Chapter Text
——— Alyss ———
Avanzamos en silencio, hasta que un agente vestido con un uniforme blanco como los de los Pacificadores, pero sin armas visibles, nos indicó la puerta. Ni una palabra. Solo un gesto con la mano, seco y mecánico.
Finnick fue el primero en entrar, luego Syrus. Dudé en la entrada, deseando que mis pies pudieran cambiar mi destino con sólo quedarse quietos.
La habitación estaba decorada como una pesadilla diseñada por un niño rico y trastornado. Cortinas de terciopelo rojo, el piso de cristal sobre una fuente, estatuas humanas congeladas en poses sugerentes que no me atreví a mirar dos veces. Lo más escalofriante de todo, la pared donde colgaban múltiples juguetes sexuales.
¿Era tan normal esto en el capitolio que sus visitas no pestañearían dos veces al ver esa pared? ¿O el hombre era tan rico que podía permitirse un apartamento únicamente para sus citas con los vencedores?
Y allí estaba él, sentado en un suave sillón, con una sonrisa retorcida en su rostro.
Vestía un traje negro bastante normal para los estándares del capitolio, su pelo negro mostraba una línea de canas, sus ojos mostraban arrugas, que trataba de disimular como todo los capitolinos con cirugías que estiraban la piel.
Nos observó en silencio, uno por uno, se levantó con una sonrisa cortés y extendió una mano hacia nosotros, como si esto fuera una reunión formal y no una aberración disfrazada de cortesía.
—Bienvenidos —dijo, con una voz baja, modulada, perfectamente calculada— Alyss, Syrus, Finnick… qué trío tan fascinante.
Finnick dió un paso adelante y le regalo una de sus sonrisa falsas. Encorvó su cuerpo para hacerse más pequeño y con un tono dulce pronunció:
— Señor, un gusto conocerlo. Me temo que nuestro manager no nos dio su nombre.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza.
— Orvyn Nyll, pero me pueden llamar señor.
Urg… hombre lleno de inseguridad, anotado. Me contuve de rodar los ojos, cuando simplemente señalo a Syrus con los dedos y le indicó que se sentará a su lado.
— Alyss, querida — extendió su mano con un sobre, su mirada llena de deseo — directo del presidente, estoy seguro que nos divertiremos juntos.
Temblorosa, tome el sobre de sus manos y lo leí:
Señorita Alyss, los Snow siempre caen de pie, es hora de que me muestre que hacen los Abernathy.
-Coriolanus S
Una sensación extraña me inundo, una mezcla de un frío estremecedor y una ira impalpable. Esto solo era un juego para él, una prueba más de muchas que me esperaban.
Aunque si era honesta conmigo misma, estaba cansada, durante la mayor parte de mi vida había sentido constantemente odio, y no era fácil odiar, ni era capaz de hacerlo ilimitadamente. Quería rendirme, rebelarme contra el capitolio o sucumbir a el.
¿Qué hacen los Abernathy?
Observé a Syrus sentarse en el regazo del Capitolino, una sonrisa falsa adornaba sus labios y sus ojos parecían buscar algo en la lejanía, no parecía este consciente de las caricias que lo recorrían sobre la ropa. Ese no era mi amigo cínico, solo un desconocido.
Finnick me miró nervioso antes de quitarse la playera y acercarse al otro lado de Nyll, con una habilidad practicada comenzó a repartir suaves mordidas por su cuello. Tocando el cuerpo de con las puntas de los dedos, queriendo retrasar lo inevitable un solo segundo más.
— ¿En que trabaja, señor Nyll? El presidente parece tener una impresión de usted, lograr traerme hasta aquí no es poco— pregunté inclinando la cabeza. Finnick y Syrus se inclinan a verme horrorizados, se suponía que tenía que mantenerme callada.
— Soy el director del Banco de Panem, querida — me habló divertido — el Presidente y yo hemos trabajado juntos por más de treinta años.
