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Dama de Hierro

Summary:

Tony Stark renace como Aemma Arryn, la trágica primera esposa de Viserys Targaryen. Y cuando le dicen que debe ser una novia niña, comienza a conspirar para conseguir lo contrario, comenzando por elegir a su propio esposo... un desprevenido Daemon Targaryen.

Acompañemos a Aemma en su misión autoimpuesta: tomar a los Targaryen y Westeros por asalto.

Chapter 1: 92 d.C.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Aemma Arryn

Una novia niña.

Querían convertirla en una novia niña.

A ella, Aemma Arryn.

A él, Tony Stark.

Era tan absurdo que se echó a reír.

Su padre y hermano no rieron.

Detuvo su risa y miró fijamente a los hombres que creían tener el derecho a dirigir su vida (odiaba haber renacido en un mundo medieval y patriarcal).

—Dirás que no, padre —no fue una pregunta y no le gustó la severidad que adquirió el rostro del anciano, ni cómo su hermano desvió la mirada —. ¿Verdad, padre? ¿Verdad?

—Es una petición de la realeza —Rodrik Arryn no engañaba a nadie.

La realeza no hacía peticiones, daba órdenes.

Una lástima que Tony Stark no siguiera órdenes de nadie, algo que no cambió en su nueva vida como Aemma Arryn. Y su familia lo sabía muy bien. Elbert no la miraba actualmente a los ojos por vergüenza de arrastrar a su hermana bebé a un matrimonio indeseado y prácticamente pedófilo, sino que evitaba enredarse en la tormenta de mierda que ella iba a lanzar para lograr lo contrario.

—Me niego. No me casaré.

Había promesas en su voz y su padre debió reconocerlo porque se sobresaltó un poco. Era la misma voz que usó cuando decidió vincularse con el dragón que atormentaba los rebaños de ovejas, la misma voz con que se despidió antes de someter a los Clanes de Montaña.

Tony Stark creó una placa de circuito a los cuatro años.

Aemma Arryn montó un dragón y se lanzó a extorsionar montañeses a los nueve.

—No podemos desairar a la Corona.

Aemma soltó una burla —. ¿El precio que te ofrecieron por mí es tan grande?

—No se trata de eso, Aemma.

— ¿Ah, no? ¿Entonces por qué estás tan dispuesto a casar a tu hija de diez onomásticos?

—No te casarás ahora.

Sino dentro de un año, cuando tuviera once y Viserys Targaryen cumpliera la mayoría de edad de este mundo. Qué gran diferencia, volvió a burlarse.

—No insultes mi inteligencia, Lord Arryn —era obvio que no hablaba con su padre, sino con el líder de su familia —. Ahora dime, ¿qué obtienes de casarme con un príncipe que no forma parte de la línea sucesoria al trono? No es como si fuera a convertirme en reina o tus nietos en futuros reyes.

—La Corona no está contenta con un jinete de dragón que no les pertenece —Elbert intervino, ganándose una reprimenda de Rodrik.

Aemma se ablandó un poco, recordando la rapidez con que Aemon Targaryen voló al Valle para conocer a su sobrina recién convertida en jinete de dragón. Esa había sido la primera vez que un miembro de la realeza buscó a Aemma. El príncipe heredero había sido amable y cálido, pero fue evidente que su visita estuvo relacionada a averiguar si Aemma y, por ende, la Casa Arryn podrían ser una amenaza ya que era la primera vez que una Casa que no era la Targaryen poseía dragones (Casa Velaryon no contaba realmente ya que Rhaenys Targaryen seguía considerándose una Princesa de la Corona y heredera de su padre).

— ¿Te están amenazando, padre? ¿A todos nosotros, nuestra Casa?

—No exactamente —no hubo suspiro, pero sí hombros ligeramente hundidos.

No era un no rotundo y ella volvió a ver a su padre y no a Lord Arryn.

—La Bondadosa escribió que espera unir la sangre de la princesa Daella de nuevo a la Corona y que es su esperanza darle una vida sin dificultades a su nieta, la hija de su flor.

—Dificultades que tendría si no me someto a su redil, sin duda —era lógico inferir que si Aemma no se casaba con un Targaryen, no habría forma de que se casara con nadie, lo que no sería realmente contraproducente para nadie, excepto que como soltera seguiría bajo la directriz principal de los Arryn y no de la Corona.

Como persona y como jinete de dragón, el Trono de Hierro no tendría un poder absoluto sobre ella si no se unía por matrimonio a los Targaryen.

—Tu situación es sin precedentes, Aemma —continuó su padre —. No sabemos a qué podrían recurrir los Targaryen si no te tienen a su alcance.

—O si te llegan a considerar una amenaza —agregó su hermano.

La mente de Aemma estaba trabajando rápidamente, buscando alternativas, opciones que no significaran convertirla en una estadística del pasado, una tragedia a punto de ocurrir. Tony nunca fue un fanático de la historia, pero la conocía, tampoco fue un lector por afición, pero sabía de tropos y tramas; las novias niñas nunca terminaban bien.

También se negaba a volver a ser un tapete.

Porque no se hacía ilusiones de ser dueña de su vida si entraba en la familia real. Ni siquiera la reina, Alysanne Targaryen, se salvaba de ser más una herramienta y vehículo para su esposo que una compañera; un tratamiento que ambos replicaban en sus descendientes.

—Hay otro príncipe, uno más cercano a mi edad; organiza un compromiso con él —habló después de analizar la información que poseía —. No me casaré hasta cumplir la mayoría de edad —aunque considerara una tontería ese número —, con suerte encontrará a alguien más y no tendremos que casarnos.

—No eres así de ingenua, Aemma.

Se encogió de hombros —. Al menos me dará tiempo —y, adelantándose a la pregunta que su hermano estaba por formular, agregó —: Ya sea para escapar o matar a mi esposo en la noche de bodas sin ser atrapada.

—No harías eso.

Sonrió dulcemente a Elbert —. Sabes que sí —redirigió su atención a Rodrik —. Por eso, querido papá, asegúrate de comprometerme con Daemon Targaryen. De cualquier manera, ya me habías prometido tierras para construir la sede de mi imperio.

Tenía muchos planes para llevar Westeros a la modernidad… o tan a la modernidad como fuera posible. Y para eso necesitaba espacio para talleres y forjas, para que nadie se interpusiera en el camino de su genialidad al obligarla a dormir a horas respetables o comer a tiempo.

¡La invención no obedecía horas ni fechas!

Elbert palideció ante la implicación, como si temiera a los planes de Aemma. Lo que era muy grosero, ¿las arcas Arryn no estaban rebosantes debido a los trapiches y molinillos de mano que Aemma creó con el conocimiento de su vida anterior? Habían vendido a altos precios sus inventos a los nobles norteños, valenses y riverenses, así como a algunos comerciantes extranjeros.

Ella también comenzó a incursionar en la orfebrería, creando hermosas y únicas piezas de joyería para sus hermanas, cuñadas y sobrinas. Joyería que ya había comenzado a llamar la atención en el Dominio (donde Amanda se casó) y en las Tierras de las Tormentas (sede de Elys), y desde donde había recibido los primeros pedidos.

Y sólo podía imaginar el nuevo gran negocio que comenzaría una vez que Yorbert, su otro hermano y gemelo de Elbert, regresara del viaje a Essos en que Aemma lo embarcó con la misión de buscar cacao y café. Una vez que su hermano regresara victorioso, Aemma se apoderaría de Westeros a base de chocolate y cafeína. Anticipadamente, ya tenía elegido el terreno donde plantaría su fuente de oro, el mismo donde construiría su sede de poder.

A Tony nunca le había importado realmente el dinero, no como un tacaño o un Lannister. Siempre había pensado en el dinero como un medio para lograr sus fines, para conseguir el material de calidad para hacer realidad sus ideas. En este nuevo mundo, esta nueva vida, el dinero era más que una herramienta, era una verdadera necesidad, sobre todo al ser mujer.

Aemma Arryn nunca dependería de nadie, sobre todo no en cuestiones tan mundanas.

Nadie tendría poder sobre ella, empezando por recursos.

—El segundo hijo de un segundo hijo, príncipe o no, conseguirá más casándose conmigo de lo que conseguirá con alguien más —lamentablemente no había mujeres herederas y dudaba que los reyes quisieran que un nieto varón suyo perdiera el apellido.

Mentiras.

Estaba Rhea Royce, pero la niña sería la futura líder de su Casa y los Royce nunca dejarían su apellido por el Targaryen.

Aemma estaba dispuesta a hacer ese sacrificio por el bien mayor.

Además, los Royce no eran ni serían tan ricos como Aemma planeaba para sí misma.

—Lo mismo puede decirse para el príncipe Viserys. Y siendo él, el primogénito de su padre, por tradición deber casarse primero.

Tradición, cómo odiaba esa palabra.

En esa palabra se escudaba la gente para cometer los actos barbaros típicos del medievo.

—Por lo que he oído, Viserys Targaryen es un descerebrado sin carácter —se acercó a su padre, abrazándolo por un brazo y recurriendo a lo que había escuchado en Puerto Gaviota de los comerciantes que llegaron de la capital —. Papá, no quiero un esposo débil y complaciente.

—Daemon Targaryen es joven, pero ya se dice mucho de su mal genio y brutalidad en el campo de entrenamiento —¿de verdad, demonizar a un niño?

Los púberes eran diablos insoportables por principio.

—Prefiero un monstruo que pueda seguirme el ritmo, a un debilucho que no soportará mi genialidad.

—Hace falta un monstruo para reconocer a otro, ¿no?

Aemma sacó la lengua al gemelo más odioso mientras padre lo regañaba. Los separaba una década, pero Elbert siempre era el hermano que molestaba a la hermanita y Yorbert el que la consentía.

—Bueno, pues veremos de qué monstruo salen más correas.

—No digas eso, hija —Rodrik la tomó gentilmente de la barbilla para hablarle mirando a los ojos —. No sabemos en qué clase de hombre se convertirá el príncipe Daemon, en cambio, el príncipe Viserys ya es amable y obediente.

Obediente a su padre, a sus reyes, a su lugar en el mundo.

Esa obediencia era un problema porque un hombre, una persona así nunca podría ser un compañero para Aemma. La obediencia de Viserys Targaryen no sólo la asfixiaría, sino que ella tendría que cargar con su peso muerto. Si tenía que casarse, quería alguien con corazón y cerebro, no un lastre misógino y pusilánime.

Daemon Targaryen era mayormente una incógnita de persona, pero Aemma tendría tiempo de convertirlo en alguien tolerable para sus planes.

Ah, Pepper estaría orgullosa.

A decir verdad, Aemma había estado canalizando mucho a Pepper, su principal modelo femenino en ambas vidas.

—No quiero alguien obediente, quiero alguien que crezca conmigo —insistió con seriedad —. Además, entre Viserys y Daemon Targaryen, ¿quién tendrá más posibilidades de defenderme y protegerme?

—Nunca has necesitado que nadie sea eso para ti.

Fue lindo que su hermano pensara tan rudamente de ella, la niña con la mitad de su edad. Vaya que se estaba construyendo una reputación. Rhodey se sentiría exasperado.

—Es verdad, Bertie, pero no significa que no quiera a alguien a mis espaldas. Yo también me siento vulnerable a veces, ¿sabes? ¿Y por qué crees que hago todo lo que hago? Sé que tú y papá siempre están ahí para atraparme. Sería lindo que mi esposo fuera igual de capaz.

Fue sincera, aunque exagerada, y funcionó.

Rodrik la miró con dulzura y Elbert le pellizcó una mejilla con cariño reacio.

Tuvo suerte de haber renacido en una familia donde los hombres eran débiles con las hijas y las hermanitas. Y de conservar los recuerdos de su vida pasada, de lo contrario habría crecido como una damita obediente y piadosa (a decir verdad, no tenía nada contra la devoción religiosa, excepto cuando se volvía fanática y dictaba la vida de las personas).

—Haz la contraoferta, papá. Los Targaryen no tienen razones válidas para negarse, pues todavía me conseguirán para uno de sus príncipes y el jinete díscolo entrará a su redil.

Por supuesto, en los términos de Aemma.

 

 

El próximo cuervo que llegó de la Fortaleza Roja no fue una respuesta al compromiso, sino una invitación al funeral de Aemon Targaryen.

 

 

Daemon Targaryen

Miró sorprendido el odre de agua y el paño que le fueron ofrecidos en cuanto detuvo sus ejercicios. Siguió la mano pequeña, entonces el brazo flaco y finalmente el rostro regordete del que destacaban ojos azules.

—Gracias, prima —Aemma se balanceó sobre sus talones y sonrió con desenfado —. ¿No es temprano para que estés despierta?

Daemon tenía la costumbre de hacer ejercicios de fortalecimiento y resistencia una marca de vela antes del amanecer. Así tenía tiempo de entrenar con Ser Ryam y después atender sus deberes de escudero antes de que el campo de entrenamiento se llenara de ojos. A Daemon le gustaba la atención, pero no antes de perfeccionar aquello por lo que deseaba ser elogiado.

Se cortaría la garganta con una espada de madera antes que ser el hazmerreír de aquellos inferiores a él.

—Dices eso suponiendo que dormí —la sonrisa de Aemma se transformó en algo maníaco y Daemon notó las ojeras en su rostro.

— ¿Por qué no lo hiciste? —preguntó con genuina curiosidad, disfrutando de la quietud de la mañana y la quietud de Aemma, quien tendía a actuar como un duendecillo sobre estimulado.

Aemma Arryn llevaba una quincena en Desembarco del Rey, pero ya se había vuelto infame por sus costumbres poco convencionales. A Daemon le divertía el desconcierto que su prima despertaba en la reina. Alysanne Targaryen, como muchos, había esperado una dama delicada y recatada en la forma de su nieta, algo parecido a la princesa Daella, incluso si Aemma ya había demostrado lo contrario al unirse a un dragón salvaje.

—Demasiadas ideas en la cabeza, calabaza —ella se estiró, levantando los brazos sobre la cabeza y tronando el cuello.

Notó las manchas de tinta en los dedos y las arrugas en su vestido. No era la primera vez que la veía vestir la ropa del día anterior, ni lucir los vestidos sencillos que parecía favorecer para uso diario, tampoco el llevar peinados descuidados, pero sí el usar una bota en un pie y una pantufla en otro.

— ¿Tu sirvienta no debería estar preparada para tus excentricidades? —¿después de tanto tiempo?

—Moira sabe cuándo soy un caso perdido y cuándo no, y mientras no tenga que presentarme en un evento especial, no tengo que someterme a sus cuidados.

Aemma había sido la imagen de la pulcritud y elegancia cuando llegó con su Casa a la Fortaleza Roja, así como en su asistencia a las ceremonias funerarias del tío Aemon. Ella también vestía las piezas correctas y el nivel de opulencia adecuado en las cenas familiares que la reina había decidido tener. Daemon no había tenido oportunidad de confirmar el mismo compromiso en fiestas de té o reuniones nobles ya que toda actividad frívola se había cancelado hasta que el rey decidiera lo contrario.

—Lord Arryn es muy indulgente contigo.

Lo decían muchos y la mayoría con un deje de burla, sobre todo aquellos que no creían que Aemma era el cerebro detrás de la maquinaria que estaba enriqueciendo al Valle y que Lord Arryn le cedía el crédito por mimos.

—Soy su bebé, ¿qué esperabas?

—Un poco de columna vertebral, ¿qué hombre se deja mangonear por su hija mocosa?

Aemma no se ofendió, sino que avivó la burla.

— ¿Son celos lo que oigo? ¿Te habría gustado nacer mujer para tener al tío Baelon enredado en tus dedos?

Se negó a ser avergonzado, así que contraatacó apaciblemente como el tío Aemon le enseñó. Si no das la reacción que ellos esperan, los vencerás. Esas lecciones fueron dadas con su padre como ejemplo, Baelon cuyos chascarrillos contra Aemon morían cuando éste le respondía con la otra mejilla. (Poco sabía que esta disposición no llegaría a la adultez.)

—Sería una mujer muy hermosa, una por la que se pelearían guerras.

Aemma lo miró con ojos brillantes y una sonrisa que no era condescendiente ni burlesca.

—Sí que lo serías, muy hermosa —ella no se divertía a su costa, sino con él y pese a saberlo, Daemon no pudo suprimir un sonrojo —. Y mujer o no, creo que las guerras serían desatadas por ti, no a causa de ti. Tienes esa aura caótica a tu alrededor, ya sabes.

Tras esas palabras, Daemon logró superar el tonto bochorno y sonreír con suficiencia.

—Yo no empezaría guerras, yo las terminaría.

—Dime eso cuando no se te quiebre la voz.

Le lanzó el paño, el mismo que ella le había ofrecido y con que él se limpió el sudor, al rostro.

— ¡Que asco!

—Repite lo que dijiste si tienes el valor.

Daemon sabía que lo tenía, así que le tapó la boca con una mano.

Ella lo lamió.

— ¡Aemma! ¡Que asco! —se apartó y no apreció la risa de bruja loca.

Adiós tranquilidad.

Esa era la maldita mocosa que quería casarse con él.

 

 

No me casaré con Aemma, ¿verdad, padre?

Un par de semanas antes de que el tío Aemon falleciera, Daemon había escuchado a sus abuelos discutir sobre los esponsales de Viserys. Más concretamente, había escuchado a la abuela quejarse de que Lord Arryn quería que Daemon fuera el esposo de Aemma, no Viserys.

Pensé que deseabas una novia valyria —padre lo miró con las cejas alzadas.

Ambos estaban cabalgando hacia el lugar de descanso de Vhagar para salir en un vuelo, el primero que padre daría desde que el tío fue asesinado un mes atrás. Daemon se sentía cálido por ser quien padre eligió para compartir ese momento.

Sí, pero no Aemma.

¿Entonces Gael?

Su tía era valyria y hermosa, no obstante,  Daemon no era tonto, la abuela nunca lo dejaría casarse con ella. Gael no se casaría con nadie. Eso también lo había escuchado de boca de sus abuelos durante el mismo espionaje involuntario durante una incursión en los túneles de Maegor. Gael estaba destinada a permanecer como la sombra de la abuela, la reina lo había decidido y por eso mismo ella no había sido elegida como esposa de Viserys, como habría sido lógico suponer al ser ambos los Targaryen mayores y solteros de su generación.

Quiero una novia valyria como mamá.

No sólo hermosa, sino fuerte y valiente.

Nunca habrá otra mujer como tu madre, valyria o no —los ojos de padre brillaron con devoción como cada vez que pensaba en Alyssa Targaryen.

Una devoción que no aminoraba ni moría, al contrario, una que crecía pese a la muerte y al tiempo transcurrido.

Daemon deseaba sentir una devoción así algún día y, Catorce Llamas mediante, ser receptor de una devoción igual. Ser inspirador y merecedor de un amor así era lo que deseaba más que el estatus valyrio en su cónyuge.

Sin embargo, no significa que no puedas encontrar una dama maravillosa para ti —una pequeña sonrisa divertida se abrió paso en el rostro de su padre —. O ser encontrado por ella.

Cualquiera menos Aemma —se quejó.

¿Qué tienes contra esa dulce niña?

¿Dulce? ¡Aemma no tiene nada de dulce! ¡Es ridícula y tiene hábitos extraños! ¡Le pone apodos a todos y habla más de lo que piensa! ¡Tiene ideas extrañas sobre armaduras, negocios y sociedades! ¡Canta cosas extrañas y habla en esos idiomas inventados suyos! ¡Y lame a la gente!

Hasta donde sabía, sólo lo había lamido a él y tal vez a sus hermanos, y sólo fue una vez en su caso, pero seguía siendo una queja válida.

Sabes, hijo, yo también pensaba que Alyssa era una molestia cuando éramos niños —comentó padre con cariño y diversión.

Daemon entendió la implicación, no era idiota.

Y no la aceptaba, así que decidió no dignificarla al aparentar no haberla escuchado.

Y definitivamente algo está mal con ella si no quiere casarse con Viserys. Mi hermano es más agradable que yo, más gentil y estudioso, más bueno.

Daemon, no debes compararte con tu hermano. Ah, ah, ah —padre detuvo sus réplicas —. No me engañas, sabes que eres un libro abierto para mí, como sabes que no hay dos estrellas iguales y es en esa diferencia donde reside su belleza. Y aunque me alegra que tengas en alta estima a tu hermano, no debes verlo y encontrar fallas en ti, sino reconocer las fortalezas de ambos y complementarse en consecuencia. Como hermanos, como familia, son la fuerza del otro.

La familia es lo más importante —conocía el credo de su padre y su tío desde que tenía memoria —. Lo sé, padre. Siempre apoyaré a Viserys y él siempre me apoyará a mí.

Padre le sonrió con orgullo.

Y también debes saber que tal vez Aemma prefiere tu tipo de fuerza a la de Viserys y por eso te quiere —él tarareó alegremente —. Mi sobrina tiene buen ojo.

Fuera la mueca que haya hecho, fue suficiente para que Baelon el Valiente se echara a reír como un burro rebuznando. Daemon se dividió entre enorgullecerse por ser la fuente de la risa sincera de su padre por primera vez desde que el tío falleció y entre molestarse por ser la fuente a cuya costa se divertía.

Despreocúpate, hijo —padre paró de reír finalmente —. No habrá compromisos o esponsales reales hasta que termine el luto, estás a salvo por un tiempo.

— ¿Y después?

Después confío en que Aemma te clavará las garras y no podrás hacer nada al respecto. No me mires así. Reconozco un dragón en cacería cuando lo veo y tú, mi amado hijo, eres la presa de esa sobrina mía.

Aemma no es un dragón.

Dragón o halcón, ¿qué tanta diferencia hay? Un ave rapaz también es implacable.

 

 

—Me gustaría quedarme con mi abuelo.

Miró con desconfianza a Aemma, ella nunca hablaba con mesura.

Su voz avivó la tensión que se había instalado en el cenador. Sus abuelos habían estado en desacuerdo desde una semana atrás, cuando el rey eligió al padre de Daemon como su heredero. Esa misma mañana la reina había decidido mudarse a Dragonstone para acentuar su descontento y ahora, durante la cena, se había presentado para solicitar la compañía de Aemma.

Alysanne Targaryen era hábil en sus maquinaciones.

En lugar de reunirse en privado con Lord Arryn, decidió acorralarlo en la cena donde se vería presionado por la presencia del rey y el nuevo príncipe heredero. Pese a que habían pasado dos meses desde que los Targaryen conocieron a Aemma Arryn, la Buena Reina seguía creyendo que Lord Arryn había educado mal a su hija y no que Aemma era como era por naturaleza.

La abuela seguramente también pensó que Aemma no tendría el valor para contrariar a sus mayores, a su reina.

Aemma acababa de demostrar lo contrario.

—En un momento tan doloroso, me confortaría tener a mi hija y mi nieta menor conmigo.

Daemon compartió una mirada con Gael. Todos los presentes, excepto Viserys, sabían muy bien que la reina estaba yéndose por la nueva disputa con el rey, no por luto. Rhaenys y tía Jocelyn ya se habían ido con sus Velaryon y Baratheon, y las mujeres se reunirían con la reina en Dragonstone, donde supurarían en descontento sin nadie que las molestara.

—Mi abuelo también está de luto, abuela. Me gustaría hacerle compañía mientras tú y mi tía Gael no están.

¿Aemma acababa de insinuar que la reina prefería ser mezquina a superar el dolor de la pérdida juntos? No, ella no era maliciosa en ese sentido. Aunque, dada la expresión de la abuela, lo consideró un golpe.

—Tu abuelo tiene a su hijo y nietos con él —si la abuela no fuera tan digna, habría mascullado. ¿Qué había dicho la abuela esa misma mañana? ¿Que se iba porque el rey no necesitaba mujeres?

Aemma asintió solemnemente —. No obstante, ellos son demasiado varoniles para darle una atención cariñosa —ella dirigió sus grandes ojos azules a Jaehaerys Targaryen, quien había estado presenciando todo sin impresionarse —. ¿Puedo quedarme contigo, abuelo? ¡Te daré muchos abrazos y besos!

Y ahora estaba actuando como una niña tonta.

— ¡Soy la mejor cuidadora! En casa, cuando mi padre o mis hermanos enferman, me quedo con ellos hasta que se sienten mejor. ¡Les doy medicina, les cuento historias y me aseguro que no se aburran! ¡Díselo, padre! ¡Dile a mi abuelo que soy una gran cuidadora!

Lord Arryn parecía desear estar en cualquier lugar excepto ahí con ellos, aun así complació a su hija.

—Lady Aemma es muy útil en momentos difíciles, Majestad.

— ¡Soy útil, abuelo! —Aemma se levantó de su asiento y se acercó al rey, tomando su mano como una nieta amorosa —. Te cuidaré muy bien hasta que la abuela regrese, lo juro.

El rey miró a su nieta menor por un largo momento silencioso, de esa manera penetrante que ponía nerviosos a los receptores. Aemma no se acobardó; mantuvo la expresión expectante y la sonrisa suave, incluso comenzó a juguetear con los dedos del Conciliador.

Daemon no recordaba haber sostenido alguna vez la mano de su abuelo.

—Puedes quedarte, niña —aceptó finalmente el rey.

— ¡Sí! ¡Gracias, abuelo! —ella se lanzó a abrazarlo.

¿Fue por toda esa osadía que Jaehaerys Targaryen complació a su nieta contra los deseos de su esposa?

La reina no estaba contenta, era evidente, pero, una vez más, no pudo decir nada ante una decisión tomada por su rey y esposo.

Notes:

1. Para quienes no lo sepan, Daemon y Aemma están separados por un año. Mientras Aemma es menor por cinco años a Viserys. (Libro).

2. Esta historia está pensada para ser más sobre travesuras y risas, que algo profundo y oscuro, porque ya tenemos suficiente dolor y tragedia en el canon. Y, además, se me da mal escribir cosas lógicas y profundas.

3. La historia se desarrollará rápido, aunque no puedo decir lo mismo de las actualizaciones.

¡Gracias por leer!

Chapter 2: 93 d.C.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Aemma Arryn

—Gracias, pero no gracias —dijo a la invitación de Viserys para ir a rezar al Septo Real.

Además de que Aemma era atea, lo último que quería era estar atrapada con Viserys y el grupo de nobles presuntuosos que le habían clavado las garras los últimos meses. Viserys se había vuelto muy popular desde que se convirtió en el heredero presunto. Muchos cortesanos de su edad habían comenzado a gravitar hacia él, nuevos nobles habían llegado o quedado tras el funeral de Aemon Targaryen. Viserys, como el bobalicón que era, parecía un pavorreal ensalzado por los halagos sin sustancia de los parásitos que se le aferraban.

Ella se preguntaba si Viserys era consciente de la razón de tanta atención y simplemente no le importaba, disfrutando del momento. O si realmente era idiota y pensaba que toda esa gente era sincera sobre que sería un gran rey.

— ¿Estás segura, pequeña prima? Complacería a la reina que te acercaras a la Fe —Viserys insistió.

Esa era otra razón tras la negativa de Aemma.

Alysanne seguía empeñada en emparejarla con Viserys y se fue a Dragonstone dejando instrucciones al chico para acercarse a ella.

Estaba casi segura que Viserys tampoco quería casarse con ella, una niña de once años, pero se consideraba un príncipe obediente. Sobre todo, ahora que era el segundo en la sucesión al trono, estaba empeñado en complacer a los reyes.

—No creo en dioses —excepto los asgardianos, pero esos eran más extraterrestres que deidades.

Exclamaciones ahogadas surgieron de las damas. Algunas acompañaban a sus esposos, otras a sus hermanos, pero todas con el mismo objetivo, tomar un pedazo de Viserys para escalar políticamente. Las solteras, especialmente, buscaban llamar la atención para conseguir una corona.

—Habla palabras blasfemas, Lady Aemma —Melessa Hightower, la esposa de Otto, el mayordomo de la Fortaleza, lucía escandalizada.

—Hablo ateísmo —miró a la dama con una ceja alzada —. ¿No debería preocuparse por sus hijos, Lady Melessa? Tiene una hija pequeña, debería estar atenta a ella en lugar de criticar la religión o falta de ella en personas ajenas a usted.

—Mi esposa es una dama muy piadosa, Lady Aemma, y es natural para ella preocuparse por las almas… descarriadas.

Otto Hightower era el peor de las sanguijuelas que seguían a Viserys. Ella realmente no veía todas esas cualidades por las que el viejo Lyman Beesbury lo recomendó al rey para ocupar el puesto de mayordomo. Tal vez fue un favor a la Casa Hightower, de la que los Beesbury eran vasallos.

—Ay, Ser Otto, ¿qué le hace creer que usted y su esposa tienen derecho a preocuparse o criticar a sus superiores?

Aemma era una tercera hija y quinto vástago, pero pertenecía a la línea principal de una Casa Suprema y Guardiana. Por si fuera poco, era hija de una princesa y nieta de reyes.

Ambos Hightower enrojecieron de la manera más maravillosa, sus compañeros nobles ocultaron sonrisitas y risitas pues, al fin y al cabo, todos competían. Viserys intentó salir en su defensa, pero Aemma desvió su atención.

—Primo, estoy en camino a reunirme con el rey, terminaremos la Guerra de las Galaxias —¿quién hubiera dicho que el camino al corazón del Conciliador eran las historias?

El último año, Aemma se había convertido en la cuentista personal del rey, relatando las películas, series y libros que recordaba de su vida pasada. Jaehaerys incluso consiguió un escriba para que registrara cada una de esas historias.

Era un poco ridículo, sin embargo, mientras sirviera para ser favorecida por él, adelante. Lo usaría como barrera contra Alysanne cuanto pudiera.

Los ojos de Viserys se iluminaron —. ¿Sabremos la reacción de Luke a la revelación de Vader siendo su padre?

Viserys sería un friki en el mundo moderno. Sólo por eso ella procuraba evitar que los lameculos le comieran el cerebro por completo.

—Eso y más, tontito, eso y más —lo tomó del brazo y lo llevó con ella, dejando a los buitres atrás.

 

 

Allar, un primo lejano y el guardia de turno, anunció a Baelon.

Antes de partir al Valle, su padre había dejado un contingente de sirvientes y caballeros para atender y proteger a Aemma mientras estuviera fuera de casa. Prácticamente le había dejado una caballería completa; Elbert bromeó diciendo que los caballeros eran más para proteger a la gente de Aemma que a Aemma de la gente.

Ella no era así de mala.

— ¿Tienes tiempo para tu querido tío, dulce Aemma?

—Siempre tengo tiempo para mi tío favorito —dejó a un lado las cartas que había estado leyendo en la cama.

Baelon le sonrió y varios sirvientes comenzaron a entrar en sus aposentos. Baúles fueron dejados en el suelo. Cuando los sirvientes se retiraron, su tío comenzó a abrirlos, invitando a Aemma a acercarse.

—Son las pertenencias de Daella, todo lo que no llevó al Valle.

Aemma vio ropa, joyas y juguetes.

—Muchos vestidos ya no te quedarán, pero hay muchos otros que sí. Sé que no eres una dama de juguetes, así que puedes guardarlos para tus futuros hijos.

Había muñecas muy lindas y algunas figurillas de cerámica de aves y conejos.

— ¿Por qué, tío?

Baelon se arrodilló junto a un baúl y atrajo a Aemma a su lado.

—He visto que usas pantalones con tanta frecuencia como usas vestidos, así que pensé darte la ropa más dinámica de Alyssa —pantalones, camisas, jubones, cinturones y botas estaban ordenados dentro del baúl —. Entonces recordé que las cosas de Daella seguían guardadas y creí que te gustaría tenerlas.

—Todo eso es muy amable de tu parte, tío —comentó con suavidad.

Hasta el momento, pocas veces en su nueva vida se había sentido tan conmovida. Ella tenía pertenencias de su madre en el Valle, pero todo de su último par de años de vida. Lo que Baelon le estaba entregando era un tesoro invaluable, un doble tesoro ya que él también se estaba desprendiendo de algunas cosas de su amada esposa.

—Es algo que se tenía que hacer; como la única hija de Daella, sus pertenencias te corresponden por derecho. Mi madre te las entregaría, estoy seguro, pero con ella lejos, ¿para qué esperar? Hablé con mi padre y estuvo de acuerdo. En cuanto a Alyssa, soy el único que puede decidir y estoy seguro que le habría encantado ver a su sobrina usando su ropa.

— ¿Y sus futuras nietas?

—Alyssa dejó más que suficiente para repartir, no te preocupes. Además, un día serás su nuera y, dioses mediante, le darás nietas.

Lo miró con suspicacia.

Baelon Targaryen era su aliado incondicional en cuanto a conseguir a Daemon como esposo. Una vez le preguntó si no prefería a Viserys con ella, como Alysanne, y todo lo que dijo fue te comerías vivo a mi Viserys.

Y recordando a esos tontos.

— ¿Mis primos no se molestarán?

—También hablé con ellos, estuvieron de acuerdo de todo corazón. A decir verdad, Daemon fue reacio por principio, pero sabe que cuidarás las cosas de su madre —entonces bajó la voz de manera conspirativa —. Y entre tú y yo, dulce sobrina, creo que lo estás desgastando.

Aemma suprimió la diversión y asintió solemnemente.

—Crezco como un hongo en las personas.

Alcanzó a escuchar un resoplido que definitivamente no provenía de Baelon. Miró hacia la antecámara, pero la puerta principal estaba cerrada; sin embargo, vio la punta de una bota sobresalir tras una de las paredes. ¿Daemon estaba espiando? ¿Por qué?

—Quería asegurarse de que fueras respetuosa con las cosas de Alyssa —Baelon susurró.

— ¿Escondiéndose? —susurró también.

—Es tímido —hubo un gesto de desenfado con los hombros, aunque la sonrisita de Baelon delataba la ridiculez de lo dicho.

Timidez no era algo que se asociara con Daemon Targaryen.

Tal vez, el tonto simplemente no quería que Aemma pensara algo más sobre el gesto, como, de hecho, que ella estaba ganándose su corazón.

Se burló mentalmente. No quería el corazón de Daemon ni de nadie, él simplemente era más conveniente en el gran esquema de las cosas.

En fin.

—Dime, Aemma, ¿por qué eliges a Daemon cada vez?

Baelon tenía la mirada puesta hacia donde su hijo estaba escondido, ella entendió de inmediato lo que trataba de hacer.

—Tiene lengua afilada.

— ¿Y eso es bueno? —su tío ya la estaba mirando, muy curioso.

—Claro. No todas las batallas se libran con espadas, a veces las palabras asestan golpes más certeros que el acero. También es signo de ingenio —y mezquindad.

Ella no necesitaba un santurrón que se daba golpes de pecho.

—Daemon también es temerario.

— ¿No es un rasgo peligroso? —Baelon ya se había acomodado en el suelo alfombrado, Aemma lo imitó.

—Es temerario y no idiota —aclaró —. Está consciente de sus habilidades y por eso no muerde más de lo que puede masticar.

Por el momento, al menos. Probablemente sería una canción diferente cuando la adolescencia golpeara con toda su fuerza a Daemon y si Baelon le soltara la correa en el futuro. Qué bueno que Aemma estaba trabajando para ponerle un correa propia.

—Mi hijo es impulsivo.

Sabía porqué Baelon lo decía. Unos días antes, Daemon había golpeado a otro escudero al escucharlo burlarse de Viserys por sus terribles habilidades marciales. El escudero era mayor por dos años, pero fue reducido a una pulpa sanguinolenta que tuvo que ser sacada en brazos del campo de entrenamiento.

—Pero tiene el corazón en el lugar correcto —creía en la violencia justificada.

Fue el Mercader de la Muerte e Iron Man, no era nadie para juzgar. Además, mientras fuera en pro de los suyos, cerraría los ojos.

—Daemon es leal y valiente, cualidades que aprecio —ella le dirigió su sonrisa más angelical —. Una damisela delicada y con grandes objetivos como yo nunca temerá con un hombre fuerte y competente a su lado.

En realidad no necesitaba a nadie con su precioso Morningstar, a.k.a. Sheepstealer, volando a sus espaldas. A veces era necesario mentir para convivir.

— ¿Aunque tienda a ser imprudente dependiendo del clima?

Un chillido indigno se oyó a la distancia.

—Nadie es perfecto, tío.

 

 

El cumpleaños de Viserys llegó y fue celebrado como cabría esperar para el heredero aparente, como una declaración. Aemma sintió que dicha declaración, obvia para el reino al anunciar una línea de sucesión segura, fue más bien dirigida hacia la reina por parte del rey.

