepuscular, su katana se desvió unos centímetros, desbalanceando la secuencia. Cayó de rodillas con frustración.

—Demasiada presión espiritual—dijo una voz serena y cortante desde el borde del claro.

Izuku se giró de inmediato.

Allí, entre las sombras de los árboles, un hombre alto y delgado observaba. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados, y su uniforme tradicional negro contrastaba con su piel pálida. Alrededor de su cuello, una serpiente blanca con marcas en forma de diamante se deslizaba con lentitud, como si también examinara a Izuku.

—El impulso debe nacer del talón, no de la cadera. O perderás el centro de gravedad en el tercer paso.

Izuku lo miró con asombro. Algo en la presencia de ese hombre le erizaba la piel. No por miedo, sino por respeto. Era como si una sombra antigua hubiera cobrado forma.

—¿Q-qué?

—Soy Iguro Obanai —dijo con calma, como si el nombre significara algo para ambos, aunque solo uno lo recordara del todo.

La serpiente alzó la cabeza y siseó, como si saludara.

—Y este es Kaburamaru. No te preocupes, no muerde. Mucho.

Izuku parpadeó.

—¡E-espera! ¿Eres un cazador de demonios? ¡Eres una reencarnación!

Iguro asintió lentamente.

—Con todos mis recuerdos intactos. Desperté antes que la mayoría, y he estado buscando signos de los antiguos pilares. Hasta que sentí tu presencia. Tu espada. Esa respiración...

Izuku se inclinó con respeto.

—Estoy aprendiendo la Respiración del Lobo. Pero mis movimientos son torpes. No tengo a nadie que me guíe.

Iguro se acercó, y Kaburamaru se enroscó con tranquilidad en su cuello.

—Tu problema no es la forma. Es la precisión. El lobo ataca por instinto, sí, pero también mide cada centímetro de su presa. Debes aprender a observar como una serpiente. Medir la distancia. El ángulo. La respiración del enemigo.

Izuku lo miró atento mientras Iguro sacaba una pequeña vara de bambú.

—Ponte en posición. Te mostraré dónde fallas.

Así comenzó su verdadero entrenamiento.

Durante semanas, Iguro lo guió. No con elogios ni aplausos, sino con silencio, correcciones precisas y pruebas constantes. Hacía que Izuku golpeara hojas en movimiento, partiera frutas lanzadas al aire, y cortara ramas sin dejar daño al tronco.

Kaburamaru se convertía en parte del ejercicio: se deslizaba por el suelo, y Izuku debía moverse sin pisarlo. A veces se enroscaba en su brazo y le marcaba el ritmo con sus movimientos.

—Respira. Observa. Ataca. No al revés —decía Iguro, una y otra vez.

Poco a poco, la espada de Izuku dejó de temblar. Cada forma de la Respiración del Lobo se volvió más aguda, más limpia. El primer aullido: Zarpazo lunar, se convirtió en su favorita: un corte ascendente que imita el zarpazo de un lobo.

Una noche, mientras practicaban junto al lago, Iguro lo observó en silencio. Luego, por primera vez, habló con voz menos distante.

—Cuando fui cazador... tenía miedo. Miedo de no ser suficiente. De no estar a la altura. Pero Mitsuri me enseñó que la fuerza no está en la perfección, sino en el deseo de proteger.

Izuku bajó la mirada.

—También tengo miedo.

Iguro asintió.

—Bien. Eso te mantendrá vivo.

Kaburamaru se deslizó hacia Izuku y se enroscó en su brazo. Por un instante, el chico sintió un calor distinto. Una aceptación.

—Tu espada no está sola —dijo Iguro—. Porque tu corazón no lo está.

Y así, bajo el cielo estrellado, el entrenamiento continuó. Diez meses de sudor, de cortes, de errores y aprendizajes. Y al final de ese camino, Izuku Midoriya ya ya no sería solo un muchacho sin quirk.

Sería un espadachín.

Un heraldo del pasado.

Y el primer usuario de la Respiración del Lobo.

 

                                        Aquí tienen a nuestro querido lobo                                                       Iguro