— Interesante — le sonrió.
Recorro la mesa de aperitivos con una mano, distinguí unos cuantos de mis cenas para patrocinadores. Pequeños bocadillos diminutos que los capitolinos usaban para ganar tiempo antes de contestar una pregunta incómoda.
Agarré una de las copas de champan con una bebida amarillo neón. Creí reconocer que era por una de las anécdotas de Syrus, la mirada de satisfacción y expectativa de Nyll me confirmo dos cosas. Uno, la copa tenía un afrodisiaco; dos, Orvyn Nyll creía que podía salirse con la suya al acostarse conmigo. Syrus y Finnick eran solo su aperitivo antes del plato fuerte.
— La verdadera pregunta es… — me acerqué entre sus piernas, ignorando como los chicos trataron con más ahínco distraer a Nyll, con besos y caricias.
— ¿Sí, querida? — Nyll aparto las manos de Syrus y las puso en mis caderas para acercarme.
Dejé caer mi sonrisa.
— ¿Qué hiciste para hacer enojar a Snow?
Nyll apenas tuvo un segundo para reaccionar antes de que lo golpeara con la copa, incrustando pequeñas piezas de vidrio en su rostro. Orvyn trato de golpearme pero Finnick uso una de sus manos para sujetar el cuello del capitolino.
— No la toques, maldito — Finnick gruño, antes de girarse a verme — Alyss ¿qué hiciste? ¿estas loca?
— ¡Maldita perra, el Presidente se enterara de esto! — Nyll tosió en la mano de Finnick.
— Le daremos una hora extra, señor. Alyss solo es nueva en esto y Finnick es un poco protector con su primera vencedora, ya sabe como es — Syrus ronroneó, mientras nos miraba con dureza.
— No te preocupes Syrus…
Dos de los Pacificadores personales de Snow, interrumpieron en la habitación y custodiaron la puerta, expectantes de cada uno de mis movimientos. Me acerqué con la mano temblorosa y apuñale su garganta con los restos de la copa.
En un inicio pensé que me miraba asustado. Finnick y Syrus no eran diferentes, se habían apartado de Orvyn y miraban en mi dirección pálidos. Los aplausos en mi espalda me hicieron girar.
En una de las pantallas que sujetaba un pacificador se encontraba Snow, en su oficina sonriente. Y aplaudiendo, su sonrisa era de completa satisfacción. El pacificador se acercó hasta que estuvo enfrente del hombre agonizante.
—Ah, Orvyn —dijo Snow, como si no se estuviera ahogando en su propia sangre—. Veo que ha conocido los talentos peculiares de Alyss. No puedo entender cómo pensó que podría robar mi dinero y salir victorioso. Planear jugar con mis mascotas personales no es algo que perdone fácilmente... pero no se preocupe. Los señores Dougle y Blancark se le unirán muy pronto.
Orvyn trató de hablar, pero solo logró toser sangre.
Algo parecido a una súplica se escapó de su garganta antes de rendirse, finalmente, y morir con un gorgoteo final. La habitación se quedó en silencio, podía sentir el regocijo de Snow, festejando su victoria en silencio.
— ¿Tiene su respuesta, Alyss? — preguntó afilado.
Mire el cuerpo del capitolino, su sangre bañaba la ropa fina de mis amigos y salpicaba mi rostro. Solo un cuerpo más, pero a diferencia del pasado, la muerte de Orvyn Nyll no me importaba.
— Sí, tengo mi respuesta.
Los Abernathy sobrevivimos al invierno, mucho después de que la nieve se derrite en el olvido.
Asentí a la pantalla mientras retiraban el cuerpo de la habitación.
— Tengo muy clara mi respuesta, presidente.
Seré obediente, haré que bajes la guardia, y ese día, cuando creas que finalmente me rendí… te mataré.
——— Finnick ———
¿Qué demonios fue eso?