Una declaración de que la palabra de Jaehaerys, el rey, el padre y el esposo, se cumplía.

Alysanne respondió con una declaración propia, la misma que había estado haciendo desde meses atrás, al seguir dando la espalda a Jaehaerys y sus decisiones. Ella no asistió al banquete de Viserys, tampoco lo hizo Gael y mucho menos Rhaenys con sus Velaryon y Baratheon.

Happy se la pasaría genial con este drama, él que siempre disfrutó las series de regencia. Aemma no tenía el mismo privilegio, ni siquiera podía considerarlo ridículo porque estaba medio atrapada en todo ese desastre.  

¿Habría guerra por el trono? Tal vez no durante la vida de Jaehaerys. Y si Alysanne y Rhaenys estaban dispuestas a arriesgarse en el futuro, ¿por qué insistir en casar a Viserys con Aemma? ¿Por qué darle el Valle y otro jinete de dragón? ¿Y por qué no darle la oportunidad a Gael de unirse a un dragón?, ¿por qué no casarla para una alianza conveniente?, obteniendo así más activos para su posible causa. Y para ahorrarse todo el drama innecesario, ¿por qué no casar a Rhaenys y Viserys desde el principio?

Daemon podría tener razón al decir que Alysanne y Rhaenys sólo estaban lamiéndose las heridas y que finalmente se doblarían. En cuanto a Aemma y Viserys, primeramente fue para mantener a Gael como sombra de la reina, secundariamente, porque dicha reina no podía retractar su voluntad incluso si fuera sólo a sí misma. De otra manera no tenía sentido su empeño, porque el Valle, el jinete de dragón y la novia valyria entrarían a la Casa Targaryen si Aemma se casaba con Daemon; tal vez, ya que Alysanne tenía poco control sobre muchos aspectos de su vida y el gobierno, quería cumplir los objetivos que estaban a su alcance por muy miopes que fueran.

Como muestra también estaba el compromiso de la princesa Viserra y Lord Manderly tantos años atrás. Eh. Posiblemente ese fracaso la impulsaba a no dar el brazo a torcer con Aemma.

—Mira eso —Baelon miraba con grata sorpresa a Viserys invitando a bailar a una desprevenida Lady Prunella Celtigar.

Al ser el celebrado, Viserys tuvo que inaugurar el baile. Más temprano ese día, él se había acercado a Aemma para convencerla de ser su primera pareja, a lo que ella declinó rápidamente. Aunque, contrario al rechazo directo que pudo haber hecho, decidió redirigir la atención de su primo hacia otras damas. ¿Por qué desperdiciar tal honor en mí, mi ilustre primo? Han llegado tantas damas hermosas para conocerte, deberías ofrecer tu beneplácito a alguna de ellas para mostrar la estima que sientes por los nobles del reino. Además, soy una niña que te hará deslucir en un evento tan importante; ¿no sería más adecuada Lady Cyrenna Lannister, que es tan radiante? ¿O Alma Tully, tan piadosa y obediente? ¿O Lady Arwyn Oakheart, adorable como un capullo? ¿Tal vez Lady Prunella Celtigar, que es todo eso y también hermosa, divertida, ingeniosa, estudiosa y valyria?

Viserys no daba tanto peso al linaje, pero posiblemente compartir cultura le llamaría la atención. Y Aemma alabó a una virtual desconocida, no obstante, en los pocos días que los Celtigar habían llegado a la capital, ella había sido la única dama que no le había provocado sarpullido a Aemma por altanería exagerada y máscaras hipócritamente construidas. Diablos, la había visto esnifar vino mientras reía con otras damas y, en lugar de avergonzarse, le restó importancia, bromeó al respecto y siguió adelante.

Y el dato más importante, Prunella Celtigar y Viserys compartían edad, con ella siendo mayor por un par de meses.

—Lucen bien juntos —canturreó —. ¿No crees, abuelo?

Jaehaerys le dirigió una mirada que decía entender lo que Aemma estaba implicando y no la dignificó con una respuesta. Lo importante era que no lo negó ni se mostró descontento.

—Son llamativos —comentó Daemon con admiración oculta.

Bueno, Viserys no era feo con sus rasgos valyrios y, después de todo, era hijo de Baelon y Alyssa Targaryen, sin embargo, Lady Prunella era quien los hacía destacar. Aemma no mintió cuando alabó su belleza; piel bronceada, rizos espesos y oscuros, rasgos dulces y ojos de tonalidad más cercana al rosa, una perfecta combinación de su ascendencia valyria y Primeros Hombres. Por si fuera poco, poseía una sonrisa que te hacía sonreír a cambio por puro reflejo, una que no temía mostrar pues estaba sonriendo, riendo y hablando con Viserys cuando cualquier otra dama estaría dando su mejor espectáculo de recato y delicado disfrute. Es más, ella no lucía como una ganadora por ser el primer baile del heredero aparente; halagada, sí, pero no presuntuosa. Prunella Celtigar lucía como una adolescente disfrutando de su baile de graduación, simple y llanamente.

Aemma esperaba que eso le gustara a Viserys, que le atrajera más de una noche.

— ¿Sabes quiénes serían más llamativos? —preguntó con picardía.

Después de todo, niña o no, Aemma fácilmente era la persona más hermosa y adorable del lugar.

Daemon le lanzó una mirada de desconfianza —. No voy a bailar contigo.

Baelon lo regañó por lo bajo.

A Aemma no le importó, no hablaba de ellos.

—Yo tampoco —se levantó de su asiento y se acercó al rey, entonces hizo una reverencia galante —. Dulce abuelo, ¿le concederías un baile a esta devota nieta tuya?

Los Guardias Reales que los custodiaban suavizaron sus expresiones al oírla y Baelon soltó una risita encantada. Daemon se cruzó de brazos. Muchos nobles que notaron el intercambio rieron y susurraron entretenidos. Y Jaehaerys miró a Aemma con genuina sorpresa, por una vez ella lo había tomado desprevenido.

Bien. Odiaba ser aburrida y predecible.

Y siendo el primer evento formal y exagerado desde que Aemon Targaryen falleció, la primera fiesta en más de un año, nadie había visto a Aemma bailar ni mucho menos ser descarada en su búsqueda de favorecimiento.

Actualmente ella estaba medio actuando y medio siendo una verdadera nieta cariñosa. Jaehaerys no era un modelo de virtud, sin embargo, no había hecho nada terrible contra ella ni contra los que le importaban, así que seguía en sus libros buenos.

—Prometo que no te pisaré los pies —esta vez escuchó una risita abortada del mismísimo Lord Comandante de la Guardia Real, Ryam Redwyne el capataz de demonios.

—Ya que lo prometiste, nieta —el anciano cedió, tomando la mano ofrecida de Aemma.

Nobles y sirvientes observaron con escrutinio y expectación; esa era la primera vez que el Conciliador bailaba con alguien que no fuera su esposa, no desde la huida de la princesa Saera Targaryen.

 

 

Daemon Targaryen

— ¡Aemma Arryn, ¿qué haces saliendo de un burdel?! —no estaba orgulloso del tono agudo que alcanzó su voz, aunque no tenía tiempo de tal indignidad porque estaba demasiado sorprendido.

Lo último que esperó al seguir una pequeña figura, con un mechón de cabello plateado salido de una capucha, fue a la pesadilla que atormentaba sus horas de vigilia.

—Preguntaría qué haces tú saliendo de un burdel, Daemon Salvatore, pero creo que es bastante obvio —Aemma arrugó la nariz y lo juzgó con sus ojos azules.

Moira, la sirvienta silenciosa y siempre obediente de Aemma, lo miró sin impresión alguna. En cambio, Ser Percival, uno de los guardianes y parientes lejanos de Aemma, lo miró sin sorpresa.

Daemon no aceptó ninguna de esas reacciones, él no era un putero. Esta era su primera visita a un burdel. De cualquier forma, él no debería estar en tela de juicio; él era un hombre hecho y derecho, un príncipe que sabía lo que hacía, mientras Aemma era una niña, una dama.

—No es lo que piensas, sobrina —padre salió por la puerta trasera del burdel, seguido de un confundido Viserys, ambos uniéndose a la situación irreverente en ese callejón oscuro y maloliente —. Sólo traje a Daemon porque tenía curiosidad, pero te aseguro que sólo miró.

¿Por qué padre estaba defendiendo sus acciones ante Aemma?

Era verdad que Daemon quería saber qué era todo eso que los lores, caballeros y sirvientes hablaban sobre burdeles y que padre sólo accedió a llevarlo bajo la condición de ser sólo un espectador (después de insistir y señalar las muchas visitas de Viserys), pero no tenía porqué explicarlo a su prima mocosa. Esos eran asuntos de hombres, asuntos sólo entre él, su padre y su hermano.

— ¿Y tú, Vizzy? —fue preguntado con demasiada dulzura.

Viserys debió detectar alguna trampa, porque tartamudeó la respuesta.

—Só- sólo estoy acompañando —¿y por qué su hermano complacía a Aemma con explicaciones?

Aemma que era más joven y diminuta. Aemma que los recorrió impasiblemente con la mirada, analizando a cada uno por turnos, incluyendo a Sers Clement Crabb y Robin Shaw, los Capa Blanca que los acompañaron disfrazados y que veían sin sorpresa a Aemma. La misma falta de alarma que el padre de Daemon mostraba.

¿Cuándo se volvió para ellos una normalidad ver a una joven dama de alta cuna en burdeles? ¿Sobre todo a una dama con sangre real y nieta directa de reyes?

—Entendible —dictaminó ella tras la inspección, y sonrió hacia Viserys —. Me alegro, no querría ver decepcionada a Lady Pru, su dulce corazón no soportaría saber que su galante príncipe es como todos los hombres. ¡Exceptuándote, querido tío, por supuesto!

Viserys fue de nerviosismo a deleite y devuelta al nerviosismo tras esa declaración. Desde su cumpleaños, tres meses atrás, había estado pasando mucho tiempo con Lady Prunella Celtigar, quien había permanecido en la capital por invitación del mismo príncipe heredero. Daemon sabía que Aemma había instado a padre a hacerlo, aprovechando que éste la veía como la hija que nunca tuvo.

—Y respondiendo tu pregunta, mi calabaza albina —Aemma le regresó su atención —, salí porque terminé mis negocios ahí dentro.

— ¿Qué negocios podrías tener en un lugar como éste? —espetó con molestia que ya no pudo contener.

Esta prima suya siempre actuaba como si lo que hacía fuera el orden natural de las cosas y el resto del mundo fuera tonto por no comprenderla o seguirle el ritmo.

—Suenas demasiado despectivo para ser quien rogó por venir a éste lugar —Aemma suspiró como si estuviera decepcionada —. Mañana es día de pago, así que vine a asegurarme de que todo estuviera en orden.

— ¿Por qué te importa que le paguen a las putas?

—Trabajadoras sexuales, por favor —ella corrigió y calló cualquier réplica porque agregó algo ridículo —: Y me importa porque soy la dueña de este burdel y de todos los burdeles de Desembarco del Rey. Me gusta que mis empleados obtengan lo que merecen, sobre todo cuando realizan un trabajo tan ingrato.

Todo lo que acababa de escuchar era tan absurdo que no sabía qué abordar primero, así que sólo pudo decir —: Aemma, ¿qué carajo?

—Daemon, te he dicho que cuides tu lenguaje frente a las damas.

¡Por las Llamas, padre! ¡Estamos en el callejón trasero de un burdel! ¡La dama de la que hablas acaba de decir que es una madrota! —apenas se dio cuenta que cambió a alto valyrio.

—Madama suena mejor, por favor y gracias —Aemma se recostó contra Moira, de espalda a pecho, luciendo como si estuviera cansada de la situación.

¡Daemon era el que estaba cansado de la situación!

—Y no soy tal cosa. Dije que soy la dueña. Dueña, como la jefa suprema, la que manda a las madamas, la que se asegura que ellas y las trabajadoras sexuales estén cuidadas, protegidas y pagadas, también la que se asegura que ningún cliente se pase de listo y que los burdeles estén en óptimas condiciones  —ella explicó con ademanes —. Aquí, por ejemplo, cambiamos los muebles por unos más nuevos, reconstruimos la cocina porque esa era un pozo insalubre, colgamos tapices más alegres y colocamos más candelabros porque la iluminación es el toque final en cualquier lugar; se ve más lindo, ¿no, Percy?

Ser Percival asintió con gravedad, como si no se diera cuenta de lo absurdo de todo —. Luce elegante.

— ¿Por eso había hombres con espadas en la entrada y cada rincón dentro del salón principal? —Viserys tenía las cejas hasta el cabello, pero por lo demás no mostraba una fuerte incredulidad.

—Las trabajadoras también lucían más sanas y limpias de lo que cabría esperar —comentó padre con aire pensativo.

—Contraté protección y sanación, ahora hay guardias que se aseguran que ningún cliente lastime a las trabajadoras y hay un curandero en cada burdel para que las atienda. Me tomo con seriedad la seguridad y salud de mis chicas.

—Estás loca, Aemma —sentenció Daemon —. ¿Por qué nadie más piensa que estás loca?

—Mi tío ya lo sabía, descubrió una de mis cartas con el Banco de Hierro donde discutíamos las inversiones de mis nuevas ganancias.

— ¿Cuándo sucedió eso? ¿El rey lo sabe? —Viserys preguntó al mismo tiempo que Daemon demandó a su padre —. ¿Y no le dijiste que está loca? ¿No la detuviste?

— ¿Hace tres meses? —Aemma se encogió de hombros hacia Viserys —. Aunque compré mi primer burdel… ¿unos cuatro meses después de llegar a la capital por primera vez?

Padre contestó a Daemon al mismo tiempo —: Tu dulce prima es muy persuasiva, hijo. Después de una larga discusión, me convenció sobre su actuar. Todo el oro que ganará está destinado a acciones altruistas y al futuro brillante de mis nietos.

Daemon sintió pánico por un instante —. Te refieres a los nietos que Aemma y Viserys te darán juntos, ¿verdad?

Padre lo miró con decepción —. Nunca antes de tomé por tonto, Daemon.

En una conversación paralela, Viserys apoyó a padre al mostrar, una vez más, cierto interés en Prunella Celtigar, lo que a la vez implicaba dejar a Daemon a merced de Aemma Arryn.

—No estoy cometiendo traición y mi negocio no significa daño para el trono o el reino —Aemma sonrió a Viserys como la pequeña criatura de los siete infiernos que era —. Si le dices algo al respecto al abuelo o la abuela, lo más mínimo, me aseguraré de que Lady Pru te vea como el peor de los hombres y nunca más serás grato en su presencia. 

 

 

Sintió frio.

Sintió que le jalaban los dedos de los pies.

—Despierta, estrellita —¿por qué oía a Aemma en sus sueños?

¿Por qué la mocosa no podía dejarlo en paz?

—Pato, pato, ganso —fue dicho por cada jalón de dedos —. Pato, pato, ¡garza!

El último tirón fue tan fuerte que lo hizo despertar y saltar de la cama, sólo para que una almohada se estrellara contra su rostro y ahogara su grito.

— ¡Shhhh! —Aemma se acercó, demasiado despierta y demasiado bien vestida para ser la mitad de la noche —. Los guardias entrarán si gritas y entonces no podré darte tu regalo de onomástico. Por cierto, felicidades, ya tienes trece años.

Al oír lo último calló toda replica y regaño. Pese a la hora, ya era un nuevo día, el día de su onomástico.

También maldijo su curiosidad.

— ¿Qué es? —abrazar la almohada definitivamente no fue un gesto de protección contra la alegría maníaca que se reflejó en el rostro de su tormento de metro y medio.

—Un vuelo de dragón.

—No lo vale.

— ¡Debería darte vergüenza! —fue susurrado con fuerza y un dedito señalándolo a la cara —. ¿Cómo no puedes considerar un privilegio y regalo cada vuelo de dragón? ¡Los Catorce Dioses están disgustados contigo!

— ¡No pienso eso! —refutó con vergüenza, por supuesto que sus dragones eran un privilegio de los dioses.

—Más te vale —ella lo miró con desconfianza y entonces volvió a su yo alegre —. Y aunque un vuelo bajo un cielo nocturno despejado, con la luna y las estrellas en su momento más brillante, debería ser suficiente incentivo, te daré tu verdadero regalo después.

—No sé si creerte, criatura insoportable.

— ¿Por qué desconfías tanto de tu adorable e inofensiva primita? —antes de que él pudiera rebatir tales características porque Aemma Arryn no era nada de eso, ella golpeó su orgullo —. O no es desconfianza, ¿sino cobardía? ¿Me tienes miedo? ¿Temes lo que pueda hacerte? ¿Tú, Daemon Targaryen, estás asustado de la pequeña Aemma Arryn?

Daemon sabía lo que ella estaba haciendo, era muy consciente, aun así dejó caer con fuerza la almohada y agarró sus botas —. Vamos a ese maldito vuelo.

Aemma rio y caminó hacia el túnel detrás de un tapiz, ¿cuándo había ella descubierto los túneles de Maegor?

—También agarra un abrigo. Iremos a la playa detrás del castillo, Morningstar nos recogerá ahí y llevará al Pozo para que consigas a Caraxes.

Aemma se había negado a encadenar a su dragón en el Pozo, alegando la salvajidad del mismo. Sheepstealer, rebautizado como Morningstar por una historia que sólo existía en la cabeza de Aemma y que la hacía carcajear con una ironía que sólo ella entendía, demostró su propio rechazo cuando casi quemó a los Guardianes que intentaron acercarse. Aemma ni siquiera se esforzó simbólicamente en calmarlo para hacer posible el encierro. También, cada vez que algún noble se quejaba o el mismo rey intentaba apelar, ella se lanzaba a un discurso sobre lo barbárico que era encadenar a los dragones y cómo eso podía atrofiar a largo plazo sus crecimientos.

Ella era tan  apasionada y desafiante que Daemon no podía evitar admirarla en esos momentos. Sólo en esos momentos. Algo que nadie sabría nunca.

—Eso llamará la atención.

—Los guardias de la playa no nos detendrán con Morningstar mostrándoles los colmillos y estoy segura que puedes persuadir a los Guardianes de Dragones de traerte a Caraxes. En cuanto al tío y al abuelo, cuando envíen por nosotros ya estaremos en el cielo.

Bueno, ella no estaba equivocada.

— ¿Cómo supiste de los túneles? —inquirió cuando se unió a ella con una antorcha, cerrando la pared detrás de ellos.

— ¿Crees que no conozco las historias de fantasmas de Maegor el Cruel? ¿O que no exploraría el lugar donde pasaría mucho tiempo? Subestimas mi curiosidad, Daemogorgon.

Daemon le pinchó una costilla en represalia por otro apodo estúpido e incomprensible.

Así, entre quejas y discusiones, después de evasiones y persuasiones, él y Aemma se encontraron riendo bajo la luz de la luna. Sobrevolaron el Aguasnegras, se retaron a carreras sobre el Bosque de Reyes y asustaron una caravana, de lo que debían ser comerciantes, que acampaba a orilla del Camino Real a varios kilómetros de la ciudad.

Después de horas volando regresaron al Pozo de Dragón, donde un grupo de guardias Targaryen y un Guardia Real los estaban esperando, Aemma le entregó el regalo prometido.

De la bolsita de seda que Aemma le entregó una vez que estuvieron dentro del carruaje, ya habiendo despedido a un Caraxes que fue llevado a su cueva y a un Morningstar que echó a volar hacia algún campo de ovejas, sacó un guardapelo como nunca vio antes. Era redondo y estaba hecho de acero valyrio, ¿de dónde había sacado Aemma un tesoro cómo este? Sin embargo, lo más llamativo era el dragón que decoraba la superficie. El cuerpo sinuoso era acero, pero las alas estaban formadas por polvo de rubíes y la punta de la cola envolvía un pequeño diamante rojo sangre.

Era Caraxes.

Caraxes elevándose al vuelo con las alas desplegadas y las fauces abiertas.

— ¿Tú lo hiciste? —preguntó con voz suave, maravillada.

— ¿Quién más? —Aemma respondió con ligereza, balanceando sus piernas donde estaba sentada —. Creo que es mi mejor trabajo hasta ahora, ¿te gusta?

Sabiendo que ella usaría su respuesta en su contra, cambió el tema.

— ¿Por qué un guardapelo? —supuso que ya que el secreto para forjar acero valyrio se había perdido, Aemma no pudo fundirlo y crear algo nuevo.

—Porque un día guardarás ahí un mechón de mi cabello.

Con esa repuesta, Daemon dejó de considerar el guardapelo como el mejor regalo que había recibido en su vida.

 

 

— ¡Eso, Daemon! ¡Sí! ¡Guau! —Aemma gritaba desde la almena, dando saltos y ahuecando sus manos alrededor de la boca.

Ella lo estaba animando durante los combates de entrenamiento, si a eso se le podía llamar animar.

— ¡Así se hace, Dane! —vitoreó ella cuando Daemon bloqueó un ataque de Ser Harrold Westerling, el caballero que había sido maestro de armas de la Fortaleza Roja el último par de años.

— ¡Aemma, silencio! —gruñó cuando logró quitarse al caballero de encima, poniendo algo de distancia para evaluar su próximo movimiento.

— ¡Pero te estoy animando! —fue la réplica.

¿Por qué no lo animaba como lo hacían las otras damas? Como Lady Prunella, por ejemplo, que aplaudía y agitaba su pañuelo hacia Viserys cada vez que este la miraba (Daemon por fin entendió el motivo de la petición de su hermano para entrenar en privado por las noches). Una animación dulce, tranquila y entrañable, no el caos de Aemma.

Por supuesto, Daemon no podía decirle eso a su prima, sería grosero y padre se decepcionaría. Y, bueno, pensó con un deje de indulgencia, Aemma era una niña de doce onomásticos que no sabía nada mejor.

— ¡No ahora, criatura caótica! —oyó risas al mismo tiempo que desviaba una estocada de su oponente.

Tuvo un instante para mirar hacia Aemma, quien hizo pucheros en su dirección antes de retirarle su atención. Bien. No más distracciones.

— ¡Bien hecho, Lord Bennifer! —fue lo siguiente que escuchó —. ¡Es un orgullo para su Casa!

¿Qué hacía Aemma felicitando ahora a Bennifer Blackwood? El chico que había llegado con su padre, Lord Blackwood, a la capital una semana atrás para solicitar ayuda de la Corona en otra de sus disputas con la Casa Bracken. El mismo que compartía edad con Daemon y, al parecer, era muy indulgente.

—Gracias por sus dulces palabras, Lady Aemma —el riverense hizo una venia galante hacia ella —. Por favor, acepte mi reciente victoria como muestra de mi gratitud y admiración hacia usted.

¿Así que ganó su combate? ¿Y qué? ¿Y por qué Aemma estaba ruborizándose? ¿Era tan fácil de impresionar?

—La distracción es la muerte, príncipe Daemon —dijo Ser Harrold, con la punta de su espada contra el pecho de Daemon.

¿Acaso se había distraído?

—Me honras demasiado, Lord Bennifer —Aemma soltó una risita.

— ¡Blackwood! —se apartó de Ser Harrold y dio unos pasos hacia el insolente —. ¡Es tu turno contra mí! ¡Ahora!

Si este chico y cualquier otro advenedizo creían que podían seducir a una dama con sangre Targaryen, a un jinete de dragón, entenderían por las malas lo fuera de lugar que estaban sus delirios.

Hizo caso omiso de la risa de Viserys, Daemon sólo estaba defendiendo a su linaje sin importar lo insufrible que fuera uno (Aemma) o varios de sus miembros.

 

Notes:

1. Baelon ya tiene elegidos los nombres de los futuros bebés Daemma jajaja.

2. Prunella Celtigar está aquí porque la amo mucho y es mi favorita de mis oc's.

3. No me convence que Otto se convirtiera directamente en Mano sólo por su reputación erudita (según wiki en cuanto al libro), así que lo introduje en esta historia antes y desde abajo. En teoría, debería ir escalando poco a poco si se granjea el favor de los royals (VIserys), pero ya veremos qué logra.
Mientras tantos, no puedo resistir darle golpes porque él es así de odioso.

 

¡Gracias por comentar!

¡Gracias por leer!

Chapter 3: 94 d.C.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Aemma Arryn

Alysanne Targaryen estaba de vuelta.

Debió hacer caso a su sexto sentido cuando éste se activó tras la noticia del rey, meses atrás, sobre Maegelle Targaryen uniéndose a la reina en Dragonstone para hacerle compañía. Según palabras de la anciana, su hija septa la había hecho reflexionar y esa reflexión la llevó de regreso a los brazos de su esposo.

Y a redoblar sus intentos de emparejarla con Viserys.

—Ha sucedido mucho en mi ausencia —Alysanne le clavó la mirada y Aemma se sintió bajo la atención de un depredador —. Supe que te llaman la Bondadosa Dama Aemma.

Ah, sí.

Se había ganado ese título con su almacén de maíz y molinos.

Había solicitado permiso a su padre para abrir la Mansión Arryn de Desembarco del Rey como un espacio de beneficencia. Llenó con granos de maíz los almacenes de la mansión y los abrió al público, así como adecuó los cobertizos con varios molinos de mano. Maíz era entregado a la gente de la ciudad, los plebeyos, según la cantidad requerida por mes; todo gratuito y salido del bolsillo de Aemma, no de la Casa Arryn, de ella y sus burdeles. En cuanto a los molinillos, los cobertizos estaban abiertos a determinadas horas todos los días para que la gente acudiera a moler su maíz cada vez que lo requiriera.

Tony nunca había cocinado una tortilla en su vida, pero investigó el proceso porque era así de curioso. Entonces Aemma repitió instrucciones a cocineros, quienes dieron una demostración a los plebeyos. E incluso si no fueran tortillas, ella confiaba en la imaginación de la gente, sabía que encontrarían maneras o recetas nuevas para consumir el maíz. En todo caso, podrían comerlo asado o hervido.

Y aunque muchos, sino la mayoría consideraban sus acciones simple caridad o, incluso, una estupidez por el derroche de oro, Aemma lo consideraba una inversión. Con el paso del tiempo, la gente querría comprar sus propios molinillos para ahorrase los viajes a la Mansión Arryn o por cualquier otra razón como simplemente querer algo propio que además era útil.

Por otra parte, no era un desperdicio de oro pues si alguien quería más maíz (más de lo que la gente de Aemma tenía registrado tras una exhaustiva investigación de cada familia o individuo), tenía que pagar la cantidad extra.

—Espero que no te moleste, abuela —después de todo era una imitación de su epíteto.

—Para nada, nieta, al contrario, me enorgullece y llena de ilusión por el futuro. El reino no estará desamparado con otra reina buena en el futuro —dirigió una sonrisa tanto a Aemma como a Viserys.

Una sonrisa que murió cuando dicho nieto desvió la mirada y, básicamente, no le siguió la corriente.

—También escuché que te has rodeado de nuevas amistades, príncipe Viserys —Alysanne amaba sus juegos de poder, sobre todo este en que cambiaba de familiaridad a títulos llenos de peso —. Si bien es encomiable que mantengas cerca a la vieja sangre, no debes olvidarte de los demás. Un heredero no debe estar en deuda con una sola Casa.

Era tan obvio a qué se refería que incluso Viserys lo entendió, el chico complaciente que carraspeó con nerviosismo y bajó la mirada.

Aemma rodó los ojos. Para ser alguien que antaño destinó un piso completo del castillo a los Velaryon, Alysanne estaba siendo muy dura con los Celtigar y el mismo Viserys.

—También es inapropiado que un heredero favorezca tanto a una dama con quien no comparte parentesco alguno —ahí estaba, lo que de verdad molestaba a la anciana.

Viserys se inquietó y miró hacia su padre, como buscando ayuda.

—Madre, permíteme asegurarte que la impropiedad de la que hablas es inexistente.

—Baelon, no contradigas a tu reina —intervino Jaehaerys, bajando los cubiertos.

¿Ahora los ancianos eran un equipo?

Aemma miró a Gael, quien estaba sentada junto a Alysanne, silenciosa pero con ojos atentos mientras comía pastel de paloma. Frente a Aemma, Daemon lucía deseoso por defender a su hermano, aunque carecía de los argumentos necesarios.

—Dirías eso, muchacho —continuó Alysanne, ojos severos clavados en Baelon —, ya que es por ti que los Celtigar han permanecido en la Fortaleza más allá de la bienvenida inicial.

—Eso es culpa mía, abuela —Aemma salió en defensa del único adulto con corazón en la habitación —. Pedí a mi tío que extendiera la bienvenida de la Casa Celtigar porque encontré muy agradable la compañía de Lady Prunella.

—Y, sin embargo, es el príncipe Viserys quien más tiempo ha compartido con la dama.

Aemma no vaciló en su sonrisa —. Mi primo y Lady Pru tienen mucho en común. Han formado un lazo muy fuerte y entrañable, digno de canciones. Y hay poco que adultos como ellos encuentren agradable o entretenido en una niña ruidosa como yo.

—No te desestimes, nieta. Además, no existe vínculo más fuerte que el de la sangre.

¿De verdad Alysanne fue ahí? ¿La mujer que se envolvía en el manto de la Fe y crió a sus hijos con los Siete como religión principal?

—Me parece que la Fe no piensa lo mismo —tomó un delicado sorbo de agua.

Vio a la anciana apretar la mandíbula, pero mantuvo la tranquilidad y sonrió como si no estuviera manteniendo una discusión redundante con una niña de doce años.

—Siempre hay lugar para excepciones —por supuesto, de otra forma ella y Jaehaerys no estarían casados.

Cada vez más, Aemma pensaba que los reyes usaban la Fe a su conveniencia.

—Suficiente —ordenó Jaehaerys justo cuando Aemma iba a hablar.

El rey salvó a Alysanne porque, con un poco de tiempo más, Aemma definitivamente iba a ganar esa discusión.

—No es lugar de ninguno de ustedes discutir con su reina —el rey los miró por turnos, deteniéndose en Viserys y Aemma —. He sido indulgente con ustedes los últimos años, demasiado, diría yo, ya que parece que han olvidados sus lugares y deberes.

Viserys volvió a bajar la cabeza, Aemma frunció el ceño.

—Príncipe Viserys, reducirás tu tiempo con Lady Prunella —sentenció, provocando, sorprendentemente, que dicho nieto abriera la boca para replicar, pero, no sorprendentemente, la cerrara con la misma rapidez.

—Jaehaerys, lo mejor sería despedir a la Casa Celti-

—La Casa Celtigar es de la vieja sangre, Alysanne —interrumpió el anciano a su esposa —, también es una de nuestros abanderados más leales. No seremos groseros con ellos —regresó la atención a Viserys —. Tú, debes tomar distancia de la dama y comunicarle que cualquier sueño entre ustedes es complicado.

Complicado, no improbable o imposible. Al menos Jaehaerys no estaba del todo de acuerdo con los planes de Alysanne. A la reina no le gustó lo que escuchó.

—Y tú —fue el turno de Aemma de estar bajo la mira de los ojos malva —, comenzarás a hacerte consciente de dónde estás, de quién eres y de lo que se espera de ti.

Que nunca se diga que Aemma Arryn era una para quedarse callada.

—Estoy en la Fortaleza Roja, soy Aemma Arryn y lo que se espera de mí es que me case con un príncipe Targaryen —Aemma clavó su mirada seria, medio desmentida por su sonrisa arrogante, por turnos en cada par de ojos de los reyes —. Un príncipe Targaryen que ya elegí. Daemon. Daemon Targaryen es a quien quiero.

Sus primos y tía la miraron horrorizados, esperaba que fuera por la insolencia de seguir luchando contra los reyes y no por su convicción porque ya deberían saberlo. Llevaba años diciendo que quería casarse con Daemon, ya no debía ser sorpresa para nadie.

En cuanto a Baelon, su tío lucía dividido entre mirarla con orgullo o con el mismo horror de sus hijos y hermana.

—Comenzarás la reflexión ahora —Jaehaerys dio un golpe a la mesa con la palma, sobresaltando a todos, incluyendo sirvientes —. Retírate, Lady Aemma.

Y que no se diga que Aemma Arryn no haría todo lo posible por tener la última palabra.

—¿Sin postre?

—¡Retírate ahora!

Salió con digna rapidez.

 

Risas suaves llamaron su atención, haciéndola levantar la vista de los pergaminos en su regazo justo a tiempo para ver a Daemon y Gael salir del camino flanqueado de pequeños árboles de brunfelcias blancas. El chico cascarrabias tenía una expresión suave y los ojos alegres, mientras la princesa parecía encantada.

Interesante.

—Oh. Sobrina —Gael reparó en su presencia —. Disculpa la interrupción.

Aemma hizo un gesto de desestimación.

— ¿Qué los tiene tan contentos, princesa Buttercup?

Daemon tendía a lucir enfadado con el mundo como el típico adolescente y Gael estaba demasiado reprimida por Alysanne que pocas veces Aemma la había visto tan divertida.

—Mi sobrino sólo estaba hablándome de t-

—De nada que te incumba, molestia de ojos azules —interrumpió Daemon.

Aemma resopló por el apodo, ¿qué era ella, una carta de Yu-Gi-Oh?

Gael le lanzó a la verdadera molestia una mirada de complicidad, una ante la que Daemon hizo una mueca, misma por la que Gael volvió a reír. Aemma no se había dado cuenta que ese par era tan unido como para comunicarse con gestos; en su defensa, sólo había convivido con la princesa pocas semanas antes de que se la llevaran a Dragonstone y actualmente sólo llevaba otras pocas semanas de regreso.

—Tienes tinta en la nariz, sobrina —Gael señaló mientras sacaba un pañuelo de la manga de su vestido.

Ella no dejaba de maravillarse cada vez que veía eso en alguna mujer, siempre pensó que eran inventos de la televisión.

—Gracias —aceptó el pañuelo y se limpió —. Estaba trabajando en algo muy importante.

— ¿Y qué sería eso? —Gael aceptó la invitación de Aemma de tomar asiento junto a ella.

Daemon tuvo que imitarla pese a las muecas de descontento.

—Estoy diseñando el castillo donde Daemon y yo viviremos —canturreó, atenta a la reacción explosiva del chico.

— ¡¿Dónde nosotros qué?!

Él no decepcionó.

— ¿Puedo ver? —Gael hizo caso omiso del drama y se inclinó hacia Aemma.

—Por supuesto —le pasó los pergaminos y comenzó a explicarlos —. Planeo que tenga grandes ventanales, mucha luz natural, ¿sabes?

—Las habitaciones luminosas son agradables, sí.

— ¡Llamas de Valyria! ¡Gael, no la escuches! ¡No alimente sus delirios!

¿Daemon se daba cuenta que sonaba como una señora de mediana edad?

— ¿No te gustan los espacios abiertos, Dane? —era el apodo más digno que tenía para él y el que, por alguna razón, más avergonzaba a Daemon —. Supongo que puedo destinar algunas zonas para que sean más cerradas, ¿quizá también ventanas pequeñas para tu solario? No creo que nuestra habitación se vea bien si reducimos las ventanas, ¿pero tal vez funcione con vitrales?

— ¿Nuestra habitación? —él balbuceó.

Ah, qué divertido era molestarlo.

—Claro; no creo en dormir en habitaciones separadas. ¿Y si te extraño? No quiero recorrer todo un pasillo para poder abrazarte. ¿Y si tengo frio? Me gustaría sentir tu calidez en todo momento.

El rostro de Daemon fue aumentando de sonrojo por cada frase, hasta que parecía un tomate a punto de explotar. Un tomate que le tapó la boca bruscamente.

— ¡Daemon! —nunca pensó que Gael Targaryen fuera capaz de elevar la voz —. No seas grosero. Aemma sólo está siendo cariñosa y considerada —dijo eso, aunque también lucía abochornada.

Daemon se dividió entre quejarse cuando Aemma le lamió la mano —. ¡Aemma, deja de hacer eso! —y lloriquear a Gael —. ¡Tía, no la escuches! ¡Aemma es un demonio salido de los siete infiernos!

La vehemencia con que apeló a la princesa impresionó a Aemma.

Era muy interesante.

—Que vergüenza, Daemon —ella siguió regañando y Daemon continuó quejándose.

¿Gael era su crush? Aemma había notado la sorpresa maravillada en los ojos de Daemon cuando vio a Gael después de dos años y no lo culpaba. Gael Targaryen era hermosa y delicada como un hada, la chica más hermosa junto con Aemma, y poseía la clara ventaja de conocer a Daemon de toda la vida y viceversa. Tampoco sería una sorpresa si el interés fuera mutuo.

Al contrario, si Daemon y Gael compartían sentimientos románticos, significaba que Aemma no tendría que casarse con él (¡tomen eso, padre y Bertie!). Ella sólo tenía que asegurarse de atarlos completamente, y a Viserys con Lady Pru.

¿Pero cómo?

 

 

La respuesta le llegó días después, como toda una epifanía, y era dragones.

Dragones para Viserys y para Gael.

Con un dragón propio, ni Alysanne ni Jaehaerys verían la urgencia de unir al muy futuro rey con un jinete de dragón. Con un dragón propio, Viserys podría casarse con alguien que no fuera un jinete de dragón, no se vería presionado; y si el amor que parecía tenerle a Lady Pru era tan, ya no, digamos, profundo, sino sincero, él podría sacar valor de su dragón para dejar de ser un príncipe obediente (al menos en ese aspecto).

En cuanto a Gael, como jinete de dragón, Jaehaerys no querría entregarla a ninguna Casa noble (no que Alysanne lo permitiera en primer lugar). No obstante, si las propuestas de matrimonio se volvieran demasiado insistentes, lo suficiente para que Jaehaerys quisiera o fuera aconsejado a ceder, Alysanne podría desesperarse lo suficiente para recurrir el menor de los males, a Daemon.

Si Gael se casaba con Daemon, seguiría en la Fortaleza Roja, al alcance de Alysanne, donde ésta podría seguir dictando su vida. Y entonces los reyes se olvidarían de Aemma. No querrían a ninguna Casa noble en posesión de un dragón y, con suerte, podrían decretar una soltería eterna.

Plan sencillo, pero a veces los planes sencillos conseguían los mejores resultados. Aemma confiaba en el poder del guion. Ella solo tenía que convencer a sus víctimas, las cuales no estaban siendo muy cooperativas.

Viserys la rechazó de inmediato, atañendo alguna nostalgia ñoña por Balerion y su incapacidad para traicionarlo.

En cuanto a Gael…

—No tengo lo que se necesita, sobrina —Gael abrazó una almohada, Aemma la había invitado a dormir para tenerla a solas (un permiso que consiguió a duras penas y que seguramente Alysanne concedió sólo para ganar puntos con Aemma) —. No soy valiente, no soy fuerte, no soy nada como tú o Rhaenys. O Alyssa. Simplemente no soy digna.

—Espera, espera, ¿qué estás diciendo?

¿Qué tonterías estaba escuchando?

—De todas sus hijas, padre solo permitió que Alyssa se uniera a un dragón.

— ¿Que Jaehaerys le dio permiso a Alyssa Targaryen? ¿Crees que Alyssa esperó permiso alguno? No. Ella entró sola a Pozo Dragón, sin implorar y sin avisar, y salió de ahí con Meleys. Ella no esperó que alguien le dijera que era digna de un dragón, ella demostró que lo era.

Según la historia de Baelon.

Gael hizo una mueca —. No tengo el valor para demostrar lo mismo.

—Claro que lo tienes. La sangre de los Conquistadores, de Daenys la Soñadora y de Gaemon el Glorioso corre por tus venas; tu valentía sólo espera el momento justo para mostrarse, y tal vez este sea ese momento. Hace tiempo alguien me dijo que el valor no es la ausencia del miedo, sino el conocimiento de que hay algo más importante que el miedo.

Ojalá esa frase motivara a Gael tanto como motivó a Mia Thermopolis.

— ¿Qué es más importante que el miedo? —Gael apretó la almohada contra su pecho.

—Primeramente, demostrarte a ti misma de lo que eres capaz. Secundariamente, libertad; esa libertad que se siente al volar entre las nubes, aunque sea por corto tiempo. Tercero, sentir unido a tu alma y corazón otro ser, un ser que nunca te traicionará ni te abandonará.

Aemma estaba casi segura que Morningstar la amaba más que a las ovejas.

—Y cuarto, tú dime, tía. Sólo tú sabes qué vale correr este riesgo en particular.

Gael permaneció en silencio pensativo por un largo rato, Aemma la dejó reflexionar, aunque la inquietud la asaltó cuando pasó media hora.

—Mi madre… —Gael habló finalmente y Aemma rodó los ojos.

—La abuela no es dueña de tu vida —aunque le gustaba pensar lo contrario —. Ella te ama, tía, tarde o temprano superará cualquier enojo. ¿Cómo podría castigarte? Ella ya te tiene encerrada en sus faldas. ¿Enviarte a la Fe? Nunca renunciaría a ti y lo sabes.

—Mi padre enfurecerá.

Aemma se animó. Gael, más que sonar temerosa, sonaba dispuesta.

—También se le pasará y la abuela no permitirá que él te haga nada —no era como si pudiera desheredarla.

—Pero es el rey-

— ¿Qué es un rey entre uno de sangre Targaryen y un dragón? —se inclinó para tomar sus manos y le sonrió con su mejor sonrisa de director ejecutivo —. Ni Alyssa, ni Rhaenys ni yo le dimos la opción, tú tampoco se la des.

 

 

Después de suplicar a Alysanne que les permitiera tener un tiempo de chicas mimando a Morningstar en la playa, Aemma coló a Gael en Pozo Dragón. Y después de engañar a los Guardianes de Dragones para que las dejaran explorar inocentemente el lugar, Gael estuvo frente a Dreamfyre.

Ella nunca había presenciado una vinculación humano-dragón, así que no sabía lo que esperaba.

Su unión con Morningstar había sido fortuita, pese a lo que le gustaba presumir a las masas. La verdad era que durante una cabalgata en el Valle, tras retar a los hijos menores de Amanda a carreras, terminó desviándose del camino y llegó a un rebaño de ovejas justo en el momento que el dragón caía desde el cielo como un ángel vengador muy hambriento. Y, bueno, ¿qué iba a hacer Aemma? ¿No aprovechar la oportunidad?

Ella había crecido oyendo historias sobre su linaje materno, sobre los parientes en la capital que cabalgaban dragones. Y, naturalmente, la curiosidad la hizo preguntarse y, consecuentemente, averiguar si la mitad de su sangre era suficiente para comandar un dragón. La respuesta, tras escudarse en lana y ofrecerlas como ofrendas, fue obviamente sí.

En cuanto al nombre, su primera impresión del dragón no se esfumó, además de que le molestó mucho que Elbert y sus sobrinos mocosos se burlaran de lo feo que era Sheepstealer. Absoluto sacrilegio. Su bebé sólo tenía vitíligo. Fuera como fuere, Lucifer era un ángel caído y el más hermoso, así que Aemma decidió que Morningstar era el nombre perfecto para el ser que más amaba en su nuevo mundo.

Entonces.

Gael no tenía ovejas, pero sí palabras cantadas en suave valyrio. Algo que parecía agradar a Dreamfyre.

Después de lo que le pareció una eternidad, las vio abrazarse. Sí, abrazarse.

La forma en que Dreamfyre empujaba su cabeza hacia el cuerpo de Gael, mientras ésta rodeaba su nariz con sus brazos y lloraba lágrimas de alegría, no podía ser otra cosa que un abrazo.

Así, después de que los Guardianes desencadenaran a la dragona de la Reina del Este, Aemma vio a la frágil y sumisa hija menor del Conciliador y la Bondadosa elevarse al cielo con una risa que, estaba segura, nadie le había escuchado nunca.

La inesperada alegría y satisfacción que sintió, por algo más que sus planes funcionando, no se esfumó hasta más tarde, cuando estuvo de regreso en la Fortaleza Roja y lo primero que hizo Alysanne Targaryen fue abofetearla.

 

 

Daemon Targaryen

Nunca pensó que escucharía gritar alguna vez a Gael.

Su tranquila y dulce tía, quien no había levantado la voz una vez en su vida, hasta ahora.

Era la tercera vez en una semana que se escuchaba a Gael Targaryen discutir con la reina, con su madre, defendiendo sus acciones y defendiendo a Aemma.

Aemma que llevaba esa misma semana encerrada en sus aposentos, sin que nadie, excepto los reyes, pudiera visitarla. Incluso Moira tenía prohibido entrar, dejando a las doncellas en que la reina confiaba para que sirvieran a Aemma. La reina quería evitar que su nieta cometiera alguna otra locura, así que la aisló. Incluso colocaron un armario pesado contra el pasadizo de su habitación para que ella no pudiera salir ni nadie pudiera entrar; Daemon lo había comprobado cuando intentó colarse.

Aemma lo molestaba la mayoría del tiempo, pero compartían sangre y eso era suficiente para que él se preocupara por ella. Sobre todo después de la reacción violenta que sufrió por parte de la reina.

Daemon, junto a su abuela, su padre y Viserys, habían esperado el regreso de Gael y Aemma en el patio principal. Cuando ambas llegaron, escoltadas por un contingente de guardias, exultantes y ruidosas, Alysanne Targaryen hizo un camino directo no a Gael, a Aemma y le propinó una bofetada tan fuerte que le hizo girar el rostro y trastabillar hacia atrás.

Los cortesanos que presenciaron el acto soltaron exclamaciones conmocionadas.

Daemon había quedado petrificado.

Jaehaerys, y mucho menos Alysanne, habían levantado manos contra hijos o nietos nunca.

Sólo la reacción rápida de padre evitó que la reina hiciera algo más, como volver a golpear a Aemma. Aunque él no pudo evitar que la confinaran, siendo también vetado de su presencia por su obvio favorecimiento.

—Daemon, ¿qué haces aquí? —padre lo encontró frente a los aposentos de su abuela, en el Ala de la Reina.

—Vine a solicitar permiso a la reina para visitar a Aemma —hizo una mueca cuando un grito sollozante de Gael resonó hasta el pasillo.

Parecía que unirse a Dreamfyre le había aflorado el carácter.

— ¿Otra vez?

Daemon se cruzó de brazos, un poco a la defensiva —. Aemma es familia.

Padre sonrió con cariño, suspiró cuando la reina dio un ultimátum a Gael y guio a Daemon hacia unos ventanales al fondo del pasillo, donde se detuvieron.

—Aunque estoy seguro que ella apreciaría tu consideración, como yo, tus esfuerzos serán infructuosos. La reina está muy consciente de sus sentimientos por ti, no correrá el riesgo de validar las intenciones de Aemma de casarse contigo.

Hizo una mueca más pronunciada —. No le correspondo —insistió, ignorando deliberadamente el recuerdo de la valiente Aemma recalcando al rey que sólo quería a Daemon como esposo en aquella cena de semanas atrás —. Como dije, es familia… y fue la primera vez que alguien la golpeó.

Fue el turno de padre de hacer una mueca.

—Eso nunca debió haber ocurrido. La reina se arrepiente de sus acciones.

Quiso preguntar si era verdad, pero temía la respuesta. La reina no actuaba muy arrepentida, pues había redoblado esfuerzos para que el rey decretara oficialmente el matrimonio de Viserys con Aemma.

Ese sería el verdadero castigo para Aemma, pensaba Daemon.

 

 

Vio a Aemma una semana después.

En el Salón del Trono, mientras el rey anunciaba oficialmente el compromiso de Viserys con Aemma, así como la subsiguiente boda dentro de cuatro meses.

Daemon, parado junto a su hermano, lo sintió estremecerse, pero no giró a verlo. Sus ojos estaban puestos en Aemma.

Aemma con un moretón descolorido en la mejilla, Aemma diminuta, tan diminuta frente al Trono de Hierro, quien mantenía el mentón levantado en desafío.

Sinceramente, Daemon pensó que se echaría a llorar en un ataque de dramatismo o que haría berrinche por el simple hecho de incomodar a todos y tener, de alguna manera, la última risa de la única manera que podía. Pero no.

Ella estaba erguida. Espalda recta como una barra de hierro, extremidades quietas y rostro severo. Portaba un vestido bien planchado y almidonado, en azul Arryn; su cabello estaba peinado impecablemente en trenzas; y de sus orejas y cuello colgaban pequeñas perlas nacaradas.

Lucía como una pequeña dama perfecta.

Aunque sus ojos gritaban que más bien era una dama en guerra.

Era la primera vez que Daemon veía tal mirada en esos ojos azules.

Frialdad, determinación, cálculo.

Aemma no habló, no se movió, no expresó reconocimiento alguno por el decreto escuchado. Ni siquiera parecía estar mirando a alguien.

La única reacción que tuvo fue la frialdad de sus ojos acentuándose cuando el rey mencionó que Lord Arryn había estado de acuerdo y que él, junto con toda su Casa y el Valle, llegarían a tiempo para la boda.

Ella permaneció inmóvil y Daemon tuvo la impresión de que era peligrosa en esa quietud porque más que una estatua de hielo, parecía una estatua de hierro. Hierro candente. Hierro a la espera de ser probado.

Hierro que estaba siendo probado.

 

 

—Maldita sea, hermano, ¡deja de suspirar!

Estaban rompiendo el ayuno juntos, sólo ellos dos, una semana después del anuncio de la boda.

—¡Si tanto te duele el corazón, haz algo! —dejó la cuchara e hizo a un lado el tazón de avena.

Prunella Celtigar y toda su Casa habían partido el día anterior de regreso a Isla Zarpa. Ya no había nada para ella en Desembarco del Rey. Viserys había visto su carruaje alejarse desde un ventanal en el piso más alto de la Fortaleza.

—No puedo, sabes que no puedo —Viserys también dejó su comida de lado —. Tengo que cumplir mi deber con el rey y el reino.

—¿Haciéndote infeliz en el proceso? ¿Haciendo infeliz a Aemma?

—No lo entiendes, Daemon. Sobre ti no descansa el peso de ser un futuro rey.

Daemon resopló.

—El abuelo se casó por amor. Él y la abuela actuaron contra los deseos y decisiones de la reina Alyssa, ¿crees que ellos pensaron en el futuro del reino? No, ellos sólo pensaron en sí mismos y su felicidad.

Viserys lo miró con desconcierto.

—¿Qué? ¿No lo dedujiste de las historias? Nuestros abuelos son grandes rey y reina, pero también son personas y fueron jóvenes, como tú. Puedes ser un buen rey y también tener a quien amas, Viserys.

—Estás… inusualmente lúdico hoy, hermano —fue lo que dijo Viserys, al parecer incapaz de refutar o aceptar el argumento de Daemon.

—Tú sólo entiendes cuando te hablo con lógica —se cruzó de brazos.

—¿No es porque te preocupa nuestra prima?

Daemon frunció el ceño.

Sí, le preocupaba Aemma, pero no por la tontería que Viserys seguramente estaba pensando.

—Me preocupas . No descarto que Aemma te asesine en la noche de bodas.

—Ella no lo haría —Viserys palideció.

—Ella te desgarraría la garganta con sus propios dientes.

La habían visto entrenar lucha a mano limpia con sus guardias, volcando hombres del doble de su tamaño y cuádruple de su peso sobre su espalda. La habían visto disparar balines de hierro, con un arma de mano, a animales durante cacerías, directo a la cabeza. La habían visto desollar y descuartizar a los mismos animales con sus propias manos (son habilidades de supervivencia, había dicho ella cuando la cuestionaron porque eso no era algo que una dama haría). Y la habían visto comer galletas con forma de animalitos, delicias que ayudó a inventar en el Valle y receta que compartió con las Cocinas Reales, mordiéndoles primero la cabeza.

La palidez de Viserys aumentó, entonces negó con la cabeza y se forzó a mostrar sabia serenidad.

—Aprenderemos a llevarnos bien como un matrimonio, el afecto nacerá y crecerá con el tiempo. Ser Otto dice que uno sólo debe ser paciente, mantener el corazón abierto y ser siempre respetuoso.

—¿De qué Otto estás hablando? —¿desde cuándo Viserys hablaba de asuntos personales fuera de la familia?

—Otto Hightower, el mayordomo de la Fortaleza Roja.

Un hombre larguirucho, de mueca altiva y ojos de tiburón le llegó a la mente. El hermano de Lord Hightower, el que fue recomendado por Lord Beesbury. Sólo lo recordaba un poco porque la abuela se había quejado una vez de la insistencia de ese hombre por cambiar de puesto a Mayordomo del Fuerte de Maegor, una posición que sólo alguien de sangre valyria y lealtad irrefutable podía poseer. Actualmente, el puesto estaba ocupado, de hecho, por un Celtigar, un tío abuelo de Lady Prunella.

—¿Y por qué te diría eso? No era, ni es su lugar —se descruzó de brazos y golpeteó la superficie de la mesa con un dedo.

—A veces hablamos, como hablo con todos los cortesanos. Ayer me encontró por casualidad en el Jardín de Rhaenys, me notó decaído y preguntó por mi bienestar. Es muy fácil hablar con él, hermano, también es un hombre muy inteligente y versado, estudió en la Ciudadela —un Hightower que estaba en la Ciudadela, vaya sorpresa —; así que hablé de mi dilema y me aconsejó.

—Un mayordomo te aconsejó —dijo secamente.

—Es un noble, Daemon, y, como dije, muy inteligente. Si el deber de servir a su rey no lo hubiera llamado, se habría convertido en maestre.

¿No se había convertido en mayordomo cuando ya tenía esposa e hijos? ¿Cómo brincó directamente de posible maestre a mayordomo? ¿Dónde quedaba la familia?

Viserys sólo veía lo que quería ver.

—No importa ahora, olvidémonos de este Otto —desestimó, regresando al punto —. Hermano, ¿de verdad ignorarás a tu corazón? ¿Estás dispuesto a correr el riesgo de tener un matrimonio frio y miserable?

—Tengo un deber, Daemon. Y la abuela tiene grandes expectativas en mí.

¿Así que la abuela ya lo había manipulado?

—También, grandes expectativas reposaron en Aegon el Conquistador y aun así se casó con Rhaenys —cuando vio brillar los ojos de Viserys, se apresuró a agregar —: No estoy diciendo que tengas dos esposas; no eres Aegon, Viserys. Además, no creo que los abuelos lo permitieran.

Los hombros de Viserys se hundieron —. Tampoco la Fe.

A Daemon le importaba un comino la Fe, pero si eso apelaba a Viserys, lo usaría.

—Sí, ni los abuelos, ni la Fe. Por eso debes casarte con Lady Prunella, sólo ella.

Viserys no alegó, simplemente se quedó mirando a Daemon en silencio.

—Así que sí correspondes a Aemma —¿de dónde sacó tal tontería?

—No quiero casarme con Aemma —puntuó, inclinándose hacia adelante —. Pero sí me importa, es mi familia y mi sangre. Tú eres mi familia y mi sangre. Y por eso los quiero lo más felices posible, aunque ella sea una molestia y tú seas un idiota.

—Creo que es lo más lindo que me has dicho, hermano.

No pudieron seguir hablando porque una doncella llegó, enviada por la reina, para informar que Viserys debía reunirse con el sastre real para comenzar a trabajar en su traje nupcial.

La reina se movía rápido.

 

 

Gael suspiró, cesando de asomarse por la terraza.

—Si el balcón de su habitación mirara hacia un jardín, sería más sencillo vernos.

Ella se refería a los aposentos de Aemma, de los cuales tenían vista desde la terraza en que él y Gael se encontraban. El balcón de Aemma estaba en dirección al mar, por lo que ella y Gael no podían gritarse desde un balcón a otro, o de balcón a jardín debajo. Aunque lo habían intentado.

Varias veces, Aemma había hecho señales y gestos desde una de sus ventanas, y Gael respondió en consecuencia. No estaban lo suficientemente cerca para escucharse, a menos que gritaran con todas sus fuerzas, pero sí para ver y comunicarse por mímica.

La aventura de Dreamfyer había unido a tía y sobrina, incluso si desde entonces Aemma había estado encerrada.

Tras el anuncio de la boda, Aemma fue regresada a su prisión. La reina no había decidido cuánto tiempo duraría el encierro. Seguramente estaba tentada a mantenerla así hasta la boda. Sin embargo, tendría que dejarla libre pronto.

No se vería bien para la nobleza prolongar un castigo casi injustificado. Lord Arryn tampoco toleraría que su hija fuera tratada como un criminal por demasiado tiempo. De hecho, Rodrik Arryn había escrito para informar que las hermanas de Aemma llegarían a la capital para cuidarla (custodiarla).

En cuanto al castigo de Gael, debía permanecer lejos de Dreamfyre hasta que la reina decidiera lo contrario. La abuela alegaba que necesitaba hacerse a la idea de que su delicada hijita corriera tanto riesgo lejos de ella.

—Pronto estará en libertad, tía, tal vez cuando se cumpla el mes o cuando sus hermanas lleguen.

—Aemma no debería estar encerrada en primer lugar, no hizo nada malo.

—Tu madre no piensa así —levantó las manos en defensa cuando Gael lo miró con furia.

Su sangre de dragón realmente había despertado.

—¿Por qué no sale? ¿Está en la antecámara? —ella redirigió su atención a la prisionera.

Era un poco curioso, supuso.

Aemma amaba la luminosidad, mientras hubiera luz en el exterior su habitación mantenía las cortinas descorridas y el balcón abierto. Todo adecuado para que pasara horas inclinada sobre su escritorio, trabajando en sus ideas descabelladas. Actualmente era media tarde, el sol brillaba y ella no estaba por ninguna parte. El armario seguía en el mismo lugar, así que ella no había escapado. Tal vez estaba tomando un baño, el calor era sofocante esa tarde.

Daemon estaba celoso de su padre, quien estaba visitando a Rhaenys en Marcaderiva para limar asperezas. Los muros de Marea Alta eran fríos, nunca calentándose por el sol, por lo que el lugar siempre era fresco. Debió acompañarlo.

Un rugido áspero lo sacó de sus pensamientos.

Morningstar apareció sobre la Fortaleza Roja, se dirigió a la bahía y la sobrevoló, dando vueltas con la cabeza en dirección al castillo.

¿Qué estaba haciendo? ¿Finalmente estaba respondiendo a la inquietud de Aemma? ¿O algo estaba ocurriendo con ella? ¿Había enfermado?

De un momento a otro, Morningstar voló hacia ellos, no, hacia la habitación de Aemma.

Gael soltó un grito horrorizado.

Daemon apartó su mirada del dragón y siguió la de Gael, justo a tiempo para ver a Aemma correr por la habitación en línea recta hacia el balcón. Aemma dio un salto hacia un banco, luego hacia el barandal, del cual se impulsó para dar un último salto largo hacia una caída libre. Un salto directo a las piedras y el mar debajo, sólo que no golpeó nada de eso porque Morningstar la alcanzó justo a tiempo.

Aemma cayó en su espalda, luchó por agarrarse de las espinas que sobresalían en el lomo, mientras el mismo dragón maniobraba para que su jinete no cayera, para mantenerla encima.

Ellos no usaban silla; Aemma lo había considerado restrictivo y otra barbarie por los clavos grandes y gruesos que incrustaban entre las escamas de los dragones para atar las riendas. Aemma había sobrevivido sólo con cadenas, arneses y tiras de cuero amarradas a su cintura, que a la vez rodeaban el pecho de Morningstar.

El corazón de Daemon se detuvo cuando no la vio atarse, sino simplemente aferrarse mientras Morningstar se nivelaba en el aire y emprendía vuelo hacia el Este.

Notes:

Jaehaerys a Alysanne *viendo a Aemma escapar*: ¿No te recuerda a alguien?

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1. A que no se lo esperaban.

2. Creo que Gael es de las que lloran cuando sienten impotencia.

3. Nos vemos el siguiente fin o dentro de 15 días para la siguiente tanda de capítulos.

¡Gracias por leer!

¡Gracias por comentar!

Chapter 4: 95 d.C. (parte 1)

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Enzo Brunnis

—Debo decir que la pensé más alta, Lady Aemma —el Alto Gestionador comentó afablemente mientras uno de los clientes más jóvenes del Banco de Hierro tomaba asiento frente al escritorio de la oficina general.

Aemma Arryn había llegado medio marca de vela atrás, solicitando una reunión con su gerente de cuentas, era decir, el mismo Enzo. Sin embargo, como sucesor del Alto Gestionador, éste había estado al tanto del cliente más interesante que Enzo había atendido a la fecha. Aunque su interacción se había mantenido por cartas, el ingenio de la dama había sido evidente y más de una vez le había sacado risas a Enzo, así como provocado asombro por la audacia de sus negocios.

En sus treinta años de vida, nunca había conocido a nadie, joven o adulto, sobre todo una mujer, que reconociera la mina de oro que eran los burdeles e hiciera algo al respecto. La joven Aemma Arryn no sólo había monopolizado el servicio sexual en la capital de Westeros, sino que compró algunos más y se hizo socia de otros burdeles en las Ciudades Libres usando al Banco de Hierro como intermediario. Por supuesto, sólo Enzo y el Alto Gestionador estaban al tanto de ese negocio en particular, tal como la cuenta de la dama había sido creada discretamente.

Yorbert Arryn, hermano mayor de la dama, había abierto la cuenta cinco años atrás, depositando una cantidad bastante sustancial de oro que provenía de las ganancias por inventos de la jovencita. Ganancias que seguían llegando mes con mes por medio de mensajeros, junto con el oro de los burdeles de Westeros. Y ganancias que se obtenían en el mismo Essos, pues la joven pidió a Enzo que investigara negocios rentables para invertir; ahora ella tenía sus pequeños dedos en perfumerías, herrerías y armerías, en un par gremios de artesanos y comerciantes, incluso invirtió en el mismo Banco de Hierro.

Cinco años de intercambiar cartas, organizar negocios y asombrarse con esa mente precoz, y Enzo finalmente conocía a su joven cliente en persona. Lástima que no pudiera tener una reunión más personal, pero era el derecho del Alto Gestionador conocer a sus clientes y medir su carácter, aunque Enzo sospechaba que Riccardio Gentile quería comprobar si la dama merecía las alabanzas que Enzo le cantaba.

—Tengo la estatura justa para estar cerca del infierno, Alto Gestionador —Lady Aemma balanceó sus piernas enfundadas en pantalones y botas, entonces se recargó contra un brazo de la silla y sonrió a Enzo —. Es bueno ponerle una cara al nombre, futuro jefe.

—Comparto el sentimiento, Lady Aemma —no compartió la sonrisa, pero sí habló con amabilidad —. ¿Hay algo que el Banco de Hierro pueda hacer por usted hoy?

Fue directo al punto, consciente que al Alto Gestionador no le gustaba perder el tiempo en trivialidades. Además, una política del Banco era no inmiscuirse en los asuntos personales de sus clientes, a menos que amenazaran los intereses de la institución de alguna manera. Una vez más, Enzo maldijo su curiosidad.

¿Qué hacía la jovencita en Braavos, sola con su dragón?

Ella había llegado de improviso, aterrizando su feo dragón frente la explanada del Banco de Hierro. Nadie la acompañaba y no parecía estar esperando a nadie.

—Hay mucho que el Banco de Hierro puede hacer por mí hoy —ella sacó un fajo voluminoso de pergaminos, desde dentro de su abrigo,  y comenzó a hojearlos —. Primero, estos son los nombres de las personas que pueden solicitar y depositar monedas de mi cuenta a partir de ahora. Las únicas razones válidas para realizar dichas acciones también están enlistadas —tres hojas de pergamino fueron colocadas sobre el escritorio.

El Alto Gestionador le hizo un gesto para que las tomara.

Enzo reconoció el nombre del hermano, las hermanas y la sirvienta de la dama, los otros eran irreconocibles, aunque uno de ellos llamó su atención. «Sapiencia Janus del Gremio de Alquimistas».

—Segundo, deseo abrir una joyería y para esto, por supuesto, requiero su ayuda para encontrar la mejor ubicación y posterior construcción o remodelación del lugar; así como de contratar a los orfebres más habilidosos posibles —ella colocó, al menos, veinte pergaminos frente a ellos —. Aquí están algunos modelos de joyería para comenzar.

— ¿Por qué no recurrir con este negocio particular a alguno de los gremios con que tiene afiliación, Lady Aemma? —inquirió el Alto Inquisidor mientras Enzo revisaba los dibujos.

—Porque de esta manera las ganancias sólo se dividirán entre el Banco de Hierro y la pequeña yo —ella sonrió plácidamente y, sin esperar un acuerdo explícito, continuó —: La tienda se llamará las Gemas de Aemma y la expectativa a futuro es abrir sucursales en diferentes ciudades. Empezaremos en Desembarco del Rey, después en Braavos y finalmente el resto de Essos.

— ¿Por qué empezar por Westeros? —parecía obvio dado que era el continente de origen de la dama, pero negocios tan ambicioso no eran tan rentables en el atrasado Westeros, no para comenzar.

—Porque quiero atormentarlos con mi éxito —fue dicho con desenfado, pero Enzo detectó un brillo mezquino en los ojos azules.

¿Atormentar a quién?

Un golpe en la puerta los interrumpió. Renatus, un ayudante, entró con una bandeja de té y pastelillos. Una vez que sirvió tazas para cada ocupante, se retiró.

—Tercero, quiero publicar algunas historias —dijo la dama tras comerse dos pastelitos de moras y beber una taza de té, casi sin respirar —. Contratarán escribas que crearán unas, digamos, cien copias para empezar, de cada libro. Entonces se venderán al público en general, no importa si comenzamos en pequeños mercados. También podemos regalar algunos a los nobles, como los Señores del Mar, para que hagan la publicidad por nosotros.

Entonces ella empezó a divagar usando varias palabras que Enzo nunca había escuchado, mientras colocaba diferentes montones de pergaminos. Alcanzó a leer en letra grande y centrada en lo alto de la hoja, «Gladiador», «El Señor de los Anillos», «La Princesa Prometida», «El Rey León» y, el último y más copioso montón, «Compendio de Princesas».

—Estará bajo mi nombre, Aemma Arryn, y los gremios a los que patrocino también las difundirán. No importa cuánto tiempo tome, quiero que suceda —ella comió otro pastelito y bebió más té —. Sé que pido mucho.

—Pide lo que puede pagar, Lady Aemma.

Ella sonrió al Alto Gestionador —. Puedo pagar esto y más, ¿o me equivoco? —la pregunta estuvo dirigida a Enzo.

—No se equivoca, joven dama. De hecho, puede pagar diez veces estos proyectos, estimo.

El Alto Gestionador recibió un gesto de ahí está.

—También sé que nada sucederá de la noche a la mañana, por eso espero un avance en seis meses. Dentro de seis meses quiero conocer a los orfebres y escribas, y si son tan buenos como estoy segura que los conseguirán, ya tendrán algo para mostrarme. El lugar de la joyería ya deberá estar escogido, en construcción o remodelación. Lo que me recuerda —un último fajo de pergaminos fue entregado.

A Enzo nunca le pareció tan pequeño su escritorio como en ese momento, lleno de pergaminos.

—El cuarto y último proyecto que tengo para el Banco de Hierro, hoy, es la compra y mejora de los orfanatos de Desembarco del Rey, y la apertura de asilos para ancianos y mujeres en situaciones vulnerables.

Casas hogar, residencias y refugios, eran algunas de las palabras que leyó en una rápida hojeada.

—La compra debe estar gestionada por el Banco de Hierro, la Corona Targaryen no lo cuestionará si lo atribuyen a algún essosi adinerado que quiere hacer caridad o si el Banco mismo alega que se ha expandido a rubros más gentiles. No importa las razones que den, los Targaryen no deben saber que estoy involucrada hasta que todo esté dicho y hecho —ella tomó el último pastelito y le dio un mordisco —. Mi Moira se encargará de los detalles más finos de la gestión, pero me gustaría que el Banco de Hierro recomiende un buen administrador, y contrate sanadores y guerreros que se repartirán en cada uno de estos lugares.

—Eso puede hacerse —aseguró Enzo, al fin y al cabo no era diferente a lo que ya habían hecho con los burdeles.

—Este proyecto, en su conjunto, se llamará Fundación Daella Targaryen. Una placa con dicho título colgará en la fachada de cada casa hogar y refugio, para que el nombre de mi madre sea recordado tan gentil y dulce como fue su existencia.

—Así se hará, Lady Aemma —asintió con solemnidad.

Incluso el Alto Gestionador se suavizó un poco al escuchar la devoción de la niña por su difunta madre.

—Bueno —ella dio un aplauso —, sólo me queda solicitar esta cantidad de monedas —un pedacito de pergamino le fue entregado.

Enzo llamó a Renatus con una campanita, le dio instrucciones e indicó a la dama que sólo quedaba esperar que le trajeran lo solicitado.

—Por cierto, no tengo que decir que mi información debe mantenerse a recaudo, ¿verdad?

—El Banco de Hierro se enorgullece de proteger implacablemente a nuestros clientes, Lady Aemma.

— ¿Por un precio, querido Alto Gestionador? —hubo una risita divertida —. Tomen lo requerido de mi cuenta, para su silencio y para la comisión de la reunión de hoy, por supuesto.  Además, si no regreso en seis meses, denme un mes más, de lo contrario informen a mi querida Moira de mi desaparición. Ella sabrá qué hacer.

— ¿Desaparición?

— ¿No lo has deducido ya, Enzo? —el Alto Gestionador suspiró decepcionado.

—Estoy escapando —Lady Aemma anunció alegremente —. Soy una novia fugitiva.

 

 

Amanda Arryn

La huida de Aemma fue vista venir.

Aemma misma había amenazado con tal acción una y otra vez, Amanda que vivía a reinos de distancia lo sabía, siempre lo supo.

Lo que nadie previó fue que Aemma se lanzara a un acantilado para lograrlo.

Cuando decía que huiría, no pensé que se refería a la muerte, Elbert había lloriqueado una vez que él y padre se reunieron con Elys y Amanda en Desembarco del Rey.

Por supuesto que Aemma no se refirió a la muerte. Conociendo como conocía a la pequeña diablilla que crió junto con Elys, Amanda sabía que Aemma había dado ese salto confiando que su dragón la atraparía.

Aemma era impulsiva, no idiota.

Y mucho menos tiraría su vida por una nimiedad como era un matrimonio concertado.

Ella no le dijo nada de eso a Elbert, si era tan tonto como para no deducirlo por sí mismo era su problema, como siempre lo fue el subestimar a Aemma. Mejor que él sufriera un tiempo pensando que orilló a su hermana menor a buscar la muerte; le servía bien por actuar a espaldas de padre.

Rodrik Arryn había sido atacado por bandidos de montaña en su camino desde las Puertas de la Luna hacia el Nido de Águilas. Él había sucumbido a una fiebre delirante por las heridas y fue durante esos días de seminconsciencia que la reina volvió a escribir, pero ésta vez fue más un ultimátum que una propuesta por la mano de Aemma para el príncipe Viserys. Elbert, como el lord en funciones hasta que padre recobrara la conciencia, no sólo se asustó, sino que pensó que una reina Arryn podría ser el máximo honor que ocurriría al Valle.

Amanda, pese a la neblina de ira, sabía que no todo fue orquestado por Elbert, su hermano no era así de incompetente. No. Amanda estaba segura que había sido la influencia de Caryla Lynderly, esa babosa que se creía serpiente. La esposa de Elbert se consideraba más lista que todos y siempre había envidiado a Aemma por lo mimada que estaba por todos en el Valle.

Caryla Lynderly no sólo había querido hacer infeliz a Aemma, sino que había deseado el prestigio de ser la cuñada de la futura reina consorte, que su hijo por nacer fuera primo de un futuro rey. Amanda había estado rezando, además de por el bienestar de Aemma allá donde estuviera, para que el primogénito de la mujercita fuera mujer. A padre y a Elbert no les importaría una niña, pero a Caryla sí.

¡Dale gracias a los Siete que tu hermano y tus hermanas no están interesados en gobernar, de lo contrario te desheredaría y les entregaría el Valle!

Fue lo que el sirviente personal de padre, ahora el anciano Samel, le informó a Amanda que padre había dicho nada más recobrar la lucidez y enterarse de lo que su heredero había hecho.

Padre, convaleciente con una fiebre menos letal y las heridas frescas, había hecho el viaje a la capital para enterarse de primera mano de todo lo que había ocurrido. Sobraba decir que lo último que esperó fue escuchar que su hija menor escapó tras lanzarse al vacío.

Elys había sido la primera en llegar a Desembarco del Rey, tras la carta de Elbert que la invitaba a acompañar a Aemma en el periodo de compromiso, entonces Amanda llegó un par de días después que su hermana mayor; ambas discutieron si padre se había vuelto senil porque, hasta ese momento, no sabían que todo fue obra de Elbert. Así, cuando padre y Elbert llegaron a la Fortaleza Roja, ellas habían formado parte de la Corte cuando el rey, la reina y el príncipe heredero les dieron la bienvenida personalmente (lo mínimo que pudieron haber hecho, pensó Amanda). Ellas tuvieron la mejor vista cuando padre golpeó a Elbert con su bastón al escuchar lo que Aemma fue orillada a hacer.