Observé a Alyss quien había aferrado a Syrus en medio de un ataque de pánico, antes de caer rendida en un sueño profundo. Por la ventana de la limosina observe mi reflejo, mi ropa se había arruinado y mi rostro tenía salpicaduras de sangre, al igual que los otros.
A Mitch le va a dar un ataque.
Nos habíamos preocupado por las cosas que le hacía Snow a Alyss en sus reuniones secretas. Creyendo que la estaba convirtiendo en una espía, había pasado noches consolando a mi novio que pensaba que su hija estaba siendo violada por el presidente mismo.
La verdad parecía ser peor.
Alyss parecía un robot, no dudó en matar a ese cliente. Conocía lo suficiente a Snow para saber que contaba con su aprobación para asesinar a sangre fría al Director del Banco de Panem. Uno de los hombres más poderosos del Capitolio.
No tenía sentido, esta no era la Alyss Abernathy que conocía. La niña valiente que afronta con la cabeza en alto todos los problemas que ella misma crea. Sarcástica e irrevocablemente preocupada por la gente que ama, hasta el punto de anteponerlos a ella.
Alyss no era una asesina a sangre fría bajo las ordenes de un tirano, era la niña que aceptaba su muerte con dignidad antes de permitir que un hombre la violara.
— Esto no esta bien — susurré, se veía tan indefensa en los brazos de Syrus.
— No ahora — Syrus miro atentamente al conductor. Lo reconocía de las escasas veces que había estado cerca del presidente, un Pacificador de su calibre nunca estaría haciendo de conductor para los vencedores.
— Syrus…
— Lo sé, encontraremos la forma de estar ahí para ella…
Pero ahora no es el momento, escuche las palabras que no dijo tan claras como si las hubiera gritado.
Entramos en silencio al cuartel de los mentores, con pasos apresurados, deseando poner distancia entre nosotros y los pacificadores. Nunca había sido tan consciente de las cámaras y micrófonos que rodeaban cada centímetro del edificio. Había convertido en un artes ignorar ciertas partes del Capitolio por mi propia salud mental.
Varios rostros se giraron a nuestra llegada, una forma sutil que los vencedores teníamos para cuidarnos unos a otros sin agobiarnos.
Syrus siguió de largo ignorando a todos, las miradas de lastima no tardaron en llegar, el primer cliente siempre era el peor. Todo lo sabían… si tan solo supieran.
Detuve a Mitch antes de que alcanzara a Syrus, quien se perdió entre los pasillos de las habitaciones.
— Finnick… — los ojos de Haymitch transmitían un miedo visceral. Indeciso de si debía saber la verdad o no, lo arrastre suavemente a nuestra habitación.
Que Snow escuchará, no me importaba más.
Lo hice sentarse en el borde de la cama, como si estuviera a punto de desplomarse.
—Fue Orvyn Nyll — dije sin rodeos.
Vi cómo se le helaban los ojos, cualquiera reconocería el nombre.
—¿Qué?
—Lo mató, Mitch. Alyss. Lo mató frente a nosotros. Con la aprobación de Snow.
—Eso no puede… — su voz se quebró, no por incredulidad, era la tenue esperanzador la seguridad de su hija hecha trizas— ¿Cómo?
Me pasé una mano por el cabello, aún con la sangre ajena. Me senté frente a él, rodillas casi tocándose, lo sostuve cerca, no solo para darle consuelo sino para, encontrar cobijo propio en la única persona que confiaba. Mi voz se quebró:
—Ni siquiera lo dudó. Era como si supiera cómo debía actuar para sobrevivir.
—¿Y tú crees que eso fue sobrevivir? —escupió, levantándose con torpeza—. ¡Eso fue ejecución! ¡Snow la va a matar por asesinar al máldito Director del Banco de Panem! Tenemos que hacer algo, Alyss…
—No Mitch —corregí, con la voz apenas un susurro—. Fue una prueba para ella. Una marca.