Lord Arryn, el Guardián del Este y Lord Supremo del Valle, golpeó a su heredero frente a toda la Corte y la realeza.

El escándalo.

Pero no tan grave como fue que la reina abofeteara a su propia nieta y, más que eso, a la hija de un Lord Supremo y Guardián. Sí, Aemma era nieta de la reina, pero no le daba ningún derecho a golpearla, tampoco a encerrarla como si fuera una prisionera, sobre todo no cuando se suponía que Aemma estaba bajo la protección de la Corona al estar siendo, prácticamente, criada en sus salones los últimos años.

El príncipe Baelon se apresuró a ofrecer reparaciones, una vez que la familia real y la familia de Amanda se reunieron en privado, pero padre había rechazado siquiera escucharlas. Él no quería reparaciones, él quería retribución y quería a Aemma.

Por supuesto, no podía recibir ninguna de las dos.

Así que hizo lo único que podía hacer.

Padre canceló todo comercio con la Casa Real y las Tierras de la Corona.

Excepto por el maíz para la caridad de Aemma, no habría éste, ni trigo, ni cebada, ni verduras y tampoco frutas para la capital, la realeza, su Corte y sus vasallos directos. Cada Casa del Valle, con bienes comerciales propios, se solidarizó con su Lord Supremo y su joven dama; como la Casa Waxley con sus velas aromáticas tan demandadas por los cortesanos y los septones.

Una vez hecha su declaración, padre regresó al Valle, desde donde coordinaba la búsqueda de Aemma.

Una búsqueda infructuosa.

Aemma no sería encontrada a menos que ella así lo decidiera.

Y dadas las cartas que dejó, eso no sucedería pronto.

No eran cartas de despedida o quejas, no, eran cartas con instrucciones.

Para padre y Elbert, las instrucciones más cáusticas que se escribieron nunca; mantente lejos de mi negocio. Padre, desconsolado y furioso, finalmente castigó a Elbert por su decisión precipitada; lo exilió del Nido de Águilas, con todo y esposa embarazada, al Bosque de la Serpiente para que viviera bajo la gracia de la familia Lynderly (¿qué mayor vergüenza para un heredero que depender de su esposa y la familia de ésta?).

Para Yorbert, que le sería entregada una vez que finalmente regresara del viaje en busca del oro líquido que Aemma tanto alabó, sólo podía suponerse que estaba relacionado a lo mismo que Aemma lo envió a buscar.

Para Elys, instrucciones sobre la administración de una joyería en Desembarco del Rey.

Para Amanda, la gestión de los burdeles de Desembarco del Rey. Ella siempre supo que su hermana pequeña había estado haciendo de las suyas en la capital, más allá de molestar a la realeza, pero nunca pensó que involucraría la propiedad de casas de placer. Aunque no le sorprendía, no realmente. Elys había criticado que Aemma le dejara un trabajo tan impropio mientras que Moira quedó a cargo de la caridad, pero Amanda lo entendió. Entre ellas tres, Amanda poseía un carácter más propicio para un negocio tan brusco. Además, ella estaba consciente de los tesoros intangibles que se encontraban en esos establecimientos.

Aemma estaba construyendo el imperio del que tanto habló durante años y un imperio requería información, y si su hermanita necesitaba que fuera Amanda quien la proporcionara, entonces ella lo haría.

De cualquier manera, se estaba aburriendo en Sotodeoro y todos sus hijos ya eran mayores, no la necesitaban. Era perfectamente aceptable que una viuda viviera en la mansión de su Casa de doncella en la capital mientras esperaba el regreso de su hermana fugitiva.

— ¡Acérquense! —gritó un hombre sobre un barril mientras Amanda y Elys regresaban a la Mansión Arryn, tras inspeccionar el lugar que el enviado del Banco de Hierro había seleccionado para las «Gemas de Aemma» —. ¡Acérquense y vean a la Dama de Hierro triunfar sobre la Reina Malvada!

Los plebeyos eran rápidos e ingeniosos a la hora de expresar sus inconformidades.

Después de que se supieran los sufrimientos de Aemma en la Fortaleza Roja a manos de la reina, por boca de los sirvientes, la plebe de la ciudad se había amotinado. Aemma se había ganado el cariño de la gente no sólo con su maíz y molinillos, sino con su tendencia a codearse con todo y todos como si fueran iguales.

Amanda no lo supo hasta su llegada a la capital, pero Aemma había pasado mucho tiempo entre la plebe. No sólo paseando por los mercados o las plazas, sino arreglando desperfectos pequeños en casas o tiendas; como martillear una pata salida de alguna mesa o silla, como poner aceite en los goznes de puertas y ventanas. Si el objeto resultaba demasiado pesado o grande, ella contrataba herreros y carpinteros para que hicieran el trabajo, así como daba dinero a la gente para que se comprara nuevas ollas o telas, lo que fuera que necesitaran. Ella compraba comida y la repartía entre los pilluelos de la calle y entre ancianos sin hogar.

Aemma también se sentaba en los puestos, en el puerto y en las plazas a escuchar las historias de los ciudadanos y comerciantes, o simplemente a hablar de cualquier tontería que pensara en el momento. Los niños y ancianos la adoraban especialmente, pues pasó horas entreteniéndolos con sus muchas historias descabelladas.

De hecho, fue de una de esas historias que la plebe sacó el apodo de Reina Malvada para Alysanne Targaryen.

¿Y por qué Dama de Hierro para Aemma?

Porque es nuestra dama, le había respondido uno de los actores cuando Amanda preguntó al respecto tras acercarse a ofrecer su patrocinio silencioso, y todos prefieren los metales preciosos como oro y plata, o ese acero valyrio de los dragones, pero subestiman el hierro. ¿Y el hierro forjado?, la pregunta fue acompañada por un silbido aprobatorio, sorprende hasta al herrero más experto. Justo como nuestra Lady Aemma con cualquiera que se pone en su camino.

¿Alysanne Targaryen sabría que una buena cantidad de la gente que tanto la había amado unos meses atrás, ahora la consideraba malvada y cualquiera?

—Siete, es la primera vez que veo ese tono de rojo en una persona —el comentario seco de Elys la sacó de sus pensamientos.

Siguió la dirección de la mirada de su hermana y vio al príncipe Daemon.

El joven príncipe había sido un visitante recurrente en las calles de la ciudad los últimos días, pero parecía que era la primera vez que veía una de las representaciones teatrales sobre Aemma. De otra manera, el príncipe no luciría tan mortificado al ver la Aemma ficticia casándose con el Daemon Targaryen igualmente ficticio.

No era una sorpresa que la derrota de la Reina Malvada fuera ver a la Dama de Hierro casarse con el Príncipe Dragón que había elegido desde la más tierna infancia y que le fue negado por dicha reina.

Si supieran.

 

 

Madre Topo

Despertó sintiendo más tranquilidad y claridad que en mucho tiempo.

No recordaba la última vez que la tierra misma le habló con tanta nitidez, tan directamente.

—Madre Topo, ¿te sientes bien? —el rostro preocupado de Thyra flotó sobre ella —. Dormiste mucho. El sol ya cayó de su punto más alto.

—Estoy bien, niña. La tierra quería hablarme —se sentó sobre las pieles.

— ¿Qué te dijo? —Thyra se sentó frente a ella y le ofreció un cuero con agua.

—Es hora de movernos —bebió un trago, apreciando la calidez en su garganta.

La niña inteligente debió colocar el cuero cerca del fuego y bajo pieles.

—Pero acabamos de llegar a este claro.

—Y ahora debemos irnos. Un hogar nos espera —con una mano acarició las raíces del árbol sobre ella.

Había encontrado un buen árbol para vivir, sin embargo, más árboles la esperaban. Árboles intactos, árboles rebosantes de magia y sabiduría.

— ¿Un hogar? —los ojos de Thyra brillaron.

Ella no era tan joven para estándares del Pueblo Libre, pero para Madre todos eran jóvenes, bebés recién sacados del pecho de sus madres. Y era esa juventud en Thyra lo que mantenía su dulzura y esperanzas intactas.

—Un hogar donde un hombre que estuvo hecho de hierro y una reina que podría ser nos protegerán.

—A mi hermano no le gustará escuchar eso, él es quien nos protege.

A ese muchacho nada le gustaba, nada que no conociera. Su única cualidad era anteponer el bien de la tribu sobre todo, incluso su desagrado.

—La sensibilidad de Sigtryggr estará bien. Ahora búscalo y dile que debo hablar con él.

Thyra se apresuró a acatar, aunque dudó un momento cuando estuvo por salir del hueco bajo tierra.

— ¿Puedo saber dónde está nuestro hogar?

Madre Topo sonrió, sintiendo una calidez que nacía en su estómago.

—Punta Starrold.

 

 

Viserys Targaryen

El onomástico de la prima Aemma llegó y se fue.

Fue Gael quien sopló las velas de su pastel (una extraña costumbre que Aemma inventó en el Valle y trajo con ella a la capital), en la pequeña reunión que organizaron en el solario de padre, donde los únicos que no asistieron fueron los reyes.

—… pasa por la mente de Lady Aemma para elegir a un segundo hijo sobre el hijo que será rey?

Escuchó al pasar fuera de una de las estancias recreativas que a los cortesanos les gustaba ocupar, sobre todo las damas que no formaban parte de la Casa de la Reina o la Casa de la Princesa.

A Viserys no le gustó lo escuchado.

— ¿Quién se atrevió a hablar de un príncipe de la Corona y una dama de alta alcurnia, mis propios hermano y prima? —demandó, parado bajo el umbral de la estancia.

Frunció el ceño al ver a las damas levantarse apresuradamente y palidecer al darse cuenta de quién estaba frente a ellas. Aemma había tenido razón al decir que las cortesanas parecían zarigüeyas saliendo de sus madrigueras. Viserys no sabía qué era una zarigüeya, pero la impresión que daban estos nobles, con sus lenguas sueltas y la incapacidad para enfrentar las consecuencias, ciertamente era salvaje.

No, eso era injusto con los animales, los cuales eran valientes a la hora de defenderse. ¿No lo había dicho Pru? Que había más nobleza y dignidad en la naturaleza, porque los animales sólo tomaban y defendían lo justo, sin desear nada más.

—No han respondido mi pregunta —frunció el ceño, ante el repetido coro de disculpas y miradas sumisas.

—Damas, han de responder al príncipe Viserys —ordenó Ser Joffrey Dagget tras una seña sutil de Viserys para expresar más autoridad.

¿Él realmente había dado la impresión equivocada a la nobleza con la constante bienvenida que les daba a su compañía? ¿Daemon estaba en lo cierto al decir que al presentarse tan amistoso y amable sólo haría creer a la nobleza que estaban en igualdad de condiciones?

—Hablé sin pensar, mi príncipe —Lady Licya, hermana de Lord Bourney, bajó la cabeza, contrita —. Me disculpo profusamente.

Dudó por un instante.

Él no deseaba ser severo, no quería ser visto como temperamental e irreflexivo, pero tampoco podía permitir que se hablara de la familia real con impunidad.

¿Cuándo has visto un dragón avergonzarse? Dijo su padre una vez, cuando Viserys se quejó del ataque de Daemon a un pobre escudero que simplemente habló sin pensar, ¿o disculparse por su temperamento? ¿Sobre todo cuando defienden a los suyos?

—Las disculpas no son suficientes, Lady Licya, pues no habló de cualquier persona, sino de un príncipe y una dama con la sangre de dragón, de nietos directos de reyes —la dama palideció y lo miró sin comprender —. Ser Joffrey, ordene a un guardia que escolte a Lady Licya al Septo Real e informe a la septa Trudi lo ocurrido. Unos cuantos varazos deberían ser suficientes para que la dama recuerde cuál es su lugar.

Exclamaciones ahogadas inundaron el lugar.

—Como ordene, mi príncipe —Ser Joffrey acató su orden de inmediato.

—Pri- príncipe Viserys —Lady Licya intentó apelar, sollozando.

Viserys no la dignó con más atención, dio media vuelta y se dirigió a su destino original, la pérgola con vista al mar donde él y su Pru habían pasado juntos mucho tiempo.

Si él hubiera sido más valiente, valiente como Aemma, tal vez ahora estaría con su amada y no añorándola y preguntándose qué estaría haciendo. Si la situación fuera diferente, él estaría recitando poesía valyria mientras ella tallaba bellas figuras en madera flotante; estarían trazando rutas marítimas para explorar los mares que nadie había explorado, como el Mar del Ocaso hacia el Mundo Desconocido; o simplemente estarían disfrutando la compañía del otro, riendo y hablando, mientras veían el sol ocultarse.

Estarían juntos.

No como ahora, que ella estaba lejos en su isla y Viserys estaba en la capital, esperando qué decisiones tomarían los reyes sobre él.

Soltó una breve risa al darse cuenta que su último pensamiento sonó como Aemma.

Su pequeña prima, esa indómita chica que nunca tuvo miedo de expresar sus deseos y que al final prefirió huir a verse atrapada por los deseos de otros. Él envidiaba ese valor, esa fuerza de voluntad. Fue con ese pensamiento que llegó a la pérgola y tomó asiento bajo un parche de sol (Pru siempre disfrutó de la calidez del sol sobre la piel) y miró las olas de la bahía.

¿La Corona querría casarlo ahora con Gael? ¿O podría tener alguna esperanza con Pru?

Lo lógico sería casarlo con el único otro jinete de dragón, el femenino y soltero, para asegurar el poder de su futuro reinado, para no verse desequilibrado con Daemon y Rhaenys. Y, principalmente, para mantener a Gael y Dreamfyre en la familia. Lo que estaba por verse era si el rey decidía ignorar los deseos de la reina o, más bien, de que ella se sometiera a la voluntad del rey.

Al principio, antes de que tío Aemon falleciera, Viserys supo que casarlo con Aemma significaba traer al jinete y su dragón al redil del Trono de Hierro. Y después, con el cambio de sucesión, esa urgencia acrecentó, tanto como empezó a ser redundante ya que la Corona obtendría al jinete de dragón al casarla con Daemon. Finalmente, cuando hubo otro jinete de dragón… bueno, fue ahí que Viserys se dio cuenta que la reina simplemente no quería entregar a Gael.

Incluso sin dragón, Gael era mayor, era una princesa y poseía pura sangre Targaryen. Ella era una pareja perfecta, una pareja ideal, pero la reina no quería desprenderse de ella. Aunque, si Aemma no era encontrada, el rey no le dejaría otra opción a su esposa.

El rey no le daría opción a nadie, pues última era su palabra y como él mismo dijo, ya había terminado de ser indulgente con todos.

Y por primera vez en su vida, Viserys se dio cuenta que no quería la indulgencia de nadie, ni siquiera del rey. Él sólo quería obtener lo que su corazón deseaba y a los siete infiernos con las consecuencias.

Viserys no deseaba nada malo, nada nefasto, sólo deseaba compartir su vida con la única mujer que había conmovido su corazón. El rey se había casado con quien deseó, su padre también eligió su esposa, ¿por qué Viserys no podía conseguir lo mismo? Era verdad que no poseía dragón, pero eso no lo hacía menos Targaryen, menos merecedor de lo que deseaba.

Él simplemente tenía que luchar por conseguirlo.

La idea llegó a su mente tan clara como la luz reflejándose en el mar.

Necesitaba un cómplice. Sólo existía una persona en quien podía confiar algo tan delicado y traicionero.

—Príncipe Viserys, el mayordomo de la Fortaleza se acerca —anunció Ser Joffrey en cuanto Viserys se puso de pie para buscar a su hermano.

—Alteza, disculpe mi intromisión —Ser Otto le dio alcance y lo reverenció al llegar frente a él.

— ¿A qué se debe su presencia, Ser Otto? —preguntó medio distante y medio apresurado.

Viserys siempre daba la bienvenida a la compañía de los cortesanos, sobre todo a los más ilustres, pero ahora mismo él no tenía tiempo de sobra para perder.

—Lo he buscado para disculparme en nombre de mi esposa, mi príncipe —¿de qué estaba hablando? ¿Y por qué no podía esperar? —. Lady Melessa compartió conmigo la situación delicada que ocurrió con Lady Licya. Mi lady esposa, desafortunadamente, presenció tal desglose de insensatez y, aunque intentó hacer entrar en razón a la joven dama Licya y sus compañeras, se vio superada en número. Fue entonces que usted apareció para poner orden.

— ¿Es así? —Viserys no se había dado cuenta que la esposa de Ser Otto estaba entre esas damas.

A decir verdad, no prestó atención a nadie, excepto a la infractora, por lo que no estaba seguro de qué damas estuvieron involucradas.

—Es así, mi príncipe —Ser Otto bajó la cabeza —. Y le aseguro que Lady Melessa no comparte la opinión de Lady Licya. Nosotros, la Casa Hightower, respetamos profundamente a la Casa Real y a cada individuo con sangre de dragón en las venas.

—Agradezco sus palabras, Ser Otto —desestimó, su mente ya enfocada en los lugares donde podría encontrar a Daemon —. Ahora me retiro, debo encontrar a mi hermano.

—Alteza —el caballero dio un paso cuando Viserys comenzó a caminar, deteniéndolo —, ¿por qué no llamar la príncipe Daemon a su presencia? Usted le precede y no debería perder su valioso tiempo.

—No convocaré a mi hermano como si se tratara de un sirviente, Ser Otto —regañó sin poder creer lo que escuchaba.

¿Y por qué Ser Otto insistía en hacer perder el tiempo de Viserys?

—Por supuesto, mi príncipe, disculpe mis palabras irre-

Viserys dejó de escuchar, emprendiendo camino hacia el inicio de lo más arriesgado que haría en toda su vida.

Notes:

1. Gracias a la personita que sugirió "Reina Malvada" como nuevo título para Alysanne.

2. ¿A ustedes también les está fallando ao3? No me carga bien en la lap, aunque sí en el celular. Es una batalla publicar, se los juro.

 

¡Gracias por leer!

¡Gracias por comentar!

Chapter 5: 95 d.C. (parte 2)

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Jaehaerys Targaryen

—Exilio. Ese es su castigo. Exilio —Alysanne entró al solario como una tormenta, faldas agitadas, extremidades temblando de indignación, pero voz tranquila y gélida.

Muchos años atrás, su esposa se convirtió en una contradicción. Una que Jaehaerys había perdido todo interés en comprender. Existían cosas que era mejor dejar en paz y a estas alturas de su vida se aferraría a toda la paz que pudiera conseguir.

No por primera vez se preguntó qué fue del chico que amó el caos, aquel que se nutrió de la energía y la fuerza a su alrededor, aquel que disfrutó de las travesuras de quienes amaba, aquel que vio fuego y caminó hacia él.

La muerte, la ambición y el deber lo mataron, sopesaba.

—¿Debí desheredarlo? —sirvió vino para ambos en cuanto ella tomó asiento cerca de él, en sillas enfrentadas junto a la chimenea encendida.

Desembarco del Rey era caluroso por las noches, sobre todo en verano, pero últimamente la Fortaleza se había sentido fría. Baelon lo atribuía a la ausencia de Aemma, que había traído vida a toda la capital con su presencia brillante, y Jaehaerys no lo contradecía. La frialdad que sentía no distaba mucho de lo que decía su hijo; Jaehaerys sentía que un poco de su fuego interior se apagaba con cada pérdida de su sangre, fuera por muerte o distanciamiento.

No pensaba en ello a profundidad, no tenía caso.

—Claro que no —su esposa apretó el agarre en la copa de vino al tomarla —. Eso sería darme lo que quiero y hace mucho tiempo que dejaste de darme lo que quiero.

Como tampoco tenía caso entrar en una discusión sobre lo que ambos habían dejado de hacer o ser, no cuando Alysanne tenía tantas opiniones sentimentales al respecto, fue directo al grano.

—Sacar a Rhaenys de la sucesión directa no fue un castigo.

—¿Cuándo dejarás de mentirme? Castigaste a Rhaenys por el simple hecho de nacer mujer. Mujer como Aerea, mujer como Rhaena, mujer como Visenya.

Había un poco de verdad en eso.

No era porque Rhaenys fuera intrínsecamente mujer, sino porque pasar por alto a las mujeres de su familia fue lo que inició la Dinastía Targaryen, lo que sentó a Jaehaerys en el Trono de Hierro.

Maegor murió con Aerea todavía como su heredera, a Jaehaerys ni a nadie más en Westeros les había importado pasar sobre ella (a Rhaena le habría importado en otro tiempo, si no hubieran experimentado años tan oscuros). Antes de eso, Maegor pasó sobre sus sobrina y sobrinas nietas, independientemente de que nombró a Aerea su heredera, independientemente de la existencia de Aegon, Viserys y Jaehaerys. Antes de eso, Aegon fue elegido sobre Rhaena, quien fue la primogénita. Y antes de eso, Aegon el Conquistador se nombró rey sobre Visenya, la hermana mayor.

Daenys había sido la última mujer Targaryen en gobernar su Casa después de la Perdición de Valyria.

Siglos después, Jaehaerys tuvo que decepcionar a sus ancestros tal como lo hicieron su tío, su hermano, su padre y su abuelo antes que él.

Porque ese era el precedente, porque ese era el precio para que los dragones gobernaran Westeros.

No obstante, Alysanne, que nunca dejó de ser emocional, no lo comprendía. Especialmente cuando tenía fantasmas acechando sus pasos.

—¿No eres tú quien castiga a nuestras hijas y nietas por no ser Daenerys?

El rostro de su esposa se volvió atronador y regresó la copa a la mesa de centro con movimientos medidos.

—¿Por no ser Rhaena?

—¿Así te enfrentas a mi ahora, Jaehaerys? ¿Recurriendo a remordimientos?

—Eres tú la que insiste en convertir en enfrentamientos cada interacción, la que ve cuchillos en cada sombra, la que no deja el pasado atrás porque un día despertó y se dio cuenta que la vida es injusta, que tú misma fuiste injusta con la hermana que te amó y puso un huevo en tu cuna. Tú, que eres injusta al esperar que tus hijas sean un poco como ella, que se decepciona al ver que la nieta que más debería parecerse a Rhaena no lo hace, que está obsesionada en darle a su otra nieta lo que su hermana nunca pudo tener.

La imagen de Rhaena se había distorsionado en la mente de Alysanne.

La Rhaena fuerte y amorosa peleaba con la Rhaena amargada y triste, y ambas peleaban con la Rhaena tímida e infantil de las historias que escucharon. Y las tres Rhaenas se unían para formar a la Rhaena a la que arrebataron tanto, comenzando por el trono, de ella y sus hijas, el mismo trono que Jaehaerys y Alysanne no habían dudado en tomar.

Daenerys había sido como la Rhaena fuerte y encantadora, pero murió. Alyssa había sido como esa Rhaena asertiva, pero también no y también murió. Maegelle fue como la Rhaena callada, con los ojos de Aerea y Rhaella, los ojos por los que Alysanne decidió entregarla a la Fe. Daella fue otra Rhaena tímida, una que tocó el lado más suave de Alysanne, y que murió. Saera y Viserra, nada como Rhaena, mucho como Alyssa y Visenya, rebosantes de mar y fuego; una alejada y otra muerta. Gael, poco como cualquier Rhaena, sin su carácter, pero sí con su sonrisa y su cabello.

Entonces Rhaenys, muy poco como Rhaena, pero que nació con las condiciones ideales para ser reina. El carácter, el padre dispuesto a darle todo, hija única y la tradición westerosi de su lado (una hija heredaba antes que un hermano).

Sin embargo, la tradición no siempre era respetada.

Nuevos precedentes se establecían.

Y en las Casas, sobre todo en la Casa Targaryen, los precedentes significaban todo.

De lo contario, Maegor y Jaehaerys no se habrían convertido en reyes sobre Aerea.

Qué terrible compararse con el Cruel, pero inevitable.

Y qué terrible estar en deuda con las tradiciones de otra cultura, de otra religión.

La Fe y la tradición ándalas protegían el gobierno de los dragones, lo avalaban. Más que eso, si la Fe no estaba contenta, los Targaryen no estaban en paz. La Fe persiguió a su padre y hermanos mayores, y Aenys murió por ese acoso. Y sí, la Fe mantuvo a Maegor a raya y aceptó la ascensión de Jaehaerys, pero éste no olvidaba.

Por eso se congració, por eso hacía concesiones, por eso se dobló y seguía doblándose.

Por eso no nombró a Rhaenys su heredera, ¿cómo iba a reinar una sobrina, cuando una ya había sido pasada por alto antes?

¿Todo su gobierno, deslegitimado sólo para hacer lo correcto una vez?

Las personas tienen hambre de poder y recurrirán a cualquier medio para conseguirlo, había dicho Visenya una vez en Dragonstone, antes de que Jaehaerys y Alysanne huyeran con su madre.

Ella tuvo razón, tenía razón.

Jaehaerys prefería jugar bien con la misma religión que atormentó a su familia, que correr el riesgo de perder su corona, de perder el poder que evitaba que su familia fuera destrozada de nuevo.

Y no, él no estaba siendo noble.

Estaba siendo rencoroso.

Si fuera noble, nunca habría perdido a sus hijas por inacción.

Si fuera noble, Rhaenys no lo despreciaría.

Si fuera noble, Aemma no estaría desaparecida.

Esa niña, la chica que debió ser como Daella y Rhaena, la chica que Alysanne forjó en su mente, la chica que se quedó corta en ambas concepciones.

Y la chica que resultó más de lo que Jaehaerys jamás imaginó. La chica que le recordaba a una joven Alysanne, la chica que era un Viserys eternamente joven.

Aemma que era brillante y cariñosa, Aemma que poseía la risa del hermano que Jaehaerys y su madre abandonaron en las manos de un monstruo.

El hermano que fue caótico y divertido, el que llevaba el corazón en la manga, el que fue dueño de sí mismo, el que fue noble, verdaderamente noble, y el que nunca dejó de caminar hacia el fuego. Viserys, su hermano, que fue la estrella más brillante del firmamento y cuyo esplendor, cuyo fuego y corazón, en un giro del destino, fueron heredados por Aemma.

La joven Alysanne que no pudo proteger de la verdad del mundo.

El hermano que no se esforzó por salvar.

Jaehaerys no juzgaba a Alysanne.

¿Cómo podría? Él cargaba sus propios fantasmas.

—Suficiente, Jaehaerys, es suficiente —las manos de Alysanne temblaban y sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

La última vez que Alysanne lloró frente a él fue el día que supieron que Aemon fue asesinado.

Jaehaerys ya no era digno de presenciar las lágrimas de su esposa, tampoco se consideraba capaz de consolarla. A decir verdad, tampoco quería hacerlo.

Las acciones de Alysanne habían creado un desastre político y comercial, y uno de percepción.

El maltrato hacia Aemma significó el descontento del Valle, una sombra sobre la comodidad de la Casa Targaryen. Maldita la hora en que creyó que Rodrik Arryn había cambiado de opinión sobre el compromiso, el no sospechar algo sucio cuando el hombre, que se mantuvo firme rodeado de dragones, no negoció y aceptó todas las estipulaciones de la Corona, sólo porque vio el sello de Lord Arryn en la carta de aceptación.

No tuvo razones para pensar algo más, después de todo, había límites para que los padres, sobre todos los líderes, cumplieran los caprichos de sus hijas.

No hubo razón para preocuparse, no hasta que vio a Rodrik Arryn golpear públicamente a su heredero y tomar represalias tan inoportunas contra el Trono de Hierro. Las Tierras de la Corona y la capital no morirían de hambre, no teniendo el Dominio y los comerciantes extranjeros, pero carecerían de ciertos manjares y la calidad impecable proveniente del Valle por sólo ese viejo halcón sabría cuánto.

Y luego estaba la imagen de la Corona.

La severidad estaba bien, sobre todo la que llevaba a castigos cosechados por acciones reprobables, como ocurrió con Saera, ¿pero qué había hecho mal Aemma? Nada, a vista de todos. Sólo provocar que una princesa reclamara el derecho de nacimiento que el pueblo creía pertenecía a cada Targaryen.

Fue Alysanne la que exageró, la que se equivocó.

La reina fue la injusta.

La Reina Malvada, como informó su Maestro de los Susurros.

Así había llamado Viserra a su madre cuando Alysanne negó sus ruegos para no casarse con Theomore Manderly.

En ese entonces, Alysanne fingió que no le importó (amaba a sus hijas, fueran o no lo que esperaba de ellas, las amaba), así como ahora fingió que no le dolía (porque amaba a su pueblo, aunque su mente nublada la apartara con el paso del tiempo).

Su inteligente Alysanne, su racional Alysanne, desaparecida y suplantada por esta Alysanne de mente confusa.

—Sí, de hecho, es suficiente —bebió un trago largo de vino y miró a su esposa directamente a los ojos —. Viserys permanecerá exiliado en Dragonstone, con su esposa Celtigar, hasta que yo decida lo contrario.

Aunque lo deseara, no podía anular ese matrimonio. Aunque fue fraguado a escondidas y sin permiso, fue inteligentemente ejecutado. Gael había robado el Sello de la Reina del solario de Alysanne para falsificar un permiso para liberar a los dragones del Pozo (su propia hija lo había confesado al regresar); a lomos de Dreamfyre y Caraxes, su hija y sus nietos volaron a Isla Zarpa, donde, aseguraban, amenazaron a Lord Celtigar para que les entregara a Lady Prunella. Entonces volaron a Antigua, donde convencieron al Septón Supremo de casar a Viserys con su dama.

Fue la voluntad de los dioses, escribió el Septón Supremo, el remilgado Manfred Hightower que debía su corona de cristal a Jaehaerys, un amor tan puro y tan valiente no podía quedar sin recompensa.

Recompensa en oro fue lo que esos rufianes debieron entregarle al anciano. El maldito Septón Supremo que no temía la ira del Conciliador (porque lo había visto negociar con su hermano, Donnel Hightower, lo que le dio la impresión de que Jaehaerys Targaryen no tenía el control de todo). Seguramente el anciano estuvo alegre de cooperar con la farsa, de casar a un Targaryen, un presunto heredero, con quien no compartía parentela. La satisfacción de casar a dos valyrios, dos nacidos de las Catorce Llamas, también debió incentivarlo.

Los Conquistadores debieron quemar Antigua con su Septo Estrellado, como tanto dijo Visenya; una de las pocas cosas en que Jaehaerys concordaba con ella. Pero ahora era tarde. Y Jaehaerys no quería compararse con ella y su hijo, ya fuera a vista de todos o en su propia mente.

Él había hecho su cama con un sudario de Fe doblado en la almohada contigua a su cabeza, y se acostaría en ella. No como Alysanne, que pretendía tirar lejos su sudario cada noche.

— ¿Dejarás las precauciones alguna vez? —las lágrimas ya habían desaparecido, suplantadas por una expresión hosca poco digna de una reina —. Viserys y Aemma son primos, la Fe no habría dicho nada al respecto.

Tal vez no, pero era su momento de debilidad querer darle lo que deseaba a la niña que parecía la reencarnación de su hermano.

—Si recuperamos a Aemma antes de la mayoría de edad de Daemon, ellos se casarán —dijo, pasando por alto las palabras previas de Alysanne —. De lo contrario, Daemon y Gael lo harán.

Aunque el dragón mantuviera las fauces cerradas, no significaba que no pudiera golpear con la cola. La Fe haría bien en recordarlo, Alysanne también.

— ¿Me arrebatarás a mi hija? —Alysanne tenía clavadas las uñas en los brazos de la silla.

—Aseguraré el futuro de nuestra hija y de nuestra Casa —era suficiente que Rhaenys y Meleys pertenecieran a los Velaryon —. ¿No es tu preocupación también? Así Gael no se irá lejos de ti y tendrás opciones más que dignas para emparejar a los hijos de Rhaenys.

Susurros de los planes de Alysanne, los últimos años, de regresar la línea de Rhaenys al Trono por medio de Laena y el, pretendía, futuro heredero de Viserys y Aemma, habían llegado a sus oídos.

—Imagínalo, esposa, una hija de Gael como Dama Consorte de las Mareas —dijo sin inflexión en la voz y se levantó —. Me retiro primero y te dejo con tus… reflexiones. Termina el vino si lo deseas.

No esperó que Alysanne dijera algo, sólo emprendió la marcha.

Se sentía tan cansado.

 

 

Benjen Stark

Miró con indulgencia a Rickon, su hijo que admiraba maravillado el artilugio que un acólito del Gremio de Alquimistas trajo a Winterfell. El niño había pedido que le repitieran cómo fue creado y de qué estaba hecho; el acólito, un hombre joven de apellido común, parecía encantado de hacerlo, explicando a gran detalle.

Rickon no era el único que escuchaba fascinado, la mayoría de los habitantes de Winterfell que no estaban en labores rodeaban al acólito en el salón de banquetes.

Tubos de metal, aire comprimido, proyectiles, aceite, números. Innumerables palabras que Benjen apenas comprendía y algo le decía que no se trataba de un discurso florido, tan típico de los sureños, sino un discurso que sólo las mentes eruditas podían comprender. Sin embargo, lo que era completamente entendible era que dicho artilugio era una fuente de luz.

Una luz que no nacía de cera, que no se trataba de velas.

Una luz salida de un tubo de metal alargado y rodeada por una pequeña cúpula de cristal. Una luz producida por aceite.

Una luz proyectada por algo denominado Lámpara Eterna.

Un nombre exagerado, pero aceptable en general. Después de todo, la luz producida por la Lámpara Eterna podía durar una noche completa sin necesidad de recargar el aceite. Por noche, seis velas se consumían en promedio. Benjen no era un erudito, pero comprendía el ahorro que una Lámpara Eterna podría significar para las arcas de Winterfell.

Un barril de aceite de canola, el señalado como ideal para la Lámpara, costaba la mitad de un cofre de velas de aceptable calidad (en el Norte no necesitaban velas de alta calidad o aromáticas, como esas que amaban en el Sur) y un cuarto del costo de las velas más comunes.

Era sorprendente que algo tan útil saliera del Gremio de Alquimistas, ese lugar misterioso que, rumoreaban, estaba plagado de locos.

—… gracias a nuestra benefactora y Alquimista Honoraria, Lady Aemma Arryn!

Exclamaciones de sorpresa y admiración se repitieron.

El acólito tampoco se cansaba de repetir el nombre de la persona al que los alquimistas debían la invención de la Lámpara Eterna.

La Querida del Valle, la joven dama que estaba demostrando ser el tipo de persona que aparecía una vez cada cien años.

Benjen no dudaba de su participación, mucho menos que el invento saliera únicamente de su mente. Él había constatado su ingenio con los trapiches y molinillos. También la había visto mandar como un capataz experto a un grupo de herreros y ayudantes que le triplicaban el tamaño.

En esa visita de demostración, como la entonces pequeña dama denominó, Benjen se había preguntado qué más haría Aemma Arryn en el futuro.

Y vaya que hizo y seguía haciendo mucho.

No se refería sólo a la Lámpara Eterna, sino a la caridad en la capital y al caos que dejó tras de sí en la familia real.

Una criatura como Aemma Arryn, que nació para cambiar el mundo, no podía encerrarse, no podía atarse y mucho menos domarse.

Cuando se enteró de la huida de la niña que lo había llamado tío nada más conocerse (por un motivo que ella llamó broma interna), Benjen brindó por ella.

Las gotas de rocío cambiaban el mundo, no eran ahogadas por él.    

Y después visitó el Bosque de Dioses para orar a los Dioses Antiguos que le otorgaran su protección.

Después de todo, ella seguía siendo una niña.

—Por cada cinco Lámparas Eternas compradas, un barril de aceite de canola será entregado gratuitamente —el acolito volvió a hablar directamente a Benjen —. Sin embargo, Lord Stark, ya que la Dama del Gremio lo tiene en alta estima, la Casa Stark recibirá gratuitamente la cantidad de aceite equivalente a la cantidad de lámparas que decida comprar, estimando medio año de uso.

Nuevas exclamaciones sonaron, así como susurros de alegría y agradecimiento.

Benjen sólo rio, una risa profunda y sincera.

Su sobrina honoraria estaba tan segura de que la Casa Stark adquiriría su nuevo invento.

Bueno, ella no se equivocaba.

—Harás la compra, ¿verdad, padre? —Rickon estuvo a su lado de inmediato, haciendo los ojos de cachorro que la pequeña Aemma le había ayudado a perfeccionar —. Mi prima Aemma estaría muy decepcionada si no. Y Bernard llorará.

Rickon, de diez onomásticos, miraba a la dama como un niño mimado miraba a su feroz hermana mayor. En cuanto a Bennard, de siete, la adoraba por completo. Su hijo menor era hosco por naturaleza, quisquilloso y de mecha corta, pero la querida Aemma lo había hechizado, no existía palabra mejor, con bromas y paciencia.

Bennard, que sólo había favorecido a su difunta abuela, siguió como un patito a Aemma durante toda su estancia en Winterfell. Lysa estuvo a nada de esconder a la niña para que no regresara al Valle. Su esposa e hijo menor, quienes actualmente estaban visitando la Casa Locke porque el padre de Lysa cayó enfermo.

—Compraré las lámparas de Lady Aemma, hijo —asintió afablemente e indicó al acólito que tomara asiento —. Acólito Marvin, acordaremos la compra más tarde, ahora acompáñenos a cenar.

El hombre había llegado al caer la tarde e insistió en completar su trabajo de inmediato.

—Oh, sí. Muy bien, Lord Stark, como usted diga —reaccionó como si se acabara de dar cuenta que era tarde y también tenía hambre.

¿Todos los alquimistas eran personas tan concentradas? ¿Y nerviosas? Se preguntó mientras veía al acólito guardar la Lámpara Eterna y apartar sus cosas.

Los sirvientes comenzaron a traer la comida tras la orden de Benjen y el resto de los habitantes del castillo comenzaron a tomar sus asientos, cada uno enfrascado en sus propias pláticas, aunque Benjen alcanzaba a escuchar el nombre de Aemma en repetidas ocasiones.

— ¿Regresará a Desembarco del Rey, Acólito Marvin, tras hablar con mi padre? —inquirió Rickon una vez que el hombre tomó asiento frente a ellos.

—Ah, no, Lord Rickon, mi trabajo en el Norte apenas comienza —tomó un trago de cerveza y fue admirable que hiciera la mínima mueca —. Mi misión es visitar todas y cada una de las Casas nobles del Norte, así como los pueblos.

— ¿Todo el Norte? —Rickon abrió mucho los ojos, agarrando ausentemente un trozo de pastel de riñón —. ¿Usted solo?

—Sí. Sí. Verá, el Gremio no posee muchos miembros; entre Sapiencias, Aprendices y Acólitos, no sumamos más de dos centenares. Y la creación de las lámparas requiere varias manos y atención concentrada, además de que el Gremio tiene otros proyectos que atender, por lo que sólo siete acólitos fueron elegidos para tocar puertas en Westeros.

— ¿Tocar puertas? — ¿dónde había escuchado Benjen eso antes?

—Un término acuñado por Lady Aemma —el acólito dio una mordida directo a un pan.

— ¿No es lento? —Rickon volvió a indagar —. ¿Que sólo una persona visite cada reino?

—Lady Aemma y Sapiencia Janus, el líder del Gremio, acordaron que no hay prisa. Nuestra dama dijo que hay que darle tiempo a la oferta y la demanda —y, ya distraído por el estofado, agregó —: Otro término acuñado por ella.

Bueno, si Aemma lo decía, fuera lo que eso fuere.

—Y aquí en el Norte, ¿visitará también a los Clanes de Montaña? —no resistió preguntar.

Marvin asintió mientras tragaba, entonces dijo —: También el Muro. Lady Aemma no quiere que nadie se sienta excluido y siempre dice que todos merecen las mismas oportunidades.

— ¿Dice? Pero ella se fue hace meses —Rickon frunció el ceño.

Ocho meses para ser exactos.

—Nuestra dama pasó mucho tiempo en el Gremio, su presencia todavía se siente. Y al final dejó una carta con instrucciones.

—Entonces ya habían estado trabajando con ella en la Lámpara Eterna —dedujo Benjen.

—Todo un año antes de que la Reina Malvada la hiciera huir. Los últimos meses estuvimos ocupados en la producción final.

Algunos gruñidos y maldiciones se escucharon en el salón.

El Norte siempre fue neutral en cuanto a los Targaryen, aunque muchos norteños consideraban que lo que Alysanne Targaryen había logrado con su caridad para el Muro no fue más que un desperdicio. Tierra perfectamente buena para cultivar, inutilizada durante los últimos años.

La reina había hecho mucho bien en otros aspectos, pero no en éste.

Ellar, su hermano y antiguo Lord de Winterfell, había muerto con ese resentimiento atorado. Benjen decidió no llorar sobre la leche derramada y mantuvo una postura indiferente hacia los Targaryen. Lo que cambió con las acciones de Alysanne Targaryen contra la niña que había ayudado al Norte con sus inventos, la jovencita que reclamó a los Stark como parientes y que fue reclamada a cambio.

Benjen envió hombres al Valle para que se unieran a los esfuerzos de búsqueda de Lord Rodrik, sin que éste lo pidiera. Y, pensaba, si alguna guerra se hubiera librado, Benjen con gusto habría liderado hombres al campo de batalla.

Todavía lo haría, en tanto fuera por nombre de Aemma Arryn.

 

 

Gael Targaryen

—Los niños estaban muy contentos, ¿viste sus sonrisas, hermano? —dijo en cuanto subieron al carruaje que los regresaría a la Fortaleza Roja.

—Las vi, hermanita. Creo que avergonzaron al sol hoy, con lo brillantes que eran —Baelon asintió a Ser Crabb, quien los escoltaba ese día, para que el carruaje avanzara.

—Ojalá Aemma las hubiera visto.

—No las vio, pero estoy seguro que ya sabe o sabrá de su éxito.

—Tienes razón, Aemma es así de asombrosa.

Más asombrosa de lo que ya había demostrado.

La ausencia de Aemma no significaba que el pueblo estuviera desprotegido, que ella lo olvidó. Que Aemma se fuera no significó que dejara de preocuparse, que abandonara a la gente entre la que había caminado.

Hoy, un orfanato abrió sus puertas tras una remodelación. Hoy, el primer orfanato de la Fundación Daella Targaryen dio la bienvenida de vuelta a sus niños. No, no orfanato, sino casa hogar.

La Casa Hogar Eyass, para niños pequeños.

El administrador de la Fundación, había explicado a Baelon y Gael que las casas hogar se dividirían por rangos de edad. De bebés a niños de cinco onomásticos; de niños de seis onomásticos a niños de doce; y de jóvenes de 13 onomásticos a adultos de 16. En promedio, por cada edad, habría tres casas hogares. Además, cada casa hogar contaría con guardias, un sanador y un cocinero, aparte de las cuidadoras.

Por si eso fuera poco, también estaban por abrirse casas de reposo para ancianos y refugios para mujeres en situaciones precarias.

Luthien, el administrador de marcado acento essosi, reveló un par de nombres que dejaron en evidencia la mano de Aemma, su vena traviesa y su vena sentimental. Residencia de Reposo Cabecita de Algodón y Refugio Alyssa la Valerosa.

Baelon había abrazado a Gael por los hombros para contener la emoción que surgió en él al escuchar el último nombre.

Cada residencia y cada refugio también contarían con personal especializado. Al parecer, esa era una palabra que Aemma usó para referirse a tal conjunto de personas.

Aemma nunca dejaba de sorprender, estando cerca o estando lejos.

El Consejo Privado se había levantado indignado y critico cuando se reveló que la nueva dueña de los orfanatos y los edificios que el Banco de Hierro adquirió, era Aemma. Su reacción no sirvió de nada, todo estaba hecho. Además, sabían que no podían revertir la venta cuando el Banco de Hierro estaba involucrado y todo fue realizado correcta y legítimamente.

Padre y madre se mantuvieron callados al respecto, aunque ella organizó de inmediato una Audiencia de Mujeres en las Tierras de la Corona.

—Muchos critican a mi sobrina y la verdad es que la criticarían más si supieran que, posiblemente, el oro con que financia su caridad proviene de burdeles.

— ¿Cómo sabes eso, Gael?

—Daemon habla mucho de Aemma… ahora que no está.

— ¿No dice el dicho que las personas no se dan cuenta de lo que tienen, hasta que lo pierden?

—Bueno, al menos se dan cuenta.

Baelon levantó una ceja —. ¿Estamos seguros que Daemon lo sabe?

El carruaje se detuvo y la respuesta de Gael tuvo que esperar mientras bajaban y entraban a la Fortaleza.

Mi sobrino sabe que Aemma no estaba encaprichada —nadie se arriesgaría a morir por un capricho, su sobrina era demasiado inteligente para eso —. Ahora entiende que ella hablaba en serio.

Gael pensaba que la inseguridad de Daemon se debía a ser un segundo hijo.

La maldición del segundo hijo, decían. Ser siempre el repuesto, ser la opción que quedaba, ser olvidado.

Lástima que él no se dio cuenta que no fue nada de eso para Aemma, no hasta que fue muy tarde.

 —Príncipe Daemon, no tiene que ser tan grosero —una voz nasal llamó su atención en lo alto de la escalera de uno de los patios interiores —. Simplemente lo invité a compartir una comida con mi familia.

¿Quién es? —susurró a su hermano.

Lord Tarbeck. Llegó con su esposa e hijos la semana anterior, por el nombramiento de Ser Harrold como Guardia Real. Es tío materno del caballero —fue la explicación.

—Y ya dije que no comeré con nadie que posee intenciones ocultas —la expresión de Daemon era de desagrado abierto, dirigió una mirada desdeñosa a la dama junto a Lord Tarbeck.

Debía ser su hija, dado el parecido facial.

Baelon suspiró.

Desde que Viserys fue exiliado, la nobleza eligió pensar que la sucesión podría volver a cambiar. Lo que significaba que Daemon se volvió un prospecto extremadamente llamativo. Sólo la familia real sabía que el rey decidió, finalmente, casar a Aemma con Daemon, de lo contrario, sería Gael quien se casaría con él.

Gael no quería casarse con Daemon.

Daemon tampoco quería casarse con ella.

Y si lo peor sucedía, encontrarían la manera de evitarlo.

—Mi única intención es que disfrute de una comida deliciosa en compañía de personalidades interesantes y encantadoras —a Lord Tarbeck sólo le faltaba empujar su hija hacia Daemon.

Los cortesanos que estaban cerca, miraban atentos, oliendo la sangre en el agua.

—Compañía interesante y encantadora —Daemon sopesó engañosamente y pasó su mirada del lord a la dama —. Esta compañía de la que habla, mi lord, no luce como Aemma Arryn para mí.

Suspiros y risitas resonaron, acrecentando la humillación de los Tarbeck. Daemon se alejó impenitente.

Fue más tarde que Gael tuvo oportunidad de burlarse de su sobrino.

¿Sólo Lady Felisa Tarbeck no luce como Aemma para ti, sobrino? ¿O es un juicio que recae en todas las damas?

Sí, sí. Diviértete a mi costa, Ga-. Laenor, no, mi cabello no es comida —alejó las manitas del bebé.

Gael estaba teniendo una experiencia más agradable al ayudar a Laena a ensartar conchas en una cadena de plata.

Rhaenys había invitado a la familia real a cenar en las habitaciones destinadas para la Casa Velaryon en la Fortaleza Roja. Ella, Lord Corlys y sus hijos (Laenor de un onomástico y Laena de tres), fueron invitados por la reina un mes atrás. Su madre hizo la invitación durante la Audiencia de Mujeres, a la que Rhaenys asistió; los Velaryon llegaron dos semanas atrás y no parecían tener prisa por irse.

¿Acaso madre pensaba usar la caída de gracia de Viserys para insistir en la herencia de Rhaenys? Si era así, Gael no podía creer lo que necia que era su madre. No obstante, Gael podría estar pensando lo peor. Tal vez madre y Rhaenys sólo querían que padre entregara huevos de dragón a los niños.

Padre se había negado a obsequiar huevos a sus bisnietos en cada nacimiento, pues aunque ellos compartían la sangre, no poseían en apellido Targaryen. ¿Y qué mensaje darían al reino si una Casa que no era la Targaryen poseía dragones? Desastre. Padre no se mordió la lengua para decir que los Velaryon deberían estar satisfechos con Meleys.

Ese moretón es nuevo —señaló la quijada.

Un ladrón de poca monta estaba molestando a un hojalatero, tuvo suerte de darme un golpe, sólo uno —la arrogancia no fue bien apreciada porque Laenor, esta vez, metió una manita en la boca de Daemon.

Gael rio, provocando que los bebés también rieran.

Sus padres, Baelon, Rhaenys y Lord Corlys los miraron por un momento desde la otra habitación. Una puerta conectaba el recibidor de los aposentos con la estancia privada, que a su vez conectaba con el dormitorio principal. Daemon y Gael entretenían a sus primitos en la estancia privada, mientras el resto hablaba en el recibidor.

No tienes capa dorada, pero actúas como un Guardia de la Ciudad —bajó la voz, precavida por la presencia de su madre —. Aemma estaría orgullosa.

Aemma estaría burlándose.

Pero no con malicia.

Daemon calló al respecto e intercambió a los bebés. Laena intentó trepar a sus hombros de inmediato y Laenor se acurrucó en el regazo de Gael.

Su Lámpara Eterna es muy popular —Daemon dijo con ligereza —. Los nobles no dejan de visitar el Gremio de Alquimistas, pidiendo más demostraciones. Los comerciantes también hacen fila para solicitar pedidos.

Gael nunca olvidaría la mirada contrariada de padre cuando Sapiencia Janus, tras solicitar una audiencia pública para mostrar la Lámpara Eterna, se negó a involucrar a la Corona en la gestión del invento.

Es un artefacto privatizado que será vendido a consideración del Gremio de Alquimistas y Lady Aemma Arryn.

A este paso, Aemma será más adinerada que la Corona.

No, que Casa Velaryon —Daemon murmuró conspirativo —. ¿Cuánto más crees que se molestará la abuela si eso sucede?

Basta. Dejemos a mi madre y a mi padre en paz por un tiempo, no pongamos en riesgo los dos años que estaremos a salvo.

Daemon hizo una mueca, y no por Laena colgando de su espalda.

Si el abuelo anunciara su decisión, Aemma estaría regresando.

Creo que mantener los esponsales en silencio es su castigo por nuestra participación en la boda secreta de Viserys.

Fue casualidad que se enterara de los planes de sus sobrinos, así como fue el segundo momento más asertivo de su vida pensar en tomar el Sello de la Reina. Valió cada regaño y sermón, valió la decepción. Su madre comenzó a demandar menos su presencia, sobre todo últimamente con Rhaenys y sus hijos en la capital.

Amo a mi hermano, pero debió haber actuado antes.

Gael sólo sonrió, pensando que de no ser por la dubitación de Viserys, Daemon no se habría dado cuenta de que apreciaba a Aemma más de lo que creía.

Tú y mi hermano, Daemon, tú y mi hermano.

Nada más regresar, Baelon fue el primero en recibirlos, haciendo un camino directo a Viserys y tomándolo de los hombros, exclamando un exasperado: ¡haberlo hecho antes!

 

 

Sigtryggr

Madre Topo nunca los aconsejaba mal y esta vez no fue la excepción, independientemente de que la tribu tuvo que irse, tan pronto llegó, de una zona en la que podrían haber vivido, al menos, un año sin escases de agua o alimento. Caminando durante un mes hacia Punta Starrold, esquivando a los Cuervos que estaban construyendo otro castillo para atormentar al Pueblo Libre y rodeando Arbolblanco, la aldea Libre de mujeres caníbales, así como atravesar la trampa mortal que era el Bosque Encantado, lleno de bestias y monstruos; todo para llegar a Casa Austera, ese lugar maldito. Nada de eso rompió la fe de la tribu en Madre Topo.

Ella nunca los guiaba por mal camino y aunque no se había equivocado, esta vez se sintió como si se burlara de ellos porque los llevó a las garras de un chiflado.

Durante el viaje, no se toparon con un solo cuervo ni una mujer caníbal, y el Bosque Encantado no presentó sorpresas desagradables. No obstante, una vez que salieron de entre los árboles y el viento gélido de la Bahía de las Focas les mordió las mejillas, se encontraron frente a un enano de cabello pálido.

La imagen de un enano sacando una red de la orilla del mar no fue sorprendente. Fue sorprendente cuando una bestia, como ninguna que hubiera visto antes, salió de una cueva. Una bestia con alas, de cuerpo moteado y lleno de cuernos, que se arrastró desde la oscuridad y avanzó clavando sus garras en la arena cubierta de nieve.

Sigtryggr no recordaba gritos, pero tuvo que haberlos; sólo recordaba haber levantado su lanza, apenas consciente de lo ridículo que era esa diminuta cuchilla contra un monstruo más grande que cualquier gigante. Y recordaba que sus compañeros también levantaron sus armas, pero la bestia siguió avanzando.

Avanzando hasta detenerse detrás del enano.

El enano pálido había dejado la red, dando vuelta para mirar a la tribu. Y, como la bestia, no mostró miedo por los centenares de miembros del Pueblo Libre que lo encaraban.

Por un momento, Sigtryggr había querido gritarle que corriera, pero el enano colocó las manos en sus caderas, levantó una ceja condenatoria y gritó: ¡están invadiendo propiedad privada, declaren sus intenciones!

Entonces la bestia rugió y Madre Topo salió a hablar con ella.

El enano era una mujer, una niña (porque no tenía el tamaño para haber experimentado su primera cacería). Aunque sí tenía algo que le permitía mandar a la bestia, al dragón.

Aemma Hija de Daella era pariente de los reyes sureños, los mismos que montaban dragones. Lo que parecía significar algo, dada la manera zorruna con que Madre Topo lo explicó.

Me estás diciendo que la Fuerza los guio hacia aquí, hasta mí, la enana hizo un ademán exagerado tras escuchar la explicación de Madre Topo. ¿Sabes qué? No lo cuestionaré ni lo analizaré a profundidad. He experimentado cosas más extrañas que esto.

Y cuando Madre Topo le preguntó si la tribu podía quedarse, ella dijo: no voy a desafiar a la Fuerza, Lady Yoda, así que claro, quédense. Hay cuevas suficientes para todos. Y entonces se alejó murmurando, sólo vine tan al Norte para despistar a mi familia sobre mi paradero, no se supone que me quede, ¿pero y si involucrarme con estos Ewoks es mi evento canónico? No puedo creer que Peter y Harley me influenciaran con su jerga zoomer, centenial o lo que sea.

Al día siguiente, la enana se fue volando con su dragón, diciendo que tenía una reunión para asistir y asegurando que regresaría.

Madre Topo reaccionó con tranquilidad y el resto de la tribu no tuvo más opción que ponerse a armar las carpas de pieles lo más alejadas posibles del mar. Exploraron algunas cuevas y se mantuvieron lejos de la que la Hija de Daella se había apropiado. Todos tenían curiosidad, pero no estaban locos como para meterse en el nido de un dragón. Incluso los niños, curiosos e imprudentes por naturaleza, se contentaron con mirar a la distancia.

Ella regresó dos semanas después, con sacos llenos de pan, carne seca, frutas y verduras. Incluso llegó con dulces para los niños y ungüentos que aliviaron los dolores de los ancianos.

Sigtryggr se preguntó dónde estaba la trampa.

Sí, confiaba en Madre Topo, pero no en extraños.

Extraños tan… dadores, no hacían lo que hacían sólo porque sí.

Nadie era tan generoso, no los arrodilladores.

—Thyra, ¿qué haces? ¿Qué pasa? —preguntó al llegar al campamento, recién terminada su vigilancia de la zona más oscura del Bosque, queriendo adelantarse al ataque de cualquier bestia que quisiera acercarse.

Su hermana y varios miembros de la tribu estaban caminando hacia el lindero de árboles, lucían entusiasmados.

—Vamos a buscar madera —su hermana respondió alegremente —. Aemma nos enseñará a hacer casas de barro.

Lo que escuchó le sonó a tontería.

No por las casas o el barro, él sabía que cosas así podían hacerse, su padre le había contado de una aldea con casas así hacía mucho tiempo. Sino porque él no había dado permiso para hacer nada de eso. Sigtryggr era el jefe, decisiones tan importantes no podían tomarse sin su opinión. Y nadie le había preguntado.

— ¡Hermano, no! ¡No te enojes! —Thyra intentó alcanzarlo cuando avanzó a zancadas hacia dónde sea que estuviera la maldita enana.

Hombres y mujeres se apartaron de su camino, los que se habían estado dirigiendo al bosque se detuvieron, varios comenzaron a seguirlo.

— ¡Hija de Daella! —bramó, mirando de un lado a otro —. ¡Hija de Daella!

— ¡Aquí! —sorteó entre las tiendas, siguiendo la voz, hasta verla sentada sobre un pedazo de tronco, con la mitad del cabello cortado —. ¿Quién orinó en tus pieles, Siggy el Macho?

—Sí, Siggy, ¿quién? —Ebba, sosteniendo un cuchillo en una mano y mechones de cabello pálido en otro, parada detrás de la enana, sonrió con diversión.

Thyra soltó una risita a sus espaldas.

Las ignoró.

—No puedes mandar a mi gente —espetó, mirando a la chica que no lucía remotamente asustada de la autoridad del Hijo de Sindre, el Asesino de Thenns —. No eres la jefa de esta tribu. Yo lo soy.

— ¿Eso crees? Déjame ver —no reaccionó amedrentada, sino calmada —. La tribu come mi comida, la tribu vive en la tierra que yo reclamé primero y la tribu se beneficia de la protección de mi dragón. A mí me parece que sí soy la jefa.

Sigtryggr se mordió en interior de la mejilla tan fuerte que saboreó la sangre.

Él no podía negar eso.

Aunque quisiera, no podía ser estúpidamente necio, sobre todo no cuando su gente lo observaba, cuando su gente sabía.

—En realidad… —la chica tarareó pensativa —. Morningstar es el jefe, es el más fuerte y poderoso aquí.

—Estoy de acuerdo —habló Ebba —. Tu Morningstar también es el más guapo.

—Por eso nos llevamos tan bien, Ebba querida; tú sí sabes apreciar la belleza de mi bebé.

—Yo también creo que es adorable —Thyra dijo tímidamente, acercándose a la enana pálida y arrodillándose a sus pies.

Su hermana, como varios miembros de la tribu, pensaba que la Hija de Daella era una especie de diosa. Madre Topo la había llamado la Hija Prometida de la Tierra y, claro, también estaba el dragón que ella comandaba.

—No lo tomes a mal, Aemma —Thyra decía el nombre como si fuera una oración a los Dioses Antiguos, porque la enana insistió en que la llamaran por su nombre cuando escuchó el título que Madre le otorgó —. Mi hermano sólo se preocupa.

—Tu hermano es controlador —la chica resopló y clavó sus ojos en Sigtryggr —. Si te hace sentir mejor, hicimos una votación.

—De la que no me informaron —masculló él.

La enana rodó los ojos —. No estabas. Y te buscamos.

—Estaba vigilando el Bosque —los últimos meses, la tribu estuvo sintiéndose confiada por la presencia del dragón.

Él sabía que la confianza excesiva significaba la muerte.

—Y agradecemos tu dedicación. En fin. No estabas, los demás sí. Y, aunque hubieras estado, la mayoría estuvo de acuerdo en construir las casas. Además, Arne me dijo que la tribu toma decisiones de esta manera, no hice nada que contradijera las reglas o tradiciones.

Arne, su amigo y segundo al mando, el mismo que le estaba lanzando una sonrisa impenitente a dos carpas de distancia.

—No es una decisión válida, el jefe no estuvo presente —insistió.

No dejaría de ser el líder a menos que se hiciera de manera oficial.

—No voy a luchar contra ti en el lodo —esta vez, la Hija de Daella puso los ojos en blanco —. Así que adelante, ordena una nueva votación. Y hazlo lejos, tu mala vibra me está dando comezón.

Sigtryggr no dudaría de Madre Topo, aunque la enana pálida lo molestara para pensar lo contrario.

Notes:

1. Alguien mencionó el plagio típico en las historias isekai y, sí, tiene toda la razón. Y sumado a eso, aunque sabemos muy bien que Tony podría crear maravillas pese a la cero tecnología de este mundo, lamentablemente él está siendo escrito en esta historia por una autora que no posee el ingenio suficiente para sacarse inventos de la manga.
(Puse el tag del crack tratado en serio, pero no voy a abusar.)

2. La Lámpara Eterna es un invento real, de Tanaka Hisashige en el siglo XIX, en Japón. También conocida como Mujin Light o Mujinto.

3. Gracias a la personita que dio "La Querida del Valle" como título para Aemma.

4. Gracias también a la personita que mencionó/sugirió a los Stark. Iba a introducir a los Skagosi, pero los Stark me parecieron una aparición más orgánica para este momento.

5. ¿Jaehaerys y Alysanne podrían estar clínicamente locos? Me sorprendieron, pero funciona. Ya saben, vivieron muchos traumas en edades donde sus cerebros todavía no se desarrollaban por completo. Y, bueno, con cerebro desarrollado y todo la gente todavía se trastorna dependiendo de las experiencias vividas.
Por supuesto, nada excusa el comportamiento de estos ancianos.

 

¡Gracias por leer!

¡Gracias por comentar!

Chapter 6: 96 d.C.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Daemon Targaryen

—Padre, ¿conseguiste el permiso del rey? —preguntó en cuanto entró al solario de su padre, a paso firme mientras Ser Harrold cerraba la puerta detrás de él.

—Hola, hijo. Me alegro de verte tan animado esta tarde, ¿que cómo estoy? Bueno, no tan animado como tú, como puedes ver —el príncipe heredero no levantó el rostro, su atención todavía en los pergaminos esparcidos sobre su escritorio.

Hizo caso omiso de la reprimenda leve. Su padre estaba demasiado ocupado con sus deberes, pero ese no era problema de Daemon. Al romper el ayuno esa mañana, él le prometió a Daemon y Gael hablar con el rey para que les permitiera visitar a Viserys en Dragonstone; ahora era media tarde y Daemon deseaba su respuesta.

— ¿Podemos volar a Dragonstone? Padre, ¿qué dijo el rey? —tomó asiento en una esquina del escritorio, arrugando unos papeles en el proceso.

No se sintió mal, eso no era lo importante en este momento, no como ir a Dragonstone y ver con sus propios ojos al dragón con que Viserys se acababa de unir.

Seasmoke era la primera cría en nacer desde Meleys y Caraxes, por lo que sería la primera vez de Daemon en ver una. Además, quería escuchar de primera mano la historia de Viserys, su hermano que era el primer Targaryen en vincularse con dos dragones en la historia de su familia.

Según la carta, Viserys y Prunella habían visitado el criadero de Dragonstone cuando los Guardianes de Dragones informaron del nacimiento de una cría. Ellos fueron por mera curiosidad y salieron de ahí con los brazos de Viserys llenos de un dragoncito de escamas pálidas. Tomaría años para que su hermano lo montara, pero lo importante era que él volvía a tener una conexión con una de las magníficas criaturas a las que los Targaryen debían su poder.

—El rey mantiene la prohibición de visitas familiares para tu hermano —padre finalmente levantó el rostro, clavando sus ojos cansados en Daemon —. Y pidió que te apremiara a no insistir, de lo contrario volverá a prohibirte volar con Caraxes.

Hizo una mueca.

Tras ayudar a Viserys en su boda secreta, el rey prohibió a Daemon y Gael el siquiera visitar en Pozo Dragón a sus dragones. El castigo duró seis meses y recientemente fue levantado.  Él y Gael sopesaban que más que castigo, fue una precaución para evitar que ellos siguieran el ejemplo de Aemma, sobre todo cuando las emociones estaban a flor de piel.

Era verdad que Daemon se sintió envalentonado por el éxito de la fuga de Viserys para casarse con Lady Prunella, y la única motivación que tenía para huir de la capital era buscar a Aemma, pero no era estúpido. Para perseguir a Aemma necesitaba un plan, necesitaba pistas, de lo contrario sólo sería una pérdida de tiempo buscar con los ojos cerrados. También estaba consciente de que Caraxes era su mayor activo, no podría lograr mucho sin él.

Así que había decidido mostrar el mejor comportamiento posible.

—Eres el padre de Viserys, ¿no hará una excepción contigo?

—El rey no hace excepciones con nadie.

—Parece que también te está castigando, aunque no estuviste involucrado —se cruzó de brazos —. Es injusto.

—Tu abuelo siempre ha sido un monarca y patriarca estricto —padre suspiró, dejó los pergaminos y se recostó contra el respaldo de la silla —. No fuiste consciente de este hecho porque sus castigos no te afectaron, hasta ahora.

El único gran castigo en que Daemon podía pensar era el impartido a Saera y era verdad que nunca se sintió afectado por ello. Apenas tenía recuerdos de su tía y no sentía una conexión con ella más allá de la sangre, una que sólo consideraba intelectualmente. Estaban unidos por la sangre, no por el amor. Esa doble conexión sólo la sentía con un número de personas que podía contar con los dedos de sus dos manos, y le sobraban dedos.

Antes de que pudiera decir algo, Ser Harrold anunció la llegada de la Mano del Rey. El septón Barth entró ágil y erguido para ser un anciano de setenta y dos onomásticos, y saludó a ambos príncipes.

—Lamento la interrupción, mi príncipe —bajó la cabeza hacia el padre de Daemon —. Parece que me he adelantado a nuestra reunión.

La Mano del Rey y el Príncipe Heredero se reunían una vez a la semana para discutir informalmente los asuntos del reino. Padre decía que era un momento de aprendizaje, puesto que la Mano era el segundo hombre más poderoso de Westeros y, al ser el heredero, se estaría haciendo un flaco favor a sí mismo al no buscar su sabiduría.

—No se ha adelantado, Lord Mano, soy yo quien se ha retrasado —padre comenzó a organizar los pergaminos —. Perdí la noción del tiempo.

Daemon, quien ya había sido testigo silencioso de estas reuniones, simplemente pasó a tomar asiento en uno de los sofás. Su presencia tal vez era innecesaria, pero sí era bienvenida. Desde que padre fue nombrado heredero, animaba a Viserys y Daemon a involucrarse en ciertos aspectos de sus deberes, aunque fuera sólo como espectadores para que fueran haciéndose conscientes de lo que les deparaba en el futuro. Él también les había confiado que esperaba que cuando Viserys fuera rey, Daemon asumiera como su Mano.

—Si me permite especular, diré que es el conflicto de las Casas Bracken y Blackwood lo que lo tiene tan saturado en este momento —el septón tomó asiento cerca de Daemon, después de que padre lo invitara a ponerse cómodo y ordenara que sirvientes trajeran té y bocadillos.

—No se equivoca —padre hizo un gesto fatigado, no por un cansancio físico, sino por la situación.

Esas Casas molestaban a la Corona con sus problemas cada pocos meses. Hasta parecían turnarse para enviar sus quejas, ya fuera por cuervo o por uno de sus miembros. Si de Daemon dependiera, los haría batirse en duelo; el ganador tendría razón sobre la fuente de su disputa o, con suerte, todos terminarían muertos y el problema se acabaría de raíz.

Por supuesto, esa no era una solución diplomática.

—He pensado proponer acuerdos matrimoniales, pero sabemos que la paz sólo durará unos años.

El septón asintió solemnemente a lo dicho por Baelon —. Su enemistad es demasiado profunda y larga que ni siquiera la sangre compartida puede aliviarla a perpetuidad.

— ¿No es ese el problema? —Daemon intervino, medio indiferente —. Se casan con el enemigo, las esposas seguramente no se casan con el corazón abierto, por lo que el resentimiento supura en los senos mismos de las Casas. El resentimiento también debe ser peor, ya que entregan a sus amadas hijas al enemigo que detestan.

—El resentimiento tampoco se detiene con esposas de otras familias —padre dijo con obviedad y Daemon no lo tomó a mal.

Él simplemente estaba diciendo lo primero que se le venía a la mente, no pensando a profundidad en una solución.

— ¿Y si las esposas provienen de la misma familia? —estiró las piernas y bajó los pies de la mesita de centro tan rápido como los subió cuando su padre lo regañó —. Hermanas. Hermanas amorosas y unidas que no querrían que sus hijos pelearan con sus sobrinos.

Durante sus muchas visitas a la ciudad, notó a varias familias enemistadas ya fuera por agravios personales de alguno de sus miembros o cosas más generales como el oficio al que se dedicaban.

Una familia de herreros tenía problemas con una familia de zapateros, Daemon no sabía la razón y no le importaba, pero se dio cuenta que un día dejaron de gritarse vulgaridades y tirarse mierda. Pyro, uno de los herreros favoritos de Aemma, le había contado que las hijas de un comerciante, hermanas entre sí, se habían enamorado de un muchacho herrero y un muchacho zapatero, respectivamente; al final, hubo dos parejas casadas y ambas familias se vieron obligadas a cesar el fuego por el bien de sus hijas y los bebés que tendrían. De hecho, ambas mozas habían alumbrado hijos un par de meses atrás y los estaban criando como hermanos. Posiblemente, el doblegarse estaba relacionado a que la familia de comerciantes era más rica que las otras dos, y las últimas temían hacerla enojar y, por consiguiente, perder cualquier apoyo que obtuvieran de ella.

—Y hermanas de una familia más poderosa que los Bracken y los Blackwood —agregó con un encogimiento de hombros.

Padre lo estaba mirando con curiosidad, mientras el septón tenía sus pequeños ojos atentos sobre Daemon.

— ¿Alguna sugerencia que puedas darnos, príncipe Daemon?

Frunció el ceño, ¿de verdad estaban considerando sus palabras?

—Las hijas de Lady Elys Arryn son gemelas —respondió y volvió a encogerse de hombros ante las cejas alzadas de su padre —. Son nietas del Lord Arryn y sobrinas políticas de Lord Baratheon —la única hermana de Lord Cameron Tarth era esposa de Boremund Baratheon —. También, Casa Tarth es más rica que las Casas Bracken y Blackwood, y Lady Elys dirige las Gemas de Aemma.

—También son primas de Aemma, quien es un jinete de dragón y comparte sangre directa con la Corona Targaryen —agregó padre, pensativo —. También poseen ascendencia ándala por ambos padres.

—Casa Bracken se vería tentada por la fe compartida, no se puede decir lo mismo de Casa Blackwood —sopesó el septón.

—Y por eso todo lo que mencioné será un incentivo, sólo un idiota rechazaría una alianza tan conveniente. Y, por lo que sé, Galla y Camellia Tarth son respetuosas con otras religiones —más bien, decidieron seguir el ejemplo de Aemma, la prima jinete de dragón a la que adoraban, y no creer en nada que no pudieran ver con sus propios ojos.

—Las damas Tarth comparten edad con el heredero Bracken, diez onomásticos. Sin embargo, el heredero Blackwood es mayor por cuatro años —señaló esta vez el septón, todavía mirando a Daemon.

—No sería el primer hombre en esperar a que su novia alcance la mayoría de edad —después de los discursos que había escuchado de Aemma sobre lo equivocado y asqueroso que era casar a niños con adultos, Daemon no se atrevería a siquiera sugerir un matrimonio infantil.

—Dices verdades, joven príncipe —la Mano finalmente alejó sus ojos de Daemon, aunque una suave sonrisa se apoderó de su boca.

—Has sido bastante perspicaz, hijo —padre le palmeó la cabeza.

Daemon fingió alejarse del gesto —. Bueno, la reina cree que muchas cosas pueden arreglarse con matrimonios, sólo sigo su ejemplo.

Padre, entendiendo el espíritu con que lo dijo, le pellizcó una oreja —. No eres gracioso como crees, Daemon.

—No pretendo serlo —soportó el regañó —. Tampoco pretendo que tomen en cuenta mi sugerencia.

La verdad era que no.

¿Por qué lo harían? Daemon seguía siendo un niño a sus ojos, un chico que prefería las espadas y las calles de la ciudad, a los libros y los pasillos lustrosos de la Fortaleza Roja. La Corte y los privilegios habían perdido mucho de su brillo desde la huida de Aemma.

Nada era igual por la ausencia de Aemma.

Era curioso, supuso, cómo Daemon había deseado que Aemma volviera a sus montañas y lo dejara en paz, y ahora que ella no estaba la quería de vuelta. Ahora que ella no estaba, Daemon se dio cuenta de lo grande que había sido su presencia, lo mucho que había significado, en concreto, para él.

—Daemon —padre lucía como si estuviera a punto de sermonearlo, afortunadamente la llegada de los sirvientes con el té le dieron la oportunidad perfecta para escapar.