Haymitch se apartó y comenzó a caminar por la habitación como una fiera enjaulada. La camisa arrugada, las manos agitadas. Se detuvo junto a la ventana, mirando hacia el domo del cuartel, como si esperara ver la figura fantasmal del presidente recortada en las luces del Capitolio.
—¿Qué le hizo? —preguntó.
—Lo que siempre hace —susurró Finnick— La convirtió en un arma. Su arma.
Un suave sollozó imperceptible para las cámaras llegó a mis oídos, me levanté y lo volví a abrazar. La frustración de tener las manos atadas, hirvió en mi sangre.
—Quiso romperla… —dijo, más para sí que para mí.
— Temo que lo haya logrado — contesté derrotado — no la viste. Era como si no estuviera ahí.
— Tenemos que hacer algo — me susurró suavemente —Snow sabe lo que hace. No le habría dado una orden como esa si no estuviera seguro de que Alyss iba a cumplirla.
Me quedé en silencio, considerando las consecuencias, sabía de que estaba hablando, la rebelión silenciosa que se estaba gestando durante años
Asentí, apenas.
—Me pondré en contacto con Plutarch…—dudé de mis propias palabras.
— Déjale en claro que la seguridad de Alyss no es negociable.
—Lo haré.
Nos quedamos unos segundos en silencio. Afuera, el Capitolio continuaba con su espectáculo, indiferente a los hilos que empezaban a tensarse en las sombras.
—¿Crees que confiará en nosotros? —pregunté, sin necesidad de aclarar de quién hablaba.
—No al principio —respondió, dejando escapar una risa amarga—. Pero eso no importa. No necesitamos que confíe. Solo que esté viva para elegir.
Me giré hacia la puerta. La urgencia latía en mis sienes.
—Voy a decirle a Syrus si puede quedarse con ella esta noche, algo me dice que necesitaremos el descanso.
— La amo, Finnick — me confesó desde su lugar — ha sido mi razón de vivir durante todos estos años. Incluso si ella no lo sabe, la amo.
Lo miré desde el umbral, sabiendo que lo que acabábamos de empezar no tendría vuelta
Me quedé unos segundos más, grabando su silueta encorvada en la penumbra de la habitación. Por un instante, ya no era el mentor amargado y borracho, sino un padre dispuesto a quemar el Capitolio por una hija que jamás pidió cargar con tanto.
—Lo sabe, Mitch— le dije con voz suave— Descansa un poco.
—Sí… —asintió, pero su mirada ya no estaba ahí. Estaba con Alyss. Como siempre.
Cerré la puerta detrás de mí con cuidado.
Fui directo hacia la habitación donde Syrus había llevado a Alyss. Me detuve antes de entrar. La puerta entreabierta me permitió verla.
Estaba tendida en la cama, pálida, el cabello revuelto como si hubiera librado una guerra. Syrus estaba sentado a su lado, tomándole la mano con una devoción muda. Su mirada no se movía de ella. Tal vez Haymitch no estuviera del todo incorrecto es sus preocupaciones sobre Syrus.
Golpeé la puerta con suavidad.
Syrus me miró, cansado, pero alerta.
—¿Se despertó? —pregunté.
Él asintió con la cabeza.
—Solo durante unos minutos… no parecía estar del todo consiente de lo que pasaba. Murmura cosas a veces. La mayoría incomprensibles.
Entré en silencio, me senté al borde de la cama contraria.
—Quería preguntarte si te quedarías con ella esta noche —le dije— Haymitch y yo tenemos cosas que preparar. Necesitamos que alguien esté aquí si… si algo pasa.
Syrus asintió de inmediato.
—No pienso moverme.
Le dediqué una sonrisa agradecida y me incliné para rozar con mis dedos la mano libre de Alyss. Estaba helada.
—Vamos a sacarte de esto—susurré— Te lo prometo.
Ella no respondió. Pero su mano se crispó apenas.
Y eso, por ahora, fue suficiente.