 

 

¿Estás segura de tentar la ira de tus padres por este nuevo interés tuyo? —preguntó en alto valyrio mientras subían las escaleras hacia la Colonia de Cuervos.

Mi nuevo interés es perfectamente razonable, no hay motivo para que mis padres enfurezcan —Gael levantó la barbilla con orgullo.

Desde su unión con Dreamfyre, ella adquirió una sorprendente cantidad de seguridad en sí misma. Tanta que no temía desafiar las expectativas y deseos de sus padres.

El arte de sanación no es un interés muy atribuido a damas nobles, mucho menos a princesas.

Entonces seré la primera princesa de Westeros, la primera princesa Targaryen, en hacerlo —no lo dijo como desafío, sino confiada.

Gael había hecho una costumbre el visitar las instituciones pertenecientes a la Fundación de Daella Targaryen y por esas visitas conoció personas que no podría haber conocido en otro tiempo y en otras circunstancias. Ella encontró interesantes las artes curativas de los sanadores extranjeros, tanto así que sus visitas las invirtió en hablar con ellos y observarlos cuando atendían algún enfermo. A partir de ahí, Gael comenzó a leer libros sobre sanación y a acercarse al Gran Maestre Runciter con preguntas al respecto.

Esa repentina afición fue notada, pero considerada inofensiva, sólo un interés pasajero por la princesita. Sin embargo, recientemente ella decidió dedicarse por completo al tema.

Gael Targaryen deseaba convertirse en sanadora.

Bueno, existen historias sobre hechiceros de la Vieja Valyria que se dedicaban a la curación. No hay registros, pero los rumores dicen que Visenya curó su útero con magia de sangre y por eso concibió a Maegor —también decían que ella intentó resucitar a la Reina Rhaenys con rituales arcanos muy oscuros.

Mi intención no es ser una hechicera, sino una sanadora —Gael le dirigió un ceño fruncido.

Por supuesto, tía. No obstante, algunos trucos de curación parecen magia, herejía, a ojos de los maestres de la Ciudadela —sólo una semana atrás hubo un altercado con el sanador yitense de una de las residencias.

Ese sanador usaba agujas en algunos de sus tratamientos y cuando uno de los acólitos del Gran Maestre, que sin duda fue enviado para averiguar qué técnicas practicaban los extranjeros, lo descubrió, hizo un alboroto.

La Ciudadela no podía hacer nada al respecto, no cuando el yitense estaba bajo la protección del Banco de Hierro, aunque sí molestaron a la Corona para que hablara con el Banco de Hierro para cambiar de sanador. La Corona todavía no recibía respuesta, aunque sólo habían pasado pocos días. Daemon realmente estaba curioso por saber el resultado.

Si Aemma estuviera presente, él estaba seguro que ella defendería a su sanador y ganaría.

Entiendo lo que quieres decir, sobrino —ambos se detuvieron frente a la puerta de la Colonia —. Así que elegí el conocimiento de los maestres para empezar, de esta manera ni mis padres ni la Ciudadela tendrán argumentos en contra más allá de mi posición y mi género.

Las dos razones principales por las que rechazarán consentirte en esto.

Gael sonrió, mostrando la carta en su mano —: Y por eso voy a recurrir a Rhaenys para que interceda por mí ante la reina.

Comprobaremos si la indulgencia de la reina se extiende tan lejos.

Mejor dicho, comprobarían si el favoritismo y sentido de compensación hacia Rhaenys era más fuerte que la necesidad de control y corrección hacia Gael.

Y también si Rhaenys ha superado cualquier agravio que sienta hacia nosotros.

Rhaenys es severa, no malvada. También es muy inteligente y sabe que no estamos involucrados en las decisiones que toma mi padre.

Su prima se había ido en otro revuelo de furia e indignación cuando el abuelo se negó a entregar huevos de dragón a Laenor y Laena. Un sentimiento que se agravó cuando Viserys se unió a Seasmoke, considerando demasiado favorecimiento que él tuviera la oportunidad de reclamar a un segundo dragón, sin importar que hubiera sido accidental.

Ella no me ha parecido inteligente últimamente.

No la juzgues. Es natural que se sienta así. Tú reaccionarías peor si estuvieras en su posición —Gael no le dio oportunidad de replicar pues abrió la puerta y avanzó.

Nada más entrar, Daemon se dio cuenta que los acólitos que usualmente pululaban por ahí atendiendo los cuervos no estaban. En cambio, el maestre Mellos, el principal ayudante de Runciter, estaba sacando el cuervo destinado a Dragonstone y no estaba solo.

El mayordomo de la Fortaleza estaba con él.

— ¿Enviará una carta, Ser Otto? —dijo Gael, señalando delicadamente la carta que reposaba en el mesón donde ataban los mensajes a los cuervos.

Al acercarse, Daemon notó el sello Hightower en el pergamino.

—Mi princesa, mi príncipe —saludó con rigidez el mayordomo, Mellos le hizo eco, aunque nervioso —. Así es, Alteza —fue la respuesta escueta, mientras se acercaba, un poco apresurado, a recuperar la carta.

— ¿A Dragonstone? No sabía que tuviera conocidos o parientes en la isla de mi familia —no había manera de que Mellos hubiera tomado al cuervo equivocado.

—No los tengo, príncipe Daemon —el mayordomo llevó las manos a la espalda y habló servicialmente —. Sólo envío una breve carta al mayordomo de Dragonstone para pedir un consejo administrativo.

— ¿Por qué no recurrir a Lord Arlan? —preguntó Gael con genuina confusión.

Arlan Celtigar era el mayordomo del Fuerte de Maegor, quien estaba definitivamente más cerca que Jorgen Velaryon, el mayordomo de Dragonstone.

—Lo he hecho, princesa, sin embargo, el consejo de Lord Arlan no dio resultados.

—Que asunto más fascinante deber estar dándole problema, Ser Otto, ya que la experiencia de Lord Arlan no ha sido de ayuda siendo que él ha ocupado su puesto durante tres décadas y Lord Jorgen sólo cuenta con un año.

Las orejas de Otto Hightower enrojecieron y no dijo palabra alguna.

A Daemon realmente le resultaba sospechoso, más aún por el nerviosismo apenas disimulado del maestre.

—La razón no importa —decidió decir —, en tanto el envío de esta carta cuente con la aprobación de la Mano. Recordará, maestre Mellos, que toda carta destinada a Dragonstone debe ser reportada a la Mano antes de ser enviada.

Fue orden del rey que no cualquiera pudiera contactar con Dragonstone como parte del exilio de Viserys. De hecho, cartas directas a su hermano sólo provenían de padre y el abuelo, el resto debía consultar primero con la Mano, quien a su vez consultaría con el rey. Era demasiado y también ridículo, pero el rey estaba decidido a mantener bajo control y libre de influencias externas al presunto heredero.

La Corona no quería más sorpresas.

Daemon se burlaba, como si la fuga nupcial no hubiera sido idea de Viserys.

Viserys que había sido amigable con Otto Hightower, lo suficiente como para darle aires fuera de lugar al mayordomo.

—Por supuesto que fue aprobada, Alteza —dijo Mellos sin mirarlo a los ojos.

— ¿La Mano dirá lo mismo si le preguntamos?

Mellos palideció y la máscara serena de Otto finalmente se resquebrajó un poco. Parecía que sí tenía ideas fuera de lugar.

 

 

—Cierra la boca, Daemon —regañó su abuela —. Es impropio de un príncipe mostrar una expresión tal.

Acató la orden y estiró el brazo para coger la copa de vino que una de las doncellas de la reina le había servido antes de retirarse.

—Pensé que te haría feliz mi noticia.

Daemon se apresuró a tragar el sorbo de vino para responder.

—No estoy infeliz, abuela, sólo sorprendido.

La reina lo había convocado a sus aposentos para hablar. Él había esperado algún regaño por la pelea en que se involucró en la Calle de la Seda. Un borracho había querido sobrepasarse con una de las putas mientras bailaba fuera del burdel para atraer clientes y Daemon, que se recriminaría por no defender a las trabajadoras de Aemma, acudió en su defensa más rápido que uno de los guardias del burdel.

Su padre ya lo había regañado y el silencio del abuelo fue más condenatorio que cualquier desaprobación directa.

Eso sucedió tres días atrás, él todavía tenía una mejilla hinchada, el labio partido y los nudillos agrietados. No desenvainó su espada porque descubrió que sentir la piel del contrincante romperse bajo sus golpes era más gratificante que sólo apuñalarlos. También lo ayudaba con su agilidad pues, como Aemma dijo la primera vez que la descubrió entrenando, no siempre tendría un arma para defenderse.

—Infiero, entonces, que irás de buen agrado al Valle.

Daemon iría al Valle, al Nido de Águilas.

Sería pupilo de la Casa Arryn hasta la mayoría de edad, durante quince meses para ser precisos. Según palabra de la abuela, Daemon estaba destinado a ser la ofrenda de paz entre el Trono de Hierro y la Casa Arryn. La presencia de Daemon en el Valle sería una muestra de buena voluntad, un intento de congraciarse tras lo ocurrido con Aemma.

—Soy un obediente siervo de mi reina —inclinó la cabeza.

—Ahórrate la actuación, chico —ella bebió un sorbo delicado de su propia copa.

Daemon sólo sonrió y se puso cómodo en la silla, impenitente ante la desaprobación de la Bondadosa.

— ¿A qué se debe la rama de olivo? ¿Y cómo lograste que sea bienvenido en el Valle, abuela?

—Serás más útil en el Valle, buscando a Aemma, que prendiendo fuegos en Desembarco del Rey —bajó la copa, mirándolo con seriedad —. Lord Rodrik aceptó acogerte por el cariño que Aemma dijo tenerte.

 No supo qué decir al respecto.

Una parte de él se sintió herida e insultada por ser considerado una molestia, y la otra se sintió contenta por el recordatorio de los sentimientos de Aemma.

—Una vez en Nido de Águilas, asegúrate de no costarles un maestre y un mayordomo —fue dicho con sequedad.

Resultó que la carta de Otto Hightower no fue aprobada por la Mano. Mellos asumió toda la culpa, alegando que no vio el daño ya que la carta era por asuntos administrativos y Otto alegó que estaba tan preocupado que olvidó el protocolo. No hubo forma de refutar a ninguno, dado que, convenientemente, la carta se perdió y Lord Alar constató que su compañero mayordomo lo había consultado sobre un detalle de gestión días antes. Desatinos accidentales o no, Hightower y Mellos se equivocaron, así que fueron castigados.

Mellos fue despedido y regresó en desgracia a la Ciudadela, después de recibir diez azotes por actuar contra las órdenes del rey. Otto Hightower, en cambio, sólo fue destituido de su cargo; ahora era el Limosnero Real, encargado de administrar las limosnas cortesanas, así como de ser el vínculo entre el Septo Real y el Septo de la Ciudad.

Dada la influencia de Casa Hightower en la Fe y la Ciudadela, el rey no había querido enemistarse, sobre todo tras el castigo tan contundente a un maestre (quien había absuelto a Otto al declararse culpable), por lo que no despidió al hermano de Lord Hightower.

Daemon no sabía qué pensar al respecto.

Simplemente no podía creer que un rey Targaryen detuviera sus golpes por algo tan absurdo.

 

 

Aemma Arryn

«El hombre hace planes y dios se ríe», iba el dicho.

Aemma se había confiado.

Había subestimado la obsesión de Alysanne por su hija menor, así como la obediencia de Viserys. Y ahora estaba ahí, paseando en el Bosque Encantado como si fuera una princesa de Disney y no en Essos, haciéndose rica y tomando el sol.

Fuera Dios, Buda o el universo, algo o alguien estaban metiéndose con ella, de lo contrario estaría pateando traseros y tomando nombres en el Este, erigiendo un imperio económico, y no dejándose llevar por el corazón que a Tony acusaron de no tener.

—Ew, leche de unicornio —arrugó la nariz al ver, por fin, la manada de unicornios que había estado buscando durante horas.

Sigtryggr había visto uno que otro unicornio durante sus innumerables patrullajes en el Bosque y tras comentarlo con la tribu, decidieron que esos animales serían una buena fuente de leche. Aemma, como representante del verdadero líder de la tribu, era decir Morningstar, se unió a la búsqueda de la manada.

Habían salido temprano en la mañana; ella, Sigtryggr y otros miembros de la tribu. Si no fuera por el espeso follaje, Aemma habría sobrevolado con Morningstar para buscar, pero ya que no era posible, no quedaba más que buscar a pie.

—Joron, ve a buscar a los demás y guíalos aquí —indicó a su compañero de búsqueda.

Hacía unas horas habían decidido dividirse en parejas para ampliar el territorio y tener más posibilidades de encontrar a sus presas.

—Me quedaré a vigilar en caso de que se muevan —estaban agachados detrás de un arbusto, viendo a los unicornios pastar en un claro.

Para ser unicornios, realmente eran feos. Parecían cabras demasiado peludas, del tamaño de caballos adultos, y sus cuernos eran más como espadas largas arremolinadas. No había nada grácil o místico en ellos.

— ¿Estás segura, Hija de la Tierra? —Joron era uno de los que se tomó muy enserio las palabras locas de Madre Topo.

—Sí —desestimó —. Si me siento en peligro llamaré a Morningstar —su bebé la encontraría aunque estuviera bajo una piedra en el tóxico Sothoryos —. Ahora vete.

Joron dudó unos momentos más, pero finalmente se fue.

Aemma decidió encontrar un buen lugar para ponerse cómoda y vigilar. Subió a la rama de un árbol robusto; ahí estaría a salvo en caso de estampida o la aparición de algún depredador, como esos lobos gigantes de los que había oídio hablar, también tenía una vista directa al cielo en caso de llamar a su dragón.

No sabía cuánto tiempo estuvo ahí sentada, pensando en su familia y en los proyectos que había dejado en marcha. Dentro de un mes haría su visita de medio año al Banco de Hierro, entonces preguntaría por noticias de Westeros y su curiosidad sería saciada. Estaba pensando en qué acción tomaría si había posibilidad de regresar sin verse atrapada en matrimonios indeseados, cuando comenzó a escuchar movimientos entre las ramas.

¿Serían pájaros? ¿Ardillas?

—Calma tu corazón, no te haré daño —dijo una voz masculina.

Buscó con la mirada, tratando de ver al dueño de la voz, de una rama a otra, al suelo, a los alrededores y al cielo.

— ¿Dios? —preguntó tanto reticente como escéptica.

—Tú no crees en dioses, Anthony.

Nunca lo admitiría en voz alta, pero comenzó a asustarse.

—Creo en dioses cuando una voz incorpórea me habla y dice el nombre de mi vida pasada —clavó las uñas en la madera bajo ella,  debatiendo si saltar y echarse a correr o esperar para descubrir qué estaba ocurriendo.

—Hueles a miedo —la voz sonaba más cerca, a Aemma se le erizaron los pelos de la nuca —. ¿Si me presento en una forma que puedas comprender, frenarás tu sentido de huida?

— ¿Tal vez? —mil veces maldita su curiosidad.

Esa curiosidad que facilitaba bajo la respuesta al dicho de «la curiosidad mató el gato», que era: «pero la satisfacción lo trajo de vuelta».

—Muy bien —y entonces una serpiente apareció frente a ella.

Una enorme y reluciente serpiente negra de ojos verdes, colgando de una rama superior, la miró de frente, a la altura del rostro.

— ¿Soy Mowgli? —fue lo primero que llegó a su mente y, como era usual, su boca fue más rápida —. ¿O soy Eva?

—Eres Anthony Edward Stark y también eres Aemma Arryn.

— ¿Cómo sabes eso? —la sorpresa dio paso a la desconfianza.

Pegó lo máximo posible su espalda al tronco del árbol. Tiró del vínculo místico que la unía a Morningstar.

—Sé muchas cosas, Anthony, más de lo que podrías imaginar.

—Mi imaginación es inmensa —replicar era un reflejo —. Y eso no responde a mi pregunta.

—No, no lo hace —tuvo la impresión de que la serpiente sonreía.

¿Y por qué tenía la impresión de haber escuchado antes esa voz?

—Muy bien, señor críptico, ¿qué y quién eres? ¿Un cambiaformas? ¿Un dios? ¿Un hechicero?

Sólo había escuchado de dioses en este mundo, de brujas del bosque y de practicantes de lo que podría ser magia negra en Asshai. Sin embargo, eso no significaba que fueran los únicos seres extraños en existir; el mundo era demasiado grande y, en esencia, era mágico. La prueba estaba en los Targaryen y sus dragones, en la misma Aemma y, recientemente, en Madre Topo y sus profecías.

Aemma era escéptica, sí, pero hasta que se demostrara lo contrario no descartaría nada. En su vida pasada los extraterrestres existieron; extraterrestres, mutantes, meta humanos, hechiceros y quién sabía cuántas cosas más que no alcanzó a conocer.

Sin ir tan lejos, Aemma no sólo era un jinete de dragón, era una reencarnación.

—Soy un dios, Anthony —la serpiente se balanceó, no era amenazante, pero Aemma no bajaría la guardia.

¿Cuánto más tardaría Morningstar en aparecer?

— ¿Un dios de las Catorce Llamas? ¿Uno de los Siete? ¿Uno de los Dioses Antiguos? ¿Y cuál es tu nombre?

—Soy, Anthony. En cuanto a mi nombre, en este mundo fue olvidado hace mucho tiempo. Ahora, sólo la Tierra lo recuerda, me recuerda.

—Una vez más, eso no responde mis preguntas —la serpiente, el dios, si es que era verdad, permaneció en silencio —. ¿Tu verdadera forma es ésta?

—No lo es. Mi verdadera forma no es apropiada para este momento.

— ¿Por qué? ¿Eres feo?

—Estoy muy lejos de ser feo, Anthony —él sonó muy ofendido —. Y mostrarme tan pronto ante ti, como verdaderamente soy, no sería divertido.

Abrió la boca para otra réplica, pero un rugido la interrumpió. Morningstar estaba cerca. Miró hacia el cielo, ya escuchando el batir de las alas de su dragón, ya sintiéndose a salvo.

Regresó la mirada a la serpiente, pero ya no estaba.

Buscó con la mirada y no encontró nada. Se fue como apareció, inexplicablemente.

Morningstar estuvo sobre ella en un instante, bajando sin importar los árboles que aplastaba en el proceso. Aemma vio a los unicornios huir despavoridos y se desanimó ante la idea de volver a buscarlos.

 

 

Tener el cabello plateado era una ventaja en Braavos.

Aemma podía pasear por los mercados y el puerto sin necesidad de disfrazarse. Dado que llegó por la noche, instando a Morningstar a escabullirse a las afueras de la ciudad, lejos de la vista de todos, nadie sospechaba que Aemma fuera la dama fugitiva más famosa de Westeros.

¡Ah! ¡Cómo rio con las noticias sobre su madre patria!

Enzo no había escatimado en detalles.

Brindó con él por Viserys, también por Jeyne, la pequeña nueva sobrina por parte de Elbert. Ese idiota hermano suyo que no merecía la preciosa niña que Jeyne definitivamente era.

Aemma también tragó valientemente el nudo que se formó en su garganta al enterarse que su padre no la había traicionado. En un arranque de emotividad escribió una carta y encomendó a Enzo que la enviara al Nido de Águilas.

Ella no volvería, no todavía, no con Daemon en el Valle, no cuando él seguía libre para casarse. Aemma estuvo dispuesta a casarse con él, sí, pero no ahora que probó la libertad, especialmente ahora que cientos de personas dependían de ella.

Daemon no sobreviviría en el Norte. Y Aemma tampoco quería luchar contra las limitaciones que Targaryen y Arryn le impondrían.

Aemma tal vez regresaría cuando Baelon fuera rey.

— ¡Jovencita! —un marinero la llamó desde un tablón de abordaje —. ¿Busca un pasaje? Todavía tenemos lugares disponibles en el Titán. ¡Partiremos a Lorath esta tarde!

Aemma hizo un gesto de rechazo y continuó avanzando, sudando bajo el abrazador sol de mediodía. Estaba en busca de una embarcación, pero no para viajar ella, sino para transportar mercancía a Causa Austera. Además de víveres, quería llevar madera y herramientas para construir casas.

Las casas de barro estaban bien, pero Aemma quería algo más resistente. Estaba pensando en arquitectura vikinga; grandes salones que cobijaran a más de una familia. El Pueblo Libre tenía un gran sentido comunitario y, dado el frio de Punta Starrold, preferían cohabitar para mantener el máximo calor posible.

Ya que Morningstar tendría que hacer más de un viaje para transportar todo lo necesario, Aemma decidió contratar un barco. Sin embargo, hasta el momento nada la había convencido. Algunos capitanes no estaban dispuestos a hacer el viaje, considerándolo una locura porque lo más lejos que estaban dispuestos a llegar era Puerto Blanco. Otros ya tenían viajes planeados que no podían cancelar o cambiar. Otros le dieron desconfianza y otros querían cobrarle demasiado.

Agotada y acalorada por una larga caminata, se acercó a un puesto que vendía rebanadas de fruta fresca. Compró una rebanada de algo con apariencia de melón y sabor a pera, y tomó asiento sobre un cajón que el vendedor le ofreció.

Ser hermosa y encantadora tenía sus ventajas.

—Jovencita, con un rostro como el suyo no debería caminar sola —una anciana, que se presentó como la madre del vendedor, la regañó.

—No camino sola —señaló a un hombre armado, parado al otro lado de la calle.

Enzo había insistido en que un guardia la acompañara durante su estadía en Braavos. El guardia trabajaba como seguridad en el Banco de Hierro, por lo que fue fácil que se lo asignaran. A Aemma no le habría importado ser seguida de cerca, pero Ferro, el mencionado guardia, insistió en mantener cierta distancia. Algo sobre tener una vista más amplia para detectar amenazas.

El vendedor silbó —. Debe ser un cliente de gran importancia si el Banco de Hierro la protege.

Lo decía por las muñequeras de Ferro, un detalle que distinguía a los Guardias del Banco de Hierro de cualquier otra persona.

Aemma sonrió como respuesta, no dispuesta a revelar nada. En cambio, preguntó por recomendaciones. La anciana le habló de la Compañía de la Rosa, una compañía mercenaria con una flota propia, siempre dispuesta a trabajar a cambio de un buen precio.

Un precio justo, aseguró el vendedor. Según las historias, la Compañía de la Rosa negociaba precios justos, tan justos como podían ser considerando que se trataba de mercenarios.

Aemma había leído sobre los hombres y mujeres norteños que abandonaron Westeros tras la rendición de Torrhen Stark, esos norteños que fundaron la mencionada compañía en Essos. Por lo que sabía, que provenía de libros viejos y las personas que acababa de conocer, la Compañía de la Rosa poseía un código de honor que la distinguía de otras compañías.

Ella estaba dispuesta a arriesgarse.

Y el universo parecía estar diciéndole que lo intentara, pues la anciana le dijo que la flota de la Rosa había atracado esa misma mañana. Con suerte, estaban libres para trabajar para Aemma.

Compró una canasta de frutas y se despidió de los amables vendedores, entonces emprendió camino puerto arriba.

Después de otra caminata que pareció infinita, vio banderas blancas con rosas azules, ondeando en mástiles. Apresuró el paso hasta llegar a un grupo de hombres de aspecto muy rudo, enormes como luchadores de la WWE.

— ¡Hola! Me gustaría contratar sus servicios —saludó y empujó la canasta de fruta a los brazos de uno de los hombres —. ¿Puedo hablar con su líder?

Mostró su sonrisa más angelical y dejó que sus ojos de Bambi, más impactantes por su brillo azul, hicieran el resto.

 

 

— ¿Dónde están los aplausos? ¿Y las sonrisas? —cuestionó al no obtener la reacción esperada de sus Ewoks tras informar que su viaje a Braavos fue un éxito y pronto tendrían los materiales necesarios para comenzar a construir una pequeña ciudad.

La falta de halagos no sorprendió por parte de Siggtrygr, ¿pero Thyra? ¿Ebba y Arne?

—Estamos muy contentos, Aemma —las palabras de Thyra eran desmentidas por la sonrisa que no podía mantener.

—Han ocurrido cosas extrañas mientras no estás, eso es lo que pasa —Arne se rascó la barba.

—Una cosa ha ocurrido —corrigió Ebba —. La tribu ha estado nerviosa por eso.

—Ajá. ¿Y qué es eso que ha ocurrido?— ¿los unicornios comenzaron a actuar como las cabras que parecían ser? ¿Las focas atacaron en represalia por las cacerías de Morningstar? ¿Los famosos Niños del Bosque hicieron acto de aparición? ¿Tal vez los dichosos tiburientes y endriagos salieron del bosque para asustar a todos? —. Díganlo ya, no me hago joven con la espera.

—Una serpiente ha estado atormentando a la tribu —Siggtrygr sonaba como si le doliera decir esas palabras.

—Es negra y tiene ojos verdes, nunca vi una serpiente de ojos verdes —Arne miró al suelo como si esperara ver algo —. Y gorda y larga.

—No, es pequeña y delgada —Thyra estiró un brazo —. Como este largo.

—Parece la cola de Morningstar —refutó Ebba.

— ¿Hablamos de la misma serpiente? —el recuerdo del dios serpiente que se apareció ante ella, meses atrás, llegó a su mente.

—No —Siggtrygr dijo con total seguridad —. Debe ser una familia, una misma serpiente no puede ser grande y luego pequeña. Y vienen del Bosque, deben tener un nido ahí.

—Sea una familia o no, toda la tribu ha estado viendo serpientes desde que te fuiste —agregó Arne —. Intentamos atraparlas y matarlas, pero siempre escapan. Son muy ágiles, incluso la gorda.

— ¿Y han lastimado a alguien?

—No —respondió Thyra —. Sólo aparece para asustarnos.

—Y causar problemas —Ebba suspiró con hartazgo —. Tira los tendederos, ensucia las pieles y-

—Y asusta a los unicornios —Siggtrygr espetó con enfado —. Perdí la cuenta de las veces que hemos tenido que ir tras ellos para regresarlos a los corrales.

—Pero no ha mordido a nadie y nunca se acerca a los niños.

—Sí, los niños son los únicos con los que no se mete —secundó Arne a lo dicho por Thyra —. Están enojados por ser ignorados.

Los bebés salvajes eran viciosos, a Aemma todavía le dolía el cuerpo desde la última vez que entrenó con ellos.

—Bueno, supongo que me encargaré de la serpiente o serpientes cuando la vea, las vea —ofreció.

¿El dios del bosque era una de esas serpientes? ¿O envió otras serpientes para que molestaran a la gente de Aemma? ¿Y por qué?

—Tenemos que buscar el nido y deshacernos de ellas ya —Sigtryggr apretó una mano sobre la empuñadura de su cuchillo.

—O tu Morningstar podría quemarlo —Arne apoyó a su líder.

—No vamos a meternos en la boca del lobo, no seremos así de tontos —Aemma negó con la cabeza, sus años de correr hacia el peligro terminaron en su vida anterior —. Y Morningstar no quemará nada porque corremos el riesgo de incendiar todo el bosque.

— ¿Entonces sólo esperaremos que el peligro venga a nosotros? —el audaz líder tenía un profundo ceño fruncido.

Tenía suerte de ser guapo.

—Si quieres ponerte en riesgo y a los demás, ve y búscalo, pero no cuentes conmigo. Me quedaré donde pueda protegernos y donde hay menos posibilidad de causar daños colaterales —Aemma comenzó a caminar hacia su casa —. Además, por lo que relataron, esta serpiente parece más un vecino molesto que un peligro para la seguridad pública. Le daré el beneficio de la duda hasta que demuestre lo contrario.

¿Cuál era el objetivo de Nagini? ¿O era Kaa? ¿Se metía con la gente de Aemma porque sabía que eso la molestaba más que atacarla directamente? ¿Podía contar como ataque las travesuras que escuchó? ¿Por qué un dios haría travesuras? Y, una vez más, ¿por qué involucraba a Aemma? Si quería algo de ella, ¿por qué no hablarle directamente?

… no sería divertido, recordó las palabras de su primera interacción.

Genial, justo lo que le faltaba, ser el juguete de fuerzas superiores, de un dios.

Como si no fuera suficiente haber sido el comodín de la única excepción en 14,000,605 futuros posibles cuando vivió como Tony Stark.

 

Notes:

1. Daemon no lo sabe, pero acaba de iniciar su reputación como casamentero.

2. El chiste sobre la serpiente se cuenta solo, ¿o no, fans de Loki?

¡Gracias por leer!

¡Gracias por comentar!

Chapter 7: 97 d.C.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Daemon Targaryen

De camino al Solario de Aemma (porque por supuesto que Aemma tenía uno), atravesando el Ala Familiar, se encontró con una escena típica desde que Elbert Arryn fue bienvenido de regreso al Nido de Águilas.

Elbert Arryn y su esposa estaban discutiendo en una de las estancias abiertas y de uso común, con la pequeña Jeyne sentada en la alfombra a sus pies y contorsionando el rostro (con la mandíbula y la nariz de Aemma), como si no pudiera decidir si echarse a llorar o a regañar a los adultos idiotas. La niñera no estaba por ninguna parte y los guardias domésticos lucían incómodos, Ser Harrold (el Capa Blanca que fue destinado a Daemon como protector) también. Siete infernos, Daemon se sentía sumamente incómodo y molesto.

¿Qué idiotas discutirían frente a su hija y dónde todos escuchaban?

Todo el Valle estaba al tanto de la animosidad que Elbert Arryn y Caryla Lynderly compartían, nacida de la revelación de que la dama no volvería a tener hijos. Al parecer, el nacimiento de Jeyne fue devastador y los maestres aseguraron que sería un riesgo que Caryla Lynderly volviera a embarazarse. Elbert Arryn aceptó con resignación la noticia y, sorprendiendo a todos, con la bendición de Lord Rodrik designó a su gemelo Yorbert como su heredero; su esposa no estuvo conforme y, en lugar de sentirse aliviada por no ser reemplazada ni que su vida estaría en riesgo, se esforzaba neciamente para tener otro hijo, un heredero.

— ¡Soy un hazmerreír, Elbert! ¡¿No te das cuenta?! —Caryla Lynderly gritó con desesperación —. ¡¿Cómo puedo vivir sabiendo que no cumplí mi deber contigo y la Casa Arryn?! ¡¿Mi deber con mi propia familia?!

— ¡No te exijo ningún deber, Caryla! ¡Sólo quiero que vivas!

Al ver que Jeyne decidió seguir la ruta del llanto, Daemon se acercó para recogerla. La dama apenas notó la acción, pero Elbert le lanzó una rápida mirada de agradecimiento. Daemon asintió tenuemente y continuó su camino, alejando a la sobrina de Aemma.

—Aleja tus manitas sucias —apartó el rostro cuando Jeyne intentó agarrarle la nariz.

Jeyne Arryn era un bebé que recientemente cumplió un onomástico y era callada incluso para ser un bebé, pero expresaba bastante bien sus deseos con su rostro y ademanes. Tenía un ceño fruncido exigente que la delataba completamente como sobrina de Aemma, uno que Daemon sólo había visto en Rodrik y Yorbert Arryn.

— ¿Hago llamar a la niñera de la pequeña dama, mi príncipe? —ofreció Ser Harrold, caminando dos pasos detrás de él.

—No. La llevaré con Lord Rodrik —Elbert y Caryla merecían una reprimenda por ser idiotas frente a su hija.

Además, Jeyne era un bebé soportable y no era una molestia llevarla por algunos pasillos. Daemon se preguntaba si su futuro sobrino sería igual de manejable o sería un terror como los hijos de Rhaenys.

En su última carta, padre le había informado que Prunella estaba embarazada, que dentro de cinco meses, Viserys se convertiría en padre. Más importante, Baelon sería abuelo. Y más importante aún, Daemon sería tío.

 —Que vergüenza con usted, príncipe Daemon —Lord Rodrik sacó a Jeyne de sus brazos una vez que llegaron a su solario y Daemon hubiera explicado lo ocurrido.

—No me importa —desestimó —. Los avergonzados deberían ser Lord Elbert y su dama esposa; sus discusiones públicas empañan la imagen de la Casa Arryn.

Sin importar lo leales que fueran los sirvientes, les gustaba hablar, añadiendo leña al fuego que inició durante la celebración del primer onomástico de Jeyne, unas semanas atrás. Ella fue celebrada como cabría esperar para la primera nieta de Lord Arryn, con todas las Casas del Valle presentes. Y fueron esas Casas quienes presenciaron la frialdad entre Elbert y Caryla, así como la indiferencia poco sutil de la madre hacia la hija.

Lord Rodrik no comentó nada al respecto, después de todo esos asuntos no incumbían a Daemon, quien sólo era un pupilo. A decir verdad, Daemon tampoco tenía un interés sincero en ese drama, no obstante, se trataba de la familia de Aemma y ese detalle sí le importaba.

— ¿Por qué no elegir a Jeyne como heredera? —la niña lo miró, desde el regazo de su abuelo, al oír su nombre.

Ya era muy seria, podría ser una dama gobernante decente.

—No está bien visto que una mujer gobierne.

Daemon resopló —. ¿No es tradición ándala que una hija herede antes que un hermano?

Como única hija de Elbert, ella debería heredar en lugar de Yorbert, su tío. Sin embargo, los ándalos tendían a torcer todo a su conveniencia.

Caso en cuestión, Lord Rodrik dijo —: Elbert ya ha designado a Yorbert como su heredero —ante la reacción de disgusto de Daemon, al rodar los ojos, el padre de Aemma agregó —: Posee una opinión poco convencional, príncipe Daemon.

—En la cultura valyria, mujeres y hombres poseen las mismas oportunidades. La única razón por la que mi familia no siguió practicando la primogenitura absoluta y el respeto a sus mujeres, fue para jugar bien con los ándalos y sus sensibilidades —y a dónde los había llevado.

Aegon como rey en lugar de Visenya como reina.

Otro Aegon puesto sobre una mujer primogénita, sobre Rhaena.

Y las oportunidades poco justas que las mujeres Targaryen habían tenido desde entonces; entregadas a la Fe, vendidas como yeguas de cría, sólo utilizadas y olvidadas.

—Hablas como Aemma —Lord Rodrik lo miró con suspicacia.

Daemon había pasado horas escuchando, contra su voluntad, los discursos de Aemma sobre lo que ella denominó feminismo. Aunque, Daemon no se vio tan influenciado por eso, sino porque estaba orgulloso de su herencia valyria; adoraba las historias sobre la mujer feroz que fue su madre, y estaba sumamente indignado y molesto por cómo los Targaryen tenían que bajar la cabeza, en diversos aspectos, ante los ándalos.

—Escribió un apasionante discurso sobre porqué Jeyne debe ser la futura Dama Gobernante del Valle —el lord señaló una pila de pergaminos doblados —. Cinco de esas hojas hablan sólo de ello.

Daemon se inclinó hacia adelante, todavía en el asiento frente al escritorio del lord, haciendo lo posible por no estirar los brazos para agarrar los pergaminos.

— ¿Aemma volvió a escribir? ¿Cuándo recibió su carta, mi lord?

Nada más llegar al Valle, se enteró que Aemma contactó a su familia. Una extensa carta fue entregada a Lord Rodrik por un mensajero anónimo que no esperó respuesta. Aemma no delató su paradero y tampoco dio explicaciones o disculpas; ella sólo divagó sobre su familia, sus negocios y su bienestar. Lord Rodrik no estuvo dispuesto a compartir nada más con Daemon y, con reticencia, informó a la Corona que Aemma estaba viva y segura.

Y, por petición de Aemma, los Arryn cesaron la búsqueda.

Decía mucho de la confianza que los Arryn tenían en ella, pues acataron. Sin embargo, para cese del enfado de Daemon, supo que Lord Rodrik todavía tenía hombres buscando y aguardando por cualquier avistamiento de Aemma y Morningstar, tanto en Westeros como en Essos.

—Esta mañana llegó un paquete con sus cartas.

— ¿Por qué no me informaron al momento? —demandó.

Lord Rodrik elevó elegantemente una ceja; recordaba que Aemma se refirió al gesto como la ceja de la condenación. Él no dijo nada, sólo acarició el cabello de Jeyne, quien comenzaba a quedarse dormida contra el pecho de su abuelo.

— ¿Envió algo para mí? —preguntó entonces, tratando de mostrar un mejor comportamiento.

—Sólo un breve mensaje —el Daemon de hacía unos años se horrorizaría al verse tan ansioso por, lo que prácticamente era, una migaja de Aemma —. Mi hija te desea felicidad en tus próximas nupcias con la princesa Gael.

Una puñalada dolía menos.

 

 

Aemma tenía espías en la Fortaleza Roja, Daemon estaba seguro.

De otra forma ella no sabría lo que, técnicamente, era un secreto entre los miembros de la Familia Real.

Él pensó primero en las putas de los burdeles, pero ellas no entraban en la Fortaleza Roja. Y Gael le aseguró, en una de sus cartas, que no había hablado al respecto con ninguna de las hermanas de Aemma, tampoco con Moira. Por mucho que ella y Daemon hubieran querido hablar con los Arryn, el rey los había hecho jurar que no dirían nada al respecto.

Supuso que el anciano no quería crear otro escándalo tan pronto, después de la fuga nupcial de Viserys. Después de todo, aunque se trataba de tía y sobrino, la Fe todavía se molestaría. Daemon estaba seguro que la única razón por la que el Septón Supremo casó a Viserys y Prunella fue porque no eran parientes.

El gordo Hightower incluso le dijo que esperaba con ansias oficiar la ceremonia de Daemon y Aemma cuando ella fuera encontrada, porque, en otra de las incongruencias de la Fe, los matrimonios entre primos eran perfectamente aceptables pese al repudio que profesaban contra el incesto.

—Una moneda de bronce por tus pensamientos —una voz lo atrajo a la realidad.

—No te daría ni el equivalente a una moneda de latón, perra —Rhea Royce cabalgaba a su lado, inmune al malhumor de Daemon.

—Veo que sigues haciendo berrinche por tu fracaso, lagartija.

Ella tenía suerte de que Daemon fuera caballeroso, de lo contrario ya la habría tirado del caballo. Maldito el día en que dio la bienvenida a su compañía porque era la única, entre los jóvenes nobles del Valle, que no le pareció una completa idiota.

—La única perdedora aquí eres tú, Perra de Bronce —miró hacia el cielo, donde Caraxes volaba a metros frente a ellos.

Estaban de camino a las Puertas de la Luna, para la reunión anual de Lord Rodrik con los Clanes de la Montaña. Una reunión para hablar sobre el progreso de su negocio, el negocio que Aemma inició con esos salvajes para cesar los ataques.

—Cuatro a tres, Príncipe Lagartija —Rhea dijo con satisfacción.

Uno de los eventos para celebrar el onomásticos de Jeyne fue un concurso de cetrería, uno que la Perra de Bronce ganó, quedando Daemon en segundo lugar. Como aquello era intolerable, la retó a una partida sólo entre ellos dos y, por supuesto, Daemon ganó. Fue entonces que ella, con el orgullo herido, lo retó de vuelta.

Siete veces habían competido desde entonces.

— ¿Me recuerdas por qué infectas con tu presencia este viaje? —la miró con indiferencia, sabiendo que ella participaría por primera vez en las negociaciones con los Clanes de la Montaña.

Hasta el momento, sólo Casa Royce había decidido participar en los planes descabellados de Aemma, uniéndose al segundo año en que las ganancias fueron claras.

Por lo que había escuchado, Aemma acorraló en un círculo de fuego a los salvajes, dándoles la opción de vivir o morir, aclarando que si elegían vivir significaba trabajar. Y trabajar significó obtener gemas preciosas de las montañas; granates, ágatas y cuarzos que eran extraídos por los salvajes y vendidos por los Arryn en el extranjero. Al principio, las ganancias se dividieron a un porcentaje de setenta para los Clanes, de quince para Casa Arryn y quince para Aemma.

Ahora, siete años después de ganancias sustanciosas, más Casas del Valle querían unirse al negocio.

—No te desquites con los inocentes, querido príncipe —Lucas Corbrey apareció al otro lado de Daemon.

El tercer hijo de Lord Corbrey, que recientemente recibió sus espuelas tras años como escudero de Elbert Arryn, sonreía exasperantemente. Él era mayor que Daemon por dos años y el segundo no tan idiota que Daemon se dignaba a soportar, así como el único lo suficientemente valiente para ayudar a Daemon.

—Sí, los inocentes no tenemos culpa de tu incompetencia —Rhea sonrió de la manera más odiosa.

—Hablaste con ella —gruñó a Lucas Corbrey.

Se suponía que el fallido intento de Daemon de entrar a escondidas al solario de Lord Rodrik para leer las cartas de Aemma quedaría entre ellos dos.

—Por supuesto que sí, tenía que reírme con alguien —fue la respuesta impenitente.

Daemon lo mataría cuando menos lo esperara.

—No te preocupes, lagartija, nunca te delataríamos —Rhea no dejaba de sonreír, sin duda disfrutando de molestar a Daemon.

En respuesta, espoleó la hermosa yegua negra de Aemma, que Lord Rodrik le permitió montar durante su estadía en el Valle, para alejarse del par de imbéciles. Escuchó a Lucas cacarear y a Rhea resoplar.

 

 

—Eres el chico que La Aems quería de esposo —uno de los salvajes, uno que parecía pariente de la líder de los Hombres Quemados, dijo a Daemon durante una de las pausas de la reunión, mientras salían del salón principal de las Puertas de la Luna.

—Te dirigirás al príncipe Daemon por sus títulos, ya sea Alteza o príncipe —mandó Ser Harrold, siempre la sombra de Daemon.

El salvaje, con la nariz quemada y la punta cortada, ni siquiera miró al caballero. Pasó sus oscuros y pequeños ojos por el cuerpo completo de Daemon, como si lo estuviera analizando y lo encontrara decepcionante.

—Soy Daemon Targaryen y Aemma Arryn me eligió como esposo —anunció, haciendo énfasis en el nombre de Aemma.

Él sabía que los Clanes de Montaña tenían la tradición de dirigirse a los líderes por sus nombres, distinguiéndolos con El o La. Sin embargo, eso no hacía válido que llamaran a Aemma por el apodo que su hermano, Yorbert, le otorgó desde la infancia.

Ni siquiera Daemon la llamaba así.

—No lo entiendo —continuó el salvaje —. Eres una ramita que el viento se llevaría y no parece que soportes ni un golpe —Daemon rechinó los dientes y agarró el pomo de la espada en su cadera —. ¿Qué tienes que La Aems quiera?

Lucas palmeó un hombro de Daemon —. Tiene un dragón y es un príncipe.

Los salvajes que permanecieron, incluyendo las mujeres, bufaron, como si Caraxes y un título real significaran poco.

—La Aems también tiene un dragón —el salvaje se cruzó de brazos —. Y tal vez ella esté apoderándose de reinos en este instante.

Sus compañeros asintieron y algunos acuerdos también surgieron entre los nobles presentes, sólo entonces Daemon se dio cuenta que más de la mitad de los asistentes a la reunión se quedaron a ver el espectáculo que el salvaje sin nombre estaba haciendo.

— ¿Qué le ofreces, ramita? —los ojos del salvaje se clavaron en los de Daemon.

—Te lo mostraré ahora mismo, cabrón —se zafó del agarre de Lucas y se lanzó contra el salvaje.

 

 

—Tómalo personal —Rhea le entregó un jarro de cerveza, uniéndose a él en una de las almenas de las Puertas.

Daemon no se estaba escondiendo tras su derrota, él simplemente estaba aprovechando el viento frio para que los moretones de su rostro dejaran de palpitar.

—Yago ha estado enamorado de Lady Aemma desde que ella amenazó con quemar vivos a los Clanes si no le doblaban la rodilla.

—Asqueroso, ese salvaje es dos décadas mayor que Aemma —ahora definitivamente haría que la revancha le doliera mucho más al tal Yago.

—En realidad, él y Lady Aemma comparten edad —Rhea bebió un trago de su propio jarro —. Yago es enorme y está envejeciendo mal, pero es menor que tú. ¿No te da vergüenza?

—Cállate, perra.

Rhea rio y permanecieron en silencio por un momento, con el ruido de la gente a los lejos, viendo la oscuridad que ya se había tragado las montañas, ni siquiera podía ver el lugar que Caraxes eligió para descansar. Daemon no podía imaginar a Aemma pasando los inviernos en este lugar tan lúgubre.

—Parece un buen momento para decirte que a la reina le gustaría que tú y yo nos casemos —Rhea lo dijo justo cuando Daemon bebía un trago de cerveza.

Tuvo que hacerle gestos a Ser Harrold para que no se acercara, ya eran suficientes humillaciones por el día.

—Antes de partir al Nido de Águilas para el onomástico de Lady Jeyne, la reina envió una carta a mi padre. Con palabras sencillas y burdas, te resumiré el contenido diciéndote que la Bondadosa espera que te seduzca.

¿Por eso la reina envió a Daemon al Valle? ¿Para enredarlo con alguna dama?

—No lo has hecho, seducirme —dijo con voz cortante.

—Por supuesto que no, nunca le haría eso a la Querida del Valle.

En los meses que llevaba en las montañas, sobre todo durante el tiempo que convivió con nobles aparte de los Arryn, se dio cuenta que la mayoría de los valenses sentían cierta predilección por Aemma. Todos los Arryn eran respetados y queridos, pero Aemma parecía ser la favorita.

—Además, tampoco eres lo que deseo en un esposo.

—Mentirosa, simplemente temes lo que Aemma te haría si me miras de la manera equivocada.

Cómo habían caído los grandes, pensó sintiendo un peso extra ahí donde el guardapelo, que Aemma le regaló en su treceavo onomástico, descansaba contra su pecho.

—Lady Aemma no se rebajaría a pelear por un hombre.

Daemon suprimió una mueca por el golpe, aunque sabía que Rhea no lo dijo con intención. Lo resintió porque, de hecho, Aemma no había peleado por él, prefiriendo huir. Sin embargo, todos los intentos de Aemma por casarse con Daemon, por elegirlo una y otra vez como esposo pese a los deseos de los reyes, ¿podían considerarse una pelea en sí misma? ¿No había estado Aemma peleando por Daemon?

Tal vez, al final ella se dio cuenta de la indignidad de su lucha, que no valía la pena porque Daemon nunca dio el mínimo indicio de que, de hecho sí, sí valía la pena luchar por él.

—Yo tampoco pelearía por un hombre, ni con uno —ella le lanzó una mirada mordaz —. Tenerte como consorte sería como empujar una roca cuesta arriba.

Daemon decidió no reaccionar a la púa.

—Requieres un esposo que sea lo suficientemente débil para no oponerse a ti y lo suficientemente valiente para pararse a tu lado sin avergonzarse —se acabó la cerveza de un trago —. Requieres a alguien como Omar Beesbury o Tywald Lannister.

Rhea lo observó por un largo momento, sopesando. Bebió más de su cerveza, entonces dijo —: Háblame de ellos.

—Omar Beesbury es el sexto hijo del Maestro de la Moneda, detrás de dos hermanas y tres hermanos, por lo que está acostumbrado a no destacar. Él también es doméstico, en contraste con los hombres que prefieren las espadas y la aventura; los últimos años, ha crecido en la capital, viviendo junto a Lord Lyman, así que tiene piel gruesa contra las habladurías —se recargó contra la piedra, suprimiendo muecas cuando sintió dolor en las magulladuras de su torso —. En resumen, no es un bruto que buscaría imponerse a ti. También tendrías alianza con la cuarta Casa más rica del Dominio, y que tu suegro forme parte del Consejo Privado daría una imagen más ilustre a Casa Royce.

Escuchó los trinos de Caraxes, su dragón debía sentirse tan incómodo como Daemon. ¿Qué hacía él dando consejos matrimoniales?

—Tywald Lannister fue el heredero de su hermano hasta hace dos años, que finalmente se casó y tuvo sus hijos gemelos, pero eso no es importante. Lo destacable es que su madre, Lady Wynona, fue la regente de su hijo hasta que cumplió la mayoría de edad, hace tres años.

—Él está acostumbrado a deferir ante una mujer —concluyó Rhea.

—Y no es un completo descerebrado, posee mente de comerciante y es más navegante que caballero. Recién cumplió la mayoría de edad y ya tiene reputación de competente —sólo una año menor que Rhea —. Los Lannister le siguen en riqueza a los Velaryon, a nivel de los Seis Reinos.

— ¿Entonces me aconsejas elegir a Tywald Lannister?

—No aconsejo nada, sólo doy opciones que podrían no ser tan horribles para ti —decidió que era tiempo de descansar, por lo que empezó a caminar —. Si quieres medir sus caracteres, puedes hacerlo en la celebración por el onomástico de mi padre.

La celebración caía justo un par de semanas antes que el onomástico de Daemon. Sospechaba que sería entonces cuando el rey acorralaría a Daemon para atarlo a Gael o, sabiendo que la reina se acercó a Rhea, su abuela aprovecharía para tenderle una trampa con alguna dama.

Daemon no daría oportunidad a ninguno de sus abuelos. Si esta vez tenía que ser él quien huyera, lo haría, pues sólo se casaría con Aemma Arryn.

 

 

Aemma Arryn

—Ni lo intentes, no seré tu esposa —sus palabras cansinas detuvieron la caminata decidida de Rolf, uno de los miembros de la tribu, quien claramente había estado acechando a Aemma con la intención de robarla —. Lo dejé claro desde el principio —cuando otro tribal, Klas, lo había intentado durante los primeros meses que se unieron a ella —, convertiré en comida de Morningstar a cualquiera que se atreva a ponerme las manos encima para robarme.

Rolf palideció y otros, que pululaban cerca, también, ¿de verdad su amenaza era olvidable? ¿Debería dar un ejemplo?

Dio un tirón al vínculo con su dragón y de inmediato Morningstar rugió, parándose donde había estado descansando bajo la resolana tras un banquete de focas.

—Nadie me robará, ¿capice? —todos los hombres asintieron; no era suficiente —. ¿Capice? —demandó entonces con autoridad.

— ¡Sí! —las mujeres rieron por la frenética cobardía de los hombres.

—Rolf, haz algo útil y ve a recolectar hongos al bosque; oí que los niños tienen antojo de estofado de hongos —sonrió complacida cuando vio al chico salir corriendo.

El tonto era un año menor que Aemma, por amor a la ciencia. Ya había tenido su primera cacería y por eso se sentía en la cúspide del poder, lástima por él porque eso no le importaba a ella.

Uno pensaría que le tendrían más respeto por todo el asunto de la Hija Prometida de la Tierra, lo que fuera que fuere y que se negaba a dar importancia. Ella rechazaba ser juguete de los dioses, muchas gracias.

—Tu casa es pequeña —escuchó nada más entrar a su casita de barro (decidió darle prioridad a las casas de los demás, por lo que la suya sería la última en construirse).

— ¡Jesús! —no estaba orgullosa del salto que dio, entonces notó a la serpiente enroscada en el catre que usaba por cama —. ¿Cuenta como falta de respeto? Porque no eres ese dios, ¿o sí? ¿Jesucristo se sentirá ofendido?

— ¿Divagas como mecanismo de defensa? —la serpiente se movió, como acomodándose sobre las mantas; proyectaba ser más un gato.

—Te denunciaré por difamación a la oficina de recursos humanos de los dioses —apuntó con un dedo, permaneciendo de espaldas a la puerta, sin acercarse al dios serpentino que decidió invadir su espacio privado por primera vez.

El regreso de Aemma no cesó las travesuras de las que los tribales le hablaron, al contrario, Aemma se convirtió en el principal objetivo. La serpiente aparecía entre sus pies, haciéndola tropezar cuando caminaba; cuando ayudaba en la construcción de las casas, sus herramientas eran escondidas; el agua que calentaba para bañarse, se congelaba, teniendo que recolectar y calentar más, al menos tres veces, antes de por fin darse un baño.

Era sumamente molesto, pero benigno.

¿Se trataba de un dios o un niño?

Aunque, para ser justos, cuando entraba al bosque para recolectar plantas comestibles, sentía sobre ella los ojos vigilantes de la serpiente. Una vigilancia sin malicia, más bien protectora; creía no equivocarse con su percepción pues la serpiente nunca le había hecho daño, nunca había dañado a nadie más allá del orgullo.

Por supuesto, eso no significaba que Aemma confiaría. Como iba el dicho, al perro viejo, no lo capan dos veces. Y vaya que Aemma era vieja; mentalmente, pero, no obstante, vieja.

—La evasión sólo reafirma una respuesta afirmativa —John Doe se estiró a lo largo de la cama, Aemma nunca lo había visto de tamaño gigante como algunos tribales aseguraban.

Ante Aemma, Kaa siempre se mostraba flacucho y pequeño, más o menos.

—Estás muy tranquilo, Anthony.

— ¿Por qué no lo estaría? ¿Por fin me vas a comer?

Hubo una risa.

—Al que comerán es a tu pretendiente. Rolf, ¿se llama? No debiste enviarlo al bosque, Anthony.

— ¿De qué estás hablando? —se puso en alerta de inmediato.

—Hay intrusos en tu territorio; qué vergüenza —la decepción era obviamente fingida, pero Aemma la resintió —. ¿No prometiste al Pueblo Libre que lo protegerías?

Aemma salió corriendo de inmediato.

 

 

Arne rastreó a Rolf durante días.

Aemma y un numeroso grupo de hombres y mujeres de la tribu lo siguieron, con Morningstar como una estela mediante el vínculo que compartía con Aemma. Sigtryggr tuvo que quedarse atrás para proteger el asentamiento en caso de que otro enemigo se acercara.

En cuanto Aemma dio la alarma de que uno de los suyos estaba en peligro, un equipo de ataque se adentró en el bosque. No tomó mucho tiempo encontrar el lugar donde secuestraron a Rolf, las señales de lucha; y sí, secuestro, porque no hubo indicio de muerte.

Por lo que Arne dedujo, dada la facilidad del rastreo, parecía que los captores de Rolf querían ser encontrados.

Y así lo hicieron.

Encontraron a Rolf en Arbolblanco, a kilómetros de distancia al otro lado del Bosque Encantado. Rolf fue secuestrado por las famosas mujeres caníbales.

Cuán tonta se sintió Aemma, recordando que Nagini le había dado una pista obvia cuando dijo que Rolf sería comido.

—Tenemos demandas, a cambio de entregarles este chico —Embla, la mujer que se presentó como líder, exclamó con voz grave.

Estaban reunidos a las afueras de lo que parecía una aldea destruida, sólo el arciano gigante en medio de ella estaba intacto.

— ¡Estás loca si crees que haremos lo que quieras! —bramó una de las mujeres de Aemma.

—Lo harán, si quieren que este chico viva —otra mujer apuntó con una lanza la garganta de Rolf, quien permanecía de rodillas junto al líder, rodeado de un grupo de caníbales —. Pueden intentar pelear por él, pero los superamos en número.

—Simplemente morirán quemados —uno de los hombres de Aemma señaló con un pulgar hacia Morningstar, que se alzaba amenazante a las espaldas de su grupo.

Aemma le daría más deberes de niñera, cuando regresaran a Casa Austera, por ser un idiota.

—Si así fuera, no estaríamos hablando —Embla se mantuvo seria, aunque algunas de sus mujeres sonrieron sardónicas —. Si nos queman, queman también a su chico.

—Pronuncia tus demandas y decidiré si Rolf vale la molestia —dicho chico soltó un grito indignado.

Los Stark nunca negociaron con terroristas, pero maldita sea, ella todavía no hacía tal juramento y Rolf estaba bajo su protección.

—Los thennitas atacaron nuestra aldea, hace dos meses —comenzó a relatar Embla —. Mataron a muchas y se llevaron a varias más —ella miró directamente a los ojos de Aemma, fría y firme —. Queremos que recuperes a nuestras hermanas.

Aemma no preguntó por qué ella, ya que la respuesta escupía fuego. Así que preguntó —: ¿Cómo supieron de mí?

—Recé a los Dioses Antiguos —una niña que no aparentaba más de diez años, salió de detrás de las mujeres mayores y señaló al arciano —, y ellos me hablaron de ti. Me dijeron quién eres y dónde encontrarte.

Algo le decía que fue Su Serpentina Majestad.

— ¿Por qué no me hablaron, en lugar de secuestrar a uno de los míos?

—Necesitábamos asegurar tu ayuda —Embla, que era aterradora con su rostro lleno de cicatrices y lucía ágil para tener un pie cerca de la vejez, aseveró sin el mínimo remordimiento —. Conocemos nuestra reputación.

Arne no fue el único que resopló con fuerza.

—No comemos personas —la niña dio otro paso al frente e hizo caso omiso a las compañeros que intentaron evitar que hablara —. Lo inventamos para que nos temieran, para que nadie se acercara a lastimarnos.

—Por lo que veo, les funcionó mucho al final —Aemma señaló la aldea dañada, ganándose miradas furiosas de las caníbales no caníbales.

La tenía sin cuidado echar más sal a las heridas, no cuando uno de los suyos había sido maltratado para llamar su atención, sin importar la razón.

— ¿Nos ayudarás, Hija Prometida de la Tierra? —la niña, ahora, estaba completamente frente a Aemma, mirándola con sinceros ojos amielados.

Aemma observó atentamente el rostro esperanzado, entonces miró la aldea en ruinas y finalmente a Rolf, quien lucía enojadamente avergonzado y, salvo algunos moretones, ileso. Por encima del hombro, sus acompañantes ostentaban diferentes expresiones de molestia, aunque no expresaban verbalmente negativas o aceptaciones.

—Rolf es el favorito de Thyra —Arne se encogió de hombros, como si sus palabras fueran un incentivo para Aemma.

Un incentivo que no necesitaba porque, sin poder engañar a nadie, su decisión fue tomada varias frases atrás.

—Ayudaré —la niña sonrió y la mayoría de las mujeres de Arbolblanco relajaron un poco los hombros —. Pero primero, como gesto de buena voluntad, quiero que liberen a Rolf —levantó una mano a modo de pausa cuando las mujeres reaccionaron negativamente —. Haré un juramento ante el arciano; juraré rescatar a su gente, si primero tengo a mi propia gente a salvo.

Embla lo sopesó por un largo momento, entonces aceptó.

 

 

Días y días después, llegaron a los Colmillos Helados, asentamiento de los Thenn. Aemma supo que sería desafiante enfrentarse a ellos en cuanto le dijeron que vivían en las montañas. Los Colmillos Helados no sólo eran inmensos, sino que los thennitas vivían en cuevas que sólo ellos conocían. Buscarlos tomaría un tiempo incalculable, además de ser suicida; los thennitas tenían ventaja por conocer el terreno, Aemma y sus acompañantes seguramente se romperían el cuello al resbalar, antes que encontrar a alguno de ellos.

Así, idearon un plan.

Aemma sobrevolaría en Morningstar las montañas, buscando llamar la atención para un parlay en las estribaciones. Entonces negociarían.

Un par de días después, los thennitas se dignaron a aparecer.

Morningstar fue la única razón por la que no fueron atacados de inmediato.

Demandas, burlas y amenazas se lanzaron de un lado a otro; muchas horas después comenzaron a llegar a un acuerdo.

—Galt quiere un enfrentamiento —tradujo Arne de Lengua Antigua, que era lo único que los thennitas hablaban, a común.

Aemma era la única, de los presentes, que no hablaba Lengua Antigua. Aprender el idioma no era una prioridad entre tantas cosas que Aemma tenía que hacer, pero definitivamente comenzaría a dedicarle tiempo en cuanto regresara a Casa Austera.

—Yo pelearé —ofreció Embla de inmediato, iracunda tras las burlas de violación que Galt, el Magnar de Thenn, hizo sobre sus hermanas.

Veinte mujeres de Arbolblanco habían acompañado a Aemma en el viaje, querían asegurarse que cumpliera su palabra y, tal vez, verla quemar a sus asaltantes. Ellas ya estaban decepcionadas, pero quemar las montañas cubiertas de nieve no era una opción; Aemma no ordenaría quemar nada a Morningstar ni siquiera si conocieran las cuevas donde los thennitas habitaban, pues corrían el riesgo de herir también a quienes buscaban rescatar.

—Él quiere una pelea de líder contra líder —Arne aclaró, mirando seriamente a Aemma.

Citando a Harley, qué cansado era ser la perra que más meaba en toda la cuadra.

—Si tu ganas —Arne tradujo al tiempo que Galt volvía a hablar; cómo Aemma haría que al salvaje idiota le doliera esa sonrisa desdeñosa —, liberará a las mujeres de Arbolblanco. Si él gana, nos matará a todos y se quedará con-

Arne cortó, haciendo la cosa más extraña al palidecer y levantar las cejas hasta la línea de cabello.

—Se quedará con Morningstar —completó.

Galt sonrió con suficiencia, lanzando una mirada codiciosa al preciado bebé de Aemma.

Como si eso fuera posible aunque ella perdiera.

Ella soltó una risotada.

Morningstar, mi chico guapo —habló en alto valyrio a su dragón, que en todo ese tiempo se mantuvo aburridamente parado junto a Aemma —, ese imbécil de ahí quiere vencerme para ponerte las manos encima.

Él rugió atronadoramente, bañando con gotas de saliva a sus aliados y ella misma.

¿Por qué te enojas conmigo? —hubo un gruñido —. Sí aceptaré la apuesta, pero no voy a perder. ¿Tan poca confianza me tienes?

Morningstar rechazó su toque, volteando imperiosamente su carita escamada.

Te compensaré por esta indignidad, lo juro —él la miró de reojo —. ¿Qué tal esto? En nuestro próximo viaje a Braavos, compraré diez rebaños de ovejas y haré que las lleven a Causa Austera; podrás atiborrarte de tus favoritos por días.

Él rascó la tierra bajo sus garras.

Aemma casi lo tenía, podía sentirlo.

Muy bien, que sean veinte rebaños.

Morningstar bajó la cabeza, aceptando un abrazo de Aemma, a modo de acuerdo.

Ella lo había malcriado. No se arrepentía.

—Ya que codicia algo tan invaluable, quiero subir la apuesta —ella regresó la atención a los humanos —. También liberarán a todos sus prisioneros, hasta el último de ellos —no dudaba que más gente estuviera sufriendo bajo su yugo.

Arne y Embla habían pasado el viaje relatando la reputación de los Thenn, que se creían reyes más Allá del Muro.

Galt, que estaba muy seguro de su victoria, aceptó con un gesto  condescendiente.

—Un duelo —sentenció entonces Aemma —. A primera sangre.

Sabía usar su tamaño pequeño para pelear contra gigantes como Galt. Buscaría la manera de acercarse a su rostro para arañarlo con sus bonitas uñas; si él no luciera tan insalubre lo mordería.

—A muerte —Aemma no necesitó la traducción de Arne para entender la expresión asquerosa de Galt o las sonrisas sedientas de sangre de los otros thennitas.

— ¿Podemos usar armas? —no se asustó, buscó salvaguardas.

Galt levantó una lanza y Aemma se dio cuenta que poseía la contramedida perfecta. Tal vez los dioses sí estaban de su lado, no que le agradeciera alguna vez a Su Molesta Serpentidad.

Los thennitas rieron cuando Aemma mostró la pistola de perdigones que construyó antes de dejar el Valle.

—Tengamos ese duelo, pues —acordó contra toda la duda que sentía emanar de sus aliados.

 

 

¿El escenario para el duelo podría ser más fantasioso?

Un lago congelado rodeado de nieve, formaciones de hielo, rocas y árboles que parecían construcciones de nieve pura. Todo brillaba azul y blanco, como si fuera un lugar sacado de Frozen y no algo real. ¡Thor en Asgard! ¡Incluso había auroras boreales iluminando el cielo!

Aemma y Galt se enfrentaban a tres metros de la orilla, donde la gente de Aemma y los thennitas observaban.

Los salvajes esperaban una carnicería contra Aemma, dado que decenas de ellos bajaron de sus cuevas para presenciar el espectáculo. Las mujeres secuestradas de Arbolblanco también estaban presentes, aunque parecía más un movimiento burlesco por parte de los Thenn. Otra gente, que también parecían prisioneros, se agrupaban sumisamente alrededor de las piernas de un gigante.

¿Cómo lograron, los thennitas, secuestrar a un gigante?

— ¡Hija de Daella, presta atención! —gritaron sus minions.

Galt, el tramposo, aprovechó la mente errante de Aemma para posicionarse y jugar con su lanza. Sin albur. El idiota realmente estaba girando, en lo que pretendía ser un baile amenazador, su lanza.

Aemma volvió a tomarse un momento para mirar el hielo bajo sus pies al escuchar un crujido. Le habían dicho que era hielo grueso, así que era poco probable que se rompiera; ¿el ruido podía deberse al agua en movimiento debajo?

— ¡Aemma! —Arne gritó con urgencia.

Galt había cesado sus payasadas y apuntaba a Aemma, ella hizo lo que Indiana Jones.

Rápidamente, levantó la pistola y disparó justo hacia el rostro.

Él cayó, duramente, gritando, tratando de agarrarse el rostro. Aemma hizo una mueca, los perdigones sin duda le dejaron el rostro como queso gruyer.

Galt dejó de gritar y de moverse.

Por un momento, hubo quietud.

Entonces un grito furioso, más animal que humano, resonó.

Aemma se sintió en cámara lenta, al voltear hacia los espectadores y ver a una joven mujer thennita mirándola con odio, levantando una lanza y arrojándola contra ella. Apenas logró esquivar a tiempo, recibiendo un corte, que se sentía profundo, en el hombro, en lugar de ser empalada.

Morningstar rugió.

Gritos aterrorizados comenzaron a escucharse.

Aemma luchó contra el dolor (este cuerpo no estaba acostumbrado a ser herido) y por pararse al ver que Morningstar se preparaba para bañar con fuego a todos en la orilla.

¡Morningstar, no! ¡Para! ¡Tranquilo! —logró ponerse de pie —. ¡Estoy bien! ¡Mira! ¡Mírame!

Él lo hizo, la miró, aunque sus fauces seguían abiertas.

¡Estoy bien, ¿ves?! ¡Estoy viva!

Morningstar volvió a rugir, pero, gracias a cualquier deidad existente, pareció olvidarse de los humanos en la orilla. Él colocó una garra delantera en el hielo. Aemma escuchó un crujido negativo.

¡No! ¡Espera! ¡Yo iré a ti!

El hielo volvió a crujir y Aemma vio grietas cuando Morningstar no la obedeció y adelantó otra garra.

¡Morningstar, alto! —en su prisa, resbaló.

El movimiento brusco hizo que su brazo herido doliera y sangrara más.

Durante un extraño momento, en que escuchaba gritos y rugidos a los lejos a través de la conmoción, miró el hielo a centímetros de su rostro. Pensó que el hielo era demasiado cristalino, ya que podía ver el agua debajo, agua y picos de hielo moviéndose sinuosamente. ¿Desde cuándo el hielo se movía de esa manera?

Ese fue el último pensamiento de Aemma, antes de que el hielo se resquebrajara por completo, como abriéndose hacia afuera, haciéndola caer al agua helada.

Movimientos bruscos, succión que parecía una mano de hierro jalándola por las piernas, agua entrando en su boca y visión borrosa; sus sentidos fueron atacados implacablemente al mismo tiempo. Intentó luchar, pero el movimiento errático del agua le impedía nadar y todo lo que veía era pedazos de hielo chocando y dos figuras distorsionadas en la superficie.

¿Qué estaba pasando?

No pudo contener más la respiración.

Cerró los ojos por un instante.

¿Ella iba a morir así?

De pronto, sintió que un brazo, mucho más frio que el agua que intentaba tragársela, le rodeaba el pecho.

Antes de formular un pensamiento coherente se encontró fuera del agua, tendida a orillas del lago, tosiendo espasmódicamente.

— ¿Loki? —tiritó, completamente confundida al ver la figura mojada que se cernía sobre ella.

¿Ese era el hermanito psicótico de Thor? Tenía que serlo ya que, más que un salvador, lucía como un shinigami.

La sonrisa de respuesta de Loki se hizo pronunciada, sin embargo, la atención de Aemma fue redirigida al cielo al ver dos siluetas enormes danzando.

Rugidos aterradores se abrieron paso en sus oídos.

Las siluetas eran dragones, su Morningstar y una criatura de hielo. Y no estaban danzando, estaban peleando.

—Morningstar —susurró al darse cuenta del peligro en que su bebé se encontraba —. Morningstar —intentó gritar, moviéndose para solo quedar de rodillas por las secuelas de casi morir ahogada, empapada hasta los huesos —. ¡Morningstar!

Acompañó el grito con un tirón de su vínculo, sintiendo un miedo abrazador al ver a Morningstar esquivar por los pelos las garras del dragón de hielo. Él ya tenía heridas, largos rasguños sangrantes en el cuello.

Su chico la escuchó o la sintió, tal vez ambas cosas, pues miró en su dirección. Morningstar no dudó ni un instante, volando rápidamente hacia ella.

Aemma intentó ponerse de pie, como si así lograra alcanzar más rápido a la mitad de su alma, al mismo tiempo que quería gritarle que huyera, que se fuera tan lejos como fuera posible del dragón de hielo, pero la voz ya no le salía.

Soltó un grito mudo al notar al dragón de hielo ir en picada contra Morningstar, dispuesto a embestirlo. Intentó advertirle por medio del vínculo, pero su chico no se detuvo; él aterrizó abruptamente, apenas evitando aplastar a Aemma, rugiendo una advertencia.

Advertencia que no funcionó.

Todavía de rodillas, Aemma vio al dragón de hielo preparándose para exhalar.

Morningstar la rodeó con el cuello, dispuesto a protegerla con su cuerpo.

Una ráfaga, de lo que parecía una densa ventisca helada, salió de la garganta del dragón de hielo, estrellándose con fuerza contra el lomo de Morningstar. El largo rugido de dolor de su bebé caló más dolorosamente en Aemma que el frio terrible que comenzó a apoderarse de la atmósfera; el calor que emanaba de las escamas de Morningstar apenas lo repelían.

El sonido de la ráfaga terminó, Aemma escuchó un golpe sordo y sintió el suelo temblar.

Morningstar estiró el cuello, desafiante e iracundo, enfrentando al dragón de hielo que se acercaba. Su hermoso, hermoso chico seguía protegiendo a Aemma.

Los ojos de Aemma ardían y el cuerpo le temblaba por algo más que el frio, viendo a la criatura de hielo que empequeñecía a Morningstar con el doble de tamaño, cuyos colmillos de carámbanos se mostraban amenazantes.

¿Qué podía hacer Aemma?

¿Cómo salvar a Morningstar?

—Alto —tiritó, saliendo de la protección de Morningstar, con las piernas que apenas la sostenían —. ¡Alto! —logró gritar, haciendo todo lo posible por llamar la atención del dragón de hielo.

Los dragones valyrios eran inteligentes, este también podía serlo, tenía que serlo.

— ¡Oye! ¡Por favor! ¡Por favor escucha!

Se detuvo; el dragón de hielo se detuvo, clavando sus temibles ojos azules en ella.

— ¡Este es tu territorio! ¡Ahora lo sé! ¡Entiendo!

Ella esperaba que el dragón también la entendiera, si no sus palabras, sus intenciones. Rogó que el dragón sintiera sus intenciones, que las oliera o lo que fuera, pero que entendiera.

— ¡Fui yo quien invadió tu territorio, no Morningstar! ¡Yo lo traje! ¡Él no tuvo opción! ¡Él es inocente! —su chico sólo tenía la mala suerte de estar unido a ella —. ¡Yo soy la culpable!

Tosió cuando se golpeó el pecho, al querer puntuar su culpabilidad con gestos.

El dragón de hielo movió la cabeza y parpadeó, ¿la estaba entendiendo? ¡Por favor, que la estuviera entendiendo!

— ¡Soy la culpable! ¡Así que mátame a mí! ¡Mátame y déjalo en paz!

Morningstar hizo un sonido descontento desde la garganta y la empujó con el hocico.

— ¡No lo escuches! —empujó infructuosamente la enorme cabeza de Morningstar, que se había erguido, crujiendo por la capa de escarcha que se formó sobre sus escamas por el aliento del otro dragón —. ¡Está conmocionado y no sabe lo que dice!

El dragón de hielo dio un paso hacia ellos, Morningstar colocó una garra delantera frente a Aemma y gruñó amenazadoramente hacia la criatura que podría abatirlos en cualquier momento.

¡Idiota! ¡Tonto! Quiso gritar a Morningstar, por primera vez deseando nunca haberse unido a él. Si no estuvieran unidos, él no estaría herido, no estaría sintiendo dolor y no estaría a las puertas de la muerte. No se suponía que Morningstar sufriera, no se suponía que fuera herido, no en la guardia de Aemma.

El dragón de hielo inclinó la cabeza hacia ellos, su respiración fría golpeó el rostro de Aemma.

¡La idiota era ella!

¡Un humano sin poder como ella no podía proteger un dragón! ¡Aemma ya no era Iron Man! ¡No podía disparar por propulsores para defender a Morningstar! ¡No tenía armaduras que lo envolvieran para protegerlo, para llevarlo lejos!

¡Cuán arrogante era!

¡No había aprendido nada en dos vidas!

Sintió el fuego acumularse en la garganta de Morningstar. Aemma clavó las uñas contra la piel de la garra; si no podía ayudarlo, defenderlo, entonces morirían juntos.

Las fauces formadas por carámbanos afilados se abrieron.

Morningstar no se acobardó.

Aemma tampoco.

Ella levantó desafiante la barbilla y clavó sus ojos azules en los propios azules de su ejecutor; azul cielo contra azul hielo. Tony Stark nunca agachó la cabeza, incluso cuando se enfrentaba a la muerte, y Aemma Arryn no sería diferente.

—Hazlo —retó con voz ronca —. ¡Y te juro que en mi próxima vida te perseguiré! ¡Reencarnaré como un dragón más grande o lo que sea que pueda matarte! ¡Así vengaré a mi Morningstar!

Su chico movió la garra, empujando a Aemma hacia la protección bajo su cuerpo. Aemma no apartó la mirada de su ejecutor.

El ejecutor que, tras un instante más, chasqueó sus fauces hacia ellos y despegó.

Despegó.

Se fue.

A Aemma le tomó un momento procesar lo que pasaba; sólo cuando Morningstar detuvo su amenaza de ataque, lo comprendió.

Y cuando ella vio que el dragón de hielo no era más que un punto lejano en el cielo, cayó contra la garra de Morningstar y lloró.

 

Notes:

1. Daemon, jugando al casamentero en la comodidad y protección del Valle: 🤪🤷

Aemma y Morningstar, viendo sus vidas pasar frente a sus ojos en el gélido norte: 😱😭🫠

-

Aemma, sin las ventajas de Iron Man: Es hora del Habla No Jutsu de Naruto.

 

2. Es el año del nacimiento de Rhaenyra, pero ella tendrá que esperar un poco más.

3. Que Aemma se olvidara de Loki tras ser rescatada se debe a que la amenaza de muerte era más importante que interrogarlo o divagar al respecto.
¿Loki se quedó de espectador a un lado? ¿Se fue? Descubranlo en el próximo capítulo.

 

¡Gracias por leer!

¡Gracias por comentar!

Chapter 8: 98 d.C.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Daemon Targaryen

—Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate para morir —la unión de voces repitiendo el diálogo más destacado de la obra teatral resonó solemnemente en el salón más grande de la Casa del Mercader.

Daemon bebió lánguidamente de su copa de licor yitense, una bebida exótica que la nueva triarca compró de Yi Ti y compartió con sus invitados como uno de los muchos regalos por su reciente victoria. Duanna Nyessos era la segunda mujer, desde Trianna más de un siglo atrás, en convertirse en triarca.

Duanna de la facción de los Elefantes.

Duanna la hija de Saera Targaryen.

¿Qué pensarían Jaehaerys y Alysanne si supieran que la hija de Saera la Puta era el equivalente a una reina en Volantis? La nieta que ellos no sabían que existía, de la línea de la hija que repudiaron, ostentando un poder que ninguna mujer Targaryen podía poseer en Westeros.

Daemon rodó los ojos cuando el eco de suspiros soñadores llegó a sus oídos. El héroe de la obra acababa de pronunciar el otro diálogo celebre de esta historia en particular; como desees.

Sólo a Aemma se le ocurrían tales ridiculeces, pensó con cariño.

«La Princesa Prometida» era una de las historias que conformaban «Compendio de Princesas», uno de los libros escritos por Aemma, así como una de las obras literarias que se habían popularizado en Essos los últimos años. Duanna era una gran admiradora de ese libro en particular, tanto que las puestas en escena de sus historias habían sido la principal atracción para atraer votantes.

Después de que Gael hablara a Saera y su familia sobre Aemma, Duanna se convirtió en admiradora de su prima desconocida más allá de Aemma siendo su escritora favorita. Duanna también se había burlado y compadecido de Daemon cuando se enteró de cómo él rechazó y dejó que Aemma se le escapara entre los dedos.

—Me pregunto cuán adinerada es Aemma ahora —comentó Gael, sentada elegantemente a su lado, jugueteando con el Ojo de Myr en sus manos.

Para los invitados cuyo lugar privilegiado estaba en los balcones, Ojos de Myr fueron obsequiados para facilitar la observación de la obra.

—Puede que lo suficiente para hacer llorar a la Serpiente Marina.

Gael tomó un par de uvas de la mesita situada entre sus asientos y las masticó pensativamente.

—Sólo mi sobrina haría del arte un negocio tan exitoso.

Por lo que Saera les había contado, para poder representar las historias de Aemma se tenía que pagar un precio. Regalías, era la palabra que su tía usó. Regalías negociadas con el gremio de comerciantes encargado de las obras literarias de Aemma, oro que sin duda iba a los bolsillos de su prima.

— ¿Qué haces tú mientras tanto? Jugar al casamentero, eso haces.

—Vaegon te corrompió —dijo como respuesta a las palabras cáusticas y la mirada juzgadora de su tía.

Vaegon Targaryen, archimaestre durante el último par de años, había sido llamado a Desembarco del Rey para que se desempeñara como mentor de Gael. Mientras los reyes le dieron la bienvenida como a un hijo pródigo, Vaegon no pudo lucir más disgustado. Los únicos momentos cuando no parecía del todo un gato huraño era en compañía de los alquimistas para discutir sobre la Lámpara Eterna de Aemma, o lo fue hasta que Daemon y Gael abandonaron Westeros.

Meses habían pasado desde la huida, así que Vaegon o regresó a la Ciudadela o hizo del Gremio de Alquimistas su nuevo hogar.

Gael le había rogado que huyera con ellos, pero él la rechazó de inmediato, poco interesado en las aventuras inciertas que les aguardaban en Essos.

—Mi hermano no hizo tal cosa —defendió Gael —. Yo sólo digo lo que veo y te veo inactivo en lo que respecta a Aemma. ¿Cuánto tiempo llevamos en Volantis? Meses. Meses que ya podríamos haber aprovechado buscándola en otras ciudades.

Daemon dejó bruscamente la copa de vino y giró su cuerpo, sin levantarse, para encarar a Gael.

—Dices eso, ¿pero no has aprovechado estos meses para aprender de los sanadores volantinos? ¿O es que, ahora que escuchaste de un sanador de Ibben que vaga por el norte del Mar Dothraki, quieres irte?

Soltó una burla al ver la expresión sorprendida de Gael.

— ¿Creíste que no notaría tu investigación? Tía, mientras tu mente está enfocada en una sola cosa, la mía lo está en varias. ¿Acaso pensaste que dejaría Braavos sin pagar a gente que me avisara de cualquier visita de Aemma al Banco de Hierro? ¿Que no hice lo mismo en cada ciudad donde paramos antes de llegar a Volantis? ¿Que no hice desfilar a Caraxes como un caballo de guerra para que Saera y sus Nyessos me prestaran sus recursos para buscar a Aemma? ¿Que no aconsejé a Duanna sobre alianzas con otras familias para mantener su favor a futuro? ¿O que me acerqué a la facción de los Tigres por motivos altruistas?

Gael tartamudeó palabras que Daemon no se molestó en intentar comprender.

Se puso de pie.

—Mientras tú, querida tía, te enfocas sólo en tu interés, mientras huiste por tu propio bien, yo eh estado trabajando en aquello por lo que dejé Westeros. Buscar a Aemma. Más allá de no casarme contra mis deseos, mi objetivo es encontrar a Aemma —clavó la mirada en los ojos de Gael, quien no temía que Daemon la lastimara físicamente porque eso nunca sucedería, pero sí se mostraba consternada y herida por las palabras —. No te juzgo ni te recrimino por huir de matrimonios indeseados —si ella no era casada con Daemon, seguramente el rey elegiría un nuevo novio para mantener la apariencia de poder de la Corona —, tampoco te critico por luchar por tu libertad o por tus intereses, pero no aparentes que Aemma juega un papel importante en tus decisiones.

Con un gesto de mano detuvo cualquier réplica que su tía fuera a decir, él no había terminado de hablar.

—Persigue tus deseos, sigue aprendiendo sobre sanación, aprovecha tu libertad, no obstante, no pretendas que yo sea tu guardián.

—Daemon, yo no…

— ¿No qué? ¿No huiste conmigo porque no tuviste el valor para hacerlo sola? Pudiste haberte ido antes o después. Eres un jinete de dragón; Saera se fue y ha conseguido mucho con menos. Incluso ahora, puedes pedir su apoyo, también puedes pagar por protección —hizo una pausa —. Te amo, Gael, eres familia y me importas, y no tengo problemas con que viajemos juntos, en tanto tengas claros tus objetivos y los míos. Objetivos que no tienen por qué chocar, mientras que no los disfraces, ni pretendas que me desvíe de los míos o lances acusaciones infundadas hacia mí.

Aguardó un momento, por réplicas o refutaciones, por alguna palabra. Sólo obtuvo silencio y una mirada desviada. Entonces se marchó.

 

 

Chasqueó la lengua al ver a una mocosa alejarse con los ojos lagrimeando. A veces, prefería que fueran mujeres mayores quienes trataran de seducirlo pues la mitad de ellas aceptaban el rechazo con gracia y la otra mitad con desdén, mientras que las jóvenes dramatizaban desproporcionadamente.

Era incomprensible para Daemon cómo esas mujeres pensaban que tenían alguna oportunidad con él. Ninguna de ellas era Aemma Arryn. Y por muy hermosas que fueran (nunca tan bellas como Aemma, porque por mucho tiempo que llevara sin verla, no tenía duda que ella se había convertido en la mujer más hermosa del mundo), él nunca las tocaría.

Sería una traición tocar a cualquier mujer que no fuera Aemma.

—Hacer llorar a las jovencitas se te da bastante bien, sobrino —Saera apareció a su lado, deslumbrante en un vestido vaporoso y siendo cubierta del sol por una sombrilla sostenida por uno de los esclavos que servían a la familia Nyessos —. ¿Así asustaste a la hija de Daella?

—Aemma es fuerte, nunca lloraría por un hombre —y menos por Daemon.

Ella era lo suficiente mezquina para, incluso si se sintió herida por Daemon, tragarse sus lágrimas. Por supuesto, él nunca hablaría de las actitudes menos favorecedoras de Aemma en voz alta. No que considerara la mezquindad de Aemma algo negativo, al menos cuando no estaba dirigida a él.

—La sensibilidad no es debilidad.

—Lo dice la mujer que atormentó a Daella, su hermana más sensible —cruzó los brazos y tomó asiento en la orilla de la fuente del jardín de la mansión de Saera.

Saera también tomó asiento, con gracia, y despidió al esclavo con un movimiento de mano. Observó su perfil; ella y Aemma compartían la misma caída de las pestañas, así como el cuello de cisne. Daemon se preguntó si eran características que la princesa Daella también tuvo, ¿y qué otras características compartieron las hermanas? Por su padre, sabía que Daella y su madre compartieron la misma forma de orejas y el mismo rizo en las puntas del cabello, algo que Aemma también heredó.

Daemon consideraba entrañablemente curioso cómo él resultó una copia en carácter de su madre, mientras que Aemma, en gran medida, era la copia de Daella en apariencia.

—Yo era una niña horrible y terrible, como mujer no soy diferente, aunque sí me considero más sabia. Ser madre de una hija te hace ver las cosas en, digamos, perspectiva.

— ¿Esa perspectiva te ha hecho más amable con la reina?

No era un secreto que Alysanne enviaba cartas cada año a Saera, cartas que siempre quedaban sin respuesta.

—Dije que sigo siendo horrible, ¿no es así? —ella hizo un gesto desdeñoso, impertérrita ante el recordatorio de su madre —. Y no vine a hablar de Alysanne, sino de Gael.

Daemon admitía que resultó una sorpresa la actitud acogedora que Saera mostraba hacia Gael. Con Daemon era tibia, prácticamente indiferente, pero con Gael actuaba como lo que era, una hermana mayor.

—Fui duro con ella. No me arrepiento.

Tratarla con delicadeza, justo ahora que había salido de su jaula, no le haría ningún bien.

—Los dioses libren a los Targaryen de retractarse de sus acciones —sonó como burla, pero los ojos de Saera eran demasiados serios para considerar tal cosa sus palabras.

Seguramente lo decía, también, por sí misma.

—Arrepiéntete o no, no me importa. Me importa que hables adecuadamente con ella.

— ¿Es así, tía?

Saera lo observó largamente en silencio. Daemon se llevaría a la tumba el sentirse intimidado por los ojos morados del Targaryen más infame desde Maegor el Cruel, hasta que Daemon se hiciera una reputación, por supuesto.

—Jaehaerys y Alysanne han jodido suficiente a esta familia, sería estúpido seguir sus ejemplos, sobre todo con los pocos parientes que nos soportan.

¿Por eso ella había dado la bienvenida a Gael y Daemon en su dominio? Daemon no preguntaría, sabía que Saera no desnudaría nada profundo de ella, sobre todo no con el sobrino que recién conocía. Además, ya había dicho más que suficiente.

—Agradezco la sabiduría que has compartido conmigo, querida tía.

 

 

Gael lo buscó primero.

— ¿Saera también compartió su sabiduría contigo o esta reunión es iniciativa tuya? —no levantó la mirada de la hoja de Dark Sister, limpiándola metódicamente con un paño.

Si agradecía algo a su abuelo, era el haberlo nombrado caballero y entregado Dark Sister antes de irse de Westeros. Daemon había sentido tales acciones como una palmadita en la cabeza, como una recompensa condescendiente tras no haber causado problemas en el Valle; dicho sentimiento tenía mucha relación al discurso de felicitación de la reina.

Ah, cuán molesta había estado ella al haberlo visto regresar sin compromisos ni escándalos.

—Contrario a ti, soy sensata. Y te amo, y me importas lo suficiente como para no dejarte quemar puentes que no tienes motivo para quemar —cerró la puerta detrás de ella y avanzó por la habitación hasta tomar asiento en la cama de Daemon, de frente a la ventana en cuyo alfeizar Daemon llevaba a cabo una tarea sagrada.

— ¿Dónde estaba toda esta asertividad esa noche?

—Discúlpame por no saber cómo reaccionar a un ataque desproporcionado y equivocado.

Daemon levantó el rostro, enlazando su mirada con la de Gael.

—La vergüenza que mostraste me indica que no estaba equivocado, no del todo.

Ella hizo una mueca, pero no apartó la mirada.

—No del todo, es verdad —ella aceptó, entrelazando las manos en su regazo —. Sé que no soy tu responsabilidad, Daemon. Ser parientes no significa que estemos obligados a responsabilizarnos el uno del otro, lo he llegado a entender. Sin embargo, es complicado para mí cesar de pensar lo contrario por completo —tomó una respiración profunda, bajando la mirada a sus manos —. Es muy difícil para mí adaptarme a mi libertad, pese al tiempo transcurrido desde que dejamos Westeros. A decir verdad, una parte de mí aguarda asustada que mis padres nos den alcance, que me lleven de vuelta.

Daemon dudaba que eso sucediera.

Jaehaerys no había perseguido a Saera, quien fue su hija favorita, mucho menos lo haría por Gael. Y Alysanne, pese a las disputas y los desacuerdos, pese al amor que decía profesar a su prole, respetaba demasiado la posición de su esposo como para ir contra sus órdenes.

Incluso si la Corona Targaryen enviara hombres por ellos, Caraxes y Dreamfyre se encargarían fácilmente de ellos. Su padre nunca sería enviado, no el Heredero al Trono de Hierro. Viserys no era una opción. ¿Y Rhaenys? Ella no le haría ningún favor al rey y para éste, Daemon y Gael no importaban suficiente como para que diera una orden formal a su nieta despreciada y furiosa.

—La sombra de tu madre es pesada —dijo él, en cambio.

Gael miró más allá de la ventana.

—Y amplia. Asfixiante. No tienes idea de cuánto —ella hizo un gesto de pausa con la mano cuando lo vio abrir la boca para hablar —. Puedes pensar que lo sabes, pero tú no eres una hija, su hija. Es extraño, ¿sabes? Que Alysanne tenga una expectativa tan alta de ti, pero a la vez esa expectativa sea inexistente. Soy la hija que espera se mantenga obedientemente a su lado, algo que ninguna de sus otras hijas hizo; no tengo que ser nada más que eso, no me ve como algo más que eso.  No es como con Rhaenys, a quien desea convertir en reina, a quien ve capaz y poderosa. 

—Ella ve a muy pocos, Gael, si es que ve.

Los últimos años, Daemon se había sentido como un objeto en manos de Alysanne, más que como un nieto, más que como una persona.

—Lo que hace más terrible el todavía sentirme controlada por ella. Soy una sanadora, soy un jinete de dragón, sin embargo, sigo sin poder valerme por mí misma. Sigo esperando la protección de otros, sigo sintiéndome incompetente —Gael soltó una risa mitad cansada y mitad despreciativa.

Daemon dejó Dark Sister, con sumo cuidado, y se acercó a su tía, tomando asiento junto a ella.

—No eres incompetente. Y sí, te falta confianza en ti misma, mejor dicho, toda la confianza que comenzaste a mostrar en la Fortaleza Roja tras unirte a Dreamfyre parece haber disminuido, pero eso podría deberse al cambio de escenario. Te sintieras asfixiada o no, tomaras tus propias decisiones o no, en Westeros podrías recurrir a tus padres y la Corona por cualquier problema. Aquí —hizo una seña general, dando a entender que se refería a Essos —, estás sola. Aquí, tu futuro es incierto. Dreamfyre te da protección y tu título te gana algunas consideraciones en ciertos círculos, pero la verdad es que nada de eso significa mucho. Aquí, cualquier control y cualquier poder que desees tener, tendrás que forjarlo por ti misma, desde cero. Y esa incertidumbre, ese miedo a no lograrlo, es lo que te ata.

Gael se mordió el labio, tanto que lo hizo sangrar. Daemon la abrazó por los hombros, juntando sus sienes.

—No pienses que es por Alysanne —fuera verdad o no, porque como dijo Saera y por lo que acababa de escuchar de Gael, ella había jodido mucho a sus hijos —, no le sigas dando ese poder sobre ti.

—Aun así, mis inseguridades no se acabarán.

—Lo harán un día. Poco a poco desaparecerán o aprenderás a avanzar pese a ellas. De cualquier forma, serás grande.

—Estás tan seguro —ella susurró.

—Eres de la sangre del dragón, desciendes de soñadores y conquistadores, de legendarios lores dragón. Como tal, no serás otra cosa que grandiosa.

— ¿Cuándo te volviste tan competente consolando?

—No te estoy consolando —la soltó, ganándose una risita —. Te digo verdades. Eres mi tía y mi tía no puede ser mediocre.

—Me siento ofendida —Gael lanzó una almohada contra la espalda de Daemon cuando él se levantó para regresar a Dark Sister —. Doblemente ofendida, de hecho. ¿Cómo pudiste decirme que no me importa Aemma?

Una nueva discusión se desató.

 

 

—Primo, ¿qué es eso que he estado escuchando de la facción de los Tigres, sobre guerra y sangre? —fue el saludo de Duanna nada más Daemon entró a su solárium tras ser convocado.

Daemon hizo un gesto de desenfado —. Decidí crear una compañía de mercenarios.

— ¿Tú qué?

—Lo que escuchaste.

— ¿Debo preguntar la razón?

Por Aemma, ¿por qué más?

Ella no necesitaba oro, pero Daemon se lo daría. Tal vez ella tampoco necesitaba protección, pero Daemon también le presentaría innumerables cuerpos como escudos y espadas. Más importante; Daemon le entregaría una fuerza de ataque aterradora para que Aemma la utilizara a su conveniencia. Aemma no tendría que huir de nada ni nadie de nuevo, porque contaría con un ejército que disuadiría o acabaría con sus detractores.

Daemon no sabía qué más ofrecer, qué más ofrendar.

¿Sería suficiente? ¿Sería aceptado?

Lo único que sabía era que no se reencontraría con Aemma con las manos vacías.

—Porque puedo y quiero —respondió.

Nadie tenía que enterarse de la profundidad de su devoción, no hasta que Aemma lo supiera primero.

 

 

Aemma Arryn

Gritaba órdenes, coordinando los trineos jalados por unicornios que llevarían madera a Arbolblanco y a Dosdragones, el nuevo asentamiento de los Thenn. Los mismos thennitas que habían perdido su líder a manos de Aemma y que, tras verla mantenerse en pie contra un dragón de hielo, le juraron lealtad.

En lo que respectaba a ella, la lealtad debió ser jurada a Morningstar, pero en su momento no tuvo cabeza para debatir sobre justos reconocimientos. Y meses después, simplemente no quería entrar en una discusión infructuosa; los thennitas eran los más testarudos que había conocido hasta el momento del Pueblo Libre. Por lo mismo, no hizo más que parpadear cuando el nuevo magnar de Thenn le notificó que eligieron como nuevo asentamiento el lago donde Aemma y Morningstar casi perdieron la vida, junto con el territorio circundante.

Que el dragón de hielo no hubiera regresado, así como la confianza casi religiosa que comenzaron a tener en Aemma y Morningstar de enfrentarse exitosamente de nuevo al dragón de hielo, fue suficiente para los thennitas.

Aemma había alcanzado un nuevo nivel de hartazgo respecto a la estupidez de la gente. ¿Pero quién era ella para juzgar?

—Los Targaryen finalmente conquistaron el norte Más-Allá-del-Muro, enhorabuena —Arsa Snow dijo, acercándose y ofreciendo un odre de hidromiel.

Las mujeres de Arbolblanco preparaban un hidromiel del que Thor estaría orgulloso.

—No soy Targaryen, soy Arryn —dio un trago largo al odre, indicando con señas a Ebba que la relevara.

Ebba sonrió y arrastró a Barthogan, el hermano y segundo al mando de Arsa, con ella. Si el hombre no tenía cuidado, sería robado; Ebba le había puesto los ojos encima desde la primera vez que la flota de la Compañía de la Rosa trabajó para Aemma.

—El dragón que no te deja fuera de su vista —el trauma seguía fuerte en Morningstar, pese a los meses transcurridos desde el dragón de hielo —, y tus tendencias conquistadoras recuerdan a tus antepasados.

Lo último fue dicho con indiferencia engañosa.

Arsa descendía de Brandon Snow, el hermano de Torrhen Stark el Rey que se Arrodilló, el mismo hermano que decidió exiliarse al otro lado del Estrecho tras la rendición de Torrhen ante los Targaryen y que fundó la Compañía de la Rosa con otros norteños que también abandonaron Westeros.

Edderion Snow, el primo de Arsa que provenía del linaje de la hija mayor de Brandon Snow, lideraba las fuerzas terrestres de la Compañía de la Rosa, mientras Arsa, descendiente de la hija menor de Brandon Snow, lideraba la fuerza naval.

—Mi apellido sigue siendo Arryn —insistió —. Y no tengo tendencias conquistadoras. Lo que he hecho no es conquistar.

—Discutible —replicó Arsa.

—Además, los Targaryen no son mis únicos antepasados —reiteró Aemma porque le molestaba que la gente olvidara que era una Arryn; sí, tenía sangre Targaryen, pero su apellido era Arryn.

Ella había nacido como una Arryn, fue criada como una Arryn y estaba orgullosa de ser una Arryn.

Cualquier cosa que Arsa iba a decir a continuación, se detuvo cuando notó la cabeza de serpiente que sobresalía bajo el abrigo de Aemma, descansando en el hueco de su garganta.

—Este es Loki —lo señaló con un dedo —. Es un dios alienígena que trascendió dimensiones para molestarme.

La reacción de Arsa fue la misma de todos a quienes Aemma presentaba a Loki desde que éste comenzó a usarla de percha y transporte. Una reacción de franco desconcierto, acompañada de una mirada que decía que Aemma estaba más loca de lo que pensaron originalmente.

La realidad de Aemma era absurda.

Si en su vida pasada no hubiera inventado los viajes en el tiempo y actualmente no fuera una reencarnación que montaba dragones, se consideraría algo más que cansada.

Absolutamente cansada… y un poco incrédula, pero no en el contexto de sus compinches, sino en el de Loki.

¿Por qué uno de sus enemigos actuaría como el ángel guardián de Aemma? ¿De Tony?

Loki había dicho, cuando apareció frente a Aemma al regresar a Causa Austera, que se había sentido nostálgico y benevolente, además de aburrido. Sobre todo aburrido.

Por lo que ella infirió de la charla de Loki, que fue mucha palabrería y poca información sustancial, ser el Dios de las Historias no resultó tan glamuroso como cabría esperar. Así que decidió usar sus poderes para el mal. Y en lugar de elegir como víctima a Thor o alguien tan relevante en su vida, eligió a Tony.

Al parecer, Loki y Tony habían sido amigos en algunos universos.

Aemma no había fingido el estremecimiento cuando escuchó eso.

—Eso es-

—Lo esperado de un copo de nieve especial como yo, ¿correcto? —interrumpió a Arsa, pensar en sus versiones multiversales y las de Loki siendo amigos le drenó todo el impulso de socializar —. Necesito un nuevo corte de cabello, te veo luego.

Se dirigió a paso rápido a su casa (¡tenía casa, por fin, con paredes de madera y hasta una forja!).

— ¿Te avergüenzas de mí, Anthony?

— ¿Cuáles serían las represalias si digo que sí? —no aminoró el paso, ya acostumbrada a dar espectáculo hablando en voz alta.

—Podría convertirte en el salvador profetizado de este mundo —era sumamente extraño escuchar el tono de canturreo, no porque proviniera físicamente de una serpiente, sino porque provenía de Loki.

Loki, quien lanzó a Tony por una ventana a cientos de metros sobre el suelo.

Este Loki seguía siendo ese Loki.

Aemma no podía compadecerse de él porque no era el Loki que murió en brazos de Thor, sino el Loki que escapó con el Teseracto y se convirtió en un ser supremo.

—No digas cosas tan atroces —tampoco fingió ese estremecimiento.

—Entonces debes ser más amable conmigo.

—Sólo si tú lo eres primero.

—Te salvé de morir ahogada.

— ¿Me lo echas en cara? ¡Que vergüenza! ¡Se supone que eres un dios! ¡Jesús y Buda estarían decepcionados de ti!

 

 

—Siempre ambicioso, Anthony.

Loki estaba en su apariencia antropomorfa, revisando los pergaminos donde Aemma tenía dibujado su nuevo proyecto; una armadura para Morningstar. Se encontraban en el taller, slash, forja de Aemma.

—Necesito una forja más grande —dijo, martilleando acero, dándole forma de daga para enviarla al Valle como regalo para Yorbert.

Su hermano había regresado el año anterior, victorioso. La plantación de café y chocolate ya había comenzado. La daga estaba destinada a ser un regalo de agradecimiento por cumplir los caprichos de Aemma, también una ofrenda de paz anticipada porque, no cabía duda, su hermano favorito estaba furioso con ella por mantenerse lejos.

—También una gran cantidad de metal —comentó Loki, alzando a contra luz el pergamino con el bosquejo del casco.

—Puedo comprar todo y más de lo que necesito —ya había arreglado el presupuesto, también hablado con Enzo como su fiel intermediario y Arsa para un nuevo viaje de aprovisionamiento.

El hierro y el carbono llegarían junto con los materiales para construir la primera imprenta de su nuevo mundo. El éxito de sus libros le había dado la idea, además sería una buena manera de mantener ocupados a los tribales de Punta Starrold, pero, más importante, una forma de conseguir su propio oro. Después de todo, ellos no podían depender de Aemma para siempre.

Las mujeres de Arbolblanco estarían bien exportando su hidromiel, para comenzar. En cuanto a los thennitas, Aemma estaba pensando en convertirlos en jugueteros; nada tan futurista y para nada tecnológico, pero peluches, muñecos articulados, carritos y casas de muñecas estaban sobre la mesa (algo así como el estilo tradicional de Papá Noel).

Los Thenn no eran duendes, pero su aldea estaba, técnicamente, en el Polo Norte de este mundo, así que funcionaba para la mente trastornada de Aemma.

—Puedo recuperar la técnica para forjar acero valyrio y dártela —Aemma dejó de reír para sí misma al oír a Loki.

— ¿Tú qué?

Loki tarareó, pasando a otro bosquejo —. La mano de obra podría representar un desafío si lo haces sola.

—Hay varios tribales interesados en la herrería que puedo convertir en mis minions —dejó el martillo y buscó la mirada de Loki —. ¿Podemos regresar a la parte del acero valyrio?

— ¿Tribales? —Loki hizo un gesto desdeñoso —. Si vas a armar a un dragón, necesitas más tamaño y fuerza que la de tus pequeños humanos. Afortunadamente para ti, los ayudantes ideales ya están de camino hacia ti, y no tuve que mover un dedo.

— ¿Podemos concéntrarnos en el acero valyrio? —la mano de obra no le preocupaba; así tardara años, Morningstar tendría su armadura.

No que realmente estuviera pensando en invertir años; así nadie durmiera, su precioso bebé estaría equipado lo más pronto posible por si alguna bestia como, digamos, otro dragón de hielo aparecía.

Loki finalmente la encaró y le dirigió una de sus sonrisas traviesas, entonces desapareció.

— ¡Oye! ¡No me dejes en ascuas! ¡Se supone que eres mi hada madrina!

 

 

Resultó que la mano de obra a la que Loki se refirió era gigantes.

Sigtryggr, quien esta vez fungió como traductor de Lengua Antigua, relató que el gigante que fue prisionero de los Thenn y terminó liberado, por las acciones de Aemma y Morningstar, regresó a su hogar y habló a sus compatriotas de la pequeña mujer con el poder del fuego en sus manos, la pequeña mujer que no sólo mató a su captor o que comandaba una bestia alada, sino la pequeña mujer que enfrentó a gritos al terror blanco y sobrevivió.

La historia épica no suscitó una benigna curiosidad, tampoco un inocente anhelo de conocer a tal heroína intrépida, no, nada de eso. Lo que suscitó fue la lunática idea de unirse a Aemma, de jurarle lealtad.

Por protección, obviamente, no por admiración o algo ñoño como eso.

Según la traducción de Sigtryggr, los gigantes habían sido presas de los dragones de hielo desde tiempos inmemoriales.

Aemma lo entendía, se trataba de supervivencia y no los culpaba, pero no quería aceptarlo.

¿En qué momento se convirtió en un faro de supervivencia para comunidades marginadas?

— ¿Desde que nos diste refugio, comida y un futuro próspero? —Thyra respondió a la pregunta que Aemma pensó haber formulado en su fuero interno.

—Era una pregunta retórica, pero agradezco la respuesta, Thy… creo.

— ¿Se quedan? —Sigtryggr, siempre la estrella de la fiesta, preguntó, sorprendentemente, con cansancio y no molestia —. Están esperando una respuesta.

Aemma observó a las docenas de gigantes y los mamuts en que llegaron, notó gigantes bebés amarrados a las espaldas de sus madres (o padres, todos eran peludos y toscos, por lo que era difícil distinguir féminas de varones).

Maldita sea, pensó.

—Sí. Pueden ocupar el otro lado de la Bahía de las Focas.

Ella era una completa blanda, demándenla.

Sintió la irritación de Morningstar a través del vínculo, su dragón solía usar esa parte de la bahía como patio de juegos. Lo siento, M, pero míralos y dime que puedes rechazar esas caritas peludas, envió el equivalente emocional por su vía mística.

—Primero caníbales, entonces thennitas y ahora gigantes —reprochó Sigtryggr en cuanto Thyra se alejó para guiar a los gigantes junto con otros tribales que se ofrecieron —. ¿Qué sigue?

Aemma estaba segura que se trataba de una pregunta retórica, así que no contestó. Tampoco lo hizo porque sentía que cualquier cosa que dijera, a este paso, se haría realidad. No quería tentar a la suerte.

— ¿Lobos huargos? —Rolf, que iba pasando con redes de pesca, dijo con sincera ingenuidad, justo en el momento en que Loki la serpiente reptaba hacia ellos en su tamaño más pequeño y menos amenazante (lo que era ridículo porque Loki siempre era una amenaza literal y metafórica).

— ¡Retíralo! —demandó Aemma a Rolf, entonces señaló a Loki con un dedo —. ¡Y tú, no lo escuches!

 

 

Lobos huargos aparecieron días después, por la noche y durante una luna llena. Llegaron aullando y con sus pasos resonando en la nieve, saliendo de la oscuridad del Bosque Encantado como las impresionantes criaturas de fantasía que eran.

Antes de darse cuenta se encontró en el espacio entre la aldea y el lindero del bosque, en pijama y una capa pesada de piel, botas puestas apresuradamente, ojeras profundas y el cabello hecho un lío por varias noches de invención maníaca. Tribales y gigantes detrás de ella, Morningstar sobrevolando vigilante y proyectando su enorme sombra sobre todos, e innumerables lobos huargos al frente.

Un lobo negro de ojos verdes demasiado inteligentes (y muy, pero muy familiares), intimidante y majestuoso, paró frente a Aemma.

Ella no tenía miedo, no estaba asustada, sólo aprensiva.

Tenía la corazonada de que el universo, o un Loki, definitivamente un Loki, estaba por divertirse a su costa.

—Sea lo que sea que trames, detente —ordenó severa y, cuando los ojos verdes brillaron como si sonrieran, agregó un poco implorante —. Loki, por favor.

Sus palabras cayeron en oídos deliberadamente sordos.

Loki avanzó, alzándose sobre ella por más de una cabeza. Algunas exclamaciones ahogadas se escucharon detrás, al menos alguien se preocupaba por ella (Morningstar ya había descendido, pero aguardaba, casi con aburrimiento, a un costado). Entonces Loki le dio un golpecito en la frente, con su nariz húmeda y fría, y retrocedió.

Aemma sintió un peso en la cabeza.

Elevó una mano; sintió algo frio y delicado, siguió palpando y… ¿era una corona?

¿Por qué tenía una corona?

— ¿Por qué tengo una corona? —soltó en voz alta, mirando a Loki.

—Porque eres una reina —la voz de Thyra resonó fuertemente, haciendo que Aemma se diera cuenta del silencio que los envolvía, ¿cuándo se volvió tan solemne el ambiente? —. Nuestra reina.

Aemma decidió ignorar la reverencia en la voz de su fan número uno, sin apartar la mirada de un Loki absolutamente presumido.

¿Por qué los demás lobos estaban agachando las cabezas?

—Eres la Reina-Más-Allá-del-Muro.

Ahora sí volteó a ver a Thyra, dispuesta a regañarla por lanzar más leña al fuego de lo que fuera que fuere la travesura desquiciada de Loki.

—No —Madre Topo se abrió paso entre los demás tribales, llegando al frente —. Ella no es la Reina-Más-Allá-del-Muro.

—Exacto. Al fin alguien dice algo coherente. Gracias, Madre To-

—Aemma Hija de Daella —interrumpió la anciana, clavando sus pequeños ojos oscuros en los azules de Aemma —, es la Reina en el Norte Verdadero.

Hubo un momento de quietud, pareciendo como si el viento, como si todo sonido y existencia se hubieran detenido a propósito en ese preciso momento.

Entonces…

— ¡La Reina en el Norte Verdadero! —gritó Arne, levantando una lanza y pisando fuerte la nieve.

— ¡La Reina en el Norte Verdadero! —secundó Ebba.

Y luego Rolf, y luego Thyra, y luego los demás.

El suelo tembló por el entusiasmo de los gigantes.

Los huargos aullaron.

Morningstar rugió.

Y Aemma… Aemma inclinó el rostro, miró el cielo estrellado, a la luna, y pensó: Loki es la peor hada madrina del multiverso.

 

Notes:

1. En esta historia, Saera es mayor; nació después de Alyssa. Más que una licencia creativa, fue un descuido; escribí sobre Duanna antes de comprobar el año en que Saera abandonó Westeros, además resultó que se mudó de Lys a Volantis hasta el año 99. En fin.

2. En la mitología nórdica, Loki es el padre de Fenrir (un lobo gigante). Así que decidí que tuviera influencia en los huargos aquí.

3. ¿Ideas para nombrar la compañía mercenaria de Daemon?

4. ¿Qué povs les gustaría leer? El próximo capítulo toca tutifruti de perspectivas, así que acepto sugerencias.

 

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